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Full text of "La Ilustración ibérica"

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RAMÓN  MOLINAS-EDITOR 


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SEMANARIO  CIENTÍFICO,   LITERARIO  Y  ARTÍSTICO 


^eDHGTpDO  POH  líO^  mÁ0  ^ePUTjIDOjg  e^GHITOÍ^^jg 


fm^  ^  jm 


E  ILUSTRADO 


POK  LOS  MEJORES  ARTISTAS  NACIONALES  Y  EXTRANJEROS 


TOMO   QUINTO 


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y 


BARCELONA 

Establecimiento  tipolitográfico  de  La  Ilustración  Ibérica 

365  — CORTES— 367 
1887 


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(f       MAñ  2  2  1968 


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PS¡V(  OF  ^Q^SÍ 


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Año  V 


Barcelona  1.°  de  Enero  de  1887 


Núm.  209 


EL  LAGO  (Cuadro  de  T.  Aron) 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


SUMARIO 

TiXTO.— JTixtrM.  Oariat  a  wú  pHma,  por  F*ni«nflor.— /-o 
tata  dt  Ptdn  Lipa,  por  Jaao  Tomáis  StWuijr .  —Filoffia 
dita  tfM»ria,porEBUloC!MteUr.— kn-Mn  Citnti/eo,  por 
Alfredo  Opino.— lot  (Mm.  por  a.  Sanche*  Pim.—Loab- 
tmr4i,  por  C.  OooaUca  Stnaao.—A^naldo  (pótela),  por 
Ibaae)  M  Maeio.— Nnestros  grabados.— ¿a  /itenle  de 
IM  rarrataSM,  por  Fnmcbco  Gnu  ]r  KIIm. 

Gum^DM.— Kll«to.— Unk  bellent  de  PriK*.— Florm.— In- 
TlerBO  («kcorta).— Loe  fkTOiitoedel  emperador  Bonorio. 
— Cna  eallfjaeU  en  la  antigna  Boma.  —La  última  escena 
d«  Uaalet.-Recolertorea  de  algas  marinai,  un  dia  de 
tormenta.— Felipe  IV.— Granada  dorante  un  chubasco. 
— n  Ángel  de  U  Guarda.— IWrdo;  Pnenle  de  Alcántara. 


MADRID 


EN     EL    FON  DO 

L  dar  principio  con  esta  cana  á  la  .serie 
qne  prometí  escribirte,  me  parece  bien, 
como  tributo  A  los  sentimientos  de  tu  co- 
razón, no  hablar  de  Madrid  en  los  términos  que 
veces  he  hablado  y  que  tii  me  censtiraste. — 
!-<^ce,  me  decías,  sino  que  en  Madrid  todos 
s  y  los  hombres  son  malos,  que  sólo  es 
;.'  la  vanidad,  de  la  ambición,  del  egois- 
::io;  una    ciudad  grandiosa,  pero   despreciable. 
,  \:í.l:i  bueno  hay  en  Madrid?  ¿ICo  hay  corazones 
I  ,  manos  para  socon-er;  acciones  dignas 

il.  .  ■■>..■:  ¿Asi  como  es  lo  peor  de  lo  malo,  no  es 
por  ventura,  también  lo  mejor  de  lo  bueno? 

Recordando  estas  interrogaciones  tuyas  lie 
pensado  que  leerías  con  placer  algunas  lineas 
inias,  consagradas  d  declarar  que,  en  efecto,  en 
Madrid  la  virtud  da  fnitos,  aunque. mezclada  ■ 
entre  la  hojarasca  espinosa  de -las  e.spléndidas 
fli)ri-s  del  vicio; — y  que  si  nosotros  la  de.sconoce- 
m-is  y  la  ignoramos,  consiste  en  que  ella  no  es 
ruidosa,  sino  callada;  en  que  no  es  altiva,  sino 
humilde;  en  que  busca  la  .soledad  3'  no  el  tumul- 
to. Pero  alguna  vez,  cuando  se  bulle  sin  cesar 
entre  los  e.scándalos  que  las  pasiones  dominan- 
tes del  siglo  alzan  on  Madrid;  se  da  con  feUa;  y 
entonces,  sin  querer,  se  detiene  unoá  contem- 
plarla, la  reconoce  y  la  saluda. 

Tienes  razón;  en  Madrid  hay  muchas  perso- 
nas btienas,  y  se  hace  mucho  bien;  y  son  de  admi- 
rar quienes  le  hacen,  porque-  á  la  verdad  no 
¡■re  la  gratitud  acompatla  al  beneficio;  efec- 
qne  aquí  el  bien  visible  suele  dispensarse 
no  individnalmente;  y  que  los  espíri- 
inqs,  bondadosos,  tiernos,  fraternales, 
.111  pronto  en  la  a.sociación  la  inanera  de 
litar  la  raridad,  el  socorro....  Los  que-son 
icas,  gustan  de  socorrer  á  los 
•  •  i-esitados;  y  no  esparcen  los 
I"  iii'ficioseomolJios  la  lluvia,  sobre  los  terrenos 
l<i  lindos,  como  sobre  los  peñascos...  Por  esto  ne- 
cesitan informarse  de  las  necesidades  del  que 
pide;  de  los  orígenes  de  la  pobreza  qtie  sufre; 
de  la  condición  moral  de  los  necesitados;  porque 
-   '"  "  "    '      '    "     '^  pobre  necesita,  y  todo  el  que 
•  •;  interesa  menos  el  criminal 
'1   •    ■  ■   j;;.ii':i- ..    V   después,   ni   yo,   ni   nadie 
<•  noc-  iji  j.u.-de  enumerar  los  bien  hechores  par- 
tí' u'.u.  -  -  entre  la  masa  general 
'I' •   '"■  ''  i  pronuncia  una  palabra 
i-J  alivio  de  una  enfer- 
ración;  son  tantos  como 
••n  del  cielo;  pero  sólo  se 
■  la  lluvia  cuando,  empa- 
pada la  t  ierra,  forma  el  sobrante  largos  arroyos, 
:i!;.  !,'.  r'ii.iii-^i.  V  río»,  al  fin,  y  mares.  Asi  el 
lo  al  pol>r^de  la  casa,  queda 
i..  ,.lf<,    V  sólo  aquellos  que 
•  m,  son  los  que  dan 
.  ■..<.^i,....-i  ->  i:;i ble,  del -Madrid  bc- 

-    . :-  :-^  _.   -(-(rto  de  este  punto, 

'in  maltratado  de  la 

-ilo  y  consuelo. 

■lo  á  unos,  im- 

/.ado  por  éstos; 

1  u  la  ctienta  de 


néfico. 
1',  - 

C'ili 

{   I-     :    : 

1.  .•    : 

ít  ■  '.•;■ 


que  no  todos  en  Madrid  envidian  á  los  dichosos, 
sino  que  otros  se  angustian  con  las  penas  aje- 
nas; y  sólo  envidian  á  los  que  tienen  fortuna 
para  calmar  el  dolor  ajeno...  Muchas  veces 
habrás  oído  reconlai'  al  buen  señor  que  se  mu- 
rió de  sentimiento  porque  il  un  amigo  suyo  le 
sacaron  el  Chaleco  corto...  Más  inverosímil  en- 
conti-anln  muchos,  qne  haya  quien  sienta  minada 
su  existencia,  y  consuma  su  corazón  en  el  fuego 
de  la  caridad;  jieusando  en  las  aflicciones  y 
escaseces  de  algún  ser,  que  ni  es  su  amigo,  ni 
tiene  más  afinidad  con  él  que  la  de  prójimo. 

Y  hay  mujeres  y  aun  hombres  á  los  cuales  el 
palacio  les  trae,  en  oposición,  la  guardilla;  y  el 
enguatado  gabán,  la  blusa  de  algodón;  y  el  pan, 
la  mesilla  desierta;  el  doctor  que  llega,  la  falta 
de  asistencia  y  medicina;  y  el  dorado  féretro  y 
la  carroza  de  caballos  empenachados,  las  andas 
de  pino  pintado  del  pobre  de  la  parroquia;  mu- 
jeres y  hombres  que  ven  á  través  del  corazón  y 
no  á  través  del  cerebro. 

Yo  he  conocido  alguien  de.  esta  feliz  natura- 
leza,-— y  la  llamo  feliz  por  tener  algo  de  la  de 
los  ángeles; — una  señora  conozco  cuya  vida  está 
constantemente  amargada  por  la  noticia  de  los 
suicidios,  de  los  asesinatos,  de  las  catástrofes, 
de  los  presagios  de  inundaciones,  guerras,  epi- 
demias y  hambres;  no  disfrutando  de  tranquili- 
dad un  jiunto,  porque  olla  no  puede  encontrar 
remedio  á  todo  esto  ni  Dios  quiere  dárselo.  Hoy 
mismo  he  pensado  en  ella;  porque  al  atravesar 
la  Puerta  del  Sol,  he  oído  alboroto  en  un  grupo 
de  gente: — ¿Qué  ocurre? — he  preguntado. — ¡Qué 
ahora  mismo  se  acaba  de  pegar  un  tiro  junto  á 
á  la  Administración  de  la  Lotería  un  de.sgracia- 
do! — ¡Habría  creído  ser  rico  y  la  desilusión  le 
ha  vuelto  loco! — repuso  no  sé  quién. — Pues  estoy 
seguro  que  la  tiemisima  señora  de  quien  hablo, 
sabrá  esta  noche  la  noticia;  y  no  cerrará  los 
ojos...  ¡Ah! — dirá, — ¡si  yo  lo  hubie.se  sabido,  yo 
hubiese  ido  á  socorrer  -su  necesidad  con  dinero, 
á  confortar  su  ánimo,  á'  recordarle  sus  obliga- 
ciones morales,,  si  tiene  familia!  ¡Qué  desgracia- 
do seria  ese  infeliz,  y  que  desgraciada  soy  yo,  y 
somos  todos,  que  ni  puedo  ni  jiodemos  evitar 
tanta  y  tanta  desventura!— Será  si  quieres, — 
prima  mía,:— especie  de  locura  la  de  esta  buena 
señora... — En  verdad  que  á  veces  da^risa...  pero 
en  Madrid  donde  el  egoísmo  tiene  tantos  héroes, 
bueno  es  que  la  caridad  tenga  alguna  caricatura 
simpática... 

No  hace  mucho  tiempo  quise  socorrer  á  una 
pobre;  socorrerla  de  modo  permanentOj  que  tu- 
vie.sc  pan,  que  tuviese  techo,  que  viese  llegar 
en  paz  los  últimos  días;  fui  á  consultar  con  el 
alma  caritativa  de  quien  hablo,  y  ella  se  encar- 
gó de  mi  desvalida.  Charlé  con  ella  y  salí  en- 
cantado porque  hablaba  de  hacer  el  bien  con  un 
fuego,  con  un  entusiasmo...  La  encontraremos 
todo  eso, — decía, — ó  yo  no  he  de  ser  quien  soy... 

Y  gesticulaba  y  accionaba  como  quien  va  á  to- 
mar un  castillo  por  asalto.  Entonces  empezó  á 
enumerarme  todos  aquellos  asilos  y  spciedadei?, 
y  personas  á  cuyas  puertas  llamaría.  Eran  tan- 
tos, que  la  verdad,  no  sé  cómo  todavía  quedan 
pobres.-- — Y,  nada, — añadía, — venga  V.  con  to- 
das las  peticiones  que  quiera.  Madrid  tiene  para 
todo.  Mire  V.,  yo  t^ngo  vara  alta  en  la  Her- 
mandad del  Refugio,  donde  costeamos  la  lactan- 
cia de  los  niños  pobres  y  ■  tenemos  hostería 
para  que  los  pobres  puedan  pasar  la  noche;  si 
bien  los  ponemos  do  patitas  en  la  calle  por  la 
mailana;  y  visitamos  á  domicilio  y  facilitamos 
baños.  ¡Y  de  esta  misma  índole,  hay  otras  so- 
ciedades aquí!  Sé  que  tiene  V.  pocas  simpatías, 
— añadió, — ¡dejaría  V.  de  ser  liberal!- — por  la 
de  San  Vicente  de  Paul;  pero  también  visitan 
flus  socios  y  socorren.  .En  la  Junta  de  Damas  do 
Honor  y  Mérito, — lo  mejorcito  de  Madrid,  ya  ve 
usted,  pagan  ciento  veinte  reales  al  año,  conoz- 
co muchas  señoras, — y  en  la  Asociación  de  Bene- 
ficencia Domicilifiria, — todas  son  títulos  ó  poco 
menos, — también  conozco  muchas;  pues  en  la 
Congregación  de  Esclavos  del  Dulcísimo  Nombre 
de  María  Santísima,  que  ha  venido  muy  á  me- 
nos, siempre  me  reservan  una  plaza  que  dar 
para  la  comida  en  honor  de  la  Virgen; — por  San 
Isidro  Labrador  llevo  á  vestir  un  par  de  niños 


á  la  Congregación  de  Seglares  naturales  de 
Madrid; — en  la  Congregación  de  Nuestra  Seño- 
ra de  la  Misericordia  y  Buena  Dicha,  me  soco- 
rren á  varios  enfermos  de  la  parroquia  que  ten- 
go recomendados; — la  Novena  de  Santa  Rita 
es  para  mí  un  diluvio  de  bonos; — este  año  en  la 
parroquia  de  Santiago,  la  Congregación  de  la 
Beata  Mariana  de  Jesús,  me  vistió  á  una  niña 
que  logré  fuese  en  la  procesión; — pues,  ya  for- 
ma parto  de  las  decenas  del  Patronato  de  los 
Diez,  que  fimdó  mi  incomparable  amiga  Con- 
cepción Arenal,  y  llevo  el  bien  á  muchas  fami- 
lias;— y  en  otras  congregaciones  como  la  do 
Nuestra  Señora  de  los  Desamparados  también 
me  dan  bonos. — Y  aquí  la  buena  señora  empo- 
zó á  enumerar  Memorias,  Patronatos  y  Obras 
Pías  de  madrileños  antiguos  y  modernos,  y  de 
provincianos  en  obsequio  de  los  natitrales  de 
sus  provincias  que  viviesen  y  padeciesen  en 
Madrid...  y  aquello  era  el  cuento  de  nunca  aca- 
bar.— Pero,— la  dije, — entonces,  ¿es  difícil  mo- 
rirse de  hambre  ó  por  falta  de  asistencia? — Si: 
en  Madrid  mueren  de  eso, — me  contestó, — los 
pobres  que  no  tienen  recomendaciones. 

Siguiendo  la  conversación,  vi  que  en  Madrid 
hay  un  gran  número  de  hospitales  de  que  gene- 
ralmente no  se  habla,  poinjue  aqui  sólo  se  men- 
cionan el  General  con  sus  mil  quinientas  ó  dos 
mil  camas,  y  el  Clínico  de  la  facultad,  para  el 
estudio;  y  el  de  la  Princesa  y  el  del  Buen  Suce- 
so y  el  de  San  Juan  de  Dios  y  el  de  Incurables 
de  hombres,  y  algún  otro; — pero  ella  me  citó 
varios  fundados  y  sostenidos  por  la  iniciativa 
particular.  Si  tiene  V.  la  suerte, — me  dijo, — de 
tener  alguna  enferma  por  colocar,  dígame  V.  su 
nombro,  que  haré  enseguida  un  memorial  para 
mi  amigo  el  rector  de  La  Latina.  Y  le  advierto 
á  V.  que  si  quiere  curarse  por  la  homeopatía 
también  la  conseguiré  asistencia;  hay  algunos 
enfermos  que  tienen  este  capricho,  y  es  caridad 
satisfacerlo,  porque  al  fin,  si  se  mueren  de  su 
mal  por  lo  menos  no  se  mueren  hechos  tina 
criba. 

No  necesito  decirte,  querida  prima,  que  esta 
señora  pertenece  á  varias  Congregaciones  para 
asistir  enfermos  de  las  que  hay  en  esta  corte, 
como  la  de  las  Siervas  de  María  y  la  de  Nues- 
tra Señora  de  la  Esperanza;  y  á  otras  para  so- 
correr niños  y  niñas  enfermos  como  la  de  Nues- 
tra Señora  de  los  Dolores.  En  fin,  por  hacer  el 
bien  en  todas  sus  formas,  contribuyó  mucho  al 
crecimiento  de  La  Estrella  de  los  Pobres,  á  fin 
de  que  estos  pudiesen  tener  mortaja  y  ataúd  y 
se  les  condujese  al  cementerio  en  carro  fúnebre 
y  se  les  costease  sepultura.  Esta  Asociación  se 
sostenía  con.  una  rifa:  el  premio, — ya  lo'  ves, 
prima, — era  bien  triste,  ¡un  ataiwl,  una  lápida! 

Llamó  la  atención  de  esta  buena  señora  hacia 
el  número  creciente  de  pobres  que  hay  en  Ma- 
drid.— ¡No  sé  de  dónde  salen, — exclamaba, — 
porque  siempre  han  sido  tantos  que  parece 
mentira  que  pudiese  haber  más!— Algunos, — 
añadía, — sufren  hambre  porque  ignoran  que 
hay  sitios  donde  dan  comida;  los  Padres  Esco- 
lapios de  San  Antón  y  San  Fernando,  las  Reli- 
giosas del  nuevo  monasterio  de  las  Salesas,  en 
todos  los  cuarteles,  reparten  raciones,  así  como 
un  número  infinito  do  fondas,  restoranes  y  casas 
de  comida,  En  las  casas  particulares  hay  la 
costumbre  todavía  de  dar  lo  que  queda  al  agua- 
dor ó  al  portero...  ¡Será  preciso  organizar  upa 
sociedad  ])ara  reunir  todas  las  sobras  de  las  ^- 
cinas  de  Madrid  y  repartirlas!  ¡Pensaré  en  efo! 
— Lo  mismo  digo, — prosiguió, — de  algunostn- 
íennos  que  no  se  ctiran  por  ignorar  qne  í.'iy 
medicación  gratuita.  En  el  Jardín  del  Botan  i' m 
se  dan  plantas  medicínales;  el  marqués  dulftii 
déla  da  pomada  para  curar  los  ojos;  el  duque 
de  Fernán  Núñez  un  bálsamo  para  las  heridas; 
otros  particulares... 

Pude  observar  que  esta  señora  tan  benéfica 
extendía  sus  cuidados  á  otras  enfermedades  del 
cuerpo  social:  visita  las  casas  de  Maternidad  y 
la  de  las  Desamparadas  y  las  Recogidas  y  la  de 
Nuestra  Señora  del  Consuelo, — que  es  de  arre^ 
pentidas  solteras,  y  otras  donde  la  pobreza  no 
es  de  pan  ni  de  trajo,  sino  de  ilustración,  ó  de 
fortaleza  de  alma. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


Si,  jjrima,  sí,  no  diré  yo  que  en  Madrid  haya 
muchos  tipos  como  el  de  esta  señora,  cuya  for- 
tuna y  existencia  se  consagre  al  dolor  de  los 
demás;  pero  es  lo  cierto  que  no  todo  en  Madrid 
es  ambición  de  goces;  que  Madrid  no  es  tan 
sólo  un  hormiguero  del  placer,  ni  una  brillante 
red  de  infamias. 

Pero  allí  vamos  los  hombros,  como  te  dije  al 
principio,  donde  la  luz  fulgura, — y  la  virtud  es 
ruborosa  y  se  refugia  siempre  en  la  oscuridad. 
La  caridad  semejante  al  rocío,  cae  sin  ruido. 

Querida  prima:  Hecho  ya  desde  mi  primera 
carta  cumplido  elogio  de  la  médula  sana  de 
este  organismo  complicado  y  gigantesco  que  se 
llama  Madrid,  espero  que  en  las  siguientes  me 
permitas  hablar  mal  de  sus  cosas  y  de  sus 
hombres. 

Adiós,  pues.  Ternanflor. 


LA  CASA  DE  PEDRO  LÓPEZ 


Durante  el  último  otoño,  mi  familia,  por  con- 
venir á  sus  intereses,  hubo  de  trasladar  su  resi- 
dencia á  la  isla  de  Cuba.  Yo,  como  lo  hubiese 
cruzado  j^a  dos  veces,  corriendo  grave  peligro 
en  una  'de  ellas,  no  me  sentía  con  gana  de 
pasar"  el  charco  nuevamente;  ni  mi  afición  ni  mi 
conveniencia  me  llamaban  á  ultramar,  á  donde 
van  tantos  á  sufrir  el  naufragio  de  sus  es- 
peranzas, cuando  no  el  de  su  alma  y  de  su 
cuerpo.  Además,  de  Madrid  al  cielo, — dice  el 
vulgo, — y  dice  bien,  porque  si  en  Madrid  falta 
dinero  con  frecuencia,  nunca  falta  un  amigo  á 
quien  pedírselo,  y  la  vergüenza  está  de  más,  y 
el  aturdimiento  y  la' frivolidad,  valga  la  metá- 
fora, son  los  vientos  que  empujan  nuestra  vida 
hacia  el  sepulcro. 

Por  estas  razones,  y  por  otras  que  no  son  del 
dominio  público,  resolví  permanecer  en  la  corte, 
si  bien  hube  de  mudar  de  domicilio,  viniéndome 
muy  ancha  y  no  pudiendo  seguir  habitando'  la 
casa  que  habitado  había  con  mis  consanguí- 
neos. 

Provisionalmente  me  instalé  én  una  fonda, 
donde  no  viví  mal  un  par  de  meses,  al  cabo  de 
los  cuales  di  ea  hacer  ascos  á  la  comida,  un 
tanto  amaiiertida,  y  en  pensar  que  quien  como 
yo  se  domicilia  en  una  fonda  Viene  á  ser  un 
viajero  que  no  viaja,  paradoja  viviente,  torpe  y 
ociosa  á  todas  luces.  En  vista  de  ello,  para 
tener  más  arraigo  y  estar  como  en  familia,  re- 
solví mudarme  á  una  casa  de  huéspedes,  cosa 
que,  una  vez  resuelta,  la  verifiqué  en  el  acto. 

Dos  mudanzas  equivalen  á  un  incendio, — 
suele  también  decirse,  y  ello  debe  de  ser  cier- 
to, porque  desde  la  casa  familiar  á  la  de  huéspe- 
des, me  vi  privado  de  algunos  objetos,  preciosos 
por  su  utilidad,  ni  más  ni  menos  que  si  hubie- 
ran quedado  reducidos  á  pavesas. 

Todos  los  huéspedes  comiaijio.:!  i,  un  tiempo 
en  mesa  i^ajlonda, — así,  la  llamaban,  aunque  era 
cuadrada, — excepto  los  rezagados,  que  siempre 
los  había;  y  durante  casi  .todas  las  comidas, 
sobre  la  nueva  ley  de  inquilinatos,  sobre  el 
impuesto  de  la  sal,  sobi'e  mil  cosas  que  no  nos 
importaban  un  bledo,  se  armaba  cada  discusión 
que  hacia  retemblar  las  paredes  del  reducido 
comedor,  cuando  no  degeneraba  en  disputa  de 
mal  tono  con  peligro  inminente  de  la  vajilla  y 
aun  de  nuestros  propios  individuos.  Estas  comi- 
das l)ullangueras  me  disgustaron  en  breve,  y  el 
apelativo  ¡¡atrnn  i,  puesto  constantemente  en 
boca  de  los  huéspedes,  recordándome  la  llegada 
de  tropas  á  un  villorrio  y  haciendo  imaginaria- 
mente de  mi  traje  un  uniforme,  vino  á  dar  al 
tra.ste  con  mi  paciencia. 

— Un  solterón  de  mi  calibre, — pensó  después 
de  contar  las  vigas  del  techo  de  mi  cuarto, — 
debe  vivir  feliz  é  independiente,  como  España 
en  tiempo  de  los  cartagineses. 

Y  me  eché  á  la  calle,  resuelto  á  buscar  casa 
cut-  o  alquiler  se  hallase  en  armonía  con  mis  re- 
curv   )S,  por  cierto  no  muy  sobrados. 

-\  Tomaré  un .  criado,^añadí, — y  comeré,  á 


lo  bohemio  donde  pueda  y  me  coja  el  apetito. 

Adoptada  esta  nueva  resolución,  no  tardó  en 
dolerme  el  cuello  á  fuerza  de  torcerlo  y  mirar  á 
los  balcones  en  busca  de  papeles. 

En  Madrid,  nadie  lo  duda,  existen  buenas 
casas  para  los  ricos,  aunque  las  rentas  suelen 
ser  mejores.  En  cuanto  á  los  pobres,  no  hay 
que  apurarse  por  ellos;  se  les  relega  á  una 
cueva  con  honores  de  cuarto  interior,  ó  á  un 
observatorio  astronómico  con  nombre  do  sota- 
banco, ó  á  una  pocilga  sin  nombre  y  sin  hono- 
res, sin  aire,  sin  luz  y  sin  higiene,  que  ninguna 
de  estas  cosas,  por  lo  visto,  deben  de  necesitar 
los  pobres. 


Yo,  en  mi  calidad  de  escritor  público,  venía  á 
ser  un  pobre  vergonzante,  esto  es,  decente,  de 
los  que  piden  limosna  cuartilla  en  mano,  cuan- 
do, como  el  de  que  aquí  se  trata,  tienen  muy 
poco  ó  nada  por  su  casa,  y  luchaba  con  el  doble 
inconveniente  de  ser  pobre  con  educación  y 
costumbres  de  rico,  ó  rico  con  recursos  y  habe- 
res de  pobre.  En  tal  situación  hubo  de  costarme 
en  gran  manera  encontrar  casa,  porque  las  que 
me  gustaban  eran  caras,  y  las  que  baratas  eran... 
esas  no  me  gustaban. 

Por  fin,  al  recorrer  una  calle  larga,  estrecha, 
algo  sombría,  pero  céntrica,  vi  papeles  en  un 
cuarto  tercero.  A  mayor  abundamiento,  en  la 


.#/ 


&^ 


-y 


UNA   BELLEZA  DE   PRAGA 


parte  exterior  del  portal,  hondo,  oscuro  y  no 
muy  limpio,  pendiente  de  un  clavo,  se  veía 
un  tarjetón  con  estas  palabras  en  letra  gruesa  y 
desigual: 

SE  Alquila  i'N  cuarto  Tercero  en  once 
Duros.  La  Portera  Dará  raZon. 

Miré  á  todos  lados  y  no  vi  portera  ni  porte- 
ría. En  el  interior  del  portal  sí  pude  ver^  mano 
derecha  un  arco  que  sosteniendo  parte  del  te- 
cho, daba  acceso  á  la  escalera,  angosta  y  empi- 
nada, y  á  la  izqtiierda  de  ésta,  cuya  angostura 
i'emataba  una  pilastra,  un  largo  pasadizo  que, 
á  jiizgar  por  la  luz  interior,  conducía  á  un 
patio. 

Mis  ojos  buscaban  todavía  á  la  portera  á 
quien  pedir  razón  del  cuarto,  cuando  un  ruido- 
so taconeo,  descendiendo  desde  lo  alto  de  la 
escalera,  me  hizo  volver  instintivamente  la  mi- 
rada. Dos  mujeres  jóvenes,  regordetas  y  no  mal 
parecidas,  con  sendos  mantones  sobre  los  hom- 
bros y  pañuelos  á  la  cabeza,  por  debajo  de  los 


cuales  asomaban  las  revueltas  greñas,  bajaban 
atropelladamente  la  escalera,  no  sin  riesgo  de 
ir  á  estrellarse  contra  la  pared  de  enfrente.  Una 
de  ellas,  la  más  desgreñada,  llevaba  en  la  mano 
una  fotografía,  en  la  cual  pude  ver  el  busto  de 
un  hombre,  y  se  reía  con  risa  sardónica,  pro- 
rumpiendo  á  borbotones: 

— El  muy  charrán...  así  lo  desnuquen...  me  ha 
dado...  su  retrato...  ¿Tengo  yo  algo  que  ver... 
con  su...  maldita  estamjja? 

— ^¿Está  guapo? 

—Mira. 

Esto  diciendo,  las  dos  amigas,  sin  reparar 
siquiera  en  mi,  se  detuvieron  en  el  umbral  de 
la  puerta,  y  juntando  sus  cabezas  desgreñadas, 
contemplaron  breves  momentos  el  retrato. 

—  ¡Puf! — prorumpió,  con  asco  la  que  lo  te- 
nia en  la  mano. 

(Se  continuará.)      Juan  Tojiás  Salvany. 


FLORA  (Ciudio  de  D.  Franclíco  Caudo  del  Alisal.— Dibujo  de  P.  y  Valor) 


INVIERNO  (Dibujo  de  K.  Brokka) 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


FIL080FIA  DE  LA  HISTORIA 

Precisa  hnír  de  la  revolución  y  abrazar  la 
libertad  r>  -  ''  •  nte.  precisa  condenar  In  rt»- 
forma  con^  .  para  procetlcrá  la  reforma 

económica  v  aOiniuistmtivn  y  nülitar.  El  indis- 
p«»n««We  olviíjo.  ol  aplazamiento  por  lo  menos, 
¿'  '        s  li  la  orjrani- 

r  .  .    una  ventaja 

iudutial-le,  la  '  ~:iiiu'S   alteradas  v 

oecurecer  utop  is.  Y  dejando  li- 

bertad á  todas  las  i  <>  la^  nitUi  reaccio- 

narias basta  las  n:  _;ó<;ica.s;  y  dejan- 

do libertad  á  todas  las  reuniones,  sin  pararse 
para  nada  en  los  excesos  de  palabra,  casti^dos 
ya  por  el  general  menosprecio;  y  dejando  1¡- 
)..,-i  ,.1  .;  t.ul.ij  las  asociaciones,  desde  la  aso- 
a  hasta  la  asociación  inter- 
niiii''ii«iiíiii,  |>orque  nada  tan  contrario  &  los 


cadáveres  eomiptos  ni  á  las  aves  nocturnas, 
como  la  clai-a  luz  del  dia;  mostranVn  las  institu- 
ciones democráticas  su  fuerza  y  su  visor,  arrai- 
gadas como  se  hallan,  por  sus  hondísimas  raí- 
ces, asi  en  la  tierra  nacional  como  en  la  pública 
conciencia.  Por  una  coincidencia  bien  afortu- 
nada obsérvase  hoy  que  la  política  más  liberal 
resulta,  en  último  término,  la  política  menos 
revolucionaria.  Y  es  natural  que  suceda  esto. 
Los  revolucionarios  surgen  siempre,  como  los 
héj-oes  y  los  semi-dioses,  en  las  épocas  de  los 
combates  designados  por  el  deseo  común  y  uni- 
versal con  el  nombro  de  homéricos.  Al  desarrai- 
gar una  secular  institucién  y  destruir  una  for- 
midable fortaleza  y  vencer  una  creencia  do  cien 
generaciones,  en'S'ia  el  cielo  providencialmen- 
te aquellas  personalidades  superiores  foijadas 
para  el  combate.  Y  estas  personalidades,  todos 
estos  héroes  sublimes  y  todos  estos  inspirados 
profetas  y  todos  estos  elocuentísimos  tribunos, 


tan  i'itiles  en  su  tiempo  y  sazón,  truécanse  á 
una  en  plaga  verdadera,  si  guardan  para  épocas 
de  paz  y  de  conservación  su  temperamento  de 
guerra,  propio  sólo  para  la  tempestad  de  las 
revoluciones.  En  mis  estudios  preferidos,  en  los 
filosóficos-histói'icos,  encuentro  á  cada  paso 
comjilexiones  extraordinarias  que  hubieran  re- 
sultado nocivas,  ó  por  lo  menos  inútiles,  extraí- 
das V  apartadas  de  su  vei-dadero  elemento. 

En  ninguna  edad  so  confirma  tanto  esta  ob- 
servación, como  en  la  centuria  décima-se.xta,  ni 
se  ven  tanto  estos  prototipos  de  la  energía  re- 
volucionaria como  en  la  reforma  religiosa. 

El  sol  calienta  nuestro  sistema  planetario, 
])orque  reúno  y  concentra,  entorno  de  su  núcleo, 
la  luz  difusa  en  el  éter  infinito,  mandando  sobre 
nosotros,  los  miseros  hijos  de  los  planetas  fríos, 
á  torrentes,  el  calor,  la  electricidad,  la  vida,  los 
colores,  el  magnetismo.  Calvino,  por  ejemplo, 
comprendió  que  Ins  iglesias  protestantes,  en.  el 


LOS  FAVORITOS  DEL  EMPERADOR  HONORIO  (Cuadro  de  Wateihouse) 


mundo  esparcidas,  necesitaban  de  un  sol,  en 
de  cuyo  centro  pudieran  moverse,  reci- 
:■<  la  Itiz,  el  calor,  la  vida.  Las  ciudades 
mayores  de  la  histoiia  pueden  llamarse,  como 
toles  de  ideas,  en  el  sentido  humano  de  que 
atraen,  condensan,  guardan  y  luego  irradian  j' 
difiuiden  artes,  i)ensamientos,  dogmas,  sistemas, 
los  varios  matices  del  prisma  intelectual,  que 
luego  conducen  á  los  pueblos  y  á  las  generacio- 
nfii  jKir  el  mundo,  como  la  columna  encendida 
jKir  Jehová  guiaba  con  sus  resplandores  á  los 
israelitas   en  las  noches  oscuras  del  desierto. 
Como  Jcrusalén  difunde  per  el  planeta  la  uni- 
dad de  Dios,  como  Atenas  la  inspiración  del 
arta,  como   Alejandría  las  síntesis  científicas, 
como  Córdoba  los  ¡(rimeros  albores  del  Renaci- 
iij'ci''   !.'!•!.  i  tual  en  la  Edad  media,  como  Flo- 
"  •  ■    •  '  ■  T    •    .1  forma  estética  y  la  nueva  idea 
Parí»  el  sentido  universal  de  la 
ri.  romo  Londres  el  Parlamento, 
'  ia   libre,  Ginebra 
,    i.Jicano  y  democrá- 
-  páginas  divinas  del  Evan- 
.  alnia  del  alma  de  Cristo, 
Francisco,  soñada  por  Savo- 
'■'■■■    7"inglio,    puesta    en 
no,  forja  la  Suiza 
^  admiramos;  sus- 
vencedora  del  Na- 
■  imi   europea;  educa  la 
i  o  su  puritanismo  demo- 
f mnco  y  Trascieiiue  más  allá  de  los  mares,  al 


seno  de  la  virgen  América,  erigiendo  con  su  es- 
fíiritu  allí  una  pa.smosa  República. 

No  hay  que  equivocarse;  todtis  estas  grandes 
obras,  necesitan  un  hombre  de  aiitoridad  incon- 
testable, cuya  energía  venza  los  obstáculos  y 
eche  los  fundamentos  de  las  nuevas  sociedades 
y  de  las  nuevas  ideas  en  horrible  conflicto  con 
todas  las  fuerzas  organizadas  de  la  reacción, 
que  naturalmente  las  defienden.  El  Cri.stiani.smo 
se  quedara,  como  los  ebionitas  ó  cualquier  otra 
secta  de  los  judíos,  á  la  sombra  del  patrio  techo, 
á  la  sombra  de  la  Sinagoga,  si  San  Pablo,  en 
lucha  constante  con  los  cristianos  hebraicos,  en 
lucha  constante  con  Santiago  y  Pedro,  no  hu- 
biera, recogiendo  la  sublime  protesta  del  primer 
mártir,  heleno-cristiano,  de  San  Esteban,  abierto 
de  par  en  par  las  puertas  del  nuevo  templo  á 
todos  los  hombres,  sin  preguntailes,  ni  por  la 
religión  que  dejaban  ni  por  el  origen  y  por  la 
raza  de  donde  procedían.  Hay  en  todos  estos 
grandes  organizadores  de  ideas  nuevas  la  mis- 
ma voluntad  finne,  aiTogante,  imperiosa,  y  en 
todos  toma  los  aspectos  del  despotismo  y  en  todos 
llega,  por  razón  de  la  tenacidad  de  su  violencia, 
como  en  una  fuerza  del  Universo.  Antes  de  Cal- 
vino  registra  la  historia  un  hombre  de  tal  tem- 
ple, Gregorio  VII,  y  después  do  Calvino,  otro 
hombre  de  tal  temple,  Maximiliano  Robespierrc. 
Sin  el  primero,  no  se  hubiese,  contra  el  feuda- 
lismo y  su  jefe  el  emperador  feudal,  organizado 
¡  la  teocracia  católica,  que  desde  fines  del  siglo 
I  tmdécimo  basta  mediados  del  siglo  décimo  tercio 


inició  la  edvicación  de  Europa;  sin  el  segundo, 
no  se  hubiese,  contra  el  catolicismo  romano  y  el 
protestapti.smo  reali.sta  y  ducal,  organi/.ado  esa 
gran  revolución  religiosa,  motor  y  fluido  prin- 
cij)al  del  espíritu  moderno;  sin  el  tercero,  no  se 
hubiese,  contra  la  coalición  general  de  los  reyes 
y  do  los  papas,  organizado  esa  República  fran- 
cesa, en  la  cual  se  hallan  escritos  con  caracteres 
de  fuego  los  imprescindibles  derechos  del  hu- 
mano linaje. 

No  debemos  desconocerlo.  Todas  estas  obras 
progresivas  exigen  una  gran  fuerza  de  autoi-idad 
'en  .sus  comienzos  y  una  organización  robustísi- 
ma. La  imperfección  acompaña,  por  una  ley  na- 
tural incontrastable,  los  comienzos  y  nacimien- 
tos de  los  .sores  y  de  las  ideas.  Toda  infancia 
física,  natural,  moral,  intelectual,  social,  exige 
una  cuidadosa,  y  á  voces,  despótica  tutela.  Na- 
cen las  instituciones  en  la  sociedad,  como  los 
seres  en  la  naturaleza,  rodeadas  de  asechanzas 
y  de  enemigos.  Las  mismas  fuerzas  que  las  han 
producido  se  conjuran  jiara  devorarlas  y  consu- 
mirlas. La  cuna  tropieza  fácilmente  con  el  ataúd, 
y  esa  mariposa,  que  se  llama  la  infancia,  des- 
aparece, con  su  ligereza  natural,  entre  los  dedos 
de  la  muerte.  Segura  do  todo  esto,  la  reproduc- 
ción, la  fuerza  creadora  do  las  especies,  jiono 
soberanos  instintos  do  defensa  en  las  madres 
para  preservar  sus  crías.  Acometed  la  madri- 
guera, el  nido,  y  veréis,  de.sde  las  al  ¡mafias  nuls 
carniceras  y  feroces,  hasta  las  aves  más  canoras 
y  aladas,  enfurecerse,  y  defender  con  todos  sus 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


medios  á  sus  perseguidos  hijuelos.  Asi,  las  al- 
mas de  los  predestinados  á  covar  las  ideas  como 
la  gallina  los  huevos,  celan,  atisban  cuanto  al 
rededor  suyo  pasa,  cuidadosas  de  los  próximos 
poUuelos,  amados  á  pesar  de  desconocidos.  El 
alma  de  Calvino  abrigaba  la  idea  capital  del 
Protestantismo;  y  como  abrigaba  la  idea  capital 
del  Protestantismo,  la  defendía  con  furia  mater- 
nal de  todos  sus  numerosos  enemigos;  el  alma  de 
Juan  Calvino,  como  el  alma  de  Gregorio  VII, 
como  el  alma  de  Maximiliano  Robespierre,  es  un 
alma  revolucionaria  esencialmente.  Pero  todas 
estas  almas  pasan  como  relámpagos  y  pa^an  con 
la  tempestad  que  las  produce. 


Emilio  Castelar. 


-«- 


REVISTA  científica 


LA  PALIDEZ  Y  EL  RUBOR 

Digamos,  aunque  sea  una  perogrullada,  que 
de  todo  puede  escribirse  en  este  mundo:  de  omni 
re  sdbili  et  quihusdam  aliis.  Por  eso,  sin  duda, 
ha  escrito  M.  C.  Richet  sobre  el  Asco,  y  recien- 
temente, el  distinguido  fisiólogo  turinés  Mosso, 
sobre  el  Miedo.  Vamos  á  tratar  en  la  presente 
revista  de  uno  de  los  capítulos  de  la  segunda 
obra  citada. 

Suponemos  enterados  á  nuestros  lectores  de 
la  manera  como  se  efectúa  la  circulación  en  el 
organismo  humano:  los  cuatro  kilogramos  de 
sangre  que  por  término  medio  contiene  nuestro 
cuerpo  recorren  incesantemente  un  conjunto  de 
tubos  elásticos  cuyo  centro  está  en  el  corazón, 
ramificándose  desde  allí  hasta  la  periferie  en  va- 
sos de  cada  vez  más  estrechos  hasta  hacerse 
invisibles,  lo  cual  no  impide  que  aun  entonces 
sigan  dividiéndose  y  subdividiéndose  formando 
una  red  intrincadísima  que  da  á  la  piel  aquel 
tinte  encamado,  tan  combatido  por  nuestras  afi- 
cionadas á  los  polvos  de  arroz  (ó  de  albayalde). 

Desde  los  capilares, — que  así  se  llaman,  exa- 
gerándose muchísimo  su  calibre,  los  expresados 
vasillos, — pasa  la  sangre  á  unos  canalículos  de 
mayor  diámetro,  que  son  las  venas,  las  cuales 
forman  un  sistema  inverso  al  arterial:  éste,  á 
manera  de  un  árbol,  va  ramificándose  de  adentro 
afuera,  mientras  que  el  sistema  venoso,  va  cons- 
tituyéndose á  manera  de  caudaloso  río  formado 
por  innumerables  afluentes  y  sub-afluentes,  des- 
de la  periferie  al  centro. 

Estos  canalículos,  por  cuyo  interior  se  verifi- 
ca la  circulación  de  la  sangre,  están  revestidos 
de  fibrillas  musculares,  que  si  se  dilatan,  ensan- 
chan el  calibre  del  vaso,  mientras  que  si  se  con- 
traen lo  estrechan.  La  palidez,  elocuente  mani- 
festación del  miedo,  resulta  de  la  contracción 
vascular;  en  cambio,  el  rubor,  delicada  prueba 
del  pudor  herido,  dimana  de  su  dilatación. 
Pero  ni  en  uno  ni  en  otro  cambio  de  color  tiene 
nada  que  ver  el  corazón,  igualmente  alborotado 
en  uno  y  otro  caso,  sino  que  la  alteración  pro- 
cede de  los  nervios  vaso-motores,  delgadísimos 
filamentos  nacidos  en  los  centros  nerviosos,  que 
acompañan  á  los  vasos  en  todas  direcciones,  y 
que  sin  voluntaria  excitación,  producen  la  dila- 
tación ó  contracción  de  los  capilares  arteriales 
y  Vinosos  obrando-sobre  sus  fibras  musculares. 

Esta  palidez  y  este  rubor  de  que  venimos  ha- 
blando se  notan,  sobre  todo,  en  la  cara,  parti- 
cularidad que  depende  de  que  allí  los  vasos  son 
más  sensibles  que  en  ninguna  otra  región, — y 
lo  son  porque  los  nervios  vaso-motores  están 
más  cerca  de  los  centros  de  donde  proceden  y 
después  porque  los  capilares  del  rostro  son  más 
delicados  en  su  estructura  íntima  que  no  el 
resto.  «En  efecto,  dice  Mos.so,  si  se  respiran  los 
vapores  de  una  sustancia  que  como  el  nitrito 
de  amilo  paraliza  los  vasos  sanguíneos,  prodú- 
cese inmediatamente  una  viva  rubicundez  de  la 
oara,  sintiéndose  al  cabo  do  algunos  segundos 
como  una  especie  de  llamaradas  en  el  rostro.» 
Recomendamos,  {)ues,  el  nitrito  de  amilo  á  los 
que  tengan  iifcosidi/íl  de  aparentar  los  fenóme- 


nos externos  causados  por  el  pudor.  Es  una  sus- 
tancia que  puede  prestar  inmensos  servicios  en 
la  farmacopea  política  y  en  el  teatro. 

No  todos  palidecen  ó  se  ruborizan  con  igual 
facilidad.  Una  de  las  diferencias  principales 
dependen  de  la  edad.  Los  adultos  se  rubori- 
zan menos  que  los  jóvenes,  pero  no  porque  sea 
menos  viva  la  emoción  experimentada  sino  por- 


que los  vasos  sanguíneos  se  han  hecho  menos 
elásticos  y  puesto  rígidos.  Por  eso  los  niños 
muestran  más  encendido  el  color,  durante  un 
pasco  por  el  sol,  que  no  los  jóvenes  y  estos  más 
que  los  ancianos. 

Existen  también  diferencias  entre  la  facilidad 
de  ruborizarse  personas  de  una  misma  edad,  y 
no  porque  no  puedan  ser  todos  igualmente  pu- 


UNA  CALLEJUELA  EN  TIEMPO  DE  LA  ANTIGUA  ROMA 

(Acuarela  de  Waterhouse) 


dibundas  sino  por  la  divenia  reacción  vascular 
de  cada  una.  Así,  en  un  teatro,  en  un  café,  en 
un  baile,  donde  reina  una  elevada  temperatura, 
no  todos  los  concurrentes  aparecerán  con  el 
rostro  igualmente  encendido  ni  las  manos  igual- 
mente ardorosas;  ó  lo  que  es  lo  mismo,  el  calor 
no  dilatará  igualmente  los  capilares  para  pro- 
ducir el  efecto  de  la  dilatación:  rubor  y  calor. 
Los  efectos  de  una  temperatura  elevada  ó 
baja  son,  sin  embargo,  puramente  locales,  por  lo 
cual  es  mucho  más  importante  la  variación  ori- 
ginada por  las  emociones;  por  punto  general,  la 
excitabilidad  de  los  nervios  vaso-motores,  es 
igual  en  las  dos  mitades  laterales  del  cuerpo 
(aunque  hay  personas  que  se  ruborizan  más 
fácilmente  de  la  parte  derecha,  que  es  donde  se 


encuentra  los  vasos  más  sensibles).  «Después 
de  fuertes  emociones,  dice  Mosso,  experimenta- 
mos una  sensación  de  frío,  debida  á  la  contrac- 
ción de  los  vasos  esparcidos  por  todo  el  cuerpo, 
como  si  una  sábana  helada  rodease  los  miembros 
y  alcanzase  hasta  el  corazón;  es  una  mezcla  de 
impresiones  indefinibles  y  variadas,  compara- 
bles á  las  tinieblas,  al  frío,  á  un  rumor  triste  y 
profundo.  La  sensación  es  generalmente  más 
viva  en  la  cabeza  y  en  la  espalda,  que  en  los 
brazos  y  en  las  piernas.  A  veces  sin  causa  apa- 
rente experimentamos  cosa  semejante,  en  cuyo 
caso  dice  el  pueblo  «que  la  muerte  pasa  por 
cerca  de  nosotros. »  Es  algo  como  análogo  á  las 
contracciones  que  experimentamos  de  súbito  en 
la  cama,  en  el  momento  de  dormirnos.» 


LA  ULTIMA  ESCENA  DE  HAMLET  (Ci 


Je   Sánchez   Barbudo. — Dibujo   de   P.   y   Valor) 


LA  n.rSTRACION  IBÉRICA 


.1., 


,.i;.i 


raniMUOTí 

v.>lu 


l:w  nuis  ligoraá 

nes  en -el 

......  ser  estas 

.  oou  el  torinó- 
i  lili  iiu->iio  inu:euiosisi- 
lase  las  variaciones  del 
'      '        í  debería 
lar  y  dis- 
nuaii;   lie   ahí   la 
•  ■>  me«iidor  de  cam- 
'     ,  en  m»  vaso  bien 

'rn<lucida  la  mano 

\  un  tubo  larfjo 

-  ^iia  desalojada 

ruuenta  la  mano  cuan- 

líre,  y  baja  la  que  ya 

la  mano  en  caso  de  cou- 

:. .,.-  .    .:.i  Mosso  que  hallándose 

con  su  amigo  Luigi  Pagliani  haciendo  experi- 
meutM  en  ej  laboratorio  de  Ludwig,  de  Leipzig, 
y  en  ocasión  en  que  Pagliani  tenia  introducidas 
ias  dos  manos  en  sendos  fti«lkys¡tiogra/os  provis- 


tos de  un  aparato  regisu-ador  entró  Ludwig  y 
el  agua  contenida  eu  los  tubos  bajó  bruscamen- 
te. Entonces  Ludwig,  asombrado,  escribió  en  el 
punto  del  trazado  gráfico  que  señalaba  aquel 
cambio  producido  en  la  cii-culación;  ^Entra  el 
le»Sn.» 

.  Posteriormente  á  tan  ingenioso  aparato  cons- 
trnvó  Mosso  una  balanza  para  apreciar  el  conti- 
nuo desalojamiento  que  experimenta  la  sangre, 
acumulándose  ya  en  una  parte,  ya  en  otra.  En 
último  análisis,  despréndese  que  la  más  ligera 
emoción  determina  un  aÜujo  de  sangre  á  la 
cabeza,  pero  no  contento  aún  con  este  resultado 
ha  querido  el  distingnido  fisiólogo  estudiar  en 
toíias  sus  particulares  la  marcha  do  esa  sangre 
que  huye  de  los  miembros  hacia  la  cabeza,  es- 
piando durante  la  vigilia  y  el  sueño  las  más 
ligeras  modificaciones  que  la  actividad  del  pen- 
samiento, las  impresiones  externas,  los  ruidos  y 
los  sueños  producían  en  los  vasos  sanguíneos. 

Mosso   ha   podido   comprobar,   mediante   el 
examen  del  pulso, — ó  por  mejor  decir,  de  iodos 


los  pulsos  que  es  dado  observar  eu  el  hombre, 
— la  diferente  forma  que  presenta  el  de  la  mano 
ó  el  del  pié,  según  se  trata  do  un  individuo 
en  ayunas  ó  no,  y  no  sólo  esto,  sino  que  recor- 
dando la  pretendida  adivinación  de  los  quiro- 
mánticos,  jactase,  en  vista  de  dos  pulsaciones, 
de  distinguir  la  del  hombre  pensador  de  la  del 
hombre  distraído,  la  del  dormido  de  la  del  des- 
pierto, la  del  que  tiene  frío  de  la  del  que  siente 
calor,  la  del  agitado  de  la  del  calmoso,  la  del 
miedoso  de  la  del  valiente.  Y  como  un  literato 
amigo  suyo  le  manifestase  á  Mosso  que  era  mu- 
cho decir  el  suyo,  invitólo  á  hacer  la  prueba; 
dióle  á  leer  un  libro  italiano  y  á  seguida  un 
libro  griego;  el  pulso  do  la  mano  so  modificaba 
jiroí'undamente,  según  se  trataba  de  leer  un 
cuento  de  Boccacio  ó  de  traducir  do  corrido  un 
pasaje  de  Homero. 

«La  vida  es  tanto  más  activa,  dice  el  autor, 
cuanto  más  rápida  es  la  circulación  de  la  san- 
gre y  el  movimiento  de  ésta  so  acelera  á  causa 
de    la    contracción   do   los   vasos   sanguíneos. 


RECOLECTORES  DE  ALGAS  MARINAS,  UN   DÍA   DE  TORMENTA  (Cuadro  de  Lewis  tírnith) 


O  -nrre  ««n  nuestro  aparato  circulatorio  lo  que  en 
la  <  '  rio,  que  «e  hace  más  rápido 

allí  c.  es  más  estrecho.  Cuando 

estam<>5  aiai;iia¿;iíjiis  de  un  peligro,  cuanto  ex- 
perímentamos  un  ■msto, — pn  cfiyo  caso  debe  el 
organismo  re<  is,— prodúcese 

antotnáticam<  ¡i  de  los  vasos 

Kan.-  •  e»ta  contracción  activa  el  movi- 

mie.'.  i   sangre   hacia   lo.s   centros   ner- 

riosos.» 

Por  lo  mi*mo  nw  Ion  vasos  se  contraen  en  la 

snp-  -  ^  ponemos  pálidos  algu- 

"""    ■•  de  nna  emoción  viva. 

un  acceso  de  miedo  ha 

rintes  no  podia 

'  <>t  que  hiciera. 
I.  nte  en  virtud 

''"  i  por  los  vasos 

del  Tii:^iii'i 

D'-  ahí  qiK-  o\  r<--fr.'in:  mano»  fría»,  cnrazÓH  ca- 
l'"!' ,   ^a    i¡:  '     '  ■         ■  .   (i0x 


ai  Cíttik.' 
revela  •-. 
las  verdadi^  loá»  r«Mx>iHÍit« 


LOS  LISTOS 


I' 

que 

ri   de 


«Señor,  cuentan  que  decía  el  gitano  cuando 
elevaba  á  Dios  sus  preces,  Señor,  no  os  pido  que 
me  deis  dinero,  sino  que  me  pongáis  cerca  de 
donde  lo  haya;»  repítese  esto  y  se  comenta 
siempre  que  se  quiere  encomiar  la  destreza  de 
alguno  para  apropiarse  los  bienes  ajenos;  ó  si 
tistedes  lo  prefieren  más  claro,  para  robar  que, 
— sin  perdón, — ese  es  el  vocablo  adecuado  al 
caso  y  á  la  cosa. 

Sólo  que  nuestras  aficiones  al  eufemismo  (yo  no 
sé  si  la  Academia  acepta  ya  esta  palabra),  se 
han  desarrollado  de  tal  suerte,  que  somos  muy 
contados  los  que  damos  á  cada  objeto  su  nom- 
bre y  á  cada  acción  su  calificativo.  Yo,  por 
ejemplo,  he  recordado  esa  conocida  frase  del  gi- 
tano, j)recÍHamonte  porque  acabo  de  conocer  las 
travesuras  (así  las  nombran  sus  amigos),  de  Ma- 
nolito,  á  qilien  no  sé  si  Vdes.  tratarán;  pero  do 
quien  seguramente,  han  oído  hablar  alguna  vez. 

Manolito,  al  decir  de  las  gentes,  es  un  chico 
muy  listo;  el  primero  que  adivinó  lo  que  el 
muchacho  valía  fué  un  banquero  do  Zaragoza, 
tío  camal  de  Manolito.  Dicho  tío  que  idolatraba 
á  su  sobrino  y  á  quien  encantaran  siempre  la 
travfwuras  del  muchacho,  dio  colocación  en  el 
escritorio  4  Manolito  y  nadie  sabe  por  qué,  pues 
el  banquero  zarr- ■"•/•. -m  jamás  quiso  explicarlo 


y  variaba  do  conversación  siempre  que  se  le 
hablaba  de  olio,  le  despidió  de  su  casa  á  los 
pocos  meses,  no  sin  entregarle  una  cantidad  sufi- 
ciente para  que  so  estableciera  por  su  cnonta  en 
Madrid  y  una  carta  para  los  padres,  en  la  cual 
les  decía: 

«Ni  la  vida  de  Zaragoza  conviene  á  Manolito, 
ni  Manolito  me  conviene  en  casa.  Es  chico  muy 
listo;  diyadlo  ir,  irá  muy  lejos.» — Yo  no  sé  si  en 
eso  de  ir  lejos,  quería  referirse  el  tío  á  nuestros 
presidios  de  África  ó  á  otra  cosa;  porque, — como 
llevo  dicho, — ajamas  explicó  lo  que  entre  él  y  su 
sobrino  había  pasado,  y  en  cuanto  á  Manolito, 
ponía  formal  empeño  en  que  nadie  le  hablase  de 
su  tío,  de  cuyo  nombre,  como  Cervantes  del 
nombre  de  cierto  lugar  de  la  Mancha,  no  quería 
acordarse. 

Habla  yo  oído  hablar  de  Manolito  infinidad  de 
veces;  veíale  frecuentemente  en  los  teatros,  en 
las  recepciones  aristocráticas,  en  las  grandes 
solemnidades  académicas  ó  literarias,  en  el  ca- 
sino y  en  el  Ateneo,  en  el  salón  do  conferencias 
del  Congreso,  y  en  los  despachos  de  los  minis- 
tros; todos  lo  conocían  y  él  conocía  á  todos; 
todos  lo  hablaban  con  afecto,  saludábanle  todos 
con  grandes  miramientos  y  él  hablaba  y  saluda- 
ba á  todos  hasta  con  efusión  cariñosa.  Sonriente 
8Íemf)ro,  constantemente  amable,  Manolito  pa- 
recía llevar,  en  vez  de  cara,  una  careta,  cuya  ex- 
presión (ira  siorapro  la  misma. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


11 


Examinando  fijamente  su  rostro,  advertíase, 
sin  embargo,  cierta  dureza  en  su  mirada  que 
sobre  hacerle  muy  poco  simpático  contrastaba 
notablemente  con  la  soniisa  estereotipada  en  sus 
labios. 

Esto  no  lo  observaban  todos,  pero  todos  con- 
venían en  que  Manolito  era  muy  listo.  «¡Oh! — 
decía  uno, — se  pierde  de  vista.»  «¡Puf! — excla- 
maba otro, — bien  decía  su  tío,  ese  muchacho 
llegará  donde  llegan  pocos.»  «¡Qué  hombre!» — 
gritaba  éste, — «Eso  es  saber  vivir,» — vociferaba 
él  otro,  y  asi  por  ese  estilo  mismo  hablaban  todos, 
siendo  de  notar  que  nadie  elogiaba  m.ás  que  su 
travesura,  su  audacia,  su  inteligencia;  nadie  ha- 
bló nunca  de  su  probidad,  de  su  honradez,  de  su 
lealtad;  veíase  que  se  le  admiraba,  pero  no'po 
conocía  que  se  le  estimase;  tenía 
cortesanos;  pero  no  tenía  ami- 
gos. 

La  casiialidad  hizo  que  en 
cierta  ocasión  Manolito  y  yo  fué- 
semos comjjañcros  de  mesa  y 
de  carruaje  durante  algunas  ho- 
ras; ambos  habíamos  sido  invita- 
dos á  una  solemnidad  cívico-re- 
ligiosa y  como  nos  conocíamos 
mucho  de  vista  y  como  teníamos 
amigos  comunes  y  relaciones  co- 
munes también,  cruzamos  algu- 
nas palabras.  Confieso,  franca- 
mente, que  le  hablé  con  temor 
al  principio;  al  lado  de  aquel 
prodigio  de  la  habilidad  huma- 
na, cerca  de  aquella  inteligen- 
cia asombrosa,  de  aquella  natu- 
raleza privilegiadísima,  yo  pobre 
ser  vulgarísimo  y  adocenado  te- 
mía cometer  cuatrocientas  tor- 
pezas á  cada  minuto  y  no  decir 
una  palabra  que  no  fuese  un  dis- 
late ;  calcúlese  cual  sería  mi 
asombro  al  comprender  muy 
luego  que  Manolito  era  hombre 
de  instrucción  muy  escasa;  que 
nada  sabía,  de  nada;  que  las 
ciencias  como  las  artes,  la  geo- 
grafía como  la  historia,  la  filo- 
sofía como  la  política  eran  para 
él  cosas  en  absoluto  y  jjor  com- 
pleto desconocidas.  Que,  sin  ser 
idiota  ni  mucho  menos,  discu- 
rría sin  gran  lucidez;  que  no  te- 
nía noción  de  industria  alguna, 
ni  de  oficio,  ni  de  trabajo  de  nin- 
guna clase;  y  que  sus  opiniones, 
— en  las  pocas  cosas  acerca  de 
las  cuales  él  tenía  opinión,  — 
eran  vulgarísimas  y  ramplonas. 
Ni  en  hacienda,  ni  en  política, 
ni  en  economía,  ni  en  nada,  pudo 
verle  un  poco  elevado,  un  tanto 
digno  de  su  fama.  Confieso  que 
fué  para  ilií  verdadero  desencanto;  el  desencan- 
to de  quien  creyendo  encontrarse  en  una  ciudad 
rica  y  populosa,  se  hallase  de  pronto  en  un  j)ue- 
blecillo  viejo  y  deshabitado. 

No  hace  muchos  días,  estábamos  en  el  teatro 
de  la  Princesa  mi  amigo  Pejje  González  y  yo, 
cuando  en  el  palco  platea  próximo  á  las  butacas 
que  ocupábamos  mi  amigo  y  yo,  entró  Manoli- 
to: saludóme  afectuosamente  con  la  mano,  amén 
de  dirigirme  la  cariñosa  sonrisa  de  siempre. 

— ¿Conoces  á  Manolito? — preguntó  mi  amigo 
Pepe,  como  si  se  sorprendiese  de  verme  tan  re- 
lacionado. 

— Sí, — contesté. 

— ¡Qué  hombre  más  listo! — dijo. — ¡Negocio 
que  él  deja,  cualquiera  va  á  tomarlo! 

— Pero,  ¿tú  crees, — le  dije  yo, — que  en  efec- 
to, Manolito  es  una  inteligencia  privilegiada? 

— Estoy  seguro, — replicó  Pepe,  muy  asom- 
brado de  que  existiese  un  mortal  suficientemente 
mentecato  para  discutir  eso. 

— Pero,  ¿en  qué  te  fundas? 

— En  que  todos  lo  dicen,  primeramente;  y 
después  en  lo  que  yo  sé  de  su  vida. 

— Loado  sea  Dios;  vpy  á  saber  algo  de  Mano- 
lito.  Hombre,  haz  el  favor  do  decirme  lo  que 


sepas  de  sus  conquistas,  de  sus  descubrimien- 
tos, de  sus  obras,  en  fin,  de  lo  que  revela  su 
talento  del  que  tanto  se  habla  y  que  tan  pocos 
prueban. 

— En  jirimer  lugar,  Manolito  era  pobre  hace 
tres  años;  hoy  es  uno  de  nuestros  banqueros 
más  acaudalados:  este  solo  hecho  bastará  para 
probar  que  tiene  inteligencia  privilegiada;  Bre- 
tón de  los  Herreros  lo  dijo: 

El  que  sabe  hflcerse  rico 
tieue  sobrado  talento. 

— Bretón  no  ha  dicho  semejante  cosa;  eso  lo 
puso  en  boca  de  uno  de  los  personajes  de  su 
teatro;  personaje  muy  grotesco  por  cierto. 

— Bueno,  pues,  grotesco  ó  no,  yo  pienso  como 


FELIPE  IV  (Retrato  de  Velázquez) 

ese  personaje.  Quien  en  poco  más  de  tres  años, 
ha  sabido  hacer  una  fortuna,  es  un  genio,  y 
vale  por  una  docena  de  sabios  y  por  muchos 
centenares  de  literatos  como  tií. 

— Hombre,  según  cómo  haga  la  fortuna. 

— Hágala  como  la  hiciera.  ¿Quieres  decir  que 
pudo  haberla  hecho  robando?  Pues,  aun  así, 
tiene  mérito;  no  todos  los  ladrones  son  millona- 
rios, ni  arrastran  coche,  ni  tienen  abono  en  el 
teatro;  los  ladrones  vulgares  viven  en  la  mise- 
ria; rodeados  de  privaciones  y  de  peligros,  perse- 
guidos constantemente  por  la  justicia,  muchos 
acaban  sus  días  en  presidio. 

— Pero  hombre... 

■ — Bien,  esto  es  una  exageración,  porque  Ma- 
nolito es  un  muchacho  muy  listo,  travieso  como 
nadie,  aprovechado  como  pocos,  osado,  audaz, 
inteligente...  si  yo  te  contase  algún  rasgo  de  su 
vida... 

— Pues  hombre,  si  no  deseo  otra  cosa. 

— Pues  verás;  aún  era  muy  niño,  cuando  hizo 
esta  travesura.  Su  padre,  que  estaba  en  una 
posición  desahogada  sí,  pero  modesta,  le  daba 
todos  los  domingos  un  duro  para  que  atendiera 
á  su  gasto  de  muchacho  durante  la  semana. 

Con  ese  duro  solía  el  ganar  diez  ó  doce  ó  más 


jugando  á  la  treinta  y  una  y  al  punto  en  un 
billar  inmediato  á  su  casa.  En  cierta  ocasión  la 
suerte  le  fué  adversa  y  perdió  «su  duro;»  ¿crees 
que  se  apuró  por  eso?  Pues,  no  señor;  hizo  creer 
al  padre  que  se  le  había  quedado  sobre  la  mesa 
del  despacho,  y  le  sacó  otro  y  después  logró 
sacar  otro  á  su  madre,  y  otro  á  cada  una  de  sus 
hermanas  casadas  y  otro  á  su  hermano  mayor  y 
otro  á  la  doncella  de  sti  casa  y  no  sé  cuantos 
más;  á  cada  uno  le  dijo  que  el  próximo  domingo 
le  pagaría  con  el  duro  que  había  de  entregarle 
su  ])adre,  pero  á  la  semana  siguiente  llamó  á 
concurso  á  todos  los  acreedores  y  les.  dijo  que 
siendo  ellos  muchos  y  el  duro  uno  solo,  optaba 
por  quedarse  con  él  y  dejar  iguales  á  todos. 

— Hombre  ¡qué  gracia! 

— Vaya  si  la  tiene;  advierte  que  eso  lo  hizo  á 
los  doce  años. 

— Pues  promete. 

— Ya  joven,  como  él  es  guapo  y  simpático, 
fué  á  Zaragoza  y  enamoró  á  la  mujer  de  su  tío, 
y  estuvo  en  muy  poco  que  no  le  birlase  á  la 
hija,  con  quien  estuvo  á  punto  de  fugarse,  y  de 
quien,  según  malas  lenguas,  había  logrado  ya 
cuanto  puede  lograrse;  aunque  él  aspirase  á 
conseguir  la  dote.  Esto  no  lo  consiguió,  pero 
sacó  á  su  tío,  á  cambio  de  no  divulgar  lo  ocu- 
rrido, doce  mil  duros,  con  que  ha  concluido  su 
carrera. 

— Lo  cual  habrá  sido,  estoy  seguro  de  ello, 
digna  de  tales  comienzos.  No  necesito  saber 
más;  ese  á  quien  llamas  listo,  es  sencillarñente 
un  canalla.  Aceptado  el  procedimiento,  no  haj' 
hombre  que  no  j)udiera  y  no  supiera  ser  listo. 
Arrojando  como  fardo  inútil  la  vergüenza,  la 
honra,  la  decencia,  la  probidad,  la  con.sideración 
á  los  demás  y  la  estimación  propia,  no  hay 
nadie  que  no  pueda  ser  listo  como  Manolito. 

Pepe  me  miró  asombrado,  como  sino  acabase 
de  entender  lo  que  yo  le  decía. 

Yo  desde  entonces  evito  encontrarme  con 
Manolito,  á  quien  no  pienso  volver  á  saludar  en 
mi  vida  y  siempre  que  de  alguno  oigo  decir  que 
es  muy  listo,  confieso  á  Vdes.  que  le  tengo  por 
uji  tunante. 

A.  SÁNCHEZ  PÉREZ. 


-*- 


LO   ABSURDO 


Absurdo  significa,  según  opiniones  de  Littré 
y  Larousse,  lo  que,  procedente  de  la  sordera, 
engendra  un  quid  pro  quo  ininteligible.  Lo  in- 
concebible, lo  que  el  espíritu  no  puede  pensar, 
es,  en  último  término,  lo  contradictorio.  Lógica- 
mente, lo  absurdo  expresa  el  límite  ó  extremo 
del  diámetro  del  mundo  inteligible.  Son,  en 
efecto,  los  principios  ó  categorías  de  la  identi- 
dad (A  =  A)  y  de  la  contradicción  (A  es  la 
misma  cosa  que  no  A)  las  leyes  que  rigen  el 
proceso  y  desarrollo  de  nuestro  pensamiento, 
más  allá  de  las  cuales  no  so  concibe  ni  la  exis- 
tencia concreta  de  nuestras  percepciones,  pues 
aun  desviada  la  inteligencia  de  sus  propias  le- 
yes, otra  vez  se  rige  en  tales  desviaciones,  se- 
gún una  ley,  imponiéndose  el  orden  en  medio 
del  desorden  ó  siguiendo  el  pensamiento  una  ló- 
gica en  el  fondo  tan  inflexible  en  el  error  como 
en  la  verdad. 

El  límite  infranqueable  de  la  lógica  del  error, 
en  medio  de  su  posible  sistematización,  está  re- 
presentado por  el  absurdo. 

El  sentido  común  suele  precipitadamente 
identificar  el  absurdo  con  lo  que  de  momento  no 
se  entiende  ó  no  se  explica  y  llega  á  restringir 
su  alcance  á  lo  que  no  se  concibe,  dado  el  esta- 
do habitual  de  la  exjieriencia. 

En  primer  lugar,  conviene  advertir  que  la 
experiencia  no  puede  ser  criterio  para  discernir 
lo  absurdo  do  lo  que  no  lo  es,  pues  acontece  muy 
frecuentemente  que  lo  que  para  un  estado  de 
experiencia  puede  apai'ecer  como  absurdo,  deje 
de  serlo  para  un  estado  subsiguiente.  Así  suce- 
de, por  ejemplo,  para  la  experiencia  del  hombre 
inculto  que  resulta  absurdo  que  se  mueva  la 
tierra,  porque  desconoce  la  manera  de  interpre- 


o 

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z 
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o 

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I 


EL  ÁNGEL  DE  LA  GUARDA  (Cnadro  de  Hermán  Kanlliacl,^ 


14 


I.A  ILUSTRACIÓN  inERlCA 


tar  \ae  aMrí«nci«a  qu«  ocnltan  la  rMlidad,  dis- 
tiaxaModo  ti  movimiento  real  del  ajuárente.  Y 
dvi^joal  modo  estima  ol'ine  t«e  atieue  al  dato  de 
la  t>xp(>n<>ncia  >;  '<<iirda   la    existencia 

d<>  !•■>  :»ti*ii>-'<l;i--.  .M-íi  ((ue  la  ley  de  In 

jrr  i-ia  el  centro  de 

la  i  .>.  1.1  une  no  es 

8lí-  _'''n,  66 

al» , -.-.. .....uceque 

*e  pueda  c<>uceiler  á  nuestra  facultad  ima>;iua- 

ti\  -      -■  • ,,..;..,,  ,^    ideas   y  nociones 

q\:  fn  imaj^n,  son  con- 

tvi»;;' •  ~  -'   ai'   i.is  paralelas,  el  punto 

malem.. 

I»  absurUo  será,  pu-      '    '  '  '  '  .  lo  que 

contradice  6  ni<«fFK  l»-'^  "ío,  y, 

pi-  ■   ,    "    ■  poiü  de  uiu^m 

ni.  ■'  n^presentable 

en  .-«liui  -'e  sontido 

em'iní»-  !■>   sii'uipre 

e!  :  'I   y   el   t'undamento 

il-  ::io  el  inrfohle  (el  que 

;.  .ie  signo  (S  esclienia  que  lo  re- 

[■:  .'1    empirL^mo,   que  declara 

alísunlo  el  ito   de   Colón,   se   podrá 

siempre  reai_.... Miiando  que  «la  utopia  de 

hoy  es  la  realidad  del  mañana.»  El  grran  pro- 
ceso de  la  historia  humana  y  el  abolengo  de  to- 
das los  inventos,  niegan  {)or  completo  que  lo 
al'-      '  '      •  r  fijado  por  medio  del  criterio, 

si  •■  la  experiencia.  AdeniiLs,  tam- 

ptx-o  es  aiUuiiible  la  ^ciún  del  vulgo, 

que  coBsidora  ideas  .  tes  la  de  lo  ab- 

suT  '  llciiio-s  dicho  ya  que  el 

en  an  infle.xible  como  la  qire 

ri;.-  ■  ;  •sil  dv  la  verflad,  siguiendo  el  mis- 
mo ■  i.  -  •■::  '1.1  que  se  obsen-a  en  las  desviacio- 
nes del  !..  .■..i  •  natural,  de  las  cuales  son  ejem- 
plo ].i  I-  üci'i.id  de  ciertas  perturbaciones, 
la  cia  de  determinadas  enfermedades, 

«>1  'lili!.-  if...  .¡..ii.íj  ntc.  Y  en  cuanto 

el.  '.tización  (según 

1'.  ¡.I  !■  ...111  i..^  ^i>:.  lu.i.-  111.. .-...iicos)  puede  ser 
c'>ncebido,  y  ánn  explicado  (aunque  nunca  jus- 
tiiicable  y  admisi'  '  ';n  las  leyes  de  la  his- 

toria de  la  filosíit;  !so,  por  ejemplo,  que 

el  -  '  '  '  rpílfi.j^r  üu  la  tierra;  pero  no  es  ab- 
si.:  .  ma  de  Ptolomeo,  como  de  otfo  lado 

n-.  ji.iir.  1-  ^iiTta  la  separación  establecida  por 
Kant  fiitn-  la  materia  y  la  forma  del  conoci- 
miento, y  no  se  podrá,  sin  embargo,  estimar 
como  absurdo,  sino  como  concebible  y  muy  ló- 
gico, dado  aquel  estado  de  pensamiento,  el  sis- 
tema kantiano. 

Restringiendo,  pnes,  el  venladero  sentido  de 
la  palabra  absurdo  á  su  alcance  legitimo,  re- 
sulta í)ue  sólo  se  aplica  á  lo  contradictorio,  in- 
c<j,,. .  \.;i.L> .'.  irracional.  Es,  por  tanto,  la  nega- 
ci''  ^amiento  y  de  sus  leyes;  pero  no  de 

la  e.i¡r  ■•    '  if'de  ser  contradicha  á  cada 

paso  p*  .    ulteriores  y  por  la  hipó- 

tfíaui,  Btuiaiia  ii<i  pensamiento,  al  par  que  ins- 
trumento de  progreso  de  la  ciencia.  No  puede 
Degarae  la  razón  á  si  misma,  como,  en  fin  de 
c«w>nta,  la  experiencia  total,  integra,  que  conce- 
bimos, :■  r  lo  limitado  de 
ouestra  ¡ico  tampoco;  de 
lo  cual  ms  iotiere  .  no  se  refiere 
directamente  á  1  i:i«  of)eraciones 
simplex  de  nneatni  inteligencia  6  facultades  rea- 
les de  nueatro  pensamiento,  sino  á  a/)uellas  ope- 
l»ciooea  oompU-jas  ó  facultades  formales  de  que 
ood  aervimoM  j>ara  inifrnrs-inr  los  datos  reales 
d*  las  primeras,  y,  d<  al  juicio  opera- 
ciór,  -I  -.'rí-.-.A  ,1,.  lí.  ,,,,„..,«,  mediante  un 
*"  ■  .  dos  nociones  que  se 
c .-..    .;  .,.,  .--■  .-i  , 

No  ea,  pue»,  posible  el  absurdo  aplicado  á  la 
noción  muin:''  •  -  -  •  '  >  '  •  •  ,  existe 
cnando  reí»  ^  Pue. 

de,  pqea.  existir  U^  l^ro  no 

Klc^  en  el  nent]«:  .r,^  que  Hea 

abaoida.  A<';  >,,. 

daria  «flTer  .,r^ 

pslabrM  A  rcpruaeuUi  1„ 

ooabíaar  ídéu,  pon,  ¡,. 

niHi  Hopoeate  nníAn  mec^i.  .  o 

oon  la  pttkbn.  De  este  m  <.l 


espíritu  pueda  representarse  sólo  verhalmente 
ideas  absiinlas  (circulo  cuadrado,  semana  de 
tres  jueves,  paralelas  que  sean  equidistantes, 
etcótera\  So  reconocen  óstos  como  repix'senta- 
ciont's  exolusivameuto  verbales,  desdo  el  mo- 
mento en  que  el  espíritu  descarta  del  velo  do 
los  sonidos  la  idea  de  lo  significado,  reflexio- 
nando sobre  el  sentido  do  las  palabras  emplea' 
das.  Se  jwrcibe  en  seguida  su  contradicción  y 
se  reconoce  que  el  absurdo  no  existe  en  las 
ideas  (pues  aquellos  signos  no  expresan  ideas), 
sino  en  las  combinaciones  de  palabras  de  sen- 
tido contradictorio. 

La  proposición  absurda  (y  por  tanto  lo  ab- 
surdo reside  en  la  relación  interpretada  me- 
diante la  cópula  del  juicio),  es  aquella  cuyo  atri- 
btito  enuncia  algo  que  niega  ó  contradice  la 
composición  esencial  del  sujeto. 

Determina  la  lógica  lo  que  es  contradictorio 
(dos  proposiciones  que  difieren  en  cantidad  y 
cualidad),  y  estima,  desde  luógo,  que  las  propo- 
siciones contradictorias  no  pueden  ser  á  un 
tiempo  verdaderas  ni  falsas,  sino  que  de  la  ver- 
dad de  la  una  se  deduce  la  falsedad  de  la  otra, 
y  vice-versa.  En  esta  regla  lógica,  que  requiere 
la  distinción  de  la  contrariedad  (lo  blanco  y 
lo  negro)  y  de  la  contradicción  (lo  blanco  y 
no  lo  blanco),  se  funda  lo  llamado  demostra- 
ción indirecta  ad  absurdum,  que  consiste  en 
probar  que  la  no  admisión  de  la  tesis  implica  lo 
contradictorio  y  lo  irracional.  Esto  raciocinio 
es  un  procedimiento  de  critica  ó  de  refutación, 
más  que  do  prueba;  sirve  para  disentir  y  recha- 
zar el  error,  pero  no  es  útil  para  hallar  ni  pro- 
bar la  verdad;  porque,  aparte  de  que  es  camino 
indirecto  que  no  conduce  á  la  contemplación  de 
lo  verdadero,  no  se  puede  olvidar  quo  lo  implí- 
cito en  el  absurdo  es  siempre  una  negación. 
Además,  e.sta  demostración  indirecta  ó  ad  ab- 
surdum (reducción  al  absurdo),  debe  ser  apre- 
ciada sólo  como  un  último  reciu'so,  del  cual  se 
echa  mano  cuando  faltan  otros  más  directos; 
porque  en  él  siempre  se  halla  latente  el  graví- 
simo peligro  dé  confundir  lo  contradictorio  con 
las  proposiciones  contrarias,  engendrando  de 
esta  suerte  sofismas  sin  cuento  y  errores  de  gran 
bulto. 

Todos  los  razonamientos  que  se  fundan  en  la 
complegidad  de  los  hechos  históricos,  adolecen 
de  este  vicio,  por  lo  cual  se  afirma  con  sabor 
escéptico,  pero  con  sentido  certero,  que  «la  his- 
toria es  arsenal  que  proporciona  toda  clase  de 
armas  para  defender  las  causas  má.s  opuestas.» 
Y  es  que  se  prescinde  de  la  comjdegidad  de  los 
hechos  históricos,  se  examina  sólo  algunas  de 
las  circunstancias  que  á  su  realización  concu- 
rren, se  nota  con  excesiva  diligencia  y  con  in- 
ducciones prematura  su  diferencia  y  por  uno  de 
los  llamados  sofismas  de  tránsito  se  concluye  de 
la  contrariedad  á  la  contradicción  y  al  absurdo. 

Sin  insistir  en  estos  peligros,  fácilmente  se 
concibe  que  existen  razones  todavía  más  valio- 
sas para  preferir  la  demostración  directa  á  la 
inderecta,  ó  ad  ahsiirdum. 

La  primera  prueba  que  una  proposición  es 
verdadera  y  el  por  qué  de  su  verdad,  mientras 
que  la  reducción  al  absurdo  se  limita  á  concluir 
sobre  la  verdad  de  una  proposición,  sin  probar 
el  por  qué  es  verdadera. 

U.  González  Serkano. 


-#- 


AGUINALDO  C) 


A  mi  anticuo  y  buen  amigo 

ANTONIO   CARRALON    DE    LA   RÚA, 

aacraUrlo   del    Prealdente    de   la    Repiiblica   del    Uruguay, 

diputado    Hiiplente,    etc.,    etc. 


No  te  invito  á  rezar,  querido  Antonio, 
pero  ello  es  que  se  acerca  un  año  nuevo 
y  hay  que  hacerle  la  cruz  como  al  demonio. 


( 1>    De  mi  Iltjro  de  veriot  cücrltof  en  Montevideo,  próximo 
á  pabllcane. 


Son  muchos  ya  los  quo  á  la  espalda  llevo, 

y  tampoco  los  tuyos  son  escasos, 

por  más  que  á  numerarlos  no  me  atrevo. 

Recuerdo,  sí,  que  en  mis  cabellos  lasos, 
apuntaban  las  canas  prematuras, 
signo,  quizás,  do  andar  en  malos  pasos, 

cuando,  ávido  de  gloria  y  do  aventuras, 
como  el  manchego  hidalgo  tú  salías, 
de  malsines  ou  pos  y  fermosuras. 

¡Ay,  Antonio,  qué  noches  y  qué  días!... 
La  fiebre  convertida  en  indolencia, 
el  ayuno  mezclado  á  las  orgias, 

pródigos,  si  no  de  oro,  de  existencia, 

de  toda  autoridad  demoledores 

y  sin  más  religión  que  la  conciencia, 

logi-amos  encumbra!'  á  los  mayores, 
que  nos  daban  aplausos  y  sonrisas, 
guardándose  riquezas  y  favores; 

siendo  la  consecuencia  á  estas  premisas 
que,  mientras  ellos  adquirieron  fraques, 
nos  quedamos  nosotros  sin  camisas. 

¡Tiene  la  luiinanidad  estos  achaques! 
Alguno  que  al  pavés  subir  hicimos, 
nos  llamó  en  ocasiones  batlulaques. 

Por  sondas  diferentes  luego  fuimos, 

y  hoy  quo  lejos  del  suelo  nos  hallamos,  . 

donde,  como  las  plantas,  florecimos; 

hoy  que  hacia  la  vejez  marchando  vamos 

y  al  vernos  en  la  altura  en  que  nos  vemos, 

yo  no  sé  si  perdimos  ó  ganamos; 

bien  es  qué  aquellas  horas  recordemos  ' 
en  que  la  juventud,  á  manos  llenas, 
nos  brindaba  sus  goces  más  supi'cmos. 

¡Horas  de  lucha,  y  á  la  par  serenas! 
aún  de  vuestros  encantos  la  memoria, 
es  lenitivo  y  bálsamo'  á  mis  penas, 

y  no  hay  ni  puede  haber  mundana  gloria, 

ya  se  llame  fortuna  ó  poderío, 

ya  se  escriba,  en  el  alma  ó  en  la  historia, 

que  yo  no  diera  en  dulce  desvarío 
•  por  renovar  los  sueños  que  llenaron 
de  amor  y  dicha  nuestro  hogar  vacío. 

Mas,  ¡ayl  Cuando  su  nido  abandonaron, 
no  vuelven  las  perdidas  ilusiones, 
aves  de  paso  que  al  volar  cantaron. 

En  cambio,  á  ennegrecer  los  corazones 
vienen  las  sierpes,  del  dolor  sañudas; 
los  gusanos  del  odio  y  las  pasiones; 

los  buitres  del  engaño  y  de  las  dudas, 
y  las  movibles  larvas  del  deseo, 
más  horrorosas  cuanto  más  desnudas. 

Yo,  Antonio,  lo  sé  bien;  yo  que  peleo 
treinta  años  há  sin  tregua  ni  reposo 
y  apoyado  en  la  tierra,  como  Anteo, 

contra  lo  vil  ridículo  y  odioso 

de  este  mundo  que  el  hombre  cin[)equoñece 

y  Dios  hizo  tan  grande  y  tan  hermoso. 

Por  eso,  al  ver  el  año  que  amanece, 
la  tristeza  mi  espíritu  domina, 
y  mi  cariño  á  lo  pasado  crece. 

El  sol  de  la  esperanza  ya  declina 

un  j)unto  más,  y,  en  el  ocaso  hujidido, 

vendían  las  sombras  á  envolver  su  ruina. 

En  tanto,  y  mientras  logro  del  olvido 
sacar  triunfante  mis  recuerdos  gratos, 
(el  único  caudal  que  no  ho  perdido); 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


15 


déjame  que  bendiga  aquellos  ratos, 
y  tu  buena  amistad  celebre  y  cante, 
para  dar  ese  ejemplo  á  los  ingratos. 

y  desde  el  año  nuevo  en  adelante, 
del  Rliin  al  Plata,  del  Pisuerga  al  Segre, 
el  que  nos  quiera  mucho,  que  se  alegre; 
el  que  nos  (juiera  poco,  que  se  aguanto! 

Manuel  del  Palacio. 

Montevideo,  31  Diciembre  1883. 

* 

NUESTROS   GRABADOS 


RL  I.AOO 

Cuadro  de  T.  Aron 


Comprendemos  la  satisfacción  que  debe  experimentar  esa 
parf  ja  al  dar  una  vuelta  por  un  lago  tan  bonito  y  pintoresco. 

UNA   BELLEZA   DB   PBlQA 

Compréndese  que  un  país  que  tiene  tan  hermosas  muje- 
res quiera  ser  autónomo  y  consiga  se  le  reconozca  oficial- 
mente el  uso  de  su  lengua,  una  de  las  mas  ricas  de  la  raza 
eslava,  y  preferible  por  ende  al  desagradable  idioma  alemán. 
Bohemia  \a  consiguiendo  de  día  en  día  nuevas  reivindica- 
ciones, y  es  de  esperar  que  al  fin  logrará  ocupar  el  preemi- 
nente lugar  que  en  otros  tiempos  alcauzó  en  Europa. 

FLORA 

Cuadro  de  Francisco  Casado  del  Alisal.— Dibujo  de  P.  y  Valor 

Adivinase  al  momento  la  mano  del  malogrado  maestro 
en  esa  obra  de  factura  tan  elegante,  de  tan  correcto  dibujo  y 
tan  brillante  colorido,  perfectamente  apreciable  en  la  con- 
cienzuda copia  ht  cha  por  Plá  y  Valor. 

El  ihislre  Casado  tenía  el  don  de  renovar  la  represt  nta- 
eión  de  los  mas  trillados  asuntos;  la  tradicional  Flora  de  los 
pintores  adocenados,  reviste,  bajo  el  influjo  de  su  paleta,  el 
original  aspecto  de  esa  hermosa  dama  á  quien  lo  único  que 
puede  reprocharse  es  el  ser  m:is  aristocrátina  que  milológira. 

INVIERNO 

Dibujo  de  Kl  Brokka 

Terrible  invierno  ese  de  Brokka,  siniestro,  cruel.  Kl  asun- 
to está  representado  con  elocuente  realismo,  tanto,  que  hace 
tiritar. 

L03   FAVORITOS    DKL   EMPERADOR   HONORIO 

Cuadro  de  W.  Waterhou^e 
UNA  CALLEJUELA  EN  LA  ANTIGUA  RoüfA,  aouarela  por  el  mismo 

No  habrán 'Olvidado  «eguramente  nuestros  lectores  el  hpr 
moso  cuadro  de  Santa  Eulalia  que  publicamos  h^ce  pocos 
meses,  en  el  cual  tan  gallardas  prnebfis  de  invención  piuto- 
resea  y  de  sentido  histórico  dio  ti  autor.  Al  mismo  género 
pertenecen  las  dos  reproducciones  de  obras  de  Waterhonse 
que  damos  hoy:  Los  favoritos  del  emperador  Honorio  es  un 
hermoso  lienzo  inspirado  en  un  paisaje  de  Gibbon  acerca  de 
las  adulaciones  de  que  era  objeto  por  parte  de  los  palaciegos 
y  Claudianos  el  pobre  pupilo  de  Estelicon,  mientras  los  bár- 
baros invadían  el  imperio  y  desolaban  las  provincias.  Una 
callejuela  en  la  antigua  Roma,  es  una  deliciosa  acuarela  de 
vivo  y  agradable  color  y  de  límpido  tono,  llena  de  bonitos  y 
exactos  pormenores  que  hacen  revivir  la  época  en  que  la 
Ciudad  Eterna  era  la  capital  del  mundo. 

LA   ÚLTIMA    ESCENA    DB    HAMLET 

Cuadro  de  Sánchez  Barbudo  —Dibujo  de  P.  y  Valor 

Este  notabilísimo  y  grandioso  lienzo,  uno  de  los  primeros 
que  figuraron  en  la  última  Exposición  Nacional  de  B-ellas 
Artes,  representa  el  instante  en  que  Hamiet  se  dispone  A 
lanzarse  con  la  espada  desnuda  sobre  el  rey  Claudio, dt-spiiés 
de  haber  sido  herido  por  Laertes  y  haber  herido  á  su  vez  á 
é'íte,  que  permanece  en  pié  sostenido  por  varios  cortesanos. 
Hay  eu  el  cuadro  más  de  treinta  figuras,  divididas  en  tres 
grupos  principales;  á  la  izquierda  los  cortesanos  que  apoyan 
al  moribundo  Laertes;  .en  el  centro  las  damas  de  honor  arro- 
dilladas junto  á  la  reina,  que  acaba  de  espirar  envenenada 
por  haber  bebido  la  copa  destinada  para  Ilamlet;  á  la  dere- 
cha el  rey  Claudio,  de  pié,  apoyado  en  el  solio,  y  aterrado  y 
confundido  A  la  vez  ante  el  horror  de  la  situación,  el  aspecto 
ame  nazador  de  Hamiet  y  los  terribles  cargos  que  éste  le  di- 
rige. En  el  centro  figura  Hamiet  en  actitud  descompuesta, 
empun«ndo  la  espada  envenenada  con  qúefué  herido,  merced 
á  la  traidora  asechanza  del  rey  Claudio. 

Decía  hablando  de  este  C'iadro  un  distinguido  críiico  de 
Madrid:  «Llama  la  atención  el  grupo  de  damas  de  honor  por  el 
verdadero  derroche  de  blancn  que  el  pintor  ha  invertido  en 
sus  trajes.  Esto  produce  un  gran  efecto  luminoso,  que  llega 
á  deslumhrar  y  que  desentona  bastante  el  cuadro.  La  figura 
de  Hamiet  no  corresponde  á  la  idea  que  todos  tenemos  de 
estp  personaje.  Debiera  ser  rubio,  pálido,  alto,  y  el  pintor  le 
hace  moreno,  de  negra  barba  y  de  menos  que  mediana  es'a- 
tura.  El  rey  CJaudio  está  trazado  con  magníficos  rasgos,  y  el 
colorido  de  su  ropaje  indica  en  el  pintor  excepcionales  con- 
diciones artísticas.  Hay  en  el  cuadro  animación  y  vida,  bris- 
llantez  de  color  y  grandes  contrastes  de  luz.  EL  Sr.  Sánchez 
Barbudo  puede  estar  satisfecho  de  su  obra.» 


RECOLECTORES   DE    ALGAS   MARIN*P,    UN    DÍA    DE   TORMENTA 

Cuadro  de  Jthn  Sinilh  Lcwis 

El  autor  es  uno  de  esos  bravos  pintores  norte-americanos 
que  con  tanta  decisión  están  trabajando  paia  dotar  á  su  país 
de  un  arte  verdaderamente  nacional.  En  ese  cuadto  hácese 
patoijte  la  influencia  de  la  joven  escuela  realista  francesa, 
que  llora  todavía  hoy  la  muerte  de  Bastien-Lepage.así  como 
otros,  V  gr.  John  Sargent,  han  buscado  su  inspiración  en 
Goya. 

FELIPE   IV 

Retrato  de  Velazquez 
Esta  obra  del  primero  entre  todos  los  pintores  habidos,— 
y  probablemente  por  haber,— es  una  de  las  poquísimas  con 
que  se  honran  los  Museos  extranjeros,  y  figura  iu  la  galería 
de  Dorcbeí-ter  (Londres).  El  retrato  es  de  tamaño  natural, 
y  representa  á  Felipe  IV  en  sus  treinta  y  cinco  años.  Como 
todos  los  cuadros  del  autor  está  compuesto  muy  armoniosa- 
meule  y  no  menos  armoniosamente  pintado. 

GRANADA    DURANTE    UN   CHUBASCO 

Cuadro  de  Mañ'jz  Degraia. — Dibujo  de  P.  y  Valor 

¡Qué  hermosura!  iQué  profundo  sentimiento  de  la  natu- 
raleza! iQné  conocimiento  de  la  luz,  del  cielo  y  del  agua!  El 
pintor  ha  logrado  perpetuar  en  su  cuadro  un  momento  de 
melancólica  belleza  de  la  ciudad  morisca.  ¡Cuántas  cosas  no 
hay  eu  esa  composición  y  Quántas  emociones  Jio  produce! 
Sólo  á  los  grandes  talentos  es  permitido  verlas  cwsas  co»  ese 
aspecto  elocuentemente  expresivo. 

EL   ÁNGEL   DE    LA    GUARDA 

Cuadro  de  Hermán  Kaulbach 

Bellísima  composición  diítna  del  autor  de  tantas  delica- 
das obras,  algunas  de  las  cuales  han  visto  ya  la  luz  en  estas 
páginas.  No  hay  que  confundir  al  piutor  Hermán  Kaul- 
bach con  el  famoso  dibujante  del  mismo  apellido;  ambos 
son  ilustres,  pero  la  especialidad  del  autor  de  El  ángel  de 
la  Guarda  es  muy  distinta  de  la  del  autor  de  La  Reforma. 
Todo  lo  que  en  este  es  fuerza  y  vigor,  es  delicadeza  y  gracia 
en  su  homónimo,  gran  intérprete  de  piadosas  leyendas  y  de 
consoladoras  creencias 

TOLEDO:  PUENTE  DB  ALCÁNTARA 

Este  Puente  de  los  PunUea,  como  se  le  ha  llamado,  es  la 
principal  avenida  por  donde  se  entra  en  la  imperial  ciudad. 
Construido  por  los  romano-*  ha  sido  sucesivamente  restau- 
rado y  fortificado  por  godos,  moros  y  cristianos,  constitu- 
yendo sus  nobles  y  atrevidos  ai  eos  un  «jcmplo. admirable  (n 
obras  de  su  género.   . 

Hf^ 


LA  FUENTE  DE  LOS  CURRUTACOS 


Á   MI   AMIGO   ALFREDO    OPISSO 


LA-  GENTE  DE  ANTAÑO 

Sonreian  los  albores  de  nuestro  bendito  si- 
glo XIX,  y  era  arrullado,  agasajado  y-  ensalzado 
por  las  seguidillas  boleras  y  por  las  seguidillas 
manchegas,  por  las  tiranas,  por  las  tonadillas, 
por  el  fandango  y  por  otras  tantas  trovas  pica- 
rescas, intencionadas  y  resbaladizas,  que  im- 
primían color  nacional  y  fisonomía  propia  á  la 
abigarrada  sociedad  española,  compuesta  de  ofi- 
ciosos abates,  de  atrevidos  diestros,  de  aplaudi- 
dos histriones,  de  pundonorosos  guardias  reales, 
de  insípidos  petimetres,  de  finchados  currutacos, 
de  rechonchos  frailes,  de  aturdidos  estudian- 
tes, de  melindrosas  damiselas,  de  festejadas  le- 
chuguinas, de  curiosas  monjas,  de  descocadas 
caleseras,  de  rumbosas  majas,  de  inciviles  ma- 
nólas, formando  un  solo  cuerpo,  una  sola  per- 
sona, un  solo  pensamiento"^  una  sola  vo- 
luntad. 

¡Dichosa  época  en  que  tenían  efecto  los  será- 
ficos rosarios  de  la  aurora,  las  comilonas  cam- 
pestres, las  tertulias  de  confianza,  las  citas  á 
hurtadillas  en  los  templos  del  Señor,  y  muchos 
enredos,  muchas  intrigas,  muchas  farsas,  mu- 
chas danzas  y  contradanzas,  en  que  la  moral,  el 
decoro  y  las  virtudes  cívicas  no  representaban, 
desgraciadamente,  el  principal  papel! 

Siglo  que  apareció  en  la  escena  pública  em- 
polvado y  cepillado,  como  si  saliera  del  toca- 
dor, repartiendo  peinetas  de  concha,  jugueto- 
nas y  nevadas  mantillas,  collares  de  perlas, 
abolladas  basquinas,  sedosos  guardapiés,  puli- 
dos chapines,  estuches  de  dulces,  primorosos  ri- 


diculos, perfumados  pañuelos,  sombreros  de  tres 
picos,  terciopeladas  casacas,  nevados  chalecos, 
calzón  corto,  medias  de  seda,  zapatos  con  hebi- 
llas de  plata,  y  el  indispensable  manto,  codeán- 
dose con  la  rumbosa  capa,  al  son  de  la  pavana 
ó  al  compás  de  las  graves,  pausadas  y  aristo- 
cráticas notas  del  ceremonioso  minuet. 

En  aquellos  días,  y  entre  tales  gentes,  ocu- 
rrió en  la  modesta  villa  de  N...,  villa  mitad 
murciana  mitad  andaluza,  lo  que  forma  el 
asunto  de  la  presente  narración. 

II 

LA  DAMA 

Era  un  portento.  Imagínate,  lector,  una  mo- 
rena, pero  muy  morena,  como  manda  Dios  y 
debieran  ser  todas  las  mujeres  en  el  mundo.  Una 
muy  distinguida  dama,  alta  de  talle,  de  veinti- 
siete años  de  edad,  de  rostro  agraciado,  risueño 
y  expresivo;  dotada  de  abultadas  trenzas  ne- 
gras, lustrosas  y  perfu^nadas;  de  ojos  pequeños, 
vivos,  punzantes,  saltadores  y  parlanchines;  de 
nariz  griega;  de  boca  juguetona,  fresca,  apeti- 
tosa y  encarnada,  y  añadid  á  ese  rostro  unas 
largas  y  enlutadas  pulseras;  á  los  ojos,  unas  ter- 
ciopeladas y  tentadoras  ojeras;  perfilad  sobre  el 
labio  un  fijiisimo  bozo;  colocad  un  hoyo,  que 
valga  un  mundo,  junto  á  la  boca,  y  otro  hoyo, 
que  valga  un  cielo,  en  el  centro  de  la  redonda  y 
torneada  barba,  y  tendréis  el  vivo  retrato  de 
doña  María  Luisa  del  Jordán  Zúñiga  y  Zúñi- 
ga,  viuda  de  D.  Venancio  de  Segura  y  Compo- 
lino,  oidor  de  la  Rota  y  sapientísimo  señor. 

Aquella  muy  noble  y  agraciada  viuda,  esbel- 
ta, elegante  y  juguetona,  había  leído  mucho  y 
bueno,  tocaba  la  guitarra  como  fray  Basilio, 
bordaba  al  realce,  fabricaba  sabrosas  golosinas, 
era  muy  limpia  de  cuerpo,  pensamiento  y  obras, 
y  estaba  dotada  de  un  desparpajo  de  buen  gé- 
nero, de  una  gracia  tan  fina  y  delicada,  de  una 
soltura  y  elegancia  en  el  decir,  que  los  frailes 
la  llamaban  la  culta,  los  currutacos  ¡a  dioso,  los 
pisaverdes  la  niv/a,  las  damas  la  canta,  y  los 
doctores  la  sabia. 

Pero  era  una  culta,  una  diosa,  una  ninfa,  una 
casta  y  una  sabia  tan  agraciada,  tan  pilla,  tan 
juguetona  y  tan  elegante,  que  trabucaba  el  seso 
á  cuantos  admiraban  el  fuego  de  sus  ojos  y  su 
donaire,  ó  merecían  el  alto  obsequio  de  ser  con- 
tados en  el  número  de  sus  pocos  y  escogidos 
amigos. 

La  noble  señora  vivía,  en  compañía  de  una 
ama  de  llaves,  en  su  casa  solariega  situada  en 
la  calle  del  Palo  Corto,  que  era  una  casa,  como 
todas  las  de  su  época,  sombría  por  fuera  y  pin- 
tada por  dentro,  muy  clara,  muj'  espaciosa,  muy 
fría  y  muy  bien  decorada,  que  era  conocida  por 
la  casa-templo  en  toda  la  localidad. 

III 

EL  GALÁN 

Don  Leandro,  golilla  sin  pleitos,  casado  y  con 
hijos,  hacendado,  hombre  muy  hablador,  muy 
mujeriego,  muy  pulcro,  muy  hiperbólico  en  el 
hablar,  muy  terco  en  sus  cuestiones  y  muy  afran- 
cesado; era  el  admirador  más  rendido,  más  en- 
tusiasta, más  servicial  y  más  oficioso  de  cuan- 
tos trataban  á  la  preciosa  dama  en  toda  la  villa 
y  su  dilatada  comarca. 

El  buen  señor  pulsaba  la  lira,  digo  mal,  la 
péñola,  y  era  de  ver  cómo  en  sus  letrillas  ana- 
creónticas, soñados  epitalamios  y  seguidillas 
pedestres,  ya  imitando  al  lúgubre  Cadahalso, 
ya  á  Paco  Barbero,  ensalzaba  las  gracias  de  la 
dama  de  sus  pensamientos,  de  la  señora  de  sus 
afanes,  de  la  reina  de  su  alma,  de  la  musa  de 
sus  inspiraciones,  que  era  astro  de  bienandan- 
za, la  Ceres  de  sus  vegas,  la  mariposa  de  sus 
ilusiones,  la  zagala  de  sus  mimos,  la  Galatea  de 
sus  ribei-as  y  la  Lucinda  de  sus  vigilias,  como 
todas  las  damas  y  petimetras  que  .salían  á  relu- 
cir en  romance,  tonadillas  y  saínetes,  en  aquellos 
días  que,  afortunadamente,  se  fueron  para  más 
no  volver. 

Era  nuestro  héroe  un  noble  varón,  de  cara 
avinagrada,  de  ojos  pequeños  y  oblicuos,  de  na- 


ni 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


ríi  tlgán  Unto  á  gui»  de  remolach»,  de  labios 
eacendidoe  y  «urnoeoe,  de  cuello  largo,  é  ídem 
de  cxierpo.  '-»  '-"-•"">  ■'^•'  Imwos  y  de  pies. 

1^  yjj,  lo  por  su  cuenta,  y 

ella  «•»  ivv.i;....i  .  u  .•■<.«-  ^-..--  obras,  en  todos  sus 
preste*  y.  en  jwrtionlar.  en  el  acompasado  movi- 


miento de  sus  cuatro  remos,  que  solamente  pa- 
recían moverse  y  agitaree  &  impulsos  de  esa 
finchada,  perjudicial  y  reprochable  señora. 

En  el  pueblo  le  llainabaii  el  pavo  de  Navi- 
dad, pero  él  no  temió  nunca  las  sangrientas  he- 
catombes de  la  clásica  Nochebuena.  , 


IV 

EL   FlUILE 


Siipicntisiiuo  vai-ón,  guapo 
atable,  cariñoso  y  jovial. 

Entusiasta  de  Eoijóo,   admirador 


rochoncho,  li.stü, 
del   i)adro 


Isla,  predicador  erudito,  enemigo  de  los  inquisi- 
dorea,  deapwocopadillo,  amigo  de  Muñoz  Torre- 
ro, de  Quintana  y  de  Nicasio  Gallego,  y  con 
asento  en  el  coro,  en  el  confesionario,  en  los 
bufetes,  en  las  tertulias,  en  los  teatros  caseros, 
en  loe  eecafioe  de  las  fuentes,  en  las  barberías 
y  en  el  banco  de  casa  del  herrador. 

Fray  Pedro  Nolasco,  de  la  orden  de  los  car- 
melitas y  como  tal  más  tolerante  y  más  sociable 
qne  loe  demás  frailes,  era  el  padre  espiritual  de 
mochas  damas  y  melindrosas  damiselas,  el  con- 
sultor en  los  casos  graves,  el  que  apaciguaba  á 
las  almas  timoratas,  el  que  consolaba  á  las  mu- 
chachas enamoradas,  el  que  ponía  término  con 
mocho  tino  j  con  cierta  gracia  especial  á  rui- 
doess  escenas  conTOjpües,  y  el  hombre,  en  fin, 
qoe  rfi"nV.  qoe  dingia  y  qoe  legislaba  en  el 
«eoo  de  mochas  friníliají  que  no  se  tomaban  el 
trabajo  de  obrar  por  cuenta  propia. 

Fraile  de  mochos  latinee,  de  mucha  expe- 
riencia, de  mocha  trastienda,  de  mucho  tino  y 
de  nmdta  observación.  Notabilísimo  padre  que 
desde  sos  mocedades  se  adelantó  á  su  siglo,  que 
piesintíA  la  revolocién  social,  que  no  odió  á 
Oodojr,  qoe  estadio  mocho  y  bien  á  Jovellanos, 
loe  temía,  mn  embargo,  por  lo  <)ue  había  de 


TOLEDO 


PUENTE  DE  ALCÁNTARA 


venir,  aunque  no  sabia  á  punto  fijo  lo  que  ven- 
dría y  lo  que  sucedería  en  nuestro  revuelto  y 
antojadizo  país. 

Era  un  monje  sociable  como  pocos,  curiosillo 
como  una  mujer,  ladino  como  un  estudiante  do 
tuna  y  gran  conocedor  de  esa  gramática  parda 
que  se  aprendía  tras  la  espesa  rejilla  del  confo- 
sionario,  en  el  estrado  de  la  bella,  cabalgando 
en  la  muía  del  convento  6  repasando  cuentas  y 
oraciones  r-n  la  j,iu;rta  do  un  mesAn. 


Elibuen  señor  visitaba  muy  á  menudo  á  doña 
María  Luisa,  y  murmuraban  los  envidiosos  del 
lugar,  que  si  nuestra  dama  era  tan  sabia,  tan 
culta  y  tan  buena  doctora  como  á  la  par  pica- 
ruela,  ora  por  obra  y  gracia  de  su  erudito  y  dis- 
tinguido confesor. 

Eray  Nolasco  se  reía  buenamente  de  ello;  y 
la  viudita  también. 

(Se  contimará.)    Francisco  Gras  y  Elías. 


UIObiUUQS:  Unts.  J'..  3'j..U»d  l!()iui,líit9f.— Kwnidw !«:  deretliM  de  iiropiedail  irtísUu  }  liieraria.— Las  re;laui.icH)ii(;s  «i  Mni,  ai  ríiiresciilaiitc  de  osla  taM  D.  Manuel  l'lá  j  Valor,  Apodaca,  10, 2." 
)  INSÉRTESE  Ó  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  ( — 


WntmiMauvuíic  TiPootUrtco  de  B.  Ba«eda.— Caixb  db  ViLLAiinoEt.,  «úu.  17,  ewbahcub  de  Sah  Antonio.— BAIlcELo^A. 


SEMANARIO     CIENTÍFICO,     LITERARIO     Y    ARTÍSTICO 


Año  V 


KSPANA 

Uq  año 12'50  ptss. 

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Barcelona  8  de  Enero  de  1887 


CUBA  Y  PÜEKTORICO 

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loH  seíiore8  corresponsales. 

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Núm.  210 


LA  BIBLIA  DE  CUTEN BERG  (Cuadro  de  Lerche) 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


SUMARIO 

Tana.-JtaM<.  Cbrtu  •  mi  pHma.  por  TtnmOot.—La 
t»m  4>  ftdr*  Urn  (<«aUD<uei'Hi>,  por  Jnan  Tomas  8a)- 
naj.-Bnt0*  tinUtem,  por  AlfrMn  Ocis^o.-B  rr^nte 
4r  Jkyo,  por  A.  fttrt  O  Stv%.  £i  <<  -  arfaoio,  por  Vi- 
«Mil*  Ooionda.  -  XiM*tro*  frahodo*.— ^A  f«^  «>t<ii  ím 
k«M»f  <pa«*U<,  por  Ji«é  BorrM.  Im  f'^mf  it  lo»  oimaa- 
«w  (eoolinoacUa).  por  Frmiiei<«a  Gm»  7  EiUs. 

(ictatww- L*  BibtUdc  (jaimt«rs.-I>nDiln<^.-L*  Matrr- 
«Mad -Bm>.  Plafón  deenruUTo —(W<r'«>ar«' El  dexMr- 
gidare  -OMaoel  pesca  d  «(na  -Pimitc  de  Bad«|<-t.— 
BMMfo,  dato  y  pobre,  onniolAndoco  eou  tus  eaatoa  — 
-I.O*  TlrifctU»  n  n»*.— Matrona  romana.—  El 


MADRID 


C^VUT.A.S    A.    T>^Z    PRnVTA. 


EL     INCENDIO 


LGi'XAS  personas  me  han  pivguntado: 
^       — '¿'  f|''  -    -:i  primade  uste<l?¿Y 

Í*:S ^  cómo  se  \]  jovon?  ¿Es  fi^tiapa? 

¿Es  rica?  ¿Está  \".  tuauíurado  de  ell.*»?  ¿Es  sol- 
tera, casada  6  viuda?  Está  en  España  ó  en  el 
extranjero...  En  fin,  sepamos  algo,  porque  su 
primera  carta  de  V.  no  es  muy  e.xplicita...» 

«Pties  si; — les  he  contestado, — mi  prima  se 
llama  Carmen,  tiVnr»  veinte  años,  es  lindísima; 
no  está  mal  1]  es  soltera  y  tiene  novio 

y  8e  casará,  1 '  unte;  vive  en  París  desde 

nace  tin  año  y  no  la  tengo  amor  sino  mucho  ca- 
riño porque  nos  hemos  tratado  siempre  como 
liennancis.  E.>ita  es  U  i-azón  de  que  hoy  la  escri- 
ba i-stas  cartas...  Y  si  ella  me  contestare  algima 
vex,  por  las  contestaciones  verían  ustedes  que 
asi  es  linda  como  nn)de8ta,  sencilla,  instruida, 
de  buen  corazón,  de  vivo  ingenio,  de  gustos  ar- 
tíst:'  '  -  •■  '  •  s  cristianos;  y,  en  fin,  la 
per;  '  i;iones.  Es  una  señorita 

ie  hablar,  y  una    mujer  con 
(Uiera  casarse:  toca  el  piano, 
hal.  ■-  y  el  inglés,  baila,  dibuja,  pinta; 

y,  í-  _'o,  sabe  regir  una  ca.sa,  guisar,  co- 

ser y  cuiílar  á  un  enfermo.  Si  viniese  á  pobre 
no  tendría  que  mendigar  ni  prostituirse  como 
algunas  políaa  de  Madrid,  amigas  suyas,  al  pasar 
repentinamente  del  fausto  á  la  miseria...» 

Creo  que  reconocerás, — prima  mía, — la  exac- 
titud de  este  retrato;  y  comprenderás  que  no 
engaño  á  los  curiosos...  Y  dicho  esto,  y  para  no 
mortificar  tu  modestia,  entro  en  el  asunto  de  la 
segunda  carta  que  te  dirijo...  Asunto  triste,  que 
será  el  culminante  de  la  semana,  pues  no  es 
probable  que  ocurra  en  ella  otra  maj-or  catás- 
trofe. 

Anteayer,  miércoles,  á  las  cuatro  de  la  ma- 
fiana  las  campanas  de  la  iglesia  de  Chamberí, 
despertabnn  á  lo>(  vecinos  de  aquel  barrio. — 
¿Qaé  o<  ■  líuntaban  con  susto  aso- 

mándos<  ,  Xo  tenían  necesidad  de 

contest.'i  iilio  con  sus  llamarada», 

con  KUíi  :     _  i.í  aurora  boreal  y  con  su 

pt-natho  de  humo  iluminaba  la  calle  del  Carde- 
nal Ci.HneroK,  y  anticipaba  la  claridad  trémula 
del  «Iba.— ¿Dónde  es?— ¿En  qué  número?— ¡Es 
en  el  número  7,  en  una  tienda  de  ultrama- 
rinos! 

Madrid  vive, — como  tú  sabes,— sobie  taber- 
nas y  riendas  de  comestibles.  En  cada  ca.sa  hay 
algun.^  fie  estas  dos  clases  de  comercio.  Apenas 
■e  inicia  an  barrio  y  se  edifica  una  casa  llega 
el   t/Tidero  .í  '  y  del  vinagre  ó  el  del 

atniapi:.t,t(  ,  y  tomn    [losesión   de  la 

f.it-ira  ...|.,i,;  ,    -  ;.,  .  ,jug  nosu- 

fn-ri  Iii.-.  fi'í/  ti.ui.i....  ni  del  ca- 

pnrh'.    H;..v  .,t:.  ,.,„..  ,,ena  de  la 

vida.  S.  II  ..„a.  n  i.,,  ,  .iie  no  sean 

brillantes,  aaegunui  1  -l^sta  y  re- 

tiro cómodo  para  la  \  •<,  de  La  es- 

quina, que  muy  fKxv,  nfK^en,  tiene  la 

vent.Tia  -h    -i;  r.  rl  ,,„r  las  habladu- 

^■'  ■  ■•  iK)bre,  cual  es 

n<  ~  d<-  1  !i(1«  uno;  y 

Vi'l  •■  al.   Ix« 


comestibles  }■  dicen  como  el  del  cuento:-— ¡Apun- 
te usted! — hasta  que  el  tendero  contesta  un  día 
como  su  colega  de  marras: — ¡Di  á  tu  amo  que  ya 
me  canso  de  aimntnr,  que  voy  á  hm-er  fwqo! — Se 
comprende, .  pues,  que  el  tendero  es  digno  de 
gratitud  y  que  <lebiera  dái-selo  mayor  estima- 
ción que  se  le  manifiesta.  Pei"o,  si  bajo  este 
punto  de  vista  le  debemos  gratitud,  es  también 
cierto,  que  su  comei-cio  es  un  peligro  constante 
de  la  ca.sa  en  que  vivimos  y  de  nuestra  propia 
vida...  La  planta  baja  de  casi  todos  los  edificios 
de  Madrid  es  un  depósito  de  petróleo,  de  aguar- 
dientes, de  muchas  materias  inflamables...  Pue- 
de decii-se  que  Madrid  está  sobre  un  volcán.  Y 
á  lo  mejor  revienta  uno  de  sus  cráteres,  abra- 
sando un  edificio  y  devorando  muchas  vidas. 

Mientras  esto  no  sucede  el  vecino  de  Madrid 
vive  descuidado,  sin  fijarse  en  el  peligi'o;  ya 
porque  todo  hombre  se  cree  el  favorito  de  la 
fortuna,  j'a  porque  en  esta  vida  de  lucha,  de 
afán  y  de  escasez  constante  en  que  vivimos, 
creemos  que  sólo  debemos  temer  á  los  enemigos 
conocidos.  Y  el  tendero  es  un  enemigo  anónimo, 
y  su  almacén,  verdadero  polvorín,  tiene  un  es- 
caparate halagüeño,  amistoso,  que  despiert,a 
sensaciones  y  pensamientos  gratos. 

Dejamos  todos  los  días  nuestra  casa  sin  pen- 
sar en  que  tal  vez  no  la  encontraremos  al  volver; 
que  todo  aquel  ajuar  en  el  cual  hemos  empleado 
gran  parte  de  nuestra  fortuna  y  al  que  tenemos 
tanto  cariño  como  á  nuestra  familia  misma,  des- 
aparecerá, tal  vez,  en  una  hora,  y  que  de  súbito 
nos  quedaremos  con  el  suelo  y  el  cielo  por  ho- 
gar y  por  techumbre...  Entre  todos  los  riesgos 
que  tenemos  para  nuestra  familia  no  contamos 
el  incendio,  jamás...  ¿Por  qué? — Acaso,  prima, 
porque  es  un  peligro  que  nos  sigue  á  todos  la- 
dos, en  todas  las  ciudades  y  casas,  en  los  tem- 
plos, en  los  teatros  y  que  llevamos  con  nosotros 
con  una  caja  de  fósforos  en  el  bolsillo;  con  una 
lámpara  de  petróleo  en  la  mano...  Hasta  en  los 
bosques,  hasta  en  la  campiña,  sobre  todo  por 
Agosto,  el  incendio  puede  sorprendernos  y  cal- 
cinarnos. 

Al  mudarse  de  casa  nadie  tiene  en  cuenta  si 
en  el  piso  bajo  ni  en  cualquier  otro  hay  almace- 
nadas materias  inflamables;  todos,  sin  embargo, 
dejarían  de  mudarse  á  una  casa  si  supiesen  que 
uno  de  los  vecinos  era  ladrón  ó  asesino. 

El  incendio  de  la  calle  del  Cardenal  Cisneros 
ha  sido  terrible.  A  los  pocos  momentos  las  lla- 
mas subían  por  la  fachada  hasta  retorcerse  sobre 
el  tejado.  Los  vecinos  dormían  y  se  encontraron 
prisioneros  del  fuego.  El  terror  animó  aquel 
tranquilo  edificio;  se  oyeron  voces  de:  ¡Socorro! 
corría  la  gente  sin  dirección,  buscando  salidas 
entre  humo  y  llamas,  entre  el  golpear  en  los  ta- 
biques y  las  voces  de  los  guardias  y  bomberos 
que  llegaban  á  prestar  auxilio.  Nadie  sabe  lu- 
char con  la  muerte  cuando  ésta  le  rodea  en  el 
sueño  y  le  despierta  oprimiéndole  con  sus  bra- 
zos. El  espíritu  necesita  espacio  para  rehacerse 
y  la  carne  temerosa  no  so  le  concede;  el  más 
heroico  se  aturde,  se  precipita  y  por  evitar  el 
peligro  se  lanza  en  peligros  mayores  sin  vacilar 
un  momento.  En  este  incendio  de  Chamberí,  uno 
de  los  vecinos  se  descuelga  por  un  cordel,  esca- 
so, y  se  deja  caer  en  la  calle,  donde  le  recogen 
mal  herido...  Otros  inquilinos  se  dirigen  al  nú- 
cleo del  incendio  creyendo  evitarle. 

En  el  piso  tercero  de  la  casa  vivía  un  jefe  de 
telégrafo»,  con  su  señora,  una  hermana,  una  cu- 
ñada y  cinco  hijos;  las  dos  heniianas,  uno  de 
los  niños  y  el  jefe  de  telégrafos,  han  muerto... 

La  impresión  que  este  incendio  ha  pi-oducido 
en  Madrid  ha  sido  grande  y  el  alcalde  se  ha 
creído  en  el  caso  de  publicar  un  bando  tranqui- 
lizador... 

Con  este  motivo  El  Impnrrial  ha  escrito  jui- 
ciosas observaciones  lamentándose  de  que  en 
Mailrid  «e  gaste  el  dinero  en  cosas  superfinas, 
descuidando  las  necesarias.  En  efecto,  los  ayun- 
tamiento» de  Maílrid  dedican  el  dinero  de  sus 
administrados  á  obras  de  lujo;  sin  emprender 
muchas  de  absoluta  necesidad  ni  de  higiene.  La 
razón  de  esto  se  encuentra  en  nuestro  carácter 
vanidoso,  que  prefiere  lucir  ext^sriormente  á 
vivir   con    comodidad  en  casa;  á  que  Madrid 


quiere  parecer  una  gran  capital  sin  los  recursos 
de  otras  capitales  europeas.  Madi-id  es  cursi. 
Además  nuestros  ajaintamientos  se  llaman  po- 
pulares, sin  ser  del  pueblo,  y  sólo  inician  y  ter- 
minan las  reformas  aristocráticas  y  las  conve- 
nientes para  las  clases  acomodadas.  Del  pueblo 
no  esperan  nada;  nada  de  la  masa  común,  sino 
de  grupos  sociales  determinados;  á  estos  favo- 
recen y  halagan  con  pi'eferencia.  Si  un  día  se 
quemase  parte  del  Palacio  Real  ó  de  la  Presi- 
sidencia  del  Consejo  do  Ministros,  pereciendo 
alguien  de  las  i-espectivas  familias,  verías  cómo 
so  montaba  súbitamente  un  admirable  servicio 
de  incendios  y  se  canalizaba  todo  Madrid  y 
hasta  se  formaba  una  red  de  tubos  sobi-e  el  casco 
de  la  población  para  convertirla,  cuando  fuese 
preciso,  on  un  juego  de  aguas.  Sí,  prima,  lo  re- 
pito, Madrid  es  cursi  como  un  elegante  que  se 
pusiese  frac  y  corbata  blanca  con  pantalones 
de  color 

En  cuanto  ocurre  un  incendio  las  Compañías 
de  seguros  envían  á  sus  agentes  por  las  casas 
para  invitarnos  á  que  aseguremos  nuestros 
muebles.  No  hablo  de  los  edificios  porque  casi 
todos  los  de  Madrid  están  asegurados. 

Entonces,  prima,  algunos  particulares  ase- 
guran sus  mobiliarios  pero  la  generalidad  se 
contenta  con  mirar  sus  muebles  sin  querer 
exponerlos  además  del  incendio  á  un  pleito  con 
las  Compañías...  Después  do  todo,  lo  que  más 
tememos  perder,  nuestra  mujer,  nuestros  hijos, 
no  son  muebles  asegurables;  y  entre  los  mismos 
objetos  de  nuestra  casa,  los  que  mayor  valor 
tienen  para  nosotros  no  tendrían  ninguno  para 
las  Compañías  aseguradoras...  Hay  hombre  que 
en  momento  de  oir  la  voz  de  ¡Fuego!  sólo  se 
preocupa  de  salvar  un  retrato,  un  paquete 
de  cartas,  un  recuerdo.  El  militar  entonces  bus- 
ca sus  emees;  el  pintor  la  obra  que  tiene  empe- 
zada; el  aristóo'ata  su  genealogía;  el  autor  dra- 
mático su  manuscrito;  la  actriz  sus  coronas;  la 
patrona  de  huéspedes  sus  cubiertos  de  plata  de 
Meneses;  el  licenciado  su  canuto;  el  cura  su 
breviario;  la  coqueta  su  servicio  de  tocador;  el 
miope  sus  lentes;  el  elegante  su  gabán  de  pie- 
les; el  coleccionista  su  miniatura...  Y  esta  seño- 
i-a  no  quiere  ponerse  en  salvo  sin  su  canario;  ni 
aquélla  sin  su  perrito  y  hay  quien  aparece  en- 
tre las  llamas,  convulso,  sin  ropas  y  con  su 
guitarra. 

No  cabe  duda  que  todos  deberíamos  tener  en 
nuestra  casa  im  pequeño  material  de  incendios: 
una  piqueta  con  que  abrir  boquetes  en  la  pared; 
escalas  3'  maromas  para  descolgarnos  por  los 
balcones;  sacos  salvadores  de  la  asfixia...  Nadie 
tiene  esto.  Se  contenta  con  esperar  á  que  vengan 
á  salvarle  los  de  afuera  ó  se  tira  sencillamente 
á  la  calle  por  un  balcón. 

Durante  algún  tiempo  ha  estado  de  moda  el 
hacerlo  incombustible  todo:  edificios,  muebles, 
ropas  ó  individuos;  pero  la  gente  so  va  ya  con- 
venciendo de  que  contra  el  fuego  sólo  hay  un 
medio  eficaz,  el  más  primitivo:  el  agua.  Esta  es 
la  verdadera  salvación...  Por  cierto,  Carmen, 
que  en  el  incendio  del  miércoles  se  presentaron 
las  bombas  inmediatamente;  cosa  que  no  suele 
ocurrir.  Verdad  cti  (jue  en  cambio  no  había  en 
la  calle  agua  con  que  llenarlas. 

Ignoro  si  se  ha  sabido  ya  la  causa  del  incen- 
dio. Se  creyó  en  un  principio  que  provenía  de 
haberse  inflamado  el  gas;  por  descuido  del  mozo 
de  la  tienda;  un  muchacho  recién  venido  de  un 
pueblo,  que  al  despertarse  y  oir  en  la  oscuridad 
que  su  amo  le  decía: — ¡Virgilio,  hijo  mío,  leván- 
tate!— se  levantó  y  huyó  espantado,  no  del  in- 
cendio, sino  de  que  le  llamasen  hijo.  Pero  iuégo 
se  ha  desechado  aquella  sa])osición. 

No  te  digo  una  novedad  al  decirte  que  la 
malicia  supone  casi  siempre  intencionados  los 
incendios  en  los  comercios;  yo  no  sé  quién  ha 
dicho: — «Sólo  el  diablo  sabe  los  incendios  que 
ha  producido  el  seguro.»  La  malicia,  sin  embar- 
go, casi  siempre  también  se  equivoca;  y  lo  mila- 
groso os  que  en  Madrid  no  haya  más  incendios 
todavía...  ¿Has  visto  alguien  que  mire  donde 
arroja  un  fósforo  ni  una  punta  de  cigarro;  ni 
donde  pone  una  palmatoria,  ni  como  deja,  al 
salir  de  casa  ó  al  acostarse,  la  chimenea? 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


1'.) 


Por  cierto  que  los  caseros  liaii  recibido  ayer 
una  lección...  Ayer  se  inició  un  fuego  en  la 
plaza  del  Progreso;  á  consecuencia  de  haberse 
inflamado  el  hollín  de  una  de  las  chimeneas  de 
cierta  casa.  El  teniente  alcalde  del  distrito,  que 
acababa,  sin  duda,  do  leer  la  descripción  del 
fuego  de  Chamberí,  no  tenía  humor  para  permi- 
tir más  catástrofes,  é  impuso  al  dueño  de  la 
casa  una  multa  por  falta  de  deshollinamiento. 
Este  propietario  que  no  deshollina  ha  resultado 
ser  nada  menos  que  el  ex-ministro  D.  Eugenio 
Montero  Ríos...  ¡Lancemos  á  la  execración  de 
las  generaciones  el  nombre,  ya  famoso  por  otros 
mejores  títulos,  de  aquel  ilustre  gallego! 

Si  es  admirable  que  no  ocurran  más  siniestros 
en  las  casas,  lo  es  todavía  más  que  no  se  incen- 
dien frecuentemente  los  teatros;  donde  el  gas 
corre  y  serpentea  por  los  cordones  de  goma  en- 
'  tre  los  bastidores  do  tela  y  la  madera  barnizada; 
donde  se  disparan  armas  do  fuego;  y  se  encien- 
den bengalas  y  árboles  de  pólvora...  Algunas 
veces,  cuando  la  escena  se  llena  de  luz  y  de 
humo,  un  espectador  se  levanta  inquieto  y  gana 
la  puerta  por  si  acaso;  fnas  el  público  aguarda 
sonriente  á  que  estalle  la  voz  clásica,  terrible, 
de  ¡Fuei/o.'  para  morir  allí,  estrujado,  pisoteado 
y  carbonizado. 

Verdad  es  que  desde  hace  algunos  años  asiste 
á  las  representaciones  en  cada  teatro  una  pareja 
de  bomberos;  lo  cual  hace  de  este  cuerjío  un 
gran  plantel  de  autores  dramáticos. 

Al  pensar  en  los  horrores  de  un  incendio  en 
tierra  firme,  consideramos  también  que  no  es 
comparable  al  incendio  de  un  barco;  aquí  el 
agua  es  otro  peligro;  el  barco  tiembla,  chispo- 
rrotea, se  consume;  y  los  que  buscan  salvación 
en  las  olas  sangrientas  y  fulgurantes  del  mar,  se 
vuelven,  bien  pronto  con  esfuerzos  angustiosos, 
á  coger  los  restos  inflamados  de  los  maderos. 

¡Cuántos  acasos  desventurados  amenazan  al 
hombre!  ¡Y  al  mismo  tiempo,  que  misteriosa  y 
alta  protección  la  de  nuestra  vida,  que  se  des- 
liza decenas  y  decenas  de  años  entre  tantos  pe- 
ligros mortales! 

Siento  que  la  actualidad  haya  impuesto  á  mi 
carta  de  hoy  un  asunto  tan  lúgubre;  pero  él  re- 
fleja la  preocupación  de  Madrid...  Acaso  más 
adelante, — mi  querida  prima, — el  incendio  sea 
también  la  preocupación  de  Europa;  si  guerra 
se  impone.  El  Incendio  sigue  á  la  Guerra. 

Un  rey  de  la  Edad  media,  decía:  «La  guerra 
es  el  incendio.»  Y  en  efecto,  cuando  una  tropa 
huye  de  un  pueblo  perseguida  por  otra,  le  incen- 
dia para  detener  á  sus  perseguidores;  cuando 
tiene  que  abandonar  campos  llenos  de  fruto,  los 
incendia  para  que  su  enemigo  perezca  de  ham- 
bre. Por  donde  los  ejércitos  de  Tamerlan  habían 
pasado,  ni  se  oía  el  ladrido  de  un  perro,  ni  el 
canto  de  un  pájaro,  ni  el  llanto  de  un  niño...  ¡En 
inmensa  llanura,  sólo  humeaban  los  tizones.de 
los  pueblos! 

Termino  aquí  esta  carta,  verdaderamente 
combustible;  y  ojalá, — prima, — que  la  próxima 
semana  me  ofrezca  un  tema  digno  de  tu  corazón; 
que  sólo  se  complace  en  lo  que  es  bueno. 

Tuyo, 

Fernanflor 


-*- 


LA  CASA  DE  PEDRO  LÓPEZ 


(coNTIl^B*^Irt^) 

Al  propio  tiempo  ajó  la  fotografía,  arroján- 
dola con  desdén  sobre  el  arroyo. 

— Chica,  yo  no  vuelvo  á  esta  casa, — profirió 
la  compañera. 

— ¡Otra!  ¡Ni  yo! — replicó  la  del  retrato. 

Y  ambas  desaparecieron  á  lo  largo  de  la 
calle,  entre  sonoras  risotadas,  codeando,  cabe- 
coando  y  sonándoles  á  monedas  los  bolsillos  de 
líis  faldas. 

Con  filosófica  conmiseración  contemplaba  la 
fotografía  desdeñada,  cuya  varonil  imagen  á  su 
vez  parecía  mirarme  desde  el  suelo,  cuando 
acertó  á  pasar  iin  carro  y  la  arrastró,  aplasta- 
da, informe,  bajo  el  lodo  de  su  rueda. 


Entibiando  este  incidente  mi  deseo  de  tomar 
la  casa,  iba  á  alejarme. 

De  pronto  gritó  una  voz  desde  el  fondo  del 
portal: 

— ¿Quería  V.  ver  el  cuarto,  señorito? 

Una  mujer  alta,  delgada,  pálida,  vestida  de 
negro,  apareció  en  el  largo  pasadizo  que  comu- 
nicaba con  el  patio.  Había  en  su  semblante  una 
amalgama  do  bondad  y  truhanería,  que  no  pudo 
menos  do  llamarme  la  atención,  y  respondí: 

—¿Es  V.  la  portera? 

— Para  servir  á  usted. 

— -Pero  ¿y  la  portería?... 

— La  tengo  en  la  prendería  de  al  lado,  que 
por  la  parte  de  atrás  conduce  al  patio... 

— Comprendido. 

— Conque,  si  V.  quiere  ver  el  cuarto... 

— No  siendo  molestia... 

— -Nada  de  eso.  ¿A  qué  está  una?  Suba  usted. 

Ella  delante,  yo  detrás,    echamos   á   andar 


¡  escalera  arriba.  Al  llegar  al  segundo  tramo,  oí 
el  golpe  de  una  puerta  que  se  cerraba,  en  se- 
guida ruido  de  tacones  sobre  los  peldaños,  y  en 
el  próximo  rellano,  un  señorito  pasó,  sin  verno.s, 
junto  á  nosotros,  dásdose  aires  de  don  Juan  y 
tatareando  una  canción  obscena. 

Era  el  original  del  retrato  escarnecido. 

II 

— Decía  Y.  que  renta  el  cuarto... 

— Once  duros. 

— Si  lo  dieran  en  diez... 

— No  tengo  esa  orden.  Pero,  en  fin,  vea  usted 
al  amo. 

— ¿Dónde  se  le  ve? 

— Para  poco  en  casa;  en  el  teatro,  en  el  cafó 
de  Lisboa... 

— Alegre  vida  lleva  el  amo. 

— ¿Qué  quiere  usted?  Cada  uno  tiene  su  modo 
de  matar  pulgas. 


EL  DOMINO  (Cuadro  de  Fraukr  limmle,.) 


— Con  franqueza,  el  cuarto  no  me  disgustará, 
si  efectúan  en  él  algunas  mejoras. 

■ — A  la  vista  están  los  operarios. 

— Con  todo,  aparte  del  precio,  tengo  otra 
razón  más  poderosa  para  tentarme  la  ropa  antes 
de  tomarlo. 

— Usted  dirá. 

— He  visto  salir  á  dos  mujeres... 

— i  Ya!  No  siga  usted;  se  trata  de  la  inquilina 
del  segundo,  que  se  nos  ha  entrado  por  sorpresa 
y  la  hemos  despedido.  Desocupa  el  cuarto  á  fin 
de  mes,  en  cuanto  consuma  la  fianza. 

— De  suerte  que  los  vecinos... 

— Son  de  lo  más  tranquilo  de  Madrid. 

— Ya  digo,  no  siendo  en  diez  dwos...  y  me 
corro  en  dos;  no  puedo  dar  más  que  ocho. 

— Vea  V.  al  amo,  ó  si  quiere  V.  le  veré  yo. 

— ¿Cuándo  termina  el  mes? 

— Faltan  ocho  días;  para  entonces  habi-án 
concluido  los  operarios,  y  el  cuarto  quedará  en 
disposición  de  ser  habitado. 

— ^Pues  bien,  mañana  ve  V.  al  amo,  pasado 
vuelvo  yo  por  la  contestación,  y  si  ésta  es  favo- 
rable, no  hay  más  que  hablar. 

— Corriente...  Mire  V.,  sentiría  que  no  nos 
arregláramos,  porque  tiene  V.  un  aire,  y  una 
cara...  Me  parece  V.  una  persona  formal;  en  fin, 
me  ha  petado  usted. 


— Muchas  gracias. 

— No  las  merece. 

— Conque,  entendidos  ¿verdad? 

— ¡Ya  lo  creo! 

— Contando  con  que  la  del  segundo. 

— Por  supuesto. 

— Pues  hasta  pasado  mañana. 

— Hasta  cuando  V.  quiera,  señorito. 

La  do  aquella  tarde  fué  la  peor  comida  de 
cuantas  verifiqué  en  la  casa  de  huéspedes;  dos 
de  éstos,  por  si  era  ó  no  era  Catalina  buen 
autor,  por  si  Gayarre  cantaba  ó  no  cantaba  con 
más  arte  que  Masini,  atronando  el  comedor,  se 
dijeron  mil  picardías;  volcaron  tres  copas  llenas 
de  vino;  i'ompieron  una  fuente;  y  la  criada,  que 
en  otra  servía  un  guiso,  fué  á  chocar  de  un 
codazo  contra  la  repisa  de  la  chimenea,  vertien- 
do el  contenido  de  aquélla  sobre  la  levita  de  un 
comensal.  Nos  quedamos  sin  principio.  Yo  me 
retiré  á  mi  habitación,  mohíno  y  enfurruñado, 
diciendo  entre  dientes: 

— Aunque  no  lo  bajen ,  mañana  tomo  el 
cuarto. 


(Se  continuará.) 


Jl'.\N   TOM.ÁS   S.\LVANY. 


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HEBO  (fnadro  de  Sichcl) 


T,\  TT.T'STHArTOX  TBERICA 


REVISTA  científica 


RaMtaioa  d«  lo  puiriíe.-lUí  lobra  aroncM 

M.  E.  Z<d»  ha  añadido  con  í>i  Of>ra  un  canto 
iti.is  ¿  so  poema  pesimista  de  la  animalidad  hu- 
ii.ana,-» — docln  recienfciuente  Jwles  Lemaitre  en 
uno  do  sus  brillaiuisiinos  artículos  de  critica  li- 
•   -.ria. — Sin  dnda  que  valdría  más  que  los 
Kres  de  talento  se  dedicasen  á  cantar  las 
'.encías  y  perfecciones  de  la  humanidad, 
.  ¿qué  le  vamos  á  hacer  si  á  cada  momento 
Ki  ualidad  parece  poner  cruel  empeño  en  hu- 
] ülnr  !:->  to  que  tenemos  en  el  maravilloso  em- 
Por  duro  que  sea  tener  que 
;.>davía  muchas  capas  huma- 
nas sumidas  en  la  animalidad  más  repugnante, 
lío  de  otra  suerte  se  concibe  un  salvaje  cri- 
men cometido  hace  pocos  días  en  un  pueblo  del 


Morbihau.  crimen  quo  prescindiendo  do  su  le- 
rocidad  puede  consideraree  como  un  Hoi-umento 
elocuentísimo  del  ari-aigo  de  ciertas  supersticio- 
nes en  el  magín  del  vulgo. 

Diremos  ante  todo  quo  el  Morbihan  e.s  una 
de  las  comarcas  máa  atrasadas  de  Francia;  aun- 
que parece  imposible,  profesába.se  allí  toda- 
vía el  paganismo  en  tiempo  de  Luís  XIV, 
mas  no  ol  paganismo  helénico  6  romano  sino  el 
brutal  fetichismo  de  los  australianos  ó  del 
Congo,  especialmente  el  fetichismo  litoliUrico, 
6  sea  la  adoración  de  ciertas  piedras.  En  un 
pueblo  de  dicha  región,  vi\-ia  pues  una  familia 
de  molineros,  compuesta  de  los  padres  y  cuatro 
hijos, — dos  varones  y  dos  muchachas.  Una  do 
éstas,  muy  linda,  un  tanto  coquetuela  y  algo 
sabedora  de  lectura  y  escritura,  veíase  reque- 
brada por  los  mozos  del  lugar  á  quienes  proba- 
blemente encontraría  demasiado  brutos  pai'a 
merecer  su  blanca  mano, — pues  blanca  debería 


ser,  como  de  molinera.  Esther,  que  así  se  lla- 
maba la  mozuela,  era  festejada  y  estimada  como 
nadie,  y  esto  engendró  celos  en  el  ánimo  de  su 
familia,  recibida  siempre  con  repulsión  por  los 
vecinos,  á  causa  quizAs  de  su  imponderable  es- 
tupidez. FuéronsR  los  padres  á  consultar  con  el 
reverendo  párraco  sobre  la  diferencia  que  se 
advertía  entre  las  simpatías  do  que  gozaba  Es- 
ther y  la  aversión  que  inspiraban  ellos,  dolién- 
dose de  paso  de  la  esquivez  de  la  doncella  en 
aceptar  ninguno  de  los  bueno»  partidos  que^  le 
salían  para  casarse,  á  lo  cual  contestó  el  señor 
rector,  émulo  do  Bossuet,  que  Esther  «.eduba  fO- 
atida  itel  demoino  de'  ornullo.y 

No  cayó  en  saco  roto  la  opinión  del  párroco. 
Celebróse  un  conciliábulo  y  decidióse  quo  ya 
que  Esther  tenía  metido  en  el  cuerpo  el  denw- 
iiio  del  orguVo  y  costaría  muchos  cuartos  hacér- 
selo echar  por  los  curas  especialistas  en  tales 
materias,  lo  mejor  seria  que  los  hermanos  se 


PLAFÓN   DECORATIVO  (Fresco  de  Paul  Baudiy) 


'  iicart'a<i<-n  de  ejecutar  ellos  mismos  la  opera- 
•  ••'i:.  TnijTí,  iná.-i,  en  cuanto  la  familia  sabía  por 
el  modus/''d'vdi.  Así  ñié:  metieron 
:irto  á  la  desgraciada  Esther;  echaron 
la  llave;  ]<<»  dos  hermanos  desnudaron  á  la  jo- 
ven y  iiiif  i.fiii.'í  la  otra  chica  y  los  viejos  esta- 
ban 'a  letanía,  ellos  con  un  berbiquí 
pra-  •  ;iiri)  agujeros  en  el  cuerpo  de  la 
dfi*'.  uno  en  la  frente,  otro  en  el  vien- 
tn-  \  ..,  .  . ,,  cada  pierna,  pero  con  indecible 
a.-^'iiibro  no  vieron  que  e.scapase  por  ninguno  de 

r-llr.-i  <■!  (/<v '' í/i  ^u/fo;  sólo  se  escapó  mucha 

-.-.ii;ín-,  \  ;;i  vida. 

N'    :  ■;.  II. po  sin  que  se  notase  en 

'd  }■  :■  n  de  la  linda  molinera: 

')  y  «in  esperar  á  que  los  tri- 

.  an  el  caso,  fueron  cogidos  los 

:.  .•  -■icj»  y  (Xuiplicí*  del  fraticidio  y  encerrados 

•  !i  un  maniconii<>. 


Se  nca  pen 
ooofonDcs  cr.-i 
matadorevnr' 


Í-T>  H 


nos  manifestemos  dis- 

ón  dada  al  asunto:  los 

locos,  sino  simplemente 

mió  e.H  para  el  loco,  no 

a  á  la  í-KCuela, 

'    '1  dfjctor  Ez- 

n  meterse 

..  io  alli  agu- 

un  berbiquí;  esto  proce- 


de de  ignorancia,  de  falta  de  instrucción,  no  de 
perturbación  de  la  mente. 

Véase,  pues,  si  tiene  razón  Zola  al  ijispirar.se 
en  la  animalidad  humana  para  escribir  toda 
una  voluminosa  biblioteca.  La  superstición  por 
una  parte,  la  sensualidad  bestial  por  otra,  re- 
tienen todavía  á  gran  parte  de  la  humanidad  en 
los  tenebrosos  fondos  á  donde  no  llega  la  noble 
luz  de  la  razón  suprema  y  libre. 

Esos  hechos  hon-ibles,  como  el  que  acaba  de 
tener  efecto  en  el  Morbihan,  si  pueden  desalen- 
tar por  un  momento  al  pensador  creyente  en  el 
progreso,  arraigan  en  cambio  la  convicción  de 
la  necesidad  imperiosa  do  extender  la  instruc- 
ción, aún  valiéndose  para  ello  de  los  procedi- 
mientos más  tiránicos.  Seres  como  los  que  han 
llevado  &  cabo  la  hazaña  que  hemos  referido, 
son  un  peligro  social,  pero  un  peligro  que  puede 
combatirse  mediante  la  propagación  enérgica  de 
las  luces. 

Y  no  se  tome  por  vana  declamación  lo  que 
decimos,  porque  la  verdad  os,  como  escribe  un 
sabio  ilustre,  M.  Girard  de  Rialle,  «que  los  pro- 
gresos hechos  por  la  humanidad  á  través  de  las 
edades  no  son  realmente  apreciables,  fuera  de 
las  cosas  de  la  industria,  más  que  en  un  número 
relativamente  corto  de  individuos,  y  que  las 
masas  profundas  de  las  ¡¡oblaciones  so  libran 


muy  poquito  á  poco  de  los  lazos  de  las  antiguas 
supersticiones,  ingertas,  por  otra  parte,  unas 
en  otras  y  á  menudo  toleradas,  aceptadas  y  aun 
adoj)tadas  por  sistemas  teológicos  de  una  gran 
elevación  moral»  (1). 

No  jiretendcnios  que  con  la  propagación  de  la 
instrucción  puedan  crearse  caracteres  como  los 
de  un  Espinosa,  un  Littré,  un  Sanz  del  Río  etc., 
pero  cuando  menos  quizás  po(lrian  hacerse  abor- 
tar esos  espíritus  que  imbuidos  do  superstición 
llevan  luego  á  la  práctica  sus  bárbaras  concej)- 
ciones  sobrenaturales,  como  los  molineros  del 
Morbihan  y  otros  que  no  son  molineros  ni  inor- 
bihancses,  pero  que  no  por  eso  dejan  quizás  de 
clavar  una  puñalada  por  la  espalda  á  los  que 
suponen  tienen  diablos  en  el  cuerpo. 


*  * 


I 


Asi  como  á  raiz  de  haber  cumplido  M.  Che 
vroul  su  siglo  de  existencia  todo  se  volvió  des 
cubrir  centenarios,  más  ó  menos  auténticos 
pasa  ahora  lo  mismo  con  los  y<yuiiavfes,  citan 
dose  numerosos  casos  de  personas  hechas 
prueba  de  hambres, — aunque  sin  olvidarse  po 
eso  de  algunos  que,  menos  acostumbrados  á  1 
dieta   absoluta  de  alimentos,  han  i'allecido  d 


(I)    1,11  Mi/tlmlogie  comparée,  img,  ■¿¿1. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


'l'A 


inedia  al  cabo  de  un  tiempo  más  ó  menos  largo. 
Pero  sobre  esto  último,  dijo  ya  lo  suficiente  el 
Dante  en  el  episodio  del  conde  Ugolino  y  sus 
tres  hijos  y  ofrecen  también  sobrados  ejemplos 
nuestros  maestros  de  escuela  y  aun  alguno  que 
otro  subsecretario  de  Ultramar;  (parece  que  al- 
gún otro  ex-subsecretario  de  lo  mismo,  escar- 
mentando en  cabeza  ajena,  ha  tomado  á  tiempo 
las  oportunas  precauciones).  Hablemos,  pues, 
únicamente  de  los  que  no  se  mueren  por  no  co- 
mer, empezando  por  la  noticia  que  ha  corrido 
estos  días  por  los  periódicos  respecto  á  existir 
en  xm  pueblo  de  la  provincia  de  Orense  una  mu- 
jer que  hace  cincuenta  años  no  ha  comido  ni 
bebido  apenas.  En  tal  caso,  Galicia  tendrá  el  pri- 
vilegio de  poseer  las  mujeres  menos  comilonas 
que  hay  en  toda  la  redondez  de  la  tierra,  pues  se 
habló  también  de  no  recuerdo  que  S'inte ,  —  con- 
temporánea,— de  por  allí,  que  hacía  once  años  no 
probaba  bocado,  aunque  la  tal  no  se  movía  de  la 


cama,  y  la  quintañona  de  ahora,  anda,  aseguran, 
por  aquellos  trigos,  como  pudiera  hacerlo  otra 
cualquiera  labradora. 

Ahora  bien:  ¿puede  ser  eso?  ¡Pásmense  mis 
lectores!  Yo  no  diré  que  sí,  pero  tampoco  diré 
que  no  pueda  sor.  Constan  con  toda  certeza  mul- 
titud de  casos  de  este  género;  sobre  todo,  es 
considerable  el  número  de  mujeres  místicas  que 
han  podido  pasarse  muchos  días,  meses  y  aun 
años,  privadas  de  todo  alimento;  poca  gracia 
tiene  el  ayuno  de  Santa  Eufrasia,  que,  después 
de  haber  sido  tentada  por  el  demonio,  permane- 
ció siete  días  sin  comer;  mucho  más  serio  fué  el 
ayuno  de  San  Alberto,  pero  ya  es  mucho  el  caso 
de  Cristina  Michelot,  una  amenorreica,  que  per- 
maneció tres  años  sin  probar  bocado,  conten- 
tándose con  beber  agua;  (observación  comunica- 
da por  Landrillon  á  la  Academia  de  Ciencias  de 
París,  en  1756  (1).  Estos  ayunos,  casi  vulgares 
entre  los  fakires  hindos,  se  explican  sencilla- 


mente por  la  reacción  de  lo  moral  sobre  lo  físico, 
perfectamente  estudiada  hoy  día  siguiendo  el 
impulso  dado  por  Cabanis  ya  á  fines  del  pasado 
siglo,  y  también  por  el  gran  poder  de  la  volun- 
tad, como  suponemos  ha  sucedido  con  Merlatti. 

El  doctor  Cheron  ha  exhumado  con  este  mo- 
tivo la  historia  de  un  canónigo  de  Noyon,  que 
comenzando  el  miércoles  de  Ceniza  de  1460  se 
pasó  tres  años,  ocho  meses  y  doce  días  sin  co- 
mer. Con  todo,  antes  de  comenzar  su  prolonga- 
do ayuno,  habíase  preparado  el  buen  señor  un 
brevaje  en  que  entraban, —  naturalmente, — un 
cocimiento  do  lagaitos,  víboras  y  sapos;  los  co- 
rrespondientes extractos  de  vegetales  narcóticos 
y  los  indispensables  polvos  de  ra/mt  mortui. 
Como  hace  observar  M.  Cheron  no  era  muy  di- 
fícil que  la  ingestión  de  una  cucharada  del  tal 
líquido  le  quitase  al  digno  canónigo  las  ganas 
de  comer. 

En  fin,  hemos  creído  conveniente  reproducir 


CULLERCOATS  (INGLATERRA):  EL  DESCARGADERO 


la  receta  del  eclesiástico  noyonés  porque  dado 
el  furor  que  les  ha  entrado  á  las  elegantes  por 
volverse  flacas,  quizás  podrán  ponerse  á  dieta 
para  conseguir  su  intento,  sin  peligro  de  perder 
con  la  grasa  el  finísimo  pellejo  que  la  cubre. 


Alfredo  Opisso. 


EL  REGALO  DE  REYES 


— ¡Pero  estás  muy  empecatada,  criatura,  no 
vas  á  dejar  cacharro  sano!  ¿En  qué  piensas? 
¿Qué  te  ocurre? 

La  pobre  Maruja  atortelada  y  como  abstraída 
no  replicó  palabra  á  semejante  apostrofe;  miró 
como  una  tonta  á  su  ama,  púsose  muy  encarna- 
da, medio  gruñó  entre  dientes  una  torpe  excusa 
y  estropajo  en  ristre  y  enjabonando  la  loza  como 
si  le  corriera  prisa  continuó  con  afán  su  tarea, 
ahora  desportillando  una  taza,  luego  rajando  un 
va.so,  más  tarde  quitándole  el  asa  á  un  puchero, 
con  harto  escándalo  de  la  señora  Bruna  que  no 
ce.saba  de  repetir  hecha  un  basilisco: 

— ¡Pero  mujer!...  ¡Pero  borrica!...  ¡Pero  tienes 
manos  de  hierro!...  ¡Pero  eres  el  espíritu  de  la 
destrucción! 


Maruja  callaba  y  seguía  fregando  sin  reposo, 
en  tanto  la  señora  Bruna  secaba  el  servicio  de 
mesa,  después  de  aclararlo  y  lo  colocaba  luego 
en  los  basares  muj'  emperejilados  con  papeles 
de  color  de  rosa.  Allá  junto  al  fuego,  bajo  la 
ondulante  sarta  de  chorizos  y  morcilla  que,  se- 
cándose al  humo,  de  dosel  servían  á  la  ennegre- 
cida campana  de  la  chimenea,  casi  tostándose 
los  pies  en  las  brasas  desceñida  la  faja  azul  y 
con  aspecto  cansino,  dormitaba  el  señor  Zoilo, 
tirando  con  fruición  de  un  cigarrazo  de  papel 
en  el  que  ardía  á  buen  seguro  y  malísimamente 
liado  .su  medio  cuarterón  de  tabaco.  No  lejos  de 
la  lumbre  roncaba  el  corpulento  mastín  hecho 
una  rosca,  y  el  rubio  gato,  que  de  cuando  en 
cuando  abría  sus  ojos  y  se  enteraba  de  lo  que 
acontecía  en  torno,  dejando  oir  su  más  plácido 
gruñido  habíase  acomodado  blanda  cama  entre 
las  patas  del  perro.  Un  candil,  limpio  como  el 
oro,  colgado  sobre  el  fogón,  acaso  humillado 
ante  la  mucha  luz  que  el  hogar  despedía,  tal  vez 
por  falta  de  aceite  y  sobra  de  pábilos,  daba  las 
últimas  boqueadas  en  tanto  las  llamas  de  la  ho- 
guera en  la  que  se  quemaba  el  tronco  de  Navi- 
dad, como  persiguiéndose  unas  á  otras  y  ten- 


(li     Alfred  Mftiiry.  Lo.  Uagie  it  V  Asírolog  e  dans   l'anti- 
quité  et  au  mogenage,  p,  304. 


diendo  á  subir  chimenea  arriba  en  biisca  de  su 
amigo  el  aire,  iluminaban  con  un  resplandor 
claro  y  alegre  las  paredes  dadas  de  j'eso  de  la 
cocina,  los  taburetes  y  la  mesa  de  pino  sin  pin- 
tar, el  curioso  fregadero,  el  aseado  pié  de  los 
cántaros  del  agua,  los  relucientes  azulejos  del 
fogón,  la  cobriza  batería  de  caceíolas  y  sartenes, 
los  basares  adornados  de  colgadui-as  de  papel, 
la  escopeta  y  el  cuerno  apoyados  junto  á  la  ven- 
tana, los  machos  próximos  al  fuego,  algunos 
chismes  de  labranza  tirados  aquí  y  allá  y  varios 
trebejos  de  todos  oficios  arrojados  por  todas 
partes,  que  el  señor  Zoilo,  si  era  labrador  de 
profesión,  gustaba  de  la  caza,  y  activo  como  él 
solo,  mataba  los  ratos  libres  que  le  dejaban  sus 
labores  y  no  sé  qué  cargo  do  justicia  que  en  el 
pueblo  ejercía,  en  perjeñar  y  hacer  con  no  poca 
maña  trastos  de  carpintero.  Fuera...  cualquiera 
asomaba  á  fuera  las  narices.  Soplaba  un  viente- 
cilio  sutil,  se  había  entrado  la  noche  oscurísima 
y  empezaba  á  caer  la  nieve  en  silenciosos  copos. 
Por  fin  quiso  Dios  que  se  acabase  el  fregado; 
dio  la  líltima  mano  la  señora  Bruna  á  los  ca- 
charros, encarándose  con  su  marido,  le  gritó: 
— Oye  tú,  Zoilo,  despabílate  que  vamos  á  echar 
un  tute, — y  á  renglón  seguido  la  gruñona  mujer 
le  dijo  á  la  criada: — súbete  á  acostar. — Pues  aho- 
ra pongo  yo  mi  zapato, — refunfuñó  Maruja  para 


COJIO  Eli  PEZ  EN  EL  AGUA  (Cuadro  de  Eerrc 


nte  en  el  Museo  Nacional.— Dibujo  de  P.  y  Valor) 


M 


L-\  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


st»  •denm».  pero  no  lau  bajo  «iUf  »io  iKMvibiese 
abro  U  «'!'.•'■'■  Tí""!!». — ¿Qn¿  mascullas  boy  de 
mu,i,t,^«_  éjrta    eu    tanto  sacaba   K^s 

níuM»  del  «...j-..  >i<>  la  lueisn— Xada,  sofiora. 
bmul, — y  la  *ir\-ienta  eiulorcuS  sas  pastw  por 
uilp)et*'«iK*lerm  qnr  ■  '  -  ..•--.).,  .......1,..;,, 


iPobre  criatura!  Tosía  con  frecuencia,  era  de 
complexión  delicada  y  débil,  tenia  el  pecho  muy 
hundido,  las  mejillna  muy  pálidas  y  los  pómu- 
los muy  salientes;  apenas  contaría  ti-ece  años  y 
estaba  en  esa  edad  crítica,  en  la  que  el  ángel 
pienle  sus  alas  v  se  trasforma  en  mujer.  No  se 


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la  podU  llamar  f^a,  annqne  no  pasaba  de  gra- 
bien  qii«  ■ '  '  '  trabajo  y  la  mucha 

i  le  robaba  .  á  «n  cara,  fulgores  á 

MM  ojoK,  brillo  4  »u  pelo  y  redondez  á  en»  for- 
mas. De  ordinario  ae  cata  de  saefio  al  terminar 
soa  tarean;  aquella  noche  aobia  Mamja  las  es- 
calcraa  mny  desvelada,  con  más  seguros  andares 
T  nn  si  M  DO  es  inquieta  y  febril.  Las  palabras 


de  la  mocosa  de  la  hija  de  la  señora  Bruna, 
repercutían  sin  ccHar  en  los  oídos  de  Maruja, 
atronándole  el  tímpano  con  inusitado  y  constante 
machaqueo: 

— Esta  noche  vendrán  los  Reyes  á  traerme 
un  regalo,  ¿verdad  madre?  Dejaré  uno  de  mis 
zapatos  en  el  balcón  de  la  sala. 

Así  había  dicho  la  niña  al  acostarse,  y  la  idea 


del  regio  presente  volvía  loca  á  Maruja.  Ya 
recordaba  olla,  va,  que  ol  año  anterior  trajeron 
esos  señores  Magos  á  su  amita,  un  enorme  mu- 
ñeco con  una  do  rasos  y  seda  que  era  lo  que  ha- 
bía que  ver.  Pues  lo  que  es  esto  año  no  se  que- 
daba lilaruja  sin  regalo.  Descalzóse  para  que  no 
sintieran  sus  pasos,  concluyó  de  subir  la  esca- 
lera, atravesó  sin  ruido  la  sala,  abrió  el  balcón 
que  daba  á  la  plaza,  y,  con  cautela,  como  si  do 
algo  malo  se  tratase,  dejó  uno  de  sus  recios  bor- 
ceguíes pegadito  A  la  barandilla  do  verde  ma- 
dera del  balcón.  Luego  desanduvo  lo  andado  y 
so  acostó.  Pero  un  demonio  cogió  ol  sueño. 

Hecha  un  ovillo  y  tiritando  de  frío  permane- 
ció insomne  en  la  cama.  Que  cosa  tan  extraña, 
¡no  podía  dormir!  Y  si  cabeceaba  so  le  ofrecían 
ante  sus  ojos  lujosas  cabalgatas  y  unos  señores 
muy  ricamente  vestidos  con  unos   criados   de 
cara  de  cisco  y  unos  camellos  con  no  sé  cuántas 
jorobas.  Traían  repletos  sacos  de  juguetes  y  los 
colocaban  sobre  su  cama,  diciéndole  los  señoro- 
nes: para  tí.  ¡Para  ella!...  Y  al  irlos  á  coger 
Mamja  se  despertaba.  Poníase  entonces  á  rezar 
para  que  los  Reyes  se  acordasen  de  traerla  algo, 
y  murmuraba  entre  sus  oraciones, — ¡señor  Dios, 
mándeme  usía  una  muñeca  que  hable  como  la 
de  la  hija  de  la  alcaldesa! — Así  estuvo  mucho 
tiempo;  Dios  sabe  cuanto.  Al  cabo  no  pudo  re- 
sistir más  la  tentación;  se  puso  las  medias  y 
una  falda,  se  cubrió  los  hombros  con  un  pañue- 
lo, y  á  obscuras,  á  tientas,  con  sigilosa  planta, 
temblando   toda   se   salió   de   su   alcoba   y  se 
encaminó  á  la  sala,  abriendo  un  poquito  el  bal- 
cón, lo  suficiente  para  ver  que  allí  estaban  su 
zapato  y  el  de  su  amita,  pero  vacíos.— ¡Si  no 
vendrán!... — pensó  Maruja,  con  zozobra.  Volvióse 
al  lecho,  tomó  á  sus  rezos  y  á  sus  sueños  y  á 
despertar;  no  se  oía  en  la  casa  ni  el  más  peque- 
ño ruido;  debía  de  ser  muy  tarde.   Otra  vez 
comenzó  á  dar  vueltas  entre  las  sábanas  y  otra 
vez  se  vistió  y  otra  vez  se  fué  al  balcón  de  la 
sala.  ¡Cielo  santo!  El  zapato  de  la  amita  tenía 
una  muñeca  con  sobrefalda  y  rubios  cabellos  y 
un  traje  hermosísimo  de  raso.  Pero  el  zapato  de 
ella...  en  su  zapato  no  había  nada.  ¡Dios  mío! 
Habían  llegado  ya  los  Reyes  por  lo  que  se  veía, 
y  sin  embargo,  ni  el  más  mínimo  regalo  en  su 
borceguí!...  ¡Sino  se  acordarían  los  Reyes  de  las 
niñas  pobres!...  Pero  aquel  señor  Dios  ¿en  qué 
pensaba?  Descorazonada   y   dando  diente  con 
diente  se  volvió  á  su  cuarto.  Tal  vez  no  se  fija- 
ron en  su  borceguí,  pero  no  había  que  perder  la 
esperanza;  puede  que   hicieran  otra  visita  al 
pueblo.  Dos  veces  más  fué  al  balcón  y  dos  veces 
más  sufrió   un   nuevo   desengaño.  Tornó  una 
tercera;  era  de  madrugada  y  entonces  se  levantó 
iracunda  y  nerviosa;  ya  no  rezaba,  abrió  el  bal- 
cón; el  borceguí  continuaba  vacío.  Entróle  mu- 
chísima rabia,  llamóles  tíos  á  los  Reyes,  y  sin 
poderse  contener,  agarró  la  muñeca  del  zapato 
de  su  amita,  la  tomó  con  ternura  entro  sus  bra- 
zos y  escapó  con  ella  á  su  dormitorio.  Una  vez 
en  él  le  dio  mil  besos  á  la  muñeca,  la  estiró  el 
trajecito,  la  dijo  cariñosamente  pobrecita  y...  de 
pronto  se  echó  á  temblar  llena  de  miedo. — ¡Soy 
una  ladrona!... — pensó...  ¡Y  su  amo  que  era  de 
justicial...   ¡Dios  mío!...  la  que  se  iba  á  armar 
por  la  mañana.  Se  vio  en  la  cárcel,  en  un  cala- 
ííozo  muy  obscuro  y  con  muchos  ratones.  Lo 
mejor  era  volver  la  muñeca  al  Vjalcón.  Pero  ¡de- 
jaría, desposeerse  de  ella!   ¡Nunca!  Tomó  una 
resolución  desesperada;  huir.  Se  arropó  con  un 
mantón,  se  puso  unas  chanclas  viejas,  bajó  des- 
paciosamente á  la  cocina,  abrió  con  silencio  el 
pórtico  que  siempre  quedaba  con  solo  el  pesti- 
llo, y  sin  soltar  la  muñeca  de  sus  amores,  dióse 
á  correr  por  la  plaza  y  se  perdió  por  una  calle- 
ja. Nevaba  ¡cómo  nevaba!  Los  copos  impulsados 
por  el  aire  le  azotaban  á  Maruja  la  cara,  cortán- 
dosela materialmente.  Y  el  viento  hacia  música... 
por  las  encrucijadas,  con  un  huo  lastimero  que 
asustaba.  No  podía  seguir  su  camino  con  aquel 
viento  y  aquella  madnigada.  Entonces  se  refu- 
gió en  el  quicio  de  la  primera  puerta  que  halló 
al  paso,  acurrucóse,  murmuró  tiritando, — ¡pobre- 
cita!...  ¡Se  me  va  á  helar!... — Arropó  bien  á  la 
muñeca,  la  dio  un  beso  y  se  puso  á  cantarla  un 
estribillo  para  que  se  durmiese.  Seguía  nevando 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


27 


con  furia,  el  viento  arreciaba  y  el  ñio  aumentó 
de  atroz  manera.  Poco  á  poco  sintió  Maruja  una 
pesada  somnolencia,  algo  como  entumecimiento, 
se  rebujó  cuanto  pudo  en  su  pañolín,  inclinó 
sobre  el  pecho  su  cabeza  y  al  cabo  le  acometió 
un  sopor  profundísimo  mejor  que  sueño.  Y  se- 
guía nevando  con  furia  y  la  nieve  comenzó  á 
arremolinarse  en  torno  á  aquel  cuerpecito  de  la 
chicuela. 

A  la  mañana  siguiente  advirtieron  varios  ve- 
cinos un  montón  de  trapos  en  el  quicio  de 
aquella  puerta.  Fueron  allá  y  se  encontraron  á 
la  Maruja  muerta,  heladita,  dura  como  una  pie- 
dra. Sonreía  como  sonreirán  los  ángeles;  en  su 
rostro  había  algo  muy  tierno  y  dulce  y  tenia  en 
sus  brazos,  estrechamente  abrazada,  una  pre- 
ciosa muñeca  de  rubios  cabellos,  y  ricamente 
vestida  de  raso. 

A.  PÉREZ  €r.  Nieva. 


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EN  EL  ANDAMIO 


El  día  amaneció  lluvioso  y,  ya  entrada  la  ma- 
ñana, comenzó  á  caer  un  aguacero  que  no  había 
de  cesar  hasta  la  noche. 

Poco  antes  de  las  siete,  fué  reviniéndose  un 
grupo  de  albañiles  en  una  de  las  esquinas  de  la 
calle  de  Alcalá,  frente  á  una  casa  de  seis  pisos, 
á  la  sazón  envueltos  de  arriba  abajo  por  una 
espesa  red  de  andamiaje,  entre  la  que  se  veía  el 
yeso  de  la  fachada,  picado  á  trechos  y  á  trechos 
desmoronado. 

Parecía  la  casa  un  enfermo  cuya  piel,  rugosa 
y  llagada,  cruzasen  diferentes  vendas. 

Dando  el  reloj  las  siete,  los  obreros  se  pusie- 
ron en  línea  y  se  contaron. 

— ¿Quién  falta? — preguntó  el  capataz  de  la 
cuadrilla,  que  había  echado  uno  de  menos. 

— El  manco, — respondieron  varias  voces. 

— Es  extraño;  siempre  viene  el  primero;  algo 
debe  ocurrirle. 

— Puede  que  esté  enfermo. 

— El  bizco  lo  sabrá,  que  es  el  novio  de  su 
hija. 

■ — ¿Oyes,  bizco? 

—Oigo. 

— ¿Qué  es  de  Juan? 

— ¡Yo  qué  sé! 

— ¿No  fuiste  anoche  á  su  casa? 

— Ni  vuelvo. 

— ¿Has  tronado  con  la  Blasa? 

— Como  arpa  vieja. 

— Basta  de  conversación,  y  á  trabajar,  que 
ya  es  hora, — dijo  el  capataz,  interrumpiendo  el 
diálogo. 

El  grupo  se  deshizo  y,  trepando  por  las  so- 
gas, fué  cada  cual  á  ocupar  su  puesto. 

De  allí  á  poco,  al  ruido  de  la  lluvia,  se  unió 
el  sordo  y  acompasado  golpear  de  las  piquetas 
en  el  muro. 

Era  preciso  andarse  con  mucho  cuidado;  el 
yeso  y  el  agua  habían  formado  sobre  las  tablas 
un  barro  suave  y  escurridizo,  y,  al  menor  mo- 
vimiento, podía  desviarse  el  pié  y  dar  con  un 
hombre  en  la  mitad  del  aiToyo. 

Media  hora  después  de  empezada  la  faena,  se 
presentó  Juan,  con  los  aperos  al  hombro. 

El  capataz  le  salió  al  encuentro. 

¿Se   te    bíin    pegado    hoy   las   sá- 


— ¡Qué! 
bañas? 


-No,  señor. 
-Traes    los 


ojos    hinchados    aún    por    el 


sueno. 

— ¡No  fuera  malo! 

— ¡Qué  te  ocurre? 

— Nada. 

— Pues,  aquí,  ya  has  ganado  tu  jornal. 

Juan  pensó  qvie  le  despedían. 

— ¿Qué  me  quiere  V.  decir?  . 

— Que  tienes  cuatro  reales  de  multa. 

— ¡Cuatro  reales! 

— Por  no  haber  venido  á  tiempo. 

— Lo  mismo  da, — repuso  más  conforme. 

Y  c.'inililünilii  <]f>  tuno,  ¡liifiilió; 


— ¿No  ha  venido  el  bizco? 

— Allí  le  tienes, — dijo  el  capataz,  señalando 
con  el  dedo  el  andamio  más  alto  de  la  es- 
quina. 

— ¿Podrían  hacerme  un  hueco  á  su  lado?... 
Tengo  que  hablarle. 


^Como  quieras. 

— Entonces,  con  su  permiso. 

— No  distraerse,  que  estamos  muy  atrasados 
y  los  jornales  vuelan.  ¡Ah!  oye;  te  perdono  la 
multa;  pero,  no  digas  nada,  porque  eso  sería 
dar  mal  ejemplo. 


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— Muchas  gracias. 

Juan  ocupó  su  sitio,  y  se  pviso  á  trabajar;  á 
cada  golpe  hundía  la  piqueta  tres  pulgadas;  te- 
nia los  ojos  como  puños,  los  labios  temblorosos 
y  la  respiración  desigual  y  fatigosa. 

El  bizco  le  miraba,  bien  á  pesar  suyo,  con  ojo 
torcido  y,  al  parecer,  no  muy  satisfecho  y  gus- 
toso do  la  vecindad  que  tenia. 


— Oye,  tú;  ¿es  cierto  lo  que  dicen  las  mu- 
jeres? 

— ¿Qué  dicen? 

— Que  has  dejado  á  la  Blasa. 

— Es  cierto. 

— Y,  ¿tú  sabes?... 

-¿Qué? 

— ¿Tú  sabes  que  la  Blasa  está  en  cinta? 


^AdÉiiidiliiilÉÉm 


LOS  VIEJECITOS  EN  CASA  (Cu«<lro  de  Cari  Qumow) 


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LA  n.USTRACION'  IBÉRICA 


— ^EsodkeelU. 
— Y  M  verdad. 

—y     '  r    -IODO- 

— ^^  ^  que  A  una  mujer  se  la  deja  en 

tal  estaa».  sm  mis  i:'  ixjue  se  te  haya 

j>(i<x$to  en  la  cabesaV  ~  (]iio  se  echa,  asi 

como  M  quiera,  eae  |>uüaav>  de  honra  á  una  fa- 
milia? ¿CVeea  que  ni  yo  ni  mi  mujer  tenemos 
pizca  4M  ver^gSensa? 

— ¡Yo  qni  aU 

— ¿So  tengo  jm  bastantes  hijos  á  quienes 
mantener,  qoe  quieres  darme  los  tuyos?  ^:Qué 
te  has  pensado,  qoe  te  vas  á  reir  de  mi"^ 

— Yo  no  digo  nada. 

— ¿Qné  motivos  tienes  para  romper  con  mi 
hija? 


— Ninguno. 

— ^¿Es  verdad  lo  que  dice  tu  madre,  que  no 
quieres  casart*  con  la  Blasa  porque  es  una  tal 
y  una  cual,  y  pretendes  á  la  hija  del  tabernero 
jKJrque  tiene  cuartos? 

— ¡Quién  hace  caso  de  mujei-es! 

— Te  han  visto  con  ella  muchas  veces. 

— Habladurías. 

— Te  he  visto  yo. 

—Juste*.!? 

— Sí,  yo;  la  otra  noche  entró  á  echar  unas 
copas,  y  tan  amartelado  estabas  quo  no  me  co- 
nociste. 

— Sería  casualidad. 

— ¡Casualidad!  ¿eh?...  Más  pronto  se  pilla  á 
un  eniImstiMT)  rnip  ¡I  un  ciijo.    ¡Casnnlidad!...   A 


mi  no  me  gusta  proceder  á  ciegas  y,  antes  de 
hablar,  me  entero  de  las  cosas.  Hoy  mismo,  en 
vez  de  venir  á  la  obra,  me  fui  á  hablar  al  tío 
Robles,  quien  dice  ser  cierto  quo  estás  en  rela- 
ciones cou  su  hija.  ¿Lo  negarás  ahora? 

— Y  bueno,  ¿qué?  Me  gusta  la  Clotilde.  ¿Qué 
se  le  importa  á  nadie? 

— Haberlo  pensado  á  tiempo. 

— ¿Quién  me  lo  impide? 

— La  Blasa  está  en  cinta. 

— ¡Que  no  se  hubiera  dejado! 

— ¡Mira  lo  que  hablas,  no  tengamos  luego 
que  sentir!... 

—¿Es  amenaza? 

— Tómalo  como  quieras. 

— Es  que... 


—¿Dejas  A  la  Clotilde? 

— ^íío,  no  la  dejo. 

— ¿Te  casarás  con  mi  hija? 

—¡Qué  m¿s  qnisiera  ella! 

—Piénsalo. 

— Por  pensado. 

— -¡Ah!  ¡Prefieres  que  te  rompa  el  alma! — 
gritó  Juan,  hf^cTio  una  furia. 

Los  albaOiles  se  volvieron  á  mirarlos. 

—¿A  mi? 

—A  tí. 

— No  hay  quien  me  rompa  á  mí  el  alma. 

Algunos  transeúntes  se  detuvieron  en  la  ace- 
ra de  enfrente,  ai  mido  de  la  disputa. 

— ¡Akom  mismo  vas  A  verlo! 

—¡Cono  no  se  la  rompa  V.  á  la...! 

Joan,  ciego  de  ira,  avanzó,  enarbolando  la  pi- 
qnMa  con  Mnbas  manos;  el  bizco  le  volvió  la 
espalda,  se  asió  A  las  sogas  que  sujetaban  el 
andamio,  y  cuando  le  vio  cerca,  ochó  las  pier- 
nas al  aire,  dándole  ton  fuerte  patada,  que  el 
viejo  perdió  el  equilibrio,  resbaló,  y,  dando 
voeltas,  fué  A  estrallarse  en  los  adoquines  de  la 
calle 


LUCRECIA  (Cuadro  (le  I.oreuzo  Lolto) 

fué  en  presidio,  la  viuda  pide  limosna  y  Blasa  se 
vende  al  vicio. 

No  hay  naila  más  vulgar  que  la  desgracia. 

Vicente  Colorado. 

^ 

NUESTROS  GRABADOS 


Lí    BIBMt    B*   nOTCNBKBa 

Cuadro  fíe  Lerche 

iQié  mlrlflo»  emoilAn  lado  lo»  tres  dl«rnoi  bibliófilos  al 
top^rM  nada  m^no»  que  ron  «qnplla  BPOIa  et'-mftiTipnte 
mpraorahl©  qii«»  ««116  de  la«  prendas  d«  Oiit.pMh«-g  í»ii  log  al- 
boreal  de  «n  Inrento  lnoom*»-ra^lft,  r^FuUando.  sin  embargo, 
una  obra  roaeatra  d  •  la  tlpograrial  iQué  Toliiptiio"o  plaeer, 
qné  enrl'^ld-^d  ardiente  «e  ve  r-  flí'lado  en  e*"'B  rontro*,  reve- 
lando  en  Im  bueno*  re'lifl  «"•  la  alien  d">  «ii'  Inii  llKen'-laay 
el  r»-flnamiento  d  .  miii  K'i«to<l  Dnire  emortón  de  que  no 
pned^n  tener  Ideal»  briiialHH  ad  rnd  pa  de  lo"  vlb  r  y  fá- 
rilra  pla<-ere<  de  la  maleri  ;d  llqnlo  reservad. i  KOlamenie  á 
la»  a  mw  eievadaa  que  dc<ipre«l«iUD  aii  f«Jo  de  papeles  del 
Baucu  á  trueque  de  un  ttieanuble. 

OOHIIÓ 

fíundro  de  Prank  Dramtfy 


Al  miif-rv)  iv  iievarun  al  cementrriú  el  lily./'j,  »> 

v«iui.uicrio,  eí  nuco  ,         como  m  ve,  eaUmo»  en  preaencla  de  una  obra  cutera- 


mente reátieta,  ejecutada  con  prodigiosa  habilidad  de  müno, 
llena  de  aire,  exactísima  de  luz,  y  lo  que  vale  mfts  que  todo, 
sincera,  natural,  espontánea,  fuerte.  Vengan  Dóminos,  aun- 
que sea  de  Inglaterra. 

LA    MATKRNIOAD 

Relieve  de  D.  Meñardo  Snnmarti 
Dibujo  de  P.  y  Valor 

Digna  es  esa  obra  de  lo  que  habla  derecho  ft  esperar  de 
sn  distinguidísimo  autor,  dando  con  ella  una  nueva  prueba 
de  su  poderoso  talento  y  magistral  ejecución. 

La  capital  de  España  pcdrrt  envanecerse  de  contar  con 
nna  Joya  ePCuUórIca  más  entre  las  que  ya  posee,  pne.s  ese  re- 
lieve está  desllnsdo  á  figurar  en  la  puerta  principal  de  la 
Casa  de  Maternidad  de  Madrid. 

H'RO 

Cuadro  de  A .  Slehel 

No  hay  psra  que  repetir  aquí  la  bl  torla  eternamente  la- 
men t»  ble  de  L'  flufl  í»  y  FI  ro,  sabid«  de  jóvenes,  de  vl<  jos  y 
de  niño«,  SIch' I  ba  representado  muy  a'-*  rlHdnm' nie  Ih  figu- 
ra de  U  desgraelíida  amsnte  del  Intrépido  nadudor,  I»  cuhI, 
como  se  ve,  meiocla  muy  bien  la  pena  de  darse  Leandro 
ak|Uellos  diarios  y  largos  remojones. 

pi.«Frt»  D«r(iRnivo 
Fretco   de  Paul  Baudty 

Conocido  unlversalmente  es  el  nombre  del  ilustre  cuanto 
malogrado  pintor  de  la  Graudo  Opera  de  París.  No  tenia 


LA  ILUSTEACION  IBÉRICA 


51 


ciertamente  Paul  Buudry  la  audacia  tmtoretttscn  de  Eugenio 
Delacroix,  ni  se  veia  en  sus  obras  la  monumental  grandeza 
de  las  de  Puvis  de  Clmvannes,  pero  gannha'es  á  ambos  en  se- 
veridad de  dibujo,  i  n  armonioso  colorido  y  en  modernismo, 
e-to  es,  en  la  facultad  de  inspirarse  más  que  ellos  en  las  pa- 
siones y  flspirncion'  s  contemí  óraneas. 

Paul  Biudry  era  vendeano,  nacido  de  humildíí-ima  fami- 
lia, y  ''eja  iníinidad  de  obras  esparcidas  por  diversos  monu- 
mentos públicos  de  Pmtís,  como  el  palacio  de  Luxembuigo, 
el  Panteón,  la  Grande  Opera,  etc.;  txistiendo  también  algu- 
nas en  el  castillo  de  Chantilly  y  en  casa  de  Vanderbilt,  de 
Nueva-Yol  k. 

CDLLKRCOiTS:  El.  DESOAROADBRO 

Pocas  localidades  habrá  en  Inglaterra  más  desconocidas 
de  la  generalidad  al  par  que  más  frecuentadas  por  los  artistas 
que  esa  aldehuela  de  pescadores,  asentada  en  la  costa  del 
Northumberland,  á  una  milla  de  la  desembocadura  del  Tyne 
y  colgada  en  la  punta  de  un  banco  de  rocas  batidas  sin  cesar 
por  las  olas  del  triste  Mar  del  Norte.  Por  el  dibujo  que  damos 
hoy  de  uno  de  los  paisajes  que  rodean  la  citada  aldea  podrá 
venirse  en  conocimiento  de  lo  pintoresco  que  es  aquel  lugar, 
tau  cuerdamente  explotado  por  los  marinistas. 

COMO    KI,   PEZ    KN    SL   AGU» 

Cuadro  de  Ferrandiz,  fxisUnte  en  el  Mvsío  Nacional 
Dibujo  de  P.  y  Valor 

Nunca  fuera  caballero 

de  damas  tan  bien  servido 

como  fuera  Lanzarcte 

cuando  de  Bretaña  vino; 

doncellas  curab^n  del, 

princesas  de  su  rocino, 
debía  repetir  para  su  sotana,  haciendo  las  oportunns  varian- 
tes, el  buen  padre  acabado  de  llegar  al  Parador  del  Amor  de 
Dios. 

El  insigne  y  malogrado  Ferrandiz  figuró  esa  escena,  tan 
picaresca  y  e-^pañola,  en  tiempos  ya  pasados,  pero  todavía 
resultarla  exacta  dándole  carácter  contemporáneo. 

PUENTE    DE   BADiJOZ 

Llamado  también  el  Pudente  de  las  Palmas,  y  de  fábrica 
romana,  lo  mismo  que  el  de  Alcántara,  de  Toledo,  es  una 
espléndida  obra  degranito,  contando  37  arcos,  bajo  los  cuales 
corre  majestuosamente  el  Guadiana. 

HOMERO,  CIEGO   Y    POBRIT,   CONSOI.XNDOSE   CON   SUS   CANTOS 

Bajo  relieve  de  Harry  Bules 

Esta  obra  se  recomienda  por  su  composición  bellísima  y 
por  su  carácter  decorativo,  refinadamente  itpiritual.  Cada 
figura  expresa  intensamente  la  emoción  de  que  está  agitado 
el  personaje;  vése  en  Homero  al  desgraciado  poeta,  privado 
de  la  luz  y  sumido  en  la  miseria,  mientras  que  el  hermoso 
grupo  que  le  escucha  queda  arrobado  al  dulce  son  de  su  lira. 
Hay  mucha  alma  en  esa  obra,  ajena  enteramente  á  las  archi- 
cursis  tradiciones  del  clasicismo. 

Lucrecia 
Cuadro  de  Lorenzo  Lotto 

Este  autor,  que  floreció  en  Veuecia  en  la  primera  mitad 
del  siglo  XVI,  fué  el  que  más  fielmente  conservó  las  tradicio- 
nes de  la  cálida  manera  del  Giorgione  La  dama  figurada  en 
ese  lienzo  es,  sin  embargo,  lombarda,  por  su  tipo  y  por  el 
traje,  pudiendo  calificársela  de  marimacho  á  no  ser  tan  her- 
moso su  semblaute.  En  cuanto  á  su  personalidad  es  un  mis- 
terio, pero  un  mistirio  trágico,  quizás,  pues  algo  significa 
tener  en  la  mano  una  pintura  representando  á  Lucrei'ia,  des- 
nuda, en  el  acto  de  darse  la  muerte  para  no  sobrevivir  á  su 
deshonra,  de  lo  cual  le  viene  llamarse  la  Lucrecia  á  ese  cua- 
dro. Añadamos,  para  acabar  de  poner  los  puntos  sobre  las 
Íes,  que  en  el  original  puede  leerse  en  el  papel  que  está  sobre 
la  mesa;  «Nec  ulla  Lucretia  impúdica  exemplo  vivet,»  cosa 
que  no  tiene  malicia,  que  digamos... 

C'onsérva.se  este  cuadro  en  la  galería  de  Dorchester  (Lon- 
dres). 

LOS     VIKJECIT08     ES     CASA 

Cuadro  de  Cari  Gussow 

Linda  e.'<.-!<'na,  á  pesar  de  la  avanzada  edad  de  los  prota- 
gonistas. También  tiene  la  vejez  su  poesía,  registrándose  en 
el  arte  numerosas  obras  inspiradas  en  el  tierno  afecto  de  los 
vi'jccilos,  desde  Filemon  y  Baucis  hasta  el  gracicso  idilio 
casero  representado  por  Gusst.w. 

M>TR    NA    ROM«N» 

Cuadro  de  Amas  Ciisioli.  —  Di''VJo  de  R.  Camins 

Las  fisuras  y  la  composición  d''  esa  obra  s<  n  cirrlamente 
mtiv  RgrMd^t.les  y  sinipalif-Hs,  pero  no  se  ve  que  ostt  nten  el 
sello  de  arcaísmo  que  debieran.  Con  todo,  importa  poco  el 
título;  es  nn  cuadro  llamativo,  y  la  señora  y  sus  fimulas  son 
todas  unas  arrogantei  matronas,  á  pesar  de  su  aire,  más  de 
ciudadanas  de  la  Roma  sdegnota,  con  sus  bulevares,  tranvías 
y  luz  eléctrica,  de  que  se  queja  el  pintor  Humbert,  que  no  de 
la  Roma  republicana  ó  imperial. 


KL   OBXCÜIO 

Cuadro  de  Waterhouse 

Este  cuadro  pertenece  al  género  sensaeionista,  6  para 
explicarnos  en  cristiano,  al  que  obtiíne  sien.pre  el  aplauso 
popular  por  la  viva  imprísión  que  |  reduce  á  primera  vi-ta, 
estando  al  alcance  de  la  compiínsión  del  vu'go.  Es  obra 
verdaderamente  notable  y  pinti-da  con  escrupulosa  exactitud 
en  los  pormenores  y  gran  conocimiei  to  del  juego  de  las  fiso- 
nomías, habiéndole  prop<  rcioLado  á  WalerLouse  uno  de  sus 
mas  justos  y  ruidosos  triunfos. 


*- 


SÁ  QUÉ  SABEN  LOS  BESOS? 


¿A  qué  saben  los  besos?— ayer  me  preguntaba 
una  hechicera  niña, — de  virgen  corazón, 
y  mientras  anhelante,- — su  vista  en  mi  clavaba 
así  yo  la  decía, — colmando  su  ilusión: 

Saben,  á  lo  que  sabe,- — gozar  en  el  misterio 
oyendo  las  promesas, — de  amor  de  una  beldad; 
saben  á  lo  que  sabe, — tras  duro  cautiverio, 
gozar  por  fin  sin  trabas, — la  ansiada  libertad. 

Al  jugo  que  de  flores, — extrae  la  mariposa, 
al  gozo  en  que  se  tornan, — los  días  de  dolor; 
¡El  beso  es  en  los  labios, — de  una  mujer  hermosa 
la  gota  del  roclo, — temblando  en  una  flor! 

Saben,  á  lo  que  saben, — los  soplos  de  la  brisa 
que  agitan  suavemente, — las  olas  en  el  mar; 
saben,  á  lo  que  sabe, — tener  una  sonrisa 
cuando  están  ya  los  ojos, — cansados  de  llorar. 

A  oir  contar  medrosas, — patrañas  y  consejas 
del  duende  ó  del  fantasma, — que  vaga  aterrador, 
saben,  á  lo  que  sabe, — la  miel  de  las  abejas; 
los  goces  de  la  dicha, — los  frutos  del  amor. 

Saben  á  lo  que  sabe, — la  gloria  tras  la  lucha; 
la  calma  venturosa, — tras  loco  frenesí... 
Así  saben  los  besos, — pero,  mi  bien,  escucha: 
¡no  se  los  des  á  nadie!... —  (¡á  nadie  más  que  á 

[mí!) 
José  Borras. 


-*- 


LA  FUENTE  DE  LOS  CURRUTACOS 


(continuación) 


LA   FUENTE 


Del  mismo  modo  que  existe  en  Madrid  la  ca- 
lle de  Preciados,  que  según  cuenta  la  fama, 
era  en  donde  vivían  los  más  rumbosos  caballe- 
ros de  la  corte,  existia  en  la  villa  de  N...  La 
fuente  de  Ion  currutacos,  que  era  el  punto  de 
cita,  por  las  tardes,  de  los  currutacos  más  aristo- 
cráticos, como  lo  era  por  la  noche  de  todos  los 
galanes  de  faja  en  cinto  y  de  baja  estofa. 

La  visitada  como  ensalzada /líe»  íe  se  elevaba 
al  pié  de  los  muros  de  la  villa,  y  estaba  dotada 
de  cinco  caños  que  prodigaban  fresca,  abundan- 
te y  cristalina  agua  que  abría  el  apetito  y  que 
aun  ayudaba  á  la  digestión.  Junto  á  ella  se  ex- 
tendía un  abrevadero  y  en  derredor  anchos  }' 
duros  canapés  de  piedra,  sombreados  por  altos 
y  pomposos  álamos,  donde  gorjeaban  pintadas 
y  canoras  avecillas;  álamos  que  con  su  bóveda 
de  follaje  prestaban  apacibles  y  perfumadas 
sombras  á  los  dichosos  mortales  que  cuo>ñlionn- 
nietite,  como  decían  en  el  pueblo,  se  reunían  en 
amena  sociedad. 

Allí  entre  dos  luces  se  citaban  alegres  y  afa- 
nosas las  doncellas  de  la  villa  y  en  aquel  sitio 
el  amor  plantaba  sus  reales  y  la  noche  prodi- 
gaba sus  sensuales  y  voluptuosas  sombras  á  las 
amarteladas  parejas.  Allí  se  repartían  anises, 
se  probaba  el  agua,  se  retozaba,  se  charlaba,  se 
cantaba  y  se  adoraba.  Allí  los  currutacos  iban  en 


busca  de  novia  y  las  doncellitasde  galán.  Allí  era 
el  cielo  de  las  guapas  mozas  y  el  infierno  de  aque- 
llas á  quienes  la  naturaleza  las  había  negado 
sus  encantos.  Allí  los  currutacos  enseñaban  á 
su  manera  el  catecismo  del  amor  y  de  allí  se 
pasaba  la  generalidad  de  las  veces  á  la  vicaria 
y  de  la  vicaria...  al  cielo  del  himeneo,  á  la  glo- 
ria de  las  glorias  para  aquellos  que  se  amaban 
y  se  casaban  á  impulsos  del  picaro  corazón. 

De  aquella  fuente  nacían  todas  las  serenatas 
amorosas,  todas  las  pendencias,  todas  las  intri- 
gas, todos  los  celos  y  recelos,  todos  los  disgus- 
tos, todos  los  líos,  todos  los  bromazos  de  mal 
género  en  carnaval,  todas  las  comilonas  cam- 
pestres entre  currutacos  y  doncellas  y  todos 
aquellos  enredos  más  ó  menos  subiditos  de  color 
que  constituían  la  muy  non  savcta  novela  aristo- 
crática y  popular  de  aquella  bendita  tierra. 

Una  apacible  tarde  del  mes  de  Setiembre, 
que  suelen  ser  más  que  deliciosas  en  la  florida 
vega  murciana,  formaban  amigable  tertulia, 
como  de  costumbre,  el  reverendo  padre  Nolasco, 
el  señor  boticario,  el  señor  licenciado  en  medi- 
cina, el  señor  notario  de  rentas  y  un  coman- 
dante de  marina  retirado,  que  había  perdido  la 
pierna  derecha  en  el  combate  de  Trafalgar. 

Aquellos  ilustres  varones  después  de  confe- 
renciar largamente  tocante  á  la  política  algún 
tanto  liberal  iniciada  por  el  Príncipe  de  la  Paz, 
llevaron  la  conversación  sobre  las  últimas  con- 
quistas llevadas  á  cabo  por  Bonaparte,  comen- 
tando sus  hazañas  como  si  fueran  las  de  un  semi 
dios. 

De  pronto  el  boticario,  que  era  un  célibe  ca- 
mastrón con  ojos  de  águila  y  garras  de  milano, 
exclamó  con  alborozo: 

— ¡La  viudita!  ¡la  viudita! 

Don  Leandro  se  puso  colorado  como  un  toma- 
te, levantóse  precipitadamente  de  su  asiento  y 
articuló   con  cierta  mal  reprimida  vehemencia: 

■ — Sí  ¡es  ella!  ¡es  ella! — añadiendo  por  lo  bajo: 
— Parece  la  diosa  de  la  tarde  montada  en  el  ca- 
ballo del  sol. 

Doña  María  Luisa,  modestamente  ataviada, 
ostentando  en  la  cabeza  un  abultado  gorro,  el 
ridiculo  en  el  brazo,  el  látigo  en  la  diestra,  mon- 
tada en  una  soberbia  muía  que  no  la  hubiera 
rechazado  el  padre  guardián,  y  acompañada  de 
un  mozo  de  labranza  de  ligero  pié  que  hacía  las 
veces  de  escudero,  se  presentó  en  la  plazuela 
de  la  fuente. 

Todos  los  currutacos,  sombrero  en  mano  in- 
cluso el  padre  Nolasco,  corrieron  á  su  encuen- 
tro. 

— Buenas  tardes,  señores, — murmuró  la  da- 
mita; — cúbranse  sus  mercedes  y  sírvanse  hacer- 
se á  un  lado,  que  la  bribonzuela  muía  ha  visto 
la  fuente  y  si  no  procuro  complacerla  mucho  me 
temo  que  no  dé  con  mi  cuerpo  en  tierra. 

— Para  algo  nos  dio  el  Señor  los  brazos, — ma- 
nifestó don  Leandro  abriendo  sus  remos. 

— Gracias,  doctor, — articuló  la  viudita. — Es 
su  merced  el  prototipo  de  la  galantería  con  es- 
pada y  casacón. 

El  arriero  tomó  por  la  rienda  la  rolliza  muía 
y  la  condujo  al  abrevadero. 

• — ¿A  dónde  vamos  gentil  amazona? — pregun- 
tó el  fraile  acariciando  el  lomo  de  la  muía. 

— A  la  granja,  si  su  paternidad  no  manda  lo 
contrario.  Se  acerca  mi  santo  y  he  de  dispo- 
nerlo todo  para  la  fiesta.  Inútil  es  decirles  que 
espero  que  todos  Vdes.  la  honrarán  con  su  pre- 
sencia. 

Todos  los  currutacos  inclinaron  la  cabeza  en 
señal  de  asentimiento. 

• — Tendremos  especial  gusto  en  ello, — se  apre- 
suró á  manifestar  don  Leandro. 

La  dama  mordióse  el  labio  para  ahogar  la 
risa  que  retozaba  en  su  boca  y  dijo  después  de 
una  breve  pausa: 

— La  invitación  se  hace  extensiva  á  toda  la 
la  familia.  Presumo  que  no  me  privará  V.  del 
placer  de  abrazar  á  doña  Cándida. 

El  golilla  palideció.  El  no  había  ni  remota- 
mente pensado  en  acudir  á  la  fiesta  con  su  cara 
mitad. 

La  muía  agitó  la  cabeza,  giró  sobre  sus  he- 
rraduras y  se  puso  en  marcha. 


L.\  II  r^ri;  mmhn  iükkiiw 


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s.   No  echpn  naUsdeH 

,  —dijo  inKÍ^ti(ii,l..  in 


•  11  Hatj:   : 

«Uma. 

—Adió*  hijita, — contestó  el  monjo. 

-  Adió»,  primaver»  de  la  vida,— articuló  don 

'-oncedA  mil  ventunut, — agregó 


t'a!'-ii 


'■•  1*  colme  de  bendicione»,— afiadió 
t/tiB  la  miad  no  la  abandone,— manifestó  el 


— Que  la  dicha  la  condiiz.ca  de  la  mano,— ex- 
clamó el  boticario. 

Y  entre  tantas  y  tantas  bendiciones,  como  llo- 
vidas del  cielo,  doña  María  Luisa  tomó  el  ca- 
mino de  sn  granja,  ansianflo  llegar  á  ella  antes 
que  se  ocultase  el  sol 

VI 

LA  GRANJA 

A  una  legua  de  la  villa  de  N...  se  extendía  la 
magnifica  y  deliciosa  hacienda  de  doña  María 


Lniüa;  granja  dotada  de  regadío,  bosque,  viña  ó 
yermo,  que  era  una  verdadera  bendición  de 
Dios. 

En  el  centro  de  una  espléndida  arboleda  for- 
mada por  pomposos  olivares,  fldí-idos  almen- 
dros, perfumados  azahares  y  arábigas  palme- 
ras, prodigando  benéfica  sombra  y  cobijando 
il  los  alados  jiájaros  que  con  sus  dulces  y  suaves 
trinos  se  comunicaban  sus  amores  y  dulces  de- 
vaneos, se  levantaba  un  vetusto  caserón,  com- 
puesto de  planta  b,^ja  y  de  dos  pisos,  dotíido  de 
capilla,  de  trujales,  de  inmensas  cuadras  con  .sus 
correspondientes  pesebres,  corrales,  fírandiosii 
salón,  pintado  coinedor,  cámaras  con  alcoba  y 
sin  ella,  galería,  desviines  y  despejada  azotea 
lara  tomar  el  sol.  " 

En  aquel  pintoresco  sitio,  que  parecía  ser  una 
lella  transición  entre  la  huerta  valenciana  y  la 
fértil  vega  de  Murcia,  doña  María,  ajena  de  fati- 
gas y  cuidados,  pasaba  los  cahirosos  días  de  ve- 
rano y  los  primeros  de  otoño,  entregada  d  todos 
'os  goces  campestres,  que,  aunque  monótonos, 
no  dejan  de  tener  para  muchos  sus  encantos. 

So  levantaba  con  el  sol,  bajaba  al  huerto,  to- 
maba asiento  en  una  pintoresca  gruta,  regalaba 
el  ])aladar  con  exquisito  chocolate,  acom])nu;ulo 
de  fre.sas  ó  de  higos  humedecidos  por  las  jwrlas 
del  rocío,  como  diría  don  Leandro,  probaba  el 
agua  de  la  fuente,  formaba  después  un  capri- 
choso ramo  con  las  más  exquisitas  flores  que 
poblaban  sus  jardines  y  adornaba  con  ellas  su 
gabinete  de  confianza  que  recordaba  los  arabes- 
cos camarines 

La  mañana  la  distribuía  andando  y  zaran- 
deando de  una  parte  á  otra;  ya  regando  las  al- 
bahacas  y  clavellinas  que  biotaban  en  las  mace- 
tas que  adornaban  y  engalanaban  las  anchas 
galería»;  ya  dando  do  comer  á  los  tienioHjialo 
mos  que  se  arrullaban  y  se  enamoraban  con  la 
mejor  intención;  ya  limpiando  con  sus  finísimas 
manos  las  jaulas  de  los  arpados  canarios  y  piji- 
tados  jilguerillos  que  alegraban  con  sus  trinos  el 
espacioso  comedor;  ya  vigilando  los  jionedores 
de  las  gallinas;  ya  repartiendo  el  maiz  á  los 
rollizos  y  majestuosos  gansos  que  se  pavo- 
neaban en  el  zaguán  llenando  los  aires  de  graz- 
nidos. 

Por  la  tarde,  después  de  la  .siesta,  tomaba  la 
aguja,  y  con  la  doncella  y  la  hija  del  mayordo- 
mo, daba  principio  á  la  labor,  empleando  en 
ella  tres  horas  largas,  que  las  más  do  las  veces 
se  deslizaban  hasta  el  anochecer  si  el  tiempo  ame- 
nazaba lluvia,  ó  apremiaba  la  costui-a. 

Terminada  la  cena,  la  solitaria  dama  encen- 
día el  velón,  se  enconaba  en  su  cuarto,  leía  sus 
autores  favoritos  que  eran  Santa  Teresa  de  Je- 
sús, el  teatro  de  Calderón  y  Lope,  las  poesías 
de  Quovedo  y  el  Lazarill»  de  Tonneii,  echaba 
cuentas,  punteaba  la  vihuela,  y  cuando  el 
acompasado  reloj  con  sus  vibrantes  camiianadas 
anmiciaba  las  diez,  sacaba  el  rosario,  rezaba  sus 
oraciones  y  terminado  tan  piadoso  ejercicio,  des- 
trenzaba sus  hermosos  cabellos,  depositaba  so- 
bro el  sofá  sus  visto.sas  faldas,  imprimía  un  beso 
á  los  sagrados  pies  del  Crucifijo  do  marfil  con 
cruz  do  ébano  que  señoreaba  su  alcoba,  matafta 
a  luz  y  se  deslizaba  entre  las  sábanas,  quedan- 
do envuelto  entre  telas  y  entre  sombras  aqnel 
precioso  y  bien  formado  cuerpo  íjuc  hubieran 
envidiado  las  hadas  y  hubiera  enloquecido  al 
Niño  Amor. 

Tal  era,  en  breve  compendio,  la  vida  que  lleva- 
ba la  culta  señora,  encerrada  en  su  granja,  sin 
otra  compañía  que  sus  doncellas,  la  familia  del 
maj'ordomo,  los  rústicos  labriegos,  el  leñador, 
el  leñoKo  y  los  gañanes,  ípie  la  admiraban  como 
á  la  divina  PasUira  que  se  veneraba  en  uno  de 
los  altares  de  la  vecina  iglesia  parroquial. 


(Se  continuará.) 


Francisco  Gras  y  Elías. 


tklBBItlCM;  (Mi^  }«^3«7.  hmUw,U^.-4t>múm  Ik  imhi  U  propiedad  irllMía  j  literafia.-L«  m\mmm  en  MadriM¡pí¡¡tot^^ 

)  INSÉRTESE  Ó  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  ( ' 


>:..*«*...««,To  T.ro«.i„co  M  B.  B*«i,*.-c*L«  o,  Vn..^«„„.^,  «o«.  17,  H».*«c„.  db  8a«  A^tonic-Bahcelona. 


"i    i"  jT"   I  i"i[j~"         i«i*0~""iTi      ^' Ttr~T~'""*Wii¡'i1i'i'TUW'i         TI      iftÍi~Illil"'iy~Ti  T"f"|i'"'i 

SEMANARIO     CIENTÍFICO,     LITERARIO     Y    ARTÍSTICO 


Año  V 


Barcelona  15  de  Enero  de  1887 


ITúm.  211 


LAS  vírgenes  locas  (.Cuadro  do  Pendron) 


o4 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


SUMA  RIO 

TmxTO.— JTadrM.  Osrfa*  á  wdpHwM,  por  Fcrnanflor.— Z.a 
«na  ii  Arir*  Ltrn  (oaoUnuarlóo),  por  Juan  Toma»  S«l- 
T««y .  -Awaiitm  y  >r«wi»io«.  por  Antonia  Oplssc-  ruó  y 
iM  «HU.  por  Oarloa  Caoo.— £<rM<a  ei>>Ki;^a,  por  Alfredo 
Opiao.— £a«  ümttomt»  tpoeala^,  por  Tomás  Camacho.— 
Knaalroa  (rabadoa.— !.<■  noeV  <f r  te  anxrtt  (po«sla),  por 
Vioente  RIt»  Palacio. -¿a  JuatU  (k  tot  eurrutamt  (eootl- 
BoadóD),  por  Francisco  Grai  y  Ellas. 

GaaB^DO*.— Las  Tlrgvncs  locas.-El  rio  San  Juan  (EsUdos- 
DnSdoa).— Kl  Peixcador.— Francceca  de  KImIni.- Isabel 
de  Kste.— Momento  de  peligro. -Lonei.—RomaDta  sin 
palabras.— La  enfermiu.— Joren  marroquí.-  Galantería. 
—La  Nik4  de  8amotr«cia. 


MADRID 


CA.IITA.S    A.    IwII    FTiZl^A. 


Los  saiiren toa  r  el  general.- La  muerte  de  do«  bandidos. — 
El  pintor  Domingo.— La  originalidad  y  el  plagio. 

LGUNAS  persouaü  han  supuesto  que  estas 
cartas, — por  ser  dirigidas  &  una  seño- 
rita,— sólo  tratarían  de  asuntos  alegres 
propios  de  la  hermosura,  de  la  frivolidad,  de  la 
elegancia.  No,  por  cierto;  ya  he  dicho  que  tú 
eres, — á  pesar  de  tu  edad  y  de  tu  posición, — 
una  mujer  seriecita;  que  gusta  de  lo  útil  y  so 
complace  en  estudios  provechosos.  Si  he  do  darte 
cuenta  de  la  vida  general  de  Madrid,  forzosa- 
mente habré  de  tratar  todo  género  de  cucstio- 
ne.s.  La.s  que  hoy  son  de  oportunidad  no  tienen 
carActcr  ligero,  sino  que  son  graves  y  de  tras- 
cendencia social.  Escribiré  de  algunas  lo  más 
agrailableinente  que  pueda. 

Ya  sabes  que  los  sargentos  han  adquirido  una 
imjKirtancia  que  desearían  los  generales.  Hasta 
el  público  oj-e  con  respeto  ese  nombre  y  cuando 
alguien  dice  sargento  se  estremece  como  si  se 
trsita.se  de  un  monstruo  espantable  ó  de  \m  hé- 
ro<^  invencible.  Su  celebridad  aumenta.  En  las 
pri.siones  militares  había  siete  de  ellos  conde- 
nados á  cadena  perpetua;  han  dejsaparecido,  con 
los  encargados  de  custodiarlos.  Otro  19  de  Se- 
tiembre, pacifico.  Este  ha  sido  el  último  golpe 
recibido  por  el  general  Pavía,  que  se  dejó  sor- 
prender por  el  movimiento  del  19  y  que  no  se 
ha  dado  por  enterado  de  la  fuga  de  los  presos. 
Uno  y  otro  acontecimiento  le  han  pillado  en  su 
butaca  de  teatro  escuchando  una  ópera.  El  ge- 
neral Pavía  es  un  filarmónico  entusiastii;  por 
nada  de  este  mundo  deja  su  función,  y  se  diría 
que  la  política,  los  gobiernos,  el  orden  público  y 
las  instituciones  no  valen  para  él  lo  que  una 
corchea.  Los  que  saben  que  los  conspiradores 
muchas  veces  aseguran  el  éxito  de  sus  planes 
ai  ~o  de  las  autoridades  sorprendien- 

do jii-e  temieron  que  el  general  fuese  de- 

tenido en  pleno  teatro  por  algunos  audaces; 
nada  parecía  más  sencillo.  El  general  no  debía 
ignorar  este  peligro,  mas  su  vida  no  vale  para 
él  una  ópera.  El  general  cae,  no  por  falta  de  vi- 
gilancia, ni  de  pericia  militar,  cae  por  un  azar 
—•■"'•.  en  el  estado  en  que  el  ejército  se 
-  probable  que  todos  los  capitanes 
■un  igualmente  sorprendidos  por  los 
utos.  No  es  posible  que  un  general 
•1  y  hace  un  sargento, 
¡idiente.Pero  ha  caido, 
<i<;  U  satisfacción  universal, 
nubla  un  astro  jmlítico,  todo  el 
aas.  En  cambio  se  desuella  con 
•  al  feliz  que  le  reemplaza.  Pa- 
into. 

•raa  de  la  conversación  general 

t»  también, — querida  Carmen,— propio  de  hom- 

^w**  ÍP^*'*?  y  liMta  de  hombres  graves  y  feos. 

Ix»  periódicos  traen  la  relación  de  la  muerte  de 

Ion  bandidoü  Fraitco  Antonio  y  Vertedor,  que 

f  .'.  .  iban  en  la  partida  de  Mflgares  y  del  Bizco 

.'.     I..r.,«    E^tfl  Fra«cí>  Antonio,  era  conocido 

idad  y  su  arrojo.  Ha  muerto  al  pre- 

"  ■  ''  mismo,  una  cantidad  que 

^  de  estos  bandoleros  mue- 


d 

(•! 

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(•.': 

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ron  asi;  su  fuerza  está  en  el  terror  que  inspiran; 
su  valor;  á  veces,  confianza  en  el  prestigio  de 
su  nombre  y  sus  crímenes.  Cuando  se  encuen- 
tran con  gentes  superiores  á  esa  fascinación, 
duran  poco.  Un  hombre,  al  fin  y  al  cabo,  no  es 
más  que  un  hombre,  carne  }'  huesos  que  no  re- 
siston  al  cuchillo  y  ni  plomo. 

De  cuando  en  cuando  la  cuestión  del  bando- 
lerismo renace...  Andalucía  es  una  escuela  de 
bandidos:  siomitro  hay  gente  dispuesta  al  en- 
ganche, porque  allí  el  cielo  es  alegre,  la  gente 
perezosa  y  el  terreno  aprojiiado  á  ciertas  em- 
presas. Los  habitantes  del  Norte  de  España  no 
comprenden  como  la  guardia  civil  y  los  solda- 
dos no  pueden  concluir  con  el  bandolerismo  an- 
daluz. Sin  la  protección  que  los  grandes  propie- 
tarios y  los  pueblos  les  dispensan,  no  podrían 
sostenerse  mucho  tiempo...  Ma.s  hay  que  pensar 
en  que  los  grandes  propietarios  temen  ver  sus 
cortijos  y  montes  incendiados  y  que  los  campe- 
sinos defienden  sus  vidas  con  el  silencio.  En 
Andalucía  y  algunas  comarcas  de  Castilla  los 
pastores  pasan  la  vida  en  las  sierras  y  barran- 
cos, sin  más  compañía  que  los  ganados,  sin  ver 
más  gente  que  algún  caminante,  sin  ver  en 
mucho  tiempo  el  uniforme  de  un  guardia  civil. 
Si  en  tales  condiciones  se  les  acerca  un  bandido 
y  les  pide  comida  y  les  mande  que  callen,  re- 
compen.sándoles,  tal  vez,  en  más  de  lo  que  vale 
la  comida  que  le  proporcionan,  no  puede  exigir- 
seles  que  vayan  á  dar  parte  ú  la  autoridad.  Pri- 
mero, que  estos  rústicos  no  tienen  muy  clara 
idea  de  la  moral  y  sí  la  admiración  del  hombre 
de  la  naturaleza  i)or  los  hechos  audaces;  y  se- 
gundo' que  saben  muy  bien  que  al  siguiente 
día  pueden  pagar  con  su  vida  la  delación.  Por 
añadidura,  si  en  ocasiones  han  comunicado  no- 
ticias á  la  autoridad  y  el  criminal  ha  sido  preso, 
le  han  visto  luego  volver  escapado  del  presidio 
ó  indultado. 

Por  si  no  lo  sabes, — y  porque  merece  quedar 
consignado  en  este  libro  como  anécdota  curiosa 
del  bandolerismo, — voy  á  referirte  la  historia 
del  ingreso  de  Frasco  Antonio  en  la  paitida  de 
Melgares  y  el  Bizco.  Frasco  Antonio  era  un  gi- 
tano que  había  cometido  varios' crímenes  cuando 
se  presentó  solicitando  plaza.  Melgares  contestó 
á  su  pretensión  diciendo  que  tenia  buenos  ante- 
cedentes de  su  valor  y  que  le  admitía  sin  prue- 
bas. El  gitano  insistió.  Melgares  le  dijo  que 
desde  luego  le  pondría  en  ocasión  de  lucirse; 
para  ver  de  lo  que  era  capaz,  aquella  misma 
noche  debía  ir  á  cierto  cortijo  y  entrar  por  la 
puerta  principal,  mientras  él,  con  su  gente,  ata- 
caría por  detrás.  Convenida  la  hora,  Melgares 
escribió  un  anónimo  al  cortijero,  advirtiéndole, 
con  todos  los  pormenores,  el  asalto  que  debía 
dar  Frasco  Antonio  y  previniéndole  que  él  no 
tomaría  parte  en  el  hecho,  por  lo  cual  debería 
prevenir  á  la  guardia  civil  y  escabechar  al  gi- 
tano. El  dueño  del  cortijo  avisó  á  los  guardias; 
unas  parejas  se  ocultaron  de  modo  que  pudieran 
cortarlo  la  retirada.  A  la  hora  convenida,  Frasco 
Antonio  sólo  con  su  retaco,  entró  en  el  cortijo. 
Dejáronle  entrar  y  cuando  avanzaba  en  la  casa 
y  en  lo  oscuro  le  hicieron  dos  disparos.  Vio  el 
hombre  que  estaba  cogido,  disparó  y  huyó;  saltó 
una  empalizada,  se  tiró  por  un  barranco,  se  de- 
fendió disparando  hasta  diez  y  seis  veces,  hirió 
á  un  guardia,  resultó  herido  también  y  presen- 
tándose al  fin  á  Melgaros,  sin  mostrarse  agra- 
viado, le  dijo  sencillamente: — ¿Sirvo? 

El  cadáver  de  Frasco  Antonio  y  el  de  su 
compañero  han  sido  exi)uestos  en  Valez  y  cua- 
tro mil  personas  los  han  visitado  para  ver  al 
que  les  inspiró  tanto  horror  y  miedo.  Y  basta 
do  tan  siniestras  historias  que  temo, — querida 
prima,  —  que  sueñes  con  trabucos,  tricornios, 
facas  y  cadáveres. 

Ha  llegado  á  Madrid  un  pintor  favorito,  cuyas 
obras  has  visto  ahí,  en  París;  ha  llegado  Do- 
mingo, y  he  tenido  el  placer  de  abrazarle.  Ha- 
cía muchos  años  que  no  le  veía;  está  más  grueso; 
tiene  la  barba  algo  cana  y  el  pelo  tan  desorde- 
nado como  siempre;  pero  en  sus  ojos  africanos 
resplandece  como  siempre  también  el  genio. 
Domingo  es  pintor  como  Zorrilla  es  poeta. 
i  Nació  en  Valencia,  completó  su  educación  en 


Roma  y  luego  pasó  por  Madrid  y  se  fijó  en 
París.  El  Museo  del  Prado  poseo  de  él  un  cua- 
dro de  su  juventud:  El  desafío,  que  indica  ya 
su  carácter  enérgico;  es  un  verdadero  drama 
en  que  las  figuras  so  estremecen  como  si  fuesen 
de  carne  y  ante  el  cual  el  espectador  se  sobre- 
coge como  auto  la  realidad.  En  la  Exposición 
de  1871  presentó  muestras  diferentes  de  su  ta- 
lento: presentó  la  famosa  Santa  Clara,  ejemplar 
de  pintura  seria,  castiza,  realista,  de  amplia 
ejecución;  los  Titiriteros,  cuadro  de  caballete, 
do  pincel  finísimo,  cuyos  tonos  forman  un  deli- 
cioso acorde.  En  aquella  Exposición  figuró 
también  Sagunto,  batalla  en  que  todo  marcha  y 
pelea,  y  dos  admirables  cabezas.  En  el  palacio 
de  la  duquesa  de  Bailen  hay  un  medio  punto 
de  gigantesco  tamaño,  titulado:  La  lección  de 
música,  que  hace  el  efecto  de  un  esmalte  de 
muchos  metros.  Le  pintó  como  él  pinta  en  los 
grandes  lienzos:  á  brochazos,  como  quien  se 
bate,  como  quien  juega  ó  como  quien  se  burla. 
Domingo  se  casó  con  la  hija  del  renombrado 
dueño  del  Hotel  de  París,  de  la  Puerta  del  Sol, 
y  he  visto  ahora  en  su  casa  dos  dominguillos 
encantadores.  No  es  de  los  pintores  que  faltán- 
doles el  natural  están  perdidos;  su  genio  inde- 
pendiente le  dispone  á  croar,  y  el  natwal  le 
sirve  para  ajustar  sus  figuras  y  dar  á  sus  cua- 
dros el  naturalismo  que  hoj'  exigen  los  aficiona- 
dos y  que  reclaman  los  precios  fabulosos  en 
que  se  le  pagan  sus  trabajos.  No  puede  decirse 
que  pinta  de  manera,  porque  su  memoria  de  pin- 
tor es  tan  prodigiosa  que  sólo  con  ver  un  ca- 
ballo, un  perro,  una  puerta,  se  los  lleva  íntegros 
al  estudio  y  los  reproduce  con  nimia  exactitud, 
A  más  de  esto,  sus  cuadros  valen  por  su  ento- 
nación siempre  agradable,  jamás  disonante, 
cualesquiera  que  sean  los  colores  que  emplee; 
por  su  dibujo  intencionadísimo,  que  da  una 
vida  picante,  luminosa,  á  .sus  figuras,  y  por 
una  distinción  y  elegancia  en  el  color  supremas. 
Si  se  trata  de  acabar,  sus  tablitas  son  miniatu- 
ras; si  se  trata  de  la  gran  pintura,  de  cada  trazo 
surge  un  mundo.  Lo  que  hace  chico  parece 
grande  y  lo  que  hace  grande  chico.  Y  sobre 
todo  la  personalidad,  la  intuición,  el  hacer  lo 
que  no  sabe,  el  interpretar  los  libros  que  no  ha 
leido;  el  trasladar  á  los  lienzos  dramas,  saine- 
tes,  santos,  héroes,  caricaturas  que  viven  en  su 
cerebro  revueltos,  confundidos,  pugnando  por 
salir  deslumbradores  y  palpitantes.  Es  el  pintor, 
en  fin,  el  ave  que  vuela  porque  Dios  la  ha  dado 
alas...  Pero  estoy  diciéndote  cosas  que  tú  sabes 
mejor  que  yo,  puesto  que  tú  eres  artista  y  eres 
su  admiradora. 

Como  no  conozco  el  texto  valenciano  del  saí- 
nete, traducido  por  el  señor  Matoses,  Matasiete 
Espanta  ocho,  que  algunos  suponen  haber  ser- 
vido de  modelo  al  señor  Burgos  para  su  saínete 
Los  Valientes,  no  puedo  darte  mi  opinión  en  el 
asunto.  Parece  que  so  ha  formado,  á  petición 
de  los  señores  Burgos  y  Matoses,  un  tribunal 
literario  para  decidir  sobre  la  originalidad  de 
dichas  obras.  Supongo,  sin  embargo,  que  este 
tribunal  cumplirá  su  misión,  que  es  declarar 
que  el  señor  Escalante,  autor  valenciano,  y  el 
señor  Burgos,  autor  madrileño,  son  igualmente 
originales.  Lo  cual,  después  de  todo,  será  la 
verdad  probablemente. 

Estas  polémicas  de  la  originalidad  y  el  pla- 
gio no  se  sostienen  para  bien  del  público  ni  de 
la  literatura,  sino  para  recreo  de  unos  y  mor- 
tificación de  otros.  Rara  voz  el  público  se  inte- 
resa por  saber  si  la  obra  que  lo  ha  gustado  es 
de  quien  la  firma  ó  os  también  de  otros  autores. 
Estima  la  obra  en  sí.  Los  del  oficio  discutimos 
estas  cosas;  poro  las  discutimos  sin  fe,  porque 
casi  siempre  el  censor  ha  plagiado  más  que  el 
reo  en  capilla. 

Para  tener  renombre  de  autor,  es  preciso  es- 
cribir no  una  sino  varias  obras;  y  que  estas 
obras  tengan  todas  ellas  una  condición  personal; 
intención,  gracia,  profundidad,  estilo;  algo  en 
fin,  que  diga:  «Soy  de  fulano.»  Quien  no  tiene 
esto,  resulta  ganancioso  hasta  con  la  censura; 
y  el  que  lo  tiene  está  sobre  ella.  ¿Quién  no  re- 
cuci'da, — prima, — el  oseándolo  que  dio  el  famoso 
Nakeua  al  acusar  á  Campoamor  de  plagiario, 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


35 


probándoselo  por  matemáticas?  Cien  y  cien  fra- 
ses de  Campoamor  resultaron  ser  de  Víctor 
Hugo,  mal  traducidas  y  embutidas.  Campoamor 
quedó  convicto  de  ser  un  Melgares  de  la  poesía. 
Ha  pasado  el  tiempo  y  los  aficionados  y  el  pú- 
blico se  descubren  al  pasar  el  poeta  de  las  dolo- 
ras,  como  el  respeto  que  los  caminantes  saludan 
en  los  caminos  á  un  guardia  civil.  Le  han  qui- 
tado á  Campoamor  lo  ajeno;  pero  ¿y  lo  suyo? 
¿Quién  le  quita  el  no  parecerse  á  nadie  y  que 
media  juventud  poética  se  le  parezca  en  un  todo? 
Las  polémicas  sobre  plagios  son  interesantes  á 
título  de  curiosidad;  pero  no  tienen  otra  impor- 
tancia. En  el  teatro  mucho  menos;  el  teatro  es 
un  campo  tan  reducido  que  necesariamente  to- 
dos los  autores  se  encuentran  y  entrechocan  en 
él:  yo  tengo  la  seguridad  de  que  ninguna  de  las 
situaciones  más  famosas  de  nuestros  más  famo- 
sos autores  contemporáneos  es  original;  buscan- 
do en  el  fárrago  inmenso  de  lo  escrito  encontra- 
remos esas  situaciones  sin  duda;  y  tal  vez  en 
obras  silbadas.  Las  situaciones  son  como  el  cas- 


cabel de  la  fábula;  el  mérito  está  en  ponérsele 
al  gato. 

Además  el  plagio  á  nadie  perjudica.  En  cier- 
ta ocasión  me  remitieron  un  articulo,  publicado 
en  América  por  un  celebradísimo  escritor...  Era 
un  artículo  escrito  y  publicado  por  mí  en  Espa- 
ña; él  liabia  tachado  mi  firma  y  puesto  su  nom- 
bre. El  ingenioso  periodista  que  me  le  remitía 
le  acompañaba  con  una  carta  suya,  pidiéndome 
que  lo  insertase  yo  en  El  Liberal.  Le  devolví 
artículo  y  carta,  diciéndole,  que  le  estaba  muy 
agradecido  al  usurpador;  porque  al  hacer  mi 
artículo  suyo  me  demostraba  haberle  gustado; 
cosa  que  me  satisfacía;  y  que  una  de  dos:  ó  los 
lectores  al  leer  el  artículo  no  conocían  su  pro- 
cedencia y  nada  me  importaba  que  se  lo  elogia- 
sen á  él,  puesto  que  de  ningún  modo  habían  de 
elogiármelo  á  mí,  ó  le  habían  leído  ya  con  mi 
firma,  en  cuyo  caso  el  usurpador  quedaba  bas- 
tante castigado. 

Valera  hablando  del  plagio  en  un  artículo 
preciosísimo  lia  dicho  (plagiando  á  Larra  que 


á  su  vez  plagió  la  frase  de  un  escritor  francés), 
qxie  vale  más  copiar  una  discreción  ó  una  cosa 
bella,  que  decir  una  sandez,  una  frialdad  6  un 
desatino  propio. — Y  añade  Valera:— «Dado  que 
sandeces,  frialdades  y  desatinos  no  sean  tam- 
bién copiados...  Discurrir  así  sería  como  si  al- 
guien imaginase  que  eran  hijos  suyos  todos  los 
muchachos  de  la  Inclusa. » 

Pero, — Carmen  amiga, — en  la  literatura  pasa 
lo  contrario  que  en  la  política.  En  literatura  no 
se  censura  el  plagio,  sino  el  éxito.  De  silbarle 
el  saínete  al  bueno  de  Burgos,  á  estas  horas  los 
madrileños  ignoraríamos  que  había  un  sainete- 
ro de  gran  talento  que  se  llama  Escalante. 

De  lo  cual  se  deduce  que  al  fin  y  á  la  postre, 
nadie  perderá  en  este  asunto;  ni  Escalante,  ni 
Burgos,  ni  Matoses,  todos  autores  excelentes. 
Ni  el  público. 

Hasta  otro  día  querida  prima. 


Fernanflor. 


-«- 


EL  Rio  SAN  JUAN  (ESTADOS-UNIDOS)  Panorama  de  Fredericton 


LA  CASA  DE  PEDRO  LÓPEZ 


(OOTIHOICIÓII) 

Cuando  volví  á  ver  á  la  portera,  ella  me  dijo: 

— Esta  mañana  temprano,  he  visto  al  amo. 

—¿Y  qué? 

— Le  he  pillado  de  muy  buen  humor. 

— ¿De  suerte,  qu&  pondrá  el  cuarto?... 

— En  diez  duros,  como  V.  quería. 

— Perfectamente. 

— Con  una  condición. 

— Sepamos. 

• — Que  se  comprometa  á  vivir  en  él  tres  meses. 

Reflexioné  un  momento  y  dije: 

— No  tengo  inconveniente,  siempre  y  cuando 
él  á  su  vez  me  responda  de  los  vecinos. 

— De  esos  respondo  yo;  descuide  V.,  señori- 
to, la  ca.sa,  en  acabando  el  mes,  será  una  balsa 
de  aceite,  y  por  si  así  no  fuese,  aquí  está  una. 

— Corriente;  ¿hay  más  condiciones? 

—Un  mes  de  fianza  y  otro  adelantado. 

— Pero  hasta  el  próximo... 

— So  supone. 

— En  tal  caso  es  asunto  concluido.  Puede  us- 
ted quitar  los  papeles. 

— Ahora  mismo. 

— Por  lo  que  toca  al  contrato... 

— Lo  firmaremos  mañana,  si  V.  quiere,  con  la 
fecha  convenida. 


— Hasta  mañana,  pues. 

— Buenas  tardes,  señorito, 

Y  la  portera  me  despidió  con  la  amable  son- 
risa de  quien  ve  colmaiio  su  deseo. 

Veinticuatro  horas  después  puse  mi  firma 
en  un  papel,  al  lado  de  la  del  casero,  cuyo  pa- 
pel, aparte  del  sello  móvil,  pegado  en  un  ángu- 
lo, y  de  los  renglones  de  costumbre,  tenía 
impresas  al  margen  infinidad  de  condiciones  y 
cortapisas  de  las  que  no  me  había  dicho  palabra 
la  portera,  ociosas  unas,  disparatadas  ó  excén- 
tricas otras,  risibles  las  más,  pongo  por  caso, 
una  en  virtud  de  la  cual  se  me  prohibía  termi- 
nantemente criar  gallinas,  conejos  y  otros 
animales  en  los  pasillos,  cosa  que  parecía  reco- 
nocerme el  derecho  de  criarlos  en  las  habitacio- 
nes, condición,  aparte  de  esto,  imposible  de  ser 
infringida,  si  se  considera  que  el  cuarto  sólo 
tenia  un  pasillo. 

' — El  casero  teme  que  le  convierta  la  casa  en 
una  granja, — dije  para  mi  coleto; — pero  como 
no  me  prohibe  escribir,  que  es  lo  que  especial- 
mente me  propongo,  allá  se  las  avenga  él  con  sus 
ridiculeces. 

La  firma  que  en  el  contrato  figuraba  al  lado 
de  la  mía  era  la  de  un  tal  Pedro  López,  que  así 
debía  llamarse,  el  hasta  entonces  para  mí  tan 
apreciable  como  invisible  casero. 

A  fin  de  mes  ajusté  mis  cuentas  con  la 
patrona  de  la  casa  de  huéspedes;  al  otro  día. 


mandé  cargar  en  un  carro  algunos  muebles  hasta 
entonces  depositados  en  la  guardilla  de  la  casa 
que  habitaba  con  mi  familia,  y  en  compañía  de 
un  doméstico,  recién  licenciado  del  ejército  y 
debido  á  la  amistad  de  un  capitán  de  infantería, 
cuyo  asistente  había  sido,  procedí  á  la  mudanza 
de  la  cual  esperaba  el  bienestar  tan  codiciado. 


ni 


La  casa  de  Pedro  López  constaba  de  tres 
pisoo  y  un  sotabanco,  con  fachada  y  balcones  al 
mediodía,  circunstancia  que  me  decidió  á  habi- 
tarla. Era  un  tanto  vieja,  pero  no  estaba  mal 
conservada,  por  más  que  su  dueño  hubiera 
obrado  cuerdamente  mandando  revocar  el  fron- 
tis. El  portal  ya  lo  conocemos;  al  lado  de  éste 
había  una  prendería,  cuya  mejor  prenda  era  la 
portera  casada  con  un  empleado  de  corto  sueldo 
en  las  oficinas  del  ferrocarril  del  Norte,  la  cual 
prendería  tenía  en  su  interior  dos  habitaciones 
con  puerta  y  ventanas  á  un  patio  alto,  estrecho 
y  rectangular,  semejante  á  una  gran  maleta 
descansando  sobre  una  de  sus  caras  laterales. 


(Se  continuará.) 


Juan  Tomás  Sai.vany. 


-*- 


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X 

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33 


8. 

s 


FRANCESCA  DE  rIMINI  (Cuadro  de  L.  Sofitaann-Zelta) 


3S 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


N 


AMULETOS  Y   PRESAGIOS 


ce*  ta".  ! 


rii  ''n  !;i  s>HÍ.HÍ:vl  ¡utiuil  ju-eocupacio- 
V,  •,-•■  v!  is  iiu.-niii  luit'or  llegado  nues- 
■:\'   -  lie   iluslración  y  cultura  de 

.:<■    ,  bln.sona,  no  ha  consejiíiiido 

hcaí  r.r  i'i'  >  i  ■  -«  v.v  '•  :_'ado  de  pasadas  edades. 
Ameiii'ia  'Hi>'  .1  li.nibre  ha  ido  perfeccionán- 
d.i6«  en  PUS  ron.  .oimientos  intelectuales,  la  luz 
d>  1  estadio  ha  disuelto  las  sombras  que  cohibían 
su  inteligencia,  suavizando  sus  asperezas.  Hoy 


no  se  cree  en  hechizos  y  brujerías  como  sucedía 
antaño,  pero  si  en  la  influencia  propicia  6  per- 
niciosa de  determinados  objetos,  pi-eocupación 
disculpable  enti-o  las  clases  ignorantes  ó  faltas 
de  la  debida  instrucción,  pero  altamente  incon- 
cebible entre  personas  mediauaniente  instruidas. 
Mas  como  la  ley  de  contrastes  parece  jire- 
sidir  nuestros  destinos  desde  remotas  edades, 
las  grandes  preocupaciones,  los  errores  más  in- 
ven>sírailes  han  sido  siempre  amparados,  si  no 

Í)Oi'  las  gentes  más  ilustradas,  á  lo  menos  por 
as  más  ilustres  que  han  figurado  en  el  mundo. 


ISABEL  DE  ESTE  (Retrato  del  TIcIhdo) 


Dnrant*"  el  Kenacimierto  se  rinde  fanático 
asnerto  ■■  _'ios  y  supersticio- 

'roíi  de  1  i.s  son  el  terror  no 

orte  [Kintiticia  si  que  también  de  las 
iia.s  V  las  de  España  y  Francia;  don- 
parezca  un  descendiente  de  Ca- 
.v;  aílivina  un  precurKí)r  de   la 
••-  I»H  hechiz<»H  y  las  más  absunlas  bni- 

w.ii  1.»    I.,,...-,,, ;...,..<   ,„¿j,   profundas 

;;id. 

■^,'•11  pleno  siglo  XVII, 

XIV  es  la  que  mayor 

facilidad  se 

■I  de  eitibau- 


::;ir/.-ii]    <  i 
bT»"Vaje<4 


'IIIH, 

lar, 
los 
1  re- 


ras  de  aquella  época  de  memoiablo  depravación. 
Mme.  de  Mont«span,  la  ambiciosa  favorita  del 
rey,  la  rival  afortunada  de  Mlle.  do  La  Vallic- 
re,  se  entregó  en  cuerpo  y  alma  á  la  famosa 
Voisin,  célebre  por  los  brcvajcs  que  preparaba, 
y  al  influjo  de  los  cuales  fió  la  Montespan  apo- 
derarse do  la  voluntad  del  roy.  Indudablemente 
consiffuió  su  fin,  no  por  la  eficacia  de  las  póci- 
mas déla  Voisin,  ni  por  el  éxito  do  cierta  escan- 
dalosa misa,  de  cuyos  detalles  hago  gracia  ú 
mis  lectores  por  no  descender  á  la  j)omoKrafía, 
sino  por  el  carácter  de  Luís  XIV,  tan  fácil  de 
sucumbir  á  las  coqtieterías  de  aquellas  depra- 
vadas cortesanas. 

Hoy  únicamente  las  maritornes  fían  en  el 
influjo  de  frutas  y  bebidas  jireparadas  para  con- 
quistar el  cariño  de  sus  insensibles  adorados;  el 
buen   sentido  ha  IíicüuV,  !i<!,1,;.i-  i;,n  esta   ridi- 


cula preocupación  entre  las  geuteisu-egu.i. 
te  educadas,  pero,  como  he  indicado,  iSul 
todavía  algunas,  impropias  de  la  ilustración 
que  hacemos  gala. 

A  todas  las  piedras  preciosas  se  las  conce<l( 
determinada  virtud.  Los  ópalos  con  ser  una  d( 
las  piedras  más  delicadas  y  de  más  vistosí 
combinación,  pues  no  cabe  darse  conjunto  múf 
bello  que  los  ópalos  montados  con  rubíes  ó  coi 
bi'illantcs,  son  considerados  como  una  iiiedrf 
fatídica  y  de  mal  agüero;  ¡quién  es  capaz  d( 
convencer  á  una  dama  algo  supersticiosa  de  qu( 
los  ópalos  no  traen  desgracia!  ¿y  las  perlas 
negras?  ahí  es  nada  el  funesto  sino  que  entra 
ñan.  El  rey  Chico  llevaba  un  collar  de  pcrlaí 
negras  al  sucumbir  Granada.  Si  la  leyenda  nc 
es  fábula,  Boadil  pudo  adornarse  con  perlas 
negras  como  símbolo  de  luto  ó  de  pesai"  sir 
embargo,  se  ha  sacado  del  hecho  el  partido  su 
ficiente  para  convertirle  en  leyenda,  y  cual  s 
esto  no  bastara,  para  hacer  mirar  las  perlas  ne 
gras  con  alguna  prevención  á  la  muerte  de  Dor 
Alfonso,  los  periódicos  de  la  corte  nos  enteraror 
de  la  historia  de  una  perla  negra  que  poseía  Is 
real  familia.  Se  trataba  de  una  sortija  que  habís 
pertenecido  á  la  primera  Regente,  á  Doña  Mer 
cedes,  á  la  infanta  Pilar  y  á  Don  Alfonso,  res 
pectivamonte;  todos  usaron  la  mencionada  alhajf 
hasta  morir,  y  hoy  la  lleva  pendiente  de  si 
cuello  la  Virgen  de  la  Almudena,  en  su  mode» 
tísima  y  populan  capilla.  Si  realmente  las  per 
las  negras  tienen  alguna  influencia  maléfica 
preciso  es  convenir  en  que  deparan  todos  sus  ri 
gores  entre  los  seres  de  regia  estirpe. 

Las  turquesas  y  las  piedras  llamadas  ojos  di 
gato  se  consideran  como  verdaderos  talismanes; 
hay  quien  se  adorna  de  continuo  con  alguna  joya 
que  contenga  piedras  de  estas  últimas  y  espera 
con  infantil  confianza  una  ventura  que  difícil- 
mente consigue,  pero  que  espera  ver  realizada 
merced  á  la  bienhechora  influencia  de  las  be- 
néficas piedras. 

Las  esmeraldas  llaman  la  fortuna;  las  perlas 
blancas  son  símbolo  de  la  más  inmaculada  pu- 
reza y,  sin  embargo,  indistintamente  las  vemos 
usar  á  quien  acredita  y  á  quien  echa  por  tierra 
su  destino. 

Las  italianas  son  indudablemente  las  mujeres 
más  supersticiosas  do  Europa;  contadas  son  las 
que  no  usan  como  seguro  amuleto  unas  pulseras 
de  coral  ó  de  plata  compuestas  de  igual  número 
de  aros  como  de  sílabas  se  compone  su  nom- 
bre; cuando  se  les  rompe  ó  extravía  alguno  de 
los  aros  lo  consideran  presagio  funesto,  augurio 
de  tremendas  desventuras.  Una  de  las  cosas 
que  mayor  sobresalto  las  ocasiona,  es  encontrar- 
se una  horquilla  en  el  suelo. 

Conozco  una  famosa  tiple,  mujer  de  excepcio- 
nal talento  que  ha  cantado  en  los  primeros  tea- 
tros líricos  del  mundo,  que  el  día  que  por  ca- 
sualidad se  encuentra  una  horquilla,  se  niega 
rotundamente  á  cantar.  Ya  se  ve,  después  de 
aviso  tan  persuasivo  fuera  locura  exponer  tina 
reputación  envidiable. 

En  Cataluña,  y  muy  particularmente  en  la 
provincia  de  Tarragona,  está  muy  generalizada 
la  creencia  do  que  uno  do  los  generales  más  po- 
pulares que  ha  tenido  nuestro  ejército,  debió  el 
éxito  de  sus  campañas  y  de  sus  pronunciamien- 
tos á  llevar  arrollada  en  la  cintura  una  piel  de 
culebra  y  en  poseer  una  fulgurita  (pedra  de 
llamp),  considerada  por  el  vulgo  como  el  más 
prodigioso  de  los  amuletos.  Es  fama  que  el  ge- 
neral llevaba  siempre  consigo  la  maravillosa 
pipdra  que  fatalmente  ,se  le  extravió  pocos  días 
antes  de  su  trágico  fin;  otros  oj)inan  que  influyó 
poderosamente  en  su  desastrosa  muerte  el  fatídi- 
co número  trece,  pues  de  trece  sílabas  se  com- 
ponían el  nombre  y  apellidos  del  popular  cau- 
dillo. 

Una  de  las  preocuj)acioiies  más  extendidas  es 
la  de  considei-ar  de  mala  estrella  los  martes  y 
los  viernes  y  los  días  trece  de  cada  mes;  los 
que  así  discurren,  que  no  son  pocos,  viven  en 
lastimo.sa  holganza  la  mitad  de  su  vida,  pues 
descontando  los  días  indicados  y  las  fiestas  de 
precepto,  apenas  si  les  queda  tiempo  que  dedi- 
car á  sus  trabajos,  estudios,  empresas  ó  á  lo 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


39 


que  fuere  á  que  se  dediquen.  La  aprensión  de  los 
viernes  es  una  de  las  más  absurdas  ó  injustifica- 
das; porque  en  ese  día  murió  el  Señor  se  con- 
sidera de  funestos  presagios  y  sin  embargo,  de 
aquella  muerte  arranca  ntiestra  redención,  y 
esta  luminosa  innegable  verdad  desautoriza  las 
ridiculas  y  erróneas  supersticiones  que  los  cré- 
dulos amparan. 

No  enumeraré  los  insectos,  flores  y  pájaros 
cuya  sola  presencia  se  considera  que  puede  in- 
fluir en  nuestra  suerte  ó  desgracia;  ni  detallaré 
los  líquidos  y  clases  de  cristales  que  al  verterse 
los  primeros  ó  quebrarse  los  segundos  alteran, 
según  general  creencia,  nuestro  destino,  porque 
estas  vulgaridades  son  del  dominio  de  todo  el 
mundo;  señalaré  como  último  detalle  la  ciega 
creencia  que  algunas  personas  conservan  sobre 
el  influjo  de  las  monedas  antiguas. 

Las  pesetas  de  Carlos  IH  son  consideradas 
como  los  talismanes  del  siglo;  ellas  procuran 
toda  suerte  de  felicidades,  todo  linaje  de  dichas; 
muchas  señoras  llevan  entre  los  dijes  de  sus 


pulseras  alguna  de  las  mencionadas  monedas  ú 
otra  de  oro  que  haya  pertenecido  á  una  persona 
afortunada.  Con  tan  buena  compañía  se  con- 
sideran llamadas  á  descubrir  algún  día  otro 
tesoro  de  ITaria.  Es  incalculable  el  número  de 
monedas  taladradas  ó  pertenecientes  al  reinado 
de  Carlos  III  que  en  la  época  de  Navidad,  par- 
ticularmente, se  recogen  en  las  administraciones 
de  loterías.  Los  compradores  fían  tranquilamente 
en  la  eficacia  de  aquellas  monedas;  si  la  suerte 
no  les  es  favorable  el  desencanto  es  doblemente 
sensible,  pero  borrada  la  primera  impresión  se 


espera  otra  Navidad  para  probar  mejor  fortuna 
y  entre  tanto  van  buscándose  y  recogiéndose 
nuevas  monedas. 

Y  ¿qué  duda  cabe?  podrán  las  mencionadas 
monedas  no  tener  gran  eficacia  para  deparar  la 
suerte  á  los  que  fían  la  suya  á  los  juegos  de 
azar,  que  juego  de  azar  y  no  otra  cosa  es  la  lo- 
tería, pero  es  indudable  que  en  el  siglo  actual 
dado  el  grado  do  ambición  y  positivismo  á  que 
hemos  alcanzado,  el  oro  y  la  plata  son  los  más 
maravillosos  amuletos. 

Antonia  Opisso. 


-*- 


UNA  Y  NO  MÁS 


Por  fortuna  ha  pasado  su  época. 
Me  refiero  á  la  época  del  álbum  de  versos. 
Hace  algunos  años,  hasta  las  señoras  de  poco 
más  ó  menos  se  hallaban  provistas  de  uno  de 


MOMENTO  DE  PELIGRO  ((irupo  en  bronce  por  Tomás  Brocki 


esos  voliímenes  apaisados,  en  donde  alternando 
con  composiciones  de  literatos  eminentes,  figu- 
•faban  renglones  desiguales  de  poetas  muy  co- 
lipcidos  en  sus  casas. 

■^duardo  pertenecía  á  estos  últimos.  Estu- 
diante de  medicina,  allá  por  el  año  1864,  vivía 
en  la>oalle  del  Codo  en  una  casa  de  huéspedes 
muy  aweditada...  de  matar  de  hambre  al  infeliz 
que  en  ella  buscaba  alojamiento. 

Eduardo  había  nacido  para  poeta,  según  le 
habían  dicho  repetidas  veces  en  su  pueblo, — un 
pueblo  de  pesca, — el  maestro  de  escuela,  el  se- 
reno y  el  sacristán,  que  eran  tres  funcionarios 
distintos  y  un  solo  hombre  verdadero. 

Pero  Eduardo,  en  la  corte,  era  un  tesoro  es- 
condido y  en  vano  trataba  de  conseguir  por 
todos  los  medios  imaginables  que  sus  desahogos 
poéticos  aparecieran  en  las  columnas  de  los  pe- 
riódicos. 

Esta  contrariedad,  lejos  de  curarle  aquella 
monomanía  de  darse  á  conocer  entre  la  gente  de 
letras,  servía  para  alentarlo  más  y  más;  pues, 


como  solía  decir  á  doña  Mónica, — su  patrona,— 
tenía  por  cierto,  que  la  senda  de  la  gloria  está 
empedrada  de  desengaños  y  que  nadie  llega  al 
templo  de  la  inmortalidad  sin  sufrir  amargas 
decepciones. 

Doña  Mónica,  que  era  la  mujer  más  tonta  del 
mundo,  á  pesar  de  sus  cincuenta  años,  de  sus 
cincuenta  dolencias  y  de  su  incurable  viudez, 
aún  se  creía  capaz  de  inspirar  amor  ó  cosa 
parecida;  y  encontrando  muy  aceptable  á  Eduar- 
do, empezó  á  distinguirlo  entre  los  demás  pupi- 
los y  á  pedirle  con  empeño  que  le  leyera  sus 
coplas,  á  lo  que  accedía  gustosísimo  el  vate  de 
la  calle  del  Codo,  alentado  por  las  exageradas 
alabanzas  de  aqiiella~estantigua. 

Eduardo  no  sospechó, — ¡qué  había  de  sospe- 
char!— el  móvil  de  aquellos  elogios.  Los  atribu- 
yó únicamente  al  mérito  do  sus  versos,  y  más 
de  una  vez,  al  lamentarse  la  patrona  de  no  ser 
rica  para  poder  costearle  la  impresión  de  sus 
obras,  la  abrazó  agradecido  como  si  abi-azara  á 
su  abuela. 


Una  tarde  que  Eduardo  conversaba  con  doña 
Mónica,  y  se  lamentaba,  como  solía  hacerlo,  de 
no  encontrar  quien  le  diera  á  conocer  ante  el 
público,  le  ocurrió  á  aquella  nueva  Mecenas 
una  idea  luminosísima. 

Recordó  que  entre  los  varios  huéspedes  que 
se  le  habían  ido  sin  pagarle,  se  encontraba  un 
poeta  cuyas  obras  hacían  furor  entonces  en  los 
teatros  de  tercera  categoría.  A  él  apeló,  y  no  en 
vano,  doña  Mónica,  obteniendo  en  su  primera 
entrevista,  á  cambio  de  olvidar  la  trasnochada 
deuda,  formal  promesa  de  presentar  á  Eduardo 
á  varios  periodistas  amigos  suyos.  En  otra  visi- 
ta, que  le  hizo  al  día  siguiente,  consiguió  más 
todavía;  el  autor  dramático  entregó  á  doña  Mó- 
nica el  álbum  de  cierta  señorita,  en  cuyo  libro 
ya  había  él  puesto  unos  versos,  encargándole 
que  el  joven  Eduardo  depositara  en  una  de  sus 
hojas  las  primicias  de  su  inspiración. 

Cuando  doña  Mónica  entregó  el  libro  á  su 
Imósped  predilecto,  le  proporcionó  indescripti- 
ble alegría;  y  acto  seguido,  el  poeta  en  ciernes, 


s 

as 


£. 

o 

9 


3 

a 

M 

O 
o 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


.-•  encerrt  en  s«  cnurtí»  para  ver  de  escribir 
«Uo  que  ftwm  la  ^u  futura  reputacitSn. 
^Bopasó  Ednim.  :  una  las  páginas  ile 
•qoel  muestnkrio  U»»  vti^wt*,  y  ilestle  luego  su- 
nnso  que  la  dupü*  del  álbum  seria  un»  divini- 
oad.  nepún  «e  hacia  constar  en  tantas  y  tantas 
i».->i,i-i  liedicadas  á  sus  ojos.  A  su  bticn,  li  sus 
%  á  su  coraztSu,  á  sus  virtudes,  etc.,  etc. 
-j,^-  ">•'■'  "i-^  '>■•"•;>  su  ii'iiinosición  se  le  vino 
4  U  ma  ^ ».  y  'i  ^"^  extre- 
midad «i.  .-..  ...-^ - '  nnas  quintillas, 

que  eran  la  quinta  esencia  de  lo  uialo. 


En  ellas  hizo  mil  elogios  de  aquel  pié  que 
calificó  de  breve  y  de  diminuto,  diciendo  de  él, 
entre  otras  cosas,  que  al  mirarlo  con  gracia  y 
ligerexa  dejaba  invisibles  huellas  en  la  arena 
mils  menuda. 

Satisfeoho  de  su  obm,  devolvié  ol  álbum  a 
doña  Ménica,  ésta  lo  hizo  i  su  ex-hué.sped,  y 
éste,  por  último,  sin  leer  siquiei-a  la  ])roducción 
de  Eduanlo,  lo  mandó  il  la  inten>sa(la. 

Al  dia  siguiente,  el  novio  <le  ésta  envió  al 
autor  de  las  quintillas  un  cartel  do  desafio  por 
medio   de  dos  amigos  suyos,  para  vengar   la 


ROMANZA  SIN   PALABRAS  .Cuadro  'le  Burlón  Barber) 


ofensa  qae  había  recibido  su  futura  con  los  ver- 
sí^s  d»;l  poeta  novel. 

Y>\'i!ir<\->  tirotéate,  pero  no  le  valieron  co- 
lóla-"* mpo  del  honor,  sn  contrario  lo 
atrav-  ^  ,..  ili-  iiii.i  estocada  qne  lo  puso  á 
i;i-i  i.iK-rt.-n  <i<- 

I  na  v<z  r"  ■  .  .  ,  «le  su  j>ercance,  lo  pri- 

mf-nj  qiK-  yifu>  ín-':  ahf'Knr  á  doña  Mónica, 
rariHü  iiirí.n-HÍ(iití-  '!<■  Ku  di-.safío,  pero  al  fin 
w  «xiiití'nfó  tt,¡)  nianliarsi-  de  su  casa  para 
ni'  mpríi. 

Hov,  carado  va  de  atuí  aficiones  poéticas, 
riian'í'i  al¡ftii'-n  I--  linbta  i]i-  vit-íom  p.ira  algún 
álbum,  Mi-tiU-  i  ri/Jit— •  -  ;-  <  ;il,ill,..i,  y  su.s  labios 

-    ^ynoran  estaa  sacramentales  palabras:  «¡Una 
inAii!* 

lo 


íjtjf      ; 


por 


si  no  lo  han  adivinado,  se  lo  diré  en  secreto. 
La  dueña  del  álbum...  ¡era  coja! 


Caulos  Cano. 


-*- 


REVISTA  científica 


LOS  BUZOS 

Algunos  trabajos  practicados  recientemente 
en  las  profundidades  del  mar, — entre  otros,  la 
extracción  de  lo»  caudales  contenidos  á  bordo 
del  Alfonso  XII,  sumergido  en  el  bajo  de  Gan- 
do,— dan  interés  de  actualidad  á  una  brillante 
conferencia  dada  hace  pocos  meses  por  M.  Emi- 


lio Yung  en  la  Universidad  do  Ginebra,  si  bien 
limitando  su  programa  al  empleo  do  las  esca- 
fandras en  las  exploraciones  de  zoología  ma- 
rina. 

A  la  verdad,  pocas  cosas  aparecen  mils  mis- 
teriosamente atractivas  que  esos  aparatos  de 
que  se  revisten  los  buzos  y  que  todos  conocemos, 
ya  por  haberlos  visto  funcionar,  ya  por  lo  que 
se  habla  de  ellos  en  las  novelas  de  Julio  Verne, 
sin  olvidarnos  de  la  famosa  pscena  do  los  Sobri- 
nos por  antonomasia. 

El  primer  esbozo  de  la  escafanilra  se  remonta 
al  siglo  pasado:  componíase  entonces  de  un  ci- 
lindro de  palastro  que  encerraba  la  cabeza  y  el 
tronco  del  buzo  dejando  libres  los  brazos  y  las 
piernas;  dos  pequeñas  lumbreras  situadas  de- 
lante de  los  ojos  permitían  ver  lo  que  pasaba 
fuera,  y  al  nivel  de  la  boca  abríanse  dos  tubos 
fijos  en  el  cilindi-o,  uno  délos  cuales  servia  para 
la  entrada  del  airo  y  el  otro  para  su  salida.  Tal 
la  concibió  Khingert,  de  Breslau,  siendo  objeto 
de  sucesivas  modificaciones  y  perfeccionamien- 
tos por  parte  de  varios  ingenieros,  que  la  han 
convertido  en  un  aparato  de  fácil  manejo. 

Empleada  primeramente,  por  los  pescadores 
de  coral,  esponjas,  perlas  y  erizos  de  mar,  y  por 
los  buzos  que  prestan  su  servicio  en  los  muelles 
ha  sido  utilizada  ahora  por  los  exploradores  de 
la  fauna  sub-marina,  en  las  estaciones  de  Ban- 
yals,  Roscoff  y  en  la  magnifica  de  Ñapóles  (1). 
«Cuando  el  buzo  se  ha  revestido  con  el  traje 
de  caucho,  el  casco  de  cobre,  la  esclavina  del 
mismo  metal  y  los  borceguíes  con  suelas  de 
plomo  que  deben  lastrarlo  en  el  agua, — dice  mon- 
sieur  Yung  refiriéndose  á  los  que  descienden  al 
fondo  del  mar  para  practicar  observaciones 
zoológicas, — pesa  de  dos  á  tres  quintales.  La  car- 
ga que  lleva  sobre  las  espaldas  hace  sus  movi- 
mientos penosos  al  aire  y  no  sin  dificultad  gana 
la  escala  de  cuerda  por  donde  debe  descender 
al  mar. 

»E1  vestido  impermeable,  qxie  forma  saco,  ca- 
rece de  flexibilidad  y  requiero  mucho  trabajo 
poder  introducirse  en  él,  siendo  indispensable 
el  auxilio  de  uno  ó  dos  hombres.  Hay  que  tener 
cuidado  en  cerrar  herméticamente  las  aberturas; 
en  los  puños  por  medio  de  brazaletes  elásticos, 
y  al  rededor  del  cuello  peilizcándolo  entre  el  co- 
llar metálico,  al  que  rebasa  algunos  centímetros, 
y  el  casco.  Es  muy  importante  también  llevar 
siempre  interiormente  algún  abrigo  de  lana  que 
protegerá  contra  los  enfriamientos,  y  sobre  los 
hombros  una  almohadilla  para  atenuar  el  efecto 
del  peso  considerable  que  soportan.  Esta  última 
precaución  es  indispensable  para  los  que  deben 
permanecer  mucho  tiempo  bajo  del  agua. 

«Hecho  esto,  el  btizo  se  ata  sólidamente  al  re- 
dedor del  talle  la  cuerda  de  seguridad  cuyo  otro 
cabo  permanece  en  manos  de  un  vigilante  y  debe 
servir  para  las  comunicaciones  con  la  superficie. 
Pone  el  pié  en  la  escala  de  cuerda  que  está  sumer- 
gida cerca  de  unos  dos  metros  y  en  la  cual  se  veri- 
íican  los  últimos  preparativos.  Fija  en  su  cintura 
redes,  sacos  y  frascos  para  alojar  la  próxima 
cosecha,  un  cuchillo  de  hoja  fuerte  para  hacer 
desprender  los  animales  duros  y  demasiado 
adherentes  y  una  lente  para  observar  de  cerca 
las  especies  más  pequeñas.  En  fin,  después  de 
asegurarse  del  buen  estado  de  la  válvula  que  va 
á  permitirle  regularizar  la  alimentación  del 
aire  en  el  casco,  el  buzo  da  orden  de  atornillar 
la  ¡ventana  redonda,  que  debe  aislarle  en  su 
aparato  y  se  abandona  al  elemento  líquido. 

»Los  primeros  instantes  producen  siempre 
cierta  emoción,  exporimontándoso  una  sensación 
especial  de  humedad,  do  frío  y  de  presión,  sien- 
do esta  última  la  más  penosa,  y  aun  haciéndose 
insoportable  para  algunos.  Con  frecuencia  hay 
quilines  se  hacen  retirar  á  menos  de  diez  metros 
de  profundidad  por  no  poder  resistir  el  vivo 
dolor  experimentadQ  en  el  tímpano.  Por  lo  de- 
más, el  aparato  que  tan  pesado  é  incómodo  erai 
en  el  aire,  queda  muy  aligerado  después  do  la 
inmersión  y  permite  una  gran  libertad  do  mo- 


(1)  81  no  estamos  mal  enterados  debe  de  existir  también 
en  Espnfiauna  estaclAn  de  este  géuero,  pero  ha  dado  hasta- 
ahora  t»n  poco  qne  hablar  de  si,  qne  no  podemos  proporcio- 
nar sobre  ella  más  dato  que  el  de  su  existencia. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


43 


vimientos,  limitados  tan  solamente  por  el  tubo 
de  aire. 

»Lo  que  sorprende  sobre  todo  en  el  Medite- 
rráneo,— dice  M.  Yung  que  ha  bajado  muchas 
veces  con  la  escafandra, — es  la  belleza  indescrip- 
tible de  los  colores.  El  azul  domina  por  do  qnier, 
os  rodea  enteramente,  y  en  el  azul  no  tardan 
en  distinguir  los  ojos  los  más  ricos  matices,  los 
tonos  mas  variados.  A  cinco  ó  seis  metros  es  un 
deslumbramiento  de  azur. 

»Esta  coloración  general  resulta  del  color 
propio  del  agua  bajo  diferentes  espesores.  El 
agua  es  azul,  y  el  color  que  ti-asmite  es  el  mismo 
que  el  que  refleja:  sábese,  por  otra  parte,  que  lo 
conserva  al  solidificarse.  En  la  grieta  de  un  gla- 
ciar gózase  igualmente  do  este  magnifico  espec- 
táculo, de  un  azul  puro  extendido  sobre  todas 
las  cosas.» 

Empero  para  que  este  azul  sea  puro,  precisa 
que  el  agvia  permanezca  perfectamente  traspa- 
rente, por  manera  que  si  el  mar  está  agitado  el 
azul  se  mezcla  con  el  amarillo  y  el  verde,  debido 
á  la  presencia  de  cierta  cantidad  de  partículas 
sólidas  ¡procedentes  del  fondo,  removido  por  la 
alteración  de  la  superficie. 

En  cuanto  á  la  intensidad  de  la  luz  bajo  el 
agua  varia  según  la  profundidad  y  el  estado  del 
cielo.  Bajo  el  cielo  de  Ñapóles  puédese  leer  á 
quince  y  hasta  á  veinte  metros  bajo  el  mar.  A 
treinta  y  cinco  metros  es  ya  difícil  distinguir 
los  objetos. 

Los  zoólogos,  dedicados  á  la  clase  de  explora- 
ciones que  decimos,  no  suelen  descender  más 
allá  de  diez  metros;  cuando  la  presión  alcanza 
una  atmósfera  se  hace  ya  muy  incómoda,  aunque 
hay  quien  puede  resistirla  dos  horas  seguidas. 
A  veinte  metros,  sólo  es  posible  permanecer  de 
quince  á  veinte  minutos,  por  término  medio,  pues 
los  movimientos  respiratorios  se  hacen  suma- 
mente fatigosos.  Con  todo,  hay  buzos  que  han 
doblado  y  hasta  triplicado  esta  profundidad, 
pero  en  el  agua  dulce. 

En  el  agua  salada  la  piesión  aumenta  con  la 
densidad,  equivaliendo  á  1.450  gramos  pgr  cen- 
tímetro cuadrado  para  cada  columna  de  agua  de 
diez  metros,  en  el  Mediterráneo.  De  ahí  que  á 
sesenta  metros  sobrevengan  alucinaciones,  tem- 
blores y  pérdida  del  conocimiento,  pero  no  pre- 
cisa descender  á  tanta  profundidad  para  expe- 
rimentar graves  trastornos  patológicos:  á  cua- 
renta metros  preséutanso  ya  frecuentemente. 

Uno  de  los  mayores  inconvenientes  de  la 
presión  bajo  el  agua,  os  un  gran  saliveo  y  como 
no  seria  peligroso  deglutir  la  enorme  cantidad 
de  aquella  secreción  á  medida  que  se  produce, 
suelen  los  buzos  proveerse  de  un  babero.  Otro 
inconveniente  consiste  en  el  continuo  empaña- 
miento  de  las  lumbreras  del  casco,  á  causa  de 
la  condensación  del  vapor  acuoso  del  aliento  y 
de  la  transpiración  en  los  cristales.  Algunos 
buzos  los  limpian  sencillamente  con  la  lengua, 
pero  cuando  se  trata  de  ejecutar  operaciones 
delicadas  empléase  una  esponjita  que  se  ata 
sobre  la  frente,  bastando  un  ligero  movimiento 
de  cabeza  para  servirse  de  ella. 

A  la  verdad,  cuando  el  buzo  no  ha  pasado  de 
los  dos  metros,  es  decir,  cuando  tiene  á  su  lado 
la  escala,  el  temor  no  es  grande,  ni  tampoco 
cuando  se  ha  llegado  á  los  tres  metros,  en  cuyo 
caso  está  todavía  á  su  alcance  dicha  escala,  pero 
la  cosa  varía  cuando  so  encuentra  uno  á  veinte  ó 
treinta  metros  de  profundidad.  De  ahí  que  sea 
muy  difícil  ejercer  por  largo  tiempo  la  profesión 
de  buzo:  en  la  mayoría  de  casos  no  tardan  en 
experimentarse  alteraciones  más  ó  menos  graves 
en  el  aparato  respiratorio:  la  voz  se  vuelve  ron- 
ca y  óyese  el  murmullo  de  la  respiración,  acci- 
dentes que  dimanan  sin  duda  de  los  bruscos 
enfriamientos  á  que  están  sujetos  los  buzos,  ba- 
ñados en  sudor  cuando  trabajan  y  terriblemente 
enfriados  asi  que  se  permiten  un  momento  de 
reposo. 

Véase  lo  que  refiere  un  buzo  do  Ginebra  á 
propósito  de  un  gran  descendimiento  que  verifi- 
có á  45  metros  de  profundidad: 

«A  diez  metros,  dice,  no  experimenté  casi 
nada,  por  estar  familiarizado  con  una  ])resión  de 
dos  atmósferas.  A  20  metros  el  frío  del  agua  me 


causa  una  sensible  opresión,  aunque  sin  inco- 
modarme sobremanera.  A  25  metros  empiezo  á 
sentir  dolores  de  cabeza,  y  por  un  momento 
veíanse  mis  ojos  y  me  zumban  los  oídos;  pé- 
nense muy  doloridos  ciertos  órganos.  A  20  me- 
tros la  cefalalgia  se  hace  violenta  y  va  aumen- 
tando siempre  hasta  los  40  metros,  en  cuyo 
momento  mi  cabeza  experimenta  la  más  extre- 
mada sensibilidad;  me  resiento  de  cada  golpe 
de  las  chapaletas  de  la  bomba  y  echo  de  ver  que 


fluye  sangre  de  mi  nariz.  En  fin,  á  45  metros, 
los  fenómenos  precedentes  alcanzan  su  máxi- 
mum de  intensidad.  La  hemorragia  nasal  es 
bastante  copiosa  y  jnerdo  .sangre  por  los  oídos. 
Cuéstame  mucho  trabajo  el  moverme,  y  mis 
fuerzas  están  enormemente  disminuidas;  me  es 
menester  tenderme  con  frecuencia  boca  arriba 
para  descansar  y  también  para  que  el  aire  pue- 
da repartirse  hasta  las  extremidades  inferiores 
del  vestido,  donde  de  continuo  .se  forman  plie- 


LA  EN  PERMITA  (Cuadro  de  Mary  Gow) 


gues  que  tienden  á  incrustarse  en  los  miembros, 
oprimiéndolos  fuertemente  y  dándoles  una  es- 
pecie de  parálisis.  Gracias  á  estas  precauciones 
pude  permanecer  veinte  minutos  á  esta  profun- 
didad de  45  metros,  pero  confieso  que  experi- 
menté grandísimo  contento  al  i-emontarme  á  la 
superficie  del  agua.» 

El  mismo  práctico  da  los  siguientes  consejos 
higiénicos  á  los  de  su  oficio:  «La  experiencia 
me  ha  enseñado  que  el  buzo  debe  abstenerse  de 
toda  bebida  alcohólica;  si  tiene  sed,  al  partir, 
puedo  beber  un  vaso  de  buen  vino  tinto;  nada 
de  vino  blanco  ni  de  cerveza,  por  razones  fáci- 
les de  comprender.  No  hay  que  bajar  nunca 
durante  la  digestión.  Algunos  de  mis  colegas 
tienen  la  costumbre  de  comer,  antes  del  trabajo, 


un  poco  de  ajo  crudo;  este  condimento  facilita 
mucho  la  respiración,  en  efecto,  pero  su  olor 
desagradable  restringe  naturalmente  su  em- 
pleo. » 

No  hay  que  decir  que  hay  que  bajar  siempi-e 
con  gran  lentitud  y  remontarse  de  igual  ma- 
nera. 

La  condición  esencial  del  bienestar  en  la  es- 
cafandra consiste  en  la  regularidad  de  la  res- 
piración, por  lo  cual  y  á  fin  de  asegurarla  en 
la  medida  de  lo  posible  están  provistas  todas 
las  escafandras  modernas  de  un  regulador  de  la 
circulación  del  airo.  Preci.sa  además  que  el  jue- 
go de  la  bomba  y  de  las  válvulas  esté  perfecta- 
mente vigilado,  pues  una  interrupción  en  la 
llegada  del  fluido  podría  traer  las  más  ftmestas 


JOVEN   marroquí  (Cuadro  (1«  Scbltsliigcr) 


GALANTERÍA  (Cuadro  de  A.  Kosak.jiwicz) 


«'. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


por  mis  que  M.  Petereen  crea 
que  el  volumen  d«>  aire  contenido  en  el  casco 
podría  entretener  la  vida  durante  cinco  minutos, 
tioBpo  suficiente  para  dar  la  señal  de  alarma  y 
haeñse  sabir.  Además  de  esto,  tiene  que  tener 
cuidado  el  bozo  en  diseminar  el  aire  por  su  ve-s- 
tido,  pues  tiende  siempre  á  ocupar  la  región 
snperíor,  y  en  graduar  bien  la  válvula  de  salida 
del  aire  para  que  no  entre  más  del  que  sale,  en 
cayo  caso  se  hincharía  el  traje  y  los  plomos  de 
que  va  cargado  el  buzo  serían  insuficientes  para 
mantenerle  en  el  fondo. 

«El  aire  que  sale  del  agua,  dice  M.  E.  Yung, 
produce  un  gluglu  que  constituye  un  serio  in- 
'  ■■•"•■'iiiente  bajo  el  punto  de  vista  de  la  percep- 
:•'  los  ruidos  submarinas,  siendo  por  otra 
i  i:  ■  -  ■'-  -'que  las  proñmdidades  del  mar 
son  i:  i.>sa.s.  Pero  sea  como  quiera,  ello 

es  ijut'  .(  im/,0  está  n^lucido  á  no  potler  comu- 
nicarse con  la  .superficie  más  que  por  medio  de 
sdiAles  cor  lies.   La  misma  cuerda  con 

aoe  está  s<'  ■  atado  le  sirve  para  ent«n- 

aerae  con  1ú<>  que,  á  bordo  del  oarco,  están 
atentos  á  sns  movimientos.  Una  fuerte  sacudida 
impresa  á  la  cuerda  significa  que  todo  va  bien; 
doe  sacudidas,  tubidme;  tres  sacudidas,  bajadme 
m  MKO;  una  serie  de  sacudidaís  repetidas  rápi- 
damente señalan  un  peligro;  es  una  suerte  de 
gríto  de  alarma  que  hace  seáis  inmediatamente 
retirado  por  los  vigorosos  brazos  de  los  mari- 
neros. > 

Como  se  ve,  es  muy  poco  lo  que  puede  decirse 
con  la  cuerda,  además  de  la  facilidad  con  que 
pnr-den  interpretarse  torcidamente  sus  indica- 
lioiies  á  causa  del  oleaje.  M.  Petersen  pensó 
que  el  teléfono  podría  prestar  preciosos  servi- 
cios aplicado  al  caso,  pero  no  han  sido  muy  feli- 
ces ios  ensayos  hechos  hasta  ahora.  <  El  buzo, 
cuyos  movimientos  de  cabeza  son  muy  limita- 
dos, cuyos  conductos  auditivos  están  rellenos 
de  algodón  para  atenuar  los  efectos  de  la  pre- 
sión en  el  tímpano  y  cuya  atención  está  cons- 
tantemente distraída  por  el  ruido  del  aire  que 
se  escapa  del  casco,  no  comprende  distintamente 
las  palabras  humanas.»  Es  de  esperar,  sin  em- 
bargo, que  con  el  tiempo  llegarán  á  obviarse 
estos  inconvenientes  y  le  será  posible  al  buzo 
comunicarse  ampliamente  con  su  vigilante. 

En  cuanto  á  los  buzos  que  trabajan  al  mismo 
tiempo  en  el  fondo  del  agua,  entiénden.se  ha- 
ciendo tocar  sus  cascos  mientras  hablan  y  con- 
signen de  esta  suerte  comunicarse  sus  impre- 
siones. 

Alfredo  Opisso. 


LAS  ILUSIONES 


Bel  horizonte  han  surgido 
muchas  nubecillas  blancas, 
y  con  rapidez  se  acercan 
por  fuerte  viento  impulsadas. 
Ya  en  desorden  se  amontonan, 
ora  en  jirones  se  rasgan, 
ondulantes,  vagorosas, 
como  fragmentos  de  gasa... 
jQué  bellas  son!...  ¡si  parecen 
las  ilusiones  del  alma! 

Por  cima  de  mí  las  veo 
como  se  deslizan  raudas 
cual  tímidas  avecillas 
que  hnyen  del  plomo  azoradas. 
Ya  han  pasado...  ya  se  alejan... 
¡Ay!  ctiAn  rápida  es  su  marcha., 
¡Deteneos...  deteneos 
nabecillas  nacaradas!. 
No  me  escuchan...  des,,,^..^ 
burlándose  de  mis  ansias.. 
¡Adiós,  adiós  ilusiones, 
Uasiones  de  mi  alma! 

Tomás  Camacho. 


NUESTROS   GRABADOS 


LAS     TfROINKS     LOCAS 

Cuadro  de  Pendran 

«Entonoea  será  sem^ante  el  reluo  de  los  cielos  á  diez  vlr- 
gener,  que  tomando  sus  limpuas,  salieron  á  recibir  al  esposo 
7  i  la  esposa. 

>Mas  las  cinco  de  ellas  eran  fituas,  y  las  otras  cinco  pru- 
dentes. 

•Y  las  cinco  Mtuas,  habiendo  tomado  las  lámparas,  no 
lloraron  consigo  aceite. 

•  Mas  las  prudentes  tomaron  aceite  en  sus  vasijas  Junta- 
mente con  las  lámparas. 

■Y  lardándose  el  esposo,  comenzaron  á  cabecear  y  se  dur- 
mieron todas. 

•  Cuando  á  la  media  noche  se  oyó  gritar:  Uirad  que  Tiene 
el  espaiio,  salid  á  recibirle. 

>  Entonces  se  levantaron  todas  aquellas  vírgenes,  y  adere- 
laron  sus  lámparas. 

>Y  dUeron  las  fatuas  á  las  prudentes:  Dadnos  de  vuestro 
aceite,  porque  nuestras  lámparas  se  apagan. 

«Respondieron  las  prudentes  diciendo:  Porque  tal  vez  no 
alcance  para  nosotras,  y  para  vosotras,  id  autes  á  los  que  lo 
venden  y  comprad  para  vosotras. 

•V  mientras  que  ellas  fueron  á  comprarlo,  vino  el  esposo: 
y  las  que  estaban  apercibidas,  entraron  con  él  á  las  bodas,  y 
filé  cerrada  la  puerta. 

>A1  tln  vinieron  también  las  otras  vírgenes  diciendo:  Se- 
ñor, Seüor,  ábrenos. 

•Mas  él  respondió,  y  dijo:  En  verdad  os  digo  que  no  os 
conoxco. 

•Velad,  pues,  porque  no  sabéis  el  dia  ni  la  hora>  (1). 

Esta  parábola,  una  de  las  mas  profundas  que  salieron  de 
los  divinos  labios  de  Jesús,  ha  inspirado  á  numerosísimos 
artistas,  que  la  han  interpretado  según  su  geuial  manera, 
siendo  á  nuestro  Juicio  la  de  Pendren  una  de  las  más  acer- 
tadas pinturas  basadas  en  el  expresado  asunto. 

IL     EfO     SAN    JUAN     (estados-unidos) 
PASOBAIIA    DI    FESDSRICTON 

Frederlcton  es  una  ciudad  perteneciente  al  Estndo  de 
Maineque  en  pocos  afios  ha  llegado  á  contar  10  000  habitan- 
tes. Tiene  por  su  carácter  mucho  de  canadiense  francés,  cosa 
no  extraña  por  sí-r  fronteriza  con  aquel  país  y  estar  rt  gdda 
por  un  rio  común  á  uno  y  otro  territorio. 

II.    PKIXODOB 

¡fariña  del  señor  Abril 

El  asunto  que  ha  inspirado  al  joven  y  distinguido  pintor 
valenciano  señor  Abril,  el  cuadro  que  verán  nuestros  lecto- 
res en  la  página  36,  está  tomado  de  la  poesía  valenciana  del 
señor  Aguirre  y  que  fué  premiada  años  atrás  con  la  flor  na- 
tural  en  los  Juegos  ñorales.  Se  tilula  El  peixcador^  y  eu  él,  el 
pintor  interpretando  delmente  el  pensamiento  del  poeta, 
presenta  ai;rupada  cu  la  playa  á  la  familia  del  marino  en  un 
día  de  tempestad.  La  composición  está  muy  bien  tratada  y 
si  anteriores  cuadros  no  le  hubieran  dado  al  señor  Abril  una 
Justa  reputación,  bastarla  este  para  colocarlo  ,en  primera 
fila  entre  los  que  cultivan  el  género. 

rBAMOCSCA   DI   BIKINI 

Cuadro  de  L.  Hoffmann-Zeüz 

Quall  colombe  dal  disto  chiamate 
con  r  all  aperte  e  ferme,  al  dolce  nido 
Tolan,  per  1'  aer  dal  voler  pórtate: 
cotali  uscir  della  schiera  ov'  é  Dldo 
a  noi  venendo  per  1*  aer  maligno, 
si  forte  fu  r  affettuoso  grido. 

tAmor,  qne  al  cor  gentil  ratto  s'  apprende, 
•prese  costul  della  bella  persona 
•che  mi  fu  tolta,  e  '1  modo  ancor  m'  otfende: 

•  Amor,  che  a  nullo  amato  amar  perdona, 
•mi  prese  del  costul  placer  si  forte, 
•che,  como  vedi,  ancor  non  m'  abbandona: 

•Amor  condusse  noi  ad  una  morte: 
•Caina  atienda  chi  vita  el  spense  • 
Qaeste  parole  da  lor  el  fur  porte  i^). 


(1)  (San  Maleo,  cap.  xxv,  ver».  1  á  13.  Traducción  de  la 
Vvigata  por  el  P.  Sclo  de  Han  Miguel). 

(2)  Roal  palomas  que  llamadas  por  el  deseo,  abiertas  é 
Inmóviles  la<i  alas,  vuelan  á  su  dulce  nlilo,  llevadas  por  una 
■ola  voluntad,  asi  ews  dos  almas  salieron  do  la  bnudada  don- 
de estaba  Dldo,  viniéndose  hacia  nosotros  por  el  aire  maléfi- 
co; tan  fuerte  fué  mi  afectuoso  grito. 

•Amor,  que  pronto  se  apodera  de  los  gentiles  corazones, 
apoderóse  del  de  la  bella  persona  qne  me  fué  arrebatada,  de 
tal  modo  que  aún  me  duele.  Amor,  que  no  permite  á  ningún 
ser  amado  no  amar,  prendióme  con  placer  tan  fuerte,  que 
como  ves  ni  aun  ahora  me  abandona.  Amornos  ha  condur-ido 
*  la  misma  suerte.  Caín  espera  al  que  nos  mató  ulU  arrlija  • 
Talas  fueron  sus  palabras. 


Tal  es  el  pasaje,— tan  caro  á  las  horoinas  de  Echegaray,— 
que  ha  tratado  de  interpretar  Holt'manu-Zeitz,  después  de 
haber  tentado  á  infinidad  de  piutores  y  músicos.  No  hay  que 
decir  que  ha  salido  airoso  del  asunto,  pero  á  buen  seguro  que 
no  será  el  último  que  se  sienta  «traído  por  los  lamentables 
amores  de  aquellas  interesantes  victimas  de  la  literatura  ca- 
balleresca. 

I8ABKL    DE    ESTE 

Retrato  del   Ticiano 

Esta  ilustre  dama,  marquesa  de  Mantua  y  hermana  del 
famoso  (íiicca  Alfonso,  marido  de  Lucrecia  Dorgla,  fué  una  de 
las  mujeres  más  notables  de  su  tiempo,  asi  por  su  divina  be- 
lleza como  por  su  apasionada  afición  á  las  cosas  del  arte.  Mau- 
tcula  correspondencia  con  los  principales  sabios  y  pintores  de 
su  época  y  no  reparaba  ni  en  di:;  ero  ni  en  medios  para  hacer- 
se con  las  preciosidades  arllslicas  de  que  estaba  henchido  el 
museo  del  palacio  de  los  Gonzagas;  pinturas  de  Mantegna,  del 
Corregglo,  del  Ticiano  y  del  Perugiuo;  estatuas  griegas,  ma- 
yólicas, barros  de  Gubblo,  curiosos  Instrumentos,  raras  edi- 
ciones del  Petrarca,  el  Virgilio  de  las  prensas  aldinas,  etcé- 
tera, etc. 

Fué  grande  amiga  de  los  latinistas  de  Ñapóles  Pontanus 
y  Vergerius,  del  Impresor  Aldo,  de  Véncela,  y  mereció  ser 
cantada  por  el  Arlosto  en  su  Orlando.  Todas  las  riquezas  acu- 
muladas por  Isabel  en  su  palacio  do  Mantua  desaparecieron 
en  el  saqueo  de  que  fué  objeto  aquella  ciudad  en  1630  por 
parte  de  las  terribles  bandas  de  alemanes  luteranos,  con  gran 
contentamiento  del  católico  conde  duque  de  Olivares. 

Figura  esta  obra  en  el  Belvedere  de  Vlena. 

UOUENTO    DE    PELIGRO 

Grupo  en  bronce,  por  Tomás  Brock 

Nadie  pondrá  en  duda  que  esa  obra  no  se  recomiendo  por 
su  sólido  modelado;  que  no  aparezca  expresada  con  mucho 
realismo  la  Intención  del  drama;  que  no  haya  mucha  grada- 
ción en  las  partes;  que  no  se  vea  la  más  perfecta  naturalidad 
en  las  actitudes,  con  ausencia  de  todo  convencionalismo;  que 
asi  el  caballo  como  el  ginete  indio  uo  sean  vivo  trasunto  de 
la  verdad,  pero,  aun  asi,  esas  obras  alborotadas  y  violentas 
señalan  siempre  un  periodo  de  decadencia  en  el  arte  y  en  la 
inteligencia,— sin  exceptuar  siquiera  el  Aaocoonte,— siendo  asi 
que  los  periodos  culminantes  se  señalan  por  obras  donde 
aparece  la  más  augusta  tranquilidad,  como  lo  atestigua  la 
Venus  de  Milo,  suprema  expresión  de  la  más  ideal  y  noble 
de  las  artes. 

I.ONÍI 

Dibujo  ríe  Fran:  De/rrgger 

Es  sin  duda  Defrcgger  la  más  descollante  figura  de  la  es- 
cuela fundada  en  Munich  por  el  benemérito  Plioty.  El  artis- 
ta que  ha  trazado  esa  Lonei,  tan  magníficamente  grabada, 
revela  que  posee  excepcionsles  f.icnltades  de  modelador  y 
que  no  en  balde  ha  de  haber  estudiado  las  obras  inmortales 
de  Rembrant. 

'  KIIMANZA    SIN    PALABRAS 

Cuadro    de    Burlón    Barber 

Bueno  es  que  haya  de  todo,  asi  encopetados  pintores  de 
historia  como  modestos  cultivadores  del  género  llamado 
anecdótico.  La  cuestión  está  en  hacer  las  cosas  bien,  como 
no  podrá  negarse  que  lo  ha  conseguido  Mr.  Burton  en  su 
linda  y  chispeante  Romanza  sin  palabras, 

LA   ENFEBMITA 

CtMdro  de  líary  Ooví 

Dulce  Impresión  produce  la  vista  de  esa  obra,  inspirada 
en  un  vivo  conocimiento  de  la  infantil  edad,  no  siendo  pre- 
ciso ser  muy  lince  para  adivinar  que  es  mujer  la  que  ha  pin- 
tado el  original.  Y  no  por  ning  iiia  cualidad  inferior,  sino 
por  la  exquisita  ternura  con  que  está  interpretado  el  asunto, 
ternnra  reveladora,— y  propia,— del  sexo  que  en  mal  hora  no 
quiere  ya  llamarse  débil. 

JOVEN    MARROQUÍ 

Cuadro  de  II.  Schlesinger 

Nadie  le  gana  al  reputado  artista  vienes  en  pintar  lindos 
palmitos,  según  de  ello  habrán  podido  convencerse  nuestros 
favorecedores  recordando  los  cuadros  que  de  este  autor 
hemos  dado.  Podrán  ser  los  títulos  que  les  pone  Schlesinger 
á  sus  obras  más  ó  menos  ajustados  al  riguroso  carácter  his- 
tórico ó  geográfico  de  lo  que  pinta,  pero  resulta  que  siem- 
pre hace  Bellezas,  á  cuyo  género  hay  no  pocos  aficionados. 

GALANTERÍA 

Cuadro  de  A.  KoKakelwicz 

Un  mozo  de  cuadra  puede  ser  tan  galante  como  cualquie- 
ra otro  hijo  de  Adán,  y  dar  muestras  de  esa  recomendable  cir- 
cunstancia quizás  con  más  frecuencia  aún  que  los  que  vi- 
ven en  más  elevadas  esferas  ó  cilindros.  Testigo  sino  ese  mo- 
cetón  sobre  cuy(í^  fornidos  lu)mt)r.>s  halla  apoyo  la  rolliza 
muchacha  que  de  peldaño  en  peldaño  va  descendiendo  del 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


47 


pajar;  robusta  pareja  que  infunde  todavía  esperanzas  en  el 
porrenir  de  la  humanidad,  añigida  con  tal  número  de 
anémicos,  enclenques  y  tristones. 

KL    ARTE    HELÉNICO;    LA    NIK>5    DB    8AM0TUAGIA 

Como  antiquísima  debe  reputarse  esta  obra  maestra,  la- 
brada por  desconocido  artista,  aunque  por  el  lugar  en  que  se 
encontró  la  estatua  debe  suponerse  fuese  de  extirpe  pelásgjca 
y  presidiese  al  tremendo  culto  de  los  Cabires  que  tenia  su 
centro  en  aquella  sombría  isla  de  Samotracia.  Ks  á  la  verdad 
un  resto  imponente,  ampliamente  trabajado. 


LA  NOCHE  DE  LA  MUERTE 


¡Cómo  está  oscura  la  noche! 
¡Qué  negro  está  el  firmamento! 
Ni  una  antorcha  sobre  el  mundo, 
ni  en  las  sombras  un  lucero. 
Ni  un  leve  rumor  que  turbe 
tan  espantoso  silencio, 
ni  un  vientecillo  que  mueva 
las  flores  del  cementerio. 
Inmensas  y  tristes  aves 
cruzan  por  el  cielo  negro, 
y  aunque  no  logro  mirarlas, 
puedo  decir  que  las  veo. 
¡Qué  solo  estoy!  tengo  frío; 
¡qué  solo  estoy!  tengo  miedo; 
estoy  muy  triste,  muy  triste, 
muy  solo  porque  estoy  muerto. 
Ayer  estaba  en  el  mundo, 
ayer  el  vital  aliento 
animaba  mi  existencia 
dando  vigor  á  mi  cuerpo. 
Ahora  todos  me  abandonan... 
¿Quién  se  acuerda  de  los  muertos? 
¡Madre!  ¡porque  madre  tuve! 
¡Madre!  ¿por  qué  estás  tan  lejos? 
Diera  yo  toda  mi  vida 
porque  me  dieras  un  beso. 
¿Mi  vida?  ¿la  tengo  acaso? 
Sólo  me  queda  el  recuerdo, 
y  es  el  recuerdo  muy  fií-me 
y  el  existir  pasajero. 
Siento  cruzar  á  mi  lado 
las  almas  de  los  que  fueron, 
que  ni  se  atreven  á  hablarme 
ni  yo  á  llamarlas  me  atrevo. 
¡Cómo  está  oscura  la  noche!... 
¡Qué  negro  está  el  firmamento!... 
¡Estoy  tan  solo,  tan  solo!... 
¡Qué  triste  es  el  cementerio! 
Quisiera  llorar  un  poco, 
quisiera...  pero  no  puedo. 
¡Pobre  de  aquel  que  se  muere! 
¿Qué  cosa  pueden  los  muertos? 
Cómo  se  alza  mi  cariño 
por  los  que  en  el  mundo  dejo: 
ignoro  si  aborrecía; 
si  aborrecí,  no  me  acitisrdo. 
Una  mujer  fué  mi  encanto, 
mi  luz,  mi  vida,  mi  ensueño... 
Ella  también  me  abandona... 
¿Quién  se  acuerda  de  los  muertos? 
¡Qué  soledad!  ¡Cuánta  sombra, 
cuánto  fiío,  yo  me  hielo! 
¿Adonde  torno  mis  ojos? 
¿Adonde  guio  mi  empeño? 
Mi  Dios,  ¿por  qué  me  abandonas? 
¿Por  qué  me  dejas.  Dios  bueno? 
¿Es  cierto  que  tú  eres  Dios 
de  vivos  y  no  de  muertos? 
La  antorcha  de  la  esperanza 
extinguió  su  santo  fuego; 
estoy  solo  en  mi  sepulcro, 
estoy  solo  y  tengo  miedo. 
Óyeme  ¡oh  Dios!  estoy  triste, 
muy  triste  en  el  cementerio. 
¡Tú  que  eres  luz,  dame  vida; 
Tú,  que  eres  vida,  con.suelo!  .  .  . 


¡Ah!  ¿qué  miro?  se  colora 
espléndido  el  firmamento; 
vaga  armonía  se  escucha 
entre  las  luces  del  cielo; 
cruzan  mirando  á  la  tierra 
los  espíritus,  envueltos 
en  luminosos  ropajes, 
lanzando  puros  destellos. 
¡Cuánta  luz!  ¡Cuánta  ventura! 
¡Qué  armonía!  ¡Qué  concentos! 
Ni  estoy  triste,  ni  estoy  solo, 
ni  está  oscuro  el  cementerio. 
¿Y  tú  quién  eres?  ¿Qué  buscas, 
ángel  que  tocas  mi  pecho? 
¿Por  qué  me  miras  tan  dulce, 
por  qué  tan  dulce  te  veo? 
¡Eres  la  Ee!  te  conozco; 
tu  mano  me  muestra  el  cielo: 
Hay  un  camino  de  estrellas 
y  después...  el  sol  eterno. 
¿Te  he  de  seguir?  Ya  te  sigo; 
estoy  libre,  ya  lo  siento: 
Entre  torrentes  de  vida 
flota  mi  espíritu  inquieto; 
tierno  arcángel,  ya  te  sigo, 
levanta,  levanta  el  vuelo, 
que  al  buscar  el  infinito 
entre  las  ondas  de  fuego, 
himnos  alzaré  al  que  justo 
no  se  olvida  de  los  muertos. 

Vicente  Riva  Palacio. 


-«- 


LA  FUENTE  DE  LOS  CURRUTACOS 


(continuación) 

VII 

CELOS  y  RECELOS 

Don  Leandro  era  uno  de  esos  varones  que 
tienen  la  virtud  de  saber  dormir  tranquilamente 
con  los  postigos  del  balcón  abiertos. 

Era  de  mañanita.  La  risueña  luz  del  nuevo 
día  reflejábase  en  los  cristales  de  los  balcones  de- 
jando en  la  penumbra  la  alcoba  conyugal.  Las 
campanas  repicaban  alegremente  á  misa  de  al- 
borada y  los  devotos  de  la  cofradía  de  la  Virgen 
del  Rosario  entonaban  por  las  calles  de  la  dor- 
mida población  el  Rosario  de  la  Aurora,  aquellas 
seguidillas  boleras  con  música  pm-amente  clási- 
ca y  nacional  que  empiezan: 

Cristianos  venid, 
devotos  llegad. 

Doña  Cándida,  la  mujer  de  nuestro  docto  li- 
cenciado, que  más  que  una  hermosura  presente 
era  ya  una  hermosura  pasada,  despertóse  pere- 
zosamente, restregóse  los  ojos  con  ambas  manos 
como  los  niños  llorones  y  notó  que  don  Leandro 
dormido  como  im  tronco  y  con  la  cara  vuelta  á 
la  pared  soñaba  y  predicaba  de  lo  lindo. 

La  desvelada  esposa  haciéndose  toda  ojos  y 
toda  oídos,  con  esa  curiosidad  propia  de  las 
hijas  de  Eva,  exclamó  á  media  voz: 

— ¿Qué  soñará  mi  buen  esposo?  Tempranito 
empieza  la  oración. 

Don  Leandro,  revuelto  como  un  ovillo,  feo,  su- 
doroso y  con  el  brazo  fuera  de  la  sábana  y  la 
diestra  hundida  en  la  almohada  y  pegada  á  la 
mejilla,  murmuraba  al  arrullo  de  su  fatigada  res- 
piración: 

— Es  una  perla,  es  una  tentación.  ¡Qué  divina, 
qué  guapa  y  qué  zalamera  es!... 

Su  cara  mitad  sonrióse  como  una  bienaventu- 
rada. 

El  abogado  cambió  de  posición,  extendió  los 
brazos  y  añadió: 

— No  he  visto  mujer  igual  en  todos  los  días 
de  mi  vida, — articulando  después  de  un  prolon- 
gado suspiro: — Dios  después  de  haberla  criado, 
rompió  el  molde. 

— No  tanto,  no  tanto,  niño, — exclamó  doña 
Cándida  sonriendo  y  pasándole  suavemente  la 


mano  por  la  frente. — Sueña,  amorcito  mío,  que 
yo  también  te  quiero  y  te  requiero  con  la  más 
dulce  voluntad. 

El  esposo  continuó  balbuceando  muy  por  lo 
bajo: 

— ¡Oh  Leandro!  ¡Leandro  eres  digno  de  un 
cordel! 

Doña  Cándida  fijó  los  atónitos  ojos  en  el  ros- 
tro de  su  esposo. 

El  esposo  prosiguió: 

— Si  no  hubiese  llevado  tanta  prisa  en  casar- 
me, hoy  podría  ofrecer  mi  mano,  mis  riquezas  á 
esa  estrella  y  decir  al  mundo  entero... 

Don  Leandro  agitó  la  cabeza,  hizo  un  bostezo 
y  enmudeció. 

La  pobre  señora  incorporó.s6  como  una  hiena  é 
hizo  ademán  de  estrujarle,  pero  conteniéndose 
como  espantada  de  su  misma  acción,  cruzó  los 
brazos  y  dobló  la  frente,  en  el  mismo  instante 
que  los  devotos  del  rosario  cantaban  debajo  de 
sus  balcones: 

Los  faroles  ya  están  encendidos 
por  falta  de  gente  no  pueden  salir. 


exclamó  la  ofendida 
¿De  quién  se  habrá 


— Para  cantos  estamos,- 
señora,  añadiendo  con  ira: 

prendado  ese  mostrenco?  ¿Quién  será  la  desver- 
gonzada que  le  ha  devanado  los  sesos  y  le  hace 
soltar  ese  cúmulo  de  atrocidades?...  ¡Oh  soberana 
Virgen  del  Rosario!  ¡Farolitos  de  su  cofradía, 
iluminad  la  mente  de  mi  buen  señor  para  que 
me  ame  á  mí,  á  mí  tan  solo,  como  es  de  razón  y 
ley!... 

Las  lágrimas,  ese  mágico  resorte  que  tienen 
siempre  á  mano  las  mujeres,  salpicaron  su  páli- 
do y  alterado  rostro.  . 

El  golilla  hizo  ima  mueca  que  hubiera  envi- 
diado al  mismo  Satanás,  excitándole  de  paso  la 
hilaridad,  y  balbuceó: 

— Mi  Cándida  es  tan  candida  como  su  nom- 
bre. 

— Gracias, — gritó  con  rabia  la  mujer,  desli- 
zándose de  sus  trenzas  la  dormilona. 

El  enamorado  continuó: 

— No  puedo  quejarme  de  ella.  Se  porta  muy 
bien  conmigo.  Me  regala  sus  caricias,  y  cada  dos 
años  un  fruto  de  bendición. 

— Que  no  los  mereces,  condenado. 

Don  Leandro,  como  si  hubiese  oído  la  voz  de 
su  mujer,  volvióse  de  cara  á  la  pared  y  continuó 
charlando  de  un  modo  imperceptible.  La  dama, 
con  el  pecho  mal  guardado  y  los  hombros  poco 
menos  que  desnudos,  sentóse  sobre  la  mullida 
cama,  dobló  el  cuerpo,  colocó  el  oído  sobre  la 
boca  del  varón,  escuchó  atentamente  y  dijo  des- 
pués con  verdaderas  muestras  de  amargura: 

— Se  queja...  ¡qué  sé  yo  de' qué  se  queja!...  ¡oh 
timante,  muy  tunante!...  ¿Conque  me  he  vuelto 
obesa,  y  aumento  en  años  y  en  carnes  cada 
día,  y  mi  rostro  ha  perdido  la  lozanía  de  la 
juventud,  y  mis  cabellos  se  vuelven  canos,  los 
ojos  llorones  y  los  labios  ajados,  mientras  la 
otra?...  ¡Ah!  ¡A  esa,  diera  j'o  el  escaparate  con  la 
Virgen  de  las  Angustias  para  arrancarle  las  gre- 
ñas en  medio  de  la  calle!  ¡Cada  día  se  presenta 
más  guapa,  más  linda  y  más  petrimetra  en  todas 
partes!... 

Doña  Cándida  no  cabía  en  la  cama.  La  infeliz 
se  hallaba  en  un  potro.  Pasó  unos  momentos  te- 
rribles; pei-o  poquito  á  poco  tranquilizóse,  cogió 
con  ambas  manos  las  sábanas  y  ocultó  la  frente 
en  la  almohada. 

Procuró  reconciliar  el  sueño,  pero  el  sueño  no 
acudió  á  sus  párpados.  Los  picaros  nervios  ha- 
bían dado  el  traste  con  el  dios  Morfeo.  Principió 
la  ultrajada  jamona  á  dar  vueltas  y  revueltas 
por  la  cama...  La  manta  y  los  abrigos  parecían  las 
velas  de  una  nave  hinchadas  por  la  tempestad. 

Don  Leandro  continuaba  durmiendo  como 
un  bendito... 

La  mujer  continuaba  luchando  con  sus  celos 
y  recelos  que  no  le  daban  tiempo  de  reposo. 

• — Yo  sabré  quién  es  esa  buscona,  esa  barra- 
gana de  Satanás,  ese  diablo  con  basquina  que  ha 
cazado  á  mi  señor  marido,  que  por  lo  visto  ha 
nacido  para  Gran  Sultán. 

El  confiado  esposo  continuaba  roncando  de 
lo  lindo. 


I^  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


L*  loa  del  dia  peo«>lrmudo  poquito  &  poco  en 
U  sala^  ponía  de  manifiesto  las  pinturas  de  los 
n::in\-i  ijiio  rt^prosent&ban  la  célebre  muerte  de 
^".rl:ini«.  .1  (.-aua|>¿,  lostaburetts  v  nnn  preciosa 


arquilla  sobre  la  cual  se  destacaba  una  caprichosa 
cruz  de  palo  santo  y  á  ambos  lados  un  reloj  y 
un  Niño  Jesús  de  cera  colocado  dentro  de  una 
campana  de  crista). 


La  desvelada  dama,  fija  en  su  idea,  puso  las 
manos  en  cruz,  y  fijando  los  llorosos  ojos  en  el 
techo  de  la  alcoba,  articuló: 

— ^.No  es  venlad,  Santo  Ángel  de  la  Guarda, 


"w  qnien  me  acuesto,  con  quien  me  levanto 
que  descubrirás  ese  Uo,  para  que  paeda  arafiar 
el  nMtro  á  este  tunante  que  ronca  á  mis  espal- 
i''  i  ««^bellaca  digna  de  ser  emplumada 
por  la  Santa  Inquisición?  i'"— »«» 

El  áo^l  nada  hizo  y  nada  dijo. 


LA   NIKÉ  DE  SAMOTRACIA 

.  — jOhl  me  ha  acudido  una  idea, — repuso  de 
pronto  doña  Cándida.— ¡Gracias!  ¡Gracias,  faro- 
litos del  Rosario,  por  haber  iluminado  mi  men- 
te!... Todo  lo  averiguaré. 

Saltó  de  la  cama,  vistióse  á  toda  prisa,  are- 
glóse  la  marmota  del  mejor  modo  posible,  em- 


polvóse el  pelo,  atóse  la  escurrida  basquina  á  la 
cintura,  prendióse  el  velo,  encomendó  los  niños 
á  la  doncella  y  salió. 

(Se  continuará.) 

Francisco  Gbas  y  Elías. 


>  INSÉRTESE  Ó  NO.  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  (- . 


««»««-«-TC  X^n^r^co  o.  B.  B*«0..-C«...  o.  Vu.tA«„OE.,  «ó«.    17.  B«».«C.,K  DH  SA»  A«tomO.-BXKCKLON*. 


SEMANARIO     CIENTÍFICO,     LITERARIO     Y    ARTÍSTICO 


Año  V 


Barcelona  22  de  Enero  de  1887 


Núm.  212 


HERMES  (Cuadio  de  W.  mchmond) 


LA  n.USTRACION  IBÉRICA 


SUMA  RIO 

Tbxto.— JtadrM.  C^rtm*  waprimfi,  p«^  rcrnanflor.— £a 
MM  4t  Mdr*  Lt/m  ^eaoUBiiarlón),  por  Juan  Tomu  8*I- 
yMj.—Mtttlm  timtifem,  por  Alfredo  Opisio.- J^ico  An- 
lité»,  por  A.  SAorkts  fént—la  dicAa  d<  ter  pcdrt.  por 
Padro  J.  Solat.— Xootro*  grabado*.— il  JfoHa  (soneto), 
pot  Vlecal*  Htawio  Ilitica.— ¿a  JWnfe  d<  1m  enmitaeot 
(eoBUnoaetMi).  por  Fraoebeo  Gr>«  7  ElUi. 

GBA&taoa.-  BrrBn.  -  CftBtreoeU:  Xn  las  n  cas;  doemboca- 
dara  d*l  Tyiw  -B  Akáaar  de  Toledo.— Abanico  vene- 
daao  da)  sitio  xti  11 .  —  Kl  arte  en  Roma  (cuatro  grabados) . 
— Kl  snaAo  de  Carloa  IX. -El  reto. —Tocados  femeiilDoa 
da  i  aiÜBoa  del  aislo  XTiii  (siete  ttabadoa).— Yiíla  tute- 
ilor  da  te  islaaia  de  «U  Ttánaito,»  «n  Toledo. 


MADRID 


C-AJITA.S    A.   1.^1    i»iii»a:A. 


LA    REGINA    DE    SABA 

rERlDA  Carmen:  Hoy  puedo  hablarte  de 
algo  risueiio,  del  estreno  de  la  ópera  La 
Regina  de  Soba,  recordándote,  asi,  una  de 
aquellas  noches  espléndidas  del  teatro  Real  en 
que  tú  contriboias  al  mayor  lucimiento  del  es- 
pectáculo con  las  gracias  de  tu  rostro  3'  la  ele- 
gancia de  tu  traje...  Todo  Madrid  estaba,  y  si 
añades  que  en  aquella  misma  noche  la  sociedad 
debía  bailar  en  la  legación  de  Austria,  puedes 
imaginarte  el  teatro  de  la  ópera:  muchos  vesti- 
dos claros,  muchísimos  brillantes,  magníficos 
escotes... 

No  sé  si  conoces  el  argumento  de  la  ópera 
del  maestro  Goldemark.  Te  le  referiré  breve- 
mente. Carlos  Goldemark  es  alemán,  nació  en 
1830,  se  ha  distinguido  en  la  composición  de 
autrUto*  y  granjea  sivfoníns.  La  Regint  de  Snba 
es  la  primera  ópera  de  las  qiie  ha  compuesto; 
se  estrenó  en  1874,  en  Viena,  donde  obtuvo 
gran  éxito.  Goldemark  e.s  wagneriano.  Tradu- 
''■•'■  il  italiano  esta  ópera  no  produjo  el  mismo 
que  en  Alemania.  Representada  en  Ma- 
tiriu ...  Pero  no  anticipemos  los  acontecimientos, 

Íiríma.  Fórmate  idea  de  la  ópera  siguiendo  con 
08  ojos  de  la  imaginación  los  cuadros  que  evo- 
caré rápidamente  con  mi  pluma.  Asistes  al  Real, 
en  tu  palco,  y  no  quitas  la  vista  de  la  escena 
sino  alguna  que  otra  vez,  para  ver  si  te  mira  tu 
novio.  Ves,  por  lo  tanto,  que  se  alza  el  telón  y 
aparece  la  escena  dividida  en  tres  naves,  por 
dos  columnatas;  te  encuentras  en  el  patio  del 
palacio  de  Salomón.  El  Gran  sacerdote  conversa 
con  su  hija  Sulamid,  y  fortalece  su  espíritu  y 
su  corazón;  Sulemid  teme  que  su  novio,  Assad, 
la  olvide  en  la  ausencia;  el  Gran  sacerdote  la 
dice  que  Assad  juró  guardarla  fe  y  que  no  pue- 
de ser  traidor  á  la  fe  jurada.  De  esto  suelen 
entender  más  las  hijas  que  los  padres.  Assad 
aparece  luego  y  Sulamid  ve  que  la  mira  con 
frialdad,  quiere  interrogarle  y  él  la  recrimina  y 
se  aleja.  Sulamid  tenia  razón;  Assad  es  perjuro. 
Aparece  Salomón  cuando  Assad  se  retira;  Salo- 
món le  recuerda  que  prometió  su  amor  á  Sula- 
mid; Assad  contesta  que  por  el  momento  está 
enamorado  de  una  extranjera  de  maravillosa 
hemiosiira.  Llega  en  esto  la  reina  de  Sabá  y 
Aasad  reconoce  en  ella  la  protagonista  de  su 
aventura...  Se  cree  en  el  caso  de  recordarla  el 
Msado  y  ella  niega  y  se  asombra  y  se  indigna... 
£.vcusado  es  decir  que  el  maestro  Goldemark 
aprovecha  la  ocasión  para  que  todos  los  instru- 
mf-nUMt  de  la  orquesta  levanten  el  mayor  estré- 
pito posible. 

El  segundo  acto  pasa  en  un  jardín.  Assad 
di.«f/  iim-  t>T)  trr.iV  de  caza;  la  reina  viene  á  dis- 
fri<r^  -r.  !..  -  ,l..¡a<l  del  bullicio  de  la  fiesta; 
ya  está  sola,  ya  es  mujer,  no  reina;  entonces  se 
ofrece  i  los  ojos  de  Assad  como  una  visión  amo- 
rosa. Assad  la  cree  celestial  aparición,  y,  acari- 
ciado por  ella,  envuelto  p<jr  ella  en  el  mismo 
velo  de  que  se  cillíe,  deslumhrado  y  desmayado, 
le  dqa  sobre  la  escalinata  de  la  fuente,  de 
donde  le  recogen  después.  Le  recogen  para  lle- 
varle á  la  vicaría  4  que  se  case  con  Sulamid. 
A'iui   kl  jardín   se  desvanece  y  aparece  un 


templo.  Sulamid  está  vestida  ilo  blanco,  la  j-eina 
la  ofrece  mía  copa  llena  de  perlas  y  ella  las 
rechaza  con  horror.  Assad  so  precipita  sobre  la 
reina  y  la  quita  el  velo...  jlndignación  general!... 
Sulamid  llora,  porque  es  caso  de  pena  capital 
para  su  novio.  ¡Así  lo  expresan  furibundamente 
también  todos  los  músicos  abrazados  á  sus  res- 
pectivos instrumentos! 

Y  viene  el  acto  tercero...  Salomón  sediviei-te. 
Tenía  debilidad  sin  duda  por  las  bailarinas.  Se 
comprende  si  bailaban  pasos  como  el  de  La 
Abeja...  Hé  aquí  una  joven  perseguida  por  el 
zumbador  insecto  y  que  se  envuelve  en  su  velo 
para  librarse  su  lindo  rostro  de  la  picadura,  y 
que  asi  envuelta,  la  espanta,  huye  de  ella  y 
sigue  sus  giros,  ataques  y  fugas.  El  insecto  la 
persigue,  y  al  fin,  por  algún  pliegue  se  le  entra 
la  abeja  en  el  velo,  tiene  que  arrojarle  y  como 
al  arrojarle  La  quedado  la  abeja  en  él,  baila  en 
tomo  regocijada.  Al  cabo,  con  precaución,  le 
agita,  le  sacude  y  el  insecto  huye  y  la  joven 
tras  él.  Salomón  era  un  sabio  y  sin  duda  en- 
contraba en  estas  danzas  trascendentales  alego- 
rías; los  abonados  del  Real,  sin  ser  Salomones, 
encuentran  este  paso  muy  bonito...  Pero  Assad 
está  condenado  á  muerte  y  la  reina  de  Sabá  no 
es  una  Lucrecia  Borgia,  y  no  quiere  que  su 
enamorado  perezca.  Se  ve,  pues,  en  el  caso  de 
referir  á  Salomón  sus  devaneos  y  pedir  gracia. 
Salomón  la  concede.  En  consecuencia  debemos 
trasladarnos  al  desierto,  al  retiro  de  las  vírge- 
nes sagradas  y  todo  lo  más  cerca  posible  de 
cierta  palmera...  Assad  está  solo;  la  reina  de 
Sabá  viene  á  coquetear  de  nuevo  con  el  deste- 
rrado, pero  éste  se  ha  vuelto  casi  un  Salomón 
en  el  ostracismo  y  desoye  sus  pérfidas  insi- 
nuaciones... Levántase  horrible  tempestad,  nube 
de  arena  cubre  el  desierto,  Assad  tiembla...  Y 
entonces  se  le  presenta  Sulamid,  la  invariable, 
la  tiernísima,  la  que  nunca  él  debió  olvidar  y  á 
quien  olvidó  tan  desdichadamente...  Y  entonces 
los  remordimientos  limpian  su  corazón  del  amor 
de  la  reina  y  se  le  devuelven  á  Sulamid  puro  y 
ardiente  como  antes  de  la  ausencia.  Después  de 
esto,  lo  mejor  es  morirse  y  esto  hace  Assad  con 
aplauso  de  los  espectadores. 

Y  ahora,  me  dirás,  ¿ha  gustado  la  música? 
Te  diré;  consultando  opiniones,  podrías  conven- 
certe de  que  no.  La  música  de  Goldemark  per- 
tenece al  género  do  Wagner;  recuerda  el  estilo 
de  Lohengrin  y  Tünrihauser,  si  bien  los  inteli- 
gentes no  conceptúan  tan  buena  como  estas 
óperas  La  Regina  de  Saba.  Los  españoles  y  los 
italianos  somos  apasionados  de  la  melodía,  y 
difícilmente  nos  acostumbramos  al  drama  musi- 
cal de  los  wagnerianos.  Así,  pues,  hemos  empe- 
zado por  no  entender  en  la  primer  noche  La 
Reina  de  Sabá.  y  lo  único  que  nos  consuela  es 
que  tal  vez  lleguemos  á  comprenderla  en  otra 
temporada.  Sin  embargo,  de  común  acuerdo  he- 
mos convenido  en  afirmar  que  es  una  ópera 
excelente;  acuerdo  discretísimo  que  hace  honor 
á  nuestra  modestia.  No  cabe  duda, — querida 
prima, — que  Wagner  ha  ganado  mucho  terreno 
entre  nosotros  desde  hace  años:  Lohevffrin  y 
Tünvhauser  son  óperas  que  no  comprendíamos 
y  que  hemos  comprendido  al  fin ,  gracias  á 
muchas  explicaciones;  sin  embargo,  la  mayoría 
del  público  madrileño  opina  del  gran  maestro 
alemán  lo  que  aquella  buena  señora  que  tú  re- 
cordarás sin  duda...  Oyendo  cierto  teclear  en 
el  gabinete  donde  estaba  su  hija  la  gritó: — ¡Ya 
sabes  que  no  te  pei-mito  tocar  música  de  Wag- 
ner!— ¡Mamá,— la  contestó, — si  no  toco;  si  es 
que  están  afinando  el  piano! 

Han  sido  muy  elogiadas  las  decoraciones  de 
esta  ópera  y  los  trajes  de  los  cantantes.  Real- 
mente han  vestido  éstos  con  lujo  oriental.  La 
Kupfer,  la  Pascua  y  Gayarre,  estaban  deslum- 
bradores. 

La  ejecución  maravillosa,  querida  prima. — 
— Todos  se  esmeraron;  los  coros,  la  orquesta, 
admirables. 

Las  Revistas  especiales  que  tú  recibes  y  lees, 
podrán  darte  detalles  de  esta  solemnidad,  y  en 
ellas  podrás  seguir  la  polémica  eterna  de  los 
melodistas  y  los  instrumentistas.  Yo  doy  aquí 
por  terminada  esta  reseña  y  para  llenar  el  es- 


pacio acostumbrado  do  mi  carta  me  permitiré 
hablarte  de  las  dos  jtrincipales  figuras  bíblicas 
de  la  ópera... 

¡Qué  figura  tan  bonita  la  de  la  reina  de  Sabá! 
¿Cómo  no  habrán  hecho  de  ella  y  de  Salomón 
los  verdaderos  amantes  de  la  ópera?  Porque 
ella,  según  parece,  no  estuvo  enamorada  ni 
podía  estarlo  de  un  hombre  que  no  fuese  ver- 
daderamente extraordinario,  que  no  fuese  digno 
de  ella.  Dicen  que  vino  desde  un  reino  á  visitar 
á  Salomón,  atraída  por  su  fama  do  sabio,  y  que 
para  probarle  le  hizo  muchas  difíciles  pregun- 
tas, lo  cual  supone  que  ella  era  más  sabia  que 
él  todavía.  La  reina  de  Sabá  le  encontró,  sin 
duda,  tan  agradable  de  cuerpo  como  de  espí- 
ritu ;  y  después  de  haber  cambiado  muchos 
presentes  se  separaron,  sin  que  ninguno  de 
ellos  reservase  al  otro  ningún  sentimiento 
de  sus  corazones.  Uno  y  otro  perdieron  en  sus 
conversaciones  científicas  la  serenidad  propia 
de  la  sabiduría  y  todas  sus  controversias, — asi 
lo  afirman  los  autores, —  terminaban  con  un 
beso.  Y  cuando  volvió  á  sus  Estados  la  reina 
pudo  anunciar  á  sus  subditos  que  serían  gober- 
nados con  el  tiempo  por  un  rey  sapientísimo, 
pues  no  podía  menos  de  serlo  el  príncipe  here- 
dero. Cuando  se  lee  en  los  comentaristas  la 
descripción  de  las  riquezas  con  que  Salomón  y 
la  reina  se  obsequiaron,  y  las  sumas  de  oro  y 
platxi  que  se  regalaron  uno  al  otro,  admira  que 
pudiese  haber  tanto  metálico  en  solos  dos  rei- 
nos y  en  solo  un  mundo.  Quizás  ha3'a  en  las 
historias  alguna  equivocación  de  guarismos;  la 
tradición,  es  sabido,  tiene  siempre  los  bolsillos 
llenos  de  ceros. 

Existe  una  leyenda  en  que  se  dice  que  la  rei- 
na de  Sabá,  para  convencerse  de  la  sabiduría  de 
Salomón,  le  envió  una  embajada  y  con  ella  una 
caja  dentro  de  la  cual  había  un  diamante  (que 
tenia  un  agujerito  que  le  atravesaba  tortuosa- 
mente) y  un  vaso  de  cristal.  Salomón  debía  meter 
un  hilo  por  el  diamante  y  llenar  el  vaso  de  un 
agua  que  no  viniese  ni  del  cielo  ni  de  la  tierra. 
Salomón  resolvió  los  dos  problemas.  Para  en- 
trar el  hilo  le  ató  al  extremo  de  un  gusanillo 
que  caracoleó  por  dentro  de  la  piedra  preciosa  y 
el  vaso  le  llenó  del  sudor  de  su  corcel  que  fué  y 
vino  largo  tiempo,  á  la  carrera.  Pruebas  tan  con- 
cluyentes  hubieran  enternecido  cualquier  cora- 
zón,— prima  mía, — por  vulgar  que  fuese:  cuando 
menos  el  de  una  reina. 

Te  advertiré,  sin  embargo,  que  no  todos  los 
comentadores  de  la  Biblia  están  conformes  en 
que  la  reina  de  Sabá  fuese  dueña  de  tal  imperio; 
hay  quien  sostiene  que  no  era  tal,  sino  una  gran 
señora  de  admirable  belleza,  de  riquezas  inago- 
tables, de  carácter  independiente,  que  se  llama- 
ba entonces  Balkifi  como  hoy  hubiera  podido 
llamarse  Trini.  Y  dicen  que  era  muy  simpática 
y  tan  conciliadora  con  todo  el  mundo,  que  cuando 
dejó  el  reino  de  Salomón,  no  sólo  lloraba  el  sa- 
bio Rey,  sino  también  sus  mil  y  tantas  muje- 
res. 

De  todos  modos  no  hay  ficción  del  pensamien- 
to que  no  resulte  al  fin  justificada;  el  reino  de 
Salomón,  su  sabiduría,  su  opulencia,  la  hermo- 
sura, el  tiemisimo  corazón  de  Balkis,  todo  aquel 
■magnifico  pasado  se  ha  hecho  realidad  y  se  ha 
llamado  ópera. 

Este  gran  estreno  ha  llenado  la  semana  del 
mundo  filarmónico;  la  semana  del  mundo  litera- 
rio será  colmada,  sin  duda,  por  Loa  dos  fana- 
tismos, drama  que  mañana  se  estrena  en  el  Es- 
pañol. 

No  será  Los  dos  fanatismos  sino  los  tres... 
Contando  con  el  finatismo  de  nuestro  público 
por  Echegaray. — Besa  tus  lindos  pies. 


Fernanflor. 


-*- 


LA  CASA  DE  PEDRO  LÓPEZ 


(OOICTIHUAOIÓII) 


Este  patio,  según  ya  dije,  por  medio  de  un 
largo  pasadizo  y  de  una  puerta  de  comunicación, 
situada  debajo  de  la  escalera,  venía  á  ser  la 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


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prolongación  y  remate  del  zaguán.  La  escalera, 
cosa  rara  en  Madrid,  era  de  piedra,  con  pelda- 
ños altos,  desiguales,  grasientos  y  desgastados, 
recibiendo  la  luz  del  patio  por  una  reja  pequeña 
y  cuadrada,  con  barrotes  de  hierro,  abierta  á 
considerable  elevación  sobre  cada  meseta,  y  las 
paredes  que  limitaban  su  caja  estaban  estuca- 
das, con  un  estuco  cayendo  ó  grieteándose  en 
unos  lados,  negro  ó  amarillento  en  otros;  en  su 
parte  superior  la  cubría  y  la  alumbraba  á  un 
tiempo,  al  nivel  del  tejado,  un  largo  tragaluz  en 
forma  de  óvalo,  con  alambrera  y  cristales  ne- 
gruzcos, empolvados  y  llenos  de  telarañas;  la 
barandilla  era  de  hierro  labrado,  con  pasamano 
de  madera,  ancho  y  carcomido,  lo  mismo  que  las 
puertas  que  daban  acceso  á  los  diversos  cuartos, 
á  las  cuales  se  llamaba  tirando  de  sendas  cade- 
nillas de  metal  entre  negro  y  amarillo,  pendien- 
tes á  la  izquierda  del  marco,  rematando  en  un 
anillo  y  haciendo  sonar  de  un  modo  destempla- 
do, al  tirarse  de  ellas,  una  tosca  campanilla 
situada  en  el  interior  de  cada  cuarto.  Durante  la 
noche,  hasta  las  once  de  la  misma,  hora  en  que 
la  portera,  ceri-ando  el  portal,  las  apagaba,  ver- 
tían macilenta  luz  sobre  esta  escalera,  arran- 
cando siniestros  reflejos  á  la  grasa  de  los 
peldaños,  á  los  hierros  de  la  barandilla  y  al 
estuco  de  las  paredes  unas  candilejas  de  petró- 
leo, sostenidas  por  otras  tantas  abrazaderas 
empotradas  en  aquéllas.  El  primer  tramo,  que 
terminaba  en  el  rellano  del  piso  principal,  ofre- 
cía una  pendiente  más  suave  que  la  de  los 
subsiguientes,  los  cuales  se  iban  empinando  á 
medida  que  se  subía,  como  si  á  su  construcción 
hubiera  presidido  el  propósito  deliberado  de 
castigar  el  inquilino  con  una  fatiga  proporcio- 
nada á  su  indigencia. 

El  primero  y  segundo  piso  de  la  casa  eran 
enteros,  es  decir,  abarcaban  toda  el  área  de  la 
misma,  excepto  el  patio;  el  tercero  estaba  parti- 
do en  dos,  de  los  cuales  me  había  á  mí  cabido 
en  suerte,  ó  en  desgracia,  el  de  la  izquierda. 
Este  último,  ó  sea  el  cuarto  que  acababa  de 
alquilar,  constaba  de  un  pequeño  recibimiento, 
atravesado  por  un  pasillo  que  conducía  por  un 
lado  á  las  habitaciones  de  delante,  consistentes 
en  una  sala  y  un  gabinete  á  la  francesa,  con 
balcones  á  la  calle,  todo  ello  bastante  redvicido, 
y  por  el  otro  á  las  habitaciones  de  atrás,  que 
eran  la  cocina  y  el  comedor,  con  una  alcoba 
éste,  y  ambos  con  vistas  á  un  segundo  patio, 
comprendido  entre  mi  casa  y  la  inmediata.  Es- 
tas habitaciones  eran  las  más  oscuras,  húmedas 
}'  tristes  de  la  casa,  y  desde  ellas  se  hallaba 
uno  en  comunicación  auricular  con  los  vecinos. 
En  el  pasillo  había  dos  cuartitos  interiores,  que 
recibían  luz  y  ventilación  por  otros  tantos  mon- 
tantes abiertos  en  los  tabiques  que  respectiva- 
mente los  separaban  á  uno  y  otro  lado,  del 
gabinete  y  de  la  sala.  Todas  las  habitaciones, 
sin  omitir  la  alcoba  del  comedor,  estaban,  estu- 
cadas, con  exclusión  de  este  último,  la  sala  y  la 
cocina,  revocada  ésta  y  empapelados  aquéllos, 
cada  uno  según  su  importancia  y  destino.  Ador- 
naban la  sala  y  el  gabinete  sendos  cielos  rasos, 
claros  y  limpios,  con  cenefas  oscuras  y  rosetones 
de  relieve  en  el  centro;  cubría  las  paredes  de  la 
primera  vistoso  papel  floreado  sobre  fondo  per- 
la; comunicaba  con  ambas  una  puerta  vidriera 
de  cristales  con  labores  y  visillos  encarnados; 
los  suelos  eran  de  fino  baldosín,  recién  puesto,  y 
por  los  balcones  de  ambas  piezas  se  entraban 
raudales  de  luz,  de  aire  puro  y  de  sol  de  medio- 
día, gracias  á  la  casa  fronteriza,  cuya  elevación 
no  pasando  de  dos  pisos,  daba  generoso  y  libre 
acceso  á  semejantes  beneficios. 

Tal  era,  someramente  descrito,  el  cuarto  ter- 
cero izquierda  de  la  casa  de  Pedro  López,  que 
acababa  de  alquilar  y  me  disponía  á  poner  con 
la  comodidad  que  mis  recursos  permitían.  En 
efecto,  aprovechando  los  restos  del  mueblaje  y 
utensilios  de  nuestra  antigua  casa,  mandé  al- 
fombrar la  sala  y  el  gabinete,  esterar  los  pasillos 
y  demás  habitaciones,  colgar  cortinas  en  las 
puertas  y  balcones  respectivos,  y  colocar  cada 
mueble  en  su  lugar  correspondiente.  Destiné  al 
criado  uno  de  los  cuartos  interiores,  situado 
enfrente  d(;  la  puerta  de  la  escalera,  hice  del 


gabinete  mi  dormitorio  j  de  la  sala  mi  des- 
pacho, quedando  así  instalado,  sino  con  el  lujo 
apetecible,  con  el  decoro  al  menos  debido  á  mi 
persona. 

Paco  Ramírez,  que  tal  nombre  y  apellido 
usaba  el  licenciado  del  ejército,  recién  entrado 
á  mi  servicio,  era  un  aragonés  de  unos  veinti- 
cinco años,  moreno,  alto,  fornido,  testarudo 
como  buen  hijo  de  su  madre  patria;  pero  con  la 
fidelidad  de  un  perro  y  la  exactitud  de  un 
matemático  en  el  cumplimiento  de  su  deber,  á 
juzgar  por  los  informes  de  su  antiguo  jefe 
y  amo. 

— ¿Sabes  guisar? — le  pregunté. 

— Si  el  señorito  se  contenta  con  comer  lo 
que  mi  capitán... — respondió  el  ex-asistente. 

— Veamos  tus  habilidades.  En  la  cocina  tie- 
nes lo  necesario;  ahí  va  dinero  para  la  compra 
de  mañana  y...  ¡mucho  ojo  con  las  sisas! 

— A  la  orden  mi...  señorito. 


— Perfectamente,  —  añadí  por  lo  bajo; — no 
tendré  necesidad  de  comer  en  público,  ni  de  que 
me  exploten  fondistas. 

En  seguida,  satisfecho  de  verme  instalado  en 
toda  regla,  me  asomé  al  balcón  á  contemplar  la 
vecindad. 

Era  al  caer  de  una  melancólica  tarde  de  Di- 
ciembre; el  sol  se  hundía  en  el  ocaso,  como  un 
ministro  que  depone  su  cartera  á  los  pies  del 
soberano,  con  la  esperanza  de  recobrarla  en 
breve;  algunos  negruzcos  nubarrones,  de  formas 
raras  y  gigantescas,  amenizaban  el  puro  azul 
del  éter;  el  viento,  frío  y  suave,  al  azotarme  el 
rostro,  traía  á  mis  oídos  los  infinitos  rumores  de 
esa  gran  colmena  llamada  Madrid,  donde  abun- 
dan más  los  zánganos  que  las  abejas,  y  cuya 
miel,  casi  siempre  inadvertida  ó  despreciada,  se 
seca  y  se  evapora  en  las  celdillas  de  los  corazo- 
nes y  de  los  cerebros  en  que  fuera  fabricada. 
Muchedumbre  de  pacíficos  ciudadanos  discui-ría 


CULLERCOATS:   EN   LAS  ROCAS,   DESEMBOCADURA   DEL  TYNE 


tranquilamente  por  la  calle  en  opuestas  direc- 
ciones, desde  la  desfachatada  chula  al  atildado 
caballero,  desde  el  aguador,  cargado  con  su 
cuba,  á  la  gran  dama,  cargada  con  su  vanidad 
y  sus  alhajas,  mientras  venían  á  confundirlos  y 
barajarlos,  salpicándolos  de  barro  y  como  escu- 
piéndolos sobre  las  aceras,  las  ruedas  de  los 
carruajes  que,  al  estremecer  el  empedrado,  atro- 
naban sus  oídos.  Las  tiendas,  ostentando  en  sus 
vistosos  escaparates  una  variada  multitud  de 
objetos,  ya  útiles,  ya  preciosos,  y  de  tentadoras 
golosinas,  eran  otros  tantos  lazos  tendidos  al  bol- 
sillo del  ocioso  ó  atareado  transeúnte;  entre  ellas, 
interrumpiendo  la  monotonía  de  la  cali?,  veíase 
aquí  una  carbonería,  allá  un  café,  acullá  un 
estanco,  más  arriba  una  farmacia,  una  lonja  de 
ultramarinos  al  lado  de  un  palacio,  en  animado 
contraste  y  bulliciosa  algarabía  todo  ello.  Junto 
al  portal  de  mi  casa,  es  decir,  la  de  Pedi-o 
López,  un  corrillo  de  tres  personas  ocupaba  la 
acera,  cual  si  hubiera  echado  allí  raíces,  inter- 
ceptando el  paso,  sufriendo  sin  sentirlos,  los 
codazos  y  las  invectivas  de  los  transeúntes.  En 
un  balcó'n  del  cuarto  segundo,  tirada,  mejor  que 
sentada,  sobre  una  silla  de  enea,  debajo  de  una 
cortina  de  persiana,  envuelta  en  ancho  mantón 
desde  los  pies  hasta  la  barba,  una  mujer  des- 
greñada y  sucia  miraba  con  ojos  estúpidos  á  la 
calle,  sonriendo  de  cuando  en  cuando  y  hacien- 
do, no  se  sabía  á  quién,  can  la  cabeza  señas 
imperceptibles.  Los  balcones  de  la  casa  de  al 
lado  se  hallaban  cubiertos  de  ropa,  y  en  el  alero 
del  tejado  de  enfrente  picoteaban,  trinando,  al- 
gunos gorriones;  sobre  las  tejas  se  levantaban 


las  buhardas  con  sus  caballetes  cubiertos  de 
pizarras,  y  á  lo  lejos,  dominándolo  todo,  alzá- 
banse n;¿s  aún,  como  gigantes  petrificados,  las 
cúpulas  de  los  templos,  con  sus  linternas  de 
cristales  sosteniendo  la  cruz  que  abrazaba  el 
vacío,  símbolo  perfecto  y  elocuente  de  nuestras 
creencias.  Una  niña  de  diez  á  doce  años,  aso- 
mada al  balcón  inmediato  al  alero  del  tejado 
donde  picoteaban  los  gorriones,  apuntó  á  mi 
rostro  unos  gemelos  de  teatro,  examinándome 
con  ávida  curiosidad. 

— ¡Delicioso! — pensé  cerrando  el  balcón. — • 
Aquí  podré  entregarme  sin  estorbo  á  terminar 
la  novela  titulada  fjO<  Afialadorei,  que  há  largo 
tiempo  anuncié  al  público. 

Y  me  puse  á  escribir,  sentado  al  bureau  que 
había  mandado  arrimar  á  un  testero  de  la  sala. 

IV 

Aquella  noche  y  las  dos  siguientes,  escribí 
sin  interrupción  multitud  de  cuartillas. 

Los  escritores,  cuando  nos  entregamos  de 
lleno  á  la  producción,  somos  excéntricos  y  capri- 
chosos como  las  mujeres  en  cierto  estado;  de  uno 
sé  que  no  podía  escribir  sin  un  loro  posado  en 
el  hombro;  otro  lo  verificó  cerrando  las  ventanas 
en  pleno  día  y  alumbrándose  con  una  bujía 
metida  en  un  cráneo;  y  en  fin,  por  no  cansar, 
me  consta  que  hubo  quien  no  podía  trazar  un 
renglón  sin  antes  sumergir  los  pies  en  un  baño 
de  agua  caliente. 

(Se  continuará.)     Juan  Tom.\s  Salvany. 

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LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


REVISTA  CIENTÍFICA 


Cnnirio—i  por  i«ac«Mlóo>.— SepoUunyeraiiMclón.-  Noero 
papel— Motor  de  >lre  earbonulo.— Los  mosquitos  y  1*  fiebre 
anariUk. 

MM.  Fontan  y  Segard  han  comunicado  últi- 
rnsmente  á  la  Sociedad  de  biologia  curiosas 
''■nes  de  sugestión  terapéutica,  que 
-  ;in  pueden  curarse  con  extremada  faci- 
lidad, por  la  sugestión  hipnótica,  no  solamente 
las  alteraciones  sime  materia  de  la  sensibilidad 
y  la  motilidad,  sino  también  desórdenes  circu- 
latorios y  secretorios  dependientes  de  lesiones 
anatómicas  precisas,  como  las  que  resultan  de 
tu  traumatismo. 

Los  autores  han  conseguido  hacerdesaparecer, 
en  una  sola  sesión  de  sugestión,  rigideces  arti- 
•.'iilares  consecatiyas  á  una  antigua  artritis  trau- 
mática y  á  un  reumatismo  crónico  de  una  dura- 


ción de  muchas  semanas,  y  tina  impotencia  de 
los  miembros  pelvianos,  seguida  de  conmoción 
cerebral. 

Las  irradiaciones  dolorosas  y  los  reflejos  des- 
pertados por  una  prostatitis  especifica  ó  una 
pelvimetritis  febril  bien  cai-acterizada,  han  sido 
aniquiladas  fácilmente;  la  propia  secreción  ure- 
tral ha  podido  ser  cortada.  Finalmente,  un  reu- 
matismo articular  agudo  ha  cedido  completa- 
mente á  un  tratamiento  por  sugestión  de  ocho 
días;  ya,  al  segundo,  hablan  desapai-ecido  los 
dolores. 

Esas  son  aplicaciones  enteramente  nuevas  de 
la  terapéutica  sugestiva,  y  sus  resultados  revis- 
ten grande  importancia,  por  más  que  no  rebasen 
el  limite  de  las  nociones  adquiridas  en  fisiolo- 
gía, habiendo  notado  ya  muchos  autores,  entre 
otros  MM.  Hack  Tuke  y  Bernheim,  que  tales 
hechos  podían  explicarse  por  una  acción  sobre 
los  nervios  vaso-motores  sobre  el  sistema  ner- 


vioso de  la  vida  vegetativa  en  general,  acción 
que  no  es  más  difícil  de  admitir  que  la  que  recae 
sobre  nuestras  sensaciones  y  nuestros  movi- 
mientos, es  decir,  sobre  el  sistema  nervioso  do 
la  vida  de  relación,  y  entra  perfectamente  en  el 
vasto  cuadro  de  la  influencia  de  lo  moral  sobre 
lo  físico.  (Bevue  Scieiitijique.) 


M.  G.  Hay  acaba  de  dedicar  á  la  cuestión  de 
la  manera  como  conviene  tratar  á  los  muertos 
un  interesante  trabajo  en  la  TherapeuHc  Gaz- 
zette,  que  vamos  á  resTimir  rápidamente. 

El  ser  viviente,— lo  mismo  el  hombre  que  los 
animales, — está  compviesto  de  cierto  número  de 
elementos  primordiales:  carbono,  oxígeno,  hi- 
drógeno, azufre,  fósforo,  cal,  etc.  Cuando  muere, 
estos  elementos  se  disgregan  en  forma  de  ácido 
carbónico,  agua,  amoniaco,  fosfuro  y  sulfuro  de 
hidrógeno,  etc.  La  rapidez  de  esta  disgregación 


ROMA  ANTIGUA:   EL  COLISEO  CON   EL  ARCO  DE  CONSTANTINO  (Reducción  de  una  estampa  del  Pirauese) 


depende  de  la  temperatura,  del  grado  de  hume- 
dad, de  la  presencia  ó  ausencia  de  bacterias. 
Después  de  la  desaparición  de  las  partes  blan- 
das, quedan  sobre  todo  carbonates  y  fosfatos. 
Todos  esos  productos  tienen  su  utilidad  en  la 
naturaleza:  el  agua  y  ciertos  gases  sirven  para 
la  alimentación  de  las  plantas;  las  sales  son 
diseminadas  por  el  viento  y  arrastradas  con  las 
aguas,  y  si  éstas  contienen  ciertos  ácidos  (car- 
bónicoy  sulfúrico,  por  ejemplo),  disuelven  dichas 
■ales  que  sirven  también  para  la  alimentación 
de  las  plantas.  La  materia  tomada  por  los  ani- 
males á  loe  vegetales  acaba  por  volver  á  la 
tierra  de  donde  viene,  y  sirve  de  nuevo  para  la 
alimentación  de  las  plantas.  De  esta  manera, 
loa  seres  vivientes  consumen  y  utilizan  no  sola- 
mente los  materiales  mismos  que  han  servido  á 
•na  predecesores,  sino  loe  que  han  contribuido 
i  constitair  éstos.  Comemos  los  vegetales  de  los 
tiempos  pasados,  y  A  nuestros  antepasados  mis- 
mos, y  serviremos  á  nuestra  vez  de  alimento  á 
nuestros  descendientes. 

^  En  lugar  de  dejar  verificarse  libremente  esta 
círctdación  de  la  materia,  la  ponemos  considera- 
bles trabas:  enterramos  ¿  nuestros  muertos.  Con 
t'  do,  la  descomposición,  aunque  retardada,  con- 
■  [  II  p,  mX  mismo  resoltxtdo.  Los  elementos  que  de 
'  pasan  á  las  agnas  y  van  4  servir 
ion  á  las  plantas  acuáticas  y  á  los 
.'i..Uiiü«a  que  se  nutren  con  ésta^  el  circtüo  per- 


manece el  mismo,  poco  más  ó  menos.  Pero  el 
enterramiento  ofrece  peligros.  Los  líquidos  orgá- 
nicos procedentes  de  un  cadáver  de  tífico,  de 
colérico,  pueden,  en  los  cementerios  urbanos,  ser 
arrastrados  á  las  cloacas  y  los  gérmenes  mor- 
bosos llegar  por  tanto  al  contacto  de  los  vivos; 
pueden  filtrarse  en  los  poros  y  envenenar  á  los 
que  beben  las  aguas  de  tal  manera  infectadas. 
Para  evitar  estos  inconvenientes,  hay  que  rele- 
gar los  cehienterios  lejos  de  las  poblaciones. 

Se  ha  creído  que  la  cremación  evitaría  todos 
los  peligros  inherentes  á  la  existencia  de  cuer- 
pos en  descomposición;  evidentemente  ofrece 
algunas  ventajas,  pero  presenta  también  incon- 
venientes, aún  fuera  de  los  que  puede  tener  bajo 
el  punto  de  vista  de  la  acción  de  la  justicia,  en 
los  casos  de  muerte  sospechosa.  ¿Qué  sucede, 
en  efecto,  en  la  cremación?  Sir  Lyon  Playfair 
ha  declarado  de  una  manera  terminante  que  los 
productos  últimos  de  ésta  son  los  mismos  de  la 
descomposición  ordinaria,  pero  esto  es  muy  du- 
doso. Verosímilmente,  no  se  desprende  amo- 
níaco, y  el  ázoe  se  produce  en  estado  de  gas 
aislado,  solitario,  no  combinado.  Esto  consti- 
tuye una  diferencia  importante.  El  ázoe  de  los 
cuerpos  sale  en  estado  de  gas  puro,  aislado  en 
la  atmósfera,  en  lugar  de  venir  combinado  con 
el  hidrógeno  bajo  forma  de  amoníaco,  siendo 
así  que  se  admite  generalmente  que  el  ázoe 
atmciférico  no  entra  para  nada  en  la  nutrición 


de  los  seres  vivos  y  que  las  plantas  no  se  asimi- 
lan gran  cosa  de  este,  á  no  ser  en  estado  de  amo- 
níaco (Liebig).  La  cremación  tiene,  pues,  por 
resultado  oponerse  al  retorno,  en  el  circulo  de 
la  materia,  de  una  cantidad  notable  de  un  gns 
útil,  sustituyendo  á  éste  un  gas  inerte. 

No  es  esto  todo.  Las  cenizas  que  nisultan  dn 
la  cremación  representan  sales  útiles,  necesarias 
á  los  vegetales,  á  los  animales  y  al  hombre,  de 
los  cuales  se  priva  al  suelo,  en  el  mero  hecho  de 
conservarlos,  por  respeto,  en  las  xirnas  funera- 
rias. Esos  fosfatos,  útiles  á  los  cereales,  se  con- 
vierten en  inaccesibles;  se  les  derrocha  lite- 
ralmente, dejándoles  en  las  urnas. 

En  dos  conceptos,  por  lo  tanto,  pertui-ba  la 
cremación  el  curi  imluní  do  la  materia  é  impide 
á  la  naturaleza  api'ovecharse  de  los  elementos 
que  le  son  útiles.  Es  decir,  que  para  M.  G.  Hay, 
la  cremación  representa  una  operación  desastro- 
sa bajo  el  punto  de  vista  económico,  una  medida 
de  prodigalidad. 

Queda  por  saber  ahora  hasta  <iué  punto  esta 
medida  puedo  peijudicar  á  la  circulación  de  la 
materia  útil  (ídem). 


* 


Un  japonés  acaba  de  inventar  un  prí)ce(li- 
miento  que  permite  fabricar  papel  con  algas  ma- 
rinas. Este  papel,  muy  consistente,  es  transpa- 
rente hasta  tal  punto  que  se  le  puede  emplear 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


?>?, 


en  lugar  de  cristalea.  Recibe  muy  bien  los  dife- 
rentes colores  ó  imita  perfectamente  los  vidrios 
antiguos. 

Este  descubrimiento  interesante  no  tiene  nada 
de  sorprendente,  en  atención  á  la  naturaleza 
mucilaginosa  de  las  algas,  pero  es  muy  de  notar 
en  razón  de  la  importancia  del  papel.  (Mouve- 
ment  Industriel). 


La  Revue-Gazzetfe  commerciale  et  maritime  da 
cuenta  de  la  explotación,  por  los  constructores 
alemanes,  de  un  motor  de  aire  carburado. 

La  mezcla  explosiva  es  producida  por  la  má- 
quina misma,  que  aspira  el  aire  á  través  de 
un  reservorio  de  bencina  ó  de  otro  cualquiera 
hidrocarburo  líquido.  El  aire  saturado  pasa  en- 
seguida al  cilindro,  donde  se  mezcla  con  el  aire 
atmosférico.  Esta  mezcla  es  comprimida  luego, 
é  inflámase  en  el  momento  que  se  quiere  me- 
diante una  chispa  eléctrica. 

Un  aparato  electro-magnético  movido  por  el 
eje  de  la  máquina  es  el  que  produce  automática- 
mente, y  con  gran  precisión,  el  incendio  espon- 
táneo de  los  gases. 

Este  género  de  motor  está  destinado  á  un  gran 
porvenir,  puesto  que  no  exige  ninguna  canaliza- 
ción de  los  gases,  siendo  de  creer  que  su  apli- 
cación se  propagará  mucho  en  la  pequeña  in- 
dustria. (Moniteur  industrial). 

*  * 

Muy  á  menudo  háse  preguntado,  aunque  en 
vano,  de  qué  podían  sei'vir  los  mosquitos,  no  ha- 
biendo nadie,  hasta  el  presente,  podido  asignar 
á  su  creación  una  causa  final  satisfactoria.  El 
doctor  Ch.  Einlay,  médico  de  la  Habana,  acaba 
de  emitir  una  teoría  que  no  satisfará  ciertamente 
á  los  causa-finaleros,  acostumbrados  á  creer  la 
naturaleza  llena  de  virtuosas  intenciones  y  á 
considerarla  como  una  especie  de  hombre  au  pe- 
tit  manfeau  bleu  incesantemente  ocupado  en  de- 
rramar beneficios;  pero  su  teoría  interesará  á  los 
biólogos.  M.  Finlay,  que  ha  estudiado  mucho  la 
fiebre  amarilla,  declara  que  ésta  no  es  transmi- 
sible ni  por  el  aire,  ni  por  contacto,  sino  tan  so- 
lamente por  inoculación,  y  para  él,  el  agente 
natural  principal  de  la  inoculación  es  el  mosqui- 
to, el  Culex. 

Este  insecto  recogería  en  los  enfermos  los  gér- 
menes del  mal,  que  trasmitiría  á  las  personas 
sanas  con  sus  picaduras.  Mr.  Finlay  ha  podido 
convencerse  de  visu  que  el  aparato  perforante 
conserva  fácilmente  fragmentos  de  la  piel  que 
acaba  de  picar.  Cultivando  las  sustancias  en- 
contradas por  él  al  rededor  de  una  trompa  de  Cu- 
lex. Mr.  Finlay  ha  visto  desarrollarse  esporos 
análogos  á  los  que  se  obtienen  cuando  se  culti- 
va la  sangre  procedente  de  enfermos  atacados  de 
fiebre  amarilla.  Compréndese  que  puedan  ser 
transportadas  partículas  de  virus  de  un  organis- 
mo á  otro,  en  el  mero  hecho  de  la  sucesión  de 
picaduras  que  el  Culex  distribuye  tan  liberal- 
mente.  Un  colega  suyo  americano,  Mr.  Ham- 
mond,  confirma  el  parecer  de  Mr.  Finlay,  seña- 
lando un  caso  bastante  curioso.  En  1839,  hubo 
una  epidemia  de  fiebre  amarilla  en  Augusta 
(Georgia),  pero  no  se  dio  ningún  caso  en  Sum- 
merville,  localidad  vecina,  situada  en  las  dunas 
y  enteramente  desprovista  de  mosquitos.  Algu- 
nos años  después,  habiéndose  construido  una  ca- 
rretera á  través  de  las  marismas  y  abierto  al- 
gunas cisternas,  hicieron  los  mosquitos  su  pri- 
mera aparición  en  Summerville,  y  en  la  epidemia 
de  1854,  Summerville  fué  atacada  como  las  po- 
blaciones vecinas. 

Mr.  Finlay  ha  hecho  algunos  experimentos  res- 
pecto á  la  inoculación  de  la  fiebre  amarilla.  Ha 
inoculado  24  personas,  y  según  el  .Journal  of  the 
american  medical  Association,  del  cual  tomamos 
estos  datos,  cr^e,  por  lo  que  ha  vi.sto  en  cier- 
tos casos,  que  esas  inoculaciones  pueden  procu- 
rar la  impunidad.  No  encontramos,  empero,  nin- 
gún dato  sobre  el  método  de  esas  inoculaciones 
en  el  referido  periódico.  Los  estudios  del  doctor 
Finlay  son  interesantes;  arrojarán,  quizás,  nue- 


va luz  respecto  al  papel  de  los  mosquitos  y  po- 
drán servir  para  dar  á  conocer  mejor  la  historia 
de  la  fiebre  amarilla.  (Bevue  d'  hygiene). 

Alfredo  Opisso. 


PERICO  ANTIBON 


Salí  verdaderamente  indignado. 

Y  no  porque  al  badulaque  de  Perico  Antibon 
le  pareciese  mal  el  cuadro  de  mi  amigo  Manuel, 
sino  porque  dos  horas  antes  había  dicho  él  mis- 


mo todo  lo  contrario  de  lo  que  entonces  propa- 
laba. 

Ya  comprenderá  el  lector  discreto  que  me  re- 
fiero á  un  maldiciente.  Perico  Antibon  lo  era, 
— presumo  que  seguirá  siéndolo  si  alguna  de 
sus  víctimas  no  le  ha  aplastado  todavía, — y  de 
la  peor  especie;  con  ser  muy  malos  per  se  y  se- 
cundum  quid,  los  maldicientes  de  todas  calañas. 

Y  digo  que  Antibon  era  de  la  peor  especie 
porque  era  maldiciente  injerto  de  adulador.  Hay 
maldicientes,  de  maldicientes;  sí,  señor,  que  los 
hay;  que  maldicen  por  hacer  gracia  á  su  audito- 
rio. Ellos  advierten  que  cuando  hablan  mal  de 
fulano  y  de  mengano,  las  gentes  se  ríen,  y  caea 


LA  COLUMNA  DE  TRAJANO  (ReproducoLón  de  una  estampa  del  Piranesc) 


en  la  cuenta  de  que  son  graciosos  y  de  que  pue- 
den serlo  siempre  á  muy  poca  costa.  Otros  hay 
que  hablan  mal  del  ausente,  por  costumbre; 
otros  que  lo  hacen  por  envidia.  Pero  aún  entre 
esos  mismos  los  hay  inofensivos;  que  murmuran 
del  amigo,  no  para  hacerle  daño,  ni  con  el  pro- 
pósito de  perjudicarle  en  sus  intereses,  sino  so- 
lamente por  satisfacer  esa  inclinación  natural 
suya  á  decir  chistes  y  á  pasar  por  agudos  á  cos- 
ta del  prójimo.  Pero  Antibon  no  pertenecía  á 
esta  clase;  Antibon  pasaba  horas  y  horas,  y  yo 
creo  que  días  enteros,  discurriendo  la  manera 
de  hacer  más  daño,  de  causar  mayor  perjuicio  y 
siempre  que  podía  introducir  la  desconfianza  y 
el  recelo  entre  dos  enamorados;  ó  lograba  pro- 
ducir el  rompimiento  de  dos  buenos  y  antiguos 
amigos;  ó  llevar  al  cisma  á  una  familia  bien 
avenida,  gozaba  con  gozo  repulsivo  y  odioso  que 
.'<e  adivinaba  en  su  risita  falsa  y  en  su  mirar  á 
lo  zaino. 

Vamos  que  3'o  no  podía  resistir  á  Perico. 

Tropezábame  con  él,  y  aún  venía  á  sentarse 


á  mi  lado  en  algunas  reuniones  y  me  llamaba 
compañero;  vea  V.,  ¡yo  compañero  suyo!  habría 
yo  preferido  la  compañía  de  un  capitán  de 
ladrones. — Pero  yo  muy  pocas  veces  correspon- 
día á  su  saludo,  y  en  más  de  una  ocasión  le 
dejé  con  la  palabra  en  la  boca,  cuando  en  la  calle 
ó  el  paseo,  en  el  café  ó  en  el  teatro,  tuvo  la 
ocurrencia  de  dirigirme  alguna  pregunta. 

Manuel  era  el  reverso  de  la  medalla;  para 
Manuel  no  había  amigo  malo,  ni  poeta  mediano, 
ni  artista  que  no  mereciese  corona,  ni  mujer 
que  no  fuese  digna  de  ser  colocada  en  los  alta- 
res; era  ya  demasiado  bueno.  Pero,  en  fin,  caso 
de  pecar,  vale  más  que  sea  en  este  sentido  que 
en  el  otro. 

Para  mí  Manuel  solamente  tenia  un  pero;  la 
amistad  de  Perico. 

Tratábale  con  cariño;  recibíale  en  su  casa; 
solía  prestarle  dinero  y  hasta  le  tuteaba;  á  mí 
esa  debilidad  de  Manuel  me  desesperaba.  En 
vano  le  prediqué  uno  y  otro  día  para  que  rom- 
piese esa  amistad  que  le  favorecía  muy  poco. — 


EL  SUEÑO  DE  CARLOS  IX,  DESPUÉS  DE  L 


E   DE   SAN   BARTOLOMÉ   (Cuadro  de  Max  Adamo) 


5S 


LA  ILUSTRACIÓN  IBEHICA 


cSon  aprensiones  tuyas,  me  dijo  siempre.  Peri- 
co es  muy  buen  uxioUacho,  un  infeliz,  que  me 
Huion»  mucho  y  me  prosta  servicios  que  acaso 
uitijuno  de  mis  amigos  jv^lria  prestarme,  sino 
iliu-  tú  le  has  tomado  ojeriza,  y  no  le  juzgas  con 
imp;inialiilad.  • 

HiiLk>,  pues,  de  renunciar  á  mis  propósitos  de 

alejará  Perico  de  la  intimidad  de  Manuel,  y 

i,.,r  .>!  contrario,  yo  comencé  á  escasear  mis 

~  Pero  Manuel  había  terminado  un  cuadro 

• -a  lle\-ar  á  no  recuerdo  que  expo- 

idome  rtigado  él  que  fuese  al 

ver  su  obra  y  para  decirle  con  fran- 

■pinión  acerca  de   ella,   acudí   con 

gusto,  p.'rque  estaba  muy  convencido  de  que 

Mknael  habría  hecho  una  obra  mae.stra.  No  me 

engañé,  el  ctiadro  de  Manuel  era  un  magnitico 

cuadr«    Así  «e  lo  dije  y  así  se  lo  repitieron 

;»rios  compañeros  que,  como  yo,  ha- 

ii.       >        luvitados  por  el  autor. 


Entre  ellos,  claro  es  que  se  hallaba,  sin  sepa- 
rarse un  momento  del  artista,  el  antipAtico  Anti- 
bon,  lanzando,  sin  cesar,  exclamacione.s  de  asom- 
bro que  ya  parecían  empalagosas  ilun  il  los  más 
entusiasta,s. — o;Prod¡gio.so, decía,  prodigioso; chi- 
co, esto  es  uu  verdadero  asombro;  no  lo  digo 
por  adularte,  sabes  que  detesto  la  adulación,  y 
que  por  carácter  soy  poco  aficionado  A  lisonjas, 
pero  tu  cuadro  es  una  maravilla.  Esto  es  sor- 
prendente; ese  aire  se  respira,  esas  figuras 
hablan,  esas  flores  se  huelen,  esas  frutas  se 
comen.  No  digo  ya  los  Casado,  los  Gisbert,  los 
Pradilla,  los  Sans;  ni  Velílzquez,  ni  Murillo,  ni 
Rafael,  sirven  para  lavarte  los  pinceles.» 

Aquellas  exageraciones,  que  con  asombro 
mío,  escuchaba  Manuel  con  la  sonrisa  en  los 
labios,  produjeron  en  todos  nosotros  un  efecto 
muy  desagradable,  y  no  faltó  quien  pusiese 
correctivo  á  ese  torrente  de  estúpidas  y  desca- 
radas adulaciones,  indicando,  aunque-  cariñosa- 


mente al  pintor,  alguna  incorrección  y  algún 
descuido  que  notaba  en  la  obra;  Manuel  escu- 
chaba sus  indicaciones  con  la  misma  sonrisa 
de  agradecimiento  y  no  parecía  mostrarse  ofen- 
dido. 

La  sesión  terminó;  salimos  poco  á  poco  del 
taller  y  nos  separamos  del  artista. 

Poco  tiempo  después  y  como  nos  cncoutrAse- 
mos  gran  número  de  los  mismos  amigos  de  Ma- 
nuel, en  la  cervecería  inglesa,  vi  A  Perico  decir 
del  cuadro  tales  cosas  que,  como  antes  he  dicho, 
me  retiré  indignado  y  temeroso  de  arrojarle  una 
botella  A  la  cabeza.  Tal  salí  de  la  cervecería  que 
como  si  me  hubiesen  disparado,  me  encaminé 
corriendo  A  casa  de  Manuel.  Entré  precipitada- 
mente y  casi  sin  poder  respirar  en  sa  taller  y 
me  le  encontró  retocando  su  cuadro,  modifican- 
do algunos  trozos,  corrigiendo  algunos  efectos 
de  colorido. 

—  ^,Qué  pasa? — me  preguntó  asombrado. 


ARCO  DE  TITO  (Reducción  de  una  eslampa  del  Pirauese) 


— Mira, — le  dije,  sin  poder  dominar  mi  eno- 
jo.— De  hoy  no  pasa.  Has  de  elegir  entre  la 
amistad  de  él  y  la  mia.  Yo  ni  debo,  ni  quiero 
decirte  por  qué;  pero  yo  no  puedo  permitir  que 
■eu  Un  candido,  por  no  decir  tan  necio,  que 
MIS»»  cotuiderando  como  amigo  á  ese  misera- 
ble. 

— ¡Bah! — dijo  Manuel, — no  digati  más.  Perico 
habla  mal  de  mi  cuadro;  me  parece  que  lo  estoy 
oyendo.  Pero,  si  aqui  el  único  necio  eres  tú. 

—¿Pues? 

— ¿Tú  crees  que  yo  estimo  á  Perico? 

— Lo  creo  porque  lo  veo. 

—¿Lo  ves?  ¿Y  qué  es  lo  que  tú  ves? 

— Que  recibes,  que  escuchas,  que  atiendes  á 
ese  ruin  personaje. 

— Pues,  ¿no  he  de  recibirle,  no  he  de  escu- 
charle, no  he  de  atenderle,  si  me  sirve  mejor 
que  ninguno  de  Toaotros  que  tanto  me  queréis? 

— ^¿Qn*  te  sirve? 

— Y  mocho.  Hoy,  sin  ir  más  Iq'oe.  Sin  los  elo- 
gioa  de  eae  pobre  hombre,  que  han  producido, 
por  lo  oageñdoa,  la  reacciÁn  natural  en  vtiestros 
evpirítiH,  acMO  ▼ocotnw  no  me  hubierais  hecho 
las  obwrraeíoDes  atinadas,  tan  atinadas  como 
cvífiosaa  qua  ahora  mtsmo  ectoy  aprovechando. 

Sin  la*  censuras  que  Perico  ha  de  lanzar  en 
todas  las  formas  y  por  todas  partes  quizás,  nadie 
pensaría  en  mi  cuadro. 

Créeme,  amigo  mío;  Penco  Antibon,  sirve, 
p«ra  lo  qtie  sirve  lo  qtie  es  venenoso  y  malo, 
jñempre  qn<>  w  emplee  con  oportunidad. 


Es  chismoso. 

Me  sirve  para  decir  A  las  personas  A  quienes 
no  quiero  ver  en  casa,  que  me  revientan  sus  vi- 
sitas. Se  lo  digo  A  él  en  confianza  y  con  mucha 
reserva,  y  al  día  siguiente  lo  sabe  el  interesado 
y  no  vuelve. 

Hoy,  ya  lo  ves,  sus  murmuraciones  han  servi- 
do para  que  yo  me  afirme  en  la  opinión  que  ya 
tenia  de  que  tú  eres  mi  mejor  amigo. 

Permíteme,  pues,  conservar  A  Perico;  cuando 
no  de  otra  cosa,  sirve  para  recordarme  mis  de- 
fectos. 

Callé,  no  muy  convencido;  pero  pensAndolo 
bien,  dije: — Al  cabo,  puede  ser  que  tengas  razón. 

Y  desde  entonces  comencé  á  mirar  con  mAs 
curiosidad  y  menos  repugnancia  A  Perico. 

A.  SÁNCHEZ  PÉREZ. 


LA  DICHA  DE  SER  PADRE 


( MONÓLOGO ) 
I 


— ¿NiSo?  ¡Es  niño!...  ¡Qué  ventura!...  ¡Gra- 
cias, Dios  mío!...  ¡Cuidado,  cuidado!...  ¡A  ver, 
venga  mi  hijo!...  ¡Hijo  de  mi  alma!...  ¡Qué  vagi- 
do t:in   tr;«f<-'       -A,,,!.,     -r^íln,    üorniicillo-    vte 


con  tu  madre,  al  calorcito;  anda,  llorón!...  ¡Con 
cuidado,  no  le  vayas  A  sofocar!  Espera,  antes  un 
beso...,  otro,  otro.  ¡Ya  le  besarAs  tú!...  ¡Si,  tápa- 
le; pon  en  hueco  la  ropa,  no  vaya  á  asfixiarse!... 
No,  no  es  aprensión;  es  que  los  niños  requieren 
mucho  cuidado.  ¿Te  sientes  bien?  ¿Estás  con- 
tenta con  nuestro  hijo?...  ¡Es  un  Ángel!...  ¡Qué 
feliz  me  siento!  ¡Déjame  que  le  vea  otra  vez... 
nada  mAs  que  una  vez...  así!  ¡Bendito  .seas!... 
¡Gracias,  Dios  mío!  SI,  si,  vivirA,  no  tengas 
cuidado.  ¡Vaya  si  vivirA  nuestro  hijito  del 
alma!...  ¡Mi  hijo!... 

li 

— ¿Que  en  qué  pienso?  ¿Pues  en  qué  quieres 
que  piense  sino  en  nuestro  hijo?  Debemos  ser 
previsores.  Voy  A  tomar  una  póliza  A  su  nom- 
bre en  esa  Sociedad  de  seguros  tan  renombrada, 
y  ademAs  voy  A  asegurarme  yo  en  otra  Compa- 
ñía para  que  si  os  faltare  yo  no  quedéis  des- 
amparados. Estas  cosas  no  se  deben  dejar  para 
lo  último.  Asi,  cuando  cumpla  los  veinte  años, 
podrA  redimirse  del  servicio  militar,  y  Aun  ten- 
drá una  base  para  no  temer  lo  porvenir.  ¡Pero, 
mujer,  por  Dios,  no  seas  asi!  ¿Por  qué  no  ha 
de  vivir?  ¿No  le  ves?...  Es  fuerte,  está  muy  ro- 
busto... ¡Qué  mejillas  tan  sonrosadas!  Parecen 
de  terciopelo,  sí,  de  terciopelo  de  rosa  y  nieve. 
¿Sus  labios?  Dos  cerezas,  rojas  y  húmedas.  ¡No, 
no,  los  ojos  son  como  los  tuyos,  azules...  y  tan 
brillantes  y  tan  inquietos  como  los  tuyos!... 
¡Hijo  do  mi  vida!...  ¡Déjamele!...  Te  voy  A  llenar 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


5y 


de  besos  ese  hoyuelo  que  tienes  en  la  barba. 
¡Ay,  qué  rico  es  mi  hijo!...  ¿Cuándo  va  V.  á 
saber  llamarme  papá?...  ¡Mira,  mira  cómo  se 
ríe!...  ¡Si  esto  es  un  ángel  del  cielo!...  ¡Luís! 
¡Luís!...  ¡Eh,  eh,  e,h!  ¡No  se  llora,  no  señor!... 
¡Anda  con  mamá,  picaruelo,  ya  sé  lo  qué  quie- 
res!... Dale  de  mamar. 


III 


—¡Si  yo  fuese  pintor!...  ¡Qué  grupo!  Los  dos 
dormidos:  la  madre  y  el  liijo.  ¡El,  sonriente  en 
la  cuna;  ella  sonriente  en  la  butaca!  ¡Los  dos 
sueñan:  ella  con  su  pequeñuelo;  él...  debe  soñar 
con  los  ángeles!  ¡Pobre  mujercita  mía!  Se  ha 
obstinado  en  criarle  y  no,  no  debe  convenirla. 
Se  va  desmejorando  por  días.  En  cambio  él... 
Pero  ¿qué  soñará?  ¡Cómo  se  ríe  y  cómo  abre  y 
cierra  las  manitas,  sus  manitas  de  blancura  sin 
igual!  ¡Parece  que  le  molesta  algo!...   Acaso  le 


oprima  demasiado  la  fajita...  Si  yo  pudiera 
aflojársela  para  no  tener  que  despertar  á  su 
madre.  ¡Amada  mía!  Toda  la  noche  en  vela... 


IV 


— ¡Militar!  No  quiero  que  sea  militar.  Pudie- 
ra morir  en  la  guerra.  Ya  veremos  cuando  sea 
mayor  que  es  lo  que  le  llama  la  atención  prefe- 
rentemente. Pero,  militar,  de  ningún  modo. 
Abogado  ó  ingeniero...  Médico  tampoco,  en  época 
de  epidemia  su  puesto  de  honoi'  sería  el  peligro. 
Tampoco  médico.  Ya  veremos,  ya  veremos. 
Es  prematuro,  pero  no  debemos  descuidarlo. 
El  porvenir  de  los  hijos  es  la  preocupación 
más  legitima  de  todo  buen  padre.  ¡Hola!  ya 
despertó  este  señorito.  Ven,  ven  con  papá,  vida 
mía.  A  ver  como  me  llamas...  pá-pá...  ¡Ay!  ¡Ya 
lo  repite!  ¡Luis,  Luisito  otra  vez:  pá-pá!...  ¡Qué 
monada!  ¡Hijo  de  mi  vida!... 


V 


— ¡No,  si  es  de  felicidad!  Soy  tan  dichoso  que 
no  me  cabe  el  corazón  en  el  pecho.  ¡Qué  misterio 
tan  inexplicable!  Ya  ves,  es  de  alegría;  mis 
lágrimas  son  el  desbordamiento  de  la  ventura  que 
siento.  ¿Qué   puede   haber   comparable  á  este 

jamás 


amor?  ¡Nada!  Yo  creo  que  no  he  sentido 

gozo  semejante.  ¿Y  tú,  por  qué  lloras?  ¡Lo  mis 

mo,  lo  mismo!  ¡Cuánto  debemos  á  Dios! 

VI 

— ¿En  qué  estará  pensando?...  ¡Pensando!  No 
puede  pensar  todavía.  ¿Qué  es  lo  que  le  pone 
tan  contento;  cómo  se  llamará  la  causa  de  esa 
alegría  angelical?...  ¡Sensaciones!...  ¿Qué?  ¿Efec- 
tos nerviosos?  ¡Hombre,  por  María  Santísima, 
no  atribuyan  Vdes.  á  la  materia  lo  que  es  ema- 
nación divina!...  ¡Ah!  Vaya  si  se  fija.  Mire  V., 
mire  V.  como  sigue  el  movimiento  de  la  péndo- 


SEPULCRO  DE  CECILIA  METELLA  (Reducción  de  uua  estampa  del  Piranese) 


la  con  su  mirada.  Y...  no  se  ría  V.,  doctor,  pero... 
cuando  veo  ese  quid  (tivinum  que  asoma  á  sus 
ojos...  me  parece  que  no  es  propio  de  una  cria- 
tura de  su  tiempo.  Creo  que  es  algo  así  como 
una  revelación  de  la  inteligencia.  ¿Y  cree  V. 
que  no  hay  motivo  para  temer?...  Sí,  sí,  ya  veo 
que  está  hermosísimo,  pero  ese  color  tan  encen- 
dido, ese  calor  tan  fuerte...  ¡claro  que  es  robus- 
tez! Su  madre  está  sana  y  buena,  aunque  apa- 
rentemente se  haya  desmejorado  un  poco.  ¿De 
modo  que  no  hay  que  sospechar  nada  malo?... 
El  cielo  lo  quiera  así.  ¿Ve  V.  qué  fuerza  tiene? 
No,  no  suelta  el  dedo  con  facilidad.  ¿Le  oye 
usted?  ¡Qué  claro  me  llama  papá!  Esto  es  cosa 
de  enloquecer  de  pura  alegría.  ¡Hijo  mío!  ¡Ca- 
riño de  mi  vida! 

VII 

— ¡Cuidado,  no  le  sueltes!...  Ven,  ven  con 
papá...  otro  paso...  otro...  ¡Vaya!  Como  que  está 
hecho  un  caballerito,  con  dos  dientes...  y  rom- 
piendo á  andar...  ¡Ven,  Luisito;  hijo  mío!... 
¡Aupa!  ¡Hola!  ¿Con  qué  me  tiras  de  la  barba?... 
No  le  haga  V.  llorar,  déjele.  ¡Vaya!  ¡Otra  vez 
haciendo  pucheros!...  Este  niño  tiene  algo  que 
le  hace  daño,  que  le  molesta...  alguna  cinta... 
Puede  que  sea  la  dentición;  pero...  en  la  duda, 
que  vayan  inmediatamente  á  avisar  al  médico. 
Yo  no  estoy  tranquilo.  ¡No,  si  no  creo  que  sea 
cosa  grave!...  ¡Qué  llorar  tan  continuado!  Otras 


veces  no,  no  me  preocupaba,  pero  ahora  me 
hace  daño,  sufro  oyéndole.  Mi  hijo  no  está  bue- 
no. Dámele;  yo  le  pasearé.  ¿Qué  tiene  mi  Luisi- 
to? ¿Qué  le  pasa  al  hijito  de  mi  corazón?  ¡Po- 
brecito  mío!...  ¡Pobrecito!...  ¡Han  hecho  pupa  al 
niño!... 

VIII 

— No  es  pesimismo,  es  que  siento  como  calo- 
fríos en  el  alma.  Es  que  me  desgarra  el  corazón 
el  aspecto  de  mi  hijo;  es  que  echo  de  menos  sus 
sonrisas  y  sus  gritos  inarticulados  y  sus  palma- 
ditas.  Aquel  destello  indefinible  que  animaba 
sus  pupilas  ha  desaparecido;  sus  labios  están 
secos,  pálidos,  como  pétalos  de  una  rosa  mar- 
chita... ¡No  soy  pesimista,  pero  no  me  gusta  lo 
que  veo!  No,  no  tengo  confianza  en  el  médico... 
mejor  será  que  venga  otro,  el  más  afamado,  el 
que  tenga  más  justo  renombre.  ¡Dios  mío,  ten 
lástima  de  nosotros!...  ¡No  te  aflijas,  mujer! 
¿Crees  que  una  criatura  tan  robusta,  tan  her- 
mosa, está  amenazada  de  muerte  sin  más  ni 
más?  ¡No,  hija  mía,  no!  Vamos,  no  te  apenes; 
tanto  como  tú  le  quieras  le  quiero  yo  y  ya  ves... 
no  hagas  caso  de  esa  lágrima.  ¡Quiero  tanto  al 
hijo  de  mi  vida! 

IX 

— ¿Garrotillo?...  ¡Oh,  Dios  mío,  Dios  mío! 
¿Qué  va  á  ser  de  mi  niño?...  ¡Pues  si  hay  espe- 


ranza no  se  aparte  V.  de  su  lado;  pagaré  lo  que 
usted  quiera;  se  hará  cuanto  V.  desee;  pero  no 
se  aparte  de  la  cuna!  Acaso  un  gesto,  un  movi- 
miento, un  grito,  cualquier  cosa  revele  á  V.  su 
estado.  ¡Sálveme  V.  el  niño  y  cuanto  poseo  es 
de  usted!...  Indique  todo  lo  que  estime  necesa- 
rio; lo  traerán  enseguida.  ¿Está  mejor?...  Anda, 
recógete;  descansa,  mujer;  vas  á  caer  enferma, 
no  duermes,  no  comes,  no  cesas  de  llorar...  ¡Ten 
ánimo!  ¡Dios  no  querrá  privarnos  de  ese  ángel! 
Nos  quedamos  á  su  lado  el  doctor  y  yo.  Te  pro- 
meto avisarte  si  ocurre  alguna  novedad.  Des- 
cansa tranquila.  ¡Con  franqueza,  doctor,  con 
franqueza...  dígame  V.  la  verdad,  toda  la  ver- 
dad!... ¿Debo  aún  alimentar  alguna  esperanza?... 
¡Cuánto  bien  me  hacen  las  palabras  de  usted[ 
¡Si  supiera  V.  cuan  loco  me  tiene  ese  niño!... 
Sí,  es  el  primero,  mi  primer  hijo.  Una  alhaja, 
doctor...  Mucho,  muy  robusto...  ¿Que  eso  le  per- 
judica?... ¡Y  yo  que  fundaba  en  ello  mi  espe- 
ranza!... 

X 

— Todos  duermen.  El  médico  ronca  tan  tran- 
quilo en  una  butaca...  ¡claro!  ¡como  no  es  padre!... 
Mi  mujer  no  duerme,  estoj'  seguro;  ¡pobrecilla! 
¡Sublime  amor  el  de  esa  débil  mujer!...  ¡Qué 
encendido  está  mi  hijo!...  ¡Benéfico  lloro  que  me 
alivia  el  pecho  abrumado  por  el  dolor!  ¡Qué 
precioso  es  mi  hijo!  ¡Si  parece  un  ángel!...  Hasta 


n 

r 

m 


Moda  rte  1790,  scgúu  im  relrato  de  (5aiusborongli 


Peiuado  á  ¡o  erizo,  scgúa  Chodowiecki 


Puesto  de  verdura,  !778 


tt>WM 


"^HV.^^  ^'i'"//í5^-^ 


iV 


Peinado  iuglés,  1786 
De  uu  retrato  de  Keyuolds 


Oreilles 
de  chUn 


Revoluciouario 
ingles 


Moda  de  Berlín  en  1777 
Segúa  Chodowiecki 


TOCADOS  FEMENINOS  DE  Á  ÚLTIMOS  DEL  SIGLO  XVIH 


t^2 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


la  palabra  ángel  me  da  miedo  por  la  idea  del 
cielo  que  la  acompaña.  No,  que  no  sea  ángel 
del  cielo,  Dios  mió,  sino  de  la  tierra;  aquí  tam- 
bién puede  serlo.  No  debo  desesperar.  La  razón 
dice  que  todos  los  seres  cumplen  una  misión... 
¿qué  misión  ha  cumplido  mi  hijo?...  La  de  ha- 
cemos dichosos,  si,  es  verdad.  Pero,  ¡ha  sido 
tan  poco  tiempo!...  Para  algo  más  habrá  nacido... 
Cierto  es  que  también  otros  niños...  ¡Doctor!... 
¡Doctor!...  ¡El  niño!...  ¡mi  hijo!...  ¡pronto!...  ¡Por 
el  cielo!...  ¿QuéV...  ¿qué  dice  usted?...  ¡imposi- 
ble!... ¿mi  hijo  muerto?...  ¡el  hijo  de  mi  alma!... 
¡Ah,  Dios  mió.  Dios  mío!...  ¿Y  para  esto  has 
permitido  que  sea  padre?... 

Pedro  J.  Solas. 


NUESTROS   GRABADOS 


■■mea 
CMdr»  ifa  W.  B.  aukwumd 

So  hay  ineooTentraU  algnoo,  dn  daiU,  en  qna  loa  pin- 
tona loato  á  tu  eargo  repreaenur  en  «a»  coadroa  al  mensa- 
¡0n  da  loa  dioata,  paro  >l  dirrmoa  qoa  noa  patcoe  máa  propio 
aata  aaoalo  para  nr  mudo  por  loa  «acultom  qoa  no  por  loa 
ktlaa  da  Apeiaa.  Kn  aaa  Htrwu»  teoemoa,  m  efecto,  mejor  un 
>  4a  Ifnn  que  no  una  obra  profunda  y  htUnieamente 
.  B  realUmo  no  tiene  nada  que  ver  con  los  ^raclo- 
aoa  Bltoa  griccoa. 

cnxBaroiTS 
m  tía  aooia:  oiBiaBociiODaí  dilttsi 

IHJlsoa  fa  qoa  aaa  plntoreae*  aldea  eaUba  asenuda  en  la 
k  dd  Northambarland.  Kaeelro  grabado  de  boyrepro- 
I  al  InliKuanlíi  paluje  eonitltuldo  por  la  desembocadura 
del  Traa ao  al  aar  del  Norte. 

■  L  itLTiZlB  DB  TOLBOO 

ÜMOMltolaia  aaciU  id  ¡OdaeorrUnU.  (DOnijo  deP.y  Valar) 

Toda  K<paika  ha  sentido  profundamente  la  pérdida  de  este 
praetoao  Bsonanento,  destruido  por  esa  especie  de  maldición 
qoa  paraca  pasar  sobra  nuestras  mejores  Joyas  arquitecto- 


,  paes,  ja  que  lo  precisa  esta  triste  ocasión,  lo 
qoa  en  al  aobatMo  Aleánr  toledano,  para  lo  cual  nos  val- 
dieaoa  de  laa  eoorientndas  deaerlpdonea  publicadas  por 
TBitoa  afteeiaMeB  edegas  nudrlleños. 

Kt  *««— «^t»^"  mODOaien  to  ds  ta  en  sos  primerss  1  ineas  de 
la  época  da  Alfonso  VI,  qnién  después  de  la  conquista  s«  for- 
tUoó  en  aquel  sitio  que  domina  toda  la  ciudad,  poniendo  en 
41  la  goamldón  castcllaDa  con  el  Cid  a  la  cabeza. 

AUooso  VUI  biso  de  esta  fortaleza,  denpnéo  de  mejorarla 
■nebo,  so  residencia  ordtnsria,  y  Fernando  III  y  Alfonso  el 
Sabio,  reallzsroo  también  algunas  mrjoras;  siendo  de  este 
último  sobrrano  la  parte  central  de  la  fachada  de  Oriente  j 
la  bóveda  de  todo  aquel  costado,  que  ea  lo  más  antiguo  que 
en  aquella  fkbrira  existía. 

En  tieapo  de  Don  Joan  II  se  labró  nn  gran  salón  por  dls- 
posldón  de  so  minisUo  D.  Alvaro  de  Luna,  y  de  la  época  de 
los  Reyes  CatóUeoa  procedían  aquellas  habitaciones  en  que 
todarla  se  desenbrlan  sos  armas  y  empresas  del  yugo  y  laa 


Oarloa  V,  aficionado  i  laacoostmcclonea  suntuosas,  quiso 
rasdlBcar  el  Aleásar,  y  encargó  á  so  famoso  arquitecto  Alon- 
ao  da  CoTarmMss  y  a  Luis  de  Vergsn,  maestros  mayores  de 
la  ealedral.  los  proyectos  j  dirección  de  esta  obra  colosal, 
«toa  qoa  eontlnnaron  Villalpando  y  Joan  de  Hi-rrera. 

Forma  la  planU  de  este  edlBcio  un  cuadrado  de  200  plés 
porcada  frente,  flanqueado  en  sus  ángulos  por  torres  tam- 
kMa  eaadradsa  que  salen  bssunte  de  los  lienzos  de  Oriente, 
Vana  y  Ocektcnie,  y  soperan  todas  en  altura  el  resto  del 


Ella  as  todo  de  piedra  y  sólo  los  pequeños  entrepaúos  de 
la  fachada  Bsaridloaal  y  de  la  caja  da  la  eacalera  principal  son 
daladrtlIOMddo. 

La  Untada  yatediMtl  ó  Korte  consta  de  tres  cuerpos  de 
artallaclai»  del  Banadaiento  espaúol,  proyectados  y  dirigí- 
daa  per  loa  — sslms  CoTamiblas  y  Vergara;  el  primer  cuerpo 
Btro  la  portada  del  pslsclo,  que  se  compone 
arco  con  entablamento  almobadlllado,  de- 
I  doa  mhimiias  Jóblcaa  á  cada  lado  que  descansan 
■  y  U*B  Ulladoa  pedestales 
IMo  «a  «BU  fachada  ce  arttadoo  y  sobrio  cuanto  cabe  en 
«i  ttmn».  Loa  adoroea,  qoe  se  atribuyen  á  Berruguete,  no  la 
reeargsa  y  ana  drl  gn-to  saás  aaqntaito. 

KJ  frasle  ocideolal,  qne  c-e  sobre  la  soMda  al  pelado 
desda  Zooedovar,  m  da  sólida  y  Man  labrada  cantería,  red- 
bfasdo  aa  la  «poca  da  t-artoa  V  giaodaa  raformaa,  poca  se  le 
«oasmyd  aaaaeralsada  sUlada  y  ac  aoomodaroa  en  las  <rea- 
taaaa  aMisea  tiata^ade*  •!  gasto  plaicraseo. 

n  flmia  OBfaalal,eoaM  si  ■éaanUgoo  por  proceder  de 
ia«9oeadaAl<oaaeaiaaMo.awúa  Be  cree,  «anee  da  oroa- 
>  lodo  41  aaay  aóUdo  y  salando  sos  noToa  flaaques- 


La  fachada  de  Mediodía  es  obra  de  Juan  de  Herrera. 

El  patio  es  cuadrado  y  le  rodean  cuatro  galerías  de  3'2  ar- 
cos, apoyados  en  hermosas  columnas  corintias.  Es  obra  de 
Corarrubias. 

Al  frente  de  la  entrada  y  en  el  centro  de  la  galería  meri- 
dional está  la  célebre  escalera  principiU.  Ooupa  todo  el  fron- 
tis de  aquella  galería,  siendo  su  caja  una  uave  de  gigantes- 
cas proporciones,  con  más  de  cien  plés  de  largo  sobre  cin- 
cuenta de  ancho,  y  toda  la  lütura  del  edificio. 

Corrió  al  principio  la  oonstruccióu  de  esta  Imponderable 
eacalera,  á  cargo  de  Francisco  de  Villalpando,  autor  d«  tan- 
tas obras  notables  en  la  catedral,  que  la  comenzó  con  sólo 
seis  reales  diarlos  de  Jornal  (uuos  once  y  cuartillo  de  nuestra 
moneda  actual),  y  después  le  auxilió  Gaspar  de  Vega,  siguién- 
dose  en  la  obra  las  Instrucciones  que  Felipe  U  comunicó  des- 
de Valladolld  á  15  de  Octubre  de  1563. 

Huerto  Villalpando  en  l.^i^l,  fué  preciso  que  concluyera 
esta  obra  Juan  de  Herrera,  asociando  á  su  empresa  á  Jeróni- 
mo GUI. 

En  la  guerra  de  Sucesión,  á  principios  del  siglo  xtiii,  las 


tropas  aliadas  de  los  austríacos,  al  mando  del  general  Sta- 
remberg,  catisaron  mil  destrozos  en  el  Alcázar,  acabaudo  por 
poner  fuego  al  palacio  al  salir  para  Zaragoza. 

Asi  qui'dó  hasta  1772  en  que  obtuvo  el  cardenal  Lorenza- 
na  de  Carlos  III,  que  le  hiciera  cesión  de  este  palacio  para 
establecer  eu  él  la  R<»al  Casa  de  Caridad,  como  lo  realizo 
bajo  la  dirección  del  famoso  arquitecto  D.  Ventura  Rodrí- 
guez. 

Ocupado  á  principios  de  este  siglo  por  los  franceses,  al  re- 
tirarse en  1810  lo  prcudieron  fuego. 

Tres  días  duró  este  iuceudlo,  que  sólo  perdonó  los  muros 
exteriores,  las  arquerías  del  primer  piso  del  patio,  la  escalera 
y  parte  de  la  capilla  y  algunas  piezas  del  piso  bajo. 

En  1833.  se  hizo  cargo  del  Alcázar  el  Colegio  de  infantería, 
pero  á  estasazóu  sobrevinieron  los  acouteelmientos  de  Octu- 
bre de  18M,  y  las  obras  quedaron  paralizadas. 

En  1866,  después  de  e^te  largo  período,  se  emprendió  de 
nuevo  la  restauración,  que  sufrió  poco  después  uueva  parali- 
zación hasta  1875,  desde  cuya  época  no  se  han  Interrumpido 
las  obras, 


MARlA  ANTONIETA,  EN  1783 


Además  de  las  de  fábrica  se  han  ejecutado  otras  muchas 
y  muy  costosas  de  ornato,  que  no  armonizaban  mucho  con 
la  fábrica.  Uu  gran  salón  llamado  reglo,  cuyo  techo  fué  pin- 
tado por  Sanz  y  recordaba  los  de  Tléppolo  en  el  Palacio  de 
Mxdrld;  otroáral*,  obra  bastante  bueua  de Tovar,  y  otra Imi- 
tadón  del  Renacimiento  con  artesonados  copiados  de  los  fa- 
mosos de  Alcalá  Lacnpllla,  que  e»  de  Herrera,  ha  sido  nue- 
vamente adornada,  habiendo  pintado  el  señor  Vera  y  hecho 
la  ornamentación  el  señor  Conlreras. 

La  restauración  del  Alcázar  de  Toledo  ha  costa<lo  más  de 
vdnte  millones  de  reales,  habiendo  coutrihiildo  con  algunos 
el  Ayuntamiento  de  Toledo,  que  para  ello  vendió  unos  mon- 
tes de  Propios,  y  también  con  buena  parte  la  Diputación  pro- 
vincial, poniendo  el  resto  el  Estado. 

Hoy  solo  subsisten  en  pié  loa  muros  exteriores,  las  cuatro 
clases  y  las  cocinas  y  caballerizas  situadas  bajo  las  bóvedas. 

La  fachada  principal  ha  sufrido  mucho,  la  capilla  queda 
casi  destruida,  habiéndose  pt-rdido  el  bello  bajo-relieve  de 
Berruguete  rcprexentandoá  la  Virgen  y  las  estatuas  de  Feli- 
pe II  y  D  Juan  de  Austria,  obras  de  l>.  Eugenio  Duqu»;  que 
decoraban  ambos  lado»  drl  altar.  El  grupo  en  bronce  de  Car- 
los V  y  el  Puror  que  se  levantan  en  el  centro  del  patio,  se  han 
conservado. 

Por  lo  que  hace  al  origen  del  Incendio,  créese  que  el  fue- 
go se  Inldó  en  el  cuarto  de  ordenanzas,  comunicándose  acto 
continuo  á  la  biblioteca,  situada  debajo  de  dicha  habitación. 

Al  darse  la  voz  de  fuego,  el  oflelal  de  guardia  se  dirigió  á 
la  biblioteca,  cuya  puerta  se  cerró  á  las  siete  y  cuarto  de  la 
noche,  y  de  donde  salla  bastante  humo,  corriéndose  con  tal 


rapidez  las  llamas,  que  antes  que  se  pudieran  tomar  medidas 
para  combatirlo,  se  habla  convertido  en  una  imponente  ho- 
guera. 

Tocóse  llamada,  é  inmediatamente  salieron  los  alumnos 
del  Alcázar,  desplomándose  á  los  pocos  momentos  el  vestí- 
bulo de  entrada,  causaudo  heridas  y  contusiones  a  tres  ofi- 
ciales y  nueve  soldados. 

Además  nsultaron  heridos  dos  sargentos  segundos,  uu 
cobo,  grave;  un  corneta,  grave;  seis  soldados,  un  camarero  de 
la  Academia  y  cuatro  paisanos. 

ABANICO   TKNKCIANO    DBL  8IGI.O   SVIII 

Dibujo  de  Edmundo  Yon.  —  Grabado  de  Maurand 

Figura  esta  lindísima  pieza  en  la  colección  de  la  signora 
Vlttorla  Brambilla  Manzoul,  siendo  un  ejemplar  verdadera- 
mente tipleo  del  arte  frivolo  y  elegante  del  pasado  siglo. 

IL   ARTE    KH   ROMA 

(Reproducción  de  cuatro  estampas  del  Piraneee) 

•  No  busques  aquí  una  descripción  ni  un  catálogo,— dio» 
Taine  en  su  magistral  y  admirable  libro  Italia  y  la  vida  ita- 
Uaná,  refiriéndose  a  Rom»;  ea  preferible  comprar  .Murray, 
Forster  6  Valery,  que  te  |>roporeionnrán  nolI<ias  de  arteó  de 
arqueología.  Con  todo,  son  muy  secos,  aun(|ue  no  sea  culpa 
suya;  ¿acaso  con  palabras  alineadas  sobre  el  papel  es  posible 
hacer  ver  formas  y  colores?  Lo  mejor  son  las  estampas,  sobre 
todo  iasviojas.'por  ejemplo  las  del  l'Iranese.  Abre  tus  cartones, 
mira  esas  grandes  plazos  cuadradas,  rodeadas  de  altas  fábri- 
cas y  do  cúpulas,  polvorosas,  llenos  de  baches,  por  donde 


LA  ILUSTEACION  IBÉRICA 


63 


pasa  una  carroza  Luis  XIV  cargada  de  lacayos,  mientras  que 
unos  pordioseros  se  acercan  mendigando  una  limosna  ó 
duermen  apoyados  contra  una  columna.  Eso  habla  mas  cla- 
ramente que  todas  las  descripciones  del  mundo,  solamente 
que  hay  que  rebajar  algo:  el  artista  ha  escogido  un  bello  mo- 
mento, un  efecto  de  luz  interesante;  no  ha  podido  librarse  de 
ser  artista.  Además,  una  estampa  tiene  la  ventaja  de  no  oler 
mal,  y  los  mendigos  que  se  ven  no  inspiran  ni  compasión,  ni 
asco...» 

Ahí  tenemos,  pues,  una  lindísima  reproducción  de  esas  es- 
tampas del  Piranese,  cuyos  ejemplares  se  pagan  hoy  á  peso  de 
billetes  de  Banco.  El  lector  podrá  formarse,  en  su  vista,  per- 
fecta idea  de  los  monumentos  representados,  por  lo  cual  sólo 
añadiremos  ahora  algunos  ligeros  datos  históricos  respecto 
á  cada  uno. 

El  Coliseo  con  el  Arco  de  Constantnw:  fué  erigido  el  pri- 
mero por  Vespasiano,  en  medio  de  la  antigua  Roma,  en  la 
confluencia  de  los  tres  montes  Palatino,  Celio  y  Esquiüno,  y 
y  de  las  tres  vias  principales,  la  Suburra,  la  Sacra  y  la  Triun- 
fal. Dos  anchos  vestíbulos  ó  corredores  de  travertino  rodea- 
ban aquella  gran  elipse  de  ISO  metros  de  largo  por  350  de  an- 
cho y  Ó60  de  circuito,  teniendo  una  elevación  de  180  pies.  Y 
sin  embargo  de  lo  enorme  de  tal  mole,  aún  hoy  día  causa 
maravilla,  por  su  esbeltez  y  elegancia.— B  Arco  de  Cona- 
lanlino,  levantado  por  el  Senado  y  el  pueblo  al  vencedor  de 
Mflgencio,  es  el  mejor  conservado  de  cuantos  osténtala  ciu- 
dad. Está  formado  por  tres  arcos,  y  sus  descaras  aparecían 
respectivamente  adornadas  por  cuatro  magníñoas  columnas 
de  orden  corintio,  coronadas  coa  sendas estatuas'polícromas, 
aunque  hoy  han  desaparecido  los  colores.  Antiguamente  do- 
minaba toda  la  mole  una  cuadriga  de  bronce,  como  la  que 
se  ve  hoy  en  el  Arco  de  la  Estrella.  Son  muy  notables  los 
bajo- relieves. 

El  Arco  de  Tito,  que  se  encuentra  siguiendo  por  la  Vía  Sa- 
cra, camino  del  Foro,  fué  erigido  asimismo  por  el  Senado  y  el 
pueblo  en  honor  al  vencedor  de  los  judíos,  y  constituye  un 
verdadero  modelo  de  buen 'gusto.  Son  excelentes  también 
los  bHJo  relieves. 

El  Sepulcro  de  Cecilia  Mttetta,  la  mujer  de  Craso,  está  en  la 
Via  Appia.  Es  imponente  por  su  forma  circular,  que  sirvió 
de  modelo  para  el  mausoleo  de  Adriano,  y  notable  por  la  so- 
lidez de  sus  muros,  de  treinta  y  cinco  pies  de  espesor,  así  co- 
mo por  haber  sido  la  primera  fábrica  romana  de  fecha  cierta 
en  que  aparece  usado  el  mármol. 

Finalmente,  la  Columna  de  Trajano  se  levanta  en  el  Foro 
que  lleva  el  nombre  de  este  ilustre  emperador,  entre  el  Ca  pi- 
tolio  y  el  Qiiirinal.  Es  un  monumento  insigne  de  la  historia, 
y  más  todavía  del  arte,  que  no  habla  producido  obra  más 
bella  en  su  género,  quedando  desde  entonces  la  Columna 
Trajana  por  modelo  de  las  que  habían  posteriormente  de 
erigirse.  Es  de  mármol  de  Carrara,  compuesta  de  treinta  y 
cuatro  piezas  de  mármol,  de  IC  palmos  de  diámetro  por  la 
parte  inferior  y  15  por  la  superior,  y  su  altura  es  de  128  pal- 
mos, sin  contar  la  base.  La  tí.=.caK-ra  por  donde  se  sube  al  co- 
ronamiento es  de  mármol,  y  consta  de  178  gradas,  ilumina- 
das por  43  ventanas.  La  columna  está  rodeada  por  una  cinta 
de  preciosos  bajo-relieves  de  estilo  griego,  que  traza  una  es- 
piral de  23  vueltas.  Fué  erigida  esta  columna  por  el  Senadoy 
el  pueblo,  en  conmemoración  de  las  victorias  de  Trajano  so- 
bre los  pueblos  del  Danubio,  constituyendo  á  la  vez  un  mo- 
numento sepulcral.  Está  coronada  hoy  por  la  estatua  de  San 
Pedro,  en  vez  de  la  de  bronce  dorado  que  represtntaba  al 
gran  emperador  español . 

EL    SUEÑO    DE     0ARI08    IX 
DISFClS   DE    LA    NOCHE    DE    SAN   BARTOLOUÉ 

Cuadro  de  Max  Adamo 

Después  de  haber  estado  el  rey  Carlos  IX  gritando  toda 
la  noche: -/iíaíarf,  matad!-,'  de  haber  arcabuceado,  al  rayar 
el  día,  á  los  que  se  salvaban  por  el  barrio  de  San  Germán  y 
de  haber  experimentado  gran  regocijo  cuando  dffde  sus 
ventanas  vio  pasar  por  el  río  más  de  cuatro  mil  cuerpos, 
entre  los  que  se  ahogaban  y  los  muertos  (Brantóme),  entrá- 
ronle escrúpulos  de  asesino  al  cabo  de  algunos  días,  dardo 
muestras  d»'  su  horror  al  oir  contar  que  los  facinerosos  ha- 
blan muerto  á  ancianos,  mujeri  s  y  niños  •Continuamente, 
—decía,— me  parece  que  se  presentan  ante  ms  ojos  los  cadá- 
veres sangrientos  de  las  víctimas,  con  1*  faz  moribunda, 
roja  y  cárdena,  y  hubiera  deseado  que  se  hubiese  perdonado 
á  los  débiles  y  á  los  inocentes  » 

En  su  vista  y  al  oírle  referir  al  rey  las  pesadillas  que  le 
atormentaban  cada  noche,  no  sabían  Catalina  de  Medida  y 
los  guisardos  que  contestarle  al  miserable  rey  de  Francia. 


No  cabe  mayor  verdad  y  fuerza  en  la  expresión  de  esa  es 
cena,  conociéndose  al  momento  que  está  la  razón  de  parte 
del  gallardo  cazador,  estafado  por  el  innoble  fullero  que  no 
tiene  alientos  para  levantarse  y  encararse  con  su  provocador' 

La  composición  es  habilísima,  resultando  del  conjunto  un 
efecto  único,  que  produce  viva  impresión. 

Es  esta,  sin  duda,  una  de  las  mejores  obras  que  han  salido 
de  la  escuela  de  Munich. 

TOCADOS   PEHSNINOS   D^    jt    ÚLTIMOS   DEL   SIGLO   XVIII 

El  Puesto  de  verdura  hizo  furor  en  1778;  nadie  creería  que 
á  tul  extremo  llegara  la  extravagancia  ano  estar  reproducido 
este  grabado  de  un  retrato  de  aquella  época. 


En  1790  hubo  un  poquito  más  de  juicio,  (orno  se  ve  por 
el  retrato  pintado  por  Gainsborough.  £n  lugar  de  un  puesto 
de  ii£r(¿ura  contentáronse  las  señoras  con  ponerse  un  quita- 
sol sobre  la  cabeza. 

María  Antonietn  en  178S:  peinado  con  plumas;  gustábanle 
mucho  las  plumas  á  la  pobre  reina. 

Orejas  de  perro. — Xivolucionario  inglés.— Como  Rousseau 
predicaba  el  salvajismo,  nada  mejor  que  mostrarse  encantado 
de  lo  más  natural,  esto  is,  de  los  animales,  y  como  estat>an 
en  alza  las  ideas  revolucionarias,  nada  más  oportuno  que 
jendir  las  inglesas  un  tributo  de  consideración  cabelluda  á 
las  nuevas  ideas,  poniéndose  sobre  la  cabeza  las  más  inve- 
rosímil monteras. 

Peinado  á  lo  eríeo  ("ó  V  herissonj.  En  1778;  demos'.ración 
de  lo  resistente  y  huraño  de  la  virtud  de  aquellas  damas. 

1786.  —  Moda  inglesa,  muy  popular.  El  grabado  es  re- 
producción de  un  cuadro  de  Reynolds. 

Moda  de  Berlín,  en  1777,  (según  Chodowlecki);  formaba 
un  enorme  triángulo,  imitando  en  la  parte  superior  la  coro- 
na real  iuglesa  mediante  anchas  hojas  entrelazadas  y  coro- 
nadas por  un  ramillete. 

VISTA   INTEEIOR   DE  LA  IGLESIA  DE  «EL  TRÁNSITO,»  EN  TOLEDO 

Dibvjo  de  J.  Garda 

Esta  iglesia  fué  construida  para  sinagoga  por  el  judío  Le- 
vi,  — tesorero  del  rey  Don  Pedro  I  de  Castilla,  que  lo  hizo  ase- 
sinar en  13f)0, — «hombre  trabajador  y  pacífico,  poderoso  entre 
todos  y  gran  constmctor,'  sigún  reza  la  lápida  conmemo- 
rativa que  se  conserva  todavía.  Destinada  po-teriormeute  al 
culto  católico,  puede  estimarse,  no  obstante,  como  uno  de 
los  más  preciosos  ejemplares  del  arte  judaico  en  nuestra  pe- 
nínsula, donde  por  t»nto  tiempo  ejercieron  importantísima 
influencia  los  Israelitas. 

* 


A  MARÍA 


SONETO 

Asombrar  todo  el  orbe  con  mi  espada, 
ser  fiero  defensor  del  inocente, 
verme  aclamado  por  extraña  gente, 
conquistar  la  región  más  apartada; 

Libertar  á  mi  patria  amenazada 
y  defendiendo  lo  que  el  pecho  siente, 
escupir  al  tirano  en  su  alta  frente 
y  morir  tras  la  heroica  barricada: 

Llegar  al  sol  con  vuelo  violento, 
envolverme  en  su  haz  de  rayos  rojos 
y  mecerme  en  las  ráfagas  del  viento; 

Son  dichas  que  no  calman  mis  enojos, 
como  aspirar  tu  perfumado  aliento 
y  ver  de  cerca  tus  lucientes  ojos. 

Vicente  Blasco  Ibáñez. 


-*- 


LA  FUENTE  DE  LOS  CURRUTACOS 


(continuación) 

VIII 

LA  COGULLA  Y  LA  BASQUINA 

Fray  Nolasco  acaba  de  darse  una  gran  panza- 
da de  pecados  en  el  confesonario,  cuando  un 
lego,  que  era  un  lego  en  latín  y  en  muchas  co- 
sas, le  anunció  que  una  tapada  preguntaba  por 
él  y  que  esperaba  la  contestación  en  la  portería. 

— ^,Ha  dicho  su  nombre? — preguntó  el  padre. 

— No,  señor.  Va  rebozada  en  la  mantilla,  y  pa- 
rece por  la  facha,  más  una  mujer  de  tapadillo 
que  no  una  dama  principal. 

— ¡Bonita  mañana  me  ha  caído  encima!  Tres 
horas  mortales  en  el  confesonario  lavando  la 
ropa  sucia  del  prójimo,  y  ahora  poner  en  colada 
la  de  una  prójima  que  no  habrá  por  dónde  co- 
gerla. 

El  buen  señor  aún  no  se  había  desayunado. 

El  lego  acompañó  á  la  tapada  al  locutorio,  la 
dejó  sola  en  él  después  de  ofrecerle  silla,  y  allí 
estuvo  bonitamente  aquella  especie  de  dama 
duende  aguardando  que  fray  Nolasco  hubiese 
tragado  el  chocolate,  los  correspondientes  higos 
y  las  encarnadas  fresas  que  hacían  las  delicias 
del  afortunado  varón. 

La  dama  al  oir  sus  pasos  abandonó  la  silla, 
se  levantó  el  velo  y  murmuró,  besando  la  re- 
donda y  nevada  mano  del  carmelita: 


— Buenos  días  tenga  su  paternidad.  Di.spen- 
86,  señor,  que  pase  á  molestarle  en  medio  de 
sus  ejercicios  espirituales,  pero... 

■ — ¡Cómo!  ¡Doña  Cándida,  V.  en  esta  santa 
casa!...  Perdón,  señora,  perdón  por  mi  tardanza. 
¡Pesan  sobre  mí  tantas  obligaciones!  Tome  su 
merced  asiento  y  veamos  en  qué  puedo  ser  útil 
á  tan  gran  señora. 

La  dama  exhaló  un  prolongado  suspiro,  acer- 
cando una  silla  al  descomunal  sillón  en  que  se 
había  acomodado  el  carmelita. 
— ¿Estamos  solos,  fray  Nolasco? 
■ — Solitos,  mi  señora,  solitos; — y  añadió  son- 
riendo:— ¿Podrá  saberse  qué  pecadillo  le  ha 
impulsado  á  pasar  aquí? 

Doña  Cándida  dio  rienda  suelta  á  la  fuente 
de  su  llanto  y  murmuró  con  verdaderas  mues- 
tras de  hondo  desconsuelo: 

— ¡Leandro!  ¡Mi  Leandro  me  es  infiel! 
El  fraile  se  puso  turbio. 
La  cuitada  continuó: 

— No  me  quiere,  bebe  los  vientos  por  otra. 
¡Huye  de  mi  lado  cuando  yo  le  adoro,  le  mimo 
y  le  halago  como  manda  Dios! 

■ — ¿Está  V.  convencida  de  ello? — preguntó  el 
fraile  tomando  un  polvo. 

— Es  el  Evangelio,  señor.  El  mismo  lo  ha 
dicho  y  lo  ha  confesado. 

— ¡Eso  es  grave!  ¡Muy  grave!...  ¿Es  posible 
que  se  haya  atrevido  á  tanto? 

La  confidente  enjugó  los  ojos  y  continuó: 
— Mi  esposo  es  uno  de  esos  hombres  que  no 
saben  guardar  un  secreto.  Tan  pronto  como  se 
entrega  en  brazos  del  sueño,  pierde  la  llave  del 
corazón,  los  secretos  levantan  la  tapada  la  caja 
y  todos,  toditos  se  deslizan  por  su  boca. 

■ — Pues  diga  V.  que  él  lo  ha  charlado,  pero 
no  lo  ha  confesado. 

• — Para  el  caso  es  lo  mismo,  padre  mío.  Yo 
no  estoy  en  mí...  ¡A  mí  me  va  á  dar  algo!... 
jUnos  sudores  me  vienen  y  otros  se  me  van!... 
¡Los  vapores,  señor,  los  picaros  vapores  me  han 
subido  á  la  cabeza!...  ¿Qué  diría  el  gran  bribón 
si  me  viera  en  este  estado? 

Fray  Nolasco  apoyó  ambas  manos  en  los  bra- 
zos del  sillón,  levantóse  pausadamente,  se  acercó 
á  la  puerta  y  pidió  un  vaso  de  agua. 
El  lego  se  presentó  con  él. 
— Vamos,  señora,  tome  V.  un  sorbito.  Tran- 
quilidad, tranquilidad,  hijita,  y  deje  rodar  la 
bola  que  todo  se  arreglará. 

La  dama  acercó  el  vaso  á  los  labios,  apuró  el 
agua,  pasóse  el  pañuelo  por  el  rostro  y  sudorosa 
frente  y  echó  mano  del  abanico. 

El  monje  volvió  á  posesionarse  del  sillón, 
cruzó  las  manos  sobre  el  hábito  y  murmuró 
tranquilamente: 

— Esto  no  ha  sido  más  que  un  pequeño  vahído 
producido  por  la  exaltación.  Ya  pasó,  amiguita, 
ya  pasó.  Vamos,  mucha  calma  y  tenga  V.  pre- 
sente aquello  de  que  los  sueños... 

— No,  padre  mío,  no.  Leandro  me  es  infiel. 
Hace  algún  tiempo  que  vive  muy  distraído,  que 
no  gusta  de  mis  caricias  y  no  se  fija  en  mis 
hijos,  que  parecen  tres  serafines  en  la  tierra. 

^Pero,  doña  Cándida,  ¿ha  dicho  él  por  ven- 
tura el  nombre  de  su  soñada  Laura  ó  de  la 
mujer  que  le  hace  cosquillas  en  el  corazón? 

• — Eso  no,-^contestóse  secamente  doña  Cán- 
dida, tiesa  como  un  palo,  con  el  color  encendido 
y  con  el  fuego  de  la  ira  y  de  los  celos  retratados 
en  los  ojos. 

— Pues,  ¿entonces? 
— Pero  sé  dónde  se  esconde. 
— Será  un  ser  imaginario  fabricado  por  los 
celos  y  recelos.  Medítelo  V.  bien. 

— Nada  de  eso.  Es  una  persona  que  todos  co- 
nocemos; una  ociosa,  una  casquivana  que  cuida 
mucho  de  su  cuerpo  y  muy  poco  de  su  decoro 
en  lo  que  se  ve. 

El  padre  se  encogió  de  hombros. 
La  mujer  del  golilla  bajó  la  voz  y  añadió: 
— ¿No  la  reconoce? 
—No. 

— Pues  es...  su  hija  espiritual.  En  fin,  es  la 
muy  noble,  la  muy  culta,  la  muy  santa  doña 
María  Luisa.  ¿Está  usted? 

El  carmelita,  á  pesar  de  no  ser  nei'vioso  ó 


&4 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


imprf«ion»ble,  como  buen  fraile,  experimentó 
uua  convulsión  general,  y  aparentando  gran 
s«mMiitlad,  sacó  lacajade  tabaco,  tomó  un  polvo, 
V  conttvtó: 

— >;i«>go  soberanamente  que  sea  ella.  Mi  hija, 
mi  bi\.'iKi  hija  o.-ipiritual  no  gusta  *ío  trapichees 


y  mucho  menos  de  amoríos  de  esta  naturaleza. 
Su  señor  marido  puede  tal  vez  haber  puesto  sus 
pecadores  ojos  on  ella:  pero  la  pobre  ni  aun  lo 
debo  haber  notado. 

— ¿Lo  juraría  usted? — insistió  la  mujer,  firme 
en  sus  trece. 


Fray  Nolasco  extendió  la  diesti'a  tocando  los 
j)iés  de  un  Crucifijo. 

La  dolorida  so  tranquilizó. 

El  religioso  aprovechó  el  efectb  dol  juramen- 
to y  dijo  levantándose: 

— Señora,  la  paz  sea  en  su  casa.  Desvanezca 


TOLEDO:  INTERIOR  DE  LA  IGLESIA  DE  «EL  TRÁNSITO»  (Dibujo  de  J.  üaiclai 


p«M-  completo  la  picara  idea  de  que  doña  María 
Loiaa  faera  capaz  de  una  tontería  semejante,  y 
iMted  en  bu  casita,  procure  llevar  á  buen  recau- 
do á  su  sefior  marido,  sirviéndose  de  las  ternezas, 
de  loa  mimoa  y  de  los  halagos;  que  muchas  ve- 
ces produce  máa  efecto  un  beso,  uno  solo,  entre 
m»"^  y  majer,  que  el  sermón  de  laa  Siete 
Palabna. 

— ^engouna  eapina  clavada  en  el  corazón!... 

— DéjeM  Y.  de  espinas  y  de  caídos.  Vista  á 


la  moda,  gaste  mucho  en  afeites  y  alfileres,  eche 
mano  de  la  salsa  de  las  zalamerías  y  el  esposo 
tomará  de  nuevo  al  redil  de  sus  amores. 

— ¡Qué  bueno  es  su  merced!  ¡cómo  pagarle 
tanta  y  tanta  bondad! 

Diciendo  esto  doña  Cándida  puso  una  cara  de 
fiesta  que  hubiera  alegrado  cualquier  corazón. 

—No  olvide  V.  la  receta,  pues  ella  obra  ver- 
daderos milagros  conjrugales.  Dios  vaya  con 
usted  y  no  le  prive  de  sus  celestiales  dones. 


— Amén, — murmuró  la  dama  besándole  hu- 
mildemente el  escapulario. 

El  campechano  monje  la  echó  la  bendición. 

La  esposa  volvió  á  casa  del  esposo  y  el  fraile 
al  refectorio. 


(Se  continuará.) 


Francisco  Gkab  y  Elías. 
-*— 


iMBRUOll:  (Nta,  UH-Ul,  tiM  IMiiit,  UUr. — lUumiot  l«t  imán  de  propiedad  trtística  j  literaria.— Las  reclanacioDes  eo  Madrid,  a!  represeotante  de  esta  Casa  D.  Maoue!  Plá  y  Valor,  Apodaca,  10,2.* 

)  INSÉRTESE  Ó  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINQUN  ORIGINAL   — ^ r— 


E«TABU!ciMisirro  Tirooninco  os  B.  Basbua.— Calle  de  Villahrobl,  húm.  17,  ensancue  de  San  Amtohió.— Barcelona. 


Año  V 


Barcelona  29  de  Enero  de  1887 


Núm.  213 


Con  el  presente  ni^mero  repartimos  el  suplemento  de  modas  EL  MUNDO  DE  LAS  DAMAS,  correspondiente  al 


mes  actual 


66 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


SUMA  RIO 

Tarro.— JTadrM.  OarUt  é  mi  frima .  por  Fernanflor.- ¿a 
MM  «k  Ptén  Upa  (eooUnuaelón),  por  Juan  Tomas  Sal- 
y»aT.—Uetmn$:  Lat  i^neadc  I'Oim,  por  «larm  -IhriMa 
ttmUJÍe*,  por  Alftvdo  Op\tto.—Dn  prilogo  t  mut  avtnht- 
ro,  por  N  da  Le;TA  ]r  Viaearro.— Nueatroa  (ralwdoa.— 
Ora*  am  Irtea^,  por  Carloa  Caoo.— ¿a  fiunl»  de  to»e»- 
rratoeaa  (eoottiinaclóii).  por  FiaoeiFCo  Gran  ;  Ellar . 

OuiAOO* — La  ouKaBaDcera  -  Orillaa  del  Moaa.  rn  loa  Voe- 
coa  (Fraaoto). —Incendio  del  Alcáaar  de  Toledo,  la  noobe 
dellOdal  oorrienle.  Lairulnai.— En  la  torre.- Obras  de 
loa  anlicnoa  plntorea  Ingleaea,  ^cuatro  Brabados).— Felli 
Boa«aU>.  — Una  calle  en  Serllla. -Pócelo  á  raya— La 
aarttr  d«  aaor.-MetaltetertaNorteAmerlcana,  .(tela  gra- 
bado») -lamirtM-  Pueru  de  la*  eaballertiai  del  Temple. 
Ptano  d«l  Baoeo  d*l  Bey,  en  el  mismo. 

MADRID 


C-AJtXA.S    A.    TVTT    PUrM-A. 

Kn  loa  Icalroa,  en  d  boid  d«  Parta,  en  Apolo  y  en  1*  leitarióii 
braaileüa 

estes  horas, — mi  querida  Carmen, — te 
habris  enterado  por  los  periódicos  del 
-  ^C^  til  timo  éxito  de  Echegaray;  ha  sido  uno 
de  los  más  completos,  y  nueva  prueba  de  su  ge- 
nio formidable.  Yo  te  contaría  el  argumento  de 
IXo»  /ono/imo*,  por  si  acaso  no  le  conoces,  mas 
en  la  duda,  me  parece  lo  mejor  insertar  aqui  el 
ma^ifico  párrafo  en  qne  uno  de  los  personajes 
del  drama,  Julián,  sintetiza  el  pensamiento  del 
autor  y  el  drama  mismo.  Julián  y  Angustias 
que  se  aman,  son  victimas  de  las  preocupacio- 
nes, caracteres  y  educación  diferentes  de  sus 
padres:  el  de  An^^tias,  es  un  fieo;  el  de  Julián, 
í^  UB  yankét,  el  Dios  del  uno  es  el  Dios  de  las 
cofrailiaji;  el  Dios  del  otro  es  el  Dios  del  vapor 
y  la  electricidad.  Los  dos  fanáticos  chocan  y 
aplastan  en  su  choque  á  sus  hijos.  Toda  la 
triste  desesperación  de  éstos  se  condensa  en 
las  siguiente-s  palabras  de  Julián: 

«Anoche...  eran  las  doce...  y  andaba  yo  gran- 
demente desasosegado.  Tu  amor,  mi  madre,  la 
felicidad  pró.\ima,  las  tristezas  presentes...  todas 
estas  memorias  y  todos  estos  sentimientos,  de 
tal  modo  habíanse  revuelto  dentro  de  mi,  que 
mis  nervios  andaban  desatados  como  diablillos 
de  los  que  no  sabe  conjurar  don  Lorenzo,  y  mi 
cabeza  ardía  como  un  homo  de  los  que  ha  sabido 
inventar  mi  padre  con  tan  ingeniosa  ciencia. 
Abrí  el  balcón,  me  asomé  buscando  aire  y  fres- 
cura; y  como  nos  sucede  siempre  que  queremos 
huir  de  nosotros  mismos,  vi  realizadas  en  el 
mundo  exterior  las  propias  ideas  que  bullían  en 
mi  cerebro.  Enfrente  de  mí  estaba  el  Teatro 
Xueiv,  y  en  su  pórtico  brillaba  una  poderosa 
lámpara  de  arco  voltaico,  irradiando  en  todas 
direcciones  vivísimos  rayos  de  esplendorosa 
Itiz...  Lindando  con  el  rico  coliseo,  elevábase  la 
vieja  iglesia,  y  en  su  frontispicio  dominaba  un 
cuadro  del  Cristo  <ie  la  Columna,  iluminado  por 
un  humilde  farolillo  de  aceite.  Eran  las  dos 
ideas  que  hoy  luchan  al  rededor  de  nosotros,  las 
qne  frmte  á  frente  se  me  representaban.  El 
mundí.  antiortio  con  sus  piadosas  creencias.  El 
'  '^' con  sus  portentosas  creaciones: 

ico  qne  circula  y  brilla:  el  hom- 
bre Dioíi  que  sufre  y  muere.  La  débil  luz  de  la 
imagen  se  anegaba  en  los  resplandores  del  in- 
t4sn«o  foco;  pero  cuando  llegaba  un  eclipse 
y  el  foco  moría  el  único  destello  que  iluminaba 
al  Draminiao  transeúnte,  al  pobre  vergonzante 
6  d  qoe  nnaado  de  los  goces  del  espectáculo 
abandonaba  el  teatro,  era  el  que  entre  sombras 
bajaba  del  farolillo  del  Cristo. 

»Con  eataa  cavilaciones  andaba  yo  cuando 
reparé  en  dos  hombres  que  pasaban  y  repasa- 
ban sin  c««iar  ryjr  delante  de  casa.  El  uno  siem- 
pre que  cruzaba  ante  el  Cristo  se  descubría-  el 
otro,  á  cada  intermitencia  del  foco  eléctrico,  de- 
cía en  voz  alte:  fMal  regulador  tiene.»  Si  de 
aotemuio  no  kw  hubiera  conocido,  habríalos 
conocido  entonces.  Eran  tu  padre  y  el  mío,  que 
nmdaban  »mf  caaa;  que  hacia  ella  se  sentían 
»*'^'  "  arrepentían  acaso  de  sus  exa- 

gera. •;  acaso  deseaban  paz  y  amor. 


»£n  una  de  las  vueltas,  y  cuando  iban  á  la 
par,  im  niño  les  detuvo  pidiéndoles  limosna,  y 
ambos  tendieron  su  mano  y  se  tocaron;  y  yo 
pensé:  si  la  caridad  les  une  un  instante,  ¿por 
qtié  el  amor  de  sus  hijos  no  ha  de  unirlos  para 
siempre?  ¡Quién  pudiera  confundir  esas  dos  luces 
en  un  solo  foco!  ¡Quién  pudiera  unir  á  esos  dos 
liombres  en  un  solo  abrazo!  ¡Y  estos  fueron  mis 
presentimientos  en  aquella  noche  de  calentura, 
y  estas  son  mis  esperanzas  en  este  día  de  feli- 
cidad! » 

Como  te  dije,  todo  el  drama  se  encierra  en 
este  párrafo. — «¡Quién  pudiera  unir  á  esos  dos 
hombres  en  un  solo  abrazo!» — exclama  Echega- 
ray; es  decir,  quien  pudiera  desterrar  del  mundo 
todos  los  fanatismos  y  enlazar  á  los  mortales 
con  el  amor  y  la  caridad!  Comprenderás  que  el 
problema  es  difícil,   inmenso,  que  se  sale  del 
marco  del  teatro,  y  que  no  puede   resolverse 
dramáticamente.  Por  lo  cual,  el  piiblico,  des- 
pués de  haber  tributado  magnificas  ovaciones  á 
Echegaraj',  queda  desconsolado  para  una  sema- 
na. Yo  he  dicho  cien  veces,  que  el  mayor  de- 
fecto de  las  obras  de  Echegaray  es  que  resultan 
antipáticas.  Dos  fanatismos  como  habrás  obser- 
vado ya,  por  sus  caracteres  fundamentales,  in- 
curre en  ese  mismo  vicio.  Sólo  así  se  comprende 
que  una  obra  tan  prodigiosa,  tan  aplaudida,  en- 
salzada con  absoluta  sinceridad,  por  todos,  no 
consiga  el  éxito  de  contaduría  que  otras  pro- 
ducciones de  menos  importancia  y  menos  méri- 
to han  conseguido.  Apenas  estrenada  esta  obra 
se  anuncia  la  preparación  del  drama  de  Leopol- 
do Cano,  titulado:  Trata  de  blancos.  Las  espe- 
ranzas que  la  empresa  del  teatro  Español  fun- 
daba en  el  drama  de  Echegaray,  las  funda  hoy 
en  el  del  autor  de  La  Pnsionarin ;  singular  es- 
tado el  de  las  corrientes  del  sentimiento  y  de  la 
opinión;  porque  no  cabe  duda  de  que  esta  misma 
obra  de  Echegaray  hace  algunos  años  hubiese 
llenado  el  teatro  Español  toda  una  temporada. 
A  medida  que  Echegaray  se  hace  más  autor,  el 
ptlblico  le  exige  más.  ¿Es  por  cansancio  del  gé- 
nero? ¿Es  que  el  drama  se  ahoga  entre  la  gene- 
ral explosión  de  la  risa,   dominadora  hoy  de 
todos  los  teatros?  Difícil  es  decidir  esto;  pero  si 
el  gran  autócrata  de  nuestro  teatro,  Echegaray, 
ni  con  asombrosas  producciones  consigue  fijar 
al  público  ¿quien  tendrá  ya  esperanza  de  fijarle? 
El  público  abandona  el  drama  por  el  saínete 
pareciéndose  á  los  Tenorios  que  cansados  del 
amor  de  las  grandes  señoras  se  aficionan  á  las 
chulas.  Por  fortuna   estos  eclipses  de  las  más 
nobles  a.spiraciones  del  alma  son  pasajeros  y  el 
sentimiento  del  drama  reaparecerá,  sin  duda, 
pujante  y  esplendoroso  como  en  otro  tiempo. 

En  el  mundo  que  se  divierte  hace  hoy  la  más 
principal  figura  M.  StuartCumberland,  el  más  fa- 
moso de  los  adivinadores,  puesto  que  es  el  más 
moderno  de  ello.  Los  adivinos  gozarán  siempre 
del  favor  del  público:  la  aspiración  de  los  hom- 
bres es  ver  lo  increíble;  conocer  el  porvenir  y 
borrar  de  la  creación  la  palabra  misterio.  Por 
muy  incrédulo  que  se  muestre  un  hombre  siem- 
pre se  deja  fascinar  por  quien  le  ofrece  trans- 
formarle en  Dios;  pues  sólo  Dios  puede  anular 
la  materia  y  el  espacio.  Los  profetas,  los  mági- 
cos, los  espiritistas  y  los  ekctrirhtns  triunfarán 
siempre  de  las  prevenciones  del  hombre;  hablan 
á  su  imaginación,  una  loca  que  á  la  primer  pa- 
labra que  oye  delira;  un  pájaro  que  no  se  en- 
cuentra bien  dentro  de  su  jaula.  Así  es  que  toda 
la  tierra  está  llena  de  adivinadores;  unos  que 
esperan  en  sus  casas  á  los  deseosos  de  saber; 
otros  que  funcionan  en  los  salones  y  en  los  tea- 
tros. Mientras  haya  mujeres,  mientras  haya 
miedo,  ambición,  amor,  los  adivinadores  obten- 
drán éxito  y  serán  necesarios.  El  arte  del  adi- 
vinador en  todo  tiempo  se  reduce  á  profetizar  á 
cada  uno  lo  que  desea.  Los  adivinos  que  ejercen 
privadamente,  en  Madrid,  son  muchísimos;  por- 
que en  este  centro  de  la  cultura  hay  personas 
que  no  se  atreven  á  intentar  un  negocio,  ni  em- 
prender un  viaje,  ni  elegir  novio  sin  consulta 
previa  de  alguna  embaucadora.  Tú  conoces  algu- 
na señorita  de  esas  que  para  vivir  tranquilas  ne- 
cesiten consultar  todos  los  días  sus  sueños,  y 
baste  los  menores  accidentes  de  su  vida.  Se  pa- 


rece al  que  consultaba  con  un  filósofo  la  significa- 
ción de  cierto  percance  que  le  había  ocurrido:  un 
ratón  se  le  había  comido  medio  zapato. — Creo, 
— le  dijo  el  filósofo, — que  eso  no  debe  inquietar 
á  V.;  fuera  del  gasto  consiguiente:  lo  grave  hu- 
biera sido  lo  contrario;  que  el  zapato  se  hubiese 
comido  al  ratoncillo. 

De  M.  Cumberland  se  cuentan  cosas  extraor- 
dinarias. No  es  un  nigromante  vulgar;  él  mismo 
se  da  por  un  simple  sabio  de  frac.  Anteanoche 
reunió,  en  el  hotel  de  París,  á  diversos  indivi- 
duos de  la  sociedad  y  de  la  prensa,  con  objeto 
de  mostrarles  su  habilidad.  La  reunión  era  se- 
lecta y  no  debe  suponerse,  por  lo  tanto,  que 
estuviese  en  convinencia  con  él  para  formarle 
un  éxito  y  disponerle  otro  mayor  ante  el  públi- 
co. No  cabe  duda  que  para  adivinarle  á  uno  el 
pensamiento,  lo  mejor  es  qne  reservadamente 
nos  lo  anticipe  el  interesado.  Nada  de  eso,  pri- 
ma; M.  Cumberland  ha  descubierto  que  el  hom- 
bre tiene  siete  sentidos:  los  cinco  ya  famosos  y 
otros  dos:  el  de  la  i^resión  ó  resistencia  muscu- 
lar y  el  eléctrico;  este  último  sin  educar  en  casi 
nadie.  Con  los  ojos  vendados  adivina  cual  es  el 
objeto  en  que  ha  pensado  cualquier  individuo, 
siempre  que  le  tenga  cogido  de  la  mano  en  el 
instante  en  que  fija  su  pensamiento  y  pasee 
de  este  modo  con  él  buscando  el  objeto  susodi- 
cho. Parece  que  al  acercarnos  al  objeto  en  que 
hemos  pen.sado,  experimentamos  una  conmoción 
nerviosa  que  puede  apreciar  un  electricista. 

Uno  de  los  experimentos  más  curiosos  que 
hizo  fué  el  de  los  alfileres.  M.  Cumberland  dijo 
que  él  podía  hacerlo  con  éxito  aunque  se  le  es- 
condiese el  alfiler  á  uno  ó  dos  kilómetros  de 
distancia.  Se  cuenta,  en  efecto,  que  un  día,  en 
París,  salió  Cumberland  del  hotel  Continental, 
con  los  ojos  vendados  y  cogido  de  la  mano  de 
Dumas,  y  así  fueron  hasta  el  jardín  de  las  Tu- 
llerías,  donde  el  ilustre  autor  dramático  había 
ocultado  el  alfiler.  Esta  vez  no  tuvo  que  ir  tan 
lejos;  el  ministro  de  Inglaterra  y  el  de  Austria, 
que  asistían  á  la  reunión  del  hotel  de  París, 
ocultaron  dos  alfileres,  cada  uno  el  suyo,  en  el 
sofá  y  en  un  clac,  mientras  el  experiment'idor 
hablaba  con  otros  individuos  del  cuerpo  diplo- 
mático en  diferente  habitación.  Volvió  á  entrar 
Cumberland,  vendados  los  ojos  y  poniendo  en 
su  frente  la  mano  de  sir  Clai-e  Pord,  halló  sin 
dificultad  el  alfiler,  después  de  dar  una  vuelta 
por  la  sala.  Lo  mismo  hizo  con  el  que  había  es- 
condido el  conde  Donbsky. 

Se  comprende  que  este  método  experimental 
puede  dar  grandes  resultados  para  el  descubri- 
miento de  los  crímenes,  así  como  también  puede 
ser  un  auxiliar  para  los  mismos  criminales. 
Puesta  la  mano  sobre  el  corazón  de  un  avaro, 
fácil  seria  descubrir  el  sitio  en  que  ocultaba  su 
tesoro;  la  conmoción  eléctrica  revelaría  el  pa- 
raje donde  el  asesino  ha  enterrado  á  su  víctima; 
los  esposos  podi-ían  adquirir  datos  respecto  á 
las  simpatías  que  á  sus  esposas  inspiran  cier- 
tas personas,  con  sólo  pronunciar  sus  nombres, 
y  no  sería  difícil  conocer  la  verdadera  edad  de 
una  dama  sintiendo  en  su  mano  el  temblor  que 
produciría  la  verdadera  y  terrible  cifra. 

M.  Cumberland,  pues,  como  habrás  compren- 
dido, es  una  naturaleza  educada  y  nada  más;  la 
piel  de  su  mano  y  de  su  frente  recibe  las  sensa- 
ciones externas  con  mayor  viveza  que  la  piel  de 
los  demás  hombres.  No  se  ha  sacado  de  este 
sentido,  el  tacto,  las  ventajas  de  que  es  suscep- 
tible. Algunos  ciegos,  que  le  ejercitan  mucho, 
conocen  los  colores  por  la  desigualdad  de  la 
impresión  que  hacen  en  su  piel,  porque  unos 
son  más  suaves,  otros  n:ás  ;'  peros.  La  mano 
que  con  el  roce  continuo  de  los  objetos  se  enca- 
llece, podría  conservarse  muy  sensible  y  enton- 
ces sería  asombrosamente  adivinatoria.  Sin 
duda  que  M.  Cumberland  puede  adivinar  al 
apretar  la  mano  de  un  conocido,  si  éste  tiene 
simpatías  hacia  él  ó  si,  por  el  contrario,  le  odia. 
Cultivando  la  educación  de  la  piel  de  nuestra 
mano,  tendríamos  que  variar  en  sociedad  de 
saludo  y  cumplido.  Un  apretón  de  manos  sirve 
hoy  para  disimular  los  sentimientos  y  los  pen- 
samientos, ¿quién  se  atrevería  entonces  á  de- 
jarse dar  un  apretoncito? 


LA  ILUSTEACION  IBÉRICA 


67 


Quedan  muchos  misterios  en  la  natiiraleza; 
cada  dia  nos  convencemos  más  de  que  el  hom- 
bre es  un  animal  susceptible  aún  de  gran  per- 
feccionamiento no  sólo  en  su  parte  moral  sino 
en  la  física.  El  hombre  es  un  error:  nace,  se 
educa,  vive  y  muere  quizás  de  un  modo  contra- 
rio á  como  debería  nacer,  educarse,  vivir  y  mo- 
rirse. Quizás  con  el  tiempo  se  llegue  á  descu- 
brir su  verdadera  condición  y  los  verdaderos 
métodos  de  su  perfeccionamiento.  Quién  sabe  si 
entonces  entre  ese  hombre  y  el  de  hoy  habrá  la 
misma  diferencia  que  entre  el  de  hoy  y  el  mono. 

Puesto  que  consagro  á  los  espectáculos  esta 
carta,  debo  decirte  que  anoche  se  presentó  en  el 
teatro  de  Apolo  madamoiselle  Teol,  que  inter- 
pretó un  saínete  cómico,  lírico  y  cantó  varios 
couphtK.  El  público  llenaba  el  afortunado  teatro; 
pero  se  mostró  cruel  con  ella.  Realmente  el 
cambio  era  violento.  Pasar  de  la  canción  de  la 
Po-bre  Chi-ca  á  una  canción  de  París,  del  aire  y 
desgarro  de  la  criada  madrileña,  á  la  coquete- 
ría picante  de  la  doncella  parisiense,  debía  ser 


peligroso.  La  gente  que  entiende  el  caló  de  las 
chulas,  no  está  muy  corriente  del  francés.  La 
gracia  no  es  absoluta  y  lo  que  hace  reventar  de 
risa  en  Francia,  aflige  cantado  en  Lavapiés. 
Nuestro  público  no  pide  gran  mérito  á  los  can- 
tantes, mientras  canten  aires  patrióticos,  por- 
que él  lleva  el  compás  dentro  de  su  alma  en  que 
se  remueven  recuerdos  y  pasiones;  pero  cuando 
no  entiende  la  letra  ni  los  sentimientos  de  una 
canción,  pide  que  las  notas  valgan  por  ellas 
mismas.  Los  couplets,  como  las  peteneras  ó  las 
seguidillas,  sólo  pueden  enloquecer  á  los  que 
pueden  cogerlas  al  vuelo.  El  público  de  Apolo, 
el  público  de  La  Gran  Vía,  de  Los  valientes  y  de 
Cádiz,  es  demasiado  flamenco  para  entender  á 
una  divette.  Una  cosa  es  ser  guripa  y  otra 
gamin. 

Estas  consideraciones  me  traen  á  terminar 
esta  carta,  querida  prima,  con  palabras  de  tris- 
teza. Siquiera  el  sentimiento  de  la  patria  sea 
el  más  poderoso  en  el  hombre,  grande  es  sin 
duda  la  miseria  de  esta  gran  capital,  cuando 


cientos  y  cientos  de  individuos  quieren  ir  al 
Brasil,  para  buscar  fortuna. — «Mi  patria  es 
aquella  tierra  en  que  me  encuentro  bien,» — de- 
cía un  antiguo  filósofo.  Esos  infelices  que  for- 
man cordón  delante  de  la  legación  brasileña,  no 
han  encontrado,  todavía,  su  patria. 

Al  venir  á  mi  casa  he  visto  en  la  calle  de 
San  Quintín,  agrupados  bajo  el  escudo  impe- 
rial, muchas  mujeres,  muchos  hombres,  casi 
todos  jóvenes,  esperando  la  vez  para  inscribirse 
en  la  emigración. 

Es  un  espectáculo  desconsolador:  ¿pero  tene- 
mos el  derecho  de  censurarlos?  ¿Abandonarían 
su  patria  si  encontrasen  en  ella  pan  y  cariño? 
~Los  emigrantes  esperan  con  el  rostro  alegre. 

Para  ellos  la  legación  del  Brasil,  es  la  lega- 
ción... de  la  Esperanza. 
Tuyo, 

Eernanflor.    . 


-m- 


ORILLAS  DEL  MOSA,   EN    LOS  VOSGOS 


LA  CASA  DE  PEDRO  LÓPEZ 


(oohtikdáoiór) 

Por  lo  que  á  mí  toca,  cuando  me  entrego  á  la 
vida  holgona,  y  ello  sucede  casi  siempre,  mis 
costumbres  no  difieren  en  un  punto  de  las  de 
los  demás  mortales.  Pero  si  me  arrojo  al  trabajo, 
como  quien  se  arriesga  á  cruzar  los  mares,  sufro 
un  cambio  tan  radical  que  ni  me  curo  de 
cuanto  me  rodea,  ni  á  mi  mismo  me  conozco. 

Siguiendo  entonces  una  fase  de  esta  transfor- 
mación, solía  levantarme  tarde,  comer  fuerte  á 
la  una,  pasear  hasta  las  cuatro,  tomar  un  pisco- 
labis á  las  cinco  y  sentarme  á  escribir  hasta  las 
tantas  de  la  noche,  sin  dárseme  un  ardite  del 
mundo  ni  de  los  mortales.  Si  el  trabajo  me  de- 
bilitaba, salía  como  un  sonámbulo  á  cenar  á 
cualquier  café;  de  lo  contrario  me  acostaba  con 
mis  personajes  de  novela  y  me  dormía  al  cabo 
con  los  ensueños  de  mi  imaginación  calentu- 
rienta. 

Pues  bien,  á>  ia  cuarta  noche,  próximo  á  en- 
trar en  el  nudo  de  mi  obra,  oí  repentinamente 
sobre  mi  cabeza  un  golpe  sordo,  seguido  de 
otros  varios;  después  algo  como  silletazos  y 
derribo  de  muebles;  en  seguida  sollozos  so- 
focados, gritos  penetrantes  y  frases  entrecor- 
tadas. 

Solté  la  pluma,  levanté  la  cabeza,  retuve  el 
aliento,  y  el  silencio  de  la  noche,  como  con  la 
ayuda  de  un  teléfono,  entre  otras  que  no  enten- 
dí, trajo  á  mi  oído  estas  palabras: 

— ¡Asesino!  ¡ladrón! 

— ¡Briboua!  ¡Te  voy  á  reventar! 


— ¡Revienta  á  tu  hijo...  si  te  atreves! 

Sonó  otro  golpe,  seguido  de  otro  grito,  luego 
pasos  precipitados  en  todas  direcciones,  y  al  fin 
un  último  golpe  seco,  semejante  al  de  un  cuerpo 
pesado  que  se  viene  al  suelo,  hizo  retemblar  el 
cielo  raso. 

— ¡Se  están  matando! — proferí  con  susto. 

De  un  salto  me  puse  en  pié;  cogí  una  palma- 
toria y  llegué  al  cuarto  de  mi  criado.  Ramírez 
roncaba  como  un  bendito,  con  tanta  fruición, 
que  me  dio  pena  despertarle.  Sobre  una  silla, 
junto  á  la  cabecera  de  la  cama,  tenía  un  revólver 
cargado.  Me  apoderé  del  arma,  y  con  ella  en 
una  mano  y  la  luz  en  otra,  abriendo  sigilosa- 
mente la  puerta,  me  lancé  de  igual  modo  esca- 
lera arriba;  subí  hasta  el  mismo  tragaluz  y  me 
detuve  á  escuchar  en  el  último  rellano.  Un 
silencio  sepulcral  reinaba  en  toda  la  casa;  los 
golpes  secos,  los  pasos  precipitados,  los  gritos 
desgarradores  y  las  frases  entrecortadas,  pare- 
cían más  que  triste  realidad,  engendro  de  mi 
revuelta  fantasía.  Sólo  al  breve  rato  sentí  abrirse 
la  puerta  del  principal,  pasos  y  voces  tranqui- 
los de  varias  personas  que  se  despedían  en  la 
escalera,  luego  separarse  y  encajar  de  nuevo  las 
pesadas  hojas  del  portal,  luego...  volvió  á  reinar 
desde  el  zaguán  al  tejado  el  mismo  sepulcral 
silencio. 

— Si  se  han  matado  ya, — dije  encogiéndome 
de  hombros, — maldita  la  falta  que  les  hago;  y  si 
están  apaciguados,  ¿á  qué  reanimar  el  luego?... 
¡A  imitar  á  Ramírez!  ¡A  dormir!  Lo  que  fuere 
sonará. 

En  absoluto  no  respondo  de  ello,  porque  no 
me  oí;  pero  juraría  que  á  los  diez  minutos  mis 
ronquidos  hacían  dúo  con  los  de  Ramírez. 


A  las  dos' de  la  tarde  del  siguiente  día,  cuan- 
do salí  á  dar  el  paseo  acostumbrado,  encontré  á 
la  portera  barriendo  el  portal. 

— Oiga  V.,  señora  Pepa. 

— Mande  V.,  señorito. 

— ¿Ha  oído  algo  esta  noche? 

—¡Yo!...  Nada. 

— ¿Ni  ha  venido  la  autoridad?... 

— Tampoco. 

— Pues  en  el  sotabanco  se  han  estado  ma- 
tando. 

En  el  mismo  instante  de  proferir  estas  pala- 
bras, un  hombre  de  capa  y  hongo,  descalabrado 
á  juzgar  por  la  venda  que  le  cubría  parte  de  la 
cabeza,  acertó  á  bajar  la  escalera,  y  al  pasar, 
nos  dio  las  buenas  tardes. 

—Ahí  lo  tiene  V.  al  vecino  del  sotabanco,— 
me  dijo  la  portera. 

— ¿Es  casado? 

— Sí... — respondió  con  cierta  reticencia. 

— En  ese  caso, — repliqué, — déle  V.  por  viu- 
do, porque  ha  matado  á  su  mujer. 

— ¿Decía  usted?...  Voy  comprendiendo;  habrá 
oído  V.  gritos,  golpes,  sollozos,  insultos... 

— Eso  es. 

— Pues  semejante  escena  se  repite  la  mayor 
parte  de  las  noches. 

— ¡Diantre! 


(Se  continuará.) 


Juan  Tomás  Salvant. 


INCENDIO  DEL  ALCÁZAR  DE  TOLEDO,  LA  NOCHE  DEL  lO  DEL  CORRIENTE LAS  RUINAS  i Dibujo  de  P.  y  Valor) 


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LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


LECTURAS 


LOS    PAZOS    DE    ULLOA 


£st«  es  el  nombre  de  la  ultima  novela  de  mi 
buena  amig»  Emilia  Pardo  Bazáu,  y,  en  mi  opi- 
iii'-'H,  ha  llegado  el  momento  de  felicitar  de  to- 
da.-! veras  á  la  ilustre  escritora  palíela   por  la 
di'mostración  palmaría  de  sns  facultades  nota-  : 
bles  como  artista.  Si;  bien  se  puede  decir  ahora  ' 
sin  ningún  género  de  reservas:  Emilia  Pardo  i 
sabe  escribir  buenas  novelas.  | 

Y  no  es  decir  poco;  cada  dJa  va  exigiendo  ! 
más  el  gasto  delicado  y  tal  vez  gastado  de  aque-  ' 
lia  p«rt«  del  público  cuyo  voto  merece  ser  tenido  [ 
en  cuenta.  Una  concurrencia  que  de  día  en  dia 
crece,  de  verdaderos  talentos,  de  artistas  de  la  i 
palabra  y  hombres  de  poderosa  fantasía,  sufí-  ; 
cíente  estudio  y  buen  seso,  ha  llegado,  fuera  de  , 
Espafia,  principalmente  en  Francia,  á  convertir  j 


en  obra  de  romanos  lo  que  antes  fué  bien  fácil, 
á  saber:  hacerse  oir  y  admirar  con  un  libro  de 
mérito,  especialmente  con  una  novela.  Julio  Le- 
maitre,  muy  simpiltico  escritor,  joven  todavía 
y  ya  critico  de  influencia  en  París,  se  quejaba 
no  há  mucho  de  la  especie  de  hastío  que  causa 
tanta  literatura  amena  que  sin  llegar  &  las  al- 
turas del  genio  tiene  que  ser  calificada  de  exce- 
lente si  se  la  quiere  hacer  justicia.  Algunas  de 
estas  obras  que  salen  á  docenas  cada  año,  casi 
cada  mes,  merecerían  para  los  críticos,  según 
Lemaitre,  el  título  de  obras  maestras...  si  fueran 
del  siglo  pasado.  Sí;  es  indudable,— (con  la  ob- 
8er\^ación  se  puede  aprender), — ha  subido  mucho 
el  nivel  general  del  talento  artístico,  y  al  lado 
de  la  concuri-encia  inofensiva  de  lo  malo  y  de 
la  algo  más  alannante  de  lo  mediano,  se  nota  , 
ya  la  concurrencia  aterradora  de  lo  bueno,  que 
sólo  puede  parecer  insignificante  al  genio.  Esto 
es  fuera  de  España,  ya  lo  sé;  pero  como  el  pú- 
blico español,  que  algo  entiende  de  estas  cosas, 
es  público  francés  también,  y  compra  y  lee  los 


libros  franceses  á  los  pocos  días,  á  las  pocas 
horas  á  veces,  de  ser  publicados,  también  se 
puede  decir  que  á  nuestra  España  se  extienden 
los  resultados  de  esa  concurrencia. 

Los  que  aquí  leen  con  algún  criterio  y  gusto 
son  los  mismos  que  conocen  la  literatura  con- 
temporánea francesa  igual  ó  más  que  la  de 
casa.  ¡Y  para  que  una  novela  española  interese 
todavía  á  estos  lectores  se  necesita  tanto! 

¡Haj'  tantos  maestros!  Además  de  la  novela 
francesa  é  inglesa  que  son  muy  conocidas  j- 
tantos  grandes  nombres  ofrecen,  hay  algo  bueno 
en  la  novela  italiana,  bastante  en  la  alemana, 
algo  en  la  norte  americana...  y,  como  si  fuéra- 
mos pocos,  la  moda  de  la  novela  rusa  que  impe-    i 
ra  hoy  en  París  hasta  el  punto  de  que  uno  de    : 
sus  principales  propagandistas,  de  Vogüé,  ya    '¡ 
habla  de  excesos,  esta  moda  comienza  á  exten- 
derse por  España  y  ya  hemos  leído  todos  nues- 
tro Gogol  y  nuestro  Tolstoi  y  ya  sabemos  de 
memoria  las  tristezas  y  las  aprensiones  del  ilus- 
tre desten-ado  de  Siberia  que  trajo  de  _allá  su 


1 

W^  aprima 

OLIVERIO  CROMWELL  (Retrato  por  Koberto  Walker) 


SIR  NATHANIEL  BACON  (Reualo  por  él  mismo) 


visión  terríble  de  La  casa  de  los  muertos.  La 
novela  rusa  es  hoy  una  obsesión  general,  y  eso 
que  los  más  tenemos  que  saborear  los  primores 
de  aquella  literatura  liajo  la  palabra  de  honor 
df  ios  tradnctor<'«,  franceses  los  más,  que  no 
-if-nipre  traducen  como  el  decadentista  ó  simbo- 
linla  Meríce.  Pues  Los  Pazos  de  lllloa,  en  medio 
de  tal  concurrencia  y  á  pesar  de  esta  justísima 
curiosidad  que  despiertan  Las  almas  muertas  y 
Ixt  guerra  y  la  paz,  etc.  etc.,  se  abre  su  camino 
en  el  cerebro  y  en  el  corazón  del  lector  y  llega 
á  lo  ooás  profundo  y  allí  arraiga. 

Siempre  ha  pintado  bien  el  campo  de  Galicia 
}•  la  vida  en  aquellas  aldeas  la  propietaria  de  la 
fíranja,  pero  jamás  ha  llegado  á  la  perfección 
de  ahora.  Lo  que  en  Bucólica  en  delicada  flor, 
es  aquí  fruto  cierto.  El  campo  de  los  que  han  vi- 
vido en  él  y  saben  sentirlo  de  veras  no  es  el  de 
laa  éjglogas  é  idilios,  ni  el  de  los  viajeros  im- 
preaioDistas  que  toman  la  naturaleza  por  un  pa- 
norama y  sólo  hablan  ante  los  cuadros  que  ofre- 
ce la  ancha  tierra,  de  efectos  de  luz,  de  tonos, 
de  matices,  de  perepectiva,  alabando  á  Dios 
como  i  un  Ponssmo  6  un  Claudio  de  Lorena  en 
gianda.  Tunpoco  es  el  campo  para  el  artista 
que  sabe  vivir  en  él,  lo  que  es  para  el  novelista 
natoralJsta  á  priorx,  que  va  por  el  mundo  co- 
piando la  naturaleza  con  su  caja  de  colores  de 
e»lHo,  como  un  pintor  de  paisajes.  Este  tal  podrá 
recoger  algo  de  la  verdad,  lo  pirti/rico,  pero  la 
poesía  campestn  ee  mucho  más  que  eso.  Un 
..  .A  ;  :_,  humorista  alemán,  Eicker,  burlóse 
ad  de  BulorcH  naturalistas  que  ga- 
'•mj'>,  armados  de  pluma  y  papel  como 


curial  que  busca  embargos,  á  guisa  de  fotógra- 
fos ambulantes  capaces  de  retratar  al  mismo 
sol;  burlóse,  sobre  todo,  de  un  impresionista  que 
en  mitad  de  una  callejuela  sorprende  á  una 
zafia  zagala  y  la  obliga  á  servirle  de  modelo 
para  un  retrato  al  edilo;  pasmada  la  aldeana  se 
está  quieta  un  momento,  pero  pronto  se  aburre, 
adivina  lo  ridículo  de  la  escena  y  volviendo  la 
espalda  al  pintor  de  pluma,  azótase  en  aquella 
parte  de  su  cuerpo  que  cierta  heroína  de  Zola 
enseñaba  al  sol  poniente,  y  huye,  riéndose  á 
carcajadas  del  naturalista.  Sin  tales  burlas,  y 
hablando  muy  seriamente,  me  decía  Pereda, 
cuando  vino  por  Asturias,  que,  segiin  61,  no  pue- 
de el  novelista  que  quiere  copiar  la  poesía  de 
la  naturaleza  comprenderla  y  sentirla  en  un 
viaje  de  recreo  ó  de  observación;  que  eso  puede 
bastar  para  pintar  una  fábrica  de  hilados  ó  de 
fusiles,  pero  el  campo,  su  vida,  sus  costum- 
bres... necesitaba  otra  cosa...  Es  verdad,  no  es 
poeta  del  campo  el  que  quiere,  ni  para  que  una 
novela  pueda  llamarse  aldeana,  basta  figurarla 
en  la  aldea;  es  necesarío  que  el  escritor  conozca 
la  vida  rústica  y  sobre  todo  haya  sentido  los  eflu- 
vios misteriosos  de  su  encanto  inefable.  El  autor 
de  un  idilio  ó  el  de  una  poesía  romántica  que  usan 
de  la  naturaleza  como  de  un  teatro,  como  do  un 
telón  de  fondo,  no  necesitan  penetrar  en  la  vida 
del  campo  como  ¡¡enetra  Virgilio  en  las  Geórgi- 
cas como  penetra  Gogol  (ya  pareció  el  ruso),  al 
pintamos  en  el  canto  de  su  poema,  que  él  mismo 
tenía  por  su  obra  maestra,  la  vida  de  Costan- 
joglo  el  perfecto  agrónomo;  como  penetra,  esta- 
ba por  decir,  el  mismo  Marco  Porcio  Catón,  en 


su  libro  de  Re  rustica...  porque  es  de  advertir, 
que  el  campo  no  deja  por  completo  de  ser  en  el 
arte  paisaje  de  abanico,  aquellos  lugares  comu- 
nes que  irritaban  á  los  Goncourt  como  una  co- 
lección de  cuadros  vulgares,  sino  cuando  se  ve 
en  él  la  poesía  utilitaria  al  lado  de  la  pictórica. 
Así  como  en  la  arquitectura  entra  por  mucho  en 
la  impresión  puramente  estética  y  en  el  juicio  de 
este  orden  el  elemento  de  lo  iitil,  también  en  el 
campo,  para  el  observador  artista  que  siente  y 
ama  y  comprende  toda  la  verdad  poética  del 
asunto,  es  elemento  muy  interesante  el  fin  útil... 
digámoslo  de  una  vez,  la  industria  agrícola. 

Podrá  esto  parecer  una  blasfemia  estética  á 
un  idealista  de  esos  que  visten  el  uniforme  de 
ordenanza,  el  blanco,  talar,  puramente  pitagó- 
rico, pero  á  cualquier  persona  de  buen  sentido 
que  haya  leído  las  Geórgicas,  v.  gr.,  ó  el  can- 
to XVI  de  Las  almas  muertas,  le  será  fácil  en- 
tender lo  que  quiero  significar  con  esa  especie 
de  boutade  ó  salida  agronómica.  Yo  no  niego  la 
poesía  exclusivamente  decorativa  de  la  natura- 
leza, sirviendo,  como  quiere  Hugo  Blair,  para 
entonar  por  el  contraste  ó  la  armonía  la  expre- 
sión de  los  sentimientos;  comprendo  que  se  des 
criba  el  bosque  en  que  el  cíclope  ó  el  fauno  pre- 
paran una  emboscada  á  la  virginidad  pastoril, 
de  prisa  y  coi'i'iendo,  y  sólo  como  lugar  de  la 
escena,  pero  no  se  me  niegue  tampoco  que  el 
campo  da  de  sí  más  poesía  que  esta,  y  aun  más 
que  aquella  otra  en  que  se  le  toma  como  ali- 
ciente, como  una  música  sugekiiva  que  eleva  el 
alma  á  la  contemplación  del  dilettante,  ó  á  la  del 
místico,  etc.  etc.  Al  fondo,  al  último  y  más  rico 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


(1 


jugo  de  la  poesía  campestre  no  se  llega  hasta 
que  se  la  toma  tal  como  es,  tropezando  ensegui- 
da con  sus  relaciones  utilitarias.  ¡Y  qué  since- 
ra, noble,  inefable  poesía  nace  de  aquí!  Por  eso 
es  la  obra  maestra  de  Virgilio,  en  algunos  con- 
ceptos, un  poema  que  se  ha  llamado  malamente 
didáctico;  por  eso  son  páginas  sublimes,  de  una 
belleza  fuerte  y  originalisima  aquellas  en  que 
el  picaro  Tchitchikof  ^el  Quijote-Sancho  raso), 
se  enternece  muy  de  veras  oyendo  en  Costanjo- 
glo  la  explicación  de  la  verdadera  economía 
rural  (1).  «No  es  por  la  ganancia, — dice  el  ha- 
rina,— por  lo  que  hago  todo  esto;  lo  esencial  es 
el  placer  que  esta  vida  me  procura;  el  dinero, 
al  fin  y  al  cabo  no  es  más  que  dinero,  un  pro- 
ducto como  los  demás>...  Costanjoglo,  pinta,  no 
el  arte  por  el  arte,  ni  el  arte  por  lo  iitil,  sino  la 
belleza  de  lo  útil...  por  el  art«.  Profundísima 
estética  á  que  sólo  puede  llegar  con  tan  hermo- 
sa representación,  el  genio.  Por  lo  que  sé  de  La 
Terre,  la  novela  de  Zola  próxima  á  publicarse, 
el  gran  escritor  francés  también  ha  puesto  en 


ella  su  tratado  poético  de  Re  rustica;  su  Tierra  no 
es  la  tierra  de  los  poetas  de  égloga  (y  aun  en  la 
égloga  representa  gran  papel  la  majada,  el  que- 
so, la  leche,  las  castañas  etc.,)  ni  de  los  poetas 
laquistas,  ni  la  Tierra  del  turista,  ni  la  del  filó- 
sofo asceta  ni  la  del  soñador  oriental,  sino  la 
Tierra  de  las  cosechas,  la  Tierra  útil,  Demetera. 
Pues  D."  Emilia  Pardo,  que  sabe,  como  el 
querido  novelista  montañés,  el  gran  Pereda, 
amar  el  terruño,  ver  la  poesía-útil  del  campo, 
nos  pinta  por  este  estilo  su  aldea  de  los  Pazos, 
y  con  tal  fuerza  de  verdad,  y  pruebas  tales  de 
sentir  bien  lo  que  describe,  que  es  un  asombro 
y  un  placer  muy  intenso,  leer,  devorándolos, 
aquellos  capítulos  en  que  se  ve  á  la  pobre  Gali- 
cia con  toda  su  miseria  y  con  toda  su  hermosura 
natural,  con  su  vida  de  vegetal  mal  cuidado, 
pero  de  vigorosa  savia;  Galicia  fecunda  entre  es- 
tiércol, rica  en  nobles  recuerdos,  dotada  por  Dios 
de  belleza  inmortal  y  cubierta  de  harapos  por 
los  hombres.  Inmundicia  y  harapos  pinta  sin  mie- 
do la  insigne  escritora,  y  no  sólo  los  del  cuerpo 


sino  los  del  alma;  y  al  lado  de  esto  grandezas 
y  hermosura  espirituales,  y  hermosura  y  gi-an- 
dezas  de  la  tierra  en  que  nació  y  que  tanto  ama. 

(Se  concluirá.)  Clarín. 

« 

REVISTA  científica 


Arturo  de  Bretaña,  drnnia  en  cIdco  actos,  por  M.  Claudio 
Bernnrd.  con  un  prefacio  hUtórIco,  por  M  GeorgcsBarral; 
Uentu,  editor;  Parli.— Perros  de  guerra.— Los  peces  de 
las  graudes  profundidades.  -Purificación  del  agua  por  me- 
dio de  los  agentes  químicos.  — Pavoroso  porvenir  de  los 
peluqueros  y  dentistas. 

No  se  olvidó  nadie  de  decir,  al  escribirse  la 
necrología  de  Cl.  Bernard,  que  el  más  ilustre 
representante  de  la  ciencia  moderna  había  lle- 
gado á  París,  no  con  intento  de  fundar  la  Fisio- 
logía General,  sino  al  objeto  de  que  le  represen- 
tasen un  drama  en  verso.  Si  non  e  vero,  e  ben 
trovato,  decían  los  sabios  de  la  Academia  de 
Ciencias  y  los  de  fuera  de  ella,  pero  resulta 


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S^  iraní  '■.><■'' 


ESTUDIO  por  Joba  Ritey 


SIR  FRANGÍS  CRAME  (Retrato  por  Peter  OUver) 


ahora  que  es  verdadero  y  cierto  lo  del  drama, 
tan  cierto  como  el  asco  que  le  tomó  Bernard  á 
la  droguería  médica  de  resultas  de  las  triacas 
que  le  veía  confeccionar  al  dueño  de  la  farma- 
'ia  en  que  estuvo  de  practicante. 

Acaba,  en  efecto,  de  publicarse  el  famoso  dra- 
ma, con  lo  cual  queda  desvanecida  toda  sospecha 
de  novelería  sobre  el  particular.  No  lo  he  leído 
todavía,  pero  lo  leeré.  Dios  mediante;  con  todo, 
algo  podré  decir  ya  de  Arturo  de  Bretnñt,  va- 
liéndome de  lo  que  sobre  él  mismo  cuenta  la  J2€- 
vue  Rose. 

Claudio  Bernard,  pues,  en  una  convensación 
que  tuvo  con  M.  Barral,  hubo  de  decirle:  «Po- 
déis publicar  esta  obra,  si  así  os  place,  pero  que 
sea,  á  lo  menos,  cinco  años  después  de  mi  muer- 
te. Ya  que  he  leído  un  vaudeville  que  fué  re- 
presentado en  Lyon  en  1833,  bien  puedo  dejar 
leer  mi  drama,  pero  no  os  olvidéis  de  anunciar 
que  M.  Sant-Marc  Girardin  le  dio  carpetazo,  y 
eso  aun  después  de  mucha.s  correcciones.» 

Bien  quisieran  nuestros  grandes  dramaturgos 
que  se  expresasen  con  tanta  modestia  los  auto- 
res calabaceados  que  se  dignan  consultarlos, 
pero  esa  modestia  es  tanto  más  de  admirar,  en 
cuanto  que  al  parecer  teníale  Claudio  Bernard 
especial  cariño  á  su  pobre  Arturo.  «Nunca  ha- 
blaba sin  enternecimiento,  dice  M.  Barral,  de 
aquella  obra  de  su  mocedad,  con  la  cual  había 

■li  Seria  Interesante  un  estudio  comparotivo  de  Cos- 
t&njngl»  y  de  f'alón  el  antiguo.  Yo  no  encuentro  el  tratado 
de  Re  rutitiea  tan  prosaico  como  dice  Pablo  Albert. 


partido,  ligero  de  bolsillo  y  cargado  de  esperan- 
zas á  probar  fortuna  en  París.» 

Hé  aquí  ahora,  cómo  se  expresa  la  Revista 
de  M.  Richet  respecto  á  esta  obra  postuma:  «No 
diremos,  escribe,  que  el  drama  de  Arturo  de 
Bretaña,  pueda  ser,  con  alguna  probabilidad  de 
extraordinario  éxito,  representado  en  alguno 
de  nuestros  teatros;  seguramente  no  se  advierte 
nada  que  revele  genio  dramático,  pero  comprén- 
dese que  es  por  inexperiencia  mejor  que  no  por 
impotencia.  Hay  movimiento,  energía  y  sobre 
todo,  una  grande  generosidad  de  sentimientos, 
digna  enteramente  del  hombre  benévolo  y  bue- 
no, grande  por  su  corazón,  como  grande  por  su 
espíritu,  que  se  llamaba  Claudio  Bernard.» 

Y  añade  á  guisa  de  comentario:  «¿Por  qué  se 
ha  de  querer,  en  efecto,  que  haya  antagonismo 
entre  la  ciencia  y  la  literatura?  ¿No  es  acaso 
una  puerilidad  creer  que  un  sabio  no  puede  en- 
tender palabra  en  letras  ó  en  artes?  Eso  es  bueno 
para  el  colegio,  donde  los  alumnos  de  matemá- 
ticas se  las  echan  de  despreciar  el  latín  y  los 
sobresalientes  de  retórica  se  vanaglorian  de  no 
comprender  miaja  en  geometría.  Pero  en  el 
fondo,  esta  dualidad  no  existe.  Podríamos  citar 
ejemplos  memorables:  Hallor,  el  gran  fisiólogo, 
que  fué  un  poeta  renombrado;  Pascal,  que  fué 
uno  de  los  creadores  de  la  física  y  un  escritor 
incomparable;  Leonardo  de  Vinci,  tan  gran  geó- 
metro  ó  ingeniero  como  gran  pintor.  Por  lo  de- 
más, queda  hecha  la  prueba,  y  ya  hoy  única- 
mente los  tontos  se  sorprenden  de  ver  á   un 


sabio  cultivar  las  letras  ó  un  literato  rendir  culto 
á  la  ciencia.» 

* 

*  * 

Segiin  el  pei-iódico  tudesco  St.  Huherfus,  se 
están  amaestrando  en  estos  momentos  en  Alema- 
nia unos  perros  cuya  función  deberá  ser  la  de  ir 
desde  las  avanzadas  destacadas  de  un  cuerpo  de 
ejército  al  grueso  de  éste,  y  vice-versa.  Cada 
perro  lleva  al  cuello  una  bolsita  de  cuero  donde 
se  colocan  los  datos  que  hay  que  trasmitir. 

Existe  asimismo  la  idea  de  amaestrar  perros 
para  ir  en  busca  de  los  heridos  y  extraviado.'', 
así  como  para  anunciat  á  las  tropas  la  aproxi- 
mación del  enemigo  ó  impedir  que  los  centinelas 
se  vean  sorprendidos. 

Estos  animales  pertenecen  en  su  mayoría  á 
la  raza  de  los  perros  de  pastor;  algunos  son 
perros  de  aguas.  En  cuanto  á  los  mastines,  sólo 
han  dado  hasta  ahora  medianos  resultados. 

*  * 

Jlesulta  de  una  nota  leída  por  M.  L.  Vaillant 
en  la  sesión  celebrada  el  10  del  corriente  por  la 
Academia  de  Ciencias  de  París,  que  los  peces 
buenos  nadadores  han  escapado  al  presente,  á 
lo  menos  en  grandísima  parte,  á  los  dragados, 
por  cuyo  motivo  la  fauna  ictiológica  abisal  (de 
abismo;  es  el  adjetivo  consagrado),  nos  sería,  en 
este  concepto,  imperfectamente  conocida.  Con 
todo,  ateniéndonos  á  los  hechos  qiie  resultan  de 
las   investigaciones  practicadas    hasta  el  día 


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O 


I 


LA'ILUSTEAaON  IBÉRICA 


pueden  desprenderse  ya  muchas  conclusiones 
respe».'to  á  la  repartición  y  relaciones  de  esos 
aeres. 

En  primer  logar,  las  cosechas  recogidas  por 
el  Tatismmm,  mnestran  que  un  número  conside- 
rable de  especies  consideradas  hasta  el  dia  como 
propias  del  Mediterr&neo,  sobre  todo  entre  las 
EscopUidas,  las  Oádidas  y  las  Macrúridas,  se 
encuentran  también  en  el  Atlántico  hasta  el 
banco  de  Arguino  y  las  islas  de  Cabo- Verde, 
pontos  extremos  á  que  se  ha  llegado  en  la  últi- 
ma campaña. 

El  aspecto  de  esta  fauna  la  relaciona  muy 
evidentemente  con  el  de  las  faunas  boreal  y 
aostr»!,  sobre  todo,  la  primera.  Asi  las  Lycodi- 
doi,  tan  caracteristicas  de  estas  regiones,  se  en- 
coentran  en  las  grandes  profundidades,  y  la 
abundancia  de  los  .£nocantino6,  especialmente 
los  del  gnipo  de  las  Maarúridoi,  atestigua  en 
ignal  sentido. 

Finalmente,  nn  hecho  no  menos  importante, 
es  la  komoge»eid9d  de  la  fauna  ictiológica  en 
estos  abismos.  No  solamente,  en  efecto,  se  en- 
cuentran los  mismos  géneru  en  puntos  muy  le- 
janos entre  sí,  sino  que  aun  las  etpeeiet  pueden 
toaer  nn  irea  de  repartición  muy  extensa,  lo 
coal,  á  la  verdad,  viene  mny  bien  en  favor  de 
las  teorías  de  los  evolucionistas. 

*  * 
Leemos  en  la  Revista  de  higiene,  que  el  profesor 
Dobroslavine,  de  San  Petersburgo,  recomienda 
el  aigoiente  medio  de  purificación  del  agua  po- 
table por  medio  de  los  agentes  químicos  que, 
determinando  un  precipitado,  arrastran  todas 
las  impurezas  en  suspensión.  Para  ello,  basta 
afiadir  á  un  cobo  de  agua  (cerca  de  12  li- 
tros), 50  centigramos  de  percloruro  de  hierro  y 
70  centigramos  de  carbonato  de  sosa  en  crista- 
les; al  cabo  de  45  minutos,  el  agua  queda  per- 
fectamente purificada.  El  único  inconveniente 
qtie  resalta  de  esto  es  el  sabor  ligeramente  me- 
tálico y  siempre  nn  tanto  desi^radable  qne 
poede  presentar,  una  vez  purificado,  el  liqnido 
caro  i  D.  Florencio  Morales  y  Temprado. 

*% 

A  creer  lo  qoe  asegoran  los  médicos  y  yan- 
kéea  señores  Hammond  y  Eaton,  no  puede  ser 
más  sombrío  el  porvenir  de  los  cabellos  y  los 
dientes,  y  por  lo  mismo  el  de  los  doctores  en 
dmitísteria  y  maestros  peluqueros.  No  hay  tu  tía; 
en  al  año  3500  todos  nuestros  descendientes 
tendrán  el  cráneo  mondo  y  lirondo  como  una 
cascara  de  huevo,  y  tan  desamuebladas  las  en- 
cías como  las  gallinas;  calvicie  y  desdenta- 
miento  que  los  dos  autores  americanos  conside- 
ran como  concomitantes  de  una  civilización  más 
desarrollada  que,  á  medida  que  se  irá  elevando, 
despojará  al  hombre  de  cabellos  y  dientes,  pro- 
docciones  orgánicas  que  constituyen  ahora  nn 
humillante  testimonio  de  la  animalidad  de  que 
derivamos.  La  causa  de  este...  perfeccionamien- 
to, debe  atribuirse  sobre  todo  á  la  costumbre 
que  tenemos  de  cubrimos  la  cabeza, — recomen- 
dada ya  por  Hipócrates  en  su  capitulo  de  los 
Sombreros, — y  de  cocer  nuestros  alimentos. 

No  habrá,  pues,  en  3500  más  gente  provista 
de  «emeiantes  apéndices  epidennoideos  que  los 
salvajes,  si  es  que  todavía  queda  alguno  para 


Sempre  creímos  con  Edgardo  Qninet  que 
aparecería  con  el  tiempo  un  ser  superior  al 
actual  Homo  sapiens,  de  Linneo,  pero  ¡calvo  y 
desdeatado!...  ¡Bonitos  estarán  aqnellos  sabios! 

AuREDO  Opibso. 


UN  PRÓLOGO  Y  UNA  AVENTURA 


.Itiin  frT.í,'ó  el  último  sorbo  de  café  después 
de  |<ala/lf  arlo  con  froición  y  qnedÓHe  con  la  ca- 
beza inmóvil  y  los  labios  entreabiertos  como  si 
temiera  qnc  liks  papilas  de  su  lengua  perdiesen 
la  agradable  senaación  qne  en  ellas  cansaba  el 


liquido  de  que  todavía  estaban  empapadas.  Juan 
saboreaba  el  cate  con  un  placer  que  rayaba  en 
sibarítico.  El  mismo  lo  preparaba  en  casa  des- 
pués  de  almorzar,   coiisiguieudo  con   ello    al- 


gunas ventajas  (lue  no  tuviera  si  en  el  Café  lo 
tomase.  Su  estudiantil  bolsillo  clamaba  por  la 
economía  y  los  dos  reales  que  cobraban  por  la 
bebida  en  los  establecimientos  públicos,  hacían 
temblar  de  pánico  su  forro.  Además,  pi-eparada 
por  él,  sabia  que  sólo  de  moka  y  caracolillo  era 
la  infusión,  mientras  en  otra  parte,  las  achico- 
rias se  enseñoreaban  por  mayoría  del  contenido 
de  la  taza.  Otra  causa  poderosa  por  la  que  en 
casa  tomaba  el  cafó,  era  una  pereza  ingénita 
que  hasta  á  la  realización  de  las  cosas  más  de 
su  gusto  ponía  trabas.  ¡Cuántas  veces  salió  á 
la  calle  con  zapatillas  por  excusar  el  ponerse 
las  botas!  Y  es 

El  caso  que  aquella  tai-de  tenía  precisión  de 
salir  de  casa  y,  circunstancia  agravante,  ir  á  la 
de  nn  señor  de  muclias  campanillas  (frase  de 
Juan),  en  cumplimiento  de  un  encargo  del  padre 
del  estudiante,  que  repugnaba  la  más  pequeña 
demora. 

Juan  estiró  las  piernas  y  apoyó  la  cabeza  en 
el  respaldo  de  la  butaca.  Sacó  un  cigarro  puro 
del  cajón  de  la  mesa,  y  después  de  cortarle  la 
punta  con  los  dientes  lo  encendió,  aplicando 
luego  la  cerilla  al  borde  del  platillo  del  azúcar, 
lleno  entonces  de  ron.  Tímidamente  surgió  una 
azulada  llamita  que  fué  extendiéndose  y  toman- 
do cuerpo,  hasta  cubrir,  temblorosa,  toda  su  su- 
perficie. 

— Qué  tarde  más  destemplada, — dijo  Juan 
envolviendo  sus  amortiguadas  palabras  en  es- 
pirales de  ;humo. — Si    á   lo   menos   un   nuevo 


UNA  CALLE  EN  SEVILLA 


ciclón  6  una  tempestad  se  desencadenase,  que- 
daría tranquila  mi  conciencia  aunque  no  cum- 
pliera hoy  el  encargo;  pero,  ¡cá!  esas  cosas  no 
suceden  en  invierno.  Hoy  hace  tarde  de  estarse 
uno  toda  ella  al  ladito  de  la  novia,  pensando  en 
los  infelices,  que  sin  tener  una  mujer  querida  ni 
qne  les  quiera,  van  por  esas  calles  de  Dios  á 
hacer  visitas. 


Un  rápido  estremecimiento  de  frío  experi- 
mentó Juan  al  decir  las  últimas  palabras.  Miró 
al  exterior  por  los  cristales  del  balcón.  El  fir- 
mamento tenía  ese  triste  color  ceniciento  fre- 
cuentísimo en  invierno.  Delante  del  cristal  por 
que  Juan  miraba,  se  veían  el  tejado  y  una  bu- 
hardilla de  la  casa  frontera;  un  gato  con  la  cola 
erguida  y  el  pelo  erizarlo  saltaba  de  t^ja  enteja 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


mayando  plañideramente;  en  la  ventana  de  la 
buhardilla  donde  se  alineaban  unas  pocas  ma- 
cetas sin  hojas  ni  flores,  ondeaban,  impulsadas 
por  el  fuerte  viento,  algunas  prendas  de  ropa 
blanca,  puestas  allí,  sin  duda,  á  secar. 

Juan  volvió  los  ojos  al  encendido  ron,  y  al 
mirar  su  oscilante  llama  se  le  ocurrió...  una 
grandísima  tontería:  que  él  tenía  frío  en  el  alma 
y  que  de  su  espíritu  era  fiel  remedo  aquella 
llama;  siempre  anhelando,  elevándose  ahora 
puntiaguda  para  extenderse  achatada  luego. 
¿No  tendría  él  otro  destino?  Nacer,  vivir  ha- 
ciendo siempre  lo  mismo  y  extinguirse  pronto 
sin  dejar  huella  de  su  existencia.  «Nacer,  amar, 
morir;  después,  ¿quén  sabe?»  como  dijo  Campo- 
amor.  Pero,  ¡si  él  no  amaba!  De  ahí  provenía 
ese  frío  anímico.  Amase  él  y  poco  le  importaría 
el  «¿quién  sabe?i>  de  ultra-tumba.  Pues,  que  ame. 


¿Pero  cómo?  El  maldito  destino  se  empeñaba 
en  que  no.  ¡Qué  destino  ni  qué  calabazas!  El; 
que  no  era  más  que  un  perezoso  incapaz  de  sos- 
tener un  cerco  amatorio.  Si  con  un  piropo  se 
arreglasen  dos  personas... 

Hundía  Juan  su  pensamiento  en  estas  meta- 
físicas y  hundía  sus  manos  todo  lo  posible  en 
los  bolsillos  del  pantalón.  No  podía  idearse 
mejor  personificación  de  la  pereza.  Arrellanado 
en  la  butaca,  con  las  piernas  tan  tirantes  como 
susceptibles  de  estirarse  eran,  los  pies  dentro  de 
unas  anchas  y  viejas  zapatillas,  hasta  las  cejas 
calada  la  grasicnta  gorra  de  seda  negra  y  floja- 
mente ceñido  el  cuello  por  sudado  pañuelo  de 
seda  blanco;  estaba  el  hombre  sin  apartar  la 
vista  de  la  llama  que  al  reflejarse  diminuta  en 
sus  pupilas  hacía  creer  que,  por  sus  ojos,  calen- 
taba las  ideas  del  joven  para  que,  por  retorcidí- 


simo  alambique   descompuestas,  destilaran  la 
tristeza  en  su  alma. 

La  verdad'es,  que  sólo  cosas  tristes  pensaba 
Juan  aquella  tarde  Fueron  desfilando  en  su 
memoria  una  buena  colección  de  mujeres  de  di- 
ferentes edades  y  estados;  mujeres  que  lo  habían 
entusiasmado  sin  sospechar,  quizás,  que  del  en- 
tusiasmo fueran  causa;  mujeres  que  imaginaba 
aquella  tarde  felices,  y  haciendo  á  su  vez  la  fe- 
licidad do  otros  hombres;  mientras  que  de  él,  de 
él  que  tenía  un  corazón  capaz  de  amarlas  á 
todas,  de  él  no  se  acordaba  ninguna.  A  todas  las 
había  soñado  alguna  vez  y  ¡ojalá  las  soñara  tan 
desdeñosas  como  se  las  fingía  despierto!  Porque 
al  despertar  bañado  en  sudor,  ciñendo  con  sus 
brazos  la  almohada  y  la  funda  de  ésta  unida  á  la 
boca,  el  desencanto  era  horrible.  Desde  los  pri- 
meros años  de  su  pubertad  hasta  entonces  (no 


PUESTO  A  RAYA  (Cuadro  Ue  Walter  HuLt) 


muchos  años),  todos  los  femeninos  seres  de  que 
en  su  tiempo  se  creyera  enamorado  vinieron  á 
mortificar  su  pensamiento.  Primas  suyas,  mo- 
distillas, mujeres  casadas,  actrices,  hasta  fre- 
gonas... Especialmente  recordaba  á  una  viuda; 
joven,  rubia,  gruesa  y  de  formas  esculturales; 
que  el  día  de  la  muerte  de  la  madre  de  Juan,  le 
prodigaba  palabras  dulces  y  consoladoras  que 
nunca  olvidó;  ella  le  hacía  tomar  tazas  de  caldo, 
le  pasaba  la  mano  por  la  cabeza  cuando  á  to- 
marlas se  resistía,  y  le  limpiaba  las  lágrimas 
con  su  pañuelo,  con  aquel  pañuelo  tan  fino  y 
perfumado.  ¿Y  quién  era  ella?  Antes  de  aquel 
día  una  vecina  casi  desconocida;  desde  enton- 
ces, una  mujer  que  á  su  pensamiento  se  presen- 
taba sonriente  y  simpática,  al  lado  de  un  ataúd 
rodeado  de  encendidos  cirios.  Después  de  la 
viuda  se  enseñoreó  de  sus  ideas  otra  mujer:  su 
única  pasión,  cuánto  verdadera,  grande  é  igno- 
rada de  todos  menos  de  Juan.  Ya  no  pudo  más 
el  muchacho;  exhaló  un  gran  suspiro  que  no 
desahogó  su  pecho,  y  dijo  mientras  se  mojaban 
sus  párpados  de  lágrimas: 

— ¡Ay,  madre!  Si  supieras  qué  desgraciado  es 
tu  hijo  en  esta  vida... 

Vamos;  aquel  Juan  era  tonto  de  capirote. 

La  llama  había  consumido  todo  el  alcohol  y 
el  ron  estaba  ya  frío  en  el  platillo.  Juan  lo  vació 


en  un  vaso  donde  algunos  terrones  de  azúcar  se 
disolvían  en  agua,  y  después  de  mover  la  mez- 
cla con  una  cucharilla,  la  tragó  con  ansia  cual 
si  quisiera  arrastrar  una  cosa  que  á  manera  de 
nudo  le  obstruía  el  conducto  de  la  garganta. 

— De  buena  gana  me  emborracharía  esta 
tarde, — dijo. — ¡Maldita  visita  y  maldito  encargo 
y  maldita  suerte  la  mía! — añadió  levantándose 
de  la  butaca. 

Y  menudeando  las  maldiciones  empezó  á  ves- 
tirse. Hasta  de  calcetines  cambió;  sus  calzon- 
cillos ya  necesitaban  reemplazo,  pues  dos  sema- 
nas hacía  que  á  sus  piernas  estaban  unidos;  el 
destrozarse  las  uñas  y  ponerse  rojo  el  cuello  al 
pretender  abrochar  el  de  la  camisa,  no  fué  parte 
á  que  abandonase  la  empresa;  antes  bien,  tomó 
con  empeño  el  salirse  con  ella  y  jurando  como 
un  carretero,  logró  al  fin  coger  el  botoncillo  y 
aprisionarlo  en  los  almidonados  ojales;  verdad 
es  que  durante  la  operación  puso  de  oro  y  azul 
á  un  señor  de  tantas  campanillas,  pero  éste  pu- 
diera perdonarle  considerando  su  obcecación. 
Siempre  sucedía  lo  mismo  en  casos  como  aquél; 
no  se  acordaba  de  la  causa  próxima  de  su 
martirio:  la  planchadora,  y  renegaba  de  la  re- 
pleta: la  ocasión  por  que  se  ponía  lo  plan- 
chado. 

Cuando  Juan,  blanquísimo  de  pies  á  cuello, 


después  de  mojarse  los  ojos  con  agua  fresca,  se 
ponía  la  corbata  mirándose  al  espejo,  ya  no  se 
acordaba  de  que  hubiese  mujeres  en  el  mundo. 
Luego,  cuando  vestido  de  negro,  con  la  levita 
abrochada  y  el  sombrero  de  copa  en  la  cabeza, 
calzaba  trabajosamente  sus  manos  con  guantes 
amarillos,  cantó  contoneándose: 

«Caballero  de  grada  me  llaman...-» 

Por  fin,  el  chico  se  puso  la  capa,  después  de 
sacudir  la  fría  ceniza  dentro  de  la  taza,  encen- 
dió el  puro  que  yacía  apagado  sobre  la  mesa,  y 
habiéndose  mirado  nuevamente  al  espejo,  se  di- 
rigió á  la  puerta,  continuando  en  cantar  el  ale- 
gre wals  de  Chueca. 

* 
*  * 

Juan  subió  al  tranvía  en  la  Puerta  del  Sol. 
Habitaba  el  campanilludo  personaje  (campa- 
nudo, más  en  verdad  y  en  su  oratoria),  habi- 
taba, digo,  en  una  casa  de  la  calle  del  Divino 
Pastor,  y  no  era  cosa  de  irse  á  pié  desde  la  del 
Prado;  quizás  á  la  vuelta...  pero  entonces  lo  pen- 
saría. En  un  momento  estuvo  lleno  el  interior 
del  coche;  dio  el  conductor  vuelta  al  torno  y  el 
tranvía  se  puso  en  movimiento  para  detenerse 
poco  después.  Una  joven  subió  á  la  plataforma 
y  allí  se  detuvo   mirando  disgustada  los  reple- 


2 
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Lámpara  de  pista  y  hrom  c 


("afetera  rio  plata 


Tazu  líl  i  vy;.;.;ia 


METALISTERlA  NORTE-AMERIC  '  «■    \ 


LoyiDgcup 


78 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


tos  asientos.  Juan,  instiutirameute,  se  levantó 
indicanilú  con  una  Síña  á  la  joven  su  sitio.  En- 
tró ella,  balbuceando  al  cruzarse  con  Juan  que 
salla  á  la  plataforma: 

— ¿Por  qné  se  molesta  usted?... 

Juan  pensó  después,  que  había  hecho  lo  que 
debía;  estaba  satisfecho  de  sí  y  ni  siquiera  se  le 
ocurrió  pajear  el  billete  de  la  muchacha.  ¡Y  qué 
j^apita  era  la  tal!  Debía  de  ser  oficiala  de  mo- 
dista ó  de  sastre;  cuando  menos,  una  joven  que 
ganaba  el  dinero  cosiendo.  No  podía  pensar  otra 
cosa  al  ver  sn  aspecto,  y  más  que  su  aspecto  se 
lo  hacia  creer  tm  pañuelo  unido  por  las  puntas 
en  el  que,  indudablemente,  llevaba  la  obra  de  la 
semana,  y  un  hilo  blanco  que  pe^irado  á  la  fal- 
da de  8U  vestido,  lo  asegiuraba  con  mucha  elo- 
cuencia. 

La  chica,  entre  tanto,  también  pensaba  en 
Juan.  Sabia  que  éste  tenia  en  ella  fijos  los  ojos 
7  ella  sin  apartar  la  vista  de  el  lio  de  ropa  que 
en  sn  regase  había  colocado,  decía  para  sus 
adentros,  mientras  el  tranvía  se  deslizaba  rápi- 
do por  la  calle  de  Preciados  ensordeciéndola 
con  el  retemblar  de  cristales  y  los  silbidos  del 
conductor 

— Ese  debe  de  ser  uno  de  la  aristocracia;  tan 
jovencito,  casi  sin  pelo  de  barba  y  con  esa  levi- 
ta tan  ceñida  y  ese  sombrero  tan  reluciente  y 
esos  guantes...  ¿Por  qué  me  habrá  cedido  el 
asiento?  Nunca  me  lo  ofreció  nin^ino  tan  paque- 
tUo  como  ese.  Y  lo  que  es  gomoso  no  lo  es.  Y 
no  me  ha  dicho  nada;  ni  siquiera  que  lo  hacía 
con  macho  gusto,  cuando  dije  que  por  qué  se 
molestaba.  Sin  hablar,  por  señas  me  ha  indica- 
do su  sitio  trasladándose,  luego,  á  la  plataforma 
sin  mirarme;  como  lo  hiciera  mi  padre  ó  mi  tío. 
Y  lo  que  es  ahora...  ahora  no  me  quita  la  vista 
de  encima. 

Y  Juan,  pensaba: 

— ¿Dónde  irá?Quisiera  que  se  bajase  antes  que 
yo  y  verla  entrar  en  al^nina  casa...  ¿Y  si  toma 
•i.ir  una  de  la-s  calles  lat<>ral<'R,  como  es  proba- 
¡  'le?...  Podía,  también,  bajarme  y  seguirla;  pero... 

Ípara  qné?  ¿Para  ir  detrás  como  un  bobo?  ¿Qué 
e  había  de  decir?...  De  to<los  modos,  lo  primero 
es  la  visita... 

En  la  calle  Ancha  hizo  parar  la  joven  el  tran- 
vía. Al  salir  la  miró  Juan  con  un  descaro  extra- 
ño en  él;  entornó  ella  los  párpados,  se  puso  muy 
colorada  y  con  la  cabeza  gacha,  bajó  sin  salu- 
darle, internándose  luego  por  la  calle  de  la 
Luna.  Nuevamente  arrastraron  los  caballos  el 
coche  haciendo,  al  arrancar,  saltar  chispas  del 
adoquinado  y  regularizando  después  su  paso  de 
manera  que,  más  que  en  la  piedra,  creían  los  que 
en  el  tranvía  estaban,  que  en  su  cerebro  cho- 
caban las  herraduras.  Juan,  cuando  ya  no  pudo 
ver  la  calle  de  la  Luna,  dirigió  la  visual  al  in- 
terior del  coche  y  antojósele  que  todas  las  caras 
que  allí  había,  tenían  marcada  la  estupidez  en 
las  facciones. 

El  viento  había  cambiado  de  dirección;  ya  no 
axotaba  furioso  las  faldas  de  los  vestidos  ni  en- 
Tolvla  iracundo  en  un  remolino  de  paño  la  ca- 
besa  del  desdichado  que  no  sabía  sujetar  el  em- 
bo«)  de  sn  capa;  ya  no  arrebataba  sombreros  ni 
empnjaba  bmtalmente  en  las  tiendas,  las  mues- 
tras al  aire  libre;  traía,  en  cambio,  del  Guada- 
rrama, algo  muy  punzante  ó  escociente  6  ¡qué  sé 
yo!  qne  recogió  de  entre  la  nieve  y  con  que  fro- 
t^a  al  paso,  el  rostro  de  los  transeúntes.  El 
crepáaculo  tocaba  á  su  fin;  las  calles  y  el  firma- 
mento encendían  sus  luces. 

Embozado  hasta  los  ojos  y  con  ligero  paso 
marchaba  Juan  á  sn  casa.  Pensando  iba  en  la 
rkie»  det  tranvía,  de  la  que  hasta  entonces  no  se 
había  vnelto  A  acordar,  cuando  se  le  puso  la 
chica  delante,  saliendo  de  la  calle  de  la  Luna  y 
entrando  en  la  de  Tudescos. 

_ies  casualidad!  — murmuró  Jnan. 

Libre  ya  3enfi»}4^jovftn  ocultaba  sus  manos 
en  los  twlsillos  de  la^ha^etilla,  de  una  cha- 
quetilla de  paño  de  color  o^-acrntuna,  muy  ce- 
ñida por  detrás,  abierta  por  delalHe  y  con  dos 
filas  de  grandes  botones  de  nácar.  Aqti»Ua  chica 
sabía  pascar  bien  los  trapo«  f¡buena  frase!)  Con 
la  cabeza  muy  tiesa,  algo  echada  hacia  atrás; 


con  pasos  cortos,  pero  ligeros  }•  firmes,  andaba 
la  joven,  en  igual  tiempo  el  mismo  terreno  que 
el  estudiante. 

— Es  muy  graciosa  esta  chica,  —  pensaba 
Juan. —  De  seguro  creerá  que  no  llevo  otro  ob- 
jeto que  seguirla  y  me  calificará  de  soso  al  no- 
tar mi  silencio.  Pero,  vamos  á  cuentas;  ¿á  mí 
qué  me  debe  importar  el  juicio  que  de  raí  formo 
esa  mujer?  Probablemente  no  la  veré  más  en  mi 
vida.  A  la  primera  boca-calle  cambio  de  rumbo. 
Pero,  ¡qué  tontería!  Convencido  de  que  nada  me 
interesa  ella,  seria  yo  un  majadero  en  alargar 
el  camino.  Lo  que  me  fastidia  es  tener  que  ir 
escuchando  los  piropos  que  le  dicen  todos  los 
desocupados  que  pasan... 

Era  cierto;  pero  también  lo  era,  que  Juan, 
aunque  hubiese  sabido  ir  por  camino  más  corto, 
no  hubiera  abandonado  aquella  ruta  en  que 
la  joven  parecía  guiarle.  Conocía  ya  hasta  la 
menor  costura  del  espaldar  de  aquella  chaqueta 
que  á  metro  y  medio  de  él  invariablemente  se 
mantenía;  creyérase  si  en  ello  pensara,  atraído 
con  regularidad  constante,  por  magnética  fuer- 
za, condensada  por  igual  en  aquellos  dos  codos 
que  por  ambos  lados  de  la  espalda  asomaban. 
Sabia  Juan  que  la  chica  iba  muy  bien  calzada, 
no  ignoraba  de  que  color  era  la  falda  de  su  ves- 
tido, le  parecía  que  con  mucha  gracia  llevaba 
prendida  la  mantilla  y  que  lo  estaba  muy  bien 
el  pelo  alto;  de  todo  lo  cual  deduzco,  que  no  ha- 
bía dejado  de  mirarla  de  pies  á  cabeza.  En  cuan- 
to á  los  piropos  que  tanto  molestaban  á  Juan, 
todos  estaban  cortados  por  el  patrón  flamenco  y 
no  le  molestaban  por  esto  precisamente;  véase  la 
clase: — Adiós,  Guerrita. — Vayan  unos  andares 
y  una  carita  de  cielo  y  un  aquel. — ¡Ole!  las  mu- 
jeres toreras  y  con  circunstancias. — Déme  xxsté 
el  volapié,  prenda. 

Y  así  sucesivamente. 

Entre  tanto  la  requebrada  seguía  impávida, 
sabiendo  que  detrás  iba  el  chico  del  tranvía  que 
quizás  había  estado  esperando  que  ella  saliera 
de  la  casa,  escondido  en  cualquiera  parte,  para 
seguirla  luego  y  averiguar  donde  vivía. 

Llegaron  á  la  Puerta  del  Sol.  Allí  esperaba 
Juan  que  la  joven  tomaría  un  derrotero  distinto 
al  suyo  y  que  ya  sería  probable  «no  la  volviese 
á  hallar  en  su  cawt'no.»  (En  el  camino  de  su  vida, 
pensaba  figurada  y  tristemente).  Pero  no;  el 
dativo  había  dispuesto  otra  cosa.  (Pensamiento, 
también,  del  joven).  La  muchacha,  atravesó 
siempre  delante  de  Juan,  el  trayecto  que  había 
desde  la  calle  del  Carmen  á  la  Carrera  de  San 
Jerónimo,  sorteando  con  habilidad  la  multitud 
de  tranvías  y  carnipjes  que  en  todas  direcciones 
se  entrecruzaban;  apresurando  el  paso  unas  ve- 
ces, parándose  otras  y  mirando  siempre  á  todos 
lados;  dirigía  la  joven  inconscientemente  al  es- 
tudiante, que,  más  torpe,  andaba  cuando  ella 
andaba  y  deteníase  cuando  ella  se  detenía. 

—Carrera  de  San  Jerónimo,  calle  del  Príncipe 
y  calle  del  Prado.  La  casualidad  no  puede  ser 
mayor, — pensaba  Juan. 

Ella  se  aseguraba  de  que  era  por  él  seguida 
y  él  pen.saba  en  el  chasco  que  ella  se  llevaría 
cuando  él  entra.se  en  su  casa... 

—Pero...  ¡Cómo!...  —  Juan  se  resistía  á  dar 
crédito  á  sus  sentidos.  —  ¡Pues  no  entra  ella  en 
mi  casa! — y  entró  detrás. 

— ¡Calla!  ¡Y  tiene  el  atrevimiento  de  subir! 
¡Tan  formal  qne  parecía! — pensó  ella:  y  subió 
corriendo.  Juan  también  subió  ligero;  llegó  la 
chica  al  piso  segundo  y  después  de  estirar  el 
cordón  de  la  campanilla,  al  ver  que  él  ya  esta- 
ba allí,  se  volvió  rápidamente  y  en  actitud 
como  de  defensa. 

— Caballero,  ¿cómo  se  atre... 

— Señorita,  vivo  en  el  tercero;  le  pido  á  usted 
mil  perdones...  Usted  dispense. 

Y  aprovechando  la  ocasión  de  que  abrían  la 
puerta,  se  entró  ella,  rápidamente  en  su  casa, 
cerrando  con  violencia. 

— ¿Será  verdad  que  es  vecino,  ó  me  habrá  to- 
mado por  una  de  esas... — pensó  el  nombre  con 
todas  sus  letras, — y  al  ver  que  se  ha  equivoca- 
do habrá  puesto  la  excusa,  sabiendo  que  el  ter- 
cero es  casa  de  huéspedes?... 

— ¿Couque  es  vecina?...  Si  algún  día...  Pero, 


¡ca!  ésta  como  todas  oirá  mis  pasos  por  la  esca- 
lera sin  que  encuentren  un  eco  en  su  corazón. 

N.  DE  LeYVA  y  VlZCARRO. 


-*- 


NUESTROS   GRABADOS 


LA   CiSTOUANCKKA 

Cuadro  de  Wally    Moes 

Mal  que  nos  pese  A  cuantos  detestamos  las  supersticiones, 
no  quebr*rá  tan  fácilmente  como  serla  de  desear  la  industria 
de  la  cartomancia.  En  vano  es  predicar  que  eso  de  las  cartas 
es  pura  filfa:  no  les  convencerán  Vdes.  i  las  criadas,  duque- 
sas, generalas  y  lavanderas,  creyentes  en  tales  embelecos,  de 
que  no  se  trato  de  un  asunto  serlo.  Y  á  lo  que  se  ve,  en  todas 
partes  cuecen  habas  de  esta  clase,  pues  nuestro  grabado  no 
reproduce  ciertamente  el  sórdido  tipo  de  las  cartomanceras 
de  por  aqui,  sino  que  se  refiere  á  una  profetisa  del  bello  país 
regado  por  las  azules  ondas  del  Danubio. 

ORILLAS    DEL   «OSA,    EN    LOS   V0800S    (FRANCIA) 

Tiene  este  rio  unas  200  leguas  de  curso,  pero  sólo  atravie- 
sa una  reducida  parte  de  Francia,  después  de  su  nacimiento 
un  poco  más  arriba  de  la  aldea  de  Mosa  (Mente),  en  la  mese- 
ta de  Laiigres.  No  empieza  á  ser  navegable  hasta  Verdun,  y 
lo  es  entonces  en  una  extensión  de  217  kilómetros,  hasta  la 
frontera  belga.  Atraviesa  de  S.  E.áN.  E.  el  departamento 
de  su  nombre,  por  entre  largos  y  feraces  valles  y  al  cruzar 
el  de  los  Vo.«gos  baña  la  aldea  de  Domremy-la  Pucelle,  patria 
de  Juana  Darc,  embelleciendo  con  sus  sinuosidades  las  ma- 
jestuosas laderas  de  las  redondeadas  montañas  que  forman 
aquella  cordillera. 

I^ISOINDIO    DEL    ALCÁZAR  DE    TOLEDO,    LA    NOOHI   DEL  10   DEL 
CORRIENTE.  —  LAB    RUINAS 

Dibujo  de  P.  y  Valor 
(Véase  lo  que  dijimos  en  el  número  anterior). 

BN    LA    TORRE 

Cuadro  de  tos  señores  Masriera 
Dibujo  de  P.  y  Valor 

Suelen  ser  la  brillanttz  y  la  elegancia  cualidades  insepa- 
rables ds  las  obras  de  estos  distinguidos  artistas  y  asi  se 
ve  en  nuestro  grabado,  cuyo  original  figura  con  justicia  en  el 
Museo  Nacional  de  Pintura  y  Escultura. 

l,liR«8    DE    LOS   ANTIGUOS   PINTORES  INGLESES 

Retratos  de  Sir  Naíhaniet  Bacon,  R.  Crame  y  Oliverio  Cromwell 

Quizás  se  haya  exagerado  algo  por  parte  de  los  historiado- 
res del  arte  la  carencia  de  pintores  ingleses  hasta  muy  re- 
ciente época.  Ciertamente  que  eran  extranjeros  á  aquel  suelo 
Holbein,  Antonio  Moro  y  Van  Dyck,  pero  con  todo,  pueden 
encontrarse  en  pleno  siglo  xvi  y  xvii  algunos  artistas  verda- 
deramente nacionales.  Tales  fueron  Nicolás  Hilliard,  protegi- 
do de  Felipe  II|  Iiaac  Oliver,  su  disMpulo,  autor  de  algunos 
preciosos  retratos  de  Isabel  y  del  amante  de  ésta  Roberto  De- 
vereux,  conde  de  Essex;  Peter  Oliver,  hijo  del  anterior 
(l()0M660i  excelente  miniaturista,  autor  del  Sir  Francie 
Crame  que  reproducimos  hoy  en  estas  páginas;  Sir  Nathaniel 
Bacon,  primo  hermano  del  gran  filósofo  y  gran  conocedor  de 
las  escuelas  italianas;  el  austero  republicano  y  puritano  Ro- 
bert  Walker;  John  Riley,  pintor  de  Cámara  de  Carlos  II,  y 
muchos  otros  todavía  entre  los  cuáles  citaremos  John  Ros- 
klns,  los  Coopers,  WlUlam  Dobson,  el  Trintonetto  inglés,— 
pertenecientes  asimismo  al  siglo  xvii,  etc  ,  etc. 

FELIZ    MOMENTO 

Cuadro  de  Schwenniger 

Deudoso;  esto  es  saber  pintar  enamorados;  esto  es  saber 
expresar  bien  con  lineas  y  colores  el  poema  de  la  juventud... 
¡Qué  miserables  nos  parecen  el  duque  de  Mora  y  Felicia 
Huys  en  su  paseo  higiénico  sentimental  por  el  Boís  de  Bou- 
logne  comparados  con  esos  dos  amantes,  fuertes,  bellos  y 
sanos  de  esplrltul  El  cuadro  de  Schwenniger  es  la  apoteosis 
delaalegrla  y  la  juventi;d.  1^1  diablo  los  amantes  tísicos, 
viejos  y  naturalistas! 

UNA    CALLE    EN    SEVILLA 

Generalmente  hablando,  las  calles  de  Sevilla  son  estrechas 
y  tortuosas  y  si  bien  los  edificios  modernos  presentan  bas- 
tante capacidad,  los  antiguos  conservan  el  tipo  sarraceno  y 
el  carácter  de  aislamiento  de  la  civilización  oriental.  En  mu- 
chos puntos  se  interrumpe  la  red  de  callejuelas  para  dar  lu- 
gar á  una  plazoleta,  plantada  de  árboles  y  decorada  con  una 
fuente  monumental,  muy  en  armonía  con  lo  que  exige  aquel 
caluroso  clima. 

Sevilla  es  una  ciudad  llena  de  animación,— cuenta  hoy 
99  UOO  habitantes,— brillantísima  y  alegre,  pero  sobre  todo 
original  y  «iu  par  en  su  aspecto,  no  pareciendo  sino  que  han 
pasado  impunemente  los  siglos  para  ella  á  juzgar  por  los  re- 
cuerdos vivientes  que  aparecen  por  todas  parte»;  alli  puede 
figurarse  uno  todavía  á  D.'  Maria  de  Padilla  durmiendo  bajo 
los  artesonados  del  Alcázar;  á  D.  Pedro  I  y  á  Carlos  V  reco- 
rriendo el  mismo  palacio;  á  D.  Juan  Tenorio  septiltándose 
en  el  monasterio  de  la  Caridad,  etc. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


79 


PÜBBTO    A    BAYA 

Cuadro  de  Walter  Eunt 

Ocupa  este  pintor  uno  de  los  primeros  puestos  entre  los 
de  su  género,  sobresaliendo  tanto  por  su  fuerza  cómica  como 
por  el  tacto  con  que  sabe  evitar  las  exageraciones  á  que  se 
presta  la  iuterpretacióu  de  las  escenas  de  animales.  Consti- 
tuye, además,  e^e  lienzo  un  alarde  en  el  manejo  de  los  blan- 
cos y  los  negros,  lo  cual  es  de  tanto  mérito  en  pintura  como 
en  política. 

LA    IfARTIR   DE    AMOR 

Cuadro  de  Bouguereau 

Merecido  tienen  muy  justamente  el  cielo  las  enamoradas 
que  mueren  en  aras  de  su  pasión,  y  no  es  de  extrañar  por  lo 
mismo  que  músicos,  pintores  y  poetas  se  inspiren  en  seme- 
jantes Asunciones. 

El  cuadro,  referente  á  tal  viaje,  pintado  por  Bouguereau 
es  digno  del  asunto,  habiendo  sido  bastante  feliz  el  autor 
para  representar  poética  y  humanamente  la  fantástica  viajata. 

METALISTBRÍA    NORTE-AMBRICaNA 

Hales  entrado  á  los  yankées  un  verdadero  furor  por  riva- 
lizar con  las  producciones  de  la  vieja  y  corrompida  Europa, 
y  así  corao  están  trabajando  ahincadamente  para  constituir 
una  escuela  de  pintura  exclusivamente  norte  americarta,  se 
han  dedicado  también  á  cultivar  la  metalistería,  con  éxito 
un  tanto  temible  ciertamente  para  nuestros  plateros  y  artí- 
fices en  metales  repujados. 

No  hay  para  qué  negar,  en  efecto,  que  son  muy  lindos 
sus  productos,  de  los  cuales  pueden  verse  reproducidas  al- 
gunas muestras  en  nuestros  grabados  de  hoy. 

Es  una  obra  original  y  elegante  ciertamente  la  loving 
eup  ó  copa  de  cariño,  objeto  que  suele  destinarse  á  regalo 
para  demostrarle  al  favorecido  aquel  afecto,  más  raro  de 
cada  dia;  indica  un  profundo  eftudio  del  arte  persa  la  cn/e- 
(¿ra;  la /ampara,  de  piala  y  bronce,  nos  oftece  un  delicado 
modelo  del  más  exquisito  gusto  oriental,  y,  finalminte,  la 
taza  de  ponche,  de  cobre  forjado;  los  tenedores  y  cucharas,  de 
meríil  y  plata,  y  el  vaso,  de  hierro  con  incrustaciones  de  pla- 
ta, son  admirables  artículos  del  más  puro  estilo  japonés. 

LONDRES:  PUERTA  DE  LAS  CABALLEKIZAS  DEL  TEMPLE 
PASBO  DEL  BANCO  DEL  REY,  EK  EL  MISMO 

Pertenecen  estos  edificios  al  patrimonio  de  la  corona,  for- 
mando parte  de  la  cadena  de  alojamientos  reales  que  se  ex- 
tiende desde  Oxford  Street  y  Holborn,  hasta  el  Támesis.  La 
mayoría  de  estos  edificios  están  destinados  hoy  á  oficinas  y 
cuarteles. 


-^- 


OROS  SON  TRIUNFOS 


Tras  de  ponerme  en  un  potro 
amándola  á  troche  moche, 
me  dejó  Celia  por  otro 
sujeto  que  arrastra  coche. 

Tal  premio  á  mi  amante  fe 
me  hace  que  viva  trinando; 
¡dejarme  á  mí  por  lo  que 
va  por  las  calles  rodando! 

Cáelos  Cano 

* 

LA  FUENTE  DE  LOS  CURRUTACOS 


(OONTr  NOiCIÓN ) 
IX 


DIANA   Y   ENDYMION 


Era  una  de  esas  tardes  canicularas,  henchidas 
de  vapor,  bochornosas  y  sofocantes,  que  parecen 
haber  sido  creadas  para  la  molicie  y  el  amor. 

Luisa  e.staba  en  el  baño.  En  el  pabellón  de 
aquel  jardincito  rodeado  de  arábigas  palmeras 
y  verdes  azahares,  mandó  construir  un  baño 
,con  pila  de  mármol  y  el  correspondiente  toca- 
dor, y  allí,  sumergida  en  el  agua,  sin  velos  ni 
importunos  chales,  sueltas  las  trenzas,  liljre,  sola 
y  retirada,  había  templado  el  calor,  del  cuerpo 
y  la  soñolencia  del  alma. 

En  brazos  de  tan  dulce  como  natural  diver- 
sión, pues  el  baño  es  una  diversión  higiénica 
en  alto  grado,  se  hallaba  la  graciosa  y  tentado- 
ra dama,  cuando  don  Leandro,  con  la  escopeta 
al  hombro  y  acompañado  de  su  lebrel  y  hosti- 
gado por  su  picaro  amor,  se  presentó  en  la 
granja,  entrando  en  ella  como  Pedro  por  au 
casa. 

Tomó  asiento  en  un  escaño  pegado  al  muro 
del  caserón  y  preguntó  á  uno  de  los  colonos  por 
la  noble  dueña  de  la  casa. 


— Está  en  el  baño, — contestó  el  rústico,  aña- 
diendo:— pronto  saldrá. 

El  golilla  dejó  la  escopeta  á  un  lado,  exhaló 
un  suspiro  y  murmuró  por  lo  bajo,  abanicándose 
con  su  sombrero: 

— Esperaré.  No  quiero  retirarme  sin  verla  y  sin 
hablarla.  Ahora  está  en  el  baño  y  saldrá  de  él 
fresca,  limpia  y  transparente  como  una  rosa... 
Si  su  difunto  pasa  el  purgatorio  en  la  otra  vida 
no  tendrá  de  que  quejarse  habiendo  gozado 
antes  de  las  delicias  de  la  gloria...  Ante  ella 
me  vuelvo  un  chico  de  la  doctrina,  y  no  es  ex- 
traño, porque  un  niño  es  el  Amor,  y  á  mí  el 
hijo  mimado  de  la  diosa  Venus  me  ha  tomado 
por  su  cuenta.  Un  lustro  hace  que  me  pudro  en 
silencio.  Un  lustro  hace  que  esa  viudita  de  mis 
tormentos  anida  en  mi  imaginación,  envuelta  en 
luz  y  derramando  perfumes...  En  derredor  de 
toda  esa  dama  se  extiende  una  aureola  que  des- 
lumhra, que  atrae,  que  fascina  y  que  enamora. 
Aquella  aureola  es  una  tela  de  araña  y  yo  soy 
la  pobre  mosca  enredada  en  ella;  el  insecto  que 
aletea,  que  busca  la  fuga  y  más  y  más  se  pierde 
en  su  revuelto  laberinto... 

A  este  monólogo  sucedió  otro  más  apasionado 
que  pasamos  en  silencio,  primero  por  su  exten- 
sión, y  segunda  por  su  intención,  que  no  era 
muy  santa  que  digamos. 

De  pronto  se  abrió  la  puerta  del  jardín  y 
apareció  ante  los  atónitos  ojos  del  camastrón  la 
ninfa  de  sus  sueños,  con  la  negra  y  húmeda 
cabellera  desprendida  sobre  la  espalda,  ceñido 
cuerpo  por  un  vestido  blanco  de  muselina,  con 
un  largo  lazo  azul  prendido  á  la  cintura,  y  respi- 
rando todo  el  cuerpo  elegancia  y  belleza. 

Don  Leandro  se  apresuró  á  ofrecerle  sus  res- 
petos con  muchas  ceremonias. 

La  viudita  al  verle  sonrió. 

— Tanto  bueno  por  mi  casa, — manifestó  ten- 
diéndole la  mano. — ¿Y  doña  Cándida  y  los  chi- 
quitines? 

— Reventando  de  salud.  Buenos,  muy  buenos. 
¿Y  á  V.,  noble  dama,  cómo  le  prueba  esta  so- 
ledad? 

— A  las  mil  maravillas...  Tome  V.  asiento. 
Yo  lo  efectuaré  en  esta  silla. 

El  licenciado  contemplaba  aquella  beldad. 
Todos  sus  cinco  sentidos  estaban  fijos  en  ella. 

La  dama  lo  notó  y  articuló  sonriendo: 

— ¡Qué  calor,  Virgencita  de  las  Angustias! 

— Parece  una  tarde  de  los  trópicos, — mani- 
festó el  doctor. 

— No  se  mueve  ni  una  hoja.  ¡Qué  calor  tan 
pegajoso!  Acabo  de  salir  del  baño  y  estoy  su- 
dando. Mire  V., — exclamó  la  dama  arremangán- 
dose la  manga  de  la  bata. 

El  golilla  cerró  los  ojos. 

— ¿Le  gusta  á  V.  el  campo?  —  preguntó  la 
dama  haciendo  mueca  tentadora  con  el  malicio- 
so fin  de  embaucar  de  lo  lindo  al  trasnochado 
Amadis. 

— Según  y  conforme.  Lo  encuentro  monóto- 
no; pero  pudiendo  gozar  de  cerca  de  las  gracias... 
de  las  divinas  gracias... 

— Aquí  todo  lo  son.  Cuido  mis  flores,  doy  de 
comer  á  las  gallinas  y  á  los  patos,  cojo  la  fruta 
y  me  entretengo  en  mil  cosas...  ¡Soy  tan  feliz 
en  este  pequeño  imperio!...  Y  al  mismo  tiem- 
po gozo  de  completa  libertad:  trisco,  canto,  bai- 
lo, me  baño,  charlo  á  mi  solas  y  me  aturdo.  ¿Le 
parece  á  V.  poco? 

— ¿Sabe  V.,  señora,  que  es  bajo  todos  conceptos 
envidiable  la  suerte  de  los  patos,  de  las  gallinas 
y  de  las  flores?...  ¡Qué  ventura  poder  ser  acari- 
ciado uno  por  esos  dedos  de  marfil,  que  parecen 
hechos  solamente  para  bordar,  tocar  el  clave  y 
puntear  la  vihuela! 

— Es  mi  afición  favorita.  Fray  Basilio,  el 
insigne  guitarrista,  maestro  de  Godoy  y  de 
S.  M.  la  reina,  me  dio  algunas  lecciones  duran- 
te mi  residencia  en  la  corte...  Otro  dia,  pues 
presumo  que  esta  no  será  la  última  tarde  que 
me  dedicará  su  merced,  le  daré  á  conocer  un 
par  de  tiranas.  Pues  las  tiranas  las  toco,  las 
bailo  y  las  canto  como  dice  la  canción.  ¿No  le 
gustan  á  V.  las  tiranas? 

Don  Leandro,  sin  saber  qué  pensar  ni  qué 
decir  de  aquella  majestuosa  amabilidad  que  pa. 


recia  orillar  el  camino  de  sus  pretensiones,  ar- 
ticuló con  amorosa  vehemencia: 

—¡Mucho!  ¡Mucho  por  mis  desgracias!...  Una 
tirana  constituye  una  belleza,  un  algo  superior, 
selecto,  escogido,  y  por  lo  tanto,  mi  corazón  y 
mis  ojos  que  nunca  envejecen  vuelan  tras  ella 
con  una  fe,  con  una  pasión... 

— ¡Ay,  don  Leandro! — exclamó  la  dama  in- 
terrumpiéndole la  frase  y  llevándose  las  manos 
á  los  ojos. 

— ¿Qué  tiene  V.,  señora? — preguntó  el  cum- 
plido galanteador  incorporándose  y  extendien- 
do los  brazos. 

La  dama  exhaló  un  gemido. 

— ¿Qué  la  afecta? 

— Nada  menos  que  un  mosquito  me  ha  en- 
trado en  el  ojo  derecho.  ¡Dios  mío,  cómo  me 
duele! 

— ¡Cuidado  con  frotarlo!  ¡Cuidadito!...  ¿Quiere 
su  merced  que  vaya  por  agua? 

— Gracias. 

— Mire  V.  el  gran  bribón;  ¡en  buena  parte  se 
ha  metido!... 

Doña  María  Luisa  ocultó  el  ojo  con  un  cabo 
del  lienzo  y  con  el  otro  la  boca  para  que  no  vie- 
ra el  doctor  en  jurisprudencia  la  burlona  son- 
risa que  retozaba  en  sus  labios. 

— ¿Le  duele  mucho? 

— ¡Mucho,  señor!  ¡Mucho! — suspiró  la  dama 
con  falso  y  estudiado  sentimiento. 

— ¡Quién  dijera,  que  hasta  los  zumbadores 
mosquitos  se  enamorasen  del  sol! 

— Es  un  sol  en  eclipse, — y  añadió  doblando 
la  cabeza: — ¡Ay,  mi  buen  amigo!...  Si  con  esta 
amabilidad  que  le  caracteriza  se  sirviera...  No 
me  atrevo... 

— Diga  V.,  diga  V., —  contestó  el  abogado 
levantándose. — Sus  deseos  son  leyes.  Sus  capri- 
chos, si  es  que.  su  merced  tenga  caprichos,  ór- 
denes terminantes.  Su  labio  insinúa  la  frase  y 
yo  la  acato. 

— Tal  vez  molestaré... 

— Nada  de  eso.  Tendré  especial  placer  en  po- 
derla servir  en  todo  y  por  todo.  Ya  sabe,  6  pue- 
de imaginarse,  que  reina  en  su  casa,  y  que 
reina,  manda  y  gobierna... 

— Pues  bien.  Sírvase  soplarme  el  ojo.  Mucho 
cuidado,  ¿eh? 

Aquella  farsa  no  podía  estar  mejor  zurcida. 

El  currutaco  experimentó  un  estremecimiento 
general;  rojo  como  la  grana,  bamboleándose 
como  si  estuviera  ebrio,  adelantó  hacia  la  bella 
con  el  lente  en  la  mano  para  examinar  la 
pupila. 

La  dama,  con  un  descuido  que  fascinaba  el 
alma,  echó  la  cabeza  hacia  atrás  y  ladeándola 
después  sobre  el  hombro  izquierdo,  preguntó: 

— ¿Nota  V.  algo  en  el  rabo  del  ojo? 

— ¡Santo  Cristo  del  Zapato,  que  encamado  y 
lacrimoso  está  el  pobrecillo! 

— ¡Cuidadito,   don   Leandro!     ¡Cuidadito! 

Abra  V.  el  párpado.  ¿No  se  atreve  usted? 

El  pobre  Endymión  con  peluca  y  calzón  corto 
acercó  el  dedo  al  moreno  y  peregrino  rostro  de 
aquella  Diana  cazadora,  y  una  verdadera  co- 
rriente eléctrica  recorrió  todo  su  cuerpo.  Hizo 
un  esfuerzo  supremo  y  sopló  dos  ó  tres  veces 
pareciendo  que  á  cada  soplo  le  saliera  por  la 
boca  el  corazón. 

— ¡Gracias,  buen  señor!  ¡Gracias! — balbuceó 
la  dama  aparentando  profundo  agradecimiento 
y  tendiéndole  la  mano. — ¿Cómo  pagarle  tanta 
bondad? 

— Yo  no  soy  bueno  ni  malo.  Sólo  soy  un 
hombre  capaz  de  hilar  á  los  pies  de  una  hermo- 
sura como  Hércules  á  los  de  Omfala. 

La  dama  prorumpió  en  una  carcajada. 

— ¿Sabe  V.,  don  Leandro,  que  me  gustaría 
verle  con  la  rueca  en  la  mano? 

— ¡Cómo  se  chancea  usted!  Ríase  á  su  gusto, 
pues  esta  jovialidad  aumenta  el  brillo  de  sus 
lindos  ojos,  los  hechizos  de  su  rostro  y  la  gracia 
de  esta  pequeña  boca  que  envidiara  la  ensalza- 
da Helena. 

— ¿Yo  chancearme?...  ¡Que  superficialmente 
me  ha  juzgado  su  merced!  Como  se  conoce  que 
no  ha  sondeado  mi  corazón, — añadió  levantán- 
dose.— Venga  V.  conmigo. 


X) 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


-preguntó  el  golilla  haciéndose 


—¿A  dónde? 
todo  ojot). 

.  — -^  la  viña.  Tengo  en  ella  unos  moscateles 
riqulsimt»!*.  El  año  pasado  los  probaron  el  padre 


Nolasco,  el  señor  Inquisidor  de  Toledo  y  el  re- 
presentante de  los  Santos  Lugares  y  quedaron 
prendados  de  ellos.  Ya  verá  V.  que  racimos  tan 
sabrosos. 


—He  oído  hacer  grandes  elogios  de  ellos,— 
murmuró  don  Leandro  abandonando  su  asiento. 

La  señora  se  encaminó  al 'portal  de  la  granja 
y  gritó  en  alta  voz: 


EL  PASEO  DEL  BANCO  DEL  REY 


/  inU!  ¡Cinto! 
f  Ina  muchacha  bauUnte  bien  parecida,  ni  alta 
ni    baj^   trigueña,   limpia,  fresca,   hacendosa, 
oaOeuxdo  la  abigarrada  «aya,  acudió  al  llama- 
nuento. 

—¿Qué  86  le  ofrece  á  mi  «efiora?— pt«guntó 
con  voz  meloüs. 

—El  quitasol  y  on  cesto  para  llevar  uvas. 


— Voy  corriendo. 

Don  Leandro  en  aquel  momento  ni  se  acor- 
daba del  santo  de  su  nombre,  de  su  mujer,  de 
sus  hijos,  de  su  posición,  de  su  estado  civil  y 
canónico,  pues  el  pobre  estaba  más  que  maravi- 
llado del  agasajo  y  amabilidad  de  la  dama  de 
sus  sueños. 

— Se  conoce  que  olln  taiiibión  me  ama, — ex- 


LONDRES 
PUERTA  DE  LAS  CABALLERIZAS  DEL  TEMPLE 


clamaba  por  lo  bajo.— ¡Qué  dulzura!  ¡qué  finu- 
ra! ¡qué  mujer!... 

—Cuando  V.  guste,— murmuró  la  dama  agi- 
tando alegremente  la  artística  cabeza  y  abrien- 
do de  paso  el  quitasol. 

—Estoy  á  sus  órdenes.  Los  esclavos  de  las 
verdaderas  bellezas  no  disponen,  obedecen. 

Y  diciendo  esto,  don  Leandro  colocóse  el  som- 
brero de  medio  queso  bajo  el  brazo  y  ofreció  la 
diestra  á  la  dama. 

—Pues  en  marcha,  esclavo  mío,— contestó 
doña  María  aceptándole  la  mano. 

¡Qué  cuadro  tan  bello,  tan  original  formaban 
aquellas  tres  personas  tan  distintas,  en  clases, 
en  trajes  y  en  pensamientos  caminando  poquito 
apoco  hacia  la  viña  donde  el  ilustre  varón  ha- 
bía de  probar  las  uvas  entre  las  burlonas  son- 
risas de  la  tentadora  viudita  y  de  la  graciosa  y 
amaestrada  doncella! 


(Se  continuará.) 


Francisco  Grab  y  Elías. 


^ItUm  On«,  ...«U»«  Mm. ^-^^ l« ^.«ek.,  i,  fr^M  «tíslica ,  liter,ri..-Us  recibes  ,„  Madrid,  .1  representante  de  esta  Casa  i.  ManVel  PlaTvaior^ „7a^2^< 

_Z:_       _;"''^^''^^^*^  NO.  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  (  '._         '    ' 


KrrABtaOMlJtlITC  Tiprwtt.ii 


^    -'■AI...K    Í,P.    Vn.l.AKROEl.,   NÚM.     17,   ENSANrí.E    I.E    SAN   ANTONIO.^ 


K».-  BAIU:Rt.í»NA. 


L 


SEMANARIO     CIENTÍFICO,     LITERARIO    Y    ARTÍSTICO 


Año  V 


ESPAÑA 

Un  año 12*50  ptas. 

Un  semestre -G'bO     » 

Número  «uelto  ....  0'25     » 

PORTUGAL 

BU9crición  pagadera  semanalmeAte 

Cada  número.  ...  50  reis. 


Barcelona  5  de  Fetrero  de  1887 


CUBA  T  PUKRTO-RICO 

Un  año 5  pesos  oro. 

En  el  resto  de  América  fijan  el  precio 
los  señores  corresponsales. 

EXTRANJERO 
ün  año 18  pesetas. 


lTúm214 


D.  lONAGIO  JOSÉ  ESCOBAR,  MARQUÉS  DE  VALDEIGLESIAS  f  en  Madrid,  el  24  Enero  último.  (Dibujo  de  P.  y  Valor) 


LA  ILUSTRACIÓN  IBEEICA 


SUMARIO 

Tbxto. — Mairii.  Carloé  á  mi  prima,  por  F»n>anflor.— 2>a 
tam  i*  A4r«  £«fMs  tcoodsa*rl6D\  por  Ju*n  TomM  Sal- 
ymmj.—Utlmm:  Lm  Pmam  ét  ÜOtu  (eoocliKióD),  por  rte- 
lili  IWW  rtniH)lri.  por  Alftado  Opimo.— tfindia ma 
mai,  por  TIecnt»  Btueo  !)«&«.— Atart  <po««l«),  por 
T.  BrilBoat  —V»  cmta»  tn  <t  Hrt,  por  Rleudo  J  Iruiao. 
— MawniM  cimbodo*.— ¿a  Jtttmtt  <k  iot  evmrtocw  (coo- 
rtBMrtftn).  por  FiaaaiKO  Gr«s  7  Klia*. 

GBAmiPoa.  —  Doa  I(iiaelo  Jote  Kscobw. -Carias  Kulque 
MUter  -.La Gran  VU>  (Teatro  Principal  4e  Buedona).— 
La  «walaia  dd  Aleéiar  ir  Toledo,  antw  dd  loeendlo.— 
^»»i.~>  Mtn  U  Alhaabca  j  d  G«a<ntU>  (Granada).— 
FiIbOm  laclan»:  Kt  arroyo  de  li«TraAai,«nd  condado 
4»  Baas.— La  aMdre  dcfmdlMido  d  eoarpo  de  ni  htio.— 
Mertallnaei  de  tMtro  :  Alrjandrn  Duma»,  tí  hijo.  Bdmon- 
do  Oot.  Bástalo  Labkhc.— La  maúaaa  en  ArasUrdam. 
— Toeadm  dd  dcio  zr-Loadrea:  La  Catedral  de  San 
tdrto. 


MADRID 


CAJRTA.S    A.    TWTT    PHIIyl-A. 


DON  IGNACIO  ESCOBAR 

'  I  querida  Carmen:  Macho  siento  volver 
á  la  tiistesa  en  estas  cartas;  pero  el 
tema  de  hoy,  se  me  impone  por  la  ge- 
neral preocupación  y  sentimiento  de  Madrid. 
Ha  muerto  una  de  las  grandes  representaciones 
del  periodismo  en>añoI;  nn  hombre  excepicional 
por  su  lab<»io8Íaad  y  su  modestia;  un  politice 
que  ha  sido  injuriado  por  sus  adversarios  cuan- 
ao  vivía  y  i  quien  estos  mismos  adversarios 
tejen  la  mejor  corona  uniéndose  hoy  espontá- 
neamente al  dolor  de  su  familia  y  de  su  parti- 
do... Xo  recuerdo, — y  dispénsame  la  palabra, — 
una  ovmció»  fi»tbre  semejante;  este  periodista, 
Mto  oonserrador  cuj'os  intereses  estuvieron 
tantas  veces  enfrente  de  tantos  intereses  politi- 
008  é  individuales,  muere,  al  parecer,  sin  un 
otemigo,  sin  un  injuriador,  sin  un  contradictor 
BÍqaiefa.  No  cabe  duda  que  hay  en  esa  existen- 
cia, tan  agitada,  taa  combatida,  algo  que  se 
alia  reveláodoooa  algunas  de  las  difíciles  vir- 
todes  qne  vegetan  silenciosamente  en  vida  y 
qae  ae  despliegan  sobre  el  ocaso  del  hombre 
visiUea  para  todos  y  como  justicia  consoladora 
de  la  mnote.-  Esa  es  la  hora, — la  hora  del  mo- 
rir,—en  que  ke  detalles  de  una  biografía  par- 
dal desaparecen;  en  qne  se  borran  las  escara- 
anuas  del  dia  y  sólo  quedan  loe  rasgos  caracte- 
risticos,  las  grandes  batallas;  las  síntesis  que 
ensalian  ó  condenan.  T  la  prensa  y  los  hombres 
politioos  y  Madrid  entero  ha  visto  y  ha  juzgado 
▼  ha  dicho  en  esa  hora  de  juicio  solemne,  qne 
\)oa  Ignacio  Escobar  era  un  hombre  de  trabajo, 
un  hombre  de  sana  intención  para  su  partido  y 
SB  patria;  nn  corazón  tiemísimo  lleno  del  amor 
de  an  familia;  on  hombre,  en  fin,  que  en  medio 
de  ana  política  y  de  unos  partidos  que  corrom- 
pen y  excitan  al  vicio,  al  ocio,  A  la  soberbia  y 
á  las  pei'secnckineB  ha  sabido  permanecen  siem- 
pra  laboríoao,  seocillo,  tnnsigente,  bondadoso  y 

Doo  Ignacio  Escobar  ha  muerto  de  sesenta  y 
aeis  afios.  Nació  en  Madrid  y  estudió  la  carrera 
de  nedicina.  Le  pasó  lo  que  i  D.  Bamon  Oam- 
poaiDor;  qtie  en  vea  de  escribir  recetas  prefirió 
escribir  versos.  8a  caiicter  se  reveló  desde 
>slnigo:  Dombrado  presidente  de  on  circulo  lite- 
Tsñc^  presidencia  qne  ganó  en  on  cvtamen,  por 
opMÍriAa.V  aqoi  qae  as  presenta  en  ese  circulo 
na  añero  tweta  y  lee  Tersos...  Escobar  deja  su 
sMBlo  y  «See  al  poeta  reciéa  llegado:— ¡Usted 
debe  ser  desde  h<^  el  presidenta!  El  poeta  nue- 
vo se  llanaha  D.  Tomás  Rodrigue  Rubí. 

Entró  de  redactor  en  d  famoso  Herald»;  el 
psriódieo  del  ooode  de  San  Lnis.— ¿Quién  ha 
escrito  Cito?— preguntó  el  conde.  sesJaüido  uno 
de  loa  pciaeros  escritos  de  Escobar.— Ese  ma- 
>  que  ka  entrado  hace  poco.— Poes  ese 
~  >  ha  ds  valer,  sin  duda,  mocho.- Esta 
frMe  diüuuiaáia  qne  Escobar  ha  sido  periodista 
por  teaperaawnto,  no  por  estadio. 

y^  conde  de  Ssa  Lnis  Is  encargó  de  la  secre- 
taria del  gobienw  cirfl  de  Onnada.  En  esta 
ciodsd  escrihió  nn  cnadro  dramático  titulado 


Un  corazón  esjyafiol;  y  pn  ella  pasó  la  luna  do 
miel  de  su  matrimouio.  Nada  necesito  decirte 
de  la  hermosísima  y  discreta  dama  que  fué  su 
esposa;  tú  la  conoces  v  has  elogiado  en  más  de 
una  ocasión  su  bondad  y  sus  cualidades  de  gran 
dama.  ^ 

Del  53  al  56  escribió  en  La  Lpoca.  periódico 
fundado  «or  D.  Diego  Coello;  un  año  después 
fué  elegido  diputado  por  Navalcamero  y  termi- 
nada la  legislatura  nombrado  oficial  de  la  se- 
cretaria de  Gobernación. 

Por  aquella  época  D.  Manuel  Santana  había 
fundado  Lm  Ctnespondenria  Autógrafa,  y  de- 
seando algún  descanso  cedió  á  Escobar  su  pe- 
riódico en  25.000  duros,  ó  por  una  cantidad 
anual;  en  calidad  de  arrendamiento.  Escobar 
cambió  el  nombre  de  aquella  hoja:  le  puso  el  de 
Coneípoiidencia  de  Expaña;  %-ino  la  guerra  de 
África,  La  Correspondencia  obtuvo  gran  circu- 
lación; pero  habiéndose  rescindido  el  contrato, 
Escobar  pasó  á  La  Época;  encargándose  de  su 
dirección. 

Comprendiendo  Escobar  cuan  justificada  y 
cuan  inevitable  seria  la  revolución  de  Setiembre 
quiso  evitarla,  dando  á  su  partido  saludables 
consejos.  González  Brabo  Iss  desatendió;  la  re- 
volución vino,  y.  Escobar,  siguiendo  en  su  po- 
lítica sensata,  rompió  sus  compromisos  con  los 
moderados  é  inició  la  candidatura  de  Don  Al- 
fonso XII.  Creía  Escobar,  «.que  perseguidas  las 
ideas  extremas  y  flageladas  por  la  guerra  pre- 
dicada hasta  el  exterminio  ó  con  la  amenaza  pe- 
renne de  la  proscripción,  de  las  deportaciones, 
de  las  cárceles,  de  los  patíbulos,  no  se  consigue 
otra  cosa  que  repeler  fuerzas  que  deben  ser 
atraídas  á  la  convicción  por  sistemas  benignos 
é  insinuantes.»  C-omo  ves,  su  política  era  su 
mismo  carácter.  Trató,  pues,  de  hacer  compren- 
der á  las  clases  conservadoras  el  verdadero  sen- 
tido de  su  misión,  que  es  resistir  con  suavidad 
y  dirigiendo.  Ciertamente  que  sus  temperamen- 
tos benignos  no  fueron  mejores  para  que  se  le 
hiciese  justicia  por  el  jefe  de  su  partido;  pues 
ha  muerto  sin  ser  ministro  ni  ser  tan  siquiera 
senador  vitalicio;  cuando  tantas  nulidades  con- 
servadoras han  sido  investidas  de  esos  altos  ho- 
nores. 

Esta  conducta  de  templanza  no  se  desmintió 
al  surgir  la  monarquía  de  Don  Amadeo;  rey  al 
cual  trató  La  Época  con  templanza.  No  bien 
abdicó  Don  Amadeo  y  vino  la  república.  Esco- 
bar se  dedicó,  por  entero,  á  la  defensa  y  al 
triunfo  de  la  restauración  alfonsina.  En  esta 
época  fué  cuando  al  volver  de  Biarritz,  donde 
había  conferenciado  con  los  jefes  de  la  conspi- 
ración, fué  detenido  en  la  venta  de  la  Tejería  j 
por  el  marqués  de  Valdespina...  Habiéndole 
manifestado  el  duque  de  la  Torre  la  necesidad 
de  que  se  encontrase  en  Madrid  en  día  deter- 
minado y  no  encontrándose  buque  ninguno  dis- 
puesto en  el  puerto  decidió  atravesar  las  fron- 
teras carlistas.  En  la  venta  de  la  Tejería  hizo 
descanso  para  comer  y  se  sentó  á  la  mesa  con 
varios  oficiales  carlistas  y  los  demás  viajeros. 
El  trato  fué  cordial,  pero  uno  de  los  oficiales  le 
conoció  y  dijo  á  sus  camaradas:  que  comían 
nada  menos  que  con  el  director  de  La  Época, 
de  Madrid.  El  marqués  de  Valdespina  le  Úamó 
y  por  buen  componer  le  dio  orden  de  volver  á 
Francia.  Logró,  .sin  embargo,  enternecer  al 
hosco  aristócrata  carlista  y  signió  para  Madrid, 
salvando  papeles  de  importancia  y  fuertes  su- 
mas de  dinero. 

Realizada  la  restanración  Escobar  fué  re- 
-compensado  con  cargos  honoríficos  y  gravosos; 
fué  nombrado  gentil-hombre  y  hecho  marqués. 
Inició  entonces  su  campaña  para  agrupar  los 
elementos  del  partido  liberal  conservador,  des- 
unidos hoy,  al  fin,  para  siempre,  por  los  disen- 
timientos de  Cánovas  y  Romero  Robledo. 

Generalmente,  prima  mía, — me  lo  has  oído 
decir  varias  veces, — el  hombre  trabaja  para  no 
trabajar.  El  marqués  de  Valdeiglesias  no  tra- 
bajaba para  esto;  tenia  el  vicio  del  trabajo  y 
el  vicio  del  peñodiano.  Una  de  las  cosas  que 
no  he  podido  comprender  nanea  es  qne  La  Epo- 
poca  combatiera  el  noticierismo,  cnando  Esco- 
i  bar, — como  lo  demostró  en  La  Correspondencia 


de  Espafia,- — había  sido  un  gran  noticiero,  y 
cuando  después  de  todo  La  Época  se  aumen- 
taba constantemente  de  las  conferencias  con- 
tinuas de  Escobar  con  todos  los  hombres  políti- 
cos. En  esto  el  difunto  periodista  se  parecía  á 
esos  hombresque  gozan  hablando  mal  de  la  mujer 
de  quien  están  perdidamente  enamorados.  Ver- 
dad es  que  sobre  su  amor  al  ti-abajo  tenia  otra 
consideración  para  no  desatender  su  periódico. 
La  Época  es  una  notoriedad,  una  honra,  una 
empresa  y  una  fortuna  que  los  jefes  de  partido 
no  pueden  dar  ni  quitar;  y  este  había  de  ser  el 
escudo  de  su  familia  el  día  (por  desgracia  ya 
venido),  de  la  enfermedad  y  de  la  muerte.  Se 
refugió,  pues,  en  aquella  redacción,  como  si 
presagiase  la  desgracia;  y  en  aquella  casa  don- 
de se  han  fabricado  tantas  reputaciones  y  tan- 
tas glorias;  á  donde  han  llegado  con  el  som- 
brero en  la  mano  tantos  poderosos,  y  de  donde 
han  salido  con  altivez  tantos  ingratos,  se  de- 
dicó á  educar  y  aleccionar  en  el  arte  de  dirigir 
la  opinión  á  su  hijo  Alfredo...  En  medio  de  las 
agitaciones  de  su  vida  y  de  las  perspectivas  de 
su  ya  cansada  edad,  le  era  gran  consuelo  ver 
que  dejaría  su  obra  en  manos  que  sabrían  reco- 
gerla j'  prosperarla. 

La  Época,  en  efecto,  será  desde  hoy  dirigida, 
sin   aquel  sabio  consejo,  por  ese  joven  que  tú 
has  visto  en  sociedad  muchas  veces;  cuya  di.s- 
creta  conversación  has  saboreado  y  del  cual  has 
hablado  con  verdadera  simpatía;  pues  si  bien  por 
el  atildamiento  de  su  persona,  por  el  elegante 
desenfado  de  sus    maneras  y  por  las  audacias 
de  buen  tono  de  su  conversación  no  es  el  tipo 
de  una  señorita  tan  grave  y  seria  como  tú,  bien 
pronto    advertiste  que  tratabas  á  un  hombre 
ilustrado,  cortés  de  corazón,  amante  del  trabajo; 
dispuesto  á  continuar  su  obra  inspirándose  en 
la  consecuencia  y  en  la  bondad  de  su  padre;  no 
engreído  con  su  posición  afortunada,  no  desde- 
ñador  de  la  autoridad  del  talento;  de  nn  hombre, 
en  fin,  cuyo  exterior  responde  á  la  sociedad  que 
trata,  á  la  juventud  que  estimula  su  imagina- 
ción y  su  sangre,  á  la  precocidad  de  su  existen- 
cia literaria  y  política,  pero  cuyo  pensamiento 
es  reflexivo,  bien  intencionado  y  cuyo  corazón 
es  sano  y  valiente.  Los  que  al  principio  creye- 
ron que  Alfredo  Escobar  sólo  serviría  para  di- 
rigir un  cotillón,  se  equivocaron:  dirige  bien 
ilustradísimos  periodistas,  y  quién  sabe  si  más 
afortunado  que  su  padre  dirigirá  un  ministerio. 
Como  La  Época  es  una  institución  y  ha  de 
influir  tanto  en  la  política,  no  puedo  menos  de 
considerar  que  el  carácter  del  hijo  le  indica 
como  seguro  continuador  de  la  política  transi- 
gente de  su  padre.  Alfredo  Escobar  será  siem- 
pre conser\-ador  porque  no  es  posible   que  un 
espíritu    se   sustraiga  á  la   influencia  de  una 
eterna  atmósfera  conservadora,  en  la  cual  pal- 
pitan, además,  en  átomos  de  vida,  el  cariño  de 
nn  padre,  sus  consejos,  y  hasta  las  íiltimas  pa- 
labras en  que  le  ha  pedido  amor,  respeto  y  am- 
paro para  la  monarquía  y  la  dinastía...  Pero  yo 
he  visto  pocos  jóvenes  tan  influidos  por  el  es- 
píritu moderno,  y  especialmente  del  espíritu 
del  periodismo;  como  su  padre   quiere  ser  el 
jefe  de  un  periódico  más  que  el  jefe  de  un 
Centro   político,  y  su  ambición  es  la  de  ser 
encumbrado   por   los   periodistas,  no  por   sus 
correligion^ios,  y  guiar  la  opinión  y  derramar 
su  espíritu  beneficiosamente  en  el  espiritu  de 
la  patria.  No  hace  muchos  días  que  hablábamos 
en  la  calle  y  que  para  desarrugar  su  frente 
nublada  por  fatales  presentimientos,  le  hablé 
yo  del  porvenir.  — Mi  propósito, — me  dijo,— es 
hacer  de  La  Época  un  periódico  conservador, 
pero  (omert-ador  nacional;  las  ideas  y  los  inte- 
reses conservadores  antes  que  sus  hombres  y 
qne  sus  partidos;  y  al  propio  tiempo  quiero 
hacer  de  él  una  gran  hoja  diaria  que  difunda 
la    ilustración,   la   ciencia,   la   literatura;    que 
traiga  á  nuestro  campo  las  simpatías  de  nues- 
tros mismos  adversarios,  y  en  la  cual,  salvando 
sus  opiniones  políticas,  reúnan  los  primores  y 
las  energías  de  su  talento  cuantas  notoriedades 
tiene  nuestra  patria.  Al  obrar  asi  continúo  la 
obra  de  mi  padre.  Reflexione  V.  que  mi  padre 
ha  sido  cien  veces  injustamente  juzgado  por  los 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


83 


suyos  á  causa  del  espíritu  conciliador  que 
siempre  ha  demostrado  y  por  creer  que  La  Épo- 
ca debía  ser  más  bien  un  nivel  que  una  espada. 
Este  fué  el  espíritu  de  sus  palabras  y  yo  aplaudí 
este  leal  y  sensato  propósito. 

El  entierro  del  marqués  de  Valdeiglesias  ha 
sido  una  gran  manifestación  de  duelo.  El  fére- 
tro se  ocultaba  bajo  numerosísimas  y  magnífi- 
cas coronas;  llevaban  las  cintas  ilustraciones  de 
todas  las  clases  sociales  y  un  número  inmenso 
de  hombres  políticos,  de  escritores  y  de  parti- 
culares formaba  el  cortejo. 

La  comitiva  siguió  á  pié  el  carro  fúnebre 
hasta  salir  de  la  población;  después  le  acompa- 
ñó en  los  coches,  hasta  el  cementerio.  Allí  se  le 
dio  tieria;  y  allí  repitió  no  sé  quién  este  verso 
de  D.  Carlos  Coello: 

¡Hoy  descansando  está  por  vez  prlmeral 

Aquí  concluye,  naturalmente,  mi  carta  y  no 
quiero  prolongarla,  siquiera  te  deje  la  impre- 
sión de  tan  tristes  palabras  y  sentimientos. 
Tuyo, 

Fernanflor. 


LA  CASA  DE  PEDRO  LÓPEZ 


(00  MTIKDACIÓK) 

— Como  él  juega  y  ella  se  emborracha,  á  lo 
mejor  arman  un  belén,  hasta  que  ella  se  acuesta 
sobre  el  santo  suelo,  ó  alguno  de  los  dos,  como 
ha  sucedido  esta  noche,  se  da  ó  recibe  algún 
porrazo.  En  la  casa  todos  estamos  acostumbra- 
dos á  esos  zipizapes  y  no  les  hacemos  maldito 
el  caso;  como  nos  pillen  dormidos,  ni  siquiera 
nos  despiertan. 

— Y  ¿no  han  intentado  Vdes.  poner  paz? 

— Ni  falta  que  les  hace.  Una  vez  se  metió  un 
vecino  con  ellos  en  medio  de  la  gresca,  y  estuvo 
en  un  tris  que  no  le  saltaran  un  ojo,  después  de 
decirle  que  más  sabía  el  loco  en  su  casa  que  el 
cuerdo  en  la  ajena.  Tres  veces  se  han  separado 
jurando  matarse,  y  otras  tantas  han  vuelto  á 
reunirse,  no  pudiendo  soportar  la  separación. 
Son  dos  tortolitos  que  no  viven  el  uno  sin  el 
otro;  se  quieren  á  trompis,  y  hay  que  dejarlos; 
cada  uno  es  como  Dios  le  ha  hecho. 

— El  vino,  las  mujeres  y  el  juego...  ¿Sabe 
usted,  señora  Pepa,  que  tiene  V.  encerrados  to- 
dos los  vicios  en  el  sotabanco? 

La  portera  me  volvió  la  espalda  y  continuó 
barriendo;  j'o  salí,  comenzando  á  disgustarme 
de  la  casa  de  Pedro  López. 

En  efecto,  á  las  tres  ó  cuatro  noches  se  repi- 
tió la  escena,  exornada  con  el  aparato  de  cos- 
tumbre, sólo  que  el  estrépito  iué  mayor,  si 
cabe,  que  en  la  primera.  Me  distrajo  de  tal 
modo,  que  furioso  de  no  poder  seguir  escribien- 
do, cuando  él  por  centésima  vez  gritaba: — Te 
voy  á  reventar, — le  contesté  sin  que  me  oyera 
por  fortuna: 

— ¡La  revienta  V.,  ó  la  reviento  yo! 

Ramírez  dormía  como  sólo  él  sabía  hacerlo, 
acostumbrado  también  al  zipizape.  Habiéndome 
la  fatiga  dado  sed,  me  levanté  y  fui  á  la  cocina 
á  beber  un  vaso  de  agua.  Ya  en  ella,  una  cir- 
cunstancia extraña  vino  á  llamanne  la  atención. 
Por  la  ventana  que  caía  al  patio  abierto  entre 
mi  casa  y  la  inmediata,  se  entraba  un  ruido 
extraordinario  de  monedas,  ni  más  ni  menos 
que  si  á  expuertas  las  estuviesen  manejando. 

— ¡Chispa.s! — dije  para  mí. — ¿Dónde  me  he 
metido  yo?  ¿Serán  ladrones,  cambistas  ó  mone- 
deros falsos? 

Me  asomé  y  vi  alumbrada  la  ventana  del 
principal  á  través  de  la  entreabierta  montera  de 
cristales  que  cubría  el  patio.  Con  la  mayor 
atención  e.scuché  durante  algunos  minutos. 
Oíase  el  ruido  de  dinero  derramado  á  expuertas 
sobre  un  mueble;  luego  el  ludir  de  unas  mone- 
das con  otras,  como  si  contándolas  las  ordena- 
lan  en  pilas.  Al  mismo  tiempo,  una  voz  ligera- 
mente emocionada,  unida  á  cierto  confuso  rumor 
que  recordaba  el  roce  de  papeles  mugrientos, 
decía  por  lo  bajo: 


— Cuatro  mil...  seis  mil...  veinte  mil... 

— No  ha  sido  floja  la  ganancia, — añadió  una 
nueva  voz. 

— Gracias  á  mis  escamoteos  de  ases  y  sotas. 

— -Y  á  mi  cambio  de  barajas  cuando  aquel  tío 
copó  la  banca. 

— -Si  llego  á  tallar  yo... 

— Lo  malo  es  que  nos  han  levantado  un 
muerto  de  dos  mil  reales. 

— ¿Quién  ha  sido? 

— Aquel  vejete,  en  el  entres. 

— No  te  apures;  de  Enero  á  Enero  el  dinero 
es  del  banquero. 

— Que  no  entre  más  ese  canalla. 


— Descuida. 

Callaron  y  siguieron  contando. 

— ¡Vaya,  una  casa  de  juego! — dije  cerrando 
sigilosamente  la  ventana. — -Y  jugadores  de  ven- 
taja por  lo  visto.  Vamos  atando  cabos;  el  vecino 
del  sotabanco  entra  de  paso  en  el  principal; 
mientras  él  tira  de  la  oreja  á  Jorge,  su...  mujer, 
ó  lo  que  sea,  le  espera  empinando  el  codo.  Una 
vez  desplumado,  él  sube  á  su  habitación,  la 
encuentra  á  ella  borracha  y  la  apalea.  ¡Pues,  se- 
ñor, esta  casa  es  un  edén! 

Al  tiempo  de  retirarme  al  gabinete,  sentí 
sobre  mi  cabeza  reproducirse  la  consabida  esce- 
na; esta  vez  no   me  impidió    dormir,  porque. 


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CARLOSENRIQUE    MILLER 

liisUngiüdo  paisajista  uorte-amerieauo 


como  había  dicho  la  portera,  también  -yo  me  iba 
acostumbrando  al  zipizape. 

Transcurrió  cerca  de  una  semana,  sin  que, 
aparte  de  las  referidas,  ocurriera  cosa  digna  de 
mentarse.  Sólo  algunas  veces  encontraba  en  la 
escalera,  ya  subiendo  ya  bajando,  gente  de  mala 
traza,  de  las  cuales  unos  me  daban  maquinal- 
mente  las  buenas  tardes;  otros  pasaban  sin 
saludar,  con  aire  misterioso  ó  preocupado. 

— Serán  puntos, — me  decía; — los  que  saludan 
van  gananciosos;  á  los  que  bajan  sin  decir  esta 
boca  es  mía  se  los  llevan  los  diablos. 

La  mayor  parte  de  las  noches  oía  abrirse  y 
cerrarse  con  cierto  sigilo,  pero  también  con 
bastante  frecuencia,  las  puertas  de  los  cuartos 
inferiores  y  la  de  la  calle;  al  propio  tiempo 
sonaban  pisadas  de  varias  personas,  acompaña- 
das de  murmullos,  entre  los  cuales  percibían 
de  cuando  en  cuando  palabras  soeces  y  blasfe- 
mias. 

Yo  empezaba  á  preocuparme  seriamente  de 
mis  vecinos  y  hasta  á  maldecir  la  hora  en  que 


se  me  ocurriera  meterme  en  aquella  casa.  Ver- 
dad es  que  nadie  se  metía  conmigo  ni  me  estor- 
baba en  un  ápice;  que,  salvo  los  zipizapes  del 
sotabanco,  la  tranquilidad  era  completa;  pero 
una  vaga  inquietud,  un  malestar  inexplicable, 
me  sobrecogía  cuando  estaba  ocioso. 

— ¿Viviré  condenado  á  serotro  judío  errante? 
— pensaba  entonces,  cruzando  por  mi  imagina- 
ción la  idea  de  mudarme  de  nuevo. 

Mi  criado  Ramírez  era  quien  no  parecía 
preocuparse  en  lo  más  mínimo.  Piel  al  cumpli- 
miento de  su  deber,  solía  madrugar  todas  las 
mañanas;  iba  á  la  compra,  á  la  vuelta  me  servía 
el  chocolate,  si  estaba  j'o  despierto,  y  luego  se 
encerraba  en  la  cocina  á  preparar  la  comida  de 
la  una,  en  cuyo  cometido  solía  salir  bastante 
airoso. 


(Se  continuará.) 


Juan  Tomás  Salvany. 


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LA  ESCALERA  DEL  ALCÁZAR  DE  TOLEDO,  ANTES  DEL  INCENDIO  (Dibujo  de  P.    y  Valor) 


86 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


LECTURAS 


LOS    PAZOS    DE    ULLOA 


(COItOLOBIÓIK 

Si  de  toda  realidad  se  puede  hacer  asunto  de 
níjreJa  no  es  porque  se  haya  descubierto  que  la 
novela  paede  ser  prosaica,  sino  porque  en  toda 
rsalidad  se  puede  ver  poesía.  La  prosa,  natural 
6  eseritOj  nunca  es  arte  (en  él  sentido  en  que 
aquí  se  emplea  prosa,  prosaico),  y  por  eso  tantos 
y  tantos  autores  que  se  creen  retdistas  porque 
copian  (¡qué  han  de  copiar!)  lo  que  ven  donde 
quiera,  no  son  más  que  escribientes.  Se  puede 
ser  realista  y  continuar  siendo  poeta  á  condi- 
ción de  ver  la  realidad  como  un  artista.  Emilia 
Pardo  en  algunas  de  sus  obras  de  imaginación 
no  siempre  ha  estado  viendo  como  artista  la 
realidad  que  imitaba,  sino  como  observadora 
prosaica,  y  de  aquí  la  inferioridad  de  ciertos 
cuadros,  á  pesar  de  la  exactitud.  En  Los  Pazos 
de  üüoa,  donde  el  escenario  es,  por  decirlo  así, 
el  corral  de  un  caserón  de  la  aldea,  tal  vez  ni 
un  momento  abandona  á  la  autora  la  visión  de 
lo  bello. 

Hasta  ahora,  entre  nuestros  novelistas  con- 
temporáneos de  primera  lí- 
nea, sólo  Pereda  había  sabido 
pintar  en  el  campo  el  hombre 
del  campo.  Oaldós  jamás  se 
lo  ha  propuesto:  conoce  y  des-  ^,     -^ 

eribe  la  naturaleza  como  pni- 
gaje,  pero  en  la  vida  aldeana 
no  ha  intentado  penetrar,  ni 
treo  que  la  haya  estudiado 
todavía.  Emilia  Pardo  en 
Bucólica  ofrece  una  muestra 
de  su  aptitud  para  tal  géne- 
ro, y  en  los  Pazos  prueba  con 
cien  argumentos  de  belleza 
que  sabe  también  lo  que  es 
la  aldea  para  un  artista.  Don 
Pedro,  pseudo  marqués  de 
Ulloa,  y  todo  lo  que  le  rodea 
es  puramente  aldeano.  Dp.s- 
de  el  primer  capítulo  conoce 
el  que  entiende  de  esto,  que 
el  novelista,  sin  idealizar  el 
campo,  le  ha  sabido  encon- 
trar su  poesía  natural.  Idea- 
lismo y  realismo  son  legíti- 
mos en  la  expresión  literaria 
del  sentimiento  é  idea  que 
tenemos  de  la  realidad;  el 
idealismo  es  legitimo  á  con- 
dición de  que  al  modificar 
el  dato  del  sentido  ó  de  la 
observación  y  de  la  experien- 
cia no  salga  de  la  verosimilitud,  ó  sea  de  la 
frran  virtualidad  ideal  de  lo  esencial:  el  rea- 
lismo es  legítimo  también  en  poesía  á  con- 
dición de  ver  en  lo  real  no  sólo  lo  que  aparece 
en  la  serie  de  los  fenómenos,  sino  la  trascen- 
-icncia  ideal  de  que  son  expresión  última  y  la 
la  más  concreta.  En  Los  Pazos  de  UUoa,  sin 
tdmitir  elementos  de  un  subjetivismo  poético 
extraño  al  escenario  en  que  vive  la  acción,  te- 
nemos en  abundancia  poesía,  y  la  tenemos  en 
paisajes,  animales,  vegetales,  sociedad,  aldea- 
nos, costumbres  y  caracteres. 

No  está  reñida  la  naturalidad  en  la  forma  de 
la  acción,  en  la  marcha  de  los  sucesos,  con  el 
arte  de  presentarlos  de  modo  que  exciten  más 
y  mejor  el  ¡nter»'*,  y  esto  se  comprueba  en  los 
Pozos,  donde  tcnlo  pasa  en  una  sucesión  vero- 
símil, jamás  violf-nta,  y,  sin  embargo,  con  sabia 
tTadación  y  distribación  de  infalible  buen 
<  f'oto.  Es  claro  que  entre  el  arte  de  componer 
y  el  arte  de  la  naturalidad  en  la  acción  debe 
sacrificarse,  siempre  que  haya  conflicto,  el  pri- 
mero; mas  siempre  que  por  feliz  accidente  ó  á 
ínenta  de  habilidad  el  artista  consiga  hacer 
compatibles  ambas  excelencias,  habrá  miel  sobre 
hojuelas. 

Desde  el  primer  momf^nto  nos  importan  las 
aventuras  de  aquel  capcllancico  que  echa  sobre 


sus  hombros  la  enorme  carga  de  remendar  la 
moral  y  la  hacienda  de  los  Ulloa,  y  que  sólo 
consigue  verse  en  recias  tentaciones,  y,  por  fin, 
victima  de  sospechas  tan  calumniosas  como  de 
aparente  verosimilitud.  Pintar  un  alma  de  Dios, 
como  es  Julián,  sin  atribuirle  género  de  robus- 
tez que  no  tiene  en  espíritu  ni  en  cuerpo,  y 
saber  no  obstante  convertirle  en  héroe  muy 
poético  é  interesante,  es  un  triunfo  que  ha  con- 
seguido doña  Emilia.  Puede  decirse  que  todo 
lo  que  se  refiere  á  Julián  está  bien  pensado, 
mejor  escrito,  y  sentido  con  gran  delicadeza  y 
y  fina  pasión  poética.  Con  gracia  original  ha 
sabido  la  autora  mostramos  el  amor  que  inspi- 
ra Nucha  al  buen_,  clérigo,  sin  asomo  de  [escán- 
dalo, ni  aun  de  malicia,  sin  un  grano  de  mostaza 
de  esa  que  suele  picar  más  yendo  entre  lí- 
neas. Nada  de  esto;  no  era  tal  el  propósito  del 
artista;  se  enamora  el  capellán  de  Nucha,  como 
el  Abate  Mouret  de  Zola  estaba  al  principio  ena- 
morado de  la  Virgen.  Este  amor  singular  de  la 
Virgen,  que  muchos  de  los  que  hemos  tenido 
una  adolescencia  cristiana,  mejor  diré,  genui- 
namente  católica,  nos  explicamos  bien,  es  uno 
de  los  más  admirables  y  misteriosos  sentimien- 
tos entre  los  muchos  misteriosos,  dulcísimos  y 
admirables  que  algún  día  estudiará  una  psico- 
logía-histórica, artística  y  laica,  imparcial,  pero 


rasgos  de  maestro,  que  nos  aseguran  la  pose- 
sión de  un  verdadero  novelista  más.  Verdad  y 
sentimiento  hay  también  en  Nucha,  que  si  hu- 
biera estado  más  dibujada  poco  tendría  que  en- 
vidiar al  clérigo.  Tal  como  es,  interesa  mucho  y 
prueba  observación  exacta,  auténtica,  de  muchas 


PAISAJES  INGLESES 

I  religiosa,  despreocupada, 

I  pero  vidente,  cuando  se 
analice  con  cuidado  y 
buena  intención  la  gran 
riqueza  espiritual  del  cris- 
tianismo. 

Julián  parece  nn  Ham- 
let  tonsurado,  y  reducido 
como  es  natural  á  la  hu- 
milde condición  de  cape- 
llán gallego;  Hamlet  por 
la  poca  mafia  y  energía 
con  que  maneja  los  nego- 
cios mundanos,  y  por  su 
prurito  de  perderse  en 
idealidades  cuando  sopla 

con  más  furia  lo  que  llamaba  el  señor  Cáno- 
vas el  huracán  de  las  circunstancias.  Creo  que 
este  cura  (Julián)  es,  como  la  novia  de  aquel 
Vifije,  lo  mejor  que  ha  ideado  y  expresado  Emi- 
lia Pardo  en  punto  á  psicología.  Los  apuros 
de  nuestro  hombre  en  aquel  duro  trance  de 
Lucina,  cuando  sólo  se  le  ocurre  pedir  á  Dios 
ayuda  para  que  Nucha,  su  Virgen,  dé  á  luz  lo 
que  haya  de  ser  con  toda  felicidad;  su  cariño  á 
lo  San  Antón  á  la  hija  de  su  Virgen,  y  sobre  todo, 
lo  que  pasa  por  su  alma  allá  en  el  destierro,  en 
la  parroquia  de  los  puertos,  son  otros  tantos 


EL  ARROYO  DE  LAS  TRUCHAS,  EN  EL  CONDADO  DE  ESSEX 


emociones  é  idea.s  que  no  es  fácil  adivinar  por 
intuiciones  vagas  é  indecisas.  Don  Pedro  es  el 
retrato  acabado  do  que  ya  tantos  apxintes  había 
hecho  en  libros  anteriores  nuestra  autora.  Si  lo 
admiro  menos  que  á  Julián  es  porque  no  nos 
hace  conocer,  como  éste,  nuevas  fuerzas  de  la 
novelista;  en  este  arto  plástico  que  pinta  á  los 
hombres  que  tienen  tanto  de  hermosos  ani- 
males Emilia  Pardo  ya  habla  probado  con  for- 
tuna su  habilidad. 

Sabel,  las  hermanas  de  Nucha,  el  mayordomo, 
el  clero  aldeano,  don  Eugenio  singularmente. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


87 


todos,  ó  casi  todos  los  actores  de  segundo  tér- 
mino, merecen  alabanzas  por  la  con-ección  de  los 
perfiles  y  la  frescura  del  color.  Aquel  ergotismo 
de  sobremesa  de  los  buenos  párrocos  arranca 
espontáneas  carcajadas  y  después  se  hace  alabar 
y  gustar  por  la  exactitud  con  que  están  tomadas 
los  rasgos  principales  de  esta  clase  de  escenas. 
En  los  varios  episodios  de  la  caza  y  sus  pre- 
parativos hay  mticho  que  elogiar,  y  merecerían 
todo  un  artículo  de  análisis  los  pocos  párrafos 
que  se  dedican,  por  vía  de  episodio,  á  la  elo- 
cuente y  muy  poética  espera  nocturna  de  las 
enamoradas  liebres  á  la  luz  de  la  luna. 

Pero  iba  ya  á  concluir  y  no  decía  nada  de 
Perucho,  el  pobre  bastardo.  Quédense  en  el 
tintero  otras  muchas  cosas  dignas  de  recuerdo, 
ya  que  no  hay  más  remedio,  pero  no  se  olvide 
aquel  Perucho,  hijo  hermoso  del  pecado,  crea- 
ción tiemísima  en  que  han  colaborado  un  pin- 
tor que  imita  bien  á  Murillo,  un  estilista  émulo 
de  los  Goncourt...  y  una  madre. 


Clarín. 


-*- 


REVISTA  CIENTÍFICA 


Tratamiento  de  la  fiebre  tifoidea  por  las  inhalaciones  de  aire 
frió. — Composición  química  del  cuerpo  humano  —Pila de 
tres  líquidos.— Contra  la  difteria. — Manera  de  detener  ins- 
taotaneamente  un  buque  en  marcha.  —  Aplicaciones  del 
papel. — Exposición  Marítima  en  Cádiz. 

M.  A.  Sokoloff,  médico  del  hospital  militar  de 
Krasnoe  Selo  (cerca  de  San  Petersburgo),  ha  pu- 
blicado hace  ya  algún  tiempo  interesantes  in- 
vestigaciones sobre  un  nuevo  método  terapéuti- 
co dirigido  contra  la  fiebre  tifoidea.  Habiendo 
notado  el  autor  que  los  tíficos  instalados  en  las 
tiendas  hospitalarias  pueden,  sin  inconveniente, 
respirar  un  aire  cuya  temperatura  no  excede  de 
5.°  ó  6.°  sobre  cero,  y  aún  á  0.°,  y  que  en  estas 
condiciones  el  calor  ha  bajado  á  veces  de  40." 
á  la  cifra  normal,  ha  pensado  que  podrían  prac- 
ticarse inhalaciones  de  aire  frío  con  un  fin 
terapéutico.  Basando  sus  experimentos  en  23  ca- 
sos de  fiebre  tifoidea,  ha  deducido  que  las  inha- 
laciones de  aire  frío  (de  —  2  á  — 10  R)  producen 
una  defervescencia  más  ó  menos  pronunciada, 
pero  la  acción  es  menos  viva  que  con  los  baños 
de  aire  ó  de  agua  fríos.  Esta  acción  es  asimismo 
más  fugaz. 

Según  parece,  los  efectos  generales  de  las 
inhalaciones  de  aire  frío  son  los  siguientes:  la 
respiración  sufre  un  retardo  de  cuatro  movi- 
mientos por  minuto;  el  pulso  disminuye  en  seis 
latidos  por  término  medio  y  se  pone  más  lleno, 
y  por  fin,  las  mucosas  y  la  piel  se  hacen  menos 
secas. 

De  todas  maneras,  y  según  las  propias  conclu- 
siones de  M.  Sokoloff,  no  parece  comprobada  la 
superioridad  de  las  inhalaciones  de  aire  frío  so- 
bre los  baños  de  agua  á  la  misma  temperatura, 
sobre  cuyo  último  medio  no  existe  tampoco  la 
prueba  cierta  de  su  decantada  utilidad, 

* 
*  * 

El  Hierro,  inglés,  publica  una  nota  sobre  la 
composición  química  del  cuerpo  humano;  el 
hombre  está  formado  de  combinaciones  de  trece 
cuerpos  simples,  5  gaseosos  y  8  sólidos  ó  bien 
8  metaloides  y  5  metales.  Un  individuo  del  peso 
medio  de  70  kilogramos  está  compuesto  de  44  ki- 
logramos de  oxígeno,  7  kilogramos  de  hidróge- 
no, 172  kilogramos  de  ázoe,  800  gramos  de  clo- 
ro, 100  gramos  de  flúor,  12  kilogramos  de 
carbono,  800  gramos  de  fósforo,  100  gramos  de 
azufre,  1'75  kilogramos  de  calcio,  80  gramos 
de  potasio,  70  gramos  de  sodio,  50  centigramos 
de  magnesio  y  45  gramos  de  hierro. 

Si  el  oxigeno  y  el  hidrógeno  se  encontrasen 
en  estado  libre,  ocuparían  respectivamente  es- 
pacios de  28  y  80  metros  cúbicos. 

«Nuestro  colega,  dice  el  Moniteur  Industrial, 
nota  melancólicamente  que  el  cuerpo  humano  no 
contiene  ningún  metal  precioso,  y  añade,  con  al- 
guna ironía  tal  vez,  que  el  hombre  encierra  ma- 
teriales tan  comunes  como  los  que  constituyen 


las  moras  silvestres,  y  no  cree,  por  ende,  que  la 
especie  valga  la  pena  de  ser  explotada  indus- 
trialmente.  Verdad  es  que  en  lo  moral,  en  lo  fi- 
gurado y  en  la  vida  diaria,  los  individuos  no 
dejan  de  explotarse  unos  á  otros,  lo  cual  no  deja 
de  constituir  unp,  compensación.» 

* 
*  * 

El  doctor  Lugo,  de  Nueva- York,  acaba  de 
pedir  patente  de  invención  para  una  pila  de 
corriente  constante,  en  la  cual  entran  tres  líqui- 
dos.— Un  vaso  exterior  contiene  zinc  sumergido 
en  una  disolución  alcalina;  un  vaso  poroso  en- 
cierra una  solución  de  cloruro  de  cobre,  en  la 


cual  se  deja  sumergido  el  carbón.  Este  vaso  tie- 
ne la  forma  de  una  copa  y  contiene  ácido  clorhí- 
drico libre  que  disuelve  el  cobre  precipitado,  y  le 
impide  que  se  deposite  sobre  el  carbón.  Produce 
á  cada  instante  una  nueva  provisión  de  cloruro 
de  cobre,  y  de  este  modo  permanece  constante 
la  intensidad  de  la  piel.  (English  Mechanic). 


* 

*  * 


Por  lo  que  valga, — aunque  creemos  debe  va- 
ler poco — transcribimos  aquí  la  noticia  de  ha- 
ber dado  el  Dr.  Comilleau  con  un  nuevo  reme- 
dio contra  la  difteria;  tal  sería,  una  vez  conocida 
la   enfermedad,   someter  al  paciente  á  la    ac- 


GRANADA:  BARRANCO  ENTRE  LA  ALHAMBRA  Y  EL  GENERALIFE 


ción  del  ácido  oxálico,  administrándole  una  pe- 
queña cucharada  de  esta  sustancia  disuelta  en 
una  infusión  de  the  verde  y  una  taza  de  tisana 
de  hojas  de  acedera,  cada  hora. 

El  doctor  Tova,  médico  de  Harás,  dice  haber 
empleado  este  tratamiento  en  nueve  casos  con 
satisfactorio  resultado,  incluyendo  entre  ellos  á 
un  hijo  suyo. 

* 

*  * 

Se  lee  en  el  Srientifique  American  la  descrip- 
ción de  un  aparato  propuesto  por  M.  John 
Mac-Adains,  de  Brooklyn,  para  detener  casi 
instantáneamente  un  buque  en  plena  marcha, 
de  manera  que  serán  más  difíciles  ó  menos  pe- 
ligrosos los  choques. 

Este  freno  se  compone  de  dos  voladizos  arti- 
culados á  uno  y  otro  lado  del  codaste,  al  rededor 
del  cual  pueden  girar,  en  un  momento  dado, 
hasta  colocarse  transversalmente  al  eje  del  bu- 
que y  oponer  así  á  la  marcha  un  obstáculo 
considerable. 


En  marcha  normal,  esos  voladizos  están  ple- 
gados contra  el  casco  y  mantenidos  en  esa 
posición  por  cadenas  que  corresponden  á  una 
cabria. 

Si  se  quiere  detener  el  buque,  basta  con  le- 
vantar los  trinquetes  que  contienen  las  cabrias  y 
entonces  inmediatamente  los  voladizos  se  sepa- 
ran del  casco  bajo  la  acción  de  resortes,  y  el 
empuje  del  agua  acaba  de  abrirlos  y  de  llevar- 
los á  la  posición  transversal.  Se  han  hecho 
algunos  experimentos  con  el  vapor  de  ruedas 
Florencia,  en  Nueva- York.  Este  buque  tiene 
38'10  metros  de  largo,  6'80  metros  de  ancho, 
1'98  metros  de  calado  atrás  y  191  toneladas  de 
arqueo.  Su  velocidad  es  de  10  á  12  nudos  por 
hora.  Cada  voladizo  medía  2'58  metros  de  largo 
por  2'58  metros  de  ancho  y  estaba  construido 
con  palastro  de  8  milímetros.  Los  experimentos 
hechos  bajo  la  dirección  de  M.  Moore,  maqui- 
nista en  jefe  de  los  Estados-Unidos,  han  sido 
muy  favorables  al  freno  Mac-Adams. 


LA   MADRE  DEFENDIENDO  EL  Cül 


su  HIJO   (Cuadro   de  Jorge  de  Geetere) 


90 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


Tomamoej  del  diario  Paper  Trade  Journal  los 

sii;  '  -  ■"->nuenore«  (jtie  ha  publicado  sobre 
la-  '><»<  m>iItipU>s  del  papel: 

t^l  coleffa  neo-yorkino,  del 
p.1,  -  y  del  pergamino  de  los 

gru'it;<is  \  mmaii»^,  ¡y  cuál  no  será  la  ceguera 
do  Iri-í  i^--rs.inas  ijue  creen  aún  que  el  papel  está 
ún  iestinado  á  la  impresión  (libros  y 

p.r 

El  siglo  xix,  al  que  se  decora  con  el  epít-eto 
de  prosai't*,  verá,  sin  embargo,  sorpresas  más 
extraonlinarias  que  las  de  la  gruta  de  Aladino. 

Hagamos,  sin  comentarios,  la  enumeración 
de  la^  diversas  etapas  del  empleo  industrial  del 
papel. 

Cuando  por  primera  ves  se  habló  de  los  cue- 
llos, puños,  camisas  y  ruches  de  papel,  todo  el 
munuo,  ó  casi  todo  él,  ha  dicho  absurdos;  y  sin 
embargo,  hoy  dia  gran  número  de  personas  ha- 
06D  oso  de  ellos  en  su  toilette. 

Sb  empleo  en  objetos  de  menor  utilidad,  como 
cuadros,  placas,  botones,  etc.,  se  ha  generaliza- 
do sin  ruido. 

Después  se  han  fabricado  esquifes,  canoas 
y  remos  de  papel  comprimido.  La  construcción 
de  las  rueoas  de  wagones  de  'ferrocarriles, 
considerada  como  una  locura,  ha  producido  re- 
soltados tan  satisfactorios  que,  hoy  en  dia,  en 
las  grmndes  lineas  de  Nueva- York  á  Chicago  y 
sobre  todos  los  ramales  del  Pacifico  se  cuentan 
más  de  60.000  ruedas  de  wagones  de  papel 
comprimido. 

Hace  algunos  meses,  en  Nueva- York,  una 
gran  fábrica  de  camas,  colchones  etc.,  ha  puesto 
en  venta  sábanas,  almohadas  y  fundas  de  papel. 
Las  tiras  de  papel  de  Manila,  superpuestas 
unas  á  otras,  engomadas  y  orladas  de  cordo- 
nes, igualmente  de  papel,  sirven  para  la  con- 
fección de  cobertores  de  variados  dibujos,  de 
muy  poco  peso,  y  sin  embargo,  muy  confortables 
y  apreciados  durante  la  estación  del  invierno. 
Cuando  comienzan  á  arrugarse,  fácilmente  se 
les  estira  y  vuelve  nuevos,  dándoles  una  pasada 
'le  plancha. 

Cimentando  la  pasta  del  papel  con  albúmina, 
cal  y  alumbre  y  extendiéndola  sobre  fajas 
circulares,  se  han  fabricado  toneles,  barricas  y 
obrw  envases  más  resistentes  que  la  madera  y 
mucho  más  cómodos  para  el  transporte  de  los 
líquidos,  alcohol,  petróleo,  etc.  Una  importante 
fábrica  pone  á  disposición  de  los  habitantes  de 
Nueva- York,  zapatillas,  sandalias,  zapatos  y 
botas,  enteramente  de  papel,  que  resisten  per- 
fectamente al  agua  y  que  conservan  los  pies 
muy  calientes.  De  perfeccionamiento  en  perfec- 
cionamiento, se  ha  llegado  á  modelar  con  pasta 
de  papel  la  forma  del  pié  y  la  pierna,  de  modo 
que  se  puede  proporcionar  á  cada  parroquiano 
el  zapato  ó  botín  que  mejor  le  acomode. 

Por  otra  parte,  esta  industria  generaliza  cada 
dia  sus  aplicaciones  en  la  ornamentación  de  las 
casas  y  de  los  hoteles  (contramarcos,  puertas, 
consolas,  ventanas  y  cielo-rasos,  etc.)  Y  aún 
iquién  sabe  si  tendremos  nosotros  la  suerte  de 
habitar  casas  de  papel,  que  traerán  á  nuestra 
memoria  los  castillos  de  naipes  de  la  niñez! 


Promete  ser  concurridísima  y  brillante  la 
Exposición  Marítima  Nacional  que  ha  de  verifi- 
carse en  Cádiz  á  mediados  del  próximo  Agosto. 
Como  dice  bien  la  circular  que  hemos  recibido 
de  la  Comisión  de  propaganda,  formada  por  los 
directores  de  los  periódicos  de  aquella  locali- 
dad, ya  que  estamos  en  presencia  de  proyectos 
de  grandes  armamentos  marítimos,  demuestre 
el  psis  lo  qne  vale  y  lo  que  puede. 


.\l,VnED()  i)V\n!iU. 


EPISODIO  MATERNAL 


I 

Aquella   mujer  al   recibir  la   fatal    noticia, 
pasó  miinhoH  Aíaa  llorando  en  tin  rincón  de  la 


cocina,  hasta  que  por  fin  sus  piernas  perdieron 
la  sensibilidad  y  fueron  dominadas  por  la  pa- 
rálisis. 

Ya  se  lo  anunciaba  en  su  lenguaje  misterioso 
el  corazón,  cuando  un  año  antes  vio  partir  á  los 
dos,  esposo  é  hijo,  con  el  fusil  al  hombro,  y  el 
ademán  resuelto. 

Tal  vez  no  volverían  nunca... 

E  impulsada  por  tan  triste  presentimiento, 
gimió,  suplicó,  y  estrechó  entro  los  brazos  á  su 
hijo,  se  abrazó  de  las  rodillas  del  padre,  y  por 
fin  no  pudo  lograr  más  que  oir  otra  vez  líis  pa- 
labras de  siempre: 

La  patria  estaba  invadida  por  los  franceses; 
todos  iban  á  libertarla.  ¿Por  qué  no  debían  ellos 
hacer  lo  mismo? 

Y  tras  este  breve  razonamiento,  los  dos  par- 
tieron, dejando  á  la  infeliz  mujer  sola  ó  más 


bien  dicho  acompañada  de  su  dolor  y  su  tristeza. 

Desdé  entonces  ¡cuánta  noche  pasada  en  vela, 
sollozando  y  haciendo  correr  entre  los  dedos  las 
cuentas  del  rosario! 

Muchas  veces,  cesaba  en  su  rezo  creyendo  los 
bramidos  del  viento  fuertes  aldabonazos  dados 
en  la  puerta,  y  al  convencerse  de  que  todo  era 
pura  fantasía  del  deseo,  tornaba  resij^nada  á 
murmurar  oraciones,  mientras  su  imaj^inación 
volaba  hasta  los  lugares  en  que  por  confidencias 
se  sabía  que  estaba  la  guerrilla,  de  que  su  espo- 
so é  hijo  formaban  parte. 

Una  tarde  ¡  qué  tardo  tan  horrible !  vio  como 
por  junto  á  su  puerta  pasaron  algunas  vecinas 
mirándola  con  ojos  compasivos,  y  apenas  su  ins- 
tinto femenil  comenzó  á  presagiarle  algo  desa- 
gradable, penetró  en  su  casa  un  hombro  desco- 
nocido, que  por  la  indecisión   de  sus  ademanes 


ALEJANDRO  DUMAS,  EL  HIJO 

Antor  dramálico  é  individuo  de  la  Academia  Francesa 


revelaba  estar  encargado  de  alguna  misión  cuyo 
desempeño  no  era  muy  de  su  gusto. 

A  las  pocas  palabras,  la  infeliz  lo  compren- 
dió todo. 

Su  esposo  había  perecido  en  un  combate  con 
los  franceses,  muriendo  como  un  liéroe  en  los 
brazos  de  su  hijo  y  del  portador  de  la  noticia. 

Entonces  fué  cuando  sufrió  la  desdichada  la 
transformación  física  que  al  principio  hemos 
apuntado. 

Víctima  de  la  parálisis,  cayó  en  una  silla 
para  no  volver  á  levantarse,  no  teniendo  desde 
aquel  día  otro  recurso  con  que  vencer  su  so- 
ledad, que  gemir  rezar  ó  escuchar,  las  cancio- 
nes que  ora  patrióticas,  ora  sentimentales,  canta- 
ba una  muchachuela  encargada,  desde  el  princi- 
pio de  la  enfermedad,  de  las  faenas  de  la  casa. 

Además,  en  sus  momentos  de  desesperación 
maldecía  á  los  homl)res  y  á  la  guerra. 

¿Qué  le  importaba  la  salvación  de  la  patria, 
si  por  ella  se  encontraba  viuda  y  desamparada? 

n 

Una  tarde,  ocurrió  una  cosa  en  el  pueblo  que 
por  lo  desusada,  llamó  al  instante  la  atención  de 
la  paralitica. 


Se  oyeron  cerrar  muchas  puertas,  con  acom- 
pañamiento de  juramentos  de  hombres,  llantos 
de  mujeres  y  lloriqueos  de  niños,  y  al  mismo 
tiempo  en  las  calles  se  escuchó  el  rechinar  de  las 
carretas  junto  con  ese  ruido  especial  que  indi- 
ca el  paso  de  numerosos  rebaños. 

Por  algunas  palabras  que  la  infeliz  miijer  es- 
cuchó desde  la  cocina  en  donde  como  de  costum- 
bre permanecía  sentada  é  inmóvil,  comprendió 
que  todos  los  habitantes  del  pueblo  lo  abando- 
naban en  masa;  aunqtie  no  pudo  conocer  el  mo- 
tivo de  semejante  huida  por  más  que  prestó 
atención,  pues  la  puerta  de  la  casa  estaba  ce- 
rrada. 

Durante  algún  tiempo  escuchó  aquel  rumor 
que  de  pronto  cesó  y  fué  sucedido  por  un  com- 
pleto silencio.  ^ 

Esto  último,  comenzó  atemorizar  á  la  pobre 
mujer. 

Aquel  silencio  ora  muy  semejante  al  del  se- 
pulcro, ó  á  la  calma  que  siempre  precede  ií,  las 
grandes  tom[)cst,ades. 

Do  repente,  allá  á  lo  lejos,  resonó  algo  pare- 
cido á  un  lejano  trueno,  que  sin  cesar  fué  repi- 
tiéndo.se  cada  vez  más  cercano. 

Los  postreros  rayos  del  sol  penetraban  por 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


91 


una  entreabierta  ventana,  y  viéndolos  la  infeliz 
comprendió  que  aquellos  estampidos  no  podían 
ser  hijos  de  negras  y  amenazantes  nubes. 

Y  como  si  solo  necesitara  hacer  esta  deduc- 
ción para  conocer  la  verdad,  muy  cerca  del  pue- 
blo, casi  en  su  misma  entrada,  estalló  de  pronto 
una  gritería  infernal  acompañada  de  estampidos 
mucho  más  intensos. 

La  pobre  mxijer  se  estremeció  en  su  silla. 
Todo  lo  había  adivinado. 

Aquello  eran  nutridas  descargas  do  fusilería, 
procedentes,  .sin  duda,  de  una  reñida  batalla  en- 
tablada en  las  cercanías  del  pueblo  entre  espa- 
ñoles y  franceses. 

Ella  se  conmovió  con  sus  recuerdos  y  la  pre- 
sente realidad. 

Su  esposo  había  muerto  como  muchos  tal  vez 
morían  en  aquel  instante. 


Además  tenía  un  hijo  ¿y  quién  sabe  si  estaría 
á  poca  distancia  de  ella,  entre  los  que  con  tanta 
saña  se  exterminaban 5* 

Abismada  en  tales  pensamientos,  permaneció 
inmóvil  en  su  asiento  escuchando  abstraída  las 
descargas  cada  vez  más  frecuentes  y   ce'rcanas. 

(.;Cuánto  tiempo  permaneció  asíV 

Ni  ella  misma  lo  supo,  pero  lo  cierto  es  que 
de  pronto  oyó  sonaren  la  calle  voces  imperiosas 
que  daban  órdenes  en  un  idioma  extranjero,  al 
mismo  tiempo  que  algunos  tiros  aislados  poco 
menos  que  junto  á  su  puerta. 

Ya  no  se  oían  como  antes  retumbar  cerradas 
descargas,  pero  en  cambio  por  la  escasez  de  las 
detonaciones  y  por  cierto  rumor  indefinible,  se 
comprendía  que  la  lucha  era  cuerpo  á  cuerpo  y 
hierro  contra  hierro. 

A  los  oídos  de  la  paralítica  llegaban  confun- 


EUGENIO  LABICHE 

Insigne  vaudevllUsta  é  Individuo  de  la  Academia  Francesa 


didos  en  espeluznante  acorde,  los  juramentos 
horribles  y  brutales,  los  quejidos  de  dolor  y  de 
agonía,  y  las  voces  de  mando  de  los  jefes. 

Con  su  mirada  pretendía  atravesar  la  puerta 
de  la  calle  para  poder  ver  aquel  horrible  espec- 
táculo, pero  sólo  lograba  distinguir  los  fogona- 
zos cuya  luz  rojiza  se  filtraba  por  entre  las  ren- 
dijas, tan  débil  y  pasajera  como  la  de  un 
relámpago  lejano. 

Varias  veces  oyó  chocar  contra  la  puerta  cu- 
latas de  fusiles  y  cuerpos  humanos,  y  un  estre- 
mecimiento no  debido  al  miedo  sino  á  un  senti- 
miento del  que  ella  no  podía  darse  exacta  cuenta, 
agitó  en  aquellos  instantes  todo  su  ser. 

De  pronto  la  lucha  pareció  cesar,  y  á  los  ju- 
ramentos de  los  franceses  sucedieron  las  voces 
de  ¡adelante!  dadas  en  español. 

El  estruendo  del  combate  fuese  alejando,  y 
por  fin  vino  á  sonar  amortiguado  allá  en  el  otro 
extremo  del  pueblo. 

Entonces  el  silencio  se  restableció  en  la  calle, 
y  la  paralítica  impulsada  por  una  curiosidad 
extraña,  quiso  ver  el  aspecto  que  aquella  pre- 
sentaba. 

Al  intentar  levantarse  de  la  silla,  sus  piernas 
se  negaron  á  obedecerla,  pero  su  voluntad  hizo 


un  esfuerzo  titánico,  sus  nervios  adormecidos 
cobraron  alguna  fuerza,  y  arrastrándose  como 
una  culebra,  logró  llegar  hasta  la  entreabierta 
ventana  á  la  que  se  asomó  después  de  endere- 
zarse trabajosamente. 

III 

La  calle  presentaba  el  aspecto  más  aterrador. 

La  tarde  había  espirado  ya,  y,  á  la  luz  inde- 
cisa del  crepúsculo,  veíanse  esparcidos  por  el 
suelo  un  sinnúmero  de  hombres  muertos  ó  heri- 
dos, y  de  armas  abandonadas  ó  rotas. 

En  la  semi-oscuridad  de  la  calle,  destacában- 
se las  siluetas  de  los  cadáveres  con  líneas  tétri- 
cas y  rígidas. 

Unos  mostraban  el  pecho  abierto  por  desco- 
munal herida,  otros  el  cráneo  horriblemente 
magullado,  muchos  la  frente  agujereada  por  las 
balas;  algunos  tenían  la  cabeza  casi  separada  de 
los  hombros,  y  todos  llevaban  impresa  en  el  ros- 
tro la  expresión  de  punzante  agonía,  ó  salvaje 
furor,  con  que  les  había  sorprendido  la  muerte. 

Entre  ellos  muchos  oprimían  aún  el  fusil  en- 
tre las  frías  manos,  y  alguno  que  otro  conserva- 
ba clavada  en  el  pecho,  media  bayoneta,  ó  un 
pedazo  de  espada. 


De  vez  en  cuando,  por  entre  los  muertos 
veíase  aparecer  una  mano  agitándose  con  tem- 
blor espasmódico,  mientras  so  oían  voces  que 
con  acento  débil  y  quejumbroso  imploraban  so- 
corro, ó  llamaban  en  su  auxilio  á  la  muerte. 

La  paralítica,  contemplaba,  presa  de  angustio- 
so terror,  tan  horrible  espectáculo. 

Pasaba  su  vista  por  los  cadáveres,  y  al  mismo 
tiempo  pensaba  en  su  esposo,  en  aquel  infortu- 
nado al  que  algunos  meses  antes  le  había  cabi- ' 
do  igual  suerte. 

Y  abismada  en  sus  recuerdos  permaneció  al- 
gún tiempo,  hasta  que  de  ellos  vino  á  sacarle 
una  voz  débil  y  desfallecida. 

Al  oiría  su  cuerpo  se  estremeció,  y  fné  tal  la 
impresión  que  en  ella  produjo,  que  en  el  primer 
instante  no  comprendió  las  palabras  que  decía. 

Cuando  logró  entenderlas,  sonaron  en  su  oído 
como  una  rima  cadenciosa. 

— ¡Madre!  ¡madre! 

La  infeliz  conoció  al  momento  la  voz  de  su 
hijo,  y  á  pesar  de  la  oscuridad,  vio  como  éste 
pretendía  incorporarse  entre  algunos  cadáveres 
amontonados  junto  á  la  puerta. 

El  primer  impulso  de  la  pobre  madre  fué  dis- 
ponerse á  abrir  aquélla,  pero  sus  piernas  se  ne- 
garon á  obedecerla,  y  por  más  esfuerzos  que 
hizo,  tuvo  que  permanecer  inmóvil  y  agarrada  á 
la  ventana  con  crispadas  manos,  viendo  como  su 
hijo  volvía  á  caer  debilitado,  para  revolcarse  en 
la  sangre  que  manaba  de  uno  de  sus  costados. 

La  desdichada  al  ver  esto,  presa  de  la  mayor 
desesperación,  intentó   un  último  esfuerzo. 

En  aquel  mismo  instante  el  rumor  del  comba- 
te arreció  en  el  otro  extremo  del  pueblo,  y  las 
descargas  fueron  tan  espantosas  é  intermina- 
bles como  horrorosos -truenos. 

Un  ruido  extraño  sonó  de  repente  en  la  en- 
trada de  la  calle. 

El  suelo  pareció  conmoverse,  las  puertas  y  las 
paredes  trepidaron,  y  la  paralítica  columbró  en 
la  sombra  algunos  caballos  arrastrando  una  má- 
quina que  no  pudo  distinguir. 

No  tardó  mucho  en  conocer  que  era  la  arti- 
llería que  avanzaba  en  veloz  carrera. 

Apenas  apareció  en  la  calle,  cuando  ocurrió 
una  cosa  verdaderamente  espeluznante. 

Los  cañones  eran  arrastrados  cada  vez  con 
más  velocidad,  y  en  su  rápida  marcha,  las  rue- 
das aplastaban  aquella  alfombra  de  despojos 
humanos  muertos  ó  palpitantes. 

Oíanse  estallar  los  cráneos,  chasquetear  los 
huesos,  y  un  verdadero  concierto  de  gritos  que 
imploraban  compasión  y  socoito. 

Los  heridos  pretendían  arrastrarse  para  evi- 
tar la  muerte  á  un  lado  de  la  calle,  pero  por  ser 
esta  estrecha  la  artillería  la  ocupaba  de  pared  á 
pared,  y  los  cañones  seguían  aplastando  pechos, 
y  triturando  huesos,  en  su  carrera  desenfrenada. 

La  infeliz  madre,  veía  tal  espectáculo  próxi- 
ma á  desvanecerse  de  terror,  y  escuchaba  los 
gritos  de  los  heridos  al  mismo  tiempo  que  la  voz 
de  su  hijo  que  con  desesperación  le  gritaba  fi- 
jando en  ella  sus  ojos  vidriosos: 

— ¡Socorro,  madre!  ¡socorro! 

— Allá  voy  hijo  mío, — contestó  ella  con  voz 
ahogada. 

Y  como  comprendiese  que  sus  piernas  se  ne- 
gaban á  obedecerla  y  que  aquel  monstruo  de 
hieiTo  estaba  próximo  á  estrujar  entre  sus  pies 
al  ser  querido,  gritó  á  los  artilleros  con  voz  su- 
plicante y  temblorosa: 

— Un  momento,  señores;  aguardaos  un  solo 
momento.  Voy  al  instante  á  abrirle  la  puerta. 
Respetadle.  ¡Es  mi  hijo!  ¡Es  lo  único  que  me 
queda  en  el  mundo!  Aguardaos,  os  lo  ruego  por 
vuestras  madres. 

Y  más  tranquila,  al  decir  esto,  se  soltó  de  la 
ventana  y  ftié  á  andar,  pero  su  cuerpo  vaciló  y 
á  poco  rodaba  por  el  suelo. 

En  aquel  entonces,  los  cañones  pasaron  tan 
rápidos  como  habían  venido,  entre  un  coro  de 
blasfemias,  gemidos  y  maldiciones. 

IV 

_  Al  día  siguiente  los  soldados  veteranos  del 
ejército  español,  y  los  guerrilleros  de  alma  más 
endurecida,  no  podían   contener  una   lágrima 


LA  MAÑANA   EN   AMSTEHDAM  (Cuadro  de  Han»  Hcruiauíi; 


'■  .Y      '\ 


Gorra  de  armiño 


San  Jorge,  según  un  cuadro  delPisano 


\?^ 


FlLIPPIKO  LiPPI 


Luís  XI 


Vanidad  dejas  plumas 
Fantasía  floreal  Birrete  de  abogado  umbrío 

Un  precursor  de  Jorge  Fox 


Demencia.  Moda  Inglesa  UIS-SO 


Frenesí 
Moda  inglesa  1415-íiO 


Alain  Chartler 


Adoptaciones  del  fez:  Inglés,  flamenco,  fraucés.talemán.  Italiano  y  español 
TOCADOS  DEL  SIGLO  XV 


01 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


qae  rodando  por  sos  m^'illas,  iba  á  perderse  en 
el  cano  bigote. 

Una  mujer,  con  el  cabello  blanco  y  los  ojos 
enn>jocidos,  abrazaba  frenéticamente  un  cuerpo 

iiif  --vugnante  amasijo  de  sangre,  harapos, 

y  '  rozada,  regándole  con  su  llanto. 

i.u  ¡u|iR-ilo8  instantes,  todos  pensaban  en  sus 
madres. 

Vicente  Blasco  Ib.íxez. 


FAKMES 


Fakmes  lia  descendido  á  los  jardines 
y  allí  á  la  sombra  de  los  frescos  tilos 
en  ancho  lago  de  tranqtiilas  aguas 
templa  el  calor  del  ardoroso  ejstio. 

Arroja  los  chapines,  el  turbante, 
los  velos,  y  hasta  el  último  vestido, 
y  libre  de  los  grillos  de  los  broches, 
besan  sas  pies  los  abundantes  rizos. 

Entra  en  el  baño;  las  azule.s  oudas 
la  dan  un  lecho  en  sus  cristales  tibios 
y  embalsaman  el  aire  dulcemente 
las  rosas,  los  jazmines  y  los  lirios. 

A  través  de  una  espesa  celosía 
el  valiente  Abdali  ve  sin  ser  visto 
á  la  hermosa  Fakmes,  que,  oculta  y  sola, 
no  vela  de  su  cuerpo  los  hechizos. 

Acariciando  su  sedosa  barba 
devora  con  los  ojos  encendidos, 
el  labio  enjuto  y  palpitante  el  pecho, 
de  su  adorada  el  seductor  descuido. 

cMis  esclavos, — murmura, — están  en  vela, 
da  su  vida  quien  pise  ese  recinto, 
y  nadie  más  que  yo,  yo  solamente, 
las  gracias  de  su  cuerpo  absorto  admiro.» 

Filtrando  por  las  ramas  temblorosas 
llega  nn  rayo  de  sol  hasta  su  oido 
y,  «Yo  también, — dice, — como  tú  la  veo 
y  r. '11  besos  de  fuego  la  acaricio.» 

Tn'-mulo  el  moro  de  coraje,  pálido, 
ebrio  de  sangre  como  tigre  herido, 
empuña  su  kandjiar,  y  de  la  mora 
el  seno  rasgan  los  cortantes  filos. 

Blande  el  hierro  de  púrpura  manchado, 
busca  en  vano  al  rival,  y  en  su  delirio 
lo  reta,  lo  amenaza,  y  hiere  el  aire 
creyéndolo  en  sus  pliegues  escondido. 

Pero  él,  de.sde  la  altura  de  su  esfera, 
prosigue  indiferente  su  camino; 
sació  su  orgullo,  recogió  sus  rayos... 
y  arrojó  la  tragedia  en  el  olvido. 

V.  Bellmont. 


UN  CASTILLO  EN  EL  AIRE 


Estaba  sentado  y  en  mangas  de  camisa  ante 
nn  espejo  de  cuerpo  entero,  cuando  mi  ayuda 
de  cámara  penetró  en  mi  gabinete-dormitorio  y 
me  advirtió  que  eran  las  seis  de  la  tarde. 

— Señorito, — me  dijo  Ramón  afablemente, — 
no  pierda  V.  ahora  el  tiempo  en  pensar,  pues  le 
hace  falta  para  concluir  de  vestirse. 

Estas  palabras  me  hicieron  recordar  que  sólo 
faltaban  dos  horas  para  celebrarse  el  acto  que 
habia  de  unirme  con  Pilar  haciéndola  mi  es- 
posa. 

Aunque  parezca  extraño,  contemplando  mi 
imagen  ante  el  espejo,  no  pensaba  en  mi  tan 
próxima  boda  ni  en  nada  que  con  ella  tuviese 
relación. 

Me  encontraba  en  nno  de  esos  dulcísimos  le- 
Urgcm  qne  parece  nos  privan  de  la  existencia 
por  breves  momentos. 

Con  la  útil  compañía  de  mi  ayuda  de  cámara, 
quedé  completamente  vestido  y  compuesto  cuan- 
do todavía  no  era  pasada  una  hora  desde  que  él 
•ntrara. 

Llf-garon  mi  padrino,  los  testigos  y  varios 
;.r,,i!r,.u_  y  coando  ya  no  faltaba  ninguno  de  mis 
loa  nos  dirigimos  á  la  iglesia. 

.^1  j>enetrar  en  el  sagrado  recinto,  mi  mente 


parecía  hervidero  de  horrorificas  ideas,  y  tantas 
y  tales  eran  éstas,  que  en  muy  pocos  minutos 
pensé  varias  veces  en  huir  de  allí  y  de  la  ciudad 
para  siempre. 

Si  hubiese  pretendido  llevarlo  á  efecto  no  lo 
habría  conseguido,  pues  aún  estaba  absorto  en 
aquellos  extraños  pensamientos  cuando  abrién- 
dose la  puerta  dol  templo,  apareció  en  ella  Pilar 
rodeada  y  seguida  de  numerosa  comitiva. 

Reunidos  los  dos  grupos,  y  mientras  los  mona- 
guillos hacían  los  preparativos  necesarios,  Pilar 
y  algunas  de  sus  amigas,  juntamente  con  la 
madrina,  oraban  en  el  presbiterio;  los  demás 
presentes,  silenciosos  y  distraídos,  ora  me  con- 
templaban con  indefinibles  miradas,  ora  criti- 
caban al  artífice  que  esculpió  algunas  de  las 
estatuas  que  servían  de  religioso  ornamento  á 
las  paredes  de  aquella  iglesia. 


Comenzada  la  ceremonia,  los  concurrentes  le 
hicieron  los  honores  con  aparente  devoción  y 
sepulcral  silencio,  sólo  interrumpido  por  la  gan- 
gosa voz  del  sacerdote  y  por  el  chisporroteo  de 
las  velas  que  ardían  en  el  altar. 

No  puedo  explicar  el  efecto  que  aquel  silen- 
cio me  produjo.  Sólo  sé  decir,  que  en  aquellos 
momentos  no  vi  ni  oí  nada,  y  únicamente  tengo 
una  ligera  idea  de  haber  dicho:  si,  quiero,  en 
contestación  á  una  pregunta  que  no  sé  quién 
me  hizo  y  que  supongo  sería  el  ministro  de  la 
iglesia  encargado  de  casarnos. 

Al  profun<lo  silencio  que  me  habia  infundido 
pavor,  siguió  nn  serie  de  apretones  de  manos, 
abrazos  y  murmullos,  que  parecióme  intermi- 
nable y  me  causó  un  fastidioso  mareo. 

Ya  casados,  fuimos  á  casa  de  Pilar,  donde  se 
sirvió  xina  suculenta  cena  en  la  cual  prodigá- 


EDMUNDO  GOT,  Insigue  actor  francés 


ronse  los  vinos  y  licores,  quizás  más  de  lo  que 
la  prudencia  manda.  Después  se  bailó,  cantó  y 
jugó,  saboreando  todos  con  especial  deleite  la 
alegría  que  nos  dominaba,  bien  por  nuestra  fe- 
licidad ó  bien  por  algún  exceso  en  la  bebida. 

En  la  madrugada,  y  cuando  yo  creía  ya  que 
nuestros  convidados  habían  resuelto  vivir  con 
nosotros,  empezaron  á  desfilar  en  dirección  á  la 
calle. 

Al  despedirlos  aparentamos  sentir  mucho  que 
se  fueran,  pero  interiormente  no  deseábamos 
otra  cosa. 

Así  debieron  figurárselo,  y  sin  duda  para 
vengarse  de  nuestros  deseos,  nos  dijeron  al  salir, 
recalcándolas,  estas  irónicas  frases  ú  otras  pa- 
recidas:— ¡Buenas  noches! — ¡Que  Vdes.  descan- 
sen!— ¡Que  duerman  bien!  etc. 

Mientras  daba  tiempo  á  que  Pilar  se  acostase, 
trabé  conversación  con  mi  suegro  y  cuñados  y 
muy  pronto  recorrimos  con  nuestra  crítica  á 
todos  los  que  acababan  de  salir  dejándolos  tan 
mal  parados,  que  estoy  seguro  que  si  nuestras 
palabras  se  hubieran  convertido  en  alfilerazos, 
habrían  sucumbido  martirizados. 

Pasada  una  hora  y  dejando  la  conversación 
y  á  mis  interlocutores,  me  dirigí  á  la  habitación 
que  nos  habían  destinado. 

Cuando  penetró  en  la  alcoba,  y  á  la  escasa 


luz  que  desde  la  sala  se  atrevía  á  llegar  hasta 
allí,  sólo  tí  un  blanquísimo  lecho  y  recostada 
sobre  una  almohada,  una  graciosa  cabeza,  nota- 
ble por  su  abundante  y  negra  cabellera  y  por 
sus  grandes  y  rasgados  ojos,  que  en  aquel  ins- 
tante me  miraban  no  sé  si  con  espanto  ó  con 
ternura. 


Hasta  aquí  habia  llegado  en  mi  sueño,  cuando 
una  voz  chillona  y  atiplada  me  despertó  di- 
ciendo: 

— Señor,  esta  carta  acaban  de  traer  para 
usted. 

Mal  humorado  y  casi  dormido  se  la  quité  vio- 
lentamente de  sus  manos,  rompí  el  sobre  con 
coraje  y  leí  lo  que  sigue: 

«Muy  Sr.  mío:  Siento  en  el  alma  que  V.  se 
haya  molestado  en  escribirme,  pues  me  disgus- 
ta tener  que  decirle  que  no  le  amo  porque  sé 
que  V.  me  quiere  muy  de  veras,  cosa  que  yo  no 
me  merezco. 

«Pidiéndole  perdón  por  la  contrariedad  que 
esta  carta  lo  cause  y  ofreciéndole  su  amistad, 
B.  S.  M.,  — Pilar  Alonso. 

Ricardo  J.  Iranzo. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


95 


NUESTROS  GRABADOS 


D.    IQNACIO    JOSÉ   «SOOBiE,    llABQOlfS    DB    ViLDBIULKSIAB 

Dibujo  de  P.  y  Valor 
(Véase  la  revista  de  Madrid,  de  Fernanflor) . 

CARLOS    BSRIQUE    UILLEB 

Distinguido  paisajifla  americano 
Nació  este  artista  en  Nueva-Yorlc  el  año  1842  y  después  de 
haber  ejercido  por  algún  tiempo  la  profesión  de  médico- 
cirujano  dióle  de  pronto  la  humorada  de  consagrarse  al  arte 
no  menos  difícil  de  pintar  cuadros.  Visitó  los  museos  de 
Londres,  Amberes,  París  y  Munich;  estudió  en  la  Academia 
de  este  último  centro;  viajó  por  Italia  y  volvióse  á  Nueva 
York,  con  un  cargamento  de  lienzos  que  compró  por  esta 
vieja  Europa,  siendo  actuílmente  uno  de  los  principales  cam- 
peones de  la  autonomía  de  la  pintura  norteamericana. 

TEATEO    PRINCIPAL   DB    BABCELONA 
■  LA    GRAN   VÍA,. -ESCENA    V 

Decoración  de  los  señores  Moragas  y  Urgellés 

La  popularísima  zarzuela-apoteosis  de  las  criadas  ha  sido 
presentada  con  mucho  lujo  en  el  decano  de  nuestros  coliseos, 
siendo  muy  notable,  como  podrá  ver  el  lector  que  no  la  haya 
visto  allí,  la  decoración  de  la  escena  V. 

LA  K8CALEBA  DXL  AT.CiZAR  DE  TOLEDO,  ANTES  DEL  INCENDIO 

Dibujo  de  P.  y  Valor 
(Véase  lo  que  dijimos  en  el  número  212). 
babbanco  entbe  la  alhaubba  y  el  qxneralife 
(granada) 

Separa  este  barranco  el  mágico  palacio  erigido  por  Abe- 
namar  el  Conquistador  y  los  encantados  jardines  del  Oene- 
rallfe,  enorme  conjunto  de  adelfas  que  cubren  el  frente  déla 
opuesta  colina.  Ambas  obras  son  maravillosas:  como  alarde 
de  la  arquitectura  la  una,  y  como  el  triunfo  sobre  la  natura- 
leza la  otra. 

PAISAJES  INGLESES 

El  arroyo  de  ías  Truchas^  en  el  condado  de  Essex 
Es  este  un  dibujo  precioso;  el  bullicioso  arroyo  se  preci- 
pita entre  las  rocas  huyendo  del  apacible  rio  y  formando  li- 
geras cascadas  en  su  cuiso  Parece  que  á  las  truchas  les  gusta 
meterse  por  allí,  y  entonces  es  cuando  se  aprovechan  los  pes- 
cadores, para  pescarlas  casi  á  bragas  enjutas. 

LA    IIADBK    DECENDIENDO    EL    CÜEBPO    DE    SU    B'JO 

Cuadro  de  Jorge  de  Geetere 

La  sola  concepción  de  esta  obra  revela  en  su  aiit«»r  talento 
y  audflcia  extraordinarios.  No  puede  imaginarse,  en  efecto, 
nada  más  brutal  que  la  escena  representada:  un  grupo  de 
crucificados  sobre  los  cuales  se  aprestan  alanzarse  los  buitres, 
y,  sin  embargo,  en  vez  de  experimentar  el  espectador  una 
sensación  de  malestar  ante  semejante  cuadro,  hállase  conmo- 
vido por  la  grandeza  de  la  composición  y  por  la  poderosa 
fuerza  conque  está  expresado  el  dolor  de  la  madre  del  ajus- 
ticiado, aquel  dolor  seco,  desolado,  derivado  de  la  animali- 
dad maternal  más  que  de  sublimada  sensibilidad. 

UKDALLONES   DB    TEATRO 

Alejandro  Dumas,  el  hijo.— ¡Edmundo  Got.— Eugenio  Labiche 

M.  Ringel,  de  Illzach,  es  un  digno  continuador  de  David 
d'Angers  por  la  austeridad,  dignidad  y  sobriedad  que  impri- 
me á  todas  sus  obras,  consistentes  especialmente  en  meda- 
llones de  personajes  célebres. 

La  serie  de  hoy  corresponde  á  eminencias  de  teatro:  Dn- 
mas,  el  autor  de  La  Visite  de  Noces  y  de  Jí.  .á/pftonse,  Ed- 
mundo Got,  le  doyen  de  los  societarios  de  la  Comedia  fran- 
cesa, actor  insigne  que  al  gusto  por  la  realidad  reúne  una 
poderosa  fantasía,  y  Eugenio  Labiche,  el  gran  vaudevillista, 
que  ignora,  sin  duda,  el  grande  éxito  que  han  alcanzado  mu- 
chas de  BUS  piezas  en  los  teatros  de  Castilla  y  Cataluña. 

LA    haSara    en   aubterdam 

Cuadro  de  Hans  Hermann 

Fieles  los  holandeses  á  las  gloriosas  tradiciones  de  sus 
pintores  de  Vistas,  cultivan  hoy  este  género  con  habilidad 
no  indigna  de  lo  que  hicieron  Juan  Van  Goyen,  Salomón 
Rnysdae],  y,  sobre  todo,  Guillermo  Van  de  Valde. 

Lindísima  es,  ciertamente,  esta  Mañana  en  Amsterdam  A 
pesar  de  la  nieve  y  de  la  lluvia,  no  parece  la  gente  sentir  en 
exceso  el  frío,  y  lo  que  es  más  grave  todavía,  resulta  encan- 
tador el  aspecto  de  los  canales  helados  y  del  cielo  gris. 

TOCADOS   DEL   SIGLO   XV 

Véase  cuan  antiguo  es  el  sombrero  de  copa  que  ya  siglos 
antes  de  universalizarlo  (palabra  inventada  por  los  ex-zur- 
dos)  Jorge  Fox  lo  usaba  ese  condi>  de  Holanda  cuya  efigie 
está  reproducida  de  un  cuadro  de  Van  Eyck.  Nada  más  sen- 
cillo; era  un  mortero,  tocado  oficial,  adicionado  con  unas 
vastas  alas.  Esos  morteros  adquirían  á  veces  proporciones 
Imponentes:  testigo  el  abogado  umbrio,  sacado  de  una  pin- 
mra  de  Plcro  della  Francesca  (1415-1492),  una  de  las  notabili- 
dades de  aquella  escuela. 

A  últimos  de  dicho  siglo  pusiéronse  de  moda  los  gorros  á 
estilo  del  fez  mahometano,  variándolos  cada  nación  según 
sus  gustos. 

En  Italia  adquirieron  gran  preponderancia  los  sombreros; 
no  hay  mas  que  ver  el  que  le  puso  el  Pisano  á  un  San  Jorge 


que  pintó.  Hádaseles  tomar  las  más  caprichosas  hechuras; 
fi-a  Filippino  Lippi  le  coronó  á  un  rey  mago  con  un  sombrero 
en  forma  de  guisante  de  olor.  Bien  conocido  es  el  sombreri 
lio  á  lo  Luís  Ouceno,  Estuvieron  en  alza  en  Inglaterra  du 
rante  el  reinado  de  Eduardo  IV  los  sombreros  de  armiño 
como  todo  el  resto  del  traje.  El  tocado  de  Alain  Chartler,  el 
poeta  á  quien  cuando  estaba  dormido  le  daban  besos  las 
princesas  á  pesar  de  lo  feo  que  era,  es  un  ejemplo  de  la  moda 
que  imperaba  en  París. 

Grande  afición  á  las  plumas,  en  Milán,  y  á  los  sombreros 
en  forma  de  chimenea  en  Inglaterra  (Demencia  y  Frenesí). 
En  tiempo  de  Carlos  VIII  de  Valois  un  desenfrenado  gusto 
por  los  sombreros  en  forma  de  flor,  cuando  no  convertidos 
en  un  jardín  verdadero. 

LONDBXB:    LA   CATEDRAL  DE   SAN   PABLO 
VISTA  DESDE  EL  RÍO 

Es  esta  la  obra  monumental  más  bella  del  protestantis- 
mo; verdad  es  que  tiene  poquísimas.  Fué  comenzada  en 
1675  y  la  planta  general  figura  una  cruz  latina.  Mide  500  pies 
de  longitud  por  100  de  anchura;  la  parte  más  elevada  de 
la  cúpula  se  halla  á  401  pies  de  tierra  £1  monumento  se  halla 
rodeado  de  estatuas;  el  lado  Oeste  se  halla  adornado  de  un 
doble  pórtico,  el  cual  es  semicircular  en  los  del  Norte  y  Sur, 
de  orden  corintio  y  compuesto,  formando  un  conjunto  de  la 
más  majestuosa' armonía. 

El  interior  es  el  de  un  almacén  desalquilado. 

El  principal  aliciente  de  San  Pablo  son  sus  monumentos 
funerarios;  hállanse  allí  enterrados  en  magníficos  panteones 
Slr  Josué  Reynolds,  el  doctor  Johnson,  Nelson.  etc. 
ai 


LA  FUENTE  DE  LOS  CURRUTACOS 


(COKTINDACIÓN) 


CONFABULACIONES 


Aquella  tarde,  como  de  costumbre,  tomaron 
asiento  en  los  escaños  de  piedra  que  rodean  La 
fuente  de  los  currutacos,  los  sapientísimos  pro- 
hombres de  la  localidad. 

Los  pájaros  ocultos  entre  el  ramaje  charlaban 
de  lo  lindo  picoteándose  miituamente,  y  los 
hombres  sentados  en  la  florida  alameda  hinca- 
ban el  diente  en  la  honra  de  los  vecinos  y  veci- 
nas del  lugar. 

Los  pájaros  y  los  hombres  se  despachaban  á 
su  gusto. 

Charla  en  los  aires  y  charla  en  la  tierra. 
Gorjeos  y  vocerío,  es  el  ritmo  más  ó  menos 
cadencioso  que  forma  la  universal  armonía  de  la 
creación. 

El  padre  Nolasco,  respirando  salud  por  todos 
sus  poros,  con  las  manos  cruzadas  sobre  el  ab- 
domen presidia  la  selecta  reunión. 

Acababan  de  repartirse  los  anises  y  de  remo- 
jar el  gaznate  con  la  fresca  agua  de  la  fuente 
servida  por  las  chicas  que  habían  acudido  con 
sus  cántaros  á  ella;  chicas  que  eran  unas  gra- 
ciosas Rebecas,  de  pálido  rostro,  de  ojos  mozá- 
rabes, flexible  cuerpo,  y  elásticas  caderas  que 
alegraban  el  alma  y  daban  pellizcos,  pero  muy 
buenos  pellizcos  en  mitad  del  corazón. 

Fray  Nolasco,  que  no  había  podido  desvane- 
cer de  su  mente  la  entrevista  con  la  atribulada 
doña  Cándida  y  ardía  en  vivos  y  naturales  de- 
seos de  investigar  algo  sobre  la  vida  y  milagros 
de  don  Leandro,  exclamó  paseando  la  mirada 
en  derredor: 

— ¿Por  dónde  andará  el  señor  licenciado,  que 
hoy  ha  faltado  á  la  cita? 

— Persigxiiendo  codornices,  contestó  el  farma- 
céutico. 

— ¡Cómo!  ¿Ha  dado  ahora  en  la  manía  de 
convertirse  en  cazador? 

• — Creo  que  sí.  Esta  tarde,  después  de  dormir 
la  siesta,  he  tomado  asiento  en  la  puerta  de  la 
botica  y  he  visto  como  nuestro  queridísimo  le- 
trado con  la  escopeta  al  hombro  pasaba  por 
debajo  los  pórticos  de  la  plaza. 

— ¡Como  ahora  es  la  época  en  que  las  pobres 
codornices  emigran  de  nuevo  al  África! — objetó 
el  marino  que  había  dejado  parte  de  su  persona 
en  el  glorioso  combate  de  Trafalgar. 

■ — ¡Otras  codornices  sin  alas  llevan  mareado 
al  buen  señor! — observó  el  notario  de  rentas. 

— ¿Quién  es  ella?  ¿Quién  es  ella?— preguntó 
fray  Nolasco  haciéndose  todo  oídos. 

— Su  paternidad  no  está  en  autos,  por  lo  vis- 


to. Pica  muy  alto  el  buen  varón, — añadió  el  no- 
tario. 

— ¿De  quién  se  trata? — insistió  el  carmelita. 

— Es  un  secretillo.  Nada  sé  á  punto  fijo;  pero 
jurara,  y  eso  sea  dicho  Ínter  nos,  que  ama  en  se- 
creto á  una  dama  principal. 

^¿Y  media  correspondencia?  —  preguntó  el 
monje  poniéndose  algún  tanto  nervioso. 

— Ni  por  pienso.  Ama  de  lejos  como  Don 
Quijote;  y  así  como  el  hidalgo  manchego  se  en- 
casquetó aquello  de  la  sin  par  señora  del  Toboso 
y  hablando  de  ella  se  le  hacía  agua  la  boca, 
nuestro  amigóte  consagra  todos  sus  pensamien- 
tos á  una  dama  muy  ilustre  y  recatada,  dedicán- 
dole unos  versitos  que  harían  verter  lagrimones 
á  las  peñas  de  ese  torrente. 

— Ya  tenía  indicios, — amonestó  el  discípulo 
de  Esculapio  dando  con  el  bastón  golpecitos  en 
el  suelo. 

• — No  es  cosa  nueva  lo  de  que  don  Leandro 
pulse  la  lira;  pero  yo  creía  buenamente  que 
sus  cantos  iban  dirigidos  á  su  cara  mitad, — mur- 
muró el  monje  aparentando  la  más  genuina 
candidez. 

— Doña  Cándida  es  para  él  una  carga  y  una 
verdadera  cruz.  Nuestro  Ovidio  Nason,  á  pesar 
de  no  ser  mas  que  un  coplero,  es  casado  como 
aquel,  y  como  él  aficionado  á  la  manzana  del 
paraíso.  Canta,  hasta  quedarse  ronco,  las  gracias 
de  otra  mujer  más  bonita,  más  joven  y...  vamos, 
más  apetitosa  que  la  suya. 

— ¡Qué  picardías  tan  gordas  se  ven  en  e.ste 
mundo! — exclamó  el  monje  llevándose  las  ma- 
nos á  los  oídos  y  poniéndolas  después  en  cruz 
con  cierta  unción  religiosa  que  tenía  más  de 
grotesca  que  de  celestial. 

■ — Pero  V.  con  todo  eso,  señor  escribano,  aiín 
no  nos  ha  dicho  el  nombre  de  la  dama  en  cues- 
tión,— observó  el  militar  ardiendo  en  vivos  de- 
seos de  descubrir  todo  el  enredo. 

— Este  es  mi  secretillo. 

— Aquí  todos  somos  amigos,  y  más  que  ami- 
gos, personas  prudentes  y  enemigos  de  chanzas 
y  de  murmuraciones,  —  hizo  presente  el  fraile 
con  mucho  tino. 

El  notario  inclinó  el  cuerpo,  colocó  los  codos 
en  las  rodillas,  llevóse  las  manos  á  ambos  lados 
de  la  boca  y  con  mucha  prosopopeya  y  ceremo- 
nia murmuró: 

— Es  doña  María  Luisa.  Pero  mutis. 

El  marino  y  el  boticario  soltaron  una  carca- 
jada; el  discípulo  de  Galeno,  dándose  aire  de  im- 
portancia, aparentó  no  extrañarse  de  la  noticia 
y  el  padre  Nolasco  como  si  se  descolgara  de  la 
luna  agitó  la  cabeza  de  un  lado  á  otro  haciendo 
signos  negativos  con  la  diestra. 

Hubo  una  pausa;  pero  una  pausa  cómica,  ri- 
sible y  algún  tanto  original. 

El  fraile  fué  el  primero  en  interrumpir  el  si- 
lencio, preguntando: 

— ¿Y  qué  rezan  los  versitos? 

— Cosas  gordas.  El  domingo  último,  pasó  nues- 
tro héroe  á  mi  despacho,  y  me  mostró  un  sone- 
to, de  esos  que  llaman  acrósticos,  y  decía,  doña 
María  Luisa.  Era  una  declaración  en  toda  forma. 

— ¿Podría  V.  proporcionarnos  copia? — pre- 
guntó el  fraile  deseoso  de  poseer  tal  composi- 
ción. 

— Es  difícil  bajo  todos  conceptos;  pues  guar- 
da esas  niñerías  como  oro  en  paño. 

— Silencio,  silencio,  —  exclamo  el  marino.^ 
Allí  viene  nuestro  hombre. 

— Hablando  del  ruin  de  Roma... — dijo  el 
doctor. 

— Mucha  prudencia, — encargó  el  notario. 

— Descanse  usted, — contestó  el  monje. 

El  marino  no  se  equivocó. 

Dándose  aire  de  triunfador,  colorado,  alegre, 
satisfecho,  con  el  sombrero  á  media  paga,  la  es- 
copeta al  hombro,  el  zurrón  en  la  espalda  y  el 
lebrel  al  lado  se  presentó  don  Leandro  en  la  pla- 
zoleta de  la  Fuente. 

Todos  sus  compañeros  le  rodearon,  le  saluda- 
ron y  le  agasajaron  examinándole  desde  los 
pies  á  la  coronilla. 

— Viene  de  la  quinta, — murmuró  el  notario. 

— Ha  visto  á  ella, — insistió  el  licenciado  en 
medicina. 


96 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


LONDRES:  LA  CATEDRAL  DE  SAN  PABLO,  VISTA  DESDE  EL  RÍO 


— Pone  rara  de  Pascuas, — observó  el  marino.  1  principió  una  verdadera  lluvia  de  preguntas,  de 


— H«  dado  con  la  codorniz, — afiadió  el  far 
macéatico. 

— ¡Si  habrá  hecho  caza! — monnnró  con  cierta 
pena  el  carmelita  inclinando  la  cabeza 


pullas  y  de  observaciones,  que  obligaron  al  pre- 
suntuoso golilla  á  que  relatase  minuciosamente 
todos  los  lances  de  amor  y  fortuna  que  habia 
corrido  aquella  bendita  tarde,  lances  que  vinie- 


tabilísimo  cónclave,  que  el  apasionado  varón 
había  perdido  alguno  de  los  tomillos  principa- 
les de  su  mollera. 


(Se  continuará.) 


Y  terminada*  esas  espontáneas  exclamaciones  !  ron  á  poner  de  manifiesto  á  todo  aquel  respe- 


Francisco  Gras  y  Elí as. 


IMBUnUCM:  teta,  M>-M7,  Ijiti  Itliut,  EdiUr. — Katrra4o>  los  iierecli(i.<;  k  projtiedd  arlislia  y  literaria.—  Las  redaniaciunes  en  ]\iM,  al  ri){iresciilaotc  de  esla  tasa  i).  Manuel  Pl¿  y  Valor,  Apodaca,  i  0, 2.° 
)  INSÉRTESE  Ó  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINQUN.  ORIGINAL  (       


KHTAiiLKaiuairTo  Tiroa«lFi':<^i  iik  B.  Haíp--*  — ''amr  \tr.  Vii.i.AnHORi.,  núm.   17,  ENBAnnnp  dr  San  Aktonio.— Rabckiona. 


SEMANARIO     CIENTÍFICO,     LITERARIO     Y    ARTÍSTICO 


Año  V 


ESPAÑA 

üa  año 12'50  ptas. 

Un  semestre 6*50     » 

Número  suelto ....      o'25     ■ 

PORTUGAL 

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Cada  numero.  ...  50  reís. 


Barcelona  12  de  Febrero  de  1887 


COBA  T  PUERTO-RICO 

Un  año 5  peso»  oro. 

En  el  resto  de  América  fijan  el  precio 
los  señores  corresponsales. 

EXTRANJERO 

Un  año ig  pesetas. 


Núm.  215 


RETRATO  DE  UNA  DAMA,  por  Sir  Josué  Reynold 


98 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


SUMARIO 


Tuto.— Ifadrid,  Carta»  4  an  prima,  por  Fernanflor.— J.a 
tata  dt  A4r«  U^n  (coottnn*cl6ii\  por  Juan  Tomas  Sal- 
Tmnr— JtnrMa  ett»Hlíea.  por  Alfredo  Oplaso.— ¿Oi|Miri(ii- 
f<  <<«  «Bte.»  por  Joa<  Mari*  de  U  Tote.-KtUoirra/fa, 
por  i^rlot  Mendou  -  Ji/omhra,  eatera  y  ladrUto,  por 
J  P  SunnarllnT  Agnirre  — 4po<ni«ipoesla),porR.  J.Ca- 
urioMi  InlimoM  (poesU).  por  Jo«é  Bartxmy.  — Nuestroi 
KTKbados.  —  La  fmeáu  dt  fax  tvmtaeoí  (oonUnuaclAD) ,  por 
PrmnoiMO  Gnu  jr  Ella*. 

GRjiaiDOs.— BctntodeQoadaiiia.— lendru:  Kl  palacio  de 
Saa  Jaime,  (einoo  grabado*).— Órlela— La  mitj»  de 
TarqalDo  et  soberbio,  puaudo  sobre  el  cnerpo  de  su  pa- 
dre—Kl  iDTeolor  —Joyas  d«  la  plniura  religiosa  Italiana, 
<doa  grabado*)  — MoisAs,  dwpnés  de  h>berdado  muerte 
al  mal  egipcia.  —Attaat:  Ruinas  del  panteón  ó  templo  de 
Jápllcr  Olímpico  j  de  la  Acrópolis. 


MADRID 


C.A.I*,TA.S    A.    7V1T    PíirNIA. 


GRANDES  Y  CHICOS 

P^  IK.NTO,  mi  querida  Carmen,  lo  que  me  dices, 
^^>s  aunque  lo  siento  á  medias;  á  ti  no  to  con- 
j¡íi  viene  volver  á  Madrid;  mientras  tu  novio 
permanezca. en  esa  gran  ciudad,  yo  debo  mani- 
lestar  alegría  al  saber  que  acaso  vuelvas.  Tus 
presagios  me  parecen  aventurados;  sin  embar- 
go, quizás  DO  se  declare  la  guerra  entre  alema- 
nes y  franceses  tan  pronto  como  te  figuras;  si- 
quiera sea,  en  más  6  menos  próximo  término, 
inentable.  Comprendo  que  vuestra  permanencia 
en  esa  capital  se  hace  difícil,  como  la  de  cual- 
quier extranjero...  Los  extranjeros  son  mirados 
ya  con  sospeclia  por  los  franceses;  recuerdan 
estos  que  el  espionaje  alemán  auxilió  mucho  d 
Bismarck  y  á  Moltke  para  lograr  el  triunfo;  y  tí 
eypia  es  hoy  la  pesadilla  de  todo  patriota  fran- 
cés. Además,  no  cabe  duda  que  si  hubiese  gue- 
rra, casi  todas  la  naciones  de  Europa  tendrían 
que  tomar  parte  en  ella;  y  los  franceses  tienen 
motivo  para  ver  en  todo  extranjero  un  enemi- 
go. El  extranjero,  ese  habitador  de  París,  tan 
deseado  por  el  fondista,  por  el  tendero,  por  los 
especuladores  franceses;  que  enriquece  á  cuan- 
tos trafican  allí  con  el  amor  y  el  placer,  y  al 
cual  debe  París  su  grandeza,  su  alegría,  y  su 
reputación  de  capital  del  mundo,  ha  perdido  su 
tipo  simpático;  ha  cobrado  un  aspecto  siniestro. 
Todo  extranjero  es  un  alemán.  Es  un  aj-udante 
de  Moltke  que  lleva  en  su  saco  de  viaje  los  pla- 
nos de  la  guerra  del  por\'enir.  Contra  esta  inva- 
sión pacífica  no  hay  más  que  un  medio;  el  que 
adoptan  los  comerciantes  é  industriales  france- 
ses; llevar,  á  los  extranjeros,  mucho  más  caro 
por  todo. 

No  puedo  darte  mi  opinión  respecto  de  si 
habrá  ó  no  habrá  guerra,  porque  en  ese  centro 
en  que  arde  la  pasión  no  puedes  juzgar  serena- 
mente; yo  en  cambio  me  encuentro  demasiado 
lejos  del  movimiento  para  juzgar.  En  Madrid 
se  cree  también  que  la  guerra  es  inevitable;  y  los 
que,  por  no  haberlo  creído  así,  han  perdido,  de 
súbito,  su  fortuna  en  la  Bolsa  están  convencidí- 
simos  de  ello.  Mas  no  es  posible  afíj-mar  en  ab- 
síiluto  sino  que  habrá  guerra...  ¿Cuándo?  Tal 
vez  <lentro  de  dos  meses;  quizás  dentro  de  un 
año. 

Esta  guerra,  querida  prima,  (y  hablemos  de 
•lia  puesto  que  por  tantas  razones  hoy  te  pre- 
ocupa), estaba  ya  prevista  antes  de  firmar  la 
paz  de  la  última.  Al  negociar  las  condiciones  de 
la  capitulación  de  Sedan,  el  general  Wimpffen 
decía  á  Bismarck: — Si  se  quiere  que  cedamos  la 
Alsacia  y  la  Lorena,  esta  paz  no  será  sino  una 
tregua;  porque  de  viejos  á  niños  se  legará  la  re- 
conquista de  esas  ciudades,  y  niños  y  viejos 
aprenderán  constantemente  el  manejo  de  las 
armas  para  renovar  la  lucha  hasta  que  uno  de 
los  dos  pueblos  desaparezca  del  mapa  de  Euro- 
pa.— A  lo  cual  le  contestaVja  Bismarck: — Que 
Francia  les  sería  siempre  hostil  y  que  era  pre- 
ciíio  ''  •  '  •--'a.— Pero  Bismarck,  entonces, 
no  c  todo  el  vigor  de  Francia. — ¡An- 

tes de  íiiicuento  años,— decía,— los  alemanes 
no  TolTeremos  á  estar  en  disposición  de  hacer 
sacrificios  ¡goales  á  los  que  hemos  hecho  para 
asta  guerra;  por  e«o  queremos  esas  garantías! — 


Se  ha  equivocado,   pues,  el  gran  canciller.  No 
pidió  lo  suficiente. 

Quizás  no  se  hubiese  precipitado  tanto  la  re- 
vancha si  no  hubiese  surgido  de  las  filas  del 
ejército  un  general  organizador,  lleno  de  entu- 
siasmo, y  que  parece  asumir  la  responsabilidad 
y  la  gloria  de  la  futura  guerra.  Este  general  ha 
convertido  á  Francia  en  un  campamento;  ha 
dado  á  cada  francés  un  fusil  no\'ísimo;  ha  encen- 
dido el  ardor  patriótico  con  discui-sos  y  con  ar- 
tículos en  la  prensa...  Todo  está  dispuesto...  ¿Y 
en  esta  situación  que  hacer?  Dejarlo  para  me- 
jor ocasión;  como  decía  Fernando  VII.  Si  el  ge- 
neral Boulanger  es  un  ambicioso  de  la  madera 
de  los  Bonapartes,  habrá  guerra;  no  porque  con- 
venga á  la  Francia  que  la  haya,  sino  porque  él 
se  anularía  no  haciéndola. 

Boulanger  viene  haciendo  lo  que  todos  los 
generales  ilustres:  ha  preparado  el  espíritu  y  la 
fuerza.  Los  ejércitos  se  improvisan  quizás;  las 
victorias  no.  Todos  sabemos  que  los  planes  cien- 
tíficos de  Moltke  no  hubieran  convenido  á  solda- 
dos menos  ilustrados  que  los  alemanes;  se  ha 
dicho  que  el  verdadero  general  de  los  ejércitos 
prusianos  La  sido  el  maestro  de  escuela.  La  vic- 
toria es  y  será  siempre  de  las  naciones  más 
fuertes,  más  ricas,  más  hábiles,  más  populosas, 
mejor  armadas,  más  disciplinadas;  de  las  nacio- 
nes cuya  educación  moral  sea  más  sana,  cuyas 
industrias  y  comercio  sean  más  importantes:  de 
las  naciones,  en  fin,  más  grandes,  material,  in- 
telectual y  moralmente.  Por  eso  venció  Prusia. 

Erancia  tiene  hoy  más  soldados  que  Alema- 
nia, está  mejor  armada  que  ella,  tiene  más  dine- 
ro en  su  Tesoro  y  además  del  espíritu  de  la  re- 
vancha tiene  en  su  favor  la  desesperación  con 
que  habrá  de  luchar,  pues  sabe  que  esta  guerra 
es  definitiva...  Bajo  el  punto  de  vista  del  Esta- 
do mayor  ¿tiene  generales  que  oponer  al  Estado 
mayor  alemán?  Aquella  terrible  frase:  el  ejér- 
cito francés  es  un  ejército  de  leones  mandados 
por  asnos;  ¿podrá  tener  aplicación  todavía? 
Boulanger  ¿vale  tanto  como  Moltke? 

Las  enormes  masas  de  soldados  necesitan  ge- 
nios matemáticos  para  ser  movidas  sin  que  ellas 
mismas  sean  obstáculo  de  la  victoria.  Un  gene- 
ral de  división  la  decidía  antes;  cargando  al  fren- 
te de  algunos  cientos  de  caballos;  hoy  la  deci- 
den los  relojes  de  los  generales  y  no  se  puede 
suplir  con  una  alocución  el  retraso  de  quince 
minutos.  Hemos  visto,  querida  prima,  que  se 
han  rendido  sin  combatir  cientos  de  miles  de 
hombres  en  la  campaña  de  1870  y  que  ni  ellos 
mismos  sabían  por  qué  razón  ni  á  quién  se  ha- 
bían rendido;  en  las  guerras  de  hoy  se  muere  y 
se  triunfa  quizás  sin  haber  visto  al  enemigo. 
Un  general  puede  decir  con  razón: — Ignoro  si 
he  triunfado  ó  si  he  sido  hecho  prisionero.  — El 
campo  de  batalla  comprende  toda  una  provin- 
cia y  las  noticias  del  combate  se  parecen  en  algo 
á  las  de  unas  elecciones.  Se  conoce  el  resultado 
á  los  dos  ó  tres  días. 

Pero  no  cabe  duda  que  este  es  el  punto  difícil 
de  la  cuestión.  Estamos  delante  de  un  tablero 
de  ajedrez  y  vemos  que  los  jugadores  van  á  em- 
pezar la  partida:  iguales  piezas  hay  en  un  lado 
que  el  otro:  pero  los  dos  hombres  que  van  á  mo- 
ver todas  estas  piezas  ¿son  iguales  también  en 
talentos  militares? 

Ni  Francia  ni  Alemania  quieren  la  responsa- 
bilidad del  ataque;  prueba  de  que  ninguna  de 
ellas  se  cree  realmente  la  más  fuerte;  pues  de 
otro  modo  no  les  amilanarían  las  responsabilida- 
des: pero  ninguna  de  ellas  quiere  desarmar  sus 
ejércitos...  Inmensos  ejércitos  que  consumen  la 
riqueza  de  ambas  naciones...  Se  les  irá  conclu- 
yendo la  paciencia  conforme  se  les  concluya  el 
dinero. 

Y  se  comprende  que  ningún  país,  por  rico  que 
sea,  pueda  soportar  los  gastos  de  un  gran  ejér- 
cito. Hace  treinta  años  un  cañón  del  mayor  ca- 
libre costaba  2. 8íX)  pesetas  y  la  carga  del  mismo 
valía  14.  Hoy  las  piezas  del  mayor  calibre,  los 
cañones  de  110  toneladas  cuestan  487.500  pese- 
ta» y  cada  disparo  vale  4.675:  es  decir  que  un 
solo  tiro  cuesta  hoy  lo  que  en  otro  tiempo  un  ca- 
ñón. 

En  estos  días  se  ha  verificado  en  Madrid  el 


ensayo  de  un  fusil  presentado  por  un  norte- 
americano al  ministro  de  la  Guerra.  Dispara 
hasta  25  tiros  por  minuto.  El  general  Boulan- 
ger no  aceptó  este  fusil  porque  está  satisfecho 
del  que  tiene  el  soldado  francés,  ó  porque  ya  no 
puede  cambiar  su  armamento.  En  España  no  sé 
si  se  aceptará;  por  aquí  al  gobierno  le  conven- 
dría más  desarmar  al  ejército  que  armarle. 

En  fin,  amadísima  prima,  si  hay  guerra  y 
tienes  que  venir  á  Madrid,  desde  aquí  seguire- 
mos juntos  las  peripecias  de  tan  feroz  campaña 
no  ocultándote  que  mis  simpatías  están  del  lado 
de  los  franceses,  gente  de  la  cual  podemos  es- 
perar algo  malo;  pero  recibimos  también  mucho 
bueno. 

Una  mala  noticia  tengo  que  darte;  y  es  la  de 
que  tienes  una  sobrinita  menos;  porque  la  po- 
bre Julita  murió  al  fin  de  la  difteria;  enferme- 
dad que  en  tres  meses  se  ha  llevado  miles  y 
miles  de  niños.  Has  de  saber,  por  si  no  lo  sabes, 
que  difteria,  significa  membrava;  para  expresar 
el  síntoma  revelador  más  frecuente  de  esta  en- 
fermedad, casi  siempre  mortal,  y  de  las  más 
graves.  La  verdadera  causa  de  la  enfermedad 
se  ignora  segvm  parece;  algunos  médicos  la  atri- 
buyen á  un  microbio,  que  es  el  diablillo  de 
moda;  microbio  que  se  desarrolla  con  extraor- 
dinaria vivacidad  en  épocas  lluviosas  y  en  lu- 
gares sombríos,  abundantes  en  materias  orgá- 
nicas en  descomposición.  Dicen  los  estadísticos 
que  es  vez  y  media  peor  que  la  escarlatina,  tres 
veces  más  que  el  sarampión,  ocho  más  que  la 
tos  ferina  y  cuatro  más  que  el  tifus.  Dirás  que 
para  qué  te  suministro  todos  estos  datos  ha- 
biendo salido  tú  de  la  niñez  y  no  teniendo  á  tu 
cargo  ningún  pequeñuelo.  Tienes  razón;  pero 
has  de  saber  que  en  las  casas  de  Madrid  sólo 
se  habla  de  esto;  porque  donde  no  ha  muerto  un 
niño,  hay  alguno  enfermo  ó  se  teme  que  pueda 
haberlo;  y,  por  otra  parte,  no  cruzamos  por  las 
calles  sin  encontrar  una  carroza  blanca  arras- 
trada por  caballos  emparamentados  de  azul  ó 
de  grana;  en  la  cual  va  un  ataúd  pequeñito 
blanco  y  dorado; — cuando  no  van  dos  de  dos 
hermanitos. — No  se  pasea  por  las  afueras  tampo- 
co sin  ver  artesanos  que  llevan  al  hombro  una 
cajita  y  que  así,  las  más  veces  solos,  se  dirigen 
al  cementerio.  Por  más  que  la  muerte  de  un 
niño  no  influya  visiblemente  en  la  sociedad  y 
por  lo  tanto  veamos  pasar  esas  cajitas  con  indi- 
ferencia, no  cabe  duda  que  influyen  en  la  felici- 
dad ó  en  la  desgracia  de  muchos  corazones  que 
llenaban  con  su  amor...  Y  también  influyen  en 
los  destinos  de  la  sociedad,  puesto  que  si  hu- 
biesen vivido  hubiesen  modificado  el  curso  de 
los  acontecimientos;  dentro  de  esas  cajas,  que 
parecen  de  confiteiia,  van  los  que  hubieran  po- 
dido ser  un  Napoleón,  un  Newton,  un  Cervantes, 
un  Montgolfier,  un  Washington;  y  con  ellos  se 
entierran  las  soluciones  de  cien  problemas  y 
muchas  acciones  que  hubieran  sido  brillantes 
glorias.  Se  podrá  decir  también  que  algunos  de 
esos  niños,  ya  pálidos  como  la  cera,  y  con  rosas 
entre  sus  cabellos  rubios,  hubieran  sido  feroces 
criminales;  espanto  y  vergüenza  de  los  hom- 
bres... ¡De  todos  modos,  son  pequeños,  son  bue- 
nos, son  bonitos,  han  sido  amados  y  se  les  llora 
todavíal...  Son  mundos  que  desaparecen  sin 
ruido  entre  el  estrépito  general;  pompas  de  ja- 
bón que  han  reflejado  un  momento  los  colores 
del  cielo  y  se  han  deshecho.  Esas  alegrías  que 
rodean  el  ataúd  de  un  niño;  esa  corona  de  que 
se  le  ciñe;  ese  cortejo  de  fiesta  que  sigue  á  un 
cadáver,  bien  nos  indican  que  el  niño  ha  sido 
feliz  con  no  llegar  á  hombre  y  que  los  hombres 
así  lo  reconocemos  y  por  eso  le  envidiamos.  Las 
gentes  que  tienen  fe  dan  otro  sentido  á  esta  en- 
vidia, diciendo  á  la  madre: — ¡No  llore  V.  que 
el  chiquitín  está  en  el  cielo! — Pero,  ¡vaya  V.  á 
convencer  á  una  madre  de  que  hay  otro  cielo 
mejor  para  su  niño  que  sus  brazos! 

Y  ya, — Carmencita, — que  hablamos  de  cria- 
turas, te  diré  que  los  héroes  del  día  son  dos 
enanitos  que  tienen  su  morada  en  un  entresuelo 
Se  la  Carrera  de  San  Gerónimo.  Todo  Madrid 
sube  á  contemplarlos.  Son  muy  bien  formados, 
muy  simpáticos  y  dos  verdaderas  miniaturas. 

Yo  estuvo  mirándolos   mucho  tiempo   y   al 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


99 


verlos  tal  como  son,  y  al  pensar  que  no  necesi- 
tan ser  mayores  para  nada,  exclamé  por  fin: 
— No  cabe  duda  que  nosotros  somos  los  despro- 
porcionados. 

Si  piensas  en  las  ventajas  y  desventajas  de 
que  la  humanidad  fuese  toda  liliputiense,  encon- 
trarás que  al  reducir  el  tamaño  se  reduciría  el 
mal  y  no  se  reduciría  el  bien:  tendríamos  me- 
nos cuerpo  pero  no  menos  alma. 

Demos  aquí  punto  á  la  carta  de  hoy,  querida 
prima;  Mr.  Ciimbñrland  continúa  buscando  y 
encontrando  alfileres  por  todas  partes;  en  los  sa- 
lones y  en  la  calles.  Ha  convertido  á  Madrid  en 
un  acerico. 

Tuyo. 

Fernanflor. 


LA  CASA  DE  PEDRO  LÓPEZ 


-*- 


(00  KTIKOAOIÓH) 

Mientras  yo  daba  mi  paseo  de  costumbre,  Ra- 
mírez se  quedaba  en  casa  haciendo  la  limpieza; 
terminada  ésta,  salía  á  cumplimentar  mis  órde- 
nes, si  las  tenía,  6  me  dejaba  dispuesto  el 
piscolabis  de  la  tarde,  ó»  hacía  de  su  capa  un 
sayo,  según  las  circunstancias.  Como  quiera  que 
si  yo  cenaba  algunas  noches,  no  lo  verificaba  en 
casa,  Ramírez  entonces  campaba  por  sus  respe- 
tos hasta  las  once,  hora  en  que  cerraban  la 
puerta  de  la  calle  y  él  venia  á  recogerse.  Única- 
mente los  sábados  y  las  vísperas  de  los  demás 
días  festivos,  le  permitía  llevarse  la  llave,  con 
la  ineludible  condición  de  tener  juicio  y   no 


venir  más'  tarde  de  la  una.  No  cambiaba  con  él 
más  palabras  que  las  precisas,  y  por  su  parte, 
debo  confesar  que,  salvo  algunas  pequeneces, 
siempre  inevitables,  en  las  dos  6  tres  semanas 
que  llevaba  á  mi  servicio  no  me  había  dado  mo- 
tivo de  censura.  Ganaba,  amén  de  la  comida, 
ocho  duros  mensuales,  los  mismos  que  percibía, 
por  preferirlo  él  así,  á  razón  y  cuenta  de  diez 
pesetas  por  semana. 

Era  la  noche  de  un  sábado  y  víspera,  ade- 
más, del  cumpleaños  de  Ramírez.  Yo,  preocu- 
pado, rendido  y  con  alguna  jaqueca,  dando 
punto  á  las  cuartillas,  me  acosté  á  las  once.  Ra- 
mírez no  se  hallaba  recogido  aún,  lo  cual  no  me 
extrañó,  pues  se  había  llevado  la  llave,  siendo 
para  él  doble  día  de  suelta. 

Dormí  siete  horas  de  un  tirón,-  al  cabo  de  las 
ojíales  me  desperté,  sobrecogido  y  nervioso  á 


LONDRES:  VISTA  EXTERIOR  DEL  PALACIO  DE  SAN  JAIME 


causa  de  una  horrible  pesadilla;  soñaba  que 
todos  los  vecinos  de  la  casa  habían  entrado  en 
el  gabinete,  y  estorbándoles  mi  vecindad,  que- 
rían arrojarme  por  el  balcón.  Me  rehice  pronto 
al  distinguir  la  realidad  de  la  ficción.  Él  más 
profundo  silencio  y  la  más  profunda  oscuridad 
reinaban  en  tomo. 

— ¿Qué  hora  será? 

Encendí  una  cerilla,  miré  el  reloj,  colocado 
sobre  la  mesita  de  noche;  eran  las  seis  de  la  ma- 
ñana. Como  sintiese  en  el  estómago  alguna  de- 
bilidad, tiré  del  cordón  de  la  campanilla,  con 
objeto  de  mandar  á  Ramírez  que,  antes  de  ir  á 
la  compra,  me  sirviera  el  chocolate.  Inútil  pre- 
tensión; llamé  repetidas  veces,  sin  que  nadie 
acudiera  al  llamamiento. 

— ¡Cosa  más  rara! — pensé.  —  ¿Habrá  salido 
Ramírez  á  la  compra?  Pero,  |si  no  veo  gota! 

Apliqué  otro  fósforo  encendido  al  pábilo  déla 
bujía,  colocada  en  una  palmatoria,  al  lado  del 
reloj;  salté  de  la  cama,  me  vestí  precipitada- 
mente y,  cogiendo  la  luz,  me  dirigí  al  cuarto  de 
Ramírez.   Éste  no  se  hallaba  en  su  dormitorio. 

— ¡Diantre!  ¿Habrá, 'en  efecto,  ido  á  la  com- 
pra do  noche  todavía? 

No  tardó  en  convencerme  de  la  falsedad  de 


esta  suposición;  la  cama  estaba  intacta;  la  vela 
de  sebo  con  que  solía  alumbrarse  mi  criado, 
no  había  sido  encendida.  Ramírez,  en  fin,  ¡no 
había  dormido  en  casa! 

Pensativo  y  contrariado,  fui  á  sentarme  al 
burean,  donde,  con  aire  distraído,  me  puse  á  re- 
pasar las  cuartillas  que  escribiera  la  víspera. 

Amaneció,  y,  á  eso  de  las  siete  y  media,  sentí 
abrirse  cautelosamente  la  puerta  de  la  escalera, 
y  habiendo  quedado  abierta  la  de  comunicación 
con  el  pasillo,  desde  el  lugar  donde  me  hallaba 
sentado,  vi  entrar  á  Ramírez,  con  aire  receloso, 
pisando  como  los  gatos,  en  dirección  á  su  dor- 
mitorio. Ignoro  si  me  vería,  pero  es  lo  cierto 
que  no  se  dio  por  entendido.  Yo  dejé  hacer,  li- 
mitándome á  observar  á  mi  criado. 

Ramírez,  á  los  cinco  minutos,  salió  de  su  ha- 
bitación, se  dirigió  á  la  cocina  volvió  á  salir 
con  la  cesta  al  brazo,  y  sin  decir  oste  ni  moste, 
se  marchó  á  la  compra. 

Apenas  hubo  desaparecido,  corrí  á  su  cuarto, 
impulsado  de  una  viva  curiosidad;  había  des- 
compuesto la  cama  y  sustituido,  por  un  cabo  re- 
cién apagado,  la  vela  intacta  de  su  palmatoria. 

— ¡Ah,  bribón!  ¡Cuántas  veces  te  habrás  bur- 
lado de  mí! — no  pude  menos  de  exclamar! 


Antes  de  una  hora,  volvió  y  me  sirvió  el  cho- 
colate, con  militar  exactitud,  sin  manifestarse 
sorprendido  de  mi  madi-ugón. 

Después  de  tomar  el  desayuno,  le  llamé  á  mi 
presencia. 

■ — Oye,  Ramírez. 

— A  la  orden,  mi  amo. 

— ¿Se  puede  saber  dónde  has  dormido  esta 
noche? 

— Yo...  señorito...  en  casa...  como  todas  las 
demás. 

— ¡Mientes,  perillán! 

Ramírez  miró  al  techo,  bajó  la  cabeza  y  se 
puso  á  dar  vueltas  á  la  gorra  entre  sus 
manos. 

— Acabemos;  ¿dónde  has  dormido? 

— En  el  segundo,  mi  amo. 

— ¡Cómo!  ¡En  el  cuarto  segundo  de  esta 
casa! 

— Sí,  señorito.  Vine  tarde,  no  traía  fósforos, 
la  escalera  estaba  oscura  y  me  equivoqué  de 
cuarto. 

(Se  continuará.) 


Juan  Tomás  Salvany. 


GRIEGA  (Cuadro  de  Paul  Tbumao) 


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102 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


REVISTA  científica 


MotordapatrMso.— Un  nnrro  medtoamrato  hlpoAttco.— La 
ntarima  de  Faltlber^.  — TeropéuUea  fruten  -El  man*.- 
Medio*  d«  defkiua  de  las  plantas. 

«Como  el  petróleo  es  un  producto  muy  poco 
caro  en  Inglaterra,  dice  una  Revista  extran- 
jej*,  loe  inventores  ingleses  se  esfuerzan  en 
crear  con  este  liquido  un  motor  económico,  si- 
lencioso y  exento  de  todo  peligro.  M.  Etevé, 
ingeniero,  ayudado  por  M.  Humes,  ha  inventado 
y  perfeccionado  un  motor  que  parece  reunir  las 
mejores  condiciones.  El  principio  de  este  apara- 
to ee  el  siguiente:  el  petróleo  que  llega  al  cilin- 
dro se  encuentra  mecánicamente  dividido  por 


el  aire  comprimido  y  queda  mezclado  con  este 
aire  en  proporciones  convenientes.  Al  principio 
el  aire  debe  ser  comprimido  en  su  recipiente, 
pero  asi  que  el  motor  se  pone  en  marcha,  pro- 
duce por  sí  mismo  la  compresión.  La  explosión 
de  la  mezcla  de  aire  comprimido  y  de  petróleo 
en  el  cilindro  es  debida  á  una  chispa  eléctrica, 
producida  por  tres  elementos  con  bicromato  de 

Eotasa  y  una  bobina  de  Ruhmkorff.  Este  motor 
a  sido  utilizado  para  accionar  una  dinamo. 
>Se  ha  construido  igtialmente  un  tipo  espe- 
cial, de  cinco  caballos  de  fuerza,  para  un  barco 
capaz  de  contener  algunas  personas,  y  se  han 
hecho  también  algunos  experimentos  para  la 
tracción  de  los  tranvías  por  medio  de  una  loco- 
motora de  petróleo,  basada  en  el  mismo  princi- 


pio. La  cantidad  de  agua  necesaria  para  enfriar 
el  cilindro  es  la  misma  que  para  un  motor  de 
gas  de  la  misma  fuerza.  En  el  caso  de  la  loco- 
motora de  petróleo,  el  recipiente  de  agua  es 
ventajoso,  pues  es  menester  cierto  peso  para 
producir  la  adherencia.» 


* 
*  * 


Los  señores  Mairet  y  Combemale,  de  la  Aca- 
demia de  Ciencias  de  París,  han  dado  cuenta  en 
la  sesión  del  24  de  Enero  del  resultado  de  sus 
estudios  sobre  el  methylol,  nuevo  cuerpo  al  que 
el  doctor  Personali,  de  Turín,  atribuye  propie- 
dades hipnóticas. 

Digamos  ahora  que  el  methylol,  acetal  ob- 
tenido por  la  acción  de  la  potasa  sobre  el  for- 


SALA  DE  LOS  TAPICES 


methylol,  es  un  cuerpo  líquido,  móvil  y  re- 
fríngente,  de  olor  etéreo;  su  densidad,  0'8551; 
man  volátil  que  el  éter;  hirviendo  á  42"  y  solu- 
ble en  agua,  el  alcohol,  los  aceites,  etc.'' 

Los  veinte  experimentos  practicados  por 
dichos  señores  lo  han  sido  en  4  conejillos  de 
Indias,  6  gatos,  1  perro  y  1  mono. 

Inyectado  el  methylol  en  la  economía  por  la 
TÍa  bípodérmica,  ha  resultado  muy  dolorosa  la 
introducción,  hasta  el  punto  de  sobrevenir  á 
Teces  nn  sincope  y  de  dar  lugar  á  ulceraciones, 
■i  se  inyecta  puro.  Según  las  dosis,  determina 
salivación,  sueño  más  ó  menos  rápido  y  profun- 
do, fatiga  muscular  considerable,  una  fase 
parética,  sacndidas  convulsivas  y  descenso  de 
ntnra,  pudiendo  originar  la  muerte. 
la  via  e»lomaeal  se  advierten  iguales  sín- 
toma»; «1  anefio  se  produce  á  las  mismas  dosis, 
pero  es  más  tardío  y  puede  ser  más  persis- 
tente. 

Por  la  vía  pulmonar,  es  diferente  el  efecto 
segán  96  empleen  pulverizaciones  ó  inhalacio- 
dones;  en  el  primer  caso  sólo  se  obtiene  sofio- 
lencia;  en  el  segundo  el  sueño  va  acompañado 


de  irritación  de  las  mucosas  ocular,  nasal  y 
bronquica,  con  lágrimas,  estornudo  y  tos. 

En  resumen;  á  dosis  altas,  el  metliylol  da 
lugar  á  fenómenos  tóxicos  diversos  y  produce 
la  muerte,  determinando  lesiones  irritativas  que 
afectan  diversos  órganos,  pero  á  pequeña  dosis, 
es  decir,  á  la  de  25  ó  50  centigramos  por 
kilogramo  de  animal,  sólo  se  observa  soño- 
lencia. 

De  ahí  que  el  methylol  sea  un  hipnótico,  que 
á  juzgar  por  la  rapidez  con  que  se  elimina  y  la 
ausencia  ó  insignificancia  de  alteraciones  que  se 
presentan  al  despertar,  no  se  acumula  en  la 
economía.  Hay  que  emplear  más  de  2  gramos 
por  kilogramo  de  peso  del  cuerpo  para  producir 
una  verdadera  intoxicación. 


*  * 


Los  alemanes  se  muestran  muy  entusiasma- 
dos al  parecer  con  el  descubrimiento  de  una 
nueva  sustancia,  sobre  cuya  importación  les 
conviene  á  todas  las  naciones  estar  muy  preve- 
nidas. 

Trátase  de  la  sacarina  de  Fahlberg,  que  en 


breve  va  á  fabricarse  en  grande  escala  en  Wer- 
terhusen,  cerca  de  Magdeburgo.  Esta  sacarina, 
de  un  poder  azucarante  muy  elevado,  va  mez- 
clada en  la  proporción  de  un  5  p.  "/„  con  las 
glucosas,  cuyo  precio  tan  inferior  es  al  de  los 
azúcares  de  caña  y  remolacha,  y  á  las  cuales 
vuelve  tan  dulcificantes  como  el  azúcar  ac- 
tual. 

Las  glucosas  desempeñan  ya  en  la  industria 
y  en  el  consumo  un  papel  considerable;  tienen 
el  inconveniente  de  azucarar  muy  poco,  pero 
hácense  con  ellas  montañas  de  tarros  de  confi- 
turas y  de  jarabes  de  toda  suerte;  hasta  parece 
que  no  faltan  en  el  extranjero  farmacéuticos 
que  les  venden  glucosa  á  los  parroquianos  en 
vez  de  jarabe  do  goma.  Los  vermouths  y  demás 
aperitivos  gomados  que  destruyen  cada  día,  á 
horas  fijas,  los  estómagos  de  una  clientela  reli- 
giosamente convencida  de  .sus  virtudes,  están  go- 
mados con  glucosa. 

Hasta  algunos  alemanes  han  protestado  con- 
tra la  sacarina  alemana  de  Fahlberg.  Este  prin- 
cipio azucarante,  condensado,  por  decirlo  a.si,  en 
forma  de  glóbulos,  escaparía  al  impuesto  de  eu- 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


103 


trada  como  tal  azúcar  y  permitiría  endulzar 
toda  clase  de  líquidos,  lo  cual  dista  mucho  de 
ser  un  ideal  de  higiene;  es  azucarería  homeopá- 
tica, si  las  hay,  con  la  cual  podrán  hacerse  las 
más  horripilantes  mezclas. 


El  doctor  Lewis,  de  Eiladelfia,  preconiza  el 
uso  de  las  frutas  como  muy  iitil  en  terapéutica, 
con  preferencia  á  ciertos  remedios  muy  dos- 
agradables  de  tomar  y  ciertamente  menos  efi- 
caces. 

Las  naranjas,  los  higos,  las  ciruelas,  los 
tamarindos,  las  moras,  los  dátiles,  los  meloco- 
tones, pueden  ser  ventajosamente  utilizados 
como  laxanteá. 


Las  granadas,  las  moras  silvestres,  las  fram- 
buesas, las  bayas  de  zumaque,  el  agracejo,  son 
astringentes. 

Las  uvas,  las  peras,  los  membrillos,  las  fre- 
sas, los  higos  de  Berbería,  las  grosellas,  las 
simientes  de  melón,  son  diuréticos. 

Las  grosellas  ordinarias,  las  sandías  y  el 
melón,  son  refrigerantes. 

Las  cidras  y  las  manzanas,  son  refrigerantes 
y  sedantes  del  estómago. 

Tomada  en  ayunas,  cada  mañana,  la  naranja 
obra  eficazmente  como  laxante,  y  algunas  veces 
hasta  como  purgante,  y  todos  los  estómagos 
pueden  soportarla. 

Las  granadas  son  muy  astringentes,  y  exce- 
lentes para  las  fauces  y  la  campanilla. 


La  corteza  de  raíz  de  granado,  en  forma  de 
cocimiento,  es  un  vermífugo  muy  eficaz;  puede 
empleársela  sin  temor  para  combatir  la  soli- 
taria. 

Los  higos  abiertos  y  hendidos,  son  excelentes 
cataplasmas  para  las  quemaduras  y  pequeños 
abcesos. 

Las  fresas  y  el  limón,  prestan  verdaderos 
servicios  contra  el  sarro  de  los  dientes. 

Las  manzanas,  son  un  útil  correctivo  de  las 
náuseas,  el  mareo  y  los  vómitos  de  la  preñez. 

Las  almendras  amargas,  contienen  ácido 
cianhídrico  y  detienen  á  menudo  la  tos,  pero 
producen  á  veces  una  urticaria. 

El  aceite  extraído  de  la  nuez  de  coco,  reem- 
plaza á  menudo  el  aceite  de  hígado  de  bacalao ; 


SALA  DE  I,A  REINA  ANA 


es  empleado  con  frecuencia  contra  la  tisis  por 
los  médicos  alemanes. 

Las  uvas  son  muy  útiles,  eminentemente 
emolientes.  La  «cura  de  uvas,»  por  ejemplo, 
es  muy  empleada  en  Francia  y  Suiza  para  el 
tratamiento  de  las  enfermedades  del  estómago 
y  el  hígado,  la  escrófula  y  la  tuberculosis.  Con- 
siste en  comer  muchas  libras  de  uvas  al  día, 
con  exclusión  de  pan  y  agua. 

Los  membrillos,  además  de  sus  cualidades 
astringentes,  procuran,  después  de  su  infusión 
de  agua  hirviente,  una  excelente  loción  para 
las  enfermedades  de  los  ojos. 

* 
*  * 

A  creer  lo  que  refiere  madame  Dieulafoy,  in- 
trépida viajera  que  acaba  de  regresar  de  una 
importante  expedición  á  Persia  y  Caldea,  los 
armenios  consideran  como  una  codiciada  golo- 
sina el  producto  de  la  secreción  de  un  gusano 
que  vive  en  los  arbustos  de  aquellas  montañas, 
la  cual  sustancia,  blanca  y  azucarada  como 
miel,  dicen  ellos  que  no  es  otra  cosa  sino  el 
maná  que  sirvió  en  remotos  siglos  para  alimen- 
tar á  los  hebreos  en  el  desierto.  Se  la  recolecta 
sacudiendo  los  árboles  sobre  unas  sábanas  ex- 


tendidas en  el  suelo,  pero  acontece  á  menudo 
que  arrebatada  por  el  viento,  es  transportada  á 
distancias  de  150  leguas,  al  desierto.  Los  pas- 
teleros armenios  la  mezclan  con  harina,  almen- 
dras y  pistachos  y  hacen  con  ella  unos  confites 
muy  estimados  por  los  inteligentes. 

* 

*  * 

M.  L.  Errera,  distinguido  botánico  belga,  ha 
leído  en  la  Sociedad  Real  de  Bruselas,  una  cu- 
riosísima nota  sobre  los  medios  de  defensa  de 
las  plantas.  Hé  aquí  el  resultado  de  sus  obser- 
vaciones. 

Bajo  el  punto  de  vista  del  mecanismo  de  la 
protección,  pueden  clasificarse  las  plantas  de  la 
manera  siguiente: 

Caracteres  I  lológlcos 

1.  Plantas  inaccesibles,  por  su  estación  en  las 
rocas,  en  medio  del  agua,  etc. 

2.  Plantas  sociales,  formando  por  su  asocia- 
ción matorrales  impenetrables. 

'ó.  PLantiis  vasallas,  que  se  colocan  bajo  la 
protección  de  ciertos  animales  ó  de  otras  plan- 
tas mejor  protegidas. 

4.     Plantas  fanfarronas,  especies  inofensivas 


que  tienen  el  aspecto  de  plantas  peligrosas,  por 
ejemplo,  el  Lamium  álbum  que  se  parece  á  la 
Urtica  didica. 


Caracteres  anatómicos 


5.     Plantas  de 
cortantes,  etc. 


órganos  duros  ,  punzantes  , 


Caracteres  químicos 

6.  Plantas  de  principios  ácidos,  amargos, 
de  aceites  esenciales,  de  glicósidos,  de  alca- 
loides. 

Formando  seis  grupos  con  estas  plantas  y 
representando  por  100  el  número  total  de  los 
géneros  de  cada  uno  de  los  mismos,  ha  encon- 
trado M.  Errera  la  proporción  siguiente: 

1.  Plantas  coriáceas,  erizadas,  cortantes: 
13  géneros  desdeñados,  49  evitados  y  38  bus- 
cados. 

2.  Plantas  punzantes,  25,  35,  40,  respecti- 
vamente. 

3.  Plantas  de  aceite  esencial,  21,  44  y  35. 

4.  Plantas  de  principio  amargo,  35,  20  y  39. 

5.  Plantas  de  glicósido,  31,  28  y  41. 

6.  Plantas  de  alcaloide,  53,  9  y  38. 

«Lo  que  sorprende  sobre  todo,  dice  el  natu- 


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106 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


ralista  belga,  es  que  los  medios  defensivos  no 
son  tan  eficaces  como  se  podría  creer,  y  por 
otra  parte,  que  los  jilcaloides  son  particular- 
mente precioeos  como  agentes  de  protección. 
Ciertos  ganados  parece  que  no  han  aprendido 
toda^ia  á  evitarlos,  puesto  que  el  tejo  (taxasj 
del  cual  se  muestran  muy  ávidos  los  solipedos, 
les  ocasiona  á  veces  accidentes  graves.» 

«No  deja  de  ser  curioso  pensar,  añade  á  su 
ve«  la  publicación  de  donde  tomamos  estos  da- 
tos, que  al  rodear  nuestras  propiedades  de 
paredes  6  rejas  armadas  de  pinchos,  al  derramar 
agua  al  rededor  de  nuestras  plautas  de  estufa 
para  sustraerlas  á  los  ataques  de  los  limazos,  al 
alcanforar  nuestros  muebles  ó  al  [envenenar 
nuestro  herbario  no  hacemos  más  que  imitar 


las  plantas  y  reinventar  lo  que  ellas  practica- 
ban antes  de  que  existiese  el  hombre.» 

Una  vez  más  se  ha  visto  confirmada  la  me- 
lancólica sentencia  del  real  amante  de  Balkis: 
¡Nihil  novum  sub  solé! 


Alfredo  Gpisso. 


-*- 


LOS  PARIENTES  DE  «ELLA> 


Son  una  verdadera  plaga. 
Así  como  no  hay  rosa  sin  espinas,  ni  ciólo 
sin  nubes,  ni  guardia  de  orden  público  sin  mala 


educación,  no  es  fácil  encontrar  una  novia  que 
no  tenga  parientes. 

La  joven  más  hermosa,  una  de  esas  niñas 
cuj'os  ojos  son  capaces  de  volver  loco  á  cual- 
quier hijo  de  vecino,  esas  Eros  y  esas  Ofelias 
del  siglo  XIX  que  se  ofrecen  á  nuestros  ojos 
rodeadas  de  poesía  y  de  encanto,  llenas  de  pro- 
mesas de  felicidad  y  dulcísimos  deliquios,  están 
rodeadas  de  un  tropel  de  gentes,  que  como 
Argos  á  la  ninfa  lo,  las  cercan,  las  guardan  y 
vigilan  y  cuando  no,  pasan  la  vida  urdiendo 
chismes  para  dar  al  traste  con  el  noviazgo. 

La  historia  de  esa  pasión  que  se  llama 
amor,  está  llena  de  actos  vandálicos,  llevados 
á  feliz  término  por  los  parientes  de  las  no- 
vias en  contra  siempre  del  infortunado  amante. 


SALA  DE  GUARDIAS 


Los  Capuletos  no  dejaron  en  paz  á  Romeo 
Montesco,  el  apasionado  adorador  de  Julieta. 

f  ttlberto,  el  tío  de  Eloísa,  cometió  una  por- 
ción de  tropelías  con  el  infeliz  Abelardo. 

Segura,  padre  de  Isabel,  no  paró  hasta  casar 
á  su  hija,  fastidiando  de  este  modo  al  bueno  de 
Diego  Marsilla,  y  hoy  no  hay  pollo  que  no  haya 
sufrido  una  porción  de  vicisitudes  y  de  trabajos, 
debidos  á  la  parentela  de  su  adorado  tormento. 

El  primer  pariente  que  fastidia  suele  ser  el 
más  próximo,  el  hermano.  Y  peor  todavía  si  es 
hermana. 

Si  es  menor  que  €ella,>  suele  contar  á  la 
mamá  una  porción  de  cosas  que  acechó  previa- 
mente y  esta  confidencia  produce  por  lo  regular 
una  represión  terrible. 

Si  es  mayor,  todo  se  vuelve  consejos  sobre  la 
maldad  y  picardía  de  los  hombres,  ó  cela  ó 
enreda  de  modo  que  siempre  se  termina  la  en- 
trevista amorosa  mucho  antes  de  lo  que  espe- 
raba el  galán. 

Si  es  un  hermanito  nene,  chilla  denunciando 
inocentemente  la  presencia  del  adorador. 

Hay  tíos  que  son  verdaderos  tlon  y  tías  fero- 
ces como  nn  .sargento  indómito,  que  so  pretexto 
de  que  tienen  que  guardar  á  la  niña  en  ausen- 


cia de  los  padres,  llevan  su  salvajismo  hasta  el 
extremo  de  cerrar  balcones  y  ventanas  y  aun 
de  dirigir  al  galán  un  par  de  frescas. 

Pues  no  digo  nada  del  primito  que  entra  en 
la  casa  continuamente,  echa  piropos,  la  lleva 
del  brazo  por  salas  y  pasillos,  inventa  mil  em- 
bustes para  malquistar  á  la  pareja  y  cuando  ya 
cansado  dice  el  novio: 

— Pues,  señor,  yo  á  ese  tipo  le  rompo  la 
cabeza. 

Contesta  ella  dulcemente: 

— No;  por  Dios;  cariñín,  monono,  no  digas 
nada  á  Fulanito,  porque  mamá  lo  quiere  mucho 
y  es  muy  capaz  de  clavar  esta  ventana. 

— Así  la  clavaran  á  ella... 

— No  digas  eso.  Es  mi  madre. 

Y  tienen  ustedes  aquí  el  pariente  más  terri- 
ble: la  mamá.  Toda  señora  que  tiene  hijas  es 
durante  la  infancia  de  éstas,  una  madre,  el 
sagrario  donde  se  guardan  los  sentimientos 
más  dulces  que  atesora  el  corazón  humano,  pero 
cuando  una  de  ellas  tiene  relaciones,  comienza 
á  sentirse  suegra  con  todas  sus  gracias  y  pre- 
rogativas. 

Ilustra  á  su  vastago  en  la  ciencia  de  las  ba- 
tallas domésticas  y  aun  creo  que  la  obliga  á  ha- 


cer el  ejercicio  y  tirar  al  blanco  con  los  platos. 

— Mira  niña,  sé  que  tienes  relaciones  con  ese 
joven  que  parece  un  bacalao  de  Escocia;  yo  no 
me  opongo  á  que  tengas  amores;  cuando  yo  era 
como  tú  tenía  mucho  partido,  amé  á  un  alférez 
de  zapadores  bomberos  y  concluí  por  casarme 
con  tu  padre  que  es  una  buena  persona  aunque 
muy  borrico  mejorándolo  presente.  Es  necesario 
que  no  le  dejes  resollar.  A  los  hombres,  en  cuanto 
les  das  el  dedo  se  toman  el  brazo  y...  puede  que 
algo  más;  conque  sé  intransigente,  sino  ¡desgra- 
ciada de  til 

Esta  es  la  apertura,  como  dijéramos  el  dis- 
curso de  la  corona,  en  la  serie  de  sesiones 
amorosas  á  través  de  la  reja  ó  del  balcón  á 
calle. 

Cuando  ol  novio  entra  en  la  casa,  toma  todo 
esto  un  aspecto  más  terrible.  Entonces  la  pre- 
sencia de  los  parientes  suele  ser  eterna. 

Y  no  puede  V.  decirles: 

— Pero,  señores,  si  yo  soy  un  buen  chico,  si 
adoro  á  la  niña  y  no  me  valdré  de  la  soledad. 

Además  estando  gente,  vis  á  vis,  á  nadie  le 
gusta  decir  ternezas. 

¡Oh!  Con  cuanto  placer  debe  encontrarse  uno 
solo  la  primer  noche  de  bodas. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


107 


Y  no  sean  ustedes  maliciosos,  lo  digo  solo 
por  estar  libre  de  parientes. 

José  María  de  la  Torre. 


BIBLIOGRAFÍA 

El  Patio  Andaluz,  cuadros  de  co'^tumbres.  —  Ei-  Pobma 
Nacional,  eostum^  res  populares,  por  Salvador  Rueda.  — 
Madrid,  1886.— La  Quintañunbb,  covela  por  if.  Martínez 
.8arTtOBM€Do.— Madrid,  1887. 

E.s  una  lástima  que  no  tengamos  en  Jíspaña 
una  docena  más  de  escritores  del  género  del 
Sr.  D.  Salvador  Rueda,  pues  constituirían  uno 
de  los  más  eficaces  elementos  para  el  progreso 
del  idioma  nacional.  Por  punto  general  nótase 


bastante  pobreza  en  el  estilo  de  la  mayoría  de 
cultivadores  de  las  letras;  no  porque  sea  cola- 
borador de  La  Ilustración  Ibérica  vale  callar 
aquí  el  nombre  del  más  benemérito  de  los  mo- 
dernos reformadores, — de  los  perfeccionadores, 
mejor  dicho, — de  nuestra  retórica:  el  antiguo 
Lunático.  Con  Fernanfior  empieza,  en  efecto, 
una  nueva  época  en  el  estilo  español.  El  impul- 
so comunicado  por  el  ilustre  autor  de  Cuentos 
Rápidon  fué  eficaz  en  cuanto  produjo  el  floreci- 
miento de  multitud  de  escritores  que  con  mayor 
ó  peor  fortuna  procuraron  imitarle.  Es  fácil 
que  á  no  haber  sido  él  se  hubiese  seguido  culti- 
vando la  lengua  española  según  D.  Antonio  de 
Trueba  ó  D.  Pedro  A.  de  Alarcón. 

Hoy  contamos  con  una  joven  escuela  de  esti- 


listas que  saben  trabajar  artísticamente  el  cas- 
tellano; que  lo  labran,  lo  cincelan  y  colocan  á  la 
altura  á  que  ha  llegado  el  francée  en  manos  de 
los  sucesores  de  Flaubert.  Es  difícil  poder  citar 
á  todos  los  que  en  tal  tarea  toman  parte,  pero 
sin  injusticia  no  es  posible  olvidar  los  nombres 
de  Blanco  Asenjo,  Pérez  Galdós,  Castelar,  Pa- 
lacio Valdés,  Picón,  Pérez  G.  Nieva  en  su 
ATw,  Martínez  Barrionuevo,  etc.,  etc.,  en  cuyos 
trabajos  se  nota  el  exquisito  cuidado  de  la  for- 
ma y  el  laborioso  estudio  del  idioma,  rejuve- 
neciéndole, haciéndole  flexible,  enriqueciéndole 
de  otra  manera  que  con  ranciedades  antológi- 
cas  y  aportándole  un  contingente  de  frases  y 
vocablos  inéditos  y  de  onomatopeyas  de  la  más 
feliz  invención. 


EL  INVENTOR  (Cuadro  de  Daniel  Ridgway) 


í  Así,''el  que  quiera  hoy  deleitarse  con  la  be- 
lleza de  la  frase  popular,  con  la  superabun- 
dancia castiza  de  los  giros,  con  la  pasmosa 
maleabilidad  del  idioma,  con  la  riqueza  de  pala- 
bras y  expresiones  y  los  primores  progresivos 
de  nuestra  lengua  nacional,  no  tiene  mas  que 
coger  el  Patio  Andaluz  y  leérselo  de  cabo  á 
rabo,  cosa  fácil  que  resulta  hecha  en  menos  de 
una  horita.  El  señor  Rueda  es  un  académico 
de  la  Academia  ideal  de  los  grandes  hablistas, 
es  un  colorista,  un  poeta  y  un...  autor  que  hay 
que  consultar  para  convencerse  de  que  el  caste- 
llano es  una  lengua  capaz  de  servir  de  instru- 
mento á  los  escritores  más  objetivos  ó  plásticos. 

Y  con  esto,  como  dicen  las  horteras  de  París, 
una  gracia  espontánea  que  deleita;  un  interés 
que  ni  por  un  momento  se  debilita,  por  todos  y 
cada  uno  de  los  tipos  presentados  en  escena; 
una  originalidad  lindísima  en  la  factura;  una 
naturalidad  deliciosa  en  los  diálogos.  El  arte 
está  velado  con  tanta  donosura  como  el  rostro 
de  una  sevillana  detrás  de  su  mantilla. 

El  señor  Rueda  ha  renovado  un  género  que 
se  hacía  ya  difícil  de  digerir  cultivado  por 
tanto  cursi  como  se  las  echa  de  escritor  de 
costumbres  no  haciendo  mas  que  imitar  á  los 


imitadores  de  los  émulos  del  buen  Mesonero 
Romanos.  Las  costumbres  populares  tienen  un 
insigne  retratista  más  digno  del  asunto  y  de  la 
época.  El  Solitario,  si  resucitara,  le  daría  sin 
duda  el  parabién  al  señor  Rueda,  de  muy  me- 
jores ganas  que  no  á  su  formidable  prologuista. 
Y  ahora  diré  que  de  la  misma  suerte  que  se 
muestra  oportunísimo  y  discreto  cultivador  del 
género  en  prosa,  ha  dado  también  en  el  clavo  al 
ejercer  de  poeta,  huyendo  de  imitar  á  los  que 
no  parece  sino  que  eternamente  han  de  ser 
objeto  de  imitación;  el  distinguidísimo  autor 
del  Poema  Nacional  no  ha  querido  que  se  le  to- 
mara por  ninguno  de  esos  maldecidos  becqueria- 
nos,  zorrilliant/S  (no  confundir),  campoamoria- 
nos  y  nonicianos,  que  infestan  con  sus  aborre- 
cidas coplas  el  correo,  cuando  no  las  mismas 
columnas,  de  los  periódicos;  raza  repululante 
como  la  filoxera,  corta  de  entendimiento  y  de 
narices  como  quien  carece  de  mollera  y  do  sen- 
tidos. En  vez,  pues,  de  echarse  á  imitar  á  nues- 
tros grandes  líricos,  como  tal  cual  orador  de 
privilegiados  pulmones  imita  á  Ríos  Rosas, 
ó  este  ó  el  otro  comicastro  á  Rafael  Calvo,  el 
autor  de  quien  hablamos  ha  buscado  su  inspi- 
ración en  la  verdad  y  en  la  afición  á  las  cosas 


de  su  tierra,  única  manera  de  que  el  poeta  de= 
muestre  que  cuenta  con  fuerzas  propias  y  bebe 
en  vaso  suyo.  Y  cuéntese  si  me  habrá  gustado 
el  Poema  Nacional  cuando  lo  alabo  y  pongo 
sobre  mi  cabeza  á  pesar  de  tener  en  él  los  toros 
unos  cuantos  romances  que,  á  la  verdad,  no  se 
merecen...  por  lo  hermosos. 


Impresa  formando  un  elegante  tomo  en  8." 
acaba  de  publicarse  en  Madrid  cierta  novela  que, 
insei'ta  en  las  columnas  de  este  periódico,  pu- 
dieron ya  apreciar  nuestros  lectores.  Tenemos, 
sin  embargo,  por  interesante  acontecimiento  su 
aparición  en  la  nueva  forma  que  reviste  ahora, 
pues  no  deja  de  ser  un  buen  libro  más  entre 
los  muy  contados  que  han  visto  la  luz  pública 
en  el  pasado  año. 

No  se  dirá,  en  efecto,  que  nos  encontremos 
aquí,  como  sucede  en  Francia,  en  el  embarras 
(tans  le  choix;  la  mayoría  de  las  novelas  que  se 
leen,  y  algo  se  ha  de 'leer,  son,  cuando  no  malas 
en  la  forma,  insulsas,  falsas,  triviales;  bienveni- 
das sean,  pues,  las  que  aparecen  buenas. 

Y  que  La  Quintañones  es  una  buena  novela 
no  puede  ocultársele  á  quien  se  deleite  en  estas 


LA  ANUNCIACIÓN,  de  Luieuzu  de  Credi 


LA  ANUNCIACIÓN,  de  Via  Angélico  d«  Píesele 
JOYAS    DE    LA    PINTURA    RELIGIOSA    ITALIANA 


MOISÉS,   DESPUÉS  DE  HABER  DADO   MUERTE  AL  MAL  EGIPCIO  (.Cuadro  de  Merwarth) 


llü 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


cosas.  £s  bnena  porqae  (>átá  deliciosamente  es- 
crita y  vi^rosament* 'pensada;  porque  se  ve  en 
ella  an  aator  qae  no  decalca  &  nadie  y  nn  pro- 
sista con  estilo  propio.  No  creo,  en  efecto,  que 
el  señor  Martines  Barrionuevo  se  ha}'»  fijado 
mnclio  en  D.  Xicomedes  Pastor  Diaz,  y,  sin 
emba(;go,  si  ¿  alfolian  se  parece  en  sn  estilo  es 
al  autor  de  Tll¡/ih»rmosa  á  la  China  Esto  cuan- 
do se  deja  arrebatar  demasiadamente  contando 
los  deliquios  de  Sor  Estrella.  El  autor  es  mala- 
^eño  y  recuerda  en  la  mayor  part«  de  su 
libro  el  dejo  del  Málaga  dulce;  con  todo,  al  final, 
en  las  escenas  dg  las  barricadas,  cambia  por 
completo  y  se  encuentra  uno  con  un  Málaga 
seco,  tan  enjuto,  que  á  poco  arde. 

Son  pajeas  terriblemente  serias,  por  lo 
mismo  que  no  se  advierte  en  ellas  la  menor  de- 
clamación. 

De  ahí  que  el  señor  Martínez  Barrionuevo 
sea  uno  de  los  que  mejor  saben  entonar  su  es- 
tilo, y  se  ve  claramente  que  le  viene  esto  por 
ingénito  buen  gusto  y  natural  talento,  no  á 
fuerza  de  raspar,  corregir,  limar  y  gastar  acei- 
te: la  literatnra  trabajos,  que  dijo  no  sé  quién. 
¡Oh  qué  gran  cosa  producir  sin  esfuerzo,  por  la 
mera  virtualidad  de  la  fecunda  savia  propia! 
El  señor  Martínez  Barrionuevo  derrocha  el 
color,  despilfarra  las  imágenes,  dice  sublimida- 
des como  la  cosa  más  sencilla,  y  hace  mütira 
como  si  jugara.  Tanta  facilidad  encanta  y  sedu- 
ce; indudablemente  la  musa  de  Andalucía  se 
aposentó  en  el  cerebro  del  autor  mientras  es- 
cribía y  le  hizo  producir  su  obra  como  muestra 
castiza  de  lo  que  sale  de  aquella  tierra  y  nace 
bajo  aquel  cielo. 

Después  de  tanta  belleza,  de  tanto  misticis- 
mo-realista (qui  pofesf  muere,  capiat),  encuentro 
enteramente  dei>lar¿s  aquellos  escarceos  de  gi- 
necología al  tratar  de  las  molestias  de  Sor  Es- 
trella. Apartémonos  de  invadir  el  terreno  de  la 
fisiología  más  6  menos  patológica  y  al  llegar  á 
semejante  punto  digamos: 

Glissotig;  n'  appuyons  pas. 

Respecto  al  argumento...  no  es  de  aquellos 
que  no  salen...  Pero  aquí  se  ve  el  talento  del 
señor  Martínez  Barrionuevo  al  sortear  con  ha- 
bilidad magistral  la  escabrosidad  del  asunto, 
sin  herir  en  lo  más  mínimo  la  susceptibilidad 
del  lector  de  determinada  confesión.  Según 
quien  hubiese  imaginado  el  conflicto  en  que  co- 
loca el  autor  á  Sor  Estrella  hubiéramos  visto 
toda  la  cohorte  de  horrores  de  ciertas  novelas 
que  titulándose  anticlericales  son  simplemente 
anti-digestivas.  Lejos  de  esto,  el  señor  Martínez 
Barrionuevo,  con  delicadísimo  pulso,  con  impe- 
cable correa  ion,  dice  cuanto  quiere  decir  sin 
que  ni  por  un  momento  pierda  el  equilibrio  ne- 
cesario entre  la  verdad  y  las  conveniencias  so- 
ciales. 

Por  más  que  limitándose  La  Quintañones  á 
ser  un  finísimo  estudio  psicológico,  hubiera  cum- 
plido lo  bastante  el  autor  no  ocupándose  en 
otra  cosa,  no  ha  descuidado  el  novelador  lo  que 
en  el  caso  de  su  libro  resulta  secundario,  es  de- 
cir, el  estudio  del  medio  y  de  los  caracteres. 
Más  que  dibujante  es  el  señor  Martínez  Barrio- 
nuevo  nn  manchista  desenfrenado.  Paisajes, 
interiores,  retratos,  todo  sale  chorreando  color, 
hiriendo  vivamente  la  retina,  produciendo  la 
sensación  exacta  de  lo  que  es  en  realidad  lo 
descrito,  ya  sea  una  noche  de  Andalucía,  ya  el 
interior  de  nn  templo  de  monjas  churrigueresco, 
ya  el  gabinete  de  un  médico  de  pueblo. 

Bespecto  á  los  caracteres,  bien  demostrado 
dejó  el  señor  Barrionuevo  en  La  OeneraU  con 
qne  habilidad  sabia  presentarlos  en  lo  que  tie- 
nen de  individual  y  típico;  esta  vez  reducida  la 
tarea  á  pintar  nada  má^  que  tres  ó  cuatro  no 
le  han  resaltado  menos  acabados:  ¡qué  hermoso 
corazón  el  de  don  Manuel!  ¡qué  española  hon- 
radez la  de  don  José! 

En  suma,  el  efecto  que  produce  este  libro  es 
profundo;  despoés  de  haber  hecho  sentir,  hace 
pensar. 

Carumi  Mendoza. 


ALFOMBRA,  ESTERA  Y  LADRILLO 


En  el  mundo,  opinen  como  quieran  los  más 
ilustres  utopistas,  nunca  será  un  hecho  real  la 
cacareada  igualdad  con  que  piensan  labrar 
nuestra  ventura. 

La  comunista  Icaria  con  que  algunos  sueñan, 
no  deja  de  ser  un  sueño  hermoso;  pero  un  sueño 
irrealizable. 

La  naturaleza  corrobora  este  aserto. 

Entre  los  millones  de  hombres  que  pueblan 
la  tierra,  raramente  encontraremos  dos  que  físi- 
ca y  moralmente  se  parezcan,  como  una  gota  de 
agua  á  otra  gota. 

Otro  tanto  sucede  entre  los  vegetales. 

Junto  á  la  gigant«sta  palmera,  que  altiva 
levanta  su  majestuosa  copa,  florece  el  enano 
naranjo;  por  el  robusto  tronco  de  la  centenaria 
encina,  trepa  la  débil  hiedra,  al  mismo  lado  de 
la  fragante  rosa,  gala  del  vergel,  oculta  entre 
verdes  hojas,  vejeta  la  modesta  violeta. 

Por  más  que  parezca  paradoja,  el  conjunto 
inarmónico  de  los  mundos,  seres  y  plantas  de 
la  creación,  forman  la  eterna  armonía  del  Uni- 
verso. 

No  se  concibe  calor  sin  frío;  luz  sin  sombras; 
ni  fealdad  sin  belleza. 

Del  mismo  modo  es  inconcebible  ricos  sin 
pobres. 

Dice  un  principio  de  economía  política: 

Si  la  fortuna  repartiera  por  igual  sus  codi- 
ciados dones,  á  todos  los  hombres,  todos  vi- 
virían en  la  miseria. 

Por  eso  la  igualdad  social  que  algunos  ilus- 
tres pensadores  proclaman ,  es  una  utopia ; 
mientras  exista  el  mundo  habrá  clases. 

En  la  antigüedad  sólo  se  conocían  dos:  libre 
y  esclava^  noble  y  plebeya,  rica  y  pobre. 

Para  la  una  estaba  destinado  el  poder,  la 
fortuna,  la  gloria;  para  la  otra  la  triaca,  la 
horcji,  el  feudo. 

El  progreso  por  un  lado  y  la  necesidad  por 
otro,  crearon  la  mesocracia,  estado  intermedio 
entre  la  nobleza  y  el  pueblo. 

La  mesocracia  ha  dado  vida  á  la  clase 
media. 

La  síntesis  de  las  tres  clases  en  que  se  divide 
la  sociedad,  se  encierra  en  estas  palabras: 

Alfombra,  estera,  ladrillo. 

La  primera  simboliza  la  nobleza;  la  segunda 
la  inteligencia;  la  tercera  el  trabajo. 

Las  tres  unidas  forman  un  todo  armónico 
llamado  sociedad. 

En  los  peldaños  de  la  escala  social,  la  clase 
media  es  la  que  ocupa  el  peor  puesto.  Destinada 
por  su  posición  á  alternar  indistintamente  con 
las  otras  clases,  conociendo  el  lujo  de  la  alfom- 
bra y  la  horrible  miseria  del  ladrillo,  tiene  que 
resignarse  á  satisfacer  su  vanidad  con  la  pro- 
saica estera. 

Esto  no  deja  de  ser  desagradable. 

Además  la  referida  clase,  sin  gozar  de  las 
ventajas  de  sus  compañeras,  se  vo  comunmente 
desdeñada  por  estas  que  la  denigran  con  crue- 
les epítetos. 

Para  la  una  es  cursi. 

Para  la  otra  silbante. 

¿Habráse  visto  mayor  injusticia? 

Sin  embargo,  de  esa  desdeñada  clase  media 
es  de  donde  generalmente  salen  para  ocupar 
altos  destinos  los  escritores  eminentes,  los  ar- 
tistas distinguidos  }•  los  repúblicos  guberna- 
mentales; ella  da  vida  al  comercio,  fecundo  ma- 
nantial de  la  riqueza  de  las  naciones,  y  ella  en 
medio  de  nuestras  contiendas,  es  el  arca  santa 
donde  se  conserva  todo  género  de  virtudes. 

Hotos  sus  privilegios  por  la  revolución,  y  á 
la  sombra  de  su  pasada  grandeza,  viviendo  en- 
tregada á  los  goces  do  una  vida  sibarítica;  la 
aristocracia  de  la  sangre  está  condonada  á  ser 
absorbida  completamente  pronto  ó  tarde,  por  la 
clase  med<a. 

Hoy  existen  dos  nuevas  aristocracias:  la  del 
capital  y  la  del  talento. 

Pero  mientras  la  clase  media  viva  en  su  re- 
ducido círculo;  mientras  con  el  capital  ó  el  ta- 
lento no  escale  loa  dorados  salones  de  la  for- 


tuna y  de  .la  gloria,  preciso  es  reconocer  que 
en  los  peldaños  de  la  escala  social  ocupa  el 
peor  sitio. 

Entre  la  chaqueta  y  el  gabán,  es  preferible 
la  chaqueta;  entro  el  ladrillo  y  la  estera,  el  la- 
drillo. 

De  la  estera  á  la  alfombra  media  un  paso;  de 
la  estera  al  ladrillo  uu  abismo. 

Es  más  fácil  subir  que  descender;  más  dolo- 
roso descender  que  subir. 

Un  escritor  dramático,  Enrique  Gaspar,  en 
su  obra  La  levita,  pone  en  evidencia  los  incon- 
venientes de  vestir  esta  prenda. 

En  efecto;  de  todos  cuantos  pobres  existen, 
el  de  levita  es  el  más  digno  de  lástima.  Acos- 
tumbrado al  lujo  de  la  alfombra  ó  á  la  modesta 
medianía  de  la  estera,  la  pérdida  de  su  fortuna 
le  coloca  en  un  trance  apurado.  Sin  fuerzas  para 
el  trabajo  corporal,  su  único  recurso  consiste 
en  revolver  papeles  en  una  oficina,  ó  apoyar  en 
su  frente  el  cañón  de  una  pistola.  Esto  si  es 
honrado;  si  ha  perdido  esta  cualidad,  la  embria- 
guez, el  juego  y  el  robo,  le  presentan  una  fácil 
pendiente  por  donde  insensiblemente  resbala 
hasta  las  gradas  del  patíbulo. 

En  cambio  el  pobre  de  nacimiento  está  libre 
de  estos  inconvenientes.  La  caridad  le  ofrece 
ancho  campo  para  hacer  de  la  mendicidad  un 
oficio  que  le  produce  lo  bastante  para  llenar 
sus  cortas  necesidades;  con  la  práctica  se  acos- 
tumbra á  él,  donde  encuentra  muchas  veces 
innumerables  goces. 

El  pobre  de  levita  no  tiene  este  recurso:  la 
vergüenza  se  lo  rechaza;  el  qué  dirán  se  lo  im- 
pide.  ■ 

¡Ali!  Confieso  que  alguna  vez  al  ver  asediar 
un  pobre  á  un  individuo  de  la  clase  media, 
exigiéndole  una  limosna  que  éste  le  niega  con 
un  «perdone,  por  Dios,  hermano,»  se  me  ha 
ocurrido  este  rompe-cabezas: 

— ¿Dónde  está  el  necesitado? 

Pero  estoy  divagando;  continúo: 

He  dicho  que  mientras  haya  mundo  existirán 
clases  y  sostengo  mi  tesis. 

Si. una  revolución  socialista  midiese  á  todos 
los  hombres  con  un  mismo  rasero;  si  los  bienes 
de  la  tierra  fuesen  repartidos  entre  todos  por 
igual;  si  valor,  virtud  y  ciencia,  fuesen  para  la 
generalidad  palabras  vanas;  á  pesar  de  todo, 
nunca  acabarían  las  clases. 

El  fuerte  siempre  estaría  sobre  el  débil;  el 
virtuoso  sobre  el  ruin;  el  sabio  sobre  el  igno- 
rante. 

La  alfombra,  la  estera  y  el  ladrillo  existirían 
moralmente. 

Por  eso  la  revolución,  al  quitar  á  la  nobleza 
sus  odiosos  privilegios  y  proclamar  los  derechos 
del  hombre,  no  pudiendo  borrar  por  completo 
las  clases,  se  vio  precisada  á  medirlas  todas  con 
el  único  rasero  que  buenamente  podía:  el  de 
la  ley. 

J.  F.  Sanmartín  y  Aguikre. 


-*- 


egoísmo 


Ayer  triunfó  y  sonreí 
y,  ajeno  á  todo  temor, 
en  dulces  redes  de  amor 
incautamente  caí. 

Hoy  nada  pasa  por  mi 
que  me  dé  vida  y  calor; 
ya  no  soy,  con  mi  dolor, 
ni  sombra  de  lo  que  fui. 

Pienso  en  la  dicha  perdida, 
que  ya  ni  tengo  ni  valgo; 
mi  ansia  no  está  destruida 
ni  do  mis  delirios  salgo... 


quiero  amar!...  ¡y 


amo  la  vida. 


siquiera  por  amar  algo! 


R.  J.  Catabineu. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


111 


«ÍNTIMAS; 


Te  quiero  prisionera 
pero  de  una  manera 
más  dulce  que  estar  libre  y  mucho  más; 
tu  asilo  en  mi  regazo, 
por  cadena  mi  brazo... 
sin  moverte  de  tal  prisión  jamás. 

En  tu  asilo,  querida, 
sorprenderte  dormida 
y  soñando  invocar  mi  aparición... 
mi  beso  despertarte 
para  otra  vez  besarte... 
y...  por  fin...  implorar  de  ti  el  ¡íerdón. 

Por  apoyo  tu  pureza, 
por  consuelo  tu  caricia, 
por  tesoro  tu  belleza... 
¿puedo  hallar  mayor  riqueza? 
¿puede  haber  mejor  delicia? 

Permite  que  te  abrace  y  te  dé  un  beso, 
que  es  cuanto  te  pedí 
y  muy  poco  te  va  á  importar  todo  eso... 
y  después  |oh!  después,  hermosa,  pide 
cuanto  quieras  de  mí: 
pedir  hasta  me  puedes...  que  te  olvide!! 

¡Ayl  Cuando  mirar  te  vi 
el  cielo  con  tanto  anhelo, 
tuve  celos...  celos,  sí, 
porque,  loco,  me  temí 
que  al  verte  tan  bella  el  cielo 
se  enamorase  de  tí. 

¿Dices  que  una  prueba  quieres 
de  mi  amor  exagerado? 

¡¡Cuántas  veces  te  he  soñado 
más  hermosa  de  lo  que  eres!! 


José  Barbany 


-«- 


NUESTROS   GRABADOS 


RETRATO     DB     UNA    DAMA 

por Sir  Josué  Rtynold 

Llamase  en  vida  la  tal  dama  la  honorable  Mi8s  Ana  Bin- 
gham,  pero  su  personalidad  importa  bien  poco  al  lado  de  la 
del  aut  )r,  el  más  ilustre  pintor  de  retratos  que  flortcicra  el 
pasado  siglo  en  Inglaterra,  en  cuyo  género  no  falta  quien  le 
pone  un  tanto  cerca  de  Velézquez  y  casi  á  la  altura  de 
Van  Dyclc. 

LONDRES:  EL   PALACIO   DE    8AN   JAIUE 

Este  palacio  es  un  edificio  construido  de  ladrillo  y  por 
cierto  con  escasa  regularidad  En  un  principio  fué  hospital 
de  leprosos,  peí  o  dióle  la  humorada  á  Enrique  VIH  de  reedi- 
ficarlo y  convertirlo  en  morada  real  En  su  interior  se  han 
aglomerado  maravillas  de  lujo,  segiin  puede  verse  por  nues- 
tros grabados,  pero  con  todo  no  cabe  Degar  que  están 
bastante  mal  dispuestas  las  habitaciones.  Celébranse  allí  las 
solemnidades  palatinas,  y  en  él  está  instalado  el  ministerio 
del  exterior.  Todos  han  oído  hablar  del  Gabinete  ae  Saint- 
James. 

GRIEGA 

Cuacro  de  Paul  Thumon 
El  artista,  enamrrado  sin  duda  de  la  clásica  antigüedad, 
ha  trazado  una  figura  capaz  de  hacer  reconciliar  con  el  hele- 
nismo á  los  más  entusiásticos  paitidsrlos  de  lo  moderno. 
Hay  que  riconocer,  en  efecto,  que  las  figuras  de  la  hermosa 
Grecia  arcaica  sirven  admirablemente  para  el  arte  simbólico. 
Paudet  asimismo  ha  tenido  que  acudir  á  Soffo  para  que  se 
comprendiera  bien  y  sintéticamente  lo  que  quería  decir. 

LA    UUJER   DB    TARQDINO    EL   80BBRBIO 
PA8AND0   80RRB    EL   CDEt-PO     DE    SU   PADRE 

Dibujo  de  V.  Zick. 

Monarca  demócrata,  si  los  puede  haber,  fué  Servio  Tulio, 
nombrido  rey  por  el  pue'Oo  sin  consentimiento  del  Senado, 
lo  cual  no  fué  obstáculo  á  que  si;  portara  como  ninguno, 
hasta  el  extremo  de  que  reformó  el  censo  electoral  en  el 
sentido  de  que  la  plebe  tuviese  siempre  mayoría  en  los  comi- 
cios. Rescataba  á  los  deudores  hechos  esclavos;  abolla  las 
deudas;  repartía  las  tierras  entre  los  plebeyos,  etc.  etc. 

El  buen  Servio  Tullo,  sin  embargo,  que  tan  excelentes 
cosas  hacia  como  rey,  tuvo  la  desgracia  de  que  su  hija  Tulla 


le  saliese  perversísima  y  malvada  criaturaj  hecho  que  Dios 
nos  libre  de  creer  no  pueda  verse  reproducido.  Casóse  Tulla 
con  cierto  aristócrata  etrusco  llamado  Tarquino,  soberbio 
como  él  solo,  y  no  se  le  ocurrió  nada  mejor  al  yerno  que 
asesinar  al  suegro  para  ponerse  en  su  lugar.  La  desnaturali- 
zada hija,  hecha  reina,  realizó  entonces  el  monstruoso 
crimen  que  podrá  ver  el  lector,  según  lo  ha  representado  Zlck 
en  8u  dibujo. 

EL  INVENTOR 

Cuadro  de  Daniel  Sidgway 
Este  artista,  de  Filadelfia,  es  un  agradable  pintor  de  gé- 
nero; en  su  Inventor  ha  hecho  notar  con  humorística  malicia 
el  caso  que  les  hacen  las  mujeres  á  los  que  se  devanan  los 
sesos  en  bien  de  la  humanidad.  iVaya  un  simplainal  pare- 
cen decirse  la  esposa  y  la  hija.  Ahí  está  él  con  sus  compases 
y  sus  matemáticas,  mientras  nosotras  cose  que  te  cose  y 
muriéadonos  de  hambre... 

JOYAS   DE    LA    PINTORA    HELI0I08A   ITALIANA 

Las  Anunciaciones  de  Lorenzo  de  Credi  y  de  Fid  Angélico 
de  Fiesole 

Fué  la  Anuríciación  uno  de  los  misterios  que  más  tentaron 
á  los  antiguos  pintores  italianos,  y  sobre  dicho  asunto  abun- 
dan á  docenas  las  obras  maestras.  Por  hoy,  sin  embargo,  nos 
contentamos  con  dar  dos:  una  de  Lorenzo  de  Credi,  ilHstre 
discípulo  do  la  escuela  de  Florencia,  y  otra  del  beato  Frá 
Angélico,  pintada  en  una  celda  del  convento  de  San  Marcos 
de  la  propia  ciudad . 

La  Anunciación  continúa  muy  en  predicamento  en  Italia 
y  sin  duda  hay  por  eso  allí  una  orden  de  caballería  de  la 
Annunztata,  además  de  muchas  mujeres  que  llevan  este 
nombre. 

MOISÍa   DESPUÉS  DB    HABER  DADO  UUERTE   AL   UAL    EGIPCIO 

Cuadro  de  Mtrworth 

■  Educado  Moisés  en  la  corte  de  Faraón,— dice  un  autor, 
—se  dedicó  á  todas  las  ciencias  de  los  egipcios.  Mas,  ilustra- 
do por  el  Espíritu  Santo,  renunciando  á  la  gloria  y  á  las  ven- 
tajas de  la  adopción  real,  dejó  la  corte,  y  á  la  edad  de  cua- 
renta años  se  fué  con  sus  correligionarios,  abandonando 
aquel  pueblo  idólatra.  Testigo  de  la  opresión  que  sufrían  los 
hebreos,  al  ver  que  un  (gipcio  golpeaba  inhumanamente  á 
un  israelita,  mató  al  agresor  y  sepultó  su  cadáver  bajo  la 
arena.  Temiendo  Moisés  ser  delatado,  huyóá  la  tierra  de  Ma- 
dian,  donde  se  puso  á  las  órdenes  de  un  hombre  llamado  Je- 
thró,  el  cual  le  dio  en  matrimonio  á  su  hija  Séfora,  en  pre- 
mio á  una  virtuosa  acción. »  ^ 

Y  ya  tienen  explicado  mis  lectores  el  asunto  de  ese 
cuadro. 

ATENAS:   BlÍNAS   DEL   PíKTIÓI»   Ó   TEMPLO    DE   JlJPlTER 
OLÍMPICO   T   DE   LA   ACRÓPOLIS 

En  la  llanura  del  Cerámico,  al  jiié  de  la  colina  en  cuya 
cumbre  se  levanta  la  Acrópolis  y  casi  junto  á  las  orillas  del 
Iliso,  hállanse  las  diez  y  sel''  columnas  de  orden  corinlio, 
muy  florido,  pertenecientes  al  edificio  coBcluldo  por  Adriano 
y  llamado  por  unos  el  Panteón  y  por  otros  el  templo  de  Jú- 
piter Olímpico.  Tienen  dichas  columnas  6  '/j  piés  de  diáme- 
tro por  60  de  altura,  proporciones  colosales  ciertamente. 
Nada  más  subsiste  del  antiguo  famosísimo  Panteón.  La  soli- 
taria grandeza  de  estas  ruinas  de  mármol  es  acaso,  dice  un 
viajero,  más  imponente  y  asombrosa  que  ningún  otro  sitio 
de  Atenas. 

En  cuanto  á  la  Acrópolis,  diremos  que  era  la  antigua  cin- 
dadela de  la  ciudad  de  Palas  Atenea,  y  que  en  su  parte  más 
alta  se  encuentra  el  divino,  el  glorioso,  el  inefable  Partenón 
dórico,  orgullo  de  la  humanidad. 

■ « 


LA  FUENTE  DE  LOS  CURRUTACOS 

(CONTINUA  OIÓN) 

XI 

EL  CAZADOR  CAZADO 

Doña  Cándida  salió  del  convento  más  tran- 
quila, más  risueña  y  mucho  más  aliviada  de  su 
afección  moral.  Encaminóse  á  su  casa  y  se  en- 
cerró en  su  tocador.  Dos  horas  largas  estuvo 
nuestra  dama  encerrada  en  él,  y  apareció  de 
nuevo  tan  emperegilada,  tan  empolvada  y  tan 
llena  de  afeites  de  buen  gusto,  que  parecía  que 
se  hubiese  quitado  de  encima  dos  lustros,  por 
lo  menos. 

Todo  él  día- lo  pasó  consagrada  al  aseo  de  su 
persona,  inspeccionando  chales,  cintas,  peinetas 
y  chapines,  como  si  fuera  una  damisela  en  el 
noviazgo  de  sus  primeras  y  amorosas  rela- 
ciones. 

Cuando  la  campana  de  la  torre  de  San  Ave- 
lino  dio  el  toque  de  ánimas,  doña  Cándida  en- 
cendió el  velón  de  cuatro  pábilos  y,  en  compa- 
ñía de  la  doncella,  extendió  los  manteles  sobre 


la  mesa,  distribuyó  los  platos  y  los  cubiertos, 
acercó  dos  sillas,  y  exclamó,  tomando  asiento  en 
una  de  ellas: 

— Preparemos  á  recibir  á  nuestro  señor  y 
dueño,  que  vendrá  molido  y  fatigado  de  sus  ex- 
cursiones, mitad  campestres,  mitad  amatorias. 
Pues  nadie  me  quita  á  mí  la  idea  que  no  son 
todo  pajaritos  lo  que  va  á  cazar  mi  buen  va- 
rón. 

Don  Leandro  no  se  hizo  esperar. 
Entró  en  el  comedor,  dejó  la  escopeta  á  un 
lado,  colgó  el  zurrón  y  sacó  de  él  dos  codorni- 
ces; mas,  al  presentarlas  á  su  cara  mitad,  quedó 
confuso  y  altamente  sorprendido  al  verla  tan 
restaurada  y  emperegilada,  con  la  sonrisa  en 
los  labios  y  guardando  una  actitud  tan  zalamera 
y  provocativa,  que  hubiera  cautivado  al  más 
curro  y  palaciego  galán. 

Doña  Cándida  le  miraba  á  hurtadillas,  con 
aquel  tino  peculiar  de  la  mujer,  que  la  convierte 
en  el  lince  más  refinado  de  la  creación. 

— ¿Y  los  niños? — preguntó  don  Leandro,  con 
el  solo  fin  de  preguntar  algo. 

— Ya  están  recogidos  los  pobrecitos.  La  niña 
ha  bordado  unos  escapularios  de  la  Virgen  del 
Carmen,  que  son  una  verdadera  maravilla.  Tie- 
ne unas  manos  de  plata  nuestro  bello  retoño. 
Ya  te  los  enseñaré. 
— ¿Y  los  chicos? 

— Agapito  me  ha  mostrado  hoy  su  cartapacio, 
que  no  había  por  dónde  cogerlo  di  svicio.  Era 
aquello  un  lodazal  estampado  en  un  papel,  y 
Manolo  ha  convertido  el  Padre  Nebrija  en  un 
sombrero  de  tres  picos.  Estoy  convencida  que 
los  dos  estudian  con  el  mismísimo  Satanás. 

— Lo  creo, — contestó  secamente  el  marido, 
examinando  detenidamente  á  su  mujer,  y  aña- 
diendo por  lo  bajo: 

— ¿Qué  novedades  son  esas? 
— ¿Pero   qué   llevas   en  la   mano,   Leandro 
mío? 

— Dos  codornices, — exclamó  el  letrado,  alzán- 
dolas en  alto. 

— ¡Pobrecillas!  ¡Qué  regalo  tan  sabroso  me 
ofrece  hoy  mi  señor  esposo,  á  quien  amo  tanto! 
— manifestó  la  dama,  cogiendo  las  codornices 
para  examinarlas  á  la  luz  del  velón. 
Don  Leandro  parecía  bobo. 
La  dueña  de  la  casa  entregó  la  caza  á  la  don- 
cella, hizo  una  graciosa  mueca  y,  colgándose 
del  cuello  de  su  esposo,  añadió  con  entrañable 
mimo: 

— ¡Y  cómo  me  quiere,  me  regala  y  me  aga- 
saja mi  buen  Leandro!  ¿No  es  verdad,  pichón 
mío,  que  las  has  cazado  para  mi  y  que  sería  tu 
deseo  que  me  las  comiera  en  tu  compañía? 

— Sí,  esto  es, — contestó  maquinalmente  nues- 
tro hombre,  sin  saber  qué  pensar  ni  qué  decir 
de  toda  aquella  farsa. 

Los  dos  cónyuges  tomaron  asiento  en  la 
mesa. 

— ¿Quieres  que  te  sirva?— preguntó  doña  Cán- 
dida, tomando  con  una  mano  la  cuchara  y  con 
la  otra  el  plato  de  su  esposo. 

— Como  gustes, — manifestó  éste  secamente, 
extendiendo  la  servilleta  sobre  las  rodillas. 
• — Es  una  sopita  con  ajos  que  dice  cómeme. 
— La  probaremos. 

— Estoy  convencida  que  te  gustará. 
Don  Leandro  se  llevó  la  cuchara  á  la  boca  y 
principió  á  comer  como  un  autómata. 

Su  mente  bogaba  por  regiones  desconocidas. 
La  amena  y  deliciosa  tarde  pasada  dulcemente 
aliado  de  la  viudita,  preocupaba  por  completo 
su  imaginación. 

La  doncella  fué  sirviendo  plato  tras  plato; 
pero  los  dos  esposos  no  cambiaban  ni  una 
sola  frase. 

Sólo  el  ruido  de  los  cuchillos  y  tenedores  se 
escuchaba  en  el  comedor. 

Al  terminar  los  postres  se  rezaron  las  gra- 
cias, como  era  costumbre  en  todas  las  familias 
en  aq.uellos  morigerados  días. 

La  preocupación  del  golilla  iba  en  aumento, 
y  los  celos  y  recelos  de  doña  Cándida  tam- 
bién. 

El  reloj  anunció  las  diez. 

— Vamonos  á  acostar,  Leandrito, — exclamó 


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LA  ILUSTRACIÓN  IBEEICA 


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doña  Cándida,  esforzándose  en  aparentar  cierta 
ternura  qne.  como  comprenderán   nuestros  lec- 
tores, estaba  muy  lejos  de  sentir. 
^Vamo8,-articuló  don  Leandro,  levantan- 

[>«  dos  esposos  Msaron  á  la  alcoba  conyu- 
gar Empezaron  á  demudarse  á  ambos  lados  de 
la  cama,  de  aquel  lecho  qne  en  otros  días  pre- 


paró el  amor  con  gasas  y  flores,  y  que  en  aquel 
entonces  era  ya  una  cama  como  otra  cualquiera, 
y  nada  más. 

Al  acostarse  don  Leandro,  exclamó  entre 
dientes,  como  si  fuera  un  Amadis  de  veinte 
años: 

—¿Si  pensará  en  mí  la  tirana,  como  en  ella 
estoy  pensando  yo? 


La  esposa,  en  cambio,  hizo  la  señal  de  la 
cruz,  y  articuló  en  sus  adentros: 

— Si  vuelves  á  soilar  en  alta  voz,  te  juro  por 
el  santo  de  mi  nombre,  que  te  dejo  sin  un  pelo 
en  la  cabeza. 

(Se  continuará.) 


Francisco  Ghas  y  Elias. 
*WBT«*Qft  fa»».  i«^W,E«,ini^^  j,  ^^^^ ,rtíu,a  y  l„erar,a.-Las  rda.ac,o»e.  ea  lladri^,  al  represeataote  de  esta  Casa  D.  «¡íoIpiTrvíoMp^cr^' 

MNSERTESE  O  NO.  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  ( _^_ 


««««ciM„„c  T,,o««i,.co  o."b:  B*«¡:::i¿z::r¡.  vnxAKaoE..  ntu.'^^;~^.^^ 


DE  San  Amtokio.-  Barcelona. 


SEMANARIO     CIENTÍFICO,     LITERARIO    Y    ARTÍSTICO 


Año  7 


ESPAÑA 

I  ün  año Í2'50  ptas. 

ün  semestre 6'50     ■ 

I  Número  »iieIlo ,     .     .     .  0*25     • 
PORTUGAL 
suscrición  pxgadcra  semannlmente 

Cada  número.  ...  50  reís. 


Barcelona  19  de  Febrero  de  1887 


C0BA  T  PUERTO-RICO  11 

Un  año 5  pesos  oro.  ¡I 

En  el  resto  de  América  fijan  el  precio  1    ^i'irn    91 R 
los  señores  corresponsales.  JiN  Ulll    áíQ 

EXTRANJERO 
Un  año 18  pesetas. 


CUPIDO  Y  PSIQUIS  (Cuadro  d«  Paul  Baudry) 


11 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


SUM  ARIO 


Tarro.— Jfa4H4.  Carltu  d  ai  prima,  por  Fernanflor.— I.a 
cata  ii(  Ad»  f.tfpo  (POntlnuacUSnV  por  Juan  Tomas  S«1- 
ruif.  —  Berflacinft/íca,  por  Alfredo  Optsso— /o«  oeAo 
I  y  <<  aiáa  muerto,  por  J.  Mlr  A  Folgui-r»  -  A'oía»  «»- 
»,  per  Antooi»  Opl«o  —  BiWi'vo/ía,  por  Carl.'s 
MeiKioaa  — ^ttonvid  (poní*  ,  por  Ylcvnie  Rlra  Palario 
— #Vti#»al*.  a  taKMMbí  (ponlaa).  por  Jo9«  M  de  la 
Torre  -Kaxatrmcrahudos.  — ¿a  /tunlt  dt  lo»  currutaeot 
(coolInaaolAa).  por  Fraael'>oo  Graa  j  Elias. 

Gl>««im>s. — Cupido  T  PsIquU.  Edmundo  Aboot- El cama- 
vml  -Kl  rnU«rro  de  la  udiaa,  mascarada  tn  el  Canal. - 
PalxJMdel  l>aouMo  (ire«  grabados). -]>i  leona  y  su  ra- 
chorro.  -Cantadom  eitnaño'ea.  — Rl  mausoleo  de  I).  Jaime 
B«]in«i,  en  la  Cale-lral  de  Vlch.-Los  dramas  de  Shakes- 
pean.  OMk>«7  Julio  Ceau  ido*  grabados).— £1  mejor 
Ubro. 


MADRID 


CA-RTA-S    A.    Isffl    PRII^A. 


CRÓNICA  DE  LITERATURA 

C^^AS  de  sabíT,  mi  querida  Carmen,  que  la 
+inH  sociedad  arifstocrática  \nielve  á  sus  anti- 
Cjí-,  frnas  aficiones;  y  que  siguiendo  el  ejem- 
plo de  la  dHque,«!a  de  la  Torre,  vnri.is  grandes 
señoras  hac«n  construir  teatros  en  sus  hoteles  y 
organizan  compañías  dramáticas.  Puedes  figu- 
rarte las  consecuencias  de  esta  moda...  Como 
todas  las  clases  imitan  aqui  á  la  gente  noble  y 
opulenta,  dentro  de  poco  habrá  un  teatrito  en 
cada  casa  de  Madrid.  Volvemos  á  la  época  de  los 
teatxtJS  caseros,  tan  satirizados  entonces  y  que 
á  pesar  délas  sátiras  hicieron  felices  á  infinitos 
padres  é  hijos  de  familia.  Nada  hay  tan  difícil 
como  inventar  un  placar  nuevo;  así  pnes  no  te- 
nemos otro  remedio  sino  tomar,  dejar  y  volver 
á  tomar  los  ya  inventados. 

Con  motivo  de  esta  nueva  moda  un  periódico 
ha  publicado  algunos  artículos  en  los  cuales  se 
recuerdan  los  teatros  de  la  duquesa  de  Montijo, 
de  la  de  Medinaceli,  de  la  condesa  de  Vilches  y 
otros;  teatros  que  dirigieron  Romea,  Arjona  y 
demás  actores  ilustres  de  aquel  tiempo.  Te  re- 
mito esos  artículos  que  tienen  verdadero  inte- 
rés; porque  interesante  es  lo  que  nos  recuerda  un 
mundo  viejo  que  hemos  visto  desaparecer  poco 
á  poco.  En  Francia  muchos  hombres  de  viso, 
muchos  políticos  y  escritores  suelen  anotar  de 
noche  lo  importante  ó  curioso  que  han  sabido  y 
han  presenciado  de  día: — así  aquella  literatura 
es  taii  rica  en  Memorias;  pero  nosotros  ni  toma- 
mos apuntes  ni  somos  aficionados  á  publicar  ob- 
servaciones íntimas.   Quizás  esto  proviene  de 
que  el  español  no  gusta  ver  discutida  su  perso- 
nalidad y  por  lo  tanto  respeta  la  del   prójimo; 
mientras  que  los  franceses  desean   se  hable  de 
ellos, bien, con  preferencia:  y  en  último  resultado, 
mal.  Algún  movimiento  literario  se  nota  en  este 
sentido:  algunas  Memorias  se  han  publicado  ya; 
entre  ellas  las  de  Mesoneros,  Alcalá  Galiano, 
Zorrilla  y  el  general  Córdoba.  Aún  estas  tienen 
más  bien  carácter  político  que  el   social.  Re^ 
cnerdos  de  la  vida  del  placer  antiguo;  de  la  con- 
versación, de  los  amores,  de  los  antagonismos 
de  las  estrellas  del  mundo  elegante  y  de  la  lite- 
ratura... eso,  tan  curioso,  tan  entretenido,  de 
interés  muy  superior,  sin  duda,  al  de  la  mejor 
novela,  eso,  ha  desaparecido.  El  periodismo  viene 
hoy  á  llenar  ese  hueco;  pero  de  un  modo  imper- 
fecto; porque  cuando  los  sucesos  están  recientes 
no  puede  decirse  de  las  personas  lo  que  luego 
no  es  arriesgado  revelar  calmadas  las  pasiones. 
Hay  anécdotas  que  valen  una  biografía  y  que 
explican  un  carácter  mejor  que  una  historia.  En 
las  Memorias  del  general  Córdoba  se  nos  pre- 
senta el  carácter  de  Narváez,  de  súbito,  bajo  un 
aspecto  que  no  habíamos  imaginado:  y  en  con- 
trapoflición  de  todas   las  ideas  que  de  él  tenía- 
mos. Córdoba  nos  dice  que  siendo  ya  Narváez 
jefe  del  ejército  se  hubiese  dado  por  satisfecho 
ctm  obtener  la  plaza  de  administrador  de  co- 
rreos, que  solicitas  en  no  recuerdo  cual  provincia. 
E«  decir,  que  Narváez  no  era  un  temperamento 
de  ambicioso. 

En  los  articolos  publicados  en  El  Resumen,  á 


que  me  refiero,  hay  algunas  anécdotas  curiosas. 
La  emperatriz  Eugenia  en  su  juventud  había 
tenido  grande  afición  á  representar;  y  cuando 
vino  A  España,  todavía  reina,  su  madre  la  Mon- 
tijo, dispuso  algunas  representaciones  pai-a  ob- 
sequiarla. Era  directora  de  escena  Matilde  Diez 
y  la  emperatriz  la  i-egaló  una  sortija. — ¡Conser- 
ve V.  este  recuerdo  de  una  admiradora  que  la 
envidia! — Señora , — contestó  Matilde, — ¿puede 
envidiar  V.  M.  á  nadie? — ¡A  usted! — repuso  la 
emperatriz  con  tristeza,— ¡á  V.  que  haciendo 
papeles  de  reina  ha  sido  siempre  aplaudida! — 
En  el  teatrito  de  la  duquesa  de  Montijo  se 
inauguraron  las  representaciones  con  El  jomn 
Telénmro;  una  obra  del  género  bufo;  burla  san- 
grienta de  lo  humano  y  de  lo  divino;  joya  de  la 
literatura  ca-¡allesca.  ¡Qué  contraste! 

Un  distinguido  escritor  y  poeta,  sin  duda  pre- 
sintió esta  renovación  del  teatro  casero  al  escri- 
bir sus  Diálogos  ile  unión,  (poesías  representa- 
bles,  escenas  sueltas).  Don  Fernando  Martínez 
Pedrosa,  antiguo  y  discreto  cultivador  de  las 
letras,  discurrió  ese  recreo  para  que  las  mucha- 
chas de  su  familia  sustituyeran  el  simple  reci- 
tado de  los  versos  con  una  especie  ,de  poesía 
plástica.  Para  escenario  de  este  teatro  es  sufi- 
ciente una  cortina  6  un  bastidor;  este  género  de 
representaciones,  tan  fácil  de  costear  y  de  ofre- 
cer, se  extiende  con  aplauso.  Martínez  Pedrosa 
es  un  poeta  de  intención  moral  y  que  prefiere 
resultar  insípido  á  resultar  deslenguado  y  bar- 
bianesco.  Se  ha  quedado  en  su  tiempo,  con  la 
retórica  sencilla  que  se  aviene  con  su  tempera- 
mento. Sus  Diii'og'i.t.  tal  vez  no  encuentren  aco- 
gimiento entusiasta  en  las  pollas  del  día;  pero 
son  el  regocijo  y  admiración  de  los  padres. 

Pasemos,  si  quieres,  de  los  teatros  de  menti- 
rijillas á  los  teatros  de  verdad.  A^'er  se  ha  es- 
trenado, en  el  Español,  L'i  tniin  dr  hfa'ico^,  ori- 
ginal de  D.  Leopoldo  Cano,  el  autor  dichosísimo 
de  ' '(  Piisiuviiivi.  Te  hablaré  de  esta  obra  juz- 
gando por  las  críticas  de  los  periódicos;  no  ha- 
biendo podido  asistir  yo  al  estreno  por  el  mal 
estado  de  mi  salud.  Debo  decirte,  además,  que 
los  estrenos  no  tienen  ya  para  mi  el  encanto  que 
tuvieron  en  otro  tiempo.  El  espectador  de  buena 
fe  se  encuentra  en  una  atmósfera  preparada; 
entre  los  aplausos  insensatos  de  unos  y  los  sar- 
casmos despreciativos  de  los  otros,  y  las  simpa- 
tías ó  antipatías  que  están  corrientes  suscitan 
en  su  ánimo  y  le  obligan  á  tomar  bandera  en  pro 
ó  en  contra,  íalto  ya  de  serenidad  para  juzgar 
la  obra  que  se  representa.  Hoy  las  empresas 
tienen  que  imponer  los  éxitos  á  la  crítica,  por- 
que las  críticas  de  hoy,  hechas  al  día  siguiente, 
sólo  tienen  una  virtud  real:  llevar  ó  no  llevar 
gente  al  teatro.  Lo  que  se  disputa  hoy,  exclusi- 
vamente, es  el  número  de  representaciones  que 
se  darán  á  la  obra;  y  el  periodista,  como  lo  sabe, 
no  puede  manifestar  una  opinión  que  al  autor  y 
al  empresario  les  quita  dinero.  Los  éxitos  de  los 
estrenos,  cuando  se  trata  de  ciertos  autores,  to- 
dos son  asombrosos;  de  todos,  al  siguiente  día 
se  ocupa  con  igual  estrépito  la  prensa:  la  crítica 
efectiva  viene  luego;  se  hace  en  la  contaduría. 
No  hay  tampoco  quien  se  proponga  escribir 
dramas  para  su  propia  sati.sfacción  sino  para  el 
aplauso  de  las  muchedumbres.  El  teatro  como 
pintura  seria  de  los  pasiones  y  de  los  caracteres, 
ha  muerto;  se  le  ha  sustituido  con  una  pintura 
colosal,  extravagante,  caricaturesca,  escenográ- 
fica que  da  idea  do  la  vida  y  de  los  hombres 
como  el  microscópico  da  idea  de  los  insectos, 
hinchándolos;  representándolos  como  enormes 
monstruos.  La  butaca  del  teatro  aterra  como 
butaca  de  un  gabinete  de  dentista;  nos  sentimos 
en  ella  mal  desde  que  nos  sentamos.  Además, 
en  casi  todos  los  dramas  del  día  se  nota  el  es- 
fuerzo del  autor  para  ser  gigantesco;  se  ve  zo- 
zobra continua,  y  la  temeridad  con  que  se  abor- 
dan situaciones  y  so  lanzan  conceptos  por  si  la 
masa  bruta  los  acíjpta.  Nuestros  autores  dramá- 
ticos son  una  especie  de  E^p  n-leri  s  de  el  teatro. 
Se  arrojan  al  toro  á  matar  6  á  ser  muertos.  Y 
cuando  salen  de  entre  los  cuernos  los  más  sor- 
prendidos y  asombrados  son  ellos.  Y,  en  fin, 
prima,  el  público  confunde  dos  cosas  muy  dife- 
rentes; el  talento  personal  de  los  autores  con  la 


bondad  de  las  obras.  Pensamientos  y  pensamien- 
tos; frases  3'  frases;  hó  aquí  nuestra  dramática; 
pensamientos  y  frases  como  perdigonadas.  Cuan- 
do sales  del  teatro  consideras  por  lo  que  tú  has 
sudado  viendo  el  drama  lo  que  el  pobre  autor 
habrá  sudado  también  haciéndole. 

Al  dar  cuenta  de  Ln  (rata  de  hhwos,  dice  un 
periódico,  que  este  drama  es  una  superficie  eri- 
zada de  pinchos,  un  nuevo  aparato  de  tortura 
social,  algo  destinado  á  herir,  á  cauterizar,  y  que 
por  la  vehemencia  con  que  se  aplica  el  correc- 
tivo revela  un  genio  satírico  de  primer  orden. 
A  juzgar  por  estas  lineas  un  Museo  anatómico 
ofrecerá  más  encantos  que  ese  drama.  Yo  reco- 
nozco, sinceramente,  querida  prima  mía,  qtie 
estoy  anticuado  en  materias  literarias  y  sobre 
todo  en  las  teatrales;  que  me  voy  oxidando  tam- 
bién y  que  dentro  de  poco  figuraré  dignamente 
en  un  gabinete  arqueológico.  Sin  duda  por  esto 
ya  que  no  pude  asistir  á  la  representación  del 
drama,  cogí  el  libro  do  poesías  de  su  autor,  ti- 
tulado S'ietns  y  pasé  la  noche  leyendo  algu- 
nas. Estoy  seguro  de  no  haber  perdido  en  el 
cambio.  No  sé  si  las  obras  dramáticas  do  Cano 
qiied'rá",  pero  tengo  la  seguridad  de  que  habrá 
de  figurar  en  El  Bomonreio  Español,  como  una 
verdadera  joya,  La  retirada  de  loa  tres.  Pero  casi 
ninguno  de  los  frenéticos  admiradores  de  Cano 
que  se  rompen  las  manos  aplaudiendo  sus  her- 
mosos monstruos  dramáticos,  conocerá  este  poe- 
mita,  sensible,  espontáneo,  castizo,  que  no  es 
posible  leer  sin  palpitaciones  del  alma.  Leopol- 
do Cano,  por  mucho  que  haga  para  no  parecerlo, 
es  un  verdadero  poeta. 

Mientras  puedo  enviarte  un  ejemplar,  te  diré 
que  el  drama  de  Cano  representa  la  lucha  de 
dos  personajes,  el  Mal  y  el  Bien.  La  honradez 
vase  rindiendo  á  las  sugestiones  del  Mal  y  la 
sociedad  aparece  pintada  con  los  más  negros 
horrores. 

El  autor  traza  en  los  siguientes  versos  el  fa- 
tal eslabonamiento  del  mal  en  la  sociedad. 

Kn  el  con  f URO  tropel 
del  hum^ino  Irtherinlo, 
buticn  el  malo  por  infítinto 
al  que  vale  menos  que  él, 
y  le  hí'ce  depot-itrtrio 
de  algo  infame  que  es  secreto, 
nniéii<1o.e  »1  m^l  sujeto 
que  eleva  á  l>u<  n  secretario. 
Este,  quej'iez  6  censor 
psra  sus  vicios  po  quiere, 
buscund"  quien  le  tolere 
se  lita  ft  un  lunit  mHyor, 
el  ouhI,  instiiiiivflm  nte, 
busca  á  otio  mns  (lesnlmado 
que,  a  su  vez  tslá  ler***!" 
con  otro  más  d  lincuente; 
y,  asi,  de  anillo  en  anillo 
va  Irt  Crtdena  social 
como  la  escala  del  mal 
)>a¡nndn  (le  sunlo  a  pillo. 
Niri(fu?'0  romperla  puede, 
ni  su  Ilheitad  consigne 
y  h»  de  tirar  del  qne  signe 
si  li  nrrrtstra  el  que  pncede. 

Y  el  rotu>  se  utie  en  nii^ierio 
con  '  rgí>llR  al  homicirii  ; 

el  ti'ón  que  <!»  el  presidio 
se  siente  ♦  n  el  niíittst»  rio. 

V  nce  quien  tira  uiej<  r; 
por  ■  so  'le  vez  en  cuando 

se  ve  á  un  ministro  srrMstrando 
á>  trrts  d"'  un  secuestrador; 
el  criminal  qnedn  <icnllo 
y  la  hoi  r"dezsin  ab'ig"; 
eljuez  -lUe  íriipoU'-  el  castigo, 
burlado  con  el  uidnltii, 
17  el  hnmi'a,  la  infaui*  grey 
forma  ese  mriu-truo  nni'lHÜo, 
que  suele  i  star  .  nroscado 
en  la  espada  de  {•*  ley! 

De  las  revistas  que  he  leído  se  deduce  que 
el  éxito  ha  sido  ruidoso;  pero  que  la  obra  es  muy 
discutible  y  discutida. 

Y  ahora  para  terminar  esta  carta  te  diré  que 
Manuel  del  Palacio  ha  publicado  otro  volumen 
de  versos.  Es  un  libro  de  recuerdos  de  Monte- 
video; le  titula  Huflgos  dii^lmiiálican;  composi- 
ciones, casi  todas  de  Álbum;  pero  fáciles,  senti- 
das, simpáticas,  que  se  leen  con  encanto.  Casi 
todas  ellas  tienen  un  dejo  do  tristeza;  como  esos 
ruidos  misteriosos  de  la  puesta  del  sol.  El  poeta, 
lejos  de  su  patria,  en  el  alto  puesto  que  desem- 
peñaba, tiene  dos  nostalgias:  la  de  la  juventud 
y  la  de  la  independencia;  siente  haber  subido 
tanto  y  todo  lo  cambiaría  por  sus  ilusiones  y 
libertades  de  bohemio.  Su  libro  es  una  sinfonía: 
notas  sueltas,  alegres  muchas,  que  se  reúnen  en 
un  gemido  de  resignación,  sin   esperanza.   Se 


LA  ILUSTRAGION  IBÉRICA 


115 


ve  -que  el  poeta  no  es  completamente  desgracia- 
do porque  puede  quejarse  en  verso. 

Puedes  juzgar  tú  misma,  por  este  soneto,  di- 
rigido por  Palacio  á  un  amigo,  mirándole  su 
retrato: 

iLo  quisiste,  y  nht  val  Frágil  remedo 
del  que  liños  hace  cuando  HiO'i  quería, 
fué  por  el  entuslHumo  y  la  ironía 
mezcla  de  Don  Quijote  y  de  Quevedo. 

Fortuna  y  ambicióu  dio  por  un  bledo,* 
amó  la  libertad  y  la  alegría 
y  enemigo  de  toda  hipocresía 
sólo  de  su  conciencia  tuvo  miedo. 

Hoy  es  un  diplomático  maduro, 
que  al  Crtlor  de  la  nómina  vegeta, 
viviendo  entre  el  pasado  y  el  futuro; 

lY  encuentra  tr-u  la  amist  >d  dicha  completa, 
amando  cuanto  es  bello  y  grande  y  puro^ 
con  la  estuUez  sublime  del  poetal 

Después  de  haber  copiado  estos  versos  creo 
que  me  agradecerás  concluya.  Termino,  pues, 
esta  crónica  de  literatura. 


Fernanflor. 


-*- 


LA  CASA  DE  PEDRO  LÓPEZ 


(00  NTINDACIÓK) 

Siibito  una  idea  repentina  iluminó  mi  pensa- 
miento; recordé  la  escena  del  retrato,  y  dije  al 
criado: 

■ — Conque  ¿una  equivocación,  eh? 

■ — Sí,  mi  amo. 

— Pues  ándate  con  pies  de  plomo,  porque  la 
vez  que  te  vuelvas  á  equivocar,  será  la  última... 
¡Granuja! 

Ramírez,  esquivando  un  tremendo  puntapié, 
echó  á  correr  hacia  la  cocina. 

Yo  permanecí  arrellenado  en  el  sillón,  mi- 
rando á  la  pared,  y  seriamente  pensativo. 

— Re.sumamos, — dije. — En  el  principal,  un 
garito  con  jugadores  de  ventaja;  es  decir,  la 
fuente  de  todos  los  crímenes.  En  el  sotabanco, 
un  hombre  y  una  mujer,  un...  matrimonio,  ó  lo 
que  sea,  que  juega,  se  emborracha,  blasfema, 
anua  poco  menos  de  un  zipizape  diario  y  está  si 
revienta  ó  no  revienta;  todos  los  vicios,  todas 
las  groserías,  presentes  de  tejas  arriba,  y,  lo 
que  es  peor,  un  crimen  futuro,  si  Dios  no  lo  re- 
media. En  el  segundo...  demasiado  temo  adivi- 
nar lo  que  hay  en  el  segundo:  por  de  pronto, 
unos  vecinos  ó  vecinas,  que  codician  el  criado 
ajeno,  que  no  es  poco  codiciar.  En  el  tercero  de 
la  derecha,  ignoro  todavía  cuyos  sean  los  in- 
quilinos;  pero,  probablemente,  por  la  pinta  de 
la  casa,  no  deben  de  ser  cosa  de  provecho.  En 
el  tercero,  izquierda,  á  la  vista  está,  Ramírez 
y  yo;  Ramírez  es  un  truhán,  según  acaba  de 
probarme...  Luego  yo,  yo,  y  no  tengo  por  qué 
envanecerme,  ¡soy  la  única  persona  decente  de 
la  casa!  Pues,  señor,  ¡vaya  unos  vecinos!  ¡Y  yo 
que  pensaba  mandarles  mi  tarjeta  de  visita! 
Afortunadamente,  estas  cuartillas  me  han  dis- 
tríiído,  y  no  se  la  he  mandado  aún.  Esto  no  pue- 
de continuar  así;  ¡ó  ellos,  ó  yo!...  ¡Ramírez,  Ra- 
mírez! 

— Señorito. 

El  infeliz  acudió  tembloroso,  creyendo  que 
iba  á  despedirle. 

— A  la  portera,  que  suba  inmediatamente. 

— Voy  volando. 

La  señora  Pepa,  á  los  cinco  minutos,  se  ha- 
llaba en  mi  pre.sencia. 

Entonces  la  observé  detenidamente.  Vestía  de 
negro,  como  siempre,  ni  más  ni  menos  que  si 
llevara  el  luto  de  su  honradez,  ó  el  de  las  víc- 
timas de  sus  inquilinos.  Era  ima  mujer,  según 
dije,  alta,  pálida  y  delgada,  con  una  palidez  de 
convento  ó  de  hospital;  había  en  sus  movimien- 
tos algo  felino,  algo  del  tigre  ó  de  la  gata;  en 
su  mirada  un  rayo  de  bondad  postiza  y  de  vir- 
tud esti'ipida;  rodeaba  sus  ojos  un  cerco  amora- 
tado, y  sus  labios,  sinuosos  y  delgados,  parecían 
jtróximos  á  despegarse,  apercibidos  á  la  dofen- 
.sa,  y  aun  al  ataque. 

— ¿Manda  algo  el  señorito? — preguntó  con 
voz  meliflua. 

— ¿Está  en  casa  su  marido  de  usted? 


— Sólo  viene  á  dormir  por  las  noches  y  se  va 
muy  de  mañana;  le  trae  tan  ocupado  ese  bendito 
ferrocarril... 

— ¿De  suerte,  que  V.  corre  con  todo? 

— Para  servir  á  usted. 

— Perfectamente.  Ahí  está  el  recibo;  ajúste- 
me  usted  la  cuenta;  me  voy  de  esta  casa. 

— Pero... 

— O  se  van  todos  los  vecinos. 

— No  lo  permita  Dios;  pagan  como  prínci- 
pes. 

— Siendo  así,  lo  dicho;  me  marcho,  señora 
Pepa. 

— Hay  una  pequeña  dificultad. 

— Oigamos. 

— Siento  disgustar  al  señorito;  mas,  con  el 
debido  respeto,  le  recordaré  que  ha  firmado  un 
contrato  en  virtud  del  cual  se  compromete  á 
permanecer  tres  meses  en  el  cuarto.  Todavía  no 
hace  uno  que  tengo  la  honra  de  contarle 
entre... 

— ¿Y  si  falto  á  lo  contratado? 

— Piei"de  V.  la  fianza  y  el  mes  corriente. 

— Eso  es  inicuo. 

— Sin  perjuicio  de  que  el  amo,  si  quiere... 

— Gracias,  señora  Pepa;  me  ha  dado  V.  una 
idea;  veré  al  amo. 

— Todas  las  noches,  en  el  café  de  Lisboa, 
después  del  teatro... 

— Pero  él,  ¿dónde  vive? 

— Cuchilleros,  37.  Yo  lo  digo  porque  en  el 
teatro,  ó  en  el  café,  preguntando  por  D.  Pedro 
López...  Todo  el  mundo  lo  conoce.  Crea  V.  que 
tendrá  un  disgusto. 

— En  efecto,  no  es  agradable  la  noticia. 

— Mas...  sepamos:  ¿por  qué  se  marcha  el  se- 
ñorito? 

■ — A  causa  de  los  vecinos. 

— ¡Bendito  Dios!  ¡Si  son  de  lo  más  tranquilo 
de  Madrid! 

— ¡Caracoles!  jA  eso  llama  V.  tranquilidad! 
Unos  vecinos  que  roban,  seducen  y  se  matan 
todas  las  noches... 

— ¿Le  han  molestado  á  V.  en  algo? 

• — ¿A  mí?...  No. 

— Es  que...  yo  respondo  del  orden...  y  si  al- 
guien se  atreviera  con  el  señorito...  Aparte  de 
los  zipizapes  del  sotabanco,  á  los  cuales  todos 
nos  hemos  acostumbrado,  y  donde  nunca  llegará 
la  sangre  al  río...  ¡rediós!  ¡no  faltaba  más!... 
Pues,  como  iba  diciendo,  no  ha  visto  V.  vecinos 
más  tranquilos.  En  el  principal  juegan,  es  ver- 
dad, pero  todos  son  personas  decentes,  muy  de- 
centes, eso  sí;  como  que  el  juego  es  un  recreo 
de  la  aristocracia,  según  no  ignora  el  señorito. 
Las  del  segundo  tendrán  sus  trapícheos,  no  diré 
que  no;  al  fin,  á  todos  se  nos  ha  de  comer  la 
tierra;  y,  señor,  lo  que  yo  digo,  ¿á  qué  está  una, 
sino...?  pero  esas  son  también  unas  personas 
muy  prudentes,  de  mucha  decencia;  son  unas 
señoritas  que  no  se  meten  con  nadie.  Aquí  no 
hay  escándalos,  ni  belenes;  á  las  once  se  cierra 
el  portal,  y  esta  casa  es  muy  tranquila,  muy 
ti'anquila,  señorito. 

— Perdone  V.,  señora  Pepa;  si  mal  no  re- 
cuerdo, me  aseguró  que  las  del  segundo  estaban 
despedidas... 

— Y  lo  estaban,  y  lo  están  aún;  sí,  señorito. 

— Pues,  entonces,  ¿por  qué  no  se  marchan? 

— Eso  mismo  digo  yo...  ¡Señor,  también  es 
mucho  porfiar! 

— ¿O  por  qué  no  las  echan  Vdes.  de  una 
vez? 

— Todos  los  días  las  estoy  echando,  sino  que 
ellas  no  me  hacen  maldito  el  caso;  y  luego  ya 
ve  V.,  la  ley  de  desahucios...  yo  no  entiendo  de 
leyes,  y  me  aburro,  y  lo  dejo... 

— Señora  Pepa,  dice  V.  que  vive  el  amo... 

— Cuchilleros,  37,  y  mejor  en  el  teatro,  en  el 
café,  preguntando  por  D.  Pedro  López... 

— Está  bien,  yo  me  las  entenderé  con  ese 
señor. 

— Como  V.  quiera,  señorito.  Crea  V.  que  yo 
tendría  un  disgusto,  un  verdadero  disgusto,  si 
una  persona  tan  fina,  tan  decente  como  V.,  nos 
abandonara.  Lo  que  digo  yo  todos  los  días:  ¡qué 
decente,   qué    fino    es    el  .    .     _      -. 

Dios!... 


señorito!    ¡Bendito 


Aquella  misma  tarde  fui  á  ver  al  casero,  y  me 
contestaron  que  acababa  de  salir. 

— ¿A  qué  hora  volverá? 

— A  ninguna,  lo  menos  hasta  la  madru- 
gada... 

— Me  urge  mucho  verle;  ¿no  come  en  casa 
hoy? 

— Esta  noche,  en  el  café  de  Lisboa...  Allí 
suele  cenar. 

Volví  á  mis  cuartillas,  para  hacer  tiempo  y 
aprovecharlo.  Un  capítulo  en  que  describía  al 
adulador  y  los  efectos  de  la  adulación,  me  retu- 
vo en  casa  hasta  las  nueve,  hora  en  que  salí,  de- 
cidido á  buscar  á  mi  don  Pedro. 

Al  bajar  la  escalera,  casualmente  me  fijé  en 
un  detalle  significativo,  que  hasta  entonces  no 
llamara  mi  atención.  Las  candilejas  de  petróleo 
que  en  cada  rellano  alumbraban  aquélla,  soste- 
nidas por  sendas  abrazaderas  de  hierro  empo- 
tradas en  la  pared,  estaban  atadas  con  una 
cadenita  sujeta  á  un  anillo  del  mismo  metal, 
empotrado  también  á  distancia  conveniente,  y 
servía  de  nudo  á  la  atadura  un  candado  cuya 
llave  obraría  en  poder  de  la  portera. 

— ¡En  valiente  casa  me  he  metido!— no  pude 
menos  de  pensar. — Se  conoce  que  aquí  roban 
hasta  las  candilejas.  Eche  V.  decencia  y  tran- 
quilidad, señora  Pepa. 

Al  tiempo  de  cruzar  la  meseta  que  la  prece- 
día, oí  cerrarse  con  estrépito  la  puerta  del  se- 
gundo, no  sin  que  antes  viera  flotar  en  su 
interior  la  punta  de  una  capa. 

Apoyada  en  el  quicio  de  la  puerta  de  la  calle, 
vi  una  mujer  envuelta  en  un  mantón  que  sólo  le 
dejaba  al  descubierto  desde  la  frente  á  la  nariz, 
tiritando  de  frío  y  tarareando  una  canción  que 
no  entendí.  Al  pasar  por  delante  de  ella,  me 
miró  con  cierta  curiosidad,  sin  atreverse  á  pro- 
ferir palabra. 

VI 

Atravesando  nubarrones  de  humo,  dando  y 
recibiendo  codazos  y  empujones,  gané  el  mos- 
trador del  café  de  Lisboa. 

— ¿Ha  venido  D.  Pedro  López? 

El  amo  miró  á  todos  lados,  y  llamando  á 
un  camarero,  repitió  la  pregunta. 

— Acaba  de  marcharse, — respondió  el  inte- 
rrogado. 

— ¿Sabes  tú  si  volverá? 

— Después  del  teatro,  seguro;  viene  todas  las 
noches... 

— Muchas  gracias. 

Saliendo  del  café,  crucé  despacio  la  Puerta 
del  Sol,  indeciso  entre  volver  á  casa  6  esperar 
en  cualquier  parte  la  hora  de  ver  á  mi  casero. 
Los  disgustosy  las  preocupaciones  del  día  me 
habían  quitado  el  apetito  durante  la  comida,  y 
como  en  aquel  instante  me  acometiese  cierto 
desfallecimiento,  resolví  entrar  en  el  Oiñental, 
á  donde  solían  concurrir  varios  amigos  y  com- 
pañeros. 

Allí  estaban  Paco,  Antonio,  Ventura,  Marcos, 
con  algún  otro,  todos  ellos  ventajosamente 
conocidos  en  la  república  literaria.  Al  llegar  me 
dirigieron  una  granizada  de  preguntas. 

• — ¡Hola,  Luís!  ¿Qué  tal  estás? 

— No  se  te  ve  el  pelo  por  ninguna  parte; 
¿dónde  te  metes,  hombre? 

— ¿Va  muy  adelantada  tu  novela? 

— ¿Cuándo  la  publicas? 

— ¿Tienes  novia? 

— ¿Tronaste  con  Clotilde? 

Y  así  por  el  estilo,  durante  algunos  minutos. 
Al  fin  pude  decir: 

— Señores,  me  he  mudado. 

— ¡Mandaste  al  diablo  á  la  patrona  con  sus 
huéspedes!  ¿Dónde  vives  ahora? 

—Infantas,  109,  vuestra  casa,  en  el  tercero 
izquierda. 

Apenas  hube  proferido  estas  palabras,  al  al- 
borozo sucedió  un  silencio  glacial.  Todos  se 
miraron  con  extrañeza. 


(Se  continuará.) 


Juan  Tomás  Salvany. 


EL  CARNAVAL  (Dibi^o  de  FuUack) 


EL  ENTIERRO  DE  LA  SARDINA,  MASCARADA  EN   EL  CANAL  (Cuadro  de  Goya.-Dibujo  de  P.  y  Valor) 


118 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


REVISTA  CIENTÍFICA 


■  olMoaBlM 


— Ob  ducto  «iHiiiMatco  lonl.— Km- 
IM  ■(>■■  •Bootoealc*  ral*  exUbdón  de  los  in- 
— fMotaglB  Adfolao  del  nrebro. 


t  Afirman  machas  personas,  como  nn  axioma, 
dice  la  Btmu  Kumt^iqm»^  la  igualdad  absoluta 
de  loe  sexos,  asi  en  el  concepto  de  la  potencia 
física  ¿  intelectnal  como  en  el  de  la  finura  de 
loe  sentidos.  Especialmente  por  lo  que  concierne 
á  éstos,  el  hecho  parece  tenerse  por  tan  incon- 
testable qne  los  tratados  de  fisiología 
ni  aun  se  toman  la  molestia  de  enun- 
ciarlo, pareciendo  darlo  anticipada- 
mente por  demostrado.  Un  examen 
muy  superficial  basta,  sin  embargo, 
para  revelar,  sobre  este  particular, 
ciertas  diferencias  entre  los  sexos.  Por 
ejemplo,  el  sentido  del  larto  es  incon- 
testablemente más  delicado  en  las  mu- 
jeres, consideradas  en  general,  que  no 
en  los  hombres,  siendo  esto  precisa- 
mente lo  que  las  hace  tan  aptas  para 
las  más  minuciosas  labores  con  la 
aguja. 

>Respecto  al  sentido  del  oMo  y  al 
de  la  vista,  no  se  ha  hecho  todavía  nin- 
gún ensayo  comparativo  que  permita 
pronunciarse  en  pro  ó  en  contra  de  la 
igualdad  de  los  sexos,  pero  en  materia 
de  gwitv,  en  el  sentido  propio,  los  hom- 
bres parecen  más  privilegiados  que 
las  mujeres,  debiéndose  precisamente 
á  esto  el  monopolio,  indisputable,  que 
ejerce  el  sexo  fuerte  por  lo  que  toca  al 
arte  culinario,  en  sus  más  elevadas 
manifestaciones.  Rara  vez  se  encuen- 
tran mujeres  que  entiendan  realmente 
en  vinos  y  por  más  que  las  haya  muy 
golosas  escasean  tanto  las  que  reali- 
zan el  ideal  del  goui  met  qne  esta  pala- 
bra no  tiene  femenino. 

>  Sobre  el  sentido  del  olfato  han  he- 
cho recientemente  experimentos  con- 
cluyentes,  en  los  Estados-Unidos,  los 
señores  Nichols  y  Bailey ,  que  han 
dado  cuenta  de  ellcs  á  la  Asociación 
americana  para  el  adelantamiento  de  i' 
las  ciencias. 

>Los  dos  fisiólogos  habían  escogido 
cierto  número  de  sustancias  fuerte- 
mente odoríferas,  tales  como  la  esen- 
cia de  clavo,  el  extracto  de  ajo,  el 
ácido  prúsico ,  el  cianuro  de  pota- 
sio, etc.  Diluida  en  agua  una  determi- 
nada cantidad  de  cada  una  de  estas  sus-  ^ 
tancias,  preparóse  una  serie  de  frascos  i 
de  tal  suerte,  que  conteniendo  el  pri-  I 
mero,  por  ejemplo,  un  centigramo  de  |^ 
extracto  de  ajo  por  litro  de  agua,  la  se-  Kj^ 
gnnda  solución  era  menos  fuerte  que  ^^^ 
la  primera,  la  tercera  menos  que  la 
segunda  y  así  sucesivamente  hasta  la 
completa  desaparición  del  olor  aliáceo 
en  la  última  dilución. 

•  Una  ver  completa  la  serie  para  cada  olor, 
mezclábanse  los  frascos,  numerados  por  debajo, 
y  se  invitaba  á  cada  yujeto  á  colocarlos  de  nuevo 
por  su  orden  natural,  guiándose  únicamente  por 
el  olfato.  Este  método,  tan  sencillo,  ha  permiti- 
do enseguida  comprobar  prodigiosas  diferencias 
en  la  sensibilidad  del  olfato,  según  los  indivi- 
duos. Así  es  como  tres  individuos  masculinos 
han  sido  reconocidos  por  capaces  de  apreciar  el 
ácido  prúsico  diluido  en  rfo«  millove-  ne  veces  su 
pe«o  de  agua,  proporción  infinitesimal  que  no 
rerelarfa  la  más  delicada  análisis  química. 
Otros,  por  el  contrarío,  no  percibían  el  ácido 
prúsico  á  la  tercera  6  cuarta  dilución.  Pero  el 
resoltado  más  canoso  de  estos  experimentos  ha 
sido  dejar  sentada  la  gran  diferencia  que  existe 
entre  loa  dos  sexos  relativamente  á  la  finura  del 
olfato.  Las  investigaciones  han  recaído  en  cua- 
renta y  cuatro  hombres  y  treinta  y  ocho  muje- 
res de  todas  condiciones  y  permiten  sacar  por 
término  medio  qne  el  olfato  de  los  hombres  es 
dos  vecea  máa  fino  que  el  de  las  mt^jeres. 


»E1  ácido  prúsico,  por  ejemplo,  cesaba  de  ser 
sentido  por  todas  las  mujeres,  sin  excepción,  en 
vtinle  tHii  vttes  su  peso  de  agua,  mientras  que 
la  mayor  parte  de  los  hombres  le  reconocían  en 
cien  mil  reres  este  peso.  La  esencia  de  limón, 
sentida  por  los  hombres  en  doscientas  mil  veces 
su  peso  de  agua,  no  era  reconocida  por  las  mu- 
jeres más  que  hasta  la  dilución  precedente,  es 
decir,  á  más  que  el  doble.  Igual  resultado  para 
el  ajo  y  los  demás  olores. 

»Hay  evidentemente  en  esto  una  ley  general, y 
esta  ley  va  directamente  contra  la  opinión,  muy 


vulgarizada,  que  atribuye  á  las  mujeres  una  finu- 
ra particular  del  olfato,  basándose  en  su  marcada 
afición  á  los  perfumes.  Este  gusto  procede  muy 
verosímilmente,  por  el  contrario,  de  que  huelen 
menos  que  los  hombres  y  están  por  consiguien- 
te menos  sujetas  á  sentirse  molestadas  por 
ello. 

«Aviso  á  las  señoras  que  abusan  de  la  perfu- 
mería, sin  tener  en  cuenta  el  desastroso  efecto 
que  pueden  ejercer  sobre  sus  admiradores.  Des- 
de ahora  deben  darse  por  notificadas  de  que 
están  dos  veces  más  perfumadas  oara  las  nari- 


EL  DANUBIO    CERCA   DEL   DRENKOVA 


ees  masculinas  que  no  para  las  suyas  propias.» 


* 
*  * 


Parece  que  le  ha  salido  una  rival  á  la  cocaína. 
Trátase  de  la  ¡Jruminn,  alcaloide  descubierto 
por  el  Dr.  .1.  Reid,  de  Port-íiermein  (Australia), 
y  extraído  por  él  de  un  euforbio,  la  EuphurUa 
Drummondii,  que  mata  muchos  ganados  cuando 
éstos  la  encuentran  mezclada  con  el  forraje  Los 
animales  mueren  en  un  período  de  tiempo  que 
varia  de  veinticuatro  horas  á  siete  días,  con  pa- 
rálisis de  las  extremidades  y  á  veces  coloración 
amarillenta  de  los  ojos.  Cuando  se  depositan  al- 
gunas gotas  de  la  solución  del  alcaloide  en  el 
ojo  de  un  aniinal,  éste  (el  ojo)  se  pone  rápida- 
mente insensible  y  soporta  el  contacto  del  dedo. 
La  pupila  no  se  dilata  mucho. 

Inyectada  subcutáneamente  la  solución  no  se 
presenta  más  síntoma  que  la  anestesia  local.  El 
doctor  Reid  logró  hacerse  insensible  á  los  sa- 
bores,—al  de  la  quinina,  por  ejemplo, — median- 
te la  anestesia  de  su  lengua. 


Se  ha  empleado  ya  la  Drumina,  con  e.xceleí:- 
te  é.\ito,  en  un  caso  de  ciática  y  en  varios  otros 
de  dolor  localizado  y  agudo. 

Si  se  administra  una  fuerte  dosis  de  este  al- 
caloide á  un  animal,  sobreviene  la  muerte  con 
parálisis  de  las  e.xtremidades,  debido  probable- 
mente á  que  el  remedio,  después  de  ha'  er  obra- 
do sobre  los  cuernos  posteriores  sensitivos  de 
la  médula,  obra  luego  sobre  los  cuernos  anterio- 
res motores. 

Esto  es  lo  que  se  dice. 


* 
*  * 


Leemos  en  Le  Genie  Civil,  que  últimamente 
ha  podido  extinguirse  con  gran  facilidad  un  in- 
cendio ocurrido  en  Lewes  (cerca  de  Brigthon, 
Inglaterra),  á  beneficio  del  empleo  de  las  aguas 
amoniacales  del  gasómetro  mezcladas  con  el 
agua  de  la  bomba  de  incendios. 

Parece  que  estas  aguas  están  llamadas  á  pres- 
tar grandes  servicios  en  los  expresados  casos, 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


119 


siempre  que  no  haya  que  temer  los  efectos  de 
los  gases  sofocantes  á  que  dan  origen. 


Habiendo  tenido  ocasión  de  observar  dos  in- 
dividuos afectos  de  una  pérdida  de  sustancia 
de  la  calota  craniana  resultante  de  un  trauma- 
tismo, han  estudiado,  entre  otras  particularida- 
des, los  señores  Rummo  y  Terrarini,  las  varia- 
ciones diurnas  y  nocturnas  del  pulso  del  ce- 
rebro ,  hora  por  hora ,  cuyos  resultados  han 
comunicado  á  la  Academia  de  Ciencias  de  París. 
(¡Sesión  del  'ál  de  Enero  próximo  pasado). 

Hé  aquí  lo  que  se  desprende  del  trabajo  de 
dicho  observador: 

1.°  Hay  un  ciclo  en  las  variaciones  diurnas 
y  nocturnas  del  pulso  del  cerebro. 

2."  Por  la  mañana  (de  ocho  á  diez)  el  pulso 
'leí  cerebro,  en  unimismo  individuo  y  á  Ja  misma 


hora,  varía  según  los  días.  Las  modificaciones 
observadas  en  el  curso  del  día  son  diferentes 
según  los  diversos  tipos  del  pulso  observados 
por  la  mañana. 

'ó."  Después  del  almuerzo  (de  once  á  tres) 
hay  un  refuerzo  del  pulso  cerebral  que  dura  de 
tres  á  cuatro  horas. 

4.°  En  las  últimas  horas  del  día  (de  cuatro 
á  seis)  el  pulso  del  cerebro  ofrece  menor 
tensión. 

5.°  Después  de  comer  (de  seis  á  diez  de  la 
noche)  el  pulso  vuelve  á  reforzarse  de  una  ma- 
nera considerable. 

6."  Durante  el  sueño  normal  (de  las  diez  de 
la  noche  á  las  seis  de  la  mañana)  hay  tres  fases 
claramente  distintas. 

En  una  primera  fase  (entre  las  diez  y  la  una) 
el  pulso  se  mantiene  casi  semejante  á  lo  que 
se  ha  observado  después  de  la  comida  de  Ir  no- 
che, es  decir,  sensiblemente  reforzado. 


LA  LEONA  Y  SU  CACHORRO  (Grupo  esculpido  por  AIkia  Clia^liu) 


En  una  segunda  fase  (de  una  á  cuatro)  dis- 
minución considerable  del  tono  de  las  paredes 
vasculares. 

En  la  tercera  fase  (de  cuatro  á  seis)  esta  dis- 
minución de  tono  que  había  llegado  á  su  máxi- 
mum á  las  tres"  y  diez  minutos  disminuye  más 
y  más  hasta  el  despertar  y  el  pulso  se  refuerza. 
El  paso  de  una  de  estas  fases  á  la  siguiente  es 
gradual.  El  sueño  más  profundo  se  observa  du- 
rante la  segunda  fase. 

7.°  En  el  momento  de  despertar,  sea  por  la 
noche,  sea  por  la  mañana,  modificación  cons- 
tante del  pulso  que  persiste  durante  algunos 
minutos  más  (fieríoilo  espnsmódico  dul  pulnu  rere 
brul'  y  que  consiste  en  una  sucesión  de  pulsa- 
ciones más  pequeñas  é  irregulares  en  un  espacio 
de  tiempo  muy  corto. 

8."  Pasado  este  período,  vénse  en  el  indivi- 
duo despierto  todos  los  caracteres  del  pulso  de 
la  tercera  fase. 

Han  estudiado  además  dichos  fisiólogos  lo 
que  ocurre  cuando  se  inviertan  las  horas  de 
sueño  y  de  vigilia,  y  han  observado  que: 

1.°  El  sueño  normal  no  va  acompañado  du- 
rante toda  su  duración  de  la  misma  modificación 
de  la  circulación  cerebral,  pero  se  observan 
también  variaciones  distintas  en  tres  fases. 

2."     El  sueño  invertido  va  acompañado  de 


una  disminución  notable  de  la  tensión  del  pulso 
cerebral. 

3.°  Durante  la  vigilia  invertida,  si  el  indi- 
viduo continúa  luchando  contra  el  sueño,  la  ten- 
sión del  pulso  tiende  á  disminuir  de  cada  vez 
más. 

No  hay  duda  que  pueden  hacerse  interesan- 
tísimas aplicaciones  á  la  higiene  mental  de 
las  curiosas  investigaciones  de  los  señores 
Rummo  y  Perrarini. 

Alfredo  Opisso. 


-*- 


LOS  OCHO  CUARTOS  Y  EL  NIÑO  MUERTO 


Es  esta  una  de  las  noches  más  frías  de  todo 
el  invierno.  El  aire  punzante  hiere  dolorosa- 
mente  la  cara  como  si  arrastrase  alfileres  de 
hielo.  Los  pocos  faroles  encendidos  en  la  Ram- 
bla dejan  el  paseo  nadando  en  una  penumbra 
confusa,  entre  la  que  se  distinguen  fragmentos 
de  las  siluetas  borrosas  de  los  escasos  tran- 
seúntes, que  se  precisan  un  momento  al  estar 
cerca  de  las  luces.  Más  arriba,  las  farolas  eléc- 
tricas esparcen  entre  los  intervahis  negros  una 
claridad  lechosa  é  inanimada.  El  fondo  de  la 


perspectiva  lo  forman  las  luces  vibrantes  de  un 
kiosko,  claro  como  un  cuadro  de  linterna  má- 
gica. A  través  de  estas  distintas  claridades  apa- 
recen los  noctámbulos  de  siempre:  jugadores 
andando  perezosamente  en  fila,  hablando  en 
voz  baja,  envuelto  el  cuello  en  una  chalina  de 
seda,  ocultos  los  ojos  tías  los  párpados  hincha- 
dos; indiferentes,  encorvados  irreparablemente 
por  el  mismo  vicio.  Luego  una  figura  de  mujer 
contoneándose,  volviendo  á  todos  lados  la  ca- 
beza, clavando  en  los  hombres  una  mirada  cen- 
telleante, hasta  pejderse  en  las  tinieblas  de 
una  calle  transversal,  seguida  al  poco  rato  de 
dos  bultos  que  se  mueven  acompasadamente, 
todos  de  una  pieza  debajo  del  ruso  oscuro  sobre 
el  que  resaltan  de  vez  en  cuando  los  visos  en- 
carnados de  la  teresiana  y  la  contera  del  sable 
junto  á  los  pies.  Pasan  después  rápidamente 
grupos  de  jóvenes  desabrigados  que  gritan  y 
ríen  y  se  empujan;  hijos  de  familia  silenciosos, 
apresurados  por  el  retardo,  pensando 
en  el  enfado  paternal;  y  arrimada  á 
las  aceras,  huyendo  de  la  luz,  se  des- 
liza una  pareja,  apretada  la  mujer  con- 
tra el  hombre. 

De  una  de  las  calles  de  la  derecha 
surge  un  rumor  hondo,  que  va  cre- 
ciendo y  acercándose,  con  un  bataneo 
ensordecedcrr,  y  desemboca  en  la  Ram- 
bla un  coche  grande;  una  caja  negra 
reluciente  que  lleva  en  el  centro  un 
reloj  de  arena  dorado.  El  cochero  silba 
entre  dientes,  y  al  trote  largo  de  sus 
dos  caballos  negros  cuida  de  seguir 
el  itinerario  marcado.  Pronto  enfila  la 
calle  del  Hospital  y  se  aleja  del  centro 
de  la  ciudad;  pasa  la  Ronda  y  entra 
en  una  calleja  polvorienta  del  barrio 
de  Hostafranchs,  quieta  como  la  vía 
de  nichos  de  un  cementerio.  Para  el 
coche  y  llama  á  una  puerta. 

Pero  al  instante  acude  el  sereno  con 
su  farol  que  se  balancea  y  riega  la 
ralle  con  chorros  de  luz. 

— ¡Si  no  es  aquí!  Es  en  el  número  27 
— dice  á  gritos  desde  lejos  el  sereno 
al  cochero. 

Y  los  dos  se  acercan  á  ijna  casucha 
vecina.  Llama  el  cochero  á  manotazos 
que  resuenan  sin  respuesta.  Vuelve  á 
llamar,  y  al  poco  rato  se  oye  una  voz 
ronca  que  dice: — «Ya  va.» 

Ábrese  por  fin  la  puerta  y  un  hom- 
bre aparece,  iluminada  la  cara  soño- 
lienta y  morena,  por  un  cabo  de  vela 
que  estrecha  entre  sus  dedos;  medio 
desnudo,  abierta  la  camisa  grasienta 
que  muestra  el  pecho  curtido.  La  vela 
derrama  una  claridad  pálida  por  la 
habitación,  donde  no  hay  más  muebles 
que  dos  sillas  y  una   mesa  de  madera  que  fué 
blanca,  oscurecida  por  la  pringue  que  la  cubre. 
En  el  fondo,  una  puerta  vidriera  sin  vidrios 
da  paso  á  otra  habitación  que  debe  ser  un  dormi- 
torio, á  juzgar  por  el  hedor  tibio  que  exhala. 
Junto  á  la  puerta  hay  arrinconado  un  jergón 
que  poco  á  poco  deja  escapar  la  paja  por  sus 
mil  agujeros.  Sentada  en  una  silla,  una  mujer 
demacrada  tiene  en  brazos  un  niño  dormido.  La 
suciedad  baja  por  las  paredes,  enfanga  el  enla- 
drillado, empapa  las  ropas  de  la  mujer  y  del 
niño  y  se  amontona  en  harapos  indescriptibles 
que  llenan  los  rincones. 

Solo  una  nota  blanca  vibra  entre  los  innume- 
rables matices  asquerosos;  un  niño  tendido  en 
el  jergón,  con  el  vientre  tapado  por  una  cami- 
seta, rígidos  los  brazos  desnudos  y  pegados  al 
cuerpecito  inmóvil,  blanco  todo  como  una  figu- 
ra de  nieve.  En  su  cara  descolorida,  se  abren 
los  agujeros  de  las  órbitas  hundidas  y  de  la 
boca  abierta.  Dos  días  hace  que  murió  en  aquel 
jergón. 

Los  padres  son  valencianos;  postrados  por  la 
miseria,  pasan  la  vida  atontados,  embrutecidos 
por  el  trabajo,  insensibles  á  las  penas,  mal 
nutridos  poi-  esos  alimentos  del  pobre  que  se 
digieren  con  hambre.  Vinieron  á  Barcelona,  él 
para  remover  bultos  en  una  estación  de  ferro- 


CANTADORES   ESPAÑOLE 


o   (le    Alfredo   Cluysenaar) 


1-. 


LA  ILUSTRAOION  IBÉRICA 


carril;  ella,  —  inútil  para  todo,  ignorante  de 
todo, — ocupada  en  fregar  suelos,  cuando  no  se 
lo  impiden  los  hijos  qu»  vienen  uno  tras  otro. 

El  que  ha  muerto  es  el  mayorcito,  que  con- 
trajo su  enfermedad  en  el  vientre  de  su  madre 
que  no  le  dio  la  vida,  sino  la  partícula  de  vida 
suficiente  'para  poder  atravesar  el  mundo  entre 
dolores,  agonizando  lentamente,  consumido  por 
el  hambre  desde  que  se  agarró  ansioso  á  aquel 
pecho  lacio  l\^ta  quedar  atado  al  jergón  y 
morir. 

Dos  niños  duermen  en  el  cuarto  del  fondo 


soñando  que  comen.  El  padre  ha  vuelto  después 
de  despachar  el  xiltimo  tren;  ha  gastado  sus 
últimos  ocho  cuartos  en  aguardiente  y  no  ha 
cenado.  Han  quedado  todos  al  rededor  del  niño 
muerto,  hasta  que  el  sueño  y  la  fatiga  les  ha 
rendido. 

No  hay  ataúd  para  el  pobrecito  difunto;  en- 
ciérranlo  en  un  cajón  lleno  de  rótulos  y  sin 
tapa,  y  á  la  luz  del  farol  del  sereno,  el  padre 
lo  lleva  al  coche,  donde  hay  depositados  dos 
ataúdes  de  madera  sin  pintar. 

Todo  se  hace  sin  ceremonias  ni  arrebatos. 


EDMUNDO  ABOUT  Jielrato  por  Paul  fiaudry) 


La  madre  permanece  rígida  en  su^silla,  en  una 
postura  de  Virgen  románica;  aprisionadas  las 
facciones  atontadas  en  una  red  de  arrugas  que 
irradian  de  los  ojos  y  de  las  comisuras  de  los 
labios,  y  recortan  la  frente  combada  y  dura. 
Las  pupilas  azules,  anegadas  en  humedad  vis- 
cosa, siguen  el  cadáver  del  niño  hasta  la  calle. 
Aléjase  el  coche  con  su  carga,  siérrase  la  puer- 
ta, y  la  calle  recobra  su  silencio  indiferente. 

El  cochero  silba  entre  dientes,  y  al  trote 
largo  de  los  caballos  negros,  dirige  al  cemen- 
terio sa  coche,  pues  ningún  pasajero  le  falta. 

Las  dos  luces  del  coche  avanzan  titilantes 
janto  al  mar  tranquilo  que  murmura  entre  las 
rocas,  y  se  hunden  poco  á  poco  en  las  tinieblas 
infinitas,  despertadas  de  repente  por  un  grito 
agudo  y  sonoro  de:  «¡Alerta!»  re|)etido  sucesi- 
vamente como'por  el  eco  de  un  abismo,  hasta 
sonar  débil  y  triste  como  un  quejido. 

Poco  á  poco  amanece;  tíI  coche  deja  su  carga 


en  el  cementerio ;  las  brigadas  de  limpieza 
barren  las  calles;  desaparecen  de  la  Rambla 
jugadores  y  prostitutas,  y  en  la  ciudad,  inun- 
dada por  la  ceniza  pálida  del  crepúsculo,  corren 
desalados  los  obreros. 

J.  Miró  Folguera. 


NOTAS  MUSICALES 


Treinta  y  nueve  óperas  nada  menos  se  han 
estrenado  durante  el  año  último  en  diferentes 
teatros  de  Italia,  número  que  si  parece  excesivo, 
lo  convierte  en  cantidad  negativa  el  escaso  éxi- 
to obtenido  por  la  mayor  parte  de  las  obras 
en  cuestión.  Algunas  de  ellas  han  sido  recibi- 
das con  aplauso  la  noche  de  su  estreno,  pero  la 
duración  de  las  obras  no  la  deciden  los  triunfos 


previamente  preparados,  sino  los  éxitos  legítima- 
mente adquiridos,  cosa  algo  difícil  de  conquis- 
tar en  medio  del  dualismo  que  reina  en  el  mun- 
do lírico  y  de  la  radical  evolución  que  se  está 
operando  en  el  gusto  musical. 

El  año  que  empieza  se  inicia  bajo  mejores 
auspicios  que  el  que  acaba  de  terminar,  ofre- 
ciendo ya  algunos  frutos  de  recomendable  valor. 
Ha  sido  el  primero  de  ellos  el  reciente  estreno 
en  el  aristocrático  teatro  de  San  Carlos  de  Lis- 
boa, de  la  nueva  ópera  en  cuatro  actos  del  dis- 
tinguido compositor  lusitano  Augusto  Machado, 
titulada  /  D  tiu;  la  prensa  portuguesa,  particu- 
larmente la  de  Lisboa,  tributa  los  más  lisonjeros 
plácemes  al  autor  señalando  el  estreno  de  su  ópe- 
ra como  un  verdadero  acontecimiento  musical. 
Ya  hacía  falta.  También  en  Madrid  se  ha  repre- 
sentado con  bastante  buen  éxito  Im  Regitm  di  Sa- 
bii,  obra  que  si  no  es  de  extraordinario  mérito  ha 
ofrecido  en  cambio  el  aliciente  de  la  novedad. 

En  el  momento  de  escribir  estas  líneas,  los 
telegramas  recibidos  de  Milán  dan  cuenta  del 
brillante  éxito  que  ha  obtenido  Ote  lo  estrenado 
la  noche  del  6.  Un  brindis  del  acto  segundo,  el 
dúo  de  amor  de  De.sdémona  y  Otello  el  Crtdo 
del  Jl/i/que  canta  Yago,  han  sido  aplaudidos 
con  entusiasmo.  El  terceto  del  acto  tercero  can- 
tado por  Otello,  Desdémona  y  Yago  no  ha  pro- 
ducido el  efecto  esperado  á  pesar  de  ser  una  de 
las  escenas  más  trabajadas  por  su  autor;  con 
tener  este  acto  un  concertante  muy  grandioso 
ha  sido  acogido  con  alguna  reserva  por  parte 
del  público.  El  acto  cuarto  lo  llena  todo  la  ca- 
tástrofe; á  la  romanza  del  mu  e,  que  es  pene- 
trante y  melancólica,  sigue  un  Ave  Mmín  consi- 
derada como  la  perla  de  la  nueva  partitura; 
acompañan  el  canto  únicamente  los  instrumen- 
tos de  cuerda  con  aoi  dma.  Un  so  o  de  contrabajos 
que  rebosa  salvaje  grandiosidad,  anuncia  la  sa- 
lida de  Otello.  La  muerte  de  Desdémona  y  el 
suicidio  del  Moro,  conmueven  profundajnente 
por  la  expresión  que  el  maestro  ha  sabido  im- 
primir á  su  música. 

Tales  son  los  pormenores  que  el  telégrafo  nos 
ha  trasmitido  y  las  primeras  impresiones  que 
se  han  recogido  del  nuevo  spailiio  de  Verdi. 

No  faltó  quien  asegurase  que  el  nuevo  Ofe- 
lln  pertenecía  á  la  más  i'uhntiiyimn  escuela  lí- 
rica; que  el  maestro  tenía  una  ocasión  excelente 
para  dar  una  nueva  hermana  á  su  bellísima 
U'/rt.  su  obra  maestra,  y  no  la  había  querido 
aprovechar.  Avia  continuaría,  pues,  resaltando 
entre  las  demás  piedras  preciosas  que  forman 
su  corona  de  artista  y  fulgurando  con  más  bri- 
llantes destellos,  cuantas  más  piedras  se  engas- 
ten en  derredor.  Parece  no  ha  sido  así. 

A  la  verdad,  no  es  la  escuela  italiana,  todame- 
melodía  y  sentimiento,  la  más  á  propósito  para 
transportar  al  drama  lírico  las  portentosas  crea- 
ciones de  Shakespeare  que  llevan  en  si  grandio- 
sidad propia,  terrores  y  sublimidades  que  no  les 
puede  prestar  la  música.  Cuantos  autores  lo  han 
intentado  hasta  ahora  se  han  estrellado  contra  la 
magnitud  de  su  empresa;  han  dado  á  la  esjena 
fragmentos  de  música  más  ó  menos  bella,  pero 
han  presentado  las  figuras  de  sus  obras  sin  co- 
lor ni  contornos,  borroso  bosquejo  de  las  que 
creó  el  gran  dramaturgo  inglés.  Los  varios  lio- 
meon  que  se  han  arreglado,  el  Otdl  ,  de  Rosini, 
y  el  Haiidef,  de  A.  Thomás,  con  ser  obras  líricas 
de  compositores  de  primera  fuerza  no  están  á 
la  altura  de  los  poemas  dramáticos  que  los  han 
inspirado.  Hmnlrt  particularmente  es  el  poema 
que  mayores  dificultades  ofrece  para  ser  ins- 
trumentado; sus  páginas  más  hermosas,  sus 
pensamientos  que  mayor  profundidad  entrañan 
no  pueden  ser  expresados  por  medio  del  len- 
. guaje  lírico,  y  eso  lo  demuestra  la  infinidad  de 
recitados  que  el  compositor  ha  puesto  en  su 
ópera.  Esto  confirma  lo  que  decía  Scribe:  q\ie 
las  buenas  óperas  debían  de  tener  malos  libre- 
tos; él  compuso  cuantos  sirvieron  á  Meyerbeer, 
que  si  no  so  recomiendan  literariamente  per- 
mitieron en  cambio  al  gran  maestro  desplegar 
toda  la  grandiosidad  de  su  incomparable  ta- 
lento. 

Una  laudable  particularidad  tiene  la  nue- 
va producción  de  Verdi.  Desdémona  no  canta 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


123 


ningún  wals,  lo  cual  la  distinguirá  de  Ofelia  y 
de  Julietta. 

Las  heroínas  de  Shakespeare  no  están  en  ca- 
rácter cantando  walses...  Bellini  comprendió 
mejor  que  Gounod  á  Julietta;  á  Ofelia  no  se  la 
ha  comprendido  conforme  es.  Su  demencia  no 
es  la  de  Dinorah;  en  la  una  todo  es  vaguedad, 
tristeza  infinita,  en  la  otra  plácida  demencia;  la 


una  ha  vivido  siempre  en  el  palacio  de  los  re- 
yes, la  otra  vaga  errante  entre  breñales  y  mon- 
tañas. El  sentimiento  quo  embarga  á  Ofelia  al 
extraviarse  su  razón  debe  ser  completamente 
distinto  del  que  siente  Dinorah  al  verse  retra- 
tada por  la  luna.  Dinorah  puede  mostrar  su  de- 
mencia cantando  un  wals;  Ofelia  no  lo  puede 
cantar,  y  sin  embargo  lo  canta;  es  muy  bello  y 


muy  delicado  pero  «o  es  más  que  una  aibitia- 
riedad  del  inspirado  compositor  francés. 

Según  aseguran  las  Sibilas  musicales  había 
dificultado  el  estreno  del  Olello  de  Verdi  la  in- 
terpretación de  la  ronidvza  del  same,  que  el 
maestro  ha  compuesto  diversas  veces.  Boito, 
autor  del  libreto,  se  negaba  á  cambiar  el  rit- 
mo de  la   roesía,  que  Verdi  no  podía  adaptai 


RUINAS  ROMANAS,   EN   EL  DANUBIO 


á  la  melodía  de  la  romanza,  contrariedad  que 
ha  ocasionado  los  naturales  disgustos  entre  el 
autor  de  Aída  y  el  de  Mefi.ilofele.  Parece  que  la 
aludida  romanza  ha  sido  el  número  de  la  nueva 
ópera  en  que  el  maestro  ha  concentrado  toda  su 
inspiración,  el  que  ha  trabajado  con  más  entu- 
siasmo. Los  que  han  oído  3'a  la  ópera  Otello,  ase- 
guran que  es  de  una  grandiosidad  imponente  el 
efecto  que  produce  un  unísono  de  cincuenta 
violines  al  simular  el  grito  quejumbroso  que 


exhala  Desdémona  al  espirar.  Es  el  compás  de 
oro  de  la  nueva  ópera  y  el  destinado  á  ocasio- 
nar más  profunda  impresión  en  el  público. 

Verdi  ha  confiado  siempre  las  frases  más 
hermosas  é  inspiradas  de  sus  obras  á  la  inter- 
pretación de  los  violines,  y  á  mejores  intérpre- 
tes no  la  podía  confiar.  En  una  orquesta  son 
los  reyes  de  los  instrumentos;  lo  que  no  expre- 
sen sus  finas  y  delicadas  cuerdas,  instrumento 
alguno  lo  podrá  expresar;  el  conmovedor  final 


de  A'ida,  el  majestuoso  preludio  del  acto  quinto 
de  L'  Aflictiva,  la  inspiradísima  Ave  María  de 
Gounod  adaptada  al  primer  preludio  de  Bach, 
y  la  introducción  del  cuarto  acto  de  La  Traviata, 
son  composiciones  de  índole  totalmente  distin- 
ta, y  que  sin  embargo,  para  ser  expresadas  con 
toda  .su  grandiosidad  las  unas  y  su  suave  deli- 
cadeza las  otras,  únicamente  pueden  ser  ejecu- 
tadas por  los  más  pequeños  instrumentos  de 
cuerda. 


BARCAS  PESCADORAS  TURCAS,   EN   EL  DANUBIO 


El  público,  tan  dado  á  patrocinar  ideas  vul- 
gares, cree  que  la  ponderación  más  alta  que 
cabe  hacer  de  la  voz  humana,  es  comparar  tal 
ó  cual  rstrelln  á  un  jilguero  ó  á  un  ruiseñor;  sin 
embargo  no  hay  garganta  por  dúctil  y  prodi- 
giosa que  sea  que  pueda  verter  las  notas  con  la 
facilidad  y  brillantez  con  que  las  vierte  un  can- 
table ejecutado  primorosamenle  en  un  violín. 

El  piano  debería  pasar  ya  á  la  categoría  de 
instrumento  de  famili'i;  no  debería  mostrarse 
como  un  adorno  para  ser  exhibido  en  los  salo- 
nes salvo  contadísimas  excepciones;  eso  es, 
cuando  se  trata  de  una  notabilidad  legítima. 
Actualmente  se  cultiva  con  preferencia  el  estu- 


dio del  arpa,  pero -el  arpa  es  un  instrumento 
harto  especial,  ya  que  su  principal  objeto 
es  hacer  los  acompañamientos,  circunstancia 
qiie  vale  mucho  en  una  orquesta,  pero  que  re- 
sulta negativa  cuando  se  trata  de  harcr  vimii-a 
en  un  salón.  Además,  el  arpa  es  un  instrumento 
poetizado  por  la  leyenda,  pero  quizás  demasiado 
grande  para  que  lo  abarque  con  sus  brazos  una 
.señorita.  El  violín  no  es  de  abolengo  tan  ro- 
mántico pero  en  un  salón  se  recomienda  mil 
veces  más. 

Hasta  hoy  hemos  oído  infinidad  de  pianistas 
y  algunas  arpistas;  las  violinistas  son  contadas; 
en  público  no  recuerdo  haber  oído  más  que  á 


las  célebres  hermanas  Ferni;  en  familia  y  en  el 
seno  de  la  más  cordial  amistad  he  podido  admi- 
rar algunas  veces  á  mi  excelente  amiga  Clarita 
Sanjuan  de  Lengo, notabilidad  indiscutible, pero 
cuyo  mérito  les  es  dado  admirar  tan  sólo  á  con- 
tados amigos.  Al  terminar  sus  estudios  tomó 
parte  en  algunos  conciertos  de  Londres  y  Du- 
blin;enesta  primera  exciirsión  artística  conoció 
al  que  hoy  es  su  esposo  y  su  prematuro  enlace 
puso  término  á  una  carrera  que  se  había  inicia- 
do bajo  los  más  envidiables  auspicios.  Ahora 
sólo  á  sus  amigos  nos  cabe  la  suerte  de  poder 
disfrutar  de  las  bellezas  de  su  correcta  y  vigo- 
rosa ejecución. 


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EL   MAUSOLEO  DE  DON  JAIME  BALMES,  EN  LA  CATEDRAL  DE  VICH 


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LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


El  carnaval  oon  sns  bailas  ha  interrumpido 
el  curao  de  las  representaciones  liricas  en  va- 
rio* teatons  de  ¿pera;  es  eeta  la  época  del  año 
en  qne  lo  permanente  cede  su  puesto  á  lo  efí- 
mero. 

Antonia  Opisso. 


BIBLIOGRAFÍA 


Kl  Alo  PtODO:  Lttrat  y  A'-la  en  Barrtinna,  por  J.  Yxart. 
D.  Cort«o  y  Corop«ñi«, editores,  1SS7. 

Con  vivo  placer  he  leído  el  libro  que  con  el 
título  de  El  Año  Pnitado:  Letras  y  Artes  en  Bar- 
eeloni, — segfundo  de  la  serie, — acaba  de  publi- 
car el  distinguido  literato  D .  José  Yxart.  Mu- 
cha y  buena  es  la  doctrina  que  contiene  el  es- 
presado volnmen,  aplicada  á  los  asuntos  de  que 
trata,  viéndose  juzgados  en  él  no  solamente  los 
autores  barceloneses  sino  el  mismo  respetable 
público  de  esta  localidad.  Lo  que  dice  el  señor 
Yxart  e  ben  imvnto,  pero  también  e  vero. 

Níitanse  en  el  tomito  de  este  año  las  mismas 
cualidades  que  en  su  predecesor  muy  buen  sen- 
tido en  los  inicios,  un  concienzudo  detenimien- 
to en  el  análisis  de  las  materias,  independencia 
en  las  apreciaciones  y  un  estilo  sumamente 
agradable. 

En  t/vias  las  páginas  transparentase  la  perso- 
nalidad simpática  del  autor,  dejándose  ver  sus 
preferencias  lo  mismo  que  sus  repugnancias, 
algijnas  de  las  cuales  revelan  lo  refinadísimo  y 
un  tanto  aristocrático  de  su  gusto. 

Generalmente  predomina  el  buen  humor  en 
todas  las  páginas,  pero  algunas  veces  parece  en- 
fadarse el  autor,  lo  cual  es  más  patente  al  in- 
crepar á  no  sé  que  crítico  que  dijo  de  las  nove- 
las realistas  que  «parecían  escritas  con  tinta  de 
opio  sobre  planchas  de  plomo.»  La  frase  es  re- 
buscada en  efecto,  pero  en  cambio  no  es  ori- 
ginal: pertenece  á  Condorcet,  á  quien  no  hay 
peligro  de  confundir  con  Diderot.  Es,  realmen- 
te, «n  pe»  ex-esiv,  pues  no  todas  las  novelas 
realistas  hacen  dormir,  aunque  sí  algunas. 

Por  lo  demás,  no  hay  que  asustarse  de  nada; 
lo  que  el  crítico  idealista  se  permitió  repetir  es 
tortas  y  pan  pintado  en  comparación  con  lo  que 
se  ha  dicho  de  los  más  grandes  hombres;  hay 
qne  tener  toda  la  autoridad  y  talento  de  don 
Juan  Valera  para  hacerse  perdonar  y  aun  reírle 
las  impertinencias  estampadas  contra  Shakes- 
peare en  el  prólogo  de  la  traducción  de  Jaime 
Clark;  el  pesado  Sarcey  no  tuvo  reparo  en  escri- 
bir que  Hnmlet  le  había  fastidiado  y  que  no  lo 
entendía  y  recuerdo  un  artículo  del  Flga-o  en 
que  se  trataba  á  Goete  poco  menos  que  de  zo- 
quete. No  hay,  pues,  para  que  enojarse  demasia- 
do contra  los  que  aún  no  han  llegado  á  entu- 
siasmarse con  Zola  y  sus  sectarios  y  prefieren, 
quizás,  á  Paul  Bourget,  Renán,  Loti,  Delpit  y 
basta  ¡qué  diablos!  al  mismo  Feuillet.  Sobre 
gustos  no  hay  nada  escrito. 

Conócese  que  el  señor  Yxart  es  de  los  que  me- 
jor organizados  é  iniciado.s  están  para  sabo- 
rear las  bellezas,  algo  difíciles  de  paladear  á 
veces,  de  los  naturalistas  y  de  Balzac,  aunque 
no  por  eso  es  sistemáticamente  hostil  á  las  pro- 
ducciones ultra-idealistas,  como  son,  por  ejem- 
plo, las  tragedias  del  señor  Guimerá;  pero  asi  co- 
mo goza  y  se  deleita  con  este  género,  en  el  cual, 
ciertamente,  cabe  hacer  ostentación  de  grandes 
bellezas,  quizás  se  muestra  demasiado  desdeño- 
so con  lo  que  llama  literatura  menuda,  en  con- 
traposición, sin  duda,  á  la  literatura  gorda: 
puede  suceder  muy  bien  que  un  simple  artículo 
de  nastrarió*  6  de  periodiquito  semanal  con- 
tenga tanto  sentimiento,  tanta  miga  y  valga  tan- 
to por  sn»  condiciones  literarias  como  un  libro 
6  una  obra  dramática.  A  nada  como  al  arte  pue- 
de aplicarse  la  frase  aquella  sobre  la  virtud  de 
ioú  diattle  va-t-elle  se  nirherf  Se  han  visto  viñe- 
tas de  anuncios  de  circo  ecuestre  que  eran  ver- 
daderas obran  maestras  de  dibujo  y  se  disputan 
hoy  los  coleccionistas.  ¿Qué  más?  Cabe  sublimi- 
dad ¡hasta  en  las  sombras  chinescas! 

En  suma,  el  Año  Pasado  es  una  nueva  mues- 
tra de  las  felices  disposiciones  de  su  autor  para 


el  ejercicio  de  la  crítica  y  aun  los  que  no  sien- 
tan interés  alguno  por  conocer  las  obras  que 
ha  producido  en  188()  la  literatura  catalana,  en- 
contrarán amenísima  la  lectura  del  libro  de  que 
trato,  tantas  son  las  ideas  y  reflexiones  origina- 
les de  que  está  nutrido. 

C.  Mkndoza. 


ALBORADA 


Trinando  están  los  jilgueros 
el  aura  soplando  ufana, 
y  pálidos  y  ligeros 
huyendo  van  los  luceros 
de  la  luz  de  la  mañana. 

Asoman  entre  las  brumas 
rosas,  lirios  y  amapolas, 
y  como  flotantes  plumas 
del  arroyo  las  espumas 
se  posan  en  sus  corolas. 

En  la  selva  que  despierta 
se  oye  místico,  suave, 
vago  rumor  que  concierta 
con  esa  armonía  incierta 
qne  lanza  al  cantar  el  ave. 

Va  la  fuente  murmurando 
entre  la  erguida  espadaña, 
y  el  pardo  cielo  cruzando 
las  nieblas  que  van  buscando 
la  cresta  de  la  montaña. 

Dejan  el  caliente  nido 
las  bandas  de  los  tropiales, 
y  desde  el  bosque  escondido 
llegan  en  vuelo  tendido 
á  los  dorados  trigales. 

Sobre  la  pradera  amena 
todo  es  quietud,  todo  calma, 
y  de  luz  y  encanto  llena 
la  atmósfera  está  serena 
como  está  tranquila  el  alma. 

¡Pienso  con  tanta  dulzura 
en  tí,  vida  de  mi  vida! 
¡es  tan  grande  mi  ventura! 
¡tan  profunda  mi  ternura! 
¡mi  fe  tan  correspondida! 

Toda  pasión  enmudece 
ante  esa  inmensa  pasión; 
toda  imagen  desparece 
y  toda  luz  palidece  ' 

á  la  luz  de  esa  ilusión. 

Te  amo,  pues  amor  le  llaman 
al  dulce  inefable  anhelo 
que  nuestras  almas  derraman, 
como  los  ángeles  aman, 
como  ha  de  amarse  en  el  cielo. 

Pienso  en  tí:  quizá  dichosa 
del  sueño  entre  las  visiones, 
oiga  tu  alma  generosa 
esta  cantiga  amorosa 
que  entonan  mis  ilusiones. 

Y  del  cuerpo  desprendida 
por  el  sueño,  aquí  tu  alma 
dando  esté  vida  á  mi  vida, 
y  á  mi  pasión  encendida 
la  fe  que  me  da  la  calma. 

¡Aquí  está  ¡sí!  yo  la  siento; 
por  eso  ven  mis  amores 
'  más  bellos  el  firmamento, 
la  luz,  las  nubes,  el  viento, 
la  selva,  el  prado  y  las  flores. 

Porque  en  tu  amor,  vida  mía, 
toda  mi  ilusión  se  encierra, 
y  sin  él,  siempre  hallaría 
la  bóveda  azul,  vacia, 
desierta  y  sola  la  tierra. 

Vicente  Riva  Palacio. 


FRAGMENTO 


TROVA 

Hermosa  que  duermes  con  sueño  de  calma 
revueltas  tus  trenzas,  desnudo  tu  pié, 
escucha  los  cantos  nacidos  del  alma 
que  al  pié  de  tu  reja  feliz  lanzaré. 

Yo  soy  quien  te  adora;  quien  loco  te  sigue; 
quien  guarda  tu  sueño  con  plácido  afán; 
quien  una  sonrisa  que  siempre  consigue 
les  pide  á  tus  labios  si  alegres  están. 

Quien  cifra  en  amarte  su  solo  deseo, 
quien  cifra  en  tus  besos  su  sola  ilusión, 
quien  ciñe  tu  banda,  si  lucha  en  torneo 
blandiendo  en  la  justa  su  férreo  lanzón. 

Quien  cruza  la  sombra  vestido  de  malla 
cantando  en  la  noche  tu  excelsa  virtud, 
quien  sólo  por  verte,  con  todos  batalla 
y  arroja  el  acero  tañendo  el  laúd. 

Ansiando  agradarte  partí  á  Palestina 
y  en  sangre  de  infieles  mi  espada  bañé; 
mas  tú  me  pagaste  preciosa  Ethelvina 
con  una  mirada  que  nunca  olvidé. 

Te  adoro  doncella.  Reposa  con  calma, 
yo  sé  que  descansas  muy  cerca  de  mí. 
¡Qué  arrullen  tus  sueños  las  notas  del  alma 
que  lanzo  en  la  noche  tan  solo  por  tí! 

« 


EL  TALISMÁN 


Sobre  el  campo  de  batalla 
entre  el  grito  del  guerrero 
y  el  chasquido  del  acero 
y  el  rugir  do  la  metralla, 
mientras  en  su  torno  estalla 
sordo  estruendo  por  doquier 
un  esclavo  del  deber 
sin  fuerzas,  pálido,  herido 
lanza  doliente  quejido 
y  viene  al  suelo  á  caer. 


Alza  los  ojos  al  cielo 
piensa  en  su  madre  adorada 
y  la  parca  descarnada 
le  cubre  con  frío  velo. 
¡Al  fenecer  por  su  anhelo 
que  sólo  la  muerte  humilla 
suspira  alegre  Castilla 
porque  su  e.spíritu  vuela 
besando  un  trozo  de  tela 
encarnada  y  amarilla! 

José  M.  de  la  Torre. 


NUESTROS  GRABADOS 


CUPIDO  Y  psiQüis.  -  Cuadro  de  Paul  Baudry 
KDUCNDO  iBonT.  —  Frcíco  del  mismo 

En  pI  retrato  fiel  célebre  literato  francés  Edmundo  About, 
pareció  PhuI  Baudry  haber  queriilo  seguir  1«  manera  de  Hol- 
bein  El  fondo  es  de  un  azul  verdoi-o;  la  luz  ehti  diktrilmlda 
Kegcin  acostumbraba  el  gran  maestro  «nglo-holandés;  nótase 
igual  soltura  y  delicadeza  en  los  toques  y  la  personalidad 
está  admirablemente  caracterizada,  sin  eclipsar  por  esto  el 
efecto  decorativo. 

En  cuanto  a!  cuadro  de  las  Bodas  de  Cupido  y  Psiquis,  se- 
gún lo  que  se  lee  en  e\  Asno  de  oro,  de  Apnleyo,  fué  ejecutado 
por  encargo  del  difunto  Vanderbilt,  el  famoso  archi  millona- 
rio neo-yorquino  y  ostenta  las  elevudlsimas  cualidades  de 
nobleza  que  comunicaba  el  pintor  á  todas  sus  figuras,  por 
mis  que  le  sirvieran  de  modelo  los  mils  perfectos  tipos  de 
frivola  modernidad. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


127 


(Véase  nuestro  número  210  para  más  pormenores  sobre  el 
ilustre  decorador  de  la  Grande  Opera.) 

EL  Carnaval 
Dibujo  de  Pollack 

Por  lo  que  se  vp.flún  hay  quien  cree  en  el  carnaval  y  es 
capaz  de  producir  obras  liudísimas  inspirándoBC  en  serat-jan- 
te  recuerdo.  La  figura  de  mujer  dibujada  por  Pollack  es  muy 
sgtMdMble  f'on  sus  «lavlos  de  arh  quln  italiano. 

Ks  bu  DO  que  haya  quien  conserve  las  tradicionps  carna- 
va'escas  á  fin  de  que  cuando  menos  subsista  el  pretexto  para 
holgar  tres  días  y  darse  un  buen  atracón  el  cuarto. 

KL   ENTÍKERO   DK    LA    SARDINA,   MAPCaPADA    EN    EL  CANAL 

Cu'idro  de  Qoya.— Dibujo  de  P.  y  Valor 

Aparece  Goya  todo  entero  en  esta  composición  sin  igual, 
así  por  su  humorismo  como  por  su  ejecución  exuberante  de 
vigor.  Parece  tener  uno  aate  los  ojos  sorprendente  fantas- 
magoría inf'-rnal,  siniestra,  sobrehumana.  iQué  misterio! 
[Hallar  un  pintor  asunto  para  t^n  extraordinaria  visión  en 
medio  de  una  sociedtvd  tun  miserablemente  prosaica  y  mez- 
quina como  era  la  del  tiempo  de  Carlos  IVI 

PAISAJES   DEL   DANUBIO 

El  rio,  cerca  del  Drenkova.— Barcas  pescadoras  turcas 
jRumas  tomunas 

En  la  frontera  servia  mris  parece  el  Danubio  un  Isgo  ó  un 
brazo  de  mar  que  no  un  río,  tanta  te  su  tmchura.  Esto  se  ve 
muy  bien  frente  a  Drenkova,  puesto  militar  húngaro,  coloca- 
do á  la  orilla  opuestn  del  río  Siguí'- ndo  su  corriente  encuén- 
trase á  poco  el  desfil>idero  dtí  Kazan,  por  el  cual  se  precipita 
con  majestuoso  Ímpetu.  Finalmente,  mas  allá  de  la  salida  de 
esta  garganta  fldm(r>inse  los  restos  del  famoso  puente  de 
Traiann,  testimonio  de  las  victorias  de  aquel  emperador  es- 
pañol sobre  los  Dacios. 

LA    LKONA   Y   SU   CArHORBO 

Grupo  de  Alicia   Chaplin 

Es  un  gracio«o  estudio  del  nfitnrnl,  constituyendo  un  buen 
ejemplo  de  trHtnmiento  realista.  Domina  en  este  grupo  el 
sentimiento  del  rei'Oso,  siendo,  por  decirlo  así,  negativa  la 
acción,  de  lo  cual  resulta  un  «-squema  puramente  escultural. 
La  linea  ondulante  que  f-rmael  grupo  es  muy  bella  y  el  mo- 
délalo digno  de  quien  lleva  el  nombre  del  celebrado  pintor 
francés. 

CANTADORES   KSPaSolES 

Cuadro  de  Alfredo  Clvysenaar 

É-^'hase  de  ver  que  el  asunto  está  tomado  d'  opres  nnture, 
ybientomndo  Trátase  de  unos  ciegos  qu^al  compás  de  la 
guitarra  refieren  al  selecto  auditorio  el  espantable  crimen 
cometido  en  Ja  ciudnd  de  tal,  cu'dando  de  ponerá  la  vista  de 
la  gente  un  plntarr"jefldo  cartelón  en  que  aparecen  trazados, 
por  pintor  de  brocha  gorda,  las  escenas  culminantes  del  san- 
griento a'*esinato.  P's  muy  grflciosoy  divertido,  ciertamente, 
el  espe-^táculo  que  ha  copiado  el  pintor,  pero  valiera  más 
para  tod- s  que  hubiese  llegado  el  día  en  que  desapareciese 
el  lamentable  atraso  de  cultura  que  revela. 

KL  MAUSOLEO   DE    D.   JaIUR    RA^URS 
EN    LA    CaTBDRaL   DB   VICH 

Bien  se  merecía  el  insigne  filósofo  cfltal«*n  un  monumen- 
to que  perpetuase  suraemorirt,  pues,  dejando  á  un  lado  sus 
personales  puntns  de  vi^ta,  no  cabe  negiir  que  ha  sido  uno 
de  los  más  sinceros  pensadores  de  nuestros  tiempos  y  que 
su  Critfrio  es  todavía  hoy  un  libro  de  provechosa  lectura. 
Claro  está  qne  las  Hguas  van  actualmente  por  muy  distinto 
camino  que  cuando  B-ilraes  escribía  ^us  ohrns,  pero  no  hav 
que  ser  ingrato  con  los  que  hun  cooperndo  «1  adHlant-^miento 
de  lo«  estudios  filosóficos,  siquiera  partiesen  de  un  criterio 
apriorit-tn 

El  monumento  levantado  á  la  memoria  del  malogrado 
eclesiástico  vh^ense,  figura  en  los  góticos  claustros  de  aque- 
lla catedral. 

L«  S   DR*MAfl   DE    SHaKBSPEARB 

ÓTELO.— Oíeío  y  D^sdémona,  (Acto  IV,  escena  II) 
Cuadro  de  C,  Gregory 

Otelo- — Veamo«,  ¿quién  eres  tú? 

Z)^«''¿míma.— Vuestra  esposa,  monseñor,  vuestra  sincera 
y le«l  esposa. 

0/eío,  — Veamos,  jura  eso,  condénate  tú  misma;  te  pareces 
tanto  á  un  ángel  del  cíelo  que  los  d<  monios  podrfnn  tener 
mi'do  de  cogerte;  así,  condéaate  doblemente,  jura  que  eres 
honrnda 

Des'lémona.     El  cielo  lo  sabe  con  toda  verdad. 

O'elo  —El  cielo  sabe  con  toda  verdad  qne  eres  falsa  como 
el  infit-rno. 

Desdé  no  na.  ¿Con  quién,  monseñor?  ¿con  quién?  ¿como 
puedo  ser  yo  fdlsa? 

0/€ío.— I AhDesdómona!  ¡Vetel  iVetel  iVetel 


JULIO  CESAR.— Porcia  y  fírvto  (*cto  IT,  escena  I) 

Cuadro  de  H.  M.  Poget 

Porcia.— Mi  caro  señor,  dadme  á  conocer  la  causa  de 
vuestro  pesar. 

Bntto.  —No  me  rncuentro  Vion;  he  ahí  todo. 

Porcia  -  lOh,  no!  Bruto  es  muy  gentil  y  sabría  hallar  en- 
seguida remedio  á  su  enfermedad... 

EL   MKJOR   LIBRO 

Ha  hecbo  bien  ese  joven  en  abandonnr  lalectura  del  libro 
que  trwe  todavía  entre  manos,  pues  por  interesflute  que  sea 
no  lo  será  tanto  do  seguro  como  el  bellL-imo  original  que 
tiene  dtlante. 

Conócese  que  el  joven  no  leyó  más  por  aquel  día. 


'^- 


LA  FUENTE  DE  LOS  CURRUTACOS 


(continuación) 

xn 

UN   BILLETE   DE   CONFIANZA 

Cuando  don  Leandro  abandonó  la  granja, 
ama  y  criada  soltaron  una  estrepitosa  carcajada, 
pues  las  dos  comprendieron  claramente  las  amo- 
rosas como  ridiculas  inclinaciones  del  apasio- 
nado golilla. 

La  noble  dama  reflexionó  seriamente  respec- 
to el  amoroso  y  cómico  lance,  y  á  fin  de  ponerse 
al  abrigo  de  toda  sospecha  y  maledicencia,  se 
encaminó  á  su  gabinete  y  escribió  al  padre  No- 
lasco,  que,  como  hemos  manifestado,  era  su  con- 
sejero, su  confidente  y  su  director  en  todos  los 
casos  graves. 

Tomó  una  silla,  abrió  la  papelera,  sacó  re- 
cado de  escribir,  cogió  una  pluma  de  ganso  y 
con  magnífica  letra  española  escribió  la  siguien- 
te y  familiar  misiva: 

«Prudentísimo  padre:  no  me  trate  su  pater- 
nidad de  aturdida,  de  olvidadiza  y  de  perezosa 
si  hasta  hoy  su  más  humilde  hija  espiritual  no 
le  da  cuenta  de  su  persona.  Ya  sabe  V.  que  en 
mi  granja  ó  pequeña  Tebaida,  como  V.  la  llama, 
vivo  en  continuo  mareo,  y  mucho  más  ahora 
que  estamos  en  la  recolección  de  los  frutos. 
¡Si  viera  su  paternidad  que  melocotones  y  que 
moscateles  tan  ricos  me  ha  concedido  este 
año  la  Providencia!  Le  juro,  aunque  sea  feo 
el  jurar,  que  es  cosa  rica.  Están  diciendo: 
cátame,  y  yo  me  doy  unos  atracones  de  ellos 
que  no  sé  cómo  no  dan  al  traste  con  mi  estó- 
mago. Yo  tengo  una  locura  para  la  fruta  y  su 
frescor  es  un  gran  lenitivo  para  calmar  el  ardor 
de  mis  labios,  siempre  febrosos  y  secos.  Es  cosa 
que  me  ha  hecho  reflexionar  muchas  veces  el 
por  qué  las  mujeres  preferimos  las  legrumbres 
y  las  frutas  á  los  más  esquisitos  manjares.  Su 
paternidad,  que  está  al  cabo  de  tantas  y  tantas 
cosas,  presumo  que  me  lo  explicará.  Yo  soy 
muy  curiosa,  como  V.  no  ignora,  y  rabio  para 
averiguarlo  todo.  Cuando  era  moza  me  pasaba 
las  horas  muertas  contemplando  los  nidos; 
cuando  Dios  tuvo  á  bien  concederme  esposo, 
corría  tras  los  niños  como  si  fuera  una  loca  de 
atar,  y  ahora  me  devano  los  sesos  por  muchas 
cosas  pueriles,  que  estoy  convencida  que  no 
tienen  explicación  alguna. 

»La  soledad  en  esta  cartuja  aumenta  todos 
los  días  más  y  más.  Aquí  sólo  llegan  de  pasada 
las  codornices  y  las  golondrinas  que  se  disponen 
pasar  el  mar  para  dirigirse  al  África.  Aves  de 
paso,  ¿está  V?  Pero  hoy  me  ha  caído  un  ave 
de  rapiña,  un  pajarraco  gordo  y  muy  feo.  No 
vaya  á  creer  su  paternidad  que  se  trate  de  un 
milano  ó  de  un  águila.  Nada  de  eso.  Es  un 
pájaro  con  chupa  y  calzón  corto,  con  espolones 
como  los  gallos  y  con  medio  siglo  encima.  ¿Qué 
apostamos  á  que  V.  no  lo  adivina?  Me  parece 
verle  frunciendo  el  ceño,  la  boca  entreabierta, 
mi  carta  en  la  mano,  la  diestra  en  la  frente  y 
dando  vueltas  y  revueltas  al  libro  de  memorias 
de  personas  conocidas  impreso  en  su  imagina- 
ción. 

»Deje  V.  á  un  lado  todo  cabildeo  que  ya 
le  retrataré  con  todos  sus  pelos  y  señales  el 


avechucho  en  cuestión.  Es...  don  Leandro,  nada 
menos.  El  cual  se  ha  entrado  de  rondón  en  mi 
granja,  digo  Paracleto,  y  con  estudiadas  frases 
ha  parecido  galantearme  de  lo  fino.  Yo  me  he 
reído  en  su.s  barbas,  pero  con  cierta  di.screción 
y  estudiada  zalamería.  Estoy  convencida,  que 
el  buen  señor  ha  fijado  los  ojos  en  mí  de  un 
modo  particular  y  mucho  me  temo  que  se  quede 
bizco.  Le  he  enseñado  la  viña  y  en  ella  mi  don- 
cella y  yo  le  hemos  manteado  moralmente  de 
lo  lindo.  Me  parece  que  el  tal  gavilán  no  va  á 
dejarme  ni  á  sol  ni  á  sombra,  pero  va  á  encon- 
trarse con  la  horma  de  su  zapato. 

»  Si  insiste,  como  insistirá,  desearía -entre  usted 
y  yo  trazar  el  plan  para  que  escarmiente.  Una 
lección  provechosa,  decente  y  original.  Su  pa- 
ternidad, que  está  dotado  de  mucho  ingenio, 
dará  con  ella,  y  nos  reiremos  de  lo  lindo. 

«Dentro  cuatro  días  es  la  Natividad  de  Nues- 
tra Señora,  y  por  lo  tanto,  no  eche  en  olvido 
que  con  el  cholocate  de  las  seráficas  madres  de 
la  Circuncisión,  los  bollos  del  pastelero  de  su 
comunidad,  las  horchatas,  los  barquillos,  los 
melindres,  los  melones  y  otras  sabrosas  frutas 
de  mi  huerto,  le  espera  en  esta  triste  morada 
su  hija  espiritual,  tórtola,  llorosa  y  viuda  y  que 
besa  humildemente  sus  piadosos  pies, 

María  Luisa.» 

Terminada  la  carta,  la  noble  dama  encargó  á 
uno  de  sus  colonos  que  al  día  siguiente,  sin 
pérdida  de  tiempo,  pasase  al  convento  de  los 
padres  Carmelitas  á  depositarla  personalmente 
en  manos  de  fray  Nolasco. 

La  muy  ilustre  dama  no  pudo  reconciliar  el 
sueño  hasta  al  sonreír  el  alba,  recordando  los 
cómicos  accidentes  de  la  escena  amorosa  con  el 
finchado  varón. 

Eray  Nolasco  recibió  la  misiva  al  abandonar 
el  coro  después  de  la  misa  mayor;  la  leyó  dete- 
nidamente y  sonriendo  en  la  misma  iglesia,  la 
guardó  bajo  el  escapulario  y  murmuró,  frotán- 
dose las  manos: 

— Bien  decía  yo  que  era  imposible  que  Mari- 
quita diese  oídos  á  las  ridiculas  pretensiones  de 
tan  necio  galanteador. 

xni 

LA  TERTULIA 

En  el  salón  de  doña  María  Luisa  se  había 
citado  todo  lo  más  selecto  de  la  villa  y  de  los 
mansos  del  contorno.  Era  un  salón  extensa- 
mente grande,  enjalbegado,  con  una  faja  azul, 
de  techo  embovillado  y  el  piso  de  ladrillo.  So- 
bre la  puerta  que  daba  entrada  á  este  vasto  re- 
cinto, se  destacaba  el  escudo  de  la  familia,  y 
en  sus  paredes  se  admiraban  dos  magnificas 
cornucopias,  que  representaba  la  una  el  Ene 
Humo,  y  la  otra  el  seráfico  San  Antonio  de  Pa- 
dua,  con  sus  marcos  dorados,  con  sus  musas, 
ninfas  y  alados  cupidillos,  pareciendo  que  lo 
humano  custodiara  lo- divino.  A  ambos  lados  de 
un  grandioso  ventanal,  se  descubrían  dos  pre- 
ciosas y  artísticas  arquillas,  cargadas  y  recar- 
gadas de  incrustaciones  de  maifil  y  ébano;  los 
taburetes  y  canapé,  forrados  de  damasco,  con- 
vidaban al  descanso,  y  el  indispensable  clave, 
completaba  el  rico  mueblaje  de  aquel  severo 
salón. 

Sentados  en  sus  correspondientes  taburetes, 
las  damas  á  un  lado  y  los  currutacos  á  otra,  co- 
mo era  costumbre  en  aquellos  días,  á  fin  de  evi- 
tar el  roce  y  la  familiaridad  entre  los  dos  sexos, 
sin  tener  en  cuenta  que  con  aquel  ridículo  ale- 
jamiento y  con  aquella  línea  divisoria  eran  más 
vivas  y  más  incendiarias  las  llamas  de  los  ojos 
y  más  temibles  los  naturales  apetitos,  se  deslizó 
la  tarde,  en  medio  de  la  más  amena  jovialidad. 

Presidía  la  reunión  doña  María  Luisa,  que  es- 
taba hecha  un  brazo  de  mar,  teniendo  al  lado  á 
fray  Nolasco,  que  parecía  no  caber  de  satisfac- 
ción dentro  de  su  religioso  hábito. 

Las  damiselas  habían  sido  enviadas  á  la  ga- 
lería para  que  allí  retozasen  libremente  y  no  se 
enterasen  ni  se  mezclasen  en  las  conversaciones 
de  sus  papas,  tratadas  como  enjauladas  colegia- 
las, á  pesar  de  contarse  entre  ellas  angelitos 


128 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


con  faldas  que  eran  venladeros  pimpollos  de 
veinte  primaveras,  que  les  pedían  sus  comzon- 
cillod  un  amartelado  galáu. 

T  1  iiiüT^nna  se   lialiia  ilt>slizndo   alcíriviiiente 


y  la  comida  había  sido  suculenta  y  abundante. 
Don  Leandro  no  apartaba  los  ojos  de  la  agra- 
ciada señonv  de  la  casa,  y  todos  los  contertulios 
los  tein'nn  tijos  on  ól. 


Parecía  el  amartelado  señor  nn  ratoncillo 
acechado  de  continuo  por  los  nerviosos  gatos, 
tal  era  su  situación. 

El  fraile  inspeccionaba  y  sonreía. 


EL  MEJOR  LIBRO 


.Su  vivaracha  hija  espiritual  murmuraba  por 
lo  b^o  al  oído  del  carmelita: 

— ¿Se  ha  enterado  V.  de  mi  billete? 

— Sí,  niñita.  Ya  caerá  en  la  trampa  nuestro 
lobo  carnicero. 

— Si  üupiera  su  paternidad  lo  qué  me  dijo. 


Parecía  un  pollo  recién    salido  del  cascarón. 

— ¡Qué  atrocidad,  hijita  mía!  Se  conoce  que 
el  tal  golilla  es  muy  buen  pez,  pero  picará,  en 
mal  anzuelo. 

— Ya  verá  su  paternidad  que  declaración 
nuestro  Cupido  con  canas  va  á  dispararme  esta 


tarde.   Ya  se  la  relataré  á  su  debido  tiempo. 
— Así  lo  espero,  niña.  Me  divierte  mucho  el 
buen  señor.  ♦ 


(Se  continuará.) 


Phancisco  Gras  y  Elías. 


UflIlVlSmCÍ»:  Mu,  Ui-Ul, 


liUut,  Uitor. — ItMífHdos  ios  deretbos  de  propiedid  artístiei  j  literaria.— Las  reclamaciones  en  Madrid,  al  representante  de  esta  Casa  D.  Mannel  Plá  y  Valor,  Apodaca,  10, 2.' 

)  INSÉRTESE  ó  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  ( 


BüTAIlLSClMIBirro  TlPOOMiriCO  di  B.  BA8BDA.— CALLB  OB  VillASBOEL,  KÚM.    17,  BKSAHCHB  DE  8AW  ANTONIO.— BABCBLOUA. 


SEMANARIO     CIENTÍFICO,     LITERARIO     Y    ARTÍSTICO 


Año  V 


Barcelona  26  de  Febrero  de  1887 


Núm.  217 


Con  el  presente  numero  repartimos  el  suplemento  de  modas  EL  MUNDO  DE  LAS  DAMAS,  correspondiente  al  mes  actual 


ESCULTURAS  DE  HOUDQN:  VOLTAIRE 


ISO 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


SUMARIO 


Tiiiu^  Ifíiifit  Omtai  á  mi  priwui ,  por  Fernanflor.—  La 
ñas  át  AMtr*  Ura  (eonUnuadóiK,  por  Juan  Tomáa  8*1- 
rmay.—Ltdmmt:  Amaehotjfá mimguao.  por  Cltrin.— X«- 
«Ma  ctnHfai,  por  Alftvdo  OplMO.  — JB  wumóiogo  dei  vira- 
to.  por  8.  Raed».— B  Etawial  (poe«U>,por  Vicente  Rira 
Fklaeio. — A  na  OfMata  (poesU),  por  Jacinto  Labaila.— 
Koaatro*  tni»di».—La /rnenU  d*  tot  eitmtaeo*  (conti- 
nuaeióa),  por  Prandaco  Graa  y  KUai. 

OUBADoa.— Moliere, Glufk  j  Voltaire.— Vidriera»  gótloaa  y 
dai  RanadmleDto  (tree  grabados '  —La  nieve  en  Barcelona 
(doagrsbadoa  .—Moteim:  El  Kremlin,  visto  deade  la  torre 
da  Ivan  Vellkl.— TnOc*  de  la  oprreta  de  Audran  'El  Gran 
Mocol-*— Loa  borrachos.— Abdal  Rahmao,  Emir  del  Af- 
(anlstan.— Una  callo  da  Mareta. 


MADRID 


C-A-UTA-S    A.    aari    FUTMiA. 


•     EL  DOMINGO 

'  I  tn  padre  hubiese  estado  en  Madrid  hu- 
biese podido  asistir  á  una  discusión  del 
Senado  que  le  hubiese  hecho  venturoso. 
Hubiese  oído  hablar  nada  menos  que  á  don 
Claudio  Moyano,  al  conde  de  Canga  Arguelles 
y  al  obispo  de  Zamora  contra  la  impiedad  de 
los  tiempos,  y  hubiese  oído  al  Gobierno  dar  la 
razón  y  prometer  castigo  contra  los  impíos.  ¿De 
qué  se  trataba?  Tratábase  de  lo  de  siempre:  los 
ciudadanos  se  empeñan  en  no  santificar  el  do- 
mingo, ni  otros  preceptos,  y  de  que  es  preciso 
infundirles  la  piedad  metiéndoles  en  la  cárcel 
y  sacándoles  algunos  miles  de  reales.  Como  este 
es  un  punto  que  á  todo  el  mundo  interesa,  la 
discusión  se  ha  hecho  general  y  unos  opinan 
que  los  senadores  susodichos  tienen  razón  y 
otros  que  lo  que  aquí  hace  falta  no  es  suprimir 
sino  aumentar  los  días  de  trabajo. 

Para  todo  buen  cristiano  es,  sin  duda,  una 
obligación  no  trabajar  en  domingo.  «El  séptimo 
día, — dice  el  E.xodo, — reposarás  para  que  repo- 
sen tu  buey  y  tu  asno  y  se  refrigeren  el  hijo  de 
tu  esclava  y  el  extranjero.»  Han  variado  los 
tiempos:  el  cristiano  de  hoy  no  suele  tener  as- 
nos, ni  bueyes,  ni  hijos  de  su  esclava,  ni  ex- 
tranjeros en  su  domicilio;  mas  con  las  variantes 
consiguientes,  el  precepto  igualmente  le  obliga. 
«Seis  días  harás  obra, — dice  el  mismo  libro, — 
el  séptimo  día,  porque  es  descanso,  se  llamará 
santo;  ningún  trabajo  harás  en  él;  el  sábado  es 
del  Señor  en  todas  las  habitaciones.»  Esto  de 
en  todas  las  habitaciones  no  es  tan  aplicable  á 
Madrid  como  á  otros  puntos;  porque  en  las 
casas  de  Madrid  hay  habitaciones  donde  en  nin- 
gún dia  se  trabaja;  pues  no  es  trabajar  leer  no- 
velas, jugar  al  hesigue.  recibir  á  la  modista,  dis- 
poner una  comida  extraordinaria,  preparar  una 
sauterie,  recibir  las  visitas  y  despedir  á  los 
acreedores  sin  pagarlos. 

Los  libros  sagrados  cuentan  que  el  Señor 
mandó  á  Moisés  que  le  diese  muerte  á  un  hom- 
bre que  había  faltado  al  precepto,  y  ese  hombre 
fué  lapidado.  Cuentan  igualmente,  que  los  Ma- 
cabeos  respetaban  el  descanso  de  tal  modo,  que 
ánn  estando  en  guerra,  si  los  enemigos  les  ata- 
caban, no  recurrían  á  las  armas  para  defen- 
denie.  Si  el  Gobierno  diese  esta  orden  á  las 
tropas,  excuso  decirte  que  Ruiz  Zorrilla  le  de- 
rribaba en  el  primer  domingo. 

Ello  e«  que  los  Apóstoles  trasladaron  hace 
diez  y  ocho  siglos  el  sábado  al  domingo  y  que 
en  estos  diez  y  ocho  siglos  el  fervor  ha  decaído 
hasta  un  punto,  que  parece  que  no  se  quiere 
trabajar  sino  en  ese  día. 

Es  raro  que  la  semana,  como  número  de  días 
convenientes  para  el  trabajo  humano,  se  halle 
establecida  lo  mismo  en  todo  el  mundo.  «Ven- 
drás de  siete  en  siete  días  á  honrar  la  Suprema 
Deidad, >  dicen  los  libros  divinos.  Homero  tam- 
bién aconseja  la  veneración  del  séptimo  día. 
Los  fenicios  consagraban  á  Saturno  un  día  de 
cada  siete.  Los  druidas  de  la  Gran  Bretafla 
consideraban  sagrado  el  día  séptimo. 

Esta  nnanimidad   de  los  pueblos  es  una  de- 


mostración de  que  el  descanso  del  séptimo  dia 
corresponde  exactamente  á  la  medida  de  las 
fuerzas  del  hombre. 

En  tiempo  de  la  Revolución  francesa  se  quiso 
instituir  la  década;  pero  esta  reforma  cayó  en 
desuso;  y  según  parece  quedó  demostrado  que 
era  perjudicial  á  la  salud. 

Pero  no  se  atiende  sólo  á  la  higiene  del  tra- 
bajador pidiendo  el  descanso  del  domingo:  se 
atiende  á  su  moral.  Puede  decirse  que  la  fami- 
lia no  existe  para  el  obrero  si  no  existe  el  do- 
mingo. Apenas  el  obrero  se  levanta,  tiene  que 
abandonar  el  trabajo  y  vuelve  por  la  noche 
rendido  para  caer  sobre  el  mismo  jergón  que 
abandonó  al  romper  el  alba:  sus  hijos  y  su  mu- 
jer, cada  cual  anda  por  su  lado  buscando  el 
sustento;  de  manera  que  sólo  se  reúnen  y  pue- 
den constituir  familia  en  el  domingo,  conversar, 
preguntarse  lo  que  han  hecho,  reprender  el  pa- 
dre á  los  hijos,  darles  buenos  consejos,  preve- 
nir las  necesidades  de  otra  semana,  dar  expan- 
sión á  sus  corazones,  ser,  en  fin,  algo  más  que 
máquinas,  ser  seres  racionales  y  efectivos.  No 
cabe  duda,  pues,  de  que  el  domingo  es  dos  ve- 
ces santo;  que  no  es  sólo  religioso  sino  moral. 
Lo  malo  está  en  que  los  tiempos  de  la  Arcadia 
ya  pasaron  y  el  domingo  de  los  obreros  no 
siempre  corresponde  al  ideal  descrito:  la  bota, 
el  garrote  y  la  navaja,  son  los  primeros  bártulos 
que  coge  el  trabajador  cuando  se  despierta  en 
día  festivo.  Tú  los  has  visto  muchas  veces  salir 
en  hileras  por  las  afueras  de  Madrid,  sin  otro 
propósito  que  el  solaz  material,  sin  preocuparse 
gran  cosa  de  aleccionar,  moralizar,  ni  cristiani- 
zar á  sus  familias,  ni  cumplir  ningiin  precepto 
religioso  ni  saber  una  oración...  Se  han  estado 
seis  días  en  el  obrador,  en  la  fábrica,  en  los  an- 
damies, en  el  empedrado,  trabajando  siempre 
con  los  mismos  movimientos,  como  la  rueda  de 
una  máquina,  y  lo  que  desean  y  necesitan  es 
desentumecerse,  revolcarse  en  la  yerba,  dando 
cuatro  gritos  y  cuatro  zapatetas  al  sol.  Los  ora- 
dores católicos  que  peroran  contra  el  trabajo 
en  los  días  de  fiesta,  trabajan  en  bien  de  los 
obreros;  pero  no  conseguirán  su  propósito  de 
catolizarlos:  sólo  conseguirán,  y  ya  es  algo, 
que  se  pongan  colorados  y  robustos. 

El  trabajador  que  hace  obra  por  su  cuenta, 
tiene  algún  interés  en  trabajar  los  domingos; 
los  que  están  en  una  fábrica,  no  tanto;  pero  de- 
penden de  un  amo.  Hay,  pues,  que  convencer  á 
los  amos,  y  esto  es  lo  difícil;  pues  si  los  comer- 
ciantes, cada  uno  de  por  si,  desearía  descansar 
el  domingo,  la  competencia  comercial  no  lo  per- 
mite. El  común  acuerdo  de  todos  los  intereses 
en  beneficio  del  trabajador  es  lo  único  que  pue- 
de resolver  el  problema;  sin  acudir  al  Código, 
ni  á  la  prisión,  ni  á  la  multa.  Ya  se  han  conven- 
cido los  grandes  industriales  de  que  á  todos  les 
conviene  el  descanso  y  de  que  con  no  vender 
un  día  en  cada  semana  no  se  perjudican  si  de- 
jan de  vender  todos.  De  la  incesante  actividad 
del  trabajo,  como  de  todas  las  exageraciones, 
nacen  mayores  males  que  bienes;  el  desorden  y 
embrutecimiento  de  los  obreros,  la  destrucción 
de  la  vida  de  familia  y  la  falta  absoluta  de  todo 
vínculo  moral  entre  el  amo  y  el  obrero. 

Antes  que  D.  Claudio  Moyano  hablase  en 
el  Senado  contra  el  trabajo  en  domingo,  mu- 
chos comerciantes  de  Madrid  habían  hecho  algo 
más  práctico.  Se  habían  reunido  y  acordado 
no  abrir  sus  tiendas  en  esos  días;  así  sucede 
hoy;  por  las  mañanas  están  cerrados  los  estable- 
cimientos de  las  principales  calles  de  la  cor- 
te y  esto  ha  reformado  algo  las  costumbres; 
pues  la  clase  media  compra  ya  los  sábados  lo 
que  dejaba  en  otro  tiempo  para  el  siguiente  día. 
Esta  es  la  manera  de  moralizar  á  la  sociedad; 
por  la  unión  de  los  mismos  ciudadanos  y  su 
propio  convencimiento;  formando  costumbres 
con  el  ejemplo,  y  no  acudiendo  á  las  leyes,  por 
desusadas,  tiránicas;  y  que  aquí,  en  Madrid  y 
en  España,  donde  no  existe  el  principio  de 
autoridad,  nacen  ya  sin  virtud.  Fórmense  socie- 
dades de  católicos,  y  sociedades  de  comercian- 
tes, especuladores,  industriales  y  jefes  de  taller 
y  difundan  los  unos  sus  buenas  máximas,  y 
comprométanse  los  otros  á  no  vender  ni  com- 


prar, á  no  trabajar  ni  obligar  al  trabajo  á  sus 
dependientes  en  los  días  de  fiesta. 

Podrá  estar  tan  arraigada,  en  Inglaterra,  la 
costumbre  de  santificar  el  domingo,  que  ni  los 
carteros  llevan  las  cartas  á  domicilio;  pero  aquí 
el  domingo  precisamente  es  el  día  que  imprime 
más  movimiento  en  los  establecimientos  de  ar- 
tículos de  primera  necesidad,  ó  que  se  relacio- 
nan con  los  festejos  públicos  y  privados.  La 
previsión  no  existe  en  Madrid:  en  las  despensas 
no  hay  más  que  el  cuarterón  de  garbanzos  y  el 
pedazo  de  jamón  y  tocino  del  día;  y  el  ovillo  de 
hilo  y  las  cuatro  hebras  de  seda  que  se  necesi- 
tan para  la  ropa  de  la  semana.  Aquí  se  va  y  se 
vuelve  diez  veces  en  el  día  á  una  misma  tienda. 
Verdad  es  que  tampoco  hay  la  previsión  de  te- 
ner mucho  dinero,  que  es  lo  que  facilita  com- 
prar mucho  de  una  vez. 

El  carácter  inglés,  que  tan  perfectamente 
conlleva  ciertas  obligaciones,  es  lo  contrario 
del  carácter  español;  aquél  gusta  del  método, 
éste  del  desorden.  Pocos  españoles  hay  que  re- 
sistan al  deseo  de  aprovechar  el  día  del  trabajo 
en  un  placer  que  se  les  ofrece  inopinadamente, 
y  pocos  que  si  el  trabajo  les  es  necesario  en  dia 
festivo  se  crucen  de  brazos  y  digan:  ¡Respetemos 
las  palabras  del  Éxodo!  El  interés  mismo  no 
mueve  tanto  al  español  como  su  capricho;  la  re- 
flexión no  encadena  su  fantasía;  hacer  su  volun- 
tad, es  el  código  de  todo  español;  quien  no  la 
hace  es  porque  no  puede.  Su  carácter  indepen- 
diente es  causa  de  que  rara  vez  pueda  confor- 
marse con  la  opinión  y  la  conducta  de  los  demás; 
por  eso  es  tan  difícil  en  España  formar  socieda- 
des, círculos,  grupos...  Al  poco  tiempo  cada  cual 
tira  por  su  lado  si  es  que  no  se  concluj'e  como 
el  Rosario  de  la  Aurora. 

En  España,  mi  querida  prima,  antes  que  san- 
tificar los  domingos,  hay  necesidad  de  santifi- 
car á  los  ciudadanos,  hacerlos  creyentes.  Los 
mejores  son  unos  hipócritas.  Si  el  clero  y  los 
católicos  piden  la  santificación,  es  para  que  se 
emplee  en  buenas  obras;  hay,  pues,  que  refor- 
mar los  corazones  y  los  espíritus.  No  basta  que 
no  se  trabaje.  Estos  mismos  fervorosos  pro- 
pagandistas del  descanso  lo  dicen:  todas  las 
pompas  y  goces  del  diablo  á  que  el  cristiano 
renunció  solemnemente  en  su  bautismo,  son  ca- 
balmente á  las  que  se  entrega  en  el  día  de  fiesta. 
Los  excesos  de  una  mesa  ó  de  un  banquete,  las 
embriagueces,  las  blasfemias  del  vino,  las  pen- 
dencias, los  juegos  ruinosos,  las  palabras  y  con- 
versaciones obscenas,  la  perpetración  de  todo 
género  de  pecados,  están  reservados  para  ese 
día.  Los  bailes,  los  toros,  las  riñas  de  gallos,  el 
tiro  de  palomos  y  otras  ceremonias  piadosas  son 
el  descanso  del  domingo.  Y  en  los  pueblos,  no 
hablemos,  porque  para  los  días  de  fiesta  se  re- 
servan las  mayores  atrocidades. 

Donde  hay  tales  hábitos,  donde  es  costumbre 
llamarse  cristiano  y  no  serlo,  el  clero  poco  hará 
trayendo  á  la  ley  la  prohibición  que  no  ha  podi- 
do hacer  arraigarse  desde  el  pulpito.  La  misma 
facilidad  con  que  un  gobierno  liberal  acepta 
proposiciones  que  escandalizan  al  espíritu  re- 
volucionario, manifiesta  en  mi  concepto  que  no 
las  da  ninguna  importancia.  Figurarán  en  el 
Código  las  penas  contra  los  que  trabajen  en 
domingo  y  contra  los  que  blasfemen;  pero  los 
mismos  jueces  seguirán  trabajando  en  las  fiestas, 
si  les  es  preciso,  y  seguirán  los  carreteros  acom- 
pañando con  el  puño  cerrado  su  pintoresco  es- 
tilo. 

En  los  primeros  días  del  cristianismo  los 
fieles  honraban  la  Iglesia  con  virtudes  y  buenas 
obras:  ya  está  dicho.  Asistían  al  divino  sacrifi- 
cio, que  duraba,  en  días  y  ocasiones,  horas  en- 
teras, con  puntualidad,  con  reverencia,  con  fer- 
vor, con  oración  y  con  lágrimas.  Comulgaban 
en  él  todos  los  presentes  y  los  diáconos  lleva- 
ban la  comunión  á  los  ausentes  legítimamente 
impedidos.  Asistían  á  las  catcquesis  ó  explica- 
ciones de  doctrina  cristiana,  que  eran  muy  cum- 
plidas. Celebrábanse  lecturas  espirituales,  ora- 
ciones y  otros  muchos  ejercicios  piadosos.  Se 
recogían  las  limosnas  que  cada  uno  había  pre- 
parado en  la  semana  y  las  repartían  por  los  diá- 
conos á  los  huérfanos,  viudas  y  demás  necesita- 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


131 


dos;  se  visitaba  y  socorría  á  los  encarcelados  y 
enfermos,  sobre  todo  cuando  lo  estaban  por  la 
fe,  y  se  les  animaba  al  martirio.  Días  de  piedad 
y  de  fervor,  de  verdadero  descanso  para  la  carne, 
verdaderamente  santos.  ¡Días  deliñosos  como  los 
llamó  Isaías!  Tal  es  la  pintura  que  los  apologis- 
tas hacen  de  aquellos  primeros  días  del  cristia- 
nismo. ¡ Ay,  prima,  cualquiera  creería,  al  compa- 
rarlos con  los  nuestros,  que  estamos  en  los 
últimos! 

¿Es  que  no  queda  nadie  en  la  tierra  que  re- 
cuerde el  fervor  dominical  de  aquellos  márti- 
res? Si,  don  Estanislao,  un  amigo  mío,  les  re- 
cuerda. El  hombre  virtuoso,  por  excelencia; 
buen  esposo  y  cariñoso  padre  de  familia.  A  pri- 
mera hora  se  prosterna  con  todos  los  suyos; 
toma  el  chocolate  con  dobles  bizcochos,  se  pone 
el  sombrero  de  copa  y  seguido  de  su  mujer  y 
su  pollada  entra  á  la  iglesia.  Nada  de  coqueteos. 
Cuando  pasa  el  monago  suelta  en  el  cepillo  un 
perro  grande.  Cuando  suena  la  campanilla  se 
da  golpes  Con  tanta  piedad  que  le  retumba  el 
pecho.  Al  salir  compra  una  estampita  para  la 
niña  en  recuerdo  de  la  Virgen  y  otro  perro  de 
majuelas  para  los  niños  en  recuerdo  del  Huerto. 
Si  hay  función  de  estrépito  en  alguna  Iglesia 
allí  acuden;  sino  pasean  junto  á  la  de  Atocha 
por  estar  más  cerca  de  un  santuario.  En  casa 
leen  el  Año  cristiano  y  la  Biblia.  Él  tiene  que 
explicar  á  su  mujer  algunos  pasajes  y  lo  hace 
con  unción  y  prosopopeya.  Por  ejemplo:  «Tu 
esposa  será  como  una  parra  fecunda  en  el  recin- 
to de  tu  casa;  al  rededor  de  tu  mesa  estarán  tus 
hijos  como  pimpollos  de  olivos.»  (Salmo  127). 
«¡Esto, — dice  don  Estanislao  á  sus  hijos, — lo  pa- 
rece, mas  no  está  dicho  por  vosotros!»  Cuando 
llega  la  noche  se  reza  el  rosario  y  tres  Padre- 
nuestros para  que  jamás  se  le  ocurra  al  Direc- 
tor de  Rentas  enviar  á  tan  buen  cristiano  la  ce- 
santía. ¿Pero  hay  muchos  como  don  Estanislao 
en  Madrid?  El  conde  de  Canga  Arguelles  y  don 
Claudio  Moyano,  quizás.  ¿Y,  ahí,  en  París?  ¡Oh, 
seguramente  ninguno!  prima. 
Tu  cariñosísimo, 

Fkrnanflor. 

# 


LA  CASA  DE  PEDRO  LÓPEZ 

(contihuac  ion) 

— Pero,  hombre.  Luís,  ¿qué  es  eso? — se  atre- 
vió á  decir  uno. 

— ¿Cómo  vives? — preguntó  otro. 

— Que  el  diablo  me  lleve  si  os  entiendo.  Vivo 
independiente,  en  compañía  de  un  criado:  salgo 
poco  y  trabajo  ocho  horas  diarias.  Por  cierto 
que...  ¡Oid! 

Y  á  continuación  referí  cuanto  sabia  de  mis 
vecinos  y  las  impresiones  que  éstos  me  produ- 
jeran. 

Todos  .soltaron  la  carcajada. 

— Por  fin,  ¿me  explicaréis? — dije  desconcer- 
tado. 

— ¡Infantas,  109!  ¡La  casa  de  Pedro  López, 
como  la  llaman  por  ahí! — respondieron  todos  á 
un  tiempo. 

— ¿Y  qué  tenemos  con  ello? — repliqué  con  la 
mayor  sorpresa. 

— Que  has  caído  en  la  trampa,  en  el  garlito. 
¡Te  han  cazado  como  á  un  conejo! 

— Pues  bien,  sí;  os  juro  que  ignoraba... 

— Tú  serás  allí,  de  fijo,  la  única  persona  de- 
cente. 

— Pero,  hombre,  tú,  tan  corrido;  tú,  el  nove- 
lista, el  fotógrafo  á  la  pluma,  de  nuestra  socie- 
dad, no  sabías... 

— Lo  sabe  todo  Madrid. 

—¡Ja,  ja,  ja! 

— ¿Ignoras  también  quién  es  ese  Pedro  López, 
tu  casero? 


—¡Ja, 


.!<%  ]a 


Soltaron  una  carcajada  más  estrepitosa  que 
las  anteriores.  Yo,  ciego  de  furor  y  de  ver- 
güenza, cruelmfmte  herido  en  mi  amor  propio, 
les  grité  levantándome  de  un  salto: 

— Pues  bien,  sí,  lo  sabía,  lo  sé  todo;  de 
intento  me  he  metido  en  esa  casa...  porque... 


como  soy  novelista...  y  para  escribir  buenas  no- 
velas es  indispensable  la  observación,  la...  expe- 
rimentación... 

El  despecho  no  me  dejó  concluir,  y  salí  sin 
pagar  la  cena  medio  consumida,  cuyo  importe 
debieron  de  satisfacer  con  gusto  mis  amigos  á 
ti-ueque  del  buen  rato  que  los  diera. 

Vagué  por  las  calles,  sin  dirección  ni  con- 
ciencia do  ello,  como  proyectil  arrojado  de  un 
obús,  y  con  una  idea  fija  en  el  cerebro. 

— Pedro  López... — ^me  decía, — ¿quién  será 
ese  Pedro  López?...  López...  López...  López  de 
Ayala,  López  Guijarro,  López  Bago...  no,  ese 
no  es,  estaba  en  el  café,  y  además,  se  llama 
Eduardo...  López  el  de  los  chocolates,  tampoco, 
ese  es  otro  López...  Pues,  señor,  apenas  habrá 
López  entre  los  españoles,  todos  los  descendien- 
tes de  los  antiguos  Lopes,  ó  lobos,  ó  lo  que 
fueran...  Lo  menos  hay  diez  mil;  conque... 
¡échese  V.  á  buscar!  Decir  López  es  como  no 


decir  nada;  y  en  cuanto  á  Pedro,  el  nombre  de 
pilado  mi  casero,  de  mi  pesadilla,  mejof  dicho... 
desde  el  gallego  del  cuento,  que  apenag  se 
llamaba  Pedro,  hasta  D.  Pedro  Calderón  de  la 
Barca,  es  decir,  toda  la  escala  de  los  Pedros... 
pues,  ¡adivine  V.  al  Pedro  en  cuestión!  Pacien- 
cia Luís,  mucha  paciencia;  no  tienes  otro  reme- 
dio que  volver  al  café  de  Lisboa,  á  ver  si  esta 
vez  eres  más  afortunado.  ¿Qué  hora  tenemos? 
La  una  menos  cuarto.  Ya  habrán  concluido  las 
funciones  en  todos  los  teatros.  Vamos  allá. 

El  café  de  Lisboa  estaba,  si  se  considera  lo 
avanzado  de  la  hora,  bastante  concurrido.  Va- 
rias personas  cenaban  en  distintas  mesas,  for- 
mando grupos,  charlando  tranquilamente  unos, 
discutiendo  y  alborotando  otros.  Me  dirigí  al 
mismo  camarero  de  antes,  repitiendo  la  pre- 
gunta: 

— ¿Ha  venido  D.  Pedro  López? 

— No,  señor,  no  ha  venido;  es  una  rara  casua- 


VIDRIERA  DE  LA  IGLESIA  DE  SAN  VICENTE  DE  RÚAN 


lidad,  viene  todas  las  noches,  yo  soy  quien  le 
sirvo. 

• — Traéme  una  chica  clara,  y  como  le  veas 
entrar,  avísame. 

Tomé  un  periódico,  encendí  un  tabaco;  mi 
casero  no  parecía.  En  el  café,  de  fijo,  habría  más 
de  un  López;  pero  el  que  yo  buscaba...  ¡á  ese 
había  que  echarle  un  galgo! 

Al  cabo  de  media  hora,  cansado  de  fumar  y 
de  beber,  resolví  ir  á  acostarme,  con  objeto  de 
madrugar  y  sorprender  á  mi  López  en  la  cama, 
si  es  que  dormía  en  ella. 

— Como  quiera  que  sea, — iba  diciendo  camino 
de  mi  casa, — si  mañana  no  le  veo,  pasado  me 
mudo  á  cualquier  parte,  y  renuncio  á  la  fianza, 
y  al  pico  de  este  mes,  y  salga  el  sol  por  Ante- 
quera. 

VII 

Esta  vez,  dando  razón  á  la  portera,  la  casa 
estaba  como  una  balsa  de  aceite;  ni  un  rumor  se 
oía  en  la  escalera,  ni  en  los  cuartos,  ni  en  el 
sotabanco.  Ramírez  dormía  como  un  lirón,  sin 
haber  equivocado  el  dormitorio;  sin  duda  no 
carecía  de  fósforos.  Nadie  hubiese  sido  capaz  de 
adivinar  que  allí  se  albergaba  gente  inmoral  y 
truhanesca,  de  malos  antecedentes  y  peores  cos- 
tumbres. Tanta  quietud  casi  daba  miedo. 

Entré  en  el  gabinete,  con  un  fósforo  en  la 


mano;  encendí  la  bujía;  tiré  sobre  un  sillón  la 
capa  y  el  sombrero;  di  cuerda  al  reloj,  colocán- 
dolo después  sobre  la  mesa  de  noche  y  empecé 
á  desnudanne. 

Apenas  me  hube  quitado  la  levita,  un  violento 
campanillazo,  brusco  y  nervioso,  me  estremeció 
de  pies  á  cabeza. 

— A  estas  horas...  ¿quién  será?  ¿qué  me  que- 
rrán?— dije  sobresaltado. — ¡Voy! 

Un  segundo  campanillazo,  más  violento  que 
el  primero,  me  ahogó  la  voz. 

Cogiendo  la  palmatoria  y  un  pesado  bastón, 
me  lancé  á  abrir. 

Un  hombre  y  una  mujer,  azorados,  convulsos, 
las  ropas  en  desorden,  se  arrojaron,  no  entra- 
ron, dentro  de  mi  habitación,  cerrando  la  puerta 
tras  ellos.  El  hombre,  calvo,  de  mirada  pene- 
trante y  repulsiva,  contaría  medio  siglo;  la 
mujer,  un  prodigio  de  hermosura  y  de  candor  á 
juzgar  por  la  apariencia,  unas  diez  y  siete  pri- 
maveras; metida  en  aquella  casa,  me  pareció  un 
lirio  entre  cardos  ó  una  perla  en  un  muladar. 
Venía  aferrada  al  brazo  de  su  padre,  y  presa 
de  un  convulsivo  temblor,  se  adhería  instintiva- 
mente á  él  como  si  la  amenazara  un  gran  pe- 
ligro. 

(Se  continuará.)     Juan  Tomás  Salvany. 


LA:¿NIEVE  EN  BARCELONA 
U  CéMcti»  d«l  r«rqu*.— Uo  detalle  del  Puerto.— KaMclóa  del  ferrootrrU  de  Zaragoza  {V»  fotografl») 


LA  NIEVE  EN  BARCELONA 
El  Pueo  de  Gracia.— Paseo  de  Colón.— El  lago  del  Parque.— Una  puerta  del  mlamo.— ¿Transeúnte  ó  oorlosa?— Plaza  del  Tealio  (Dibujo  de  Asarta) 


1»4 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


LECTURAS 


A    MUCHOS    Y    A   NINGUNO 

Todo  buen  cindadano  qne  crea  en  la  solidari- 
dad de  los  intereses  sociales  debe  reconocer  im- 
portancia al  estudio  de  la  vida  intelectual  de  su 
patria.  Examinar  con  cuidado  y  constancia  los 
síntomas  de  la  necedad  pública  no  es  hacer 
alarde  de  pesimismo  ni  poner  cátedra  de  Herá- 
clito  6  de  Jeremías. — ¿Para  qué  hablar  de  los 
tontos  ni  siquiera  de  los  insignificantes? — pre- 
guntan muchos  á  la  crítica  literaria.  Cuando  la 
nulidad  pasa  plaza  de  medianía  no  hay  más  re- 
medio que  atender  á  ella,  sobre  todo  en  un  país 
en  que  á  eso  que  se  estima  medianía  se  le  con- 
sagra las  alabanzas  que  sólo  merecen  el  talento 
superior  y  el  genio. 

No  se  persigue  por  gusto  ni  por  crueldad  á 


los  escritores  malos,  sino  porque  al  público  que 
lee  algo,  poco,  y  distraído  y  no  hace  profesión 
de  la  literatura,  le  presentan  los  periódicos  in- 
fluyentes á  esas  medianías  nulas  como  si  fuesen 
autores  recomendables,  dignos  de  atención  y  de 
estudio. 

El  síntoma  es  más  grave  de  lo  que  parece.  Se 
habla  mucho  de  la  decadencia  de  los  pueblos 
por  exceso  de  poder,  de  sensibilidad,  de  inteli- 
gencia, por  alambicamento  de  ideas,  por  neuro- 
sis complicadas,  por  vicios  quintesenciados... 
pero  se  habla  poco  de  la  decadencia  por  tontera 
nacional;  enfermedad  muy  posible,  y  que  en 
parte  puede  ser  debida  hasta...  al  mal  alimento, 
y  lo  digo  sin  asomo  de  broma. 

Recuerdo  haber  leído  un  artículo  de  mi  buen 
amigo  el  muy  notable  publicista  y  pensador 
Pompeyo  Gener  (que  ojalá  supiera  yo  donde 
vive  á  estas  horas)  en  que  se  hablaba  de  lo  mal 
que  solían  comer  algunos  escritores  madrileños 


y  de  los  alardes  de  miseria  y  depravada  cocina 
de  algunos  bohemios  de  la  corte  literaria.  Gener 
censuraba  este  amaneramiento,  este  ebionismo 
literario,  causa  tal  vez  del  escaso  vigor  intelec- 
tual de  muchos.  Pues  bien,  sin  insistir  yo  hoy 
en  este  aspecto  de  la  cuestión,  y  sin  más  que 
reconocerle  gran  importancia,  digo  que  sea  por 
lo  que  sea,  por  mala  comida  material  ó  por  escaso 
ó  insustancial  pasto  del  espíritu,  ó  por  ambas 
deficiencias,  ello  es  que  la  literatura 'española, 
como  cosa  de  todos,  como  ambiente  social,  se  va 
convirtiendo  en  una  marea  viva  de  necedad  su- 
ficiente. Yo  vivo  en  una  atalaya  desdo  la  cual 
puedo  observar  perfectamente  el  subir  de  las 
olas,  do  esas  olas  de  tontos  do  pluma  que  ame- 
nazan tragarse  toda  la  república  de  las  letras 
españolas.  ¡Qué  comedias,  qué  poemas,  qué  no- 
velas, qué  periódicos,  certificados  ó  no,  recibo 
casi  todos  los  días! 

Pero  eso  ,no  importa,  dicen  los  optimistas; 


VIDRIERA  GÓTICA,  OBRA   DE  TRANSICIÓN.-- -RENACIM  lENTO  ALEMÁN:   INFLUENCIA  GÓTICA,   EN  SHREWSBUhY 


siempre  ha  habido  muchos  más  escritores  malos 
que  buenos,  y  como  ahora  se  ha  ensanchado  el 
círculo  de  la  instrucción  y  cunde  la  afición  á 
las  letras  y  su  profesión  comienza  á  ser  algo 
recompensada  en  honor  y  provecho  es  natural 
que  la  oferta  sea  mayor  cada  día  y  que  la  mu- 
chedumbre de  productos  malos  tome  gran  incre- 
mento... En  otros  países  sucederá  lo  mismo. — 
¡Ay,  no  señores! —  replico  yo. — Ese  es  el  caso. 
Lo  malo,  lo  rematadamente  malo  de  otros  países 
no  llega  á  noticia  del  público, porque  ni  él  lo  com- 
pra ni  la  critica,  6  lo  qne  sea,  se  lo  mete  por  los 
ojos.  Jjas  medianías  francesas,  italianas,  ingle- 
sas, portuguesas,  alemanas,  americanas,  rusas... 
son  verdaderas  medianías.  La  nulidad  en  ningún 
país  culto  tiene  el  mercado  que  aquí  tiene  gra- 
cias á  la  indulgencia  de  la  prensa,  á  la  toleran- 
cia no  siempre  desinterada  de  las  empresas  li- 
terarias y  á  la  anarquía  mansa  de  la  critica. 

LoB  poemas,  dramas,  novelas  de  qne  yo  trato 
son  de  autores  que  se  han  visto  llamar  eminen- 
tes, b  notables  por  lo  menos,  y  algunos  de  ellos 
genios  ó  grandes  esperanzas. 

Algunos  críticos  6  revisteros  sonríen  con  ma- 
licia cuando  se  les  habla  de  su  benevolencia 
como  diciendo: — ¿Qué  quiere  usted?  Demasiado 


listo  soy  yo  para  comprender  lo  que  son  maja- 
derías; pero  mi  espíritu  superior  escéptico  y 
poiiitivo  se  ríe  de  esas  niñerías  de  justicia  y 
buen  gusto,  imparcialidad  de  la  critica,  etc.,  etc. 
¿Qué  importa  todo  eso?  ¿Quién  cree  en  el  arte? 
El  mundo  va  á  dar  un  estallido.  ¿Qué  se  pierde 
por  dejar  contento  á  un  ganso?  Estos  esprits 
forts  del  arte  no  siempre  son  tan  maliciosos  y 
escépticos  como  ellos  se  figuran.  A  veces  alaban 
con  toda  sinceridad  las  vulgaridades  soporíferas 
porque  las  toman  con  buena  fe  por  cosa  exce- 
lente. 

Lo  que  sucede  á  menudo  con  los  entrenas  de 
los  teatros  importantes  de  Madrid  es  prueba  de 
esto...  y  además  es  un  escándalo.  Dramas  y  co- 
medias de  trama  pobre  y  vulgar,  sin  asomo  de 
caracteres,  inverosímiles,  insignificantes  y  ado- 
cenados, con  un  lenguaje  pedestre,  con  versos 
de  coplas  de  ciego,  sin  pies  ni  cabeza,  en  suma, 
son  puestos  por  las  nubes  y  á  sus  autores  se  les 
llama  genios  ó  meritorios  de  inmortales,  y  se  les 
dan  banquetes  y  se  les  dice  que  van  á  eclipsar 
el  sol  y  á  Lope  y  Tirso  por  de  contado...  Pero 
dejo  hoy  esto.  No  quiero  hablar  del  teatro.  El 
asunto  especial  de  este  artículo  es  la  novela. 

¿Recuerdan  ustedes  aquellas  nubes  de  lan- 


gostas poéticas  que  todos  los  años  venían  á  nu- 
blar el  sol  del  arte  en  forma  de  rimas,  doluras, 
pequeños  poemas  y  poemas  desnipHios?  Pues  ya 
no  son  lo  que  eran,  ó  mejor,  siguen  siendo  lo 
mismo,  plagas,  pero  con  diierente  forma.  Ahora 
ese  océano  atlántico  de  versos  se  ha  convertido 
en  un  gran  océano  de  prosa.  Si,  señores,  toda 
aquella  poesía  se  ha  disuelto  en  el  agua  chirle 
de  la  prosa  á  lo  Mr.  Jourdain...  y  no  hay  espa- 
ñol que,  si  quiere,  no  resulte  novelista,  largo  ó 
corto. 

Valora  lo  decía  con  gracia  pocos  días  liace; 
para  escribir  novelas  no  se  necesita  más  que 
papel  y  pluma  y  saber  escribir.  Pues  esta  gra- 
cia de  Valora  ya  la  habían  descubierto  multi- 
tud de  jóvenes  amables  que  tal  vez  se  disponían 
á  escribir  su  poema  correspondiente  cuando 
llegó  á  su  noticia  que  el  figurín  de  la  última  • 
moda  literaria  proscribía  el  verso.  ¡No  más 
versos!  parece  ser  la  consigna  de  la  vulgaridad, 
del  cretinismo  literario...  y  ahí  tienen  ustedes 
esas  prensas  de  Madrid  y  de  provincias  sudan- 
do prosa  continua,  prosa  sin  conocerse! 

Difícil  es  leer  un  libro  de  versos  adocenados; 
yt)  á  lo  menos,  cuando  pretendo  llevar  á  tér- 
mino feliz  tan  heroica  aventura  sólo  consigo  sa- 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


135 


crificarme  en  vano,  leer  y  más  leer,  y  dormirme 
con  el  martilleo  de  la  rima,  si  la  hay,  ó  de  lo 
que  haga  sus  veces...  sin  haber  podido  enterar- 
me de  cosa  alguna.  Pero  la  prosa  que  ha  venido 
á  sustituir  á  tamaña  poesía  resiste  á  todas  las 
tentativas.  ¡No,  no  se  deja  invadir  por  la  tenta- 
ción pecaminosa  del  curioso  lector!  Los  versos, 
aun  sin  dejarse  entender  se  dejan  leer.  Pero 
esta  prosa  por  sufragio  universal,  no,  no  se  deja 
leer.  Prueben  ustedes  y  verán. 

Dos  formas  predominan  en  la  nueva  escuela 
prosaica  de  nuestros  muchos  y  muy  ilustres 
majaderos  reformistas:  el  cuento  corto  y  la  no- 
vela descriptiva,  con  poco  diálogo,  de  párrafos 
largos  y  en  la  cual  el  autor  procura,  y  lo  con- 
sigue, que  no  suceda  nada  de  particular. 

Cuanto  más  soso  y  para  poco  es  un  mucha- 
cho, con  más  aptitudes  se  cree  para  cultivar  la 
prosa  naturalista  de  moda  (según  ellos)  con  la 
cual  se  ha  de  pintar  cuanto  Dios  crió,  pero  sin 
decir  nada  que  tenga  nada  de  particular.  Hay 
que  ser  sensible^  hay  que  ser  natural. 

Los  otros,  los  de  les  cuentos  cortos,  son  ner- 
viosillos,  atrevidos  y  creen  tener  una  imagina- 
ción como  una  máquina  fotográfica  reforñíada 
de  esas  que  retratan  en  un  abrir  y  cerrar  de 
ojos.  Pero  como  no  quieren  ser  menos  que  los 
otros  en  lo  de  escribir  mucho,  se  desquitan  de 
la  necesaria  brevedad  del  cuento  escribiéndolos 
por  docenas  y  hasta  por  millares.  El  caso  es 
que  ni  á  unos  ni  á  otros  les  ha  de  quedar  pizca 
de  prosa  en  el  cuerpo. 

Entre  las  victimas  (prescindiendo  de  la  prin- 
cipal que  es  el  arte)  de  esta  manía  modernísima, 
hay  algunas  que  merecen  un  buen  consejo.  Para 
dárselo  con  conocimiento  de  causa  es  preciso 
leer  algunos  de  sus  libros..  Pues  bien,  yo  los  he 
leído:  y  sin  citar  autores,  porque  en  esta  oca- 
sión no  hay  para  qué,  voy  á  permitirme,  ofre- 
cerles varias  advertencias  que,  ó  mucho  me  en- 
gaño, ó  debieran  tomarlas  en  consideración.  Y 
empiezo. 


(Se  concluirá.) 


Clarín. 


REVISTA  científica 


EL    ESTADO    DE    CREDULIDAD 

M.  de  Rochas,  cuyos  escritos  se  distinguen 
siempre  por  su  originalidad  y  ciencia,  acababa 
de  publicar  en  la  Revuerose  un  extenso  artículo 
sobre  el  tema  arriba  enunciado,  del  cual  procu- 
raremos dar  á  conocer  á  nuestros  lectores  lo  más 
fundamental,  así  como  algunos  de  los  hechos 
observados  por  el  autor.  Damos,  naturalmente, 
por  sentado,  que  se  tiene  alguna  ligera  noticia 
sobre  el  hinoptismo,  de  cuyo  asunto  tanto  se 
habla  en  estos  últimos  tiempos. 

Después  de  recordar  que  las  sugestiones  en 
estado  de  vigilia  han  sido  observadas  después 
de  Braid  particularmente  por  Philipss,  Carlos 
Richet  y  Bernheim,  sienta  M.  de  Rochas  los  si- 
guientes puntos,  basados  en  numerosos  experi- 
mentos personales  practicados  en  cierto  número 
de  individuos. 

1."  En  el  estado  de  credulidad,  una  idea  cual- 
quiera del  sujeto  se  transforma  automáticamen- 
te en  sensación  ó  en  acto,  según  su  naturaleza; 
las  sugestiones  pueden  ser  á  plazo.  Estos  fenó- 
menos son  pues  idénticos  á  los  que  se  producen 
en  el  estado  sonambúlico,  salvo,  quizás,  que 
presentan  menor  intensidad. 

2.°  El  estado  de  credulidad  es,  de  todas  las 
fases  de  la  hipnosis,  (1)  la  más  fácil  de  provo- 


(1)  El  eminente  psico-flsiólogo  M.  Charcot  divide  el  hip- 
notismo en  tres  fases:  cataUpsia,  letargía  y  s<mambuH>mo;  la 
escuela  de  Naucy  no  admite  fases  sino  diferentes  grados  de 
profundidad  del  sueño;  por  su  parte  M.  Fierre  Jauet  añade 
tres  estados  intermediarios  á  los  descritos  por  Charcot  y  traza 
esta  escala:  Catalkpbia,  catalepsia  letárgica,  letargía  cat<  lép- 
tica,  i.KTAnoiA,  letargía  soTiambúlica,  sueño  letárgico,  ronah- 
BULTSMo,  soTiambiUismo  cataléptico  y  catnlepMa  fonambúliea. 

A.  O. 


car;  es  intermediario  entre  la  vigilia  y  el  estado 
cataléptico;  prodúcese  por  consiguiente  cuando 
el  sujeto  pasa  del  uno  al  otro,  sea  durmiéndose, 
sea  dispertándose.  Puede  ser  determinado  aún 
en  los  individuos  refractarios  á  caer  en  estado 
cataléptico. 


3."  El  estado  de  credulidad  puede  ser  pro- 
ducido, según  la  sensibilidad  de  los  sujetos,  por 
cualquiera  de  los  agentes  reconocidos  como  ca- 
paces de  provocar  una  fase  cualquiera  de  la 
hipnosis,  á  condición  de  que  se  dosifique  con- 
venientemente este  agente.  Puede,  como  los  de- 


MOSCOU:  EL  KREMLIN,  VISTO  DESDE  LA  TORRE  IVAN-VELIKI 


más  estados,  ser  provocado  en  cada  mitad  del  | 
cuerpo  separadamente.  | 

4."  Una  alucinación  ó  una  sugestión  cual- 
quiera pueden  ser  destruidas  por  cualquier  agen- 
te que  despierte,  ó  en  otros  términos,  por  todo 
agente  que  restablezca  la  actividad  cerebral. 

La  primera  consecuencia  de  estas  leyes  es 
que  un  individuo  puede  procurarse  á  sí  mismo 
todo  linaje  de  alucinaciones  y  sujestiones  con 
solo  fijar  su  pensamiento  en  lo  que  desea,  pero 


á  condición  de  ponei'se  en  estado  de  credulidad 
mediante  cualquiera  de  los  medios  á  ello  con- 
ducentes que  están  á  su  disposición. 

Corolario  de  esto:  la  facilidad  de  ponerse  en 
guardia  contra  las  sugestiones  á  que  uno  pueda 
estar  expuesto.  No  hay  que  reírse:  ha  habido 
algún  caso  en  que  se  ha  robado  por  la  suges- 
tión de  algún  malvado  hipnotizador,  hecho  que 
motivó  un  libro  en  que  un  fiscal  francés  ponía 
sobre  el  tapete  la  cuestión  de  irresponsabilidad 


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13S 


LA  ELUSTKACION  IBÉRICA 


de 


:-a  tal  que  puso  de  malhumor  á  la 
ma  .  de  la  vecin»  república. 

:n)ra  cuales  son  esos  procedimientos 
pa;     _  ir  la  sugestión. 

Pueden  dividirse  en  tres  grupos:  1.°  Los  que 
derivan  de  una  viva  sorpresa.  2."  Los  que  reco- 
nocen por  origen  la  suspensión  de  los  pensa- 
mientos. H.*  Los  que  se  originan  por  diversas 
acciones  mecánicas. 

L°  Un  mohihito  brusco  produce  efecto  á  ve- 
ces en  personas  muy  impresionables,  no  suscep- 
tibles de  llegar  á  un  grado  más  avanzado  de  la 


hipnosis.  «La  orden, — dice  M.  de  Rochas,— debe 
ser  corta,  clarameut«  pronunciada  y  de  modo 
que  sorprenda  al  individuo;  con  un  poco  de  há- 
bito puédese  reconocer  el  ligero  estremecimiento 
que  indica  que  la  sugestión  ha  ¡irendiilo.  Puédese 
asi,  á  la  voz  de  mando,  volver  á  la  vez  á  toda 
una  asamblea  de  individuos  ciegos,  sordos,  mu- 
dos, cojos,  paralíticos,  y  curarlos;  quitarles  y 
devolverles  la  sensibilidad  ó  la  memoria;  hacer- 
les creer  que  están  poseídos  del  diablo  ó  trans- 
formados en  animales  cuyos  gritos  y  movimien- 
tos imitan;  hacerles  avanzar  ó  retroceder,  caer 


MOLIERE  ^BiuU)  por  Uoudon) 


á  tierra  y  levantarse,  dormir  y  despertarse,  et- 
cétera. Ésos  efectos  son  muy  dramáticos  y  se 
prodncen  con  tanta  mayor  intensidad  cuantos 
más  individuos  se  encuentran  reunidos,  sea  por 
el  instinto  de  imitación,  sea  por  el  de  corrien- 
tes inducidas  mal  conocidas  todavía.» 

Una  luz  vioa  y  repentina  (la  de  magnesio, 
un  rayo  eléctrico,  etc.)  pueden  dinamizar  igual- 
mente las  ideas  que  un  individuo  abriga  en  su 
mentfl;  con  todo,  este  medio  es  demasiado  vio- 
lento y  puede  determinar  de  pronto  el  estado 
cataléptico.  Se  han  visto  en  la  Salpetriere  algu- 
nos histéricos  que  caían  en  semejante  estado 
bajo  la  impresión  cansada  por  un  relámpago  6 
por  el  ladrido  de  un  perro. 

A  nadie  ha  de  extrañarle  que  el  miedo  sea 
una  causa  de  alucinaciones.  Memorable  es  la  de 
Job,  una  noJua  en  que  se  hallaba  poseído  de 
terror  « Pasando  por  delante  de  mí  un  espíritu, 
se  me  erizaron  los  cabellos...* 

Actuando  sobre  una  masa,  produce  el  miedo 
lo  que  se  llama  el  pánico,  estado  propenso  á 


engendrar  las  más  aterradoras    alucinaciones. 
Una  emoción  viva  ocasiona  ¡guales  resultados 
que  el  miedo: 

•  BncoDtrábame  en  París,— dice  Wlgam,— en  la  tertulia  de 
M.  Bellart  algunos dlaa después  del  fuMUmlento  del  mariscal 
Ncy.  Un  ujier,  oyendo  el  nombre  de  Marechal  ainé  (1)  <Ma- 
Techal  mayor)  anunció  U.  le  Marechal  Ney.  L'n  estremecimien- 
to eléctrico  recorrió  la  reunión,  y  oonfleso,  por  mi  parte, 
que  la  semejanza  del  principe  de  la  Moscowa  fué,  duran  te  un 
instante,  tan  perfecta  a  mis  ojos  como  la  realidad.» 

2.°  «El  procedimiento  más  conocido  para  sus- 
pender el  pensamiento, — sigue  diciendo  M.  de 
Rochas, — consiste  en  fijar  un  punto  brillante.» 
Es  lo  que  se  llamó  un  tiempo  el  hraidismo,  ha- 
biéndosele quizás  ocurrido  á  Braid  por  lo  mucho 
que  habían  empleado  este  medio  los  antiguos 
brujos  y  adivinos. 

A  veces  no  hay  necesidad  siquiera  de  que  el 
objeto  fijado  sea  brillante,  si  el  sujeto  es  muy 
sensible;  basta  concentrar  su  atención,  producir 
lo  que  Ochorowicr  llama  la  monoideia. 


U)    Vton.  Uanehal  mí. —Marechal  Né. 


La  misma  impresión  se  aplica  á  las  impresio- 
nes del  oído:  por  ejemplo,  versos  recitaiíos  de 
manera  que  el  pensamiento  se  duerma  por  el 
retorno  periódico  y  monótono  de  ciertos  soni- 
dos; la  música  soporífera  de  los  cafés  árabes,  el 
ruido  de  las  olas,  el  tic- tac  de  un  reloj.  Algunos 
caen  en  é.Ktasis  repitiendo  en  tono  bien  ritmado 
el  Ora  pro  7wbis  de  la  letanía. 

Otras  veces  puede  caerse  en  estado  de  credu-  ' 
lidad  mediante  fricciones  dulces  y  regidares,  aun- 
que á  veces  se  obtiene  en  su  lugar  el  sueño. 

3.°  Demuestra  muy  bien  la  influencia  de  la 
circulación  cerebral  en  la  producción  de  la  hip- 
nosis el  hecho  de  que  basta  despertar  un  pensa- 
miento en  un  individuo  y  retardar  enseguida  la 
llegada  de  la  sangre  al  cerebro  mediante  la 
compresión  de  las  fauces,  para  provocar  en 
él,  instantáneamente,  la  alucinación  correspon- 
diente, que  cesa  así  que  la  garganta  vuelve  á 
quedar  libre. 

Igual  resultado  se  obtiene  expulsando  la 
sangre  de  la  coronilla  por  medio  de  la  aplica- 
ción de  un  cuerpo  frío,  ó  bien  atrayendo  la 
sangre  á  la  espalda  por  el  empleo  de  fricciones 
enérgicas  ó  de  un  objeto  caliente.  La  alucina- 
ción desaparece,  en  cambio,  calentando  el  sin- 
cipucio. 

La  digesHón,  durante  la  cual  la  sangre  afluye 
á  la  parte  media  del  cuerpo,  puede  dar  lugar  á 
iguales  fenómenos. 

Lo  mismo  sucede  con  la  rotación.  De  ahí  el 
peligro  de  los  walses... 

«Una  simple  presión  sobre  la  coronilla,— dice 
nuestro  autor, — es  decir,  sobre  la  parte  supe- 
rior del  cuero  cabelludo,  puede  determinar,  se- 
gún su  intensidad,  todos  los  grados  de  la  hip- 
nosis. El  punto  más  sensible  se  halla  en  la 
unión  de  los  dos  huesos  parietales  con  los  dos 
frontales.  Siendo  los  bordes  de  estos  huesos  los 
últimos  en  solidificarse,  este  punto  del  cráneo 
(que  se  llama  el  bregma)  queda  más  particular- 
mente maleable,  y  se  concibe  que  una  presión 
ejercida  allí  vuelva  momentáneameste  exangüe 
una  parte  de  la  sustancia  gris,  como  cuando  se 
apoya  un  dedo  sobre  el  dorso  de  la  mano. 

»Si  la  presión  se  verifica  sobre  el  bregma 
mismo,  y  por  consiguiente  sobre  la  línea  media 
del  cráneo,  obra  simultáneamente  sobre  los  dos 
lóbulos  del  cerebro;  pero  si  aprieta  algo  á  la  de- 
recha ó  á  la  izquierda,  el  efecto  no  recae  sino 
en  la  parte  derecha  ó   izquierda  del  cuerpo.» 

Añadamos  que  para  desvanecer  el  estado 
producido  por  las  presiones  basta  practicar 
fricciones  en  iguales  sitios. 

Hay  personas  en  las  cuales  es  tan  viva  la 
sensibilidad  del  bregma,  que  basta  rozarle  para 
determinar  el  estado  de  credulidad. 

Ciertos  olores  y  ungüentos  dan  lugar  asimis- 
mo á  la  hipnosis.  El  soplo  produce  igual  resul- 
tado dirigido  á  la  nuca  é  inverso  cuando  se  le 
dirige  al  rostro. 

Hablemos  ahora  de  los  cambios  de  personali- 
dad, fenómeno  bastante  fácil  de  obtener.  Según 
M.  Carlos  Richet,  depende  de  que  bajo  la  in- 
fluencia de  una  causa  mal  conocida  el  individuo 
pierde  todos  los  recuerdos  que  no  se  refieren  á 
la  personalidad  evocada,  con  lo  cual  éstos  rei- 
nan como  soberanos  absolutos  en  su  cerebro, 
adquiriendo  una  intensidad  excepcional. 

Parece  que  sólo  se  producen  efectos  intere- 
santes cuando  el  sujeto  es  observador;  pero  no 
se  obtiene  nada  si  se  le  habla  de  lo  que  no  tie- 
ne idea.  Un  labrador  imitará  muy  bien  á  los 
animales,  pero  .se  quedará  pegado  si  se  le  quie- 
re convertir  en  un  académico,  por  más  que  qui- 
zás no  piensen  todos  de  este  modo. 

A  tal  extremo  de  semejanza  llegan  algunos 
hipnotizados,  ihistrados,  en  la  imitación  del 
porte  y  carácter  del  personaje,  que,  según  Ro- 
chas, llega  á  modificarse  consiguientemente  el 
de  su  letra.  El  carácter,  se  entiende. 

Hé  aquí,  ahora,  algunos  de  los  experimentos 
personales  realizados  por  el  autor,  después  de 
hipnotizado  el  individuo,  ó  sea  puesto  en  estado 
de  credulidad: 

■  Dlgole  á  Benito  (uno  de  «m  «sujetos')  que  mire  bien  en  el 
espejo  su  oreja  derecha  y  la  verA  alargarse,  y  que  de  un  mo- 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


139 


mentó  á  otro  va  á  tener  oreJHs  de  asno.  Al  cabo  de  algunos 
segundos  ve  sus  orejas  y  las  toca  por  encima  (Je  su  cabíza; 
acostumbrado  a  mis  experimentos,  sabe  muy  bien  que  se 
trata  de  una  alucinación  y  se  ríe;  pero  afirma  que  no  puede 
distinguir  lo  verdadero  de  lo  falso. . . 

•  Benito  y  Gabriela  son  extremadamente  sensibles  á  la  ac- 
ción del  éter;  basta  aproximar  á  su  nariz  una  pildora  que  lo 
contenga,  atravesada  con  tin  alfiler,  para  determinar  primero 
el  estado  de  credulidad  y  después  la  liipnosis.' 

Escribe,  por  ejemplo  M.  de  Rociías  en  un 
papel  «.Este  papel  arde.»  Dáselo  á  Benito  y  al 
propio  tiempo  le  hace  respirar  un  poco  de  éter. 
Al  punto  arroja  el  papel  al  suelo  y  pone  el  pié 
encima,  como  para  apagarlo.  Escribe  en  otra 
hoja:  «.Sois  negn,y>  imprégnala  con  éter,  y  la 
coloca  dentro  de  un  sobro.  Entrega  la  carta  á 
Gabriela;  lee  ésta  aquellas  palabras,  mientras 
respira  el  éter,  y  cesa  de  ver. 

La  ceguera  por  sugestióji  dura  cinco  minu- 
tos, y  M.  de  Rochas  la  quita  soplándole  en  los 
ojos  á  la  joven. 

Dejo  para  el  siguiente  número  la  exposición 
de  otros  experimentos,  que  arrojan  viva  luz  so- 
bre cierta  aberración  que  cuenta  con  no  pocos 
adeptos  entre  nosotros. 


(Se  concluirá.) 


Alfredo  Opisso. 


EL  MONÓLOGO  DEL  VIENTO 


FANTASÍA 

Acabada  la  misa,  que  aquel  día  se  cantó  con 
acompañamiento  de  órgano,  y  una  vez  que  hubo 
salido  la  gente,  restregando  los  pies,  bajo  las 
altas  puertas  de  la  catedral,  Alejo,  el  monagui- 
llo, cruzó  en  medio  de  la  oscuridad  de  las  naves 
sonando  las  corpulentas  llaves  del  templo,  y 
convencido  de  que  no  quedaba  ningún  penitente 
rezagado,  hizo  rechinar  las  cerraduras  con  ecos 
que  se  dilataron  por  el  espacio,  y  volviendo  á  su 
punto  de  partida,  metióse  por  una  estrecha  puer- 
tecilla  y  subió  torre  arriba,  donde  vivía  en  fra- 
ternal unión  con  el  campanero. 

A  pesar  de  la  requisitoria  del  monaguillo,  un 
bulto  como  de  persona,  parecía  descubrii-se  con- 
fusamente echado  sobre  el  pavimento  de  una 
capilla.  Así  era  en  efecto.  Angeles  Todores,  lle- 
vada aquella  mañana  por  su  fe  á  oir  misa  en  el 
templo,  habíase  arrodillado  cerca  de  la  capilla 
del  Perdón,  y  de.sdo  allí,  sufriendo  duro  cilicio 
en  las  rodillas  á  pesar  de  sus  noches  de  vela  pa- 
sadas en  asistir  á  su  madre,  con  la  oración  en- 
cendiendo sus  labios  al  pasar  por  ellos  viva  y 
ardiente,  y  su  rostro  de  diez  y  siete  abriles  lleno 
de  acristaladas  lágrimas,  pidió  salud  y  vida 
para  su  madre  con  aquel  recogimiento  que  con- 
vierte al  creyente  en  estatua  inmóvil,  orlada,  al 
parecer,  de  resplandores. 

El  cansancio  físico,  pudo  más,  sin  embargo, 
que  la  entereza  de  ánimo,  y  el  cuerpo  de  la  mu- 
jer cayó  desmayado  sobre  el  suelo  á  tiempo  que 
el  monaguillo  hacía  la  señal,  y  quedó  rota  en 
los  labios  la  oración,  como  lirio  blanco  que  tron- 
cha la  dentellada  hoja  de  la  sierra. 

La  mañana  amenazaba  huracán  y  tormenta, 
pues  el  cielo  estaba  lleno  de  esas  nubes  de  color 
•  morado  que  suelen  cuajar  á  veces  el  granizo. 

El  viento,  que  empezaba  á  mugir  en  las  torres 
y  en  las  veletas,  barría  hacia  Poniente  con  fuer- 
za poderosa  la  legión  de  vapores,  que  ora  simu- 
laban grandes  legiones  de  monstruos  terribles, 
ora  fingían  espesas  bandadas  de  pájaros  sinies- 
tros, y  tan  pronto  rodaban  sus  cárdenas  ondas 
por  el  aire,  como  se  desgarraban  para  dejar  paso 
presuroso  á  los  relámpagos. 

El  temporal,  que  en  el  hondo  seno  de  las  na- 
ves no  preludiaba  aún  sus  destemplados  acor- 
des, se  había  iniciado  en  las  alturas  de  la  torre, 
y  desde  abajo  empezóse  á  oir  leve  susurro  de 
pájaros  atribulados  que  buscaban  el  resguardo 
del  nido,  y  zarandeai-se  de  cordeles  de  campa- 
nas, cuyos  nudos,  endurecidos  por  el  tiempo, 
dábanse  fuertes  castañetazos,  y  engañaban  el 
oído  con  los  golpes  de  un  imaginario  desafio 
en  que  los  combatientes  tenían  amarillentos 
huesos  por  espadas. 


Al  murmullo  confuso  y  fantástico  que  de  la 
alta  torre  bajaba  hasta  desembocar  en  las  naves, 
siguió  un  rumor  más  pronunciado,  que  á  la  vez 
que  ponía  mayor  furia  en  las  espadas  del  desa- 
fío, enviaba  á  la  honda  quietud  del  templo  un 
estrepitoso  ronquido,  como  si  la  mole  cristiana 
durmiera  ruidosamente  el  profundo  sueño  de  los 
siglos. 

El  huracán  movía,  ya  furioso,  en  la  altura,  la 
grande  cruz  clavada  en  el  granito,  y  cerraba  el 
puño  invisible  haciendo  hercúleos  esfuerzos  por 
arrancar  el  sagrado  símbolo  do  la  religión. 


Las  escaleras  de  la  torre,  crujían,  crujían 
como  armazón  de  ciclópeo  esqueleto;  en  el  borde 
de  las  campanas  rompían  las  terribles  rachas  su 
bramido,  y  los  instrumentos  hablaban  callando 
de  cosas  inmensas,  con  la  voz  misteriosa  y  pro- 
funda de  los  bronces. 

Tan  fuertemente  silbó  de  pronto  el  huracán, 
abarrancándose  en  los  obstáculos  que  oponía  á 
su  impaciencia  la  torre,  que  durante  un  momen- 
to creyóse  habíase  troncha/lo  el  cuerpo  pesadí- 
simo del  cíclope,  y  que  sus  pedazos  caían  sobre 
el  techo  de  las  naves  golpeándolas  como  á  enor- 


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CLUCK  (I!u^to  por  Houdcm) 


mes  tapas  de  tumbas.  Las  matas  y  plantas  sil- 
vestres, nacidas  trabajosamente  en  la  piedra, 
movíanse  furiosas  deseando  huir  del  edificio,  y 
fustigaban  su  pedregosa  epidermis,  dando  leves 
silbidos  de  zurriagos.  La  escalera  de  la  torre  la 
invadía  con  tenacidad  el  cuerpo  del  viento,  en- 
roscándose y  retorciéndose  por  el  caracol  de  pie- 
dra, como  si  fuera  reptil  que  bajara  á  derribar 
las  estatuas  echadas  en  silencio  sobre  la  blanca 
cubierta  de  los  sepulcros. 

Rotas  algunas  ventanas  por  el  viento,  la  ma- 
rejada llenó  las  vastas  naves  del  recinto,  y  los 
ex-votos  colgados  al  lado  de  las  imágenes,  los 
paños  del  altar  bordados  de  hermosas  flores  de 
oro,  las  negras  y  severas  lámparas  bajando  de 
los  cielos,  suspendidas  como  estrellas  de  inter- 
minables cadenas,  y  los  cuadros  colgados  de  los 
muros,  donde  la  religión  trazó  con  inspirado 
pincel  las  escenas  de  santos  y  profetas,  empeza- 
ron á  oscilar  en  medio  de  un  arrebatado  torbe- 
llino, que  tan  pronto  alzaba  la  capa  de  polvo 
tendida  sobre  algún  cornisamiento  desde  la  re- 


mota construcción  del  templo,  como  estremecía 
las  cerradas  puertas  de  altares  y  capillas,  tal 
como  si  hubiera  llegado  terrible  invasión  de  es- 
cépticos  y  herejes  que  ansiaban  tomar  los  recin- 
tos y  saquear  despiadadamente  el  edificio. 

La  racha  suelta  y  caprichosa  que  ondeaba  á 
su  antojo  por  el  templo,  rodaba  violenta  sobre 
el  teclado  del  órgano  sin  poder  arrancarle  el 
ronco  Miserere  que  debía  acompañar  la  espan- 
tosa hecatombe  de  las  columnas.  Pasaba  sin  po- 
der dispertar  la  serie  de  notas  dormidas  en  el 
instrumento,  daba  una  vuelta  por  la  nave  cho- 
cando en  algún  cuadro  que  hacía  tabletear  sobre 
el  muro,  y  persistente  en  su  deseo,  volvía  á  ro- 
dar sobre  el  teclado,  como  esos  ejércitos  de  go- 
londrinas que  trazan  círculos  sin  cuento  junto 
al  remate  de  los  cimborios  hasta  coger  la  embo- 
cadura al  estrecho  nido  colgado  del  peñón. 

La  tormenta  sonó  entonces  fuera  de  la  igle- 
sia, y  aquel  choque  de  aires  contrapuestos  en 
que  desahogaba  la  tempestad,  atronó  la  terrible 
mole,  que  cogió  el  eco  sonoro  y  lo  hizo  correr 


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ABDUL  RAHMAN.IEMIR^DEL  AFGANISTÁN  iKetrato  por  C    Haaz) 


142 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


por  I«s  naves  con  nn  tremendo  mido  de  terre- 
moto. 

Los  relámpagos  abrasaron  por  an  momento 
la  ¡írleída.  v  penetrando  por  las  ventanas,  rasga- 
ron la  sombra  dormida  en  el  recinto,  que  pare- 
ció quejarse  al  chocar  en  los  millares  de  filos  de 
la  Inz. 

A  este  pnnto,  los  silbidos  cada  vez  más  pro- 
nnnciados  del  viento,  los  horribles  palmetazos 
de  los  cuadros  en  las  paredes,  el  escarceo  de 
trastos  volcados  por  el  snelo,  y  las  cien  placas 
metálicas  que  vibraban  sin  saberse  dónde  con 
destemplados  dobles  de  campanas,  dispertaron 
llena  de  incomprensible  terror  á  la  penitenta, 
qne  poco  á  poco  diAse  cnenta  del  lugar  en  que 
se  hallaba.  Corrió,  como  pudo,  hacia  una  de  las 
pnertas.  para  salir  atropelladamente,  pues  creía 
que  se  le  venia  encima  el  edificio,  pero  era  im- 
posible la  salida  por  ningún  lado  de  la  iglesia. 
Se  aumentó  entonces  su  terror.  ¿Qué  habría  sido 
de  su  madre  durante  su  ausencia?  ¿se  habría 
agravado  en  su  enfermedad?  ¿pero  qué  tiempo 
habla  estado  sin  sentido?  Llamó,  golpeó  con  fu- 
ria las  maderas  pidiendo  vinieran  en  su  auxilio. 
Sn  voz  se  perdía  entre  el  confuso  ruido  del  vien- 
to, que  alzaba  trágicos  clamores  en  la  iglesia. 

Huyó  apresuradamente  á  la  capilla  para  im- 
plorar, puesta  en  cruz  y  de  rodillas,  quiso  rea- 
nudar la  oración  comenzada,  y  abriéndose  al  pa- 
recer la  tremenda  cúpula  al  resonar  de  un  es- 
pantoso trueno,  hundió  los  aires  una  luminosa 
linea  vertical,  y  la  centella  fué  á  reducir  á  pol- 
vo el  cuerpo  delicado  de  la  joven. 

— ¡¡Ahü — exclamó  dando  un  inmenso  gritóla 
mnjer  al  salir  de  su  sueño,  echando  los  brazos 
á  su  madre,  que  se  hallaba  cerca  del  lecho. 

— ¿Otra  vez  el  ataque?— dijo  ésta  con  ternu- 
ra, acostumbrada  á  las  repentinas  sacudidas  de 
la  enferma. 

— ¡Qué  sueño  más  horrible! — murmuró  tré- 
mula de  espanto  la  joven,  sin  separar  los  brazos 
de  su  madre. — ¡Soñé  que  me  hacia  pedazos  un 
rayo!  Mira,  toda\'la  andan  por  los  muros  las 
sombras  de  la  iglesia. 

Efectivamente,  la  mariposa  que  alumbraba  la 
estancia,  chisporroteando  casi  moribunda,  pro- 
ducía confusas  sombras,  que  trazaban  repenti- 
nos paisajes  de  tinieblas  en  las  paredes. 


S.  Rueda. 


-*- 


EL  ESCORIAL 


Resuena  en  el  marmóreo  pavimento 
del  medroso  viajero  la  pisada, 
y  repite  la  bóveda  elevada 
el  gemido  tristísimo  del  viento. 

En  la  Historia  se  lanza  el  pensamiento, 
vive  la  vida  de  la  edad  pasada, 
y  se  agita  en  el  alma  conturbada 
supersticioso  y  vago  sentimiento. 

Palpita  aquí  el  recuerdo,  que  aqni  en  vano, 
contra  su  propia  hiél,  buscó  un  abrigo, 
esclavo  de  si  mismo  un  soberano; 

Qne  la  vida  cruzó  sin  un  amigo, 
águila  que  vivió  como  un  gusano, 
monarca  que  murió  como  un  mendigo. 

Vicente  Riva  Palacio. 

* 


A  UN  ARTISTA 


Al  tibio  rayo  de  argentada  luna, 
cuando  brilla  la  verde  primavera, 
cuando  derraman  en  serena  noche 
sn  fulgor  en  el  cielo  las  estrellas, 


y  las  movibles  ondas  de  los  mares 
lamen  del  puerto  las  labradas  piedras 
con  sus  besos  de  espuma,  cuando  todos 
los  seres  que  se  agitan  en  la  tierra 
duermen  en  su  regazo,  y  apacible 
reposa  la  feliz  naturaleza; 
en  esa  calma  tierna  despertando 
la  fantasía  cobra  vida  y  sueña. 

En  esas  horas,  cariñoso  amigo, 
de  quietud  y  silencio,  estar  en  vela 
es  dulce  al  solitario  pensamiento 
qne  mi  cerebro  con  su  llama  quema 
cuando,  de  día,  acorralado  vive 
de  triste  realidad  tras  las  barreras; 
cuando  hastiado  de  prosa  de  la  vida, 
cuando  ahito  de  luchas  y  miserias, 
sobre  sí  mismo  y  sobre  el  mundo  se  alza 
hasta  el  éter  azul  que  le  enajena, 
batiendo  sus  dos  alas  y  extendiendo 
su  raudo  vuelo  lejos  de  la  tierra. 
Artista  tú,  como  él,  abre  las  alas 
de  tu  imaginación,  conmigo  vuela, 
porque  el  mismo  horizonte  pueden  juntos 
recorrer  á  la  par  pintor  y  poeta. 

¿Buscas  el  ideal  del  amor  puro, 
que  el  hombre  nubil  en  sus  siieños  crea 
en  la  candida  edad?  Pues  deja  el  mundo, 
ven  conmigo  á  fantásticas  esferas. 
Busca  en  vano  el  artista  aquí  á  la  virgen 
que  soñara  en  su  tierna  adolescencia 
de  faz  celeste  y  corazón  divino, 
como  expresión  de  la  más  pura  idea; 
y  corre  tras  la  fimbria  de  su  manto 
si  en  florido  sendero  alcanza  á  verla, 
con  leve  pié  cruzar  veloz  y  esquiva 
y  perderse  en  la  lóbrega  arboleda. 
Esa  mujer,  que  no  consigue  el  hombre, 
aunque  obstinado  y  terco  va  tras  ella, 
ese  ideal  que  escapa  á  nuestro  tacto 
cuando  á  nosotros  la  ilusión  lo  acerca, 
en  polvo  á  nuestras  plantas  se  deshace 
cuando  se  toca  su  beldad  quimérica, 
ó  al  ir  á  asirla  desaparece  rápida 
y  á  las  regiones  infinitas  vuela!... 

¿Buscas  el  ideal  de  la  justicia?... 
Ven  conmigo  á  fantásticas  esferas; 
porque  ese  espejo  que  de  Dios  emana 
en  el  mundo  su  imagen  no  refleja. 
El  filo  agudo  de  su  augusta  espada 
enmoheció  el  favor,  su  faz  severa 
sonríe  al  poderoso  y  mira  adusta 
al  desvalido  que  confía  en  ella 
y  ya  de  su  balanza  en  los  platillos 
mucho  más  que  el  derecho  el  oro  pesa. 

¿Buscas  el  ideal  del  amor  patrio?... 
Pues  vuelve  á  Roma,  retrocede  á  Grecia, 
porque  en  la  España  de  Guzmán  el  Bueno 
esa  apagada  antorcha  ya  no  humea. 
A  placeres  impuros  se  entregaron 
las  que  ayer  eran  vírgenes  austeras 
extinguirse  dejando  esas  Vestales 
del  fuego  sacro  la  ideal  hoguera 
y  el  templo  abandonando;  ora  vacío, 
sus  ya  desiertos  claustros  sólo  llenan 
la  oscura  frialdad  del  egoísmo 
y  del  propio  interés  la  sombra  densa. 

¿La  Verdad  en  el  mundo  encontrar  quieres? 
Pues  no  la  busques  donde  no  se  encuentra. 
Esa  Diosa  purísima  é  inflexible 
tendió  sus  alas  á  la  azul  esfera 
del  socavado  pedestal  volando, 
que  en  pié  dejó  sobre  la  ingrata  tierra; 
y  en  él,  provocativa  la  Mentira 
erguirse  consiguió,  substituyéndola, 
de  la  Verdad  con  el  disfraz  el  cuerpo 
cubriéndose  y  la  faz  con  la  careta. 

¿Buscas  otro  ideal?  ¿Buscas  la  Gloria? 
Ven  conmigo  á  fantásticas  esferas. 
Mercaderes  del  arte  han  profanado 
el  santo  templo,  en  cuyas  naves  suena 
de  vendedores  el  rumor  siniestro 
que,  voceando,  el  noble  culto  afrentan. 


Es  el  oro  su  Dios  y  sobre  el  ara 
do  al  ideal  se  rinden  las  ofrendas, 
cual  Judas  á  Jesús,  venden  el  Arte 
por  miserable  precio:  deja,  deja 
que  corra  el  hombre  con  febril  locura 
tras  la  lasciva  sed  de  la  riqueza, 
á  más  altas  regiones,  á  otros  mundos 
conmigo  asciende  y  noblemente  sueña 

Somos  de  estirpe  superior  al  rico: 
su  material  cerebro  no  alimenta 
ni  el  alto  pensamiento  que  ennoblece 
ni  el  germen  fecundante  de  una  idea. 
Su  árido  corazón  del  sentimiento 
la  bienhechora  lluvia  no  refresca; 
jamás  del  entusiasmo  su  alma  fría 
llega  á  sentir  la  vibración  eléctrica. 
¡Pobres  ricos,  artista,  pobres  ricos, 
de  oro  que  huye,  de  efímeras  riquezas 
que  da  y  quita  la  suerte  caprichosa 
sólo  moviendo  la  inestable  rueda!... 

En  nxiestra  fantasía  hay  más  tesoros 
que  amontonar  consigue  la  opulencia: 
los  pensamientos  creadores  brillan 
con  resplandor  más  limpio  que  las  perlas, 
que  el  oro  y  los  brillantes;  creo  cielos 
con  mi  imaginación  calenturienta, 
y  bellos  mundos  tu  pincel  de  artista 
en  concepciones  inspiradas,  crea. 
Ricos  somos,  artista,  somos  ricos: 
gocemos  sin  temor  nuestras  riquezas 
que  no  dependen  de  falaz  fortuna, 
que  se  gozan  sin  miedo  de  perderlas. 

El  mundo  del  artista  es  otro  mundo: 
vuestras  alas  ligeras  á  él  nos  llevan, 
lejos  de  los  pantanos  do  la  vida 
donde  se  encharca  el  cieno  que  la  infecta. 
Volemos  á  los  limpios  horizontes 
do  la  imaginación  se  enseñorea, 
donde  se  gozan  los  placeres  puros 
que  nos  ofrecen  su  afección  perpetua. 
El  hombre  material  los  desconoce, 
como  reptil  se  arrastra  por  la  tierra 
y,  rampante,  no  llega  hasta  la  altura 
donde  el  águila  real  tan  solo  llega. 


Jacinto  Lahaila. 


-*- 


NUESTROS   GRABADOS 


ÍSC0LTURA8       DK       HOÜDON 
UOI.lilKÍ,    OLUOK,  VÜLTAIRE 

Fué  Houdon  uno  <le  los  mis  insignes  escultores  franceses 
de  la  pasada  centuria,  brillando  sobre  todo  en  el  retrato, 
para  cuyo  género  estaba  dotado  de  singulares  dotes,  entre 
otras  una  gran  fuerza  de  observación.  Iniciado  por  Cafflerl 
en  los  secretosdela  técnica,  no  tardó  en  aventajar  á  su  maes- 
tro, consiguiendo  llevar  el  arte  á  envidiable  perfección. 

El  método  que  seguía  Houdon  para  darles  vivísima  per- 
sonalidad á  BUS  modelos  era  no  descuidar  ni  los  más  minu- 
ciosos detalles,  pudlendo  dsclrse  que  fué,  en  Francia,  el  in- 
troductor del  naturalismo  en  escultura.  Nuestros  escultores 
lo  fueron  siempre. 

Considérase  como  su  obra  maestra  el  VoUaire  de  la  Co- 
media Francesa,  por  la  admirable  reproducción  de  la  cara  y 
las  formas  del  olvidadísimo  autor  de  Merope,  Alzira  y  tantas 
otras  tragedias  de  imposible  audición  hoy  en  día. 

Esta  escultura  y  el  busto  de  Moliere  hallánse  en  la  Come- 
dia Francesa,  y  el  de  Gluck,  el  creador  del  drama  musical,  en 
el  foyer  de  la  Ópera. 

VlDblBRAS  GÓTICAS  Y  DBL  RENACIMIENTO 

La  vidriera  en  que  está  pintado  un  paisaje  y  cuyo  asunto 
es  un  episodio  de  la  vida  de  San  Pedro,  se  halla  en  la  iglesia 
de  San  Vicente,  en  Rúan,  formando  pareja  con  otra.  Kl  color 
del  vidrio  está  en  completa  armonía  con  el  sentimiento  do 
la  escena:  es  invernal.  Kl  fondo  de  la  pintura  es  de  un  her- 
moso azul  celeite,  produciendo  el  paisaje  un  efecto  suma- 
mente aéreo.  El  obra  del  siglo  xvi;  gótica,  pero  influida  ya 
por  la  oleada  del  Renacimiento. 

Ejemplo  de  transición  son  las  dos  vidrieras  de  Shrewsbu- 
ry,  probablemente  de  origen  tudesco.  La  que  representa  un 
fraile  predicando,  parece  inclinarse  por  la  ausencia  de  de- 
terminado estilo  en  los  detalles  ornamentóles  al  gótico;  la 
otra,  por  su  marco  arquitectónico,  refiérese  mejor  al  gusto 
del  Kenocimiento. 


LA  ILUSTEACION  IBÉRICA 


143 


LÁ   KIETE   KN   BARCILOITA 

Nunca  la  actnal  generación  conoció  un  nevasco  tan  fuerte 
cual  el  que  cayó  aquí  desde  la  mañana  del  jueves,  10,  hasta 
entrado  el  sábado,  con  breves  intervalos  de  calma.  En  este 
día  y  el  siguiente  había  puntos  en  que  la  capa  de  nieve  al- 
canzaba 60  centímetros  de  espesor,  pero  en  pocas  partes  ba- 
jaba de  50.  Calculóse  que  hablan  caldo  en  el  radio  de  Barce- 
lona 6.30.000  toneladas  de  nieve. 

Como  era  natural,  dada  la  rareza  con  que  ocurre  aquí 
semejante  fenómeno,  la  gente  se  echó  á  la  calle  ó  subió  á  las 
azoteas  en  busca  de  los  puntos  de  vista  en  que  producía  me- 
jor efecto  la  sábana  blanca  que  lo  cubría  todo. 

Nunca  como  ahora  lamento  mi  carencia  de  dotes  descrip- 
tivos, pues  habla  de  regalarles  á  mis  lectores  una  página  dig- 
na del  aspecto  maravilloso  que  ofrecíala  ciudad,  con  sus 
casas,  torres,  cúpulas,  campanarios  y  miradores  festoneados 
de  cornisas  de  nieve;  con  sus  árboles  fantásticamente  envuel- 
tos en  la  más  deslumbrante  vestidura;  con  sus  montañas  cu- 
biertas de  un  manto  de  blancura  nítida;  con  sus  calles  al- 
fombradas como  de  candidísimo  vellón;  con  el  extraño 
silencio  de  la  vi*  pública,  sin  carruajes,  sin  ruido  de  pisadas, 
sin  eco  apenas  de  las  voces.  Fué,  si,  ciertamente,  un  espec- 
táculo inolvidable,  que  nos  hizo  saborear  por  espacio  de  tres 
ó  cuatro  dias  los  encantos  de  Irkust  6  de  Tobolsk...  sólo  que 
no  estando  acostumbrados  á  ello  hubieron  algunos  de  ver 
amargada  su  deleitosa  contemplación  con  resbalones  y  caldas 
de  los  cuales,  ¡ay!  conservan  todavía  dolorosas  huellas. . . 

Nuestros  grabados  dan  íidelisima  idea  del  aspecto  que 
presentaban  algunos  de  los  más  pintorescos  sitios  de  Barce- 
lona. 

Como  quedamos  después  de  la  nevada  es  Imposible  pon- 
derarlo. Gracias  á  que  entre  el  sol  y  los  vecinos  se  pudo  ir 
quitando,  aunque  muy  poco  á  poco,  la  nieve,  á  la  buena  de 
Dios,  que  de  bal  er  tenido  que  esperar  á  que  nuestros  ediles 
dictaran  las  medidas  oportunas  para  alcanzarlo  bien  y  pronto 
de  fijo  que  todavía  estaríamos  como  estábamos.  Exceptúase, 
sin  embargo,  la  calle  de  Fernando  Vil  y  la  Rambla.  El  en- 
sanche ha  quedado  que  da  horror,  más  horror  todavía  que 
de  costumbre. 

A  la  fecba  en  que  escribimos  estas  lineas,— doce  días 
después  del  nevasco, —  vénse  todavía  blancos  vestiglos  en 
algunos  solares  y  azoteas  y  no  han  perdido  aún  su  frígida 
corona  algunas  cimas  de  las  vecinas  montañas. 

MOSCOU.  — PERSPECTIVA  DEI,  KREMLÍN,  DESDE  LA  TORRE  DE 
IVAS    VÍLTKI 

En  el  punto  más  elevado  del  Kremlin  (d  Fuerte)  y  domi- 
nando el  conjunto  de  palacios,  templos,  conventos,  cuarte- 
les, almacenes  y  arsenales  encerrados  dentro  las  murallas  de 
aquella  imponente  fortaleza,  levántase  nna  elegante  y  gra- 
ciosa iglesia  coronada  por  nueve  cúpulas  de  oro,  lo  mismo 
que  la  techumbre:  es  la  catedral  de  la  Anunflaelón. 

Esta  fábrici,  edificada  en  1S99,  fué  reedlflcada  noventa 
años  después  por  orden  de  Ivan  TU,  bajo  la  dirección  de  un 
arquitecto  mllanés  llamado  Heviso. 

Es  imposible  ponderar  la  magnificencia  verdaderamente 
Oriental  de  este  temólo. 

A  su  lado  levántase  la  torre  de  Ivan  Vellki,  de  forma  oc- 
tógona, terminada  por  una  cúpula  dorada  á  fuego,  coronada 
por  una  cruz  de  oro. 

En  esta  torre  y  é,  diferentes  alturas  están  suspendidas 
treinta  y  tpes  campanos. 

TRylJES   DE    LA    OPERETA    DE    AÜDRAK    «EL   GRAN  MOGOL» 

Esta  opereta,  acompañada  de  baile,  ha  recorrido  ya  los 
principales  teatros  de  E\iropa,  siendo  nna  nueva  muestra  de 
la  suerte  loca  que  tiene  el  autor  de  la  Mafcota. 

LOS    B0RR»CH08 

Cuadro  de  Velázquez— Dibujo  deP.y  Valor 

«Pasar  del  cuadro  de  Las  lama»  á  loa  Borracfto»,— dice 
L  Vlardot,— es  pasar  de  un  poema  épico  á  nna  canción  bá- 
qnlca,  y,  sin  embargo,  lejos  de  bajar,  quizás  he  subido...  No 
hay  allí  miÍB  que  nna  escena  picaresca;  pues  bien:  es  uno  de  los 
cuadros  de  los  cuales  nlngunaf  descripción  ni  alabanza  pue- 
den dar  idea  ni  expresar  dignamente  la  belleza...  Hay  que  ver 
ese  cuadro,  hay  que  volverlo  á  ver,  y  verlo  sin  cesar,  fijar  en 
él  la  mirada,  concentrar  toda  la  fuerza  de  la  «tención... 
Cuéntase  que  el  ineléa  David  WlHiie,  el  pintor  de  la  OnlUna 
ciega  y  del  Bedel  de  Aldea  habla  ido  exclusivamente  de  Lon- 
dres A  Madrid  para  estudiar  á  Velázquez,  y  que  simplificando 
todavía  más  el  objeto  de  su  viaje,  de  todas  las  obras  de  Ve- 
lázquez no  habla  estudiado  más  que  esa.  Cada  día,  hiciese 
el  tiempo  que  hiciera,  iba  al  museo,  instalábase  del  cuadro 
querido,  pasaba  tres  horas  en  silencioso  éxtasis,  y  después, 
cuando  la  fatiga  y  la  admiración  le  hablan  delado  sin  alien- 
to, dejaba  escapar  un  ¡ufl  del  f"ndo  de  su  pecho,  y  cogía  el 
sombrero.» 

Hoy,  todo  el  que  vale,  reconoce  en  Velázquez  el  primer 
pintor  del  mundo,  ó  cuando  menos,  primua  Ínter  pacet. 

ABDCL  BAHM4K,    EMTR   DEL   AFGANISTÁN 

Acuarela  de  Cario»  Hanz 

Trátase  de  un  bonito  retrato  i  la  acuarela,  generó  i.  que 
se  presta  mucho  el  carácter  del  personaje  representado.  El 
digno  emir  demostró  ser  hombre  de  valor  y  corazón  en  la 
guerra  con  los  ingleses,  pero  no  por  eso  deja  de  ser  muy  ins- 


table BU  posición,  colocado  como  se  halla  su  estado  entre  la 
Kuslay  lalndla. 

CNA    CALLE    DE    UUBCIA 

Esta  calle  es  la  de  la  Platería,  aunque  representada  sola- 
mente en  parte  en  nuestro  grabado,  famosa  entre  todas  las 
de  la  ciudad,  fabricándose  todavía  en  sus  tiendas  aquellos 
pendientes  de  plata  de  gusto  puramente  oriental  que  las 
murcianas  usan  invariablemente. 


LA  FUENTE  DE  LOS  CURRUTACOS 


(OONTIND  ACIÓN  ) 

En  esto  uno  de  los  petimetres  que  más  se 
despepitaba  por  Tersipcore  y  que  no  perdía 
nunca  la  ocasión  de  lucir  la  agilidad  de  sus 
pantorrillas,  exclamó  levantándose: 

— Señores,  me  atrevo  á  proponerles  una  cosa 
que  estoy  seguro  merecerá  los  plácemes  de  todos 
los  presentes. 

— Diga  V.,  diga  V., — murmuraron  los  con- 
tertulios. 

— Que  se  llame  á  las  chicas  y  que  se  baile 
un  minué  en  honor  á  la  señora  de  la  casa. 

— Aceptado,  aceptado,  —  contestaron  á  coro 
los  currutacos. 

Doña  María  Luisa  inclinó  cortesmente  la  ca- 
beza y  articuló: 

— Mil  gracias  por  tanto  honor.  Estimo  en 
mucho  la  galantería  de  don  Fermín;  pero  antes 
les  pido  una  benevolencia... 

• — ¿Cuál? — preguntó  el  lechuguino,  echando 
mano  al  lente  y  ladeando  el  cuerpo  como  un 
bailarín. 

— Molestarles  los  oídos.  Ya  que  se  encuentra 
presente  don  Leandro,  espero  que  se  servirá 
acompañarme  en  el  clave  su  preciosa  canción 
La  duniisela,  la  cual  me  ofrezco  á  cantarla  como 
un  singular  obsequio  á  la  reunión. 

— Con  mil  amores,  señora, — articuló  el  bai- 
larín. 

Don  Leandro  perdió  los  colores. 

Su  cara  mitad  sudaba  tinta. 

• — ¿Qué  canción  es  esa? — preguntó  el  fraile 
cambiando  una  mirada  de  inteligencia  con  la 
viudita. 

— Una  canción  muy  picara,  pero  muy  linda, 
• — contestó  la  dama,  y  añadiendo: — Es  de  lo 
mejorcito  que  ha  escrito  don  Leandro. 

El  golilla  se  apresuró  á  contestar: 

— No  vaya  V.  á  creerlo.  Es  una  composición 
muy  sencilla  que  escribí  en  mis  mocedades, 
cuando  cursaba  leyes  en  Alcalá  de  Henares  y 
que  el  gran  Manuel  García  ha  puesto  en  mú- 
sica. 

— Que  se  cante,  que  se  cante, — exclamaron 
damas  y  caballeros. 

— Me  hará  el  obsequio... — exclamó  doña  Ma- 
ría Luisa  dirigiéndose  al  golilla. 

— Pero,  señora... —  articuló  el  pretendiente 
con  cierto  embarazo  notando  que  no  le  perdía 
de  vista  su  mujer. 

• — Vamos,  pasemos  al  clave.  Parece  su  mer- 
ced un  colegial. 

Don  Leandro  ofreció  la  mano  á  la  bella  y  la 
acompañó  al  armonioso  instrumento. 

La  buena  de  doña  Cándida,  que  no  era  tan 
bonachona  y  tan  candida  como  creía  su  esposo, 
saltó  como  una  ardilla  y  tomó  asiento  al  lado 
del  fraile,  exclamando: 

■ — ¿Ve?  su  paternidad  cuanto  descaro. 

— No  ve  V.  nada,  señora.  Esto  no  es  más  que 
un  saínete  de  D.  Ramón  de  la  Cruz. 

• — Pero  es  un  entremés  que  puede  terminar 
en  drama. 

Don  Leandro,  en  tanto  que  la  dama  buscaba 
entre  los  papeles  de  miisica  su  canción,  balbu- 
ceaba muy  quedo  y  con  meloso  acento: 

— ¿Por  qué  me  ha  puesto  su  merced  en  este 
aprieto?  ¡Por  lo  visto  V.  se  chancea  mientras 
yo  la  digo  sin  ambajes  ni  rodeos:  la  amo,  la 
quiero  y  la  idolatro  con  todos  mis  cinco  sen- 
tidos! 

— Más  bajo,  más  bajito, — articuló  la  dama 
aparentando  temor. 

— ¡Sí,  mucho,  mucho!  y  V.  se  complace  en 
atormentarme,  en  hacerme  sufrir,  en  martiri- 


zarme poniéndome  en  cruz  entre  mi  mujer  y  el 
fraile,  cuando  yo  le  consagro  todos  mis  pensa- 
mientos, todas  mis  ilusiones  y  es... 

— Más  quedo,  más  quedo,  don  Leandro. 

— ¡Yo  me  muero,  señora!  Soy  un  cordero  que 
lame  sus  pies,  que  vive  sólo  de  la  luz  de  esos 
ojos... 

— Que  mirarán  dulcemente  á  V., — interrum- 
pióle la  dama  con  toda  la  zalamería  de  su  alma. 

— ¡Cómo! — exclamó  don  Leandro,  saltando 
de  la  silla. 

— Si  V.  pone  en  mí  su  confianza  y  me  com- 
place en  todo  y  por  todo, — añadió  la  dama  gui- 
ñándole el  ojo  de  un  modo  especial. 

— ¡Abra  V.  esos  labios  de  corales!  ¡pida  usted 
por  esa  boca! 

— Ya  se  lo  manifestaré  por  escrito.  Ahora 
demos  principio  á  la  canción  de  V., — y  articuló 
por  lo  bajo: — Imbécil,  como  voy  á  divertirme. 

— ¿Se  canta  ó  no  se  canta? — preguntó  el 
fraile  desde  su  sillón. 

— A  ello  voy, — contestó  la  viudita,  haciendo 
una  mueca  encantadora. 

Don  Leandro,  sin  saber  lo  qué  se  hacia,  dejó 
correr  sus  dedos  en  el  teclado. 

Todos  los  contertulios  prestaron  atención. 

Doña  María  Luisa,  con  mucha  sal,  con  mucha 
intención  y  con  mucho  donaire,  dio  principio  á 
La  dnmüela,  pareciendo  sus  trinos  gorjeos  del 
ruiseñor. 

Las  primeras  frases  ya  excitaron  la  hilaridad. 

La  canción  decía  así: 

Cuentan  que  una  damisela 
por  escrúpulos  de  amor 
fué  á  pedir  consejo  á  un  fraile, 
á  un  fraile  predicador. 

Yo  me  acuso,  padre  mío, 
que  una  noche  en  San  Antón 
besé  el  rostro  á  un  currutaco 
con  la  más  buena  intención. 

El  dominico 
bajó  el  cerquillo, 
del  pecadillo 
se  sonrió; 
guiñóle  el  ojo, 
y  él  muy  travieso 
dicen  que  el  beso 
le  reclamó. 

La  petimetra 
cruzó  su  velo, 
del  santo  suelo 
se  levantó; 
y  dijo  al  fraile, 
muy  liso  y  raso: 
■ — Por  eje  paso 
no  paso  yo. 

Una  lluvia  de  aplausos  resonó  en  aquel  aris- 
tocrático salón. 

Doña  Cándida  lloraba  de  pena,  y  el  fraile  se 
puso  turbio. 

El  abogado  acompañó  á  Ja  dama  á  su  E^iento, 
entre  plácemes  y  palmadas. 

El  pobre  diablo  se  daba  aires  de  triunfador. 

El  carmelita  le  decía  por  lo  bajo: 

— Está  V.,  amiguito,  en  pecado  mortal.  Esta 
canción  no  es  muy  santa  que  digamos. 

• — Ya  me  he  confesado  de  ello.  Es  obra  de 
mis  juveniles  años  como  se  lo  manifesté. 

En  eso  se  abrió  la  puerta  del  salón  y  entra- 
ron como  una  bandada  de  palomas  las  tímidas 
damiselas,  las  cuales  fueron  á  besar  ceremonio- 
samente la  mano  á  fray  Nolasco  y  á  sus  res- 
pectivos papas,  principiando  poco  después  el 
ceremonioso  minué. 

El  fraile,  lleno  de  impaciencia,  preguntaba 
en  tanto  4  su  hija  espiritual: 

— ¿Ya  se  ha  declarado  este  insensato? 

— Sí,  padre  mío;  ¡y  si  hubiera  oído  con  qué 
ardor!  Con  que,  señor,  venga  pronto  el  conse- 
jillo. 

— Mañana  pásate,  niñita,  jior  el  templo  y  te 
lo  diré.  Será  cosa  buena. 

Hecho  esto,  el  buen  varón  se  frotó  las   ma- 


144 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


tt08  por  debajo  del  hábito  y  giró  los  ojos  al 
htime«Bt«  chocolat«  colocado  dentro  de  sus  co- 
.^TCppoñdieiktce  jicaras,  sobre  una  ancha  bandeja 
'-que  se  destacaba  encima  de  las  arquillas  que 
adornaban  el  salón. 


8ECRETILL08  tNTIM06 

Al  día  siguiente  muj-  de  mañanita  doña  Ma- 
ría Luisa  abandonó  la  granja  y  se  dirigió  á  la 
villa. 

Envuelta  en  una  riquísima  mantilla  de  encaje, 
que  velaba  sus  picaros  ojos  negros  y  vestida  de 
negras  sedas  penetró  nuestra  dama  en  el  templo 
del  convento  del  Carmen  y  se  encaminó  al  altar 
de  la  Virgen  de  la  O,  protectora  de  las  mujeres 
casadas,  en  cuya  capilla,  la  más  grande,  la  más 
espaciosa  y  la  más  oscura  del  templo,  hallábase 
el  confesonario  del  padre  Nolasco  que  echaba 
mano  de  cierto  anzuelo  espiritual  para  pescar 
almas  pecadoras  dejándolas  tan  limpias  de  feas 
colpas  yde  abominables  pecados  que  pasaban 
al  banquete  del  Señor  como  si  estuvieran  aún  al- 
macenadas en  el  cielo  y  no  hubiesen  nunca  mo- 
rado en  los  pecaminosos  dominios  de  la  carne. 

Doña  María  Luisa,  rebozada  en  su  velo,  con 
los  brazos  puertos  en  cruz,  postróse  de  hinojos 
en  uno  de  los  lados  del  confesonario  de  su  padre 
espiritual  y  por  su  espesa  celosía  fueron  sus 
bermejos  labios  confesando  stis  pecadillos  espe- 
rando su  alma  contrita,  sumisa  y  atribulada  la 
bendición  espiritual. 

Media  hora  larga  duró  la  confesión. 

Cuando  terminó  tan  religioso  sacramento  rezó 
por  lo  bajo  el  acto  de  contrición,  fué  á  besar 
ceremoniosamente  la  estola  y  se  encaminó  á  un 
ángulo  de  la  desierta  capilla. 

Fray  Nolasco  abandonó  el  confesonario  ale- 
gremente y  murmurando  por  lo  bajo: 

— Pasemos  del   banco  de   la  penitencia   a 
banco  de  las  murmuraciones. 

El  monje  y  la  viudita,  que  eran  tal  para  cual, 
según  rezaban  en  la  villa,  tomaron  asiento  en 
un  bamco,  y  por  sus  labios,  que  pocos  momentos 
antes  sólo  se  habían  deslizado  palabras  piado- 
sas, resonaron  las  de  la  sabrosa  salsa  de  la  mur- 
mnraoiAn. 


UNA  CALLE  DE  MURCIA 


Doña  María  Ltiíaa,  con  los  ojos  entornados  y 
formando  un  delicioso  jnego  de  alza  y  baja  con 
los  hoyos  de  su  tentadora  cara,  relató  minucio- 
samente al  fraile  las  visitas  amorosas  y  apasio- 
nadas declaraciones  de  don  Leandro. 

El  fraile  ponía  unas  veces  cara  de  vinagre  y 


otras  se  esforzaba  mucho  para  contener  la  risa. 

Cuando  la  competente  terminó  su  interesante 
relato  ladeó  la  cabeza  murmurando  por  lo  bajo: 

— Ya  ve  V.,  como  huyo  de  la  tentación  y  bus- 
co su  amparo.  Conque,  prepare  V.  una  lección 
que  obligue  á  andar  con  pié  derecho  á  aquel 


que  va  con  el  alma  cojeando. 

— [Ay  niñifca,  niñita  mía, 
— contestó  el  monje  dándole 
suaves  palmaditas  en  las  ro- 
dillas, —  advierte  que  aquel 
que  juega  con  fuego,  algu- 
nas veces  se  quema,  y  sería 
muy  triste,  pero  muy  triste, 
que  el  espíritu  infernal  te 
tomara  por  su  cuenta! 

• — Tengo  puestas  muy  bue- 
nas barreras  á  mi  virtud. 

— [Algunas  veces  se  asal- 
tan, chicuelal 

— Perderían  en  la  lucha. 

— Asi  lo  espero  de  Dios, 
— contestó  el  fraile  levan- 
tando los  brazos  al  cielo  co- 
mo si  estuviera  representan- 
do un  melodrama. 

— Vamos,  padre,  conciba 
usted  un  enredo  bueno,  chis- 
toso y  muy  ladino. 

— Doña  Cándida  está  muy 
furiosa... 

— Ya  se  aplacará. 

— Los  celos  y  recelos,  ni- 
ña mía,  la  sacan  de  quicio. 

— ¡Qué  culpa  tengo  yo, 
cuando  estoy  cncerradita  en 
casa  y  no  me  meto  con  la 
vecindad! 

— ¡Pero  le  franqueas  la 
puerta,  picara  mía, —  amo- 
nestó el  fraile  seriamente. 

— No  ponga  sii  merced  es- 
te ceño,  que  no  lo  merezco, 
y  exponga  V.  su  plan. 

El  monje  bajó  los  ojos,  lle- 
vóse los  dedos  á  los  labios 
moviéndolos  de  una  parte  á 
otra  y  después  de  una  larga 
pausa  exclamó: 

— ]Ya  he  dado  con  él! 

—¿Cuál  os? 

Fray  Nolasco  giró  una 
mirada  en  derredor,  y  colo- 
cando su  boca  junto  al  oído 
de  la  dama,  expuso  la  prove- 
chosa lección  que  parecía 
)5or  su  gracia  especial  conce- 
bida por  Morete. 

La  virtuosa  viudita  soltó 
una  estrepitosa  carcajada, 
ocultando  la  risa  con  su  finí- 
simo lienzo. 

^,Te  place? 

— Mucho. 

— Pues  bien,  ahora  escribe 
dos  cartas,  una  para  él  y 
otra  para  Cándida  y  me  las 
mandas  por  tu  criado.  Verás 
como  irá  todo  viento  en 
popa. 

— Padre  mío,  será  un  lan- 
ce delicioso. 

— Eso  corre  de  mi  cuenta. 

El  fraile  se  levantó  pere- 
zosamente y  añadió  sonrien- 
do: 

— Ahora  adiós,  que  des- 
pués de  atender  al  alma  bue- 
no es  atender  al  cuerpo.  No 
eches  en  olvido  la  penitencia 
que  te  he  impuesto,  aturdi- 
dilla. 
— ¡Qué  mayor  jsenitencia  que  separarme  de 
su  merced! 

El  fraile  le  echó  la  bendición  y  la  dama  le 
echó  un  ciimplido. 

(Se  continuará.)      Francisco  Gbas  y  Elias. 


UHDiutWÍ:  telH,  3fó-3(7,  Eim  Mut,  Uitir. — tatrnim  los  derechos  de  propiedíd  irtíslica  j  liUraria. — las  reclamationes  eo  Madrid,  al  represeotante  de  esta  Casa  D.  Nanael  Plá  y  Valor,  Apodaca,  10, 2.' 

— ■ )  INSÉRTESE  Ó  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINQUN  ORIGINAL  ( 


BaTABLSaMIBXTC  TlPOOIUlriCO  DS  B.  BASBO*.— Cjaa.B  OB  VillAHBOBL,  HÚM.   17,  ENRANCUB  DB  8AH  Amtonio.— Bahcelona. 


Año  V 


SEMANARIO     CIENTÍFICO,     LITERARIO    Y    ARTÍSTICO 


ESPAÑA 

ün  año 12'50  ptas. 

Un  semestre 6'50     » 

Número  suelto ....      o'25     > 

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Cada  número.  ...  50  reís. 


Barcelona  5  de  Marzo  de  1887 


CUBA  T  PUEKTO-BICO 

Un  año 5  pesos  oro. 

En  el  resto  de  América  fijan  el  precio 
los  señores  corresponsales. 

EXTRANJERO 
Unaño is  pesetas. 


Núm.  218 


"^ 


UN  DÍA  APROVECHADO  (Cuadro  de  Pickuell) 


146 


LA  ILUSTRACIÓN  EBERICA 


SJJM  ARIO 

TiXTO.— JTodrM.  OurtúM  é  tmi  priata,  por  Fenianflor.— £<i 
COJO  dt  ftdr*  lófn  (ooDtlnoaeión),  por  Juad  Tomás  Sal- 
nuif .— ¿«ftinu.-  A  macho»  y  d  ttinguno  (coDtinu«clón\ 
por  daln.—tceritta  eiam/tea  C ooncIusliSn),  por  Alfredo 
OpiíM.  -^ía  moche  de  ptíUita.  por  José  M*  de  la  Torre.— 
ifetmida^a,  por  J.  F.  Sunntu-iln  ¡r  Aguirre.— £<  amor  dt 
toe  «■Mm.XpowU),  por  Carlos  Cano.— 7lcnu«u,  por  Kse- 
qniel  Sotana.— JTodefo  (poesía),  por  José  Barbsny  .—Nues- 
tros grabados.— ¿a  yixatedctoseiimtlaeot  (conlinuaclón), 
por  Francisco  Gras  j  Ellas. 

GaiBiDOS.- ün  dta  aprovechado .  — Pintores  australianos, 
(dos  grabados). —Botadura  del  acoratado  español  •Pela- 
do.» en  la  Sejno,  Tolón.- La  ramilla.— Ktuia-  El  Kremlin 
de  Nljnl  NoTgorod.— La  gmu  axnl,  de  Llnderhof  (Ba- 
Tlera)— Faena  laterrumplds.— Kobles  y  Hayas.— Apun- 
tes del  puerto  de  Barcelona. -Modas  en  cinturas.- ifo*- 
eon:  Torre  de  KrcinUn  é  iglesia  del  Salvador. 


MADRID 


CAJITA-S    .A.    I«I1    I»III1^.A. 


LA  PIEDAD  DE  UNA  REINA 

^UERIDA  Carmen:  Hace  algunos  días  se 
anunció  en  los  carteles  del  teatro  de  la 
Comedia,  un  drama  cuyo  titulo  fijaba  la 
atención  desde  luego  por  su  prestigio  de  actua- 
lidad: La  piedad  de  una  reina.  Los  aficionados 
á  la  literatura  sabían  de  quien  era  el  drama,  de 
Marcos  Zapata,  el  autor  de  La  capilla  de  Lanu- 
za...  Como  este  Marcos  Zapata  es  una  verdadera 
personalidad  y  no  un  siiriple  versificador,  per- 
míteme que  te  envíe  algunos  rasgos  de  su  ca- 
rácter. Zapata  es  aragonés,  y  para  saberlo  basta 
cruzar  con  él  algunas  palabras;  el  tono,  la  sin- 
ceridad y  rudeza  de  su  acento,  lo  dicen  desde 
luego;  habla  con  extraordinaria  energía  y  se 
transparentan  su  pensamiento  y  su  corazón  á 
través  de  sus  ojos  que  resplandecen  y  se  fijan. 
Particípese  ó  no  de  las  ideas  que  defiende  se 
hace  simpático,  pues  la  íe  y  la  entereza  en  sos- 
tenerla son  simpáticas  siempre.  Su  fisonomía  y 
su  persona  no  corresponden  á  este  siglo;  como 
BU  talento,  parecen  trasunto  de  alguno  de  aque- 
llos poetas  de  la  floresta  del  siglo  xvii;  está  pi- 
diendo el  sombrero  con  pluma,  el  coleto  y  la  es- 
pada de  cazoleta.  Pero  en  la  vida  social  y  en  sus 
convicciones  políticas  es  un  perfecto  hombre  de 
su  siglo;  le  gusta  la  literatuia  moderna  y  las 
ideas  novísimas;  él  escribe  según  su  carácter, 
pero  admira  lo  que  otros  escriben  con  opuesto 
carácter  del  suyo.  Es  decir,  no  tiene  más  preo- 
cupación literaria  que  una:  el  buen  gusto. 

Esta  cualidad  del  buen  gusto  sin  duda  que  la 
adquirió  en  el  estudio  de  nuestros  clásicos;  es- 
tudio que  le  hace  ser  castizo  hasta  en  sus  des- 
cuidos. Y  tan  compenetrada  está  en  su  organi- 
zación que  no  ha  perdido  ese  delicado  senti- 
miento en  los  difíciles  años  de  su  juventud,  pa- 
sada en  pobrezas  desconsoladoras  y  en  el  trato 
de  otros  ingenios  de  la  bohemia. 

Llegó  á  Madrid  con  veinticuatro  reales  en  el 
bolsillo  y  con  grandes  esperanzas.  Como  solo 
sabia  escribir  versos,  tuvo  que  dormir  en  el 
Prado  por  las  noches  y  alimentarse  de  elegías 
y  madrigales.  Uno  de  los  bancos  de  piedra  del 
Prado  ha  sido  llamado  el  banco  de  Zapata.  Cier- 
to escritor  que  le  encontró  un  día  sentado  en  él 
y  comiendo  le  dijo: — ¡Hombre,  comes  en  la 
cama! 

Pudo  entrar  en  La  Discusión  y  escribió  allí 
durante  tres  años.  Después  hizo  La  capilla  de 
JjOtiuia  y  efcte  drama  le  creó  instantáneamente 
una  reputación.  El  publico  reconoció  en  aquel 
autor  un  fjoeta  varonil,  inspirado,  español;  can- 
tor de  nobles  ideas  y  sentimientos.  Después  es- 
cribió El  rastillo  de  Simancas.  El  toblatio  de 
Yante  y  algún  otro  drama,  todos  célebres  por  el 
viííor  y  la  espontaneidad  de  su  versificación.  Ya 
con  nombre  y  (M)n  medios' para  vivir,  arrancado 
á  la  poesía  dolorosa  de  la  vida  bohemia,  co- 
rrompido acaso  por  haber  mejorado  de  sastre  y 
de  cocina,  pensó  en  que  le  pusieran  sus  versos 
en  música  para  que  le  valiesen  más  dinero,  no 
para  que  sonasen  mejor.  Se  hizo  poeta  zarzue- 


lista, }•,  en  efecto,  mejoró  de  posición  social.  El 
mismo  lamenta  muchas  veces  su  trasmigración 
del  mundo  de  los  Calderones  y  Quevedos  al 
mundo  de  los  barítonos  y  tenores;  tiene  como 
remordimientos  de  haber  adornado  su  lira  épica 
con  laureles  culinarios...  Pero,  en  fin,  tiene  la 
disculpa  de  que  nadie  puede  resistir,  sin  caer,  á 
las  corrientes  de  su  siglo.  Tal  vez,  como  una 
reivindicación  de  su  juventud  y  de  su  alma  clá- 
sica escribió  La  piedad  de  una  reina,  que  había 
de  darle  tanta  fama,  sin  ser  representada,  como 
sus  otras  obras  más  famosas. 

El  gobernador  de  Madrid  cuando  leyó  el  tí- 
tulo debió  decirse,  como  todos  sus  gobernados: 
esto  debe  tener  alguna  relación  con  el  indulto  de 
Villacampa,  y  pidió  el  ejemplar  á  la  empresa. 
El  empresario  le  llevó  al  gobierno  y  de  resultas 
de  esta  condescencia  recibió  orden  de  suspender 
el  estreno.  Protesta  del  empresario,  protesta  del 
autor,  protesta  del  público,  protesta  de  los  so- 
cios del  Círculo  literario  y  artístico,  protesta  de 
las  oposiciones  liberales;  interpelaciones  en  las 
Cámaras,  contestaciones  del  ministro  de  la  Go- 
bernación, León  y  Castillo, — ese  que  mata  codor- 
nices con  cañón, — como  decía  A3'ala;  reaparición 
de  Romero  Robledo  como  defensor  de  la  sagra- 
da libertad  del  pensamiento;  lectura  en  el  Con- 
greso de  algunas  escenas  de  la  obra;  crítica  del 
Presidente  del  Consejo,  que  afirma  que  los  ver- 
sos de  Zapata  no  le  han  parecido  tan  excelentes 
como  se  dice...  Y  así  llevamos  unos  cuantos 
días,  y  la  cuestión  no  se  acaba  ni  el  drama  se 
representa.  Y  unos  dicen: — |E1  asunto  es  baladí; 
mentira  parece  que  traiga  revueltos  á  tantos 
hombres  serios! — Y  otros: — ¡El  tercer  acto  de 
La  piedad  de  una  reina  (tiene  solo  dos)  está  es- 
cribiéndose por  el  Destino  y  se  titula:  La  caída 
de  Sagasta! 

¿Me  permites,  prima,  que  diga  unas  palabras 
acerca  del  fondo  de  la  cuestión?...  Pero  no,  an- 
tes, como  sé  que  las  mujeres  preferís  la  narración 
á  las  reflexiones,  te  contaré  lo  poco  que  sé  del 
argumento  de  ese  drama.  Si  pudiese  esperar  á 
mañana  te  le  podría  contar  extensamente;  su 
outor  da  lectura  de  él  esta  noche  en  el  Círculo 
literario  y  artístico,  pero  eso  no  puede  ser...  Del 
drama  sólo  sé  que  empieza  en  una  torre  de  Sto- 
kolmo,  donde  está  encerrado  un  general  insu- 
rrecto aguardando  el  castigo  de  la  ley.  Este  ge- 
neral tiene  una  hija  y  esta  hija  un  enamorado. 
El  enamorado  se  pone  de  acuerdo  con  la  nodriza 
del  rey, — un  rty-niño, — y  ponen  en  la  cuna  del 
rey  un  pliego  sobre  el  cual  dice:  A  mi  madre. 
La  reina  llega,  lee  y  perdona;  con  grande  asom- 
bro y  sentimiento  de  un  general  y  de  otros  per- 
sonajes de  la  corte  que  ya  se  estaban  relamiendo 
en  la  esperanza  de  un  fusilamiento.  Como  te 
digo  todo  esto  pasa  en  Suecia;  mas  no  parece 
sino  que  ha  pasado  en  España. 

Y  ahora,  discurramos...  El  fondo  de  la  cues- 
tión no  es  si  hay  alusiones  á  la  reina  y  al  rey 
y  al  general  Martínez  Campos:  las'  hay  desde 
luego;  es  si  la  monarquía  hubiese  peligrado  por- 
que se  hubiese  representado  una  sola  vez  el  dra- 
ma. No  cabe  duda  que  no;  seguramente  no  se 
hubiese  proclamado  la  república  en  el  teatro  de 
la  Comedia:  única  proclamación  grave  para  la 
monarquía...  Por  otra  parte:  el  autor  elogia  la 
piedad  de  la  reina;  de  igual  modo  que  la  elo- 
gian casi  todos  los  españoles.  ¿Por  qué  el  go- 
bierno ha  roto  con  el  sistema  represivo  y  acudi- 
do al  de  los  conservadores?  Pura  y  simplemente 
para  evitar  que  se  escriban  más  obras  con  alu- 
siones políticas.  Aunque  tú  no  seas  muy  aficio- 
nada á  este  género  de  discusión  reconocerás 
que  por  este  hecho  el  gobierno  ha  demostrado 
que  es  uu  gobierno  lleno  de  preocupaciones 
conservadoras.  Su  torpeza  es  muy  grande.  A  la 
muerte  del  rey  se  creyó  que  la  Regencia  dura- 
ría poco  tiempo  y  que  vendría  la  república; 
Cánovas  cedió  el  poder  lleno  de  miedo,  y  se  em- 
pezó á  gobernar  con  tolerancia.  Vino  el  19  de 
Setiembre  y  el  gobierno  pudo  ver  que  la  revo- 
lución armada  no  tenía  sectarios:  que  desfila- 
ban por  Madrid  con  indiferencia  los  grupos  de 
insurrectos;  vio,  en  fin,  que  no  había  opinión 
revolucionaria.  Y  ¿qué  hace?  ¡crearla!  y  se  hace 
reaccionario  en  lo  que  todo  el  público  puede  juz- 


gar y  en  aquello  quo  todo  ol  piiblico  está  inte- 
resado; en  la  libertad  del  pensamiento;  en  las 
diversiones;  en  los  placeres;  en  lo  que  puede 
hacerle  más  antipopular... 

Las  oposiciones  explotarán  esta  cuestión  y 
darán  al  ministerio  carácter  reaccionario;  haga 
ya  lo  que  hiciera  Sagasta  le  dirán  que  es  más 
conservador  que  Cánovas.  Vivía  de  no  ser  nada, 
(la  eterna  política  sagastina);  ha  empezado  á 
morir  por  haberse  significado  en  algo.  Lleva- 
mos muchos  días  en  que  sólo  se  habla  de  esta 
cuestión... 

Como  tú  tienes  muchas  simpatías  por  la  rei- 
na, te  doy  el  pésame.  El  gobierno  con  su  políti- 
ca la  perjudica.  Puesto  que  es  monáríjuico  debe 
procurar  que  sólo  se  hable  bien  de  ella:  y  casi, 
casi,  que  no  se  hable  de  ella  ni  bien  ni  mal;  que 
el  país  se  acostumbre  á  creerse  solo,  sin  monar- 
quía, sin  dinastía,  como  si  estuviese  en  piona 
república,  como  si  los  presidentes  de  la  repúbli- 
ca fuesen  Sagasta,  Martínez  Campos,  López 
Domínguez,  ó  cualquier  otro  político.  En  el  es- 
tado en  que  la  opinión  y  los  partidos  se  encuen- 
tran, la  monarquía  debe  evitar  las  batallas.  Una 
mujer  y  un  niño  son  figuras  tan  simpáticas  que 
no  pueden  menos  de  inspirar  respeto  á  nuestro 
pueblo,  muy  sentimental  y  generoso.  Los  go- 
biernos monárquicos  deben  explotar  este  senti- 
miento y  estimularle.  Se  le  ofrecía  la  ocasión, 
al  representarse  un  drama  en  que  aparece  la 
cuna  de  un  rey  niño,  iluminada  por  la  aureola 
de  la  clemencia.  Esta  exhibición  hecha  por  un 
poeta  de  estro,  práctico  en  los  efectos  patéticos, 
debía  resultar  favorable  al  hijo  y  á  la  madre  en 
cuyo  nombre  se  fulmina  la  muerte  ó  se  concede 
perdón  en  el  palacio  de  nuestros  reyes.  Se  hu- 
bieran visto  lágrimas  en  ojos  de  los  republica- 
nos y  seguramente,  como  te  decía,  no  hubieran 
ido  á  tomar  el  fusil  llorando.  Yo  creo  que  hay 
políticos  seriamente  disgustados  con  Zapata 
por  su  drama,  y  gozosos  ponpie  no  se  haya  re- 
presentado: los  verdaderos  revolucionarios;  los 
que  no  transigen  con  los  reyes  ni  los  perdonan. 
Romero  Robledo  diciendo  en  el  Congreso  que 
él  hubiera  subvencionado  el  drama  de  Zapata,  no 
era  el  gran  cínico  de  otras  sesiones;  hablaba 
como  verdadero  político. 

Estos  monárquicos,  querida  prima  mía,  tie- 
nen un  rey  niño,  guardado  por  una  mujer,  y  no 
saben  lo  que  tienen.  Se  me  viene  á  la  imagina- 
ción, hablando  de  esto,  uno  de  los  poemas  gran- 
diosos y  tiernos  de  Víctor  Hugo:  La  epopeya  del 
león.  Sin  duda  que  la  recuerdas,  «un  león  había 
cogido,  en  la  boca,  sin  hacerle  daño, — porque 
los  leones  son  así,  terribles  y  generosos, — á  un 
niño  de  diez  años:  era  el  heredero  del  trono; 
porque  el  rey,  su  padre,  sólo  tenía  otra  niña  de 
dos  años.  Un  guerrero  heroico,  que  cruza  por 
aquel  país,  le  dice  al  rey  que  él  salvará  al  niño; 
entra  en  la  cueva  del  león  que  le  recibe  reposa- 
damente, cercado  de  huesos  roídos,  y  que  le 
mira  con  majestad. — ¡Dame  el  niño, — -le  dice  el 
héroe, — si  no  quieres  morir! — El  león  se  sonríe; 
le  ataca  el  guerrero  y  el  león  le  abraza,  le  aprie- 
ta y  le  deja  caer  al  suelo  derramando  sangre 
por  entre  las  grietas  de  la  armadura.  Después 
le  bebe  la  sangre  y  roe  los  huesos  y  se  duerme 
sobre  ellos.  Entonces  el  rey  le  envía  un  ermita- 
ño para  pedirle  al  hijo.  Un  ermitaño,  de  barba 
blanca,  de  grande  elocuencia: — ¡Dame  nuestro 
rey! — le  dice. — ¡No! — ¡Su  padre  no  puede  vivir 
sin  él! — ¡Yo  no  podía  vivir  sin  mi  leona  y  me 
la  habéis  matado! — El  ermitaño  tiene,  al  fin, 
que  marcharse.  El  rey  dispone  una  batida.  Sol- 
dados y  perros,  sin  número,  rodean  el  bosque  y 
acosan  al  león;  los  soldados  le  diaparan  sus  fle- 
chas; pero  él  sacude  el  cuerpo  y  las  flechas 
caen  al  suelo,  como  pajas  enredadas  en  las  cri- 
nes; da  un  rugido;  un  rugido  augusto;  soldados 
y  perros  huyen  amedrentados.  El  león  sube  á 
un  monte  y  desde  allí  le  anuncia  al  rej'  quo  irá 
con  el  niño  á  su  palacio  para  devorarlo  allí  mis- 
mo. Al  romper  del  alba  entra  en  la  citulad;  las 
gentes  huyen;  las  murallas  están  desiertas,  na- 
die se  atreve  á  resistirle.  Avanza,  con  el  niño 
desmayado  en  la  boca.  Las  puertas  del  palacio 
están  abiertas:  el  rey  quiere  á  su  hijo,  pero  te- 
me al  león;  y  además,  debe  conservarse  para  su 


LA  ILUSTEACION  IBÉRICA 


147 


pueblo.  La  fiera  se  disgusta;  espera,  lucha  y 
tendrá  que  comerse  al  príncipe  sin  lucha  ni  tes- 
tigos; entra  en  el  salón  del  trono,  recorre  todas 
las  habitaciones  y,  por  fin,  escoge  un  sitio  para 
comerse  al  niño...  De  pronto  se  queda  sorpren- 
dido y  estático.  Ha  oído  una  voz  infantil,  ange- 
lical, llena  de  alegría  y  de  seducción:  entra  en 
la  alcoba  de  donde  sale  la  voz  y  ve  una  niña  de 
dos  años  (la  hermanita  del  príncipe)  con  el  cue- 
llo, los  pies  y  los  brazos  desnudos;  de  ojos  azu- 
les como  el  cielo,  sólo  vestida  con  su  camisita. 
El  león  avanza,  estira  su  cuello  y  presenta  su 
enorme  cabeza  por  encima  de  una  mesa  llena  de 
juguetes...  ¿Qué  pasó  entonces?  La  niña  gritó 
juntando  sus  manitas: — Mi  hermano,  mi  herma- 
no,— y  luego  amenazó  terriblemente  al  mons- 
truo con  su  lindo  dedo.  Y  el  león  dejó  caer  con 
suavidad  en  la  cuna  de  seda  y  de  encaje  al  prín- 
cipe sentenciado  y  dijo  á  la  niña: — ¡Ahí  le  tienes! 
¡Xo  te  enfades!-» — Esta  es  la  epopeya. 

Querida  Carmen:  el  pueblo  español,  casi  todos 
los  poetas  lo  han  dicho,  es  vin  león;  un  león  como 


el  de  Víctor  Hugo.  Por  eso  te  decía: — No  saben 
los  monárquicos  lo  que  tienen  con  tener  un  rey 
niño.  Por  más  que  los  políticos  desprecien  el 
sentimiento,  no  cabe  duda  que  el-  SMitimiento 
es  un  gran  resorte  de  la  política. 

Entre  tanto,  para  más  digna  conclusión,  co- 
pio la  carta  que  la  reina  encuentra  en  la  cuna 
de  su  hijo. 


«Escucha,  madre  querida, 
oye  á  un  ser  todo  candor, 
recién  entrado  en  la  vida, 
quo  es  alma  á  la  tuya  unida, 
como  el  capullo  á  la  flor. 
Cuando  se  encamó  mi  esencia 
en  la  impureza  del  suelo 
le  dijo  la  Providencia 
esta  profunda  sentencia 
desde  las  puertas  del  cielo: 
•  ¡Vida  de  reyes  te  dil 
iXen  en  cuenta  mi  bondad  I 
pues  sólo  espero  de  ti 
que  te  asemejes  á  mi 
en  un  rasgo,  len  la  piedad! 
iSi  quieres  mi  bendición, 
sé  afable  de  condlciónl 
iDichosoel  Rey  que  perdona! 
■  Desdichada  la  Corona 


que  necesita  psrdónl> 
iTú  que  ejerces,  madre  mia, 
hoy  a  mi  nombre  el  gobierno, 
muéstrate  clemente  y  pia 
y  conságrale  este  día, 
en  holocausto  al  Eterno! 
Toma  un  pliego  de  r*pel| 
y  dulce  como  la  miel, 
y  sin  demora  ninguna, 
estampa  el  indulto  en  él 
y  ponió  sobre  mi  cuna. 
Y  me  verás  sonreír 
cou  delirante  embeleso, 
y  á  tu  regazo  acudir... 
ly  en  tus  labios  imprimir 
mi  gratitud  con  un  besóla 


Tuyo, 


Eebnanflor. 


LA  CASA  DE  PEDRO  LÓPEZ 


(CONTINnAGIÓN) 

— Perdone  V., — dijo  el  hombre  de  la  calva, 
-si  nos  entramos  en  su  casa  á  tales  horas,  sin 


PAISAJE  AUSTRALIANO  (Cuadro  de  Patcrson) 


previo  aviso  ni  presentación  alguna.  Soy  el 
prestami.sta  de  al  lado;  creo  que  los  vecinos  de- 
ben ayudarse  en  ciertas  ocasiones... 

— Ya  tenemos  en  campaña  á  otro  vecino,  un 
usurero,  otro  tunante, — dije  para  mí,  inquieto  y 
sorprendido  de  semejante  escena. — Pero  sepa- 
mos al  fin,  ¿qué  ocurre? — pregunté  en  alta  voz. 

El  pobre  hombre  miró  con  azoramionto  á 
todos  lados. 

— ¿Tiene  V.  ladrones  en  casa? — profirió,  cas- 
tañeándole  los  dientes. 

— ¡Tal  vez! — respondí  mirando  cou  fijeza  al 
usurero. 

— Es  que  yo...  ahora  mismo...  nosotros... 
Cuéntaselo  tú,  hija  mía,  que  á  mí  me  tiemblan 
las  carnes. 

— Tranquilícese  V.,  vecino:  tomo  V.  asiento, 
señorita,  y  cuéntenos... 

— No  hay  tiempo  quo  perder;  os  necesario 
registrar  la  casa,  ahora  mismo. 

— Sosiégúese  V.,  papá, — dijo  la  joven  con 
adorable  acento. 

— Respondo  do  quo  aquí  no  ha  entrado  nadie, 
— añadí  con  firmeza. 

— Sin  embargo,  oigo  ronquidos. 

— Es  Ramírez,  mi  criado,  que  duerme  como 
un  bendito,  ahí,  tras  ese  montante. 

El  prestamista  pareció  tranquilizarse  hasta 
cierto  punto  y  preguntó: 

— ¿No  ha  venido  V.  hace  un  momento  de  la 
calle? 

— Si,  señor. 


— ¿Lo  ve  usted?  Lo  he  oído...  ¡Si  sabré  yo 
quien  entra  y  sale! 

— No  comprendo... 

— Dígame  V.,  por  favor,  ¿ha  entrado  alguien 
con  usted? 

— Nadie,  que  yo  sepa. 

— Y  en  la  escalera,  ¿ha  visto  usted?... 

— Los  peldaños,  las  paredes. 

-^¡Es  particular!  Pues  entonces  estaban  es- 
condidos... ¡Ladrones  tenemos! 

— Pero  ¿dónde? 

— ¡Qué  sé  yo!  En  cualquier  parte.  A  poco  de 
entrar  V.  llamaron  á  mi  puerta,  con  cierto  sigi- 
lo. ¿Verdad;  Rosa? 

- — Sí,  papá,  todavía  se  me  crispan  los  ner- 
vios. 

— Y  con  motivo.  Figúre.se  V.,  vecino,  un  lla- 
mamiento á  semejante  hora  es  para  asustar  á 
cualquiera.  Yo  no  me  atreví  á  salir,  salió  ésta, 
y...  El  caso  es  que  con  el  su.sto  se  me  pierden 
las  palabras...  Cuéntalo  tú,  hija  mía,  tú  eres  más 
valiente. 

La  joven  se  volvió  hacia  mí,  embriagándome 
con  su  hermosura,  y  dijo: 

— Apenas  oí  que  andaban  en  la  puerta,  salté 
de  la  cama,  tomó  una  luz,  me  eché  esta  bata 
encima,  y  así  como  estoy,  salí  á  mirar  por  el 
ventanillo:  entre  la  oscuridad  de  la  escalera  me 
pareció  distinguir  un  hombre  de  mala  traza, 
disfrazado  de  militar.  —  ¿Quién?  —  pregunté, 
temblando.  Y  una  voz  ronca,  desde  fuera,  res- 
pondió:— ¡Degollada!  Di  un  grito  de  espanto,  la 


luz  se  me  cayó  de  la  mano,  quise  huir  y  tropecé 
con  papá,  que  me  había  seguido  hasta  la  puer- 
ta. Al  mismo  tiempo  sonaron  pasos  desiguales 
en  la  escalera,  como  si  el  ladrón,  fnistrado  el 
golpe,  se  diera  á  la  fuga.  Fuimos  por  otra  luz,  y 
al  cerciorarnos  de  que  ya  no  había  nadie,  im- 
pulsados del  miedo,  nos  hemos  atrevido  á  lla- 
mar á  la  puerta  de  V.,  el  único  vecino  que. nos 
inspira  confianza  y  cuya  visita  deseábamos. 

— Lo  celebro,  —  respondí  inclinándome, — • 
aunque  lamento,  señorita,  la  ocasión  que  nos 
aproxima.  ¿Está  V.  segura  de  cuanto  acaba  do 
referirme? 

— Segurísima. 

— ¿No  le  parece  á  V.,  vecino,  muy  sospecho- 
so todo  eso? 

— A  decir  verdad,  en  esta  casa  no  me  extraña 
nada. 

— ¿No  le  parece  á  V.  que  un  hombre,  á  talos 
horas,  disfrazado  de  militar,  tentando  una 
puerta  que  no  es  la  suya,  no  viene  con  buen  fin? 

— Así  al  menos  lo  parece;  con  todo,  se  dan 
casos... 

— ¡Oh!  y  tendrá  cómplices,  apostaría' un  perro 
chico:  un  hombre  solo  no  se  mete  asi,  á  humo 
de  pajas,  en  una  ratonera. 

— Papá,  son  las  dos  de  la  mañana,  estamos 
molestando  á  este  caballero;  eso  no  será  nada. 

(Se  continuará.)     Juan  Tomás  Salvany. 

* 


LA  rAMILIA  (Cnadio  de  Mlgnel  Ángel  Lnpl.— Dibujo  de  P.  y  Valor) 


150 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


LECTURAS 


A    MUCHOS  .Y    A-.NINGUNO 


(coiminiAOH») 

Por  todas  partes  se  oye  ahora  maldecir  de  los 
poetas  de  poco  vuelo,  de  los  libros  de  poesías 
adocenados,  obra  de  incautos  imitadores;  y  has- 
ta esos  críticos  ó  revisteros  que  tienen  por  todo 
critorio  aeigcár  la  moda,  y  contra  viento  y  marea 
qxiieren  ser  graciosos,  ligeros  y  moclemisimos, 
dicon  mil  chistes,  siempre  elegiacos,  contra  la 
picara  mania  de  escribir  en  verso.  Pero,  |ah  se- 
ñores! como  dicen  los  diputados,  ¿dónde  deja- 
mos la  mania  de  escribir  en  prosa? 

Está  brotando  una  generación,  que  no  es  es- 
pfintinea,  ni  mucho  menos,  de  novelistas  cortos 
•'<  largos  no  menos  formidable  por  su  muche- 
dumbre y  por  su  anemia  intelectual  que  aquella 
multitud  de  poetas  de  que  ya  todos  nos  reimos. 

*En  poesía  no  caben  medianías:»  se  repite. 
Según  y  conforme.  Mediaciones  verdaderas  sí 
caben,  y  hasta  son  necesarias,  y,  sobre  todo,  son 
natural  producto  de  la  especie;  lo  que  no  cabe 
en  poesía  son  nulidades  disfrazadas  de  media- 
nías. 

Pero  esas  tampoco  deben  ser  admitidas  en  la 
novela.  Y,  sin  embargo,  entre  nosotros  hay 
muchos  críticos  y  una  parte  del  público  que  to- 
leran, ¿qué  digo?  que  aplauden  con  entusiasmo 
las  obras  de  tales  nulidades,  llamadas  por  los 
más  exigentes  medianías,  y  por  los  más  bobali- 
cones jóveite»  que  comienzan  por  donde  otros  aca- 
ban, escritores  de  porvenir  y  hasta...  restaura- 
dores de  la  novela. 

Ha  llegado  á  tanto  la  locura,  mejor  diría,  la 
necedad,  que  en  alguna  parte  se  ha  brindado 
contra  los  que  se  van  y  por  los  que  vienen,  y 
ocupan  el  puesto  de  los  otros.  Vamos  despacio, 
señores,  vamos  despacio,  que  vienen  muchos  ca- 
balleroQ  particulares  que  así  son  artistas  como 
yo  zapatero;  y  entre  lo  poco  que  entiende  el 
vulgo  y  lo  crédulo  que  es  y  lo  mucho  que  le  en- 
gañan algunos  periodistas,  vamos  derechos  á 
una  bancarrota  literaria  irremediable. 

Dejo  el  teatro  que  me  haría  poner  el  grito  en 
el  cielo. 

Se  trata  de  la  novela,  nada  más  que  de  la  no- 
vela. Entre  los  revisteros  mal  intencionados  y 
envidiosillos  y  el  dichoso  naturalismo  de  pren- 
dería que  anda  por  ahí  de  café  en  café,  de  pe- 
riódico en  periódico  han  producido  estas  pléya- 
des de  escritores  prosaicos  que  si  ya  son  dema- 
.siados,  con  ser  de  ayer,  ó  de  hoy,  dentro  de  po- 
co llenarán  la  península. 

Más  de  diez  enemigos  nuevos  tengo  yo  á  estas 
horas  por  culpa  del  renacimiento  de  nuestra  no- 
vela. 

Puesta  la  novela  á  renacer  por  los  críticos  de 
misa  y  olla,  se  han  creído  obligados  revisteros 
y  novelistas  flamantes  á  demostrar  el  dichoso 
florecimiento  por  medio  de  una  abundante  cría 
de  narradores  novísimos:  los  unos,  los  reviste- 
ros, se  prestan  á  poner  el  marchamo  de  nove- 
lista al  primero  que  se  presente,  y  los  otros,  los 
de  la  cría,  se  dejan  declarar  artistas  en  prosa,  y 
en  su  credulidad  de  ramos  floridos  de  esta  pri- 
mavera convencional,  escriben  como  un  deudor 
libros  y  más  libros. 

El  novelista  moderno  es  muy  trabajador,  y 
como  no  cree  en  la  inspiración,  y  hace  depen- 
der la  fecundidad  de  un  buen  sistema  higiéni- 
co... tenemos  en  consecuencia  una  porción  de 
malee,  por  ejemplo,  que  el  novelista  moderno 
con  su -salud  de  roble  vivirá  muchos  años  y  to- 
dos ellos  los  dejará  señalados  con  un  rastro  de 
tinta  comparable  á  la  vía  láctea  en  extensión. 

cHay  que  vivir  de  lo  que  se  escribe,»  este 
drif^a  de  lo«  «  "  'moi>  complicado  en  este 
..trf.-  «Hay  qu  :   todos  los  días  poco  6 

L'O,*  (la  \,ijr  resultado  esos  miles  de  pá- 
-♦fsimai  llenas  de  letras  de  molde,  este- 
pa- gi  in.  limiento,  forma  desconsolado- 
ra, h.'isti.  -i  bien  se  mira,  de  la  necedad 
iiumana,  sosa,  fría,  seca,  gárrula.  Después  de 
U>(¡n,  son  inocentes  estos  buenos  hombres,  y, 


sin  embargo,  no  se  les  puede  tener  lástima,  y  el 
remordimiento  que  de  aquí  nace  aumenta  la  an- 
tipatía. 

In  illo  tempore  había  ciertos  krausistas,  de 
los  que  llamaba  Canalejas  (don  Francisco,  por 
supuesto)  attachés,  que  tenían  por  cierto  que  el 
filósofo  no  necesitaba  tener  talento  y  que  aun 
ésto  le  perjudicaba;  y  añadían  los  tales,  oyendo 


campanas  y  sin  saber  dónde,  que  se  debía  leer 
muy  poco  para  llegar  á  la  sabiduría.  Semejantes 
absurdos  repugnantes  se  parecen  á  lo  que  pien- 
san nuestros  naturalistas  de  portal,  los  attachés 
del  realismo,  respecto  de  las  condiciones  psico- 
lógicas del  novelista  y  las  retóricas  y  estéticas 
de  la  novela.  Para  ellos  no  hace  falta  saber  in- 
ventar, la  imaginación  sobra  ó  poco  menos;  la 


n 


RUSIA:  LA  TORRE  DEL  KREMLIN,  EN  NlJNl  NOVGOROD 


inspiración  es  un  mito  de  la  psicología  vulgar;  el 
genio  una  farsa;  el  verdadero  genio  ea  la  pa- 
ciencia; la  musa,  la  asiduidad  en  el  trabajo. 
Combinad  estas  ideas  con  un  poco  do  positivi.s- 
mo  de  boticario  ó  de  orador  de  sección  y  saldrá 
un  revulsivo  infalible. 

Llegan  á  mis  manos  novelas  y  más  novelas 
de  caballeretes  desconocidos;  todos  dicen  lo 
mismo,  es  decir,  no  dicen  nada.  Creen  que  es- 
criben libros  suyos  y  no  hacen  más  que  coser 
reminiscencias  de  lecturas  buenas  y  malas;  poro 
al   cabo  malas  todas,  en  cuanto  lecturas,  por 


culpa  del  lector  incapaz  de  sacarle  el  jugo  al 
libro  bueno.  Madame  Buvary  (de  quien  todos 
ellos  hablan)  es  una  novela  adocenada,  tal  y 
como  la  pueden  entender  ellos;  ni  más  lu  menos 
que  Shakespeare  y  Cervantes  han  servido  para 
que  con  motivo  de  ellos  se  dijeran  las  más  ras- 
treras vulgaridades  que  constan  en  los  tremen- 
dos archivos  délas  letras  cursis  modernas.  Esos 
novelistas  nuevos  creen  estudiar  la  realidad  y 
están  pasando  i'ovista  ú  las  borrosas  imágenes 
de  sus  reminiscencias  frías  y  secas  y  supei-íi- 
ciales. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


151 


Yo  conozco  personalmente  á  Fulanito  y  á 
Menganito  y  á  Zutanito  que  son  unos  majade- 
rea en  todas  partes,  verdaderos  cretinos,  ¿por 
qué  han  de  ser  hombres  de  ingenio  cuando  es- 
criben? No  lo  son.  No  podría  ser  y  no  es.  Pero 
vaya  V.  á  decírselo  á  ellos. 

A  ellos  que  tienen  argumentos  de  autoridad 
y  de  razón  para  defender  sus  novelas. 

La  autoridad,  ¡oh!  la  resJDetan  muchísimo, 
creen  en  la  disciplina. 

Novelista  hay  de  estos  que  cree  pertenecer 
á  una  escala  cerrada,  como  las  de  los  cuerpos 


facultativos.  Yo  le  he  oído  decir  más  de  una  vez: 
— Nosotros,  los  naturalistas,  ascendemos  en 
una  especie  de  escalafón  cerrado,  por  pasos 
contados,  como  los  ingenieros  y  los  artilleros. 
Los  idealistas  son  como  la  infantería,  á  lo  mejor 
un  trompeta  salta  á  general.  Natura...  lista  non 
facit  saltum. 


(Se  continuará.) 


Clarín. 


EN   LA  CHOZA  (Cuadro  de  Ashton) 


REVISTA  científica 


EL    ESTADO     DE     CREDULIDAD 

(cONCLÜStóN) 

HalIáhaiiHe  reunidas  muchas  personas  en  mi  easa,— dice 
M.  de  Rcichas;  — hago  venir  enalro  sujetos  y  después  de  algu- 
nos experimentos  de  polaridad,  anuncio  que  voy  á  tratar  de 
reproducir  una  ascención  de  mesa... 

Para  preparar  el  espíritu  de  los  espectadores  doy  algunos 
pormenores  sobre  ese  lina¡e  de  experimentos  y  muestro  la 
realidad  de  la  corriente  determinada  por  una  cadena  hu- 
mana. 

Pongo  entonces  un  lápiz  sobre  una  mesilla;  nos  coloca- 
mos al  rededor  cogiéndonos  de  las  manos  y  digo  que  voy  á 
concentn-;  .ni  voluntad  para  que  la  mesa  se  eleve  hasta  el 
techo,  se  pegue  allí  y  el  lápiz  escriba  en  gruesos  caracteres: 
KHáis  convencidos . 

_  Al  cabo  de  un  instante,  afirmo  que  siento  pasar  una  co- 
rriente y  que  veo  vacilar  la  mesa,  y  exclamo  luégo:  «Hela  ahí 
como  se  levanta...  ya  sa  ha  pegado  al  techo.» 

Tolos  los  sujetos  la  vieron  también  y  leyeron  la  inscrip- 
ción; creo  bien,  á  juzgar  por  la  expresión  de  sus  semblantes, 
que  ciertas  espectadoras  que  no  estaban  en  el  secreto  hicieron 
otro  tanto,  pero  no  quise  hacerlas  confesar  su  estado. 

En  cuanto  á  los  cuatro  sensitivos,  hice  que  hablasen  entre 
sí  de  manera  que  confirmasen,  con  sus  testimonios  recípro- 
cos, la  realidad  del  fenómeno,  sobre  cuyo  asunto  no  lea  edi- 
fiqué basta  máa  adelante. 


Entiéndase  que  M.  de  Rochas'no  hace  más 
que  referir  hechos.  Vaya  otro: 

lie  dicho  ya  que  Maria  ve  espíritus  cuando  está  en  el  sue- 
ño magnético;  uno  de  aquellos  con  los  cuales  se  encuentra 
habitualmente  en  relaciones  es  el  de  un  antiguo  vecino  de 
so  barrio,  M.  V. 

Habiendo  llevado  á  Benito  á  ver  una  de  esas  sesiones  de 
espiritismo,  preguntóle  si  ha  conocido  á  M.  V.  y  me  responde 
que  no.  "Buenoi  voy  á  enseñártelo.  Toma,  helo  ahí. «—Le 
vé, dlspóneseá hablarle.-  •¿Esmuyalto?-  |0h,  sll-¿C6mova 
vestldo?-Todo  de  negro.— ¿De  frac  ó  de  levita?— No  veo 
bien.-  Alárgale  la  mano  y  dlle  que  te  produzca  una  con- 
tractura  » 

Tiende  la  mano  y  la  mano  experimenta  una  contractura. 
—  «Díle  que  te  dfsconíracíure.» — La  mano  recobra  su  estado 
natural.— «Pregúntale  si  ha^conocidoá  tu  padre. "—Entáblase 
un  diálogo  entre  Benito  y  el  eíplritu. 

Maria  sigue  esta  escena  con  profundo  asombro.  Mandola 
de  pronto  que  vea  también;  ve.  — «¿Es  alto?— No.  ■— Siguen 
entonces  unas  peñas  bastante  vagas  y  diferentes  de  las  que 
habla  dado  anteriormente  Benito,  quleu  contiuúa  hablando 
en  el  vacio. 

Hago  igualmeute  que  entre  en  contractura  la  mano  de  Ma- 
ría y  que  luégo  desaparezca  la  contracción. 

Iguales  fenómenos  con  Rosa  que  estaba  también  alli  y  se 
burlaba  de  los  dos  alucinados. 

Manifiesta  luégo  M.  de  Rochas  que  ha  su- 
gerido muchas  veces  á  diversos  individuos  el 


tener  sueños  determinados,  comprobándose  su 
realización  por  las  manifestaciones  hechas  por 
los  hipnotizados  al  despertar. 

La  facilidad  para  caer  un  individuo  en  el  es- 
tado de  credulidad,  es  tanto  mayor  cuanto  más 
repetidamente  se  sujeta  á  esta  clase  de  experi- 
mentos, lo  cual  se  comprende  bien  por  la  exal- 
tación que  necesariamente  ha  de  sufrir  su  sen- 
sibilidad. Algunos  llegan  á  tal  extremo  que  aun 
en  estado  normal  se  les  puede  hacer  creer  cnanto 
se  quiere  (1). 

El  estado  de  hipnosis  puede  transformarse  en 
otro  más  avanzado;  un  sonámbulo  puede  caer  en 
letargo;  un  individuo  en  estado  de  credulidad 
caer  en  catalepsia. 

Si  la  sugestión  ha  sido  bien  practicada,  le  es 
imposible  á  un  individuo  sensible  distinguir  la 
realidad  de  la  alucinación  que  se  le  ha  sugerido. 
No  citamos  ejemplos  para  no  repetir  lo  que  to- 
dos los  periódicos  han  dicho  ya;  sugerir  á  un 
individuo,  adulto,  que  es  un  niño,  etc.;  conven- 
cerle de  que  es  ciego,  no  siéndolo;  de  que  tiene 
un  objeto  entre  manos,  estando  vacías;  de  que 
huele  algo,  que  no  es  nada,  etc.,  etc. 

Grado  de  potencia  de  las  sugestiones. — Puédese, 
por  un  procedimiento  cualquiera,  sugerir  á  un 
individuo  la  imposibilidad  de  franquear  una  lí- 
nea trazada  en  el  suelo.  Acuérdese  ó  no  se  acuer- 
de de  la  sugestión,  una  vez  llega  á  la  línea  con- 
tinuará moviéndose  de  medio  cuerpo  arriba,  pero 
las  piernas  quedarán  inmóviles  como  clavadas 
en  el  suelo. 

Esos  fenómenos  de  inhibición  dan  lugar, 
como  dice  M.  de  Rochas,  á  efectos  muy  curio- 
sos que  recuerdan  las  escenas  de  magia  descri- 
tas en  el  Fausto,  de  Goete.  «Puédese  armar  con 
espadas  á  muchos  individuos  susceptibles  de 
recibir  las  sugestiones  en  estado  de  vigilia  y  afir- 
marles que  no  os  podrán  tocar;  véseles  entonces 
consumirse  en  esfuerzos  impotentes  sin  conse- 
guir alcanzaros.  Si  cogéis  una  varilla  cualquie- 
ra como  para  desviar  los  golpes,  sus  armas  pa- 
recerán huir  ante  la  vuestra  y  podréis  poner 
fin  á  este  combate  desigual  derribando  á  cada 
uno  de  vuestros  adversarios  con  un  gesto  brusco 
que  les  da  una  sugestión  de  retroceso,  demasia- 
do rápidamente  seguida  de  efecto  para  que  per- 
manezcan en  pié.» 

Otro  de  los  efectos  que  pueden  conseguirse 
con  la  sugestión  es  aumentar  momentáneamente 
la  fuerza  del  sujeto  ó  bien  impedirle  que  pueda 
verificar  el  más  ligero  esfuerzo;  por  ejemplo, 
sostener  un  libro.  Ensayadas  en  el  dinamómetro 
las  variaciones  de  la  fuerza  muscular  de  Benito 
resultó  que  siendo  su  fuerza  normal  70°,  no  arro- 
jaba más  que  35°  cuando  se  le  decía  que  había 
perdido  la  fuerza,  llegando  á  135°  cuando  se  le 
aseguraba  que  era  un  Hércules. 

El  experimento  siguiente  fué  algo  pesado: 

Estando  en  un  laboratorio  donde  hay  una  llave  de  fuente 
pongo  á  un  individuo  en  esiado  de  credulidad  y  le  digo- 
La  espita  está  abierta;  hé  ahí  todo  el  suelo  cubierto  de  agua. 
-:-EI  ve  el  agua,  anda  de  puntillas  y  se  sube  al  primer  pelda- 
ño de  una  escalera  doble. 

Repito  muchas  veces: 

—No  puedo  cerrar  el  grifo;  el  agua  sube  siempre;  estoy 
con  ella  hasta  lasTodillss,  hasta  el  pecho,  hasta  el  cuello. 

El  sujeto,  en  quien  la  alucinación  se  pronuncia  más  y 
más,  sube  hasta  el  último  peldaño;  su  rostro  se  altera  y  pone 
pálido;  forcejea,  respira  á  penas  é  iba  á  anegarse  si  no  hubie- 
se puesto  yo  término  á  la  escena  sosteniéndole  y  mandán- 
dole:—Despertaos. 

Como  reconoce  el  autor  esos  experimentos 
son  muy  peligrosos,  no  debiendo  olvidar  el  que 
los  practique  que  se  puede  morir  de  miedo.  No 
citaremos  aquí  el  caso  de  aquel  sentenciado  á 
muerte  á  quien  se  hizo  creer  que  moría  desan- 
gi-ado,  y  falleció  en  efecto,  aunque  no  se  hizo 
más  que  arañarle  ligeramente  la  epidermis,  ni 
tampoco  el  de  aquel  bedel  de  colegio  á  quien 

( D  No  hay  otra  explicación  que  esa  para  darse  cuenta  de 
ciertos  increíbles  fenómenos.  Muchos  de  nuestros  lectores 
estarán  enterados  de  la  credulidad  Inaudita  del  célebre  vau- 
devilllsta  francés  Poinsinet,  para  quien  se  inventó  la  palabra 
mistificación.  Véase  si  aquel  autor  ingeniosísimo  comulgaba 
con  ruedas  de  molino  que  le  hicieron  creer  que  podía  hacerse 
invisible;  que  habla  asestado  veintidós  eslocadas  aun  capitán 
de  mosqueteros  (y  siguiendo  la  broma  le  metieron  en  la  Bas- 
tilla y  vino  un  decreto  de  Luis  XV  indultándole  de  la  pena 
de  muerte),  etc.  etc.  La  ultima  mistificación  del  autor  del 
Cercle,  fué  dar  crédito,  hallándose  en  Córdoba,  á  los  que  le 
aseguraron  que  podía  meterse  en  el  Guadalquivir  sin  temor 
de  irse  á  fondo;  hlzolo  asi  y  pereció  ahogado. 

A.  O. 


LA  GRUTA  AZUL,   DE  LINDERHOF 


IRA),  Dibujo   original   de   Roberto  Assmus 


154 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


misli/iatnm  los  internos  figurando  que  le  deca- 
pitaban, y  se  murió  de  varas;  son  casos  autén- 
ticos perfectamente  conocidos;  no  lo  es  tanto  el 
ocurrido  recientemente  en  Keating  y  del  cual 
da  cuenta  The  La ii<-«/:  queriendo  suicidarse  una 
joven  de  aquella  villa  tomó  cierta  cantidad  de 
unos  polvos  insecticidas,  echóse  en  la  cama  y 
falleció  á  las  pocas  horas.  Practicada  la  autop- 
sia resultó  que  los  polvos  tragados  eran  comple- 
tamente inofensivos  para  un  ser  humano  y  ade- 
más no  habían  sido  digeridos. 

Otro  peligro  que  pneden  traer  consigo  las  su- 
gestiones es  su  persistencia,  pues  no  solamente 
ejercen  su  acción  en  los  accidentes  pasajeros 
que  desarrollan,  sino  también  sobre  una  clase 
entera  de  enfermedades  ó  defectos  inveterados 
que,  según  la  frase  consagrada,  reconocen  un 
origen  psíquico. 

Ésos  estados  morbosos  dimanan  frecnente- 
mente  de  emociones  ó  golpes  violentos,  figu- 


rando en  primera  linea  los  accidentes  de  los 
ferrocarriles,  fecunda  causa  de  obnubilaciones 
y  hasta  desapariciones  de  los  sentidos  (vista, 
oído,  olfato),  claudicaciones,  contracturas,  etc. 

En  su  libro  Piirtilijuies,  coutniciureK,  nff'ecfio- 
iies  doulouieitses  de  canse  psychiqíie,  ha  demos- 
trado el  doctor  Lober  que  esos  .estados  son  sus- 
ceptibles de  desaparecer  bajo  la  influencia  de 
la  sugestión,  auxiliada  con  ciertas  prácticas  que 
impresionen  vivamente  el  espíritu  del  enfermo. 
Muchos  casos  podríamos  citar  de  la  clínica  de 
Charcot,  en  los  cuales  este  grande  hombre  ha 
conseguido  brillantísimas  curaciones,  pero  vale 
más  que  el  curioso  lector  se  entere  de  ellos  en 
el  original,  ya  que  corren  por  ahí  traducidos  al 
castellano  sus  Le^ons  sur  les  maladies  du  systeme 
neiveux.  Referiremos  solamente  algunos  casos 
de  curación  alcanzados  en  Nancy,  en  cuya  ciu- 
dad todo  el  mundo  sirve  para  hipnotizar  ó  ser 
hipnotizado: 


Un  médico  visitaba  á  un  liombre  afectado  de 
glosoplegia  (quiere  decir  parálisis  de  la  lengua); 
todos  los  tratamientos  se  estrellaban.  El  Galeno 
trató  entonces  de  ensayar  un  instrumento  de  su 
particular  invención,  en  el  cual  manifestó  tener 
la  mayor  confianza,  pero  antes  de  proceder  á  la 
operación  introdujo  en  la  boca  del  paciente  un 
termómetro  cHuico, — del  cual  suponemos  no 
habría  hecho  uso  anteriormente,  introduciéndolo 
donde  acostumbra  M.  Charcot...; — el  mudo, 
poco  enterado  del  objeto  de  aquel  útilísimo 
chisme,  figuróse  que  le  metían  en  la  boca  el 
instrumento  salvador  y  al  cabo  de  algunos  mi- 
nutos, exclama  lleno  de  alegría,  que  puede  mo- 
ver libremente  la  lengua. 

M.  Bernheim  ha  curado,  por  un  procedi- 
miento análogo,  á  una  joven  afectada  hacía  un 
mes,  de  una  afonía  nerviosa  completa.  Aplicó 
la  mano  á  la  laringe,  imprimió  algunos  movi- 
mientos al  órgano  y  le  dijo  á  la  chica: — «Va- 


FAENA  INTERRUMPIDA  (Cuadro  d«  B.udU) 


mos,  ya  puede  V.  hablar  ahora.  Diga  V.  a. — 
La  joven  dijo  t. — Diga  V.  ¿i. — Obedeció  la  pa- 
ciente.— DigaV.  Mf-íe. — Díjolo;  la  afonía  había 
desaparecido, — sin  haber  tomado  las  aguas  de 
Lourdes. — Tratábase,  por  supuesto,  de  un  mu- 
tismo histérico,  como  el  del  cabo  Simón  en  La 
aldea  -ele  San  lorenzo. 

Hospital  de  Nancy:  sala  de  oftalmología. — 
N.  N.,  histero-epiléptico;  estrechez  del  campo 
visoal;  disminución  de  tina  tercera  parte  de  la 
agudez.  —  Simulación  de  una  corriente  inte- 
rrumpida aplicada  al  ojo  afecto. — :  Curación. 

Volviendo  ahora  á  París,  háse  visto  muchas 
veces  en  aquel  hospital  de  los  prodigios  llama- 
do la  Salpetriere  donde  opera  «us  maravillas 
M.  Charcot,  que  las  más  rebeldes  parálisis  his- 
téricas ó  histero-traumáticas,  han  curado  á  la 
voz  de  mando  de  cualquier  médico  que  haya 
gritado  enérgicamente  traducido  en  correcto 
francés...  el  lema  de  la  Biblioteca-Museo  Ba- 
lagner. 

Con  todo,  es  condición  indispensable  para  ob- 
tener estas  curaciones,  que  el  enfermo  perma- 
nezca en  el  mayor  aixlamiento,  sobre  todo,  tra- 
tándose de  niños  6  adolescentes.  No  hay  mejor 
manera,  en  efecto,  de  que  el  espíritu  del  enfer- 
mo se  concentre  fuertemente  en  la  idea  de  la 
curación  cierta,  antagonista  de  la  auto-sugestión, 
que  es  en  los  neuropáticos  el  origen  ordinario 
de  la  enfermedad,  sobre  todo  si  la  perturbación 


nerviosa  se  desarrolló  á  consecuencia  de  algún 
accidente  en  ferrocarril  (1). 


Alfredo  Opisso. 


-*- 


LA   NOCHE   DE   PIÑATA 


ÍCUENTO  CORTO  PERO  MAL  ESCRITO) 


Abelardo  y  Eloísa  se  amaban  entrañable- 
mente. 

Estx)  parece  que  sea  cosa  ya  muy  antigua  y 
que  todo  el  mundo  sabe,  pero  para  convencerles 
á  ustedes  de  lo  contrario  diré  que  no  vivían  en 

(1)  Hé  ftqnl  como  explica  M.  Charcot  el  desarrollo  de 
laa  parálisis  htsteru-traumátloa<t  en  JoRneurnpfl  ticos  por  auto- 
•ogestlAn  consecutiva  a  un  choque  local:  fPor  una  parte  la 
•«nsadón  de  pesadez,  de  entorpecimiento,  de  ausencia  del 
miembro  contuso,  y,  por  otra,  )a  pereza  que  no  deja  de  exis- 
tir nunca  en  cierto  grado,  harán  nacer,  en  alRtrn  modo  natu- 
ralmente, la  idea  de  impotennla  motriz  del  miembro;  y  e^ta 
Idea,  en  nmánt-BA  estado  mental  tan  partiimtsrmente  favora- 
ble a  la  eficacia  de  laH  sugeKtlones,  podrá  adquirir,  á  conse- 
cuencia de  una  especie  de  incubación,  su  desenvolvimiento 
considerable  y  realizarse  al  fin  objetivamente  en  forma  de 
una  parálisis  completa,  absoluta.-  (Obra citada,  t.  III,  fas. 
U . )  £■  lo  que  llamaríamos,  si  rállese,  paralitit  por  apren- 

A.  O. 


París  ni  en  la  Edad  media  .sino  en  la  plazuela 
de  Antón  Martín  y  en  pleno  siglo  xix. 

El  era  barbero,  algo  tímido  con  las  mujeres 
y  demasiado  listo  con  los  parroquianos  á  quie- 
nes hacía  la  barba...  muchas  veces  en  seco,  según 
la  frase  popular. 

Ella  era  una  joven  pálida  á  fuerza  de  beber 
vinagre,  y  tan  exageradamente  romántica  á  con- 
secuencia de  su  nombre,  que  á  pesar  de  ser 
hija  de  un  antiguo  empleado  de  Hacienda  y 
nieta  de  un  guardia  de  corps,  se  había  puesto 
en  relaciones  con  el  rapista  sólo  porque  se  lla- 
maba Abelardo. 

Lo  que  ella  ignoraba  y  lo  que  de  seguro  hu- 
biese cambiado  mucho  su  corazón,  era  que  Abe- 
lardo so  llamaba  de  apodo  Mantequillas,  nombre 
nada  poético  que  el  rapa-barbas  ocultaba  cui- 
dadosamente á  su  novia  por  temor  á  un  cata- 
clismo. 

Habían  pasado  ya  los  tres  días  de  Carnaval 
y  el  día  de  ceniza  en  que  la  iglesia  recuerda  al 
hombre  que  es  de  polvo,  cosa  que  lo  suelen  de- 
mostrar los  harineros  á  primera  vista,  y  que  en 
polvo  se  ha  de  volver  ó  lo  han  de  hacer  polvo 
si  tiene  la  desgracia  de  tropezar  con  algún  sue- 
gro acalorado  de  caballería  ó  cosa  así. 

Había,  pues,  empezado  la  Cuaresma,  esa  época 
del  escabeche  y  del  bacalao  á  la  vizcaína,  nunca 
bastante  alabada  por  los  sacerdotes  ni  bastante 
11  orada  por  los  estómagos.  No  quedaba  más  baile 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


155 


de  máscaras  que  la  Piñata,  último  eco  de  las 
carcajadas  de  Momo  y  despedida  triste  de  las 
Carnestolendas. 

Eloísa  leía  junto  su  balcón  el  Werther,  librito 
de  Goethe  qvie  han  leído  todos  los  amantes 
cursis  y  que  han  jurado  imitar  en  todo,  excepto 
en  lo  del  pistoletazo  final  que  es  cosa  ya  de 
pensarlo  un  poquito. 

De  pronto  vuelve  la  esquina  un  hombre  em- 
bozado en  una  capa  de  vueltas  azules  y  se  de- 
tiene bajo  el  balcón.  Tiene  este  joven  (si  hay 
que  creer  á  Eloísa)  todo  el  aspecto  de  un  caba- 
llero antiguo;  la  capa  forma  un  ángulo  de  vein- 
ticinco grados  por  detrás  de  él. 

— ¿Llevará  espada? — se  pregunta  Eloisallena 
de  emoción. 

Pero  no,  era  el  paraguas,  porque  el  tiempo 
estaba  algo  lluvioso  y  Abelardo  temía  man- 
charse el  sombrero. 

— ¡Sube! — murmuró  Eloísa  indicando  con  su 


manita  blanca  por  los  polvos  de  arroz,  la  esca- 
lerilla de  su  casa. 

Abelardo  subió  los  tres  tramos  lentamente  y 
se  detuvo  junto  á  su  amante. 

Ella  extendió  la  mano  sobre  el  pecho  de  su 
galán  y  tocó  un  cuerpo  duro  que  produjo  un 
ruido  metálico. 

— ¡Oh,  Abelardo  mío,  me  habrás  dado  gusto 
por  fin! — exclamó  llena  de  alegría. — ¿Es  esto  la 
coraza? 

— No,  ensueño  mío,  es  una  bacía  que  llevo  á 
componer. 

— Te  he  hecho  subir  porque  esta  noche  voy  á 
la  Piñata,  y  quisiera  que  fueses  tú  también. 

— No  faltaré,  Eloísa  mía,  telo  juro  sobre  este 
pomo, — dijo  el  barbero  arrebatadamente  sacan- 
do algo  del  bolsillo. 

— ¿De  qué  es,  de  cicuta? 

— No,  vida  mía,  de  pomada  de  Opoponax. 

— Bien,  iré  sola  ¿sabes?  es  decir,  sin  mamá. 


Vendrán  las  de  López  á  buscarme,  ellas  van 
disfrazadas  de  Madamas  Avgotes,  pero  yo  iré  de 
Ofelia. 

— ¿Y  qué  disfraz  es  ese? 

—  lino  de  mi  invento;  una  túnica  aérea,  va- 
porosa... 

— Oye,  no  sea  demasiado  vaporosa  y  se  vea 
algo... 

— No;  ten  la  seguridad  y  ahora...  Adiós. 

— Hasta  la  noche. 

Abelardo  besó  la  mano  empolvada  de  su  ado- 
rada Eloísa  y  se  fué  relamiéndose  los  polvos  de 
arroz  á  componer  su  bacía  en  casa  de  un  hoja- 
latero. 

n 

Hace  una  hora  que  ha  comenzado  el  baile.  • 
Cada  señora  ha  sido  obsequiada  á  la  puerta 
con  un  cartucho  de  confites  en  los  que  entran 
como  principales  ingi-edientes  el  yeso  y  la  ha- 


HA.YAS  Y   ROBLES 


riña  y  su  bouquet  de  flores  cordiales  según  el 
color. 

Eloísa  vestida  con  una  bata  de  muselina  del 
sol,  con  cinturón  de  terciopelo  negro  lleno  de 
mataduras,  va  colgada  del  brazo  de  Abelardo, 
el  cual  lleva  chaquet  y  sombrero  de  copa  de 
ala  estrecha  semejante  al  que  saca  el  hulero  afli- 
gió en  cierta  conocida  zarzuela. 

Llega  una  máscara. 

— Adiós  Mantequillas,  ¿cómo  estás?  ¿Es  esta 
tu  novia? 

— ¡Qué  mala  educación! — prorumpe  abron- 
cado el  barbero  apretando  el  paso. 

— Oye,  ídolo  mío,  ¿por  qué  te  ha  llamado  ccn 
semejante  epíteto  esa  deslenguada? 

— No  sé...  pero  esas  bromas... 

— Serénate  y  no  seas  temerario,  conozco  ya 
tu  acrisolado  valor,  sé  que  has  derramado  mu- 
cha sangre... 

— ¡Ya  lo  creo, — dice  la  mascarita  de  marras, 
— como  que  de.suel]a  vivos  á  los  parroquianos 
con  el  verduguillo. 

■ — ¡Habrase  visto!  ¡Qué  poca  crianza! 

— ¡Mantequillas,  Mantequillas! — dicen  siete 
II  ocho  jóvenes  todas  disfrazadas  de  Mascota. 

— ¡Jesús,  qué  horror!  ¿Pero  cómo  consientes 
(jue  te  digan  eso? 

— No  sé;  sin  duda  se  han  dado  de  ojo... 

— ¡Ay,  yo  me  siento  mala,  me  va  á  dar  algo, 
si  pudiese  respirar  alguna  esencial... 


Y  Eloísa  cae  en  un  diván.  Abelardo  le  aplica 
bajo  la  nariz  una  barra  de  cosmético  que  es  lo 
único  que  lleva  encima. 

Ella  vuelve  en  sí  y  recobra  los  sentidos  para 
exclamar: 

— ¡Tengo  apetito,  después  de  un  desmayo 
siempre  se  me  abren  las  ganas  de  comer! 

El  barbero  que  no  lleva  encima  más  que  ocho 
perros  para  tomar  café,  hace  comer  á  Eloísa  los 
dulces  del  cartucho,  exponiéndola  á  criar  una 
cantera  en  el  estómago. 

— Quisiera  agua. 

— Vamos  enseguida.  (Sacrificaré  diez  cén- 
timos.) 

Y  llegan  al  café.  Eloísa  pide  agua  con  azuca- 
rillo y  dice  después  de  hacer  varios  buches, 
pues  no  quiere  tragar  líquido  tan  prosaico. 

— ¿Por  qvié  te  llamarán  todos  Mantequillas? 
¡Oh,  si  estuviera  yo  segura  de  que  tienes  ese 
nombre!... 

— No,  ángel  mío,  sin  duda  es  una  broma  de 
Carnaval.  Ningún  hombre  que  me  aprecie,  for- 
mal y  di.screto,  es  capaz  de  repetir  ese  odioso 
apodo  de  máscaras.  ¡Si  tú  supieras  lo  que  me 
distinguen  en  la  barbería  por  mi  honradez  y 
noble  prosapia,  no  tendrías  esa  duda  que  me 
tortura  el  corazón!  ¿Me  amas? 

— ¡Oh,  te  adoro! 

— Y  yo  te  te... 

—Mantequillas, — dice  en  este  momento    el 


maestro  de  Abelardo  llegando  á  gran  velocidad, 
— ¡Mantequillas,  date  prisa,  déjalo  todo  que  te 
llama  la  sangre!... 

— ¡Oh,  Abelardo...  tu  maestro  también!  ¿Pero 
vas  á  la  guerra? 

— No,  señora,  es  que  ha  de  aplicar  media  do- 
cena de  sanguijuelas  en  la  rabadilla  á  don  Ole- 
gario. 

Eloísa  cayó  desmayada. 

Abelardo  echó  á  correr. 

Amanecía. 

Cuando  la  joven  volvió  en  si  juró  olvidar  á 
Abelardo  para  siempre. 

En  cuanto  al  galán  todos  los  años  el  día  de 
Piñata  se  mete  en  cama  y  no  sale  de  ella  hasta 
la  noche  del  domingo. 

José  M."  de  la  Toree. 


NECESIDADES 


La  necesidad  es  la  madre  de  la  inventiva. 

Es  más:  el  motor  que  impulsa  á  la  humani- 
dad. 

Más  aún:  la  vida  del  trabajo. 

El  hombre,  en  su  estado  de  gracia,  vivía  en 
el  Paraíso  completamente  feliz  y  libre  de  nece- 


APUNTB8  DEL  PUERTO  DE  BARCELONA  (Dibujo  dt:  Pansos) 
I  la;eKolle»  del  Oeste.— La  Ccpltanf*.— InU-rlor  del  pveito.— Ilcglf  dor.-  f)  Astillero 


Enrique  III  de  Valois 


Reina  ceñida 


Abrigo  sajón 


IF    \ 


Juana  de  Flandes 


Santa  Rndegunda 


La  Tluda  de  San  Luis 


Catalina  de  Médicls 


Itomana 


.Dama  desceñida  (siglo  xv)  Mangas  y  cotillas 

MODAS  EN  CINTURAS 


Siglo  -w 


158 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


sidades.  Pecó,  y  la  vergflenia  de  sn  desnudez, 
le  sugirió  la  idea  de  cubrir  sus  carnes  con  unas 
hojas  de  higuera.  Hé  aquí  su  primera  necesidad, 
la  primera  invención,  el  primer  trabajo. 

Pero  las  hojas  de  higuera,  si  bien  cubrían  sn 
vergüenza,  no  libraban  su  desnudo  cuerpo  de 
los  rigores  de  los  elementos,  y  en  esta  nueva  ne- 
cesidad, se  vio  precisado  á  verter  la  sangre  de 
los  animales  para  abrigarse  con  sus  pieles;  pero 
esto  no  le  bastaba,  dio  más  tarde  otro  paso  en 
la  senda  del  progreso  á  que  la  necesidad  impe- 
lía, y  tejiendo  la  lana  de  las  pieles,  dióle  por 
resultado  la  tela;  la  tela  hizo  necesario  el  sastre, 
el  sastre  completó  la  obra  haciendo  el  vestido. 

Otro  tanto  sucedióle  respecto  á  sus  demás  ne- 
cesidades. 

Porque  el  hombre,  cuando  más  avanzaba  por 
el  camino  de  su  perfección,  cuando  más  iba  ale- 
jándose de  su  primitivo  estado,  más  necesidades 
sentía;  de  modo  que  sustituyó  su  rústica  y  frágil 
choza  de  troncos  y  fango,  por  la  sólida  casa  de 
canto,  que,  andando  el  tiempo,  había  de  con- 
vertir en  palacio;  sus  groseras  armas  de  piedra, 
por  otras  más  perfeccionadas  hechas  del  hierro 
de  las  entrañas  de  la  tierra;  sus  frugales  ali- 
mentos, por  otros  más  abundantes  y  mejor  con- 
dimentados. 

De  aquí  el  origen  de  las  artes. 

Hizo  más  el  hombre. 

Unió  á  sus  hijos  con  sus  hijas  y  creó  la  fami- 
lia, base  de  la  sociedad;  repartió  la  tierra  entre 
ellos  y  esparcidos  estos  por  ésta,  establecieron 
las  tribus,  cuna  de  los  pueblos;  la  precisión  de 
vivir  todos  al  amparo  de  una  equitativa  justicia, 
obligóles  á  someterse  á  determinadas  reglas,  ori- 
gen de  las  leyes. 

Es  decir,  que  la  necesidad  ftmdó  la  familia, 
creó  las  nacionalidades  y  estableció  los  códigos. 

Más  claro:  la  necesidad  lo  creó  todo. 

El  hombre  primitivo,  el  hombre  de  la  natura- 
leza, el  hombre  salvaje,  tiene  muy  pocas  necesi- 
dades; las  indispensables  para  la  existencia. 
En  cambio  el  hombre  de  la  civilización  tiene 
muchas  que,  á  primera  vista,  parecen  super- 
finas, pero  que  le  son  indispensables  á  su  modo 
de  ser,  por  aquello  de  que  la  costumbre  es  una 
segunda  naturaleza. 

Es  innegable  que  la  existencia  impone  al 
hombre  necesidades  ineludibles,  pero  también 
lo  es,  que  éste  se  crea  algunas  de  las  que  fácil- 
mente podría  prescindir. 

Diógenes,  el  único  filósofo  de  la  antigüedad, 
tenía  muy  pocas;  un  tonel  por  albergue  y  una 
escadilla  por  vaso. 

No  obstante  de  esto,  se  escandalizó  dé  si  mis- 
mo, viendo  beber  agua  á  un  niño  en  el  hueco  de 
la  mano. 

— La  niñez  me  enseña  á  despreciar  lo  super- 
fino,— dijo  arrojando  su  escudilla  al  rio. 

No  sabemos  si  haría  lo  mismo  con  el  tonel, 
no  pudiendo  llenarlo  de  verdaderos  amigos. 

Entre  el  hombre  salvaje  que  satisface  sus 
precisas  necesidades  con  una  choza  de  arbus- 
tos, un  traje  de  pieles  y  una  lanza  de  piedra  y 
el  sibarita  que  mora  en  un  artístico  palacio,  vis- 
te con  todo  el  refinamiento  del  lujo  y  se  entrega 
por  placer  á  la  caza,  armado  de  una  ligera  es- 
copeta con  incrustaciones  de  plata,  media  un 
abismo. 

Este  abismo  lo  llena  la«ivilización. 

Generalmente  no  es  más  rico  el  que  posee 
más  dinero,  sino  el  que  tiene  menos  necesida- 
des. 

Por  eso  hay  ricos  pobres,  que  no  les  bastan 
sns  coantiosas  rentas  para  hacer  frente  á  todos 
Bua  compromisos,  como  hay  pobres  ricos,  que 
viven  tranquilamente  sin  ninguna  clase  de  de- 
seos. 

Verdad  es  que  hay  también  ricos  que  viven 
en  la  miseria,  presas  de  la  más  sórdida  avaricia 
y  pobres  que  sacrifican  «u  honra  por  la  maldita 
vanidad  de  pasar  plaza  de  opulentos. 

De  estos  últimos,  los  primeros  prescinden  de 
necesidades;  los  segundos  las  crean  tontamente. 

Los  vicios  son  necesidades  supérfluas;  con  un 
tantico  de  virtud  y  otro  de  voluntad,  podemos 
prescindir  de  ellos. 

La  vanidad  y  el  lujo  también  lo  son. 


A  pesar  de  esto,  todo  tiene  su  compensación. 
La  vanidad  hace  necesario  el  lujo,  este  el  capri- 
cho, el  capricho  la  moda.  Suprimid  la  primera 
y  secaréis  una  de  las  principales  fuentes  del 
trabajo.  Las  vanas  necesidades  de  los  ricos,  cu- 
bren las  verdaderas  necesidades  de  los  pobres. 

La  economía  política  coloca  entre  los  artícu- 
los de  primera  necesidad  el  alimento,  nada  tan 
natural;  pero  yo  añadiría  á  su  lado  la  instmc- 
cióti,  alimento  tan  necesario  á  la  inteligencia, 
como  el  pan  lo  es  al  cuerpo,  para  la  cultura  y 
moralización  de  los  pueblos.  El  libro  Santo  lo 
dice:  sno  sólo  de  pan  se  mantiene  el  hombre;» 
esto  es,  no  sólo  debe  satisfacer  las  groseras  ne- 
cesidades de  la  materia,  también  hay  necesida- 
des morales;  el  amor  ¿no  es  una  necesidad  del 
corazón? 

J.  F.  Sanmartín  y  Aguirre. 


EL  AMOR  DE  LOS  AMORES 


.A.    X^A.    -VIROEIsT 

Perdona  mi  osadía 
si  para  el  canto,  que  del  alma  mía 
hasta  tu  trono  elevo, 
á  pedirte  me  atrevo 
tu  auxilio  celestial,  Virgen' María. 
Pero  te  quiero  tanto, 

con  tanto  afán  en  mi  ansiedad  te  imploro, 
que,  sin  tu  auxilio  santo, 
mal  pudiera  expresar  mi  pobre  canto 
lo  inmenso  del  amor  con  que  te  adoro; 
de  este  amor  que  es  mi  anhelo, 
mi  vida,  mi  ventura  y  mi  consuelo; 
de  este  amor  que  mitiga  mis  dolores; 
de  este  amor  cuya  fe  me  eleva  al  cielo; 
de  este  amor  ¡el  amor  de  los  amores! 

El  es  el  faro  que  mis  pasos  guía 
mostrándome  tu  trono  en  lontananza, 
y  tú  me  lo  inspiraste.  Madre  mía, 
tú  que  eres  mi  placer  y  mi  alegría, 
mi  gloria  y  mi  esperanza. 

Huérfano  y  sin  ventura, 
al  cruzar  de  este  valle  de  amargura 
el  árido  sendero, 
con  mi  planta  insegura 
voy  marcando  de  lágrimas  reguero; 
pero  á  la  vez  que  crece  mi  quebranto 
y  se  acrecienta  el  llanto 
que  brota  de  mis  ojos, 
mas  mi  fe  se  enardece 
y,  ante  tu  altar  postrándome  de  hinojos, 
que  desciendes  del  cielo  me  parece 
para  calmar  mi  pena  y  mis  enojos. 

Un  hijo  yo  tenía, 
un  ángel  que  era  toda  mi  alegría, 
y  con  tanto  cariño  le  adoraba 
que,  al  mirarme  en  sus  ojos,  exclamaba: 
«Si  te  murieras  tú  me  moriría;» 
¡y  se  murió  en  mis  brazos! 
¡en  mis  brazos!...  ¡y  vivo  todavía!... 

¿Quién  .sino  tú,  del  mundo  Soberana, 
con.soló  mi  honda  pena? 
¿quién  infundió  resignación  cristiana 
al  alma  mía  de  amargura  llena? 
¿quién  sino  tú?  Tú  sola  mi  agonía 
lograste  mitigar,  Virgen  María. 

Postrado  ante  tu  imagen,  con  la  palma 
de  mi  rudo  dolor  por  compañera, 
buscando  en  tí  la  Vjienhechora  calma, 
con  toda  la  amargura  de  mi  alma 
tu  amparo  te  pedí  de  esta  manera: 
«Virgen  Santa  que  ves  mi  pecho  triste 
cual  sufre  del  dolor  el  dardo  fiero, 
por  la  resignación  con  que  sufriste 
el  dolor  sin  Segundo 
de  ver  morir  clavado  en  un  madero 
al  Celestial  Cordero, 
al  hijo  de  tu  amor,  ¡al  Rey  del  mundo! 
dame  resignación,  préstame  calma 
y  enjuga  de  mis  ojos  este  llanto 


que  vierto  por  el  hijo  de  mi  alma 

que  huyó  de  mí  cuando  le  amaba  tanto;» 

y  así  como  el  rocío, 

da  nueva  vida  á  las  marchitas  flores, 

en  las  serenas  noches  del  estío, 

til,  en  las  noches  sin  fin  de  mis  dolores, 

nueva  vida  lo  diste  al  pecho  mío. 

Nunca  pensó  que  soportar  podría 
la  muerte  de  mi  madre,  Madre  mía, 
porque  me  amaba  tanto 
y  tanto  yo  la  amaba 
que  con  ella  mis  penas  dividía 
y  con  ella  mis  dichas  aumentaba. 

Cuando, — pensaba  yo, — libre  de  enojos 
mi  madre  sienta  de  la  muerte  el  hielo, 
su  bendición  recibiré  de  hinojos, 
y  me  dará  por  último  consuelo 
la  postrera  mirada  de  sus  ojos. 

Pero  en  infausto  día, 
el  \inico  que  de  ella  estuve  ausente 
y  el  que  menos  su  muerte  presentía, 
la  parca  de  repente 
ahogó  el  aliento  de  la  madre  mía; 
y  cuando  presuroso 
corrí  á  su  lado  con  febril  anhelo, 
de  cuatro  cirios  á  la  luz  incierta, 
sobre  negro  crespón  la  vi  en  el  suelo 
pálida,  inmóvil,  ¡muerta! 

Ante  aquel  cuadro  de  dolor  y  luto 
por  mi  madre,  como  último  tributo, 
una  oración  mis  labios  murmuraron, 
y,  ahogando  de  mi  pecho  los  gemidos, 
á  tí,  que  eres  consuelo  de  afligidos, 
en  mi  aflicción  mis  ojos  se  elevaron. 

Y  asi  como  la  aurora 

las  sombras  rasga  de  la  noche  fría, 
de  mi  dolor  la  sombra  aterradora 
te  dignaste  rasgar,  Vii'gen  amada, 
y  hoy  llora  por  mi  madre  el  alma  mía 
pero  vierte  su  llanto  resignada. 

¡Ay!  Cuantas  otras  veces 
el  cáliz  de  amargura, 
quo  apuraba  mi  peclio  hasta  las  hoces, 
trocaste.  Virgen  pura, 
en  néctar  de  suavísima  dulzura. 

Y  pues  tanto  favor  me  has  concedido, 
¿que  mucho  el  alma  entera  consagrarte? 
Si  quisiera,  mi  amor  para  mostrarte, 
¡haber  de  Dios  cien  almas  recibido 

y  poder  con  cien  almas  adorarte! 

La  que  el  cielo  me  dio  te  ofrecería, 
con  dulce  arrobamiento, 
si  digna  fuera  de  tu  amor  un  día, 
poj-  tí  purificada,  Madre  mía, 
en  el  santo  crisol  del  sufrimiento. 

La  esperanza  de  verte 
me  alienta  en  esta  vida  procelosa, 
y  ¿cómo  no  esperar  tan  dulce  suerte 
si  al  hijo  de  tu  amor  le  dimos  muerte 
y  aún  nos  abres  tus  brazos  amorosa! 

Ábrelos  á  mi  afán,  Virgen  María, 
y,  cuando  llegue  el  día 
que  mire  rotos  los  mundanos  lazos, 
recibe  para  siempre  el  alma  mía 
madre  de  amor,  en  tus  amantes  brazos. 


Carlos  Cano. 


-*- 


TERNEZAS 


-Niña,  cuando  yo  me  muera 
y  al  cielo  me  haya  subido, 
bajaré  todas  las  noches 
á  recoger  tus  suspiros. 

-Después  que  tú  te  hayas  muerto 
mi  dueño  ¡ay!  ¡y  amante  mío!... 
Si  tú  murieras,  yo  al  cielo 
me  subiría  contigo.-. 

EzEQuiEL  Solana. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


159 


MODELO 


— |Te  amo! — me  decía  ayer; 
— |Te  quiero! — me  repetía... 
y  fingiendo  cada  día, 
débil  me  dejé  vencer 
y  su  amor  me  enloquecía. 

— «No  me  dejes:  sé  constante: 
tuya  siempre:  fiel  seré: 
feliz  soy:  mi  pecho  amante 
fuego  encierra  en  este  instante: 
si  me  dejas...  moriré. 

— Vivo  triste:  por  tí  lloro: 
dudo  siempre:  no  sonrío: 
tu  constancia  al  Cielo  imploro: 
tú  eres  mi  rico  tesoro 
y  único  consuelo  mío.» 


Y  esas  frases  que  poco  antes 
mil  veces  me  murmuraba, 
poco  después  las  echaba 
á  otros  dos  ó  más  amantes... 
¿No  es  cierto  que  me  adoraba? 


José  Bakbany. 


-*- 


NUESTROS   GRABADOS 


UN   DfA    JPRI>VaCH*DO 

Cuadro   de  P.   Picknell 

Debe  considerarse  esta  importante  obra,  mejor  como  un 
estudio  de  ciertos  fenómenos  de  la  luz,  el  ambiente  y  el  co- 
lor que  no  como  cuestión  pictórica.  Así  la  figura  como  los 
accesorios  están  tratados  á  lo  naturalista,  resultando  una 
escena  viviente  por  la  fuerza  del  relieve,  á  costa  de  la  pers- 
pectiva aérea. 

PfNTORBS    AUí^TBAl.tAKOB 

Paitaje,  por  Palermn.—En  la  choza,  cuadro  de  Ashíon 

Ambos  grabados  son  un  bonito  ejemplo  del  grado  de  ade- 
lantamiento que  han  alchnzado  ya  los  artistas  de  la  Austra- 
lia. Una  y  otra  obra  son  muy  características,  como  tomadas 
del  natural.  Paterson  es  considerado  como  el  mejor  pintor  de 
aqtiel  continente,  aprovechando  hábilmente  las  lecciones  re- 
cibidas en  Europa.  Ashton,  por  su  parte,  fe  distingue  por  sus 
excelentes  facultades  para  la  figura,  como  puede  verse  en  su 
cuadrlto  de  En  la  choza. 

BOTADURA    DKL    ACORAZADO    ISPaSOL   «PÍLATO» 
KN     LA     SKTNK,    TOLÓH 

Dibvjo  rfe  Agarta 

El  5  de  Febrero  último  fué  botado  al  agua,  en  Tolón,  con 
feliz  éxito,  el  nuevo  barco  que  á  costa  de  crecientes  sacrificios 
impuestos  á  la  nación  poseerá  nuestra  marina  de  guerra.  Si- 
gúese discutiendo  la  utilidad  de  tales  naves;  pero  en  fin,  lo 
hecho  hecho  está  y  no  vale  ya  pensar  si  hubiera  sido  prefe- 
rible, dentro  del  presupuesto  respectivo,  dar  otra  inversión 
á  los  18  millones  de  pesetas  que  por  ahora,  sin  artillado  ni 
otras  cosas,  cuesta  el  barco. 

Los  planos  del  Pelnyo  han  sido  obra  de  monsieur  Lagane, 
ingeniero  en  jefe  de  los  talleres  de  la  Seyne,  (Tolón). 

Las  dimensiones  del  buque,  la  fuerza  de  la  máquina  y  su 
velocidad  son  las  siguientes: 

Eslora 105'60  m. 

Manga. 20'20  m. 

Puntal 15'50  m. 

Calado 7'50  m. 

Desplazamiento,  cargado.     ...  9  000  toneladas. 

Fuerza  de  la  máquina 6  800  caballos. 

Máximum  de  esta  fuerza.     .     .     .  8.000       id. 

Velocidad 15  á  16  nudos  por  hora 

El  Pelayo  es  de  acero;  el  casco  está  dividido  en  145  celdas 
estancas  que  aseguran  la  flotabilidad  del  buque  aún  en  caso 
de  averias  resultantes  de  balas  ó  torpedos. 

La  coraza  tiene  45  centímetros  de  espesor  y  su  altura  me- 
dia es  de  2'10  m  ;  quedando  1'50  m.  bajo  la  linea  de  fiota- 
ción. 

El  artillado  consistirá  en  2  cañones  de  32  centímetros, 
emplazados  uno  á  popa  y  otro  á  proa  y  otros  dos  de  28  cen- 
tímetros, uno  por  banda.  Los  cuatro  son  del  sistema  Gon- 
zález Ilontoria  y  están  instalados  en  sendas  torres  barbetas, 
provistas  de  un  blindaje  A^iO  centímetros  de  espesor. 

La  batería  alta  contendrá  12  cañones  Hontoria  de  12  cen- 
tímetros y  uno  de  10  en  proa. 

Completarán  el  armamento  gran  número  de  cañones- 


revólver  de  tiro  rápido  contra  los  torpederos  y  siete  tubos 
lanza-torpedos. 

El  aparato  motor  está  constituido  por  12  calderas  cuya 
superficie  ocupa  2.170  metros  cuadrados. 

Las  dos  máquinas  motrices  compound  son  verticales  y 
están  colocadas  simétricamente  con  relación  al  eje  del  barcoi 
moviendo  cada  una  una  hélice. 

El  Pelayo  podrá  quedar  completamente  armado  y  estará 
en  disposición  de  hacerse  á  la  mar  á  principios  del  año  pró- 
ximo. 

La  ceremonia  de  la  botadura  fné  muy  lucida,  asistiendo 
el  obispo  de  Tolón  y  el  ministro  de  marina  español.  Pronun- 
ciáronse entusiastas  brindis  y  Juan  Aycard  leyó  núes  versos 
en  honor  á  la  unión  de  las  rnzas  latinas. 

La  prensa  francesa  ha  hecho  grandes  elogios  de  este  bar- 
co y  de  la  actividad  que  en  su  construcción  ha  desplegado  la 
Societé  des  Forges  et  chantierí  de  la  Medilerranie. 

LA     FAUtLIA 

Cuadro  de  Miguel  Ángel  Lupt.— Dibujo  de  P.y  Valor 

Con  justa  razón  obtuvo  esta  bellísima  obra  premio  de  se- 
gunda clase  en  la  Exposición  de  1871,  figurando  hoy  en  las 
galerías  del  Museo  Nacional.  Es  un  lienzo  profundamente 
simpático  asi  por  el  asunto  como  por  su  ejecución,  y  del  cual 
ha  hecho'el  Sr.  Plá  y  Valor  el  más  feliz  traslado  en  su  hermo- 
so dibujo. 

RUSIA:    LA  TOhBI  DKL  KREMLIN   EN  SIJNI   NOVGOROD 

Fundada  en  1222  en  las  elevadas  orillas  del  Volga,  en  la 
confluencia  del  Oka,  puede  considerarse  dividida  Nijni  en 
cuatro  barrios:  la  fortaleza,  la  ciudad  alta,  la  baja  y  los  arra- 
bales. 

El  Kremlirí  es  una  imponente  fortaleza  flanqueada  por 
trece  torres  y  en  su  interior  se  levanta  la  catedral  donde  re- 
posan los  antiguos  principes  del  país. 

LA    GRUTA  AZUL  DR    LIKDBRHOF   (baVIERa) 

Dibujo  original  de  Haberlo  A$smu8 

Fué  la  construcción  de  esta  gruta  uno  de  tantos  caprichos 
como  le  dio  la  real  gana  de  llevar  á  cabo  al  difunto  rey 
Luis  II  de  Baviera.  Aquel  monarca,  irresponsable  dos  veces, 
por  la  Constitución  y  por  haberse  chiflado,  quiso  darse  el 
gustazo  de  realizar  prácticamente  las  extravagancias  del  1.0- 
hengrin  y  á  este  objeto  gastó  una  inflnidad  de  millonadas  en 
construcciones  estrafalarias  De  lo  cual  resulta  que  hubiera 
sido  mucho  mejor  que  asi  que  dló  pruebas  de  estar  ido  hu- 
biese empuñado  las  riendas  de  la  monarquía  su  señor  tío  el 
actual  regente,  menos  aficionado  de  seguro  á  decoraciones 
que  el  Bey  Virgen,  y«  que  así  le  llaman  poéticamente  algu- 
nos á  Luis  II,  á  quien  Dios  haya  perdonado  en  su  Infinita 
misericordia. 

PAZNA     INTKRRUMPIDA 

Cuadro  de  Beadle 

Recuerda  este  cuadro  la  manera  de  Millet;  hay  gran  ele- 
vación en  el  modo  de  concebir  el  cuadro;  las  figuras  apare- 
cen dramatizadas  y  el  movimiento  de  la  tempestad  está  ex- 
presado c  m  vaporoso  claro-oscuro.  Es  una  obra  notable, 
muy  humana. 

ROBLES   T   HAYAS 

Es  este  grabado  un  bonito  estudio  del  asunto  que  Indica 
el  titulo.  No  parece  sino  que  el  majestuoso  roble  y  la  cor- 
pulenta haya  forman  como  una  pareja...  de  enamorados,  y 
vaya  V.  á  saber  si  realmente  no  existen  entre  los  dos  gigan- 
tes secretas  simpatías.  Ello  es  que  sorprende  la  armonía  que 
producen  y  que  algo  debe  de  haber  para  que  los  dos  crezcan 
con  igual  lozanía  en  tan  corto  espacio  de  terreno.  No  sea- 
mos esclusivistas  pretendiendo  que  sólo  pueden  amarse  los 
seres  del  resorte  de  la  zoología. 

APUNTES   DEL   PUERTO   DK    BARCELONA 

Dibujo  de  Passos 

Estos  apuntes  dan  una  idea  exacta  de  lo  que  se  proponen 
reproducir;  vése  lo  que  es  el  puerto  de  Barcelona,  siempre 
animado  y  pintoresco. 

MODAS   EN   CINTURAS 

Quizás  no  debe  imputarse  como  el  mayor  crimen  ala  her- 
mosa viuda  de  Enrique  II  de  Valols  la  sangrienta  jornada  de 
la  noche  de  San  Bartolomé;  otra  barrabasada,  mucho  más 
odiosa  todavía,  pesa  sobre  su  memoria:  la  introducción  del 
corsé  en  Francia,  acogido  con  entusiasmo  por  el  alado  escua- 
drón de  querubines  que  capitaneaba  Catalina  de  Mediéis.  Es- 
taba visto  que  la  astuta  italiana  había  nacido  únicamente 
para  causar  desgracias. 

Como  sucede  siempre,  exageróse  con  la  imitación  la  de- 
formidad puesta  de  moda  por  la  soberana  y  en  tiempo  del 
execrable  Enrique  III  llegó  á  su  colmo  la  extravagancia 
pretendiendo  las  depravadas  damas  de  su  corte  competir 
con  las  avispas  en  punto  á  delgadez  de  cintura. 

Habla  sido  mucho  más  juiciosa  la  moda  en  el  siglo  xv, 
según  puede  verse  por  el  grabadito  correspondiente,  que 
representa  una  dama,  viuda  de  un  cortesano  de  Carlos  el 
Temerario;  es  un  traje  severo;  el  clnturón  es  rojo  con  ador- 
nos de  oro. 

Juana  ele  Flandes  pertenece  al  siglo  xiv;  su  traje  es  el 
que  usaban  las  señoras  de  alto  copete. 


La  viuda  de  San  Luis,  Margarita  de  Provenza,  no  hay  que 
decir  que  corresponde  al  siglo  xiii;  lleva  un  gabán  ó  túnica, 
de  cuyo  conjunto  puede  formarse  mejor  idea  fijándose  en  la 
imagen  de  Sania  Catalina,  de  la  misma  época 

Sania  Badegunda  nos  da  una  idea  de  la  moda  que  reinaba 
en  punto  á  cinturas  en  el  siglo  xii.  En  este  tiempo,  usábanse 
ya  corsés  en  Inglaterra,  mereciendo  que  un  caricaturista  de 
la  época  satirizar»  tan  perniciosa  costumbre  en  el  dibujo  que 
Intituló  Mangas  y  cotillas. 

Púsose  de  moda  en  el  siglo  xiv  dejar  los  clntnrones  las 
casadas  y  esto  se  ve  en  el  grabado  Dama  desceñida.  En  cam- 
bio la  Reina  ceñida,  qne  no  es  otra  que  Berenguela,  esposa 
de  Ricardo  I.  Corazón  de  León  nos  da  idea  de  las  cinturas 
que  se  llevaban  en  el  siglo  xn.  No  era  muy  gracioso,  aunque 
se  Imite  hoy  en  día,  el  sobretodo  que  usaban  las  damas  in- 
glesas durante  el  período  de  la  dominación  sajona,  pero  in- 
dudablemente constituía  un  modelo  de  buen  gusto  la  moda 
que  en  materia  de  cinturas  reinó  en  la  época  del  bajo  imperio 
romano. 

MOSCOU:  TORRE   DEL   KREULIN  í  IGLESIA  DEL  SALVADOS 

•Todo  es  allí  grande,  extraño,  caprichoso,  magnífico,— 
dice  un  viajero  hablando  del  Kremlin,— y,  sin  embargo,  mag- 
nifico. Todo  parece  que  revela  las  grandes  pasiones  que  sin- 
tieron los  antiguos  moscovitas  > 

Basta  examinar  el  grabado  para  convencerse  de  la  verdad 
de  las  palabias  de  M.  de  Saint-Julien.  La  iglesia  del  Salvador 
en  el  í>08gue,  levantada  á  orillas  del  Moscowa,fué  fundada 
en  1330,  siendo  la  más  antigua  de  la  ciudad.  Su  arquitectura 
es  mitad  bizantina,  mitad  tártara;  la  base  es  casi  cuadrada, 
con  cuatro  enormes  pilares  que  sostienen  la  bóveda,  sóbrela 
que  se  eleva  una  espléndida  cúpula  de  oro  rodeada  por  cua- 
tro más  pequeñas.  Distingüese  esta  catedral  por  la  gran  ele- 
vación de  sus  naves. 

En  cuanto  á  la  Torre,  edificada  en  tiempo  de  Ivan  el 
Grande,  es  un  monumento  imponente  por  su  severidad,  do- 
minándose desde  arriba  el  inmenso  panorama  que  ofrecen  la 
ciudad  y  sus  contornos. 


-*- 


LA  FUENTE  DE  LOS  CURRUTACOS 


(CONTINUACIÓN) 

XV 

DE    DAMA    EN    DAMA 

Al  día  siguiente  fray  Nolasco  estaba  ence- 
rrado en  su  celda  dando  la  última  mano  á  una 
jaula  para  criar  canarios,  pues  el  oficioso  varón 
reunía  muy  buenas  cualidades  para  ello,  cuando 
el  criado  de  doña  María  Luisa  pasó  á  entregar- 
le dos  cartas  de  su  señora. 

El  carmelita  leyó  detenidamente  las  dos  mi- 
sivas, la  una  dirigida  á  doña  Cándida  y  la  otra 
á  su  esposo,  y  después  de  enterarse  de  su  con- 
tenido, exclamó  ocultándose  los  dos  billetes  en 
la  manga  derecha  de  su  hábito: 

— ¡Bien,  muy  bien!  El  género  epistolar  lo 
maneja  magistralmente  la  bribonzuela.  Son  dos 
cartitas  que  valen  un  mundo.  No  las  hubiera 
escrito  yo  mejor.  Ahora  veremos  el  efecto  que 
producen. 

Cerró  la  celda  con  llave,  la  cual  dejó  en  manos 
del  prior  que  parecía  un  salmón  envuelto  en  ro- 
pas, bajó  á  la  portería  y  salió  á  la  calle  en  el  mis- 
mo instante  que  todos  los  demás  monjes  de  su  co- 
munidad juntos,  y  á  solas,  fingían  al  portero 
asuntos  de  gran  monta  que  les  obligaban  mal 
de  su  grado  á  abandonar  en  aquella  hora,  eran 
las  tres  de  la  tarde,  su  pacífica  y  religiosa 
vivienda. 

Fray  Nolasco  se  dirigió  á  la  calle  del  Naza- 
reno á  sacar  los  diablos  del  cuerpo  á  una  dama 
endemoniada,  que  los  ángeles  rebeldes  habían 
tomado  por  su  cuenta,  ocasionándole  los  más 
crudos  y  endiablados  dolores,  y  terminado  tan 
edificante  ejercicio  pasó  á  casa  de  doña  Cán- 
dida, la  cual  le  recibió  en  el  estrado  obligándole 
á  tomar  asiento  en  el  sofá,  y  encomendando  de 
paso  á  la  doncella  que  preparase  el  aromático 
chocolate  y  los  indispensables  azucarillos  con 
que  obsequiar  á  tan  piadoso  varón. 

El  carmelita  tomó  un  polvo,  y  después  de  cer- 
ciorarse de  que  don  Leandro  se  hallaba  ausente, 
murmuró  con  campanudo  acento: 

— Cuando  manifesté  á  su  merced  que  la  reca- 
tada y  nobilísima  señora  doña  María  Luisa  se 
hallaba  inocente  de  las  pecaminosas  inclinacio- 
nes de  su  señor  esposo,  tenía  motivos  para 
ello. 


160 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


— [Ay  padre,  lo  que  vieron  mis  ojos!... 

— Ya  le  maiifesté  que  nada  veían. 

— ¡Si  así  fuera! 

-—Así  es,  señora  mía,  así  es.  Amigo  como  el 
primero  de  la  verdad,  como  enemigo  de  todo 
aquello  que  esté  reüido  con  los  sanos  y  justos 
principios  de  la  religión,  llamé  aparte  á  mi 
virtuosa  hija  espiritual,  y  lapobrecilla,  llorando 
como'una  Magdalena,  me  expuso  todo  cuanto 
le  había  dicho  don  Leandro,  jurando  y  perju- 
rando que  no  había  en  ello  mácula  de  pecado 
mortal. 


MOSCOU: 

LA  TORRE 

DEL  KREMLIN  Y  LA 

IGLESIA  DEL 

SALVADOR 


— Su  paternidad  es  muy  bueno,  y  las  mu- 
jeres muchas  veces^dicen  lo  que  no  sienten. 
— Pero  doña  Cándida,  yo  sé  muy  bien 
de  que  pié  cojea  toda  hija  de  Eva,  pues  fel 
confesonario  es  un  lavadero  espiritual  en  don- 
de se  sumerja  in  puribus  la  conciencia  humana. 

• — Siempre  queda  algún  rinconcillo  oscuro, 
padre  mío. 

— La  luz  del  Espíritu  Santo  lo  ilumina  todo, 
y  en  prueba  de  ello,  aquí  tiene  la  carta  que 
doña  María  Luisa  me  ha  entregado  para  V.  y 
en  que  pone  de  manifiesto  toda  la  lealtad  de  su 
alma. 

— ¡Y  se  atreve  á  escribirme! 

— ¿Y  por  qué  no,  si  el  único  dardo  que  agui- 
jonea su  alma  es  haber  ofendido,  involuntaria- 
mente y  sin  poderlo  evitar,  á  su  merced? 
r^Doña  Cándida  se  caló  las  antiparras  y  leyó 
la  carta  de  la  viudita. 

A  medida  que  adelantaba  en  su  lectura  iba 
serenándose  el  rostro  de  la  celosa  mujer. 

El  carmelita  iba  observando  tranquilamente 
el  efecto  de  la  misiva  llenando  de  tabaco  sus 
desaforadas  narices. 

Aquella  carta  relataba  cuanto  hizo  y  dijo  don 
Leandro  las  dos  veces  que  la  visitó  en  su  gran- 
ja, pidiendo  la  infrascrita  mil  perdones  por  los 
disgustos  que  involuntariamente  hubiera  podi- 


do ocasionar  á  la  digna  esposa. 
Doña  Cándida  respiró  fuer- 
temente como  si  le  hubiesen 
quitado  un  enorme  peso  de 
mitad  del  afligido  corazón. 

— ¿Respira  V.  ahora,  doña 
Cándida? — preguntó  el  fraile. 
— [Respiro,  piadosísimo  pa- 
dre! ¿Cómo  pagarle  tantas  bon- 
dades? Desde  hoy  le  prometo 
añadir  al  santo  rosario  que 
rezo  todos  los  días  un  padre 
nuestro  para  que  Dios  alargue 
su  trabajosa  existencia. 

— Gracias,  noble  dama,  gra- 
cias. ¿Pero  V.  ha  puesto  en 
práctica  sus  dengues  y  men- 
gues para  volver  al  marido  á 
buen  reclamo? 

— ¡Ay  padre  mío,  si  hago 
cuanto  puedo,  y  nada,  nada 
consigo! 

— ¡Conque  nuestro  hombre 
no  se  da  por  entendido! 

— ¡Es  un  bribón,  paire  mío, 
os  un  bribón! 

— Pues  entonces  lo  que  in- 
teresa es   darle  una  lección 
muy  seria.  Hasta  ponerle  en 
cuclillas  no  desisto  de  mi  idea. 
— Eso  es  lo  que  digo  yo. 
— Pues  atienda  V.  señora  y 
escuche  mi  plan,  que  lo  bende- 
cirá eternamente. 
— Veamos. 
— ^Atienda  usted. 
— Con  toda  el  alma,  señor. 
Doña  Cándida  se  hizo  toda 
oídos;  el  carmelita  inclinó  el 
cuerpo  hacia  delante,  bajó  la 
voz  y  entre  picara  sonrisa  ex- 
puso al  oído  de  la  mujer  del 
golilla  toda  la  trama  que  había  concebido  para 
reírse  á  costas  del  amartelado  galán. 

Doña  Cándida  prorumpió  en  una  estrepitosa 
y  franca  carcajada,  ocultándose  el  restaurado 
rostro  con  su  finísimo  pañuelo  de  batista. 

El  fraile  reía  á  la  vez  alegre  y  satisfecho  de 
la  buena  acogida  que  había  tenido  su  original 
pensamiento. 

— ¡Ay  padre  mío, — manifestó  la  dama, — y  de 
que  gran  talento  le  han  dotado  los  cielos!  ¡Qué 
bueno,  qué  juicioso  y  qué  sapientísimo  es  su 
merced. 

— Señora,  yo  no  soy  más  que  un  indigno 
siervo  de  Dios  que  procura  volver  la  paz  á  las 
almas  atribuladas. 

En  aquel  momento  se  presentó  la  doncella 
con  una  bandeja  en  brazos  con  el  correspondien- 
te chocolate,  bizcochos  y  azucarillos  que  colocó 
sobre  un  velador. 

El  monje  engulló  de  buenas  ganas  todo  cuanto 
encontró  á  mano  y  una  vez  terminado  el  refri- 
gerio se  levantó  pausadamente  murmurando: 

— Que  Dios  esté  de  continuo  en  esta  casa. 
Prosiga  usted  con  los  mimos  y  remimos,  ojos 
dulces  y  palabras  tiernas  y  nosotros  continua- 
remos tendiendo  la  red  para  pescar  pecadores. 
La  dama  giró  los  ojos  al  cielo-raso  de  la  sala, 
cogió  el  escapulario  del  monje,  imprimió  en  él 
sus  mundanos  labios  y  el  fraile  le  echó  ceremo- 
niosamente la  bendición. 

Fray  Nolasco  con  la  cabeza  erguida,  alegre 
como  unas  castañuelas  y  llenando  las  calles  con 
su  religiosa  majestad  se  encaminó  á  casa  de  su 
hija  espiritual  que  le  aguardaba  con  suma  im- 
paciencia, á  darle  cuenta  de  la  entrevista  que 
acababa  de  tener  con  la  ya  pacífica  y  confiada 
doña  Cándida. 


(Se  continuará.) 


Tkancisco  Gras  y  Elías. 


íDIHISTUCIOS:  Cirt«,  365-367,  Ruii  Molinjs,  Editor. — Rísíríaíos  los  dereelios  de  propiedad  írtístiea  j  literaria. — las  reclamacioDes  en  Madrid,  ai  represeotaote  de  esta  Casa  D.  Mannel  Plá  y  Valor,  Apodaca,  10, 2." 

)  INSÉRTESE  Ó  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINCUN  ORIGINAL  ( — 


KSTABLBCIMIBNTO  TlPOORÁFICO   DE   B.   BaSBOA.— CALLB  DB  ViLLARBOBL,  HÚM.    17,  ENSANCHE  DE   SAN  ANTONIO.— BAHCBLONA. 


Año  7 


SEMANARIO     CIENTÍFICO.     LITERARIO     Y     ARTÍSTICO 


ESPAÑA 

Un  año 12'60  ptas. 

Un  semestre 6'50     ■ 

Número  suelto.     .     .     .  0'25     ■ 

PORTUGAL 

snscrición  pagadera  scmanalmente 

Onda  número.  .     ,     .  .W  reís. 


Barcelona  12  de  Marzo  de  1887 


CUBA  T  PUEETO-RICO 

Un  año 5  pesos  oro. 

Eu  el  resto  de  América  fijan  el  precio 
los  señores  corresponsales. 

EXTRANJERO 
Un  año.    ......    18  pesetas. 


Núm.  219 


»,; 


''*ÁH(Af>.A  l/toi>aj.., 


NADEJE  (Oibi^o  de  J.  Dvorak) 


162 


LA  ILÜSTRACtON  IBÉRICA 


SUMARIO 

Tmxtv.— Madrid,  Caria»  á  wú  prima,  por  FerDinflor.— Za 
eus  d€  Adr»  Lapa  (oontinnación>,  por  Juan  Tomás  Sal- 
raaj.—MmUa  ttntjíífa,  por  Alfredo  Opisso.— ¿a  atoaado 
dt  la  «wrtt,  por  Fnnoiwo  Flores  García  —Alguno»  anleee- 
<i uNt  UtUrtim  (M  thntatate.  por  Joaquín  OlmediUa  y  Pulg. 
—¿•(ylcvariof  (poesía),  por  Vicente  Riva  Palacio —to- 
ra dr  «mor  (pócete),  por  José  Borras.  — rfr«o«,  por  Ricar- 
do Cano— ^(,  Xrperama  y  Cartead  '.poesía),  por  Jacinto 
Labaija.  — Nueatroa  grabados.— Z.a  ytaiKc  de  los  atmUueot 
(oontinuaclAn),  por  riaaelaco  Gras  y  Ellas. 

GiiBiDos.- Kadeje— VUUde  Don.  — Córdoba:  Entrada  de 
la  ciudad  por  el  puente. —El  tI^o  enamorado— Mlss  Net- 
Ue  Huzlejr.-Palsaje— Berlín.— El  taller.— Carlos  Sant- 
ler-— Lucrecia  Donatl.  Saronarola,  (torjaduras  de  Juan 
Baatlanlnl.— (}«adoi<\;ara.'  Portada  del  Palado  del  Infan- 
tado—-Ecce  undlla  Pomini.- 


MADRID 


CAJRTA-S    A.    JíOX    FTíH^A. 


ASUNTOS  DIVERSOS 

pACE  días  que  se  habló  de  regicidio.  No 
parece  ser  cierto;  el  hombre  que  al  pasar 
la  reina  en  coche  por  la  calle  quiso  arro- 
jar dentro  del  carruaje  un  paquetito,  debe  ser 
un  pobre  que  se  valia  de  aquel  medio  para  en- 
viarla una  súplica.  El  pueblo  difícilmente  puede 
hacer  llegar  sus  ruegos  hasta  los  reyes  y  cuando 
no  tiene  otro  medio,  les  bombardean  con  memo- 
riales. Recordarás  haber  visto  muchas  tardes 
delante  de  la  puerta  de  palacio,  á  la  hora  que 
salen  los  reyes  6  las  infantas,  muchos  hombres 
y  mujeres  que  esperan,  charlan,  accionan  y  ges- 
ticulan, queriendo  todos  ponerse  en  primera  fila, 
luchando  para  esto  con  los  centinelas  y  porte- 
ros. Son  necesitados,  haraganes  y  buscavidas 
que  solicitan  dinero,  socorro  para  baños,  para 
medicinas,  destinos,  ropas,  en  fin,  cuanto  nece- 
sitan. Para  muchos  el  rey  es  como  el  sol  que 
debe  dar  á  todos  luz,  calor,  salud  y  alegría. 
Cuando  los  de  este  grupo,  que  aguarda  con  los 
ojos  fijos  en  el  vestíbulo,  ven  que  los  lacayos  se 
apresuran,  y  los  porteros  abren  paso  y  los  cen- 
tinelas se  cuadran,  no  pueden  contener  su  impa- 
ciencia, sacan  sus  memoriales,  los  enseñan,  ha- 
cen el  último  esfuerzo  por  romper  la  línea  y  los 
entregan  al  palaciego  que  acompaña  á  las  rea- 
les personas.  El  coche  pasa,  toda  aquella  tur- 
ba de  angustiados  6  de  bribones  se  inclina  y 
salada,  disolviéndose  al  fin,  bajo  la  impresión 
divina  de  la  esperanza.  Así  es  que  nadie  ha  dado 
importancia  al  caso  y  la  reina  continúa  saliendo 
sin  acompañamiento  en  su  carruaje  de  dos  ca- 
ballos. Se  va  perdiendo  ya  la  costumbre  de  que 
los  reyes  salgan  precedidos  de  batidores  y  se- 
guidos de  aquella  gran  escolta  que  espantaba 
la  calle,  que  hacia  retemblar  los  edificios,  es- 
tremeciendo el  pavimento  con  sus  pesados  tro- 
tones. No  es  ya  sólo  cuestión  de  seguridad  per- 
sonal, es  cuestión  de  buen  gusto.  Por  otra  parte 
sería  innecesaria  precaución;  sólo  algún  loco 
podría  intentar  la  muerte  de  la  reina  y  no  hay 
escoltas  que  valgan  contra  la  locura.  Buen 
ejemplo  de  ello  nos  da  la  historia  contemporá- 
nea de  Rusia;  allí  las  precauciones  no  han  res- 
guardado la  vida  de  los  autócratas.  Solo  el  amor 
y  el  respeto  de  los  pueblos  guardan  bien  á  los 
reyes. 

En  tu  carta  del  otro  día  me  indicabas  con  sa- 
tisfacción las  ventajas  que  obtiene  la  mujer  en 
la  vida  social  y  pública,  refiriéndote  á  la  pro- 
posición votada  por  el  Senado  de  Albany,  con- 
cediendo á  la  mujer  el  derecho  de  sufragio  en 
las  elecciones  municipales;  no  cabe  duda  que 
vais  obteniendo  concesiones  importantes  y  no 
dudo  que  dentro  de  algún  tiempo  obtendréis  no 
solo  el  de  votar  los  ayuntamientos  que  empie- 
dran las  calles  en  que  ponéis  vuestros  lindos 
pies,  sino  los  mismos  gobiernos  que  conocen 
peor  que  vosotras  á  los  diputados,  vuestros  ma- 
ridos. Hay,  en  efecto,  mucho  de  preocupación, 
de  rutina,  en  el  apartamiento  sistemático  en 
qne  os  tenemos  de  todo  aquello  que  es  actividad, 


fortaleza  y  entendimiento...  Pero  el  hombre  y 
la  sociedad  son  todo  caprichos,  contrasentidos  y 
absurdos. 

Para  evidenciarlo,  basta  dirigir  la  vista  sobre 
los  actos  de  la  primera  3' más"  brillante  figura 
de  la  situación;  que  lo  es,  naturalmente,  la  rei- 
na. Elegir  á  un  alcalde  ó  á  un  diputado,  creo 
que  es  algo  más  difícil  que  dirimir  las  contien- 
das entre  muchos  hombres  y  muchos  partidos. 
Pero  hasta  en  las  ocupaciones  diarias  de  una 
reina  encontrarás  justificada  tu  protesta.  Todos 
los  hombres  convenimos  en  que  la  mujer  está 
muj-  bien  paseando  por  la  Castellana,  siendo,  si 
es  guapa,  el  ornamento  del  paseo  y  el  recreo  de 
los  ojoá;  pero,  ¿á  quién  se  le  ocurre  que  una  mu- 
jer pueda  ser,  por  ejemplo,  capitana  de  corace- 
ros? Sin  embargo,  nadie  encuentra  motivo  de 
critica  en  la  visita  que  ayer  hizo  la  reina  al 
Parque  de  artillería.  Allí  estuvo;  allí  la  recibie- 
ron el  ministro  de  la  guerra,  el  director  del 
arma,  el  capitán  general  de  Madrid,  y  otros,  que 
reconocían  por  muy  superiores  á  sus  entorcha- 
dos las  blondas  de  la  regente.  Y  á  nadie  le 
asombraba  que  una  mujer,  seguida  de  otra 
dama,  de  una  duquesa,  examinase  el  material 
existente,  el  montaje  y  todos  los  demás  útiles 
del  nuevo  cañón  inventado  por  el  comandante 
Sotomayor,  ni  que  le  felicitase  por  su  teiTÍble , 
invento.  ¿Por  qué  nadie  se  admira  de  esto? 
¡Porque  no  se  trata  de  una  mujer,  sino  de  una 
reina! — dicen  los  hombres  de  Estado,  dice  la 
sociedad,  dicen  todos  los  hombres,  decís  vosotras 
mismas. — Pero,  ¿es  que  las  reinas  no  son  muje- 
res? Hé  aquí  lo  que  son  las  preocupaciones.  Nos 
creemos  seres  inteligentes  siendo  como  somos  tan 
ciegos  de  espíritu.  Admitimos  que  una  mujer 
siendo  reina,  pueda  tenerlo  todo,  virilidad,  cien- 
cia, genio  político;  pero  no  concedemos  que  pueda 
tener  esto  sin  habérsela  coronado.  Y  lo  mejor 
es,  que,  en  efecto,  los  grandes  reyes  de  la  his- 
toria no  han  sido  reyes,  sino  reinas.  Y  si  de  las 
cuestiones  políticas  pasas  á  otras,  en  todas  ve- 
rás los  mismos  absurdos,  que  prueban  la  poca 
sustancia  del  cerebro  del  hombre.  Pero  que  más, 
yo  que  reconozco  todo  esto,  que  iodo  esto  cen- 
suro, ¿estoy  exento  de  preocupación,  por  ven- 
tura? No,  }'o  declaro  qiie  á  pesar  de  Semiramis 
y  de  Isabel  la  Católica  y  Catalina  de  Rusia,  no 
puedo,  sin  repugnancia  del  espíritu,  imaginar- 
me á  una  mujer  aprobando  ó  desechando  un 
cañón  con  un  golpe  de  su  abanico.  Pero  basta 
de  disquisiciones. 

Me  hizo  gracia  cuanto  so-  te  ocurre  sobre  otra 
proposición  presentada  al  Congreso  de  Texas,  y 
por  la  cual  se  impone  una  contribución  muy 
crecida  á  los  solteros  de  más  de  30  años;  con- 
tribución que  será  repartida  entre  las  viudas  y 
huérfanos.  Desde  luego  ese  proyecto  manifiesta 
la  convicción  que  tienen  sus  autores  de  que  la 
soltería  es  una  ventaja.  No  pedirían  nada  con- 
tra los  solteros  si  les  creyesen  desgraciados. 
¡Dejémosles, — dirían, — con  su  desgracia!  Pero 
la  tal  proposición  está  redactada,  sin  duda,  por 
algunos  envidiosos.  Los  solteros  probablemente 
la  pagarían  con  gusto.  En  vano  se  declamará 
contra  el  celibato  mientras  las  costumbres  so- 
ciales le  favorezcan  y  donde  la  vida  no  sea 
barata.  La  mujer  ha  venido  á  ser  un  artículo  de 
lujo.  Tú  vives  en  París  y  sabes  más  de  esto  que 
cuanto  yo  pudiera  decirte.  En  otros  tiempos 
quien  no  tenia  casa  no  tenia  ni  donde'  comer  ni 
donde  dormir,  ni  quien  diese  oídos  á  sus  pérfi- 
das insinuaciones.  Esto  dicen  al  menos  los  mo- 
ralistas de  antaño.  Pero  hoy  en  día,  lo  único 
que  se  necesita  es  dinero;  con  él  te  reciben  en 
los  mil  restoranes  de  la  ciudad,  con  él  encuen- 
tras toda  clase  de  ropa  á  precios  ínfimos,  sin 
qne  tangas  que  mantener  en  tu  casa  mujer  que 
te  cosa  ni  que  te  zurza.  La  libertad  de  las  cos- 
tumbres ha  declarado  beligerantes  á  las  horizon- 
tales; y  no  encuentra  censurable  que  un  joven 
ó  un  viejo  viva  con  mujer  que  no  es  suya  ante 
la  Iglesia.  Cuando  alguien  dice:— ¡Voy  á  ca- 
sarme!— todos  le  aconsejan: — ¡No  sea  V.  tonto! 
— Pero  lo  grave  es  que  si  se  necesita  poco  di- 
nero para  vivir  en  soltería  se  necesita  muchísi- 
mo para  vivir  en  matrimonio.  La  educación  de 
la  mujer  se  ha  perfeccionado,  y,  por  lo  tanto,  to- 


das las  que  no  son  criadas  de  servicio  han  ve- 
nido á  constituir  una  clase  vastísima,  cuyas 
necesidades  materiales  ó  intelectuales  son  las 
mismas  porque  nada  desconocen  de  cuanto  la 
sociedad  y  el  mundo  pueden  ofrecer  de  grato  á 
los  sentidos  y  al  espíritu.  La  baratura  de  los 
trajes,  de  las  diversiones  y  de  los  libros  esta- 
blecen esa  igualdad  de  aspiraciones.  El  lujo  es 
la  aspiración  de  las  señoritas,  y,  en  efecto,  se 
necesita  ser  muy  rico  para  satisfacer  sus  ambi- 
ciones. El  soltero  que  con  pocos  recursos  vive, 
goza  y  triunfa,  no  se  aviene  á  renunciar  á  todo 
esto  para  satisfacer  la  vanidad  de  una  linda 
muchacha.  Así  es  que  perlas  calles  y  paseos  de 
Madrid  van  legiones  de  nuichachas  solteras 
muy  emperifolladas  y  blanqueadas,  cubiertas 
de  monstruosos  sombreros  y  maniobrando  con 
antucas  formidables;  pero  que  á  pesar  de  todas 
estas  condiciones  relevantes  no  encuentran  quien 
se  decida  á  costear  la  pintura  de  sus  rostros  ni 
sus  espléndidos  trapos.  El  soltero  sabe,  además, 
por  experiencia,  que  la  rigidez  de  las  costum- 
bres no  es  gala  de  este  siglo  y  que  es  cosa  co- 
rriente buscar  en  el  amanite  los  regalos  y  el 
dinero  que  niega  el  esposo.  Por  regla  general 
las  mamas  suelen  decir  á  las  hijas: — ¡Espero 
que  te  mantendrás  fiel  á  mis  consejos...  por  lo 
menos  hasta  que  te  cases! — Tú  conoces  á  muchas 
mamas  y  á  muchas  hijas;  dejando  aparte  remil- 
gos de  buena  sociedad,  dime  si  exagero. 

Por  estas  consideraciones  ha  sido  necesario 
buscar  á  la  mujer  artes  y  oficios  en  que  pueda 
vivir  sin  necesidad  de  casarse,  ó  por  mejor  de- 
cir, de  prostituirse.  De  aquí  esa  cantidad  fabulosa 
de  institutrices,  de  profesoras  de  idiomas,  de  pia- 
nistas; de  aquí  el  haberse  facilitado  acceso  á  la 
mujer  para  ciertos  empleos.  Con  el  tiempo  se 
considerará  eventual  el  matrimonio  en  la  mujer; 
dirán  sus  padres: — La  daremos  un  buen  oficio, 
á  fin  de  que  pueda  vivir;  no,  de  que  pueda  ca- 
sarse.— Hoy  el  matrimonio  es  una  esperanza. 
El  porvenir  se  preocupará  sólo  do  la  realidad. 

Y  ahora  que  hablo  de  pianistas  sabrás  que 
ha  llegado  á  Madrid  Berta  *Max.  Viene  prece- 
dida de  una  reputación  extraordinaria.  Sara- 
sate,  en  su  última  excursión  europea,  la  ha  lle- 
vado consigo,  lo  cual  manifiesta  su  mérito. 
Grande  se  necesita  para  impresionar  á  un  pú- 
blico que  ha  oído  á  Plantó  y  á  Rubinstein,  el 
Rafael  y  el  Miguel  Ángel  de  este  género  de 
música,  si  es  que  el  arte  del  piano  puede  ser 
comparado  con  el  de  la  pintura. 

De  aquí  á  trasladarnos  al  teatro  de  la  Opera 
y  aplaudir  á  Gayarre,  la  transición  es  natural. 
Si  has  leído  los  periódicos  de  Madrid  sabrás 
que  Madrid  ha  enloquecido  una  noche  más 
oyéndole.  Ha  sido  el  triunfo  de  la  temporada. 
No  puedes  imaginarte  las  cosas  que  se  oían.  Yo 
dudo  mucho  que  el  júbilo  de  nuestra  buena  so- 
ciedad encuentre  medios  más  estrepitosos  de  ma- 
nifestación si  algún  día  los  ingleses  nos  devolvie- 
sen á  Gibraltar  ó  los  portugueses  se  uniesen  á 
nosotros,  ¡Gayarre  ó  la  muerte!  Mi  entusiasmo 
no  fué  menor,  lo  declaro,  pero  recordando  lo 
frágil  que  es  la  voz  en  que  se  cifran  tan  deli- 
rantes glorias,  no  pude  menos  de  añadir  miran- 
do al  cielo:— ¡Señor,  no  enviéis  á  este  genio  in- 
menso Un  constipado! 

El  último  día  de  Febrero  enfundé  la  escope- 
peta.  Ha  empezado  la  veda.  Los  campos  y 
montes  descaiisan  ya  libres  de  los  cazadores  y 
de  los  perros,  y  los  pobres  conejos  y  las  liebres 
y  perdices  podrán  tomar  el  sol  tranquilamente, 
contándose  las  terribles  historias  del  invierno. 
Seguramente  los  pobres  no  se  explicarán  bien 
el  entusiasmo  y  el  furor  con  que  el  hombre  y 
el  perro  les  persiguen.  ¿Qué  saben  ellos  de  la  or- 
ganizacién  social  y  déla  vida  de  este  planeta  en 
que  ellos  jugueteaban  en  sus  primeros  días  cre- 
yendo que  sólo  se  había  hecho  para  ellos?  ¿Qué 
saben  los  conejos  y  las  perdices  de  que  su  car- 
ne sea  muy  sabrosa,  y  susceptible  de  diversos 
guisos,  ni  de  que  en  su  honor  tengamos  dispues- 
tas grandes  cocinas,  sabios  cocineros,  mesas  de 
convite,  y  salsas  gustosísima.s?  ¿Qué  saben  tam- 
poco de  los  altos  precios  que  alcanzan  en  la  pla- 
za, del  esmero  con  que  se  los  coloca  en  ataúdes 
de  pino  para  enviarlos  por  ferrocarril  á  las  ca- 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


163 


pítales  de  Europa;  ni  tampoco  de  los  libros  que 
acerca  de  ellos  escribimos;  ni  del  canto  de  los 
poetas  cinegéticos;  ni  del  pinto)'  que  les  inmor- 
taliza sobre  lienzo  antes  de  comidos  y  después 
de  cazado»? 

¡Si  el  hombre  es  todo  preocupaciones,  conven- 
gamos en  que  los  conejos  y  perdices  son  todo 
desgracia  é  ignorancia,  y  el  mundo  todo  mis- 
terios! 

Basta  de  filosofía,  querida  prima.  Dediqué- 
monos á  ver  las  funciones  teatrales  de  la  buena 
sociedad.  A  los  teatros  ya  inaugurados  hay  que 
añadir  uno  más,  el  Teatro  López.  Es  uli  teatrito 
que  ha  hecho  Busato  en  un  salón  del  gran 
industrial.  El  domingo  por  la  noche  se  inaugu- 
ró. Los  hijos  de  la  casa  y  otros  amigos  repre- 
sentaron algunas  piezas  muy  bien.  Se  bailó  en 
el  hermoso  salón  de  baile.  El  bufet  magnifico. 

Lo  dicho,  vamos  á  tener  en  cada  casa  un  tea- 
tro. En  vez  de  decir:  presento  á  V.  mi  familia, 
se  dirá:  presento  á  V.  mi  compañía. 
Siempre  tuyo, 


Fernanflob. 


-*- 


LA  CASA  DE  PEDRO  LÓPEZ 


(CONTINUACIÓN) 

— Y  luego,— prosiguió  el  prestamista, — esa 
voz  ronca  y  esa  palabra  atroz  con  que  el  ladrón 
ha  contestado  á  la  pregunta  de  mi  hija:  ¡Dego- 
llada! A  mí  que  no  me  digan,  aquí  hay  gato 
encerrado,  aquí  se  ha  cometido  un  crimen  ó  van 
á  cometerlo...  ¿Si  será  algún  cliente? — ^añadió, 
como  advertido  por  su  conciencia. 

— -Cálmese  V.,  yo  no  creo... 

No  pude  continuar;  un  campanillazo,  si  cabe 
más  violento  que  el  de  mis  vecinos,  me  cortó  la 
palabra. 

Todos  nos  miramos  sorprendidos;  Rosa  pali- 
deció, su  padre  se  puso  lívido,  yo  empecé  á  te- 
mer alguna  desgracia. 

— ¡Ramírez!  [Ramírez! — gritó  con  todas  mis 
fuerzas.  Y  al  tiempo  de  gritar  corrí  hacia  la 
puerta,  preguntando  con  ira: 

—¿Quién? 

— ¡Degollada! — respondió  la  misma  voz  de 
antes. 

Instantáneamente,  sonaron  pasos  en  la  esca- 


lera; escuché  algo  semejante  á  un  ronquido  de 
agonía,  y  un  golpe  sordo,  como  el  de  un  cuerpo 
al  caer  sobre  los  peldaños,  me  heló  la  sangre  en 
las  venas. 

Rosa  y  su  padre  se  habían  levantado  como 
impelidos  de  un  resorte;  al  escuchar  la  extraña 
contestación,  la  primera  cayó  sobre  una  butaca, 
lo  mismo  que  si,  en  efecto,  la  hubieran  degolla- 
do; el  segundo,  azorado,  convulso,  sin  encomen- 
darse á  Dios  ni  al  diaí)lo,  abrió  el  balcón,  gri- 
tando con  todos  sus  pulmones: 

— [Sereno!  ¡Sereno!...  ¡Pronto,  ladrones  en 
el  109. 

Sonó  en  la  callo  un  pito  al  que  contestaron 
otros  varios,  seguidos  de  ladridos  y  carreras.  Yo 
entró  en  mi  cuarto  y  salí  empuñando  una  mag- 
nífica pistola  de  dos  cañones.  Ramírez,  á  medio 
vestir  y  frotándose  los  ojos,  nos  miraba  á  todos 
con  aire  estúpido. 

— ¡Coge  el  revólver  y  sigúeme! — le  grité, 
precipitándome  hacia  la  escalera  cuya  puerta 
había  abierto. 

Varios  vigilantes  nocturnos  subían,  oscilando 
sus  faroles,  pistola  y  chuzo  en  mano,  seguidos 
de  algunos  policías  y  de  agentes  de  orden  públi- 
co, armados  también. 


VISTA  DE  DORT  (Cuadro  de  Alberto  Cuyp) 


— ¿Qué  hay?  ¿Qué  ocurre? 

— Ladrones...  no  sabemos...  aquí  han  debido 
de  matar  á  un  hombre. 

La  alarma  cundió  por  toda  la  casa  como  un 
reguero  do  pólvora.  Su  efecto  fué  indescriptible. 
La  portera  .salió  al  zaguán  acompañada  de  su 
marido  en  calzoncillos,  y  gimoteando: — -¡Qué 
vergüenza!  ¡Bendito  Dios!  ¡Una  casa  tan  tran- 
quila! —  Un  verdadero  alboroto  ocurrió  en  el 
principal:  oímos  volcarse  una  mesa,  movimiento 
desordenado  de  sillas,  segviido  de  un  estrépito 
metálico,  golpes,  gritos,  palabras  soeces  y  blas- 
femias; á  continuación  se  abrió  la  puerta  y  un 
grupo  de  hombres  azorados  se  lanzó  hacia  la  esca- 
lera: unos,  á  favor  del  desorden,  se  precipitaron 
á  la  calle;  otros  se  confundieron  con  los  que  su- 
bían en  busca  de  los  ladrones.  En  el  segundo, 
varias  mujeres  desarrapadas,  medio  dormidas, 
medio  desnudas,  olvidadas  del  pudor,  salieron  á 
la  meseta  de  la  escalera,  y  alai-gaudo  sus  estú- 
pidas cabezas,  contemplaron  todo  aquello  con 
aire  indiferente,  mientras  en  lo  alto  se  oía  al 
vecino  del  sotabanco,  que  por  centésima  vez 
gritaba: — ¡Te  voy  á  reventar! — Todo  ello  si- 
multáneamente y  en  el  espacio  de  un  minuto. 

Al  oir,  sin  comprenderlas,  las  voces  del  sota- 
banco, vigilantes  y  policías  se  lanzaron  hacia  lo 
alto  de  la  escalera,  creyendo,  no  sin  razón,  que 
arriba  estaban  los  criminales.  Ramírez  y  yo 
permanecimos  en  el  rellano  correspondiente  á 
nuestra  puerta,  guardando  el  paso,  arma  al 
puño  y  prontos  á  disparar  sobre  el  primer 
ladrón  que  se  presentara.  En  cuanto  al  usurero, 
sin  hacer  caso  de  su  hija,  que  continuaba  des- 
mayada en  mi  sillón,  se  había  colocado  junto  á 
la  entornada  puerta  de  su  cuarto,  dispuesto  á 
dejar.se  hacer  trizas  antes  que  le  arrancaran  su 
dinero. 


— ¿Dónde  están  los  ladrones? — preguntó  de 
pronto,  con  acento  bravucói),  en  el  piso  inferior 
una  voz  bronca. 

— ¡Don  Cri.spín,  por  allá! — respondió  la  por- 
tera. 

— ¡Arriba,  don  Crispin! — dijeron  las  del  se- 
gundo. 

Y  repitiendo  la  misma  pregxmta,  pasó  por 
delante  de  nosotros  un  capitán  de  coraceros,  de 
formas  hercúleas,  y  sable  en  mano. 

— ¡Al  que  pille,  le  degüello! —  iba  diciendo 
mientras  subía  la  escalera. 

Y  de  la  hoja  de  .su  sable  partían  vivos  refle- 
jos á  la  luz  de  los  faroles. 

— ¡Te  voy  á  reventar! — seguía  gritando  el 
vecino  del  sotabanco. 

— ¡La  reventarás  en  la  prevención,  canalla! 
— le  respondió  un  agente  de  orden  público. 

Al  cabo  de  algunos  minutos,  tras  inútiles 
pesquisas,  todos  bajaron  custodiando  á  la  pareja 
del  sotabanco. 

— ¡Aquí  hay  un  cadáver! — gritó  horrorizado 
el  usurero,  señalando  al  próximo  rellano. 

Todos  nos  precipitamos  hacia  el  sitio  que  in- 
dicaba el  prestamista. 

Efectivamente,  en  un  rincón,  yacía  un  hombre 
sobre  un  charco  al  parecer  de  sangre,  y  vistien- 
do uniforme  militar.  El  susto  y  la  confusión  del 
primer  ímpetu  nos  habían  impedido  verle  antes. 

— Es  el  que  anduvo  en  mi  puerta;  ¡le  han 
degollado! — dijo  el  usurero. 

— Y  si  no,  le  degollaremos  nosotros, — añadió 
un  policía. 

— Nadie  le  toque,  es  mi  asistente, — -  observó 
don  Crispin,  inclinándose  sobre  el  presunto 
muerto; — ha  vaciado  su  cuerpo  y  está  durmiendo 
la  mona...  ¡Ah,  bribón,  así  cumples  mis  órde- 
nes! ^n  tal  estado  vienes  á  reunirte  conmigo 


en  el  principal,  mientras  yo  me  duermo,  cansado 
de  esperarte,  en  cama  ajena!  ¡Toma,  toma  y 
aprende,  ladrón! 

Esto  diciendo,  el  coracero,  de  un  soberbio 
puntapié,  obligó  á  levantarse  á  su  asistente  y 
la  emprendió  con  él  á  cintarazos.  El  infeliz, 
recobrado  de  su  borrachera,  se  dio  á  la  fuga 
saltando  los  escalones  de  cuatro  en  cuatro. 

— ¡Calle! — gritó  Ramírez  al  verle  escapar, — ■ 
¡es  mi  antiguo  compadre,  el  asistente  del  capi- 
tán Degollada! 

— ¡Degollada!  —  repetimos,  estupefactos,  el 
prestamista  y  yo. 

— Sí,  señores,  don  Crispin  Degollada,  capitán 
de  coraceros,  para  servir  á  Vdes., — contestó  el 
aludido,  dirigiéndonos  un  saludo  militar  y  en- 
vainando el  sable  con  aire  de  triunfo. 

— Comprendido, — dije  riendo; — el  señor  se 
hallaba  en  el  principal  esperando  á  su  asistente: 
éste  lle'gó  al  fin  en  el  estado  que  hemos  visto, 
y  desconcertado,  llamó  á  todas  las  puertas  sin 
acertar  á  proferir  otra  palabra  que  el  nombre 
de  su  amo,  hasta  que  cayó  y  durmió. 

Todos  soltaron  la  carcajada. 

— Conque  ¿esos  eran  los  ladrones? — preguntó 
un  vigilante. 

— ¡Pues  no  valían  la  pena  de  haber  levantado 
tanto  cisco! — objetó  el  jefe  de  policía. 

— Señores ,  buenas  noches ,  —  prosiguió  un 
agente  de  orden  público.  Y  concluyó,  encarán- 
dose con  el  vecino  del  sotabanco: 

— Cuando  la  haya  reventado  V.,  volveremos 
por  los  dos. 

(Se  continuará.) 

Juan  Tomás  Salvany. 


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EL  VIKJO  ENAMORADO  (Cuadto  .le  Mantegaíxa) 


106 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


REVISTA  científica 


Boenu  noüoiu  para  lo*  fOfdocy  Im  dialn.'iK'us.— Kl  agua 
I.— Loa  I 


polabto.- 


I  gatea  tnflamal)l«a  d«l  estómago. 


Parec«  que  por  fin  se  ha  encontrado  el  medio 
de  consolar  á  los  gordos, — y  mejor  aiin  á  las 
pordas, — esto  es,  de  hacerles  enflaquecer.  Para 
ello,  claro  está  que  precisa  en  primer  lugar  no 
tomar  dos  veces  al  día  chocolate  de  Matías  Lí>- 
pes,  pero  siguen  luego  otros  medios  positivos, 
con  cnya  práctica  se  consigue  la  más  perfecta 
T  acabada  curación. 

El  doctor  Oertel,  oateiirático  de  Munich,  ha 
descubierto  que  la  obesidad  dimana  de  ima  rup- 
tura del  equilibrio  hidrostático,  de  la  acumula- 


ción de  masas  sanguíneas  que  el  corazón  no 
puede  continuar  moviendo.  A  esta  causa,  emi- 
nentemente física,  hay  que  oponer  medios  físi- 
cos también,  conducentes  á  disminuir  la  canti- 
dad de  agua  contenida  en  la  sangre  y  los  tejidos. 
De  ahí  la  proscripción  de  toda  emisión  sanguí- 
nea, que  debilitaría  demasiado  al  enfermo;  de 
los  diuréticos,  á  menudo  insuficientes  é  infieles, 
y  de  las  aguas  alcalinas,  agravantes  del  estado 
de  repleción  que  es  precisamente  el  enemigo 
que  se  trata  de  combatir.  Acabáron.fe  los  paque- 
tes de  sales  do  Carlsbad.  En  cambio  nada  mejor 
que  los  ejercicios  gimnásticos  que  procuran  una 
sudación  abundíinte,  una  exhalación  pulmonar 
activa  y  la  combustión  de  las  materias  grasas. 
«El  doctor  Oertel, — dice  una  revista, — reco- 


mienda una,  dos  ó  tres  curas  al  año,  según  la 
gravedad  de  los  casos,  de  tres  semanas  cada 
una,  consistentes  en  marchas  prolongadas,  en 
caiTeras,  con  algunas  ascensiones  á  montañas 
de  ochocientos  á  mil  metros.  La  sofocación,  las 
palpitaciones  que  pueden  experimentarse  en  un 
principio  no  deben  tomarse  como  contraindica- 
ciones; únicamente  los  enfermos  harán  bien  en 
descansar  de  vez  en  cuando  durante  sus  ejerci- 
cios. El  aire  comprimido  y  la  pilocarpina  pue- 
den sor  auxiliares  útiles.  Por  supuesto  que  este 
tratamiento  debe  ir  acompañado  de  un  régimen 
especial,  severo,  destinado  á  ayudar  primero  y 
á  conservar  después  los  resultados  obtenidos; 
muchos  alimentos  albuminoides,  carnes  y  hue- 
vos; pocas  grasas  6  hidrocarburos;  nada  de  azú- 


MISS  NETTIE  HUXLEY  (Relralo  por  Juhu  Collúi) 


car  doscientos  gramos  de  pan  cuando  »nás, 
y,  sobre  todo,  pocos  líquidos.  Una  taza  de  te  ó 
de  café,  una  éuarta  parte  de  litro  de  un  vino  li- 
gero y  otro  tanto  de  agua  bastan  ampliamente 
para  los  cambios  nutritivos.» 

Este  método,  que  tiene  el  mérito  de  ser  sen- 
cillo, está  justificado  por  grandísimo  número  de 
éxitos  y  cuenta  además  con  la  inapreciable  cir- 
cunstancia de  estar  basado  en  concienzudos  é 
interesantísimos  trabajos  de  laboratorio. 

Como  por  todas  partes  no  se  oyen  más  que 
lamentos  de  los  gordinflones,  hemos  creído  opor- 
tuno enterarles  de  esa  áncora  de  salvación  que 
lea  ha  arrojado  Oertel, —  si  "es  que  no  lo  sa- 
bían ya. 

'  Y  puesto  que  estamos  con  las  manos  en  la 
masa,  nos  dirigiremos  ahora  al  numeroso  gre- 
mio de  los  diabéticos  para  comunicarles, — siem- 
pre en  el  supuesto  de  que  lo  ignoren  todavía, — 
que  en  la  sesión  celebrada  el  16  de  Febrero  por 
la  Academia  de  Ciencias  de  París  dio  cuenta 
M.  Villf-min  de  un  hrcho  terapéutico  tanto  más 
int<  uta  toda  la  precisión 

de  .  'gía. 


«Trátase, — dice  una  reseña  publicada  sobre 
dicha  sesión, — de  un  diabético  llegado  á  un  pe- 
riodo grave  de  su  enfermedad,  en  el  cual  no 
habiendo  dado  resultado  alguno  el  tratamiento 
clásico  tuvo  el  autor  la  feliz  idea  de  emplear  la 
medicación  por  el  opio  y  la  belladona,  con  el 
cual  había  obtenido  ya  una  curación,  pero  en 
un  caso  de  poliuria  ó  diabetes  insípida,  siendo 
así  que  ahora  se  trataba  de  una  diabetes  saca- 
rina. 

«Estos  dos  medicamentos  asociados  fueron 
dados  á  la  dosis  de  diez  centigramos  de  extracto 
de  belladona  y  cinco  centigramos  de  extracto 
de  opio,  dosis  que  fué  elevada  progresivamente 
hasta  veinte  centigramos  de  cada  sustancia.  El 
resultado  fué  de  los  más  notables;  alcanzóse  la 
curación  y  mantúvose  mientras  duró  el  trata- 
miento, al  paso  que  el  azi'icar  y  la  poliuria  re- 
aparecían si  se  le  suspendía  ó  bien  si  se  amino- 
raba la  dosis  de  los  dos  medicamentos.  Esta 
CTxración  fué  tal,  que  los  enfermos  pudieron  ha- 
cer uso  de  la  alimentación  de  todo  el  mundo  sin 
que  el  cambio  de  régimen  acarrease  ninguna 
modificación.  En  resumen, la  experimentación  La 
demostrado  que  los  resultados  obtenidos  eran 
debidos  absolutamente  á  la  asociación  de  la  be- 


lladona 3'  el  opio.  Ensayado  en  su  lugar  el  bin- 
muro  de  potasio  reapareció  la  enfermedad  en- 
seguida.» 


* 
*  * 


Interesantísima  ha  sido  la  conferencia  dada 
hace  pocos  días,  por  M.  Brouardel,  en  la  Aso- 
(iaciór.  francesa  para  el  adelantamiento  de  las 
ciencias,  sobre  el  tema  de  El  agua  potable,  asun- 
to que  tanto  interesa  á  todos.  Trataremos  de  re- 
sumir lo  más  saliente  del  expresado  discur.so. 

Comenzó  diciendo  el  eminente  higienista  fran- 
cés, que  el  agua,  este  amigo,  puede  convertirse 
en  el  enemigo  más  cruel,  gracias  á  la  impericia 
de  los  hombres.  Señalados  desde  los  tiempos 
hipocráticos  los  peligros  que  encierra  el  agua 
impura  no  se  ha  llegado  á  adquirir  una  noción 
bien  precisa  de  la  realidad  de  estos  riesgos 
hasta  que  en  nuestros  días  ha  dado  á  conocer 
M.  Pasteur  dos  hechos  capitales:  primero,  que 
no  existe  la  generación  espontánea,  y,  segundo, 
que  los  gérmeiies,  tan  temidos  por  Jos  antiguos, 
son  elemímtos  figurados  que  pueden  encontrarse 
lo  mismo  en  el  aire  que  en  el  agua  ó  que  en  el 
suelo. 

«El  mejor  elogio  que  cabe  hacer  del  agua, — 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


167 


dice  M.  Brouardel, — es  decir  que  es  indispensa- 
ble á  la  vida...  Las  grandes  aglomeraciones  hu- 
manas se  han  formado  al  rededor  de  las  corrien- 
tes de  agua,  de  los  ríos.» 

Por  de.sgracia,  así  que  un  hombre,  solo  ó  en 
sociedad,  se  establece  en  la  vecindad  de  un  agua 
potable  corre  peligro  de  contaminarla,  ya  por 
sus  propias  deyecciones,  ya  por  las  de  los  ani- 
males que  reúne  en  torno  suyo;  á  cuyo  peligro 
se  agrega  en  las  ciudades  la  alteración  ocasio- 
nada por  los  pi'oductos  de  la  industria.  Un  rio 
á  cuyas  orillas  se  levanten  ciudades  y  aldeas 
quedará  casi  fatalmente  mancillado. 

Sabido  es  que  los  antiguos  decían  que  el 
agua  para  ser  buena  debía  ser  insípida,  inodo- 
ra é  incolora.  Con  todo,  es  innegable  que  dicho 
líquido  tiene,  como  el  vino,  su  bouquet,  su  gusto 
particular. 

Un  medio  bastante  bueno  para  enterarse  de 
la  calidad  de  un  agua  consiste  en  olería  cuando 
ha  permanecido  tres  ó  cuatro  días  en  un  fras- 
co. Con  todo,  si  esto  les  bastaba  á  los  antiguos 


la  ciencia  cuenta  hoy  con  medios  infinitamente 
superiores  y  verdaderamente  preciosos.  El  mi- 
croscopio, en  efecto,  permite  ver  que  el  sedi- 
mento de  un  agua,  por  clara  que  sea,  está  habi- 
tado por  un  número  prodigioso  de  animálculos 
(infusorios,  rotíferos,  confervas,  vorticelas,  etc.), 
aunque  á  la  verdad,  perfectamente  inofensivos. 
Otros  productos  contenidos  á  veces  en  el  sedi- 
mento, son,  sin  embargo,  un  manantial  de 
peligros  para  el  hombre;  las  lombrices,  por 
ejemplo,  origen  de  las  más  variadas  y  temibles 
afecciones,  diarreas,  anemias,  etc. 

Después  del  examen  físico  habla  Brouardel 
de  la  análisis  química  como  comprobante  de  la 
pureza  de  las  aguas  potables  y  defiende  la  cal  de 
las  acusaciones  de  que  ha  sido  objeto,  contentán- 
dose con  admitir  que  puede  producir  dispepsias 
ó  indigestiones,  pero  nada  más.  Absuelta,  pues, 
la  cal  quedan  las  materias  orgánicas,  pero,  según 
parece,  no  es  su  riqueza  lo  que  constituye  el  pe- 
ligro sino  su  calidad,  su  naturaleza.  De  ahí  que 
la  mejor  manera  de  averiguar  si  un  agua  es  ó 


PAISAJE  vAcuaiela  de  mUs  E.  Parbons) 


no  sospechosa,  sea  indagar  si  contiene  microbios 
conocidos  por  su  valor  patogénico. 

Esto  es  lo  que  vienen  haciendo,  de.sde  1866 
los  ingleses,  obratido  en  su  con.secuencia  con  la 
energía  5'  rapidez  que  reclama  el  caso;  verdad 
es  que  allí  hay  un  cuidado  extremadísimo  por 
lo  que  se  refiere  á  la  salud  pública,  y  en  cuanto 
la  mortalidad  de  una  ciudad  pasa  del  19  por  1000 
el  Board  l/ical  govermuent.  pide  enseguida  un 
plan  de  saneamiento.  Así  se  ha  podido  venir  en 
conocimiento  de  que  90  veces  por  100  propága- 
se la  fiebre  tifoidea  según  el  modo  de  distri- 
bución del  agua. 

M.  Brouardel  refiere  enseguida  una  porción 
de  ejemplos  en  que  se  ve  patente  que  unas  ve- 
ces la  fiebre  tifoidea  y  otras  el  cólera  han  cau- 
sado horribles  estragos  por  haberse  hecho  uso 
de  aguas  que  el  examen  bacteriológico  demos- 
tró estar  contaminadas.  Por  desgracia  no  pue- 
de siempre  procurarse  agua  que  proceda  de 
manantiales  puros,  ó,  aunque  asi  sea,  que  pueda 
llegar  sin  mácula  al  punto  donde  debe  ser 
empleada,  ó  bien  se  hace  preciso  recurrir  á 
aguas  de  pozo  ó  de  río.  Las  tentativas  hechas 
hasta  el  día  para  purificar  éstas,  han  resultado 
estériles,  sin  que  valgan  las  filtraciones  á  tra- 
vés de  espesas  capas  de  arena,  de  carbón,  etc. 
Al  contrario;  esos  filtros  son  á  inenudo  focos 
donde  pululan  todos  los  micro-organismos. 

¿Qué  hacer,  pues?  No  hay  más  remedio,  en 
tiempos  de  epidemia,  que  beber  el  agua  hervida, 
utilizando  para  los  demás  usos  ordinarios  el 
agua  filtrada  •&  través  de  filtros  cuidadosamente 
entretenidos. 


M.  Brouardel  no  quiere  sin  embargo  que  se  le 
eche  solamente  al  agua  laculpa  de  todo;  hay  otras 
maneras  también  de  propagarse  las  epidemias; 
las  manos  sucias,  las  ropas,  el  contacto  directo 
son  vehículos  de  las  enfermedades  infecciosas, 
pero  en  tal  caso  sus  efectos  son  circunscritos  y 
no  diseminan  el  mal  en  la  vasta  escala  que  lo 
hace  el  agua.  Si  se  quiere,  pues,  evitar  la  mortan- 
dad que  causan  ciertas  epidemias,  especialmente 
por  loque  toca  ala  fiebre  tifoidea,  téngase  la  pre- 
caución de  someter  las  aguas  al  examen  bacte- 
riológico, y  si  resulta  que  contienen  micro- 
organismos patógenos,  prohíbase  su  uso  ó  cuan- 
do menos  no  se  empleen  sin  haberlas  hecho 
hervir  previamente. 


Vamos  á  terminar  esta  revista  dando  á  co- 
nocer un  curioso  fenómeno  que,  si  bien  no  era 
del  todo  inédito,  ha  llamado  recientemente  la 
atención  por  haberse  venido  en  conocimiento 
de  una  porción  de  casos  análogos:  nos  referimos 
á  la  posibilidad  de  formarse  en  el  estómago  ga- 
ses inflamables,  suceptibles  de  arder  al  contac- 
to de  una  llama. 

El  año  pasado  publicó  el  Britísh  medical 
Journal  un  caso  de  este  género,  y  al  momento 
salieron  varios  corresponsales  señalando  análo- 
gos sucedidos.  Uno  de  ellos  contaba  que  venía 
padeciendo  hacía  cinco  ó  seis  años  de  una  dis- 
pepsia, incomodándole  mucho  unos  eructos  de 
olor  sumamente  desagradable.  (Dispensen  mis 
lectores  lo  naturalista  de  la  frase).  Aquejaba  al 
propio  tiempo  un  terrible  dolor  de  estómago 


que  llegaba  á  privarle  del  sueño.  Una  noche, 
disponíase  á  encender  la  pipa,  cuando  en  el 
momento  en  que  tenia  la  cerilla  aplicada  al  ta- 
baco, sobreviene  uno  de  aquellos  desahogos  que 
Sancho  Panza  no  tenía  reparo  en  designar  con  su 
verdadero  nombre,  pégase  fuego  al  gas  y  qué- 
mase los  labios  y  el  bigote  del  fumador-dispép- 
tico, ocasionándole  el  susto  que  es  de  suponer. 
«El  efecto  producido,  dice  la  víctima,  era  idénti- 
co al  de  la  explosión  ó  combustión  rápida  de- 
una  pulgarada  de  pólvora  sobre  las  brasas.»  El 
hecho  se  ha  repetido  cinco  ó  seis  veces  desde 
entonces. 

Friederich  ha  observado  un  caso  análogo, 
pero,  hombre  cuidadoso,  quiso  hacer  el  análisis 
de  los  gases  y  halló  la  composición  siguiente: 

Acido  carbónico.      .     .     .  26'56  por  100 

Hidrógeno 32'30 

Gas  de  los  pantanos.    .     .  0'34 

Oxígeno 7'36 

Ázoe. 33'44 

Waldenburg  ha  visto  un  enfermo  afectado  de 
dispepsia,  cuyas  eructaciones  se  inflamaban  fá- 
cilmente produciendo  una  llama  azulada.  Un 
cliente  de  Heynsius  emitía  un  gas  inflamable 
que  ardía  sin  producir  mucha  claridad,  pero  (jue 
en  cambio  dejaba  percibir  una  pequeña  detona- 
ción. En  un  caso  que  tuvo  Beatson  el  ruido  pro- 
ducido por  la  explosión,  fué  tal,  que  despertó  á  la 
esposa  del  paciente.  Probablemente  son  debidos 
estos  gases,  á  que  los  alimentos  no  digeridos 
experimentan  un  principio  de  descomposición. 

Alfredo  Opisso. 


LA  MONEDA  DE  LA  SUERTE 


NARRACIÓN 

Manolo  Sandoval,  sujeto  que  pasaba  por  hom- 
bre á  la  moda  y  calavera  de  buen  tono,  allá  por 
el  año  de  1875,  salió  de  su  casa  (situada  al  final 
de  la  calle  de  Segovia),  una  noche  del  'invierno 
del  año  de  referencia,  algo  después  de  las  doce; 
es  decir  á  la  hora  en  que  acostumbran  á  dejar 
la  calle, — buscando  el  calor  del  hogar, — la  ge- 
neralidad de  las  personas  de  vida  ordenada, 
pertenecientes  á  las  clases  aristocrática  y  media, 
respectivamente;  que  el  infeliz  obrero,  forzado 
á  levantarse  á  las  cinco  de  la  mañana  para  em- 
prender la  cuotidiana  tarea,  que  no  siempre  le 
proporciona  el  pan  de  cada  día,  no  puede  per- 
mitirse el  lujo  de  estar  en  la  calle  ó  en  un  es- 
pectáculo á  semejante  hora. 

Quien  no  conociera  á  Manolo,  podía  creer 
que,  al  abandonar  su  morada  á  hora  tan  incon- 
veniente, lo  hacía  impulsado  por  algún  que- 
hacer urgentísimo,  de  esos  que  no  tienen  es- 
pera. Nada  de  eso;  Manolo  salía  de  su'  casa  to- 
das las  noches  á  la  misma  hora,  por  hábito,  por 
costumbre,  á  divertirse, — como  él  decía, — vol- 
viendo á  su  domicilio,  también  por  costumbre 
invariable,  cou  las  primeras  luces  de  la  mañana, 
por  lo  cual  él  solía  decir,  creyendo  hacer  un ' 
chiste,  «que  se  retiraba  temprano.» 

Ordinariamente  Manolo  salía  de  su  casa  tan 
hondamente  preocupado  que  recitaba  monólo- 
gos, y  monólogos  pintorescos  que  habrían  obte- 
nido éxito  indudable  si  hubiera  alcanzado  la 
suerte  de  tener  espectadores  á  tales  horas  en 
aquel  apartado  barrio  de  Madrid,  aunque,  por 
otra  parte,  no  era  poca  dicha  la  de  Manolo  el 
lucir  sus  facultades  oratorias  en  aquella  sole- 
dad, porque,  si  la  policía, — también  ausente  de 
aquellos  sitios  y  de  otros  muchos, — le  hubiera 
escuchado  alguna  vez,  Manolo  no  lo  habría  pa- 
sado bien,  ni  mucho  menos.  Por  ejemplo,  cuando 
decía  con  mal  reprimido  enojo: 

— ¡Soy  un  atolondrado,  y  anoche  me  ñié  tan 
mal,  y  me  pudo  ir  peor,  por  haber  intentado 
matar  al  rey!  Eué  una  temeridad  estando  tan 
cerca  los  caballos. 

Otras  veces  hablaba  de  jadías,  contra-judi/iíi, 
mayores,  menores,  etc.,  etc.,  3',  como  todo  jug.i- 


B] 


i3sr 


170 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


dor  de  oficio,  hacia  oibalas  y  combinaciones 
cuyo  resultado  jKísitivo  habría  de  ser  encontrar 
el  suspirado  dessquite  primero  y  hacer  después 
una  fortuna  colosal. 

Estos  monélogos,  qne  principiaban  en  la  es- 
calera de  su  casa,  solían  concluir  al  penetrar  en 
la  sala  de  juego  de  que  era  parroquiano  y  cuya 
sala  podría  ser  el  entresuelo  de  un  populoso  café 
situado  en  una  de  las  más  amplias  y  elegantes 
calles  de  la  coronada  villa. 

Todas  las  noches,  al  atravesar  Manolo  las 
sombrías  encnicijadas  del  Pretil  de  los  Conse- 


jos, interrumpía  su  monólogo  la  voz  lastimera 
de  un  anciano  mendigo  allí  apostado,  con  la 
fórmula  de  costumbre: 

— ¡Señorito,  una  limosna  por  Dios! 

Un  « Dios  le  ampare, »  indiferente  y  frío, 
solía  ser  la  contestación  de  Manolo...  la  noche 
que  contestaba;  pues  también  ocurría  frecuen- 
temente que  pasase  de  largo  sin  apercibirse  si- 
quiera de  la  presencia  de  aquel  desgraciado.     . 

La  noche  á  que  se  contrae  esta  narración, 
fría,  lluviosa  y  por  todo  extremo  desapacible,  el 
anciano  mendigo,  por  no  sé  qué  accidente  de  su 


EL  TALLER  (Oaadro  de  Germán  Rlbot) 


mísera  f.visteucia,  cambió  de  fórmula,  de  acti- 
tud }•  ha.sta  de  acento. 

Al  divisar  á  Manolo,  avanzó,  y,  como  si  qui- 
siera detenerle: 

— ¡Señorito...  que  hoy  no  me  he  desayunado 
todavía!— díjole  casi  al  oído  y  con  acento  re- 
concf-ntrado. 

Por  el  tono  y  por  la  actitud,  aquello  lo  mismo 
podía  ser  una  suplica,  qne  una  advertencia,  que 
nna  amenaza,  y  acaso  significaba  las  tres  cosas 
jnntas. 

Manolo  se  detuvo  nn  momento  instintivamen- 
te, más  sorprendido  que  admirado,  y  reanudó 
«a  marcha  sin  acertar  á  responder  lo  de  otras 
tiíH-hf.-i  y  como  si  en  su  mente  bullera  aquella 
fónnula  oficial  de:  «Quedo  enterado. ^ 

No  sé  si  por  el  estado  de  su  temperamento 
en  aquel  instante,  ó  por  la  desusada  actitud  del 


mendigo  ó  por  otra  razón,  ello  fué  que  Manolo 
aún  después  de  penetrar  en  la  calle  Mayor,  lle- 
vaba en  el  oído  aquella  á  manera  de  protesta 
enunciada  con  las  palabras  de: 

— ¡Señorito...  que  hoy  no  me  he  desayunado 
todavía! 

— ¡Pobre  hombre! — dijo  Manolo  parándose 
de  repente  y  echando  mano  al  bolsillo. — ¡No  se 
ha  desayunado  todavía!  Debo  socorrerle...  y  así 
Dios  me  ayudará  en  mi  empresa  de  esta 
noche... 

Ya  sabe  el  lector  qne  la  empresa  de  Manolo 
era,  aquella  y  todas  las  noches,  jugar  al  motile. 
Tan  elevada  idea  de  Dios  tenia  aquel  caballero 
quo,  en  su  fervor  piadoso,  quería  nada  menos 
que  llevar  la  voluntad  divina  al  tapete  verde  y 
hacerla  funcionar,  desde  luego,  á  su  favor. 

Tocado  su  corazón  de  la  idea  filantrópica  y 


deseando  que  la  recompensa  fuese  proporciona- 
da al  mérito  que  pensaba  contraer,  paróse  nue- 
vamente y  exclamó: 

— ¿Qué  son  unas  cuantas  monedas  de  cobre 
para  remediar  la  desgracia  de  ese  infeliz?  Nada. 
Las  cosas  hay  que  hacerlas  bien  ó  no  hacer- 
las.—En  aquel  momento  examinaba  un  puñado 
de  monedas  que  tenía  en  la  mano:  entre  éstas 
percibió  su  mirada  el  amarillento  fulgor  de  una 
onza  de  oro. 

— ¡Qué  efecto  tan  mágico  produciría  en  el- 
ánimo  de  ese  hombre  una  limosna  de  esta  mag- 
nitudí^decía.  Separando  la  onza  de  las  otras 
monedas. — Es  el  caso, —  añadió  enseguida, — 
que  de  estas  quedan  ya  pocas  y  que  yo  la  guar- 
daba para  el  puño  de  un  bastón...  La  he  con- 
servado tanto  tiempo  que...  ya  me  la  sé  de  me- 
moria, y  la  reconocería  entre  mil.  No...  le  daré 
un  duro...  y...  Pero,  ¿y  la  satisfacción...  la  sor- 
presa, el  asombro  de  ese  desgraciado,  al...?  Nada, 
que  se  la  doy... 

Y  avanzó  resueltamente  hacia  el  mendigo;  á 
cuatro  pasos  de  éste  volvió  á  detenerse  con  in- 
sólita brusquedad,  y,  como  si  ante  su  vista  apa- 
reciera de  improviso  un  nuevo  horizonte  por  él 
descubierto,  dijo: 

— ¡Esta  puede  ser  la  moneda  de  la  suerte!... 
Le  daré  un  duro. 

Y  avanzó  dos  pasos  más. 

El  mendigo  extendió  la  mano. 

Otra  nueva  idea,  hija  legitima  de  la  supers- 
tición del  jugador  de  raza,  volvió  á  cambiar  su 
propósito,  y  se  retiró  con  apresuramiento  di- 
ciendo entre  dientes  y  con  voz  ininteligible  para 
el  mendigo: 

— Luego,  luego,  ó  mañana...  Con  el  producto 
de  esta  moneda...  ¡No  hay  que  malograr  esta 
inspiración! 

Y  con  este  pensamiento  se  dirigió  resuelta- 
mente á  la  Puerta  del  Sol. 

El  mendigo  creyó  que  el  señorito  había  que- 
rido burlarse  de  su  miseria,  y,  con  la  mirada 
centellante  y  las  manos  crispadas,  dejó  escapar 
de  sus  labios  convulsos  una  blasfemia  ho- 
rrible... 


Manolo  fué  saludado  al  entrar  en  la  sala  de 
juego,  por  los  allí  congregados,  con  la  familia- 
ridad que  se  saluda  á  un  antiguo  coinpafiero. 

El  banquero  le  miró  con  mirada  codiciosa, 
mezclada  del  temor,  que  inspira  un  punto  fuerte 
que  lo  mi.smo  puede  ocasionar  grandes  ganan- 
cias que  grandes  pérdidas. 

Un  punto  Jiojo  se  apresuró  á  ceder  su  sitio,  en 
lugar  preferente,  á  Manolo,  y  prosiguió  la  par- 
tida sin  ningún  incidente  que  deba  mencio- 
narse. 

Manolo  sacó  la  monedn  de  la  suerte  y  la  puso 
á  una  carta;  pero,  algunos  segundos  después, 
con  la  palabra:  «¡Juego!»  retiró  aquella  moneda 
y  puso  otra  en  su  lugar,  diciendo  para  su  ca 
pote:  «No  conviene  todavía;  es  mi  recurso  de 
esta  noche  y  debo  guardarla  para  el  final.» 

Durante  un  cuarto  de  hora,  la  suerte  fué  ca- 
prichosa con  Manolo.  Acertaba  dos  cartas  y 
perdía  tres,  y  vice-versa,  hasta  que,  pasado  di- 
cho tiempo,  se  decidió  definitivamente  en  contra 
suya. 

\  Y  aquí  fueron  las  dudas  y  las  perplejidades 
de  Manolo. — Si  hubiese  dado  la  onza  al  pobre, 
— se  decía  á  sí  propio, — es  indudable  que  Dios 
me  habría  protegido  por  tan  buena  acción... 
Pero  Dios  que  todo  lo  sabe  y  lee  hasta  los  más 
ocultos  pensamientos,  sabe  también  cual  es  mi 
intención  sobre  ese  punto...  ¿Será,  acaso,  porque 
todavía  no  he  echado  mano  del  talismán? — Y 
volvía  á  sacar  la  onza;  y  tomaba  á  guardarla, 
por  medio  de  la  siguiente  reflexión: — Me  dice 
el  corazón  que  cuando  no  me  quede  más  que 
esta  moneda,  con  ella  he  de  recobrar  lo  perdido, 
realizando,  además,  una  ganancia  fabulosa... 

En  breve  llegó  el  momento  de  la  prueba  de- 
cisiva. Manolo  había  perdido  todo  su  dinero  á 
excepción  de  la  moneda  referida. 

En  un  estado  verdaderamente  febril  arrojó 
la  onza  sobre  el  tapete  diciendo: 

— A  la  sota. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


171 


— No  h&y  gallo, — repuso  el  banquero,  y  volvió 
la  baraja. 

— ¡Juego! — añadió  de  pronto  Manolo  parali- 
zando la  acción  del  banquero. — Esa  onza  no 
juega  más  que  ocho  duros. 

— ¡Ocho  que  sobran! — exclamó  el  banquero 
después  de  haber  tirado  la  contraria. 

— Debe  ocho  duros  esa  moneda, — replicó  Ma- 
nolo, negándose  á  que  le  cambiaran  la  moneda 
de  la  suerte. 

— La  paz  al  rey, — agregó  un  instante  después 
al  empezar  otra  talla. 

— No  hay  gallo, — volvió  á  decir  el  banquero 
y  á  la  segunda  carta  pintó  la  contraria  del  rey. 

Al  pasar  la  onza  al  montón  del  banquero, 
Manolo,  frenético  ya,  acusó  al  banquero  de  ha- 
ber amarrado;  éste  protestó  de  su  honradez,  tra- 
bóse empeñada  disputa  y  acabó  aquello  pegando 
Manolo  una  fuerte  bofetada  á  su  enemigo,  tan 
fuerte,  que  casi  casi  le  metió  debajo  de  la  mesa. 

La  mayoría  de  los  puntos  se  metió  por  medio 
y  la  tremolina  no  tuvo  allí  más  consecuencias. 

El  banquero  se  levantó,  tomó  un  vaso  de 
agua,  contó  su  dinero,  se  lo  guardó,  y  dijo  tran- 
quilamente: 

— Otro  talla. 

Pocos  momentos  después  abandonó  la  sala. 

Se  talló  un  burlóte,  y  Manolo  permaneció  allí 
como  una  hora  viendo  jugar. 

La  mayoría  de  los  punios  se  había  puesto  de 
su  parte  en  la  cuestión  que  había  tenido  con  el 
banquero;  pero  al  despedirse  Manolo,  ningvino 
de  aquellos  hombres  quiso  salir  con  él  á  la  calle." 


El  frío  de  la  madrugada,  apagando  un  tanto 
el  fuego  de  su  acalorada  imaginación,  dio  nue- 
vo rumbo  á  las  ideas  de  Manolo. 

Y  pensó  que  había  hecho  muy  mal  en  dar 
una  bofetada  al  banquero,  porque,  recordando 
fríamente  aquella  jugada,  no  estaba  muy  seguro 
de  que  el  banquero  liubiese  amarrado. 

Y  pensó  más  todavía.  Pensó  que,  suponiendo 
que  el  hecho  fuese  real  y  positivo,  sin  dejar  lu- 
gar á  la  duda,  él,  por  su  educación  y  por  el 
rango  social  que  ocupaba,  no  debió  nunca  pro- 
ducir escena  semejante. 

Por  virtud  de  estas  reflexiones,  Manolo  se 
arrepintió  sinceramente  de  la  culpa  que  había 
cometido  al  abofetear  á  gu  prójimo, — por  más 
que  su  prójimo  fuese  un  jugador.- — ¿Qué  era  él, 
después  de  todo? 

Puesto  ya  en  tan  buen  camino,  se  arrepintió 
también  de  su  conducta,  y  se  juró  á  si  propio 
apartarse  del  juego,  procurando  rehacer  su  mal- 
trecha fortuna,  al  objeto  de  entrar  en  la  norma- 
lidad de  su  existencia. 

Estas  ideas  y  estos  propósitos  llevaron  una 
ternura  infinita  á  su  corazón,  y,  por  una  co- 
rrelación lógica  de  sentimientos,  se  acordó,  con 
remordimiento  verdadero,  de  aquel  anciano 
mendigo  que  unas  horas  antes  le  había  pedido 
un  socorro  de  la  manera  más  elocuente,  esto  es, 
participándole  que  aquellas  horas  aún  no  se 
había  desayunado. 

En  aquel  momento  hubiera  deseado  Manolo 
llevar  mil  duros  en  el  bolsillo  y  haberse  encon- 
"trado  con  el  pobre  en  cuestión. 

Al  llegar  á  este  punto  de  sus  reflexiones  Ma- 
nolo dejaba  á  un  lado  la  calle  Mayor  y  entraba 
en  el  Pretil  de  los  Consejos. 

Al  doblar  la  primera  esquina  creyó  que  so- 
ñaba y  hubo  de  restregarse  los  ojos.  En  la  es- 
quina de  enfrente  se  encontraba  el  anciano  men- 
digo. Ninguna  madrugada  le  había  visto  allí, 
y  de  aquí  nacía  la  extrañeza,  ó  más  bien,  el  es- 
tupor de  Manolo.  Se  registró  los  bolsillos.  Nada, 
no  llevaba  un  cuarto. 

— Esto  es  un  aviso  del  cielo, — pensó. — Ma- 
ñana recompensaré  debidamente  á  ese  pobre 
hombre. 

Y  avanzó  con  el  intento  de  pasar  inadvertido 
á  los  ojos  del  pordiosero. 

Cuando  Manolo  se  encontraba  á  cuatro  pasos 
del  anciano,  una  voz  conocida  de  Manolo  gritó 
desde  e!  oscuro  rincón  de  la  encrucijada: 

— (Este  es! 

— ¡Este  debía  ser! — repuso  el   mendigo  con 


feroz  alegría,  clavando  un  puñal  en  el  pecho  de 
Manolo. 

Este,  al  sentirse  herido,  se  asió  fuertemente 
á  la  siniestra  mano  del  asesino,  é  instintiva- 
mente le  arrebató  un  objeto  que  el  anciano  es- 
trechaba entre  sus  dedos. 

El  anciano  pudo  desasirse  y  un  momento 
después  se  perdía  en  la  sombra. 

Manolo  cayó  al  suelo  bañado  en  su  propia 
sangre  y  con  las  ansias  de  la  muerte,  á  la  luz 
de  un  farol  cercano  pudo  ver  que  el  objeto  que 
había  arrebatado  á  su  matador  era  una  onza  de 


oro,  ]la  suya!  es  decir,  la  que  él   mismo  había 
pomposamente  llamado  la  moneda  de  la  suerte. 

Francisco  Flores  García. 


-*- 


ALGUNOS  ANTECEDENTES  HISTÓRICOS 

DEL,  CHOCOLATE 


Es  ciertamente  asunto  digno  de  fijar  la  aten- 
ción, por.  referirse  á  uno^de'los'más  usuales  ali- 


CARLOS  SANTLEY  (Retrato  poi  T.  Gotch 


mentes  y  excita  por  lo  mismo  justificada  curio- 
sidad cuanto  se  relaciona  con  su  origen;  por 
cuya  razón  expondremos  breves  y  ligeras  ideas, 
no  con  el  fin  de  llevar  á  cabo  extensa  diserta- 
ción histórica,,  sino  aspirando  tan  solo  á  trazar 
vagos  recuerdos,  que  á  modo  de  interesante  no- 
ticia, pueda  ser  con  afición  leída  y  simpática- 
mente aceptada,  por  todo  el  que  sepa  rendir  el 
tributo  de  aprecio,  que  de  derecho  corresponde 
á  los  estudios  históricos  en  sus  diversas  esferas. 
Mucho  se  ha  escrito  acerca  de  este  tema,  que 
ofrece  no  escasa  curiosidad  é  interés.  La  cir- 
cunstancia de  ser  un  alimento  tan  usual,  así 
como  su  origen  y  vicisitudes,  son  otros  tantos 
motivos  que  justifican  la  importancia  de  lo  que 
se  desea  conocer,  que  no  es  una  cuestión  baladí, 
sino  una  de  las  en  que  se  refleja  las  costumbres 
de  un  pueblo,  en  las  cuales  pueden  verse  mu- 
chos de  los  rasgos  característicos  de  sus  habi- 
tantes, que  se  observan  de  una  manera  notable 
en  las  manifestaciones  del  hogar  doméstico,  en 
el  seno  de  la  familia,  al  calor  de  los  encantos 


que  produce  el  cariño  de  los  que  viven  bajo  los 
dulces  lazos  de  inextinguible  amor,  creado  en- 
tre los  que  constituyen  una  agrupación  de  pa- 
dres, hijos  y  hermanos. 

La  palabra  Chocolate  es  derivada  de  la  meji- 
cana quaehahtiatl,  compuesta  de  dos,  choco  que 
significa  ruido  y  latle  agua.  Es  por  tanto  una 
voz,  cuya  etimología  recuerda  el  país  originario 
de  la  sustancia. 

Al  descubrimiento  de  Méjico  por  los  españo- 
les en  1520,  pudieron  observar  que  el  chocolate 
formaba  parte  de  la  alimentación  de  los  indíge- 
nas, y  desde  esta  época  data  su  introducción  en 
Europa,  comenzando  por  España  en  que  tuvo 
desde  luego  grande  acogida,  habiendo  tardado 
algo  más  en  generalizarse  en  Francia,  lo  cual 
no  se  verificó,  sino  en  la  época  de  la  regencia 
de  Ana  de  Austria,  que  comenzó  á  ser  aprecia- 
do y  enaltecido  por  las  personas  de  distinción 
y  de  categoría  social. 

El  chocolate  es,  pues,  de  origen  mejicano,  fué 
importado  en  la  isla  de  Santo  Domingo  en  1503 


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GUADALAJARA:  PORTADA  DEL  PALACIO  DEL  INFANTADO 


174 


LA  ILUSTRACIÓN   IBÉRICA 


por  Estiaca.  y  no  se  aceptas  en  París,  hasta  el 
reinado  de  Luis  XlV'en  1660. 

Los  esMuloles,  sin  embargo,  le  dieron  á  co- 
nocer en  Europa  á  mediados  del  siglo  xvi  j  en 
IZapaH»  fhé  donde  primero  se  vulgarizó.  Desde 
nneetra  nación  pasó  á  Italia  y  Austria;  después 
á  Francia  hasta  que  se -extendió  por  toda  Euro- 
pa. Se  adoptó  primeramente  por  la  clase  aris- 
tocrática, luego  pasó  á  las  demás  clases  sociales. 
Es  una  sustancia  que  se  debe  al  país  ameri- 
cano, que  ha  motivado  tantas  conquistas  en  el 
mundo  científico.  Allí,  en  las  inmensas  llanuras 
del  país  del  Amazonas,  es  donde  crece  el  árbol 
del  Cacao  (Teobroma  cacao,  de  Linneo),  delica- 
do por  su  naturaleza  y  que  ha  menester  de  la 
temperatura  y  condiciones  de  aquellos  climas, 
solo  compatibles  con  su  existencia,  é  imposible 
en  nuestras  regiones  frías,  desiguales  y  destem- 
pladas. Por  eso  ha  podido  ser  trasportado  única- 
mente á  climas  de  condiciones  parecidas.  Las 
setoillas  de  esta  planta,  forman,  pues,  junta- 
mente con  el  azi\car  y  canela,  la  mezcla  conoci- 
da con  el  nombre  de  chocolate  y  los  mejicanos 
emplean  alguna  vez  dichas  semillas,  hasta  como 
alimento  Anico,  habiéndose  servido  en  épocas 
remotas  de  las  mismas,  á  guisa  de  moneda  ó 
símbolo  de  cambios. 

La  aceptación  que  ha  tenido  el  chocolate  en 
nuestro  país,  ha  sido,  sin  duda  alguna,  superior 
¿  la  de  los  demás,  sin  que  haya  experimentado 
épocas  de  olvido  ó  pasajera  decadencia.  Ha  lle- 
gado á  formar  hasta  uno  de  los  lazos  de  la  fa- 
milia y  su  importancia  para  muchos  es  tal,  que 
prescindirían  de  otros  alimentos,  pero  no  per- 
derían jamás  el  chocolate.  Es  casi  tan  clásico 
como  el  cocido.  Hombreas  eminentes  en  ciencia, 
principes  de  la  Iglesia  y  literatos  de  primer 
orden  han  descrito  su  preparación,  enaltecido 
8U8  propiedades,  ensalzado  sus  efectos  y  le  han 
dedicado  los  frutos  de  su  inteligencia,  conside- 
rándole como  un  alimento  útil,  sencillo,  agra- 
dable, delicado,  fácil  de  digerir  y  al  alcance  de 
las  má.s  modestas  fortunas.  No  habrá,  en  efecto, 
ningún  español  que  no  haj'a  saboreado,  siquie- 
ra alguna  vez,  ese  alimento  compuesto  de  cacao, 
asúcar  v  canela,  que  en  ocasiones  adicionan 
vainilla  para  aromatizarle  y  en  determinados 
casos  se  le  mezclan  sustancias  medicamentosas, 
que  puede  fácilmente  asimilar  el  organismo,  sin 
experimentar  el  enfermo  las  mole.stias  de  re- 
pugnante medicina  que  si  bien  puede  recuperar 
la  salud  es  repulsiva  por  su  sabor  ú  olor,  los 
cuales  desaparecen  cuando  se  ocultan  bajo  las 
perfumadas  y  aromáticas  emanaciones  del  cho- 
colate. Hay,  sin  embargo,  muchos  á  quienes  no 
gusta,  fKJr  considerarle  insuficiente  como  repa- 
rador y  quisieran  verle  relegado  tan  solo,  al 
catálogo  de  los  alimentos  del  convaleciente  ó 
valetudinario.  Y  está  justificada  la  aceptación. 
Es  un  alimento  fácil  de  preparar  y  de  adquirir, 
que  se  acomoda  á  todas  las  edades  y  en  todas 
las  condiciones  de  la  existencia;  que  lo  toma  lo 
mismo  el  convaleciente  que  el  sujeto  lleno  de 
vida  y  en  perfecto  estado  de  salud. 

No  obstante,  hay  no  pocas  personas  que  son 
r«{ractarías  al  empleo  de  esta  sustancia  como 
alimento  y  que  no  les  satisface  en  modo  alguno. 
También  ha  sido  objeto  de  no  pocas  adulte- 
raciones y  ha  constituido  tema  de  ocupación  de 
loe  químicos,  el  descubrimiento  de  las  mismas, 
á  £n  de  poner  sobre  aviso  á  los  confiados  en 
extremo,  llegando  la  perversidad  en  este  terre- 
no, á  un  grado  de  refinamiento  dtñcil  de  conce- 
bir, introdoeíaado  sustancias  de  índole  diversa, 
Bocivas  unas  é  inocentes  otras;  pero  todas  ellas 
u>— tituyendo  os  acto  punible  por  muchos  con- 
eaptoa.  Ño  podemos  descender  á  detallar  estos 
mádíoa  de  adalteración  y  reconocimiento,  por- 
qoe  Boe  Uevaria  muy  lejos  de  nuestro  propósito. 
Mate  decir  que  ocupa  extensas  páginas  en  las 
obras  de  química. 

Sólo  hemoá  trufado  de  llamar  la  atención 
acerca  de  una  carioeidad  histórica,  dejando 
para  más  oporttino  momento,  el  estudio  cienti- 
neo  del  asunto. 

Joaquín  Olmkoilá  y  Furo. 


LAS  PLEGARIAS 


KL  NIÑO 


I  Oh  virgen  María, 
botón  de  clavel! 
mi  madre  me  dice 
que  te  ame  con  fe, 
pues  cuenta  que  eres 
mi  madre  también; 
que  el  rezo  del  niño 
te  causa  placer; 
que  cuando  en  las  noches 
dormidito  esté, 
si  soy  un  buen  hijo, 
me  vendrá  á  ver. 
Mi  madre  no  engaña, 
lo  sabe  muy  bien, 
por  eso  te  espero 
y  al  fin  te  veré, 
¡Oh  virgen  María, 
botón  de  clavel! 

n 

LA  JOVEN 

¡Madre  tierna,  virgen  santa! 
con  el  alma  conmovida, 
cruzando  voy  en  la  vida 
por  un  mundo  que  me  espanta; 
donde  quiera  se  levanta 
la  sombra  de  la  maldad, 
Y  en  la  densa  oscuridad 
en  que  el  porvenir  se  abisma, 
temblando  voy  por  mí  misma 
con  tan  fiera  tempestad. 

¡Virgen  pura!  ¡Madre  amante! 
dame  tu  amparo  divino, 
que  es  peligroso  el  camino 
y  voy  sola  y  vacilante. 
La  luz  de  tu  amor,  constante 
alumbre  la  senda  mía; 
sé  tú  mi  antorcha,  mi  guía, 
y  en  este  mar  que  amedrenta 
sálvame  de  la  tormenta, 
¡Oh  Madre!  ¡Virgen  María! 

III 

EL    HOMBRE 

(crido) 

Creo  en  tí.  Señor  y  Dios,  no  porque  admiro 
al  ronco  mar  que  aprisionado  ruge, 
6  al  huracán  que  con  terrible  empuje 
lleva  la  tempestad  en  raudo  giro. 

Creo  en  tí.  Señor  y  Dios,  no  porque  miro 
que  en  los  cielos  la  aurora  se  dibuje, 
ó  enhiesto  el  tallo  de  las  flores  cruje 
del  aura  matinal  con  el  suspiro. 

Creo  en  tí,  porque  mi  espíritu  agitado 
nunca  la  duda  entre  sus  penas  lleva, 
y  tu  ser  en  su  sor  siente  grabado. 

Y  cuando  á  tí  su  pensamiento  eleva 
del  infinito  en  pos,  arrebatado, 
sus  alas  tiende  y  hasta  tí  me  eleva. 

IV 

KL  ANCIANO 

¡Larga  ha  sido  la  lucha!  En  este  mundo 
pálida  sombra  .soy  de  lo  que  fui, 
¡Sácame  de  este  piélago  profundo! 
¡Señor,  llámame  ii  tí! 

Tristes  mis  horas  son,  negros  mis  días, 
me  arrastro  en  la  vejez  y  en  el  dolor: 
¿por  qué  de  tu  presencia  me  desvías? 
¡Llámame  á  tí,  Señor! 


Envuelven  ya  las  nubes  del  olvido 
los  recuerdos  del  tiempo  en  que  viví; 
viajero  por  la  noche  sorprendido, 
¡Señor,  llámame  á  til 

De  la  amarga  vejez-en  el  remanso, 
sin  más  luz  en  la  tierra  que  tu  amor, 
tranquilo  espero  mi  final  descanso, 
¡Llámame  á  tí,  Señor! 

VicKNTK  RiVA  Palacio. 


-*- 


LOCA  DE  AMOR 


Me  amaba  tanto  la  infeliz  Consuelo, 
que  un  día  su  razón  subióse  al  cielo; 
(si  es  que  al  dejar  la  vida 
se  sube  al  cielo  la  razón  perdida). 

Sin  que  á  nadie  le  asombre, 
diré  que  la  llevaron  á  un  encierro, 
y  en  la  verja  de  hierro 
«...loca  de  amor»  pusieron  tras  su  nombre. 

Un  extranjero,  médico  alienista, 
profundo  observador...  corto  de  vista, 
visitó  el  manicomio  y  su  mirada 
se  fijó  en  el  encierro  de  mi  amada. 

Sospechó  la  existencia  de  un  arcano 
y  al  preguntar, — ¿Qué  dice  ese  letrero? — 
le  contestó  un  loquero: 
— Loca  de  amor  es  tonta  en  castellano. 

«  E.w.  dice  que  un  hombre  espera  atento 
á  que  torne  á  la  luz  su  pensamiento 
para  brindarla  goces  y  alegrías... 
¡No  se  pueden  decir  más  tonterías!» 

«Se  imagina  que  muere 
sin  cobrar  la  razón  y  él,  que  la  quiere 
con  pasión  sin  igual,  por  lo  insensata, 
la  dé  un  beso  frenético  y  se  mata.» 

«Otras  veces  también  exclama  á  gritos: 
— ¡No  estoy  loca,  no,  no,  seres  malditos! 
¿Qué  culjia  tengo  yo, — ya  humilde  gime,— 
sino  atendéis  mi  amor,  porque  es  sublime?» 

¡Cuando  esas  frases  manan  de  su  boca 
no  delira  su  mente  extraviada; 
tiene  razón  mi  amada... 
y  sin  embargo  dicen  que  está  loca!... 

José  Borras. 


-«- 


VERSOS 


Hora  tras  hora  se  avecina  el  día; 
la  noche  hora  tras  hora  se  nos  viene, 
una  ilusión  á  otra  ilusión  sostiene, 
el  dolor  se  sucede  á  la  alegría. 

El  sueño  rinde  al  cuerpo  en  su  porfía, 
y  al  alma  entre  patrañas  entretiene; 
y  otra  mañana  al  despertar  previene, 
y  otra  noche  después  al  sueño  guía. 

¡Entre  dormir  y  ambicionar,  transcurre 
el  tiempo  que  con  mano  cautelosa, 
la  aspiraci?)n  al  desengaño  enreda! 

¡Y  nadie  piensa  en  ello  ni  discurre 
que  buscar  existencia  más  dichosa, 
es  acortar  la  poca  que  nos  queda!! 


Ricardo  Cano. 


-*- 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


175 


FE,  ESPERANZA  Y  CARIDAD 


FE 

De  paz  tranquila  el  corazón  inundo 
del  que  mis  pasos  sigue  por  la  tierra 
y  su  faz  cubre  mi  celeste  velo; 
que  el  que  en  mí  su  absoluto  amor  encierra 
consigue  un  día  descubrir  un  mundo, 
consigue  un  día  conquistar  el  cielo. 

ESPERANZA 

Gozar  de  mi  hermosura  le  interesa 
al  mortal,  que  yo  aplaco  sus  dolores; 
pero  asirme^del  todo  no  consigue, 
soñando  eternamente  en  mis  amores    ' 
corre  tras  mi;  que  yo  soy  la  promesa 
de  la  ventura  que  el  mortal  persigue. 

CARIDAD 

Voy  apartando  de  los  pies,  abrojos, 
hago  suave  del  dolor  el  yugo, 
del  infeliz  abrigo  el  frío  lecho 
y  con  mi  manto  bienhechor  enjugo 
las  lágrimas  que  brotan  de  los  ojos 
y  la  honda  herida  que  desgarra  el  pecho. 


Jacinto  Labaila. 


"*- 


NUESTROS   GRABADOS 


HADIJI 

Dibujo  de  J.  Dvorak 

F"  Hé  ahí  el  tipo  do  polaca  en  su  verdadera  expresión,  tal 
como  se  conserva  generalmente,  libre  de  todo  cruzamiento 
con  los  moscovitas.  Sabido  es  que  aquellas  mujeres  se  han 
hecho  célebres  en  el  Norte  por  su  belleza,  pues  cuando  me- 
nos sobrepujan  i  las  de  Rusia  por  la  nobleza  de  sus  formas  y 
á  las  de  Alemania  por  su  color.  Tleuen  el  talle  esbelto,  el  pié 
pequeño  y  bonito  y  hermosos  cabellos;  sus  maneras  son  más 
agradables  y  más  animadas  que  las  de  las  demás  de  Rusia. 
No  son  muy  raras  las  rubias  ó  las  blondas,  lo  cual  prueba,  lo 
mismo  que  su  idioma,  la  mezcla  frecuente  de  las  razas  gótica 
y  eslava,  pero  no  de  la  hngro-finnesa,— prusiana,— ni  de  la  tár- 
tara de  los  actuales  dominadores. 

VISTA  DK  nOBT 

Cuadro  de  Alberto  Cuyp 

El  más  ilustre  pintor  holandés,  dejando  aparte  á  Rem- 
brandt,  es  Alberto  Ciiyp  (16051672'),  de  quien  decia  reciente- 
mente con  su  acostumbrado  esprit  M.  Paul  Mantz,  que  i  falta 
de  arboles  ponfa  el  infinito  en  sus  palsaies. 

Fué  Cuyp  cultivador  de  todos  los  géneros  d»  pintura:  re- 
tratos, floreros,  caza  muerta,  bodegones,  escenas  de  Interior, 
animales,  interiores  de  edificios,  paisajes,  marinas:  todo 
brotaba  con  igual  prodigiosa  belleza  de  su  pincel  de  mago. 
•Luchó,— dice  Luis  Vlardot,— contra  todos  los  maestros  de 
su  tiempo  y  de  su  país  sin  más  secreto  que  encontrar  la  va- 
riedad en  la  sencillez,  lo  imprevisto  en  lo  natural,  lagrandeza 
en  la  ingenuidad,  y  sobrepiijó'os  á  todos,  salvo  Rembrandt, 
en  un'punto:  es  el  más  luminoso  de  los  maestros  holandeses. 
Plríaseque  al  coger  loo  pinceles  habin  pronunciado  Cuyp 
aquella  famosa  palabra  del  Génesis:  'Hágase  la  luz-  y  la  luz 
fué  hecha.» 

Los  Ingleses  se  han  hecho  con  casi  todas  las  obras  de  este 
autor,  pudlendo  admirarpe  en  la  galería  de  Dorchester  la 
Virta  lie  DnrI,  cuya  reproducción  damos  hoy  en  uno  d«  nues- 
tros grabados . 

CÓRDOBA;    ENTRADA    DK    LA    CirDAD    POE  BL   PUIMTI 

Puede  dtaroe  esta  puerta  como  uno  de  los  mejores  ejem- 
plos de  la  arquitectura  española  del  siglo  xvi.  Construida  en 
tiempo  de  Felipe  II,  ostenta  la  grave  majestad  que  caracteri- 
za las  obras  de  aquella  época,  formando  digna  entrada  á  la 
históiica  ciudad  que  fué  un  tiempo  del  emporio  del  saber 
humano,  cuando  era  corte  de  los  califas  de  Occidente. 

EL   VIEJO    ENAMORADO 

Cuadro  de  llantegazza 

lUf,  qué  asco!  ..  ¿Quieren  ustedes  nada  más  repugnante, 
en  efecto,  que  un  viejo  requebrando  á  una  ,niña,  con  fia  cir- 
cunstancia agravante  de  Ihacerlo  con  acompañamiento  de 
gultarrs?  ¡Quite  allá  el  carcamall... 

Sin  embargo. . .  hay  algo  más  nauseabundo  todavía  que  eso, 
y  es  la  juventud  dejándose  babear  por  la  ancianidad  liberti- 
na... De  todas  las  escenas  shocking  con  que  ha  amenizado 
Zola  sus  novelas,  ninguna  más  eeoeiirante  que  aquella  en  que 
el  pTolectoT  de  la  hija  de  Coapeau  se  encuentra  con  las 


piernas  encanijadas  y  canosas  de  su  suegro  proyectándose  de 
donde  no  esperaba.  Por  dicha,  no  parece  que  la  bella  dami- 
gella  de  nuestro  grabado  deba  hacer  gran  caso  de  las  grotes- 
cas toUanze  de  il  vecchio.  ' 

lilSB   NXTTIE   HCXLIT 

Retrato  por  John    CoUier 

El  honorable  John  CoUIer  es  uno  de  los  grandes  retratis- 
tas de  que  con  justo  moiivo  se  envanece  el  Relno-Unldo.  Mú- 
sico, poeta,  escultor  y  pintor  brilla  por  la  elevación  de  su 
inteligencia  y  por  la  distinción  con  que  marca  todas  sus 
obras.  Como  retratista  pone  todo  su  empeño,  y  hace  bien,  en 
hacer  que  resalte  la  individualidad  del  modelo,  no  conce- 
diendo grande  importancia  á  los  accesorios.  En  cuanto  i  mlss 
Nettie,  diremos  que  es  hija  del  ilustre  presidente  de  la  Socie- 
dad real  de  Londres  y  autor  casi  popular  de  multitud  de 
obras  sobre  prehistoria  sir  John  Huxley. 

PAISAJE 

Acuarela  de  mies  £,  Parsons 

La  autora  es  una  australiana  educada  en  la  buena  escue- 
la. 8u  paisaje  está  compuesto  con  gusto  y  método  y  produce 
bonita  impresión. 

beklín 

Berlín  es  una  ciudad  muy  grande,  muy  monótona  y  muy 
tristona.  Para  imitar  una  antigüedad  que  nó  tiene  los  arqui- 
tectos han  levantado  infinidad  de  monumentos  á  estilo  de  los 
de  Roma  ó  Atenas,  áridas  moles  de  piedra,  secas  y  plomizas, 
consiguiendo  tan  solamente  con  esto  hacer  más  solemne  el 
aburrimiento  que  inspira  la  capital  prusiana  á  cuantos  la  vi- 
sitan. Lo  único  pasadero  que  hay  alli  es  el  Unter  den  Linden 
(Bajo  los  lilot,)  que  viene  á  ser  una  especie  de  Rambla,  aunque 
infinitamente  menos  alegre  que  la  nuestra. 

En  punto  al  carácter  de  su  población,  parece  que  no  tiene 
nada  que  envidiar  á  París  en  materia  de  vicios  ni  virtudes, 
aunque  naturalmente  sin  la  gracia  ática  de  que  con  Justicia 
blasona  la  capital  de  la  vecina  república. 

El.  TALMB 

Cuadro  de  Germán  Ribot 

Es  articulo  de  fe  para  muchos  que  Teófilo  Agustín  Ribot 
es  el  Ribera  de  nuestros  tiempos,  fundándose  para  ello  en 
que  se  ha  dedicado  á  pintar  principalmente  vidas  de  santos 
haciendo  que  reinara  en  sus  cuadros  rudísimo  contraste  en- 
tre la  luz  y  la  sombra.  Asi  es,  en  efecto,  pero  además  de  esta 
filiación  riberesca  ofrece  también  otra,  no  menos  indiscutible, 
procedente  de  los  antiguos  maestros  holandeses,  lo  cual  se 
hace  patente  cuando  en  vez  de  pintar  santos  pinta  Interio- 
res, á  cuyo  género  pertenece  FA  taller  que  figura  hoy  en  nues- 
tras páginas. 

CABL08  8ANTLET 

Retrato  por  Ootch 

Puede  señalarse  esta  obra  como  ejemplo  de  sencillez  en 
la  factura,  lo  cual  dice  mucho  en  favor  del  buen  gusto  de  su 
autor,  uno  de  los  corifeos  del  realismo  La  cabeza  de  Carlos 
Santley,  escritor  inglés,  aparece  muy  bien  modelada  y  la  ac- 
titud y  la  expresión  están  admirablemente  caracterizadas. 

FORJADURAS    DE  JUAN    BASTIANINI 
LUCKECIA     O  O N A  TI.  — 8A VONA  BOLA 

Nadó  Juan  Bastlanini  en  1830,  en  Ponte  alia  Badia  pue- 
bleclllo  entre  Florencia  y  Fiésole,  y  después  de  haber  pasado 
su  Infancia  en  calidad  de  aprendiz  de  escultor,  estudió  con 
Fedi.  Poseído  de  la  más  profunda  admiración  por  las  obras 
del  Renacimiento  deí'icóee  i  imitarlas,  en  lo  cual  consiguió 
en  breve  hacerse  una  especialidad.  Forjaba  tesoros  del  arte 
antiguo,  como  el  abate  Marchena  poemas  del  tiempo  de  la 
buena  latinidad.  Muchos  museos  creen  poseer  obras  maes- 
tras del  siglo  XVI,  etc.,  cuando  quizás  hayan  salido  de  manos 
de  Bastlanini. 

En  nuestros  grabados  pueden  verse  dos  bustos  de  este  au- 
tor, que  nadie  podría  atribuir  á  un  escultor  contemporát^eo, 
tanto  es  su  perfecto  carácter  d'antiehitd:  una  Lucrecia  Donati 
existente  en  el  museo  de  South  Kemington,  que  se  creyó 
obra  de  Miguel  Ángel,  y  un  Savonarola  que  se  ve  en  San  Mar 
eos  de  Florencia  y  fué  atribuido  por  los  más  competentes 
críticos  al  Buonarrotl  ó  á  Lucca  delle  Robbia. 

QtTADALAJABA 
POSTADA    DEL  PALACIO   DEL  INFANTADO 

Este  palacio  es  de  grande  extensión,  pero  no  de  mucho 
gusto.  La  portada,  si,  es  soberbia  y  del  más  castizo  carácter 
español;  los  aposentos  interiores  están  cargados  de  molduras 
doradasr  y  es  celebérrimo  su  magnifico  patio. 

€BCOE   AKOILLA    DOUINI» 

Cuadro  de  Dante  Gabriel  Roseetti 

Este  distinguido  pintor  italiano,  cuyas  obras  alcanzan 
gran  predicamento  en  Inglaterra,  ha  interpretado  á  nuestro 
ver  deliciosamente  la  escena  de  la  Anunciación,  cuando  Ma- 
ría contesta  á  ia  salutación  del  ángel  con  aquellas  humildes 
palabras:  lié  aqui  la  sierva  del  Stñor.  No  es  poco  mérito  tra- 
ducir con  la  dulzura  que  lo  ha  hecho  Bossetti  el  inefable 
misterio  del  Ange'.us. 


-m- 


LA  FUENTE  DE  LOS  CURRUTACOS 

(CONTINUACIÓN) 

XVI 

UN  VIAJE  INESPERADO 

El  pobre  de  don  Leandro  parecía  haber  per- 
dido por  completo  el  juicio. 

Causaba  lástima  el  buen  señor. 

Sin  tener  en  cuenta  sus  cincuenta  años,  la 
cruz  del  matrimonio  que  cargaba  sobre  sus 
hombros,  sus  hijos,  hijos  de  \m  amor  ya  tras- 
nochado; su  severa  toga  de  abogado  y  su  repre- 
sentación social,  desde  que  la  vivaracha  viudita 
había  regresado  de  nuevo  á  la  villa,  se  pasaba 
bonitamente  las  horas  el  amartelado  golilla 
rondando  su  casa  como  cualquier  Tenorio  del 
lugar. 

Chicos  y  grandes,  varones  y  hembras,  tenían 
noticia  de  sus  pretensiones  amorosas,  y  sus  pa- 
sos y  repasos  por  la  calle  de  la  viudita  consti- 
tuían el  tema  de  todas  las  conversaciones  en  la 
localidad. 

Una  noche  sin  luna  en  que  las  calles  de  la 
villa  eátaban  oscuras  como  boca  de  lobo,  don 
Leandro  acababa  de  abandonar  la  botica  en 
que  había  pasado  un  par  de  horas  jugando  al 
ajedrez  cometiendo  toda  clase  de  torpezas,  cuan- 
(3o  al  sentar  el  pié  en  la  calle  del  Santo  Madero, 
se  le  acercó  un  hombre  del  pueblo  preguntán- 
dole de  buenas  á  primeras,  pero  llevándose  la 
mano  al  ancho  sombrero  al  mismo  tiempo: 

— ^.Es  V.  don  Leandro  de  Pluma  en  blanco? 

— El  mismo,  —  contestó  el  golilla  echando 
mano  al  espadín. 

— No  se  asuste  su  merced,  que  soy  moro  de 
paz, — contestó  el  desconocido. 

— ¿Pues  qué  quieres?  Despacha  pronto. 

■ — ¿No  me  conoce  su  merced? 

—No. 

— Soy  Silverio ,  el  criado  de  doña  María 
Luisa. 

El  golilla  dio  un  salto. 

— Si,  sí  te  reconozco.  ¿Qué  quieres,  hombre? 
¿Vienes  de  parte  de  tu  damita? 

— Sí,  señor.  Mi  buena  señora  me  ha  entre- 
gado esta  carta  para  V.,  y  le  he  aguardado  en 
este  sitio  á  fin  de  que  nadie  se  enterase  de 
ello. 

• — Muy  bien  hecho, — contestó  Pluma  en  blan- 
co, sonriendo  como  un  bienaventurado. 

— Mi  buena  señora,  que  tiene  la  confianza 
puesta  en  mí,  me  ha  llamado  á  parte,  dicién- 
dome: — Aquí  tienes  esta  carta  para  don  Leandro 
y  procura  entregársela  de  noche  en  un  sitio  so- 
litario y  sin  que  las  piedras  se  aperciban. 

— Veámosla,  veámosla, — exclamó  el  golilla 
hueco  de  alegría  y  tomando  el  billete  de  manos 
del  escudero. 

— Aquí  la  tiene  su  merced.  Entérese  de  ella. 

Don  Leandro,  hinchado  de  vanidad  y  como 
si  el  hijo  mimado  de  la  diosa  Venus,  como  diría 
el  poeta,  disparara  por  vez  primera  contra  él 
sus  amorosos  dardos,  se  llevó  á  los  labios  el 
perfumado  billete  y  se  encaminó  bamboleando 
de  gozo  hacia  una  capilla  en  la  cual  se  venera- 
ba la  piadosa  efigie  del  Ene  Homo,  colocada 
entre  dos  balcones  de  una  casa  solariega  y  alum- 
brada por  un  agonizante  farol  colgado  de  un 
garabato  de  hierro  suspendido  en  el  balcón. 

— ¡Qué  ventura!  ¡Qué  felicidad!  ¡Haber  obte- 
nido este  singular  obsequio  de  la  reina  de  mi 
alma,  señora  de  mis  pensamientos  y  astro  de 
luz  de  mi  existencia!  ¡Cómo  pagarle  tanta  gra- 
titud! 

Así  exclamando,  llegó  al  pié  de  la  capilla, 
rompió  el  sobre  y  dio  principio  á  la  lectura. 

Nuestro  señor  licenciado  con  candorosa  sonri- 
sa, haciéndose  todo  ojos  y  pareciéndole  que  cada 
uno  de  los  rasgos  de  aquella  carta  ftieran  por 
obra  y  gracia  de  las  hadas  protectoras  de  los 
buenos  y  oficiosos  amantes,  leyó  con  alborozo  la 
ine.sperada  misiva. 

La  carta  como  todas  las  de  aquellos  piadosos 
tiempos  estaba  encabezada  con  la  señal  de  la 
santa  cruz,  y  nunca  con  más  razón  pudo  decirse 


178 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


ECCE  ANCILLA  DOMINI  (Cuadro  de  Dante  Gabrie.  Kossetll) 


uquello  de:  t.ra«  de  la  cruz  el  diablo,  pues  pare- 
n  ,Mw.  ■..,  ,.]],.  hubiese  tomado  su  parte  8a- 

1-.  ■  ,i.....i.  ■,,  lonte  en  mano,  con  el  billete  á 
la  diestra,  buncando  la  luz  del  farol  y  sin  fijarse 
en  el  venerable  Ecce-Uomo  que  parecía  mirarle 
con  ojos  de  compasión,  ley¿  y  rekjyó  esos  cortos 
¿  interesantes  renglones: 


«Amabilísimo  don  Leandro:  Con  todo  el  sen- 
timiento de  mi  alma  pongo  en  conocimiento  de 
su  merced,  como  el  día  siete  del-  actual  mi  ve- 
nerable cufiado  don  Serapio  de  Segura  y  Cam- 
polino,  alciilde  que  fué  do  casa  y  corte,  fu¿  lla- 
mado por  Dios  á  su  santa  gloria  después  de  ha- 
ber recibido  los  Santos  Sacramentos. 
r     >8a  inesperada  muerte,  pues  el  pobre  señor 


sélo  contaba  setentíi  años  y^  gozaba  de  buena 
«alud  il  pesar  de  sus  achaques,  ha  acontecido  en 
la  ciudad  de  Granada.  Dios  lo  ha  querido  asi 
y  no  hay  más  que  acatar  su  suprema  y  santa 
voluntad. 

»Como  el  día  veinte  del  actual  se  celebrarán 
sus  funerales  y  eu  aquel  triste  día  se  leerá  en 
familia  su  última  voluntad,  deseo  asistir  á  am- 
bos actos,  pues  los  dos  ine  interesan  de  igual 
modo,  como  comprenderá  su  merced. 

»A  pesar  do  la  pena  que  agviijonea  mi  alma, 
otra  me  mortifica  }•  me  molesta  en  este  instante, 
y  es  la  de  ponerme  en  viaje.  No  puedo  acostum- 
brarme á  exponerme  á  los  peligros  do  una  larga 
excursión.  ¿A  más,  quién  viaja?  Nadie.  La  idea 
de  los  vuelcos,  de  los  caminos  de  heri-adura,  de 
los  mesones,  de  los  bandidos  y  de  los  robos  es- 
tán impresos  en  mi  imaginación. 

» |Una  dama  sola,  por  esos  caminos  de  Dios, 
corre  tantos  y  tantos  peligros! 

»Si  su  merced,  que  tanto  y  tanto  se  interesa 
por  mi  humilde  persona,  su  merced,  repito,  que 
es  todo  un  caballero,  amable,  prudente,  respe- 
tuoso y  comedido  se  dignara  servirme  de  paje 
en  mi  excursión,  quedaría  de  ello  sumamente 
reconocida. 

>^Eso  ha  de  ser  un  secreto  entre  los  dos.  Jú- 
i-eme  su  merced,  señor,  por  el  uombi-e  de  su  di- 
funta madre,  cerrar  el  pico,  no  participar  nada 
á  su  señora,  ni  á  amigos,  ni  á  confidentes,  no  di- 
rigirme la  palabra  en  el  coche  hasta  que  llegue 
el  día,  portarse  como  un  hombre  d(í  honor,  y  yo 
le  j)rometo  esperarlo  mañana  á  las  ocho  de  la 
noche,  dentro  de  mi  carruaje,  eu  la  l'uente  do 
los  Currutacos,  y  de  aquel  triste  y  apartado  si- 
tio, á  fin  de  evitar  murmuraciones,  dirigirnos 
derechos  á  Granada,  pernoctando  en  el  uiesón 
del  Cabrito  hasta  que  sonría  el  sol. 

sSu  mas  humilde  aduiiradora  que  pone  en 
sus  manos  su  recato  y  su  virtud,  convencida 
de  que  sabrá  velar  por  ellos,  María  Luisa.y> 

El  golilla  creía  volverse  loco  de  alegría. 

— ¡Qué  dicha!  ¡Qué  suprema  ventura!  ¡Qué 
felicidad! — repetía  do  nuevo  con  el  más  cómico 
alborozo. 

— ¿Qué  contesta  el  señor? — preguntó  humil- 
demente el  escudero. 

— Di  á  tu  ama,  que  estoy  á  sus  órdenes,  que 
puede  disponer  de  mí  y  que  beso  humildemente 
sus  hermosas  manos. 

El  criado  se  dirigió  á  la  calle  del  Palo  corto, 
y  don  Leandro  mas  alegre  que  un  estudiante  de 
tuna  en  tiempo  de  vacaciones,  hacia  sumoradn. 

Al  dar  con  doña  Cándida  toda  afecto  y  toda 
cintas,  el  esposo  meditó  su  crítica  situación. 

— ¡Leandro  mío!  ¿Por  qué  has  tardado  tanto? 
■ — pregvmtó  la  dama  abriéndole  el  cancel. 

— Pesan  muchos  negocios  sobre  mí,  esijosa 
mía. 

— ¡Muchos! — murmuró  su  cara  mitad  ponien- 
do los  ojos  en  blanco. 

— Sí,  mujer,  si.  Tanto,  que  he  de  separarme 
l)or  ocho  días  de  tu  lado. 

■ — ¡Ocho  días,  que  atrocidad! 

— Sí,  quiero  encerrarme  una  semana  en  la 
cartuja  de  San  Bonito  y  dedicarla  toda  entera 
á  ejercicios  y  macei-aciones  para  desagraviar  á 
Dios,  pues  acaba  do  publicar  una  bula  el  Santo 
Padre,  diciendo  que  ganarán  tres  mil  días  de 
indulgencias  cuantos  pongan  en  práctica  esos 
piadosos  ejercicios. 

• — ¡Todo  '  sea  por  Dios! — murmuró  la  dama 
fingiendo  credulidad. 

— Lo  ha  creído  de  buenas  á  primeras  mi  can- 
dida señora,— murmuró  el  esposo. 

— ¡Y  qué  hombres  tan  mentecatos  ostentan 
la  borla  de  doctor, — articuló  la  dama  con  mali- 
ciosa sonrisa, — merecería  ser  emplumado  por 
majadero! 

Los  dos  cónyuges  retozándoles  la  risa  y  evi- 
tando sus  miradas  tomaron  asiento  en  la  mesa 
y  principiaron  á  cenar. 

(Se  concluirá.)      Fkancisco  Gras  v  Elías. 


imOSTIiQOl:  CmM,  3ÍS-367,  lUiói  Itliiu,  EüUr. — Imnúa  ios  díredios  de  propiedad  artiilica  y  iiltraria. — Las  reciaiDaciünes  cd  Madrid,  al  represeitante  de  esta  Casa  D,  Manuel  Piá  y  Valor,  Apodaca,  10, 2.° 

-)  INSÉRTESE  Ó  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINOUN  ORIQINAL  ( 


■RMUCOMIBHTC  TtPOalliFICO  OE   B.   BASBD*.— CULLB  OB  VlLL/inROEl..  NÓM.    17,   EN8ANCUB  DE  SAK  ANTOMIO.— BAHCBLOHA. 


SEMANARIO     CIENTÍFICO,     LITERARIO    Y     ARTÍSTICO 


Año  V 


Barcelona  19  de  Marzo  de  1887 


Núm.  220 


GALANTEOS  DE  ANTAÑO 


17S 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


SUMARIO 

TuTO.-JTa*».  Oartaa  á  mi  prtaa.  por  Fernanflor- to 
MM  dt  iWra  r^li  (eODtlnuaclón>,  por  Juan  Tomas  Sal- 
raaj.—Lttlmt:  A  amdkM  y  d  «tiiiniw)  (conlinuacitSut, 
por  CUrln.  — IModau'fo,  por  Antonia  Optase.  — lYpot 
wéUtata:  Mtmaidtt,  SuHa  i  /laüa.— J/tMra  bjana,  por 
8.  BMd».— ir<|lr  (poeala),  por  Joaé  U.'  de  la  Torre  — 
MMtofrVia.  PO'  Culoa  Hendoia.— Mnwtroa  grabados.— 
IM  /uadt  4t  Un  emmUuot  (ooneliuión),  por  Francisco 
Graa  j  Kllaa. 

OaiBiDoa.- Galanteoe  de  antAo.—Ixw  anímale*  como  ele- 
Bcoto  dceoraÜTO  (doagrabadoa).— El  terremoto  de  Niía. 
— Tlpoa  miUlarea  de  Alemania,  Ruda  éltalla— Guantes 
hlatArlcos  (cuatro grabados).— Embarque  del  cadáver  de 
OostaTO  Adolfo,  en  Wolgast— Reunión  de  patronos  de  un 
Aillo  de  huírfanas.- El  nido  abandonado .  -Paisaje.  -  Por- 
Imtal:  DnlTetaldad  de  Colmbra.— Un  camino  á  través  del 
boaqne. 

MADRID 


GAJÜTA-S    A.   TVTT    T'TIT^O^A. 


Loa  cañones  están  cargados...  de  paz.— En  lo  que  piensan  los 
qneno  tienen  dinero  para  comprar  nou  -  Lo  que  hace  hoy 
la  sociedad  madrileña —La  estadlsiira  del  crimen- Lo 
que  hay  dentro  de  una  libreta  y  dentro  de  una  botella  de 
vino.— Los  libros  que  te  envío  y  recomiendo. 

SI  querida  Carmen:  Hé  aquí  que  la  paz 
no  será  turbada  y  que  vosotros  conti- 
nuaréis en  París;  me  alegro  por  la  hu- 
manidad y  por  vosotros. 

Sin  embargo,  la  paz  de  Bismarck,  es  decir,  la 
paz  que  consiste  en  armar  á  los  hombres  en  vez 
de  desarmarlos,  ¿ofrece  garantías?  Proudhon  ha 
dicho  que  la  paz  no  existirá  mientras  haya  opri- 
midos }•  explotados.  La  última  votación  de  Al- 
sacia-Lorena  demuestra  que  hay  oprimidos;  esta 
paz  es  sólo  la  tregua  del  miedo.  Por  otra  parte, 
el  emperador  se  muere  de  sus  noventa  años.  Su 
vieja  cabeza  se  inclina  con  el  peso  del  casco, 
sus  manos  tiemblan  y  sus  piernas  se  doblan 
Falto  ya  de  aliento  para  vivir  tiene  que  hacer 
esfuerzos  inauditos  para  presentarse  alguna  vez 
á  sus  súbditosy  conservar  ante  ellos  la  entereza 
de  un  emperador  inmortal;  pero  luego,  cuando 
se  retira  déjase  caer  en  su  butaca  como  un  ma- 
niquí á  quien  faltan  de  pronto  los  resortes.  El 
mismo  debe  creer  que  se  lleva  consigo  la  paz 
de  su  imperio  y  que  lega  á  su  hijo  los  horrores 
de  una  feroz  campaña.  La  visión  de  su  imperio 
destruido  será  probablemente  la  visión  última 
de  8u  vida  y  al  entrar  en  la  eternidad  donde  le 
esperan  las  sombras  gloriosas  de  sus  antiguos 
soldados,  tendrá  en  sus  ojos  lágrimas.  Si  alguien 
debe  creer  en  otra  vida,  sin  término,  es  quien  ha 
sido  rey;  quien  ha  dominado  el  mundo,  no  debe 
resignarse  á  la  igualdad  del  polvo  y  de  la  nada. 
¿Para  qué  sirven  el  poder  y  los  tesoros  y  las 
grandezas,  si  no  sirven  más  que  para  reinar  sobre 
hombres  y  poseer  cosas  que  se  desprecian?  O  el 
reinar  es  una  mentira  ó  se  ha  de  seguir  siendo 
rey  en  otro  mundo  después  de  la  muerte. 

— ¡Me  exalto, — decía  un  banquero, — cuando 
reflexiono  que  con  tanto  dinero  no  puedo  sobor- 
nar á  la  Muerte! — Esta  consideración  no  se  le 
ocurre  al  desgraciado  que  no  tiene  pan  que  lle- 
var á  la  boca;  y  son  muchos  que  se  van  á  encon- 
trar en  este  caso  si  las  lluvias  no  vienen  pron- 
to. Mientras  llegan,  los  panaderos  han  subido  el 
precio  del  pan,  sin  esperar  á  que  subiese  el 
trigo.  Todo  Madrid  ha  clamado  contra  seme- 
jante inhumanidad  y  los  teniente»  de  alcalde 
han  empezado  á  visitar  las  tahonas  decomisando 
el  pan  falto  de  peso.  Ha  ocurrido  con  este  moti- 
vo lo  de  siempre;  en  cada  visita  se  ha  encon- 
trado con  dicha  falta  miles  de  panecillos.  Es 
decir,  que  muchos  tahoneros  defraudan  sistemá- 
ticamente al  público  y  que  el  público  sistemá- 
ticamente lo  consiente.  Lo  consiente  porque  en 
Madrid  nadie  reclama  que  se  le  pese  el  pan  que 
compra.  Todos  se  quejan  de  la  carestía,  todos 
sospechan  que  se  les  da  mermado  el  pan  y  lo 
aceptan  y  se  callan.  Aquí  no  cumplimos  con 
nuestros  deberes;  pero  en  cambio  tampoco  ejer- 
citamos nuestros  derechos.  Hace  pocos  días  en- 
tró un  obrero  en  una  tahona: — ¿Cuánto  es  un 
panecillo? —  pregunta.  —  Once  céntimos. — Bue- 


no, péselo  usted. — Pesado  cuesta  doce, — Bueno, 
péselo  usted. — Hombre,  déjate  de  eso.  Llé- 
vale sin  pesar  y  te  le  doy  en  diez. — Esto  se 
sabe  y  todo  el  mundo  se  encoge  de  hombros  con 
indiferencia  verdaderamente  estú])ida.  El  ptte- 
blo  se  contenta  con  proferir  sombrías  amenazas, 
con  augurar  venganzas  para  el  gran  día  de  la 
liquidación  social  y  proineterae  colgar  de  los 
faroles  á  los  mozos  de  tahona  ó  cocer  en  los 
hornos  de  su  propia  tahona  á  los  tahoneros. 
Mientras  llega  ese  día, — que  tiene  otros  dias  se- 
mejantes en  la  hi.storia, — reduce  su  pedazo  de 
pan  cuotidiano  y  enflaquece  y  ve  enflaquecer  á 
su  desdichada  familia.  He  citado  en  el  principio 
de  mi  carta  una  frase  de  Proudhon:  no  habrá  paz 
mientras  haj'a  oprimidos  y  explotados.  No  ha- 
brá paz  donde  no  haya  pan  barato. 

Ayer  cayeron  algunas  gotas  de  lluvia  y  todos 
sonreímos  con  esperanza.  Las  nubes  pasaron  li- 
geramente sobre  los  paraguas  abiertos  trazando 
un  arco  iris  que  no  era  el  de  la  paz  sino  el  del 
hambre.  Hoy  por  la  mañana  ha  llovido  un  po- 
quito. Lo  bastante  nada  más  paia  que  en  estos 
alrededores  nazca  iina  verde  pelusilla  que  se 
agostará  con  el  sol  al  otro  día.  ¡Qué  campos  los 
de  este  Madrid;  ya  tú  los  recuerdas!  Apenas 
crece  en  ellos  un  arbolito.  Cierto  buen  señor, 
cuando  sale  con  sus  hijos  de  paseo  por  la.s  afue- 
ras y  encuentra  un  árbol,  hace  que  sus  hijos  se 
arrodillen  delante,  como  si  aquel  árbol  fuese 
una  capilla: — ¡Ya  veis, — les  dice, — aunque  lo 
nieguen  los  incrédulos  hay  milagros! 

No  debe  contarse  entre  los  incrédulos  las  da- 
mas madrileñas;  éstas  han  terminado  ya  de  re- 
gocijarse y  ponen  la  cara  tan  melancólica  como 
lo  exige  la  Cuaresma.  No  se  visten  ya  los  colo- 
res alegres  de  sus  trajee  de  sarao  ni  se  engala- 
nan con  brillantes;  ahora  se  visten  de  negro,  se 
rodean  el  semblante  con  la  blonda  de  la  manti- 
lla y  se  dirigen  á  las  iglesias  cuidando  de  no 
mirar  á  los  Ijpmbres  sino  con  el  rabito  del  ojo. 
Mostrar  hoy  la  desenvoltura  de  hace  dias  no 
sólo  seria  impropio  de  esta  época  de  oración 
sino  que  seria  de  mal  tono.  El  traje  modesto 
requiere  un  aire  de  modestia  y  sencillez  tam- 
bién. Parecer  beata,  es  hoy  añadir  un  atractivo 
más  á  los  de  siempre:  es  una  coquetería.  Tú  sa- 
bes algo  de  esto,  se  me  figura.  Durante  ocho 
días,  han  celebrado  las  Hijas  de  María,  en  la 
capilla  del  Sagrado  Corazón,  sus  ejercicios  es- 
pirituales. Este  es  el  templo  preferido  por  la 
buena  sociedad  que  tiene  sus  templos  y  sus  días 
religiosos  de  moda,  como  en  los  teatros. 

Las  ocupaciones  de  estas  damas  han  variado; 
muchas  de  ellas  en  vez  de  ir  á  las  funciones 
teatrales  se  quedan  en  casa  y  convierten  en  ta- 
lleres sus  salones;  ocupándose  en  hacer  hilas  y 
ropas  para  los  asilos  benéficos.  Otras  recogen 
donativos  á  las  puertas  de  las  iglesias,  donde  se 
celebran  misiones  y  novenas.  Algunas,  dedican 
las  tardes  á  enseñar  la  doctrina  cristiana  á  los 
niños  acogidos  en  los  asilos  particulares,  á  visitar 
enfermos;  todas,  en  fin,  expían  terriblemente 
sus  anteriores  diversiones.  Las  que  más  se  dis- 
tinguen por  su  fervor  religioso  suelen  ser  las 
mismas  que  se  distinguieron  por  su  entusiasmo 
en  los  placeres;  y  esto  es  natural.  Esta  es  una 
época  deplorable  para  los  Tenorios  y  los  pollos 
fulminantes'.  Unos  y  otros,  viendo  á  sus  enamo- 
radas cruzar  con  los  ojos  bajos,  los  brazos  cru- 
zados y  entre  los  guantes  el  libro  de  oraciones, 
piensan  que  han  sido  olvidados  para  siempre  y 
meditan  estrepitosos  suicidios...  Por  fortuna  las 
respectivas  doncellas,  encargadas  de  otras  mi- 
siones no  tan  católicas,  les  dicen: — Señorito,  no 
se  apure  usted...  en  cuanto  resucite  Dios,  resu- 
citará usted. —  Palabras  tan  consoladoras  son 
recompensadas  siempre  desde  cinco  pesetas  á 
cinco  duros.  Dejemos  rezar  á  tus  amigas  y  co- 
nocidas y  pasemos  á  otro  asunto. 

¿Quieres  que  hablemos  un  poquito  de  la  mal- 
dad de  los  hombres  ya  que  estamos  en  época  de 
sermoneo?  Pues  has  de  saber  que,  según  leo  en 
un  diario,  la  estadística  del  crimen  acusa  gran- 
de crecimiento  en  España.  De  Julio  de  1885  á  Ju- 
lio de  1886  se  han  despachado  en  toda  la  penín- 
sula é  islas  adyacentes  24.158  causas  criminales 
I  por  delitos  contra  personas,  de  las  cuales  72  son 


por  parricidio,  201  por  asesinato,  1.127  por 
homicidio,  199  por  infanticidio,  18.204  por  le 
sienes,  6  por  duelo,  2.204  por  disparo  de  arma.-*, 
696  por  suicidio,  1,449  por  amenazas  y  coaccio- 
nes. Esto  sin  contar  los  robos,  hurtos,  desho- 
nestidades, incendios  y  otros  estragos.  Ya  casi 
siento  haber  desarrollado  ante  tus  ojos  estas  ci- 
fras que  á  tu  viva  imaginación  se  presentarán 
como  torcidas  figuras  de  ensangrentados  crimi- 
nales. Parece  que  con  la  civilización  no  nos  mejo- 
ramos sino  que  codiciamos  con  maj'or  afán  el 
bien  del  prójimo;  que  nuestras  pasiones  son 
más  vivas  y  nuestros  nervios  más  irritables. 
Sólo  hay  una  ventaja,  puramente  moral:  la  ma- 
yor ilustración  nos  da  conciencia  de  nuestros 
actos;  sabemos  que  obramos  mal  y  delinquiendo 
sabemos  cuan  reprobable  es  nuestra  conducta. 
Compadecemos  á  nuestras  víctimas  y  nos  des- 
preciamos á  nosotros  mismos.  Esto  es  un  con- 
suelo para  el  que  ha  sido  robado  ó  asesinado, 
sin  duda.  Los  periódicos  que  copian  la  estadís- 
tica mencionada,  insisten  como  siempre  en  que 
el  vino  y  la  navaja  tienen  la  culpa  de  todo.  Fi- 
gúrate lo  que  habrá  de  suceder  ahora  en  que  no 
teniendo  los  pobres  para  comprar  pan  barato 
preferirán  beberse  todo  su  dinero  en  vino.  ¡El 
pan  y  el  vino!  ¡El  cuerpo  y  el  alma!  ¡La  fuerza 
y  la  idea!  ¡El  trabajo  y  la  alegría! 

Sólo  que  el  abuso  del  vino  puede  traer  más 
graves  consecuencias  que  el  abuso  del  pan.  El 
soñador  más  fantástico,  el  mayor  alucinado,  sólo 
puede  ver  en  una  libreta  el  júbilo,  la  paz  de  una 
familia.  La  navaja  del  obrero,  cuando  parte  un 
pan,  despide  fulgores  que  deslumhran  y  recrean. 
Pero  ¿qué  no  ve  la  imaginación  de  un  pesimista 
cuando  mira  á  través  del  verdoso  cristal  de  una 
botella?  Allí  dentro  se  agitan  esperando  salir  á 
borbotones,  primero,  es  cierto,  el  placer,  las 
sonrisas,  las  esperanzas,  las  palabras  ingenio- 
sas y  dulces,  las  protestas  de  la  amistad  y  del 
amor;  pero  luego  los  groseros  insultos,  las  pa- 
siones feroces,  todos  los  desórdenes  del  cerebro, 
todas  las  brutalidades  y  todos  los  crímenes.  En- 
tonces sale  también  la  navaja;  pero  despidiendo 
fulgores  que  espantan  y  que  giran  con  trazos  de 
fuego  para  luego  apagarse  en  sangre. — En  Es- 
paña hay,  por  lo  visto,  un  gran  desnivel  entre 
la  producción  del  trigo  y  la  del  vino.  Y  este 
desnivel  irá  en  aumento  porque  cada  año  se 
siembran  menos  tierras  y  se  plantan  más  vides. 
— El  porvenir  de  España  está  en  el  vino, — dicen 
los  agricultores  españoles. — Es  decir, — contes- 
tan otros, — en  la  taberna  y  en  la  navaja. 

Para  concluir  esta  carta  con  algo  menos  gra- 
ve y  filosófico,  te  anuncio  el  envío  de  algunos 
libros  de  amena  literatura;  que  realmente  son 
amenos. 

Entre  ellos  figura  La  hija  de  Miracielos  y  La 
cuerda  del  ahorcado,  dos  cuentos  en  un  solo  vo- 
lumen, original  el  primero  de  Urrecha  y  el  se- 
gundo de  Chaves.  El  estilo  de  Urrecha  es  más 
espontáneo,  más  colorido,  más  moderno  que  el 
de  Chaves;  éste  es  más  sencillo,  más  correcto, 
más  justo  y  más  castizo.  Urrecha  figura  entre 
los  revolucionarios  de  nuestra  literatura;  Cha- 
ves, entre  los  conservadores.  Al  uno  le  parece 
antigua  la  levita  y  viste  de  americana,  ya  ne- 
gra, ya  vistosa,  según  las  circunstancias:  al 
otro  la  levita  le  parece  prenda  desgarbada  y 
quisiera  vestir  sencillo  traje  del  siglo  xvii;  su 
época  favorita.  Los  dos  son  dos  escritores  esti- 
mables que  podrán  llegar  á  escritores  excelen- 
tes. 

Otro  de  los  libros  que  te  envío  se  titula  Del 
Aíonton,  (retratos  de  sujetos  que  se  ven  en  todas 
partes).  Es  una  colección  de  tipos  dibujados  gra- 
ciosamente con  sencillez,  con  verdad,  con  lige- 
reza, .sin  pretcnsiones;  un  libro  agradable  y 
simpático.  Su  autor  es  un  periodista,  tan  sim- 
pático personalmente,  como  su  obra.  Manuel 
Matosos,  que  firma  sus  artículos  Andrés  Corzue- 
lo.  A  este  libro  acompañan  lindísimas  viñetas 
de  Mecachis. 

Y  nada  más  por  hoy. 


Tuyo, 


*- 


Fkrnanflor. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


179 


LA  CASA  DE  PEDRO  LÓPEZ 


(CONTINUAC  lÓs) 

Todos  aquellos  hombres  desocuparon  la  esca- 
lera, ignoro  si  haciendo  la  vista  gorda  ó  no  sos- 
pechando que  tuvieran  algo  que  ver  con  los  ve- 
cinos del  principal. 

Al  poco  rato  había  recobrado  la  casa  su  as- 
pecto ordinario.  Sólo  el  usurero  y  yo  quedába- 
mos en  la  escalera. 

— ¡Se  ha  salvado  mi  dinero!  ¡Hija  mía! — pro- 
firió aquél,  maquinahnente. 

— Aquí  estoy,  papá,  ¿se  sosegó  todo? — res- 
pondió la  joven,  acudiendo. 

— No  ha  sido  nada,  señorita,  una  alarma 
falsa. 

— ¡Alabado  sea  Dios! 

Entonces  pude  ver,  en  la  puerta  de  mi  veci- 
no, una  plancha  de  metal  con  estas  palabras : 

DIMAS  RAPOSO 

PRESTA  DINERO  SOBRE  ALHAJAS  Y  EFECTOS 
QUE  CONVENGAN 

— ¡Es  posible, — le  dije, — que  V.,  tan  apegado 
á  sus  intereses,  habite  en  semejante  casa! 


— ^¡Pues  por  eso! — me  contestó. — ¿No  ve  us- 
ted que  son  clientes  míos  los  del  principal  y  del 
segundo? 

Rosa  exhaló  un  elocuente  suspiro,  mirando  á 
su  padre;  luego  se  volvió  hacia  mí,  y  con  una 
graciosa  sonrisa,  alzó  la  mano,  apoyó  el  índice 
en  la  frente  y  me  hizo  una  seña  que  interpreté 
de  esta  manera; 

—Es  su  manía;  hay  que  dejarle. 

— Vecino,  está  V.  apurando  la  bujía, —  obser- 
vó don  Dimas  con  la  vista  fija  en  mi  palma- 
toria. , 

— [Vaya!  que  Vdes.  descansen. 

— Buenas  noches;  haga  V.  lo  propio. 

— Y  muchas  gracias,  caballero,—  terminó  la 
joven  con  acento  angelical. 

Mientras  sonaba  tras  la  puerta  del  usurero 
gran  ruido  de  llaves  y  cerrojos,  entró  en  casa, 
cerrando  la  mía,  deseoso  de  acostarme,  acto  en 
el  cual  sin  cumplimiento  me  había  precedido 
Ramírez. 

— ¡Las  tres  y  media!  Noche  toledana;  esta 
casa  se  va  haciendo  inhabitable, — dije  mirando 
el  reloj  al  tiempo  de  desnudarme. 

vni 

Al  amanecer  ya  estaba  yo  en  la  calle,  resuelto 
á  pillar  en  la  cama  á  mi  casero.  Transitaban  en 


ella  escasas  personas  y  de  poco  arraigo  to- 
das ellas.  Muchos  portales  permanecían  cerrados, 
otros  comenzaban  á  abrirse,  dando  paso  á  sen- 
das muchachas  de  servicio,  que,  cesta  al  brazo, 
se  encaminaban  á  la  compra.  Algunos  horteras, 
perezosos  y  soñolientos,  iban  descubriendo  los 
escaparates  de  las  tiendas,  ó  descubiertos  ya, 
barrían  la  acera,  levantando  nubes  de  polvo 
espeso  y  repugnante.  Los  edificios,  con  sus  bal- 
cones y  ventanas  cerrados,  parecíaa  dormidos 
también  como  los  vecinos  que  albergaban.  A  la 
vuelta  de  tal  ó  cual  esquina,  la  destemplada 
esquila  de  las  burras,  al  sonar  acompasadamen- 
te, pregonaba  la  leche  salutífera.  Algún  carro 
repleto  de  basura  estremecía  el  empedrado,  in- 
ficionando la  atmósfera,  formando  admirable 
contraste  con  la  suntuosidad  y  magnificencia  de 
los  palacios  cuyo  despojo  tal  vez  era. 

Me  dirigí  á  la  calle  de  Cuchilleros  y  busqué 
en  ella  el  37.  Al  entrar  en  el  zaguán,  abierto 
ya,  una  agraciada  niña  de  catorce  á  quince 
años,  secándose  la  cara  con  una  toalla  sucia, 
me  salió  al  encuentro. 

— ¿Por  quién  pregunta  usted? 

— ¿Don  Pedro  López? 

— No  está. 

— ¡Cómo  que  no  está!  Que  no  recibe  dirás; 
pero  en  cuanto  á  estar  en  casa,  tan  temprano... 


LOS  ANIMALES  COMO  ELEMENTO  DECORATIVO:  CABEZA  DE  COCODRILO  (Pinlura  du  NellUship).     ARTESA   EN   FORMA  DE  JABALÍ 


— Para  el  amo  debe  de  ser  muy  tarde,  porque 
no  se  ha  recogido  todavía. 

Entre  tantos  miles  de  López  como  cuenta 
España,  principié  á  dudar  de  la  existencia  de 
mi  D.  Pedro  López. 

No  sabiendo  qué  resolución  tomar,  permane- 
cía clavado  en  el  portal  cuando  acertó  á  entrar 
un  hombre  de  capa  y  sombrero  hongo. 

— Este  caballero  busca  á  V., — dijo  la  niña. 

El  recién  llegado  hizo  con  la  cabeza  un  mo- 
vimiento casi  imperceptible. 

— ¿Es  usted  D.  Pedro  López? —  pregunté  con 
aire  de  duda. 

— Para  servir  á  usted. 

Respiré  como  Colón  al  descubrir  la  América. 

— Usted  dirá, — añadió  el  extraño  personaje. 

— Soy  inquilino  de  V.  y  vengo  á  hablar  sobre 
asuntos  de  la  casa. 

— ¿De  qué  casa,  caballero? 

— La  de  la  calle  de  las  Infantas. 

— Mala  hoi-a  es  esta:  pero,  en  fin,  suba  usted, 
— dijo  bostezando. 

Subimos,  él  delante,  yo  detrás,  entregado  á 
serias  reflexiones. 

Mi  casero  no  era  un  mito,  sino  un  hombre  de 
carne  y  hueso,  que  vestía  como  los  demás,  que 
estaba  allí,  delante  de  mis  ojos  subiendo  la  es- 
calera, echando  cada  bostezo  que  temblaban  las 
paredes;  y  no  un  casero  así  como  se  quiera,  sino 
un  casero  trasnochador,  buen  mozo,  propietario 
de  más  de  una  casa  como  lo  había  revelado  su 
pregunta. 

Entramos  en  el  cuarto  segundo  con  auxilio  de 
una  llave  que  .sacó  al  efecto,  y  me  introdujo  en 
una  especie  de  despacho  con  ventana  á  un  pa- 
tio, con  una  mesa  sin  papeles  encima,  y  en  el 
cual  cogían  apenas  tres  personas.  Nos  sentamos, 
él  en  una  butaca  junto  á  la  mesa,  yo  en  una 


silla  al  lado  opuesto.  Se  quitó  el  sombrero  y  la 
capa;  un  rojizo  rayo  de  sol  entró  en  la  habita- 
ción, y  entonces  pude  examinar  á  mi  casero. 
Era  un  hombre  como  de  treinta  años,  alto  y  bien 
formado,  pero  de  aspecto  vulgar  y  hasta  repul- 
sivo, no  sé  si  como  casero  ó  como  hombre,  ó 
bajo  cualquier  aspecto  que  se  le  considerase.  Su 
cabello  era  negro,  lustroso  y  fino  á  fuerza  de 
afeites,  su  frente  estrecha  y  deprimida,  sus  ore- 
jas grandes  y  caídas  como  las  de  un  perro  per- 
diguero, su  nariz  correcta,  sus  labios  gruesos 
y  rojos,  recordando  el  almagre,  su  barba  redon- 
da, carnosa  y  reluciente;  sus  ojos,  careciendo  de 
brillo  inteligente,  no  daban  al  semblante  expre- 
sión alguna  ó  le  daban  la  de  un  lacayo;  tenía  el 
rostro  afeitado,  y  bajo  la  lustrosa  epidermis, 
algo  semejante  á  una  ola  de  pelo  pugnaba  por 
rebasar  la  superficie:  vestía  (haquet  y  chaleco 
de  triad,  pantalón  de  lana,  todo  ello  oscuro  y 
flamante. 

— Usted  dirá, — repitió  mirándome  de  hito  en 
hito. 

— Perdone  V.  si  tan  temprano  le  molesto, 
pero.!. 

— Al  grano. 

— Pues  el  grano  consiste  en  que  deseo  bo- 
rrarme del  número  de  sus  inquilinos. 

Sin  contestar,  abrió  un  cajón,  sacó  de  él  un 
mamotreto  y  se  puso  á  hojearlo. 

• — ¿Qué  cuarto  ocupa  usted? 

— El  tercero  de  la  izquierda. 

— ¿Su  gracia  de  usted? 

Le  dije  mi  nombre. 

— ¿Cuánto  tiempo  lleva  V.  en  la  casa? 

— Tres  semanas. 

— En  efecto,  aquí  está.  Pues,  amigo  mío, — 
añadió  soltando  el  mamotreto, — lo  convenido  es 
ley,  no  puede  V.  mudarse  antes  de  dos  meses 

V 


una  semana...  A  no  ser  que  se  resigne  á  perder 
la  fianza  y  el  pico  del  mes  corriente... 

— No  obstante... 

— ¿Ha  firmado  V.  ó  no  el  contrato  por  un  tri- 
mestre? 

— Sí,  señor. 

— Pues,  entonces,  nada  tengo  que  añadir;  us- 
ted cumple  ó  no  cumple;  si  no  cumple,  para  eso 
es  la  fianza. 

—Con  todo,  haré  observar  á  V.  que  sus  in- 
quilinos, mis  compañeros  de  vecindad,  no  son 
personas  decentes. 

— ^¡Cómo  que  no!  Para  mí  valen  tanto  como 
usted,  y  como  cualquier  otro;  pagan  al  pelo. 

— En  el  principal  hay  un  garito. 

— ¿Qué  tengo  yo  que  ver  con  él?  Eso  es  cosa 
de  la  autoridad. 

— En  el  segundo... 

— Sé  lo  que  me  va  V.  á  decir;  esas  mujeres 
están  autorizadas;  ¡vea  V.  si  serán  decentes! 

— En  el  tercefo  derecha  vive  un  usurero. 

— Lo  cual  es  una  gran  comodidad  para  los 
vecinos.  Además,  también  está  autorizado,  y  en 
Madrid,  la  usura  constituye  un  artículo  de  pri- 
mera necesidad. 

— Acaso  no  sepa  V.  que  los  vecinos  del  so- 
tabanco se  están  reventando  todas  las  noches 

— Pues  que  revienten  de  una  vez;  entonces 
pondré  papeles.  Si  delinquen,  ahí  están  los  tri- 
bunales, los  presidios  y  el  verdugo.  Yo,  nada 
tengo  que  ver  con  ellos. 

— Esta  noche  pasada  hemos  llevado  un  susto; 
allí  no  ha  dormido  nadie. 

— Eso  se  lo  cuentan  Vdes.  á  la  portera;  ella 
es  la  encargada  de  mantener  el  orden. 

(Se  concluirá.)        Juan  Tomás  Salvany. 


-*- 


NIZA:  LOS  TERREMOTOS 
El  eurU  manldi»!  de  dIOu  útl  barrio  de  San  E»teban.-üna  cana  tUI  mismn  barrio.-Kl  j.áuico  en  las  caUcs  en  el  momento  del  siDleslrc- Campamento  en  una  plaza 


TIPOS   MILITARES:  ALEMANIA,  RUSIA  É   ITALIA 


182 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


LECTURAS 


A    MUCHOS    Y    A   NINGUNO 

(  COSTIIOIAClOKj 

Naestro  hombre  (se  le  pnede  llamar  asi  por- 
que, al  fin,  lo  es)  cree  que  Uegará  á  eminencia 
si  trabaja  con  fe  y  obediente  al  dogma  de  la 
escuela  y  á  las  advertencias  de  la  crítica. 

£1  se  ha  visto  en  una  lista  de  escritores  que 
están  regenerando  la  prosa  y  la  novela,  y  de 
allí  }-a  nadie  le  apea:  él  es  novelista  y  prosista. 
Ahora,  la  cuestión,  para  ascender,  es  tener  ca- 
chaza, observar  mucho  la  realidad,  escribir  largo 
y  tendido  (todos  los  dias  un  poco),  madrugar, 


hacer  gimnasia,  reirse  de  la  inspiración  y  de  la 
imaginación,  y  componer  como  el  patrón  manda. 
«La  autoridad  y  la  razón  están  conmigo,»  pien- 
sa: veamos  cómo. 

Toma  por  autoridad  á  unos  cuantos  caballe- 
ros que  escriben  en  periódicos  de  mucha  circu- 
lación, y  cometiendo  sin  querer  un  tropo  que 
no  estaba  previsto  en  la  retórica,  toma  al  critico 
por  los  lectores,  y  la  importancia  que  éstos 
tienen,  por  ser  muchos,  se  la  atribuye  al  otro 
que  es  uno  solo,  y  malo.  Entro  nosotros  hay  unos 
pocos...  ¿para  qué  mentir?  hay  ya  muchos  lite- 
ratos que  sin  dejar  de  ser  unos  mequeti-efes 
desprovistos  de  todas  las  cualidades  esenciales 
en  el  artista  de  la  palabra  y  en  el  crítico  lite- 
rario, se  creen  eminencias  sólo  porque,  sabe 


GUANTES  HISTÓRICOS 


GUANTE  DE  LA 

FAMILIA  CROWMER,  DE  KENT 

(Siglo  ITI) 

Dios  cómo,  han  llegado  á  enseñorearse  de  tal 
ó  cual  papel  que  se  lee  mucho,  no  por  obra  y 
gracia  de  los  tales,  sino  por  la  mafia,  industria 
y  laboriosidad  de  un  empresario,  el  cual,  ó  se 
ha  muerto  ya,  6  si  vive,  no  se  mete  en  asuntos 
literarios  y  hace  que  el  papel  prospere  gracias 
á  una  habilidad  por  completo  extraña  á  la  esté- 
tica y  sus  contomos. 

Pero  nuestro  novelista  no  ve  esto,  no  ve  más 
sino  que  en  un  periódico  de  mucha  autoridad 
de  mucha  circulación,  señor,  que  no  es  lo  mismo) 
un  crítico  muy  conocido  (ya  lo  creo,  como  las 
máquinas  de  Singer)  le  ha  dicho  que  continuara 
pcir  ahí,  esto  es,  por  ese  mar  de  tinta  vertida 
sobre  resmas  de  papel  barato,  sorprendiendo  la 
realidad  todos  los  días  por  la  mañana  y  creando, 
en  suma,  en  compañía  de  otros  como  él,  la  nueva 
novela  española.  Nuestro  hombre  no  quiere  pa- 
rarse en  notar  que  su  rrtíico  suele  ser  un  nove- 
lista manqué  ó  frustrado,  ó,  lo  que  es  más  terri- 
ble, un  novelista  t'n  Jieri  que  no  quiere  escribir 
('idnvla  novelas  f)Orque  fístá  e8j)erando  la  última 
novela,  como  el  locc»  del  cuento.  Esos  señores 
tienen  una  envidia  descomunal  pegada  al  higa- 


GUANTE  DE  TERCIOPELO 

carmesí,  BORDADO  DE  ORO  Y  PLATA 

(Época  de  Isabel) 

do,  y  lo  que  ellos  quieren  es  mortificar  á  los 
escritores  verdaderos  olvidándoles  ó  tratándoles 
con  las  mismas  frases  insustanciales  de  guar- 
darropía que  dedican  á  los  principiantes  á  quie- 
nes pretenden  animar.  Ya  Flaubert  se  quejaba 
de  estas  malas  mañas  que  por  lo  visto  no  son 
invención  de  nuestros  críticos  de  caja  y  de  gran 
tirada.  Decía  el  autor  de  Bouvard  et  Pecwhet 
en  su  carta  XXXIX  á  Jorge  Sand:  Ce  qui  m' 
indigne  tous  les  jours  c'  est  de  voir  mettre  sur  le 
méme  rang  un  chej-d'  ceuvre  et  une  turpilude.  On 
exalte  les  petits  et  on  rabnisse  les  grands;  rien  n' 
est  plus  Mte  ni  plus  inmoral. 

En  la  prensa  de  París,  en  la  popular  y  muy 
notada,  se  observa  algo  parecido  á  lo  que  suce- 
de aquí,  y  nuestros  Fignrillos  de  Madrid  que 
procuran  imitar  á  esos  escritores  de  quien  Flau- 
bert se  queja,  lo  con.sig)ien,  no  por  lo  que  res- 
pecta al  ingenio  y  la  gracia  que  aquellos  suelen 
tener,  sino  en  los  galicismos  (que  on  los  otros, 
es  claro,  no  lo  son)  y  en  las  pasioncillas  misera- 
bles. 

Nada  más  digno  de  alabanza  que  alentar  á  la 
juventud,  sacarla  de  la  oscuridad  y  ayudarla  á 


ganar  la  gloria;  poro  esto  cuando  se  ha  visto  su 
talento  positivo,  cuando  merece  esa  juventud 
que  se  la  dé  la  mano.  Pero  las  autoridades  á  que 
se  agarra  nuestro  novelista  no  hacen  eso;  prote- 
gen al  primei-o  que  llega  y  sino  rechazan  siste- 
máticamente el  verdadero  talento  para  socorrer 
tan  sólo  á  la  ineptitud,  es  porque  ni  siquiera  sa- 
ben distinguir  el  oro  del  barro  con  que  corre 
mezclado.  Y  aquí  la  justicia  me  obliga  á  notar 
una  circunstancia  atenuante  en  la  picardía  de 
tales  críticos  de  la  gleba  pefiodistica;  y  es,  que 
no  hay  que  suponerlos  tan  maliciosos  que  siem- 
pre alaben  lo  malo  por  malo  y  para  dar  en  cara 
á  lo  bueno  que  envidian;  no,  algunas  veces  se 
entusiasman  de  veras  con  la  obra  de  la  necedad, 
obedeciendo  á  la  luz  de  las  afinidades  electivas. 
El  talento  oscurecido  no  lo  aborrecen  ellos,  por 
dos  razones;  primera,  porque  no  lo  conocen,  por 
que  no  tienen  ojos  para  apreciar  el  mérito,  sino 
oídos  para  escuchar  la  voz  de  la  fama  que  habla 
del  mérito  ya  sancionado;  segunda  razón,  no  abo- 
rrecen el  mérito  ignorado  porque  lo  que  envi- 
dian no  es  el  talento  sino  el  crédito,  el  renom- 
bre. 

Pero  hecha  esta  salvedad,  por  escrúpulo  de 
conciencia,  se  puede  decir  que  lo  general  en  ta- 
les literatos  es  formarse  una  corte  de  admirado- 
res á  quienes  ellos  á  su  vez  fingen  admirar, 
diciéndolo  á  los  numerosos  y  por  esto,  muy 
respetables  lectores,  siempre  que  hace  falta.  En 
esta  corte  de  chicos  que  empiezan  figura  nuestro 
novelista,  que  se  agarra  á  su  autoridad  como 
á  una  tabla  un  náufrago.  Alabar  á  la  ineptitud 
con  aires  de  medianía,  ¡es  tan  agradable  y  tan 
fácil  tarea  para  el  envidioso  de  lo  excelente! 

Lo  peor  no  es  la  tristeza  del  espectáculo  que 
dan  estos  críticos  autorizados...  por  el  libro  de 
suscriciones  y  la  lista  del  timbre;  lo  peor  es  lo 
que  se  le  mete  en  la  cabeza  al  novelista  novel  á 
consecuencia  de  las  alabanzas  de  quien  él  esti- 
ma oráculo  inapelable. 

El  chico  que  empieza  ya  sabe,  por  lo  que  ha 
visto  respecto  de  otros  como  él,  que  á  su  segun- 
da novela,  sea  como  sea,  se  le  dará  el  ascenso, 
el  empleo  inmediato  superior;  ya  no  será  la  obra 
del  que  empieza  por  donde  otros  quisieran  acabar, 
sino  el  fruto  de  aquella  esperanza  comunicada 
al  público  en  su  día.  «Sí,  el  señor  X  ha  cumpli- 
do sil  p'  omesa,  ha  sabido  aprovechar  las  leccio- 
nes de  la  experiencia  y  los  consejos  de  la  crí- 
tica, etc.,  etc.,»  y  ya  «figura  ventajosamente  al 
lado  de  nuestros  primeros  novelistas.»  Otro  pa- 
"sito,  otra  novelita  más,  y  el  crítico  ya  desahoga, 
ya  echa  del  cuerpo  la  bilis  en  forma  de  incienso, 
y  dice  al  tercer  engendro  de  nuestro  autor:  Te- 
nemos un  maestro  más;  la  novela  española  está 
de  enhorabuena;  el  insigne  X,  rompiendo  anti- 
guos moldes,  trae  una  nueva  fórmula  al  arte, 
etcétera,  etc..  Aviso  á  los  antigifos  maestros 
que  se  duermen  sobre  sus  laureles;  el  mundo 
marcha  y  el  que  se^pare  será  aplastado,  etcéte- 
ra, etc.,  etc 


(Se  continuará.) 


Clarín. 


-*- 


TODO  EL  MUNDO 


¿Quién  no  conoce  á  esa  parte  feliz,  alegre  y 
dichosa  de  nuestra  societlad,  di.spuesta  siempre 
á  exhibirse,  que  así  le  distrae  una  mascarada 
carnavalesca  como  un  simulacro  militar,  que 
así  acudo  al  estreno  de  un  nuevo  espectáculo 
como  á  una  misa  de  campaña,  que  con  igual 
preferencia  asiste  á  una  fiesta  aristocrática  que 
á  una  partida  de  campo,  individuos  que  no  cla- 
sifican diversiones  si  no  que  las  aplauden  y  ad- 
miten todas  con  tal  de  que  lo  sean,  sociedad 
profana  á  cnanto  ve  y  juzga,  pero  obligada  á 
mostrarse  siempre  para  dar  carácter  y  fisono- 
mía á  nuestras  expansiones,  y  conocida  por  e.sta 
misma  circunstancia  con  el  expresivo  nombn^de 
todo  el  mundo? 

Con  que  dos  individuos  pertenecientes  á  la 
venturosa  clase,  se  vean  en  algiui  sitio  pVdjlico, 
si  se  pregunta  á  alguno  de  ellos  á  quien  ha  vis- 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


183 


to,   contestará  con  la  más  profunda  convicción 
que:  á  todo  el  mundo. 

Tan  presuntuosa  idea  excede  de  mucho  á 
la  regia  baladronada  de  Luís  XIV.  Éste  se  con- 
tentaba con  ser  et  Edado;  ellos  no  se  contentan 
con  menos  que  con  ser  la  personificación  de 
toda  una  época,  y  bien  pensado  sería  injusto 
llevarles  la  contraria.  A  la  modestia  no  se  la 
discute;  por  otra  parte  si  estos  mortales  afortu- 
nados no  se  aplaudieran  y  celebraran  entre  sí, 
¿quién  les  iba  á  liacer  justicia?  desfilarían  á 
nuestros  ojos  confundidos  con  esa  anónima 
pero  brillante  y  abigarrada  multitud,  más  des- 
conocida cuanto  más  se  exhibe  y  se  la  ve. 

Se  acabó  el  Carnaval, — si  es  que  existe  toda- 
vía;— acallaron  las  orquestas  los   voluptuosos 
acordes  de  sus  últimos  bailes;  tuvieron  fin  las 
fiestas  ceremoniosas;  se  acabaron  los  asaltos,  de- 
licia y  regocijo  de  la  gente  de  humor,  —  todo  el 
mundo  inclusive; — ^  cerráronse  los  salones  artís- 
tica  ó    pretenciosamente   dispuestos   para   re- 
cibir á  los  amigos;  ya  no  se  ven  en  las  salas  de 
los  teatros  lámparas  que  arrojan  raudales  de  vi- 
vísimo fulgor,  y  cuya  luz  cabrillea  en  los  fos- 
forecentes  cambiantes  de  las  piedras  preciosas, 
ni  á  esa  multitud  delirante  y  frenética  que  se 
atrepella  y  ríe  y  grita  como  olvidada  de  su  pro- 
pia condición,  ni  se  ven  flotar  gasas,  ni  cente- 
llear lentejuelas,  y  agitarse  plumas,  y  discurrir 
en  desordenada  confusión  trajes  de  todas  las 
épocas  y  edades,  salidos  unos  de  la  guardarro- 
pía de  un  teatro  de  ínfima  clase  á  juzgar  por 
lo  deteriorados  y  descoloridos  y  copiados  otros 
de  los  más  recientes  figurines  según  lo  demues- 
tra la  elegancia  y  buen  gusto  de  su  confección. 
El  Carnaval  lanzó  su  última  festiva  carcajada  y. 
el  todo  el  mundo  que  da  color  y  vida  á  todo  li- 
naje de  fiestas,  se  despojó  de  sus  dóminos,  de 
sus  capuchones,  de  sus  brillantes  atavíos,  y  fa- 
tigado todavía  por  el  cansancio  originado  por 
continua  agitación,  ansioso  de  benéfico  descan- 
so, ha  saludado  sonriente  la  entrada  de  la  Cua- 
resma, ya  que  ella  les  brinda  ocasión  de  exhi- 
birse y  prodigarse  tranquila  y  sosegadamente. 
No  es  la  Cuaresma  de  nuestros  días  la  austera 
de  los  tiempos  de  nuestros  abuelos;  ya  no  se  pre- 
senta con  el  sayal,  ni  el  cilicio,  ni  con  la  cabeza 
cubierta  de  ceniza,  ni  los  pies  descalzos ;  apare- 
ce sí  grave  y  reflexiva,  invitando  á  la  medita- 
ción, pero  con  rasgos  simpáticos  y  vestida  á  la 
moderna.  Sin  divorciarse  de  sus  antiguas  tradi- 
ciones en  la  cuestión  de  forma,  la  Iglesia  ha 
tran,sigido  en  algunos  puntos  con  las  exigencias 
del  gusto  moderno.  Hoy  sus  capillas  no  aparecen 
cubiertas  con  mugrientos  paños,  ni  deja  oscuras 
sus  naves,  ni  permanecen  mudos  sus  órganos, 
ni  confía  los  sermones  cuaresmales  á  sacerdotes 
que  aturden  á  sus  timoratos  oyentes  amenazán- 
doles de  continuo  con  los  horrores  del  infierno, 
pavor  constante  de  las  almas  fervorosas.  Hoy  se 
cubren  los  altares  con  tapices  recamados  de  oro  ó 
plata,  ó  lisos  pero  limpios  siempre  y  los  ilumina 
con  pródiga  esplendidez;  la  luz  eléctrica  difun- 
de alguna  vez  su  niveo  reflejo  entre  el  dorado 
resplandor  de  las  velas  que  arden  en  las  arañas 
de  tallado  cristal;  las  capillas  de  música  dejan 
oir  á  la  par  que  fragmentos  de  nuestros  anti- 
guos clásicos,  las  modernas  composiciones  que 
rebosan  todas  en  inspirado  misticismo.  Los  ora- 
dores sagrados  por  su  parte  hablan  con  más  ca- 
ridad que  rigor,  con  más  unción  evangélica  que 
fanatismo,  con  más  elegancia  que  austeridad. 

De  ahí,  que  la  llegada  de  la  Cuaresma,  lejos 
de  ser  considerada  como  una  contrariedad,  sea 
recibida  como  un  paréntesis  de  agradable  calma 
entre  la  agitada  época  del  Carnaval  y  'la  de 
Pascua,  que  con  la  llegada  de  la  primavera 
trae  consigo  multitud  de  fiestas  y  diversiones. 
Ya  tiene  donde  ir  el  todo  el  mundo  que  acude  á 
todas  partes;  á  los  teatros  sería  de  mal  tono; 
irá  á  los  templos  donde  prediquen  oradores  de 
fama;  allí  se  confundirá  entre  las  personas  pia- 
do.sas  que  acuden  á  la  iglesia  por  espontánea 
vocación;  allí  podrá  ver  á  sus  amigos  ó  conoci- 
dos de  ambos  sexos;  allí  podrá  discutir  sobre  el 
alcance  de  la  oración  que  haya  oído,  ya  que  hoy 
se  di.scute  á  los  oradores  sagrados  con  igual 
calor  y  entusiasmo  que  se  discute  sobre  el  mé- 


rito de  los  artistas  de  moda,  bien  que  para 
conseguir  un  orador  fama  de  notable,  es  preciso 
que  sea  un  verdadero  artista  de  la  palabra. 
¡Cuántas  veces,  á  consentirlo  lo  sagrado  del 


LOS  GUANTES  DE  SHAKESPEARE 


^-í-í; 


GUANTE  DE  CABRITILLA 
BORDADO  DE  ORO,  PLATA  Y  PERLAS 

(Época  de  Enrique  VIH) 

templo,  se  aplaudiría  á  los  oradores  con  igual 
entusiasmo  con  que  se  aplaude  á  Calvo  ó  á 
Vico! 

Cuando  el  elocuentísimo  señor  Sánchez  de 
Castro,  hoy  obispo  de  Santander,  en  determina- 
das épocas  del  año  predicaba  en  Barcelona,  al 
terminar  sus  sermones  se  le  obsequiaba  con 
magníficos  presentes.  Tributo  profano,  pero  que 


se  ha  repetido  después  con  otras  eminencias 
del  alto  clero.  Es  costumbre  encargar  los  ser- 
mones de  las  más  aristocráticas  de  nuestras  pa- 
rroquias á  algún  orador  de  fama  de  la  corte;  por 
esta  circunstancia  los  señores  Bócos  y  Montal- 
van,  de  Madrid,  son  aquí  muy  estimados,  lo 
mismo  que  los  ilustrados  Padres  Fita  y  Llanas. 
Si  para  asistir  donde  predican  se  despacha- 
ran localidades,  indudablemente  sería  preciso 
colocar  en  la  puerta  del  templo  la  tablilla 
anunciando  que  quedan  despachadas  todas,  y 
es  que  los  mencionados  sacerdotes  no  poseen 
sólo  el  dominio  de  la  palabra;  tienen  otra  cir- 
cunstancia más  favorable:  la  de  saber  hacerse 
comprender;  por  eso  se  les  oye  siempre  con 
simpática  atención  y  por  igual  cautivan  A  los 
devotos  fervorosos,  que  á  los  que  aceden  á 
oírlos  por  agradable  pasatiempo. 

Meritoria  tarea  es  dominar  por  espacio  de 
una  ó  más  horas  la  atención  de  un  auditorio 
compuesto  de  personas  de  diversas  convicciones 
y  opuestas  ideas;  no  se  necesita  sólo  ser  artista 
de  la  palabra,  es  necesario  también  expresarse 
con  gran  sencillez  y  claridad,  mostrarse  fervo- 
roso sin  llegar  al  fanatismo,  persuasivo  sin  ser 
amanerado,  tierno  sin  descender  á  la  afemina- 
ción, y  elocuente  sin  ser  afectado  ni  ampuloso; 
exponer,  en  fin,  la  doctrina  de  Cristo  en  toda 
su  diáfana  pureza,  sin  mistificaciones,  ni  mal 
pergeñadas  enmiendas.  Quizás  el  ilustrado 
Padre  Fita  resulta  algunas  veces  demasiado 
científico  y  profundo  en  sus  oraciones,  más  en 
armonía  para  ser  comprendidas  por  sus  compa- 
ñeros de  Academia  que  por  un  auditorio  cuya 
gran  mayoría  lo  componen  señoras  ú  oyentes  de 
más  débil  inteligencia. 

fT  Naturalmente  que  en  estas  solemnidades  re- 
ligiosas se  da  cita  el  todo  el  mundo  que  acude  á 
las  fiestas  mundanas,  ganoso  de  exhibirse  y  dar 
fe  de  vida  en  cuantas  oportunidades  se  le  pre- 
senten. La  Cuaresma,  sin  embargo,  es  corta,  y 
Pascua  traerá  con  la  llegada  de  la  primavera 
distracciones  más  en  armonía  con  sus  gustos  y 
costumbres. 

Las  carreras:  ese  es  el  espectáculo  predilec- 
to, modernísimo,  deseado  de  nuestra  gente.  Al 
Hipódromo  acudirá  todo  el  mundo  no  para  cru- 
zar apuestas  sobre  la  ligereza  de  tal  ó  cual 
caballo, — en  ese  punto  no  se  es  práctico  toda- 
vía,— sino  para  demostrar  que  sabe  que  á  las 
carreras  hay  que  ir  vestido  á  la  inglesa,  cal- 
zando zapatos  sin  tacones,  y  traje  claro  con 
descomunales  gemelos;  allí  se  confundirá  con 
los  aficionados  auténticos  y  arriesgará  algu- 
na apuesta,  seguro  que  la  habrá  de  perder. 
Aunque  al  par  quQ  carreras  de  caballos  sé 
celebren  corridas  de  toros,  la  masa  dichosa 
asistirá  al  Hipódromo.  Una  corrida  ofrece  más 
incidentes,  es  extraordinariamente  más  anima- 
da, tiene  incomparable  interés,  pero...  todas  las 
suertes  se  nombran  en  español  puro  y  neto;  no 
se  puede  hacer  gala  de  un  vocabulario  exótico 
y  torpemente  pronunciado;  hay  que  resignarse 
á  una  igualdad  irritante  entre  todos  los  espec- 
tadores, á  abdicar  por  unas  horas  de  toda  pre- 
tensión y  superioridad.  • 

Para  pasar  bien  el  tiempo  en  una  plaza  de 
toros  no  se  necesitan  sólo  buenos  pulmones  y 
buenas  palmas,  es  preciso  ser  competente  en 
las  suertes  del  toreo.  Los  profanos  en  una  corri- 
da se  aburren  espantosamente. 

En  el  Hipódromo,  por  el  contrario,  se  fastidia 
la  gran  mayoría  de  los  asistentes,  pero  se  di- 
vierte todo  el  mundo. 

Antonia  Opisso. 


-*- 


TIPOS  MILITARES 


ALEMANIA-RUSIA-ITALIA 

Tal  está  hoy  la  política  europea  que  sólo  pue- 
de hallar  reposo  tras  los  horribles  sacudimien- 
tos de  la  guerra. 

Nadie  puede  sustraerse  á  la  influencia  que 
ejercen  sobre  el  espíritu  perspectivas  tan  ame- 
nazadoras; por  egoístas  é  indiferentes  que  sf^an 


EMBARQUE  DEL  CADÁVER  DE  GU£ 


ADOLFO  (Cuadro  de  Hellqvist,  de  Estocolmo) 


186 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


aquellos  que  alardean  de  escépticos,  por  fuerza  | 
han  de  preocuparles  un  díji  ú  otro  los  problemas 
que  en  Europa  se  agitan,  que  por  fortuna  para 
la  humanidad  en  general  y  por  desgracia  de  al- 
gunos es  completa  y  absoluta  la  solidaridad  de 
los  hombres  diseminados  sobre  la  tierra. 

En  nuestro  país  se  llevan  muy  lejos  el  desco- 
nocimiento y  la  apatía  en  lo  que  se  refiere  á 
asuntos  internacionales;  se  aceptan  las  mercan- 
cías extranjeras  como  maravillas  fabricadas  en 


espacios  celestes,  se  siguen  con  servil  sumisión 
las  extravagancias  de  la  moda  y  hasta  se  copian 
iilosofías  exóticas,  sistemas  absurdos  y  modis- 
mos intraducibies. 

Mas  en  lo  que  se  refiere  al  provechoso  estu- 
dio de  esos  pueblos,  siquiera  por  lo  que  pueda 
afectar  á  nuestra  nacionalidad  en  lo  futuro, 
poco  ó  nada  se  estudia,  por  parte  de  algunos 
entes  originales;  no  parece  sino  que  estamos  en 
una  isla  encantada  que  guardan  invisibles  mons- 


EL  NIDO  ABANDONADO  ^Cuadro  de  Woodcock) 


truos  y  podemos  dormir  bajo  nnestros  secos 
laureles  con  paradisíaca  é  inocente  confianza. 

Así  se  comprende  que  nos  cojan  despreveni- 
dos muchos  sucesos  que  tienen  explicación  na- 
turali.sima. 

Y,  sin  embargo,  nada  más  interesante  para 
nosotros  como  lo  que  en  Europa  se  prepara;  los 
problemas  escandinavos  y  los  conflictos  sajones, 
las  ambiciones  eslavas  y  las  germanas  concu- 
piscencias, complicaciones  europeas  son,  y  de 
la  Europa  no  podemos  menos  que  formar  parte; 
el  territorio  que  va  á  servir  de  teatro  para 
la  sangrienta  tragedia  que  se  prepara,  unido 
está  á  nuestro  territorio ,  y  los  actores  que 
van  á  morder "  el  polvo,  pertenecen  á  nuestra 
familia. 

Raro  aparece  el  conjunto  de  las  cuestiones 
europea,  cuando  no  se  ha  seguido  paso  á  paso 
el  corso  de  esas  influencias  crecientes  que  aca- 
ban por  chocar  faltadas  del  espacio  necesario  á 


su  desarrollo  y  vencen  ó  son  vencidas;  esta  es 
la  vida  así  en  los  átomos  como  en  los  hombres 
y  en  las  naciones;  hoy  la  existencia  se  complica 
en  su  proceso  con  la  pobreza  del  medio  en  que 
vive;  y  desasosegada  la  naturaleza  busca  el  equi- 
librio automáticamente  sin  darse  cuenta  de  ello, 
y  haciendo  lo  primero  que  aprendió  el  ser  na- 
ciente, vivir  á  costa  de  la  vida  de  otro. 

Además  de  este  conjunto  de  luchas  parciales 
entre  los  estados  del  mismo  continente,  existen 
otras  causas  involuntarias  y  fatales  que  proceden 
del  eterno,  incesante,  aún  que  lento  cambio  que 
en  demanda  del  equilibrio  alterado  hacen  las 
grandes  agrupaciones  de  hombres  en  las  más 
vastas  porciones  de  nuestro  globo. 

Desvanecida  ya  tras  terribles  desengaños  la 
hermosa  quimera  de  la  dominación  universal, 
apareció  como  nuevo  y  poderosísimo  factor  la 
América  con  su  inesperado  é  increíble  poderío; 
ella  creció  como  planta  tropical  bajo  los  ardores 


del  sol  de  una  libertad  desconocida;  pasó  á  ser 
rival  dejando  de  ser  la  esclava  de  Europa;  fundó 
estados  y  naciones  con  la  rapidez  de  una  erec- 
ción mágica;  constituyó  una  fantasma  hermosa, 
sí,  pero  verdadera  y  amenazadora  fantasma  que 
se  aparecía  siempre  en  los  sueños  trabajosos  de 
la  vieja  Europa. 

El  eje  de  la  civilización  inclinóse  visiblemen- 
te hacia  las  tierras  descubiertas  por  los  heroicos 
aventureros  de  los  siglos  xv  y  xvi;  la  vida  fá- 
cil y  próspera  de  los  vírgenes  continentes  creó 
por  efecto  opuesto  la  penuria  en  los  territorios 
fatigados  por  las  luchas  religiosas,  políticas  y 
sociales. 

Europa,  como  un  noble  arruinado,  se  encon- 
tró un  día  forzada  á  pensar  en  el  terrible  ma- 
ñana; á  través  de  todas  las  complicaciones  lo- 
cales, todos  los  gobiernos  vieron  clarisimamen- 
te  como  se  acercaba  el  descamado  espectro  de  la 
necesidad;  unísonos  en  apreciar  el  mal,  discor- 
daron en  aplicar  el  remedio;  y  de  ahí  nacieron 
las  civiles  contiendas,  las  persecuciones  políti- 
cas, las  revoluciones  y  reacciones,  las  luchas 
por  el  dominio  de  las  ideas  y  las  desesperadas 
defensas  de  caducas  pero  imprescindibles  pre- 
rogativas. 

Este  siglo  que  ha  visto  la  independencia  de 
América,  es  el  más  propicio  á  las  sañudas  y 
cruentas  guerras  europeas;  no  son  más  ciegos 
hoy  que  ayer  los  hombres  que  quieren  abreviar 
con  sus  espasmos  destructores  la  fatalidad  im- 
puesta por  la  naturaleza,  pero  sí  tienen  más 
prisa  en  concluir  de  una  vez  con  el  obstáculo 
que  ahoga  todas  sus  expansiones,  con  el  cáncer 
que  les  devora,  con  el  monstruo  que  les  amena- 
za, y  en  esas  contiendas  de  interés  pueden  ver- 
se unidos  los  que  más  se  odian,  procurando  la 
destrucción  de  sus  más  afines. 

Extraño  parece  que  hoy  estén  unidas  siquie- 
ra ocultamente  las  encarnizadas  enemigas  que 
combatieron  en  Crimea;  aquella  Rusia  que  ano- 
nadó á  Napoleón,  vencida  más  tarde  en  el  mar 
Negro,  es  la  misma  que  hoy,  no  por  amor  á 
Francia,  sí  por  odio  á  Alemania,  constituye  el 
más  firme  sostén  de  la  francesa  democracia; 
¡quién  lo  dijera!  ¡la  caballeresca  y  aventurera 
Francia,  siempre  dispuesta  á  romper  lanzas  por 
los  pueblos  oprimidos,  hoy  se  ve  obligada  para 
defender  su  territorio  á  ser  la  cómplice  del  ver- 
dugo de  Polonia,  del  tirano  de  Bulgaria! 

Alemania,  por  su  parte,  da  treguas  á  su  aver- 
sión por  todo  lo  inglés,  aplaza  su  meditado 
golpe  contra  el  poder  colonial  británico  y  va 
unida  momentáneamente  con  su  más  cruel  ó 
implacable  enemiga. 

¿Y  qué  diremos  de  Italia?  Por  ambición  le- 
gítima pero  desmedida,  ella,  la  víctima  de  los 
bárbaros  del  Norte,  la  ayer  esclava  de  Austria, 
vuelve  los  ojos  al  sol  germánico  y  la  espalda  á 
su  libertadora,  todo  con  el  fin  de  recuperar  los 
Alpes  franceses  y  elTirol  austríaco:  digna  aspira- 
ción de  un  pueblo  grande,  mas  al  mismo  tiempo 
suerte  arríesgadísima  y  en  lo  porvenir  funesta 
á  la  nación  italiana. 

En  el  dibujo  que  acompaña  estas  líneas  he- 
mos querido  figurar  algunos  de  los  tipos  mili- 
tares más  característicos  de  Alemania,  Rilsia  ó 
Italia;  y  ciertamente  quisiéramos  no  poder  con- 
tinuar esta  serie  interesante,  que  de  comenzar 
la  guerra,  ha  de  ver  forzosamente  el  lector  de 
esta  Revista. 

El  alemán,  orgulloso  con  sus  recientes  victo- 
rias, olvida  toda  su  nebulosa  filosofía  en  los 
campos  de  batalla  y  se  porta  con  los  vencidos 
con  igual  rudeza  y  crueldad  que  los  antiguos 
germanos;  desconfía  de  todo,  teme  las  embos- 
cadas, encubre  su  recelo  con  rigores  desmedi- 
dos, y  está  tan  temeroso  de  perder  en  un  mo- 
mento los  laureles  y  el  poder  penosamente 
conquistados,  que  ningún  informe  basta  á  su 
previsión,  ninguna  arma  satisface  á  su  seguri- 
dad, y  movido  por  ese  recelo  hace  gran  raído, 
amenaza,  procura  imponer  á  los  enemigos  que 
sus  antipatías  le  han  suscitado;  y  es  singular 
que  mientras  el  guerrero  de  una  nación  pensa- 
dora y  pacífica  en  el  fondo  toma  tales  aspectos 
hoscos  y  feroces,  hasta  los  mismos  cosacos,  qua 
nos  presentaban  como  tártaros  sedientos  do  ma- 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


187 


tanza  y  de  botín,  pórtanse  en  la  campaña  con 
más  humanidad  y  mesura. 

El  ejército  italiano,  es,  sin  disputa,  uno  de 
los  primeros  de  Europa,  mas  no  creemos  que 
estén  á  su  altura  los  estratégicos  llamados  á 
dirigirle;  tal  vez  por  esta  razón  Moltke  cuenta 
con  ellos  como  incomparables  auxiliares,  y  así 
los  italianos  liarán  como  el  caballo  de  la  fábula 
al  requerir  el  auxilio  del  hombre  para  vengarse 
del  ciervo. 

Brillantes  y  marciales  uniformes  ostentan 
los  bravos  italianos,  que  saben  morir  con  gloria 
aún  á  muchas  leguas  de  su  patria;  pero  se  nos 
figura  que  si  la  estrella  colonial  de  Inglaterra 
camina  á  su  ocaso,  dista  mucho  de  llegar  á  su 
zenit  la  estrella  italiana. 

Obsérvese  bien  esa  extraña  expedición  al 
Mar  Rojo,  y  compáresela  con  la  tristísima  cam- 
paña inglesa  en  el  Sudán,  y  podrá  comprender- 
se fácilmente  la  exactitud  de  nuestra  opinión. 


¡Teri'ible  error  el  de  las  naciones  europeas  al 
escuchar  los  cantos  do  la  sirena  alemana!  Allá 
en  el  Tonkin  y  China,  en  Egipto  y  en  el  Mar 
Rojo,  han  abierto  los  ojos  á  la  luz  cuando  ya 
era  tarde;  mas  la  hora  de  la  revancha  se  acerca 
fatalmente  y  sólo  puede  ya  tener  la  esperanza 
de  que  el  temido  choque  se  aplace;  sólo  la  tem- 
pestad puede  serenar  esa  atmósfera  abrumadora 
en  que  viven  angustiadas  las  naciones. 


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MÚSICA  LEJANA 


Es  el  triste  y  apenado  invierno.  La  naturaleza 
se  arropa  exhausta  de  vida  bajo  el  pesado  co- 
bertor de  las  nieves.  En  el  cavernoso  seno  de 
los  montes  donde  cincel  maravilloso  grabó  en 


piedras  oscuras  majestuosas  catedrales  por  cuyo 
pavimento  se  desliza  el  agua,  jamás  vista  por 
la  luz;  donde  se  destaca  el  órgano  fantástico  en- 
clavado en  el  muro  y  bajan  cien  mil  lámparas 
apagadas,  de  colgantes  estalactitas;  donde  las 
rocas  se  abrieron  en  puertas  ojivales  como  los 
capullos  en  flores,  y  se  modelaron  al  mandato 
de  la  naturaleza  altares,  santos,  coros  de  labra- 
das sillerías,  sepulcros  con  figuras  recostadas 
en  la  piedra,  y  bóvedas,  y  asientos,  y  misales, 
el  viento  penetra  contra  sus  rígidas  alas,  que 
deja  rotas  en  las  cuevas,  y  entona  la  canción  de 
los  sepulcros,  acompañando  la  misa  de  réquiem 
que  el  invierno  consagra  á  las  profundas  capas 
zoológicas. 

Sobre  la  tierra  oyen  los  oscuros  torreones  y 
los  rotos  monasterios  las  bramadoras  rachas  del 
aire  cruzar  á  carrera  tendida  por  los  cielos, 
como  huyendo  espantadas  de  la  muerte.  Todo 
publica  la  aciaga  destrucción  y  el  estrago,  y  la 


PAISAJE  (Cuadro  de  O.  Michel) 


tierra  es  sólo  el  fantasma  de  un  mundo  muerto 
que  vaga  como  automático  esqueleto  por  los 
aires. 

Pero  entre  la  triste  elegía  de  la  muerte,  el 
oído  se  inclina  hacia  lo  porvenir  como  á  sima 
en  cuyo  fondo  suena  el  instrumento  del  agua,  y 
cree  percibir  una  lejana  música  en  la  cual  pal- 
pitan notas  de  luz  y  acentos  de  pájaros,  crujido 
do  3^emas  que  se  rompen  y  retozar  de  maripo- 
sas, gérmenes  que  bullen  abriendo  el  grano  se- 
diento, y  fermentaciones  de  amor  que  suben 
entre  las  ondas  de  armonía  como  marejadas  de 
risas  y  de  oro. 

Embelesado  en  esta  inspirada  música,  el  co- 
razón se  adelanta  solicitado  por  una  evocación 
á  lo  futuro,  y  en  su  seno  se  hace  la  suave  luz 
de  Mayo,  como  en  los  ci-áneos  surgen  por  ma- 
nera inesperada  las  flores. 

Ved  por  el  maravilloso  cristal  de  la  fantasía 
aparecer  los  almendros  cuajados  de  estrellas  y 
bordar  el  musgo  los  campos  echando  su  velo 
sobre  la  tierra.  Las  ramas  ahora  desnudas,  se 
envuelven  en  la  nube  de  yemas  que  el  sol  pinta 
y  el  aire  ungido  de  aromas  balancea.  Las  vio- 
letas brillan  como  chispas  de  cielo  echadas  en 
los  campos  por   los  que  cruzan  las  jóvenes  en 


danzas  alegres,  movidas  por  el  mágico  impulso 
de  la  sangre. 

A  través  del  tejido  de  las  arboledas,  los  ojos 
creen  ver  el  desfile  de  las  heroínas  del  amor, 
santas  y  condenadas,  ardientes  y  apacibles,  de 
todas  las  religiones  y  todas  las  edades,  revuel- 
tas y  atadas  por  un  rayo  de  sol  de  primavera. 

Pasa  primero  la  divina  Julieta  mirando  entre 
las  hojas  por  ver  si  descubre  á  su  adorado,  con 
la  corona  de  flores  en  la  cabeza  y  la  túnica  suel- 
ta y  ondulante  tejida  de  blancas  mariposas;  si- 
gúela la  atormentada  Eloísa  fijándose  en  los 
floridos  rosales,  en  cuyas  rosas  cree  leer  las  lec- 
ciones que  el  arrebatado  amante  le  explicaba 
encubierto  bajo  el  humilde  traje  del  profesor; 
va  en  su  seguimiento  una  figura  evangélica,  la 
desconsolada  Magdalena,  sueltos  los  abundan- 
tes cabellos  y  mirando  los  cruces  formados  por 
las  ramas  y  las  yemas  que  fingen  clavos  san- 
grientos; luego  asoma  la  enloquecedora  Cleopa- 
tra  con  la  copa  llena  de  perlas  disueltas  en  la 
mano  y  en  los  ojos  las  trasparencias  del  Nilo 
y  el  fuego  terrible  del  infierno;  va  tras  de  su 
paso  Teresa  la  santa,  buscando  las  azucenas  con 
que  tejer  su  ramo  de  pureza  á  Jesucristo;  Mesa- 
lina,  Ninon,  Lucrecia,  Raquel,  todas  desfilan  en 


procesión  espantosa  y  divina,  y  á  todas  preside 
como  bella  visión  de  la  mente  la  vaporosa  Ofe- 
lia, con  la  falda  llena  de  las  nuevas  flores  de 
Mayo  y  en  el  semblante  las  luces  de  la  eterna 
poesía. 

Allá  van  en  marcha  dolorosa  sobre  los  cam- 
pos buscando  las  huellas  del  amor  para  siempre 
perdido,  semejantes  á  rastro  de  estrellas  que  hace 
su  peregrinación  melancólica  sobre  la  tierra. 

A  su  paso,  pían  los  pájaros  en  las  ramas  y 
dicen  engañosamente: — «Aquí  se  oculta  Ro- 
meo,» «allá  medita  Abelardo  en  la  filosofía  bajo 
la  benéfica  sombra  de  los  árboles,»  «por  aquel 
anchuroso  río  avanza  Marco  Antonio  sobre  un 
buque  dispuesto  para  el  recibimiento  de  una 
reina,» — pero  las  visiones  siguen  con  el  llanto 
en  los  ojos  su  camino,  á  pesar  del  habla  dulce 
de  los  pájaros  que  nuevamente  y  como  en  horas 
de  dicha  les  engañan. 

Los  lirios  ceden  al  lento  arrastrarse  de  sus 
túnicas;  los  rosales  les  tienden  capa  de  flores 
para  alfombrar  su  paso;  los  brotes  se  abren  y 
ríen  en  las  ramas  embelesados  con  su  presencia, 
y  una  estela  de  insectos  de  plateadas  alas  hor- 
miguea y  revive  allí  donde  estampa  su  huella 
luminosa  la  procesión. 


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1  ADIÓS  1  (Cuadro  de  Paul  Peel). -REUNIÓN  DE  PATRONOS  DE  UN^ASILO  DE  HUÉRFANAS  (Cuadro  de  R.  Harris) 


190 


LA  ILUSTEACION  IBÉRICA 


Mientras  el  amor  va  despertando  naturaleza 
y  seres  á  la  vida  e»  la  extensión  infinita  de  los 
campos,  la  ciudad  celebra  el  mes  de  María  en 
los  templos  y  aspira  la  esencia  de  violetas  que 
ondula  por  las  naves  oscuras  y  medrosas. 

Cercada  de  profusión  de  cirios  que  restallan 
su  mecha  dejando  hilos  de  humo  ceroso  en  los 
aires,  la  Madre  de  Dios  resplandece  colocada 
sobre  el  fondo  de  un  vidrio  de  colores,  al  cual 
llegan  las  golondrinas  que  \nielan  en  torno  de 
la  iglesia  con  un  hálito  de  esencias  en  el  pico. 

Arrodillase  en  las  losas  el  creyente,  cuyo  co- 
razón templado  como  celeste  instrumento  al 
ritmo  de  las  nuevas  vibraciones  de  la  tierra, 
eshala  más  suave  y  melodiosa  su  oración,  que 
se  mezcla  al  canto  de  alegría  universal  y  á  las 
divinas  alabanzas  de  los  seres. 

En  las  puertas  de  las  iglesias  llaman  la  aten- 
ción los  pobres  que  la  estación  libra  de  la 
muerte,  y  los  vivos  cálices  de  flores  parecidos  á 
himnos  compuestos  de  hojas  y  de  esencias. 

Haciendo  esfuerzo  mayor  aún  con  el  deseo, 
créese  también  penetrar  en  las  solemnes  fiestas 
de  la  Pasión  y  aspirar  el  ambiente  de  religiosi- 
dad que  acompaña  los  dias  del  rezo  y  -del 
ayuno. 

En  esas  tristes  horas,  la  imaginación  piensa 
ver  á  través  del  confuso  coro,  desfilar  como  vi- 
siones místicas,  los  graves  padres  de  la  iglesia, 
con  sus  obras  inmortales  en  las  manos  y  el  res- 
ponso rodeando  en  catarata  ronca  de  los  labios. 

La  confesión,  el  rezo,  la  penitencia,  todas  las 
prácticas  y  ceremonias  acuden  á  recordamos  las 
debilidades  del  cuerpo  y  los  pecados  del  alma, 
y  nos  envuelven  en  un  nimbo  de  paz  y  so- 
siego. 

Cuando  lo  que  es  ahora  dulce  presentimiento 
llegue  á  convertirse  en  deseada  realidad,  y  la 
tierra  entone  su  resurrexit  despertando  de  su 
sueño  y  vivifique  átomos  y  gérmenes  á  modo 
que  las  moléculas  se  embriagan  y  beben  la  vida 
en  el  azulado  raj'o  de  sol,  habremos  de  agitar- 
n<>s  en  las  e.\plosiones  de  vida  y  en  la  exube- 
rante orgia  de  la  naturaleza;  sólo  así  gozaremos 
de  las  flores  antes  de  que  se  marchiten,  y  de 
que,  helados  bajo  el  peso  de  tantos  inviernos, 
digamos  dirigiendo  á  la  tierra  la  frente,  seme- 
jantes al  árbol  seco  y  sin  ramas: 

— ¡Contra  qué  realidad  fué  á  romperse,  como 
flor  de  cristal,  nuestra  fantasía! 

S.  Rueda. 


KEFFIR 


Era  la  noche;  de  la  noble  Memfis 
los  palacios  y  agudos  obeliscos 
cubría  un  cielo  de  matiz  oscuro 
que  acrecentaba  de  la  luna  el  brillo. 

Sumergía  en  el  río  sus  escamas 
brillantes  el  verdoso  cocodrilo, 
y  el  ibis  escondido  en  la  palmera 
rizaba  el  ala  con  su  largo  pico. 

Dormía  el  Faraón  en  su  palacio, 
dormía  el  Apis  en  su  templo  altivo, 
y  velaba  á  sus  pies  el  sacerdote 
murmurando  canción  de  extraño  ritmo. 

Al  rumor  cadencioso  de  la  fuente 
donde  Féllahs  tostados  y  fornidos 
recogen  el  raudal  que  se  desprende 
hasta  llenar  el  cántaro  rojizo, 

contestaba  el  murmullo  de  las  hojas 
que  agitaba  pausado  vientecillo, 
y  la  voz  del  monarca  de  la  selva 
que  á  lo  lejos  lanzaba  sus  rugidos. 

Kéffir  la  amada  de  Ramsé.s  el  grande, 
la  venladera  reina  del  Egipto, 
hermosa  como  el  cielo  del  desierto, 
ardiente  como  el  sol  por  el  estío, 


en  la  fresca  terraza  del  palacio 
que  alumbra  el  astro  con  su  rayo  tibio, 
contempla  la  llanura  que  se  extiende 
por  las  riberas  fértiles  del  Nilo. 

Dejó  al  Rey-Dios  sobre  las  blandas  plumas 
tras  la  fatiga  y  el  amor  dormido 
mientras  besan  su  rostro  los  efluvios 
que  mueven  perfumados  abanicos. 

Y  allí  temblando,  palpitante  el  pecho, 
entreabiertos  los  labios  purpurinos 
mientras  las  perlas  que  el  cabello  adornan 
rozan  la  nieve  de  su  cuello  nítido, 

Kéflir  dirige  sus  rasgados  ojos 
en  que  brillan  deseos  ardientísimos 
á  una  barca  que  boga  lentamente 
sobre  las  aguas  del  brillante  río. 

En  ella  va  su  amor,  ella  le  espera 
y  con  ciego  arrebato  del  delirio 
lanza  mil  besos  al  ligero  esquife 
y  se  agita  con  loco  desvarío. 

Al  pié  de  la  soberbia  escalinata 
llega  el  batel  al  fin,  ella  da  un  grito 
en  que  el  amor  desbordase  á  torrentes, 
en  que  puro  se  muestra  el  regocijo. 

Un  joven  de  rizada  cabellera 
perfecto,  hermoso  como  el  bello  Antino 
trepa  al  instante  por  flexible  escala 
cayendo  en  brazos  de  su  bien  querido. 

— ¡Alkár! — murmura  la  hechicera  Kéffir. 
— ¡Cuánto  tardaste  idolatrado  mío! — 
y  él  la  mira  con  mágico  embeleso 
mientras  la  hermosa  juega  con  sus  rizos. 

— ¿Triste  estás  dulce  bien?  ¿Por  qué  no  estrechas 
mi  mano  con  pasión?  ¿Por  qué  un  suspiro 
desprenden  esos  labios  que  yo  adoro? — 
dice  Kéffir  á  Alkár.— ¿Quizá  el  hastío 

llegó  á  posesionarse  de  tu  pecho? 
¿Guarda  tu  amor  la  tumba  del  olvido? 
Dímelo,  dulce  bien,  que  yo  te  adoro 
más  que  á  Osiris  el  dios  del  infinito. 

— No  tal, — contesta  el  joven, — soy  hebreo; 
de  raza  impura,  por  tu  rey  proscripto 
y  al  Dios  del  Sinaí  rindiendo  culto 
á  tus  dioses  desprecio  y  aún  persigo. 

¡Todo  nos_  hiere,  todo  nos  aleja 
sangre,  patria  y  aun  Dios:  ve  si  he  podido 
sentir  que  Saqueaban  mis  alientos 
al  ver  en  nuestra  contra  tanto  abismo! 

Ella  cegada  por  ardiente  lloro 
arrebatarle  entre  sus  brazos  quiso... 
cuando  un  hombre  de  atlética  figura 
cogió  sus  manos  exhalando  un  grito. 

Envuelto  en  ancha  túnica  que  borda 
el  oro  más  preciado  y  de  más  brillo 
circundaba  su  frente  la  diadema 
sembrada  de  esmeraldas  y  zafiros. 

— ¡El  Faraón! — gritaron  los  amantes 
de  sin  igual  espanto  po.seídos; 
y  él  con  su  daga  de  brillante  cobre 
quiso  arrojarse  sobre  el  rey  altivo. 

Mas  con  un  fiero  golpe  de  su  maza, 
arrojóle  á  sus  pies  desfallecido 
y  bañó  al  punto  el  blanco  pavimento 
un  torrente  de  líquido  sombrío. 

— ¡Ingratal — murmuró  Ramsés  el  grande, — 
muere  con  ese  impuro  á  quién  de  fijo 
vendiste  mis  caricias  en  la  noche 
usando  tus  groseros  artificios. 

Y  Kéffir  sobre  el  cuerpo  de  su  amante 
cayó  también  porque  su  cráneo  herido 
fué  por  la  maza  que  blandió  la  mano 
del  terrible  monarca  del  Egipto. 


¡Y  brilló  la  mañana  en  los  espacios 
con  resplandores  blancos  y  rojizos 
alumbrando  los  ojos  de  la  esfinge 
que  miraba  tranquila  el  homicidio! 

José  Mahía  de  la  Torre. 

* 

BIBLIOGRAFÍA 


Folletos  Litirikios  de  Cl»r1n:  Cdnovaiy  »u  tiempo. 
Librería  de  Fe,  Madrid. 

Quisiera  inculcar  yo  á  todos  mis  lectores  la 
admiración  que  siento  por  el  gran  critico,  por 
el  literato  insigne  de  cuya  pluma  no  sale  jamás 
nada  que  no  esté  marcado  con  el  sello  del  más 
ardiente  amor  al  arte.  Verdad  es  que  quizás 
estoy  buscando  midi  á  quatnrze  heures  y  que  la 
admiración  que  despierta  Clarín  sea  superior  á 
la  misma  que  yo  desearía.  En  todo  caso,  si  algo 
se  nece.sitara  para  coronar  su  reputación,  ya 
está:  es  el  folleto  de  Cánovas  y  su  tiempo,  con  el 
cual  ha  demostrado  su  autor  que  no  solamente 
sirve  para  dar  desazones  á  los  escritores  chirles 
sino  para  poner  en  su  verdadero  punto  lo  que 
sólo  en  España  podría  pasar  plaza  de  monstruo- 
so. 

El  Cielo  Alkqei,  por  Salvador  Rueda  —Madrid,  1887. 

Contiene  este  tomo  variados  cuadros  de  esce- 
nas andaluzas,  escritos  con  la  brillantez  de  esti- 
lo que  caracteriza  á  su  joven  autor.  El  señor 
Rueda  ha  pintado  lo  que  ha  visto,  presentándo- 
lo con  poética  realidad,  de  lo  cual  ha  resultado 
una  obrita  que  se  lee  con  sumo  gu.sto.  Paréceme 
que  el  señor  Rueda  ha  tenido  la  snorte  de  encon- 
trar un  género  en  que  puede  desplegar  sus  pri- 
vilegiadas dotes  de  colorista,  siendo  el  Cielo  Ale- 
gre digno  hermano  del  célebre  Patio  Andaluz. 

VÍ'!TOR,  novela  madrileña,  por  Ángel  Salcedo  y  Kiiíz. 

Echase  de  ver  en  este  libro  la  ilustración  de 
su  autor;  aunque  la  acción  se  desarrolla  con  cier- 
ta lentitud  y  abundan,  con  exceso,  escenas  y  alu- 
siones literarias  de  poco  interés  para  la  genera- 
lidad, encierra  amenos  trozos  y  está  escrito  cou 
elegante  facilidad,  lo  cual  hace  de  la  primera 
novela  del  señor  Salcedo  un  apreciable  ensayo. 
La  obra  es  tanto  más  i-ecomendable  en  cuanto 
no  se  descubren  en  ella  grandes  pretensiones 
de  trascendentalismo  ó  ambiciosas  tendencias  á 
revolucionar  el  campo  de  la  novela. 

Carlos  Mkndoza. 


NUESTROS  GRABADOS 


GALANTEOS  DI  AMTaSO 

Fué  el  siglo  xviu  aquel  ea  que  llegó  á  su  colmo  la  galan- 
tería, con  todos  sus  caracteres  de  afectación,  falsedad  y  con- 
ceptismo. Nada  más  Insípido  hoy  que  los  madrigales  en  que 
los  enamorados  de  casacón  y  sombrero  de  picos  pintaban 
sus  cuitas  ó  envolvían  sus  atrevidos  pensamientos;  en  cam- 
bio hacen  de  muy  buen  ver  los  cuadrltos  y  estampas  de  la 
época,  aunque  tal  lindeza  no  autoriza  á  abusar  de  semc^Jan- 
tes  escenas. 

LOS  AHIUALXB  COMO  ILEUENTO    DECORATIVO 

El  jabali  es  una  artesa  alemana,  y  la  cabeza  de  cocodrilo 
uno  de  los  originales  estudios  de  Nettleshlp,  famoso  ani- 
malier  Inglés.  En  todo  tiempo  han  servido  los  animales  de 
motivo  ornamental,  si  bien  en  el  dia  no  parece  se  haga  tanto 
caso  de  ellos  como  antiguamente,  cuando  los  arquitectos 
no  sabían  hacer  nada  sin  adornarlo  con  esfinges,  dragones, 
quimeras,  serpientes,  etc.,  etc. 

EL   TEbBEUOTO    DE    NIZA 

Por  largo  tiempo  couservarA  memoria  la  bella  ciudad  de 
Niza  del  terremoto  que  se  dejó  sentir  en  la  misma  apenas 
apagados  los  ecos  del  último  Carnaval. 

Un  formidable  sacudimiento  ocurrido  el  miércoles  de  Ce- 
niza, 23  de  Febrero,  ú.  las  seis  menos  cinco  minutos  de  la  ma- 
ñana, hizo  oscilar  sobre  sus  cimientos    todas  las  ca^as  de  la 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


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capital,  siguiendo  á  aquél  otros  varios  que  vinieron á aumen- 
tar el  espanto  de  los  acongojados  moradores. 

Todo  el  mundo  se  echó  á  la  calle  y  los  forasteros,  poseídos 
de  un  terror  perfectamente  comprensible,  corrían  á  la  esta" 
ción  para  huir  de  alU.  Con  todo,  solamente  seis  mil  perso- 
nas pudieron  salir  al  momento,  en  los  ocho  trenes  suplemen- 
tarios que  se  organizaron  con  notable  actividad. 

Felizmente,  cayéronse  pocas  ca.<:as  á  pesar  de  lo  cual  na- 
die juzgó  prudente  exponerse  á  permanecer  bajo  techado. 
Improvisáronse  campamentos  y  quien  no  quiso  cobijarse 
bajo  una  tienda  buscó  un  asilo  en  los  ómnibus,  en  las  barcas, 
en  los  coches  y  hasta  en  las  casillas  de  los  baños. 

Entre  las  contadas  casas  que  se  desplomaron  figura  la  es- 
cuela municipal  de  niñas  del  barrio  de  San  Esteban,  donde 
pereció  la  maestra  madame  Chaylon.  Otras  muchas  han  que- 
dado inhabitables  y  un  buen  número  cuarteadas. 

Parecidos  estragos  ocurrieron  en  Mentón,  pero  sin  compa- 
ración con  las  desgracias  de  que  ha  sido  teatro  Italia,  espe- 
cialmente la  provincia  de  Porto-Mauricio  donde  la  catás- 
trofe excede  á  cuanto  pudo  imaginarse  en  un  principio,  pues 
que  los  muertos  y  heridos  pa.san  ya  de  1.200,  y  se  calcula 
que  aún  subsisten  bajo  las  ruinas  de  Diano  Marina,  Oneglia 
y  otros  pueblos  más  pequeños  500  cadáveres,  pues  con  el 
trascurso  del  tiempo,  falta  de  alimentos  y  fétido  hedor,  han 
debido  perecer  los  que  sólo  hubiesen  quedado  heridos 

Sólo  dicha  provincia,  sin  contar  otras  localidades,  daba 
hace  ya  dias  esta  triste  estadística:  Acerigo,  9  muertos  y  10  he- 
ridos; Dianocastello,  20  muertos  y  12  heridos;  ulano  Marina, 
300  muertos  y  SO  heridos,  sin  contar  otros  200  moradores,  de 
los  cuales  nada  se  sabe  y  que  se  cree  por  tanto  cubren  los  es- 
combros de  todas  las  casas  destruidas;  Oneglia  donde  no  |ha 
quedado  una  sola  casa  habitable,  y  cuyas  ruinas  contendrán 
nuevos  cadáveres,  21  muertos  y  30  heridos;  Pantasina, 
2  muertos;  Piani,  2  heridos;  Pietrabuna,  i  heridos;  Porto- 
Mauricio,  1  muerto  y  8  heridos;  Prela,  11  heridos;  Villataglia, 
1  muerto  y  4  heridos;  Bajardo,  238  muertos  y  65  heridos;  Bus- 
sana,  50  muertos  y  40  heridos;'Ca5tellaro,  50  muertos  y50  he- 
ridos; Ceriana,  2  muertos  y  10  heridos;  Pompeyana,  5  muer- 
tos y  7  heridos;  Traggia,  6  muertos  y  3  heridos;  Vallegrosla, 
12  muertos. 

TIPOS  MILITÁEES  DK  íhUlíiVIi ,   RUSIA    É  ITALIA 

Dibvjo  de  Julián 
^Véase  el  articulo  correspondiente). 

GUANTES   HISTÓRICOS     . 

Puede  considerarse  la  época  de  Isabel  de  Inglateria  como 
aquella  en  que  rayó  ¿  mayor  altura  el  furor  por  los  guantes. 
En  nuestros  grabados  damos  reproducidas  algunas  muestras 
de  algunos  muy  célebres  que  te  conservan  en  los  museos  de 
Londres. 

XHBOQUE    DEL   CADÁVER   DE    GUSTAVO   ADOLFO   EN    WOLGAST 
EN    15   DE   JCLIO   DE   1633 

Cuadro   de   O.   Hellgvist 

Gran  figura,  ciertamente,  la  de  aqnel  monarca  á  quien 
llamaban  desdeñosamente  en  Viena  el  Rey  de  nieve  y  que 
habla  de  demostrar,  sin  embargo,  que  no  bastaban  á  derre- 
tirle todos  los  rayos  del  sol  imperial.  Al  subir  al  trono  cuan- 
do tan  sólo  contaba  diez  y  siete  años,  encontróse  con  Suecla 
en  guerra  contra  Dinamarca,  Polonia  y  Rusia,  terminando 
en  breve  gloriosamente  todas  ellas,  después  de  lo  cual, 
viendo  que  los  emperadores  de  Austria  iban  á  destruir  el 
sistema  federativo  de  Alemania  haciendo  hereditaria  la 
dignidad  imperial  y  amenazaban  acabar  con  el  partido  pro- 
téstame, decidió  ponerse  al  frente  de  éste  y  precipitarse  so- 
bre la  Alemania  en  contra  de  Fernando  II  \,Tetcer  periodo 
de  la  guerra  de  Treinta  años). 

Apenas  se  presentó  Gustavo  Adolfo  cuando  cambió  el 
aspecto  de  las  cosas,  derrotando  completamente  al  feroz 
Tilly  en  las  llanuras  de  Leipzig  y  confundiendo  á  sus  ene- 
migos con  una  nueva  táctica  que  habla  imaginado.  Por  des- 
gracia fué  asesinado  al  comenzar  la  batalla  de  Lutzen  lO  No- 
viembre 16321  y  asi  pudieron  volver  á  levantar  la  cabeza  los 
austríacos. 

Su  muerte  ocasionó  nna  consternación  inmensa  á  tus 
amigos  y  una  ahgrla  indecible  á  sus  contrarios.  En  Madrid 
hubo  fiestas  por  espacio  de  once  diaa  ridiculizando  al  difun- 
to monarca  sueco  ( n  populares  y  burlescas  representaciones. 

Fué  Gustavo  Adolfo  hombre  recto,  liberal,  de  arraigadas 
convictiones,  de  sencillas  costumbres  y  muy  instruido,  sien- 
do digna  de  recordación  la  donación  que  hizo  de  los  domi- 
nios de  su  familia  á  U  universidad  de  Upsal.  Sentó  las  bases 
de  la  futura  prosperidad  de  su  pais  ofreciendo  en  él  un 
asilo  á  los  emigrados  protestantes,!  que  á  trueque  de  ver 
respetada  su  libertad  de  conciencia  resignáronse  á  habitar 
en  aquel  áspero  clima.  Gobernó  con  equidad,  protegió  al 
pueblo  y  solía  decir  que  las  naciones  debían  rogar  á  Dios  no 
les  enviase  grandts  reyí*s  porque  con  sus  proyectos  y  empre- 
sas destruyen  la  paz  de  los  pueblos.  Á  un  consejero  que  le 
sorprendió  un  día  leyendo  la  Biblia  dljole  que  habla  buscado 
fortaleza  en  la  palabra  de  Dio»,  en  atención  á  que  nadie  está 
más  expuesto  á  las  tentaciones  del  diablo  qne  aquellos  que 
sólo  á  Dios  deben  dar  cuenta  de  sus  acciones.  Hombre  de 
grandes  alientos,  acariciaba  la  idea  de  conquistar  toda  la 
Alemania  protestante  y  renovar  en  Italia  y  en  España  el 
reinado  de  los  godos,  anhelando  muy  particularmente  unir 
á  Polonia  y  Suecia. 


En  medio  de  la  desgracia  de  haber  perdido  al  gruí  Gus- 
tavo Adolfo,  tuvo  Suecla  la  suerte  de  contar  con  el  canciller 
Axel  Oxenstlem,  que  continuó  dignamente  la  obra  del  difun- 
to rey.  Aquel  insigne  hombre  de  Estado  propuso  al  pueblo 
recibir  por  reina  á  Cristina,  hija  de  Gustavo  (era  electiva  la 
coronal,  de  seis  años  de  edad,  y  habiendo  preguntado  un 
campesino: — ¿Corno  es  esa  niñnf  Nosotros  no  laconoceTnoSf—el 
canciller  la  presentó  y  el  campesino  dijo:— Tiene  los  (>jos  de 
Gustavo,  su  frente,  su  roitro,  toda  ella  se  le  parece;  sea  nuestra 
reina,  siendo  aclamada  con  generales  aplausos  bajo  una  re- 
gencia presidida  por  Oxenstlem. 

El  cadáver  del  rey,  embalsamado,  fué  devuelto  á  su  pala 
el  año  siguiente,  habiéndose  inspirado  en  este  hecho  el 
Ilustre  artista  de  Estocolmo  Hellqvist  para  pintar  su  her- 
moso cuadro. 

REUNIÓN    DE     PATRONOS    DE    UN    ASILO    DE     HUÉRFANAS 

Cuadro  de  Soberto  Harris 

EL  NIDO  ÁBiSDOSiDO.— Cuadro  de  F.  Woodcock 

ADIÓS.  —  Cuadro  de  Paul  Peel 

Pertenecen  estas  tres  obras  á  distinguidos  autores  cana- 
dienses. Por  lo  que  se  ve,  los  pueblos  jóvenes  demuestran  la 
mayor  aptitud  para  la  pintura,  pues  no  solamente  florece 
este  arte  con  envidiable  prosperidad  en  los  Estados-Unidos , 
sino  también  en  las  apartadas  colonias  australianas  y  en  las 
autónomas  posesiones  Inglesas  del  Norte- América. 

PAISAJE 

Cuadro  de  O.  Uichel 

Fué  Jorge  Michel  el  antecesor  de  Julio  Dupré  y  Teodoro 
Rousseau;  desconocido  casi  durante  el  periodo  de  la  revolu- 
ción francesa,  alcanzó  envidiable  reputación  en  la  brillante 
época  del  año  30.  Era  gran  inteligente  en  materia  de  dispo- 
ner los  planos  y  de  presentar  los  horizontes  y  nadie  como  él 
sabia  el  secreto  de  animar  el  paisaje  con  algunas  figuritas. 

PORTUGAL:    UNIVERSIDAD   DE    COIUBKA 

Fué  fundado  este  famosísimo  establecimiento  en  1307  por 
el  rey  Don  Dionisio,  y  aunque  decaído  ya  de  su  antiguo 
esplendor,  continúa  siendo,  no  obstante,  el  centro  de  Ins- 
trucción más  notable  de  Portugal. 

CN   CAUIVO   Jl   TRAVÉS   DEL   BOSQUE 

Ofrece  este  paisaje  la  melancolía  propia  de  los  países  del 
Norte.  Parece  que  los  del  oficio  reniegan  del  Mediodía  por- 
que hace  resaltar  demasiado  los  primeros  pianos  y  les  quita 
la  perspectiva  aérea  á  los  fondos.  No  se  dirá  que  tenga  este 
defecto  el  paisaje  de  que  hablamos;  hay  seguramente  mu- 
chos árboles,  pero  pasado  el  primer  término  puede  exten- 
derse la  vista  hasta  la  pared  de  enfrente.  Fin  contar  que  la 
hora  es  muy  poética  y  que  el  grabador  ha  sabido  reproducir 
el  dibujo  con  la  mayor  finura  de  buril. 


LA  FUENTE  DE  LOS  CURRUTACOS 


(CONO  LUSIÓN) 

xvn 

CAYÓ  EN  LA  TRAMPA 

Al  día  siguiente  fray  Nolasco  citó  á  la  Fuente 
de  los  Currutacos  al  taoticario,  al  amigo  de  Ga- 
leno, al  notario  y  al  hijo  de  Neptuno. 

Ninguno  de  ellos  faltó  á  la  cita.  El  monje, 
presidiendo  como  de  costumbre  la  reunión  y  to- 
mando polvo  tras  polvo,  con  su  cajita  de  plata 
entre  las  manos,  articulando  mucho,  guiñando 
el  ojo  y  sin  levantar  la  voz,  les  manifestaba  ca- 
sos muy  cucos  y  muy  sabrosos  por  lo  visto,  pues 
la  sonrisa  retozaba  en  todos  los  labios  y  en  to- 
dos los  rostros  se  reflejaba  la  más  risueña  jo- 
vialidad. 

Al  prorumpir  el  recién  licenciado  en  medi- 
cina en  una  estrepitosa  carcajada  debida  á  un 
chiste  muy  subido  de  color  que  se  permitió  el 
boticario,  levantó  la  cabeza  y  fijando  los  ojos 
en  una  tortuosa  y  empinada  senda  que  conducía 
á  la  retirada  cartuja  de  San  Benito,  distinguió 
á  don  Leandro  encaminándose  á  aquel  patriar- 
cal asilo. 

—Por  allí  pasa  nuestro  hombre, — exclamó  el 
Esculapio. 

— ¿Por  dónde,  por  dónde? — preguntó  el  frai- 
le incorporándose. 

— Por  el  camino  de  la  Cartuja. 

— Tiene  su  merced  razón.  ¡Desventurado!  El 
pobrecillo  va  por  lana  y  saldrá  trasquilado. 
Buena  tijera  soy  yo. 

— ¿Pero  á  dónde  irá  por  esos  andurriales? — 
objetó  el  notario  alzando  su  cuello  de  cisne. 


— Saca  á  paseo  sus  ilusiones,^ — contestó  el 
monje,  añadiendo  con  sorna;  —  le  cogeremos 
en  el  lazo  como  los  caballos  jóvenes.  Me  parece 
que  el  buen  señor  va  á  encabritarse 

— Será  un  lance  muy  chistoso  el  que  nos  pro- 
porciona su  paternidad,— exclamó  el  marino 
frotándose  las  manos. 

— Y  muy  original, — murmuró  el  carmelita. 

Don  Leandro  más  alegre  que  unas  pascuas, 
echando  monólogo  tras  monólogo,  riéndose  de 
su  cara  mitad,  soñando  un  mundo  de  ilusiones 
de  color  de  rosa,  consultando  los  relojes  á  cada 
instante,  pues  el  buen  currutaco  los  gastaba  á 
pares  como  era  moda  en  aquellos  pacíficos  tiem- 
pos, é  impacientándose  porque  el  rubicundo  sol 
no  se  ocultaba  de  una  vez  en  el  ocaso,  llegó 
ante  la  puerta  de  la  Cartuja  y  tomó  asiento  en 
un  canapé  de  piedra  pegado  al  tronco  de  un 
fúnebre  ciprés  con  la  punta  vuelta  al  cielo,  tal 
vez  harto  de  contemplar  las  miserias  munda- 
nales. 

El  golilla,  paseando  la  vista  por  el  bello  y 
pintoresco  panorama  que  se  extendía  ante  sus 
ojos,  murmuraba  con  apasionado  acento: 

— Dentro  de  poco  seré  el  hombre  más  feliz 
del  universo.  Ese  enojoso  sol  que  ya  solo  mues- 
tra la  coronilla  será  reemplazado  por  la  luna 
que  es  el  sol  de  los  ladrones  y  al  mismo  tiempo 
de  los  enamorados.  Entonces  llegará  mi  hora. 
¡Oh!  ¡qué  dicha,  qué  ventura,  pasar  con  mi  Cloe, 
con  mi  bella  Elena,  la  noche  viajando  por  esos 
mundos  de  Dios;  ver  brillar  sus  ojos  en  la  os- 
curidad del  carruaje;  contar  los  suspiros  que  se 
escaparán  de  sus  labios;  oir  el  chasquido  de  sus 
sedas  y  acariciar  con  los  míos  sus  diminutos 
pies!  Mi  Cándida  estará  roncando  y  yo  velando. 
¡Ja,  ja,  ja!  Una  conquista  de  este  género  me  co- 
ronará de  gloria.  Volveré  de  mi  excursión  car- 
gado de  laureles,  que  desde  el  procer  al  villano 
todos  envidiarán.  Ayer  era  la  pobre  mosca  en- 
redada en  las  redes  de  mi  tirana  y  hoy  es  ella  la 
paloma  sin  hiél  cogidita  en  las  garras  del  mi- 
lano. ¡Con  qué  gusto  alargara  un  cachete  al  día 
para  que  desapareciera  de  una  vez! 

Este  discurso  al  aire  libre  sólo  era  escuchado 
por  los  pájaros  que  iban  en  busca  de  sus  nidos 
y  el  orador  sólo  era  admirado  por  otros  pájaros 
que  movidos  por  la  curiosidad  se  asomaban  á 
las  respectivas  rejas  de  sus  celdas. 

En  eso  vino  la  ansiada  noche;  pero  noche  sin 
luna,  más  negra  que  el  alma  de  un  condenado, 
reinando  en  el  alto  cielo  y  en  la  baja  tierra  la 
más  completa  oscuridad  como  si  los  de  arriba 
y  los  de  abajo  se  hubiesen  puesto  de  acuerdo 
para  secundar  los  amorosos  planes  del  galán. 

Don  Leandro  consultó  el  reloj  y  notó  que 
eran  las  siete  y  media. 

¡Sólo  media  hora,  sólo  treinta  minutos  falta- 
ban para  la  misteriosa  y  suspirada  cita! 

De  un  salto  se  plantó  ante  la  Fuente  de  los 
Currutacos. 

El  coche  estaba  allí. 

Parecía  una  inmensa  mole  negra  que  se  des- 
prendiera de  la  misma  oscuridad.  Era  una  es- 
pecie de  carroza  extremadamente  grande  y  con 
dos  portezuelas  laterales  con  sendas  cortinillas 
azules. 

Don  Leandro,  batiéndole  fuertemente  el  co- 
razón y  bamboleándole  las  piernas,  loco,  ciego, 
obcecado  y  creyéndose  en  los  umbrales  del 
Edén,  adelantó  hacia  el  carruaje. 

El  cochero  con  mucho  sigilo  y  con  más  re- 
cato le  preguntó  por  lo  bajo: 

— ¿Es  su  merced,  don  Leandro? 

— El  mismo.  ¿Y  la  señora? 

— Le  espeía  en  el  coche.  Venga  su  merced. 

Don  Leandro  ebrio  de  amor  y  luchando  con 
las  tinieblas  llegó  ante  la  portezuela  del  ve- 
hículo. 

Doña  María  Luisa  en  traje  de  viaje,  envuelta 
con  un  manto,  de  pié  en  la  portezuela,  murmu- 
ró muy  quedo  y  con  acaramelado  acento: 

■ — ¿Eres  tú,  mi  Leandro? 

■ — El  mismo  soy,  sirena  de  mis  ojos.  Diana  de 
esta  noche  de  ventura,  astro  del  cielo,  paraíso 
de  mi  amor. 

— Más  bajo  dueño  mío,  más  bajo. 

— ¡Eres  la  gloria! 


192 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


— Soy  una  esclava  que  se  postra  á  tus  pies. 

— Eres  reina  de  mi  alma. 

— Dame  la  mano,  sube. 'Asi.  Déjate  conducir. 
Cnidadito  que  está  muy  o.scuro  todo  esto.  Sién- 
tate en  ese  rincón. 

Don  Leandro  ciegamente  alHcinado,  sumido 
en  las  sombras,  obedeció  ¿  pié  jnntillas. 

El  pobre  diablo  creía  haber  salvado  los  limi- 
tes de  la  felicidad. 

Extendió  los  brazos  en  medio  de  aquella  tum- 
ba y  preguntó  luchando  con  las  tinieblas: 

— ¿En  dónde  estás,  Venus  sin  concha? 

— Aquí  de  pió,  ¿no  me  distingues? 

— Si.  Dame  á  besar  tu  mano. 

— Eso  no.  Has  jurado  no  hablarme  y  respe- 
tarme en  toda  la  noche. 

— Tienes  razón. 

— Pues  cierra  el  pico,  galán  mió,  que  ya  ha- 


blaremos cuando  luzca  el  sol,  y  toma  asiento  en 
aquel  rincón. 

Si  nuestro  golilla  no  hubiese  estado  tan  or- 
gulloso de  su  conquista  y  si  aquella  escena  noc- 
turna no  le  hubiese  sacado  de  quicio,  hubiera 
notado  el  roce  de  un  guardapiés  que  se  deslizaba 
por  la  portezuela  más  cobijada  por  la  sombra  y 
que  se  cerraban  los  dos  al  mismo  tiempo. 

Pero  el  señor  de  Pluma  en  blanco,  nada  vio, 
ni  nada  oyó. 

El  carruaje,  se  puso  en  marcha. 

El  golilla  reventaba  de  gozo  dentro  de  su 
chupa. 

La  consigna  de  guardar  silencio  era  la  única 
cosa  que  le  molestaba. 

Si  nos  íuera  posible  describir  todos  los  cabil- 
deos, ilusiones  y  esperanzas  que '  bullían  on  la 
mente  de  nuestro  buen  señor,  sería  este  libro 


tan  chistoao,  tan  lindo,  tan  entretenido  como  ori- 
ginal. 

Los  baches,  la  oscuridad,  las  piedras  y  los 
charcos  obligaban  al  coche  á  caminar  á  paso  de 
tortuga  pareciendo  que  á  cada  instante  se  venia 
al  suelo. 

Pero  el  amarteledo  y  desvelado  galán  no  se 
fijaba  en  esas  niñerías. 

Una  hora  larga  duró  la  excursión. 

De  pronto  aquella  especie  de  carroza  se  paró 
y  gritó  el  cochero: 

— La  venta  del  Carnero. 

Puso  el  pió  en  tierra,  abrió  la  portezuela,  se 
levantó  don  Leandro,  puso  los  atónitos  ojos  en 
derredor  y  vio  con  indescriptible  asombro  que 
se  hallaba  de  nuevo  en  la  villa  ante  un  caserón 
de  doña  María  Luisa,  y  á  ésta  con  un  velón  en 
la  mano,  á  fray  Nolasco,  al  boticario,  al  doctor, 


UN  CAMINO  A  TRAVÉS  DEL  BOSQUE 


al  notario  y  al  marino  que  salían  á  su  en- 
cuentro. 

El  trasnochado  golilla,  paseando  los  atónitos 
"jos  en  derredor,  corrido,  confuso  y  sonrojado 
de  pié  sobre  la  portezuela  de  la  carroza,  pare- 
-cía  un  insensato. 

— ¡Apéese  su  merced, — exclamó  la  dama  al- 
zando el  velón, — que  se  halla  V.  en  su  casa! 

—  ¡Bonito  viaje  ha  hecho  su  merced! — expuso 
el  fraile  meneando  la  cabeza. 

— ¡Bien  venido! — exclamó  el  boticario. 

— ¡Y  bien  hallado! — añadió  el  notario. 

— ¡Que  no  le  dañe  el  relente! — objetó  el  ga- 
leno. 

— ¡Cuidado  en  salvar  la  orilla! — murmuró  el 
marino. 

Don  Leandro  parecía  bobo.  El  infeliz,  fijo  en 
su  puesto,  no  apartaba  los  ojos  de  doña  María 
Luisa  que  alumbrada  por  el  velón  que  suspen- 
día en  In  mano  se  destacaba  en  medio  de  aquel 
abigarrado  corro. 

— <;Pero  no  se  apea  su  merced? — preguntó 
fl  fraile. 

El  golilla  fijó  los  ojos  en  el  fondo  de  la  ca- 
rroza, hizo  un  visible  gesto  de  disgusto  y  como 
'I  hombre  que  huye  de  sí  mismo  salt/)  á  tierra. 

Tras  él  apareció  en  la  portezuela  doña  Cán- 
dida. 


Todos  los  presentes  prorumpieron  en  una  es- 
trepitosa carcajada. 

El  fraile  adelantó  hacia  ella  ofreciéndole  la 
mano  y  murmurando  con  finísima  intención: 

- — ¡Miren  sus  mercedes,  el  bribonzuelo  del 
diablo  que  cosas  tiene  tan  peregrinas!  Es  un 
gran  escamoteador.  Sólo  á  él  se  le  hubiera  ocu- 
rrido trocar  las  damas. 

El  golilla  mordióse  el  labio  fijando  los  an- 
gustiados ojos  en  los  mustios  ojos  de  su  cara 
mitad. 

—¿Quiere  V.  subir  á  descansar? — manifes- 
tó doña  María  Luisa. 

— Gracias,  amiguita,  gracias, — contestó  doña 
Cándida  estrechando  cariñosamente  las  manos 
á  la  viudita. 

Don  Leandro,  pálido  y  nervioso,  no  perdía  de 
vista  al  carmelita. 

Bien  comprendía  aquel  burlador  burlado  que 
solo  á  él  se  debía  aquella  ingeniosa  aventura. 

En  tanto  las  damas  hablando  muy  quedo,  co- 
gidas de  las  manos  y  ocultándose  la  boca  con 
el  pañuelo  reíanse  maliciosamente 

^Ha  caído  conjí)  un  ratón  en  la  ratonera.  Lo 
que  temía  doña  Cándida,  era  que  no  notase 
cuando  jne  he  deslizado  por  la  portezuela. 

— Era  imposible  advertirlo.  Como  yo  la  ocul- 
taba con  mi  cuerpo  y  él  estaba  convencido  que 


en  el  coche  sólo  había  su  merced,  no  fse  fiió  en 
ello.  ■  J 

— ¿Y  han  continuado  los  piropos? 

■ — Al  principio  no,  pero  después  han  caído 
como  una  granizada. 

— ¿Y  ha  podido  contenerse  su  merced? 

— No  me  hable  V.  de  ello,  que  más  de  una 
vez  me  vinieron  intenciones  de  estrangularle. 
Pero  yo  decía,  suelta,  suelta  la  sin  hueso,  que 
ya  te  la  cortarán. 

— ¡Señores,  á  descansar!— gritó  el  carmelita. 

— Adiós,  amiguita, — amonestó  doña  Cándida. 

— Adiós,  muy  señora  mía, — contestó  la  viu- 
dita estampando  un  beso  en  las  mejillas. 

— Santas  noches, — murmuraron  los  presentes. 

Don  Leandro,  sin  decir  esta  boca  es  mía  y 
con  los  ojos  fijos  en  el  suelo,  tomó  del  brazo  á 
su  esposa  emprendiendo  el  camino  de  su  casa. 

La  historia  no  consigna  lo  que  aconteció 
aquella  noche  entre  marido  y  mujer,  pero  sí 
hemos  de  hacer  constar  que  don  Leandro  desde 
aquel  lance  estuvo  quietecito  en  casa,  miró  con 
mejores  ojos  á  su  mujcrcita,  echó  on  olvido  á  la 
tentadora  viudita,  cerró  la  puerta  al  fraile,  col- 
gó la  péñola  y  miró  con  horror  la  concurrida  y 
regalada  Puente  de  los  Currutacos. 

Francisco  Qráb  y  Elías. 


iNUIISTKAClOl:  C«rtii,  36^367,  Eiaíi  Miiu,  Editor. — Reunidos  los  derechos  de  propiedad  irtística  j  literaria. — Las  redaiaciones  en  Madrid,  al  represeotaote  de  esta  Casa  D.  Maouel  Piá  y  Valor,  Ápodaca,  10, 2.** 

— — (  INSÉRTESE  Ó  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  ) 


BaTABLwaMiBirro  Tipoorífico  db  B.  Bamba.— Calli  db  Villarrobl,  húm.  17,  bhsahchb  db  San  Amtomió.— Barcelona. 


'S^S^ir^^^ 


Año  V 


Barcelona  26  de  Marzo  de  1887 


Núm.  221 


Con  el  presente  numero  repartimos  el-suplemento  de  modas  EL  MUNDO  DE  LAS  DAMAS,  correspondiente  al  mes  actual 


CONTEMPLACIÓN 


194 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


SUMARIO 

Tbxto. — Madrid.  Caria»  á  «u  prima,  por  Fernanflor. — La 
mutrit  de  Captto,  poi  Vicente  Blasco  Ibáúei.— i>a  cara  de 
náit  Upt*  (ooDCliulóii),  por  Juan  Tomás  SaWmaj.—Be- 
«Ota  eitmitfca,  por  Alft«do  Oplsso— 7^>  dapotada  det  r(y. 
por  Antonio  J.  )(árquei.-/ii(raduect()*  á  «»  liiro  de  poe- 
tia»  tpoeslat,  porR.  J.  Cataiineu. — OoiUoru,  por  Manuel 
deFcñarmbla.— Naealroi  gralMidot.— S  prtmio  de  ñem- 
prt,  por  Joaefia  Pi^ol  de  Collado. 

0>A«iiK>s.— Contemplación.— KI  arte  asirlo  (doi grabados). 
— Kl  último  canto.— En  la  pradera.— |Te  quiero  muchol— 
Inglalerra:  Puente  y  calle  del  Castillo,  en  Chester. —César 
Borcia  abandonando  el  Vaticano.— La  construcción  de 
una  easa  — OUrerio  Cromwell,  de  visita  en  casa  deMiltoD. 
Moldas  reaando.— Kl  Sbab  Jbean  saliendo  de  la  Gran  Mei- 
qolU  de  DelU.— Mesas  de  arte  (cinco  grabados). 

MADRID 


CAJRT-A.S    .A.    ^a:X    FK-Tt^íLA. 


La  rotura  Bxposlclón  industrial.— Lo  que  produce  Madrid — 
La  madrileña. -El  madrileü».- Los  beneficios  de  los  ac- 
tores.— Parreño. -Una  comedia  que  puede  ser  un  nueío 
camino.— Las  tristeías  de  los  béroea  viejo».-  La  última 
obra  del  (estiro /oawiico. 

<3^^AS  de  saber  que  para  Setiembre  de  1888, 
■IjrrH  si  antes  no  vienes,  tendrás  ocasión  de 
CjU,  venir  á  esta  corte;  pues  no  creo  que  se 
haya  de  celebrar  una  gran  Exposición  en  Ma- 
drid sin  que  tú  figures  entre  las  visitadoras. 
Bien  mirado  en  una  Exposición  madrileña  las 
mujeres  de  Madrid  es  lo  más  interesante;  pues 
ellas  compendian  todas  las  cualidades  de  su 
suelo  y  de  su  cielo,  y  además  se  visten  y  ador- 
nan de  todo  lo  selecto  de  sus  artes  é  industrias. 
Y  por  cierto  que  el  tipo  de  la  madrileña  queda 
oscurecido  en  la  corte  por  la  mujer  de  las  pro- 
vincias que  es,  ya  más  corpulenta,  ya  de  ma- 
yor belleza,  ya  de  más  gracia  física,  ya,  en  fin,  de 
atractivos  iiiás  estrepitosos;  pero  ese  conjunto 
de  amable  belleza,  y  de  gracia  suave  de  la  ma- 
drileña, que  se  llama  moiierín,  viene  al  cabo  á 
triunfar  de  las  celebridades  provincianas.  Este 
mundo  convencional  de  Madrid  lo  lian  Lecho 
ellas  y  nada  tiene  de  particular  que  concluyan 
por  reinar  allí  donde  á  todos  y  en  todo  han  im- 
puesto sus  leyes.  Madrid,  además,  se  compone 
de  diferentes  círculos,  donde  los  gustos  cambian 
y  basta  la  mujer  necesita  ciertos  defectos  físi- 
cos y  morales  para  encantar  á  los  hombres:  el 
chic  es  una  cualidad  que  raramente  posee  una 
mujer  bonita  y  que  tienen  muchísimas  feas.  Y 
el  chic  es  un  atributo  de  belleza  en  Madrid;  es 
la  belleza  misma.  La  Venus  madrileña  está  re- 
tratada en  la  Academia  de  San  Feraando,  por 
Goya;  sus  líneas  carecen  de  la  gracia  severa, 
casta,  poética  de  las  Venus  de  Rafael  y  el  Ti- 
ciano;  de  éstas  se  comprende  que  puedan  andar 
por  el  campo,  decentemente,  aunque  desnudas; 
de  aquélla  no  se  cree  pueda  salir,  sin  desdoro, 
fuera  de  su  alcoba.  Pero  la  Venus  madrileña, 
DO  puede  ser  representada  sino  vestida;  el  traje 
es  para  ella  algo  tan  propio  y  necesario  como 
la  pluma  en  el  ave,  y  desnudarla  es  desplumar- 
la. Quiero  decir  con  todo  esto,  prima,  que  lo 
más  digno  de  ser  considerado  en  Madrid,  como 
producto  de  su  ciencia,  de  su  arte  y  de  su  in- 
dustria, es  la  madrileña  misma.  Si  mi  afirmación 
t«  parece,  por  lo  evidente  trivial,  dispénsame, 
teniendo  en  cuenta  que  nada  hay,  tampoco,  tan 
madrileño  como  las  trivialidades. 

Y  volviendo  al  tema.  El  Alcalde  primero  ha 
tenido  esa  idea  que  ha  entusiasmado  á  los  co- 
merciantes y  los  fondistaa  El  alcalde  oía  siem- 
pre con  mucho  disgusto  las  diatribas  de  las  pro- 
vincias contra  Madrid. — ¡Aquí  no  hay  más  que 
empleados  y  cesantes!— suele  decirse. — Madrid 
es  ana  gran  feria  donde  envían  sus  productos 
las  ciudades  de  España. — No,  señor, — ha  dicho 
el  alcalde, — Madrid  tiene  industria  propia,  crea 
productos  que  remite  á  provincias  y  al  extran- 
jero después  de  haber  proporcionado  á  la  pobla- 
ción abundante  con.sumo. — (Ignoro,  prima,  si  el 
alcalde  se  referirá  á  la  industria  de  las  condeco- 
raciones.) Madrid  paga  sobre  un  millón  de  pe- 
setas de  contribución  industrial;  en  el  casco  de 


Madrid  humean  las  chimeneas  de  quinientos 
motores  de  vapor,  que  funden  hierro,  plata, 
metal  blanco,  plomo,  y  que  son  las  visibles  se- 
ñales de  que  allí  se  fabrican  objetos  de  papele- 
ría, curtidos,  petacas,  zapatos,  fósforos,  para- 
guas, ebanistería...  Doce  mil  obreros  mantiene 
Madrid  y  no  hay  necesidad  de  ir  á  las  fábricas 
para  verlos,  basta  con  ir  á  las  reuniones  de  los 
socialistas,  donde  el  ciudadano  López  ó  el  ciu- 
dadano Pérez,  suelen  proponer  á  sus  compañe- 
ros como  la  medida  salvadora  de  este  momento 
social  una  huelga  permanente  subvencionada 
por  los  burgueses.  El  alcalde  desea  que  esta 
grandiosidad  y  florescencia  de  la  industria  local 
se  patentice,  y,  además,  los  tiempos  son  difí- 
ciles; el  comercio  se  queja  de  sus  parroquianos; 
los  parroquianos  no  toman  muy  á  pecho  las  re- 
convenciones del  comercio  y  hay  que  traer  pa- 
rroquianos nuevos  aunque  sea  de  la  China.  Al 
anuncio  de  esta  Exposición  vendrán  los  comer- 
ciantes de  otras  provincias  y  otras  capitales, 
vendrán  los  curiosos  y  millonarios  que  buscan 
nuevos  países  en  que  aburrirse  y  que  se  disper- 
sarán cuando  concluya  la  Exposición  llenando 
el  mundo  de  paraguas,  abanicos,  petacas  y  tacos 
de  billar  legítimos  madrileños.  Y,  quien  sabe, 
quizás  muchos  de  esos  turistas  se  lleven  el  prin- 
cipal artículo,  la  madrileña;  fábrica  de  amor, 
cuyo  sombrero  puede  muy  bien  aumentar  el  nú- 
mero de  chimeneas  citado  por  el  alcalde. 

El  hecho  es  que  en  Madrid,  realmente,  hay 
muchas  fábricas  y  que  si  nosotros  lo  ignoramos 
consiste  en  que  nuestro  carácter  no  es  indus- 
trioso, y  sólo  paramos  la  atención  en  las  cosas 
de  la  política.  La  inauguración  de  una  fábrica, 
en  Madrid,  por  magnifica  que  sea,  tiene  menos 
resonancia  que  una  frase  ingeniosa  ó  mordaz 
lanzada  per  un  diputado  á  un  ministro  en  plena 
sesión.  Tal  vez  esta  indiferencia  de  Madrid  por 
su  industria  consista  en  que  Madrid  no  es  patria 
de  nadie;  el  madrileño  nace  en  un  país  invadido 
por  forasteros;  en  que  todo  pertenece  al  primer 
ocupante,  venga  de  donde  viniere;  sin  costum- 
bres, ni  traje,  ni  dialecto  e.special;  habituándose 
á  transigir  con  todas  las  costumbres,  trajes  y 
dialectos;  decir:  ¡Yo  .soy  de  Madrid!  es  lo  misino 
que  decir:  Yo'no  soy  de  ninguna  parte.  ¿A  quién 
irá  el  madrileño  para  decirle:  ¡Favorézcame  us- 
ted, tan  siquiera  porque  somos  pninauon!  ¡Pai- 
sanos! los  tienen  los  andaluces,  y  los  gallegos, 
y  los  asturianos,  y  los  valencianos,  y  los  arago- 
neses; los  tiene  todo  aquel  que  ha  nacido,  me- 
nos quien  ha  nacido  en  Madrid.  ¡Desgraciado, 
sino  se  protege  él  solo!  Sucede,  pues,  que  el  ma- 
drileño no  se  interesa  por  la  prosperidad  fabril 
de  un  país  ingrato  y  que  los  que  no  son  madri- 
leños no  están  dispuestos  á  confesar  que  en 
Madrid  hay  nada  superior  á  sus  patrias  respec- 
tivas; verdaderas  patrias,  estímulo  de  su  ambi- 
ción; donde  tienen  sus  familias,  sus  amigos,  su 
verdadera  casa,  su  retiro.  No  es  extraño  que  los 
provincianos  conquisten  el  poder  y  la  fortuna; 
tienen  un  ideal;  pero  nosotros,  los  madrileños, 
¿podemos  creer  que  Madrid  se  asómbrala  de 
nuestros  encumbramientos,  ni  que  nuestros  pai- 
sanos se  morirán  al  saberlo  de  envidia?  Ignoro 
si  algún  día  me  casaré,  querida  Carmen,  ignoro 
igualmente  si  de  casarme  tendré  descendencia, 
pero  yo  te  t-seguro  que  mis  hijos  nacerán  fuera 
de  Madrid.  Yo  les  daré  patria.  Haré  un  viaje 
con  mi  mujer  á  Galicia.  Tengo  observado  que 
el  nacer  gallego,  es  nacer,  casi,  ministro. 

Pero,  en  fin,  como  todavía  está  muy  lejana 
la  referida  Exposición,  hablaremos  si  gustas  de 
asuntos  del  momento.  Esta  es  la  época  del  año 
en  que  se  verifican  los  beneficios  de  los  actores: 
según  la  prensa,  los  amigos  de  éstos,  aprove- 
chan la  ocasión  de  manifestarles  sus  simpatías. 
En  efecto,  si  has  visto  los  periódicos  habrás  ad- 
mirado las  terribles  listas  de  regalos  á  los  bene- 
ficiados que  publican.  Los  actores  reciben  en 
estas  noches  más  objetos  y  artículos  que  contie- 
ne un  bazar.  Todos  cuantos  autores  6  amigos 
les  deben  cualquiera  atención  ú  obsequio,  les  de- 
vuelven su  fineza.  Cierto  maldiciente  asegura 
que  hay  actor  que  so  pone  en  connivencia  con 
el  dufño  de  una  fábrica  de  quincalla  para  que 
le  remita  un  ciento  de  objetos  que  luego  volve- 


rán á  su  tienda.  De  este  modo  se  figura  una  co- 
lección de  regalos  sin  perjuicio  de  nadie.  La 
costumbre  de  exponer  en  el  cnmarin,  y  do  enu- 
merar la  prensa  los  regalos,  es  muy  reciente. 
Hasta  hace  pocos  años  el  beneficiado  sólo  hacía 
ver  lo  que  era  inevitable,  las  coronas  y  los  ra- 
mos que  se  le  arrojaban  á  escena.  La  idea  del 
lucro,  y  del  dinero,  no  aparecía  en  aquella  fiesta 
del  arte:  hoy  la  curiosidad  es  tan  grande  en  el 
público  como  el  entusiasmo.  Cada  vez  se  sig- 
nifica más  el  sentido  utilitario  de  los  regalos: 
en  cualquier  beneficio  veremos  que  los  criados 
de  la  escena  interrumpen  el  aplauso  general 
presentando  al  beneficiado  una  mesilla  de  noche. 
Cuando  se  aproxima  un  beneficio  tiembla  el  be- 
neficiado y  sus  amigos.  El  beneficiado  porque  si 
no  le  regalan  mucho  y  bueno,  sobre  todo  mucho, 
queda  deslucido;  los  amigos,  porque  los  amigos 
de  los  actores, — gente  que  suele  ir  al  teatro  de 
tifus,  como  ahora  se  dice, — suelen  tener  poco 
dinero.  Los  pobres  autores  dan  compasión:  algu- 
no de  ellos  no  consigue  que  el  actor  le  acepte 
una  comedia  y  le  regala,  sin  embargo,  por  si 
ablanda  con  la  gratitud  al  monstruo;  otros  rega- 
lan porque  no  se  diga  que  deja  de  regalar  sien- 
do autor.  Hay  quien  regala  por  salir  en  lista;  y 
casi  todos  los  objetos  tan  pomposamente  enume- 
rados en  los  periódicos,  suelen  valer  en  junto, 
después  de  todo,  cinco  pesetas.  Esta  costumbre 
caerá  en  desuso  porque  es  presuntuosa,  ridicu- 
la y  eurki.  Esto  se  comprende  en  los  países  ri- 
cos y  entre  la  sociedad  aristocrática  y  financiera. 
Pero  aquí  los  aristócratas  y  los  banqueros  han 
perdido  ya  las  tradiciones  del  rumbo.  Aquí  sólo 
es  rumboso  quien  quiere  parecerlo;  es  decir,  el 
pobre.  Si  los  diarios  dejasen  de  publicar  esas 
listas  de  nombres  propios,  no  recibirían  los  acto- 
res ni  una  boquilla  de  á  real. 

Ya  recordarás,  sin  duda,  al  bueno  de  Parre- 
ño,  aquel  actor  tan  reposado,  tan  concienzudo,  de 
aspecto  tan  solemne,  de  voz  tan  majestuosa.  Ha 
muerto  repentinamente.  Tenía  grandes  simpa- 
tías como  actor  y  como  particular.  No  se  le  han 
dedicado  extensas  biografías,  porque  con  los 
actores  pasa  como  con  los  cantantes:  mientras 
no  se  mueren  los  tenores  no  se  conmueve  nadie. 
Pero  la  verdad  es  que  estos  actores  estimables, 
que  desempeñan  discretamente  las  obras,  que 
estudian  sus  papeles  y  procuran  martirizar  sus 
condiciones  personales  para  brillar  algo  en  ellos; 
que  tienen  el  sentimiento  del  arte  y  de  la  dig- 
nidad de  su  profesión,  merecen  que  los  aficio- 
nados á  la  escena  les  consagremos  un  doloroso 
recuerdo.  Nuestro  teatro  precisamente  carece  de 
esta  clase  de  actores  y  por  carecer  de  esta  clase 
carece  de  cuadros,  sin  los  cuales  no  hay  buenas 
obras,  ni  buenas  temporadas.  Me  refiero  al  dra- 
ma y  á  la  gran  comedia;  en  los  cuales  el  actor 
tiene  que  suplir  con  su  reflexión,  con  su  talen- 
to y  su  inspiración,  el  desconocimiento  de  los 
personajes  y  las  pasiones  que  debe  interpretar, 
por  no  ser  las  que  él  frecuentemente  observa  ó 
siente.  En  el  género  cómico  y  popular,  hoy  tan 
en  boga,  se  forman  cuadros  escénicos  porque 
nuestros  actores  conocen  ese  mundo  á  la  perfec- 
ción. Las  compañías  extranjeras  que  han  venido 
á  Madrid  han  demostrado  que  varias  medianías 
que  se  funden  valen  más  que  una  eminencia  que 
se  aisla.  Ni  una  golondrina  hace  verano,  ni  un 
solo  actor  hace  teatro.  Con  actores  como  Parre- 
ño,  tan  di.scretos,  tan  en  su  lugar  escénico,  siem- 
pre se  pueden  hacer  obras  de  conjunto. 

Sigamos  en  nuestra  excursión  por  los  teatros. 
Un  autor  joven,  el  señor  Pleguezuelo,  ha  obte- 
nido un  éxito  de  gran  estimación  en  el  teatro 
de  la  Princesa  con  su  comedia  Margarita.  Cier- 
to marqués  ha  obtenido  en  su  juventud  una 
hija.  Se  casa  el  marqués  y  aunque  no  se  atreve 
á  declarar  la  existencia  de  esta  hija,  la  trae  á 
su  misma  vivienda  en  calidad  de  institutriz  de 
su  hermana.  Esto  da  origen  á  que  pueda  creer- 
se que  Margarita  es  la  querida  del  marqués,  es 
decir,  de  su  padre.  Entonces  la  verdad  se  des- 
cubre y  Margarita  es  dichosa.  Se  ha  celebrado 
esta  obra  con  feliz  unanimidad  por  todos  los 
críticos.  Y  en  sus  juicios  se  ha  traslucido  el  ar- 
diente deseo  que  hay  en  el  público  de  que  nues- 
tro teatro,  sin  perder  la  energía  y  la  viveza  ca- 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


195 


racterística  de  nuestra  literatura  actual,  vuelva 
al  mundo  de  la  realidad  y  del  sentimiento;  apar- 
tándose de  esos  temas  transcendentales  (que  ya 
no  tienen  transcendencia)  y  de  la  inevitable 
tremebunda  catástrofe.  El  señor  Pleguezuelo  ha 
fijado  la  atención  del  público  con  una  violeta, 
hoy  que  para  fijarle  es  preciso  darle  rosas  de 
mil  hojas,  del  tamaño  de  un  repollo: — este  éxito 
debe  fortalecerle  sin  deslumhrarle. 

El  viejo  Valero  saldrá  para  América  dentro 
de  algunos  días:  entre  tanto  da  algunas  funcio- 
nes en  Jovellanos.  Al  despedirse  del  público  ha 
empleado  frases  tales  que  parecía  decirle:  — 
¡Ven  á  verme,  ven  á  aplaudirme  por  última  vez! 
— El  arte  ofrece  ovaciones  que  enloquecen;  pero 
tiene  tristezas  que  abruman.  Han  venido  otros 
actores;  las  corrientes  del  pensamiento  y  del 
gusto  cambian,  el  actor  envejece  y  el  arte  es 
joven  siempre.  En  mucho  puede  compararse  á 
Valero  con  Zorrilla:  su  nombre,  su  celebridad, 


existen;  pero  su  público  ha  ido  desapareciendo; 
aquellos  que  fueron  admiradores  de  sus  obras 
en  el  tiempo  de  su  creación,  de  su  gran  virili- 
dad, han  muerto  casi  todos,  menos  felices  que 
ellos...  Su  público  está  ya  enterrado  y  les  espe- 
ra. ¡Pobres  viejos,  gozad  del  pasado  en  la  misma 
tristeza  del  presente,  recordad  con  los  pocos  que 
os  quedan..,  y  no  os  precipitéis  á  morir!...  ¡Qué 
diablos,  es  tan  seguro  que  habéis  de  obtener  la 
inmortalidad,  que  no  debéis  precipitaros!.  . 

Para  concluir,  con  una  nota  alegre.  Se  ha  es- 
trenado anoche,  en  el  teatro  de  Apolo,  Juan 
Matías  el  barbero  ó  la  corrida  de  beneficencia, 
letra  de  Ricardo  Vega,  música  de  Chapí  y  Nie- 
to. No  es  de  las  mejores  del  castizo  sainetero. 
Tiene  preciosas  decoraciones.  Durará  en  el  car- 
tel mucho  tiempo. 

Y  sin  más... 

Tuyo, 

Pernanflor. 


LA  MUERTE  DE  CAFETO 


MEMORIAS    DE    UN    PATRIOTA) 
I 

A  principios  del  año  1793,  vivía  yo  con  mi 
amigo  Teodoro  en  una  de  las  buhardillas  más 
altas  de  París,  separado  del  resto  del  mundo 
por  una  tortuosa  y  empinada  escalera  de  más 
de  cien  peldaños. 

¡Qué  época  aquella! 

Como  lo  mismo  mi  amigo  que  yo  habíamos  to- 
mado parte  activa  en  todos  los  acontecimientos 
más  notables  de  la  Revolución,  gozábamos  fama 
de  patriotas,  particularmente  en  los  sitios  donde 
se  reunían  los  hombres  más  exaltados  de  en- 
tonces. 

Desde  el  principio  de  aquella  tormentosa  y 


EL  ARTE  ASIRIO:  EL  PALACIO  DE  SARGON,  EN  KORSABAD 


agitada  época  habíamos  abandonado  los  pince- 
les y  dejado  de  concurrir  al  estudio  de  nuestro 
maestro  Pedro  David,  uno  de  los  genios  más 
populares  de  aquel  tiempo. 

La  historia  de  Teodoro  y  la  mía  eran  la  de  la 
Revolución. 

Los  dos  habíamos  hecho  fuego  en  la  toma  de 
la  Bastilla;  el  10  de  Agosto  de  1892  fnímos  de 
los  primeros  que  penetramos  en  las  Tullerias 
acuchillando  á  los  suizos,  y  al  pié  de  la  guillo- 
tina victoreamos  á  la  Nación  cuando  rodó  sobre 
el  tablado  la  cabeza  de  Luís  XVI. 

Además,  éramos  a.síduos  concurrentes  á  las 
tribunas  de  la  Convención  para  aplaudir  á  Dan- 
ton  y  Robespierre,  nos  honrábamos  con  la  amis- 
tad de  Camilo  Desmoulins  cuyos  escritos  leía- 
mos, y  no  nos  acostábamos  ninguna  noche  sin 
hojear  antes  algunas  páginas  de  la  Enciclopedia 
ó  del  Contrato  fonal. 

Como  hijos  de  aquella  época  éramos  adora- 
dores prácticos  de  la  Revolución,  á  pesar  de 
que  á  ésta  debíamos  el  vivir  en  la  mayor  indi- 
gencia. 

No  eran  aquellos  tiempos  los  más  favorables 
para  el  cultivo  de  las  artes. 

La  gente  sólo  se  fijaba  en  dos  cosas;  la  gui- 
llotina y  el  fusil,  y  tenía  puestos  los  ojos  á 
todas  horas  en  la  Convención  y  las  fronteras. 


En  la  una  había  sus  representantes  y  en  las 
otras  sus  defensores. 

Durante  el  período  revolucionario,  Teodoro  y 
yo  solo  trabajamos  verdaderamente  una  vez  y 
fué  para  restaurar  bajo  la  dirección  de  nuestro 
maestro,  el  salón  de  sesiones  de  la  Convención. 
Este  trabajo,  nos  valió  de  parte  de  los  repre- 
sentantes del  país,  más  agradecimiento  que 
dinero. 

La  falta  de  ocupación  influyó  directamente 
en  nuestro  estado. 

De  continuo  nuestras  bolsas  estaban  escuetas 
y  nuestros  vestidos  á  causa  de  su  vejez  tenían 
un  aspecto  deplorable. 

Algunos  años  antes  se  nos  hubiera  tomado 
por  mendigos,  pero  entonces  estábamos  lejos  de 
ser  víctimas  de  tal  suposición,  pues  muchos 
hombres  populares  que  en  aquella  época  influían 
en  la  situación  de  Erancia,  presentaban  poco 
más  ó  menos  un  aspecto  parecido  al  nuestro. 

Yo  no  me  resignaba  á  aquella  vida  mise- 
rable. 

Era  aficionado  por  razón  de  mi  naturaleza  á 
los  placeres  y  me  agradaba  más  tener  algunas 
monedas  en  el  bolsillo  y  acariciar  á  las  mucha- 
chas de  las  tabernas,  que  andar  casi  harapiento, 
pasando  plaza  de  virtuoso  y  patriota  incorrup- 
tible. 


En  cambio  Teodoro  se  encontraba  feliz  en 
aquella  situación. 

No  pensaba  más  que  en  la  patria,  y  cada  paso 
que  ésta  daba  en  el  nuevo  camino,  le  producía 
una  vivísima  satisfacción. 

— Esto  va  bien,  Nicolás, — me  decía  á  cada 
instante; — Erancia  se  dispone  á  difundir  las 
luces  de  la  libertad  y  el  progreso  por  todo  el 
mundo.  Los  tiranos  pretenden  ahogar  la  Revo- 
lución en  su  cuna,  pero  no  lograrán  sus  deseos, 
pues  tienen  que  luchar  con  nosotros  que  esta- 
mos destinados  á  realizar  la  grande  obra. 

Yo  no  hacía  gran  caso  de  las  palabras  de 
Teodoro,  y  daba  poca  importancia  á  las  obliga- 
ciones que  como  ciudadano  republicano  tuviera 
que  cumplir. 

■"_  Mas  á  pesar  de  esto,  mi  amigo  me  arrastraba 
á  todas  partes,  valido  del  ascendiente  que  su 
superioridad  le  daba  sobre  mí. 

Teodoro  como  artista  se  encontraba  á  una  al- 
tura envidiable. 

Era  el  primero  entre  todos  los  discípulos  de 
David,  y  éste  le  quería  como  á  un  hijo. 

(Se  continuará J 

Vicente  Blasco  Ibáñez. 


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198 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


LA  CASA  DE  PEDRO  LÓPEZ 


(coaoLusiás) 

— Debo  advertir  á  V.  qne  antes  de  tomar  el 
'■>,  la  señora  Pepa  me  prometió  echar  á  las 
:.as  del  segundo,  y  en  su  consecuencia... 

-  Esa  condición  no  consta  en  el  contrato. 
• — ¿De  suerte  que?... 

- — Lo  dicho,  amigo  mío,  vuelva  V.  dentro  de 
dos  meses  y  hablaremos.  Hoy  por  hoy,  es  asun- 
to concluido. 

Y,  acompañándome  hasta  la  puerta,  me  des- 
jiidió  como  si  hubiese  despedido  al  carbonero. 

Salí  rabioso  3'  horrorizado,  balbuciendo: 

— ¡Vaya  un  hombre  estúpido!  Por  no  darle  el 
gustazo  de  chuparse  la  fianza,  subarrendaré  la 
casa.  No,  lo  que  es  de  mí  no  se  burla  «se  ani- 
mal; ¡el  casero  soy  yo! — concluí,  parodiando  á 
Luis  XIV. 

Aquel  mismo  día,  al  regresar  á  casa  después 
de  mi  paseo  acostumbrado,  un  hombre,  vestido 
de  caballero,  como  la  mona  vestida  de  seda,  me 
paró  en  la  calle  con  este  saludo: 

—  ¡Hola,  Pepito!  ¡Cuánto  tiempo  sin  verte! 
¿Cómo  estás? 

Retrocedí  algunos  pasos,  rechazando  la  mano 
que  me  tendía. 


— Está  V.  equivocado, — le  dije, — pues  no 
tengo  el  gusto  de  conocerle. 

—  ¡Tan  olvidadizo  eres!  ¡Ya  no  conoces  á  Pe- 
riquillo, tu  antiguo  compañero  de  colegio,  el 
que  siempre  compartía  contigo  su  merienda 
cuando  te  castigaban!...  Pero  ¿áqué  ir  tan  lejos? 
No  hace  seis  años  todavía,  fuimos  compañeros 
de  oficina  en  el  Gobierno  Civil  de  Granada. 
¿Tampoco  lo  recuerdas? 

— ¡Yo!  Ni  me  llamo  Pepe,  ni  á  mi  me  ha  casti- 
gado ningún 
hombre,  ni 
probé  jamás 
la  merienda 
ajena,  ni  fui 
nunca  em- 
pleado, ni  vi 
otra  Grana- 
da que  la  del 
mapa. 


i- 


IÉlíi''  tí4í'''^'^'-'   '  'i    '.1       aprende 
Uf-  '1?'^.. /',f- ,"~  -   ■  '(       '"'a  para 

_  »""  .R^l¿3<íJ,.  ■,:j;1       un  palo. 


—  Mírame  bien  á  la 
cara,  so  tunante,  y 
apréndetela  de  memo- 
dejarme  siem- 
paso  franco,  por- 
volviéndome  á 
te  descalabro  de 


í»v?V---, 


— No  le  hace,  caballero;  es  el  caso  que  ahora 
estamos  cesantes  y  nos  reunimos  varios  amigos; 
hemos  fundado  un  modesto  círculo  de  recreo, 
donde  jugamos  á  las  cartas;  se  juega  en  fami- 
lia, poco  dinero,  nada  más  qtie  para  pasar  el 
rato.  Si  V.  quiere  honramos  con  su  risita,  yo 


—  Bien,  hombre, 
bien;  no  hay  que  to- 
marlo tan  á  pechos, — 
refunfuñó,  penetrando 
en  el  garito,  mientras 
yo  subía  la  escalera. 

Apenas  hube  entra- 
do en  mi  despacho, 
mandé  á  Ramírez  po- 
ner á  un  lado  de  cada 
balcón,  papeles  que 
sirvieran  de  reclamo  á 
íin  de  subarrendar  el 
cuarto. 

— ¿Nos  m  u  damos, 

señorito? 

— Sí,  para  evitarte  nuevas   equivocaciones. 

¡Y  yo  que  tanta  tranquilidad  me  prometía  en 

esta  casa! — pensé  viendo  á  Ramírez  ejecutar 

mi  orden. 

A  todo  esto,  con   talos  inquietudes  y  di.sgus- 
tos,  mis  nda'wlofts   adelantaban  muy  poco  en 


FRRNK  MVRr^'XY  1535'. 


PUENTE  Y  CALLE 

DEL  CASTILLO,  EN  GHESTER 

(INGLATERRA) 


tendré  mucho  gusto  en  presentarle,  solo  para     sus    adulaciones.  Llegó  la  noche;  no  tuvo  gana 


que  vea  V.  el  local 

—¿Y  dónde  dice  V.  que  es  eso? 

— Cerquita,  ahí,  en  el  109. 

— Justamente  al  109  voy. 

— Sígame  V.,  yo  guiaré. 

Entramos  en  casa,  subimos  la  escalera,  llega- 
mos á  la  meseta  correspondiente  al  cuarto  prin- 
cipal. 

—  ¡Qué!  ?no  entra  usted?— me  dijo  el  hombre. 


de  escribir  y  me  lancé  á  la  calle. 

— ¿A  dónde  voy?  ¿Al  Oriental?  De  ninguna 
manera;  no  quiero  ver  á  mis  amigos  mientras 
siga  en  esa  casa;  me  creerían  consentido.  ¿A  la 
tertulia  de  la  duquesa?  No  estoy  de  humor.  ¿Al 
Ateneo?  ¡Es  tan  monótono  aquello! 

Reflexionando  de  esta  suerte  y  caminando  á 
la  ventura,  acerté  á  pasar  jwr  delante  de  un 
teatro  ciivo  cartel  aniuieiaVja  la  comeilia  de  ma- 


gia Los  polvos  de  la  madre  Celestina,  exornada 
con  todo  el  aparato  que  requiere  su  argumento. 
Desde  mis  tiernos  años  no  había  concurrido  á 
una  sola  representación  de  esa  comedia,  que,  á 
la  sazón,  hacia  mis  delicias,  y  cuya  parte  li- 
teraria, como  obra  de  Hartzenbusch,  es  exce- 
lente. 

— Tal  vez  me  divierta, — dije. 
Tomó  una  butaca  y  entré  á  ocuparla.  Estaban 
á  la  mitad  del  prfm  er  acto. 

Efecto  de  la  noche  toleda- 
na que  tenía  en  el  cuerpo,  el 
sueño  pudo  más  que  los  ver- 
sos de  Hartzenbusch,  y  me  que- 
dé dormido  en  la  butaca.  A 
ratos,  por  un  esfuerzo  de  la 
voluntad,  me  despertaba,  mi- 
raba á  la  escena  y  volvía  á 
dormirme.  En  una  de  estas  al- 
ternativas, ni  dormido  ni  des- 
pierto, creí  soñar  con  un  pala- 
cio encantado,  lleno  de  hadas 
danzando  á  los  rayos  de  la  lu- 
na, al  son  de  una  música  deli- 
ciosa. Abrí  los  ojos,  y  una  voz 
dijo  á  mi  espalda: 
:  •  — ¡Preciosa  decoración! 

Miré  maquinalmente  y  ¡oh 
sorpresa!  vi  la  realidad  de  mi 
sueño  sobre  el  escenario:  el  pa- 
lacio existía,  la  música  sonaba,  la  luna  era  luz 
Droumont,  las  hadas  eran  bailarinas. 
El  público  aplaudía  frenéticamente. 
Pedí  prestados  los  gemelos  á  un  vecino  de 
butaca  y  los  apunté  á  la  escena. 

Ni  un  rayo  caído  á  mis  pies  me  hubiera  asom- 
brado tanto. 

— No,  no  puede  ser,  estoy  soñando  todavía. 
Me  restregué  los  ojos,  volví  á  mirar  con  los 
gemelos  y  no  me  cupo  duda:  el  varón  de  la  pri- 
mera pareja  coreográfica...  ¡era  mi  casero! 

Era  él,  sí,  mi  casero  en  carne  y  hueso,  el  amo 
de  la  señora  Pepa,  el  misterioso  concurrente  al 
café  de  Lisboa,  el  trasnochador  insustancial,  el 
mismo  que  con  tanta  grosería  me  recibiera 
aquella  mañana.  Y  allí  estaba,  bañado  por  la 
luz  Droumont,  cubierto  de  talco  y  lentejuelas, 
bailando  á  la  faz  de  su  inquilino,  improvisando 
posturas  académicas,  haciendo  piruetas  y  visa- 
jes, dando  saltos  y  volteretas,  durante  los  cua- 
les llegaba  liasta  perder  la  forma  humana,  como 
un  oso  en  la  plaza  pública.  ¡Y  gustaba,  y  le 
aplaudían,  y  sabe  Dios  lo  que  cobraría  porcada 
salto,  por  cada  visaje,  por  cada  voltereta  de  su 
decoro,  por  cada  puntapié  asestado  al  sentido 
común!... 

— Y  ese  hombre, — no  pude  menos  de  pensar, 
— tiene  casas  en  Madrid,  es  propietario;  fuera 
de  aquí  representa  y  vale  más  qtie  yo,  vota  á 
los  representantes  de  la  nación,  interviene  en  la 
cosa  pública,  se  llama  amigo  y  conservador  del 
orden;  y  yo,  poeta,  autor  de  novelas,  escritor 
público,  no  tengo  voz  ni  voto,  con  dificultad 
visto  levita;  soy,  comparado  con  él,  un  hombre 
despreciable,  un  pelafustán,  un  pelele,  un  don 
nadie!  ¿Y  está  bien  así  la  sociedad?  ¿Y  existe 
Dios  y  la  consiente?... 

Todo  aquello  me  disgustó  de  tal  manera,  que 
me  levanté  y  fui  á  acostarme,  sin  esperar  la 
conclusión  del  espectáculo. 

Excuso  decir  que  al  día  siguiente  me  mudé, 
no  tanto  á  cansa  de  mis  vecinos  como  del  golj»' 
recibido  en  mi  dignidad  al  tener  por  casero,  esto 
es,  por  tirano,  á  un  bailarín. 

Juan  Tomás  Salvany. 


REVISTA  científica 


La  futura  olenctadeconocerá  los  hombres  por  la  fi.soiioinla. 
— Contra  la  jaqueca. -AccWa  del  ulcohol  sobre  la  iiutil- 
cit^n.— Kmpo'lrflfio  y  enlnsaflo  de  e.scorias.  — Nueví»  modo 
de  fabricación  de  panes  de  carbón  de  piedra.  — La  pila  Ki- 
seman.  — Fabricación  eléctrica  del  aluminio  en  Suiza.-  La 
electricidad  ai>licada  á  las  i>atatas. 

Los  estudiantes  del  porvenir  tendrán  sobro 
nosotros,  los  que  ya  vamos  para  viejos,  la  in- 
mensa ventaja  de  poder  aprender  psicología  en 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


199 


libros  mucho  menos  repulsivos  que  los  que  co- 
rrían en  tiempos  de  nuestra  juventud;  ya  no 
será  aquella  prosa  dura  y  seca  que  nos  hacía 
considerar  el  libróte,  ó  librejo,  como  una  especie 
de  saco  lleno  de  guijarros,  sino  que  hasta  habrá 
capítulos  que  podrán  leerse  por  vía  de  pasa- 
tiempo, pues  no  hay  duda  que  uno  de  ellos  ha- 
brá de  titularse:  IJel  arte  de  conocer  á  loH  hom- 
bres por  In  fis'itiomía. 

Y  no  se  crea  que  venga  á  ser  el  tal  capítulo 
ninguna  repetición  de  las  sandeces  empíricas 
inventadas  por  Lavater  y  Spurzheim  sino  que 
será  un  estudio  grave  y  formal  de  psico-fisiolo- 
gía,  ciencia  que  ayer  estaba  en  mantillas  y  hoy 
amenaza  tragarse  la  desvalida  metafísica  y  otras 
asignaturas  no  menos  cojitrancas. 


No  tiene,  en  efecto,  vuelta  de  hoja,  desde  el 
momento  en  que  es  una  ley  fisiológica,  y,  por 
lo  tanto,  promulgada  á  posleriori,  que  todas  las 
excitaciones  venidas  del  exterior  vuelven, — 
después  de  haber  sido  elaboradas  en  los  centros 
nerviosos  en  forma  de  sensaciones,  sentimientos 
é  ideas, — á  su  origen,  agotándose  en  forma  de 
movimientos,  de  lo  cual  resulta  que  la  actividad 
muscular  es  una  especie  de  canalización  de  sa- 
lida para  las  fuerzas  que  nos  vienen  de  la  ac- 
ción del  mundo  exterior  sobre  nuestros  sen- 
tidos. 

Esta  concepción  del  arco  reflejo  que  parte  de 
la  sensación  y  se  termina  por  el  movimiento 
nació  en  los  laboratorios  de  fisiología,  pero  no 
ha  tardado  en  convertirse  en  fundamento  de  la 


nueva  psicología,  ofreciendo  anchísimo  campo 
para  el  análisis  de  los  elementos  de  la  persona- 
lidad. «Concíbese  fácilmente, — dice  la  Revue 
Scienlifique,  —  como  simples  variaciones  en  la 
manera  de  sentir,  de  elaborar  las  sensaciones, 
de  reaccionar  bajo  su  influencia  por  manifesta- 
ciones motrices  bastarán  á  dar  cuenta  de  los 
innumerables  rasgos  característicos  de  las  per- 
sonalidades humanas. 

«Investigar  las  condiciones  de  las  variacio- 
nes de  la  sensibilidad  reaccional  del  sistema 
nervioso;  aislar  por  una  suerte  de  disección  ex- 
perimental los  estados  cerebrales  simples  y  re- 
gistrar los  fenómenos  motores  de  todo  linaje 
que  les  traducen  al  exterior  y  manifiestan  así 
la  vida  psíquica  será  precisamente  la  obra,  ape- 


EL  ARTE  ASIRIO:   BAJO-RELIEVE  REPRESENTANDO  UNA  LEONA  HERIDA 


ñas  emprendida,  de  la  psicología  fisiológica,  en 
la  cual  el  estudio  de  la  mími-a,  en  general,  ten- 
drá de  esta  manera  ancho  lugar.  Si  se  conside- 
ra que  hay  que  estudiar  los  movimientos  no  so- 
lamente en  sus  formas  actuales  sino  también  en 
las  huellas  que  deja  sii  producción  repetida, 
habitual, — lo  que  se  llama  los  rasgos,  los  cua- 
les son  hereditarios  algunos  y  adquiridos  otros, 
— se  verá  cuan  extenso  es  en  suma  este  estudio 
de  la  mímica  que  comprende  en  sí  el  gesto,  el 
porte,  la  fisonomía,  ¡a  palabra  y  la  escritura.» 

Entre  las  tentativas  hechas  para  descubrir 
el  carácter  de  las  personalidades  por  signos 
exteriores,  ocupa  un  lugar  nada  desprecia- 
ble la  grafología,  ó  arte  de  conocer  á  los  hom- 
bres por  medio  de  su  escritura,  estudio  que 
está  en  vías  de  adquirir  todo  el  rigorismo 
científico  de  que  carecieron  las  prácticas  de  La- 
vater, entendiéndose  que  este  sello  científico  á 
que  nos  referimos  dependerá  de  que  en  lugar  de 
estar  fundada  la  grafología  en  meras  observa- 
ciones estará  basada  en  experimentos.  Asi,  en 
vez  de  decir:  los  individuos  que  presentan  esta 
ó  la  otra  cualidad  ó  defecto  hacen  tal  movi- 
miento ó  presentan  tal  rasgo,  se  dirá:  tal  movi- 
miento ó  tal  rasgo  es  resultado  6  efecto  de  tal 


organización  cerebral,  de  tal  aptitud  caracterís- 
tica, de  tal  procedimiento  psíquico  especial. 

En  este  sentido  están  trabajando  algunos, 
siendo  de  desear  que  aparezca  pronto  un  buen 
tratado  que  nos  enseñe  científicamente  á  conocer 
con  quien  se  trata,  mientras  lo  cual  pueden  con- 
tentarse los  interesados  con  leer  el  bonito  libro 
publicado  por  el  doctor  Schack,  de  Copenhague, 
La  fisonomii  en  el  hombre  y  los  animales.  (Tra- 
ducción francesa. — J.  B.  Bailliere.) 


En  el  Neio-Ynrk  Medical  Record,  propone 
M.  John  Blake  White,  un  nuevo  remedio  con- 
tra la  jaqueca.  Trátase  de  la  antipirina,  que  al 
parecer  no  sería  solamente  un  apreciable  antipi- 
rético sino  un  eficaz  analgésico,  ó  calmante, 
atribuyendo  M.  White  esta  propiedad  á  la  ac- 
ción de  dicha  sustancia  sobre  los  vasos.  La  an- 
tipirina produciría  la  desaparición  de  los  fenó- 
menos congestivos  moderando  la  actividad  del 
sistema  vaso-motor,  y  asi  se  explicaría  su  efica- 
cia contra  las  jaquecas  congestivas,  la  jaqueca 
gástrica  y  otras,  la  cefalalgia  urémica,  y,  final- 
mente, los  diversos  dolores  de  cabeza. 

Para  obtener  este  resultado  hay  que  prescri- 


bir dicho  medicamento  á  dosis  macizas.  Los 
efectos  terapéuticos  se  notan  ya  al  cabo  de  me- 
dia hora;  el  enfermo  experimenta  entonces  como 
un  pasajero  sentimiento  de  vértigo  y  un  deseo 
de  dormir  que  dura  algunos  instantes.  Según  el 
autor,  la  desapaiición  de  la  cefalalgia  es  enton- 
ces constante. 


Sabido  es  que  mientras  unos  creen  que  el  al- 
cohol es  una  sustanciado  «ahorro,»  otros  sostie- 
nen, al  contrario,  que  es  un  excitante  de  los 
cambios  intra-celulares.  Según  M.  Eorster,  de 
Amsterdam,  el  alcohol  sería  á  todas  luces  un 
agente  de  pérdida,  un  agente  de  gastos  y  no  de 
economía.  Habiendo  escogido  algunos  sujetos 
bien  nutridos  y  sanos  y  tenídolosen  nyunas  du- 
rante cincuenta  ó  soscnta  horas,  el  experimenta- 
dor les  administró,  en  los  momentos  en  que  el 
hambre  se  dejaba  sentir  periódicamente,  cierta 
dosis  de  alcohol;  recogió  después  sus  orinas  y 
dosó  la  cantidad  de  ázoe  excretado.  Nada  de 
particular  se  notó  respecto  á  esto,  pero  se  vio 
que  cada  ingestión  de  alcohol  era  seguida,  al 
cabo  de  una  ó  dos  horas,  de  un  aumento  sensi- 
ble de  la  cantidad  de  ácido  fosfórico  excretado. 


CÉSAR  BORGIA  ABANDONAN! 


ITICANO  (Dibnjo  de  G.  Gatteri) 


202 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


El  neo  del  alcohol  tendría  pues  por  conse- 
cuencia inmediata  una  e^fcreción  exagerada  de 
una  sustancia  que  fomia  parte  integrante  del 
or«Tui¡snio  humano,  y  si  estí"  efecto  no  ha  sido 
observado  todavía  depende  de  que  las  investi- 
gaciones no  lian  i-ecaido  hasta  ahora  más  que 
sobre  la  exhalación  de  ácido  carbónico  ó  la  ex- 
creción de  la  urea.  (Revue  ScieHliñqiie.) 


La  Chronifue  industríelle  da  cuenta  de  haber- 
se formado  en  Middlesbrough  una  compañía 
que  se  propone  utilizar  las  escorias  de  los  altos 
hornos  de  una  manera  más  completa  que  lo  han 
sido  hasta  el  presente.  Entre  las  aplicaciones 
que  se  han  buscado  citaremos  la  fabricación  de 
ladrillos  obtenidos  colando  la  escoria  en  moldes 
metálicos.  Sometidos  ú  un  recocido  y  después  á 


un  enfriamiento  lento,  esos  bloques  adquieren 
la  dureza  y  la  resistencia  del  basalto.  Si  se  les 
pulveriza  y  se  mezcla  con  el  polvo  obtenido 
cierta  cantidad  de  cemento  obtiénese  un  pro- 
ducto que  da  una  masa  superiormente  sólida 
comprimiéndola  en  moldes  y  dejándola  tres 
mo^es  en  reposo.  Fabrícanse  baldosas  y  losas 
para  aceras,  para  andenes  de  embarque  en  las 
estaciones  de  ferrocarril,  etc.  Estas  losas  tienen 
0'90  m.  de  largo  por  0'08  de  espesor. 

* 
*  * 

Según  un  neriódico  gasista,  M.  Salterj-,  inge- 
niero austríaco,  ha  tenido  la  feliz  idea  de  em- 
plear las  melazas  ó  residuos  de  la  fabricación 
del  azúcar  en  lugar  de  la  brea  para  la  fabrica- 
ción de  los  panes  de  carbón  de  piedra,  lignito  y 
otras  sustancias  minerales. 


La  superioridad  del  nuevo  procedimiento  con- 
siste en  su  sencillez  y  en  la  extremada  baratura 
de  la  sustancia  ligante.  La  proj)orción  de  mela- 
za que  liay  que  emplear  varía  de  0'75  á  1  por  100 
según  la  naturaleza  del  combustible.  No  es  sola- 
mente el  azúcar  sino  la  pectina  y  las  gomas  con- 
tenidas en  las  melazas  los  qxw  obran  como  ma- 
terias aglutinantes;  las  melazas  que  han  estado 
sometidas  á  la  acción  de  la  osmosis  convienen 
igualmente.  Débese,  por  lo  demás,  diluirlas  en 
la  cantidad  do  agua  necesaria  jiara  formar  una 
pasta  tan  plástica  como  sea  posible. 

Los  panes  fabricados  de  este  modo  con  ciscos 
de  calidad  inferior  dan  sin  embargo  coks  com- 
pactos y  porosos  que  convienen  perfectamente 
á  los  altos  hornos  y  las  fraguas.  Según  el  doc- 
tor Rossman,  una  do  las  principales  aplicacio- 
nes del  nuevo  procedimiento  es  la  fabricación 


LA  CONSTRUCCIÓN   DE  UNA  CASA  (Dibuju  de  Kicketls.) 


de  pines  de  mineral  di  hierro  para  la  transfor- 
mación directa  ea  hierro  y  con  acero. 


El  doctor  Eiseman,  de  Berlín,  acaba  de  inven- 
tar una  nueva  pila  en  la  cual  emplea  el  ácido 
túngstico  como  líquido  excitador  en  vez  del 
ácido  crómico.  Estos  dos  ácidos  ejercen  casi 
igual  acción;  la  fuerza  electro-motriz  y  la  resis- 
tencia de  los  elementos  son  los  mismos,  pero 
basta  una  ligera  adición  de  ácido  fosfórico  para 
mantener  en  disolución  el  ácido  túngstico. 
Cuando  este  ácido  ha  sido  reducido  por  electro- 
dos metálica.')  como  los  de  zinc,  por  ejemplo,  es 
fácilmente  regenerable  por  el  oxígeno  del  aire. 
El  empleo  del  ácido  túngstico  es  venta¡o.so  sobre 
todo  en  los  elementos  de  electrodos  móviles. 

Prepárase  el  líquido  excitador  haciendo  disol- 
ver en  -i-íO  gramos  de  agua  30  gramos  de  tungs- 
tato  de  sf)sa  y  ó  gramos  de  fosfato  de  sosa  y 
afiadiendo  á  la  disolución  una  corta  cantidad  de 
ácido  sulfúrico. 


Las  cascadas  del  Rhin  en  Schaffhouse  van  á 
ser  utilizadas  para  la  producción  de  electrici- 


cidad  por  una  sociedad  que  se  propone  instalar 
allí  una  importante  fábrica  de  aluminio. 

El  procedimiento  que  se  seguirá  es  el  mis- 
mo de  las  grandes  instalaciones  hechas  recien- 
temente en  América  por  la  Cowle  Company, 
y  la  máquina  eléctrica  empleada  será  una  del 
sistema  Brush,  de  las  llamadas  Colossm.  Hé 
aípií  un  pormenor  curioso  de  esta  fabricación: 
las  escorias  retiradas  de  los  crisoles  en  los  cua- 
les se  operan  la  preparación  eléctrica  y  la  fu- 
sión del  aluminio  contienen  záfiros  y  rubíes  for- 
mados incidentalraente,  que  so  encuentran  en- 
gastados en  la  masa  escorificada.  Este  simple 
hecho  deja  conocer  el  paitido  que  podrán  sacar 
los  químicos,  en  un  porvenir  más  ó  menos  cer- 
cano, de  les  nuevos  y  poderosos  recursos  que 
la  electricidad  pone  á  su  disposición.  (BalUnn 
de  la  Socielé  inteniacwn  de  den  electricienuj. 


Los  periódicos  ingleses  dan  cuenta  de  unos 
curiosos  experimentos  sobre  la  acción  de  una  co- 
rriente eléctrica  onel  crecimiento  de  las  plantas 
tuberculosas.  Fueron  introducidas  en  tierra  y 
á  30  metros  de  distancia  unas  de  otras  varias 
placas  de  zinc  y  otras  de  cobre  enlazadas  respec- 


tivamente por  un  hilo  metálico,  con  lo  cual  se 
produjo  una  pila  cuya  corriente  actuaba  en  las 
raíces  de  los  legumbres.  Comparando  las  plan- 
tas tratadas  de  esto  modo  con  otras  del  mismo 
cam[)o  comprobóse  un  aumento  de  grosor  que 
llegaba  al  1')  por  100  en  cuanto  á  los  nabos  y 
al  25  por  100  por  lo  que  hace  á  las  patatas. 
Nos  complacemos  en  hacer  público  oste  hecho 
por  lo  que  puede  interesar  á  los  numerosos  es- 
pañoles condenados  al  régimen  vegetariano. 

Alkrkdo  Opisso. 


LA  DESPOSADA  DEL  REY 

fantasía 

I 

i;i,  Asii.o 

Era  en  aquellos  vinjos  tiempos  tan  famosos 
llamados  buenos;  los  romántico-i  amores  íloro- 
cían  entonces,  ¡¡ero  también  los  tósigos  y  cuchi- 
lladas. Y  los  rejos  no  eran  menos  pródigos  en 
tajar  cabezas. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


203 


En  Toledo,  el  pueblo  compasivo  acababa  de 
libertar  de  la  prisión  á  una  dama,  joven  y 
bella;  se  contaba  que  era  la  esposa  del  rey,  quien 
de  muerte  la  odiaba  desde  el  día  de  sus  nupcias; 
por  esto  la  tenía  encerrada  en  el  alcázar  de  la 
ciudad  y  muy  vigilada  por  sus  servidores. 

La  joven  dama,  cuando  estuvo  libre,  se  fué 
en  busca  de  protección  á  la  catedral  de  la  ciu- 
dad. En  aquellos  tiempos  las  iglesias  servían  de 
refugio,  pero  no  era  éste  tan  seguro,  que  reyes 
y  nobles  no  le  profanasen  más  de  una  vez;  los 
privilegios  eran  buenos  sólo  para  invalidarlos  el 
más  fuei-te. 

— ¡Amparadme! — dijo  la  dama. 

— ¿Quién  sois? — preguntóla  el  clero. 

— Soy  doña'Blanca. 

— ¡La  reina! 

Y  á  la  tal  nueva  todos  temblaron,  porque 
aunque  el  clero  era  poderoso,  más  lo  era  el  rey 
don  Pedro,  á  quien  tanto  temían.  Porque  el  rey 
castigaba  con  crueldad  á  cuantos  tuviese  por 
enemigos  suyos. 

Así  la  recién  venida  huéspeda  era  muy  peli- 
grosa de  guardar. 

— ¿No  me  abandonaréis  á  las  crueldades  de 
mi  señor? — decía  la  reina. 

Y  los  sacerdotes  ya  resignados  contestaban: 
— ¡Señora,  que  Dios  nos  ampare  á  todos! 


Y  ya  de  este  modo  daban  á  entender  clara- 
mente cuan  grande  era  el  peligro  que  les  ame- 
nazaba. 

Pues  conocían  al  rey. 

Sus  pasiones  eran  violentas  y  no  había  con- 
dición alguna  que  no  atrepellase. 

¡Ni  el  parentesco  de  familia,  ni  la  inocencia, 
ni  la  ancianidad,  nada  respetaba! 

II 

LA  PROFANACIÓN 

La  reina  se  creía  muy  segura  en  aquel  sa- 
grado recinto,  porque  Toledo  se   había  suble- 


vado contra  el  rey  de  Castilla  y  en  aquellos 
momentos  estaba  la  ciudad  bajo  las  órdenes  de 
D.  Enrique  de  Trastamara. 

Era  éste  uno  de  los  hijos  de  doña  Leonor,  la 
real  favorita  de  Alonso  XI,  y  por  consiguiente, 
hermano  bastardo  del  monarca.  Con  el  otro 
bastardo  don  Eadrique,  ambos  en  rebelión,  se 
habían  apoderado  de  Toledo;  de  esta  manera 
aquella  ciudad  era  un  refugio  seguro  para  doña 
Blanca. 

La  reina  estaba  al  pié  del  altar  cuando  las 
puertas  de  la  iglesia  se  abrieron  estrepitosa- 
mante  y  entró  un  caballero,  rodeado  de  los  ra- 
yos que  despedía  su  brillante  armadura;  traía 


DAVID  NEAL,  Celebro  iiiulor  americano 


MONJAS  REZANDO  Xuudi'O  de  íiMid  .Sual; 


la  visera  echada  y  desnudo  el  tajante  acero. 
— ¡Reclamo  á  la  reina! — dice. 
— ¿Con  qué  derecho? — le  contestan. 
— ¡Con  el  del  más  fuerte! 
— ¡Es  un  amigo! — exclama  la  reina. 

Y  con  el  caballero  se  va;  aquel  era  don  Ea- 
drique. Pero  la  calumnia  la  infama.  Criminales 
relaciones  suponen  entre  la  dama  y  el  caballe- 
ro, y  hasta  un  fruto  del  amor,  cuando  ambos  se 
encontraban  en  Navarra. 

La  mayoría  de  los  historiadores  no  opinan 
asi,  pues  aseguran  que  la  reina  era  sumamente 
virtuosa. 

■ — ¿A  dónde  me  lleváis,  nobles  caballeros  y 
adalides? — dijo  la  reina. 

Y  todos  los  que  la  rodeaban  contestáronla: 
—  ¡Al  trono  de  Castilla,  señora! 

Loable  eia  el  propósito;  poro  muy  difícil;  el 
rey  llevaba  consigo  á  la  Padilla. 

¡Habría  que  combatir! 

¡E  irií'fliz  quien  se  entregue  á  la  mudable 
fiurrte  de  los  hechos  de  armas! 


¡Quien  á  ellos  confia  sus  promesas,  trazas 
lleva  de  no  realizarlas  jamás! 

III 

LA  VENGANZA 

A  poco  de  lo  referido,  confiada  Toledo  en  las 
jjromesas  del  rey,  abrióle  sus  puertas  creyendo 
que  se  uniría  con  doña  Blanca;  los  bastardos, 
con  pocos  parciales,  huyeron  de  la  ciudad. 

Entonces  don  Pedro  no  correspondió  á  las 
halagadoras  esperanzas.  Apoderóse  de  doña 
Blanca  y  la  encerró  en  Sigüenza;  después,  con 
el  tiempo,  aquella  señora  fué  á  parar  á  Medina 
Sidonia,  de  donde  dice  el  cronista: — «Algunos 
días  estuvo  allí  prese  y  allí  finó.  >■> 

Porque  el  odio  del  rey,  implacable  la  perse- 
guía hasta  en  su  prisión.  Iba  una  vez  de  caza 
el  rey;  un  infeliz  pastor  intercede  por  la  reina; 
nuevo  furor  contra  ella.  ¿Le  habría  mandado 
la  reina?  Nada  confirma  la  sospecha.  Pero  esto 
la  condena  á  muerte.  Mas  el  guardián  á  quien 


se  le  confiara  esta   misión,   dice  al  monarca: 

— ¡No  seré  yo,  quien  mate  á  la  reina! 

— Ponedla  en  poder  de  Badillo, — replica  el 
rey. 

— Voy  á  obedeceros,  señor. 

— Y  decidle  que  aquí  venga. 

Después  de  este  diálogo  pronto  murió  doña 
Blanca:  i.é  dicen  que  por  mandato  del  rey  le  fue- 
ron dadas  yerbas.»  Pero  más  trágica  aún  fué  la 
venganza  que  ya  había  tomado  de  su  hermano 
don  Fadrique  por  su  prisión  en  Toro 

Hízole  venir  al  alcázar  de  Sevilla  y  con  afa- 
bles términos  le  recibió  halagándole. 

— Hermano,  idos  á  reposar  de  las  fatigas  del 
camino;  después  nos  veremos. 

Cuando  volvió  le  mandó  asesinar  en  la  real 
cámara,  ordenándoselo  á  los  ballesteros. 

— ¡Matad  al  maestre,  matadle! — dijo. 

Matáronle.  Y  el  rey  en  persona  asesinó  al 
camarero  mayor  de  don  Fadrique. 

Y  aún  no  estaba  satisfecho. 

Vio  á  su  hermano  que  agonizaba  y  para  que 


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Mesa  del  lierapo  de  Guillormo  III. 


Trípode  pompeyano. 


Mtsa  de  Pcmbroke  (siglo  xvi.) 


Tocador  del  siglo  xviii. 


Mesa  de  té,  de  la  época  de  Isabel. 


MESAS  DE  ARTE 


ao6 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


le  rematasen  di6  el  puñal  ensangrentado  que 
aún  llevaba  en  sus  manos. 

Después  alli  se  hiio  servir  de  comer;  era  como 
la  bestia  feroz  husmeando  aún  la  sangre  de  sus 
victimas. 

Antonio  J.  M.vrquez. 


INTRODUCCIÓN 

A.  XJJSr  i:. TERO  TDE  I>OESfA.S(*) 


Joven  viejo  del  siglo  diez  y  nueve, 
no  tengo  idea  que  á  luchar  me  lleve 
y  soy  en  religión  nn  nuevo  Judas; 
mi  corazón  es  un  montón  de  nieve 
y  mi  cabeza  otro  montón  de  dudas. 

¡Madre  mia,  por  Dios!  ¡Yo  necesito 
a¡go  que  tus  doctrinas  me  recuerde! 
Mi  vida  es  ya  un  sarcasmo,  mi  fe  un  mito 
y  mi  amor  una  sombra  que  se  pierde 
por  ese  vago  azul  de  lo  infinito 

Desde  mnj'  niño  me  entregué  al  destino, 
y  de  cabeza  me  enfangué  en  el  lodo; 
nunca  he  sentido  un  éxtasis  divino; 

mi  cerebro  es  revuelto  torbellino 

¡tanto  dudé  que  lo  he  dudado  todo! 

Tendió  á  mis  ojos,  espleudente,  un  día 
la  poesía  sus  vistosas  galas; 
mas  estudié  después  filosofía 
y  ya  en  mi  corazón  la  poesía 
aletargó  las  deslumbrantes  alas; 

¿y  quién  puede  aceptar  ese  idealismo 
si  entre  materialismo  y  panteísmo 
á  fijar  han  llegado  por  sistema 
que  el  cuerpo  es  un  pedazo  de  Dios  mismo 
y  el  alma  es  un  pedazo  de  problema? 

Vivamos  á  la  moda  del  presente, 
en  un  positivismo  callejero; 
¡el  que  quiera  luchar  con  la  corriente 
tendrá  que  ahogarse  irremisiblemente, 
igual  que  la  mujer  del  molinero! 

Que  va  el  gusto  tomando  nuevos  giros 
y  el  que  no  los  siguiere  fuera  malo; 
DO  debo,  pues,  dar  rienda  á  mis  suspiros 
¡si  hablo  de  religión,  merezco  un  palo! 
¡si  hablo  del  corazón,  un  par  de  tiros!... 

¡Lejos  de  mí  los  vates  vocingleros 
que  entre  suspiros  y  ayes  lastimeros 
pasan  su  vida  lamentando  amores, 
diciendo  ver»eciion  á  las  flores 
y  de  una  niña  hermosa  á  los  luceros! 

¡Lejos,  los  que  correr  sienten  las  horas 
entre  brisas  y  músicas  sonoras, 
y  delirando  mil  impertinencias 
viven  para  cantar  las  excelencias 
de  ocasos  y  crepúsculos  y  auroras!... 

¿Qué  soy  yo  de  esos?  Pues,  pondréme  á  raya 
|desde  hoy  mi  corazón  ya  no  desmaya! 
¡y  no  temíais  que  á  desvelarme  vuelva 
el  choque  de  las  olas  en  la  playa, 
ni  el  rumor  de  las  hojas  en  la  selva! 

R.  J.  Catarineu. 


CANTARES 

Cuando  veas  que  agonizo, 
no  me  mires  á  la  cara 
porque  en  ella  se  han  de  ver 
los  pesares  de  mi  alma. 

Quién  amor  puro  pregona 
comete  una  falsedad; 
que  el  amor  que  llega  al  alma 
no  se  pregona  jamás. 

Una  señora  me  dijo 
que  se  moria  de  ])ena; 
cuando  yo  ya  no  me  he  muerto, 
no  hay  quien  de  pena  se  muera. 


(*)    Qne  pronto  m  publicaiá,  Dios  medícate. 


Acaba  con  mis  penitas 
mátame  sin  compasión; 
que  el  que  mata  á  un  desgraciado 
merece  el  perdón  de  Dios. 

No  tengo  padre  ni  madre 
ni  cariño,  ni  amistad; 
solo  me  queda  en  el  mundo 
los  ojos  para  llorar. 

A  orillitas  de  la  mar 
me  juraste  eterno  amor; 
como  las  olas  corrían 
una  ola  se  lo  llevó. 

Pajarito,  pajarito, 
que  por  el  espacio  vuelas; 
déjame  tus  ilusiones 
y  aléjate  con  mis  penas. 

Manuel  de  Peñarrubia. 


-*- 


NUESTROS   GRABADOS 


OONTCHPLAOIÓII 

La  niña  quería  ver  hasta  lo  último  al  enamorado  amante 
que  partía.  La  joven  no  podía  dominar  la  tristeza  que  la  do- 
minaba; bella  era  siempre,  pero  en  aquel  momento  parecíalo 
más  aún.  Niuguna  ocasión  más  propicia  para  sorprender  la 
ternura  que  se  reflejaba  en  su  rostro  y  asi  aparece  en  el  di- 
bujo. 

IL  iBrí   ISIBIO 

Puede  decirse  que  apenas  comienza  á  saberse  algo  de  la 
civilización  del  grande  imperio  de  Xiiiivc,  y  esto,  gracias  á 
los  descubrimientos  hechos  hace  pocos  años  por  Mr.  Layard. 
Resulta  de  lo  que  se  va  vliudo,  que  ademas  de  ser  los  «sirios 
grandes  conocedores  del  empleo  del  ladrillo  en  arquitectu- 
ra, eran  escultores  no  menos  hábiles,  sobresaliendo  sobre  todo 
en  la  representación  de  figuras  naturales.  No  cabe  mayor 
animación  ni  energía  que  la  que  imprimían,  por  ejemplo,  4 
los  leones,  con  los  cuales  estaban  harto  familiarizados  á  con- 
secuencia de  sus  largas  expediciones  por  el  desierto.  Véase, 
sino,  el  bajo-relieve  representando  una  leona  herida,  descu- 
bierto en  la  colina  de  Assur-Baui-Pal. 

Como  mueítra  de  su  arquitectura,  de  extremada  magnlfl- 
ren'la  y  grandiosidad,  puede  verse  el  grabado  que  represeu- 
ta  el  palacio  de  Sargon,  en  Korsabad;  es  de  notar  la  oposición 
que  reina  entre  el  arte  asirlo,  todo  vida  y  terrenalidad,  y  el 
arte  egipcio  esencialmente  fúnebre  y  mortuorio.  Los  grandes 
monumentos  egipcios  son  tumbas;  en  cambio  las  gigantescas 
fábricas  asirlas  son  palacios  donde  el  harem  ocupa  el  más 
l'oportante  lugar.  Compréndese  que  Sardanápalo  debía  vivir 
allí  á  sus  anchas. 

IL    ÚLTIMO    CANTO 

Cuadro  de  F.  Achim  d*  Ámim 
Dolorosa  escena  ha  exprrsado  en  esta  obra  su ''genial  au- 
tor, grande  aficionado á asuntos  hondnmenle conmovedores. 
Quédaule  pmws  miuuios  de  vidaal  sublime  músico  agonizan- 
te y  le  han  faltado  las  fuerzas  para  acabar  de  arrancar  á  su 
vlolln  los  acordes  de  la  mas  cara  melodía,  pero  un  amigo, un 
noble  amigo,  te  encarga  de  que  el  moribundo  pueda  escuchar 
aquellas  notas  interrumpidas  por  la  garra  de  la  Muerte  que 
se  acerca,  y  acompaña  los  últimos  Instantes  del  gran  artista 
con  aquel  canto  que  brotó  del  cerebro  de  un  genio  en  el  mo- 
mento de  su  mayor  Inspiración. 

|TI  QUIIBO   UDOBOl-EN   LA    PKIDIKA 

¿No  es  verdad  que  son  lindísimos  esos  dos  dibujos?  Lo 
mUmo  el  alegre  grupo  de  niños  que  la  figura  de  la  doncellita 
producen  deliciosísimo  efecto.  Todo  respira  dulce  placidez 
en  las  dos  obras.  Conviene  en  estos  tiempos  de  atormentada 
originalidad  y  de  canallescas  «liciones  ver  de  vez  en  cuando 
asuntos  que  enderecen  el  pensamiento  á  la.s  hermosas  regio- 
nes del  candor  y  la  inocencia. 

rDSNTI  T  CALLE  DSL  CASTILLO,  IH  OHCSTIR 

Para  los  entusiastas  del  color  local  no  hay  duda  que  debe 
ofrecer  Chester  bastante  aliciente,  además  del  que  reúne  para 
los  gastrónomos  aficionados  al  queso  que  se  elabora  «111. 
Ciudad  antiquísima  y  llena  de  recuerdos  conserva  piadosa- 
mente sus  viejos  monumentos  y  es  más  visitada  por  pintores 
y  dibujante»  que  por  comisionistas. 

riSAB  BOBOIA   ABAVOOVAnDO   IL  TATIOAXO 

DUnijo  de  O.  Oaiteri 

Precisa  Jnzgar  á  los  hombres  según  las  épocas  y  no  se- 
gún las  reglas  de  un  criterio  absoluto;  en  este  sentido,  hay 
que  reconocer  que  César  Borgla  fué  un  infame,  un  tunante 
de  marria  mayor,  un  disoluto,  un  asesino,  un  desalmado; 
pero,  aparte  de  esto,  demostró  ser  un  político  Incompara- 
ble, tm  grande  hombre  de  Estado,  uno  de  los  más  Insignes 
patriotas  Italianos. 

Hecho  cardenal  por  su  padre,  el  papa  Alejandro  VI,  re- 
nunció á  la  púrpura  cardenalicia  para  trocarla  por  la  coruzi' 


del  guerrero.  En  vez  de  principe  de  la  Iglesia,  prefirió  acep- 
tar el  titulo  de  duque  de  Valentinois,  que  le  confirió  el  rey 
de  Francia. 

El  terrible  hermano  de  Lucrecia  Borgla  quería  realizar 
su  divisa:  César,  ó  nada;  y  á  punto  estuvo  de  conseguir  la  in- 
depeudencla  de  Italia. 

Eran  profundos  políticos  padre  é  hijo;  querían  acabar  con 
el  feudalismo  que  corrola  á  la  nación  y  la  deshonraba  y 
para  alcanzarlo,  quisieron  contar  con  el  favor  del  pueblo:  £1 
que  quiere  domiitar  á  los  grandes,  debe  hacer  mucho  por  los  pe- 
queños, decía  César.  'Y  ello  es  que  nunca  hubo  más  justicia  n^ 
se  disfrutó  de  mayor  bienandanza  en  Roma  que  en  tiempo 
de  Alejandro  VI.  Nadie  se  atrevía  á  encarecer  los  víveres  ni 
á  defraudar  el  salario  al  artesano,  y  creáronse  inspectores 
para  atender  á  las  quejas  de  los  que  yacían  encarcelados  in- 
justamente. 

César,  por  su  parte,  conquistó  la  Romanía,  bien  ó  mal, 
y  restableció  allí  ol  orden,  dotó  al  país  de  una  excelente  ad- 
ministración y  se  atrajo  las  bendiciones  de  aquellas  pobres 
gentes  que,  gracias  á  él,  se  velan  libres  de  sus  aborrecibles 
tiranuelos. 

No  habla  hombre  de  Estado  qne  no  se  sintiese  poseído  de 
admiración  hacia  el  valerosísimo  cuanto  inteligente  César, 
que  era,  aparte  de  esio,  el  más  hermoso  caballero  de  su 
tiempo.  Creta  el  duque  de  Valentinols  que  el  fin  que  se  pro- 
ponía legitimaba  los  medios;  modo  de  pensar  que  era  tam- 
bién el  de  su  padre.  Corría  por  entbnces,  como  proverbio, 
que  el  Papano  ejecutaba  nunca  lo  que  decía,  y  que  el  duque 
de  Valentinois  no  decía  nunca  lo  que  ejecutaba. 

Repetimos  que  no  hay  que  asustarse  de  nada  tratándose 
de  aquellas  gentes;  también  nuestro  Oran  Capitán  Gonzalo 
Fernández  de  Córdoba  juró  sobre  la  hostia  respetar  la  liber- 
tad del  hijo  del  legitimo  rey  de  Ñapóles,  D.  Fadrlque  de 
Aragón,  que  defendía  á  Tárenlo,  y,  sin  embargo,  cometió  el 
sacrilegio  de  faltar  á  su  palabra,  una  vez  capitulada  la  pla- 
za, enviando  al  desgraciado  joven  prisionero  á  España  para 
totln  la  vida. 

Alejandro  y  César  estaban  imbuidos  de  la  misma  Idea:  la 
necesidad  de  reunir  la  Italia  liajo  el  dominio  de  uno  solo,  y 
la  convicción  de  que  la  fuerza  del  león  no  bastaba,  tino  que 
era  necisaria  la  astucia  del  zorro.  Ya  César  habla  comenzado 
á  poner  por  obra  aquel  designio,  ocupando  la  Romanía,  el 
Lacio  y  una  parte  de  Toscana,  y  ambicionaba  el  reino  de 
Ñapóles,  en  poder  del  extranjero.  Por  desgracia,  murió  Ale- 
jandro VI,  dictse  que  por  haber  equivocado  la  copa  con  que 
quería  envenenar  á  un  cardenal,  y  de  resultas  de  lo  mismo 
púsote  también  muy  grave  el  Valentinols;  pero,  habiendo 
conseguido  restablecerse,  hlzose  fuerte  en  el  Vaticano,  hasta 
que  fe  vio  obligado  á  salir  do  allí,  á  consecuencia  do  haber 
iriunf-ido  sus  contrarios,  siendo  esta  la  escena  representada 
en  el  dibujo  de  Gatteri 

Habiéndole  dado  palabra  Julio  II,  enemigo  encarnizado 
de  los  Borgias,  de  que  le  dejarla  ir  libre  si  le  proporcionaba 
el  voto  de  los  cardonales  de  su  panldo,  cumplió  religiosa- 
mente lo  ofrecido,  y  César  partió  á  Nápolea,  donde  permane- 
ció hasta  que  Fernando  el  Católico  le  ordenó  venir  á  Espa- 
ña, donde  fué  preso,  en  menoscubo  del  salvo  conducto  que 
le  hablan  dado  Fernando  é  Isabel.  Habiendo  conseguido 
fugarae,  entró  al  servicio  de  su  cunado  Juan  II,  rey  de  Nava- 
rra, pereciendo  gloriosamente  en  una  batalla,  y  creyéndose 
fuese  enterrado  en  Viana.  Asi  resulta,  á  lo  menos,  de  unas 
curiosísimas  Investigaciones  hechas  á  este  propósito  por  el 
eminente  artista  y  escritor  francés  M.  Charles  Irlarte,  tan 
apreciado  aquí. 

LA   CONSTKOCOIÓN   DI    OKA   CASA 

Dibujo  de  Rickett» 

Como  dibujo  ofrece  esta  obra  una  perfecta  unidad  de  im- 
presión, aunque  preferimos  á  sus  cualidades  de  luz  la  nove- 
dad de  la  composición,  bastante  original. 

OLIVEBIO   CBOUWILL,    DE    VISITA    IN    CASA    DE    UILTON 
MONJAS    KSZAKDO 

Cuadros  de  David  Neal,  con  el  retrato  del  autor 

Asi  como  se  dijo  de  Munkacsy  que  era  un  pintor  francés 
nacido  en  Hungría,  podría  decirse  de  David  Neal  que  es  un 
pintor  alemán  nacido  en  Lovfell,  Massachusseta,  donde  vio 
la  luz  en  18.38. 

No  fué  muy  descansada  su  juventud;  huérfano  á  los  ca- 
torce años,  tuvo  desde  entonces  que  ganarse  la  vida  traba- 
jando de  peón  en  los  muelles  de  Nueva  Orleaus  y  Boston, 
después  de  lo  cual  partió  á  Honduras  y  el  Brasil,  en  cuyos 
bosques  pasó  algunos  años  ejerciendo  el  oficio  de  leñador. 

Embarcóse  después  para  San  Francisco  de  California,  don- 
de se  encontró  con  un  amigo  grabador,  que  le  propuso 
aprender  este  oficio,  á  lo  cual  accedió  Neal  de  buen  grado. 
Una  cosa  suscitó  la  otra,  y  de  grabador  convirtióse  nuestro 
artista  en  dibujante  y  pintor,  para  cuyas  artes  se  sentía  po- 
seído de  irresistible  vocación.  AHÍ  permaneció  dos  años  ad- 
quiriendo fama  de  retratista,  al  par  que  de  buen  grabador 
en  madera. 

Desde  California  trasladóse  Neal  al  New-Hampshlre, 
(Nueva  Inglaterra),  donde  abrió  una  academia  de  dibujo, 
y  después  de  haber  habitado  alii  algún  tiempo,  volvida 
San  Francisco,  donde  contrajo  estrecha  amistad  con  Breat 
Hart  el  gran  novelista,  y  con  un  pintor  de  Munich,  llamado 
Nahl,  los  cuales  lo  alentaron  á  proseguir  sus  estudios,  acon- 
sejándole hiciese  un  viaje  á  Europa. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


207 


Neal  atendió  los  juiciosos  avisos  de  sus  amigos  y  se  em- 
barcó en  Nueva- York  para  Hamburgo,  llegando  á  orillas  del 
Elba  el  día  I.»  de  Enero  de  1862  y  fijándose  al  poco,  tiempo  en 
Munich,  donde  entró  en  la  academia  dirigida  por  Kaulbach, 
casándose  al  cabo  de  algunos  años,  después  de  uuas  relacio- 
nes no  poco  románticas,  con  la  hija  del  caballero  AinmuUer, 
director  de  la  Academia  de  pintura  sobre  vidrio. 

Deseoso  de  perfeccionarse  en  su  arte,  entró  en  el  taller  de 
Piloty,  pintor  más  digno  de  estima  que  por  sus  obras  por 
sus  discípulos,  que  se  llaman  Makart,  Gabriel  Max,  Krutz- 
bauer,  Grüntzner,  Hermann,  Kaulbach  y  Defregger,  de  to- 
dos los  cuales  tienen  conocimiento  los  lectores  de  La  Ii.us- 
TE4CIÓN  iBÉBiOi.  Neal  viajó  luego  por  Italia  é  Inglaterra, 
donde  pintó  un  San  Marcos  de  Venecia  y  una  Abadía  de 
Westminster,  que  llamaron  grandemente  la  atención  al  ser 
expuestos  en  Nueva- York. 

Creyóse  en  uu  principio  que  Neal  se  distinguirla  más  por 
sus  esludios  de  perspectiva  arquitectónica  que  por  las  figu- 
ras, pero  en  sus  siguientes  cuadros  echóse  de  ver  que  habla 
ido  formándose,  paso  á  paso,  eu  semejante  género,  revelán- 
dose, al  fin,  como  eminente  pintor  de  historia.  Su  Santiago 
Watt  y  la  Primera  entrevista  de  María  Estuardo  y  Sizzio,  pre- 
miados con  medalla  de  primera  clase  en  la  Exposición  de 
Munich,  alcanzaroQ  Inmenso  éxito  y  le  hicieron  popular. 

En  1877  tuvo  que  embarcarse  para  los  Estados-Unidos,  á 
fin  de  cumplir  el  sinnúmero  de  encargos  de  retratos  que  des- 
de allí  le  hablan  hecho,  y  fué  recibido  en  triunfo,  regresando 
á  Munich  al  año  siguiente. 

Como  no  podía  menos,  hizo  varios  viajes  á  París,  confe- 
sando que  los  pintores  franceses  sobrepujaban  en  elegancia 
y  pureza  á  los  alemanes.  Bajo  la  iufluencia  del  arte  de  nues- 
tros vecinos,  pintó  Neal  un  hermoso  cuadro,  La  Castellana, 
figura  de  mujer  en  traje  del  siglo  xvii,  y  la  Visita  de  Crom- 
well  d  Millón,  que  reproducimos  hoy  en  nuestros  grabados,  y 
que  fué  expuesta  en  Berlín,  merecienda  ser  calificada,  cuan- 
do figuró  después  en  la  Galería  de  Grosvenor,  de  obra  maes- 
tra de  colorido  y  de  sivfonia  tn  azul. 

El  cuadro  de  las  Monjas  rezando,  está  inspirado  en  un  pa- 
saje de  la  Leyenda  dorada,  de  Longfellow,  y  es  un  atrevido 
alarde  de  una  combinación  de  blancos,  problema  favorito  de 
los  pintores  extranjero.*,  á  lo  cual  llaman  algunos  una  smiata 
en  blanco. 

Tales  son,  á  grandes  rasgos,  la  vida  y  obras  del  famoso 
pintor  David  Neal. 

KL  SHaH   JÍHAN   SiUUNDO   DK    LA    GRAN    MEZQUITA    DS   DKLHl 

Cuadro  de  K.  Wetls 

El  autor  no  ha  retrocedido  ante  Us  dificultades  que  pre- 
sentaba el  asunto  y  ha  conseguido  trazar  una  brillante 
página  en  la  historia  de  la  pintura  norte-americana.  Menes- 
ter es  un  gran  talento  para  producir  una  obra  orientalifta 
digna  de  llamar  la  atención  después  de  tantos  prodigios 
como  se  han  admirado. 

UBSA8    DE  ARTE 

De  fijo  nunca  se  ha  conocido  mayor  varlrdad  de  mesas 
que  hoy  en  día,  por  ser  tantas  las  necesidades  creadas  por 
los  progresos  de  la  civilización;  no  asi  eu  tiempos  pasados 
donde  no  se  conocían  las  mesas  de  café,  las  mesas-escritorio, 
las  mesas  de  billar,  de  trabajo,  de  laboratorio,  etc.  En  cambio 
construíanse  muchas  mesas  de  capricho,  según  puede  verse 
en  nuestros  grabados,  empleando  para  ello  los  más  variados 
materiales. 

En  el  trípode  del  Museo  de  South  Kesington,  los  pies  son 
de  bronce  y  la  tabla  de  madera,  sobre  la  cual  hay  superpueí-to 
un  mármol.  Procede  de  Pompeya.— Es  un  bonito  modelo  el 
de  la  mesa  Elisabdhana,  ó  del  tiempo  de  Isabel,  y  verdadera- 
mente regia  la  del  siglo  XVI,  perteneciente  al  género  de  las 
llamndas  «mesas  de  Pembroke..  -En  el  siglo  xvii  y  siguiendo 
las  modas  de  Luís  XIV  en  Versalles  construyérou'C  mesas  de 
plata;  puede  verse  reproducido  el  modelo  de  una  de  ellas 
existente  en  el  castillo  de  Windsor  y  labrada  eu  tiempo  de 
Guillermo  III.— Finalmente,  la  mesa  tocador,  de  maderos 
preciosas  es  del  siglo  xviir,  como  se  comprende  enseguida 
fijándose  eu  su  decoración  de  guirnaldas,  medallones,  etc. 


-*- 


EL  PREMIO  DE  SIEMPRE 


IMPULSOS   DEL  ALMA 

Rugía  con  inusitado  furor  en  los  montes  Ape- 
ninos violenta  tempestad,  durante  una  fría  tar- 
de del  mes  de  Febrero,  y  la  espléndida  vege- 
tación italiana,  victoriosa  de  los  rigores  del 
invierno,  se  preparaba  apenas  á  desplegar  sus 
galas  al  primer  soplo  de  la  riente  primavera, 
cuando  veíase  combatida  por  el  desvastador 
aquilón  que  en  fuerte.s  ráfagas  hacía  estreme- 
cer hasta  los  cimientos  de  la  inmensa  cordillera 
de  montañas  que  atraviesa  Italia  desde  los  Al- 
pes marítimos  hasta  el  estrecho  de  Sicilia. 


En  una  de  las  pintorescas  vertientes  del  mon- 
te Amaro,  situado  en  el  Apenino  meridional, 
una  sencilla  y  hermosa  casa  de  campo,  con 
puertas  y  ventanas  herméticamente  cerradas, 
ofrecía  dulce  esperanza  de  refugio  al  desalenta- 
do viajero  que  en  tarde  tan  tormentosa  sorpren- 
diera la  tempestad  en  aquellas  soledades. 

Cabalgando  sobre  un  rocín  flaco  y  enteco, 
como  los  que  suelen  proporcionar  en  las  posa- 
das á  los  viajeros,  adelantaba  por  el  accidenta- 
do sendero  del  monte  un  hombre,  anciano  ya, 
con  visibles  muestras  de  descontento,  calado 
hasta  los  huesos  y  sin  poder  dominar  su  impa- 
ciencia desde  que  divisara  la  aislada  casita. 

Caía  una  lluvia  verdaderamente  torrencial 
cuando  nuestro  viajero  echó  pié  á  tierra,  lla- 
mando con  vigorosa  mano  á  la  cerrada  puerta. 

La  graciosa  hospitalidad  italiana  no  podía 
verse  desmentida  en  tan  deshecha  borrasca;  el 
viajero  fué  introducido  en  una  espaciosa  sala  de 
la  planta  baja,  donde  se  hallaba  reunida  la  fa- 
milia, compuesta  de  un  matrimonio  de  alguna 
edad,  y  un  hijo,  que  podría  contar  á  lo  sumo 
diez  y  seis  años. 

— Sentaos  caballero, —  dijo  el  dueño  de  la 
casa  al  desconocido,  ofreciéndole  cortesmente 
una  silla  junto  al  fuego.  —  Horrible  está  la  tar- 
de para  aventurarse  por  estos  montes. 

— ¡Espantosa!  —  objetó  á  su  vez  el  recién  lle- 
gado descubriendo  su  cana  cabeza,  dejando  á  un 
lado  de  la  habitación  una  voluminosa  caja,  y 
aceptando  con  desembarazo  el  sitial  que  le  había 
sido  ofrecido.  Después,  su  mirada  inteligente  y 
viva  recorrió  uno  por  uno  todos  los  semblantes 
que  le  rodeaban,  fijándose  con  singular  compla- 
cencia en  la  expresiva  cabeza  del  adolescente 
que  antes  hemos  mencionado.  Realmente  aquel 
niño  con  sus  negros  ojos,  su  rizada  cabellera,  su 
frente  noble  y  despejada  y  un  pei-fil  purísimo, 
como  los  que  sirvieron  de  modelo  á  los  antiguos 
artistas  griegos,  hablaba  en  honor  de  la  raza 
italiana,  digna  heredera  en  belleza  y  arte  del 
pueblo  heleno  su  predecesor. 

Bien  pronto  quedó  cubierta  de  sabrosos  man- 
jares la  modesta  y  limpia  mesa,  junto  á  la  cual, 
previamente  invitado,  se  sentó  el  desconocido, 
á  quien  el  viaje  había  abierto  apetito. 

Difícil  es  trabar  animada  y  larga  conversa- 
ción entre  personas  que  se  ven  por  vez  primera, 
pero  el  viajero  era  hombre  que  no  se  aturdía  por 
poco,  y  el  dueño  de  la  casa,  á  pesar  del  modes- 
to traje  que  vestía  y  su  silvestre  morada,  pare- 
cía tener  más  trato  de  mundo  del  que  suele 
abundar  entre  la  gente  campesina.  Así,  al  cabo 
de  media  hora  de  estar  reunidos,  parecían  los 
mejores  amigos  del  mundo  y  habían  encontrado 
asunto  para  agradable  conversación. 

— Es  preciso  que  os  resignéis  á  pasar  aquí  la 
noche. — dijo  el  dueño  de  la  casa; — la  tempestad 
lejos  de  disminuir  aumenta,  y  sería  imperdona- 
ble dejaros  emprender  de  nuevo  la  caminata. 
Mañana  veremos  como  se  presenta  el  tiempo,  y 
entonces  estaréis  libre  para  proseguir  vuestro 
viaje.  Hoy  nos  pertenecéis. 

— Y  sin  ninguna  violencia  por  mi  parte, — re- 
puso jovialmente  el  desconocido,  mirando  los 
francos  rostros  de  los  que  le  rodeaban. 

— Sólo  siento  que  os  parezcan  largas  las  ho- 
ras, de  aquí  á  mañana. 

— Nada  de  esto;  además  tengo  un  medio  efi- 
caz para  distraerlas,  si  me  permitís,  pues  soy 
hombre  que  no  gusta  de  perder  tiempo. 

— Estáis  en  vuestra  casa. 

El  desconocido  se  dirigió  al  ángulo  de  la  ha- 
bitación, donde  dejara  su  equipaje,  sacó  de  él, 
una  reducida  caja,  la  abrió,  y  en  su  fondo  vié- 
ronse  todos  los  objetos  propios  de  un  pintor. 

— ¿Sois  artista? — preguntó  sonriendoel  due- 
ño de  la  casa. 

— ¡Oh!  artista  precisamente  no, — contestó  con 
modestia  el  desconocido. — ¡Quién  puede  apro- 
piarse tal  nombre  en  el  mundo,  siendo  las  obras 
de  los  hombres  tan  deficientes!  Admiro  el  arte, 
sueño  con  él  algunas  veces,  helo  aquí  todo.  El 
arte  es  la  expresión  perfecta  de  la  belleza,  y 
ésta  no  cabe  en  los  humanos  límites. 

— Mucho  habría  que  discutir  sobre  esto. 

— ¿Lo  creéis  así? 


— ¡Vaya  si  lo  creo! 

— Entonces,  la  ocasión  es  á  propósito:  hablad. 

— ¡Oh,  no!  si  no  me  engaño  os  proponíais  hacer 
algo:  prefiero  veros  trabajar  y  así  juzgaré  de 
vuestro  mérito.  * 

El  desconocido  miró  fijamente  á  su  interlo- 
cutor. 

— ¿Sabéis  lo  que  pienso?— dijo  después  de  un 
momento  de  meditación. 

-¿Qué? 

— Os  lo  diré  con  franqueza:  nada  tenéis  de 
campesino;  ni  vuestras  maneras,  ni  vuestra  con- 
versación revelan  al  hombre  nacido  y  educado 
en  el  campo. 

— Quizá  tengáis  razón,  pero  por  lo  menos  os 
puedo  asegurar  que  solo  en  el  seno  de  la  natu- 
raleza, en  el  aislamiento,  he  encontrado  la  ver- 
dadera ventura.  El  mundo  exige  mucho  y  da 
poco  en  cambio,  y  aquí  vivo  solo  para  mi  fami- 
lia. Pero  hablemos  de  vos  ¿qué  pensáis  hacer? — 
preguntó  viendo  al  pintor  revolver  en  su  caja 
de  colores. 

— Trasladar  al  lienzo  la  cabeza  de  vuestro 
hijo,  si  me  lo  permitís.  Es  una  cabeza  esencial- 
mente artística,  expresiva  y  soñadora. 

— ¡Vais  á  ocuparos  de  mí! — exclamó  el  niño 
que  hasta  entonces  no  había  desplegado  los  la- 
bios, en  el  colmo  del  asombro. — ¡Qué  gusto  ve- 
ros pintar! 

Sonrió  el  artista  al  ver  el  entusiasmo  del 
adolescente,  preparó  el  lienzo  y  se  dispuso  á 
ejecutar  la  obra. 

Todos  le  rodearon  llenos  de  curiosidad,  ins- 
peccionando sus  menores  movimientos,  no  per- 
diendo detalle,  y  tres  horas  después  el  milagro 
del  arte  se  había  realizado:  la  hermosa  cabeza 
del  adolescente,  admirable  de  expresión,  queda- 
ba retratada  en  el  lienzo. 

— ¡Qué  felicidad  saber  pintar! — suspiró  el 
niño. 

— ¿Te  gustan  los  cuadros?  —  preguntó  el  ar- 
tista. 

— Mucho,  aunque  solo  he  visto  los  que  se 
conservan  en  la  iglesia  cercana. 

— Y  que  por  cierto  no  son  de  ninguna  cele- 
bridad,— repuso  el  padre. 

— Entonces,  bien  puedo  asegurarte  que  los 
hay  mucho  más  bellos,  pequeño. 

— Pero,  yo  no  los  he  visto. 

— Los  verás  con  el  tiempo,  cuando  crecidas 
tus  alas,  abandones  como  los  pajarillos,  el  pater- 
no nido,  para  volar  en  pos  de  la  realización  de 
tus  sueños. 

El  niño  suspiró  de  nuevo,  y  sus  ávidas  mira- 
das volvieron  á  fijarse  en  la  caja  del  pintor. 
Este  desarrolló  un  lienzo  que  tenía  guardadosa- 
mente  en  el  fondo  de  su  equipaje.  Representaba 
una  hermosa  Virgen,  llena  de  idealidad  y  celes- 
tial belleza. 

Entonces  el  adolescente  cruzó  sus  manos  con 
ingenua  admiración,  exclamando: 

— Y  ¿tanta  hermosura  nace  únicamente  de  la 
sencilla  mezcla  de  los  colores?  ¿Todo  esto  se  en- 
seña? 

— Materialmente  considerado  sí,  pero,  para 
lograr  que  resulten  llenas  de  vida  las  figuras, 
se  necesita  algo  más  que  la  enseñanza  material, 
algo  que  Dios  da  á  sus  elegidos,  el  don  del  ge- 
nio, compañero  inseparable  de  la  gloria. 

— Daría  la  mitad  de  mi  vida  por  imitaros. 
¡Qué  dicha  copiar  cuanto  encanta  nuestros  ojos, 
el  ser  humano,  la  Divinidad,  la  naturaleza;  ma- 
nejar á  capricho  los  pinceles,  producir  cosas 
bellas,  despertar  la  admiración,  inmortalizarse! 
¡Ah! — prorumpió  el  niño  con  desaliento, — ¿por 
qué  cuando  tino  es  capaz  de  soñar  esas  cosas, 
no  es  fácil  realizarlas? 

— Aquí  tenéis  el  entusiasmo  primero  de  la  ju- 
ventud,— dijo  el  artista  contemplando  al  adoles- 
cente con  cariñoso  interés,  y  dirigiéndose  á  su 
nuevo  amigo,  añadió: — Con  menos  entusiasmo 
empezaron  muchos  la  cari'era  artística." 

— Pero  la  han  terminado  olvidados  de  todos, 
si  no  tienen  genio,  ó  postergados  por  la  envidia, 
si  realmente  eran  hijos  del  arte;  con  el  hielo  de 
la  vejez,  este  fuego  desaparece, — objeto  el  padre. 

— Algo  hay  de  lo  que  acabáis  de  decir, — aña- 
dió el  artista, — pero  algunos  se  ven  recompen- 


20S 


LA  iLUSTRAUlON  IBÉRICA 


sados  por  la  aduiiraci¿n  de  sus  contemporáneos, 
y  rrspooto  á  vejez,  los  artistas  jamás  somos 
-  En  mi  tenéis  palpable  ejemplo:  la  cabeza 
-  lia  lie  canas,  sin  que  se  apague  el  hiego  sa- 
grado del  corajíón.  Recorro  el  mundo  en  busca 
de  ideales;  tan  pronto  hallo  un  modelo  en  el  cen- 
tro de  la  populosa  y  loca  capital,  como  á  solas 
con  mi  eutusiaismo,  pido  á  la  soledad  inspiracio- 
nes misteriosas.  La  naturaleza  me  ofrece  asun- 
t-is  grandiosos  para  mis  cuadros,  y  todo,  alxsoln- 


tamente  todo  lo  olvido,  cuando  me  consagro  á 
mi  arte:  el  mundo,  la  sociedad,  las  pasiones,  las 
virtudes  y  aun  los  vicios;  en  aquellos  momentos 
sólo  vivo  para  sentir  la  belleza,  sólo  aulielo 
aprisionarla  en  el  campo  reducido  de  mis  cua- 
dros. Desde  niño  me  arrastra  la  pasión  suprema 
del  arte  y  moriré  con  ella.  No  hagáis  caso;  todos 
los  artistas  tenemos  algo  de  locos. 

—¡Qué  fortuna  poder  estudiar  con  vos  caba- 
llero, y  seguiros  á  todas  partes!  Yo  siento  que 


seria  capaz  de  imitaros  á  fuerza  do  estudio  — 
dijo  el  adolescente.  ' 

—¡Tú!— exclamaron  á  la  vez  el  padi-e  y  la  ma- 
dre con  asombro;— ¡es  posible,  tú,  hasta  ahora 
tan  indiferente  á  todo! 

—Hasta  hoy  no  ho  sentido  despertarse  en  mi 
la  verdadera  vocación;  quiero  ser  pintor. 

—Vamos,  tú  estás  loco,— repuso  ul  padre  en- 
cogiéndose de  hombros. 
—Tienes  un  gran  corazón   muchacho,— dijo 


OLIVERIO  CROMWELL,  DE  VISITA  EN  CASA  DE  MILTON   'Cuadro  de  DaWd  Neal, 


"1  viajero,  —  y  á  fe  de  Giacomo,  te  aseguro  que 
estás  llamado  á  ser  algo  grande  en  la  tierra;  no 
desconties. 

Sonrióse  el  niño  con  sublime  confianza  v 
acercándose  al  artista  exclamó: 

—Seguid  pintando,  os  lo  suplico;  que  vo  os 
vea  trabajar.  '  i       J 

Pasaron  los  días  sin  que  Giacomo  abandona- 
ra la  alegre  morada  de  los  Apeninos;  todos  le 
querían  en  la  casa,  no  como  un  huésped,  sino 

'^"^'^  ri.^'*  ^."°  "°**'^''  y  ♦'«en  amigo.  La 
amistad  había  echado  pronto  profundas  raíces 
en  aquellos  corazones  honrados  y  francos 

Por  fin,  como  todo  tiene  su  término  en  este 
mundo,  y  la  gradación  agobiadora  que  une  los 
días  unos  á  otros  no  se  interrumpe  según  el  ca- 


pricho de  los  mortales,  en  una  hermosa  mañana 
de  primavera,  abandonó  Giacomo  la  hospitalaria 
casa.  ' 

No  iba  solo;  el  adolescente  que  tanta  simpa- 
tía le  inspirara  desde  los  primeros  momentos 
le  acompañaba. 

—Adiós,  Andrés,— dijo  el  padre  al  muchacho 
con  severa  tristeza;— yo  me  alejé  del  mundo 
buscando  aquí  la  felicidad,  tú  vas  al  centro  tu- 
multuoso de  Roma  para  encontrarla.  Bien  opues- 
tas son  las  sendas,  pero  no  quiero  contrariar  tus 
deseos.  Giacomo,  á  vos  os  le  recomiendo.  Toda- 
vía mis  antiguas  ami.stades  pueden  servirte  de 
algo  en  la  ciudad  Eterna.  Estudia  con  perseve- 
rancia y  buena  fortuna. 

—Sé  feliz,— dijo  lajwbre  madre  sollozando. 


—No  olvides  sobre  todo,— añadió  el  padre,— 
que  el  sendero  del  arte  se  halla  sembrado  de  es- 
pinas. 

-  Es  cierto,— contestó  pensativo  el  extranje- 
ro;—tal  vez  un  día  lamentes  lo  que  hoy  dejas, 
una  familia,  la  paz,  la  soledad  y  la  inocencia! 
Pero  .SI  quieres  ser  algo,— exclamó  dando  brusco 
cambio  á  sus  ideas,— no  desmayes,  y  á  Roma. 

—¡A  Roma!— repitió  el  joven  "soñador,  y  sus 
pupilas  húmedas  aún  por  las  lágrimas  de  la 
despedida,  lanzaron  reflejos  de  mal  contenido 
entusiasmo. 

(Se  continuará.) 

Josefa  Pujol  de  Collado. 


)  INSBRTESE  ó  NO.  NO  SE  DEVUELVE  NJNGUN  ORIGINAL  (  í         ■   I        -     . 


SnAMLmamBKtc  TirooiUrioo  o.  B.  BA«.OA.-c»tL. 


Vll.L*RROEL,    1.ÓM.     17,    BKSANCHE    ÜS    SAN    ANTONIO. -BAHGBLON*. 


SEMANARIO     CIENTÍFICO,     LITERARIO    Y    ARTÍSTICO 


Año  V 


Barcelona  2  de  Abril  de  1887 


Núm.  222 


SUMARIO 


Tbxto. — Madrid,  Cartas  á  mi  prima,  por  Fernan- 
ñot.— La  muerte  de  Capeta  (continuaclóu),  por 
Vicente  Blasco  Iháñez.— Revista  cientifica,  por 
Alfredo  Opisso. — Lecturas:  A  muchos  y  á  ninguno 
(continuación),  por  Clarín.— ifaceracíoneí  y  ayu- 
nos, por  Vicente  Colorado  —Dos  cartas,  por  Ri- 
cardo J.  Iranzo.  —  Un  recuerdo  (poesía),  por 
Vicente  Riva  Palacio.  — jl6eíi-/oí,  por  Mariano 
Vallejo. — Nuestros  grabados.— £í  premio  de  siem- 
pre (continuación),  por  Josefa  Pujol  de  Collado. 

(iR*B4D08.— Elbuzón.— El  arte  fenicio,  (tres  graba- 
dos».—Una  belleza  del  siglo  xvi.— Las  mujeres 
alemanas  después  de  la  batalla  de  Aqua  Sextia. 
—Cerámica  fenicia. —Gregorio  el  Grande  casti- 
gando á  un  fraile.— Bordados  americanos,  (tres 
grabados^ . — Alberto  Durero  en  Venecia. — Un  hé- 
roe.—El  vestido  de  la  abuelita. 


MADRID 


OA.TIT-A.S    A.    Is/LX    FTÍZlí/LA. 


liiilio   triste.— //O    LolUla,  la  sociedad  y  el  perio- 
dismo.— Toreros  y  toreros.— X>oii  Alvcro  y  Calvo. 

rjrhODO  pasa,  todo  vuelve  y  todo  vuelve 
^m^  á  pasar.  La  vida  es  un  circulo. 
(y-  Ayer  y  hoy  es  lo  mismo  que  maña- 
na. Nieve  en  invierno,  calor  en  verano, 
flores  en  la  primavera.  Puesto  que  nos 
encontramos  en  esta  última  época,  dejé- 
monos de  filosofías  y  busquemos  las 
flores. 

Pero  seguramente  que  tú  no  sientes  la 
misma  impresión  que  yo  ante  el  campo 
vestido  de  las  primeras  galas.  A  tí  de  fijo 
te  salta  el  corazón  con  alegría  diciéndote 
que  la  vida  es  muy  hermosa  y  que  la 
tierra  es  el  paraíso  del  amor.  En  esos  al- 
rededores de  la  gran  capital  paseas  del 
brazo  de  tu  novio  y  cada  florecilla  que 
distingues  entre  el  musgo,  te  parece  un 
brillante.  La  coges  y  la  pones  en  la  levita 
de  tu  enamorado  formando  un  bouquet  y 
arreglándole  luego  la  solapa  con  tus  lin- 
dos dedos.  El  .sol,  el  campo,  el  espacio 
todo  se  ha  cubierto  de  esplendores  sólo 
para  que  vosotros  seáis  felices.  Dios  creó 
el  mundo  para  vosotros  únicamente;  así 
al  menos  lo  pensáis;  así  lo  sentís  al  me- 
nos. ¡Oh  juventud,  primavera  de  la  vida! 
— como  ha  dicho  el  poeta,  ó  mejor  aún, 
como  ha  dicho  todo  el  que  ha  sido  joven 
cuando  debió  serlo. — Porque  hay  quienes 
son  jóvenes  mucho  más  tarde.  En  este 
Madrid  y  en  ese  París,  por  ejemplo.  Mu- 
chos que  nacieron  sin  fortuna,  otros  que 
vivieron  con  padres  severos,  algunos  que 
debieron  á  la  naturaleza  horribles  imper- 
fecciones, aquellos,  en  fin,  que  ni  amaron 
ni  fueron  amados,  ó  que  si  amaron  no  se 
atrevieron  á  decirlo,  y  si  fueron  amados 
jamás  lo  supieron.  Estos  llegan  á  ser  vie- 
jos, sin  haber  paseado  con  una  mujer,  sin 
saber  que  la  primavera  es  siempre  florida, 
luminosa,  íntima,  feliz.  Para  nosotros, 
los  que  ya  tenemos  canas,  las  florecillas 
de  Marzo  son  algo  como  canas  teñidas. 
Para  nosotros  eslu  primavera  es  bella, 
como  recuerdo  do  otras. — ¡Oh, — prorum- 


EL  BUZON  (Dibujo  de  Sclillttgeu) 


210 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


pinos, — cómo  correría  yo  por  esta  hermosa  pra- 
dera 8Í  no  tuviese  ya  los  huesos  tan  oxidados, 
cómo  me  tendería  sobte  el  terciopelo  de  este 
montículo  si  no  fuese  jwr  temor  del  reuma! 
¡Qué  no  la  hubiera  dicho  yo  á  esta  linda  cam- 
pesina en  otro  tiempo,  mientras  que  ahora  ni  se 
me  ocurren  palabras  que  decirla! — Ahora  cuan- 
do salimos  á  pasear  por  los  alrededores  con  un 
amigo,  tan  desilusionado  como  nosotros,  lleva- 
moe  en  el  bolsillo  al^n  periódico  del  día,  para 
saber  si  Ruiz  Zorrilla  se  subleva  de  nuevo,  si 
León  y  Castillo  ha  perdido  la  voz,  es  decir,  la 
cartera;  si  Puigcerver  sostiene  el  impuesto  sobre 
la  renta,  si  la  Kupfer  canta  ó  no  canta  en  su 
beneficio  una  canción  española,  si  se  alivia  la 
Lolilla,  si  ocurre  algo  grave,  en  fin,  en  el  mun- 
do del  Madrid,  afanado  y  afanoso,  muy  distinto, 
en  verdad,  ilel  mundo  de  las  flores. 

Y  á  un  hombre  que  pasea  leyendo  periódicos 
en  los  que  reinará  quizás  alguna  vez  el  verano 
con  sus  fogosas  pasiones,  y  sus  reptiles,  su  ve- 
getación aparatosa  y  sus  tempestades  y  sus 
torrentes,  pero  en  los  que  los  delicados  tonos 
de  la  primavera  no  aparecen  nunca,  á  un  hom- 
bre asi,  ¿qué  puede  decirle  la  naturaleza  que 
sólo  revela  sus  misterios  á  quien  se  entrega 
todo  á  su  contemplación,  á  su  admiración  y  á 
sus  goces? 

Yo  mismo  al  leer  los  periódicos  de  hoy  cru- 
zando por  las  calles  del  Retiro  he  visto  noticias 
de  tristeza;  breves  sueltos  de  algunos  diarios 
me  hablan  de  amigos  que  han  muerto  ó  de  otros 
amigos  que  mueren;  y  al  tender  la  vista  por  los 
jardinillo's  el  pensamiento  busca  instintiva- 
mente en  ellos  lápidas  y  cruces.  ¡Picaras  flores 
de  almendro!  No  puedo  veros  sin  sentir  algo 
que  no  acierto  á  explicarme,  pero  que  me  pone 
blando  el  corazón  como  la  nata.  Pero  no  bien  os 
miro  vuelvo  los  ojos  á  otro  lado  sin  atreverme 
á  tomar  una  de  vuestras  ramas  rosadas.  Pare- 
cería yo  mi  caricatura  de  estudiante.  ¡Qué  más 
cruces,  ni  que  más  cementerio  que  estos  almen- 
dros y  este  Retiro!... 

Y  al  propio  tiempo,  querida  prima,  otros  vie- 
nen, sin  periódicos  en  la  mano,  sin  mirar  la  na- 
turaleza, pero  rodeados  y  minados  y  compene- 
trados por  todas  estas  voluptuosas  sensaciones 
primaverales  y  se  detienen  ante  los  almendros 
y  pronunpen  en  exclamaciones  de  placer  y  de 
asombro  y  los  desfloran  y  se  adornan  con  sus 
flores.  Yo  aparto  la  vista  por  no  contemplar  y 
por  no  aborrecer  á  esta  juventud  presuntuosa, 
insultadora  é  irritante. 

En  tanto  el  coro  universal  de  insectos  que 
renacen  al  calorcillo  de  Marzo,  crece  y  crece,  los 
pájaros  cafitan  más  y  más  briosamente  que  an- 
tes, se  aumenta  el  número  de  cantores  alados 
y  de  nuevos  ruidos  acordados  que  no  se  sabe  de 
dónde  vienen  ni  qué  idioma  hablan:  parece  que 
la  tierra  se  grietea,  que  los  árboles  desentuer- 
cen  sus  fibras,  que  el  agua  pompea  y  que  de 
todas  partes  nacen  insectos,  almas,  vidas,  para 
llenar  tierra,  cielo  y  espacio.  ¡Enorme  proble- 
ma; terrible  misterio!  el  mundo  me  parece  una 
esfera  donde  sólo  los  fuertes  viven  en  todas  las 
estaciones  y  dentro  de  la  cual  se  refugian  los 
débiles  en  la  estación  inclemente.  ¡Oh  primave- 
ra! Aunque  no  fuese  más  que  porque  das  liber- 
tad á  loe  seres  pobres  y  enfermos  y  á  los  muy 
sensibles  y  de  poca  vida,  ¡tú  serías  la  esta- 
ción hermosa  y  más  sagrada  y  más  elogiable  de 
las  estaciones! 

.  Y  hagamos  punto:  sigue  tú  paseando  y  fin- 
giéndote historias  del  poi-venir;  déjame  fingirme 
yo  historias  del  pasado  y  continuemos  tú  y  yo 
por  el  camino  alegre  y  triste  de  la  vida  cum- 
pliendo nuestra  misión:  ¡hacer  las  horas  todo  lo 
más  breves  posibles;  y  lamentar  al  mismo  tiem- 
po la  brevedad  de  las  horas! 

Pero  como  no  ha  de  concluir  aqui  esta  carta, 
veamos  qué  asuntos  pueden  entretenemos  un 
rato.  Varios  indiqué  en  uno  de  mis  anteriores 
párrafos:  escojamos. 

Me  gustan  los  temas  difíciles,  porque  son  los 
que  el  lector  encuentra  más  interesantes.  Hé 
aquí  uno,  la  Lolilla.  Casi  todos  los  periódicos 
hablan  de  esta  mujercita,  de  esta  vendedora  de 
periódicos  y  billete»  de  lotería;  que  todo  Madrid 


conoce;  que  protegió  Felipe  Ducazcal;  que  algu- 
nos hombres  importantes  tratan  con  cierta  fa- 
miliaridad; que  alguna  gente  ve  siempre  con 
lástima;  que  otra  ve  sólo  con  risa  6  con  despre- 
cio. Algún  periódico  ha  publicado  su  biografía; 
de  la  cual  resulta  que  esta  enana  tiene  veinticua- 
tro años.  Pero  la  LoWla  estaba  olvidada  desde 
hace  algi\n  tiempo;  ¿por  qué  ha  vuelto  á  ser  la 
más  grande  figura  de  la  actualidad?  Hé  aquí  el 
punto  dificultoso  de  la  cuestión.  Pues  bien, 
querida  prima,  como  tú  lees  los  periódicos  de 
Madrid,  ya  lo  sabes.  La  Lolilla  se  encuentra  en 
cinta;  es  un  caso  raro;  un  caso  con  el  cual  Zola 
hubiera  podido  hacer  una  gran  novela  de  sen- 
sación. Los  doctores  más  distinguidos  se  han 
encargado  de  la  asistencia  de  la  popular  vende- 
dora de  periódicos;  y  en  los  cafés  y  en  los  circii- 
los  y  tertulias  de  Madrid,  se  'pregunta  todos  los 
días: — ¿Cómo  está  la  Lolilla? — El  buen  público 
se  admira  de  ver  que  los  diarios  consagren  á 
este  suceso  una  importancia  y  un  espacio  que 
sólo  se  debería  conceder  al  magnifico  aniversa- 
rio del  emperador  Guillermo,  con  sus  cien  prín- 
cipes y  su  pueblo  enloquecido:  cree  que  importa 
poco  que  haya  un  enanito  más  ó  un  enanitp  me- 
nos en  el  mundo.  Yo  pienso  que  los  periódicos 
hablan  todos  los  días  de  cosas  mucho  menos  inte- 
resantes que  ésta;  y  bajo  este  punto  de  vista  me 
parece  bien  que  se  trata  de  la  vida  y  hechos  de 
los  liliputienses  á  la  moda  como  se  trata  de 
otros  personajes  de  tamaño  natural...  Confieso, 
sin  embargo,  que  me  ha  llenado  de  inquietud 
ver  tratado  públicamente  este-  asunto,  porque 
inaugura  una  reforma  gravísima.  La  LolUla 
es  soltera:  se  discuten,  sin  embargo,  sus  condi- 
ciones personales  como  si  se  tratase  de  una  da- 
ma, bendecida  en  santo  lazo  por  el  mismo  mon- 
señor Rampolla.  ¿Es  que  el  interés  de  la  cien- 
cia puede  autorizar  á  que  se  rompa  el  silencio 
publicando  y  discutiendo  un  deshonor?  ¿Es  que 
la  honra  de  una  mujer  depende  de  su  estatura? 
¿Es  que  cuando  una  mujer  no  pasa  de  cierto 
número  de  pulgadas  no  es  ser  racional,  no  tiene 
alma,  está  sólo  tolerada  en  la  humanidad  y  en 
la  sociedad  como  un  lindo  monstruo?... 

Tan  extraña  como  la  misma  Lolilla  parecerá, 
sin  duda,  esta  lamentación  mía;  porque  en  efec- 
to, el  honor  de  una  liliputiense  no  tiene  impor- 
tancia; ni  los  defectos  ni  las  virtudes  de  un  ser 
parecido  al  hombre,  pero  tan  disconforme  con 
él  en  el  tamaño,  no  merecen  reprobación  ni  elo- 
gio; mas  esto  demuestra,  querida  prima,  cuan  so- 
mera raíz  tiene  la  filosofía  humana,  que  poco  esa 
filosofía  dimana  del  espíritu  ni  del  sentimiento, 
sino  de  los  sentidos;  cuan  convencional  es  la 
moral  porque  se  rige,  y  á  que  todo  lo  sacrifica, 
esta  sociedad,  tan  ilustrada,  en  que  vivimos.  El 
estado  físico  de  la  pobre  Lolilla  será  interesan- 
te sin  duda;  pero  su  estado  espiritual  debe  ser 
digno  de  respeto;  tan  digno  como  el  de  otra  sol- 
tera de  cuerpo  entero...  Lee  este  párrafo:  «El 
ánimo  de  la  enferma  no  ha  decaído  en  nada  y 
tiene  siempre  en  sus  labios  una  frase  ingeniosa 
con  que  esquivar  la  respuesta  á  las  preguntas 
indirectas  que  suelen  dirigirle  algunos  visitan- 
tes.» Porque  no  digan  que  yo  que  pido  respeto 
para  los  liliputienses  y  no  le  tengo  para  los 
grandes,  no  hago  desfilar  ante  tus  ojos  honestí- 
simos las  consideraciones  que  se  me  ocurren. 
Si  se  pone  en  boga  dar  cuenta  de  las  enferme- 
dades de  las  notabilidades  femeniles,  hemos  de 
saber  historias  curiosas  y  presenciar  conflictos 
terribles.  Confío  en  que  ni  lo  hará  el  periodismo 
moderno,  que  no  es  censurable,  después  de  todo, 
ni  de  estas  contradicciones  mismas;  pues  el  pe- 
riodismo sólo  es  una  especie  de  fonógrafo;  una 
ó  varias  hojas  de  papel  donde  quedan  estampa- 
das en  negro  las  voces  de  la  calle,  de  la  tertu- 
lia, del  café,  de  las  Cámaras,  de  todos  los  que 
hablan.  Mi  teoría  es  que  el  periódico  es  irres- 
ponsable. Y  el  día  en  que  lo  fuese,  por  com- 
pleto, en  absoluto,  ese  día,  como  fuerza,  no  ten- 
dría ya  importancia. 

Los  círculos  flamencos  están  agitadísimos  con 
la  noticia  de  que  los  toreros  españoles  que  se 
hallan  en  Puebla,  de  Méjico,  han  tenido  que  dar 
una  batalla  cuando  solo  pensaban  dar  una  co- 
rrida. Los  picadores  Badila,  Agujetas,  El  Albañil 


y  Ortega,  pararon,  según  es  costumbre,  en  fonda 
distinta  que  Mazzantini...  Parece  que  cuando 
ellos  Se  estaban  vistiendo  para  la  corrida,  llegó 
á  la  fonda  una  diligencia  en  la  cual  venía  un 
matador  mejicano.  El  pueblo  entra  en  la  fonda 
y  grita: — ¡Viva  Méjico,  mueran  los  españoles! 
- — Tuvieron  que  salir;  hubo  tumulto  y  pelea, 
vino  un  escuadrón  de  caballería  y  el  goberna- 
dor puso  preso  á  Méjico  y  guardia  de  seguridad 
á  España. — Agujetas  y  Badila  sostuvieron  lue- 
go una  conversación  filosófica  sobre  el  caso. 

Agujetas  dijo: 

— Ya  me  tenía  yo  tragado  esto  desde  que  cier- 
to chavó  de  estos  países,  dijo:  Amériía  para  los 
americanos. 

— La  verdad  es, — añadió  Badila, — que  nadie 
es  torero  fuera  de  su  patria:  debíamos  haberles 
enviado  á  la  Fragosa  y  demás  toreras. 

Continúan  los  beneficios.  Hoy  se  verificará 
en  el  Español  el  de  Rafael  Calvo  con  el  Don 
Alvaro,  magnífico  drama  en  el  cual  el  actor 
despliega  magníficamente  sus  características  fa- 
cultades. 

Y  basta,  basta... 

Fernaní'lor. 


LA  MUERTE  DE  CAFETO 


(MEMORIAS    DE    UN    PATRIOTA) 

(CONTINUACIÓN) 

Jamás  he  visto  en  ningún  cuadro  la  riqueza 
de  colorido  que  poseía  su  pincel  y  la  energía  de 
sus  toques. 

Antes  de  que  comenzara  el  período  revolucio- 
nario, Teodoro  pasaba  gran  parte  del  día  en  el 
estudio  del  maestro,  completamente  entregado 
al  cultivo  del  arte  y  pintando  las  más  de  las 
veces  alegorías  de  efecto  sorprendente,  que  por 
lo  regular  representaban  la  libertad  rompiendo 
las  cadenas  de  los  pueblos  é  iluminando  al 
mundo. 

Además  se  ocupaba  en  el  decorado  artístico 
de  los  grandes  palacios,  trabajo  que  le  producía 
lo  necesario  para  la  subsistencia  de  los  dos, 
pues  yo  por  mi  pereza  ó  más  bien  por  mis  esca- 
sas facultades  artísticas,  apenas  si  lograba  sa- 
car de  mi  pincel  un  insignificante  producto. 

Teodoro,  era,  pues,  quien  me  proporcionaba 
la  subsistencia  con  su  trabajo. 

Eramos  dos  amigos  verdaderos,  ó  más  bien, 
dos  hermanos. 

A  pesar  de  nuestra  unión  nos  diferenciába- 
mos bastante,  tanto  en  lo  físico  como  en  lo 
moral. 

Él  era  tranquilo,  virtuoso  y  pensador;  yo  al- 
borotado, libertino  y  escéptico;  él  adorador  y 
sectario  de  las  doctrinas  revolucionarias,  y  yo 
amigo  solamente  de  los  placeres. 

En  lo  físico,  como  antes  he  dicho,  tampoco 
éramos  semejantes. 

Teodoro,  delgado,  pálido,  de  frente  dilatada 
y  mirada  recogida  y  penetrante;  yo,  fornido, 
rubio  y  sonrosado  y  con  ojos  en  los  que  llevaba 
impresa  el  ansia  del  placer. 

Y  á  pesar  de  tales  diferencias  nos  amábamos 
entrañablemente. 

Todavía  está  fresco  en  mi  memoria  el  re- 
cuerdo de  aquella  tarde  en  que  se  decidieron 
nuestros  destinos. 

Yo  estaba  ocupado  en  pintar  la  muestra  de 
un  bodegón  de  los  arrabales. 

Su  dueño,  que  era  un  exaltado  sans  culotte, 
tuvo  buen  cuidado  de  encargarme  pusiera  en 
ella  el  retrato  de  Marat,  con  la  siguiente  ins- 
cripción: 

Venid  al  Amigo  del  Pueblo,  ó  á  la  muerte. 

Nuestra  habitación  tenía  un  marcado  sello  de 
desorden. 

En  un  rincón,  la  cama  de  la  que  disfrutábamos 
en  común  Teodoro  y  yo.  En  los  demás  extremos, 
montones  de  papeles  y  libros;  las  paredes  cu- 
biertas de  grabados  medio  rotos;  algunas  sillas 
por  el  suelo,  acompañando  á  la  piedra  de  moler 


LA  ILUSTEACION  IBÉRICA 


211 


colores,  la  paleta  y  los  pinceles,  y  en  la  venta- 
na, entre  dos  tiestos  de  flores,  un  cráneo  huma- 
no que  más  que  en  estudios  artísticos  lo  em- 
pleábamos para  asustar  á  los  vecinos. 

Teodoro  estaba  fuera  de  casa  desde  por  la 
mañana. 

Los  días  transcurrían  para  él  en  la  Conven- 
ción ó  en  l»s  clubs,  donde  peroraba  algunas 
veces  con  aplauso  de  la  concurrencia. 

Cerca  de  las  cinco  de  la  tarde,  cuando  ya  el 
sol  comenzaba  á  esconderse  tras  los  tejados  de 
París  envolviendo  toda  la  ciudad  en  una  pá- 
lida nube  de  oro,  se  oyeron  en  la  escalera  los 
pasos  de  Teodoro,  que  empujó  poco  después 
la  entreabierta  puerta  y  penetró  en  la  buhar- 
dilla. 

Estaba  más  pálido  que  de  costumbre;  al  en- 
trar arrojó  al  suelo  su  sombrero  con  escarape- 
la tricolor,  y  después  comenzó  á  dar  paseos  por 
la  habitación. 

— ¿De  dónde  vienes? — le  preguntó  sin  inte- 
rrumpir mi  grosero  trabajo. 

— De  la  Convención.  Acabo  de  oir  un  discur- 
so de  Danton. 

— ¿Tan  elocuente  como  siempre,  eh? — dije 
sin  cesar  de  dar  pinceladas  en  mi  muestra. 

Teodoro  no  me  respondió;  siguió  paseando  y 
al  cabo  de  algún  tiempo  dijo  con  voz  firme: 

— (Nicolás,  es  preciso  que  cambiemos  de 
vida! 

— ¿Tienes  dinero? 

— Siempre  eres  el  miamo.  No  te  hablo  de 
placeres  sino  de  sacrificios  que  debemos  hacer 
por  la  patria. 

— Creo  que  hemos  hecho  los  suficientes  para 
que  ella  nos  esté  agradecida. 

— ¡Calla,  miserable!  Todo  buen  ciudadano  no 
cumple  con  su  deber  si  no  la  ofrece  la  vida  en 
holocausto.  Ella  está  amenazada  por  todas  par- 
tes y  pide  á  sus  hijos  que  la  defiendan.  Los  que 
se  muestren  sordos  á  sus  lamentos  no  son  bue- 
nos patriotas. 

. — ¿Y  qué  pretendes? 

— Que  nos  alistemos  como  voluntarios  y  par- 
tamos á  la  frontera. 

— Pero... 

— No  me  respondas;  tengo  tomada  mi  reso- 
lución. Hoy  todas  las  naciones  se  muestran 
hostiles  á  Francia  y  hasta  laVendeé  se  levanta 
amenazadora.  Estoy  resuelto  á  cumplir  mi  pro- 
pósito y  si  no  quieres  seguirme,  quédate. 

Yo  conocía  muy  bien  el  carácter  de  Teodoro, 
sabía  que  era  tenaz  en  sus  resoluciones;  así  es 
que  me  limité  á  decirle  después  de  reflexionar 
un  momento: 

— Te  sigo. 

— No  esperaba  otra  cosa  de  tí.  Eres  un  ver- 
dadero hijo  de  la  patria.  Mañana  saldremos  de 
París  para  ingresar  en  el  ejército  del  Rhin. 


n 


¡Qué  entusiasmo  el  de  los  soldados  de  la  Re- 
pública! 

Nunca  pueblo  alguno  tendrá  ejércitos  como 
aquéllos,  que  faltos  de  toda  cla.se  de  recursos  y 
poco  avezados  á  las  fatigas  de  la  guerra,  lleva- 
ron á  cabo  con  feliz  término  las  más  temerarias 
empresas. 

Teodoro  y  yo  estábamos  incorporados  á  una 
de  las  más  famosas  medias  brigadas  que  al 
mando  de  Hbche  formaban  el  ejército  de  la 
frontera  alemana. 

Nuestro  estado  era  deplorable.  Teníamos  ro- 
tos los  uniformes  y  casi  convertidos  en  harapos 
por  los  rigores  de  la  intemperie,  y  hacíamos  las 
pesadas  marchas  poco  menos  que  descalzos, 
pero  en  cambio  nuestras  armas  estaban  siempre 
limpias  y  prontas  para  la  defensa. 

Aquel  general  de  veintiséis  años,  nos  infun- 
día con  su  presencia  un  valor  y  una  confianza 
heroicos. 

Junto  á  Hoche  no  experimentábamos  vacila- 
ciones, y  nos  sentíamos  capaces  de  emprender 
las  más  arriesgadas  aventuras. 

Además,  pensábamos  á  todas  horas  que  está- 
bamos investidos  de  la  sagrada  misión  de  de- 
fender nuestra  patria,  y  esto  nos  daba  fuerzas 


para  resistir  las  largas  marchas  y  aquellas  no- 
ches frías  y  desapacibles  en  las  que  teníamos 
que  acampar  completamente  al  descubierto  al 
pié  de  los  Vosgos. 

Teodoro  era  feliz  con  aquella  existencia  y 
hasta  en  ciertos  momentos  llegaba  á  sonreírse. 

La  vida  de  soldado  de  la  revolución  le  agra- 
daba más  que  la  de  agitador  de  París. 

La  compañía  á  la  que  él  y  yo  pertenecíamos, 
presentaba,  como  todo  el  ejército  en  general,  un 
abigarrado  conjunto  de  hombres  de  todas  clases 
y  edades. 

En  aquella  época  en  que  los  hombres  pare- 
cían surgir  de  bajo  de  las  piedras  para  defender 
la  libertad  y  la  patria,  no  era  extraño  ver  mar- 
char empuñando  el  fusil  en  una  misma  fila  á 
un  muchacho  de  quince  años  junto  &  un  anciano 
de  sesenta. 

Todos  sentíamos  rebosar  en  el  corazón  el  en- 
tusiasmo, y  cuando  éste  comenzaba  á  extinguir- 
se, mi  amigo  era  el  encargado  de  hacerle  re- 
vivir. 


¡Cuan  grande  se  mostraba  Teodoro  en  ciertos 
momentos  en  los  que  semejante  á  una  vestal 
removía  el  sacro  fuego! 

Todavía  recuerdo  con  amargo  placer  la  última 
noche  que  le  vi. 

El  día  siguiente  era  el  destinado  para  dar 
una  terrible  batalla. 

Los  alemanes  ocupaban  las  alturas  de  los 
Vosgos  y  á  nuestro  general  le  era  preciso  rom- 
per sus  líneas  de  defensa  para  reunirse  con  el 
ejército  de  Pichegrú. 

Acampados  al  pié  de  los  montes  pasamos  la 
noche,  que,  por  cierto,  era  balitante  fría. 

Yo  dormitaba  envuelto  en  mi  manta  junto  á 
una  regular  hoguera,  oyendo,  aunque  amorti- 
guados por  las  primeras  nieblas  del  sueño,  los 
chasquidos  de  los  humeantes  leños  y  los  pasos 
de  los  centinelas. 

Teodoro  estaba  acostado  junto  á  mí,  y  á  la  os- 
cilante luz  de  las  llamas,  veía  como  sus  ojos  es- 
taban abiertos  y  fijos  en  el  oscuro  cielo. 

De  pronto  saliendo  de  su  completa  abstrac- 


í\   i-V  'i  „'•  i  Si',  r. 


EL  ARTE  FENICIO:  BASAMENTO  EN  BAALBEK,  PERIODO  ROMANO 


ción,  levantó  mi  amigo  un  poco  la  cabeza  y  me 
llamó. 

— jQué  quieres? — le  respondí. 

— Nicolás,  mañana  me  matan. 

— ¡Bah!  ¿Para  darme  tal  noticia  me  llamas? 

— Sé  lo  que  me  digo.  Mañana  á  estas  horas 
me  contarán  entre  los  muertos  en  el  próximo 
combate. 

— Pero,  ¿qué  motivos  tienes  para  creer  tal 
cosa? 

— ¿Tienes  fe  en  los  presentimientos? 

— Ninguna. 

— Pues  yo  tengo  la  seguridad  de  que  en  cier- 
tos instantes  el  corazón  nos  anuncia  lo  que  ha 
de  suceder. 

— ¿Y  crees  firmemente  que  mañana  vas  á 
morir? 

— Sí,  amigo  mío,  y  esa  convicción  me  marti- 
riza, tanto  más,  cuanto  que  veo  me  será  imposi- 
ble llevar  á  cabo  el  proyecto  que  hace  tiempo 
acaricio  en  mi  imaginación. 

—¿Un  pioyecto? 

— Sí,  hace  ya  tiempo  que  lo  tengo  y  pensaba 
realizarlo  así  que  terminase  la  guerra. 

— Explícamelo. 

— Es  un  regalo  que  pienso  hacer  á  la  patria. 
Tú  recordarás  perfectamente  aquel  momento  en 
que  hizo  caer  la  cuchilla  de  la  guillotina  la  ca- 
beza de  Capeto;  pues  bien,  yo  deseo  pintar  un 
cuadro  que  represente  el  instante  en  que  Fran- 


cia se  deslizó  por  completo  de  los  lazos  de  la 
monarquía.  El  tablado  de  la  guillotina,  el  pal- 
pitante cuerpo  de  Luís  XVI,  la  compacta  y 
atronadora  muchedumbre,  la  sangrienta  cabeza 
y  aquel  cielo  plomizo  y  tempestuoso,  quiero  que 
aparezca  en  mi  cuadro  tal  como  nosotros  dos 
los  vimos.  Deseo  hacer  una  obra  que  repita  á 
los  ojos  de  las  venideras  generaciones  el  espec- 
táculo que  presenta  la  venganza  de  un  pueblo. 
Pero...  desgraciadamente  moriré  mañana,  me  lo 
dice  el  corazón.  ¿Ves  esas  montañas  que  á  lejos 
se  destacan  en  la  oscuridad  como  monstruosos 
gigantes?  pues  en  ellas  moriré  mañana.  Com- 
prendo que  vas  á  decirme  que  esta  afirmación  no 
es  más  que  un  producto  de  mi  fantasía;  pero  no 
Nicolás,  te  engañas  si  tal  cosa  piensas,  pues  yo 
creo  en  los  presentimientos  con  la  misma  seguri- 
dad que  proclamo  existe  ese  algo  superior  á  los 
hombres  que  unos  llaman  Dios  y  otros  Ser  Su- 
premo. Amigo  mío,  yo  muero  mañana,  pero  an- 
tes de  dejar  de  existir  quiero  hacerte  un  en- 
cargo. 

— Habla,  ya  sabes  que  soy  tu  hermano. 

— Deseo  que  supuesto  voy  mañana  á  morir 
te  encargas  de  realizar  mi  proyecto. 

(Se  continuará.) 

Vicente  Blasco  Ibáñez. 


-«- 


UNA^  BELLEZA  DEL  SIGLO  XVI 


LAS  MUJERES  ALEMANAS  DESPUÉS  DE  LA  BATALLA  DE  AQUA  SEXTIA  (Cuadro  de  W.  Lludensehmidtí 


214 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


REVISTA  científica 


lik  septiotmla  de  las  ballenas.— Los  microbios  y  el  «giu  de 
poso.— Dn  antidoto  del  alcohol— Las  saperiloles  dd  eoer- 
po.— n  alxa  de  los  salarios  en  el  siglo  xiz. 

No  deja  de  ser  curioso  el  modo  que  tienen  de 
capturar  ballenas  los  pescadores  de  las  cerca- 
nías de  Bergen;  nadie  sospecharía  ciertamente 
que  alguna  vez  pudiese  ser  provechoso  el  virus 
de  la  septicemia,  y,  sin  embargo,  asi  resulta  de 
una  comunicación  del  señor  Armauer  Hausen, 
que  por  su  vivo  interés  vamos  á  transcribir  in- 
tegra. 

cCada  primavera, — dice, — los  pescadores  de 
las  cercanías  de  Bergen  capturan  regularmente 
ora  uno,  ora  dos  ejemplares  de  la  reducida  es- 
pecie de  Balenópteros  bien  conocida  hoy  día 
con  el  nombre  de  BaiíBnoptera  rostrata ' 

>Quiniento8  años,  cuando  menos,  hace  que  esta 


caza  se  repite  cada  año  en  condiciones  idénti- 
cas, en  los  mismos  parajes,  con  los  mismos  apa- 
rejos y  con  los  mismos  resultados.  Ordinariamen- 
te la  ballena  anual  se  deja  coger  en  «na  pequeña 
bahía,  á  treinta  kilómetros  de  Bergen,  llamada 
Skogsvftg.  Este  fiord  tiene  una  embocadura  muy 
estrecha  y  una  vez  ha  entrado  allí  el  animal  no 
puede  salir,  por  lo  cual  se  pasea  á  lo  largo  de 
las  costas  esperando  que  le  den  caza.  En  los 
meses  de  Abril  y  Mayo  los  pescadores  esperan 
la  ballena  y  vigilan  la  bahía;  así  que  ha  pene- 
trado en  ella  cierran  la  embocadura  por  medio 
de  unas  redes  y  desde  entonces  es  suya  la  presa 
puesto  que  jamás  intenta  el  animal  empujar  la 
red  que  se  opone  á  su  salida,  sino  que  retro- 
cede. 

«Trátase  ahora  de  apoderarse  del  coloso.  Los 
pescadores,  armados  de  arcos,  apréstanse  á  per- 
seguir al  animal.  Los  arcos  de  que  se  sirven  son 
de  una  construcción  muy  primitiva,  pero  de  una 


ftierza  considerable,  y  sus  flechas  de  madera  es- 
tán armadas  de  una  punta  de  hierro.  Cuando  la 
flecha  alcanza  á  la  ballena,  únicamente  el  hierro 
penetra  en  sus  carnes  y  éste  lleva  la  marca  del 
pescador  que  lo  ha  lanzado.  El  que  logra  fijar 
en  los  flancos  do  la  ballena  la  flecha  mortal,  re- 
cibe la  más  importante  parte  de  los  despojos. 

«Después  de  un  tiempo  que  varia  desde  vein- 
ticuatro á  treinta  y  seis  lioras,  la  ballena  se 
hace  más  pesada  y  menos  ágil;  sale  con  más 
frecuencia  á  la  superficie  para  respirar;  hálla.se 
evidentemente  enferma  y  en  este  momento  se 
la  puede  atacar  con  los  arpones;  después  de 
haber  sido  arponada  es  llevada  á  tierra,  siendo 
menester  cincuenta  ó  cien  hombres  para  izarla 
en  la  playa.  Encuéntrase  invariablemente  en- 
tonces al  rededor  de  una  de  las  flechas  que  han 
penetrado  en  las  carnes  una  región  gangrenada, 
y  esta  se  considera  como  la  flecha  mortal. 

»Para  envenenar  las  flechas  para  las  futuras 


EL  ARTE  FENICIO:  CABEZA  COLOSAL,  ATHIENO.--LOS  MEGALITOS  DE  ANERIT 


cazas  báñanse  las  puntas  en  la  carne  gangre- 
nada, después  de  lo  cual  se  las  deja  secar." 

>No  sé  si  es  mi  hermano  el  doctor  K.  Hau- 
sen ó  bien  el  doctor  Gade  quien  ha  tenido  pri- 
meramente la  idea  de  que  se  trataba  aquí  de  un 
envenenamiento;  solamente  sé  que  los  dos  han 
hecho  preparaciones  de  la  sangre  y  de  la  carne 
gangrenada,  casi  al  mismo  tiempo,  y  que  luio  y 
otro  han  encontrado  bacilos  en  ellas. 

>Mi  hermano  ha  tratado  también  de  medií-  la 
temjjeratura  de  una  ballena  introduciendo  un 
tennóraetro  en  sus  músculos,  pero  desgraciada- 
mente ,  por  las  contracciones  musculares,  el 
termómetro  se  ha  roto.  En  la  primavera  última 
he  asistido  á  una  de  esas  cazas  con  mi  amigo 
31.  Nielsen,  veterinario  de  Bergen,  y  hemos  he- 
cho siembras  en  el  Agar,  tomando  los  gérmenes 
en  el  bazo  y  en  la  carne  gangrenada.  En  los 
tubos  del  cultivo  del  bazo  hemos  obtenido  un 
cultivo  puro  de  bacilos  que  presentaban  los  mis- 
ino» caracteres  que  los  que  habían  encontrado 
antes  mi  hermano  y  M.  Gade,  y  hemos  encon- 
trado también  los  mismos  bacilos  en  un  vaso 
saiiíruineo  del  pulmón.  En  los  cultivos  de  carne 
'la  había  principalmente  micrococos. 
1.  los  engendran,  en  los  cultivos,  esporos 

Jncolorfj«. 

»Creo  poder  deducir  de  estas  observaciones 


que  la  introducción  de  la  flecha  envenenada 
inocula  á  las  ballenas  los  gérmenes  de  un  baci- 
lo que  produce  en  ellas  la  septicemia.  En  los 
tres  casos  examinados,  se  ha  encontrado  el 
mismo  bacilo  en  la  sangre,  y  sería  interesante 
someter  á  la  comprobación  de  la  experiencia  la 
opinión  que  acabo  de  formular.  M.  Gade  ha  tra- 
tado de  infectar  conejos,  aunque  sin  resultado. 

» Espero  poder  examinar  en  la  próxima  pri- 
mavera los  bacilos  que  poseo  en  cultivo. 

»Lo  que  me  parece  muy  curioso  es  que  los 
pescadores  de  la  costa  de  Noruega  han  encon- 
trado accidentalmente  y  sin  darse  cuenta  de 
ello  un  bacilo  que  produce  la  septicemia,  y  ])ro- 
bablemente  han  hecho  este  descubrimiento  hace 
millares  de  años.  Los  arcos  de  que  se  sirven  son 
de  la  misma  construcción  que  los  que  emplea- 
ban los  guerreros  antiguos,  los  Vikingos;  hay 
lugar  á  creer  que  esta  forma  de  arco  se  remonta 
á  una  larga"  antigüedad,  porque  os  eminente- 
mente probable  que  esta  caza  de  ballenas  ha 
nacido  largo  tiempo  antes  de  que  un  obispo  de 
Bergen  haya  hecho  de  este  pesca  un  monopolio 
de  su  sede,  lo  cual  sucedió  hace  quinientos 
años.» 


* 
*  * 


Respetemos  las  transiciones,  aunque  no  hasta 


el  extremo  ni  do  la  manera  que  aquel  buen  se- 
ñor que,  fiel  á  dicha  regla,  creyó  muy  puesto  en 
orden,  como  se  tratase  de  la  Jlestawanón,  ha- 
blar á  su  vez  de  los  reataurants,  inocentemente, 
poi  supuesto.  Hablábamos  de  microbios:  siga- 
mos, pues,  en  lo  mismo. 

Manifiesta  el  Journal  of  the  American  medí- 
(al  association,  que  el  químico  Erankland  acaba 
de  practicar  diversos  experimentos  sobre  la 
multiplicación  de  aquellos  insertos,  como  diría 
Gedeon.  En  el  agua  filtrada  á  20"  c,  los  micro- 
bios se  multiplican  más  aprisa  que  en  el  agua 
no  filtrada.  En  los  pozos  profundos  y  fríos  mul- 
tiplícanse  poco,  pero  á  20"  lo  hacen  con  más 
rapidez  que  no  en  agua  de  rio,  sea  cual  fuere. 
Los  microbios  de  los  pozos  poseen  una  facultad 
de  reproducción  superior  de  mucho  á  la  de  los 
microbios  de  rio,  fenómeno  que  explica  Frank- 
land  en  el  hecho  de  las  aguas  de  pozo,  poco  fiís- 
cucutadas  por  los  miciobios  á  cavsa  de  su  tem- 
peratura que  so"  opone  á  un  pululamiento  consi- 
derable, no  han  sido  privadas  do  las  sustancias 
alimenticias  necesarias  á  éstos,  como  lo  han  sido 
las  aguas  do  rio.  Las  aguas  de  pozo  represen- 
tarían, pues,  un  medio  favorable  á  la  alimenta- 
ción, pero  no  á  la  reproducción,  pero  así  que 
alcanzan  cierta  temperatura  se  hacen  muy  fa- 
vorables para  e.sta  última;  concíbese,  por  lo  tan- 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


215 


to,  que  la  doble  ventaja  presentada  por  este 
medio  se  convierta  en  tal  caso  en  causa  de  una 
prolificación  abundante.  Este  hecho  explicaría 
la  facilidad  de  la  infección  microbiana  por  las 
aguas  de  pozo  así  que  éstas  han  sido  contami- 
nadas. 

Y  ahora  basta  de  matemáticas  y  continuemos 
á  bátons  rompas  nuestra  revista. 


Hasta  el  día  no  se  conocía  casi  otro  antidoto 
del  alcohol  en  la  intoxicación  aguda  que  el  amo- 
níaco, escapando  completamente  á  la  acción  de 
los  contravenenos  el  alcoholismo  ci'ónico.  Afor- 
tunadamente puédase  dar  ya  la  enhorabuena  á 
los  Coupeaus,  gracias  á  las  caritativas  investi- 
gaciones hechas  sobre  el  particular  por  M.  Ja- 
rochew.ski,  de  las  cuales  ha  dado  cuenta  en.  el 
Congreso  (en  los  Congresos  suelen  darse  cuentas) 
en  el  Congreso  de  los  médicos  rusos  reunido  en 


Moscou.  Dice,  pues,  M.  Jarochewski  que  la  es- 
tricnina no  solamente  seria  capaz  de  destruir  la 
acción  narcótica  del  alcohol  sino  que  aún  daría 
al  organismo  la  propiedad  de  soportar  durante 
largo  tiempo  grandes  cantidades  de  alcohol  sin 
sufrir  las  lesiones  de  que  están  ordinariamente 
afectados  los  órganos  particularmente  someti- 
dos á  su  influencia.  Por  lo  tanto,  el  empleo  de 
1^  estricnina  hallaríase  indicado  en  todas  las 
formas  del  alcoholismo. 

Los  experimentos  de  M.  Jarochewski  han  sido 
practicados  en  perros. 


*  * 


Según  el  BritishmedícalJourrM,  M.Vntilow, 
de  Onsk,  ha  obtenido  los  resultados  siguientes 
al  examinar  la  superficie  de  diferentes  órganos, 
La  superficie  de  la  cabeza  de  un  adulto,  equi- 
vale, por  término  medio,  á  veintisiete  veces  la 
de  una  cabeza  de  feto  á  término.  El  tronco  y  los 


miembros  tienen  en  el  adulto  una  extensión 
proporcional  menos  diferente.  Respecto  al  tron- 
co, los  miembros  superiores  y  los  miembros  in- 
feriores, su  superficie  es  en  el  adulto  7 '5,  7  y 
lü'8  veces  la  de  las  partes  correspondientes  del 
feto  á  término.  En  cuanto  á  las  mucosas,  hó  ahí 
algunas  cifras  interesantes:  el  esófago  adulto  os 
solo  4'7  veces  más  extenso  que  el  esófago  del 
recién  nacido;  la  mucosa  respiratoria  lo  es  13'5; 
el  estómago  50;  los  intestinos  delgados  18,  y  los 
gruesos  22.  I-a  superficie  total  del  tubo  diges- 
tivo equivale  á  1.200  centímetros  cuadrados  en 
el  niño  y  á  18.300  en  el  adulto.  Él  hígado  pre- 
senta una  superficie  de  199  centímetros  cuadra- 
dos y  de  774'5  en  cada  caso. 


* 


Un  poco  de  estadística  para  concluir. 
Véase  el  aumento  comparativo  que  han  tenido 
en  Francia  los   salarios   agrícola  é  industrial 


CERÁMICA  FENICIA 


partiendo  del  glorioso  año  89,  por  antonomasia. 
Entiéndase  que  se  trata  de  salarios  de  hombres. 


Salario  agrícola 
medio 

Francos 


Salario  Industrial 
medio 


Franco» 


1789 070  1'40 

1825 1'25  170 

1852 1'41  2'06 

1872 2'04  3'09 

1880 2'32  3'4ü 

De  esto  resulta  que  el  salario  agrícola  ha  au- 
mentado desde  1789  á  1880  en  un  231  por  1(K) 
y  el  industrial  en  un  147,  pero  hay  que  tener 
en  cuenta  que  esta  proporción  no  es  tan  crecida 
si  se  tiene  en  cuenta  la  elevación  paralela  del 
precio  de  los  artículos  de  consumo. 

Al.FUEDO  Opisso. 

■ * 

LECTURAS 


A    MUCHOS    Y    Á    NINGUNO 

(  contixuach'in; 

Antes  de  continuarla  exposición  y  el  comen- 
tario de  estas  tristezas  literarias,  capítulo  im- 


portante de  una  verdadera  psiquiatría  estética, 
necesito  volver  á  detenerme  un  momento  para 
insistir  en  la  idea  que  vocifera  claramente  el 
titulo  de  este  artículo.  Hablo  con  muchos  y  con 
ninguno;  no  tengo  en  la  memoria,  al  escribir,  á 
determinada  persona,  á  éste  ó  al  otro  critico,  á 
tal  ó  cual  novelista;  formóse  el  conjunto  de  es- 
tas descripciones  de  reminiscencias  asociadas 
por  la  fuerza  plasmante  de  la  fantasía  y  por  el 
hilván  de  la  lógica;  hablo  de  un  oleaje  que  nos 
acomete,  de  una  inundación  de  tinta  fina  de  es- 
cribir,  y  no  culpo  de  las  desgracias  subsiguien- 
tes á  esta  ó  á  la  otra  ola  en  particular;  son  mu- 
chos los  que  están  poniendo  las  manos  en 
nosotros,  inocentes  lectores.  El  nombre  genérico 
de  estos  escritos  es  Lecturas;  queda  explicado 
en  una  especie  de  introducción  el  carácter  de 
estos  trabajos,  donde  la  crítica  viene  á  ser  más 
que  sentencia  de  juez  (idea  un  poco  trasnocha- 
da de  su  objeto),  opinión  libre  de  dilettante, 
impresión  de  aficionado.  Así  como  en  otros  ar- 
tículos he  de  hablar  de  lo  que  sugieren  á  mi 
espíritu,  en  sentimiento  y  reflexión,  autores  an- 
tiguos como  Luciano  ó  Quevedo,  Góngora  6 
ílarivaux,  ó  escritores  del  día,  como  Bourget  ó 
Amiel,  Tolstoi  ó  Pereda,  Dumas  ó  Echegaray, 
y  en  ocasiones  he  de  discurrir  acerca  de  lo  que 
me  ha  hecho  pensar  y  desear  y  sentir  la  novela 
rusa  en  general,  6  la  lírica  moderna  fran- 
cesa, etc., -etc.,  del  propio  modo   me  permito 


fijar  aquí  mis  reflexiones  y  el  tinte  con  que  se 
tiñe  el  ánimo  mío  después  de  contemplar  el  es- 
pectáculo de  pesadilla  de  esta  flamante  litera- 
tura novelesca  que  algunos  quieren  que  tome- 
mos por  feliz  renacimiento,  siendo  así  que,  en  mi 
concepto,  no  es  sino  la  invasión  del  Parnaso 
por  todos  los  Mrs.  Jourdain  de  España  y  de  la 
América  española.  Mi  propósito  no  es  herir  á 
nadie,  no  es  desanimar  á  nadie.  Yo  no  ataco 
más  que  á  los  malos,  á  los  que  aprovechan  el 
realismo  para  cantar  en  estilo  familiar  todos  los 
géneros  coloniales  y  del  reino  que  llevan  dentro 
del  espíritu  prosaico  y  adocenado.  A  todos  los 
que  pudierais  daros  por  aludidos,  sálveos  el 
amor  propio,  y  decid  á  una,  si  queréis  compla- 
cerme: «Esto  no  va  conmigo.»  Así  lo  dicen  al- 
gunos caballeros  que  se  creen  muy  por  encima 
de  estas  censuras  mías,  sin  sospechar,  y  más 
vale  así,  que  son  ellos  los  más  parecidos  á  las 
imágenes  que  yo  procuro  tener  presente  mien- 
tras tal  escribo.  Porque  es  de  notar,  que  no  son 
los  más  sandios  y  vulgarotes  é  insípidos  los 
más  peligrosos,  sino  aquellos  otros  quo  algo 
han  oído  y  han  leído  mucho,  y  de  tarde  en  tarde 
alguna  vez  dan  en  el  clavo  ó  cerca  por  lo  monos. 
Pero,  en  fin,  no  demos  señas  y  adelante.  Lo 
dicho  va  jiorque  he  oído  quejas  y  sé  de  sospe- 
chas, y  como  hoy  por  hoy  no  me  propongo  mor- 
tificar á  bicho  viviente,  sino  desahogar  el  mal 
humor  y  mostrar  el  daño,  quiero  que  conste  que 


EL  PAPA  GREGORIO  EL  GRANDE  CASI 


'J  A  UN  MOKJE  (Cuadro  de  Basilio  Verestchagíne) 


218 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


no  hay  alusiones  ni  por  asomo.  Prosigo.  ¿No 
fuera  tremenda  cosa,  grande  vergüenza  postu- 
ma, que  andancio  los  tiempos,  pudieran  venir 
tales  que  en  ellos  con  ju.sticia  se  dijese:  Suce- 
dió que  los  españoleíi  por  tragar  mal  y  digerir 
peor  doctrinas  extranjeras  que  tenían  mucho  de 
bueno  y  algo  de  malo,  comenzaron  á  escribir 
á  porrillo  libros  de  entrenimiento  que  lo  mismo 
era  leerlos  cualquiera  que  caerse  dormido  para 
despertar  bobo  de  remate  y  serlo  ya  siempre? 

Pues  inevitable  se  hará  tamaña  desgracia  si 
enérgicamente  no  se  acude  en  tiempo  con  el 


remedio.  El  cual  consiste  en  hablar  con  fran- 
queza y  sin  pensar  en  los  amigos  que  se  pierde 
Sr  que  no  debieran  ponlerse  por  esto,  es  claro) 
iciendo  la  verdad  lisa  y  llanamente. 
De  buena  fe  y  motn  proprio  creen  muchos, 
ai'in  antes  de  que  se  lo  afirmen  los  críticos  com- 
placientes de  que  hablo  más  atrás,  que  ellos, 
los  autores,  son  artistas  desde  el  momento  en 
que  acometen  la  empresa  y  la  llevan  á  cabo 
con  firme  resolución,  de  llenar  un  tomo  de  prosa 
compacta,  obedeciendo  á  las  reglas  de  tal  cual 
preceptista   de   los  j  flamantes.   ¿Quién    no    ha 


BORUADOS  AMERICANOS:  MINNEHAHA  (IMbiijo  de  Dora  VVlieeler) 


leído  V.  gr.  lo.s  cinco  ó  seis  tomos  en  que  Emilio  j 
Zola  expone  su  modo  de  entender  el  arte?  (^Cá- 
novas tijdavia  no  los  ha  leído).   En  la  obra  crí- 
tica de  Z^'la  hay  una  trampa,  sin  quererlo  el  i 
autor  probablemente,  en  que  han  caído  y  siguen  '> 
cayendo  muchos   retóricos   idealistus  que  van  I 
allí  á  buscar  argumentos  que   combatir  y  mu- 
chísimos nal'S  as  que  no  buscan  más  en  esos  y 
otros  liV>ro8,  que  otros  tantos   llengifns  para  es- 
cribir novelas  naturalistas  con  perfección  y  eco- 
nomía de  ingenio.  El  que  no  sepa  ver  en  los 
trabajos  críticos  de  Zola,como  en  los  de  todos  los 
grandes  artistas  de  la  palabra  que  han  querido 
sistematizar  sus  procedimientos,  su  estilo  y  las 
cualidades  características  de  su  genio  ( verbi 
gracia  Goethe,  Schiller,  Hichter,  Víctor  Hugo, 
CamjKiamor),  el  que  no  sepa  ver,  digo,  en  la  cri- 
tica de  Zola  cierto  lirismo  didancálico,  con  sus 


conatos  de  científico,  á  la  manera  de  los  filósofos 
poetas  jónicos,  no  puede  comprender  ciertas  en- 
señanzas que  allí  existen,  ni  ser  justo  con  el 
autor,  ni  penetrar  toda  su  idea,  ni  mucho  menos 
aprovechar  sin  peligro  la  parte  positiva  de  bue- 
na retórica  que  encierran  sus  preceptos  envuel- 
tos en  teorías  arriesgadas,  en  paradojas  sujesti- 
vas,  en  ueuiosisiit' 8  peligrosos  para  ciertos  lecto- 
res y  en  un  pesimismo  vidente  que  ya  habla  "co- 
mo profeta  ya  delira  con  poéticas  aprensiones. 

Dejando  por  hoy  lo  que  en  Zola  ven  y  no 
ven  los  críticos  que  le  atacan,  voy  á  lo  que  en 
él  encuentran  los  que  quieren  ser  escritores 
moderaos  á  toda  costa. 

«El  arto  ha  de  ser  la  reilidiid  vista  á  través 
de  un  tempera  mentó,  ¿:jío  es  esto?»  se  dice  nuestro 
naturalista  de  misa  y  olla;  pues  bien,  yo  vive 
en  la  realidad  ó  mucho  me  equivoco,  y  en  cuan- 


to al  temperamento  yo  tengo  uno,  bueno  ó  malo, 
como  cada  hijo  de  vecino.  No  necesito  más  que 
ponerme  á  escribir.  Y  se  pone. 

«Todo  es  interesante;  no  hay  nada  que  no  sea 
digno  del  arte;  se  debe  inventar  lo  menos  posi- 
ble, el  mundo  lo  da  todo  hecho;  para  sor  natti- 
ralista  de  veras  hay  que  creer  en  el  dogma  de 
la  belleza  real,  como  superior  á  toda  belleza 
imaginada.»  Con  estos  sanos  principios  nuestro 
hombre  se  pone  á  escribir,  y  á  darle,  v.  gr.,  á 
los  zapatos  de  su  portera  una  importancia  que 
ellos  no  tienen,  aunque  se  miren  á  través  del 
temperamento  más  amigo  de  abultar  los  zapa- 
tos. El  pobre  naturalista  remendón  produce  la 
misma  ilusión  que  el  poetastro  becqueriuno  ó 
campoamorino  de  quien  él  tanto  se  ríe.  Nuestros 
líricos  solían  decirnos  que  una  muchacha  les 
había  mirado  y  hasta  sonreído,  por  lo  cual  ellos 
se  creían  acto  continuo  en  el  deber  de  -amarlo 
todo  y  de  reconocerle  á  la  Providencia  todas 
sus  prerogativas.  Después  resultaba  que  la  mu- 
chacha les  engañaba,  como  es  natural,  y  quería 
á  un  indiano,  por  ejemplo,  y  entonces  adiós 
Providencia  y  amor  universal  y  cuanto  Dios 
crió.  Nuestros  Úricos,  que  eran  muy  capaces,  en 
efecto,  de  haber  llevado  unas  calabazas  y  de 
haberlas  tomado  muy  á  mal,  creían  de  buena 
fe  que  su  furor  y  su  tristeza  y  su  desencanto 
los  trasmitían  al  lector  indiferente  por  conducto 
de  aquellos  cinco  ó  seis  versos  asonantados  y  á 
veces  terminados  en  palabras  agudas.  ¡Qué  ha- 
bían de  trasmitirl  El  lector  no  sentía  nada  á  no 
ser  haber  perdido  el  tiempo  leyendo  aquellas 
tonterías.  Pero  al  fin  los  líricos  tenían  á  su  fa- 
vor dos  circunstancias  atenuantes:  primera  que 
el  tiempo  que  hacían  perder  era  poco;  segunda, 
que  bueno  ó  malo  aquello "  era  lirismo;  ellos  no 
trasmitirían  á  nadie  su  pena,  pero  no  cabía 
duda  que  á  ellos  les  había  llegado  muy  al  alma 
el  chasco  de  marras.  El  naturalista  de  mi  cuento 
no  puede  ofrecernos  ninguna  de  estas  ventaji- 
llas:,  escribe  largo  y  tendido,  hace  perder  mu- 
chísimo tiempo  (y  esto  es  lo  peor)  y  no  tiene 
pizca  de  lirismo,  ni  gana;  como  que  se  lo  pro- 
hibe la  ley.  El  tiene  que  ser  en  sus  obras  im- 
personal; así  se  caiga  el  firmamento  él  como  si 
tal  cosa,  lo  mismo  que  Julio  Ruíz  cuando  se 
comete  en  Filipinas  una  irregularidad;  es  asi 
que  el  lector  tampoco  se  interesa  por  los  zapa- 
tos de  la  portera  ni  porque  las  manchas  de  un 
mantel  sean  de  vino  tinto  ó  blanco...  luego  te- 
nemos que  la  literatura  tnodernisima  no  le  im- 
porta á  nadie,  ni  al  que  escribe  ni  al  que  la  lee. 

Y  esto  es  demasiado  poco  importar. 

La  culpa  de  todo  ello  no  la  tiene  Zola,  es 
claro,  sino  la  vanidad  y  la  ignorancia  de  los  que 
se  ponen  á  escribir  prescindiendo  de  un  requi- 
sito indispensable;  el  ingenio. 


(Se  continuará.) 


Clarín. 


MACERACIONES  Y  AYUNOS 


— Toribia. 

— ¡Demonio! 

— Hoy  es  sábado. 

— Noticia  fre.sca. 

— No,  no  lo  tomes  á  risa,  porque  os  muy  serio 
lo  que  voy  á  decirte. 

— Veamos  qué  tripa  se  te  ha  roto. 

— Digo  que  mañana  empieza  Semana  Santa, 
y  que,  como  son  días  de  devoción  y  de  iglesias, 
no  hay  trabajo;  y  no  habiendo  trabajo  no  haj' 
jornal,  y  si  no  hay  dinero... 

— Ayunaremos. 

— Hay  que  ver  de  dónde  viene. 

— Del  cielo. 

— Del  cielo  sólo  cae  agua,  y  yo  por  lo  menos 
necesito  vino. 

— Yo  también  necesito  muchas  cosas  y  me 
paso  sin  ellas. 

-  -Pues  yo  no  quiero  ayunar  ocho  días,  ¡ea! 
— Entonces... 

-  ¿Qué? 

— Cómete  los  codos. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


219 


— Mejor  será  que  nos  comamos  tu  mantón  de 
lana  y  tu  falda  de  merino. 

— ¡Quiá!  ¡Se  te  van  á  indigestar! 

— No  lo  creas,  me  harán  muy  buen  estómago. 

—¿Cómo? 

— Comiendo. 

— ¿La  lana  y  el  merino? 

— No,  lo  que  den  por  ellos  en  la  casa  de 
préstamos. 

. — No  te  hará  daño. 

— Así  lo  espero.  Conque,  venga  la  llave  de 
la  cómoda. 

■ — Tengamos  la  fiesta  en  paz. 

— Dame  esas  prendas. 

— ¿Y  qué  me  pongo  para  visitar  las  esta- 
ciones? 

— El  vestido  de  percal. 

— Está  roto. 

— Lo  coses. 

— No  se  puede  coser,  le  falta  cada  pedazo, 
¡asi! 

— Entonces,  no  visitarás  este  año  las  esta- 
ciones. 

— ¡Judio! 

— Yo  no  me  quedo  sin  comer. 

— ¡Tragón! 

— Ni  sin  beber. 

— ¡Borracho! 

— ¡Toribia!  ¡No  me  insultes!  Trae  la  llave. 

— No  te  la  doy. 

— Dámela  por  buenas  ó  te  sacudo  el  polvo. 

— La  llave  no  sale  de  mi  bolsillo. 

— Mira  que  te  solfeo. 

— Que  me  lastimas  el  brazo. 

— Suelta  la  llave. 

— ¡Me  estás  rompiendo  la  chambra!  ¡Animal! 

— La  llave. 

— ¡Bruto! 

— Toma,  para  que  te  quejes  por  algo. 

— ¡Ay!  ¡ayl  ¡ay!...  Me  has  abierto  la  cabeza. 

— ¡A  ver  si  se  te  ablanda! 

■ — ¡Con  una  mujer  te  atreverás  tú!   ¡Cobarde! 

— ¿Dónde  la  tienes? 

— ¡Ay!...  ¡ay! 

—  Ya  la  toco...  Aquí  está. 

— ¡Anda,  empeña  y  véndelo  todo!  ¡Para  lo 
que  nos  queda,  acaba  con  ello! 

— Yo  lo  ganaré. 

— Y  te  lo  beberás. 

— Mejor,  ¿sabes? 

— Si  lo  que  gastas  en  la  taberna  lo  ahorrases, 
no  pasaría  esto.  ¡No  será  porque  no  te  lo  diga  á 
todas  horas!  Pero  tú,  en  teniendo  una  peseta  ya 
no  te  acuerdas  de  que  vendrán  malos  tiempos. 

— Paciencia. 

— ¿Y  el  día  que  caigamos  enfermos? 

— Al  hospital. 

— ¡Ojalá  fuese  hoy  mismo!  y  Dios  me  lo  per- 
done, que  no  sé  lo  que  me  digo,  ni  hay  pacien- 
cia para  aguantar  esta  vida  tan  arrastrada  que 
llevo. 

—Tú  te  tienes  la  culpa. 

— ¡Eso!  ¡Todavía  tengo  yo  la  culpa!  ¿Por 
qué? 

— Porque  no  escarmientas.  Si  las  cosas  han 
de  hacerse  al  fin  y  al  cabo,  ¿no  es  mejor  por 
buenas  que  no  por  malas?  ¿Que  adelantas  con  lle- 
varme la  contra?  que  te  zurre.  Y,  después,  ¿qué 
sucede?  que  se  haga  lo  que  yo  digo,  como  ahora. 
Pues,  ¿no  vale  más  empezar  por  esto? 

— ¡Es  claro!  ¡Haciendo  lo  que  tú  quieras  todo 
va  bien! 

— ¡Vaya!  Limpiato  esas  lágrimas  y  lleva  á 
empeñar  el  mantón  y  la  falda. 

— i  Gabriel! 

— ¡Toribia!  ¿Volvemos  á  las  mismas? 

— Bueno;  no  iré  á  visitar  las  estaciones.  ¿Y 
luego  querrás  que  nos  ayude  Dios?  Llevaré  el 
mantón;  con  cinco  pesetas  habrá  bastante. 

— Es  que  yo  necesito  otro  tanto. 

— ¿^Para  qué? 

— Para  tabaco  y  vino. 

— No  bebas  ni  fumes;  así  como  así  esta  sema- 
na es  de  ayuno. 

— La  iglesia  sólo  prohibe  comer  carne,  pero 
no  fumar  y  beber.  Conque  ¡ea!  vete  j^no  tardes. 

— Siempre  te  has  de  salir  con  la  tuya.  Hasta 
luego. 


— Oye,  Toribia;  coge  la  botella,  y  tráete  de 
paso  un  cuartillo. 

— ¡Un  demonio! 

— Y  unas  copas  de  aguardiente. 

— De  aguarrás;  y  así  concluiríamos  de  una 
vez  para  siempre. 

Vicente  Colorado. 


DOS    CARTAS 


Separó  la  vista  del  libro,  se  reclinó  sobre  el 
respaldo  del  lujoso  sillón  que  ocupaba  "y  pasán- 
dose la  mano  por  la  frente  apartó  con  un  lige- 
ro movimiento  los  cabellos  que  pugnaban  por 
cubrir  sus  ojos. 

Durante  algunos  segundos  contempló  con  in- 
diferente mirada  el  libro  en  que  antes  leyera. 


LA  UONCEl-LA  de  ZUNI  ^Üibujo  de  Eosiua  hmmetl) 


del  cual  la  alejó  para  fijarla  en  un  precioso  cua- 
drito  en  que  había  dos  palomas  pintadas  magis- 
tralmente  por  uno  de  nuestros  primeros  artistas. 

Ensimismada  en  Ja  contemplación  do  aquellas 
lindas  aves  que  mirándose  con  alegre  com- 
placencia parecía  que  se  arrullaban,  la  intere- 
sante figura  do  Paulina  adquirió  más  importan- 
cia, debido  quizás  á  la  tristeza  que  empezó  á 
dominarla  en  el  mismo  momento  en  que  fijó  su 
atención  en  el  inocente  idilio. 

Más  bien  que  sentada,  tendida  con  incitante 
voluptuosidad  y  natui-al  coquetería;  llevando 
por  todo  vestido  una  bata  blanca,  sencilla  y 
elegante,  que  merced  á  una  pequeña  escotadura 
dejaba  admirar  un  preciosísimo  seno;  en  liber- 
tad la  negra  cabellera,  tan  fina,  como  copiosa;  y 
expresando  su  semblante  gran  melancolía  y 
tristeza  profunda,  Paulina  asemejábase  en  aque- 


lla actitud  á  una  escultura  griega  que  represen- 
tara un  sueño  de  amor. 

Cuando  dejó  de  mirar  al  cuadro  de  las  palo- 
mas, debió  llegar  al  colmo  su  aflicción,  porque 
de  sus  hermosos  ojos  brotaron  dos  gruesas  lá- 
grimas que  al  deslizarse  pausadamente  por  sus 
mejillas,  parecían  límpidas  perlas  desprendién- 
dose de  alhaja  de  fabuloso  valor. 

En  la  puerta  del  gabinete  apareció  su  donce- 
lla (monísima  rubia  y  excepción  en  las  de  su 
clase,  pues  era  graciosa),  diciendo: 

—Señora,  ¿se  puede  pasar? 

— Adelante, —  contestó  Paulina. 

La  doncella  entró  en  la  habitación  y  acercán- 
dose á  su  señora,  le  entregó  una  carta  y  al  mis- 
mo  tiempo,  le  dijo:   ■ 

— Esto  ha  traído  para  V.  el  criado  del  seño- 
rito Rodolfo. 


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222 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


— ¿Espera  contestación? 

— Ño,  señora, 

— Pues  retírate.      , 

Rasgó  el  sobre,  desple^  apresuradamente  la 
cari*,  y  con  la  ansiedad  propia  de  la  mujer  que 
tiene  en  sus  manos  un  escrito  del  amante  que 
la  ha  abandonado,  leyóla  en  menos  tiempo  del 
que  yo  he  invertido  en  contarlo. 

No  satisfecha  con  aquella  rápida  lectura,  vol- 
vió á  leer  la  epístola  más  detenidamente. 

Y  sin  duda  aquella  repetición  tampoco  la  dejó 
contenta,  porque  apenas  terminada,  comenzó 
por  tercera  vez  á  recorrer  con  su  vista  el  escri- 
to, pero  con  tal  atención  y  calma,  que  parecía 
analisar  y  valuar  todas  las  palabras. 

Después  de  una  breve  indecisión,  abrió  un 
precioso  secreter  y  escribió  las  siguientes  cartas: 

cMí  amado  Rodolfo:  Dispénsame  que  te  diri- 
ja estas  lineas  á  pesar  de  tu  prohibición;  ten  en 
cuenta  que  es  la  última  vez  que  te  desobedezco 
y  no  olvides  que  eres  el  único  hombre  que  ha 
conseguido  mi  amor^  y  el  solo  que  de  aquí  en 
adelante  ocupará  mi  pensamiento. 

>Para  evitarte  disgustos  en  el  nuevo  estado  á 
que  vas  á  pertenecer,  me  suplicas  que  me  aleje 
(pues  sin  duda  no  tienes  confianza  ni  aun  en  ti 
mismo)  y  yo  que  sé  sacrificarme  por  tu  felici- 
dad, he  decidido  salir  de  aquí  esta  semana  y  di- 
rigirme á  mi  ruin  pueblo,  para  arrepentirme  de 
corazón  de  los  muchos  disgustos  y  perjuicios 
que  te  he  ocasionado. 

«Adjuntas  te  remito  las  cartas  y  alhajas  que 
de  tí  poseo,  á  cambio  de  las  cuales  supongo  no 
tendrás  inconveniente  en  mandarme  mil  pe- 
setas, para  cubrir  los  gastos  que  el  viaje  pueda 
ocasionarme. 

»No  te  olvides  de  la  que  siempre  te  querrá  y 
te  desea  múltiples  felicidades  en  tu  matrimonio. 

Paulina.» 


cSr.  D.  Antonio  La  Croix. 

iMuy  señor  mío  y  distinguido  amigo:  En  el 
poco  tiempo  que  hace  nos  conocemos,  me  ha 
dado  V.  tantas  pruebas  de  amistad  y  amor,  que 
si  yo  no  correspondiese  hoy  á  su  pasión,  me 
juzgaría  á  mí  misma  como  la  mujer  más  ingrata 
de  la  tierra. 

» Y  como  no  quiero  parecer  ingrata  ante  V.,  ni 
ante  mi  conciencia,  acepto  las  proposiciones  que 
tantas  veces  me  ha  hecho,  no  exigiéndole  otra 
condición  que  la  de  saUr  de  España  antes  de 
cuatro  días. 

»Para  tratar  de  este  particular,  le  espero  á  las 
seis  de  la  tarde  en  esta  .su  casa. 

«Reciba  V.  la  expresión  más  cariñosadel  amor 
que  le  tiene  su 

Paulina.* 

Cerró  estas  dos  cartas,  hizo  un  paquete  con 
otras  muchas  y  una  porción  de  baratijas,  pues 
las  alhajas  las  metió  en  una  linda  cajita  de  bron- 
ce, y  llamó  á  la  doncella. 

Cuando  ésta  salía  con  las  cartas  y  el  paquete 
para  sus  destinatarios,  Paulina  se  arrellenó  en 
el  sillón  que  ya  conocemos  y  cogiendo  el  libro, 
púsose  á  leer  con  la  mayor  tranquilidad. 


Ricardo  J.  Ihanzo. 


-*- 


UN  RECUERDO 


Es  un  recuerdo  dulce,  ]>ero  triste, 
de  mi  temprana  edad: 

mi  madre  me  llevaba  de  la  mano 
por  la  orilla  del  mar. 

Alzábanse  las  sombras  de  la  tarde 

como  pardo  cendal, 
y  á  gritar  comenzaba  en  la  cañada 

el  huaco  pertinaz. 

Cantaban  los  tropiales  en  el  bosque 

con  dulce  suavidad, 
los  penachos  del  mangle  caballero 

agitaba  el  terral, 


y  de  la  balsa  entre  los  verdes  musgos 

acechaba  el  caimán, 
y  bajaban  los  peces  á  sus  nidos 

de  concha  y  de  coral. 

Zumbaban  los  insectos  en  el  bosque 

en  su  continuo  afán, 
y  en  medio  á  los  rumores,  dominando 

los  tumbos  de  la  mar. 

Mas  de  improviso  atravesando  el  viento 

escuchóse  fugaz 
de  las  campanas  de  vecina  aldea 

tañido  funeral. 

Detúvose  mi  madre,  y  en  silencio 

la  contemplé  rezar, 
y  de  llanto  llenáronse  sus  ojos, 

y  se  inmutó  su  faz. 

— ¿Por  qué  lloras,  mi  madre?— la  decía 

con  dulce  ingenuidad; 
y  ella  me  contestó  dándome  un  beso: 

— Es  preciso  llorar, 

que  con  lúgubre  toque  las  campanas 

anunciándome  están 
que  un  hombre,  como  todos,  de  esta  vida 

pasó  á  la  eternidad. 

— Y  tú  te  has  de  morir? — la  dije  entonces, 

— ¿tu  amor  me  faltará? 
y  ella  sin  contestar,  sólo  lloraba, 

y  yo  lloraba  más. 

Sobre  su  seno  recliné  mi  rostro, 

y  ella  con  dulce  afán 
enjugando  mis  lágrimas,  decía: 

— «¡Vamos,  ya  está,  ya  está!» 

Pocos  años  después,  perdí  á  mi  madre: 

no  ceso  de  llorar, 
y  en  sueños  la  contemplo  cada  día; 

del  cielo  viene  ya. 

Llega,  se  acerca  hasta  tocar  mi  frente 

su  rostro  celestial, 
y  con  acento  tierno  me  repite: 

— «¡Vamos,  ya  está,  ya  está!» 

VicBNTE  RiVA  Palacio. 

* 


ABEN-JOT 


ORIGEN    DE  LA   JOTA    ARAGONESA 
I 

Con  robusta  y  potente  voz  y  con  acento  lleno 
de  arrogancia  y  valentía,  el  Royo  del  arrabal, 
allá  en  la  ribera  del  Gallego  y  en  el  día  5  de 
Marzo,  dejó,  hace  ya  muchos  años,  oír  la  si- 
guiente copla: 

•  De  noche  fué  acometida 
Zaragoza  la  iumortal, 
y  tardó  tanto  en  vencer 
como  tardó  en  despertar. > 

Conocedor  yo  del  heroico  acto  llevado  á  cabo 
por  los  zaragozanos  el  día  5  de  Marzo,  y  de  la 
derrota  de  Cabañero,  que  esta  popular  copla  re- 
cuerda, en  vez  de  pensar  en  la  letra,  pensó  en 
la  música  que  oía;  y  de  pensamiento  en  pensa- 
miento, ocurrióseme  el  de  inquirir,  de  las  perso- 
nas que  conmigo  estaban,  la  procedencia  y  ori- 
gen de  la  Jota. 

A  pesar  de  ser  aragoneses  cuantos  me  rodea- 
ban, ninguno,  sin  embargo,  pudo  satisfacer  mi 
curiosidad;  porque  si  bien  todos  eran  instruí- 
dos,  y  todos,  sin  casi,  muy  amantes  do  la.s 
glorias  de  su  país,  como  quiera  que  los  cronistas 
de  Aragón,  y  entre  ellos  Zayas,  Abarca,  Dormer 
y  Zurita,  que  son  los-que  más  extensamente  han 
tratado  la  historia  aragonesa,  nada  dicen  sobre 
el  particular,  nada  tampoco  supieron  decirme 
mis  amigos. 

Uno  de  ellos,  sin  embargo,  después  de  mucho 
tiempo  de  haber  visitado  muchos  archivos,  des- 
entrañado muchos  códices  y  revuelto  un  sin  fin 
de  polvorientos  legajos,  me  remitió  imas  cuar- 
tillas que  decían: 


n 


En  el  último  tercio  del  siglo  xn,  ó  sea  por 
los  años  mil  ciento  sesenta  y  tantos,  un  árabe, 
llamado  Aben-Jot,  compuso  una  canción,  que 
muy  pronto  fué,  por  todos  y  en  todas  partes,  y 
con  insistente  saciedad,  cantada  y  repetida. 

Valenciano  su  autor,  las  floridas  y  fértiles 
orillas  del  Turia  fueron  los  primeros  sitios 
donde  resonaron  las  notas  de  la  canción  de 
Aben-Jot,  causa,  para  él,  de  males  y  trastornos, 
toda  vez  que  Muley-Tarek,  Cadí  que  era  por 
aquel  entonces  de  Valencia,  proscribió  la  na- 
ciente canción,  imponiendo  fuertes  multas  á  los 
que  osaran  cantarla  y  repetirla. 

¿Por  qué  esta  persecución  y  e.ste  odio  de 
Muley-Tarek  á  la  canción  de  Aben-Jot? 

¿Perseguía  el  Cadí  valenciano  la  niiisica  de 
aquél,  hoy  canto  popular,  ó  fué  más  bien  su  pri- 
mitiva letra  la  causa  de  esta  persecución  y  de 
la  ira  y  rigores  del  Cadí? 

Paróceme  que  debió  ser  lo  segundo;  pero  de 
todos  modos,  y  bien  fuera  por  causa  de  su  letra, 
bien  por  la  música  en  sí,  ello  es  que,  si  no  mien- 
ten las  crónicas,  Muley-Tarek,  no  solamente 
prohibió  la  canción,  sino  que  además  impuso 
fuertes  multas  á  cuantos  la  cantaran,  desterran- 
do, por  último,  á  su  autor,  el  cual,  proscrito  y 
perseguido  con  encono,  tuvo  que  huir  refugián- 
dose en  la  antigua  Bilbilis,  ó  sea  en  la  patria 
del  gran  satírico  Marcial,  llamada  Kalat-Ayud 
(Castillo  de  Ayud)  por  los  árabes,  y  Calatayud 
simplemente  en  nuestros  días. 

Si  fuera  mi  ánimo  escribir  un  cuento,  si  pre- 
tendiera inventar  peripecias,  en  vez  de  relatar 
sucesos,  tal  vez  presentaría  el  destierro  de  Aben- 
Jot  como  efecto  de  una  terrible  conspiración 
política  en  la  cual  su  armoniosa  canción  repre- 
sentaría el  mismo  papel  que  representó  la  de 
Rouget  de  1'  Isle  en  la  revolución  francesa;  pero 
mi  intención  es  únicamente  consignar  lo  que  la 
tradición  consigna,  sin  entrometerme  en  las 
causas  que  tal  hecho  produjeron;  consigno  tan 
solo  que  Aben-Jot  se  refugió  en  Calatayud,  por- 
que esto  basta  á  mí  intento. 

En  Calatayud,  pues,  en  ese  pueblo  franco  y 
hospitalario  cuyos  hijos  se  han  distinguido 
siempre  por  su  carácter,  al  par  que  sencillo  y 
bondadoso,  altivo  y  siempre  arrogante,  fué  donde 
el  proscrito  músico  valenciano  lanzó  de  nuevo 
al  viento  las  notas  de  su  canción,  si  bien,  te- 
miendo las  primeras  veces  que  ésta  le  acarreara 
las  mismas  persecuciones  que  en  su  patria. 

Afortunadamente  para  Aben-.Jot,  no  fué  asi, 
ni  mucho  menos,  y  lo  que  en  Valencia  le  pro- 
porcionó disgustos,  le  valió  en  Aragón  plácemes 
y  congratulaciones. 

Los  aragoneses  necesitaban  sintetizar  en  un 
canto  su  carácter  viril  y  su  especial  modo  de 
ser,  y  como  el  de  Aben-Jot  revela  fuerza  y,  vi- 
gor, energía  y  entereza,  le  acogieron  con  entu- 
siasmo y  repetido  de  boca  en  boca  y  de  pueblo 
en  pueblo  llevado,  el  antiguo  reino  de  Aragón 
se  connaturalizó  en  breve  con  él,  adoptándole 
por  suyo,  y  como  á  suyo  mirándole. 

III 

Hasta  aquí  la  tradición  que  explica  el  origen 
y  consigna  el  nombre  del  autor  de  la  Jota,  la 
cual,  si  en  un  principio  no,  por  lo  menos  duran- 
te muchos  años,  fué  conocida  con  el  nombre  de 
El  canario. 

Asi,  por  lo  menos,  aparece  de  los  siguientes 
renglones,  tomados  de  la  vida  de  Pedro  Sabuto, 
el  cual,  refiriéndose  á  los  árabes,  y  haciendo  la 
descripción  de  una  de  sus  principales  fiestas, 
dice: 

«Tocaron  después  y  entre  otras  cosas,  El 
canario,  canción  que  entonces  se  usaba  mucho, 
y  bailaron  El  gitano  que  comenzaba  á  estar  en 
boga,  cuya  canción  y  baile,  de  variedad  en  va- 
riedad, y  de  nombre  en  nombre,  han  venido  á 
ser  y  á  llamarse  en  nuestro  tiempo  la  Jota  y  el 
Fandango.» 

La  Jota  aragonesa,  pues  como  casi  todas  las 
canciones  populares  de  nuestra  patria,  tiene  su 
origen  en  los  árabes,  los  cuales,  en  ella,  prescin- 
dieron de  ese  carácter  triste  y  melancólico  que 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


223 


predomina  en  la  generalidad  de  los  cantos  que 
de  ellos  tenemos  y  conservamos. 

La  Jota  aragonesa,  más  viril  y  alegre,  más 
arrogante  y  altiva  que  el  resto  de  las  canciones 
populares  que  los  árabes  nos  legaron,  tiene  algo 
de  la  alegre  arrogancia  y  de  la  bondadosa  for- 
taleza del  buen  pueblo  aragonés,  adorador  de  la 
Virgen  del  Pilar  (La  Pilarica),  y  entusiasta  de 
su  Jota. 

Después  de  la  guerra  de  la  Independencia  y 
sobre  todo,  después  de  la  heroica  resistencia 
que  Zaragoza  bajo  la  dirección  de  Palafox  opu- 
so á  Soult,  el  mejor  de  los  generales  de  Napo- 
león I,  la  Jota,  no  solamente  es  un  canto  popu- 
lar, sino  un  lábaro  glorioso,  pues  con  ella  por 
enseña  lucharon  y  vencieron  nuestros  padres. 

•La  Virgen  del  Pilar  dice 
que  no  quiere  ser  francesa, 
que  quiere  ser  cupitana 
de  la  gente  aragonesa.» 

cantaban  los  que  con  el  tío  Jorge,  el  del  arra- 
bal, al  frente,  hacían  con  los  heridos  muralla 
para  defender  el  Baluarte  de.  Santa  Engracia; 
mientras  que  los  pueblos  de  la  ribera  del  Ebro, 
viendo  al  ejército  ñ-ancés  avanzar  hacia  Zara- 
goza, corrían  á  defenderla  cantando: 

•Adiós,  puente  de  TndeU, 
por  debajo  pasa  el  Ebro, 
por  encima  los  franceses 
que  van  al  degolladero.» 

y  estas  y  otras  coplas  que  los  aragoneses  canta- 
ban, eran,  si  para  ellos  canto  de  esperanza  y  de 
independencia,  gritos  de  amenaza  y  de  muerte 
para  los  hijos  de  Francia. 

La  Jota  aragonesa,  pues,  árabe  por  su  autor 
y  valenciana  por  el  pueblo  de  su  nacimiento,  es, 
á  pesar  de  esto,  aragonesa,  y  esencialmente  ara- 
gonesa, como  es,  esencialmente  español  el  des- 
cubridor del  Nuevo  Mundo,  por  más  que  Cristó- 
bal Colón  naciera  en  suelo  italiano. 

Genova,  en  efecto,  es  la  patria  de  Colón,  pero 
el  descubridor  del  Nuevo  Mundo  nació  en  Pa- 
los de  Moguer,  pues  en  Palos  de  Moguer  y  no 
en  Genova,  fué  de  donde  el  atrevido  navegante 
partió  para  la  vida  de  la  inmortalidad  y  de  la 
historia. 

La  Jota,  por  iguales  razones,  es,  no  ya  árabe, 
ni  valenciana,  sino  aragonesa  de  pura  sangre, 
puesto  que  al  oiría,  se  oyen  los  cañonazos  y  re-^ 
vive  brillante  esa  magnífica  página  de  gloria 
que  inmortaliza  el  nombre  de  Palafox,  recordan- 
do el  indomable  valor  de  Zaragoza. 

Mabiano  Vallejo. 


"*- 


NUESTROS  GRABADOS 


HL    BDZrtN 

Dibujo  de  Schlittgen 

Ks  imposible  dejar  de  sentir  cierta  curiosidad  al  ver  á  una 
mujer  joven,  bonita,  elegante  y  nada  arisca,  al  parecer,  echar 
una  carta  al  correo,  y  esto  les  pasó  sin  duda  á  esos  dos  chicos 
que  se  están  en  nuestro  grabado  mirando  á  la  deliciosa  bel- 
dad que  en  aquel  momento  se  dispone  á  depositar  en  el 
buzón  una  carta  que  indudablemente  debe  ser  de  amores. 
¡Feliz  su  destinatario,  parecen  decirse  los  dos  pollosl  La  joven 
continuará  su  camino  y  ambos  Tenorios  creerán  de  rigor  su- 
plicarla les  favorezca  con  alguna  misiva  á  lo  oual  probable- 
mente contestará  la  interpelada;  *No  es  la  miel  para  la  boca 
del  asno.»  Porque  en  cuanto  á  ser  asnos  los  dos  mirones  no 
tiene  vuelta  de  hoja  que  lo  son. 

KL  IBTE   rCHICIO 

Son  escasísimos  los  ejemplaresque  existen  de  antigüedades 
fenicias:  á  la  verdad  no  puede  decirse  que  tuviesen  alli  arte 
propio  sino  que  imitaban  el  estilo  decorativo  del  Egipto,  la 
Asirla,  la  Persia,  y,  en  sus  lililmos  tiempos,  de  la  Grecia. 
Gente  práctica,  no  se  paraban  en  construir  templos  ni  tum- 
bas, sino  fortificaciones  y  recintos  murados,  por  tí  estilo  de 
los  muros  llamados  ciclópeo»  de  Tarragona.  (Dios  nos  libre, 
sin  embargo,  de  añrmar  que  anduviese  descaminado  del  todo 
Joaquín  Bartiina  cuando  atribula  la  fundación  de  éstos  á 
los  supradichos  fenicios). 

Su  escultura  se  empleaba  en  labrar  colosales  sarcófagos  en 
forma  de  tlguras  humanas  (véase  el  grabado)  á  los  cuales 
llama  M.  V^aía  sarcáfagos  antropoidet.  En  cuestión  de  cerá- 
mica estaban  adelantadísimos  excediendo  quizás  en  este 
arte  á  los  mismos  helenos. 


VHa   belleza  del  SIGLO  XTl 

Aunque  una  mujer  sea  hermosa  en  si  no  cabe  duda  que 
puede  parecerlo  más  según  el  traje  con  que  se  reviste.  Asi 
tenemos  que  las  damas  del  siglo  xvi,  cuando  eran  bellas,  ase- 
mejaban verdaderas  divinidades,  gracias  al  buen  gusto  y  ri- 
queza de  las  modas.  iDichoso  tiempo  aquel  en  que  cabla  ser 
original  y  no  se  vestía  la  gente  plagiando  la  indumentaria 
antigua  como  sucede  boy! 

LAS   UDJEBES  ALEUAHAS 
DKSPOÉS     DK      LA     BATALLA      DE     AQÜ*     SEXTIA 

Cuadro  de   W.    Liiidenschmidt 

Hay  que  reconocer  la  habilidad  del  pintor  que  ha  sabido 
concentrar  poderosamente  en  un  solo  episodio  todo  el  inte- 
rés de  la  lucha,  y  estarle  además  agradecido  por  haber  pinta- 
do entre  romanos  y  alemanes  otra  batalla  que  la  demasiado 
cantada,  pintada,  historiada  y  romanceada  de  la  selva  de 
Teutberg. 

QHKGOBIO    EL   OBANDE    CASTIGANDO    í   UN    FBAILE 

Cuadro  de  Basilio  Wereetchagine 

Fué  nombrado  Papa  el  monje  Hildebrando  en  1073;  era 
hijo  de  un  pobre  carpintero  y  profesó  en  la  abadía  de  Cluny. 
Hombre  de  severlsimas  costumbres,  de  grandes  alientos  y  de 
sin  igual  talento  organizador  procedió  sin  levantar  mano  á 
la  reforma  de  la  Iglesia,  tan  necesitada  de  ello  por  el  cáncer 
de  la  simonía,  y  otros  cánceres.  Gregorio  Vil  demostró  inque- 
brantable energía  en  corregir  los  abusos  del  clero,  y  no  me- 
nos vigor  para  poner  á  raya  á  los  reyes. 

Siendo  abad  del  monasterio  de  San  Pablo,  en  Roma,  en- 
contróse con  una  comunidad  depravadísima,  pero  tan  rigu- 
rosos fueron  los  castigos  que  impuso  á  los  delincuentes  — 
como  puede  verse  un  ejemplo  de  ello  en  nuestro  grabado,— 
que  aquellos  lobos  tornáronse  corderos  y  pronto  fué  el  mo- 
nasterio dicho  el  modelo  de  aquellos  que  más  se  distinguían 
por  la  disciplina  eclesiástica. 

Con  todo,  no  puede  estarle  España  muy  agradecida  al 
gran  Papa,  pues  á  él  se  debió  la  prohibición  de  emplear  el 
rito  mozárabe,  que  fué  sustituido  por  el  romsno. 

BOKDaDIjS  auieicakos 

Quizás  en  ninguna  nación  del  mundo  se  ha  establecido 
mayor  intimidad  entre  el  arte  y  la  industria  que  en  los  Es- 
tados-Unidos de  Norte- América.  Asi,  por  ejemplo,  el  arte  del 
bordado  ha  alcanzado  allí  una  importancia  de  primer  orden 
por  sus  aplicaciones  industriales,  dedicándose  infinidad  de 
señoras  á  la  especialidad  de  aquel  dibujo,  con  la  particulari- 
dad de  ser  en  todo  originales  y  tenar  carácter  propio  sus 
obras,  de  las  cuales  pneden  verse  algunas  reproducciones  en 
nuestros  grabados  de  hoy.  No  se  diga  en  su  vista  que  Amé- 
rica es  la  patria  tan  solamente  de  las  máquinas  de  coser,  pues 
de  fijo  que  en  ninguna  paite  se  borda  tan  delicadamente 
como  alU,  sin  máquina. 

ALBBBTO  DUBERO  EN  VENKCIA 

Obra  de  Beckcr 

Se  ha  dicho  con  justicia  que  Alberto  Durero  (1471-1528)  es 
el  Rafael  del  arte  alemán,  es  decir,  la  más  alta  personifica- 
ción del  mismo.  Hijo  de  Nuremberg  y  educado  en  un  taller 
de  platero  no  solamente  llegó  á  ser  pintor  y  grabador,  sino 
también  escultor,  arquitecto  y  literato,  como  Miguel  Ángel. 
Amigo  del  católico  Erasmo  y  del  luterano  Melanchton  mos- 
tróse ajeno  alas  contiendas  religiosas  y  civiles  de  ^u  época. 
«Su  genio,— dice  Viardot,  —  parece  resumir  el  carácter  de  su 
país;  es  grave,  lento  y  profundo,  bueno,  pero  fuerte  y  algu- 
nas veces  terrible,  más  potente  que  gracioso,  é  impregnado 
de  un  misticismo  particular  que  compone  los  caprichos  más 
desarreglados  de  la  Imaginación  con  los  objetos  de  la  más 
exacta  realidad.»  «iGenio  extraño!— dice  á  su  vez  el  malo- 
grado Charles  Blauc,— con  figuras  detalladas  hasta  la  prosa, 
expresa  ideas  de  una  indecisión  poética  y  á  menudo  es  un 
impenetrable  misterio.» 

Alberto  Durero  visjó  mucho  por  Flandes  é  Italia,  dete- 
niéndose especialmente  en  Brujas  para  estudiar  á  los  Van- 
Eyck  y  á  Hans  Hemling  y  en  Venecia  para  admirar  al  Gior- 
gione  y  á  Bellini,  armonizando  en  sus  obras  las  brillantes 
delicadezas  del  naturalismo  fiamencocon  el  estilo  más  noble 
y  más  pensador  del  idealismo  italiano. 

Nuestro  grabado  reproduce  una  escena  de  la  vida  de  Du- 
rero durante  su  primer  viaje  á  Venecia.  Era  entonces  hom- 
bre de  unos  treinta  años,  de  rostro  blanco  y  fresco,  de  ojos 
azules  muy  rasgados,  barba  rubia,  rizada  cabellera  y  expre- 
sión varonil. 

La  mayor  parte  de  sus  obras  se  admiran  en  Nuremberg, 
Viena,  Munich  y  Madrid,  llevando  todas  su  conocido  mono- 
grama de  una  D  pequeña  dentro  de  una  A  grande. 

Parece  que  desde  1511  no  pintó  ya  más  cuadros,  dedicán- 
dose al  grabado  en  cobre  ó  en  boj  ó  al  agua  fuerte,  sea  que 
sintiese  mayor  gusto  hacia  ello,  sea  porque  esto  le  valiese 
más  y  pudiese  contentar  asi  la  exigente  avaricia  de  su  arisca 
esposa  Inés  Frey,  que  fué  el  tormento  de  bu  vida  y  la  abrevió 
ciertamente. 

Muerto  Alberto  Durero,  el  arte  alemán  decayó  rápidamen- 
te y  se  extinguió  al  poco  tiempo,  dividiéndose  sus  discípulos 
en  italianos  y  flamencos,  pereciendo  de  todo  punto  abando- 
nado el  arte  nacional,  para  no  resucitar  hasta  principios  de 
este  siglo  con  Owerbeck  y  Cornelius. 


ÜH   BÍBOE 

Cuadro  de  Stanüand 

Sirvan  las  bellas  artes  para  ennoblecer  no  solamente  las 
heroicidades  guerreras  sino  también  las  proezas  de  los  pai- 
sanos. ¿Y  qué  proeza  más  digna  de  ser  ensalzada  que  la  de 
un  bombero  salvando  del  horrible  martirio  de  las  llamas  a 
un  semejante?  Mucho  se  merecen  los  hombres  arrojados  y 
heroicos  que  se  dedican  á  aquel  cargo  y  nunca  serán  bastan- 
te ensalzados  por  los  servicios  que  prestan  á  costa  de  su  vida 
y  expuestos  á  los  más  imponentes  peligros.  Día  llegará  en 
que  sólo  se  coní-Iderará  héroe  al  que  ejerza  actos  como  el  de 
nuestro  bombero  ú  otros  semejantes,  en  consonancia  con  el 
carácter  de  la  próxima  fase  histórica  en  que  la  humanidad 
habrá  de  ver  abolido  el  militarismo  al  comenzar  la  era  in- 
dustrial. 

EL  VESTIDO   DE    LA   ABUELITA 

Grande  interés  despierta  en  la  mujer  cuanto  se  refiere  á 
trapos,  y  asi  no  es  de  extrañar  la  atención  con  que  esas  seño- 
ritas examinan  el  magnifico  traje  de  ceremonia  que  allá  en 
sus  mocedades  lució  la  buena  de  la  abuelita.  Paréceles  sin 
duda  estrafalaria  vestimenta  aquélla,  pero  en  cambio  antó- 
Jasele  á  la  anciana  que  vallan  mucho  más  las  modas  de  su 
tiempo  que  no  las  del  presente.  En  todas  partes  se  presenta 
el  conflicto  entre  la  tradición  y  el  modernismo. 


EL  PREMIO  DE  SIEMPRE 


(con  TIN  o  ACIÓN) 
II 

ESPERANZAS  Y    DOLORES 

La  acción  avasalladora  del  tiempo  no  ha  des- 
pojado á  Roma  de  su  augusta  grandeza.  Emble- 
ma soberbio  de  otras  civilizaciones,  á  sus  rui- 
nas acuden  cuantos  gozan  en  la  contemplación 
del  pasado.  La  historia  encuentra  en  ella  sus 
mayores  encantos,  las  artes  su  eterna  inspira- 
ción, las  almas  manantial  inagotable  de  dulces 
meditaciones,  la  poesía  hermoso  motivo  de  sus 
cánticos,  la  religión  emporio  de  sus  grandezas, 
y  todos  los  pueblos  de  la  tierra  una  porción 
misteriosa  de  su  espíritu  y  de  su  orgullo,  cimen- 
tado en  aquella  remota  epopeya  greco-romana 
que  inmortalizara  la  más  admirable  etapa  del 
progreso  humano. 

Mil  locos  ensueños  de  gloria  cruzaron  por  la 
mente  de  Andrés,  apenas  pisara  el  sagrado  re- 
cinto de  la  hija  del  Tiber.  Arrancado  de  sus 
apacibles  montañas  por  la  fuerza  avasalladora 
del  destino,  mezclado  de  repente  á  esa  pléyade 
de  soñadores  y  artistas  que  pululan  en  Roma, 
teniendo  por  amable  Mentor  á  un  hombre,  si 
viejo  por  los  años,  joven  aún  por  el  entusias- 
mo, bien  pronto  se  posesionó  del  mecanismo  de 
la  pintura,  de  los  elementos  primordiales  del 
arte.  A  la  par  se  desenvolvían  en  él  un  cora- 
zón entusiasta,  una  inteligencia  vivísima  y  un 
conocimiento  perfecto  de  las  obras  maestras  de 
la  antigüedad,  cuyas  ocultas  bellezas  ponía  de 
relieve  á  sus  asombrados  ojos  su  maestro  y 
amigo. 

Poco  á  poco  iba  engrandeciéndose  la  inteli- 
gencia de  Andrés.  Roma  es  la  tierra  de  promi- 
sión para  los  artistas,  la  patria  de  los  sueños; 
sólo  alli  se  confunde  en  extraña  mescolanza  lo 
antiguo  con  lo  moderno;  un  esbelto  pórtico  se 
alza  al  lado  de  rústica  cabana;  se  encuentran 
sepulcros  de  nobles  familias  romanas,  junto  á 
murallas  destruidas,  y  no  es  raro  hallar  así  mis- 
mo, una  estatua  rota,  recuerdo  de  lejanos  tiem- 
pos, inmediata  á  un  edificio  de  construcción 
moderna;  por  todas  partes  el  arte;  donde  quiera 
que  se  pose  la  investigadora  mirada,  vestigios 
augustos  de  un  pasado  glorioso. 

Pues  bien;  al  contacto  de  tanta  belleza,  el 
alma  de  nuestro  adolescente  se  desenvolvía 
como  una  hermosa  flor  al  influjo  de  un  rayo  de 
sol,  y  nada  más  puro  que  las  primeras  manifes- 
taciones del  espíritu,  nada  más  bello  que  los 
primeros  impulsos  de  un  corazón. 

— Tienes  condiciones  para  ser  un  gran  artis- 
ta,— decía  Giocomo  al  joven, —  pero,  no  desma- 
yes en  la  lucha;  precisan  soberanos  alientos 
para  vencer  las  contrariedades.  Todos  hemos 
luchado;  yo  soy  viejo  ya,  y  lucho  todavía. 


•224 


LA  LLUSTflACION  IBÉRICA 


— Si  yo  llegara  á  vnestn»  altura,  creo  que  me 
volvería  loco  de  dicha.  ¡Ser  admirado  por  todos 
055  el  complemento  de  la  ventura! 

— Eso  no   lo   lograrás  nunca  por  completo, 


porque  hay  muchos  seres  mezquinos,  dedicados 
A  empequeñecer  los  triunfos  de  los  demás.  Para 
mí,  no  ha  llegado  todavía  la  hora  de  que  so  me 
haga  justicia;  luchando  por  imponerme  han  em- 


BORDADOS  AMERICANOS:  LA  LUNA  ALADA  (Dibujo  de  Dora  Wheeleri 


blanquecido  mis  cabellos,  invadiendo  repetidas 
veces  la  amargura  mi  corazón.  Sólo  una  cosa  no 
han  podido  arrebatarme,  ni  mis  enemigos  ni 
mis  desengaños,  ni  la  edad  misma:  el  entusias- 
mo que  alienta  en  mi  alma  con  soberano  impulso. 
— Cuando  contemplo  las  obras  de  los  grandes 
maestros, — contestaba  Andrés, —  me  siento  pe- 
queño, desespero  de  llegar  á  ser  algo,  y  la  fie- 


bre, hija  de  la  impotencia,  hace  circular  fuego 
por  mis  venas. 

— Espera,  espera, — decía  bondadosamente  el 
anciano;— la  gran  ciencia  de  la  vida  consiste  en 
saber  esperar.  Ya  lo  ves,  yo  soy  viejo  y  espero 
todavía.  No  lo  olvides. 

Después  de  estas  conversaciones  el  joven  co- 
gía lleno  de  fe  y  entusiasmo  los  pinceles;  el  in- 


terrumpido trabajo  le  parecía  ligero  y  fáciles 
de  vencer  todos  los  obstáculos. 

¡Qué  do  horas  felices  mecidas  por  los  más  dul- 
ces ensueños,  vio  transcurrir  Andrés  en  el  es- 
tudio de  su  maestro,  perfeccionándose  en  el 
arte! 

Pasaron  sois  años  con  la  rapidez  de  un  sueño. 
La  juventud  no  mide  el  tiempo;  Andi'és  se  ocu- 
paba poco  del  presente;  su  afán  era  conquistar- 
se un  nombre  para  el  porvenir. 

De  vez  en  cuando  recibía  noticias  de  la 
hermosa  casita  del  monte  Amaro;  los  ojos  del 
joven  se  humedecían  de  ternura  al  calor  de  les 
recuerdos  y  se  sentía  con  más  alientos  para  tra- 
bajar. Antiguas  relaciones  de  familia  abrieron 
para  Andrés  las  puertas  de  aristocráticos  salo- 
nes romanos,  pero  como  para  nuestro  joven  sólo' 
e.xistía  el  arte,  los  frecuentaba  muy  de  tarde  en 
tarde,  con  perfecta  indiferencia.  Ni  el  amor  mis- 
mo había  llamado  á  su  corazón,  absorbido  por 
completo  .en  la  contemplación  de  la  belleza  del 
arte. 

La  constante  lucha  que  con  sus  detractores 
sostenía  Giacomo,  con  admirable  perseverancia, 
fortalecía  más  y  más  á  Andrés  en  sus  propósi- 
tos de  llegar  al  logro  de  sus  deseos. 

Pero  |ay!  quebrantado  un  día  el  bondadoso 
maestro  por  la  edad  y  los  disgustos,  cayó  peli- 
grosamente enfermo,  y  conociendo  que  se  aproxi- 
maba su  fin,  llamó  junto  á  su  cama  al  joven. 

—Andrés,  —  dijo  sonriendo  con  dulce  sereni- 
dad,— me  muero;  no  se  gasta  inútilmente  en  la 
ruda  lucha  por  la  vida  la  fantasía,  pero  sí  el 
organismo.  Siento  dejarte,  porque  hubiera  que- 
rido asistir  á.tus  primeros  triunfos,  complacién- 
dome en  mi  obra.  Nada  has  hecho  todavía  para 
conquistarte  un  nombre,  pero  lo  alcanzarás, 
porque  vales;  tuyo  es  mi  estudio,  y  mi  modesta 
fortuna,  reunida  á  costa  de  mil  trabajos.  No 
desmayes:  sigue  con  fe  el  camino  emprendido,  y 
con  el  tiempo  ilustrarás  tu  nombre,  siendo  una 
gloria  de  nuestra  hermosa  Italia.  Yo  sucumbo 
sin  ver  cumplido  mi  anhelo  de  dejar  un  nombre 
quépase  á  la  posteridad,  pero  confío  que  habrá 
un  cielo  especial  para  los  artistas,  destinados  á 
sufrir  en  el  mundo  doble  tormento  que  los  demás 
humanos;  la  sed  del'  infinito  que  nunca  se  satis- 
face y  la  ingratitud  que  brota  siempre  ante  sus 
pasos. 

Murió  el  amigo  generoso  que  fué  para  Andrés 
consejero,  guía  y  casi  padre.  El  dolor  del  joven 
fué  inmenso,  terrible,  al  verse  sin  el  cariñoso 
apoyo  de  Giacomo.  Negra  nube  de  pei'sistente 
melancolía  invadió  el  espíritu  de  Andrés,  quien 
por  espacio  de  un  año  luchó  en  vano  con  el  re- 
cuerdo constante  de  su  bienhechor,  y  al  fin,  sin» 
tiéndese  enfermo,  resolvió  dejar  por  algún  tiem- 
po la  ciudad  Eterna,  donde  todo  le  recordaba  la 
muerte  del  más  noble  de  los  hombres. 

• — Sí,  sí, — murmuraba  Andrés  contemplando 
un  día  desde  el  Capitolio,  á  la  poética  luz  cre- 
puscular, el  panorama  inmenso  de  Roma; — 
quiero  buscar  nuevas  emociones  para  mí  espíri- 
tu lejos  de  aquí,  proporcionarme  algún  descanso 
y  distracción.  Me  trasladaré  á  Florencia,  la  ciu- 
dad de  la  alegría  y  los  amores,  en  vez  de  arras- 
trar lánguida  vida  por  la  ciudad  de  los  sepulcros. 

Y  Andrés,  entregado  á  tristes  meditaciones, 
dejaba  errar  su  mirada  por  los  monumentos  ro- 
manos, deteniéndola  en  los  sitios  favoritos  que 
había  visitado  con  su  amigo,  y  lágrimas  amar- 
gas aumentaban  por  momentos  su  agobiadora 
tristeza. 

Por  fin,  el  joven  pintor  abandonó  la  altiva  hija 
del  Tiber,  llevando  en  su  pecho  el  recuerdo 
tristísimo  del  perdido  amigo  y  sus  ensueños  de 
gloria,  nunca  desvanecidos,  porque  Andrés, 
á  pesar  de  sus  desdichas,  era  el  incorregible  so- 
fiador  de  siempre. 

(Se  continuará.) 

JüSEKA  Pujol  de  Coli-ado. 


AtllllMSTRAClO.'l:  C«fla,  365-367,  Ruóa  MíIímí,  Editor. — imnün  los  derethos  de  propiedad  irtíslieí  y  literaria. — Las  redamicioDes  en  Madrid,  al  representante  de  esta  Casa  D.  Mannel  Plí  y  Valor,  Apodaca,  10, 2.' 

)  INSÉRTESE  ó  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  ( 


BsTAsMctMarro  TipooiUnco  os  B.  Basida.— Caixb  db  Vuxaiuiobl,  múm.  17,  bicsakchb  db  San  Autohió.— Barcbloha. 


SEMANARIO     CIENTIFICO,     LITERARIO     Y    ARTÍSTICO 


Año  V 


I  ESPAÑA 

Un  uño 12'50  ptas 

Uti  semestre fi'50     » 

Número  suelto.     .     .     .      0'25     » 

PORTUGAL 

suscricíón  pagadera  semanalmente 

Cada  niimero. .    .    .  ñO  reis. 


Barcelona  9  de  Abril  de  1887 


CUBA  T  PÜEBTO-RICO 

ün  año 5  pesos  oro. 

En  el  resto  de  América  lijan  el  precio 
los  señores  corresponsales. 

EXTEANJERO 
Un  año ^  .    18  pesetas. 


ITúm.  223 


LA  MADONA  DE  GUIDO  RENf 


LA  ILÜSTltAClON  lUElllCA 


SUMARIO 

TBXf*.— Jfodrtd.  C»rta$  á  ••<  primux.  por  Fernanflor.— Xa 
■MiM  Ht  Jai*  ((onelo),  por  Ei'rique  Franro.-Sobre  el 
a»lBO  Btfar  Flwmina  Babilomit,  por  San  Juan  de  la  Ctui. 
—Somel»,  por  Luis  de  Góngors.— .4  la  enu  á  ntetta$,  por 
Lope  de  Veta.— ^  la  Virgtn  (poestt),  por  Alfonso  Álvaret 
de  VlUasandlno  (siglo  xt) — La  rttignaeión  ciútiaua,  por 
nádame  Svrelcblne.— iVt'iMra  lamcntacián  de  Jerevtiat, 
con  una  tntrodu«ci6n  del  poeta;  veislón  de  Mo»<h  Jueu 
Pinto  Delgado.— Cana'óii  d  la  Hedtneión  h«wtona,  por  don 
Joan  de  Jauregnl.— ¿«HUa  gU>»a)utotl  JJiKTtrt,  por  Fny 
Luis  de  Escobar.-  S<nuio,  por  Lope  de  Vega.— jl  In  colum- 
na. Kttamcia»  rtUffiotaf,  por  Cancionero  de  Ubeda.  — ./4  San- 
ta ¡loria  UagdaioM  (■>oesl*),  por  Bartolomé  I  e<'Uardo  de 
Argen'Ola  -El  Patwtode Sitília,  por  I  ulii  Viaidot.- Nues- 
tros gralwdos — La  rtiigiómde  Crino,  por  Antonia  Opisso. 

Gai SIDOS.— La  Madona  de  Guido  Renl.-El  Psímo  de  Sici- 
lia—La adtrsción  de  la  crus  el  Viernes  Santo.- Cristo 
ante  el  pueblo.  —Cristo  en  el  pilar.— >:i  Padre  Eterno  scs- 
irulendo  a  su  divino  Hijo  moerto.- Je»ús  lamentándose 
sobre  JernMÜén.— El  camino  del  Calvario.' 


MADRID 


CA-UTA-S    A.    J>a.Z    I»RI3VIA. 


ESTOS  días 


UERIDA  Carmen: — «No  escribas  la  carta 
correspondiente  á  la  Semana  Santa  en  el 
mismo  tono  que  acostumbras;  burlándote 
de  las  cosas  sagradas  como  te  burlas  de  las  del 
mundo.  Modera  siquiera  un  día  tus  malos  ins- 
tintos. > — Esto  me  dices  en  tu  carta  y  tanto  mo 
ha  ofendido  la  advertencia  que  para  castigarte 
voy  á  escribirte  en  serio.  Después  de  todo  tie- 
nes razón;  puesto  que  todos  nos  decimos  cristia- 
nos, lo  menos  que  podemos  hacer  es  parecerlo. 

Empecemos,  si  gustas,  por  el  Domingo  de  Ra- 
mos, que  es  el  primer  día...  Pero  no,  antes  ha- 
blemos de  la  semana  misma.  ¿A  qué  con  tantas 
recomendaciones  cristianas  ignoras  los  nombres 
que  la  Iglesia  la  ha  dado?Pues,se  llama  la  Sema- 
na Mayor  y  la  Semana  de  las  Vigilias;  porque 
los  primeros  cristianos  pasaban  la  noche  leyen- 
do la  Pasión;  (y  no  como  nosotros,  leyendo  los 
partes  facultativos  de  la  salud  de  la  Lolillo;  6 
la  relación  de  los  apuros  del  Espartero  por  ha- 
ber recibido  á  un  juez  de  la  misma  manera  que 
suele  recibir  los  toros).  Y  se  denomina  Semana 
de  los  Trabajos,  porque  el  Divino  Señor  los  pasó 
muy  grandes  desde  que  se  hizo  simple  mortal. 
Y  Semana  de  las  Indulgencias  por  lo  indulgen- 
te que  el  Maestro  estuvo  con  todos  los  que  le 
desconocieron  y  ultrajaron.  Y  Semana  de  los 
Ayunos;  sin  que  necesite  explicarte  el  significa- 
do de  este  nombre. 

Decía,  pues,  que  el  primer  día  es  el  Domingo 
de  Ramos;  al  que  la  Iglesia  da  solemnidad  inu- 
sitada. La  tradición  consigna  que  la  entrada 
gloriosa  de  Jesús  en  Jerusalén  se  realizó  el  do- 
mingo anterior  al  viernes,  día  de  su  muerte. 
Jesú.s  pasó  casi  toda  su  vida  en  la  pobreza  y  el 
abatimiento.  Pero  al  fin  tuvo  un  día  triunfal, 
como  lo  suelen  tener  todos  los  revolucionarios; 
y  entró  en  la  capital  de  la  Judea  con  pompa  y 
estrépito  de  un  rey;  los  judíos  le  recibieron  con 
ramos,  vítores  y  entusiasmo.  Después  debían 
crucificarle;  así  son  todos  los  pueblos.  Si  me 
permitieses  mezclar  lo  vulgar  con  lo  sublime,  lo 
religioso  con  lo  político,  te  diría  que  el  pueblo 
no  ha  variado  gran  cosa  desde  entonces:  después 
de  la  Revolución  de  Setiembre  entró  D.  Juan 
Prim  entre  el  delirio  de  las  masas  y  sintetizó 
estas  aclamaciones,  diciendo :  —  ¡  Con  iguales 
bríos  gritarían  si  me  llevasen  al  patlbulol — ¡El 
pueblo  tiene  dos  ídolos:  Jesiís  y  Barrabás!  Mas 
en  aquel  día  salió  á  recibir  á  Jesús  con  palmas 
y  ramos;  y  no  parecía  sino  que  los  bosques  se 
habían  puesto  en  movimiento  para  escoltar  al 
Mesías.  «Este  es  nuestro  Rey,  este  el  verdade- 
ro hijo  de  David. >  Los  niños  piden  bollos  y  per- 
miso para  no  ir  á  la  escuela  y  para  jugar;  las 
mujeres  se  adoman  con  lo  mejorcito  y  adornan 


también  los  pórticos  y  las  fachadas  de  sus  casas; 
los  pobres  tienden  en  el  suelo  sus  mantos  y  sus 
túnicas  para  entapizar  las  calles:  y  hasta  los 
hombres  de  orden  pierden  la  chaveta  y  lanzan 
el  grito  de:  ¡Bien  venido  sea  el  que  viene  en 
nombre  del  Señor!  que  era  como  si  dijesen  hoy: 
¡Viva  Ruiz  Zorrilla! 

El  hijo  de  David,  el  Rey  de  Israel,  viene 
montado  sobre  un  pollino,  sin  guardia,  sin  sé- 
quito, sin  escolta.  Y  por  cierto  que  el  hombre 
debiera  haber  honrado  más  al  animal  que  sirvió 
á  Dios  de  cabalgadura.  Pero  no  ha  sido  asi:  le 
ha  deshonrado  con  los  empleos  más  ruines,  con 
los  epítetos  más  groseros;  le  ha  calumniado  su- 
poniéndole perversos  instintos.  El  que  á  Dios 
condujo  lleva  fardos  al  mercado;  recibe  palizas, 
viste  pobres  y  sucios  arreos;  y  acaba  su  trabajo- 
sa y  útil  vida  en  un  muladar.  En  cambio  el  ca- 
ballo, el  animal  que  simboliza  el  Imperio  que 
condenó  á  Jesús;  el  animal  feroz  é  inútil  para 
el  bien,  el  animal  de  la  guerra  y  de  la  vanidad, 
obtiene  confortable  existencia,  magníficos  pese- 
bres, premios  de  la  cria  caballar,  de  los  clubs  y 
de  las  damas  y  suele  morir  entre  aplausos,  co- 
mo viejo  batallador,  en  la  plaza  de  toros.  La 
Iglesia,  sin  perderse  en  estas  elucubraciones, 
solemniza  la  entrada  de  Jesús  con  la  bendición 
de  las  palmas  y  ramos  que  distribuye  á  los  sa- 
cerdotes y  al  pueblo...  Aquéllos  y  éste  formados 
en  procesión  salen  del  templo;  ciérranse  las 
puertas;  ábrense  de  nuevo  y  volviendo  á  entrar 
todos,  úñense  en  alabanzas  al  Señor  y  á  sus 
maravillas  y  grandezas.  Desde  el  siglo  IV  se  ce- 
lebra esta  fiesta  sin  interrupción.  La  tierra  está 
materialmente  cubierta  del  polvo  en  que  se  han 
convertido  tantas  benditas  palmas.  Algo  ha  de- 
caído la  costumbre  de  comprar  estos  ramos  y 
ponerlos  en  los  balcones:  antes  sólo  se  vendían 
palmas  largas,  enteras,  completas;  pero  desde 
hace  tiempo  y  por  conciliar  la  religión  y  la  eco- 
nomía, se  venden  unos  cogollitos  rizados  que 
parecen  el  esprit  de  algún  morrión;  pero,  en  fin, 
todavía  entre  las  muestras  de  las  liquidaciones 
por  cesación  de  comercio  y  las  sociedades  de  se- 
guros se  destaca  una  palma  curvada,  dorada, 
fina  y  elegante.  La  palma  tenia  la  misión  do 
alejar  los  rayos  de  los  edificios;  Franklin,  con 
su  prosaica  invención,  ha  perjudicado  mucho  á 
las  palmas.  En  el  palacio  de  nuestros  reyes  se 
coloca  en  un  balcón  una  magnífica,  llena  de  ri- 
zados y  adornos;  que  parece  hecha  por  algún 
peluquero  de  fama:  nada  queda  en  ella  de  la  na- 
tural gallardía  ni  simplicidad  del  desierto;  pa- 
rece una  imitación  de  esos  paljllos  llenos  de 
hojarasca  que  fabrican  con  su  navaja  los  presi- 
diarios. 

Y  para  concluir  con  este  díate  diré  quo  Jesús 
entró  en  Jerusalén  montado  en  un  pollino  de 
procedencia  desconocida:  «Habiéndose  acercado 
Jesús  á  la  ciudad  y  al  monte  de  las  Olivas,  en- 
vió á  dos  de  sus  discípulos,  diciéndoles: — Id  al 
castillo  que  está  en  frente  de  vosotros  y  encon- 
traréis una  pollina  atada  y  con  ella  un  pollino; 
desatadlos  y  traédmelos,  y  si  alguno  os  dijere 
algo,  decid  que  el  Señor  tiene  necesidad  de  ellos 
é  inmediatamente  os  los  dejará.» — Todo  esto  su- 
cedió así.  Entre  los  que  presenciaron  la  entrada 
de  Jesús,  debía  estar  el  dueño  de  la  borrica  y 
del  buche;  pero  es  lo  cierto,  prima,  en  honor 
suyo,  que  no  se  sabe  dijera  nada.  Este  procedi- 
miento de  adquisición  se  ha  plagiado  alguna  vez 
por  los  hombres  con  igual  éxito...  El  poeta  Zo- 
rrilla cuando  se  escapó  de  su  casa, — él  lo  cuen- 
ta en  sus  Memorias, — montó  en  una  caballería 
que  pastaba  suelta  en  el  campo:  llegó  á  Valla- 
dolid,  vendió  la  yegua  y  vino  á  la  corto.  Tam- 
bién ha  tenido  Zorrilla  su  Domingo  de  Ramos: 
y  también  ha  leído  un  discurso  á  los  doctores 
en  la  Academia.  ¡Coincidencias  extrañas! 

Hé  aquí  que  ya  so  ha  concluido  el  domingo  y 
que  nos  encontramos  en  lunes.  Jesús  no  pasó  la 
noche  en  Jerusalén:  volvió  en  el  lunes  y  en  el 
camino  de  Cafarnaun  tuvo  hambre  y  habiendo 
encontrado  una  higuera  vio  que  no  tenia  fruto, 
sino  solo  hojas.  Jesús  la  maldijo.  Esto,  segiin 
los  comentaristas,  significa  que  debe  maldecirse 
las  almas  hipócritas  y  secas,  todas  hojarasca 
sin  obra  buena.  Entró  en  Jerusalén,  se  presentó 


en  el  templo  y  le  encontró  ocupado  por  los  mer- 
caderes. Por  muy  bondadoso  que  uno  sea,  suele 
uno  ver  cosas  que  le  sulfuran  y  esto  pasó  á 
Jesús.  Echó  á  rodar  las  mesas,  los  mostradores, 
las  arcas,  las  mercancías  y  el  dinero  y  dijo  pa- 
labras inolvidables;  que  todavía  repiten  con 
frecuencia  los  políticos,  los  periodistas  y  los 
enemigos  de  los  curas.  Después  curó  muchos 
enfermos  y  predijo  la  destrucción  del  mismo 
templo  en  que  hablaba.  Estando  en  casa  del  le- 
sucitado  Lázaro,  María  Magdalena  se  llega  al 
Señor  y  con  aceite  de  nardo  puro  le  unge  los 
pies;  enjugándoselos  luego  con  los  cabellos. 
Judas,  gran  economista,  calculó  que  aquel  bál- 
samo hubiese  podido  valer  seiscientos  reales  y 
opinó  que  mejor  hubiese  sido  venderlo  que  de- 
rramarlo en  las  plantas  de  Jesiis.  Jesús  aprobó 
lo  hecho  y  dijo  á  la  Magdalena  que  guardase  el 
resto  para  ungirle  en  el  sepulcro.  Con  ser  tan 
justo  como  era  no  pudo  menos  de  ser  sensible  á 
una  mujer  quo  llegaba  con  perfumes,  con  cari- 
ño y  con  llanto. 

Salió  y  volvió  el  martes.  La  higuera  se  había 
secado.  El  discípulo  Pedro  lo  reparó.  El  miér- 
coles, á  presencia  del  pueblo,  con  todos  sus 
discípulos,  explicó  á  los  judíos  la  significación 
del  Bautismo.  Habló  misteriosamente  de  su  fin 
próximo  y  llenó  el  espLcio  de  sombríos  augu- 
rios. Llegó  el  Jueves  Santo.  De  los  más  solem- 
nes de  la  Iglesia;  en  él  se  celebra  el  gran  Mis- 
terio de  Ja  Eucaristía:  del  establecimiento  del 
sacerdocio  de  la  ley  de  gracia  y  del  lavatorio 
de  los  pies  á  los  discípulos.  ¿A  qué  referirte  las 
costumbres  actuales  de  nuestra  Iglesia  y  de 
nuestros  reyes?  Pedro  y  Juan  fueron  encarga- 
dos de  disponer  la  cena  en  que  celebrar  la  Pas- 
cua. Ya  en  aquel  tiempo  el  pobre  cordero,  em- 
blema de  excelsas  virtudes,  era  sacrificado  al 
apetito  del  hombre:  Jesús  se  sentó  con  los  doce 
apóstoles  á  la  mesa,  que  tenia  figura  de  media 
luna,  como  también  lo  tenía  el  banco  en  que  se 
recostaron  todos.  Jesús  ocupó  el  lugar  más  alto, 
el  discípulo  Pedro  el  inmediato,  á  su  mano  de- 
recha; y  después  de  éste  seguían  los  dcmá.s  por 
orden  de  edad,  de  modo  que  Juan  vino  á  estar 
al  lado  de  su  maestro  á  la  izquierda.  En  lo.s 
banquetes  de  hoy  las  preferencias  son  otras;  la 
posición,  el  dinero,  la  caprichosa  indicación  del 
huésped,  todo  menos  la  correlación  de  las  eda- 
des; orden  exclusivamente  divino.  fcTomad,este 
es  mi  cuerpo,- — dijo  tomando  el  pan  y  pai-tién- 
doloy  ofreciéndoselo, — bebed,  esta  es  mi  san- 
gre,— añadió  brindándoles  una  copa  de  vino.» 
La  Iglesia  consagra  en  este  día  el  Okn  de  los 
enfeimos,  el  Santo  Chiisnin  para  la  administra- 
ción del  Sacramento  del  Bautismo  y  el  Oleo  de 
¡os  catecúmenos,  que  sirve  para  la  administra- 
ción de  los  Sacramentos  del  Bautismo  y  del 
Orden  y  para  la  unción  sagrada  de  los  sobera- 
nos. No  ignoras  que  esta  consagración  sólo 
pueden  verificarla  los  obispos.  Ya,  por  la  no- 
che, canta  la  Iglesia  los  Maitines  solemnes, 
para  recordar  las  exequias  de  Jesús. 

Viernes,  ¡día  de  luto,  de  llanto,  de  expiación, 
de  horror,  en  que  la  Naturaleza  se  conturba, 
gime,  so  desquicia  y  parece  sensible!  ¡Viernes 
Santo,  el  Mayor,  ti  de  la  Redención!  No  se  cele- 
bra misa.  Ni  en  los  primeros  siglos  se  abrían, 
en  todo  el  día,  las  puertas  de  los  templos.  Se 
celebra  un  oficio  de  profunda  tristeza.  Lóense 
profecías  de  Oseas  y  de  otros  profetas,  que  to- 
dos anuncian  la  muerte  del  Hijo  de  Dios.  Se  lee 
el  Evangelio  de  San  Juan,  el  prendimiento  en 
el  Huerto,  cómo  le  condujeron  á  casa  de  Anas, 
cómo  fué  juzgado  por  Pilatos,  cómo  el  pueblo 
pidió  su  muerte,  cómo  fué  atado  al  pilar  y  es- 
carnecido y  azotado,  cómo  Pilatos  no  encon- 
trando culpabilidad  en  él  quoria  soltarle,  cómo 
le  dijeron: — ¡Si  le  sueltas  no  eres  amigo  do  Cé- 
sar!— cómf)  Pilatos  temeroso  de  perder  el  des- 
tino entregó  á  Jesús  para  que  le  cnicificasen.  Y 
cómo  le  ciucificaron.  Y  cómo  José  de  Arimathoa 
obtuvo  permiso  de  retirar  el  cuerpo  de  Jesús  y 
le  puso  en  un  sepulcro  nuevo. 

¡Vioi-nes  Santo!  ¿Quién  no  puede  recordar 
como  el  poeta,  la  Iglesia  de  su  niñez,  y  que  se 
amedrentó  y  conmovió  oyendo  la  voz  del  sacer- 
dote, que  relataba  las  angustias  do  la  Madre  de 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


227 


Dios  al  pié  de  la  cruz?  ¿Quién  no  dice  con  Zo- 
rrilla: 

El  templo  era  oscuro, 

restados  pilares 

se  velan,  y  altares 

de  negro  crespón, 

y  en  la  alta  ventana 

meciéndose  el  viento 

mentía  un  lamento 

de  lúgubre  son; 

la  voz  piadosa 

tu  historia  contaba; 

el  pueblo  escuchaba 

con  santo  pavor; 

ola  yo  atento 

y  el  hombre  decía: 

ly  quién  pesarla 

tamaño  dolorl 

El  hijo  pendiente 

de  cruz  afrentosa, 

la  madre  amorosa 

llorándole  al  pié; 

el  llanto  anudóme 

oido  y  garganta; 

con  lástima  tanta, 

póstreme  y  lloré. 

Sábado  Santo.  Concluye  la  Semana.  Se  ben- 
dicen los  cinco  granos  de  incienso  y  se  colocan 
en  el  cirio  pascual.  Se  enciende  la  vela  dividida 
en  tres  brazos  que  representa  la  Santísima 
.  Trinidad.  Se  encienden  luego  todas  las  lámpa- 
ras; el  mundo  ha  salido  ya  de  las  tinieblas.  La 
Iglesia  deja  las  vestiduras  de  luto,  se  viste  con 
los  ornamentos  de  gala,  descúbrense  los  altares, 
repican  las  campanas;  la  Iglesia,  todos  los  cris- 
tianos, el  mundo  todo  debe  alegrarse.  Dios  ha 
subido  al  cielo  y  solo  el  hombre,  ya  purificado, 
queda  en  la  tierra. 

En  celebridad  de  tan  fausto  suceso  la  huma- 
nidad deja  el  libro  de  oraciones  y  coge  la  no- 
vela de  última  moda;  se  abren  los  salones  de  la 
sociedad  y  se  vuelve  á  pecar. 

Yo  te  aconsejo  que  no  te  dejes  arrastrar  por 
los  malos  ejemplos;  que  vivas,  después  de  Se- 
mana Santa,  como  si  todas  las  semanas  fuesen 
tan  santas  como  ella  y  que  en  vez  de  atenerte  á 
la  rutina  respetable  que  nos  hace  mejores  en 
siete  días,  nos  edifiques  con  una  vida  ejemplar 
é  irreprociía  Je.  Te  propongo  que  empieces  por 
dar  calabazas  á  tu  novio. 

Si  no  encuentras  aún  bastante  seria  esta  car- 
ta te  observaré  que  la  palabra  es  lo  de  menos  y 
el  espíritu  lo  más,  y  que  el  espíritu  cristiano 
dignifica  las  burlas  y  las  palabras  más  santas 
no  pueden  dignificar  el  escepticismo. 

Vive,  pues,  alegre  y  cristianamente,  que  es 
la  mejor  vida. 

Así  te  lo  desea,  querida  Carmen,  tu  primo 


Fkun.^nkliiu. 


-*- 


LA  MUERTE  DE  JESÚS 


SONETO 


Del  Gólgota  en  la  cumbre  se  levanta 
leño  afrentoso,  en  que  morir  espera 
Jesús,  el  defensor  de  verdadera 
causa  sublime,  bendecida  y  santa. 

Ved  al  Dios-hombre,  cuya  faz  encanta, 
como  al  rigor  que  entre  la  turba  impera 
desvía  .su  mirada  lastimera 
de  la  vil  chusma  cual  aspecto  espanta. 

Llore  por  El  la  humanidad  doliente, 
quién  su  cariño  y  religión  estime 
doble,  al  mirarle,  con  dolor  la  frente, 

pues  el  que  en  rudas  contorsiones  gime, 
es  aquel  Dios  que  ha  de  adorar  la  gente 
y  que,  al  morir,  la  humanidad  redime! 

Enrique  Franco. 


SOBRE  EL  SALMO 


POR  SAN  JUAN   DE  LA  CRUZ 

Encima  de  las  corrientes 
que  en  Babilonia  hallaba, 
allí  me  senté  llorando, 
allí  la  tierra  regaba, 
acordándome  de  ti, 
oh  Sión,  á  quien  amaba. 
Era  dulce  tu  memoria, 
y  con  ella  más  lloraba. 
Dejé  los  trajes  de  fiesta, 
los  de  trabajo  tomaba, 
y  colgué  en  los  verdes  sauces 
la  música  que  llevaba, 
poniéndola  en  el  deseo 
de  aquello  que  en  ti  esperaba. 
Allí  me  hirió  el  amor, 
y  el  corazón  me  sacaba, 
dijele  que  me  matase, 
pues  de  tal  suerte  llagaba. 
Yo  me  metía  en  su  fuego 
sabiendo  que  me  abrasaba, 
disculpando  á  la  avecita 
que  en  el  fuego  se  acababa. 
Estábame  en  mí  muriendo, 
■  y  en  tí  sólo  respiraba, 
en  mí  por  tí  me  moría, 
y  por  ti  resucitaba; 
que  la  memoria  de  tí 
daba  vida  y  la  quitaba. 
Gozábanse  los  extraños 
entre  quien  cautivo  estaba. 
Preguntábanme  cantares 
de  lo  que  en  Sión  cantaba. 
Canta  de  Sión  un  himno, 
veamos  como  sonaba; 
decid  ¿cómo  en  tierra  ajena, 
donde  por  Sión  lloraba, 
cantaré  yo  el  alegría 
que  en  Sión  se  me  quedaba? 
echaríala  en  olvido 
si  en  la  ajena  me  gozaba. 
Con  mi  paladar  se  junte 
la  lengua  con  que  hablaba, 
si  de  tí  yo  me  olvidare 
en  la  tierra  do  moraba. 
Sión  por  los  verdes  ramos 
que  Babilonia  me  daba, 
de  mí  se  olvide  mi  diestra, 
que  es  lo  que  en  tí  más  amaba, 
si  de  ti  no  me  acordare 
en  lo  que  más  me  gozaba, 
y  si  yo  tuviere  fiesta, 
y  sin  tí  la  festejara. 
¡Oh  hija  de  Babilonia, 
mísera  y  desventurada! 
Bienaventurado  era 
aquel  en  quien  confiaba, 
que  te  ha  de  dar  el  castigo 
que  de  tu  mano  llevaba. 
Y  juntará  sus  pequeños, 
y  á  mí,  porque  en  tí  lloraba, 
á  la  piedra,  que  era  Cristo, 
por  el  cual  yo  te  dejaba. 


SONETO 


*■ 


Pender  de  un  leño  traspasado  el  pecho 
y  de  espinas  clavadas  ambas  sienes, 
dar  tus  mortales  penas  en  rehenes 
de  nuestra  gloria,  bien  fué  heroico  hecho. 

Pero  más  fué  nacer  en  tanto  estrecho, 
donde  para  mostrar  en  nuestros  bienes 
adonde  bajas  y  de  donde  vienes, 
no  quiere  un  portalillo  tener  techo. 

|No  fué  esta  más  hazaña,  oh  gran  Dios  mío! 
del  tiempo  por  haber  la  helada  ofensa 
vencido  en  tierna  edad  con  pecho  fuerte. 

(Que  más  fué  sudar  sangre  que  haber  frío); 
sino  porque  hay  distancia  más  inmensa 
de  Dios  á  hombre  que  de  hombre  á  muerte. 

Luís  DE  GÓNGOR.\ 


A  LA  CRUZ  A  CUESTAS 


POR   LOPE   DE  VEGA 

La  leña  del  sacrificio 
lleva  en  sus  hombros  Isaac,    ■ 
aunque  no  ha  de  bajar  ángel 
á  detener  á  Abrahan. 
Que  el  puro  manso  Jesús, 
que  el  Bautista  en  el  Jordán 
llamó  Cordero  de  Dios, 
se  quiere  sacrificar. 
El  que,  entre  Moisés  y  Elias, 
vieron  Pedro,  Diego  y  Juan, 
en  las  cumbres  del  Tabor, 
lleno  de  luz  celestial; 
ese  mismo  á  un  monte  triste, 
no  lejos  de  la  ciudad, 
porque  piensen  que  es  ladrón, 
entre  dos  ladrones  va. 
Un  madero  al  hombro  lleva, 
lugar  que  ha  do  pisar. 
el  sólo  racimo  fértil 
de  aquella  vid  virginal. 
En  su  delicado  cuello 
lleva  el  principe  de  Paz 
de  dos  pesadas  columnas 
su  imperio  y  cetro  real. 
Al  son  de  trompetas  tristes 
pregones  injustos  dan: 
esta  es  la  justicia  dicen, 
pero  no  dicen  verdad. 
Sí,  esta  es  la  envidia,  dijeran 
bien  pudieran  acertar; 
mas  siempre  se  vale  el  mundo 
de  las  disculpas  de  Adán. 
Dicen  que  al  César  hurtaba 
la  romana  majestad, 
por  hacerse  rey  quien  era 
hijo  de  Dios  natural. 
Mucho  le  pesa  la  cruz, 
los  pecados  mucho  más; 
con  ellos  ha  dado  en  tierra, 
que  no  los  puede  llevar. 
Llevadlos,  Jesús  querido, 
que  si  vos  no  los  lleváis, 
esclavos  seremos  todos 
del  tirano  Leviatan. 
Cayó  Cristo,  y  por  la  frente 
con  el  golpe  desigual 
se  le  entraron  las  espinas 
lo  que  faltaban  de  entrar. 
Cególe  el  polvo  los  ojos, 
si  el  sol  se  puede  cegar; 
la  boca  llena  de  .sangre 
se  estampó  en  un  pedernal. 
Suspira  el  manso  Cordero; 
ayuda  pidiendo  está, 
y  á  palos,  golpes  y  coces 
le  vuelven  á  levantar. 
Como  tiraron  la  soga, 
volviendo  el  cuerpo  hacia  atrás, 
miró  al  cielo  enternecido, 
pero  viole  sin  piedad. 
¡Ay,  virginales  entrañas! 
Los  pasos  apresurad, 
y  el  angélico  decoro 
si  le  queréis  consolar. 
Para  conocer  su  rostro 
desfigurado  y  mortal 
la  imagen  del  Padre  Eterno 
con  vuestras  tocas  limpiad. 
Abrazadle,  Virgen  santa, 
porque  si  vos  lo  abrazáis, 
al  regalo  desos  pechos 
consuelo  el  suyo  tendrá. 
Mas  el  descomedimiento 
desa  gente  desleal 
atrepellará  furioso 
vuestra  santa  honestidad. 
Mejor  es,  alma,  que  vos 
con  vuestra  cruz  le  sigáis, 
porque  quien  tras  él  la  lleva 
ese  le  viene  á  ayudar. 
Que  si  de  vuestros  pecados 
el  peso  á  la  cruz  quitáis, 
haréis  que  le  pese  monos, 
y  Cristo  camine  más. 


EL  PASMO  DE  SICILIA  (Cuadro  de  Rafael,  e: 


exlsteute  en  el  Museo  Nacional ) 


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230 


LA  ILUSTRACIÓN   IBÉRICA 


A  LA  VIRGEN 


p«r  alfonso  alvarez  dk  villasaudino 
(siglo  xv) 

Generosa,  muy  fennosa, 

sin  mansilla  Virgen  santa, 

virtuosa,  poderosa, 

de  quien  Lucifer  se  espanta, 

tanta 

fué  la  tu  grand  homildat, 

que  toda  la  Trenidat 

en  ti  se  encierra,  se  canta. 
Plasentero  fué  el  primero 

goso,  Señora,  que  hoviste, 

cuando  el  vero  mensajero 

te  salvó,  tú  respondiste. 

Troxiste 

en  tu  seno  virginal 

al  Padre  celestial, 

al  cual  sin  dolor  pariste. 
¿Quién  sabría  nin  diría 

cuanta  fué  tu  homildanza, 

oh  María,  puerta  é  vía 

de  salud  é  de  folganza? 

Fianza 

tengo  en  ti,  muy  dulce  flor, 

que,  por  ser  tu  servidor, 

habré  de  Dios  perdonanza. 
Noble  rosa,  Fija  é  Esposa 

de  Dios,  é  su  Madre  dina, 

amorosa  es  la  tu  prosa, 

jíve,  stella  matutina. 
Encuna 

tus  orejas  de  dulzor, 
oyendo  á  mi,  pecador, 
ayudándome,  festina. 

Quien  te  apela,  Maristela, 
flor  del  ángel  saludada, 
sin  cáptela  non  recela 
la  tenebrosa  morada. 
Criada 

fuste  limpia,  sin  error, 
porqu'el  alto  Emperador 
te  nos  dio  por  abogada. 

Que  parrias  al  Mexias 
dixeron  gentes  discretas. 
Jeremías  é  Isaías, 
Daniel  é  otros  profetas. 
Poetas 

te  loan  é  loarán, 
é  los  santos  cantarán 
por  ti  en  gloria  chanzonetas. 

¡O  beata  immacttlati, 
sin  error  desde  abenitio, 
bien  barata  quien  te  cata, 
mansamente  sin  bolliciol 
Servicio 

fase  á  Dios  nuestro  Señor 
quien  te  sirve  por  amor, 
non  dando  á  sus  carnes  vicio. 


LA  RESIGNACIÓN  CRISTIANA 


POR     MADAME    SWETCHINE 


La  resignación  es  una  de  las  virtudes  de  que 
ha  dotado  al  mundo  el  cristianismo:  no  es  que, 
desde  el  comenzar,  el  alma  humana  no  la  haya 
contenido  en  si  misma,  con  todos  los  principios 
del  mal  y  del  bien,  sino  que  iónicamente  á  la 
luz  de  la  revelación  se  ha  manifestado  mar- 
cada con  ese  carácter  de  libertad,  de  amor,  de 
suavidad  y  de  fuerza  con  que  los  santos,  que 
son  los  sabios  del  cristianismo,  nos  la  muestran 
revestida. 

El  hombre  ha  sufrido  siempre,  ha  visto  siem- 
pre su  voluntad  contrariada  y  siempre  con 
fuerzas  más  6  menos  desiguales  lucha  con  el 
deslino.  Con  todo,  aunque  necesariamente  ven- 
cido en  muchas  circunstancias,  en  cuanto  á  la 
acción  exterior  que  le  es  menester  soportar,  el 
hombre  queda  dueño  en  el  fondo  de  su  corazón 


de  las  condiciones  de  su  derrota,  y,  por  la  ley 
de  la  libertad  moral  bajo  la  cual  vive  interior- 
mente, está  cierto  de  poder  escapai-  á  toda  vo- 
luntad que  no  sea  la  suya.  Doblarse  ó  desafiar, 
resistir  ó  someterse,  adorar  6  negar  son  otras 
tantas  sendas  que  permanecen  abiertas  ante  él. 
Lo  que  decide  de  su  elección  es  únicamente  la 
idea  que  se  forma  del  poder  que  le  domina,  se- 
gún le  suponga  inteligente  6  ciego,  amigo  ó 
enemigo,  implacable  ó  impasible.  Un  senti- 
miento instintivo  nos  advierte  que  la  simple 
fuerza  no  tiene  nada  de  moral  y  que  sólo  ima 
ley  espiritual  tiene  el  derecho  de  mandarnos, 
por  lo  cual  la  voluntad,  en  nosotros,  sigue  las 
modificaciones  que  sufren  las  creencias  y  las 
opiniones  y  reacciona  al  mismo  tiempo  sobre 
las  impresiones  que  alcanza,  para  combatirlas 
en  su  doble  y  tan  fuerte  raíz  de  la  naturaleza  y 
del  hábito. 

El  primer  sistema  religioso  que  se  presenta 
á  nuestro  pensamiento  es  el  de  esa  Grecia  tan 
ingeniosa  en  sus  ficciones  y  cuya  mitología  nos 
han  hecho  familiar  nuestros  primeros  estudios. 

Examinando  la  influencia  que  este  sistema 
ejercía  sobre  la  voluntad  humana,  nos  encon- 
tramos sorprendidos  primeramente  ívnte  esa  dei- 
dad sombría  que  cerniéndose  como  soberana 
sobre  las  pasiones  personificadas  de  que  está 
poblado  el  Olimpo  no  se  revelaba  sino  por  fa- 
llos arbitrarios  é  irrevocables.  El  Dios  verda- 
dero amo  de  los  dioses,  amo  de  aquel  que  usur- 
paba el  nombre  del  Dios  supremo,  se  llamaba 
el  Destino,  el  Destino  con  su  ceguera  profunda 
y  con  el  cinismo  de  sus  decretos  caprichosos  y 
tiránicos.  Júpiter,  formador  y  ordenador  de  un 
mundo  que  no  había  creado  y  que  no  realizaba 
ningún  plan  que  fuese  comprensible,  no  se  pre- 
sentaba á  los  hombres  ni  como  legislador  ni 
como  juez.  Con  mano  indiferente  había  impreso 
el  movimiento  á  los  elementos  sacados  del  caos, 
sin  que  el  mal,  cuya  naturaleza  y  origen  se 
convertían  en  problemas  sin  solución,  hubiese 
incurrido . en  su  animadversión.  La  acción  de 
Júpiter  sobre  los  acontecimientos  del  mundo  no 
era  más  libre  que  moral  había  sido  su  pensa- 
miento al  formarlo;  su  voluntad  obedecía,  ella 
también,  á  los  decretos  sin  apelación  emana- 
dos de  un  poder  cuya  esencia  era  profunda- 
mente desconocida;  la  fuerza  ciega  hallábase 
por  todo,  y  en  ninguna  parte  la  autoridad  que 
desciende  de  Dios  á  los  hombres  por  el  mando 
explícito  y  directo. 

Bajo  la  ley  de  un  politeísmo  brillante,  que 
no  había  olvidado  más  que  el  respeto  á  los  dio- 
ses y  la  piedad  para  la  naturaleza  humana, 
vióse  al  pueblo  más  adelantado  y  más  inteli- 
gente de  la  tierra  en  el  que  la  necesidad  del  dere- 
cho y  de  la  justicia  habría  debido  recibir  un 
estimulante  nuevo  de  su  propio  desenvolvi- 
miento, persistir,  sin  embargo,  en  un  sistema 
que  desterraba  de  los  cielos  la  sabiduría  y  hasta 
la  libertad.  Y  cuando  tales  dioses,  en  perpetua 
contradicción  con  la  conciencia  del  género  hu- 
mano, inclinábanse  ante  el  falum  y  sus  tinieblas 
que  sumían  en  desesperación  á  la  razón,  la  vo- 
luntad humana  no  podía  encontrar  por  sobre  de 
ella,  ni  regla,  ni  luz,  ni  apoyo;  veíase  desde  en- 
tonces forzosamente  entregada  á  la  alternativa 
de  una  lucha  insensata  ó  de  un  desaliento  amar- 
go y  abyecto.  Así,  en  las  pinturas  que  nos  ha 
dejado  la  antigüedad  del  hombre  en  lucha  con 
el  infortunio,  no  vemos  sino,  salvo  algunas  ilus- 
tres excepciones,  la  rigidez  del  orgullo  ó  la 
embriaguez  que  nace  de  los  placeres  de  los  sen- 
tidos: Ayax  6  Epícuro,  hé  ahí  los  dos  términos 
á  que  debía  casi  inevitablemente  conducir  el 
dolor,  sea  que  llevase  á  aturdirse  ó  á  desafiarlo 
todo. 

Habiéndose  debilitado  las  creencias  religiosas 
en  los  griegos,  vinieron  á  resolverse  en  siste- 
mas de  filosofía.  El  del  Pórtico  exaltó  más  que 
otro  alguno  el  poder  de  la  voluntad,  esforzán- 
dose en  mostrarla  triunfante  hasta  en  sus  inú- 
tiles resistencias  á  los  decretos  de  la  suerte; 
Í)retensión  vana  que  no  tuvo  otro  resultado  que 
as  apariencias  de  una  impasibilidad  quimérica 
y  una  mentirosa  negación  del  dolor. 


El  fatalismo  mahometano,  corrupción  de  prin- 
cipios verdaderos,  como  el  islamismo  entero,  ex- 
travió la  resignación  por  falsos  caminos.  El 
mundo,  á  los  ojos  de  los  sectarios  de  Mahoma, 
no  era,  como  á  los  ojos  de  los  paganos,  condu- 
cido por  una  divinidad  ciega;  pero  reconociendo 
una  causa  primera,  libre  é  inteligente,  un  Dios 
espíritu  y  por  quien  todo  ha  sido  hecho,  detenían 
irrevocablemente  todos  los  acontecimientos  en 
su  seno,  de  suerte  que  por  una  parte,  encade- 
nándose á  sí  mismo,  perdía  Dios  hasta  el  dere- 
cho de  dejarse  conmover,  y  de  otra  despojaba 
al  hombre  de  toda  libertad  moral. 

En  este  punto  de  vista.  Dios  no  borra  para 
escribir,  sino  que  es  la  palabra  de  Pilatos  la 
que  tiene  fuerza  constante  y  universal:  Lo  que 
está  esa-ito,  está  escrito. 

Instrumento  dócil  en  manos  de  un  jefe  ar- 
diente y  hábil,  el  islamismo  se  apoderó  del  ins- 
tinto perezoso  del  Oriente  para  dar  á  la  sumi- 
sión ciega  toda  la  actividad  que  se  retiraba  del 
espíritu  y  del  corazón,  y  dirigió  esta  sumisión 
hacia  el  fanatismo  guerrero.  La  creencia  en  up 
decreto  que  fijaba  por  adelantado  el  porvenir 
desconocido,  hacia  inútil  toda  prudencia,  arma- 
ba á  los  musulmanes  de  un  invencible  valor, 
excitado  todavía  por  el  dogma  de  la  salvación 
que  obtenían  todos  aquellos  á  quienes  la  muer- 
te sorprendía  con  las  armas  en  la  mano. 

Esta  creencia,  y  todas  las  indulgencias  ofre- 
cidas á  la  sensualidad,  motivaron  en  gran  par- 
te el  éxito  de  este  islamismo  que  estuvo  á  punto 
de  recibir  por  corona  la  conquista  material  del 
mundo;  pero  donde  quiera  que  el  fanatismo 
guerrero  no  tuvo  que  proteger  el  fanatismo  re- 
ligioso, el  mahometismo  dio  sus  frutos;  extin- 
guió la  actividad  moral  en  el  doble  sueño  de  la 
pereza  y  de  la  voluptuosidad,  y  partiendo  de  la 
imprevisión  para  llegar  á  la  incuria,  sumió  las 
almas  en  un  sopor  letárgico. 

El  quietismo  indiano,  otra  forma  igualmente 
desnaturalizada  de  la  resignación,  toma  su  ori- 
gen en  un  error  sutil  y  fundamental,  en  un 
panteísmo  que  confunde  todas  las  sustancias  é 
invierte  todas  las  relaciones.  El  alma  humana 
no  es  considerada  en  él  como  creación  del  Al- 
tísimo sino  como  una  porción  de  Él  mismo,  de 
la  misma  manera  que  la  chispa  es  una  parte  del 
fuego  de  donde  se  desprende.  Concíbese  que  en 
tal  hipótesis,  se  convierta  muy  legítimamente 
en  fin  de  sí  mismo,  y  que  vm  estado  de  satisfac- 
ción imbécil,  de  inmovilidad^  externa  é  interna 
sea  una  de  las  consecuencias  de  su  absorción  en 
la  unidad  divina. 

Todo  error,  cuando  pasa  de  la  especulación  á 
la  vida  real,  hácese  peligroso  para  la  moral,  y 
en  este  sentido  el  resultado  lógico  de  este  dog- 
ma indiano  de  la  absorción  es  separar  la  acción, 
hacer  desaparecer  la  noción  del  deber,  atacar  la 
energía  humana  en  el  doble  objeto  que  debe 
proponerse,  el  amor  al  prójimo  y  el  desinterés 
de  sí  mismo.  En  lugar  do  marchar  á  la  luz  de 
los  preceptos  vivificantes,- — la  resignación  con- 
duciendo al  hindo  á  la  indolencia, — parece  se- 
guir la  sombra  y  la  declividad  de  las  inclina- 
ciones naturales;  anula  la  inteligencia,  saca  toda 
su  fuerza  de  la  imaginación,  de  vagas  especu- 
laciones qiie  no  tienen  más  aplicación  sino  la 
inútil  práctica  de  las  más  extrañas  puerilida- 
des. Aún  tratándose  de  los  gimnosofistas  de  la 
India  repugna  reproducir  las  acusaciones  vul- 
gares de  hipocresía  y  de  mentira,  pero,  prescin- 
diendo de  ellas,  como  exigen  el  buen  sentido  y 
la  experiencia,  esas  sorprendentes  aberraciones 
nos  demuestran  aún  hasta  qué  punto  unos  prin- 
cipios aisladamente  verdaderos,  intenciones  rec- 
tas y  una  incontestable  fuerza  de  inercia  de- 
fienden mal,  así  que  se  está  fuera  de  la  verdad, 
contra  las  conclusiones  más  insensatas. 

Si,  pues,  una  sumisión  de  respeto  y  de  amor 
no  puede  dirigirse  á  una  causa  ciega,  si  negar 
el  sufrimiento  es  otra  cosa  que  enseñarnos  á  so- 
portarlo, si  es  igualmente  verdadero  que  esta 
sumisión,  en  las  condiciones  que  hacen  de  ella 
una  virtud,  nn  procede  ni  de  un  i'atalismo  que 
estereotipa  á  Dios  y  al  mundo,  ni  de  un  quie- 
tismo que  vaporiza  todas  las  verdades  de  que 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


231 


se  apodera,  ¿no  estamos  obligados  á  concluir 
que  la  resignación,  tal  como  poseemos  la  noción 
de  la  misma,  depende  de  las  verdades  reve- 
ladas? 

Sin  Dios  y  el  hombre,  conocidos  como  son  á 
la  doble  luz  de  la  historia  y  del  dogma,  hubiera 
faltado  siempre  el  carácter  moral  de  la  autori- 
dad al  poder  que  dispone  de  nuestro  destino  y 
jamás  el  temor  servil  hubiera  dejado  su  puesto 
al  respeto  filial.  El  solo  hecho  de  la  Redención, 
en  su  doble  carácter  de  potencia  y  de  caridad, 
nos  inicia  más  adentro  en  la  justicia,  en  la  con- 
veniencia, en  el  mérito,  en  el  buen  sentido  de 
la  sumisión  perfecta,  que  todas  las  inducciones 
humanas,  todos  los  cálculos  de  la 
prudencia,  las  demostraciones  abs- 
tractas y  los  vagos  puntos  de  vista 
de  una  huera  teosofía. 

Un  dios  vago,  impersonal,  cual- 
quiera, que  quiere  permanecer  des- 
conocido en  su  reino  más  allá  de 
los  soles,  no  podría  ejercer  ningún 
derecho  sobre  el  hombre  abando- 
nado á  sí  mismo  é  ignorante  á  la 
vez  de  sus  grandezas  y  de  su  nada. 
Para  crear  en  nosotros  esta  sumi- 
sión firme,  tierna  y  paciente,  es 
menester  que  el  ruego  dirigido  á 
Dios  por  un  gran  santo:  Noverim 
te,  noverim  me  (¡Conoceros!  ¡Cono- 
cerme!), haya  sido  elevado  en  el 
fondo  de  nosotros  mismos;  es  me- 
nester que  ese  Dios,  tan  desfigura- 
do por  la  ignorancia  y  la  mala  fe, 
sea  verdaderamente  á  los  ojos  del 
hombre,  el  Dios  vivo,  el  Dios  crea- 
dor que  nos  sacó  de  la  nada,  lo  mis- 
mo que  todas  las  cosas,  y  después 
de  la  caída  dignóse  reparar  su  obra; 
es  menester  que  remontando  las 
edades,  el  hombre  haya  visto  des- 
envolverse el  magnífico  cuadro  de 
las  más  sorprendentes  misericor- 
dias, y  no  faltar  Dios  jamás  á  los 
suyos,  aun  cuando  parece  abando- 
narlos; es  menester  sobre  todo  que 
una  fe  viva  le  muestre  en  los  cielos 
ol  Dios  que  nos  ha  hablado,  el  buen 
Dios,  el  Dios  hijo  del  hombre,  ese 
Emmanuel  del  altar  que  ha  venido 
á  enseñárnoslo  todo,  que  ha  venido 
á  vivir,  morir,  morar  entre  nos- 
otros! 

En  defecto  de  estos  auxilios  divi- 
nos, puédese ,  sin  duda ,  fiar  el 
honor  en  el  valor  y  oponer  una 
frente  serena  á  los  golpes  de  la 
suerte,  pero  no  es  á  una  firmeza  de 
aparato,  á  una  buena  cara  exterior, 
á  actos  aislados,  á  lo  que  se  limita 
la  resignación  cristiana  que  debe 
penetrar  todos  los  sentimientos  an- 
tes de  traducirlos  por  de  fuera.  Es- 
ta resignación  es  mejor  la  libre  ex- 
presión de  una  voluntad  regenera- 
da y  victoriosa  que  un  esfuerzo  de 
virtud;  es  mejor  una  situación  del 
alma  que  una  adhesión  calculada 
y  medida  sobre  la  prueba  del  momento.  Nunca 
se  podrá  repetirlo  bastante:  la  permanencia  de 
tales  efectos  supone  esencialmente,  y  ante  todo, 
una  fe  viva,  ilustrada,  activa,  tal  como  sola- 
mente podrá  formarla  el  cristianismo,  porque  él 
solo,  en  su  admirable  repartición  de  luz  y  de 
sombra,  muéstrase  igualmente  armado  de  jus- 
ticia y  de  misericordia  y  maravillosamente 
atento  á  todo  lo  que  pasa  en  la  tierra.  A  la  sabi- 
duría que  todo  lo  ha  prevenido  y  todo  lo  ha  pre- 
parado pertenecía  el  atraer  á  sí,  dejándolas  li- 
bres, todas  nuestras  voluntades,  y  si  nuestro 
Dios  no  se  hubiera  llamado  para  nosotros  la 
Providencia,  jamás  nuestro  corazón  hubiera 
concebido  la  verdadera  y  viviente  resignación. 

No  hay  sistema  religioso  que  haya  proclama- 
do más  altamente  que  el  cristianismo  la  liber- 
tad del  hombro.  Encerrada  en  esta  palabra 
misma  del  Omnipotente:  Hagamos  el  Jiomhre  á 


nuestra  imagen,  es  igualmente  atestiguada  por 
el  más  antiguo  de  los  hechos  humanos  á  que 
podamos  remontarnos,  el  pecado  original,  que 
no  es  ¡ay!  más  que  un  inmenso  y  criminal  acto 
de  libertad. 

Si  el  hombre  no  tuviese  una  personalidad 
distinta,  una  vida  propia,  la  inteligencia  para 
conocer,  la  facultad  de  elegir,  si  uo  tuviese  una 
esfera  de  acción  y  en  la  conciencia  un  inexpug- 
nable asilo,  ¿dónde  estaría  su  semejanza  con 
Dios? 

Si  el  hombre  no  fuese  libre,  ¿cómo  habría  po- 
dido ser  culpable?  ¿cómo  \  hubiera  quebrantado 
los  designios  de  Dios  y  consumado  su    propia 


JESÚS  ANTE  EL  PUEBLO  (Estatua  por  Mark  Antokolíkj) 


desgracia?  Sin  libertad,  nada  de  responsabili- 
dad; sin  responsabilidad,  ningún  acto  estaría 
marcado  con  el  sello  de  moralidad,  y,  por  con- 
siguiente, toda  justicia  en  la  aplicación  de  la 
recompensa  y  del  castigo  se  haría  imposible. 

Por  esto  solo  de  ser  la  libertad  el  carácter  de 
su  naturaleza,  distingüese  el  hombre  del  resto 
de  la  creación  y  está  investido  de  una  vida  es- 
pecial y  personal  que  le  hace,  con  la  gracia, 
dueño  y  artesano  de  su  propio  destino.  Por  el 
libre  albedrío,  el  hombre,  colocado  entre  el  bien 
y  el  mal,  puede  ser  culpable  ó  meritorio;  porque 
la  voluntad  humana  puede  protestar,  resistir, 
sufriendo  la  ley  que  interiormente  rechaza,  es 
por  lo  que  su  adhesión  tiene  un  sentido,  un 
consentimiento,  un  valor  y  por  lo  que  su  elec- 
ción, sea  cual  fuere,  pesa  en  la  balanza. 

Pero  esta  libertad,  que  en  Dios  es  absoluta, 
no  ha  sido  para  el  hombre  sino  magníficamente 
concedida;  el  primer  atributo  de  su  realeza  so- 


bre el  mundo  no  puede  ser  más  que  una  prime- 
ra servidumbre  respecto  á  aquel  de  quien  la 
tiene.  Dios  ha  colocado  al  hombre  en  la  cima 
de  la  creación  para  que  él  concentrase  sus 
rayos  y  su  homenaje  recibiese  por  ello  más 
unidad  y  valor.  Ha  creado  al  hombre  libre  para 
elevar  su  dependencia  y  hacerle  un  mérito  de 
confesarla.  Por  grande  que  sea  el  hombre,  todo 
lo  ha  recibido  y.  de  cada  uno  de  sus  privilegios 
nace  siempre  su  deber. 

Al  sentimiento  de  esta  libertad  común  á  to- 
dos los  hombres  añade  el  cristianismo  el  cono- 
cimiento del  uso  que  hace  de  ella;  mide  con  los 
ojos  el  abismo  abierto  por  la  caída  y  ve  toda  la 
imposibilidad  de  llenarlo  sin  la  gracia. 

De  estos  dos  términos,  fundamentos  primiti- 
vos de  una  misma  historia,  el  hombre  creado 
libre  y  el  hombre  caído,  base  revelada  que  nos 
descubre  todo  el  pensamiento  de  Dios  y  toda 
nuestra  debilidad,  nacen  inmediatamente  dos 
virtudes  que  pertenecen  propiamente  al  cristia- 
nismo: la  humildad,  de  la  cual  el  mundo  an- 
tiguo no  había  oído  hablar  jamás,  y  la  sumisión, 
irreconocible  bajo  los  disfraces  del  error. 

Siendo  el  orgullo  la  causa  de  la  caída  del 
hombre,  ¿no  corresponde  acaso  á  la  humildad  el 
levantarlo?  Existe  una  correlación,  secreta  y 
poderosa,  entre  la  libertad  que  ha  comprome- 
tido todos  sus  derechos  y  la  resignación  que, 
confiándose  á  los  medios  reparadores,  hace  re- 
montar al  hombre  al  rango  de  donde  jamás  ha- 
bría debido  descender.  Toda  la  moral  cristiana 
es  la  expresión  lógica  de  la  situación  en  que  la 
libertad  y  la  caída  han  colocado  al  hombre.  Esta 
moral  es  como  una  vasta  red  que  lo  abraza  todo 
por  entero;  todas  sus  partes  son  idénticas,  á  pe- 
sar de  sus  proporciones  diversas;  cada  una  pre- 
senta la  misma  marca,  hasta  en  las  deducciones 
lejanas  en  las  que  cuesta  algún  trabajo  encon- 
trar la  sustancia  del  precepto  bajo  la  forma  eté- 
rea y  sublime  del  consejo. 

Con  todo,  entre  estas  deducciones  las  hay  que 
surgen  más  inmediatamente  de  las  entrañas 
mismas  del  dogma  cristiano  y  que  son  como  sus 
primogénitas;  la  humildad  y  la  resignación  re- 
claman los  honores  de  esta  primogenitura.  Esas 
dos  virtudes,  en  efecto,  no  ponen  solamente  en 
plena  luz  el  carácter  más  saliente  de  la  moral 
cristiana,  sino  que  inician  en  todo  lo  que  su 
esencia  tiene  de  más  íntimo  y  de  más  profundo, 
y  son  aún  los  medios  eficaces  por  los  cuales  las 
más  explícitas  y  elevadas  enseñanzas  alcanzan 
una  realización  completa.  Así,  mientras  que  la 
humildad  se  hacía  la  primera  virtud  del  hombre, 
á  causa  del  orgullo  que  había  sido  el  principio 
do  su  caída,  la  resignación  se  encadenaba  vo- 
luntariamente para  expiar  las  demasías  de  la 
libertad. 

La  redención,  obra  de  adorable  é  infinita  mi- 
sericordia, cuya  potencia  se  ha  concentrado  por 
entero  en  los  postramientos  de  la  obediencia, 
nos  muestra  inmediatamente  por  debajo  de  las 
tres  virtudes  teologales  la  humildad  y  la  resig- 
nación. Humillarse  y  sufrir:  hé  ahí  el  real  ca- 
mino en  el  cual  Nuestro  Señor  nos  precede;  hu- 
millarse y  sufrir,  es,  con  la  gracia,  toda  la 
alegría  de  la  inocencia  y  toda  la  confianza  del 
hombre  pecador;  es  todo  el  perfume  de  las  hu- 
mildes flores  que  crecen  al  mismo  pié  de  la 
cruz. 

Nacida  á  las  primeras  claridades  del  mundo 
y  apoyada  en  las  verdades  que  nos  han  trasmi- 
tido la  Escritura  y  la  Tradición,  la  resignación, 
tal  como  la  concibe  el  pensamiento  cristiano, 
no  puede  tener  nada  de  común  con  las  vías  tra- 
zadas por  la  sabiduría  del  paganismo.  ¿Cómo, 
en  su  sentido  íntimo,  razonable  y  sincero  no 
hubiera  el  cristianismo  juzgado  al  estoicismo 
falso  y  contradictorio?  ¿Cómo  no  hubiese  juz- 
gado la  negación  del  dolor  particularmente  ab- 
surda en  un  sistema  que  no  se-deja  atacar  por 
él,  puesta  que  no  le  opone  ninguna  esperanza? 

Él  cristianismo,  obra  de  Aquel  que  ha  hecho 
la  natuialeza,  no  trastorna  de  tal  manera  sus 
leyes,  ni  aun  mediante  la  introducción  del  ele- 
mento  sobrenatural;  no   pretende  suprimir  el 


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234 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


dolor,  sino  que  lo  parifica,  lo  alivia  santificán- 
dolo, lo  justifica  á  nuestros  ojos  mostrándonos 
su  relación  profunda  con  nuestras  verdaderas 
necesidades,  y  él  solo  sabe  endulzarlo  hacién- 
donos entrever  la  felicidad  que  puede  merecer- 
nos un  día.  No  e<  la  verdad,  ¡ay!  la  que  negará 
jamás  el  dolor,  ella,  que  ha  venido  á  sondear 
sus  profundidades,  á  mostrar  sus  designios,  ella 
que  tan  bien  sabe  igualmente  toda  la  dignidad 
á  que  eleva  al  alma  humana  y  todo  lo  que  en 
ella  debe  fecundar.  En  lugar  de  negarlo  pueril- 
mente, despójalo  de  todo  lo  que  lo  extravia  ó 
lo  corrompe,  lo  transforma  por  el  secreto  de  una 
alquimia  divina.  Transformar  pertenece  al  hom- 
bre que  obra  en  nombre  de  Dios;  no  crear  6 
aniquilar. 

En  el  sistema  del  encadenamiento  fatal  de 
todas  las  causas  y  de  todos  los  efectos,  el  cris- 
tiano ve  un  cul{»able  atentado  cometido  contra 
la  potencia  y  la  libertad  del  soberano  Ser.  La 
informe  noción  de  un  Dios  creador,  y,  sin  em- 
bargo, alísente  de  su  obra;  no  sé  qué  decreto 
una  sola  vez  pronunciado  que  produce  para 
siempre  más  sus  consecuencias  inflexibles,  de- 
ben dejar  al  hombre  lleno  de  terror  ó  de  estu- 
pidez, y  alejar  de  él  con  la  esperanza  hasta  la 
fe  en  la  piedad  celeste.  ' 

Descendido  al  dominio  de  la  acción,  el  dogma 
de  la  fatalidad  no  ejerce  estragos  menos  funes- 
tos quitando  á  la  actividad  humana  todo  ver- 
dadero estimulo.  Y,  en  efecto,  ¿para  qué  obrar, 
para  qué  combatir  la  inercia,  la  pereza  3'  la  li- 
gereza si  nuestros  esfuerzos  son  vanos,  si  en 
nosotros  y  fuera  de  nosotros  nada  es  modifica- 
ble,  si  Dios  no  espera  nada  de  nosotros,  si  no 
es  verdad  que  siendo  como  somos  agentes  libres 
y  reflexivos,  al  damos  Dios  su  ley  nos  haya  re- 
velado su  pensamiento  y  se  haya  dignado  to- 
mamos por  cooperadores;  si  no  es  verdad,  en 
fin,  que  en  esta  inmensa  escena  del  presente 
que  proyecta  su  sombra  sobre  la  eternidad  ten- 
gamos que  continuar  la  obra  de  Dios,  que  hace 
valer  nuestro  talenjo  y  al  fin  de  cada  día  mere- 
cer un  salario? 

Los  hipócritas  esfuerzos  para  asimilar  la  re- 
signación cristiana  al  fatalismo  musulmán  no 
lograrán  jamás,  por  más  que  se  haga,  confundir 
disposiciones  separadas  entre  sí  por  los  más  ca- 
racterísticos síntomas.  El  turco  toma  la  víspera 
por  el  día  siguiente;  en  él  la  inerte  sumisión 
precede  á  la  acción  en  lu^r  de  seguirla,  y 
cuando  no  la  separa  de  3¡,  la  debilita;  esta  vo- 
luntad, en  su  imbécil  adolescencia,  temería  pa- 
sar á  la  virilidad.  Fuera  de  la  verdad,  la  volun- 
tad es  una  fuerza  sospechosa;  se  la  encadena  6 
se  la  embratece  á  falta  de  poder  gobernarla.  El 
cristiano  es  menos  tímido;  la  resignación  acti- 
va, inteligente  hasta  el  cabo,  no  es  para  él  más 
(jue  el  término  de  su  actividad  misma,  la  última 
razón  de  todos  los  esfuerzos  intentados  y  ago- 
tados. Solamente  después  de  haber  desplegado 
todos  sus  recursos,  puesto  en  juego  todas  sus 
fuerzas,  entra  el  cristiano  en  el  reposo  de  la  su- 
misión perfecta,  vencedor,  sea  cual  fuere  el  re- 
sultado de  la  lucha,  porque  la  victoria,  para  la 
conciencia,  no  es  más  que  el  cumplimiento  de 
su  deber  y  el  acabamiento  de  su  tarea  toda  en- 
tera. 

No  sería  más  justo  querer  reconocer  algo  de 
la  resigaacióu  cristiana  en  las  falsas  semejanzas 
del  quietismo  indiano. 

A  jHísar  de  todo  lo  que  el  cristianismo  lleva 
en  sí  de  abandono  tierno  á  la  voluntad  divina, 
de  propensión  á  unirse  á  ella  y  de  felicidad  al 
entregarse  á  la  misma,  los  sentimientos  que 
hace  germinar  no  tienen  nada  de  común  con  la 
ab.-<orci6n  de  toda  personalidad  y  la  orgullosa 
j)rf't''iisión  4"  una  identidad  blasfematoria.  El 
cristianismo  perfecciona  la  virtud  humana  por 
la  acción  de  su  principio  divino;  hace  sierva  la 
materia  y  combate  sus  usurpaciones,  y,  sin  em- 
bargo, la  hace  participar  en  todas  las  santifica- 
ciones del  alma-  8u  respecto  por  las  realidades 
le  pone  en  guardia  contra  los  sueños  pueriles, 
contia  las  quimeras  piadosamente  engendradas 
por  la  imaginación,  contra  las  ilusiones,  por 
santo  que  pueda  parecer  su  origen,  por  inocen- 


tes que  sean  sus  efectos.  Siempre  recubre  con 
símbolos  sensibles  los  pensamientos  más  sutiles, 
siempre  para  renovar  nuestras  fuerzas,  nuevos 
Anteos,  nos  hace  tocar  la  sustancia  del  deber. 

Hemos  dicho  lo  que  la  resignación  cristiana 
no  era:  tratemos  al  presente  de  decir  alguna 
cosa  de  lo  que  e.s. 

Las  definiciones  de  la  fe  no  son  las  únicas  á  las 
cuales  la  Iglesia  aplica  su  dictadura  soberana; 
extiéndese  ésta  igualmente  sobre  la  moral  y  el 
dogma  las  contiene  á  una  y  otra,  no  pudiendo 
venir  la  afirmación  más  que  de  él.  La  Iglesia, 
es,  pues,  á  la  vez  la  ortodoxia  en  hecho  de 
creencias  y  la  infalible  rectitud  en  hecho  de  no- 
ciones morales.  El  símbolo  traducido  y  pasado 
al  dominio  de  la  acción  da  á  los  preceptos 
SH  valor  y  su  sentido;  él  es  también  quien  pre- 
serva todas  las  verdades  que  nos  hace  conocer, 
de  la  interpretación  estrecha,  de  la  extensión 
injusta,  de  toda  desviación,  de  todo  cambio  de 
lugar  en  cuya  virtud  podría  ser  alterado  el  or- 
den de  las  importancias.  Dios,  que  no  excluye 
nada  porque  lo  abraza  todo,  lleva  de  frente  to- 
das las  simultaneidades;  ha  hecho  el  lugar  de 
todas  las  cosas,  en  la  naturaleza,  en  la  dualidad 
del  hombre  y  también  en  este  mundo  espiritual 
en  el  cual  todas  las  virtudes,  como  todas  las 
verdades,  se  concilian  entre  sí.  La  Religión  nos 
las  presenta  como  hermanas  que  tienen  igual 
derecho  á  la  herencia  paterna  y  que  están  des- 
tinadas á  sostenerse  siempre,  á  no  perjudicarse 
jamás,  no  pudiendo  ninguna  de  ellas  extender- 
se legítimamente  en  perjuicio  de  las  otras,  es- 
tando puesta  la  integridad  de  cada  una  bajo  la 
salvaguardia  de  todas. 

A  través,  pues,  de  los  escollos  del  brutal  fa- 
talismo, del  quietismo  indolente,  es  por  donde 
la  resignación  cristiana  traza  su  camino  para 
no  favorecer  ningún  exceso  y  preservar  á  la 
virtud  misma  de  todo  entremetimiento,  como  de 
toda  irregularidad.  Bastante  bella  para  no  que- 
rer más  que  la  belleza  que  le  es  propia,  bastan- 
te poderosa  para  encerrarse  en  sus  límites,  bas- 
tante humilde  y  bastante  elevada  á  la  vez  para 
tratar  directamente  con  Dios,  libre,  viviente, 
fuerte,  generosa,  tranquila,  serena  y  digna  ante 
todo,  la  resignación  reviste  sucesivamente  to- 
dos estos  caracteres  ó  los  presenta  confundidos 
en  un  reflejo  sublime. 

Sí;  es  digna  y  altiva  esta  resignación  que  do- 
bla la  cabeza  é  hinca  la  rodilla;  no  se  podría 
privarla  del  alto  rango  que  asegura  á  la  volun- 
tad la  obediencia  voluntaria.  <  ¡Que  el  Señor  te 
mande! »  este  grito  del  arcángel  Miguel  es,  se- 
gún la  palabra  de  un  elocuente  escritor,  el  más 
noble  deseo  que  una  criatura  puede  formar  en 
favor  de  otra  criatura.  ¡Que  Dios  te  mande!  y 
la  suavidad  y  la  fuerza  acompañarán  su  mando 
y  el  yugo  del  Señor  te  librará  de  todo  otro. 

¡Sí;  la  resignación  es  libre;  porque  no  hay 
acto  más  soberano  que  aquel  por  el  cual  resigna 
uno  su  libertad! 

La  resignación  es  viviente  y  gloriosa;  vi- 
viente, porque  hay  más  vida  en  la  muerte  de 
aquel  que,  según  la  palabra  del  Evangelio,  se 
muere  á  sí  mismo  que  en  la  maj'or  parte  de 
aquellos,  sombras  ó  cadáveres,  que  el  combate, 
la  abnegación  y  el  sacrificio  no  han  ennoblecido 
nunca;  gloriosa,  porque  el  cristianismo  so  re- 
signa comoAbraliam  obedece.  Todo' lo  lia  apren- 
dido de  la  palabra  revelada;  reconócela  aún, 
hablada  ó  traducida,  igualmente  inteligible,  en 
los  acontecimientos  que  Dios,  sin  rechazar  el 
concurso  de  nuestra  impotencia,  escoge  para 
la  manifestación  de  su  voluntad.  Harta  cla- 
ridad ilumina  el  hilo  conductor  que  el  fiel  tiene 
entre  sus  manos  para  que  se  inquiete  de  las  os- 
curidades donde  el  deber  Je  arrastra,  y  como  no 
es  de  las  probabilidades  de  éxito  de  lo  q\M 
pide  cuenta  sino  de  la  rectitud  de  cada  uno  de 
sus  pasos,  por  do  quiera  la  acción  está  obligada 
á  detenerse,  viene  la  sumisión  á  ocupar  su 
puesto. 

Finalmente,  la  resignación  es  tranquila  y  se- 
rena, con  e.sta  serenidad  visible  cuya  llama  es 
interior  y  que  es  la  alegría  de  la  virtud.  La  re- 
signación vive  de  respeto  y  de  confianza,  pero 


tiene  tambii'ni  una  vi.sta  de  comprensión  y  de 
amor  que  hace  más  penetrables  á  sus  ojos  las 
astucias  adorables  de  que  se  vale  la  misericor- 
dia divina  para  con  los  hombres  para  conducir- 
los á  sus  fines. 

Así,  la  noche  de  nuestro  destierro  puede  tener 
sombras,  pero  no  tiene  tinieblas.  Mientras  que  la 
acción  está  en  marcha  y  su  término  en  suspen- 
so, la  fuerza  y  la  actividad  moral  adquieren  todo 
su  desenvolvimiento;  pero  así  que  la  lucha  ha 
cesado,  así  que  el  carácter  de  irrevocabilidad 
ha  venido  á  proclamar  la  sanción  ó  permiso  di- 
vinos, el  cristiano  seinclina  ante  ellos  y  vinién- 
dose su  voluntad  á  la  voluntad  suprema,  entra, 
según  la  magnifica  expresión  de  Bossuet,  en  las 
potencias  de  Dios. 


PRIMERA  LAMENTACIÓN 
IDE    TEPIEIVIII^^S 

CON  UNA  INTRODUCCIÓN  DEL  POETA 


VÍKSIÓS  DI  M08ÍH  JUAN  PINTO  DSI.OlUO 

Señor,  mi  voz  imperfeta, 
nacida  del  corazón, 
que  á  vano  error  se  sujeta, 
hoy  siga,  con  tu  profeta, 
el  llanto  de  tu  Sión. 

Si  del  polvo  á  las  estrellas, 
del  mundo  en  lo  más  remoto, 
mostró  sus  vivas  centellas, 
el  menos  y  el  más  devoto 
llore  conmigo  y  con  ellas. 

Concede  de  alto  tesoro 
tu  luz  á  mi  ciega  vista; 
tu  sciencia  en  lo  que  ignoro, 
porque  en  ajeno  mi  lloro 
á  propias  culpas  resista. 

Si  veo  en  el  llanto  mío 
la  parte  de  humor  que  encierra 
tu  fuente  inmensa,  confío 
que  será  como  el  rocío, 
que  fertiliza  la  tierra. 

Y  aunque  sin  alas  me  atrevo 
á  tanto  vuelo,  y  me  espante 
el  ver  que  mis  labios  muevo, 
inspira  en  mi  canto  nuevo, 
porque  en  mis  lágrimas  cante. 


¿Cuál  desventura,  oh  ciudad, 
ha  vuelto  en  tan  triste  estado 
tu  grandeza  y  majestad, 
y  aquel  palacio  sagrado 
en  estrago  y  soledad? 

¿Quién  á  mirarte  se  inclina, 
y  á  tus  muros,  derrocados 
por  la  justicia  divina, 
que  no  vea  en  tus  pecados 
la  causa  de  tu  ruina? 

¿Quién  te  podrá  contemplar, 
viendo  tu  gloria  perdida, 
que  no  desee  que  un  mar 
de  llanto  sea  su  vida 
para  poderte  llorar? 

¿Cuál  pecado  pudo  tanto, 
que  no  te  conozco  agora? 
mas,  no  advirtiondo,  me  espanto 
que  tú  fuí.ste  pecadora, 
y  quien  te  ha  juzgado,  santo. 

En  of(inderle  te  empleas 
ya  por  antigua  costumbre, 
y  en  errores  te  recreas; 
y  así,  no  es  mucho  que  veas 
tus  libres  en  servidumbre. 

Tus  palacios  y  tus  puertas 
fueron  materia  á  la  llama 
en  esas  calles  desiertas, 
por  émulos  de  tu  fama 
en  tus  miserias  abiertas. 

Por  tus  plazas  y  rincones 
miro,  jjor  ver  si  pasea 
alguno  de  tus  varones, 
porque  crea  á  sus  razones, 
cuando  á  mis  ojos  no  crea. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


235 


Mas  vano  es  este  deseo; 
que  animales  sin  razón, 
sin  dueño,  balando  veo, 
que  no  articulando  el  son, 
certifican  lo  que  creo. 

Aunque  se  encienda  mi  pecho 
llamando,  siempre  callaron 
sus  hijos  en  su  despecho, 
como  sus  dioses  le  han  hecho, 
que  por  engaño  llamaron. 

La  causa  porque  bajaste, 
y  porque  humilde  caiste 
de  la  gloria  en  que  te  viste, 
fué  la  verdad  que  dejaste, 
la  vanidad  que  seguiste. 

Ya  no  eres  la  princesa 
de  todas  otras  naciones; 
ya  tu  altivez  es  bajeza, 
tu  diadema  y  tu  grandeza 
se  han  vuelto  en  tristes  prisiones. 

Ya  tu  palacio  real 
humilde  cubre  la  tierra 
en  exequia  funeral; 
la  paz  antigua  es  la  guerra, 
y  el  bien  antiguo  es  el  mal. 

Si  fuiste  al  Señor  contraria, 
de  los  pecados  el  fruto 
son  tu  cosecha  ordinaria, 
ha  sido  el  mismo  tributo 
por  quién  te  ves  tributaria. 

No  sólo  viste  perder 
la  honra  que  te  adornó, 
mas  tus  hijos  perecer, 
que  el  Señor  los  entregó 
al  más  tirano  poder. 

¿Cómo  se  puede  alentar 
tu  pueblo  entre  su  gemido, 
llegando  á  considerar 
lo  que  seguir  ha  querido, 
lo  que  ha  querido  dejar? 

Llorando  dice:  «¡Ay  de  mí! 
¿dónde  estoy?  ¿dónde  me  veo? 
ó  ¿quién  me  ha  traido  aquí? 
¡tan  cerca  lo  que  poseo! 
¡tan  lejos  lo  que  perdí!» 

Lloren  ál  fin  entre  tanto 
que  no  descansa  su  mal, 
y  obliguen  al  cielo  santo; 
que  no  puede  ser  el  llanto 
á  sus  delitos  igual. 


-*■- 


CANCIÓN 


-A.  I^A.  REIDEKrCIOIí  HTJ1^JÍl.T^A. 


POR  D.   JUAN    DE   JAUREGUI 

La  profética  voz  del  labio  puro, 
que  abrasó  el  serafín  con  sacro  fuego, 
sigue  mi  lira,  aunque  en  humilde  acento 
y  varías  plumas,  que  en  el  siglo  ciego 
los  casos  predijeron  del  futuro 
tiempo  y  del  cielo  el  prevenido  intento; 
corrija  mi  instrumento 
quien  voz  distinta  al  mudo 
dio,  y  elocuencia  al  rudo, 
tanto  que  imite  el  venerable  canto 
de  aquellos  cuj'o  genio  ilustre  y  santo 
halló  el  misterio,  y  le  tocó  profundo 
del  cielo  mismo  espanto, 
paz  y  rescate  universal  del  mundo. 

Crecerá  de  Jesé  la  fértil  planta, 
cuya  frondosa  vara  en  huerto  ameno 
produzca  nueva  flor  candida  y  bella, 
que  el  cielo  adorne  y  el  confín  terreno; 
y  la  piedad,  la  fortaleza  santa 
y  Espíritu  de  Dios  descanse  en  ella. 
Nueva,  luciente  estrella, 
ya  en  otra  edad  prevista, 
do  la  piadosa  vista 
fijo  el  remoto  habitador  de  Oriente; 
lucero  y  luna,  cuya  luz  ardiente 
honre  el  impíreo  con  eterno  día, 
y  sol  resplandeciente 
en  sombra  oscura,  de  los  cielos  guía. 


¡Oh  cuánto  á  la  sazón  la  renovada 
y  enriquecida  redondez  del  suelo 
alegres  gozarán  sus  moradores! 
que  j'a  la  tierra  sin  la  escarcha  y  hielo 
del  aterido  ivierno  matizada 
se  verá  de  olorosas,  frescas  flores; 
los  tiernos  y  menores 
corderos  y  novillos, 
y  errantes  cabritillos, 
no  temerán,  en  fieros  escuadrones, 
al  oso  y  lobo,  tigres  y  leones. 
Con  pura  sencillez  verá  delante 
áspides  y  dragones, 
y  habitará  seguro  el  simple  infante. 

Feliz  edad  presente,  en  que  miramos 
efectos  de  evangélicas  verdades, 
que  fueron  en  un  tiempo  indicio  y  muestra, 
y  con  segura  posesión  gozamos 
cuanto  esperaron  antes  las  edades, 
como  envidiosas  de  la  gloria  nuestra, 
ya  el  claro  sol  nos  muestra 
su  luz  alegre  y  pura 
contra  la  sombra  oscura 
en  que  la  faz  terrena  se  envolvía; 
la  planta  generosa  su  flor  cría, 
que  esparce,  como  luna,  lumbre  bella, 
y  forma  un  nuevo  día, 
como  lucero  y  matutina  estrella. 

Ya  pues  la  tierra,  en  frutos  abundante, 
y  antes  estéril,  la  matizan  flores 
candidas  y  de  púrpura  teñidas, 
que  al  cielo  puro  esparcen  sus  olores; 
ya  el  infiel  y  gentil,  más  arrogante, 
fieras  del  universo,  enfurecidas, 
humillan,  convencidas, 
la  temerosa  frente 
al  Cordero  inocente; 
ya  del  dragón  en  la  caverna  ó  nido 
vemos  á  Dios  infante  entretenido, 
que,  sin  contagio  de  veneno  impuro, 
planta  sobre  el  rendido 
áspid  y  basilisco  el  pié  seguro. 


-«- 


LETRILLA  GLOSANDO  EL  MISERERE 


POR  FRAY  LUIS  DE  ESCOBAR 

Dios  eterno,  poderoso, 
Único  Dios  y  Señor, 
Padre  nuestro.  Criador, 
Justiciero  y  piadoso. 
Miserere  nobis. 

Los  ambiciosos  y  malos, 
de  soberbia  y  vicios  llenos, 
tratando  mal  á  los  buenos, 
los  quieren  mandar  á  palos. 
Miserere  nobis. 

Necios,  torpes,  deshonestos, 
el  mundo  quieren  regir; 
y  así,  los  han  de  sufrir 
los  virtuosos  y  honestos. 
Miserere  nobis. 

De  quien  más  nos  confiamos, 
ese  nos  trata  peor, 
y  á  veces  es  más  traidor 
aquel  á  quien  más  amamos. 
Miserere  nobis. 

Por  tal  arte  y  por  tal  mafia 
nos  suele  el  mundo  tratar, 
que  quien  nos  ha  de  avisar, 
ese  nos  vende  y  engaña. 
Miserere  nobis. 

Los  que  nos  han  de  regir, 
si  no  miran  la  conciencia, 
arrímanse  á  su  prudencia; 
por  allí  nos  manda  ir. 
Miserere  nobis. 

Ponen  lazos  por  el  suelo, 
adonde  el  pobre  se  enrede, 
roban  al  que  poco  puede 
con  título  de  buen  celo. 
Miaererc  nobis 

Vemos  frailes  y  casados, 
lo  que  hoy  quieren  y  consienten, 


que  mañana  se  arrepienten, 
y  querrán  mudar  de  estados. 
Miserere  nobis. 

Clerecía  y  religiones, 
confiando  en  privilegios, 
cometen  mil  sacrilegios 
y  quedan  sin  puniciones. 
Miserere  nobis. 

Cuando  suele  acaescer 
que  digamos  una  misa, 
decimosla  muy  de  prisa 
por  irnos  pronto  á  comer. 
Miserere  nobis. 

Buscamos  siempre  intereses 
en  las  cosas  que  hacemos, 
y  si  éste  no  tenemos, 
querremos  que  todo  cese. 
Miserere  nobis. 

Sabemos  que  Dios  so  ofende 
de  intención  interesal; 
empero  queremos  mal 
al  que  nos  lo  reprehende. 
Mif^erere  nobis. 

Privilegios  y  favores 
tenemos  tan  defendidos, 
que  nos  hacen  atrevidos 
y  ser  cada  día  peores. 
Miserere  nobis. 

La  maldad  es  tanta  y  tal, 
y  los  privilegios  tales, 
que  nuestros  bienes  son  males, 
porque  el  bien  nos  hace  mal. 
Miserere  nobis. 

Pues  si  somos  religiosos, 
en  mayor  peligro  estamos; 
que  el  mundo  con  quien  tratamos 
ya  nos  quiere  virtuosos. 
Miserere  nobis. 

Quiere  ricos  y  esforzados, 
poderosos  resabidos; 
que  por  fraires  recogidos 
no  se  da  cuatro  cornados. 
Miserere  nobis. 

Quiere  amigos  que  en  el  aire 
le  ayuden  con  la  espada; 
que  es  cosa  descomulgada 
al  que  quiere  ser  buen  iraire. 
Miserere  nobis. 

Quiere  confesores  viejos 
y  caducos  y  abobados, 
que  ni  entiendan  sus  pecados 
ni  les  sepan  dar  consejos. 
Misei-ere  nobis. 

Y  quieren  predicadores 
que  sean  graciosos  fraires, 
que  les  digan  mil  donaires, 
sin  tocar  en  sus  errores. 
Miserere  nobis. 

Quieren  que  diga  la  misa 
y  el  oficio  todo  junto, 
que  se  les  diga  en  un  punto, 
diciendo  que  están  de  prisa.    . 
Miserere  nobis. 

Si  cuentos  quieren  decir, 
no  saben  otros  donaires 
sino  decir  mal  de  fraires, 
dellos  mofar  y  reir. 
Miserere  nobis. 

Bien  igual  anda  la  rueda, 
por  mucha  burla  que  hagan, 
pues  que  los  fraires  les  pagan 
en  esa  misma  moneda. 
Miserere  nobis. 

Todos  van  por  una  renta, 
si  bien  queremos  notar; 
mas  los  fraires,  al  sumar, 
los  alcanzarán  de  cuenta. 
Miserere  nobis. 

Las  mujeres  con  afeites 
mil  saetadas  nos  tiran, 
que  á  los  necios  que  las  miran 
los  provocan  á  deleites. 
Mi^erm'e  nobis. 

Trajes  nuevos  no  les  bastan, 
perfilados  y  polidos; 
cuanto  ganan  sus  maridos 
en  contentallas  lo  gastan. 
Miserere  nobis. 


EL  PADRE  ETERNO  SOSTENIENDO  A  SU  DIVINO  HIJO  MUERTO  (Cuadro  del  Greco) 


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238 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


Sospechar  do  no  hay  mal 
es  peligrosa  jornada; 
pero  no  sospechar  nada 
es  an  peligro  bestial. 
Miserere  nobis. 

Callando  el  pobre  desnudo, 
sufre  injurias  criminales, 
y  el  rico  hace  los  males, 
y  sobre  eso  anda  sañudo. 
Miserere  nobis 

Dice  el  pobre  la  verdad, 
no  le  oimos  ni  miramos, 
y  al  rico  lisonjeamos 
aunque  diga  necedad. 
Miserere  tiobis. 


SONETO 


¡Oh  vida  de  mi  vida.  Cristo  santo! 
¿A  dónde  voy  de  tu  hermosura  huyendo? 
¿Cómo  es  posible  que  tu  rostro  ofendo, 
que  me  mira  bañado  en  sangre  y  llanto? 

A  mi  mismo  me  doy  confuso  espanto 
de  ver  que  me  conozco  y  no  me  enmiendo; 
ya  el  ángel  de  mi  guarda  está  diciendo 
que  me  avergüence  de  ofenderte  tanto. 

Deten  con  esas  manos  los  perdidos 
pasos,  mi  dulce  amor,  mas  ¿de  qué  suerte 
las  pide  quién  las  clava  con  las  suyas? 

¡ Ay,  Dios!  ¿A  dónde  estaban  mis  sentidos, 
que  las  espaldas  pude  j'o  volverte, 
mirando  en  una  cruz  por  mí  las  tu^'as? 


Lope  de  Vega. 


-*- 


A  LA  COLUMNA 


En  un  mármol  duro  y  frío, 
para  habelle  de  azotar, 
de  fieros  y  hambrientos  lobos 
se  deja  el  Cordero  atar. 
Con  encendidos  sospiros 
así  comienza  á  hablar: 
¡vosotras,  oh  alma.s  mías, 
sois  causa  deste  mi  mal! 
Acordáseos  debiera, 
que  cuando  vine  á  encarnar, 
nascí  desnudo  llorando, 
y  empecé  á  derramar 
mi  sangre  inocente  y  pura 
sólo  por  os  rescatar; 
mirad  que  amor  es  el  mío, 
que  á  más  no  pudo  llegar, 
porque  con  amor  queráis 
mis  beneficios  pagar, 
que  sólo  amor  pidió  en  cuenta, 
pues  por  amor  quiso  dar 
el  contento  y  alegría 
de  que  pudiera  gozar. 


ESTANCIAS  RELIGIOSAS 


Amarrado  en  ana  áspera  columna 
aquel  estaba  que  sustenta  al  cielo, 
y  el  que  da  luz  al  claro  sol  y  luna, 
y  ser  á  todo  lo  del  ancho  suelo, 
pagando  culpas  sin  tener  ninguna, 
abrasado  en  divino  y  santo  celo, 
dando  calor  á  un  mármol  duro  y  frío, 
por  mi  torpe  locura  y  desvario. 


A  cuestas  lleva  el  Verbo  soberano 
la  dura  cruz,  de  intolerable  carga, 
para  aliviarte,  pecador  cristiano, 
de  aquella  cruz  eterna,  triste  y  larga. 
Hoy  vuelve  dulce  el  rico  cortesano 
de  nuestra  culpa  la  pobreza  amarga; 
hoy  Isaac  su  propia  sangre  empeña, 
y  él  mismo  lleva  al  sacrificio  leña. 


AL   SANTO   SEPULCRO 

Rompe  tu  corazón  de  piedra  dura, 
pues  Cristo  Dios  por  ti  su  vida  ha  dado 
tus  entrañas  serán  sábana  pura 
para  que  en  ti  Jesús  sea  sepultado. 
De  mirra  y  aloes  tú  harás  mistura, 
que  es  un  olor  con  oración  mezclado; 
cierra  el  sepulcro,  si  á  Jesús  tuvieres; 
hombre,  con  el  cuidado  que  pudieres. 

CANCIONERO   DE    UbEDA. 

* 

A  SANTA  MARÍA  MAGDALENA 

POR  BARTOLOMÉ  LEONARDO  OE  ARGENSOLA 


Aquella  pecadora  que  solía 
ser  fábula  del  pueblo  de  ordinario, 
y  de  su  gente  público  cuidado, 
hoy  deja  el  techo  de  artificio  vario, 
do  la  quejosa  cítara  se  oía 
del  uno  y  otro  ocioso  enamorado; 
el  antiguo  propósito  trocado, 
la  púrpura  preciosa  desampara, 
las  cintas  de  záfiro,  y  el  cabello 
tendido  sobre  el  cuello, 
abrazando  con  lágrimas  la  cara, 
entre  confuso  número  de  gente, 
olvidada  de  sí,  de  la  vergüenza 
que  pudiera  tener  de  tal  mudanza, 
pregunta  por  el  fin  de  su  esperanza, 
y  hállale  al  mismo  punto  que  comienza 
á  quererle  buscar;  que  nuestra  mente 
sin  él  no  es  para  hallarle  suficiente. 
Y  pues  sin  Dios  ninguno  á  Dios  aplace, 
buscar  á  Dios  de  haberle  hallado  nace. 

Turba  el  convite  su  presencia  y  lloro, 
y  el  cabello,  donde  almas  enredaba, 
sobre  los  pies  de  Cristo  lo  derriba, 
y  con  él  y  sus  lágrimas  los  lava. 
Entonces  queda  haciendo  injuria  al  oro; 
y  pues  muestra  una  fe  tan  excesiva, 
es  justo  que  tan  buen  lugar  reciba, 
y  que  humillado  de  más  alto  vuelo, 
cese  ya  la  ficción  de  Berinice, 
de  quien  el  vulgo  dice 
que  alumbran  sus  cabellos  en  el  cielo; 
porque  más  son  tus  pies,  gran  Dios,  los  cuales, 
En  siendo  con  ungüento  sacro  ungidos, 
porque  de  lo  que  deja  no  haya  rastro, 
hace  pedazos  luego  el  alabastro. 
Mas  no  se  trata  así  con  los  sentidos, 
que  no  se  priva  dellos;  pero  dales 
otro  fin  á  sus  actos  naturales. 
Prosiguen  sus  oficios  y  el"  objeto 
solamente  les  muda  más  perfoto. 

Sacerdotisa  y  víctima  en  un  punto, 
tu  voluntad,  María,  en  sacrificio 
con  invisible  fuego  á  Dios  preparas, 
y  con  esto  lo  tienes  más  propicio 
que  si  el  olor  de  Oriente  todo  junto 
en  su  honor  á  las  llamas  entregaras. 
Estas  víctimas  quiere  y  estas  aras; 
y  por  esto  entre  espíritus  divinos 
te  elige  eterna  silla,  eterna  palma, 
y  es  ocasión  tu  alma 
de  alegrarse  los  techos  cristalinos; 
porque  todos  la  esperan  ver  triunfando, 
cargada  de  despojes  de  esta  vida, 
con  los  vicios  al  carro  encadenados, 
y  entre  sus  estandartes  conquistados 
tu  propria  voluntad  como  vencida; 
pues  de  manera  en  Dios  se  está  abrasando, 
que  no  por  la  ciudad  á  Dios  buscando, 
mas  fueras,  donde  el  hielo  ó  sol  ardiente 
niegan  habitación  á  toda  gente. 

¡Oh  tú,  siempre  dichosa  pecadora, 
la  que  fuiste  por  tal  con  gi-ande  espanto 
del  vulgo  con  el  dedo  señalada! 
Tus  lágrimas  con  Cristo  pueden  tanto, 
que  la  menor  lo  enciende  y  enamora, 
y  á  la  culpa  mayor  deja  anegada. 
Tú  quedas  eu  apóstol  transformada, 
y  de  ignorante  y  mala,  santa  y  sabia. 
No  es  mucho  que  la  zarza  en  flor  se  mude, 
j  que  el  álamo  sude 


en  competencia  de  la  mirra  arabia, 
y  que  cuando  de  yerba  al  campo  priva, 
la  mies  on  abundancia  se  recoja. 
Venid  á  ver  de  rosas  y  azucenas 
las  montañas  estériles  más  llenas, 
y  un  árbol  seco  revestido  de  hoja. 
La  planta  antes  inútil  Dios  cultiva; 
Regada  en  su  jardín  con  agua  viva, 
es  fructífera  ya,  y  sus  ramas  bellas 
tocan  continuamente  en  las  estrellas. 

Canten  otros,  María,  cómo  fuiste 
aquella  que  escogió  la  mejoy  parte, 
y  el  amor  que  te  tuvo  Jesucristo, 
cuando  ningún  apóstol  le  había  visto, 
y  á  tí,  en  resucitando,  quiso  hablarte. 
No  callen  la  constancia  que  tuviste, 
la  penitencia  que  en  Marsella  hiciste; 
digan  cómo  en  los  aires  te  elevabas, 
y  la  música  angélica  escuchabas, 
si  es  dado  tanto  al  limitado  ingenio. 
Y  tú,  canción,  que  confiada  subes, 
penetrando  los  aires  y  las  nubes, 
escarmienta  en  el  joven  temerario 
que  dio  infelice  nombre  al  mar  Icario. 


EL  PASMO  DE  SICILIA 


POR   LUIS  VIARDOT 

El  Rtsmo. 

Tal  es  el  nombre  que  se  da  á  un  Cristo  ion  la 
cruz  á  ijiestas  que  fué  hecho  para  el  convento 
de  Santa  María  dello  Spasimo,  de  Palermo.  Los 
españoles  le  llaman  el  Ectremo  d'dor  (1).  Hó 
ahí  como  cuenta  Vasari  la  historia  un  tanto  mi- 
lagrosa de  este  cuadro,  que  vino  más  adelante 
de  Sicilia  á  España.  «Rafael  hizo  enseguida, 
para  el  monasterio  de  Palermo,  llamado  Santa 
María  del  Pasmo,  de  los  hermanos  del  Monte 
Olívete,  un  cuadro  sobre  madera  (una  fnvoln ) 
de  Cristo  llevando  la  cruz...  Mientras  que  Jesús, 
transido  por  el  dolor  de  la  proximidad  do  la 
muerte,  caído  bajo  el  peso  de  la  cruz,  bañado  on 
sudor  y  en  sangre,  se  vuelve  hacia  las  Marías 
que  lloian  con  ardientes  lágrimas,  veso  aún  á  la 
Verónica  que  tiende  las  manos  presentándole  un 
sudario  con  un  sentimiento  muy  grande  do  ca- 
ridad... Este  cuadro,  de  un  acabamiento  perfec- 
to, estuvo  á  punto  de  perecer.  Diceso  que  estan- 
do embarcado  para  ser  trasportado  á  Palermo, 
una  tempestad  horrible  hizo  chocar  el  buque 
contra  un  escollo  donde  se  estrelló.  Los  hom- 
bres y  el  cargamento  se  perdieron  excepto  este 
cuadro  únicamente,  que  embalado  como  estaba, 
fué  arrojado  por  el  mar  en  el  golfo  de  Genova. 
Allí  fué  pescado  y  sacado  á  la  orilla.  Echóse  de 
ver  entonces  que  ei'a  una  obra  divina  y  se  la 
puso  bajo  guardia^  Habíase  conservado  intacto, 
sin  mancha  y  .sin  desperfecto,  porque  la  fuerza 
de  los  vientos  y  de  las  olas  había  respetado  la  be- 
lleza de  tal  obra  maestra.  La  fama  divulgó  el 
acontecimiento  y  los  frailes  se  apresuraron  á 
recobrarlo  por  interposición  del  Papa...  Ene 
embarcado  por  segunda  vez  y  trasportado  á  Si- 
cilia. Vésele  en  Palermo,  donde  su  fama  es  mayor 
que  la  del  monto  de  Vulcano.» 

Completaré  esta  historia  añadiendo  que,  á 
pesar  de  este  primer  milagro  de  conservación, 
el  tablero  de  madera  sobre  el  cual  fué  pintado 
el  Spasimo  habíase  enmohecido  y  desecado  tan- 
to que  la  obra  entera  amenazaba  caer  en  polvo. 
Pero  en  París,  cuando  fué  traído  entre  los  tro- 
feos de  las  victorias  de  la  república  y  de  las 
conquistas  del  imperio,  una  operación  tan  feliz 
como  atrevida,  ejecutada  por  el  hábil  restaura- 
dor M.  Bonnemaison,  transportó  la  pintura 
sobre  tela  y  devolvió  á  esta  obra  maestra  una 
nueva  vida  secular. 

Se  ha  creído  encontrar  en  la  anécdota  referi- 
da por  Vasari  la  explicación  de  una  especie  de 
defecto  que  han  encontrado  algunos  en  el  cua- 


(1)  lOhl  ¡al  contemplar  tu  Virgen  adorable 

«n  su  txtremo  dolor,  cuanto  ha  gemidol 
McLENDKZ,  Oda  a  las  artes. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


239 


dro  de  Rafael:  la  santa  mujer  que,  en  primer 
término,  extiende  los  dos  brazos  hacia  el  Salva- 
dor, algo  torpemente,  á  lo  que  se  dice,  no  sería 
María  sino  la  Verónica,  cuyo  pañuelo  ó  sudario, 
consagrado  por  la  leyenda,  y  que  explicaría  el 
movimiento  de  los  brazos,  habría  desaparecido 
á  consecuencia  del  accidente  en  que  estuvo  á 
punto  de  perecer  el  cviadro.  Es  una  conjetura  que 
cualquiera  puedo  admitir  ó  rechazar.  En  cuanto 
á  mí,  que  no  veo  ninguna  torpeza  en  esos  bra- 
zos extendidos  sino  al  contrario  ua  admirable 
gesto  de  ternura  y  desesperación,  creo  que  Va- 
sari  se  ha  equivocado  al  citar  á  la  Verónica  y 
su  sudario;  á  lo  menos,  no  se  puede  percibir, 
en  ol  ancho  espacio  que  habría  ocupado  este  su- 
dario extendido,  ninguna  señal  de  repintado, 
jiingim  vestigio  de  trabajo  de  una  mano  extra- 
ña, y  esta  mujer  en  evidencia,  adorable,  como 
dice  Melendez,  en  su  extremo  dolor,  que  ha  servi- 
do entre  los  españoles  para  designar  el  cuadro, 
no  puede  dejar  de  ser  la  madre  de  Cristo,  á  quién 
necesariamente  pertenecía  el  primer  lugar  en- 
tre las  Marías  y  sus  santas  compañeras. 

El  Pasmo,  que  los  biógrafos  de  Rafael  están 
acordes  en  declarar  pintado  todo  él  por  su  mano, 
sin  que  ninguno  de  sus  discípulos,  ni  Aun  el 
mismo  Julio  Romano,  que  esbozaba  á  menudo 
el  color  según  el  trazo  del  maestro,  hubiese  to- 
mado la  menor  parte  en  este  vasto  trabajo,  el 
Piisino  es,  seguramente,  uno  de  los  mayores  poe- 
mas de  la  pintura.  No  puede  ser  comparado  en 
la  obra  de  Rafael,  ó  mejor,  en  las  obras  de 
todos  los  pintores,  más  que  A  la  sola  Traiisfign- 
rncióii,  de  la  cual  tiene  las  dimensiones  y  la 
forma.  Si  su  destino  (porque  se  podría  decir  de 
los  cuadros,  como  de  los  libros:  lialwiit  snn  fatn) 
lo  hubiese  colocado  en  San  Pedro  de  Roma,  en 
medio  del  gran  templo  de  la  cristiandad,  mien- 
tras su  célebre  rival  viajaba  de  Roma  á  Palermo 
y  de  Palermo  á  Madrid,  él  es  el  que  se  hubiera 
colocado  en  el  trono  del  arte.  Sobrepújale,  por 
lo  demás,  en  un  punto  importante,  en  la  perfec- 
ta unidad  de  la  compo.'iición.  No  podría  dirigirse 
al  Pasmo  el  reproche  de  que  la  acción  es  doble; 
no  es  del  Pasmo  del  que  se  podi-ia  decir  que,  sa- 
crificando á  las  modas  de  su  tiempo,  había  co- 
metido Rafael  el  extraño  anacronismo  de  anidar 
bajo  un  árbol  de  la  montaña,  para  hacerles  tes- 
tigos do  la  aparición,  dos  curas  cristianos  reves- 
tidos de  sus  estolas  y  de  sus  sobrepellices.  En 
el  Pasmo  nada  do  inútil,  nada  de  extraño;- 
cada  figura,  cada  objeto,  cada  detalle  concurre 
maravillosamente  á  la  misma  acción,  que  se 
desarrolla  así  en  esta  unidad  absoluta  tan  nece- 
saria á  las  grandes  composiciones. 

Además  de  la  unidad  de  acción,  la  excelencia 
del  Piisnio  reside  principalmente  en  la  fuerza 
de  la  expresión.  En  este  concepto,  señala  el 
punto  extremo  donde  se  haya  elevado  el  alma 
sublime  de  su  autor  servida  por  su  hábil  mano, 
y,  por  lo  tanto,  el  colmo  del  arte.  Jesús,  en  el 
centro  del  cuadro,  que,  á  punto  de  llegar  á  la 
cumbre  del  Gólgota,  dóblase  y  cae,  no  bajo  el 
peso  del  madero  que  sostiene  con  brazo  vigoro- 
so y  caritativo  Simón  el  Cirineo,  sino  bajo  el 
desfallecimiento  y  las  angustias  do  su  corazón; 
ílaría,  las  mujeres,  los  discípulos,  que  exhalan 
y  confunden  su  dolor  en  un  concierto  de  oracio- 
nes y  de  lágrimas;  los  verdugos  feroces,  los  sol- 
dados impasibles,  y  hasta  ese  centurión  á  caba- 
llo en  quien  respiran  el  poderío  y  la  majestad 
del  imperio  romano;  todos  esos  personajes  di- 
versos, trazados  con  la  audacia  y  la  firmeza  del 
maestro,  dispuestos  con  ese  gusto  inteligente 
que  les  hace  valer  unos  por  otros,  forman  una 
escena  imponente,  patética,  noble  y  sublime, 
llena  de  uiia  santa  grandeza  y  de  una  belleza 
inefable.  El  Pasmo,  en  el  cual  se  unen  todas  las 
eminentes  cualidades  que  comprende  y  resiime 
el  nombre  de  Rafael  y  que  el  divino  artista  pa- 
rece haber  querido  marcar  con  su  sello  de  pre- 
ferencia dándole  su  firma,  tan  poco  prodigada, 
el  Pasmo  es  una  de  esas  obras  rara^-,  snpeiiores, 
excelentes,  en  las  cuales  hay  que  limitarse  á 
decir,  cuando  se  las  conoce,  á  los  que  quieren 
conocerlas:  «Id  á  ver,  sentir  y  adoiar.a 

,}.    __    . 


nuestros: grabados 


LA   MiSONÁ   DE   OUIDO   BXNI 

Pertenece  esta  obra  á  un  periodo  de  decadencia,  y  res- 
plandece, por  lo  tanto,  más  por  la  belleza  de  la  ejecución 
que  no  por  el  sentimiento.  Guido  Renl  era  un  pintor  lleno  de 
elegancia,  pero  que  carecía  del  genio  creador  de  los  antiguos 
maestros.  Sus  obras  placen  á  los  ojos  más  que  al  pensa- 
miento. 

IL     PÁSUO      de      SICILIA 

Cuadro  de  Safad 
(Véase  el  articulo.) 

LA    ADORACIÓN    DE  H    CREZ    EL  VIERNES    StKTO 

Cuadro  de  Joaquín  llerrer,  txisiente  en    (¡  Musco  Nacional 
Dibujo  de  Plá  y  Valor 

Es  muy  agradable  este  cuadro  por  su  simpática  composi- 
ción y  reproduce  con  perfecta  fidelidad  el  espectáculo  que 
prt-senta  el  coro  de  un  convento  de  monjas  en  el  íolerane 
acto  de  la  adoración,  armonizsndo  peifectamente  los  perso- 
nojes  con  los  accesorios  y  istsndo  muy  biiu  entendida  la  ex- 
presión de  las  figures  bajo  el  dominio  de  la  impretión  que 
las  domnia, 

CRISTO    ANTE    EL   PUEBLO 

Estatua  por   Mark  Antokvlsky 

Este  escultor  es  el  primero  de  Ru^ia,  habiendo  sido  lla- 
mado il  escultor  de  los  héroes.  Con  todo,  ha  dtmoslrado  en  su 
Cristo  que  era  algo  más  que  un  iucomparable  cincelador  de 
Ivanes  y  Pedros  y  que  sabia  también  producir  obras  del  más 
puro  carácter  religioso. 

Esa  figura  del  Cristo  es  tan  original  como  sublime;  huma- 
na y  profundamente  concebida,  y  el  efecto  que  produce  es 
hondo.  Ahí  está  el  divino  Redentor  oyendo  las  voces  de  la 
turba  que  grita  á  Pilatos:  -  ¡Crucificalít  iQué  soledad,  qué 
desolación,  qué  dolorosa  miseria  se  refleja  en  el  divino  már- 
tir! Es  el  Cristo  que  imaginan  las  almas  delicadas;  el  Cristo 
de  los  tristes,  de  los  pobres,  de  los  desgraciados.'que  prefieien 
verlo  representado  asi  que  no  falseado  por  el  convenciona- 
lismo. 

CRISTO    KN    EL    PILAR 

Brevl'ima  es  la  mención  que  los  evangelistas  hacen  del 
azotamiento,  pero  es  de  tal  manera  sugestivo  cuanto  contie- 
nen los  admiraljles  relatos  que  nos  d»  jaron,  que  no  es  de  ex- 
trañar que  asi  la  meditación  como  el  arte  hayan  podido  sa- 
car de  ellos  inagotable  caudul  de  representaciones. 

Uno  de  los  episodios  más  memorables  de  la  Pasión  de 
Jesiis  es  su  flagelación  y  en  él  te  ha  inspirado  el  autor  de 
Cristo  en  elpílar  para  pintar  su  cuadro  lleno  de  dolorosa  rea- 
lidad al  par  que  ingenuo  misticismo,  prof^uciendo  la  reunión 
de  ambos  elementos  ese  efecto  inconr.parable  de  las  obras 
siucerumente  lellgiosas. 

EL   PADRE     ETERNO     SOSTENIENDO    i.   tV   DIVINO     HIJUUUEaTO 

Cuadro  dil  Greco 

Ocupa  eminente  lugar  entre  los  pintores  esrai'ioUs  el  cé- 
lebre Domenico  Theolocopuli,  más  conocido  por  El  Greco, 
por  ser  esta  su  naturaleza,  aunque  no  se  sabe  cuándo  ni  en 
qué  ciudad  nació.  Estudió  en  Véncela, —donde  recibió  aquel 
apodo,— siendo  condisclpulodel  Ticiano,  y  por  circunstancias 
especiales  fué  á  residir  en  Toledo  el  año  1577,  fundando  la  es- 
cuela de  aquella  ciudad.  Su  manera,  que  en  un  principio 
habla  sido  puramente  veneciana,  modificóse  en  breve,  adop- 
tando ese  dibujo  fantástico  y  ese  colorido  agrisado,  pálido, 
fofo,  que  hacen  de  sus  personajes  otras  tantas  sombras  y  apa- 
recidos, concluyendo  por  ser  excéntrico  hasta  en  la  forma  de 
sus  cuadros,  desmesuradamente  largos  y  estrechos.  Fué,  en 
suma,  un  talento  extraviado,  aunque  potente.  La  obra  suya 
que  representamos  hoy  es  una  de  las  mejores  y  figura  en  la 
catedral  de  Sevilla. 

JESÚS   LAUENTiNOOSE    SOBRE   JIRDSAI  ÉN 

Cuadro  de  B.  Hole 

Trátase  de  un  cuadro  moderno  verdaderamente  religioso. 
El  asunto  es  la  patética  lamentación  de  Cristo  sobre  Jerusa- 
lén.  La  figura  del  Redentor,  entregado  á  la  meditación  y  con- 
templando á  lo  lejos  la  ciudad  á  la  misteriosa  luz  del  cre- 
pilsculo  vespertino,  está  rodeada  de  una'solemne  y  tierna  at- 
mósfera de  armoniosos  tonos  grises,  resaltando  vagamente  en 
la  oscuridad.  La  expresión  de  Jestis  concuerda  con  el  aspecto 
del  paisaje  triste  y  desolado,  resultando  de  ello  un  penetran- 
te simbolismo. 

EL   CAUINO    DEL  CALVAkIO 

Oraba'lo  de  Martin  Schongaucr 

Viene  á  ser  esta  obra  una  imitación  del  Pasmo,  hecha,  se- 
gún trazas,  por  Justo  deGaute,  habiéndola  grabado  Maitln 
Schongauer,  de  Colmar.  Aparte  del  rlaglo  de  la  obra  rafae- 
lesea  nótause  en  este  Camino  del  Calvario  evidentes  huellas 
del  arte  flamenco. 


LA  RELIGIÓN  DE  CRISTO 


El  mundo  antiguo,' falto  de  los  elementos 
esenciales  que  deben  constituir  el  organismo  de 
toda  sociedad,  dominado  por  cruel  despotismo, 
sin  fuerza  moral  ni  material  para  recobrar  su 
dignidad  de  continuo  hollada  y  escarnecida,  fus- 
tigado y  maltrecho  por  la  tiranía  de  sus  Césa- 
res, entregado  al  más  irritante  servilismo,  nece- 
sitaba un  reactivo  enérgico  y  poderoso  que  de- 
volviera la  virilidad  á  su  materia  gastada  y  que 
le  mostrara  nuevos  y  luminosos  horizontes  que 
vinieran  á  poner  término  á  la  tenebrosidad  que 
le  rodeaba. 

Roma  pagana,  arbitra  del  mundo,  otorgaba  á 
sus  Césares  poder  tan  ilimitado  que  así  los  con- 
vertía en  señores  de  sus  vidas  y  haciendas 
como  les  facultaba  para  elevarse  á  divinida- 
des, siendo  muy  frecuente  ver  aquel  pueblo  de 
siervos  adorar  reverente  en  sus  templos  á  sus 
desapiadados  tiranos  y  á  sus  disolutas  concubi- 
nas, prestar  culto  de  adoración  al  que  por  mero 
capricho  podía  mandarlos  á  la  arena  del  Circo 
ó  condenarlos  á  una  muerte  más  cruel. 

En  medio  de  aquel  caos,  de  aquella  espanto- 
sa disolución  de  costumbres,  cuando  la  huma- 
na dignidad  parecía  rebajada  al  último  peldaño 
del  envilecimiento,  aparece  por  Oriente  la  estre- 
lla destinada  á  difundir  su  redentora  luz  por 
todo  el  orbe. 

Cuando  en  los  primeros  años  del  Redentor  el 
Senado  Romano  proclamaba  á  Tiberio,  la  vida 
del  Nazareno  transcurria  ignorada  y  apacible 
en  Galilea;  dirigíase  algunas  veces  al  templo 
donde  se  celebraban  las  asambleas  hebdomada- 
rias ó  semanales,  en  las  que  comunmente  dis- 
cutían las  gentes  del  pueblo  y  los  sabios  predi- 
caban sobre  la  doctrina. 

A  la  edad  de  doce  años  asistía  á  todos  el  de- 
recho de  exponer  sus  dudas  y  opiniones;  había, 
no  obstante,  algunos  libios  como  los  primeros 
capítulos  del  Génesis  y  de  Ezequiel  cuyo  exa- 
men no  era  lícito  sino  á  una  edad  más  madura 
y  solo  á  los  treinta  años  se  consideraba  que 
había  llegado  el  hombre  á  la  plenitud  de  su 
fuerza  y  de  su  inteligencia. 

A  esa  edad  se  revela,  pues,  la  gran  figura  del 
Salvador,  y  empiezan  sus  incomparables  pre- 
dicaciones encaminadas  siempre  á  difundir  el 
espíritu  do  amor  y  caridad  entre  todos  los  hom- 
bres. Infatigable  en  su  regeneradoia  obra,  des- 
preciando las  amenazas  de  que  era  objeto,  sin 
desmayar  ni  un  solo  instante  á  la  idea  de  la 
afrentosa  muerte  que  le  esperaba;  llega  al  día 
de  su  pasión  dejando  sembrada  la  semilla  de  la 
doctrina  más  grande  y  consoladora,  la  más  pio- 
funda  y  sabia  que  había  de  ser  faro  y  espeían- 
za  de  las  futuras  generaciones. 

En  nombre  de  Tiberio  fué  condenado  el  dulce 
Hijo  de  María;  en  nombre  suyo  sufrieron  perse- 
cución los  primeros  propagadores  de  la  divina 
palabra,  persecución  que  continuaron  sus  suce- 
sores con  más  despiadada  saña  y  crueldad.  Gran 
fe  y  gran  abnegación  se  necesitaba  en  aquellos 
tiempos  para  ser  apóstol  de  la  naciente  religión; 
los  circos  se  llenaban  de  mártires,  los  suplicios 
más  feroces  eran  aplicados  á  los  más  entusias- 
tas propagadores;  la  lucha  entre  la  verdad  y  el 
error  comenzada  en  la  cima  del  Gólgota,  se  acre- 
centaba con  el  martirio  y  la  persecución;  el  más 
fuerte  redoblaba  sus  rigores,  agigantábase  el  he- 
roísmo del  que  no  tenía  otra  fuerza  que  su  fe, 
otra  esperanza  que  su  suplicio,  pero  como  á  con- 
soladora confortación  la  eternidad  de  gloiia  pro- 
metida por  el  Impecable  á  los  más  desvalidos  y 
desgraciados,  y  la  corona  de  la  inmortalidad 
que  había  ofrecido  á  los  mártires  de  su  doctri- 
na. Algunos  siglos  de  lucha  titánica,  miles  de 
vidas  sacrificadas  por  el  poderoso  opresor  y  una 
constancia  indomable  por  parte  de  los  cristia- 
nos dieron  por  resultado  el  triunfo  de  la  Iglesia 
que  había  de  prevalecer  como  á  guardadora  de 
las  doctrinas  del  Verbo  hasta  la  consumación  de 
los  siglos. 

¡Cayó  el  poder  de  los  Cé.sares!  su  trono  rodó 
por  el  polvo  empujado  por  sus  propios  errares 


240 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


y  ea  aquella  Roma  pagana,  tenas  perseguidora 
de  la  verdad  evangélica,  establece  su  silla  la 
nneva  Iglesia;  la  cqrte  de  los  emperadores  mo- 
delo de  disipación  y  libertinaje,  pasa  á  ser  la 
Capital  del  Orbe  Católico,  la  Ciudad  Eterna. 

¡Qué  contraste  tan  opuesto  ofrecen  la  Roma 
pagana  y  la  Roma  católica!  No  tan  solamente 
marca  esta  en  el  reloj  del  tiem]io  la  hora  de  la 
regeneración  social,  sí  que  también  anuncia  los 
albores  del  renacimiento  de  todas  las  artes,  fuen- 
te de  vida  é  inspiración  de  todas  las  edades, 
nota  ímica  que  marca  con  perdurables  trazos  el 
eíitado  de  adelanto  y  perfección  de  los  pueblos. 
Ai)enas  establecida  en  Roma  la  silla  apostóli- 
ca, van  desapareciendo  los  terroríficos  circos  y 
el  mundo  cristiano    empieza   la   edificación   de 


I  estas  hei-mosas  catedrales  góticas,  con  sus  na-' 
i  ves  majestuosas,  sus  alicatadas  ojivas  y  sus  agu- 
jas afiligranadas  que  partiendo  de  sus  atrevidas 
torres  parecen  rayos  de  la  fe,  perdiéndose  eu  lo 
infinito,  templos  edificados  con  tan  maravillosa 
armonía  con  el  culto  &  que  habían  de  ser  con- 
sagrados, que  en  su  interior  parece  agrandarse 
la  idea  de  lo  eterno,  remontarse  el  alma  A  las 
regiones  de  la  inmortalidad.  Avanza  el  tiempo 
y  la  idea  no  muere  ni  se  debilita,  al  contrario  se 
muestra  palpitante  y  robusta  en  todas  las  ma- 
nifestaciones de  aquellas  felices  edades.  Escri- 
ben los  Padres  de  la  Iglesia  esas  obras  in- 
comparables que  habían  de  ser  fuente  de  toda 
sabiduría,  trazan  los  pintores  sus  Concepciones 
má^!   famosas,  inspirados  en  su  mayor   parte  en 


asuntos  místicos,  y  á  la  Roma  Pontificia  acude 
todo  aquel  que  siente  inflamada  su  mente  por 
un  destello  do  inspiración;  allí  son  los  papas 
los  primeros  protectores  do  las  artes,  allí  se  for- 
ma ese  prodigioso  Vaticano,  dos  veces  sagrado 
asilo,  dos  veces  venerable  santuario  por  ser  al- 
bergo del  Vicario  de  Cristo  y  monumento  que 
guarda  las  más  prodigiosas  manifestaciones  de 
las  artes. 

Con  el  trascurso  de  los  siglos  se  ensayan 
nuevas  doctrinas  que  nacen  vacilantes  y  mue- 
ren entre  la  general  indiferencia;  la  del  Crucifi- 
cado impera  y  nadie  puedo  eclipsarla  á  pesar  de 
su  indiscutible  sencillez;  al  contrario,  cuando 
parece  que  debe  haberse  agotado  su  poderosa 
fuerza,   cuando  parece  q\ie  se  han  cantado  sus 


EL  CAMINO  DEL  CALVARIO  (Grabado  de  Martín  SchOngauer) 


excelencias  hasta  lo  infinito,  llegan  los  místicos 
del  siglo  de  oro  y  para  no  dejar  á  las  letras  huér- 
fanas de  un  monumento  cristiano,  legan  á  la 
literatura  la  más  diáfana  y  espléndida  coro- 
na, rayos  de  luz  que  no  logra  eclipsar  la  pre- 
suntuosa y  vacía  filosofía  moderna. 

¡Qué  extraño  y  á  la  par  que  prodigioso  secreto 
sustenta  la  doctrina  de  Cristo!  Cambian  los 
tiempos  y  con  los  tiempos  las  costumbres;  las 
revoluciones  derriban  tronos  seculares,  ajusti- 
cian á  los  reyes,  atrepellan  á  los  creyentes,  se 
proscriben  leyes  y  costumbres,  oambian  las 
instituciones,  se  ensayan  las  más  diversas  for- 
mas de  gobierno,  se  pasa  de  uno  á  otra  extremo 
-  fri.-ndo  las  consiguientes  o.scilaciones  y,  sin 
::iijargo,  la  ley  de  Cristo  sub.siste;  Roma  con- 
tinúa siendo  la  ciudad  eterna;  por  cimera  de 
t(j<las  las  coronas  reales  se.  ostenta  la  cruz,  sím- 
bolo de  redención,  y  el  Papa  ciñe  la  tiara  y  es 
acatado  como  á  rey  de  reyes  y  como  á  Vicario 
de  Jesucristo  en  la  tierra. 

¿Qué  queda  de  la  antigua  Roma?  Un  recuerdo 


repulsivo,  algo  como  una  sangrienta  leyenda, 
una  memoria  dolorosa  que  se  aviva  á  veces  á 
los  resplandores  de  la  ciudad  incendiada  y  otras 
enrojecidas  por  la  sangre  de  sus  víctimas  y  de 
sus  mártires;  quedan  las  figuras, — no  grandes, 
deformes,— de  sus  Césares,  ¡lechados  de  disolu- 
ción y  crueldad;  quedan  algunas  ruinas  cuya 
vista  hace  entornar  los  ojos,  porque  sucede  á 
veces  que  en  la  oscuridad  aparecen  más  brillan- 
tes y  luminosas  las  ideas  y  en  la  imaginación 
se  reproduce  momentáneamente  la  ciudad  paga- 
na con  todo  su  espléndido  poderío  y  ^odos  sus 
tremendos  errores,  con  su  fuerza  dominadora  y 
absoluta  y  sus  monumentos,  reflejo  de  bárbaro 
poder. 

El  férreo  cetro  de  sus  Césares  fué  quebranta- 
do para  siempre,  no  por  legiones  poderosas  y 
convenientemente  armadas  sino  por  el  cetro  de 
caña  que  en  su  pasión  santísima  empuñó  nues- 
tro Redentor. 

Ninguna  religión  ha  tenido  tantos  mártires 
ni  tantos  detractores;  ninguna,  apóstoles  tan 


entusiastas,  ni  enemigos  más  encarnizados,  y, 
al  fin,  ¿de  qué  se  la  acusa?  ¿cuál  es  la  grave,  la 
capital  acusación  que  sobre  ella  pesa?  lo  imper- 
fecto de  su  clero:  arranca  el  mal  desde  su  ori- 
gen, se  revela  ya  en  el  apostolado;  tiene  Jesús 
entre  sus  discípulos  un  Judas  traidor,  un  Pedro 
acomodaticio  y  tibio  hasta  negarle  por  tres  ve- 
ces, unos  apóstoles  que  le  abandonan  en  la  ti-iste 
noche  del  huerto  do  los  Olivos  y  un  Tomás  que 
duda  de  su  resurrección.  Si  los  discípulos  del 
Maestro  se  ofrecen  á  tan  tristes  reflexiones, 
¿por  qué  exigir  la  perfección  á  todos  sus  suceso- 
res y  por  qué  no  persuadirse  de  que  lo  perfecto 
no  cabe  en  lo  humano,  á  no  ;;er  que  lo  humano 
se  fundo  completamente  en  el  espíritu  divino,  y, 
sobre  todo,  por  qué  señalar  siempre  la  parte 
débil  y  secundaria,  si  la  doctrina  del  Divino 
Maestro  por  la  pureza  de  sus  principios  y  lo 
consoladoras  de  sus  máximas  será  siempre  la 
confortación  do  los  tristes,  la  sviprema  esperan- 
za de  la  humanidad? 

Antonia  Opjsso. 


IBIHISTUCM:  brlii,  36S-367,  Eum  leliiu,  Uilor.— Boerrados  ios  dertebos  de  propiedad  artística  y  literaria.— Las  reclamaciones  en  Madrid,  a!  represeotaote  de  esta  Casa  D.  Haniiel  Plá ;  Valor,  Apodaea,  10,  V 

)  INSÉRTESE  ó  NO.  NO  8B  DBVUBLVE  NINQUN  ORIGINAL.  (  


mrkBLaamimtre  TiPoanXpico  ob  R.  Rk^rda— Oallb  ob  Vii.i.arroki.,  núm.  17,  rnsan<:iib  db  San  Antonio.— Rarcblon*. 


Año  V 


£EMANARIO_CIENTJF^O^^JTERARIO    Y    ARTÍSTICO 


r^N'^ 


Barcelona  16  de  Abril  de  1887 


Núm.  224 


UA  NOVIA  DE  IVIAKIVIOL(Dilmjo.l«H,-iibauck) 


242 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


SUMARIO 

T*iTf>. —¡íadrid,  Omtai  4  mi  prima,  por  Fernanflor.— lo 
■nxHc  de  Caf€l»  (eonUftnarién),  por  Vicente  Blasco  Iba- 
aet.—Lutarat:  A  anieAM  y  d  mtngmmo  (eontinuaciún),  por 
curta.— Diasa  dt  PoMer*,  por  Carloa  Mendotu.— ¿o  qut 
I IM Ubnx,  por  Vicenie  Colorado.— .á  Smriqveta,  al  «r 
(•oneto),  por  Enrique  Franco  —  T»4  ojo*,  por  Teo- 
doro Rodriguei  de  la  Torre.— vlbrif  y  iíoyo  (poe<ta>,  por 
Kw<iaiel  Solana  —Nuestro*  grabadoa.— Certamen  litorarlo 
«B  Serllla.— Apremio  doicaipre  icontinnadón),  por  Jose- 
fa Pqiol  de  Collado. 

UitBtDos. — La  ut'Via  de  mármol— Diana  de  Poillers— El 
juicio  de  Péris.— A  orillas  del  Tér.— Kl  Uuseo  Helénico  de 
Cambridge,  (tres  grabados<.— El  arte  en  Persla,  <ties  gra- 
bados) .  -  I*  Jacquerle.— Tarde  de  sol .  —  El  solltaiio.— Ca- 
rnada: Cabo  Rojo.— Perspectira  desde  la  montaña.-  El  ce- 
maoterio  de  la  Costa  de  las  Kleves.  (Montreali.— En  el 
parque.— I*  nieta. 


MADRID 


C.A.IITA.S    -A.    l^IX    PUn-IA. 


FIN    DE    UNA    HISTORIA 

'Y^kiímíteme,  querida  Carmen,  que  te  dé  no- 
Jr—j  ticias  del  término  que  ha  tenido  la  enfer- 
'ÍTP  medad  de  la  Lolilla;  esta  mujercita  ya  más 
célebre  por  su  desventura  que  por  su  pequenez. 
Es  digna  de  un  epitafio,  porque  Madrid  durante 
muchos  dias  sólo  se  ha  ocupado  de  ella,  mos- 
trando al  cabo  un  sentimiento  de  compasión  por 
la  qne  hasta  entonces  sólo  había  mirado  con  risa 
ó  con  desprecio.  Faltaría,  sino,  en  este  libro  el 
desenlace  de  una  de  las  más  interesantes  histo- 
rias de  sus  crónicas. 

Tú  sabes  que  muchos  médicos  se  encargaron 
de  esta  enferma,  visto  le  raro  del  caso  y  más  to- 
davía la  espectación  pública.  Los  médicos,  in- 
clusos los  más  célebres  y  autorizados,  tienen 
algo  de  los  curanderos,  de  quien  sólo  hablan 
con  sonrisa  burlona;  buscan  el  puff,  desespera- 
damente; fiando  en  él  su  porvenir  ó  el  acrecen- 
tamiento de  su  reputación,  más  que  de  su  pro- 
pio mérito.  La  enfermedad  de  la  Lolilla  les 
ofrecía  una  notoriedad  provechosa  y  acudieron 
á  rodear  su  lecho,  buscando  uno  de  esos  brillan- 
tes éxitos  que  la  prensa  repite  con  admiración 
y  entusiasmo...  Pero  la  enanita  era  un  caso  des- 
esperado; ella  y  su  hija  estaban  destinadas  á 
morir  y  la  ciencia  comprendió  que  en  torno  de 
su  lecho  no  había  más  que  un  desengaño.  Desde 
este  momento,  al  decir  de  un  periódico  respeta- 
ble y  popular,  la  Lolilla  quedó  entregada  á  la 
comadrona  y  á  las  vecinas;  es  decir  á  las  muje- 
res, que  obedecen  á  los  sentimientos  de  su  co- 
razón, sin  esperanza  de  que  los  periódicos  citen 
sus  nombres.  La  queja  de  El  Imparcial  (que  en 
su  misma  rectificación  sostuvo  briosamente)  ha 
sido  muy  simpática;  porque  la  Lolilla,  aunque 
fuese  una  mujer  de  forma  rara,  encerraba  dentro 
un  alma  de  la  misma  esencia  del  alma  de  las 
mujeres  más  nobles  y  hermosas.  Acaso  la  im- 
presión gravísima  que  produjo  esta  noticia  fué 
excesiva.  La  ciencia  es  una  curiosidad  licita  y 
gloriosa  que  no  podría  satisfacer  plenamente 
su  misión,  si  palideciere  y  temblase.  ¿Qué  po- 
día ser  la  Lolilla  para  la  ciencia?  Un  caprichoso 
manojillo  de  nervios  y  huesos. 

£n  fin,  la  Lolilla  murió,  y  la  hija  que  la  cien- 
cia tardía  y  violentamente  hizo  entrar  en  el 
mundo,  murió  también;  el  pueblo  de  Madrid  que 
ha  seguido  el  curso  de  este  asunto  con  un  afán 
indescriptible,  herido  en  su  imaginación  por 
esta  leyenda  de  enanos,  tan  rara,  en  que  el 
amor  se  mezcla  con  la  brutalidad,  en  que  los 
amores,  forzosamente  tienen  que  ser  trágicos; 
supo  BU  miifrte  y  se  agolpó  á  la  puerta  de  la 
casa  mortuoria  para  ver  el  cadávfsr.  Varios 
agentes  de  orden  público  impidieron  la  entrada; 
de  no  haberlo  hecho  así  hubiesen  desfilado  ante 
aquel  pequeño  ataúd  tantos  miles  de  personas  co- 
mo ante  el  de  un  gran  prelado  6  de  un  rey.  El 
cadáver  de  la  vendedora  de  periódicos  fué  amor- 
tajado con  un  traje  blanco  y  una  corona  de  flo- 
res del  mismo  color;  llevando,  además,  un  ramo 
,]í.  •.í-r.v^nniientos  en  la  mano  derecha.  Homenaje 


conmovedor  que  se  avenía  con  la  juventud  y  la 
desventura  de  la  Lolilla,  pero  que  hacia  surgir 
en  la  imaginación  de  quien  contemplaba  su  ca- 
dáver ideas  y  sentimientos  tan  extraños  como 
la  figura  y  la  historia  de  la  muerta.  Realmente 
ha  necesitado  morir  para  que  todos  la  reconoz- 
camos, como  semejante  nuestra  y  se  la  tributen 
los  honores  que  á  una  niña,  no  á  un  fenómeno, 
corresponden.  El  ataúd,  donde  yacían  la  hija  y 
la  madre,  estaba  puesto  sobre  una  cama  impe- 
rial, alumbrada  por  ocho  antorchas. 

Los  que  por  verdadera  piedad,  ó  por  curiosi- 
dad tan  solo,  visitaban  el  cadáver  de  la  Lolilla 
se  encontraron  un  espectáculo  singular;  como 
todo  lo  que  va  unido  á  esta  historia.  Una  mu- 
jer, profundamente  emocionada,  velaba  estos 
cadáveres.  Era  la  madre  de  la  liliputiense:  á 
quien  la  naturaleza  quiso  imponer  el  dolor  y  la 
dulzui-a  de  crear  un  monstruo  y  de  amarlo. 
A  las  dos  de  la  tarde  del  martes,  la  muchedum- 
bre llenaba  materialmente  la  calle  de  San  Car- 
los; pugnando  siempre  por  llegar  hasta  la  casa 
mortuoria.  Para  despejar  la  calle  hubo  que  acu- 
dir á  un  recurso  ya  empleado  en  otras  ocasiones 
para  disolver  las  multitudes,  sin  sangre.  Los 
mangueros  anunciaron  que  iban  á  regar  y  diri- 
gieron al  pueblo  los  cañones  de  sus  aparatos. 
El  pueblo  no  se  deshizo  por  esto;  mas  levantó 
un  clamoreo  de  protesta,  que  la  frialdad  de  la 
tarde  justificaba  sin  duda.  Las  mangas  lanzaron, 
al  fin,  sus  terribles  bufidos  y  la  calle  quedó 
transformada  en  un  monumento  hidráulico.  La 
confusión  fué  espantosa.  Los  gritos  de  indigna- 
ción, los  insultos,  se  mezclaban  con  las  risas. 
Al  cabo  los  funerales  de  una  liliputiense  toma- 
ban carácter.  Las  salvas  de  honor  las  hacían  los 
mangueros.  Es  inútil  luchar  contra  el  Destino; 
en  vano  trataréis  de  ir  contra  la  preocupación 
social  y  honrar  lo  que  ésta  no  estima  6  esti- 
mar lo  que  la  sociedad  deshonra.  Sin  que  lo  se- 
páis, la  preocupación  toma  forma  de  casualidad 
y  se  impone  á  vosotros:  haciéndoos  reir  donde 
quisierais  llorar  ó  derramar  lágrimas  donde 
creías  encontrar  asuntos  de  risas. 

Antes  de  las  tres  había  llegado  una  magnífi- 
ca carroza  fúnebre,  tirada  por  cuatro  caballos 
enjaezados  con  penachos  blancos  y  cubiertos  con 
mantillas  de  damasco.  Al  sacar  el  féretro  de  la 
casa  se  produjo  una  agitación,  una  turbulencia, 
un  griterío,  un  escándalo  espantosos.  Aquellas 
voces  expresaban  los  varios  y  extraños  senti- 
mientos del  pueblo  de  Madrid;  sentimientos  in- 
definibles para  los  mismos  que  los  experimenta- 
ban; y  en  los  que  había  indignación,  curiosidad, 
admiración  y  á  los  cuales  se  mezclaba  también 
alguna  carcajada. 

Pero  en  aquel  momento  no  cabe  duda,  ya 
muerta  la  enanita,  y  muerta  por  tan  extraña 
causa,  la  compasión  se  imponía  en  todos  y  la 
enana  crecía  en  la  imaginación  popular  con  pro- 
yección luminosa;  para  el  pueblo  entonces  la 
Lolilla  era  una  virgen  asesinada. 

Sobre  la  caja  se  colocó  una  magnífica  corona 
en  cuyas  cintas  se  leía  la  siguiente  dedicatoria: 
«¡Pobre  Lolilla!  Un  parroquiano  deFornos.»  Este 
nombre  resume  su  historia  mejor  que  otro  algu- 
no, porque  el  café  de  Fornos  era  el  sitio  en  que 
ella  solía  vender  los  periódicos  y  billetes  de  lo- 
tería. Los  parroquianos  de  este  café  pregunta- 
ban siempre  por  ella  cuando  no  la  veían,  y,  se- 
gún el  corazón  y  la  educación  de  cada  uno  de 
ellos,  éste  le  dirigía  una  pregunta  acerca  de 
su  familia,  aquél  una  broma  más  6  menos  in- 
tencionada y  de  buen  gusto,  todos  alguna  frase 
en  que  se  marcaba  la  superioridad  que  sobre 
ella  tenía  el  parroquiano  por  ser  criatura  de  más 
cuerpo  y  la  que  pensaba  tener  también  porque  á 
más  cuerpo  más  alma,  sin  duda.  Si  hubiese  fal- 
tado esta  corona  en  el  entierro  de  la  Lolilla  hu- 
biese faltado  algo  más  qtie  el  homenaje  colecti- 
vo de  los  que  todos  los  días  hablaban  de  ella; 
hubiese  faltado  el  tardío  desagravio,  la  retrac- 
tación, de  los  que  veían  al  cabo  ennoblecida  la 
deformidad  por  la  desgracia. 

Detrás  de  la  carroza  iban  á  pié,  presidiendo 
el  duelo,  el  empresario  de  teatros  Ducazcal  y  el 
señor  Casal,  concejal  del  distrito.  Ducazcal  presi- 
dió por  derecho  propio;  pues,  ciertamente,  había 


protegido  mucho  á  la  Lolilla.  No  hubiese  faltado 
tampoco,  de  ningún  modo,  á  este  entierro,  pues 
no  deja  de  figurar  en  ningún  acontecimiento 
extraordinario.  Es  un  hombre  que  admira  por 
su  fibra  corporal  y  por  su  imaginación  siempre 
despierta.  El  monopoliza  todos  los  acontecimien- 
tos y  todos  los  éxitos.  Allí  donde  ocurra  un 
fausto  suceso  ó  una  gran  desgracia;  donde  haya 
que  ganai-  un  duro  y  donde  haya  que  darle,  allí 
está  Ducazcal:  la  aristocracia  concluyó  por  tran- 
sigir con  él  y  el  pueblo  no  ha  dejado  de  querer- 
le: fácilmente  se  ha  convenido  en  perdonarle 
sus  pecados  y  ponderar  sus  buenas  cualidades: 
su  temperamento  es  la  lucha  y  nadie  quiere  ha- 
bérselas con  tan  infatigable  adversario.  En  este 
entierro  le  esperaba,  sin  embargo,  algún  desen- 
gaño de  su  popularidad...  Pero  todavía  no  ha 
llegado  el  momento... 

Más  de  quinientas  personas,  la  mayor  parte 
de  ellas  vendedoras  de  periódicos,  seguían  el 
féretro.  La  matrona  lo  seguía  también.  El  as- 
pecto de  la  comitiva  no  podía  ser  más  extraño. 
Aquella  escolta  de  viejos,  mujeres,  niños  y  ni- 
ñas se  ofrecía  en  corporación  visible  al  curioso 
que  no  repara  cuando  compra  un  periódico  ni 
siquiera  en  quien  se  le  ofrece.  Aquellos  eran  los 
huíanos  de  la  prensa,  los  que  continuamente 
exploran  la  capital  para  conquistarla,  en  nom- 
bre de  la  libertad.  Los  diarios  populares,  son  los 
liberales;  por  las  calles  no  circula  la  reacción: 
se  oculta  en  el  hogar  bien  amueblado  del  mag- 
nate, ó  en  el  cuarto  desmantelado  y  triste  del 
cura;  en  los  palacios  y  en  las  sacristías.  La  ca- 
lle pertenece  á  esa  turba  gritadora  que  ama  la 
libertad  porque  de  ella  vive.  El  mismo  Presi- 
dente del  Consejo  conoce  menos  el  estado  de  la 
política  y  de  la  opinión  que  ellos.  Ellos  viven 
de  no  equivocarse  y  los  hombres  políticos  de 
sus  equivocaciones.  Mañana  se  venderán  tantos 
veinticincos,  dicen  los  vendedores  la  víspera  de 
una  gran  discusión,  en  la  noche  de  un  gran 
crimen.  Ellos  saben  cuales  sucesos  impresionan 
al  público  y  cuales  no  aumentan  la  tirada  de  su 
periódico  en  un  millar  de  ejemplares.  Ellos  sa- 
ben hacer  el  juicio  de  los  músmos  periódicos  que 
venden  con  cuatro  palabras,  claras,  gráficas, 
naturalistas,  que  no  tienen  réplica  posible.  Como 
que  recogen  directamente  eljuicio  público. Mien- 
tras se  permitan  vendedores  de  periódicos  y  gri- 
tar los  periódicos  en  la  calle,  la  libertad  domi- 
nará en  España,  porque  dará  siempre  con  su 
voz  el  alerta  de  calle  en  calle.  Parecía  que  la 
escolta  de  aquel  féretro  era  sólo  una  turba;  era 
algo  más:  sus  voces  destempladas  sonaban  como 
las  fanfarrias  del  progreso  moderno.  Y  confese- 
mos, prima,  que  aquel  momento,  en  que  since- 
ramente estaban  afligidos  é  indignados  le  re- 
presentaban noblemente. 

En  la  sacramental  do  San  Lorenzo  se  dio  se- 
pultura al  cadáver.  Allí  la  confusión  se  repro- 
idujo:  allí  el  espectáculo  revistió  incidentes  la- 
mentables. Todos  querían  ver  el  cadáver,  todos 
se  agolpaban  junto  á  la  fosa,  so  apretaban,  se 
empujaban,  se  repelían;  el  tumulto  degeneró  en 
lucha;  algunos  recibieron  contusiones  graves; 
porque  algunos  cayeron  al  suelo  y  alguien  den- 
tro la  misma  fosa.  ¿Qué  les  impulsaba  ú  mirar 
de  cerca  con  afán  insaciable?  Un  sentimiento 
misterioso  que  como  un  vapor  acre  y  siniestro 
se  desprende  de  esta  historia  do  desventura: 
algo  de  superstición  inexplicable  que  conserva 
siempre  el  pueblo. 

La  Lolilla  tiene  sepultura  perpetua,  situada 
en  el  patio  central  número  uno.  Ducazcal  ha 
costeado  los  gastos.  No  con  el  dinero  que  lle- 
vaba en  el  bolsillo,  ciertamente.  Porque  allí 
mi.smo,  como  á  otros  concurrentes,  manos  ca- 
lientes y  corazones  fríos  se  le  habían  robado. 

Así  ha  concluido  la  historia  de  esta  mujer- 
cita.  Empezó  como  un  fenómeno  sólo  interesante 
para  la  ciencia;  cuya  misión  ora  soportar  su 
desdicha  viviendo  como  una  mujer  honrada, 
que  después  de  todo  forzosamente  debe  serlo; 
la  frivolidad  de  las  gentes,  que  no  un  senti- 
miento generoso,  fijó  en  ella  la  atención  pública; 
un  día  la  Moda  la  indicó  á  la  sociedad  con  su 
dedo  sonrosado;  la  Lolilla  se  vio  protegida,  aga- 
sajada, festejada;  alguien  se  fijó  en  ella  estimu- 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


243 


lado  por  el  capricho;  ella  correspondió  por  ca- 
pricho ó  por  amor;  y  de  súbito  la  enana  sin 
historia,  sin  porvenir,  que  debía  vejetar  y  en- 
vejecer vendiendo  la  ilustración  y  la  fortuna,  se 
convierte  en  heroína  de  una  novela  de  amores 
funestos,  es  madre  y  muere. 

Todo  es  absurdo  en  esta  historia:  su  cuerpo, 
su  vida,  sus  amores,  su  enfermedad,  su  término, 
sus  funerales,  y  la  fluctuación  de  sentimientos 
entre  la  cual  han  seguido  su  vida  y  su  muerte 
el  pueblo  y  la  sociedad... 

Un  día  estaba  en  Pontainebleau  Luis  XIV, 
cuando  le  hicieron  un  singular  obsequio:  le  pre- 
sentaron en  un  plato  de  plata  y  cubierto  con 
una  servilleta  un  enanito  de  treinta  y  seis  años, 
el  cual  se  desenvolvió,  lindamente,  de  su  cober- 
tura y  le  saludó  con  mucha  finura.  Era  el  más 
pequeño  de  sus  subditos.  Luis  XIV  se  rió  mucho. 

Se  le  enseñaron  después  al  pueblo:  el  pueblo 
se  rió  lo  mismo  que  Luís  XIV. 

Y  el  enano  en  una  y  otra  ocasión  se  reía  tam- 
bién viendo  reir  á  todos. 

Y  todos  tenemos  razón.  ¿Qué  hace  un  hombre 
tan  chiquitín  entre  tantos  hombres  de  tan  cre- 
cida estatura? 

¿Para  qué  los  hombres  tienen  necesidad  de 
ser  tan  grandes? 

— ¡Si  la  risa  no  matase  en  ocasiones,  confie- 
sa, Carmen,  que  la  mejor  solución  de  todo  seria 
siempre  esta:  la  risa! 

Tuyo, 

Fernanflor. 


-*- 


LA  MUERTE  DE  CAFETO 


(MEMORIAS    DE    UN    PATRIOTA) 

(contihuaciók) 

— ¿Qué  es  lo  que  dices?  Bien  sabes  que  mis 
conocimientos  artísticos  son  bastante  limitados 
y  que  no  me  siento  capaz  de  delinear  no  el  bos- 
quejo de  un  cuadro  sino  simplemente  el  de  la 
más  fácil  figura.  Yo  solo  sirvo  para  pintarojear 
muestras  y  por  lo  tanto  me  siento  imposibilitado 
de  llevar  á  cabo  tu  encargo. 

— ¡Quién  sabe  lo  que  puede  suceder!  No  sería 
extraño  que  alguna  fuerza  misteriosa  te  ayuda- 
se en  tal  tarea. 

Después  de  decir  esto  Teodoro  todavía  ha- 
blamos algunos  momentos  hasta  que  por  fin  mi 
amigo,  con  aquel  estoicismo  que  le  era  caracterís- 
tico, se  envolvió  en  su  manta,  acostóse,  y  poco 
rato  después  dormía  tranquilamente  como  hom- 
bre libre  de  toda  preocupación. 

Al  día  siguiente  apenas  amaneció,  los  tam- 
bores con  su  ronco  sonido  mandaron  formar  á 
las  brigadas  republicanas. 

Allá  en  las  alturas,  á  la  blanquecina  luz  del 
alba,  se  vislumbraba  el  ejército  alemán  ocupan- 
do sus  posiciones  y  esperando  nuestra  acome- 
tida. 

En  la  agitación  que  reinaba  en  nuestros  ba- 
tallones se  conocía  que  el  combate  no  tardaría 
mucho  en  empezar. 

De  pronto  sonó  una  terrible  detonación.  Era 
el  primer  cañonazo  que  nuestra  artillería  dis- 
paraba contra  las  posiciones  enemigas. 

Los  alemanes  contestaron,  y  entonces  un  te- 
rrible cañoneo  entablóse  entre  los  dos  ejércitos. 

No.sotros  en  correcta  formación  y  arma  al 
brazo  aguardábamos  la  orden  para  escalar  las 
abruptas  faldas  de  aquellos  montes  y  romper  á 
la  bayoneta  las  líneas  enemigas. 

¡Cuan  diferente  era  el  aspecto  que  presenta- 
ban los  dos  ejércitos! 

Arriba  los  alemanes  parapetados  en  sus  trin- 
cheras, bien  armados  y  deslumhrándonos  con 
sus  brillantes  uniformes.  Abajo  nosotros  com- 
pletamente á  descubierto,  hambrientos,  fatiga- 
dos, con  los  vestidos  rotos,  las  polainas  destro- 
zadas, y  escasos  de  municiones. 

Ellos  soldados  viejos,  habituados  al  combate 
y  endurecidos  por  las  fatigas  de  la  guerra,  nos- 
otros inexpertos  reclutas  y  poco  acostumbrados 
al  ruido  de  las  batallas. 


Y  á  pesar  de  esto  no  sentíamos  pavor  porque 
la  fe  iba  con  nosotros. 

Entre  un  guerrero  de  oficio  y  un  patriota  en- 
tusiasmado, existen  inmensas  diferencias. 

Yo  tenía  á  mi  lado  á  Teodoro,  que  pálido  y 
con  ojos  febriles  contemplaba  alternativamente 
mi  rostro  y  las  alturas  vecinas,  mientras  que 
con  manos  crispadas  oprimía  su  fusil. 

En  este  instante,  me  pregunto  que  es  lo  que 
pensaría  entonces  mi  amigo. 

De  pronto  vimos  como  una  exhalación  pasar 
por  frente  á  nosotros  un  grupo  de  ginetes. 

En  el  centro  de  él  columbramos  el  penacho 
y  la  faja  tricolor  de  Hoche  y  los  anchos  som- 
breros de  los  dos  representantes  de  la  Con- 
vención. 


Inmediatamente  que  esto  sucedió  diósenos 
orden  de  avanzar. 

Todos  bajamos  á  un  tiempo  horizontalmente 
nuestros  fusiles  y  rompimos  la  marcha. 

Poco  rato  después  nuestros  pies  hollaban  las 
primeras  asperezas  de  los  montes  cuyas  crestas 
ocupaban  nuestros  enemigos. 

Como  de  costumbre  en  todas  las  batallas  de 
aquella  época,  cantábamos  la  Marsellesa,  y,  tal 
vez  fuera  ilusión  mía,  pero  nuestro  canto  vibra- 
ba en  el  aire  con  tan  fuertes  sonidos  que  no 
parecía  sino  que  el  himno  saliera  de  boca  do 
toda  Francia. 

|Qué  especie  de  soldados  tan  rara  era  la 
nuestra! 

Nos  batíamos  cantando,  y  tal  vez  á  esta  oir- 


DIANA  DE  POITIERS  (Segúa  el  retrato  de  Belliard) 


cunstancia  era  debido  aquel  arrojo  para  desba- 
ratar á  los  enemigos,  y  aquella  fiereza  en  el 
ataque,  que  nos  era  peculiar. 

Yo  no  veía  en  aquellos  instantes  más  que  las 
filas  de  hombres  que  me  precedían  y  los  com- 
pañeros que  marchaban  á  mi  lado. 

Mis  ojos  no  tenían  otra  perspectiva  que  las 
brillantes  bayonetas  francesas  y  aquella  bande- 
ra tricolor  que  excitaba  mi  entusiasmo  y  cuyo 
extremo  asomaba  por  encima  de  los  viejos  tri- 
cornios. 

Marchaba  envuelto  en  aquel  torrente  que 
rugía  el  himno  de  la  patria  saltando  peñas  y 
salvando  precipicios. 

Era  una  gota  de  la  hirviente  marea  de  hom- 
bres que  subía  y  subía  para  no  parar  hasta  lo 
más  alto  de  los  Vosgos. 

Una  lluvia  de  balas  caía  continuamente  sobre 
nosotros  causando  un  verdadero  estrago. 

Teodoro  al  oírlas  silbar  sobre  su  cabeza  se 
sonreía  al  mismo  tiempo  que  murmuraba  junto 
á  mi  oído: 

— Cualquiera  de  esas  será  para  mí. 

Poco  distábamos  ya  de  las  posiciones  enemi- 


gas. A  través  de  las  densas  nubes  de  humo 
veíainos  destacarse  confusamente  los  negros 
montones  de  tierra  tras  los  cuales  asomaban  las 
bocas  de  los  cañones  y  las  cabezas  de  ntiestros 
enemigos. 

De  pronto,  cuando  ya  solo  distábamos  un 
centenar  de  pasos  de  las  posiciones  que  íbamos 
á  atacar,  los  jefes  de  nuestros  batallones  agita- 
ron sus  sables  en  el  espacio  y  aquella  fué  la 
señal. 

Apresuramos  el  paso,  ó  más  bien  dicho,  corri- 
mos para  arrojarnos  sobre  nuestros  enemigos, 
y  en  el  mismo  instante  de  todas  sus  trincheras 
salió  una  formidable  descarga. 

Una  intensa  y  fugaz  llamarada  horizontal, 
luego  un  espantoso  trueno,  y  por  fin  nos  vimos 
envueltos  en  una  nube  de  espeso  humo. 

Yo  vi  perfectamente  como  Teodoro  cayó  al 
suelo  de  bruces  sin  exhalar  un  solo  grito,  pero 
enel  mismo  instante  la  tierra  pareció  faltar 
bajo  mis  pies  y  vine  al  suelo. 


(Se  concluirá.) 


Vicente  Blasco  Ibáñez. 


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A  ORILLAS  DEL  TER  (Dibujo  de  F.  Mestres> 


246 


lA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


«LECTURAS 


Á    MOCHOS    Y    A   NINGUNO 

^co!tT^^u*CIílIl) 

Porque  sin  ingenio,  señores,  no  hay  nada. 
Esta  verdad  de  Pero  Grullo  es  la  que  nuestros 
novelistas  improvisados  olvidan  constantemen- 
te. Hay  que  hablar  de  esto.  Según  el  discreto  y 
erudito  autor  del  Discurso  preliminar  sobre  la 
primitiva  novela  española,  (Rivadeneyra,  t.  lÜ.) 
viene  á  ser  la  novela  «relación  ingeniosa  de  una 
acción  fingida  pero  verosimil  entre  personas 
particulares.»  Con  tal  definición  podrá  estar 
mal  cualquier  cosa  menos  lo  de  exigir  á  la  rela- 
ción que  muestre  ser  obra  del  ingenio. 

Sin  embargo,  de  esto  es  de  lo  que  con  mayor 
desfachatez  se  prescinde,  y  se  quiere  probar  por 
a  más  6  qne  se  es  novelista  porque  se  cumple 


EL  MUSEO  HELÉNICO  DE  CAMBRIDGE 
LA  NIKÉ  DE  ARKERMOS 

con  esta  y  la  otra  condición,  sin  que  les  impor- 
te á  los  qne  tal  hacen  olvidar  lo  principal,  la 
aptitud  para  el  arte  literario,  la  invención  in- 
geniosa. 

Yo  conozco  algunos  de  nuestros  jóvenes  pro- 
sistas que  escriben  su  novelita  cada  año  (y  antes 
falta  el  sol)  que  de  buena  fe  se  creen  autores  y 
pn  poco  está  qne  no  anden  con  uniforme  de  na- 
turalistas; tienen  montada  una  especie  de  admi- 
nistración, complicada,  como  la  de  cierto  harina 
tronado  de  Gogo!,  en  la  que  no  falta  más  que 
nna  rueda  para  que  sea  aquello  todo  un  esta- 
blecimiento de  realismo  perfeccionado.  Escriben 
los  tales  cartas  y  más  cartas  á  todos  sus  compa- 
ñeros de  naturalismo  dentro  y  fuera  del  reino, 
se  alaban  mutuamente,  desprecian  al  enemigo, 
á  los  idealistas,  y  se  qneaan  tan  satisfechos. 
Pues  bien,  ahoi-a  el  secreto:  son  tontos,  tontos 
casi  casi  de  capirote;  sosos,  apocados,  de  espí- 
ritu flaco,  de  ánimo  alicaído;  nunca  se  les  ha 
ocurrido  decir,  ni  pensar,  ni  hacer  nada  de  par- 
ticular, y  con  estas  señas  personales  quieren 
representar  el  arte  literario,  es  decir,  la  flor  de 
la  fantasía  y  del  sentimiento,  la  frescura  del 
alma  humana,  el  anhelo  más  alto,  la  visión  más 
gloriosa  }•  pura  de  la  realidad  ideal  y  corpórea. 
Pnes  eso  no  se  lo  hace  nunca  ver  la  critica,  esa 
crítica  qne  por  serlo  prescinde  también  de  lo 


principal  en  su  naturaleza:  el  gusto.  Los  críti- 
cos sin  gusto  perdonan  á  los  novelistas  la  falta 
de  ingenio  y  así  anda  ello. 

Como  aquí  nadie  estudia  de  veras  estética, 
porque  los  más  ni  saben  con  qué  se  come,  y 
otros  la  desprecian  sin  conocerla  por  aquello  de 
que  ya  no  hay  metafísica,  ni  nada  más  que  he- 
chos, etc.,  etc  ,  y  los  más  listos  creen  que  para 
estética  basta  la  de  Eugenio  Veron  y  á  lo  sumo 
los  trataditos  de  Laugel  y  otros  por  el  estilo, 
buenos  para  saber  cómo  le  escarba  á  uno  la 
música  los  oídos  y  cosas  de  este  tenor,  pero  in- 
suficientes para  lo  principal;  como  aquí  se  me- 
ten á  hablar  de  literatura  jóvenes  y  viejos  que 
tienen  el  alma  de  canto...  positivista  y  con  frac- 
tura antropológico-sociológica,  ó  como  si  dijéra- 


l-A   NIKANDRÉ  DE  DÉLOS 

mos,  á  la  antigua,  de  ciencias  morales  y  políti- 
cas; como  andan  por  esos  periódicos  critico  lite- 
rarios que  hablan  de  estas  cosas,  sagradas  cosas, 
como  si  fueran  presupuestos,  ó  microbios  ó 
higiene  pública,  6  teorías  parlamentarias,  como 
todo  esto  es  una  confusión  y  un  dolor,  nadie  se 
para  á  meditar  lo  que  corresponde  á  la  psicolo- 
gía estética,  á  las  propiedades  del  artista  como 
espíritu  creador.  ¡Buen  creador  te  dé  Dios! 

¿Qué  han  de  crear  esos  muchachos  que  no 
sienten  nada,  que  nada  tienen  quo  decir  porque 
.son  almas  vulgarísimas?  De  artistas  no  tienen 
más  que  la  ambición  de  gloria;  más  que  de  glo- 
ria de  notoriedad,  porque  la  gloria  consiste  en 
valer  y  á  lo  sumo  en  que  lo  sopan  los  espíritus 
nobles,  elevados;  la  notoriedad  no  necesita  más 
que  la  fama  del  sufragio  univensal  y  se  cuida 
poco  de  merecer  6  no  el  crédito  que  alcanza. 
Algunos  do  nuestros  novelistas  ya  nos  vienen 
con  el  ren  ren  ese,  traducido  del  francés,  por 
supuesto,  que  consiste  en  despreciar  á  los  polí- 
ticos por  burgueses,  por  medianías  de  ambición 
pequeña  y  prosaica.  ¡Infelices!  No  comprenden 
que  ellos  no  llevan  á  las  letras-  mejores  armas 
que  los  otros  á  la  política;  tal  vez  recurren  al 
arte  por  no  haberse  atrevido  á  probar  fortuna 


en  la  vida  pública  ó  por  haber  llevado  desen- 
gaños, ó  por  débiles  6  por  ineptos  para  los  ne- 
gocios. El  arte  no  es  un  refugio,  no  es  iglesia 
de  asilo.  Sin  contar,  con  que  aun  muchos  espí- 
ritus aristocráticos,  en  el  sentido  del  esteticismo, 
que  no  son  profanos  en  el  culto  desinteresado 
de  lo  bello,  tienen  que  contentarse  con  el  papel 
de  fieles,  sin  osar  pretender  un  oficio  en  la  igle- 
sia militante,  porque  les  faltan  las  facultades 
creadoras.  No  basta  que  tengan  buen  gusto,  de- 
licadeza, juicio  firme,  penetración,  pasión  sin- 
cera y  noble  por  el  arte,  aguda  inteligencia, 
gran  ilustración;  sino  saben  inventar  no  escri- 
ben, por  lo  mismo  que  son  discretos  y  aman  de 
veras  el  arte.  En  todo  amor  grande  hay  respeto. 
En  el  arte  hay  que  dejar  m\icho  á  lo  que,  bien 
ó  mal,  se  llama  lo  insconsciente.  Entendiendo 
mal  ciertos  párrafos  de  Zola,  yo  creo  que  en- 
tendiéndolos mal,  muchos  se  ríen,  en  nombre 
del   naturalismo,  de  la  invención,  de  la  inspira- 


LA  HERA  DE  SAMOS 

ción,  del  don,  etc.,  etc.  Es,  sencillamente,  una 
tontería  burlarse  de  tales  ideas,  negarlas.  Des- 
pojémoslas en  buen  hora  de  todo  carácter  míti- 
co, pero  no  las  neguemos;  ni  siquiera  cabe  ne- 
garlas su  carácter  de  misteriosas  fuerzas.  Esa 
espontaneidad  creadora  que  no  se  sabe  de  dónde 
viene,  es  siempre  la  principal  en  los  artistas, 
aunque  ellos  lo  nieguen,  porque  sean  de  los  afi- 
cionados á  eso  espejismo  del  orgullo  que  se 
contempla,  no  en  las  propias  obras,  sino  en  la 
teoría  en  que  se  pretendo  fundarlas.  Muchos 
grandes  escritores  que  no  so  atreven  á  alabarse 
directamente,  se  valen  de  esto  fingimiento  retó- 
rico de  elogiar  la  eficacia  de  la  doctrina  y  de 
los  procedimientos  técnicos  de  que  se  valen.  Los 
incautos  imitadores  caen  en  la  trampa;  no  ven 
la  profunda  ironía  de  los  maestros,  á  quienes 
sin  pensarlo  ofenden  atreviéndose  á  imitarles. 
¡Imbéciles!  pensará  el  genio  preceptista  al  ver 
estrellarse  á  los  incautos.  Cuando  yo  veo  á 
Campoamor  ó  á  Víctor  Hugo,  ó  á  Zola  mismo, 
ó  al  mismo  Juan  Pablo  (y  eso  que  éste  era  má.s 
legítimo  (stélicíi)  e.\poner  todo  su  arte  de  escri- 
bir poesía,  se  me  figura  estar  oyéndoles  decir: 
«Para  hacer  esto  hay  que  proceder  de  esta  y  de 
la  otra  manera,» — y  añadir  por  lo  bajo, — «y, 
además,  hay  que  ser  Campoamor,  ó  Hugo,  ó' 
Zola,  etc.» 


LA  ILUSTEACION  IBÉRICA 


247 


Hay  que  ser  casi  tonto,  para  no  comprender 
que  Zola  ha  sabido  antes  que  nadie  lo  que  ahora 
descubren  los  Ganderax,  los  Brunetiere,  los  Le- 
maitre,  etc.,  saber,  que  él  es  antes  que  todo  un 
poeta',  un  gran  poeta,  y  que  si  su  naturalismo  á 
lui  prospera  es...  por  la  inspiración  del  maestro. 
Zola,  que  tiene  además  de  genio,  talento,  no 
puede  menos  de  haber  notado  que  lo  mejor  que 
hay  en  sus  obras  es  lo  que  no  depende  de  credos 
literarios  ni  filosóficos;  lo  que  viene  no  se  sabe 
de  dónde:  la  inspiración,  el  soplo  divino,  que 
no  será  divino  ni  soplo,  si  no  quieren,  pero  que 
sopla,  y  sopla  como  lo  haría  una  divinidad. 


DIANA  DE  POITIERS 


(Se  continuará.) 


Clarín. 


-«- 


Así  como  hay  tipos  de  mujer,  Helena,  Cleo- 
patra,  Francesca  de  Rímini,  Julieta,  Desdémo- 
na,  la  Estuardo,  María  Antonieta,  que  serán  eter- 
namente objeto  de  interés  y  motivo  de  pasión 
para  el  artista,  hay  también  una  porción  de  her- 
mosísimas vulgaridades  que  gozan  de  extendida 
fama.  Así,  por  ejemplo,  suélese  citar  como  una 
especie  de  diosa  de  la  hermosura  á  la  célebre 
Diana  de  Poitiers,  la  hija  de  aquel  conde  de 
Saint- Vallier,  de  Le  roi  s'  amuse  y  Rigoletto,  sal- 
vado del  patíbulo  por  el  abandono  de  su  hija 
al  rey-caballero.  ¡Qué  desencanto,  sin  embargo, 
cuando  se  fija  la  atención  en  tal  hembra!  Nada 
más  repugnante,  en  efecto,  que  la  avaricia  y  la 
sed  del  oro  en  una  mujer.  Hartos  ejemplos  teñe- 


:-^1^ 


mos  hoy  día  entre  tantas  damas  de  mucho  ringo- 
rango  cuyas  fechorías  financieras  causan  náu- 
seas. La  de  Poitiers  era  el  tipo  completo  del 
mercantilismo;  mujeres  así,  más  parecen  muñe- 
cas mecánicas,  artificiales  y  secas,  que  no  cria- 
turas humanas. 

Todas  esas  favoritas  y  queridas  de  los  reyes, 
no  han  favorecido  jamás  los  intereses  de  su  pa- 
tria ni  han  contribuido  nunca  á  mejorar  la  con- 
dición de  los  monarcas;  la  mayor  parte  han  sido 
calamidades  públicas,  desde  la  Cava  á  Lola 
Montes  y  desde  la  Sulamita  á  la  Pompadour. 
Ninguna  de  ellas  puede  resistir  al  análisis  de  la 
crítica. 

El  prestigio  de  la  famosa  duquesa  de  Valen- 
tinois  procede  de  la  atmósfera  que  le  hicieron 
los  artistas  de  la  corte  de  Francisco  I,  tales 
como  Juan  Cousin,  Juan  Goujon,  Filiberto  De- 
lorme  y  el  Primatice,  todos  los  cuales  la  repre- 
sentan en  sus  cuadros  y  estatuas  en  figura  de 
Leda  abrazada  al  cuello  de  un  ciervo,  cuyo  ani- 
mal no  hay  para  qué  decir  que  aludía  á  su  real 
amante. 

Es  imposible  negar  que  Diana  de  Poitiers 
fué  una  de  esas  mujeres,  tan  numerosas  en  Fran- 
cia, que  saben  aparentar  una  juventud  eterna, 
como  Ninon  de  Léñelos  y  la  Recamier;  hermo- 
sa, no  hay  para  qué  encarecerlo,  ni  tampoco  su 
buen  gnsto  y  su  elegancia,  y  con  todo,  Diana 
no  fué  más  que  una  cortesana  sin  corazón  ni 
talento,  símbolo  de  la  victoria  de  la  adulación 
y  el  sensualismo.  Fué  adúltera,  egoísta  y  ava- 
ra; agotó  el  erario,  y  si  bajo  su  dominación  se 
llevaron  á  cabo  varias  obras  de  arte,  fueron  pa- 
gadas por  medio  de  vejatorios  impuestos  ó  de 
crueles  confiscaciones.  Joven,  casi  niña,  se  ha- 
Igía  casado  con  un  viejo,  feo  y  jorobado,  pero 
que  era  gran  senescal  de  Francia.  Viuda  de 


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■  ■:'''.  '■:   I  ,»■    i    f!|!i, '    Jj^ '!(■  '   ^'"1 


EL  ARTE  EN   PERSIA:  LA  TUMBA   DE  DARÍO,   EN   N  AKHCHl-RUS  F EM UN  CAPITEL.— SAPOR   I   Y   EL  EMPERADOR  VALERIANO 


aquel  carcamal,  fingió  llorar  muchos  años  su 
memoria  para  que  pudiesen  ser  cotizados  á  más 
alto  precio  sus  favores.  Nada  más  innoble,  final- 
mente, que  su  barraganía  con  el  delfin,  que  tenía 
diez  y  ocho  años  menos  que  ella  y  al  cual  do- 
minaba por  completo,  gracias  á  sus  astutas  ar- 
tes. Era,  en  suma,  Diana  de  Poitiers,  si  mate- 
rialmente bella,  llena  en  cambio,  de  fealdad 
moral.  Con  todo,  sépase  que  Ja  hermosa  mance- 
ba de  Enrique  II  (y  antes  de  su  padre  Francis- 
co I)  contaba  entonces  cuarenta  y  tres  años,  los 
mismos  que  madame  Recamier  cuando  Ampere, 
que  sólo  tenía  veinte,  quería  casarse  con  ella. 

Cuando  el  delfín  se  prendó  de  la  viudita, 
adoptó  los  colores  blanco  y  negro,  únicos  que 
empleaba  Diana  en  ous  fastuosos  trajes.  La  in- 
fancia del  príncipe  había  sido  muy  triste.  En- 
viado á  España  con  su  hermano  como  uno  de  los 
rehenes  para  la  ejecución  del  tratado  de  Ma- 
drid, había  pasado  cuatro  años  relegado  en  Va- 
lladolid  en  un  convento  de  frailes,  en  donde 
había  padecido  una  verdadera  cautividad.  Vuel- 
to á  la  corte  de  Francia,  mostróse  lleno  de  em- 
barazo y  timidez,  por  cuyo  motivo  su  padre  le 
demostraba  poco  afecto.  A  Francisco  I  no  le 
gustaba  aquella  falta  de  vivacidad  que  tanto 
contrastaba  con  la  ligereza  de  su  cabeza  de 
chorlito.  El  pobre  principe,  que  se  veía  de  tal 


manera  aislado,  tendió  entonces  una  mirada  en 
torno  suyo  y  cayó  postrado  á  los  pies  de  Diana, 
en  demanda  de  su  protección  y  arrimo.  El  des- 
dichado mozalvete  se  enamoró  de  la  taimada 
palaciega  como  de  una  divinidad,  hasta  la  ido- 
latría y  el  fanatismo  más  exagerados. 

Nadie  diría  que  el  amante  de  Diana  fuese  el 
heredero  de  la  corona  de  Francia  al  leer  los  ver- 
sos que  le  dirigía  y  las  muestras  de  rendlsimo 
vasallaje  con  que  se  conducía  respecto  á  ella. 

Enrique  estaba  casado  con  Catalina  de  Medi- 
éis desde  hacía  ocho  años,  pero  las  costumbres 
de  la  época  —  ¡quantum  mutantur  ab  illo!  —  ad- 
mitían que  se  compartiese  el  cariño  entre  la  es- 
posa y  la  querida.  La  astuta  florentina  callaba 
y  disimulaba,  esperando,  empero,  la  ocasión  de 
vengarse.  Además  de  esta  rival  tenia  Diana 
otra  enemiga  en  la  duquesa  de  Etampes,  joven 
querida  del  viejo  Francisco  I,  así  como  ella  era 
la  vieja  querida  del  joven  delfín.  La  duquesa 
tenía  por  artista  encargado  de  reproducir  sus 
encantos  al  Primatice,  y  Diana  á  Benvenuto 
Cellini. 

Así  que  subió  al  trono  Enrique  II,  convirtió- 
se Diana,  que  tenía  entonces  cuarenta  y  ocho 
años,  en  la  verdadera  dueña  de  Francia.  Mandó 
desterrar  á  la  de  Etampes,  hízola  devolver  un 
diamante  de  cien  mil  escudos,  último  presente 


que  á  la  linda  jovencita  había  hecho  Francis- 
co I,  y  desde  entonces  puede  decirse  que  el  te- 
soro público  se  convirtió  en  su  caja  particular. 
Todo  lo  cobraba,  lo  vendía,  lo  dispensaba,  lo 
devengaba  y  lo  embolsaba  la  interesante  jamo- 
na. Dinero,  dinero  y  dinero,  tal  era  el  único 
afán  de  la  duquesa,  siempre  bella  á  pesar  de  los 
años. 

Tocante  al  carácter  de  su  hermosura  no  hay 
para  qué  negar  que  giiardaba  relación  con  su 
nombre;  era  una  belleza  dominadora,  escultural, 
de  orgulloso  aspecto,  imponente  y  casi  dura, 
revelando  como  principal  atributó  la  fuerza.  Asi 
es  que  muchas  veces  se  revestía  de  una  arma- 
dura sin  mostrar  la  menor  incomodidad.  ¿Pero 
cómo  podía  á  los  cincuenta  años  conservar  el 
prestigio  y  el  brillo  de  la  juventud?  «El  secre- 
to,— dice  Michelet, — es  bello  sin  duda,  pero  fá- 
cil de  saber:  no  conmoverse  por  nada,  no  amar 
nada,  no  compadecerse  de  nada.  No  abrigar  otra 
pasión  que  la  que  da  un  poco  de  movimiento  i 
la  sangre,  placeres  sin  borrascas,  amor  á  la  ga- 
nancia y  la  caza  del  dinero.» 

Por  otra  parte,  la  fuerza  de  voluntad  de  Dia- 
na alcanzaba  imposibles.  No  quería  envejecer  y 
no  envejecía.  Tenía,  empero,  una  fuente  de  Ju- 
vencia,  y  ésta  era  el  baño  de  agua  helada  que 
tomaba  en  todas  épocas.  Al  rayar  el  alba  estaba 


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LA  JACQUEEl  I 


le  G.  Rochegrosae) 


250 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


ya  levantada;  lanzábase  entonces  á  caballo  á 
través  de  If^s  bosques  y  cazaba  dos  6  tres  horas 
ciervos  ó  jabalíes.  Estas  costumbres  activas  y 
matinales  le  daban  un  vigor  increíble,  evitán- 
dole el  menor  instante  de  desfallecimiento. 

La  vieja  cortesana  sabia,  por  otra  parte,  te- 
nerle embobado  á  aquel  rey  quijotesco, 
manteniéndole  en  la  ilusión  de  que  ni 
el  mismo  Aniadis  había  sido  tan  fino 
enamorado  como  él;  Enrique  11  estaba 
chiflado,  en  efecto,  con  los  libros  de 
caballería  y  remedaba  lo  que  leía  acer- 
ca de  los  Lisuartes  y  Esplandianes. 

La  Dulcinea,  sin  embargo,  no  incu- 
rría en  semejantes  mentecaterías;  la 
cuestión  era  sólo  cuartos,  cuartos, 
cuartos,  y  á  este  propósito  trata,  rega- 
tea, compra,  vende,  adjudica  y  hace 
negocios  como  el  más  inteligente  mer- 
cachifle. Así,  como  Solimán  11,  aliado 
del  rej'  cristianísimo,  hubiese  apresa- 
do algunos  barcos  españoles  y  rega- 
lado los  cautivos  á  Enrique  11,  cediólos 
éste  á  Diana  para  que  dispusiera  de 
ellos,  y  en  efecto,  los  vendió,  hom- 
bres y  mujeres,  y  no  sólo  los  vendió 
sino  que  sabiendo  que  Solimán  había 
encontrado  mny  feo  este  negocio  y  se 
disponía  á  mandar  un  embajador  para 
quejarse  al  rey,  dio  orden  de  que  se 
sacaran  á  subasta  lo  más  pronto  posi- 
ble, antes  de  que  llegase  el  enviado 
del  Gran  Señor. 

La  favorita,  siempre  ojo  uvizor  á  la 
ganancia,  cuidaba  de  todo  lo  relativo 
á  los  hijos  que  iban  naciendo  de  En- 
rique y  su  mujer;  les  escogía  las  no- 
drizas, les  designaba  los  sitios  en  que 
debían  veranear  y  se  convertía  en  en- 
fermera de  la  reina  cuando  estaba  ma- 
la. Todo  se  le  pagaba  espléndidamen- 
te. En  cuanto  á  Catalina  de  Médicis, 
disimulaba  lo  que  podía  mortificarla 
aquel  amor,  y  hasta  llegó  á  formar 
una  especie  de  alianza  tácita  con  la  fa- 
vorita, tanto  más  en  cuanto  ningún  ca- 
riño profesaba  á  su  esposo.  La  taimada 
florentina  sólo  abrigaba  en  su  pecho 
la  pasión  del  mando  y  su  astrólogo 
Rnggeri  la  había  vaticinado  que  rei- 
naría á  sus  anchas.  Por  eso  aguarda- 
ba y  callaba. 

Tenía,  además,  otra  gracia  Diana, 
y  era  la  crueldad;  así,  después  de  ha- 
berse entregado  á  los  placeres  más 
insensatos  con  el  rey,  disponía  unos 
cuantos  autos  de  fe  para  ver  cómo  ar- 
dían los  hugonotes  en  la  hoguera,  ó 
bien  se  divertía  con  el  hijo  de  Fran- 
cisco I  viendo  como  daban  tormento  á 
los  reos  de  herejía  con  la  cuerda,  la 
estrapada,  la  tranca,  el  brasero  y  de- 
más cueftwneí.  ¡Era  muy  entendida  en 
materia  de  placeres  la  duquesa  de  Va- 
lentinois!  Generalmente  los  torneos 
iban  seguidos  siempre,  como  fin  de 
fiesta,  de  hogueras  para  calvinistas. 
Una  vez  el  rey,  que  volvía  de  justar 
en  honor  á  Diana,  pasaba  por  el  que- 
madero y  oyó  los  alaridos  de  un  anti- 
guo criado  que  moría  entre  las  tortu- 
ras del  fuego. 

Donde  se  ve  que  no  siempre  han  de 
ser  España  y  la  Inquisición  los  auto- 
res de  chamusquinas. 

Con  todo,  ocurrió  una  vez  un    su- 
ceso qne  hizo  se  le  pasaran  á  Enri- 
<jue  II  las  ganas  de  ver  cómo  dabtn 
tambre,  aunque  no  de  hacerla  dar.  Fué  el  caso 
qne  un  pobre  sastre,  detenido  como  herético, 
fué  conducido  ante  el  rey,  á  quien  quiso  darse 
el  divertido  espectáculo  de  la  confusión  y  sim- 
plicidad de  aqnel  botarate,  pero  en  vez  de  ser 
así  contestó  al  interrogatorio  regio  con  cordura 
y  dignidad.   Diana  de   Poitiers  que  asistía  á 
aquella  escena,  quiso  meter  bausa  en  la  discu- 
sión, y  entonces  exclamó  el  sastre:  — '^Señora, 
contentaos  con  haber  infectado  la  Francia  y  no 


mezcléis  vuestra  basura  en  cosa  tan  sagrada 
como  es  la  verdad  de  Dios.» — Callóse  la  favo- 
rita por  de  pronto,  pero  el  día  4  de  Julio  de  1549 
subió  el  pobre  sastre,  con  tres  correligionarios 
más,  á  la  hoguera  encendida  en  la  calle  de  San 
Antonio,  en   presencia  del  rey  y  de  Diana,  y 


EL  SOLITARIO 


cuéntase  que  cuando  el  sentenciado  se  apercibió 
del  rey,  que  estaba  asomado  á  una  ventana  del 
palacio  de  Roche-Pot,  «se  puso  á  mirarlo  tan 
fuertemente  que  nada  podía  hacerle  desviar  la 
vista  del  él.»  El  rey,  lleno  de  terror  por  aquella 
mirada,  fija  y  terrible,  se  apartó  de  la  ventana, 
y-  perseguido  largo  tiempo  por  aquel  recuerdo 
vengador,  juró  no  volver  á  ver  quemar  más  con- 
denados. 

El  rey  murió  de  una  lanzada  que  recibió  en 


un  torneo.  Su  querida,  cuyos  colores,  blanco  y 
negro,  llevaba,  tenía  entonces  sesenta  años,  y 
conservaba  aún  algunos  restos  de  belleza. 

Subió  en  consecuencia  al  trono  Francisco  II, 
casado  con  María  Estuardo,  el  cual  se  contentó 
con  hacer  devolver  á  la  querida  de  su  padre  to- 
das las  joyas  que  había  recibido  del  chiflado 
monarca,  mientras  Catalina  de  Médicis  la  hizo 
restituir,  por  su  parte,  el  castillo  de  Chenon- 
ceaux  (hoy  propiedad  de  M.  Wilson,  yerno  de 
M.  Grevy). 

Diana  pasó  los  últimos  años  de  su  vida  en- 
tregada á  la  devoción;  fundó  varios  conventos 
de  arrepentidas  y  en  su  testamento  habló  de  sus 
bienes,  diciendo  que  procedían  ¡dé  su  trabajo! 
¡Oh  ingenuísimo  cinismo! 

«Nada  ofrece  el  destino  de  Diana  de  Poitiers, 
— dice  M.  Imbertde  SaintrAmand, — que  encan- 
te la  imaginación;  nada  que  seduzca  el  corazón; 
nada  que  deba  desarmar  la  justa  severidad  de 
la  historia.  En  ninguna  de  sus  cartas  se  encuen- 
tra la  menor  expresión  tierna  ó  humana,  sin 
desmentirse  jamás  el  personaje  oficial.  Fué  una 
mujer  sin  sensibilidad,  sin  lágrimas,  sin  sonri- 
sas; una  belleza  viril  que  poseyó  fuerza,  energía 
y  resolución,  pero  no  gracia  ni  bondad.  Es  el 
tipo  de  las  favoritas  regias,  de  esas  grandes  in- 
trigantes medio  queridas  y  medio  ministras,  que 
tratan  el  sentimiento  como  un  negocio  de  Esta- 
do y  ponen  en  el  triunfo  del  vicio  como  una  es- 
pecie de  decoro  y  de  gravedad...  Diana  de  Poi- 
tiers fué  el  genio  maléfico  de  Enrique  II;  mejor 
dirigido  hulDÍera  sido  este  principe  capaz  de 
grandes  cosas;  Diana  le  quitó  el  respeto  de  sí 
mismo.  La  pretendida  divinidad  del  Renacimien- 
to no  merece  ninguna  apoteosis,  y  si  la  historia 
no  es  una  escuela  de  escándalo  jamás  podi-á  ser 
indulgente  para  mujeres  que  como  la  duquesa 
de  Valentinois  no  fueron  en  realidad,  más  que 
modelos  de  cortesanas.» 

Razón  de  sobras  tiene  el  distinguido  histo- 
riador francés.  Nada  más  repugnante  que  el  vi- 
cio tarifado;  entre  el  desbordamiento  frenético 
de  Mesalina  y  el  frío  cálculo  de  la  crápula  de 
cuenta  y  razón,  es  más  disculpable  lo  primero. 
Nada  más  asqueroso  que  la  sordidez  de  las  fa- 
voritas. Por  suerte,  se  acabaron  con  el  absolu- 
tismo. 

Carlos  Mendoza. 


-*- 


LO  QUE  DICEN  LOS  LIBROS 

Mi  familia  son  los  libros  y  mi  hogar  cual- 
quiera biblioteca. 

Quisiera  que  la  humanidad  hubiese  hablado 
un  idioma  en  todos  los  tiempos  para  leer  los 
libros  de  todos  los  pueblos. 

La  pasión  por  el  libro  me  ha  proporcio- 
nado días  de  inefables  goces  y  de  pesares  sin 
cuento. 

Porque  un  libro,  como  una  mujer,  ama  ó  abo- 
rrece, se  entrega  ó  resiste,  es  fiel  ó  inconstante, 
acaricia  ó  maltrata,  hace  reir  ó  llorar  y  á  veces 
dormir  profundamente. 

En  mi  primera  edad  amé  á  todos  los  libros 
sin  distinción  de  sexos  ni  categorías. 

Algunos,  los  de  literatura,  correspondieron  á 
mi  entrañable  afecto,  me  amaron;  con  otros,  co- 
mo los  de  matemáticas,  no  pudimos  entendernos 
nunca. 

Romeo  y  Julieta  gozaron  de  una  paz  octa- 
viana  en  sus  amores,  comparando  sus  desdichas 
con  las  que  á  mí  me  han  proporcionado  otros 
Capuletos  y  Mónteseos  no  menos  tenaces  y  tes- 
tarudos. 

Primero  mis  parientes,  los  cuales  ponían  el 
grito  en  el  cielo  siempre  que  me  hallaban  con 
un  libro  en  las  manos;  luego  mis  amigos  que 
nunca  me  dejaron  pelar  la  pava  tranquilamente; 
y,  por  último,  las  mujeres,  cuya  afición  á  la 
lectura  no  traspasa  los  límites  del  folletín. 
,,  í¡Q"ó  do  herejías  me  han  hecho!  ¡Cómo  me  co- 
sieron con  sus  burlas! 

F'En  muchas  ocasiones  fué  la  desigualdad  de 
fortuna  la  que  me  impidió  gozar  del  objeto 
amado. 


I 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


251 


Como  el  célibe  que  aburrido  do  laa  cuatro 
paredes  de  su  casa  busca  en  la  de  un  amigo  la 
alegría  y  el  calor  que  en  la  suya  le  faltan,  asi 
yo,  en  mis  épocas  de  penuria  he  recurrido  á  las 
bibliotecas  de  mis  compañeros. 

Eran  estas  lecturas,  de  libros  ya  conocidos, 
como  renovación  y  recuerdo  de  antiguos  amo- 
res, los  cuales  muchas  veces  terminaban  en 
crueles  desengaños. 

¡Quien  no  ha  visto  á  uno  de  tantos  amantes, 
la  mirada  fija  en  un  punto  y  el  alma  en  los 
ojos,  inmóvil  bajo  un  balcón,  pasar  largas  horas 
en  semejante  actitud,  lo  mismo  en  los  ardientes 
días  del  estío  que  en  los  nevados  del  invierno! 

De  igual  modo  han  pasado  para  mí  días,  me- 
ses y  aun  años  á  pié  quieto,  frente  á  los  esca- 
parates de  las  librerías. 

Esta  clase  de  espectáculos  me  han  cautivado 


en  todas  ocasiones,  mucho  más  que  la  contem- 
plación de  la  naturaleza. 

La  luz  del  mechero  de  gas,  reflejándose  en 
las  cubiertas  de  colores  impresas,  me  atrae  y 
da  vértigos  como  si  me  asomara  á  un  abismo. 

La  última  edición  de  un  libro  antiguo  es  la 
vuelta  de  la  primavera:  florece  de  nuevo. 

Ante  las  obras  impresas  en  idioma  para  mí 
desconocidos  me  quedo  largo  tiempo  en  éxtasis; 
son  mis  amores  platónicos. 

Cuando  á  través  del  cristal  no  alcanzo  á  leer 
un  título  ó  un  nombre,  siento  el  suplicio  de 
Tántalo;  ¡una  frase  de  amor  perdida! 

OBHA  NUEVA 

Este  anuncio  colocado  entre  las  páginas  de 
un  volumen,  me  produce  efectos  extraordinarios; 


los  ojos  se  me  agrandan,  la  inteligencia  se  me 
esclarece,  los  nervios  no  me  dejan  en  paz,  me 
agito,  me  muevo,  bailo,  salto,  gesticulo  y  río 
como  un  idiota. 

¡OBRA  nueva! 

¡Un  libro  más  que  leer! 

Para  mi  nO  hay  alegría  semejante;  todo  lo 
demás  desaparece  á  mis  ojos;  todo  menos  la 
nueva  obra  que  se  ofrece  á  mis  miradas  hermo- 
sa, provocativa,  deslumbrante,  como  si  el  sol 
hubiera  bajado  á  la  tierra  y  se  hubiera  hecho 
libro. 

El  libro  es  hijo  del  papel  y  de  la  tinta. 

¡La  negrura  de  la  tinta  expresando  la  clari- 
dad de  la  inteligencia! 

Así  debió  salir  el  mundo  del  caos. 

¡Los  sentimientos  del  hombre  confiados  á  la 


<\.N 


TARDE  DE  SOL 


debilidad  de  un  papel!  ¡Quién  duda  que  el  amor 
es  heroico! 

El  libro  en  manos  de  un  librero  es  un  escla- 
vo; los  libros  no  deberían  venderse,  deberían 
solicitarse  y  su  autor  ser  considerado  como  hi- 
jo de  los  dioses. 

El  libro  en  manos  inexpertas  es  un  mártir;  á 
toda  persona  á  quien  se  la  enseña  á  leer  con- 
vendría enseñarla  antes  á  tratar  los  libros,  como 
se  educa  á  los  niños  al  propio  tiempo  que  se  les 
instruye. 

Prestar  un  libro  es  ser  cómplice  de  adulterio; 
el  que  lo  roba  efectúa  un  rapto;  quien  lo  vendé 
lo  prostituye. 

El  libro  en  el  escaparate  es  una  joya;  envuel- 
to en  un  papel  una  mercancía;  en  el  bolsillo  un 
recurso;  sobre  una  mesa  un  enfermo;  en  el  sue- 
lo un  cadáver;  en  la  biblioteca  una  momia,  y  en 
la  mano,  ¡ah!  en  la  mano  es  libro. 

Un  libro  antiguo  infunde  respeto;  viejo,  mue- 
ve á  compasión;  sucio,  parece  un  apestado; 
roto,  hace  llorar  y  nuevo  se  le  ve  sonreír. 

Los  libros  creados  por  el  fuego  de  la  inteli- 
gencia, .sería  conveniente  en  sus  postrimerías 
entregarlos  al  fuego  de  la  naturaleza;  la  madre 
ama  á  sus  hijos,  ¿por  qué  no  devolvérselos? 

Sería  un  triple  fiat  lux;  el  do  la  creación,  el 
de  la  vida  y  el  de  la  muerte. 

Un  libro  cerrado  es  una  noche  estrellada; 
cuando  se  le  abre,  amanece;  el  acto  de  cortar 


sus  páginas,  tiene  a]go"de  alumbramiento;  quién 
lo  hojea,  lo  acaricia,  lo  besa;  leerlo,  es  orar; 
comprenderlo,  es  fortalecerse. 

El  libro  mal  cosido,  es  una  persona  mal  ves- 
tida; se  parece  á  una  mujer  fea  si  está  mal  im- 
preso; con  erratas,  es  una  hermosa  tela  con  re- 
miendos viejos  y  de  distinto  color;  con  dobleces, 
parece  un  mendigo;  cuando  la  estampación  es 
desigual  toma  formas  horribles,  semejándose  á 
un  hombre  que,  á  la  vez  que  tuerto,  íuese  cojo, 
manco,  jorobado  y  sin  dientes  ni  pelo. 

Cuanto  más  bellas  condiciones  tipográficas 
tiene  un  libro,  tanto  más  gana  el  texto;  la  letra 
clara  y  holgada,  da  claridad  á  los  pensamien- 
tos; nos  hálala  en  voz  alta  cuando  los  caracteres 
de  imprenta  son  grandes  y  muy  bajita  cuando 
son  pequeños. 

La  cubierta  de  un  libro  es  su  fisonomía;  su 
papel  lo  que  la  ropa  blanca  á  las  mujeres,  que 
cuanto  más  limpia  y  planchada,  más  seduce  y 
enamora. 

El  cuerpo  del  libro  es  la  margen,  el  alma  lo 
impreso;  su  edad  la  paginación;  el  título  su 
nombre. 

Los  grabados  son  la  vanidad  del  libro;  pare- 
ce que  están  diciendo  antes  de  que  lo  leáis: 

— ¡Mira  que  l,uen  mozo  soy!  ¡Qué  talento  po- 
seo! ¡Qué  cosas  tan  buenas  digo! 

Los  libros  con  grabados  son  los  seres  más  in- 
discretos, más  inoportunos  y  más  impertinentes 


que  conozco;  no  tienen  seriedad  ni  educación. 

Revelan  antes  de  tiempo  secretos  que  al  lec- 
tor únicamente  toca  descubrir;  involucran  los 
sucesos;  desfiguran  á  los  personajes  y  dan  en 
tierra  con  el  interés  de  la  narración. 

Quien  no  sabe  ver  con  el  entendimiento  que 
cierre  el  libro. 

El  que  ve  con  la  fantasía  lo  que  lee,  siempre 
se  lo  imagina  más  perfecto  y  acabado  que  el 
lápiz  y  el  buril  puedan  hacerlo. 

Leer  es  pensar  y  sentir,  no  mirar. 

Los  libros  con  grabados  son  buenos  para  los 
niños  y  para  las  mujeres. 

Los  libros  grandes  me  inspiran  tanto  miedo 
y  temor,  que  los  pondría  en  un  atril  como  en 
un  altar  y  leería  sus  páginas  con  el  sombrero 
en  la  mano. 

El  libro  en  rústica  es  el  libro  por  exce- 
lencia. 

El  hospital  de  los  libros  es  el  taller  del  en- 
cuadernador. 

Un  libro  en  pergamino  es  un  ictérico;  un  vo- 
lumen manuscrito  una  flor  de  trapo;  los  libros 
de  lujo  la  nobleza  de  la  clase;  los  de  escuela  y 
universidades  apenas  son  libros. 

Un  libro  encuadernado  en  pasta  es  como  un 
ser  enterrado  en  vida;  sus  tapas  son  la  losa  del 
sepulcro,  entre  las  cuales  y  en  letras  doradas, 
se  lee  su  epitafio. 

No   hay   nada   tan  semejante   á  un  cemen- 


CANADÁ:  CABO  ROJO 

PERSPECTIVA 

DESDE   EL  PASEO   DE  LA 

MONTAÑA 

CEMENTERIO  DE  LA  COSTA   DE 
LAS   NIEVES  (MONTREAL) 


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364 


LA  ILUSTEACION  IBÉRICA 


toio  como  una  biblioteca  de  libros  empastados. 

El  libro  en  rástica  es  comimicativo  y  espon- 
táneo; en  donde  quiera  que  se  le  deja  os  sourie, 
y,  por  entre  sus  blancas  márgenes,  deja  esca- 
par alguna  palabra,  os  enseña  alguna  frase  con 
la  cual  os  provoca  y  atrae  como  una  dama  que, 
sonriendo,  os  enseñara  el  nacimiento  de  la  pan- 
torrilla  entre  blanquísimos  encajes. 

El  libro  en  pasta  metido  en  si  mismo,  se  ha- 
lla siempre  cerrado  á  piedra  y  á  lodo;  os  mues- 
tra una  superficie  dura  y  compacta  como  una 
piedra;  no  tiene  expresión  ni  dice  nada;  parece 
que  está  vuelto  de  espaldas,  que  lo  desdeña 
todo;  tiene  cara  de  pocos  amigos. 

On  libro  en  rústica  es  flexible,  se  adapta  á 
vuestros  gustos;  parece  que  las  palabras  están 
saltando  del  papel,  que  las  hojas  se  vuelven 
por  sí  mismas,  que  desea  agradaros  y  ser  vues- 
tro, vuestro  hasta  la  última  letra  de  su  sangre. 

Un  libro  en  pasta  se  va  de  entre  las  manos; 
está  siempre  queriendo  escapar;  al  menor  des- 
cuido se  cierra  y  os  deja  con  la  palabra  en  la 
boca;  no  podéis  llevarle  á  parte  alguna  sin 
grandes  molestias  y  dificultades. 

El  libro  en  rústica  es  el  libro  de  mis  amores; 
mi  amigo  inseparable;  dónde  quiera  que  voy 
me  acompaña;  unas  veces  en  el  bolsillo,  otras 
en  las  manos,  nunca  debajo  del  brazo,  le  llevo 
conmigo  y  me  habla  á  todas  horas;  duerme  á 
mi  lado;  come  en  mi  mesa;  hacemos  juntos  visi- 
tas, y  por  la  calle,  en  medio  de  la  red  de  coches, 
tranvías,  carros,  rippers  y  personas  que  la  cru- 
zan en  todos  los  instantes  del  día,  lo  tengo  ante 
mis  ojos  y  leo  tranquilamente  palabra  por  pa- 
labra, linea  por  línea  y  hoja  tras  hoja. 

Mi  ambición,  mi  ideal  es  poseer  una  biblio- 
teca en  un  jardín. 

¡Flores  y  libros!  ¡Perfumes  y  sentimientos! 
¡Ideas  y  coloree!... 

Temo  la  muerte  porque  vendrá  á  interrumpir 
mis  lecturas. 

¡Cuántos  libros  se  publicarán  después  de  que 
yo  haya  dejado  de  existir!  ¡Qué  buenas  y  bellas 
cosas  se  imprimirán  que  yo  no  he  de  leer!... 

Esto  me  desespera. 

¡Oh,  mis  queridos  libros,  vuestros  serán  mi 
corazón,  mi  inteligencia  y  mi  voluntad! 

No  me  habléis  de  mujeres,  de  fortuna,  ni  de 
honores;  dadme  libros,  más  libros,  siempre 
libros. 

Cuando  la  hora  de  mi  muerte  haya  llegado  y 
comience  mi  agonía,  no  me  digáis  palabras  de 
consuelo,  no  lloréis;  si  me  amáis,  si  queréis  que 
muera  dichoso  y  la  eterna  sombra  se  ilumine  y 
el  reino  de  la  muerte  me  sea  querido,  abrid  los 
diálogos  de  Platón  y  con  voz  clara,  vibrante  y 
sonora  leedme  el  de  Phedon  sobre  la  inmorta- 
lidad del  alma. 

Vicente  Colorado. 


-*- 


Á  ENRIQUETA,  AL  SER  MADRE 


SOITETO 

Me  han  dicho  que  eres  madre.  ¡Con  qué  anhelo 
bendecirás  al  tiemecillo  infante 
cuando  en  sus  ojos,  de  placer  radiante, 
fijes  los  tuyos  de  color  de  cielo! 

Dichosa  tú,  que  en  la  vejez  consuelo 
podrás  hallar  en  ese  niño  amante 
que,  fruto  grato  de  pasión,  constante 
calmará  con  cariño  tu  desvelo. 

No  así  yo,  pues,  el  día  que  afligido 
comprenda  que  la  muerte  me  rodea, 
y  llame  con  afán  á  un  ser  querido, 

porque  en  su  afecto  y  su  eariño  crea, 
no  habrá  quién  venga  á  mí  y,  entristecido, 
mi  angustia  alivie  y  mi  i-x>n8uelo  sea! 

Enrique  Franco. 


TUS  OJOS 

Guando  Dios  el  sol  hacía. 
Luzbel,  que  aunque  era  un  chiquillo 
era  ya  de  lo  más  pillo 
que  entonces  se  conocía, 

Le  hizo  apartar  un  momento 
la  mirada  del  crisol, 
y  salió  manchado  el  sol, 
luminar  del  firmamento. 

Rió  el  diablo,  y  dijo  Dios: 
- — Porque  veas  mi  poder, 
ahora  mismo  voy  á  hacer, 
no  uno  bueno  sino  dos. 

Y,  sin  demostrar  enojos, 
tomó  fuego,  luz  é  imán, 
imiólo  y  dijo: — Aquí  están. 
Miró  el  diablo  y  vio  tus  ojos. 

Tkodoko  Rodríguez  de  la  Tohke. 

—m 

ABRIL  Y  MAYO 


Del  cielo  la  primavera 
baja  risueña  á  los  campos, 
y  de  aromas  se  perfuman 
y  embalsaman  los  espacios; 

Los  árboles  reverdecen, 
las  rosas  abren  sus  ampos; 
se  agitan  las  mariposas, 
y  se  enamoran  los  pájaros, 

Formando  tanta  armonía 
rumor  tan  dulce  y  preciado, 
que  á  las  almas  estremece 
y  hace  abrirse  al  entusiasmo. 

II 

Pero  yo  la  primavera 
tengo  en  tu  rostro  agraciado, 
con  más  primores  que  el  alba 
con  más  sonrisas  que  el  Mayo. 

Qué  son  tus  mejillas  rosas, 
y  son  claveles  tus  labios, 
hallo  aromas  en  tu  aliento, 
y  en  tus  ojos  dulces  rayos. 

Formando  tanta  armonía,  , 
junto  todo,  y  tal  encanto 
que  me  enamoran  y  el  alma 
se  me  abrasa  de  entusiasmo. 

EzEQuiEL  Solana. 
* 


NUESTROS  GRABADOS 


LA  XUTIA  DI   KÁSHOL 

Dibujo  de  HeUbauck 

Trátase  de  un  verdadero  Juguete,  pero  de  un  juguete  gra- 
cioslalmo,  hibilmente  concebido  y  lleno  de  malicia  de  buena 
ley,  formando  entre  Séneca,  el  negro  y  la  Insensible  cuanto 
risueña  dama  un  terceto  estatuarlo-vlTlente  de  la  más  hu- 
morística originalidad . 

DIXHA    DK    POITKKS 

(Según  el  retrato  de  Ueltiard) 

(Véase  e:  articulo.) 

■L  Juicio  DC  rÁBIS 
Cuadro  de  D.  J.  Jiménez,  ixittente  en  el  Uuseo  Nacional 

Anduvo  muy  Inspirado  el  autor  en  traducir  de  tal  manera 
el  mito  griego  de  marras.  Hay  veces,  en  efecto,  en  que  hasta 
laa  diosas  se  portan  ni  más  ni  menos  que  como  unas  galli- 


k    GRIMAS    DEL  TKH 

Dibujo  de  F.    Mestret 

Merece  la  más  sincera  eiihorabuena  el  joven  autor  de 
este  dibujo  por  la  bolla  página  que  flgnra  hoy  en  este  núme- 
ro. La  obra  deja  comprender  toda  la  poesía  del  paisaje  tras- 
ladado al  papel  y  produce  agradable  efecto,  quizas  en  gracia 
de  la  misma  sencillez  de  la  composición . 

EL   HCSEO   HKZ.1ÍNI0O   DI    CAUBEIDOI 

La  Niki,  ó  diosa  de  la  Victoria,  fué  cincelada  por  Arker- 
mos,  famoso  escultor  de  Délos,  y  labrada  en  mármol  de 
Chlo.  Es  un  modelo  interesantísimo  de  escultura  arcaica. 

La  Hera,  de  Samos,  hallábase  en  el  templo  que  tenia  Zeus 
en  dicha  isla.  Es  obra  mucho  más  moderna  que  la  anterior, 
siendo  notabilísima  la  ejecución  de  los  paños.  Venerábase  6, 
Hera  como  reina  de  las  diosas. 

La  Niknndri,  se  llama  asi  del  nombro  de  la  devota  que 
hizo  labrar  la  estatua,  hallada  en  el  templo  de  Apolo  en 
Délos.  Parece  obra  autlquisima,  anterior  al  tipo  creado  por 
Dédalo  y  créese  representa  á  Artemisa.  Es  una  escultura  muy 
importante  para  el  estudio  de  los  orígenes  de  este  arte, 
siendo  reproduccióu,  al  parecer,  de  otra  estatua  eu  madera. 

KL   ARTE    £M    PSRSIA 

Entre  las  más  interesantes  proviucias  de  la  Persia  ocupa 
el  primer  lugar  el  Farsistan,  cuya  capital,  ScUraz,  se  consi- 
dera como  la  segunda  del  remo.  A  doce  leguas  al  N.  E.  de  la 
misma  encuéntranse  las  famosas  ruinas  de  Istakhar  ó  Perte- 
poli^,  antigua  corte  de  la  Persia.  Estas  ruinas  ocupan  una 
extensión  de  más  de  ocho  leguas,  hallándose  las  principales 
en  uua  eminencia  en  forma  de  anfiteatro,  desde  la  cual  se 
distingue  una  vasta  cuanto  fértil  llanura.  Los  restos  del  an- 
tiguo palacio  de  Jerjes,— cuyo  dibujo  acompañamos,— ocupan 
una  plataforma  cortaila  en  la  roca;  su  planta  es  cuadrilátera 
y  la  circunferencia  de  1.400  metros.  Llámaule  en  Oriente 
Tehihil- Minar,  esto  es,  cuarenta  columnas.  Todas  las  partes 
del  palacio  están  adornadas  con  bajos  relieves,  siendo  muy 
notables  también  algunos  enormes  capiteles,  uno  de  los 
cuales  reproducimos  hoy  en  nuestras  páginas. 

Al  Norte  de  Tchihü- Minar  hay  otra  montaña  llamada 
Nakhehi-Rustem  donde  aparecen  cavadas  cuatro  tumbas,  en 
una  de  las  cuales  se  ve  un  bajo-relieve  figurando  un  hombre 
en  postura  suplicante  delante  de  un  principe  montado  á 
caballo,  lo  que  ha  hecho  presumir  que  este  suplicante,  vesti- 
do en  traje  romano,  representa  al  emperador  Valeriauo  que 
cayó  en  poder  de  Sapor  I.  Otra  de  las  tumbas  es  la  de  Ciro, 
muy  pomposa,  según  se  ve  eu  el  correspondiente  grabado. 

Li    JilCQUBKlK 

Cuadro  de  O.  Bochegroste 

Habiendo  eu  la  batalla  de  Poitiers  quedado  prisionero  de 
los  ingleses  Juan  II  el  Bueno  (135C),  pareció  que  le  habla  lle- 
gado á  Francia  su  última  hora  y  que  de  un  momento  á  otro 
iba  á  hacer  su  entrada  en  París  el  Principe  Negro,  como  hu- 
biera sucedido  probablemente  á  no  haber  surgido  Esteban 
Marcel ,  preboste  de  los  mercaderes,  que  con  su  enérgica  ini- 
ciativa devolvió  la  confianza  á  la  ciudad. 

Lo  más  initante,  sin  embaigo,  no  habla  sido  la  derro- 
ta, por  vergonzosa  que  ésta  hubiese  sido,  sino  el  ver  que 
mientras  el  pueblo  era  sacrificado  miserablemente,  los  no- 
bles caballeros  prisioneros  de  los  ingleses  gozaban  y  triunfa- 
ban escandalosamente  en  su  cautiverio,  pasándolo  entre  fies- 
tas y  Jolgorios.  El  pueblo  comparaba  su  suerte  con  la  de  la 
ailstocracia  y  naturalmente  sentía  crecer  de  cada  momento 
el  odio  hacia  aquellos  Insolentes  señores. 

Durante  el  regalado  cautiverio  de  Juan  II  y  sus  cortesa- 
nos encargóse  de  la  regencia  su  hijo  Carlos  que  se  apresuró  á 
convocar  los  Estados  Generales,  á  los  cuales  concurrieron 
800  diputados,  imponiéndose  acto  seguido  y  haciendo  causa 
común  el  estado  llano  presidido  por  Esteban  Marcel  y  el 
brazo  eclesiástico  á  cuyo  frente  estaba  el  dignísimo  obispo 
de  Laon  contra  la  estúpida  nobleza. 

Las  medidas  acordadas,  cuyo  carácter  democrático  es  ver- 
daderamente admirable  en  aquel  siglo,  no  fueron  aceptadas, 
sin  embargo,  por  el  delfiu-regeiite,  que  se  apresuró  á  disolver 
la  Asamblcd,  iniciándose  con  ella  una  deplorable  lucha  entre 
la  monarquía  y  el  pueblo. 

En  esto,  los  Ingleses  hablan  dado  libertad  á  los  nobles 
franceses  que  hablan  sido  hechos  prisioneros  en  Poitiers,  con 
promesa  de  que  por  Navidad  volverían  con  gruesos  rescates, 
en  virtud  de  lo  cual  aquellos  caballeros  tan  amigos  de  cum- 
plir la  palabra  empeñada,  apenas  so  vieron  eu  su  tierra  apre- 
miaron cruelmente  á  sus  vasallos  para  pagar  las  arras,  sin 
tener  el  menor  escrúpulo  en  robarles  hasta  la  camisa  á  fin  de 
quedar  con  honor. 

Asi  pasaron  dos  años  durante  los  cuales  no  conocieron  li- 
mite los  martirios  de  que  fueron  victimas  los  campesinos 
por  parte  de  los  nobles. — Jacques  Bonhomme,  declan  ios  aris- 
tócratas, e»  un  animal  manso,— yon  tal  persuasión  torturá- 
banle, estrujábanle,  robábanle  sus  aperos,  sus  carros,  sus  gra- 
neros, sus  vestidos,  sus  despensas,  su  alcancía  y  hasta  el  pe  - 
llejo  después  de  lo  cual  para  no  oír  los  quejidos  del  atormen- 
tado bruto  lo  mataban.  El  terror  habla  llegado  á  tal  extremo 
que  los  villanos  se  escondían  en  grutas  subterráneas,  perma- 
neciendo allí  meses  enteros  con  sus  familias  huyendo  de  la 
tiranía  de  los  nobles. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


255 


Llegó  sin  embargo  á  noticia  de  aquellos  desgraciados  la 
lucha  ardiente  entablada  en  I'aris  entre  los  nobles  y  el  pueblo 
acaudillado  por  Esteban  Marcel  y  creyeron  que  habla  Ihgado 
la  hora  de  tomar  venganza  de  tantos  sufrimientos,  (8  de 
Mayo  1358).  Los  campesinos  se  enfurecieron  y  mordieron,  pre- 
sa de  una  verdadera  rabia  de  exterminio  contra  aquellos  Infa- 
mes opresores  que  tanto  les  hablan  martirizado,  y  sin  jefes, 
sin  plan,  tiu  más  armas  que  palos  ferrados,  hoces,  azadas  y 
cuchillos,  acometen  los  castillos,  los  incendian,  pasanácuchi- 
Uo  á  todos  sus  moradores,  abruman  de  ultrajes  y  tormentos 
á  sus  prisioneros,  violan  á  las  mujeres,  queman  á  los  niños, 
ün  día  asan  á  un  noble,  se  lo  hacen  comer  á  su  mujer  y  á 
sus  hijos,  y  preguntándoles  porque  traspasan  asi  las  leyes 
divinas  y  humanas,  responden;  No  lo  sahevios;  haumos  lo  que 
hemos  visto  hacer  á  los  demás. 

Los  sublevados  eligiéronse  ni  cabo  de  algún  tiempo  un 
rey  al  que  llamaron  Jacques  Bonhomme,  como  por  irrisión  le 
llamaban  los  nobles  al  pueblo.  La  nobleza  salió  por  fin  de  su 
estupor  y  marchó  contra  Ion  jacques,  que  sólo  en  Champaña  y 
Picardi  eran  ya  más  de  cien  mil.  Estos  decidieron  apoderarse 
de  Meaux  en  cuya  fortaleza  se  hablan  refugiado  muchas  da- 
mas, pero  fueron  derrotados  por  Gastón  Febo,  condede  Foix. 
Cayó  prisionero  el  rey  de  los  jacques,  que  fué  coronado  con 
unos  trébedes  candentes  y  después  ahorcado,  y  los  nobles 
iban  3.  caza  de  campesinos  como  á  la  de  fieras  pasándolo  todo 
á  sangre  y  fuego.  Al  cabo  de  seis  semanas  estaba  dominada 
la  insurrección,  quedando  incultos  y  despoblados  los  campos. 
Por  tu  parte  Esteban  Marcel  fué  asesinado  por  un  concejal 
realista,  abortando  la  revolución  democrática  que  tan  admi- 
rablemente había  iniciado. 

Tal  fué  aquella  terrible  Jacquerie,  en  una  de  cuyas  efce- 
nas  se  ha  inspirado  el  joven  y  ya  ilustre  Roehegrosse  para 
pintar  uno  de  esos  grandiosos  cuadros  que  tantos  lauros  le 
han  valido. 

TAED»    DB    SOL.— KL    SOUTiRIO 

Ambos  dibujos  se  recomiendan  por  el  profundo  estudio 
que  revelan  de  la  realidad,  constituyendo  dos  magníficos 
ejemplos  de  la  vigorosa  ejecución  que  distingue  á  su  autor 
Mr.  Henley. 

CANiDi:    Cabo    BOJO.— PICESPKCTIVA    DÍSDK     LA    «MOSTaSa» 

IL   CEMSNTKEIO    DB    LA    COSTA    DE    LAS    HIÍVKS 

(HOMTBEAL) 

Divisase  desde  San  Romualdo  una  vasta  extensión  del  rio 
San  Lorenzo,  limitada  por  Cabo  Diamante,  desde  cuyo  pun- 
to hasta  Cabo  Rojo,  á  siete  millas  de  Quebec,  produce  dicha 
corriente  un  tumultuoso  rumor  al  despeñarse  por  una  ma- 
jestuosísima cascada. 

Respecto  á  los  otros  dos  grabados  de  la  misma  página, 
figura  uno  de  ellos  el  panorama  que  se  contempla  desde  el 
paseo  llamado  de  la  Montaña  y  el  otro  el  cementerio  de  la 
Costa  de  las  Nieves,  no  lejos  de  la  ciudad. 

KN    KL    PARQrjg 

Cuadro  de  Wodzyuski 

Siempre  se  tiene  medio  ganado  el  pleito  echaudo  mano  de 
escenas  como  la  presente,  pretexto  únicamente  para  pintar 
dos  figuras  agradables  en  cuanto  son  do  mi'jer,  pues,  á  la 
verdad  la  otra  no  tiene  gracia  ninguna  desde  el  momento  en 
que  es  de  hombre.  Ayuda  uo  pOco  en  hacer  simpático  al  cua- 
dro el  traje  que  visten  los  personajes,  tan  noble  y  bello  en 
comparación  de  los  estrafalarios  trapos  de  nuestros  días. 

LA    NIETA 

Cuadro  de  Mület 

Es  digna  de  elogio  esta  obra  por  su  colorido  sobrio  y  refi- 
nado, la  perfecta  ejecución  y  el  efecto  atractivo  y  poco  vulgar 
que  produce.  Es  una  bonita  pintura  de  interior. 

*^ 


CERTAMEN  LITERARIO  EN  SEVILLA 


La  Real  Academia  Sevillana  de  Buenas  letras,  ha  acordado 
la  celebración  de  un  Certamen  literario  para  1887,  en  el  cual  se 
adjudicarán  tres  premios  á  las  composiciones  que  por  su 
mérito  sean  dignas  de  ellos,  con  arreglo  al  8igui«nte  pro- 
grama: 

Primer  tima.— Poma  ¡írico,  en  que  se  cante  alguno  de 
los  grandes  ideales  ó  sentimientos  de  la  Humanidad,  ó  algún 
hecho  memorable  y  de  gran  importancia,  en  Armas,  en 
Ciencias,  en  Letras  ó  en  Artes,  con  entera  libertad  en  el 
asunto  y  dimensiones,  sin  más  limitación  que  la  de  que  sea 
una  Oda  ó  composición  en  í«rceío«.— Premio,  una  flor  de  lis, 
de  oro  y  brillantes.  Regalo  de  8.  A.  R.  el  Sermo.  8r.  Infante 
duque  de  iMonlpensier. 

SxoúNDo  TEMA. — Memoria  critica  en  prosa,  en  que  con 
nuevas  apreciaciones  se  trate  de  la  vida  y  escritos  de  algúu 
autor  sevillano  de  mérito  indiscutible,  prefiriendo  el  que 
haya  sido  menos  tratado.  — Premio,  un  hermoso  reloj  de 
sobremesa,  de  mármol  y  bronce.  Regalo  del  Excmo.  Ayun- 
tamiento. 

Tekcer  tema —Una  Leyenda  Kiitóriea  ó  tradicional  en 
verso  y  de  asunto  sevillano.— Premio,  de  la  Real  Academia 
Stvíüajia. 


Las  condiciones  son  las  generales  en  estos  casos,  debien- 
do ser  todas  las  oblas  enteramente  inéditas  y  estar  escritas 
en  lengua  castellana. 

Los  autores  habrán  de  remitir  sus  obras  á  la  secretaria 
de  la  Academia  antes  del  día  15  de  Mayo  del  año  sclual.  El 
acto  de  la  adjudicación  de  ios  premios  se  celebrará  el  día 
30  de  Mayo,  fiesta  de  San  Fernando. 

Para  alcanzar  los  premios  deberán  tener  por  sí  mérito  sufi- 
ciente las  obras ,  no  bastando  el  relativo  en  comparación  á 
otras  presentadas. 


-«- 


EL  PREMIO  DE  SIEMPRE 


(0ONTIKÜA0IOK) 

m 


DESEOS    VAGOS 


Felices  ó  desgraciados,  el  tiempo  transcurre 
con  la  misma  vertiginosa  rapidez.  Dos  años  de 
estancia  en  Florencia,  bastaron  para  liacer  del 
niño  entusiasta  ó  irreflexivo  un  homlire  enérgi- 
co y  resuelto. 

Mucho  cambiara  nuestro  liéi'oe  desde  la  muer- 
te de  Giacomo,  porque  nada  enfrena  más  nues- 
tros ensueños  que  el  choque  rudo  de  la  realidad. 
Perdido  el  amigo  generoso  que  guiara  sus  incier- 
tos pasos  por  el  sendero  del  arte,  huérfano  su 
corazón  de  aquel  cariño  indulgente  y  previsor, 
la  necesidad  de  buscar  en  el  aturdimiento  un 
remedio  á  la  inmensa  pena  que  le  embargaba 
engolfó  al  artista  en  las  continuas  fiestas  de  que 
era  teatro  la  sin  par  Florencia,  durante  el  si- 
glo XV,  cuando  Cosme  de  Médicis  regia  aquella 
hermosa  y  rica  repiiblica,  rodeado  por  los  artis- 
tas que  engrandecieron  labrillante  época  del  Re- 
nacimiento. De  salón  en  salón,  de  baile  en  baile, 
tan  brusco  cambio  se  efectuó  en  el  modo  de  ser 
de  Andrés,  que  así  como  no  lograra  su  nueva 
vida  divorciarle  del  arte,  cuyos  vagos  ensueños 
atenaceaban  más  que  nunca  su  alma  soñadora, 
el  amor  de  la  mujer  corrió  al  socorro  del  amor 
al  arte,  para  verter  la  hiél  del  desengaño  des- 
pués de  los  encantos  de  las  más  dulces  emocio- 
nes, en  la  existencia  del  soñador  hijo  del  genio. 

Un  dia,  paseaba  Andrés  á  orillas  del  Arno, 
con  uno  de  sus  amigos  florentinos,  hablando  de 
sus  proyectos  futuros  con  la  animación  y  el  en- 
tusiasmo que  son  encantador  patrimonio  de  la 
juventud,  cuando  de  repente  interrumpiendo  la 
conversación  empezada,  dijo  el  amigo  de  nues- 
tro artista: 

— Pero  Andrés,  tú  siempre  me  hablas  de  tus 
ensueños  de  gloria,  nunca  de  tus  proyectos  de 
amor,  y  lo  extraño,  porque  el  amor  es  el  comple- 
mento de  la  existencia,  el  sol  que  presta  calor  á 
la  fantasía. 

— Dos  soles  de  igual  potencia  en  el  cielo  de 
nuestra  alma,  nos  abrasarían  sin  compasión, — 
contestó  Andrés  sonriendo. 

— Hay  quien  dice  que  tú  corres  ese  peligro. 

— ¿Y  en  qué  apoyan  semejante  afirmación? 

— En  que  te  gusta  la  condesa  Angiolina,  y 
eres  su  adorador  más  constante,  desde  que  fre- 
cuentas sus  salones. 

— Soy  galante  y  nada  más. 

— El  amor  y  la  galantería  no  se  parecen,  aún 
cuando  son  de  la  mi.sma  familia,  y  realmente  la 
condesa  es  digna  del  amor  de  un  hombre  como 
tú;  bella,  joven,  rica,  libre  é  inteligente,  tiene 
todas  las  cualidades  propias  para  agradar;  su 
tínico  defecto  es  ser  coqueta. 

— No  he  visto  nunca  en  ella  coquetería  algu- 
na; es  un  ángel. 

• — Sí,  sí,  pero  algo  travieso;  una  naturaleza 
mitad  ángel  y  mitad  diablo;  más,  preciso  es  con- 
fesarlo ¡es  un  diablo  tan  bello! 

Una  sombra  de  disgusto  cruzó  por  la  frente 
de  Andrés;  no  ob.stante  guardó  silencio,  y  su 
compañero,  ob.servando  tan  repentino  mutismo, 
añadió  pasados  algunos  instantes: 

— ¿Irás  esta  noche  al  baile  de  la  condesa? 

— Así  lo  creo. 

• — Entonces,  allí  seguiremos  la  interrumpida 
conversación. 

— ¿Referente  á  qué? 


- — ¡Toma!  Referente  á  tu  amor  por  Angio- 
lina. 

— ¿Insistes  en  esta  idea? 

— Más  que  nunca. 

Encogióse  de  hombros  el  pintor  por  toda  res- 
puesta, y  la  conversación  fué  languideciendo 
cada  vez  más,  hasta  quedar  reducida  á  monosí- 
labos. 

IV 

UN   SUEÑO  DE   AMOR 

Angiolina  de  Rocaberti  era,  en  verdad,  una 
mujer  encantadora.  Viuda  de  uno  de  los  mejores 
jefes  de  la  República  florentina,  hermosa,  joven 
y  rica  frecuentaba  su  casa  la  más  escogida  .so- 
ciedad, y  hallábase  constantemente  rodeada, 
como  Cosme  de  Médicis,  por  una  corte  de  artis- 
tas, de  filósofos  y  de  poetas. 

Para  todos  tenia  una  palabra  afectuosa,  una 
frase  picaresca,  un  rasgo  de  ingenio,  y  la  mi.sma 
movilidad  de  su  carácter  constituía  un  elemento 
importantísimo  de  su  atractiva  belleza. 

A  su  lado  se  experimentaba  algo  parecido  al 
vértigo,  al  deslumbramiento;  tenía  á  sus  pies 
mil  aduladores,  pero  su  espíritu  inquieto  y  li- 
gero no  se  fijaba  en  ninguno. 

En  la  noche  del  baile  á  que  hacemos  referen- 
cia, pululaba  por  los  vastos  salones  de  su  es- 
pléndido palacio  cuanto  Florencia  encerraba  de 
inteligente  y  rico.  Millares  de  flores_^  abrían  sus 
corolas  en  una  atmósfera  saturada  de  perfumes; 
magníficos  espejos,  reproducían  hasta  lo  infinito 
el  número  de  los  lujosos  convidados,  y  la  con- 
desa, con  un  bellísimo  traje  de  tisú  de  plata 
con  flores  rosa-pálido,  recibía  graciosamente  á 
sus  convidados.  Hermoso  collar  de  perlas  ro- 
deaba su  torneado  cuello,  mezclándose  hilillos 
de  las  mismas  entre  sus  negrísimos  cabellos. 
Con  su  delicioso  rostro  oval,  moreno,  grandes 
ojos  brillantes  y  soñadores,  y  su  esbelta  y  airo- 
sa estatura,  embellecíala  tanto  la  lujosa  sobre- 
vesta de  raso  blanco,  que  parecía  Angiolina  la 
personificación  espléndida  del  arte  que  impul- 
sara y  diera  vida  al  Renacimiento,  mezcla  feliz 
de  los  purísimos  ensueños  del  espíritu  cristiano 
y  de  los  ardores  3'a  debilitados  del  antiguo  pa- 
ganismo. 

Hallábase  la  fiesta  en  todo  su  apogeo,  el 
baile  en  su  maj'or  animación,  cuando  Angiolina 
huyendo  del  tumulto,  internóse  distraída  por  el 
frondoso  jardín.  Allí  la  encontró  nuestro  An- 
drés, quien,  efectivamente,  alimentaba  en  silen- 
cio loca  pasión  por  la  noble  dama. 

■ — Hacéis  mal  en  abandonar  á  vuestros  con- 
vidados,— dijo  el  artista  con  dulce  reproche, — 
porque  los  salones  carecen  de  animación,  y  las 
conversaciones  de  encanto  cuando  vos  no  bri- 
lláis en  ellas. 

— También  se  divierten  sin  mí,  y  poco  se  nota 
mi  ausencia. 
— Sois  injusta. 
• — No  ciertamente. 
■ — ¡Con  tantos  adoradores! 
— Y  ninguno  verdadero. 
— ¿Creéis  que  os  engañan  los  que  os  hablan 
de  amor? 

- — Sí;  por  eso  no  doy  importancia  á  sus  pro- 
testas. 

— Veo  que  tenéis  formada  mala  idea  de  la 
sinceridad  del  hombre. 

— El  amor  verdadero  no  se  satisface  con  pro- 
testas, necesita  hechos.  ¿Creéis  que  á  mí  basta 
el  amor  frivolo  que  se  alimenta  en  los  salones 
de  frases  huecas  é  insustanciales?  Yo  quiero,  si 
un  día  llego  á  amar,  que  el  amor  se  inspire  en 
obras  capaces  de  inmortalizar  al  hombre,  y  al 
mismo  tiempo  á  la  mujer  que  supo  inspirarlas. 
— ¿Os  seduce  la  gloria? — preguntó  Andrés 
deslumhrado  por  la  vivísima  luz  descubierta  en 
aquel  espíritu  que  hasta  entonces  creyera  fri- 
volo. 

— A  mí  no  me  puede  .seducir  la  riqueza,  por- 
que me  sobra  el  dinero,  ni  el  poder,  porque, 
según  dicen,  impero  en  los  corazones,  ni  la  her- 
mosura... 

— Porque  sois  la  personificación  de  la  belleza, 
— prorumpió  el  pintor  entusiasmado. 


256 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


Sonrióse  la  amable  dama,  envolviendo  al  jo- 
ven con  una  mira(^  deslumbradora. 

—¿De  suerte  que  amaríais  al  hombre  que  na- 
llnra  Vn  vos  la  inspiración? 


—Si. 

— ¿Al  hombre  que  cifrara  en  vos  y  en  su  arto 
el  máximum  de  la  dicha  humana? 
-Si. 


r 
> 


tn 
-i 
> 


ni 

I 
í 


Al  pronunciar  esta  última ;  afirmación,  los 
ojos  de  la  bella  florentina  se  fijai-ón'de  un  modo 
tan  elocuente  en  el  demudado  rostro  del  joven, 
qne  éste,  fuera  de  sí,  loco  de  dicha,  exclamó  ten- 
diendo ambas  manos  hacia  su  simpática  ínter- 
locutora: 

— ¿Y  «i  ese  hombre  fuera  yo,  que  soñara  en 

fnfír£*i-tir    \-i,r.utrí.    f-'i}-iTíí\y 


—Cuando  hicierais  digno  de  él,  entonces 
os  amaría. 

Palideció  intensamente  el  joven  y  llevóse  la 
mano  al  corazón  para  contener  sus  violentos 
latidos. 

— Indicadme  lo  que  podría  emprender  que  os 
fuera  más  grato. 

-   ¡Qué  KÓ  vo!  ¡Vosotros  los  artistas  en  tantas 


cosas  podéis  probar  vuestras  aptitudes!  Preci- 
samente ahora  Cosme  de  Módicis  congrega  á  los 
pintores  de  más  fama,  para  elegir  dos  que  pin- 
ten un  gran  cuadro  que  falta  á  la  iglesia  de  San 
Ciovanni.  De  los  dos  lienzos,  al 
terminar  los  cuales  se  presentarán 
al  moderno  Creso,  él  elegiiá  el 
mejor  para  el  templo,  proclamando 
ás'u  autor  como  el  primor  pintor 
de  la  República  florentina.  ¿No 
podríais  ser  vos  quien  alcanzara 
tan  señalada  honra? 

Brillaron  con  el  indiscreto  fuego 
del  entusiasmo  los  ojos  del  joven 
artista. 

Buena  es  la  empresa  para  al- 
canzar laureles;  la  obra  es  gigan- 
tesca y  no  todos  los  alientos,  por 
grandes  que  sean,  se  hallan  á  la 
altura  de  ella. 

, ¿Os  anonada  sólo  intentarlo? 

Ño  me  conocéis,  Angiolina;  el 

entusiasmo  es  en  mi  tan  grande, 
más  quizás,  que  mis  fuerzas;  ade- 
más, todo  me  parece  poco,  si  por 
recompensa  tiene  vuestro  amor. 
iQué  no  intentaría  yo  para  conse- 
guirle! 

^De  suerte  que  lucharéis? 

Hasta   morir  ó  vencer  en  el 

empeño.    Fijadme   un    plazo    para 
venir  á  reclamar  vuestra  promesa. 
— Un  año. 

— Sea.  Durante  este  tiempo  no 
preguntéis  por  mí,  estaré  por  com- 
pleto consagrado  á  mi  obra,  que 
por  otra  ]iarte  tiene  también  seña- 
lada un  año  de  plazo  por  Cosme  de 
Módicis.  Después  de  este  tiempo, 
si  el  mundo  aplaude  en  mi  uno  de 
sus  grandes  pintores,  vendré  á  re- 
clamaros la  palabra  empeñada,  á 
buscar  el  dulce  complemento  de  mi 
gloria. 

— Y  habréis  merecido  mi  amor, 
—añadió  la  dama  tendiéndole  su 
hermosa  mano,  á  tiempo  que  inva- 
dían aquella  parte  del  jardín  va- 
rios invitados  buscando  á  la  encan- 
tadora dueña  de  la  casa. 

Andrés  desapareció  á  través  de 
un  bosquecillo,  sin  que  nadie  nota- 
ra su  ausencia,  yla  fiesta  se  pro- 
longó hasta  el  amanecer. 

Cuando,  al  fin,  la  seductora  flo- 
rentina, fatigada  de  aquella  noche 
de  aturdimiento,  se  encontró  sola 
en  sus  habitaciones,  sonrióse  com- 
placida, mirándose  al  espejo,  y  ex- 
clamó á  tiempo  que  desprendía  los 
hilos  de  perlas  entrelazados  con  sus 
negros  cabellos: 

^— Creo  qne  he  hecho  una  obra  de 
caridad  entusiasmando  á  Andrés 
para  que  tome  parte  en  el  concur- 
so; mi  corazón  es  harto  inconstante 
para  abrigar  por  mucho  tiempo  una 
pasión;  conozco  que  me  ama,  y  en 
cierto  modo  le  recompenso  la  pre- 
dilección que  me  manifiesta  ani- 
mándole en  la  empresa.  Después... 
¡quién  sabe!  Un  año  es  muy  largo, 
y  tanto  él  como  yo,  al  final  del 
mismo,  habremos  cambiado  mil  ve- 
ces de  parecer.  No  pensemos,  pues,  en  el  porve 
nir,  y  gocemos  con  el  presente. 

Angiolina  se  durmió  aquella  noche  con  la 
sonrisa  de  la  felicidad  en  los  labios. 


¡Pobre  Andrés! 

(Se  continuará.) 

Josefa  Pujol  de  Collado. 


AMIMSTÜiCiÓÜ:  Cwltt,  3(i»-3C7,  Rugí  Molinis,  Milor.— Reseñados  los  derecks  de  propiedad  arlíslica  j  lileraria.— las  rcclamacioDes  en  Madrid,  al  representaok  de  esta  Casa  ü,  Manuel  Piá  y  Valor.  ApodacOt).  2.' 

)  INSÉRTESE  ó  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  ) 


ESTABLBCIMIBKTO   Tll-OOBÁnCO   DB   B.   BA8EDA.-CA.LLE   DE  ViLLABBOEL,   KÚM.    17     ENSANCHE  DB  SAN    ANTONIO.— BARCELONA. 


Año  V 


SEMANARIO     CIENTÍFICO,     LITERARIO     Y    ARTÍSTICO 


ESPAÑA 

Un  año 12'60  ptas. 

Ui>  semestre 6'50     • 

Número  suelto ....      0'25     . 

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Cada  número.  ...  60  reís. 


Barcelona  23  de  Atril  de  1887 


CtJBA  T  PÜEBTO-RICO 

Un  año 5  pesos  oro. 

En  el  resto  de  América  fijan  el  precio 
los  señores  corresponsales. 

EXTRANJERO 
ün  año 18  pesetea. 


ITúm.  225 


EL  RETRATO  DE  LA  SEÑORA  MAYOR  (Cuadro  de  J.  Boks) 


258 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


SUMARIO 


Taxro.— ifadrtd.  OaHoM  á mt  prima,  por  Fernanflor.— XI  te- 
Iwtif  Jo  6  ti  ■— *»  de  tM  i^/btlUmeiile  grande»,  por  P.  de 
Aleinlan  OareU.— 1«  ■mi'fc  <le  Capelo  (conclusión;,  por 
Vlacnto  BUmw  Ibáiei.— Jtwtrta  OkiiM;lca.  por  Alfredo 
Oidno.— OmmOo*  (aoneto).  por  Vioente  Colorado.— iíum- 
tot4p«nlM  (pOMia),  por  Cayetano  de  Alvear.— £a  onice- 
■a  y  «i  taraoto  Rocela),  por  Vicente  Rira  Palacio.— fVtü 
(woetoX  por  Knriqae  Franco.— Nuectroa  grabados —A 
jiifite  d»  i<f|iw  (eontlnoaclún).  por  Josefa  Pujol  de  Co- 
llado. 

OaiBADoa.— Kl  retrato  de  la  señora  mayor.— A  orillas  del 
D»n.— Madrid;  Palacio  de  la  Exposición  Nacional  —Bar- 
eeloua:  Bendición  de  la  prime»  piedra  de  la  fachada  de  la 
Catedral.— Palayes  del  Volga  (dos  grabados).— Amor  y 
Cricket.- Una  belleaa  de  Grata.-  nnstres  tabernas  del 
antiguo  Londres  (tres  grabados) .  —Barcdorm:  Inaugura- 
ción de  las  obras  del  nneTo  palacio  de  Justicia.— Vidrios 
{dotados  holandesea.- Xacenas  del  Bijo  Ottawa. 


MADRID 


CA.I%7./^S    .A.    TVTT    FUTXi/CiA. 


!  NTRE  los  acontecimientos  literarios  de  es- 
tos días,  preciso  es  señalar  dos:  el  es- 
treno de  nn  nuevo  drama  de  Echegaray 
y  la  lectura  dada  en  el  Ateneo  por  la  señora 
Pardo  de  Bazan; — que  resulta  otro  Echegaray 
del  bello  sexo. — Además  de  esto  recuerdo  como 
casos  notables  el  crimen  del  paseo  de  los  Olmos 
y  el  próximo  debut  del  actor  Coquelin  en  la 
Comedia.  Hablaremos,  querida  prima,  de  estos 
asuntos. 

De  la  última  obra  de  Echegaray  La  Realidad 
y  el  Delirio,  dicese  unánimemente  lo  que  de  las 
anteriores:  que  es  muestra  evidentísima  de  su 
genio  portentoso,  de  su  estilo  y  efectismo  sub- 
yugantes, de  su  facilidad  para  la  creación  tea- 
tral,  de   su  arte  en  confeccionar  espléndidos 
ropajes  con  los  cuales  realzar  las  figuras  escéni- 
cas do  Calvo  y  de  Vico...  y  que,  al  propio  tiem- 
po, es  una  obra  falsa,  convencional  é  inverosí- 
mil.  Esta  obra  siniestra  y   terrible,   ha   sido 
escrita  en  un  mes,  con  precipitación  febril,  y  ha 
obtenido,  en  algunas  escenas,  éxito  excepcional, 
— dentro  de  los  mismos  éxitos  de  Echegaray. 
Vico  y  Calvo  han  debido, — como  la  heroína  del 
drama, — desmayarse  varias  veces,  tanto  ha  sido 
el  incienso  quemado  ante  ellos  por  todos  los 
diarios.  Se  ve  que  el  numen  de  Echegaray  no 
decrece,  ^que  se  vigoriza  y  exalta;  esto  lo  reco- 
noce con  sus  aplausos  el  público  y  en  sus  jui- 
cios la  prensa;  se  ve  que  tiene  actores  para  sus 
obras,  y  actores  excepcionales...  Y  se  ve,  sin 
embargo,  que  no  se  acogen  ya  las  producciones 
de  este  autor  con  aquella  estupefacción  y  aquel 
delirio  de  los  primeros, — y  no  mejores  tiempos. 
Es  que  la  opinión  se  ha  fijado;  es  que  el  talento 
de  Echegaray  ha  sido  ya  clasificado  y  compren- 
dido: el  hombre  aparece  colosal,  el  autor  dra- 
mático  deficiente;  no  sé  quién  ha  dicho  que 
nada  hay  tan  monótono  como  la  repetición  de 
lo  sublime;  Echegaray,  Calvo  y  Vico  incurren 
ya  en  esta  monotonía.  Todos  ellos  son  gigantes- 
cos; el  uno  con  su  estilo  y  los  otros  con  sus 
acentos  hasta  para  dar  los  buenos  días  en  la 
escena,  nos  ponen  el  cabello  de  punta.   Com- 
prenderás que  yo  no  censuro,  que  yo  admiro, 
con  sinceridad,  á  Echegaray,  á  Vico  y  á  Calvo, 
y  que  me  congratulo  como  el  que  más  de  que 
nuestro  teatro  y  nuestro  siglo  los  posea...  Pero 
analizo,  busco  la  explicación  de  este  fenómeno 
que  consiste  en  combustionarse  en  el  teatro  y 
congelarse  á  la  salida,  y  deduzco  de  todas  mis 
reflexiones  una  cosa,  y  es  que,  puesto  que  el 
público  se  ha  transformado,  Echegaray  debe 
también  transformarse.   Yo  creo  sinceramente 
que  si  quisiera  inventar  algún  teatro  nuevo,  dis- 
tinto, aunque  fuese  rompiendo  la  cartilla  tradi- 
cional y  los  usos  y  costumbres  dramáticos,  lo 
inventaría,  y  su  invención  gustaría  sobremane- 
ra. Por  lo  menos,  mientras  el  público  se  aperci- 
biese de  que  no  le  gustaba,  pasarían  dos  ó  tres 
años,  á  cuyo  término  Echegaray  podría  inven- 
tar otro  sistema  dramático  diferente.  No  tene- 


mos mas  que  Echegaray,  interpretado  á  perpe- 
tuidad por  Vico  y  Calvo;  reconozcámoslo  de 
buena  fe  y  procuremos,  al  menos,  realizar  to- 
das las  posibles  combinaciones  para  obtener  la 
mayor  variedad.  Acaso  el  entusiasmo  con  que 
tod(>s  nos  hemos  acogido  al  saínete,  á  la  tonadi- 
lla y  á  la  pintura  de  las  pasiones  y  costumbres 
populares,  proviene  del  hastio  de  lo  sublime. 
Yo  no  sé  lo  que  hace  falta  en  nuestro  teatro 
nacional,  y  aunque  lo  supiera  sería  lo  mismo, 
no  sabiendo,  como  no  sabría,  realizarlo;  pero 
hace  falta  algo;  no  mejor,  sino  diferente  y  nue- 
vo. Entretanto  descúbrome,  con  el  mismo  res- 
peto que  todos,  ante  Echegaray,  Calvo  y 
Vico... 

Por  los  diarios  tienes  ya  noticia  de  la  lectura 
dada  en  el  Ateneo  por  una  ilustradísima  escri- 
tora. Dejando  aparte  el  mérito  real, — muy 
grande  por  cierto, — de  la  señora  Pardo  Bazan, 
no  puede  menos  de  convenirse  en  que  ha  sido 
afortunada;  desde  su  primera  obra,  ha  sido  re- 
conocida por  todos  como  eminentísima  por  su 
talento,  su  estudio,  su  critica,  su  ingenio  y  su 
estilo.  No  todas  las  escritoras  vivientes  de  im- 
portancia han  tenido  igual  fortuna.  ¿Es  que 
pueden  influir  en  el  elogio  y  en  la  censura  de 
una  literata  su  posición  social,  sus  amistades, 
su  hermosura?  Yo  no  creo  que  sean  extrañas 
por  completo  estas  circunstancias  al  renombre 
de  la  Pardo  Bazan.  Si  lees  las  descripciones  que 
los  revisteros  hacen  del  aparato  físico  con  que 
leyóaquella  señora  su  trabajo  sobre  La  Revolu- 
ción y  la  novela  en  Rusia,  comprenderás  que  ta- 
les atractivos  no  pueden  menos  de  influir  favo- 
rablemente en  la  apreciación  de  sus  talentos  in- 
teriores. Yo  creo  que  influye  mucho  en  el  gusto 
que  una  mujer  tiene  por  ciertos  escritores  sus 
rasgos  personales,  y  conocidos  por  ella,  de  pro- 
pia vista  ó  por  fotografía;  Ayala  no  podía  me- 
nos de  aumentar  la  grandiosidad  de  sus  pensa- 
mientos y  de  su  estilo  con  el  recuerdo  de  la 
grandiosidad  de  su  figura;  Castelar  con  su  no- 
ble cabeza,  y  Moret  con  su  rostro  casi  bonito, 
corroboran  el  entusiasmo  de  sus  admiradores. 
Los  hombres  somos  todavía  más  sensibles  á  los 
encantos  físicos,  y  rara  vez  creemos  que  una 
lindísima  cantante  gorjee  mal,  ni  una  cómica 
graciosa  deshonre  la  escena.  Si  la  Concepción 
Arenal  fuese  hermosa,  tuviese  un  título  y  apa- 
reciese en  los  salones,  la  prensa  y  la  sociedad 
hubiesen  hecho  justicia  á  sus  talentos  extraor- 
dinarios, á  su  corazón  humanísimo,  al  espíritu 
y  forma  de  sus  escritos,  tan  admirables,  como 
poco  admirados;  hasta  le  hubiesen  concedido 
otras  cualidades  de  que  notoriamente  carece. 
Pero  arrancando  de  la  corona  de  brillantes  que 
el  éxito  ha  puesto  en  las  sienes  de  la  autora  de 
El  viaje  de  novios  los  que  pueden  brillar  con 
el  reflejo  de  su  hermosura,  queda  todavía  muy 
vistosamente  adornada. 

No  he  leído  todas  las  obras  de  la  Pardo  Ba- 
zan; pero  he  leído,  prima,  las  que  son  bastante 
para  reconocer  en  ella  talento,  instrucción  y 
hermoso  lenguaje.  Por  desgracia,  en  mi  opi- 
nión, la  Pardo  Bazan  no  es  una  excepción  como 
algunos  creen;  puesto  que  no  es  una  escritora: 
es  un  escritor  más.  Literariamente,  explora, 
describe,  analiza  y  domina  con  su  pensamiento 
el  mundo  de  los  hombres.  Su  pluma  es  viril  y 
sus  adjetivos  tienen  bigotes.  Yo  la  reconozco, 
estimo  y  saludo  por  lo  tanto  como  á  un  literato 
que  ensancha  los  dominios  del  progreso  moder- 
no; pero  tal  vez  hubiese  preferido  encontrar  en 
ella  una  escritora;  que  iluminase  con  el  resplan- 
dor de  su  corazón  inflamado  en  dulces  senti- 
mientos y  evaporándose  en  palabras  que  fuesen 
sonrisas  y  lágrimas  ese  mundo  inesplorado  del 
alma  de  la  Kiujer,  sólo  bien  conocido  de  ella; 
y  sólo  de  ella  conocido  porque  sólo  lo  vive  y 
puede  vivirlo  ella.  Grande,  magnífica  es  sin 
duda  la  poesía  de  la  Avellaneda;  pero  unas  ve- 
ces me  hace  pensar  en  Byron  y  otros,  por  ejem- 
plo, en  el  marmóreo  Nicasio:  es  un  poeta  como 
ellos;  pero  cuando  leo  los  versos  más  sencillos  de 
la  Coronado  creo  haber  encontrado  entre  la 
yerba  y  las  flores  el  manantial  purísimo  y  fresco 
donde  calma  su  sed  el  caminante  que  viene  de 
áspero  camino,  muerto  de  calor  y  ahogado  por 


el  polvo.  Los  hombres  al  coger  la  pluma  no  po- 
demos menos  de  escribir  como  varones.  Yo  de- 
searía que  las  mujeres  escribiesen  como  tales. 
|Cuánto  aprenderíamos  nosotros!  ¡Pero  general- 
mente las  mujeres  quieren  parecer  hombres!  La 
señora  Pardo  Bazan  como  escritora,  digámoslo 
por  última  vez,  gasta  barba  corrida. 

Te  convencerás  de  ello  cuando  leas  su  confe- 
rencia. Pero  antes,  como  sé  que  te  interesan 
ciertos  detalles,  te  diré  como  vestía  la  Bazan 
en  aquella  noche.  Llevaba  un  vestido  negro, 
salpicado  de  azabaches;  un  tocado  sencillo  y  se- 
vero, la  cabeza  muy  descubierta,  los  brazos 
completamente  desnudos.  Un  ramo  de  flores  ce- 
rraba el  escote  del  pecho.  Alguien  la  ha  compa- 
rado á  una  musa  convertida  en  Sibila.  Ya  com- 
prendes que  un  escritor,  por  muy  bien  cortado 
que  lleve  el  frac  y  aunque  enseñe  mucha  pe- 
chera, sólo  podría  compararse  con  un  cuervo. 
La  conferencia  duró  dos  horas.  Es  la  primera: 
quedan  otras  dos.  Fué  interesante.  Señaló  el 
carácter  de  la  raza  eslava  diciendo  que  era  pe- 
simista, que  tenía  un  culto  religioso  á  la  mise- 
ria y  al  dolor.  Pereza,  fatalismo,  inconstancia, 
hé  aquí  los  defectos  de  la  raza  eslava.  Defectos 
como  ves  de  mujeres. 

El  labriego  ruso  le  parece  ala  escritora  prác- 
tico y  positivo:  há  menester  dos  accesorios:  mu- 
jer y  caballo.  La  boda  es  la  matricula  del  agri- 
cultor; la  pareja  se  incorpora  en  la  gran  familia, 
en  la  comunidad  agrícola  y  aquí  termina  el 
idilio.  La  mujer  es  un  ser  inferior  Aunque  el 
labriego  ruso  la  considera  independiente,  no  su- 
jeta á  padre  ni  marido  ó  investida  de  iguales 
derechos  que  el  hombre,  aunque  si  es  soltera  ó 
viuda  es  cabeza  de  casa,  toma  parte  en  las  de- 
liberaciones del  mir  y  hasta  llega  á  ejercer  en 
él  funciones  de  alcalde,  semejante  consideración 
es  puramente  social;  individualmente  no  goza 
de  fuero  alguno.  Dicen  los  refranes  del  país  que 
siete  mujeres  sólo  tienen  un  alma  y  que  esta 
alma  es  humo.  No  creo  que  te  satisfagan  tam- 
poco las  teorías  matrimoniales  de  esos  labriegos, 
mucho  menos  estando  tan  en  peligro  de  casarte, 
porque  ellos  dicen  también  que  debe  quererse 
como  al  alma  á  la  mujer  propia,  y  varearla, 
como  al  gabán  de  pieles;  la  paliza  es  la  sanción 
del-  contrato.  Cada  país  tiene  sus  preocupacio- 
nes; aquí  la  paliza  suele  disolver  los  matrimo- 
nios. 

La  Pardo  Bazan  no  ha  estado  en  Rusia,  y 
habla  según  lo  que  lia  leido;  pero  el  aldeano  ruso 
no  le  es  completamente  extraño.  Ha  visitado  en 
Paris  á  veinte  ó  treinta  paisanos  de  Smolensko 
mordidos  por  un  perro  rabioso.  Estaban  en  casa 
de  Pasteur.  «Un  viejo, — dice, — me  llamó  la 
atención  en  particular  porque  realizaba  el  tipo 
de  los  patriarcas  y  podía  servir  de  modelo  para 
un  Abraham  ó  un  Job;  ancho  cráneo  desnudo 
en  la  cima  y  aureolado  de  mechones  de  un 
blanco  amarillento,  extensa  barba  canosa  tam- 
bién, facciones  esculturales,  arcada  superciliar 
preeminente,  ojos  emboscados  bajo  la  espesa 
ceja.  El  brazo  era  como  añoso  tronco  de  árbol, 
según  los  nudos  y  asperezas  y  el  grueso  cordaje 
de  las  venas  recordaba  las  raíces.  Las  manos 
enormes,  rugosas,  leñosas,  narraban  una  vida 
de  labor,  una  cohabitación  incesante,  un  true- 
que diario  de  caricias  con  la  madre  tierra.»  Este 
párrafo  da  perfecta  idea  del  estilo  de  la  Pardo 
Bazan  y  del  aspecto  verdaderamente  bíblico  del 
labriego  ruso  anciano.  (Nada  quiero  decirte 
cuando  esté  hidrófobo.) 

A  la  conferencia  asistió  el  Madrid  más  se- 
lecto; los  hombres  la  miraban  y  las  mujeres  la 
envidiaban.  ¡Ser  escritora!  ¡Y  escritora  formal- 
mente reconocida! 

Pero  consagremos  algunos  instantes  á  una 
personalidad  brillantísima  del  teatro  francés; 
á  Coquelin. — Mañana,  sábado,  debuta  en  la  Co- 
media.—Dará  cuatro  representaciones: 

Sábado  16  de  Abril. —  Un  parisién,  comedia 
en  tres  actos,  de  M.  Edmond  üondinet.  La  vie, 
monólogo  de  M.  Grenet  Dancourt,  dicho  por 
M.  Coquelin  Ainé.  Le  naufragó,  monólogo  de 
Francois  Coppée,  dicho  por  M.  Coquelin.  L' 
Etincelle,  comedia  en  un  acto,  de  M.  Pailleron. 

Domingo  17  de  Abril. — Tartvffe,  comedia  en 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


259 


cinco  actos,  de  Moliere.  Les  ecrevisses,  monólo- 
go de  M.  Jacques  Normand,  dicho  por  M.  Co- 
quelin.  Les  précieuses  ridícuies,  comedia  en  un 
acto,  de  Moliere. 

Lunes  18  de  Abril. — Le  deputé  de  Bombignac, 
comedia  en  tres  actos.  Gringoire,  comedia  en  un 
acto,  de  Theodore  de  Banville. 

Martes  19  de  Abril. — Le  Mariage  de  Fígaro, 
comedia  en  cinco  actos,  de  Beaumarchais. 

Y  después  se  marchará,  ensordecido  por  los 
aplausos.  Tú  le  conoces,  tú  le  has  admirado  y 
admiras;  nada  puedo  decirte  de  él  que  sea  nue- 
vo para  tí.  Un  célebre  autor  poeta  parisiense, 
cuyas  obras  representa  Coquelin,  ha  dicho  que 
«cierto  día  que  Dios  había  hecho  precipitada- 
mente una  hornada  de  mortales  se  apercibió  de 
que  no  había  hecho  ningún  comediante;  para  no 
perder  tiempo  cogió  de  un  rasgo  la  misma  cabe- 
za de  Moliere  solo  que  por  descuido  la  punta 
de  la  nariz  le  salió  facetieux  et  folpy  que  ya  son 


circunstancias  respetables  tratándose  de  una 
nariz.  Y  el  mismo  escritor  dice  «que  Coquelin 
tiene  en  sus  labios  el  apetito  de  devorarlo  todo: 
las  flores  de  la  tierra  y  las  estrellas  del  cielo, 
el  arte,  el  amor,  todos  los  oficios,  todos  los  pa- 
peles.» Un  hombre,  en  fin,  por  lo  visto,  que  no 
se  contenta  con  vivir  menos  de  mil  vidas.  De 
sus  éxitos  en  Madrid  ya  te  daré  noticia. 

Y,  para  terminar,  ahí  va  en  algunas  lineas, 
el  fin  de  una  historia.  La  gente  que  pasaba  ayer 
por  el  paseo  de  los  Olmos,  formó  corro  en  tomo 
de  un  cadáver.  Era  el  de  Antonio  Barreiro,  car- 
nicero de  oficio.  Allí  se  contaba  el  caso.  Había 
sido  muerto  por  otro  joven,  hermano  de  una 
muchacha  pretendida  por  él.  So  habían  encon- 
trado y  el  hermano  le  había  dicho  que  no  insis- 
tiese en  cortejar  á  su  hermana:  no  había  cedido 
Baireiro;  brillaron  las  navajas:  Barreiro  quedó 
muerto  allí  mismo  y  el  hermano  moría  luego  en 
la  casa  de  Socorro. 


Eran  casi  dos  niños.  Su  amor  y  su  odio  han 
quedado  anegados  en  la  misma  sangre. 

La  muchacha  debe  ser  casi  una  niña  también. 
¿Podrá  verse  amada  por  otro  sin  estremecerse 
de  horror? 

Adiós  prima, 

Fernanflob. 


-^- 


EL  TELESCOPIO 


EL   MUNDO    DE   LOS   INFINITAMENTE    GRANDES 


Si  el  microscopio  permite  al  hombre  penetrar 
los  arcanos  de  un  mundo  nuevo,  agrandando 
considerablemente  para  la  vista  los  seres  y  las 
cosas  que  se  ocultan  en  las  misteriosas  sinuosi- 


dades de  lo  infinitamente  pequeño,  el  telesco)no 
le  ha  abierto  de  par  en  par  las  puertas  de  otro 
nuevo  mundo,  dándolo  medios  para  recorrer  la 
inmensidad  del  espacio  y  pasear  su  mirada  es- 
crutadora por  las  majestuosas  regiones  de  lo 
infinitamente  grande. 

Merced  al  telescopio,  el  hombre  puede  con- 
templar, valiéndonos  de  la  bella  expresión  de 
Humboldt,  «el  orden  en  la  magnificencia  y  la 
magnificencia  en  el  orden.» 

Colón  de  las  regiones  siderales,  el  telescopio 
ha  descubierto  multitud  de  mundos  cuya  exis- 
tencia ni  siquiera  se  sospechaba,  y  nos  ha  hecho 
ver  que  esos  mundos,  obedientes  á  las  leyes  de 
la  vida  universal,  gravitan  en  sus  órbitas  al  re- 
dedor de  otro  astro,  y  conservan,  en  la  variedad 
de  sus  formas,  las  señales  de  su  común  origen. 
Api-oximándolos  á  nosotros,  nos  ha  mostrado  en 
la  superficie  de  esos  globos,  fenómenos  análogos 
á  los  que  la  vista  contempla  en  el  planeta  que 
habitamos,  haciéndonos  concluir  que  hay  otros 
mundos  que,  cual  la  Tierra,  se  hallan  animados 
por  el  hálito  de  la  vida. 

¿En  qué  época  y  por  quién  fué  inventado  este 
maravilloso  in.strumento? 

Se  cita  á  un  tal  Porta  como  el  primero  que  á 
fines  del  siglo  xvi  indicó  la  posibilidad  de  com- 
binar dos  lentes,  una  cóncava  y  otra  convexa, 
«para  ver  agrandados  y  distintos,  así  los  objetos 
próximos  como  los  lejanos.» 

Pero  á  quien  parece  que  realmente  se  debe  la 
construcción  del  primer  anteojo  telescópico,  es 


á  Juan  Lippershey,  óptico  de  Midleburgo,  que 
la  llevó  á  cabo  en  1606.  Respecto  de  la  manera 
cómo  el  sabio  holandés  llegó  á  tan  feliz  resul- 
tado, da  el  renombrado  astrónomo  Arago,  las 
dos  versiones  siguientes: 

Primera. 

«Cuenta  Jerónimo  Sirturo,  que  un  descono- 
cido, hombre  ó  genio,  se  presentó  en  casa  de 
Lippershey,  y  le  encargó  varias  lentes  convexas 
y  cóncavas.  El  día  convenido  fué  á  buscarlas, 
eligió  dos,  una  de  cada  clase,  se  las  puso  delan- 
te de  un  ojo,  las  separó  poco  á  poco,  sin  decir 
si  esta  operación  tenía  por  objeto  examinar  el 
trabajo  del  artista  ó  cualquiera  otro  motivo, 
pagó  y  se  marchó.  Lippershey  se  puso  luego  á 
imitar  lo  hecho  por  el  desconocido,  observó  la 
amplificación  de  los  objetos  motivada  por  la 
combinación  de  las  dos  lentes,  adoptólas  á  los 
extremos  de  un  tubo  y  se  apresuró  á  ofrecer  el 
nuevo  instnimento  al  príncipe  Mauricio  de 
Nassau.» 

Segunda  versión: 

«Hallándose  jugando  los  hijos  de  Lippershey 
en  la  tienda  de  éste,  se  les  ocurrió  mirar  al 
través  de  dos  lentes,  una  convexa  y  otra  cón- 
cava. Y  puestos  estos  cristales  á  conveniente 
distancia,  vieron  mediante  ellos  el  gallo  de  la 
veleta  del  campanario  de  Midleburgo  agran- 
dado ó  sumamente  cerca.  La  sorpresa  que  los 
muchachos  experimentaron  con  este  motivo, 
llamó  la  atención  de  su  padre,  quien  para  hacer' 
la  prueba  con  más  comodidad,  puso  primera- 


mente las  lentes  en  una  tablita,  y  luego  las  su- 
jetó á  los  extremos  de  dos  tubos  capaces  de 
entrar  el  uno  dentro  del  otro:  desde  aquel  mo- 
mento quedaba  descubierto  el  anteojo. 

Como  perfeccionadores  del  invento  de  Lip- 
pershey, se  citan,  en  primer  término,  á  Metieus 
y,  sobre  todo,  al  inmortal  Galileo,  que  dio  nom- 
bre á  la  primera  clase  de  anteojos  de  larga 
vista,  al  que  se  conoce  con  la  denominación  de 
anteojo  de  Galileo. 

Compónese  este  instrumento  de  dos  partes 
esenciales,  ó  sea  de  dos  sistemas  de  lentes,  co- 
locadas en  ambos  extremos  de  un  tubo.  La  lente 
que  se  halla  más  próxima  al  cuerpo  que  se  exa- 
mina, recibe  la  denominación  de  objetivo,  es  por 
lo  regular  biconvexa  y  produce  la  imagen  in- 
vestida. La  otra  lente,  que  es  la  que  se  adapta 
al  ojo  del  observador,  se  denomina  ocular,  con- 
siste, en  último  término,  en  un  anteojo  de  au- 
mento ó  lente  bicóncava,  en  el  anteojo  de  Gali- 
leo, mediante  el  que  se  ve  la  imagen  que  produce 
el  objetivo  agrandada  y  derecha. 
-  Dada  á  conocer  la  invención,  construyéronse 
en  gran  número  anteojos  astronómicos,  y  sólo 
de  España  se  hizo  á  Galileo  un  pedido  de  un 
centenar  de  estos  tan  preciados  instrumentos. 


(Se  concluirá.) 


P.   DE  Alc.\nt.\iía  Gakcía. 


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262 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


LA  MUERTE  DE  CAFETO 


(MEMORIAS    DE    UN    PATRIOTA) 
tooaoLDSióii) 

Experimenté  un  agudo  dolor  en  una  pierna, 
mi  vista  se  oscureció,  mis  oídos  zumbaron,  y 
sentí  por  fin  caer  sobre  mi  cerebro  un  velo  de 
negras  sombras. 

Poco  i  poco  dejé  de  escuchar  el  infernal  es- 
truendo de  la  lucha  corporal  entablada  entre 
loe  dof)  ejércitos. 

ni 

En  aquella  batalla  murió  mi  amigo  Teodoro, 
y  yo  recibí  un  balazo  en  una  pierna'  que  me  dejó 
inútil  para  siempre. 


Quedé  cojo  y  á  esta  desgracia  debí  el  no  for- 
mar parte  de  los  últimos  ejércitos  de  la  Repú- 
blica, ni  tampoco  de  los  del  Imperio  que  algunos 
años  después  paseó  Bonaparte  victoriosos  por 
todo  el  mundo. 

Establecí  mi  residencia  en  París  al  abando- 
nar el  hospital  y  me  entregué  á.  una  vida  que 
no  era  ni  con  mucho  semejante  á  la  que  llevaba 
antes  de  partir  para  la  guerra. 

Yo  mismo  reconocía  á  todas  horas  esta  dife- 
rencia hasta  en  mis  menores  actos. 

Aquel  carácter  alegre  y  ruidoso  que  me  era 
peculiar  había  desaparecido  y  de  continuo  me 
sentía  poseído  de  una  cruel  y  eterna  melan- 
colía. 

Vivía  humildemente,  pues  mis  medios  de 
existencia  eran  bastante  mezquinos. 

Como  antes  pintaba  muestras  de  tiendas,  di- 


bujaba grabados  para  periódicos  populares  en 
los  que  por  lo  regular  se  ridiculizaba  á  Bona- 
parte, y  alguna  vez  llevado  de  una  inocente  au- 
dacia llegaba  á  atreverme  hasta  hacer  retratos 
que  me  eran  pagados  con  creces  dado  su  valor 
artístico. 

Yo  seguía  siendo  im  mal  artista.  Cada  día 
mi  mano  era  más  torpe  para  el  dibujo  y  los  co- 
lores al  ser  trasladados  al  lienzo  por  mi  pincel, 
ora  se  hacían  chillones  en  los  toques  luminosos, 
ora  sucios  en  los  oscuros. 

Muchas  veces  al  tomar  la  paleta  y  disponer- 
me al  trabajo  no  podía  menos  que  acordarme 
de  Teodoro  y  de  su  talento  artístico. 

Y  al  refrescarse  en  mi  memoria  su  trágico 
fin'  y  aquel  momento  en  que  le  vi  caer  á  mi 
lado  sin  vida,  me  veía  obligado  á  esconder  la 
cabeza  entre  las  manos  y  llorar  copiosamente. 


PAISAJES  DEL  VOLQAi  UN  MONASTERIO.-LAS  BARCAS 


Una.j  noche  de  invierno  al  ir  á  acostarme  en 
mi  pobre  camastro,  por  no  sé  qué  coincidencia 
extraña  comencé  á  acordarme  de  Teodoro  y  de 
sus  últimas  palabras. 

En  aquel  instante  su  encargo  de  pintar  un 
cuadro  que  representase  los  últimos  instantes  de 
Luís  XVI,  surgió  en  mi  memoria.  Yo  hasta  en- 
tonces ignoro  por  qué  motivo  nunca  había  re- 
cordado tal  encargo. 

Aquella  noche,  dentro  de  mí  sentía  algo  so- 
brenatural y  en  las  sombras  que  mi  pobre  faro- 
lillo proyectaba  sobre  los  desmantelados  muros, 
creí  entrever  el  perfil  rígido  del  rostro  de  Teo- 
doro. 

Abrí  el  lecho  y  me  acosté  después  de  apagar 
la  luz. 

En  los  primeros  momentos  permanecí  inmó- 
vil y  en  la  oscuridad  que  envolvió  mi  habitación 
no  distinguí  nada. 

Esto  fué  lo  que  más  miedo  me  causó.  Yo  es- 
peraba algo  grande  y  sobrenatural,  pues  así 
parecía  anunciármelo  mi  estado  sobreexcitado 
y  nervioso. 

En  aquellos  instantes  mi  escepticismo  había 
desaparecido  y  estaba  poseído  de  un  temor  su- 
persticioso. 

Todo  me  asustaba  y  el  roer  de  la  carcoma  en 
las  viejas  vigas,  esos  mil  pequeños  ruidos  que 


engendra  el  silencio  de  la  noche,  y  hasta  las 
palpitaciones  apresuradas  de' mi  corazón,  eran 
causas  suficientes  para  que  yo  creyese  oir  pisa- 
das de  un  ser  sobrenatural  que  silencioso  é  in- 
visible se  acercaba  á  mi  lecho. 

En  este  estado  de  sobre.salto  mis  ojos  se  ce- 
rraron y  quedé  profundamente  dormido. 

¡Qué  noche!  Jamás  creo  tener  otra  igual  en 
la  vida. 

¿Qué  soñé?  Ni  yo  mismo  pude  explicármelo 
á  la  mañana  siguiente. 

Mi  memoria  estaba  envuelta  en  opacos  velos 
que  en  vano  intenté  romper.  No  recordaba  nada, 
pero  lo  cierto  es  que  me  levanté  nervioso  y  agi- 
tado y  que  al  instante  me  dispuse  para  el  tra- 
bajo. 

Arrojé  á  un  rincón  aquellas  tablas  llenas  de 
pegotes  de  color  que  tenia  á  medio  concluir  con 
destino  á  varios  establecimientos,  y  me  ocupé 
en  preparar  un  gran  lienzo  que  hacía  tiempo 
tenía  en  mi  habitación. 

Una  hora  después  me  encontraba  ante  él  em- 
puñando la  paleta,  y  mi  pincel  corría  sobre  su 
superficie  gris  trazando  con  líneas  negruzcas 
los  contomos  de  figuras  y  edificios. 

Yo  estaba  maravillado.  Mi  mano  tenía  una  se- 
gui'idad  maestra,  y  trazaba  lineas  y  curvas  artís- 
ticas sin  sufrir  vacilaciones  de  ninguna  especie. 


Desde  aquel  día  comenzó  para  mí  una  nueva 
existencia. 

Mi  estado  físico  era  anormal  y  verdadera- 
mente sufría  en  mi  interior  una  enfermedad 
desconocida. 

Devorado  por  una  fiebre  de  actividad  traba- 
jaba sin  descanso,  y  sólo  abandonaba  mi  cuadro 
en  el  reducido  tiempo  que  corría  á  un  figón  in- 
mediato para  saciar  mis  necesidades. 

A  excepción  de  este  momento  nunca  salía  de 
mi  habitación.  Por  las  noches  al  dormirme  creía 
percibir  algo  sobrenatural,  me  parecia  sentir 
sobre  mi  rostro  un  ligero  roce  cual  de  tenues 
alas,  pero  por  fin  me  rendía  el  sueño  y  entra- 
ba en  un  mundo  fantástico,  en  el  que  cual  al 
día  siguiente  recordaba  con  vaguedad  haber 
visto  extraordinarios  sucesos. 

Conforme  fui  avanzando  en  mi  obra,  aquellas 
sensaciones  sobrenaturales  fuéronse  agotando 
hasta  el  punto  de  que  al  terminarle  recobré  mi 
carácter  propio  experimentando  una  sensación 
parecida  á  la  del  que  despierta  de  un  extraño 
sueño. 

Por  fin  mi  obra  llegó  á  estar  casi  terminada. 
¡Cuántas  cosas  sentí  durante  mi  ejecución!  Mu- 
chas veces  al  ir  á  dar  una  pincelada  de  efecto 
falso  que  recordaba  mis  antiguos  productos  ar- 
tísticos, sentía  detenido  mi  biazo  por  una  fuerza 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


263 


sobrenatural  y  otras  mi  mano  era  atraída  por 
ciertos  puntos  del  cuadro  en  los  que  faltaban 
algunas  pinceladas  que  vinieran  á  completar  la 
obra. 

Las  figuras  de  ésta  fueron  poco  á  poco  sur- 
giendo del  lienzo  y  por  fin  un  día  álos  ardientes 
rayos  del  sol  pude  verle  completo. 

Cuando  desde  uno   de   los   extremos  de   mi 
habitación  abarqué  de  una  ojeada  su  con- 
junto, no  pude   reprimir  un  grito  de  ad- 
miración y  entusiasmo. 

Allí,  frente  á  mi  mirada,  estaba  repre- 
sentado fielmente  y  con  una  naturalidad 
pasmosa  el  momento  de  la  muerte  de 
Luís  XVI. 

Hubo  instante  en  que  me  creí  presen- 
ciando aquel  acto ,  como  si  fuera  un  sue- 
ño todo  el  tiempo  transcurrido  desde 
entonces. 

Yo  veía  perfectamente  y  con  el  tinte 
de  la  mayor  realidad  la  muchedumbre 
abigarrada,  las  tropas  de  la  República 
y  las  secciones  de  París  arma  al  brazo, 
los  tambores  redoblando,  las  casas  con 
sus  ventanas  atestadas  de  gente,  el  cielo 
lleno  de  nubarrones,  y  los  labios  de  to- 
dos los  hombres  contraídos  como  para 
dar  paso  á  un  grito   de  triunfo. 

Además,  contemplaba  el  relumbrar  de 
los  sables  de  los  gendarmes  en  derredor 
de  la  guillotina,  y  sobre  el  tablado  de 
ésta  se  distinguía  la  cuchilla  tinta  en 
sangre,  el  cuerpo  inerte  de  Capeta  y  la 
figura  fornida  y  repugnante  del  verdugo 
enseñando  la  cabeza  de  aquél  á  la  muche- 
dumbre. Este  pequeño  grupo  era  la  parte 
maestra  del  cuadro.  Yo  estaba  asombrado 
de  mi  obra.  Distinguí  las  gotas  de  sangre 
que  titilaban  á  la  punta  de  la  cabellera 
del  guillotinado  y  parecía  que  sus  ojos 
vidriosos  me  miraban  fijamente. 

Yo  sentía  frío  y  calor  á  un  tiempo; 
veía  en  mi  obra  algo  sobrenatural  que 
me  causaba  espanto. 

De  repente  me  estremecí  al  notar  una 
cosa  de  que  hasta  entonces  no  me  había 
apercibido. 

El  pueblo,  los  soldados,  el  verdugo, 
todas  las  figuras  de  mi  cuadro  tenían 
iguales  rasgos  fisonómicos. 

Aunque  diferentes  en  la  expresión  to- 
dos sus  rostros  poseían  cierto  aire  como 
de  familia  que  les  hacía  parecidos. 
>  Mi  amigo  Teodoro  apareció  ante  mí  en 
diferentes  posiciones  y  vistiendo  diversos 
trajes. 

Creí  que  todas  las  figuras  se  agitaban 
como  queriendo  desprenderse  del  cuadro, 
y,  en  un  rincón,  en  el  techo,  ó  no  re- 
cuerdo dónde,  columbré  dos  ojos  claros 
y  rasgados  que  me  miraban  fijamente. 

Sentí  frío  en  las  entrañas,  no  pude 
resistir  aquello,  y  caí  víctima  de  un  des- 
vanecimiento. 

IV 

Jamás  volví  á  pintar  luego  que  acabé 
La  muerte  de  Capeta. 

Varias  veces  intenté  ejercer  el  sublime 
arte, "pero  siempre  tuve  que  desistir.  Era, 
como  de  antiguo,  el  embadurnador  de 
muestras. 

Al  contemplar  los  productos  de  mi  tor- 
pe pincel  dudaba  de  que  yo  fuese  el  autor 
de  tan  magnífico  cuadro. 

Y  de  la  misma  duda  participaban  to- 
dos mis  compañeros  en  el  arte. 

Hoy  llego  á  creer,  en  ciertos  momentos,  que 
aquella  gran  obra  fué  tan  solo  soñada  por  mi, 
y  digo  esto  porque  hace  muchos  años  que  ha 
desaparecido  por  completo. 

En  los  primeros  tiempos  del  Imperio  me  la 
compró  por  un  precio  relativamente  módico, 
un  antiguo  jacobino  hacendado  de  provincias. 

Pero  cuando  cayó  para  siempre  Bonaparte  y 
los  aliados  se  exparcieron  por  Francia,  fué  des- 
truido el  cuadro  por  unos  emigrados  realistas 
qno  se  sintieron  poseídos  de  sacra  indignación 


al  conocer  el  asunto  que  aquél  representaba. 

Además,  á  su  dueño  le  valió  el  ser  fusilado. 
¡Que  Dios  le  tenga  en  santa  gloria,  y  que  desde 
ésta  me  perdone,  por  ser  yo,  aunque  remota- 
mente, la  causa  de  su  muerte. 

Hoy  tengo  ochenta  años  y  todavía  no  he 
visto  en  ninguna  exposición  un  cuadro  que 
pueda  igualarse  con  el  mío. 


Por  eso  digo  á  todos  los  que  quieren  oírme 
que  cuadro  como  el  de  La  muerte  de  Capeta  solo 
se  ha  pintado  uno.  Y  al  decir  esto  pienso  en 
Teodoro  á  quien  considero  su  legitimo  autor. 

Todo  lo  cual  me  vale  el  que  muchísimos  me 
tengan  por  loco. 

Vicente  Blasco  IbAí5ez. 


AMOR  Y  CRICKET 


REVISTA  CIENTÍFICA 


Una  carta  hidrográfica  catalana  de  1339.— Desincruataclón  de 
las  calderas  de  vapor.— Causa  posible  de  los  terremotos. 
— Pollgro  de  los  materiales  empleados  en  los  huecos  de 
los  suelos. — Investigaciones  sobre  la  curación  de  la  tuber- 
culosis. 

De  la  Revue  Scientifique,  de  París,  traducimos 
lo  siguiente,  á  propósito  de  una  carta  catalana 
de  1339: 

«La  carta  catalana  de  1375  que  posee  nues- 
tra Biblioteca  Nacional , había  sido  considerada 


hasta  estos  últimos  tiempos  como  el  más  anti- 
guo documento  debido  á  esa  escuela,  cuando  el 
pasado  año  un  aficionado  parisiense  compraba 
un  portulano  sobre  vitela,  muy  bien  conservado, 
que  llevaba  en  el  ángulo  superior  derecho  esta 
leyenda: 

Hoc  opus  feoit  Angellus  Dulceri  anno  mcccxxxvUij  de 
mense  Augusto  in  civitate  Maiorlcarum. 

»Hé  ahí,  pues,  un  documento  anterior  de 
treinta  y  seis  años  á  la  carta  anónima  de  1375, 
sobre  la  cual  tiene  la  doble  ventaja  de  estar  ñr 
mada  y  fechada.  No  solamente  es  la  más  anti- 


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288 


LA  ILUSTBACION  IBÉRICA 


gua  carta  catalana  conocida,  sino  que  no  se  tiene 
noticia  de  ninguna  o^*  anterior  á  ella,  como  no 
sean  los  portulanos  del  genovés  Pedro  Vescon- 
■te,  no  dejando  de  ser  interesante  el  darse  cuen- 
ta de  la  inflaencia  que  la  escuela  catalana  ha 
podido  ejercer  sobre  loS  cartógrafos  italianos. 
EIn  todo  caso,  como  el  portulano  de  Dulceri  es 
de  ana  exactitud  de  todo  punto  notable  y  las 
deformaciones  de  las  costas  son  imputables  á 
los  errores  de  la  brújula,  único  instrumento  de 
obaerración  que  poseyesen  entonces  los  mari- 
nos, queda  uno  confundido  al  ver  que  en  una 
¿poca  tan  atrasada  se  conociese  tan  bien  y,  so- 
bre todo,  se  representase  tan  fielmente  las  co- 
marcas europeas.  Más  aún:  hay  en  ese  portulano 
catalin  tal  grado  de  habilidad  que  se  ve  ense- 


guida que  ha  debido  ser  precedido  de  muchos 
otros,  pues  no  se  llega  de  una  vez  á  un  conoci- 
miento tan  general,  tan  profundo  y  á  una  segu- 
ridad de  mano  y  una  exactitud  de  proporciones 
tan  maravillosas.  Por  otra  parte,  sábese  por  una 
ordenanza  que  cita  Lelewel,  que  todos  los  bar- 
cos mallorquines  debían  poseer  dos  cartas  náu- 
ticas; de  manera  que  como  las  marinas  catala- 
na, valenciana  y  mallorquína  contaban  un  gran 
número  de  buques,  era  menester  que  la  produc- 
ción cartográfica  fuese  considerable. 

■íNo  es  menos  interesante  en  esta  carta  la 
evidencia  que  resulta  de  las  frecuentes  relacio- 
nes que  mantenía  la  marina  mallorquína  con 
los  países  del  Norte.  En  efecto:  son  numero- 
sas las  ciudades  cuyos  nombres  figuran  en  las 


costas  de  Suocia,  de  Noruega,  de  Inglaterra  y 
en  las  costas  del  Báltico.  Pero  en  ninguna  parte 
se  encuentra  más  nombres  de  localidades  que 
en  litoral  francés,  pertenecientes,  la  mayor  par- 
te, á  puertos  importantes  en  aquella  época,  pero 
más  decaídos  en  la  actualidad.  Etaples,  Pecamp, 
Honfleur,  Ouistreham,  en  la  costa  normanda.  Es 
interesante  seguir  esta  nomenclatura  en  las  car- 
tas subsiguientes,  encontrándosela  casi  idéntica 
en  la  carta  de  1375,  lo  mismo  que  en  el  portu- 
lano de  Solerí  y  en  las  demás  cartas  catalanas. 
»Tales  son  algunas  de  las  refle.KÍones  que  ha 
comunicado  á  la  Sociedad  de  Geografía  nuestro 
colaborador  M.  Q.  Marcel,  desenvueltas  en  una 
larga  y  erudita  Memoria  que  ha  enviado  á  la 
Academia  de  la  Historia  de  Madrid.» 


ILUSTRES  TABERNAS  DEl.  ANTIGUO  LONDRES:  LA  DE  JORQE.-LA  CABEZA  DE  LA  REINA 


No  hay  para  qué  decir  cnanto  nos  place  que 
los  franceses,  tan  enamorados  de  lo  suyo  cuan- 
to desconocedores  de  lo  ajeno,  rindan  este  tri- 
buto de  justicia  al  mérito  de  nuestros  antiguos 
navegantes. 


La  adición  semanal  de  2  kilogramos  de  azú- 
car al  agua  de  alimentación  de  una  caldera  tu- 
bular de  120  tubos,  habría  impedido,  según 
M.  Polto,  la  formación  de  incrustaciones  y  aun 
habría  hecho  desprender  los  depósitos  antiguos, 
siendo  asi  que,  antes  de  emplear  el  azúcar,  era 
preciso  limpiar  la  caldera  á  los  45  días  de  mar- 
cha. Con  todo,  como  hace  notar  la  Chemiker 
Zeilung  al  publicar  esta  noticia,  hay  que  tener 
presente  que  el  azúcar,  á  la  temperatura  corres- 
pondiente á  una  presión  de  4  á  5  atmósferas, 
da  lugar  rápidamente  á  la  formación  de  ácidos, 
especialmente  de  ácido  fórmico,  los  cuales 
corroirían  enérgicamente  las  calderas.  Por  lo 
tanto  hay  que  ir  con  tiento  en  el  empleo  del 
azúcar  como  desincrustante. 

* 


Entre  las  innumerables  teorías  imaginadas 
para  explicar  los  terremotos, — y  con  tanto  ma- 
yor motivo  ahora  por  haber  ocurrido  en  Francia, 
— merece  especial  mención  la  que  ha  expuesto 
M.  Blavier  en  el  seno  de  la  Academia  de  Cien- 
cias de  París.  Según  dicho  snvant  puede  atri- 
buirse la  causa  de  los  últimos  terremotos  á  la 
formación,  desde  el  invierno  excepcional  del 
año  1879-1880,  de  un  glaciar  polar  en  la  región 
situada  al  Norte  del  Atlántico,  comprendiendo 
la  Groenlandia,  la  bahía  de  Baffin  y  el  estre- 
cho de  Davis.  Esta  acumulación  de  hielos  en  el 
Norte  del  Atlántico  tendería  á  destruir  las  con- 
diciones normales  de  equilibrio  de  la  porción 
de  corteza  terrestre  comprendida  entre  los  me- 
ridianos de  Nueva- York  y  París,  produciendo 
una  sobrecarga  cuyo  efecto,  en  un  momento 
dado,  debería  provocar  an  ligero  doblamiento 
del  suelo  submarino,  con  fractura  local  posible, 
si  existe  una  línea  de  menor  resistencia,  con- 
venientemente orientada  y  á  débil  distancia. 
Ahora  bien,  dice  el  autor:  basta  echar  una 
ojeada  sobre  un  globo  terrestre  para  reconocer 
que   existe  una  línea  así  hacia  el  40"  de  lati- 


tud Norte,  en  la  parte  del  ^  paralelo  atravesado 
por  el  Océano  Atlántico,  de  Eiladelfia  á  Lisboa, 
y  por  el  Mediterráneo  en  toda  su  longitud.  En 
los  alrededores,  pues,  de  este  paralelo  es  donde, 
bajo  la  influencia  de  la  indicada  causa,  debían 
producirse  las  fracturas  locales  de  la  corteza 
terrestre  por  las  cuales  introduciéndose  brusca- 
mente el  agua  del  mar  hasta  el  núcleo  central 
en  ignición  ha  provocado  las  explosiones,  cau- 
sas inmediatas  de  los  movimientos  sísmicos  de 
los  años  1884  y  1887.  M.  Blavier  añade  que 
de  ser  exacta  sji  teoría  son  de  temer  nuevas  sa- 
cudidas á  ]o  largo  de  esta  zona  hasta  el  día  del 
deshielo  del  glaciar  polar. 


En  un  estudio  sobre  La  contaminación  de  los 
huecos  de  nuestras  moradas  en  sus  relaciones 
con  las  enfermedades  infecciosas  publicado  en  el 
tomo  XVIII  del  XeitscriftfürBiologie,  ha  demos- 
trado M.  II.  Emmerick  que  se  acumulaba  una  can- 
tidad prodigiosa  de  materia  orgánica  en  los  hue- 
cos ó  senos,  (espacios  situados  bajo  los  suelos.) 
Según  dicho  autor,  no  hay  en  nuestras  mora- 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


267 


das  ni  á  su  alrededor  ninguna  sustancia  tan  car- 
gada de  materias  orgánicas  como  la  que  llena 
los  senos,  siendo  la  principal  causa  de  ello  el 
servirse  harto  á  menudo,  para  colmar  los  vacíos 
que  existen  bajo  los  suelos,  de  materiales  de 
demolición  que  están  ya  saturados  y  sobresatu- 
rados  de  materias  orgánicas.  Emmerick  evalúa 
en  27158  kilogramos  la  materia  orgánica  seca 
aprisionada  de  este  modo  voluntariamente  bajo 
los  suelos  de  una  casa  que  acababa  de  ser  cons- 
truida, y  estima  que  esta  materia  es  equivalente 
á  la  de  ¡3.000  cadáveres!  Sea  lo  que  fuere  de 
estas  evaluaciones,  el  autor  ha  llegado  á  las 
conclusiones  siguientes,  generalmente  adopta- 
das por  los  higienistas: 

1."  Los  escombros  procedentes  de  la  demo- 
lición son  terrenos  de  cultivo  para  los  gérme- 
nes y  no  deben  servir  nunca  para  colmar  los 
huecos. 

2."     La  arena  pura  bien  lavada  puede  conta- 
minarse rápidamente  si  el  pavi- 
mento no  es  hermético. 

3.°  Cuando  se  dejan  huecos 
los  senos,  llénanse  á  la  larga 
de  materias  orgánicas. 

Un  buen  seno  debe  llenar 
las  condiciones  siguientes:  ser 
ligero,  apagar  los  sonidos,  ser 
mal  conductor  del  calor,  ser  im- 
permeable al  agua  y  al  polvo, 
estar  exento  de  materias  orgá- 
nicas y  ser  incombustible.  (Jus- 
tamente lo  contrario  de  lo  que 
suelen  ser  aqui). 

Para  Hartis  y  Emmerich,  el 
coke  y  las  cenizas  son,  como  los 
escombros,  materiales  que  hay 
que  rechazar:  dan  la  preferencia 
á  la  arena  lavada,  recubierta  de 
una  capa  de  asfalto  en  la  cual 
se  colocan  las  piezas  de  madera 
que  forman  el  parquet.  Por  des- 
gracia, la  arena  lavada  cuesta 
bastante  cara  y  tiene  el  incon- 
veniente de  ser  pesada  en  exce- 
so y  sobrecargar  los  techos. 

Háse  ingeniado,  pues,  para 
encontrar  una  sustancia  que 
siendo  tan  poco  putrescible  co- 
mo la  arena,  fuese  más  ligera: 
primeramente  se  pensó  en  las 
escorias  de  vidrio,  pero  se  echó 
de  ver  que  contenían  sulfuro  de 
calcio  que,  al  contacto  del  ácido 
carbónico  del  aire,  desprende 
ácido  sulfhídrico  que  ennegrece 
las  pinturas  y  despide  un  olor 
desagradable. 

Se  ha  pensado  después  en  la 
turba,  que  es  ligera,  absorbe  y 
retiene  el  vapor  de  agua  y  ade- 
más constituye  un  medio  asép- 
tico:  desgraciadamente  á  la  larga  se  deja  pe- 
netrar por  el  polvo  por  ser  muy  porosa,  y  está 
lejos  de  ser  incombustible.  El  arquitecto  Cristia- 
no Nussbaum  ha  tenido  la  idea  de  emplear  la 
turba  molida  con  cal;  hace  una  mezcla  de  4  á  6 
volúmenes  de  este  polvo  con  un  volumen  de  cal 
apagada,  desleído  el  todo  en  agua  hasta  la  con- 
sistencia de  una  papilla  clara  la  cual  se  bate 
de  tiempo  en  tiempo;   al  cabo  de  24   horas   la 
pasta  es  dividida  á  pedazos  que  se  ponen  á  se- 
car separadamente. 

Por  otra  parte,  se  ha  cerciorado  M.  Nussbaum 
de  que  esta  turba  con  cal  arde  muy  difícilmente; 
que  es  un  medio  muy  poco  favorable  á  las  fer- 
mentaciones; que  trasmite  débilmente  el  soni- 
do y  que  absorbe  y  retiene  el  vapor  de  agua 
tan  bien  como  la  turba  natural;  por  lo  cual  se 
presta  muy  bien  para  llenar  los  espacios  situa- 
dos bajo  los  suelos.  (Revue  d'  hygiene). 

*  * 
Gracias  á  la  iniciativa  del  insigne  cirujano 
ranees  M.  Verneuil,  quedó  fundado,  hace  ya 
ttn  año,  una  especie  de  Instituto,  sostenido  por 
aedio  de  suscriciones  voluntarias, — que  el  mes 
asado  ascendían  á  54.600  francos, — destinado 


á  buscar  los  medios  más  oportunos  para  la  cu- 
ración de  la  tuberculosis,  pensamiento  humani- 
tario como  ninguno  ya  que  la  tuberculosis  es  la 
primera  plaga  que  diezma  la  actual  generación. 
Los  resultados  conseguidos  hasta  ahora  por  los 
investigadores  no  son,  á  la  verdad,  muy  brillan- 
tes, pero  tampoco  son  de  desdeñar,  aunque  no 
fuese  más  que  por  lo  que  orientan  la  terapéuti- 
ca y  salvan  del  escepticismo  á  que  muchos  se 
habían  entregado  respecto  á  la  cuestión  de  la 
curación  de  la  tuberculosis. 

Vamos  á  dar  cuenta  de  los  principales  hechos 
comprobados:  tenemos,  pues,  que  el  Dr.  Gosse- 
lin  (de  Caen),  ha  encontrado  que  saturando  de 
iodoformo  el  organismo  de  los  conejillos  de  In- 
dias impedíase  evolucionar  los  bacilos.  Verdad 
es  que  suprimido  el  tratamiento  la  tuberculosis 
evoluciona  y  produce  rápidamente  la  muerte, 
pero  de  todas  maneras  puédese  suponer  que  no 
seria  poca  ventaja  en  el  hombre  lograr  adorme- 


EL  CIERVO  BLANCO 

cer  durante  muchos  meces  los  bacilos  nocivos  y 
administrar  durante  este  tiempo  al  enfermo  los 
reconstituyentes  oportunos  á  fin  de  ayudarle  á 
adquirir  fuerzas  con  que  luchar  victoriosamente 
con  el  mal.  A  este  tratamiento  puédese  referir 
el  empleo  de  inyecciones  de  éter  iodoformado 
preconizado  por  M.  Verchese  para  la  curación 
de  las  adenopatias  tuberculosas  del  cuello. 

No  menos  esperanzas  dejan  entrever  las  in- 
vestigaciones de  M.  M.  Raymon  y  Arthaud. 
Habiendo  estos  experimentadores  administrado 
á  seis  conejos  un  gramo  diario  de  tanino  duran- 
te un  mes,  han  visto  esterilizarse  dos  inocula- 
ciones de  materia  tuberculosa  hechos  á  los  mis- 
mos con  tres  meses  de  intervalo. 

Administrado  también  el  tanino  á  ciei'to  nú- 
mero de  tuberculosos  se  ha  observado  que  los 
síntomas  presentados  por  los  enfermos  mejora- 
ban notablemente,  sacándose  en  conclusión,  muy 
legitima,  que  el  tanino  es  un  poderoso  agente 
de  la  medicación  antibacilar. 

Por  desgracia,  se  han  descubierto  también  al- 
gunas particularidades  poco  halagüeñas;  «pues 
dos  experimentos  positivos  de  inoculación  de 
esperma  de  animales  tuberculosos,  hechos  por 
M.  Daremberg, — dice  una  nota  que  tenemos  á  la 


vista,— parecen  demostrar  que  la  tuberculosis 
es  directamente  hereditaria  en  contra  de  la  opi- 
nión generalmente  admitida  de  que  se  nace  tu- 
berculizable  y  no  tuberculoso.» 

Alfredo  Opisso. 


COMELLA 


Si  el  bermellón,  el  talco  y  la  tintura 
que  empleas  en  tus  dramas  lo  pagases 
y  á  todos  cuantos  matas  costeases 
siquiera  una  modesta  sepultura, 

cierto  estoy  de  que  entonces,  por  usura 
ni  el  tiempo  ni  el  dinero  malgastases, 
y  honras,  vidas  y  haciendas  respetases 
escribiendo,  aunque  mal,  con  más  cordura. 

No  porque  tanta  gente  te  ha  aplaudido 
tu  vanidad  á  imaginar  se  atreva 
que  es  el  aplauso  justo  y  merecido; 

si  eso  tan  sólo  te  seduce  y  lleva 
es  porque  eres  al  globo  parecido, 
que  cuanto  más  vacío  más  se  eleva. 

Vicente  Colorado. 


RUMBOS  OPUESTOS  '" 


Los  dos,  con  distintos  rumbos, 
á  un  mismo  punto  llegamos; 
después  de  unirnos  gran  trecho 
no  es  fácil  ya  separamos. 

No  es  fácil  ya  separamos, 
y  opuesto  es  nuestro  camino: 
ó  yo  he  de  seguir  el  tuyo, 
ó  tú  has  de  seguir  el  mío. 

O  tú  has  de  seguir  el  mío, 
cuya  pendiente  es  penosa, 
ó  habré  de  bajar  el  tuyo 
que  hermosas  flores  alfombran. 

Las  flores  que  el  tuyo  alfombran 
llenan  tu  marcha  de  encantos, 
pero  al  fin  de  la  jomada 
todo  se  cierra  á  tu  paso. 

Todo  se  cierra  á  tu  paso; 
yo  al  fin  del  viaje  te  ofrezco 
un  espacioso  horizonte 
y  encima  u»  cielo  sereno. 

Bajo  aquel  cielo  sereno 
gozar  podrás,  prenda  mía, 
de  ese  descanso  en  el  alma 
que  es  el  todo  de  la  vida. 

El  descanso  de  la  vida 
no  se  logra  sin  trabajos; 
si  quieres  seguir  mi  rumbo 
fuerza  es  desandar  lo  andado. 

Fuerza  es  desandar  lo  andado 
para  hallar  la  dicha  cierta... 
si  es  que  no  quieres  seguirme, 
sea  al  fin  como  tú  quieras. 

¡Sea  al  fin  como  tú  quieras 
y  sigamos  tu  camino, 
aunque  todos  tus  errores 
tenga  que  llorar  contigo! 

Cayetano  de  Alvear. 

• * 


(1)     Del  libro  Cantares. 


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JESÚS 
ARROJANDO  A   LOS  MERCADERES 
DEL  TEMPLO 

—  Por  Dirck  Crabclhs  — 


EL  FARISEO  Y   EL   PUBLICANO 

Por  Ilfiidrik  de  Kejzer  y  CorncHus  Kuffuus 


GRISALLA 

Por 
Thlbault  de  Harlem 


EL  BAUTISMO 

-Por  Dirck  Crabetbs- 


EL  SOCORRO  DE  LEYDEN: 
Por  Isaac  Nioolal  y  Cornellus  Clok 


VIDRIOS  PINTADOS  HOLANDESES 


270 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


LA  AZUCENA  Y  EL  HURACÁN 


APÓLOGO 

— cYo  soy  la  azucena 
de  lánguido  talle, 
que  mece  en  el  valle 
el  anra  sutil. 
La  brisa  que  anuncia 
la  fresca  mañana, 
me  dice  «Sultana, 
hennosa  y  gentil.» 

«Yo  guardo  en  mi  seno 
las  perlas  que  llora 
la  candida  aurora 
huyendo  del  sol; 
y  doy  en  mi  calis 
dulcísimo  aroma 
que  el  céfiro  toma 
cruzando  veloz.» 

— «Yo  llevo  en  mis  alas 
angustia  y  espanto, 
y  sombras  y  llanto, 
terrible  huracán. 
Yo  traigo  la  muerte 
y  voy,  á  mi  paso, 
sembrando  al  acaso 
miseria  y  afán. 

«Destruyo  soberbio 
la  pobre  cabana; 
la  erguida  montaña 
temió  mi  poder. 
Del  lago  me  irritan 
las  blancas  espumas, 
y  en  pálidas  brumas 
86  miran  perder. 

«Las  olas  pujantes 
del  mar  proceloso 
levanta  orgulloso 
mi  altivo  rigor. 
Y  rujo  en  los  bosques, 
y  tiembla  la  tierra, 
y  el  hombre  se  aterra 
y  siente  el  horror.» 

— «Te  adoro  por  fuerte, 
terrible  te  amo, 
sombrio  te  llamo, 
acércate  á  mi. 
Me  arrastra  á  adorarte 
tu  inmensa  grandeza, 
tu  noble  fiereza 
me  lleva  hasta  ti.» 

— «Yo  adoro,  azucena, 
tu  tierna  hermosura, 
tu  blanda  ternura, 
tu  dulce  candor; 
y  forma  mi  encanto 
la  mágica  esencia, 
que  da  á  tu  inocencia 
tu  místico  amor.» 

— íPues  llega,  que  espero 
tu  plácido  halago.» 
— «Yo  llevo  el  estrago, 
amarme,  es  morir.» 
— «Tu  amor  es  mi  vida, 
tu  suerte  mi  suerte.» 
— «Mi  amor  es  la  muerte, 
mi  sino  sufrir.» 

—  «Que  pueda  yo  ufana 
mirar  á  mi  amante, 
y  muera  al  instante 
gozando  en  mi  amor.» 
— «A  tí  me  encadenan 
ternísimos  lazos... 
que  muera  en  mis  brazos 
la  candida  flor.^ 

Rugi6  entonces  la  tormenta, 
la  tierra  gimió  de  duelo, 
y  triste  y  amarillenta 
perdióse  la  luz  del  cielo. 

Y  tras  de  la  noche  oscura 
en  la  tranquila  mañana, 
seco  se  alzó  en  la  llanura 
el  tallo  de  la  sultana. 

Vicente  Riva  Palacio. 
* • 


FILIS 


La  sien  ceñida  de  olorosas  flores 
y  del  viento  á  merced  su  cabellera, 
por  el  monte  desciende  á  la  pradera 
la  risueña  deidad  de  los  pastores. 

De  su  gracia  y  belleza  admiradores, 
muchos  la  acosan  porque  amarles  quiera; 
y  Filis,  con  cariño  y  placentera, 
pesares  calma  sin  sentir  amores. 

Pero  un  zagal  que  ilusionado  vive 
y  un  «si»  pretende  de  sus  labios  rojos, 
tan  extraño  carácter  no  concibe... 

Y  aunque  le  causa,  por  ingrata,  enojos, 
siempre  que  Filis  en  la  arena  escribe, 
con  llanto  empaña  sus  azules  ojos. 

Enrique  Franco. 


* 

NUESTROS   GRABADOS 


■  L  EITRÁTO  DI  LA  SlSORl  UAYOB 

Cuadro  de  /.  Boki 
El  autor,  de  Ambcres,  continúa  las  tradiciones  delg¿n<!ro, 
tan  propio  de  la  escuela  flamenca,  adaptándolo  á  los  usos  y 
costumbres  contemporáneos.  La  escena  representada  encie- 
rra un  humorismo  de  buena  ley,  lo  cual,  unido  á  lo  acabado 
de  la  ejecución,  hace  que  la  obra  produzca  el  mejor  efecto. 

A   OBILLAg  DIL  DABT 

Stoke-Qabriel. -Redes para  pescar  salmones 

Se  ha  llamado  al  Dart  el  Rliin  inglés  y  no  ha  faltado  tam- 
poco quien  le  comparase  al  Beresina.  Con  todo,  los  verda- 
deros amantes  de  sus  bellezas  niegan  una  y  otra  semblanza, 
diciendo  que  el  Dart  es  algo  más  que  eso:  es  el  Dart,  en  goce 
de  peculiar  y  fuerte  personalidad.  Sea  lo  que  fuere,  no  cabe 
duda  en  que  es  un  magnifico  rio  que  alcanza,  sobre  todo,  ex- 
tremada belleza  al  cruzar  el  Devonshire  y  en  el  cual  se  pescan 
riquísimos  salmones. 

UADBID 

PALACIO  DI  LA   EXPOSICIÓN    NACIONAL 

DONDI    SI    V«R1PI0AEÁ    PEÓXIIIAMÍNTI    LA    DI 

BILLAS    ÍRTK8 

Dibujo  de  P.  V  Valor 

Este  magnifico  local  fué  proyectado  por  el  malogrado  ar- 
quitecto D.  Facundo  de  la  Torrlente,  habiéndose  encargado 
de  su  dirección,  á  la  muerte  del  autor,  el  Sr.  D.  Emilio 
Bolx.  La  construcción  ha  corrido  á  cargo  de  una  casa  belga. 

De  este  edificio  daremos  extensos  pormenores  una  vez 
inaugurada  la  Exposición  de  Bellas  Artes,  la  cual,  como  es 
sabido,  debe  celebrarse  el  próximo  Mayo. 

BiBClLONA:    BINDICIÓ.V    DI    LA    PRIUIBA    PIEDBA 

DI  LA  FACHADA   DI   LA   CATEDRAL  CON  ASISTENCIA    DEL 

MINISTBO  DE  GRACIA  Y  JUSTICIA 

El  día  10  del  actual  se  inauguraron  con  gran  pompa  las 
obras  de  la  nueva  fachada  déla  Catedral . 

Delante  de  la  puerta  principal  se  construyó  un  pabellón 
cuya  plataforma  estaba  rodeaba  por  una  barandilla  calada  de 
eitllo  gótico.  En  la  cubierta  se  notaban  también  algunos  de- 
talles del  propio  estilo,  y,  además,  destacaba  un  friso  con  los 
escudos  de  Cataluña,  Bsrcelona,  Sao  Jorge  y  Cabildo  Cate- 
dral. A  derecha  é  Izquierda  del  pabellón  se  colocaron  algu- 
nos mástiles  de  los  que  pendían  gallardetes  y  banderas  con 
los  colores  nacionales. 

En  casi  todos  los  balcones  que  dan  frente  á  la  Basílica  se 
velan  colgaduras,  ofreciendo  un  conjunto  vistoso. 

Cerca  las  diez  salló  del  Palacio  episcopal  una  numerosa 
comitiva  en  dirección  á  la  Catedral.  Figuraban  en  olla  mu- 
chos seminaristas,  vistiendo  sobre-pelllz;  la  música  del  Ayun- 
tamiento, que  tocaba  la  marcha  de  loa  concelleres;  el  cabildo 
catedral,  cuyos  Individuos  ostentaban  el  hábito  de  verano; 
el  señor  ministro  de  Gracia  y  Justicia,  vestido  de  uniforme, 
y  al  lado  y  en  pos  de  éste  las  principales  autoridades,  el 
Ayuntamiento,  la  Diputación  provincial  y  numerosas  comi- 
siones de  varios  centros  de  esta  ciudad. 

En  la  plaza  de  la  Catedral  se  habla  situado  un  piquete  de 
infantería  con  bandera  y  música,  que  al  entrar  la  comitiva 
en  la  iglesia,  presentó  armas  y  batió  la  marcha  real,  ejecu- 
tando el  propio  himno  la  banda  del  Ayuntamiento  y  la  or- 
questa y  el  órgano  de  la  Basílica. 

•  En  aquel  momento,  dice  un  periódico,  la  plaza  del  tem- 
plo ofrecía  un  aspecto  animadísimo.  Balcones  y  azoteas  es- 
taban cuajados  de  espectadores,  y  asi  la  plaza  del  templo 
como  la  gradería  ó  escalera  que  conduce  á  la  calle  de  la  Co- 
rribla,  estaban  Invadidos  por  una  multitud  extraordinaria. 
En  medio  de  tanta  animación,  abriéronse  de  par  en  par  las 
puertas  de  la  Catedral,  y  los  ecos  de  la  orquesta  y  el  órgano, 
en  el  Interior,  contrastaban  con  los  de  la  música  Municipal  y 
la  militar,  en  la  calle;  completando  la  animación  de  aquel 
pintoresco  cuadro  el  toque  de  la  campanas  entre  cuyos  soni- 
dos retumbaba  pausadamente  la  majestuosa  y  sonora  To- 
masa.' 


A  las  doce  y  media  el  repique  de  las  campanas  anunc  iaba 
al  vecindario  que  se  iba  á  principiar  el  ceremonial  de  Inau- 
gurar las  obras  de  la  fachada  del  gótico  templo. 

Presentóse  á  la  iiuerta  principal  una  procesión  en  la  que 
figuraban,  á  más  de  las  autoridades  y  corporaciones  que  for- 
maron en  la  comitiva  salida  del  Palacio  episcopal,  varios  in- 
dividuos que  llevaban  las  banderas  de  Lepanto  y  de  Santa 
Eulalia  y  diferentes  reliquias. 

Después  de  entonarse  varias  preces  por  el  cabildo,  dióse 
lectura  de  la  Real  orden  autorizando  las  obras  de  la  nueva 
fachada. 

Pronunciaron  después  palabras  alusivas  el  obispo  señor 
Cátala,  á  las  que  contestó  breve  y  cortesmente  el  señor  mi- 
nistro. 

Terminada  la  ceremonia,  que  fué  obra  de  corta  duración, 
el  cabildo  entonó  el  Te-Deum  laudamus  y  la  procesión  entró 
nuevamente  en  el  templo,  regresando  después  al  Palacio 
Episcopal  la  comitiva. 

PAI81JI8   DEL  VOI.GA 

Un  monasterio,— Las  barcas 

Se  ha  llamado  con  toda  justicia  al  Volga  el  Mississippi  de 
Europa.  En  las  2.000  millas  que  tiene  de  curso  suele  ofrecer 
un  espectáculo  monótono,  aunque  sumamente  majestuoso.  A 
largos  Intervalos  aparece  en  sus  orillas  una  ciudad,  un  mo- 
nasterio, una  aldea,  por  manera  que  la  más  frecuente  señal 
de  vida  que  suele  observarse  es  las  barcas  que  por  él  na- 
vegan . 

AMOS   Y   OBICKET 

Es  un  buen  dibujo  que  ofrece,  además  de  su  belleza  in- 
trínseca, la  demostración  de  que  en  nada  ha  disminuido  la 
caballeresca  adoración  de  que  viene  siendo  objeto  la  mujer 
desde  la  Kdad  media,  pues  asi  como  entonces  el  vencedor  en 
un  torneo  rendía  a  su  dama  los  trofeos  del  triunfo,  sucede  lo 
mismo  hoy  con  los  vencedores  en  el  cricket,  juego  muy  reco- 
mendado por  los  higienistas. 

tTNA    BELLEZA    DE    OBATZ 

Dibujo  original  de  Helena  Bimbacher 

Los  dibujos  de  ese  género  se  recomiendan  por  si  solos, 
como  el  vinillo  de  Baltasar  del  Alcázar.  ¿A  qué  teorizar  sobre 
un  buen  palmito?  Vale  más  presentar  ejemplos  de  estética 
práctica  que  no  venirse  con  Infundios  sobre  las  relaciones 
entre  lo  verdcuiero,  lo  bello  y  lo  Aueno,  etc.,  etc.. 

ILUSTBES   TABEBNAS   DEL   ANTIGUO   L0NDBI8 

Todas  esas  tabernas,  ó  cervecerías,  son  altamente  tipleas, 
y  se  hallan  como  acantonadas  á  la  otra  parte  del  puente  de 
Londres,  camino  de  Borough.  Por  lo  general  son  construc- 
ciones de  madera,  muy  bien  acondicionadas  para  su  objeto. 

BAEOBLONA:    INAUGDBACION    DI    LAS   OBRAS    DEL   NUEVO 
PALACIO    DE   JUSTICIA 

Dibujo  de  Asarla 

El  día  11  del  corriente  verificóse  la  solemne  ceremonia  de 
colocar  la  primera  piedra  para  la  construcción  del  nuevo  Pa- 
lacio de  Justicia.  El  solar  está  enclavado  en  terrenos  del  Sa- 
lón de  San  Juan,  manzana  núm.  14,  entre  las  calles  de 
Almogávares  y  Pallara.  Los  alrededores,  ocupados  por  una 
apiñada  concurrencia,  estaban  adornados  con  escudos  y  ga- 
llardetes. 

Verificado  el  acto,  el  presidente  de  la  Audiencia  D.  Maria- 
no Diez  pronunció  un  interesante  discurso  y  otro,  breve  y 
oportuno,  el  señor  ministro  de  Gracia  y  Justicia. 

Es  de  esperar  que  asi  el  frontis  de  la  Catedral  como  el 
nuevo  palacio  de  Justicia  no  correrán  la  suerte  que  otras 
proyectadas  obras. 

VIOBIOS   PINTADOS   HOLANDESES 

Pertenecen  esas  obras  á  autores  del  siglo  xvr  en  cuyo 
tiempo  empezó,  por  decirlo  así,  el  principio  del  ñu  de  este 
arle  felizmente  restaurado  en  nuestros  días. 

Todas  las  obras  de  los  Crabeths  ,de  Gonda,  eran  redonda- 
mente buenas.  El  dibujo  es  sólido,  el  color  rico,  la  perspec- 
tiva, especialmente  en  el  pai-^aje,  muy  exacta.  No  mrnor 
mérito  ostentan  las  vidrieras  piMtndas  por  Isaac  Nicolal  y 
í'ornelius  Clock,  de  Leydyn,  dibujante  y  colorista  de  las 
mismas,  respectivamente.  Hendrik  de  Keyzer  y  Cornelius 
Kuffens,  de  Amsterdam,  brillan  por  sus  composiciones  de 
estilo  arquitectónico  y  por  s<i  amplia  factura,  y  finalmente, 
recomiéndase  Thihault,  de  Harlem,  por  sus  vldiieras  mono- 
cromas y  por  su  acal)ada  ejecución. 

ESCENA  DEL  BAJO  OTTAWA 

Cuando  so  sale  de  Santa  Ana  siguiendo  el  curso  del 
Ottawa,  no  se  tarda  en  llegar  "al  Lago  de  las  dos  morUañns, 
frecueutemente  agitado  por  las  tempestades  y  á  cuyas  oriliHS 
se  levanta  el  puebleclllo  de  Oka.  En  el  punto  en  que  el  lago 
es  más  ancho  vese  la  Punta  de  los  ingleses,  pintoresco  cabo 
cerca  del  cual  emergen  numerosas  ísletas.  Toda  esta  parte 
del  distrito  de  Gaspesla  (Bajo  Canadá)  está  habitada  en  su 
mayoría  por  descendientes  de  los  primeros  colonos  france- 
ses, habiéndose  continuado  sin  interrupción  algunos  anti- 
guos usos,  tales  como,  por  ejemplo,  tas  calesas. 

* 


LA  ILUSTEACION  IBÉRICA 


271 


EL  PREMIO  DE  SIEMPRE 


(OONTINnACIÓK) 


LAS   LUCHAS  DEL   GENIO 

Inauguróse  desde  aquel  momento  para  nues- 
tro artista  una  época  de  agitación  y  de  ansie- 
dad indescriptibles.  Una  sola  idea  le  dominaba: 
hacerse  digno  de  Angiolina,  y  á  conseguirlo 
dirigió  todos  sus  esfuerzos. 

Merced  á  fatigosísimas  luchas,  poniendo  en 
juego  todas  las  influencias,  presentando  á  Cosme 
de  Médicis  varias  de  sus  obras,  y  después  de 
muchos  días  de  agobiadora  perplegidad,  logró 
Andrés  ser  nombrado  uno  de  los  dos  artistas 
que  debían  pintar  el  codiciado  cuadro.  Su  com- 
petidor era  un  artista  célebre  ya,  cuyo  nomore 
volaba  en  alas  de  la  fama,  y  los  alientos  del 
joven  debieron  sufrir  poderosa  sacudida,  cuando 
recibido  el  nombramiento,  se  dispuso  á  medir 
sus  fuerzas,  él,  individualidad  oscura  y  casi 
desconocida,  con  un  artista  por  todos  ce  le- 
brado. 

Para  lograr  el  triunfo  apetecido,  competían 
en  Andrés  sus  nobles  ensueños  de  siempre  y  el 
amor  cada  día  más  poderoso  que  le  inspiraba 
Angiolina,  amor  nutrido  en  el  silencio  y  la  so- 
ledad de  su  reducido  estudio.  Allí,  donde  de 
memoria  había  trazado  la  imagen  de  su  adorada, 
elaboraba  el  plan  vastísimo  de  su  obra  recu- 
rriendo para  ello,  al  inagotable  arsenal  de  su 
rica  imaginación.  El  tema  propuesto  era  El 
Sermón  de  la  Montaña,  y  necesitaba  nuestro  hé- 
roe sentir  con  toda  su  fuerza  la  sublimidad  del 
asunto,  para  reproducir  la  figura  de  Jesús  é 
interpretar  uno  de  los  actos  más  notables  de  su 
vida. 

No  sangre,  fuego,  corría  por  sus  venas,  du- 
rante el  tiempo  ¡un  año!  que  necesitara  Andrés 
para  concebir  y  ejecutar  su  obra.  La  fiebre  de 
la  inspiración  cubría  de  intensa  palidez  sus 
mejillas,  y  por  momentos  enflaquecía  el  comba- 
tido cuerpo. 

¡Oh  vosotros  los  que  no  sabéis,  por  fortuna, 
lo  que  son  los  dfiliquios  del  alma  cuando  en  la 
mezquina  tierra  quiere  aprisionar  un  reflejo  de 
la  grandeza  eterna  por  medio  del  arte!  ¡vosotros 
los  que  vivís  en  el  mundo  ignorando  los  com- 
bates que  á  todas  horas  sufre  el  hijo  del  genio 
cuya  mente  caldea  avasalladora  fantasía!  ¡los  que 
disfrutáis  sosegada  vida  en  la  esfera  vulgar  y 
adocenada,  no  podéis,  no,  comprender  ni  ima- 
ginar el  tormento  que  sufren  las  naturalezas 
privilegiadas  al  luchar  entre  la  realidad  de  la 
existencia  y  la  idealidad  del  arte,  suspendidos 
entre  el  cielo  de  la  gloria  y  el  abismo  del  ridícu- 
lo! para  comprenderlo,  es  necesario  sentir  lo 
que  ellos  sienten,  sufrir  con  ellos,  y  concebir 
sus  mismos  ideales,  atenaceando  el  alma  y  ani- 
quilando la  indócil  materia. 

Andrés  sufría  un  combate  espantoso  que  agos- 
taba los  frágiles  resortes  de  su  vida,  y  puesto 
en  el  empeño,  sabiendo  toda  Tlorencia  su  auda- 
cia de  querer  competir  con  un  hombre  famoso, 
no  le  quedaba  más  recurso  que  vencer  ó  morir 
en  la  contienda,  porque  de  salir  derrotado,  so 
cubría  de  ridículo,  se  inhabilitaba  para  siempre 
y  perdía  el  dulce  encanto  de  su  existencia,  el 
amor  de  Angiolina. 

No  sólo  luchaba  por  el  arte,  por  su  porvenir, 
luchaba  también  por  el  amor;  no  le  eran  permi- 
tidos.finalmente,  términos  medios;  debía  hacerse 
célebre  ó  desaparecer  como  soca  arista,  arras- 
trada por  el  vendabal. 

¡Cuántas  horas  de  horrible  angustia  vio  trans- 
currir Andrés  en  la  soledad  de  su  estudio!  De 
mil  maneras  pensó  desarrollar  el  asunto,  y  otras 
mil  rechazó  sus  propios  planes,  con  desaliento, 
considerando  mezquina  la  composición  al  lado 
de  la  grandiosidad  augusta  del  asunto.  Pero  el 
artista,  cuando  se  halla  posesionado'  de  la  ins- 
piración hija  de  Dios,  parece  adquirir  él  tam- 
bién algo  de  la  divina  grandeza.   Un  día,  tras 


continuados  combates,  la  frente  de  ordinario 
sombría  y  tempestuosa  de  Andrés  resplandeció 
con  celestiales  reflejos,  trazando  con  mano  se- 
gura las  primeras  lineas  de  su  cuadro.  Paulati- 
namente fué  cubriéndose  el  lienzo  de  colores, 
cobraron  relieve  las  figuras,  movimiento  y  vida 
los  semblantes,  y  pasaban  los  días,  sin  que  el 
abstraído  Andrés  se  separara  del  lienzo  un  solo 
instante.  Cuando  la  fatiga  le  rendía  y  los  pin- 
celes caían  de  sus  manos,  sus  ojos,  inmensa- 
mente abiertos,  su  mirada  calenturienta,  no  de- 
jaban de  acariciar  la  obra  soñada  en  sus  deli- 
rios de  artista. 

Terminóse  al  fin  el  cuadro,  y  la  continuada 
agonía  de  Andrés  tuvo  también  un  término. 

¡Respiraba  la  obra  una  placidez  tan  augusta! 

Al  fondo,  divisábanse  las  costas  de  Tiro  y  de 
Sidon;  una  multitud  inmensa,  acampada  al  pié 
de  una  montaña,  escuchaba  absorta  las  palabras 
que  como  miel  dulcísima  destilaban  los  labios 
del  Salvador.  Este,  vestido  con  la  blanca  túnica 
de  los  profetas,  no  fijaba  sus  ojos  en  el  cielo,  su 
habitual  morada,  sino  posando  en  la  tierra  sus 
dulces  miradas  para  acariciar  á  la  pobre  mul- 
titud, ofrecía  un  conjunto  tal  de  grandeza  y 
sencillez  que  atraía  con  fuerza  irresistible.  Los 
apóstoles,  no  lejos  del  Divino  Maestro,  guar- 
daban atentos  en  su  mente  la  preciosa  semilla 
del  universal  amor,  para  difundirla  más  tarde 
como  fruto  de  bendición  por  todos  los  pueblos. 
Las  puras  auras  de  Galilea  parecían  agitar  la 
blanca  túnica  de  Jesús  y  su  hermosa  cabellera; 
un  horizonte  sin  nubes  armonizaba  el  conjunto 
del  cuadro.  Allá  en  los  cielos  asomaba  su  faz 
augusta  el  Eterno,  complaciéndose  en  las  pre- 
dicaciones del  Hijo  amado,  y  tal  era  el  efecto 
fascinador  del  lienzo,  que  parecían  moverse 
las  gentes  y  repercutir  por  los  aires  las  dulcí- 
simas palabras  del  Redentor:  Bienaventurados 
los  que  lloran  porque  de  ellos  será  él  reino  de  los 
cielos. 

En  todo  resplandecía  una  sencillez,  una  ver- 
dad, una  placidez  tal,  tenían  tanta  vida  las 
figuras,  tanta  armonía  el  conjunto,  que  Andrés 
al  terminar  el  cuadro  y  sentir  todas  sus  belle- 
zas, olvidando  que  él  era  el  autor  de  aquella 
maravilla,  cayó  aturdido,  extasiado,  fuera  de 
sí,  de  rodillas,  adorando  como  un  insensato  su 
propia  obra. 

Lector  benévolo,  cuya  alma  no  está  quizás 
templada  para  tan  fuertes  sacudidas  é  ignoras, 
por  tu  bien,  la  fuerza  avasalladora  de  semejan- 
tes tormentos  y  alegrías,  no  te  encojas  de  hom- 
bros desdeñosamente  al  leer  estas  líneas,  ni 
llames  loco  al  pobre  Andrés.  ¡Cierto  que  era 
loco!  Pero  hay  locuras  sublimes,  y  sin  ellos 
Dante,  Milton,  el  Tasso,  Rafael  y  Miguel  Án- 
gel, no  hubieran  dejado  su  inmortal  recuei'do 
en  la  tierra.  ¡Ante  esas  locuras,  algunas  veces 
asoman  lágrimas,  aun  á  los  ojos  más  indiferen- 
tes, y  por  ellas  las  razas  legan  preciados  tim- 
bres á  sus  descendientes,  después  que  murieron 
olvidados  y  pobres,  tal  vez  cubiertos  de  ridículo 
sus  infortunados  autores! 


VI 


MALES    DEL    ALMA 

El  trabajo  sobrehumano  llevado  á  cabo  por 
Andrés  agotó  por  completo  sus  fuerzas  físicas, 
y  al  terminar  el  cuadro  apoderóse  del  pobre  jo- 
ven violentísima  calentura,  perdiendo  toda  no- 
ción de  cuanto  á  su  alrededor  acontecía.  Dos 
solas  ideas  vagaban  sin  concierto,  pero  persis- 
tentes siempre  entre  las  brumas  agobiadoras  de 
la  calentura;  su  cuadro,  Angiolina. 

En  tanto,  solícitos  amigos,  por  no  dejar  pa- 
sar el  plazo  señalado,  apresuráronse  á  llevar  el 
cuadro  al  palacio  de  Cosme  de  Médicis,  donde 
se  hallaba  ya  el  del  competidor  de  Andrés,  y 
pasáronse  los  días  en  medio  de  la  mayor  incer- 
tidumbre,  entregado  el  artista  á  su  lucha  con 
la  enfermedad,  y  los  amigos  á  la  inquietud  por 
la  suerte  que  cupiera  á  la  obra,.objeto  de  tantas 
esperanzas. 

Junto  á  la  cama  del  pobre  enfermo,  congre- 
gábanse diariamente  los  amigos,  artistas  tam- 


bién, y  allí,  sin  que  Andrés  tuviera  conocimien- 
to de"  lo  que  pasaba  á  su  alrededor,  trasmitíanse 
sus  impresiones. 

Una  de  las  noches  que  más  animada  parecía 
la  tertulia  y  Andrés  daba  muestras  de  mayor 
agitación  y  desasosiego,  entablóse  á  media  voz 
la  siguiente  conversación: 

—¿Qué  noticias  corren  por  la  capital,  Pietro 
amigo? 

■ — Pocas  de  las  que  á  nosotros  nos  interesan; 
las  artes  duermen  indolente  sueño,  y  como  acon- 
tecimiento de  sensación,  sólo  se  habla  de  la  lle- 
gada del  fastuoso  embajador  español,  por  tanto 
tiempo  esperado. 

— I  Hola!  En  este  caso  nuestras  damas  ya 
tienen  digno  objeto  donde  saciar  su  infatigable 
curiosidad. 

• — Hasta  tal  punto,  que  tú  no  sabes  cuanto  se 
comentan  las  frecuentes  visitas  del  gallardo 
embajador,  á  la  linda  condesa  Angiolina. 

— Su  fausto  la  habrá  deslumhrado. 

• — Al  contrario,  pienso  que  ella  desea  deslum- 
hrarle á  él  con  su  belleza  y  opulencia,  pues  esta 
noche  da  un  baile  que  se  considera  en  honor  del 
noble  extranjero. 

— Es  una  coqueta. 

— A  mí  no  me  entusiasman  las  mujeres  así,  y 
desgraciado  el  hombre  que  en  ellas  fía. 

Abrióse  en  aquel  momento  la  puerta  de  la  es- 
tancia, y  en  su  dintel  apareció  un  joven  pálido 
y  denudado. 

— ¿Qtié  te  pasa,  Marcelo? — preguntaron  todos. 

El  recién  llegado  púsose  un  dedo  sobre  los 
labios,  y  luego  preguntó  á  media  voz: 

— ¿Cómo  está? 

— Lo  mismo  que  siempre. 

Marcelo  dirigióse  de  puntillas  al  lecho,  y  vio 
efectivamente  á  Andrés  con  los  ojos  cerrados 
por  la  intensidad  de  la  calentura  y  revolvién- 
dose con  fatiga. 

— ¡Siempre  igual! — murmuró. 

En  todos  los  semblantes  retratóse  profunda 
pena,  porque  Andrés  era  querido  sinceramente 
por  sus  amigos.  Despviés,  estos  se  sentaron  al 
rededor  de  una  mesa,  disponiéndose  á  cambiar 
sus  impresiones  en  voz  baja  según  costumbre. 

— Parece  que  vienes  disgustado,  Marcelo, 
¿qué  te  pasa? 

— Os  traigo  una  mala  noticia. 

— ¿Respecto  á  qué? 

— Respecto  al  cuadro. 

— ¡Será  posible! 

— ¡Y  tanto!  Acaban  de  asegurarme  que  esta 
tarde  misma,  Cosme  de  Médicis  se  ha  decidido 
por  el  cuadro  del  rival  de  Andrés,  y  que  maña- 
na se  hará  piíblica  la  noticia. 

— ¡No  puede  ser! — dijeron  todos  con  estupe- 
facción.— La  obra  de  nuestro  amigo  es  mil  veces 
mejor  que  la  de  su  contrincante  y  saltan  á  la 
vista  sus  bellezas. 

— Pero  se  han  puesto  en  juego  muchas  intri- 
gas para  negar  el  premio  al  verdadero  mérito. 
Andrés,  durante  el  año  del  plazo,  sólo  se  ha  ocu- 
pado en  pintar  el  cuadro;  el  otro,  lo  ha  aprove- 
chado también  para  hacer  atmósfera  en  su  favor, 
empleando  para  ello  todos  los  medios  de  que 
dispone  la  bajeza  y  la  adulación.  De  suerte  que 
tiene  de  su  parte  á  casi  todos  los  magnates  flo- 
rentinos. 

— ¡Qué  siempre  la  fortuna  ha  de  ser  para  los 
intrigantes!  ¡Pobre  Andrés! 

— Yo  todavía  no  lo  creo  y  me  permitirás  que 
haga  lo  posible  para  enterarme.  Me  voj'  á  ad- 
quirir noticias, — dijo  uno  de  los  jóvenes. 

— Y  nosotros  te  -acompañamos.  ¿Qtiién  se 
queda  hoy  para  velar  al  enfermo? 

— Yo, — dijo  Pietro. 

— ¡Pues  adiós,  y  ojalá  mañana  no  resulte 
cierta  la  infausta  noticia! 

Los  amigos  abandonaron  cabizbajos  la  habi- 
tación, y  Pietro  quedóse  solo  con  el  enfermo, 
meditando  un  buen  rnto  en  las  consecuencias 
que  tendría  para  el  pobre  artista  lo  que  acababa 
de  saber. 

Transcurrió  una  hora.  Andrés  parecía  algo 
más  tranquilo  y  Pietro  hacía  inauditos  esfuer- 
zos para  vencer  al  sueño.  El  silencio  que  reina- 
ba en  la  casa  no  era  el  más  á  propósito  para 


272 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


eetar  desvelado,  y  como  el  enfermo  en  aquellos  I  damente  arrellenado  en  un  sillón,  se  dispuso  á 
momentos  descansaba,  al  parecer,  Pietro,  cómo-  ,  permitirse  &\gim  descauso. 


Cuando  su  igual  y  tranquila  respiración  de- 
mostraba que  dormía,  Andrés  se  incorporó  en 


ESCENAS  DEL  BAJO  OTTAWA 


el  lecho  con  los  ojos  desmesuradamente  abier- 
tos, y  con  presteza  se  dispuso  á  vestirse,  cui- 
dando de  no  despertar  á  su  compañero.  Parecia 
animado   por   sobrenatural    lucidez,    temblaba 


convulsivamente  y  apenas  podía  tenerse  en  pié, 
pero  á  costa  de  heroicos  esfuerzos,  logró  vestir- 
se, dar  algunos  pasos  por  la  habitación,  y  luego 
salir  de  ella  sin  producir  el  menor  ruido. 


Piütro  doj-mía  profundamente. 

(Se  concluirá.) 

Josefa  Pujol  de  Collado. 


ttimSTIidMkCNlii,  3(i-3S7,liwi  liiiu>,Uitir.— Keterrados  losdereebos  de  propMad  artística  y  iittriríi.— las  reclamacíoiies  eo  Madrid,  al  representante  de  esta  Casa  D.  Manuel  Plá  y  Valor,  Apodací,  10,  V 

)  INSÉRTESE  ó  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  ( 


KCTABLSSIMMIITO  TlPOSfliFIOO   OB   B.   B&aiOA.— CALLB   DB   ViLLARROBL,  MÚM.    17,   BNSAHCHB   DB   SAM   ANTONIO. —BARCELOHA  . 


SEMANARIO     CIENTÍFICO,     LITERARIO     Y     ARTÍSTICO 


Año  7 


Barcelona  30  de  Abril  de  1887 


Núm.  226 


Con  el  presente  número  repartimos  el  suplemento  de  modas  EL  MUNDO  DE  LAS  DAMAs'  correspond' 


al  mes  actual 


LA  PRIMERA  BAILARÍN A.(Dlbn)o  de SchUUgín) 


274 


LA  ELUSTEACION  IBÉRICA 


SUMARIO 


TUXTO.— Madrid.  Caria»  d  mi  i>r<m<i,  por  Fernanflor.— X  la 
ttretra  va  ¡a  vencida,  por  Felipe  Mathé.— £(  UUtcopio  y  el 
wamdo  de  ¡ot  in/lnitamenU  grande»  (conclusióu),  por  P.  de 
Alcántara  García.— /'fcdirot:  Jíaximina,  por  Clariu. —i.n< 
Aeadewúa»  antigua»,  por  U.  González  Serrano  —Nuestros 
grabados .  —  Bibliografía,  por  Carlos  Mendoza. — Bl  premio 
de  ííemprí  (conclusión),  por  Josefa  Pujol  de  Collado. 

GtiBAOOs. — La  primera  bailarina.— ¿oiufr^t:  El  colegio  de 
Kton  (dos  grabados).- El  3  de  Mayo.-San  Gerónimo  de 
la  Murta  (Barcelona'.— La  mezquita  tártara  de  Kazan 
(Rusia).— Cabeza  de  estudio.— La  Impedida-La  actriz  — 
IdUlo.— Estudio.— i««Ia<aTa.-  Orillas  del  Deben. 


MADRID 


O.AJRX.A.S  A.  iv/rr  mrMiA. 


jMM  representaciones  de  Coquelin.— El  atentado  contra  Ba- 
zaina.  —Por  qué  razón  no  puede  haber  desafíos  con  los  to- 
reros. 


COQUELIN  ha  dado  las  representaciones 
i^^  anunciadas  en  el  teatro  de  la  Comedia, 
^yí  No  ha  presidido  buena  elección  á  su  cam- 
paña. Tartuffe  y  Les  precieuses  ridicules,  que  re- 
presentó en  una  sola  noche,  dio  lugar  á  que  los 
espectadores  exclamasen ,  —  según  cuentan ,  — 
«¡Perfecto!;  ¡pero  trop  deMoliere!y>  L'Aventurie- 
re,  de  Augier,  que  ha  dado  también,  es  una  obra 
anticuadísima.  Su  campaña  ha  sido  brillante 
para  él  como  actor,  mas  no  para  su  repertorio 
ni  para  su  compañía. 

Coquelin  tiene  las  cualidades  necesarias  para 
la  interpretación  de  todos  los  tipos  y  pasiones, 
y,  sobre  todo,  la  más  preciosa  para  gustar  al 
público  ilustrado:  la  naturalidad.  Su  biógrafo 
Amicis  dice  que  cuando  Coquelin  contaba  diez 
años,  cansado  de  traer  y  llevar  cestos  de  pan, 
— Su  padre  tenía  una  tahona, — dejó  el  cesto  en 
•1  suelo  y  dijo  al  autor  de  sus  días: 
— ¡Papá,  quiero  ser  cómico! 
Es  posible  que  el  dicho  sea  cierto,  porque 
Coquelin  es  cómico  por  naturaleza. 

Ha  sido  ya  tan  descrita,  tan  elogiada,  tan 
referida  y  comentada  la  vida  artística  y  la  es- 
cuela de  este  actor,  que  nada  puedo  decirte  de 
nuevo,  sino  atenerme  á  los  datos  y  elogios  que 
sabes,  repitiéndolos  y  confirmándolos.  Como 
dice  Amicis,  la  cara  de  Coquelin  es  un  verda- 
dero rostro  de  histrión  antiguo;  una  caraza  an- 
cha y  llena,  de  tez  amarillenta,  en  la  cual  ori- 
llan dos  ojuelos  de  garduña,  sobre  una  gran 
nariz,  vuelta  hacia  arriba  «con  petulancia  sin 
ejemplo.»  La  boca  es  grande,  los  labios  grue- 
sos, la  barba  larga  y  saliente;  las  mandíbulas, 
de  león,  se  dilatan  cuando  habla  con  un  movi- 
miente  inquietante.  Coquelin  es  feo  y  él  hace 
ostentación  de  saberlo.  Parece  que  no  ha  queri- 
do hacer  nunca  papeles  que  exijan  la  belleza 
personal.  En  la  Galatea,  de  Mme.  Adam,  no 
aceptó  el  de  Pigmaleón. 

— ¿Qué  quiere  V., — la  dijo,- — que  me  presen- 
te yo  ante  el  público  con  el  nombre  de  Pigma- 
león? Míreme  V.  bien,  señora,  ¿tengo  yo  nariz 
de  griego? 

Pero  en  las  tablas  la  fealdad  de  Coquelin 
desaparece  y  sólo  queda  la  fisonomía  espiritual 
de  los  personajes  que  representa. 

Lo  que  más  ha  gustado  á  nuestro  público  ha 
sido  los  monólogos,  en  los  cuales  ha  podido 
apreciar  todo  el  arte  de  los  afectos  y  los  tonos, 
y  la  prodigiosa  sencillez  de  su  estilo,  resultado 
de  un  estudio  social  incansable.  Es  un  actor  de 
nna  flexibilidad  pasmosa,  y  no  hay  pasión,  ni 
acento  que  no  pueda  él  reflejar  y  producir  con 
vida  palpitante. 

Su  compañía  es  endeble.  Mme.  Kolb  y  Mon- 
sieur  Duchesne  se  han  distinguido;  sin  embar- 
go, Coquelin  ha  salido  ya  para  Lisboa  con  su 
compañía,  y  ha  prometido  que  á  su  regreso  de 
Portugal  dará  dos  ó  tres  funciones  más.  Dará 
Don  César  de  Bazan ,  Mademoiselle  de  la  Seglieie 
y  Osear  ou  le  mari  qui  trompe  sa  femme.  Oca- 
sión habrá,  quizás,  de  consagrar  al  cómico  fran- 
cés otro  recuerdo. 


No  necesito  decirte,  —  puesto  que  conoces 
nuestra  sociedad, — que  el  teatro  de  la  Comedia 
ha  sido,  durante  la  estancia  de  Coquelin,  el 
centro  de  la  moda.  Ni  en  sus  noches  más  bri- 
llantes ha  reunido  el  teatro  de  la  Opera  concur- 
so tan  selecto.  Un  periódico,  con  este  motivo, 
se  ha  lamentado  de  que  nuestra  sociedad,  tan 
solícita  para  honrar  el  arte  en  la  persona  de  un 
extranjero,  relegue  al  olvido  á  nuestros  actores, 
y  que  ni  en  las  grandes  solemnidades  concurra 
al  teatro  Español,  tan  necesitado  de  valiosas 
protecciones.  Tienen  razón,  prima,  los  que  de- 
ploran este  apartamiento  del  gran  mundo,  que 
sólo  asiste  á  la  Opera  en  invierno  y  á  ver  co- 
medias en  italiano  y  en  francés,  en  la  primave- 
ra; mas  el  gusto  no  se  impone.  Nuestro  gran 
mundo  encuentra  vulgar,  ordinario  y,  lo  que  es 
peor,  aburrido,  nuestro  teatro  nacional  y  nues- 
tro repertorio  moderno.  Por  añadidura,  esa 
misma  sociedad  se  ha  dedicado  á  representar 
comedias  en  teatritos  preciosos  y  ante  el  bou- 
quet  de  sus  relaciones.  De  este  modo  se  llegará 
á  formar  un  público  reducido  y  exquisito  de  es- 
pectadores que  no  podrá  sufrir  la  atmósfera  de 
los  teatros  públicos,  ni  á  los  cómicos,  sin  per- 
fumes ingleses,  de  los  dichos  teatros.  Y  la  ver- 
dad es  que  en  algunos  teatrillos  íiristocráticos, 
como  en  el  de  la  duquesa  de  la  Torre,  se  repre- 
senta muy  bien;  y  que  no  cabe  duda  de  que  la 
buena  sociedad  es  un  gran  plantel  de  cómicos 
y  cómicas.  Pero  de  esto  ya  te  hablaré  en  otra 
carta. 

Este  mal  del  teatro  español  es  incurable, 
porque,  realmente,  ningún  español  cree  necesa- 
rio que  el  gobierno  subvencione  un  teatro  á 
donde  el  público  no  iría  por  eso;  puesto  que  las 
obras,  probablemente,  no  se  harían  mejor  que 
se  hacen,  ni  los  billetes  costarían  menos  caro. 
Hay  épocas  de  entusiasmos  poéticos,  teatrales, 
artísticos,  en  que  el  honrado  burgués  hace  ver- 
sos, no  puede  pasarse  sin  ir  á  los  estrenos,  y 
entre  la  lectura  de  la  cotización  y  de  las  sesio- 
nes del  Congreso,  habla  de  pintura.  Los  bur- 
gueses de  hoy  hablan  de  pintura  más  que  en 
otro  tiempo,  hasta  se  permiten  comprar  algún 
cuadro,  pero  no  se  conmueven  ya  con  los  ver- 
sos y  permanecen  impávidos  ante  los  arranques 
más  estentóreos  de  Calvo  y  "Vico.  Pedir  hoy  di- 
nero para  subvencionar  el  teatro  nacional,  pa- 
recería ridículo.  Se  crea  lo  que  hace  falta,  pero 
no  lo  que  nadie  echa  de  menos,  lo  que  está  de 
más.  Nuestra  sociedad  elegante  sólo  gusta  del 
teatro  extranjero;  nuestro  público,  sólo  del  gé- 
nero popular,  retozón  y  regenerante. 

Otro  francés  de  muy  distinta  condición  é  his- 
toria ha  dado  alimento  á  la  curiosidad  en  estos 
días.  Me  refiero  á  Luis  Hillauraud,  viajero  de 
comercio,  autor  de  una  novela;  corresponsal  de 
La  Borhelle;  el  cual  ha  intentado  asesinar  al  ge- 
neral Bazaine.  El  rendido  de  Metz  vive  en  una 
casa  de  la  calle  de  Monte  Esquinza,  esperando 
la  vuelta  de  su  esposa  que  está  en  Méjico.  Gra- 
cias á  su  título  de  corresponsal  de  La  Rochelle, 
Luís  Hillauraud  pudo  visitar  al  general  y 
cuando  estaba  con  él  en  conversación,  sacó  un 
estilete  asestándole  un  golpe  en  la  cabeza.  El 
asesino  se  retiró,  siendo  perseguido  y  detenido 
en  la  calle  por  varias  personas.  No  intentó  huir; 
dijo  que  era  el  ejecutor  de  un  mandato  de  Dios 
y  el  vengador  de  su  patria.  Hace  tiempo  que 
tenía  decidida  la  muerte  de  Bazaine;  aunque 
otros  franceses  (á  los  cuales  había  comunicado 
su  propósito)  le  habían  desaprobado.  Según  te- 
legramas de  esa  capital  muchos  franceses  quieren 
dar  carácter  de  ciimen  político  al  asesinato  del 
general;  lo  cual,  después  de  todo,  viene  á  ser 
como  elogiarle. 

En  verdad  masque  un  sectario  político,  más  que 
un  fanático  del  patriotismo,  parece  Luís  Hillau- 
raud un  hombre  vulgar.  Porque,  ¿qué  hombre  de 
sentimientos  profundos  puede  creer  suficiente 
castigo  de  la  supuesta  tra  ición  de  Bazaine  la  muer- 
te? Culpable  ó  inocente,  su  vida  no  debe  serle  gra- 
ta; está  condenado  á  soportarla  en  tierra  extran- 
jera; contemplando  de  lejos  el  rostro  airado  é 
implacable  de  la  Erancia.  Sus  campañas  en 
África,  y  en  España  le  acreditan  de  soldado  va- 
liente; Napoleón  le  nombra  gobernador  de  Se- 


bastopol después  del  asalto;  cuando  qu  re  de- 
rribar la  República  le  envía  á  Méjico,  imo  el 
más  hábil  y  esforzado  de  sus  generak  y  el 
imperio  le  colma  de  honores  y  riquezas  ^Fran- 
cia confía  en  él  cuando  fija  los  ojos  en  por- 
venir. Llegó  un  momento,  en  que  Pai.  y  la 
Francia  entera  creyeron  que  el  único  s:/ador 
posible  del  honor  nacional  era  Bazaine;  -  gran 
energía,  su  consumada  habilidad,  la  feci  lidad 
de  recursos  de  que  había  dado  muestras. e  im- 
pusieron á  sus  mismos  enemigos.  P<  >  Ba- 
zaine entrega  á  Metz  con  sus  cien  mil  ti  ense- 
res, y  Gambetta  le  acusa  ante  la  Frai  :a  de 
agente  de  Napoleón  y  cómplice  de  Bi.':  arck: 
toda  la  Francia  se  sacude  y  se  levanta  ontra 
él;  todos  gozan,  acaso,  de  poder  arrojanobre 
un  solo  hombre  la  vergüenza  de  todos;  Izaine 
es  juzgado;  es  condenado  á  muerte;  es  inciltado 
de  esta  pena;  sufre  la  prisión  en  Santa  'arga- 
rita  y  se  evade  de  ella  gracias  al  heroi.io  de 
su  esposa,  que  le  proporciona  la  fuga  y  reci- 
be en  una  barca  bajo  la  muralla  del  ;erte. 
Viene  á  España  y  en  España  vegeta,  lu  ando 
tristemente  por  la  reivindicación  de  su  onor 
militar,  agobiado  por  el  desprecio,  por  1.  idig- 
nación  6  por  la  piedad  de  sus  compa  otas; 
cerrados  los  horizontes  de  la  vida  y  la  fe  ¡dad; 
porque  si  es  inocente,  si  su  patria  es  ¡usta 
con  él  sólo  le  hará  justicia  la  historis  .;Qué 
puede  importarle  la  vida  al  general  B  line? 
¿Cómo  puede  ser  castigo  librarle  de  ella  'aré- 
ceme,  pues,  que  este  Luís  Hillauraud  >  ha 
meditado  con  rencor  su  crimen.  Por  1  tuna 
para  el  asesino  la  herida  de  Bazaine  <  leve. 
Ha  hecho  sensación  este  suceso,  porque  Ic'  ierto 
es  que  el  mariscal  tiene  muchas  simj  a  s  en 
Madrid.  Se  conduce  con  dignidad  en  su  íStie- 
rro.  Y  luego  su  esposa,  á  la  cual  conoces,  ;  una 
mejicana  de  gran  corazón  que  da  con  su  llleza 
y  sus  virtudes  mayor  realce  á  la  desgr:  a  de 
su  esposo. 

También  se  ha  ocupado  la  prensa  de  u  inci- 
dente curioso:  de  un  desafío  concertado  ntre 
un  notable  escritor  y  critico  y  un  afamad  tore- 
ro. Como  el  lance  no  se  ha  realizado,  lugún 
inconveniente  veo  en  citar  los  nombres.  S  rata 
de  Peña  y  Goñi  y  de  Mazzantini.  Sur')  la 
cuestión  por  un  artículo  publicado  en  L'  iilin. 
Mediaron  amigos  y,  como  era  natural,  coi  luyó 
el  asunto. 

Con  este  motivo  se  ha  discutido  si  h  liera 
podido  realizarse  ese  duelo:  si  un  torero  t  le  la 
consideración  social  necesaria  para  cruz  una 
espada  ó  un  par  de  balas  con  las  persc  ts  á 
quienes  llamamos  personnsí  decentes.  (F:  lilla 
sería  la  definición  de  lo  que  son  estas  pej  )nas, 
ó  de  las  condiciones  que  para  ser  tales  pe  onas 
se  requieren).  No  intentaré  3'0,  querida  ¡ima, 
discutir  este  punto  con  la  seriedad  y  el  lete- 
nimiento  que  se  merece.  Lo  único  que  afi  aaré 
es  que  los  toreros,  como  clase,  me  pareC'  tan 
honrados  y  nobles  como  cualquiera  y  áumás, 
si  cabe  en  el  sentido  caballeresco;  pues  pre- 
sentan el  valor,  la  tradición  y  el  más  '  -itizo 
sentimiento  nacional.  Entre  los  toreros  brá, 
como  hay  en  todas  las  clases,  unos  que  ?rán 
personas  decentes  y  otros  que  no  lo  serái  Eso 
la  opinión  lo  indica.  ¿Cómo  es  posible  ne;r  re- 
paración por  las  armas, — siendo  justa  ¡peti- 
ción,— á  un  hombre  estimado  por  todas  h  cla- 
ses sociales;'ídolo  de  las  multitudes,  y  al  opio 
tiempo  compañero,  comensal  y  honrosisin  con- 
vidado á  tertulias,  palcos  y  saraos  de  la  isto- 
cracia?  ¿Qué  buen  español  no  estrecha  <  i  or- 
gullo la  mano  de  Frascuelo,  de  Lagarti  6  de 
Mazzantini?  ¿Si  hubiese  que  abrazar  á  la  itria 
en  alguna  persona,  no  designaríamos  para  pre- 
sentarla á  un  torero?  ¿El  torero  no  es  la  pre- 
sentación más  genuína  del  espíritu  varoij  que 
anima  nuestra  historia?  ¿El  aplauso,  el  ei  que- 
cimiento,  el  frenesí  que  se  apodera  de  toi  i  las 
clases  ante  el  torero  triunfador  en  el  reo  idel, 
reconoce  por  causa  alguna  cualidad  ni  ción 
vergonzosa  ni  despreciable?  No;  todos  c<  side- 
ramos  que  su  triunfo  se  dele  al  arte  y  á  lí^ran- 
deza  de  alma. 

Pero  es  lo  cierto  que  todo  hombre  serien  3  mi- 
raría mucho  antes  de  aceptar  un  duelo   i  un 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


275 


irero,  que  procuraría  evitarlo.  La  razón  es  muy 
mcilla.  Como  dicen  los  franceses  se  bate  uno 
9J-  la  qnleria;  es  decir,  por  la  consideración  pú- 
lica.  Y  ahora  bien;  el  público  no  comprende  los 
aelos  entre  im  particular  y  un  torero;  y  por  lo 
mto  los  considera  una  tontería.  Falta  en  uno 
e  los  dos  que  se  baten  la  necesidad  de  batirse 
ara  ser  más  estimado  luego;  y  ese  uno  es  el 
irero.  El  torero,  por  serlo,  tiene  ya  cartilla  de 
ombre  de  corazón  y  de  arriesgar,  sin  escrúpu- 
is,  la  vida;  esto  le  hace  superior  á  las  ofensas  y 
autoriza  á  oirías  sin  rechazarlas.  El  público 
isulta  groseramente  á  los  toreros  en  ocasiones, 
ero  no  los  deshonra.  Esos  insultos  caen  sobre 
i  faz  del  lidiador  como  la  gota  de  agua  sobre 
:  hierro  caldeado,  deslizándose  y  evaporándo- 
í.  Sn  oficio  les  coloca,  en  las  cuestiones  de 
onra,  en  una  situación  singular,  de  la  cual  no 
iieden  salir  con  ventaja,  pues  al  querer  cambiar 
i  estoque  del  matador  por  la  espada  ó  por  la 
istola  del  duelista,  incurren  en  la  frivolidad  y 
1  el  ridiculo.  Por  su  parte  el  particular  que  acep- 
i  un  lance  con  un  torero,  expone  su  vida  sin  la 
aica  garantía  moral  que  justifica  su  acción:  la 
'i  que  la  sociedad  considera  necesaria  esa  prue- 
a.  No;  la  opinión,  cree  tan  dignísimo  á  un  to- 
iro,  en  materias  de  honra,  como  á  un  escritor  ó 
a  cantante  ó  un  actor  ó  un  aristócrata;  lo  que 
o  cree  es  que  haya  necesidad  de  que  se  bata 
n  torero.  De  aquí  que  no  haya  jamás  semejan- 
■s  desafíos  y  de  aquí  el  que  no  lleguen  á  reali- 
irse  nunca  los  que  se  inician. 
Todo  esto  te  parecerá  nn  poco  raro  y  hasta 
ifícil  de  entender;  pero  siendo  cierto  el  hecho 
e  que  la  opinión  no  acepta  desafíos  entre  pir- 
culares  y  toreros,  (por  casos  de  su  profesión 
ública,  se  entiende),  preciso  es  buscar  la  expli- 
ación  de  ese  fenómeno. 
Y  con  esto  concluyo  la  carta  y  te  deseo  como 
iempre  prosperidades. 
Tuyo, 

Fernanfi-or. 


-*- 


\  LA  TERCERA  VA  LA  VENCIDA 


A.  la  una... 

¡Qué  cosa  tan  grata  son  los  recuerdos  de 
¡empos  más  felices! 

Por  muchos  años  que  pasen,  ¡qué  frescos  se 
etratan  en  la  memoria  ciertos  detalles  de  nues- 
ra  vida  juvenil! 

¡Con  qué  placer  las  hacemos  revivir  en  nues- 
ra  mente  aquellas  sensaciones  suavísimas  que 
onmovieron  nuestro,  corazón  por  vez  primera! 

Dulces  memorias  que  alientan  la  esperanza 
\'  nos  hacen  más  risueño  el  porvenir.  ¡Benditas 
íean!... 

Hace  ya  muchos  años,  siendo  niño,  pasaba 
lurante  el  verano  largas  temporadas  en  el  Es- 
corial con  mi  familia. 

A  pe.sar  de  mi  poca  .salud,  nada  me  faltaba 
para  ser  feliz. 

Con  entera  libertad  para  jugar  con  otros  chi- 
cos de  mi  edad,  corría  alegremente  por  aque- 
llos sitios  deliciosos,  bajo  los  ardientes  rayos 
de  un  .sol  canicular,  y  respirando  el  aire  puro 
de  las  montañas,  saturado  con  los  aromas  del 
romero  y  del  tomillo. 

El  monasterio,  esa  maravilla  del  arte,  edifi- 
cado á  fuerza  de  paciencia  por  un  monarca 
sombrío  y  receloso,  era  jjara  mi  tan  familiar, 
que  me  sabía  de  memoria  todos  sus  rincones 
como  el  ciego  Cornelio,  el  famoso  cicerone  que 
lo  enseñaba  todos  los  días  á  los  forasteros. 

Ni  una  sola  mañana  dejaba  yo  de  asistir  á  la 
piOfesiÓH,  que  así  se  llamaba  á  la  comitiva  de 
curiosos  y  forasteros  que  recorría  el  edificio 
bajo  la  guía  de  aquel  ciego  bondadoso,  que,  sin 
vista,  hacía  ver  á  todos  los  demás  que  le  se- 
guían hasta  los  detalles  más  insignificantes  de 
tanta  belleza  artística  como  allí  se  atesora. 

Jiras  campestres,  paseos  por  los  jardines  del 
convento,  recibir  á  los  viajeros  de  Madrid  que 


venían  en  la  diligencia  y  paraban  en  la  plaza  de  i  prominente  y  unos  ojos  tan  grandes  y  tan  ne- 
Miranda,  paseos  matinales  por  los  Alamillos,  i  gros  que  parecían  abismos  sin  tondo! 


etc.,  etc.;  esas  eran  nuestras  distracciones.  Por- 
que como  ya  tenía  ¡doce  años!  no  consentía  bajo 
ningún  concepto  que  se  prescindiera  de  mí  para 
todas  aquellas  diversiones. 

Mi  placer  favorito,  como  el  de  todos  los  chi- 
cos, era  echármelas  de  hombre  y  perseguir  sin 
tregua  á  las  niñas  de  mi  edad,  entre  las  cuales 
las  había  bien  bonitas. 

Pero  la  que  más  me  llamaba  la  atención  era 
Mercedes  Z. 

¡Alta,  delgada,  de  pálido  semblante,  labios 
gruesos,  admirable   dentadura,  nariz  un  tanto 


¡Qué  gracia  la  suya  tan  indefinible,  qué  dis- 
tinción en  sus  modales  y  qué  manos  tan  blan- 
cas, tan  largas  y  tan  finas! 

Me  parece  estarla  viendo  todavía,  con  su" ves- 
tido de  muselina  blanca,  tan  sencillo  y  ele- 
gante. 

Recuerdo  perfectamente  que  una  noche  va- 
rias familias  de  nuestro  círculo  se  habían  reimi- 
do  en  la  Lonja  ó  esplanada  que  da  frente  á  la 
fachada  principal  del  monasterio:  las  mucha- 
chas idearon  vendar  sucesivamente  los  ojos  á 
los  amigos,  ponerlos  frente  á  la  puerta  princi- 


•yiSín!^'"'^»-     i    lili,  ^  ,KM  ^  .  .-fl,'! 


pal  del  monasterio  y  dejarlos  andar  en  aquella 
dirección  para  divertirse  en  ver  cómo  se  des- 
viaban algunos  de  su  camino,  hasta  el  punto  de 
ir  á  parar  muy  distantes  de  la  puerta,  y  aun  á 
veces  en  sentido  contrario,  después  de  muchas 
vacilaciones. 

¡Cómo  habíamos  de  permitir  los  chiquillos  no 
tomar  parte  también  en  aquel  juego! 

Sin  andarme  con  rodeos,  me  acerqué  á  la  bella 
Mercedes  y  la  dije,  con  el  aplomo  de  un  pollo 
hecho  y  derecho: 

— ¿Quiere  V.  vendarme  los  ojos,  y  me  hará 
con  ello  muy  feliz? 

Y,  ¡oh  placer  incomparable!  sus  manos  de 
nieve  rozaron  suavemente  mi  cara,  tapó  mis  ojos 
con  su  pañuelo,  me  cogió  los  brazos  por  detrás, 
y  dándome  una  vuelta  y  un  ligero  empujón, 
me  dijo  alegremente: 

— ¡Presuntuoso!  ¡más  que  presuntuoso!  Si 
acierta  usted  con  la  puerta  le  doy  un  beso. 

¡Qué  emoción  tan  fuerte  la  mía!  ¡Que  no  me 
tuerza,  caramba,  por  la  Virgen !  exclamaba  yo 
para  mis  adentros.  Y,  efectivamente,  una  flecha 
no  hubiese  hecho  su  viaje   con  más  derechura 


INGLATERRA:   EL    COLEGIO  DE  ETON 
EL  PATIO  VIEJO 

que  yo.  Me  quité  el  pañuelo,  y  ¡oh  dicha!  la 
puerta  estaba  enfrente  de  mi. 

— Lo  prometido  es  deuda, — dijo  una  voz  de- 
trás de  mí. 

Y  la  recompeusa  me  fué  otorgada  inconli- 
r,enfi. 

Heaven's  gate 

Las  puertas  del  paraíso  serán  menos  hermo- 
sas que  aquellos  labios  tan  puros. 

¡Jamás  me  olvidaré  de  aquel  momento! 

II 
A.  las  dos... 

Pasaron  después  los  años,  y  también  aque- 
llos tiempos  dichosos,  para  nunca  volver. 

Mis  padres  me  dedicaron  á  la  carrera  de  las 
armas;  entré  en  un  colegio  militar,  y  desdo  en- 
tonces hasta  mi  salida  á  oficial  del  ejército  es- 
pañol, dejó  de  ser  un  chico  feliz  para  convertir- 
me en  un  estudiante  desgraciado.  Y  tanta  fué 
la  dosis  de  ciencia  que  me  obligaron  á  tiagar, 
que  tuve  una  indigestión  intelectual  y  perdí 
hasta  la  facultad  de  saludar  á  las  gentes. 

Con  algunas  ilusiones  menos  y  veintiocho 
años  sobre  mis  espaldas,  ascendí  mucho  des- 
pués á  capitán,  siendo  destinado  á  uno  de  los 
regimientos  de  guarnición  en  Madrid. 

Durante  el  mes  de  Julio  de  aquel  año,  per- 
maneció la  corte  en  el  Escorial,  y  le  tocó  á  mi 
regimiento  prestar  allí  su  servicio. 

¡Qué  cambio  tan  grande  en  aquellos  diez  y 
seis  años  transcurridos! 


(Se  continuará.) 


Felipe  Matiii?; 


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278 


LA  ILUSTBACION  IBÉRICA 


EL  TELESCOPIO 

T 

EL   MUNDO    DL  LOS   INFINITAMENTE    GRANDES 


(  «OBOLOaiÚR) 


El  anteojo  de  Galileo  fué  perfeccionado  más 
tarde  por  el  más  ilustre  astrónomo  de  la  época, 
Kepler,  que  reemplazó  la  lente  bicóncava  del 


ocular  por  una  biconvexa;  de  aquí  que  se  le 
considere  como  el  verdadero  y  primer  inventor, 
al  menos  el  descubridor  teórico,  del  anteojo  as- 
tronómico, tal  como  se  construye  al  presente  y 
conforme  á  las  mejoras  que  en  él  introdujo  el 
jesuíta  Schucider,  que  es  á  quien  se  debe  en 
realidad  el  anteojo  de  ocular  convergente,  que 
construyó  al  intento  de  estudiar  las  manchas 
del  sol,  que  tanto  llamaran  la  atención  del  gran 
Oalileo. 

En  el   anteojo   astronómico   que  resultó  por 
virtud  de  la  modificación  introducida  por  Kepler 


ItoLniwii"-^ 

INGLATERRA. -EL  COLEGIO  DE  ETON:  LA  ESCUELA  ELEMENTAL 


en  el  de  Galileo,  la  imagen  del  objeto  se  ve  in- 
vertida, puesto  que  ambas  lentes  son  conver- 
gentes, por  lo  que  la  del  ocular  no  hace  más  que 
agrandar  la  que  da  ya  invertida  el  objetivo. 
Esta  manera  de  producir  las  imágenes  es  muy 
incómoda  tratándose  de  los  objetos  terrestres, 
y  de  aqui  que  se  ideara  por  Beita  lo  que  se  co- 
noce con  el  nombre  de  anfetjo  terrei^he  ó  anteojo 
de  día  (en  general  todos  los  llamamos  de  larga 
vúta  incluso  los  de  noche  que  usan  los  marinos), 
el  cual  no  es  otra  cosa,  en  suma,  que  el  mismo 
anteojo  astronómico  con  dos  lentes  convergen- 
tes intercaladas  entre  el  objetivo  y  el  ocular,  y 
colocadas  de  modo  que  produzcan  la  inversión 
de  la  imagen  invertida  que  da  el  objetivo. 

Con  todas  estas  modificaciones  no  se  habia 
llffado  aún  á  obtener  el  verdadero  ieletcopio, 
in>^tnimento  que  difiere  del  anteojo  astronómi- 
co, en  que  su  objetivo  es  en  vez  de  una  lente 
convergente,  un  espejo  metálico  cóncavo  que 
Ti'i,i  también  la  propieda^l  de  juntar  en  una 
])( ijiifña  imagen  brillante  los  rayos  que  se  re- 


flejan en  su  superficie,  cuya  imagen  os  ense- 
guida observada  á  través  de  un  ocular,  seme- 
jante al  de  los  anteojos,  que  la  amplifica. 

La  primera  aplicación  de  esta  nueva  clase  de 
anteojo,  que  ideara  en  1616  Zucchi,  se  debe  al 
astrónomo  inglés  Gregory,  que  se  valió  de  dos 
espejos,  uno  grande  y  otro  pequeño  y  ambos 
cóncavos,  para  obtener  la  imagen  del  objeto  am- 
plificada por  el  ocular.  Ofrecía  este  sistema 
algún  inconveniente,  tal  como  la  pérdida  consi- 
derable de  luz,  y  el  famo;30  físico  Newton  con- 
siguió evitarlo  mediante  un  espejo  con  una  in- 
clinación de  45  grados,  que  no  hace  más  que 
reflejar  la  imagen,  igual  á  la  primera,  en  una 
dirección  que  resulta  en  ángulo  recto  con  la  de 
los  rayos  de  luz  ó  con  el  eje  del  instrumento. 
De  aqui  nació  el  llamado  telescopio  de  2\'tutori, 
que  posteriormente  modificaron,  con  gran  ven- 
taja para  la  ciencia  astronómica,  Herschel  y 
Foncault,  entre  otros  menos  notables. 

Considerado  el  telescopio  en  general  y  tal 
como  se  usa  al  presente  para  las  observaciones 


astronómicas,  hay  que  tener  en  cuenta  algunos 
términos  que  á  él  se  refieren. 

Se  denomina  foco  el  sitio  donde  se  reúnen  las 
direcciones  de  los  rayos  luminosos  que  partien- 
do de  un  mismo  punto,  son  refractados  por  las 
lentes.  Si,  como  sucede  respecto  de  los  astros, 
esos  rayos  incidentes  se  pueden  considerar  como 
paralelos,  recibe  aquel  el  nombre  de  foco  prin- 
cipal; á  la  distancia  que  media  entre  el  foco  y 
la  lente,  se  da  el  nombre  de  distancia  focal.  Re- 
cordando lo  que  hemos  dicho  acerca  del  objetivo 
y  el  ocular,  debemos  añadir  que  del  prinioio 
dependen  principalmente  la  calidad 
de  un  anteojo  y  su  poder  óptico,  y  que 
el  segundo  puede  ser  positivo  ó  nega- 
tivo: resulta  positivo  cuando  las  dos 
lentes  que  lo  constituyen  se  hallan 
dispuestas  de  modo  que  se  correspon- 
dan sus  supei-ficies  convexas,  y  es  ne- 
gativo cuando  las  dos  caras  planas  de 
las  mismas  están  vueltas  en  dirección 
del  ojo  y  entre  ellas  cae  el  foco  del  ob- 
jetivo. El  ocular  se  halla  adaptado  á 
un  tubo  que  puede  salir  y  entrar  en  el 
del  objetivo,  y  mediante  un  botón  que 
engrana  con  una  barra  dentada,  puede 
variarse  la  distancia  de  las  lentes  y 
ponerlas  de  manera  que  se  vea  con  toda 
claridad  la  imagen,  lo  cual  se  expresa 
diciendo  que  el  ocular  se  pone  á  foco. 

El  aumento  que  producen  los  teles- 
copios, no  es  otra  cosa  que  la  relación 
que  existe  entre  el  ángulo  bajo  el  cual 
se  ve  directamente  el  objeto  por  el  ob- 
servador, ó  sea  á  simple  vista,  y  el  que 
es  visto  á  través  del  anteojo.  Esto  au- 
mento se  expresa  por  diámetros,  di- 
ciendo que  es  de  tantos  como  veces  es 
mayor  el  segundo  ángulo  que  el  pri- 
mero. Así,  pues,  se  dice  que  el  anteojo 
de  Galileo  daba  un  aumento  máximo 
de  32  diámetros,  ó  que  aumentaba  32 
veces  el  tamaño  del  objeto  tal  como  se 
ve  á  simple  vista.  Porque  debe  tenerse 
en  cuenta  que  en  el  telescopio  y  en 
general,  en  los  anteojos  astronómicos, 
la  imagen  es  siempre  inferior  en  di- 
mensiones al  objeto  mismo,  al  contra- 
rio de  lo  que  sucede  en  el  microscopio, 
que  la  que  produce  es  siempre  mayor 
en  realidad  que  el  objeto. 

Se  llama  campo  del  anteojo  el  espa- 
cio circular  del  cielo  que  so  ve  en  el 
instrumento,  y  sus  dimensiones  depen- 
den del  aumento  que  éste  tenga,  el  cual 
aumento  depende  á  su  vez  del  diáme- 
tro y  la  distancia  focal  del  objetivo: 
aquel  que  tenga  mayor  diámetro  y  ma- 
yor distancia  focal,  dará  una  maj'or 
amplificación  del  objeto,  siempre,  se 
entiende,  que  reúna  buenas  condicio- 
nes por  lo  que  respecta  á  la  materia 
de  que  esté  compuesto,  su  talla,  puli- 
mento, etc. 

Se  cita  como  uno  de  los  telescopios 
más  poderosos  de  los  conocidos,  el  que 
construyó  Herschel,  que  contaba  13  metros  de 
largo,  siendo  el  diámotro  del  espejo  de  1™  47  y 
pesando  todo  el  instrumento  20  quintales  anti- 
guos; el  aumento  que  se  obtenía  mediante  él 
era  de  6.000  veces. 

Refiriéndose  á  este  telescopio,  dice  Arago: 
«Semejantes  dimensiones  son  enormes  com- 
paradas con  las  de  los  telescopios  construidos 
hasta  entonces;  y  sin  embargo,  parecerán  mez- 
quinas á  las  jiersonas  que  hayan  oido  liablnr  di' 
un  supuesto  baile  dado  en  el  telescopio  di- 
Slough.  Los  que  propalaron  tal  patraña  confuir 
dieron  al  astrónomo  Herschel  con  el  cervecein 
Meux,  y  un  cilindro  en  el  que  apenas  podía 
estar  de  pié  el  hombre  de  menoi'  estatura,  con 
ciertos  toneles,  tamaños  como  casas,  en  los  cua- 
les se  fabrica  ó  se  conserva  la  cerveza.» 

El  mi.smo  aumento  que  el  telescopio  de  Hers- 
chel da  el  construido  en  Irlanda  por  el  inglés 
Rosse,  si  bien  sus  dimensiones  son  más  colo- 
sales que  las  de  aquél,  pues  mide  17  metros  de 
distancia  focal,  teniendo  el  espejo  metálico  un 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


279 


diámetro  de  1™  83,  y  un  peso  todo  el  aparato 
que  no  baja  de  10.400  kilogramos. 

Pero  dimensiones  tan  enormes  y  peso  tan 
exagerado,  dificultan  el  manejo  del  instrumento, 
por  lo  que  los  telescopios  más  usuales  no  son 
tan  grandes.  Entre  ellos  se  citan  como  de  los 
mayores  los  de  los  observatorios  de  París  y  de 
Puíkova  que  tienen  30  centímetros  de  abertura 
y  8  metros  de  distancia  focal,  y  el  del  observa- 
torio de  Cambridge  (Estados-Unidos),  cuya  aber- 
tura mide  47  centímetros.  Marsella  tiene  uno  de 
80  centímetros  de  abertura  de  los  de  Eoncault, 
con  arreglo  á  cuyo  sistema  se  construía  hace 
años  uno  para  el  observatorio  de  París,  de  1™  50 
de  diámetro,  además  de  otro  de  distinto  sistema 
que  debe  medir  18  metros  de  largo  y  76  centí- 
meti'os  de  abertura.  Como  se  ve,  no  se  desiste 
de  las  grandes  dimensiones  á  pesar  de  los  in- 
convenientes apuntados. 

Como  quiera  que  sea,  el  telescopio,  al  venir 
en  ayuda  de  la  vista,  ha  mostrado  al  hombre 
las  maravillas  de  un  modo  que  le  era  descono- 
cido y  que  merced  al  poder  prodigioso  de  aquel 
admirable  instrumento,  ha  salido  del  misterio 
en  que  le  envolvían  las  distancias  infinitamente 
grandes  que  lo  separan  de  nosotros. 

Ha  hecho  más  el  telescopio.  No  contento  con 
revelarnos  la  existencia  de  mundos  infinitos,  la 
naturaleza  de  ellos  y  los  eternos  movimientos  á 
que  viven  sometidos,  ha  facilitado  el  medio  de 
que  tengamos  copias  exactas  y  directas  de  los 
astros. 

Del  mismo  modo  que  hemos  visto  que  se^a 
hecho  respecto  de  los  descubrimientos  del  mi- 
croscopio, se  ha  aplicado  la.  fotografía  á  los  des- 
cubrimientos del  telescopio,  por  lo  que  los  úti- 
lísimos efectos  de  aquel  arte  han  podido  pasar 
del  mundo  de  lo  infinitamente  pequeño  al  de  lo 
infinitamente  grande. 

Siempre  con  el  auxilio  del  telescopio,  se  han 
obtenido  y  se  obtienen  fotografías  tan  exactas 
como  interesantes,  del  sol  y  sus  manchas,  de  la 
luna  y  sus  montañas  y  mares,  de  Saturno  y  su 
anillo,  de  varios  grupos  estelares,  como  los  de 
las  Pléyades,  Orion,  el  Pesebre  y  Perseo,  por 
ejemplo  (de  los  que  se  ha  obtenido  imágenes  de 
la  9.'  magnitud);  y,  en  fin,  de  las  nebulosas  y 
hasta  de  los  eclipses  y  sus  particularidades 
físicas,  se  han  sacado  curiosísimas  fotografías, 
que  permiten  estudiar  con  más  minuciosidad  y 
provecho  esos  mundos  llenos  de  misterios  que 
pueblan  la  inmensidad  del  espacio. 

Tales  son  los  servicios  que  presta  ese  prodi- 
gioso auxiliar  de  la  vista  á  que  se  da  el  nombre 
de  telescopio. 

Constituyendo  de  por  sí  este  instrumento  una 
verdadera  maravilla,  es  origen  perenne  de  ma- 
ravillosos descubrimientos,  con  los  que  á  la  vez 
que  se  robustece  la  ciencia,  que  merced  á  ellos 
dilata  portentosamente  sus  dominios,  el  alma  se 
eleva  cada  vez  más  y  con  mayor  conocimiento 
de  causa  á  las  regiones  incomprensibles  de  lo 
infinitamente  grande,  y  se  extasía  y  purifica 
llena  de  inefable  gozo  en  la  contemplación  del 
Creador  de  todas  las  cosas. 

P.  DE  Alcántara  García. 


-*- 


LECTURAS 


MAXIMINA.— NoTíL»  dk  Aemíndo  PiLiCio    (1) 


Uno  de  los  deberes  más  importantes  de  la  crí- 
tica en  España,  en  los  días  que  alcanzamos,  es 
atender  con  mucho  cuidado  á  distinguir  de  la 
multitud  de  libi'os  de  imaginación  que  se  publi- 
can, y  de  los  cuáles  la  gacetilla  hace  elogios  de 
apología,  aquellos  otros  que  realmente  merecen 
atención  por  encerrar  algún  mérito,  y  que  no 
suelen  ser  tan  alabados.  Generalmente  no  coin- 
cide el  arte  de  saber  hacer  libros  con  el  de  sa- 


(1)  Interrumpo  la  serie  de  artículos  A  muchos  y  á  nin- 
guno, para  hablar  hoy  de  un  libro  de  actualidad.  Con  el  mis- 
mo ó  análogo  motivo  haré  otro  tanto,  algunas  veces,  en  ade- 
lante. (N.  del  A.) 


ber  faire  V  article,  y  á  juzgar  por  lo  que  se  ob- 
serva y  también  por  lo  que  la  reflexión  dice, 
suelen  estar  ambas  habilidades  en  razón  inver- 
sa. Así,  por  ejemplo,  Pérez  Galdós  es  uno  de  los 
españoles  má3  ineptos  para  dar  publicidad  y  re- 
nombre á  sus  novelas  mediante  los  periódicos. 


RUSIA:  LA  MEZQUITA  TARTARAIDE  KAZAN 


y  reconociendo' ¡esta  ineptitud  que  radica  en  el 
sentimiento  do  la  dignidad  propia  y  en  el  amor 
á  la  dignidad  del  arte,  prefiere  pegar  un  senci- 
llo anuncio  en  La  GorrespoudencM,  esa  esquina, 
á  ir  de  redacción  en  redacción  repartiendo  to- 
mitos  y  sonrisas  y  palmadas  en  el  hombro.  Se 
echa  la  cuenta  de  que  le  cuesta  mucho  menos 
trabajo  que  esto,  escribir  un  libro  bueno  que  se 
vende  porque  lo  es,  y  que  se  acredita  por  lo  que 
vale,  no  por  lo  que  de  él  digan  cuatro  ó  seis  pe- 
riodistas satisfechos  de  los  miramientos  que  con 
ellos  guarda  el  autor. 


La  misma  Emilia  Pardo  Bazan,  que  por  ser 
dama,  y  muy  activa  y  ocuparse  en  muchas  cla- 
ses de  asuntos  literarios  y  tener  copiosa  corres- 
pondencia con  publicistas  de  muchos  géneros, 
suele  encontrar  favorable  acogida  entre  los  olím- 
picos gacetilleros  y  ver  sus  libros  muy  anuncia- 
dos, podría  quejarse  con  justicia  más  de  una  vez 
del  silencio  de  la  prensa,  sobre  todo  ahora,  que 
después  de  haber  publicado  su  mejor  novela,  se 
encuentra  con  que  sólo  hablamos  de  ella  los  que 
para  hacerlo  sólo  hemos  necesitado  los  impulsos 
de  una  sincera  admiración. 

Armando  Palacio,  de  quien  hoy  se  trata,  gran 
enemigo  de  buscar  buenos  éxitos  por  los  mis- 
mos procedimientos  por  que  se  busca  en  Bspafia 
un  destino,  tampoco  tiene  nada  que  agradecer, 
en  general,  á  la  prensa  más  traída  y  llevada, 
pues  no  le  basta  con  tener  excelente  carácter, 
un  trato  afable,  una'modestia  muy  simpática, 
ni  con  haber  dejado  el  látigo  de  la  critica,  para 
conjurar  los  desdenes  fingidos  ni  las  pretensio- 
nes efectivas  de  revisteros  presumidillos  y  cen- 
sores de  ocasión.  Palacio,  que  ya  no  se  mete  con 
nadie,  tiene,  sin  embargo,  enemigos;  ahora  no  se 
le  aborrece  por  ser  crítico  satírico,  pero  se  le 
odia  por  lo  que  vale. 

Muximinn  ha  obtenido  elogios  de  mucha  par- 
te de  la  prensa,  es  verdad,  pero  los  más  fueron 
de  pacotilla,  y  el  autor  hubiera  preferido  un  es- 
tudio concienzudo  á  tantas  insulsas  alabanzas. 
Sin  embargo,  debo  decir  que  ha  habido  excep- 
ciones; así,  por  ejemplo,  el  artículo  de  José  Za- 
honero,  en  La  Opinió",  merece  ser  leído,  porque 
se  aparta  de  lo  vulgar  sin  caer  en  lo  extrava- 
gante y  prueba  conciencia  literaria  y  profundo 
sentimiento. 

Y  en  verdad,  que  pocos  libros  se  prestan  como 
Mnximina  á  un  análisis  detenido  y  provechoso. 
Maxindva  es  un  tlocmutntono  sólo  para  estudiar 
la  historia  iutima,  interesante,  por  cierto,  del 
talento  y  del  corazón  de  su  autor,  sino  para  ver 
algo  de  lo  que  aporta  á  la  literatura  la  nueva 
generación,  acaso  como  nota  original  y  carac- 
terística. 

En  el  articulo  de  Zahouero,  si  bien  por  el 
sistema  casi  siempre  injusto  del  contraste,  se 

apunta  algo  de  lo 
que  principalmente 
debe  llamar  la  aten- 
ción en  este  libro. 
Ello  es,  que  así  el 
mérito  principal  de 
la  novela  como  sus 
defectos  mayores^ 
revelan  la  misma 
preocupación  del 
autor,  el  mismo  an- 
helo: la  absoluta 
sinceridad  artísti- 
ca, tomando  por  for- 
ma la  sencillez. 

Mucho  tiempo 
hace  que  Palacio 
vive,  como  artista, 
para  este  dogma;  lo 
bueno,  sencillo  es 
la  poesía;  y  sin  de- 
tenerse ante  sacri- 
ficios, que  juzga 
necesarios,  mutila 
el  propio  ingenio 
consintiendo  en 
privarse  de  ciertas 
facultades  de  que 
estaba  pródiga- 
mente dotado  por 
la  naturaleza,  pero  que  él  no  pree  compatibles 
con  la  austeridad  de  su  profesión  artística.  As- 
pira á  lo  sencillo  no  como  puro  dilettante.  no  como 
esteticisia,  sino  como  literato  que  es  además  hom- 
bre y  cree  que  la  moral  entra  también  en  la 
poesía,  y  que  hay  modos  de  ser  poeta  mora- 
les é  inmorales.  Lo  moral  en  el  arte  es  ser  sin- 
cero principalmente,  y  no  hay  más  modo  de 
ser  sincero  (siendo  como  Palacio)  que  ser  sen- 
cillo. 

Aquí  yo  debo  advertir  que  en  mi  juicio  la 
sinceridad  artística,  necesaria  en  muchos  gene- 


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282 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


roe,  no  en  todos,  en  ciertos  estilos  no  en  todos, 
pero  si  en  los  géneros  y  en  los  estilos  más 
elevados  y  dignos  de  admiración,  no  exige  siem- 
pre la  sencillez  porque  lo  complicado  y  aun  lo 
retorcido  y  quintiesenoi^do  pueden  ser  ten  since- 
ra manifestación  del  espíritu,  como  el  idilio  más 
!>encillo  que  queramos  imaginar.  Negarle  á 
Amiel  la  sinceridad,  seria  absurdo;  y  en  ese 
espíritu  lo  cvHipMcíUo  (comp^ite)  es  lo  natural  y 
lo  característico. — Baudelaire  en  sus  Flores  del 
mol,  no  parece  sincero  ante  una  observación 
que,  con  el  respeto  debido  á  Valera,  yo  estimo 
á  mi  vez  .poco  sincera  ó  superficial;  y  sin  em- 
bargo, hay  allí  la  sinceridad  de  una  enferme- 
dad, la  sinceridad  del  delirio  poético,  la  since- 
ridad de  la  afectación  espontánea  si  se  quiere;  la 


que  encuentra  y  explica  magistralmente  en  éste 
poetA  Pablo  Bourget. 

De  modo  que,  en  mi  opinión,  Palacio  obra 
como  un  sabio...  bueno  proclamando  el  dogma 
de  la  sinceridad,  dado  el  género  de  literatura 
que  cultiva;  pero  en  lo  de  añadir  el  dogma 
formal  de  la  sencillez,  sólo  hace  bien  si  se  limi- 
ta á  predicarlo  como  creencia  subjetiva  (si  vale 
decirlo  así),  aún  más,  si  se  limita  á  predicar  y 
practicar  la  sencillez  como  única  forma  de  la 
sinceridad,  dado  su  propio  temperamento  litera- 
rio. Sí,  un  escritor,  como  Palacio  hoy  por  hoy, 
sólo  será  sincero  siendo  sencillo. 

La  principal  belleza  de  Maximino  está  en  la 
sencillez,  porque  revela  como  es  el  alma  del 
autor  en  los  días  en  que  éste  escribe.  Una  niña 


de  la  aldea  que  se  casa  con  un  periodista  ma- 
drileño, egoísta  que  no  resulta  antipático  (y  tal 
resultado  no  seria  defecto,  es  claro)  porque  se 
le  estudia  poco;  una  descripción  superficial 
pero  en  ocasiones  bastante  sugestiva  y  traspa- 
rente de  la  vida  de  un  matrimonio  joven;  una 
muerte  casi  repentina,  artísticamente  conside- 
rada, oportunísima,  de  mucha  belleza;  un  apren- 
dizaje brusco,  inopinado,  de  un  ahna  vulgar, 
que  ve  en  la  desgracia,  que  juzga  la  mayor  de  su 
vida,  algo  de  lo  que  importa  á  la  salvación  del 
alma;  esto  es,  en  suma,  lo  principal  de  la  nove- 
la. Hace  sentir,  hace  pensar.  A  mí  me  ha  hecho 
pensar  que  había  acertado  al  clasificar  á  Arman- 
do Palacio,  por  síntomas  anteriores,  entre  los 
jóvenes  que  tal  vez  anuncian  una  vida  nueva. 


LA  IMPEDIDA  (Retrato  por  Arturo  Pond) 


En  España  hay  muy  pocos,  que  yo  conozca; 
González  Serrano  es  uno,  Menéndez  Pelayo  es 
otro,  011er  y  algún  catalán  más  pueden  contarse 
entre  estos;  hay  algunos  otros...  pero,  en  fin, 
ahora  no  importa  á  mi  propósito  contar  con  to- 
dos; en  Francia  haj'  muchos  más,  v.  gr.,  Bour- 
get, .1.  Lemaitre...  en  Portugal  no  faltan...  ¿Qué 
quiere  esta  juventud? 

No  se  puede  decir  á  punto  fijo;  no  todos  ellos 
piden  lo  mismo  en  todo:  pero  hay  algo  de  co- 
mún en  las  -tendencias;  podria  decirse  que  se 
espera  una  aurora  de  poesía  espiritual,  una  vi- 
da nueva  en  que  entren  por  mucho  algunas  co- 
sas santas  muy  viejas,  una  filosofía  hecha  con 
el  amor  de  la  historia  y  las  esperanzas  nuevas 
y  el  respeto  de  lo  averiguado  por  estas  genera- 
ciones más  cercanas  á  quien  debemos  también 
mucho  respeto...  Pero  es  absurdo  dejar  que 
la  pluma  corra  sobre  este  asunto  del  que  ape- 
nas se  podria  hablar  sin  ponerse  en  ridiculo  6 
sin  pecar  de  oscaro  en  muchas,  muchísimas  pá- 
ginas con.sagrada8  á  él  exclusivamente. 

fj)e  qué  hablaba?  De  Maximino,  novela  para 
el  corazón  de  los  que  lo  tienen;  libro  escrito  sin 
cuidado  en  gran  parte,  donde  hay  hasta  faltas 
de  sintaxis  y  citas  infieles  y  episodios  de  media- 


na fuerza  y  de  poco  interés,  novela  donde  está 
acaso  lo  peor  de  Armando  Palacio  en  lo  secun- 
dario, pero  que  encierra  también  lo  que  ya  le 
ha  dicho  á  él  que  era,  hasta  hoy,  su  gran  marea 
de  artista,  todo  lo  que  va  desde  la  lección  de 
astronomía  hasta  el  índice.  Allí  hay  alma,  pro- 
fundidad poética,  intereses  morales,  como  diría 
Chateaubriand,  que  inventó  la  frase. 

Si  yo  tuviera  espacio,  que  no  tengo,  diria 
mucho  de  lo  malo  de  este  libro,  que  toca  á  la 
obra  muerta  y  asi  taparía  la  boca  á  los  envidio- 
sos de  Palacio  y  á  los  murmuradores,  pero  ten- 
dria  que  decir  mucho  más  de  lo  bueno,  de  lo 
muy  bueno  que  no  verán  acaso  ciertos  espíri- 
tus medianos,  en  todo,  pero  que  han  visto  los 
sencillos  de  corazón  y  los  artistas  de  corazón; 
así  Maximina  ha  gustado  mucho  á  las  mujeres 
honradas  y  hacendosas,  á  las  que  empuñan  la 
escoba  loHi>ábad'»'...  y  los  demás  días  de  la  sema- 
na y  ha  gustado  mucho  también  á  D.  José 
Pereda,  un  hombre  que  hace  obras  de  caridad 
escribiendo. 


Clarín. 


-*- 


LAS  ACADEMIAS  ANTIGUAS 


El  origen  histórico  de  la  palabra  academia, 
en  su  aplicación  á  las  múltiples  derivaciones  de 
la  filosofía  platónica,  se  debe  al  nombre  dado 
por  los  atenienses  á  un  paseo  plantado  de  pláta- 
nos y  olivos,  que  fué  en  un  principio  gimnasio 
y  que  fué  después  legado  á  la  república  por  un 
contemporáneo  de  Teseo,  llamado  Academus. 
Al  mencionado  sitio  (cuyas  descripciones  difie- 
ren poco  en  los  escritores  que  de  él  se  ocupan) 
concurría  Platón  para  enseñar  filosofía  y  á  él, 
pagando  especio  de  tributo  á  la  tradición,  si- 
guieron asistiendo  con  frecuencia  los  tenidos 
por  discípulos  más  ó  menos  fieles  del  gran  siste- 
matizador de  la  dialéctica.  De  estas  coinciden- 
cias procede  el  nombre  genérico,  que  en  un 
principio  se  diera  á  la  doctrina  de  Platón  de 
filosofía  académica,  así  como  de  ellas  deriva  el 
nombre  de  académicos  atribuido  á  los  discípu- 
los de  Platón.  Cohonestadas  y  admitidas  en  la 
historia  de  la  filosofía  estas  denominaciones,  se 
comprende  dentro  de  ellas  un  largo  período,  de 
cuatro  siglos,  que  abraza  desde  Platón  hasta 
Antíoco.  En  él  examinan  los  historiadores  de  la 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


283 


filosofía  los  más  opuestos  sistemas,  aunque  to- 
dos ellos  manifiestan  el  tronco  común  de  que  di- 
manan, á  saber,  el  idealismo  platónico.  Son  muy 
escasas  las  noticias  y  muy  numerosas  las  con- 
jeturas que  hay  necesidad  de  hacer  para  histo- 
riar, y  aún  esto  sólo  externamente,  las  conse- 
cuencias que  so  desprenden  de  la  enseñanza 
platónica,  cuyo  completo  desarrollo  y  aun  apli- 
cación debe  referirse  á  la  filosofía  alejandrina  y 
al  neo-platonismo  que  filtra  su  sustancia  doctri- 
nal en  la  información  del  dogma  cris- 
tiano. Aristóteles,  Diógenes-Laertio  y 
Cicerón  ofrecen  datos,  siempre  incom- 
pletos, acerca  de  las  vicisitudes  que 
sigue  la  doctrina  platónica  entre  los 
llamados  académicos.  Con  inferencias 
más  ó  menos  cercanas  á  la  exactitud 
señalan  los  historiadores  de  la  filo- 
sofía (V.  Ritter),  fundados  en  tales 
datos,  hasta  cinco  academias.  La  pri- 
mera academia,  llamada  antigua,  es  la 
de  Platón  y  sus  discípulos  inmedia- 
tos, aunque  no  muy  fieles,  Espencipo 
y  Xenócrates;  la  segunda  ó  media  es 
la  erigida  por  Arcesilao,  fundador  del 
probabilismo  (V.  Fouillée. — Histoire 
de  la  Philosophie) ;  la  tercera  ó  moder- 
na es  fa  establecida  por  Cameades, 
que  recuerda  los  antiguos  sofistas;  la 
cuarta  es  la  que  tenía  por  jefe  áPhi- 
lón,  y  la  quinta  es  la  establecida  por 
Antioco  (V.  Sextus  Emp.)  Fragmenta- 
rias son  las  indicaciones  que  Cicerón 
(V.  Diálogos  del  orador,  libro  III)  hace 
de  los  filósofos  llamados  académicos. 
De  ellos  dice:  «Habiendo  sido  tantos 
los  discípulos  de  Sócrates  y  conser- 
vando todos  alguna  parte  de  su  ense- 
ñanza esparcida  en  tantas  y  tan  va- 
riadas discusiones,  nacieron  de  aquí 
muchas  sectas  entre  sí  discordes,  aun- 
que todos  sus  adeptos  se  llamasen 
socráticos  y  se  tuviesen  por  fieles  dis- 
cípulos de  Sócrates.  Y  primero  fueron 
discípulos  de  Platón,  Aristóteles  yXe- 
nócrates...  padre  éste  de  la  academia. 
Los  académicos  forman  dos  escuelas 
con  un  mismo  nombre;  porque  Espen- 
cipo, hijo  de  una  hermana  de  Platón, 
Xenócrates,  discípulo  del  mismo  Pla- 
tón y  Polemón  y  Crantor,  que  lo  fue- 
ron de  Xenócrates,  se  diferencian  poco 
de  Aristóteles,  que  fué,  juntamente 
con  ellos,  discípulo  de  Platón;  sólo 
difieren  mucho  en  la  abundancia  y  va- 
riedad del  estilo.  Arcesilao,  discípulo 
de  Polemón,  fué  el  primero  que  de  va- 
rios diálogos  platónicos  y  razonamien- 
tos de  Sócrates,  dedujo  la  consecuen- 
cia de  que  no  hay  certidumbre  alguna 
en  el  conocimiento  adquirido  por  los 
sentidos  ó  por  el  entendimiento,  y  cuen 
tan  que  con  suma  gracia  en  el  decir 
despreció  todo  criterio,  lo  mismo  el 
de  la  razón  que  el  de  los  sentidos,  y 
faé  el  primero  en  reconocer  el  método 
ya  usado  por  Sócrates:  no  demostrar 
loque  el  mismo  pensaba,  sino  dúsputar 
contra  la  opinión  de  cualquiera  otro. 
De  aquí  nació  la  nueva  academia,  en 
la  cual  se  distinguió  por  su  divina 
prontitud  de  genio  y  abundancia  de 
decir  Cameades.» 

No  hay  para  qué  historiar  ni  hacer  juicio  crí- 
tico aquí  del  platonismo,  pero  aún  limitando 
nuestro  empeño  á  la  historia  externa  de  los  dis- 
cípulos del  divino  idealista,  no  se  puede  pres- 
cindir do  consignar  una  apreciación  general, 
aplicable  por  igual  á  la  doctrina  de  todos  los 
filósofos  académicos.  Se  bifurca  la  filosofía 
griega  después  de  Platón,  en  dos  direcciones; 
la  filo.sofía  Ari,stotélica  y  la  escuela  académica. 
Ijos  filósofos  académicos  no  pueden  ni  deben 
figurar  en  el  número  de  los  filósofos  que  han 
dado  nuevos  impulsos  á  la  ciencia,  mientras  que 
Aristóteles,  considerado  por  una  crítica  super- 
ficial como  discípulo  infiel  y  aun  émulo  de  Pla- 
tón, vive  vida  inmortal  en  la  historia  del  pen- 


samiento. Los  académicos  suplen  la  virtualidad 
genial  del  pensamiento  (de  que  carecen  casi  por 
completo)  por  una  especie  de  afán  excesivo  de 
erudición,  que  parece  justificar  la  tradicional 
significación  de  su  apelativo  puesto  que  en 
efecto  hoy  mismo  se  estima  que  filosofía  acadé- 
mica (ó  de  las  academias)  equivale  á  pensa- 
miento formado  por  la  erudición  que  no  elabo- 
rado en  virtud  de  una  reflexión  propia,  intensa 
y  personal.  En  la  academia  antigua,  Espencipo 


se  consagra  más  á  la  erudición  que  al  pensa- 
miento propio,  señalando  conexiones  á  veces  ar- 
tificiales entre  las  ciencias  más  distintas  entre 
sí  y  proponiéndose,  quizás  con  más  audacia  que 
aptitud,  constituir  una  historia  natural  sistemá- 
tica, merced  á  su  hipótesis,  de  las  semejanzas 
y  diferencias.  Desvíos  parciales,  aunque  signi- 
ficativos, de  la  enseñanza  platónica  se  notan  en 
Espencipo,  tenido  erróneamente  por  el  más  fiel 
de  los  discípulos  de  Platón,  en  sus  reminiscen- 


LA  ACTRIZ  i.De  autor  dtiüconocidu) 


cias  pitagóricas  y  en  algunas  argucias,  á  que 
era  inclinado,  sobre  la  sensación  y  la  unidad 
del  ser.  Más  se  acentúan  aún  las  fórmulas  pita- 
góricas en  Xenócrates,  que  pretendía  reducir 
las  ideas  filosóficas  á  razonamientos  matemáti- 
cos. Los  pensadores  de  la  antigua  academia, 
hambrientos  sentados  á  la  mesa  del  sabio,  sin 
satisfacer  .su  apetito  con  estos  malogrados  en- 
sayos, revelan  un  síntoma,  el  de  la  debilidad  de 
la  fuerza  productora  de  su  inteligencia  y  á  la 
vez  el  comienzo  de  la  erudición  de  la  filosofía 
(sin  exceptuar  á  Polemón  y  Crantor).  En  la  se- 
gunda ó  sea  la  academia  media,  cuyo  jefe  es 
Arcesilao,  hallamos  ya  una  mayor  divergencia 
de  la  enseñanza  platónica.  Condena  toda  su 
doctrina   Arcesilao,  repitiendo  el  aforismo  de 


Sócrates:  «Sólo  sé  que  no  sé  nada,»  y  añadiendo 
«y  aún  esto  no  lo  sé  de  una  manera  cierta.» 
La  teoría  de  lo  verosímil  y  de  lo  probable  es 
ya  completamente  contradictoria  del  dogmatis- 
mo platónico.  Arcesilao,  con  amor  á  la  filosofía 
y  con  marcada  preferencia  á  Platón,  es  el  fun- 
dador do  un  probabilismo  con  tendencias  escép- 
ticas.  No  citan  las  más  antiguas  autoridades 
obra  alguna  de  Arcesilao,  y  apenas  si  existen 
datos  más  concretos  acerca  del  núcleo  de  su 
doctrina  que  los  que  dejamos  transcritos  de  Ci- 
cerón. Se  personifica  la  tercera  academia,  la 
moderna,  en  Carneades,  que  reproduce  y  exage- 
ra el  sentido  escéptico  de  Arcesilao  y  recuerda 
los  antiguos  sofistas  hasta  el  punto  que  se  refie- 
re que  durante  su  estancia  en  Roma  pronunció 


IDILIO  (Dlbujode  Alberto Schantooh) 


ESTUDIO  (Dibujo  de  Juan  VUlnskl) 


286 


LA  ILUSTRACIÓN  IBEBICA 


dos  discursos,  uno  en  pro  y  otro  en  contra  de 
la  justicia.  En  progresivo  desacuerdo  de  la  doc- 
trina platónica  y  en  combate  continuo  contra 
los  estoicos  llegó  Cameades  á  extremar  el  pro- 
babilismo  de  Arcesilao,  sin  que  por  otra  parte 

Sudiera  él  mismo  librarse  de  la  eterna  contra- 
icción,  que  le  prestaba  contrastes  inagotables, 
para  su  buen  decir.  Philón,  el  jefe  de  la  cuarta 
academia,  discípulo  de  Clitómaco  como  éste  lo 
fué  á  su  vez  de  Cameades,  pareció  inclinarse  á 
un  sentido  práctico  de  la  especulación,  aunque 
repetía  el  dicho  de  Cameades,  esto  es,  que  ape- 
nas si  podemos  salir  de  lo  verosímil  porque  no 
poseemos  medio  para  distinguir  la  percepción 
verdadera  de  la  falsa.  Finalmente  Antíoco,  fun- 
dador de  la  quinta  academia,  termina  con  la  as- 
piración estéril  de  conciliar  los  peripatéticos  y 
los  estoicos  con  la  antigua  academia.  Después 
de  la  erudición,  que  enerva  la  virtualidad  de  la 
reflexión  propia,  la  filosofía  académica  concluye 
con  una  tendencia  ecléctica  que  es  en  la  historia 
del  pensamiento  síntoma  indudable  de  una  de- 
cadencia sensible.  El  escepticismo  erudito  y  la 
incertidumbre  escéptica;  tales  parecen  ser  los 
resultados  de  esta  larga  trayectoria  de  la  filo- 
sofía académica.  Ella,  sin  embargo,  prepara  ul- 
teriores evoluciones  del  pensamiento,  merced  á 
las  cuales  se  ha  de  determinar  en  cierto  movi- 
miento concurrente  para  que  coincidan  al  plato- 
nismo y  el  aristotelismo,  de  cuya  recíproca  fe- 
cundación brotará  en  siglos  fwsteriores  la  ro- 
busta planta  de  la  filosofía  cristiana.  Pero  sin 
recurrir  á  tan  lejanos  tiempos,  repitamos  para 
concluir  que  el  platonismo  no  encarna  en  la  fi- 
losofía académica,  ni  por  los  frutos  de  ésta,  que 
valen  poco,  debe  ser  aquel  estimado;  sino  que  la 
dialéctica  del  divino  idealista  es  verbo  que  se 
hace  carne  y  sal  regeneradora  en  la  filosofía 
alejandrina  y  en  el  neo-platonismo. 

U.  GoNz.\LEZ  Serk.\no. 


NUESTROS  GRABADOS 


k     PUHIKA     BttLlRIKA 

Dibujo  de  ScUütgm 


Todos  soo  duuuntei  en  eae  dibujo;  la  prima  baUerina  por 
oflcio  y  el  íleteme*luo  por  fatalidad  congénlta.  Sabido  es  que 
la(  bailarioaa  tienen  gran  partido  entre  la  alta  goma;  hay 
anchos,  en  efecto,  que  no  pueden  comprender  otro  talento 
qne  el  de  los  pies,  y  en  además  de  muy  buen  tono  frecuentar 
el  trato  de  aquellas  artistas. 

Por  otra  parte,  Justo  es  reconocer  que  las  bailarinas  son 
on  elemento  *(n<  qua  non  en  los  teatros.  ¿Qué  seria  de  tantas 
magias  y  zarzueiis  de  espectáculo  sin  el  atractivo  de  las  pier- 
nas del  cuerpo  coreográfico?  Cuando  los  autores  solo  se  me- 
recen nn  iqu¿  bailtl  nada  me|or  que  buscar  el  éxito  en  la& 
plraetaa. 

LOXDBK8 

■  L  COLIGIÓ   D(   ITOR:    If.    PATIO    TIIJO 

LA   aSCCSLA    tLIMUTAL 

Eton,  con  Hirrow  y  Rugby,  es  uno  de  los  tres  principales 
establecimientos  de  segunda  enseñanza  con  que  cuenta  In- 
glaterra. No  hay  que  creer,  sin  embargo,  que  la  educación 
qne  allí  se  recibe  se  parezca  en  nada  á  la  que  se  obtiene,— 
ó  separa  par  obtener,— en  nuestros  colegios.  -Los  Juegos 
Tleoen  en  primer  lugar,— decía  un  profesor  de  Eton,— los 
libros  en  segundo.»  Y  asi  e>;  la  ciencia  y  la  cultura  del  espi- 
rito ocupan  el  último  Ingar  en  la  educación  inglesa;  en  cam- 
bio, el  carácter,  el  corazón,  el  valor,  la  fuerza  y  la  destreza 
del  cuerpo  se  llevan  los  más  preferentes  cuidados.  Tal  siste- 
ma forma  luchadores  asi  en  lo  moral  como  en  lo  físico,  con 
todas  las  ventajas  inherentes,  pero  también  con  todos  los  in- 
convenientes propios  de  esta  dirección  del  alma  y  de!  cuerpo. 

■  L  i   01  MATO 
(UM  ■■TttBAHISKTOa  DI  LA  HOSOLOA) 

OuMáro  áe  D.  VlcenU  Patm^roU.—DUmlo  de  P.y  Valor 

Ahogado  en  sangre  el  heroico  levantamiento  de  Madrid 
contra  la  traidora  usurpación  napoleónica,  creyóse  que  resta- 
blecido el  ordtn,  en  virtud  de  las  promesas  de  Hurat,  cesarla 
toda  persecución.  Un  cruel  desengaño  habla  de  quitar  pronto 
«tta  falaz  llufióo  <Á  las  tres  de  la  tarde,— dice  el  Insigne  To- 
icoo,— una  vos  lúgubre  y  espantosa  comenzó  á  correr  con  la 
celeridad  del  rayo.  Aflrmibaie  que  españoles  tranquilos  ha- 


blan sido  cogidos  por  los  franceses  y  arcabuceados  junto  á 
la  fuente  de  la  Puerta  del  Sol  y  la  iglesia  de  la  Soledad,  man- 
chando con  su  inocente  sangre  las  gradas  del  templo.  •  En 
electo:  faltando descaradamenteá  lo  convenido, los  franceses 
estaban  prendiendo  á  cuantos,  fiados  en  la  palabra  del  gran 
duque  de  Berg,  acudían  a  sus  ocupaciones,  alegando  por  pre- 
texto qne  los  detenidos  llevaban  armas,  lo  cual  era  falso, 
pues  apenas  habla  quien  llevase  una  uavsja  ó  unas  tijeras... 
Muchos  fueron  pasados  por  las  armas  sin  dilación  y  otros 
quedaron  detenidos  en  la  Casa  de  Correos  y  en  los  cuarteles. 

Hablase  Instalado  en  dicha  casa,  custodiada  por  el  traidor 
general  Sosti,  uua  Comisión  militar  francesa  «con  aparten- 
daa  d«  tribunal,- dice  el  antes  citado  historiador,  -mas  por 
lo  común,  sin  ver  á  los  supuestos  reos,  sin  oirles  descargo  al- 
guno ni  defensa,  los  enviaba  un  pelotones,  unos  en  pos  de 
otros,  para  que  pereciesen  en  el  Retiro  ó  en  el  Prado.  Muchos 
llegaban  al  lugar  de  su  horroroso  suplicio  ignorantes  de  su 
suerte;  y  atados  de  dos  en  dos,  tirando  los  soldados  franceses 
sobre  el  montón,  calan  ó  muertos  ó  mal  heridos,  pasando  á 
enterrarlos  cuando  todavía  algunos  palpitaban.  Aguardaron 
á  que  pasase  el  día  para  aumentar  el  horror  de  la  trágica  es- 
cena. Al  cabo  de  veinte  años  nuestros  cabellos  se  erizan  to- 
davía ai  recordar  la  triste  y  silenciosa  noche,  sólo  interrum- 
pida por  los  lastimeros  ayes  de  las  desgraciadas  victimas  y 
por  el  ruido  de  los  fusilazos  y  del  cañón  que  de  cuando  en 
cuando  á  lo  lejos  se  oia  y  resonaba.  Recogidos  los  madrile- 
ños á  sus  hogares  lloraban  la  cruel  suerte  que  habla  cabido 
ó  amenazaba  al  paciente,  al  deudo  ó  al  amigo...* 

Lúgubre  rayó  la  mañana  del  siguiente  día,  apareciendo 
cerradas  las  casas  y  las  tiendas ,  solitarias  las  calles  y  turbado 
únicamente  el  silencio  por  el  paso  de  las  patrullas  francesas 
que  recorrían  la  villa.  Yacían  insepultos  en  la  Moncloa  mul- 
titud de  cadáveres  y  acudieron  los  deudos  á  darles  cristiano 
enterramiento,  vigilados  por  los  feroces  soldados  de  Murat. 
Esceua  tristísima,  que  con  pincel  sublimo  ha  inmortalizado 
Palmaron. 

8AH    aSRÓNIMO    DE    Li    UURTA    (BIRCILONa) 

Está  situado  este  antiguo  monasterio  de  gerónimos  en 
término  de  Badalona,  á  tri  s  y  medio  kilómetros  de  esta  villa, 
en  una  hondonada  bastante  fragosa  formada  entre  una  co- 
lina que  está  encima  de  Santa  Coloma  de  Gramanet  y  otra 
que  viene  á  ser  continuación  de  la  que  va  hacia  Monta- 
legre. 

La  arquitectura  de  la  fábrica  no  ofrece  nada  de  particular. 
Es  de  un  solo  alto  y  de  mucha  antigüedad.  Antes  del  año  35 
estaba  rodeado  el  claustro  por  una  galería  de  arcos  ojivales 
levantados  sobre  un  antepecho  La  iglesia  era  de  una  sola 
nave,  de  orden  gótico  también.  Esta  ha  desaparecido,  pero 
queda  aun  bastante  de  los  claustros,  subsistiendo  también 
un  severo  surtidor  que  hay  en  el  centro. 

Lo  más  vistoso  de  este  monasterio  son  sus  avenidas  y  la 
posición  que  ocupa  entre  altos  y  hondonadas  plantadas  de 
viñas  y  árboles,  abarcando  la  mirada  desde  la  playa  de  Ma- 
taré hasta  la  desembocadura  del  Llobregat.  En  la  cima  de 
las  montañas  sobre  que  descansa  el  monasterio,  existen  dos 
viejas  ermitas,  desde  donde  se  domina  todo  el  llano  regado 
por  el  Besos  y  parte  de  la  marina. 

Fué  fundado  este  monasterio  en  San  Pedro  de  Ribas  por 
aquel  mismo  mercader  barcelonés  Beltrán  Nicolau,  de  quien 
hicimos  ya  referencia  al  hablar  de  la  Cartuja  de  Montalegre,  y 
viviendo  aún  su  fundador  (1413)  se  trasladaron  los  religiosos 
al  sitio  en  que  se  ve  hoy  el  edificio. 

En  el  patio  y  á  la  derecha  de  la  entrada  por  la  parte  que 
mira  al  mar,  se  halla  ahora  la  hospedería,  de  fábrica  moder- 
na, y  en  el  mismo  frente  la  ca«ade  los  colonos.  En  un  ángulo 
del  monasterio  subsiste  aún  una  antigua  torre,  cuya  cúpula 
de  forma  piramidal,  fué  preciso  derribar  por  haber  quedado 
agrietada  de  resullas  de  haber  caldo  UQ  rayo,  siendo  susti- 
tuida por  una  terraza. 

San  Gerónimo  de  la  Murta  ha  quedado  convertido  en  una 
verdadera  colonia  veraniega  deBarcelona,  compuesta  actual- 
mente de  veintiséis  familias.  El  edificio  es  propiedad  de  don 
Juan  Bover. 

LA  MEZQUITA   TAErARA   US   KAZAH  (KDSIa) 

Hállase  asentada  esta  ciudad  á  orillas  del  Volga,  algoal 
Este  de  Nljni  Novrogod.  A  pesar  de  que  su  aspecto  material 
es  el  de  una  ciudad  rusa,  por  el  estilo  de  Moscou,  no  se  ha 
logrado  sin  embargo  borrar  su  carácler  tártaro,  ni  el  recuerdo 
de  cuando  era  la  capital  de  uu  poderoso  reino  de  aquella  na- 
cionalidad, que  subsistió  hasta  1552  en  que  fué  conquistado 
por Ivan  IV. 

OABBZA    DB    BSTUDIO 

Dibujo  de  Enrique  SchtlmartU 

Esa  cabeza  de  estudio  obliga  á  quien  la  ve  á  entregarse  á 
un  largo  estudio  de  cabeza.  Pocas  veces  se  habrá  visto,  en 
efecto,  nn  busto  más  Interesante. 

LA     IMr BDIDA 

Retrato  por  Arturo  Pond 

LA    ACTBIZ 

De  autor  deteonoeldo 

Ambas  obras  figuran  en  el  Museo  de  South  Kenslngtotí, 
siendo  in  original   mlstress  Wofflngton,  célebre  actriz  que 


alcanzó  gran  renombre  á  mediados  del  pasado  siglo.  El  cua- 
dro titulado  La  actriz  es  de  autor  desconocido  y  representa 
á  la  ilustre  comedianta  en  la  ñor  de  su  belleza;  en  cuanto  á 
La  impedida  es  obra  de  Arturo  Pond,  el  cual  murió  poco  des- 
pués de  terminarla  (1758). 

IDILIO 

Dibujo  de  Alberto  Schautteh 

No  puede  Interpretarse  más  deliciosamente  un  asunto 
como  ese.  £1  autor  ha  resucitado  el  mito  de  las  Nereidas  y  los 
Silvanos,  conseiváudole  toda  la  belleza  de  las  creaciones 
helénicas:  es  griego. 

BSTUDIO 

Dibujo  de  Juan  VUintki 

El  autor  es  un  distinguido  artista  de  Praga,  en  cuya  ca- 
pital es  uotabilisimo  el  florecimieulü  que  alcanzan  asi  las 
artes  como  las  ciencias.  El  dibujo  de  Villnski  atestigua  un 
profundo  conocimiento  del  claro-oscuro  y  gran  dominio  so- 
bre el  modelado. 

ORILLAS    DBL  DBRBN 

Es  ese  un  rio  que  ai  atravesar  por  el  Este  del  condado  de 
Suffolk,  ofrece  los  más  pintorescos  puntos  de  vista,  especial- 
mente cerca  de  su  desembocadura  en  el  mar  del  Norte. 


-SÍ- 


BIBLIOGRAFÍA 


Inlimat  y  Quadrett,  por  Prancesch  Bartrlna.— Barcelona  1887 

Una  de  las  ventajas  que  tienen  los  poetas  ca- 
talanes sobre  sus  hermanos  de  la  España  caste- 
llana para  escribir  muy  buenas  cosas,  es  el  ha- 
llarse fuera  de  la  influencia  de  los  astros  de 
primera  magnitud  que  tanta  atracción  ejercen 
allí  sobre  sus  satélites.  No  es  esto  decir  que  los 
vates  de  por  aquí  sean  todos  un  dechado  de 
originalidad,  pues  harto  se  ¡mita  también,  pero 
á  lo  menos  el  lector  tiene  el  consuelo  de  no  tro- 
pezar con  los  mismos  modelos  que  en  Castilla. 
Sería  cosa  verdaderamente  insoportable  que  un 
catalán  escribiese  BodamenU  de  cap  ó  Pelüs 
poemas. 

Mas  se  acerca,  ciertamente,  la  lírica  de  Cata- 
luña, á  la  poesía  provenzal  que  no  á  la  otra,  de 
lo  cual  sólo  cabe  decir  mes  val  aixís 

Hoy,  sin  apasionamiento,  es  preciso  recono- 
cer que  la  poesía  catalana  no  atraviesa  la  es- 
pantosa decadencia  que  la  castellana,  en  prueba 
de  lo  cual,  aparecen  libros  como  Intimas  y 
Qaadrets,  llenos  de  frescura,  de  espontaneidad  y, 
lo  que  no  es  saco  de  paja,  de  buenos  versos. 

Francisco  Bartrina,  su  autor,  es  una  persona- 
lidad; bebe  en  un  vaso  chiquito,  pero  suyo,  y  es, 
además,  poeta,  verdadero  poeta,  de  esos  que  sa- 
ben descubrir  la  poesía  á  la  manera  que  el 
imán  descubre  donde  yace  el  hierro. 

En  los  Quadrets  no  es  la  brillantez  del  colo- 
rido lo  que  más  se  admira,  sino  la  suavidad  de 
los  toques,  la  delicadeza  de  las  medias  tintas, 
la  penetrante  melancolía  de  la  idea;  con  todo, 
no  es  esto  porque  el  autor  deje  de  tener  más 
colores  en  su  paleta;  si  á  mano  viene,  sabe  pin- 
tar en  rojo  sobre  fondo  negro: 

Allá,  á  las  cimas  del  vell  Montseny, 
dret  ab  la  manta  dait  d'  un  pedrcny 
hont  tot  l'any  grunyen  los  vents  del  Nort, 
sa  estesa  d' áselas  vetlla  ferreny 
lo  carbonayre  de  Fontde-Cort. 

Talment  diriau  qu'  es  Llucifer 
qUHU  fi  sa  tasca,  la  uit  al  ser, 
voltat  de  ñamas  y  d'  espurnali, 
badaot  las  pedras  per  fe  '1  pller 
á  cops  de  roca  y  á  cops  de  malí . 

De  día  's  llca  boscatge  endins 

y  esbranca  roures  y  esbranca  pins, 

deftralejantne  per  tot-arreu; 

si  retjat  l'eyna  pels  rochs  vehlns 

sembla  qu'  espurniu  los  Uamps  de  Den. 

El  tono  general  de  las  composiciones  no  sue- 
lo sor  ese,  sin  embargo:  mejor  se  detiene  Bar- 
trina  ante  los  asuntos  melancólicos  que  le  dan 
ocasión  á  pintar  esas  figuras  doloridas,  entre- 
vistas en  la  vaguedad  del  claro-oscuro: 

iNeval  Mal  racerada 

per  un'  alba  esfullada, 

una  pobreta  vella  íkU  plorant: 

r  ha  atrapat  lo  malí  tcmps,  y  la  nevada 

no  la  deix  passá  avant. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


287 


nilant  tot  lo  de  fora, 

veu  d'  un  cingle  á  la  vora 

fiimejá  una  barraca  depastors: 

— iSi  'm  volguésslu  obrlrl—  exclama  y  plora, 

y  demnna  socors. 

Mes  ningú  se  n'  apiada... 

y  vé  en  tant  la  vesprada, 

alsant  lo  vent  qu'  aumenta  la  fredor; 

y  segueix  la  nevada 

y  tot  se  va  fonent  en  la  foscor. 

Como  se  ve,  esto  no  es  copia  de  nadie,  sino 
d'  aprés  nature. 

Si  en  los  Quadrefs  se  mueve  al  poeta  en  pleno 
objetivismo,  resulta  sinceramente  personal  en 
las  Intimas. 

M'  apar  que  la  velg  encara 
1'  alcoba  en  aquella  nlt: 
de  la  mare  "Is  plore  escolto 
y  '1  Sant-Crlsto  miro  dlns. 
Quatre  ciris  lo  Hit  voltan 
y  tú  estinellat  al  mitj... 
lOh  germá  de  la  meva  ánima, 
qul  't  veu  ara  y  qui  t'  ha  vlsH 
Al  tombar  la  matinada 
se'n  vola  ton  esperit: 
negre  núvol  tot  de  sopte, 
ta  mirada  enterbolí. 
Sembla  avuy...  ly  fá  tans  días 
que  deixares  eix  mon  trlstl 
iSense  consol,  quántas  llágrimas! 
iSens  cumpliment,  quánts  desitjs! 
iQué  sol  que  'm  trobo  en  la  térra 
des  que  t'  en  'nares  d'  aquí! 
¡Y  ab  quina  tristor  la  senda 
de  la  vida  vaig  seguint! 

Nada  más  sencillo,  nada  menos  aparatoso,  y 
sin  embargo,  ¡qué  profundo  dolor  no  se  revela 
en  esas  líneas!  ¡Qué  emoción  producen!  Y  si  el 
que  lee  conoció  á  Joaquín  y  conoce  á  su  herma- 
no y  sabe  el  cariño  entrañable  que  los  unía, 
¡cómo  ve  en  esos  gemidos  la  característica  ex- 
presión del  dolor  sentido! 

Grande,  bien  lo  sabe  el  autor  de  Intimas  y 
Quadrets.  fué  la  consternación  que  á  todos  sus 
amigos  nos  causó  la  muerte  del  malogrado  Leo- 
pardi  catalán,  pero  no  podemos  menos  de  sentir 
cierto  egoísta  consuelo  al  ver  que  á  falta  de 
las  extraordinarias  producciones  que  se  espera- 
ban de  Joaquín  podamos  experimentar  el  noble 
goce  de  la  poesía  sana,  viril,  humana  que  se  en- 
cierra en  las  páginas,  demasiado  breves,  que 
nos  hemos  permitido  analizar. 


Poesías  de  Juan  Alcover  y  Maspons. --Pal- 
ma, 1887. 

A  pesar  de  que  el  donoso  prólogo  puesto  á  ese 
libro  por  un  amigo  del  autor  es  capaz  de  desco- 
razonar á  cualquier  crítico,  como  yo  en  este 
punto  apenas  quiero  llamarme  Pedro,  sigo  ade- 
lante, no  sin  decir  que  podría  ahorrarme  perfec- 
tamente mi  tarea  con  sólo  reproducir  aquí  lo 
que  dice  el  señor  Maura  del  señor  Alcover.  Con 
todo,  es  para  mí  tan  grato  hallarme  con  libros 
dignos  de  elogio, — ó  si  se  quiere  de  otro  modo, 
con  libros  que  me  gusten, — que  no  puedo  resis- 
tir al  deseo  de  meterme  á  guarda-bosques  del  Ci- 
tirón,  aunque  sin  mastín,  ni  perra  podenca,  ni 
galgo  que  echarle  al  autor,  antes  bien,  llenas  las 
manos  de  laureles,  englantinas,  violas  y  basta 
una/or  natural. 

Mis  alabanzas,  empero,  no  han  de  extenderse 
á  todas  las  composiciones  que  encierra  el  pri- 
moroso librito.  Por  de  pronto,  Mi  libertad,  es  una 
gallardísima  romanza,  un  homenaje  por  todo  lo 
alto  á  la  mujer,  un  colmo  de  galantería  que  no 
habrá  enamorado  que  deje  de  aprenderse  de  me- 
moria, pero  en  cambio,  el  Nido,  paréceme  como 
co.sa  de  lance.  ¿A  qué  imitar  el  amaneramien- 
to del  señor  Campoamor?  En  él,  quizás,  puede 
hacer  gracia,  pero  ya  al  malogrado  Revilla  le 
reventaban  las  imitaciones  de  aquellos  Pequeños 
poemas,  que  no  dudo  son  gustadísimos,  pero  sin 
implicar  por  eso  que  deban  gustarles  á  todos. 

Por  fortuna,  no  necesita  el  señor  Alcover  es- 
cribir silvas  filosófico-caseras  para  agradar:  en 
ninguna  parte  aparece  más  simpático  que  cuan- 
do escribe  redondillas  por  su  cuenta. 

No  puede  darse  más  gallardo  desenfado,  más 
profunda  intención  que  en  La  lupia,  La  sortija, 
y  Don  Alvaro  ó  la  fuerza  del  sino,  la  segunda 
sobre  todo. 

La  influencia  de  Heine  se  hace  evidente  en 
La  Iravesia;  á  ser  aquel  el  autor  no  creo  hubiese 
aparecido  esta  composición,  traducida  al  caste- 


llano por  el  señor  Llórente,  de  otra  manera  que 
como  lo  ha  hecho  el  señor  A  Icover. 

Las  Hojas  al  viento  suscitan  involuntaria- 
mente el  recuerdo  de  los  Arabescos,  de  Joaquín 
Bartrina,  y  en  peores  fuentes  hubiera  podido 
beber,  ciertamente,  el  nuevo  poeta  mallorquín, 
si  no  ha  sido  pura  coincidencia.  Sepáralos,  cier- 
tamente, un  abismo  en  cuanto  á  las  tendencias, 
pero  en  punto  á  agudeza,  rivalizan. 

Los  Apólogos  son  de  lo  que  no  se  acostumbra 
á  leer  en  este  género;  hay  allí  originalidad,  in- 
tención, gracejo  y  estilo.  No  creo  pueda  pedirse 
más. 

Por  lo  que  hace  á  la  ejecución  artística, — ya 
que  damos  por  sentado  que  pensador  y  filósofo 
lo  es  en  sumo  grado  el  señor  Alcover,  aunque 
con  tendencias  reaccionarias, — es  exquisita,  si 
por  eso  se  entiende  la  facultad  de  cristalizar  el 
pensamiento  en  perlas  y  brillantes,  en  vez  de 
hincharlo  formando  una  masa  de  plata  Ruolz, 
sin  contornos,  ni  brillo,  ni  tersura. 

Es  de  esperar  que  un  nuevo  tomito  de  Poesías, 
despojado  de  toda  imitación  peligrosa  y  podado 
de  traducciones  de  Víctor  Hugo,  todo  Trave- 
sías, Sortijas,  Apólogos  y  Dins  lo  Temple  venga 
á  deleitar  á  los  que  en  estos  tiempos  de  zarzue- 
lones  inf  ra-bufos  y  de  insulseces  novelescas  aco- 
gen los  versos  buenos  con  la  fruición  del  cami- 
nante que  en  medio  del  desierto  se  encuentra 
con  un  manantial  de  agua  cristalina. 


Carlos  Mendoza. 


-«- 


EL  PREMIO  DE  SIEMPRE 


(CONCLUSIÓN) 

VII 

HONOEES   POSTUMOS 

Cuando  el  viento  fresco  de  la  noche  agitó  los 
desordenados  cabellos  de  Andrés,  sus  ideas  pa- 
recieron esclarecerse  algún  tanto,  cobró  nueva 
fuerza  y  exclamó  por  lo  bajo: 

— ¿Conque  es  cierto  que  mi  porvenir  des- 
aparece como  si  se  hundiera  en  el  abismo  de  la 
desventura?  Mi  cuadro  en  el  cual  cifraba  tantas 
esperanzas,  postergado;  mi  amor  que  me  soste- 
nía en  la  ruda  lucha  de  la  vida,  burlado  indig- 
namente. ¡Oh!  ¡No;  no  puedo  creerlo!  Si  Angio- 
lina  en  realidad  me  amaba,  no  me  retirará  su 
cariño  por  esta  deiTota  artística,  hija  de  la  tor- 
pe intriga;  yo  en'contraré  nuevas  fuerzas,  lucha- 
ré más,  y  algún  día  conseguiré  lo  que  deseo; 
no  ser  el  primer  pintor  de  Florencia,  sino  del 
mundo!  Me  sobran  fuerzas  para  acometer  gran- 
des empresas;  yo  no  de.smayo  nunca,  pero  es 
preciso  adquirir  antes  la  certeza  de  su  amor, 
de  lo  contrario,  ¿para  qué  quiero  la  vida?  Anhe- 
lo convencerme  de  que  son  una  miserable  ca- 
lumnia los  rumores  que  circulan  respecto  al 
embajador  español;  quiero  saberlo  esta  noche 
misma.  ¡Oh  Angiolina,  en  tus  manos  tienes  mi 
suerte!  ¡Arte  ingrato,  que  mal  pagas  á  tus  más 
fervientes  cultivadores! 

Andrés  se  dirigió  á  la  morada  de  la  condesa, 
por  cuyas  ventanas  salían  torrentes  de  luz  y 
armonía.  Saltó  fácilmente  la  verja  del  jardín  é 
introdujese  en  las  habitaciones  de  la  planta 
baja,  y  como  el  criminal  que  busca  donde  ocul- 
tarse, fué  recorriendo  con  precaución  diferentes 
aposentos.  A  sus  oídos  llegaban  de  vez  en 
cuando,  dulcemente  debilitados,  los  ecos  de  la 
fiesta,  y  en  un  momento  dado,  que  creyó  perci- 
bir ruido  de  pasos,  y  el  rumor  de  cautelosa 
conversación,  ocultóse  precipitadamente  en  la 
penumbra. 

Ya  era  tiempo;  la  condesa  deslumbradora- 
mente  vestida,  se  aproximaba  del  brazo  de  un 
arrogante  caballero. 

• — Sois  muy  bella,  condesa, — decía  el  descono- 
cido con  pasión,- — y  cuando  os  llaméis  mi  espo- 
sa, en  España,  país  clásico  de  la  hermosura, 
eclipsaréis  la  belleza  de  todas  las  mujeres. 


Angiolina  guardó  silencio,  pero  sonrió  de  un 
modo  seductor  ante  tan  halagadora  idea. 

Al  pasar  junto  al  sitio  donde  se  hallaba  ocul- 
to Andrés,  detiívose  la  feliz  pareja  ante  un  her- 
moso canastillo  de  flores.  La  condesa  cogió  una 
de  ellas,  la  más  diminuta  de  todas  y  la  ofreció 
graciosamente  á  su  caballero.  Éste  la  prendió 
en  el  pecho,  y  estrechando  la  hermosa  mano  que 
se  la  ofreciera,  exclamó  con  entusiasmo: 

— ¡No  puedo  creer  en  la  dicha  que  me  ofre- 
céis, y  algunos  momentos  paréceme  que  soy  ju- 
guete de  un  sueño!  ¿Es  cierto  que  consentís  en 
ser  mi  esposa,  que  no  nos  separaremos  nunca  y 
que  soy  el  único  hombre  que  ha  reinado  en 
vuestro  corazón? 

— Mi  marido  fué  para  mi  un  padre;  el  verda- 
dero amor  del  alma,  hasta  hoy  no  lo  he  conocido. 

— De  suerte  que  la  admiración  que  desperta- 
bais, los  adoradores  que  tenéis  en  Florencia... 

— Pasatiempos  nada  más,  señor  embajador, 
hasta  hoy  no  me  convierto  en  mujer  seria. 

Sonriéronse  ambos  interlocutores  y  prosi- 
guieron su  interrumpido  camino. 

Cuando  se  hubo  perdido  en  lontananza  el 
ruido  de  sus  pasos,  salió  Andrés  de  su  escondi- 
te con  todos  los  rasgos  de  la  desesperación  pin- 
tados en  el  descompuesto  semblante.  ¡Todo  se 
hundía  á  un  mismo  tiempo  para  el  desdichado! 
Sus  sueños  de  amor  y  sus  esperanzas  de  gloria, 
y  aquella  naturaleza  tierna,  esquisita,  soñadora, 
vióse  de  repente  desposeída  de  todo  ideal,  y  pe- 
sadumbre inmensa  rindió  el  espíritu  que  antes 
se  sintiera  fuerte  para  la  lucha. 

Andrés,  ciego  por  la  desesperación,  loco  de 
dolor,  y  agobiado  por  la  intensa  calentura  que 
le  prestara  ficticia  vida,  quiso  á  todo  trance 
abandonar  aquellas  habitaciones,  donde  respi- 
raba envenenada  atmósfera  y  tambaleándose 
como  un  hombre  ebrio,  se  dispuso  á  ganar  el 
jardín. 

— ¡Quién  fía  en  el  amor  de  la  mujer,  es  un 
necio,  quien  .sueña  con  la  gloria  es  un  insen- 
sato!— balbuceaba  al  alejarse  de  aquel  palacio 
funesto. 

Al  estar  en  la  calle,  cuando  por  última  vez 
dirigió  la  triste  mirada  á  aquella  casa  que  an- 
tes creía  el  cielo  de  su  amor,  tan  profunda  de- 
sesperación se  apoderó  de  su  alma  que  sintió 
algo  extraño  en  su  interior,  como  si  se  rompie- 
ran los  frágiles  resortes  de  la  vida;  nubláronse 
sus  ojos  y  cayó  desplomado  sobre  el  frío  pavi- 
mento á  tiempo  que  resonaban  en  la  ancha  pla- 
za los  melodiosos  acordes  de  la  orquesta  que  en 
el  vecino  palacio  preludiaba  una  pavana. 

Al  día  siguiente  recogieron  de  la  vía  pública, 
helado,  rígido,  el  cadáver  del  desventurado  An- 
drés. Su  muerte,  los  móviles  que  le  hicieron 
abandonar  el  lecho  para  correr  al  palacio  de 
Angiolina,  fueron  un  misterio  para  el  vulgo, 
pero  á  pesar  de  que  no  había  hablado  nunca 
con  sus  amigos  del  pacto  que  celebrara  con  la 
voluble  condesa,  alguno  de  ellos  sospechó  algo 
de  la  verdad,  pero  no  pasó  de  ser  una  sos- 
pecha. 

Mientras  se  identificaba  al  día  siguiente  su 
cadáver,  circuló  con  la  rapidez  del  rayo  por 
toda  Florencia,  la  noticia  de  que  su  cuadro 
había  sido  premiado  por  unanimidad  en  el  con- 
curso, predominando  en  el  ánimo  de  Cosme  de 
Médicis  el  verdadero  mérito,  antes  que  los 
torpes  manejos  de  la  intriga. 

Entonces,  aquella  ciudad  entusiasta  por  el 
arte  é  impresionable  como  ninguna,  llevó  al  pa- 
lacio de  los  Médicis  el  cuerpo  del  infortunado 
artista.  Allí  se  le  cubrió  de  coronas,  se  pronun- 
ciaron sentidos  discursos  en  su  honor  y  el  ten- 
tador aparato  de  la  gloria  mundana  prodigóse 
sobre  aquellos  mortales  despojos. 

El  cuadro  de  Andrés  fué  admirado  por  todos 
los  florentinos,  se  le  colocó  solemnemente  en  el 
templo  y  el  nombre  del  joven  artista  lo  repitie- 
ron hasta  la  saciedad  los  mil  ecos  de  la  fama. 

¡Pobre  Andrés!  Ya  no  podía  gozar  de  aquel 
triunfo  á  tanta  costa  alcanzado;  su  existencia 
breve  y  azarosa  fué  un  nuevo  eslabón  de  la 
ineludible  cadena,  una  etapa  del  martirio  que 
sufre  el  genio,  mientras  permanece  en  el  mundo. 

Los  hijos  predilectos  del  arte  son  naturale- 


288 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


zas  privilegiadas  que  sueñan  la  belleza  infinita, 
que  alguna  vez  dan  forma  real  á  sus  sueños, 
pero  á  quienes  se  recompensa  con  la  más  fría 

indiferencia. 


El  amor  de  la  mujer  y  los  halagos  de  la  glo- 
ria resultaron  igualmente  negativos  para  An- 
drés, y  sucumbió  en  la  lucha  como  tantos 
otros. 


Si  hubiera  vivido,  tal  vez  la  envidia  de  sus 
contemporáneos  hubiera  buscado  defectos  en  su 
obra  inmortal;  murió,  y  sólo  á  este  precio  pudo 
lograr  sus  ensueños  de  gloria. 


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Angiolina  se  casó  con  el  embajador  español, 
no  tnvo  jamás  remordimientos  y  fué  feliz,  como 
lo  son  las  mujeres  coquetas,  gozando  de  los 
bienes  materiales  de  la  vida. 

Es  de  suponer  que  el  nombre  de  Andrés  no 
acudió  nunca  á  su  memoria,  y  le  olvidó,  como 


antes  de  él  fueron  olvidados  tantos  otros  ado- 
radores. 

jPobre  Andrés!  La  soñada  gloria,  aquella  que 
debía  llenar  su  alma  de  inefables  emociones, 
sólo  se  reflejó  en  su  tumba. 

Tal  es  el  premio  que  el  mundo  destina  á  los 


artistas:  después  de  obstinada  lucha,  sólo  con- 
siguen la  admiración  de  los  hombres  cuando 
pisan  las  misteriosa  penumbre  de  la  eternidad 
con  la  palma  de  los  mártires. 

Josefa  Pujol  de  Collado. 


UIDIiSniaM:  Cuta,  3tS-367,  Rumi  liliiu,  Uiter.— Reserrados  los  derechos  de  propiedad  artística  j  literaria.— Las  redamaciones  eo  Madrid,  al  representante  de  esta  Casa  D,  Mainel  Plá  7  Valor,  Apodaca,  10, 2.° 

)  INSÉRTESE  Ó  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  (— 


BaTAaKdMiBirro^TipoaiiiPico  di  B.  Basboa.— Callb  de  Villahrobl,  húm.  17  ensanche  de  San  Antonio.— Barcelona. 


.}o«áúí>,' 


.^ÁS^^^ 


SEMANARIO     CIENTÍFICO,     LITERARIO     Y     ARTÍSTICO 


Año  V 


ESPAÑA 

Un  año 12'50  ptas. 

ÜQ  semestre 6'60     » 

Número  6ue)to ....      0'25      » 

PORTDGAL 

suficricióu  pagadera  somau  al  mente 

Cada  uúmero,  ...  50  reis. 


Barcelona  7  de^  Mayo  de  1887 


CUBA  T  PUERTO-RICO 

Ua  año 5  pesos  oro. 

Kn  el  resto  de  América  fijan  el  precio 
los  señores  corresponsales. 

EXTRANJERO 
Un  año 18  pesetas. 


Núm.  227 


EN  EL  GABINETE  DEL  COLECCIONISTA:  UN  GRABADO.RARO  (Cuadro  de  Lerche) 


290 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


SUMARIO 

TsxTO.— JTadrtf.  CQrta$  á  mtpriaui,  por  Fernanflor.— ^  la 
ttretr*  «•  la  «mcida  (contiDuación),  por  Felipe  Matbé.— 
StríHa  eltmtfíUa,  por  Alfredo  Opls«o. — Vinr  de  mOagro, 
por  J.  F.  Stnmtrtln  j  Agulrre.—  rípoi  dt  taU»,  por  Rioir- 
do  J.  Jniao.—BOitiognJia,  por  Carlos  Mendoza.— i)oinia 
wrre»  «ortr. ...  por  Oaretano  de  Alvear.  — NueaUo*  graba- 
doc.— Ama  wtdatta  Jide  perdMtla,  por  Jacinto  l«baila. 

OaABiooa.-  Kn  d  gabinete  del  colecclonÍ!>ta:  Un  grabado  ra- 
ro.—Retratoi  ingiesea  antiguos:  La  reina  Isabel  y  el  con- 
de de  Kaaex.— Dn  Cufairón.— Cascada  de  la  Trinidad  en 
tí  monaatecio  de  Piedra.— PriicaTera.— Dulces  momentos. 
— KaludlU  de  pois^e.— Krandaco  I.— Los  dramits  de  8a- 
kespcaie:  Borneo  y  Julieta.  Romeo  j  el  boticario.— La  ló- 
enla de  Hugo  Tan  der  Goes.  —La  &mUla  del  pescador. 


MADRID 


Jnei  j  Jurado. — Kl  servicio  militar  obligatorio.— El  más  fa- 
moeo  de  loa  toroa.— En  las  carreras.— La  dama  miste- 
riosa. 

(8TAM06  en  vísperas  de  ser  jueces  y  de  ser 
soldados. 

Seremos  soldados  y  seremos  jueces 
porque  las  corrientes  de  la  opinión,  como  deci- 
mos hoy,  lo  exigen.  Si  bien  lo  adviertes,  esta  es 
la  verdadera  razón  del  absolutismo  y  de  la  de- 
mocracia; del  miriñaque  y  de  la  falda  ceñida;  de 
los  melodramas  y  del  sainete.  No  discutamos  .si 
tal  6  cual  cosa  se  fundamenta  en  las  leyes  de 
la  naturaleza  6  en  las  de  la  moral;  lo  quieren 
casi  todos  y  por  lo  tanto  inevitablemente  pasa- 
remos por  ello. 

El  público  no  sigue  con  grande  atención  la 
discusión  del  jurado  en  el  Congreso,  sabiendo 
ya  que  habrá  de  votarse;  y  tampoco  discute 
consigo  mismo  si  un  jurado  es  más  apto  para 
juzgar  á  un  criminal  que  lo  es  un  juez  de  dere- 
cho. El  público,  es  decir,  la  masa  de  los  ciuda- 
danos, cree  que  por  mal  que  lo  hagan  los  jura- 
dos lo  harán  mejor  que  la  justicia  histórica,  de 
la  cual  está  desilusionado.  La  palabra  justicia 
pone  los  pelos  de  punta  al  hombre  honrado,  y 
solo  encuentra  cierta  simpatía  en  el  criminal. 
El  público  no  busca  .sabios  ya  para  jueces;  pre- 
tiere hombres  ignorantes  de  sano  corazón.  Qui- 
zás la  prevención  contra  los  jueces  va  más  allá 
de  lo  justo,  pero  existe.  El  jurado  en  materia 
criminal  nos  parece  todavía  poco;  volveríamos 
á  los  tribunales  al  aire  libre  (como  existen  toda- 
vía en  Valencia,  por  ejemplo)  para  fallar  los 
asuntos  civiles: — ¡Vecino,  lea  V.  estos  docu- 
mentos y  diganos  mañana  quien  tiene  razón  de 
los  dos! — Al  otro  día  el  vecino  da  su  informe 
desposeyendo  al  verdadero  dueño.  Ha  fallado, 
pues,  como  el  juez  más  histórico  posible.  Pero, 
en  fin,  se  han  ahorrado  muchísimos  gastos.  La 
vara  de  la  jíisticia  fué  arrancada  ya  torcida  del 
árbol  del  Paraíso,  porque  precisamente  en  ella 
solía  enroscarse  la  serpiente.  Desde  entonces 
acá  toílos  los  hombres  han  tenido  afán  por  en- 
derezarla; pero  ha  tomado  vicio  y  conserva  la 
forma  de  la  .serpiente  susodicha.  El  gobierno 
.  actual  nos  dará,  pues,  la  vara  en  cuestión  á  los 
simples  ciudadanos  con  la  figura  de  un  saca- 
corchos; intentemos  nosotros  un  esfuerzo  su- 
premo y  pongámosla  recta  y  lisa  como  un  para- 
rayos. 

Se  ha  dicho  con  razón  que  un  juez  es  la  per- 
sona menos  á  propósito  para  juzgar;  por  una 
progresión  involuntaria  é  insensible  la  vista 
frecuente  de  los  criminales  y  el  espectáculo 
constante  del  vicio  embotan  la  sensibilidad  de 
sn  corazón  y  le  inducen  á  ser  severo;  tiene  cos- 
tumbre de  que  los  criminales  lo  nieguen  todo, 
y  cree  todo  lo  que  ellos  niegan;  para  el  juez  la 
sospecha  es  certidumbre;  y  cualquier  circuns- 
tancia le  confirma  en  la  seguridad  que  ya  tiene. 
Su  preocupación  única  es  buscar  recursos  para 
que  el  acusado  declare  forzosamente  el  crimen. 
Cuanto  más  iní)cente  aparece,  le  parece  á  él  más 
corrido.  Se  entabla,  pues,  una  lucha  entre  el 
juez  y  el  reo;  y  el  juez  concluye  por  hacer 
cuestión  de  amor  propio  el  probar  un  delito 


imaginario.  Tal  vez  cuando  ya  la  inocencia  del 
acusado  se  muestra  patentísima,  el  juez  excla- 
ma;— ¡Qué  contrariedad,  resultar  inocente  en  el 
momento  en  que  yo  me  disponía  á  evidenciar 
su  crimen! — Tú,  querida  prima,  te  encuentras  en 
París,  y  habrás  seguido  con  atención  el  proceso 
del  crimen  de  la  calle  Montaigne.  ¿No  has  ob- 
servado algo  de  lo  que  te  digo? 

Así,  pues,  los  que  dicen  que  xm  juez  está  en 
condiciones  de  serlo  malo,  casi  siempre,  añaden 
que,  por  el  contrario,  presenta  maj'ores  garan- 
tías de  imparcialidad  una  reunión  de  ciudada- 
nos sin  prevención  desfavorable  contra  el  acu- 
sado, y  que  juzgan,  no  con  arreglo  á  la  lej',  sino 
con  arreglo  á  su  conciencia.  En  un  acu.sado, — 
se  ha  dicho, — el  juez  ve  un  criminal:  el  jurado 
ve  un  hombre.  El  juez,  por  el  constante  ejerci- 
cio de  su  cargo  es  duro;  el  jurado,  temeroso 
siempre  de  la  responsabilidad  en  que  puede  in- 
currir con  su  conciencia,  suele  ser  blando;  mas, 
tú,  prima,  preferirás,  y  todos  los  buenos  cora- 
zones, la  compasión  á  la  crueldad.  Se  dice  que 
el  jurado  representa  la  pasión.  Y  los  jueces,  ¿no 
tienen  pasiones?  ¿Y  no  tienen  preocupaciones, 
que  son  peores  todavía?  ¿No  tienen  la  indiferen- 
cia, que  aún  es  peor  que  la  pasión  y  la  preocu- 
pación juntas?  ¿Qué  vota  el  señor  magistrado? 
— le  preguntaban  á  uno  de  ellos,  que  se  había 
dormido. — Voto  que  lo  ahorquen, — exclamó. — 
¡Señor,  se  trata  de  un  campo! — ¡Pues  que  le 
sieguen! — Así  como  el  médico  se  hace  insensible 
á  la  muerte  de  los  enfermos  que  asiste,  el  juez 
lo  es  á  la  maj'or  ó  menor  exactitud  de  sus  fallos. 

Y  no  nos  hagamos  ilusiones;  no  todos  los  días 
estamos  de  humor  de  saludar  con  afabilidad  á 
los  amigos;  ni  de  discutir  con  los  adversarios; 
ni  de  sufrir  al  prójimo;  ni  de  hacer  justicia.  Ni 
un  juez  tiene  tiempo  material,  muchas  veces, 
para  saber  lo  que  debe  fallar  y  lo  que  falla.  La 
buena  intención  le  salva  con  su  conciencia  y  se 
contenta  con  decir: — Me  alegraré  de  haber  acer- 
tado.— No  así  el  ciudadano  pacífico  á  quien  se 
le  obliga  á  fallar  en  una  causa.  Para  él  este  es 
un  grave  problema;  tiene  tiempo  para  estudiar 
y  meditar  este  único  asunto;  desatiende  su  taller 
ó  su  escritorio  ó  su  farmacia  para  ilustrarse  y 
tantear  la  opinión; — tomando  el  chocolate  se 
ihete  la  sopa  por  las  narices;  tomando  café  sume 
sus  ojos, — como  fascinado, — en  aquel  negro 
abismo;  sus  noches  son  inquietas  y  aún  en  sue- 
ños la  tembladora  borla  de  su  gorro  manifiesta 
los  horrores  de  sus  pesadillas.  Su  esposa  y  sus 
hijas  concluyen  al  fin  por  decirle:--iNo  sufras 

.  tanto;  si  se  nos  ha  de  aparecer  por  las  noches 
ese  malvado,  más  vale  que  votes  su  absolución! 

Y  él  vota  que  el  malvado  es  inocente.  Al  menos, 
— dice,  en  el  seno  de  la  familia,  explicando  su 
voto,— si  ese  criminal  tiene  un  resto  de  pun- 
donor y  conducta  le  compromete  á  ser  de  hoy 
en  adelante  un  hombre  honrado! 

Conste  que  yo  no  me  burlo,  Carmen  querida, 
aunque  en  la  forma  sea  un  poco  caprichoso.  No 
quiero  parecerme  en  esto  á  D.  Francisco  Silve- 
la,  que  al  impugnar  el  jurado  se  ha  permitido 
reterir  anécdotas  contra  los  jurados  rurales.  Por 
muchas  que  de  los  jurados  quieran  decirse  se 
habrán  dicho  más  de  los  jueces.  En  el  condenar 
con  dureza  no  llegarán  los  jurados  al  juez  aquel 
de  quien  decía  Mazarino: — ¡Es  tan  buen  juez 
que  se  le  lleva  el  diablo  de  no  poder  condenar 
á  las  dos  partes! — Pues  ¿y  aquel  juez  famoso 
el  cual  decía,  cuando  el  criminal  era  viejo: — 
¡Colgadle  que  ya  tendrá  hechas  muchas! — y  si 
era  joven: — ¡Colgadle  para  que  no  haga  otras? 
— Ni  es  anécdota  despreciable  la  de  cierto  señor 
que  perdió  un  pleito  y  al  decirle  que  lo  había 
perdido  por  voto  unánime  del  tribunal,  replicó: 
— ¡Hombre,  si  los  magistrados  no  han  hecho 
mas  que  dormir!  ¡querrá  V.  decir  por  sueño  uná- 
nime!—  ¡Silencio! — gritaba  un  presidente  de 
Sala: — ¡alguaciles,  pongan  orden!  ¡hemos  fallado 
ya  diez  causas  sin  haber  oído  una  siquiera! 

¡Ahí  ¡La  justicia!  ¡La  justicia  con  jurado  y 
con  jueces,  bajo  el  absolutismo  y  bajo  la  demo- 
cracia, es  una  gran  palabra  que  ha  cubierto, 
cubre  y  cubrirá  grandes  iniquidades!  Entre  las 
del  pueblo  que  juzga  con  pa.sión  y  las  de  los 
gobiernos  que  juzgan  por  interés  optemos  por 


las  del  pueblo:  la  convicción  no  es  la  justicia; 
pero  la  sirve  de  pedestal  al  menos. 

Y  como  te  dije  antes,  seremos  también  sol- 
dados. Esta  reforma  trae  soliviantadas  il  las 
madres,  pensando  ya  que  han  de  quitarlas  A  sus 
hijos;  que  sus  hijos  no  podrán  concluir  .sus  ca- 
rreras; que  ellos  tendrán  que  vivir  en  un  cuartel; 
sufrir  calores  y  lluvias,  y  finalmente,  asistir  y 
morir  en  las  guerras.  No  por  esto  la  reforma  de- 
jará de  planteai-se,  si  bien  ofrece  dificultades 
serias.  Pero  es  inevitable.  ¿Por  qué?  ¿porque  es 
justa?  No,  aunque  justo  es  defender  á  la  patria  con 
las  armas  en  la  mano  y  evidente  que  para  este 
honor  y  este  deber  todos  debemos  ser  iguales. 
Es  inevitable  porque  á  pesar  de  los  filósofos  hu- 
manitarios el  estado  actual  de  Europa  es  un  esta- 
do de  paz  armada  y  guerra  inminente;  lo  es  por- 
que las  demás  naciones  tienen  millares  ó  millo- 
nes de  soldados,  gracias  al  servicio  obligatorio, 
y  nosotros  no  podemos  tenerlos  sino  con  el  mis- 
mo procedimiento.  Por  eso  cuando  se  discute 
gravemente  cuál  sistema  es  mejor,  el  antiguo 
ó  el  nuevo,  se  pierde  el  tiempo;  con  decir: — 
Señores:  dispongámonos  á  ser  conquistados, 
si  no  aparecemos  como  dispuestos  á  ser  con- 
quistadores, —  todo  estaba  ya  dicho.  Otra  co- 
rriente de  la  opinión;  otra  moda.  Los  prusia- 
nos cuando  nace  un  chiquillo  le  ponen  un  casco 
en  vez  de  chichonera;  cuando  ya  es  un  ¡)ollo  en 
lugar  de  bastón  le  regalan  un  fusil,  y  cuando 
muere  le  amortajan  con  el  capote  de  soldado. 
¿Qué  hacer  nosotros  si  con  esos  procedimientos 
han  derrotado  á  Francia,  han  hecho  estremecer- 
se de  asombro  y  de  inquietud  á  Europa?  Copiar 
el  figurín  hasta  en  los  vivos  y  botones.  Así, 
pues,  las  madres  deben  irse  preparando  á  ver 
su  hogar  transformado  en  cuerpo  de  gimrdia  y 
á  sus  hijos  empaquetados  en  un  uniforme. 

Después  de  todo,  los  que  dicen  que  los  jóve- 
nes de  buena  posición  no  podrían  resistir  las 
fatigas  de  la  guerra  como  soldados,  si  bien  po- 
drían resistirías  eomo  oficiales,  porque  no  es  lo 
mismo  hacer  una  marcha  con  dos  an-obas  de 
peso  encima,  que  hacerla  libre  de  estorbos  y 
que  una  cosa  es  andar  á  pié  y  otra  ir  en  jaco  propio 
ó  en  bagaje,  dicen  una  gran  verdad;  pero  tam- 
bién es  cierto  que  para  estos  jóvenes  habrá 
enfermerías.  Este  servicio  regenerará  la  raza, 
y  dentro  de  algún  tiempo  sólo  quedarán  en  Ma- 
drid gentes  robustas,  capaces  de  llevar  una  ca- 
tedral sobre  los  hombros.  Algunos  salvajes 
arrojan  al  río  los  niños  que  nacen  enclenques  y 
los  ingleses  se  contentan  con  pasearlos  casi  en 
cueros  vivos  cuando  nieva.  El  sistema  obliga- 
torio vendrá,  pues,  á  realizar  entre  nosotros  ese 
sistema  de  perfeccionamiento  de  la  raza  por 
reventación  bajo  el  peso  de  la  mochila:  y  en  el 
porvenir  no  existirá  el  tipo  ya  tan  fustigado 
por  los  moralistas  que  se  llama  sietemesino. 

Materialmente  no  cabe  duda  que  la  refonna 
de  Guerra  es  más  grave  que  la  de  Gracia  y  Jus- 
ticia; pues  al  fin  y  al  cabo  al  juzgar  mal  sólo  se 
perjudica  al  reo  y  no  al  jurado,  mientras  que  el 
fusil  no  se  podrá  llevar  por  segunda  persona. 
Esta  ley  es  terriblemente  democrática;  y  cosa 
rara,  trae  nuevamente  á  las  armas  á  la  aristo- 
cracia separada  de  ellas  por  el  materialismo  del 
siglo.  En  los  tiempos  antiguos  los  hijos  de  los 
nobles  no  se  hubieran  quejado  del  peso  de  su 
armadura,  sino  que  por  el  contrario,  hubiesen 
tenido  á  honra  llevar  una  muy  pesada.  Los  du- 
ques, los  condes,  los  barones  eran  jefes  de  la 
caballería  y  marchaban  escoltados  i)or  pajes  y 
escuderos.  Llevíiban  casco  y  coraza,  sobro  una 
cota  de  malla  y  otras  piezas  de  acero  en  brazos 
y  piernas  y  escudo  y  hacha  y  espada  y  lanza; 
los  plebeyos,  en  cambio,  iban  muy  ligeramente 
aunados  y  libres  de  peso;  como  que  su  misión 
era  cuidar  de  los  señores,  los  cuales  fácilmente 
venían  al  suelo, — en  un  choque, — desde  su  ca- 
ballo y  no  podían  rebullirse  dentro  de  tanto 
hierro;  volverles  á  poner  en  la  silla,  y  luego  sa- 
quear los  campos  y  pueblos  vencidoá.  Entonces 
los  que  llevaban  peso  eran  los  estimados  y  los 
que  no  le  llevaban  tan  despreciables  que  cuen- 
tan de  un  rey  que  ordenó  matar  parte  de  su 
infantería  porque  le  estorbaba  el  paso  y  la  vis- 
ta. La  pólvora  concluyó  con  las  armaduras  y 


LA  ILUSTRAOION  IBÉRICA 


291 


con  los  nobles;  se  hicieron  las  guerras  con  ple- 
beyos vestidos  de  levita,  y  todo  hubiera  seguido 
bien  si  la  Prusia  no  hubiese  descubierto  que  el 
talento,  la  erudición,  el  tener  dinero  y  cual- 
quier otro  adorno  social  aprovechan  para  ser 
soldado.  El  sistema  obligatorio  concluye  con  las 
clases,  uniéndolas  en  un  lazo  común,  la  defensa 
de  la  patria  y  la  destrucción  del  género  hu- 
mano. 

A  otro  punto.  Los  sentimientos  fieros  del 
hombre  pueden  engrandecerse  ante  el  espec- 
táculo de  otra  fiereza  mayor:  la  de  los  animales. 
Los  aficionados  á  las  corridas  de  toros  están 
entusiasmados;  en  la  corrida  del  domingo  apare- 
ció en  la  arena  el  toro, — según  dicen  más  bra- 
vo que  se  ha  lidiado  desde  Carlos  IV, — un  toro 
de  Salas  que  arrancó  al  salir  del  toril,  derribó 
caballos  y  picadores,  despejó  la  plaza,  y  herido 
por  un  pica  en  la  médula,  sin  enemigos  á  quie- 
nes matar,  hundía  en  tierra  los  cuernos,  mugia 
y  pateaba,  muriendo  al  fin,  en  un  parasismo  de 
ira  desesperada.  La  inmensa  plaza  le  contem- 
plaba con  admiración;  los  toreros  con  espanto, 
y  al  sacarle  muerto  un  aplauso  universal  mani- 
festó que  los  espectadores  se  conceptuaban  in- 
feriores al  toro  en  grandeza  de  alma.  Se  vio  allí 
xin  pueblo  despreciado  por  un  animal  y  admi- 
rando y  aplaudiendo  este  desprecio. 

Las  carreras  de  caballos  han  empezado  con 
vm  tiempo  feliz,  si  bien  con  algunas  desgracias. 
Un  caballo  se  rompió  una  pata  el  primer  día,  y 
un  jockey  se  fracturó  un  dedo  de  un  pié,  al 
chocar  con  un  poste. 

Los  aficionados  á  los  toros,  se  burlan,  con 
este  motivo,  de  los  anglomanos  sensibles  que 
llaman  espectáculo  bárbaro  á  las  corridas. 

Puede  que  unos  y  otros  tengan  razón,  que 
ambos  espectáculos  sean  igualmente  censura- 
bles ó  igualmente  cultos.  A  las  corridas  ó  á  las 
carreras,  si  ustedes  miran  bien  los  palcos  ó  la 
tribuna,  verán  que  concurre  siempre  una  mujer 
delgada  y  pizpireta  que  no  deja  ver  bien  su 
rostro  porque  lo  cubre  con  la  blonda  de  su  man- 
tilla ó  el  velo  de  su  sombrero. 

Unos  la  toman  por  una  gran  dama,  otros  por 
una  horizontal. 

Pero  sólo  la  conocen  un  torero  ó  un  jockey 
que  al  pasar  y  mirarla  con  súbita  revelación 
exclaman  palideciendo: 

¡Si!  ¡es  ella!  ¡La  muerte! 
Tuyo, 


Fernanplob. 


-*- 


A  LA  TERCERA  VA  LA  VENCIDA 


(COMTIHDACIÓn) 

Aquel  círculo  de  familias  distinguidas,  redu- 
cido, pero  selecto,  que  sin  pretensiones  de  nin- 
guna clase  pasaban  allí  la  temporada  del  vera- 
no en  otro  tiempo;,  aquella  franqueza  y  discre- 
tísima libertad  de  que  gozaban,  se  perdió  por 
completo  con  el  prosaico  ferrocarril  que  lleva 
al  Escorial  todos  los  años  una  colonia  abigarra- 
da de  forasteros  que,  esclavos  del  lujo  y  del 
boato,  se  aburren  soberanamente. 

Yo  puedo  decir,  por  mi  parte,  que  á  nadie 
conocí  cuando  llegué.  Sin  embargo,  mi  buen 
amigo  Carranza  me  indicó  que  aún  existía  allí 
un  pequeño  ^írculo  de  familias  que,  guardando 
las  antiguas  tradiciones  de  aquellos  tiempos 
felices,  se  divertían  á  conciencia,  sin  cuidarse 
de  los  demás  y  sin  temor  al  qué  dirán. 

A  la  noche  siguiente  fui  presentado  á  la  re- 
unión en  la  Lonja,  con  todas  las  formalidades 
de  ordenanza,  y  por  un  capricho  de  la  suerte 
se  divertían,  como  antaño,  en  aquel  momento 
en  vendar  los  ojos  al  sexo  feo  para  que  acerta- 
sen con  la  puerta  principal  del  monasterio. 

Como  es  natural,  se  me  vino  en  seguida  á  la 
memoria  mi  aventura  con  Mercedes  y  la  mane- 
ra con  que  ésta  recompensó  mi  habilidad  para 
marchar  á  ciegas.  ¡Lástima,  pensaba  yo,  que  no 
estuviera  aquí  también  ahora! 


Apenas  formuló  mi  pensamiento  interiormen- 
te, dijo  una  señorita,  en  alta  voz: 

— Por  allí  viene  Mercedes  Z. 

— ¡Sin  su  marido! — añadió  otra  pollita,  que 
estaba  á  mi  derecha. 

¡Qué  alegría  tan  grande  inundó  toda  mi  alma! 
.  Dando  la  derecha  á  otra  señora  de  alguna 
edad,  avanzaba  Mercedes,  transfigurada  por 
completo  y  más  hermosa  que  nunca,  pero  con 
una  tristeza  indefinible  retratada  en  su  sem- 
blante. 

¡Mi  gozo  en  un  pozo!  Otro  afortunado  mor- 
tal, más  listo  que  yo,  había  hecho  suya  aquella 
mujer  que  tanto  me  agradaba. 


Mi  buen  amigo  Carranza  me  presentó,  di- 
ciéndola  mi  apellido. 

Me  parece  que  su  nombre  de  usted  no  es  para 
mí  desconocido. 

— Ya  lo  creo,  señora;  como  que  hace  precisa- 
mente diez  y  seis  años  que  jugando  en  este  mis- 
mo sitio,  como  ahora,  á  vendamos  los  ojos,  tapó 
usted  misma  los  míos  y  premió  mi  destreza  en 
acertar  con  la  puerta  del  monasterio. 

— Y  estoy  dispuesta,— replicó,  sonriéndose 
apenas, — á  repetir  la  experiencia,  suprimiendo, 
por  supuesto,  la  recompensa. 

Sin  esperar  un  momento  más,  me  aproximé 
hacia  ella,  diciendo: 


^ 


st^LtW/.íT^ 


LA  REINA  ISABEL  DE  INGLATERRA  (Retrato  por  Isaac  Oliver) 


— El  llanto  sobre  el  difunto;  ya  puede  usted 
empezar. 

De  nuevo  aquellas  manos  de  raso  pusieron  la 
venda  sobre  mis  ojos,  para  enderezar  mis  pasos 
hasta  la  puerta  principal  del  monasterio. 

C/legué,  me  quité  el  pañuelo,  vi  que  había 
acertado  con  la  puerta,  y  volviéndome  hacia 
Mercedes,  que  me  había  seguido  de  cerca,  dije 
con  aire  contrito: 

— Déme  V.  siquiera  el  brazo  en  recom- 
pensa. 

— Más  todavía,  amigo  mío,  pues  tengo  que 
pedirle  un  señalado  favor,  que  sólo  V.  puede 
hacerme. 

— Pídame  V.  cuanto  quiera.  Por  devolver  un 
instante  la  alegría  á  ese  rostro  tan  hermoso, 
soy  capaz  de  perder  hasta  la  vida,  que  sin  us- 
ted me  es  odiosa. 

— Mal  se  conoce,  cuando  ha  dejado  V.  que 
me  case  con  otro  hombre. 

— Tiene  V.  razón,  Mercedes,  y  me  arrepiento 
de  ello  como  de  mis  pecados...  Pero  volvamos  á 
lo  que  á  V.  le  interesa.  ¿Qué  desea  de  mi? 

—Pues  bien,  amigo  mío;  una  ligereza,  muy 


propia  de  los  poCos  años,  me  hizo  admitir,  sien- 
do soltera,  los  obsequios  de  un  hombre  indigno 
de  áii  cariño.  Conociendo  á  tiempo  por  fortu- 
na, su  infame  egoísmo,  corté  las  relaciones,  sin 
conseguir  que  me  devolviera  mis  cartas. 

Hoy,  ese  hombre  villano,  á  quien  tengo  un 
miedo  horrible,  me  amenaza  con  entregar  el 
paquete  de  cartas  á  mi  marido  esta  misma  no- 
che, y  si  Dios  no  lo  remedia,  me  pierdo  para 
siempre. 

— No  tema  V.  nada,  Mercedes.  Suceda  lo  que 
quiera,  yo  impediré  que  ese  infame  sin  honor 
cometa  tal  felonía. 

Indíqueme  V.  con  una  seña  cuando  so  acer- 
que, y  cueste  lo  que  cueste,  se  las  arrancaré. 

— Gracias,  amigo  mío;  pero  procure  que  na- 
die lo  note,  y  no  se  exponga  V.,  por  Dios. 

Al  poco  rato  se  acercó  á  nosotros  un  hombre 
alto,  rubio,  elegantemente  vestido,  y  con  una 
cara  impasible,  que  me  fué  repulsiva  desde  el 
primer  instante. 

(Se  continuará.) 


Felipe  Mathé 


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294 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


REVISTA  científica 


Dd  raeño,  dd  enracño,  de  loa  sneño»,  del  donnir,  de  I> 
uiestesi)  j  de  otns  oocu  sofiollenUs 

£s  lástima  que  el  autor  del  Llibre  de  les  set 
tdttet,  tan  ingeniosamente  exhumado  por  el 
amigo  Coroleu,  no  viviera  en  nuestros  días,  por- 
que hubiera  podido  añadirle  un  capítulo  más 
con  el  titulo  de  Sdieta  del  magnetisnu.  Hablemos, 
pues,  de  lo  que  tiene  etHhallée  á  nuestra  genera- 
ción, conjuntamente  con  el  alto  saínete  y  el  cri- 
men de  la  calle  de  Montaigne. 

Trátase  de  la  relación  que  de  sus  impresiones 
durante  la  anestesia  por  el  éter, — á  cansa  de 
una  operación  quirúrgica  que  hubo  de  sufrir, — 
ha  escrito  el  doctor  americano  G.  Shoemaker; 
es  un  dociunento  curioso  y  que  interesará  de 
fijo  á  la  generalidad  de  nuestros  benévolos  lec- 
tores. 

Cuenta  el  autor  que  se  dejó  eterizar  sin  difi- 
cultad y  que  «o  experimentó  ninguna  sensación 
desagradable  al  aplicarle  el  hórrido  cucurucho, 
— por  lo  cual  no  podemos  menos  de  enviarle 
nuestra  felicitación  retrospectiva,— clasificando 
enseguida  sus  recuerdos  en  tres  series,  corres- 
pondientes á  los  tres  períodos  primario,  de  in- 
conciencia  y  de  retomo  al  esttido  consciente,  ó 
8Í  ustedes  quieren,  conscio. 

1.°  Periodo  inicial. — No  se  presentó  ningiin 
fenómeno  de  excitación.  Únicamente  recuerda 
Mr.  Shoemaker  que  no  podía  pronunciar  una 
palabra,  pero  no  por  falta  de  ideación  sino  ^j<m' 
impotencia  vocal  y  que  desde  el  centro  partían  á 
la  periferie  como  una  especie  de  auras.  Falta 
de  movilidad  voluntaria.  Desaparición  del  yo. 

2.*  Fase  inconsciente  —  TSA  paciente  experi- 
mentó dos  impresiones:  una  de  ellas  visual  y  la 
otra  auditiva,  consistiendo  la  primera  en  dos  lí- 
neas sin  fin,  ondulantes,  paralelas,  que  se  movían 
rápidamente.  Las  ondas  estaban  colocadas  se- 
gún la  misma  vertical  y  dirigidas  en  sentido 
inverso,  en  disposición  de  cruzarse;  su  altura 
era  igual  á  la  distancia  que  separaba  las  dos 
lineas;  éstas  se  movían  sobre  un  fondo  oscuro, 
monocromo  y  parecían  compuestas  de  puntos 
muy  aproximados,  con  un  movimiento  rápido  y 
regular.— La  impresión  auditiva  consistía  en 
un  sonido  constante,  parecido  al  de  un  torno  (1). 

Carencia  absoluta  de  pensamientos  y  emocio- 
nes. Conservación  del  sentido  muscular.  Aboli- 
ción de  las  sensaciones  visuales,  auditivas, 
olfativas  y  gustativas.  Por  lo  que  hace  á  la  ope- 
ración, ejecutada  en  las  fosas  nasales,  experi- 
mentaba el  enfermo  una  desagradabilísima 
sensación  de  distención  de  la  fosa  izquierda, 
sin  dolor  positivo.  Después,  se  produjo  una  sen- 
sación casi  insoportable  en  el  mismo  lado  de  la 
cara,  debida  sin  duda  á  la  acción  de  una  gubia, 
con  la  cual  se  practicaba  una  resección  de  la 
parte.  ""So  era  dolor,  dice  Mr.  Shoemaker,  sino 
peor  todavía;  la  recuerdo  como  la  sensación  más 
desagradable  que  haya  experimentado  yo  jamás. 
Hubiera  hecho  cualquier  esfuerzo  para  escapar 
de  allí,  pero  me  hallaba  imposibilitado  de  mo- 
verme... No  tenía  en  aquel  momento  noción 
exacta  de  mi  propia  personalidad  ó  de  la  del  ci- 
rujano. Experimentaba,  sin  embargo,  para  coro- 
nar esta  sensación  desagradable,  el  sentimiento 
de  que  una  persona  en  quien  había  tenido  enton- 
ces completa  fe  y  á  quien  había  considerado  como 
un  amigo,  se  aprovechaba  de  una  manera  atroz 
de  mi  impotencia  absoluta.  El  efecto  mental, 
producido  de  esta  suerte,  era  sencillamente 
horrible.» 

Hay  que,  hacer  presente,  sin  embargo,  que  en 
nuestro  país,  y  en  casi  toda  Enrojia,  no  se  em- 
plea el  éter  como  anestésico  general,  no  habien- 
do notado  yo  jamás  en  las  muchas  operaciones 
que  he  presenciado,  que  la  administración  del 
cloroformo  produjera  á  los  pacientes  ninguna 
de  las  impresiones  de  que  habla  el  autor,  aun- 
que sí   fenómenos   de   diferente  orden,   nada 


I  i  I  BegOn  Mr.  Blood,  amcrlctno  también,  las  impresionen 
Tfnuips  y  auditivas  ezperirntotada»  por  Mr.  Sbcmalcer 
too  cotutaules  en  cuautt»  se  sujetan  á  la  acción  anestésica 
del  éter. 


desagradables  pasado  el  periodo  de  excitación, 
especialmente  reviviscencias  de  memoria. 

3.°  Período  de  retomo  á  la  concienda. — Des- 
aparecen rápidamente,  aunque  no  con  instanta- 
neidad, las  lineas  paralelas  y  el  ruido  de  torno. 
El  paciente  se  da  cuenta  de  que  hace  una  ins- 
piración profunda,  acompañada  de  una  suerte 
de  ronquido  y  seguid»  de  una  larga  pausa  res- 
piratoria; el  operado  tiene  perfecta  conciencia 
de  que  semejante  respiración  durante  la  eteri- 
zación indica  un  estado  de  narcosis  profundo, 
vecino  de  la  muerte,  pero  no  siente  por  ello  el 
menor  cuidado,  dominado  enteramente  por  la 
curiosidad  de  lo  que  ha  de  sentir  ahora. 


Durante  este  período  y  antes  de  recobrar 
por  completo  el  conocimiento,  ocurriéronle  mu- 
chas ideas  curiosas,  entre  las  cuales  es  digna  de 
transcribirse  la  siguiente :  «Hallábame  muy 
profundamente  persuadido,  dice,  de  que  me  ha- 
bía sido  dado  entrever  la  expresión  más  senci- 
lla, la  esencia  de  la  naturaleza  de  la  existencia 
humana.  Parecíame  perfectamente  claro  que 
esas  líneas  representaban,  mejor  dicho,  eran  mi 
existencia  (como  alma)  y  que  las  ondas  repre- 
sentaban mi  vida  humana  ó  animal;  ó  en  otros 
términos,  que  las  ondas  (ó  vida  animal)  consti- 
tuían una  modificación  temporal  de  una  condi- 
ción primaria.  Las  ondas  eran  á  buen  seguro 


EL  CONDE  DE  EáSEX  (llelrato  por  Isaac  ulivirj 


muy  delicadas  y  la  menor  fuerza  perturbatriz 
podía  evidentemente  hacerlas  desaparecer  y  no 
dejar  más  que  las  dos  líneas...  Parecióme  que 
era  esa  una  concepción  enteramente  nueva  para 
mí  y  para  la  humanidad  y  que  era  preciso  que 
yo  recordara  todo  lo  que  acaecía  y  lo  anotase  al 
pormenor  cuando  volviese  á  la  conciencia. 

«Había,  indudablemente,  una  onda  definida 
en  el  retomo  de  las  diversas  fases  de  la  con- 
ciencia y  resolví  fijar  las  impresiones  nuevas  á 
medida  que  se  fuesen  sucediendo  y  recordarlas. 
En  un  principio  no  existía  duda  alguna  de  que 
pudiese  ser  esto  fáellmente  realizado,  tan  claras 
me  parecían  las  cosas,  pero  á  medida  que  me 
hacía  yo  más  apto  para  comprender  los  fenó- 
menos que  pasaban  en  el  cuarto,  vime  de  cada 
vez  menos  capaz  de  recordar  lo  que  tanto  había 
procurado  grabar  en  mi  memoria.  Conocía,  en- 
tonces, que  existía  una  influencia,  ó  una  poten- 
cia, de  una  autoridad  absoluta,  sentida,  pero  no 
vista,  enteramente  impersonal ,  fuera  de  mí 
mismo  y  de  la  humanidad.  Parecíame  esto  tan 


evidente  en  aquel  entonces  como  me  parece 
evidente  ahora  la  existencia  de  los  objetos  ma- 
teriales que  me  rodean...  En  manos  de  esa  po- 
tencia, la  memoria  hacíase  impotente,  domada 
por  su  influencia  formidable.  De  una  manera 
firme,  inexorable,  quedó  barrida  mi  determina- 
ción, y  no  pude  á  pesar  de  mis  más  vigorosos 
esfuerzos  y  mi  ardiente  deseo,  volver  á  la  plena 
conciencia  con  un  conocimiento  distinto  de  las 
cosas  que  han  sido  siempre  misterios  para  el 
hombre.» 

Esto  convencimiento  de  haber  entrevisto  fenó- 
mfuos  misteriosos  é  incógnitos  de  qtie  da  cuen- 
ta Mr.  Shoemaker  es  propio  de  los  que  se  han 
encontrado  muy  cerca  de  la  muerte  y  han  po- 
dido después  dar  cuenta  de  sus  impresiones, 
como  por  ejemplo  en  el  envenenamiento  por  el 
haschich,  en  los  suicidios  frustrados  por  ahorca- 
miento ó  sumersión,  etc.  Do  todos  estos  se  ha 
hablado,  por  lo  cual  como  documento  más  nue- 
vo y  autorizado  vamos  á  copiar  el  resultado  de 
un  experimento  hecho  por  un  amigo  de  mister 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


295 


Shoemaker,  el  distinguido  médico  norte-ame- 
ricano Holmes;  conque,  oído  á  la  caja: 

«Respiré  una  vez, — dice, — una  dosis  bastante 
considerable  de  éter  con  intento  de  anotar,  asi 
que  recobrase  la  conciencia,  el  pensa- 
miento que  predominaría  en  mi  espíri- 
tu. La  potente  música  de  la  triunfal 
marcha  en  la  nada  resonó  en  mi  ce- 
rebro y  me  llenó  de  un  sentimiento  de 
posibilidades  infinitas  que  por  un  mo- 
mento hizo  de  mí  un  arcángel.  Desco- 
rrióse el  velo  de  la  eternidad.  La  única 
gran  verdad  que  está  subyacente  á 
toda  la  experiencia  humana  y  que  es 
la  llave  de  todos  los  misterios  que  la 
filosofía  ha  tratado  vanamente  de  re- 
solver, apareció  á  mis  ojos  como  una 
súbita  revelación.  Entonces  todo  fué 
claro,  y  algunas  palabras  habían  ele- 
vado mi  inteligencia  al  nivel  de  la  de 
un  querubín.  Cuando  volví  á  mi  estado 
natural  recordé  mi  determinación  y 
tambaleando  hasta  la  mesa  escribí  en 
caracteres  mal  formados,  irregulares, 
la  verdad  eterna  que  "vacilaba  todavía 
en  mi  conciencia.  Las  palabras  eran 
(los  niños  pueden  sonreír;  los  sabios 
reflexionarán):  «Un  fuerte  olor  á  tre- 
mentina reina  por  do  quier.» 

¡Un  fuerte  olor  á  trementina!  Si  hu- 
biese dicho  que  «está  oscuro  y  huele  á 
queso,»  creemos  hubiera  estado  mucho 
más  en  lo  cierto,  pero  en  fin,  Holmes 
asegura  que  no  huele  á  queso  sino  á  lo 
otro  y  hay  que  creerle  bajo  su  palabra 
de  experimentador. 

Por  lo  demás,  eso  de  creerse  uno 
que  ha  encontrado  la  clave  que  re- 
suelve todas  las  cuestiones,  no  es  pro- 
pio, repetimos,  de  los  anestesiados  por 
el  éter.  Como  hace  notar  muy  bien, 
en  la  Revue  rose,  un  autor  que  se  ocu- 
pa en  este  mismo  asunto,  lo  mismo 
sucede  á  veces  en  el  sueño  natural. 
«Todo  aquel  que  recuerda  algo  sus 
sueños, — dice  el  escritor  aludido, — 
encontrará,  ciertamente,  en  ellos  (so- 
bre todo  si  por  su  profesión  forma  par- 
te de  los  buscadores  de  verdad)  hechos 
análogos.  Despiértase  á  veces  con  una 
impresión  indefinible  de  que  se  acaba 
de  leer  en  un  viejo  mamotreto  una 
frase  fatídica  que  lo  explica  todo  ó  bien 
que  en  las  retortas  que  se  creía  mane- 
jar acaba  de  formarse  la  reacción  que 
sintetiza  todo  el  saber  que  se  busca. 
Recuérdanse  á  veces  las  palabras,  se 
tienen  presentes  los  elementos  que 
hay  que  mezclar  y  en  que  proporcio- 
nes pero  como  Shoemaker  ú  Holmes 
sólo  se  posee  en  realidad  una  fórmula 
vacía  de  sentido  y  que  no  explica 
nada,  ni  aun  ella  misma.  La  forma  en 
que  se  presenta  la  verdad  buscada 
puede  variar  á  lo  infinito,  en  los  sue- 
ños, según  los  individuos  y  según  la 
profesión...  Este  sentimiento  produce 
una  viva  impresión,  muy  extraña,  que 
á  veces  sólo  se  disipa  lentamente  y 
con  pena.» 

La  historia  registra  muchos  casos 
en  que  se  han  tomado  por  revelaciones 
de  verdades  sobre  naturales  estas  in- 
coherentes fantasías,  y  ahora,  puesto 
que  estamos  con  las  manos  en  la  masa 
diremos  que  M.DelbcBuf.bien  conocido 
de  muchos  lectores  españoles,  acaba 
de  publicar  un  curioso  trabajo  sobre 
el  inagotable  tema  de  el  sueño,  del  cual 
viene  á  sacarse  en  conclusión  que  qui- 
zás tendría  razón  Taine  al  decir  que 
todo  es  alucinación  y  fantasía  en  las 
percepciones. 

Una  percepción,  en  efecto,  es  actual  y  la  con- 
cepción de  la  misma  es  /josterior.  Por  lo  mismo 
no  son  simultáneas.  Ahora  bien;  al  experimen- 
tar una  percepción  no  queda  espacio  para  per- 
cibir el  objeto  y  la  imagen  del  objeto  en  el 


mismo  sitio  anatómico  en  que  es  percibida 
la  impresión  original,  debiendo  atribuirse  sen- 
cillamente á  un  hecho  de  hábito  hereditario 
y  personal  la  fe  en  la   existencia  del  objeto 


percibido,    una   vez    fuera  de    su    presencia. 
Supongamos  que  estamos  soñando:  concebi- 
mos sin  percibir;  ¿cómo  saber  si  lo  concebido 
ha  sido  percibido  ó  no?  El  criterio,  se  dirá,  lo 


PRIMAVERA 

da  el  despertar,  interrumpiéndose  la  lógica  de 
los  fenómenos  experimentados  durmiendo;  pero 
esa  lógica  puede  ser  tan  rigurosa  que  resulte 
deficiente  el  criterio  vigil.  ¿Acudiremos  como 
criterio  al  testimonio  de  los  demás?  Puede  ser 
tan  deleznable  como  el  nuestro:  ergo,  nadie  pue- 


de jactarse  de  poseer  un  criterio  científico  ab- 
soluto; nadie  puede  decir  yo  sé  esto  ó  lo  otro, 
desde  el  momento  en  que  nos  es  imposible  poder 
asegurar  si  una  concepción  es  resultado  de  una 
percepción  6  si  ha  brotado  sin  anteceder  una 
impresión  real  percibida. 


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298 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


Sigamos.  No  hay  nadie, — ó  casi  nadie, — que 
no  sepa  hoy  dia  que  inconscientemente  adquiri- 
mos y  conservamos  conocimientos  que  surgen 
inopinadamente  en  forma  de  n^miniscencias  du- 
rante el  sueño,  el  hipnotismo  y  hasta  despier- 
tos vi""- 

La  memoria  se  nos  presenta,  paes,  como  con- 
$erwidora  y  reproductora  de  antiguas  nociones  y 
para  explicar  el  mecanismo  de  esas  formas  emi- 
t*  M.  Delb«uf  la  hipótesis  de  que  existen  en 
loe  órganos  centrales  de  la  percepción  una  serie 
de  capas  su^n^rpuestas  sensibilizables,  que  impre- 
sionan, á  la  manera  que  sucede  con  las  placas 
fotográficas,  las  sensaciones  venidas  del  exterior, 
radicando  los  sueños  en  las  capas  intermedias, 
— 6  sea  aquellas  en  que  quedau  fijadas  las  im- 
presiones de  donde  dimanan  nuestros  instintos, 
nuestras  costumbres  \'  nuestros  recuerdos,  — 
entre  las  profundas  de  los  que  derivan  los 
movimientos  reflejos,  automáticos,  de  lejano  ori- 
gen, y  las  su{)erficiales  en  la  que  quedan  regis- 
trados los  fenómenos  nuevos  de  la  vida  actual. 

En  suma,  tráta.se  de  una  de  las  aplicaciones 
del  principio  general  de  la  fijación  ó  conserva- 
ción do  las  fuerzas.  La  memoria  inconsciente, 
que  aparece  á  veces  en  los  sueños,  es  el  testi- 
monio de  que  subsisten  aún  las  impresiones 
recibidas,  las  emociones  experimentadas,  los  de- 
seos, las  alegrías  y  los  desengaños  que  compo- 
nen el  tejido  de  la  existencia;  capital  ignorado 
que  se  lega  por  herencia  y  trasmite  á  los  hijos 
las  cualidades  y  rasgos  de  sus  padres. 

Compárese  esta  concepción  físico-psicológica 
con  las  puerilidades  de  la  vetusta  psicología  de 
los  Institutos  reducida  á  explicar  los  sueños  por 
la  imngiHáriá*  y  se  verá  si  hay  para  no  sentirse 
orgulloso  del  progreso  realizado  por  los  que  se 
encogen  de  hombros  al  oir  hablar  de  meta-física, 
de  estética  y  de  psicologia  á  priori. 

Alfredo  Opisso. 


VIVIR  DE  MILAGRO 


Frecuentemente  oye  uno  decir  á  propósito  de 
alguna  desgracia  ó  muerte  repentina:  ¡Válganos 
Dios!  ¡Vivimos  de  milagro! 

Esta  frase  que  á  fuerza  de  repetirse  se  ha 
hecho  vulgar,  la  oimos  siempre  como  quien  oye 
una  sentencia  filosófica  sin  parar  mienten  en 
que  es  una  p'^rogriillada  de  las  muchas  que 
oimos  decir,  y  aun  decimos  inconscientemente  á 
cada  |>aso. 

Porque  bien  mirado,  ¿qué  es  la  vida  mas  que 
un  milagro  continuo"? 

Desde  el  momento  que,  venimos  á  este  valle 
llamado  de  lágrimas,  tal  vez  porque  todos  en- 
tramos en  él  llorando,  estamos  expuestos  á  una 
interminable  serie  de  peligros,  que  si  nos  preo- 
cuparan, maldito  el  humor  que  tendríamos  de 
vivir. 

Porque  aparte  de  las  enfermedades  que  nos 
amenazan,  las  cuales  podemos  combatir  con 
ayuda  de  la  ciencia,  puede  acarreamos  la  muerte 
cualquier  causa  imprevista.  Por  ejemplo,  el  dis- 
paro de  un  arma,  una  explosión,  un  descarrila- 
miento, un  rayo,  un  veneno,  un  disgusto  y  otras 
causas  más,  que  sería  larga  tarea  el  mencionar. 

Pre.scindiendo  del  hombre,  que  es  el  enemigo 
mayor  de  la  vida,  por  el  cual  estamos  condena- 
dos todos  á  una  lucha  continua  que  durará 
tanto  en  el  mundo  como  la  raza  humana:  la  lu- 
cha por  la  existencia. 

En  vista  de  esto,  ¿cómo  negar  que  vivimos 
de  milagro? 

Alármanse  las  gentes  al  solo  anuncio  de  que 
.el  cólera  asoma  su  lívido  rostro  por  la  frontera; 
tiemblan  los  políticos  por  el  temor  de  que  el 
desequilibrio  europeo  pueda  provocar  una  gue- 
rra internacional;  asústanse  los  medrosos  ante 


(I)  ruedo citv  como  un  nnuble  aao  de  «tu  remlai<- 
ceneiM  el  hecho  >!<!  un  nottrio  cartagenero,  aeTucenario, 
qoe  ooa  T'Z  cloroformlziilo  cuitó  con  perfecta  aflaación 
una  arla  del  Tanerfio,  de  Bowlni,  cafa  opera  habla  oído 
una  lola  reí  en  au  Infancia.  —A.  O. 


el  espantajo  de  la  revolución  y  no  piensan  que 
dichas  plagas  con  todos  sus  horrores,  son  tan 
grandes  peligros  para  la  existencia,  como,  pongo 
por  caso,  una  tisis  galopante,  ó  el  romperse  la 
crisma  á  consecuencia  de  un  tropezón. 

¡Cuántos  salen  ilesos  de  la  batalla,  y  mueren 
á  manos  de  cobardes  asesinos! 

La  historia  lo  demuestra. 

César,  vencedor  en  cien  combates,  murió  en 
el  Senado,  envuelto  con  su  toga,  herido  por  los 
puñales  de  sus  enemigos. 

La  vida  que  la  guerra  había  respetado,  la 
cortó  con  su  hoz  la  traición. 

Prim  decía  en  África,  que  aún  no  estaba  fun- 
dida la  bala  que  había  de  matarle.  No  se  equi- 
vocó. Las  balas  que  le  respetaron  en  los  Casti- 
llejos, no  eran  las  mismas  con  que  años  después 
cargaron  sus  trabucos  los  cobardes  asesinos  de 
la  calle  del  Turco. 

La  vida,  como  la  célebre  espada  de  Damocles, 
pende  de  un  hilo,  que  un  accidente  cualquiera, 
ó  una  mano  alevosa,  puede  cortar  en  un  mo- 
mento inesperado. 

De  aquí  la  frase  cortaron  el  hilo  de  su  existen- 


cia, que  decimos  refiriéndonos  á  los  suicidas. 

A  propósito.  Uno  de  estos  en  su  testamento, 
que  era  un  salivazo  arrojado  desde  el  umbral 
de  la  tumba  al  rostro  de  la  sociedad,  escribió  la 
siguiente  máxima: 

«La  muerte  es  una  letra  pagadera  á  la  vista 
que  nunca  es  protestada.  Los  suicidas  no  hace- 
mos más  que  adelantar  el  pago.» 

A  juzgar  por  el  estilo,  su  autor  fué  un  comer- 
ciante. 

Si  en  el  orden  físico  vivimos  de  milagro,  nos 
sucede  otro  tanto  en  el  orden  moral. 

Porque  en  España  todo  vive  de  este  modo. 

Las  instituciones. 

El  gobierno. 

El  país. 

No  lo  duden  ustedes. 

De  la  lealtad  de  cuatro  sargentos  pende  la 
vida  de  las  instituciones;  del  capricho  de  la  vo- 
luntad regia  la  existencia  de  los  gobiernos;  de 
los  desaciertos  de  éstos,  la  ruina  del  país. 

En  el  mundo  artístico  y  literario,  sucede  lo 
propio. 

¿Qué  más  milagro  que  la  vida  de  la  mayoría, 


ESTUDIO  DE  PAISAJE 


de  los  que  en  España  se  dedican  al  cultivo  de 
las  bellas  letras  por  amor  al  arte? 

Bohemio  hay  que  sabe  todas  las  mañanas 
donde  cenó  la  noche  anterior, — en  el  supuesto 
de  que  cenara, — pero  que  ignora  donde  se  des- 
ayunará. 

De  Roberto  Robert  se  cita  una  ingeniosa  frase 
que  debo  reproducir. 

A  propósito  de  los  famosos  saltos  deLeotard, 
dijo  en  una  reunión  de  amigos: 

— Yo  he  saltado  más  que  el  célebre  gim- 
nasta. 

—¿Usted? 

— Sí,  señores,  yo. 

— ¿Es  posible? 

— He  saltado  desde  la  noche  de  un  lunes, 
hasta  la  mañana  de  un  jueves,  sin  tropezar  en 
el  camino  con  un  solo  garbanzo. 

En  tiempo  de  Robert,  que  Tanner,  Succi, 
Merlati  y  otros  ayunadores  célebres,  no  habían 
aún  ensayado  el  problema  de  vivir  sin  comer, 
lo  hecho  por  el  festivo  escritor,  era  un  verda- 
dero milagro. 

A  pesar  de  lo  que  opinen  en  contra  los  parti- 
darios del  ayuno,  yo  creo  que  en  nuestro  tiempo, 
vivir  sin  alimentarse  también  lo  es. 

Y,  sin  embargo,  muchos  viven  al  parecer  por 
el  sistema  de  Tanner,  sin  que  por  eso  sufran 
novedad  en  su,  para  ellos,  importante  salud. 

Observen  ustedes  esa  multitud  de  cesan- 
tes, pretendientes,  timadores,  vagos  de  profe- 
sión, etc.,  ete.,  que  á  todas  horas  pulula  por  la 


Puerta  del  Sol  é  invade  los  cafés  y  sitios  con- 
curridos. Seres  todos  ellos  sin  recursos  ni  pro- 
fesión conocida,  su  e.'iistoncia  es  un  problema 
del  cual  tienen  la  clave  los  agentas  de  policía. 
Infórmense  ustedes  de  éstos  y  les  dirán  que 
tales  vagabundos  los  unos  viven  del  sable,  los 
otros  del  timo,  los  más  de  levantar  muertos,  en 
general  de  milagro. 

Los  poetas  para  representar  la  fragilidad  de 
la  existencia,  la  han  comparado  á  una  vela  en- 
cendida, que  una  ráfaga  de  viento  puede  com- 
prometer. De  aquí  la  frase  nuestra  vida  es  un 
soplo,  que  decimos  vulgarmente.  ¿Saben  ustedes 
por  qué?  Porque  se  apaga. 

J.  F.  Sanmartín  y  Aguirre. 


-*- 


TIPOS  DE  SALÓN 


Es  joven,  goza  en  los  salones  fama  de  ele- 
gante, simpatizan  con  ella  todos  los  jóvenes 
que  la  tratan,  y  la  envidian  las  de  sw  sexo. 

Sin  ser  hermosa,  ni  bonita,  tiene  muchos 
atractivos  que  la  sirven  á  manera  de  ingenio- 
sos reclamos,  pues  diariamente  aparecen  á  su 
alrededor  nuevos  pretendientes  á  su  amor. 

Su  carácte.r  es  alegre,  jovial  y  re.servado.  Su 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


299 


corazón,  según  dejan  entrever  algunas  de  sus 
manifestaciones,  parece  de  hombre  por  su  in- 
sensibilidad, y  por  su  inconstancia  nos  conven- 
cemos que  es  de  mujer. 

Como  tal,  y  como  joven,  posee  una  imagina- 
ción pronta  y  poderosa  que  con  frecuencia  la 
hace  soñar,  á  pesar  de  encontrarse  dispierta. 

Es  irreflexiva  y  rencorosa,  y  su  irreflexión  y 
su  rencor  anuncian  respectivamente  que  no  co- 
noce muy  bien  la  sociedad,  y  que  la  domina  el 
orgullo,  que  proviene  del  amor  propio. 

Su  conversación  es  agradable  y  por  regla  ge- 
neral irónica  y  graciosa,  á  lo  cual 
contribuye,  muy  mucho,  una  risa 
franca,  intencionada  y  provocati- 
va, que  es  su  inseparable  compa- 
ñera. No  le  gusta  hacer  uso  de  fra- 
ses rebuscadas  y  ridiculas  metáfo- 
ras, pero  estima  mucho  la  claridad 
en  el  lenguaje,  por  lo  cual  se  ex- 
presa siempre  con  palabras  de  todos 
conocidas  y  con  oi-aciones  bien  de- 
terminadas, y  procura  que  los  in- 
geniosos chistes  y  abundantes  bro- 
mas que  intercala  en  la  conversa- 
ción resulten  claras  y  precisas,  y 
estén  exentas  de  redundancias  y 
confusiones. 

Por  su  genio  resuelto,  animado 
y  desenfadado,  es  un  elemento  muy 
importante  en  las  tertulias  y  sa- 
raos, pues  comunica  á  todos  su 
animación  y  su  buen  humor,  siquie- 
ra sea  mientras  éstos  duren,  y  sólo 
aparentemente. 

Critica  con  sarcasmo,  mas  no 
con  ensañamiento,  y  cuando  se  bur- 
la de  alguien  lo  hace  comedida- 
mente, pejo  recurre  á  maliciosas 
alusiones  para  producir  los  mejores 
efectos. 

En  los  salones  atiende  á  cuantos 
le  dirigen  la  palabra  y  tiene  para 
todos  contpjitaciones  oportunas  y 
discreteos  sutiles. 

Le  gusta  que  á  su  alrededor 
haya  siempre  muchos  admiradores, 
y  como  no  le  agrada  acarrearse 
enemigos,  entretiene  á  los  que  tiene 
con  suma  habilidad  y  prudente  co- 
quetería sin  darles  esperanzas,  pero 
sin  quitárselas. 

No  distingue  á  ninguno  más  que 
á  los  demás,  y  por  esto,  aquellos 
de  sus  adoradores  que  llegan  á  en- 
terarse de  lo  que  podemos  llamar 
su  inocente  coquetismo,  le  perdo- 
nan esta  falta  á  cambio  de  su  buen 
comportamiento. 

Observa  á  todos  con  mucho  des- 
caro y  fijeza;  examinándolos  dete- 
nidamente con  mirada  penetrante 
y  escudriñadora,  parece  que  pre- 
tende descubrir  sus  más  resueltos 
pensamientos,  sus  pasiones  y  sus 
deseos;  fíjase  en  todos  los  detalles 
de  los  trajes,  peinados,  alhajas  y 
demás  adornos;  pone  mucha  aten- 
ción en  las  conversaciones  que  se 
sostienen  á  su  alrededor,  fingien- 
do que  está  distraída,  y  recorre  con  la  vista  y 
muy  despacio  los  semblantes  de  los  que  hablan, 
como  si  tratara  de  averiguar  hasta  qué  punto 
es  cierto  lo  que  dicen  é  intentara  conocer  por 
sus  caras  los  odios  que  en  el  fondo  les  separa  y 
las  circunstancias  que  en  apariencia  les  unen 
estrechamente,  ó  deseara  convencerse  de  que 
algunos  interlocutores  aman  á  determinadas 
personas,  procurando  ocultarlo. 

Toca  el  piano  regularmente,  y  como  es  más 
amiga  de  la  música  ligera  y  juguetona,  que 
no  requiere  mucho  estudio,  que  de  la  seria  y 
profunda,  que  exige  grandes  trabajos,  en  él 
sólo  ejecuta  piezas  de  baile,  composiciones  po- 
pularos y  aires  nacionales  de  más  ó  menos 
gusto. 

Canta  únicamente  cuando  son  pocos  los 
oyentes  y  éstos  de  confianza  é  intimidad.  Des- 


pués de  lo  dicho,  ya  se  comprenderá  que  su  gé- 
nero de  canto  predilecto  es  e\  Jlamevco. 

En  lo  que  más  se  distingue  es  en  el  baile,  y 
especialmente  en  el  vals,  que  es  su  danza  favo- 
rita. Su  genio  vivo,  sus  prontos  movimientos  y 
la  agilidad  de  sus  pies,  contribuyen  mucho  para 
que  consiga  valsar  á  la  perfección,  con  la  velo- 
cidad y  destreza  que  pide  el  ligero  compás  de 
este  baile. 

En  resumen,  es  el  tipo  genuino  de  la  joven 
de  diez  y  ocho  años,  alegre  y  virtuosa,  elegante 
sin  afectación,  reservada  y  complaciente,  indi' 


ferente  en  muchas  cosas,  en  otras  insensible, 
y,  para  terminar,  dominada  algún  tanto  por  las 
ideas  positivistas  de  nuestro  siglo,  pues  no  se 
decide  por  ninguno  de  sus  adoradores,  porque 
espera  tener  uno  que  le  aventaje  en  fortuna  y 
posea  un  titulo  nobiliario,  con  lo  cual  consegui- 
ría lo  que  su  familia  y  ella  han  apetecido  siem- 
pre, unir  á  sus  riquezas  más  riquezas,  é  intro- 
ducirse en  la  aristocracia. 

Con  esto  la  sociedad  olvidaría  por  completo 
que  su  padre  nació  pobre  y  en  modesta  cuna, 
y  que,  dedicándose  al  comercio  cuando  joven, 


FRANCISCO  I  .Escuela  de  Clouet) 


ha  llegado  á  sor  millonario  por  medios  que  nO 
todos  juzgan  honrosos. 

II 

Abunda  mucho.  Habla  bastante  y  piensa  po- 
co, porque  no  tiene  capacidad  suficiente  para 
pensar  mal. 

En  cuantos  sitios  se  presenta,  hace  alarde  de 
una  porción  de  cualidades  que  no  posee,  mas 
conviene  advertir  que  él  cree  de  buena  fe  todo 
lo  contrario. 

Es  de  estatura  regular,  de  cuerpo  rechoncho 
y  mal  formado;  su  cara  ovalada,  ancha  y  de  ca- 
rrillos mofletudos,  carece  de  atractivos;  sobre 
su  disforme  nariz  apój'anse  unos  lentes  engar- 
zados en  oro,  y  tras  ellos  dos  ojos,  sin  ninguna 
expresión,  dirigen  miradas  insolentes  y,  en  apa- 
riencia, profundas  á  cuanto  les  rodea. 


Tiene  una  carrera  literaria.  Los  estudios  que 
ha  cursado  para  obtener  el  titulo  de  licencia^ 
do,  los  ha  hecho  en  doble  número  de  años  de 
los  que  marca  el  reglamento,  y  se  ha  logrado 
demostrar  su  svjiciencia  en  las  asignaturas  res- 
pectivas, se  debe  á  las  altas  influencias  que 
para  conseguirlo  se  han  puesto  en  juego. 

Posee  otro  titulo,  aunque  no  académico,  y  á 
él  dedica  todas  sus  atenciones  y  gran  parte  de 
sus  rentas,  con  objeto  de  ostentarlo  ante  so- 
ciedad con  el  mayor  esplendor  posible;  es  decir, 
de  manera  que  éste  deslumbre  cuanto  pueda  y 
sin  atender  á  que  dicho  esplendor,  más  ó  me- 
nos deslumbrante,  perjudica  sus  intereses,  exi- 
giendo, como  exige,  gastos  mayores  que  los  que 
pueden  sostener  los  de  su  ya  no  muj^  grande 
capital.  No  obstante,  como  está  plenamente 
convencido  de  que  en  la  actualidad  se  ganan 


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302 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


todas  las  voluntades  presentándose  en  la  socie- 
dad como  aristócrata  y  rico,  y  no  ignora  que  á 
nadie  se  le  ocorre  preguntar  si  efectivamente  es 
k>  último,  y  menos  si  tiene  ó  no  talento,  si  es 
honrado  ó  miserable,  gasta  sin  pensar  en  el  per- 
venir  }'  derrocha  sin  prever  que  esto  le  puede 
ocasionar  muy  desgraciadas  consecuencias.  Si 
alguna  vez  pasa  por  su  imaginación  semejante 
idea,  en  vez  de  horrorizarse,  vanagloriase,  por- 
que causa  admiración  y  se  jacta  de  humillar  á 
los  pocos  é  ignorantes  hombres  que  no  estiman 
ni  aprecian  más  cualidades  que  la  riqueza,  el 
lujo  y  la  ostentación  excesiva. 

£n  los  grandes  saraos,  en  las  tertulias  de 
confianza,  es  siempre  muy  digno  de  estudio. 

Si  hav  baile,  él  es  el  bailador  infatigable, 
que  no  descansa  mientras  aquél  dura,  y,  al  ter- 
minar, todavía  está  dispuesto  á  seguir  bailan- 
do. En  el  rigodón,  se  mueve  tan  acompasada- 
mente, que  en  los  movimientos  que  se  repiten 
varias  veces,  pisan  sos  pies  en  todas  ellas  en 
los  mismos  sitios;  hace  gala  de  su  seriedad, 
avanza  y  retrocede  con  extremada  fineza,  y,  al 
saludar,  inclina  todo  el  cuerpo,  porque  cree  que 
á  mayores  reverencias  corresponde  mayor  dis- 
tinción. Si  se  baila  vals,  aquella  mole  de  carne 
que  antes  nos  parecía  pesada  y  casi  inamovi- 
ble, preséntasenos  como  cuerpo  ligero  y  de  fá- 
ciles movimientos,  pues  lo  vemos  dar  vueltas 
con  una  i^gilidad  asombrosa;  si  nos  fijamos  en 
sa  cara  creeremos  que  la  tiene  barnizada,  por- 
que está  humedecida  por  copioso  sudor,  y,  al 
par  que  copioso,  sucio;  veremos  que  sus  mofle- 
tes han  adquirido  un  fuerte  sonrosado,  que  se 
ha  hecho  extensivo,  aunque  con  menos  intensi- 
dad, á  las  demás  partes  de  su  rostro,  y  obser- 
varemos que  su  respiración  acredita  una  exce- 
lente salud  en  sus  pulmones. 

Si  se  juega,  es  él  uno  de  los  jugadores  mis 
importantes,  si  se  atiende  á  las  posturas  que 
hace  y  á  lo  mucho  que  habla.  Enreda  sin  cesar 
con  el  dinero  que  tiene  delante,  y  mueve  cons- 
tantemente cabeza  y  brazos  en  todas  direccio- 
nes con  una  ligereza,  al  parecer,  infatigable, 
originada  por  la  exaltación  de  sus  nervios.  Si 
le  preguntan  cómo  le  va  en  el  juego,  contesta: 
«pierdo  una  porción  de  pesetas.»  Si  alguna  vez 
gana  tanto,  que  los  demás  llegan  á  observar  su 
buena  suerte,  dice  con  la  mayor  tranquilidad: 
«gano  unos  cuantos  reales;»  pero  tiene  buen 
cuidado  de  advertir  que  éstos  no  llegan  á 
veinte. 

Hablando,  pone  siempre  de  manifiesto  su 
presunción,  su  ignorancia  y  su  grandísima  im- 
becilidad. Como  pretende  cubrir  plaza  de  hom- 
bre instruido,  en  la  conversación  alardea  de  in- 
teligente, empleando  palabras  escogidas  y  poco 
oídas,  y  como  él  no  conoce  sus  verdaderas  sig- 
nificaciones, sucede  frecuentemente  que  habla 
sin  corrección  y  que  su  lenguaje  se  hace  ininte- 
ligible para  la  mayoría  de  sus  oyentes.  A  pesar 
de  esto,  habla  muy  despacio,  con  objeto  de  de- 
leitarse oyendo  lo  que  él  mismo  dice. 

Como  consecuencia  de  la  afectación  que  em- 
plea en  todo,  de  su  no  muy  cultivada  inteligen- 
cia, de  su  petulancia  y  de  su  limitadísimo  ta- 
lento, resulta  que  es  antipático  á  los  que  le 
tratan  y  á  muchos  que  sólo  lo  conocen  de  vista, 
y  que  su  especial  carácter  le  acarrea  muchos 
odios  y  muy  abundantes  desprecios. 

En  él  ven  todos  representado  á  un  joven 
aristócrata,  orgulloso,  ignorante,  amigo  de  hu- 
millar á  los  demás,  charlatán  y  derrochador;  y, 
¡)or  si  no  fuese  bastante,  vislumbran  ya  su  pró- 
xima ruina,  con  lo  cual  perderá  los  pocos  adep- 
tos que  tiene  en  la  actualidad. 

Ricardo  J.  Tranzo. 


BIBLIOGRAFÍA 


OíaiíM  peqmeUio;  por  Jote  Kftbonero. -Madrid,  1887 

Si  no  tuviese  ya  el  señor  Zahonéro  conquis- 
tada su  reputación  de  escritor  notable  daríasela 
sin  duda  alguna  el  bello  libro  que  acaba  de  pu- 
blicar, ilustrado  con  lindísimos  dibujos  de  Ur- 


nitia.  Es  una  colección  de  cuentos  trabajados 
con  tanto  cuidado  en  la  forma  como  originali- 
dad en  el  fondo,  encerrando  todos  ellos  una  dul- 
ce filosofía.  Los  niños  saborearán  sin  duda  este 
tomito  en  el  cual  la  brillautoz  del  estilo  .se  her- 
mana c(m  la  moralidad  é  interés  de  la  intención. 

* 

*  * 

labro  de  Madrid  y  Adrtrleneia  de  foratlero»,  por  Manuel 
Ossorlo  y  Beruard.— Madrid,  1887 

Puede  estar  seguro  todo  el  que  lea  un  libro 
del  señor  Ossorio  que  ha  de  encontrarse  con  un 
buen  caudal  de  ingenio,  irreprochable  correc- 
ción de  lenguaje,  sanas  ideas  y  curiosísima  en- 
señanza. Tales  son  las  cualidades  que  descue- 
llan también  en  el  libro  de  que  tratamos,  con  el 
cual  se  deleitarán  sin  duda  las  pei-sonas  aman- 
tes de  la  literatura  amena  y  de  buena  cepa  es- 
pañola. 

*  * 

BibUoleea  X,  tomo  I.—Areo  <r<<.— Madrid,  1887 

Con  dicho  título  acaba  de  inaugurarse  en  Ma- 
drid una  publicación  de  bonitos  trabajos  en 
prosa  y  verso,  de  carácter  festivo,  en  la  cual  co- 
laboran escritores  tan  apreciables  como  los'se- 
ñores  Albeniz,  Borras,  Camacho,  Carrillo  de 
Albonoz,  Diego,  Letran,  Mario  (hijo),  Martínez 
Medina,  Pascual,  Serrano,  etc.  El  precio  de  cada 
tomo  quincenal  es  el  de  75  céntimos  de   peseta. 

Carlos  Mendoza. 


DONNA  VORREI  MORIR. 


(DE  L.   STECCHETTI) 


Yo  quisiera  morir,  pero  extasiado 

con  tu  más  puro  amor; 
verme  á  lo  menos  una  vez  amado 

sin  sentir  el  rubor. 

De  mi  agitada  vida  la  pureza 

toda  poderte  dar; 
reclinar  sobre  tu  hombro  la  cabeza... 

¡y  ya  no  despertar! 

Cayetano  de  Alvear. 


-*- 


NUESTROS  GRABADOS 


IH  IL  QIBINETI  DtL  COLICCIOMISTl:  UK  OBIBÁDO  RABO 

Cuadro  de  Lerche 

Excelente  obrita,  ejecutada  em  anwre  y  perfecto  conoci- 
miento del  apunto.  Los  coleccionistas  de  estampas  se  me- 
recen ser  tratados  con  toda  consideración,  pues  constitu- 
yen un  gremio  respetabilísimo  por  su  formalidad  y  buen 
gusto. 

RETRATOS  INOLIStS  ANTIGUOS 

La  reina  Isabel.— El  coruU  de  E»»ex 
Ambos  retratos  son  obra  de  Isaac  Oliver  (1656  1017),  ar- 
tista de  nrlsrfn  francés,  aunque  naturalizado  en  Inglaterra. 
Fué  discípulo  de  Zucchero  y  de  Hllliard  y  no  tuvo  rival 
como  miniaturista,  por  la  exquisita  dellcade/a  de  su  toque. 
En  cuanto  á  los  originales  de  los  dos  retratos  que  damos 
boy,  no  hay  para  qué  blogniflarlefi.  siendo  bien  sabido  quien 
fué  la  ilustre  asesina  de  Mnrla  Estuardo  y  no  menos  el  favor 
de  que  gozó  con  ella,  de  55  años,  el  conde  de  Essez  que  sólo 
contaba  21,  hasta  que  fué  dfgolUdo,  quirás  más  por  haber- 
la llamado  vitja  (contaba  67  años  ala  sazón)  que  no  por 
conspirar  á  favor  de  los  puritanos. 

ÜN  KAKVIRRON 

Cuadro  de   Muñoz   Degrain 
Dibujo  de  P.  y  Valor 

A  primera  vista  se  revela  en  esa  obra  la  factura  de  un  gran 
maestro,  amplia,  sólida.  La  composición  es  acertadísima  por 
la  armonía  y  naturalidad  que  resulta  del  conjunto  y  en  cuanto 
al  tema  e»  de  esos  que  mueven  siempre  á  interés  desde  el 
momento  en  que  se  trata  de  una  escena  en  que  interviene 
uno  de  aquellos  tipos  peculiares  á  nuestro  pais,  del  cual  to- 
maron los  franceses  el  tuyo  de  malamoro».  ' 

CASCA»)    01    LA    TRINIDAD   CK    EL   UOKA8TESI0   DE   PIEDRA 

Dibujo  de  E.  Villardell 

Está  situado  el  monasterio  de  Picilra  en  la  margen  dere- 
cbs  de  este  rio,  partido  de  C'alatayud,  en  la  pendiente  de  una 


sierra  que  lo  defiende  de  los  vientos  del  Norte.  Abunda  en 
ricos  mármoles,  tanto  q<ie  la  cerca  era  toda  de  dicho  mate- 
rial en  bruto.  La  antigua  laguna  de  los  Argalides  donde  se 
criaban  sabrosas  truchas,  hállase  convcrtUlo  hoy  en  parque 
de  ostricultura.  Hay  cuatro  despeñaderos  y  una  cascada  na- 
tural, siendo  con.siderado  este  sitio  como  uno  de  los  más  pin- 
torescos de  Europa.  Pertenecía  el  monasterio  i  la  orden  cls- 
tercieuse. 

PRIMAVERA 

Hemos  creído  necesario  poner  ese  grabado  á  fln  de  que 
no  se  pierda  la  tradición  astronómica,  según  la  cual  hay  una 
estación  del  año  llamada  asi.  Por  lo  demás,  yo  he  creído 
siempre  que  la  primavera  no  existe  sino  en  la  Imaginación 
de  los  poetas, 

DOI.CIS    UOMKNTOS 

Cuadro  de  A.  JioiUini 

Esa  obra  es  inspiradisimaj  es  un  poema.  Ahí  está  vivo, 
adorable  el  sentimiento  de  la  maternidad,  sorprendido  en  un 
momento  de  abandono,  sin  aparato,  sin  convencionalismo. 
El  gran  mérito  de  ese  cuadro  está  en  que  representando  >in 
asunto  risueño,  juguetón,  impone  respeto,  y  en  vez  de  pro- 
ducir una  sonrisa  sume  en  la  severa  meditación  que  origina 
siempre  la  contemplación  de  lo  augusto. 

E3TDD10  DE  PAISAJE 

Una  laguna  y  á  su  orilla  una  haya  de  sin  igual  magnifi- 
cencia; praderas;  las  vacas,  inmóviles  y  solemnes,  paciendo  en 
la  majestad  de  la  silenciosa  campiña...  ¿qué  más  se  necesita 
para  un  dibujo  que  haga  recordar  las  delicias  del  campo  á  la 
manera  que  recordaba  el  Toboso  don  Quijote  al  contemplar 
las  tobosescas  tinajas? 

FRlNCiaCO  I 

Eicuela  de  Clouel 

Las  obras  de  Clouet  y  sus  discípulos  son  Interesantes 
como  última  manifestación  del  arte  castizamente  francés, 
libre  de  toda  influencia  Italiana.  Era  Clouet  discípulo  lejano 
de  Van  Eyak  por  las  lecciones  de  su  padre  Johan  Clouet,  fla- 
menco. Sus  retratos  son  admirables  por  lo  exactos  y  verda- 
deros, asi  como  por  su  maravillosa  delicadeza,  constituyendo 
preciosos  monumentos  de  historia,  tan  Importantes  como  las 
más  estimables  crónicas. 

En  cuanto  á  Francisco  I,  no  hay  para  qué  decir  quien  era, 
pues  todo  español  se  lo  tiene  sabido  ya  de  sobras. 

LOS  DRtUAS  DE  SHAKISPEARE 

Romeo  y  Julieta 

Acto  II.  —  Esceha  II.  —  Julieta  y  Romeo. 
(Julieta  reaparece  en  la  ventana) 

Jhlieta.— íPsst,  Romeo,  psstl  lOh!  iQue  no  tenga  yo  la 
voz  del  halconero  para  hacer  volver  á  mi  á  ese  geulil  azor 
terzuelol  La  esclavitud  tiene  la  voz  enronquecida  y  no  puede 
hablar  alto;  sin  eso,  penetrarla  yo  en  la  caverna  donde  duer- 
me Eco  y  le  pondría  su  voz  aérea  más  ronca  que  la  mía  á 
fuerza  de  hacerle  repetir  el  nombre  de  Romeo. 

Romeo.— MI  alma  es  la  que  pronuncia  mi  nombre.  iCon 
qué  dulce  timbre  argentino  resuenan  las  voces  de  los  aman- 
tes durante  la  noche!  Es  como  la  más  dulce  música  para  oídos 
atentos . 

Julieta.— iRomeol 

Romeo.— ¡Mi  amor! 

Julieta.— ¿A  qué  hora  enviaré  mañana  á  saber  de  ti? 

Romeo.— A  las  nueve. 

Julieta. — No  dejaré  de  hacerlo.  De  aquí  i.  entonces  van 
á  pasar  veinte  años.  He  olvidado  porque  te  había  llamado. 

Romeo.— Permíteme  que  permanezca  aquí  basta  que  lo 
recuerdos. 

Julieta.— Lo  olvidaré  aun,  á  fln  da  hacerte  quedar,  y 
no  me  acordaré  más  que  del  amor  que  tengo  por  tu  com- 
pañía. 

Romeo.— Y  yo  me  quedaré  para  hacer  que  olvides  toda- 
vía, olvidado  yo  mismo  de  que  tengo  otro  alojamiento  que 
este  jardín. 

JniiKTA.- Yaes  casi  de  día:  quisiera  que  hubieses  partido 
y,  sin  embargo,  no  más  lejos  que  el  pájaro  de  una  loqullla 
que  le  deja  alejarse  un  poco  de  su  mano,  semejante  á  un 
pobre  preso  en  sus  ligaduras,  y  que  le  retiene  con  un  hilo  de 
plata,  tan  amorosamente  celosa  está  de  su  libertad. 

Romeo.—  Quisiera  ser  tu  pájaro. 

Julieta.— Amor  mío,  yo  lo  quisiera  también;  sin  embar- 
go, te  matarla  haciéndote  demasiadas  caricias.  iBuenas 
nochesl  iBuenas  noches!  La  separación  es  un  doloi  tan  deli- 
cioso que  diría  buenas  noches  hasta  mañana.  (Rttiraie  dtt 
balcón.) 

Acto  V.— Escena  1.— Romeo  y  el  boticario 

Boticario.— ¿Quién  llama  tan  recio? 

Rombo.— Ven  aquí,  amigo.  Veo  que  eres  pobre;  toma,  ahí 
van  cuarenta  ducados;  procúrame  una  dosis  dé  veneno,  un 
veneno  tan  rápido,  que  asi  que  se  habrá  esparcido  á  través 
de  mis  venas,  el  desdichado  fatigado  de  la  vid*  que  lo  haya 
tomado  pueda  caer  muirlo  y  su  alma  pueda  ser  despedida 
tan  violentamente  de  su  cuerpo  como  la  pólvora  rápida,  una 
vez  inflamada,  se  precipita  fuera  de  las  entrañas  del  fatal 
cañón. 

Boticario.- Tengo  esas  mortales  drogas,  pero  hay  pena 
de  muerte  en  Mantua  para  el  que  descubra  que  las  tiene. 

Romeo.  — iQuél  |Te  hallas  tan  desnudo  y  miserable  y  te 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


303 


da  miedo  morirl  El  hambre  se  aloja  en  tus  mejillas,  la  nece- 
sidad y  la  indigencia  asoman  f  n  tus  ojos,  el  desprecio  y  la 
mendicidad  penden  en  tu  espalda,  ni  el  mundo,  ni  las  leyes 
del  mundo  te  son  amigos;  el  mundo  no  promulga  leyes  que 
puedan  hacerte  rico;  por  consiguiente,  cesa  de  ser  pobre, 
viola  la  ley  y  toma  este  oro. 

BOTiCAEío.— Mi  pobreza  es  la  que  consiente,  no  mi  vo- 
luntad. 

RoMKO.— Pago  tu  pobreza  y  no  tu  voluntad. 

Boticario.— Echad  eso  en  cualquier  liquido,  en  el  que 
queráis,  y  bebedlo;  aunque  tuvieseis  la  fuerza  de  veinte  hom- 
bres, eso  os  despacharla  Inmediatamente. 

Rojiso.— Hé  aquí  tu  oro;  el  oro  es  para  las  almas  de  los 
hombres  un  veneno  peor  y  que  comete  más  muerte?  execra- 
bles en  el  mundo  que  no  esas  pobres  drogas  que  no  tienes 
permiso  de  vender.  Yo  soy  el  que  te  vende  veneno;  tú  no  me 
has  vendido  ninguno.  Adiós;  compra  manjares  y  trata  de 
engordar.  Ven,  cordial,  y  no  veneno;  ven  conmigo  á  la 
tumba  de  Julieta;  porque  allí  es  donde  haré  uso  de  ti. 
(Salen.) 

Tales  son  las  dos  escenas  que  con  admirable  inspiración  y 
ejecución  incomparable  ha  dibujado  Dicksee,  el  más  fiel  in- 
térprete hasta  ahora  de  la  ilustración  do  Romeo  y  Julieta,  tal 
como  debe  entenderse  en  el  sentido  shakespearlano. 

LA    LOCOB»    DS    HUGO   VAN   DBR  GOES 

Cuadro  de  Emilio  Wauters 

Fué  Hugo  van  der  Goes  uno  de  aquellos  grandes  discípu- 
los de  los  van  Eyck  que  tan  alto  pusieron  el  nombre  de  la  es- 
cuela flamenca  en  la  segunda  mitad  del  siglo  xv. 

Nació  en  Gante  en  1420  y  distinguióse  ya  desde  temprana 
edad  como  excelente  artista. 

Afectado  de  honda  tristeza  por  el  fallecimiento  de  su  es- 
posa, retiróse  al  monasterio  de  Rodensdale,  cerca  de  Bruse- 
las, donde  su  tristeza  degeneró  en  locura  melancólica.  Cada 
vez  que  le  sobrevenía  un  acceso  conseguíase  calmar  al  pá- 
stente al  son  de  acordada  música. 

Tal  es  el  asunto  en  que  se  ha  inspirado  el  eminente  pintor 
belga  Emilio  Wauters,  rindiendo  así  un  homenaje  de  respeto 
auna  délas  írlorias  del  arte  nacional  y  dejando  al  par  ala  pos- 
teridad una  de  las  mejores  obras  de  este  tiempo. 

LA  rAUU.M   DKI.  PISCADOB 

Fresco  de  Puvis  de  Chavannei 

iVáyanle  Vdes.  con  realismos  ni  zolaismos  á  M.  Puvis  de 
Chavannesl  Creerá  de  fijo  que  se  le  habla  en  volapuk...  Pin- 
tar un  cuadro  que  se  titule  La  familia  del  pescador,  no  quiere 
decir  que  tenga  uno  que  pintar  un  pescador  y  su  familia, 
sino  1»  sintesistipo  de  todas  las  familias  de  todos  los  pesca- 
dores de  todo  el  mundo,  en  todo  el  tiempo  que  ha  pasado 
desde  que  se  pesca...  y  Dios  sabe  cuanto  tiempo  habrá 
de  esto,  porque  antes  se  pescó,— esto  es  indudable,— que  se 
cazó. 

En  fin,  sobre  gustos  no  hay  nada  escrito;  habrá  quien 
prefiera  ver  representada  una  Familia  del  pescador  Á  la  ma- 
nera que  las  habrá  visto  en  el  Serrallo  de  Tarragona,  ó  en 
Badalona,  ó  en  Cambriis,  ó  en  Málaga,  ó  en  la  tierra  de  don 
José  M.»  de  Pereda,  mientras  otros  creerán  preferible  ver 
simbolizada  la  familia  piscatorial  como  en  la  noble  y  majes- 
tuosa alegoría  de  Chavannes.  Asi,  hay  quienes  en  punto  á 
lavanderas  se  fijan  mejor  en  la  homérica  princesa  Nausicaa 
que  no  en  la  Gervasia  del  silbadlsimo  autor  de  Renée. 

* 


ROMA  VEDUTTA  FEDE  PERDUTTA 


i'on 
JACINTO   LABAILA 


I 


ENRIQUE   A   FERNANDO 

Valencia  16  Agnhio  de  1880. 

Mi  querido  Fernando:  Hace  dos  auo.s,  dos  años 
con  cola,  que  dejamos  de  existir  el  uno  para  el 
otro,  á  pesar  del  cariño  que  nos  unió  desde  la 
infancia,  á  pesar  de  haber  recorrido  en  la  coro- 
nada villa,  durante  tres  lustros  consecutivos,  la 
escala  de  placeres  y  dolores,  de  alegrías  y  de 
angustias,  que  suben  y  bajan  los  jóvenes  solte- 
ros en  ese  Pandemónium  que  se  llama  Madrid, 
cuando  gozan  de  buena  salud,  de  infinitas  rela- 
ciones y  de  bolsillo  repleto.  L^rga  es  ya  la 
fecha  de  no  vernos,  no  hablarnos,  ni  escribir- 
nos. 

Desde  que  me  participaste  tu  boda,  y  yo  te 
contesté,  remitiéndote  por  el  correo,  mi  enhora- 
buena con  cierto  burlón  retintín  tan  propio  de 
los  solteros  recalcitrantes,  como  fuiste  tú  y 
como  lo  he  sido  yo,  hemos  abierto  tan  largo  pa- 
réntesis á  nuestra  intimidad  y  á  nuestras  confi- 
dencias que  parece  que  nuestros  vínculos  amis- 


tosos se  hayan  desatado  de  repente,  sin  culpa 
tuya  ni  mía;  tirando  de  sus  cintas,  por  una  par- 
te, tu  matrimonio,  y  por  otra  parte  las  circuns- 
tancias que  me  rodean,  pero  tirando  estas  y 
aquel  de  tal  modo,  que  lograron  deshacer  el 
susodicho  lazo,  como  si  antes  no  hubiera  exis- 
tido. 

Tú  has  consentido  en  ello,  sin  duda  porque 
inviertes  todas  tus  horas  en  disfrutar  de  la 
ventura  conyugal,  y  el  que  es  feliz  está  muy 
ocupado  para  poder  pensar  en  los  demás  y  se 
convierte  en  egoísta,  si  es  cierto  que  él  amor  es 
un  egoísmo  de  dos,  como  dijo  un  escritor,  cuyo 
nombre  no  recuerdo  en  este  instante,  pero  cuya 
idea  no  aparto  nunca  de  mi  pensamiento.  Con- 
sentí yo  también,  durante  dos  años,  en  guardar 
tenaz  silencio  epistolar  por  un  motivo  idéntico, 
sino  igual  al  tuyo,  y  es,  por  haberme  dedicado 
también  á  conjugar  el  verbo  amar,  pero  á  conju- 
garlo de  veras,  quiero  decir,  que  aunque  después 
que  tú,  he  apostatado  de  las  disolventes  teorías 
que  como  solteros  contumaces  profesábamos,  y 
que  voy  á  buscar  por  el  camino  recto  la  felicidad 
que  no  pudimos  encontrar  por  el  camino  curvo; 
en  una  palabra,  que  pienso  celebrar  el  mismo 
contrato  que  tvi  celebraste  y  que  bendice  y  san- 
tifica la  Iglesia. 

No  te  rías  de  mí,  aunque  lo  merezco.  Al  es- 
cribirme que,  cuando  menos  lo  esperabas,  se  te 
había  aparecido  en  Madrid,  bajo  la  forma  de 
mujer,  el  ideal' que  ambos  perseguíamos  inútil- 
mente durante  quince  años  y  creíamos  que  sólo 
existía  en  la  tierra,  en  la  imaginación  de  los  ado- 
lescentes y  de  los  poetas,  no  pude  remediarlo, 
te  tuve  lástima;  creí  que  habías  perdido  la  se- 
renidad del  juicio  que  te  caracteriza,  creí  que  se 
había  reblandecido  tu  masa  encefálica  y  excla- 
mé:—  ¡Pobre  Femando!  ¡Se  ha  vuelto  loco! — 
¿Quién  me  había  de  decir  entonces  que,  dos 
años  después,  encontraría  yo  también  en  Va- 
lencia otra  mujer,  trasunto  fiel  del  ideal  que 
hemos  soñado  inútilmente  durante  nuestra  ju- 
ventud, y  que  llegaría  el  instante  en  que,  casi 
avergonzado,  te  había  de  escribir  esta  carta, 
participándote  en  ella  que  voy  á  cometer  lo  que 
consideraba  una  locura,  y  que  soy  dueño  del  ca- 
riño de  un  dechado  del  tipo  de  la  mujer,  decha- 
do, como  nunca  le  vimos  en  ninguna  de  nues- 
tras correrías  solteriles,  como  jamás  se  puso  al 
alcance  del  anzuelo  de  nuestra  caña  cuando 
éramos  pescadores  hábiles? 

Me  convenzo,  Fernando,  de  que  la  galería  de 
mujeres  que  pasan  seduciendo  la  vista  y  fasci- 
nando á  los  solteros  no  son  de  la  raza  de  las 
que  traen  la  felicidad  al  hogar  doméstico,  por- 
que ninguna  de  ellas  siente  el  cariño  intenso  que 
nace  de  la  abnegación  y  de  la  pureza  de  las  cos- 
tumbres en  que  la  mitad  preciosa  del  género 
humano  debe  educarse  desde  la  cuna;  y  nos- 
otros, buscábamos  oro  en  el  doublé,  diamantes 
de  brillo  eterno  en  los  diamantes  americanos  y 
claridad  de  sol  en  las  luces  de  bengala.  La  fa- 
cilidad de  nuestros  triunfos   debían    habernos 
abierto  los  ojos  y  hacernos  comprender  que  el 
castillo  que  se  rinde  á  las  primeras  intimacio- 
nes es  porque  está  mal  defendido,  y  no  tener  la 
vanidad  de  atribuir  á  nuestro  valor  ó  á  nuestras 
armas  una  victoria  conseguida  casi  sin  lucha. 
Tras  esta  equivocación,  que  nos  proporcionaba 
el  amor  propio,  incurríamos  en  otra  de  mayor 
trascendencia  para  nuestro  porvenir:  mediamos 
por  el  mismo  rasero  á  todas  las  mujeres;  porque 
desconocíamos  á  las  de  la  raza  superior,  creía- 
mos que  el  interés,  ó  el  temperamento,  ó  la  utili- 
dad eran  las  únicas  causas  que  las  determinaban 
á  buscar  alianzas  masculinas;  como  numerosos 
ejemplos  nos  lo  prueban  hasta  la  evidencia,  de 
aquí  nacía  que  sólo  inspirábamos  y  sentíamos 
amoríos  sin  trascendencia,  caprichos  á  plazo  fijo 
y  previsto,  olvidos  á  seis  meses  fecha  y  sacie- 
dades á  veces  más  precoces.  Desconocíamos  por 
completo  á  la  mujer  que  ama  por  el  único  móvil 
de  amor  y  que,  ciegos,  creíamos  que  no  existia, 
porque  en  el  mundo  ligero,  impresionable  y  ma- 
terializado en  que  estábamos  envueltos,  no  la 
veíamos;  y  éramos  tan  absurdos  que  sacábamos 
por  consecuencia  que  esa  mujer  sublime  era  tan 
solo  un   ideal,  sin   forma  humana  en  la  tierra, 


soñado  por  imaginaciones  sedientas  de  encon- 
trar la  ventura  en  este  valle  de  lágrimas. 

Tú,  te  convenciste,  sin  duda  antes  que  yo, 
como  lo  prueba  el  salto  mortal  que  diste  hace 
dos  años,  salto  que  me  preparo  á  dar  yo  dos 
años  después;  y  tú  estas  dotado  de  carácter  in- 
dependiente, imperativo  y  caprichoso,  que  for- 
taleciste, merced  á  tu  posición  especial  en  la 
vida.  Como  falleció  tu  madre  casi  al  entrar  tú 
en  el  mundo,  como  tu  padre  expiró  durante  tu 
pubertad,  creciste  sin  el  calor  que  da  el  cariño 
de  la  familia  y  estás  acostumbrado  á  no  encon- 
trar vallas  á  tu  voluntad,  pero  también  al  aisla- 
miento que  producen  la  ausencia  de  los  afectos. 
Por  eso  no  extrañé  ayer  verte  correr  conmigo 
tras  esa  mujer  soñada,  tras  esa  mujer-cariño, 
para  llenar  el  hondo  vacío  de  tu  alma;  por  eso 
hoy  ya  no  me  sorprende  que  te  ligara  el  lazo 
del  matrimonio  el  día  que  creíste  encontrarla, 
como  me  participaste  al  noticiarme  la  celebra- 
ción de  tu  boda. 

Yo  voy,  pues,  á  imitarte,  y  por  igual  motivo. 
Sabes  que  mi  carácter  es  opuesto  al  tuyo:  yo 
soy  afectuoso,  expansivo,  de  voluntad  flexible, 
acostumbrado  al  afecto  y  á  la  obediencia  de  mis 
padres,  que  no  perdí  hasta  llegar  á  la  mayor 
edad  y  que  vivieron  lo  suficiente  para  inocular- 
me el  modo  de  ser  que  me  es  propio.  Tú,  busca- 
bas en  tu  compañera  una  afección  para  tí  des- 
conocida, por  eso  la  deseaste  con  vehemencia; 
yo  busco  algo  que  ya  conozco  y  que  me  llena 
de  regocijo,  á  pesar  de  no  conocerle  en,toda  su 
extensión;  por  eso  también  febrilmente  lo  ape- 
tezco. Tú  has  hecho  el  sacrificio  de  tu  indepen- 
dencia en  holocausto  á  ese  Díj/.s-  ignohis,  por 
cuya  intervención  esperaba  lograr  la  dicha;  y 
yo  voy  á  descorrer  el  velo  de  la  hermosa  esta- 
tua de  la  felicidad  cuya  belleza  me  hizo  entre- 
veer  el  aire  tibio  del  hogar  que  me  destapó  una 
de  las  puntas  de  ese  velo. 

Los  dos  hemos  conocido  á  tiempo  que  las 
sendas  extraviadas  que  recorríamos  no  condu- 
cían á  ninguna  parte;  y  emprendemos  el  camino 
real  que  conduce  al  verdadero  sitio  de  reposo 
de  la  vida,  á  donde  fueron  nuestros  padres,  á 
donde  más  pronto  ó  más  tarde  irán  los  solteros 
más  rebeldes.  Te  confieso  con  ingenuidad  que 
ahora  me  maravillo  de  haber  malgastado  los  me- 
jores años  de  la  juventud  en  amores  transitorios 
y  de  haber  rendido  culto  á  tantos  ídolos  de  ba- 
rro y  no  acierto  á  explicarme  porque  nos  hemos 
empeñado  tanto  tiempo  en  ser  miopes  poseyen- 
do vista  perspicaz. 

Huíamos  del  matrimonio  porque  nos  parecía 
que  casarse  era  caer  en  una  trampa;  y,  por  lo 
tanto,  esquivábamos  el  trato  con  las  jóvenes  do- 
tadas de  brillantes  condiciones  para  ennoblecer 
ese  estado,  creyendo  que  para  ellas  el  casamien- 
to era  una  carrera  lucrativa  y  no  una  necesidad 
del  corazón. 

No  he  buscado  á  mi  futura  esposa;  porque, 
como  acabo  de  decir,  nuestras  ideas  pretéritas 
no  nos  permitían  tratos  íntimos  con  doncellas 
aspirantes  á  recibir  el  séptimo  sacramento, 
pero  la  casualidad  se  encargó  de  descubrirme 
ese  tesoro  sin  querer  y  sin  sospechar  yo  que  lo 
fuera:  sin  duda  estaba  de  Dios  que  había  de  ser 
feliz  contra  mi  voluntad  y  quiso  probarme  que 
nadie  debe  decir,  de  esta  agua  vo  beberé,  casán- 
dome para  que  sirva  de  ejemplo  á  los  tercos  y  á 
los  lenguaraces. 

Sí,  mi  queiido  Fernando;  estoy  enamorado, 
pero  enamorado  en  la  extensión  romántica  de 
la  palabra,  de  una  hei  mesura  sin  tacha,  de  do- 
tes morales  sobresalientes,  que  me  muestra  tal 
delicadeza  y  tal  intensidad  de  cariño  que  sería 
un  monstruo  si  no  correspondiera  como  se  me- 
rece pasión  tan  pura  y  al  mismo  tiempo  tan  ve- 
hemente. 

Cuando  recibas  esta  carta  habré  ingresado  ya 
en  el  gremio;  y  estoy  rogando  á  Dios  para  que 
llegue   rápidamente    tan   apetecido  instante. 

No  seas  ingrato  y  contéstame  á  vuelta  de 
correo  porque  deseo  que  me  des  minuciosos  de- 
talles de  la  felicidad  que  debes  gozar  en  tu  ma- 
trimonio, ya  que  te  lo  hizo  contraer  la  mujer 
cariñosa  y  apasionada  que  deseabas,  para  que 
tu  pióspera  situación  me  sirva  de  ejemplo  y 


304 


iJi  ILUSTRAÜION  IBÉRICA 


Íiueda  yo,  de  este  modo,  conocer  la  práctica  de 
a  teoría  qae  tanto  me  ilusiona. 

Acabo  de  hacer  un  auto  de  fe  de  varias  car- 
tas, retratos,  trenzas,«etc  ,  de  mis  pasados  ex- 
travíos, (tara  que  uo  quede  en  mi  poder  ni  un 
solo  recuerdo  de  la  vida  solteril,  ya  que  tampo- 


co queda  eu  mi  memoria;  desde  hoy  pertenezco 
por  completo  il  Rosalía;  ella  reasume  mi  pre- 
sente y  mi  porvenir,  j-a  que  concentra  eu  mí 
todas  sus  alecciones,  quiero  imitar  su  conducta. 
Todo  lo  olvido  por  ella,  menos  á  ti,  mi  querido 
Fernando. 


Se  debe  romper  con  los  afectos  del  pasado, 
cuando  no  han  arraigado  en  el  alma,  con  las 
mujeres  casquivanas  ó  coquetas  ó  materiales, 
á  las  que  nos  ligaran  el  capricho,  ó  la  vanidad 
ó  el  deseo;  se  puede  renunciar  á  las  diversiones 
lícitas  que  complacen  á.  los  hombres  libros,  pero 


LA   FAKaiLIA   DEL  PESCADOR  (Ciiuln)  de  Puvis  (le  Chavaums) 


q'ie  pueden  traer  complicaciones  ó  serios  dis- 
giiHtori  al  seno  de  la  vida  conyugal;  se  debe  va- 
riar de  costumbres  y  ha.ita  de  niodo  de  vivir  al 
cambiar  de  estado,  en  aras  de  la  tranquilidad 
doméstica;  pero  no  se  debe  ni  se  puede  acabar 
con  las  amistades  que  nacen  en  la  niñez,  que 
crecen  en  la  adolescencia  y  desarrollan  por 
completo  en   la  juventud,  amistades  como  la 


nuestra.  Volvamos,  pues,  á  anudar  el  deshecho 
lazo.  Te  doy  el  ejem|»lo;  iuiítamo. 

Aunque  se  dice  desde  remoto.í  tiempos  que 
hay  tres  objetos  que  el  hombre  no  debe  liar  ¡I 
nadi'e,  la  escopeta,  el  caballo  y  la  mujer,  eso 
jamás  rezó  con  nosotros;  para  nosotros  los  dos 
primeros  objetos  siempre  fueroii  bienes  comu- 
nes, y  el  tercero,  casi,  casi;  pero  desde  ahora  en 


adelante  para  mí  Rosalía  y  para  tí  Eli.sa;  lü 
mujer  propia  será  lo  único  (¡no  en  lo  siiccmívo 
pdseej'emos  integra  y  o.xcliisivaiiinnto  cada  uno. 
Hoy  es  mi  último  día  de  soltero;  desde  ma- 
ñana al  amanecer  será  tu  colega  eterno, 


(Se  continuará.) 


Enrique. 


ttíSSnUM.  dtfin,  3SÓ-367,  lau  idiui,  Uitir. — teurridos  los  derechos  de  propiedad  artística  y  literaria.— Las  reclamaciones  en  Madrid,  al  represeitaote  de  esta  Casa  D.  NaDael  l'iá ;  Valor,  Apodaca,  10, 2.' 

)  INSÉRTESE  ó,  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  ( 


tKTMMímatammc  Tipooninco  di  B.  Bassoa.— Callb  di  ViLUAiinoBL,  núu.  17,  snsamchb  ob  San  Antohio.— Barcelona. 


SEMANARIO     CIENTÍFICO,     LITERARIO     Y     ARTÍSTICO 


Año  V 


Barcelona  14  de  Mayo  de  1887 


Núm.  228 


'  ~^*fi^''^^^^v^i^'^^v>^n^iv.'jiri'SJmfjat».iiui^viiiiKm»'9immmmmmmmBm!^ 


FLORESZSILVESTRES 


806 


LA  ILUSTBACION  IBEBICA 


SUMARIO 

Tbxio.— JfadrW.  Caria»  á  wtt  prima ,  por  Ttrouíñot.—A  la 
MrHra  «■  ia  «oictda^coDtiDUwlónV  por  Felipe  M«th¿.— 
nn*»ea  <M  eieie,  por  Vicente  Colotado.  —Btvittaeienti- 
fea,  por  Alfredo  Opino.— JTi  oaMjPO  Lapa,  por  R.  Hemán- 
dM  T  BanmAdes.— A  i»gá,  por  Joaé  M.*  de  U  Torre.— 
NiM*tn>«gT«b«doa.— ii<M(ei;rq/Ía,  por  B.  Femándei  triar- 
te.—Jtma  MdHtta/Mkpcntiitía  (cootintiaclón),  por  Jacin- 
to LatMüU. 

Okabádos.- Flores  tilTtctres.  — Betrato  de  una  dama.— El 
eaatOlo  de  Lérida.— Los  preparativos  de  la  fiesta.— Fres- 
floa  deeorstlTOa  del  Mosco  de  Viena.— La  locura  del  re; 
Naboeodonoeor. — Tocados  femeninos  medievales.  — Una 
Talada  en  Tunes.— Paisajes  del  Btjo  OtUwa.  El  remolca- 
dordenaderaa. 


MADRID 


0-AJRTA.S  A.  -hsx  pur^ar-A. 


UNA    CAUSA    CÉLEBRE 

Q^?ESDE  haceinuchos  días  preocupa  la  aten- 
■^jr^l  ción  pública  una  causa  verdaderamente 
K^l^  originalisima  cuyas  sesiones  se  celebran 
en  la  sala  de  lo  criminal  de  esta  Audiencia.  Pa- 
rece una  novela  jurídica,  de  las  que  publica  La 
Correspondencia  en  sus  folletines,  si  bien  con  la 
circunstancia  de  ser  más  curiosa,  pues  en  estas 
novelas  el  misterio  desaparece  por  fin,  y  en  la 
causa  en  cuestión  quizás  continúe  después  del 
fallo.  Al  menos,  por  hoy,  no  se  explica  suficien- 
temente en  ella  el  carácter  de  la  procesada,  sus 
medios  de  existencia  sus  verdaderos  propósitos 
ni  las  grandes  influencias  que  parecen  prote- 
gerla y  que  maniobran  en  la  sombra. 

Martina  Espinal  es  soltera,  tendrá  de  35  á 
40  años;  nació  en  un  pueblecito  de  Navarra,  per- 
tenece á  una  familia  humilde;  pero  se  diría  que 
ha  recibido  una  educación  esmerada.  De  su 
vida  nada  se  sabe,  hasta  que  en  el  año  1880  en- 
tró á  servir  de  doncella  en  casa  del  conde  de 
Torreanaz,  senador,  ex-consejero  de  Estado  y 
académico.  En  esta  casa  estuvo  dos  años,  y 
fué  despedida  por  la  condesa,  la  cual  no  la 
encontró  ya  útil  para  el  servicio;  mas  según 
ella,  salió  por  celos  de  su  señora.  No  vol- 
vió á  servir  en  ninguna  otra  casa,  viviendo  de 
las  limosnas  con  que  la  socorrían  algunas  seño- 
ras piadosas,  la  conferencia  de  San  Vicente  de 
Paul  ó  diferente»  religiosas  de  varios  conven- 
tos. Vivía  en  casa  de  un  librero  de  lance,  pa- 
gándole tres  duros  al  principio,  mas  luego  con- 
tinuó morando  allí  gratis.  No  se  dedicaba  á 
ningún  trabajo;  salía  por  la  mañana,  volvía  por 
la  noche;  su  ocupación  exclusiva  era  seguir  y 
perseguir  por  todos  lados  al  conde  de  Torrea- 
naz, su  antiguo  amo,  del  cual  decía  haber  su- 
frido declaraciones  y  requerimientos  amorosos 
sin  haberlos  dado  oídos,  por  supuesto.  El  he- 
cho es  que  no  se  ha  probado  la  culpabilidad  del 
conde  y  que  éste  se  encontraba  con  Martina  en 
la  calle,  en  paseos,  en  teatros,  en  el  Senado,  en 
el  Consejo,  en  todas  partes,  á  todas  horas,  sin 
dejarle  descanso,  ni  tranquilidad,  ni  esperanza 
de  que  aquel  fantasma  desapareciera. 

¿Qué  deseaba  la  Martina?  El  conde,  según 
ella,  la  había  causado  perjuicios  con  despedirla 
de  su  casa;  pedía  con  este  motivo,  una  fuerte 
indemnización.  El  conde,  que  se  revela  en  esta 
causa  hombre  de  carácter,  se  negó  á  ello...  En- 
tonces la  persecución  tomó  aspecto  más  grave; 
en  ocasiones  vio  á  la  Martina  acompañada  de 
una  vieja  y  de  un  hombre  joven,  y  testigos  han 
declarado  que  estaban  de  común  acuerdo  para 
la  explotación  del  negocio.  Un  día,  el  conde, 
sin  embargo,  quiso  poner  término  á  la  persecu- 
ción; ofrecía  á  Martina  cierta  cantidad,  pero  al 
exigirle  recibo,  ella  se  negó  á  darlo  y  quedaron 
rotas  las  negociaciones.  Entonces  el  conde  puso 
en  conocimiento  de  las  autoridades  la  trama  de 
que  era  víctima,  fué  presa  Martina  y  ofreció  no 
molestar  á  su  antiguo  señor;  pero  ya  libre,  vol- 
vió con  mayor  empeño  á  su   viejo  propósito. 


Pero  antes  de  esto,  y  en  cierta  época,  hizo  una 
vida  de  bohemia,  recorriendo  algunas  poblacio- 
nes del  Norte  y  varias  de  la  frontera  francesa. 
Al  comenzar  el  mes  de  Setiembre  del  año  1885 
estaba  en  el  pueblo  de  Anaz,  partido  judicial  de 
Santoña,  en  cuyo  pueblo  tiene  ricas  propiedades 
el  conde.  Allí  le  dio  albergue  el  beneficiado  de 
Santa  María  de  Cerdeyo,  antiguo  amigo  de  la 
familia  de  Torreanaz  y  á  él  espuso  Martina  sus 
pretensiones  para  que  se  las  hiciera  saber  á  su 
aristocrático  amigo.  ¿Qué  influencias  poderosas 
contaba  Mai'tina  para  que  el  beneficiado  aten- 
diere  sus  palabras?  ¿Con  qué  elocuencia  no  le 
hablaría  cuando  no  vaciló  en  turbar  el  sosiego 
y  arrostrar  la  cólera  del  conde?  Este  rompió  con 
el  antiguo  amigo,  y  le  dijo,  por  despedida,  que 
ni  daba  un  solo  real,  ni  le  imponían  las  amena- 
zas... 

Se  recrudeció,  pues,  la  persecución,  y  tomó 
diferente  aspecto.  El  conde  empezó  á  recibir 
anónimos,  en  los  cuales  se  le  indicaba  como  fu- 
turo el  término  de  su  vida;  se  le  acompañaban 
á  los  anónimos  casos  de  asesinatos  horripilan- 
tes, entresacados  de  los  periódicos  con  verdade- 
ro esquisitismo.  Por  añadidura  los  anónimos 
llovieron  también  sobre  los  inquilinos  de  las 
casas  que  el  conde  posee  en  las  calles  del  Di- 
vino Pastor  y  San  Bernardo  de  esta  corte,  no- 
ticiándoles que  dichas  casas  iban  á  ser  voladas 
con  dinamita,  lo  cual  produjo,  como  es  consi- 
guiente, la  siibita  desaparición  de  los  inquilinos 
susodichos,  con  todos  sus  menesteres  estima- 
bles. El  conde  denunció  entonces,  el  hecho  á  los 
tribunales,  y  el  17  de  Mayo  viltimo  Martina  fué 
encarcelada  como  principal  responsable  en  este 
singular  proceso. 

Nombró  por  defensores  suyos  á  don  Nicolás 
Salmerón  y  á  don  José  Cristóbal  Sorni.  El 
conde  nombró  á  don  Luis  Silvela. 

Los  que  tienen  en  cuenta  la  clase  de  papeles 
que  se  encontraron  en  casa  de  Martina  Espinal, 
atribuyen  á  ésta  un  carácter  místico  que  se 
aviene  mal  con  ciertas  compañías  suyas.  En  su 
casa  se  encontraron  borradores  de  cartas  escri- 
tas á  una  señora  del  convento  de  Cienpozuelos, 
al  de  la  Buena  Dicha,  á  otra  señora  de  la  con- 
ferencia de  San  Vicente  de  Paul,  á  un  volunta- 
rio carlista  de  los  que  militaron  en  la  última 
guerra  civil,  y  se  encontró  también  una  oración. 
Todo  esto  se  aviene  mal  con  el  proyecto  de  vo- 
lar las  casas  del  conde  como  un  medio  de  per- 
suasión y  acomodamiento,  ¿no  es  cierto? 

Martina  al  presentarse  en  la  vista,  llevaba 
hábito.  Es  bastante  agraciada  y  simpática. 

El  conde  ha  sido  el  primer  testigo  que  ha 
declarado.  Y  convengamos,  prima,  en  que  es 
bien  digno  de  compasión.  Desde  luego, — si- 
quiera la  Martina  le  acuse  de  haberla  preten- 
dido,^-es  indudable  que  no  tiene  que  agrade- 
cerla favor  alguno,  ella  misma  lo  dice.  Y  se 
encuentra  de  pronto  conque  por  haber  despe- 
dido á  una  criada  ésta  le  sigue  con  gesto  ame- 
nazador, como  una  sombra;  que  á  ella  se  unen 
otros  espectros  no  más  tranquilizadores;  que  su 
reputación  corre  en  lenguas,  pues  sus  amigos 
se  aperciben  de  la  persecución;  que  tal  vez  su 
señora  recibe  anónimos  y  duda  de  su  lealtad  y 
la  paz  interior  se  anubla;  que  se  le  amenaza  in- 
directamente con  ser  desollado  vivo  y  hecho 
cuartos;  que  los  inquilinos  de  su  casa  vienen  á 
entregarle  los  anónimos  en  que  se  les  advierte 
la  próxima  voladura  de  sus  familias,  y,  por  fin, 
que  donde  quiera  que  va  le  acompañan  la  in- 
quietud, la  angustia,  lo  misterioso,  lo  descono- 
cido... ¡Y  no  basta  ser  conde,  ni  hombre  influ- 
yente ni  respetable;  una  mujer  vulgar  se  le 
atraviesa  en  su  camino  y  dispone  de  su  repu- 
tación y  su  paz  y  su  felicidad  pública  y  domés- 
tica por  un  rencor  caprichoso! 

En  la  próxima  carta  podré  decirte  la  senten- 
cia que  haya  recaído  en  este  proceso,  que  á  la 
verdad  hoy, — ya  lo  indiqué  al  empezar  estas  lí- 
neas,— es  objeto  de  los  más.encontrados  parece- 
res. La  figura  del  conde  aparece  simpática,  mas 
la  de  la  Martina  se  pierde  entre  sombras  que 
no  ha  conseguido  desvanecer  el  juicio  público. 
Como  te  digo  es  personaje  á  propósito  para  una 
novela  de  Montepín  ó  de  Gaboriau.  Posible  es 


que  así  como  la  primera  vez  que  fué  á  la  cárcel 
no  quedó  convencida  de  lo  conveniente  que  es 
vivir  de  los  recursos  de  la  caridad  6  de  su  pro- 
pio trabajo  sino  buscarse  la  vida  por  el  espanto, 
insista  por  tercera  vez.  El  conde,  sin  cnibaigo, 
al  llevar  á  los  tribunales  este  asunto  ha  dado 
muestra  de  serenidad,  de  energía  y  de  respeto 
y  amor  á  la  opinión  pública. 

Y  ahora  bien,  querida  Carmen,  apartándonos 
del  aspecto  jurídico  de  esta  cuestión  y  volvien- 
do á  ella  en  su  aspecto  social  se  necesita  ser 
muy  desgraciado  para  verse  perseguido  por 
una  doncella  que  se  supone  requerida  de  amo- 
res, aquí  donde  es  proverbial  que  los  señoritos 
suelen  descomedirse  con  sus  sirvientas  sin  que 
jamás  el  escándalo  conturbe  las  casas.  La  Me- 
negilda de  la  Gran  vía,  ese  tipo  clásico  ya  de  la 
criada  madrileña,  cuando  su  ama  la  despide 
oye  que  su  señorito  la  dice: 

<Te  espero  en  Eslava 
tomando  café...» 

Al  oir  estas  frases  tan  llenas  de  malicia,  el 
público  prorumpe  en  una  carcajada  y  un  aplau- 
so. Es  que  ha  visto  al  señorito  de  la  casa  dibu- 
jado de  cuerpo  entero.  Es  que  la  pobre  ciiada 
no  solo  tiene  que  cumplir  con  todas  las  obliga- 
ciones de  su  atareado  oficio  sino  también  dar 
oídos  á  las  pérfidas  insinuaciones  del  amo,  que 
acecha  todas  las  ocasiones  de  romper  las  leyes 
de  la  moral  bajo  el  mismo  techo  que  debía  ser 
recinto  de  amparo  y  respeto.  ¡Ah!  ¡Si  todas  las 
doncellas  y  criadas  de  menor  cuantía  que  han 
escuchado  proposiciones  reprobables  de  labios 
de  sus  amos,  se  convirtiesen  en  otras  tantas 
perseguidoras  de  ellos!  ¡Eigiirate  el  aspecto  fjue 
ofrecerían  las  calles,  los  espectáculos  y  todos 
los  parajes  públicos!  ¡Cada  individuo,  bien  fuese 
alto  personaje,  bien  humilde  particular,  llevaría 
detrás  una  escolta  de  su  vieja  servidumbre  que 
haría  imposible  hasta  la  libre  circulación  pú- 
blica! El  defensor  del  conde,  tratando  de  justi- 
ficar la  inocencia  de  su  defendido  por  el  hecho 
mismo  de  la  persecución,  decía:  «Señores:  yo 
no  creo  que  todas  las  mujeres  accedan  á  este 
género  de  pretensiones,  pero  sí  que  todas  las 
agradecen.»  El  hecho  es  que  ninguna  doncella 
suele  quejarse  de  las  faltas  de  respeto,  aunque 
la  Menegilda  de  la  Oran  vía  nos  presente  el 
verdadero  estado  de  la  moral  en  el  hogar  do- 
méstico. 

Suelen  clamar  los  moralistas  contra  las  mu- 
jeres que  pasean  sus  vicios  por  las  calles  y  de- 
safian la  opinión  desvergonzadamente,  acusán- 
dolas de  que  corrompen  á  la  sociedad;  pero  á 
decir  verdad  casi  todas  ellas  han  sido  corrom- 
pidas antes  por  hombres  irreprochables,  que  las 
tuvieron  bajo  la  salvaguardia  del  honor,  en  su 
misma  casa;  y  que  al  ofenderlas  ofendían,  tal 
vez,  á  sus  propias  mujeres.  El  ascendiente  de 
la  posición,  del  dinero,  del  talento;  la  facilidad 
del  día  y  de  la  noche  ¿quién  resiste  á  esto?  Para 
resistir  sería  preciso  que  las  jóvenes  que  se  po- 
nen á  servir  tuviesen  una  educación  do  que  ca- 
recen porque  sólo  puede  tenerse  en  la  holgura; 
que  sus  sentimientos  morales  se  hubiesen  forta- 
lecido en  el  seno  de  una  ejemplar  familia  y  que 
de  libre  albedrío  pudiesen  rechazar  el  mal  y 
buscar  el  bien.  Mas  la  pobreza  es  ignorante, 
abandonada  y  perezosa;  crece  entre  malos  ejem- 
plos; sufre  la  sugestión  de  quien  es  más  fuerte, 
más  poderoso,  más  audaz  que  ella;  no  resiste 
jamás,  porque  para  resistir  es  preciso  ser  va- 
liente y  la  pobreza  es  toda  miedo.  En  cambio  el 
rico,  el  fuerte,  el  audaz,  abusa;  y  después  de 
abusar  abandona.  El  señorito  de  la  Menegilda 
no  debía  haber  logrado  todavía  el  si  cuando  la 
citaba  en  el  café:  los  señoritos  se  avergüenzan, 
por  regla  general,  de  las  caídas  de  sus  víctimas 
y  las  temen  á  veces  después  de  sacrificadas... 
Triunfar  y  despedir  á  las  Menegildas  suele  ser 
uno.  ¡Condenación  explícita  de  la  corrupción 
secreta  del  hogar,  más  considerable  y  más  ver- 
gonzosa que  la  pública,  y  desconocido  origen, 
de  ella,  como  he  dicho! 

Tú  que  no  eres  beata,  ni  gazmoña,  ni  te  asus- 
tas de  que  yo  trate  cualquier  punto  de  moral 
por  arriesgado  que  sea,  siendo  bien  intenciona- 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


307 


do,  me  dispensarás  estas  reflexiones,  á  propósi- 
to de  una  causa  tan  famosa.  Con  tanto  más  mo- 
tivo pueden  hacerse,  cuanto  que  no  se  refieren 
á  las  personas  que  en  ella  figuran;  siendo  res- 
petables por  su  moralidad  de  costumbres  según 
del  mismo  proceso  se  infiere. 

No  quiero  seguir  adelante  con  mis  reflexio- 
nes sin  embargo:  este  tema  tan  lleno  de  revela- 
ciones, de  interés,  que  tan  conveniente  seria 
iluminar  y  desentrañar;  que  podría  llevar  por 
titulo  La  criada  y  el  seüarito,  concluiría  por  pa- 
recerte  escabroso  por  bien  intencionado  que  le 
encontrases;  préstase  á  un  estudio,  como  deci- 
mos hoy,  naturalista...  Me  contento,  pues,  con 
indicar  el  titulo;  y  que  cada  uno  haga  el  articu- 
lo en  su  interior  escogiendo  los  términos  con 
pinzas,  á  solas. 

Sin  más,  tuyo  affmo. 

Feknanflor. 


A  LA  TERCERA  VA  LA  VENCIDA 


(roiíTiNDioirtir) 

Una  rápida  mirada  de  Mercedes  me  hizo  com- 
prender que  tenía  delante  de  mí  al  hombre  sin 
conciencia  que  se  preparaba  tranquilamente  á 
mancillar  la  honra  de  una  mujer. 

— Carolina, — dije,  dirigiéndome  á  una  polla 
morenita,  muy  revoltosa,  que  estaba  cerca  de 
mi; — es  preciso  que  ponga  V.  la  venda  á  este 
señor  que  acaba  de  llegar,  para  que  demuestre 
su  destreza  como  todos  nosotros. 

Aquel  hombre  me  miró  fijamente  como  extra- 
ñado de  mi  franqueza;  pero  las  manos  de  Caro- 
lina no  le  dieron  tiempo  mas  que  para  dejarse 
tapar  los  ojos. 

Cuando  empezaba  su  camino  hacia  la  puerta, 
dije  á  los  demás  que  deseaba  darle  una  broma, 
siendo  yo  su  acompañante. 

En  el  momento  mismo  que  le  faltaban  cinco 
pasos  para  llegar,  me  acerqué  á  él  rápida- 
mente. 

— Si  en  este  mismo  instante, — le  dije  con 
voz  baja, — no  me  entrega  V.  el  paquete  de  car- 
tas que  lleva  consigo,  le  levanto  á  V.  la  tapa 
de  los  sesos,  como  se  debe  hacer  con  un  villano 
sin  conciencia. 

Aquel  hombre  tembló  ante  una  amenaza  tan 
inesperada,  y  me  entregó  sin  resistencia  las 
cartas. 

Cuando  se  quitó  el  pañuelo  que  cubría  sus 
ojos,  fijó  los  suyos  sobre  mí  con  aire  amenaza- 
dor, y  desapareció  de  nuestra  vista. 

A  los  pocos  momentos  me  acerqué  á  Merce- 
des, y,  aprovechando  un  momento  oportuno,  le 
entregué  el  paquete  misterioso. 

— ¡Qué  mirada  tan  expresiva  la  suya  para 
darme  las  gracias! 

Como  era  de  presumir,  á  las  dos  horas  me 
buscaban  los  testigos  de  aquel  hombre,  y  aque- 
lla misma  noche,  junto  á  las  tapias  de  la  Casa 
de  ahajo,  tuvo  lugar  el  duelo. 

El  arma  elegida  fué  el  florete,  y  cuando  me 
vi  enfrente  de  aquel  ser  tan  repulsivo,  una  nube 
de  sangre  cubrió  mis  ojos  y  le  acometí  rabio- 
samente. 

El  tiraba  mejor  que  yo,  pero  fué  tal  la  rapi- 
dez de  mis  ataques,  y  éstos  tan  vigorosamente 
ejecutados,  que  por  fin  cayó  á  mis  pies,  con  el 
pecho  atravesada  de  parte  á  parte. 

No  era  mi  intención  herirle  en  aquel  sitio, 
pero  su  mala  fortuna  le  hizo  perder  la  vida, 
siendo  vanos  los  auxilios  que  el  médico  le 
prestó. 

in 

A  las  tres... 

Fué  imposible  ocultar  un  lance  tan  desgra- 
ciado, y  á  la  tarde  siguiente  tuve  que  abando: 
nar  aquellos  sitios  precipitadamente. 

Por  el  pronto,  no  tuve  otra  solución  que  po- 
ner tierra  por  medio,  ya  que  mi  contrario  re- 
sultó ser  un  personaje  político  de  muchas  cam- 
panillas y  su  muerte  produjo  un  escándalo  te- 
rrible. 


Por  consejo  de  mis  mejores  amigos,  trasladé 
mis  reales  al  extranjero,  estableciéndome,  por 
fin,  en  París. 

Como  abandoné  mi  puesto,  me  dieron  de  baja 
en  el  ejército,  como  era  de  presumir,  perdiendo 
en  un  solo  día  una  carrera  que  tantos  afanes  y 
sinsabores  me  había  costado. 

Pero  todo  lo  daba  yo  por  bien  empleado  con 
tal  de  haber  sido  útil  á  Mercedes,  por  la  cual 
empecé  á  sentir  un  amor  insensato  que  embargó 
mi  alma  por  completo. 

Fueron  vanos  los  esfuerzos  cariñosos  de  al- 
gunos amigos  para  ahuyentar  la  tristeza  cons- 
tante que  mi  situación  me  causaba,  y  mi  único. 


mi  solo  pensamiento  era  el  objeto  de  aquel 
culto  ferviente  que  rendía  mi  corazón  á  la  her- 
mosa mujer  de  la  cual  me  separaba  un  abismo 
en  aquel  entonces. 

Su  imagen  querida  nunca  se  apartaba  de  mí. 
Se  me  aparecía  á  todas  horas  y  en  todas 
partes. 

En  el  cielo  y  en  la  tierra,  en  la  luz  de  la  lu- 
na y  la  del  sol,  en  las  flores,  en  todos  los  obje- 
tos que  me  rodeaban,  creía  yo  ver  clavados 
siempre  en  mí  aquellos  ojos  negros,  de  brillo 
incomparable. 

Mi  sobreexcitación  nerviosa  llegó  á  tal  ex- 
tremo, que  resintió  profundamente  mi  salud, 


RETRATO  DE  UNA  DAMA,  por  Wyatt  Eaton 


cayendo,   al    cabo,   gravísimamente    enfermo. 

Entre  la  vida  y  la  muerte  permanecí  largo 
tiempo;  pero  los  incesantes  desvelos  de  mis 
amigos,  y  mi  naturaleza  de  hierro,  me  sacaron 
adelante. 

La  convalecencia  fué  larga  y  trabajosa,  tar- 
dando dos  meses  y  medio  en  recuperar  mis  fuer- 
zas por  completo. 

Mi  situación  empezó  poco  á  poco  á  ser  pre- 
caria y  tuve  necesidad  de  buscarme  una  ocupa- 
ción decorosa  y  lucrativa. 

Tan  buenas  trazas  me  di  para  ello,  que  por 
fin  me  confiaron  una  teneduría  de  libros  en  una 
respetable  casa  de  comercio. 

Por  más  empeño  que  puse  en  distraerme  y 
en  dominar  mi  tristeza,  no  lo  pude  conseguir,  y 
cada  vez  sentía  crecer  más  poderosa  dentro  del 
alma  la  nostalgia  de  la  patria  perdida. 

Cuando  pasaron  dos  años  en  aquel  estado,, 
comprendí  que  me  sería  imposible  continuar  así 
por  largo  tiempo,  y  traté  de  interesar  á  todos 
mis  amigos  para  que  gestionasen  el  indulto. 


Un  fausto  acontecimiento  que  tuvo  lugar  en 
España  por  aquellos  días,  facilitó,  afortunada- 
mente, un  desenlace  favorable  para  el  asunto, 
y,  por  fin,  llegó  el  día  venturoso  en  que  me 
fueron  abiertas  las  fronteras  de  mi  país. 

No  pude  recuperar  mi  puesto  en  el  ejército, 
pero  en  cambio  tuve  la  dicha  incomparable  de 
contemplar,  más  puro  que  nunca,  el  cielo  ale- 
gre de  mi  patria  querida. 

¡Qué  felicidad  tan  grande  para  el  pobre  pros- 
cripto, pisar  de  nuevo  la  tierra  bendita  que  le 
vio  nacer! 

Jamás  he  sentido  un  placer  tan  inmenso  co- 
mo el  dia  que  regresó  á  Madrid,  después  de  mi 
destierro.  El  aire  que  respiraba  me  pareció  más 
puro,  el  cielo  más  azul  y  las  calles  más  alegres 
y  bulliciosas  que  nunca. 


(Se  concluirá.) 


Felipe  Mathé 


LOS   PREPARATIVOS  DE   LA   FIESTA  (Cua.iro  ,le  G.  fciuli) 


310 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


PERCANCES  DEL  OFICIO 


£1  de  escritor  tiene  sns  quiebras;  no  da  para 
comer,  pero,  en  cambio,  ¡qué  disgustos  oca- 
sional 


— ¿Ha  visto  V.  El  Rábano? — preguntarán  al 
primero  que  hallen. 
— ¿Qué  rábano? 
— El  periódico. 
— No  sabia  que  existiese. 
^Tómelo  usted. 

— ¿Por  las  hojas? 
— Por  cualquier  parte. 
La  cuestión  es  que  usted 
lo  lea. 

— ¿Qué  dice? 
— Que  soy  un  grande 
escritor. 
—¿Usted?... 
— Si,  señor;  yo  mismo. 
Tenga  V.,  tenga  usted  un 
ejemplar;    iverá  V.,  qué 


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Un  suelto,  un  cuadro  de  costumbres  ó  una 
critica  literaria,  ¡qué  gritería  levantan!  ¡Qué  es- 
cándalos produce! 

Diga^  V.  que  Fulano  es  listo,  Mengano  un 
Cid  y  Zutano  una  persona  bien  educada;  y 
los  aludidos  á  quienes  de  fijo  se  les  calum- 
nia, se  encargarán,  libro  6  periódico  en  mano, 
de  encarecer  los  méritos  que  V.  no  tiene,  en 
provecho  de  los  propios  que  ellos  mismos  se 
suponen. 


testilo,  qué  gracia  y  qué 
humorismo  los  de  Pimien- 
to! 

— Vamos;  será  un  pi- 
miento dulce. 

Pero  ¿y  cuando  el  pi- 
miento es  picante,  es  de- 
cir, cuando  el  escritor  de 
tantas  malas  costumbres 
y  el  critico  de  tantas  pési- 
mas obras  dicen  la  verdad 
á  lo8  hBei'os,  á  los  vanos  y  á  los  ignorantes? 
Entonces  es  un  horror  lo  que  pasa. 
Un  revistero,  pongo  por  caso,  en  su  afán  de 
hacer  fra.ses  más  ó  menos  ingeniosas,  escribe  un 
día,  hablando  de  artes  y  oficios,  algo  semejante 
á  esto: 

«El  za|)atero  es,  de  todos  los  artesanos,  el  más 
holgazán^  ha8t%  para  trabajar  se  sientan. 

_  i'Es  rsfcstrero,   porque  vive  de  lo  que  todos 
pisan. 


«Servil,  porque  siempre  está  á  los  pies  de 
sus  parroquianos. 

«Deshonesto,  porque  comercia  en  cueros. 
»E1  único  don  que  tiene,  es  el  de  dar  cartón 
por  suela.» 

Estas  y  otras  frases  se  publican,  el  periódico 
circula  j,  al  día  siguiente,  el  revistero,  recibe 
mil  visitas  de  otros  tantos  maestros  de  obra 
prima. 

— ¿El  señor  del  Olmo? 
— Servidor  de  usted. 
— Pues,  venia... 
— Siéntese  usted. 

El  zapatero  cree  que  el  periodista  lo  dice 
con  segunda  intención,  y  contesta  con  retintín: 
— Aunque  trabajo  sentado,  me  tengo  en  pié. 
— Como  V.  quiera. 

— Pues,  como  iba  diciendo,  venía  á  que  usted 
rectificase. 
—¿El  qué? 
— Yo  soy  zapatero. 
— Por  muchos  años. 

—Y,  como  V.  sabe,  tenemos  que  arreglar 
cuentas. 

— Usted  padece  una  equivocación;  yo  nada 
debo  á  zapatero  alguno. 

— No,  sino  es  eso.  Vdes.,  la  gente  de  pluma 
saben  mucho;  pero  á  mí  no  hay  quien  me  la  dé 
¿usted  comprende? 

— Sino  se  explica  V.  más  claro... 
— ¿No  es  V.  el  señor  del  Olmo? 
— El  mismo  que  viste  y  calza. 
— ¡Y  vuelta  á  las  indirectas!  Pues,  ayer,  he 
visto  en  el  periódico  una  cosa  con  su  nombre 
que...  ¡la  verdad!  me  ha  ofendido. 
— ¿Cómo  ha  podido  ser  eso? 
—Yo,  aunque  me  esté  mal  el  decirlo,  soy  za- 
patero; y  V.  ha  dicho  que  soy  holgazán,  servil, 
rastrero  y  que  pongo  cartón  al  calzado,  en  vez 
de  suela. 

— Yo  no  conozco  á  V.  y,  por  tanto,  mal  puedo 
haberle  ofendido. 

— Usted  ha  dicho  que  el  zapatero  es...  . 
— Sí,  señor;  pero  el  zapatero  son  todos  los 
zapateros  del  mundo,  y  ninguno  en  particular. 
—Ahora  no  se  trata  de  los  otros;  se  trata  de 
mí,  que  soy  del  oficio,  y  es  necesario  que  usted 
rectifique  diciendo  que  Juan  Lezna  es  un  zapa- 
tero honrado  y  laborioso,  que  sus  botas  y  zapa- 
tos son  de  un  material  excelente,  que  vive  en 
la  calle  de  tal,  número  tantos,  y  que  vende  el 
género  á  precios  económicos. 

—Pues  pase  V.  á  la  administración  y  pague 
el  anuncio. 

— Es  decir,  ¿qué  V.  no  rectifica? 
— No,  señor. 

— Entonces,  nos  veremos. 
— Ya  nos  estamos  viendo. 
— Le  pondré  á  V.  las  peras  á  cuai-to. 
— Asi  las  comeré  baratas. 
— ¿Se  burla  usted? 
— Puede  pensar  lo  que  quiera. 
—¡Es  que  yo!... 
—¿Qué? 

^¡Nada,  hombre,  nada!  No  hay  que  incomo- 
darse por  tan  poco.  Míreme  V.  á  mí,  que  no  soy 
rencoroso  (;on  nadie.  ¡Caramba  y  qué  genio!  Con 
que...  lo  dicho;  y  ya  sabe  V.  donde  tiene  su 
casa,  y  si  se  le  ofrece  un  par  de  botas...  . 

— Sí,  señor;  tal  se  van  poniendo  las  cosas,  / 
que  necesitaré  unos  zapatos  con  bigoteras  ríe 
metal. 

— ¡De  metal!...  ¿Para  qué? 
— Para  rectificar  con  ellos  en  cuantas  perso 
ñas  se  den  por  aludidas  de  mis  escritos. 

Si  el  zapatero  es  un  remendón  literario,  1; 
cuestión  toma  proporciones  alarmantes. 

El  interesado  pide,  por  medio  de  dos  amigos, 
rectificación  y  satisfacción.  ^ 

¿Le  ha  llamado  V.  mal  poeta?  Pues,  entiende  - 
que  se  ha  dudado  de  su  honradez,  y  exige  un 
acta  en  la  cual  se  afirme  que  es  un  perfecto  ca- 
ballero. 

¿Ha  dicho  V.  que  tiene  más  ripios  que  ver- 
sos? ¿Qué  no  escribe  en  castellano?  Pues  ve 
una  alusión  en  la  que  se  ataca  la  fidelidad  de 
su  esposa  y  pide  otro  documento  que  atestigüe 
el  honor  de  su  cónyuge. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


311 


Novelistas  chirles,  líricos  memos  y  dramáti- 
cos sin  pies  ni  cabeza,  la  emprenden  con  el 
crítico,  como  si  éste  tuviera  la  culpa  de  sus  en- 
gendros. 

El  escritor  de  costumbres  se  halla  á  su  vez 
acosado  por  todos  á  quienes  animan  las  malas 
pasiones  que  fustiga. 

Día  vendrá  en  que  el  ratero  se  dé  por  ofen- 
dido y  exija  al  periodista  una  reparación,  por 
denunciar  á  quien  vive  honradamente  de  su 
industria. 

¡Calma,  señores,  calma,  y  el  que  sienta  el 
golpe,  quéjese  de  sí  mismo! 

Recuerden  Vdes.  las  palabras  de  Fígaro: 

«A  nadie  se  ofenderá,  á  lo  menos  á  sabien- 
das; de  nadie  bosquejaremos  retratos;  si  alguna 
caricatura  por  casualidad  se  pareciese  á  al- 
guien, en  lugar  de  corregir  nosotros  el  retrato, 
aconsejamos  al  original  que  se  corrija;  en  su 
mano  estará,  pues,  que  deje  de  parecérsele.» 

Apliquen  Vdes.  el  cuento. 


Vicente  Colorado. 


-«- 


REVISTA  CIENTÍFICA 


Tratamiento  local  de  la  tisis.— La  fatiga  intelectual  de  la 
infancia. — Sugestibilidad  délos  niños. 

Siguiendo  siempre  las  corrientes  de  la  opinión 
pública  y  puesto  que  hoy  les  toca  el  turno  de 
moda  á  los  rusos,  diremos  que  ha  producido 
bastante  impresión  en  el  campo  médico  la  Me- 
moria leída  por  el  doctor  Kremiansky  en  el 
Congreso  de  Moscou  respecto  al  tratamiento 
local  de  la  tisis.  M.  Kremiansky,  con  ambición 
digna  de  un  paisano  de  Pedro  el  Grande,  pro- 
pónese  pura  y  simplemente  curar  la  tisis  como 
si  se  tratara  de  la  sarna,  esa  enfermedad  que 
constituye  el  orgullo  de  la  medicina  por  ser  la 
iinica  que  se  cura  científicamente  como  decía 
con  cierta  sorna  Claudio  Bernard  (1).  Así,  pues, 
á  la  manera  que  bastan  unas  cuantas  fricciones 
de  ungüento  de  azufre  sobi-e  la  piel  para  librar- 
se de  la  shoking  dolencia  á  que  hemos  aludido, 
basta  también  obrar  directamente  sobre  los 
bronquios  y  el  tejido  pulmonar  para  triunfar  de 
las  criptógamas  que  dan  la  tisis, — si  es  que  la 
dan,  y  no  son  resultado  de  la  mism3,. 

«Las  sustancias  empleadas  porM.  Kremians- 
ky, dice  una  ilustrada  publicación  extranjera, 
son  la  anti-fibrina  y  el  aceite  de  anilina,  pro- 
ductos mortales  para  los  bacilos  de  la  tubercu- 
losis al  mismo  tiempo  que  inofensivos  para  el 
hombre.  La  anti-fibrina,  dada  al  interior,  se 
descompondría  en  anilina  y  en  ácido  acético;  al 
propio  tiempo  podría  administrarse  también  la 
anilina  en  inhalaciones  por  medio  de  un  apa- 
rato construido  según  el  principio  del  narghilé. 
A  título  de  medicación  auxiliar,  recomiéndase 
á  los  enfermos  la  dieta  acida:  limonadas,  frutas 
acídulas,  kéfir,  kumiza  y  polvos  de  carne,  ali- 
mentos todos  ellos  que  obrarían  por  los  ácidos 
que  contienen,  tanto  como  por  sus  propiedades 
nutritivas. 

»Esta  acción  de  los  ácidos,  considerada  como 
desfavorable  á  los  bacilos  de  la  tuberculosis  en 
el  organismo  desde  el  momento  que  lo  es  in 
vifro,  no  deja  de  ser  muy  hipotética;  con  todo, 
el  antagonismo  reconocido  entre  la  tuberculosis 
y  el  ¡irtritismo  (ó  reumatismo), — caracterizado 
éste  por  una  discracia  acida, — parece  ser  un 
argumento  en  favor  dé  tal  teoría. 

■>Sea  como  fuere,  M.  Kremiansky  habría  cu- 
rado dos  tísicos  con  su  método.  Este  número  de 
éxitos  es  muy  pobre;  pero  como  se  trataba  de 
enfermos  gravemente  afectados,  merece  en  rigor 
ser  tenido  en  consideración.  La  poca  precisión, 
sin  embargo,  de  las  dos  úiúcas  observaciones 
referidas  por  el  autor  no  basta  á  suplir  las  in- 
suficiencias de  su  estadística. 

»No  es  esto  decir  que  la  idea  del  tratamiento 


(1)    LeccUme»  de  fiíiologia  general,  traducción  castellana 
de  J,  Laeso  de  1»  Vega,  pág  344. 


de  la  tisis  pulmonar  por  aplicaciones  medica- 
mentosas locales  ó  inhalaciones  deba  ser  aban- 
donada; sino  que  no  hay  que  atribuirle  á 
M.  Kremiansky  la  prioridad  de  la  idea:  gran  nú- 
mero de  autores  han  propuesto,  en  efecto,  seme- 
jante modo  de  tratamiento,  y  los  médicos  que 
cada  día  envían  á  sus  en- 
fermos á  respirar  el  aire 
de  los  pinares,  no  hacen 
otra  cosa.  Más  aún,  desde 
hace  muchos  años  preco- 
niza M.  Sandras,  en  Fran- 
cia, las  inhalaciones  de 
aire  cargado  de  vapores 
de  esencia  de  trementina 
y  de  alquitrán  para  el  tra- 
tamiento de  las  enferme- 


M.  Cherbakoff  declara  que  ha  registrado  nota- 
bles mejorías  en  el  estado  de  sus  enfermos. 
Pensamos,  sin  embargo,  que  esto  es  lo  más  que 
podría  decirse  de  los  enfermos  de  M.  Kremians- 
ky ,  no  habiendo  pretendido  por  su  parte 
M.  Sandras   obtener  otro  resultado  que  el  de 


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dades  de  las  vías  respi- 
ratorias, tales  como  la  ti- 
sis y  la  difteria,  y  ha 
imaginado  también  inha- 
ladores muy  simplifica- 
dos y  biberones  inspira- 
dores que  pueden  ser  de 
grande  utilidad  en  el 
tratamiento  de  las  enfer- 
medades de  los  niños. 

»E1  tratamiento  de  la 
tisis  ensayado  por  M.  Cherbakoff,  tampoco  no 
es  más  nuevo  por  su  parte.  Consiste,  en  efecto, 
en  inhalaciones  de  vapores  de  nafta,  medio  co- 
rrientemente empicado  en  el  Cáucaso  desde  ha- 
ce largo  tiempo  contra  esta  enfermedad.  Sola- 
mente que  como  es  difícil  procurarse  tíafta  pura 
el  autor  se  sirve  lo  más  á  menudo  de  inhalacio- 
nes do  benzina  que  obran  á  la  vez  como  narcóti- 
cas y  como  expectorantes.  Los  resultados  de 
este   tratamiento   habrían  sido   favorables,   y 


mejorar  sensiblemente  el  estado  de  los  suyos. 
»Pero  aún  reducida  á  esos  términos,  la  acción 
de  las  inhalaciones  de  vapores  medicamentosos 
en  el  tratamiento  de  la  tisis  merece  considera- 
ción y  constituye  una  preciosa  medicación  para 
las  investigaciones  experimentales  y  clínicas. 
La  detención,  ya  que  no  la  curación  de  las  en- 
fermedades tuberculosas,  es  más  frecuente  de 
lo  que  se  creía  generalmente  hace  algunos  años. 
La  enfermedad  no  es  una  operación  de  labora- 


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314 


LA  ILUSTEACION  IBÉRICA 


torio,  sino  un  conflicto  entre  elementos  vivos,  y 
puede  que  ciertos  medios,  poco  enérgicos  en 
apariencia,  basten,  sin  embargo,  para  facilitar 
al  organismo  el  mínimum  de  fuer¿a  que  le  falta 
para  salir  triunfante  de  la  lucha  eu  que  está 
comprometido. »  * 


de  doce  años,  para  consultarme.  La  niña  se 
disponía  á  ir  á  la  escuela  y  llevaba  consigo  una 
cartera  llena  de  libros.  Era  alta,  pálida  y  del- 
gada. Los  músculos  de  su  rostro  se  agitaban 
convulsivamente  y  no  podía  tener  quietos  las 
manos  ni  los  pies.  Tenía  la  danza  de  San  Vito, 
y  además  se  quejaba  de 
ima  cefalalgia  casi  cons- 
tante con  otros  ^íintomas 
de  jierturbaciones  nervio- 
sas. En  el  curso  de  mi 
examen  roguéla  que  me 
enseñara  los  libros  que 
llevaba,  los  cuales,  según 
me  dijo,  había  estudiado 
lu  noche  antes  y  aquella 
mañana  misma.»  Los  to- 


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".  Creemos  de  altísimo  interés,  por  la  triste 
aplicación  que  de  ello  pue<le  hacerse  á  nuestro 
país,  reproducir  aquí  el  sensato  juicio  que  acaba 
de  emitir  la  misma  importante  publicación  fran- 
cesa respecto  auna  conferenciadada  por  M. Ham- 
mond  sobre  la  exc<,»siva  fatiga  intelectual  que  se 
inflige  actualmente  á   los  niños: 

,>Hace  poco  tiempo,  dice  el  'sabio  neurólogo 
(norte-americauo;,  una  señora  me  trajo  su  nieta, 


mos  que  salieron  de  la 
cartera  eran  una  gramá- 
tica inglesa,  una  guía  del 
estudiante,  una  aritméti- 
ca, una,  geografía ,  una 
historia  de  los  Estados- 
Unidos,  un  libro  elemen- 
tal de  astronomía,  una 
ñsiología  é  higiene  ele- 
mentales, un  método  fran- 
cés y  un  libro  de  lectura 
francesa.  Total,  nueve  materias  diferentes.  La 
niña  aprendía  sus  lecciones  entre  las  tres  de  la 
tarde  y  las  nueve  de  la  mañana,  dejando  una 
hora  para  la  comida,  media  hora  para  el  al- 
muerzo, dos  horas  para  ir  á  la  escuela  y  vol- 
ver, desnudarse  por  la  noche  y  vestirse  por 
la  mañana,  ocho  hoi-as  para  el  sueño  (míni- 
mum insuficiente  por  otra  parte);  quedan  seis 
horas  y  media  para  estudiar  nueve  materias  di- 
ferentes.  «Supongamos  ahora,  dice  M.   Ham- 


mond,  que  cualquiera  de  vosotros,  oyentes  de 
uno  ú  otro  sexo,  se  retire  á  un  rincón  tranquilo, 
con  su  cerebro  bien  disciplinado  y  educado  y 
su  espíritu  maduro  y  trate  de  estudiar  durante 
seis  horas  y  media  nueve  asuntos  de  estudio 
que  no  le  sean  familiares,  ¿encontraríais  extraño 
que  al  cabo  de  este  tiempo  los  asuntos  se  con- 
fundiesen en  vuestro  espíritu?»  Con  todo,  ese 
es  el  trabajo  á  que  se  obliga  á  los  niños,  lo 
mismo  en  París  que  en  Nueva- York,  sino  es  ma- 
yor aún.  ¿Y  cuál  es  el  resultado?  Es  que  la  ins- 
trucción se  adquiere  á  costa  de  la  vida  misma 
de  la  víctima;  su  cerebro,  es  decir,  el  manantial 
de  la  vida,  paga  todos  los  gastos.  Mientras  se 
extermina  aprendiendo,  el  desarrollo  físico  pa- 
dece, el  cerebro  mismo  se  fatiga  y  las  facultades 
se  esterilizan.  ¿Cuántas  veces  no  es  este  también 
el  caso,  mutatis  mutandis  de  los  adolescentes  de 
nuestros  liceos  y  de  nuestras  escuelas,  los  cua- 
les á  la  edad  en  que  el  organismo  físico  tendría 
más  necesidad  de  ejercicio,  de  la  vida  sana,  del 
aire  libre,  permanecen  encerrados  hora  tras 
hora,  puesta  su  atención  en  asuntos  difíciles  y 
numerosos,  inclinados  sobre  un  libro  ó  un  cua- 
derno y  no  dejando  el  estudio  mas  que  para  un 
aburrido  y  penoso  paseo  en  un  patio  desnudo  y 
triste,  verdadero  patio  de  presos?  ¿Y  quién 
sabrá  nunca  cuántas  inteligencias  habrá  atro- 
fiado en  germen  ese  sistema  bárbaro,  inteligen- 
cias nacientes  y  espontáneas  que  el  método 
mismo  habrá  ahogado?» 

Creemos  que  el  asunto  se  presta  á  mucha  me- 
ditación por  parte  de  los  que  mangonean  la  ins- 
trucción pública.  A  tal  extremo  han  llegado  las 
cosas  que  no  parece  sino  que  se  quiere  que  al 
salir  de  la  primera  enseñanza  pueda  pretender- 
se ya  á  un  sillón  en  la  Academia  de  Ciencias 
—  institución  que  realmente  existe  en  Madrid, 
por  más  que  sean  poquísimos  los  que  tengan  no- 
ticia de  ella; — y  no  hablemos  del  fárrago  que  se 
explica  en  los  Institutos,  ni  de  los  programas  im- 
posibles de  las  facviltades — Ossa  sobre  Polion — 
porque  el  que  saliese  de  allí  sabiendo  todo  lo  que 
tiene  obligación  dejaría  tamañito  á  Pico  de  la 
Mirándola,  á  Littré  y  á  Pedro  Larousse  con  to- 
dos sus  colaboradores. 


De  la  misma  publicación  de  que  hemos  tradu- 
cido lo  anteriormente  expuesto  trasladamos  la 
siguiente  nota,  de  trascendental  importancia, 
sobre  la  sugestibilidad  de  los  niños. 

«M.  Motet,  dice  el  articulista,  ha  leído  ante 
la  Academia  de  Medicina,  en  su  sesión  del  12  de 
Abril  último,  una  interesantísima  comunicación 
sobre  los  falsos  testimonios  de  los  niños  ante  la 
justicia.  Recordando  primeramente  cuan  conmo- 
vedora es  la  declaración  de  un  niño  que  cuenta 
los  pormenores  de  un  crimen,  ha  referido  el  au- 
tor cierto  número  de  hechos  que  caracterizan 
netamente  el  estado  mental  de  los  niños  acusa- 
dores y  muestra  el  mecanismo  psíquico  de  sus 
falsos  testimonios. 

»En  muchos  de  esos  casos,  las  acusaciones 
más  graves  no  han  tenido  más  objeto  que  la  ne- 
cesidad de  explicar  una  escapatoria  insignifi- 
cante. Unas  veces  el  niño,  no  sabiendo  que  res- 
ponder á  su  madre  que  le  interroga,  ésta,  con 
sus  preguntas  le  sugiere  toda  una  historia  de 
atentado  contra  el  pudor  que  él  retiene  y  repite 
delante  de  un  magistrado;  en  otros,  es  otro  niño 
que,  haciendo  novillos,  se  cae  al  agua  y  bajo  la 
influencia  de  este  choque  moral  que  despierta 
en  él  toda  una  serie  de  sueños  y  de  temores  ima- 
ginarios anteriores,  organiza  todo  un  drama  en 
su  espíritu  y  acusa  á  un  individuo  de  haberle 
arrojado  al  agua.  En  otros  casos  son  simples 
alucinaciones  hipnagógicas  que  se  convierten  en 
punto  de  partida  de  una  acusación  de  abusos. 
Finalmente  un  interrogatorio  acusador  enérgico 
parece  bastar  en  otras  circiinstancias  ¡¡ara  de- 
terminar en  un  niño  un  trabajo  de  asimilación 
inconsciente  en  virtud  del  cual  va  á  declararse 
culpable  el  mismo  de  un  crimen  que  no  ha  co- 
metido ó  atestiguar  en  hechos  que  nunca  ha 
visto. 

»En  todos  estos  casos  reconócese  el  efecto  de 
la  sugestión  ó  de  la  ante-sugestión,  que,  en  el 


LA  ILUSTRACION^IBERICA 


315 


cerebro  maleable  y  en  vías  de  organización  del 
niño,  ejercen  una  influencia  exagerada.  Ese  es, 
por  otra  parte,  el  origen  de  la  tendencia  de  los 
niños  á  la  imitación,  tan  fecvmda  para  el  bien; 
tan  tremenda,  por  el  contrario,  para  el  mal.  La 
experimentación  ha  permitido  observar  que  exis- 
tían todos  los  grados  entre  las  sugestiones  he- 
chas en  individuos  hipnotizados  y  las  que  mu- 
chas personas  son  aptas  para  recibir  en  estado 
de  vigilia.  Últimamente,  proponíase  sacar  pro- 
vecho de  la  aptitud  para  ser  hipnotizados  que 
presentan  los  niños  para  hacerles  benéficas  su- 
gestiones desde  el  punto  de  vista  de  la  educa- 
ción y  para  corregir  ciertas  naturalezas  parti- 
cularmente defectuosas.  Pero  muy  á  menudo, 
basta  decir  ó  dejar  creer  á  ciertos  niños,  y  aun 
á  ciertos  jóvenes,  que  se  les  supone  esta  ó  la 
otra  cualidad  para  que  se  esfuercen  en  justificar 
este  buen  concepto.  Las  reprensiones  inmereci- 
das y  los  malos  tratamientos,  medios  con  de- 
masiada frecuencia  empleados  por  educadores 
ininteligentes,  producen  desgraciadamente  el 
resultado  contrario.  Desde  este  punto  de  vista 
podría  decirse,  en  una  medida  muy  general,  que 
el  arte  de  conducir  á  los  jóvenes  consiste  senci- 
llamente en  suponerles  tan  buenos  como  se  de- 
searía que  fuesen. 

»A1  lado  de  esta  sugestibilidad  hay  que  tener 
también  en  cuenta,  para  la  explicación  de  los 
falsos  testimonios  de  los  niños,  su  afición  á  lo 
maravilloso.  «Cuando  se  trata  del  niño,  —  dice 
M.  Motet,  —  no  hay  que  olvidar  que  su  tierna 
inteligencia  está  pronta  siempre  á  sorprender  el 
lado  maravilloso  de  las  cosas,  que  las  ficciones 
le  encantan,  que  objetiva  poderosamente  sus 
ideas,  que  consigue  con  sorprendente  facilidad 
dar  un  cuerpo  á  las  ficciones  que  brotan  en  su 
imaginación;  que  su  instintiva  curiosidad,  su 
necesidad  de  conocer,  por  una  parte  y  por  otra 
la  influencia  que  ejerce  sobre  él  lo  que  le  rodea, 
le  disponen  á  aceptar  sin  comprobación  posible 
todo  lo  que  le  llega  de  esos  orígenes  diversos. 
En  breve  no  sabe  ya  lo  que  le  pertenece  en  pro- 
pio, lo  que  le  ha  sido  sugerido;  queda  franco  de 
todo  trabajo  de  análisis,  y  su  memoria,  entran- 
do sola  en  juego,  le  permite  reproducir  sin  va- 
riantes un  tema  qvie  ha  retenido.»  Ahora  bien: 
contrariamente  á  lo  que  se  hubiese  podido  creer 
es,  precisamente,  esta  repetición  monótona,  este 
ne  varietur,  lo  que  es  el  signo  característico  del 
falso  testimonio  automático  en  el  niño.  Mientras 
que  en  el  adulto  son  los  pormenores  contradic- 
torios, las  declaraciones  diferentes  las  que  prue- 
ban que  hay  falso  testimonio  voluntario  y  los 
magistrados  esperan  en  sus  ■  interrogatorios  el 
momento  en  que  el  testigo  se  contradirá,  por  el 
contrario,  la  invariabilidad  de  la  declaración  de 
un  niño  es  lo  que  debe  hacer,  poner  en  guardia 
sobre  su  veracidad.  «Cuando  el  médico  perito, 
— dice,  en  conclusión,  M.  Motet,  —  después  de 
muchas  visitas,  encuentra  los  mismos  términos, 
los  mismos  pormenores;  cuando  basta  ponerle 
en  camino  para  oir  desarrollarse  en  su  inmuta- 
ble sucesión  los  hechos  más  graves,  puede  estar 
seguro  de  que  el  niño  no  dice  la  verdad  y  que 
sustituye,  involuntariamente,  datos  adquiridos 
á  la  manifestación  sincera  de  acontecimientos 
en  que  no  habría  podido  tomar  parte.» 

Como  se  ve,  el  trabajo  de  M.  Motet  no  sola- 
mente ilustra  un  punto  de  medicina  legal  sino 
que  constituye  una  importante  contribución  al 
estudio  de  la  psicología  del  niño. 


Alfredo  Opisso. 


-*- 


MI    AMIGO   LÓPEZ 


El  coi-reo  me  trajo  una  carta  cuyo  sobrescrito 
me  causó  gran  extrañeza,  no  porque  fuese  para 
mí  desconocida  aquella  letra,  sino  porque  la 
persona  que  me  escribía  nunca  lo  había  hecho. 

Más  claro.  La  carta  era  del  único  criado  que 
tenía  mi  amigo  López. 

— ¿Por  qué  me  escribirá  él  y  no  López? — me 
pregunté. 


Siempre  que  recibimos  una  carta  inesperada, 
sin  abrirla  la  damos  mil  vueltas  entre  las  ma- 
nos, leyendo  repetidas  veces  nuestro  nombre  y 
las  señas  de  nuestro  domicilio,  el  sello  de  la 
Administración  de  correos  del  punto  de  partida 
y  hasta  queremos  penetrar  el  contenido  de  la 
epístola  á  través  de  los 
dobleces  que  en  el  rever- 
so tiene  el  sobre. 

Algunos  llegan  al  pun- 
to de  mirar  la  carta  al 
trasluz  para  ver  sin  duda 
si  se  trasparenta  el  escri- 
to y  enterarse  así  de  lo 
que  se  les  comunica,  cuan- 
do más  natural  sería  ras- 
gar en  seguida  la  cubier- 


Yo  le  quería  como  á  un  hermano  y  López  co- 
rrespondía dignamente  al  afecto  que  le  profe- 
saba. 

Así  que,  hice  mi  maleta,  monté  en  el  tren  y 
al  día  siguiente  me  presentó  en  la  casa  de  cam- 
po que  cerca  de  Mujerada  poseía  mi  amigo  Ló- 


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ta  y  de  este  modo  la  cu- 
riosidad quedaría  saciada 
inmediatamente. 

Yo  miré  y  remiré  el  so- 
bre, le  di  vueltas  y  vuel- 
tas en  mis  manos  en  la 
inconsciencia  de  la  extra- 
ñeza que  la  carta  me  cau- 
sara, híceme  todo  género 
de  preguntas  y  acabé  por 
conjeturar  los  mayores 
disparates. 

Harto  de  tantas  tonterías  rompí  el  sobre  y  leí: 

«Querido  amigo:  Estoy  muy  malo.  Me  muero 
poco  á  poco.  Te  escribo  por  mano  de  Juan  por- 
que It,  mía  no  puede  ni  soportar  el  peso  de  la 
pluma.  Tu  amigo,  López. i> 

Esta  carta  me  produjo  mucha  tristeza. 

López  era  un  buen  amigo,  generoso  hasta  la 
esplendidez,  cariñoso  hasta  el  sacrificio,  honra- 
do, leal  y  desinteresado. 


I  pez  y  en  la  cual  se  iba  poco  á  poco  extinguiendo 

i  aquella  existencia  en  otro  tiempo  alegre  y  bu- 
lliciosa que  siempre  estaba  proyectando  lo  que 

I  al  fin  jamás  llegaba  á  realizar. 

I  Cuando  López  me  vio,  tendióme  su  mano 
abrasada  por  la  calentura  y  humedecida  por  el 
sudor  y  me  saludó  con  un  «Buenos  días»  tan 
débil,  que  me  pareció  un  sarcasmo. 

Por  la  tarde,  había,  al  parecer,  experimentado 
alguna  mejoría.  Hizo  que  Juan  le  colocase  bien 


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Secún  PleUo  dril*  Fianevsca 


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Ui  rolna  Felipa  (1340) 


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KroDUl  JathiutmUe 


Tocado  alemán  del  siglo  iv-Turbante-El  campanario  -  IIbuuíii  de  trus  cueruos 

Rodete  alemán 

Tocado  Inglés  del  siglo  xv— Tocado  alemán,  según  un  cuadro  de  Mabusio 

El  último  hennin 


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Muda  friDccM,  ligio  xr 


Loa  amores  de  las  plantas 


Siglo  It 


TOCADOS  FEMENINOS 


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318 


LA  ILUSTRACIÓN  IBEBICA 


dofi  almohadas  para  sost«nersé*y  se  sentó  en  la 
cama. 

— ¡Y  pensar, — me  dijo, — que  me  muero  siendo 
el  hombre  más  desgraciado  del  mundo! 

Yo  le  miré  con  sorpresa  y  como  buscando  ex- 
plicación clara  á  sus  enigmáticas  palabras. 

— Si, — prosiguió, — me  muero  sin  haber  sido 
enteramente  feliz.  Dejo  la  vida  pesaroso  solo 
por  una  circunstancia  que  á  cualquier  espíritu 
superficial  causaría  risa. 

Seré  más  expresivo.  Yo  he  sido  joven,  ya  no 
lo  soy.  Esto  que  parece  una  tontería  explica 
mejor  que  otra  frase  discreta  mi  pensamiento. 

He  sido  joven  y  queriendo  disfrutar  de  los 
goces  de  la  vida,  jugué,  viajé,  me  divertí  cuanto 
pude,  donde  encontré  alguna  necesidad  me  apre- 
suré á  socorrerla  y  hastiado  de  todo,  cuando 
tuve  treinta  años  pensé  seriamente  en  dea-  el 
último  adiós  á  aquella  existencia  agitada...  Mi 
objeto  era  bascar  una  mujer  digna  de  mí  y  ca- 
sarme. 

Yo  creí  que  aquello  seria  la  cosa  más  sencilla 
del  mundo...  ¡Ciián  equivocado  estaba!...  No 
porque  en  la  tierra  dejara  de  haber  mujeres  á 
quienes  pudiese  confiar  la  custodia  del  sagrado 
fuego  de  mi  hogar,  no,  sino  por  otras  causas 
ajenas  en  absoluto  á  este  punto  de  vista  bajo  el 
cual  pudiera  mirarse  la  dificultad. 

Encaminóme  á  Francia  y  las  francesas  me 
parecieron  ligeras  y  superficiales;  pasé  &  Italia 
y  encontré  la  vanidad  en  casi  todas  aquellas 
cabezas  de  Madonna;  en  Inglaterra  eran  dema- 
siadas rígidas,  las  alemanas  harto  serias,  y  can- 
sado de  buscar  una  mujer,  imitando  en  esto  á 
Diógenes,  temí  como  el  cínico  griego  hallarla 
en  lo  más  inmundo  y  regresé  á  mi  querida  Es- 
paña para  ver  si  bajo  este  cielo  azul,  iluminado 
por  los  espléndidos  rayos  de  nuestro  sol,  surgía 
¡a  belleza  que  debía  cautivar  mi  alma  y  colmar 
de  gozo  mi  corazón. 

Conocí  aquí  y  traté  á  muchas  mujeres.  Ru- 
bias, morenas,  de  todas  clases. 

Me  miré  en  ojos  grandes  y  negros  velados 
por  tupidas  pestañas  y  en  ojos  azules  dentro  de 
los  cuales  parecían  residenciar  los  abismos  ce- 
rúleos. 

Oí  frases  de  amor  de  bocas  grandes,  media- 
nas y  pequeñas  cuyos  labios  de  grana  deman- 
daban con  incitantes  movimientos  apasionados 
besos. 

Estreché  talles  esbeltos  y  manos  diminutas  y 
hasta  mis  pies  sirvieron  de  confidente  á  otros 
enanos  como  los  de  Cendrillon. 

Y,  sin  embargo,  ninguna  de  aquellas  mujeres 
llegó  á  ser  mi  esposa. 

Creerás  que  la  causa  de  ello  sería  que  yo 
fuese  muy  descontentadizo  ó  que  ninguna  se 
asemejara  al  ideal  forjado  por  mi  fantasía.  Nada 
de  eso. 

La  causa  de  eso,  ¡asómbrate!  era  que  me  gus- 
taban todas,  y  con  todas  no  podía  casarme. 

Esto  me  desesperaba  y  juré  corregir  á  la  loca 
de  la  casa,  á  mi  imaginación,  imponiéndola  tra- 
bas sin  cuento. 

Y  tanto  la  corregí  que  cuando  quise  recordar 
pernocté  en  los  cincuenta  años  sin  haber  tra- 
tado á  otras  mujeres. 

Y  por  eso  no  me  casé,  y  por  eso  me  muero 
triste,  porque  abandono  el  mundo  sin  saber  lo 
que  es  el  matrimonio,  la  vida  con  una  mujer  á 
quien  se  ame  y  por  quien  se  es  amado;  ignoran- 
do lo  que  son  hijos  y  lo  que  es  ser  abuelo. 

Al  llegar  aquí,  López  suspiró  profundamente. 

Yo  también  me  había  conmovido. 

Hi  amigo  López  se  murió  á  los  cincuenta  y 
cinco  años  pensando  en  la  mujer  que  le  hubiera 
hecho  feliz,  que  era,  según  él,  una  muchacha 
hija  de  un  coronel  de  infantería,  muy  bruto,  que 
vivía  en  la  calle  de  Toledo. 

Según  mis  noticias,  la  tal  muchacha  se  había 
puesto  muy  gorda  y  estaba  casada  con  un  co- 
merciante á  quien  hacía  una  guerra  sin  cuartel, 
recordando  que  no  en  vano  era  hija  de  un  mi- 
litar. 

R.  Hernández  y  Bekmúdez. 


EL    ÁNGEL 


EN   LA  MUERTE  DE  LA  STA.   D.«  ENRIQUETA  FALCÓ 

Dios  le  dijo:  ¿"Ves  el  mundo? 
Desciende.  Serás  mujer. 
Y  anhelante  de  placer 
cruzó  la  tierra  un  segundo. 

Viola  triste  por  demás, 
y  remontando  su  vuelo 
tornó  nuevamente  al  cielo 
para  no  volver  jamás. 

José  M.'  de  la  Torre. 
* 


NUESTROS  GRABADOS 


FLOBia  BILVIBTBXS 


Con  buen  acuerdo  &e  ha  separado  el  autor  de  la  tradicio- 
nal señorita  que  va  cogiendo  flores  por  el  Jardín  doméstico 
y  ha  representado  en  su  lugar  una  poética  enamorada  de  la 
verdad  que  da  sus  preferencias  á  lo  silvestre  sobre  lo  cuida- 
dito  y  á  las  plantas  acuáticas  sobre  las  cultivadas  en  arriates 
y  tiestos  Ningún  Jardín  puede  compararse,  en  efecto,  A  ese 
rincón  de  bosque  donde  impera  en  todo  su  misterioso  encan- 
to la  Naturaleza. 

BtTBlTO   DI   nRA    OÁUk 

Por  Wyatt  Eaton 

El  autor  es  un  pintor  norte-americano,  poco  amigo  de  ob- 
tener éxitos  halagando  los  gustos  vulgares.  Su  obra  es  ente- 
ramente personal,  reflexiva,  bien  observada,  tranquila.  Kn 
cuanto  á  su  manera  vése  que  Eaton  ha  estudiado  mucho  á 
Rembrandt,  de  quien  ha  tratado  de  imitar  las  audacias  de  la 
Inz,  aunque  quizás  en  ese  cuadro  le  haya  resultado  dema- 
siado brillante  la  cara  en  comparación  del  resto. 

KL  ClSTILt.0  DE  LÉRIDi 

Dibujo  de  J.  Serró  Patuat 

Está  situado  este  castillo  en  la  cumbre  de  la  montaña  en 
cuya  falda  se  asienta  la  población  y  encierra  en  su  interior  la 
antigua  catedral .  Es  de  lo  poco  que  los  continuos  bombar- 
deos que  ha  sufrido  han  dejado  en  la  célebre  ciudad  teatro 
de  tantas  vicisitudes. 

LOS   PE«r*B4TlV08  D(   L4    KlíSTi 

Cuadro  de  O.  Sciuti 

No  solamente  como  representación  arqueológica  sino 
como  bellísimo  estudio  de  figuras  merece  este  cuadro  los 
más  sinceros  elogios.  Su  contemplación  evoca  el  recuerdo 
de  aquellas  flestas  paganas  que  constituyen  una  verdadera 
humillación  para  las  presentes  miserables  juergas. 

FRISCOS   DECORATIVOS  DEL  MnSBO   DE   VIEMA 

por  Hans  Makart 

El  malogrado  pintor  austríaco  dejó  en  esos  frescos  una 
muestra  más  de  su  talento  poderoso,— aunque  un  tanto  vul- 
gar,—y  de  su  admirable  habilidad  técnica.  Cada  uno  de  los 
grandes  artistas  representados  lo  está  con  sumo  acierto,  apa- 
reciendo bien  caracterizado  el  genio  del  dulce  Sanzio,  la  ad- 
mirable maestría  de  Holbein  en  el  retrato,  el  luminismo 
misterioso  de  Guillermo  van  Ryn  y  la  soberbia  plenitud  de 
color  de  Pedro  Pablo. 

LA   LOOITBA    DEL  BEY  KABQC0D01I080B 

Cuadro  de  Bochegrotu 

Entre  loa  lienzos  más  curiosos  que  flguraron  en  la  última 
Exposición  de  Bell  is  artes  de  París  merece  citarse  esa  extra- 
ña y  grandiosa  composición  en  la  cual  su  Joven  autor  ha 
sembrado  todos  los  recursos  de  sus  cualidades  personales  y 
originales.  Experiméntase  siempre  honda  Impresión  ante  los 
cuadros  de  M.  Rochegrosse,  de  la  cual  han  podido  darse 
cuenta  ya  nuestros  lectores  por  el  cuadro  déla  Jacquerte  que 
reprodujimos  hace  poco.  Es  siempre  la  misma  potencia  de 
efecto,  la  misma  investigación  de  detalles  curiosos,  la  misma 
preocupación  de  color,  puesto  todo  el  servicio  de  una  ejecu- 
ción habilísima  y  constantemente  personal.  Era  imposible 
no  detenerse  ante  esa  escena  extraordinaria  representando 
La  locura  del  rey  Nabucodonosor  que  traduce  de  una  mane- 
ra tan  enérgica  y  curiosa  la  espantosa  calda  de  ese  rey 
soberbio  precipitándose  desde  lo  alto  de  su  trono  en  el  fan- 
go de  una  cloaca  infecta,  donde,  durante  años,  debía  expiar 
sus  crueldades  y  su  orgnllo.  Reducido  á  la  condición  de  las 
bestias  inmundas,  allí  yace,  pisoteado  por  un  ángel  implaca- 
ble que  se  revela  bajo  la  luz  de  un  rayo  deslumbrador  y  que, 
espada  en  mano,  preside  al  castigo  del  monarca  humillado  y 
Tencldo. 

Algunas  lineas  extractadas  de  los  haglógrafos  han  pro- 
porcionado i  M.  Rochegrosse  el  asunto  de  su  Imponente  com- 


posición. Se  comprenderá  mejor,  después  de  leído,  hasta  que 
punto  el  artista  las  ha  traducido  fielmente: 

■  El  Dios  Supremo  habla  otorgado  á  Nebon-Koudorrl- 
Ou^'Or  la  realeza,  la  magnificencia  y  la  gloria.  Levantaba  á 
los  que  quería  y  humillaba  á  los  que  quería.  Pero  cuando  su 
corazón  se  hubo  hinchado  y  su  espíritu  se  endureció  hasta  el 
orgullo,  fué  precipitado  del  trono  y  le  fué  arrebatada  su  dig- 
nidad. Su  corazón  se  volvió  como  el  de  las  bestias.  La  ven- 
ganza del  Altísimo  pesaba  sobre  sus  lomos...  Comia  yerba  y 
su  cuerpo  era  humedecido  por  el  roclo  del  cielo...» 

TOGADOS    FEMENINOS    UEDIEVALBS 

Nuestros  aplausos  á  las  elegantes  del  siglo  xii.  Las  seño- 
ras se  recogían  el  pelo  en  dos  largas  trenzas  las  cuales  rodea- 
ban luego  con  una  cinta,  abrazando  alternativamente  las  dos 
y  luego  una  sola.  El  grabado  referente  á  esa  moda  es  copla 
de  un  retrato  de  la  reina  Adela,  esposa  de  Enrique  I  de  In- 
glaterra (.1221)  que  figura  en  la  catedral  de  Rochester.  Por 
aquellos  tiempos  también  era  universal  la  moda  de  la  bar- 
hulera. 

Mas  adelante,  en  1335,  ocurrlóeeles  á  las  damas  de  alto  co- 
pete recogerse  las  trenzas  en  ambos  lados  de  la  cara  dándo- 
les una  forma  como  de  cuerno  de  animal;  escándalo  Justa- 
mente anatematizado  por  los  predicadores  y  moralistas,  á 
pesar  de  ser  una  de  las  principales  pecadoras  en  tal  seutido 
la  reina  Felipa. 

Años  después,  comenzaron  á  complicarse  los  peinados 
con  la  adición  de  adornos  extra-capilares,  especialmente  flo- 
res. Sirva  de  ejemplo  la  figura  sacada  del  Bautismo  de  Cristo 
de  Pietro  de  la  Francesca.  Como  se  ve  era  un  tocado  muy 
elegante. 

En  el  siglo  siguiente  comienzan  las  monstruosidades: 
véase  el  retrato  de  la  condesa  d«  Arundel  (tocadoinglés  dtl  si- 
glo xv)¡  el  tocado  en  forma  de  mitra  (aicmánde  la  misma  cen- 
turia),  generalmente  adoptado  por  las  tudescas;  el  campana- 
rio, moda  parisiense,  de  14M,  y  la  estrafalaria  disposición  que 
se  dio  subsiguientemente  al  velo  (moda  francesa  del  siglo  xv!, 
á  dicha  época  pertenece  también  el  hennin,  de  metal,  en  fi- 
gura de  tres  cuernos  sobre  los  cuales  se  sostenía  un  volumi- 
noso velo;  el  hmnln  sufrió  su  última  transformación  en  1470, 
según  puede  verse  en  el  grabado  correspondiente,  que  r(i)re- 
senta  Margarita  de  Anjou. 

Caldo  el  feudalismo,  sobre  cuyas  ruinas  se  levantó  la  mo- 
narquía absoluta  (Luis  XI  en  Francia,  Eduardo  IV  en  Ingla- 
terra, Lorenzo  de  Mediéis  en  Italia),  quiso  saludar  la  moda 
semejante  transformación  y  cesaron  aquellos  excesos  indivi- 
dualistas para  tomar  los  peinados  un  tono  más  respetuoso  y 
cortesano;  de  ahí  el  turbante,  el  rodete  alemán  y  el  artístico 
tocado  representado  por  Mabusio  en  su  Adoración  de  los 
Mogos. 

En  cambio  en  Alemania  llegaba  hasta  la  demencia  la  ex- 
centricidad de  la  moda,  usándose  los  Inenarrables  trajes  que 
pueden  verse  en  los  Amores  de  las  plantas.  Bn  Italia,  llegada 
la  época  de  la  decadencia,  cayó  la  moda  en  los  excesos  más 
idiotas,  como  se  ve  en  el  peinado  italiano  de  á  últimos  del  si- 
glo XV. 

UNA    VELADA    EN   TÚNEZ 

Cuadro  de  Femando  Bredt 

Es  un  delicioso  cuadro  del  Oriente,  recomendable  asi  por 
su  graciosa  composición  como  por  el  acertado  fondo  que  da 
perfecta  idea  de  una  ciudad  levantina. 

CANADÁ 

PAISAJES    DEL     BAJO     OTTAWA 

EL  BKHOLCADOB  DE  MADERAS 

Los  grandes  lagos  y  ríos  que  hay  en  el  Canadá  han  hecho 
que  se  empleara  mucho  el  trasporte  de  maderas  por  medio 
de  remolcadores,  los  cuales  toman  el  nombre  especial  de 
lumbers. 


-*- 


BIBLIOGRAFÍA 


Poesias  festivas  del  Rector  de   Vatt/ogona,   con  dibujos    de 
Pelllcer.— Barcelona,  1887. -Inocente  López,  editor. 

Siempre  será  bien  recibida  del  público  una 
reedición  esmerada  de  las  poesías  de  D.  Vicente! 
García,  máxime  cuando  contribuye  á  hacerla 
más  amena  la  colaboración  del  celebrado  dibu- 
jante señor  Pellicer  Montseny.  El  señor  López 
ha  prestado  un  buen  servicio  á  las  letras  cata- 
lanas con  la  reimpresión  de  quo  hablamos. 

* 
*  * 

Diario  de  un  deportado,  novela  de  costumbres,  por  Antonia 

Opisso.— Madrid,  1887 

Con  esto  título  acaba  de  publicar  nuestra  dis- 
tinguida colaboradora  una  novela  que  tanto  por 
el  sentimiento  con  que  está  escrita  como  por  la 
idea  que  la  inspira  habrá  de  añadir  un  nuevo 
lauro  á  los  muchos  que  tiene  ya  conseguidos. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


319 


El  Diario  ñe  un  deportado  es  una  tierna  ele- 
gía que  da  ocasión  á  la  autora  á  desplegar  la 
delicadeza  de  su  análisis  sin  excluir  por  esto  el 
estudio  de  caracteres,  algunos  de  los  cuales  es- 
tán trazados  con  mano  maestra,  revelando  un 
verdadero  estudio  del  natural. 

B.  rERNÁNDEZ  IhIARTE. 

— * 


ROMA  VEDUTTA  FEDE  PERDUTTA 


i'on 
JACINTO   LABAILA 


(OOHTlSDACIrtH) 

n 

FERNANDO    Á   ENRIQUE 

Madrid  1°  Setiembre  de  1880 
Mi  querido  Enrique:  Aprovecho  esta  ocasión 
de  haberse  ido  Elisa  á  casa  de  su  madre,  que 
está  enferma,  para  dedicarte  una  abundante 
ración  epistolar  desde  la  soledad  de  mi  gabi- 
nete, con  la  sinceridad  y  con  los  detalles  que 
me  pides,  y  que,  la  antigua  y  nunca  desmentida 
amistad  que  nos  une  desde  la  infancia,  reclama 
justamente  de  mí. 

Ahora  que  puedo  respirar  libremente,  voy  á  dar 
rienda  suelta  á  todos  los  pensamientos,  á  todas 
las  ideas,  que,  hace  dos  años,  retengo  encade- 
nados en  el  rincón  más  oculto  del  cerebro,  sin 
tomar  forma  viable  ni  en  el  diálogo  ni  en  el 
papel  á  impulsos  de  la  pluma,  porque  me  faltó 
hasta  hoy  una  persona  de  toda  mi  intimidad  á 
quien  poder  comunicárselos,  estando  como  esta- 
ba interrumpida  nuestra  correspondencia,  sin 
culpa  mía  ni  tuya,  por  efecto  de  las  circuíflstan- 
cias  que  hemos  atravesado,  ó  hablando  con  más 
propiedad,  que  nos  han  atravesado. 

En  dos  años,  [qué  cambio  tan  brusco  hemos 
sufrido!  ¡Los  dos  solteros  que  galleaban  en  Ma- 
drid en  primera  linea  uncidos  y  agarrotados 
por  el  yugo  del  matrimonio!  Porque  tú  ya  lo 
estarás  cuando  llegue  á  tus  manos  esta  carta, 
que  llegará  como  los  agentes  de  orden  público 
en  España,  demasiado  tarde.  No  me  avisaste 
con  tiempo  del  mal  paso  que  ibas  á  dar  y  no  es 
ya  posible  que  te  desvie  del  abismo,  aunque 
tampoco  creo  que  lo  sería,  si  me  lo  hubieses 
participado  dos  meses  antes. 

Comprendo  que  al  leer  el  párrafo  anterior  te 
debes  quedar  desagradablemente  sorprendido, 
porque  tu  carta  me  convence  de  que  estás  lleno 
de  las  engañosas  ilusiones  que  me  alucinaron, 
haciéndome  terminar  la  vida  intranquila  del 
célibe  y  que  te  impulsaron  á  seguir  las  huellas 
de  tu  desventurado  amigo,  al  que  crees  muy 
ocupado  en  la  felicidad  doméstica  que  ha  debido 
proporcionarle  la  mujer  cariñosa  y  amante,  que 
fué  el  sueño  dorado  de  toda  nuestra  vida. 

Cuando  te  di  parte  de  mi  boda,  exclamaste 
con  la  seguridad  y  con  el  aplomo  del  que  con- 
serva la  serenidad  de  la  razón:  ¡Pobi  e  Fernando! 
¡Se  ha  vuelto  loco!  Y  cuando  esto  me  escribiste 
te  tuve  por  insensato,  porque  entonces  vivía 
fuera  de  la  realidad,  en  el  mentido  horizonte 
que  nos  finge  la  fantasía  enamorada  de  un  es- 
tado de  perfección  en  este  picaro  mundo;  hoy 
que  he  descendido  de  él  y  que  le  contemplo  á 
sangre  fría,  comprendo  que  tu  admiración  fué 
muy  cuerda  y  que  el  demente  he  sido  yo.  No 
me  digas,  pues,  que  mereces  que  me  ría  de  tí; 
lo  utico  á  que  eres  acreedor  en  tu  flamante  es- 
tado es  á  que  te  tenga  lástima,  como  debe  sen- 
tirla el  esclavo  de  dos  años  por  su  nuevo  com- 
pañero de  esclavitud. 

Tienen  razón  los  italianos,  mi  querido  Enri- 
que, Roma  vedulta,  fede  perdulta.  Cuando  se  ve 
á  la  mujer  querida  por  la  mañana,  por  la  tarde, 
por  la  noche,  á  todas  horas  y  esta  mujer  es  sen- 
sible, apasionada,  vehemente;  ¡adiós  ilusión! 
¡adiós  falso  cielo!  ¡adiós  ídolo  de  oro!  La  mujer 
propia  que  ha  de  ser  tuya  veinticuatro  horas 
diarias  y  que  te  obliga  á  vivir  siempre  á  su 
lado,  es  como  las  decoraciones  de  teatro;  de 
lejos  te  deslumhran,  pero  te  aproximas  hasta 


tocarlas  con  la  nariz  y  sólo  entonces  ven  tus 
ojos  brochazos  y  golpes  de  colores  chillones 
que  á  cierta  distancia  y  combinados  con  las  lu- 
ces de  gas  y  de  Drumont  te  encantaron  por  su 
aspecto  maravilloso. 

¡Qué  vergüenza  para  hombres  de  mundo  tan 
corridos  como  nosotros,  tener  que  confesar  que 
hemos  sido  víctimas  de  esa  fantasmagoría  de  la 
vida  íntima,  que  nos  seducía  con  todo  el  encan- 
to de  un  placer  desconocido,  con  toda  la  magia 
de  los  sueños  de  la  felicidad!... 

Tres  días  antes  de  doblar  la  cerviz  al  yugo 
matrimonial,  me  encontré  en  la  calle  á  Eilome- 
na,  á  aquella  graciosísima  viuda  que  sostuvo 
amoríos  con  entrambos,  aunque  en  diferentes 
épocas.  Venía  de  París  y  vestía  con  la  deslum- 
bradora elegancia  que  le  es  peculiar.  La  di 
parte  verbalmente  de  mi  próximo  enlace  y  la 
invité  á  asistir  á  la  misa  de  mi  boda;  ¿sabes  lo 
que  me  contestó? — «Gracias,  no  quiero  ver  fu- 
silar á  nadie.» 

La  redomada  Filomena  siempre  vio  muy  lar- 
go y  muy  adentro.  Hasta  ayer  no  la  volví  á  en- 
contrar. Iba  en  una  elegante  berlina.  En  cuanto 
me  vio  hizo  parar  el  coche.  Me  aproximé  y  me 
preguntó  con  viva  curiosidad  que  traslucí  en  su 
fisonomía: — ¿Te  prueba  el  matrimonio? — Fuiste 
profeta, — la  contesté, — me  han  fusilado.  —  Al 
oir  mi  respuesta  soltó  larga,  franca  y  sonora 
carcajada.  Yo  eché  á  correr,  la  berlina  me  imi- 
tó. Sí,  Enrique,  me  han  fusilado  moralmente. 

No  creas,  por  esto,  que  mi  mujer  es  como  yo 
no  la  imaginaba,  no.  Elisa  es  un  modelo  en  su 
clase,  ha  recibido  buena  educación,  está  dotada 
de  excelentes  sentimientos,  enamorada  de  mí 
hasta  el  extremo  de  no  querer  que  me  separe 
nunca  de  su  lado,  es  tan  cariñosa  y  tan  dulce 
que  con  frecuencia  derrama  lágrimas  de  cariño, 
y  tan  celosa,  que  me  es  imposible  salir  de  casa 
sin  ella...  ¡Hé  aquí  mi  horrible  presente  y  mi 
tremendo  porvenir!  ¡Hé  aquí  el  ideal  femenino 
encamado  en  mi  propia  mujer,  que,  sin  descen- 
der del  pedestal,  me  cansa  con  sus  incesantes 
caricias  y  me  ahoga  con  sus  interminables 
abrazos! 

Hay  momentos  que  acuden  á  mi  memoria  los 
versos  que  escribiste  á  Gabriela  cuando  te  fati- 
garon sus  caricias  extremadas: 

La  esperanza  de  ayer,  hoy  es  recuerdo; 

el  placer,  es  hastio; 

el  afán ,  es  desvario 
y  la  dulzura  empalagosa  al  fin,  etc. 

Eilosofía  exacta  y  verdadera  arrancada  d' 
aprés  nature,  como  dicen  los  franceses.  Estoy 
pues,  mi  querido  Enrique,  empalagado  y  lo  peor 
del  caso  es  que  no  es  posible  desempalagarme. 
Mi  mujer  ha  escrito  sobre  la  portalada  de  nues- 
tro matrimonio  el  espantoso  letrero  que  escribió 
el  Dante  en  la  puerta  del  infierno:  Lasciate  ogni 
speravza  voi  qui  éntrate.  Deseaba  encontrar  en 
mi  cónyuge  cariño,  mucho  cariño...  pero  no 
tanto!!! 

No  abrigo  ni  la  esperanza  d«  reñir  con  ella 
para  siempre.  Esto  es  imposible,  no  por  el  es- 
cándalo que  producen  semejantes  separaciones, 
sino  por  las  condiciones  especiales  de  su  carác- 
ter y  las  del  mío.  Figúrate  tú  que  Elisa  está 
siempre  pendiente  de  mi  voz,  que  se  plega  á 
cuanto  me  ocurre,  que  á  los  ojos  de  cuantos  nos 
conocen  y  nos  visitan  me  hace  aparecer  como 
un  marido  modelo,  que  ante  la  sociedad  yo  soy 
el  que  manda  y  ella  es  la  que  obedece,  pero  que 
en  realidad  no  es  así.  No  es  así;  porque  me  ocurre 
ir  solo  á  alguna  parte  y  empieza  por  decirme 
que  haga  lo  que  me  parezca,  pero  que  piense 
que  la  dejo  sola  en  casa  y  aburriéndose,  que  la 
tengo  poco  cariño  porque  no  la  quiero  llevar 
conmigo  á  donde  yo  vaya,  etc.,  etc.  Yo  protesto 
diciéndola  que  la  quiero  muchísimo,  pero  que  no 
por  eso  debo  estar  cosido  á  sus  faldas,  que  eso 
es  demasiado  exigir,  etc.,  etc.  Pues  bien;  mi  es- 
posa en  vez  de  ofenderse  de  mis  palabras  y  de 
contestarme  con  tono  tan  alto  ó  má.s  que  el  mío, 
exclama:  «Ya  no  me  quieres,  ¡te  has  cansado 
de  mí!»  y  sus  ojos  son  dos  ríos  de  lágrimas,  y 
como  yo  conozco  que  las  hace  brotar  el  cariñoso 
afecto  que  me  profesa,  cedo  y  no  salgo  de  casa 
ó  salgo  con  ella.  Me  vence  siempre  llorando; 


por  eso  digo  que  en  realidad  ella  manda  y  yo 
obedezco;  concluyo  siempre  por  hacer  su  vo- 
luntad. 

Si  en  vez  de  llorar  manifestase  la  fortaleza  de 
carácter  que  poseen  otras  mujeres,  replicándome, 
queriéndoseme  imponer,  nada  conseguiría  de  mí, 
he  dicho  mal,  conseguiría  que  á  las  cuatro  ó 
cinco  réplicas  agrias  que  mediasen  entre  los  dos, 
tronásemos  por  completo  y  á  la  cuarta  ó  quinta 
cuestión  acabaríamos  por  separarnos  para  siem- 
pre: conoces  bien  mi  carácter  enérgico,  indepen- 
diente y  soberbio,  sabes  que  no  puedo  sufrir  que 
se  me  atrevan;  si  mi  esposa  se  me  atreviese,  ¡adiós, 
paz  del  hogar!  ¡Adiós  estado  tranquilo  del  ma- 
trimonio! Pronto  terminaría  todo.  Pero  en  vez 
de  atrevérseme,  llora  y...  ¡malditas  sean  las  lá- 
grimas de  la  mujer!..  Como  las  derrame  una  es- 
posa enamorada  eres  perdido;  no  tienes  más 
remedio  que  ceder  para  evitar  un  cataclismo;  no 
te  queda  otro  recurso  que  tascar  el  freno  y  aca- 
riciarla. 

Cuando  llora  una  querida,  te  ríes;  conoces 
que  rara  vez  deja  de  haber  un  fondo  de  egoísmo 
en  su  llanto,  porque  te  interesas  mucho  menos 
por  ella,  porque  desde  el  principio  de  las  rela- 
ciones profesas  respecto  á  ella  la  teoría  de  á 
rey  muerto,  reí)  puesto;  pero  cuando  se  trata  de 
la  mujer  propia  es  muy  diferente;  y  mucho  más 
si  la  hacen  llorar  los  celos  que  á  cada  momento 
la  asaltan,  nacidos  de  la  vida  pasada  que  llevó 
el  marido,  cuando  era  mariposa  y  corría  por  el 
jardín  de  flor  en  flor,  como  le  sucede  á  Elisa 
respecto  á  mí;  como  no  lo  dudes,  le  sucederá  á 
Rosalía  contigo. 

Nuestra, pasada  vida,  mi  querido  Enrique,  se 
vuelve  contra  nosotros  desde  el  momento  que 
nos  unce  el  exclusivo  y  sacrosanto  yugo  del  ma- 
trimonio: en  el  secreto  de  la  intimidad  referimos 
á  nuestras  futuras  esposas,  cuando  las  galanteá- 
bamos, algún  suceso  de  la  serie  de  aventuras  de 
nuestra  juventud;  (lo  que  acaso  las  encendió  los 
deseos  de  sujetarla  hasta  entonces  voluble  vele- 
ta de  nuestro  corazón),  y  ellas  no  olvidan  ya 
nunca  que  nos  hemos  paseado  en  carrera  triunfal 
por  el  reino  del  amor.  El  temor  á  que  cometa- 
mos pecaminosas  reincidencias  las  asalta  por 
todas  partes  y  sin  justo  motivo;  y  hé  aquí  porque 
no  nos  quieren  dejar  salir  solos  de  casa,  hé  aquí 
no  quieren  ni  que  miremos  á  las  mujeres  que 
pasan  por  nuestro  lado,  como  si  nuestras  mira- 
das lanzadas  al  acaso  hubieran  de  producir  un 
incendio  de  cariño  en  el  alma  de  una  transeún- 
te que  vemos  por  primera  vez  y  que  quizás  no 
volvamos  á  encontrar  en  nuestra  vida. 

Porque  no  lo  dudes;  la  esposa  enamorada  pro- 
fesa al  esposo  cariño  tan  absoluto  que  paradla 
es  indiferente  todo  lo  demás  del  mundo,  6  ha- 
blando con  más  propiedad,  concentra  el  mundo 
en  él;  pero  en  cambio,  exige  que  nosotros  con- 
centremos el  mundo  en  ella:  esto,  como  compren- 
des, es  un  absurdo,  porque  el  corazón  del  hom- 
bre necesita  otras  expansiones  lícitas  que  no 
hacen  falta  al  corazón  de  la  mujer,  y  de  esto  ni 
se  quiere  hacer  cargo  ni  se  le  hará  en  toda  su 
vida  mi  apasionada  Elisa. 

Puedes  comprender  ya  de  lleno  mi  espanto- 
sa situación:  el  lazo  de  mi  casamiento  se  ha  con- 
vertido en  cadena,  que  arrastro  penosamente; 
las  flores  del  amor,  á  fuerza  de  restregármelas 
por  la  nariz,  sacan  las  pinchas  y  me  punzan;  la 
miel  del  cariño,  prodigada  á  todas  horas,  me 
produce  continuas  indigestiones...  ¡Ah,  Enrique, 
cuánto  daría  porque  Elisa  me  quisiera  menos!.. 
¡Mírate  en  mi  espejo,  y  tiembla! 

Bien  sé  que  cuando  recibas  esta  carta  no 
darás  crédito  á  mis  amarguras  conyugales, 
porque  estarás  gozando  de  la  luna  de  miel  y 
mientras  ésta  dure  serás  muy  feliz  con  tu  cari- 
ñosísima esposa,  como  lo  fui  yo  en  los  primeros 
meses;  pero  esa  luna  no  es  eterna,  ni  siquiera 
larga,  tiene  un  cuarto  menguante  de  fatal  recor- 
dación, y  después...  se  apaga  la  luz  y  el  cielo  se 
cubre  de  negra.s  nubes  que  te  sumen  en  constan- 
te oscuridad. 

Como  sé  esto  por  experiencia  te  ruego  que  no 
contestes  por  ahora  al  fondo  de  mi  epístola;  re- 
sérvate esa  contestación  para  cuando  se  cumplan 
los  dos  años  de  tu  matrimonio:  sin  perjuicio  de 


3-20 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


lo'qae  t«  indico  escríbeme,  pues  deseo  como  tú, 
que  continúe  nuestra  interrumpida  correspon- 
aencia. 

No  enseñes  esta  carta  á  tu  mujer,  porque  si 


la  lee,  me  profesará  desde  ese  momento  odio  á 
muerte,  y  sentiría  inspirar  semejante  pasión  á 
la  esposa  de  mi  amigo  más  querido. 
Cuando  me  contestes  dirige  el  sobre  á  mi  no- 


driza Angustiad  Pérez,  Costanilla  de  los  Ange- 
les, 4:  no  quiero  que  mi  cónyuge  se  entere  de 
que  mantengo  correspondencia  con  nadie,  porque 
esto  me  proporcionaría  un  disgusto.  No  soy  due- 


ESCENAS  DEL  BAJO  OTTAWA  (GANADA)  EL  REMOLCADOR  DE  MADERAS 

ño  ni  de  cartearme  con  libertad  con  un  amigo.  '  matrimonio  al  mió,  como  un  suplicio  á  otro  su-  i  te  la  desea  lo  más  ligera  posible  este  presidia- 
Si  he  de  proceder  contigo  con  lealtad  no  debo     plicio;  me  concretaré,  pues  á  desearte,  que  tu  |  rio  de  la  cárcel  matrimonial,  que  se  llama 
felicitarte  por  tu  nuevo  estado  ya  que  según  los     esposa  te  adore  menos  que  me  quiere  la  mía.       j 
precedentea  que  me  das,  debe  parecerse  tanto  tu  |      Adiós,  Enrique,  adiós  compañero  de  cadena;  |      (Se  continnará.)  Femando. 

UlfllBIUCMí:  tota,  36S-3(7,  Kimi  loliiu,  Editor.— Rturtidos  los  dtrwhos  dt  propiedad  artístiu  j  iítwtrit.— Í4s  recJiíDuioDts  en  Madrid,  il  reprtseDUiU  de  tsh  Cui  D.  Miguel  Pli  j  Valor,  Apodaea,  10, 2." 

)  INSÉRTESE  Ó  NO,  NO  8B  DEVUELVE  NINQUN  ORIGINAL  ( 


trtámiMmamnTo  TtroaHlnco  di  B.  Basboíl.— Cm.lb  de  VnxARnoBL,  hóm.  17  ihsanchb  db  San  Ahtohiú.— Barcblon*. 


Año  V 


Barcelona  28  de  Mayo  de  1887 


Núm.  230 


C3on  el  presente  número  repartimos  el  suplemento  de  modas  EL  MUNDO  DE  LAS  DAMAS,  correspondiente  al  mes  actual 


ARTE  Y   BELLEZA 


6i>6 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


SUMARIO 

TixTO.— JTodrid.  Carta*  A  wá  ¡trítma,  por  Fernanflor.— £1 
rieUniMa  (r«DUnusciAn>,  por  ViwnteBUscoIbáñes.— £c- 
irUlm  etatti/tea,  por  Alfredo  Oplsso.  — í^cínro»;  A  muchos  y 
á  mbkgimo  (conliniueióu  K  por  Cl&rlu  — ¿ns  bodat  de 
Atkmit,  por  J.  Miró  Filguera  —A  oritiat  átl  Cantibiico 
vpoesu),  por  A.  Alcalde  y  Valladares.—^  Eíi$a  (poeslai, 
por  Vicente  de  Arana— JBi"6íio¡;ro/ío,  por  C.  M.— Nuestros 
grabados . —Jioaui  veáutta  ftdt  perduUa  (continuación), 
por  Jacinto  Labaila. 

GtáBtoos.— Arte  y  belleaa.— El  arte  en  casa.— Recuerdos  de 
las  carreras  de  caballos  celebradas  eu'Uarceloua.— Mariet- 
ta. — Después  de  la  tempestad.— Una  ateuclón  delicada  — 
La  Cartuja  de  Londres.- Casa  de  patos  —Una  inundación 
inminente.- El  té  de  las  muñecas.— Los  acantilados  de 
U  costa  de  Crimea. 


MADRID 


GA.K.TA.S     A.     2>CI     X>  fl  I  It^C  .A. 


EN   EL   MUNDO   DEL  CRIMEN 

iKifiDA  Carmen:  En  Madrid  se  lee  de  pre- 
ferencia las  reseñas  del  juicio  oral  de  Ar- 
chidona.  Esta  causa  excita  inmenso  inte- 
rés por  los  orígenes  del  crimen,  que  son  amor, 
celos,  odio  y  venganza;  por  la  ilustrada  barba- 
rie,— si  es  posible  juntar  estas  palabras, — del 
medio  empleado  por  el  asesino  para  consumar 
su  crimen  y  por  la  serenidad  excepcional  que 
demuestra  el  criminal  ante  sus  acusadores  y  sus 
jueces.  No  pienso  hacer  un  extracto  de  esta 
causa  porque  tti  le  habrás  leído  ya  en  los  dia- 
rios y  porque  le  ha  leído  ya  todo  Madrid  y  toda 
España,  mas  la  preocupación  general  me  indica 
que  mi  deber  de  revistero  es  hablar  en  esta  cró- 
nica de  asuntos  criminales  y  trágicos.  Mucho 
sentiré  quitarte  el  sueño  de  la  noche  ó  llenár- 
telo de  espantables  visiones...  Sirvame  de  dis- 
culpa lo  que  te  digo;  cuando  todos  tienen  de- 
lante de  los  ojos  espectros  sangrientos  es  inútil 
querer  distraerlos  con  frivolidades. 

La  edad  y  la  experiencia  que  viene  con  ella 
hacen  que  el  hombre  vea  con  diferentes  senti- 
mientos al  criminal;  quiero  decir,  que  si  nos- 
otros cuando  niños  y  cuando  jóvenes,  influidos 
por  laí5  teorías  de  la  moral,  de  la  virtud  y  del 
honor  sentimos  horror  inmenso  hacia  el  reo  de 
un  bárbaro  crimen,  luego  cuando  peinamos  ca- 
nas solemos  contemplarle  con  profundísima  com- 
pasión. Si  primero  fué  para  nosotros  un  malva- 
do y  solo  un  malvado,  luego  es  un  infeliz  y  un 
infeliz  desdichadísimo.  Sin  el  Código  penal  no 
habría  sociedad  posible,  claro  está;  mas  yo  creo 
que  este  Código  ha  sido  hecho  para  contener 
más  que  para  castigar;  el  castigo  llega  tarde  y  ni 
corrige  ni  castiga  nada.  Lo  que  hace  sí  es  vigori- 
zar en  los  demás  ese  sentimiento  de  aversión 
hacia  el  delito  y  hacia  los  delincuentes;  senti- 
miento noble,  sano,  depurador  de  nuestra  natu- 
raleza, compuesta  de  una  sangre  que  hierve  con 
un  simple  calor,  con  una  simple  palabra  y  de 
un  aire  encerrado  que  se  llama  alma  y  el  cual 
aire  lucha  por  salir  tempestuosamente  de  sus 
recónditos  encierros. 

Pero  ese  fuego  de  las  pasiones  es  tan  eficaz 
y  se  prende  en  el  corazón  tan  fácilmente  que  el 
hombre  experimentado  se  aterra  ante  el  relato 
de  los  crímenes  de  la  pasión  como  si  hubiese 
sido  él  mismo  quien  le  hubiese  cometido...  ¡Ha 
visto  en  su  larga  carrera  zozobrar  tantas  con- 
vicciones, deshacerse  tantas  firmezas,  oscure- 
cerse tantas  luminosísimas  inteligencias,  bo- 
rrarse súbitamente  tantas  virtudes,  enloquecer 
tantos  juicios,  transformarse,  en  fin,  tantas  na- 
turalezas! 

Sólo  quien  no  ha  vivido  muchos  años  puede 
creer  que  no  podrá  sentarse  en  el  banquillo  del 
acusado.  Si  en  el  caso  de  Peris,  sólo  por  su  li- 
bre voluntad  ha  podido  llegar  al  crimen,  en 
otros  ciento  se  llega  por  la  voluntad  de  los  de- 
más 6  por  un  camino  desconocido,  de  accidentes 
que  distraen  y  en  los  cuales  nada  se  ve  de  es- 
pantable basta  que  de  súbito,  en  el  final,  se  des- 


cubre un  paraje  donde  hay  sangre  y  muerte. 
No  hace  mucho  tiempo  que  pasando  j'o  por  una 
de  las  calles  extremas  de  Madrid  vi  un  corro 
de  gente  al  lado  de  una  taberna.  Me  enteraron 
del  caso.  Aquella  noche  y  en  aquel  figón  habían 
entrado  dos  hombres  y  una  mujer,  esta  última 
unida  por  vínculos  estrechos  con  uno  de  ellos. 
Habían  pedido  algunas  copas  y  estaban  ale- 
gres, uno  de  los  hombres  quería  más  vino,  el 
otro  y  la  mujer  no  querían  que  se  bebiese  más. 
— }Eres  un  roñoso! — dijo  el  uno. — ¡Vamonos! — 
exclamó  la  mujer  levantándose. — ¡Tú  te  callas, 
— repuso  el  primero  dirigiéndose  á  ella, — ó  te 
doy  un  bofetón!^ — ¡Tú  á  mí! — replicó  la  mujer; 
y  sacando  una  navaja  se  la  clavó  en  el  pecho. 
Así  viene  el  crimen,  por  el  camino  del  placer  y 
de  las  alegrías,  luminoso  y  súbito  como  el  rayo. 
La  pobre  naturaleza  humana  propende  tanto  á 
la  fiereza  que  hasta  en  sus  accesos  de  compa- 
sión puede  demostrarla.  Muchas  veces  hemos 
visto  que  algún  niño  martirizaba  á  un  pájaro 
ó  á  un  perro  y  le  hemos  advertido  que  no  lo 
hiciera.  ¿Cómo?  Por  regla  general  pegándole  un 
cachete. 

Al  hablar  de  Peris  he  hablado  en  la  suposi- 
ción de  que  sea  criminal;  asi  aparece  con  fun- 
damento de  la  causa;  mas  hay  en  ella  cierto  de- 
talle que  viene  á  corroborar  mis  pensamientos. 
Uno  de  los  testigos  ha  manifestado  que  el 
mismo  Palomero, — victima  de  la  explosión  de 
la  caja  infernal, — le  había  preguntado  donde 
hallaría  un  cartucho  de  dinamita,  con  objeto  de 
colocarlo  bajo  la  habitación  de  su  suegro.  Dijo 
luego  Palomero  que  lo  había  preguntado  por 
broma.  Pero  al  suegro,  que  sin  duda  lo  supo, 
debió  parecerle  broma  pesada.  ¿Acaso  el  víctima 
no  llegó  á  ser  asesino  por  haber  sido  asesinado 
antes?  ¿Quién  sabe  lo  que  hubiera  traído  el  por- 
venir? 

Si  esta  suposición  te  parece  irrespetuosa  para 
la  memoria  del  infeliz  Palomero,  discúlpame  al 
considerar  que  los  asesinados  no  tienen  ya  per- 
sonalidad moral,  pues  entregados  á  los  tribuna- 
les en  ellos  todo  se  revela,  todo  se  discute,  todo 
se  publica;  siendo  lícito  aventurar  las  suposi- 
ciones más  ÍDJuriosas,  pues  lo  exige  la  defensa 
del  reo;  y  porque  no  es  posible  dejar  de  oir  á 
los  testigos,  cuya  boca  unas  veces  está  henchida 
de  sinceridad  y  otras  pletórica  de  maledicen- 
cias. ¿Qué  no  se  ha  dicho  en  este  juicio?  Des- 
honrados han  quedado  todos;  victimas  y  crimi- 
nales; y  ciertamente  que  algún  asesinado, — si 
los  muertos  tuviesen  elección, — preferiría  que 
le  asesinasen  otra  vez  á  seguir  jífiviendo  en  el 
mundo  tal  como  le  han  dejado  las  reparadoras 
dilucidaciones  de  la  justicia. 

También  son  entretenidas  estas  reseñas  de 
los  juicios  orales.  Las  preguntas  y  respuestas 
de  los  testigos  pueden  competir  con  los  diálo- 
gos más  interesantes  de  los  folletines;  la  tene- 
brosidad del  crimen  se  rasga  con  un  chiste  ó 
con  una  simpleza  de  un  testigo.  Los  asesinos 
hacen  reir  á  veces.  Los  presidentes  no  se  des- 
deñan, tal  vez,  de  mostrar  su  ingenio  ante  el 
numeroso  concurso;  á  veces  nadie  cree  que  es- 
tas carcajadas  que  se  oyen  puedan  ir  á  estre- 
llarse contra  los  maderos  de  un  patíbulo.  Y,  hay 
que  reírse,  en  efecto;  porque  la  risa  es  superior 
á  la  voluntad;  está  en  el  alma  la  cual  nos  per- 
tenece menos  que  nosotros  la  pertenecemos.  Yo, 
querida  prima,  desafío  que  haya  hombre  bas- 
tante serio  para  oir  imperturbablemente  la 
salida  de  cierto  criminal,  que  indignado  por  la 
declaración  de  un  testigo, — declaración  que  el 
escribano  apuntaba  solícitamente,  exclamó: — 
¡Testigo,  sois  un  grosero!  Os  escupiría  á  la 
cara  sino  temiese  ensuciar  al  señor  escribano. 

La  serenidad  de  Peris  ha  contenido  á  la 
opinión,  bastante;  porque  la  enormidad  del  cri- 
men, debía, — ya  lo  dije, — abrumarle.  Es  rara  la 
serenidad;  supone  un  gran  carácter.  Los  crimi- 
nales no  avezados  suelen  turbarse  en  el  mo- 
mento del  crimen,  no  tan  sólo  después.  Algunos 
por  su  misma  turbación  se  pierden  y  no  le 
realizan.  Puesto  que  consulto  á  mis  recuerdos, 
recuerdo  un  hecho,  que  hace  pocos  meses  ocu- 
rrió en  Valencia:  un  grupo  de  muchachos  ro- 
deaba á  una  mujer  que  pretendía  huir  de  sus 


perseguidores.  Uno  de  los  chicos,  se  apartó, 
buscó  á  una  pareja  y  la  pareja  detuvo  á  la 
mujer.  ¿Qué  había  hecho?  Se  dirigía  hacia  la 
huerta  de  Ruzafa  con  un  envoltorio  bajo  el  de- 
lantal. Los  muchachos  se  apercibieron  de  que 
ocultaba  la  mujer  un  niño  recién  nacido;  por- 
que el  niño  lloraba...  Temieron  que  la  mujer 
quisiese  arrojar  la  criatura  en  una  de  las  ace- 
quias que  por  allí  corren;  la  siguieron,  la  acosa- 
ron... la  aturdieron.  Y  entonces,  ella,  arrastrada 
por  su  mismo  delito,  en  vez  de  conservar  la 
criatura,  la  arrojó  sobre  un  montón  de  paja; 
envuelta  en  unos  trapos;  pero  viva.  Presa, 
negó;  tardía  serenidad;  ya  estaba  perdida. 

El  semblante  de  la  Verdad  es  terrible  porque 
en  efecto,  él  es  el  solo  rostro  que  aparece  siem- 
pre sereno,  sin  esfuerzo;  porque  de  propio  sor 
es  inmutable.  La  ficción  es  un  estado  violento; 
una  tensión  de  los  nervios  q\ie  al  fin  y  al  cabo 
se  estiran  y  aflojan  como  las  cuerdas  del  arco 
siempre  armado.  El  día  gasta  mucho  la  con- 
ciencia del  criminal,  porque  el  día  le  trae  la 
visita  de  los  hombres;  pero  la  noche  le  gasta 
más,  porque  entonces  le  visita  su  deseisperación. 
Cada  prueba  que  se  presenta  es  una  herida  que 
recibe  el  criminal;  y  si  el  alma  qtiiere  resistir 
siempre, — como  el  espíritu  del  soldado  en  las 
batallas, — el  cuerpo  al  fin  desfallece  y  se  dobla. 
Y  llega  un  momento  en  que  la  misma  vida  no 
merece  luchar  tanto,  ni  tan  penosamente  contra 
la  vindicta  de  la  sociedad,  y  el  criminal  dice: 
— ¡Sí!  Es  cierto,  soy  un  asesino;  perdonadme  ó 
matadme.  ¿Llegará  este  momento  para  Peris? 

En  el  primer  instante  se  creyó  que  Palome- 
ro había  preparado  él  mismo  la  caja  para  suici- 
darse. Pero  luego  la  opinión,  casi  unánime,  se 
fijó  en  Peris.  La  opinión  es  un  jurado  que  no 
sentencia;  y  que  si  para  condenar  debe  tenerse 
en  cuenta,  debe  tenerse  más  aún  para  perdonar. 
Bien  es  cierto  que  son  raros  los  casos  en  que  la 
opinión  se  revela  unánimemente  contra  la  sen- 
tencia de  un  tribunal.  Esto  se  ha  visto,  sin  em- 
bargo; yo  recuerdo  también  un  hecho  de  esta 
especie.  Allá,  por  el  año  84,  recayó  sentencia 
en  causa  de  asesinato  sobre  un  vecino  de  cier- 
to pueblo  de  Murcia;  fué  condenado  y  los  ve- 
cinos del  pueblo  acudieron  al  presidente  de 
la  Audiencia,  en  número  de  quinientos,  para 
decirle  que  el  sentenciado  era  inocente  y  no  po- 
día menos  de  serlo.  Ellos  estaban  dispuestos  á 
jurarlo  asi  y  á  justificarlo  donde  fuese  necesa- 
rio; y  contra  los  manifestantes  se  hallaban  los 
individuos  de  la  familia  de  la  victima.  El  pre- 
sidente de  la  Audiencia,  conmovido  ante  aque- 
lla ola  de  la  opinión,  lloraba  como  un  niño; 
pero  no  podía  hacer  nada  porque  la  sentencia 
se  había  dictado.  Los  tribunales  le  condenaron; 
un  jurado  le  hubiese  concedido,  tal  vez,  repara- 
ción triunfal. — Más  aún  que  el  crimen,  aterra  la 
inocencia  sentenciada.- — Y  al  menos  en  anti- 
guas naciones  era  uso  celebrar  fiestas  públicas 
para  la  proclamación  de  la  inocencia  sentencia- 
da; pero  en  las  modernas  la  única  reparación 
es  decir:  «Nos  hemos  equivocado;  ya  está  V.  li- 
bre: le  devolvemos  á  V.  (triste,  viejo,  cano,  sin 
ilusiones  ni  esperanzas)  á  la  consideración  par- 
ticular de  sus  amigos.»  Yo  creo  que  la  sociedad 
es  muy  sobria  en  las  fórmulas  con  que  rehabilita 
la  inocencia  acusada,  sentenciada  y  encarcelada. 
No  hablo  de  la  inocencia  que  ha  muerto  en  los 
patíbulos:  para  esas...  el  cielo. 

Veo  que  esta  conversación,  como  todas  las 
mías,  va  siguiendo  el  curso  caprichoso  de  mi 
fantasía,  desligándose  de  mi  voluntad...  Yo 
quise  en  un  principio  demostrarte  que  por 
grande  que  fuere  el  crimen  de  un  hombre,  debe 
inspirarnos  más  lástima  que  repulsión,  porque 
los  crímenes  dimanan  de  nuestra  naturaleza 
primitiva,  que  la  cultura  social  no  desbasta 
completamente,  quedando  siempre  en  el  varón 
más  juicioso  alguna  veta  de  la  materia  misera- 
ble primitiva.  Dejemos  al  fiscal  (ese  señor  cuyo 
oficio  es  hacer  daño;  como  definía  cierta  mujer 
de  un  procesado  que  buscaba  la  casa  del  golilla 
para  conmoverle)  dejemos  á  los  jueces  la  dolo- 
rosa  misión  de  execrar  y  condenar.  Doblemos  la 
cabeza  ante  la  justicia  de  la  sociedad,  terrible 
y  necesaria...  Pero  confundamos  nosotros  en  un 


LA  ILUSTRACIÓN  IBER[CA 


339 


sentimiento  de  piedad  á  los  muertos  y  á  los  ma- 
tadores. 

¡Ah!  querida  Carmen,  el  resumen  de  todas 
las  causas,  de  todos  los  juicios  orales,  se  expre- 
sa casi  siempre  en  ima  de  estas  palabras:  ¡Igno- 
rancia! ¡Miseria!  ¡Locura!  ¡Pasión! 

Y  sobre  la  fosa  de  quién  obró  por  ignorancia, 
por  miseria,  por  locura  ó  por  pasión  los  que  no 
tenemos  necesidad  de  sentenciar  sólo  debemos 
poner  este  epitafio: 

¡Desdichado! 

Febnanflor. 


-«- 


EL    VIOLINISTA 


(OONTr  HOiCIÓN  ) 

— ¡Hola,  gran  picaro! — le  decía  siempre  al 
encontrarle. — Ya  sé  que  tienes  una  novia  muy 
hermosa,  y  por  cierto  que  siento  grandes  deseos 
de  conocerla. 


— ¡Bali! — contestaba  invariablemente. — No 
es  del  todo  fea:  ya  la  conocerás  más  adelante. 

Y  se  veía  que  al  momento  procuraba  cambiar 
de  conversación. 

— ¿Cuando  podré  oir  alguna  cosilla  tuya? 

A  esta  pregunta  siempre  contestaba  rubori- 
zándose y  asegurando  que  yo  estaba  en  un  error, 
pues  el  se  limitaba  á  tocar  el  violin  y  no  había 
compuesto  una  nota  en  toda  su  vida. 

Esto  no  era  verdad. 

Ricardo  era  tímido  en  el  trato,  mas,  á  pesar 
de  ello,  se  conocía  que  en  su  alma  tenía  un  gran 
acopio  de  pasión  próxima  á  desbordarse  en  al- 
guna circunstancia  suprema. 

Varias  veces  me  propuse  verle  con  más  fre- 
cuencia; ser  su  amigo  del  alma,  pero  las  peri- 
pecias de  mi  vida  me  separaron  de  él  por  lar- 
gas épocas. 

Un  día  le  encontré  en  la  calle  y  su  aspecto 
me  causó  alguna  extrañeza. 

No  le  había  visto  en  muchas  semanas  y  no 
pude  menos  de  notar  que  estaba  bastante  cam- 
biado. 

Sus  ojos  en  vez  de  aquella  mirada  dulce  y 


benévola  que  le  era  peculiar,  tenían  una  expre- 
sión triste  y  aun  algo  siniestra. 

Andaba  contra  su  costumbre  apresurado,  y 
en  sus  movimientos  se  notaba  un  desembarazo 
y  una  decisión  que  no  le  eran  propios. 

En  fin,  toda  su  persona  se  había  despojado 
de  aquella  antigua  capa  de  timidez  y  encogi- 
miento para  dejar  traslucir  algo  semejante  á 
desencanto,  ira  ó  desesperación. 

• — Oye,  FeHpe;  me  alegro  mucho  de  encon- 
trarte,— dijo  en  el  momento  (pie  me  vio,  con 
voz  que  en  vano  pretendía  convertir  en  tran- 
quilo.— Acaba  de  sucederme  una  cosa  que  in- 
dudablemente tendrá  gran  importancia  en  mi 
vida  futura.  Tú  conoces  más  que  yo  el  mundo 
y  necesito  que  me  aconsejes. 

— Ya  noto  en  tí  algo  extraño.  Pregúntame  lo 
que  quieras  que  al  momento  te  responderé  como 
Dios  me  dé  á  entender. 

— ¿Qué  harías  tú  si  una  mujer  á  quien  ama- 
ras te  abandonase  por  otro? 

— ¡Toma!  Donosa  pregunta.  Procuraría  olvi- 
darla cuanto  antes  para  entregar  á  otra  mi  co- 
razón. 


.^ 
•^# 


EL  ARTE  EN  CASA 

Hiedra:  escultura  en  roble.— Maestra  de  una  obra  hecha  por  un  alumno  de  15  años.— Un  entrepa&o  en  roble 


— Así  sois  todos.  ¡Miserables!  O  no  tenéis 
corazón  ó  estáis  embrutecidos. 

Y  tras  ese  exabrupto  Ricardo  escapó  calle 
arriba  con  paso  rápido,  mientras  que  j'o  com- 
prendiendo el  alcance  de  su  pregunta  me  alejó 
en  direcciÓQ  contraria  murmurando: 

— ¡Pobre  muchacho!  De  seguro  se  *ha  vuelto 
loco. 

III 

Pasaron  no  recuerdo  si  uno  ó  dos  meses  sin 
que  volviera  á  ver  á  Ricardo. 

Una  noche  en  que  me  paseaba  solo  por  las 
calles  de  Madrid,  no  sabiendo  qué  resolver  en- 
tre meterme  en  algún  teatro  ó  pasar  la  velada 
en  casa  de  un  amigo,  sorprendióme  la  lluvia 
cerca  del  café  en  que  tocaba  Ricardo. 

Al  momento  sucedió  lo  de  siempre.  Los  tran- 
seúntes se  guarecieron  bajo  los  arcos  de  las 
puertas,  los  coches  de  punto  fueron  ocupados 
en  un  momento,  los  ómnibus  se  llenaron,  y  yo 
que  no  llevaba  paraguas  me  vi  en  la  espectativa 
de  tener  que  arrostrar  la  ira  de  las  nubes  si  no 
me  acogía  al  elegante  establecimiento  en  que 
se  hallaba  mi  amigo. 

Tomé  esta  última  resolución  y  abriendo  la 
cancela  de  cristales  penetré  en  el  café. 

Este  presentaba  un  aspecto  deslumbrador. 

Los  ricos  artesonados  del  techo  y  las  doradas 
filigranas  do  los  mures  brillaban  heridos  por 
las  luces  que  incesantemente  se  agitaban  en 
sus  globos  de  cristal,  y  los  colosales  espejos  re- 
flejaban el  conjunto  del  salón  prolongándolo 
hasta  lo  infinito. 

De  seguro  que  os  extrañaréis  de  tan  analítica 
de.ícripción,  pero  el  recuerdo  de  aquella  noche 


ha  quedado  de  tal  modo  grabado  en  mi  memo- 
ria, que  aún  parece  que  me  veo  penetrando  en 
el  café. 

La  lluvia  era  la  causa  de  que  aquel  estable- 
cimiento de  continuo  bastante  concurrido,  se 
viera  en  la  tal  noche  atestado  de  un  público  in- 
quieto y  bullicioso. 

Los  camareros  apenas  si  lograban  abrirse 
paso  entre  la  gente  que  sentada  ó  de  pié  se 
agrupaba  junto  á  las  mesas,  y  por  todas  partes 
sonaba  un  prolongado  y  mortificante  ruido  que 
venía  á  ser  producto  de  mil  distintas  conver- 
saciones, y  en  el  cual  se  destacaban  las  palma- 
das de  los  parroquianos,  los  saludos  cruzados 
de  una  á  otra  parte  del  café  y  el  argentino  retin- 
tín de  las  cucharillas  y  los  platillos  del  azúcar. 

Así  que  penetré  en  el  establecimiento,  fuíme 
directo  á  la  plataforma  sobre  la  que  se  osten- 
taba el  piano. 

En  ella  dejaba  oir  todas  las  noches  Ricardo 
las  notas  de  su  vioIín,  acompañándole  un  viejo 
pianista,  verdadero  veterano  del  arte,  rutina- 
rio y  vulgar. 

En  una  mesa  situada  junto  á  la  plataforma 
vi  á  mi  amigo...  ¿pero  en  qué  estado? 

A  no  ser  porque  me  llamó,  de  seguro  que 
hubiera  tardado  en  reconocerle. 

Vosotros  habréis  leído  en  las  leyendas  fan- 
tásticas, como  algunos  paladines  después  de 
muertos,  se  presentan  por  la  noolie  á  sus  ene- 
migos y  levantan  la  celada  de  su  careo,  para 
dejar  ver  un  rostro  enjuto  lívido  y  agujereado 
por  dos  ojos  oscuros  y  fosforecentes. 

Pues  igual  aspecto  presentaba  aquella  noche 
la  cara  dé  Ricardo. 

Además  había  adelgazado  hasta  el  punto  do 


que  su  traje  cayese  á  pliegues  á  lo  largo  del 
cuerpo,  como  demostrando  que  la  fecha  de  su 
nacimiento  dotaba  de  otra  época  en  que  su 
dueño  tenía  mejor  aspecto  físico. 

— ¿Qué  tienes  Ricardo?  ¿Qué  te  ha  sucedido? 
— dije  así  que  ocupé  una  silla  á  su  lado. 

— He  estado  enfermo. 

— ¡Ah  demonio! — exclamó  yo  entonces  recor- 
dando la  última  entrevista  que  con  él  tuve  y 
de  la  cual  mi  memoria  no  conservaba  el  menor 
vestigio. — Ya  comprendo.  Has  estado  enfermo 
á  consecuencia  de  aquella  decepción  amorosa 
que  hace  tiempo  sufriste. 

— Los  médicos  no  han  podido  conocer  mi 
enfermedad,  y  aún  como  gracias  á  mi  suerte  he 
salido  bien  de  ella, — contestó  mi  amigo  con  en- 
tonación seca  y  nerviosa. 

Y  luego,  como  aquel  que  desea  mudar  de 
tema  en  su  conversación,  continuó: 

— Llegas  á  buena  hora  pues  esta  noche  vas 
á  conocer  una  de  mis  obras  musicales. 

— ¿Vas  á  tocarla  aquí? 

— Dentro  de  algunos  minutos. 

— ¿Y  á  qué  se  debe  tal  variación  en  tu  ca- 
rácter? 

— ¡Qué  quieres!  he  mudado  de  parecer.  Antes 
componía  para  una  sola  persona  y  deseaba  que 
mis  cantos  fuesen  para  todos  un  misterio  tan 
impenetrable  como  las  pasiones  de  mi  alma... 
ahora  desgraciadamente  voy  á  componer  mú- 
sica para  todo  el  mundo. 


(Se  concluirá.) 


Vicente  Blasco  Ibáñez. 


RECUERDOS    DE   LAS   CARRERASDE   CABALLOS   CELEBRADAS    EN    BARCELONA 

En  la  plíta. -Salto  de  obstáculos.-En  la  pelouíe.— Desfile  por  la  calle  de  Cortes. 


M  A  Rl  ETTA  (Cuadro  de  P.  de  Raveustefn) 


34-2 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


REVISTA  científica 


Cn»  nuera  woria  <1e  lo»  terremotos. -Sobre  la  pneumonía 
aguda — Nenmoterapla— Iji  morflQomania  en  los  anima- 
les.-Propledade*  antlépicaa  de  las  esencias.— Accidentes 
causados  por  el  mido.— Kl  estudio  de  la  mediclua  en  Ale- 
manía.  « 

En  la  sesión  del  18  de  Abril  próximo  pasa- 
do, leyóse  en  la  Academia  de  Ciencias  de  París 
una  interesante  comunicación  de  M.  Oppermann 
exponiendo  una  nueva  teoría  de  los  terremo- 
tos. »Los  temblores  de  tierra,  dice  un  extracto 


de  dicha  sesión,  son  atribuidos  por  la  mayoría 
de  los  geólogos  á  la  presión  que  ejerce  el  vapor 
del  agua  formado,  á  grandes  profundidades  ba- 
jo el  suelo,  por  las  infiltraciones  de  las  aguas 
superficiales  á  través  de  terrenos  permeables  ó 
agrietados. 

»Ahora  bien;  si  el  vapor  del  agua  obrase  por 
simple  presión,  seria  menester  para  que  logra- 
se levantar  los  terrenos  que  le  están  superpues- 
tos, que  estuviese  encerrado  en  cavidades  que 
presentasen  anchas  superficies  y,  en  el  momen- 
to en  que  ocurriese  la  ruptura  de  equilibrio,  re- 


EL  ARTE  EN  CASA:   MISCELÁNEA  DE  TRABAJOS  EN  TALLA 


sultarian  desórdenes  muchísimo  más  graves  que 
los  que  acompañan  á  lo^i  terremotos  más  desas- 
trosos. Las  sacudidas,  á  veces  violentísimas, 
pero  á  menudo  apenas  perceptibles,  que  se  ¡¡ro- 
ducen  siempre  en  el  centro  de  la  región  afec- 
tada presentan,  por  el  contrario,  una  grande 
analogía  con  los  sacudimientos  ocasionados  por 
la  brusca  expansión  de  los  cuerpos  sólidos  ó  lí- 
quidos transformados  súbitamente  en  cuerpos 
gaseosos  M.  Oppermann  cree  que  son  ocasio- 
nadas por  verdaderas  explosiones  subterráneas 
j>roducifIas  por  desprendimientos  instantáneos 
de  yapfjr  de  agua.  Añade  que,  pjira  que  las  con- 
diciones de  su  teoría  se  encuentren  realizadas, 
b.-i>ta  que  la  corteza  8ea,j)ermeableó  esté  agrie- 
ta<la  ha.sta  cierta  profundidad  y  que  las  rocas 
situadas  á  esta  profundidad  sean  susceptibles 
de  ser  at,ií:MÍ:is  yt,r  el  agua  llevada  á  una  tem- 


peratura muy  elevada,  condiciones  que  no  le 
parecen  inadmisibles.» 

M.  Oppermann  acalia  de  comjiletar  esta  ex- 
posición (le  su  teoiia  en  la  siguiente  comunica- 
ción, inserta  (^ii  un  periódico  científico:  «En 
ciertas  regiones  trastornadas,  dice,  })ue(lcn  exis- 
tir terrenos  calcáreos  y  cavernosos  hasta  una 
profundidad  bastante  grande.  Las  cavidades  sub- 
terráneas que  las  agitas  de  infiltración  han  ido 
cavando,  pueden,  á  pesar  de  les  grietas  que  sólo 
dejan  pasar  el  agua  y  el  vapor  lenta  y  difícil- 
mente, ser  asimilados  á  recipientes  cerrados 
conteniendo  vapor  bajo  presión  y  agua  á  la 
temperatura  de  ebullición  correspondiente. 
Esas  temperaturas  y  esas  presiones  aumentan 
de  una  cavidad  á  ntra  á  medida  que  so  va  ga- 
nando en  profundidad.  Si  dos  cavidades  en  que 
las  presiones  son  diferentes  acaban  por  comuni- 


car súbitamente  entre  sí  por  la  ruptura  de  la 
pared  que  las  separaba  ó  el  ensanchamiento  de 
las  grietas  que  las  enlazan  una  á  otra  prodú- 
cese una  descarga  brusca  en  la  cavidad  en  que 
la  presión  era  más  elevada,  y,  por  consiguiente, 
transformación  instantánea  en  vapor  de  una 
parte  del  agua  que  contiene,  es  decir,  una  ver- 
dadera explosión. 

»Si  se  admite  un  incremento  de  temperatura 
de  1°  por  30  metros,  el  fenómeno  puede  produ- 
cirse ya  A  profundidades  relativamente  débiles 
de  4.00()  á  5.000  metros  bajo  el  suelo.» 

Esta  teoría  parece  bastante  satisfactoria,  por 
mas  que,  á  la  verdad,  nadie  sepa  nada  todavía, 
á  punto  fijo,  sobre  los  terribles  fenómenos  de 
los  que  tan  amtirgos  recuerdos  guardan  nues- 
tras provincias  del  Mediodía,  las  de  S.  E.  de 
Erancia,  casi  toda  Italia  y  recientemente  el  va- 
lle del  Arizonas. 


Es  importante  también,  en  otro  concepto,  la 
nota  dirigida  últimamente  por  el  sabio  catedrá- 
tico Dr.  Jaccoud  á  la  misma  corporación,  rela- 
tivamente á  una  de  las  causas  de  la  pneumonía 
aguda  y  á  uno  de  los  orígenes  de  los  micro-or- 
ganismos que  la  caracterizan.  Según  M.  Jac- 
coud, contrariamente  á  las  proposiciones  emiti- 
das cuando  se  reconoció  que  la  pulmonía  era 
una  enfermedad  con  microbios,  el  enfriamiento 
es  una  de  las  causas  eficaces  de  esta  afección  y 
la  presencia  de  los  pneumococos,  sea  en  los  es- 
putos, sea  en  los  piilmones,  es  resultado  de  una 
infección  intrínseca,  de  una  auto-infección.  Los 
pneumococos  no  han  venido  de  fuera,  no  han  pe- 
netrado en  el  organismo  en  el  momento  en  que 
ha  experimentado  la  acción  del  frío  sino  que 
existen  previamente  en  el  hombre:  mientras  la 
salud  es  perfecta,  son  inocentes,  pero  la  pertur- 
bación que  resulta  del  enfriamiento  permite  su 
difusión  y  proliferación. 

Dada  la  justa  autoridad  de  que  goza  M.  Jac- 
cond  es  de  excepcional  valor  su  parecer. 


Con  el  título  de  Neumolerapia:  Tratamiento  de 
las  enfermedades  del  peí  ho  por  la  aei'oterapia  y 
las  inhalacioiies  acaba  de  publicar  el  distinguido 
médico  de  esta  capital  D.  Ernesto  Sánchez  Co- 
mendador un  interesante  opúsculo  relativo  á 
dicha  especialidad  terapéutica,  en  el  que  hace 
gala  de  sus  vastos  conocimientos  en  la  materia 
y  de  su  competencia  en  la  misma.  Realmente  el 
tratamiento  neumático  es  uno  de  los  que  mejo- 
res resultados  prestan  en  aquella  clase  de  do- 
lencias y  aún  en  algunas  más,  cuando  está  bien 
dirigido  y  es  convenientemente  aplicado,  lo  cual 
no  siempre  ocurre.  El  doctor  Comendador,  cuyo 
privilegiado  talento  y  ardiente  entusiasmo  por 
la  ciencia  le  han  conquistado  un  envidiable  lu- 
gar entre  nuestros  más  acreditados  facultativos, 
se  ha  dedicado  con  incansable  perseverancia  al 
estudio  de  dicha  especialidad,  consiguiendo 
montar  un  establecimiento  que  reúne  cuantos 
adelantos  se  han  realizado  hasta  el  día. 


La  humanidad  puede  estar  orgullosa  de  pe- 
garle sus  vicios, — ó  algunos  de  ellos  cuando 
menos, — al  resto  del  reino  zoológico.  Asi,  resul- 
ta que  en  los  países  donde  es  costumbre  fujuar 
opio,  no  es  raro  ver  entre  los  fumadores  algunos 
pobres  animales  tf'nveitidos  en  moifinóiiiimos  á 
consecuencia  de  su  ¡¡ejinuneiicia  l.iibitual  entro 
los  vapores  opiáceos. 

Según  L.  Jammes,  que  ha  sido  testigo  de  ello 
en  Concliiiicliiiiu  3' eti  Cninboja,— ó  Cambodge 
que  decimos  aiioia  ios  españoles, — ora  es  un 
gato  que  tiene  la  costumbre  de  posarse  sobro 
la  cama  de  campaiTa  mientras  su  dueño  fuma  el 
opio,  ora  son  un  mono  ó  un  perro,  en  los  que,  á 
menudo  se  ha  querido  ensayar  un  experimento. 
Estos  animales  manifiéstanse  de  ordintirio  tris- 
tes ó  inclinados  á  hi  melancolía;  su  fisonomía 
denota  algo  de  anómalo  como  en  el  hombre  mor- 
finómano, y  duerincn  mr.clio  más  que  los  otros 
animales  de  su  especie.  Parecen  expciinientar 
los  mismos  efectos  que  el  hombre  siendo  fáciles 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


343 


de  comprobar  sobre  todo  en  el  mono,  á  causa 
quizás  de  su  conformación. 

Los  indígenas  pretenden  que  el  opio  produce 
efectos  maravillosos,  aun  en  los  animales  más 
rebeldes  á  la  domesticidad.  M.  L.  Jammes  oyó 
hablar  de  una  pantera  joven  que  un  mandarín 
caniljojano  había  conseguido  domar 
y  volver  de  una  dulzura  extremada 
por  medio  del  opio. 


que  han  sido  reconocidas  como  las  más  activas, 
son  precisamente  las  de  que  se  servían  los 
egipcios. 

M.  Chamberland  no  ha  conseguido  nada  con 
el  empleo  de  esas  esencias  en  el  tratamiento  de 
los  animales  á  quienes  había  inoculado  el  car- 


bunco; pero  nuevos  experimentos,  hechos  con 
otras  bacterias  patógenag,  á  las  cuales  está  ex- 
puesta sobre  todo  la  especie  humana,  devolverán 
quizás  á  los  perfumes  su  antigua  reputación 
para  el  saneamiento  de  los  locales  y  objetos  de 
toda  suerte.  (Revue  Scientífique.) 


*  * 


|,Wl,  'l, 


Por  largo  tiempo,  y  no  sin  ra- 
zón, la  idea  del  mal  olor  ha  queda- 
do asociada  á  la  de  infección,  y  las 
prácticas  religiosas  de  la  antigüe- 
dad, que  no  eran,  en  suma,  más 
que  prescripciones  higiénicas  co- 
mo las  medidas  sanitarias  emplea- 
das hasta  estos  últimos  tiempos 
contra  la  trasmisión  de  las  enfer- 
medades epidémicas,  consistían 
principalmente  en  el  empleo  de  per- 
fumes. Así  es  como  el  incienso  que 
se  quema  aún  en  las  iglesias  es  un 
símbolo  de  purificación.  Pero  hoy 
que  los  miasmas  han  tomado  cuer- 
po en  forma  de  microbios  y  que  la 
antisepsis  de  los  «medios»  puede 
obtenerse  con  el  auxilio  de  nume- 
rosas sustancias  microbicidas ,  de 
las  cuales  algunas  distan  mucho  de 
tener  un  olor  agradable,  sonriese 
uno  de  buena  gana  al  recuerdo  de 
nuestras  viejas  prácticas  cuarente- 
narias  y  de  sus  aromas.  Esos  perfu- 
mes, sin  embargo,  eran  en  su  ma- 
yor parte  esencias,  y,  particular- 
mente los  egipcios,  empleaban  las 
esencias  de  canelas  para  embalsa- 
mar sus  momias. 

Es  el  caso  ahora  que  M.  Cham- 
berland, habiéndose  dado  á  bus- 
car sustancias  antisépticas  voláti- 
les para  remediar  á  aquella  difi- 
cultad de  la  práctica  de  la  desin- 
fección que  consiste  en  la  necesidad 
de  llegar  á  todos  los  micros-orga- 
nismos por  un  contacto  directo  con 
el  agente  antiséptico,  ha  tenido  la 
idea  de  emplear  esencias  de  todo 
linaje  y  de  investigar,  por  la  ex- 
perimentación, el  poder  esterilizan- 
te de  los  vapores  qwe  emiten  á  la 
temperatura  de  30°. 

Los  experimentos  hechos  con  la 
bacteridia  carbonosa  han  demos- 
trado que  apenas  si  entre  cerca  de 
sesenta  esencias  hay  una  docena 
cuyos  vapores  no  se  opongan  al 
cultivo  de  este  micro-organismo. 
Además,  aún  después  de  la  aera- 
ción de  los  tubos  de  cultivo,  ocho  de 
éstos,  sometidos  previamente  á  va- 
pores de  esencias  diferentes  pare- 
cieron definitivamente  esteriliza- 
dos. Estas  esencias  eran  las  de  an- 
gélica, de  canela  de  la  China,  de 
canela  de  Ceylán  n."  1,  de  canela  de 
Ceylán  n.°  2,  de  geranio  de  Fran- 
cia, de  geranio  de  Argel,  de  oréga- 
no y  de  vespetro. 

De  hecho,  los  gérmenes  de  la 
bacteridia  no  habían  sido  muertos, 
y  aún  mezcladas  con  el  caldo  de 
cultivo  en  estado  líquido,  esas  osen- 
ciüs,  que  .son  las  más  activas,  no 
pi-fiduoen  este  resultado;  pero  los 
experimontds  de  M.  Chamberland  no  demues- 
tran menos  que  los  vapores  de  algunas  esen- 
cias, es  decir,  los  perfumes  de  las  ceremonias 
religiosas  de  la  antigüedad  y  de  nuestras  viejas 
prácticas  higiénicas  son  no  solamente  desodo- 
rantes, sino  también  desinfectantes  suscepti- 
bles de  ser  colocados  entre  los  mejores  antisép- 
ticos, inmediatamente  después  del  bicloruro  de 
mercurio  y  del  ácido  thímico. 

Es  curioso  notar  que  las  esencias  de  canela, 


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M.  Burckart-Merian,  de  Basilea,  acaba  de 
publicar  en  el  Journal  de  medecine  et  de  chiriir- 
yie  pratiques  de  Lausana  algunas  observaciones 
refiriendo  una  serie  de  alteraciones  auditivas 
debidas  al  ruido  agudísimo  de  los  silbatos  de 
ferrocarriles.  M.  Beuguier  -  Corbeau  publica 
igualmente  en  dicho  periódico  la  observación 
de  un  hombre  en  quien  ha  visto  sobrevenir  ac- 


cidentes de  este  género.  Encontrábase  en  una 
estación,  cerca  de  un  tren;  resuena  un  silbido; 
un  hombre  cae  como  herido  por  el  rayo,  rígido, 
como  un  epiléptico.  Levántanle;  no  había  poi-- 
dido  el  conocimiento,  pero  el  ruido  estridente 
del  silbido  mezclado  con  el  ruido  de  la  máqui- 
na al  desvaporar  había  determinado  un  vértigo 
de  una  intensidad  formidable  que  lo  había  pre- 
cipitado al  suelo  y  le  había  tenido  clavado  allí 
durante  toda  su  duración.  «Si  el  zipizape  duia 


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346 


IJV  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


al^úu  tiempo  más,  estoy  seguro,  decía,  que  me 
moría,  r  El  ruido  del  silbido  solo  no  le  producía 
ningún  efecto;  pero  su  mescolanza  con  el  esca- 
pe de  vapor  le  aterraba.  Por  otra  parte,  el  ruido 
del  martillo  sobre  el  yunque  le  había  sido  en 
toílo  tiempo  insoportable.  Esos  accidentes  ha- 
bían empezado  cuatro  años  antes,  un  día  que 
un  org-anero,  amigo  suyo,  le  había  hecho  la 
broma  pesada,  repiírando  un  órgano,  de  meterle 
por  el  oído  derecho,  mientras  se  haUaba  incli- 
nado, un  sonido  de  los  más  penetrantes;  vaciló 
del  lado  izquierdo  y  estuvo  á  punto  de  caer  de 
una  altura  de  quince  pies.  Esta  vez  también,  en 
la  estación,  la  caída  acaeció  del  lado  izquiei-do. 
Estos  hechos  recuerdan  los  de  inhibición  re- 
velados por  Browu-Lequard.  Interesan  á  la  hi- 


giene y  demuestran  que  habría  motivo  peu-a  no 
abusar  de  esos  silbidos  que  hacen  la  vecindad 
de  las  estaciones,  jmortos  y  máquinas,  de  todo 
punto  insoportable.  (Jiei've  d  hijí/iene). 


Mientras  en  Francia,  pero  sobre  todo  en  Es- 
paña, la  opinión  pública  parece  como  que  quiere 
exigir  de  los  gobiernos  la  mayor  facilidad  jiara 
seguir  las  profesiones  liberales,  esi)ecialmente 
la  medicina,  sin  tener  en  cuenta  las  aptitudes 
personales  y  el  hacinamiento  de  la  carrera  «esos 
dos  factores  de  las  medianías  y  de  los  desocu- 
pados,» la  comisión  de  la  asociación  de  médicos 
de  Alemania  ha  enviado  á  los  directores  do  los 
gimnasios  ó  institutos  de  segunda  enseñanza 


del  Imperio  una  circular  para  recomendarles 
vivamente  que  aparten  de  la  carrera  médica  á 
los  alumnos.  A  esta  circular  van  adjuntos  unos 
cuadros  estadísticos  destinados  á  demostrar  la 
projioreión  entro  el  niuuero  de  estudiantes  de 
medicina  que  obtienen  el  derecho  de  establecer- 
se y  el  número  de  médicos  que  mueren  ó  se  re- 
tiran cada  año.  Otros  cuadros  establecen  la 
proporción  entro  el  número  de  médicos  y  la 
cifra,  de  los  estudiantes.  Tal  manera  de  proce- 
dei-,  como  dice  el  periódico  en  que  leemos  la 
anterior  noticia,  no  puede  menos  de  ser  prove- 
chosa á  los  intereses  de  los  estudios  y  á  los  del 
país,  y  hay  ciertamente  en  ello  un  ejemplo  que 
imitar. 

Alfuedo  Opisso. 


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LA  CARIUJA  DE  LONOliES:  EL  SALÓN 


LECTURAS 


A    MUCHOS   Y    A    NINGUNO 

(COKTIXnACIÓI) 

Zola,  sin  eso  que  llaman  ya  todos  la  fuerza, 
no  sería  un  gran  revolucionario,  un  jefe  de  un 
movimiento  hondo  y  extenso.  Los  naturalistas  de 
escalera  abajo  atribuyen  el  triunfo  á  la  eficacia 
de  la  doctrina,  y  el  triunfo  se  debe  al  vigor  del 
ingenio. 

Triste  es  decirlo,  pero  entre  nosotros,  críticos 
de  talento  y  capaces  de  profundizar  algo  en 
fmtHH  difíciles  y  delicadas  materias,  fían  de- 
masiado el  buen  éxito  de  las  obras  literarias  & 
la  eficacia  del  canon,  á  las  reglas  de  la  compo- 
sición; y  al  juzgar  los  productos  artísticos  atien- 
den mis  á  la  conformidad  6  disconformidad  del 
resultado  con  tales  propositáis  extra-artísticos, 
que  á  la  esencia  de  la  producción  bella,  á  la 
flor  de  la  poesía. 

Yo  no  quiero  citar  hoy  nombres  propios,  por- 
que aún  no  estimo  oportunas  ciertas  sorjjresíis, 
tal  vez  desagradables;   pero  digo,  en   general. 


sin  alusiones  transparentes,  que  entre  los  más 
discretos,  entre  los  que  más  han  visto  en  Espa- 
ña en  este  asunto  del  arte  moderno,  hay  quien 
deja  en  segundo  término  el  elemento  principal, 
el  de  la  iaspiración,  (lláme.se  como  se  quiera); 
y  así,  se  protege  á  medianías  insípidas,  y  se 
mezcla  su  nombre  con  el  de  verdaderos  in- 
genios, regocijo  de  las  musas  como  se  decía 
antes.  Y  aún  más,  se  han  cometido  grandes  in- 
justicias con  algunos  liliros  de  Galdos  y  de  Pe- 
reda alabándolos  poco  6  poniendo  á  su  nivel 
otros  de  autores  medianos,  tal  vez  discretos,  tal 
vez  elegantes,  pero  sin  gracia,  sin  invención, 
sin  vida  original  y  espontáneo  arranque  en  el 
estilo;  y  todo  ello  por  atender  á  cotejar  novelas 
con  códigos;  por  atender  á  aplicar  cánones  ar- 
bitrarios, por  atribuir  mérito  superior  á  entida- 
des secundarias. 

Detrás  de  la  apot,eosÍ8  do  la  medianía  viene  la 
apoteosis  de  la  nulidad;  yo  ¡uiabo  de  leer  en  los 
periódicos  elogios  descomunales  de  libros  ne- 
cios; he  leído  hace  pocas  horas  uno  que  se  llama 
prodigio  de  arto  al  aljorto  do  un  ingenio  do  cre- 
tino. ¿Qué  ha  de  suceder?  Se  alienta  al  jirimero 


que  pasa  por  delante  del  público  á  que  cultive 
la  novela,  á  que  contribuya  á  este  renacimiento 
de  la  prosa  castellana  ¡rayo  de  Dios  en  la  prosa 
y  en  el  renacimiento!  ¿Estamos  locos,  señores? 
¿Ustedes  olvidan  quienes  somos,  do  quienes  des- 
cendemos? Esos  1  i  bracos  que  á  docenas  vomita 
la  imprenta  ¿cómo  han  de  ser  de  la  raza  de 
aquellos  otros  en  que  brilló  el  ingenio  español 
admirado  por  todo  el  mundo? 

Aquí  no  se  trata  de  realismo,  ni  de  clasicis- 
mo, ni  de  romanticismo;  aquí  se  trata  de  tontos 
y  majaderos,  de  si  ha  de  ser  tenido  por  nove- 
lista cualquier  droguero  literario,  sin  gusto,  sin 
delicadeza,  sin  habilidad  para  medir  y  compo- 
ner, sin  tacto  para  decir  y  callar,  sin  sentimien- 
to, sin  idea Yo  recibo  docenas  de  novelas 

cada  mes...;  pues  juro  que  me  pongo  á  leerlas 
todas  y  no  puedo  terminar  ninguna;  todas  hue- 
len á  hospicio;  entre  esos  escritores  ninguno 
sabe  escribir,  ninguno  sabe  ver,  ni  tiene  qué 
decir,  ni  en  qué  pensar...  En  fin,  son  los  anti- 
guos poetastros,  disfrazados  de  prosistas. 

Naili  dies  sine  linea;  éste  es  el  lema  que  ha 
escogido  el   autor  de  Oerminal,  y  multitud  de 


LA  U.USTUAC10N  IBÉRICA 


347 


escritores  de  por  acá  le  plagian  la  conducta  y 
no  dejan  día  sin  emborronar  papel.  Se  com- 
prende que  haga  esto  quien  puede  estar  seguro 
de  la  fuerza  constante  de  su  genio,  ó  quien  ha 
de  escribir  articulejos  para  comer  ó  para  cenar, 
sin  pretensiones  de  producir  materia  artística, 
(v.  gr.  un  servidor  de  Vdes.);  pero  el  que  sin 
las  monstruosas  facultades  de  un  Hugo  ó  de 
un  Zola  escribe  poesía,  en  verso  ó  en  prosa, 
obra  de  invención  y  de  composición  artística, 
éste  no  debe  acogerse  al  lema  copiado,  sino  pre- 
ferir otro  que  diga,  por  ejemplo,  en  vez  de 
iiullii  (lies  sine  linea,  vulla  linea  sine  musa. 

Me  había  propuesto  estudiar  en  esta  serie  de 
artículos  los  tristes  recursos  á  que  se  agarran 
los  pretendidos  novelistas  para  suplir  el  inge- 
nio, y  así,  pensaba  pasar  revista  al  prurito  des- 
criptivo, á  la  psicología  de  prendero,  á  la  imi- 
tación fotográfica,  al  culteranismo  de  los  moder- 
nistas sin  gramática,  á  la  falsa  naturalidad  y 
sencillez  contrahecha,  que  no  son  mas  que  vul- 
garidad, absurdo,  ignorancia,  pobreza  de  estilo 
y  de  lenguaje;...  pero  todo  esto  y  lo  demás  que 
cabría  examinar  en  tal  asunto,  es  obra  de  mu- 
cho tiempo.  Por  desgracia,  tal  y  tal  libro  de  los 
que  son  alabados  sin  merecerlo,  y  que  por  esto 
han  de  exigir  que  con  justicia  se  les  diga  cua- 
tro frescas,  me  darán  ocasión  para  sacar  á  pla- 
za todas  esas  trazas  del  falso  ingenio,  que  en- 
gañan ¡quién  lo  dijera!  á  críticos  que  en  otros 
puntos  han  dado  prueba  de  ser  discretos  y  de 
no  dejarse  embaucar. 

En  vigor,  la  vida  entera  será  poca  cosa  para 
emplearla  en  separar  el  oro  del  talco. 

En  otros  países  cultos  apenas  hay  quien  tome 
H  su  cargo  esta  penosa  tarea  de  negar  un  día  y 
otro  día  títulos  de  escritor  á  uno  y  otro  caballe- 
ro; jiero  es  que  por  ahí  fuera  tan  elemental  tra- 
bajo lo  tiene  á  su  cargo  el  público  mismo,  y 
además  el  desarrollo  superior  que  alcanzan  otras 
manifestaciones  de  la  vida  intelectual  disminu- 
ye en  gran  parte  la  concurrencia  del  vulgo  pro- 
saico al  mercado  literario. 

En  Francia,  en  Italia,  en  Inglaterra  y  en  Ale- 
mania hay  en  los  estudios  de  erudición,  en  los 
trabajos  de  paciencia  y  atención  de  los  pormeno- 
res de  las  ciencias  naturales,  sociológicas,  histó- 
ricas, etc.,  salidas  abundantes  para  el  prurito 
intelectual  y  de  publicidad  que  aqueja  á  nues- 
tra éjjoca;  las  medianías  y  aun  las  nulidades 
doctas  y  trabajadoras,  asiduas  en  el  afán  de  pro- 
curarse un  pedazo  de  fama  más  perecedera  de 
lo  que  ellos  se  figuran,  encuentran  ancho  cam- 
po en  revistas  y  bibliotecas  y  archivos  y  socie- 
dades científicas,  en  colegios  y  universidades, 
para  satisfacer  sus  apetitos  á  veces  inocentes, 
y  es  más,  de  estos  esfuerzos  casi  anónimos,  de 
este  montón  de  sabiduría  gris,  de  esta  aglome- 
ración indigesta,  de  este  aluvión  monótono  re- 
sulta á  la  larga  algo  bueno,  un  elemento  que 
ayuda  en  alguna  parte  al  verdadero  sabio,  al 
inventor  verdadero,  al  hombre  científico  de  pen- 
samiento original  y  fuerte. 

Pero  entre  nosotros  toda  la  fuerza  de  la  masa 
reflexiva,  del  vulgo  pensante  y  decidor,  amigo 
de  repetir  y  manosear  en  letras  de  molde  la  in- 
vención ajena  se  emplea  en  las  que  llaman  be- 
llas letras,  y  si  no  tenemos  esos  cientos  de  libros 
científicos  que  en  los  catálogos  de  los  editores 
extranjeros  y  en  las  notas  de  las  obras  eruditas 
se  ]>resentan  citados  en  formidable  lista,  si  no 
tenemos  esa  multitud  abrumadora  de  tratados, 
ensayos,  etc.,  etc.,  ofrecemos  ya  en  la  novela  y 
otros  géneros  órnenos,  una  triste  abundancia 
contra  la  cual  es  necesario  combatir  con  energía. 


(Se  (¡ivrlwrn.) 


Cl.AUi.v. 


LAS  BODAS   DE  ACHMET 


La  luna  llena  cairiina  solitaria  por  ol  desierto 
negro  dnl  cielo  y  platea  la  llanura  interminable 
del  Sahara;  blanca,  yerma,  fría.  Como  un  mon- 
tón de  ropa  sucia,  tirada  en  medio  del  desierto, 


manchan  la  llanura  unas  tiendas  agrupadas, 
aduar  perdido  en  el  océano  de  arena.  Con  el 
vientre  pegado  al  suelo  dormitan  en  el  centro 
del  aduar  doce  camellos,  y  junto  á  un  caballo 
atado  á  una  estaca  vela  un  árabe  acurrucado, 
invisible  bajo  los  pliegues  de  su  burdo  jaique. 
En  las  tres  tiendas  descansan  los  mercaderes, 
de  camino  para  el  Soldán;  en  la  mayor,  se  guar- 
dan los  fardos  de  alcatifas  de  Rabat,  puñales, 
yataganes  y  sables  de  Fez;  telas  compradas  á 
los  francos  en  Mogador;  y  sobre  uno  de  los  far- 
dos duerme  Muley,  el  hijo  segundo  de  Abdallah, 
jefe  de  la  caravana,  Sidi-Muza,  su  amigo,  y  tres 
esclavos  negros.  La  segunda  tienda  la  ocupan 
dos  moros  de  Tánger,  y  la  tercera  está  destina- 
da al  viejo  y  á  sus  dos  mujeres  Fatmah  y  Zu- 
lemah. 

El  hijo  mayor  de  Abdallah,  Achmet,  vela  por 
la  seguridad  de  todos.  ¡Quién  sabe  lo  que  estará 
pensando  el  bizarro  mozo,  única  vida  que  anima 
la  quietud  del  desierto!  Acaso  entre  el  silencio 
acudirán  á  su  memoria  los  recuerdos   de  los 


tiempos  pasados;  su  niñez,  mecida  por  el  paso 
entrecoitado  de  los  camellos  á  través  de  los  are- 
nales, acariciada  por  los  besos  y  las  Sonrisas  de 
su  madre  y  dolorida  por  la  tragedia  horrenda 
que  devoró  sonrisas  y  besos.  Acaso  se  le  pre- 
senta á  la  memoria  aquella  tayde, — el  sol  po- 
niente chorreando  sangre,— el  viejo  rugiente  en 
un  arrebato  de  furor,  temblorosos  los  labios,  ce- 
rrados los  puños, — y  la  pobre  mujer  abrazada  á 
su  hijo,  retortijado  el  cuerpo  por  el  terror,  con 
la  mirada  velada  y  suplicante, — luego  el  viejo 
que  manotea  para  arrancarle  el  pequeño,  impo- 
tente contra  la  resistencia  de  la  madre;  babean- 
do como  un  perro  rabioso,  levantando  el  pió 
delcalzo,  derribando  de  una  coz  en  el  vientre  á 
la  débil  mujer,  muerta  al  poco  rato...  Esto  debe 
de  recordar  Achmet,  porque  de  golpe  levanta  la 
morena  cabeza  y  queda  con  los  ojos  clavados  en 
la  tienda  del  viejo. 

Ni  el  rumor  más  leve  se  oj'e;  en  el  cielo  ne- 
gro y  en  el  suelo  claro  reposa  todo,  todo  menos 
el  pensamiento  de  Achmet,  que  enciende  chis- 


ENTRADA   A   LA  CAPILLA 


pas  en  sus  pupilas  3*  sacude  su  mano  abrazada 
á  la  culata  de  una  pistola.  Después,  algo  surge 
de  las  profundidades  del  cerebro,  que  suaviza 
su  mirada  y  apacigua  los  músculos  agitados;  es 
la  figura  de  una  mujer,  es  Eatmah,  la  esposa  de 
su  padre,  acercada  á  él  por  el  odio  al  dueño  que 
la  martiriza,  á  él  unida  por  la  pasión  que  en 
ambos  brotó  como  un  incendio  4ue  lo  ha  traga- 
do todo  al  mostrar  su  primera  llamarada.  Ach- 
met lo  sintió  desparramarse  por  sus  venas,  que 
le  enardecía  con  ardores  nunca  sentidos,  que  le 
embriagaba  con  deseos  nunca  gozados,  que  ce- 
gaba sus  ojos  con  nieblas  tupidas,  ondulantes  y 
vertiginosas,  que  oprimía  su  cuerpo  y  su  alma 
con  mallas  apretadas. 

Así  viajó  desde  Mogador,  al  lado  del  viejo  y 
de  Fatmah;  taciturno,  febril,  desgarrado  sin  ce- 
sar por  el  odio  y  por  el  amor,  sintiendo  exhalar 
de  sus  entrañas  besos  y  mordiscos,  deleitándose 
horas  enteras  en  el  fingido  espectáculo  del  viejo 
tendido  á  sus  pies,  y  Fatmah  desfallecida  en 
sus  brazos... 

Mas  todo  había  pasado;  y  al  mirar  la  luna 
llena  que  caminaba  solitaria  por  el  campo  negro 
del  cielo,  parecióle  que  la  luz  inmaculada  pene- 
traba en  sus  ojos,  se  exparcía  con  blandura  por 
los  sesos  en  una  oleada  consoladora. 

De  pronto  Achmet  se  echó  de  bruces  en  el 
suelo  y  se  arrastró  en  silencio  hasta  la  tienda 
de  Abdallah;  luego,  arrastrándose  también,  se 
acercó  á  la  tienda  de  las  mercancías,  entró,  y 
sin  alzarse  jlevó  á  fuera  en  dos  viajes  dos  sacos 


de  provisiones  que  empujó  hasta  el  centro  del 
aduar.  Llamó  en  voz  baja  á  su  camello,  y  cuan- 
do le  tuvo  de  rodillas  cargóle  los  dos  sacos.  Por 
un  segundo  le  pareció  oir  ruido  y  se  echó  de 
bruces...  nada.  Acercóse  otra  vez  á  la  tienda  de 
su  padre  y  silbó  muy  quedo,  como  silban  las 
serpientes.  Al  instant*  apareció  la  figura  blanca 
de  Fatmah  que  mantenía  elevada  sobre  su  ca- 
beza la  tela  pringosa  y  remendada  de  la  tienda 
que  servía  de  puerta,  y  se  erguía  gallarda,  son- 
riente para  encubrir  su  zozobra.  Pero  de  repen- 
te sintió  la  mujer  una  mano  ruda  que  tiraba  de 
su  camisa,  ahogó  un  grito  y  se  lanzó  de  un  salto 
al  lado  de  Achmet.  Detrás  suyo,  el  viejo  Abda- 
llah se  bamboleó  como  un  borracho,  soltó  la 
mano  con  que  se  agarraba  á  la  orilla  de  la  tela, 
dio  un  traspiés  y  fué  á  caer  recostado  en  la  pa- 
red inclinada  de  la  tienda.  La  luna  iluminó  su 
rostro  amoratado,  sus  ojos  vidriosos  é  inmóviles 
que  dirigían  la  mirada  idiota  á  Fatmah  petrifi- 
cada por  el  espanto.  El  viejo  no  dio  un  grito,  no 
articuló  una  palabra;  su  lengua  saltaba  fiené- 
tica  en  el  agujero  negro  de  la  boca  de  la  que 
salía  un  murmullo  gutural  y  continuo  como  el 
do  un  chorro  de  agua. 

Achmet  cogió  á  Fatmah  poi'  un  brazo  y  sin 
ver  má.s  que  los  ojos  negros  y  lo.s  labios  húme- 
dos y  el  cuerpo  desma3-ado  de  su  amada  la  atra- 
jo sobre  su  corazón,  la  besó  con  delirio  en  la 
boca,  apagó  su  sed.  El  viejo  lo  miraba  con  sus 
ojos  muertos  y  murmuraba  cosas  incompren- 
sibles. 


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350 


LA  ILÜSTRACaON  IBEBICA 


Separóse  Achmet  de  Fatmah  para  terminar 
precipitadamente  y  sin  ruido  los  preparativos 
de  marcha;  enseguida  la  subió  en  el  camello, 
desató  el  caballo  y  á  todo  correr  se  alejaron  del 
aduar.  El  viejo  les  miraba  con  sus  ojos  muertos, 
y  murmuraba  cosas  incomprensibles;  y  las  man- 
chas negras  del  camello  y  del  caballo  8e  empe- 
queñecían á  cada  momento  hasta  disolverse  en 
los  arenales  sin  fin. 

Achmet  y  Fatmah  iban  á  celebrar  sus  bodas; 
el  desierto  escondía  al  mundo  sus  amores  como 
la  alcoba  más  recatada. 


n 


Corrían  los  amantes  desalados  por  la  llanura 
en  busca  del  pozo  rodeado  de  palmeras,  primer 
albergue  de  sus  amores.  Sólo  interrumpían  la 
planicie  montículas  de  arena,  y  á  lejanas  dis- 
tancias, osamentas  de  animales  y  de  hombres, 
sobras  de  los  banquetea  en  que  el  desierto  roe 
caravanas  enteras.  Achmet  y  Fatmah  se  embe- 
becían en  la  mutua  contemplación;  atraídos 
uno  á  otro  por  las  pupilas  ardientes,  por  el 
rostro  angustiado,  mirábanse  al  fondo  ele  los 
ojos,  con  la  impaciencia  del  viajero  sediento  que 
á  la  vista  tiene  la  fuente  rumorosa  que  ha  de 
saciarle. 

Apenas  empezó  á  clarear  el  día,  cuando  el 
sol  a.somó  fulgurante  sin  precederle  el  all)a,  y 
los  novios  continuaban  ensimismados  su  huida. 
Al  fin  exclamó  ella  con  abandono: 

— ¡Estoy  cansada! 

Achmet  detuvo  el  caballo  y  puso  pié  á  tierra. 

El  camello  se  arrodilló  y  Fatmah  se  dejó 
caer  en  brazos  de  su  amante.  Sentáronse  ambos 
en  la  arena;  recostáronse  en  el  vientre  del  ca- 
mello y  dijo  Achmet  después  de  un  silencio: 

— ¡Qué  hermosa  eres,  mi  dicha!  ¡Qué  dulce  es 
el  habla  de  tu  boca!  ¡Qué  inefable  es  la  mirada 
de  tus  ojos!  ¡Tus  labios  son  más  sabrosos  que 
los  dátiles  de  Tafilete!  ¡Tu  cara  morena  es  más 
esplendente  que  el  sol  que  nos  alumbra!  |Tu 
cintura  de  leona  es  más  airosa  que  la  palma  de 
Egipto!  ¡Enrosca  tus  brazos  en  torno  de  mi 
cuello!  ¡Deja  que  me  cieguen  las  tinieblas  de 
tus  pupilas,  hasta  que  llegue  mi  vista  al  fondo 
de  estos  abismos!... 

Volvió  la  cabeza,  interrumpiéndose  de  golpe , 
y  se  puso  en  pié  de  un  salto:  adivinaba  un  peli- 
gro. Fijó  la  vista  á  lo  lejos  y  maldijo  á  Dios. 
En  el  horizonte  una  nubecilla  blanca  flotaba, 
inmóvil.  Eran  los  perseguidores. 

La  fuga  entonces  fué  desenfrenada,  loca. 
Achmet  clavaba  las  espuelas  en  los  ijares  de 
su  caballo  y  se  sentía  arrastrado  por  una  ira 
inmensa  que  encendía  todo  su  cuerpo;  vomitaba 
blasfemia.s  en  voz  baja,  y  buscaba  con  los  ex- 
traviados ojos  algo  que  destrozar,  alguna  vida 
que  arrancar  de  cuajo  en  la  llanura  desierta. 
Las  miradas  de  los  enamorados  no  se  encontra- 
ban nunca;  ella  volvía  convulsivamente  la  ca- 
beza hacia  atrás,  acongojada  por  el  terror;  él 
miraba  adelante,  con  la  cabeza  baja  y  los  pár- 
pados contraídos. 

Y  el  fondo  de  la  escena  se  desenvolvía,  eter- 
namente idéntico.  El  mar  de  arena  se  alargaba 
y  el  oasis  nunca  aparecía. 

— ¡Dame  el  odre,  tengo  sed! — dijo  Achmet  á 
Fatmah. 

— ¡No  hay  agua,  me  la  he  bebido  toda! — res- 
|>ondió  ella. 

Apenas  percibida  poco  antes,  la  sed  se  hizo 
aguda  y  dolorosa,  le  resecaba  el  paladar  y  le 
daba  una  angustia  incesante.  Corrieron  mucho  • 
sin  hablarse  los  amantes,  hasta  que  el  mozo  vio 
los  límites  del  horizonte  limpios  y  rectos. 

Entonces  el  espíritu  de  Achmet  volvió  lenta- 
mente á  la  calma. 

— Fatmah,  á  la  puesta  del  sol  llegaremos  al 
oaais;  las  yerbecillas  nos  disponen  blando  lecho, 
las  palmeras  nos  saludarán  con  dulcísimos  mur- 
murios, el  pozo  nos  envolverá  en  la  húmeda 
blandura  de  su  aliento.  ¡Un  esfuerzo  más,  mi 
vida,  que  estamos  á  la  puerta  del  Paraíso! 

— ¡No  pue<Jo,  Achmet,  no  puedo  más!  ¡Esta 
carrera  me  tiene  rendida! 

Y  Fatmah  se  dejó  caer  al  suelo. 


Cuantas  súplicas,  cuantas  exhortaciones, 
cuantas  caricias  le  prodigó  Achmet  para  ha- 
cerla continuar  el  viaje,  mas  era  inútil.  Alar- 
gada ella  sobre  la  arena,  abierta  la  boca,  ja- 
deante el  pecho  abultado,  cerrados  los  hermosos 
ojos  no  le  oía;  Aahmet  lloraba,  rugía,  se  aga- 
chaba sobi-e  su  amada,  daba  vueltas  á  su  en- 
torno; perplejo,  desesperado.  Mediodía  había 
pasado,  y  era  ya  seguro  que  iban  á  encontrarse 
solos,  indefensos  en  el  arenal  cobijados  por  las 
tinieblas. 

Asi  transcuriió  la  tarde,  y  el  sol  fué  descen- 
diendo pausadamente.  Las  sombras  del  grupo 
se  extendieron  inmensas  por  el  suelo,  y  Achmet 
vio  de  pronto  proyectadas  las  figuras  desccmu- 
nales  del  camello  y  del  caballo  pegados  uno  á 
otro  por  un  terror  inexplicable.  Miró  el  sol  y  lo 
vio  rasando  la  tierra,  rojo,  en  medio  de  una  ne- 
blina que  ponía  un  nimbo  de  polvo  de  oro  á  su 
entorno.  Achmet  tiró  con  fuerza  del  brazo  des- 
nudo de  su  amada,  y  á  gritos  le  dijo: 

— ¡Fatmah...  anda...  la  muerte...  el  simún... 
vamos,  Fatmah...  el  simún! 

Ella  nada  respondió;  solamente  una  sonrisa 
descorrió  sus  labios  y  mostró  sus  dientecillos 
blancos  y  unidos;  una  sonrisa  descolorida,  pa- 
ciente, reconocimiento  de  su  impotencia  ante  la 
fatalidad. 

Un  momento  después  el  sol  se  había  puesto 
y  nacía  á  lo  lejos  un  mugido  creciente  y  espan- 
toso y  una  nube  sangrienta  se  elevaba  al  cielo 
y  se  exparcía  á  todos  los  lados.  El  caballo  y  el 
camello  se  lanzaron  hacía  Oriente. 

— ¡Fatmah,  despierta,  levanta  la  cabeza!  ¡Mí- 
rame! ¡Vamos  á  morir,  pero  mírame  y  habla! 

El  mugido  era  un  torrente  ati-onador. 

Fatmah  abrió  los  ojos. 

— ¡No  puedo,  Achmet,  no  puedo!  ¡Déjame 
morir! 

Achmet  se  mesaba  los  cabellos,  se  mordía  los 
labios,  quería  luchar  aún  enfurecido  contra  el 
Destino. 

Mas  una  montaña  de  arena  avanzó  majestuo- 
sa entre  la  música  retumbante  del  huracán. 
Achmet  acercó  los  labios  á  la  boca  de  Fatmah  y 
entonces  la  montaña  les  envolvió.  Él,  con  el 
instinto  repulsivo  á  la  muerte,  dio  un  salto, 
pero  se  cegaron  sus  ojos  y  cayó.  El  simún  cu- 
brió de  arena  sus  cuerpos  separados. 

Las  bodas  se  consumaron.  A  los  pocos  días 
una  hiena  olió  sus  cuerpos  putrefactos  y  los  de- 
voró. 

En  el  viaje  de  regreso  á  Mogador,  Sidi  Muza 
halló  un  montón  de  huesos  pulidos.  Enredado 
en  unas  vértebras  había  el  saquito  que  Achmet 
había  llevado  al  cuello  y  metidos  en  un  cráneo 
los  zarcillos  de  Fatmah. 

Eran  ya  los  amantes  dos  en  uno  y  uno  en 
dos. 

J.  Miró  Folguera. 


Á  ORILLAS  DEL  CANTÁBRICO 


(FRAGMENTO   DE   UN    POEMA  INÉDITO) 


Del  Cantábrico  mar  hasta  la  orilla 
que  bate  con  sus  olas  de  esmeraldas, 
dorado  por  el  alba  que  en  él  brilla 
extiende  un  monte  sus  agrestes  faldas, 
cual  verde  cabellera, 
que  azota  con  sus  ráfagas  el  viento, 
que  aquella  muda  soledad  altera, 
los  árboles  gigantes  á  su  aliento 
se  ven  allí  flotar,  mientras  velera 
la  nave  audaz  hasta  sus  pies  avanza 
rompiendo  el  manto  de  la  blanca  bruma 
para  buscar  un  puerto  de  esperanza 
tras  de  la  roca  que  blanquea  la  espuma. 

Al  contemplar  del  sol  á  los  reflejos, 
¡qué  de  recuerdos  á  la  mente  acuden! 
aquella  inmensidad  que  allá  á  lo  lejos 
los  vientos  la  revuelven  y  sacuden. 


Sobro  aquellii  granítica  montaña 
do  cambiantes  do  luz  tan  ricos  flotan 
que  el  agitado  mar  combate  y  baña 
cuando  las  olas  á  sus  pies  rebotan, 
se  consorva  on  sus  bosques  virginales 
la  misma  sencillez,  la  paz  serena 
que  tuvieron  en  tiempos  patriarcales, 
su  cumbre  con  el  cielo  se  encadena 
y  hasta  su  manto  azul  parece  toca, 
su  sombra  sobro  ol  agua  se  dibuja 
concluyendo  su  cima  en  una  roca 
igual  que  una  pirámide  en  su  aguja. 

Allí  prados  de  flores 
donde  la  brisa  sus  aromas  bebe 
reflejan  con  sus  múltiples  colores 
dondo  oti'as  voces  se  cuajó  la  nieve: 
sus  ¿úricos  plumajes 
ostenta  el  ave  que  su  nido  clava 
en  medio  de  los  débiles  ramajes 
donde  empieza  su  vida  y  donde  acaba. 

Sus  árboles  se  cruzan  y  so  enredan 
las  madre-selvas  á  sus  viejos  troncos 
donde  incrustados  con  los  años  quedan: 
allí  se  oyen  los  roncos 
zumbidos  del  enjambre 
de  abejas  que  en  revuelto  remolino 
como  acosados  lobos  por  el  hambre 
buscan  donde  saciarla  en  su  camino. 

La  luna  con  sus  rayos  macilentos 
como  ai'royo  de  plata  que  serpea 
mecido  por  el  soplo  de  los  vientos 
¡)arece  que  gotea 

lluvia  de  perlas  en  la  noclie  oscura 
que  rompo  con  sus  pálidos  reflojos 
ostentando  á  la  faz  de  la  espesura 
una  ilusión  pintada  por  espejos. 

La  selva  solitaria 
nunca  turbada  por  humana  huella, 
revelaba  en  su  vida  legendaria 
la  dulce  calma  aquella 
que  siguió  con  su  mansión  hospitalaria 
á  los  primeros  padres  que  exhalaron 
allí  de  pena  su  primer  suspiro 
cuando  del  santo  Edén  los  arrojaron. 

Aquel  dulce  retiro, 
el  valle  aquel  que  corta  la  montaña 
y  cierran  de  otras  dos,  las  asperezas, 
que  el  sol  jamás  con  sus  fulgores  baña 
ni  penetra  en  sus  bosques  de  malezas, 
bajo  el  cóncavo  centro  de  una  roca 
que  cobijan  encinas  seculares, 
una  casita  que  en  las  ramas  toca, 
que  reflejaran  en  su  faz  los  mares 
sino  tuviera  por  detrás  y  enfrente 
el  escabroso  y  empinado  monte 
que  cortando  de  ocaso  hasta  oriente 
le  cierra  por  do  quier  el  horizonte 
se  levanta  entre  flores  que  las  riega 
un  arroyuelo  que  con  ellas  juega. 

En  esa  humilde  casa  que  limita 
ol  bosque  impenetrable  en  que  se  encierra, 
que  parece  los  restos  de  una  ermita 
quizás  refugio  ayer  de  aquella  tierra, 
el  venerable  anciano  que  la  habita 
ajeno  de  este  mundo  á  los  engaños, 
que  ostenta  de  su  barba  entre  la  nieve 
el  hondo  padecer  de  largos  anos, 
con  apagada  voz  y  acento  breve 
llama  i,  una  niña  que  á  la  puerta  estaba 
cuidando  sus  canarios  y  jilgueros 
y  la  dijo  con  pena: — En  tí  pensaba. 
— ¿Qué  quieres,  padre? — Escucha  los  postreros 
consejos  del  que  á  tí  tanto  te  quiere 
antes  que  sucumbir  en  esta  lucha... 
— ¿Me  vas  á  hacer  llorar? — No,  no  te  altere 
la  voz  de  la  verdad. — Pues  habla. — -Escucha. 

A.  Alcalde  y  Vallad.a.res. 


-*- 


Á  ELISA 


¡Ay  Elisa!  ¡Qué  mundo  tan  triste! 
¡Qué  triste  y  qué  feo! 
Cada  día  que  pasa,  parece 
que  más  lo  aborrezco. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


351 


El  amor,  que  yo  busco  anheloso, 
proscripto  lo  veo; 
do  quier  reina  el  atroz  egoísmo, 
hijo  del  infierno. 

Este  mundo  tan  triste,  amor  mío 
dejara  contento; 
pero  en  él  estás  tú,  bella  Elisa. 
Por  eso  me  quedo. 

¡Ah!  La  luz  de  tus  ojos  alumbra 
el  antro  más  negro; 
tu  divina  presencia  embellece 
el  mundo  más  feo. 

Sin  tí,  triste  sería  y  oscuro 
el  más  alto  cielo; 
y  contigo,  un  Edén  deleitable 
seria  el  infierno. 

¡Oh  mi  Elisa!  ¡Que  pueda  yo  siempre 
ver  tu  rostro  bello! 
Adorarte  es  mi  único  goce; 
ningún  otro  quiero. 

VlCENTK  DE  Ah.\X.A. 


BIBLIOGRAFÍA 


liiocliQzos,  por  Tomás  CuiDftfího:  tomo  111  de  la 
BiblioUca  X. 

Contiene  este  tomito  una  colección  de  artícu- 
los y  cuentos  tan  amenos  y  bien  intencionados 
como  suelen  ser  siempre  las  producciones  del 
autor,  uno  de  los  escritores  españoles  más  sim- 
páticos. 

* 
*  * 

Para  ler  amada,  secretos  femeniles,  por  la  duquesa  Lau- 
reana.  Traducción  castellana  por  D.  Carlos  de  Ocboa.— 
Madrid,  1887. 

Es  un  libro  francés  por  todos  sus  poros  y  sin 
grandes  conexiones  con  la  literatura,  constitu- 
yendo esencialmente  un  tratado  de  cosmetología 
para  uso  de  las  hijas  de  Eva. — C.  M. 


-*- 


NUESTROS  GRABADOS 


ÁKZt  Y  BILLIZA 


El  autor  ba  rodeado  á  e«a  joven  de  un  marco  que  ar- 
moniza perfectamente  con  el  carácter  de  su  belleza,  de  la 
cual  permite  ingeniosamente  formarse  cargo  el  espejo  en 
que  se  mira.  Es  un  buen  estudio  de  figura  y  de  accesorios, 
perfectamente  equilibrados  en  importancia. 

EL    ARTE    EN   CASA 

Con  el  titulo  de  la  Asociación  de  loe  Arles  é  Industrias  en 
casa  (Home  Arts  and  Industries  Association] ,  se  ba  consti- 
tuido en  Inglaterra,  por  iniciativa  particular,  una  sociedad 
destinada  á  propagar  entre  los  niños  de  las  clases  populares 
el  gusto  por  los  trabajos  de  arte  que  pueden  practicarse  en 
caaii,  especialmente  en  materia  de  talla,  repujado,  bordado, 
estampación  de  cueros,  hilatura  á  mano,  etc.,  habiéndose 
obtenido  hasta  el  presente  los  más  felices  resultados,  según 
las  varias  muestras  que  de  algunos  de  los  trabajos  hechos 
reproducimos  hoy  en  nuestras  páginas.  En  muchos  distritos 
agrícolas  funcionan  ya  las  escuelas  destinadas  á.  tan  loable 
objeto  como  es  el  de  fomentar  un  arte  para  el  pueblo,  siendo 
de  notar  que  se  deja  libre  al  alumno  para  que  invente  lo  qne 
mejor  le  parezca  en  vez  de  sujetarle  á  la  copia  de  modelos, 
desenvolviendo  asi  6u  capacidad  constructiva  y  haciendo  que 
se  inspire  en  el  natural. 

BECniBDOS 

DE    LAS    CARRERAS    DE    CABALLOS  CELEBRADAS    EN    BASCELOHA 

LOS    días   9,  12  Y    15    DEL  CORRIENTE    UATO 

En  la  pista.—  Salto  de  obstáculos. 
En  la  pelouse.— Desfile  por  la  calle  de  Cortes 

Dibujo  de  Asarla 

Hicense  visibles  en  este  hermoso  dibujo  los  crecientes 
progresos  de  su  joven  autor,  destinado  á  brillar  entre  los  más 
celebrados  de  nuestros  artistas.  En  el  asimto  representado 


hoy  no  puede  ser  mayor  la  gracia  con  que  están  reproduci- 
dos los  varios  episodios  de  las  carreras,  género  de  diversión 
que  de  tal  manera  ha  entrado  en  las  aficioiies  barcelonesas 
que  se  ha  hecho  ya  insuficiente  la  Gran  Via  para  el  rápido 
desfile  de  carruajes, 

HABIETTA 

Cuadro  de  P.  de  Raveutttin 

Figura  idealizada  y  casi  ttmbólica  de  la  flemenqueria  tu- 
desca: Marietta  fuma,  bebe,  toca  la  pandereta,  jmga  á  cartas 
y  reúne,  sin  duda,  otras  habilidades  no  menos  graciosas. 
Como  estudio  de  figura  y  alarde  de  comprensión  del  ciato- 
oscuro  es  obra  muy  recomendable. 

DESPUÉS   DE    LA    TIUPESTAD 

iCuánta  elocuencia  en  ese  mudo  pairajel  Razón  de  sobras 
tenia  Millet  al  decir  qne  los  árboles  hablan  entre  si,  por  más 
que  el  hombre  no  comprenda  su  lenguaje.  No  parece  sino  que 
«1  aspecto  de  ese  gigante,  partido  y  derribado  por  un  rayo,  le 
contempla»  con  pavor  sus  compañeros  y  se  estremecen  aún 
al  eco  de  la  tempestad. 

UNA    ATENCIÓN    DELICADA 

Cuadro   de  C.  Schewcninger 

Tratándose  de  este  autor  tiene  uno  por  sequío  que  ha  de 
encontrarse  con  caras  bonitas  hasta  la  pared  de  enfrente; 
el  cuadro  ctiya  reproduccióu  damos  hoy  no  desmiente  esta 
presunción,  mostrándose  el  elegantísimo  artista  vienes  á  la 
altura  de  su  reputación  de  sobresaliente  conocedor  de  los 
chirimbolos  del  siglo  xviu  y  no  menos  inteligentísimo  co- 
piador de  los  buenos  palmitos  del  siglo  xix. 

LA    CARTIJA    DE    LONDRES 

Fs  este  uno  de  los  monumentos  de  cuya  con«erv«eIAn  se 
muestran  más  celosos  los  arqueólogos  y  artistas  ingleses,  por 
ser  uno  de  los  mejores  tipos  de  la  antigua  arquitectura  gótica 
de  aquel  país.  Por  lo  mismo  se  ha  levantado  gran  polvareda 
cuando  se  ha  tratado  ahora  de  derribarlo,  calificando  todas 
lis  persona»  de  gusto  de  vancLulismo  Inonoelasta  tal  de- 
signio. 

CAZA   DE   PATOS 

Cuadro  de  A.  Quillón 

Es  una  obra  de  atrevida  perspectiva,  concienzudamente 
estudiada.  La  escena,  propia  de  las  costas  de  Normandla,  se 
recomienda  por  su  originalidad,  resultando  en  su  conjunto  un 
cuadro  de  elegante  factura  y  mucho  modernismo. 

UNA   INDNDAOIÓN  tNHlIlEKTE.— IL  TÉ  DI   L18    IIDSEOAS 

Ambos  dibujos  están  hechos  con  el  más  sincero  humo- 
rismo, revelando  un»  mano  experta  en  la  interpretación  de 
asuntos  Infantiles,  manantial  inagotable  de  inspiración  cuan- 
do se  tiene  el  genio  de  la  Mo-puertiidad,—j  dispensen  uste- 
des lo  híbrido  del  neologismo. 

LOS   ACANTILADOS   DE    LA    COSTA    DE    CRIMEA 

Constituye  este  dibujo  una  preciosa  marina,  llena  de 
originalidad  y  magnidcamente  grabada. 

Bañada  por  los  dos  mares  Negro  y  de  Azof,  constituye 
el  antiguo  Quersoneso  Táurico  ó  la  Táurida,  una  región  llena 
de  recuerdos  gloriosos,  pero  no  por  eso  menos  interesante 
bajo  el  punto  de  vista  comercial.  La  costa  bañada  por  el  mar 
Negro  es  fragosa  y  acantilada,  ofreciendo  numerosos  puertos 
y  estando  festoneada  por  multitud  de  lindas  jioblaciones  tár- 
taras. 


ROMA  VEDUTTA  FEDE  PERDUTTA 

POR 

JACINTO  LABAILA 


(CONTINUACIÓN) 


IV 

Fernando  á  Enrique 

Madrid  28  Setiembre  1880. 

Mi  querido  Enrique:  Estaba  en  mi  gabinete 
después  de  almorzar,  leyendo  el  libro  de  máxi- 
mas y  pensamientos  del  duque  de  La  Rochefou- 
cault,  cuando  suspendió  la  lectura  la  súbita  lle- 
gada de  mi  nodriza  Angustias,  que  se  internó 
en  mi  cuarto  sin  anuncio  previo,  como  acostum- 
bra. Mi  mujer  estaba  en  casa  de  su  madre,  que 
continúa  aún  indispuesta,  gracias  á  Dios,  pues 
merced  á  su  enfermedad  puedo  respirar  y  estar 
solo  algunas  horas,  libre  de  la  incesante  pre- 
sencia de  mi  esposa. 

Angustias  llegó  hasta  mí  con  el  semblante 
oseo  y  el  ceño  fruncido,  y  casi  .sin  saludar,  me 
arrojó  sobre  la  mesa  escritorio  tu  carta  cerrada, 
diciéndome: 


— Otra  vez  no  me  encargues  semejantes  co- 
misiones; en  mi  vida  me  he  ocupado  de  cosas 
tan  repugnantes,  bien  lo  sabes. 

En  vez  de  contestarle,  lancé  una  carcajada, 
que  no  pude  reprimir  y  que  exasperó  á  mi  in- 
terlocutora. 

— ¡Parece  mentira  que  te  haya  criado  á  mis 
pechos! — exclamó,- — pero,  bien  dice  el  refrán, 
«la  cabra  siempre  tira  al  monte.» 

— Pero,  Angustias,  ¿qué  serie  de  desatinos 
estás  ensartando? — la  dije. 

• — No  son  desatinos,  sino  verdades  de  tomo 
y  lomo...  Ya  se  ve,  acostumbrado  toda  la  vida 
á  vivir  entre  mujeres  picaras,  como  Dios  no 
manda,  te  has  olvidado  que  te  casaste  hace  más 
de  dos  años  con  una  señora,  modelo  de  virtu- 
des, que  te  quiere  como  no  mereces,  y  sigues 
con  tus  mafias  de  soltero  calaverón,  engañando 
al  ángel  que  has  tenido  la  suerte  de  encontrar, 
y,  lo  que  es  peor,  haciéndome  á  mí  tercera  de 
tus  escandalosas  aventuras. 

Sin  poder  contener  la  risa,  abrí  el  sobre  de 
la  carta,  que  conocí  por  la  letra,  y  haciendo 
leer  á  mi  nodriza  el  encabezamiento  y  tu  firma, 
la  dije: 

— Esta  carta,  como  ves,  no  es  de  mujer;  es  de 
un  amigo. 

— Si,  ya  lo  veo, — me  contestó, — es  de  Enri- 
que, de  tu  inseparable  compañero  de  picardías. 

— Que  se  casó  también,  y  que  es  muy  dicho- 
so, según  me  escribe, —  añadí,  después  de  reco- 
rrer rápidamente  tu  epístola,  exhalando  hondo 
suspiro. 

— Perdóname,  si  sospeché  de  tí  injustamente, 
— replicó  Angustias; — pero  como  yo  sé  por 
experiencia  que  el  que  malas  mañas  há  tarde 
ó  nunca  las  perderá... 

— Pues  yo  las  he  perdido,  desgraciadamente, 
—  la  contesté,  interrumpiéndola;  —  estoy  con- 
vertido en  un  maridazo,  por  la  gracia  de  Dios 
y  de  la  Constitución  del  matrimonio. 

— Porque  llegara  ese  caso  recé  durante  mu- 
cho tiempo  á  todos  los  santos  de  la  corte  celes- 
tial, y  veo  con  gusto  que  no  fueron  sordos  á 
mi  petición, — me  respondió  Angustias,  reco- 
brando por  completo  la  tranquilidad. 

Hé  aquí,  pues,  mi  querido  Enrique,  uno  de 
los  episodios  á  qne  da  margen  la  tiranía  del 
amor,  que  me  obliga  á  soportar,  con  la  resig- 
nación de  un  esclavo  el  ángel  enamorado  que 
apetecéis  para  compartir  con  él  la  vida  íntima 
del  hogar. 

Siento  en  el  alma  haberte  proporcionado  el 
primer  ligero  disgnsto  de  tu  nuevo  estado,  obli- 
gándote, involuntariamente,  á  entregar  mi  carta 
á  Rosalía,  que  se  enteró  de  mi  actual  situación, 
y  que  me  profesa  desde  entonces  el  odio  á 
muerte  que  te  predigo;  repito  que  lo  siento, 
pero  convendrás  conmigo  en  que  la  escena  á 
que  dio  lugar  mi  carta  debe  abrirte  los  ojos  y 
hacerte  vislumbrar  un  porvenir...  muy  próximo 
y  muy  semejante  al  mío.  La  pesadilla  de  tu  pa- 
sada vida  empezó  ya  á  enseñorearse  de  la  ima- 
ginación de  tu  esposa,  y  será  para  tí,  de  hoy 
en  adelante,  la  sombra  que  oscurezca  tus  ale- 
grías, la  espina  que  se  clave  en  tus  placeres,  la 
gota  de  hiél  que  caiga  continuamente  en  tu 
copa. 

Me  llamas  irreverente  porque  declaro  mi  falta 
de  fe  dentro  del  templo,  en  el  que  tú  rezas  to- 
davía; y  me  acusas  de  imprudencia  porque  te 
hablo  con  el  corazón  en  la  mano  y  te  digo  la 
verdad  desnuda;  pero,  ¿cómo  he  de  hablar  con- 
tigo? ¿Mintiéndote?  Eso  es  indigno  de  mi  carác- 
ter, y  sería  hacer  un  agravio  á  la  lealtad  de 
nuestro  afecto.  ¿Por  qué  me  incitaste  á  que  te 
confesara  minuciosamente  cuanto  me  ocurriera 
en  el  estado  matrimonial?  Me  preguntaste  sin- 
ceramente, y  sinceramente  te  respondí.  Me 
creíste  dichoso,  y  te  empeñaste  en  saber  si  lo 
era;  si  soy  desgraciado,  no  tienes  derecho  de 
reconvenirme  por  habértelo  participado,  por 
más  que  asi  chasqueara  tus  ilusiones  respecto  á 
mi  matrimonio  y  te  pusiera  en  guardia  respecto 
al  tuyo.  No  es  mía  la  culpa. 

Me  pides  imposibles:  que  vea  las  cosas  de 
otro  modo  que  son,  que  cambie  de  carácter,  que 
no  exija  del  mundo  más  de  lo  que  me  da... 


352 


LA   ILUSTRACIÓN   IBÉRICA 


¿Qnién  es  capaü  de  conseguir  todo  eso?  ¡Cómo  |  te  equivocas  si  crees  que  la  gloria  de  las  pri- 
se  conoce  que  eres  neófito  en  la  religión  del  ;  meras  caricias  no  se  evapora,  y  que  los  brazos 
matrimonio!  ¡Cómo  te  alucinas  crej-endo  que  su  ,  del  amor  no  to  han  ile  dejar  caer,  algunos  me- 
bellisiuio  principio  no  pierde  su  encanto!  ¡Cómo  i  ses  más  tarde,  en  los  brazos  de  la  sosería  y  del 


faíitidio!  La  Rochefoucault,  á  quien 
tanto  conoces  y  admiras,  lo  dice  en 
la  siguiente  máxima,  que  debes  ha- 
ber olvidado:   «El  amor,   como  el 
fuego,  no  puede  subsistir  sin  mo- 
vimiento continuo  y  acaba  de  vivir 
cuando  cesa  de  esperar  6  de  temer. » 
Yo  no  espero  lo  que  esperan  la  ma- 
yoría de  los  cónyuges  desde  el  mo- 
mento de  la  boda,  el  regocijo  de  ser  ""      '•' 
padre,  después  de  tanto  tiempo 
transcurrido   sin   conseguirlo, 
tengo  fundamento  para  creer  que  no  he  de  go- 
zar de  las  dulzuras  de  la  paternidad.  No  temo 
que  mi  esposa  me  prive  del  extremado  cariño 
que  me  profesa,  porque  es  apasionada  y  cons- 
tante y  concentró  en  mí  todos  sus  deseos  y  to- 
dos sus  placeres.  Si  temiese  perder  su  cariño, 
quizás  entonces   me  apasionaría  de  ella;  pero 
no,  no  puede  sonreirme  siquiera  tan  halagüeña 
esperanza;  por  lo  tanto,  el  amor  tiene  que  ara 
h-ir  He  tñtir  en  mi  matrimonio,  como  acertada- 
mente opina  el  moralista  francés. 

Dices  que  ayer  me  harté  de  independencia  y 
que  hoy  me  harto  de  amor,  que  ambas  cosas  sou 
antitéticas  y  que  en  la  vida  no  se  puede  elegir 
otra  tercera:  pues  yo  no  lo  creo  asi;  creo  que, 
después  del  hartazgo  del  cariño,  me  volvería  á 
la  vida  á  respirar  con  libertad  el  aire  de  la  inde- 
pendencia; creo  que,  sin  penetrar  en  el  circulo 
vicioso  que  hemos  recorrido  durante  nuestro 
período  de  solteros,  podría  disfrutar  de  satis- 
facciones lícitas  y  comj)atibles  con  nuestro  es- 
tado, que  son  muchísimo  más  agradables  que 
estar  sejmltados  perennemente  entre  las  cuatro 
paredes  del  domicilio  conyugal,  como  un  cartu- 
jo en  su  celda,  cuando  nuestra  educación,  nues- 
tras costumbres  y  la  vida  moderna  nos  han  en- 
señado que  la  sociedad  se  ha  establecido  para 
el  hombre  culto  y  que  el  casamiento  no  debe 
ser  una  tumba,  sino  un  santuario  ante  el  que 
DO  debemos  arrodillamos  á  todas  horas  ni  rezar 
continuamente. 

Dentro  de  dos  años,  mi  querido  Enrique,  ¡len- 
sarás  como  yo,  y  se  apoderará  de  ti  el  cansan- 


LOS 

ACANTILADOS 

DE   LA  COSTA   DE 

CRIMEA 


cío  que  me  entristece.  Lo  que  para  nosotros,  les 
hombres,  es  monótono  y  fastidioso,  es  el  bollo 
ideal  para  la  mujer,  que  ama  toda  su  vida  y  no 
puede  ser  feliz  sino  inmolando  su  alma  y  su 
cuerpo  eternamente  en  holocausto  del  dios  Cu- 
pido: el  hombre  nació  para  brillar  en  otras  es- 
feras, para  sobresalir  y  lucrar  á  la  vez  fuera 
del  hogar,  desempeñando  brillantes  y  variados 


papeles  en  la  comedia  liuiuana,  según  sus  incli- 
naciones y  sus  estudios.  Hé  acjui  otra  de  mis 
tristezas.  Tú  y  yo,  ricos  desdo  la  cuna  por  (^1 
capricho  do  la  suerte,  no  pensamos  en  tiempo 
á  propósito  ser  útiles  á 
la  sociedad  y  á  nosotros 
mismos,  y  hemos  visto 
desvanecer.se  nuestra 
juventud  sin  pensar  ja- 
más en  ser  hombres  (!<■ 
provecho,  deseando  úni 
camente  pasar  la  oxis 
tencia  divertida,  y  ali' 
ra  que  el  amor  y  los  pla- 
ceres han  hecho  ol  va- 
cío en  mi  alma,  es  ya  tar- 
de para  crearse  por  el 
esfuerzo  propio  una  po- 
sición social  que  hoy  di- 
siparía mi  fastidio  y  me 
ofrecería  goces  que  ja- 
más he  saboreado  y  que 
envidio  hoy  con  la  vehe- 
mencia de  mi  carácter 
im]>ctuoso,    porque    me 
abrirían  la  ¡)uerta  por  la 
que  saldría  á  descan- 
sar de  la  monotonía  de 
este  estado  siempre 
igual,  sin  claro  oscuro 
ni  peripecias. 

No  insisto  más  en  la 
anterior  idea,  porque, 
como  es  ya  irrealizable, 
es  inútil  hacer  hincapié 
en  olla,  y  aguardo  la  de- 
finitiva carta  que  sobre 
la  felicidad  de  tu  matri- 
monio me  has  de  escri- 
bir dentro  de  dos  años. 
Idéntica  es  nuestra  po- 
sición; nviestras  esposas 
son  semejantes  en  apre- 
ciar el  estado  conyugal 
y  en  la  índole  del  cariño 
que  nos  profesan;  nues- 
tra vida  anterior  fué  la 
misma,  con  insignifi- 
cantes diferencias;  nos 
han  pescado  con  el  mis- 
mo anzuelo,  esto  es,  con 
el  cebo  de  la  pasión  ver- 
dadera que  han  sabido 
lanzarnos  dos  mujeres; 
por  lo  tanto,  debemos 
sacar  los  dos  las  mis- 
mas consecuencias ,  y  si 
yo  no  soy  feliz,  puedes 
irte  preparando  para  no 
serlo. 

Preciso  es  cortar  aho- 
ra nuestra  correspon- 
dencia, sopona  de  no 
entendemos,  ya  que  aún 
es  tempi-ano  para  que 
veas  en  toda  su  desnu- 
dez el  estado  del  matri- 
monio; aguardemos  á 
que  sea  hora. 

No  por  eso  dejará  de 
quererte  y  de  pensar 
muchas  veces  en  tí  el 
que  hoy,  como  ayer  y 
como  mañana  te  ha  de 
profesar  el  afecto  de  un  hermano, 

Femando. 

P.  D.  Mis  afectos  á  Ildefonso  Sancho.  Acon- 
séjale que,  si  piensa  entrar  en  nuestro  gremio, 
que  se  case  con  mujer  que  lo  considere  mucho 
y  que  le  quiera  poco. 

(Se  continuará.) 


«IBBTIiaél:  Cirtei,  J6S-3S7.  Kimi  Itliui,  Milor.— Reseriidos  los  derechos  de  propiedad  artístici  j  liUraria.— Lis  reclamaciones  en  Madrid,  al  represeotante  de  esta  Casa  D.  Maouel  Pli  y  Valor,  Apodaca,  10. 2." 

)  INSÉRTESE  O  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  ( 


■UTAKLSUIMUIItTU    riVUUHAVIUO   US   B.   BaSSUA.— OiU.LB   1»    VllXAHRUKL,  MUM.    17     ««BAMCHK  US  8*11    AUTOKIU.— BAHCSLO»*. 


SEMANARIO     CIENTÍFICO.     LITERARIO     Y     ARTÍSTICO 


^VX^^^ 


Aflo  V 


Barcelona  4  de  Junio  de  1887 


Núm.  231 


DÍA  DE  LLUVIA 


354 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


SUMARIO 

Tuto.— Jfodrid.  Oarta$  i  ■•<  prteo,  por  Fernuiflor.— JMti- 
(Um  mAr  te  ttda  ^ putblo,  por  Jocé  Z*honero.  — iB  rtoU- 
mttta  (eooaioaite),  por  Vtoente  Bluco  IbAüe*.— £(  dtseu- 
tilitlí»  MJé^ón,  por  JOMiuln  OlmediUa  y  Puig.— £i- 
MMtcofdt  ImjmmNm  ttaJumutanot,  por  A.  de  Valdcflorei<. 
—La»  da»  mittriat  (poesía^,  por  Tomás  Ctmacho.— Coría 
de  Maria  (tngmtnyo  de  nn  poema),  por  Ketlerico  Ortega 
de  la  Parra.— Nueatros  grabados.— £oma  vtdutta  fede  ptr- 
duUa  (coQtinnación),  por  Jacinto  I^balla. 

SuBiiKM.-  Día  de  lluvia.— Parénteaii.-forcéioNa:  Inaugu- 
ración del  monomento  al  general  Prlm.— En  alia  mar. 
(KxpoaleMo  de  Bellas  Artes  de  18S7).— Caiiudd  Paisajes 
del  Bi^o  Otuwa.— Kl  teatro  Ventura,  en  el  hotel  de  la 
KTrma  Sra.  dnqaeaa  de  la  Torre.— A  punto  de  dormirse. 
—Loa  pescadores.- Filomena.— La  planchadora.-  El  len- 
tni^*  da  laa  florea. — Veutlmiglia,  cerca  de  la  «Comisa.» 


MADRID 


C-AJITA-S    A.    lk4T    aPRn^A. 


Comentarios  i  un  dibujo  de  eate  número. — Apertura  de  la 
Exposición. 


\E  habia  prometido,  querida  Carmen,  escri- 
birte algo  acerca  de  las  principales  actri- 
ce.s  del  teatro  Ventura  y  comprenderás 
que  debía  reservarlo  para  cuando  apareciesen 
en  esta  Ilustración  sus  retratos.  En  este  nú- 
mero puedes  verlos. 

Los  diarios  de  Madrid  han  prodigado  tantos 
elogios  á  la  compañía  del  teatro  Ventura,  y  es- 
pecialmente á  dos  de  sus  actrices,  á  Ventura  Se- 
rrano y  á  Rita  Luque,  que  podrían  juzgarse 
muy  exagerados  los  elogios.  Yo  participo  de  la 
admiración  general  y  formo  en  el  coro.  El  salón 
del  hotel  donde  vivió  el  duque  de  la  Torre,  ha 
sido  decorado  con  un  escenario;  en  el  cual  algu- 
nos individuos  de  la  juventud  más  brillante  de 
nuestra  sociedad  han  representado  obras  diver- 
sas en  español,  y  en  francés,  ya  del  teatro  anti- 
guo, ya  del  moderno;  ya  dramáticas,  ya  cómicas. 
ÍTan  sido  estas  funciones  verdadei-as  fiestas  en 
que  el  lujo  y  la  elegancia  del  público  completa- 
ban la  elegancia  y  primor  del  teatrito  y  de  la 
escena.  Yo  pudiera  llenar  algunas  columnas  con 
la  descripción  de  las  toalelas  que  allí  se  han  lu- 
cido,— descripción  que  tú  leerías  con  delicia, — 
si  yo  tuviese  la  pluma  esmaltada  de  piedras 
preciosas  de  nuestro  amigo  Gutiérrez  Abascal, 
que  sabe  describir  un  vestido,  6  una  diadema, 
con  palabras  que  tienen  la  precisión  de  la  línea, 
la  brillantez  del  color,  el  resplandor  de  la  luz, 
la  transparencia  del  cristal,  la  delicadeza  del 
encaje,  la  tersura  del  oro  bruñido  y  los  tonos 
cambiantes  y  profundos  del  terciopelo.  Pero  te 
autorizo,  para  que  en  tu  imaginación  acumules 
riquezas,  lujos  y  pomposidades  y  revistas  con 
ellos  al  público  del  teatrito  de  la  duquesa  de 
la  Torre;  seguro  de  que  tu  fantasía  no  creará 
nada  más  delicioso  que  estas  reuniones,  donde 
no  se  llegaba  para  hablar,  bailar  y  tomar  té, 
únicjimente,  sino  en  las  cuales  el  público  cele- 
braba una  fiesta  del  arte  y  rendía  tributo  al 
talento.  Dado  que  nuestras  clases  superiores 
cuando  se  ponen  el  frac  6  el  vestido  de  escote 
emplean  casi  todo  el  tiempo  en  las  arideces  de 
la  política,  en  las  frivolidades  de  los  cumplidos 
6  en  las  ingeniosidades  de  la  maledicencia,  no 
cabe  duda  que  el  teatrito  Ventura  es  una  insti- 
tución saludable. 

Muchos  gentes  se  admiran  de  que  siendo  tan 
jóvenes  y  de  familias  tan  distinguidas,  las  actri- 
ces del  teatro  Ventura  representen  como  repre- 
sentan. Creen  que  las  señoritas  de  la  aristocracia 
tienen  obligación  de  ser  tontas.  Ivlada  de  eso,  es 
todo  lo  contrario.  Prescindiendo  de  que  las  se- 
ñoritas de  Madrid  son  listas  de  condición,  las 
de  mejor  casa  suelen  ser  las  más  listas.  Esto 
depende,  quizás,  de  que  como  ningunas  otras 
se  aleccionan  en  el  arte  del  disimulo;  en  que 
todo  el  día  se  pasan  componiendo  el  rostro  y 
la  voz  para  no  desentonar  en  las  visitas,  en  la 
tertulia,  en  la  meea,  en  el  teatro;  rodeadas  como 


lo  están  siempre  de  personas  de  clase,  enfado- 
sas para  ellas,  pero  á  las  cuales  deben  conside- 
raciones. Su  educación,  por  muy  descuidada 
que  sea,  es  superior  á  la  de  la  señorita  po- 
bre; sus  lecturas  son  libros  y  novelas  de  los 
más  ingeniosos  escritores  franceses  y  su  afán 
constante  es  lucir  en  todo,  en  sus  trajes  y  en  su 
conversación.  Cuando  una  señorita  de  alta  cla- 
se tiene  disposición;  disposición,  como  suele 
decirse,  progresa  rápidamente:  porque  está  ro- 
deada de  elementos  de  progreso  y  sólo  necesita 
voluntad  para  aprovecharlos.  Además,  en  Espa- 
ña y  en  Madrid  no  sucede  lo  que  en  otras  na- 
ciones y  en  algunas  de  nuestras  provincias, 
aquí  las  altas  clases  viven  en  relación  directa 
con  las  demás:  sólo  se  exige  al  hombre  de  ta- 
lento que  tenga  un  frac  para  las  grandes  so- 
lemnidades. Los  hombres  de  talento  entran  en 
todos  los  salones,  forman  una  aristocracia  tam- 
bién y  no  hay  tertulia  ni  comida  en  la  cual  no 
figuren  por  su  propio  derecho.  Esta  creación 
prodigiosa  del  planeta  en  que  vivimos  dicen 
que  se  verificó  á  causa  de  haber  llegado  á  unir- 
se felizmente  las  moléculas  dispersas  de  la  sus- 
tancia cósmica  á  fuerza  de  estrecharse;  de  igual 
modo  las  señoritas  de  Madrid  resultan  genios 
por  el  constante  conversar,  por  la  lectura  conti- 
-nuada  y  por  1^  atmósfera  que  las  rodea,  artifi- 
cial quizás,  pero  luminosa. 

Así,  pues,  las  señoritas  de  alta  clase  deben 
representar  comedias  con  mayor  facilidad  que 
las  de  las  clases  ínfimas;  y  poseen  más  notas 
de  la  escala  dramática;  puesto  que  están  en  con- 
diciones de  observar  la  sociedad  en  las  clases 
que  constituyen  el  teatro  moderno,  es  decir,  la 
noble  y  la  media;  pudiendo  observar  también 
el  mundo  del  saínete  con  observar  las  costum- 
bres y  caracteres  de  sus  criados.  En  las  clases 
altas  la  imaginación  de  la  mujer  joven  está  exci- 
tada constantemente;  la  cuestión  es  dirigir  á 
buen  propósito  esta  excitación  del  pensamiento: 
y  en  vez  de  que  se  pierda  en  frivolas  luchas  de  la 
coquetería  y  del  lujo,  emplearla  en  propósitos 
titiles  ó  en  el  arte. 

No  por  ^0  dejará  de  admirarnos  el  raro  mé- 
rito del  teatro  Ventura  y  especialmente  de  las 
dos  señoritas  que  indiqué  antes;  éstas,  sin  duda, 
tienen  condiciones  nativas  para  el  teatro  y  pu- 
dieran llegar  con  el  estudio  á  ser  aplaudidas  en 
verdaderos  teatros. 

El  grabado  que  va  en  este  número  representa 
la  decoración  de  Le  serment  d'  Horare;  un  lindo 
juguete  de  Henri  Murger,  el  poeta  y  novelador 
de  la  bohemia  francesa.  Elegantes  biombos,  al- 
mohadones de  raso  y  de  peluche  recamados  de 
oro,  espléndidos  cortinajes,  pieles  magníficas, 
cubriendo  el  pavimento,  guitarras,  laudes,  pan- 
deretas, encajes,  flores,  daban  al  escenario  el  as- 
pecto del  estudio  de  un  pintor  elegante  y  aris- 
tocrático. El  conde  de  Romrée,  Venturita  Se- 
rrano, Clarita  Lengo  y  el  señor  de  Montero 
desempeñaron  esta  obrilla;  el  director  de  escena 
de  este  teatro,  Carlos  Romrée,  es  un  actor  dis- 
tinguido, que  figuraría  dignamente  en  cualquie- 
ra de  nuestras  buenas  compañías  cómicas;  y  que 
en  el  género  de  la  comedia  de  sociedad  sigue 
las  tradiciones  de  Romea.  Discreto  en  todos 
los  papeles,  ingenioso  y  fácil  en  todos  ellos,  se 
ha  distinguido  mucho  en  el  de  americano  de  Le 
sermeni;  le  desempeñó  con  una  flexibilidad,  tin 
buen  gusto  y  un  aplomo  notables.  En  favor  de 
su  inteligencia  hablan  los  éxitos  obtenidos  por 
la  compañía;  pues  la.s  obras  han  merecido  por 
sus  efectos  escénicos  y  conjunto,  elogios  muy 
justos. 

El  triunfo  más  brillante  deRitaLuque  ha  sido 
Buenas  noches  señor  don  Simón, en  la  última  fiesta 
de  la  temporada.  Esta  señorita  está  lejos  de  ser 
una  belleza;  es  un  lindo  manojo  de  huesos;  sus 
facciones  no  son  regulares  y  pasaría  desaperci- 
bida en  un  salón  si  desde  el  momento  en  que 
pone  su  alma  en  actividad,  esa  alma  no  se  difun- 
diese con  maravilloso  encanto  por  sus  ojos  y  por 
toda  su  fisonomía.  Tiene  una  gracia  irresistible 
en  su  voz  y  en  sus  ademanes;  es  toda  mujer  y 
mujer  delicada,  suave,  á  un  tiempo  sencilla  y 
aristocrática.  Es  de  las  mujeres  cuya  belleza  no 
I  se  pierde  cuando  dejamos  de  contemplarla;  por- 


que esa  belleza  no  reside  en  los  rasgos  de  su  fi- 
sonomía, sino  en  la  gracia  movida  }'  i)icante  de 
su  espíritu  (|ne  parece  habérsenos  infiltrado 
después  de  haberla  visto  y  oído.  Viéndola  re- 
presentar, oyéndola  cantar,  se  pierde  la  noción 
del  tiempo  y  del  espacio  y  en  aquellas  noches 
teatrales  todos  la  enviaban  en  su  aplauso  el  se- 
creto mensaje  de  un  amor  sin  esperanzas.  Los 
jóvenes  llegaban  al  último  grado  de  la  exalta- 
ción; los  viejos  sentían  removerse  entre  la  ceni- 
za de  sus  corazones  las  últimas  chispas.  Excuso 
decirte  que  yo  que  no  soy  ya  joven  ni  todavía 
soy  anciano  me  encontraba  en  un  término  me- 
dio razonable. 

Su  hermana,  la  señora  de  Moreno,  como  po- 
drás juzgar  por  el  retrato,  previene  favorable- 
mente con  su  gran  belleza.  Su  talento  es  de  ín- 
dole diferente  al  do  Rita,  si  bien  tiene  condi- 
ciones como  ella  para  el  género  cómico.  La  voz 
de  Rita  es  suave  y  limpia,  la  suya  es  firme  y  os- 
cura; pero  la  modifica  con  verdadero  talento. 
Une  á  sti  heríliosura  la  inteligencia,  y  en  todos 
los  papeles  merece  aplausos. 

Clarita  Lengo,  á  quien  verás  en  el  grabado 
vestida  de  traje,  es  actriz  modesta  de  esta  com- 
pañía. Su  distinción,  su  elegancia,  su  educación 
arti.stica  y  la  preciosidad,  en  fin,  de  toda  su 
persona,  son  cualidades  suficientes  para  garan- 
tizarla la  benovolencia  del  piiblico. 

He  dejado  para  el  último  lugar  la  dama  de  la 
compañía,  Ventura  Serrano,  marquesa  de  Caste- 
llón. Desde  la  primera  función  en  que  tomó  par- 
te fué  declarada  excelente  actriz;  pero  su  obra  ha 
sido  La  capilla  de  Lanuzn.  Ventura  reúne  todas 
las  cualidades  que  pueden  agradar:  es  bella, 
graciosa,  esbelta,  de  fisonomía  inteligente  y  sim- 
pática, pero  es  necesario  verla  representar  La 
capilla  para  comprender  que  bajo  aquella  seie- 
nidad,  compostura  y  distinción  se  oculta  un  co- 
razón impetuoso  y  arde  la  llama  de  las  pasiones 
trágicas.  El  papel  de  la  novia  de  Lanuza  es 
muy  difícil  porque  sólo  aparece  en  la  escena 
para  significar  los  arrebatos  de  su  amor  y  de  su 
desesperación;  es  un  papel  en  el  cual  el  estudio 
del  arte  no  basta,  en  el  cual  es  preciso  abando- 
narse al  sentimiento.  Pues  bien,  Venturita  Se- 
rrano entra  de  súbito  en  el  drama  con  una  ve- 
hemencia, con  una  realidad  y  al  propio  tiempo 
con  un  idealismo  que  no  es  posible  verla  y  oírla, 
sin  sentirse  proftmdamente  emocionado.  Un 
hombre  de  Estado,  cuya  palabra  oyen  siempre 
con  respeto  los  partidos  y  hasta  las  naciones, 
me  decía,  después  de  haberla  oído: — ¡Si  esta  se- 
ñorita tiene  el  corazón  tan  sensible  como  aquí 
lo  parece...  será  muy  desgraciada! 

Habrás  formado  idea  por  estos  retratos  de  la 
compañía  del  teatro  Ventura.  Sólo  me  falta  decir- 
te que  es  muy  completa,  pues  cuenta  con  otros 
actores  excelentes;  entre  ellos  Federico  Luque 
hermano  de  Rita,  que  realmente  tiene  madera 
de  actor,  y  Crooke,  un  característico  que  sabe 
decir  y  accionar  y  vestirse  con  mucha  naturali- 
dad y  gracia,  y  Eernando  Fontanar,  al  que  solo 
puede  reprochársele  cierta  imitación  del  estilo 
de  Calvo,  imitación  que  desluce  su  verdadero 
talento. 

Allá  para  Octubre  se  reanudarán  las  funcio- 
nes y  los  éxitos. 

Ahora  hablemos  de  la  apertura  de  la  Expo- 
sición de  Bellas  Artes.  Esta  se  verifica  en  un 
magnífico  edificio  que  ha  surgido,  por  así  decir- 
lo, junto  al  Hipódromo.  El  palacio  de  la  Indus- 
tria y  las  Artes  está  situado  al  norte  de  la  po- 
blación, al  final  del  paseo  de  la  Castellana,  que 
con  sus  hoteles,  sus  jardines  y  sus  alamedas, 
hermosea  la  población.  El  proyecto  es  debido  al 
arquitecto  D.  Fernando  de  la  Torriente,  que  no 
ha  podido  verlo  concluido.  El  ladrillo  blanco  y 
el  encarnado,  así  como  la  piedra  blanca  y  gra- 
nítica están  combinados  de  manera  que  dan  se- 
vero y  agradable  aspecto  á  la  fachada.  Proyec- 
tado con  cierta  grandiosidad  las  economías  han 
ido  disminuyendo  sus  pretensiones;  pero  es  un 
edificio  espacioso  y  bien  ideado.  Con  el  tiempo 
se  irán  construyendo  anejos  por  ambos  lados 
hasta  una  extensión  de  80.000  metros.  No  creo 
que  lleguemos  á  ver  esto  nosotros. 

Las  salas  de  Bellas  Artes  tienen  luz  cenital. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


355 


pero  son  demasiado  grandes;  convendría  divi- 
dirlas por  biombos. 

Se  inauguró  la  Exposición  el  día  21.  Vino  la 
reina  de  Aranjuez.  A  la  entrada  del  edificio  es- 
peraban los  ministros  y  en  la  sala  de  la  cúpula 
se  verificó  el  acto.  Sagasta  lucía  en  su  uniforme 
la  banda  de  Santa  Ana  de  Rusia,  Moret  la  de 
Carlos  in,  León  y  Castillo  la  de  la  Estrella 
Polar  de  Suecia,  Navarro  y  Rodrigo  la  de  San 
Mauricio  y  San  Lázaro,  el  general  Casóla  cru- 
ces y  placa  militares,  Balaguer  otras  condeco- 
raciones... El  ministerio  brillaba  como  nunca. 

El  acto  fué  magnifico.  Las  alumnas  del  Con- 
servatorio entonaron  una  cantata  del  maestro 
Arrieta,  letra  de  Arnao,  que  dirigió  el  maestro 
Vázquez;  después  una  composición  titulada 
Ronde  de  vuit,  instrumentada  por  el  director 
del  Conservatorio  de  Bruselas  y  dirigida  por  el 
maestro  Zubiaurre. 

Después  el  ministro  de  Fomento  declaró 
abierta  la  Exposición. 

Como  ha  de  ocuparse  en  La  Ilustración 
Ibérica  de  este  certamen  otro  escritor,  le  dejo 
"^íntegras  sus  impresiones  y  sus  juicios  limitán- 
dome á  manifestar  que  es  numerosísima  y  que 
abundan  en  ella  los  cuadros  excelentes.  De  ella 
podrás  juzgar  en  algo  por  tus  propios  ojos,  pues 
los  dibujantes  de  La  Ilustración  preparan  ya 
la  reproducción  de  muchos. 

Sin  más  por  hoy,  tuyo, 

Feknanflob. 


ESTOOIOS  SOBRE  ik  VIOA  DEL  PUEBLO 


(1) 


LA   REPUDIADA 


Antolin  fué  el  primero  que  se  despertó  en  la 
casa;  su  padre  ya  había  salido  al  trabajo,  su 
madre  tal  vez  estuviera  durmiendo;  el  mucha- 
cho abrió  de  un  empellón  la  puerta  y  sus  ojos 
parpadearon  al  ser  heridos  por  la  luz  del  sol; 
era  ya  tai'de  y  debía  de  marcharse  prestamente 
al  tejar. 

Tenía  los  sentidos  entorpecidos  por  el  sueño 
y  apenas  si  acertó  á  descubrir  á  la  claridad  que 
penetraba  por  la  puerta,  la  lata  donde  su  ma- 
dre solía  dejarle  todas  las  mañanas  un  mendru- 
go de  pan  y  una  tajada  para  el  almuerzo;  luego 
se  puso  su  chaqueta  sucia,  porque  aún  hacia 
frío,  y  salió  cerrando  tras  de  sí  la  puerta  y  si- 
guió por  los  rojizos  desmontes  á  tomar  el  cami- 
no de  Chamartín,  cuyos  pinares  verdeaban 
oscuramente  contrastando  con  la  nieve  de  la 
sierra,  bajo  un  cielo  azul  despejado  y  luminoso. 

Aquella  mañana  no  se  abrió  en  más  de  una 
hora  la  puerta  del  casuco,  otros  días  ya  abierta 
mucho  antes  de  que  Antolin  se  despertara;  ni 
se  vio  á  la  seña  Margarita  zarandear  la  escoba, 
ni  aparecieron  los  tres  chiquitines  que  en  cami- 
silla y  descalzos  solían  corretear  por  la  casa, 
saliendo  de  ella  al  par  que  penetraban  las  galli- 
nas picoteando  el  suelo  de  ladrillo;  faltaba,  ade- 
más, el  tremendo  perro  que  ordinariamente  se 
hallaba  siempre  tendido  junto  á  la  puerta  que 
daba  al  campo. 

Ninguna  de  estas  cosas  echó  de  ver  Antolin 
ó  si  las  echó  de  ver  no  le  sacaron  de  su  indi- 
ferencia estúpida;  él  no  sabía  hacer  otra  cosa 
qup  comer,  dormir,  irse  al  trabajo  á  sus  horas 
y  cuando  más  coger  alguna  que  otra  vez  al  más 
pequeñuelo  de  sus  hermanos  y  apretar  dulce- 
mente su  carita  con  sus  ásperas  manazas  de 
bracero,  callosas  por  el  azadón.  Los  sábados 
echaba  el  jornal  en  el  bolsillo  del  delantal  de  su 
madre  y  los  domingos  los  pasaba  tumbado  á  la 
larga  en  un  pradezuelo  cercano  ó  jugueteando 
con  el  perro. 

La  seña  Margarita  no  estaba  acostada  como 
habia  pensado  su  hijo,  sino  antes  por  el  contra- 


(1)    Se  advierte  al  lector  que  estos  cuadros  están  exacta- 
tni'Ute  Cíipitt'loa  de  hechos  rcíiles. 


rio,  había  pasado  en  vela  y  fuera  de  casa  toda 
la  noche  y  en  cuanto  á  los  chiquitines  estaban 
con  una  vecina;  á  las  diez  de  la  mañana  llegó 
la  madre  de  Antolin  á  su  casa;  la  mujer  estaba 
pálida  y  ojerosa  y  tenía  la  frente  oscurecida 
por  un  ceño  adusto  muy  pronunciado. 

Abrió  la  puerta  y  entró  en  la  pobre  casita 
abandonada;  allí  le  acometió  el  llanto  y  comen- 
zó á  sollozar  lanzando  sordas  maldiciones  con- 
tra el  malvado  de  su  marido  y  contra  la  bribona 
de  la  cacharrera  que  había  vuelto  el  juicio  á  un 
padre  de  familia,  á  un  hombre  que  hasta  enton- 
ces hal)ía  sido  bueno  como  el  pan. 

El  drama  había  sido  terrible  y  brutal;  su  de- 
senlace se  produjo  cuando  menos  podía  espe- 
rarse; lo  que  decía  la  seña  Margarita  «cuando 


yo  estaba  más  confiada  en  que  todo  había  aca- 
bado.» La  noche  anterior  Aniceto  llegó  de  la 
obra,  al  poco  rato  llegó  Antolin,  cenaron,  y  éste 
se  echó  á  dormir;  ella  acostó  á  las  criaturas  y 
de  pronto  Aniceto  buscó  quimera  á  su  mujer; 
ella  aguantó,  aguantó  hasta  que  no  pudo  más. 
¡Señor,  señor,  la  paciencia  de  un  santo  se  agota! 
Riñeron  y  Aniceto  se  fué  de  la  casa...  Mil  ve- 
ces hubiera  querido  la  seña  Margarita  recibir 
un  golpe  de  aquel  hombre,  antes  que  verle 
abandonar  la  casa  al  muy  descastado  sin  ley 
ni  entrañas. 

¡Quién  habría  de  decirla  á  ella  cuando  llegó 
á  Madrid  con  su  marido  que  éste  habría  de  ha- 
cerse tan  duro  de  corazón!  Entonces  hacia  dos 
años  que  so  habían  casado,  no  tenían  más  hijo 


PARÉNTESIS 


que  Antolin  que  aún  se  hallaba  en  mantillas; 
habían  vivido  en  buena  armonía;  ella  era  una 
mocetona  de  veintiún  años,  fresca,  rozagante, 
mostrando  al  reírse  sus  blancos  dientes  y  con 
los  colores  de  salud  en  las  mejillas;  él  un  aldea- 
no tímido,  inocentón,  recio  para  el  trabajo,  sin 
otros  gustos  que  los  de  estar  como  encantado 
junto  á  su  mujer  y  cuando  más  echar  algvín 
domingo  una  partida  de  barra  y  apurar  un  ja- 
rro con  los  mozos  del  pueblo.  Pero  desde  el 
punto  !i  hora  en  que,  por  los  malos  años  del 
campo,  tuvieron  que  venirse  á  Madrid,  el  bue- 
no de  Aniceto  fué  cambiando  que  ya  no  era  co- 
nocido, llegando  hasta  el  extremo  de  abando- 
narla y  á  tres  criaturas  y  sin  otro  socorro  que 
los  tres  reales  que  pudiera  ganar  Antolin. 

Este  no  había  oído  la  disputa  de  sus  padres 
y  según  pensaba  la  seña  Margarita,  ni  aún  ha- 
bía echado  de  ver  por  la  mañana  que  se  halla- 
ba solo  en  la  casa. 

— ¡Dios  mío.  Dios  mío!  ¡Virgen  Santísima  del 
Cubillo! — exclamaba  la  seña  Margarita  sentada 
en  una  banquetilla  de  pino  y  estrujando  un  pa- 
ñuelo entre  sus  manos. — ¡Qué  va  á  sor  do  mi  y 


de  mis  hijos! — y  de  sus  ojos  caían  las  lágrimas 
á  todo  caer. 

Lloraba  entonces  enternecida  y  amedrentada 
y  nadie  hubiera  reconocido  en  ella  la  mujer  que 
una  hora  antes  enronquecida,  desgreñada,  fu- 
riosa, echando  espumarajos  por  la  boca,  bra- 
ceando y  descompuesta  llenaba  de  terribles  in- 
sultos á  la  cacharrera  y  al  bribón  de  Aniceto,  á 
los  cuales  había  ido  á  buscar  á  la  taberna  del 
barrio...  ¡Oh,  y  como  entonces  se  cebó  injurián- 
doles! Depuró  su  cólera  con  aquel  desahogo;  ne 
hubo  palabra  insultante  de  cuantas  ella  había 
oído  á  las  vecinas  cuando  peleaban  que  no  sol- 
tase en  su  furia;  y  eso  que  la  seña  Margarita 
habia  sido  siempre  modosa,  callada  y  poco  ami- 
ga do  ruidos. 

— Miren,  miren  la  seña  Margarita  qué  len- 
gua tiene,  ¡quién  habia  de  decirlo! — exclamó 
seña  Eustaquia,  la  lavandera,  al  oírla. 


(Se  continuará.) 


José  Zahonero. 


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LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


EL  VIOLINISTA 


(roxri.rsioN) 

Al  decir  esto  creí  que  el  pobre  niucliacho  iba 
:l  llorar,  y  j-f»  que  en  aquella  época  era  escépti- 
co  por  naturaleza,  no  pude  menos  de  conmo- 
verme al  comprender  la  intención  con  que  ha- 
bían sido  dichas  aquellas  palabras. 

Ricardo  permaneció  silencioso  durante  algu- 
nos instAntes ,  pero  pasados  éstos,  levantóse  co- 
mo aquel  que  adopta  una  resolución  y  me  dijo: 

— Perdóname  amigo  mío  si  80_v  tan  ingrato 
contigo.  Vienes  á  verme  y  no  satisfago  tus  de- 
seos: pero  agnarda  un  momento  y  oirás  mi  com- 
posición. 

y  después  de  decir  esto,  gritó  á  un  vejete 
que  ocupaba  una  mesa  cercana  y  que  no  era 
otro  que  el  pianista: 


— Cuando  V.  quiera,  don  Juan. 

— Que  impaciente  está  V.  porque  el  público 
oiga  su  obra.  jAllá  voy! 

Y  aquel  desecho  artistico  subió  á  la  plata- 
forma acompañado  de  Ricardo  }'  se  puso  á  ha- 
cer escalas  en  el  teclado  mientras  que  mi  amigo 
templaba  el  vioHn. 

Yo  no  pude  menos  de  entristecerme  al  con- 


PAISAJES  DEL  BAJO  OTTAWA 

(CANADÁ) 

TORRE-ATALAYA,  CERCA 

DE  LACHINE 


RUINAS   DEL  ANTIGUO 
CASTILLO 


siilcrar  que  en  una  ocasión  cuino  aquella  Ri- 
cardo abrigalja  esperanzas  sobre  el  éxito  de  su 
obra. 

Me  creía  ser  el  único  espectador  que  en  ella 
fijaría  su  oído. 

Conozco  mucho  lo  que  les  sucede  á  los  artis- 
tas que  tocan  en  los  cafés, — por  más  eminentes 
que  sean, — y  confieso  que  nunca  he  podido 
oírles  sin  pena. 

Cuando  más  se  esfuerzan  y  se  exceden  por 
arrancar  á  su  instrumento  notas  que  lleguen  al 
rorazón  de  los  oyentes;  cuando  al  ejecutar  los 
pasajes  más  difíciles  ci-een  logrado  bu  deseo, 
escuchan  como  en  la  mesa  más  cercana  dos  hon- 
rados ciudadanos  tratan  de  asuntos  mercanti- 
les, y  más  de  una  vez  se  sienten  oscurecidos 


por  ]a  voz  de  una  carnarero  ó  la  destemplada 
de  un  ciego  que  atraviesa  el  café  pregonando 
sus  periódicos. 

Aquello  es  la  fiel  expresión  de  la  eterna  lu- 
cha entre  el  positivismo  y  ol  arte,  entre  lo  ma- 
terial y  la  belleza. 

A  Ricardo  por  fortuna  no  le  sucedió  nada  de 
esto  en  dicha  noche. 

Tenia  entre  los  habituales  parroquianos  un 
gran  número  de  amigos  tan  apasionados  de  su 
mérito  artístico  como  yo,  y  éstos  se  encargaron 
apenas  apareció  en  la  platafonna  de  establecer 
en  el  calé  un  relativo  silencio,  con  prolongad'  s 
siseos;  á  cuya  invitación  e]  público  obedeció 
con  la  extrafieza  del  que  aguarda  un  gran  acon- 
tecimiento. 


Cuando  todo  esto  sucedió  ya  Ricardo  tenia 
el  violin  apoyado  en  el  hombro. 

De  repente  comenzó  á  tocar  acompañado  del 
piano. 

Aquello  era  la  introducción  de  la  obra. 
Su  construcción   artística   daba  á  entender 
que  no  estaba  ajustada  á  los  moldes  de  ningu- 
na escuela  musical,  y  sus  armonías  sembradas 
de  acordes  tenían  un  tinte  sc- 
mifantástico  y  originalísimo. 
Los  sonidos  del  violin  como 
fugaccB  diablejos  cruzaban  por 
la  atmósfera  del  café  cargada 
de  humo,  y  poco  á  poco  iban 
creciendo  y  entrelazándose 
caprichosamente  para   formar 
una  inspirada  y  arrebatadora 
melodía. 

Aquella  obra  de  Ricardo  era 
toda  una  historia  escrita  con 
notas. 

Un  prólogo  de  idilio  y  un 
final  de  tragedia  encerrados 
entre  las  líneas  de  la  pauta 
musical. 

Unas  veces  armonías  dulces 
y  embriagadoras  como  diálo- 
gos de  amor  ó  besos  apasio- 
nados, otras  golpes  secos  y  es- 
tridentes semejantes  á  las 
agitaciones  de  un  corazón  lle- 
no de  celos  y  de  continuo 
arrastres  melancólicos  seme- 
jantes á  gemidos  de  una  alma 
desgarrada. 

_j El  violin  á  impulsos  de  la 

mano  de  Ricardo,  cantaba  una 

historia  de  amor,  de  dudas  y  de  desesperación. 

En  el  café  reinaba  el  silencio  y  la  atención 

más  completos  y  el  artista  parecía  gozarse  en 

aquel  aplauso  mudo  que  tributaban  á  su  obra. 

Yo  que  con  la  cabeza  baja  escuchaba  como 
reconcentrado  en  mí  mismo  aquella  prodigiosa 
composición,  alcé  varias  veces  los  ojos  y  vi 
como  mi  amigo  irguiendo  su  enjuta  figura  so- 
bre el  entarimado,  paseaba  satisfecho  su  mira- 
da por  el  auditorio. 

De  pronto  las  cuerdas  del  violin  produjeron 
un  sonido  nervioso  (y  perdonad  la  frase)  que  á 
no  dudar  era  extraño  á  la  partitura. 

Volví  á  mirar  á  Ricardo  y  su  aspecto  había 
cambiado  por  completo. 

Sus  facciones  estaban  como  desencajadas,  en 
los  ojos  tenía   una  expresión 
1      infernal  y  toda  su  persona  de- 
mostraba sorpresa  y  labia  á  la 
vez. 

Desde  el  primer  instante 
comprendí  cjue  en  el  cafó  exis- 
tía la  causa  de  aquella  trans- 
formación. 

Seguí  la  dirección  de  su  mi- 
rada, y  en  un  rincón  vi  á  una 
mujer  y  un  hombre  que  con- 
templándose amorosamente 
parecían  como  olvidados  del 
mundo  y  sordos  pura  aquello 
mismo  que  enloquecía  de  entu- 
siasmo &  todos  cuantos  les  ro- 
deaban. 

Desde  el  sitio  que  yo  ocu- 
paba solo  pude  ver  el  rostro 
del  hombre  que  por  cierto  era  bastante  vulgar. 
La  mujer  estaba  de  espaldas,  mas  á  pesar  de 
esto,  conocí  que  era  bastante  hermosa.  Guiado 
de  un  secreto  instinto  adiviné  que  aquella  mu- 
jer no  podía  ser  otra  que  la  antigua  amada  de 
Ricardo. 

Este  parecía  á  cada  instante  como  tentado  á 
bajar  de  la  plataforma,  pero  la  fuerza  del  deber 
le  retenía  en  su  sitio  y  seguía  tocando  de  una 
manera  tan  extraña  como  desesperada. 

En  aquellos  instantes  su  alma  debía  ser  un 
verdadero  infierno. 

El  fiiror  de  que  se  sentía  poseído  lo  descar- 
gaba en  foimas  artísticas  sobre  el  violin  y  ol 
instrumento  parecía  retorcerse  y  llorar  bajo 
aquel    arco  cjuo  agitándose,  tan  pronto  hería 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


359 


CANAL 

Y  ESCLUSAS  DE  LACHINE 

(CANADÁ) 


SUS  cuerdas  sin  piedad,  como  se  des- 
lizaba sobre  ellas  suavemente. 

De  sus  entrañas  salían  en  ciertos 
momentos  desgarradores  gemidos,  en 
otros  delicadas  armonías,  y,  en  fin, 
la  obra  vino  á  parecerse  á  una  sere- 
nata en  la  cual  alternaban  los  suspi- 
ros del  enamorado  con  los  rugidos  del 
celoso. 

A  pesar  de  esto  Ricardo  no 
dejaba  en  olvido  su  partitura, 
((Oro  era  tan  sobrenatural  la  ma- 
nera de  interpretar  sus  notas  y 
daba  tal  matiz  á  los  principales 
pasajes,  que  el  bueno  de  don 
Juan,  el  pianista,  volvióse  va- 
rias veces  con  espanto  y  asom- 
bro á  contemplar  á  su  compañe- 
ro, y  viendo  el  poco  caso  que  de 
él  hacía,  continuó  el  pobre  dia- 
blo acompañando  al  violin  si 
bien  con  suma  dificultad. 

Mi  amigo  seguía  viendo  con 
ojos  desencajados  aquella  pare- 
ja que  medio  oculta  en  el  rincón 
se  miraba  cada  vez  de  más  cer- 
ca y  con  mayor  arrobamiento. 

Hubo  un  instante  en  que  las 
facciones  del  violinista  llega- 
ron á  adquirir  un  aspecto  que 
verdaderamente  me  alarmó. 

Miré  al  higar  objeto  de  su 
atención,  y  pude  ver  como  los 
dos  amantes  al  encontrarse  de- 
masiado juntos,  y  aprovechan- 
do la  distracción  de  todos  los 
concurrentes  que  obedeciendo 
al  oído  tenían  fijos  sus  ojos  en 
el  violinista,  se  daban  un  rápi- 
do y  silencioso  beso  que  fué 
para  Ricardo  como  un  golpe  de 
puñal. 

Entonces  le  vi  rechinar  los 
dientes,  bajar  su  frente  cubierta 
de  un  sudor  frío  y  pegajoso  para 
no  ver  á  la  amante  pareja  y 
ocuparse  al  parecer  solamente 
de  su  instrumento. 

¡Gran  Dios!  De  qué  modo  to- 
có Ricardo  desde  dicho  instan- 
te... 

Yo  no  sabiendo  lo  que  me 
hacía  estreché  la  mano  de  un 
vecino,  algunos  concurrentes 
sin  darse  cuenta  de  ello  se  le- 
vantaron de  sus  sillas,  otros 
adelantaron  la  cabeza  como 
para  oir  mejor  y  en  los  ojos  de 


muchas  mujeres  brilló  una 
lágrima  de  tierno  entusias- 
mo. 

Por  fin  el  violin  y  el  piano 
dejaron  de  sonar,  y  apenas 
las  últimas  notas  de  aquella 
avalancha  musical  espiraron 
en  el  espacio,  un  verdadero 
trueno  de  aplausos  retumbó 
en  todo  el  salón. 

Pero  estos  no  duraron  mu- 
cho, pues  todos  vieron  como 
Ricardo  al  inclinarse  para 
saludar,  vaciló  algunos  ins- 
tantes y  cerró  los  ojos,  hasta 
que  por  fin  desplomóse  sobre 
la  plataforma. 

Yo  fui  de  los  primeros  que 
salté  á  ella  y  cogiéndole  en 
mis  brazos  pretendí  reani- 
marle. 

Entre  los  presentes  había 
un  médico  que  se  encargó  de 
hacernos  conocer  á  todos  la 
verdad. 

Ricardo  era  un  cadáver  y 
su  muerte  no  se  debía  más 
que  al  corazón  que  de  repen- 
te había  dejado  de  funcio- 
nar. 


El  violin  de  Ricardo,  bas- 
tante roto,  lo  recogí  del  sue- 
lo para  colgarlo  en  mi  des- 
pacho, donde  me  recuerda  á 
todas  horas  al  amigo  muerto 
de  una  manera  tan  extraña. 
Fsto  es  la  causa  de  que  yo  posea  un 
violin  no  sabiendo  hacer  sonar  ningu- 
na de  sus  cuerdas. 

Ahora  bien,  jóvenes   casquivanos, 
¿qué  os  ha  parecido  mi  historia? 


IV 


—¡Chico,  famosa  comida!  Don  Feli- 
pe es  hombre  que  sabe  hacer  las  cosas 
en  toda  regla. 

— Las  trufas  eran  de  primera. 

— ^Y  el  champagne  magnífico.  ^;Qué 
me  dices  de  él? 

ESCLUSA  DEL  CANAL 

Y 

FERROCARRILIDE  SANTA  ANA 

(CANADÁ) 


EL  TEATRO  VENTURA  EN  EL  HOTEL  DE  LA  I 
Señorita  Ventura  Serrano,  marquesa  de  Castellón. — Señora  Luque  de  Moreno.- 


L>H¿aESA  DE  LA  TORRE  (Dibujo  ele  P.  y  Valor) 

uque.— Señorita  Clara  Lengo.— Señor  conde  de  Romrée,  director  de  escena 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


— Que  me  ha  gustado  más  que  la  historia. 

—Tiene  razón.  Ya  no  me  acordaba  de  ella. 
Te  aseguro  que  nos  ha  aburrido  á  totlos  con  la 
relación.  A  mi  se  me  ha  indigestado  el  tal 
postre. 

— Y  á  mi  también.  ¡El  demonio  del  hombre 
venimos  á  nosotros  con  tales  paparruchas! 

Vicente  Bl.\sco  IbAñez. 


EL  DESCUBRIMIENTO  DEL  FOSFORO 


Hé  aqui  uno  de  los  asuntos  cuyo  interés  uni- 
versal se  halla  fuera  de  toda  duda,  }'  cuyos  de- 
talles, sólo  del  hombre  de  ciencia  conocidos,  son 
en  extremo  curiosos  y  dignos  de  referirse  y  ser 
puestos  «I  alc!\nc«  de  la  generalidad. 


Nada  más  importante,  en  efecto,  quo  conocer 
el  origen  de  las  sustancias  que  á  todas  horas  se 
hallan  en  nuestras  manos  y  pueden  como  el  fós- 
foro producir  la  luz  y  la  muerte,  ó  lo  que  es  lo 
mismo,  ser  manantial  de  la  vida  y  causa  pode- 
rosísima de  su  destrucción.  Tal  es  el  motivo 
que  nos  ha  impulsado  para  dar  á  conocer  en 
breves  frases  el  asunto  que  sirve  de  epígrafe, 
y  no  desprovisto  de  interés  en  nuestro  concepto; 
para  el  conjunto  de  los  lectores  que  deseen  co- 
nocer un  curioso  fragmento  de  la  historia  de  la 
ciencia,  relacionado  con  la  vida  social. 

Había  transcurrido  más  de  la  mitad  del  si- 
glo xvu.  Todavía  las  creencias  erróneas  déla 
antigua  alquimia  continuaban  en  vigor  y  no  se 
habían  dado  al  olvido  muchos  de  sus  quiméricos 
ensueños,  cuya  total  desaparición  estaba  reserva- 
da á  los  últimos  años  de  la  pasada  centuria  con 
la  creación  de  la  ciencia  química  que  inmortalizó 
el  gran  Lavoisier,  cuya  figura  atravesará  las 


A  PUNTO  DE  DORMIRSE 


generaciones  cual  claro  sol  cnyos  fulgores  no 
se  apagan.  Las  condiciones  supremas  de  la  hu- 
mana ventura  sintetizadas  en  las  palabras  de 
Gífthe,  el  oro  da  el  poder,  vo  hay  gore  yin  salwl 
jf  una  larga  vida  equivale  á  la  inmortalidad, 
creían  encontrar  los  que  al  arte  de  la  alquimia 
se  entregaban  en  la  \la.m&d&  piedra  Jilosofal,  de 
cuyo  hallazgo  en  pos,  marchaban  llenos  de  ilu- 
sión y  fe  y  prescindiendo  de  sus  erróneos  fines 
juntaron,  sin  darse  cuenta  de  ello,  el  pedestal 
donde  descansa  majestuosa  la  moderna  ciencia 
química.  En  efecto,  los  múltiples  trabajos  que 
iban  encaminados  á  la  transformación  del  vil 
metal  en  oro,  para  después  emplearle  como  pre- 
cioso medicamento,  considerando,  según  ellos, 
que  al  propio  tiempo  que  proporciona  el  disfru- 
te de  los  goces  materiales,  llevaba  en  si  la  salud 
y  la  vida,  han  suministrado  á  los  modernos  quí- 
micos materiales  copiosísimos  con  que  enri- 
quecer el  arsenal  de  su  ciencia  destinada,  sin 
duda  alguna,  á  prestar  señalados  servicios  so- 
ciales. 

Al  número  de  estos  laboriosísimos  soñadores, 
para  qnjfnfs  debe  guardar  la  historia,  conside- 
rs'  liado  aprecio  y  no  en  manera  algu- 

na -  I  inexorable,  pertenecía  en  la  ciudad 

de  Hamburgo  el  año  ItjOO,  un  comerciante  des- 
graciado fii  .sus  empresas  mercantiles,  llamado 
Brandt.  itregaba  á  los   trabajos  de  la 

alquimi;i  ,  .sin  duda  de  encontrar  en  es- 


tas investigaciones  el  desquite  de  sus  malogra- 
dos negocios. 

Parece  ser  que  el  indicado  Brandt,  se  dedica- 
ba eu  aquella  ciudad,  con  más  ó  menos  trans- 
gresión de  las  leyes,  al  ejercicio  de  la  medicina 
y  la  farmacia  y  (jue  descubrió  en  la  orina  hu- 
mana un  cuerpo  que  tenía  la  propiedad  de  lucir 
en  la  oscuridad;  la  etimología  de  la  palabra  fós- 
foro, (1)  (que  tal  es  el  nombre  del  cuerpo  descu- 
bierto), da  á  conocer  desde  luego  esta  particula- 
ridad. De  consiguiente  es  Brandt,  el  que  en  lf)tí9 
descubrió  el  fósforo.  Pero  existen  en  el  referido 
descubrimiento  algunos  detalles  dignos  de  no 
pasar  desapercibidos. 

Parece  ser  que  Juan  Kunckel  catedrático  de 
química  de  la  Universidad  de  Wittemberg  que. 
mereció  las  mayores  distinciones  de  los  reyes 
Federico  Guillermo  y  Carlos  XI  de  Suecia,  se 
vio  obligado  á  practicar  un  viaje  á  Hamburgo, 
donde  le  dijeron  que  existía  un  arruinado  ne- 
gociante llamado  Brandt,  quien  había  encon- 
trado un  cuerpo  que  en  la  oscuridad  lucía.  Tra- 
tó inmediatamente  Kunckel  de  conocer  el  medio 
de  que  se  había  valido  para  conseguir  su  objeto, 
pero  llegó  tarde,  pues  había  vendido  su  secreto 
en  2(X)  thalers  Qi.OOO  reales  próximamente)  á  un 
tal  KrafiEt  y  no  podía  por  consiguiente  acceder  á 


(t)     De  dos  griegas  'fu¡i  luz  y  <ft¡itu  contlu7,co. 


la  demanda  de  Kunckel.  Partió  éste,  pues,  de 
Hamburgo,  sin  haber  conseguido  su  objeto  y  su- 
plicó desde  Wittemberg  repetidas  veces  á  Brandt 
que  le  revelara  su  secreto,  el  cual  le  contestó  por 
vez  postrera,  (pie  su  arte  era  inspiración  divina 
y  le  era  de  todo  punto  imposible  la  revelación. 
Vista  la  ineficacia  do  todas  las  gestiones,  dedi- 
cóse Kunckel  á  investigar  por  sí  la  resolución 
del  problema  y  habiendo  sabido  que  empleaba 
Brandt,  como  primera  sustancia,  enorme  canti- 
dad de  orina,  no  dudó  un  instante  que  había  de 
ser  éste  el  certero  camino  para  llegar  al  obje- 
to deseado.  Efectivamente,  según  escribe  deta- 
lladamente Homberg,  el  procedimiento  de  que 
Kunckel  se  valía,  estaba  reducido  á  una  des- 
composición por  el  fuego  en  una  retorta  de 
gres,  de  la  orina  evaporada  á  sequedad  hasta 
casi  carbonizarla  y  mezclada  con  doble  de  su 
peso  de  arena  fina,  recibiendo  el  producto  de 
esta  descomposición  en  adecuada  vasija  con 
agua. 

Esta  es,  pues,  la  historia  del  fósforo,  que 
puede  calificarse  del  descubrimiento  más  inte- 
resante hecho  por  la  química  en  el  siglo  xvii. 

La  ciencia  moderna  ha  modificado,  como  es 
consiguiente,  de  un  modo  notable  los  procedi- 
mientos para  obtener  el  fósforo,  y  así  lo  testifi- 
can los  nombres  de  Schelle,  Margraff,  Cary- 
Martrand  y  Wocler,  como  los  importantísimos 
trabajos  acerca  de  este  cuerpo  del  inmortal 
Berzelius,  de  Mitscherlich,  de  Graham,  Des- 
sains,  Marchand,  Fischer,  Thenard ,  Henry 
Rose,  Regnault  Schroeter  y  otros  varios  que 
han  intervenido  en  el  estudio  del  descubri- 
miento. 

Son  también  muy  dignos  de  mencionar  los 
progresos  que  ha  tenido  la  historia  del  fósforo 
en  lo  relativo  á  sus  estados  alotrópicos. 

No  debe  darse  al  olvido  al  tratar  del  descu- 
brimiento del  fósforo,  el  nombre  del  irlandés 
Roberto  Boyle  que,  por  alguna  ligera  aunque 
vaga  indicación  de  Kraíít  (comprador  del  secre- 
to de  Brandt),  pudo  llegar  á  conseguir  pedazos 
del  indicado  cuerpo  hasta  del  tamaño  de  gui- 
santes, cuyas  propiedades,  á  la  perfección  des- 
cribe, no  olvidándose  en  manera  ^alguna  de  se- 
ñalar los  peligros  que  corre  el  que  imprudente- 
mente le  maneja. 

De  consiguiente,  en  resumen,  la  gloria  del 
descubrimiento  del  fósforo  pertenece  en  primer 
término  á  Brandt  é  inmediatamente  después  á 
Kunckel  y  á  Boyle  que  aislados  por  su  parte  y 
á  fuerza  de  constancia  y  laboriosidad  sumas, 
con  solo  un  dato  llegaron  á  resolver  el  intrinca- 
do problema. 

Pero  permaneció  todavía  algunos  años  dentro 
de  las  sombras  del  misterio  e]  método  de  obten- 
ción del  fósforo,  temerosos  sus  autores  de  que 
estuviese  en  las  manos  del  vulgo,  un  cuerpo  en 
cuyo  manejo  había  tantísimo  peligro. 

Así  es  que  durante  mucho  tiempo  un  farma- 
céutico de  Londres,  llamado  Hankwir,  que  po- 
seía el  secreto,  comunicado  por  Boyle,  suminis- 
tró á  Europa  fósforo  durante  un  largo  periodo, 
por  lo  que  se  le  denominó  fósforo  de  Inglaterra. 
■Por  último,  Homberg,  discípulo  do  Kunckel, 
extrajo  el  fósforo  ante  una  comisión  de  la  Aca- 
demia de  ciencias  de  París,  cuyos  individuos 
Hellot,  Dufay,  Duhamel  y  Geoffroy  se  encarga- 
ron más  tarde  de  publicar,  como  aparece  en 
17¡)7,  con  la  firma  del  primero  en  la  Colección 
de  memorias  de  esta  corporación. 

En  1769  Gahn  y  el  eminente  químico  sueco 
Scheele,  para  cuya  memoria  serán  siempre  esca- 
sos todos  los  elogios  que  sa  prodiguen,  demos- 
traron la  presencia  del  fósforo  en  los  huesos  y 
más  tarde,  en  nuestros  días,  hemos  visto  á  los 
más  notables  químicos  y  médicos  de  Alemania, 
Inglaterra,  Francia  3"^  España,  ocuparse  del  estu- 
dio do  este  curioso  cuerpo,  ya  en  sus  caracteres, 
en  su  acción  sobre  el  organismo,  sus  aplicacio- 
nes para  devolver  la  salud,  sus  diversos  estatlos 
denominados  alotrópicos,  entre  los  que  se  halla 
el  fósforo  rojo  ó  sea  fósforo  no  venenoso,  sus 
multiplicadas  combinaciones,  de  tanto  interés 
algunas  en  el  concepto  agrícola,  etc. 

Tal  es,  pues,  la  historia  de  uno  de  los  descu- 
brimientos que  han  atravesado  por  mayor  nú- 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


36:^ 


mero  de  fases,  hasta  llegar  á  ser  del  domiuio 
del  público  científico;  pero  puede  decirse  que 
ha  sido  cual  la  gota  de  agua,  que  sin  cesar 
sumándose,  ha  constituido  el  caudaloso  río,  re- 
presentado en  las  grandes  consecuencias  que 
se  han  derivado  de  su  aparición  en  el  horizonte 
de  los  conocimientos  humanos. 

Joaquín  Olmeuilla  y  Puio. 

* 


BIBLIOTECAS 

DU    LOS 

PUEBLOS     MAHOMETANOS 


No  siempre  estuvieron  los  musulmanes  en  el 
estado  de  ignorancia  que  hoy  les  vemos.  Verdad 
es,  que  Omar  dio  orden  á  su  teniente  Amrú  de 
quemar  todos  los  libros  que  componían  la  se- 
gunda biblioteca  de  Alejandría,  pues  sabido  es 
que  la  primera  había  sido  incendiada  acciden- 
talmente en  tiempos  de  Julio  César,  siete  siglos 
antes.  Pero  no  todos  los  califas  han  pensado  de 
la  misma  manera  que  Omar.  Los  nombres  de 
Almanzor,  Arón,  Ab-Reschyd  y  Almamón,  re- 
cuerdan una  época  en  que  las  ciencias  y  las 
letras  descuidadas  y  desconocidas  en  Europa,  se 
habían  refugiado  en  Bagdad,  donde  se  enviaron 
de  Constantinopla  hombres  exprofesos  para  tra- 
ducir al  árabe  las  mejores  obras  de  los  griegos; 
donde,  en  jin,  entre  las  condiciones  del  tratado 
de  paz,  impuestas  por  el  califa  vencedor,  figura 
la  sección  de  cierta  cantidad  de  libros  griegos. 

Nosotros  tenemos  pocas  noticias  sobre  la  bi- 
blioteca particular  de  los  califas  y  los  numerosos 
colegios  que  ellos  habían  fundado  en  Bagdad. 
Un  solo  hecho  basta  para  juzgar  de  la  inmensi- 
dad de  sus  colecciones.  Cuando  Bagdad  fué 
tomada  por  los  tártaros,  el  año  1258,  éstos  arro- 
jaron todos  los  libros  al  Tigris,  cuyo  número  era 
tan  considerable,  que  formaron  una  calzada, 
sobre  la  cual  pasaban  las  gentes  á  pié  y  las  ca- 
ballerías. 

En  Egipto,  Mauritania,  España,  Siria,  Bok- 
hara,  Samarkand  y  en  todas  las  comarcas  some- 
tidas al  yugo  del  Corán,  los  principes  rivales  ó 
va.sallos  de  los  califas,  se  distinguieron  por  el 
amor  á  las  letras,  y  fundaron  bibliotecas  y  aca- 
demias. La  de  los  califas  de  Egipto  ocupaba 
cuarenta  salas  de  su  palacio  en  el  Cairo,  y  con- 
tenía más  de  un  mülóri  seiscientos  mil  volúmenes, 
entre  los  cuales  se  encontraba  un  gran  número 
de  manuscritos  autógrafos.  Todos  estos  libros 
eran  notables  pd*  la  belleza  de  caracteres,  y 
magnificas  encuademaciones  enriquecidas  con 
oro,  plata  y  piedras  preciosas.  Durante  los  des- 
órdenes que  señalaron  una  parte  del  reinado  del 
califa  Morkanser,  hacia  el  año  1080,  e.sta  biblio- 
teca fué  dilapidada  por  las  milicias  turcas  que 
tomaban  libros  á  cuenta  de  sus  sueldos  atrasa- 
dos. El  visir  mismo  hizo  trasportar  á  su  casa  la 
carga  de  25  camellos,  á  consecuencia  de  una 
autorización  que,  por  5.000  dinars  (50.000  pe- 
setas) que  le  debían,  le  adjudicaba  el  valor  de 
lOO.OOíJ  dinars  (un  millón  de  pesetas)  en  libros. 
Después  del  pillaje  de  la  casa  de  este  ministro, 
los  esclavos  tomaron  parte  de  las  cubiertas  de 
los  libros  para  hacerse  calzado  y  quemaron  las 
hojas.  Otros  fueron  hechos  pedazos  y  perecieron 
en  las  llamas  ó  las  aguas  del  Nilo,  de  donde 
fueron  sacados  y  llevados  á  países  extranjeros. 
El  resto  permaneció  amontonado  en  montoncitos 
sobre  los  cuales  los  vientos  antojaron  una  gran 
cantidad  de  arena  y  de  tierra,  y  formaron  varios 
montecillos  que  existieron  largo  tiempo  cerca 
del  Cairo,  y  que  llamaban  colinas  de  libros. 

La  biblioteca  particular  de  los  califas  de 
Egipto,  fué  respetada  en  esta  ocasión;  contenía 
más  de  ciento  veinte  mil  volúmenes  encuader- 
nados, sin  contar  los  que  estaban  en  rústica. 
Después  del  califato  de  Egipto,  todos  estos  li- 
bros fueron  vendidos  por  orden  del  sultán  Sa- 
ladin,  cuyas  virtudes  privadas,  las  cualidades 
guerreras  y  el  celo  religioso,  no  eran  favorables 
á  laa  letras. 


Los  árabes,  dueños  do  Españn,  hiciei'on  en 
ella  florecer  su  literatura  y  sus  artes.  Los  reyes 
después  del  califato  de  Córdoba,  fundaron  en 
esta  ciudad  academias  y  colegios.  Uno  de  ellos, 
Ab-Hakem  II,  no  se  limitó  á  llevar  á  su  corte 
los  hombres  más  célebres  de  Oriente,  tenía  en 
África,  Egi[)to  y  Persia,  encargados  de  comprar 
y  hacer  copiar  á  buen  precio,  los  manuscritos 
más  preciosos.  Su  palacio  estaba  constantemente 
abierto  á  los  sabios  y  literatos.  En  él  había  re- 
unido una  biblioteca  de  600.000  volúmenes  arre- 
glados por  orden  de  materias  en  diferentes  salas. 
Algunos  fueron  enriquecidos  con  sabias  notas 
por  la  misma  mano  del  príncipe.  El  catálogo 
solo  formaba  44  volúmenes  infolio.  En  tanto 
que  la  Europa  permanecía  sumida  en  las  tinie- 
blas de  la  ignorancia,  las  cortes  de  Bagdad,  el 
Cairo,  Pez  y  Córdoba,  eran  los  hogares  conser- 
vadores de  las  luces.  Dominando  los  moros  en 
España  sucedió  que  Gerbert,  arzobispo  de  Reims 


y  que  fué  después  uno  de  los  papas  más  ilustres 
bajo  el  nombre  de  Silvestre  II,  le  obligaron  á  ir 
á  aprender  la  geometría,  á  riesgo  de  ser  á  la 
vuelta  acusado  de  bi-ujería,  porque  trazaba  los 
ángidos  y  círculos. 

Cuando  sobre  las  ruinas  del  califato  de  Cór- 
doba, se  establecieron  en  España  varias  dinas- 
tías, los  príncipes  menos  poderosos  establecieron 
Ijibliotecas  en  Valencia,  Sevilla,  Granada,  etcé- 
tera. De  estas  se  contaban  setenta  en  la  Penín- 
sula. Todas  fueron  sucesivamente  cogidas  y 
destniídas  por  los  cristianos  españoles,  y  sus 
restos  han  pasado  á  la  del  Escorial. 

De  todas  las  bibliotecas  ptiblicas  de  que  ha- 
blan los  autores  orientales,  la  más  considerable 
era  la  que  los  príncipes  Amárides  habían  for- 
mado en  Trípoli  de  Siria.  Esta  se  componía  de 
tres  milloves  de  volúmenes,  incluso  cincuenta 
mil  ejemplares  del  Corán  y  veinte  mil  comen- 
tarios sobre  este''  código  religioso,  civil  y  polí- 


LOS  PESCADORES 


tico  de  los  musulmanes.  A  ella  estaba  anexa  una 
academia,  la  más  floreciente  que  hubo  en  el 
universo.  Cien  copistas  trabajaban  todo  el  año 
disfrutando  de  im  buen  sueldo,  y  de  ellos  había 
treinta  que  no  abandonaban  el  edificio  ni  de  día 
ni  de  noche.  Otros  estaban  encargados  especial- 
mente de  comprar  en  diversas  comarcas  las  obras 
mejores  y  más  raras.  Bajo  el  gobierno  de  Amá- 
rides, Trípoli  se  había  hecho  el  punto  de  cita 
frendez  vovs)  de  los  sabios  de  todos  los  países. 
Cuando  í;sta  ciudad  cayó  en  poder  de  Bertrand, 
conde  de  San  Gil,  imo  de  los  jefes  de  las  Cru- 
zadas (1109),  quedaron  asombrados  los  vence- 
dores á  la  vista  de  tantos  libros  como  encerraba 
la  biblioteca.  Una  persona  que  se  encontraba  en 
la  sala  donde  estaban  los  ejemplares  del  Corán, 
habiendo  tomado  varios  volúmenes,  y  que  todos 
eran  de  la  misma  obra,  declaró  que  este  edificio 
no  contenía  más  que  el  Corán.  Esta  declaración 
fué  causa  del  embargo  de  la  biblioteca;  los  cris- 
tianos la  redujeron  á  cenizas.  Los  pocos  libros 
que  se  escaparon  del  incendio,  fueron  disper- 
sados en  diferentes  países.  Ispahan,  Schiríiz, 
deben  haber  tenido  también  bibliotecas  reales 
muy  numerosas,  á  juzgar  por  la  del  sabio  Abul- 
Casim,  Ismael  Saheb,  Ibu-Abad,  la  más  consi- 
derable que  jamás  ha  poseído  un  particular  si 
se  exceptúa  la  de  M.  Bonlard. 

No  es  posible  formar.se  idea  de  la  riqueza  de 
la  biblioteca  imperial  de  Delhy,  por  la  belleza 


de  una  obra  que  formaba  parte  de  ella;  cuando 
la  revolución  que  ha  consumado  la  ruina  del 
imperio  mogol.  Este  es  el  ejemplar  autógrafo 
de  la  Ayyn  Akbery,  compuesta  y  copiada  por  el 
emperador  Akbar.  Este  ejemplar  sobre  papel 
salpicado  de  oro  y  ornado  de  retratos  y  viñetas, 
se  vendió  por  16.200  francos  en  la  venta  de  la 
biblioteca  de  Langlés,  en  1825. 

Ijos  turcos  otomanos,  tártai'os  de  origen, 
menos  aficionados  al  estudio  de  las  ciencias  y 
las  letras  que  los  árabes  y  los  persas,  no  han 
formado  jamás  tan  vastos  depósitos  de  libros. 
La  biblioteca  del  serrallo  de  Constantinopla, 
fundada  por  el  sultán  Amed  III  en  1719  y  au- 
mentada por  sus  sucesores,  puede  contener  á  lo 
sumo  15.000  volúmenes  y  se  aumenta  conti- 
nuamente por  consecuencia  de  las  confiscacio- 
nes. Hay  ademasen  ConstantinoiJa  doce  acade- 
mias y  otras  tantas  bibliotecas  públicas  que 
llevan  los  nombres  de  Santa  Sofía,  de  los  sulta- 
nes Mahomet  II,  Solimán  I,  Bajazot  II,  Os- 
man  III  y  Abdul-Hamid,  de  la  sultana  Validé, 
de  los  grandes  visirs  Mehemet,  Ikinprde,  Hi- 
brahim  Pacha,  Eeghih  Pacha,  etc.  Estas  bi- 
bliotecas colocadas  en  edificios  elegantes,  no 
contienen  más  que  unos  dos  mil  manuscritos 
cada  una. 

¿Quién  creerá  hoy  que  Fez  y  Marruecos  han 
sido  en  la  Edad  media  dos  célebres  ciudades  por 
sus   bibliotecas  y  academias?  Al  presente  ofre- 


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EL  LENGUAJE  DE  LAS  FLORES  (Cuadro  de  Pío  Ricoi) 


3»ítí 


LA  ILUSTRACIÓN   IBEHllCA 


cen  los  mismos  vestigios  de  ignorancia  y  de 
barbarie  que  las  tribus  moros  errantes  por  la 
costa  y  el  interior  de  África. 

A.  DB  Valdkflores. 

* 

LAS  DOS  MISERIAS 

— ^jDónde  vas  visión  hermosa? 
^dónae  vas  tan  adornada 
de  diamantes  y  de  perlas, 
de  rabies  y  esmeraldas? 

— Voy  al  mundo,  pues  me  esperan 
con  indescriptibles  ansias 
para  que  habite  palacios 
y  portentosas  moradas. 
¿Y  tú,  sombra  negni  y  triste, 
á  dónde,  di,  á  dónde  marchas 
con  ese  traje  de  harapos? 

— Del  mundo  también  me  llaman 
para  habitar  las  boardillas 
y  las  míseras  cabanas 
donde  viven  en  consorcio 
la  miseria  y  la  desgracia. 

— ¡Triste  suerte,  pobre  sombra! 
¡me  inspiras,  por  cierto,  lástima! 

— Y  á  mí  me  inspiran  desprecio 
esas  riquísimas  galas 
con  que  te  adornas,  pensando 
que  me  deslumhro  al  mirarlas. 

— ¡Miren,  miren  la  orgullosa! 

— ¡Miren,  miren  la  insensata! 

— A  mí  me  buscan  los  ricos, 
los  príncipes,  los  monarcas; 
me  cubren  con  ricas  joyas 
y  me  miman  y  me  halagan... 
Si  alguna  vez  con  mis  gritos 
pretendo  turbar  la  calma 
que,  en  apariencia,  disfrutan 
los  que  á  su  lado  me  llaman, 
hácenme  gozar  delicias 
siempre  nuevas,  siempre  gratas, 
y  con  dulces  emociones 
mis  fuertes  gritos  acallan... 

— Yo,  en  cambio,  soy  patrimonio 
de  las  personas  honradas, 
de  las  que  lloran  y  sufren, 
y  trabajan,  y  trabajan 
sin  obtener  de  los  ricos 
las  compasivas  miradas. 
A  mí  tan  solo  me  encuentran 
donde  hay  hambre,  donde  hay  lágrimas; 
mis  distracciones  no  son 
cual  las  tu3'as,  variadas, 
y  mi  única  ventura 
es  soñar  con  esperanzas 
que  nira  vez  se  realizan... 

— ¡Vete  de  mi  lado,  hermana, 
que  me  dan  horror  tus  frases 
y  asco  el  aliento  que  exhalas! 

— ¡Eres  necia,  cual  los  necios 
qne  te  miman  y  te  halagan! 
Vete  á  tus  palacios,  vete; 
yo  me  voy  á  mis  cabanas 
porque  el  vivir  á  tu  lado 
fuera  mi  mayor  desgracia. 
Pero  escucha:  entre  nosotras 
hay  una  inmensa  distancia; 
yo  no  soy  lo  que  aparento, 
tú,  con  tu  apariencia,  engañas. 
Bajo  mis  sucios  hara])0H 
hay  oculta  una  luz  clara, 
lu7.  intensa,  luz  radiante 
que  nunca,  nunca  se  apaga 
y  que  es  el  precioso  emblema 
del  amor  y  la  esperanza; 
y  bajo  el  hermoso  brillo 
de  tus  deslumbrantes  galas 
sólo  se  oculta  la  sombra, 
la  inmundicia... 

—¡Calla,  calla! 
qne  ya  me  dice  quien  eres 
la  verdad  de  tus  palabras... 

— ¡Soy  la  miseria  del  cuerpo! 
¡tú...  la  miseria  del  alma! 

Tomás  Camacho. 


CARTA  DE  MARÍA ^" 


«Por  la  postrera  voz,  Marcial  querido, 
te  escribo,  y  en  verdad  que  no  debiera 
si  no  dar  nuestro  amor  tan  al  olvido 
que  no  mediase  ni  un  adiós  siquiera; 
ya  que  así,  al  parecer,  lo  ha  decidido 
el  que  en  la  tierra  y  en  el  cielo  impera. 

*No  sé  cómo  expresarte  el  duro  estado 
de  lucha  interna  en  que  me  encuentro.  Veo 
en  mi  pecho  tu  amor  acrecentado, 
cuanto  más  extinguirlo  es  mi  deseo, 
y  siento  mi  cerebro  trastornado, 
cual  se  tra.storna  ante  su  juez  el  reo. 

-De  un  lado,  mi  conciencia  que  reclama 
de  mi  sacra  promesa  el  cumplimiento: 
de  otro,  mi  corazón,  que  tanto  te  ama, 
y  que  mira  aumentar  cada  momento 
dentro  de  si  la  destructora  llama, 
sin  que  logre  alumbrar  mi  pensamiento. 

¡Alumbrarlo,  Marcial!  ¿Qué  es  lo  que  digo? 
Cuando  busco  la  luz  aquí,  en  mi  mente, 
y  alguna  claridad  hallar  consigo, 
elevo  á  Dios  mi  súplica  ferviente, 
como  la  eleva  el  infeliz  mendigo 
que  esperó  de  este  mundo  inútilmente. 

¡Nada  soy!  ¡Nada  valgo!  Es  esta  vida 
puente,  no  más,  de  otra  existencia  ignota 
que  nos  es,  por  lo  mismo,  tan  temida. 
Muere  una  flor,  y  en  breve  otra  flor  brota. 
¡Ay!  La  dicha  de  amor,  interrumpida, 
mientras  aquí  vivimos  sigue  rota. 

¡Qué  horror!  ¿Te  acuerdas?  Terminaba  el  día 
y  llegaba  hasta  allí  de  la  campana 
la  voz  que  por  el  aire  se  esparcía, 
y  en  los  recursos  de  la  ciencia  humana 
más  y  más  la  esperanza  se  perdía; 
que  al  fin  la  ciencia,  como  el  hombre,  es  vana. 

Era  la  hora  misteriosa  y  triste 
en  que  la  noche  avanza  presurosa, 
y  oscuro  traje  el  universo  viste: 
la  hora  de  la  oración,  bella  y  dudosa. 
Cuya  impresión,  que  el  alma  no  resiste, 
la  convierte  de  impía  en  religiosa. 

Al  lado  de  mi  lecho  se  encontraban 
los  seres  que  me  dieron  la  existencia, 
y  era  tal  su  dolor,  tal  la  violencia 
de  los  sollozos  que  en  su  pecho  ahogaban, 
que  sus  pálidos  rostros  retrataban 
la  desesperación  y  la  demencia. 

Mírelos  fijamente  un  breve  instante, 
y  los  dos,  á  la  par,  se  sonrieron 
con  expresión  tan  viva  y  tan  amante 
que,  á  pesar  de  encontrarme  agonizante, 
mis  ojos  tiernas  lágrimas  vertieron 
é  inundaron  con  ellas  mi  semblante. 

No  sé  bien  ya  lo  que  pasó.  Perdida 
por  completo  en  mi  pecho  la  esperanza 
de  continuar  viviendo  en  esta  vida, 
vi  la  cí'leste  gloria  en  lontananza, 
y,  en  su  souo,  la  calma  apetecida, 
como  tras  la  tormenta  la  bonanza. 

Y  soñé  que  había  muerto,  y  que  ceñía 
una  blanca  corona  mi  cabeza, 
y  un  velo  transparente  me  envolvía 
dejando  ver  mi  virginal  pureza 
que  á  los  ojos  de  Dios  resplandecía 
más  que  á  los  tuyos  luce  mi  belleza. 

Fué  un  sueño  nada  más:  sueño  tirano. 
Fué  sólo  una  ilusión,  un  desvarío 
que  la  fiebre  engendró:  sueño  inhumano 
que  vino  á  destrozar  el  pecho  mío, 
como  destruye  el  cauce,  en  el  verano, 
por  la  borrasca  desbordado,  el  rio. 

(I)    Fragmento  de  un  poema  de  eata  nombre. 


¡Mas  cómo  abandonarte,  si  en  mis  venas 
hierve  la  juventud,  y  tengo  el  pecho 
ahogándolo  tu  amor  con  sus  cadenas! 
Tienes  razón,  Marcial;  dalo  por  hecho. 
Al  sacerdote  le  diré  mis  penas, 
y,  así,  mi  voto  quedará  deshecho. 

Me  impondrá  penitencia.  ¡Sea  en  buen  hora! 
El  mismo  Dios  se  alegrará,  sin  duda, 
de  ver  esta  pasión  que  me  devora, 
y  acudirá,  benéfico,  en  mi  ayuda, 
y  templará  mi  sed  abrasadora, 
y  pondrá  fin  á  esta  batalla  ruda. 

¡Y  podremos  unirnos!  Ya  me  veo 
en  tus  brazos,  esposa  fiel  y  amanto, 
sin  otro  pensamiento  ni  deseo 
que  el  de  hacerte  feliz.  A  cada  instante 
miro  tus  ojos  y  en  tus  ojos  leo 
que  me  adoras  también,  que  eres  constante. 

Y  juzgo  realizado  mi  destino; 
y  me  trasporto,  con  la  mente  mía, 
á  las  regiones  del  hogar  sagrado 
dó  se  respira  el  hálito  divino; 
esa  bendita  paz  que  tanto  ansia 
el  generoso  corazón  honrado... 

¡Pero  no;  no  es  posible!  Indigno  fuera 
que  un  alma  noble,  grande  y  fervorosa, 
romper  el  sacro  lazo  pretendiera. 
Fuera  debilidad  ignominiosa: 
es  preciso  luchar,  y  antes  muriera 
que  no  hacer  profesión  de  religiosa. 

Siento  en  mi  alma  el  sacrosanto  fuego 
de  la  fe  en  el  Creador,  pura  y  sencilla, 
y  en  sus  misterios  plácidos  me  anego. 
Miro  al  Altar,  doblada  la  rodilla, 
y  á  los  designios  de  mi  Dios  me  entrego, 
como  á  la  mar  y  al  viento  la  barquilla. 

¿Triunfaré  de  la  mar?  ¿Llegaré  al  puerto? 
No  acierto  á  descifrar  tan  hondo  arcano; 
que  aunque  el  camino  que  la  fe  me  ha  abierto 
para  llegar  al  cielo,  es  el  más  llano, 
pienso  que  es  escabroso  y  es  incierto; 
pues  ha  de  andarlo  \m  corazón  humano. 

En  fin,  adiós  Marcial.  Si  llega  el  día 
— quizás  mañana  mismo,  cuando  leas 
esta  carta  que  copia  al  alma  mía, — 
en  que  se  turbe  tu  razón  y  veas 
desfallecer  tu  fe,  piensa  en  María, 
y  ella  disipará  tales  ideas.» 

Federico  Ortega  de  la  Parra. 


-«- 


NUESTROS  GRABADOS 


Dlá    DE    LLUVIA 

Ese  dibujo  demuestra  singular  audacia  eu  su  autor,  pues 
es  realmente  un  problema  técnico  el  de  colocar  una  figura 
en  un  ambiente  que  pugna  por  ocultarla,  alterando  las  li- 
neas y  estorbando. 

Oe  todo  ha  salido  triunfante,  sin  embargo,  pudiéndose 
ver  en  esaaefiorlta  el  símbolo  de  la  actual  Ihivlosd,  fclay  dos- 
templada  priuiaverii. 

FARtNTKSIS 

Bien  se  merecía  la  pobre  niña  un  rato  de  dlstra  wlóu  des- 
pués de  haberse  estado  tres  horas  seguidas  estudiando  el  Mé- 
todo. Nada  mejor  que  hojear  en  el  entretanto  una  Ilustración 
con  bonitos  grabado»  y  ameno  texto,  por  el  estilo  de  la  que 
ya  saben  ustedes . 

B4R0IILON* 
INiUaDRtCIÓS   DÍL    UOKUMBNTO   iL  QgSIlRlL   PRIM 

Dibujo  de  Áttrla 

Otílebrós")  e<tu  flesti  el  26  del  pa-iado  Mayo,  con  Inmensa 
afluencia  de  personas  y  nii  sin  algún  desbarajuste.  La  obra  se 
levanta  al  extremo  del  paseo  de  las  Magnolla«,  en  sitio  don- 
de confluyen  las  dos  soberbias  avenidas  formadas  por  los  pa- 
sco» de  Colón  y  de  la  Aduana  y  el  salón  y  paeeo  de  San  Juanj 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


3íi7 


por  lo  cual  resalta  sumamente  visible.  La  estatua  de  Prim, 
obra  del  notable  escultor  valenciano  Sr.  D,  Luis  Puigjener,  fun- 
dida en  los  talleres  de  los  señores  Comas,  se  recomienda  por 
la  pureza  de  sus  lineas  y  vigorosa  ejecución  asi  como  los  b»jo- 
relieves  que  adornan  el  pedestal.  Este  consta  de  sesenta  pie- 
zas y  es  de  mármol  procedente  de  las  canteras  de  Masarach 
(Gerona).  Quizás  la  estatua  resulta  algo  pequeña  dada  las  di- 
mensiones del  pedestal,  pero  sea  como  quiera  es  un  Prim 
muy  notable,  aunque  algo  frío. 

IXPOSICIÓN   MACIONAt,   DI    BBLLAS  ARTES   DK   1887 
■N  ALTA    MAR 

Cuadro  de  S.  Abril.  —  Dibujo  de  P.  y  Valor 

Con  este  cuadro  empezamos  la  serie  de  las  más  notables 
obras  de  la  Exposición,  que  como  de  costumbre  aparece- 
rán reproducidas  en  las  páginas  de  La  Ilustración  Ibiírjca. 

Por  hoy  sólo  diremos  que  £n  olla  mar  ha  llamado  po- 
derosamente la  atención  del  público,  dejando  el  cuidado  do 
hacer  el  juicio  critico  del  mismo  al  distinguidísimo  escritor 
encargado  de  la  revista  del  certamen  recién  inaugurado  en  el 
magnifico  palacio  de  la  prolongación  de  la  Fuente  Castellana. 

PAISAJES    DKI,    BíJO    OTTAWA    (CANADÁ) 

Cerca  de  su  desembocadura  en  el  lago  de  las  Dos  Monta- 
ñas divídese  el  Ottawa  en  tres  canales,  dos  de  ellos  al  norte 
de  Laval  y  de  la  isla  de  Montreal  y  el  otro  junto  al  lago  de 
San  Luis. 

El  canal  de  Lachine  es  el  que  se  forma  al  Norte  de  iion- 
treal,  tomando  su  nombre  del  de  aquella  ciudad,  especie  de 
arrabal  de  la  metrópoli  comercial  del  Canadá.  En  cuanto  al 
propio  nombre  de  Lachine,  recuerda  el  propósito  délos  pri- 
meros exploradores  empeñados  en  qne  por  alli  podría  pasar- 
se al  .\sia,  y  mas  concretamente  á  la  Chima,  error  en  que  si- 
guieron los  que  fueron  en  pos  de  Colón  d  ¡a»  Indias. 

Encerrado  Montreal  dentro  una  verdadera  isla  comunica 
con  el  lago  Ontario  por  medio  de  un  ferrocarril  que  pasa 
por  Santa  Ana,  cruzando  el  lago  San  Luis  por  un  puente  tu- 
bular. Todavía  subsisten  á  orillas  de  este  lago  las  ruinas  de 
un  fuerte-atalaya,  construido  para  defenderse  los  primeros 
exploradores  de  los  ataques  de  los  iroqueses, 

IL  TIATRO  VENTORA 
KN  IL  aOTIL  DE  LA  EXCUA.  SRA.  DDQCISA  DI  LA  TORRE 

Dibujo  de  Plá  y    Valor 
(Véase  la  Revista  de  Fernanflor). 

A    rUNTO    DE    DORUIRSE 

iDIchosa  edad  aquella  que  no  conoce  las  torturas  del  in- 
somniol  La  niña,  cansada  de  hojear  el  álbum  y  sobradamen- 
te predispuesta  al  sueño  por  lo  mullido  del  asiento,  sintióse 
poco  á  poco  dominada  por  invencible  modorra  y  se  quedó 
dormida,  sin  hacer  caso  alguno  de  las  llamativas  Imágenes 
que  contenia  el  lujoso  volumen. 

LOS  FISGADORES 

La  escena,  tomada  del  natural,  expresa  elocuentemente 
la  vida  harto  amargada  por  continuas  zozobras  de  los  pobres 
pescadores,  expuestos  á  cada  salida  á  no  volver  al  regazo  de 
la  familia;  oscuros  héroes  del  trabajo  que  en  aras  del  amor 
á  sus  hijos  no  vacilan  en  arriesgar  .su  vida  en  frágiles  embar- 
caciones. Bien  merecen  los  trabajadores  del  mar  que  el  arte 
les  dedique  sus  más  sentidas  creaciones. 

FILOUENA.  — LA    PLANCHADORA 

Ambos  tipos  son  igualmente  simpáticos,  cada  uno  á  su 
manera,  formando  una  especie  de  pendant  como  el  de  María 
y  Mnria.  No  es  menos  poética,  ciertamente,  la  hacendosa 
planchadorcita  que  la  interesante  Pilomena,  cuyo  nombre 
ba'ta  para  revelar  sus  artísticas  aficiones. 

EL   LENGUAJE    DE    LAS    FLORES 

Cuadro  de  Pió  RIcci 

Esa  obra  se  recomienda  por  sí  sola.  No  es  que  el  autor  no 
se  haya  metido  en  dibujos,— pues  no  se  ha  metido  poco,— 
sino  que  con  un  asunto  casi  trivial  ha  tenido  tela  para  pin- 
tar un  deliciosisimo  lienzo  con  todo  el  atractivo  que  le  da 
una  hermosa  dama  cuya  belleza  realza  aún  más  el  magnífico 
traje  de  á  fines  del  siglo  xvi.  En  cuanto  al  galán  nos  deja  bas- 
tante indiferentes.  Conócese  que  Pió  Ricci  lo  guardó  todo 
para  la  señora. 

VINTIMIOLIA,    CEBCA    OE    LA    «CORNISA) 

Famosa  es  en  todo  el  universo  la  carretera  que  desde 
Marsella  va  á  Genova,  por  la  costa. 

Pasado  Mentón  encuéntrase  el  puente  de  San  Luis  que 
separa  el  territorio  francés  del  italiano,  el  cual  opone  su  pri- 
mera barrera  en  Ventimiglla,  en  forma  de  una  robusta  f.>r- 
taleza.  La  vegetación  es  alli  esplendidísima,  adquiriendo, 
gracias  á  las  palmeras,  un  aspecto  de  todo  punto  oriental. 


ROMA  VEDUTTA  FECE  PERDUTTA 

l'Olt 

JACINTO  LABAILA 


(OONTINUACIÓN) 
V 


ENRIQUE    A    FERNANDO 

Valencia  1."  de  Setiembre  de  1882. 

Mi  querido  Femando:  Van  ya  transcunido.s 
con  exceso  los  dos  años  de  mi  matrimonio,  por 
lo  que  vuelvo  á  reanudar  la  correspondencia, 
terminado  el  plazo  que  me  concedieron  tus 
teorías  sobre  la  materia  para  ver  la  verdad 
desnuda  de  la  vida  conyugal;  y  debo  haberla  exa- 
minado detenidamente  después  de  alejarme  tan- 
to de  los  primeros  meses  de  alucinación  amo- 
rosa, que  constituyen  la  primera  etapa  del 
estado  perfecto  en  el  mundo,  como  con  justicia 
alguno.s  lo  consideran. 

Vi  claro  desde  el  princiisio  y  vi  lejos:  no  me 
equivoqué  al  preveer  que  el  matrimonio  seria  el 
manantial  de  mi  felicidad.  A  pesar  de  tu  ejem- 
plo, á  pesar  de  tus  predicciones,  á  pesar  de  mi 
vida  pasada,  á  pesar  de  todo,  he  conseguido 
realizar  los  sueños  de  ventura  que  hizo  brotar 
en  mi  imaginación  el  amor  de  Rosalía.  Me  pa- 
rece ahora  que  malgasté  el  tiempo  hasta  el  día 
de  conocerla  y  que  si  hubiese  tenido  esa  suerte 
quince  años  antes,  podría  haber  vivido  quince 
años  más  unido  á  ella  por  el  lazo  de  flores  de 
su  fascinador  cariño,  porque,  Ternando,  soy 
feliz. 

El  matrimonio,  que  para  tí  es  una  sátira,  para 
mí  es  un  idilio,  como  te  anuncié;  y  tus  burlas  y 
tus  ironías,  se  estrellan,  sin  producirme  daño 
alguno,  como  saetas  sin  punta  sobre  mi  coraza 
de  acero. 

Estoy  tan  convencido  de  que  en  sociedad  y 
fuera  del  afecto  del  hogar,  todo  es  efímero, 
mendaz  é  ilusorio,  que  veo  con  fruición  que 
llegó  el  día  de  despedirme  de  ese  mundo,  que 
constituyó  nuestro  encanto  durante  la  juventud 
y  que  hoy  me  parece  un  pandemónium,  en  el 
que  solo  pueden  gozar  los  seres  hinchados  de 
viinidad  y  de  amor  propio,  siervos  del  lujo  y  de 
las  exigencias  mundanas,  desprovistos  por  com- 
pleto de  las  afecciones  tiernas  del  corazón,  que 
no  pueden  desarrollarse  entre  el  tumulto  de  la 
vida  moderna,  ni  ante  importunos  testigos,  sino 
en  el  silencio  de  los  propios  lares  y  en  la  sole- 
dad doméstica,  y  que  son  las  que  gozan  dos 
seres  que  se  compenetran  hasta  el  punto  de 
constituir  una  sola  voluntad  y  una  sola  aspi- 
ración. 

La  independencia,  que  tanto  te  ilusiona  aún, 
seria  hoy  para  mí  don  inútil,  don,  que  desde 
que  lo  contemplé  sin  atractivos,  abandoné  como 
abandona  su  caballo  el  general  que  regresa  vic- 
torioso á  sus  hogares,  después  de  terminada  la 
batalla.  Si  no  hay  nada  en  la  sociedad  que  e.xci- 
te  ya  mi  interés,  ni  mi  afecto,  ni  mi  curiosidad 
siquiera:  ¿para  qué  he  de  desear  una  libertad, 
que  tantas  veces  convertí  en  licencia,  y  que 
ahora  de  nada  me  había  de  servir?  En  cambio 
de  esa  libertad  he  adquirido  la  posesión  ínte- 
gra de  un  alma  y  de  cuerpo,  en  los  que  veo  re- 
flejarse todos  mis  deseos,  todas  mis  esperanzas 
y  todas  mis  glorias;  en  cambio  he  aprendido  el 
arte  del  amor  por  sus  legítimos  principios  y  soy 
un  artista  tan  aventajíido  que  gozo  de  placeres 
inefables  en  la  contemplación  de  mi  propia 
obra. 

El  refrán  italiano  que  al  casarme  me  arro- 
jaste á  la  cara  como  una  provocación,  quien  ve 
á  Roma  pierde  la  fe,  es  falso  de  toda  falsedad: 
debe  entenderse  en  sentido  contrario;  debe  de- 
cirse: quien  ve  á  Boma  i-e  fortiñca  en  la  fe:  óyeme 
y  verás  como  no  sin  fundamento  lo  croo  así.  El 
artista  que  no  ha  ido  á  estudiar  á  la  capital  del 
mundo  artístico  los  modelos  que  allí  se  conser- 
van, á  pesar  de  las  revoluciones  y  del  progreso 
de  los  siglos,  no  adquiere  jamás  ese  quid  que  se 
necesita  para  descollar  y  ocupar  un  primer  si- 
tio en  las  altura.s  de  la  Gloria,  aunque  po.sea 
ingenio  sobresaliente  y  esté  dotado  de  grandes 


condiciones;  por  lo  tanto,  á  Roma  van  todos  los 
que  tienen  fe  en  su  porvenir,  y  salen  de  la  ciu- 
dad eterna  no  solo  empapados  de  ella  y  llenos 
de  esperanzas,  sino  consiguiendo  muchas  veces 
victoriosas  reiilidades:  pues  lo  mismo  sucede 
cuando  se  trata  del  amor;  el  que  quiera  conocer 
su  arte  y  fortificarse  en  su  fe,  tiene  que  ir  á 
Roma,  esto  es  al  matrimonio.  El  matrimonio  es 
la  consagración  del  amor.  Existe  algunas  veces 
fuera  del  casamiento,  pero  entonces  siempi-e  á 
la  pasión  le  falta  la  aureola  con  que  se  ilumina 
cuando  la  bendice  la  Iglesiii,  cuando  la  solidi- 
fica la  abnegación  mutua  y  cuando  la  embelle- 
ce la  paternidad  legítima. 

Aunque  experimentas  estas  inconcusas  ve.-- 
dades,  te  cansas  y  te  hastías  del  matrimonio, 
porque  no  sabes  amai-,  porque  eres  tan  desgra- 
ciado que  llevas  dentro  de  ti  tu  mayor  enemigo, 
tu  carácter:  si  eso  te  sucede  con  Elisa  que  siente 
por  tí  el  cariño  constante,  delicado  y  absorbente 
de  la  esposa  honrada,  ¿qué  te  sucedería  si  hubie- 
ras matrimoniado  con  una  mujer  sin  corazón, 
incapaz  de  quererte,  como  insensatamente  de- 
seas? Me  hace  daño  fijanne  en  la  hipótesis  de 
que  Elisa  desengañada  de  ti,  al  ver  que  la  cupo 
en  suerte  un  hombre  sin  sentimiento,  cese  de 
profesarte  el  inmerecido  afecto  que  te  profesa  y 
dejándote  en  libertad  para  que  te  entregues  á  dis- 
creción á  esa  falsa  independencia  que  te  seduce, 
busque  ellaá  su  vez  con  que  llenar  el  vacio  que 
hizo  en  su  alma  tu  falta  de  cariño;  la  mayoría 
de  las  veces  que  las  mujeres  resbalan,  es  por- 
que los  maridos  las  empujan. 

Reflexiona  que  el  camino  que  recorres  á  nin- 
gún sitio  conveniente  puede  conducir  á  tu  cón- 
yuge: satisfácese  con  haber  logrado  lo  mejor 
que  puede  conseguir  el  hombre  en  el  mundo; 
el  cariño  verdadero  de  una  esposa  casta.  Yo  que 
soy  dueño  de  igual  tesoro,  sé  apreciarlo;  te 
aconsejo  que  lo  examines  á  buena  luz  y  verás 
que  no  hay  brillantes  en  la  tierra  de  luces  más 
puras;  olvida  al  duque  de  la  Róchefoucauld, 
que  escribió  en  tiempos  de  costumbres  corrom- 
pidas, en  la  época  de  las  grandes  damas  luju- 
riosas, que  escandilizaron  al  orbe,  en  la  época 
en  que  la  concupiscencia  era  el  tínico  móvil  de 
fvitiles  amoríos  y  de  insensatas  ambiciones,  que 
iba  condensando  la  tempestad  ti-emebunda  que 
descargó,  causando  horrores  desconocidos  en  hi 
historia.  El  amor  que  muere  cuando  no  teme  ó 
e.^pera,  no  es  verdadero  amor;  es  solo  la  fugaz 
falsificación  de  una  pasión  constante  y  exclusi- 
va, que  anonada  á  todas  las  demás:  tii  no  amas 
á  Elisa,  si  la  amases  comprenderías  la  falsedad 
de  la  citada  máxima  del  moralista  francés. 

Yo  amo  verdaderamente  á  Rosalía,  porque 
estaba  sediento  de  cariño  y  harto  de  correr  tras 
efímeras  aventuras,  que  no  conseguían  aplaciir 
la  sed  que  me  consumía;  tú,  viceversa;  avasa- 
llándote el  alma  la  imaginación  no  dejaba  bro- 
tar en  aquella  ningún  afecto  durable  y  logró 
secar  en  tí  el  manantial  del  sentimiento.  Te  ca- 
saste alucinado  creyendo  de  buena  fe  que  sen- 
tías una  verdadera  pasión,  porque  así  te  lo  hizo 
ver  el  caleidoskopo  de  tu  imaginación;  y,  luego, 
al  comprender  que  tu  amor  era  pura  fantasma- 
goría, culpas  de  ello  al  estado  matrimonial, 
cuando  la  culpa  es  tuya,  porque  tuya  ha  sido  la 
ilusión.  Hé  aquí  porque  dice  muy  bien  el  sabio 
Eontenelle  que:  «parece  que  la  suerte  tenga  es- 
pecial cuidado  en  dar  éxitos  diferentes  á  los 
mismos  acontecimientos,  sin  duda  con  el  propó- 
sito de  burlarse  de  la  razón  humana,  que  carece 
de  regla  segura  para  obrar.» 

Ejemplos  vivos  de  ese  pensamiento  son  nues- 
tros dos  matrimonios,  de  resultado  tan  distinto, 
sobre  haberse  contraído  en  idénticas  circuns- 
tancias, como  dices  en  tu  última  carta.  Tan  di- 
versas son  nuestras  situaciones,  que  vosotros, 
según  todas  las  probabilidades,  seréis  dos,  toda 
la  vida,  mientras  que  nosotros  hoy  ya  somos 
tre.<i;  me  explicaré.  Hace  tres  meses  Rosalía  dio 
á  luz  una  niña  hermosísima,  si  el  cariño  de  pa- 
dre no  me  ciega.  ¡No  sabes  lo  que  es  tener  un 
hijo!  Yo  lo  ignoraba  también,  pero  por  fortuna, 
la  experiencia  me  lo  enseñó.  ¡Es  el  placer  de  los 
placeres!  Es  una  reproducción  de  tí  mismo,  es 
otro  til,  que  te  sobrevivirá  cuando  la  muerte  te 


368 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


arrvhate  á  la  vida.  Cuando  era  soltero  me  pare- 
cían insensatos  los  padres  que  deliraban  por  sus 
hijos,  y  ahora  comprendo  que  se  haf;¡*'>  por  ellos 
la><  niavores  sacrifi»;ios  y  las  más  incomprensi- 
bles Icx-uras,  }K)n|ue  rae  siento  capi^z  de  unos  y 
de  otras.  Cinindo  mi  Haría  llon»,  la  daría  la 
luna  si  me  la  pidiese  y  yo  la  pudiera  obtener  á 
costa  de  mi  existencia;  cuando  mi  María  ríe, 
siento  tanto  re^joc-ijo  como  si  disfrutase  de  gra- 
tísimo placer;  en  una  palabra,  cuando  el  árbol 
del  matrimonio  da  el  apetecido  finito,  puede 
asegurarse  que  se  ha  conseguido  en  el  mundo 
la  mayor  suma  de  felicidad  jwsible.  Pero  tú, 
eres  tan  de.sgraciado,  que  no  puedes  disfrutar 
del  placer  de  la  paternidad:  acaso,  acaso  esta 
privación  es  un  castigo  que  te  impone  la  mano 
recta  de  la  Providencia. 

¿Te  acnenlas  de  Isidora?  ¿Te  acuciólas  de 
aquella  infeliz  que  abandonaste  al  poco  tiempo 
de  saber  que  estaba  en  cinta,  sin  motivo,  inven- 
tando un  pretexto  baladí,  para  evitarte  cotnpro- 
M»»'rf>«,  pretexto  que  ella  no  cr-yó,  abandono  que 


yo  te  afeé  y  que  me  opuse  á  que  llevaras  á 
cabo,  en  cuanto  me  declaraste  ese  propósito? 
Pues  esa  acción,  propia  de  un  hombre  sin  en- 
trañas, lia  d<'bi(l<i  pri>sontiii-se  ante  tu  imngina- 


VENTIMIGLIA,  CERCA  DE  LA  CORNISA 


ción  durante  los  cuatro  años  de  tu  matrimonio, 
tomando  la  forma  de  una  nube  negra  y  exten- 
diendo bu  sombra  sobre  el  cielo  de  tu  concien- 
cia; esa  acción,  cerrándote  el  paso  al  placer  más 


sublime  de  la  vida, — el  do  obtener  do  la  esposa 
frutos  de  bendición, — impide  que  reverdezca  en 
tu  pecho  la  planta  ya  agostada  del  cariño:  por- 
que, no  lo  dudes,  existe  en  medio  de  la  injusti- 


cia del  mundo,  cierta  justicia  distributiva  que 
da  á  cada  cual  su  merecido,  como  dije  yo  en 
una  de  mis  novelas,  que  debes  recordar. 

Pei'dóname  si  soy  severo  contigo,  como  lo 
exige  el  afecto  fraternal 
en  esta  ocasión  y  mucho 
más  cuando  me  diste  ha- 
ce dos  años  el  ejemplo 
do  la  ruda  sinceridad 
que  hoy  uso  contigo,  al 
describirme  tus  amargu- 
ras conyugales  y  al  au- 
gurarme igual  infortu- 
nio al  tuyo  en  mi  matri- 
monio. No  sé  qué  será 
de  tí,  cuando  me  deten- 
go á  reflexionar  en  la  ti- 
rantez de  tu  vida  actual; 
porque  el  hombre  que 
llega  á  no  amar  á  la 
mujer  con  1  a  que  se  en- 
lazó y  vivo  esclavizado 
{)or  el  amor  dominante 
que  ésta  siente,  no  sé, 
ni  cómo  ha  do  poder 
suavizar  la  opresión  de 
sus  cadenas,  ni  mucho 
monos,  como  ha  de  po- 
der romperlas.  Yo,  gra- 
cias á  Dios,  adoro  lo  que 
tú  abominas,  y  me  incli- 
no con  gratitud  ante  el 
ídolo  que  tú  quisieras 
lanzar  del  pedestal. 

Rosalía,  que  acaricia 
á  María  mientras  te  es- 
cribo, sentada  en  mi 
gabinete  y  á  mi  lado, 
deseando  conocer  el  con- 
tenido de  esta  carta  que 
voy  á  leerle  antes  dr 
firmarla,  con  la  idea  d( 
que  termine  laimpacien 
cia  (jue  la  agita  y  que 
rae  manifiestan  sus  ojos, 
que  es  donde  acostum- 
bro á  adivinar  sus  pen- 
samientos y  sus  deseos. 

Ajionas  acabo  de  en- 
terar á  Rosalía  del  con- 
tenido do  la  epístola  que 
te  dirijo,  depositando 
con  rapidez  en  la  cuna 
á  la  inocente  María,  se 
ari-qja  en  mis  brazos  lie 
nándome  de  besos  de 
inefable  dulzura,  y  ba- 
ñando á  la  par  mi  rostro 
de  lágrimas  que  el  rego- 
cijo que  recibe  hace  go- 
tear de  sus  párpados. 

Estos  momentos  valen 
más  para  el  hombro  qnr 
siente  una  verdadera  j);t- 
sión  que  todos  los  pla- 
ceres de  una  larga  vi- 
da do  libertinaje.  Te  ln 
asegura  el  que  probó 
ambas  cosas,  y  te  coni 
padece,  porque  ve  qm 
en  tu  corazón  seco  y  es 
téril  jamás  brotarán 
esas  escondidas  violetas 
que  no  logra  ver  flore- 
cer la  mayoría  de  los 
hombres  de  mundo. 

Deseo  tfi  conformes, 
que,  atendiendo  á  tu 
modo  de  sor,  es  lo  único  que  debe  desearte  tu 
amigo 

Enrique. 
(Se  concluirá.) 


iDmjiSTEltKft:  Gww,  365-367.  RiaÁi  Mm.  MiUr.— ieserrídos  los  íerwhos  de  propiedid  írtístita  y  liUrarií.— Las  reclamaciones  en  Madrid,  al  representante  de  esta  Casa  D,  HaDiiel  Plíj  Valor,  Apodica,  10, 2,' 

-)  INSÉRTESE  Ó  NO.  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  (  


faTABLaOIMnHTC  TlPOORiriCO   DI   B.   BiUBOA.-CilLLI  OB   ViLLARBOlL,   HÚM.    17.   IHSiUfCUB   OB  SAK   AKT0KI0.-B*.R0BL0K*. 


l^c:..a|lÉ:&^ 


Año  V 


Barcelona  11  de  Junio  de  1887 


Núm.  232 


EL  PRIMER  REMOJÓN  (.Cuadro  de  CecUio  Van  Haanen) 


370 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


SUMARIO 


Ttxm.—Jlailnd.  Oartmt  á  mi  prbma.  por  Fernanflor.— £«(«- 
dlat  utn  la  «Ma  d*l  putüo  (conilouaciún),  por  JoaéZ*ho- 
atn.—Letturat:  A  mucho»  y  á  «inffHno  (conclotlón),  por 
Clarín.— ünrt'í/o  eintijiea,  por  Alftedo  Oplssc— £/popd 
TUi,  por  N.  de  I  e>\'n  y  Vlic«iro.— Dilímo,  por  Kicordo  J. 
C"»Urtaeu.  — ,Cii<jio.'  por  Fr«ncUco  Tomás  y  Eítnich  — 
Na«lra«  gnt»áo».—Sowut  vtámttafede  perdt¡tta  (conclu- 
■IAd),  por  Jacinto  LabaiU. 

OuaiDOS.— Obtaa  de  Cecilio  Van  B<*nen  'cincograbados). 
—Bareár»a:  Fiesta  marítima  celebrada  por  el  <Club  de 
Bccataa»  el  2»  de  Utso.-Xxpotiaón  yaeionai  de  Be'lat 
Aru$  de  ISST:  La  pas  i  palo*.  A  los  plés  del  Salvador.— 
CoModá:  VUta  de  Quebec  desde  la  Cindadela. -Un  rallado. 
— beapatoria.— Loa  oentineUs.  —  Palabras  del  comaóo.— 
Kl  Puente  del  DiaMo  in  la  'iirrdrra  de  EioGotardo. 


MADRID 


CA-UTA-S     A.     J>a.I     PHIIS^tA. 


La  mora  Bamllt.— La  Oranlcr. 

.y  y  O  pensaba  escribirte  nada  respecto  de  la 

^J  colonia  fílipina  mientras  el  Gran  certa- 
l  men  no  se  hubiese  inaugurado.  Pero  la 
muerte  de  la  pobre  Basalia  que  ba  impresionado 
á  los  corazones  sensibles  de  Madrid  me  induce 
á  entrar  en  este  asunt«  inás  pronto  de  lo  que 
imaginaba.  Sabrás,  pues,  si  ya  no  lo  sabes,  que 
hace  poco  tiempo  vinieron  á  Madrid  cuarenta  y 
tres  filipinos  representantes  de  las  razas  que 
pneMan  aquellas  posesiones  nuestras.  Los  hay 
pertenecientes  á  la  población  malaya  algo  civi- 
lizados; los  hay  que  corresponden  á  lo  que  por 
allí  llaman  igorrotes,  gente  que  vive  en  el  mon- 
te, en  estado  salvaje,  pero  que  al  venir  &  las 
poblaciones  donde  están  nuestras  autoridades  y 
donde  residen  nuestros  frailes,  suelen  adquirir 
fácilmente  una  mediana  educación.  Loshaj'que 
son  moros  de  Joló,  y  los  hay,  en  fin,  de  las 
propias  islas  Marianas  y  Carolinas. 

Sus  rasgos  generales  característicos  son  los 
de  la  raza  malaj'a.  Color  aceitunado,  que  en  al- 
gunos llega  casi  hasta  el  negro,  nariz  ancha  y 
algo  aplastada,  boca  grande,  ojos  oblicuos  y  pó- 
mulos salientes.  Las  mujeres  tienen  cabello  muy 
abundante  y  largo,  de  un  negro  metálico. 

Dirige  á  los  hombres  un  igorrote  muy  inteli- 
gente, llamado  D.  Ismael  Alsate,  el  cual  habla 
español  y  posee  todos  los  dialectos  de  su  país. 
Está  condecorado  con  tres  cruces.  Este  viste  le- 
vita y  sombrero  hongo  y  lleva  guantes.  Los 
demás  visten  también  el  traje  europeo,  que  han 
aceptado  con  disgusto,  pero  en  atención  á  que 
los  pobres  cuando  viajaban  tenían  mucho  frío 
con  BU  ropa  filipina.  Dicen  que  este  Alsate  no 
sólo  se  expresa  bien  en  castellano,  sino  que  pa- 
rece un  verdadero  palaciego,  pues  emplea  muy 
oportunamente  los  tratamientos  de  Excelencia 
y  Majestad  y  á  todos  trata  y  habla  con  exqui- 
sita cortesanía.  Nanea  habían  oído  hablar  estos 
filipinos  de  más  reyes  que  del  emperador  de  la 
China  y  tienen  grandes  deseos  de  ver  por  sus 
propios  ojos  que  cosa  sea  una  reina. 

Sigue  al  jefe  de  los  igorrotes  en  importancia 
un  joven  moro  aspirante  á  clatto,  que  tiene  ex- 
traordinaria influencia  en  las  tribus  de  su  co- 
marca. Puede  levantar  en  armas  fácilmente 
cuatro  ó  cinco  mil  hombres.  No  necesito  decirte 
las  consideraciones  que  se  le  guardarían  si  aquí 
pudiera  hacer  otro  tanto.  Es  afable,  cariñoso, 
inteligente  y  no  se  quita  el  puro  de  entre  los 
dientes  ni  en  los  más  graves  momentos  de  su 
existencia.  Obsequia  con  cigarros  á  cuantos  le 
visitan,  inclusas  las  damas.  Cree,  sin  duda,  que 
la  humanidad  ha  nacido  para  fumar  y  que  todo 
individuo  debe  ser  una  chimenea.  Este  habla 
correctamente  el  inglés,  lengua  esencialmente 
anti[>opular  en  España. 

El  capitán  Picio,  trae  el  bastón  de  gobema- 
dorcillo,  y  bien  conoce  la  importancia  que  tiene 
este  símbolo  de  autoridad,  pues  no  le  deja  ni 
nn  solo  instante.  Es  un  hombre  pegado  á  un 
bastón,  como  decía  Quevedo  hablando  de  cierta 
nariz. 


Las  hembras  son  jóvenes  y  algunas  agracia- 
das. Fuman  todas.  Son  más  inteligentes  que  los 
hombres  y  algunas  hablan  el  castellano.  Una 
de  las  Carolinas  habla  correctament«  el  inglés 
y  el  español. 

La  maj'oria  de  los  hombres  conoce  nuestro 
idioma.  Se  han  mostrado  muy  respetuosos  con 
todas  las  personas  que  les  han  hecho  visitas,  y 
están  muy  tranquilos,  como  gente  que  sabe  les 
queremos  bien,  y  debe,  por  lo  tanto,  dejarse  ad- 
mirar con  benevolencia  por  seres  inferiores.  Es 
dudoso,  querida  prima,  yo  así  lo  supongo,  que, 
á  pesar  de  todo  lo  que  advierten  á  su  alrededor, 
nos  conceptúen  superiores  á  ellos. 

Los  moros, -^dando  muestra  de  que  no  reco- 
nocen esa  superioridad, — no  han  querido  cam- 
biar su  traje  por  el  nuestro. 

Se  les  ha  «dado  á  comer  arroz,  bacalao,  car- 
nero... Son  poco  aficionados  al  pan.  Les  gustan 
los  alimentos  muy  salados  j'  la  carne  de  cerdo, 
aunque  en  su  país  este  plato  origine  muchas 
enfermedades. 

En  lo  que  tieifen  más  semejanza  con  nos- 
otros, según  parece,  es  en  el  tocar  la  guitarra  y 
en  el  acompañar  al  tocador  con  sus  voces.  El 
día  en  que  llegaron,  apenas  aliviados  do  las  fa- 
tigas del  viaje,  uno  de  ellos  se  puso  á  cantar 
coplas  melancólicas  que  coreaban  los  demás. 

Se  les  ha  visto  frecuentar  los  teatros,  obse- 
quiados por  las  empresas;  manteniéndose  en 
actitud  dignísima  durante  la  representación, 
sin  dejar  de  mirar  al  escenario  ni  un  momento, 
pero  sin  asombrarse,  ni  reir,  ni  conmoverse  en 
ló  más  mínimo.  Puesto  que  entienden  el  estilo 
castellano  debían  entender  el  sentido  de  las  pa- 
labras; pero  ¿qué  son  las  palabras,  cuando  las 
ideas  y  las  pasiones  que  expresan  no  están  en 
el  cerebro  ni  en  el  corazón  de  quien  las  oye? 

También  se  les  ha  visto  pasear  en  carruaje 
por  las  calles,  acompañados  de  personas  distin- 
guidas y  entrar  en  los  cafés  y  en  las  tiendas; 
mostrándose  siempre  muy  amables,  y,  al  propio 
tiempo,  muy  resistentes  á  las  influencias  racia- 
les de  nuestra  sociedad.  Seguramente  que  nos 
compadecen;  no  comprendiendo  que  una  exis 
tencia  como  la  nuestra  pueda  ser  divertida.  Se 
les  ha  dado  camas,  tocadores  con  buenos  espe- 
jos, cubiertos;  pero  todo  esto  no  constituye  la 
felicidad.  Buena  prueba  de  ello  es  que  las 
damas  filipinas  desprecian  las  sillas  de  Viena, 
tan  elegantes  para  el  gusto  europeo,  y  se  sien- 
tan sobre  las  losas  á  fumar  sus  cigarros.  ¿Los 
refinamientos  del  lujo,  son,  tal  vez  tormentos 
verdaderos,  aberraciones  de  la  naturaleza  á  que 
nos  hemos  acostumbrado? 

Son  muy  curiosos,  especialmente  las  mujeres, 
lo  cual  prueba  que  la  curiosidad  es  como  los 
pechos,  y  el  cabello  largo  y  la  cara  limpia  re- 
quisito universal  de  la  mujer  en  todos  los 
países.  No  todos  los  hombres  somos  Adanes; 
pero,  sí  todas  las  mujeres  son  Evas. 

Y  ahora  vengamos  al  triste  suceso,  motivo  de 
este  preámbulo.  En  esta  expedición  vinieron 
dos  moros,  con  sus  moras  correspondientes.  Vi- 
vían los  cuatro  en  el  mismo  departamento;  sin 
comunicarse  mucho  con  los  demás.  Una  de 
estas  moras  se  llamaba  Basalia,  era  la  más  jo- 
ven. Había  nacido  en  Joló;  tenía  treinta  años. 
El  frío  de  Europa  la  sentó  mal  y  en  Madrid  se 
agravó  su  dolencia.  Como  le  sucede  á  quien 
deja  su  patria,  resistió  decir  su  enfermedad  á 
los  extraños,  y  los  otros  moros  lo  resistieron 
también;  confiando  más  en  el  destino  que  en  la 
ciencia  de  nuestros  médicos.  El  hecho  es  que 
Basalia  se  moría;  y  cuando  Ismael  Alsate  entró 
en  el  barracón  que  habitaban  los  moros  en  el 
Retiro,  quiso  que  no  muriese  sin  bautismo.  Los 
moros  80  opusieron;  ellos  tienen  su  religión; 
tienen  sus  oraciones;  Basalia  moriría  como  ha- 
bía vivido.  Y  cuando  espiró,  su  marido  Boston 
Bason,  descolgó  un  espejo  de  la  pared,  desen- 
vainó su  machete,  y  puso  sobre  el  cadáver 
ambos  objetos,  así  como  su  lanza  y  la  de  su 
compañero;  que  se  llama  Oto  Jadcaqui.  Des- 
pués de  esto  inauguraron  el  festín  de  la  muerte 
fumando  cigarros  é  invitando  á  los  guardias 
civiles  y  á  las  personas  que  estaban  presentes 
á  chocolate  y  licores,  en  celebración  del  viaje 


de  Basalia.  Reflexiona  bien,  Carmen,  respecto 
á  la  sabiduría  de  esta  gente  que  ha  hecho  de 
la  muerte  de  las  personas  queridas  motivo  do 
gozo;  muy  al  contrario  de  nosotros  que  concep- 
tuamos tener  razones  fundadas  para  entriste- 
cernos al  perderlas.  Realmente  debemos  ale- 
grarnos de  que  los  que  amamos  se  vean  libres  de 
las  tribulaciones  del  mundo  y  gocen  ya  del 
etemal  reposo;  en  vez  de  lamentar  con  egoísmo 
la  soledad  y  los  dolorosos  recuerdos  que  nos 
dejan.  El  cadáver  de  Basalia  fué  lavado  dos 
veces  por  los  moros,  y  rociado  con  polvos  de 
arroz,  tapándole  la  nariz  y  los  oídos,  vistiéndolo 
de  blanco  y  envolviéndole  en  un  lienzo,  blanco 
también,  de  nueve  metros.  Bien  atado  después, 
fué  llevado  el  cadáver,  en  un  furgón,  al  cemen- 
terio civil  dol  Este. 

Hé  aquí  el  destino  de  las  criaturas.  ¿Habría 
podido  imaginar  la  pobre  joloana  que  se  mori- 
ría fuera  de  su  patria?  ¿Y  que  como  planta 
trasplantada,  moriría  doblada  por  el  aire,  con- 
traída por  el  frío?  Ese  cuerpo  tan  amante  del 
sol  yace  bajo  una  tierra  que  algunas  veces  cu- 
brirá la  nieve.  ¡Contrastes  imposibles  de  pre- 
veor  en  la  vida,  secretos  que  sólo  sabemos  de 
labios  do  la  muerte! 

En  fin,  ella  murió,  (juerida  prima,  aun  antes 
de  ser  mirada  con  curiosidad  por  el  público  de 
Madrid  en  la  Exposición,  y  la  prensa  no  ha  de- 
jado de  rendirla  un  singular  tributo  fúnebre; 
pues  de  resultas  de  su  rhuerte,  dura  todavía  una 
polémica  entre  varios  periódicos  acerca  de  si  la 
mora  infeliz  debía  ó  no  debió  morirse.  Los  unos 
afirman  que  ella  venía  expresamente  á  Madrid 
para  eso;  los  otros  que  su  muerte  ha  sido  el  pi'i- 
mer  grave  error  oficial  de  la  Exposición  de  Fi- 
lipinas. 

Puesto  que,  al  fin  y  al  cabo,  ella  está  ya  en- 
terrada hablemos,  si  quieres,  de  otra  cosa. 

Y  hablemos  de  cosas  más  agradables.  Con 
esto  mi  carta  terminará  más  á  tu  gusto,  sin 
duda:  hablemos  de  Juana  Granier,  la  reina  de 
la  opereta.  Madrid  ha  confirmado  su  reputación 
universal;  en  todas  las  obras  la  aplaude  con  de- 
lirio. Verdad  es  que  la  Granier  os  no  sólo  can- 
tante de  voz  agradabilísima,  expresiva,  que  evo- 
ca todas  las  alegrías  en  el  corazón;  sino  que  os 
actriz  consumada,  y  una  persona  lindísima,  llena 
de  gracia,de  coquetería, de  atracción  irresistible. 

Su  madre,  actriz  francesa,  solía  decir  de  ella: 
«Es  una  tonta,  no  sirve  para  nada.» 

En  ninguna  ocasión  ha  podido  decirse  con 
más  motivo  que  el  amor  de  madre  ciega. 

Juana  Granier  es  el  ídolo  de  París  y  lo  es  de 
Madrid,  también,  ahora. 

Dicen  que  conserva  de  mvijer  la  gran  afición 
que  tienen  las  niñas.  El  mejor  regalo  que  puede 
hacérsela  es  una  muñeca. 

Es  vengativa,  según  parece;  poro  lindamente 
vengativa. 

Cuando  se  dedicó  al  teatro  se  dirigió  á  mon- 
sieur  Cantin,  famoso  empresario,  y  le  pidió  se- 
senta duros  al  mes  por  cantar. 

— ¡Tienes  que  comer  mucho  pan  todavía,  an- 
tes de  ganar  eso! — le  contestó. 

A  los  tres  meses,  M.  Cantin,  la  ofrecía  los 
mismos  60  duros. 

— ¡No  he  comido  todavía  bastante  pan!^ — lo 
dijo  ella. 

Pero,  ¿á  qué  contarte  anécdotas  de  la  vida 
de  una  celebridad  que  tú  conoces  y  admiras? 

Fernanflor. 


-*- 


ESTUDIOS  SOBRE  li  VIDA  DEL  PyEBiO 


(OOHTUrVlOIÓH) 

¡Por  supuesto!  |si  la  mujer  estaba  ya  más  que 
harta!  había  venido  sufriendo  despegos,  malos 
tratamientos,  mayor  pobreza  de  la  que  hubieía 
tenido  á  no  sonsacar  los  cuartos  á  su  hombrí 
la  picaronaza  de  la  cacharrera,  cuanto  hay  quo 
sufrir,  y  esto  por  más  de  un  año,  hasta  que,  al 
fin,  su  marido  la  abandonaba.  No  hay  leyes  ni 
justicias  en  la  tierra...  ó  por  lo  menos  según  le 
decían  todas  las  vecinas,  de  nada  le  servia  que 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


371 


las  hul)iera,  porque  el  juez  no  podría  obligar  al 
marido  sino  á  que  diese  alimentos  y  el  marido 
con  probar  que  nada  ganaba,  aunque  ganase,  ó 
con  desaparecer,  estaba  libre  del  compromiso. 

¡Ab!  pero  cuando  se  halló  sola,  ya  no  pudo  con 
la  pena;  no  le  era  dado  gastar  su  dolor  vocife- 
rando y  ultrajando...  Lloraba,  lloraba  angustia- 
da; pasaba  sus  dedos  secos  y  fuertes  de  lavan- 
dera por  su  cara  terrosa  y  negruzca  ya,  y  luego 
crispaba  las  manos,  ó  amenazaba  á  un  invisible 
enemigo,  llevando  al  cielo  sus  puños  prietos  de 
rabia  para  caer  de  nuevo  en  su  llanto  de  aflic- 
ción profunda. 

En  esto  penetró  por  la  puerta  la  María,  con 
los  tres  niños  ya  vestidos  y  que  llegaron  me- 
drosos y  asombrados;  tenían  de  cuatro  á  siete 
años,  eran  dos  niñas  y  un  niño. 

La  María,  la  vecina  que  había  tenido  en  su 
casa  á  los  niños  y  los  llevaba  de  nuevo  con  su 
madre,  una  mujer  alta  y  delgada,  con  ojos  so- 
bresaltados y  boca  sumida,  hacía  girar  aquéllos 
de  un  modo  que  amedrentaba  y  movía  ésta,  al 
hablar,  como  si  chupara  algo,  era  sentenciosa  y 
formal  en  sus  palabras. 

La  seña  María  pensaba  que  su  vecina  no  de- 
bía desesperar;  el  señor  Aniceto  no  tardaría, 
según  ella,  en  volver  á  su  casa. 

— ¡No,  no,  si  no  le  quiero  ver,  si  para  una  mi- 
serable puchera  que  una  se  come  y  un  mendrugo 
que  damos...  me  basto  yo!  Aún  tengo  manos, 
seña  María, — gritaba  la  seña  Margarita, — con 
•mi  Antolín  y  yo  no  se  morirán  mis  hijos  de 
hambre. 

Entonces,  olvidando  la  aflicción  que  un  mo- 
mento antes  la  angustiaba  puso  empeño  en 
mostrar  que  sentía  una  aversión  y  un  desprecio 
tan  grande  por  su  marido,  que  para  nada,  para 
nada  había  de  irle  á  buscar. 

— Si  se  lo  he  dicho,  se  lo  he  dicho,  ha  de  ver- 
se arrastrado  por  los  suelos...  y  esa  bribona,  esa 
bribona  sin  vengüenza  que  quita  el  padre  á  es- 
tas criaturas  de  Dios,  morirá  en  la  galera...  sí, 
señora...  allí  ha  de  verse... 

— Vaya  seña  Margarita,  llévelo  con  resig- 
nación .. 

— Y  tanto  como  he  de  llevarlo,  que  maldito 
lo  que  ya  me  importa;  les  he  dicho  cuanto  que- 
ría, y  eso  sí,  tantas  veces  les  vea  tantas  veces 
les  saco  á  la  vergüenza;  eso  sí,  seña  María,  eso 
sí,  no  han  de  reírse  en  mi  cara  de  mí... 

Y  cogiendo  en  brazos  á  uno  de  sus  hijos  sacó 
del  cajón  de  una  mesa  un  peine  y  se  puso  á 
peinar  los  enmarañados  cabellos  de  un  rubio 
de  oro  del  pequeñuelo. 

A  las  doce,  cuando  llegó  Antolín  á  comer,  ya 
estaba  dispuesto  el  puchero  como  todos  los  días; 
al  muchacho  no  le  extrañó  no  ver  á  su  padre; 
éste  trabajaba  en  el  centro  de  Madrid  y  solía 
llegar  mucho  después  que  su  hijo.  La  seña  Mar- 
garita extendió  una  servilleta  de  recio  tejido 
sobre  la  mesita  de  pino  y  puso  las  cucharas  de 
hierro  y  de  palo,  sacó  una  gran  navaja,  hizo  con 
la  punta  la  señal  de  la  cruz  sobre  el  pan  y  par- 
tió éste  en  cinco  pedazos;  luego  sirvió  la  sopa; 
los  pequeños  ya  estaban  sentados. 

—  ¿Ño  esperamos  á  padre? — preguntó  Anto- 
lín con  su  voz  ronca  y  difusa,  en  el  modo  de 
hablar  refunfuñando  que  le  era  propio. 

— No,  no  le  esperamos, — replicó  la  seña  Mar- 
garita. 

Antolín  no  preguntó  más  y  comenzó  á  comer 
tan  silenciosamente  como  de  costumbre;  des- 
pués su  madre  le  sirvió  un  medio  vaso  de  vino 
y  él  se  volvió  á  su  trabajo  sin  haberse  aperci- 
bido de  nada;  por  la  noche  tornó  á  casa  le  dio 
la  cena  su  madre  y  el  muchacho  se  echó  á 
dormir,  rendido  del  rudo  trabajo  del  día. 

Tres  pasaron  y  la  seña  Margarita  volvió  á 
mostrarse  tranquila,  si  bien  más  afanada  y  di- 
ligente; había  tomado  sn  partido,  se  echó  á 
buscar  ropa  para  lavarla  y  pudo  reunir  multi- 
tud de  encargos;  esto  parecía  contentarla,  hasta 
se  creía  más  satisfecha...  ¿Para  qué  necesitaba 
al  fin  y  al  cabo  á  nadie?  con  su  trabajo  y  el 
jomalillo  de  su  hijo  vivirían  todos.  Sacaba  su 
artesón  á  la  puerta,  sentaba  sus  hijitos  al  sol  y 
como  si  hubiera  tenido  gran  empeño  en  que  las 
gentes  se  apercibiesen  de  su  indiferencia  y  de 


su  valor,  hablaba  y  reía  con  todo  el  mundo, 
hacía  e-xtremadas  caricias  á  sus  hijos  y  á  veces 
cantaba  á  voz  en  grito  como  una  mujer  que  no 
tiene  asomo  de  penas  en  su  pecho. 

Al  cabo  de  los  tres  días  ya  hubo  de  llegar  á 
extrañarse  algo  el  bobalicón  de  Antolín  de  no 
ver  á  su  padi-e. 

— Pero,  ¿y  padre? — preguntó. 

— Bueno,  hijo,  bueno,  tan  rico  y  tan  contento, 
— dijo  la  seña  Margarita,  sin  que  Antolín  echa- 
ra de  ver  ni  la  ironía  ni  el  dejo  de  despecho 
con  que  había  replicado  su  madre. 

Y  nadie  imaginaría  lo  que  este  pobre  inocen- 
tón hubo  de  reírse  cuando  un  camarada  suyo  le 
dijo: 

— Antolín,  ¿y  tu  padre?  ¿Ya  hará  más  de 
ocho  días  que  no  le  ves,  verdad?  [Pues  hijo  se 
ha  ido  á  casar  con  la  cacharrera! 


Como  si  un  hombre  pudiera  casarse  con  otra 
mujer  viviendo  la  suya...  En  la  ignorancia  y 
simplicidad  ingenua  de  Antolín  aparecía  una 
noción  de  justicia  muy  singular:  él  no  creía 
que  el  delito  aquel  de  abandonar  un  padre  á  su 
mujer  y  á  sus  hijos  no  estuviera  gravemente 
penado  por  las  leyes...  Por  lo  demás...  él  tal  voz 
no  discurría  ni  aún  de  este  modo;  se  echó  á  reir 
y  tal  vez  á  su  manera  y  sin  saber  por  qué  pensó 
seriamente  en  el  asunto. 

Un  año  pasó  después  de  la  desaparición  de 
Aniceto.  Antolín  ya  sabía  la  verdad,  y  una  tar- 
de vio  á  su  padre  y  se  acercó  á  hablarle,  pero 
el  padre  le  amenazó  con  pegarle  si  no  se  reti- 
raba. 

En  cuanto  á  echarle  de  menos...  á  la  verdad 
no  había  mucho  por  qué,  pues  la  seña  Marga- 
rita se  ganaba  casi  tanto  y  aun  más  que  el  ma- 


CECILIO  VAN   HAANEN 


rido,  y  á  Antolín  le  habían  subido  el  jomalillo 
tres  reales  más...  y  algunas  veces  trabajaba  á 
destajo,  sacando  buenos  cuartos. 

— Anda,  el  maldito,— decía  á  veces  la  seña 
Margarita  hablando  de  su  marido,- — si  aparecie- 
ra por  aquí  le  daba  con  la  puerta  en  la  cara... 
anda  que  triunfe  y  gaste... 

¿Le  quedaba  en  el  fondo  de  su  alma  á  Mar- 
garita algún  despecho  al  saber  que  Aniceto  iba 
los  domingos  á  comer  al  campo  con  la  cacha- 
rrera, y  ella  y  él,  según  de  público  se  decía, 
vivían  alegremente,  ó  bien  no  disimulaba  dolor 
alguno  y  respondiendo  al  gozo  de  las  mujeres 
del  pueblo,  cuya  dicha  se  cifra  en  tener  pan  se- 
guro para  sus  hijos  é  independencia  para  ella, 
cantaba  regocijada  á  su  libertad? 

Vaya  V.  á  saberlo. 

En  cuanto  á  Antolín  unas  veces  se  reía,  otras 
se  quedaba  muy  triste  y  sin  darse  cuenta  del 
por  qué. 

— Oiga,  madre, —  exclamó  un  día, — yo  en 
cuanto  que  vea  á  padi-e,  que  ahora  trabaja  en 
la  obra  del  colegio...  le  traigo  por  acá. 

— ¡Dios  te  libre!  Anda  y  que  se  las  compon- 
ga como  quiera;  si  él  viene  yo  me  voy  y  te  dejo. 

Antolín  se  quedó  como  quien  ve  visiones; 


pero  como  él  sin  duda  convencido  de  que  por 
mucho  que  quisiera  no  habría  de  compr«nder 
las  cosas,  no  pensaba  mucho  tiempo  en  ellas. 

II 

Allá  por  cima  de  las  casas  más  elevadas  del 
barrio,  se  ve  el  armazón  de  un  atrevido  anda- 
miaje; los  oscuros  palos,  troncos  aún  no  descor- 
tezados, fuertemente  unidos  por  recias  ligadu- 
ras, vigas  y  tablas  y  palos  de  blanca  y  amari- 
llenta madera. 

Bajo  aquella  trama  de  tablados  y  soportes  se 
veían  crecer  día  por  día  los  muros  del  nuevo 
edificio... 

Habría  de  ser  una  magnífica  obra;  multitud 
de  albañiles  con  blusas  y  pantalones  blancos 
iban  y  venían  por  el  andamiaje;  parecía  que 
acababan  de  saltar  de  la  cama  y  no  habían  te- 
nido tiempo  de  vestirse;  allí  resonaba  el  golpear 
y  aserrar  de  los  carpinteros;  los  alegres  ruidos 
del  trabajo,  el  bullir  de  los  obreros  afanados 
contentaban  la  vista  y  el  oído. 

CSe  concluirá.) 


José  Zahonero. 


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374 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


LECTURAS 

A   M.UClíOS  Y    A    NINGUNO 
(OOSCLDBIÓK) 

Citando  se  es  adolescente  estudioso  y  se  tiene, 
con  la  candida  pedantería  propia  de  la  edad, 
la  noble  pasi<Sn  ae  querer  saberlo  todo,  se  busca 
por  mil  partes  listas  y  más  listas  de  libros,  ca- 
tálogos y  notas  bibliográficas  y  se  siente  el 
terror  de  lo  indefinido  en  presencia  de  tantas 
y  tantas  hojas  de  papel  impreso,  porque  se  cree 
que  no  se  puede  ptasar  por  otro  camino  que  el 
de  leer  todo  aquello.  Después  la  reflexión  y  los 
desengaños  nos  enseñan  á  despreciar  lo  más  de 
cuanto  se  ha  escrito  y  aprendemos  que  es  uno 


de  los  capítulos  más  importantes  y  más  difíciles 
del  arte  de  estudiai-  el  que  trata  de  cómo  se  ha 
de  escoger  la  lectura  y  de  cuáles  libros  se  han 
de  leer  dos  ó  más  veces  y  cuáles  ninguna  vez. 
Esta  reacción  contra  el  mare-magnum  de  letras 
de  molde  sabias  puede  ir  demasiado  lejos;  asi 
que  el  varón  justo  debe  abstenerse  de  leer  mu- 
chas obras  que  no  por  eso  necesita  despreciar. 
Esa  multitud  de  tratados  que  tienen  individual- 
mente tan  escaso  mérito,  ayudan,  sin  embargo, 
al  progreso,  como  capas  de  tierra  que  se  van 
sobreponiendo  en  insensible  aluvión  y  llegan  á 
formar  un  terreno  alto  y  firme.  Pero  lo  que  en 
la  ciencia  es  útil  es  en  el  arte  perjudicial.  Una 
muchedumbre  de  novelistas  sin  ideas  propias, 
sin  inspiración,  sin  ingenio,  sin  gusto,  no  hacen 


adelantar  un  paso  á  la  poesía;  lo  que  necesita 
el  arte  para  vivir  bien  no  es  una  multitud  de 
escritores,  sino  un  pueblo  que  sepa  ser  espec- 
tador ó  lector,  que  sepa  contemplar  y  admirar. 
El  griego  fué  el  pueblo  artístico  por  excelen- 
cia porque  tuvo  grandes  creadores  y  un  am- 
biente de  popularidad  para  la  poesía,  no  porque 
todos  los  griegos  se  dedicaran  á  escribir  tra- 
gedias ó  poemas,  ó  á  sacar  de  las  canteras  esta- 
tuas ó  templos.  Hace  más  por  la  novela  espa- 
ñola el  que  compra  un  ejemplar  de  Sotileza  ó  de 
Gloria  y  lo  lee  y  se  calla,  ó  habla  de  sus  impre- 
siones á  un  amigo,  que  el  que  imita  sin  aptitud 
suficiente  á  Pereda  ó  á  Galdós  escribiendo  fá- 
bulas largas  en  prosa  trivial  ó  retorcida.  Esos 
críticos  que  se  dan  la  enhorabuena  porque  ven 


UNA  PELOTERA  EN   LA  CALLE.— LA  AGUADORA  (Cuadros  de  C.  V«u  Uimueu) 


que  86  publican  cada  día  más  y  rnás  libros  de 
imaginación,  debieran  pensar  despacio  si  lo  que 
86  le  ocurre  á  la  imaginación  de  un  cualquiera 
le  importa  algo  al  arte.  El  público  español 
aprendería  algo  y  serviría  algo  á  la  poesía  cuan- 
do se  consagrase  á  estimar  á  los  pocos,  poqui- 
gimos  escritores  buenos  que  tenemos  y  á  estu- 
diarles j'  penetrarse  de  su  espíritu;  pero  nada 
aprende  ni  de  nada  sirve  una  masa  de  lectores 
que  vaya  y  venga  impulsada  por  el  capricho  de 
la  novedad,  por  las  imposiciom's  de  la  gacetilla 
profana  y  vocinglera  repartiendo  la  atención  y 
el  dinero  entre  multitud  de  nulidades,  de  vul- 
garísimos escribientes  capaces  de  convertir  en 
idiota  en  pocos  años  á  la  raza  mejpr  dotada 
para  gustar  el  encanto  de  la  belleza  literaria. 

Es  natural  el  prurito  de  producir  obras  del 
mismo  género  de  las  que  se  admira  en  los  auto- 
res favoritos;  no  todos  saben  contener  esta  co- 
mezón y  son  muchos  los  que  se  lanzan  á  escri- 
bir guiados  sólo  por  ella  ("aunque  difícil  será 
que  la  vanidad  no  tome  parte  también  en  la  re- 
solución), p«ro  á  lo  menos  en  otros  países  civi- 
li^iados  ese  afán  de  decir  algo  sobre  la  belleza 


so  desahoga  en  libros  ó  artículos  de  erudición, 
ó  de  crítica,  en  fin,  en  comentarios,  ya  cientí- 
ficos, ya  de  pura  fantasía,  pero  no  como  aquí 
necesariamente  en  imitaciones  y  remedos  ano- 
dinos y  ridículos. 

Tienen  la  culpa  de  esta  desventaja  nuestra 
la  ignorancia  general  y  la  pereza  que  nos  do- 
mina. Ni  el  público  lee  más  que  obras  de  vaga 
y  amena  literatura,  como  dioe  el  Catálogo  del 
Ateneo  de  Madrid,  ni  la  nKiyor  parte  de  los  que 
aquí  saben  pergeñar  cuatro  renglones  tienen 
educación  suficiontf^  para  emprender  trabajos 
de  comentario  científico,  de  erudición  y  crítica 
verdadera.  Asi,  á  nuestros  grandes  poetas,  se 
les  ha  imitado  mucho  más  que  estudiado  y 
comentado;  tenemos,  v.  gr.  continuaciones  del 
Diablo  Mundo  y  no  tenemos  un  estudio  impor- 
tante acerca  del  ingenio  de  Espronceda.  Sucede 
á  nuestros  aficionados  lo  que  al  doctor  Faustino 
de  Valera,  que  se  sentía  mTiy  capaz  de  inventar 
leyes,  pero  no  de  estudiar  las  que  habían  hecho 
otros. 

Yo  tengo  el  honor  de  tratar  en  continuada  y 
frecuente  correspondencia  á  varios  amantes  de 


la  literatura,  franceses  y  portugueses,  jóvene  ) 
inteligentes  y  entusiásticos  los  más;  pues  nott  * 
en  ellos  lo  que  rara  vez  he  visto  en  sus  simi  ' 
lares  españoles,  un  deainteresado  amor  á  la  poe 
sía,  una  afición  pasha  que  encanta;  afán  por 
estudiar  y  penetrar  las  obras  ajenas;  no  la  fiebre 
do  producir  á  todo  trance.  Por  ahí  fuera,  la  ju- 
ventud estudiosa  y  bien  sentida  forma  una  atmós- 
fera propicia  al  arte;  aquí  nos  quedamos  sin  aire 
á  fuerza  de  echárnosla  todos  de  homl)res  de  mu- 
cho   pulmón    poético;    aquí   respiramos  en   un 
cuarto  cerrado,  estrecho,   mezquino,  donde  se 
acumula  una  multitud  de  cojisumid<n-es  de  oxí- 
geno. 

No,  no  os  asi  como  se  va  á  un  florecimiento 
literario;  si  queréis  algo  qufe  «e  parezca  á  eso 
dejad,  oh  jóvenes  ineptos,  que  escriban  los  que 
saben  y  vosotros  contentaos  con  llegar,  á  fuerza 
de  estudios  y  meditaciones,  á  comprender  y 
.sentir  algún  día  lo  que  han  querido  decir  los 
artistas  vei-daderos  en  las  obras  que  hoy  por 
hoy  son  para  vosotros  letra  muerta. 

Clarín. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


376 


REVISTA  científica 


Determinacióa  práctica  de  las  temperaturas  eleradas.— Inte- 
resante pnipiedftd  del  bicromato  de  potas».  Envenena- 
miento crónico  por  el  tabaco.  -  Mistresa  Eldrldge,  ex- 
negra. —  La  locura  en  la  gente  de  color.  —  £pidemia 
trapera.— ¡I  utdado  con  la  leche...  maial 

Los  Anales  industriales  describen  el  proce- 
dimiento siguiente,  sencillísimo,  para  la  deter- 
minación práctica  de  la  temperaturas  elevadas, 
debido  á  M.  Walrand,  ingeniero  de  minas. 

Para  reconocer  si  la  temperatura  de  un  horno 
es  la  de  la  soldadura  del  hierro,  por  ejemplo, 
suspéndese  en  el  interior  de  este  horno  un  gan- 
cho de  hierro  de  8  milímetros  de  diámetro  que 
se  deja  durante  21  segundos.  Este  tiempo  se 
mide  por  un  péndulo  consistente  en  una  simple 
varilla  provista  en  una  extremidad  de  un  anillo 
de  suspensión  y  en  la  otra  de  un  peso  que  se 
puede  ajustar  por  medio  de  un  tornillo.  Arré- 
glase este  péndulo  al  principio  de  cada  experi- 
mento por  medio  de  un  reloj,  y  aún  basta  con 
un  reloj  de  segundos,  sin  necesidad  de  péndulo. 
Si  se  retira  el  gancho  á  los  21  segundos  y  echa 
chispas,  es  señal  de  que  el  horno  está  á  una 
temperatura  conveniente.  Aunque  este  método 
no  indica  la  temperatura  en  unidades  absolutas, 
da  indicaciones  suficientes  en  la  práctica. 

*  * 

Además  de  sus  usos  industriales,  bien  cono- 
cidos, se  ha  descubierto  recientemente  que  el 
bi-cromato  de  potasa  goza  de  una  propiedad 
muy  interesante,  cual  es  la  de  hacer  insolubles 
en  el  agua  las  colas  fuertes  y  la  gelatina,  de 
donde  resulta  que  los  artículos  de  algodón, 
lino,  seda  y  otros,  y  aun  los  papeles,  una  vez 
barnizados  con  esta  cola  hecha  insoluble,  son 
completamente  impermeables. 

Segiín  La  Papeterie  basta  para  hacer  insolu- 
ble la  cola  ó  gelatina  añadir  al  agua  que  la 
mantiene  en  disolución  una  parte  de  bi-cromato 
de  potasa  por  cincuenta  partes  de  cola  ó  de  ge- 
latijia,  en  el  momento  en  que  tenga  que  servir, 
y  operar  en  plena  luz. 


Es  un  hecho  reconocido  y  admitido  por  todo 
el  mundo  que  el  abuso  del  tabaco  da  lugar  á 
alteraciones  agudas  y  crónicas  de  intoxicación 
y  que  estas  últimas  resultan  á  veces  de  suma 
gravedad.  Pero  los  desórdenes  anatómicos  que 
caracterizan  esta  intoxicación  son  todavía  bas- 
tante mal  conocidos,  por  ser  raro  que  sobrevenga 
la  muerte  en  su  consecuencia.  M.  Eavarger  (de 
Viena)  ha  tenido  con  todo  ocasión  de  observar 
una  notable  degeneración  grasienta  del  corazón 
en  un  sexagenario  que  fumaba  desde  largos 
años  fuertes  habanos  y  en  quién  esta  degenera- 
ción no  podía  explicarse  por  el  alcoholismo  ni 
por  otra  causa  más  que  por  el  abuso  del  tabaco. 
La  muerte  había  sobrevenido  á  consecuencia  de 
ana  hemorragia  debida  á  una  úlcera  simple  del 
estómago  y  como  no  había  ateroma  arterial  (1) 
M.  Favarger  atribuye  la  degeneración  del  cora- 
zón á  la  estrechez  funcional  de  las  arterias  coro- 
narias (2)  y  á  la  isquemia  (3)  cardiaca  conse- 
cutiva. Una  alteración  circulatoria  del  mismo 
mecanismo  podría  explicar  también  la  formación 
de  la  úlcera  estomacal. 

En  una  conferencia  dada  líltimamente  en  Vie- 
na á  propósito  de  este  caso  y  de  hi  cual  da  cuen- 
ta la  Semaine  medicóle,  M.  Favarger  llamó  la 
atención  sobre  las  diferentes  maneras  de  fumar 
y  distingue  cuatro  tipos  de  fumadores: 

1.°  ]jOS  que  tragan  el  humo;  en  este  caso 
la  nicotina  puede  obrar  directamente  sobre  la 
mucosa  pulmonar  y  no  sobre  la  mucosa  estoma- 
cal,— como  dice  el  autor, — puesto  que  los  que 
absorben  el  humo  lo  inhalan  y  no  lo  tragan,  se- 
gún la  expresión  corriente,  impropia; 

2."  Los  fumadores  que  se  contentan  con  as- 
pirar y  en  los  cuales  la  acción  nociva  queda  li- 
mitada á  la  faringe  y  la  laringe; 

3."     Los   fumadores   que   tienen    constan te- 


(1)     Forma  de  iadaraclóu  de  las  arterias»  de  aicra,  papilla. 
(21    Las  que  nutren  el  corazón,  propias  de  este  órgano. 
(3)    Uetención  de  ia  circulación  arterial. 


mente  el  cigarro  entre  los  labios  y  que  tragan 
entonces  cierta  cantidad  de  saliva  mezclada  con 
nicotina;  en  esos  puede  haber  una  acción  direc- 
ta sobre  la  mucosa  estomacal.  En  fin, 

4.°  Los  fumadores  que  hacen  uso  de  boqui- 
llas insuficientemente  entretenidas  ó  renovadas. 

Los  medios  propios  para  evitar  el  nicotismo 
crónico  consisten,  según  M.  Favarger: 

1."  En  no  fumar  nunca  en  ayunas,  por  ma- 
nera que  quede  reducido  el  número  de  cigarros, 
que  obro  la  nicotina  sobre  el  estómago  lleno  y 
que  pueda  aprovecharse  la  acción  anti-nicotínica 


del  ácido  tánico  contenido  en  ciertas  bebidas 
(vino  tinto,  café,  té). 

2.°  En  no  tener  el  cigarro  en  la  boca  de  una 
manera  permanente. 

3."  En  renovar  y  limpiar  á  menudo  las  bo- 
quillas, y 

4."  En  hacer  alternar  los  cigarros  fuertes 
con  otros  más  flojos. 

M.  Favarger  recomienda  el  ácido  tánico  (ta- 
nino)  como  el  mejor  antídoto  de  la  nicotina. 
Puédese  administrar  también  el  ioduro  de  pota- 
sio, y  el  opio  ha  sido  dado   con  éxito  contra  la 


EL  ZAPATERO  DZ  PORTAL  (Cuadro  de  C.  Van  Haanen) 


ambliopia  (1)  tabácica  que  resulta  de  una  isque- 
mia retiniana  comparable  á  la  isquemia  cardía- 
ca y  de  la  misma  naturaleza;  finalmente  la 
atropina  es  un  antídoto  fisiológico  de  la  nico- 
tina. 

Por  lo  demás,  el  conferenciante  sólo  ha  acu- 
sado la  nicotina  en  la  intoxicación  tabácica  y 
no  ha  tratado  de  distinguir  entre  las  diversas 
sustancias  que  se  encuentran  en  los  tabacos  ó 
qtie  resultan  de  su  combustión  y  pueden  ser 
nocivas  en  diversos  grados.  Haremos  presente, 
pues,  que  los  espasmos  vasculares  atribuidos 
por  M.  Favarger  á  la  nicotina,  parecen  debidos 
en  los  fumadores, —  como  han  dejado  sentado 
M.  M.  Leroy  de  Mericourt  y  Pabst, — á  productos 
emp  ¡reumáticos  y  ciánicos  que  se  forman  por  la 


(1)    Debilidad  de  la  vista. 


combustión  del  tabaco.  Este  obra  sobre  todo  por 
la  nicotina  que  contiene  en  la  acción  de  mascar, 
y  el  envenenamiento  que  resulta  entonces,  y 
que  puede  ser  muy  acentuado  cuando  se  traga 
la  mascada,  tradúcese  por  hipostenia,  vómitos  y 
cámaras  profusas,  es  decir,  por  un  verdadero 
cólera  tabácico.  (Revue  Scienlifiquej . 


Cuenta  el  Journal  du  commerce  de  Nueva- 
York,  que  en  Howell  (Michigan)  ha  muerto 
hace  poco  una  vieja  negra  que  durante  su  vida 
excitó  en  sumo  grado  el  interés  de  los  médicos 
de  por  allí.  La  tal  mujer,  llamada  inistress  El- 
dridge,  ha  llegado  á  una  edad  muy  avanzada, 
con  la  particularidad  de  que  hasta  los  cin- 
cuenta años  su  piel  era  de  un  hermoso  color  de 
ébano  y  partiendo  do  entonces  apareciéronle  unas 


EXPOSICIÓN    NACIONAL 


Á  LOS  PIES  DEL  SALVADOR  (Ci 


BELLAS  ARTES  DE   1887 


V.  Cntanda.— Dibujo  do  P.  y  Valor) 


37S 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


placea  blaueas  del  taiuaüo  de  un  duro,  que  co- 
menzaron por  las  "piernas.  Al  cabo  de  muy  poco 
tiempo  oí  cuerpo  quedó  cubierto  por  entero  de 
manchas  parecidas,  hifeta  el  momento  en  que  toda 
la  piel  apareció  Manca  como  la  de  una  mujer  de 
la  raza  cauciisica.  Este  Cíimbio  de  color  de  la  piel 
no  ejerció  ninguna  influencia  en  la  salud  de 
esta  mujer.  Los  médicos  que  la  han  observado 
no  encuentran  esplicjición  posible  para  motivar 
semejante  cambio  de  color,  si  bien  han  opinado 
unánimemente  que  no  se  trataba 
de  ninguna  enfermedad  de  la  . 
piel. 

Si  se  confirma,  pues,  que  el 
caso  de  mistress  Eldridge  no 
consiste  en  un  colosal  albinis- 
mo ó  vitiligo,  van  A  ponerse  de 
mal  humor  los  poligenistas  eni 
peñados  en  que  los  negros  han 
sido  siempre  negros  y  en  cam 
bio  quedará  bastante  justifica- 
da la  frase  de  aquel  moreniti' 
haitiano  que  una  vez  proclama- 
da la  independencia  de  su  país 
mandó  poner  en  sus  tarjetas: 
Georges,  ex  negro. 


Sin  salimos  de  tan  oscura 
cuestión  diremos  ahora,  que,  se- 
gún se  lamenta  Mr.  Buchanan 
en  el  Netc-York  Medical  Jour- 
nal, llega  á  ser  ya  alarmante  el 
número  de  casos  de  locura  en 
la  líente  de  color  que  vive  en  la 
gran  república. 

Según  dicho  señor,  á  quien 
SI  no  viésemos  que  escribe  en 
un  colega  neo-yorkino  tomaría- 
mos por  un  sudista  furibundo, 
era  rarísimo  antes  de  la  eman- 
cipación el  que  un  negro  se  vol- 
viese loco,  de  lo  cual  deduce  ló- 
gicamente que  la  herencia,  la 
predisposición  ó  el  cambio  de 
clima  han  debido  tener  muy  poca  parte  en  lo  que 
está  sucediendo  desde  la  victoria  de  los  yankees 
sobre  el  sin  par  general  Lee.  Más  aún:  según  ase- 
veran muchos  y  fidedignos  viajeros  la  locura  es 
cosa  muy  peregrina  entre  los  negros.  Hay,  pues, 
que  buscarle  otras  causas  á  ese  rápido  desarro- 
llo de  la  enagenación  mental  de  que  son  victi- 
mas los  individuos  nuevamente  emancipados. 

Parócele  evidente  á  Mr.  Buchanan  que  la  li- 
bertad y  las  ventajas  de  la  civilización  les  han 
sido  fatales  á  los  negros...  Incapaces  de  refor- 
mar sus  inclinaciones  se  han  entregado  pronta- 
mente á  todos  los  excesos,  especialmente  á  los 
que  á  tal  extremo  de  avackissement  condujeron 
á  los  Coupeau.  Además,  la  mayor  parte  de 
ellos,  incapaces  de  saberse  manejar,  de  organi- 
zar su  existencia,  han  caído  en  una  vi^a  mise- 
rable. ¡Por  vida  de  Jeff  que  no  dirían  mas  que 
mister  Buchanan  Jackson  Stone-WaU,  Johnson, 
Beauregard  y  el  obispo  Polk! 

Lo  más  gracioso  es  que  en  esos  negros  locos 
ó  locos  negros  las  tendencias  homicidas  son  las 
más  comunes,  guardándose  bien  en  cambio  de 
echárselas  de  suicidas.  La  demencia,  la  lipema- 
nía, el  delirio  de  las  pensecuciones  y  el  delirio 
de  las  grandezas  son  las  formas  más  ordinarias 
que  presentan. 

Mr.  Buchanan  piensa  que,  con  el  tiempo,  po- 
drá instruirse  suficientemente  á  los  negros, — 
como  si  no  tuviésemos  bastante  trabajo  con  ci- 
vilizar á  los  blancos, — para  infiltrarles  las  ideas 
morales  de  que  carecen  ahora  casi  por  comple- 
to, poniéndoles  así  en  estado  de  escapar  á  las 
causas  de  locura  que  pesan  sobre  ellos. 

Por  desgracia,  sabemos  todos  lo  que  suelen 
sacar  los  negros  de  los  sermones. 


Dej'Miiu-i  yíi  á  los  di'.'i';i-ii'iM-iii.i'M  lir  (Jaiii  y 
echemos  una  ojeada  á  una  de  tantas  miserias 
como  afligen  á  la  raza  de  Jafet.  Trátase  de  una 
epidemia  que  se  ha  desarrollado  entre  los  ope- 


rarios encargados  do  escoger  los  trapos  t-iuploa- 
dos  en  una  filbrica  de  papel  de  Riga.  El  primer 
caso  ocurrió  el  "¿5  do  Abril  último  y  el  dia  28 
contábanse  ya  7  defunciones.  Los  síntomas  seña- 
lados son:  primeramente,  temblores,  calor  vivo, 
malestar  general;  luego,  pérdida  del  apetito, 
cefalalgia,  diarrea,  pulso  débil,  tos  con  e.xpec- 
toración  moderada.  Cuando  la  terminación  debía 
ser  fatal,  descenso  de  la  temperatura,  debilidad 
crecionte   del   pulso,   clnnosis  y  colapso.  En   la 


autopsia,  rápida  descomposición  de  los  tejidos, 
derrames  en  el  pericardio,  la  pleura,  el  medias- 
tino, hinchazón  do  los  ganglios  brónquicos  y  del 
bazo.  El  .señor  Ivrannhals  encontró  tres  especies 
diferentes  de  microbios  eu  la  sangre:  algunos 
so  parecían  á  los  que  Koch  ha  encontrado  en  el 
edema;  otros  estaban  dispuestos  en  hileras  y 
otros  parecían  cocci.  Donde  más  había  era  en  el 
jiarenquima  pulmonar,  los  bronquios  y  el  teji- 
do celular  del  mediastino.  Inyectado  el  líquido 


VISTA   DE  QUEBEC 
DESDE  LA  CIUDADELA  (CANADÁ) 


pleural  bajo  la  piel  de  un  perro  sobrevino  un 
edema  maligno  que  ocasionó  la  muerte  á  los 
tres  días.  El  cultivo  de  esos  productos  en  el 
agar-agar  demostró  su  identidad  con  los  micro- 
organismos del  edema  maligno, de  lo  cual  deduce 
M.  Krannhals  que  se  trataba  de  una  epidemia 
análoga  al  edema  maligno  ó  carbuncoso. 

Se  han  observado  casos  análogos  en  las  fila- 
turas  de  lana. 

Es  de  añadir  que  los  traperos  dedicados  al 
escogimiento  de  trapos  suelen  padecer  también 
de  una  enfermedad  especial  de  la  piel  de  las 
manos.  , 


Vamos  á  teniiinar  dando  la  voz  de  alerta  so- 
bre los  peligros  que  pueden  sobrevenir  de  la 
utilización  de  los  productos  obtenidos  con  la  le- 
che de  las  vacas  tuberculosas.  Resulta,  en  efecto, 
de  las  investigaciones  hecha  í  por  M.  V.  Galtier 
y  comunicadas  á  la  Academia  de  Ciencias  de 
París  en  la  sesión  del  16  de  Mayo  último,  que 
los  gérmenes  de  tuberculosis  que  contiene  la  le- 
che de  las  vacas  tísicas  son  de  temer  no  tan 
solamente  cuando  este  producto  se  utiliza  en  es- 
tado de  crudeza  y  sin  transformación  para  el 
consumo  del  hombre  y  alimentación  do  los  ani- 
males sino  también  cnando  se  emplea  en  la  fa- 
bricación de  los  productos  que  la  industria 
lechera  saca  de  ella  habitualmente.  Estos  gér- 
menes se  conservan  en  la  leche  tratada  por  el 
cuajo,  en  el  queso,  en  el  suero  y  pueden  hacer 


esos  productos  1 1 1 
peligrosos  como  la  \ 

leche  de  la  que  se 
les  ha  obtenido.  El 
hombre  puede,  muy  vcrosí 
milmente,  inocularse  gérme- 
nes de  tisis  tuberculosa  con- 
sumiendo leche  cruda  de  vaca 
tísica,  leche  cuajada,  queso  fresco,  queso  dese- 
cado ó  salado  ó  suero  preparados  con  la  leche 
do  las  bestias  tuberculosas.  Las  aves  de  corral 
y  los  animales  de  la  ospecio  porcuna,  para  cuya 
alimentación  se  utiliza  en  muchas  casas  do  cam- 
po el  suero  procedente  de  la  fabricación  de  los 
quesos,  pueden  infectarse  á  su  vez  cuando,  entre 
las  vacas  lecheras,  las  hay  que  están  afectadas 
do  tuberculosis,  y  no  es  irracional  achacar  á 
esta  causa  cierto  número  de  tuberculosis  do  la 
gallina  ó  del  cerdo.  En  consecuencia,  está  rigu- 
rosamente indicado,  no  solamente  apartar  del 
consumo  la  leche  cruda  do  las  vacas  tísicas  ó 
sospechosas,  conviene  reservarla  CKcIusivamen. 
te  para  la  alimentación  de  los  animales  después 
de  sometida  precisamente  á  la  ebullición. 

^  Alfredo  Opisso. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


37y 


EL  PAPÁ  TITÍ 


En  una  velada  que  se  celebró  en  el  [Círculo 
Posibilista,  conocí  ádon  Ignacio.  Me  habían  pro- 
porcionado billete  de  invitación  para  asistir  á 
aquella  solemnidad  Hrico-literario-cientíjica  y  la 
casualidad  hizo  que  me  sentase  á  su  lado.  Él, 
como  luego  supe,  tampoco  era  socio,  no  por  ex- 
cusar el  pago  de  la  cuota,  sino  por  el  profundo 
desdén  que,  aunque  republicano,  sentía  por  la 
evolución  pacifica;  se  decía  revolucionario  y... 
Pero  lugar  hay  para  repetir  sus  palabras. 

El  presidente  del  Círculo,  decano  de  la  facul- 
tad de  ciencias  de  la  ciudad  y  célebre  en  toda 
la  provincia  por  su  sabiduría,  pronunciaba  el 
discurso  con  que  empezó  la  fiesta.  No  recuerdo  el 
tema  elegido  por  el  calvo  profesor,  pero  sí  que 
de  cuestiones  astronómicas  é  interestelares  tra- 
taba éste  y  que  con  frecuencia,  harto  penosa 
para  el  pensamiento  de  los  circunstantes,  lan- 
zaba de  su  sapientísima  boca  cifras  enormes. 
Alternativa  y  paralelamente  á  .su  barba,  hacía 
girar  ambos  sus  dedos  índices  y  extendiendo 
luego  rápidamente  el  brazo  ó  describiendo  en  el 
aire  graciosos  arcos,  pretendía  hacer  compren- 
der la  formación  de  astros  nuevos,  las  fuerzas 
centrípeta  y  centrífuga,  los  movimientos  de  ro- 
tación, las  hipérboles  y  parábolas...  Si  solo  por 
el  sentido  de  la  vista  me  hubiese  enterado  del 
discurso,  creyera  que  el  señor  presidente  había 
hecho  buena  descripción  de  un  castillo  de  fuegos 
artificiales. 

Ya  dije  antes  que  don  Ignacio  estaba  á  mi 
lado  aquella  noche.  Pronto  comprendí  que  el 
tal  debía  de  tener  en  tan  poco  á  la  ciencia  as- 
tronómica como  al  posibilismo.  Después  de  ter- 
minar el  orador  el  exordio  de  su  discurso,  el 
cerebro  de  don  Ignacio  no  pudo  resistir  al  vacío, 
cerráronse  sus  ojos  ante  una  constelación  de 
nebulosas,  inclinó  la  cabeza  quizás  bajo  el  peso 
de  un  astro  trillones  de  veces  mayor  que  el 
nuestro  y  lanzóse,  por  fin,  á  los  abismos  del 
sueño,  tal  vez  en  busca  de  ese  infinito  lleno  de 
éter,  donde  de  él  hiciera  buena  provisión  porque 
ya  estaba  cansado  de  comprarle  frascos  á  una 
querida  suya  excesivamente  nerviosa.  Posible  es 
también  que  soñara  con  espectros,  pues  muchas 
veces  los  había  nombrado  el  profesor  en  el  cur- 
so de  su  discurso  aunque  refiriéndose  á  unos 
rnuy  distintos  de  los  únicos  de  que  tenía  noti- 
cias don  Ignacio.  Éste  no  despertó  hasta  que 
despertar  le  hizo  un  estrepitoso  palmoteo  con  el 
que  gentes  que  no  comprendieron  al  orador  ó  á 
quienes  el  orador  había  aburrido,  premiaban  el 
discurso,  no  sé  si  por  bueno  ó  porque  había  ter- 
minado. Don  Ignacio  aunque  no  por  estos  mo- 
tivos aplaudió  más  fuerte  que  loe  demás  y  vol- 
viéndose á  mí,  me  dijo  con  convicción: — ¡Muy 
bien! — Luego  me  habló  del  éter  y  de  su  que- 
rida. 

Como  no  me  he  propuesto  describir  la  velada 
aquella  -en  la  que  la  ciencia,  la  poesía  y  la  mú- 
sica, hicieron  que  las  horas  se  deslizasen  rápi- 
das para  los  socios  del  Círculo  y  las  personas 
invitadas  ' — así  lo  escribió  al  siguiente  día  un 
redactor  del  Eco  Posibilista,— como  no  ha  sido 
esa  mi  intención,  repito,  con  lo  dicho  basta  para 
que  se  sepa  en  qué  circunstancias  trabé  conoci- 
miento con  el  2)opd  Titi.  Ya  se  verá  cómo  y 
por  qué  pusieron  á  don  Ignacio  mote  tan  extra- 
vagante. 

Pasaron  días  y  llegó  uno  en  que  mudé  de  casa 
de  huéspedes.  Grande  fué  mi  asombro  cuando  á 
la  hora  del  almuerzo  vi  en  la-  mesa,  frente  á  mí, 
á  (Ion  Ignacio  que  hablaba  mucho  y  engullía 
más,  cual  si  necesitase  desalojar  de  palabras  su 
liviano  cnerpecillo  para  dar  cabida  á  la  gran 
cantidad  de  alimento  que  como  por  arte  de  ma- 
gia desaparecía  entre  sus  tan  delgados  labios 
que  hubiese  creído  de  goma  á  juzgar  por  la  fa- 
lilidad  con  que  .se  estiraban  en  aquel  solemne 
acto. 

Era  don  Ignacio  do  baja  estatura  y  pocas 
carnes;  sus  párpados  arrugados,  al  abrirse  con 
flojedad  como  viejo  estuche   de  antigua  joya, 


dejaban  ver  unos  ojos  azules,  grandes  por  lo 
redondos  y  donde  parecía  estar  siempre  marca- 
do el  espanto;  hundíasele  la  carne  de  las  meji- 
llas, se  le  plegaba  en  arrugas  la  de  la  frente  y 
tenía  roja  (rojo  variable)  la  piel  que  cubría  la 
de  los  pómulos  y  nariz;  ésta  era  corva  y  con  su 


UN  VALLADO 

punta  parecía  sujetar  al  labio  un  bigote  blanco 
y  de  larguísimas  guías  que  el  buen  hombre  cui- 
daba de  llevar  muy  tiesas  y  engomadas;  en  el 
cuello,  á  siniestro  lado,  se  le  alcanzaba  á  ver 
una  mancha  ovalada  de  color  oscuro  que  siem- 
pre atribuyó  don  Ignacio  á  cierto  capricho  que, 
por  un  melón,  tuvo  su  madre  estando  de  él  (de 
don  Ignacio)  preñada. 

Comunmente  llevaba  el  papá  Titi  traje  claro 
de  americana,  camisa  de  color  con  cuello  vuelto. 


corbata  roja  y  en  su  centro  un  espolón  de  gallo 
por  alfiler,  dos  pequeñas  fichas  de  dominó  á 
guisa  de  gemelos,  en  los  puños  de  la  camisa, 
reloj  de  plata  y  cadena  de  nikel  y  dublé  con 
una  brujulita  por  dije. 

Era  estrafalario  el  tal  hombre  'por  esencia, 
presencia  y  potencia;  es- 
trafalario en  su  manera 
de  hacer,  hablar  y  men- 
tir. Le  preguntaban  por 
ejemplo: 

— -¿Cómo  estamos, 
don  Ignacio? 

— Gabizmundo  y  tne- 
ditabajo,  —  respondía  él: 
cabizbajo  y  meditabun- 
do hubiera  dicho  cual- 
quiera,— porque,  queri- 
do,—  continuaba,  —  co- 
mo nó  recibo  el  dinero 
que  me  han  demandar... 
¡Oh!  El  dinero  es  la  me- 
dida universal  que  abar- 
ca todas  las  distancias.  Y 
no  crea  usted  que  me 
faltan  ahora  diez  duros 
para  un  amigo  como 
usted  pongo  por  casa, 
digo,  por  caso;  nunca  me 
han  faltado  para  sacar  á 
cuahiquiera  de  un  apu- 
ro, por  eso  tengo  en  Car- 
tagena quinientos  hom- 
bres que  se  tirarán  á 
la  calle  á  un  grito  mío 
y...  no  se  tardará  mu- 
cho; pero  yo  no  adelanto 
nunca  los  acontecimien- 
tos. Ahora  estoy  aquí 
porque  no  me  conviene 
que  me  vean  por  Car- 
tagena; mi  esposa  está 
encargada  de  todos  mis 
asuntos  mineros  y  revo- 
lucionarios. 

—¿Pero,  es  usted  ca- 
sado?—decían. 

— Sí,  señor, — replica- 
ba don  Ignacio, — y  con 
dos  hijos,  es  decir,  ca- 
sado con  dos  hijos,  no; 
casado  con  mi  mujer  y 
padre  de  un  churumbel  y 
de  una  chavalilla  á  quie- 
nes doy  una  educación 
superior;  les  he  puesto 
un  maestro  de  baile  que 
les  enseña  por  filadelfia 
y  por  lo  flamenco;  saben 
hablar  la  guitarra  y  el 
piano  y  tocar  en  francés 
y  en  caló,  digo  no,  al  re- 
vés; en  fin,  que  hacen  á 
pluma  y  á  pelo  unos  ver- 
daderos hemalfloditas 
(hermafroditas).  No  ex- 
trañe usted  que  á  pesar 
de  mi  paterfamiliaridá, 
me  extramure,  digo,  me 
extramilite  un  poco,  por- 
que como  no  tengo  cerca 
á  mi  chuleta  (costilla)  y 
los  impulsos  cardinales 
(carnales)  no  se  pueden 
contener...  ¿Usted  no 
conoce  aquellos  versos 
de  Espronceda  sobre  la 
mujer  que  dicen  asi: 

«¿Cuando  será  que  de  la  loca  metite... 
» 

Continuaba  el  ridículo  don  Ignacio  ensartan- 
do disparatadas  mentiras  y  atribuyendo  á  Es- 
pronceda cosas  que  jamás  pasaron  por  las 
mientes  del  insigne  vate.  Pero,  ¡cualquiera  con- 
vencía á  don  Ignacio  de  que  aquellas  indecen- 
cias no  eran  de  Espronceda!  Él  lo  había  leído 
en  un  librejo  que  se  vendía  de  ocultis  y  cosa 


■j 

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"^^r^^íY  t 

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IBibv 

m^v^ 

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'íÉm 

R^ 

PALABRAS   DEL  CORAZÓN   (Onsarn  il«  L   Miyei  i 


382 


LA   ILUSTRACIÓN   IBÉRICA 


qae  en  letras  estti\'iese  podría  ser  clandestina 
pero  no  dejaba  por  ello  de  ser  infalible  pai-a 
don  Ignacio;  tan  infalible  como  el  Evangelio 
que  8Í  nunca  fuera'  impreso,  quizás  no  habría 
sido  tenido  en  mucho  por  él.  A  tanto  llegaba 
su  tontería  que  lo  que  manuscrito  crej'era  bala- 
di  V  desabrido,  visto  por  él  en  las  borrosas  co- 
lumnas de  un  periódico  considerábalo  cosa  de 
gran  belleza,  sustancia  y  entretenimiento.  j 

¿De  qué  vi\'ia  don  Ignacio?  Xunca  lo  supe. 
¿Qué  edad  tenia?  En  su  extravagante  rostro  ei-a 
imposible  adivinarla.  No  debía  de  ser  muy  jo- 
ven y  solo  con  jóvenes  se  asociaba,  especial- 
mente con  sus  compañeros  de  casa,  estudiantes 
casi  todos  y  gente  anti-universitaria  y  maleante. 
Tres  de  ellos  y  don  Ignacio  eran  alabarderos  del 
teatro  Latorre:  él  tenia  más  inlluencia  con  el 
jefe  de  la  ruidosa  corporación  que  sus  compa- 
ñeros va  encallecidos  en  la  profesión  por  la 
larga  práctica  de  tres  temporadas;  en  el  teatro, 
todos  los  tramoyistas,  aposentadores,  partiqui- 
nos y  masas  corales  lo  conocían  y  trataban; 
creo  que  tenia  relaciones,  no  sé  de  qué  especie, 
con  la  criada  de  la  Masas,  célebre  tiple,  sin  ri- 
val para  lucir  las  pantorrillas  y  cantar  conto- 
neándose en  las  picarescas  operetas  de  Supe, 
Lecoq,  Autran,  et  sir  de  cmterifi.  También  por 
aquella  época  varios  jóvenes  tan  incautos  como 
pervertidos  alquilaron  uno  de  los  peores  pisos 
que  pudieron  hallar  en  las  malas  casas  de  uua  de 
las  peores  calles  de  la  ciudad  y  establecieron 
en  él  un  casino  anónimo,  si  casino  puede  lla- 
marse á  tres  snciiis,  pequeñas  y  casi  inhabita- 
bles habitaciones  mal  amuebladas,  en  las  que 
se  jugaba  un  poco  al  tresillo,  bastante  al  golfo, 
demasiado  al  monte,  y  donde,  con  frecuencia, 
se  oia  el  ruido  de  las  fichas  de  dominó  al  arras- 
trarse éstas  sobre  el  mármol  de  una  mesa,  mo- 
vidas diestramente  por  manos  que  parecían 
querer  rascar  con  ellas  la  grasicnta  roña  de 
que  la  piedra  solía  hacer  ostentación,  y  en  aquel 
antro  donde  se  templaban  al  vicio  los  corazones 
estudiantiles,  en  aquella  guardilla  agrietada  y 
con  goteras,  homo  en  verano,  nevera  en  invier- 
no y  siempre  llena  de  humo  apestante,  allí  iba 
don  Ignacio  con  frecuencia,  siendo  considerado 
como  uno  de  tantos  por  los  á  veces  insociables 
socios  de  aquel  recreativo  lugar;  pero  él  era  allí 
la  nota  disonante:  las  únicas  canas  que  allí  ha- 
bía eran  las  de  su  cabeza...  y  sus  bigotes;  habi- 
lísimo jugador,  manejaba  tan  galanamente  los 
naipes  como  las  fichas  de  dominó  y  las  figuras 
del  ajedrez;  tan  diestramente  atacaba  como  de- 
fendía en  el  juego  llamado  del  asalto,  y  nadie 
igualaba  su  mañosa  ligereza  en  mezclar  y  dis- 
tribuir las  cartas. 

A  hora  avanzada  de  la  mañana  se  levantaba 
del  lecho  don  Ignacio  si  después  del  alba  no  se 
había  acostado;  pasaba  la  tarde  en  el  Circulo 
montaraz,  nombre  con  el  que  el  papá.  Tul  bau- 
tizó á  la  guardilla  antedicha;  después  de  comer 
iba  al  teatro  en  cumplimiento  de  su  obligación 
y  en  busca  de  la  doméstica  de  la  Masas;  rarísima 
era  la  calificación  que  á  sus  compañeros  en  alá- 
banla y  á  él  propio  dio:  decía  que  ellos  eran  «el 
mejor  zaguavete  de  palmípedos  que  tenía  la  so- 
ciedad de  ciánicos  españolfs.»  Cuando  tantas 
horas  de  la  noche  habían  pasado  que  hasta  el 
Círculo  montaraz  cerraba  su  desvencijada  puerta 
cual  tuerto  que  cubriendo  con  su  párpado  el 
lagaño.so  ojo  se  dispone  á  dormir  la  borrachera, 
cuando  no  quedaba  ni  el  recurso  de  ir  á  comer 
rosquillas  al  homo  que  hasta  más  tarde  perma- 
necía abierto,  el  de  la  plaza  de  Miraluna,  en- 
tonces, don  Ignacio  solía  acompañar  á  los  más 
calaveras  de  sus  co-pupilos  á  cierta  casa  donde 
en  holocausto  á  Venus  y  provecho  de  sus  más 
descocadas  sacerdotisas  frecuentemente  sacrifi- 
caban los  imbéciles  jóvenes  su  salud  y  su  dine- 
ro; pocas  veces  para  tal  culto  dejaba  don  Ignacio 
su  óbolo;  con  cínica  seriedad  se  decía  padre  de 
aquellos  chicos  «á  quienes  guiaba  por  la  senda 
de  la  virtud;-  y  no  por  otra  cosa  ideó  una  de  las 
mujeres,  demostrando  no  poco  ingenio,  llamar- 
le el  papá  Tin,  nombre  que  al  parecer  gustaba 
mucho  á  sus  adoptivos  hijos.  t¿ue  don  Ignacio 
había  caído  en  gracia  á  at^uellos  ángeles  caídos, 
era  cosa  sabida  y  tampoco  ignoro  que  cuando 


el  chistoso  carcamal  salía  del  burdel,  sacaba 
algo  de  colorete  en  las  arrugas  de  su  rostro  y 
un  insoportable  perfume  producto  de  extraña 
mezcla  de  afeites  mujeriles,  cuando  no,  un  ma- 
reante olor  de  licores,  vino,  boquerones  y  queso. 
El  papá  Titi,  era,  según  confesión  propia,  zo- 
rrillista  en  política,  ateo  en  religión,  frascue- 
lista  en  tauromaquia,  partidario  del  amor  libre 
y  de  las  novelas  por  entregas,  especialmente  de 
aquellas  en  que  se  celebran  las  criminales  faza- 
ñas  y  glorioso  agarrotamiento  de  un  bandolero; 
muy  serio  decía  que  el  arte  político  de  don  Ma- 
nuel era  el  mejor  y  que  en  la  arena  de  la  polí- 
tica á  nadie  tocaba  (don  Ignacio,  no  don  Ma- 
nuel) las  palmas  más  que  al  ilustre  proscrito;  en 
cambio,  creía  que  ninguno  representaba  mejor 
que  Frascuelo  el  verdadero  credo  taurómaco  y 
que  jamás  comulgaría  con  los  lagartijistas  que  tan 
sin  razón  gustaban  de  los  poco  meritorios  tropos 
de  la  escuela  sevillana. 

Aunque  don  Ignacio  no  creía  en  Dios,  creía 
en  San  Roque,  no  sé  si  por  el  perro;  en  su  pue- 
blo había  sido  varios  años  clavario  del  Santo  el 
papá  Titi  y  jamás  paisano  suyo  había  hecho 
ostentar  al  can  mejor  ni  más  grande  rosca  con 
peladillas,  en  la  procesión  del  día  de  Gorpus- 
Christi;  tenía  don  Ignacio  un  gozquecillo  al  que 
enseñó  muchas  habilidades,  entre  otras,  la  de 
hacer  el  ejercicio  con  un  bastón  cuyo  puño  fi- 
guraba la  fiera  cabeza  de  un  mastín;  sabía  el 
devoto  de  San  Roque  imitar  á  la  perfección  el 
ladrido  y  pintar  con  dos  líneas  un  perro  en- 
trando en  la  iglesia:  trazaba,  para  ello,  una  recta 
vertical  que  podía  tomarse  por  la  puerta  del 
templo  alambicando  mucho  las  leyes  de  la  pers- 
pectiva y  remataba  la  obra  con  una  curva  dibu- 
jada junto  al  extremo  inferior  de  la  vertical, 
curva  que  representaba  al  rabo,  única  parte  de 
la  integridad  perruna  que  permanecía  fuera;  se 
preciaba  el  ¿jajJíí  Titi  de  cazador  y  precióse 
siempre  de  tener  los  mejores  galgos,  podencos 
y  pachones  de  la  península,  aunque  yo  creo,  que 
esto  último,  como  sus  convicciones  políticas  y  su 
ateísmo,  eran  parte  de  las  muchas  mentiras  que 
su  lengua  tenía  el  hábito  de  articular;  otra  cosa 
le  quedaba  en  el  pensamiento,  si  formalmente 
su  pensamiento  se  ocupaba  en  elaborar  tales 
ideas. 

Don  Ignacio,  como  se  ha  visto,  no  carecía  de 
gracia  y  habilidades;  además  de  las  consignadas 
merecen  mención  especial  las  siguientes:  hacer 
más  de  veinte  clases  de  solitarios  con  los  naipes, 
arrojar  al  aire  la  manzanilla  contenida  en  una 
caña  y  recogerla  después  en  el  receptáculo  sin 
perder  ni  una  gota,  construir  pipas  de  sar- 
miento para  pitillos,  puntear  gentilmente  las 
cuerdas  de  la  guitarra,  cortar  las  plumas  á  un 
gallo  inglés  como  es  uso  que  se  corten  para  las 
peleas  y  hacer  pasar  á  un  gallo  viejo  por  joven 
pollo,  sin  más  que  rasparle  mucho  y  varias  ve- 
ces los  espolones  endureciéndolos  luego  con  una 
mezcla  de  pólvora  y  ajo  sabiamente  combinada. 
Gustaba  yo  del  trato  de  don  Ignacio  y  ser- 
víame de  agradable  solaz  su  extravagante  con- 
versación. Cuatro  meses  habitamos  él  y  yo  en  la 
misma  casa  y  cuando  esperaba  completar  el  di- 
fícil estudio  psicológico  que  de  mi  compañero 
empecé  á  hacer  aprovechando  el  espejo  de  sus 
actos  para  descubrir  el  hondo  perfil  de  su  espíri- 
tu, perfil  borroso  sin  duda,  me  quedé,  de  la  no- 
che á  la  mañana,  sin  el  objeto  de  mis  investi- 
gaciones y  divertimiento.  Tan  cierto  es  que 
desapareció  de  la  noche  á  la  mañana,  que  en 
una  del  mes  de  Mayo  me  dijo  la  patrona,  al  en- 
trarme el  chocolate,  que  en  el  tren  mixto  de  la 
madrugada  había  salido  don  Ignacio  para  Car- 
tagena. «¡Ingrato! — pensé.— ¡Marcharse sin  des- 
pedirse siquiera!...» 

Aquí  acabaría  este  artículo  si  un  nuevo  de- 
talle, concerniente  al  papá  Titi,  que  averigüé  á 
los  pocos  días  de  su  marcha  y  que  me  causó  in- 
dignación y  extiañeza,  no  reclamase  de  mi  al- 
gunas líneas.  Y  era,  aunque  te  cause,  lector, 
enojo  y  pesadumbre,  causa  de  la  rápida  desapa- 
rición (llamémosle  fuga)  de  don  Ignacio,  una 
importante  letra  de  cambio  falsa  que  felizmente 
negoció  el  papá  Titi.  Al  relatar  los  periódicos 
el  timo,  decían  que  lo  había  efectuado  un  sujeto 


llamado  don  Ignacio  Vergalacarrearuí  y  Rica- 
coeehea,  natural  de,  no  recuerdo  qué  pueblo,  de 
la  provincia  de  Guipúzcoa.  ¡Vizcaíno!  ¿Quién  lo 
había  de  pensar? 

N.  DE  Leyva  y  Vizcarro. 

« 


DILEMA 

¡Qué  momento  sublime! 
Cuando  en  tranquilas  ventm-osas  horas, 
con  la  cabeza  en  el  materno  seno, 
de  mil  delicias  lleno, 
mi  amante  madre  preguntóme: — ¿Lloras? 
y,  con  el  alma  de  pasión  henchida, 
pareció  contestarle  mi  mirada: 
— ¡Oh,  no  te  apenes,  no,  madre  querida! 
— ¿Qué  tienes?— ¡nada,  nada! 
¡las  lágrimas  primeras  de  la  vida! 

Y,  sufriendo  también  en  mi  tristeza, 
dejando  que  mi  pecho  se  taladre 
del  colmo  del  dolor  por  la  crudeza, 
no  encuentra  hoy  ese  apoyo  mi  cabeza 
¡ay!  que  me  falta  el  seno  de  mi  madre. 
Mi  cerebro  se  agita, 
gime  mi  pecho,  el  corazón  palpita; 
soy  mártir  de  un  dilema  inextinguible, 
porque  amar  sin  vivir  es  un  absurdo 
¡y  viuir  sin  amar,  \m  imposible! 

Ricardo  J.  Catarineu. 


¡CIEGO! 

¿Por  qué  humedece  mi  pupila  el  llanto? 
¿por  qué  mi  ardiente  corazón  suspira? 
— Es  ¡ay!  que  el  alma  ya  apagarse  mira 
la  luz  de  mi  pupila,  con  espanto 

Sólo  una  vez  entre  martirio  tanto 
dulce  consuelo  bienhechor  me  inspira, 
y  es  la  que  grita,  si  mi  aliento  espira, 
dentro  del  pecho,  con  aliento  santo: 

«El  estudio  ha  iniciado  la  ceguera 
en  tus  jóvenes  ojos,  mas  no  el  vicio; 
si  en  sombras  la  pupila  se  sumiera; 

La  Ciencia  vino  á  iluminar  tu  juicio, 
y  su  luz  es  más  pura  y  verdadera 
que  aquella  que  le  diste  en  sacrificio!» 

Francisco  Tomas  y  Estruch. 


NUESTROS  GRABADOS 


OBBIS   DE    CICILIO    YAK   HiAdlN 

Et  primer  remojón.— Retrato  del  autor.— Una  pelotera 
La  aguadora.— El  zapatero  de  portal 

M.  Cecilio  Van  Haaneu,  desoendlente  de  una  familia  ho- 
landesa, nació  en  Vlena  en  1844  y  comenzó  por  ser  discípulo 
de  8u  hermano,  In.spirado  paisajista.  Estudió  después  en  la 
Academia  de  la  capital  austríaca,  pasó  seis  años  en  Amberes 
al  lado  de  Van  Lerlus  y  de  Verlat,  vivió  luego  en  Londres, 
dibujando  para  las  principales  Ilustracioiua  y,  por  fln,  en  el 
año  1873  hizo  su  primer  viaje  á  Venecla,  donde  Passint  ejer- 
ció sobre  él  poderosísima  influencia. 

Puede  decirse  que  bajo  la  inspiración  de  tan  insigne  artis- 
ta remozó  completamente  Van  Haanen  los  asuntos  de  aque- 
lla ciudad  incomparable,  prestándoles  una  originalidad  que 
forma  el  principal  encanto  de  sus  obras  y  librándoles  en  con- 
secuencia de  la  monotonía  de  que  adolecían  desde  larguísi- 
mos años. 

Por  supuesto  que  la  batta  plebe  de  Venecla  ha  perdido  su 
carácter  peculiar,  pero  con  todo  Van  Haanen  ha  logrado  dis- 
tinguir todavía  los  matices  casi  ya  borrados  y  presentar  cada 
tipo  en  particular,  con  vida  propia. 

En  suma  es  Van  Haanen  un  pintor  personallsimo  ocupan- 
do uno  de  los  primeros  puestos  entre  los  mejores  artistas  ex- 
tranjeros contemporáneos.  De  algunas  do  sus  obras  pueden 
formar  concepto  nuestros  favorecedores  en  vista  de  los  gra- 
bados que  acompañan  el  presente  número. 

BAECILONA:   FUSTA    UAEITIUA 
CELEBRADA    POS  Et    «OLOB   DE   REGATAS'    EL  29  DE   MATO 

Dibujo  de  Atarla 

Animadísimo  estaba  nuestro  puerto  la  tarde  del  día  de 
Pascua  de  Pentecostés  con  motivo  de  la  fiesta  que  dio  el  Club 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


883 


de  Regatas,  riéndose  el  antepuerto,  donde  se  verificaron, 
cuajado  de  lanchas,  botes,  vaporcUos  y  el  vapor  Unión,  todos 
llenos  de  gente.  En  la  parte  del  muelle  de  Barcelona  donde 
se  halla  el  Club  de  Regatas  habla  un  sitio  reservado  paralas 
autoridades  y  personas  que  iban  provistas  de  tarjeta.  El  pun- 
to de  partida  de  lus  regatas  se  fijó  entre  el  cañonero  Pilar  y 
el  Clnb.  En  la  galería  de  este  se  hallaba  el  jurado. 

La  salida  délas  embarcaciones  se  anunciaba  por  medio  de 
un  cañonazo.  Siete  fueron  las  regatas.  En  la  primera,  de  em- 
barcaciones á  la  vela,  tomaron  parte  once,  alcanzando  el  pre- 
mio de  la  Reina  D.*  Cristina  la  embarcación  Pepíío, aunque 
no  llegó  la  primera;  pero  se  le  concedió  dicho  premio  por  la 
compensación  del  tiempo  de  1'  7".  El  segundo  premio,  con- 
sistente en  un  reloj  artístico,  lo  alcanzó  Catalina,  y  el  tercero, 
ó  sea  un  magnifico  termómetro  artístico,  Qravina,  que  hu- 
biera ganado  el  segimdo  si  no  hubiese  virado  mal.  Recorrie- 
ron á  la  vela  10  kilómetros  en  menos  de  dos  horas. 

En  la  segunda  regata  tomaron  parte  tres  canoas  de  doce 
remos,  alcanzando  el  premio  de  la  Diputación  provincial  y 
trece  medallas  de  plata  la  canoa  Leonor,  y  el  segundo  del 
Club  de  Regatas  y  trece  objetos  artísticos,  la  canoa  Oravina. 

Aunque  para  la  tercera  regata  no  estaban  inscritos  en  el 
programa  más  que  tres  vaporcitos  remolcadores,  fueron,  sin 
embargo,  cuatro  los  que  regatearon,  alcanzando  el  primer 
premio  de  200  pesetas,  de  la  Asociación  de  Navieros  y  Con- 
signatarios, el  vaporclto  Antonieta,  y  el  segundo,  de  100  pe- 
setas, de  la  misma  Asociación,  el  Pepita.  Obtuvo  el  núm  3  el 
vapOT  Enriqueta.  A  la  llegada  délos  vapores  un  esquife  se 
volcó,  siendo  salvados  al  instante  los  tripulantes  y  auxiliados 
en  el  Club  de  Regatas.  IjOs  vapores  recorrieron  un  trayecto 
de  8.000  metros. 

En  la  cuarta  regata  de  canoas  de  recreo  no  tomaron  parte 
más  qtie  dos,  recorriendo  sólo  los  1.500  metros  del  trsyecto 
señalado  la  Maltaiee,  de  A .  V.  B  ,  pues  la  canoa  Aragón,  al 
poco  rato  de  haber  partido,  chocó  con  una  de  las  muchas 
embarcaciones  particulares  que  obstruían  el  paso,  y  se  le 
rompió  una  pala:  asi  es  que  el  premio  lo  obtuvo  la  MoUaise. 

Aunque  para  la  quinta  regata  se  inscribieron  seis  perissoi- 
re»,  no  regatearon  más  que  cinco  y  obtuvo  el  premio  del  mi- 
nisterio de  Marina  el  periieoire  de  D.  M.  J.  J.;  el  segundo, 
consistente  en  un  perissoire  de  regata,  el  Veremos,  del  Club 
de  Regatas,  y  el  tercero,  una  medalla  de  plata  dorada,  el 
Chulo,  de  D.  P.  Pagés. 

En  la  sexta  regata  áeíkiffi)  de  un  remo,  alcanzó  el  premio 
del  Ayuntamiento  el  esquife  Mosquito,  del  Club  de  Regatas, 
que  luchaba  con  el  esquife  Hosca. 

Sólo  dos  embarcaciones  tomaron  parte  en  la  séptima  re- 
gata, que  terminó  á  las  siete  y  cuarto.  Alcanzó  el  premio  de 
tres  objetos  artísticos  el  yole-gig  de  dos  bayonas,  Relámpago, 
del  Club  de  Regatas,  que  regateó  con  el  Rayo. 

El  tiempo  estuvo  muy  agradable  y  á  propósito  para  las  re- 
gatas, pues  el  viento  que  reinó  al  comenzar  y  que  fué  favo- 
rable para  la  regata  á  la  vela,  cesó  á  media  tarde. 

IXPOBICIÓN   NICIOMAL   DE    BI!I.L.>8   1HTI8   DE   1887 

LA  PiZ  i  FAi.os,  cua.dro  de  D.  A.  Amorós 
í  LOS  PIÉ3  DEL  SALVADOR,  cicodro  de  D.  Vicente  Cvianda 

Hé  aquí  en  qué  términos  se  expresa  respecto  á  esos  dos 
lienzos  el  autorizado  critico  Sr  D.  H.  Giner  de  los  Ríos: 

«...diremos  del  cuadro  del  señor  Amorós,  ia  paz  d  pa- 
to* (39),  que  ha  superado  la  intención  con  que  está  hecha  la 
riña  délos  chicos  en  el  corral,  en  medio  de  tanto  público  de 
mujeres,  á  la  realización  del  pensamiento.  Esto  no  obsta  para 
que  aplaiidamos  algunas  de  sus  bellezas.- 

Y  refiriéndose  al  otro: 

•  El  Sr.  D.  Vicente  Cutnnda  presenta  el  episodio  de  una 
matanza  de  jndioa  en  la  Edad  media,  bajo  el  titulo  de  A  loa 
pies  del  Salvador  (M6).  Un  grupo  de  perseguidores  al  pié  de 
un  Cristo  se  entrega  A  los  más  brutales  actos,  tales  como  el 
de  clavar  la  cabeza  de  un  judio  en  la  esquina  en  que  aparece 
la  imugen  del  Redentor.  No  falta  sinceridad  al  artista  para  la 
expresión  de  su  sentimiento,  y  la  tendencia  que  revela  en  su 
estilo,  es  plausible.  Pero  son  tales  los  desdibujos  y  tamañas 
las  exageraciones  en  el  toque  y  en  el  color,  que  el  cuadro  re- 
sulta como  obra  de  principiante.  Segiiros  estamos  de  que  en 
brevísimo  plazo,  por  el  camino  emprendido,  llegará  el  discí- 
pulo de  la  Escuela  Nacional  de  Pintura  i  la  suspirada  meta.» 

VISTA    DE    QDEBEC    DKaDB    LA    CIlIDiDKLA    (CANADÁ) 

Algunas  veces  hemos  hablado  ya  de  la  celebrada  capital 
canadiense;  el  grabado  de  hoy,  sumamente  recomendable 
por  su  inmejorable  ejecución,  nos  ofrece  la  vista  de  la  ciudad 
tomada  desde  la  cindadela,  fortaleza  que  además  de  servir 
para  la  defensa  reúne  al  mismo  tiempo  la  cualidad  de  paseo. 

DN    VALLADO 

Tenemos  ahí  un  buen  estudio  de  árboles,  trabajo  verda- 
deramente magistral  que  denota  en  su  autor  la  más  alta 
competencia  en  semejante  clase  de  asuntos. 

ESCAPATORIA 

No  puede  ser  más  graciosa,— aun  á  riesgo  de  salir  alguien 
hecho  gigote,— la  escena  representando  á  un  tigre  que  toma 
las  de  Villadiego,  no  sin  enérgica  protesta  por  parte  de  un  co- 
lega, un  leopardo  y  un  león,  escandalizados  de  la  ingratitud 
del  carnicero  para  con  su  domador  y  empresario.  Y  el  caso  no 
es  tan  raro  como  podría  suponerse  á  primera  vista,  testigo 


sino  una  buena  señora  que  hace  algunos  años  se  encontró 
con  un  tigre  al  lado  en  mitad  de  la  calle  de  Alcalá.  La  fiera 
se  habla  escabullido  bonitamente  de  la  jaula  de  fcu  minagirie 
aprovechando  aquella  oportunidad  para  echar  un  vistazo  por 
la  coronada  villa  y  corte.  ¿Y  quién  no  recuerda  también 
la  efcapatoria  del  inolvidable  Pizarrilo,  devastador  de  las 
cbamartinianas  tahonas?  Basta  los  onimales  ornan  la  libirlad, 
como  diría  un  filósofo  cartesiano,  aunque  me  parece  que  ya 
lo  ha  dicho  alguien. 

LOS   CENTIMELAS 

Mientras  la  tropa  flamenca,  ó  sea  de  los  flamencos,  está 
descansando  en  la  floresta,  vigilan  metidos  de  pies  en  el  la- 
go los  centinelas  de  avanzada,  alentosa  cualquiera  novedad. 
La  luna  proyecta  sus  rayos  á  través  de  las  graciosas  copas  de 
las  palmeras  y  de  los  cactus  colosales  y  el  plumaje  blanco  y 
rosado  délos  flamencos  brilla  con  plateados  rtflejos  en  la  cla- 
ridad nocturna. 

PALABRAS     DEL     CORAZÓN 

Cuadro  de  L.  Meyer 

Es  una  escena  hondamente  sentida;  adivinase  que  la  cosa 
es  grave  y  que  se  trata  de  algo  mas  que  de  pmiUas.  Puédese 
hacer  un  cuadro  bien  elocuente  con  dos  figuras  que  no 
hablan. 

EL  PUENTE  DEL  DIABLO  BN  LA  CARRETERA  DE  SAN  GOTARDO 

Entro  los  diversos  pasos,  — todos  los  dificilísimos, —  por 
donde  puede  penetrarse  en  Italia  á  través  de  los  Alpes,  es 
uno  de  los  más  pintorescos  el  de  San  Gotardo. 

Suponiendo  que  se  venga  de  Lucerna,  la  ascensión  empie- 
za en  el  pueblecillo  de  Altorf;  el  camino  toma  el  aspecto  de 
una  cueva  de  ciclopes  y  el  ruido  de  las  cascadas  va  creciendo 
de  cada  momento.  Después  de  mil  revueltas  distingüese  á 
una  altura  prodigiosa  un  puente  de  un  solo  arco  arrojado  so- 
bre el  abi«mo;  es  el  célebre  Puente  del  diablo  cuya  curva  atre- 
vida se  eleva  7.5  pies  para  dar  paso  al  torrente  del  Rcuss. 


-*- 


ROMA  VEDUTTA  FEDE  PERDUTTA 


i'on 
JACINTO   LABAILA 


(conclusión) 

VI 


FERNANDO    A    ENRIQUE 

París  24  Setiembre  1883. 

Mi  querido  Enrique:  Como  comprenderás  por 
el  punto  de  la  fecha  de  esta  carta,  estoy  en  el 
extranjero,  pero  todavía  recibí  la  tuya  en  Ma- 
drid, antes  de  venir  á  Francia. 

Dejé  á  Elisa  en  casa  de  su  madre,  que  recu- 
peró por  fin  la  salud,  y  vine  solo  á  esta  capital, 
desde  donde  te  escribo,  para  contestar  á  tú  úl- 
tima y  enterarte  del  motivo  de  ausentarme  de 
la  corte. 

Tan  visible  era  el  estado  de  aburrimiento  en 
que  me  sumió  la  tiranía  amorosa  de  Elisa,  que 
para  ella  no  pasaba  desapercibido  y  estaba  con- 
tinuamente derramando  lágrimas,  pero  ni  se 
corrige  ni  consiento  en  que  yo  salga  á  ninguna 
parte,  y  concibe  celos  insoportables  y  ridículos, 
martirizándome  con  una  sujeción  absoluta  que 
lio  me  impone  su  mandato,  pero  á  la  que  su 
llanto  me  obliga,  por  no  mover  un  San  Quintín, 
que  atendido  mi  carácter  era  igual  que  cortar 
este  nudo  gordiano,  que  desatar  no  puedo  ni 
creo  que  podré  jamás. 

Pues  bien;  para  vivir  algunos  días  con  tran- 
quilidad y  gozar  algún  tiempo  de  las  ventajas 
de  la  pasada  vida,  inventé  el  motivo  de  venir  á 
retirar  del  Banco  de  Francia  algunos  miles  de 
duros  que  tenía  depositados  en  él,  para  dedi- 
carlos en  Madrid  á  negocios,  con  la  idea  de  te- 
ner alguna  ocupación  y  algún  pretexto  para  po- 
der salir  de  casa  sin  ir  cosido  á  las  faldas  de 
mi  costilla;  ésta  so  opuso  al  principio,  como 
puedes  suponer,  pero  yo  me  cerré  á  la  banda  y 
la  dije  agriamente: — «Quiero  ir  á  París,  soy 
dueño  de  mi  capital,  haré  de  él  lo  que  me  con- 
venga y  esto  es  lo  que  me  conviene.» — Lloró, 
pero  consintió  al  fin,  porque  estaba  en  mi  de- 
recho y  tuvo  que  reconocénnelo,  consintió,  pero 
añadiendo  que  deseaba  acompañamic  en  el  viaje 
á  Francia.  Esta  fué  nuestra  segunda  cuestión; 


tampoco  cedi,  porque  me  iba  por  separarme  de 
ella  una  temporada.  Entonces  tuvo  un  ataque 
de  nervios,  jjero  yo  estaba  ya  decidido  á  todo, 
y,  á  pesar  del  ataque  y  á  pesar  de  su  llanto, 
más  copioso  que  de  costumbre,  la  dejé  en  casa 
de  su  madre  y  me  vine  aquí  solo,  libre,  feliz  é 
independiente. 

Me  convenció  tu  última  carta  de  que  fui  un 
falso  profeta.  Veo  con  asombro  que,  aunque  eres 
hombre  de  mundo,  has  retrocedido  á  tu  primera 
juventud  y  me  pai-eccs  \m  colegial  al  que  casan 
sus  padres,  recién  salido  del  colegio,  mancebo 
que  no  ha  enamorado  á  otra  mujer  y  que  se  en- 
candila y  se  deja  arrastrar  por  la  primera  que 
la  casualidad  arroja  en  sus  brazos  á  impulsos 
de  la  bendición  del  sacerdote.  ¡Pobre  Enrique! 
¡Rosalía  te  ha  hechizado!  No  sé  de  qué  bebedizo 
tan  poderoso  ha  podido  valerse  para  convertirte 
en  maniquí  suyo,  en  corneta  de  órdenes  de  sus 
deseos.  ¡Cuánto  más  leo  y  repaso  tu  epístola, 
mayor  es  mi  asombro!  ¡Eres  feliz  de  ese  modo 
y  no  envidias  nada  del  mundo!  A  no  decírmelo 
tú,  que  eres  tan  veraz,  lo  dudaría.  ¡Es  posible 
que  seas  dichoso  por  el  mismo  motivo  que  causa 
ini  desventura!... 

No  eres  ya  aquel  sprit-fort  que  tuvo  la  liabi- 
lidad  de  deshancar  á  un  ministro  que  obtuvo 
antes  los  favores  de  la  interesante  viuda  Filo- 
mena y  que  cuando  fué  tuya,  abriste  una  cica- 
triz indeleble  en  un  desafío  al  coronel  que  se 
insolentó  con  ella,  dándole  con  el  sable  contun- 
dente lección  de  moral.  No,  hoy  no  eres  aquel 
hombre,  eres  otro.  Te  cansaste  del  mundo  y 
como  un  hurón  te  encierras  en  tu  huronera.  Tú, 
que  pudiste  aquilatar  el  valor  del  corazón  del 
bello  sexo  eii  general,  te  consagras  en  cuerpo  y 
alma  á  una  sola  mujer,  y  no  solo  te  olvidas, 
sino  que  reniegas  del  teatro  de  tus  triunfos. 

¿Qué  mujer  es  Rosalía  que  realiza  ese  mila- 
gro? Según  tus  informes  debe  ser  de  la  misma 
índole  que  Elisa,  acaso  no  sea  tan  hermosa,  pero 
aunque  la  venza  en  belleza,  no  la  aventajará  en 
cariño.  Esto  es  lo  que  te  seduce  como  me  sedujo 
á  mí,  hasta  el  extremo  de  ir  con  ella  al  altar; 
pero  yo  estoy  ya  harto  del  exceso  de  pasión, 
que  digerí  en  la  primera  época  conyugal  y 
ahora  se  me  indigesta  todos  los  días;  mientras 
á  tí  te  sienta  perfectamente  alimento  tan  pesa- 
do y  saca  á  tu  rostro  los  colores  sonrosados  de 
la  salud;  no  hay  duda,  pues,  de  que  uno  de  los 
dos  vive  engañado;  si  el  engañado  eres  tú,  al 
monos  puedes  tener  la  satisfacción  de  que  el 
engaño  te  proporciona  la  felicidad;  pero  si  lo 
soy  yo,  además  de  tocar  el  violón,  sufro  la  in- 
mensa desventaja  de  ser  desventurado. 

Atribuyes  mi  desgracia  á  no  haber  nacido 
con  alma  tan  sensible  como  la  tuya  y  á  mi  ca- 
rácter impresionable,  ligero  é  impetuoso,  y 
hasta  sospechas  que  la  naturaleza  me  castiga 
condenándome  á  no  ser  padre  por  abandonar  á 
una  mujer  en  estado  interesante.  En  cuanto  á 
las  primeras  apreciaciones  debo  decirte  que  no 
es  culpa  mía  haber  nacido  con  las  cualidades  que 
á  la  suerte  plugo  concedei-me,  por  lo  tanto  no 
merezco  castigo;  y  en  cuanto  á  ia  jiisticin  ¡listri- 
butivn,  que  crees  encontrar  en  que  el  cielo  no 
me  otorgue  frutos  de  bendición,  te  contesto,  que 
si  concluí  mis  relaciones  con  Isidora  por  el  mo- 
tivo que  expones,  las  terminé  porque  no  estaba 
yo  seguro  de  ser  el  único  correspondido  por 
ella,  no  por  ser  hombre  sin  entrañas  como  acer- 
bamente me  calificas. 

A  propósito  de  Isidora.  Ayer  me  la  encontré 
en  uno  de  los  boulevareb  de  París  convertida  en 
una  rocotle  de  primera  fuerza.  Vestía  elegante 
traje  de  seda  y  sombrero  no  menos  elegante  y 
la  acompañaba  un  criado  con  librea.  Me  llamó, 
no  solo  para  enterarme  del  lujo  que  podía  gas- 
tar, sino  también  por  saber  algo  de  mí,  á  quien 
no  había  vuelto  á  ver  desde  seis  años  atrás,  sor- 
prendida y  gozosa  de  encontrarme  en  la  capital 
de  Francia,  donde  ella  vive.  Estaba  hermosísi- 
ma y  perfumaba  el  ambiente  con  las  esencias 
que  se  escapaban  do  su  coquetísima  toilette. 
Poseía  coches  y  el  tren  de  una  duquesa.  Un 
banquero,  á  la  sazón  ausente  por  cierto  negocio 
importante,  era  el  pagano.  Me  invitó  á  comer 
con  ella  en  su  suntuoso  hotel:  cediendo  á  su  in- 


384 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


yitación  y  en  su  compañía,  llegué  á  su  inorada 
y  me  senté  á  su  mesa.  Entonces  supe  que  el  sen- 
timiento lie  nuestra  ruptura  fué  tan  vivo  en  ella 
que  malogró  el  frtito  de  su  vientre;  así  te  lo 
digo  para  repetirte  las  frases  con  que  Isidora 
me  anunció  aquel  acontecimiento. 

Me  encuentro,  pues,  en  París  en  el  pleno 
ejercicio  de  mis  derechos  de  ciudadano  libre;  y 
comparando  esta  existencia  con  la  que  arrastro 
hace  cuatro  años  uncido  al  yugo  de  Elisa,  de- 
duzco de  las  pruebas  que  me  suministra  el  ejer- 
cicio de  esos  derechos,  que  en  la  independencia 
estriba  mi  felicidad.  Convencido  de  esto,  escri- 
bí ú  mi  esposa,  hace  diez  días,  la  siguiente 
carta  que  te  copio  á  la  letra  para  que  te  ente- 
res de  mis  firmes  propósitos: 

«Mi  estimada  Elisa:  Considerando  que  ya 
.salí  de  la  menor  edad  y  que  la  le\'  me  autoriza 
|)ara  no  depender  de  ninguna  tutela,  y  constáu- 
dome  por  una  larga  práctica  de  cuatro  años  que 
me  vi  en  la  imposibilidad  de  gozar  de  la  inde- 
pendencia lícita  que  es  permitida  á  todo  ciuda- 
dano español  mayor  de  veinticinco  años,  aunque 
sea  casado;  considerando  que  para  que  los  cón- 
yuges se  amen  no  es  necesario  que  se  separen 
por  completo  de  la  sociedad  y  vivan  en  absurdo 
aislamiento;  considerando  que  el  amor  propina- 
do á  todas  horas  degenera  en  fastidio  y  en  abu- 
rrimiento, como  ha  degenerado  en  mí;  y  que 
debo  evitar  esta  fatal  consecuencia  para  poder 
retroceder  á  los  primitivos  tiempos  de  nuestro 
enlace  y  volver  á  gozar  de  la  alegría  que  en- 
tonces disfrutaba;  determino  que  te  sujetes  á 
las  siguientes  condiciones  para  volver  á  hacer 
contigo  vida  común. 

» 1  .*     Podré  tener  amigos  y  tú  amigas. 

«2.*  Estaré  siempre  en  casa  á  las  horas  de 
almorzar  y  de  comer. 

>3.*     Saldré  y  volveré  á  casa  cuando  quiera. 

•  4."  Podré  ir  á  los  teatros,  á  los  casinos,  á 
los  cates  y  á  las  diversiones  honestas  que  tenga 
por  conveniente,  sin    ser  reconvenido  y  sobro 


todo  sin  que  llores  delante  de  mi  ni  te  den  ata- 
ques de  nervios. 

»5.*     Gozarás  de  la  misma    independencia 
que  yo  y  no  serás  nunca   reconvenida   jiorqno 


EL  PUENTE  DEL  DIABLO  EN  LA  CARRETERA  DE  SAN  GOTARDO 


goces  de  los  mismos  derechos  de  que  yo  dis- 
Irute. 

»ü.'  y  última.  Como  en  la  confianza  estriba 
el  veidadero  cariño,  te  querré  más  de  lo  que  te 
he  querido,  si  en  lo  sucesivo  vivimos  como  te 
propongo. 


»Si  no  aceptas  las  anteriores  condii-.iones  te 
dejaré  en  Madrid  mi^dios  de  subsistencia  y  no 
volverás  á  verme  porque  me  iré  á  América  ó  al 
Congo,  huyendo  de  una  esclavitud  impropia  de 
un  hombre  libre  y  que  ocasiona  mi  flnsven- 
tura.» 


La  contestación  de  mi  esposa  que  recibí  hace 
tres  días,  fué  esta. 

«Queridísimo  Fernando:  Las  -e.xigmicias  quo 
contigo  tuvo  bien  sabes  que  eran  hijas  del  in- 
finito amor  que  por  tí 
siente  mi  alma  éariñosa. 
Veo  quo  los  hombres 
queréis  de  otro  modo  y 
(\\m  sois  tan  desagrade- 
cidos que  no  sabéis  aprc- 
eiar  lo  que  vale  un  afec- 
to como  el  que  yo  te 
consagro.  Me  disgusta  el 
programa  que  me  ti-a- 
zas  do  nuestra  vida  Al- 
tura, pero  como  me  ame- 
nazas con  huir  de  mí  pu- 
ra siempre,  como  si  mi 
leal  cariño  te  atormenta 
se,  y  como  deseo  también 
por  otra  parte  no  causar- 
te los  involuntarios  su- 
frimientos que  con  él  te 
causé,  acepto  el  progra 
ma  con  todo  el  dolor  de 
mi  coiazón.  Te  espera 
con  los  brazos  abiertos, 
deseando  con  ansiedad 
abrazarte,  Elisa.» 

Como  acabas  de  sa 
ber,  mi  querido  Enrique, 
mi  esposa  pasa  por  todo, 
á  lo  menos  así  me  lo 
promete;  alentado  por 
esta  esperanza  mañana 
tomaré  el  camino  de  Ma- 
drid y  regresaré  á  mi 
hogar  abandonado. 

No  estoy  muy  seguro 
de  que  cumpla  lo  pro- 
metido, es  inás,  creo  quo 
no  lo  ha  de  cumplir 
cuando  me  vuelva  á  te- 
ner á  su  lado;  si  falta  á 
su  promesa  yo  no  falta- 
ré á  la  mía;  estoy  resuel- 
to á  marcharme  al  fin 
del  mundo  antes  que  á 
morir  de  una  indiges- 
tión de  cariño  de  la  quo 
3'a  he  sentido  varias 
veces  síntomas  alar- 
mantes. 

Envidio  el  milagro 
que  hizo  contigo  Rosa 
lía;  Elisa  no  ha  tenido 
conmigo  semejante  po- 
der, porque  sin  duda 
mi  corazón  es  de  otra 
clase  que  el  tuyo;  ol 
amor  propinado  á  todas 
horas  es  el  medicamen- 
to que  te  da  la  vida 
y  que  á  mí  me  causa  la 
muerte.  Cada  uno  es 
como  Dios  lo  hizo. 

Así  es  por  desgracia 
tu  amigo 

Fernnrulo. 
---       -  VII 

CONCI.rSIÓN 

Enrique  ya   no   supo 
más  do  Fernando;  le  es- 
cribió varias  cartas  y  no  obtuvo  contestación  á 
mnguua  do  ellas.  Es  lo  probable  que   esté  en 
América  ó  en  el  Congo. 

Enrique  disfrutó  de  perpetua  luna  de  miel. 
La  felicidad  ó  la  desgracia  en  el  matrimonio 
depende  de  la  idiosincrasia  de  cada  uno. 


IMUllSIUCitt:  Cuta,  3tS-3(7,  Imh  liliiii,  Eütir. — Ktstrra^os  l«s  dmeiits  de  propiedad  irlístici  j  liUrsris.— las  reclaoiacioDes  en  Madrid,  al  representante  de  esta  Casa  D.  Haauel  Plá  j  Valor,  Apodaca,  10,  V 

)  INSÉRTESE  Ó  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  ( 


BsTASLaananrro^TiPoaiiiFico  ob  B.  Basboa.— Callb  os  Villarhobi.,  húm.  17  bhsancue  db  8ah  Antonio.— Barcelona. 


SEMANARIO     CIENTÍFICO.     LITERARIO     Y     ARTÍSTICO 


Año  V 


t:i:4'sé&.r^^ 


Barcelona  18  de  Junio  de  1887 


Núm.  233 


UN  RAMO  DE  NARCISOS 


386 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


SUMARIO 

Turto.— Xa^id.  Oartat  d  wd  prima,  por  Fernanflor.  —  B 
ritüM  dM  digo,  po»  Antonio  Par^a  Serrada.— £rp<Micióa 
dt  BtaiÁtta  <U  1987,  pot  R.  Blanco  Asrajo.  — £><«diot 
uttvtevUaM  patNo  (copclaslán).  por  José  Zahonero.  — 
S  einm  myr».  por  Antonia  Oplsm.  —  Vertot,  por  Ricardo 
Ctao.—Lteapaia  (poesía),  por  José  Jacksoo  Veya.— £n 
d  eawtp»  (poesía),  por  J.  Fratos  Baesa.— Muestroa  graba- 
dos.—.4d<m  MidáetticM,  por  Ignacio  de  QenoTte. 

GaiaiDOS.-Dn  ramo  de  nardaos.— El  balancín.— £tpo(<etiin 
Ifaeimul  d»  BOUu  Arln  de  18S7:  La  TradlcUn.  El  cadá- 
Tsr  del  goieral  Álrarei.- Ofrenda  de  las  Jóvenes  romanas 
i  Lndna.— Las  hojas  caldas. -El  bandolero.— Qtuice: 
•Sons  le  Cap.»— Sn  familia.— Ia  madre.— En  socorro.— 
Momento  de  excitación.— Ahasrero.— Túnel  en  la  carre- 
tón d*  San  Ootatdo. 


M  ADRl  D 


C^^fCr^^e    .A.    2^1     F-RIls/LA. 


AVES,  PLANTAS  Y  FLORES 

!a  Sociedad  Central  de  Horticultura  cele- 
Te^  bra  sn  Exposición  anual.  Esta  vez  ha 
^^  cambiado  de  sitio.  Lo  que  en  otro  tiempo 
fué  reservado  del  Retiro,  ha  sido  reservado  para 
ella.  Pocas  sociedades  han  dado  muestras  de 
mayor  perseverancia  para  lograr  desarrollo  y 
alicionados.  Hoy  esa  sociedad  es  una  institución; 
las  plantas,  las  flores  y  las  aves  tienen  su  jar- 
dín, su  palacio,  su  academia,  sn  público,  sus  re- 
compensas, sus  cronistas:  y  se  imponen  á  esta 
ciudad  del  positivismo,  de  la  política  y  de  los 
mercaderes  por  su  belleza,  su  delicadeza,  su 
gracia  y  su  poesía.  Admirable  cosa  es  que  Ma- 
drid, este  lugarón  de  la  Mancha,  haya  cobrado 
afición  á  las  plantas  y  á  las  flores;  aquí  fueron 
siempre  consideradas  como  una  preciosa  inutili- 
dad digna  solo  de  la  mujer  joven  y  romántica. 
Hoy,  por  fin,  querida  prima,  se  tiene  por  útil 
cnanto  mueve  el  alma  deliciosamente,  alejando 
de  ella  los  sombríos  vapores  de  una  vida  llena 
de  afanes  y  angustias,  de  ambiciones  y  deseos 
insaciables;  porque  es  útil,  en  efecto,  cuanto 
nos  hace  volver  los  ojos  á  la  naturaleza,  nuestra 
verdadera  madre,  para  buscar  en  ella  frescura 
de  sentimientos,  virginidad  de  ideas.  Aves, 
plantas  y  flores  son  nuestras  amigas,  aunque 
suelen  ser  amigas  prisioneras;  las  unas  con  su 
aleteo  incesante  recrean  nuestros  ojos  hablán- 
donos  de  mundos  que  ellas  pueden  dominar  con 
sus  alas;  las  otras  con  sus  verdores  aterciope- 
lados y  sus  palideces  del  otoño  nos  dicen  que  la 
vida  no  es  solo  esta  existencia  nuestra  de  agi- 
tado movimiento,  sino  que  también  hay  seres 
organizados  que  viven  y  mueren  incrustados  en 
la  tierra  y  en  los  peñascos  mismos;  y  las  flores, 
por  último,  segunda  vida  de  las  plantas,  hijas 
suyas,  como  nosotros  lo  somos  de  nuestras  ma- 
dres, son  la  imagen  perfecta  de  la  esperanza, 
pues  son  ilusión  en  un  principio  por  sus  colores 
y  sus  aromas,  y,  más  tarde,  fruto  maduro  que 
lleva  en  sus  semillas  otras  flores  y  frutos  en 
sucesión  interminable.  Madrid,  sin  campo,  Ma- 
drid, sin  rio,  sin  nada  de  aquello  que  parece 
marco  natural  de  las  flores,  Madrid  con  un  clima 
fiero,  hoy  abrasador,  de  hielo  mañana,  tendrá 
que  ser  una  estafa,  una  inmensa  estufa  de  plan- 
tas para  surtir  á  sus  elegantes  y  á  sus  damas 
de  gardenias  y  de  claveles;  pero  al  fin  y  al 
cabo  será  un  palacio  de  la  naturaleza  bonita, 
ilustrada  y  presuntuosa:  que  esto  significa  la 
flora  de  los  cortesanos  y  la  de  la  Sociedad  de 
Horticultura. 

La  Sociedad  se  ha  instalado,  pues,  en  el  terre- 
no qne  comprende  la  Montaña  rusa,  la  Casa  del 
pescador  y  la  Capilla  románica.  Sitio  encanta- 
dor vario  en  árboles  y  frondoso.  Las  instalacio- 
oes  lucen  mucho  alU  formando  un  conjunto  vis- 
toso. 

La  portada  de  la  Exposición  está  formada 
por  un  elegante  enverjado  de  bambúes'decorado 
con  los  escudos  de  España  y  de  la  Sociedad. 
Llégase  á  la  Montaña  rusa  por  una  espaciosa 
calle  de  laureles.  De  la  Montaña  caen  dos  cas- 
cadas que  alimentan  el  lago  que  la  rodea  y  que 


esmalta  con  sus   colores  variedad  de  plstntas 
acuáticas  y  de  tulipanes. 

La  Gasa  del  pescador  ha  sido  restaurada:  for- 
ma el  pabellón  de  la  Reina  y  en  tomo  de  la  isla 
de  este  pabellón  pasean  con  su  majestad  natu- 
ral cisnes  blancos  y  negros,  moviendo  con  su- 
prema elegancia  y  vanidad  sus  largos  cuellos. 
¿Hay  algo  más  gentil  que  un  cisne?  Su  cuerpo 
asemeja  un  barquichuelo  y  su  cuello  una  cule- 
bra de  pluma.  El  Templo  románico  tiene  delante 
una  plazoleta  de  rosas;  la  flor  desestimada  por  su 
abundancia  y  que  si  fuese  rara  valdría  un  te- 
soro. Las  estufas  siguen  la  linea  formada  por 
la  tapia  del  Retiro  y  tienen  cristales  de  colones. 
Son  dormitorios  de  rarísimas  variedades,  vitri- 
nas de  piedras  preciosas  que  dan  perfume. 

Frente  á  las  estufas  de  las  plantas  más  se- 
lectas están  las  jaulas  para  las  aves. 

En  el  centro  de  una  plazoleta  que  embellecen 
los  macizos  de  la  duquesa  de  Alba  y  del  conde 
de  Montarco,  se  alza  la  instalación  del  Sr.  Li- 
san  de  Andrade.  Son  flores,  frutas  y  hortalizas 
petrificadas  por  medio  de  un  sencillísimo  proce- 
dimiento. Uvas  cogidas  hace  quince  años,  flores 
arrancadas  de  su  planta  hace  más  de  diez  pre- 
sentan la  frescura  y  los  colores  de  su  existencia 
natural.  Así,  pues,  los  ramos,  las  coronas,  los 
adornos  de  flores  son  eternos.  Comprenderás, 
Carmen,  que  esto  inicia  una  revolución  en  el 
mundo  de  la  gloria,  de  la  escena,  del  amor  y  de 
los  recuerdos.  Y  hasta  de  la  simple  vida  bur- 
guesa. En  la  gloria  y  en  la  escena  porque  los 
homenajes  al  talento  no  serán  arrastrados  por 
la  escoba  del  barrendero,  en  la  calle,  ni  del  mo- 
zo entre  bastidores;  del  amor  y  de  los  recuerdos 
porque  la  flor  recién  cortada,  fresca  y  limpísi- 
ma, no  palidecerá  jamás;  ni  podrá  encontrarse 
luego,  cualquier  día,  como  polvo  de  aromas,  den- 
tro de  un  cajón  entre  otras  cien  prendas  ajadas. 
— Durará  más  la  rosa  que  el  amor.  ¡De  los  ju- 
ramentos y  las  flores  sólo  las  flores  serán  eter- 
nas!—Tú  habrás  ya  visto  en  los  escaparates  de 
los  joyeros  de  París  medallones  y  pulseras  que 
son,  por  decirlo  asi,  ricos  ataúdes  de  estas  lin- 
das momias;  son  preciosos  adornos,  y  el  crista- 
lito  que  las  guarda  las  presta  un  barniz  lumi- 
noso, de  más  brillo  que  el  sol  mismo.  Pero  las 
cosas  no  son  lo  que  son;  son  lo  que  el  pensa- 
miento quiere  que  sean;  y  el  pensamiento  nos 
habla  de  la  tristeza  de  la  muerte,  entristeciendo 
los  colores  de  aquella  flor.  Es  maravillosa;  como 
cuando  vivía;  pero,  es  un  cadáver,  al  fin;  era  un 
ser,  en  otro  tiempo;  hoy  es  materia  preciosísima 
nada  más:  tenía  ayer  una  existencia  misteriosa 
que  la  ligaba  por  afinidades  ciertas  con  todos 
los  seres  del  universo;  hoy  sólo  dice  á  nuestros 
ojos  lo  que  dicen  las  piedras.  No,  lo  que  es,  de- 
be ser  bueno  ó  malo, — y  esto  muestra  la  sabi- 
duría de  la  Providencia  y  modifica  sus  apa- 
rentes contradicciones; — la  flor  debe  abrirse  y 
resplandecer  y  deshacerse  como  todos  los  orga- 
nismos, esta  es  su  belleza;  pues  la  admiración 
que  sus  colores  nos  producen  auméntase  con  la 
seguridad  de  su  efímera  belleza.  ¿Por  qué  mori- 
rán las  flores?  nos  preguntamos  con  dolor.  Y 
ahora  que  las  vemos  eternamente  vivas,  al  pa- 
recer, no  podemos  menos  que  exclamar: — Se  em- 
balsaman los  colores  de  una  flor;  pero  no  su 
alma.  ¡Traedme  una  flor  que  viva  y  muera! — 
Petrificar  las  uvas  es  mayor  delito  aún.  No  creo 
yo  que  los  borrachos  agradezcan  el  descubri- 
miento. Ese  líquido  petrificador  podrá  llegar  á 
ser  no  menos  temido  que  el  petróleo  si  las  so- 
ciedades de  templanza  dan  en  rociar  con  él  las 
viñas. 

Pero  continúo.  Se  ha  elogiado  mucho  con  ra- 
zón la  estufa  del  señor  Pastor  y  Landero.  Es 
uno  de  los  verdaderos  aficionados  y  entre  los 
socios  de  los  que  han  prosperado  más  la  Socie- 
dad. Se  ha  dicho  de  Rubin.stein,  viéndole  crear 
sus  maravillosas  armonías,  que  es  un  oso  ha- 
ciendo encaje;  de  Pastor  y  Landero,  figura  va- 
ronil, barbudo  y  resuelto  puede  decirse  que  es 
un  león  cogiendo  rosas.  E  insistiré,  querida 
prima,  en  esa  preocupación  de  que  las  flores  son 
afición  de  mujeres.  Y  las  mujeres  ¿no  son  ellas 
flores  también?  ¿Hay  algo  más  delicado,  más  dé- 
bil, más  tímido,  más  opuesto  á  la  naturaleza  del 


hombre?  ¿Y  se  admira  alguien  de  que  las  muje- 
res sean  nuestra  pasión  dominadora?  No  debe 
juzgarse  superficialmente  de  nuestros  actos. 
Basta  leer  los  libros  árabes  para  saber  que  los 
sultanes  más  amorosos  de  la  mujer  y  de  la  flor 
han  sido  log  más  guerreadores  y  hasta  los  más 
crueles.  Los  verdaderos  enemigos  de  la  flor  y 
de  la  mujer  son  los  egoístas,  los  hombres  prác- 
ticos, los  ruines.  Por  eso  me  entristece  pasear 
por  Madrid  y  mirar  á  los  balcones  y  verlos  casi 
todos  sin  tiestos. 

Hay  rosas  y  claveles  que  tienen  la  altura  de 
árboles.  Un  rosal  mide  cuatro  metros.  Dicen 
que  ha  sido  criado  en  el  balcón  del  entresuelo 
de  una  casa  por  un  enamorado  joven  para  que 
su  novia  pudiese  coger  las  rosas  desde  el  prin- 
cipal. Si  dan  en  criar  rosales  de  este  tamaño  y 
colocarlos  en  los  balcones,  el  gobierno  los  apro- 
vechará para  colocar  en  ellos  los  alambres  del 
teléfono.  Sin  embargo,  no  aconsejo  á  los  novios 
que  críen  rosales  para  quo  sus  novias  cojan  la 
flor  desde  otro  piso.  ¡No  suprimáis  el  placer  de 
dar  la  rosa  con  la  propia  mano!  ¡El  gusto  es  ma- 
yor y  mayor  suele  ser  también  la  recompensa! 

El  presidente  de  la  Sociedad,  conde  de  Mon- 
tarco, ha  presentado  cuarenta  clases  de  naran- 
jas. De  la  naranja  puede  afirmarse  lo  mismo 
que  de  la  rosa.  Su  abundancia  es  un  descrédito. 
Es  precioso  por  su  figura,  su  color  y  su  gusto. 
Un  naranjo  no  es  un  árbol,  simplemente;  es  una 
constelación  plantada  en  un  jardín. 

También  el  Ayuntamiento  ha  presentado  algo. 
El  Ayuntamiento  parece  uno  do  esos  buenos  se- 
ñores, gordo,  de  buena  pasta  y  do  raul  gusto, 
que  en  todas  partes  la  echan  de  rumboso  y  en 
todas  quedan  mal.  Lucen  sortijas  con  enormes 
solitarios,  y  al  mismo  tiempo,  les  faltan  la  mi- 
tad de  los  botones  en  la  levita  y  las  botas,  y 
sus  botas  deformadas  lamentan  las  ausencias 
del  betún.  Pero,  en  fin,  no  puede  negarse  que 
hace  algún  tiempo  el  Ayuntamiento  se  preocupa 
mucho  del  adorno  florido  de  Madrid...  Donde 
puede,  en  cualquier  rincón,  en  cualquier  cruce 
de  dos  calles,  coloca  xm  tapete  de  musgo  con 
algunos  pintollos,  á  modo  de  bandeja  de  confi- 
tería, que  no  hay  más  que  ver...  En  la  Exposi- 
ción ha  presentado  un  macizo  compuesto  de 
1.300  geráneos,  una  hermosa  colección  de  pal- 
meras y  varias  muestras  de  tapicería  de  flores. 

El  Instituto  agrícola  de  San  Isidro,  ha  pre- 
sentado cereales,  hortalizas  y  legumbres. 

El  ramio  tiene  una  instalación  especial,  con 
productos  de  los  ensayos  practicados  en  Madrid, 
Valencia,  Zaragoza  y  Lérida.  Hay  lienzos,  lanas, 
cretonas  y  batistas  tejidos  con  los  filamentos  de 
esta  planta. 

La  Montaña  rusa,  era  antes  una  cueva  desti- 
nada á  guardar  leña;  ha  sido  transformada  en 
una  gruta  preciosa.  El  conjunto  es  fantástico; 
la  luz  eléctrica  da  brillantez  deslumbradora  á 
las  estalactitas  y  estalagmitas;  el  agua  murmu- 
ra con  el  misterio  de  los  abismos:  la  música  se 
repite  en  las  toscas  paredes  con  ecos  estreme- 
cedores,  y  las  damas  vestidas  con  polisón  se 
creen  por  un  momento  ondinas,  ninfas,  hadas  y 
bacantes.  ¡Tan  propia  es  la  ilusión  de  la  natura- 
leza subterránea  y  primitiva! 

Es  el  sitio  de  cita:  Dafnis  y  Cloe,  de  última 
moda,  se  encuentran  allí  por  las  mañanas  ó  por 
las  tardes.  No  echan  de  menos  los  tarros,  colo- 
dras, flaVitas,  pífanos  y  churumbelas,  ofren- 
das de  pastores,  que  solían  adornar  las  grutas 
de  Lesbos,  y  sólo  deploran  que  no  se  presten 
aquellas  apeñasoadas  paredes  á  que  se  graban 
en  ellas  juramentos  y  nombres. 

Para  terminar.  En  esta  Exposición  no  todo 
son  aves,  plantas  y  flores.  El  reclamo  favorece 
la  concurrencia.  Con  la  entrada  de  por  la  ma- 
ñana, es  decir,  por  una  peseta,  se  obtiene  la  en- 
trada y  el  derecho  de  tomar  un  vaso  de  leche, — 
una  taza  de  café, — ó  un  puesto  en  las  barcas  del 
estanque  del  Retiro. 

Llegan,  por  ejemplo,  una  joven  y  una  vieja. 
—¿Qué  quiere  usted? — preguntan  á  la  hija. — 
¡Yo;  un  bouquet  de  rosas!- dice. — ¿Y  usted? 
■ — ¡Yo;    café   con   leche!  —  contesta   la   mamá. 

La  ilusión  y  la  realidad  declarándose  ante 
un  despacho  de  billetes. 


LA  ILU8TE,ACI0N  IBÉRICA 


387 


La  estadística,  dice,  que  en  la  Exposición 
triunfa  la  realidad,  es  decir,  el  café  con  leche. 

Pero  yo  iré  mañana,  y  pediré  un  ramo  de 
flores,  y, — con  permiso  de  tu  novio, — te  lo  en- 
viaré á  París. 

Tuyo, 

Fernanflor. 


-#- 


EL  VIOLIN  DEL  CIEGO 


El  invierno  es  muy  frío  para  el  que  sólo 
puede  abrigarse  con  la  capa  de  la  miseria. 

Esto  mismo  pensaba  el  desdichado  Fernando 
mirando  el  miserable  lecho  donde  yacía  s.u 
madre,  anciana,  más  por  las  enfermedades  que 
hacía  tiempo  la  arosaban,  que  por  el  tiempo  que 
había  vivido. 

Una  guardilla  mal  ventilada  sin  más  muebles 
que  dos  desvencijadas  sillas  de  palma,  un  mal 
catre  de  tijera  en  el  que  escondía  su  vergüenza 
algo  que  debió  ser  colchón  y  una  mesa  de  pino 
sobre  la  que  agonizaba,  más  que  lucia,  una  re- 
pugnante vela  de  sebo,  es  la  decoración  que  nos 
sirve  de  prólogo  á  este  drama. 

Sobre  aquella  sombra  de  lecho  cubierta  por 
un  harapo  que  en  sus  tiempos  debió  ser  capote 
de  monte,  y  reclinada  la  cabeza  en  una  almo- 
hada sin  funda,  dormitaba  la  enferma  doña 
María  de  Inestrosa  y  Campos,  madre  del  antes 
rico  mayorazgo  D.  Fernando  Colomer  é  Ines- 
trosa. 

Heredero,  por  las  leyes  de  Cataluña,  de  una 
pingüe  fortuna,  cuando  aún  carecía  de  esa 
ciencia  que  se  llama  muvíJo,  Fernando  se  arrojó 
en  brazos  de  los  placeres  sin  pensar  ¡insensato! 
que  el  oro  se  acaba  cuando  no  le  con.servan  la 
previsión  ó  el  trabajo,  y  como  versátil  mariposa 
quemó  sus  alas  en  la  deslumbrante  luz  de  la 
ostentación. 

Su  desgraciada  madre  voló  á  Madrid,  donde 
el  desdichado  había  fijado  su  residencia,  con- 
fiando en  salvarle  de  la  ruina;  pero  sólo  consi- 
guió caer  con  él  en  la  miseria,  y  después  en  el 
lecho  con  fiebres  cerebrales  que  por  su  repeti- 
ción eran  constante  amenaza  de  su  vida. 

Acababa  de  entrar  el  médico  de  la  Benefi- 
cencia Municipal,  y  había  dicho  al  disipado 
hereu: 

— Si  con  este  medicamento  que  le  receto  y 
que  ha  de  tomar  esta  misma  noche  no  consegui- 
mos coitar  la  fiebre,  puede  V.  contar  con  la 
muerte  de  esta  pobre  señora. 

— ¡La  muerte! — balbuceó  Femando  espan- 
tado. 

— Y  será  lo  mejor  que  pueda  sucederle,  por- 
que de  no  obrar  la  fórmula  y  triunfar  la  enfer- 
medad, si  sale  con  vida  será  vida  sin  alma;  per- 
derá la  razón. 

Y  despidiéndose  del  joven  con  una  inclina- 
ción de  cabeza,  descendió  por  la  estrecha  y  mal 
alumbrada  escalera. 

Fernando  quedó  pensativo  y  sollozando. 

Después  se  irguió  como  hombre  que  toma 
una  resolución  enérgica,  y  arrojó  una  mirada  en 
su  derredor. 

• — ¡Nada!  ¡Ni  una  hilacha  que  poder  vender  ó 
empeñar!  Y  sin  embargo,  es  preciso  que  yo  me 
procure  lo  suficiente  para  pagar  esta  receta. 

Y  volvió  á  su  desaliento. 

—  Sólo  rae  quedan  cuatro  reales  que  reser- 
vaba para  comer  mañana...  ¡Qué  importa!  Mi 
madre  antes  que  todo  y  sobre  todo...  Pero,  ¿ten- 
dré bastante  con  este  dinero?  Sí;  y  si  me  equi- 
vocase iré  á  pedir  la  medicina...  ¡al  hospital!... 
No;  ¡nunca!  Esa  palabra  abrasa  mi  garganta... 
sofoca  mi  alma... 

Doña  María  hizo  un  movimiento. 

Femando  se  precipitó  sobre  ella  y  pre- 
guntó: 

— ¿Qué  quieres,  madre  mía? 

— ¡Agua,  mucha  agua.  Femando!  Mi  lengua 
está  seca  y  ardiente,  mi  frente  abrasa... 

—Pronto  desaparecerá  todo  eso,  madre  mía; 
voy  á  traer  una  medicina  que  te  ha  mandado  el 


doctor,  y  ya  verás,  ya  verás  que  pronto  estás 
buena...  muy  buena...  como  yo  deseo. 

— ¡Ay,  hijo  mío!  ¡Qué  ilusiones  te  forjas! 

— ¡No  me  hables  así,  madre! 

—-¿Acaso...  tienes  dinero  para  ella? 

Fernando  lanzó  un  suspiro  y  elevó  sus  ojos 
al  cielo  con  una  mirada  indecible,  mezcla  infor- 
me de  súplica  y  desesperación. 

La  enferma  vio  aquella  mirada,  y  por  sus 
violadas  mejillas  resbalaron  dos  silenciosas  lá- 
grimas que  se  evaporaron  al  contacto  de  la 
fiebre. 

En  esto  llegaron  hasta  la  guardilla  las  notas 
de  un  violín  tañido  por  mano  hábil,  y  doña 
María,  queriendo  apartar  de  la  imaginación  de 
su  hijo  los  recuerdos  que  su  pregunta  había  evo- 
cado, le  tomó  una  mano  y  dijo: 

— ¿Oyes,  Fernando?  ¿Recuerdas  de  dónde  es 
eso? 

— Sí,  madre  mía;  es  Dinorah. 

— ¡Y  qué  bien  interpretada! 

— Sí; — balbuceó  Fernando. — -Debe  ser  el  se- 


ñor Rodríguez,  nuestro  vecino  el  ciego,  que  sale 
á  hacer  su  colecta. 

— ¿Y  tú  no  sales...  por...  por  mí? 

— Al  momento,  madre  mía;  voy  en  dos  saltos 
á  la  farmacia,  y  luego  aquí...  á  tu  lado...  á 
esperar  anhelante  y  lleno  de  esperanza  sus 
efectos. 

E  imprimiendo  ardiente  beso  en  la  frente  de 

la  enferma,  el  joven  se  lanzó  á  la  calle  á  tiempo 

que  las  notas  del  violín  se  perdían  entre  el  ruido 

de  los  carruajes. 

* 
*  * 

¡Una  peseta! 

Cuatro  costaba  la  fórmula,  y  Femando  de- 
sesperado corría  las  calles  hacía  más  de  una 
hora  buscando  un  amigo  que  le  sacase  de  seme- 
jante angustia. 

Por  fin  encontró  uno;  uno  solo,  pero  casi  tan 
pobre  como  él. 

Tampoco  poseía  más  que  una  peseta,  y  aún 
haciendo  el  sacrificio  de  darla  á  su  amigo,  no 
remediaba  la  situación. 


EL  BALANCÍN 


— ¿Qué  hacer.  Dios  mío,  qué  hacer? — excla- 
maba Fernando  retorciéndose  las  manos  con 
furor. 

• — Una  idea  me  ocurre  que  puede  salvarnos, 
— dijo  su  amigo. 

— Habla  por  caridad. 
.     — Aquí  al  lado  hay  una  casa  de  juego;  vamos 
á  dar  dos  golpes  y  tal  vez... 

— ¡Nunca!  ¡Harto  dinero  he  derrochado  sobre 
el  tapete  verde! 

— Pero  ahora  no  es  lo  mismo;  ahora  es  para 
hacer  un  bien.  Tu  madre  necesita  de  esa  medi- 
cina y  todo  es  lícito  para  alcanzar  su  salud. 
¡Dios  acaso  dará  suerte  al  buen  hijo! 

— ¡Sea!  Vamos  pronto,  que  la  impaciencia  me 
mata. 

— Te  prevengo  que  hay  cucas;  ¡cuidado  con  lo 
que  haces! 

Y  entraron  en  la  casa. 

Dios  protegió  al  buen  hijo...  más  de  lo  que 
debía,  sin  duda. 

Una  hora  de  juego  había  acumulado  ante  él 
un  gran  montón  de  plata  y  oro,  á  su  lado  una 
muchacha  morena  y  desenvuelta  le  dirigía  ar- 
dorosas miradas. 

Y  Fernando  jugaba,  jugaba  siempre  olvidado' 
de  todo,  sin  reparar  que  faltaba  al  más  santo 
de  los  deberes. 


Al  amanecer  salía  de  la  casa  ebrio  de  alegría 
y  de  fascinación,  llevando  en  los  bolsillos  de  su 
raído  chaquet  un  capital  en  billetes  de  Banco, 
y  rebosándole  en  el  pantalón  y  chaleco  el  oro 
del  juego. 

Subió  de  dos  en  dos  los  escalones  de  su  za- 
quizamí, entró  como  loco  hasta  la  cama  de  la 
enferma,  y  gritó: 

— ¡Madre!  ¡Madre,  ya  somos  ricos!  ¡Ya  somos 
felices! 

Doña  María  abrió  los  ojos,  paseó  por  la  ha- 
bitación una  mirada  estúpida,  y  exclamó: 

— Sí,  es  verdad;  esta  noche  á  la  Opera...  á 
ver  Dinorah,  tu  favorita...  ¡El  coche!  ¡Que  en- 
ganchen el  coche!  ¡Ramón!  ¡Juan!  ¿Dónde  os 
habéis  metido?  ¡Magdalena!  ¡Pronto,  al  to- 
cador! 

Y  lanzando  una  carcajada  horrible  cayó  sobre 
el  lecho  desvanecida. 

Fernando  exhaló  un  grito  de  rabia  y  de  dolor, 
y  rodó  por  el  suelo  murmurando: 

— ¡Loca!  ¡Está  loca.  Dios  mío! 


(Se  concluirá.) 


Antonio  Pareja  Serrada. 

* 


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OFRENDA  DE  LAS  JÓVENES  ROMANAS  Á  LUCÍ  NA  (Cuadro  de  Elena  Coomans) 


390 


LA  ILUSTRACIÓN  IBEBICA 


EXPOSICIÓN  DE  BELLAS  ARTES 

¡CERTAMKN  TRIENAI MAYO,    1667 

I 

Dfispnée  de  recorridos  los  salones,  tarea  no 


porque  las  obras  presentadas  en  esta 
exposición  son  muy  numerosas,  se  adquiere  el 


convencimiento  de  que  en  este  certamen  no 
sobresale  del  nivel  general  ninguno  de  sus 
lienzos  que  por  la  novedad  de  su  asunto,  por  su 
ejecución  primorosa  y  por  otro  cúmulo  de  cir- 
cunstancias felices  impresiona  hondamente  y 
es  la  revelación  de  un  pintor  de  grandes  alien- 
tos, y  de  nombre  hasta  entonces  acaso  desco- 
nocido. 


LAS  HOJAS  CAIDASi— EL  BANDOLERO  (Cuadro  de  Arturo  Lemon) 


Difícil  es  señalar  á  que  condiciones  debe 
sujetarse  el  artista  para  obtener  esa  nota  inspi- 
rada que  halla  eco  en  las  muchedumbres  y  se 
impone.  Si  el  pintor  ha  de  pedir  á  la  naturaleza 
la  verdad,  y  reproducirla  en  sus  cuadros  sin 
otro  adorno,  galanura  y  trascendencia  que  ella 
misma,  ó  si  la  ha  de  embellecer  juntando  &  los 
efectos  que  la  observación  recoge  y  el  gusto 
clasifica  y  ordena,  nn  sentimiento,  una  idea, 
algo  en  fin,  que  la  espiritaalice  y  levante. 

No  se  puede  verdaderamente  acerca  de  este 
ponto  universalizar,  ni  establecer  concretas  teo- 
rías, porque  es  preciso  ante  todo,  tener  en 
cuenta,   que   cada   país,   por    sus    tradiciones 


históricas  y  artísticas,  por  singularidades  de 
temperatura  y  de  suelo,  por  inclinaciones  de 
raza,  por  peculiar  educación,  y  por  otros  mil 
motivos  distintos,  tiene  ideales  y  aspiraciones 
propios,  característicos  y  determinados  que  in- 
fluyen en  los  actos  y  fines  de  la  vida,  ya  políti- 
cos, ya  científicos,  ya  artísticos  ó  de  cualquier 
otro  orden  que  sean. 

Hay  además,  circunstancias  de  momento  é 
influencias  de  época  que  igualmente  concurren 
á  modificar  estos  ideales.  En  nuestro  país,  por 
ejemplo,  una  larga  tradición  artística  que  res- 
pondía al  sentimiento  religioso  que  le  animó 
durante  muchos  siglos,  dio  origen  á  esa  admi- 


rable pintura  mística  cuj-as  últimas  vibracio- 
nes de  inspiración  palpitan  todavía  en  algunas 
de  las  creaciones  de  los  pintores  modernos; 
pero  entiéndase  que  es  más  reflejo  que  luz  pro- 
pia esta  como  evocación  de  lo  pasado  que  en 
nuestra  pintura  contemporánea  aparece,  porque 
dentro  de  la  vida  moderna  sólo  como  excepción 
pueden  presentarse  estos  fervores  religiosos  y 
estos  beatíficos  arrobamien- 
tosr 

Cierto  que  hace  algtinos 
años  Mercado,  Torras,  Vera, 
Ferrant,  y  ¡lun  el  mismo  Do- 
mingo, á  pesar  de  su  marca- 
da tendencia  naturalista,  han 
intentado  resucitar  á  imita- 
ción de  Overbeck  y  d&  otros 
artistas  alemanes  y  fran- 
ceses el  elevado  conceptismo 
religioso  que  expresaren  en 
lo  antiguo  las  escuelas  italia- 
na, española  y  flamenca.  E.s- 
tos  esfuerzos  ó  han  sido  es- 
tériles ó  han  permanecido 
aislados,  porque  la  pintura 
religiosa  manifiesta  en  los 
últimos  tiempos  señaladísi- 
ma tendencia  á  naturalizar- 
.se,  es  decii-,  á  transformarse 
de  manera  que  el  ideal  de.s- 
aparece,  quedando  sólo  el 
descarnado  concepto  de  lo 
real  y  de  lo  humano,  expre- 
sado maravillosamente  con 
prolija  minuciosidad,  obser- 
vación detenida  y  estudio  se- 
rio y  profundo  de  la  época  y 
costumbres,  de  manera  que 
el  pasaje  bíblico  ó  la  esce- 
na del  nuevo  testamento  se 
convierte,  en  puridad,  de 
asunto  místico  en  motivo  ade- 
cuado para  un  lienzo  de  ca- 
rácter histórico. 

Por  este  derrotero  que  el 
vigoroso  genio  naturalista 
de  Velázquez  presintió  en  su 
Jesús  muerto  en  la  cruz,  han 
impulsado  á  los  modernos  el 
persuasivo  Morelli  y  el  con- 
cienzudo Munckacsi,  y  es 
ocasión  oportuna  de  observar 
que  no  es  esta  tendencia  aje- 
na del  todo  á  los  pintores  es- 
pañoles quo  muy  reciente- 
mente han  tratado  asuntos 
místicos  en  sus  cuadros. 

Benlliure  y  Gil,  aventaja- 
do discípulo  de  D.  Francis- 
co Domingo,  presenta  en  esta 
exposición  un  cuadro  de 
grandes  dimensiones,  en  el 
que  pueden  verse  comproba- 
das algunas  de  las  teorías  que 
dejamos  expuestas  acerca  de 
la  extraña  conjunción  de  con- 
diciones opuestas  al  parecer 
que  resultan  en  los  lienzos 
de  asuntos  místicos  moder- 
namente pintados. 

Una  tradición   poética   y 

piadosa  á  la  vez  refiere  qiif 

San   Almaquio,    eremita   de 

Oriente  y  mártir  valcro.so 

que  pereció  en  el  Goloseo  al  querer  impedir  la 

lucha  de  los  gladiadores,  vaga  desde  entonces 

por  aquellas  imponentes  ruinas  desiertas,  en  la 

noche  de  Difuntos,  seguido  de  bienaventurados 

de  todas  las  épocas  entonando  el  Misereie  mei 

Deiis. 

El  asunto  no  puede  ser  más  religioso,  y  la 
manera  de  estar  concebido  es  fantástica  y  so- 
brenatural; á  pesar  de  esto,  el  espectador  quo 
se  para  ante  aquel  lienzo  no  experimenta  enio 
ción  alguna  distraído  por  lo  que  pictóricamente 
ha  resultado  allí  lo  principal,  como  son  los 
efectos  de  luz  de  luna  y  reflejos  de  cirios  en- 
cendidos, la  perspectiva  aérea,  las  dificultades 


LA  ILUSTRACIÓN  IBERICA 


391 


técnicas  que  el  artista  parece  que  adrede  se  ha 
impuesto  para  darse  la  satisfacción  de  vencer- 
las, y  otros  muchos  detalles  que  avaloran  el 
cuadro,  sin  esparcir  en  él  ni  un  leve  soplo  de 
ese  ambiente  de  sacro  idealismo  que  campea  en 
las  obras  de  los  antiguos  maestros  inspirados 
en  fe  cristiana,  más  ardiente  y  más  pura  de  la 
que  puede  palpitar  en  los  escépticos  corazones 
de  los  pintores  del  día. 

Y  esto  es  tanto  asi,  que  en  el  cuadro  de  Ben- 


lliure,  por  lo  que  toca  á  la  idea  que  le  determi- 
na, puede,  razonadamente,  abrigarse  la  duda  de 
que  aquella  composición  responda  á  un  senti- 
miento religioso,  ó  sea  una  sátira  del  mismo. 
Porque  aquellos  santos  escuálidos  y  demacra- 
dos, con  las  manos  levantadas  al  cielo,  los 
rostros  contraídos  de  dolor,  y  los  ojos  reflejando 
la  desesperación  y  el  espanto,  más  parecen 
reprobos  condenados  que  celestiales  escogidos, 
y  el  conjunto  de  la  composición  produce  un 


QUEBEC:  SOUS  LE  CAP  (CANADÁ) 

efecto  que  de  trágico  y  terrible  está  en  el  linde 
de  lo  ridículo  y  lo  caricaturesco. 

Se  podrá,  sin  duda,  objetar  que  Ja  índole 
ascética  del  asunto  no  permitía  representar 
aquella  cohorte  numerosa  de  santos  penitentes 
con  plácidos  y  risueños  atractivos,  pero  habrá  de 
replicarse  á  esto  que  si  la  intención  del  artista 
fué  producir  un  sagrado  temor  religioso  no  ha 
conseguido  su  objeto  en  manera  alguna,  porque 
á  su  composición  le  falta  aquella  grandeza  y 
amplitud  y  aquella  serenidad  que  distingue  á 
dos  grandes  obras  maestras  á  las  que  vaga- 
mente recuerda:  los  frescos  de  Miguel  Ángel  en 
la  capilla  Sixtina  y  los  de  Orcagna  en  el  ce- 
menterio de  Pisa. 

Hay  asuntos  pictóricos  que  requieren  para 
su  desarrollo  grandes  espacios.  Por  eso  el  cua- 
dro de  Benlliuro,  mas  que  la  obra  definitiva  y 
acabada,  nos  parece  el  boceto  de  un  gran  fres- 
co. Y  de  no  ser  así,  no  podemos  por  nuestra 
parte  considerar  á  este  lienzo  en  el  que  recono- 
cemos eximias  condiciones,  sino  como  una  de 


esas  obras  geniales  de  un  artista  que  no  obede- 
cen á  sistema  preconcebido  ni  se  inspiran  en 
determinado  ideal. 

Primores  de  ejecución,  maravillas  de  color  y 
de  luz,  aglomeración  de  brillantes  efectos,  tona- 
lidades felicísimas,  alardes  de  arrojo  en  lo  de 
proponerse  dificultades  para  salvarlas  con  éxi- 
to, ninguna  de  estas  y  de  otras  muchas  exce- 
lentes condiciones  hemos  de  negar  al  cuadro  de 
Benlliure,  pero  sí  hemos  de  vacilar  sobre  si  en 
realidad  se  le  ha  de  incluir  por  esta  obra  en  el 
número  de  los  pintores  que  en  la  época  moderna 
cultivan  los  asuntos  religiosos,  6  si  se  le  ha  de 
considerar  más  bien  como  artista  que  persigue 
por  fin  único  la  impresión  vigorosa  y  el  des- 
lumbrador* efecto,  sin  otros  propósitos  y  tras- 
cendencias. 

No  se  puede  otro  tanto  decir  del  cuadro  de 


Sorolla  El  entierro  de  Cristo.  Inferior  al  otro 
cuanto  á  primores  y  habilidades  de  maestro  en 
la  ejecución,  le  supera  con  mucho  en  idealidad, 
poesía  y  sentimiento.  Sorolla  en  su  cuadro  es 
infinitamente  menos  pintor  que  Benlliure,  pero 
es  más  místico,  está  más  dentro  del  género. 
Este  artista  es  muy  joven  y  pueden  dispensár- 
sele las  inexperiencias  en  que  incurre,  algunas 
graves  por  lo  que  concierne  al  dibujo  que  es 
incorrecto  en  todas  las  figuras.  Todo  el  cuadro 
resulta  hecho  con  timidez;  por  eso 
apenas  están  acusadas  las  figuras 
envueltas  en  aquel  ambiente  azu- 
lado con  que  pretende  disimular 
la  indecisión  y  vaguedad  del  lien- 
zo, que  apenas  es  otra  cosa  que 
un  boceto  muy  grande. 

Simonet  en  la  Decapitación  de 
San  Pablo  ha  encontrado  una  no- 
ta justa  de  color,  interpretando 
admirablemente  la  luz  rompiendo 
entre  celajes  y  la  que  en  aureola 
rodea  la  cabeza  del  apóstol,  el 
pavimento  enlosado  y  la  roja  man- 
cha que  le  tiñe  de  sangre.  La 
composición  es  endeble,  sobre 
todo  en  el  grupo  de  sacerdotes  pa- 
ganos y  senadores  diseminados 
sin  gusto. 

JResurrexit  non  est  Me.  Estas  pa- 
labras que  el  ángel  dijo  á  las  mu- 
jeres que  según  el  Evangelio  ha- 
llaron vacío  el  sepulcro  de  Cristo, 
cuando  al  despuntar  del  día  acu- 
dieron á  visitarle,  ha  servido  de 
asunto  y  de  título  para  el  cuadro 
pintado  por  Ruíz  Guerrero.  Hay 
poesía  en  la  entonación  y  está 
sentido  el  argumento  que  des- 
arrollan las  figuras.  El  dibujo  es 
endeble  y  la  vaguedad  de  tintas 
motivada  á  la  hora  del  crepúscu- 
lo han  servido  de  pretexto  para 
descuidar  el  modelado.  La  luz 
está  bien  repartida  y  produce 
efecto.  La  composición  resulta 
borrosa  y  abocetada. 

Silvela  ha  presentado  La  comu- 
nión de  las  vírgenes  en  las  catacum- 
bas. Es  un  cuadro  muy  estudia- 
do, muy  correcto,  pero  escaso  de 
inventiva  artística  y  de  personali- 
dad. Alejo  Vera  trató  muy  feliz- 
mente hace  ya  diez  y  seis  años 
el  mismo  asunto.  Resulta  el  de 
Silvela  muy  reposado  aunque 
frío;  la  perspectiva  del  fondo  está 
entendida  y  aunque  hay  cierta 
monotonía  en  las  figuras,  todas 
están  bien  dibujadas.  La  luz  que 
desciende  del  luminar e  esparce 
suavemente  su  claridad  sobre  la 
cabeza  del  sacerdote,  que  está 
bien  modelada,  y  sobre  los  lienzos 
de  las  talares  vestiduras.  La  crip- 
ta que  se  prolonga  á  la  izquierda 
"  del  cuadro  produce  la  mejor  pers- 

pectiva y  las  lucecillas  que  bri- 
llaa   en    ella  tienen  mucha  ver- 
dad. 
García  Mas  ha  expuesto  un  cuadro  de  gran- 
des dimensiones  cuyo  asunto  es  repetición  del 
de  Sorolla.  Revela  este  lienzo  algunas  estima- 
bles cualidades  en  su  autor,  pero  la  entonación 
es  desmayada,  el  color  crudo  y  el  dibujo  un 
tanto  descuidado.  Más  parece  una  pintura  mo- 
ral rechupada  por  el  tiempo  que  un  cuadro  que 
se  acaba  de  pintar. 

Un  ^tista  ventajosamente  conocido  en  otras 
exposiciones,  Casanova  y  Estorach,  presenta 
este  año  un  lienzo  que  por  su  asunto  y  por  su 
ejecución  ofrece  algunas  dudas  para  clasificarlo. 
El  santo  rey  Feí-nando  III  reparte  viandas  entre 
doce  pobres.  El  tema  es  religioso,  pero  la  ma- 
nera de  estar  desarrollado  no  revela  gran  inspi- 
ración mística.  Un  detalle  nos  ha  decidido,  sin 
embargo,  á  considerarle  como  pintura  religio- 
sa. Nos    referimos   al   nimbo   que  por  encima 


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394 


LA  ILUSTBACION   IBÉRICA 


de  la  regia  corona  circunda  la  cabeza  del  santo. 
Conocido  el  a^iunto  fliremos  de  él  que  está 
expresado  con  verdad  admirable,  sin  amanera- 
mientos ni  efectismos.  £1  dibujo  es  de  la  más 
pora  corrección.  Por  debajo  de  la  mesa  se  ven 
ios  pies  desnudos  de  los  pobres,  y  todos  ellos 
están  tratados  con  la  mayor  prolijidad  y  sin 
apartíuse  de  lo  natural  ni  un  momento.  Lo 
mismo  puede  decirse  de  las  manos,  y  en  las  ca- 
beras que  acusan  igual  esmero,  es  lástima  que 
no  haya  procurado  el  pintor  huir  de  la  mono- 
tonía. Todas  ellas  tienen  el  mismo  carácter  y 
temj>eramento  y  aun  los  mismos  rasgos  de  ñ- 
sonomia;  el  artista  no  se  ha  tomado  el  trabajo 


de  variar  de  modelo  reproduciéndole  con  insig- 
ficantes  alteraciones  en  distintas  actitudes. 

El  color  es  de  buena  tinta,  sobrio  pero  ento- 
nado. La  figura  del  santo  muy  hermosa  y  muy 
verdadera  sobre  todo.  Expresa  la  dignidad  de 
la  realeza  y  la  caritativa  virtud,  constituyendo 
un  carácter  al  par  humilde  y  elevado.  Aquel 
rostro  es  ante  todo  humano,  humano  hasta  lo 
vulgar.  Ya  lo  hemos  dicho,  si  una  ligera  cinta 
de  luz  no  descubriese  un  trazo  circular  en  el 
aire  á  poca  altura  de  la  cabeza  del  monarca, 
nadie  adivinaría  al  santo  en  aquella  dulce  y 
complaciente  fisonomía  de  un  hombre  de  ma- 
dura edad  y  de  maneras  nobles  y  cortesanas. 


EN  FAMILIA 


Hasta  aquí  las  obras  qne  pueden  en  rigor 
clasificarse  dentro  del  grupo  de  los  cuadros  más 
notables  que  pertenecientes  al  género  fie  pin- 
tura religiosa  se  han  presentado  en  esta  última 
exposición. 

Sobre  que  de  entre  todas  ellas,  no  hay  una 
sola  que  legítima  y  genuinamente  se  ajuste  á  la 
inspiración  fervorosa  y  cristiana  que  el  género 
requiere  produciendo  en  el  espectador  entu- 
siasmo de  f»  y  ardores  de  misticismo,  inútil  es 
insistir  después  de  cuanto  dejamos  expuesto  al 
principio  de  estos  apuntes. 

Caprichos  fantasmagóricos  en  que  los  efectos 
de  luz  rebuscados  y  los  extraordinarios  agrupa- 
raientos  tienden  á  confundir  lo  inverosímil  con 
lo  divino  y  sobrenatural;  composiciones  en  las 
que  á  falta  de  una  concepción  hondamente  idea- 
lista se  procura  transformar  la  realidad  fin- 
giendo la  poesía  del  misticismo  con  vaguedades 
de  entonación  y  bellezas  decorativas  de  paisaje; 
escenas  interpretadas  fielmente  conservando  co- 
lor de  localidad  y  sabor  de  época  en  pormeno- 
res y  detalles  arqueológicos  é  indumentarios 
pero  frías  cuanto  al  reproducir  el  espíritu  reli- 


gioso y  la  sacra  unción  que  debiera  reflejarse 
en  las  figuras  del  drama;  traslado  verdadera- 
mente admirable  de  la  naturaleza,  razonado  es- 
tudio del  modelo,  primores  de  dibujo,  aciertos 
de  entonación,  todo  á  servicio  de  asunto  que  es 
religioso  no  por  sentimiento  que  palpite  en  la 
obra,  sino  porque  para  lucir  su  experiencia  pic- 
tórica hubo  el  artista  de  tomar  el  pasaje  de  la 
vida  de  un  santo,  por  incidental  pretexto... 

Pero  si  nada  más  han  acertado  á  expresar  los 
pintores  referidos  cúlpeseles  de  error  en  la  elec- 
ción del  camino,  no  de  falta  de  facultades  y  de 
práctica  en  el  arte  difícil  que  profesan.  No  es 
posible  en  la  agitada  vida  moderna  tan  distante 
de  aquella  contemplativa  que  en  los  siglos  xv, 
XVI  y  aun  xvil  originó  en  la  arquitectura,  en 
la  pintura  y  en  las  letras  tantas  obras  inspira- 
das en  fe  cristiana  vivísima  y  ardiente,  no  es 
posible  que  el  pintor  sin  renegar  de  su  siglo, 
sin  abstraerse  de  cuanto  le  solicita  y  rodea  y 
sin  abjurar  de  su  personalidad  fabricándose  otra 
artificial  y  ficticia,  pueda  reproducir  en  sus 
lienzos,  si  á  perseguir  ideales  se  lanza,  otra  cosa 
que  un  concepto  amanerado,  un   pálido  reflejo, 


una  servil  imitación  ó  una  creación  exótica  con 
mezcla  de  condiciones  que  dificultan  clasificarla 
con  exactitud  y  atenerse  á  su  estricto  alcance  y 
adecuado  sentido. 

La  ciencia  y  las  artes  siguen  rumbo  distinto. 
Ya  no  es  la  teología  fuente  de  todos  los  cono- 
cimientos é  inspiración  constante  de  todas  las 
manifestaciones  do  la  belleza;  la  influencia  re- 
ligiosa ha  desaparecido  porque  sus  ideales  no 
palpitan  en  nosotros  con  el  entusiasmo  y  vigor 
que  alentaron  en  los  antiguos  escritores  y  pin- 
tores místicos.  Por  eso  á  pesar  del  estudio  ¡iro- 
lijo  y  de  la  enérgica  voluntad  no  llegan  los 
contemporáneos  á  expresar  un  concepto  que  no 
han  podido  asimilarse  y  que  no  sienten  con  la 
vehemencia  de  fe  que  A  Vicente  Joanes  impulsa- 
ba á  prepararse  al  trabajo  con  la  oración  y  el 
ayuno,  y  á  Bartholomeo  Angélico  movía  á  éxta- 
sis durante  el  que  pintaba  de  rodillas  el  rostro 
de  la  Virgen  y  á  Luís  Vargas  aconsejaba  huir 
las  instigaciones  del  sensualismo  atormentando 
la  carne  con  disciplinas,  cilicios  y  austeridades. 

Pintores  eximios,  maestros  verdaderos  cuanto 
al  tecnicismo  del  arte,  muchos  de  los  artistas 
de  que  acabamos  de  hablar  se  han  equivocado 
en  el  concepto,  y  este  error  como  por  la  mano 
les  ha  conducido  á  otros  de  ejecución  en  los  que 
no  hubieran  de  seguro  incurrido  al  seguir  más 
propias  y  personales  inspiraciones.  Pero  no  se 
crea  por  esto  que  tan  esforzados  impulsos  por 
restaurar  una  antigua  y  decadente  manifes- 
tación del  arte  que  tantos  aplausos  y  brillo  al- 
canzó en  España  en  otras  épocas,  no  han  de  ser 
estimables  y  aun  dignos  de  alabanza;  pero  en- 
tiéndase que  el  límite  á  este  avaloro  y  á  este 
aplauso  á  nuestro  entender  se  ha  de  buscar  en 
aquella  profunda  frase  de  Edmundo  About:  «Es 
una  buena  obra  pronunciar  las  últimas  palabras 
sobre  la  tumba  de  un  arte  que  se  extingue.» 


R.  Blanco  Asenjo. 


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ESTUDIOS  SOBRE  LA  VIDA  DEL  PUEBLO 


(CONCLUSIÓN) 

Allí  estaba  Aniceto  trabajando,  en  el  extremo 
más  elevado,  adosando  al  esquinazo  de  la  fa- 
chada unos  ladrillos;  tenía  un  cubo  de  cal  al 
lado  y  unos  cuantos  ladrillos  á  otro;  cogía  uno 
á  uno  éstos  y  los  colocaba  en  el  muro  como  si 
fuera  un  libro  que  poner  en  la  estantería. 

El  maestro  silbaba  con  la  mayor  indiferencia, 
mirando  á  veces  distraídamente  por  cima  de  los 
espesos  grupos  de  casas  cuyos  tejados  domina- 
ba al  lejano  campo;  se  mantenía  en  ese  asom- 
broso descuido  del  albaflil  que  juega  su  vida 
más  frecuentemente  de  lo  que  se  cree,  y  realiza 
prodigios  de  valor,  el  menor  de  los  cuales  ser- 
viría á  un  general  para  envalentonarse  como 
un  semi  Dios  del  heroísmo. 

El  cielo  estaba  despejado  y  magnifico,  el  sol 
reflejaba  en  los  planos  de  pizarra,  en  los  crista- 
les y  en  los  remates  metálicos  de  las  torres... 
Mirando  hacia  abajo...  el  carro  del  ladrillo  y  las 
muías,  los  peones  que  le  descargaban;  los  veci- 
nos de  las  casas  de  enfrente,  los  transeúntes, 
en  fin,  parecían  de  juguete  por  lo  pequeños  que 
resultaban  á  aquella  distancia... 

— ¿Sabes,  Juan, — decía  en  esto  un  compañero 
de  Aniceto  á  otro  que  como  éstos  se  hallaban 
á  la  misma  altura  y  no  muy  separados, — sabes, 
Juan, — dijo  el  uno  al  otro, — que  el  Rojillo  se 
ha  caído  en  la  obra  de  don  Mariano? 

— ¡Anda  con  Dios! — replicó  Juan  como  si 
oyera  la  cosa  más  natural  del  mundo  si  bien 
por  un  leve  fruncimiento  de  cejas  marcó  la  se- 
riedad y  el  interés  más  vivo,  y  dijo  á  media 
voz. — ¿Pero  ha  sido  de  cuidado,  Vicente? 

— En  cuanto  á  que  de  cuidao,  es  de  cuidao... 
pero  no  de  muerte,  según  me  han  dicho...  cayó 
desde  el  principal  y  como  un  plomo.  ¡Es  tan 
torpe! 

— jPara  caída  buena,  la  mía! — dijo  Juan  son- 
riéndose,  y  suspendiendo  un  momento  el  trabar 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


395 


jo,  añadió: — Iba  á  poner  en  la  obra  del  marqués 
Villarjos  una  polea,  cuando  afianzo  á  unas  ta- 
blas; el  Hiiglao  estaba  muy  firme  á  lo  que  pen- 
sé... cuando  me  pareció  que  una  de  las  tablas 
se  meneaba  para  asi  como  hacia  fuera...  y  de 
pronto  la  condenada  hace  rig  y  se  parte  por  la 
mesma  mitad, — Juan  hizo  con  las  manos  enye- 
sadas un  expiesivo  ademán  y  prosiguió  con 
otros  dando  todo  el  relieve  posible  á  su  relato 
y  sin  cesar  de  reirse  cada  vez  más  como  si  con- 
tase una  chistosa  aventura.^ — [Me  valga  la  bula, 
chico!  Se  vence  el  tablero  y  ¡zóís!  se  cae  á  la 
calle...  yo  me  quedé  abrazao  al  poste  como  á 
una  cucaña. 

Al  llegar  á  esto  la  risa  no  le  dejó  hablar  y 
Vicente  reía  también  con  toda  su  alma. 

— Parecerías  una  mona, — dijo  éste. 

— ¡Empingorotao  en  la  puerta,  recontra!  Mira 
tú  y  á  aquella  altura,  casi  la  mesma  en  que  es- 
tamos, yo  me  decía:  ¡Ahora  te  escurres  Juan  y 
cuéntaselo  á  tu  abuela  que  allá  te  aguarda  hace 
tiempo!  Si  me  llego  á  escurrir  me  estrello  hom- 
bre... me  estrello...  Pues  mira  tú,  la  suerte  mía 
fué  que  se  me  enredaron  los  pies  con  las  cuer- 
das de  unos  tablones...  que  estaban  sujetas  á 
otro  palo  frontero  y  de  proato  ¡patoplum!  se  me 
fué  la  cabeza  y  caí,  pero  quedé  dando  vueltas  y 
vueltas  sujeto  no  sé  cómo  por  las  cuerdas. 
Como  una  de  esas  pelotas  cautivas  que  venden, 
á  los  chicos,  así  quedé...  Se  me  fué  el  sentido... 
y  en  esto  llegaron  el  Chato,  Francisco  y  el  maes- 
tro, y  me  pudieron  subir...  Si  no,  ya  ves  tú  que 
asi  no  hubiera  estado  mucho  tiempo;  pero  por 
el  balanceo  del  cuerpo,  ó  qué  sé  yo,  me  di  mu- 
chos golpes...  y  luego  echaba  sangre  por  ojos, 
narices  y  boca... 

Los  dos  obreros  quedaron  un  momento  silen- 
ciosos y  graves  prosiguiendo  su  trabajo;  de 
pronto  Vicente  se  espanta  y  exclama  aterrado: 

— ¡Señor  Aniceto,  señor  Aniceto!... 

No  hubo  tiempo  de  comprender  bien  lo  que 
ocurría...  tras  el  grito  de  Vicente  se  oyó  un  te- 
rrible estruendo,  la  parte  de  entablamiento  del 
andamio  que,  correspondía  á  la  esquina  en  que 
se  hallaba  Aniceto  se  de.sprendió  cayendo  del 
tercer  piso  sobre  las  tablas  del  andamio  del  se- 
gundo y  con  ellas  Aniceto  que  se  quedó  des- 
mayado y  herido  en  un  muslo  por  uno  de  los 
maderos. 

Vicente  y  Juan  miraban  con  espanto  aquella 
catástrofe...  ¿Habría  muerto  Aniceto?... 

No,  no  murió;  cuando  pudieron  recogerle  se 
vio  que  no  había  recibido  sino  dos  contusiones 
y  una  herida  en  una  pierna,  puede  que  alguna 
grave  contusión  en  la  cabeza;  tardó  en  salir  del 
desmayo  y  medio  atontado  le  llevaron  á  la  casa 
de  socorro;  al  salir  de  ésta  se  halló  con  Marga- 
rita á  quien  un  camarada  de  Aniceto  fué  á 
avisar... 

Margarita  hecha  un  mar  de  lágrimas,  decía: 

— ¡Ay,  Dios  mío.  Dios  mío,  y  que  desgracia 
tan  grande!...  Vamos  á  llevarle  á  casa... 

Aniceto  la  miraba  como  si  no  la  conociese, 
había  en  su  mirada  una  cosa  extraña,  parecían 
sus  ojos  los  de  un  imbécil... 

En  un  estado  de  imbecilidad  hubo  de  que- 
darse en  efecto,  á  consecuencia  de  alguna  con- 
tusión... 

En  el  barrio  vive,  al  lado  de  la  seña  Marga- 
rita, sostenido  por  ésta  y  por  Antolin,  junto  á 
los  pequeñuelos...  con  su  verdadera  familia,  en 
fin,  pero  lejos  de  ella  para  siempre  su  alma  de 
aquel  sitio,  puesto  que  tal  vez  seguía  descono- 
ciendo á  su  mujer  y  á  sus  hijos...  ¡Idiota  sin 
remedio! 

Antolin  no  acertaba  á  comprender  como  su 
madre  obraba  de  aquel  modo;  verdad  es  que 
Antolin  comprendía  pocas  cosas. 

La  seña  Margarita  decía  á  cuantos  querían 
oiría: 

— ¡No  me  pesa,  no,  señora,  mientras  yo  tenga 
estas  manos,  nada  le  faltará  á  ese  desgraciado! 

¡Oh  alma  varonil  de  las  mujeres! 

José  Zahonero. 


EL   CLOV^^N    NEGRO 


ARTÍCULO    DE    VERANO 

Negro  no  era,  al  contrario,  siempre  que  apa- 
recía en  la  pista  la  blancura  de  su  rostro  emba- 
durnado con  dos  ó  tres  capas  de  albayalde  con- 
trastaba con  las  caras  de  sus  compañeros  tizna- 
das con  toda  suerte  de  colores  y  dibujos. 

Se  le  llamaba  el  clown  negro  porque  vestía 
siempre  de  este  color. 

El  color  del  luto  y  de  la  tristeza  lo  había 
adoptado  Pik, — así  se  llamaba,— para  divertir 


á  la  gente,  para  formar  entre  la  abigarrada 
troupe  de  payasos. 

Su  traje  no  tenia  el  holgado  corte  del  de  sus 
compañeros;  era  un  vestido  de  punto  negro  ri- 
gurosamente ajustado  al  cuerpo,  ceñido  á  la 
cintura  por  un  cinturón  charolado  y  adornado 
el  cuello  con  ancha  golilla  blanca  graciosamente 
plegada;  calzaba  guante  blanco. 

Trewey  imitó  más  tarde  el  traje  de  Pik.  • 

En  los  bailes  infantiles  los  niños  más  distin- 
guidos concurren  copiando  el  traje  de  Trewey. 

Pik  era  el  clown  favorito  en  cuantos  circos 
ecuestres  se  presentaba. 

Había  recorrido  los  principales  de  Europa  y 


LA   MADRE 


eran  tan  frecuentes  y  continuados  sus  éxitos 
que  á  tener  un  átomo  de  vanidad  ó  á  conocer 
la  soberbia  Pik  hubiera  podido  mirar  con  des- 
dén á  las  primeras  notabilidades  artísticas  de 
su  época;  pero  él  no  otorgaba  importancia  al- 
guna á  los  aplausos  que  el  público  le  prodiga- 
ba; al  contrario,  le  afligían  profundamente.  Te- 
nía él  un  instinto  muy  delicado  y  cada  vez  que  * 
le  aplaudían  se  consideraba  mejor  payaso  pero 
menos  hombre;  de  ahí  que  sus  mayores  éxitos 
le  abrumaran  en  profunda  melancolía. 

— ¡Debo  ser  como  ellos! — se  decía, — y  tal  te- 
mor le  acongojaba  extraordinariamente. 

Porque  Pik  con  exhibirse  en  los  circos  ecues- 
tres y  hacer  juegos  malabares  y  apalearse  en 
la  pista  con  los  otros  clowns  y  tomar  parte  en 
las  pantomimas  grotescas  que  éstos  organiza- 
ban, no  era  un  payaso  grosero  y  vulgarote;  era 
un  pobre  hombre  á  quien  su  mala  suerte  había 
condenado  á  la  más  triste  de  las  condiciones,  á 


divertir  á  los  demás  fingiendo  una  alegría  y  un 
humor,  un  olvido  de  la  propia  condición  que 
estaba  muy  lejos  de  sentir. 

Hacía  mucho  tiempo  que  había  perdido  un 
niño  de  pocos  años.  A  ser  español  lo  hubiera 
recuperado  con  mandar  á  los  secuestradores  la 
cantidad  que  le  hubiesen  exigido,  el  rescate  no 
hubiera  sido  difícil;  pero  era  inglés  y  á  su  pobre 
niño  lo  perdió  en  Londres.  En  el  Reino  Unido 
los  secuestradores  son  menos  populares,  pero 
en  cambio  son  mucho  más  crueles  que  los  nues- 
tros. De  la  suerte  que  cabe  á  las  niñas  que  des- 
apai-econ,  non  raggionam  di  lor;  cuanto  á  los 
niños  pensando  lo  más  piadosamente  posible  no 
es  aventurado  presumir  que  pasan  á  poder  de 
esas  compañías  de  titiriteros  que  á  fuerza  de 
repetidos  tormentos  educan  á  los  infelices  para 
explotar  más  tarde  la  flexibilidad  de  sus  múscu- 
los ó  su  agilidad  gimnástica  en  los  principales 
circos,  donde  son  muy  frecuentes  las  exhibicio- 


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398 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


nes  de  niños  que  hacen  maravillas  en  el  trape- 
cio 6  prodigiosos  ejercicios  ecuestres.  Pik  pre- 
sintió el  porvenir  que  le  esperaba  á  su  hijo  y 
como  era  lo  único  que  amaba  en  el  mundo,  de- 
sesperando  de    recobrarle   decidió   hacerse 

down. 

Estrenóse  al  poco  tiempo  de  haber  perdido  á 
su  Arthur,  y  siendo  mucha  la  pena  que  sentía, 
desde  su  primera  salida  á  la  piuta  adoptó  el 
traje  negro;  lo  que  era  una  muda  manifestación 
de  duelo  fué  considerado  como  un  rasgo  de 
originalidad  que  el  público  estimó  del  mejor 
gasto  y  de  ahi  que  desde  su  primera  salida  el 
rloicit  negro  consiguiera  notoria  celebridad.  In- 
dudablemente aquel  traje  se  destacaba  con  sim- 
pática severidad  entre  los  chillones  y  abigarra- 
dos que  vestía  la  bulliciosa  turba  de  payasos. 
Era  una  nota  triste,  pero  que  cautivaba  más 
que  las  otra.s,  ruidosas  y  todas  de  un  mismo 
diapasón.  > 

Hacer  reir  á  la  gente  es  cosa  muy  fácil,  pero 
mny  desagradable  cuando  no  se  tiene  un  espíritu 
vulgar  y  una  inteligencia  ruin.  Despertar  la 
atención  de  un  público  y  dominarle  es  empresa 
más  difícil,  pero  más  meritoria  aún  cuando  el 
éxito  se  presenta  siempre  dudoso.  Pik  encontró, 
sin  embargo,  el  prodigioso  secreto  y  sin  descen- 
der á  la  ridículo  y  chocarrero  logi-aba  imponerse 
por  su  natural  distinción,  por  la  variedad  y  buen 
gusto  de  sus  excentricidades.  Era  un  clown  de 
gnante  blanco.  Cuando  él  aparecía  en  la  pista 
sns  compañeros  parecían  más  paj'asos. 

Su  popularidad  le  hizo  pronto  famoso,  siendo 
solicitado  para  trabajar  en  los  más  renombrados 
cir(;os.  Al  igual  que  las  celebridades  líricas  se 
le  contrataba  por  contado  número  de  funciones 
y  su  nombro  aparecía  en  los  carteles  con  gran- 
des letras  tiradas  en  oro  y  varias  tintas,  y  como 
se  aumentaba  el  precio  de  las  localidades,  na- 
turalmente, el  público  que  asistía  á  sus  funcio- 
nes era  siempre  numeroso  y  distinguido. 

Sus  éxitos  le  halagaban  poco,  era  insensible 
á  ellos.  Pik  sólo  ansiaba  recobrar  á  su  hijo;  es- 
peraba casi  lo  imposible,  y  esperando  proseguía 
el  triste  en  su  alegre  carrera,  á  la  que  transcu- 
rridos algunos  años  acabó  por  cobrar  afición. 

Él  vivía  por  el  recuerdo  de  un  niño  y  los  ni- 
ños son  los  asiduos  concurrentes  á  los  circos, 
los  admiradores  más  sinceros  y  entu.siastas  de 
los  clowns,  los  que  con  más  espontáneas  y  ale- 
gres risas  celebran  sus  ocurrencias,  los  que  los 
imitan  en  sus  juegos  y  diversiones,  los  que  les 
recuerdan  con  sin  igual  admiración. 

Si  no  encontraba  á  su  Arthur  entre  los  niños 
acróbatas  podía  descubrirle  entre  su  público  y 
esta  generosa  esperanza  le  alentaba  y  le  hacía 
mirar  sonriente  al  público  infantil,  y  los  niños 
le  sonreían  á  su  vez;  algunos  le  llamaban  por 
su  nombre  y  le  arrojaban  sus  dulces,  y  Pik, 
como  el  fanático  anheloso  de  oír  la  voz  de  Dios, 

ftrestaba  extraordinaria  atención  á  las  voces  de 
08  niños  pero  no  descubría  la  que  tanto  anhe- 
laba oir.  Los  niños  son  como  los  pájaros,  casi 
todos  tienen  la  misma  voz;  su  hijo  la  tenía  más 
argentina  y  sonora;  llevaba  en  sus  oídos  el  eco 
lejano  del  último  día  que  le  habló  y  todavía  vi- 
braba con  armonía  inolvidable  como  arrullo 
conmovedor.— ¿Le  volveré  á  ver? — esto  se  pre- 
guntaba de  continuo  y  pregunta  que  tan  abru- 
madora incertidnmbre  encierra  le  prestaba  sin 
igual  aliento,  heroica  resolución,  para  proseguir 
nna  carrera  tan  poco  en  armonía  con  el  duelo 
de  su  alma. 

Y  con  animosa  abnegación  continuaba  reco- 
rriendo circos,  visitando  diversas  capitales  y 
siendo  en  todas  partes  el  niño  mimado  de  los 
públicos  más  aristocráticos,  y  considerado  por 
sus  compañeros  con  un  respeto  rayano  en  ve- 
neración, porque  donde  Pik  iba  no  se  maltra- 
taba á  ningún  niño  de  la  compañía;  no  se  les 
imponía  ni  el  más  ligero  castigo. 

Pik  no  había  revelado  nunca  á  nadie  el  triste 
secreto  que  amargaba  su  existencia,  pero  cuan- 
tos le  trataban  presentían  que  el  traje  del  sim- 
pático clown  ocultaba  á  un  hombre  muy  des- 
graciado y  es  que  el  infortunio  inmerecido  no 
hay  qne  proclamarlo,  se  revela  en  elocuentes 
manifestaciones^ 


Habían  transcurrido  ya  muchos  años  y  el 
down  negro  que  ocultaba  sus  canas  bajo  la  tí- 
pica peluca  de  los  payasos  desesperaba  de  en- 
contrar á  su  Arthur,  que  buscaba  todavía  entre 
los  niños.  Quizás  habría  muerto  y  más  feliz  que 
él  estaría  ya  reposando;  y  esta  idea,  la  más  des- 
consoladora que  puede  amparar  un  padre,  le  re- 
gocijaba dulcemente.  Pik  era  muy  parco  en  son- 
reír, y,  sin  embargo,  sólo  sonreía  cuando  se 
afirmaba  en  que  su  Arthur  ya  no  existía. 

Una  noche, — era  en  un  circo  de  Viena, — en 
la  compañía  que  trabajaba  Pik  debutaba  una 
preciosa  niña  que  debía  hacer  ejercicios  en  un 
caballo  en  libertad.  Era  la  vez  primera  que  la 
diminuta  amazona  se  presentaba  en  piiblico,  y 
esta  circunstancia  unida  al  invencible  terror 
que  sentía  á  las  insinuantes  advertencias  de  su 
maestro  la  perturbaban  profundamente.  Salió  á 
la  arena  luciendo  un  llamativo  vestido  rosa,  bor- 
dado de  lentejuelas  y  flecos  de  oro;  su  blonda  ca- 
bellera cuidadosamente  rizada  cubría  sus  flacos 
y  desnudos  hombros;  su  rostro  era  muy  pálido 
y  sus  ojos  azules  tenían  esa  vaga  tristeza  de  los 
niños  prematuramente  desgraciados.  Salió  á  la 
pista,  hizo  torpemente  algunas  piruetas  y  auxi- 
liada por  su  maestro  montó  en  brioso  caballo 
árabe  de  hermosa  estampa;  el  hombre  sacudió  su 
latiguillo  y  el  caballo  emprendió  acelerada  ca- 
rrera; iba  á  efectuarse  la  suerte  de  los  aros  y  la 
niña  fué  lanzada  al  intentar  el  'primer  salto. 
Montó  de  nuevo;  ya  no  estaba  pálida;  su  carita 
estaba  cubierta  de  vivo  carmín;  al  recogerla  su 
maestro  le  había  hecho  sentir  una  de  sus  dolo- 
rosas  caricias  que  pasó  inadvertida  para  el  pú- 
blico. De  nuevo  emprendió  su  carrera  y  de  nuevo 
el  caballo  la  despidió,  con  tan  mala  .suerte  que 
la  desdichada  cayó  exánime  en  la  arena.  Llegó 
á  ella  su  maestro  y  ca.sual  ó  intencionadamente 
su  látigo  cruzó  la  cara  de  la  pobre  niña.  Un 
grito  de  indignación  partió  del  público.  Pik  no 
necesitó  ver  más.  Frenético,  ciego,  delirante,  se 
arrojó  impetuoso  contra  aquel  hombre,  le  estre- 
chó violento  entre  sus  brazos  y  luchando  de- 
sesperadamente ambos  rodaron  por  la  arena.  El 
(i',wn  negro  estaba  dramático,  eja  la  vez  prime- 
ra que  un  payaso  llenaba  de  terror  á  un  públi- 
co. Súbitamente  fueron  separados  aquellos  dos 
hombres  que  tan  fieramente  se  maltrataban;  al 
levantarse  Pik  dirigió  al  público  una  mirada  de 
estupor,  recogió  á  la  niña  entre  sus  brazos  y  la 
besó  con  amoroso  anhelo.  La  niña  no  volvía  en 
sí,  y  Pik,  el  clown  destinado  á  hacer  reir  á  la 
gente,  lloraba.  El  maestro  de  equitación  tenía  el 
rostro  ensangrentado  y  fué  socorrido.  Aquella 
misma^  noche  fué  despedido  de  la  compañía. 
Pik  compró  á  la  niña  y  la  amó  desde  aquel  día 
como  hubiera  amado  á  su  Arthur. 

Abandonó  su  carrera  y  consagró  todo  su  ca- 
riño y  sus  cuidados  á  la  que  consideraba  como 
su  hija;  en  su  retiro  nadie  turbó  su  sosegada 
tranquilidad,  ni  recuerdos  tristes  ni  memorias 
amargas.  En  cuanto  á  su  Arthur  nada  absolu- 
tamente supo;  al  contrario,  siempre  ignoró  que 
la  única  vez  que  la  fatalidad  lo  puso  en  su  ca- 
mino lo  abofeteó  cruelmente  hasta  ensangren- 
tarle el  rostro. 

Antonia  Opisso. 


-*- 


VERSOS 

Deja  el  hombre  volar  su  pensamiento 
y  de  ilusión  en  ilusión  saltando, 
de  caprichos  y  antojos,  va  formando 
universos  sin  fin;  ¡raro  portento! 

¡Tal  es  su  aspiración,  que  en  nn  momento 
los  triunfos  adquiridos  desdeñando, 
de  lo  ignoto  y  abstracto,  va  forjando 
cadenas  de  dolor  a!  sentimiento! 

Siguiendo  yo  no  sé  qué  extraña  estela, 
sordo  á  la  voz  de  la  razón  que  grita, 
á  los  .sueños  se  entrega  sin  cautela; 

Y  en  el  eterno  afán  que  le  concita, 
¡hace  un  mundo  del  átomo  que  anhela, 
y  un  átomo  del  mundo  en  que  palpita! 

Ricardo  Cano. 


LA  CAPILLA 


Luto,  tristeza,  agonía; 
sala  estrecha,  negros  paños; 
un  altar.  Cristo  y  María; 
una  cama,  dos  escaños 
y  un  crimen  que  allí  se  expía. 

Una  lámpara  colgando, 
medrosa  luz  esparciendo; 
una  campana  doblando, 
un  hombre  casi  creyendo 
y  un  cura  casi  llorando. 

La  lámpara  agonizante, 
el  sacerdote  anhelante, 
el  criminal  mudo  y  fijo 
en  el  pálido  semblante 
de  un  antiguo  crucifijo. 

Imagen  del  Redentor, 
debida  al  docto  cincel, 
que  le  muestra  en  su  dolor 
unos  labios  todo  hiél, 
unos  ojos  todo  amor. 

La  fe  en  la  mirada  asoma 
del  reo;  nido  al  fin  toma 
en  .su  alma  el  divino  beso, 
al  sentir  su  enorme  peso 
en  el  lecho  se  desploma. 

¡Todo  á  la  tristeza  inspira: 
el  bronce  que  el  airo  hiere, 
aquel  hombre  que  delira, 
aquella  noche  que  espira 
y  aquella  luz  que  se  muere! 

Nada  allí  muéstrase  altivo, 
todo  es  medroso  y  esquivo: 
la  muerte  en  su  espacio  zumba 
y  da  más  miedo  esa  tumba 
porque  es  la  tumba  de  un  vivo. 

Allí  cede  el  hombre  inerte 
y  el  valor  soberbio  y  fuerte 
huye  receloso  y  falso: 
¡que  está  más  que  en  el  cadalso, 
en  la  capilla  la  muerte! 

En  su  recinto  fatal 
se  consuma  la  sentencia. 
¿Dónde  hay  más  duro  dogal 
que  dejar  á  un  criminal 
á  solas  con  su  conciencia? 

Allí  es  el  trance  imponente, 
la  hora  triste  y  peregrina 
que  se  encuentran  frente  á  frente 
el  infame  delincuente 
y  la  justicia  divina. 

¡De  allí  al  cadalso  va  en  calma! 
¡Va  de  la  esperanza  en  pos,     * 
y  va  besando  su  palma, 
porque  ya  lleva  en  el  alma 
y  en  el  pensamiento  á  Dios! 

José  Jackson  Veya. 


-«- 


EN  EL  CAMPO 


Goce  en  hora  buena  el  rico 
entre  el  es¡)lendor  que  ofusca, 
de  los  alcázares  regios 
la  magnificencia  augusta; 
goce  en  buen  hora  del  brillo 
que  le  da  su  ilustre  alcurnia 
y  en  salones  suntuosos 
sus  preciadas  joyas  luzca, 
que  yo  [)ara  mí  más  quiero, 
lejos  de  tal  baraúnda, 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


399 


pintada  casa  de  campo 
por  jarales  medio  oculta 
y  cercada  de  palmeras 
y  de  arroyos  que  murmuran. 
Quiero  allí  escuchar  los  trinos 
que  los  jilgueros  modulan 
en  las  copas  de  los  alamos 
y  entre  la  maleza  rústica; 
quiero  altivos  jazmineros 
y  naranjos  que  perfuman; 
quiero  oir,  en  las  colmenas 
las  abejas  cuando  zumban, 
y  en  los  altos  palomares 
las  palomas  que  se  arrullan. 
Allí  es  la  noche  más  plácida, 
y  más  alegre  la  luna, 
más  azul  el  firmamento 
y  la  alborada  más  pura; 
de  allí,  como  efluvio  santo, 
se  elevan  á  las  alturas 
las  preces  que  el  labrador 
al  Sumo  Hacedor  tributa: 
en  la  primavera  hermosa, 
cuando  desciende  la  lluvia 
y  mueve  los  olivares 
y  los  sembrados  fecunda; 
en  el  ardoroso  estío, 
cuando  las  pesadas  muías 
el  áspero  trillo  arrastran 
sobre  la  mies,  que  tritura; 
en  el  bonancible  otoño, 
cuando  las  brisas  columpian 
de  las  vides  trepadoras 
el  pomposo  ramo  de  uvas; 
y  del  invierno  sombrío 
en  las  noches  largas,  crudas; 
cuando  al  calor  de  la  lumbre 
sus  hijos  amados  junta 
y  el  moreno  pan  reparte, 
quizás  duro,  amargo  nunca. 
¡Todo  es  hermoso  en  el  campo! 
en  las  ciudades  más  cultas 
sufre  el  hombre  decepciones 
que  el  corazón  le  torturan. 
En  el  campo  halla  el  sosiego 
y  la  paz  que  el  alma  busca, 
y  cada  flor  que  se  mueve, 
y  cada  palma  que  ondula, 
le  hacen  sentir  una  nota 
del  himno  que  la  Natura 
eleva  al  cielo,  cantando 
de  Dios  la  grandeza  suma. 


J.  Erutos  Baeza. 


-*- 


NUESTROS  GRABADOS 


DN  RAMO  DI  KlBCISOa 

Está  muy  bien  esa  bella  joven  con  ó  sin  narcisos,  poro  ai 
autor  se  la  antojó  bautizarla  con  aquel  nombre  y  hay  que 
respetar  su  voluntad. 

KL   BALARCfN 

Lindo  grabado.  Con  menos  cosas  puede  hacerse  un  cua- 
dro que  merezca  una  medalla.  El  autor,  escrupuloso  hasta 
lo  sumo,  ha  dibujado  eso  con  tanto  esmero  y  atención  como 
si  se  tratara  de  simbolizar  el  equilibrio  europeo. 

IXP08ICIÓM    NACIONAL   DK    BILLitS   ARTES    DI   1887 

LA  TRADICIÓN,  escultura  de  D.  Agustín  (¿uerol 

KL   CADÁVER    DEL   GENERAL    ALVAREZ    DE    CASTRO    ANTE    EL 
PUEBLO   DK    FIQÜERAS 

Cuadro  de  D.  Nicolau  Cotanda 

Aunque  de  ambas  obras  se  tratari  oportunamente  en  la 
revista  de  bellas  artes  que  comenzamos  á  publicar  en  el  pre- 
sente número  diremos,  sin  embargo,  que  la  Tradición  ha  va- 
lido á  su  autor  el  primer  premio  de  escultura. 

En  cuanto  al  cuadro  del  Sr.  Nicolau  Cotanda  véase  lo 
que  dice  de  él  un  distinguido  critico: 

■Prueba  del  influjo  que  ejerce  en  nuestros  tiempos  el  se- 
ñor Pérez  Oaldós,  es  el  número  de  cuadros  que  toman  su 
asunto  de  aquellos  célebres  episodios  nacionales.  Hay  verda- 
dera riqueza  de  tales  cuadros  patrióticos,  y  algunos  repeti- 
dos. Asi,  por  ejemplo,  nos  encontramos  otra  vez  con  El  cadá- 
ver del  general  Alvarez  (564),  entendido  de  manera  análoga  al 
lienzo  del  Sr,  Muñoz  Lucens,  pintado  por  el  Sr,  Nicolau  ro- 
tonda ^D.  Vicente),  ya  premiado  en  otras  Exposiciones.  No 


entraremos  á  describir  el  argumento,  por  la  semejanza  ante- 
dicha, y  nos  limitaremos  á  alabar  lo  bien  sentido  de  la  esce- 
na y  lo  discretamente  ejecutada  que  está;  señalando  sólo  los 
pequeños  defectos  que  se  advierten,  tales  como  la  falta  de 
explicación  de  unas  cadenas  que  cualquiera  atribuirla  á 
puente  levadizo,  sin  que  se  dé  razón  de  dónde  acaban;  la  re- 
petición del  modelo  que  quita  variedad  é  interés  á  la  acción; 
el  paralelismo  de  las  actitudes  y  sobre  todo  el  de  los  estudios 
de  pies.  En  realidad,  algunas  cabezas  son  más  que  buenas.» 

OFRENDA    DE    LAS   JÓVENES   ROMANAS   i    LDCINA 

Cuadro  de  Elena  Coomans 

Pocos  cuadros  tan  bonitos  como  ese  conocemos  entre  la 
multitud  do  los  que  se  refieren  á  escenas  de  la  vida  romana. 
La  autora  ha  desplegado  en  él  todos  los  recursos  de  su  pale- 
ta y  la  gracia  de  su  dibujo,  resultando  de  ello  una  obra  tan 
simpática  como  original. 

LAS  B0JA8  caídas 

Claro  está  que  el  refrán  de  que  «á  árbol  caldo  todos 
hacen  leña,>  no  puede  rezar  con  los  gatos,  á  pesar  de  ser 
eminentemente  ungueados  los  que  tal  suelen  hacer,  pero  no 
pasa  lo  mismo  con  las  hojas  .. 

Este  tema  ha  dado  ocasión  á  preciosísimas  inspiraciones 
¿no  recuerdan  ustedes  Las  hojas  secas  del  desdichado  Bec- 
quer? 

Verdad  es  que  no  todos  conocen  á  Becquer;  cierto  ilustre 
canonista  debe  conocerle  seguramente  mucho  menos  que  á 
sus  vacas  gallegas. 

EL   BANDOLERO 

Cuadro  de  A.  Leman 

Este  titulo  /ait  songer...  ¡El  bandolerol  Si  todos  fuesen 
como  ese...  Si  todos  tuviesen  siquiera  ese  tinte  estético... 
Pero  no  son  precisamente  los  bandoleros  de  Arturo  Lemon 
los  que  más  cuidado  dan...  Otras  ladroneras  hay  mucho  más 
seguras  y  productivas  que  la  carretera  real. 

QUKEKC:  «SOÜS  LE  CAP- 

Llámase  asi  un  viejo  barrio  situado  al  pié  de  la  Gran  Ba- 
tería y  de  la  Universidad  de  Laval  y  suspendido  sobre  uu 
hórrido  precipicio.  Habita  allí  una  población  de  pura  raza 
francesa  y  no  deja  de  ser  un  sitio  bastante  pintoresco,  pres- 
cindiendo de  la  estrechez  y  oscuridad  en  que  viven  sus  mo- 
radores. 

EN    FAMILIA 

Ponemos  este  grabado,— lo  confesamos,— como  un  re- 
clamo para  'que  los  célibes  tmpedernidos  se  apresuren  á  lla- 
mar á  las  puertas  de  la  Vicaría.  Eso  da  muy  halagüeña  idea 
de  lo  que  es  un  matrimonio  bien  avenido  siendo  bastante 
guapa  la  señora,  un  buen  Juan  el  marido  y  dócil  la  chiquilla. 

LA    UADRE 

» 

¡Oh  Dios,  y  que  bien  está  esol.  .  Sépase  que  el  autor  es  un 
tal  Ciarle...  como  si  dijéramos  el  señor  López.  Pero  no  por 
eso  ha  dejado  de  dibujar  un  poema  mucho  más  elegante  que 
otros  muchos,  pequeño  ó  grande... 

Aquí  del  aplaudido  autor  señor  N... 

La  historia  de  las  medres 
es  la  que  hay  que  escribir. 

EN   SOCORRO. —MOMENTO   DE    EXCITACIÓN 

Ambos  dibujos  se  recomiendan  por  su  excelente  ejecución 
y  por  la  verdad  con  que  están  representadas  las  respectivas 
escenas.  Nada  más  exacto  que  el  salvamento  de  loa  níiufra- 
gos  por  los  intrépidos  mariueros  que  tripulan  el  bote  sal- 
vavidas, como  tampoco  cabe  mayor  fidelidad  en  la  repro- 
ducción de  ese  grupo  de  jugadores  á  bolos  tan  atentos  al 
resultado  de  la  partida  como  si  se  tratara  de  una  empeñada 
lucha  ajedrecista  ó  del  resultado  de  una  votación  en  unas 
oposiciones  formales. 

AHASVBRO 

Cuadro  de  K.  Kauzik 

El  autor  ha  personificado  al  Judío  errante  según  la  tradi- 
ción eslava  y  no  cabe  negar  que  le  ha  prestado  un  carácter 
superiormente  terrible. 

El  tal  personaje  fué  importado  á  Europa  en  el  siglo  xiii 
por  los  frailes  de  Armenia;  á  decir  verdad,  en  Oriente  no  se 
le  considera  como  un  andarín  sempiterno,  sino  como  un  cri- 
minal cuyo  castigo  debe  durar  siempre.  Parece  que  este  tipo 
reconoce  un  triple  origen,  siendo  un  compuesto  del  Carta/Uo 
quedebe  vivir  hasta  la  segunda  venida  del  Mesías,  delportero 
de  Pílalos,  alma  criminal  y  condenada  y  del  cazador  salvaje, 
tipo  indo  germánico  que  anda  día  y  noche. 

TÚNEL  IN  LA  CARRETERA  DE  SAN  GOTARDO 

Pasado  el  Puente  del  Diablo,  del  que  hablamos  en  nuestro 
número  anterior,  y  á  poca  distancia  de  dicha  atrevidísima 
fábrica,  entra  el  camino  en  una  gruta  ó  túnel  de  60  metros 


de  longitud,  siempre  á  orillas  del  torrente  del  Reuss.  Co- 
menzado este  túnel  en  el  siglo  pasado  ha  sido  considerable- 
mente ensanchado  en  el  presente. 

* 

ADÁN  MICKIEWICZ 


Siendo  tan  poco  conocido  en  España  cuanto 
se  refiere  á  la  literatura  de  los  pueblos  eslavos, 
creemos  prestar  un  verdadero  servicio  á  nues- 
tros lectores,  presentando  á  la  vista,  siquiera 
sean  breves  muestras  de  uno  de  los  escritores 
que  indudablemente  más  la  han  honrado,  y  cuyo 
nombre  resonó  poderosamente  en  Europa,  cuan- 
do en  1829  acontecimientos  políticos  favorables 
pusieron  á  los  valerosos  polacos  en  armas. 

Sin  perjuicio  de  consagrar  en  otra  ocasión 
nuestra  pluma  al  célebre  Segismundo  Krasins- 
ki,  conocido  por  el  poeta  anónimo  de  Polonia, 
adalid,  sino  creador,  del  drama  político-social, 
como  también  al  fogoso  Slowacki,  apellidado,  y 
no  sin  razón,  el  Byron  de  su  patria,  dedicare- 
mos hoy  todo  aquel  espacio  de  que  podemos 
disponer  al  ardiente  patriota  Adán  Mickiewicz, 
que  si  constituye  con  los  dos  citados  la  más 
bella  trinidad  poética  de  Polonia,  personifica 
en  si  todas  las  nobles  aspiraciones  del  pueblo 
lituano. 

Daremos,  pues,  someras  notas  biográficas  del 
mismo,  acompañándolas  de  alguna  de  sus  com- 
posiciones más  famosas. 

Adán  Mickiewicz,  el  cantor  desgraciado,  el 
vate  dolorido  de  la  vencida  Polonia,  nació 
en  1798  en  Nowogrodek,  pequeña  ciudad  de 
Lituania,  de  familia  ilustre,  aunque  empobreci- 
da por  los  disturbios  que  tan  frecuentes  fueron 
en  aquel  anárquico  país. 

Recibió  su  instrucción  primaria  en  la  escuela 
de  su  distrito  y  bajo  la  dirección  de  los  Padres 
Dominicos,  quienes  inculcaron  al  joven  polaco 
la  fe  religiosa,  que  tanto  debía  influir  en  la 
manifestación  católica  de  su  talento.  Eué  nota- 
ble en  él  durante  su  adolescencia  la  suma  afi- 
ción que  mostró  hacia  las  ciencias  naturales  y 
físicas,  y  en  especial  la  química,  cuyo  conoci- 
miento nada  superficial  se  descubre  en  varios 
pasajes  de  sus  obras. 

No  tardó,  con  todo,  en  manifestarse  en  el 
escolar  otra  afición  que  debía  conducirle  á  la 
posteridad,  la  de  la  poesía,  escribiendo  sus  pri- 
meros versos  casi  en  la  infancia,  con  motivo  de 
un  incendio  ocurrido  en  su  ciudad  natal.  En 
ellos  se  deja  vislumbrar  ya  algo  de  su  gran 
estro  futuro. 

En  1815  y  á  los  diez  y  siete  años,  tuvo  oca- 
sión de  trabar  amistad  con  un  compatriota  que 
debía  más  tarde  ser  mártir  de  su  fe  política  y 
de  su  acendrado  amor  á  la  patria.  Hablamos  de 
Tomás  Zan,  á  quien  consagra  un  recuerdo  en 
Lo.s  antepasados. 

Mientras  cursaba  las  ciencias  físicas  y  mate- 
máticas en  Vilna,  una  pasión  arrastró  al  poeta 
hacia  la  hermana  de  un  amigo  suyo;  mas  ¡oh, 
historia  vulgar  de  todos  los  días!  oponíase  á  su 
enlace  con  ella  desigualdad  de  fortuna;  y  como 
se  hiciese  necesaria  una  separación,  el  pesar 
que  ello  le  causó  hizo  vibrar  fuertemente  en  él 
la  cuerda  de  la  poesía. 

Si  el  dolor  ha  sido  siempre  el  despertador 
del  genio  en  los  grandes  poetas,  en  Mickiewicz 
constituye,  con  el  amor  de  patria,  el  fondo  todo 
de  su  inspiración  y  propiamente  su  ideal. 

Poco  después,  habiendo  con  su  amigo  Zan 
fundado  la  asociación  patriótica  de  los  Filare- 
tas,  fué  disuelta  ésta  por  el  gobierno  ruso,  co- 
gidos los  papeles  de  ella  y  procesados  sus 
fundadores;  pero  no  habiendo  sido  posible  des- 
cubrir el  fin  político  de  la  misma,  volvió  á 
funcionar  más  tarde,  hasta  que  una  orden  ema- 
nada de  Vilna,  intimó  á  las  autoridades  de 
Kowno  á  que  se  apoderasen  del  poeta  y  fuese 
conducido  á  la  capital  de  Lituania,  donde  debía 
ser  encarcelado.  Fué  allí  acusado  de  participa- 
ción en  la  sociedad  secreta  y  mientras  duró  el 
proceso  vióse  reducido  á  prisión,  junto  con  su 
amigo  Zan,  Kolakowki,  Sobolewski  y  otros 
compañeros  de  estudios,  cuyos  nombres  y  cuyos 
hechos  constan  también  en  la  epopeya  drama- 


^10 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


tica  hos  OMUpasndos  (Zziady).  fundada  toda  ella 
en  este  episodio  de  su  vida. 

Antes  de  pasar  adelante  liablaremos  soinera- 
meute  de  la  colección  de  poesías  lírico-narrati- 
vas, pertenecientes  en  su  mayoría  á  los  juveni- 
les años  del  poeta  y  que  fueron  agrupadas  más 
tarde  bajo  el  titulo  conii'm  FA  Bonuincero. 

Y  en  verdad  que  reflejan  el  candor  de  la  pri- 
mera edad,  que  el  frío  contacto  de  la  vida  tro- 
cari  más  tarde  en  amargura.  En  ellas  se  apode- 


ra el  cantor  de  los  antiguos  neos  y  costumbres, 
supersticiones  y  creencias  de  los  pueblos  eslavos 
y  teje  con  elementos  tales  de  la  musa  popular, 
pequeños  cuadros  alternativamente  impregna- 
dos de  inspiración  dulcemente  melancólica  y  de 
alegría  franca  y  espontánea.  Nacional  por  lo 
que  atañe  á  la  elección  del  sujeto,  sigue  con 
todo  las  huellas  de  la  escuela  alemana  en  sus 
procedimientos,  en  particular  la  de  Goethe  y 
Scliiller   cuvas   baladas   nos  recuerda   á  cada 


i=^-v 


TUNEL 

EN  LA  CARRETERA  DE  SAN  OOTARDO 

CERCA  DE  ANOERMATT 


paso,  apareciendo  ya  reflexivo  y  plástico  como 
el  prim«ro,  ya  tierno  y  expansivo  como  el 
segundo,  no  siendo  tampoco  extraño  á  la  in- 
fluencia de  Bnrger,  el  fatídico  cantor  de  Le- 
ñara, cuyo  inquieto  numen  y  poderosa  fantasía 
h^lan  por  igual  feliz  transcripción  en  este  libro. 
La  niufa  dtl  lago.  Las  Wíllis,  La  tumba  de  Ma- 
rín, El  caballero  y  la  joven  y  El  tocador  de  lira, 
deben  contarse  entre  las  más  bellas. 

.  Una  vez  procesado  no  tardó  en  ser  condenado 
el  poeta  á  la  expatriación  y  relegado  á  San  Pe- 
tersbnrgo,  bajo  la  vigilancia  de  la  policía  impe- 
rial moscovita. 

Fué  desde  allí  donde  entonó  un  himno  que 
halló  en  su  patria  eco,  canto  precursor  de  una 
revolución  y  que  conmovió  á  sus  conciudada- 


nos. Se  alude  á  su 
famosa  oda  A  la  ju- 
ventud, concebida 
en  el  destierro  y  vo- 
lando libre  como  el 
águila,  merced  á  la 
poca  suspicaz  censura  rusa,  que  sólo  vio  en  ella 
una  audacia  de  poeta  y  la  dejó  circular  tranqui- 
lamente. 

Nada  mejor  que  trascribirla,  sirviéndonos 
para  ello  de  la  versión  francesa  de  Owtrouski 
ya  que  nos  está  vedado  el  original. 

ODA  Á  LA  JUVENTUD 

¡Pueblos  sin  corazón  y  sin  alma!  ¡Pueblos  de 
esqueletos!  ¡Oh,  juventud!  Préstame  tus  alas  y 
emprenderé  mi  vuelo  por  sobre  el  caduco  mun- 
do hacia  el  país  de  las  dichosas  ilusiones,  allí 
donde  el  entusiasmo  crea  maravillas  que  reviste 
de  !a  'flor  del  pensamiento  y  del  prisma  de  la 
esperanza. 

Que  incline  su  arrugada  frente  al  suelo  aquel 


cuyos  cansados  ojos  ha  empañado  la  edad;  que 
no  ose  éste  salir  del  estrecho  horizonte  que  le 
señalan  sus  débiles  miradas. 

¡Juventud!  Emprende  tu  vuelo  por  sobre  las 
llanuras  y  con  la  mirada  de  fuego  del  sol,  de 
un  polo  al  otro,  mide  el  Océano  de  la  huma- 
nidad. 

Allí,  bajo  tus  pies,  mira  esa  masa  opaca, 
inerte,  cubierta  de  un  eterno  diluvio  de  despre- 
cio: es  la  Tierra. 

Ve  como  por  sobre 
sus  fangosas  y  turbias 
aguas  sobrenada  un  ce- 
táceo á  la  vez  navio, 
piloto  y  timón,  persi- 
guiendo á  otros  cetáceos 
menores  que  él.  Tan 
pronto  se  lanza  á  la 
superficie  como  se  sume 
en  el  fondo  del  mar;  ni 
busca  apoyo  en  la  onda 
que  le  lleva  ni  la  onda 
se  adhiere  á  él;  mas,  de 
pronto,  se  rompe  en  pe- 
dazos contra  las  peñas. 
Fidie  supo  su  vida,  na- 
die sabe  su  muerte:  éste 
es  el  egoísmo. 

¡Oh,  juventud!  Sólo 
me  es  dulce  la  copa  de 
la  vida  cuando  la  apuro 
con  otros;  los  corazones 
unidos  por  vínculos  sa- 
grados tienen  sólo  dere- 
cho á  abrevarse  en  el 
cielo. 

¡Abracémonos,  ami- 
gos! La  felicidad  común 
es  nuestro  fin.  Fuertes 
con  nuestra  unión  é  ilu- 
minados por  el  entusias- 
mo, abracémonos. 

Feliz  el  que  sucumbo 
en  la  carrera  engañado 
por  su  noble  ardor,  por- 
que otros  siguen  en  pos 
y  su  cuerpo  es  un  pelda- 
ño más  hacia  la  ciudad 
de  la  gloria. 

Abracé  monos,  a  m  i  - 
gos;si  el  camino  es  peno- 
so rudo,  y  nos  disputan 
la  entrada  la  bajeza  y 
la  violencia,  rechacemos 
la  violencia  con  la  vio- 
lencia y  á  la  bajeza,  jó- 
venes todavía,  aprenda- 
mos á  vencerla. 

El  niño  que  supo  en 
la  cuna  aplastar  la  ca- 
beza de  hidra,  una  vez  hombre  destrozará  los 
centauros  y  arrebatará  al  infierno  sus  víctimas, 
al  cielo  sus  laureles. 

Asciende  hasta  donde  nunca  llegó  la  mirada 
del  hombre;  rompe  lo  que  la  razón  jamás  osó 
romper.  ¡Juventud!  Tu  vuelo  es  el  del  águila  y 
tu  brazo  semeja  el  huracán. 

Vamos,  espalda  contra  espalda,  formemos  la 
cadena  al  rededor  del  mundo.  Concentremos 
nuestro  pensamiento  y  nuestras  almas  en  un 
rayo. 

Sal  de  tu  órbita,  viejo  mundo,  pues  vamos  á 
empujarte  hacia  nuevos  derroteros.  Te  despoja- 
remos de  tu  añeja  corteza  y  renacerás  en  la 
primavera  florida  de  la  vida. 

El  hielo  de  los  corazones  se  rompe;  las  preo- 
cupaciones ceden  ante  la  luz.  Brilla  esplenden- 
te, aurora  de  la  independencia,  pues  que  en  pos 
de  tí  viene  el  sol  de  la  libertad. 

(Se  continuará.)  Ignacio  de  Genovér. 


iDIÍJiSTWCtól:  Cwut.  J6S-367,  Rjiói  lilíiu,  Mitar.— Bínrrides  loi  knán  de  propiedid  irtíjtic»  j  lilírari».— las  reclinuciones  eo  Madrid,  al  represeotante  de  esta  Casa  D.  MaDuel  Plá  y  Valor,  Apodaca,  10, 2.° 

-— )  INSÉRTESE  Ó  NO,  NO  8B  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  (  


KSTABLSCIMUIITC  TlroOKArlCO   os   8.    BASBDA.— OíU.LB   os   VlLLAnROgL,   KÚM.    17,    BNSAMRHS   DC  8AM   AWTOKIO.  — BAROBLOMA.. 


Año  V 


Barcelona  25  de  Junio  de  1887 


Núm.  234 


Con  el  presente  niimero  repartimos  el  suplemento  de  modas  EL  MUNDO  DE  LAS  DAMAS,  correspondiente  al  mes  actual 


UN  SECRETO  EN    LA  NIEVE 


402 


LA  ILUSTBACION  IBÉRICA 


SUMARIO 

Tbtto.— JfadrM.  Ckrdu  á  mi  prima,  por  Femanflor.  —  A 
fffTTr*"^**  CarriBo,  por  Jo»é  M.'  de  U  Torre.— £ti)o«<eü« 
étMtmArUt  d*  1SS7,  por  R.  Bluico  Asenjo.— Aviolm 
éd  eítg»  (conclusión),  por  Antonio  Par^a  Serrada.— 
NiMUToa  grabados.- .ádoa  Mieümicx  (continnaclón),  por 
Ignado  de  Genorér. 

OBiaADoa.— ün  Mcreto  en  la  nieTe.— Palique  Interesante.— 
Wtirir'r''  Kaeiomat  de  BtíUu  ArU»  dt  1SS7:  Aves  de  amor, 
flores  y  espinas.— Kl  canal  de  Suei.— Esculturas  de  Leone 
LeoDl.— Joyas  del  anliruo  arte  italiano.— JEzpo«<e<(>n  Ha- 
I  de  Bélat  Ártu  de  ISST:  La  Inrasión  de  los  bárbaros. 
I  de  la  Tida de  artista.— Lucha  desesperada.— Un 
Undo  tronco.- Interrención  Intempestira.— Monte- Car- 
io, en  Mónaoo. 


MADRID 


C3A.-RTA.e    A.    XtOlI     F:RIJsa:A. 


MADRID. -PARÍS. -LONDRES 

[  E  ha  verificado  el  concurso  de  ramos  en  la 
Exposición  de  floricultura,  asistiendo  al 
acto  lo  más  selecto  de  Madrid.  Con  este 
motivo  algún  periódico  recuerda  que  las  damas 
principales  tienen  su  flor  predilecta;  la  empera- 
triz Eugenia  gusta  de  las  violetas,  y  por  eso 
los  imperialistas  adornan  con  esa  flor  la  solapa 
del  frac;  la  reina  Victoria,  emperatriz  de  las 
Indias,  suele  prender  en  su  traje  de  viuda  un 
ramito  de  no  me  oltñdes;  la  emperatriz  de  Rusia 
prefiere  la  hortensia  y  la  de  Austria  no  se  vis- 
te de  amaztma  sin  iluminar  el  oscuro  traje  con 
una  rosa  de  té. — Tú  amas  sobre  todas  las  flo- 
res el  blanco  jazmín,  flor  pequeña,  odorante, 
preciosa;  que  gusta  de  subir  por  los  encañados 
y  que  cuando  ya  no  puede  subir  cae  desmaya- 
da, como  si  muriese  de  la  tristeza  de  no  llegar 
hasta  el  cielo. 

Estamos  en  la  época  de  las  flores;  de  las  ma- 
drugadas y  del  Retiro,  en  la,  temporada  más 
poética  de  Madrid.  Sin  embargo,  los  madrileños 
no  tenemos  ya  grandes  espacios  donde  pasar- 
nos bajo  los  árboles  y  en  soledad.  El  Retiro 
desaparece,  invadido  por  los  edificios,  y  dentro 
de  poco  no  quedará  uno  de  aquellos  infinitos 
árboles  seculares  en  cuyas  altas  copas  cantaron 
los  ilustres  antepasados  de  los  jilgueros  del  dia. 
Por  eso  algunos  periódicos  claman  contra  el 
nuevo  atentado  que  se  proyecta  en  la  parte  que 
ahora  se  llama  Parque  de  Madrid;  alH,  según 
parece,  se  trata  de  construir  una- nueva  Casa 
municipal.  Algún  diario  elogia  el  proyecto  ma- 
nifestando cuan  grandiosa  sería  una  plaza  for- 
mada por  tres  edificios  como  el  Ministerio  de  la 
Guerra,  el  Banco  y  el  palacio  del  Municipio... 
Pocas  cosas  dan  más  perfecta  idea  de*  la  falta 
de  sentido  práctico  que  tenemos  como  el  desti- 
no de  esos  edificios.  Ni  el  Ministerio  de  la  Gue- 
rra tiene  necesidad  de  estar  en  el  que  ocu- 
pa, ni  el  Banco  tenía  necesidad  de  gastar  los 
millones  de  sus  accionistas  en  tan  suntuosa 
construcción,  ni  hay  necesidad  de  que  el  Ayun- 
tamiento se  establezca  en  un  sitio  que  debe 
quedar  libre  para  desahogo  de  la  población 
asfixiada.  Llevar  allí  el  Ayuntamiento  seria 
iniciar  la  completa  destrucción  del  Parque  de 
la  Villa.  No  es  probable  que  el  proyecto  pros- 
pere, sin  embargo;  ni  el  Ayuntamiento  tiene 
fondos  para  construir  hoy,  ni  puede  pensar  en 
semejantes  construcciones  mientras  no  se  reali- 
cen reformas  de  primera  necesidad  urgentísi- 
mas. Todas  estas  indicaciones  de  magníficos 
edificios  en  terrenos  apartados,  suelen  nacer 
del  interés  particular;  los  propietarios  de  te- 
rrenos se  ingenian  como  pueden  para  que  sus 
terrenos  adquieran  más  precio  y  claro  está  que 
las  construcciones  oficiales  dan  mucho  valor  á 
los  terrenos  en  que  se  emplazan.  Este  proyecto 
no  pasará  de  las  tímidas  indicaciones  que  en 
provecho  propio  pueden  hacer  los  interesados. 
Algo  más  provechoso  é  importante  era  el  famo- 
so, el  descomunal  proyecto  de  la  Gran  Vía:  que 
todos  creíamos  inmediatamente  realizable  y  no 
ha  dado  más  resultado,  ni  parece  que  deba  ya 
dar  otro,  que  la  popularidad  de  ese  nombre  ele- 


vado á  la  más  alta  fama  por  los  autores  de  la 
popular  zarzuela.  Los  atentados  contra  el  Par- 
que de  Madrid,  que  ha  sido  repartido  entre  Ex- 
posiciones diversas,  están  ya  preocupando  al 
público  que  no  tendrá,  dentro  de  poco,  donde 
respirar  aire  puro,  ni  refrescar  su  cuerpo  abra- 
sado, ni  solazar  su  espíritu  angustiado  por  los 
afanes  de  esta  existencia  febril  y  aniquiladora 
de  los  grandes  centros.  El  terrible  ciclón  que 
tronchó  gran  número  de  magníficos  árboles  en 
todos  nuestros  paseos,  fué  una  tempestad  pasa- 
jera; el  lápiz  de  los  arquitectos  municipales,  es 
un  ciclón  permanente.  Será  preciso  formar  una 
sociedad  patriótica  para  conservar  á  Madrid  la 
poca  frescura,  el  poco  espacio,  el  último  retiro 
consolador  que  le  queda. 

Cuando  no  hay  cosas  importantes  de  que  ha- 
blar en  Madrid,  se  habla  de  las  que  ofrecen  in- 
terés en  otros  lados.  Los  telegramas  publicados 
ayer  y  ho}',  nos  dan  cuenta  de  un  extraño  acon- 
tecimiento ocurrido  en  esa  capital.  La  señorita 
Mercedes  Martínez  Campos,  condesa  que  fué  de 
San  Antonio  hasta  que  después  de  un  litigio 
famoso  que  no  habrás  olvidado,  anuló  el  Papa 
su  casamiento  con  el  hijo  de  los  duques  de  la 
Torre,  salió  á  pasear  por  El  Bosque,  en  compa- 
ñía de  su  doncella,  y  no  volvió  ya  del  paseo. 
La  doncella  se  presentó  á  los  parientes  de  su 
señora;  afectando  el  terror  más  profundo  y  di- 
ciendo que  su  señora  había  sido  secuestrada 
por  una  mujer;  la  cual,  cogiéndola  do  súbito,  la 
obligó  á  meterse  en  un  coche;  dentro  del  cual, 
la  doncella  creyó  haber  visto  una  persona.  El 
lugar  del  atentado  estaba  desierto;  y  la  escena 
fué  tan  rápida  que  la  doncella  no  pudo  dn)se 
cuenta  de  lo  que  ocurría...  Cuando  la  se...ra 
pidió  socorro  y  ella  se  lanzó  á  socorrerla,  el  co- 
che había  partido  en  carrera  desesperada. 

Unos  llaman  secuestro  á  este  suceso,  otros 
rapto,  y  otros  se  contentan  con  calificarlo  de 
misterio.  La  mujer  que  se  apoderó  de  la  seño- 
rita Mercedes  Martínez  Campos  llevaba  el  ros- 
tro cubierto  con  un  velo.  Claro  es, — y  esto  lo 
sabrás  tú  mejor  que  yo, — que  este  suceso  ha 
impresionado  vivamente  á  esa  capital:  y  que 
donde  mayor  sensación  produjo  fué  en  la  colo- 
nia americana.  Circulan  muchas  versiones  dife- 
rentes. Una  de  ellas, — y  es  la  que  más  partida- 
rios tiene, — es  que  doña  Mercedes  ha  querido 
romper  á  toda  costa  el  yugo  insoportable  de 
una  criada  antigua, — de  la  cual  se  habló  mucho 
en  el  famoso  folleto, — y  que  ha  desaparecido 
para  casarse  con  un  pretendiente  de  quién  des- 
de hace  algún  tiempo  se  hablaba.  Los  que  tal 
suponen  afirman  que  este  aspirante  es  un  titulo 
francés,  pobre;  y  se  le  atribuye  participación 
en  el  suceso. — Otra  versión:  el  rapto  es  obra  de 
la  servidumbre  de  la  robada;  do  personas  á 
quién  se  atribuye  grande  influencia  sobre  ella; 
las  cuales  temerosas  de  perder  esa  influencia 
sobre  ella  si  daba  su  mano  al  título  francés, 
han  apelado  á  tan  violento  recurso:  para  sepa- 
rarla del  pretendiente  y  para  que  este  renuncie 
á  ser  su  esposo. 

El  Fígaro  ha  dicho  que  fué  robada  por  unos 
enmascarados.  Otro  periódico  ha  indicado  la 
desaparición  de  dos  antiguos  criados  de  cierta 
casa  de  la  alta  aristocracia  madrileña.  Su  indi- 
cación ha  levantado  protestas  universales.  Na- 
da tiene  de  extraño  que,  en  tan  original  suceso 
y  dados  los  antecedentes  de  los  personajes  de 
que  se  habla,  cada  cual  se  permita  imaginar  y 
decir  cosas  extraordinarias  y  fabricar  absur- 
dos. La  policía  confía  en  descubrir  pronto  la 
verdad,  y  yo  creo  que  así  lo  realizará;  mas 
como  de  todos  modos  este  acontecimiento  ha 
de  ser  origen  de  gran  curiosidad  y  ha  de  ocu- 
par y  reocupar  mucho  á  la  sociedad  de  París  y 
de  Madrid,  tomo  nota  de  los  antecedentes  y  es- 
peraremos los  sucesos  y  las  aclaraciones.  Hay 
personas, — dice  algún  diario, — que  parecen  na- 
cer destinadas  á  ser  protagonistas  de  aconteci- 
mientos sorprendentes  y  cuya  vida  fluctúa  en 
un  vaivén  de  luchas  fantásticas...  La  señora 
doña  Mercedes  Martínez  Campos  es  de  estos 
seres...  Apenas  terminado  el  célebre  proceso  que 
fijó  la  atención  de  la  Europa  y  que  tuvo  in- 
fluencia no  sólo  en  las  relaciones  de  dos  gran- 


des familias,  sino  en  la  política  del  país  y  en  la 
vida  de  algún  famoso  hombro  de  Estado;  ape- 
nas oscurecido  aquel  escándalo,  vemos  figuran- 
do ya  el  mismo  nombro  en  otro  suceso  noveles- 
co, gravísimo,  que  ofrece  incidentes  y  peripe- 
cias interesantísimos.  L;i  vida  do  doña  Merce- 
des Martínez  Campos  parece  ser  una  novela  de 
folletinista  francés;  dividida  en  partes,  no  ter- 
minará sino  con  la  muerte  de  los  personajes 
principales.  Dejemos,  repito,  para  otras  crónicas 
la  continuación  de  este  singularísimo  aconte- 
miento. 

Y  puesto  que  hemos  salido  de  Madrid,  queri- 
da Carmen,  no  volvamos  á  él  tan  pronto;  figu- 
rémonos que  hemos  anticipado  el  verano  y  que 
desde  París  tomamos  el  ferrocarril,  y  luego  nos 
embarcamos  y  llegamos,  por  fin,  á  Inglaterra. 

Londres  se  dispone  á  celebrar  el  jubileo  de 
su  soberana  con  magnificencia  nunca  vista.  Es- 
tos ingleses  tan  fríos,  cuando  se  entusiasman 
se  entusiasman  con  desesperación;  como  todo  el 
que  después  de  haberlo  reflexionado  mucho  de- 
cide consigo  mismo  que  está  en  el  caso  de  en- 
tusiasmarse. 

La  reina  Victoria  nació  en  1819  y  fué  coro- 
nada en  1837.  Se  casó  con  el  principo  Alberto, 
tres  años  después.  En  su  matrimonio  dio  mues- 
tras de  ser  previsora  y  positiva,  como  el  genio 
inglés.  Se  casó  con  un  hombro  quo  pudiese  ha- 
cerla dichosa.  Cuando  murió  el  principe  Alber- 
to, que  había  sido  su  consejero  y  su  amigo,  dio 
muestras  de  sincero  dolor,  y  durante  algunos 
años  pareció  inconsolable.  Supo  mostrarse  sim- 
plemente mujer  y  no  reina.  Esto  gustó  mucho 
á  las  clases  popularos  inglesas,  que  se  gobier- 
nan, como  las  de  todos  los  países,  por  el  cora- 
zón. Mas  como  ella  dio  en  hacer  una  vida  re- 
traída, se  quejaba  el  pueblo  de  que  ella  no  gas- 
taba su  lista  civil  en  beneficio  del  trabajo 
público.  Adqviirió  reputación  de  avaricia.  Si 
me  permites  la  frase,  tratándose  de  tan  gran 
reina,  era  una  hormiguita  para  su  casa.  No  ha- 
cía mas  que  pedir  aumentos  de  dotación  para 
sus  hijos.  Ella,  en  fin,  no  ponía  obstáculos  para 
gobernar  á  los  partidos  que  tenían  la  opinión  y 
alcanzó  renombre  de  constitucional.  El  pueblo 
inglés  la  respetaba  como  un  maniquí  coronado 
en  las  grandes  ocasiones,  y  fuera  de  sus  ban- 
quetes, donde  siempre  brindaba  por  su  salud, 
procuraba  olvidarla.  A  pesar  de  esto,  no  se  rei- 
na siempre  con  el  beneplácito  de  todos,  y  en 
muchas  ocasiones  ha  sido  víctima  de  atentados. 
O'Connor  la  disparó  un  pistoletazo,  sin  herirla. 
Otros  individuos  se  habían  ocultado  para  ase- 
sinarla en  el  palacio  Buckingan.  En  1840 
cierto  joven  de  diez  y  siete  años  se  ocultó  on  su 
tocador,  con  igual  propósito;  en  fin,  en  otra 
ocasión  recibió  dos  bastonazos  en  la  cabeza. 
Todos  estos  criminales  fueron  encerrados  en 
las  casas  de  locos,  pues  ya  sabes  que  la  con- 
ciencia inglesa  no  admite  el  regicidio.  Es  una 
ficción  noble,  pero  ignoro  si  los  reyes  la  en- 
cuentran beneficiosa  para  ellos. 

Las  fiestas  del  jubileo  superarán  lo  imagina- 
do. La  procesión  cívica  partirá  de  Buckingan 
y  terminará  en  la  Abadía  de  Westminster.  Se 
ha  votado  un  crédito  de  20.000  libras  para  las 
obras  de  recepción.  Asusta  el  niimero  de  prin- 
cipes que  asistirá.  De  todas  las  partes  del  mun- 
do llegan  enviados  extraordinarios  para  rodear 
de  fausto  y  prestigio  la  monarquía  inglesa.  Las 
iluminaciones  convertirán  á  Londres  en  un 
Océano  de  fuego.  Se  pagan  sumas  fabulosas  por 
un  asiento  en  la  carrera  de  la  procesión.  Por 
una  silla  veinticinco  duros;  por  una  ventana 
cuatrocientos,  por  un  balcón  hasta  quince  mil 
reales.  Un  espectáculo  que  dejará  recuerdo  es 
el  que  ofrecerán  25.000  ó  30.000  niños  reunidos 
en  Hyde-Park.  Esta  pollada  de  angelitos  será 
obsequiada  con  té.  Cada  uno  de  ellos  conserva- 
rá, como  recuerdo,  la  taza  y  el  platillo,  que  tie- 
nen dos  retratos  de  la  reina";  uno  de  1837  y  otro 
de  1887.  Las  fiestas  proparadas,  son  admirables 
y  su  relación  deslumhra,  marea. 

Pero...  todo  tiene  alguna  sombra  en  este 
mundo;  se  teme  que  los  fenianos  no  asistan  al 
jubileo  también,  y  aporten  sus  bombas  de  dina- 
mita. El  jefe  de   la  policía  de  Londres  ha  dis- 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


403 


puesto  que  en  los  días  del  jubileo  se  instalen 
numerosas  ambulancias  en  todo  el  trayecto  que 
ha  de  recorrer  la  reina;  se  ha  pedido  auxilio  al 
cuerpo  médico  militar  y  de  los  voluntarios  para 
dotar  de  numeroso  personal  á  estas  ambulan- 
cias. Ya  que  no  sea  posible  evitar  la  explosión 
de  las  bombas  y  (si  hay  quién  las  arroje)  han  de 
volar  las  piernas  y  los  brazos  de  los  curiosos; 
que  sepan  éstos,  por  lo  menos,  que  hay  personal 
dispuesto  á  volver  á  colocárselos. 

Así,  pues,  estos  preparativos  de  alegres  fies- 
tas deben  ofrecer  algo  siniestro,  y  la  misma  rei- 
na en  cuyo  honor  se  reúnen  tantas  maravillas  y 
tantas  multitudes  renunciaría  si  pudiese,  quizás, 
á  subir  ese  Calvario  resplandeciente. 

Por  un  lado  vemos  á  la  monarquía  absoluta 
destruida  por  las  máquinas  nihilistas,  por  otro 
los  fenianos  se  disponen  á  volar  también  la 
monarquía  constitucional...  Nunca  un  rey  ha 
sido  menos  rey  que  ahora;  pero  en  cambio  ja- 
más le  ha  costado  tanto  el  serlo. 

¡Bien  haya  el  átomo  viviente,  sin  aspiracio- 
nes ni  ambición,  limitado  á  vivir  de  su  trabajo 
en  la  oscuridad  sin  que  su  presencia  sea  notada 
del  curioso,  ni  sirva  de  obstáculo  para  las  aje- 
nas ambiciones!  ¡El  habrá  sido  dueño  del  mun- 
do, porque  lo  será  de  si  mismo! 

Bajo  esta  impresión  filosófica,  transcendental 
y  modesta,  me  parece  bien  concluir  mi  carta  de 
hoy. 

Tuyo,  Feknanplor. 


EL    LICENCIADO    CARRILLO 


CUENTO 

A  MI  8UERI0A  TÍA  LA  SEÑOBA  DOÑA  ISABEL  CABBONÍLL  DE  LA  TORRE 


El  señor  licenciado  D.  Martín  de  Carrillo  era 
hombre  de  más  que  mediana  edad,  cerrado  de 
barbas  y  un  tantico  zambo,  lo  cual  no  le  impedia 
en  manera  alguna  creerse  sobrado  galán  y  más 
que  demasiadamente  gallardo  y  apuesto.  Naci- 
do en  Villarrubia  de  los  Ojos,  cursó  leyes  en 
Alcalá  y  ejercía  á  la  sazón  su  cargo  en  la  pa- 
triarcal Toledo,  en  donde  murmurábase  que  so- 
lía clavar  sus  uñas  más  de  lo  justo  en  bolsas 
clientes  y  atender  muy  mucho  á  sí  y  muy  poco 
á  la  justicia  y  equidad;  pero  yo  tengo  esto  por 
hablillas  de  bellacos  envidiosos  de  su  buen  nom- 
bre y  valía,  y  no  las  creo  ni  por  mientes. 

Ello  es  que  el  licenciado  de  mi  cuento  no  me- 
draba en  la  antigua  corte  goda  y  vínole  la  idea 
(por  cierto  en  hora  menguada)  de  trasladarse  á 
Madrid  con  deseo  de  establecerse  en  la  Villa  y 
Corte  y  ver  si  el  viento  de  la  fortuna  soplaba 
más  bonancible  hacia  su  bolsa,  sobrado  ética  y 
lacia,  á  pesar  de  lo  que  decían  toledanas  mal- 
querencias. El  tenía  en  Madrid  á  un  tal  fray  Fé- 
lix Mesejo,  muy  su  amigo,  y  que  lo  era  bastante 
del  reverendo  fray  Luís  de  Aliaga,  aquel  monje 
de  quien  corrió  la  especie  de  haber  escrito  con 
el  pseudónimo  de  Avellaneda  la  segunda  parte 
del  Quijote  y  que  era  inquisidor  general  y  con- 
fesor de  la  cristianísima  majestad  de  don  Feli- 
pe III  rey  de  España  y  de  sus  Indias. 

Digo,  pues,  que  cierto  día,  ya  resuelto  nues- 
tro don  Martín,  tomó  el  camino  de  la  corte  en  el 
coche  de  canillas  (pues  muía,  Dios  te  la  dé)  y  pian 
pianito,  rebozado  en  la  pañosa,  la  mano  en  el  po- 
mo de  su  espada  más  mohosa  que  limpia,  pues 
á  buen  hidalgo  que  era  no  dejara  del  cinto  la 
tizona  aunque  lo  pesaran  á  oro,  llegó  á  las  puer- 
tas de  la  coronada  villa  cuando  ya  el  sol  ocul- 
taba su  rubia  cabellera,  quiero  decir  con  esto 
que  se  le  venía  la  noche  encima  más  que  á  paso. 

Detúvose  en  la  puerta  de  Toledo  y  entró  en 
un  tenducho,  donde  mediante  algunos  marave- 
dís refrescó  su  garganta,  pregvmtando  con  ex- 
quisita cortesanía  á  un  mozo  con  aires  de  tru- 
hán y  ratero  que  en  la  taberna  estaba,  las  señas 
del  convento  de  franciscanos,  morada  ascética 
de  fray  Félix  Mesejo. 

Contestóle  el  picaro  mirándole  socarrona- 
mente: 


— Seguirá  vuesa  merced  la  calle  abajo,  torce- 
rá á  la  diestra,  luego  á  la  izquierda,  llegará  por 
fin  á  una  plazuela  donde  hay  un  retablo  con  las 
benditas  Animas... 

—¿Y  habré  llegado? 

— No.  Entonces  puede  vuesa  merced  pregun- 
tar, que  en  Dios  y  en  mi  conciencia,  que  no  le 
falta  la  mitad  del  camino. 

El  licenciado  mandó  noramala  al  chocarrero 
y  desenfadado  galopín.  Prometióse  que  le  in- 
formaran mejor  en  otra  parte  y  pagando  el  gas- 
to salió  de  la  taberna  echando  calle  adelante  no 
sin  darse  un  buen  cuento  de  tropezones  contra 
los  cantos  del  arroyo,  pues  era  ya  noche  cerra- 
da y  él  sin  ventura  no  tenía  linterna  porque  no 
pensó  en  ello  al  abandonar  su  casa,  donde  pen- 


saba tomar  en  busca  de  mueblaje  y  trebejos  si 
alcanzaba  en  la  corte  lo  apetecido. 

— Héteme  ya, — rezaba  entre  dientes  mientras 
caminaba  al  acaso, — en  esta  corte  donde,  segtin 
las  cartas  de  mi  reverendo  amigo,  el  hacer  for- 
tuna es  cosa  de  bicoca  si  uno  tiene  algo  de  tra- 
vesura y  denuedo  y  buenas  aldabas  donde  co- 
gerse. Bien  sabe  Dios  que  me  escucha  que  no 
soy  ni  pizca  presuntuoso  pero  piénseme  yo  que 
con  mi  conocimiento  de  las  humanas  letras  y 
leyes  de  las  Partidas  y  Justinianas  pocos  ha- 
brá en  la  corte,  sin  contar  que  soy  hidalgo  y 
hombre  que  lo  mismo  maneja  la  pluma  que  la 
espada,  aunque  esta  lUtima  há  ya  diez  años  que 
no  la  desnudó,  y  fué  si  mal  no  recuerdo,  la  vez 
postrera  para  purgar  de  ratas  el  desván  donde 


PALIQUE  INTERESANTE 


hice  más  víctimas  que  las  huestes  del  emperador 
difunto  en  Pavía,  ó  el  Santo  Oficio  en  día  de 
auto. 

— ¡Por  vida  de  Sanes! —  continuaba,  —  mala 
cosa  es  en  mi  ánimo  que  yo  no  dé  con  el  conven- 
to ni  escuche  pasar  á  nadie  en  torno  mío  á  quien 
preguntar,  porque  por  mi  fe  de  hidalgo  lo  digo, 
tengo  el  estómago  exhausto  y  pez  con  pez  y  los 
huesos  hechos  jalea  y  no  se  me  daría  tres  higas 
en  verdad,  tener  que  cenar  esperanzas  y  dormir 
al  raso  si  no  doy  con  la  santa  comunidad  de  esos 
buenos  padres. 

Esto  diciendo  vio  de  repente  relumbrar  una 
luz  al  volver  de  una  esquina  y  notó  que  ardía 
ante  un  retablo  y  que  era  un  farolillo  mortecino. 
Parecióle  de  perlas  la  ocasión  de  intentar  saber 
dónde  se  hallaba  y  sí  el  retablo  era  ó  no  el 
indicado  por  el  mozo  de  taberna  y  acercóse  á  la 
luz.  Se  descubrió  y  desrebozó  completamente 
murmurando  do  rodillas  una  fervorosa  plegaria 
y  pidiendo  á  Dios  le  sacase  del  atolladero  en 
que  se  encontraba  y  le  encaminase  en  derechu- 
ra al  objeto  de  sus  afanes. 

Sintió  que  le  tocaban  en  el  hombro  con  sua- 


vidad y  volviendo  la  cabeza  vio  ante  sí  una,  al 
parecer,  dama  y  que  no  era  otra  cosa  que  una 
doncella  de  casa  principal;  pero  pocas  ó  ningu- 
guna  de  ellas  había  visto  el  licenciado,  así  es 
que  la  tuvo  á  primera  vista  por  señora  linajuda 
y  encopetada. 

— ¿Qué  quiere  de  mi  vuesa  merced, — dijo  el 
licenciado  deshaciéndose  en  saludos,  —  en  qué 
puedo  servirla? 

— Puesto  que  habéis  cumplido  la  señal  con- 
venida seguidme, — dijo  la  dama. 

Quedóse  Carrillo  como  quien  oye  á  griegos, 
mas  pensando  después  que  todo  el  valimiento 
que  pudiera  darle  fray  Félix  sería  tortas  y  pan 
pintado  con  el  que  la  presencia  y  deseos  de  la 
dama  prometían,  decidióse  á  seguirla  contra 
viento  y  marea  y  dijo  gallardeándose  para  pa- 
recer orondo  y  remozado. 

(Se  concluirá  J 

José  María  de  la  Torre. 


-*- 


EXPOSICIÓN    NACIONAL   DE    BELLAS   ARTES   DE   1387 


AVES  DE  AMOR,  FLORES  Y  ESPINAS  (Cuadro  de  Horacio  Lengo.-Dlbt(jo  de  P.  y  Valor) 


EL  CANAL  DE  SUEZ  (Dibujo  de  J.  Serra  Pausas) 


1.  Entrada  del  canal  marítimo  en  el  lago  Tlmsah.— 2.  El  Ferdaua.— 3.  Entrada  de  Port-Said. 
4.  Riberas  del  lago  Meuzaleb.— 5.  Esflnge  del  desierto  y  pirámide  de  Cheops 


406 


LA  ILUSTBACION  IBÉRICA 


EXPOSICIÓN  DE  BELLAS  ARTES 


CERTAMEN  TRIENAL — MAYO,    1887 

n 

Los  artistas  del  color  y  de  la  luz  como  los  de 
la  palabra  han  sentido  en  nuestro  país  profun- 
damente asi  la  inspiración  religiosa  como  la 
épica  produciéndose  á  la  par:  las  lucubraciones 
místicas  de  Teresa  de  Jesús  y  de  Fray  Luis  de 
Granada;  las  vírgenes  de  Morillo  y  los  ascetas 
de  Rivera;  las  personalidades  caballerescas  y 
legendarias  del  romancero  y  del  teatro,  y  las  sa- 


lientes y  epigramáticas  figuras  de  las  novelas 
de  Picaros;  junto  con  las  maravillosas  creacio- 
nes de  Velázquez  que  interpreta,  &.  veces,  la 
arrogancia  vencedora  de  aquellos  conquistado- 
res de  América  y  Flandes,  y  otras  guiado  de  su 
genialidad  caprichosa  y  de  su  apasionado  amor 
á  la  naturaleza  y  la 
verdad  traslada  al 
lienzo  imágenes  cari- 
caturescas ó  vulgares 
y  escenas  copiadas  de 
las  costumbres  senci- 
llas y  harto  groseras 
del  pueblo. 


Pero  así  como  la  pintura  religiosa  ha  tocado 
á  su  decadencia,  ó  por  mejor  decir,  se  ha  trans- 
formado por  completo  no  acertando  á  expresar 
aquel  puro  idealismo  que  la  fe  alentaba,  llevan- 
do á  los  asuntos  más  sobrenaturales  el  concepto 
realista  que  informa  y  preside  á  las  manifesta- 
ciones del  arte  en  la  época  contemporánea,  el 
otro  género,  ó  sea  el  de  la  pintura  histórica,  ha 
ganado  en  importancia  y  trascendencia  hasta  el 
extremo  de  apropiarse,  on  no  pocas  ocasiones, 
asuntos  considerados  místicos  hasta  ahora  y  que 
ha  hecho  suyos  al  imponerles  con  su  procedi- 
miento de  rigurosa  verdad  y  de  análisis  natu- 
ralista su  sello  peculiar  y  característico. 


BUSTO  Y  GRUPO  DE  CARLOS  V.  poi  Leoae  Leonl,  eu  el  Museo  Nacional  de  Madrid 


En  su  sentido  más  limitado  por  cuadro  histó- 
rico debiera  de  entenderse  tan  solo  la  represen- 
tación pictórica  de  un  suceso  verdadero  acaecido 
en  época  anterior  á  la  en  que  ha  sido  pintado; 
pero  el  uso  ha  admitido  bajo  esta  denominación 
la  pintura  de  acontecimientos  tomados  de  la 
historia  y  la  de  escenas  imaginadas  que  por  los 
trajes  y  tipos  con  que  se  presentan  son  recuerdo 
también  de  tiempos  pasados  y  aún  la  copia  de 
sucesos  contemporáneos  de  alguna  notoriedad  é 
importancia. 

El  cuadro  de  historia  se  diferencia  de  todos 
los  demás  por  cierto  carácter  de  trascendenta- 
lismo  del  que  no  puede  prescindir  el  pintor  y  lo 
expresa  ya  en  la  parte  puramente  técnica,  como 
lo  que  se  relaciona  con  las  dimensiones  y  el 
mayor  esmero  en  el  estudio  de  la  composición 
y  los  modelos,  ya  en  otras  cualidades  más  in- 
ternas, como  la  copia  fiel  de  pormenores  proli- 
jos que  concurran  á  dar  exacta  idea  de  la  época 
que  se  propuso  trasladar  ó  el  sentimiento  hu- 
mano y  trascendental  que  qnigo  que  evocase  la 


contemplación  de  su  lienzo  6  la  síntesis  filosó- 
fica que  ideó  desprender  de  la  acción  pintada, 
deduciendo  de  ella  alguna  enseñanza,  bien  di- 
rectamente del  hecho  expuesto  con  natural  sen- 
cillez, bien  de  un  concepto  más  abstracto  del 
mismo,  expresado  en  los  términos  generaliza- 
dores  de  la  alegoría. 

De  todos  estos  recursos  empleados  con  éxito 
por  los  pintores  de  historia  contemporáneos, 
hemos  de  apuntar  con  orgullo  que  el  más  sen- 
cillo, el  más  natural  y  también  el  más  inspirado 
ha  sido  con  principal  predilección  seguido  por 
nuestros  compatriotas.  Ninguno  de  ellos  alar- 
deó jamás  de  la  prolija  ciencia  arqueológica  de 
Alma  Tadema  ni  del  alto  conceptismo  sintético 
y  trascendental  de  Kaulbach;  ni  la  pintura  eru- 
dita, ni  la  alegórica,  podía  en  modo  alguno  in- 
teresar á  artistas  de  espíritu  fogoso  y  apasio- 
nado, capaces  de  sentir  hondamente  un  carácter 
ó  una  época  y  de  interpretarla  con  vigorosa  in- 
tuición pero  no  inclinados  á  heladas  disquisi- 
(.iones  ni  menos  á  ideologías  abstractas  y  tras- 


cendentales extrañas  á  la  índole  de  su  espíritu. 

Algunas  veces,  sin  embargo,  nuestros  pinto- 
res se  han  propuesto  formular  la  síntesis  de  una 
época  ó  expresar  el  carácter  de  un  pueblo  en 
un  cuadro.  En  la  última  Exposición  el  lienzo 
de  Luna,  Spoliarium,  indicaba  este  empeño,  y 
en  la  actual  parecen  proseguir  el  mismo  propó- 
sito el  de  Villodas,  Victoribus  Gloria,  y  el  de 
Checa,  Los  Bárbaros  en  Roma. 

Es  el  primero,  el  cuadro  de  un  maestro,  pero 
resaltan  en  él  más  las  cualidades  reflexivas  de 
la  meditación,  el  gusto  y  el  estudio  que  los 
arranques  fogosos  do  la  fantasía  y  los  atrevi- 
mientos de  la  imaginación.  El  dibujo  os  de  una 
pureza  clásica  sobre  todo  en  la  parte  de  la  de- 
recha que  es  donde  la  composición  ha  sido  más 
feliz.  La  nave  y  el  grupo  de  figuras  sobre  ella 
repartido  son  de  atildada  elegancia  helénica.  El 
paisaje  está  lleno  de  luz  y  poesía.  Por  detrás 
del  collado  ^ue  al  caer  de  la  tarde  comienza  á 
envolverse  en  sombras  azuladas,  el  resplandor 
del  crepúsculo  se  extingue  y  .sus  reflejos  opali- 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


407 


nos  se  dibujan  en  las  aguas  verdosas^  mansa- 
mente agitadas  por  la  fresca  brisa  vespertina. 
En  el  perezoso  oleaje  acaso  hay  abuso  de  ento- 
naciones verdes.  Los  lejos  son  de  efecto  admi- 
rable y  están  razonados  dentro  de  las  leyes  de 
la  perspectiva;   pero  con  todos  estas  eximias 


condiciones  la  impresión  que  produce  el  lienzo 
es  inferior  á  la  que  pudiera  prometerse  de  sus 
excelencias  y  primores.  La  manera  de  estar  des- 
arrollado el  asunto  es  más  propio  de  un  cuadro 
de  caballete  que  de  lienzo  de  grandes  dimen- 
siones.   De   aquí    resulta   que  no  obstante  su 


magnitud  el  espectador  se  imagina  las  figuras 
menores  de  lo  que  son  en  realidad.  Por  otra 
parte,  procurando  el  artista  subordinar  el  estilo 
al  asunto  ha  empleado  cierta  manera  que  podría 
calificarse  de  arcaica,  hasta  el  extremo  de  que, 
el  cuadro  recién  pintado,  parece  traído  de  la  co- 


SAN   MIGUEL. -LA  VIRGEN  ADORANDO  AL  NIÑO  JESÚS. -TOBÍAS  Y  EL  ÁNGEL  (Atribniflos  al  Pcrugino) 


LA  MADONA  DEL  TRONO,  de  Andrés  Mantegna 


lección  antigua  de  un  Museo.  No  señalaremos 
como  defecto  lo  que  es  condición  estimable:  sor- 
prender é  imitar  esa -sobriedad  y  ese  reposo  de 
los  grandes  maestros;  pero  importa  reconocer 
que  esa  posesión  técnica  del  asunto  y  esa  ma- 
nera sabia  y  erudita  cuanto  á  la  ejecución  cho- 
can no  poco  con  el  gusto  moderno  que  más  y 
más  cada  día  se  aparta  de  los  moldes  clásicos. 
Hemos  oído  decir  á  muchos  como  ponderación 
de  este  cuadro,  que  podría  confundirse  con  un 
original  del  Veronés,  sin  comprender  que  con 
tal  aplau.so  señalaban  implícitamente  un  defecto 
capitalísimo  en  artista  de  vuelo  tan  levantado: 
la  falta  de  propia  inspiración  y  de  genialidad 
personal. 

Los  Bárbaros  en  Roma,  de  Checa,  es  un  her- 


moso lienzo  que  tiende, 
como  el  de  Villodas,  á 
sintetizar  un  gran  acon- 
tecimiento histórico:  la 
destrticción  del  imperio 
romano  por  las  hordas 

de  los  pueblos  procedentes  del  Norte.  El  artista 
ha  tenido  buen  cuidado'de  no  señalar  época;  su 
cuadro  representa  lo  mismo  la  invasión  de  los 
galos  mandados  por  Brenno,  que  la  de  los  visi- 
godos acaudillados  por  Alarico.  La  síntesis  se 
levanta  por  cima  del  hecho  histórico;  la  acción 
es  real  y  alegórica  á  la  vez;  pero  no  hace  sentir 
y  pensar  en  lo  que  tiene  de  verdadero  y  natural 
y  en  lo  que  encierra  de  trascendental  y  com- 
pendioso. Aparte  de  esto  el  efecto  pictórico  no 


RETRATO   DE  JOVEN,  por  Autonello  da  Messiua 

puede  resultar  más  sorprendente.  En  mañana 
tibia  y  brumosa,  á  los  albores  primeros  del  día 
velados  por  girones  de  niebla  que  envuelven  en 
gasas  pálidas  y  transparentes  las  lejanías  azula- 
das de  las  llanuras  del  Lacio,  como  oleaje  en- 
crespado de  inundación  que  rompe  diques  y 
asalta  parapetos  y  se  derrama  rugiente  y  vio- 
lenta, avanza  y  se  precipita  furiosa  una  masa 
extensísima  y  compacta  de  hombres  y  caballos; 
y  el  espectador  se  figura  oír  el  golpear  del  casco 


EXPOSICIÓN    NACIONAL 


LA  INVASIÓN  DE  LOS  BARBAROS  (Cuadro  de  D 


BELLAS  ARTES   DE  1887 


eca.  Medalla  de  primera  clase.— Dibujo  de  P.  y  Valor) 


410 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


de  los  corceles  sobre  las  anchas  losas  del  suelo 
y  que  el  agda  encharcad*  que  como  límpido 
cristal  entre  sus  grietas  y  junturas  brilla,  se 
quiebra  y  salta  salpicando  los  ijares  de  aque- 
llos caballos  que  galopan  sin  freno,  y  que  allá 
á  lo  lejos  en  dilatada  perspectiva  el  hacina- 
miento confuso  de  millares  de  invasores  se 
Í)ierde  en  columna  movida  y  trepidante  sobre 
a  que  destacan  el  cabrillear  confuso  de  los 
cascos  y  el  bélico  ondear  de  las  banderas, 
fundiéndose  en  fondo  lleno  de  ambiente  hú- 
medo y  fresco  un  tanto  ensombrecido  por  las  diá- 


fanas y  blanquecinas  opacidades  de  la  niebla. 
Algunas  incorrecciones  de  dibujo  pudieran 
señalarse  en  las  figuras  modeladas  deprisa,  pero 
los  primores  de  detalle  no  se  han  de  exigir  tam- 
poco á  composiciones  donde  todo  se  halla  supe- 
ditado al  principal  }•  exclusivo  propósito  de  hacer 
sentir  hondamente  los  arrojos  de  composición  y 
tonalidades  rápidas,  acentuadas  y  vigorosas.  En 
aquella  masa  de  airados  conquistadores  hay 
vida,  movimiento  y  pasión  y  el  contrasto  que 
resulta  entre  aquel  torrente  invasor  y  la  apaci- 
bilidad  temerosa  de  las  vírgenes  paganas  que 


en  blancas  vestiduras  envueltas  aparecen  entre 
las  estriadas  columnas  del  templo,  está  bien 
preparado  y  produce  un  efecto  admirable  que 
concurre  á  dramatizar  el  conjunto. 

Abunda  entre  los  notables  cuadros  de  historia 
que  hay  en  esta  exposición,  aquel  género  sen- 
timental, inspirado  más  que  en  la  realidad  de 
un  hecho  histórico  en  la  emoción  profunda  que 
el  artista  ha  sabido  hallar  en  ól;  género,  que 
como  antes  dij  irnos j  es  muy  propio  de  los  pin- 
tores españoles  que  con  mayor  acierto  expresan 
una  situación  dramática  y  conmovedora  ó  trazan 


ESCENAS  DE  LA  VIDA  DE  ARTISTA:  BALANCEO  MÁXIMO 


vigorosamente  un  carácter  y  una  personalidad 
que  descienden  á  pormenores  sabios  y  detalla- 
dos que  determinan  una  época.  Y  entre  las 
obras  que  por  esta  índole  peculiarisima  se  seña- 
lan, son  los  más  notables  los  lienzos  de  Yinie- 
gra,  Bilbao  y  Alcázar  Tejedor. 

La  bendición  de  los  oimpog  en  1800,  del  pri- 
mero, es  un  lienzo  inspirado  directamente  en  la 
naturaleza.  El  asunto  de  época  es  pretexto  para 
que  el  pintor  Inzca  sus  habilidades  de  colorista 
y  su  sensibilidad  de  poeta.  ¿Es  un  cuadro  de 
historia  6  es  nn  cuadro  de  paisaje?  ¿Lo  principal 
son  las  figuras  y  el  fondo  lo  accesorio,  ó  por  el 
contrario,  lo  accesorio  son  las  figuras  y  el  fondo 
lo  principal?  Pero,  ¿á  qué  descender  á  estas 
disquisiciones  en  busca  de  una  clasificación  ri- 
gurosa? Ba-ste  con  saber  que  en  este  hermoso 
lienzo  se  halla  todo  tan  relacionado  que  de  nada 
puede  prescindirse,  ni  pueden,  por  lo  mismo, 
considerarse  subordinados  á  unos  elementos  los 


otros.  La  impresión  que  produce  es  única,  ar- 
mónica y  total. 

No  es  posible  sentir  más  la  naturaleza  ni  ex- 
presarla mejor.  El  suelo  tapizado  de  muelle  y 
verde  alfombra,  el  cielo  vagorosamcnte  envuelto 
en  nieblas  grises,  diáfanas  y  de  melancólico  al- 
bor matutinal  iluminadas;  las  lejanías  fundién- 
dose en  suaves  tonos  azules  y  sobre  este  tondo 
destacándose  las  figuras  admirablemente  em- 
pastadas sin  contornos  duros  y  modeladas  con 
delicadeza  distinguida.  Del  conjunto  de  la  com- 
posición se  desprende  como  una  atmósfera  de 
luz,  de  frescura  y  de  tranquilidad  que  regocija 
al  ánimo  profundamente.  Aquel  viejo  sacerdote 
de  aldea  revestido  de  capa  de  tisú  do  oro, 
aquellos  monacillos  infantiles  y  retozones,  aque- 
llas mujeres  fervorosas  y  aquel  grupo  de  hom- 
bres de  rostros  curtidos  por  las  saludables  bri- 
sas de  los  campos  que  con  recogimiento  severo 
y  respetuoso  presencian  la  ceremonia  rodeando 


las  vistosas  y  adornadas  andas  de  la  Virgen 
emocionan  plácida  y  dulcemente  haciéndonos 
codiciar  aquella  atmósfera  pura  y  olorosa  que 
parece  desprenderse  del  cuadro  y  orearnos  las 
mejillas  con  el  aliento  suave  y  perfumado  de  la 
verbena  y  el  tomillo  y  aquella  dulce  paz  del 
espíritu  que  aquellos  rostros  reflejan  con  la  sa- 
tisfacción de  una  fe  sencilla  é  inquebrantable  y 
el  reposo  de  una  existencia  oscura  y  modesta 
ajena  de  afanosos  cuidados  y  de  insensatas  am- 
biciones. 

El  cuadro  de  Bilbao  se  titula  Idilio  y  parece 
inspirado  en  la  bucólica  narración  que  hizo 
Longo  de  los  amores  de  Cloe  y  Dafnis.  El  pas- 
torcillo  imberbe  y  juvenil  tiene  delicadeza  y 
gracia  verdaderamente  atenienses  y  la  tierna 
doncella  de  blanco  pcplo  vestida  es  flexible 
y  esbelta  como  los  puros  modelos  que  inspi- 
raron á  la  escultura  helénica  las  ninfas  y  las 
diosas.  Los  blancos  cabritUlos  triscan  y  ramo- 


IxA.  rLUSTRACION  EBERICA 


411 


nean  por  entre  los  frescos  troncos  de  los  árbo- 
les rebosando  savia  de  primavera,  y  allá,  á  lo 
lejos,  el  bosque  se  dilata  cruzado  por  senda  es- 
trecha y  ondulosa  y  se  pierde  el  confín  del  hori- 
zonte en  pálidas  y  transparentes  nebulosidades 
que  se  funden  en  las  armoniosas  gradaciones  de 
luz  de  una  mañanita  de  Mayo  entoldada,  tibia 
y  olorosa.  El  césped  de  un  verde  muy  fresco, 
parece  húmedo  de  rocío  ó  de  una  de  esas  lluvias 
pasajeras  que  preceden  al  buen  tiempo;  y  pre- 
sidiendo aquel  paraje  agreste  y  solitario  como 
burlón  testigo  de  la  inocente  escena  de  amor 
sonríe  el  busto  de'^Pan  envuelto  entre  hojarasca 
y  es  la  nota  única^  que  recuerda  al  espectador 

ir 


que  la  composición  pictórica  tan  tiernamente 
sentida  y  con  tanta  habilidad  ejecutada  buscó 
la  inspiración  en  clásica  leyenda. 

Y  á  proposito  de  la  manera  singular  y  muy 
digna  de  aplauso  como  ha  conseguido  este  ar- 
tista huir  en  su  cuadro  de  ese  convencionalismo 
académico  por  el  que  otros  se  hubieran  dejado 
arrastrar  insensiblemente  por  la  índole  del 
asunto,  es  conveniente  decir  que  con  este  lienzo 
sucede  algo  muy  parecido  con  otro  del  que  nos 
vamos  inmediatamente  á  ocupar.  Esto  es,  que  la 
personalidad  del  artista  y  su  inventiva  podero- 
sa han  sabido  comunicar  de  tal  manera  el  senti- 
miento y  la  originalidad  al  asunto  escogitado,  que 
han  roto  con  los  moldes 
del  género  y  se  han  sali- 
do de  los  límites  conoci- 
dos por  la  clasificación. 
Si  rigurosamente  se 
atendiera  al  asunto,  el 


cuadro  de  Bilbao  había  de  incluirse  en  el  nú 
mero  de  las  obras  inspiradas  en  un  sabio  y  acá 
déinico  clasicismo;  pero  su  interpretación  triun- 
fando de  las  rutinas  y  preocupaciones  ha  con- 
seguido comunicar  á  aquella  escena  de  la  poesía 
antigua  tal  realidad,  interpretando  la  naturaleza 
tan  fielmente,  que  figuras  y  paisaje  que  recuer- 
dan la  Hollada,  nos  hacen  al  propio  tiempo  sen- 
tir nuestra  propia  vida  trasladándonos  con  la 
mente  á  risueñas  y  apartadas  comarcas  que  á 
todos  nos  parece  haber  recorrido  alguna  vez. 

Con  el  cuadro  de  Alcázar  Tejedor  Los  padres 
del  celebrante  después  de  la  misa  nueva,  sucede  en 
otro  orden  algo  muy  parecido.  Su  asunto  es  sen- 
cillo y  natural  en  extremo,  pero  el  sentimiento 
que  el  pincel  del  artista  le  ha  sabido  comunicar, 
sus  proporciones  desusadas  en  estos  asuntos,  y 
otras  circunstancias,  ya  de  ejecución,  ya  de  con- 
cepto, si  de  un  lado  hacen  resaltar  en  él  todos 
los  caracteres  y  condiciones  del  cuadro  de  gé- 


UN  SOBRESALTO 


LA  CUESTIÓN  DEL.AJUSTE 


¿QUÉISIGNIFICAN  ESOS  MAMARRACHOS? 


ñero,  del  otro  le  elevan  y  ennoblecen  haciéndole 
digno  de  figurar  en  el  número  do  los  lienzos  de 
historia.  Porque  ya  lo  hemos  dicho,  la  represen- 
tación de  una  escena  de  la  vida  real  puede  en 
ocasiones  como  esta  trascender  con  sentimiento 
tan  hondo,  tan  universal  y  tan  humano,  que  la 
copia  de  un  hecho  vulgar  se  eleva  á  concepto 
generalizador  que  desarrolle  y  exprese,  no  ya 
en  determinado  suceso  histórico,  sino  la  historia 
de  una  pasión  eterna,  de  una  voluntad  perma- 
nente ó  de  una  sublime  idea. 

Alcázar  Tejedor  ha  logrado,  con  efecto,  en  su 
cuadro  pintar  con  delicadísimo  é  inspirado  sen- 
timiento toda  la  ternura  que  inunda  el  corazón 
de  unos  padres  sencillos,  buenos  y  creyentes  el 
día  en  que  contemplan  con  ojos  que  el  llanto  de 
la  satisfacción  anubla,  ante  el  altar  que  irra- 
dia esplendores  celestiales,  al  hijo  idolatrado 
revestido  de  la  dorada  casulla,  y  á  cuyas  manos 
por  vez  primera  en  el  misterio  de  la  consagra- 
ción Dios  bajará  en  cuerpo  y  sangre  por  mila- 
groso cumplimiento  de  promesa  divina.  Todas 


las  figuras  están  primo- 
rosamente dibujadas;  la 
del  padre  que  está  en 
pié  y  oculta  el  rostro  en 
el  pañuelo  que  oprime 
en  la  mano  es  la  más  sen- 
tida; la  del  cura  tiene 
una  naturalidad  y  una 
vida  admirables,  pero  sobre  todas  las  excelen- 
cias de  la  ejecución  sobrepuja  la  felicidad  de  la 
idea  con  tanta  gracia  como  vigor  apreciada. 

Un  cuadro,  que  acaso  como  otro  alguno  puede 
considerarse  dentro  del  género  genuinamente 
histórico,  es  el  de  Martínez  Ciibells,  Reinar  des- 
pués de  morir.  Tiene  excelente  casta  de  color  y 
las  figuras  principales  están  muy  bien  dibu- 
jadas. Hay  en  las  de  los  cortesanos  por  efecto 
de  la  actitud  en  que  están  colocadas  algo  de 
desproporción,  resultando  cortas  y  aplastadas. 
No  había  necesidad  de  acudir  al  recurso  de  in- 
clinarlas en  demasía  para  expresar  en  ellas  la 
sumisión  y  la  repugnancia.  La  actitud  del  joven 
príncipe  es  natural  y  movida,  digna  la  del  rey, 
y  el  cadáver  de  D.'  Inés  de  Castro  poetizado  y 
embellecido  hasta  donde  es  posible  hacer  esto 
con  miserables  despojos  de  muerte.  Están  brio- 
samente pintadas  las  telas  y  ropajes;  el  tisú 
verde  y  oro  del  dosel  tiene  relieve  y  verdad  y 
lo  mismo  puede  decirse  del  raso  blanco  y  las 
gasas  que  encubren  y  atavían  la  rígida  figura 


de  la  infeliz  esposa  de  Don  Pedro  I  de  Portugal. 

El  saqueo  de  Roma  por  los  luteranos  de  Frand- 
berg,  de  Amérigo,  es  un  cuadro  cuyo  asunto 
aunque  se  refiere  á  un  hecho  histórico,  ha  po- 
dido ser  tratado  con  cierta  libertad  que  de- 
muestra en  su  autor  viveza  de  fantasía.  Aquella 
escena  de  vandalismo  y  disolución  que  el  lienzo 
representa,  al  saquear  las  alhajas  de  un  rico 
templo  una  horda  brutal  y  ebria,  revistiéndose 
los  ornamentos  sagrados  y  atrepellando  á  las 
vírgenes  profesas  está  dramáticamente  expre- 
sada y  sentida.  La  composición  se  ha  cuidado 
con  esmero,  lo  mismo  que  el  dibujo,  pero  la  to- 
nalidad resulta  algo  fría  y  monótona.  El  efecto 
hubiera  sido  mayor  sino  estuvieran  todas  las 
partes  del  cuadro  tratadas  de  la  misma  manera. 

Las  postrimerías  de  Femando  III,  el  Santo, 
de  Mattoni,  es  una  composición  algo  teatral 
pero  hermosa  por  los  efectos  de  luz  en  ella  acu- 
mulados. Sin  duda  que  hubiera  ganado  el  cua- 
dro si  se  hubiese  prodigado  con  alguna  más  so- 
briedad. La  figura  del  santo  rey  está  muy  bien 
dibujada;  aquel  cuerpo,  ya  inerte,  pesa  y  se 
desploma  y  sus  manos  crispadas  por  la  agonía 
están  tratadas  con  suma  delicadeza  y  primor. 
La  cabeza  del  fraile  joven  arrodillado  en  primer 
término,  sosteniendo  de  uno  de  los  brazos  al 
rey,  tiene  admirable  expresión  de  éxtasis  faná- 
tico y  religioso.  Las  mujeres  que  hay  á  la  de- 
recha  son  largas  y  están  modeladas  con   des- 


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414 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


cuido.  La  parspecüva  está  muy  estudiada  y 
produce  efecto  y  el  color  es  brillante  y  de  buena 
casta. 

No  faltan  en  esta  e:spo9Íción  los  cuadros  his- 
tóricos que  representan  escenas  de  la  antigüe- 
dad clásica,  siendo  de  los  más  notables  el  de 
Gamelo,  Tm  muerte  de  Lucano,  muy  hermoso  de 
composición  y  colorido.  Aseguran  que  su  autor 
apenas  cuenta  veinte  años;  á  ser  asi,  podrá  á 
eete  joven  aplicarse  aquella  frase  tan  repetida 
de  que  empieza  por  donde  muchos  acabaron. 

A  las  Jigras,  de  Silvio  Fernández,  es  un-  cua- 
dro que  revela  más  esmero  y  estudio  que  genio 
é  inspiración.  Las  figuras  están  bien  dibujadas, 
principalmente  las  del  primer  término,  pero  ca- 
recen de  la  expresión  dramática  que  exige  el 
•sonto.  Aquellos  prisioneros  se  levantan  indife- 
rentes y  lo  mismo  revelan  que  son  llamados  á 
derramar  su  sangre  en  la  arena  del  Circo,  como 
que  van  á  ser  puestos  en  libertad.  Ni  el  entu- 
siasmo religioso  ni  el  terror  humtmo  se  reflejan 
en  aquellos  seres  melancólicos  y  fríos.  Los  tér- 
minos del  cuadro  están  pintados  por  el  mismo 
procedimiento  y  de  aquí  resulta  algo  de  enfa- 
dosa monotonía. 

El  cadáver  de  Agripina,  por  Montero  y  Calvo, 
ofrece  nn  desnudo  muy  bien  modelado,  está 
bien  tratada  la  entonación  y  el  dibujo  es  co- 
rrecto; es  falto,  sin  embargo,  de  originalidad, 
recordando  á  Rosales  en  el  estilo  y  en  alguna 
figura. 

Las  fiestas  á  la  diosa  Flora,  de  Reina,  tiene 
efecto  de  color,  pero  la  perspectiva  no  está  ra- 
zonada; el  tamaño  de  las  fignra.s  no  se  relaciona 
con  los  términos  en  que  se  hallan. 

También  merece  citarse  en  este  género  de 
pintura  Cleopaira  y  Marco  Antonio,  por  Salinas. 
En  otro  orden  es  bastante  estimable  La  muerte 
del  principe  de  Viana,  por  Poveda,  que  tiene 
acertados  detalles  en  los  ropajes,  siendo  ende- 
ble de  dibujo  y  frío  de  entonación. 

Por  último,  entre  los  asuntos  históricos  de 
época  que  puede  considerarse  contemporánea, 
son  excelentes  dos  cuadros  de  los  hermanos  Al- 
varez  Dumont.  El  de  don  César  representa  la 
Dffensa  del  pulpito  en  la  iglesia  de  San  Affvstín 
de  Zaragoza,  episodio  de  la  guerra  de  la  Inde- 
pendencia, pintado  con  soltura,  desenfado  y 
verdad,  sobresaliendo  principalmente  más  por 
la  composición  y  casta  de  color,  que  por  el  di- 
bujo. Por  el  contrario,  el  cuadro  de  don  Euge- 
nio Malasnña  y  su  hija,  está  muy  bien  dibujado 
pero  flaqnea  en  la  entonación. 

Otro  episodio  nacional,  Gerona:  el  cadáver  de 
Áhnrez  ile  Castro,  por  Muñoz  Lucena,  resulta 
muy  agradable  de  color;  las  figuras,  sin  embar- 
go, algo  inferiores  al  paisaje. 

R.  Blanco  Asenjo. 


EL  VIOLÍN  DEL  CIEGO 


(coaoLDSióa) 


II 

Un  chalet  en  la  Castellana. 

Lujurioso  jardín  lleno  de  plantas  exóticas  y 
matizados  canastillos  de  geráneos  y  verbenas, 
sobre  los  que  descuellan  magníficos  grupos  de 
magnolias,  y  marmóreas  fuentes  que  arrojan  al 
espacio  el  hilo  de  plata  de  sus  surtidores. 

Portero  con  elegante  librea  custodia  la  verja 
con  remates  dorados  que  sirve  de  ingreso  al 
chalet,  y  en  una  calle  próxima  un  elegante 
lando  tirado  por  dos  briosas  yeguas  do  pura 
raza,  espera  indudablemente  á  su  dueño  visita 
de  la  casa. 

Si  preguntamos  al  portero  quién  es  su  habi- 
tador, nos  responderá  con  tono  enfático:  «El  se- 
ñor D.  Femando  Colomer  é  Inestrosa,  banquero 
acaudalado  y  próximo  conde  por  matrimonio 
con  la  señora  condesa  de***.>  Si  penetramos 
en  el  elegante  despacho  de  éste,  encontraremos 
á  nuestro  antiguo  conocido  de  la  modesta  guar- 
dilla, aunque  bien  cambiado  á  la  verdad. 

Femando  no  es  ya,  ni  mucho  menos,  el  joven 


aturdido  en  cuyo  rizado  cabello  negro  enredaba 
sus  dedos  la  enferma  doña  María;  á  través  del 
elegante  batíu  que  viste,  se  adivina  un  cuerpo 
anémico,  casi  extenuado,  no  sabemos  si  por  el 
dolor  físico  ó  el  padecimiento  moral,  y  á  pesar 
de  sus  treinta  y  cinco  años,  multitud  de  canas 
inundan  su  cabeza  y  barba  recortada  con  arre- 
glo al  gusto  de  la  época. 

Prematuras  arrugas  surcan  su  frente,  y  en 
sus  pálidas  mejillas  se  ven  las  huellas  de  tor- 
mentos morales,  mucho  más  dolorosos  que  la 
tortura  de  los  músculos  que  revisten  nuestra 
envoltura  física. 

Fernando  sufre,  y  sufre  horriblemente. 

La  locura  de  doña  María,  mezcla  de  mono- 
manía religiosa  y  de  persecución,  resulta  com- 
pletamente incurable;  cuando  su  hijo  lo  recuer- 
da, mil  horribles  remordimientos  ivsaltan  su 
alma,  porque  comprende  que  de  nada  le  sirve 
la  riqueza,  aquella  terrible  noche  adquirida,  si 
la  sed  del  oro  le  hizo  olvidarse  do  la  prescrip- 
ción facultativa  y  el  desgraciado  augurio  se 
cumplió  exacta  y  fatalmente. 

Y  como  si  una  maldición  pesase  sobre  él,  en 
los  momentos  en  que  el  goce  llama  á  las  puer- 
tas de  su  espíritu  como  iris  de  paz  de  sus  dolo- 
res, la  carcajada  histérica  de  la  pobre  loca 
le  vuelve  á  sumir  en  sus  horribles  pensa- 
mientos. 

* 
*  * 

Llegó  la  noche;  una  noche  deliciosa  de  la 
primavera  en  que  el  cielo  aparecía  como  in- 
menso manto  de  terciopelo  tachonado  de  bri- 
llantes. 

El  chalet,  iluminado  desde  el  vestíbulo  con 
centenares  de  bombas  de  cristal  que  preserva- 
ban los  mecheros  de  gas,  reflejaba  débilmente 
sobre  el  mármol  de  los  pisos  y  de  las  paredes 
las  fugaces  sombras  de  las  aristocráticas  damas 
que,  con  elegantes  vestidos  de  soirée,  apenas 
sent^iban  el  pié  sobre  la  alfombra  de  terciopelo 
que  pisaban. 

El  aristocrático  frac  se  veía  confundido  entre 
los  brillantes  colores  de  los  uniformes  militares; 
la  severa  ropa  sacerdotal  se  destacaba  entre  los 
encajes  y  sedas  de  la  desenvuelta  dama  de  la 
aristocracia;  el  grave  y  respetuoso  rostro  del 
magistrado  hacía  pendant  con  el  perfecto  óvalo 
de  la  romántica  niña  ó  el  sonriente  semblante 
del  joven  militar,  y  allá,  perdido  en  los  salones, 
barbotaba  ese  indefinible  ruido  de  rail  animadas 
conversaciones,  de  mil  discreteos  elegantes  á 
que  dan  margen  las  fiestas  de  la  fortuna. 

Fiesta,  y  no  escasa  de  importancia,  es  la  que 
va  á  celebrarse  en  la  casa  de  Fernando  Co- 
lomer. 

Aquella  noche,  y  en  presencia  de  gran  nú- 
mero de  convidados,  van  á  firmarse  las  capitu- 
laciones matrimoniales  que  han  de  servir  de 
base  á  su  casamiento  con  la  condesa  de  Casa- 
fuerte.  Atendido  el  estado  de  la  madre  del  novio 
la  noble  dama  ha  accedido  á  que  el  contrato  se 
firme  en  el  chalet  de  su  futuro  esposo,  y  allí 
está  recibiendo  á  los  convidados  llena  de  satis- 
facción, y  acariciándolos  con  agradables  sonri- 
sas y  verdadero  derroche  de  ingenio. 

El  notario  acaba  de  llegar  y  la  ceremonia  da 
principio  con  la  mayor  solemnidad. 

Leídas  las  condiciones  estipuladas  por  los 
contrayentes  y  puesta  al  pié  su  firma  con  las  de 
los  testigos,  abandonan  todos  el  salón  de  honor 
y  se  lanzan  en  vertiginosa  oleada  hacia  el  jar- 
dín, en  cuyo  invernáculo  se  halla  servido  un 
aristocrático  lunch. 

Circulan  los  vinos  escanciados  por  criados 
que  lucen  vistosas  libreas;  estallan  las  botellas 
de  Champagne,  hierve  su  dorado  color  en  las 
copas  y  comienzan  los  indispensables  brindis. 

Un  joven  publicista  tiene  la  palabra,  y  en 
bellísimos  períodos  pinta  á  grandes  rasgos  la 
historia  del  anfitrión,  hombre  á  la  moda  en 
todos  los  actos  de  su  vida,  banquero  tan  hon- 
rado como  opulento,  y  modelo  de  hijos  por  lo 
q«e  ha  hecho  en  favor  de  su  desventurada 
madre. 

Cual  si  este  recuerdo,  expuesto  con  palabra 
llena  de  elegancia,  fuese  el  recitado  de   una 


ópera,  óyese  en  la  calle  próxima  el  sonido  de  un 
violín  que  toca  la  plegaria  de  Dinorah. 

Uno  de  los  invitados  se  acerca  á  Fernando 
que  pálido  como  uu  cadáver  se  ha  puesto  en 
pié,  y  le  dice: 

— Mi  querido  banquero  y...  conde;  ¿nos  per- 
mitirá su  amabilidad  y  galantería  que  en  el 
salón  de  juegos  instalemos  un  baccarrat? 
En  vano  esperó  la  contestación. 
Colomer,  abstraído  en  un  pensamiento  que 
desgarraba  su  alma,  sólo  oía  la  voz  del  remor- 
dimiento y  ni  aún  se  apercibía  de  la  presencia 
de  sus  convidados. 

En  aquel  momento  abrióse  violentamente  una 
puerta  lateral  del  invernadero,  y  doña  María 
de  Inestrosa,  con  el  semblante  descompuesto, 
desgarradas  las  ropas  y  el  ceniciento  cabello  en 
desorden,  se  arrojó  en  los  brazos  de  su  hijo, 
exclamando: 

— |Protégeme  de  esos  infames  que  quieren 
asesinarme,  hijo  mío!  ¿Concluyó  la  ceremonia?... 
Pues  al  Real,  á  oir  Dinorah...  Va  á  tocar  su 
violín  el  señor  Rodríguez,  nuestro  vecino... 
Vamos  ¿qué  haces?  Ve  por  la  medicina  y  vuelve 
pronto. 

Y  prorumpiendo  en  horribles  carcajadas, 
hizo  saltar  los  cristales  de  una  vidriera,  y  des- 
apareció por  su  hueco  entre  la  maleza  del 
jardín. 

Fernando  y  los  convidados  se  lanzaron  tras 
ella. 

La  pobre  loca  huía,  huía  siempre  dando  gri- 
tos y  riendo  de  un  modo  horrible;  Fernando 
desapareció. 

Dos  minutos  después  el  ruido  de  una  deto- 
nación espantó  á  los  concurrentes  que  atrope- 
lladamente se  dirigieron  al  despacho  de  verano 
del  banquero. 

Allí  vieron  su  cadáver  tendido  sobre  la  al- 
fombra y  sobre  la  mesa  una  cuartilla  de  papel 
que  decía: 

«Señor  Juez  de  guardia: 
»Moralmonte  he  muerto  á  mi  madre,  jieio  no 
quiero  que  el  verdugo  ponga  la  mano  sobro  mí, 
y  encargo  de  mi  ejecución  á  otro  más  inexora- 
ble, pero  más  digno. 

»Muero  á  manos  del  remordimiento.» 
La  fiesta  degeneró  en  tragedia,  y  de  ella  hoy 
no  queda  más  que  el  recuerdo  en  la  memoria  de 
un  buen  amigo,  y  tal  vez  la  lenta  agonía  de  un 
demente  tras  las  rejas  de  algún  manicomio. 

Antonio  Pareja  Serrada. 

* ^ 


NUESTROS  GRABADOS 


UN  SKCBETO  EN   LA   HIXYC 

Hé  ahí  un  procedimiento  amatorio  perfectamente  dentro 
las  condiciones  novelescHs.  Supongamos  que  un  joven  y  biza- 
rro marino  anda  enamorado  de  una  muchacha  y  no  se  atreve 
i  declararle  su  atrevido  pensamiento;  la  dice  entonces:— 
Cuando  mañana  al  amanecer  nos  hagamos  á  la  mar,  se  viene 
usted  á  la  playa  y  una  vez  nos  haya  perdido  de  vista  se  flja 
usted  en  un  dibujo  que  verá  trazado  en  la  nieve,  al  pié  del 
sendero  tal.— La  joven,  curiosa,  no  deja  de  dirigirse  al  sitio 
manifestado  y  se  encuentra  con  un  corazón  del  tamaño  de 
un  foque.  Nada  más  gráfico  y  comprensivo. 

PALIQDX   INTEBISANTI 

Bien  claramente  se  deja  entender  que  no  tratan  esas  dos 
señoras  de  haladles  cuestiones  de  amorcillos  sino  que  la  cosa 
es  algo  más  honda.  ¿Serla  «caso  que  »e  estuviesen  discutiendo 
una  jugada  de  bolsa? 

EXPOSICIÓN  MACIONAL  DE   BELLAS  ABTX8  DI  1887 
AVÍS   DE    AMOE,   FI.OEEB   T   EgriNAS 

Cuadro  de  J.  Horacio  Ungo.— Dibujo  de  P.  y  Valor 
Hé  aquí  lo  que  dice  de  esto  cuadro,— entre  otros  del  au- 
tor,—el  Sr.  Glner  de  los  Kios: 

•El  Sr.  Lengo  se  presenta  en  esta  misma  sala  sin  desmen- 
tir sus  tradiciones;  pero  hemos  de  lamentar,  como  siempre, 
que  las  extraordinarias  dotes  de  tan  genial  artista  se  des- 
vanezcan con  los  defectos  á  que  nos  tiene  habituados.  Los 
cuatro  lienzos  que  exhibe  ofrecen  exactamente  los  mismos 
lunares  y  las  mismas  bellc  zas  de  costumbre .  Hanrique  y  Leo- 
nora titula  sus  dos  estudios  de  flores,  cachivaches,  azulejos, 
paños  bordados  y...  palomas.  Ya  comprenderán  nuestros 
lectores  que  Manrique  es  el  pichón  y  Leonora  la  pichona.  Los 
dos  palomos,  macho  y  hembra,  son  dos  maravillas  de  color 
y  ejecución;  pero  el  resto  de  las  obras  son  dos  modelos  tam- 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


415 


blén  de  amaneramiento.  Las  flores  huelen  á  trapo  perfoma- 
do,  y  la  composición  á  un  artificio  tan  eonvenoloDal  como 
Ingrato. 

•Los  otros  dos  lienzos  que  presenta,  titulados  Rosas  y 
fiares  y  espinas  acreditan  precisamente  lo  mismo  que  queda 
indicado,  y  es  á  saber:  la  rosa  es  una  vara  de  capullos  entre 
los  cuales  aparecen  las  cabezas  de  tres  niños,  y  el  segundo 
una  Hermana  de  la  Caridad,  escueta,  entre  los  grupos  de  secos 
tallos  de  cardos  silvestres,  ó  cosa  por  el  estilo  y  varas  de  mal- 
vas locas.  Es  el  colmo  de  lo  alambicado  y...  de  lo  candido. 
El  talento  y  el  arte  de  tan  distinguido  pintor  puesto  al  ser- 
vicio de  las  extravagancias  de  una  imaginsción  descarriada. 
Nadie  negará  á  D.  Horacio  Lengo  el  titulo  de  maestro;  pero 
hay  que  señalarle  á  los  principiantes  como  un  maestro  peli- 
groso del  cual  es  preciso  huir.  El  desdichado  que  lo  imite 
incurrirá,  careciendo  de  sur  condiciones,  en  la  caricatura  y 
en  la  cursilería.  A  él  se  le  puede  perdonar,  á  cambio  de  sus 
revelantes  dotes.» 

El.  CANAL   DK    8UKZ 

DOmQO  de  J.  Serta  Pausas 

El  lector  podrá  ver  en  esos  bonitos  dibujos  algunos  de  los 
principales  puntos  de  vista  que  ofrece  la  travesía  del  canal, 
verdadero  monumento  de  la  inteligencia  y  poder  del  hom- 
bre, simbolizados  en  Lesseps. 

ISCnLTDBAS  DK    LKÜNE    LKUNI 

Leone  Leonl  fué  el  escultor  de  Carlos  V,— no  hay  para  qué 
decirlo,— y  además  el  violentísimo  rival  de  Benvenuto  Celli- 
ni;  artista  de  prodigiosa  fecundidad,  muy  realista  (de  res,  rei) 
más  metido  en  política  de  lo  que  debiera,  ilustrisimo  en  el 
manejo  del  bronce  y  grande  amigacho  del  infame  Pedro  Are- 
tiuo,— 2>íviw  P.  Arretiniís  Flagelium  Principum,  como  decían 
las  medallas  acuñadas  tn  honor  de  aquel  baratero. 

Hay  en  España  muchas  obras  del  gran  escultor  Leone  Leo- 
nl, dignas  del  cincel  de  Miguel  Augel;  por  hoy  reproducimos 
los  dos  Carlos  V  del  Museo,  pero  quien  desee  conocer  de  vieu 
las  restantes  no  tiene  más  que  darse  un  paseo  por  el  Escorial 
ó  ValladoUd. 

JOYAS   DEL  ANTIGUO   AETÍ  ITALIANO 

ArxtoneUo  da  Messina.  —  liaiUegna.  —  Perugino 

Eche  V.  jigos,  como  decía  aquel  andaluz... 

Supónese  que  el  retrato  de  Pn  joven,  por  Antonello  da 
Uessins,  es  el  del  propio  autor,  que  sobresalta,  efectivamen- 
te, en  aquel  género.  El  principal  timbre  de  gloria  de  Anto- 
nello no  ts,  siu  embargo,  su  habilidad  como  retratista  sino 
haber  importado  á  Italia  (1400)  el  conocimiento  de  la  pin- 
tura al  óleo  empleada  por  los  Van  Eyck.  Es,  por  consiguien- 
te, uno  de  los  artistas  más  meritorios  de  su  tiempo. 

Las  tres  tablas  atribuidas  al  Perugino, —pero  quede  todas 
maneras  pertenecen  á  la  escuela  umbría,—  constituyen  otras 
tantas  obras  maestras,  eminentes  entre  las  más  celebradas 
del  mundo.  No  falta  quien  cree  que  anda  por  allí  la  mano 
del  sublime  discípulo  del  Perugino,  Rafael.  Ese  tríptico  figu- 
raba antes  en  la  Cartuja  de  Pavía. 

En  cuanto  al  gran  pintor  paduano  Andrés  Mantegna 
{14.!l-150'>i  diremos  que  su  destino  y  el  papel  que  desempeñó 
le  hacen  muy  semejante  ó  casi  igual  al  Giotto,  con  haber  na- 
cido siglo  y  medio  después.  Fué,  en  efecto,  como  el  ilustre 
trecentisia,  pastor  de  ganados  en  su  infancia  y  más  adelante, 
habiendo  recibido  las  lecciones  del  viejo  Squarcione,  su  com- 
patriota, revelóse  maestro  tan  precoz  como  lo  había  sido 
Rafael  respecto  del  Perugino,  y  más  aún,  pues  fué  proclama- 
do tal  á  los  diez  años,  sin  contar  que  fué  también  tan  insigne 
grabador  como  pintor. 

EXPOSICIÓN    NACIONAL   DE    BE[.L;IS    ARTES    DK    1887 
LA   INVASIÓN    DE    LOS    BÁBBABOS 

Cuadro  de  D.  U/piano  Checa. — Dibujo  de  P.  y  Valor 
I, Véase  la  revista  de  Bellas  Artes  del  Sr.  Blanco  Asenjo). 

ESCENAS    DE    LA    VIDA    DE    AHTISTA 

A  corta  diferencia  lo  mismo  pasa  en  el  flamante  palacio  de 
la  Industria  y  de  las  Artes,— cerca  del  Hipódromo, —  de  Ma- 
drid, que  «n  el  Salón  de  París,  6  que  en  las  Qallerys  de  Lon- 
dres. La  cuestión  de  la  colocación  de  los  cuadros  es  un  semi- 
llero de  disgustos.  Poco  podríamos  añadir  por  nuestra  parte, 
no  siendo  del  oficio,  á  lo  que  tan  humorísticamente  expresan 
nuestros  grabaditos,  origiutiles  de  un  interesado,  y  por  eso 
nos  limitamos  á  decir  que  no  hay  mas  que  hacerse  el  cargo 
de  que  en  todas  partes  cuecen  habas. 

LUCHA    DESESPEKiDA.— UN    LINDO    TBONCO 

Esa  tlucha  desesperada»  tiene  no  sabemos  si  la  ventaja  ó 
el  Inconveniente  de  ser  rigurosamente  exacta,  y  de  no  pare- 
cerse en  lo  más  mínimo  al  rapto  del  doctor  Mirabel  (creo  que 
Saturnino)  habiendo  acaecido  el  hecho  en  la  Ilirla,  aquella 
montañosa  región  de  la  co.sta  oriental  del  siempre  tempes- 
tuoso Adriático.  Hallábanse  dos  niños,  uno  de  trece  y  otro 
de  ocho  años,  paseando  una  tarde  por  un  hermoso  valle 
cuando  de  pronto  se  lanza  sobre  el  menor  un  águila  real 
arrebatándolo  entre  sus  garras.  El  camarada,  entonces,  que 
iba  armado  de  un  robusto  y  nudoso  garrote,  sacudióle  al 
águila  un  palo  á  la  cabeza,  dejándola  aturdida,  con  lo  cual  la 
rapaz  dejó  caer  su  pre.sa  y  escapó  por  los  aires,  desde  donde 
cayó  al  suelo  atravesada  por  los  certeros  disparos  de  un  ca- 


zador que  habla  presenciado  la  escena.  El  soberbio  animal 
medía  once  pies  de  un  extremo  á  otro  de  sus  alas. 

El  otro  asunto,  si  menos  heroico  es  mucho  más  filosófico, 
queriendo  indicar  que  desde  niños  damos  la  medida  de  nues- 
tros gustos  respecto  á  servir  de  acémilas  ó  de  amo. 

INTERVENCIÓN   INTEMPESTIVA 

Cuadro  de  Juan   Owidzkiego 

No  puede  estar  mejor  representado  el  asunto,  ni  producir 
más  dolorosa  impresión.  La  esposa  ha  sabido  que  su  marido 
iba  á  batirse  y  con  mejor  intención  que  respeto  á  los  deberes 
sociales  ha  acudido  á  estorbarlo.  Mientras  el  desdichado  re- 
chaza á  su  mujer  su  adversarlo  se  está  mofando  de  la  ridicu- 
la escena  y  sus  padrinos  le  hacen  coi  o,  contemplando  desde- 
ñosamente al  angustiado  marido. 

No  hay  para  qué  decir  que  el  combate  se  llevará  á  efecto 
y  que  sucumbirá  el  esposo,  por  cargado  que  esté  de  razón . 

UONTE-CAELO,    EN   HÓNACO 

Según  la  última  estadística,  son  ya  68  los  suicidios  lleva- 
dos á  cabo  en  este  delicioso  lugar  por  jugadores  á  quienes  no 
ha  sonreído  la  fortuna,  contándose  entre  las  más  recientes 
victimas  una  desgraciada  compatrlotanuestra  llamada  la  Se- 
rafina, infortunada  horizontal  que  se  precipitó  verticalmente 
desde  una  altura  como  quien  se  tira  por  el  viaducto  de  la 
calle  de  Segovla. 


ADÁN  MICKIEWICZ 


(OONTIKUACIÓN) 


Tales  palabras  debían  electrizar  á  la  juven- 
tud polonesa,  al  igual  que  en  nuestra  gloriosa 
guerra  de  la  Independencia  enardecían  las  es- 
trofas guerreras  de  Quintana  para  el  combate. 
En  tiempos  de  opresión  nunca  falta  un  Tirteo 
cuando  alienta  la  fe.  Entonces,  en  el  común  in- 
fortunio, se  sobrepone  siempre  al  desaliento 
algtín  noble  ideal  que  infunde  aquel  entusiasmo 
que  es  alma  de  las  grandes  acciones  y  de  la 
grande  poesía. 

Más  justo  será  decir  que  si  correspondió  ge- 
neroso el  pueblo  á  los  designios  del  poeta,  pron- 
to dieron  buena  cuenta  de  la  insurrección  pola- 
ca de  1829  las  bayonetas  moscovitas  y  el  látigo 
del  Czar,  reinando  luego  el  orden  en  Varsovia. 

Con  todo,  el  patriota  y  el  poeta  merecieron 
igualmente  la  simpatía  de  Pouckine  y  otros 
ilustrados  ingenios  de  Rusia.  Nobles  amistades 
fueron  éstas  que  le  vengaron  de  la  persecución 
y  del  destierro. 

Más  tarde,  considerando  el  soberano  peligro- 
sa la  estancia  en  San  Petersburgo  de  varios  po- 
loneses condenados  por  su  patriotismo,  disper- 
sólos, siendo  esta  vez  relegado  nuestro  poeta  á 
Odesa,  desde  donde  junto  con  varios  compa- 
triotas emprendió  un  viaje  á  las  estepas  de 
Crimea,  que  le  inspiraron  una  serie  de  sonetos, 
que  son  los  primeros  que  se  han  escrito  en  len- 
gua polonesa. 

De  Odesa  pasó  á  Moscou,  y  más  tarde  fijóse 
de  nuevo  en  San  Petersburgo;  con  la  aquies- 
cencia del  autócrato  ruso,  se  entiende.  Dio  des- 
de allí  á  luz  su  poema  Conrado  Wallenrod,  que 
promovió  grande  entusiasmo,  llegando  á  ser 
popular  en  la  tierra  de  opresión  á  la  vez  que  en 
su  patria. 

Contiene  aquél,  bajo  la  forma  de  un  asunto 
sacado  de  los  antiguos  anales  lituanos,  disimu- 
lado y  rudo  ataque  contra  el  gigante  imperio 
enemigo  y  un  nuevo  llamamiento  á  la  insurrec- 
ción. Sentido  oculto  es  éste  cuya  clave  podráse 
hallar  en  la  divisa  que  estampa  en  el  poema, 
sacándola  del  astuto  y  sagaz  Machiavelli:  bisog- 
na  essere  volpe  e  leone, — dice  el  poeta  en  el  fron- 
tispicio de  la  obra, — presentando  luego  en  cada 
palabra  una  alusión  patriótica.  Bajo  el  simil 
del  odio  implacable  que  jura  á  la  orden  Teutó- 
nica el  joven  Walter  y  su  refinada  venganza, 
veremos  palpitar  todo  el  odio  de  los  polacos  con- 
tra Rusia. 

Aprovechándose  entonces  de  la  admiración 
que  causó  á  varios  personajes  distinguidos  la 
obra,  entre  quienes  se  contaba  el  célebre  poeta 
Joukoffskoí,  preceptor  de  la  familia  imperial, 
pidió  y  obtuvo  pasaporte  para  el  extranjero. 

De  paso  en  Weimar  visitó  al  patriarca  de  la 


literatura  alemana,  el  gran  Goethe  que  en  el 
ocaso  de  su  vida  residía  tranquilamente  allí 
abrumado  de  gloria. — Los  genios  cuando  se  ha- 
llan deben  comprenderse;  y  así  fué  en  efecto.— 
Conmovido  el  anciano  ante  los  infortunios  del 
profetice  bardo  y  admirador  de  su  gran  genio 
poético,  quiso  manifestarle  la  simpatía,  en  aq  ue- 
11a  ocasión,  que  hacia  él  sentía,  y  entrególe  la 
pluma  que  le  había  servido  para  escribir  el  Faus- 
to, pidiéndole  á  su  vez  un  retrato;  y  como  se  ha- 
llase el  célebre  David  d'  Angers  allí  presente, 
esculpió  para  la  posteridad  el  estatuario  las  no- 
bles facciones  del  bardo  liutano,  á  lo  que  oficioso 
correspondió  el  poeta,  traduciendo  al  francés 
para  él  su  bella  casida  árabe  El  Fariz,  que  pre- 
sentaremos más  adelante  con  tanto  mayor  mo- 
tivo en  cuanto,  sobre  su  relevante  mérito,  es- 
crita por  decirlo  así  de  nuevo  en  francés  por  el 
autor,  podrá  salir  traducida  directamente  del 
original. 

Emprende  luego  el  peregrino  un  viaje  á,  Italia, 
á  fin  de  organizar  una  legión  y  libertar  con  ella 
á  su  patria,  cuando  llega  hasta  él  el  clamoreo 
de  la  Revolución  de  Julio,  que  derriba  en  tres 
días  el  trono  de  Carlos  X;  y  proveyendo  que 
Polonia  se  alzará  en  breve  para  sucumbir,  com- 
pone entonces  su  bella  elegía  A  una  madre  po- 
lonesa. 

En  ella  su  inspiración  sombría  y  melancóli- 
ca, aunque  atemperada  por  la  resignación,  pa- 
rece que  llora  con  Jeremías  y  truena  con  Tácito 
y  Juvenal.  Jamás,  como  ha  dicho  Jorge  Sand, 
se  ha  levantado  voz  más  poderosa  para  cantar 
la  ruina  de  un  pueblo.  Patriota  ardiente,  ha  sa- 
bido dar  á  su  poesía,  aún  quejumbrosa,  Mic- 
kiewicz,  robusto  colorido  y  virilidad  sin  igual. 

Vea  á  continuación  el  lector  la  composición 
aludida. 

Á    UNA    MADRE   POLONESA 

¡Oh,  madre  polonesa!  cuando  brilla  el  rayo 
del  genio  en  las  pupilas  de  tu  hijo;  cuando  el 
antiguo  valor  y  la  antigua  arrogancia  tejen  á 
su  frente  juvenil  una  aureola;  cuando  esquivan- 
do los  juegos  de  sus  compañeros  se  va  hacia  el 
bardo  anciano  que  entona  los  cantares  de  la  pa- 
tria, y  que,  baja  la  frente,  escucha  pensativo  la 
historia  de  sus  antepasados;  ¡oh,  madre  polone- 
sa! preserva  á  tu  hijo  entonces  de  esos  juegos 
terribles;  antes,  póstrate  de  rodillas  ante  la 
imagen  de  la  Virgen  Dolorosa,  y  contempla  la 
espada  que  destroza  su  seno,  porque  el  destino 
vate  á  herir  de  un  modo  tan  cruel.  Sí,  mientras 
que  la  paz  florece  por  el  mundo  en  una  alianza 
de  pueblos,  de  dogmas  y  de  opiniones  está  lla- 
mado él  á  sostener  combates  sin  gloria  y  á  mo- 
rir... en  el  martirio,  sí,  mas  sin  esperanza  de 
resurrección.  Ordénale,  antes,  que  vaya  á  medi- 
tar en  la  caverna  solitaria  tendido  sobre  la  hú- 
meda paja;  que  aspire  un  vapor  fétido,  helado; 
que  comparta  allí  su  lecho  con  el  reptil  inmun- 
do; que  aprenda  á  encubrir  sus  alegrías  y  sus 
cóleras,  á  cavar  su  pensamiento  como  un  abismo 
y  hacer  que  sus  palabras  sean  funestas  cual 
contagio  y  misteriosas;  que,  frío  y  humilde, 
aprenda  á  fingir  cual  la  serpiente. 

El  Salvador,  entre  los  hijos  de  Nazaret,  lle- 
vaba ya  la  cruz  sobre  la  que  debía  salvar  el 
mundo. 

¡Oh,  madre  polonesa!  ¡Cuánto  más  me  com- 
placería ver  á  ese  niño  jugar  con  los  instrumen- 
tos de  sus  juegos  futuros! 

Que  su  mano  se  acostumbre  á  la  cadena;  que 
aprenda  á  llevar  el  infame  chiri-ión;  que  jamás 
palidezca  su  frente  ante  el  hacha  del  verdugo 
ni  su  frente  se  sonroje  al  aspecto  de  la  cuerda. 
Porque,  no  irá,  no,  cual  los  guerreros  de  otros 
tiempos  á  enarbolar  la  victoria  sobre  los  muros 
de  Solima,  ni  como  los  soldados  de  la  bandera 
tricolor,  cavar  el  surco  de  la  libertad  y  regarlo 
con  su  sangre.  Un  tenebroso  espía  le  arrojará 
el  guante  y  le  será  preciso  combatir  contra  un 
tribunal  perjuro;  será  la  arena  del  torneo  un 
calabozo  subterráneo,  y  un  enemigo  poderoso 
su  juez  y  arbitro. 

Y  una  vez  vencido,  será  su  monumento  fúne- 
bre el  seco  árbol  de  la  horca;  su  gloria  y  su  in- 
mortalidad, las  pronto  enjugadas  lágrimas  de 


416 


LA   ILUHTRACION   IBÉRICA 


tm»  mujer  y  las  pláticas  nocturnas  de  sus  con- 
ciudadanos. 


*  ♦ 


Grazina.  otra  de  sus  creaciones,  épica  y  de 
mayor  vuelo,  es  sencillamente  una  leyenda  ó 
conseja  popular  narrada  con  todo  el  candor  y 
toda  la  buena  fe  de  los  viejos  tiempos.  Es  poe- 
sía retrospectiva,  si  vale  decirlo.  El  duque  de 


Lituania,  esposo  de  la  heroína,  sostiene  guerra 
con  los  caballeros  de  la  orden  Teutónica,  fun- 
dadores del  reino  de  Prusia,  y  perece  en  un 
combate.  Apodérase  entonces  de  sus  arreos  y 
armas  su  desesperada  viuda,  la  hermosa  Grazi- 
na, y  animosa  venga  en  sangre  enemiga  su 
mtierte. 

Lo  que  esencialmente  distingue  ese  poemito, 


es  la  grandiosidad  y  al  propio  tiempo  la  senci- 
llez que  lo  asimilan  en  un  todo  á  los  antiguos 
cantos  de  la  Edad  media.  Por  su  ferocidad  y 
por  su  ingenuo  sentimiento  parece  arrancado  á 
la  vieja  epopeya  de  los  Nibelungos  ó  al  ciclo  de 
leyendas  primitivas  de  los  Eddas  escandina- 
vos. 

La  aflicción  en  que  está  sumida  su  alma  de 


MONTE-CARLO,  EN  MONACO 


patriota  vése  reflejada  en  el  sombrío  poema 
mitad  dramático  y  mitad  narrativo  Los  aniepa- 
smhx,  obra  de  coloso,  que  no  ofrece  paridad 
sino  con  el  portentoso  Fuustii  de  Goethe  y  el 
Mntiftedo  de  Lord  Byron,  símbolos  los  tres,  no 
abstractos  antes  llenos  de  vida,  de  una  idea 
grande  y  antigna  como  el  mundo,  la  lucha  entre 
el  bifn  y  el  nud. 

Al  analizar,  con  sagacidad  y  espíritu  de  cri- 
tica profunda,  que  habrán  de  envidiar  muchos 


y  muy  notables  talentos  masculinos,  esta  pro- 
ducción Jorge  Sand,  nos  parece  que  se  ha 
dejado  llevar  con  todo  de  su  entusiasmo,  al 
darle  preferencia  sobro  las  obras  del  Patriarca 
de  Weimar  y  el  noble  británico.  Mas  pueden 
equitativamente  nivelarse,  salvo  tenor  aquellas 
sobre  el  poema,  simpático  por  el  patriotismo, 
pero  en  cierto  modo  nacional  del  último,  la 
ventaja  de  caberles  mayor  universalidad,  ya 
que  ambos  dramatizan  una  idea  general  y  tras- 


cendente sin  exclusiva  relación  á  tiempo  ni  á 
lugares. 

Así  como  en  Conrado  Walleurod  y  Grazina, 
explota  Mickiewicz  las  antiguas  tradiciones  de 
su  patria,  en  ¡.oh  nritepusadof,  nos  trasporta  á 
la  Edad  moderna  y  en  plena  época  contempo- 
ránea. 


(Se  (■(mtinuará.) 


Ignacio  de  Genovér. 


AMISbTllCtóJ:  Cirla,  3«i-367.  RaiÑi  Mnliinv  Filünr.— Resenidos  los  derechos  de  propiedad  artística  y  literaria.— Us  reclamacioiies  en  Madrid,  al  represeotaíte  de  esta  Casa  D.  Manuel  Plá  j  Valor,  Apodaca,  10,2.' 

)  INSÉRTESE  Ó  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  (  


IIrr*iu.«cii<iBKTo  TipoaiiAnco  os  R.  Base»*.— Calls  ob  Villarroil,  hóu.   17   bhsamchb  db  San  Amtohio.— Barcelona. 


SEMANARIO     CIENTÍFICO,     LITERARIO     Y     ARTÍSTICO 


Año  V 


Barcelona  2  de  Julio  de  1887 


ÜTúm.  235 


LA  ORACIÓN 


418 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


6UM  ARIO 


TSZTO.— Jfadrid.  Cartas  i  wd  yrimta,  por  Fernanflor.— C<m- 
paaat  t  pataauu,  por  A.  Péreí  G.  KleT».-«m«/a  eientff- 
co,  por  Alftedo  OpUso.— B  Heeaeiado  CatriUo  (conclu- 
Ma) ,  por  Joai  H.*  da  U  Torre. -B.Socorio  (poesU),  por 
a  BaedA.— Noeatros  gntmAo:-Ad€m  Mietlewia  (oontl- 
nnaeito),  por  Ignacio  de  OenoTér. 

euBADoa.-La  oración.— Cnrioddad  castigada.— £tpo«iet(i« 
ílaeioiutl  de  BeOai  Aru$  de  1SS7:  El  entierro  de  Cristo.  En 
«1  puerto.  A  laa  fieras.— La  noche.— Árabe.— Una  belleza 
griega. —|No  me  arañes  I -En  tiempo  de  Tiberio. — La 
•dueadón  del  condesitc— Contemplación  interesante.— 
MantoD. 


M ADRI D 


C.A.RTA.S    A.    1^1    mil^A. 


LA     NOVELA     DEL    RAPTO 

^^''^^EO,  mi  querida  Carmen,  que  no  tenéis  más 
noticia  que  nosotros  respecto  del  famoso 
rapto  que  aquí  llamamos  el  foU  etin  t^e 
París  porque  cada  día  se  presenta  más  compli- 
cado, más  interesante}'  más  misterioso.  En  Ma- 
drid no  se  habla  de  otra  cosa  y  todo  el  mundo 
lee  con  avidez  los  periódicos  pensando  encon- 
trar, al  fin,  la  clave  del  enigma.  Y  la  tal  lectura 
de  los  diarios  es  para  sacar  de  dudas  á  cual- 
quiera. Pocas  veces  se  han  visto  referencias 
más  contradictorias  sobre  un  asunto  ocurrido  á 
la  luz  del  día  en  uno  de  los  paseos  de  esa  ca- 
pital. Entre  los  datos,  sin  embargo,  que  se  reci- 
ben es  curioso  lo  que  se  dice  del  sitio  mismo  en 
que  fué  robada  doña  Mercedes.  Dicen  que  se 
llama  El  club  de  los  tronados;  es  decir  que  el 
rapto  se  verificó  en  los  mismos  reales  del  ya 
famoso  Mielvaque,  persona  tan  audaz  como  tro- 
nadísima, según  parece.  Es  aquel  punto  la  re- 
nnión  de  la  turba  de  aventureros  que  acuden 
á  París  y  de  todos  los  parisienses  que  han  dis- 
frutado de  gran  fortuna;  que  han  vivido  con  lujo 
y  han  sido  admiración  de  París  algunos  días 
y  que  luego  se  quedan  sin  un  céntimo  y  se  con- 
tentan con  ir  á  ver  desfilar  el  fastuoso  cortejo 
de  la  vanidad  de  que  antes  formaron  parte  pen- 
sando en  que  el  juego,  la  estafa  ó  cualquier  otro 
azar  6  delito  les  traerán  una  restauración  bri- 
llante. Si  se  cree  lo  que  afirman  algunos  perió- 
dicos de  esa  Babilonia,  Mielvaque  es  individuo- 
de  cierta  banda  de  criminales  que  se  ocupan 
preferentemente  de  buscar  herederas  ricas  para 
comprometerlas   y    casarse  con  ellas.  Mielva- 
que es  hijo  de  un  humilde  curial  y  entre  sus 
cómplices  hay  hijos  de  albañiles  y  de  cocineras 
que  llevan  títulos  nobiliarios  postizos.  Para  dar 
este  golpe  de  mano  se  echó  un  guante  entre  los 
concurrentes  de  un  café  y  hubo  quien  dio  veinte 
duros  y  quien  solo  dio  veinte  céntimos.  Un  sas- 
tre de  la  calle  de  la  Faix  había  hecho  ropa  fiada 
antes  del  rapto  á  Mielvaque  y  á  varios  de  sus 
cómplices,  con  objeto,  sin  duda,  de  que  pudie- 
sen presentarse  en  tan  grave  momento  decente- 
mente. Se  cuenta,  en  fin,  cuanto  hemos  leído  en 
los  novelones  por  entregas,  sin  creerlo  ni  pre- 
sumir que  jamás  pudiese  ser  realizado;  y  el  tono 
de  la  relación  es  tan  siniestro  y  sombrío  que  á 
cualquiera  se  le  ponen  los  pelos  de  punta  con 
solo  oir  los  nombres  de  Mielvaque,  Madame 
Bon  y  Rubau  Donaden.  Se  anuncian  varios  pro- 
cesos, varios  lances  personales;  las  opiniones 
son  contradictorias,  nadie  sabe  por  qué  versión 
decidirse,  y  lo  único  en  que  todos  convienen 
es  en  que  el  eHcándalo  es  mayúsculo;  lo  será 
tal  vez  más  y  tendremos  folletines  para  rato. 
Los  unos  decían  que  doña  Mercedes  había  sido 
secuestrada,  los  otros  que  robada  por  su  gusto; 
los  otros  que  robada  contra  su  voluntad,  pero 
con   aprobación  inmediata;  para  mayor  confu- 
sión otro  diario  ha  discurrido  suponer  que  doña 
Mercedes  se  fugó  bajo  la  influencia  de  la  su- 
gestión mental,  que  Mielvaque  es  un  magneti- 


zador, que  la  señorita  Martínez  Campos  es  una 
mujer  excesivamente  nerviosa  y  que  va  y  viene 
y  viaja  y  firma  poderes  y  se  casará  por  puro 
magnetismo.  Con  solo  que  realmente  esté  ena- 
morada de  Mielvaque  se  habrán  verificado  to- 
dos esos  fenómenos  magnéticos,  pues  el  mag- 
netismo y  amor  producen  efectos  muy  seme- 
jantes. 

El  hecho  es  que  doña  Mercedes  y  Mielvaque 
salieron  de  París  sin  que  nadie  pudiera  ni  qui- 
siera evitarlo,  que  pasaron  por  Bélgica  sin  que 
les  detuvieran  tampoco,  y  que  se  encuentran  en 
Inglaterra  dispuestos,  según  parece,  á  casarse. 
Hay  quien  protesta  contra  el  embajador  de  Es- 
paña en  esa  capital  porque  no  acudió  al  gobier- 
no pidiendo  la  detención  de  los  fugitivos.  El 
señor  Alvareda  no  creía  deber  intervenir  en  el 
asunto;  creyó  que  las  relaciones  de  Mielvaque 
y  doña  Mercedes  no  afectaban  carácter  interna- 
cional. Los  adversarios  do  Mielvaque  juzgan, 
sin  duda,  que  hasta  los  elementos  deben  negar- 
les su  concurso. 

Puesto  que  ahora  están  llenos  los  escaparates 
de  las  tiendas  de  fotografías  de  Eubau  y  Do- 
nadeu,  supongo  que  le  conocerás  por  retrato. 
Desde  luego,  sin  conocerle,  su  nombre  está  ro- 
deado de  un  prestigio  terrible.  Todos  saben  que 
trabajó  mucho  para  la  anulación  del  matrimo- 
nio de  doña  Mercedes,  dando  muestras  de  una 
inteligencia,  una  firmeza  de  carácter  y  una  du- 
reza en  las  agresiones  verdaderamente  admira- 
bles. Venció  por  fin  en  aquella  lucha  titánica, 
y,  según  es  fama,  doña  Mercedes  le  recompensó 
dándole  cuatro  millones  y  nombrándole  su  apo- 
derado general.  No  bien  supo  Rubau  lo  del 
rapto,  saltó  como  una  fiera,  acusó  de  secuestra- 
dores á  los  que  le  habían  realizado  y  salió  en 
persecución  do  los  fugitivos,  excitando  con  sus 
gritos  á  periodistas,  curiales,  policianos,  diplo- 
máticos y  hasta  los  maquinistas  de  los  trenes  y 
mozos  de  las  estaciones  francesas  y  belgas.  Ac- 
tivo, desenfrenado,  incansable,  saltando  de  un 
fiacre  á  un  vagón,  do  un  vagón  á  un  ómnibus, 
de  un  ómnibus  á  una  lancha  y  á  un  vapor  y  pi- 
diendo un  globo  para  llegar  más  pronto,  ha 
logrado  dejar  atrás  á  los  personajes  de  Gabo- 
riau,  tan  felices  en  perseguir  á  los  criminales 
avezados...  Por  desgracia,  clama  en  vano;  las 
autoridades  de  todos  los  países  se  aterran  qui- 
zás de  sus  voces  pero  se  cruzan  de  brazos  y  le 
dicen:^ — «Puesto  que  su  propósito  de  los  fugiti- 
vos es  casarse,  nada  más  honesto,  nada  más  lí- 
cito, nada  más  conforme  con  la  moral  de  todas 
las  naciones.» — Pero  es  que  ella  no  sabe  lo  qué 
se  dice  ni  lo  qué  se  hace, — contesta  Eubau  y 
Donadeu  en  el  colmo  de  la  indignación. — A  lo 
cual,  sin  duda,  le  contestan: — ¡En  este  país  á 
casi  todas  las  pasa  lo  mismol 

Y  al  mismo  tiempo  salen  otros  á  cortar  el 
camino  de  Rubau,  y  un  español,  también  famo- 
so de  nombre,  escribe  una  carta  y  dice:  «Rubau 
es  un  buitre  inconsolable  porque  se  le  escapa  la 
presa,»  y  añade;  «Si  la  señorita  Martínez  Cam- 
pos está  ahora  secuestrada,  no  habrá  hecho  más 
que  cambiar  de  secuestradores.»  Tú  te  habrás 
horrorizado,  como  nos  hemos  horrorizado  todos, 
si  has  leído  estas  cosas;  porque  en  medio  de 
esta  confusión  espantosa,  de  este  hormiguero 
de  personajes  que  se  ofenden  y  se  despedazan 
hay  algo  de  los  hormigueros  de  verdad  en  los 
cuales  dos  bandas  de  hormigas  luchan  por  lle- 
var á  sus  graneros  un  solo  y  enorme  grano  de 
trigo. 

A  todo  esto  Mielvaque,  que  ha  sido  escribien- 
te de  la  Cámara  de  Diputados,  tiene  un  cuñado 
que  era  cajero  de  dicha  Cámara.  El  cuñado  ha 
sido  declarado  cesante;  ya,  pues,  hay  una  vícti- 
ma; y  seguramente  todos  los  parientes  de  Miel- 
vaque  que  tengan  algún  destinejo  estarán  tem- 
blando de  que  se  les  descubra  el  parentesco. 
Terrible  cosa  es,  en  verdad,  ser  pariente  de  un 
caballero  de  industria  que  ejerce  por  su  cuenta 
sin  consultar  sus  aventuras,  ni  por  atención, 
con  sus  parientes.  Ya  ser  honrado  en  este  mun- 
do es  algo  difícil;  dado  que  las  tentaciones  son 
continuas;  pero  ser  pariente  de  hombres  honra- 
dos, es  más  difícil  todavía.  |No  basta  ya  virtud 
propia,  es  preciso  la  ajena  para  conservar  un 


destino!  ¡Nuestra  cesantía  la  lleva  en  el  bolsillo 
cualquier  pariente! 

La  expedición  se  compone  nada  menos  que 
de  siete  fugitivos.  Se  dice  que  doña  Mercedes 
viaja  enferma.  Doña  Mercedes  firmó  en  Mont- 
morency  á  favor  de  Mielvaque  un  poder  gene- 
ral para  administrar  sus  bienes.  Pero  dicen 
también  que  las  señas  de  la  persona  que  firmó 
no  concuerdan  con  las  de  ella.  Otro  nuevo  capí- 
tulo de  folletín  tenebroso  en  perspectiva. 

Pero  algo  se  distingue  en  la  penumbra  de 
este  misterio:  al  fin,  los  adversarios  de  Mielva- 
que convienen  en  decir  que  doña  Mercedes  fué 
robada  contra  su  voluntad;  por  eso  gritaba,  por 
eso  llamaba  ¡cobardes!  á  sus  raptores;  pero  hoy, 
realizado  el  delito,  acepta  los  hechos  consuma- 
dos y  quiere  ser  la  esposa  de  su  robador.  El 
amor  6  el  escándalo  la  han  vencido.  Así  es  que 
al  llegar  á  Douvres  se  presentaron  en  la  ofici- 
na del  registro  civil  y  declarándose  solteros,  pi- 
dieron, según  la  ley  inglesa,  licencia  para  con- 
traer matrimonio.  El  jefe  del  registro  lea  contes- 
tó que  según  la  ley  no  podían  obtener  la  licencia 
de  matrimonio  sin  llevar  por  lo  menos  quince 
días  de  residencia  en  la  ciudad.  Esto  dejó  á  los 
novios  desconcertados;  la  ley  no  había  previsto 
el  caso  en  que  se  encontraban.  Mielvaque,  que 
está  en  fondos,  le  dijo  al  empleado  que  le  daría 
cuanto  dinero  fuera  preciso,  si  los  casaba  inme- 
diatamente. El  inglés  permaneció  inconmovi- 
ble... En  su  consecuencia  los  novios  han  decidi- 
do esperar  el  plazo  susodicho.  ¡Mentira  parece 
que  no  haya  un  país  donde  casen  en  el  acto! 

En  esto  llegan  á  Douvres  un  representante 
de  la  familia  Martínez  Campos  (Rubau  Dona- 
deu), un  oficial  de  la  polii  ia  francesa  y  un  re- 
presentante del  consulado  de  España  en  Lon- 
dres: doña  Mercedes  y  Mielvaque  los  reciben 
en  el  momento.  Doña  Mercedes  dice: — ¡Están 
ustedes  equivocados,  Mielvaque  es  el  hombre  á 
quien  quiero  por  marido! — Rubau  se  queda  con- 
fuso; y  los  demás  con  la  boca  abierta.  Rubau, 
luego,  quiere  demostrar  que  la  señorita  Martí- 
nez Campos  es  víctima  de  un  secuestro  moral  y 
material;  jjero  las  autoridades  inglesas  se  nie- 
gan á  intervenir  en  el  asunto,  diciendo: — Aquí 
la  señorita  que  es  mayor  de  edad  se  casa  con 
quien  quiere. — Y  Rubau  sale  prorumpiendo  en 
terribles  voces  contra  la  insensatez  de  los  in- 
gleses. 

El  hermano  de  la  señorita  Martínez  Campos 
y  la  dama  de  compañía  (Madame  Bon)  dan  por 
terminada  la  campaña,  y  tristemente  se  retiran 
de  la  lucha;  pero  Rubau  no  es  hombre  que  cede 
fácilmente  y  continúa  pidiendo  la  prisión  de 
Mielvaque  antes  de  la  boda,  en  la  boda  y  des- 
pués de  la  boda. — Y  mientras  tantos  siguen  y 
siguen  los  periódicos  de  Europa  barajando  los 
personajes  do  este  suceso,  divididos  en  Rubnu- 
vislas  y  Mielv'iquistnf.  Estos  dicen  que  doña 
Mercedes  estaba  siendo  víctima  de  una  explota- 
ción incalificable;  que  estaba  tiranizada  por  el 
matrimonio  Bon.  Hay  quién  supone  que  Rubau 
Donadeu  tenía  el  proyecto  de  casarse  con  la  se- 
ñorita Martínez  Campos,  y  que  por  lo  tanto  no 
ha  podido  tolerar  qae  Mielvaque  haya  sido  más 
afortunado  que  él  y  más  listo.  Y  un  sacerdote, 
— con  quién  ha  hablado  el  corresponsal  de  un 
periódico  madrileño, — dice  que  doña  Mercedes 
estaba  dominada  por  la  Bon,  y  que  sólo  con 
que  ésta  la  mirase  temblaba.  Vivía  cohibida 
hasta  un  extremo  que  daba  lástima;  siendo  na- 
tural que  aceptase  las  proposiciones  de  Mielva- 
que... Pero  si  has  leído  Le  Ttmps,  habrás  visto 
que  el  conde  de  Santovenia  ha  dicho  á  uno  de 
sus  redactores: — «Tengo  que  rectificar  el  error 
en  que  han  incurrido  ciertos  periódicos  respec- 
to á  mi  hermana.  Se  la  describe  como  una  mu- 
jer de  carácter  débil,  fácil  de  dominar  y  de  ima- 
ginación novelesca  y  no  es  verdad.  Mercedes 
está  dotada  de  una  energía  indomable;  ninguno 
de  su  familia  tuvo  jamás  ascendiente  en  su 
ánimo.  Cuando  ha  tomado  una  resolución,  es 
inútil  intentar  que  desista;  porque  esa  resolu- 
ción es  irrevocable.  En  la  anulación  de  su 
matrimonio  con  el  conde  de  San  Antonio, 
Mercedes  no  escuchó  ni  nuestros  consejos  ni 
nuestras  súplicas.  Quería  divorciarse  y  no  la  de- 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


419 


tuvo  la  perspectiva  de  un  proceso  escandaloso. » 

Atol  a,  por  lo  visto,  no  se  ha  detenido  tampo- 
co en  perspectivas. 

Pero,  no  aventuremos  opiniones;  ni  censuras; 
ni  tomemos  partido;  ni  aumentemos  el  tumulto 
y  el  escándalo. 

A  veces,  amiga  Carmen,  los  que  somos  po- 
bres nos  consolamos  de  nuestra  pobreza  viendo 
los  conflictos,  los  delitos,  los  crímenes,  las  des- 
gracias y  la  infelicidad  que  suelen  traer  los  mi- 
llones. 

Acaso  doña  Mercedes  alguna  vez  en  las  an- 
gustias, ó  terrores  de  este  drama,  exclamará 
mirando  al  cielo: — ¿Qué  he  hecho  yo,  Dios  mío, 
para  ser  tan  desgraciada?...  Y  una  voz  interior 
la  contestará. 

— ¡Ser  rica! 

Tuyo,  Feknanflor. 

« 


CAMPANAS  Y  PALOMAS 


— Talán,  talán...  talán,  talán... 

— Ruuú...  ruuú...  ruuú... 

— Muy  buenas,  señoras  palomas.,  talán,  talán.. 
¿Ya  están  Vdes.  tomando  el  sol  en  el  balcon- 
cillo del  campanario?...  Talán,  talán.. 

• — ¡Y  que  hace  una  mañana  más  hermosa  que 
algarroba  madura,  señora  campana!...  Ruuú, 
ruuú... 

— ¿Y  las  crías?...  Talán,  talán... 

— Bien  gracias,  no  tardarán  en  levantarse  por- 
que en  cuanto  oyen  el  alboroto  que  arma  el  ba- 
dajo de  V.  doblando:  ¡á  misa!...  ¡á  misa!...  ¡á 
misa!  no  hay  quien  las  retenga  en  el  nido  y  co- 
mienzan á  abrir  un  pico  de  á  cuarta  pidiendo  el 
desayuno...  Ruuú... 

— Talán,  talán...  ¿Ha  venido  ya  el  estudiante? 

— Ruuú,  ruuú...  Ya  está,  libro  en  mano,  junto 
al  árbol  de  costumbre. 

— Talán,  talán...  ¿Y  el  novio  de  la  chica  del 
ventorro? 

— Ruuú,  ruuú,  ruuú...  ¡Pijota!  Apenas  su  ami- 
go de  V.  el  sol  vino  á  darle  los  buenos  dias  á  la 
ermita,  se  plantó  ese  mozalvete  junto  al  meren- 
dero. Ruuú,  ruuú,  ruuú...  |Perdigones! 

— Talán,  talán....  ¡No  juren  Vdes.  así,  hijas, 
que  al  fin  son  Vdes.  inquilinas  de  esta  santa  casa, 
y  no  parece  bien  que  nosotras  oigamos  esas  ju- 
diadas. 

— Ruuú,  ruuú...  Pero  si  ese  hombre  es  un  mi- 
lano de  la  peor  especie  y  la  pobre  muchacha 
tiene  tanta  hiél  como  nuestras  crías  (¡miren  las 
campanas  hipócritas  y  no  le  dan  punto  de  repo- 
so al  volteo,  para  que  el  sol  se  enamore  de  ellas 
y  las  bese  con  sus  rayos!) 

— Talán,  talán...  Vamos, vecinitas,  no  sean  us- 
tedes murmuradoras  (¡estas  palomas  torcaces 
son  unas  sinvergüenzas!...) 

— Ruuú,  ruuú...  Pues  si  es  verdad.  En  fin,  allá 
ellos  y  hasta  luego,  esquila,  que  el  corral  del 
merendero  nos  llama  al  almuerzo...  ¿Usted 
gusta? 

— Talán,  talán...  ¡Muchas  gracias  y  que  apro- 
veche! Yo  voy  á  dar  el  tercer  toque  de  misa  y 
no  vuelvo  á  desplegar  el  badajo  hasta  el  Án- 
gelus. 

— Ruuú,  ruuú...  Pues  abur. 

— Talán,  talán...  Adiós. 

II 

Contaba  yo  entonces  los  hermosos  veinte 
años,  tenía  muy  buena  salud  y  muy  poco  dine- 
ro y  con  el  entusiasmo  siempre  vivo  y  el  fuego 
siempre  creciente  de  la  inexperiencia,  al  modo 
que  en  el  corazón  la  sangre  venosa  se  trans- 
forma en  arterial  para  trocarse  luego  en  venosa 
y  volver  á  arterial  en  sucesión  continua,  na- 
cíanme en  el  alma  las  ilusiones  para  morir  en 
desengaños  y  resucitar  en  ilusiones  nuevas  por 
la  eterna  ley  de  la  vida.  Cargábame  sobre  ma- 
nera el  bullicio  cortesano,  andaba  muy  en  tratos, 
á  la  sazón,  con  los  poetas  románticos,  me  co- 
deaba con  Espronceda  impreso  ó  séase  con  sus 


poemas,  y  así,  con  la  Metafísica  del  padre  Cefe- 
rino  bajo  el  brazo,  pues  andábame  en  una  li- 
laila de  licenciatura,  me  pasaba  en  mi  finca 
rural  todas  las  mañanas.  Porque  yo  me  las 
echaba  de  rico;  y  era  mi  finca  rústica,  el  valle- 
cilio  que,  costero  al  río,  sirve  de  frondoso  ceñi- 
dor á  la  ermita  de  la  Virgen  del  Puerto.  Allí 
me  esparcía  á  mis  anchas,  en  mi  cuarto  imagi- 
nario, junto  al  décimo  árbol  de  la  primera  calle, 
y  en  la  compaña  de  mis  vecinos  del  piso  cuarto, 
las  campanas  y  palomas  de  la  torre  de  la  ermi- 
ta; los  gorriones  del  segundo,  siempre  charlando 
en  las  arbóreas  copas;  y  las  gallinas  del  bajo, 
aposentadas  en  la  corraliza  de  un  ventorro  pró- 
ximo. Yo  les  saludaba  á  todos,  aun  sin  haberles 
pasado  tarjeta,  con  todos  me  trataba,  todos  me 
conocían  y  en  cuanto  los  del  cuarto  me  divisa- 
ban: Talán,  talán...  Ruuú,  ruuú;  ¡ya  viene  el 
estudiante!...  decían,  y  al  ruido  se  asomaban 
por  entre  las  ramas  de  los  árboles  los  inquilinos 


del  segundo,  y  pí,  pí,  pí,  pl...  pitorreaban;  el 
estudiante  está  aquí;  en  tanto  que  las  gallinas, 
mirando  por  entre  los  palos  de  la  valla  del 
corral,  cacareaban  sin  dejarlo:  ca,  ca,  ca,  ca,  ca, 
ca...  ¡Venga  V.  acá!... 

Era  el  ventorro  aquel,  cercano  á  la  ermita,  * 
un  sucio  figón  con  mal  tratado  porche  de  esteras 
ante  la  puerta  y  un  corralillo  anexo.  Allá  á  un 
lado  del  porche,  leíase  en  la  tapia  con  garaba- 
tosas letras  negras:  «Se  guisa  de  comer,»  pero 
en  realidad  de  verdad,  lo  que  para  mí  se  gui- 
saba en  aquel  bodegón  que  se  hubiera  antojado 
famoso  castillo  al  hidalgo  manchego,  era,  ni 
más  ni  menos,  que  la  propia  dicha.  Y  esta  mi 
dicha  se  personificaba  en  la  hija  de  la  ventera, 
una  muchacha  que  en  la  torre  de  la  ermita  hu- 
biera sido  recibida  por  las  palomas  como  her- 
mana, fresca  y  exuberante  de  hermosura  como 
las  rosas  gansas  de  Málaga,  con  un  par  de  ojos 
negros  que  no  le  cabían  en   la  cara,  y  una  voz 


CURIOSIDAD  CASTIGADA  (Cuadro  de  Franh  Ulrick) 


parlera  y  argentina  que  traía  muertos  de  envi- 
dia á  los  pájaros. 

Aquel  diantre  de  muchacha  había  concluido 
por  sorberme  el  seso;  veíala  en  todas  partes  con 
los  ojos  del  alma;  soñaba  con  ella  y  su  recuerdo 
no  me  dejaba  ni  á  sol  ni  á  sombra.  Horas  ente- 
ras me  pasaba  mirándola  de  lejos,  desde  mi 
árbol  atisbando  los  momentos  en  que  traginaba 
en  sus  faenas  bajo  el  porche.  Pero  toda  mi  pa- 
sión amorosa  no  rebasaba  de  semejantes  osa- 
días, atada  por  una  timidez  invencible.  Yo 
amaba  á  aquella  chica  con  un  cariño  dulce  y 
sosegado,  rendíale  un  culto  interno  enteramente 
platónico,  la  quería  como  deben  querer  las  es- 
trellas, pero  mi  ceguera  no  llegaba  hasta  el 
punto  de  desconocer  de  qué  modo  había  que 
hablar  á  aquel  ídolo  de  barro.  Y  hé  ahí  el  obs- 
táculo, pues  ni  yo  entendía  jota  de  trasteos 
amorosos  por  lo  chulo,  ni  me  entraba  la  bazofia 
de  lo  flamenco,  ni  me  daba  traza  maldita  en  eso 
de  conquistar  beldades  del  pueblo. 

Todos  mis  convecinos  y  amigos,  campanas, 
palomas,  pájaros  y  gallinas  fueron  quedando 
relegados  poco  menos  que  al  olvido,  ante  el 
astro  que  los  eclipsaba.  Y  era  preciso  tomar  un 
partido;  ella  no  se  me  había  de  declarar  y  el 
fuego  crecía.  Pero  aquella  su  hermosura  arro- 
gante y  provocativa,  saturada  del  airo  picaresco 
y  procaz  de  la  madrileña  de  la  clase  baja,  á  la 
vez  me  incitaba  y  me  daba  miedo.  Suspiros  y 
miradas  eran  papel  mojado  para  semejante  moza; 
pasé  por  fin  á  medios  más  prácticos   y   cien 


veces  intenté  entrar  en  el  ventorro,  pedir  algo 
y  ponerme  al  habla  con  la  muchacha,  pero  las 
ciento  me  dirigía  al  figón  muy  decidido,  acor- 
taba el  paso  al  llegar  á  él  y  pasaba  por  último 
de  largo,  más  encarnado  que  un  tomate.  Por 
más  esfuerzos  que  hice  no  conseguí  comenzar 
aquel  idilio,  sobre  el  pié  forzado  de  un  plato  de 
caracoles.  Yo  no  sé  si  la  muchacha  llegaría  á 
enterarse  del  espionaje,  y  adivinar  tal  timidez 
y  sobra  tal  de  holgura  del  bolsillo  de  mi  cha- 
leco, pues  á  mí  hasta  los  dedos  se  me  antojaban 
huéspedes.  Una  tarde,  enardecido  como  nunca, 
acudiendo  á  toda  la  suma  de  energías  que  hallé 
á  mano,  sofocando  mi  emoción  intensa,  muy 
tieso  y  aparentando  gran  calma,  me  encaminó 
hacia  el  ventorro  y  ya  cerca  vi  á  la  muchacha 
que  gritaba  tatareando  un  cantar: — Ya  se  va  el 
señorito  pelao. 

Un  golpe  de  sangre  me  sacudió  el  rostro; 
toda  mi  energía  desapareció  en  el  acto,  se  me 
atragantó  la  saliva  y  en  un  resto  de  fortaleza 
miré  de  soslayo  á  aquella  mujer,  que  clavaba 
en  mí  sus  ojos  con  expresión  descarada  y  bur- 
lona, como  compadeciendo  y  mofándose  á  la 
vez  del  tísico  y  tronado  silbante,  que  no  se  dig- 
naba tomar  jamás,  ni  siquiera  media  copa.  Y 
más  contrariado  que  nunca,  también  pasé  de 
largo  aquella  tarde. 


(Se  concluirá.) 


A.  PÉREZ  G.  Nieva. 


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422 


LA  ILUSTEACION  IBÉRICA 


REVISTA  científica 


ACCIÓN  DEL  ACEITE  SOBRE  LAS  OLAS 

Por  el  grandísimo  interés  del  asunto,  no  va- 
cilamos en  dedicar  hoy  todo  el  espacio  de  que 
podemos  disponer  á  la  reproducción  integra  de 
la  memoria  leída  por  el  "vice-almirante  G.  Cloué 
en  la  Academia  de  Ciencias  de  París  el  día  6 
del  corriente.  Dice  así  el  sabio  general: 

«La  Academia  se  ha  enterado  ya  de  machas 
comunicaciones  relativas  á  la  acción  del  aceite 


derramado  sobre  el  mar  con  objeto  de  disminuir 
el  peligroso  efecto  de  las  gruesas  olas,  supri- 
miento  la  rompiente  que  las  corona.  Es  lo  que 
nuestros  marinos  llaman  la  larga  del  aceite  (le 
filage  Je  I'  huile.) 

«Desde  la  última  comunicación,  recibida  en 
la  sesión  del  2  de  Enero  de  1883,  se  han  multi- 
plicado los  experimentos  y  gracias  al  celo  des- 
¡  plegado  por  la  oficina  hidrográfica  de  Washing- 
'  ton,  he  podido  reunir  los  informes  de  doscientos 
de  esos  experimentos,  hechos  ora  á  bordo  de  los 
buques  de  navegación  de  altura,  ora  con  lan- 
chas de  salvamento,  ó,  en  fin,  á  la  entrada  de 
diversos  puertos  de  Inglaterra  y  Escocia. 


LA  NOCHE  (Alegoría  de  Franz  Lester) 


>  Después  de  haber  hecho  un  estudio  muy 
atento  de  todos  esos  informes,  no  vacilo  en  de- 
clarar que  la  cuestión  puedo  darse  por  rosuelta; 
creo,  pues,  necíísario  dar  la  mayor  publicidad  á 
los  resultados  obtenidos  á  fin  de  que  esto  medio 
ríe  salvación  ce  generalice  y  se  trabaje  en  per- 
feccionarlo. 

«Por  lo  mismo  que  esta  importante  cuestión 
está  demasiado  descuidada  en  Francia  he  re- 
clamado el  honor  de  hablarle  de  ella  á  la  Aca- 
demia. 

>E1  medio  más  generalmente  empleado  á 
bordo  de  los  buques  para  derramar  el  aceite 
con-sistc  en  un  saco  de  lona  fuerte,  de  una  ca- 
pacidad aproximadamente  de  diez  litros,  que 
>c  llena  de  estopa  saturada  de  aceite;  complé- 
t;i.-i'-  vertiendo  aceite  encima  de  la  estopa,  y,  es- 
tando sólidamente  cerrado  el  saco,  se  agujerea 
su  fondo  con  muchos  orificios  por  medio  de  una 
aguja  de  coser  jarcias.  (Jon  viento  de  proa,  hu- 
yendo ante  el  temporal,  cuando  la  mar  parece 
pronta    siempre  á  sepultar  el  barco,  colócase 


uno  de  estos  sacos  á  remolque  de  cada  ángulo 
de  la  popa  6  algo  más  cerca  de  la  proa. 

»5Iucl)o8  capitanes  han  preferido  suspender 
los  sacos  de  la  proa,  en  cada  serviola,  porqvie 
el  buque,  sumergiéndose  y  rechazando  la  mar, 
extiende  la  mancha  de  aceite  y  ensancha  asi  el 
camino  liso  donde  quedan  suprimidas  las  rom- 
pientes. 

>Se  ha  empleado  también  con  éxito  el  si- 
guiente medio:  se  llena  de  estopa  saturada  de 
aceite  la  cubeta  de  la  roda  ó  branque  de  la 
proa  de  cada  barco  y  se  vierte  aceite  por  enci- 
ma ó  bien  se  coloca  en  la  cubeta  un  barril  de 
aceite  en  cuyo  fondo  se  practica  un  agujero. 

»S¡  el  buque  está  á  la  capa,  suspéndese  uno 
de  los  pacos  descritos  más  arriba  en  la  serviola 
del  viento  y  los  otros  sacos  á  lo  largo  de  la  borda, 
de  diez  en  diez  metros  de  manera  que  toquen  en 
el  agua  en  el  balanceo.  Muchos  capitanes  han 
colocado  los  sacos  á  proa,  á  sotavento,  y  les  ha 
ido  bien,  no  tardando  la  deriva  del  buque  en 
hacer  pasar  el  aceite  á  barlovento. 


»Ha  ocurrido  á  muchos  barcos  poder  utilizar 
el  filage  del  aceite  con  viento  en  popa  redondo 
y  hasta  con  viento  de  bolina  lo  cual  les  ha  pro- 
curado la  gran  ventaja  de  hacer  camino  en  lu- 
gar de  perder  tiempo  permaneciendo  á  la  capa. 
«Desde  hace  muchos  años  los  botes  salva- 
vidas de  la  Australia  están  ejercitados  en  fran- 
quear los  arrecifes  durante  el  mal  tiempo  con 
auxilio  del  aceite  que  derraman.  Lo  hacen  sin 
correr  ningún  peligro  y  sin  embarcar  una  gota 
de  agua:  el  aceite  traza  en  medio  de  las  rom- 
pientes como  un  camino  liso,  á  cada  lado  del 
cual  se  estrellan  las  olas  con  violencia. 

»Se  han  llevado  á  cabo  salvamentos  de  tripu- 
laciones apuradísimas,  durante 
una  borrasca,  por  embarcacio- 
nes muy  pequeñas,  sin  que  ha- 
yan corrido  el  menor  peligro; 
hallándose  los  dos  barcos  al 
pairo  uno  cerca  de  otro,  el  acei- 
te derramado  por  el  que  estaba 
á  sotavento  había  formado  en- 
tre ambos  una  ancha  sábana 
plana,  ofreciendo  toda  seguri- 
dad á  los  botes. 

«Muchas  embarcaciones  car- 
gadas de  gente  procedente  de 
buques  abandonados,  incendia- 
dos ó  sumergidos  no  han  debi- 
do su  salvación  sino  al  aceite 
que  se  había  tenido  la  precau- 
ción de  embarcar. 

«Todos  los  informes  señalan 
la  maravillosa  rapidez  con  que 
el  aceite  se  esparce  sobre  el  mar 
y  gran  número  de  capitanes 
proclaman  altamente  que  la  sal- 
vación de  su  buque  solo  se  ha 
debido  al  empleo  que  han  hecho 
del  aceite  para  combatir  las 
rompientes. 

«Durante  una  travesía  de 
Boston  á  Londres,  el  vapor 
Sto'kholm-City,  encontró  una  te- 
rrible tempestad  de  Oeste  que 
levantó  las  olas  á  una  altura 
enorme.  Estando  el  barco  con 
sus  líneas  de  carga  debajo  el 
agua  y  con  el  puente  ocupado 
por  doscientos  bueyes,  era  im- 
posible ponerse  á  la  capa  y  no 
quedaba  otro  recurso  que  huir; 
pero  atendida  la  gruesa  mar 
que  reinaba  esta  maniobra  se 
hacía  extremadamente  peligro- 
sa. El  capitán  resolvió  hacer  uso 
del  aceite.  Un  saco  de  lona  con- 
teniendo estopa  saturada  de 
aceite  de  linaza  fué  suspendido 
en  la  popa,  en  cada  ángulo.  A  ca- 
da lado,  en  medio  del  buque,  co- 
locáronse otros  dos,  y  las  cube- 
tas de  las  rodas  de  proa  se  lle- 
naron con  estopa  en  la  cual  se 
echó  petróleo,  de  manera  que 
se  escurriese  al  mar  por  los 
conductos  de  la  roda.  El  efecto  del  aceite  sobre 
las  olas  pareció  ser  instantáneo  y  las  más  peli- 
grosas rompientes  quedaron  transformadas  en 
una  marejada  inofensiva.  Durante  una  corrida 
de  cerca  ciento  setenta  millas  delante  la  tem- 
pestad, no  entró  á  bordo  ni  una  gota  de  agua. 

«Segundo  ejemplo:  el  capitán  Bailey,  del  bu- 
que Nehfminh  Gihsnp,  previendo  un  huracán 
mientras  hacía  camino  viento  en  proa,  con  mar 
muy  gruesa  y  que  aumentaba  constantemente 
de  violencia,  tomó  dos  .sacos  de  lona  de  unas 
cuatro  pintas  de  cabida  (2  lit.  30)  cada  uno,  muy 
agujereados  y  llenos  de  aceite  de  marsopla.  Los 
sacos  fueron  suspendidos  de  cada  serviola,  de 
manera  que  se  mojasen  en  el  agua,  y  el  aceite 
reveló  pronto  su  presencia  en  la  superficie  del 
mar  produciendo  el  efecto  esperado.  Las  gran- 
des olas  que  se  precipitaban  en  el  surco  del  na- 
vio con  sus  crestas  rompientes  y  peligrosas  y 
que  elevándose  mucho  más  alto  que  el  buque 
parecían  deber  tragarlo,  experimentaban  un  sú- 
bito apaciguamiento  al  llegar  á  la  sábana  lisa 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


423 


producida  por  el  aceite.  Las  crestas  desapare- 
cían al  punto  y  pasaban  impotentes  por  debajo 
el  barco,  transformándose  en  largas  ondas  de 
marejada. 

«Tenemos  ochenta  y  un  informes  como  estos 
de  buques  que  huían  con  viento  de  proa. 

»Hé  aquí  un  ejemplo  del  empleo  del  aceite 
estando  á  la  capa: 

»E1  buque  Emihj  WhUney,  capitán  Rollin, 
encontróse  el  25  de  Agosto  de  1866,  sorprendi- 
do por  un  huracán.  El  peligro  que  corrían 
el  barco  y  la  tripulación  pareció  tan  gran- 
de al  capitán  que  se  decidió  á  hacer  uso 
del  aceite.  Estaban  á  la  capa  babor  amu- 
ras; llenáronse  tres  sacos  de  lona  de  una 
capacidad  de  trece  litros  con  aceite  de  pino 
(Pi.iie  oil)  y  después  de  haberles  taladrado 
con  una  aguja  de  jarcias  se  les  suspendió 
en  medio  de  babor,  espaciándolos  desde  de- 
lante los  obenques  de  mesana  hasta  detrás 
de  los  grandes  obenques.  Los  tubos  de  ser- 
viola de  proa  fueron  guarnecidos  también 
con  estopa  saturada  de  aceite.  El  efecto 
sobre  el  mar  fué  maravilloso:  el  peligro, 
que  era  inminente  hasta  que  se  comenzó  á 
derramar  aceite,  desapareció  como  por  en- 
canto; el  mar  quedó  inmediatamente  en 
gruesa  marejada  y  raramente  entró  una 
gota  de  agua  á  bordo  mientras  se  hizo  uso 
del  aceite. 

»La  mar  estaba  plana  al  rededor  del  bar- 
co hasta  la  distancia  de  cincuenta  yardas 
y  se  podía  ver  el  aceite  hasta  tres  cuartos 
de  milla  á  barlovento. 

«Tenemos  setenta  y  dos  informes  de  bar- 
cos á  la  capa  anunciando  los  mismos  resul- 
tados que  el  que  precede. 

»Hé  aquí  un  ejemplo  muy  interesante 
del  salvamento  verificado  en  el  mar  en  cir- 
cunstancias muy  difíciles. 

»E1  capitán  Greenbank,  del  buque  Míi- 
rtha  Cobh,  yendo  de  Nueva  York  á  Euro- 
pa, cuenta  lo  que  sigue:  «Durante  una  de 
las  fuertes  tempestades  del  invierno  últi- 
mo tuve  la  buena  suerte  de  encontrar  un 
barco  en  peligro,  cuyo  capitán  me  hizo  se- 
ñas de  que  se  iba  á  pique,  que  sus  botes 
estaban  desfondados,  y  pedía  se  le  sacase 
de  allí.  Los  dos  barcos  navegaban  con  el 
velamen  replegado. 

sHabía  yo  perdido  mis  lanchas  grandes; 
loa  paveses  del  barco  habían  sido  arrebata- 
dos y  el  puente  era  barrido  por  el  mar.  El 
solo  bote  que  me  quedaba  era  una  yoyola 
de  4"  80.  Hallábame  bastante  perplejo  so- 
bre lo  que  había  que  hacer,  pues  mi  bote-  . 
cilio  no  era  capaz  de  afrontar  la  mar  que 
teníamos.  Esperé  muchas  horas,  confiado 
en  que  la  tempestad  se  calmaría,  pero  como 
se  viniera  ya  encima  la  noche  sin  aparien- 
cia de  mejoramiento,  decidime  á  hacer  una 
tentativa  para  salvar  la  tripulación  del 
barco  que  iba  á  sumergirse.  Mi  buque  iba 
cargado  de  petróleo  y  tenía  yo  muchas 
mermas  en  la  cala,  lo  cual  calmaba  la  mar 
á  lo  largo  de  á  bordo  cada  vez  que  se  daba 
á  la  bomba.  Resolví  utilizar  eso  para  po- 
ner mi  yoyola  en  la  mar. 

»Hice  colocar  los  dos  barcos  de  través, 
el  mío  á  barlovento  del  naufragado  y  puse 
mi  bomba  grande  en  movimiento.  Pero  vi 
que  el  buque  derivaba  más  aprisa  que  el 
aceite  y  por  más  que  tuviésemos  compara- 
tivamente una  mar  lisa  á  barlovento,  no 
obteníamos  resultado  á  sotavento.  Dejé  llevar- 
me y  pasando  á  popa  del  otro  barco,  coloqueme 
á  sotavento  lo  más  cerca  posible.  Volvieron  á 
funcionar  las  bombas  grandes  y  en  el  mismo 
momento  vertimos  por  los  canalones  el  conte- 
nido de  un  barril  de  aceite  de  pescado  que  te- 
níamos á  bordo.  ¡El  efecto  fué  mágico!  En  al- 
gunos minutos,  la  mar  entre  los  dos  buques  y 
al  rededor  de  ellos,  quedó  enteramente  aplana- 
da. Subsistíanlas  largas  olas  de  marejada,  pero 
las  volutas  y  las  rompientes  habían  desapare- 
cido y  mi  yoyola,  con  tres  hombres,  no  tuvo 
dificultad  en  remontar  á  sotavento;  hizo  dos  via- 
jes y  trajo  casi  toda  la  tripulación. 


»E1  otro  buque,  entretanto,  había  remendado 
su  bote  más  chico  con  jarcia,  y  se  había  servido 
de  él  para  salvar  á  sus  oficiales  y  al  capitán. 
Vigilaba  yo  los  bateles  con  el  mayor  cuidado, 
pero  ninguno  de  ellos  embarco  agua  durante  el 
viaje,  á  pesar  de  que  estuviesen  enteramente 
cargados  y  de  que  el  mar  rompiese  furiosamente 
en  todas  direcciones  fuera  de  la  pequeña  man- 
cha encantada  en  que  se  encontraban  los  bu- 
ques. Las  embarcaciones  no  sufrieron  la  menor 


avería,  ya  sea  al  acercarse,  ya  sea  mientras  se 
les  izaba  á  bordo.  He  comprobado  también  que 
no  hay  tempestad  ó  mar  gruesa  que  pueda  im- 
pedir que  dos  barcos  se  aproximen  de  manera 
que  sea  dable  transportar  sin  peligro,  con  auxi- 
lio de  botes  un  número  cualquiera  de  personas, 
cuando  el  barco  que  está  á  sotavento  sabe  hacer 
un  empleo  juicioso  del  aceite.» 

»  Es  inútil  continuar  las  citas;  todos  loa  infor- 
mes (sin  excepción)  certifican  los  resultados  ma- 


ARABE  (Estudio  de  M.  Sozariakl) 


ravillosos  del  filage,  del  aceite;  la  demostración 
no  deja  nada  que  desear. 

»Hanse  empleado  todas  las  variedades  de 
aceite,  con  diverso  éxito;  hasta  se  han  emplea- 
do las  grasas  derretidas  de  las  cocinas  y  el  bar- 
niz ordinario;  con  todo,  los  aceites  de  pescado  y 
en  particular  los  de  las  focas  y  marsoplas,  han 
sido  reconocidos  superiores.  Los  aceites  minera- 
les han  resultado  demasiado  ligeros,  aunque 
han  dado  á  menudo  buenos  resultados;  final- 
mente, ciertos  aceites  vegetales,  como  el  de 
coco,  por  ejemplo,  se  cuajan  demasiado  pronto 
en  las  latitudes  frías. 

»E1  aceite  no  es  penetrable  por  el  aire  ni  por 


el  agua,  y  la  cohesión  de  sus  moléculas  es  tal 
que  no  se  puede  transformarlo  en  lluvia;  el 
viento  no  puede  hacer  presa  en  él  y'esto  es  sin 
duda  lo  que  causa  su  maravillosa  facilidad  de 
expansión  y  lo  que  hace  que  por  delgada  que 
sea  una  capa  de  aceite,  impida  al  viento  obrar 
sobre  la  superficie  del  mar  que  recubre. 

»Hay  otras  materias  que  gozan,  si  bien, — ala 
verdad, — en  menor  grado,  de  esta  propiedad  del 
aceite,  de  oponer  un  formal  obstáculo  á  la  des- 
agregación de  las  partículas  del  líquido  marino 
bajo  la  influencia  del  viento,  y  por  consiguiente 
de  impedir  la  formación  de  las  rompientes.  Todos 
los  detritus  arrojados  de  los  buques  y  proceden- 


EXPOSICIÓN    nación;^ 


iin|iv'!j¡;i¡|inilii¡;vi\|iii|"!|''|]ri|iil¡i[|i1i!l|ii|||[lll[|]|ii)|i(liii'': 


EL  ENTIERRO  DE  CRISTO,  cuadro  de  Joaquín  Rorolla, 


e:  bellas  artes  de  iss? 


)n  d¡|,loina  de  honor  de  segunda  niodalla  (Dil.i  jo  do  P  Valor) 


426 


LA  ILUSTBACION  IBERIÜA 


tes  de  las  cocinas  6  de  las  máquinas,  todos  los 
cuerpos  que  llotan  en  masa  compacta  en  la  su- 
perficie del  mar  6  muy  cerca  de  su  superficie, 
producen  el  mismo  resultado. 

>Yo  lo  he  comprobado  atravesando  un  banco 
de  arenques  á  Hor  de  agua  de  cerca  una  milla 
de  diámetro:  hacía  un  viento  bastante  fuerte;  la 
mau-  rompía  todo  alrededor,  pero  en  manera  al- 
guna sobre  el  banco  de  peces.  Otra  vez,  atrave- 
sando un  espacio  bastante  ancho  recubierto  de 
menudos  pedazos  de  hielo  apretados  entre  si  y 
procedentes  de  la  ruptura  de  un  enorme  iceberg 


encallado  por  sesenta  metros  de  agua,  he  encon- 
trado la  mar  muy  bella  en  medio  de  aquella  es- 
pecie de  crema,  mientras  que  estaba  blanca  de 
espuma  por  todas  las  demás  partes. 

»  Entre  las  doscientas  observaciones  cuya  rela- 
ción tengo,  solamente  treinta  han  anotado  el  con- 
sumo de  aceite  hecho  en  un  tiempo  determinado; 
el  gasto  medio  de  diez  y  siete  buqiies,  corriendo 
con  viento  de  proa,  ha  sido  de  l'ScJ  litro  de  acei- 
te por  hora,  y  la  de  once  buques  á  la  capa  ha 
sido  de  '270  litros.  Finalmente,  dos  botes  sal- 
vavidas han  gastado  2'75  litros  aceite  por  hora 


UNA   BELLEZA   GRIEGA 


»SI  nos  representamos  un  buque  corriendo  con 
viento  de  proa  con  una  rapidez  de  diez  nudos,  re- 
corriendo asi  18.250  metros  por  hora  y  cubriendo 
de  aceite  esta  longitud  en  una  anchura  de  diez 
metros  con  2'20  litros  de  aceite  solamente,  y  si  se 
nota  que  un  litro  de  aceite  representa  110  seg- 
mentos de  un  decímetro  cuadrado  cada  uno  por 
un  milímetro  de  espesor,  se  llega  á  reconocer 
que  el  espesor  de  esta  larga  capa  de  aceite  es 
de  una  fracción  de  milímetro  úin  Ínfima,  que 
Bobrpptija  cuanto  se  puede  imaginar. 

j  Encontramos,  en  efecto,  que  ese  espesor  es 
de  1  'J()(Ky)  de  milímetro;  apenas  si  me  atrevo 
á  enunciar  esta  cifra  tan  extraordinaria,  que  da 
un  valor  muy  imprevisto  á  la  vieja  locución  tan 
á  menudo  empleada:  se  corre  como  una  mancha 
de  aceite. 

»Si  se  compara  el  gasto  producido  por  la  larga 


del  aceite  con  el  valor  del  material  preservado;  y 
sobre  todo,  si  se  hace  entrar  la  vida  de  los 
hombres  en  linea  de  cuenta,  se  ve  que  no  hay 
que  vacilar  y  que  desde  ahora  la  larga  del  aceite 
se  impone  á  todo  buque  que  las  olas  amenacen 
invadir. 

»Por  otra  parte,  el  gasto  de  aceite  hecho  en 
estas  circunstancias  es  considerado  hoy  día 
como  gruesa  avería  por  los  aseguradores  que 
reintegran  su  importe. 

«Queda,  pues,  perfectamente  demostrado  que 
es  posible  garantizarse  de  los  efectos  desas- 
trosos de  la  mar  gruesa,  em])leando  el  aceite 
con  inteligencia.  Las  oían  amenazadoras,  en  vez 
de  estrellarse  vienen  á  morir  al  borde  de  la  sá- 
bana de  aceite,  y  solamente  la  marejada,  sin 
ninguna  rompiente,  es  la  que  levanta  el  barco. 

»No  hay  más  hoy  que  perfeccionar  el  modo 


de  empleo,  segiin  las  diversas  necesidades,  y  no 
dudamos  se  llegará  pronto  á  métodos  tan  prác- 
ticos como  económicos. 

«Añadiremos  á  lo  que  precede,  que  ciertos 
trabajos  hidráulicos,  de  una  ejecución  difícil 
cuando  el  mar  rompe,  tales  como  construcciones 
de  diques,  escolleras,  etc.,  podrán  ser  más  fáci- 
les con  el  uso  del  aceito. 

>  Así,  esperamos  que  el  ministro  de  Marina, 
las  Cámaras  de  Comercio  y  las  sociedades  de 
Salvamento  se  esforzarán  en  propagar  la  larga 
del  aceite  y  fomentar  su  perfeccionamiento. 

Vice-almirante,  Gf.  Gloué.> 

Solo  nos  resta  por  nuestra  parte  manifestar 
que  hemos  tenido  la  mayor  complacencia  en 
traducir  la  presente  comunicación,  á  riesgo  de 
haber  incurrido  en  alguna  incorrección  técnica, 
esperando  que  la  gran  publicidad  que  tiene  este 
periódico  servirá  para  propagar  el  empleo  de  un 
medio  tan  recomendado  por  el  autorizadísimo 
marino  francés. 

Alfredo  Opisso. 


-*- 


EL   LICENCIADO    CARRILLO 


(CONCLUSIÓN^ 

— Vuestra  grandeza  sea  servida  de  guiar  que 
á  gloria  tengo  soguilla  y  á  honor  y  mucho  honor 
tener  tan  discreta  y  hermosa  acompañante. 

Rió  la  moza  y  díjole: 

—Galán  sois  y  merecedor  de  la  dicha  que  se 
08  espera. 

Y  sin  más  ni  más  le  empujó  á  un  soportal  an- 
cho que  lo  era  de  una  casa  señorial  que  en  la  pla- 
zuela había;  atravesaron  zaguán  y  zaguanete  y 
se  encaminaron  por  una  escalera,  cruzando  por 
varios  salones  de  alfombrados  pisos  y  todo  esto 
en  medio  de  tal  oscuridad  que  no  desdecía  de 
las  tinieblas  por  que  pasara  el  bueno  de  don  Mar- 
tín al  atravesar  plazuelas  y  callizos. 

Detuviéronse  al  fin  y  díjole  la  incógnita: 
— Espere  usarcé  que  presto  saldrá  de  penas. 

Y  retiróse,  al  parecer,  dejando  á  Carrillo  sen- 
tado sobre  blandos  cojines. 

— ¡Válame  una  bruja! — decía  transportado  el 
leguleyo.  —  ¡Suerte  como  la  mía  hay  pocasl  Te- 
ner tan  buena  estrella  que  dos  minutos  no  más 
de  estar  en  una  calle  han  de  hacer  que  damas 
de  alto  copete  se  enamoren  de  mí,  y  si  no  ¿á 
qué  introducirme  en  estos  palacios  con  tan  reca- 
tado sigilo?  ¿A  qué  mandar  esta  servidora  (pues 
así  ahora  me  lo  parece)  con  objeto  de  atraerme 
y  reducirme?  Y,  sin  embargo,  no  fiaría  medio 
ducado  á  tal  albur  ahora  que  pienso  seriamen- 
te. ¿Quién  sabe  si  seré  objeto  de  los  apetitos 
desordenados  de  alguna  dueña  rancia  como  que- 
so pasado?  Pero  no  puede  ser;  desecharé  pensa- 
mientos tales  y  debo  creer  que  de  esta  salgo 
lo  menos  consejero  mayor  ó  cuando  más  du- 
que, pues  de  menos  hizo  Dios  á  Cañete,  y  si 
nombrara  persona,  de  fijo  que  pudiera  indicar  á 
más  de  uno  de  los  que  más  mosquean  cerca  del 
rey  nuestro  señor...  y  quédese  aquí  que  peor  es 
meneallo. 

En  tales  pensamientos  abundaba  Carrillo 
cuando  sintió  cerca  de  sí  el  roce  de  un  vestido 
de  seda  y  un  olor  suavísimo  y  aromático,  escu- 
chando á  poco  las  siguientes  palabras  en  tanto 
que  una  mano  se  apoyaba  en  la  suya: 

— Que  bueno  sois,  don  Lope,  en  venir.  Os  he 
mandado  una  doncella  que  no  os  conoce  porque 
la  otra  me  vende.  Deseo  evitaros  un  gran  dis- 
gusto y  no  un  menor  peligro.  ¡Salid  de  Madrid, 
os  lo  suplico,  por  el  amor  que  me  tenéis! 

Quedó  suspenso  don  Martin  al  verse  burlado 
en  sus  esperanzas  y  ya  iba  á  contestar  y  á  co- 
meter acaso  alguna  picardiguela,  cuando  se  oyó 
en  la  estancia  fragoroso  y  terrible  ruido  y  la  luz 
penetró  á  torrentes  sobre  los  que  así  comenza- 
ban á  departir. 

Pasmóse  el  licenciado  y  aun  se  atemorizó  ál 
ver  por  su  desventura  varios  hombres  armados 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


427 


de  tizonas  y  provistos  de  luces  y  uno  de  ellos 
que,  al  parecer,  los  capitaneaba,  ricamente  ves- 
tido y  armado,  dijo  con  una  voz  que  á  Carrillo 
le  pareció  más  fuerte  que  disparo  de  arcabuz: 

— ¡Señora!  ¡Por  fin,  os  cogí  en  el  hato!  ¡Tiem- 
po es  ya  de  castigar  vuestras  canallescas  y  be- 
llacas liviandades! 

— ¡Mi  esposo!  —  murmuró  la  dama  y  cayó  al 
suelo  sin  sentidos. 

— ¿Pies  para  qué  os  quiero?  —  dijo  don  Mar- 
tín y  lanzóse  en  medio  de  la  turba  con  ánimo  de 
escapar,  lo  que  consiguió,  derribando  luces  y 
atrepellando  cuerpos  no  sin  recibir  un  buen 
por  qué  de  palos  que  le  brumaron  las  costillas 
y  sin  correr  siete  ú  ocho  calles,  pensando  ver 
tras  de  sí  á  los  servidores  del  burlado  esposo. 

Molido  el  cuerpo  y  angustiada  el  alma  detú- 
vose, por  fin,  en  cierta  calleja  maldiciendo  el 
momento  en  que  por  males  de  sus  pecados  pres- 
tó oídos  á  doncelliles  ofertas  que  sólo  zurriaga- 
zos le  habían  produpido  y  di  jóse  para  su  coleto 
tristemente: 

— ¡Maldita  sea  la  hora  en  que  quise  darla  de 
galán  creyendo  labrada  mi  suerte  y  seguí  men- 
tecato á  la  doncella  de  esa  señora  cuyo  esposo 
y  servidores  me  han  calentado  y  vapuleado  el 
cuero!  ¿Quién  me  llamaba,  pecador  mil  veces,  á 
entrometerme  en  amorosos  entretenimientos  ni 
á  fiar  de  doncellas  (que  Dios  sabe  si  lo  serán) 
cuando  la  premura  de  mi  objeto  era  encontrar 
la  comunidad  de  fianciscanos?  ¡Válate  Dios  que 
así  me  he  de  mezclar  yo  más  en  ajenos  asuntos 
como  hacerme  Papa!  ¿Y  quién  me  indicará  el 
convento  á  estas  horas? 

Pensando  en  estas  y  otras  cosas  caminaba, 
cuando  sintió  rumor  de  conversación  y  alegróse 
pensando  encontrar  quién  al  convento  le  enca- 
minara. 

Distinguió  dos  bultos  al  extremo  de  la  calle- 
ja y  poco  después  oyó  choque  de  espadas  y  vio 
en  la  sombra  relucir  los  aceros. 

— Van  á  matarse, — pensó, — solos  aquí  y  sin 
que  nadie  se  lo  estorbe;  eso  es  inicuo  y  no  lo 
consentiré  en  mis  días, — dijo  y  echóse  á  correr 
nuestro  licenciado  llegando  prontamente  á  Ja 
esquina  donde  lizaban  loa  campeones,  que  eran 
un  estudiante  y  un  soldado  de  la  guardia  tu- 
desca. Lanzóse  Carrillo  en  medio  de  ambos  á 
peligro  de  recibir  una  estocada  diciendo  á  gran- 
des voces: 

— ¡Teneos,  hidalgos,  en  nombre  de  Dios!  ¿No 
veis  que  os  vais  á  matar?  ¡Alto,  os  digo!  ¡Por 
mi  estrella! 

Paráronse  entrambos  en  repartir  mandobles 
y  dijo  con  voz  vinosa  el  estudiante: 

— ¿Es  un  corchete?  Pues  ya  que  es  uno  solo 
mejor  las  habrá  con  dos  en  su  contra,- — y  arri- 
mándose bonitamente  á  don  Martín,  le  sacudió 
entre  oreja  y  oreja  media  docena  de  cintarazos 
que  le  dejaron  como  las  mismas  hieles,  pues  ya 
vapulado  de  anterior  le  supieron  á  diablos. 

— ¡Voto  á  trescientos! — juró  Carrillo  perdien- 
do la  paciencia  y  tirando  del  montante,  — ¡Qué 
me  la  habéis  de  pagar,  pues  no  vine  yo,  por 
cierto,  á  Madrid  para  no  encontrar  sino  linter- 
nazos á  diestro  y  siniestro! 

Como  si  le  hubieran  temido  mucho,  dieron  los 
otros  á  correr  con  todas  sus  piernas. 

■ — ¡Eh! — dijo  él  sin  envainar  y  dándose  aires 
de  matón, — ¡ya  corren  los  valientes!  ¡Tanto  lu- 
char y  tan  poco  esperar,  tentado  voy  de  creer 
que  se  batían  de  mentirijilla! 

Pronunciadas  estas  palabras  se  vio  rodeado 
de  alguaciles  que  decían  á  voz  en  cuello: 

— ¡Este  es! 

— ¡Uno  de  los  que  se  batían! 

— ¡Aún  conserva  en  la  mano  la  espada! 

— ¡A  la  cárcel  de  Villa! 

— ¡Dése  en  nombre  del  rey! 

— ¡Señores,  señores,  —  barbotó  don  Martín 
muy  asustado, — yo  no  soy  de  los  contendientes 
sino  un  honrado  legista  de  Toledo... 

— ¡Sí,  bueno  está  el  legista! 

— ¡Cree  el  rufián  que  nos  engaña! 

— Os  confesé  la  verdad  y  no  me  haría  gra- 
cia que  por  venir  á  pretender  á  la  corte  y  po- 
ner en  paz  á  dos  bellacos,  pasara  en  galeras  el 
resto  de  mis  días. 


Por  fin,  al  cabo  de  porfiar  mucho  y  de  suplicar 
aún  más,  le  dejaron  libre  merced  á  una  buena 
vieja  que  presenció  las  cosas  desde  un  ventani- 
llo y  puso  los  hechos  en  claro. 

— Tan  azorado  estoy, — díjose  Carrillo  des- 
pués de  haber  visto  alejarse  los  corchetes, — que 
ni  me  he  atrevido  á  preguntarles  el  paradero 
del  convento;  pero  quizás  esta  buena  anciana 
que  ha  hecho  el  beneficio  de  mi  salvación,  me 
dé  las  señas  del  sitio. 

Y  acercándose  á  la  puerta  del  casucho,  que  él 
creyó  morada  de  la  vieja,  dio  dos  golpes  reca- 
tados. 

Apenas  dejó  caer  por  vez  segunda  el  aldabón 


cuando  entreabrióse  la  puerta  y  saliendo  por 
ella  un  brazo  provisto  de  una  estaca  le  propinó 
tal  palo  que  á  poco  le  hunde  un  hombro,  mien- 
tras escuchó  las  siguientes  palabras: 

- — ¡Voto  á  tal,  don  Caco,  que  ya  sé  que  venís 
de  acuerdo  con  mi  criado  todas  las  noches  á  ro- 
barme así  que  duermo  y  ya  me  han  faltado  tres 
ropillas  y  un  tahalí,  por  Jo  cual  si  no  os  despa- 
recéis al  punto,  juro  á  Mahoma  que  os  doblo  Ja 
ración! 

Separóse,  don  Martín,  murmurando: 
— Está  del  cielo  que  yo  no  he  de  hablar  esta 
noche  sin  que  me  cierren  la  boca  á  garrotazos; 
no  tendré  más  recurso  que  acostarme  en  el  piso 


¡NO. ME  ARAN  ESI 


y  esperar  el  día  molido  y  maltrecho  como  estoy 
que  parezco  uva  madura. 

Sentóse  en  un  poyo  que  en  la  pared  estaba  y 
trató  de  acomodarse  para  dormir,  pero  sintió 
voces  y  vio  al  fin  de  la  calle  relumbrar  muchas 
antorchas,  oyendo  al  mismo  tiempo  prolongados 
bufidos. 

Salióse  al  centro  por  ver  lo  que  era  y  estando 
en  el  arroyo  notó  que  todo  aquello  se  acercaba 
más  que  de  prisa. 

Pero,  ¿cuál  no  sería  su  espanto  al  ver  venir 
hacia  sí  un  tremendo  novillo  escapado,  sin  duda, 
de  alguna  carnicería  y  seguido  de  jayanes  que 
voceaban  como  energúmenos? 

Dióse  á  correr  como  alma  que  lleva  el  diablo, 
atravesó  medio  Madrid  perdiendo  la  capa  y  el 
chambergo  y  jadeante  como  perro  en  estío  llegó 
á  una  casa  de  una  gran  plaza  y  cayó  junto  al 
portal  casi  sin  aliento. 

Allí  quedó,  solo,  en  silencio  el  sin  ventura. 


La  res  que  le  seguía  y  sus  perseguidores  que* 
dáronso  yo  no  sé  dónde  y  él  llegó  á  la  plaza  sin 
saber  cómo. 

Tranquilizóse  un  poco,  tomó  aliento  y  miró 
en  torno  de  sí.  Estaba  junto  á  un  ruinoso  case- 
rón de  severo  aspecto  del  cual  salían  de  vez  en 
cuando,  como  rachas  de  cefirillo,  acordes  dulces 
y  religiosos. 

— ¿Qué  casa  es  esta?  —  preguntó  á  cierto  vi- 
llano que  pasaba  á  la  sazón. 

— El  convento  de  Franciscos,  —  respondió 
aquél  alejándose. 

Don  Martin  se  agarró  á  la  aldaba  como  náu- 
frago á  pecio  salvador,  y  poco  después  entre- 
abierta una  mirilla  salió  por  ella  una  voz  gan- 
gosa que  preguntó: 

— ¿Qué  es  lo  que  desea,  hermano? 

— ¿Es  aquí  el  convento  de  RR.  PP.  Fran- 
ciscos? 

— Si,  para  servir  á  Dios  Nuestro  Señor. 


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430 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


— ¿Se  puede  t^er  á  fray  Félix  Mesejo? 

— ¿Desea  verle  ncé  á  estas  horas?  ¡Sin  duda 
es  algún  amigo  que  viene  á  dedicarle  este  re- 
cuerdo! 

— Abrid,  hermano. 

— Sea  todo  por  Dios,  —  dijo  el  lego  abriendo 
la  puerta. 

Atravesóla  el  licenciado  y  vióse  ante  un  mo- 
tilón con  linterna  en  mano,  que  le  dijo: 

— Siga  el  claustro  y  vaya  á  la  capilla  que  allí 
satisiaHl  su  deseo. 

Hizolo  así  y  al  entrar  en  la  capilla  vio  al  pa- 
dre Félix,  pero  muerto  y  entre  cuatro  blando- 
nes. Tt>da  la  comunidad  rezaba  las  preces  de  di- 
funtos. 

El  licenciado  gritó: 

— jMalha3-a  de  mí,  ya  lo  he  perdido  todo!  — 
y  desmayóse  junto  al  muerto,  falto  de  fuerzas  y 
casi  de  vida. 


Es  fama  que  el  licenciado  Carrillo  pasó  aque- 
lla noche  en  el  convento,  asistido  por  los  bue- 
nos padres  y  tomóse  á  Toledo  al  siguiente  día, 
donde  cuentan  las  crónicas  que  murió  en  paz  y 
gracia  algunos  años  después,  sin  haberle  repe- 
tido el  deseo  de  volver  á  la  corte,  donde  tan 
mal  la  hubo  por  su  ambición  y  deseos  de  medro. 

José  María  de  la  Torre. 


-m- 


EL   SACORIO 


ROMANCE   INÉDITO 


En  pié  sobre  el  duro  trillo 
de  pedernales  sembrado; 
el  látigo  por  el  ^ñento 
y  las  riendas  en  \a  mano; 
sobre  el  semblante  de  bronce 
el  sombrero  derribado, 
y  en  su  novia  el  pensamiento 
y  una  copla  entre  los  labios, 
el  trillador  Juan  Calores 
hace  girar  sus  caballos, 
sobre  el  tapiz  que  combinan 
rubias  espigas  y  granos. 

La  tarde  cierra  sus  luces 
tendiendo  sobre  los  campos 
largas  y  vagas  siluetas 
de  montes  y  campanarios, 
y  las  mozuelas  entonces 
con  las  vasijas  al  lado, 
camino  van  de  la  fuente, 
y  va  con  ellas  Rosario. 

Ama  á  esta  linda  mozuela 
el  trillador  afamado 
que  en  cien  parrandas  alegres 
probó  el  valor  de  su  brazo, 
pero  opuestas  una  y  otra 
sus  familias  á  casarlos, 
la  relación  impidieron 
de  los  dos  enamorados; 
y  es  de  ver  cómo  en  la  fuente, 
en  la  iglesia,  y  en  el  campo, 
cambian  los  dos  sus  sonrisas 
á  espaldas  del  mundo  vano; 
y  cómo  aunque  en  apariencia 
nada  le  dicen  sus  labios, 
sus  corazones  de  fuego 
se  están  de  amor  abrasando. 

*  * 
Quebrada  salta  la  espiga 
cubriendo  el  suelo  empedrado, 
V  cerca,  en  la  clara  fuente, 
Ilénanse  á  chorro  los  cántaros. 
— » ¡Miradlo,  es  él,  Juan  Calores! »- 
grita  el  femenino  bando, 
y  al  momento  se  apresura 
á  ver  trillar  los  caballos. 
En  tomo  át  la  ancha  pi.sta, 
entre  carreras  y  saltos, 
la  mozas  una  por  una 
sube  el  mozuelo  á  su  lado. 


A"cada  pliegue  que  el  viento 
abre  en  la  falda,  al  rozarlos, 
un  estallido  de  risas 
alegra  rostros  y  labios. 
Si  tiembla  la  moza,  hay  gritos; 
si  el  mozo  la  ciñe,  aplausos; 
y  hay  estruendo  y  hay  jolgorio 
si  salen  los  dos  rodando. 

Así  subiendo  una  á  una 
y  otra  tras  otra  bajando, 
al  trillador  se  le  acerca 
la  que  es  su  dueño  adorado; 
y  pisando  el  móvil  trillo 
con  pudor  y  con  recato, 
mientras  cantan  las  mozuelas 
seguidillas  al  verano 
y  de  amor  palpita  el  mozo 
de  la  joven  al  contacto, 
así  le  dice  al  oído 
con  acento  apasionado. 
— «Todo  lo  tengo  dispuesto, 
padrinos,  gente  y  caballos, 
mañana  será  el  sacorio, 
que  estés,  mi  bien,  preparado. 
Al  dar  las  diez  en  la  torre 
tras  tu  corral  te  esperamos, 
sal  por  la  puerta  secreta 
y  corre  luego  á  mis  brazos. 
El  mismo  alcalde  en  persona 
será  tu  depositario; 
los  padrinos  mis  amigos; 
y  el  pueblo,  los  convidados. 
Ya  sabes  donde  te  espero, 
no  faltes  á  lo  tratado, 
prudencia,  fe,  disimulo, 
y  compostura  y  recato.» 

Y  en  tanto  que  estas  palabras 
dice  con  trémulos  labios, 
deshácense  las  gavillas, 
hieren  las  piedras  los  cascos, 
y  de  la  parva  crugiente 
saltan  brillantes  rosarios. 

II 

Con  fiestas  en  la  esplanada 
anoche  en  lo  lagares, 
y  el  tajo  de  la  vendimia 
dejó  cortado  la  tarde. 
En  torno  de  los  paseros 
la  gente  empieza  á  alegrase 
con  el  rumor  de  la  copla 
que  fué  despertando  el  aire. 
Sabrosos  cuentos  se  escuchan 
y  sentencias  y  refranes, 
y  donde  espira  una  risa 
un  chiste  palpita  y  nace. 
Al  dulce  olor  de  las  uvas 
se  une  el  grato  del  vinagre 
y  al  de  fuego  de  la  tierra 
el  de  la  fronda  sonante. 
En  el  pueblo  resplandecen 
los  candiles  al  cruzarse; 
sentadas  junto  á  las  puertas 
hablan  mozas  y  comadres; 
los  perros  de  los  cortijos 
ladran  allá  en  lo  distante, 
y  en  las  oscuras  laderas, 
entre  pitas  y  chumbares, 
resplandecen  los  paseros 
bajo  los  toldos  flotantes. 

m 

En  cercano  caserío 
del  pueblo  á  una  legua  escasa, 
se  oye  murmullo  de  gente 
que  se  remueve  y  prepara. 
Es  la  gente  del  sacorio 
que  siendo  las  nueve  dadas, 
hacia  el  pueblo  se  encamina 
en  bien  precavida  marcha. 
Y  es  de  ver  á  Juan  Calores 
lucir  trencillas  y  randas, 
para  agradar  á  la  novia 
cuando  la  lleve  á  las  ancas. 
Sobre  zapato  de  cuero 
bordado  de  sedas  varias, 
botín  primoroso  enseña 
que  del  tobillo  le  arranca. 


Ciñe  luego  su  rodilla 
pantalón  de  rica  lana 
que  arriba  corro  á  ocultarse 
.bajo  el  doblez  de  la  faja. 
Chaleco  de  fina  tela 
sobre  su  pecho  se  clava, 
y  envuelve  su  airoso  cuerpo 
en  chaquetilla  de  pana. 
Encima  de  la  pechera 
enseña  ojetes  y  tablas, 
y  bordados,  y  labores, 
y  arabescos  de  puntadas. 
Toda  su  persona  brilla 
tan  vivida  como  un  ascua; 
y  para  fin  de  su  adorno, 
sombrero  andaluz  lo  acaba, 
con  negras  moras  por  fuera 
y  dentro  forro  de  plata. 

El  caballo  que  conduce 
con  la  Crin  suelta  y  rizada, 
muestra  ceñida  la  cola 
por  un  vendaje  do  grana. 
Un  aguacero  de  sedas 
le  cuelga  de  banda  y  banda 
y  á  los  movibles  caireles 
une  el  primor  de  las  mantas. 
Subiendo  al  pretal  las  manos 
y  alzando  airoso  las  ancas, 
un  castellano  anda  el  potro 
mejor  que  pluma  lo  traza. 

Y  este  conjunto  soberbio 
hacen  completo  en  la  marcha, 
la  copla  que  lanza  el  mozo 

y  el  aire  que  el  potro  marca. 

Hasta  unos  quince  caballos 
en  el  calvario  se  paran, 
mientras  que  novio  y  padrinos 
el  pueblo  arriba  adíílantan. 
Es  de  escvichar  á  las  viejas 
al  divisar  gente  extraña, 
en  los  cercanos  corrillos 
sonar  el  grito  de  alarma. 
Es  de  ver  cómo  las  mozas 
echan  números  y  cabalas 
sobre  los  hombres  que  cruzan 
con  tanto  rumbo  la  plaza. 
Es  de  oir  á  los  chiquillos 
siguiendo  á  la  cabalgata, 
hacer  cundir  poco  á  poco 
de  las  personas  la  entrada. 
Cómo  á  medida  que  llegan 
de  Rosario  tras  la  casa 
la  voz  de  alerta  y  aviso 
toma  cuerpo  y  se  propala. 
Pero  es  inútil  que  cunda, 
Rosario,  toda  asustada, 
con  misterio  y  con  sigilo 
cruza  el  corral  de  su  casa; 
empuja  luego  la  puerta 
que  se  halla  medio  entornada, 
móntala  al  punto  el  padrino 
del  guapo  novio  á  las  ancas, 
y  á  tiempo  que  tras  del  muro 
suenan  gritos  y  amenazas, 
dejando  las  duras  piedras 
llenas  de  chispas  doradas, 
los  caballos  se  deslizan 
como  tres  negros  fantasmas. 

— «¡Un  sacorio — grita  el  pueblo,  — 
es  Rosario  la  que  sacan!» 
y  añade  una  astuta  vieja: 
— «¡Cuando  yo  me  lo  pensaba!» 
• — Que  callado  lo  tenían. 
— Dios  nos  libre  de  agua  mansa. 
— Y  el  padre  ¿no  habrá  sabido?... 
— No  ha  debido  saber  nada.     ^ 
— ¿Y  es  Juan  Calores  el  novio? 
— El  mismo  que  viste  y  calza. 
— Pero  ¡al  calvario!  señores. 

Y  hacia  el  calvario  se  lanzan, 
á  punto  que  el  aire  vibra 
con  las  primeras  descargas. 

—  «  i  Vivan  los  novios !  »  — prorumpe 

á  voces  la  cabalgata, 

y  nuevos  roncos  disparos 

se  escuchan  en  la  distancia. 

Corre  el  padre  de  la  novia 

armado  de  todas  armas 


LA  ILUSTBAOION  IBÉRICA 


431 


para  ocasionar  mil  muertes 

con  su  plomo  y  con  su  rabia; 

pero  en  medio  del  bullicio 

una  voz  de  las  que  hablan, 

poniendo  el  grito  en  el  cielo 

con  soma  y  malicia  canta: 

«No  te  canses  en  seguir 

lo  que  no  guardó  tu  casa, 

porque  el  amor  cuando  corre 

no  lo  coge  ni  una  bala.» 
* 

*  * 
Por  la  lejana  vereda 

lucen  vivas  llamaradas; 

i-elinchos  dados  al  viento 

unen  su  estruendo  á  las  salvas; 

en  los  lagares  vecinos 

los  perros  brincan  y  ladran; 

toda  la  gente  del  pueblo 

se  baca  lenguas  de  la  bazaña, 

y  allá,  entre  el  rumor  confuso 

que  forma  la  cabalgata, 

el  mozo  dice  á  su  novia 

con  voz  misteriosa  y  baja 

mientras  que  el  suegro  á  lo  lejos 

blasfema,  maldice  y  rabia: 

— «¿Me  quieres?» — y  ella  afanosa 

responde: — « ¡Con  toda  el  alma! » — 

S.  Exteda. 


NUESTROS  GRABADOS 


LA    ORACIÓN 

Es  una  de  las  más  excelsas  facultodes  de  la  razón  huma- 
na la  de  poder  elevarse  al  Ideal  religioso  y  una  de  sus  más 
nobles  ijreemluenclas  la  de  ponerse  en  comunicación  con  la 
Suprema  Omnipotencia.  De  ahí  que  la  oración  sea  uua  de 
las  más  augustas  demostraciones  de  la  humanidad  y  que 
aun  en  labios  de  un  niño  adquiera  mejestad.sublime. 

CDBIOaiDAD    CASTIOADA 

Pensata  sin  duda  ti  revoltoso  can  que  Iba  á  pasar  un  rato 
muy  divertido  echando  á  rodar  la  cesta,  pero  leuál  no  serla 
su  terror  al  verse  acometido  por  aquellos  flerlslmos  cuanto 
suculentos  crustáceos  á  quienes  en  su  perdonable  ignorancia 
piscatorial  calificó  Julio  Jaoin  de  cardenale»  de  los  muren  lY 
cómo  le  clavabflu  aquellas  malditas  sus  robustas  pinzas  mi- 
rándole Irritadas  con  sus  ojos  globulososi  Creemos  que  el  pe 
rro  tendrá  bastante  con  esta  vez  para  no  volver  á  cometer 
nuevas  indiscreciones. 

EXPOSICIÓN    NACIONAL   DX    BELLAS    ARTES   Di    1887 
XL   IHTIIBKO   DI   CBISTC— XH   BL  PDIBTO.— A    LAS   FIÍKAS 

Hé  aquí  el  Juicio  que  de  los  cuadros  de  los  Sres.  Sorolla, 
Martínez  Abades  y  Silvio  Fernández  escribe  el  Sr.  D.  H.  Glner 
de  los  Ríos. 

•  Et  entierro  de  Cristo,  de  Sorolla  (785),  encantará  de  fijo  á 
la  mayor  parte  de  los  concurrentes  á  la  Exposición,  Encierra 
ese  algo  misteiioso  que  seduce  y  á  que  nos  inclinamos  con 
la  devoción  que  la  emoción  estética  produce. 

•Tamolén  es  una  academia  á  la  cual  puede  aplicarse  un 
juicio  análogo  al  del  otro  cuadro  que  acabamos  de  mencio- 
nar. (1)  Sublimase,  sin  embargo  en  éste,  todo  lo  que  en  el 
otro  se  anuncia,  y  aparte  de  que  los  plés  y  otros  pormenores 
de  las  figuras  más  deben  llamarse  laudable  Intento  de  dibujo 
que  efectivo  trabajo,  el  conjunto  hace  olvidar  los  lunares 
para  que  la  vista  goce  en  aquella  ráfaga  de  oro  que  corta  el 
horizonte,  y  aquel  recogimiento  que  Irresistiblemente  con- 
mueve. La  figura  de  la  Virgen  es  encantadora  y  comunica  su 
dolor  al  que  la  contempla,  envuelta  en  la  augusta  aureola  del 
martirio  moral.  Mucho  hay  que  esperar  del  ya  premiado  dis- 
cípulo del  feñor  Pradilla,' 

Respecto  del  cuadro  del  señor  Abades,  pensionado  por  la 
Diputación  de  Oviedo,  dice:  «Llámase  En  ti  ptterio  (468).  A 
primera  vista  se  nota  que  el  pintor  no  es  un  artista  formado 
todavía;  pero  al  propio  tiempo  Indica  dotes  muy  recomenda- 
bles para  este  género.  SI  corrige  los  tonos  agrios  del  colorido 
y  sigue  esmerándose  en  la  corrección  de  su  diseño,  la  brillan- 
tez de  que  hace  gala  llegará  á  constituir  el  principal  gallar- 
don  de  sus  obras. 

»Dn  episodio  de  la  historia  antigua  romana,  A  toa  fie- 
ras (237),  retrata  D.  Silvio  Fernández.  Redúcese  al  momento 
en  que  conducen  desde  los  interiores  subterráneas  del  Coli- 
seo los  que  van  á  ser  destinados  á  pasto  de  las  bestias  fero- 
ces. El  cuadro  resulta  poco  distinguido  en  la  Interpretación 
aunque  lo  ordinario  no  sea  hijo  de  un  estilo  realista.  Decla- 
remos al  propio  tiempo  que  no  es  despreciable  el  dibujo,  por 
más  que  la  falta  de  bulto  lo  empobrezca.  Algunos  de  los  per- 
sonajes encontraron  una  expresión  feliz  y  otros,  en  que  es 


más  desgraciada,  superaron  en  cambio  i  los  primeros  en  co- 
rrección y  en  naturalidad.  El  atractivo  del  cuadro  consiste 
especialmente  en  una  entonación  agradable,  ti  bien  raya  en 
opaca.» 

LA   NOOHX 

Alegoría  de  Franx  Letler 

Está  representada  esa  alegoría  según  todas  las  reglas  del 
arte  y  aun  de  la  cii  ncia,  pues  no  faltan  tampoco  sus  corres- 
pondientes cabezas  de  papaver  somni/erum.  Es  un  cuadro 
muy  simpático...  para  los  que  amamos  el  dormir  sobre  todo 
el  resto  de  los  deleites  de  esta  vida, 

Xr«bi 
Estudio  de  M.  Sozanski 

iMagnlfico  morazol  Ello  es  que  los  sectarios  del  Profeta 
pueden  pasarse  muy  bien  del  precepto  que  les  impuso  prohi- 
biéndoles representar  jamás  la  figura  humana,  puesto  que 
no  hay  pintor  cristiano  que  no  se  pirre  por  los  musulma- 
nes, sobre  todo  desde  que  Fortuny  sacó  tanto  partido  jde 
eus  Infieles  marroquíes. 

UNA   BELLEZA   GRIEGA 

La  cosa  no  tendría  importancia  si  se  tratara  de  una  griega 
contemporánea  de  Homero  ó  Anacreonte;  sépase,  pues,  que 
esa  belleza  es  moderna,  contemporánea;  en  una  palabra,  que 
á  pesar  de  su  atavio  y  de  su  escote  es  una  cismática,  que  ha- 
brá oído  quizás  más  de  una  vez  los  discursos  del  señor  Tri- 
coupls  ó  del  ciudadano  Comondouros.  Gracias  á  Dios,  no 
degenera  la  roza  de  las  Helenas,  Andromacas  y  Hermiones, 
reforzada  por  sangre  catalana  y  navarra. 

|N0  UE  araSesI 

Es  nn  bonito  grupo,  digno  de  los  honores  de  un  cincel  ó 
cuando  menos  de  unos  palillos.  La  niña  es  bonita  y  alegre, 
pero  el  gato  no  deja  de  ser  también  un  Interesante  tipo. 

EN    TIEMPO    DE    TIBERIO 

Cuadro  de  Luis  Wiesilowskí 

A  la  verdad,  no  ha  faltado  quien  opinara  que  Tiberio  no 
fué  tan  malo  como  se  quiere  sostener.  Durante  su  rilnado, 
como  en  tiempo  de  la  Revolución  francesa,  el  pueblo  sufrió 
poco  y  aún  puede  decirse  que  lo  pasó  muy  bien,  siendo  las 
principales  victimas  los  que  por  su  encumbrada  posición  po- 
dían hacerle  sombra  al  tirano.  Si  fué  horrible  en  muchas 
cosas  no  le  cupo  poca  parte  en  ello  al  Senado,  llegado  al  últi- 
mo extremo  de  envilecimiento.  En  Caprea  llevó  una  vida 
modelo  de  escándalos,  no  muy  diferentes  quizás  de  los  que 
se  cuentan  del  difunto  Luis  II  de  Bavlera.  Probablemente  es- 
tarla chiflado  Tiberio,  como  lo  estaba  el  Wissenbach  de 
quién  hablamos. 

El  grabado  de"hoy  representa  el  momento  en  que  los  deu- 
dos de  los  asesinados  van  á  recoger  sus  cadáveres  de  las  rocas 
de  Caprea  para  darles  sepultura.  El  cuadro  de  Wiesilowfki 
llamó  mucho  la  atención  y  figura  en  la  Academia  de  San  Pe- 
tersburgo. 

LA    EDUCACIÓN   DEL  00NDB8IT0 
CONTEMPLACIÓN    INTERESANTE 

Tierna  escena  la  de  esa  noble  madre  enseñando  á  su  hijo 
y  hermoso  dibujo  el  en  que  está  representada.  Verdad  es  que 
no  le  va  en  zaga  el  otro,  figura  gallarda  y  á  quien,  al  parecer, 
debe  interesarle  no  poco  el  tripulante  del  bote  que  surca  el 
pintoresco  rio,  según  la  atención  con  que  se  fija  en  él. 


Es  esta  lindísima  población  una  de  las  que  se  encuentran 
alo  largo  de  la  Comisa.  Tiene,  como  Ñapóles,  una  doble  ba- 
hía y  es  considerada  por  la  templanza  de  su  clima  y  la  belle- 
za de  su  situación  como  una  de  las  mejores  estaciones  de 
invierno  para  las  personas  delicadas  de  salud.  Forma  parte 
del  principado  de  Monaco. 


ADÁN  MICKIEWICZ 


(1)    El  campo  de  San  Francisco,  del  señor  üria. 


(CONTINDACIÓN) 

Aquí  da  el  poeta  libre  curso  á  su  indignación 
y  acude  ora  en  su  cólera  al  sarcasmo,  ora  á  la 
virulenta  imprecación.  Mas  todo  lo  reviste  de 
mágicos  colores  y  en  su  rica  imaginación  lo 
trasfigura. 

Compónese  la  obra,  calificada  de  Mistmo  á 
usanza  de  los  antiguos  dramas  populares,  de 
cuatro  partes.  De  ellas  tres:  La  velada  de  los 
muertos,  Los  Mártires  y  El  PresUterio,  ostentan 
forma  dialogada,  siendo  la  del  Viaje  á  Rusia  (ó 
del  destierro)  narrativa. 

Constituye  el  primer  episodio,  uno  á  manera 
de  prólogo  fantástico,  desarrollado  en  la  vasta 
escena,  por  todo  el  que  circula  hedor  de  ca- 
dáver. 

En  la  noche  de  difuntos  se  reúne  el  pueblo 


en  un  cementerio;  é  insiguiendo  una  antigua 
costumbre,  se  evoca  de  sus  tumbas  á  los 
muertos.  A  la  formidable  voz  de  un  mago,  apa- 
recen unos  tras  otros  los  espectros  pidiendo 
oraciones,  hasta  que  surje,  mostrando  ancha 
herida  en  el  pecho,  fatídica  la  sombra  del  héroe, 
un  mancebo  que  se  ha  suicidado  por  amor  y 
que  por  decreto  del  Altísimo  cada  año  ha  de 
comparecer  en  idéntico  día  para  renovar  su 
horrendo  crimen. 

Adquiere  toda  la  composición  en  esta  parte 
un  aire  de  misterio  que  estremece.  Allí  hablan 
el  mundo  real  y  el  de  los  fantasmas;  allí  se 
funden  en  algo  impalpable  é  incorcópero  espec- 
tadores, magos,  condenados,  y,  como  dice  el 
coro  de  la  obra,  «oscuro  está  todo  y  sombrío.» 
En  Los  Mártires,  otra  de  sus  partes,  presenta 
un  cuadro  de  la  persecución  ejercida  contra  los 
estudiantes  de  Vilna,  en  nombre  del  czar  Ale- 
jandro. I,  por  su  augusto  hermano  Constantino 
y  el  inmundo  senador  Novosieltzoíí,  á  quien 
pinta  el  poeta  con  los  más  negros  colores.  En  el 
delineamiento  de  este  carácter  y  en  las  escenas 
en  que  nos  lo  ofrece  en  acción,  manifiesta  el 
poeta  un  temple  satírico,  mezcla  de  Aristófanes 
y  de  Juvenal,  que  no  le  conocíamos  ha.sta 
ahora;  lo  azota  y  expone  á  la  pública  ver- 
güenza. 

Cruel  á  la  vez  y  cobarde,  cortesano  grotesco 
y  disoluto,  es  la  figura  de  ese  Neron-Panurgo, 
de  un  efecto  grandioso,  acabada. 

Son  Los  Mártires  un  drama  rigurosamente 
histórico,  para  la  traza  del  cual  ha  bastado  re- 
ducir á  escenas  y  dialogar  Ija  Gaceta  de  las 
tropelías  moscovitas.  Nunca  fué  más  verdad  el 
dicho  de  Napoleón  Bonaparte:  «rascad  el  ruso 
y  hallaréis  el  tártaro. »  En  él  aparece  el  propio 
autor  en  persona,  si  bien  bajo  los  nombres  de 
Conrado  y  Gustavo  indistintamente,  al  igual  que 
sus  condiscípulos  y  amigos  Tomás  Zau,  Kola- 
kowski,  Sobolewski  y  otros. 

Toda  la  obra  es  de  un  interés  evidente 
y  conmovedora  por  estar  escrita  en  sangre. 
Mas  entiéndase  que  no  es  el  interés  de  que 
hablamos  el  que  se  funda  en  el  elemento  dra- 
mático y  la  trama  con  más  ó  menos  artificio 
desenvuelta,  pues,  apenas  si  Ja  obra  contiene 
acción  y  está  toda  ella  muy  descosida;  es  el  in- 
terés que  despierta  el  poeta  apoderándose  del 
alma  de  los  lectores  al  presentar  á  su  vista,  la 
pluma  chupada  en  el  corazón  y  empapada  en 
hiél,  una  serie  de  escenas  donde  un  grupo  de 
adolescentes,  en  aquella  feliz  edad  de  candidos 
sentimientos  en  que  revolotean  cual  mariposas 
las  ilusiones,  vénse  envueltos  en  un  proceso  te- 
nebroso y  se  ofrecen  víctimas  expiatorias  del 
grave  delito  de  patriotismo.  A  una  escena  paté- 
tica en  la  cárcel,  sigúese  otra  en  los  salones  de 
la  aristocracia,  y  asistimos  al  espectáculo  de  los 
opresores,  digeriendo  perfectamente  en  danzas 
y  festines  tanta  iniquidad. 

Mezcla  á  todo  ello  Mickiewicz  el  elemento 
fantástico,  que  no  podía  faltar  en  un  poeta  esla- 
vo, y  está  perfectamente  encajado  este  en  el 
drama.  Ya  los  genios  del  averno  y  los  del  cielo 
se  disputan  el  alma  de  Conrado,  á  quien  sumen 
unos  en  la  desesperación,  mientras  los  otros  cal- 
man sus  arrebatos.  Momentos  hay  en  que,  en 
sus  delirios,  llega  aquel  á  blasfemar  de  Dios: 
«Voy  alanzar, — dice  en  un  reto  soberbio  á  la 
Divinidad, — voy  á  lanzar  mi  voz  por  toda  la  in- 
mensidad del  mundo;  pero  una  voz  que  retum- 
bará de  generación  en  generación;  diré  que  no 
eres  el  padre  del  universo,  sino...»  é  interrumpe 
la  voz  de  uno  de  los  demonios:  «El  czar.» 

En  otra  de  sus  escenas,  atormenta  el  espíritu 
de  las  tinieblas  á  su  altér  ego  el  senador  Novo- 
sieltzoii,  presentando  este  cuadro  un  efecto  ori- 
ginalísimo  en  su  compuesto  de  fantástico  é 
irónico;  es,  apropiándonos  una  frase  célebre,  una 
alegría  cruel;  la  burla  sangrienta  de  la  mayor 
bajeza.  Sueña  el  senador  ver,  ante  una  mirada 
de  desprecio  del  czar,  desvanecidos  sus  planes 
ambiciosos  ¡terrible  pesadilla  para  un  inmundo 
cortesano  cual  es  él!  y  arrastran  la  mitad  de  su 
alma  los  demonios  para  baquetearle,  salvo  en- 
cerrarla de  nuevo  en  su  cuerpo  como  enpertera 
apestada. 


432 


LA  ILUSTRACIÓN  LBERICA 


Después  de  haber  tkptmtado  algo  de  lo  mucho 
digno  de  admiración  que  contiene  el  drama,  no 
nos  extenderemos  más  sobre  él,  á  pesar  nuestro, 
por  no  hacer  interminables  los  lilbites  de  esta 
simple  noticia. 

Más  tarde  y  en  el  periodo  de  cnlmn,  casóse 
el  p<i6ta,  y  templada  su  inquieta  imaginación  al 
dulce  calor  de  los  l»zo8  de  familia,  adquirió  su 


genio  bajo  tan  benéfico  influjo  algo,  si  vale  de- 
cirlo, de  más  positivo;  algo  más  en  relación  con 
la  \'ida  real.  Eesultado  de  tal  estado  fué  la  pu- 
blicación de  su  novela  Tadco  Súplica,  vasto 
cuadro  de  costumbres  polacas,  referente  á  los 
tiempos  del  primer  imperio,  cuando  bajo  las 
promesas  falaces  de  Napoleón,  contaba  Polonia 
recuperar  su  independencia. 


Hablemos  también  del  Lübro  de  la  Dación  po- 
lonesa, otro  pettdant  á  las  prisiones  de  Silvio 
Pellico,  que  será  un  día  el  breviario  de  ese  pue- 
blo tan  grande  como  infortunado.  La  resigna- 
ción y  el  heroísmo  tejen  inmortal  corona  en  esa 
obra  al  poeta.  Rodea  á  su  patria  «lo  un  santo 
amor  en  ella,  y  para  llegar  al  alma  de  sus  com- 
patriotas, abandonando  el  campo  estéril  de  la 


MENTÓN 


lucha,  habla  en  pro  de  la  concordia  universal, 
asignando  á  Polonia  el  papel  importante  que  en 
la  civilización  del  porvenir  ha  de  desempeñar. 
Y  este  e«  un  nuevo  aspecto  de  tan  peregrino 
ingenio.  Mas  no  siempre  su  corazón  de  patriota 
se  contiene;  antes  de  vez  en  cuando  se  desborda 
y  fulmina  el  anatema.  Es  un  canto  de  resurrec- 
ción entremezclado  de  gritos  y  sollozos.  Pero 
a  levante  el  tono  é  increpando  duramente  á 
lo«  opresores,  entone  con  desesperado  acento  el 


íi 


canto  de  resurrección,  ya  evoque  recuerdos  de 
gloria  patria  é  incite  á  sus  conciudadanos  al 
combata  pacífico  y  tenaz  de  las  ideas,  ya  se 
despedace  por  fin  su  corazón  al  contemplar  ani- 
quilada á  su  querida  Polonia,  ó  temple  el  arpa 
de  Sión  sus  arrebatos  y  escape  la  plegaria  de 
sus  labios,  siempre  esplendente  ó  dolorida  y 
velada  en  el  misterio,  aparece  á  nuestros  ojos, 
con  su  misión  santa  y  providencial,  esa  nación 
victima  de  inmerecidas  desgracias  y  que  ha  de 


arrastrar  en  pos  de  sí  las  simpatías  de  toda 
alma  noble  y  generosa. 

La  idea  que  preside  á  la  composición  es  la 
del  martirio  de  Polonia,  ofrecido  como  expia- 
ción de  los  pecados  del  mundo,  la  esclavitud  y 
la  impiedad,  y  cuya  redención  ha  de  ser  por 
los  méritos  de  esa  nación  católica  enclavada 
ahora  como  el  Salvador  en  la  cruz. 

(Se  continuará.)         Ignacio  de  Genovéb. 


iklUliTliCKl:  Cicla,  VH-iH,  ltt¿t  Mm  li\\tt. — flmntim  los  dírwhos  it  propiedad  irtislicí  j  lileririi. — lis  recÍMícioDes  eo  Madrid,  al  reprísealutí  de  esU  Casa  D.  Haouel  l'lá  j  Valor,  Apodaca,  10, 1." 

)  INSÉRTESE  Ó  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  ( —^ ■ — — 


KaTABLCcuiiairro  TirooRAnco  os  B.  Basboa.— CAixa  og  Villahhobl,  «úm.  17  ansjuicuB  os  Sah  Amtomió.— BAncBLOMA. 


SEMANARIO     CIENTÍFICO,     LITERARIO    Y     ARTÍSTICO 


Año  V 


Barcelona  9  de  Julio  de  1887 


Núm.  236 


UN  ABUELO  (Cuadro  de  C.  Kroubergor) 


434 


[JV   a,C8TRACI0N   IBÉRICA 


SUMARIO 


Texto.— ifodHd.  OarUu  á  mi  prúM,  por  Ftrnanfior.— ¿o 
HOrú.  por  J.  Cinnuí».  -Compa«<uiíp<ito»«a«(,concluílón), 
por  A.  Pirci  O.  Vieyt^—Btvita  eintijleay  por  Alfredo 
Oplao.— rípM  de  «lUa.  por  Ricardo  J.  Iranio.— ^yer  y 
tag  (poasU),  por  Vicente  de  XruíM.—BibliogTaJia,  por 
Carto*  líendox*.— Naeetroe  grabados.— Certámenes  lite- 
rarios.—.4<i<m  MiMaría  (oontinaaclón),  por  Ignacio  de 
GenoTér. 

Qkabidos.-  Un  abnelo.— Kl  genio  de  la  fábnla.— fxpomcuta 
Saciomal  de  BdUu  ArUt  de  ÍSS7:  El  cadáver  del  general 
Airare*  de  Castro,  ante  el  pueblo  de  Gerona.  Entrada  del 
emperador  Carlos  V,  en  elmonasteriode  Vaste.— El  jubi- 
leo de  la  reina  Victoria,  en  Londres.- DeeUraciAn  de 
amor.— Andrajoe TCigarTOs.—Dlbujos  decorativos  de  Wal- 
terCraue  ^seis  grabados).— La  casa  del  Pretor.— La  torre 
de  la  Madona  en  San  Bemo. 


M  ADRl  D 


OA.IITA.S     -A.     IwíTI     FUIIuIA. 


LA  EXPOSICIÓN   DE  FILIPINAS 

po  será  esta  carta,  seguramente,  la  última 
que  te  escriba  sobre  el  gran  concurso  re- 
^K,  gional  de  Filipinas,  cuya  inauguración 
ayer  se  ha  verificado,  porque  hay  en  este  acon- 
tecimiento materia  sobrada  para  que  converse- 
mos muchas  veces.  Mi  carta  de  hoy  se  dirige, 
tan  solo,  á  darte  una  ligera  idea  de  los  muchos 
aspectos  interesantes  de  esta  Exposición,  que 
producirá,  sin  duda,  grandes  resultados  para 
nuestra  grandeza  futura;  puesto  que  evidencia 
á  un  mismo  tiempo  el  abandono  en  que  siempre 
hemos  tenido  aquellas  islas  y  sus  riquezas  y 
maravillas  infinitas.  Aquí  en  España  la  genera- 
lidad no  conocía  Filipinas  sino  es  por  las  rela- 
ciones más  ó  menos  apócrifas  de  los  empléalos 
que  volvían  cargados  con  algunos  cofres  llenos 
de  onzas,  de  abanicos  de  chinos  y  de  pañuelos 
bordados.  Para  nosotros  sólo  había  en  Filipinas 
oro  y  disentería.  Los  gobiernos  miraban  con 
interés  esta  región  privilegiada  ala  cual  podían 
enviar  á  sus  parientes  y  protegidos,  á  fin  de  que 
se  enriqueciesen  y  enfermasen.  Imaginar  que 
pudiera  traerse  de  Filipinas  algo  más  que  oro 
y  enfermedad,  era  una  ilusión,  y,  sin  embargo, 
por  causas  muy  largas  de  investigar,  pero  que 
han  dado  resultados  felices,  nos  hemos  traído  á 
Madrid,  casi  íntegras,  las  Islas  Filipinas  con 
BU  fauna,  su  flora,  sus  casas,  sus  habitantes,  su 
comercio,  su  industria,  sus  supersticiones  y  su 
prosperidad  posible  y  su  atraso  efectivo.  La 
Exposición  se  ha  inaugurado,  y  nos  encontra- 
mos con  una  Exposición  magna,  importante,  in- 
teresante, pintoresca,  útil,  divertida,  extraordi- 
naria, que  ha  caído  en  gracia  y  que  se  ha  puesto 
de  moda. 

Ya  iba  siendo  tiempo,  querida  prima,  de  que 
se  inaugurase;  porque  hace  meses  que  los  pe- 
riódicos nos  hablaban  todos  los  días  de  los 
trabajos  realizados  por  la  comisión  y  de  las 
transformaciones  del  parque  de  Madrid.  Las  di- 
ficultades crecían  á  medida  que  la  Exposición 
tomaba  cuerpo;  se  aplazó  varias  veces;  y  aun 
hoy,  después  de  inaugurada,  se  aplazará, — se- 
gún creo, — nuevamente.  Dentro  de  seis  ú  ocho 
días  se  cerrará  hasta  Setiembre  ú  Octubre.  Ha 
parecido  ya  demasiada  propiedad  tenerla  abier- 
ta con  estos  calores. 

Al  llegar  á  la  Exposición  nos  salió  al  paso  un 
igorrote  que  pidió  lumbre  para  su  cigarro  á 
mi  compañero;  después  que  se  fué,  me  dijo  mi 
amigo: — Este  que  V.  ha  visto  es  un  igorrote, 
persona  en  la  actualidad  muy  sensata;  pero  que 
en  otro  tiempo  era  antropófago. — No  debe  ha- 
ber perdido  del  todo  la  afición,  porque  he  repa- 
rado que  se  le  van  los  ojos  tras  los  hombres  y 
las  sefioras  de  carnes  abundantes  y  frescas. 

La  Exposición  ha  sido  instalada  en  el  mismo 
local  en  que  hace  dos  años  estuvo  la  de  Minería; 
el  antiguo  recinto  de  madera  ha  sido  reempla- 


zado por  una  sencilla  verja  de  hierro.  En  la 
parte  más  elevada  y  casi  central  del  recinto, 
abraza,  ahora,  otro  pabellón,  con  armadura  de 
hierro,  esbelto  y  airoso,  que  debe  quedar  ya 
para  adorno  de  aquella  parte  del  Retiro.  Se  en- 
tra en  este  pabellón  por  una  escalinata  de  pie- 
dra, que,  en  su  parte  inferior,  sirve  de  embar- 
cadero para  un  lago  en  que  se  balancean  tres  ó 
cuatro  piraguas  filipinas.  En  la  estufa  hay  cerca 
de  tres  mil  plantas  traídas  del  Archipiélago,  y 
no  lejos  del  palacio  central  están  las  cigarreras 
iiltimamente  llegadas  de  Filipinas  que  trabajan 
sin  descanso  en  la  elaboración  del  tabaco,  dando 
muestras  de  su  habilidad  extraordinaria.  Esta 
instalación  es  de  ñipa  y  caña  y  ha  venido  de 
Manila.  Representa  una  sección  de  la  magnifica 
fábrica  La  Isabela.  La  planta  principal  de  dicho 
edificio  consta  de  un  camarín  de  oreo  en  que  está 
la  hoja  del  tabaco,  otro  denomido  camarín  de 
mándala  en  que  está  amontonado  el  tabaco  para 
darle  una  temperatura  máxima,  hallándose,  ade- 
más, en  esta  pieza  muestras  de  tabaco  de  todas 
clases,  y  otro  camarín  destinado  á  taller  de  ope- 
rarlas y  que  tiene  una  especie  de  palco  al  exte 
rior,  desde  el  cual  se  hace  la  venta  al  menudeo 
para  el  público.  Es  jefe  de  este  taller  la  indí- 
gena Crescencia,  maestra  de  la  fábrica  de  la 
Isabela;  y  trabajan  actualmente,  Nicolasa,  la 
escogedora,  Agapita,  la  lorcedora,  y  Papay,  la 
expendedora.  Todas  son  jóvenes,  y  como  la  no- 
toriedad es  una  belleza  en  estos  tiempos  que 
alcanzamos,  muchos  visitadores  las  dirigen  mi- 
radas capaces  de  inflamar  la  aromática  hoja  que 
con  sus  ágiíes  dedos  trabajan.  Para  completar 
este  ligero  croquis  con  algún  rasgo  trascenden- 
tal, te  diré  que  la  fábrica  Isabela  elabora  iiipn- 
sualmente  cerca  de  cuatro  millones  de  cigaiTos  y 
remite  á  Europa  por  cada  vapor  de  la  Compañía, 
millón  y  medio  de  pesetas  en  tabaco  elaborado 
y  en  rama.  Esta  sección  tiene  que  ser  visitada 
por  el  público  en  grupos  reducidos;  el  piso  es 
de  caña  y  la  caña  es  frágil  aquí  como  en  Fili- 
pinas. Tú  dirás  que  te  hablo  demasiado  del  ta- 
baco, mas  aparte  de  que  el  tabaco  es  materia 
tan  importante  en  esta  Exposición,  lo  es  tam- 
bién para  el  bello  sexo  del  archipiélago,  y  en 
otra  sección  podrías  ver  los  Chicotes,  cigarros 
de  gran  tamaño  que  allí  fuman  las  mujeres,  en- 
contrándolos deliciosos  para  su  vida  perezosí- 
sima. Yo  participo  de  la  repugnancia  que  á  tí 
te  causa  imaginarte  una  mujer  fumadora,  por 
más  que  yo  he  reparado  que  cuando  á  uno  le 
gusta  una  mujer  le  hace  gracia  verla  jugar  con 
el  chicote  entre  los  dientecillos,  y  creo  que  los 
dulces  labios  de  la  mujer  deben  conservarse 
sin  aromas  adquiridos  para  que  de  ellos  no  se 
alejen  las  delicadas  mariposas  del  amor  que 
siempre  I09  andan  buscando. 

Apenas  entramos  en  el  campo  de  la  Exposición 
fija  nuestro  interés  la  ranchería  de  los  igorro- 
tes.  Esta  ranchería  es  curiosísima.  Es  la  natura- 
leza salvaje  trasladada  al  centro  de  una  ciudad 
culta.  A  la  derecha  de  la  puerta  y  colocada  so- 
bre un  largo  palo,  hay  atravesada  la  calavera 
de  un  caballo.  Este  signo  tiene  por  objeto  ahu- 
yentar las  enfermedades  de  la  ranchería.  A  poca 
distancia  se  ve  otro  palo  largo,  colocado  á  un 
metro  de  distancia  del  primero,  cruzado  por  tres 
delgadas  cañas,  muy  afiladas  por  sus  extremos, 
y  colocadas  en  forma  de  X.  Estas  cañas,  según 
los  indígenas,  ahuyentan  los  espíritus  malignos; 
las  afiladas  puntas  les  impiden  entrar  en  la  ran- 
chería. La  entrada  de  la  ranchería  es  tortuosa, 
con  objeto  de  impedir  una  sorpresa  y  la  entrada 
súbita  y  número  del  enemigo.  Allí  vemos  la 
casa  tribunal  y  la  cárcel.  Una  escalera  rústica 
conduce  á  la  sala  en  que  se  administra  justicia. 
En  ella  hay  una  silla  en  la  cual  se  sienta  el 
gobernadorcillo,  único  juez  competente  enjuicies 
criminales.  Es  muy  curioso  el  juramento  de  los 
igorrotes  y  te  voy  á  referir,  por  lo  tanto,  la  ma- 
nera que  tienen  de  formularle.  Todo  aquel  que 
declara  ante  el  gobernadorcillo,  sujeta  con  am- 
bos brazos  un  tambor  y  una  lanza  y  después  de 
dar  dos  vueltas  y  decir  cuanto  sepa  respecto  á 
lo  que  se  le  pregunta,  el  juez  le  dirige  el  si- 
guiente chaparrón  de  maldiciones: — Si  no  dices 
verdad,  que  te  parta  .  el  rayo,  que  el  caimán  te 


coma  y  la  luna  te  trague,  y  cuando  pases  por 
un  río  te  ahogues. — Parece  que  los  igorrotes 
creen,  de  verdad,  que  si  mienten  les  ocurrirá 
cualqxiier  cosa  de  estas;  así  es,  que  no  juran  en 
falso.  El  juramento  es  la  única  prueba  en  jui- 
cio. Después  de  jurar  se  corta  la  cabeza  á  una 
gallina  y  con  la  sangre  se  le  hacen  al  jurador 
cruces  en  los  pies,  en  el  pecho  y  en  la  cabeza. 
Tantos  juicios,  tantas  gallinas  muertas;  esto  es 
lo  positivo.  La  cárcel  está  en  la  planta  baja;  y 
cosa  extraña,  á  pesar  de  que  sus  paredes  son  de 
frágiles  cañas,  jamás  se  ha  dado  el  caso  de  que 
se  fuguen  los  detenidos,  á  los  cuales  tampoco  se 
custodia.  Verdad  es  que  los  ponen  en  terribles 
cepos. 

Frente  á  la  casa  tribunal  hay  un  abung  de 
igorrotes,  cuya  forma  es  la  de  una  pirámide  le 
cuatro  lados,  completamente  iguales.  Es  de  ñi- 
pa, dando  consistencia  á  las  paredes  el  bambú 
y  el  tronco  de  palmera  que  le  sirven  de  base.  La 
altura  del  ohiivg  es  de  dos  metros  y  en  su  inte- 
rior, en  uno  de  los  rincones,  se  ven  dos  cráneos 
que  proceden  de  enemigos  ó  de  víctimas.  Pare- 
ce que  los  igorrotes,^ — no  respondo  del  hecho, — 
han  solicitado  reemplazarlos  por  otros  de  los  vi- 
sitantes de  la  Exposición. 

La  casa  de  actas  ó  negritos  es  sumamente  cu- 
riosa; está  colocada  á  dos  metros  de  altura  sobre 
el  suelo;  su  elevación  no  pasa  de  la  mitad  de  su 
altura;  las  paredes  son  de  cortezas  de  árbol  y 
rechazan  las  flechas;  una  techumbre  de  ñipa 
las  preserva  del  agua.  Habita  esta  casa  el  ne- 
grito Tek;  en  una  de  las  dos  habitaciones  en 
que  la  casa  se  divide  tiene  su  petate;  la  otra 
está  vacía.  Tek  vive  muy  satisfecho  y  feliz;  con- 
versa con  los  visitantes  y  el  dinero  que  éstos  le 
dan  lo  gasta  en  aguardiente, — como  ves  que  mu- 
chos habitantes  de  esta  capital  no  viven  de  otra 
cosa  y  se  gastan  el  dinero  en  lo  mismo. — En  to- 
das las  latitudes  hay  una  cosa  que  une  á  los 
hombres:  los  vicios. 

La  casa  de  los  igorrotes  está  colocada  sobre 
un  elevado  árbol:  tendrá  de  base  unos  dos  me- 
tros de  longitud  por  un  metro  de  anchura.  Esta 
pequeña  casa,  construida  con  caña  y  ñipa  y 
colocada  sobre  ramas  elevadas  de  árbol,  sirve 
de  albergue  y  defensa  cuando  una  ranchería  es 
sitiada:  la  casa  se  convierte  en  fortaleza  y  últi- 
mo y  desesperado  refugio. 

Este  cuadro  pintoresco  se  completa  por  el 
lago,  que  aquí  se  ramifica  y  viene  á  bañar  la 
madriguera  de  un  enorme  reptil:  de  un  caimán. 
La  comisión  hubiese  deseado,  sin  duda,  para 
mayor  color  local,  que  el  caimán  estuviese  vivo; 
pero  se  ha  convenido  en  que  la  confianza  pú- 
blica requería  un  caimán  disecado.  A  pesar  de 
esto  el  monstruo  es  imponente. 

Dentro  de  este  recinto  saltan  en  libertad  al- 
gunos carabaos  y  varios  corzos,  todos  destina- 
dos á  usos  domésticos  en  las  rancherías  de  los 
igorrotes. 

Ahora,  si  quieres  que  visitemos  las  instalacio- 
nes ,  tendremos  que  pasar  rápidamente  por 
ellas;  pues  no  hay  tiempo  en  unas  cuantas  ho- 
ras para  enterarse  bien  de  aquella  multitud  de 
objetos  y  cosas  aglomeradas  en  las  muchas  sec- 
ciones de  la  Exposición;  y  que  son  como  un  ín- 
dice de  la  región  tan  olvidada  de  España.  En 
una  de  ellas  podemos  ver  minerales  variadísi- 
mos y  botellas  do  aguas  termales,  planos  y  car- 
tas geográficas  y  hasta  los  cráneos  de  algunos 
famosos  bandidos;  en  otra  libros,  armas,  jarro- 
nes de  bronce,  colecciones  de  piedras,  conchas 
y  caracoles,  hamacas,  trajes  de  las  comedias 
chínicas  de  Manila,  imágenes  bordadas  en  oro 
y  plata;  cuadros  y  acuarelas  de  los  artistas  fili- 
pinos ,  una  colección  de  navajas  para  reñir 
gallos,  amuletos  encontrados  sobre  los  cadáve- 
res de  los  tusilanes  (bandidos)  ni  más  ni  menos 
que  sobre  los  cadáveres  de  los  tusilanes  de 
Despeñaperros;  salacots,  es  decir,  sombreros  de 
carey,  concha,  nito  y  buntal,  con  magníficos 
adornos;  retratos  al  óleo  de  célebres  asesinos; 
infinitas  muestras  de  maderas  preciosas. 

No  dejaría  de  interesarte  en  otro  departa- 
mento, entre  otros  trajes,  el  de  una  mestiza, 
consistente  en  saya  de  raso  grana  y  negro  y 
camisa  y  pañuelo  Rangue  bordado.  Hay  una 


LA  ILUSTEACION  IBÉRICA 


435 


colección  de  ídolos;  pipas,  instrumentos  musi- 
cales, bandejas,  chinelas,  zapatos  de  madera  y 
cuero...  Las  secciones  tercera  y  cuarta  son  la 
de  guerra  y  marina;  trofeos  militares  y  cuanto 
se  refiere  al  material  de  los  barcos  y  al  traje  y 
armamento  del  ejército.  La  sección  quinta  es 
florestal:  la  sexta  es  la  de  agricultura;  la  octava, 
la  de  instrucción  pública,  ciencias  y  artes.  En 
litografías  y  en  fotografías  la  industria  del 
archipiélago  está  bien  representada;  los  objetos 
musicales  que  ocupan  dos  tiras  formando  pen- 
dant,  son  de  caña  y  palo,  casi  todos,  y  de  me- 
nos mérito  que  curiosidad.  Hay  unos  bustos  del 
general  Terreros  y  del  Alcalde  de  Manila  señor 
Elizalde,  hechos  por  Vicente  Francisco,  escul- 
tor que  ha  venido  con  la  colonia,  y  que  no 
había  cogido  un  compás  ni  había  hecho  ningún 
dibujo  hasta  que  llegó  á  Madrid. 

Son  muchos  los  aficionados  que  presencian  la 
confección  del  abacá,  producto  exclusivo  en  Fi- 
lipinas, que  produce  al  Archipiélago  un  ingreso 
anual  de  seis  millones  de  pesos  y  debiera  pro- 
ducirle, según  dicen  los  industriales,  mucho 
más. 

Pero,  dando  punto  aquí,  á  esta  carta,  sólo 
añadiré  que  la  Exposición  de  Filipinas  será  el 
centro  de  atracción  universal  para  Madrid;  y 
que  este  movimiento  irreflexivo,  al  parecer,  de  la 
moda,  que  hoy  simpatiza  con  un  país  y  una  ci- 
vilización que  ha  mirado  siempre  con  agria 
extrañeza,  influirá  en  el  deseo  de  conservar, 
prosperar  y  hacer  verdadera  y  eternamente 
propiedad  nuestra  un  país  espléndido  codicia- 
do de  poderosísimos  extranjeros. 

Y  en  verdad  que  nos  ha  dado  tarde  por  las 
Exposiciones;  pero  nos  ha  dado  en  regla...  Ex- 
posición de  Bellas  Artes;  Exposición  de  Horti- 
cultura; Exposición  de  Filipinas;  Exposición 
regional  de  Madrid  en  proyecto... 

Después  de  todo,  una  exposición  es  una  cáte- 
dra donde  aprendemos  materias  especiales,  que 
nos  hubiésemo.s  opuesto  decididamente  á  saber 
si  no  se  nos  enseñasen  con  pretexto  de  divertir- 
nos. 

Las  Exposiciones  son  Escuelas  de  niños  cal- 
vos y  de  niñas  con  hijos. 


Tuyo, 


Fernanflor. 


-*- 


LA  NARIZ 


Abstraído  en  profundas  meditaciones  me  ha- 
llaba dando  pábulo  á  fantásticas  quimeras  que 
todos  los  mortales  alimentan  en  sus  momentos 
de  aparente  y  agobiada  inercia,  cuando  la  im- 
prevista presencia  de  un  amigo,  de  quien  pudie- 
ra decirse  con  el  poeta,  érase  un  hombre  á  una 
nariz  pegado,  vino  á  interrumpir  mis  infructuo- 
sos ensueños.  En  tal  disposición  de  ánimo,  se 
comprende  que,  por  una  de  esas  excentricida- 
des que  no  quiero  calificar,  me  fijase  singular- 
mente en  la  descomunal  nariz  de  mi  desde  en- 
tonces interlocutor,  á  cuyas  preguntas  contestaba 
automáticamente,  embargado  por  las  impresio- 
nes asaz  ridiculas  de  tan  enorme  bicho  y  abis- 
mado en  un  cúmulo  de  consideraciones  que  se 
agolparon  en  mi  mente,  sin  duda  para  dar  apli- 
cación plausible  á  la  existencia  de  ese  «biombo 
de  los  rostros  y  balsopeto  de  la  frente.» 

Que  aquel  individuo  de  la  especie  que  rese- 
ñamos era  á  todas  luces  inconmensurable,  no 
cabe  ni  por  un  momento  dudarlo;  pero  al  lado 
de  éste  hay  otros  que  por  su  delicada  forma  y 
admirable  disposición  son  el  encanto  de  quien 
los  posee,  y,  en  general,  todos  ya  por  los  seña- 
lados servicios  que  nos  prestan ,  ya  por  las  facul- 
tades que  revelan  se  hacen  merecedores  de  la 
dedicatoria  que  encabeza  estas  líneas. 

Desde  luego,  y  tomando  la  defensa  de  este 
cachito  de  nuestra  humanidad  tan  generalmen- 
te desconsiderado,  hemos  de  empezar  por  una 
imprecación  dirigida  á  aquellos  que  en  sus  bri- 
llantes y  cuasi  siempre  hiperbólicas  descripcio- 
nes del  palmito,  han  incurrido  en  el  execrable 


olvido  de  un  calificativo  expresivo  y  adecuado 
al  soberano  papel  que  la  nariz  desempeña  en 
esas  controvertidas  lides. 

Sucede  con  nuestro  protagonista  lo  que  en 
sociedad  al  todo  de  que  forma  parte;  sólo  el  que 
se  agita,  mueve  y  da  señales  de  existencia  me- 
diante el  auxilio  de  sus  músculos  locomotores  y 
tal  cual  exabrupto  de  la  laringe,  logra  por  estos 
solos  méritos  abrirse  paso,  aún  cuando  aquellos 
movimientos  sean  automáticos  como  los  del  pén- 
dulo y  sin  mas  trascendencia  que  los  del  rabo 
del  cualquier  cuadrúpedo  al  azuzarse  los  imper- 
tinentes moscardones. 

Si,   pues,  lejos  la  nariz  de  guardar  siempre 


esta  quieta  actitud,  fuese  como  sus  congéneres 
los  ojos,  de  suyo  movedizos  ó  inquietos,  á  buen 
seguro  hubiese  encontrado  dignos  apologistas 
que  le  sacaran  de  la  oscuridad  en  que  vive,  á 
pesar  de  su  exhibición  perenne  en  el  día  y  en  la 
noche,  en  verano  y  en  invierno,  desafiando  lo 
mismo  los  vividos  rayos  de  un  sol  tropical  que 
las  intempestivas  brisas  de  algunos  grados  bajo 
cero. 

Digresiones  aparte,  siempre  resulta  ser  en 
nuestra  economía  el  órgano  que  en  sus  funcio 
nes  determina  el  más  aristocrático  de  los  cinco 
sentidos;  porque  sólo  á  los  que  disfrutan  de 
tiempo  y  medios  para  aromatizarse  su  persona 


EL  GENIO  DE  LA  FÁBULA  (Froatlspicio  de  una  edición  de  Lafoataiae,  según  un  cuadro  de  Gustavo  Moreaa) 


con  los  perfumes  de  tocador,  les  es  dable  rega- 
larse con  las  placenteras  sensaciones  del  olfato, 
pues  los  demás  mortales  sólo  pueden  aprove- 
char los  desperdicios  de  aquéllos,  si  la  suerte  ó 
la  desgracia,  que  todo  podría  ser,  no  les  propor- 
ciona ocasión  para  gozar  tales  beneficios  en  la 
naturaleza,  al  despertar  del  alba  una  de  las  ma- 
ñanas de  Mayo. 

No  deja  de  tener  sus  inconvenientes  y  en  más 
de  una  ocasión  hemos  de  lamentar  sus  imperti- 
nentes servicios;  pero  vayase  lo  uno  por  lo  otro 
y  á  quien  Dios  se  la  dé  San  Pedro  se  la  bendiga. 

A  este  propósito  es  digna  de  mención  la  ob- 
servación de  un  afamado  doctor,  según  el  cual 
está  el  olfato  mucho  más  perfeccionado  en  el 
hombre  que  en  la  mujer.  Esto  explica  el  abuso, 
mejor  que  uso,  que  éstas  últimas  hacen  de  las 
esencias,  ¡cómo  que  no  las  sienten! 

En  sus  relaciones  con  el  gusto  (no  estético, 
por  supuesto),  puede  decirse  que  ha  dado  forma 
al  arte  culinario,  y  con  él  á  esa  inmensa  falan- 
ge de  gastrónomos  que  pueblan  el  universo. 


¡Cuántas  veces  las  consoladoras  emociones  de 
un  exquisito  y  bien  condimentado  manjar  nos 
cautivan  y  obligan  á  saborearle! 

Y  hé  ahí,  pues,  por  cuan  sencillo  medio  viene 
nuestro  héroe  á  ser  causa  determinante  y  sostén 
de  todo  un  programa  político.  Por  qué,  vamos  á 
ver,  ¿qué  son  esas  opíparas  comilonas  que  con 
el  nombre  de  thes,  lunchs  ó  banquetes  celebran 
cuotidianamente  nuestros  más  afamados  políti- 
cos al  uso,  sino  la  parte  más  importante  de  su 
programa? 

Pero  donde  resalta  la  verdadera  importancia 
de  la  nariz,  es  en  lo  que  atañe  á  su  forma  y  dis- 
posición exterior,  prescindiendo  de  todo  funcio- 
namiento como  órgano  de  nuestro  ser  y  aten- 
diendo meramente  á  su  influencia  que  podríamos 
calificar  de  sociológica. 


(Se  concluirá.) 


í.  CiaBANA. 


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EL    JUBILEO.DE  LA  REINA  VICTORIA  EN  LONDRES  (Dibujo  de  Asarla) 

I.OJ.  trompeteros  de  Estado  aguardando  la  llegada  de  la  reina  á  la  «badla  de  Westumlster.-Paso  do  la  comitiva  regia  por  la  plaza  de  Waterlóo.-La  comitiva  atravesando  el  mue- 
ne  Victoria,  cerca  del  palacio  de  WestumUter.-Vlsta  general  de  la  fiesta  dada  i.  los  niños  de  las  escuelas  de  Londres  en  Hyde  Park.  -Los  niño»  del  Real  Colegio  Naval  de  Green- 
wlch  victoreando  ala  reina  en  TrafalgarSquare. 


4SS 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


CAMPANAS  Y  PALOMAS 


(£0KCLC8IÓH) 

ni 

Un  dia,  aquella  mi  finca  en  la  que  tan  buenas 
migas  hacia  con  mis  inquilinos,  y  donde,  dando 
de  mano  por  obra  y  gracia  de  Eros  al  estudio 
del  ente,  me  solazaba  con  romanzas  de  esquila, 
coros  de  palomas,  conciertos  de  gorriones  y  dia- 
rias melodías  de  susurros  de  hojas,  vióse  inva- 
dida por  un  intruso  que,  porque  se  le  puso  en 
las  mientes  alquiló  un  árbol  contiguo  al  mío,  y 


alli  trasladó  sus  muebles,  6  lo  que  es  lo  mismo, 
un  libro  que  casi  nunca  abría.  Aquella  manco- 
munidad de  bienes  que  en  modo  alguno  podía 
evitar  me  irritó  grandemente  y  no  me  digné 
entrai"  en  amistades  con  mi  copropietario  de 
arboleda. 

Al  principio  no  me  llamó  la  atención  la  con- 
ducta de  mi  nuevo  compañero.  Llegaba  éste, 
sentábase  unas  veces,  paseaba  otras,  de  cuando 
en  cuando  ojeaba  el  libro  su  amigo  y  se  iba. 
Pero  muy  luego  al  marcharse  tomó  la  costum- 
bre de  parar  en  el  ventorrillo;  allí  se  detenía 
unos  instantes;  tomaba  una  botella  de  cerveza 
y  se  partía  enseguida.  Después  alargó  su  visita 


DECLARACIÓN  DE  AMOR  (Cnadro  de  Pió  Ricci) 


al  figón  un  cuarto  de  hora;  después  media,  des- 
pués horas  enteras;  después  entre  él  y  mi  tor- 
mento, la  preciosa  venterilla,  se  armaron  muy 
tirados  paliques  con  ruidoso  cortejo  de  alboro- 
zadas risas,  y  por  último,  mi  copropietario  de 
arboleda  puso  papeles  á  su  árbol,  y  se  mudó  al 
figón  y  en  él  se  pasaba  la  mañana  entera. 

Mordióme  entonces  una  sospecha,  y  con  pro- 
funda cólera  pensé  que  el  quídam  aquel  no  había 
tomado  cuarto  en  la  arboleda,  sino  con  las  avie- 
sas intenciones  de  enamorar  también  á  Ja  chica 
del  figón.  Sino  que,  más  listo  que  yo  ó  más  cur- 
tido acaso  en  las  lides  del  mundo,  dejábase  de 
ini'it¡](-.s  rodeos  y  se  encaminaba  derecho  al  bulto, 
dici'';iií¡oIo  en  la  fraseología  novísima  á  la  moda. 
Tal  vf /,  fué  ilusión,  tal  vez  chifladura  que  vale 
lo  jiii.>:iiio,  pero  8^  me  antojó  que  las  hojas  como 
que  susurraban:  ¡es  su  novio!...  y  que  los  pája- 
ros: pi,  pí,  pí...  decían,  ¡es  su  novio!...  y  que  las 
campanas:  talán,  talán,  doblaban:  ¡es  su  novio! 


y  que  ias  palomas  murmuraban:  ruuú,  ruuú:  ¡es 
su  novio! 

Una  vez  más  Platón  quedaba  derrotado;  una 
vez  más  triunfaba  la  materia.  Aquella  mujer 
era  solo  impuro  barro;  yo  la  hubiera  ofrecido  el 
néctar  coleste  pero  ella  prefería  la  picante  pi- 
mienta. ¡Vaya  V.  con  andróminas  y  espiritua- 
lismos  á  quien  sólo  entendía  de  caracoles  y 
callos!  Yo  era  entonces  poco  menos  que  un  fue- 
go fatuo,  embuti<lo  de  Lamartine  hasta  los  tué- 
tanos, y  ella  era  un  montón  de  carne  con  todas 
las  palpitaciones  y  apetitos  de  la  pasión  sensual 
y  ruda.  Adiviné  la  caída  y  hasta  creo  que  com- 
puse no  sé  qué  elegiacos  versos,  titulados  «Las 
alas  enfangadas»  ó  cosa  así,  dedicados  in  mente 
á  la  graciosa  ventera.  Y  como  era  natural,  au- 
mentóse mi  timidez  y  no  volví  é  manifestar  mis 
ansias  amorosas,  contentándome  con  adorar  á 
mi  ídolo, — así  lo  creía  yo,— desde  lejos,  y  á 
imaginarme  á  aquella  mujer  vaporosa,  con  los 


cabellos  sueltos,  cubierta  de  transparentes  cen- 
dales, y  reclinada  en  una  nube,  en  la  cual  y  en 
la  compaña  de  la  moza  nos  remontábamos  los 
dos  por  esos  espacios  infinitos.  No  han  sido  años 
después  risas,  sino  carcajadas,  las  que  han  tro- 
nado en  mi  boca  al  acordarme  de  aquellos  dis- 
paratados deliquios,  profesados  de  buena  fe; 
entonces  es  cuando  yo  creía  comenzar  mi  carrera 
literaria  porque  colaboraba,  de  higos  á  peras  y 
gratis  por  supuesto,  en  El  Tulipán  azul  6  en  El 
Progreso  de  la  ñmlizañón  ó  en  cualquier  perio- 
dicucho  ó  revista  por  el  estilo. 

Y  así  se  pasó  aquella  primavera,  y  me  licen- 
cié y  comencé  á  rodar  de  veras  por  el  mundo. 
Pero  antes,  una  mañana,  vislumbré  el  principio 
del  fin  de  aquellos  amores  venteriles.  Aquel 
día,  la  viuda,  dueña  del  ventorro,  salió  muy 
tempranito,  á  lavar  sin  duda,  pues  marchóse  con 
un  regular  talego  de  ropa,  apoyado  sobre  la 
robusta  cadera  y  sujeto  bajo  el  brazo.  Agoni- 
zaba el, mes  de  Mayo  y  la  atmósfera  era  caloro- 
sa y  el  aire  encendido  como  si  el  amor  soplase 
en  el  ambiente  á  dos  carrillos.  Había  como  flo- 
tando en  el  éter,  algo  abrumador  ó  incitante  que 
despertaba  sensualidades  dormidas.  Diríase  que 
todos  los  avechuchos  de  la  arboleda  se  busca- 
ban; que  era  más  tierno  el  pitido  de  los  pájaros, 
más  candoroso  el  arrullo  de  las  palomas. 

La  puerta  de  la  venteril  cocina  se  hallaba 
abierta.  Miré  y  debí  de  abrir  ojos  como  platos 
ante  lo  que  allá  adentro  se  veía.  La  muchacha, 
mi  deidad,  permanecía  de  pié,  de  espaldas  y 
apoyada  en  el  fogón;  el  señorito,  mi  copropie- 
tario, le  hablaba  con  animación  vivísima.  Ella 
debía  guardar  silencio;  él  la  puso  ambas  manos 
en  sus  hombros;  estaban  solos  los  dos  en  la  co- 
cina y  en  la  venta.  Sólo  un  gato  dormía  cerca, 
pero  los  gatos,  no  siendo  Enero,  no  se  cuidan 
de  estas  cosas  ni  se  pagan  de  ninguna  clase  de 
papeles  sociales. 

De  pronto  dejó  él  de  hablar,  y  con  la  furia 
del  torbellino,  con  la  atracción  de  fuerzas  igua- 
les, con  espontáneo  y  mutuo  arranque,  ella  y  él 
unieron  sus  cuerpos  con  la  dulce  cadena  de  sus 
brazos,  soldando  esta  cadena  con  el  tierno  re- 
mache de  un  beso.  Luego  ella,  debió  advertirle 
á  él,  algo  prudente,  y  él  se  desasió  y  cerró  la 
puerta  de  la  cocina. 

IV 

— Talaaaán... 

— Tolooón... 

— Ruuú,  ruuú,  ruuú...  ¿Quién  ha  muerto,  ve- 
cinas? 

— Talaaaán...  ¡La  chica  del  ventorrillo!...  Ta- 
laaaán... ¡Nada  es  la  vida  humana!... 

— Tolooón...  ¡Ha  muerto  de  un  desengaño!... 
Tolooón...  ¡Todo  lo  es  la  vida  eterna!... 

— Ruuii,  ruuú...  ¡Algarrobas!  ¿Qué dicen  uste- 
des? Ruuú,  ruuú...  ¿De  modo  que  el  noviajo  del 
señorito?... 

— Talaaán...  ¡No  ha  vuelto  á  acordarse  de  ella! 
Talaán...  ¡Ay  de  la  que  se  hunde  en  el  fango!... 
Talaán.. 

— Toloón...  ¡Ay  déla  que  se  mancha  las  alas!... 
Tolooón... 

— Ruuú...  ¡Lo  de  siempre!...  ¡El milano!...  ¡Po- 
bres mujeres!...  ¡Pobres  palomas!...  Ruuú... 

— Ta'laaán...  Tolooón... 


A.  PÉREZ  G.  Nieva. 


-«- 


REVISTA  CIENTÍFICA 


Propagación  del  germen  dlfterltico.— £1  alcoholismo  en  la 
lactancia.— Modo  de  evitar  la  caída  de  las  correas. —Fetos 
viejos. — El  serrín  como  medio  curativo.  — Las  ortigas.— 
Contra  los  torpedos.— Un  precursor  de  M.  Pasteur.  —Mi- 
crófono y  Teléfono— El  methylal. 

Vamos  á  escribir  una  revista  que,  al  revés 
de  la  anterior,  será  á  hato  fin  rompus. 

Prosiguiendo  suí?  estudios  sobre  las  vías  de 
propagación  de  las  grandes  enfermedades  con- 
tagiosas, se  ha  fijado  recientemente  M.  Tis- 
sier  en  las  condiciones  que  presiden  á  la  difu- 
sión del  germen  difterltico,  deduciendo  de  sus 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


439 


investigaciones,  comunicadas  á  la  Academia  de 
Ciencias  de  París  en  sesión  del  13  de  Junio,  que 
la  difteria  es  una  enfermedad  eminentemente 
infecciosa  cuyo  germen,  trasmitido  por  interme- 
diación de  las  polvaredas  atmosféricas,  tiene  por 
vía  de  absorción  esencial  los  órganos  respira- 
torios. El  polvo  emanado  de  los  estercoleros  y 
depósitos  de  trapos  ó  de  paja  es  particular- 
mente sospechoso,  por  constituir  un  excelente 
medio  de  cultivo  del  germen  patógeno;  los  pi- 
chones y  la  volatería  parecen 
ser  los  agentes  más  activos  de 
la  siembra  de  esos  diferentes 
medios  infecciosos. 

Habida  en  cuenta  la  autori- 
dad de  M.  Tissier,  nada  costa- 
ría á  las  autoridades,  y  menos 
aún  á  los  particulares,  no  echar 
en  saco  roto  su  descubrimiento. 

M.  Decaisne  ha  recogido  un 
número   bastante    considerable 
de  observaciones  respecto  á  ac- 
cidentes graves  en  los  niños  de 
teta,    tales  como   convulsiones, 
vómitos,  etc.,  que  hacían  temer 
no  comenzase  una  meningitis, 
siendo  así  que  dependían  de  ex- 
cesos alcohólicos  á  que  se  ha- 
bían   entregado    las    amas    de 
leche  los  días  precedentes.  En 
muchas  casas  las  nodrizas  nega- 
ban haber  infringido  el  higié- 
nico precepto  de  la  templanza, 
y  los  papas  les  hacían  coro  pon-' 
derando  su  afición  al  agua  pura, 
pero  una  vigilancia  discreta  ve- 
nía á   poner  después  las  cosas 
en  su  verdadero  punto.  Sirvan, 
pues,  estas  maliciosas  observa- 
ciones de  M.  Decaisne  para  re- 
frenar un  poco  la  afición  de  los 
autores  de  los  días  de  los  bebés 
á  entregarlos  á  éstos  al  cuidado 
de  la  mamífera  tan  admirable- 
mente descrita  por  Pérez  Galdós 
en  El  Amigo  Manso. 
* 

Según  se  lee  en  el  Eco  de  las 
minas  y  de  la  metalurgia,  fran- 
cés, entre  las  causas  que  hacen 
caer  las  correas  de  sus  poleas 
cuando  éstas  son  lanzadas  á 
gran  velocidad,  una  de  las  más 
importantes  es  la  capa  de  aire 
que  se  interpone  entre  las  dos 
superficies  de  rozamiento.  No 
pudiendo  este  aire  escaparse, 
causa  sobresaltos  que  pueden 
acarrear  la  caída  de  la  correa. 

El  remedio  consiste  en  prac- 
ticar agujeros  á  dos  ó  tres  cen- 
tímetros entre  sí,  en  toda  la  su- 
perficie de  la  correa;  el  aire  se 
escapa  fácilmente  y  de  este  mo- 
do se  obtiene  una  marcha  re- 
gular. 

Un  señor  A.  G.,  le  manda  á 
un  periódico   parisiense   la  si- 
guiente nota:  «Habiendo  tenido 
ocasión  de  enterarme  de  la  ob- 
servación   que   M.  Sappey  ha 
comunicado  á  la  Academia  de 
Ciencias  (sesión  del  27  de  Agosto  de  1883)  res- 
pecto á  un  feto  que  permaneció  cincuenta  y  seis 
años  en  el  vientre  de  su  madre,  he  recordado 
uu  hecho  de  que  fui  testigo  en  Í863  en  una  ca- 
cería en  las  montañas  de  Bitche. 

«Abriendo  una  corza  que  acababa  de  matar, 
encontré,  donde  debía,  un  corzuelo  muerto,  com- 
pletamente formado  y  á  téimino,  con  el  pelam- 
bre moteado  de  los  pequeños  de  su  especie. 
Estábamos  en  Febrero  y  el  trabajo  de  las  corzas 
ocurre  á  fines  de  Abril  ó  principios  de  Mayo; 
el  feto  permanecía,  pues  allí,  hacía  ocho  ó  nueve 
meses  en  un  estado  de  conservación  perfecto. 
y  lo  mismo  podía  ser  desde  hacía  años.  El  ani- 


mal se  encontraba  en  perfecto  estado  y  su  an- 
dadura, en  la  montaña,  no  indicaba  absoluta- 
mente nada  de  anormal. 

»En  mi  larga  carrera  de  cazador,  no  he  visto 
sino  dos  veces  un  hecho  semejante,  por  más  que 
hayan  sido  á  millares  las  piezas  que,  sin  levan- 
tar mano,  haya  vaciado  de  aquella  suerte.  La 
última  vez  que  lo  haya  visto  fué  el  mes  de 
Enero  del  año  1885,  pero  este  último  feto, 
también  á  término,  estaba  endurecido  y    arru- 


gado, mientras  que  en  el  primero  no  era  asi.» 
* 

M.  H.  O.  Thomas  acaba  de  publicar  en  el 
Provincial  Medical  Journal  un  trabajo  sobre  el 
serrín  como  materia  de  curación.  Toma  serrín 
ordinario,  despojado  naturalmente  de  los  nume- 
rosos fragmentos  puntiagudos  ó  angulosos  que 
se  encuentran  á  menudo  en  él;  lo  humedece  con 
una  materia  medicamentosa  antiséptica  v  lo  em- 


ANDRAJOS  Y  CIGARROS  (Cuadro  de  Alfredo  Kappes) 


plea  seco  ó 
Para  darle 


húmedo,  según  las  circunstancias. 

propiedades  antisépticas  usa  ora 
el  eucahptol  y  el  ácido  fénico,  'ora  el  ácido  pi- 
roleñoso  y  el  bicloruro  de  mercurio.  En  los 
casos  de  fractura  complicada  el  serrín  presta 
un  doble  servicio,  jmes  absorbe  los  líquidos  de 
la  herida  y  sirve  para  mantenerla  inmovilidad; 
siive  de  lecho,  do  soporte  á  la  parte  lesionada,' 
que  descansa  en  él  sin  fatiga.  M.  Thomas  em- 
plea el  serrín  para  toda  clase  de  heridas  y 
declara  que  le  va  muy  bien.  Parece,  en  efecto, 
que  dicha  materia  debe  presentar  propiedades 
absorbentes  notables;  es  fácil  de  manejar  y 
debe  de   ser  más  cómodo  reemplazar  algunos 


puñados  empapados  en  pus  y  sangre,  que  no 
rehacer  un  vendaje  entero  y  colocar  de  nue- 
vo uata  ó  hilas.  Teníamos  ya  la  lana  y  el  papel 
de  madera;  he  aquí  las  hilas  de  lo  mismo.  (Re- 
vue  bcientifique.) 


*  * 


Esto  de  sacar  provecho  del  serrín  nos  lleva 
como  por  la  mano  á  tratar  de  otra  clase  de  apro- 
vechamientos no  menos  estupendos  de  materias 
tenidas  hasta  el  presente  por  perfectamente 
mutiles  Tal  es  el  caso  de  las  ortigas.  «Esta 
planta,  dice  el  periódico  antes  citado,  es  muy 
abundante  en  esta  época;  se  la  puede  utilizar 


EXPOSICIÓN    NACIONAL 


ENTRADA  DEL  EMPERADOR  CARLOS  V  EN  EL  MONASTERIO  D] 


BELLAS  ARTES   DE  1887 


luadro  de  Agrasot,  diploma  de  bouor  de  segunda  medalla  (Dibujo  de  Poiisoda) 


442 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


para  pasto  de  los  ganados.  Fresca  3'  muy  eco- 
nómica anmenta  la  producción  de  la  leche  en 
las  vacas  y  las  cabras  que  la  consumen,  dando 
una  fuerte  proporción  de  crema  y  de  azúcar. 

»Lo8  brotes  jóvenes  son  arrancados  )•  aban- 
donados algún  tiempo  al  airéaseles  mezcla  con 
tres  veces  sn  peso  de  avena  ó  de  paja  y  los  ani- 
males absorben  este  alimento  con  avidez,  no 
sufriendo  en  manera  alguna  su  boca  por  la 
acción  irritante  de  la  ortiga.  Los  colonos  inte- 
ligentes buscan  mucho  el  estiércol  qne  resulta 
de  esta  mezcla  y  que  es  excelente  para  el  cul- 
tivo. 

>  Según  la  Francia  agrícola,  los  volátiles  en- 


gordan rápidamente  cuando  se  les  pone  al  ré- 
gimen de  las  semillas  de  ortiga.  Estas  semillas 
dan  un  aceite  de  un  gusto  delicado,  recomen- 
dado á  las  madres  jóvenes  para  favorecer  la 
secreción  de  la  leche  y  empleado  en  medicina 
como  derivativo  en  ciertas  enfermedades. 

«Desde  tiempo  inmemorial  fabrican  en  la 
China  telas  maravillosas  tejidas  con  la  hilaza 
de  la  ortiga  blanca.  Los  tejidos  que  suministra 
la  ortiga  común,  son  superiores  á  los  que  se 
obtienen  con  el  lino  más  bello,  y  la  materia 
textil  se  enría  completamente  al  cabo  de  una 
semana  de  permanencia  en  el  agua.» 

Es  de  celebrar  que  las  ortigas,  hasta  el  pre- 


sente sólo  utilizadas  por  las  comadres  que  ha- 
cían con  ellas  un  cocimiento  contra  las  me- 
trorragias,  hayan  resultado  unas  plantitas  tan 
estimables  y  beneficiosas. 


,* 


Ha  sido  siempre  articulo  do  fe  que  un  torpe- 
do ó  un  torpedero  pueden  destruir  el  mayor  aco- 
razado si  la  explosión  se  produce  contra  la  qui- 
lla. Con  este  objeto  se  ha  tratado  de  preservar 
los  buques  contra  los  efectos  de  los  torpederos, 
pero  no  se  ha  alcanzado  por  este  camino  los 
mismos  progresos  que  en  el  perfeccionamiento 
de  los  torpedos;  habíase  tenido  demasiado  en 


DIBUJOS  DECORATIVOS  DE  WALTER  GRANE:  LA  EDAD  ANTIGUA  (Papel  Imitación  de  guadamacil) 


poco  en  un  principio  á  esos  destructores  mi- 
núscolos;  y  ahora  sus  poderosos  efectos  han  de- 
mostrado que  hay  que  contar  seriamente  con 
ellos. 

A  este  objeto  ha  imaginado  M.  E.  P.  de  Celis, 
de  los  Angeles,  el  procedimiento  siguiente,  des- 
tinado á  prevenir  la  aproximación  de  un  barco 
submarino:  la  quilla  está  perforada  por  cierto 
número  de  ojos  de  buey  debajo  la  línea  de  flo- 
tación; se  lanza  por  esas  aberturas  haces  lumi- 
nosos muy  potentes  que  iluminan  los  contomos 
del  buque  y  permiten  á  los  vigías  señalar  la 
aproximación  de  un  torpedero,  y  así  es  fácil  po- 
nerle fuera  de  estado  de  poder  perjudicar  antes 
de  que  llegue  á  la  distancia  en  que  sus  efectos 
serían  peligrosos. 

Como  este  modo  de  protección  no  cuesta  mu- 
cho y  nunca  están  de  sobra  las  precauciones,  po- 
dría aplicarse  quizás  á  nuestro  Pelnyo,  aprove- 
chando la  próroga  de  seis  meses  que,  según 
parece,  ha  pedido  la  Societé  den  forges  et  chan- 
tier»  para  entregar  aquel  costoso  barco. 


Digamos  otra  vez  Nihil  vovum  sub  solé  con  el 
Eclesiastés,  ya  sea  Salomón  su  verdadero  autor, 
como  creemos  los  católicos  fervientes,  ya  sea 
aquel  judío  bon  vivant  y  pre-volteriano  que  ase- 
gura M.  Ernesto  Renán.  En  efecto,  resulta  aho- 
ra que  ya  antes  de  que  M.  Pasteur  inventase  sus 
inoculaciones  más  ó  menos  intensivas  contra  la 
hidrofobia  se  le  había  ocurrido  lo  mismo  á  mon- 
sieur  .1.  B.  Salgues,  autor  de  un  Traite  des  er- 
reurs  el  des  prejugés,  publicado  en  París  en  1810. 
« Los  carnívoros  susceptibles  de  contraer  la 
rabia,— escribía  aquel  sabio  del  primer  imperio, 
—son  también  los  tínicos  capaces  de  comunicar- 
la. Las  especies  inocentes  que  viven  de  frutos, 
de  yerbas,  de  semillas  pueden  recibirla,  pero  no 
la  transmiten,  como  si  la  naturaleza  hubiese 
querido,  por  esta  feliz  excepción,  recompensar- 
les de  sus  virtudes  pacíficas.  Este  hecho  es  hoy 
día  constante,  de  suerte  que  seria  tal  vez  posi- 
ble enr/mtrnr  en  esos  iininifiles  un  virus  wás  dulce 
y  travsportarli  á  las  espeñes  carnívoras  como  se 
trasmite  el  virus  vacuno  á  las  especies  susceptibles 
de  la  viruela. % 

Prescindiendo  de  las  inexactitudes  y  candi- 


deces del  párrafo  anterior,- — exhumado  por  el 
Intermediaire  des  chercheurs  et  curieux, — no  deja 
de  ser  notable  la  ocurrencia  de  M.  Salgues,  rea- 
lizada científicamente  hoy  por  el  eminente  quí- 
mico francés. 


* 
*  * 


Añadamos  ahora  que  tampoco  son  nuevas  las 
palabras  micrófono  y  teléfono,  por  más  flamantes 
que  sean  los  instrumentos  que  conocemos  hoy 
con  aquellos  nombres.  Según  un  periódico  elec- 
tricista de  Nueva- York,  la  palabra  micrófono 
fué  empleada  por  primera  vez  en  1827,  aplicán- 
dose á  un  instrumento  mecánico  inventado  por 
Wheatstone  y  cuyo  objeto  era  hacer  percepti- 
bles los  sonidos  más  débiles.  En  cuanto  á  la  voz 
teléfono  no  se  remonta  más  que  á  1845,  sién- 
dole tlada  semejante  denominación  á  un  aparato 
inventado  por  el  capitán  John  Taylor,  «instru- 
mento poderoso  destinado  á  transmitir  señales 
durante  la  niebla,  con  auxilio  de  sonidos  produ- 
cidos por  el  aire  comprimido  á  través  de  unas 
bocinas.»  Olvidado  el  vocablo,  empleólo  de  nue- 
vo _^Sudre  en  1864,  para  significar  con  él  un 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


443 


sistema  de  lenguaje  musical  que   había   imagi- 
nado. 

Claro  está  que  la   nomenclatura  actual  es  la 
más  propia  y  precisa. 


* 


Los  señores  Mairet  y  Combemale  han  dado 
á  conocer  recientemente  sus  investigaciones 
sobre  el  nuevo  medicamento  llamado  Methylü, 
basándose  en  los  experimentos  practicados  en 
treinta  y  seis  individuos  afectados  de  enagena- 
ción  mental  y  atormentados  por  agitaciones  é 
insomnios  bajo  la  dependencia  de  locuras  de 
forma  y  naturaleza  diferentes.  Parece  que,  sin 
producir  efecto  hipnótico  en  la  locura  alcohóli- 
ca y  en  el  período  inicial  de  las  locuras  sim- 
ples con  agitación  nocturna,  el  methylal  presta 
en  cambio  buenos  servicios,  generalmente,  en 
el  período  de  estado  de  estas  locuras  simples, 
así  como  en  los  insomnios  propios  de  la  demen- 
cia simple,  de  la  demencia  por  ateromasia  y 
de  la  demencia  paralítica.  En  todos  estos  ca- 
sos, empero,  excepto  en  el  último,  se  habitúa 
prontamente  al  enfermo  y,  por  lo  tanto,  deja 
de  producir  efecto. 

El  methylal  ejerce  una  acción  puramente 
sommífera;  su  impresión  sobre  el  cerebro  es 
pasajera  y  no  produce  ninguna  depresión;  al 
despertar,  la  agitación  del  paciente  es  tan  in- 
tensa como  la  víspera. 

Sea  como  fuere,  sin  embargo,  será  siempre 
digno  de  aprecio  todo  agente  que  venga  á  enri- 


quecer la  serie  de  los  hipnóticos,  tan  socorridos 
en  la  práctica,  ya  que  el  médico  no  puede  en 
muchos  casos  desempeñar  otra  misión  que  la  de 
componer  los  dulces  medicamentos  que  apaciguan 
los  negros  dolores,  como  decía  Homero. 

Alfredo  Opisso. 


TIPOS    DE    SALÓN 


III 

Le  ha  llegado  el  turno  al  más  ingenioso  y  ne- 
cesitado de  los  que  me  he  propuesto  presentar. 
Seamos  benévolos  con  él  ya  que  la  fortuna  ha 
dejado  de  mirarle  sumiéndole  en  una  posición 
humillante  para  su  orgullo  de  cortesano. 

Consuélese  este  mortal,  hoy  desgraciado, 
pensando  que  todavía  puede  ser  feliz. 

Triste  consuelo  en  verdad,  y  más  para  el 
que,  como  él,  no  sabe  apartarse  del  muiidanal 
ruido  y  rehuye  el  más  apetecible  bienestar  si 
para  alcanzarlo  ha  de  sacrificarse  levemente. 

Carácter  perezoso  y  displicente,  como  buen 
hijo  del  Mediodía  español,  odia  con  sus  cinco 
sentidos  al  trabajo,  porque  jamás  lo  ha  cultiva- 
do y  es  tal  lo  enemigo  que  le  tiene,  que  hasta 
leer  una  novela  le  causa  fatiga  insoportable. 

Ha  nacido  con  vocación  decidida  para  corre- 
tear por  los  salones  que  le  son  accesibles  y  por 
todos  los  sitios  frecuentados  por  la  aristocracia, 
y  ha  avivado  aquella  vocación,  su  excesivo  de- 
seo de  ocupar  en  ésta  un  lugar  preferente. 

Mas  como  á  su  deseo  y  blasones  no  acompa- 
ña el  dinero  que  para  conseguirlo  se  necesita, 
hoy  ve  con  tristeza  que  sólo  á  medias  ha  lo- 
grado lo  que  con  tanto  afán  apetece  y  ya  de- 
sespera poder  alcanzarlo. 

Dije  que  lo  consiguió  á  medias,  porque  con- 


EL  POETA  Y  PEGASO  (Entrepaño  en  plombagina  .-FIGURA  EMBLEMÁTIGA  DEL  AIRE  (Cartón  para  mosaico) 


curre  con  asiduidad  á  casi  todos  los  salones  en 
que  se  recibe;  trata  amistosamente  á  los  más 
distinguidos  proceres,  asiste  siempre  á  los  es- 
pectáculos en  que  hay  que  ver  ú  oir  algo  nota- 
h\e,  pasea  en  los  carruajes  más  lujosos,  y, 
sin  embargo,  tiene  que  limitarse  á  vestir  con 
cierta  modestia,  á  economizar  en  sus  vicios 
y  á  ahorrar  cuanto  lo  es  posible  en  todos  sus 
gastos. 

Está  pasando  por  una  situación  tan  peligrosa 
que  le  obliga  á  valerse  del  balancín  de  más  di- 
fícil manejo,  cual  es  el  ingenio,  para  atrave- 
sarla manteniéndose  en  equilibrio  aunque  sea 
muy  dificultoso  en  tal  circunstancia. 


De  un  lado  el  recuerdo  de  sus  antepasados  y 
su  ingénita  vanidad  le  producen  irresistible 
atracción  hacia  el  pináculo,  para  él  inconquis- 
table, de  la  aristocracia;  de  otro,  su  amor  á  la 
holganza  y  sus  rentas,  si  buenas  para  figurar 
decentemente  en  la  clase  media,  insuficientes 
para  vivir  de  un  modo  aristocrático,  le  precisan 
á  sostenerse  en  un  punto  medio,  y  para  esto, 
además  de  aguzar  el  ingenio,  tiene  que  confor- 
marse á  pasar  alguna  que  otra  penuria,  con  las 
cuales  se  aviene  muy  mal. 

Colocado  entre  estas  dificultades  y  aquellos 
sus  deseos,  preso  entre  unos  y  otros,  si  consigue 
satisfacer  las  que  él  considera  sus  más  apre- 


miantes necesidades,  débese  á  que  generalmente 
cubre  las  llamadas  primeras,  á  costa  de  sus 
prójimos. 

Por  eso  dice,  con  muchísima  razón  y  ocul- 
tando que  de  ello  está  plenamente  convencido, 
que  si  no  tuviera  amigos  no  podría  vivir. 

Así  es,  en  efecto,  pues  si  careciera  de  éstos 
no  le  sería  posible  hacer  la  vida  que  hoy  hace, 
y  teniendo  que  renunciar  á  ella,  renunciaría 
también  de  muy  buena  gana  á  la  existencia. 
Porque  hay  que  advertir  que  no  comprende 
ésta,  sin  el  cumplimiento  (en  todo  ó  en  parte) 
de  los  deseos  que  uno  tiene;  lógica  consecuencia 
de  su  carácter  é  ideas,  las  cuales  discrepan  bae- 


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LA.  CASA  DEL  PRETOR  (Dilujo  de  Juan. Gthrtf) 


4é6 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


tante  de  las  que  sostiene  la  clase  á  que  él,  por 
nacimiento,  pertenece. 

Esto  no  debe  causar  extrañosa,  porque  sobre 
él  han  ejercido  y  ejercen  una  grande  influencia 
las  teorías  modernas  con  todas  sus  numerosas 
ventajas  y  no  pocos  inconvenientes,  influj-endo 
siempre  mAs  los  últimos. 

Dicho  queda,  que  s^gún  afírmación  suya,  la 
vida  sin  la  amistad  le  sería  insoportable,  y  resta 
decir  como  le  va  en  eete  mundo  en  el  trato  con 
sos  amigos. 

Si  á  la  fortuna  puede  hacerle  cargos  porque 
no  ha  sido  más  pródiga  con  él,  seguramente  que 
á  la  amistad  no  tiene  que  hacerle  ninguno. 

A  no  ser  que  corresponda  á  los  favores  con 
ingratitud  y  á  loe  obsequios  con  voluntario  ol- 
vido. 

Pero  como  no  es  de  los  que  asi  proceden,  á 
nadie  guarda  él  más  reconocimiento  que  á  la 
amistad  y  á  los  hombres  con  los  cuales  está 
unido  por  ella. 

Es,  pues,  estómago  agradecido,  porque  im- 
porta saber  que,  con  arreglo  al  moiiits  vivendi 
propio,  que  há  tiempo  puso  en  práctica,  en  su 
alimentación  gasta  muy  poco  dinero. 

En  las  comidas  sigue  la  costumbre  francesa, 
es  decir,  que  almuerza  cuando  el  mediodía  está 
próximo  y  come  á  las  últimas  horas  de  la  tarde. 

Cada  día  de  la  semana  hace  esto  último  en 
distinta  casa,  pero  ninguno  en  la  suya. 

Según  dice  son  tantas  las  invitaciones  que 
para  comer  tiene  que  aceptar,  que  para  aten- 
derlas todas  se  ve  precisado  con  frecuencia  á 
almorzar  en  la  de  algún  su  amigo. 

Los  días  que  no  sucede  así,  ó  no  almuerza  ó 
lo  hace  muy  frugalmente. 

Por  las  noches,  antes  de  retirarse  y  cuando 
no  le  han  dado  té  en  la  casa  á  que  ha  asistido, 
toma  chocolate  en  cualquier  café  6  en  el  casino. 

Y  al  levantarse  por  la  mañana  (muchos  días 
ya  es  tarde)  no  acostumbra  á  tomar  nada. 

Esto  es  lo  que  se  llama  vivir  á  costa  de  los 
amigos. 

Si  bien  es  verdad  que  paga  si  no  con  creces, 
como  puede,  estas  distinciones. 

Y  lo  hace  prestando  servicios  á  granel  y 
dando  pruebas  de  la  más  sincera  amistad  á  los 
que  se  muestran  tan  galantes  con  él. 

A  los  más  íntimos  les  ayuda  en  la  difícil  ta- 
rea de  hacer  los  honores  de  la  casa;  si  dan  al- 
guna fiesta  en  sus  preparativos;  si  una  excur- 
sión campestre  á  disponerla. 

A  los  que  no  trata  con  mucha  intimidad,  les 
pone  al  corriente  de  lo  que  desean  saber  de  otras 
casas  que  él  frecuenta;  les  notifica  anticipada- 
mente las  novedades  teatrales  y  los  adula  con 
la  más  refinada  lisonja. 

De  este  modo  deja  á  todos  igualmente  satis- 
fechos y  captándose  muchas  simpatías  llega  á 
ser  un  elemento  tan  importante  en  las  mesas  de 
BUS  conocidos  que  todos  desean  ser  sus  anfi- 
triones. 

Una  de  las  buenas  cualidades  que  tiene  (la 
que  más  aprecian  sus  amigos)  es  que  no  critica 
ni  murmura  de  nadie. 

Eb  poco  hablador  y  en  su  lenguaje  ampuloso, 
pero  discreto,  se  descubre  totalmente  su  carác- 
ter beatifico  á  la  par  que  petulante. 

De  él  dicen  lenguas  viperinas  que  es  un  ani- 
mal inofensivo. 

Por  su  buena  educación  y  cariñoso  trato  se 
le  estima  mucho,  pues  ambas  cualidades  esca- 
sean hasta  en  la  alta  clase  social. 

Por  su  vanidosa  jactancia  de  aristócrata  de 
preclara  prosapia,  se  le  censura  sin  acritud, 
porque  este  es  su  único  defecto,  ó  más  bien,  su 
sola  debilidad. 

Es,  pues,  nn  individuo  muy  digno  de  ser 
apreciado,  que  pasa  la  vida  haciendo  servicios 
de  mayor  ó  menor  importancia  á  sus  amigos  de 
elevada  posición  y  cobrándoselos  en  comidas, 
paseos  en  carruaje,  palcos  de  teatro,  jiras  cam- 
pestres y  otras  frioleras. 

RlCABDO  J.  IrANZO. 


AYER  Y  HOY 


-«- 


1871-1886 

En  un  bosque,  en  nn  bosque  frondosísimo 
paseábamos  los  dos; 

ella  era  hermosa  y  buena  como  un  ángel, 
y  la  adoraba  yo 

En  purísimo  fuego  por  mí  ardía 
su  virgen  corazón; 

con  dulce  voz  me  dijo: — «¡Qué  felices 
vamos  á  ser  los  dos!» 

Con  sus  rosados  dedos,  una  linda 
flor  de  brezo  cogió; 
yo  vi  á  la  flor  de  gozo  estremecerse, 
y  envidia  tuve  yo. 

Sonrió  como  un  ángel,  y  la  hermosa 
florecilla  me  dio, 

diciéndome: — «Esta  flor  sea  el  emblema 
de  nuestro  tierno  amor. 

»No  ama  esta  bella  flor,  aunque  tan  bella, 
el  mundano  rumor; 
busca  la  soledad  en  sus  amores, 
como  nosotros  dos. 

»Esta  linda  y  modesta  flor  del  yermo, 
¡cómo  la  quiero  yo! 

¡Guárdala  siempre,  y  nuestro  amor  tiernísimo 
siempre  bendiga  Dios!» 

Tomé  la  florecilla,  y  á  los  labios 
llévela  con  amor; 

de  gozo  henchido,  en  el  instante  mismo 
palpitó  el  corazón. 

¡Oh,  día  inolvidable!  ¡Qué  dichoso 
entonces  era  yo! 
La  vida  un  paraíso  parecíame, 
y  bendecía  á  Dios. 

Angeles  parecíanme  los  hombres, 
llenos  de  ardiente  amor, 
— ¡Qué  buenos  son  los  hombres,  yo  íecía, 
y  qué  amoroso  es  Dios! 

Fresco  como  la  flor  recién  nacida 
tenía  el  corazón; 
sólo  de  nombre  el  odio  conocía. 
Era  yo  todo  amor. 

Pero  ¡ay!  el  mundo,  el  miserable  mundo, 
de  ella  me  separó; 

desde  entonces,  perdida  la  esperanza, 
siempre  llorando  estoy. 

El  mundo  fea  cárcel  me  parece, 
la  vida  me  da  horror; 

y  lloro  el  día  infausto  en  que,  ¡oh,  desgracia! 
al  mundo  vine  yo. 

La  flor  de  brezo  que  amoroso  guardo, 
ya  no  tiene  color; 

la  pobre  mustia  está,  cual  la  esperanza 
de  mi  perdido  amor. 

Más  valiera  que  nunca  ella  brotara, 
y  nunca  viera  el  sol; 
y  no  se  viera  mustia,  mustia  y  seca, 
como  la  miro  yo. 

Más  me  valiera  á  mí  no  haber  venido 
á  este  mundo  traidor; 
así  el  mundo  cruel  no  asesinara 
mi  desdichado  amor. 

Vicente  de  Abana. 

^ 


BIBLIOGRAFÍA 


BETAZOS  LITERAKIÜS 

por  D.  Joaquín  Adau  Berued;  Huesca,  1887 

Contiene  esta  colección  algunas  composicio- 
nes de  valía,  mezcladas  con  otras  en  que  quizás 
se  transparenta  demasiado  la  imitación  de  los 
maestros  favoritos  de  la  mayoría  de  los  versifica- 
dores. Generalmente  pertenecen  al  género  ama- 
torio, si  bien  donde  á  mi  juicio  se  muestra  mas 
original  y  espontáneo  el  señor  Berned  es  en  las 
que  habla  de  las  tristezas  y  aspiraciones  del  poe- 
ta: la  Introducción,  Mi  anhelo,  ¡Ya  veremos.' 
¡Siempre  adelante!  Sin  careta,  ¡Oh,  la  amistad! 
Amor  imposible,  la  CCIV,  etc. 

En  cuanto  á  los  epigramas,  adolecen  casi 
todos  de  un  verdor  archi-primaveral. 

Es  de  creer  que  el  Sr.  Adán  Berned,  poeta  de 
brillantes  condiciones,  dará  pronto  una  mues- 
tra formal  de  lo  que  puede,  ya  que  las  compo- 
siciones de  que  hablamos  tienen  en  su  abono 
la  falta  de  pretensiones  con  que  están  escritas, 
así  como  la  manera  como  lo  han  sido,  según 
cuida  de  indicar  el  autor. 


*  * 


LA   BABIRA  T  NUETl-YORK.  -  DC   PUKRTU   RICO   í   MlDEIO 

por  D.  Manuel  Fernáudcz  Juncos;  Puerlo  Rico,  1887 

Ambas  obras  se  leen  con  singular  agrado  ó 
interesan  vivamente,  pues  aparte  de  las  amenas 
descripciones  de  los  lugares  visitados  y  de  la 
relación  de  las  emociones  y  lances  del  viaje, 
encierran  multitud  de  retratos  de  nuestros  más 
famosos  literatos  y  políticos  estudiados  en  su 
vida  intima.  Así,  por  ejemplo,  nunca  hemos 
leído  nada  tan  curioso  é  interesante  sobre  la 
Sra.  Pardo  Bazan  como  el  capítulo  en  que  el 
autor  refiere  la  visita  hecha  en  la  Coruña  á  la 
ilustre  autora  de  La  Tribuna.  Enviamos  al  dis- 
tinguido escritor  puertoriqueño  nuestra  más 
cordial  enhorabuena,  i 


Carlos  Mendoza. 


-*- 


NUESTROS  GRABADOS 


vn  abqblo 
Cuadro  de  Kroubergcr 

Hermosa  obra  en  el  concepto  del  claro  oscuro;  expresión 
bien  hallada  y  mucha  verdad  en  todo.  No  se  le  puede  pedir 
más  á  un  pintor  de  abuelos. 

IL   GENIO    DE    LA    FXBULA 

Acuarela  de  O.  Uoreati 

Pocos  artistas  pueden  Jactarse  como  Moreau  de  ser  hijos 
de  BU  tiempo;  en  sus  obras  todas  se  ve  que  padece  del  mal 
du  Hecle,  esto  es,  de  la  Insaciable  sed  de  analizar  y  sutilizar 
la  vida,  del  afán  de  qulntesenciarlo  todo  y  de  la  manía  de 
perseguir  la  resolución  de  los  más  misteriosos  problemas. 
Asi  no  es  de  extrañar  que  haya  simbolizado  tan  magistral- 
mente  el  Genio  de  la  fábula,  apartándose  de  los  procedimien- 
tos de  receta  hasta  ahora  en  uso.  Nada  más  exquisito  que  ese 
frontispicio  representando  una  mujer  seml  desnuda,  abraza- 
da á  un  busto  de  Esopo  y  montada  en  un  fantástico  grifo,  al 
que  sirve  de  heraldo  el  peroro  azul,  caro  á  los  soñadores. 

IXPOBICrOK  NACIONAL  DE   BELLAS   ARTES  DE   1887 
ENTRADA    DEL    EUPERADOR   CARLOS  T 

EN  EL  uuNABTEiiio  DE  YOST»,  dc  D.  Joaquiu  Agrosol 

EL  CADÁVER 
DI  ÁLVAEEZ  DE  CASTRO  ANTE  EL  PUEBLO  DE  GERONA 

de  D.  Tomát  Muñoz  Lucena 

Del  primero  de  eso's  dos  cuadros,  dice  el  Sr.  Giner  de  los 
Ríos: 

«No  debe  negarse  que  el  cuadro  está  bien  pintado,  en 
cuanto  concierne  á  la  factura;  pero  á  hombres  de  la  talla  del 
señor  Agrasot  puede  exigirle  la  opinión  mayor  esfuerzo,  si 
han  de  competir  sin  desmerecer  con  la  juventud  que  trabaja 
con  entusiasmo  empujando  á  la  generación  de  los  artistas 
consumados.  El  grupo  de  sacerdotes  revestidos,  á  la  derecha 
del  cuadro,  está  sentido  y  dispuesto  de  manera  Intachable; 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


«L  JUBILEO   DK    LA   BEIKA   TICTOEU   KN   LONDRES 

Sabido  es  que  el  21  del  pasado  Junio  se  celebró  en  la  me- 
trópoli británica,  con  no  poco  júbilo,— y  varias  piernas  rotas, 
—el  50»  aniversario  del  reinado  de  su  graciosa  majestad  Vic- 
toria I.  Muchos  fueron  los  festejos  y  hasta  excesivo  el  entu- 
siasmo Inglés,  por  lo  cual,  en  la  imposibilidad  de  dar  un 
trasunto  gráfico  de  todo,  hemos  escogido  algunos  episodios 
y  tipos  bastante  característicos  de  aquella  solemnidad  mo- 
nárquica. 

DECLABACIÓN    DE    AUOR 

Cuadro  de  Pío  Rieei 

No  hay  que  hacer  gran  caso  de  la  amenazadora  campani- 
lla. Se  trata  del  siglo  xviii  y  entre  aquellas  damas  y  caballe- 
ros no  se  tenía  por  gran  pecado  ios  mayores  atrevimientos 
en  galantería,  salvo  siempre  honrosas  excepciones. 

ANDRiJOS   T   CIOABKOS 

Acuarela  de  Alfredo  Kappea 

El  eapecíalümo  en  el  arte  conduce  á  raras  preferencias. 
Hay  quienes  se  dedican  á  pintar  pichones;  otros  á  pintar  sol- 
dados; Mr.  Kappes  fe  dedica  á  pintar  negros. 

Esta  vez  el  personaje  es  una  morena  que  harta  de  trabajos 
y  miserias,  ha  buscado  en  el  tabaco,-ese  consolador  ünpar- 
ciai  de  rlcosy  pobres,-un  lenitivo  á  suspenillas. 

DIBUJOS   DECORATIVOS  DE    WALTER   CBANE 

Después  de  haber  sido  un  dibujante  de  libros  como  otro 
cualquiera,  revelóse  Walter  Crane  eminente  dibujante  de  es- 
tampaciones en  lelas  ó  papel,  asi  como  gran  modelador  de 
artesonados,  entrepaños,  etc.  Puede  verse  hoy  en  nuestras 
páginas  una  colección  de  muestras  de  las  obras  de  este 
artista. 

LA  CASA   DEL  PRETOB 

Dibujo   de  Juan    Oehrls 

La  escena  pasa  en  Alejandría  durante  la  dominación  ro- 
mana. Un  magnate  imperial,  gastado,  fatigado,  enervado, 
entretiene  su  displicente  ociosidad  jugando  al  ajedrez  con 
una  hermosa  liberU,  toda  Juventud  y  gracia.  En  este  dibujo 
está  escrupulosamente  estudiado  todo  lo  accesorio,  sin  que 
cato  quite  que  esté  magistralmente  reproducida  la  expresión 
propia  de  cada  personaje. 

LA  TORRE  DE  LA  UADONA  EN  SAN  REHO 

San  Remo,  en  el  golfo  de  Genova,  es  un»  población  que  se 
distingue  especialmente  por  su  benigno  clima,  lo  cual,  unido 
á  su  pintoresca  situación,  ha  hecho  que  muchas  personas 


pero  el  género  á  que  responde  la  concepción  de  la  obra,  en- 
caja más  en  el  gusto  de  un  Glsbert  que  en  el  gusto  del  dia.i 
Hé  aquí  ahora  el  Juicio  del  propio  autor  sobre  El  general 
Alvarez: 

«Como  factura,  pocos  cuadros  hay  en  la  Exposición  mejor 
pintados.  El  hombre  de  la  capa,  el  que  inclina  su  cuerpo  con 
las  manos  atrás,  la  cabeza  que  se  asoma  en  segundo  término 
cubierta  con  la  montera,  la  mujer  que  oculta  su  rostro  en  la 
mano,  todo  el  grupo,  en  fin.  Izquierdo  del  cadáver  del  defen- 
sor de  Gerona,  puede  servir  de  modelo  á  la  mayoría  de  nues- 
tros pintores. 

•La  precisión  de  la  luz  y  la  composición  del  cuadro  tam- 
bién, son  prendas  estimables  de  la  obra,  Hay  algo,  sin  em- 
bargo, en  este  lienzo  que  no  alcanza  á  llenar  el  vacio  experi- 
mentado delante  de  él,  sin  que  hayamos  conseguido  descifrar 
•n  qué  consiste  este  efecto  que  notamos.  Acaso  no  resulta 
patética  la  escena;  tal  vez  hay  un  interés  de  curiosidad  más 
bien  que  de  respeto  hacia  el  héroe  muerto  en  los  semblantea 
de  los  que  lo  miran;  quizás  la  figura  aislada  que  se  recorta 
en  el  fondo,  y  que  es  indiferente,  disminuye  la  impresión 
dramática. . .  no  sabemos  en  qué  consiste,  pero  á  fuer  de  sin- 
ceros, confesamos  que  en  el  cuadro  supera  lo  admirablemen- 
te pintado  á  la  expresión  perfecta  de  la  escena;  es  decir,  que 
en  nuestra  pobre  opinión,  está  mejor  pintado  que  sentido. 
Puede  ser  que  no  estemos  en  lo  Ju.sto,  porque  siempre  teme- 
mos equivocarnos;  pero  consignamos  con  entera  lealtad 
nuestro  pensamiento.  Y  cuenta,  que  esto  no  disminuye  en 
lo  más  mínimo,  nuestra  creencia  de  que  este  cuadro  es  uno 
de  los  mejores  que  encierra  la  Exposición  de  pintura.» 

Digamos  ahora  que  la  señora  Pardo  Bazan  ha  emitido 
un  Juicio  bastante  severo  respecto  á  los  cuadros  inspirados 
en  la  guerra  de  la  Independencia.  -Ninguno  de  ellos  está  á 
la  altura  del  asunto,  -dice  en  un  artículo  publicado  en  fran- 
cés en  Le»  Matinie»  Espagnolea.-'Ka.y  dos  ó  tres  aceptables, 
pero  inferiores  al  sentimiento  sublime  que  pretenden  en- 
camar. 

■Se  debe  recomendar  la  prudencia  al  pintor,  lo  mismo 
que  al  escritor,  y  uno  y  otro  deben  medir  sus  fuerzas  antes 
de  cargar  con  ciertos  compromisos,  expouléndoKs  á  confun- 
dir los  Episodio»  Nacionale»  de  Galdós  con  la  zarzuela  Cádiz. 
Siento  tener  que  pronunciar  un  juicio  tan  duro,  pero  la  vox 
populi  es  cruel  de  otra  suerte  y  los  concurrentes  á  la  Exposi- 
ción no  se  muerden  la  lengua.» 


447 


delicadas  de  salud  fuesen  á  pasar  allí  el  Invierno;  esto  ha  sido 
causa  de  que  fuese  necesario  agrandar  el  pueblo,  habiéndose 
edificado  numerosos  hoteles,  muchos  de  ellos  de  grandísimo 
lujo,  y  todos  muy  alegres,  como  que  á  San  Remo  van  las 
principales  majestades  de  Europa  á  curarse  los  consti- 
pados. 


-*- 


CERTÁMENES  LITERARIOS 


La  Academia  de  Ciencias  y  Literatura  del  Liceo,  de  Mála- 
ga, ha  publicado  el  programa  del  Certamen  que  se  celebrará 
próximamente  en  cicha  capital.  Hé  aquí  los  temas: 

Primer  premio.  Diploma  de  honor  y  titulo  de  tocio  facul- 
tativo del  Liceo  de  Málaga,  á  la  composición  poética  dedicada 
á  conmemorar  el  hecho  glorioso  de  la  reconquista  de  Má- 
laga.—Segundo  premio.  Un  objeto  de  arte,  á  la  poesía  con  li- 
bertad de  asunto,  extensión  y  metro.-TERCEE  premio.  Vn 
V'tmplar,  lujosamente  encuadernado  y  edición  también  de 
lujo,  de  una  importante  obra  literaria,  al  Opúsculo  sobre  la 
influencia  de  la  reconquista  en  el  desenvolvimiento  de  las 
ciencias,  letras  y  artes. 

Las  condiciones  son  las  que  generalmente  se  acostumbran. 
Las  composiciones  deberán  remitirse  antes  del  31  de  Julio  al 
secretario  de  la  Academia,  J.  Narciso  Diaz  de  Escovar,  jalle 
de  San  Juan  de  Letrán,  número  2,  Málaga. 


También  la  pintoresca  villa  de  Sitges  se  prepara  á  solem- 
nizar con  un  certamen  cientlflco  y  literario,  la  fiesta  mayor, 
qne  se  celebrará  el  25  de  Agosto  próximo.  Numerosos  son  los 
premios,  como  puede  verse  por  el  siguiente  eetracto:— I.  Flor 
naíuroi,  ala  mejor  poesía. -11.  Una  rosa  de  oro  á  la  mejor 
poesía  sobre  algún  suceso,  hecho  ó  tradición  gloriosa  de  la 
patria.  -  III.  Un  lirio  de  plata,  á  la  composición  en  verso  que 
cante  las  glorias  ó  celebre  los  hechos  del  ínclito  Apóstol  már- 
tir San  Bartolomé.— IV.  La  historia  de  Cataluña,  por  D.  Víc- 
tor Balaguer,  al  mejor  trabajo  en  prosa  sobre  las  Causas  que 
han  producido  la  emigración  y  la  decadencia  del  comercio  en 
la  costa  de  Cataluña  y  sobre  los  medios  de  evitarlas.— V.  Una 
hoja  de  plata,  imitación  de  pergamino,  con  letras  de  oro  y 
policromadas,  á  la  mejor  novellta,  colección  de  leyendas  ó 
cuadros  de  costumbres  que  presenten  colorido  local  déla  co- 
marca de  Silgos. -VI.  Un  grupo  alegórico  de  píate,  á  la  más 
Inspirada  Oda  al  trabajo.— VI[.  Un  magnifico  objeto  de  arte, 
al  autor  de  la  poesía  lírica  más  inspirada  que  al  certamen  sé 
presente.— Vni.  Un  precioso  objeto  artiMco,  á  la  mejor  Oda 
á.  Cuba. —IX.  Un  bronce  artístico,  con  Upiin  conmemorativa 
de  plata,  al  trabajo  que  desarrolle  mejor  el  tema:  Naturaleza 
de  los  terrenos  laborables  de  Sitges  y  comarcas  limítrofes. 
Cultivos  Indicados  con  ventaja  en  el  caso  de  que  alguna  pla- 
ga destruyese  la  vIña.-X.    Una  hermosísima  joya  artística, 
al  que  con  más  competencia  desenvuelva  este  tema:  ¿El  en- 
cabezamiento de  los  vinos  es  perjudicial  á  la  salud  pública? 
en  caso  negativo  detállense  las  condiciones  en  que  puede  per- 
mitirse.—XI.  Un  grupo  simbólico  con  los  emblemas  del  Tro- 
vador esculpidos  en  oro  y  plata,  á  la  mejor  colección  de  can- 
ciones populares  describiendo  en  alguna  de  ellas  tipos  ó 
costumbres  del  país.— XII.  Un  bronce  artütieo  á  quien  más 
inspiradamente  celebre  en  catalán  á  D.  Juan  I  de  Aragón,  el 
Rey  Cazador  y  amador  de  la  tientlleza.— XIH.  Un  ejemplar 
de  la  Historia  contemporánea,  por  César  Cantú,  al  trabajo  en 
prosa  que  mejor  se  ocupe  en  el  siguiente  tema:  Importancia 
de  la  imprenta  en  los  pueblos.  Mejoras  morales  y  materiales 
que  les  proporciona.- XIV.  Una  papelera  de  piel  de  Rusia, 
que  se  adjudicará  al  que  presente  en  verso  el  mejor  cuento  mo- 
ral.—XV.  Una  artística  plancha  de  plata  y  mármol,  ofrecida 
por  la  redacción  deEl  EcodeSitges  para  recompensar  al  autor 
de  la  sátira  escrita  con  más  inspiración  y  buen  gusto  lltera- 
rlo.-XVI  Y  ÚLTIMO.  Pna  íoyo  de  plata  y  oro  A  la  más  inge- 
niosa composición  festiva,  genuinamente  humorística. 

Las  composiciones  deberán  remitirse  antes  del  5  de  Agos- 
to, á  D.  Francisco  Huguet,  secretarlo  de  la  comisión  organi- 
zadora del  certamen,  Sitges  (Barcelona). 

Todas  las  composiciones,  excepto  la  XH,  podrán  estar  es- 
critas en  catalán  ó  castellano. 


-*- 


ADÁN  MICKIEWICZ 


(oontinuaoiOk) 

Su  estilo  bíblico  la  asimila  en  un  todo  á  «La 
visión  de  Hebal,»  del  un  día  aplaudido  y  olvi- 
dado hoy  Ballanclie,  el  filósofo  místico  y  so- 
brado germánico;  ofreciendo  por  igual  no  pocos 
puntos  de  contacto  con  las  obras  del  abate  La- 
ínennais,  si  anterior  la  primera  á  la  producción 


del  poeta  polonés  evidente  imitación  las  últi- 
mas de  esa  obra  tan  rica  de  poesía  y  de  imá- 
genes. 

Publicóla  el  autor  en  París  y  cuando  la  co- 
lonia de  emigrados  se  agitaba  vanamente  bajo 
la  presión  de  cierto  visionario  fundador  de  Ja 
pretendida  nueva  religión  del  Mesianismo,  al 
objeto  de  agruparla  bajo  una  bandera.  Para 
conseguirlo  afea  á  sus  compatriotas  el  espíritu 
de  discordia  que  entre  ellos  reina  y  que  esteri- 
liza toda  idea  fecunda  de  patria,  imaginando  la 
sene  de  Parábolas  que  matizan  la  obra  y  que 
destacan  como  en  plácida  noche  las  estrellas 
Incítales  á  que  desechen  toda  idea  estrecha  de 
partido,  «pues  cada  uno  de  vosotros,  dice,  lleva 
en  su  alma  la  semilla  de  las  leyes  futuras;  tanto 
más  mejoraréis  y  engrandeceréis  aquélla,  tanto 
más  corregiréis  vuestras  leyes  y  extenderéis 
los  limites  de  vuestra  patria.» 

Vamos  á  entresacar  de  ese  hermoso  libro  es- 
crito bajo  la  inspiración  elevada  de  un  espíritu 
de  concordia  piadosamente  evangélico  alguna 
de  sus  reflexiones,  excusando  decir  si  son  ahora 
más  que  nunca  de  oportunidad. 

Se  dirige  el  poeta-moralista  á  los  deste- 
rrados. 

«Se  os  dice  con  frecuencia  que  estáis  entre 
las  naciones  civilizadas  y  de  consiguiente  que 
justo  es  os  civilicéis.  Mas  sabed  que  cuantos  os 
hablan  de  civilización  no  aciertan  con  el  con- 
cepto verdadero  de  esa  palabra. 

Atended  á  que  civilización,  está  derivado  de 
civis,  ciudadano,  y  significa  ñvismo.  Y  se  lla- 
maba ciudadano  al  hombre  que  se  consagraba 
á  la  patria,  como  Sóvola,  Curius  y  Decius;  se- 
mejante sacrificio  era  un  acto  de  civismo.  Fué, 
pues,  una  virtud  pagana  menos  perfecta  que  la 
virtud  cristiana  que  ordena  el  sacrificio  no  sólo 
por  su  patria  sino  por  el  hombre.  Con  todo,  esto 
era  siempre  tenido  por  una  virtud. 

Pero  más  tarde  y  cuando  hubo  la  idolatría 
confundido  las  lenguas,  se  llamó  civilización  á 
la  buena  comida  y  al  vestir  fastuoso,  al  có- 
modo lecho  y  espectáculos  gratos. 

No  sólo  un  cristiano,  sino  hasta  un  pagano 
de  Roma  que  resucítase  y  pudiese  ver  á  cuantos 
se  apellidan  hoy  civilizados,  se  indignara  y  les 
preguntara  con  qué  derecho  se  atreven  á  arro- 
garse un  título  que  deriva  únicamente  de  la  pa- 
labra civis,  ciudadano. 

No  tanto  admirar  pues  á  las  naciones  que  en- 
gordan con  el  bienestar  ó  que  son  industriales  y 
están  bien  administradas. 

_  Por  qué,  si  la  nación  más  opulenta,  que  come 
bien  y  bebe  bien,  ha  de  ser  la  más  estimada, 
debierais  estimar  entre  vosotros  á  los  hombres 
más  corpulentos  y  robustos.  Idénticas  cualida- 
des pueden  poseer  las  bestias,  mas  al  hombre 
otra  cosa  le  es  necesaria. 

Si  las  naciones  industriales  han  de  ser  reputa- 
das perfectas,  ¿no  sobrepuja  á  todas  la  honniga 
por  su  industria?  Mas  al  hombre  otra  cosa  le  es 
necesaria. 

Y  si  las  naciones  mejor  administradas  han 
de  ser  reputadas  perfectas,  ¿dónde  habrá  mejor 
administración  que  en  una  colmena?  Mas  al 
hombre  otra  cosa  le  es  necesaria. 

Por  qué,  la  sola  civilización  digna  del  hom- 
bre es  la  civilización  cristiana. 

En  1839;  fué  llamado  á  Suiza,  Mickiewicz, 
para  desempeñar  la  cátedra  de  Literaturas  an- 
tiguas que  ocupó  breve  tiempo,  trocándola  más 
tarde  por  la  de  los  pueblos  eslavos,  compren- 
diendo el  polaco,  ruso,  servio  y  bohemio.  Mere- 
ció esta  distinción  por  parte  del  gobierno  de 
Luis  Felipe,  al  crearse  en  el  Instituto  de  Fran- 
cia, á  propuesta  de  M.  Coussin,  la  cátedra  de 
lenguas  eslavas  que  solo  duró  cuatro  años,  pues 
surgió  un  conflicto  merced  á  una  nota  diplomá- 
tica de  Rusia  cambiada  con  el  gobierno  francés 
referente  á  ciertas  apreciaciones  políticas  que 
se  permitía  el  poeta  y  que  invadían  ya  sobra 
damente  en  sus  lecciones  el  pacífico  campo  de 
las  letras. 

Puesto  en  grave  compromiso  el  Gabinete, 
nada  creyó  mejor  que  cerrar  el  curso  y  salir 
con  ello  de  compromisos.  A  determinación  tal 
mucho  contribuyeron  la  baja  envidia  y  las  intri- 


448 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


gas  de  buena  fracción  de  emigrados  poloneses. 

Ya  en  esa  época  tabia  sufrido  Mickiewicz  la 

influencia  del  Mosianismo  que  fué  para  él  fatal, 

pues  sobre  los  perjuicios  que  le  ocasionó  en  el 


terreno  moral  y  político,  oscureció  algún  tanto 
su  inteligencia.  Desde  entonces  complacióse  en 
dar  á  sus  obras  un  carácter  místico  extraño  é 
incomprensible.  Defecto  es  est*  de  que  adole- 
cen por  punto  general  los  mayores  ingenios  de 
Polonia.  Léanse  las  producciones  de  concepción 
&  menudo  gi-andiosa  y  atrevida  de  Slowacki  y 
el  poeta  anónimo,  y  se  verá  que  todo  se  envuel- 
ve allí  en  la  alegoría  y  el  misterio,  siendo  for- 
zoso en  no  pocas  ocasiones  una  clave  que  venga 
á  dar  el  sentido  oculto  que  entrañan. 

jParticular  organización  la  de  ese  pueblo  es- 
lavo! Su  historia  y  su  literatura  atestiguan  á 
cada  paso  la  mezcla  heterogénea  del  espíritu 
del  Nort«  reflexivo,  profundo,  y  de  influencias 
meridionales.  Ofrecen  un  pensamiento  velado 
entre  sombras;  un  sentimiento  que  vibra  me- 
lancólico y  tierno,  y  súbitamente   no  es  raro 
que  esplendoroso  se  ilumine  el  concepto,  ha- 
ciéndose  toda   alusión    clara   y   transparente, 
como  tampoco  que  se  resuelva  el  llanto  en  ale- 
gría y  brote  la  risa  de  entre  el  dolor.   En  el  te- 
rreno político  les  veremos,  tenaces  en  su 
actitud  hostil  contra  el  opresor,  blasonar  y 
justamente  de  un  valor  y  constancia  á  to- 
da prueba,  y  en  luchas  intestinas  y  esté- 
riles sobre  lo  que  menos  debe  importar,  la 
r^.  ■;       forma  de  gobierno,  pierden  lastimosamen- 


TORRE   UE   UA   MADONA,   EN   SAN   REMO 


te  lo  que  de  mayor  monta  es,  la  nacionalidad; 
aconteciendo  con  ellos  lo  consabido  de  la  añeja 
fábula  de  la  lechera,  que  al  hacer  ceuitillos  en  el 
aire  se  quedó  sin  cántaro  y  sin  leche. 


Raza  fuerte  y  pensadora,  participa  en  suma 
de  toda  la  movilidad  y  todas  las  veleidades  del 
carácter  meridional. 

Hombre  de  pasiones  violentas   Mickiewicz, 


sostuvo  en  París  acerba  polémica  con  su  cele- ' 
bre  compatriota  Slowacki,  siendo  iniUHos  cuan- 
tos medios  se  pusieron  en  juego  para  rpconci 
liarlos:  geniis  irritábile  vattim.  Y  en  verdad  que 
entre  los  dos  era  el  antagonismo  inevitable: 
poeta  de  combate  el  iiltimo,  rechazaba  indigna- 
do cuantas  medidas  pacificas  Mickiewicz  pro- 
ponía para  el  triunfo  de  la  causa  de  Polonia. 
Mas  no  salimos  garantes,  dada  la  vanidad  del 
amor  propio,  de  si  originó  conflicto  semejante 
entre  dos  glorias  que  debían  adorarse,  el  silen- 
cio guardado  por  el  cantor  de  Grazina  tocante 
su  opuesto  rival  en  el  curso  de  literaturas  es- 
lavas, por  conceptuarle  destituido  de  aquel 
perfecto  equilibrio  y  mente  sosegada  que  solo 
en  su  concepto  pueden  producir  obras  dura- 
deras. 

Damos  estos  detalles  por  serlo  muy  curiosos 
de  historia  literaria. 

Fué  Tadeo  Soplica  la  postrera  obra  que  en 
vida  publicó  el  cantor  de  Wallenrod,  en  ade- 
lante muerto  yapara  las  letras  merced,  como  se 
ha  dicho,  al  funesto  influjo  del  Mesianismo. 

Una  vez  llegados  á  este  punto,  tenderemos  un 
velo  piadoso  sobre  los  últimos  años  del  escritor, 
teniendo  en  cuenta  que  nada  hay  más  respetable 
que  el  genio  en  la  adversidad.  Baste  solo  decir, 
para  terminar,  que  desempeñó  durante  algún 
tiempo  la  plaza  de  bi- 
bliotecario del  Arsenal, 
en  París,  que  dejó  va- 
cante la  muerte  de  Car- 
los Nodier;  y  siendo 
mandado  más  tarde  á 
Oriente  por  el  gobierno 
francés  al  objeto  de  pre- 
parar las  bases  y  orga- 
nizar las  legiones  pola- 
cas destinadas  á  comba- 
tir en  la  guerra  contra 
Rusia,  falleció  en  Cons- 
tantinopla  y  en  el  mis- 
mo año,  el  de  1855,  á  los 
cincuenta  y  seis  años  de 
■  su  edad,  víctima  de  un 
ataque  fulminante  de 
apoplegía.A  ello  pudo 
sin  duda  contribuir  aca- 
lorada dLsputa  que  po- 
cos momentos  antes  sos- 
tuvo con  varios  compa- 
triotas que  bajo  capa  de 
emigrados  y  vendidos  al 
enemigo,  fomentaban 
secretamente  la  discor- 
dia para  con  ella  con- 
seguir la  destrucción  de 
toda  esperanza  de  resu- 
rrección para  Polonia. 
* 

Léase  ahora  su  bella 
casida  oriental ,  émula 
de  Mazeppa  y  fogosa  co- 
mo la  vertiginosa  carre- 
ra que  describe  de  un 
árabe  á  través  del  de- 
sierto. Podrá  estimarse 
como  un  símbolo  de  ese 
pueblo  que  no  ceja  ante 
los  más  grandes  obs- 
táculos, la  culpable  in- 
diferencia de  Europa  y 
las  lanzas  cosacas,  y  cu- 
yo triunfo  será  mayor 
cuando,  como  el  animo- 
so ginete,  avergonzada 
el  águila  altanera  y  des- 
trozado el  huracán  del 
desierto  irradie  en  un  cielo  de  gloria  y  bien- 
andanza. 

(Se  concluirá.)        Ignacio  de  Genovér. 


ttmblRACiÜI:  Ctnu,  36S-367,  Kiaói  loliau,  Uittr.— Rtunito  Ut  derechos  de  propiedid  irtistiu  j  liUrarit.— Us  reclamacioDes  eo  Madrid,  al  represenUote  de  esta  Casa  D.  MaDuel  Plá  j  Valor,  Apodaca,  10, 2.° 

)  INSÉRTESE  Ó  NO,  NO  8B  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  ( — 


BSTilBLBCIUnilTC  TlPOOtUrlCO   os  B.   BASBOA.— CALLB  DB   ViLLARKOBL,,  MÓM.    n,   BHSAHCHB  OB  SAN   ANTONIO.— BARCBLONA. 


SEMANARIO     CIENTÍFICO.     LITERARIO     Y     ARTÍSTICO 


Año  V 


Barcelona  16  de  Julio  de  1887 


Núm.  237 


PINTURAS    NORTE-AMERICANAS:  A  LA  AMBULANCIA  (Cuadro  de  Gilbert  Gaul) 


450 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


áUM  A  RIO 


Texto.— Jfodrtd.  Oartat  á  wU  primux,  por  F<m*nflor.— Jfu- 
jera  de  la  noMia  tomtempmánea:  Mttjere*  de  Daudet,  por 
IU£»el  Altsmin.- Jl^iotieníii  de  Bella»  Arte;  por  R.  Blaa- 
eo  AmoJo.— £«  aori»  (ooDClatlónt,  por  J.  Cinrana.— ¿a 
tattital  d*  Viryttia.  por  B.  Moralea  SinmarUa.-£I  Qe- 
m(o(po«UX  por  Eduardo  Pato  Slurllnei.— Nuestro*  gra- 
h»á<».—Adam  ITieUfwín  iooncluslón),  por  Ignacio  de  Ge- 
Dorér. 

Geaiido».— PinturaK  norte-americanas  (3  grabados).— fqw- 
tietón  NaeioneU  de  Be'lai  Arte»  de  1887:  MalaMÜa  y  su 
hija.— El  Viático.— Kl  arte  en  Australia  (-1  grabados).— 
Madrid:  Exposición  general  de  las  Islas  Filipinas.— El 
castillo  Hoghion  iLancashire,  Inglaterra),  Terraza  del 
Norte.— Antiguas  porcelanas  de  China  (8  grabados  .—Loa 
dramas  de  Shakeipeare  (2  grabados).— Capilla  de  Ntra.  Se- 
ñora de  U  Goardia.  cerca  San  Remo. 


M  ADRI  D 


C^VUTA-S     A.     lull     ■p-RXTsO.A. 


SERES  INFERIORES 

SADRIU  se  dispersa,  3-  los  que  todavía  per- 
manecemos aquí,  no  sabiendo  que  hacer 
nos  vamos  por  las  tardes  á  la  ExpoBÍ- 
ción  de  Filipinas.  La  Exposición,  según  parece, 
seguirá  todo  el  verano,  procurando  sostener  el 
interés  con  fiestas  especiales;  en  las  cuales  ha- 
rán primeras  figuras  los  igorrotes  con  sus  dan- 
zas y  simulacros.  Algún  periódico,  con  este  mo- 
tivo, dice  que  la  Exposición  se  va  convirtiendo 
en  un  espectácido  semejante  al  que  ofrecen  en 
tiempo  de  ferias  las  barracas  de  los  titiriteros, 
domadores  de  fieras  y  empresarios  de  salvajes 
más  6  menos  auténticos.  Lo  que  debiera  ser 
concurso  civilizador  se  transformará  en  un  circo 
más,  por  lo  visto.  A  eso  dirá  la  comisión  que 
necesita  atraer  al  público  y  que  hace  lo  que 
hacen  los  comerciantes  de  los  baratos,  los  cuales 
alquilan  algi'in  enano  y  le  visten  carnavalesca- 
mente para  que  la  gente  entre  en  la  tienda  y 
despachar  el  género.  Lo  malo  es  que  en  la  Ex- 
posición hay  poco  género  que  despachar.  L» 
gente  va  porque  es  más  sencillo  y  económico  el 
viaje  á  la  Exposición  que  á  las  Filipinas,  donde 
sólo  puede  irse  de  empleado  del  gobierno  y  con 
el  laudable  propósito  de  traerse  á  España  hasta 
la  coleta  de  los  chinos.  Pero  ya  te  dije,  prima, 
en  mi  carta  pasada,  que  estaba  de  moda  la  Ex- 
posición y  que  los  Uoves  del  día  son  los  igorro- 
te.s.  Estos  se  han  acostumbrado  al  aplauso,  á 
las  propinas  y  á  dar  representaciones  de  sus 
ritos.  Ayer  mismo  se  repitió  la  fiesta  inaugural 
de  sus  casas;  se  mató  un  cerdo,  se  roció  con  su 
sangre  las  viviendas  al  son  de  los  cánticos  sal- 
vajes, y  en  fin,  hubo  en  pleno  Retiro  una ./«« ja 
de  negros  extraordinaria.  Para  nadie  es  dudoso 
que  el  terreno  que  hoy  ocupa  la  Exposición  y 
los  edificios  construidos  quedarán  destinados  á 
otras  Exposiciones;  se  incuba  la  idea  de  que  la 
ranchería  de  salvajes,  con  sus  casas  en  el  aire  y 
su  flora  y  su  fauna,  queden  definitivamente 
afectos  al  parque  de  Madrid.  El  terreno  de  la 
Exposición  quedará  afecto  á  las  Islas  y  gober- 
nado por  su  capitán  general,  del  cual,  claro  está 
dependerán  también  los  igorrotes.  Si  estos  sal- 
vajes, lo  que  no  es  de  esperar,  son  demasiado 
sensibles  á  la  civilización  y  se  adulteran,  serán 
sustituidos  por  otros  legítimos,  para  que  siem- 
pre tengamos  verdaderos  salvajes. 

Dejando  esto  aparte,  mi  visita  de  ayer  fué 
muy  entretenida  por  haberla  hecho  en  compañía 
de  un  amigo  mío  naturalista  y  que  ha  estado  en 
Filipinas  bastante  tiempo.  Por  esta  razón  nos 
fijamos  con  mayor  detenimiento  en  los  animales 
vivos  y  muertos;  los  que,  después  de  todo,  son 
la  parte  expositiva  que  el  público  mira  siempre 
con  mayor  interés;  pues  al  hombre  siempre  le 
atrae  cnanto  tiene  6  ha  tenido  instinto,  razón, 
alma,  vida.  Así  es  que  se  podrá  preguntar  al 
público  de  muchas  cosas  notables  y  aun  extraor- 
dinarias de  la  Exposición,  sin  que  se  muestre 


enterado  de  ellas;  pero  seguramente  habrá  repa- 
rado en  los  carabaos,  en  la  serpiente  viva,  en 
los  murciélagos  enormes  disecados,  en  el  cráneo 
descomunal  del  caimán,  en  la  colección  de  ma- 
riposas y  en  otros  seres  raros  ó  restos  de  seres 
misteriosos,  más  ó  menos  útiles  ó  funestos.  Nos 
suelen  chocar  más  aún  que  las  especies  desco- 
nocidas, las  que  conocemos  si  afectan  caracteres 
6  proporciones  diferentes,  y  ningún  animal  in- 
verosímil no  asombra  tanto  como  los  murciéla- 
gos que  tienen  cuatro  ó  cinco  palmos  de  longi- 
tud de  extremo  á  extremo  ó  el  cocodrilo,  que 
después  de  todo,  no  es  más  que  una  lagartija 
excesivamente  desarrollada. 

Mi  amigo  el  naturalista  me  decía  que  en  Fi- 
lipinas se  acostumbra  uno  á  estas  exageraciones 
de  tamaño;  que  no  sólo'  existan  en  loS  animales 
citados  sino  en  otros  muchísimos;  me  decía  que 
él  habla  visto  ratas  de  seis  cuartas  de  largo.  Es 
de  suponer  que  para  estas  ratas  habrá  gatos  en 
la  conveniente  proporción. 

Pero  lo  que  en  este,  país  clásico  del  toreo  sor- 
prende á  todos  sobremanera  es  el  carabao,  espe- 
cie de  buey  que  tiene  los  cuernos  puestos  del 
modo  más  singular,  echados  atrá.s,  como  si  no 
quisiese  caer  en  la  tentación  de  ofender  con 
ellos.  Mi  amigo  me  habló  de  este  animal  larga- 
mente y  concluyó  por  hacerle  simpático,  y  cuan- 
do tú  leas  sus  muchas  cualidades  materiales  y 
morales  le  concederás  también  tu  estimación. 
Es  el  compañero  inseparable  del  indio,  como  el 
asno  ó  el  burro  lo  son  de  nuestros  labriegos:  le 
sirve  de  medio  de  locomoción  y  transporte;  su 
inteligencia,  su  actividad,  su  paciencia,  son  im- 
ponderables; nunca  se  rinde  al  trabajo;  dejarle 
únicamente  que  en  las  horas  de  la  siesta  se  re- 
focile en  las  aguas  ó  en  el  cieno  de  los  esteros; 
esto  le  basta  para  ser  dichoso  y  estimar  y  ser- 
vir plácidamente  al  amo.  Lo  mismo  come  yerba 
fresca  que  seco  rastrojo  y  pudiendo  bañarse  to- 
dos los  días  goza  de  admirable  salud.  En  cam- 
bio el  indio  estima  su  carabao  sobre  todas  las 
cosas;  le  considera  como  de  su  propia  familia  y 
suele  cogerle  la  cabeza  entre  las  manos  y  aca- 
riciarle y  hasta  decirle  palabras  tiernas  al  oído, 
como  si  el  animal  las  comprendiera, — que  des- 
pués de  todo,  sí  las  comprende. — Como  el  penco 
del  famoso  gitano  el  carabao  lee,  pero  no  pro- 
nuncia, es  decir  que  obedece  á  las  voces  del  in- 
dio y  hasta  á  sus  más  leves  indicaciones... 
Cuando  su  amo  le  carga  demasiado  y  teme  el 
peso  vuelve  mansamente  el  hocico  y  en  un  pro- 
longado mugido  expresa  que  tiene  ya  carga 
suficiente;  si  su  dueño  es  un  chiquillo,  una  vez 
suelto  sabe  arrodillarse  para  que  éste  pueda 
subir  sobre  su  lomo,  y  en  todas  ocasiones  da 
muestras  de  su  buen  deseo,  de  su  mansedumbre 
y  de  sus  cultas  maneras.  Alguien  ha  dicho  que 
la  sola  familia  del  indio  la  constituyen  el  cara- 
bao y  el  gallo,  y,  en  efecto,  el  indio,  egoísta, 
indolente,  sólo  á  estos  dos  seres  prodiga  sus 
cuidados.  Pero,  ¡de  cuan  diferente  manera  y  qué 
fines  tan  distintos!  Al  carabao  le  utiliza  única- 
mente, al  gallo  lo  atiende  para  destinarle  á 
matar  ó  morir  en  la  pelea.  Ño  hay  que  enga- 
ñarse, sin  embargo;  á  pesar  de  tener  los  cuernos 
en  arco  hacia  atrás  puede  herir  con  ellos  y  sus 
acometidas  son  mortales.  Pero  se  ve  que  si  es 
bueno  lo  debe  á  los  principios,  es  decir,  á  la 
educación;  porque  en  estado  salvaje  es  terrible. 
Mi  amigo  me  ha  referido  que  un  día  para  li- 
brarse de  uno  de  ellos  tuvo  que  subirse  á  un 
árbol;  el  carabao  intentó  derribar  el  tronco  dán- 
dole sacudidas  tremendas  y  no  logrando  su  pro- 
pósito se  acostó  al  pié  dispuesto  á  esperar  que 
el  sabio  cayese  extenuado  por  el  hambre.  Mi 
amigo  hubiese  encontrado  allí  el  fin  de  sus  ex- 
ploraciones si  no  hubiesen  pasado  por  alH  otros 
carabaos  á  los  cuales  se  unió  el  primero  des- 
pués de  un  breve  consejo  que  al  parecer  todos 
•celebraron. 

Los  carabaos  de  la  Exposición  son  mansísi- 
mos; sin  duda  que  extrañan  el  clima,  y  que  les 
parecen  mezquinos  el  río,  los  .prados,  la  ran- 
chería, y  hasta  los  igorrotes  de  la  Exposición; 
pero  sin  duda  también  que  se  resignan  al  ostra- 
cismo viendo  que  se  les  atiende,  se  les  mima, 
no  se  les  carga  el  lomo  pesadamente  y  están 


rodeados  de  un  público  civilizado,  porque  al  su- 
perioridad hasta  los  carabaos  la  sienten.  Quién 
sabe  si  el  carabao  tiene  una  misión  que  llenar 
en  España;  aquí  más  pronto  ó  más  tarde  con- 
cluiremos con  los  toros,  nuestras  ganaderías  no 
dan  suficiente  abasto  y  tendremos  que  acudir  á 
los  toros  de  cuerno  vuelto:  después  de  todo  si 
ellos  acometen  con  daño  y  tienen  testuz  donde 
clavarles  un  estoque  lo  principal  del  espectácu- 
lo ya  se  obtiene. 

Pero  más  todavía  que  el  carabao  atrae  la 
atención  la  culebra.  Es  de  Ins  que  llaman  nana 
los  naturales  y  boa  los  españoles.  En  los  prime- 
ros días  de  la  Exposición  estaba  dormida  y  ha- 
ciendo la  digestión;  pero  en  estos  últimos  se  ha 
sentido  algo  aliviada  del  estómago  dando  seña- 
les de  vida.  Es  enorme,  tendrá  muchos  metros 
y  su  grueso,  en  la  parte  media,  será  como  la  ca- 
beza de  un  hombre.  Estaba  dormida,  como  he 
dicho,  pero  si  tú  la  hubieses  visto  en  aquellos 
días,  sobre  haberte  asombrado  te  hubieses  en- 
tristecido; porque  al  lado  hubieses  visto  unos 
conejillos  vivos,  que  esperaban  en  la  jaula,  el 
despertar  famélico  de  la  serpiente.  El  contras- 
te era  punzante;  al  fin  y  al  cabo  todos  sabemos 
que  para  que  vivan  unos  es  preciso  que  mue- 
ran otros,  pero  con  su  aspecto  de  conejos  no 
dejaban  de  ser  reos  en  capilla:  espectáculo  que 
al  sentimiento  le  perturba  más  que  la  ejecución 
misma.  Ayer  la  serpiente  se  dilataba  perezosa- 
mente por  la  jaula  moviendo  la  cabeza  y  dos 
varas  de  cuerpo,  sin  mover  el  resto  entrelazado 
como  un  ovillo;  los  conejos  habían  desaparecido 
y  la  comisión  oficial  de  la  Exposición  debía 
estar  satisfecha.  La  jaula  es  de  alambre  fuerte, 
pero  á  muchos  les  parece  que  debiera  serlo  más 
aún.  Se  recuerda  que  el  elefante  Pizarro  rom- 
pió un  día  su  jaula  y  se  marchó  majestuosa- 
mente á  una  tahona,  guiado  sin  duda,  por  el 
olorcillo  de  la  hornada;  rompió  las  puertas  con 
la  trompa,  dispersó  los  mozos  con  un  par  de 
narizazos  y  se  engulló  el  pan  del  barrio  de  Sa- 
lamanca   Cualquier  día  nos    encontraremos 

por  la  calle  de  Alcalá  un  gran  pedazo  de  cable 
viviente  que  se  dirige  á  tomar  un  í¡ocla  al  des- 
pacho de  refrescos  ingleses. 

Filipinas  es  la  tierra  de  promisión  de  las  ser- 
pientes. Los  aficionados  pueden  gozar  en  la 
sección  V  donde  hay  muchas  especies  diseca- 
das; unas  de  bello  color  azul;  otras  de  los  colo- 
res del  iris;  muchas  de  ellas  venenosas;  porque 
eso  sí  en  tierra  y  mar,  es  aquel  un  país  favore- 
cido donde  las  yerbas  y  las  ondas  escupen  ve- 
neno. El  mismo  aficionado,  en  la  misma  sección, 
puede  variar  sus  placeres  contemplando  los  es- 
queletos de  los  caimanes  y  los  caimanes  ente- 
ros. 

Desde  el  caimán  hasta  la  lagartija,  la  varie- 
dad es  infinita  y  una  sola  tarde  pasada  en  el 
campo,  debe  convertirle  á  uno  en  perfecto  na- 
turalista. Bien  es  cierto  que  en  Filipinas  el  la- 
garto es  animal  doméstico;  el  chacón  tiene  un 
pié  de  longitud,  y  se  permite  modular  dos  no- 
tas con  aquellas  dos  sílabas.  Está  provisto  de 
una  especie  de  tentáculos  en  las  extremidades, 
con  los  que  se  adhiere  á  los  objetos  donde  se 
posa;  se  alimenta  de  insectos  y  por  lo  tanto  se 
le  encarga  la  limpieza  de  la  casa.  No  son  los 
beneficios  positivos  que  da,  sino  los  que  se  le 
atribuyen  su  mejor  título  á  la  consideración  del 
indio.  Dícese  que  donde  vive  este  lagarto,  no 
hay  temor  á  hundimientos  por  terremoto,  y  hay 
por  lo  tanto  quién  hasta  se  lo  lleva,  cuando  hace 
visitas,  en  el  bolsillo. 

Pero,  en  fin,  como  no  quiero  dejarte  bajo  la 
impresión  de  animales  tan  feos,  para  concluir 
esta  carta,  te  diré,  que  la  vista  y  el  espíritu  se 
recrean  admirando  las  variadas  colecciones  do 
conchas  y  de  mariposas.  Del  Archipiélago  filipi- 
no se  conocen  ya  más  de  tres  mil  especies  de  mo- 
luscos notables  por  sus  brillos  y  sus  nácares. 
Si  todas  las  creaciones  no  hablan  de  la  grande- 
za de  Dios,  las  conchas  y  las  mariposas  nos 
hablan  de  él  en  un  lenguaje  de  sonrisas;  con 
palabras  de  luz  y  colores. 

¿Qué  relación  puede  haber  entre  las  conchas 
destinadas  á  vivir  y  morir  en  el  fondo  de  los 
mares  y  las  mariposas,  esas  flores  del  aire?  Pa- 


LA  ILU8TRA0I0N  IBÉRICA 


451 


rece  que  son  organizaciones  de  dos  creaciones  di- 
ferentes, y  obra  de  dos  diferentes  Dioses.  Pero 
como  advertención  de  que  son  obras  de  uno 
solo,  y  de  que  la  vida  y  el  alma  son  idénticas  y 
universales,  podrías  ver  allí  preciosos  insectos 
revestidos  de  vistosas  corazas  y  que  no  son  más 
que  vidas  resguardadas  por  conchas  que  les  sir- 
ven de  alas. 

Ocasión  me  parece  de  suspender  esta  carta, 
quedándonos  así  suspendidos...  entre  tierra  y 
cielo. 

Tuyo, 

Fernanflor. 


-*- 


MUJERES  DE  LA  NOVELA  CONTEMPORÁNEA 


MUJERES   DE   DAUDET 

A  Nfíiita. 

E,uego  á  mis  lectoras  que  no  se  asusten.  Ya 
sé  yo  que  Daudet  es  realista  ó  vatwalüta,  que 
en  eso  de  motes  hay  varias  opiniones;  y  que  de 
un  modo  ú  oti-o,  suena  mal  á  los  oídos  femeni- 
nos, desde  que  un  académico  dijo  de  la  escuela, 
que  era  «la  mano  sucia  de  la  literatura.»  Pero 
vean  ustedes  lo  que  son  las  cosas:  los  académi- 
cos también  yerran  á  lo  mejor  y  por  todo  lo 
alto.  Con  lo  que,  habida  consideración  á  la  res- 
peta,bilidad  artística  del  que  dijo  aquello  del 
realismo,  digo  yo  que  se  equivoca  de  todo  en 
todo.  Por  lo  cual,  no  ya  de  Daudet,  que  del 
mismo  Zola  me  atrevería  yo  á  escribir,  contán- 
doles á  mis  lectoras  todo  lo  bueno  y  agradable 
que  hay  por  aquellas  páginas  de  Les  Rougon- 
Macquart.  y  sobre  todo  lo  mucho  útil  que  allí 
se  encuentra,  en  punto  á  caracteres  femeninos. 
A  bien  que  ahí  está  D."  Emilia  Pardo  que  ha 
escrito  de  Zola  y  de  Flaubert,  y  no  sé  yo  que 
se  baya  escandalizado. 

En  Daudet  concurre  una  circunstancia  ate- 
nuante. De  puro  sobado  ya,  da  grima  el  copiar 
una  vez  más  el  juicio  del  autor  de  Una  página 
de  amor  acerca  del  autor  Nahuh.  Dice  Zola  que 
Daudet  está  colocado  en  <  el  punto  exquisito  en 
que  acaba  la  poesía  y  empieza  la  realidad.» 
Así,  de  primera  intención  pase  la  fi-ase,  á  reser- 
va de  analizar  más  despacio  y  en  ocasión  más 
oportuna  su  alcance  y  su  verdad.  Pero  lo  que 
sí  es  ciertísimo  es  que  Daudet  posee  cualida- 
des que  le  abrirán  «las  puertas  del  hogar  do- 
méstico, las  de  la  elegante  biblioteca  de  palo  de 
rosa,  adorno  del  gabinete  de  las  damas,» — que 
dice  D.'  Emilia  Pardo, — y  que  están  cerradas 
en  mucho  para  Zola.  Si  esto  es  completamente 
justo,  yo  no  lo  diré;  pero  de  que  es  perfecta- 
mente exacto,  no  cabe  duda. 

Pues  bien;  ya  tenemos  á  Daudet  en  casa,  y 
vamos  á  charlar  un  rato  de  él. 

Es  buen  colorista,  deslumbrador  con  frecuen- 
cia, pero  á  la  vez  un  magnífico  psicólogo.  ¡Qué 
caiiicteres  tan  bien  definidos,  tan  penetrados, 
macizos,  chorreando  verdad,  imponentes  de 
vida!  En  punto  á  hombres  tiene  Daudet  ejem- 
plares preciosísimos.  Pero  además,  por  encima 
de  la  dificultad  subjetiva  de  comprender  el  ele- 
mento femenino,  de  apreciarlo  en  la  realidad 
sin  engaño  ni  embustes,  ¡qué  mujeres  las  de 
Daudet!  No  crean  ustedes  que  es  cualquier  cosa 
eso  de  andarse  con  señoras;  son  ustedes,  mis  ex- 
celentes amigas,  muy  duritas  de  entender,  á  lo 
mejor.  Pero  Daudet  no  es  rana,  créanme,  y  sabe 
estudiar  los  caracteres  y  descubrir  la  nota  do- 
minante, y  fijarla  á  perfección.  Algunos  han  en- 
contrado en  Zola  algo  de  monotonía:  parece 
que  todas  sus  obras  tienen  algo  de  igual  que 
las  da  un  parecido  fatigoso.  Allá  se  queden  con 
su  opinión  los  que  tal  dicen;  pero  de  fijo  que  á 
Daudet  no  se  le  puede  aplicar. 

De  Pttil  Chose  á  Jack,  de  Jack  á  El  Nabab, 
del  Nabab  á  Numa,  de  Numa  á  Ln  Evangelista 
ó  Sapho  ó  Tartarin  ó  Fromont  y  Risler,  hay 
una  distancia  que  las  diferencia  notablemente. 
Son  trozos  sueltos  de  la  realidad,  de  los  que 
cada  uno  tiene  su  individualidad  propia. 

Y  allí,  en  aquellos  cuadros  de  la  vida,  rebo- 
sando color,  animación,  movimiento,  se  dibujan 


graciosos  y  enérgicos  los  contomos  adorables 
de  las  mujeres  de  Daudet.  Tienen  todas  un  en- 
canto que  hace  aferrar  la  memoria  á  sus  silue- 
tas, y  que  no  permite  el  olvido  una  vez  trabado 
el  conocimiento.  Bien  que  no  todas  son  simpáti- 
cas, ni  es  posible  que  lo  fueran;  pero  todas  ad- 
miran. 

Ya  es  la  figura  de  fondo  de  Camila  Pierrotte, 
cuya  vaguedad  seduce  á  los  adolescentes;  ya  la 
madre  de  Jansoulét,  hermoso  carácter  lleno  de 
nobleza,  que  aparece  como  un  rayo  de  luz  en 
medio  de  la  desgracia  de  su  hijo;  ya  la  cuñadi- 
ta  de  Numa,  cabeza  puramente  meridional, 
impresionable,   dulce,   tierna    é    inexperta.  Y 


también  el  busto  severo  de  Lina  Ebsen,  la 
evangelista;  la  imagen  dolorida  de  su  madre;  la 
cabeza  melancólica  de  Felicia  Ruys;  la  figurilla 
ligera,  bamboleante  de  Ida;  la  sombra  negra, 
temible  de  Sidonia  ó  de  Sapho. 

Pero  en  lo  que  luce  la  especialidad  de  Dau- 
det es  en  los  caracteres  simpáticos,  los  cuadros 
rientes,  la  nota  alegre  de  la  vida.  En  las  pági- 
nas del  Nabab,  Mamita  cruza  activa,  satisfecha, 
gozosa  de  su  papel  do  ama  de  casa,  dejando 
tras  sí  un  perfume  embriagador  de  poesía.  Ella 
es  la  Providencia  de  la  familia,  la  madre  de 
sus  hermanas,  la  confidente  de  Gery,  la  abima- 
ción  de  aquel  hogar  pobre,  pero  satisfecho  de  su 


EL  DEVA  CAUTIVADO  POR  LAS  PERIS  (Cuadro  de  Siddons  Mowbray) 


suerte,  lleno  de  paz,  de  quietud,  de  alegría 
sana,  la  alegría  que  dan  el  trabajo  y  la  concien- 
cia tranquila.  Educada  en  el  heroísmo  diario, 
en  la  abnegación  callada,  pero  noble  y  positiva 
de  la  dirección  del  hogar,  siendo  la  maestra  de 
todos  y  la  ordenadora  de  todas  las  casas,  Alicia 
aparece  como  la  mujer  sencilla,  natural,  sin 
afeites  de  idealismos  ni  dengosidades,  sabiendo 
de  la  vida  práctica  por  propia  experiencia  y 
educiendo  de  ella  poesía,  risas,  luz,  franqueza, 
con  la  satisfacción  convencida  de  la  hija  de  fa- 
milia, de  la  burguesa  que  ve  el  mundo  de  cerca 
y  se  acerca  al  choque  saludable  de  la  realidad. 
No  hay  nada  que  produzca  mejores  caracteres, 
educaciones  más  finas,  dulzuras  más  francas  y 
al  mismo  tiempo  más  mimosas, — como  cono- 
ciendo todas  las  pequeñas  satisfacciones,  los 
deseos  insignificantes,  las  necesidades  nimias 
que  llevan  el  contento  al  alma,  que  se  satisface 
de  la  felicidad  oculta  del  interior  de  casa, — como 
esos  hogares  tranquilos  de  la  clase  media,  tra- 
bajadora,  en  que  no  han  entrado  aún  el  afán 


plutocrático  ni  los  pujos  aristócratas  de  lujo;  y 
en  que  nadie  permanece  ocioso,  repartiéndose 
entre  todos  el  trabajo  de  la  casa,  preparándose 
para  la  lucha  en  el  exterior,  con  aquella  gim- 
nasia sana  que  bautiza  la  paciencia  de  la  buena 
conformidad  y  que  se  manifiesta  en  el  cesto  de 
ropa  que  se  cose,  el  puchero  que  se  espuma,  la 
sala  que  se  barre,  los  muebles  limpios,  arregla- 
dos, cuidados  como  reliquias,  que  os  hablan  de 
mil  pequeñas  alegrías  interiores,  de  mil  escenas 
de  que  fueron  testigos,  y  á  veces  ¡ay!  de  algu- 
nos seres  queridos  que  se  fueron,  volando^ hacia 
arriba  su  alma,  cayendo  á  la  tierra  blanca  del 
Camposanto  su  cuerpo,  dejándoos  en  el  corazón 
una  herida  que  brotará  muchas  veces  lágrimas 
sinceras,  de  las  que  se  derraman  en  silencio  y 
á  solas  y  son  rocío  que  consuela  y  vivifica. 


(Se  continuará.)  Rafael  Altamira. 

« 


EXPOSICIÓN    NACIONAL   DE    BELLAS   ARTES   DE    1887 


MALASAÑA  Y  SU  HIJA,  cuadro  de  Eugenio  Alvarez  Dumont,  tercera  medalla  (Dibujo  do  1'.  y  Valor) 


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464 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


EXPOSICIÓN  DE  BELLAS  ARTES 


CERTAMEN  TRI  ENAL.— MAYO,   1887 

m 

Vulgarizada  está  la  creencia  de  que  entre  los 
pueblos  latinos  nunca  progresaron  gran  cosa 
ni  la  pintura  de  costumbres,  ni  la  llamada  im- 
propiamente de  género,  ni  el  paisaje.  No  hay 
que  desconocer,  en  efecto,  que  la  genialidad  pro- 
pia de  los  pueblos  meridionales  más  la  lleva  á 
grandes  concepciones  sintéticas  inspiradas  en 
el  idealismo  religioso  ó  heroico  que  al  análisis 
detallado  de  la  vida  á  diario  ejercido  sobre  las 
manifestaciones  de  la  realidad;  pero  &  pesar  de 


esto,  hay  en  la  historia  del  arte  pictórico  de  Es- 
paña, aunque  pocos,  tan  felicísimos  ensayos,  y, 
para  hablar  con  más  propiedad,  tan  consumadas 
obras  maestras  del  género  que  prefiere  á  la  fan- 
tasía la  verdad  y  á  los  primores  de  una  bella 
composición  la  sencillez  razonada  que  ofrece  el 
natural,  que  con  orgullo  podríamos  decir  que  en 
calidad,  ya  que  no  on  número,  fácil  nos  sería 
competir  con  aquellos  países  que  más  han  so- 
bresalido pintando  con  predilección  casi  exclu- 
siva esta  clase  de  asuntos. 

Si  como  timbres  de  sus  glorias  artísticas  os- 
tentan otras  naciones  cuadros  como  La  ronda 
nocturna.  La  lección  de  anatomía  del  doctor  Tulp 
y  Los  síndicos,  podemos  aquí  oponer  á  las  pri- 
morosas genialidades  de  Rembrandt,  las  no  me- 


nos originales  y  brillantes  debidas  á  los  pince- 
les de  Velázquez  y  Goya,  llenos  de  personali- 
dad y  empapados  de  naturalismo.  El  Esopo,  el 
Menipo,  los  Enanos,  Las  Hilanderas  y  Los  Bo- 
rrachos, del  famoso  Apeles  Sevillano,  asi  como 
las  Fiestas  del  Manzanares  y  Los  Volatineros  del 
pintor  de  cámara  de  Carlos  IV,  son  lienzos 
que  admirablemente  representan  la  vida  y  las 
costumbres  de  España  en  dos  distintas  épo- 
cas, y  además  con  tal  maestría  y  espontanei- 
dad ejecutados,  que  con  razón  so  estiman  por 
joyas  de  precio  incalculable. 

Oportuno  es  además  advertir,  que  bien  fuese 
por  las  relaciones  constantes  que  tuvo  nuestra 
pintura  en  los  siglos  xvi  y  xvii  con  las  escue- 
las flamenca  y  holandesa,  bien  por  un  rasgo  ca- 


EL  HADA  DE  LA  RESACA  (Cuadro  de  F.  Chuich) 


racteristico  de  raza  que  también  se  refleja  en 
nuestra  literatura  de  aquel  tiempo,  los  pintores 
más  místicos  y  más  idealistas  sentíanse  con  vio- 
lencia solicitados  por  un  amor  á  la  naturaleza  y 
á  la  verdad  que  contrastaba  muy  singularmente" 
con  el  esplritualismo  que  informaba  y  presidía 
con  imperio  absoluto  todas  sus  obras.  Así  se  ve 
con  frecuencia  al  soñador  Murillo  olvidar  el 
nimbo  de  oro  y  nácar  en  que  envuelve  los  ros- 
tros ideales  de  sus  vírgenes,  para  recrearse  en 
el  modelado  enérgico  y  real  de  el  Aguador  de  Se- 
rvia y  de  la  Gitana,  llevando  sus  complacencias 
y  aficiones  naturalistas  hasta  el  extremo  de  po- 
nerlas al  servicio  de  sus  elevadas  imaginacio- 
nes religiosas  y  basta  el  punto  de  ahogar  en  sus 
ondas  materiales  su  idealización  divina,  como  se 
observa  en  la  Santa  Isabel  y  en  la  Sacra  familia 
llamada  del  pajarito. 

Por  camino  análogo  ayudaron  al  progreso  de 
la  pintura  de  costumbres  Zurbarán  y  Cerezo  y 
Navarrete  y  Caxés  y  muy  principalmente  el 
gran  Kibera  que  para  sus  modelos  de  mártires 
apóstoles  y  santos  sabia  escoger  con  frecuencia 
aquellos  andrajosos,  sucios,  escuálidos,  renegri- 
dos y  traspillados  tantas  veces  descritos  por 
Cervantes  en  sus  novelas  ejemplares  y  por  Que- 


vedo  al  relatar  la  vida  de  los  industriales  del 
ampa. 

No  obstante  tales  tiadiciones  artísticas,  lo 
cierto  es  que  la  pintura  de  costumbres  no  ha 
alcanzado  entre  nosotros  gran  desarrollo,  pu- 
diendo  decirse  que  á  pesar  de  las  felices  disposi- 
ciones que  algunos  maestros  han  manii'e.stado  en 
ella,  no  ha  llegado  á  generalizarse  como  en 
otros  países. 

Los  caprichos  y  genialidades  de  Goya  lleva- 
ron á  muchos  á  imitar  aquellos  cuadros  de  ma- 
jas y  toreros,  copiando  más  las  exageraciones 
y  extravagancias  que  las  cualidades  excelentes 
que  en  ellos  sobresalían.  No  está  lejana  la  épo- 
ca en  que  nuestros  pintores  se  dedicaban  exclu- 
sivamente á  representar  escenas  entre  moros  y 
cristianos  ó  á  reproducir  los  trajes  y  costum- 
bres de  principios  de  siglo  por  lo  que  llegaron 
á  designarse  con  mucha  oportunidad  aquellos 
lienzos  con  el  nombre  de  cuadros  de  casaron. 

Requiere  la  pintura  de  costumbres  condicio- 
nes especialisimas  y  facultades  singulares  para 
su  desempeño  en  el  artista  que  la  siga  y  culti- 
ve. Observación  meditada  y  profunda,  amor  á 
la  verdad,  delicado  gusto  para  escoger  y  combi- 
nar los  elementos  que  ofrece  al  arte  la  vida  real, 


y  además  un  delicado  humorismo  que  sepa  ha- 
cer i'Bsaltar  la  nota  ya  sentimental,  ya  cómica, 
que  encierra  en  sí  toda  acción  humana  contem- 
poránea. 

No  hay  en  esta  exposición  obras  que  sol^j'c- 
salgan  muy  principalmente  por  tales  condicio- 
nes; pero  con  todo,  en  algunas  de  ellas  han  sa- 
bido sus  autores  aceicarse  bastante  á  lo  que 
pudiera  considerarse  como  ideal  del  género. 

En  puridad,  á  la  cabeza  de  los  cuadros  de  esta 
exposición  dedicados  á  la  pintura  de  costum- 
bres contemporáneas  debe  señalarse  el  hermoso 
lienzo  do  Alcázar  Tejedor  IjOS  padres  del  cele- 
brante después  de  la  misa  nneva;  pero  de  su  exa- 
men hemos  de  prescindir  en  este  momento  por 
haberlo  hecho  ya  al  hablar  de  los  cuadros  de 
historia,  en  cuyo  grupo  le  incluimos,  teniendo 
para  hacerlo  en  cuenta  razones  especialisimas 
que  allí  dejamos  apuntadas. 

El  Corpus  en  un  pueblo  de  Cataluña,  de  Mas  y 
FondevJla,  es  un  preciosísimo  lienzo,  lleno  de 
luz,  de  ambiente,  de  verdad  y  de  color  de  buena 
casta.  Cuanto  á  su  dibujo  es  también  otra  mara- 
villa. Las  figuras  todas  están  correctamente  to- 
cadas con  una  gracia  exquisita  y  una  ligereza 
notable.  Las  mujeres  agrupadas  á  la  izquierda 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


455 


ofrecen  xma  nota  muy  jugosa  y  muy  fresca  y  lo 

propio  puede   decirse  del  soldado  que  está  de 

rodillas  en  el  primer  término.   La  perspectiva 

de  la  calle  está  bien  trazada,  el  altarcillo  en 

donde  se  levanta  la  rígida  figura  del  Ecce-Homo 

está  pintado  con  sobriedad  y  finura,  y  las  rejas 

de  las  casas  junto  al  primer 

término,  que  son  del  mejor 

gusto,  están  primorosamente 

detalladas.   Este  cuadro  es, 

en  una  palabra,  uno  de  los 

que  en  su  género,  entre  los 

demás  de    esta  exposición, 

ofrecen  una   nota   de   color 

más  justa  y  más  brillante. 

El  niño  do7-mido,  por  doña 
Antonia  Bañuelos  y  Thoru- 
dike,  es  un  hermoso  estudio 
del  natural  que  sorprende 
principalmente  por  la  soltu- 
ra y  fijeza  de  aquella  pince- 
lada que  tiene  toques  felicí- 
simos de  maestro  y  que  reve- 
la una  práctica  larguísima 
del  arte,  inconcebible  cierta- 
mente en  una  mujer.  Hay  tro- 
zos calientes  y  vigorosos  y 
atrevimientos  geniales  dig- 
nos del  mayor  aplauso.  Las 
carnes  muy  jugosas  y  trans- 
parentes, los  rubios  cabellos 
tocados  con  rapidez,  seguri- 
dad y  gracia  inimitables,  los 
extremos  con  correctísima 
precisión  dibujados,  y  toda 
la  figura  empastada  con 
maestría  en  el  fondo,  con  el 
que  se  funde  en  mancha  que 
acusa  los  perfiles  sin  recorte, 
señalando  con  las  gradacio- 
nes de  las  tintas  las  diferen- 
cias de  los  términos.  El  efec- 
to total  está  buscado  con  toda 
la  picardía  de  un  maestro  ex- 
perimentadísimo pidiendo  á 
la  nota  roja  del  fondo  refle- 
jos simpáticos  y  dulces,  más 
armoniosos  y  agradables  que 
ajustados  á  la  verdad  senci- 
lla y  desprovista  de  este  apa- 
rato rebuscado  y  mañoso. 

García  Hispaleto  presen- 
ta en  esta  exposición  un  lien- 
zo que  es  á  nuestro  juicio 
brillantísima  nota  de  luz  y 
de  color.  En  cuanto  á  lo  pri- 
mero, pocos  de  los  cuadros 
exhibidos  en  el  nuevo  pala- 
cio de  la  Industria  y  las  Ar- 
tes, podríase  no  ya  aventa- 
jarlo, pero  ni   igualarle  si- 
quiera. Titúlase  Una  lección, 
y  representa   dos  hermosos 
niños  que  han  interrumpido 
sus  juegos   para   escuchar 
atentamente  la    lectura  del 
libro  que  la  madre,  elegante 
y  gallarda  señora,  tiene  en- 
tre sus  manos.  El  fondo  del 
cuadro,  á  la  altura  de  las  ca- 
bezas de  los  niños,  le  consti- 
tuye una  gran  ventana  por 
donde  penetra   la  luz  de  un 
día   despejado   y  clarísimo. 
La  diafinidad  de  aquel  am- 
biente  luminoso  y  brillante 
se  esparce  y  refleja  por  toda  la  estancia  repar- 
tida con  sabia  y  razonada  dirección  que  contri- 
buyo á  su   perfecta  tonalidad.  Es  uno  de  los 
cuadros  en  que  más  resalta  el  estudio  del  natu- 
ral y  el  deseo  de  interpretar  la  verdad  sin  re- 
buscamientos  de    efectismos    amanerados.   La 
casta  de  color  es  española,  la  pincelada  vigorosa 
y  segura,  la  entonación  caliente. 

La  madeja  se  enreda  es  un  capricho  delicioso 
debido  al  pincel  de  Recio  y  Gil.  En  parque  fron- 
dosísimo, engalanado  por  la  frescura  y  verdor  de 
la  primavera,  una  joven  tendida  sobre  el  césped 


ríe  provocativamente  la  torpeza  del  mancebo  que 
entre  las  manos  sostiene  la  madeja  distraído  en 
contemplar  las  gracias  y  picaresca  actitud  de 
su  compañera,  y  nada  atento  al  trabajo  que  se 
le  ha  confiado.  Las  figuras  están  dibujadas  con 
ligereza  y  corrección;  el  fondo  del  jardín,  inter- 


pretado propiamente,  so  aleja  entre  manchas  do 
sombra  y  de  luz.  En  el  primer  término,  las  ma- 
sas de  floridos  follajes  acaso  están  en  demasía 
detalladas.  Como  la  entonación  general  es  infe- 
rior al  dibujo,  el  cuadro  por  su  asunto  y  color 
tiene  algo  de  tapiz. 


SIDNEY   EN  1882  (Cuadro  de  C.  Piguenit).— ADELAIDA  i,Cuadro  de  S.  Gouldsmilh) 


Infortunio,  por  Teixidor,  es  una  composición 
muy  melancólica  y  sentida,  dibujada  con  bas- 
tante esmero.  El  contraste  que  resulta  entre  la 
figura  rugosa  y  marchita  del  hombre  aviejado 
por  los  padecimientos  y  la  miseria,  y  la  joven 
fresca  y  delicada,  aunque  apenada  y  triste,  es 
muy  dramático  y  conmovedor.  La  ejecución  es 
pulcra,  fina  y  eísmerada;  acaso  esta  manera  de 
hacer  en  un  cuadro  de  grandes  dimensiones  re- 
sulte nimia  y  falta  de  vigor.  La  entonación 
general  tiende  algo  al  gris  azulado. 

El  Lavadero  en,  el  Manzanares,  por  Pérez  Va- 


lluerca,  es  un  lienzo  de  admirable  efecto,  acer- 
tado sobre  todo  en  la  interpretación  de  la  luz 
y  muy  ajustado  á  la  verdad.  El  agua  ofrece 
reflejos  vivísimos,  acaso  más  brillantes  de  lo 
que  corresponde  á  la  vista  del  cielo.  Las  figu- 
ras no  están  exentas  de  algunas  incorrecciones, 
pero  en  toda  la  composición  hay  espontaneidad, 
frescura,  copia  acertada  y  directa  del  natural 
y  cierta  originalidad  personalísima  que  la  dis- 
tingue y  avalora. 

Primavera,  por  Pelayo,  es  un  paisaje  de  gran- 
des dimensiones  que  no  carece  de  novedad  y 


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458 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


de  atrevimiento.  La  nota  verde  está  con  arrojo 
acometida  y  dominadas  algunas  de  las  dificul- 
tades que  siempre  ofrecen  ¡as  agrias  entonacio- 
nes del  campo  al  comenzar  lu  primavera.  Las 
figuras  muy  descuidadas  de  dibujo 

La  Gitana,  que  presenta  García  Ramos,  es 
una  verdadera  maravilla  de  dibujo  y  de  color. 
El  brazo  izquierdo  desnudo  es  de  notable  fres- 
cura; por  debajo  de  su  piel  tostada  y  morena 
parece  que  la  sangre  palpita  y  circula;  el  codo 
se  sale  materialmente  del  cuadro;  las  manos 
están  con  esmero  y  delicadeza  modeladas.  Lás- 


tima que  la  fisonomía,  aunque  llena  de  carácter 
y  verdad,  sea  torva  y  antipática. 

Pobres  huérfanos,  de  Alcázar  Tejedor,  es  una 
composición  sentida  y  pintada  con  sobriedad  y 
soltura.  Recuerda  por  su  asunto  el  lienzo  de 
Franco  ¡Gonsolatrix  aflictonim!  que  expresa  la 
misma  idea  y  que  es  también  muy  estimable, 
por  la  corrección  del  dibujo  y  la  finura  del 
color.  En  este  último  cuadro  están  muy  senti- 
das las  figuras  de  la  joven  huérfana  y  de  la 
hermana  de  la  Caridad  que  se  ven  en  primer 
término.  El  fondo,  dispuesto  con  guslo  y  pro- 


CASTILLO  DE  HOCHTON 

(Linca^ire,  IngUterr»);  La  Terraza  dd 
Norte 


piedad,  abunda  en  detalles  delicados  que  cou- 
ctirren  á  producir  el  efecto  patético  que  se 
propuso  el  pintor. 

Cordero  ha  presentado  dos  cuadro»  grandes 
que  representan  Un  herrero  y  Una  pescadera. 
Los  dos  tipos  tomados  indudablemente  del  na- 
tural; pero  á  pesar  del  cuidado  que  ha  puesto  su 
autor  en  interpretar  la  verdad,  las  figuras  re- 
sultan de  un  naturalismo  un  tanto  afectado  que 
las  hace  muy  poco  simpáticas. 

El  Copo,  por  Blanco  Coris,  es  un  cuadro  de 
dimensiones  que  se  avienen  mal  con  el  asunto. 
No  se  sabe  si  son  en  él  lo  principal  las  figuras 
ó  el  paisaje;  los  tipos  agrupados  tienen  verdad 
j'  reflejan  con  exactitud  caracteres  locales;  pero 
adolecen  de  faltas  de  dibujo  y  color.  La  marina 
enorme  que  forma  el  fondo  del  cuadro  lucha 
con  las  dificultades  que  ofrece  la  magnitud  del 
lienzo;  en  tan  grandes  proporciones  no  se  pue- 
den sostener  los  efectos  de  la  radiante  luz  me- 


ridional sin  caer  en  crudezas  de  color  y  en  chi- 
llonas y  falsas  entonaciones.  En  el  primer  tér- 
mino hay  una  cubeta  y  otros  utensilios  pintados 
con  sobriedad  y  exactitud. 

El  Estudio  de  cabeza,  presentado  por  Saenz  y 
Saenz,  es  muy  justo  de  color  y  está  tratado  con 
valentía  y  soltura.  Otro  tanto  puede  decirse  de 
La  cabeza  de  labradora  que  expone  Agrasot, 
aunque  es  algo  desigual  en  el  dibujo. 

R.  Blanco  Asenjo. 


LA    NARIZ 


(COKCLÜBIÓN) 


Para  comprender  hasta  dónde  llega  esta  in- 
fluencia, es  preciso  haber  tenido  la  desdicha  de 


observar  con  detención  á  alguno  de  esos  infeli- 
ces que  por  enfermedad  ó  accidente  so  ven  pri- 
vados en  absoluto  de  la  nariz,  ¿Háse  visto  cosa 
más  repugnante  y  á  la  vez  más  digna  de  conmi- 
seración? 

A  muchos  veremos  transitar  por  las  calles, 
que  por  efecto  de  una  do  esas  dolencias  que 
minan  la  existencia,  aun  el  más  lego  en  la  ma- 
teria, conoce  se  hallan  al  borde  del  sepulcro; 
pero  ni  aun  esos  arrancan  en  nosotros  la  singu- 
lar impresión,  mezcla  de  terror  y  compasión,  de 
un  desnarigndo. 

Y  aquí  la  de  nuestro  popular  Que- 
vedo: 

«Promontorio  de  la  cara, 
pirámide  del  ingenio, 
pabellón  de  las  palabras, 
zaquizamí  del  aliento. > 

No  es  preciso  verse  por  completo  des- 
provisto de  nariz  para  que  su  importan- 
cia se  manifieste;  basta  considerarla  en 
tal  ó  cual  forma  para  demostrar  su  in- 
fluencia. Desde  luego  podemos  rotunda- 
mente afirmar  que  no  se  concibe  la  be- 
lleza de  un  rostro  sin  una  nariz  regular 
y  correcta;  como  no  se  concibe  la  vida 
sin  el  oxigeno  que  la  sostiene. 

Figuraos  por  un  momento  una  cara 
con  todas  las  perfecciones  imaginables, 
con  las  proporciones  do  un  todo  armó- 
nico: si  va  acompañada  de  una  nariz  de- 
formo por  su  magnitud  ó  por  su  confi- 
guración, ha  de  reísultar  precisamente 
una  cara  fea.  Es  imposible  un  rostro 
bello,  sin  su  concurso. 

¡Cuánto  deben,  pues,  las  muchachas 
casamenteras  cuidar  y  bendecir  su  bien 
compuesta  nariz  y  cuánto  deben  agrade- 
cerlo las  que  se  han  dado  en  llamar  ven- 
gadoras, horizontales,  etc.! 

¡Y,  sin  embargo,  tan  descuidada  como 
siempre  se  ve,  sin  que  el  ingenio  huma- 
no haya  ideado  un  sencillo  preservativo 
que  la  resguarde,  por  su  saliente  condi- 
ción, de  tremendos  mogicones  con  algún 
distraído  transeúnte! 

¡Cuando  menos  los  malayos  sino  lo 
preservan  hasta  cierto  punto  la  distin- 
guen y  honran  con  vistosos  anillos  pen- 
dientes de  su  punta! 

Y  en  esto  precisamente,  no  hacen 
otra  cosa  que  rendir  homenaje  á  quien 
lo  deben. 

La  influencia  de  la  nariz  en  la  ex- 
presión y  hermoseo  de  las  facciones 
la  conocieron  muy  bien  los  egipcios  que 
dominados  por  el  erróneo  concepto  que 
en  materia  de  penalidad  supone  la  apli- 
cación del  Talión,  castigaban  á  la  mu- 
jer adúltera  con  la  pena  de  cortarle  la 
nariz;  creyendo,  y  no  se  equivocaban, 
que  de  esta  manera  se  privaba  á  la  de- 
lincuente de  entregarse  de  nuevo  á  sus 
livianos  y  voluptuosas  placeres. 

Y  los  indios  hacían  más:   dada  la  fa- 
cilidad con  que  por  simple  yuxtaposi- 
ción podía  ella  recobrarse,    debía  des- 
pués de   cortada,  ser  quemada  pública- 
mente en  im  brasero. 

Prevención  que  hoy  día  los  adelantos  de  la 
cirugía  han  venido  á  destruir  hallando  el  modo 
de  reponer  la  narices  mutiladas,  valiéndose  de 
la  piel  del  brazo. 

En  confirmación  de  este  mismo  aserto,  que- 
daban por  el  capítulo  XXI  del  Tievítico  excluí- 
dos  del  servicio  del  Altar  los  liebi-eos  que  tu- 
viesen la  nariz  chica,  enorme  ó  torcida,  atendido 
que  sólo  debían  consagrarse  á  Jeliová  las  cria- 
turas que  j)or  sus  perfecciones  eran  dignas  de 
tan  elevado  servicio. 

Por  lo  demás,  es  nuestro  protagonista  tan 
pulcro  en  todas  sus  cosas,  que  ha  burlado  el  ar- 
tificio de  cuantos  se  devanan  los  sesos  para  em- 
baucar al  prójimo  con  supercherías  de  mal  gé- 
nero; pues, 

«ojos  y  dientes  pofctlzos 
andan  engañamio  necios 
y  la  nariz,  no  consiente 
sustitutos  ni  remiendos,  > 


La  ilustración  ibérica 


459 


Una  de  las  condiciones  que  la  distinguen,  es 
su  grandísima  variedad. 

Desde  el  enunciado  érase  un  hombre  á  una 
nariz  pegado,  como  determinando  la  mayor 
magnitud  que  pueden  adquirir,  hasta  la  que 
como  mínima  describe  Quevedo  en  los  siguientes 
versos: 

•Por  tu  nariz,  yo  testigo, 
pleitean  con  buen  derecho; 
por  pezón  la  pide  un  pecho 
y  una  panza  por  ombligo. 
Y  me  lía  dicho  un  hablador, 
que  con  justicia  y  enojo, 
la  pide  por  roncha  un  piojo, 
y  por  cero  un  contador», 

se  nos  presentan  un  cúmulo  de  formas  con  tales 
caracteres  de  originalidad  en  cada  una  de  ellas, 
que  hace  difícil  su  comprensión  en  grupos. 

Podemos,  no  obstante  afirmar,  que  por  su 
rasgo  más  saliente  se  denominan  aguileñas  las 
que  presentan,  á  semejanza  del  pico  de  estas  ra- 
paces, una  protiiberancia  que  va  aminorándose 
hacia  los  dos  extremos  como  describiendo  un 
ángulo  obtuso,  cuyo  vértice  viene  á  estar  situa- 
do en  la  mitad  de  su  extensión. 

Estas  narices  han  sido  objeto  de  especial  pre- 
dilección por  los  antiguos,  los  cuales  conside- 
rando eran  manifestación  de  un  carácter  impe- 
rioso y  de  firmes  resoluciones,  tan  apreciado  en 
aquellas  épocas  de  caudillaje,  auguraban  en  el 
que  la  poseía  las  esperanzas  de  un  lisonjero 
porvenir. 

Eran  más  apreciadas  cuando  se  encorvaban 
por  una  linea  dulce  é  insensible  sin  trasmisio- 
nes bruscas  ó  fápidas. 

Platón  la  llamaba  nariz  real,  por  excelencia, 
y  Plutarco  afirma  era  aguileña  la  nariz  de  Ciro 
el  Grande;  por  cuyo  motivo  se  explican  sus  pro- 
digiosas victorias  que  le  valieron  la  sumisión  de 
los  medos  y  del  Asia  Menor^ 

En  otras  diferentes  formas  se  nos  presenta  la 
nariz,  y  podemos  ver  en  cada  uno  de  sus  rasgos 
más  notables,  la  expresión  de  tendencias  ó  in- 
clinaciones diversas  inherentes  al  individuo 
que  los  ostenta,  viniendo  por  tal  medio  á  ser  un 
verdadero  espejo  del  alma. 

Es  opinión  admitida,  que  las  narices  rectas  y 
perpendiculares  son  evidente  indicio  de  una 
constancia  varonil. 

Si  por  el  contrario  describen  una  linea  curva 
de  gran  anchura  en  el  dorso,  lo  que  no  sucede 
frecuentemente,  indica  facultades  superiores 
propias  de  un  genio. 

Una  nariz  muy  preeminente  acompañada  de 
una  boca  salida,  anuncia  un  gran  hablador. 

Si  es  puntiaguda  denota  un  carácter  fino  y 
diplomático;  en  oposición  á  las  redondeadas 
que  corresponden  á  los  abiertos  y  francos. 
Cuando  es  pequeña,  denota  un  espíritu  tímido. 
Si  suelta  y  vibrante  con  punta  algo  arremenga- 
da,  es  signo  de  un  carácter  violento.  Y  cuando 
corta  y  achatada,  lo  es  de  tendencias  ó  inclina- 
ciones egoístas. 

Por  fin,  la  mayor  ó  menor  abertura  de  las 
ventanas  nasales  corresponde  á  la  indignación 
ó  cólera  del  individuo. 

Y  basta  ya  de  tan  nasal  materia,  pudiendo 
darme  por  dichoso  si  el  lector  que  haya  tenido 
paciencia  de  llegar  ha.sta  el  final  me  hace  el 
honor  de  creer  que  el  autor  no  es  ningún  chato. 

J.  ClITRANA. 


I-A  CATEDRAL  DE  ViRGILIA 


Ofrecía  la  vieja  catedral  á  nuestra  vista  inido 
contraste.  Mezclados  en  aparente  confusión,  dis- 
tinguimos en  su  artística  fachada  la  suave  de- 
licadeza del  orden  corintio  con  toda  su  riqueza 
en  los  detalles,  su  minuciosidad  en  los  adornos, 
su  gracia  en  los  dibujos,  su  esbeltez  en  las  co- 
lumnas, su  originalidad  en  los  capiteles  cuyas 
encorvadas  hojas  de  acanto  combinábanse  con 
.singular  elegancia  con  las  talladas  ménsulas  y 
alternados  modillones  del  cornisamento,  ocu- 
pando los  intercolumnios  y  los  espacios  limita- 


dos por  las  cornisas,  excelentes  relieves  donde 
mostrara  su  rara  habilidad  el  artista;  el  orden 
romano  campeaba  sobre  el  anterior  exornando 
con  mayor  riqueza  el  segundo  cuerpo  de  la  fa- 
chada, dónde  amalgamado  con  la  gentileza  del 
orden  jónico,  con  sus  elegantes  volutas  en  los 

ANTIGUAS   PORCELANAS   DE  CHINA 


Azucartru;  con  oruaracntacióu  de  lirios 

capiteles,  con  sus  numerosas  molduras  en  las 
comisas,  estaba  la  rica  variedad  del  corintio 
engalanando  el  arco  de  medio  punto  abierto  en 
el  muro  las  cornisas  y  columnas  adosadas  á  la 
fábrica,  unido  todo  á  la  precisión  matemática 
peculiar  de  los  romanos  y  á  la  severa  arquitec- 
tura que  caracterizó  á  los  dorios.  Aquellos  cor- 
nisamentos pareciéronme  arrancados  del  arco 


Vaso  cilindrico;  en  la  faja  del  centro  dragones  blancos 
sobre  fondo  azul 

de  Tito;  aquellos  arcos  tra.sportados  del  foro 
pompeyano;  aquellas  cornisas,  de  espacioso 
atrio;  los  minuciosos  adornos  que  llenaban  los 
huecos  de  las  cornisas,  parecían  mejor  delica- 
dos bajo-relieves  desprendidos  del  peristilo  de 
una  villa  romana;  admiré  magníficos  detalles 
copiados  sin  duda  de  las  suntuosas  termas  de 
Caracalla,  de  la  esbelta  columna  Antonina,  de 
la  grandiosa  villa  que  edificó  Adriano  junto  á 
Tívoli  y  cuyas  inmensas  ruinas  fueron  conside- 
radas por  arqueólogos  é  historiadores  como  los 
restos  de  una  gran  ciudad;  vimos  la  base  ática 


en  las  columnas,  el  arquitrabe  jónico  con  sus 
resaltes,  los  adornos  de  las  molduras  bien  em- 
pleando las  geométricas  formas  de  los  dorios, 
bien  copiando  á  la  naturaleza  en  las  caprichosas 
hojas  y  elegantes  flores  de  arqueados  pétalos, 
carácter  propio  de  la  civilizada  Corinto;  colum- 
natas, fiel  trasunto  del  Partenon  y  estatuas  sa- 
cadas del  célebre  friso  que  cinceló  Fidias  en  el 
templo  de  Minerva;  muros  edificados  á  seme- 
janza del  de  Conon  en  la  acrópolis  atenea;  el 
arte  clásico,  para  abreviar,  con  sus  infinitas  va- 
riantes reunido  en  armónico  conjunto  en  la  ele- 
gante fachada  de  la  catedral  de  la  antiquísima 
Virgilia;  y  como  protestando  de  tanto  paganis- 
mo y  contrastando  con  la  ostentosa  ornamenta- 
ción románica,  ocupan  la.s  arcadas  grupos  es- 
cultóricos representando  unos  escenas  bíblicas, 
otros  pasajes  de  la  vida  austera  de  algún  santo; 
aquí,  una  bella  estatua  de  esforzado  guen-ero 
coronado  con  la  aureola  de  la  santidad;  más  á 
la  derecha,  la  figura  de  místico  asceta  que  di- 
jérase  modelado  por  Alonso  Cano,  allá,  á  la  iz- 
quierda, hermosos  relieves  que  retratan  en  duro 
mármol  la  vida  sencilla  y  poética  de  la  madre 
del  divino  Verbo,  y  en  la  cúspide  de  la  artística 
pirámide, — forma  que  afecta  la  fachada, — co- 
rona el  grandioso  monumento  un  precioso  grupo 
de  la  Asunción  de  María,  reina  de  los  cielos.  La 
elevada  torre,  digna  de  tan  singular  portada, 
ostenta  en  su  tercio  inferior  el  estilo  romano; 
el  tercio  medio  es  graciosa  combinación  de  va- 
rios subórdenes  griegos  caprichosamente  ideada 
por  el  artífice;  el  remate  es  de  severo  gusto 
moderno,  cuya  severidad  no  excluye  la  majes- 
tuosidad de  su  ornamentación. 

¡Hermoso  edificio!  ¡Soberbia  fábrica!  Nuestra 
calenturienta  imaginación  evocaba  recuerdos  de 
los  clásicos  tiempos  en  que  la  cultura  romana 
apoyándose  en  el  arte  griego,  producía  hermo- 
sas manifestaciones  del  genio  de  los  dos  más 
grandes  pueblos  de  la  antigüedad:  Grecia, 
Roma. 

Al  penetrar  en  la  histórica  catedral  por  la 
puerta  que  mira  al  Oriente, — precioso  trasunto 
de  arquitectura  greco-latina, — creíamos  encon- 
trar un  suntuoso  templo  maravilla  del  orden 
romano,  fiel  copia  del  que  levantó  Roma  á  la 
casta  Diana  en  el  Aventino  entre  un  montón  de 
riquísimos  palacios  y  lindo  bosquecillo  de  fron- 
dosos laureles,  segiin  Dionisio  nos  cuenta.  Creía 
nuestra  fantaseadora  imaginación  admirar  un 
templo  hecho  á  semejanza  del  levantado  por  los 
Tarquines  á  Júpiter  en  el  Capitolio,  en  cuyas 
tres  anchurosas  naves  dedicadas  á  Juno  Miner- 
va y  Zeos,  retumbaban  nutridos  cantos  de  vic- 
toria, alegres  vivas,  exclamaciones  de  férvido 
entusiasmo;  de  donde  salía  el  primer  grito  de 
guerra  que  ensordecía  de  miedo  á  las  naciones 
enemigas  de  Roma,  atemorizaba  á  sus  mismos 
aliados  y  enardecía  á  las  viciadas  legiones  ava- 
ras de  rico  botín;  en  cuyas  columnatas  colgá- 
banse los  trofeos  de  la  guerra  y  donde  deposi- 
taba el  César  los  presentes  de  los  extranjeros 
pueblos  al  dios  tonante;  templo  que  reedifica 
varias  veces  Roma  adornándolo  con  los  bronces 
y  columnas  que  trajo  Sila  de  los  templos  de 
Apolo  y  Júpiter  en  Delfos  y  Elide,  que  rodea 
de  columnas  de  mármol  del  Penthélico  labradas 
en  Atenas,  que  describe  maravillosamente  la 
elegante  pluma  de  Tácito,  deteniéndose  hasta 
en  las  ceremonias  que  precedieron  á  la  coloca- 
ción del  primer  sillar.  Pensábamos  descubrir 
entre  la  semi-oscuridad  que  envolvía  el  interior 
de  nuestra  catedral,  el  templo  de  la  Concoi'dia 
con  las  estatuas  y  molduras  que  pedia  Cicerón 
á  su  amigo  Ático,  de  Grecia,  con  las  estriadas 
columnas  que  sostenían  su  pórtico;  pórtico  des- 
de cuyas  gradas  se  mostraba  el  Senado  al  pue- 
blo y  escuchaba  los  fulminantes  discursos  del 
tribuno  de  la  Roma  republicana.  Sospechaba 
que  íbamos  á  escudriñar  las  preciosidades  del 
fastuoso  templo  levantado  por  Claudio  Nerón 
en  la  cumbre  del  Celio,  re;edificado  por  aquel 
avaro  emperador  de  la  familia  Flavia  que  creyó 
haber  purificado  á  la  podrida  Roma  con  sus  re- 
formas; por  aquel  César  enemigo  constante  del 
lujo  que  gastaba  en  espléndidas  construcciones 
el  oro  del  imperio,  al  propio  tiempo  que  decre- 


ANTIGUAS  PORCELANAS  DE  CHINA 


Jarro  decorado  cou  inedailouts  y  arabescos 


Vaso,  con  los  -altos  Inmortales,»   gaerreros 
y  damas  encumbradas 


Ornamentación:  grotescos  y  pájaros 


Tmo  efliii4i1en.  con  ro«afi 


Jarro:  en  el     ..i¡...  .11  mandarín  recibiendo  homeniges 
y  uuos  guerreros  en  el  cuello 


LOS  DRAMAS  DE  SHAKESPEARE 

Ricardo  ii  y  la  IlEI^A  (Kicardo  ii,  acto  V,  escena  l).-DlbuJo  de  J.  Kalston  -Wolsey  v  RnrK,»„„...  ,v 

I  j«  UB  >>.  xuusion.     WOLSEY  Y  BUCKINOHAM  (Ehhkjue  VIH,  acto  I,  eecena  I).-DibiUo  de  Salomón  Hart 


462 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


taba  un  vil  impuesto  sobre  las  basuras;  por  Ves- 
pasiano,  de  cuyo  célebre  templo  quedan  en  pié 
tres  columnas  y  un  friso,  resto  de  su  pasada  mag- 
nifícencia.  Creíamos  admirar  un  prodigio  del  arte 
clásico  y  nuestras  espe|ttnzas  se  desvanecieron 
al  interrogar  con  avara  mirada  el  santuario, 
como  las  amarillas  hojas  se  desprenden  de  sus 
ramas  al  soplo  del  frío  cierzo.  Donde  pensába- 
mos vislumbrar  un  destello  de  la  epicúrea  filo- 
sofía,— emanación  del  hedonismo  de  Arístipo, — ■ 
reflejado  en  las  creaciones  artísticas  de  artífice 
peritísimo,  impregnando  los  esculpidos  mármo- 
les y  trasluciéndose  en  las  talladas  piedras  las 
fíloaóficás  aberraciones  de  la  sensual  sociedad 
latina,  encontramos  la  idea  cristiana  derivación 
del  estoicismo  de  Zenón  en  lo  tocante  á  su  se- 
vera moral,  con  su  inmortalidad  anímica  enun- 
ciada por  Platón,  con  sns  principios  filosóficos 
emanados  del  método  socrático;  idea  encamada 
en  la  austeridad  del  orden  gótico,  austeridad 
qne  apagó  nuestra  ardorosa  sed  de  clasicismo. 
Allá  en  el  exterior,  en  la  fachada,  la  expresión 
pagana  avivada  por  la  suntuosidad  de  su  arte; 
aquí,  en  el  interior,  el  ideal  cristiano  ajeno  á 
todo  fausto,  invitando  á  la  oración  al  recogi- 
miento, aquellos  desnudos  muros,  aquellas  atre- 
vidas bóvedas,  sns  elegantes  ojivas,  los  ligeros 
pilares  elevados  hasta  el  arranque  del  agudo 
arco,  su  sobria  exornación  que  emplea  las  zar- 
padas hojas  de  cardo  y  laurel  para  envolver 
áridos  capiteles:  caracteres  todos  del  gótico  or- 
den; orden  que  retrata  en  sus  severas  manifes- 
taciones el  romanticismo  de  los  siglos  en  que 
aparece  y  se  desarrolla. 

Tres  anchas  naves  dividían  el  templo,  ocu- 
pando su  centro  la  capilla  mayor  con  sus  muros 
cubiertos  de  dorada  talla  gótica  profusamente 
sembrada  de  puntiagudos  doseles,  en  cuyo  fon- 
do aparecía  medio  borrado  antiquísimo  retabjo 
6  bajo  cuyos  rosetones  distinguíase  ruda  escul- 
tura. Dos  colosales  lámparas  de  maciza  plata 
sostenían  multitud  de  encendidos  cirios  á  cuya 
luz  brillaba  esplendoroso  altar  donde  celebrá- 
base en  aquel  momento  mística  ceremonia  del 
culto  católico. 

El  órgano  difundía  por  las  espaciosas  naves 
expresivas  notas  que  repercutían  en  el  muro  de- 
volviendo torrentes  de  armonías  que  se  suce- 
dían con  reposado  ritmo;  perdíase  entre  las  bó- 
vedas un  canto  dulcísimo  mientras  le  reempla- 
zaba otro  pujante  y  sonoro  trabándose  sus 
notas  en  armoniosa  confusión,  asemejándose  á 
continuado  coro  de  querubes  que  no  cesara  en 
sus  alabanzas  al  Altísimo;  un  crescendo  que 
terminó  con  fortísimos  acordes  y  rugientes  so- 
nidos dominó  el  conjunto,  (fae  poco  á  poco  fué 
palideciendo  basta  extinguirse  cual  suave  susu- 
rro entre  las  nubes  de  incienso  que  envolvían, 
—  amortiguando, —  las  amarillentas  luces  del 
altar. 

Recorrimos  el  templo  ansioso  de  conocer  sus 
más  notables  cosas.  Nos  detuvimos  en  el  coro, 
precioso  joya  del  arte  del  renacimiento  engas- 
tada entre  severos  pilares  y  graciosas  ojivas; 
mostraban  los  anchos  sillones  de  roble,  notables 
relieves  labrados  con  delicadeza.  En  el  presbi- 
terio elevábase  preciosa  urna  de  plata  en  cuyos 
ángulos  aparecían  los  evangelistas  en  pequeñas 
estatuillas  de  rico  metal;  pareciónos  al  exami- 
nar su  labor,  trabajada  en  el  décimo-séptimo 
siglo.  Escudriñamos  con  detención  dos  capillas, 
modasta  la  una;  exacto  modelo  del  orden  gótico 
en  su  mayor  apogeo  y  perfección,  la  otra;  esta, 
es  minuciosa  filigrana  ejecutada  por  pacientísi- 
mo  artista  que  amontonó  en  reducido  espacio 
todos  los  primores  que  brotaron  de  su  cincel:  la 
])rofu8¡ón  de  adornos,  hojas,  aristas  cruzadas  en 
varios  sentidos,  ligerísimas  columnillas,  ins- 
cripciones formadas  por  duras  y  angulosas  le- 
tras, todo  yuxtapuesto,  todo  en  ordenado  des- 
orden, parecía  más  bien  qne  se  hubiera  arrojado 
sobre  el  muro,  ocultándolo  enteramente  multi- 
tud de  relieves  y  dibujos  ordenados  al  azar,  de 
tal  manera,  que  la  severidad  de  este  género  de 
arquitectura  desaparecía  bajo  tan  múltiple  ex- 
ornación. Según  reza  gótica  inscripción  que  la 
ro<lea  á  modo  de  elegante  cenefa,  fué  construida 
en  el  primer  tercio  del  siglo  décimo-sexto.  Más 


reducida  la  otra  capilla,  sin  ser  excesivamente 
severa,  muestra  menos  riqueza  en  su  conjunto; 
en  el  centro  se  destaca  de  entro  las  geométricas 
aristas  y  bordones  que  forman  amplísimo  arco 
que  ocupa  todo  el  fondo  del  altar,  un  blanco 
mármol  con  amarillas  vetas,  en  el  cual  admira- 
se el  nacimiento  del  Redentor  en  inimitable  re- 
lieve. 

Testigo  de  grandes  acontecimientos  señalados 
por  la  historia  fué  la  catedral  de  Virgilia,  pre- 
senciando los  sacudimientos  que  en  pasadas 
centurias  originaron  las  luchas  entre  el  poder 
real  y  la  nobleza  y  entre  ésta  y  el  pueblo.  En 
ella  se  reunían  las  asambleas  de  los  desconte- 
tadizos  nobles;  las  losas  de  su  pavimento  estre- 
mecíanse con  frecuencia  bajo  el  peso  de  cru- 
giente  annadura,  cuando  no  se  regaban  con  la 
sangre  de  los  patricios  y  plebeyos  de  la  Edad 
media;  en  los  sillones  del  sombrío  coro  veíase 
brillar  al  lado  de  la  áspera  estameña  que  en- 
volvía el  macerado  cuerpo  de  un  abad,  la  bru- 
ñida coraza  de  levantisco  señor,  resaltando  entre 
pesado  arnés  y  la  sencilla  franela  de  cejijunto 
dominico,  la  púrpura,  no  menos  dada  á  cabil- 
deos y  conjuras.  A  veces  llenaba  sus  bóvedas  el 
pueblo  cuando  en  defensa  de  las  libertades  es- 
critas en  sus  códigos,  se  concertaban  en  atro- 
nador conciliábulo  donde  con  sendos  discursos 
salpicados  de  bruscas  interrupciones  y  elocuen- 
tes apostrofes,  abogaban  por  el  mantenimiento 
de  sus  derechos;  que  siempre  ha  tenido  la  elo- 
cuencia sus  sacerdotes  en  las  populares  masas. 
Otras  muchas  se  congregaban  en  sus  naves  la 
nobleza  del  reino,  el  clero,  el  pueblo,  para  ele- 
var sus  preces  al  Señor  en  acción  de  gracias 
por  haber  vencido  los  ejércitos  reales  en  fortí- 
sima  batalla  al  rebelde  musulmán,  por  haberse 
librado  el  reino  de  asoladora  peste,  por  escapar 
el  monarca  del  peligro  en  que  le  puso  cruel  do- 
lencia, por  varios  motivos  en  suma,  resonaban 
en  el  coro  los  graves  versículos  de  solemne 
Te  Deum.  La  coronación  de  un  rey,  mezcla  de 
aparatosa  ceremonia  religiosa  y  de  cortesanas 
fórmulas;  el  casamiento  de  jóvenes  príncipes 
que  unían  con  su  suerte  la  de  sus  estados;  la 
jura  famosa  de  apuesto  rey,  que  olvidaba  el 
respeto  á  los  fueíos  de  sus  vasallos  con  la  mis- 
ma presteza  que  juraba  su  observancia,  eran 
razones  que  movían  á  juntarse  en  el  histórico 
templo  confundiéndose  ante  el  altar,  los  tres 
brazos  del  reino. 

Acudían  estas  ideas  á  mi  cabeza  en  confuso 
revoloteo,  mientras  observaba  el  aspecto  som- 
brío que  el  interior  de  la  vetusta  iglesia  ofrecía. 
Habíanse  apagado  las  luces;  sólo  quedaba  en 
solitario  altar  triste  lámpara  cuya  luz  hacía 
más  negro  su  alrededor.  El  templo  estaba  de- 
sierto, ibanse  á  cerrar  sus  puertas  y  tuvimos 
que  abandonarlo;  nos  faltaba  recorrer  aún  la 
ciudad  dentro  de  cuyos  muros  se  alzaba  tan 
hermoso  baluarte  de  la  católica  fe. 

La  noche  había  extendido  su  negra  gasa  por 
el  azul  del  cielo.  Al  internarnos  por  desierta 
calleja  en  busca  do  nuestro  alojamiento,  nos 
volvimos  á  saludar  á  aquel  coloso  del  arte  que 
tan  bellas  páginas  de  la  historia  guarda  entre 
sus  muros:  la  silueta  de  la  catedral  y  los  aleros 
de  los  vecinos  tejados  se  dibujaban  en  el  hori- 
zonte merced  á  la  débil  claridad  que  por  Occi- 
dente marcaba  la  huella  de  esplendente  día. 

B.  Morales  Sanmartín. 


EL  GENIO 

De  arpa  sonora  sobre  las  cuerdas 
dedos  de  nácar  pasando  van, 
y  una  armonía  celeste  y  pura 
de  los  metálicos  hilos  do  oro 
surge  á  compás. 

Cántico  dulce  de  amantes  aves 
á  aquel  concierto  se  une  fugaz; 
es  el  del  genio,  que  aj-es  y  perlas, 
Inces  y  aromas,  entre  armonías, 
quiere  brindar. 


Si  hay  en  la  tierra  divinas  flores, 
son  las  que  el  genio  vierte  al  cruzar 
cual  nube  de  oro  rápida  y  leve, 
ala  de  cisne,  copo  de  espuma 
y  azul  raudal. 

De  aquellas  flores  la  vaga  esencia 
costó  una  vida  de  eterno  afán: 
¡muertas  dulzuras,  tronchados  sueños, 
hondos  suspiros,  rota  esperanza 
su  sor  lee  dal 

Sobre  el  sepulcro  del  bardo  muerto 
deja  coronas  la  sociedad: 
¡ayer  espinas  ciñó  el  poeta 
que  hoy,  hecho  polvo,  duerme  de  bronce 
sueño  glacial! 

¡Genio  divino!  tú  de  la  mtierte 
las  sombras  rasgas  potente,  audaz. 
Ante  tu  nombre  se  postra  el  mundo. 
¡¡Que  sueñe  y  ore,  como  tú  sueñas 
y  orando  vas!!... 

Eduardo  Pato  Martínez. 


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NUESTROS  GRABADOS 


P.NTUKAS   NORTE-AMIIIinANAS 

A  la  ambulancia,  cuadro  de  Gllbert  Gaul,  es  una  bella 
muestra  del  talento  de  su  autor,  pintor  de  asuntos  militares, 
lo  cual  no  deja  de  constituir  una  extrañeza  en  los  Estados 
unidos.  La  escena,  inspirada  en  los  recuerdos  de  la  guerra 
de  SíctsKíon,  se  recomieuda  por  su  exactitud  y  es  muy  de 
alabar  el  acierto  con  que  están  expresados  el  cielo  y  la  luí  a 
la  hora  del  crepúsculo  vespertino. 

A  otro  género  muy  distinto  pertenece  El  Hada  de  la  reta- 
ca. Su  autor,  Mr.  Chiirch,  cultiva  de  preferencia  los  asun- 
tos fantásticos,  que  le  dan  ocasión  á  emplear  los  blriUCOR, 
rojos  pálidos,  pardo-o&curos  y  lineas  verdes  y  azules  á  que 
es  aficionado.  El  cuadro,  cuyo  g'abado  reproducimos  hoy 
en  nuestras  páginas,  es  un  verdadero  estudio  de  olas  que  el 
autor  ha  sabido  am-glar^  sin  perjuicio  de  la  verdad,  do  tal 
manera,  que  sus  crestas  vienen  á  formar  uu  caballo  de  Nep- 
tuno. 

En  cuanto  á  Mr.  Siddons  Mowbray,  es  un  joven  pintor 
orientalista,  de  cuyas  buenas  facultades  da  testimonio  su 
cuadro  de  El  Deva  (ó  espíritu  maligno)  cautivado  por  las  Pe- 
Tíí,  asunto  inspirado  en  la  mitología  peisa. 

XXrOglCIÓN   NACIONIL   DE    BELLAS   ARTES   DE   1887 

ualabaSa  y  su  bija 
Cuadro  de  Eugenio  Alvarez  Dumonl 
Dibujo  de  P.  y   Valor 

La  critica  ha  hecho  justicia  á  este  cuadro  tributándole 
merecidos  elogios,  y  el  jurado  ha  conflrm»do  tan  unánime 
opinión  distinguiéndole  con  una  délas  codiciadas  medallas. 
La  sublimidad  del  asunto  está  dignamente  expresada  que  es 
cuanlo  cabe  decir. 

El.  V  I  .í  T  I  c  o 
Cuadro  de  Luis  Passini 

Contrariamente  á  lo  que  haría  suponer  su  apellido  italia- 
no es  Luis  Passini  subdito  de  S.  M.  I.  Apostólica  Francis- 
co José.  Se  sabe  que  nació  en  Vlena  en  1832,  de  una  familia 
de  artistas,  y  que  asi  que  pudo  se  Instaló  en  Vcuecia,  de  cuya 
vida  moderna  se  ha  hecho  el  pintor  sin  rival.  Obtuvo  la  gran 
medalla  de  oro  por  sus  cuadros  de  género  en  París  y  Berlín. 
El  Viático  es  una  admirable  pintura  del  interior  de  los  Prari, 
que  respira  naturalidad  y  8or(>rende  por  su  factura,  si  bien 
recuerda  algo  la  ardil  famosa  obra  maestra  de  Fortuny. 

EU   AHTE    EN    AUSTRALIA 

Asi  el  cuadio  de  Sydney  en  1SS2,  como  el  que  representa 
una  calle  de  Adelaida,  indican  excelentes  condiciones  en  sus 
autores,  los  cuales  hacen  honor  á  la  joven  colonia  que  on  tan 
pocos  años  ha  sabido  crearse  hasta  un  arte  propio. 

MADRID:    EXeOSlCIÓ»   GENERAL   DE    LAS   ISLAS   FILIPINAS 

Nuestros  lectores  pudieron  saborear  ya  en  el  pasado  nú- 
mero la  crónica  que  dedicó  á  este  asunto  Fernanfior,  por  lo 
cual  nos  llmllarcmos  é.  dar  noticia  de  los  asuntos  representa- 
dos eu  nuestro  dibujo  de  hoy: 

La  Instalación  real  está  establecida  en  el  Pabellón  del  rey 
qne  á  esto  efecto  ha  sido  restaurado  y  cubierto  con  una  nue- 
va cúpula  de  bronce  dorada. 

El  Paiacio  de  crioíai,— proyectado  por  el  distinguido  ar- 
quitecto D.  Ricardo  Velázquez,  á  quien  se  debe  la  disposi- 
ción general  del  certamen,— es  un  pabellón  elegantísimo  que 
según  escribe  un  apreclable  colega  de  la  corte,  tiene  la  par- 
ticularidad de  acusar  en  pequeño  espacio  el  conjunto  de  mu- 
chas épocas. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


463 


"Los  detalles,  añade,  pertenecen  todos  al  estilo  griego-jó- 
nico moderno;  pero  en  cuanto  4  su  estructura,  obedece  á  otras 
épocas  distintas. 

•Tiene  la  disposición  de  los  ábsides  en  cruceros  de  la  Aus- 
trasia.  Al  dividirse  el  imperio  en  las  dos  partes,  la  Austrasla 
y  la  Neustrla,  correspondió  á  Carlo-Magno  por  herencia  la 
primera  y  por  conquista  la  segunda. 

•  En  el  primero  de  dichos  territorios  se  desarrolla  una  ar- 
quitectura que  se  extiende  actualmente  por  Bélgica  y  las  ori- 
llas del  Rhin,  arquitectura  que  hacia  los  siglos  3¡ii  y  xiil  to- 
ma en  sus  cruceros  la  forma  que  afecta  el  Pabellón  de  cristal, 
es  decir,  un  crucero  con  su  cúpula  sobre  planta  cuadrada 
rodeado  de  tres  ábsides. 

•Al  mismo  tiempo,  en  parte  de  la  Neustria  y  sobre  todo 
en  el  Centro  y  Mediodía  de  Francia,  después  de  muchos  en- 
sayos se  adoptan  las  bóvedas  laterales  de  medio-caMn,  ó  en 
arbotante,  origen  de  los  botareles  de  las  iglesias  góticas  de 
los  siglos  XIII  al  XV.  en  los  cuales,  por  una  disposición  muy 
razonada,  las  bóvedas  laterales  sirven  de  contrarresto  ó  apo- 
yo á  la  bóveda  central  y  de  lo  que  en  España  solo  tenemos — 
aparte  de  varias  pequeñas  iglesias  de  Cataluña— la  catedral 
de  Santiago,  uno  de  los  ejemplares  más  notables  de  Europa, 

•  Estos  son  los  principios  que  el  señor  Velázquez,  de  acuer- 
do con  el  carácter  de  nuestra  época,  ha  logrado  armonizar 
brillantemente  y  de  manera  que  por  sus  elegantes  lineas  y 
por  sus  esbeltas  proporciones  sea  el  Palacio  de  cristal  digno 
de  Ajar  la  atención  de  los  Inteligentes. 

•Las  dimensiones  del  pabellón  son  156  metros  de  largo 
por  38  de  ancho. 

•Todo  está  heclio  por  casas  y  materiales  españoles;  el  hie- 
rro laminado  por  la  casa  de  Duro,  en  Asturias,  y  construido 
por  B.  Asín,  de  Madrid,  con  obreros  españoles:  el  zinc  por  la 
Compañía  Asturiana,  asi  como  la  escalinata  y  balaustrada 
del  lago,  en  el  cual  ha  entrado  en  su  mayor  parte  cemento 
traído  de  las  fábricas  de  Cataluña;  los  azulejos  proceden  de 
la  fábrica  de  la  Moncloa,  demostráodose  de  este  modo  que 
en  España  hay  elementos  para  hacer  muchas  cosas  que  de 
ordinario  se  encarga  fl  extranjero. 

•  El  coste  total  del  pabellón  asciende  á  167.000  pesetas. • 
Este  palacio  está  destinado  á  exposición  permanente  de 

productos  filipinos. 

La  Casa  de  labranza,  de  caña  y  ñipa,  consta  de  cinco  pie- 
zas á  las  que  se  llega  por  una  estrecha  escalera. 

B^jo  un  cobertizo  que  arranca  de  un  costado  del  edificio, 
hay  útiles  de  labranza,  descascaritiadoras  de  arroz,  desgrana- 
doras, arados,  máquinas  para  la  extracción  del  abacá,  carre- 
tontsde  transporte,  cribas,  aventadores,  objetos  de  cerámi- 
ca, todo  primitivo  y  sin  que  refleje,  siquiera,  la  idea  de  los 
más  elementales  adelantos  en  los  procedimientos  del 
cultivo. 

También  en  este  lugar  de  la  Exposición  se  halla  la  nueva 
máquina  para  extraer  las  fibras  del  abacá,  inventada  por  el 
Sr.  D.  Abelardo  Cuesta;— que  ha  venido  de  Manila  para  Ins- 
talarla, y  que  después  de  repetidas  pruebas  ha  remitido 
con  gran  recomendación  la  Sociedad  Fconómica  de  aquella 
capital. 

Por  el  procedimieñt  o  del  señor  Cuesta,  la  parte  carnosa  del 
abacá,  que  equivale  al  75  por  100  y  antes  se  desperdiciaba 
como  residuo  inútil,  es  aprovechable  ahora  para  la  fabrica- 
ción de  papel,  que  resulta  de  calidad  excelente. 

Para  terminar  acompañamos  la  explicación  del  plano. 

1.  Pabellón  Central.— 2.  Pabellón  anexo.— 3.  Pabellón  para 
las  tejedoras  —4.  Casa  de  labor— 5.  Ranchería  de  los  Igo- 
rrote?.— 6.  Parque  de  los  ciervos.— 7.  Estufa  para  las  plan- 
tas de  Filipinas.  -  8.  Bajal  de  la  Compañía  de  Tabacos  de  Fi- 
lipinas.-9.  Pabellón  Real.— 10.  Pabellón  de  la  Comisarla.— 
11.  Pabellón  del  Comité  Ejecutivo  y  Oficinas.— 12.  (  aseta  de 
la  Guardia  Civll.-13.  Cafés  y  fondas.-14.  Retretes.— 15.  Al- 
macenes. 

KL   CISIILLO   DI   HOOnn  N  (LANCASBIIE,  ISQLJTIBBl) 
TIBRAZi    DEL  NOBTI 

Eftá  situado  este  edificio  entre  los  grandes  centros  co- 
merciales de  Presten  y  Blaekburne  y  data  su  fundación  del 
tiempo  de  Isabel,  conservándose  perfectamente  sin  que  na- 
die se  haya  atrevido  á  profanarlo  con  modernismos  de  mal 
género. 

ANTIUUiS   POBCII.jlNia   DE   CHIN  I 

La  antigua  porcelana  de  China,  blauca  y  azul ,  fabricada  en 
Nankin,  es  uno  de  los  jjroductos  artísticos  más  delicados,  ad- 
mirables y  misteriosos  que  cabe  imaginar,  figurando  entre 
los  primeros  poseedores  de  tales  tesoros,  en  Europa,  nuestra 
doña  Juana  la  Loca  (?)  y  su  marido  Felipe  el  Hermoso,  el  cual 
enseñó  una  copa  de  China  oriental  á  los  Ingleses  en  un  viaje 
que  hicieron  los  augustos  consortes  á  Londres  el  año  1506. 
Las  porcelanas  de  China  alcanzan  hoy  un  precio  fabuloso  de- 
leitándose los  coleccionistas  en  el  material  de  la  pasta,  tan 
fino,  tan  homogéneo,  tan  perfectamente  blanco,  tan  suave  al 
tacto;  en  la  graciosa  y  delicada  forma  de  los  objetos;  en  sus 
bien  terminados  bordes  y  lisa  superficie;  en  aquel  azul  vivido 
y  transparente  que  le  da  á  la  porcelana  el  aspecto  de  una  ága- 
ta, en  el  pulido  barniz,  en  los  dibujos  de  la  ornamentación, 
etcétera. 

Los  chinos  comparan  el  matiz  azul  de  sus  porcelanas  al 
del  cUlo  después  de  llover  y  llaman  á  su  loza  Mercancía  celes- 
Ual,  en  lo  cual  no  dicen  por  cierto  ningún  disparate;  los  in- 


gleses la  titulan  Cerámica  fenomenal  y  los  holandeses  se  vuel- 
ven aiin  locos  con  los  cachivaches  del  país  del  azul,  á  pesar  de 
los  grandes  cargamentos  que  se  llevaron  de  allá  en  el  si- 
glo XVII. 

Hay  magnificas  colecciones  en  el  museo  de  Bresde  y  en 
los  museos  de  Londres  Británico  y  South  Kensingthon,  amén 
de  no  pocas  que  hay  en  casas  particulares.  Débese  la  intro- 
ducción de  la  china  en  Europa,  en  grande  escala,  á  los  portu- 
gueses, aunque  ya  habla  dicho  algo  sobre  ella  Marco  Polo. 

Los  fabricantes  del  Celeste  Imperio  conservan  religiosa- 
mente el  secreto  de  la  composición  de  su  porcelana,  mistifi- 
cando como  unos  chinos  á  los  que  quieren  sonsacárselo.  Con 
todo,  se  ha  imitado  sus  productos  admirablemente,  y  nunca 
será  bastante  llorada  la  salvaje  destrucción  ordenada  por  el 
general  inglés  Hill  de  la  Casa  de  la  China,  que,  como  es  sabi- 
do, estaba  en  el  Retiro,!y  de  la  cual  sallan  porcelanas  de  mé- 
rito superior,  quizás,  á  todas  las  de  Europa. 

LOS     DBIUIS    DS    SHÁKESPXARK 
WOLSKY  Y   BUCKINOHiM 

Londres.— Una  antesala  del  palacio 

(Entra  el  cardenal  Wolbey,  precedido  de  algunos  servidores 
que  llevan  el  capelo  y  demás  insignias;  de  algunos  ouardias 
y  de  DOS  sbcretariob  con  papeles.  El  Cardenal,  al  pa- 
sar, fija  su  vista  en  Bückinohau,  y  éste  le  devuelve  su  mira- 
da, ambos  con  expresión  de  profundo  desdén). 
Wolsey.- ¿Y  el  intendente  del  duque  de  Buckingham? 
¿Eh?  ¿Dónde  está  su  interrogatorio? 

PaiuEB  secretario.— Helo  aqu!,  si  os  place. 
Wolsey.- ¿Se  halla  presto  en  persona? 
Priuer  secretario.— SI,  plazca  á  Vuestra  Grada. 
Wolsey.— Bueno,  en  este  caso  sabremos  aún  más  y  Buc- 
kingham bajará  esa  mirada  altanera.  (Salen  Wolsey  y  su  co- 
mitiva). 

BüCKiKGHíM.— E.ie  perro  de  carnicero  tiene  la  boca  ve- 
nenosa y  carezco  de  poder  bastante  para  abozalarle;  por  con- 
siguiente vale  más  no  despertarle  de  su  sueño.  El  llbraco  de 
un  mendigo  ha  podido  mas  que  la  sangre  de  un  noble. 

(El  bey  Enbiqde  VIII,  acto  I.  escena  I). 

Ricardo  II  y  la  Reída 

Londres.— Una  calle  que  conduce  á  la  Torre 

La  Reika  .—¿Debemos  estar  separados?  ¿Debemos  dejar- 
nos? 

El  bey  Ricardo. -SI,  mi  amor;  tu  mano Idebe  separarse 
de  mí  mano;  tu  corazón  debe  separarse  de  mi  corazón. 

La  RiciNA. — Desterradnos  á  los  dos  y  enviad  al  rey  con- 
migo. 

Northumbebland.-  Serla  eso  muy  caritativo,  pero  poco 
político. 

La  Reina.  — Entonces,  dejadme  Ir  con  él  á  donde  va. 

El  bey  Ricardo.- Asi  es  como  los  dos,  llorando  juntos, 
formamos  una  misma  armonía  de  dolor.  Llora  por  mi  en 
Francia,  yo  lloraré  por  ti  aquí.  Vale  más  estar  lejos  que  no 
estar  cerca  uno  de  otro,  sin  estar  cerca  de  una  mutua  felici- 
dad. Anda,  cuenta  tu  camino  por  tus  suspiros;  jo  contaré  el 
mió  por  mis  gemidos. 

La  Reina.— Entonces,  el  que  haga  el  camino  más  largo 
será  el  que  gemirá  más. 

El  rey  Ricardo.— Como  el  camino  es  corto,  lanzaré  dos 
suspiros  á  cada  paso  y  retardaré  el  viaje  con  la  carga  de  los 
pesares  de  mi  corazón.  Vamos,  vamos;  sea  rápido  nuestro 
cortejo  con  el  pesar,  puesto  que  al  casarnos  deberá  por  tau 
largo  tiempo  permanecer  con  nosotros.  Un  beso  cerrará 
nuestros  labios  y  nos  separaremos  en  silencio.  Asi  es  como 
te  doy  mi  corazón  y  te  tomo  el  tuyo.  (Se  besan). 

La  ReiNA.-Vuélveme  el  mlo;  serla  una  triste  acción  to- 
marte el  corazón  y  matarlo.  (Bésanse  de  nuevo).  Ahora  qu« 
he  recobrado  el  mío,  parto  y  voy  á  tratar  de  matarlo  con  un 
suspiro . 

Kl  bey  Ricardo. — Distraemos  la  desgracia  con  los  retar- 
dos de  esas  caricias.  Una  vez  más,  adiós;  que  nuestro  dolor 
diga  el  resto.  (Salen). 

(Ricardo  II,  acto  V,  escena  I). 

CAPILLA    de   NUESTBA   SBSORA    DE    LA    OCABDIA 
OEBOA    San    BEUO 

Al  pié  de  antigua  torre  destinada  un  tiempo  á  atalaya 
existe  una  capilla  destinada  á  la  Madona  Uuxa&áíidella  Guar- 
dia, por  ser  esta  la  misión  del  edificio  cuando  se  la  instaló 
allí.  Está  cerca  de  Cabo  Verde  y  dominase  desde  ella  una 
vasta  extensión  del  Mediterráneo. 


ADÁN  MICKIEWICZ 


(CONOLUaiÓKj 

EL  FARIZ 


iCuáa  feliz  es  el  árabe  cuando  desde  lo  alto 
de  una  roca  lanza  su  corcel  al  desierto!  ¡Cuando 
los  pies  de  su  caballo  se  hincan  en  la  arena  con 


un  sordo  ruido  semejante  al  del  rojo  acero 
cuando  se  templa  en  el  agua!  Vedlo  cual  nada 
allá  en  el  árido  Océano  y  rompe  las  ondas  con 
su  pecho  de  delfín. 

Aprisa,  aprisa.  Apenas  toca  la  superficie  de 
la  arena,  y,  más  lejos  ya,  lánzase  envuelto  en 
un  torbellino  de  polvo. 

Negro  es  mi  corcel  cual  tormentosa  nube.  En 
su  frente  brilla  la  estrella  de  la  mañana,  osten- 
ta suelta  al  viento  su  crin  de  avestruz  y  sus 
blancos  pies  brotan  fuego. 

Vuela,  vuela  mi  bravo  alazán;  paso  ante  mi, 
bosques  y  montañas. 

En  vano  la  verde  palma  me  convida  con  su 
amiga  sombra  y  con  su  fruto;  yo  me  sustraigo 
á  su  dulce  hospedaje  y  avergonzada  la  palma 
huye  á  lo  lejos  y  se  oculta  en  el  oasis  parecien- 
do con  el  susurro  de  sus  hojas  hacer  burla  de 
mi  temeridad. 

Las  rocas,  guardas  de  la  frontera  del  desierto, 
vuelven  hacia  mí  su  rostro  sombrío  y  negro,  y 
repitiendo  los  ecos  de  mi  galope  parecen  ame- 
nazarme diciendo: 

«¡A  dónde  vas,  insensato!  Tu  cabeza  no  ha- 
llará ya  abrigo  contra  los  dardos  del  sol  ni  bajo 
la  palma  de  verde  cabellera,  ni  bajo  la  tienda 
de  blanco  seno. 

»Allí  no  hay  más  que  un  pabellón,  el  de  los  ' 
cielos,  en  que,  solas,  duermen  las  rocas;  en  que, 
solas,  viajan  las  estrellas.» 

Y  corro  yo  más  y  más;  vuelvo  los  ojos  y  veo 
las  rocas  huir  y  ocultarse  unas  tras  otras. 

Pero  un  buitre  oyó  sus  amenazas  y  juzgando 
aprisionarme  iácilmente  en  el  desierto,  hiende 
el  aire  en  persecución  mía.  Por  tres  veces,  cer- 
niéndose, rodea  mi  cabeza  con  negra  corona  y 
grita: 

«Ya  siento,  ya  siento  hedor  de  un  cadáver. 
¡Insensato  ginete,  y,  oh  pobre  corcel!  ¿Busca 
acaso  camino  por  aquí  el  ginete?  ¿Busca  acaso 
la  yerba  por  aquí  el  caballo?  Solo  el  viento  ha- 
lla aquí  su  camino  y  la  víbora  solo  halla  aquí 
su  pasto.  No  hay  más  que  los  cadáveres  que 
descansen  ahí,  ni  m᧠ que  los  buitres  que  viajen 
por  el  desierto.» 

Y  así  gritando  me  amenaza  y  esgrime  sus 
garras.  Tres  veces  se  hallaron  nuestros  ojos; 
más  ¿quién  de  los  dos  se  atemoiizó?  El  buitie 
fué  que  huyó  aterrado. 

Y  corro  yo  más  y  más;  pero  cuando  volví  los 
ojos  lejos  estaba  ya  el  buitre.  Suspendido  allá 
en  los  cielos,  semeja  de  pronto  una  mancha  ne- 
gra, pequeña  como  el  jilguero,  luego  una  mari- 
posa, después  un  insecto,  y,  al  fin^esvanecióse 
en  el  azul  del  firmamento. 

Vuela,  vuela  mi  alazán;  rocas  y  buitres,  paso 
ante  mí. 

Mas  una  nube  oyó  las  amenazas  del  buitre  y 
desplegando  sus  blancas  alas  sobre  el  cielo  azul 
me  acomete;  y  pretendiendo  en  el  éter  pasar 
por  un  intrépido  ginete  cual  lo  soy  yo  acá  en  la 
tierra,  suspéndese  sobre  mi  cabeza  y  silba  con 
el  viento  esta  amenaza: 

«¡Dó  corres,  insensato!  Fundirá  el  rayo  del 
sol  cual  cera  tu  pecho,  y  ni  las  nubes  disueltas 
en  lluvia  lavarán  tu  cabeza  cubierta  de  polvo 
ardiente:  el  manso  arroyo  no  te  llamará  con  su 
voz  argentina  y  ni  una  gota  de  rocío  caerá  sobre 
tí,  porque  antes  no  se  desprenda  ya  el  árido 
viento  la  habrá  devorado.» 

Pero  en  vano  es  que  me  amenace,  porque 
corro  yo  más  y  más  hasta  que  rendida  la  nube 
vacila  de  fatiga.  Vedla  doblar  la  cabeza  y  bus- 
car apoyo  en  las  rocas.  Y  al  volver  los  ojos  ya 
el  ancho  horizonte  nos  separaba.  Apercibíla 
aún  y  pude  en  su  faz  leer  lo  que  escondía  en  su 
alma:  tiñóse  en  rojo  despecho  primero,  amarilla 
luego,  palideció  de  envidia  y  al  ennegrecer  su 
rostro  cual  cadáver  sepultóse  en  las  rocas. 

Vuela,  vuela,  mi  alazán:  buitres  y  nubes,  paso 
ante  mí. 

En  aquel  punto  medí  el  horizonte  con  mis 
ojos,  cual  si  fuera  yo  el  sol  y  á  nadie  vi.  Aletar- 
gada la  naturaleza  parecía  no  haber  despertado 
jamás  por  la  voz  del  hombre.  Los  elementos  ya- 
cían tranquilos  á  mi  alrededor,  tal  como  en  una 
isla  recién  descubierta  los  animales  no  se  asus- 
tan ante  la  primera  mirada  del  hombre. 


4B4 


LA  ILUSTRACIÓN   IBÉRICA 


CAPILLA  DE  NUESTRA  SEÑORA  DE  LA  GUARDIA,  CERCA  SAN  REMO 


Pero,  ¡oh,  Alá!  No  soy  yo  aqui  el  primero.  En 
nn  campo  cercado  de  arena  miro  brillar  gran 
comitiva.  ¿Serán  caminantes,  6,  por  acaso,  sal- 
udadores acechando  al  poVjre  viandante?  ¡Cuan 
Illancos  »e  ostentan  en  sus  corceles  también  es- 
¡lantosamente  blancos!  Corro  hacia  ellos  y  no 
.-c  mueven;  grito  y  no  me  contestan. 

|0h,  Alá!  Cadáveres  son.  Es  una  antigua  ca- 


ravana exhumada  del  fondo  de  las  arenas  por 
el  viento.  Sobre  la  osamenta  de  los  camellos 
están  sentados  los  esqueletos  y  por  las  huecas 
cavidades  donde  se  asentaron  los  ojos  y  por 
entre  las  descarnadas  mandíbulas  derrámase  la 
arena,  y,  amenazadora,  parece  murmurar  estas 
palabras: 

«|D6  corres,  insensato!  Deten  tu  marcha  á 


tiempo,  pues  que  más 
lejos  hallarás  los  hura- 
canes.» 

Y  corro,  y  corro  yo 
más  }'  más.  Paso,  paso 
ante  mí,  huracanes. 

y  uno,  el  más  temi- 
lile  de  los  agitadores  de 
África,  se  pasea  solita- 
rio por  el  océano  areno- 
so y  apercibiéndome  de 
lejos  se  detiene  suspen- 
so y  enroscándose  en  sí, 
me  dice: 

«¿Quién  es  ese  vien- 
to, de  entre  mis  herma- 
nos el  más  joven,  que  se 
atreve  con  su  mezquina 
talla  y  vacilante  vuelo 
á  penetrar  en  mis  domi- 
nios hereditarios?» 

Y  ruge  y  se  lanza  so- 
bre mí  cual  alta  pirámi- 
de. Reconoce  que  soy  j'o 
un  mortal  y  que  no  cedo 
ante  él,  y  furioso  en- 
tonces hiere  con  su  pié 
el  suelo  y  trastorna  la 
mitad  de  la  Arabia.  Me 
coge  cual  agarra  el  bui- 
tre un  gorrión  y  azotán- 
dome con  sus  alas  de  re- 
molino me  abrasa  en  in- 
flamado aliento,  me  lan- 
za al  aire  y  me  derriba 
en  tierra. 

Salto  yo  y  combato 
rompiendo  los  nudos  del 
gigantesco  torbellino. 
Le  destrozo,  le  muerdo, 
y  tasco  con  mis  dientes 
trozos  de  su  arenoso 
cuerpo.  Quiere  ol  hura- 
cán escapar  de  entre  mis 
brazos  en  forma  de  co- 
lumna y  no  pudiendo 
desasirse  rómpese  en 
surcos.  Su  cabeza  cae  di- 
suelta en  lluvia  de  polvo 
y  su  enorme  cadáver  se 
extiende  á  mis  pies  cual 
muro  de  iina  ciudad. 

Entonces,  respiro  yo; 
levanto  al  cielo  los  ojos, 
los  fijo  con  altivez  en  las 
estrellas  y  todas,  todas 
fijaron  también  en  mí 
.sus  ojos,  porque  solo  es- 
taba J'O  en  la  inmensi- 
dad del  Desierto. 

¡  Oh ,  cuan  dulce  es 
respirar  aquí  con  toda 
holgura!  Al  fin  respiro 
libre  y  desembarazada- 
mente. Todo  el  aire  del 
Arabistan  no  basta  á  mi 
))eoho.  ¡Oh,  cuan  dulce 
es  mirar  desde  aquí  con 
todo  el  alcance  de  mi  vis- 
ta! Mis  ojos  so  engran- 
decen, se  fortifican  y  lle- 
gan más  allá  de  los  lí- 
mites del  horizonte. 
¡Cuándulce  es  extender 
aquí  los  brazos!  Me  parece  que  abrazara  con 
ellos  todo  el  universo,  desde  Oriente  al  ocaso. 

Lánzase  cupl  saeta  mi  pensamiento,  alto,  muj' 
alto  y  más  todavía  hasta  tocar  el  cielo;  y  cual 
sepulta  su  vida  la  abeja  en  ol  aguijón  que  hun- 
de, tal  yo  con  mi  pensamiento  penetro  en  los 

cielos. 

Ignacio  dk  Genovée. 


.tOMISISTRACHW;  Círta.  36S-3«7,  tima  lolinu,  Editor.— RMírvidos  los  derechos  de  propiedad  artística  y  liUraria.— Las  reclamaeiones  en  Madrid,  al  representante  de  esta  Casa  D,  Mannel  Plá  y  Valor,  Apodaca,  10, 2." 

— )  INSÉRTESE  Ó  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  ( : ; : — -'-— 


BSTABLSCIMUUTO   TlPOOIUFICO   ÜB   B.    BA88DA. — CALLB   DE   ViLLARROBL,   «ÚM.    17     8H8ANCHE   DB   SAN    ANTONIO.— BABCELOKA. 


KSPAÑA 

Un  Ȗo 12'50  ptas. 

•  __  Uii  semestre 6'60     • 

AflO      V  '  Número  suelto.     .     .     ,      0'25     • 

PORTUGAL 
sufcrición  pagadera  scmanalmente 

Tarta  aümero.  ...  50  reis. 


SEMANARIO     CIENTÍFICO.     LITERARIO     Y    ARTÍSTICO 


Barcelona  23  de  Julio  de  1887 


COBA  T  PUÜRTO-BICO 

ün  año  ......    5  pesos  oro. 

En  el  resto  de  América  fijan  el  pri  cío 
los  señores  corresponsales 

EXTRANJEKO 
ün  año.    ......    18  praetas. 


Núm.  238 


LA  VIDA  ARTÍSTICA!  EL  MODELp  EN  FUNCIONES 


466 


ÍJl  nJTSTRAOlON  IBERTOA 


SUMARIO 

Tmno.—llmérid.  Omitu  é  má  prima,  por  Ftrnanflor.-iru- 
i€ra  de  la  noidn  i«iil»li»r«li»wi  Muiere*  de  Daudet  (con- 
tlnnadÓD),  por  Rafael  MUmln.  -  Sxpotieló»  de  Bella» 
Arta,  por  B.  Blanco  A8enJo.-¿«e(iiriu.  BaitdeJoirf,  por 
t  larin.— i>f  tttrtttai  ottíIm,  por  Antonia  Opisso.  — £1  bien 
perdido  (pomU',  por  A.  Alcalde  y  Valladares —Xa  el 
iikOvIota  (poeMa),  por  Ramón  Blasco. -i^w/or"- 
I  y  e^úritltptamUu,  por  Joaquín  Olmedüla  y  Pulg. 
— Nncatnii  (rabadoa.— .^mor  ntleida,  por  Luis  Blasco. 

esABiPOf.— iJk  vida  artística  (7  grabados) .  — Las  Bellas 
Arte»  en  Italia('J  grabado»).— &p<Mie«í«  Naeionai  de  BeOa» 
Artf  de  18S7:  Entierro  de  S*nU  Leocadia. -Un  bosque 
(3  grabadoa).— Obras  de  Luis  Pusiul  (3  grabados).— Mo- 
ddoe  de  oamafeoa.— 'Cuando  70  era  niño...»— El  nuevo 


MADRID 


O.A.RT.A.S     .A.     ^a.Z     FTíTTs^A. 


CARTA    DE    VERANO 

UERiDA  Carmen:  No  hablemos  de  Madrid 
porque  en  Madrid  no  ocurre  nada  intere- 
sante; las  gentes  que  suelen  dar  que  ha- 
blar están  fuera,  porque  ó  son  hombres  políti- 
cos, 6  ricos,  6  elegantes.  La  curiosidad  va  donde 
van  ellos,  y  los  pobres  no  conseguimos  llamar 
la  atención  por  más  que  lo  intentemos.  No  es  el 
hombre,  es  la  posición  lo  que  atrae  las  miradas; 
la  envidia  designa  las  eminencias;  para  ser  ob- 
jeto preferente  de  la  opinión  siendo  pobre  es 
preciso  cometer  algún  crimen.  JPero  hasta  en 
esto  loe  madri  lefios  somos  poco  castizos  3'  pres- 
tamos nuestro  interés  con  preferencia  á  los  cri- 
minales extranjeros.  El  proceso  de  Pranzini  es 
hoy  nuestra  conversación;  ya  recordarás  sus  an- 
tecedentes, Pranzini  es  el  asesino  de  dos  mujeres 
y  de  una  niña.  Una  de  las  mujeres  era  su  que- 
rida; la  dio  muerte  por  robarla.  Es  un  buen 
mozo,  acostumbrado  á  vivir  de  sus  dotes  físicas, 
deseoso  de  hacer  figura  y  de  gozar,  pero  sin  vo- 
luntad para  buscar  en  el  trabajo  la  satisfacción 
de  sus  aspiraciones.  El  jurado  le  ha  condenado 
á  muerte  sin  hacer  caso  de  su  constante  nega- 
tiva ni  dejarse  imponer  por  la  serenidad  asom- 
brosa de  que  ha  dado  muestras.  Durante  el 
proceso  el  criminal  se  ha  mostrado  tranquilo, 
confiado  y  hasta  sonriente.  Hoy  el  terrible  por- 
venir se  ha  desplegado  ante  sus  ojos  limitado 
por  la  guillotina.  El  llevar  un  chaqué  nuevo, 
una  camisa  de  pechera  reluciente,  el  tomar  café 
en  el  café  más  de  moda,  el  comer  un  bistec 
más  en  un  punto  que  lo  comen  otros,  el  ocupar 
una  butaca  entrando  aparatosamente  cuando  el 
telón  está  alzado,  el  llevar  el  pelo  arreglado 
con  tenacillas  y  las  manos  con  guantes,  ¿vale 
este  calvario  maldito  de  angustias  á  cuyo  fin 
nos  recibe  la  Muerte  con  el  sudario  de  la  eterna 
deshonra?  Debe  valerlo,  puesto  que  esta  historia 
se  repite  hasta  lo  infinito,  creyendo  siempre  el 
gozador  despreocupado,  convertido  en  criminal, 
que  el  ojo  de  la  justicia  se  distraerá  con  los  en- 
gaños que  él  para  salvarse  ha  preparado. 

Gozar,  efectivamente,  es  el  objeto  de  esta  so- 
ciedad positivista,  y  por  esta  razón  la  sociedad 
se  divide  en  dos  porciones,  la  una  de  hombres 
que  aceptan  el  código  de  la  moral  y  sacrifican 
parte  de  su  \'ida  para  lograr  dinero  con  que  dis- 
frutar, y  la  otra  en  hombres  que  se  dedican  á 
robar  y  asesinar  á  los  hombres  que  trabajan 
para  gozar  con  el  dinero  reunido  por  ellos. 

El  derecho  al  goce  viene  ya  en  las  antiguas 
teorias  del  derecho  á  la  vida  y  al  trabajo.  Sin 
meterme  en  disquisiciones  enojosas  para  tí  afir- 
maré que  esa  aspiración  se  evidencia  en  esta 
época  del  verano.  Puede  verse  que  el  comer- 
ciante, el  empleado,  el  fabricante  que  ha  traba- 
jado febrilmente  durante  el  invierno  deja  su 
representación  á  un  inferior  y  corre  á  divertir- 
se, sumergiéndose  en  el  regalado  placer  del 
ocio  ó  buscando  entretenimientos  que  desentu- 
mezcan sus  miembros  y  su  espíritu;  nada  le  im- 
porta derrochar  en  un  mes  el  dinero  fatigosa- 
mente recogido  en  muchos  meses;  si  la  vida  no 


tiene  placeres  nada  significa  ni  vale;  sin  el  pla- 
cer no  es  aceptable  la  vida. 

Pero  hay  quienes  no  pueden  obtener  el  goce 
ni  con  el  continuo  trabajo  porque  no  pueden 
ganar  sino  lo  preciso  para  la  vida  diaria,  para 
sostener  su  familia,  ó  sostener  sus  vicios,  que 
son  sagrados  también  como  verdaderos  hijos, 
y  éstos  no  pueden  ver  con  calma  la  despobla- 
ción de  Madrid  cuando  llega  esta  época  ni  leer 
sin  indignación  las  crónicas  de  los  sitios  de 
baños  y  de  recreo  donde  los  dichosos  del  mo- 
mento se  reúnen.  No  pugnan  los  desheredados 
tan  solo  por  el  derecho  al  trabajo;  trabajo  ya 
lo  tienen,  pugnan  también  por  el  derecho  á  ve- 
ranear. El  progreso  moral  y  los  deseos  del  co- 
razón humano  no  reconocen  limites. 

Tú  que  te  has  encontrado  en  esa  gran  capital 
en  14  de  Julio  habrás  podido  apreciar  en  su 
verdadera  significación  el  acto  que  los  republi- 
canos rojos  han  realizado.  Habrás  visto  á  París 
dividido  en  dos  tendencias:  la  de  los  que  sos- 
tienen el  actual  orden  de  cosas  y  están  por  la 
paz  y  protestan  contra  los  que  quieren  volcar 
la  Francia  sobre  la  Prusia,  y  la  de  los  que  á 
nombre  de  la  patria  imposibilitan  la  goberna- 
ción del  país,  y  en  nombre  de  la  libertad  pro- 
claman la  dictadura  de  un  soldado.  En  el  fondo 
de  esto,  allí  no  hay  más,  créelo,  Carmen  amiga, 
que  dos  bandos;  el  bando  de  los  que  tienen  dine- 
ro para  veranear  y  de  los  que  no  lo  tienen  para 
irse  al  campo.  Invierte  los  términos  y  verás  la 
transformación  que  se  origina  en  ambas  mita- 
des: te  encontrarás  al  demagogo,  corriendo  con 
aspecto  triunfal  á  montar  en  el  tren  y  al  bur- 
gués de  anteño  increpándole  desde  lejos,  vesti- 
do ya  de  blusa,  con  los  puños  cerrados  y  gri- 
tando:— ¡Viva  Boulangerl  ¡Muera  Grevy! 

Pero,  ¿á  qué  seguir  en  este  curso  de  filosofía 
humorística  que  deja  tantos  amargores  en  el 
fondo  del  corazón  por  mucho  azúcar  que  se  le 
quiera  echar  para  engañar  á  los  labios?  Demos 
gracias  al  destino  que  nos  lia  concedido  poder 
gozar,  sino  como  los  más  ricos,  como  los  que  no 
son  completamente  pobres  y  resignémonos  tam- 
bién á  veranear  para  que  lejos  de  Lis  grandes 
capitales,  lleguen  á  nuestros  oídos  más  amor- 
tiguadas las  quejas  de  los  que  no  han  podido 
salir  como  nosotros. 

El  campo  tiene  de  bueno  que  al  aislarnos  de 
los  hombres  nos  reposa  la  sangre  y  las  ideas, 
contribuyendo  á  fortalecer  en  nosotros  el  ele- 
mento físico;  principal  elemento  para  la  terri- 
ble lucha  social  de  los  inviernos.  Cuanto  más 
solos  y  apartados  mejor...  Si  no  fuese  porque 
también  le  es  necesario  al  cuerpo  estar  bien  ali- 
mentado con  sustancias  fácilmente  asimilables 
al  estómago  viciado  del  hombre  de  la  capital. 
Hay  quien  no  puede  vivir  en  el  campo  por^ 
que  necesita  de  primera  necesidad  el  cocinero 
de  Lhardy  y  tiene  que  ir,  no  donde  su  salud  lo 
exige  sino  donde  lo  reclama  su  paladar  estra- 
gado. 

Por  más  que  se  hable  contra  la  vida  del  cam- 
po siempre  este  será  el  gran  crisol  donde  se  pu- 
rifique la  sangre  del  cortesano  y  donde  este  re- 
nazca con  sus  energías  primitivas;  para  adaptar 
el  campo  á  sus  condiciones  de  vida  gastada  el 
cortesano  ha  tenido  que  confeccionar  campos  de 
virtudes  menos  eficaces  que  la  naturaleza  sal- 
vaje y  de  aquí  las  estaciones  de  verano  que 
son,  por  decirlo  asi,  la  naturaleza  medicinal  de 
estas  generaciones  anémicas.  Sólo  el  hombre, 
tan  desgraciado  en  la  vida  normal  que  conser- 
va intactas  sus  condiciones  primitivas:  salud  y 
hambre,  puede  afrontar  impunemente  las  enér- 
gicas caricias  del  verdadero  campo. 

Hay  nombre  civilizado  para  el  cual  el  campo 
es  una  verdadera  novedad  y  se  encuentra  en  él 
como  en  otro  planeta.  La  tienda,  la  oficina,  la 
fábrica,  aquí  empieza  y  concluye  el  mundo  para 
él.  La  naturaleza  la  conoce  por  conversaciones  ó 
por  algiín  libro.  El  cielo;  esta  es  la  parte  de  la 
creación  al  alcance  de  todas  las  fortunas;  lo 
mismo  da  ser  pobre  que  rico  para  mirarle; 
para  uno  y  otro  es  igualmente  azul  y  luminoso, 
para  todos  tiene  nubes  y  pájaros  y  lluvia  y  au- 
roras boreales  y  sol  y  luna  y  millones  de  estre- 
llas. Y  visto  nn  pedazo  de  cielo,  visto  el  cielo 


en  toda  su  inmensidad;  sin  que  sus  colores  va- 
ríen ni  sus  astros  cambien  el  encanto  de  sus  lu- 
ces. Pero...  ¡la  tierral...  En  sus  pliegues  y  re- 
pliegues toda  es  variedad  y  aquí  ríos,  allá  bos- 
ques, allí  ciudades,  toda  se  va  diferenciando 
con  especies  de  árboles,  animales,  hombres,  ar- 
tes, filosofías,  religiones  y  placeres. 

Los  hombres  del  campo  desean  venir  á  la 
ciudad  y  los  hombres  de  la  ciudad  desean  el 
campo.  En  esto  hay  algo  de  la  nostalgia  del 
barco  primitivo;  y  según  nos  vamos  haciendo 
viejos  vamos  deseando  vivir  en  el  seno  de  la 
naturaleza;  aspirar  aire  puro,  ponernos  en  con- 
tacto con  las  fuerzas  vivas  de  la  vida  física. 
Entonces,  después  de  haber  calcinado  nuestros 
huesos  y  lacerado  nuestras  carnes  con  el  fuego 
de  las  pasiones,  sentimos  violento  deseo  de  re- 
constituir carne  y  huesos  y  desearíamos  buscar 
los  recónditos  lugares  donde  todo  parece  sur- 
gir y  vivir  con  savia  más  abundante  y  con  más 
poderoso  vigor. 

En  fin,  dichoso  aquel  que  puede  abrir  un  pa- 
réntesis en  la  agitación  de  la  vida  madrileña  y 
descansar  en  cualquier  pueblecillo  olvidado;  li- 
bre del  ceremonioso  trato  del  hombre  culto:  el 
más  temible  de  todos  nuestros  semejantes.  Si 
puedo  haré  una  escapada  en  este  verano  y  des- 
cansaré también  por  algunos  días  en  el  seno 
idílico  de  alguna  montaña;  ó  bajo  la  cabana  de 
alguna  llanura  donde  haya  paz,  soledad  y  co- 
dornices. 

Una  cosa  es  ser  aficionado  á  la  caza  y  otra 
serlo  al  campo;  el  cazador  no  se  preocupa  del 
panorama  que  tiene  delante,  ni  se  deja  impre- 
sionar por  sus  luminosas  y  fragantes  bellezas: 
su  perro  que  rastrea,  meneando  el  rabo;  la  per- 
diz, que  arranca  con  estridente  vuelo;  la  liebre, 
que  salta;  el  conejo,  que  se  rebulle  y  refugia 
súbitamente  en  el  vivar,  esto  le  preocupa...  Sólo 
cuando  el  crepúsculo  le  niega  luz  para  ajustar 
la  pieza  con  el  cañón  de  la  escopeta,  se  sienta 
en  una  piedra  y  contempla  la  rojiza  faja  de  luz 
que  se  desvanece.  La  melancolía  de  la  puesta 
del  sol  no  le  afecta;  le  afecta  el  sentimiento  de 
que  el  sol,  poniéndose,  cierra  la  caza. 

Mas,  sin  embargo,  hay  algunas  bellezas  del 
campo;  algunas  sensaciones  que  sólo  el  cazador 
las  aprecia  y  las  siente  con  tan  sublime  grado 
de  intensidad.  Quién  no  haya  sido  cazador,  no 
sabe  lo  que  es  sombra  de  árbol  ni  agua  de 
fuente.  Un  árbol  y  un  manantial  que  burbujea 
debajo  son  la  felicidad  suprema  de  la  vida  en 
las  horas  de  la  siesta;  cuando  el  sol  de  la  caní- 
cula desciende  en  lluvia  de  fuego  alborotando 
los  insectos  y  los  mosquitos  de  las  siembras, 
los  viñedos,  las  huertas  y  los  rastrojos:  la  sen- 
sación que  entonces  sentimos  depuesto  el  som- 
brero á  un  lado,  recostados  sobre  el  tronco; 
llenando  de  agua  límpida,  fresca,  el  clásico  bar- 
quichuelo  de  cuero,  apurando  con  los  secos 
labios  aquel  raudal  de  vida  no  puede  expresar- 
se. Sólo  puede  compararse  esta  sensación  á  la 
que  debió  experimentar  el  cuerpo  de  Lázaro 
cuando  sintió  que  de  nuevo  le  infundían  el 
alma. 

Gozosas  son,  sin  duda,  las  horas  de  la  maña- 
na en  el  campo;  pero  las  siguen  otras  fatigosas 
por  el  calor;  la  retirada  es  más  grata.  Se  hace 
descanso  en  la  huerta,  y  se  discuten  los  lances 
del  día;  se  le  exige  cuenta  estrecha  de  su  con- 
ducta al  perro,  concluyendo  por  convenir  en 
que  nosotros  lo  hemos  hecho  peor  todavía:  elo- 
gia cada  cual  su  habilidad  en  el  tiro,  poniéndo- 
la galantemente  sobre  la  de  su  compañero  y  se 
vuelve  al  pueblo  en  busca  de  la  cena,  y  para 
discurrir  acerca  de  las  novedades  que  han  traí- 
do los  diarios  de  Madrid. 

Porque  eso  sí,  el  cortesano,  por  mucho  aborre- 
cimiento que  tenga  de  la  capital  y  de  la  civili- 
zación y  de  la  sociedad  y  de  la  política,  no 
puede  menos  de  hablar  de  Madrid  y  de  seguir 
atentamente  sus  acontecimientos.  Madrid  es  un 
vicio. 

Querida  prima:  mañana  son  tus  días  y  no  po- 
dría yo  concluir  esta  carta  sin  felicitarte.  Tie- 
nes la  fortuna  de  llevar  un  nombre  que  no  sólo 
es  una  fiesta  en  tu  casa,  sino  en  toda  la  Cris 
tiandad.  En  tu  casa  se  celebrará  con  un  ban- 


LA  n.USTRAOION  IBÉRICA 


467 


quete  y  con  primorosos  regalos.  Aquí  se  cele- 
brará con  algunas  corridas  de  toretes,  en  que 
puede  muy  bien  salir  hecho  pedazos  algún  de- 
voto. Recibe  mi  felicitación  y  prepara  tus  ora- 
ciones. 

Siempre  tuyo, 

Fernanflor. 
15  Julio  1887. 

* 


JiyjERES  ÜE  LA  NOYELÜ  CONTEMPORilA 


MUJERES   DE   DAUDET 


(OONTINDACIrtN) 


Alicia  ha  tenido  todo  esto.  Por  eso  sabe  vivir 
como  amiga  con  De  Gery,  otorgarle  aquella 
franqueza  que  tanto  gusta  á  los  hombres  honra- 
dos, ser  su  confidenta  en  los  sueños  aquellos  de 
que  es  Felicia  objeto,  y  por  último,  amarle, 
aceptar  su  amor  que  vivió  siempre  latente  y 
escondido,  que  se  les  impuso,  y  que  ella  confie- 
sa sin  remilgos,  como  deben  decirse  esas  cosas 
cuando  se  sienten  con  verdad,  tan  perfecta- 
mente natural  y  con  aquel  mismo  rubor  hermoso 
con  que  Ágata  contesta  á  Daniel  en  El  beso  de 
la  condesa  Sabina. 

La  cojita  de  Fromont  jeune  et  Bisler  ainS,  es 
digna  pareja  de  Alicia.  ¡Qué  suavidad  de  con- 
tornos en  esa  figura,  qué  luz  simpática  pero 
triste,  con  la  tristeza  de  la  fatalidad  física  que 
allí  se  impone  y  de  la  desgracia  social  que  allí 
pesa,  irradia  de  aquel  cuerpecito  que  encierra 
un  algo  hermoso,  dulce,  enamorado;  que  es  en 
la  novela  de  Sidonia,  como  el  reflejo  rosado  de 
la  aurora  en  un  horizonte  manchado  de  nubes 
sobre  el  que  luce  aún  otro  resplandor  simpáti- 
co, la  mirada  sencilla,  inexperta  de  Franz,  el 
hermano  de  Risler,  que  enérgico  en  todo,  no 
tuvo  ¡ah!  la  energía  de  terminar  dignamente  su 
conversación  con  su  cufiada:  no  la  mató!  La 
muerte  de  aquella  pobre  cojita, — modelo  pre- 
cioso de  esta  otra  niña  desgraciada  que  Zaho- 
nero  ha  dibujado  con  tanto  amore  en  su  última 
novela, — os  apena  terriblemente;  parece  que 
muere  el  vínico  rayo  de  luz  que  atraviesa  aque- 
llas páginas  dolorosas.  ¡Quedará  tan  .sólo  el 
dolor  trágico  de  Risler  y  el  cinismo  de  Sidonia, 
sobre  el  que  pesa,  como  un  grito  bíblico,  la 
maldición  profética,  desesperada  de  Planusl 

Hay  otro  libro  de  Daudet,  Jack,  que  tiene 
mucho  de  epopeya.  Es  grande,  inmenso,  com- 
plicado como  la  existencia  social;  tiene  cantos 
episódicos  que  palpitan  de  vida,  derroche  de 
color,  de  estudio,  de  nota  local,  de  realidad  en 
fin.  Es  la  novela  de  Daudet  que  más  se  asemeja 
á  las  de  Zola.  Como  las  del  autor  de  Nana,  es 
aquella  un  libro  de  ironía,  de  quejidos,  de  des- 
gracia, de  penas;  y  el  escenario  se  ofrece  gran- 
de, magnífico,  comprendiendo  en  sí  el  modo  de 
vivir  de  miles  de  individuos,  de  varios  grupos 
sociales,  de  infinitas  direcciones  de  la  actividad 
humana.  En  medio  de  aquel  pasar  continuo  de 
gentes  y  lugares,  cada  cual  en  su  faena,  si- 
guiendo su  camino,  moviéndose  en  su  esfera, 
sujetos  al  medio  social  en  que  nacieron,  avanza 
la  existencia  dolorosa,  triste,  de  aquel  niño 
cuya  mayor  desgracia  fué  tener  por  madre  á 
una  mujer  de  imaginación  impresionable,  sin 
voluntad  propia,  á  merced  de  aquel  egoísta  de 
D'Argenton  que  no  sé  por  qué  me  parece  hijo, 
pero  muy  aprovechado,  de  Delobelle  el  cómico. 
Hay  un  momento  en  que  Jack  cree  haber  en- 
contrado algo  de  la  felicidad,  quo  se  le  ofrece 
en  la  figura  preciosa,  simpática,  de  aquella  niña, 
— tan  desdichada  como  él,— en  la  que  deposita 
todo  su  amor.  Otra  que  puede  formar  al  lado  de 
la  cojita  de  Fromont  y  Risler.  ¡Tú,  honradísimo 
doctor  de  Jack,  que  no  sabías  reñir  sino  con  tu 
caballo  á  cuenta  de  ceder  siempre  á  los  capri- 
chos de  tu  irracional  compañero;  tú  también 
viste  como  la  pobre  niña,  como  el  infeliz  Jack, 
como  todos  los  que  leemos  la  novela  del  hijo  de 
Ida,  que  se  abría  un  horizonte  de  color  de  rosa 
para  aquellos  dos  seres,  desheredados  de  la 
vida,  que  nacieron  sin  duda  el  uno  para  el  otro 
.sirviéndose  de  apoyo  mutuo!  Sobre  la  tumba  de 


Jack,  que  es  la  tumba  de  una  víctima  del 
egoísmo  y  de  la  debilidad  de  los  otros,  flota, 
pálida  y  amorosa,  la  figura  blanca,  etérea  de 
Cecilia,  sonriente  con  la  sonrisa  forzada,  tran- 
quila del  dolor  que  se  padece  con  resignación. 

jCuán  distinta  aquella  Ida  de  Barancy,  cria- 
tura desdichadísima,  huérfana  y  sin  bienes  de 
educación  ni  de  voluntad,  ligera,  impresionable, 
buenaza  por  lo  mismo  que  no  sabe  decidirse,  y 
á  virtud  de  esto  mismo  llevando  el  mal  allá 
donde  quisiera  llevar  el  bien,  por  pura  debili- 
dad, pereza  del  espíritu  que  no  sabe  ni  se  deci- 
de á  romper  los  hierros  que  le  sujetan,  y  que  se 
contenta  de  buenos  propósitos,  prohijados  y  no 
puestos  en  hecho,  coit  aquella  ligereza  que  es  la 
nota  más  parisién  de  Idal 

Por  las  páginas,  frescas,  jóvenes  de  Le  Petit 
Chose,  vaga  también  un  algo  que  no  tiene  cuer- 


po, que  es  como  la  niebla  ideal  de  los  saeños, 
como  las  imágenes  que  forman  y  amasan  en  la 
región  del  aire  las  imaginaciones  plásticas,  so- 
ñadoras del  Mediodía.  Son  los  ojos  negros,  esa 
primera  ilusión  de  todo  hombre  que  tiende  por 
inclinación  sentimental  á  lo  pobre,  lo  desgracia- 
do, lo  que  padece,  lo  que  necesita  apoyo;  y  más 
aún,  si  él  también  está  solo,  débil,  falto  de  una 
mano  amiga,  como  lo  estaba  Daniel  en  el  cole- 
gio tétrico,  severo,  que  cerraban  las  llaves  bur- 
lonas del  señor  Viot.  Si  Daniel  Eyssette  se 
enamora  luego  de  la  hija  de  Pierrotte,  es  por- 
que, cubriendo  todas  las  imperfecciones,  todas 
las  vulgaridades  de  Camila,  brilla  aquella  luz 
que  parece  venir  de  lo  hondo,  del  alma,  de  lo 
más  último  del  abismo  de  ternura  de  los  ojos  ne- 
gros. 

Felicia  Ruys,  la  artista  del  Nabab,  es  otra  de 


LA  VIDA  ARTÍSTICA:  EL  ÚLTIMO  GRITO 


las  mujeres  de  Daudet  que  más  atención  merece 
y  sin  duda  uno  de  los  tipos  mejor  trazados.  No 
se  la  comprende  así  de  buenas  á  primeras;  hay 
que  ahondar  algo,  que  leer  entre  líneas  para 
sentir  conmiseración  por  aquella  mujer,  víctima 
del  desengaño,  herida  del  escepticismo,  rotas 
sus  alas  al  golpe  rudo,  brutal,  recibido  apenas 
hizo  su  entrada  en  la  vida.  Felicia  no  es  delin- 
cuente; tiene  á  su  favor  mil  circunstancias  ate- 
nuantes; y  si  hubiera  muerto  á  Jenkins,  de  juro 
que  ninguno  de  nuestros  modernos  jueces, — 
que  ya  van  entendiendo  algo  de  psicologías, — 
echaría  sobre  su  conciencia  jurídica  el  castigo 
de  la  artista.  ¡Oh,  de  ningún  modol  El  fondo 
perenne  de  asco  y  tristeza,  de  spleen  y  desen- 
gaño,— exagerado  sin  duda  por  su  imaginación 
no  muy  saneada  en  el  conocimiento  de  la  vida 
real,  que  para  Felicia  es,  casi  sin  excepción,  la 
vida  de  cochon  et  compagnie,  que  dice  la  criada 
de  Pot-Bouille, — es  para  la  amiga  de  Alicia  el 
infierno  más  atroz,  la  herida  más  dolorosa  que 
basta  á  marchitar  todo  lo  bello,  lo  bueno,  lo 
salvador  que  pueda  atravesarse  en  su  existencia. 
Felicia  no  cree  apenas  en  lo  bueno  porque  ape- 
nas también  si  lo  ha  visto;  toda  su  educación  de 
niña  le  lleva  á  este  prejuicio,  muy  subjetivo. 
Por  un  instante  unido  al  carácter  franco,  hon- 
rado de  De  Gery,  cree  que  ha  de  salvarse  de  su 


esclavitud  de  aburrimiento  y  de  su  obsesión  del 
mal,  y  aquella  ilusión  se  desvanece,  se  le  va  de 
entre  las  manos,  ahuyentada  por  aquella  existen- 
cia despreocupada  que  ella  misma  se  crea  por 
aquel  carácter  raro,  oscuro,  que  da  miedo  á 
Minerva,  mote  de  taller,  de  artista,  que  Felicia 
puso  á  De  Gei^.  Y  sin  duda  alguna,  la  ilusión 
halagüeña  de  aquel  amor  perdido,  que  la  echa 
una  vez  más  en  el  fango,  había  de  ser  en  la 
vida  de  Felicia  acicate  del  dolor,  pena  honda  y 
profunda  que  solo  sabía  acallar  ahogándola  en 
cieno. 

A  pesar  de  Mamita,  Felicia  resplandece  sim- 
pática con  la  simpatía  que  infunde  la  desdicha, 
en  el  gran  cuadro  humanitario  y  social  que  re- 
trata la  injusticia,  la  mayor  injvsticia  que  París 
ha  cometido  desde  que  es  París. 

También  entiende  Daudet  como  son  las  ma- 
dres. Ahí  está  esa  reina  de  Iliria  de  Los  Reyes 
en  el  destierro,  que  levanta  su  talla  de  heroína 
sobre  la  ruindad  miserable  del  rey  Cristian; 
siendo  lo  más  noble,  lo  más  sobresaliente  de 
aquella  sátira  hermosa,  discreta,  rica  en  alu- 
siones y  en  verdad... 

(Se  continuará.)  Rafael  Altamira. 

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470 


LA  ILUSTRACIÓN  IBEBIOA 


EXPOSICIÓN  DE  BELLAS  ARTES 


CERTAMEN  TRIENAL.— MAVO,  1687 
IV 

Liscano  ofrece  un  lienzo  original  de  asunto 
y  acertado  de  ejecución  que  titula  Cervantes  y 
sus  modelos.  En  realidad  no  puede  incluirse  este 
lienzo  en  el  número  de  los  cuadros  históricos, 
aunque  las  figuras  en  él  agrupadas  visten  tra- 
jes de  hace  dos  siglos,  pero  por  esta  razón  no 
debe  tampoco  ser  considerado  como  cuadro  de 
coetambreii.  Es  una  composición  fantástica  que 


representa  al  ingenioso  autor  del  Quijote,  sen- 
tado en  el  patio  de  la  posada  de  La  Sangre,  de 
Toledo,  donde  según  la  tradición  escribió  algu- 
nas de  sus  novelas  ejemplares,  en  actitud  me- 
ditabunda y  contemplativa  cual  si  delante  de 
sus  ojos  desfilara  aquella  cohorte  numerosa  de 
personajes  por  él  imaginados,  y  que  el  capricho 
del  pintor  ha  esparcido  en  su  torno  en  nume- 
rosos grupos.  Es  cuadro  notable  principalmente 
por  su  entonación;  de  dibujo  no  está  á  la  mis- 
ma altura. 

A  los  sesenta  años,  por  Masriera,  representa 
una  mujer  anciana,  llena  de  expresión  y  verdad. 
Es  una  de  las  notas  más  justas  de  color  que 


LA  VIDA  ARTÍSTICA 

Cabeza  de  puritano.— De  utilidad  genoral. 
Venus.  —  Cupido 


hay  en  esta  exposición.  £1  dibujo  excelente  v 
el  fondo  originalisimo,  venciendo  no  pocas  difi- 
cultades de  entonación  con  aquellas  manchas 
de  luz  que  proyectan  en  el  suelo  los  rayos  del 
sol  atravesando  los  tupidas  hojas  de  los  ár- 
boles. 

De  este  mismo  pintor  hay  otros  dos  cuadros 
no  menos  estimables:  Una  bacante,  de  buen  di- 
bujo y  fina  de  color,  aunque  de  r-ncamación 
demasiado  rosada  y  Jjocura,  sentida  imagen  de 
mujer  enlutada  con  un  ramo  de  siemprevivas 
que  destaca  muy  briosamente. 

Ya  volverá,  por  Llimona  y  Bniguera,  es  una 
composición  originalisima  que  impresiona  por 
el  notable  efecto  de  luz  del  fondo  que  represen- 
ta una  bahia  cuyas  tranquilas  aguas  brillan 
con  argentinos  reflejos. 

ün  viejo  soUeroH,  por  Jiménez,  es  un  cuadro 

Í>recio80  dibujado  primorosamente;  tiene  deta- 
ies  finísimos  como  las  coles  de  la  huerta,  de 
ejecución  minuciosa  y  prolija  y  ricas  de  color. 
I.AS  figuras  están  igualmente  cuidadas  y  ex- 
presan la  intención  epigramática  que  ha  queri- 
do comunicarlas  el  artista. 


Los  tantos  sin  hogar,  por  Alcázar  Ruiz,  aun- 
que incorrecto  en  el  dibujo  es  un  cuadro  nota- 
ble por  la  mancha  de  color,  que  es  justa  y  razo- 
nada. 

Costumbres  valencianas,  por  Gasch,  ofrece  un 
fondo  de  luz  agradable  y  bien  entonada;  la 
composición  feliz  y  las  figuras  dibujadas  con 
delicadeza  y  corrección. 

N(i  abundan  en  esta  exposición  los  cuadroK 
de  costumbres  militares  puestos  tan  en  boga  por 
los  famosos  franceses  Detaille  y  Neiivillo,  pero 
en  este  género  tan  adecuado  para  expresar  una 
manifestación  muy  brillante  y  animada  de  la 
vida  moderna,  merece  mencionarse  á  Esteban 
á  Cusachs  y  á  Barrio. 

El  primero  presenta  un  lienzo  grande  que  ti- 
tula África  (1860)  y  que  ofrece  el  panorama  de 
la  batalla  de  Tetuán.  Es  de  efecto  agradable; 
las  figuras  que  son  muchas  están  primorosa- 
mente dibujadas  y  el  paisaje  tiene  mucha  verdad. 

Cusachs  concurre  por  vez  primera  á  certamen 
y  con  sólo  dos  cuadritos  loj^ra  llamar  muy  po- 
derosamente la  atención.  El  primero  es  Un  vi- 
va£.  En  el  centro  de  un  bosque  de  pinos  un 


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J 


cuerpo  de  ejército  hace  alto.  Los  oficiales  de 
alta  graduación  sentados  conferencian  sobre  las 
operaciones;  más  allá  se  ven  las  masas  de  sol- 
dados de  artillería  y  de  infantería  que  descan- 
san de  las  fatigas  de  la  marcha.  El  paisaje  re- 
vela inexperiencia,  pero  en  las  figuras  no  se  sabe 
que  admirar  más,  si  los  conocimientos  técnicos  ^^ 
militares  con  que  están  colocados  ó  su  dibujcy  > 
correcto  y  elegante  y  su  finisima  entonación.  En 
el  campo  de  maniobras  es  un  lienzo  que  denota 
las  mismas  condiciones  excelentes  que  el  ante\J! 
rior  para  este  género  de  pintura.  ^ 

Barrio  ofrece  un  lindo  cuadrito,  El  toque  de 
avance.  En  un  bosque  de  álamos  una  brigada  de 
artillería  se  dispone  á  extender  sus  maniobras. 
Las   figuras  están  bien  dibujadas,  el  país   es    á 
agradable  y  el  color  está  manejado  con  finura,  %. 
resultando  simpático  y  delicado.  -* 

En  error  señaladísimo  incurren  los  que  iiii! 
ginan  que  es  la  pintura  de  paisaje  por  su  a) 
riencia  de  producción  de  carácter  objetivo,  fát* 
y  expedita  concretándose  á  la  habilidad  m4, 
paciente  que  inspirada  de  interpretar  la  na^Á^ 
raleza  con  fidelidad.  Pero  en  manera  algun^'    ** 
cede  que  el  artista  con  sistemática  sujeciónSj  "ii"' v 
elusivamente  se  limite  á  reflejar  el  paisaje  qu"»- 
tiene  por  modelo  con  la  precisa  y  automática  sKex- 
ceridad  de  la  cámara  de  fotografía. 

Por  esto  ha  dicho   muy  oportunamente  un 
ilustrado  crítico  que:  «El  aislamiento  en  que  el 
paisajista  se  nos  presenta,   la  obligación   quy 
contrae  de  darnos  la  traducción  exacta  de  laS 
sensaciones  que  ha  experimentado  y  del  acto  de  J 
razón  que  ellas  determinan,  constituyen  la  i* 
mensa  dificultad  del  paisaje,  que  sólo  tratan/ 
fortuna  organizaciones  privilegiadas.»  \ 

Dedúcese  de  todo  esto  que  el  género  es  n 
cisamente  todo  lo  contrario  de  lo  que  á  primei 
vista  aparenta,  y  que  para  sobresalir  en  él,  acaj 
80  necesita  el  artista  más  subjetivismo  y  mayijt^' 
esfuerzo  de  personalidad  que  en  ningún  otro;%^ 
no  sin  propósito  insistimos  en  esta   profunda 
cuanto  exacta  observación. 

Muchos  años  hace  que  entre  nosotros  goza  dt 
merecidísima  reputación  un  maestro  eximio  qn 
supo  á  maravilla  interpretar  la  naturaleza,  tra- 
ladándolo  al  lienzo  no  con  fría  exactitud  foto 
típica  sino  con  inspirado  y  personal  sentimieii 
to.  Nadie  podi-á  negar  á  D.  Carlos  de  Haes  1 
gloria  de  haber  elevado  á  la  categoría  de  escin 
la  razonada  los  tanteos  pocas  veces  felices  de 
Camarón  y  Villamil;  pero  su  poderosa  persoT^a- 
lidad  artística  ha  llegado  á  pesar  é  impcnerse 
sobre  sus  discípulos  de  tal  modo,  que  pocos  de 
ellos  han  podido  desligarse  de  los  procedimien- 
tos del  maestro,  abjurando  toda  jiersonalidad  y 
dejándose  arrastrar  por  la  cómoda  pero  fatal 
pendiente  de  las  prácticas  j)or  receta  y  de  los 
sistemáticos  amaneramientos.  Por  todas  estas 
razones,  sin  duda,  en  esta  exposición  no  son  los 
paisajistas  de  Madrid  los  que  más  sobresalen; 
llévanles  notable  ventaja  los  de  Cataluña  y  Va- 
lencia. 

Entre  dos  luces,  de  Urgel,  es  un  reto  á  la  di- 
ficultad de  producir  perspectiva  en  una  linea 
horizontal.  El  cuadro  está  casi  dividido  en  dos 
mitades;  la  superior,  cielo;  tierra  la  inferior;  la 
recta  que  entre  ambas  se  produce  sólo  está  in- 
terrumpida por  un  esbelto  contomo  de  mujer; 
el  efecto  resulta  maravilloso.  Aquella  horizon- 
tal se  dilata  lejos,  muy  lejos,  hasta  donde  una 
ráfaga  luminosa  señala  en  el  horizonte  los  pos- 
treros albores  de  una  tarde  pesada  y  nebulosa. 

Al  oscaiectr,  por  Solas,  tiene  entonaciones 
salientes  y  está  con  poesía  interpretado  el  cár- 
deno l'iilgiirar  del  crepúsculo.. 

Fuente  de  Motitjuich,  por  Rusiñol,  es  de  una 
admirable  precisión  casi  fotográfica  y  muy  bien 
de  color.  No  es,  sin  embargo,  una  reproducción 
minuciosa  del  natural  desprovista  de  sentimien- 
to. Por  el  contrario,  hay  en  este  paisaje  un  me- 
lancólico abandono  que  refleja  la  impresión  per- 
sonal del  artista  al  contemplarle. 

Orillas  del  Guadalquivir,  por  García  Rodrí- 
guez, es  un  paisaje  muy  agradable  de  luz,  si 
bien  ésta  más  parece  propia  de  Holanda  6  Bél- 
gica que  de  la  meridional  Andalucía.  El  cielo 
está  brumoso,  los  términos  envueltos  en  opaci- 


LA  ILUSTRAÜION  IBÉRICA 


471 


dades  grises  y  los  contornos  muy  fundados  y 
empastados.  Las  aguas  tienen  transparencia,  y 
los  troncos  de  los  álamos  de  la  izquieraa  ofre- 
cen frescas  entonaciones.  Los  primeros  térmi- 
nos están  descuidados,  y  algunas  de  las  casas 
lejanas  tocadas  con  más  vigor  del  que  les  co- 
rrespondiera por  la  distancia  que  figuran.  Apar- 
te de  estos  ligeros  defectos  la  tonalidad  del  con- 
junto es  encantadora. 

Son  además  dignos  de  mención  dos  paisajes, 
por  Marín  Baldo,  mti}'  llenos  de  luz  y  pintados 
con  frescura,  aunque  con  alguna  monotonía;  El 
Llobiegat  en  (.fono,  por  Rabada,  muy  fino  de  co- 
lor; Laguna  al  rededor  del  Livdo,  por  Cabanzon, 
en  que  la  naturaleza  aparece  bien  interpretada 
y  los  reflejos  del  agua  reproducidos  con  fideli- 
dad; Alcudia  y  Puerto  Polleniía,  paisajes  por 
O'Neille  y  Rosiñol,  bien  de  luz  aunque  con  ex- 
cesiva minuciosidad  ejecutados;  otros  dos  países 
por  Franco  y  Cordero  de  entonaciones  suaves  y 
muy  frescas;  Movtesclaros,  por  Sainz,  muy  fino 
y  admirablemente   interpretada  la  luz  del  sol 


que  hiere  de  soslayo;  Estudio  de  calle,  por  Sil- 
vela,  tabla  fina  de  color  y  de  buena  perspectiva 
aunque  algo  nimia  de  ejecución;  La  niebla  en  el 
Tiber,  caprichosa  impresión  de  luz  con  notas 
muy  acertadas,  por  Espina;  Arroyo  en  la  Casa 
de  Campo  y  en  la  Moncloa,  por  Lhardy.  Por  úl- 
timo, Teixidor  expone  un  lindísimo  lienzo,  ver- 
dadera maravilla  de  entonación  y  de  color.  Re- 
presenta la  Plaza  de  Palacio  (Barcelona)  y  el 
efecto  de  llnvia  no  puede  estar  mejor  interpre- 
tado; los  reflejos  del  agua,  la  bnimosa  humedad 
que  flota  en  la  atmósfera  y  la  envuelve,  y  los 
términos  de  la  perspectiva,  muy  razonados  y 
entendidos,  hacen  de  este  cuadro  una  valiosa 
joya.  Y  Laforet  presenta  la  Puerta  del  Sol  en 
Toledo  de  prolija  y  minuciosa  ejecución  y  acer- 
tado de  luz  y  de  color. 

Hay  en  esta  exposición  multitud  de  marinas, 
algunas  de  mérito  relevante  y  que  acusan  un 
verdadero  progreso  en  esta  pintura  tan  difícil, 
sobresaliendo  en  él  los  artistas  que  moran  en 
nuestras  risueñas  costas  de  levante  y  á  diario 
observan  las  alteraciones  del  diáfano  y  transpa- 
rente Mediterráneo. 

Presenta  Yusto  el  Puerto  de  Vinaroz,  efecto 
maravilloso,  lleno  de  verdad;  el  agua,  el  cielo  y 


las  casas  ofrecen  la  luz  y  la  tonalidad  que  les 
corresponde;  el  color  es  fino,  delicado,  transpa- 
rente, y  el  dibujo  correcto. 

Meifren  se  ha  revelado  como  artista  de  gran- 
des y  excepcionales  condiciones  para  el  cultivo 
de  este  género.  ¡Tarde/  y  Mal  tiempo,  expresan 
con  fidelidad  el  pavoroso  hervir  del  oleaje  y  el 
violento  empuje  de  la  ola,  gruesa  como  liquido 
ariete,  ruda  y  destructora.  Las  entonaciones 
azules  y  verdosas  están  bien  entendidas,  y  ad- 
mirablemente esparcidos  los  reflejos  de  la  luz 
que  contribuyen  á  dar  á  aquellas  masas  transpa- 
rencia y  verdad  En  ambos  cuadros  el  artista 
ha  acometido  valerosamente  enormes  dificulta- 
des de  muchas  de  las  que  ha  salido  victorioso. 

Puerto,  ofrece  una  admirable  perspectiva. 
Cada  término  tiene  su  valor  expresado  con  fide- 
lidad; en  primer  término  uu  malecón  inmenso 
que  ocupa  gran  parte  del  lienzo  y  sobre  ól,  di- 
latándose en  extensión  prolongadísima,  la  plani- 
cie dilatada  de  sus  muelles  hasta  perderse  en 
lejanías  envueltas  en  bruma  las  torres  y  edifi- 
cios de  populosa  ciudad;  á  la  izquierda  el  mar, 
con  serenidad  imponente  y  tranquila,  cierra  el 
horizonte  y  confunde  sus  líneas  azuladas  y  gri- 
ses con  las  plomizas  entonaciones  del  cielo. 


LA  VIDA  ARTÍSTICA:   BUENAS   NOTICIAS 


Entre  dos  luces,  es  un  lindo  paisaje  lleno  de 
reposo  y  poesía.  La  tarde  cae,  y  sobre  el  orien- 
te oscurecido  el  disco  de  la  luna  se  levanta  se- 
reno y  claro  y  refleja  una  plateada  arista  sobre 
la  ola  que  se  quiebia  mansa  y  espumosa  en  la 
arena  de  la  playa. 

L'is  1  estos  de  vaafruqio,  de  Ruiz  Luna,  están 
pintados  con  verdad  admirable.  La  luz  del  fon- 
do es  traslado  tidelisimo;  la  ola  que  se  dobla 
verdosa  y  transparente  y  en  blanca  espuma  se 
parte,  tiene  movimiento,  y  los  reflejos  y  transpa 
rencias  de  los  primeros  términos  tienen  un  vi- 
gor extraordinario  y  acusan  observación  profun- 
da y  rápida  y  acertada  ejecución. 

En  'alta  mar,  por  khí'ú  y  Blasco,  ofjoce  uu 
movido  oleaje  y  una  entonación  subida  que  in- 
terpreta el  natnríil  á  inaravilla;  está  ejecutada 
esta  malina  con  inuclio  brio  y  atrevimiento. 

TaiTibién  son  muy  estimables  los  lienzos  que 
de  este  mismo  géneio  han  presentado  Morera, 
Martínez  Abades,  Lleonart  Campuzano  y  Muriel. 

Cuadros  de  género,  en  la  acepción  en  que  los 
franceses  emplean  este  nombre,  es  decir,  cua- 
dros cuyo  asunto  no  es  de  historia  ni  de  paisa- 
je, como  retratos,  repre.sentación  de  animales, 
utensilios  de  cocina,  flores,  frutos,  etc.,  etc.,  al- 
gunos de  mérito  no  escaso  registra  la  exposición 
presente. 

Merece  ante  todo  citarse  el  admirable  lienzo 
de  Jiménez  y  Fernández,  En  el  establo.  Aquellos 
corderos  de  tamaño  natural  están  correctamente 
dibujados  y  llenos  de  movimiento,  vida  y  ex- 


presión. En  este  género  tan  difícil,  que  requie- 
re una  incesante  observación  del  modelo,  nadie, 
seguramente,  aventaja  entre  nosotros  á  este 
pintor  distinguidísimo. 

Una  señorita,  D.*  Fernanda  Francés,  pre- 
senta dos  cuadritos  de  Ostras  y  langostinos  con 
tanta  verdad  y  delicadeza  pintados,  que  el  más 
descontentadizo  gourmet  se  sentiría  atraído  por 
ellos.  D.  Sebastián  Gessa  ha  pintado  un  her- 
moso racimo  de  uvas  que  titula  Recuerdo  de 
Sax,  con  el  que  podría  repetirse  el  caso  que  re- 
flere  la  tradición  ocuirida  con  aquella  pintura 
del  antiguo  artista  Parrasio  que  con  tanta  ver- 
dad retrató  unas  uvas  que  los  pajarillos  acudían 
á  picarlas.  Son  también  recomendables  los  dos 
cuadros  de  la  señorita  D."  María  Luisa  de  la 
Riva,  Flores  y  J'rutns  y  Píxsto  de  jUtrcs. 

R.  Bj>anco  Asjínjo. 


LECTURAS 


EAUDELAIRE 
I 


Hace  pocos  días  publicaba  la  Revue  des  Deux 
Monden  un  artículo  de  uno  de  sus  críticos  de 
guardia,  M.  Brunétiére,  con  el  exclusivo  y  poco 
cristiano  propósito  de  arrojar  cieno  y  más  cieno 


sobre  la  memoria  de  un  poeta  que  ha  influido 
mucho  en  la  actual  literatura  francesa,  y  que 
tiene  multitud  de  sectarios  y  hasta  podría  de- 
cirse de  adoradores.  La  diatriba,  pues  tal  era, 
del  crítico  francés  me  hizo  sentir  ese  especial 
disgusto  que  causa  en  el  alma  de  quien  seria- 
mente ama  el  arte  la  injusticia  do  un  censor 
que  se  ceba  en  la  fama  de  un  poeta  á  quien  se 
deben  momentos  de  solaz,  ó  alguna  visión  nueva 
de  lo  bello,  ó  sugestiones  para  ideas  ó  senti- . 
mientos,  ó  cambios  fecundos  del  ánimo. 

Ya  estaba  yo  acostumbrado  á  experimentar 
esta  clase  do  emociones  con  la  lectura  de  este 
critico  ilustrado  que  cuando  habla  de  los  con- 
temporáneos casi  siempre  parece  que  se  com- 
placo en  enseñar  un  mezquino  corazón.  Que 
Bnmétiére  tiene  algún  talento,  es  indudable; 
que  ha  leído  mucho,  también;  que  su  análisis 
no  siempre  es  superficial  y  á  veces  se  distingue 
por  lo  sutil,  no  cabe  negarlo,  pero  pocas  veces 
deja  de  ser  antipático  por  las  causas  que  defien- 
de, ó  mejor,  por  los  enemigos  á  quien  ataca,  y 
sobre  todo  por  las  armas  y  la  táctica  que  para 
atacarlos  emplea.  Brunétiére  es  uno  de  esos  es- 
critores franceses  (hay  varios)  que  se  diría  que 
se  complace  en  una  especie  de  coquetería  ma- 
ligna para  hacerse  aborrecer  en  cuanto  critica; 
él  combate  á  Carlos  Baudelaire  principalmente 
por  su  inspiración  diabólica,  por  sus  famosas 
Flores  del  mal,  pero  á  él  se  le  podría  combatir 
por  la  vena  mefistofelica  que  le  asiste  cuando 
apura  los  recursos  de  su  erudición,  de  su  estilo 


EXPOSICIÓN    NACIONAL 


ENTIERRO  DE  SANTA  LEOCADIA  (Cuadro  áe  D. 


BELLAS   ARTES   DE  1887 


Plá  y  Gallaitlo,  tercera  medalla. — Dibujo  ile  Punsoila) 


474 


LA  ILÜBTRACION   IHEBICA 


y  de  8u  dialéctica  pank_  demostrar  que  Zola  es 
poca  cosa,  Víctor  Hugo  un  viejo  verde  indigno 
de  tanta  fama  y  Baudelnire  un  pobre  diablo 
bueno  para  pasnuu-  en  la  feria  literaria  á  los  in- 
cautos burgueses  que  se  creen  maliciosos  y  leen 
libros  nuevos.  Conviene  insistir  en  el  carácter 
del  ya  afamado  critico  de  la  Rei-üta  ilt  AikIioh 
Mh'i'Ios,  porque  su  crédito  va  siendo  grande,  el 
lugar  desde  que  escribe  es  eminente  y  su  voto 
es  repetido  como  un  eco  cu  muchas  partes; 
v.  gr.  en  his  lucubraciones  literarias  de  nuestro 
famoso  Cánovas  del  Castillo,  oráciWo  á  su  vez 
de  media  España  cuasi-pensante.  Cánovas,  cuan- 
do habla  de  literatura  francesa,  y  habla  á  me- 
nudo, repite  las  opiniones  y  los  argumentos, 
echándolos  á  perder  un  poco  con  el  acento  an- 
daluz, de  M.  Brunétiére  y  de  M.  Oherbuliez 
(Valbert)  que  le  pagan  esta  deferencia  alabán- 


dole de  tarde  en  tarde  en  la  revista  de  más  cir- 
culación de  Francia. 

Brunétit're  influye,  además,  en  muchos  escri- 
tores franceses  de  tercer  orden  que  á  su  vez  in- 
fluyen en  varios  corresponsales  (^del  orden  más 
humilde  que  podemos  figurarnos)  que  mantie- 
nen en  París  algunas  ])ublicaciones  españolas 
populares.  La  mayor  parte  de  las  tonteiíasy  de 
las  injusticias  y  cavilosidades  que  se  han  escri- 
to en  España  contra  el  naturalismo,  se  remon- 
tan, por  tres  6  más  derivaciones,  á  los  apasio- 
nados ataques  que  Brunétiére  y  Valbert  dirigie- 
ron á  Zola  y  á  su  escuela.  Esto  se  sabe  cuando 
se  sigue  con  atención  ó  interés  el  movimiento 
actual  de  nuestra  literatura  llegando  á  por- 
menores que  las  más  de  las  veces  los  críticos 
solo  creen  dignos  de  ser  estudiados  en  los  tiem- 
pos remotos,  es  decir,  en  tiempos  en  que  poco  se 


LA  TARDE 


puede  saber  de  seguro  respecto  á  pormenores. 
Brunétiére  es  uno  de  los  capitanes  de  cierto 
prudentismo  literario  (y  pase  la  palabra,  que  es 
exacta)  que  seduce  á  muchos  espíritus  delicados 
y  sinceros,  pero  poco  enérgicos,  y  que  merced  á 
cierta  hipocresía  innata,  en  algunos  inconscien- 
te, causa  graves  daños  al  progreso  del  arte.  Este 
prudentismo  que  en  Francia  ha  hecho  ya  estra- 
gOii,  también  ha  entrado  en  España  y  combi- 
nándose con  otras  preocupaciones  nacionales 
no4  amenaza  á  nosotros  con  grandes  sequías  de 
ingenio. 

Hay  muchos  aficionados  á  las  letras  que  vi- 
ven en  constante  recelo  temerosos  de  tomar 
gato  por  liebre,  dispuestos  á  contener  los  im- 
pulsos del  propio  entusiasmo  en  cuanto  alguien 
les  advierte  de  que  no  es  oro  tf»do  lo  que  reluce. 
Yo  confietío  que  esta  clase  de  lectores  me  son 
profundamente  antipáticos,  aunque  no  tan»" 
como  la  ralea  de  críticos  que  les  sonsacan  y  < 
<;aDdalizan.  Arrojar  del  templo  de  la  .fama  -.i 
quien  no  merece  ocupar  en  él  un  mal  rincón  si- 
quiera, es  santa  fMnfirfsa,  pero  regatearle  gloria 
al  que  la  tiene  legitiuui,  escatimar  aplausos  al 
gran  ingenio,  me  paree  trabajo  improductivo  y 
contrario  á  la  h'^rmosa  y  grande  caridad  del 
arte.  <¡Eh.  no  admiréis  á  fulano  que  es  un  maja- 
dero, como  lo  pruebo!  •  esto  lo  comprendo  y  lo 
aplaudo,  pero  est^»  otro:  «¡Eh.no  admiréis  tanto 
á  Víctor  Hugo  que  tiene  sus  defectos;  no  os 


EN   VERANO 


enamoréis  del  sol  que  tiene  manchas!»  esto  no 
me  lo  explico.  En  estos  amigos  de  matar  el  en- 
tusiasmo y  en  estos  sectarios  del  p-udentismo 


suele  obrar  la  envidia,  en  los  que  toman  la  ini- 
ciativa sobre  todo;  pero  también  influye  mucho 
el  miedo  al  ridículo,  el  terror  de  encontrarse 
admirando  como  el  mísero  vulgo  lo  que  no  me- 
rece tanta  admiración.  El  afán  de  no  ser  uno  de 
tantos,  de  no  confundirse  con  el  populacho  lite- 
rario obliga  á  muchos  á  ser  reservados  en  mate- 
ria de  alabanzas  y  gusto.«,  y  tul  lector  habrá 
que  habiendo  leído  á  Baudelairo  y  habiéndole 
encontrado  gran  originalidad  y  fuerza,  ahora, 
advertido  por  Brunétiére  le  desprecie  y  le  lla- 
mo farsante. 

Porque  nada  menos  que  eso  so  p)0|)ono  el 
critico  de  la  Etvinta  de  Ambua  Manilos;  llega  á 
decir  del  poeta  que  es  un  pobre  diablo  que  ha 
escrito  muy  pocos  versos  regulares  y  que  no  ha 
dejado  nada  nuevo  á  no  .sor  una  pintura  exacta 
de  las  emociones  que  despierta  el  sentido  del 
olfato,  el  menos  espiritual 
de  los  sentidos.  A  Dios  gra- 
cias, en  esta  ocasión  Bru- 
nétiére exagera  tanto  su 
antipática  severidad  para 
el  ingenio  reconocido  que 
la  malicia  del  intento  se  ha- 
ce transparente  y  el  peli- 
Kro  de  la  injusticia  dismi- 
nuye. Su  parcialidad  se  ve 
bien  claramente  cuando  di- 
ce que  Baudelairo  escribió 
artíí'ulos  de  critica  pictó- 
rica como  cualquier  otro,  ni 
mejor  ni  peor  que  oti-o  crí- 
tico cualquiera.  Eso  vale 
tanto  suponer  que  los  Snl'i- 
vea  los  escriben  lo  mismo 
todos  los  críticos  y  aun  los 
que  no  lo  son;  según  eso 
tanto  valen  los  Salonen  del 
gran  estético  de  la  Enciclo- 
pedia como  los  articulillos 
de  Wolff,  el  del  Fígaro; 
Eugenio  Veron  vale  tanto 
como  Taine...  Pero  dejo 
esto. 

La  crítica  debe  defender 
á  todos  los  escritores  bue- 
nos á  (jiiien  se  pretende  ne- 
gar la  condición  de  tales, 
aunque  se  trate  de  aque- 
llos por  los  que  no  se  sien- 
te el  mayor  entusiasmo. 
Aún  puede  añadirse  que  en 
este  último  caso  se  da  más 
pruebas  de  amor  á  la  jus- 
ticia y  de  entender  los  de- 
l)eres  de  la  misma  critica. 
Salir  á  romper  lanzas  por 
las  doctrinas  y  por  los  autores  predilectos  no 
tiene  gran  mérito;  con  ello  se  obedece  á  impul- 
sos que  pueden  ser  hasta  irresistibles.  Yo  no 
tengo  á  Baudelaire  por  un  poeta  de  primer  or- 
den; ni  su  estilo,  ni  sus  ideas,  ni  la  estructura 
(le  sus  versos  siquiera  me  son  simpáticos,  en  el 
sentido  exacto  de  la  palabra,  pero  veo  su  méri- 
to, i-econozco  los  títulos  que  puede  alegar  para 
defender  el  puesto  que  ha  conquistado  en  el 
Pai'naso  moderno  francés  y  solo  poi-  oslo  me 
decido  á  escribir,  con  ocasión  del  artículo  de 
Brunétiére,  estas  impresiones  de  una  segunda 
lectura  de  las  Flores  del  mal,  obra  que  princi- 
palmente cita  el  crítico  y  que  es  la  más  im- 
portante del  poeta.  Sí,  he  vuelto  á  leer  las 
Flores  del  mal,  no  con  frialdad  impasible  (que 
así  no  se  lee  á  los  poetas)  pero  sin  preocupación 
favorable,  seguro,  por  las  circunstancias  de  ser 
imparcial;  y  para  mejor  lograr  mi  intento  de 
obedecer  solo  á  mis  emociones  y  á  mi  juicio 
propio,  espontáneo,  he  prescindido  de  cnanto  he 
leído  acerca  do  Baudelairo,  y  para  nada  me 
acuerdo,  v.  gr.  del  estudio  de  Gautier  ni  del 
luuy  notable  do  Paul  Bourget,  que  recomiendo 
á  mis  lectores. 


(Se  continuará.) 


Cl.AKIN. 


-*- 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


475 


DE  ESTRELLAS  ARRIBA 


Contemplando  estaba  el  excelso  patrón  de 
Madrid  como  los  hijos  de  la  alegre  villa  y  cor- 
te celebraban  su  romería,  y  tanto  le  agradaba 
aquel  pintoresco  espectáculo,  aquel  movimiento 
de  carruajes,  el  incesante  ir  y  venir  de  gentes 
y  la  bulliciosa  algazara  que  armaban  los  vende- 
dores de  su  veneranda  efigie  y  de  las  tradicio- 
nales rosquillas,  que  á  ser 
débil  mortal,  la  emoción 
que  le  embargaba,  más  de 
una  vez  hubiera  arrasado 
de  lágrimas  sus  piadosos 
ojos;  pero  los  santos  están 
exentos  de  penas  y  el  pre- 
claro labrador  en  vez  de 
llorar,  manifestaba  su  gra- 
titud sonriendo  con  inefa- 
ble bondad.  A  través  de  las 
diamantinas  esferas  donde 
se  recogen  los  astros  y  se 
oculta  el  sol,  seguía  admi- 
rando con  sin  igual  aten- 
ción, los  obsequios  que  le 
tributaban  los  hijos  de  Ma- 
drid. 

— ¡Cómo  me  recuerdan! 
— pensaba. — Es  altamente 
conmovedor  ver  desde  lo 
alto  como  nos  veneran  en 
la  tierra...  En  tanto  estuve 
entre  ellos,  ¡qué  olvidado 
me  tuvieron!  Sólito  araba 
en  esa  pradera;  mis  bue- 
yes eran  mis  únicos  com- 
pañeros; mis  tristezas  y 
desdichas  jamás  tuvieron 
consuelo  alguno...  Pero 
Dios  es  justo,  y  en  cambio 
de  aquella  vida  oscura  é 
ignorada  me  otorgó  los  es- 
plendores de  la  inmortali- 
dad, y  aquí  habito  entre 
coros  de  arcángeles  y  serafi- 
nes, entre  vírgenes  y  már- 
tires que  con  la  luz  de  su 
gracia  alimentan  las  estre- 
llas que  iluminan  el  mun- 
do. ¡Eso  es  vivir,  porque 
aquí  el  tiempo  no  se  mide 
por  horas,  sino  que  se  acor- 
ta disfrutando  de  las  deli- 
cias reservadas  sólo  para 
galardón  de  los  escogi- 
dos!... 

Así  discurría,  cuando  un 
varón  de  simpática  presen- 
cia vino  á  distraerle  de  sus 
agradables  cabildeos. 

— ¿Conque  hoy  estás  de 
turno  en  la  tierra? — le  pre- 
guntó. 

— Sí;  y  por  cierto  que 
quedo  muy  agradecido  á 
las  demostraciones  de  apre- 
cio que  me  dispensan  los 
madrileños, — le  contestó.  ' — 

— Es  natural  que  te  ob- 
sequien; por  algo  eres  su 
patrón. 

— Pero  el  tiempo...  ¿comprendes?  acaba  con 
las  tradiciones. 

— Eso  sucede  cuando  se  trata  de  santos  me- 
nos populares  que  nosotros  dos;  tii  y  yo  seremos 
siempre  patronos  predilectos  y  queridos;  ¿no 
ves  que  traemos  fiesta? 

— Voluntaria,  no  de  precepto. 

— Por  eso  tiene  más  fuerza. 

— Tú  tienes  mucho  partido;  ¿recogerás  infini 
tas  oraciones? 

— Regular;  lo  que  recojo  son  innumerables 
promesas.  Los  retablos  que  diariamente  me  pre- 
sentan no  los  puedes  tú  calcular;  ¿cirios?  á  mi- 
llares; ¿azucenas?  cuántas  producen  los  jardi- 
nes; ¿trenzas?  más  pelo  me  han  ofrecido,  que  no 
guarda  un  almacén  de  peluquero;  ¿vestiditos  de 


raso  bordados  de  oro  para  el  Niño?  á  cientos; 
¿coronas  de  oro,  plata  y  piedras  preciosas?  he 
perdido  ya  la  cuenta;  hasta  unas  andas  de  oro 
me  han  prometido;  soy  yo  muy  afortunado. 

— ¿Y  te  cumplen  cuanto  te  prometen? 

— 8i  otorgo  lo  que  me  piden,  claro  está  que  sí. 

—  Y,  ¿qué  te  piden,  Antonio? 

— Cuando  tanto  me  ofrecen,  ¿qué  quieres  que 
me  pidan?...  novio. 

— ¿Y  tú  se  lo  concedes? 


El  de  Padua  titubea  un  momento  antes  de 
contestar;  luego  con  breve  resolución: 

— Cuando  conviene,  claro  está  que  si, — con- 
testó. 

— ¿Dónde  tienes  más  devotas? 

— En  España. 

— Ni  que  fueras  tú  de  la  tierra. 

— ¿Eso  qué  importa?  La  que  más  y  que  me- 
nos, me  cree  más  español  que  una  pandereta. 

— Tu  negociado  es  bueno,  pero  de  mucho  com- 


EN  MISA.-VENDEDOR  DE  LA  RIBERA  DE  ZUCCA  (.Acuarelas  cle_Luls  Paaslnl) 


premiso  y  responsabilidad.  Yo  no  le  hubiera 
aceptado  nunca. 

— Pues,  ¿no  habías  de  aceptarlo,  hermano? 
Que  dijera  eso  el  de  Gonzaga,  menos  mal;  pero 
á  tí  que  presides  la  romería  más  bulliciosa  que 
se  conoce  en  España,  no  te  está  bien  el  decirlo. 
No  es  propio  de  seres  celestiales  andarnos  con 
hipocresías. 

— Claro  está, — interrumpió  un  gallardo  man- 
cebo que  al  acaso  acertaba  á  pasar  junto  á  los 
dos  contendientes. —  De  los  santos  que  gozan 
popularidad  en  la  tierra  vosotros  sois  los  que 
representáis  la  alegría  y  el  buen  humor.  Cada 
uno  de  nosotros  tiene  una  virtud  especial  para 
obrar  prodigios,  pero  no  es  propio  de  varones 
justos  hacer  alardes  de  vanidad. 


— Y  tú,  ¿qué  prodigios  obras? — le  preguntó 
desdeñosamente  el  patrón  de  Madrid. 

— Eso  es,  ¿quiéu  te  conoce  en  el  mundo? — 
objetó  el  de  Padua. 

— ¿Qué  quién  me  conoce?  ¿qué  prodigios 
obro?— contestó  el  aludido. — Pues  á  fe  que  me 
maravilla  vuestra  ignorancia.  Yo  no  presido  ro- 
merías, ni  verbenas,  ni  doy  novio  á  las  niñas, 
pero  poseo  manantiales  que  son  fuentes  de  vida 
y  de  salud;  yo  alivio  toda  suerte  de  dolencias  y 
sirvo  por  algo  más  que  para  divertir  á  la  gente. 
¿Vichy?  ¿qué  son  sus  ponderados  manantiales 
comparados  con  los  míos?  ¡Aguas  de  charco!  ni 
más  ni  menos. 

— Date  tono,  Hilario,  date  tono,  y  habíanos 
luego  de  vanidades,- — repuso  San  Isidro. 


Dibujo  oneLUü  «u  blanco  y  oro  sobre  fondo  carmesí 


V»to  de  AuLdju 


Dibujo  ililu^ 


riiiDKfiY)  Manen  MAm  fimflo  nparo  oscuro 


I'lmilai  b'nn'':iH  mhn  foido  sziil 


MODELOS  DE  CAMAFEOS 


478 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


— To  no  le  atiendo, — afiadió  Antonio. 

— ¿Y  por  qué  no  le  atiendes?  —  le  preguntó 
nna  agraciada  doncella  tomando  parte  en  el  in- 
teresante palique. 

— ¿Por  qué  he  de  atenderle?  Vaya  un  mérito 
salimos  con  los  prodigios  que  obran  sus  manan- 
tiales. 

— Que  son  maravillosos, — afirmó  la  Santa. — 
Posible  es  que  desdeñéis  también  los  mios;  pero 
yo  oa  aseguro  que  no  cambiarla  su  fama  ni  por 
la  de  tu  verbena,  ni  por  la  de  la  romería  de 
Isidro.  A  mi  no  se  me  conoce  sélo  en  Madrid; 
mi  fama  es  casi  universal  y  de  ambos  mundos 
acuden  á  mi  balneario. 

—  Miren  que  bien  se  explica  Águeda, — excla- 
mé sin  dejarla  acabar,  un  mancebo  cuyo  garbo 
y  donaire  revelaban  su  origeu  andaluz, — Quien 
08  oyera  á  ti  y  á  Hilario  os  creería  los  seres 
más  alabados,  y  al  fin,  es  preciso  convenir  en 
que  gozarías  de  una  popularidad  anfibia;  y  el 
agua,  no  lo  dudéis,  es  buena,  pero  no  lo  mejor 
que  da  la  tierra;  es  preferible  el  vino,  y  el  más 
rico  y  deleitoso  le  doy  yo.  La  manzanilla  de  mi 
tierra  es  lo  único  que  echo  de  menos  aquí  arri- 
ba, porque  no  hay  néctar  que  tenga  su  ambro- 
sia, ni  liquido  alguno  que  tenga  su  aroma  deli- 
cado y  su  color  de  topacio  fino;  sino  se  me 
alcanza  como  el  Padre  Santo  no  ha  ordenado  que 
se  ose  para  la  consagración. 

Guardaron  silencio  breves  momentos,  cuando 
nn  varón  de  majestuosa  presencia  golpeó  suave- 
mente en  el  hombro  del  último  que  acababa  de 
hablar,  diciéndole: 

— Lúcar,  paj-ece  que  no  se  te  quita  la  nostal- 
gia de  la  tierra;  merecerías  que  el  Señor  te  de- 
volviera á  ella. 

— Hablaban  Águeda  é  Hilario  de  sus  aguas 
y  recordé  yo  mi  vino  y  me  puse  triste,  pero  ya 
pasó. 

— ¿Y  Antonio  de  qué  hablaba? 

— De  sus  verbenas  y  de  los  casamientos  que 
arregla. 

— Empezó  Isidro  hablando  de  sus  romerías, 
— repuso  el  de  Pádua. 

— Vaya  un  palique  mundano, — exclamó  el  re- 
cién llegado. — ¿Y  así  empleáis  el  tiempo? ¿No  es- 
taría más  conforme  que  alabarais  á  Dios?  Bueno 
fuera  que  diéramos  en  recordar  lo  que  en  la 
tierra  somos  y  podemos.  Aquí  vendría  Lorenzo 
recordándonos  que  os  el  sepulturero  regio,  y 
serían  de  oir  las  historias  que  podría  contamos 
desde  Felipe  II  á  Alfonso  XII.  Aquí  Juan  echa- 
ría su  párrafo  explicándonos  por  qué  le  llaman 
de  Luz,  y  por  qué  de  las  Abadesas,  y  Jerónimo 
podría  referirnos  lo  que  alcanza  á  ver  desde  las 
cumbres  de  Montserrat,  donde  su  vista  abarca 
del  Cabo  de  Crens  á  las  Baleares.  En  España 
el  que  más  y  el  que  menos,  todos  tenemos  pri- 
vilegios, pero  es  sobrado  atrevimiento  hacer 
gala  de  nuestros  méritos,  cuando  la  humildad 
es  la  principal  virtud  que  de  nosotros  se  recla- 
ma. A  no  ser  así,  ¿quién  como  yo  podría  ufa- 
narse de  la  fama  que  en  la  tierra  goza?  ¿Qué 
son  los  jardines  de  Versalles  comparados  con  los 
mios?  ¿Dónde  se  reúne  una  sociedad  tan  ilustre 
como  la  que  en  los  veranos  acude  á  mi  real  si- 
tio? Yo  me  rozo  solamente  con  gentes  muj'  ele- 
vadas ¿  infatigables  para  divertirse.  En  mis 
jardines,  ¡cuántas  fiestas  se  improvisan;  cuántas 
intriguilias  se  conciertan;  qué  de  snbrosas  fábu- 
las so  comentan!  ¿Dónde  podría  formarse  un 
rorro  qrnnile  como  el  que  se  reúne  á  la  sombra 
de  mi  delicioso  arbolado?¡Qué  corro  aquél,  vál- 
game Dios!  Si  los  pajarillos  recogieran  las  pa- 
labras que  en  él  se  pierden,  y  entre  arrullos  y 
gorjeos  nos  las  subieran  á  contar,  vaj'a,  que  con 
ser  tan  santos  como  somos,  capaces  seríamos  de 
jierder  nuestra  serenidad. 

— ¿Y  id  las  sabes? — le  preguntó  Antonio. 

— Cuéntanos  algo, — clamaron  todos. 

— Que  no  paedo, — repuso  el  noble  santo. 

— Decididamente  eres  tú  de  los  más  afortu- 
nados de  entre  nosotros,  Ildefonso, — dijo  Isidro, 
— pero  no  estaría  de  más  que  por  precaución  á  lo 
menos,  velaras  alguna  de  las  estatuas  que  ador- 
nan tus  ponderados  jardines. 

— No  mirarlas,- — contestó  sentenciosamente 
el  que  faé  en  vida  arzobispo  de  Toledo. 


La  "conversación '  fué  animándose,  y  cuando 
habla  subido  algunos  grados  en  calor  y  color, 
con  paso  resuelto  y  elegante,  desembarazado, 
llegó  al  corro  un  arrogante  mocetón.  Espléndida 
aureola  circundaba  su  hermosa  frente,  y  su  hol- 
gado manto  de  anchas  tablas  rojas  3'  gualdas 
que  llevaba  terciado  con  muiho  garbo,  mostra- 
ba embozo  tricolor. 

Al  verle  sus  hermanos  no  pudieron  reprimir 
un  movimiento  de  soi-presa  y  disgusto, 

— [Él! — clamaron  todos  muy  quedo. 

— Yo, — objetíi  el  recién  llegado  con  afable 
buen  humor. — ¿Por  qué  me  miráis  tan  despa- 
voridos? ¿Es  que  os  sentís  tamañitos  á  mi  lado? 

— Nada  tengo  que  envidiarte, — le  contestó 
secamente  Ildefonso. 

— Ni  yo, — repuso  Antonio. 

— Yo  estoy  contenta  con  mi  suerte, — repuso 
Águeda. 

— No  cambio  por  la  tuya  mi  fama, — afirmó 
Lúcar. 

— Nadie  me  destrona  de  mi  alto  sitial, — dijo 
á  su  vez  Isidro.— Soy  y  seré  siempre  el  patrón 
de  la  corte  de  España. 

— ¿Y  tú,  Hilario,  no  dices  nada? — le  pregun- 
tó el  del  manto. 

— ¿Por  qué,  si  á  tí  nadie  te  puede  convencer? 
— le  contestó. 

— ¿Y  por  qué  me  habéis  de  convencer  si  en 
España  soy  yo  arbitro  de  todas  las  voluntades 
y  de  todos  los  corazones?  Hoy  han  sentido  un 
poco  de  calor  y  ya  me  han  aclamado  con  deli- 
rio. De  vosotros  ¿quién  se  ha  acordado?  Va- 
mos á  ver  preguntadles:  ¿á  qué  santo  queréis 
más;  cuál  es  el  que  tiene  más  partido  y  está 
más  de  moda? 

San  Ildefonso  no  contestó,  volvió  la  espalda 
y  con  paso  majestuoso  fuese  á  su  espléndido 
sitial. 

Lo  mismo  hicieron  sus  hermanos. 

El  guapetón  compañero  que  acababa  de  inte- 
rrogarles, sonriendo  les  vio  desfilar.  Cerró  la 
noche;  las  nubes  de  oro  y  grana  se  disolvían  en 
el  éter;  y  las  estrellas  que,  como  á  divinos  lu- 
minares temblaban  entre  las  azules  gasas  que 
fluctúan  en  el  firmamento,  escribían  en  el  movi- 
miento de  sus  caprichosos  giros,  un  nombre, 
que  no  se  cansaban  de  apuntar: 

San  Sebastián. 

Antoni.\  On.s.-jo. 


-*- 


EL  BIEN  PERDIDO 


Si  no  comprende  mi  dolor  el  mundo 
ni  ya  me  restan  esperanzas  hoy 
(ide  qué  me  sirven  los  recuerdos  tuyos 
si  ves  que  ya  me  voy? 

Ni  esa  mirada  que  en  tus  ojos  brota 
como  sombra  que  brota  en  el  espejo 
en  esta  desventura  ya  me  importa 
pues  ya  de  tí  me  alejo. 

Si  un  recuerdo  ha  borrado  otros  recuerdo.s, 
si  otra  memoria  en  tus  entrañas  rueda, 
perdida  la  ilusión  para  mis  sueños 

sin  tí,  ¿ya  qué  me  queda? 

Los  años  que  se  van  y  nunca  vuelven 
se  han  llevado  mi  lágrima  postrera, 
tú  te  quedas  aquí,  mas  sin  que  encuentres 
quien  como  yo  te  quiera. 

Y  si  mañana  con  ardor  palpita 
tu  hermoso  corazón  para  mi  frío, 
¿puede  importarme  su  ilusión  tardía 

después  de  muerto  el  mío? 

% 

Aquellas  esperanzas  que  se  fueron 
no  ha  de  volverlas  tu  cariño  ya 
¿qué  valen  tus  halagos  y  tus  sueños 
á  un  alma  que  se  va? 

A.  Aix!AM)E  Y  Valladares. 

W- 


EN  EL  ÁLBUM  DE  CARLOTA,,. 


Naciste  para  amar;  coral  pulido 
son  tus  ardientes  encamados  labios, 
y  tus  ojos  dos  soles  donde  brilla 
de  amor  el  rayo  santo. 

Tu  cintura  juncal  la  gentil  palma 
que  mece  el  viento  al  sonreír  galano, 
y  tu  acento  la  nota  melodiosa 
que  vibra  en  el  espacio. 

Tus  mejillas  la  flor  tímida  y  bella 
que  el  alma  inunda  de  perfume  santo, 
por  la  mano  de  Dios  en  tí  prendida 
como  recuerdo  grato. 

Y  al  contemplarla  yo,  pobre  poeta, 
que  en  sueños  vivo  y  entre  sueños  amo, 
¡Quién  hubiera  nacido  mariposa! 
me  digo  suspirando. 

Ramón  Blasco. 


-*- 


FOSFORESCENCIA  Y  CALOR  DE  US  PLANTAS 


Entre  los  hechos  que  la  naturaleza  nos  ofrece 
dignos  de  ser  admirados,  figuran  algunas  mani- 
festaciones que  diversas  plantas  presentan,  muy 
propias  para  fijar  la  atención,  no  tan  solo  del 
botánico,  sino  del  que  siente  interés  hacia  cuanto 
se  desarrolla  y  tiene  vida  en  torno  nuestro. 

Son,  en  efecto,  tan  admirables  y  raros  los  he- 
chos que  la  observación  ha  consignado  en  va- 
rias plantas,  que  no  es  posible  prescindir  de 
mencionarlos,  en  la  seguridad  de  que  han  de  ser 
leídos  con  interés  y  afición. 

Uno  de  estos  tenómenos  á  que  nos  referimos, 
es  la  propiedad  que  algunos  vegetales  ofrecen 
de  ser  luminosos  cuando  se  lea  examina  en  la 
oscuridad  más  densa. 

Es  sumamente  curioso  pasear  por  un  jardín 
en  las  oscuridades  de  una  noche  de  estío,  y  ver 
que  de  algunas  flores  se  desprenden  luces  fu- 
gaces é  inciertas,  para  volverse  después  á  re- 
producir como  los  fuegos  fatuos,  cuyo  fenómeno 
se  observa  en  determinadas  épocas  y  solo  en 
contadas  plantas.  La  imaginación,  como  es  na- 
tural, dio  al  principio  gran  importancia  al  hecho 
y  formó  fantásticas  deducciones  en  que  la  poe- 
sía y  la  fábula  tomaron  no  escasa  participación. 

La  primera  observación  de  la  luminosidad  ó 
fosforescencia  de  las  plantas  fué  hecha  por  la 
hija  de  un  sabio  botánico  cuyo  nombre  ha  colo- 
cado la  humanidad  en  el  templo  de  sus  genios 
para  que  pase  íntegro  á  las  edades  futuras,  el 
gran  Linneo. 

En  las  flores  denominadas  espuelas  de  caba- 
llero se  notó  primeramente.  Después  se  mani- 
festó en  otras  varias  de  color  parecido.  Más 
tarde,  lo  que  se  creyó  peculiar  de  algunas  pocas 
plantas  y  excepcional  por  lo  tanto,  fué  genera- 
lizándose á  otras  varias. 

Se  ha  notado  que  la  fosforescencia  de  las  plan- 
tas es  mayor  y  se  presenta  con  más  facilidad  en 
los  ardorosos  calores  del  verano  y  cuando  la  at- 
mósfera se  encuentra  más  cargada  de  electrici- 
dad. La  sequedad  del  aire  favorece  también  este 
fenómeno  singular. 

A  medida  que  las  observaciones  han  sido  más 
minuciosas,  se  han  visto  mayor  número  de 
plantas  dotadas  de  esta  propiedad.  Hay  algunos 
hongos  que  la  poseen  en  alto  grado,  como  acon- 
tece con  la  Rizomorfa  subterránea  y  el  agárico 
del  olivo.  Se  supone  que  esta  fosforescencia 
procede  de  una  verdadera  combustión,  por  la 
circunstancia  de  activarse  con  el  oxigeno  y  anu- 
larse en  el  seno  de  los  gases  no  respirables.  De 
todos  modos,  este  fenómeno,  que  se  presenta  en 
bastantes  vegetales  y  en  algunos  hasta  en  sus 
zumos,  cual  sucede  en  la  Euphorbia  phosphorea 


LA  n.USTRACTON  IBERIOA 


479 


del  Brasil  y  en  otros  en  su  madera  en  putrefac- 
ción, es  muy  notable  y  ha  sido  asunto  de  algu- 
nas discusiones  en  fisiología  vegetal. 

A  pesar  de  que  la  fosforescencia  de  las  plan- 
tas es  uno  de  los  fenómenos  que  han  llamado  la 
atención  de  gran  número  de  botánicos,  no  se  ha 
puesto  todavía  en  evidencia  la  causa  á  la  cual 
se  debe  tan  extraordinario  efecto.  Las  explica- 
ciones que  hasta  ahora  se  han  dado,  pueden 
considerarse  como  hipótesis  que  satisfacen  más 
ó  menos  las  exigencias  científicas,  si  bien  no 
exentas  de  objeciones  y  reparos. 

La  temperatura  que  las  plantas  ofrecen  es 
otro  de  los  hechos  dignos  de  llamar  la  aten.'íión. 

Los  vegetales  tienen  temperatura  propia,  in- 
dependiente de  los  cambios  atmosféricos,  como 
sucede  en  los  animales,  lo  cual  depende  sin 
duda  de  la  multitud  de  reacciones  que  la  quí- 
mica de  la  vida  origina  en  el  interior  de  los  or- 
ganismos. 

Se  observa  plantas  que  resisten  los  más  in- 
tensos fríos  y  crecen  lozanas,  dando  aromáticas 
flores  y  sabrosos  frutos;  de  igual  modo  que 
otros  experimentan  las  altas  y  abrasadoras  tem- 
peraturas de  los  arenales  del  Senegal.  Plantas 
hay  que  viven  constantemente  bañadas  sus 
raices  por  aguas  termales  y  otras  como  el  abe- 
dul y  la  encina  que  subsisten  en  temperaturas 
de  treinta  grados  bajo  cero. 

Además,  hay  actos  vitales  en  las  plantas  que 
dan  lugar  á  elevación  de  temperatura  como  su- 
cede con  la  germinación.  Las  semillas  al  desa- 
rrollarse para  dar  origen  á  un  nuevo  vegetal, 
producen  un  notable  desprendimiento  de  calor, 
como  puede  poner.se  de  manifiesto  cuando  se 
examinan  los  depósitos  en  que  se  acumula  la 
cebada  para  la  fabricación  de  la  cerveza  Du- 
trochet  por  medio  de  un  aparato  termo-eléctrico, 
pudo  apreciar  en  distintas  ocasiones  aumentos 
de  temperatura  en  las  plantas  relacionadas  con 
actos  diversos  de  su  vida. 

Así,  en  el  aro  por  ejemplo,  se  eleva  su  tem- 
peratura notablemente  en  el  acto  de  la  fecun- 
dación, lo  cual  es  en  términos  suficientes  para 
poderse  apreciar  sin  auxilio  alguno  de  termó- 
metro. 

Hay  diferentes  plantas  cuya  temperatui-a  se 
eleva  en  horas  determinadas  del  día  y  las  ob- 
servaciones en  este  sentido  han  de  ser  de  gran 
utilidad  en  el  estudio  de  la  fisiología  vegetal, 
donde  aún  existen  no  pocos  vacíos  y  problemas 
que  esperan  solución  en  el  terreno  experi- 
mental. 

Joaquín  Olmepiij-a  y  Püig. 


-*- 


NUESTROS  GRABADOS 


Li   VIDA    AKTfaTlCA 

Et  motUlo  en  funciones.  ~ El  último  grito. —Cabeza  de  puritano. 

De  utilidad  general.  — Venu».— Cupido. 

Buenas  noticias 

Estos  dibujos  constituyen  una  serie  llena  de  luen  humor 
respecto  á  los  modelos.  Los  iniciados  en  la  vida  de  artista  re- 
conocerán al  punto  la  exactitud  de  lo  expresado  y  los  que  ig- 
noran las  interioridades  de  los  talleres  podrán  hacerse  cargo 
de  lo  que  pasa  tocante  á  aquellos  hoy  indisponsab'es  ele- 
mentos de  verdad  y  conciencia. 

LAS   BBI.I.AS   ARTES   EN   ITALIA 

BAILE    DE    BODAS,   cuadro  dc  Bgisto  Lancerotto 
LAS  LAVANDERAS,  cuadro  de  Aquites  Formis 

Inspiradas  ambas  obras  en  la  vida  del  pueblo  bril'nn 
Igualmente  por  su  ejecución  franca  y  vigorosa.  Es  inip(»sible 
no  aplaudir  el  impresionismo  de  buen  género  deque  alardea 
el  Baile  de  bodas,  asi  como  la  composición  bellísima  de  Las 
lavanderas.  Cuadro  es  éste  de  sabor  griego  por  el  magnifico 
modelado  d^as  figuras,  la  gracia  de  la^  actitudes  y  la  armo- 
nía entre  !fl8  diversos  elementos  de  que  consta,  no  parecien- 
do sino  que  Arboles  y  mujeres  viven  una  misma  vida  surgida 
con  igual  encantadora  fuerza  del  seno  de  la  Naturaleza. 

IXP.)eiCIÓN   NACIOMAL  DE    BELLAS   ARTES    DK    1887 
ENTIERRO   DE    SANTA    LEOCADIA 

Cuadro  de  D.  Cecilio  Plá  y  Oallardo,  tercera  medalla 
Dibujo  de  Ptmsoda 

Hé  aquí  lo  que  respecto  de  esta  obra  escribe  el  señor  Gi- 
ner  de  los  Ríos: 


«Estamos  delante  de  un  cnadro  de  esos  que  Impresionan 
agradablemente  y  descansa  el  ánimo  después  de  vistas  las 
violentas  escenas  y  los  exabruptos  de  la  fantasía.  Hay  un 
tono  azulado  que  se  repite  en  otras  telas  y  que  viene  á  ser 
como  fórmula  convencional  de  filiación  romana,  respondiendo 
más  á  la  luz  peculiar  en  aquel  cielo  y  en  el  ambiente  de  aque- 
lla campiña  que  convencionalismos  puramente  artificiosos. 
Entra  de  iodos  modos  en  la  categoría  de  lo  que  se  llama  una 
academia,  en  la  cual  algunas  de  las  figuras,  sobre  todo  la  del 
paño  azulado  de  la  derecha,  satisface  por  la  bella  melancolía 
que  la  envuelve.  La  del  hombre,  recorta  muy  bien  sobre  el 
paisaje,  cuyo  fondo  está  bien  entendido,  especialmente  en  la 
hojarasca  del  primer  plano  izquierdo.  Todo  el  cnadro  es  fino 
y  vale  más  que  la  protagonista .  • 

UN    BOSQUE 

La  tarde.-  En  verano 

Arabos  estudios  son  notabilísimos:  el  uno  por  la  elocuen- 
te expresión  que  el  autor  ha  sabido  darles  á  los  árboles  se- 
mi-achloharrados  por  el  calor  y  el  otro  por  la  deliciosa  fres- 
cura que  respira.  iQulén  pudiera  hallarse  en  esa  espesura  á 
orillas  del  arroyo  que  se  desliza  entre  la  sombra  de  los  ár- 
bolesl 

OBRAS    DE    LUÍS   PASSINI 

En  misa.— Vendedor  de  la  ribera  de  Zueca. 
Un  lector  del  Tasso 

En  el  número  anterior  dimos  ya  alguna  noticia  sobre  el 
autor  de  esos  cuadros  por  lo  cual  no  nos  queda  más  que  decir 
que  los  tres  grabados  que  se  verán  hoy  pertenecen  también 
á  asuntos  de  la  vida  moderna  veneciana.  En  todos  ellos  se 
muestra  Passini  encantador,  delicado  y  sincero  acuarelisla. 

MODELOS    DE   CAMAFEOS 

Pnede  decirse,  que  el  arte  de  los  camafeos  es  nn  arte  redi- 
vivo. Por  largo  tiempo  sólo  subsistió  del  mismo  un  heimoso 
recuerdo  hasta  que  casi  en  nuestros  dios  ha  resucitado  con 
nuevo  esplendor  rivalizando  sus  productos  cou  ios  que  en 
la  antigüedad  labraban  los  grandes  artífices  del  Egipto,  la 
Siria  y  sobre  todo  Grecia.  Floreció  también  en  Roma  este 
ramo,  del  cual  era  Nerón,— hombre  de  fino  gnsio,— entusiás- 
tico partidario.  Consta  qne  en  la  antigüedad  era  cosa  corrien- 
te la  afición  á  los  camafeos,  pero  vinieron  los  vándalos  y 
parece  que  lo  rompieron  todo,  refugiándose  en  Biznncio 
aquella  delicada  fabricación,  desde  donde  pasó  á  Venecia. 

Los  modelos  reproducidos  hoy  en  nuestras  páginas  son: 
un  jarro  con  plantas  blancas  sobre  fondo  azul,  otro  de  dibujo 
oriental,  blanco  y  oro  soire  fondo  carmesí,  una  taza  con 
dibujo  chinesco  y  un  medallón  con  camafeo  blanco  sobre 
fondo  negro,  obra  de  los  Webb,  de  Stonrbridge:  y  un  vaso 
llamado  do  Auldjo,  el  cual  tiene  la  forma  que  en  el  arte  se  lla- 
ma de  üinochoe,  como  si  dijéramos  destinado  á  servir  de  jarro 
de  vino;  es  una  pieza  antigua,  descubierta  en  las  cercanías 
de  Ñapóles. 

«COANDO  YO  ERA  »lSO...>  — KL  NUEVO  BEBÉ 

Son  dos  dibujos  elegantísimos,  aunque  reñidos  entera- 
mente con  todo  «impresionismo.»  Una  y  otra  escena  res- 
piran distinción  y  son  un  alarde  de  lindeza. 

El  templo  del  arte  es  muy  grande  y  hay  en  él  suficientes 
capillas  donde  todos  pueden  hacer  sus  devociones  con  entera 
libertad. 

* 

AMOR  SUICIDA 


(PÁGINAS     DE     LA     VIDA     REAL) 
I 

Era  un  sábado  del  mes  de  Enero  de  1885.  El 
Casino  popular  daba  aquella  noche  uno  de  sus 
acostumbrados  bailes  de  sociedad.  A  las  diez 
comenzaba  la  fiesta,  que  no  terminaba  hasta  la 
una  de  la  madrugada.  El  salón  era  grande  y  es- 
pacioso, pero  esas  noches  resultaba  pequeño;  no 
había  un  hueco  desocupado  ni  un  asiento  vacío. 
Verdad  es  que  á  estos  bailes  concurrían  todos 
los  socios,  y  pocos  dejaban  de  asistir,  acompaña- 
dos de  sus  respectivas  familias.  Sólo  una  causa 
mayor,  una  desgracia,  una  ocupación  precisa, 
pudiera  obligar  á  que  un  socio  faltase  á  estas 
reuniones  familiares  agradables  y  económicas, 
factor  este  que  entraba  por  mucho  en  el  éxito 
de  la  fiesta. 

Los  socios  del  Canino  popular  pertenecían  á 
la  clase  que  gusta  divertirse  y  dispone  de  esca- 
sos medios;  gente  artesana,  dueños  de  pequeños 
talleres,  empleados  de  corto  sueldo,  en  fin,  todos 
los  que  no  podían  permitirse  el  lujo  de  íígurar 


en  las  listas  de  las  sociedades  y  centros  recrea- 
tivos de  cierto  nombre. 

Por  seis  reales  al  mes,  que  esta  era  la  cuota, 
disfrutaban  de  una  biblioteca  con  cuatro  doce- 
nas de  obras  incompletas,  de  varios  periódicos, 
de  una  sala  de  juego,  de  veladas  literarias,  fun- 
ciones de  teatro  y  de  los  conciertos  bailables. 
Todos  estos  milagros,  que  sí  lo  eran,  y  muy 
grandes,  sólo  se  alcanzaban  mediante  el  con- 
curso de  muchas  cuotas:  en  las  listas  figuraban 
más  de  mil  socios. 

Aquella  noche  el  baile  prometía  estar  anima- 
dí.sínio,  ofreciendo  grandes  atractivos  á  los  afi- 
cionados á  la  danza,  que  allí  lo  eran  todos,  ó  la 
mayor  parte. 

Las  jóvenes  asistieron  ataviada.s  con  sus  tra- 
jes domingueros.  El  calor  era  sofocante,  la 
atmósfera  pesada,  el  movimiento  perezoso  y 
enervante.  En  medio  de  aquel  mar  de  cabezas 
humanas,  á  través  de  un  ambiente  opaco  y 
agrisado,  los  ojos  de  las  jóvenes  brillaban  mu- 
cho más  que  las  tres  docenas  de  mecheros  de 
gas  que  había  en  el  salón. 

Aqviellos  rostros,  que  rebosaban  vida,  enar- 
decidos por  el  ritmo  de  la  danza,  semejaban 
grandes  amapolas  agitadas  por  el  torbellino  del 
baile. 

Y  frente  al  cuadro  de  la  vida  agitada,  alegre 
y  expansiva  propio  de  almas  juveniles  y  apa- 
sionadas por  la  fiesta,  ofrecía  notable  contraste 
el  cuadro  de  las  madres,  cuadro  reposado,  tran- 
quilo y  á  ratos  durmiente.  No  bailaban.  Como 
ellas  decían,  había  pasado  su  tiempo.  Allí  esta- 
ban guardando  los  pañolones  de  lana  y  los 
abrigos  de  estambre  de  sus  hijas  entregadas 
por  completo  en  brazos  del  wals  ó  de  la  polka. 

No  todas  las  jóvenes  bailaban.  Algunas,  con- 
tadas, es  verdad,  gozaban  más  contemplando  el 
espectáculo.  Entre  esas  pocas,  había  una  para 
la  que  el  baile  no  ofrecía  encantos.  Era  de  ros- 
tro redondo,  morena  de  color,  ojos  grandes  y 
oscuros,  cejas  fuertes,  cabello  negro,  labios  pro- 
nunciados y  medio  abiertos,  por  donde  escapaba 
una  continua  sonrisa,  dejando  ver  dos  hileras 
de  dientes  pequeños,  blancos  y  bien  conserva- 
dos. No  se  la  podía  llamar  hermosa,  pero  sí 
atractiva  simpática  y  hasta  vistosa. 

Muchos  fueron  los  jóvenes  que  le  rogaron 
fuera  su  pareja  en  el  baile.  Ninguno  vio  satis- 
fechos sus  deseos.  Todos  obtuvieron  igual  con- 
testación: 

— Gracias,  no  bailo;  me  duele  la  cabeza;  otra 
noche. 

Un  joven,  entre  tantos,  fué  el  único  que  no 
se  acercó.  Colocado  á  cierta  distancia,  sus  ojos 
estaban  fijos  en  la  joven.  A  veces  las  oleadas 
de  gente,  la  marea  de  los  danzantes  le  arrojaba 
lejos  de  aquel  sitio.  Apartábase  el  cuerpo,  pero 
no  la  vista,  siempre  fija  en  un  punto,  siempre 
atenta  á  los  movimientos  de  la  joven. 

Esta  no  tardó  mucho  en  notar  la  presencia 
del  joven  y  la  insistencia  de  su  mirada.  No  era 
coqueta,  pero  le  agradaba  llamar  la  atención. 
¿Qué  joven,  siendo  bonita,  no  gusta  de  esas 
contemplaciones? 

Y  el  joven  no  era  de  los  que  repugnaban.  Sin 
ser  lo  que  se  llama  un  buen  mozo,  podía  co- 
dearse entre  los  más  favorecidos  de  la  natura- 
leza. A  primera  vista,  un  espíritu  observador 
descubría  sin  gian  esfuerzo  en  la  mirada  del 
joven,  en  sus  facciones  y  en  su  manera  de  ser, 
que  la  nota  dominante  de  su  carácter  no  era  la 
energía,  la  decisión  y  una  fuerte  voluntad.  Todo 
en  él  era  apacible,  sin  relieve;  era  uno  de  esos 
seres  guiables,  nacidos  para  la  obediencia  y  ser 
esclavos  de  los  caracteres  enérgicos,  volunta- 
riosos y  vehementes. 

Mas  de  una  vez  se  cruzaron  las  miradas  de 
los  jóvenes.  La  de  ella,  vigorosa,  penetrante, 
avasalladora;  la  de  él,  tímida,  solícita,  obedien- 
te. Por  esto  sin  duda,  se  comprendieron  pronto. 
Dos  miradas  igualmente  intensas,  de  igual  modo 
violentas,  hubieran  chocado  y  el  choque  ocasio- 
nado la  repulsión,  el  antagonismo.  Pero  se  com- 
pletaban tal  como  eran.  Ella  había  encontrado, 
tal  vez  sin  buscarlo,  el  tipo  soñado;  él,  la  mujer 
superior,  el  fuego  necesario  para  poner  en  mo- 
vimiento aquella  voluntad  sin   fuerza,  anémica. 


480 


IJV.  ILXTSTRAOION  IBÉRICA 


Concluye  el  baile  y  comeníó  la  dispersión. 
La  joven,  acompañada  de  su  familia,  abandonó 
el  salón ,  seguida  a  cierta  distniu'ia  por  el 
galán. 


Y  sucedió  lo  de  siempre.  Al  siguiente  día  el 
joven  hizo  investigaciones  y  supo  cuanto  desea- 
ba saber. 

Luisa,  que  asi  se  llamaba  la  joven,  era  huér- 


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o 


fana  de  padre.  La  mayor  de  tres  hijas;  contaba 
veintido«  afio8,  vivia  en  compañía  de  su  madre, 
viada  de  un  mod«8to  empleado.  En  el  barrio 
gozaba  de  buena  reputación,   considerándola 


como  una  joven  bien  educada,  trabajadora  y 
no...  se  le  habían  conocido  novios. 

A  la  muerte  de  su  padre,  después  de  haber 
agotado  todos  los  recursos  y  de  ir  vendiendo 


los  mejores  muebles  y  desprenderse  de  algunas 
alhajillas,  Luisa  determinó  reiuediar  con  su 
trabajo  las  penurias  y  privaciones  de  la  fa- 
milia. 

Bordaba  perfectamente,  tenía  gran 
habilidad  para  la  costura,  y  sus  tra- 
jes, aunque  modestos,  eran  siempre  la 
envidia  de  las  jóvenes  del  barrio.  Es- 
tos conocimientos ,  resultado  de  una 
educación  juiciosa  y  modesta,  fueron 
puestos  á  contribución  y  no  faltó  pa- 
rroquia y  con  la  parroquia  trabajo  y 
con  éste  un  relativo  bienestar,  cierto 
desahogo,  del  humilde  círculo  en  que 
se  desarrollaba  la  existencia  de 
Luisa. 

Dos  eran  sus  pasiones  favoritas:  el 
trabajo  y  la  lectura.  Cuando  no  traba- 
jaba, leía.  Las  novelas  sentimentales, 
sencillas  y  apacibles  la  encantaban; 
con  su  lectura  nutría  la  inteligencia 
y  formaba  su  corazón,  siempre  abier- 
to á  las  más  tiernas  y  puras  emocio- 
nes de  la  vida  tranquila  y  sosegada. 
¡Cómo  se  interesaba  por  los  héroes  de 
sus  novelas!  ¡Cuántas  veces  la  sor- 
prendía su  madre  con  los  ojos  húme- 
dos por  las  lágrimas,  provocadas  por 
un  pasaje  triste  ó  placentero! 

Ijuísa,  aparte  do  todas  las  cualida- 
des que  dejamos  apuntadas,  tenía  una 
que  vale  mucho,  pero  que  también  sue- 
le ser  muy  peligrosa:  la  de  conocerse 
á  sí  misma,  la  de  apreciar  su  verda- 
dera situación  en  el  mundo. 

Por  educación,  por  temperamento, 
por  ideas,  perttmecía  á  una  clase  su- 
perior; por  su  estado,  quedaba  sujeta 
á  otra  clase  inferior.  No  estaba  en  las 
capas  más  bajas  de  la  sociedad,  pero 
sí  en  la  que  pudiéramos  llamar  la  cla- 
se media  de  los  trabajadores,  de  los 
que  viven  sujetos  á  un  jornal.  Situa- 
ción llena  de  peligros  y  privaciones 
y  expuesta  lo  mismo  al  bien  que  al 
mal,  según  fueran  las  impresiones, 
las  contrariedades,  los  deseos  domi- 
nantes. 

Nuestra  joven  conoció  pronto  la 
realidad.  No  se  forjó  ilusiones  enga- 
ñosas, pasajeras,  tenues,  impalpables. 
Su  pensamiento  se  remontaba  á  más 
altas  esferas,  pero  su  cuerpo,  la  mate- 
ria, no  podía  navegar  en  ese  mundo; 
pertenecía  á  una  clase  y  no  era  posible 
salir  de  ella.  Antes  que  pasar  los  um- 
brales del  vicio,  se  resignó  á  vivir,  á 
vegetar  entre  los  suyos,  ahogando  los 
latidos  del  corazón  y  renunciando  á 
desembarcar  en  la  playa  hermosa  que 
había  soñado  y  visto  con  los  ojos  de 
la  fantasía  y  el  deseo. 

Su  resolución  era  firmísima,  su  vo- 
luntad inquebrantable.  Nada  la  apar- 
taiia  de  la  souda  que  se  había  traza- 
do. Con  pié  firme,  seguro,  sin  arrepen- 
timiento, cruzaba  el  camino  de  la  vida, 
honesta,  tranquila,  apacible,  sin  tem- 
pestades aparentes.  Con  igual  vigor, 
con  la  propia  energía,  habría  seguido 
el  derrotero  de  la  perdición,  si  ésta 
hubiera  sido  el  norte  de  su  existencia. 
Carácter  enérgico,  llegaba  al  fin  sin 
volver  la  cabeza,  ni  contar  la  distan- 
cia recorrida.  . 

Conoció  á  Enrique,  adivinó  su  pen- 
samiento y  con  paso  lento,  ppro  segu- 
ro,  fué    entregándo/e   túi  cetazón,  no 
herido  hasta  entonces  por  la  pasicm  ^i^emente 
v  avasalladora  del  amor.        * ; 


\- 


(Se  continuará.) 


ah  Blasco. 


IMRbTiiUÓI:  Cnw,  J6Í-367,  Ruói  Itiiiu,  Milor. — Stunidoi  los  dertcbot  de  propitdad  artótic»  j  littraria. — Las  reclaniacioiiei  cd  Madrid,  al  represeDtaDte  de  esta  Casa  D.  Mainel  Plá  y  Valor,  Apodaca,  10, 2.* 


-)  INSÉRTESE  Ó  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  (- 


■STABLBCUIIB»  re    TIP<>UHXFICI>    UK    8.    BA8KUA.— CAI.LB    UB    VilLARHOKI..    NÚM.     17,    BMSAMCIIB    U8    SAN    ANTONIO.  — B*Hi;El.<lNA. 


Año  V 


Barcelona  30  de  Julio  de  1887 


Núm.  239 


Con  el  presente  número  repartimos  el  suplemento  de  modas  EL  MUNDO  DE  LAS  DAMAS,  correspondiente  al  mes  actual 


UNA  PAISAJISTA 


482 


LA  ILUSTKACION   IBÉRICA 


SUMARIO 

Tbxto.— JfodHd.  Oartat  á  wd  prima,  por  Ptinanflor.— Ifu- 
iera  dt  ta  •ovda  cotUewtporáMta:  Utrera  de  Daudei  (con- 
Unoadóo),  por  Kalhel  AlUaln.-JBoMa  tíenKJUM,  por 
Al/Irado  Oidno.  —La  apotietá»  de  pitUtunu  y  Ktpalia,  por 
Banlgno  P»nol.— La  vbtdUa,  por  R.  Hemandes  y  Berinú 
Am.—La  eamptma  de(  iiitfor  (poealat ,  por  Pedro  Bonec 
AloanUriUA.— 5(m«o,  por  José  Sierra  y  Saarei.— Noestroa 
gnbadoa.— ^aior  nieidm  (oontlniuclón),  por  Luis  Blaico. 

SiAiiDoa.— Una  palsi^taU.  — Dibujo*  de  Handolfo  (aldecott 
<6  fratwdoe).— Loa  Jugadores.— Kl  arresto.— La  resigna- 
ción.—Do  Ótelo  de  aldea.— HaérCtna.-  Los  regalos  de  la 
aboellta.— Kl  pan  nuestro  de  cada  día  .  .-Recuerdos  de 
Vullpellach  (Gerona). 


M ADR I D 


aj^-RTA.e  A.   jyti   mnsaiA. 


MADRID  HIGIÉNICO 

¡X  esta  época  del  año  Madrid  ofrece  poco 
interés  al  lector  de  periódicos;  porque  Ma- 
drid viaja,  como  ahora  decimos.  Y  dar 
cuenta  de  los  espectáculos  y  diversiones  es  poco 
entretenido,  pues  estos  se  reíieren  á  circos 
donde  repiten  sus  acostumbrados  ejercicios  hom- 
brea y  fieras  y  á  teatrillos  donde  se  pasa  re- 
vista á  todas  las  actualidades  cómicas  de  la  ca- 
pital y  especialmente  del  mundo  político.  En  el 
jardín  del  Retiro  se  canta  música  italiana  y  en 
el  teatro  Felipe  continúa  la  Gran  Via  declarado 
espectáculo  permanente  y  obligatorio. 

Unos  cuantos  cólicos,  ocurridos  simultánea- 
mente en  diversos  barrios,  sobresaltaron  á  la 
opinión,  que  se  temió  la  vuelta  de  nefastos  días. 
Los  tenientes  de  alcalde  tranquilizaron  al  ve- 
cindario diciéndole  que  esos  cólicos  se  debían 
á  la  mala  calidad  de  la  leche  expendida  por  al- 
gunos vendedores  y  que  ellos  harían  un  recono- 
cimiento extraordinario  de  cántaras  y  vasijas... 
Hecho  el  reconocimiento  ha  resultado  que  á  lar 
verdad  la  leche  no  contenía  grave  adulteración; 
antes  bien  contenía  tan  solo  bicarbonato  de  sosa, 
sustancia  favorable  para  la  salud;  siquiera  no 
sea  la  qne  desea  comprar  en  las  lecherías  el  pa- 
rroquiano... Resulta,  pues,  que  los  que  se  han 
muerto  de  los  cólicos  se  han  muerto  sin  verda- 
dera causa  justificada.  Hay  personas  que  andan 
buscando  pretextos  para  morirse. 

La  cuestión  de  la  salud  pública  y  la  cuestión 
de  la  pública  higiene  es,  por  lo  tanto,  la  única 
cuestión  importante  del  día;  pero  este  punto  es 

f)recÍ8amente  el  que  se  pone  á  discusión  todos 
08  veranos;  época  en  que  renacen  los  insectos, 
las  moscas,  los  miasmas,  las  fiebres  y  todos  los 
hálitos,  enfermedades  y  muertes  que  tenía  dor- 
midos, entumecidos  y  desarmados  el  invierno. 

Bajo  este  punto  de  vista  comprenderás  que 
el  veraneo  no  tan  solo  es  una  ventaja  para  los 
que  salen  de  Madrid  sino  para  los  que  no  pue- 
den veranear.  Madrid  se  despeja;  y  con  el  gentío 
que  huye  desaparecen  muchas  causas  de  males: 
cuanto  menos  bultos  más  claridad,  dice  un  ada- 
gio: cuanta  menos  población  más  salud,  puede 
decirse  también. 

No  parece  que  haya  aumentado  la  afición  á 
los  baños  medicinales;  pero  aumenta  la  de  sa- 
lir de  Madrid  á  exparcir  el  espíritu.  Los  higie- 
nistas han  convencido  fácilmente  á  todo  el  mun- 
do de  que  nada  hay  tan  favorable  al  hombre 
trabajador  como  el  descanso;  al  hombre  pensa- 
dor, como  el  dejar  de  pensar;  y  al  ocioso,  como 
cambiar  de  teatro  de  sus  ocios.  La  higiene  es 
una  gran  ciencia.  Respire  V.  aire  puro;  esmé- 
rese V.  en  la  limpieza  corporal;  sea  V.  sobrio 
en  comer  y  beber,  pero  lo  que  coma  y  beba  us- 
ted que  sea  fresco  y  sano;  baga  V.  un  ejercicio 
suficiente;  huya  V.  de  las  pasiones;  tenga  usted 
dinero  en  los  momentos  en  qne  lo  necesite  y  vi- 
virá V.  largos  años  y  será  dichoso  en  esta  baja 
tierra. — Es  una  gran  ciencia,  en  verdad.  Sólo 
la  encuentro  un  punto  vulnerable;  y  es  que  las 
gentes  del  campo  qne  no  suelen  tener  nada  de 


esto,  viven,  por  regla  general,  más  tiempo  que 
los  cortesanos  y  suelen  ser  más  felices. 

Esto  de  la  felicidad  parece  ser  que  está  en 
razón  inversa  de  la  posición;  por  lo  cual,  en 
Madrid  hay  pocos  dichosos;  dado  que  aquí  todo 
el  mundo  está  lleno  de  preocupaciones,  incluso 
los  que  viven  de  profesiones  mecánicas  y,  por 
lo  tanto,  debieran  ejercitar  poco  la  imaginación. 
Pero  en  Madrid  los  oficios  no  son  un  fin,  son 
un  medio;  el  artesano  no  practica  su  arte  con 
amor  y  cariño,  por  la  satisfacción  de  realizar 
un  trabajo  perfecto,  sino  que  le  practica  rápi- 
damente y  sin  gusto  para  emprender  otro  que 
le  aguarda:  el  trabajo  para  el  artesano  de  Ma- 
drid no  es  elemento  de  salud,  ni  de  moral,  ni 
de  vida,  como  los  higienistas  pregonan,  sino  ele- 
mento de  fabricar  dinero.  Sin  que  los  higienis- 
tas se  lo  recomiendeii  al  artesano,  éste,  al  mismo 
tiempo  que  trabaja,  piensa  en  el  teatrillo,  en 
el  baile,  en  la  función  de  toros,  en  la  parti- 
da de  naipes  que  le  aguarda  y  trabaja  febril- 
mente, no  por  entusiasmo,  sino  por  impacien- 
cia. Así  es  que  á  los  artesanos  les  falta  en  el 
trabajo  material  la  cualidad  precisa  para  que 
este  trabajo  sea  higiénico:  les  falta  la  serenidad, 
el  reposo  del  ánimo. 

Por  esto,  sin  duda,  los  artesanos  necesitan 
veranear  como  los  que  se  dedican  á  profesiones 
liberales,  y  veranean,  en  efecto;  porque  el  deseo 
de  vivir  en  una  esfera  superior,  es  el  carácter 
del  hombre  en  esta  época;  y  esto  constituye 
po)-  sí  solo  una  enfermedad  del  espíritu  que  ne- 
cesita calmantes.  Así  es  que  el  veraneo  se  ha 
hecho  general  y  ya  nadie  se  extraña  de  que  ve- 
raneen los  tenderos,  ni  los  sastres,  ni  los  eba- 
nistas, ni  los  peluqueros,  ni  los  guardias  de  or- 
den público. 

La  vida  se  ha  metodizado  en  Madrid  y  he- 
mos convenido  en  que  el  verano  se  destine  tan 
solo  á  los  pronunciamientos,  bastando  para  ha- 
cerlos frente  el  que  se  quedo  algún  ministro. 
Los  que  ejercitamos  principalmente  las  facul- 
tades intelectuales,  los  hombres  de  Estado,  los 
empleados,  los  médicos,  los  abogados,  los  litera- 
tos, los  periodistas,  los  poetas,  los  compositores 
de  música  hemos  convenido  en  que  hay  ciertos 
meses  en  que  no  se  debe  pensar.  Estos  meses 
los  dedicamos  á  la  nutrición:  el  cambio  de  cli- 
ma y  el  descanso  devuelve  al  estómago  sus 
fuerzas. 

Realmente  la  vida  que  hacemos  en  Madrid 
es  aniquiladora  y  solo  podemos  resistirla  por 
el  hábito,  que  nos  hace  soportar  sin  peligro 
hasta  los  venenos.  Ponemos  en  constante  tortu- 
ra nuestra  imaginación  y  descuidamos  los  ejer- 
cicios corporales;  sino  se  hubiesen  inventado 
las  mesas  de  billar  al  rededor  de  las  cuales  da- 
mos vueltas  después  de  comer,  entre  inquietud 
de  una  digestión  forzada  por  las  pildoras  y  el 
bicarbonato  y  envueltos  en  la  atmósfera  de  los 
cigarros,  concluiríamos  por  no  saber  andar  ni 
mover  los  brazos.  Hay  madrileños, — los  hom- 
bres políticos,  los  banqueros  y  otros  muchos,^- 
que  solo  andan  en  coche  y  cuya  ponderada  ac- 
tividad la  deben  al  tronco  de  yeguas  que  les 
trasladan  de  un  ministerio  á  otro.  Madrid  es 
también  el  centro  de  los  sabios  y  estos  hombres 
de  la  ciencia  no  comen.  Arquímedes  no  salió  de 
su  meditación  ni  cuando  los  enemigos  asaltaron 
la  ciudad:  todos  los  sabios  son  Arquímedes  y 
no  se  preocupan  de  tan  ligeros  detalles.  Los  sa- 
bios suelen  casarse  jóvenes  por  egoísmo;  toman 
mujer  que  se  cuide  de  ellos  porque  se  reconocen 
incapaces  de  cuidarse  á  sí  propios,  y  ven  con 
indiferencia  los  sucesos  del  hogar  doméstico  y 
apenas  se  enteran  de  que  les  nacen  los  hijos, 
de  que  se  les  mueren  los  parientes  y  de  que 
les  mudan  la  casa.  Por  esta  misma  razón  tam- 
poco saben  que  veranean;  van  con  sus  familias 
en  el  tren,  viven  con  ella.s  en  las  fondas  y  vuel- 
ven á  Madrid  sin  haberse  enterado  de  nada... 
Los  sabios  son  la  execración  de  los  higienistas. 
iNadie  más  propenso  á  las  enfermedades,  nadie 
menos  limpio  de  cuerpo  ni  más  delicado  de  es- 
píritu!... Un  sabio, — dicen  los  higienistas, — no 
puede  servir  nunca  de  tipo  al  hombi'e  natural, 
que  debe  ser  robusto,  colorado,  ágil  y  apto  para 
todos  los  ejercicios  y  placeres   de  la  vida.  Si  á 


los  sabios,  como  digo,  no  se  los  llevaran  en  esta 
época,  Madrid  parecería  una  Universidad  en  ve- 
rano. 

Pero  los  que  abandonan  á  Madrid  no  por  hi- 
giene sino  por  continuar  sus  vicios,  son  los  afi- 
cionados al  bello  sexo.  Como  la  mujer  es  más 
aficionada  que  el  hombre  á  veranear,  Madrid 
pierde  sus  más  bellos  ornamentos;  y  los  diver- 
sos puntos  en  los  cuales  residen  durante  Agos- 
to 3'  Setiembre  se  convierten  en  otros  tantos 
jardines  de  la  galantería.  Puedo  decirse  que  el 
íiníor  es  quien  más  estragos  hace  en  Madrid; 
porque  siendo  esta  población  eminentemente 
intelectual  es  al  propio  tiempo  excesiva  en  los 
placeres  que  el  Amor  brinda.  Los  hombres  pen- 
sadores deben  sujetar  su  corazón  y  sus  sentidos 
á  un  método  saludable;  los  entusiasmos  de  la 
pasión  solo  pueden  serle  permitidos  al  rico  ocio- 
so que  vive  para  sí;  mas  que  no  puede  tener 
influencia,  ni  pretende  tenerla  en  la  marcha  in- 
telectual de  su  país.  El  literato,  el  escritor,  el 
erudito,  el  poeta,  el  artista,  el  militar,  el  hombre 
de  Estado  que  no  sabe  limitar  sus  afectos,  está 
perdido:  las  leyendas  de  Sansón  y  de  Dalila  se 
repiten  constantemente;  y  la  imaginación  y  las 
fuerzas  físicas  son  devoradas  por  la  llama  de  la 
pasión  como  hojarasca  de  pino.  Si  recuerdas  la 
historia  de  los  hombres  políticos  de  fama,  de 
los  grandes  sabios,  de  los  escritores  inmortales 
verás  que  la  mujer  ha  cortado  siempre  en  flor 
los  grandes  talentos  y  que  sólo  han  llegado  á 
la  madurez  aquellos  otros  que  supieron  bogar 
por  los  mares  de  la  vida  hacia  el  sol  de  la 
gloria  sin  atender  al  canto  de  las  sirenas.  Lo 
mismo  pasó  en  la  antigüedad;  los  más  ilustres 
varones  fueron  sobrios  eu  amor  y  reservaron 
sus  efusiones  para  la  patria;  amar  con  exceso 
sólo  está  reservado  á  los  ignorantes  y  á  los  idio- 
tas. Ciertamente  que  los  manicomios  están  lie 
nos  de  sabios  que  han  querido  descubrir  la  di- 
rección de  los  globos  y  la  cuadratura  del  circulo; 
pero  abundan  más  en  ellos  los  que  en  tiempo 
de  lluvia  no  podían  ver  á  las  modi.stillas  sin 
ofrecerlas  el  paraguas,  ni  en  el  buen  tiempo  sin 
decirles  un  chicoleo. 

Por  donde  se  advierte  que  no  sabe  uno  de 
qué  mal  morirse,  pues  si  la  ociosidad  es  madre 
de  todos  los  vicios  y,  por  lo  tanto,  el  cortesano 
rico  suele  sor  enamorado,  e\¡  hombre  pensador 
inclinado  al  estudio  y  el  hombre  que  batalla 
interiormente  con  las  preocupaciones  de  la  vida 
gustan  de  un  veneno  cuya  acción  deletérea  les 
es  funesta.  El  abuso  en  el  ejercicio  de  las  facul- 
tades intelectuales  reflexivas  desorganiza  al 
hombre,  le  aisla,  le  hace  misántropo  y  Rousseau 
ya  dijo,  en  cierta  ocasión  mirándose  al  espejo: 
—  «El  hombre  que  piensa  es  un  animal  depra- 
vado.»— Pero  si  la  manía  de  pensar  es  funesta, 
como  repuso  cierto  frailo  plagiando  á  Rousseau, 
convengamos  en  que  el  pensador  que  veranea 
nos  favorece  difundiendo  su  depravación  por 
otras  regiones. 

El  verano  es  la  época  de  los  higienistas:  en 
invierno  se  callan'  y  además  nadie  les  hace  caso. 
Al  llegar  estos  meses  publican  memorias  y  ar- 
tículos haciendo  responsables  á  los  gobiernos 
de  la  insalubridad  pública.  Cuando  un  higienis- 
ta grita  mucho  hay  que  darle  una  comisión,  con 
lo  cual  se  mejoran  por  lo  menos  sus  condiciones 
personales. 

Pero  el  hecho  es,  prima,  que  sólo  se  atiende 
á  los  fundamentos  de  la  higiene  cuando  suceden 
casos  como  este  á  que  referí  en  el  principio  de 
esta  carta:  entonces,  durante  unos  cuantos  días, 
se  despliega  un  celo  admirable;  se  visitan  los 
establecimientos  que  no  habían  sido  visitados 
nunca  y  se  procura  encontrar  un  criminal  res- 
ponsable, que  no  tenga  grandes  recomendacio- 
nes para  hacer  un  ejemplar  fructífero.  Por 
desgracia  los  adulteradores  perseguidos  han  te- 
nido noticia  de  la  visita;  so  lian  dispuesto  á  re- 
cibirla: los  cántaros  de  leche, — si  de  estos  cán- 
taros se  trata, — están  ordenados,  resplandecien- 
tes, apetitosos  y  llenos  de  un  líquido  superior 
á  las  condiciones  reglamentarias. 

Pero  en  punto  á  higiene  hemos  convenido  en 
que  lo  más  higiénico  para  todo  el  mundo,  en 
este  tiempo,  es  marcharse  y  cada  uno  de  los  in- 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


483 


cidentes  desagradables  que  ocurren  para  la  sa- 
lud pública  da  por  resultado  mayor  número  de 
verancadores. 

Celso,  que  era  un  gran  higienista,  dijo,  que 
la  mejor  medicina  era  no  tomar  ninguna:  los 
cortesanos  decimos  que  la  mejor  medicina  es  to- 
mar el  tren...  y  le  tomamos. 

Dispensa  esta  breve  y  monótona  carta:  ella 
te  dará  perfecta  idea  del   Madrid  actual:  sin 
ideas,  sin  variedad  y  sin  alegría. 
Tuyo, 

Feknanflor. 


MOJERES  DE  LA  Mmk  CONTEMPORilA 


MUJERES   DE   DAUDET 


I  C  o  N  T  I  N  D  A  e  I  O  N  i 


Madre  es  también  aquella  otra  de  Jansoulet, 
que  aparece  en  dos  momentos  solemnes  de  la 
novela.  En  las  fiestas  del  Bey  como  la  mujer  de 
su  casa,  ordenadora,  arreglada,  positiva,  verda- 
dera ama;  en  la  situación  apuradísima  del  Na- 
bab que  ve  hundirse  su  diputación  y  con  ella 
toda  su  vida,  como  la  madre  cariñosa,  sufrida, 
que  acude  á  salvar  á  su  hijo,  á  prestarle  apoyo, 
á  ser  su  ayuda,  y  que  por  una  coincidencia  que 
es  de  un  alto  efecto  dramático,  precipita  la  caí- 
da del  Nabab  en  cuyo  corazón  sano  habla  en 
aquel  momento  y  se  impone  la  honradez,  la  ab- 
negación por  la  familia,  el  respeto  á  el  herma- 
no que  allá  en  provincias  duerme  su  estupidez 
del  vicio,  y  á  la  madre  que  los  crió  á  los  dos  y 
que  los  ama  por  igual.  A  la  salida  de  la  cámara 
de  diputados  la  figura  burguesa,  pesada  del  Na- 
bab, y  la  figurilla  arrugada,  sin  pretensiones, 
de  su  madre,  suben  cien  codos  sobre  aquella 
multitud  infame,  hambrienta  del  escándalo  y 
cortesana  de  la  envidia. 

Por  ahí  aparece  igualmente,^ — victima  de  otra 
infamia  social  que  no  por  ser  error  deja  de  ser 
infamia, — la  mujer  del  Norte,  la  madre  de  Lina 
Ebsen  la  Evangelista.  La  novela  empieza  con 
lágrimas  y  acaba  en  desesperación;  es  toda  ella 
un  calvario  para  la  pobre  madre,  que,  sin  em- 
bargo, aparece  oscurecida  por  la  figura  verdade- 
ramente heteróclita  en  que  van  mezcladas  la 
grandeza  de  la  fe,  y  el  error,  (el  desdichadísimo 
error  que  casi  es  crimen),  del  fanatismo,  que  se 
manifiesta  en  aquella  obsesión  mística  que  tie- 
ne algo  de  la  fortaleza  mormónica,  pero  que 
mata  todo  cariño,  toda  afección  con  el  frío  ate- 
rrador, indiferente  de  la  conducta  que  se  tiene 
por  buena,  por  santa.  ¡Qué  recuerdos  de  pura 
raza  española,  nacidos  de  nuestros  mejores  no- 
velistas, nos  traen  á  la  memoria  Lina  Ebsen  y 
su  aristocrática  protectora!  ¡Ah,  D.'  Perfecta! 
¡ah  María  Etorza,  y  la  señorita  de  Lantigua  y 
Muría  JUijipinca!...  ¡Qué  sueños  de  amor,  qué 
felicidades  rotas  y  destrozadas  por  la  misma  de- 
soladora, implacable  preocupación  social!  El 
hombre  menos  reflexivo,  se  ve  forzado  á  medi- 
tar ante  esos  cuadros  reales,  vivientes,  que  cho- 
rrean sangre  y  lágrimas... 

También  traen  lágrimas  y  sangre  esas  dos 
mujeres,  tan  distintas  de  Lina,  que  se  llaman 
Siilotiia  y  S'ipho.  Sidonia  es  uno  de  los  caracte- 
res más  perfectamente  expresados  por  Daudet; 
están  sorprendidos  todos  los  toques  decisivos, 
reveladores  de  aquella  educación  infeliz  que 
produce  la  inmoralidad  más  egoísta,  más  infa- 
me que  puede  caber.  Allí  está  la  honradez  de 
Risler,  la  severidad  de  Planus,  la  inexperiencia 
de  Pranz,  para  hacer  resaltar  la  ingratitud,  la 
falta  aborrecible,  maldita,  de  aquella  mujer 
ambiciosa,  concuspicente  y  al  fin  desvergonzada. 
¡Ay,  niña  Sidonia,  encumbrada  de  ayer,  como 
das  el  fruto  miserable  de  tu  savia  envenenada, 
intoxicada  por  la  atmósfera  de  fingimiento,  de 
vanidad,  en  que  te  criaste! 

Sapho  trae  la  desgracia  por  otro  lado.  Clare- 
tie  dice  que  Siipho  es  «una  obra  maestra  y  la 
obra  maestra  de  Daudet,»  lo  cual,  salvo  el  res- 
peto al  ilustre  crítico,  es  discutible.  Quizás  sea 
la  obra  más  concreta,  digámoslo  así,  más  reco- 


gida, y  en  que  por  lo  mismo  pueden  ser  atendi- 
das con  mayor  especialidad  todas  las  partes; 
hay  esmero,  hay  esa  corrección  que  se  ad- 
mira, v.  gr.,  en  El  idilio  de  un  enfermo,  de 
Palacio  Valdés.  Pero  que  sea  lo  mejor  de  Dau- 
det, no  podemos  creerlo.  Es  algo  muy  bueno, 
pero  no  es  lo  superior.  Es  lo  perfecto  de  Longi- 
no,  pero  no  lo  más  grande. 

Aquella  adorable  Sapho  que  tiene  toda  la 
gracia,  toda  flexibilidad,  toda  la  frescura  que 
falta  á  Nana,  (con  algo  de  la  gaité  dulzona,  ju- 
venil de  Mimi),  lleva  en  sus  abrazos  la  serie 
larga,  dolorosa  de  consecuencias,  que  producen 
la  obsesión  del  placer  que  mata  toda  actividad. 

Besos  deseables  los  suyos,  pero  que  intoxican 
lentamente  el  ánimo,  encadenan  la  voluntad, 
emborrachan  y  conducen  poco  á  poco  al  hom- 
bre á  la  regularidad  mecánica,  brutal  de  un 
mismo  estado,  monótono,  seguido,  como  el  hoci- 
car diario  de  los  cerdos  en  el  estercolero.  Des- 
graciado del  que  toma  en  serio  los  caprichos  de 
Sapho.  A  veces  ella  se  agarra  con  todas  sus 


fuerzas  á  uno  de  esos  amores  de  momento,  pa- 
rece que  en  él  se  detiene,  que  cambia  su  lige- 
reza por  la  emoción  amorosa  de  Margarita 
Gauthier;  pero  de  repente,  vuelve  aquella  volu- 
bilidad de  su  carácter,  aquel  revolotear  de  ma- 
riposa, de  Jillette;  y  se  va,  se  va  con  la  risa  en 
los  labios,  dejando  una  víctima  más,  cuya  impu- 
tabilidad  no  puede  razonablemente  referirse 
más  que  al  impresionalismo  de  la  juventud. 
Porque  Sapho  no  es  una  seductora  vulgar,  un 
ángel  malo  de  esos  que  lucían  las  novelas  ro- 
mánticas. Si  lleva  el  mal  tras  de  si,  lo  lleva 
como  la  generalidad  de  los  humanos;  sin  saber- 
lo, ni  creer  que  lo  produce.  Su  conducta,  que  se 
ha  detenido  en  una  de  sus  primitivas  fases, — 
el  egoísmo,  el  placer  propio,  indeliberado  con- 
traproducente,— se  desenvuelve  de  un  modo 
iiTeflexivo,  sin  tener  en  cuenta  los  disturbios 
que  trae  á  la  conducta  de  los  otros.  Hay  aquí 
algo  de  filosofías  muy  sutiles  en  que  yo  me 
detendría  de  buen  grado,  si  esto,  más  que  una 
introducción  á  las  Mujeres  de  Daudet,  fuera  un 


DIBUJOS   DE  RANDOLFO    CALDECOTT:   EL   PRIMER  AMOR 


estudio  propio  de  Sapho.  Y  es  que  en  Sapho 
hay  algo  más  que  todo  esto.  Carga  dulce  y 
ligera  en  un  principio  para  el  estudiante  arle- 
siano  que  la  conduce  á  su  casa  después  del 
baile,  á  medida  que  él  va  adquiriendo  el  hábito 
de  vivir  con  ella  y  verla  de  diario,  va  también 
siendo  un  peso  duro,  formidable,  que  ahoga 
bajo  su  cargazón,  pero  del  cual  no  se  puede  pres- 
cindir, aunque  lentamente  va  hundiendo,  hun- 
diendo las  fuerzas  cansadas,  pero  tercas  (por 
una  inercia  de  estados  idénticos),  en  sostener 
lo  que  es  su  muerte. 

Cuando  llegada  la  pasión  de  Gaussin  á  su 
más  alto  grado,  sacrifica  á  ella  el  porvenir,  la 
felicidad,  el  cariño  de  familia,  Sapho,  por  una 
inconsecuencia  que  tiene  en  el  fonde, — y  este 
es  un  detalle  de  preciosa  delicadeza, — algo  del 
sacrificio  de  una  Miggless,  y  algo  de  la  abnega- 
ción ó  del  consejo  de  la  mujer  que  ve  una 
buena  acción  en  el  hecho  de  libertar  á  uno  de 
sus  esclavos  de  la  voluntad,  abandona  al  pobre 
muchacho  que  se  entregaba  á  ella  para  siempre. 
Es  doloroso,  inmensamente  doloroso,  aquel  mo- 
mento en  que  Gaussin  lee  la  carta  de  Sapho  á 
la  luz  del  sol  que  filtra  por  las  persianas  é  ilu- 
mina, fuerte  y  vigoroso,  el  muelle  donde  se 
balanza  el  vapor  que  había  de  llevarles  lejos. 
Allí  se  rompe  de  pronto  toda  la  ilusión  amorosa 
del  estudiante  arlesiano,  llega  el  castigo  mayor 
y  más  tremendo  de  su  inexperiencia  y  de  su 
pasión;  y  esto  cuando  ya  no  es  tiempo,  cuando 
él  lo  ha  sacrificado  todo,  ha  roto  con  todo  y  se 


ha  hecho  inútil  para  la  felicidad  honrada  que 
le  preparaban  allá  arriba.  Entonces  siente  el 
peso  enorme,  abrumador  de  aquel  cuerpo  que  él 
acarició  joven  y  que  ahora,  con  la  severidad 
moralista  de  una  institutriz  mayor  de  edad,  le 
destroza  el  idilio,  le  habla  de  deberes...  De 
deberes,  Sapho.  Y  sin  embargo,  Sapho  sabia  de 

deberes 

La  novela  de  Juan  Gaussin  es  una  lección 
preciosa,  que  hace  meditar  y  que  puede  ser  de 
provecho  en  la  vida.  Tiene  algo  de  la  lección 
amorosa  de  Petit  Chose;  con  la  enorme  diferen- 
cia que  la  señora  del  principal  apenas  está  dibu- 
jada y  Sapho  es  todo  un  carácter.  Ese  es  su 
mayor  mérito;  no  es  una  mujer  de  una  pieza 
como  se  las  forjan  los  idealistas,  si  malas,  eter- 
na y  constantemente  malas  en  todos  los  instan- 
tes y  acciones  de  su  vida;  si  buenas,  rígidas, 
secas,  como  un  precepto  de  Pascal  que  se 
personaliza  y  que  vive  muy  lejos  de  este  mun- 
do, sin  saber  nada  de  influencias  externas,  de 
movimientos  psicológicos,  de  dualismos,  de  edu- 
caciones contradictorias,  de  aspectos  diversos 
de  la  conducta...  Sapho  es  una  mujer,  prototipo 
de  las  de  su  clase,  que  responde  á  una  realidad 
y  encanta  con  sus  reflejos  de  vida.  Por  eso  es 
rara,  voluble,  bestial  á  veces,  tierna  á  momen- 
tos, razonable  en  ocasiones,  todo  mezclado  con 
aquella  superficialidad  de  su  educación  desdi- 
chadísima. 


(Se  concluirá.) 


R.\FAEL  Altamira. 


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LA  RESIGNACIÓN  (Dibujo  de  Adolfo  LiebscJier) 


486 


La.  ildstbacion  ibeeica 


REVISTA  científica 


AciMb  <1«  ím  taBDanton*  etoradas  tobre  el  hombre.— 
U.  editar  rU  bMBtsibUtdad  de  la  tnb«ratüosls.  -  JK- 
erill—  rtcritíi  l^pw.- AdmlnblM  Tlrlndei  del  oafé. 

Los  extraordinaríoe  calores  qae  se  dejan  sen- 
tir este  alio  dan  un  interés  de  «palpitante  ac- 
taalidad>  á  la  comunicación  dirigida  reciente- 
mente por  M.  Bonnal  á  la  Academia  de  Ciencias 
de  Parra  (sesión  de  11  de  Julio)  respecto  al  me- 
canismo de  la  muerte  bajo  la  acción  de  las  tem- 
peraturas excesivamente  elevadas. 

Dicho  sefior  ha  trabajado  más  de  seis  años 
en  el  estudio  de  esta  cuestión,  practicando  sus 
experimentos  no  in  anima  vih  sino  en  el  hom- 
bre, alternativamente  colocado  en  un  medio  li- 
quido, en  una  estufa  seca  y  en  una  estufa  sa- 
turada de  vapor;  desnudo  el  cuerpo  y  con  la 
cabesa  ya  dentro  ya  fuera  de  la  estufa,  cui- 


dando M.  Bonnal  de  anotar  exactamente  las 
perturbaciones  fisiológicas  á  medida  que  se  iban 
presentando.  Hé  aquí  las  conclusiones  que  cree 
el  autor  poder  dejar  sentadas: 

1.*  Los  experimentos  hechos  en  las  estufas, 
— concordando  en  esto  con  las  observaciones 
meteorológicas, — demuestran  que  la  vida  es 
posible  en  los  medios  cuya  temperatura  es  su- 
peiñor  á  la  del  hombre. 

2.'  La  tolerancia  para  las  temperaturas  ele- 
vadas es  mucho  mayor  en  el  aire  seco  que  en  el 
aire  saturado  de  vapor  y  en  los  baños  de  agua. 

3.'  Por  corta  que  sea  la  permanencia  en  un 
medio  cuya  temperatura  sea  superior  á  la  del 
hombre,  constantemente  se  producirá  una  pér- 
dida de  peso,  en  razón  directa  de  la  temperatu- 
ra del  medio  y  la  duración  de  su  permanencia. 

4.*  Sea  cual  fuere  esta  pérdida,  restablécese 
el  peso  á  las  veinticuatro  horas;  si  la  dismyíución 
ha  sido  considerable,  la  secreción  urinaria  será 


casi  nula  durante  este  intervalo,  no  reapare- 
ciendo hasta  haberse  reintegrado  el  organismo 
en  su  peso  normal.  Esta  supresión  de  la  orina 
es  uno  de  los  elementos  de  compensación,  á 
la  cual  contribuye  también  el  aumento  de  las 
bebidas. 

5."  Cuanto  más  elevada  sea  la  temperatura 
del  medio  y  más  larga  la  peraianencia,  tanto 
mayor  será  la  intensidad  de  las  perturbaciones 
fisiológicas  sobrevenidas  en  el  ser  viviente  su- 
jeto á  dicha  acción.  Con  todo,  estas  alteraciones 
serán  más  graves, — en  igualdad  del  resto  de  las 
circunstancias, — en  el  baño  de  agua  y  el  baño 
saturado  de  vapor  que  no  en  la  estufa  seca.  La 
sudación  provocada  por  ésta  cesa  al  salir  del 
baño,  mientras  que  la  acarreada  por  el  baño  de 
aire  caliente  y  hi'imedo  ó  por  el  baño  de  agua 
caliente  persiste  á  veces  una  hora  después  de 
haber  salido. 

6.'     No  hay  orden  constante  en  la  aparición 


DIBUJOS  DE  R.  CALDECOTT:  CARRERA  DE  CABALLOS 


de  los  desórdenes:  ora  se  presenta  primeramente 
la  dificultad  de  la  respiración,  ora  la  aceleración 
del  pulso.  Hay  que  advertir  que  no  concuerdan 
siempre  la  frecuencia  de  pulso  con  la  frecuen- 
cia de  la  respiración.  La  elevación  fiel  calor  ani- 
mal no  se  presenta  nunca  como  fenómeno  inicial. 
1 .'  La  evaporación  influye  poco  en  la  tole- 
rancia para  las  altas  temperaturas,  á  pesar  de 
ser  tanto  más  abundante  el  sudor  cuanto  más 
apremiante  es  el  peligro. 

ü.*  Parece  estar  fuera  de  duda  que  la  muer- 
te es  el  resultado  directo  de  la  lesión  del  siste- 
ma nervioso  gran  simpático,  regulador  de  todas 
las  funciones  indispensables  del  mantenimiento 
de  la  vida. 

9.'  De  lo  cual  se  sigue  que  en  las  fiebres 
agudas  la  elevación  de  la  temperatura  es  un 
tiulo  y  no  una  causa;  en  una  palabra,  la  hiper- 
termia  no  es  más  que  un  síntoma. 

10.*  El  empleo  de  los  baños  en  algunas  de 
dichas  fiebres,— sobre  to<Io  en  la  tifoidea,— debe 
solamente  su  eficacia  á  la  acción  directa  que 
ejerce  Hobre  el  sistema  nervioso. 

No  hay  para  qué  encarecer  la  trascendencia 
quí-  tienen  algunas  dí>  f-stas  conclusiones,  ente- 
ramente contrarias  á  lo  que  se  venia  creyendo 
según  las  aserciones  de  Claudio  Bemard.  Decía, 
en  efecto,  este  inmortal  fisiólogo,  que  la  pérdida 
de  { eso  es  mayor  después  de  un  baño  en  la  es- 
tola seca  que  no  en  un  baño  de  agua  caliente  ó 


de  aire  caliente  y  húmedo,  y  Bonnal  sostiene 
lo  contrario.  Resulta  también,  según  el  novel 
experimentador,  que  los  accidentes  nerviosos 
provocados  por  los  baños  calientes  y  en  par- 
ticular la  aceleración  del  pulso  y  de  la  respira- 
ción aparecen  antes  de  que  la  temperatura  cen- 
tral haya  experimentado  la  menor  elevación,  lo 
cual,  caso  de  ser  cierto,  probaría,  contrariamen- 
te á  otra  afirmación  del  gran  sabio  antes  nom- 
brado, que  los  desórdenes  respiratorios  y  circu- 
latorios no  dependen  del  calentamiento  de  los 
centros  nerviosos,  de  la  propia  manera  que  otros 
accidentes  tampoco  dependen  del  calentamiento 
de  la  fibra  muscular. 

* 
«  * 

Atento  siempre  M.  Galtier  á  la  investigación 
de  la  trasmisibilidad  de  la  tuberculosis  al  hom- 
bre por  conducto  de  los  animales,  se  ha  fijado 
recientemente  en  dos  cuestiones,  á  cual  más 
inteiesante,  que  demuestran  su  sagacidad  en  el 
descubrimiento  de  las  pistas  tisiógenas. 

Refiérese  la  primera  al  empleo  de  la  sangre 
fresca  en  la  clarificación  de  los  vinos,  en  sus 
relaciones  con  el  peligro  indicado  más  arriba,  y 
sobre  ejtte  particular  ha  adquirido  M.  Galtier 
la  convicción  de  que  el  virus  tuberculoso  resiste 
durante  cierto  tiempo  á  la  acción  del  alcohol, 
según  habla  afirmado  ya  anteriormente  el 
doctor  H.  Martin.  El  viras  tuberculoso  puede 


conservar,  por  lo  tanto,  su  actividad  así  en  las 
mezclas  de  alcohol  y  agua  como  en  los  vinos  de 
diversos  grados  de  alcohol.  Verdad  es  que  el 
peligro  á  que  se  expone  á  los  consumidores 
vendiéndoles  vino  clarificado  con  sangre  fresca 
de  animales  tuberculosos  es  de  corta  duración, 
pero  esto  no  quita  que  cualquiera  pueda  tuber- 
culizarse bebiendo  vino  en  el  período  durante  el 
cual  el  virus  no  ha  perdido  todavía  su  actividad. 
La  segunda  cuestión  versa  sobre  las  desgra- 
cias ocasionables  por  las  materias  tuberculosas 
aun  después  de  su  calentamiento,  desecación, 
contacto  con  el  agua,  salazón,  congelación,  pu- 
trefacción, etc.,  resultando  que  el  virus  referido 
está  dotado  de  un  poder  de  resistencia  tan 
grande  que  puede  conservar  su  actividad  en  las 
aguas,  en  las  superficies  putrefactas  y  bajo  las 
mayores  variaciones  do  temperatura  y  lo  mismo 
si  las  sustancias  tuberculosas  han  sufrido  la 
congelación  que  la  desecación.  Teniendo  pre- 
sente por  otra  parte  que  los  enfermos  excretan 
cantidades  considerables  de  materia  virulenta  no 
solo  con  sus  productos  de  secreción  patológica 
sino  mezcladas  también  con  otros  de  secreción 
normal,  so  comprenderá  el  cuidado  con  que  debe 
prevenirse  la  diseminación  de  dichas  excrecio- 
nes. Por  ejemplo,  una  vaca  tísica  puede  conta- 
minar el  agua  de  un  abrevadero;  un  conejo 
puede  expulsar  con  su  estiércol  cierta  cantidad 
de  virus,  etc. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


487 


De  ahí  la  conveniencia  de  desinfectar  los  lo- 
cales ocupados  por  los  animales  tuberculosos  y 
de  cuidar  que  no  infecten  á  los  que  se  albergan 
con  ellos. 

*■'■* 
Si  M.  Galtier  se  convierte  en  vigilante  cen- 
tinela para  dar  la  voz  de  alerta  contra  las  insi- 
diosas vías  por  donde  puede  introducirse  la 
enfermedad  puesta  en  solfa  por  Verdi,  Herr 
Kraus,  ea  cambio,  nos  tranquiliza  respecto  á 
los  riesgos  que  podemos  correr  bebiendo  agua 
infestada  de  microbios  malignos.  Este  ilustre 
sabio  ha  tenido  curiosidad  de  saber  qué  se  ha- 
cían las  bacterias  patógenas  que  pueden  hallar- 
se en  suspensión  en  las  aguas  destinadas  á  los 
usos  alimenticios.  «Las  muestras  de  agua  em- 
pleadas, dice  una  nota  inserta  en  un  importante 
periódico,  eran  de  tres  procedencias  distintas, 
destinadas  todas  á  la  alimentación  de  la  ciudad 
de  Munich.  El  experimentador,  que  cuidó  de  no 


esterilizar  su  agua  y  mantenerla  á  una  tempe- 
ratura de  cerca  de  10°  C.  á  fin  de  permanecer 
en  condiciones  normales  medias,  llegó  al  impre- 
visto resultado  de  que  las  bacterias  patógenas, 
mezcladas  con  agua  de  pozo  ó  de  manantial, 
desaparecen  lo  más  tarde  en  el  espacio  de 
algunos  días.  El  vibrión  del  cólera  al  cabo  de 
veinticuatro  horas,  el  bacilo  del  carbunco  al 
cabo  de  tres  días,  el  bacilo  de  la  fiebre  tifoidea 
al  cabo  de  seis.  Este  resultado  se  obtiene  con 
igual  rapidez  así  en  el  agua  más  pura  como  en 
las  aguas  más  ó  menos  contaminadas,  y  esta 
destrucción  de  los  micro-organismos  peligrosos 
se  operaría  mediante  los  microbios  inofensivos, 
habitantes  vulgares  de  las  aguas,  sin  que  la 
constitución  química  de  éstos  tenga  nada  que 
ver  en  ello. 

«Ciertamente  que  estos  resultados  tienen  ne- 
cesidad de  ser  comprobados,  porque  sin  ser  del 
todo  contrarios  á  la  opinión,  hoy  día  predomi- 


nante, de  los  que  consideran  las  aguas  potables 
como  el  vehículo  único  de  propagación  de  las 
epidemias  de  fiebre  tifoidea  y  de  cólera,  intro- 
ducen sin  embargo  cierto  número  de  dificulta- 
des en  la  explicación  de  la  marcha  de  las  epi- 
demias, y  los  partidarios  de  las  ideas  de  Pet- 
tenkofer,  que  quiere  que  sea  el  aire  el  que 
transporta  los  gérmenes  morbosos  abandona- 
dos por  las  aguas,  cuando  descienden  las  capas 
subterráneas,  podrían  reivindicar  en  su  pro- 
vecho los  experimentos  de  M.  Kraus.» 

Nada  más  verosímil  que  la  explicación  dada 
por  el  autor  para  explicar  la  desaparición  de 
los  microbios  dañinos.  Es  indudable  que  entre 
esos  ínfimos  vegetalillos  debe  reinar  la  misma 
guerra  que  en  el  resto  de  la  creación,  y  si  los 
microbios  vulgares  tienen  más  recursos  para 
sostener  la  lucha  por  la  vida  que  no  los  distin- 
guidos perecerán  éstos  fatalmente. 


DIBUJOS  DE  R.  CALDECOTT:  ¡HURRA! 


Generalizando  la  frase  de  que  «algo  tendrá 
el  agua  cuando  la  bendicen,»  podríamos  decir 
que  algo  tendrá  el  café  cuando  tantos  devotos 
cuenta,  y  en  efecto,  de  cada  día  aparece  dotado 
de  nuevas  y  más  maravillosas  propiedades. 
Véase  lo  que  se  ha  descubierto  ahora:  «La  in- 
fusión de  café,  se  lee  en  la  Eevue  Sñeii  tifique, 
de  la  cual  traducimos  estos  párrafos,  es  dada 
por  los  médicos  en  cierto  número  de  enferme- 
dades (jue  presentan  síntomas  de  adinamia  pro- 
nunciada, y  especialmente  en  el  curso  de  la 
fiebre  tifoidea,  en  cuyo  caso  se  obtienen  exce- 
lentes efectos.  Esos  efectos  eran  atribuidos, 
hasta  e.stos  últimos  tiempos,  ala  acción  especial, 
excitante  y  tónica  de  la  cafeína  sobre  el  siste- 
ma nervioso,  pero  i-ecientes  investigaciones 
tienden  á  establecer  que  no  e.s  esa  la  sola  acción 
terapéutica  del  café. 

«Ya  en  1885  dio  á  conocer  M.  Oppler  la  pro- 
f)iedad  interesante  que  presenta  dicho  agente 
do  imiiedir,  hasta  cierto  punto,  el  desenvolvi- 
miento de  los  microorganismos  en  las  sustan- 
cias snsceptiljles  de  putrificarse.  Después,  es- 
tudiando M.  Sucksdorff  la  acción  del  café  y 
del  té  sobre  las  Itacterias  parásitas  de  los  in- 
lestinos  del  hombre,  demostró  que  las  infusiones 
lio  esas  plantas  podían  quedar  expuestas  libre- 
mente al  aire  sin  cubrii-se  de  moho  ni  dar  lugar, 
como  es  de  regla  para  los  infusos  en  general, 
á  un  desarrollo  considerable  de  bacterias. 


»M.  Heim,  finalmente,  acaba  de  publicar  los 
resultados  de  una  serie  de  investigaciones  más 
precisas  hechas  sobre  el  mismo  asunto,  y  que 
tienden  también  á  establecer  la  realidad  de  las 
propiedades  antisépticas  del  café  tostado.  El 
método  del  autor  ha  consistido,  sea  en  añadir 
un  infuso  de  café  á  un  cultivo  de  microbios  en 
plena  evolución,  sea  en  ensayar  cultiros  de  di- 
versos microbios  en  medios  gelatinizados,  adi- 
cionados anticipadamente  con  una  infusión  de 
café  al  10  por  100. 

»EI  bacilo  del  cólera  es  el  que  ha  manifestado 
más  claramente  su  repugnancia  por  el  café. 
Ciertamente  que  seria  oportuno  hacer  parecidas 
investigaciones  con  la  infusión  de  té,  tan  am- 
jjliamente  empleada,  y  no  sin  éxito,  en  el  tra- 
tamiento del  cólera.  Los  esporos  de  la  bacteria 
carbonosa  han  muerto  igualmente  en  un  medio 
adicionado  con  café  al  cabo  de  dos  días.  El 
efecto  ha  sido  más  poderoso  con  la  cafeína 
á  0'5  por  100,  que  ha  detenido  completamente 
el  desenvolvimiento  de  los  microorganismos 
del  pus. 

»En  pi-esencia  de  tales  resultados  puédese 
lamentar  que  las  investigaciones  no  hayan  re- 
caído en  mayor  número  de  oiganismos  patóge- 
nos, particularmente  en  el  de  la  fiebre  tifoidea, 
peio  sea  como  fuere,  autorizan  al  autor  á  em- 
plear el  cafó  como  antiséptico  de  primer  empleo, 
cuando  no  se  tiene  oti-a  cosa  á  mano,  por  ejem- 


plo, en  un  campo  de  batalla.  Con  todo,  hay  que 
tener  cuidado  de  no  servirse  de  café  en  polvo, 
el  cual  puesto  en  suspensión  en  agua  ó  gelatina 
no  parece  ejercer  ninguna  influencia  antisép- 
tica fuera  de  sus  puntos  de  contacto  inme- 
diatos.» 

¡Honor,  pues,  á  esta  infusión  paradisíaca  que 
después  de  haber  contribuido  en  tanta  escala 
al  progreso  de  la  civilización  y  al  desarrollo 
de  la  oratoria  y  de  haber  prestado  tan  buenos 
servicios  en  el  tratamiento  de  las  quebraduras, 
de  la  fiebre  tifoidea  y  de  los  envenenamientos 
por  el  opio  se  nos  aparece  como  un  anti-coléri- 
co  irresistible  y  un  antiséptico  deliciosamente 
grato  al  olfato! 

Alfredo  Opisso. 


LA  E.\POSICION  DE  PINTL'RAS  I  ESPAÑA 


Cuando  el  ánima,  fatigada  de  tanto  poner  su 
atención  en  las  cosas  mínimas  de  lo  presente, 
vuelve  los  ojos  á  lo  ideal  ansiando  ver  el  iris  de 
la  esperanza  en  los  cielos  del  arte  y  la  poesía, 
no  puede  menos  de  lamentar  los  extravíos  de 
la  humana  inteligencia,  que  abren  un  abismo 
entre  la  verdad  esencialmente  positiva  y  la  rea- 


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490 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


lidad  harto  groeera  del  momento.  Esta  radical 
separación  de  las  cosas*  eternas  y  las  cosas  efí- 
meras, destruyendo  la  armonía  qne  debe  existir 
eo  la  sociedad,  hace  del  hombre  au  ente  desni- 
velado y  ciego,  que  hoy  se  exalta  hasta  el  mar- 
tirio por  el  amor  de  una  mala  causa  y  mañana 
se  hunde  en  el  lodazal  de  todas  las  concupis- 
cencias. 

No  fundará  nada  sólido  y  duradero  el  hom- 
bre, ni  realizará  cumplidamente  sos  altos  des- 
tinos, si  no  procura  hermanar  las  nobles  ton- 
dencias  del  alma  y  las  justas  necesidades  de  la 
camal  naturaleza,  esto  es,  fomentar  4  un  tiempo 
los  intereses  materiales  y  los  intelectuales,  lo 
útil  y  lo  bello,  lo  que  nos  sustenta  y  lo  que  nos 
ennoblece. 

Sugiérenos  estas  reflexiones  la  Exposición  de 
pinturas,  cuyas  consecuencias  pueden  ser  muy 
gloriosas  6  muy  lamentables  para  la  patria,  se- 
gún sea  el  comportamiento  de  la  nación  para 


con  los  artistas  que  la  han  ofrecido  los  frutos 
de  su  ingenio. 

Siempre  ha  contado  España  entre  sus  hijos 
buen  número  de  artistas  eminentes  que,  cu- 
briéndola de  gloria,  han  extendido  su  fama  por 
el  mundo.  Podrán  las  especulaciones  científicas 
ó  los  principios  filosóficos  haber  tenido  pocos  y 
medianos  sacerdotes  en  nuestro  pueblo;  tal  vez 
se  ha  interrumpido  en  determinadas  épocas  la 
serie  de  nuestros  talentos  militares;  pero  no  hay 
una  página  en  nuestra  historia  que  no  conserve 
un  nombre  famoso  en  el  arte  ó  la  poesía.  En  la 
época  presente,  sobre  todo,  en  que  la  filosofía 
de  la  historia,  las  grandes  invenciones  de  la 
ciencia  y  los  pro;^resos  de  la  industria  han 
abierto  ancho  campo  á  las  manifestaciones  del 
arte,  nótase  un  aumento  de  afición,  ó  mejor  un 
entusiasmo,  que  promete  más  lustre  y  esplen- 
dor para  lo  venidero.  La  verdad  de  esta  afirma- 
ción, discutible  hace  unos  pocos  años,  se  lia 


hecho  evidente  en  la  actual  Exposición  de  pin- 
turas. 

La  Entrada  de  Ion  bárbaros  en  Roma,  de  Che- 
ca, magnífica  interpretación  de  dos  civilizacio- 
nes, una  que  se  hunde  y  otra  que  se  levanta; 
La  Naumaquia,  de  Villodas,  que  pinta  la  gloria 
de  los  antiguos  luchadores  con  estimable  co- 
rrección y  acierto;  La  t:isión  del  Goloseo,  apoteo- 
sis del  martirio  llena  de  poesía  y  grandeza;  La 
muerte  de  Lucano,  lienzo  en  que  parécenos  ver 
la  elegancia  griega  y  la  austeridad  romana  jun- 
tamente; estos  cuadros  y  muchos  más  cuyo  mé- 
rito es  notorio,  manifiestan  el  fervor  de  nuestros 
jóvenes  pintores,  lo  vasto  de  su  ingenio  y  su 
nobilísimo  propósito  de  levantar  la  patria  á  la 
cumbre  más  alta  de  la  gloria.  Nos  dan  á  cono- 
cer igualmente  cuan  infundada  es  la  nota  de 
escepticismo  y  corrupción  que  algunos  insen- 
satos echan  sobre  nuestra  juventud.  Además  de 
la  fe  que  denota  el  haber  vencido  las  inmensas 


DIBUJOS  DE  R.  CALDECOTT:  ESTUDIO  ORIGINAL  PARA  EL  «BRACEBRIDQE  HALL>  EL  COMBATE  EN  LA  VILLA  VERDE 


dificultades  que  opone  la  pobreza  á  la  inspira- 
ción para  realizar  obras  como  las  citadas,  ¿no 
se  advierte  en  esos  cuadros  un  vigor  excepcio- 
nal de  inteligencia  y  pasión  y  una  madurez  de 
juicio  más  propios  de  una  raza  viril  que  de 
gente  escéptica  y  corrompida? 

Los  asuntos  de  los  cuadros  de  importancia,  en 
su  maj'or  parte,  están  tomados  de  la  historia  de 
la  antigua  Roma,  pero  esto,  que  pudiera  atribuir- 
se á  estancamiento  6  retroceso  en  el  arte,  es,  por 
el  contrario,  un  adelanto  digno  de  alabanza.  IjOS 
hechos  de  la  antigüedad  que,  bien  interpreta- 
dos, enseñan  mucho  á  los  hombrea,  y  sobre 
todo  en  éfKK-as  de  transición  como  la  presente, 
bao  llegado  á  nuestros  días  desfigurados  por  la 
ignorancia  ó  la  malicia,  y  por  caminos  torcidos. 
Limpiar  la  historia  de  los  errores  que  la  empa- 
ñan, de  la  parcialidad  que  1»  falsea  y  de  la  in- 
cf»nexión  que  la  destroza,  es  un  deber  del  eru- 
dito, del  filósofo,  del  literato,  como  es  deber  del 
artista  y  del  poeta  presentar  al  pueblo  estas  lu- 
cubraciones de  los  sabios,  siempre  indigestas 
para  las  multitudes,  en  formas  salientes  que 
impresionen  más  al  corazón  y  la  fantasía  que  á 
la  inteligencia. 

No  hay  que  decir  que  han  comprendido  per- 
fectamente este  deber  nuestros  artistas  y  que  se 
han  mostrado  por  extremo  celosos  en  su  cum- 
plimiento. Como  revel  idores,  se  han  inspirado 
en  la  verdad  de  la  historia  y  en  la  pureza  de 


las  ideas;  como  artistas,  han  consumido  el  tiem- 
po y  el  dinero  en  provecho  del  arte;  como  pa- 
triotas, han  presentado  sus  obras  al  examen 
nacional,  esperando  más  bien  admiración  que 
recompensa. 

Ahora  bien,  ¿ha  correspondido  la  nación 
cumplidamente  al  generoso  entusiasmo  de  esos 
jóvenes  pintores? 

Si  las  obras  presentadas  en  la  Exposición 
fueran  por  su  tamaño  apropiadas  á  los  salones 
particulares,  es  muy  posible  que  la  iniciativa 
individual  hubiera  resuelto  el  problema  com- 
prando los  cuadros  á  sus  autores;  pero  tal  como 
son,  no  pueden  adquirirse,  para  darles  destino 
conveniente,  sino  por  el  Estado.  El  Estado,  es- 
cudándose con  la  escasez  del  Tesoro,  ha  creído 
cumplir  bien  adquiriendo  á  bajo  precio  algunas 
obras.  No  queremos  discutir,  porque  no  se  dis- 
cute con  cuerpos  sin  alma,  si  el  Estado  ha  he- 
cho lo  que  puede  y  debe  en  este  asunto  (para  lo 
bueno  siempre  falta  dinero  cuando  no  hay  vo- 
luntad) pero  la  nación,  de  la  que  deben  ser 
hijos  predilectos  los  que  tanto  la  honran,  ¿cómo 
ha  premiado  los  esfuerzos  de  sus  hijos  en  la 
ocasión  presente?... 

No  basta  el  aplauso,  no  basta  el  laurel.  El 
artista  no  escatima  el  dinero  ni  el  trabajo  ni  la 
salud  cuando  añade  un  timbre  más  á  la  gloria 
de  su  patria,  no  titubea  en  consumir  en  el  fuego 
de  la  inspiración  su  hacienda  y  su  vida.  Tiene 


hijos,  madre,  esposa,  acaso  es  un  joven  enamo- 
rado de  lo  ideal  á  la  vez  que  de  la  virgen  pro- 
metida. En  esos  cuadros  que  admira  el  público 
y  que  cubre  de  aplausos,  está  depositado  todo, 
el  porvenir  de  los  hijos,  la  esperanza  de  la  es- 
posa, el  anhelo  de  la  madre,  la  sonrisa  de  la 
mujer  amada  y  el  beso  de  la  gloria;  todo  esto, 
que  aletea  como  una  promesa  en  el  corazón  del 
artista,  puede  realizarse  con  el  aplauso  y  la 
justa  recompensa  ó  desvanecerse  al  soplo  frío 
de  la  indiferencia  nacional.  No  es  esto  solo;  Es- 
paña, grande  en  otro  tiempo  gracias  al  valor  de 
su  brazo,  y  despreciada  hoy  por  las  demás  na- 
ciones, necesita  hombres  ilustres  que  la  enal- 
tezcan con  sus  talentos,  que  la  vuelvan  al  anti- 
guo prestigio,  no  por  medio  de  la  fuerza  brutal, 
sino  por  méritos  de  la  inteligencia.  Si  mata  en 
flor  esos  ingenios,  no  es  solamente  homicida, 
sino  suicida,  porque  destruye  su  propia  y  nece- 
saria regeneración. 

¡Y  no,  no  cuidará  ese  árbol  florido  lo  bastante 
para  que  fructifiquel...  ¿Por  qué?  Por  lo  que  de- 
cimos en  el  comienzo  de  este  trabajo:  porque 
ha  separado  radicalraento  lo  verdadero  por 
esencia  de  la  realidad  accidental  y  variable.  Así, 
mientras  llueve  el  dinero  para  construir  plazas 
de  toros  que  embrutecen  á  las  muchedumbres, 
falta  para  fomentar  las  bellas  artes  y  las  bellas 
letras;  las  academias  de  pintura  carecen  de  lo 
necesario  y  aun  del  correspondiente  decoro,  los 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


491 


poetas  mueren  en  la  sombra  y  los  artistas  tie- 
nen que  sacar  sus  obras  gloriosas  de  la  miseria 
y  de  la  nada. 

Tal  vez  la  humanidad,  harta  de  divagaciones 
fantásticas,  cae,  por  reacción  natural,  en  el 
opuesto  extremo,  y  de  aquí  su  predilección  por 
las  cosas  positivas  y  su  menosprecio  de  las  idea- 
les. Lejos  de  nuestro  ánimo  censurar  en  absolu- 
to este  movimiento  de  las  almas,  que  tiene  su 
objeto  y  su  ley;  pero  es  lamentable  lo  extre- 
mado de  tal  criterio,  que  nos  precipita  en  un 
materialismo  práctico,  cuyo  término  indefectible 
es  la  corrupción  y  la  muerte. 

Ocúpese  en  buen  hora  España  en  cultivar  sus 
campos,  en  aumentar  el  número  de  sus  fábricas 
y  talleres,  entregúese  á  las  diversiones  honestas 
y  aun  á  los  juegos  que  acrecientan  su  vigor  fí- 
sico, honre  á  los  héroes  del  trabajo  manual  que 
nos  traen  la  riqueza  y  la  abundancia,  pero  no 
olvide  á  los  que  la  ilustran  con  su  sabiduría,  la 


hermosean  con  sus  artísticas  producciones  b  la 
ennoblecen  con  su  poderosa  inspiración.  Una, 
en  fin,  en  intimo  consorcio  lo  intelectual  y  lo 
material,  como  están  unidos  el  alma  y  el  cuerpo, 
y  tendrá  riquezas  y  sólida  y  brillante  fama. 

¡Que  el  trabajo  material  puede  hacer  ricos  á 
los  pueblos,  pero  sólo  el  ingenio  los  hace 
grandes  I 

Benigno  Pallol. 


LA    VIUDITA 


No  se  trata  de  la  que  Bretón  de  los  Herreros 
nos  presentó  en  una  de  sus  geniales  produccio- 
nes, sino  de  otra  cuya  historia  pública,  y  digo 
pública,  porque  la  secreta  aún  permanece  oculta 
tras  el  impenetrable  misterio  de  lo  desconocido. 


cuya  historia  pública  me  refirió  un  amigo  mío. 

Era  aquella  mujer  una  de  las  viudas  más 
hermosas  que  alumbró  con  sus  rayos  el  sol  de 
nuestro  cielo  azul;  una  mujer  bellísima  que  apa- 
reció un  día  en  el  Retiro  tendida  indolente- 
mente en  lujoso  landeau. 

Pero  su  belleza  era  una  belleza  rara,  una  be- 
lleza inmóvil,  si  la  frase  es  permitida  por  lo  grá- 
ficamente que  expresa  el  pensamiento. 

La  sonrisa  de  aquella  mujer  parecía  un  rayo 
de  luna  iluminando  una  estatua  de  nieve. 

Todos  miráronla  al  principio  con  curiosidad 
no  exenta  de  admiración  y  algunos  corrieron 
en  pos  de  ella  para  tributarla  los  honores  de  la 
adulación  buscando  el  agradecimiento  que  es  el 
peldaño  inmediato  del  amor. 

Pero  ella  confundía  en  una  igual  indiferencia 
á  sus  adoradores,  sin  dejarles  entrever  la  más 
ligera  esperanza  de  que  lograrían  ablandar  su 
corazón. 


UN  ÓTELO  DE  ALDEA  (Cuadro  de  John  White) 


Hubo  locos  que  apelaron  á  la  amenaza  ó  al 
suicidio,  otros  prosiguieron  el  asedio  con  la 
constancia  de  un  estoico  y  cuando  ya  la  fiebre 
había  descendido  y  los  cerebros  no  estaban  ma- 
leados por  la  sangre  y  los  corazones  iban  amor- 
tiguando la  precipitación  de  sus  latidos,  la  her- 
mosa viuda  dejó  caer  su  mano  tan  blanca  como 
fría  sobre  la  de  uno  de  sus  adoradores  más  apa- 
sionados. 

La  embriaguez  del  triunfo  conseguido,  á  poco 
le  produce  la  muerte;  tan  imposible  le  parecía 
que  la  hermosa  viuda  se  hubiese  dignado  des- 
cender hasta  él. 

Su  dicha  fué  muy  envidiada  por  los  prete- 
ridos. 

Los  periódicos  anunciaron  el  enlace  de  los 
jóvenes  y  se  dispuso  lo  necesario  para  que  la 
ceremonia  revistiera  toda  la  brillantez  que  el 
caso  requería. 

La  víspera  de  celebrarse  la  boda  él  habló  á 
su  amada  con  infantil  regocijo  de  la  felicidad 
que  la  Providencia  le  había  otorgado  al  conce- 
derle mujer  tan  bella  y  virtuosa  y  arrodillán- 
dose á  sus  plantas  la  demostró  lo  intenso  de  su 
cariño  en  transportes  de  sincera  alegría. 

De  pronto  la  viuda  acercóse  á  él  y  con  gran 
dificultad,  como  si  fuese  aquello  la  revelación 
de  un  horrible  secreto,  balbuceó  en  su  oído  al- 
gunas palabras  que  le  dejaron  mudo  de  asom- 
bro. 


Pero  aquello  pasó  con  la  fugacidad  de  un  re- 
lámpago... Alzó  los  hombros  con  indiferencia  y 
estrechando  entre  las  suyas  las  manos  de  su 
prometida  salió  de  la  casa  para  ultimar  los  de- 
talles de  la  ceremonia. 

Al  día  siguiente  se  verificó  la  boda. 

Trascurrió  un  año.  La  joven  conservaba  sus 
antiguos  encantos  de  sueño  crepuscular.  En 
cambio  el  marido,  pletórico  antes  de  salud  y  de 
vida,  tornábase  cada  día  más  pálido  y  triste 
como  si  una  enfermedad  que  nadie  comprendía 
le  minara  sordamente. 

Sin  embargo,  el  matrimonio  continuaba  más 
unido  que  nunca:  ella  era  para  él  más  afectuosa 
y  dulce  cada  día,  y  este  interés  lo  pagaba  él 
con  pruebas  de  respeto  y  de  cariño. 

Poco  después  él  dejó  de  existir. 

Aquel  infausto  día  la  viuda  dio  señales  del 
horrible  dolor  que  torturó  su  corazón  amante,  y 
á  pesar  de  las  advertencias  y  consejos  de  los 
amigos,  siguió  á  pié  el  cortejo  fúnebre  hasta  el 
cementerio  y  allí  en  la  tumba  abierta  para  re- 
cibir el  cadáver  cortó  sus  cabellos  más  finos  y 
brillantes  que  las  hebras  de  la  seda  y  los  arrojó 
sobre  el  ataúd  como  demostración  irrecusable 
de  su  pena  por  la  muerte  del  ser  querido. 

El  desenlace  misterioso  de  este  matrimonio 
al  parecer  feliz,  añadió  atractivos  inexplicables 
á  la  belleza  de  la  joven  y  una  verdadera  lluvia 
de  adoradores  giraba  en  derredor  suyo,  como 


satélites  atraídos  por  la  magia  de  su  hermo- 
sura. 

Durante  una  no  interrumpida  sucesión  de 
días  la  bella  permaneció  insensible  á  todas  las 
declaraciones  cual  si  las  negras  tocas  que  real- 
zaban sus  encantos,  fuesen  la  coraza  en  que  se 
estrellasen  los  dardos  de  las  pasiones  mundanas. 

Pero  el  tiempo  y  la  juventud  se  sobrepusie- 
ron á  los  cálculos  de  la  razón  egoísta  y  como  la 
primera  vez  la  viuda  eligió  al  más  enamorado 
de  los  que  la  asediaban,  para  que  borrase  el 
recuerdo  de  los  que  le  habían  precedido  en  su 
corazón. 

No  fué  menos  afortunada  esta  segunda  unión 
que  la  primera. 

La  recién  casada  conservábase  tan  bella  y 
sonriente  como  una  mañana  de  primavera  y  su 
marido  hacíala  objeto  de  idolátrica  adoración. 

Al  cabo  de  algunos  meses,  circuló  por  Ma- 
drid un  rumor  á  que  nadie  quería  dar  entero 
crédito. 

El  nuevo  esposo  de  la  viudita,  sin  duda  en 
un  acceso  de  locura,  se  había  saltado  de  un  tiro 
la  tapa  de  los  sesos. 

— ¿Ha  sido  suicidio? — preguntaban  unos. 

— Tal  vez  un  accidente  casual, — replicaban 
otros. 

Pero  en  realidad  nadie  sabía  la  verdadera 
causa  de  la  desgracia. 

La  triste  y  desconsolada  viuda  siguió  por  se- 


"  -ív"   -■ 


DIBUJOS   DE  RANOOLFO  CALDECOTT;   ESTUDIO  DE  MONTERI A. -ESTUDIO  ORIGINAL   PARA   .BRACEBRIDCE  HALL: 

LA  BODA  DE  ALDEA 


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LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


ganda  vea  el  eululado  carro  fúnebre  de  su  ma- 
rido, cuya  caja  iba  cubierta  por  las  flores  que 
ella  depositara  regándolas  con  sus  lágrimas,  y 
al  bajar  el  féretro  al  fondo  del  sepulcro  ella  se 
cortó  su  luenga  cabellera  y  la  arrojó  allí  para 
que  fuese  enterrada  con  el  ser  amado. 

Hubo  entonces  una  tregua  entre  sus  fanáti- 
cos, cada  uno  de  los  cuales  se  hacia  preguntas 
mentales  para  inquirir  el  enigma  de  una  tan 
extraña  existencia  y  la  única  consideración  que 
se  lea  ocurría  dejábalos  indecisos  y  vagamente 
inquietos. 

En  voz  muy  baja  se  cuchicheaba,  pero  tan 
quedo  que  nunca  las  frases  murmuradoras  lle- 
garon á  oídos  de  la  que  las  originara  y  si  ella 
las  escuchó,  ó  despreciólas  ó  acalló  el  disgusto 
que  le  cansaran  ma- 
tándolas con  la  más- 
cara de  la  indiferen- 
cia. 

Unos  amigos  apar- 
tároniíe  poco  á  poco  de 
su  lado  y  los  otros  por 
el  contrario  parecieron 
más  solícitos  admira- 
dores de  la  extraña 
beldad  pero  sin  ambi- 
cionar un  puesto  que 
calificaron  de  peligro- 
so. 

Y  ella  proseguía  so- 
berbia, indiferente, 
sin  oir  nada ,  sin  nada 
entender  de  lo  que  en 
tomo  suyo  acaecía. 

Entre  sus  adulado- 
res vio  á  un  joven,  ca- 
si un  niño,  é  hizo  pre- 
sa en  su  corazón.  Él 
pretendió  resistir  pero 
fué  en  vano:  al  fin  ca- 
yó subyugado  como 
otros  antes  que  él  ha- 
bían caído  ante  aque- 
lla mujer  de  sonreír 
triste,  de  cabellos  ne- 
gros y  de  manos  blan- 
cas y  frías  como  el 
mármol. 

Algunas  semanas 
después  estaban  casa- 
dos. 

Su  luna  de  miel  fué 
más  pálida  que  la  de 
sus  antecesores,  era 
una  luna  cubierta  por 
nubes  negras  hechas 
jirones. 

Comenzaron  á  circu- 
lar historias  extraor- 
dinarias... Decíase  que 
los  vecinos  habían  oí- 
do ruido  de  reyertas  nocturnas,  gritos  de  do- 
lor, golpes  de  muebles  destrozados...  Pero  la 
imaginación  se  forja  siempre  fantasías  inverosí- 
miles cuando  de  asuntos  misteriosos  se  trata  y 
no  puede  darse  crédito  á  lo  que  cada  cual  no  vea 
con  sus  propios  ojos. 

Además  en  bu  exterior  nada  revelaban  los 
recién  casados  que  viniese  á  confirmar  los  ru- 
mores del  vulgo  necio.  La  joven  mostrábase 
siempre  afectuosa  para  su  marido  y  éste  respe- 
tuoso y  dulce  para  con  su  mujer. 

De  pronto  él  desapareció  y  se  dijo  que  había 
partido  para  lejanas  tierras  de  donde  nunca  ha 
regresado. 

¿Se  había  vuelto  loco?..  ¿Quiso  con  la  fuga  evi- 
tar un  desenlace  á  que  la  fatalidad  le  precipita- 
ba? ¿Rompió  acaso  con  la  huida  las  cláusulas 
de  un  contrato  misterioso  libremente  aceptado? 

Nadie  lo  sabe  ni  es   posible  que   se   sepa. 

La  viuda  no  se  mostró  ni  sorprendida  ni 
alarmada  por  esta  peripecia  tal  vez  prevista. 

Se  contentó  con  entablar  una  demanda  de 
divorcio,  cuya  resolución  depende  actualmente 
del  romano  pontífice. 

Pero  la  enigmática  viudita  ha  sido  abando- 
nada por  todo  el  mundo. 


Algunos  la  contemplan  desde  lejos  y  admiran 
la  blancura  de  su  cutis  que  se  destaca  con  enér- 
gico relieve  de  sus  negras  tocas  y  cuando  la 
hermosa  fija  su  mirada  en  la  multitud  más  de 
un  caballero  cierra  los  ojos  estremecido  por  un 
terror  pánico. 

Esta  mujer,  cuyo  amor  parece  inmortal,  que 
no  ama  y  sin  embargo  desea  ser  amada,  ¿en- 
contrará, al  fin,  el  hombre  capaz  de  romper  el 
encanto  que  la  envuelve  y  de  domar  el  invisi- 
ble/a/«in  que  existe  tras  de  ese  velo  tupido  de 
una  existencia  en  que  se  halla  escrita  la  frase 
del  Dante:  Lasdate  ogni  speranzaf 

R.  Hernández  y  Bermúdez 


HUÉRFANA  (Cuadro  de  T.  Kennlngton) 


LA  CAMPANA  DEL  LUGAR 


A  MI  QUERIDA  AMIGA  MARÍA  T.  ANDRIANI 
I 

Poco  á  poco  se  extinguía 
el  claro  sol  del  estío: 
la  hermosa  tarde  moría, 
mientras  la  luna  lucía 
reflejándose  en  el  río. 

.  Soplaba  la  brisa  suave 
de  aromas  mil  saturada, 
llevando  hasta  tu  morada, 
el  postrer  canto  del  ave, 
las  notas  de  la  enramada. 

En  el  cielo  azul,  prendida 
del  lucero  vespertino 
la  luz  clara  y  encendida, 
para  alumbrar  mi  camino 
como  antorcha  bendecida. 

Tú,  de  pié,  triste  y  llorosa, 
contemplabas  silenciosa, 


tras  los  hierros  de  una  roja, 
aquella  senda  tortuosa 
que  entre  las  flores  se  aleja. 

En  tanto  que  yo,  angustiado, 
me  alejaba  de  tu  lado 
lleno  el  corazón  de  enojos, 
por  no  verme  retratado 
en  el  cielo  de  tus  ojos. 

Páreme  un  instante  lejos; 
la  noche  el  campo  invadía; 
del  último  albor  del  día 
á  los  tenues  reflejos 
te  mandaba  el  alma  mía. 

Un  adiós  tierno  y  profundo 
lleno  de  inmenso  dolor, 
como  adiós  del  moribundo 
que  al  abandonar  el  mundo 
deja  una  prenda  de  amor. 

Tu  blanca  mano  agitaba 
el  pañuelo  que  oprimía, 
que  á  lo  lejos  parecía 
ave  tierna  que  volaba 
buscando  la  selva  umbría. 

Cediendo  al  negro  destino, 
y  atrás  dejando  á  mí  hermosa 
triste,  afligida  y  llorosa, 
torné  á  emprender  el  camino 
por  la  senda  tortuosa. 

Cerró  la  noche  nublada; 
la  aldea,  lejos,  callada 
dormía  tranquilamente, 
en  el  prado  floreciente 
en  donde  fué  levantada. 

Todo  estaba  silencioso, 
sólo  á  intervalos  se  ola 
la  hoja  seca  que  caía, 
6  el  murmullo  cadencioso 
de  la  fuente  que  corría 

Entre  el  lecho  de  verdura 
de  la  selva  perfumada, 
ó  alguna  nota  callada 
que 'dulcemente  murmura 
entre  la  verde  enramada. 

De  pronto  creí  escuchar 
un  triste,  son,  vago,  incierto, 
de  lúgubre  resonar; 
era  que  tocaba  á  muerto 
la  campana  del  lugar. 

Detuve  el  paso  un  instante; 
mi  corazón  anhelante, 
— vuelve  atrás, — me  repetía, 
y  el  deber  dijo, — adelante, — 
y  yo  moría,  moría. 

Huyendo  desalentado 
de  aquel  triste  son,  lanzado 
para  aumentar  mi  aflicción, 
y  que  la  ausencia  ha  grabado 
en  mi  pobre  corazón. 
II 

Pasaron  algunos  años 
de  triste  melancolía, 
y  al  oscurecer  de  un  día, 
cargado  de  desengaños 
hacia  la  aldea  volvía. 

Nunca  en  la  tierra  he  sentido 
en  los  años  que  he  vivido 
tal  gozo  en  mi  corazón, 
ni  jamás  tanto  he  sufrido 
como  en  aquella  ocasión. 

Mi  pensamiento  volaba 
hacia  el  pueblo  solitario 
donde  mi  amor  me  aguardaba, 
mientras  la  vista  fijaba 
en  el  negro  campanario. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


495 


Oprimido  el  corazón, 
temía  á  cada  momento 
escuchar  aquel  acento 
de  triste  y  lúgubre  son, 
que  aún  vive  en  mi  pensamiento. 

Ansiaba  verte  asomada 
tras  la  reja,  enamorada 
agitando  tu  pañuelo 
en  los  celajes  del  cielo, 
saludando  mi  llegada. 

Mas  no  estabas,  no,  no  estabas 
ni  amorosa  me  mirabas 
como  el  día  en  que  partí. 
¡Ay,  porque  no  me  esperabas! 
¡porque  no  estabas  allí! 

No  lo  sé.  Solo  recuerdo 
que  al  atravesar  el  rio, 
sentí  un  frío,  sí,  un  frío, 
que  aún  hoy  cuando  de  él  me  acuerdo 
me  estremezco  á  pesar  mío. 

Detuve  el  paso  un  instante; 
miré  hacia  el  pueblo  anhelante; 
y  al  pensar  en  tu  amor  santo, 
inundó  mi  pecho  amante 
mezcla  de  risa  y  de  llanto. 

Dispuesto  estaba  á  marchar 
dejando  el  valle  desierto 
y  en  el  pueblo  penetrar, 
cuando  oí  tocar  á  muerto 
la  campana  del  lugar 

Ay,  no  sé  lo  que  sentí 
cuando  el  viento  trajo  á  mí 
aquel  triste  son,  no  sé, 
solo  sé  que  me  lancé 
hacia  el  pueblo  en  que  nací. 

Ciego,  loco,  atravesaba 
el  llano  y  la  selva  umbría, 
el  crepiísculo  espiraba, 
y  la  campana  gemía, 
y  yo  corría  y  lloraba. 

Llegué  por  fin,  pregunté 
al  primero  que  encontré 
que  al  verme  me  conoció, 
y  nada  me  respondió 
y  nada  saber  logré. 

De  pronto  vi  con  espanto 
un  entierro  que  pasaba, 
y  escuché  su  triste  canto 
que  entre  luces  y  entre  llanto 
lentamente  se  alejaba. 

Me  acerqué  con  paso  fuerte, 
llegué  hasta  la  abierta  caja, 
y  al  mirar  tu  cuerpo  inerte 
envuelto  en  blanca  mortaja, 
sentí  el  frío  de  la  muerte. 

Lanzó  un  agudo  gemido 
mi  corazón  destrozado, 
al  mirar  mi  amor  perdido 
y  el  cuerpo  rodó  rendido 
junto  al  tuyo  inanimado... 

Torné  al  fin  de  mi  desmayo, 
cuando  el  purpurino  rayo 
del  sol,  teñía  las  hojas 
que  agitaba  rumorosas 
la  fresca  brisa  de  Mayo. 

Desde  entonces  sin  ventura 
y  entre  nubes  de  amargura, 
paso  el  tiempo  con  enojos, 
regando  tu  sepultura 
con  el  llanto  de  mis  ojos. 


Y  retirado  en  mi  hogar, 
que  hoy  miro  triste  y  desierto, 
llora  el  alma  sin  cesar, 
cuando  oigo  á  tocar  á  muerto 
la  campana  del  lugar. 

Pedro  Bonkt  Alcantakilla. 

: * 


SONETO 


Tan  grande  es  el  amor  que  por  tí  siento, 
que  sólo  pienso  en  tí,  Carmen  querida; 
bendigo  con  tu  amor  la  triste  vida 
cuando  de  ti  no  aparto  el  pensamiento. 

Mas  si  un  disgusto  leve,  un  sentimiento 
la  memoria  de  ti  deja  extinguida, 
ansioso  quiero  ver  interrumpida 
la  existencia,  que  amé  solo  un  momento. 

Maldigo  entonces  de  mi  aciaga  suerte, 
desprecio  altivo  el  enojoso  mundo 
y  espero  suspirando  por  la  muerte; 

Mas,  ¡oh,  dicha  feliz!  que  sólo  al  verte 
se  trueca  en  calma  mi  dolor  profundo 
y  ya  mi  dicha  estriba  en  no  perderte. 

José  Sierra  y  Suarez. 


-*- 


NUESTROS  GRABADOS 


VSá.  paisuistá 

No  hay  nada  que  decir  respecto  á  las  aficiones  de  esa  se- 
ñora, ya  que  cualquier  pasatiempo  es  preferible  á  que  una 
Joven  se  dedique  á  manosear  el  piano.  Sin  embargo  hay  que 
hacer  notar  que  toda  pintora  por  excelente  que  se  la  supon- 
ga, no  pasa  de  ser  un  número  más  en  la  legión  de  discípulos 
de  Apeles  que  pululan  y  repululan  con  progresión  formida- 
ble en  los  países  sobresaturados  de  civilización.  No  ponemos 
en  duda  que  e.s  de  muy  buen  tono  dedicarse  á  la  acuarela,  al 
pastel,  al  mismo  óleo,  etc.,  etc.;  pero  siempre  resulta  una 
obra  que  en  nada  se  distingue  do  la  de  un  artista  del  sexo 
feo.  El  insigne  Rafraelli,  pintor  fi-ancés  que  sabe  donde  tiene 
la  mano  derecha  y  asi  maneja  el  pincel  como  la  pluma,  escri- 
bió no  hace  mucho  acerca  de  esto  y  partiendo  del  principio 
de  que  toda  mujer  es  enemiga  ioaplacable  de  sus  congéneres 
exponía  la  idea  de  que  nada  más  propio  para  dar  á  conocer 
el  talento  personal  de  una  jíven,  como  pintora,  que  dedicar- 
se á  la  caricatura  mujeril,  especialidad  en  que  le  e.s  Imposll.le 
entender  jota  á  ningún  hijo  de  Adán,  ó  Adán  padre,  poseídos 
como  estamos  todos  de  una  verdadera  imposibilidad  de  des- 
cubrir los  ridiculos  de  una  hija  de  Eva.  Como  se  ve,  trátase 
de  una  rama  del  arte  que,  si  se  nos  permitiera  dislocar  la  me- 
táfora como  suelen  hacer  los  oradores  del  Congreso,  diríamos 
que  permanece  inédita  todavía,  con  lo  cual  entrarla  en  esce- 
na un  nuevo  elemento  y  podrían  lucir  su  habilidad  muchas 
Angélicas  Kauffmann  que  tienen  que  contentarse  ahora  con 
pintar  floreros  ó  imitar  á  Lengo. 

DIBCJOS    DE    RANDOIFO   CJLDÍCOTT 

Este  malogrado  artista  pintor,  escultor  y  dibujante  era 
uno  de  los  más  populares  de  Inglaterra,  reuniendo  una  por- 
ción de  cualidades  que  hacían  de  él  un  Aumorisía  especial. 
Brillaba  sobre  todo  como  incomparable  dibujante  de  cacerías 
y  demás  géneros  de  sport  donde  figurasen  caballos  y  perros, 
en  medio  de  sus  risas  sabia  conservarfe  delicado  y  poético, 
embelleciendo  su  visión  mejor  que  afeándola,  comentándolo 
todo  con  bondad  y  expresándolo  con  claridad  poderosa. 

Destinado  en  un  principio  á  la  Banca,  no  tardó  en  com- 
prender que  no  le  llamaba  Dios  por  el  camino  de  los  Rost- 
childs  y  abandonó  el  pupitre  del  escritorio  por  la  cartera 
del  artista.  Dióse  á  conocer  primeramente  en  el  Punch,  estu- 
vo luego  en  el  taller  del  escultor  Dalou  y  aprendió  á  pintar 
en  las  escuelas  fundadas  en  Londres  por  M.  Slade.  Ilustró 
después  muchos  libros  y  dedicóse  con  ardor  á  dibujar  escenas 
de  la  vida  elegante  del  siglo  pasado  en  Inglaterra,  con  el  ti. 
tulo  de  Bracebridge  Hall,  parte  de  las  cuales  riguran  hoy  en 
nuestras  páginas.  Trabajó  mucho  pata  el  Graphic  y  habiendo 
hecho  un  viaje  á  los  Kstados-Unidos  por  encargo  de  dicho 
periódico  á  fin  de  estudiar  las  costumbres  del  Sur,  sorpren- 
dióle la  muerte  en  San  Agustín,  La  Florida,  el  12  de  Febrero 
del  pasado  año. 

L08   JUOADÍIRKS 

Cuadro  de  Claudio  Mfyer 

No  se  merecen  á  la  verdad  esos  tahúres  un  cuadro  tan 
hermoso,  tan  lleno  de  expresión  y  vida;  excelente  obra  que 
hace  honor  á  la  escuela  de  Munich. 


IL    ARR18T0 

Cuadro  de  Juito  Girardet. 

Trátase  de  un  realista  contra  el  cuál  dictó  el  Comité  de 
Salvación  Pública  mandato  de  prisión.  Está  muy  bien  repre- 
sentado todo,  asi  el  lugar  de  la  escena,  evidentemente  aristo- 
crático, como  el  sentimiento  de  cada  personaje.  Época  terri- 
ble aquella,  aunque  más  peligrosa  para  los  que  hablan  figura- 
do ó  figuraban  ó  querían  figurar  en  política  que  no  para  l&s 
clases  poco  acomodadas  ó  indiferentes. 

LA     RE8IOMACIÓN 

Dibujo  de  Adolfo  Liebseher. 

Respira  esa  obra  la  melancolía  dulce  que  caracteriza  este 
sentimiento  en  la  raza  eslava.  El  ángel  de  la  resignación  con- 
cebido por  Liebscher  es  ciertamente  tal  como  debe  aparecer- 
se al  espíritu  de  un  hombre  como  ese  anciano  en  cuyo  rostrt» 
venerable  se  ve  pintado  el  cansancio  de  una  porfiada  lucha 
por  la  vida. 

DN  OTKLo  Dx  ÁLitiíA,  cuadro  de  John  Whitt. — huérfana, 
cuadro  de  T.  KenningUm. 

El  Oíeto  es  una  obra  pintada  con  delicada  nimiedad,  por 
más  que  no  sea  muy  propio  el  titulo  con  que  la  ha  bautizado 
el  autor;  en  cuanto  á  la  Huérfana  es  sinceramente  patética, 
sin  sentimentalismo,  toda  verdad. 

LOS  RKOALOS  DS  LA  ABUKLITA.— XL  PAN  NUISTRO 
DE  CADA  DIa... 

El  primer  dibujo  es  bonito  y  gracioso  como  exige  el  asun- 
to, mientras  El  pan  nuestro  de  cada  día  se  recomienda  por  la 
profunda  emoción  que  suscitan  en  el  ánimo  esas  dos  figuras 
transfiguradas  por  la  oración,  graves,  solemnes  en  medio  de 
BU  humildad. 

RECUERDOS   DE    VDLLPELLACH   (QERONA) 

Dibujo  de  S.  Padres 

Creemos  que  nuestros  lectores  verán  con  gusto  los  apuntes 
de  esa  pintoresca  población  que  figuran  hoy  en  nuestras  pági- 
nas. Inmediato  á  la  Bisbal  y  ocupando  una  posición  muy 
ventajosa  en  el  Ampurdán  reúne  Vuüpellach  condiciones 
para  progresar  rápidamente,  gracias  al  tranvía  que  pasa  por 
su  término  municipal. 


-*- 


AMOR  SUICIDA 


(PÁGINASDE     LA     VIDA     REAL) 

(rONTlNÜAOION) 

Los  dos  jóvenes  no  tardaron  en  comunicarse 
sus  impresiones  y  deseos.  Sus  corazones  latían 
á  impulsos  de  igual  pasión.  Creció  el  cariño, 
fué  en  aumento  el  amor,  pero  no  sin  contrarie- 
dades, sin  lucha,  sin  disgustos. 

La  madre  de  Luisa  no  aprobaba  las  relacio- 
nes. En  los  primeros  días,  cuando  la  cosa  no 
parecía  tener  importancia,  disimuló;  creyó  que 
el  noviazgo  no  sería  nada,  un  puro  pasatiempo. 
Pero  cuando  vio  que  la  marea  crecía,  que  la 
ola  iba  subiendo,  que  el  tibio  calorcillo  de  los 
primeros  días  se  convertía  en  fuego  abrasador, 
conoció  el  daño  y  quiso  poner  remedio:  era 
tarde.  Harto  conocía  el  carácter  de  Luisa.  Afron- 
tar de  frente  la  cuestión,  oponerse  cara  á  cara 
á  esas  relaciones,  era  avivar  más  la  llama,  echar 
leña  al  fuego.  Puso  en  práctica  otro  procedi- 
miento. 

Averiguó  quien  era  Enrique.  No  le  fué  difícil 
conocer  todo  lo  que  deseaba.  Supo  que  nunca 
había  conocido  á  su  padre,  y,  según  se  decía, 
era  el  fruto  de  una  pasión  mundana.  En  cuanto 
á  su  conducta,  los  informes  fueron  satisfacto- 
rios. Enrique  era  lo  que  se  llama  un  buen  mu- 
chacho, amigo  de  sus  amigos  y  dócil  como  la 
cera.  No  fueron  tan  satisfactorios  los  datos  re- 
cogidos respecto  á  los  medios  de  fortuna.  El 
joven  era  pobre,  su  madre  no  poseía  nada.  Vivía 
á  expensas  de  una  familia  amiga,  en  tanto  que 
el  hijo  desempeñaba  una  modesta  plaza  en  un 
escritorio  de  comercio.  Su  carácter  apocado,  sin 
energía,  sin  resolución,  se  notaba  en  todas  las 
manifestaciones  de  la  vida.  Había  tenido  tres  ó 
cuatro  colocaciones  sin  prosperar  en  ninguna, 
sin  adelantar.  Esta  falta  de  fijeza,  esta  volubli- 
dad  y  apocamiento  le  habían  perjudicado  mucho. 
A  los  veinticuatro  años  apenas  si  ganaba  lo 
necesario  para  mantenerse. 

En  cambio,  no  faltaban  ilusiones.  Todo  lo 
fiaba  al  acaso,  á  la  suerte.  Lo   imprevisto,  lo 


4m 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


inementdo  tenían  pan  Enrique  grandes  encan- 
tos. La  lotería,  una  herencia  de  parientes  leja- 
nísimos, ana  colocación  brillante,  eran  sus  temas 
favoritos,  medios  todos  de  mejorar  de  fortuna. 
En  ellos  fiaba,  seguro  de  salir  de  la  situación 
modesta  en  que  se  hallaba,  no  por  el  trabajo  y 
la  actividad,  sino  por 'el  esfuerzo  de  su  fantasía, 
sin  contar  para  nada  con  la  voluntad,  con  el 
firme  propósito  de  trabajar  en  favor  de  sus  ade- 
lantos, de  su  mejora. 

La  madre  de  Luisa  conocía  todos  esos  ante- 
cedentes. No  aspiraba  á  un  yerno  rico,  pode- 
roso, pero  tampoco  deseaba  el  que  Luisa  se  ca- 
sase con  un  hombre  de  las  circunstancias  de 
Enrique,  de  porvenir  in- 
cierto, dudoso. 

Luisa  apreciaba  per- 
fectamente la  situación 
pero  no  quería  ceder  á 
las  observaciones  de  su 
madre.  Había  entregado 
su  corazón  á  Enrique 
y  no  retrocedía  ante  los 
obstáculos.  Cuando  su 
madre  tocaba  este  pun- 
to, cuando  de  un  modo 
indirecto  planteaba  de 
nuevo  el  problema  de  la 
vida  del  joven,  la  con- 
testación de  Luisa  era 
siempre  la  misma: 

— De  él,  ó  de  nadie. 
Si  en  la  tierra  no  pode- 
mos ser  felices,  lo  sere- 
mos en  el  cielo,  en  cual- 
quier parte. 

Estas  escenas  se  re- 
petían todos  los  días. 
Las  palabras  de  Luisa 
eran  descargas  eléctri- 
cas que  agitaban  i.  la 
infeliz  madre,  cuyos 
ojos,  trabajados  por  el 
dolor,  no  estaban  nunca 

SOCOS. 

A  medida  que  el  tiem- 
po avanzaba,  la  discu- 
sión tomaba  formas  más 
agrias,  violentas,  tem- 
pestuosas. La  calma 
había  desaparecido  de 
aquella  casa,  antes  tran- 
quila y  sosegada.  La 
situación  se  hacía  difí- 
cil, insostenible.  Un  día 
la  tempestad  estalló  con 
violencia;  era  el  hura- 
cáa  de  la  pasión,  la  tor- 
menta  desencadenada 
que  conmovía  hasta  las 
más  tenues  fibras  de 
aquellos  aeree. 

Después  de  la  lucha,  de  la  agitación  y  de  las 
lágrimas  derramadas,  Serenáronse  los  espíritu.s, 
pero  sólo  en  la  apaneucja.  La  calma  reinaba  en 
la  superficie,  en  la  corj^za  de  aquellos  corazo- 
nes. En  el  fondo  el  daño  era  grande,  intenso  el 
dolor,  violenta  la  desesperación. 

Luisa  fué  la  primea  en  poner  fin  á  la  discu- 
sión. Disimuló  y  Presentóse  como  resignada. 
Creyó  su  madre  que  había  obtenido  un  triunfo. 
¡Vana  ilusión! 

La  crisis  esteba  latente.  Aquella  noche  la  en- 
trevista de  los  dos  amantes  decidió  la  suerte  de 
ambos.  Luisa  cont¿  ^  Enrique  todo  lo  ocurrido. 
Terminó  diciendo: 

—¿Qué  hacemoa?  La  situación  es  insosteni- 
ble, esto  no  pued«  g^guir  así. 

—Ten  calma,  Luisa,  —  contestó  Enrique.— 
Tal  vez  dentro  de  poco  cambie  la  situación  y 
a«í  todo  será  fácil.  Verás  como  tu  madre  no  se 
opone  á  la  boda,  que  yo  deseo  más  que  la  salud. 


— ¡La  boda!  Sí,  ese  seria  el  término  natural 
de  esta  lucha.  Pero,  ¿es  posible  por  ahora?  No, 
bien  lo  sabes.  No  estamos  en  condiciones  de  al- 
canzar lo  que  otros  alcanzan. 

— Es  cierto,  pero,  ¿no  podemos  esperar  algún 
tiempo  más?  ¿Hemos  de  ser  tan  desgraciados 
que  no  consigamos  romper  el  círculo  de  hierro 
que  nos  aprisiona? 

— [Esperar!  Lo  de  siempre.  Hace  tiempo  que 
abrigamos  esa  esperanza,  pero  todo  es  en  vano. 
¡Ay,  Enrique!  ¡Qué  desgracia  la  nuestra!  ¡Por 
todas  partes  la  noche  sombría!  ¡no  hay  una  luz 
amiga  que  nos  guíe,  que  nos  ampare!  ¿Y  á  esto 
llaman  vivir?  ¿No  es  preferible  la  muerte? 


RECUERDOS  DE  VULLPELLACH  (GERONA)    Dlhujo  de  S.  Padrós. 
Entrada  al  pueblo. -2.  Ceroaolag  Oel  pueblo,  por  donde  pasa  el  tranvía  del  Bajo  Ampnr- 
Notable  torre  y  plaza— 4.  Árboles  de  1«  riera  — 5.  Iglesia  y  cementerio 


dan. 


—  ¿Quién  habla  de  morir?  Lucharemos,  y  si 
tú  quieres,  abandonaremos  la  ciudad,  iremos  á 
Barcelona,  á  Madrid,  á  cualquier  parte.  Tal  vez 
así  mejore  la  suerte. 

■  — ¡Cómo!  ¡Una  fuga!  ¡Jamás!  Prefiero  morir. 
Ya  sabes  mi  resolución  y  de  nuevo  te  la  repito. 
De  mi  casa  solo  saldré  para  dos  sitios:  á  la  igle- 
sia 6  al  cementerio. 

— Pero  Luisa  mía,  reflexiona,  ten  calma,  no 
te  agites  ¿No  ves  que  con  ese  dolor  aumentas 
mi  desesperación  y  me  haces  odiosa  la  vida? 

— ¿Te  es  odiosa  la  vida? — preguntó  nervio- 
samente la  joven.- — A  mi  también.  ¿Qué  porve- 
nir nos  espera  en  este  mundo?  ¿Acaso  hay  ale- 
gría para  nosotros?  ¡Morir,  sí,  ose  es  el  único 
remedio!  ¡Con  la  muerte  todo  acaba,  todo  con- 
cluye! ¿Quieres  morir,  Enrique  mío? 

— ¡Tú  estás  loca,  deliras,  Luisa!  Desecha  esas 
ideas,  aparía  de  tu  pensamiento  semejante  preo- 
cupación. 


— ¡Que  estoy  loca,  es  verdad!  ¡Loca  por  que- 
rerte, loca  por  amarte  como  no  te  mereces,  sí, 
tienes  razón,  deliro!  En  cambio  tú,  estás  tran- 
quilo, sosegado.  ¿No  es  verdad  que  me  amas 
mucho?  Las  pruebas  son  grandes.  ¡No  tienes 
corazón!  ¡Eres...  un  cobarde...! 

— jPor  Dios,  Luisa,  no  prosigas!  ¡Te  amo  con 
delirio,  bien  lo  sabes!  ¡Eres  el  único  ser  que 
adoro  en  este  mundo!  ¡Sin  tí,  nada;  contigo, 
todo!  Pero  lo  que  propones,  lo  que  acabas  de 
decirme,  es  una  locura.  Reflexiona  que  la  situa- 
ción no  es  tan  desesperada  como  tú  la  imagi- 
nas, no  es  satisfactoria,  pero,  ¿acaso  no  puede 
tener  remedio? 

— ¡Remedio!  Sí,  en  la  muerte. 

La  conversación  de  los  dos  jóvenes  siguió 
triste.  Cruzaron  algunas  palabras  más  y  se  des- 
pidieron. Ni  Luisa  ni  Enrique  consiguieron 
dormir.  Aquélla,  aferrada  á  la  idea  del  suicidio; 
éste,  sin  valor  para  luchar  de  frente  buscando 
medios  de  mejorar  la  situación.  Los  dos  en  lu- 
cha perenne  contra  el  destino  que  por  caminos 
diversos  les  impelía  hacia  un  mismo  punto. 

Pasaron  algunos  días.  Luisa  siempre  hablan- 
do sobre  el  mismo  tema.  Tanto  se  aficionó  con 
la  idea  de  la  muerte,  que  llegó  por  fin  á  fami- 
liarizarse con  ella.  Hablaba  del  suicidio  como 
la  cosa  más  natural  del  mundo,  como  si  efecti- 
vamente hubiera  sido  creado  para  dar  solución 
á  muchas  dolencias  del  cuerpo  y  del  espíritu. 
Y  Enrique  iba  contaminándose  de  ese  entusias- 
mo. Al  principio  procuraba  desechar  tan  som- 
bríos pensamientos.  Luego  ya  los  discutía, 
y  más  tarde ,  hasta  llegaba  á  reconocerlos 
como  buenos  y  convenientes  en  las  crisis  supre- 
mas. 

Un  incidente  vino  á  remachar  el  clavo.  En- 
rique quedó  sin  colocación.  Su  principal  hizo 
suspensión  de  pagos  y  el  escritorio  fué  cerrado. 
La  situación  era  grave,  violenta.  En  otros  mo- 
mentos no  hubiera  tenido  gran  importancia, 
pero  en  aquéllos  sí  que  la  tenia  y  muchísima. 
Enrique  buscó  nueva  colocación.  No  consiguió 
ninguna.  En  todas  partes  había  sobra  de  perso- 
nal. Nuestro  joven  servia  también  para  poco;  el 
círculo  de  su  acción  era  reducidísimo,  limitado. 

Este  nuevo  golpe  fué  terrible  para  Luisa.  Lo 
que  al  principio  era  una  idea  débil,  sin  fuerza, 
tomó  grandes  proporciones,  creciendo  en  su  es- 
píritu á  medida  que  la  situación  se  agravaba  y 
los  caminos  desaparecían  á  la  vista  de  la  jo- 
ven. Por  todas  partes  veía  negruras,  por  todas 
partes  la  noche  eterna,  inacabable.  ¡Qué  días 
más  tristes!  El  cuerpo  y  el  espíritu  abatidos, 
trabajados,  desechos  con  el  sufrimiento,  con  el 
insomio,  con  la  pesadilla  de  la  muerte.  ¡Siempre 
esta  idea!  Se  había  aferrado  en  el  corazón  de 
Luisa  y  no  había  medio  de  arrancársela. 

En  una  de  esas  crisis,  en  aquellos  momentos 
que  los  dos  amantes  se  lamentaban  de  su  acia- 
ga suerte  y  Luisa  insistía  una  vez  más  en  su 
idea  de  la  muerte,  ocurrió  im  hecho  que  tuvo 
gran  influencia.  Un  joven  estudiante,  cansado 
de  luchar  contra  la  miseria,  se  había  suicidado. 
El  suceso  fué  descrito  con  mucho  lujo  de  deta- 
lles por  los  periódicos  de  la  noche. 

Luisa  compró  uno  de  esos  periódicos.  En  fa- 
milia, durante  la  velada,  leyó  el  relato  con  voz 
segura  y  entonada.  Un  espíritu  observador  ha- 
bría notado  que  á  medida  que  avanzaba  en  la 
lectura,  iba  en  aumento  la  excitación  nerviosa, 
intranquila.  La  mirada  buscaba  en  las  pausas  de 
la  relación,  la  de  Enrique,  incierta,  vaga,  move- 
diza. Cuando  concluyó  la  lectura  los  dos  jóve- 
nes se  miraron,  una  misma  idea  relampagueó 
en  sus  ojos;  una  ola  de  pasión,  de  conformidad, 
se  desbordó  de  aquellas  cabezas.  Ni  una  pala- 
bra, ni  la  más  ligera  frase  siguió  á  esa  evolu- 
ción del  espíritu.  ¿Estaban  conformes?  ¿Habla 
triunfado  Luisa? 


(He  continuará.) 


Luís  Blasco. 


MUBIUCM:  fata,  }(!»-I(7,  Inñ  Muí,  Nitor— RiserTidos  ioi  derechos  de  propiedad  irtistiu  j  iiterarit.— Us  recianiacioaes  en  Madrid,  al  represeotaott  de  esta  Casa  D.  MaDoel  Piá  j  Valor,  Apodaca,  10, 2.° 

■■ )  INSÉRTESE  ó  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  ( • 


KTfuoimwrro  Tipooninoo  db  B.  Ba«boa.— Callb  db  Viixajirobl,  móm.  17  bhsanchb  db  S&m  Antomió.— Barcblom*. 


SEMANARIO     CIENTÍFICO,     LITERARIO     Y     ARTÍSTICO 


Afio  V 


Barcelona  6  de  Agosto  de  1887 


Núm.  240 


PALABRAS  DE  AMOR 


498 


LA  n.U8TRACI0N  IBÉRICA 


SUMARIO 


Tbtto.— JTodrid.  Ovdu  d  «<  prima,  por  Femanflor.— Zo- 
!■<<■,  por  Aiic«l  CoeUo  de  Torres.  —Mulera  de  la  novela 
MalBaparAMO.-  Mujere»  de  I>a<i<l«<concluslóii),  por  Ra&el 
ÁltMmii*.—  Mxpotieió»  de  BtUat  Artee,  por  R.  Blanco 
Amojo.—Luitade  La  V'aUicre,  por  Cario*  Meodoza.— Nues- 
tro* crabadoa.—.!  Tertta  (poesiai,  por  José  M.*  de  la 
Torre.— .it  Avnudm  (soneto),  por  A.  Alcalde  y  Valladares. 
—Amor  tiieida  (conclusión),  por  Luis  Blasco. 

SBABiDoa.— Palabras  de  amor.— Jayiaterra:  kl  castillo  de 
Hatfield,  visto  desde  el  parque. —Jfadrid.  Exposición  ge- 
neral de  Filipinas  (2  grabados) .  —Joyas  del  arte  italiano 
antiguo  '5  grabados!  .—Luisa  de  La  Valliere— Van-Dyck 
(S  grabadoa).— Bn  ai  eoro.— Velando  al  niúo. 


MADRID 


OA.K.T  J^e    .A.    I>CI    FHUsOlA. 


EL    ALCOHOLIZADO 

L'ESTO  que  no  se  habla  ni  se  escribe  más 
qne  del  alcohol,  permíteme  que  dedique 
esta  carta  al  asunto  del  día;  pero  como 
no  es  cosa  de  enviarte  un  artículo  industrial,  voy 
á  enviarte  una  relación  entresacada  de  mis  re- 
cuerdos; relación  que  si  tiene  mucho  de  cientí- 
fica, tiene  algo  de  amenidad  por  sus  tintes  dra- 
máticos. 

No  hace  macho  tiempm  qne  me  encontré  en 
la  calle  á  cierto  amigo  mío,  distinguido  médico 
y  grande  aficionado  i,  la  poesía.  De  estos  médicos 
poetas  haj'  muchos;  la  medicina  debieía  ser  ad- 
mitida como  décima  Musa;  en  cambio  he  notado 
que  los  farmacéuticos  no  cultivan  el  arte  de 
Apolo;  misterios  que  se  escapan  á  la  perspica- 
cia de  los  mortales.  Ello  es  que,  como  te  digo, 
me  encontré  al  amigo  en  cuestión  el  cual,  desde 
Inégo,  me  manifestó  deseos  de  leerme  una  com- 
posición para  que  le  diese  mi  voto...  No  es  cosa 
de  ponerse  á  recitar  versos  en  la  calle...  El  culto 
de  la  poesía  es  ya  vergonzoso  y  requiere  prac- 
ticarse en  secreto...  No  sucedía  esto  ett  los  tiem- 
pos de  Espronceda  y  Zorrilla,  en  que  era  de 
buen  tono  mostrarse  versificador  y  poeta;  pero 
entonces  se  llevaba  el  pelo  largo  y  ahora  se 
estila  llevarle  corto;  entonces  se  leían  los  versos 
á  la  luz  del  farol  de  la  esquina,  escaso  de  aceite, 
y  hoy  las  calles  están  iluminadas  por  la  luz  es- 
pléndida de  la  electricidad...  ¡Todo  cambia!  Sin 
embargo,  se  hacen  versos  todavía.  Mi  amigo, 
por  lo  tanto,  me  rogó  que  entrásemos  en  un  ca- 
fetín cercano  donde  podríamos  él,  leer,  y  yo  es- 
cuchar su  composición  con  el  debido  recogi- 
miento. Así  lo  hicimos. 

El  cafetín  estaba  oscuro  y  sólo  vimos  al  en- 
trar algunas  sombras  que  parecían  reposar  de- 
lante de  algunas  mesas...  Por  fin  nos  dirigimos 
hacia  un  rincón  hasta  el  cual  llegaba  el  rayo 
luminoso  de  una  ventana  entornada,  rayo  que 
parecía  preparado  y  dispuesto  para  caer  fan^s- 
ticamente  sobre  el  blanco  papel  á  que  mi  amigo 
debía  dar  lectura...  Pedimos  una  botella  de  cer- 
veza por  pedir  algo,  y  mi  amigo  sacó  de  su  bol- 
sillo sus  flamantes  versos. 

Pero  antes  de  dar  lectura  un  incidente  nos 
distrajo  por  algún  tiempo,  y  este  incidente  cons- 
tituye mi  carta.  Destacándose  por  negro  en  la 
entrada,  como  un  insecto  negro  sobre  un  ascua, 
aparecía  un  hombre  de  contomos  extraños;  hon- 
go torcido  y  desformado;  corta  levitilla;  panta- 
lones cortísimos  con  flecos,  de  puro  raídos;  ^e- 
qnefio  de  estatura  y  grueso.  La  sombra  entró 
en  el  café,  confundiéndose  en  la  atmósfera  gris 
y  desapareciendo  detrás  de  una  columna;  pero 
reapareció  Inégo  y  vino  á  tomar  posesión  de  una 
mesa  colocada  en  frente  de  nosotros.  Aquí,  ya, 
fijó  sos  ojos  en  mi  amigo  y  no  pudo  di.simular 
un  movimiento  de  disgusto.  Algo  así  como  tur- 
bación de  vergüenza.  Pero  le  vimos  encogerse 
de  hombros,  casi  imperceptiblemente,  y  después 
de  bajarse  el  ala  del  hongo  como  para  ocultar 
sacara,  dar  las  dos  clásicas  palmadas  de  rigor. 

— ¿Le  conoces? — pregunté  yo  á  mi  amigo. — 
Vaya  si  le  conozco, — me  contestó. — Hemos  sido 


compañeros  de  colegio;  nos  hemos  tratado  luego 
bastante  en  sus  tiempos  de  prosperidad  y  he 
sido  su  médico  asistiéndole  gratis  hasta  hace 
un  año  en  que  le  abandoné  como  cosa  perdida. 
Es  un  alcoholizado...  Ahora  verás  lo  que  pide... 
No  necesito  esperar  á  que  se  lo  traigan  para 
decírtelo...  Aguardiente. 

En  efecto,  el  mozo  llegó  con  un  servicio  com- 
puesto de  dos  copas  y  dos  botellas;  una  de  las 
copas  y  una  de  las  botellas  chica.  El  del  hongo 
le  hizo  seña  que  dejase  todo  sobre  la  mesa  y  se 
fuese.  Cogió  la  botella  chica  y  se  sirvió... 

Aunque  había  elegido  un  sitio  oscuro,  se  le 
veía  lo  bastante  para  juzgar  de  su  persona.  Des- 
de luego  se  comprendía  que  aquel  hombre  no 
debía  tener  oficio  ni  beneficio,  sino  que  pordio- 
seaba para  gastar  el  dinero  en  aguardiente.  Su 
rostro  tenía  el  color  de  la  púrpura;  su  piel  es- 
taba llena  de  granos;  fijaba  sus  ojos  saltones  en 
la  copa  llena,  con  profunda  mirada,  como  quien 
registra  los  misterios  de  un  abismo;  y  sus  ma- 
nos puestas  sobre  el  mármol,  con  las  palmas 
abiertas,  como  si  apoyase  en  ellas  su  cuerpo 
trémulo,  temblaban  con  el  temblorcillo  de  un 
resorte  sutil  de  acero.  Al  principio  nos  miraba 
con  el  rabo  del  ojo,  para  ver  si  le  observába- 
mos; pero  á  medida  que  fué  tomando  copas, 
dejó  de  observamos  y  se  consagró  exclusiva- 
mente á  gozar  las  íntimas  y  enérgicas  sensacio- 
nes de  la  bebida.  Su  rostro  se  encendió  más 
aún;  sus  ojos  brillaron  con  extrañas  luces,  y 
desabrochándose  la  levitilla,  y  dejándonos  ver 
su  lacia  camisa,  respiró  á  sus  anchas,  con  an- 
helo y  con  ruido;  como  si  dentro  de  su  pecho 
sintiese  un  fuego  que  le  regenerase  y  le  consu- 
miese al  propio  tiempo.  Después,  tendió  atrás 
su  hongo,  reclinó  sn  cabeza  sobre  el  rojo  res- 
paldo del  diván,  y  se  quedó,  al  parecer,  dormi- 
do, con  la  boca  abierta,  los  ojos  entontados,  con 
un  gesto  de  placer  y  de  angustia  que  iluminaba 
y  entenebrecía  por  intervalos  su  abotargada 
faz  y  que  me  repugnaba  y  espantaba  y  entris- 
tecía... 

Pues  ahí  donde  le  ves, — me  dijo  mi  amigo, — 
pertenece  á  una  familia  aristocrática,  y  ha  teni- 
do una  gran  fortuna  y  ha  sido  espejo  de  galanes 
y  de  caballeros.  El  juego  y  las  mujeres  conclu- 
yeron con  su  dinero  y  su  salud;  encontrándose 
sin  medios  para  vivir,  sin  hábitos  de  trabajo,  y 
sin  valor  para  luchar  contra  el  destino  se  dio  al 
coñac,  á  la  ginebra,  y  por  fin  al  aguardiente, 
que  es  lo  más  barato.  No  hubiere  tenido  valor 
para  suicidarse  con  un  revólver;  pero  lo  tiene 
para  suicidarse  con  una  botella.  En  la  primera 
crisis  que  tuvo,  la  naturaleza  se  rebeló  contra 
la  muerte;  él  se  asustó  y  me  envió  un  recado, 
invocando  nuestra  antigua  amistad  para  que  le 
asistiera.  Fui  á  su  guardilla;  y  le  encontré  ten- 
dido sobre  un  jergón;  en  una  pieza  donde  no 
había  más  que  una  mesa,  dos  sillas  y  unas  cin- 
cuenta botellas  y  fra.scos  vacíos...  Al  ver  aquel 
aparato  no  había  que  preguntar  la  enfermedad 
del  huésped,  y  en  efecto;  apenas  entré  el  tem- 
blor de  las  manos  que  quiso  tenderme;  el  tarta- 
mudeo de  su  voz,  apenas  inteligible;  la  vague- 
dad de  su  mirada...  confirmaron  mis  noticias  y 
mis  sospechas. — ¡Qué  tienes,  hombre,  qué  tienes! 
— le  dije.  El,  debió  ver  en  mí  la  imagen  de  su 
pasado,  cuando  tenía  en  sus  manos,  en  su  cora- 
zón y  en  su  inteligencia  un  porvenir  lleno  de 
placeres  honrados,  y  volvió  la  cara  para  que  no 
viese  quizás  el  rojo  de  su  rubor  cubriendo  el 
rojo  de  su  abotargado  semblante;...  pero  con  su 
mano  derecha  me  señalaba  el  rincón  en  que  es- 
taban las  vacías  botellas. — Eso  no  será  nada, — 
le  contesté, — ¡si  quieres  enmendarte!  Ahora  es 
preciso  que  te  cures,  y  luego  que  dejes  la  bebi- 
da y  que  trabajes.  Ya  veremos  de  buscarte  una 
ocupación  decente;  porque  no  es  digno  de  un 
hombre  como  tú,  nacido  de  padres  nobles,  vivir 
de  las  migajas  del  ganancioso  del  garito  ni  de 
la  piedad  del  amigo  que  compartió  tu  riqueza 
en  otro  tiempo...  Veamos  ¿qué  sientes? — ¡Ahí — 
me  contestó  él, — tengo  en  la  cabeza  un  hormi- 
guero que  busca  salida  y  que  no  acierta  á  salir 
por  los  oídos;  el  vértigo  se  apodera  de  mi,  y 
tengo  que  retener  mi  cabeza  con  las  manos  por- 
que quiere  separarse  de  mi  cuerpo  y  girar  por 


el  cuarto;  algunas  veces,  según  dice  mi  portera, 
que  me  asiste,  me  quedo  embebecido,  estúpido, 
como  un  niño;  y  oigo  á  quien  no  veo  y  si  veo  no 
oigo.  ¡Sobre  todo,  las  noches!  ¡qué  noches!  Por 
eso  te  he  llamado;  que  no  quería  llamarte  poi 
nada  de  este  mundo,  á  tí  que  has  sido  siempre 
mi  amigo  de  verdad.  ¡Qué  noches!  Mientras  la 
luz  de  la  tarde  entra  por  ese  ventanillo,  la  luz 
es  una  protección  que  me  defiende  de  mis  pen- 
samientos y  de  mis  dolores;  pero  cuando  la 
sombra  lo  invade  todo,  entonces  la  luz  parece 
que  se  refugia  en  mi  cerebro  y  surgen  de  él  vi- 
siones espantables  que  me  atosigan,  que  me  en- 
loquecen y  transportan  á  un  lugar  donde  la 
atmósfera  hierve  en  átomos  de  fuego,  que  rae 
abrasan  al  respirar  y  que  ulceran  mi  pecho  y 
le  llenan  de  suprema  angustia.  Entonces,  en  la 
oscuridad,  pugno  por  arrastrarme,  agarrándome 
con  las  uñas  á  las  baldosas  y  por  llegar  hasta 
una  de  esas  botellas  y  apurarla  para  avivar  más 
y  más  el  fuego  interior  y  para  morir  abrasado 
más  pronto.  Pero  el  aguardiente  me  quema, 
como  sin  rescoldo,  sin  acabarme  y  mi  único  ali- 
vio es  retorcerme  dando  gritos.— El  aspecto  de 
este  desgraciado,  al  referirme  las  terribles  alu- 
cinaciones de  sus  noches,  era  espantoso:  explica- 
ba el  por  qué  mientras  podía  andar  se  le  veía 
hasta  la  salida  del  sol  rondando  por  las  calles 
y  por  los  cafés,  donde  hubiese  luz,  donde  hubie- 
se gente  que  ahuyentase  el  mundo  de  fantasmas 
que  le  asediaban  en  la  soledad  y  en  las  tinieblas. 
Aquella  noche  me  quedé  con  él  y  yo  creo  qup 
el  bálsamo  del  bienestar  que  las  buenas  accio- 
nes llevan  consigo;  el  placer  de  ver  que  aún  la 
amistad  existía  en  el  mundo  modificó,  más  que 
mis  recetas,  las  crisis  porque  pa.saba...  Tres  días 
después,  ya  restablecido,  le  tracé  un  plan  higié- 
nico salvador:  le  proporcioné  algunos  recursos 
y  le  di  esperanzas  de  que  encontraría  para  él 
una  colocación. 

A  la  otra  semana  la  portera,  esta  vez  por 
cuenta  propia,  vino  á  buscarme.  Su  huésped 
había  vuelto  á  beber  y  le  habían  repetido  los 
ataques.  Fui  de  nuevo  y  confieso  que  esta  vez, 
de  mala  gana.  La  portera  me  había  indicado  los 
síntomas  de  la  enfermedad  que  eran  de  los  del 
delirium  tremens.  Su  huésped  no  tenía  apetito, 
y  ella  no  había  podido  hacer  que  comiese;  cada 
día  estaba  más  temblón;  cada  día  dormía  menos 
y  siempre  con  sueños  poblados  de  visiones.  Sus 
agitaciones  eran  furiosas  y  había  intentado  sui- 
cidarse deslizándose  por  el  ventanillo  de  su 
guardilla.  Le  puse  en  curación;  hice  que  toma- 
se baños  tibios,  prolongados;  acudí  al  opio  para 
calmar  sus  nervios;  y  al  cabo  de  ocho  días,  pudo 
dormir,  comer,  darme  las  gracias  con  efusión... 
y  continuar  bebiendo  aguardiente.  Esta  vez, — le 
dije, — me  despido  definitivamente  de  ti;  tengo 
la  seguridad  de  que  mis  cuidados  y  mis  adver- 
tencias serán  inútiles;  el  alcohol  no  solo  ha 
consumido  tu  cuerpo,  sino  tu  alma;  no  eres  tan 
solo  un  hombre  enfermo;  ore.s  un  hombre  des- 
preciable...— Al  oir  estas  duras  frases,  pronun- 
ciadas por  mí  como  un  remedio  heroico,  se  echó 
á  llorar  como  un  niño  y  besándome  las  manos, 
exclamó: — ¡No,  no!  no  lo  soy;  pero  lo  sería  si 
no  escuchase  tus  palabras  y  si  no  correspondiese 
á  tu  cariño  y  á  tu  generosidad.  Ven  á  verme 
para  animarme;  porque  la  lucha  es  dura  y  ne- 
cesito de  tí...  ¡Si  me  dejas  solo  temo  ser  vencido! 
— Procura  no  serlo, — repuse, — ¡porque  la  derro- 
ta es  la  locura  y  la  parálisis! — Pocos  días  des- 
pués fui  á  visitarle  y  al  entrar  en  la  casa  pre- 
gunté á  la  portera.— ¿Que  tal  estáV — No  suba 
usted, — me  contestó, — está  perdido,  acaba  de  ti- 
rarme una  botella. — Subí  sin  embargo,  y  encon- 
trando cerrada  la  puerta  llamé  repetidas  veces. 
Al  fin  sentí  pasos  y  una  voz  sorda  preguntó: — 
¿Quién  es? — Soy  yo,  abre. — ¿Tú?  ¿tú? — y  la 
puerta  se  abrió;  pero  antes  de  que  yo  hubiese 
podido  entrar,  volvió  á  cerrarla  después  de  ha- 
berme escupido  el  rostro. — ¡Miserable! — excla- 
mé golpeando  á  la  puerta  con  indignación... 
Pero  me  detuve  aterrado  y  compasivo;  porque 
sentí  como  un  cuerpo  que  caía  y  rebotaba  den- 
tro de  la  habitación  lanzando  risotadas  y  au- 
llidos. Desde  entonces,  ya  lo  ves,  no  nos  cono- 
cemos. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


499 


Confieso,  prima,  que  esta  relación  me  Labia 
puesto  los  pelos  de  punta  y  que  tenia  fijos  los 
ojos  en  aquel  beodo  durmiente  con  sentimiento 
de  repugnancia,  de  horror  y  compasión  profun- 
dísimo. El  alcoholizado,  en  tanto,  habla  ido  esti- 
rando el  cuerpo,  había  dejado  caer  sus  brazos 
á  plomo  y  solo  el  continuo  temblor  de  sus  ma- 
nos colgantes  indicaba  que  vivía... 

— Pero,  á  otra  cosa  hemos  venido, — exclamó 
mi  médico-poeta. — Y  desdoblando  el  papel  y  dis- 
poniéndose á  leer,  me  dijo  á  guisa  de  prepara- 
ción:— Ya  sabes  que  3^0  soy  poeta  clásico,  grie- 
go, que  soy  el  poeta  de  los  madrigales  y  de  los 
idilios;  oj'e  pues: — A  Filis,  poema  en  verso  suel- 
to. La  escena  pasa  en  la  Arcadia. 

Te  hago  gracia  del  poema  querida  prima.  Ni 
podría  darte  razón  de  aquellos  versos.  Yo  no 
dejaba  de  mirar  al  alcoholizado. 


Fernanflor. 


-*- 


ZORAIDA 

TRADICIÓN      GRANADINA 


El  año  1482  fué  de  infortunio  para  los  moros 
granadinos. 

El  odio  de  muerte  que  desde  algún  tiempo  se 
profesaban  los  zegries  y  abencerrajes  no  reco- 
nocía límites. 

Este  odio  tenía  su  origen  justificado. 

Dos  años  antes  regía  el  territorio  Ali-Abul- 
Hasan,  casado  con  dos  mujeres,  su  prima  Aixa 
y  una  cristiana  llamada  D."  Isabel  de  Solis,  hija 
del  gobernador  de  Martos,  que  fué  hecha  cauti- 
va en  un  asalto;  tan  bella  como  la  antigua  He- 
lena y  no  menos  fatal  á  loa  granadinos,  que 
la  deidad  griega  lo  fué  para  los  troyanos.  Envi- 
diosa Aixa  de  las  galantes  preferencias  que  por 
sus  virtudes  el  monarca  concedía  á  la  cristiana 


y  temiendo  que  en  la  sacesión  del  trono  los  hi- 
jos de  ésta  iban  á  ser  preferidos  á  los  suyos 
propios,  constituyó  un  partido  poderoso  á  cuya 
cabeza  púsose  la  tribu  de  los  zegries.  En  tanto, 
los  beniserrajb  abencerrajes,  colocándose  al  lado 
de  doña  Isabel,  protestaron  de  aquel  bárbaro 
atentado  con  las  armas  en  la  mano. 

Así  las  cosas,  tanto  el  palacio  como  la  ciudad 
trocáronse  eif  un  campo  de  batalla  y  la  sangre 
corría  á  torrentes  por  las  calles,  sin  que  la  au- 
toridad de  Ali-Abul-Hasan  fuese  respetada  por 
ambos  bandos  que  en  encarnizadas  luchas,  con- 
sumían las  últimas  fuerzas  del  ya  amenazado 
reino. 

Con  el  advenimiento  al  solio  de  un  primogé- 
nito de  Aixa,  llamado  Aben-Abdallah  6  Boabdil, 
quien  destronó  á  su  padre,  reaviváronse  más  y 
más  los  odios  no  extinguidos  y  los  disturbios  se 
sucedían  con  más  fuerza  en  la  turbulenta  Gra- 
nada. 

Boabdil,  hombre  de  carácter  déspota  é  ins- 
tintos crueles  y  encizañado  por  su  celosa  madre, 


INGLATERRA:  EL  CASTILLO  DE  HATFIELD  VISTO  DESDE  EL  PARQUE 


juró  exterminar  á  los  que  habían  hecho  armas 
contra  su  causa,  esperando  una  ocasión  que  le 
favoreciese  para  llevar  á  cabo  su  venganza. 

Una  figura  delicadísima  se  destaca  de  este 
sangriento  reinado,  cuyo  nombre  recuerda  gus- 
tosa la  tradición.  Esa  figura  es  Zoraida,  la  her- 
mo.sa  musulmana,  de  melancólico  mirar,  ojos  de 
fuego  y  cutis  aterciopelado;  la  bella  sultana, 
cuyo  recuerdo  guardan  las  crónicas  granadinas 
juntamente  con  el  de  su  esposo  el  rey  Boabdil. 

La  influencia  de  Zoraida  en  algunos  hechos 
(que  algunos  historiadore-i  desmienten)  dio  mar- 
gen &  la  leyenda  que  no.s  ocupa  y  que  el  pueblo 
siempre  fie!,  ha  conseguido  trasmitir  hasta  nos- 
otros. 

Hé  aquí  la  leyenda: 


11 


Era  una  noche  escura  y  fría  como  el  desen- 
gaño y  tiiste  como  el  remordimiento. 

Todo  callaba  en  las  calles  de  Granada  que 
parecía  dormir  un  sueño  pesaroso. 

Sólo  de  cuando  en  cuando  se  percibía  un  li- 
gero rumor. 

Era  el  graznido  de  algún  ave  nocturna,  que 
anidaba  en  las  grietas  de  algún  viejo  minarete. 

Granada,  la  más  bella  de  las  ciudades  musul- 
manas, la  virgen  sarracena,  tenía  un  aspecto 
sombrío. 

Pero  la  oscuridad  que  en  la  ciudad  reinaba, 
era  mayor,  si  cabe,  en  una  revuelta  calle  donde 


se  alzaba  esbelta  y  majestuosa  la  casa  de  Aben- 
Amet,  noble  abencerraje,  á  cuya  nobleza  de 
sangre  acompañaba  la  de  sus  sentimientos. 

Los  más  ancianos  le  respetaban  por  su  talento 
y  sabio  criterio. 

Aquella  noche,  pues,  se  habían  congregado 
los  más  nobles  mahometanos  de  la  ciudad  en 
aquella  casa.  Sus  ardientes  miradas  y  la  calma 
forzada  y  poco  natural  que  reinaba  en  la  lujosa 
estancia,  demostraban  bien  á  las  claras  que  se 
trataba  de  algo  grave. 

Este  silencio  fué  interrumpido  con  la  presen- 
cia de  Aben;  todas  las  miradas  se  dirigieron  al 
abencerraje,  quien  después  de  saludar  cortes- 
mente  á  los  circunstantes  que  se  preparaban 
para  no  perder  ni  una  frase  de  las  que  iban  á 
salir  de  sus  labios,  tomó  así  la  palabra: 

— Una  razón  poderosa  me  ha  obligado  á  lla- 
mar á  mi  casa  á  la  nobleza  granadina  y  pedirla 
que  delibere  á  cerca  de  la  conducta  que  en  ade- 
lante debemos  seguir;  los  numerosos  abusos  del 
monarca,  que  joven  y  sin  experiencia,  pretende 
anatematizamos  con  su  tiranía,  conducen,  mejor 
dicho,  precipitan  á  Granada  á  un  abismo.  Lejos 
de  escuchar  nuestros  consejos,  nos  retira  su 
amistad  y  es  sordo  á  nuestras  súplicas.  Los  di- 
ferentes bandos  en  que  está  dividido  el  territo- 
rio, con  sus  sangrientas  luchas,  aminoran  con- 
siderablemente nuestras  fuerzas,  y  el  día,  quizás 
no  lejano,  que  las  huestes  cristianas  aparezcan 
ante  nuestros  muros,  no  podremos  rechazarlos 
y  el  estandarte  del  Crucificado  triunfará,  para 


vergüenza  nuestra,  de  la  media  luna.  Hó  aquí 
el  motivo  de  mi  llamamiento;  ahora  consultad 
con  vuestra  razón  lo  que  debemos  hacer. 

Un  asentimiento  general  sucedió  á  las  últimas 
palabras  de  Aben  quien  tras  una  breve  pausa 
continuó: 

— El  pueblo,  que  sieriipre  se  deja  conducir 
por  el  que  más  le  halaga,  defiende  á  quien  co- 
rrompido por  los  vicios  y  placeres  olvida  torpe- 
mente los  asuntos  del  gobierno,  que  hoy  más 
que  nunca  merecen  ser  tratados.  ¡Unámonos, 
pues,  nobles  abencerrajes,  no  nos  separemos  sin 
antes  trazar  el  camino  que  hemos  de  seguir  y 
morir  si  preciso  fuese,  como  saben  morir  los  de 
nuestra  raza,  demostrando  á  Boabdil  que  á  pesar 
del  odio  que  le  inspiramos  le  defendemos  y  li- 
bramos de  la  vergüenza! 

En. todos  los  rostros  se  pintaba  el  efecto  que 
habían  causado  las  últimas  palabras  de  Aben; 
todos  parecían  abrazar  sus  consejos  excepto  uno 
de  los  más  ancianos,  que  como  no  participando 
del  asentimiento  general,  continuaba  cabizbajo 
y  meditabundo.  Luego  levantándose  de  su  asien- 
to cuando  se  hubo  restablecido  el  silencio,  ex- 
clamó con  acento  poco  extenso  pero  cada  vez 
más  enérgico; 

(Se  continuará.) 

Ángel  Coello  de  Torres. 


-*- 


MADRID:  EXPOSICIÓN  GENERAL  DE  FILIPINAS    Dlbuju  deP.  y  Vulor 

1.  C««s  trlbiuial.-2.  C»b  de  Tlnqulanen.-S.  (asa  de  negritos  en  la  isla  de  Negros. -4.  Alligau,  casa  para  guarecerse  en  caso  de  guerra  con  otias  tribus. 

6.  Ou*  al  eatllo  de  Um  que  w  constrareo  en  lot  dlitrltof  P.  X.  de  Lepanto  Boatoa  y  B  laquet  y  eajella  ua  local  .'para  loscráaeo.tde  las  yictlmas.— 6.  Vista  general  de  la  rancharla  de  Igorrotes 


M 


ADRID:   EXPOSICIÓN   GENERAL  DE   FILIPINAS-HABITANTES   DE   LA   RANCHERÍA  (Dümjo  de  P.  y  Valor) 


502 


LA  ILUSTILAGION  IBEBIGA 


MlUERIS  ñ  LA  mu  CONTEMPORÁNEA 


MUJERES  OE  OAUOET 
(OOBCLOSlAír) 

Igual  realidad  que  resplandece  en  SapMo  hay 
en  esas  otras  figuras,  delicadas,  tiernas  como 
el  recnerdo  de  la  feli- 
cidad perdida,  de  la 
mujer  de  Noma,  la  ma- 
dre de  Daniel  Eysset- 
te,  la  viejecita  de  Fro- 
mont  y  Risler...  y  en 
las  imágmee  terrible- 
mente verdaderas,  mi- 
serables de  la  barone- 
sa María,  la  señora 
Afchiu,  la  hermana  del 
tamborilero,  la  chiqui- 
lla querida  de  Numa  y 
otras  y  otras  chorii  a n 
do  la  podredumbii'  6 
la  acidez  de  sos  pasio- 
nes, de  sus  tempera- 
mentos viciados,  de  sns 
manías,  de  su  os^is^ 
mo...  Aqui  tambiii  < 
rre  vigoroso,  fuerte, 
trazando  lineas  grue- 


sas que  ponen  como  de  relieve  las  figuras,  el 
lápiz  fidelísimo  á  la  realidad,  —  (la  realidad 
plena  de  la  vida  que  rie  á  veces  y  en  mucho 
flora  6  se  espuma  de  rabia,) — del  privilegiado 
novelista  de  Jack. 

Zola,  en  cuyas  obras  maravilla  ese  tono  enér- 
gico del  color,  esa  valentía  que  pone  en  las 
notas  oscuras,  en  las  sombras,  eu  las  manchas 


grandes,  lucientes,  deslumbradoras, — ^tanto  que 
á  veces  da  en  lo  alegórico  6  á  lo  menos  en  alge 
de  la  epopeya  6  en  los  cuadros  prototipicos, 
escapándosu  un  tanto  algo  de  las  figuras  docu- 
mentales,—tiene  también  y  muy  á  menudo  mati- 
ces delicados,  sones  dulcísimos,  casi  idilios  y 
hasta  carcajadas  francas,  alegres  y  con  más 
frecuencia  alegrías  melancólicas  bien  lejanas 
de  ese  pesimismo  que 
le  han  echado  encima 
como  característica  de 
sus  obras, — y  que  si  es 
algo  es  el  pesimismo 
del  predicador  que  pin- 
ta la  corrupción  no  ya 
del  vicio,  sino  de  la  ac- 
ción directa  é  indirec- 
ta de  mil  causas  socia- 
les que  tienen  en  mu- 
cho la  culpa,  incons- 
ciente ó  no  provenida 
á  lo  mejor,  de  muchas 
lacerías  humanas.  En 
Pot-Bouille,  una  de  las 
pinturas  más  descar- 
nadas de  Zola,  tanto 
que  hiela  con  su  frío 
del  mal,  hay  aquella 
María,  víctima  (que  no 
criminal)   del  género 


LA  ANUNCIACIÓN  ^Cuadro  de  Fra  FUippo  Lippi) 


LA  ANUNCIACIÓN  {.Umdiu  Uü  Culu  Cnvelii, 


LA   VlKGbN   ADORANDO  AL  NIÑO  JESÚS  (CUH.Iru  ilc  IVlIdJiíulo) 


de  vida  á  qne  la  han  mijetado  las  ridiculeces 
de  sas  padres  y  la  pobreza  de  carácter  de  su 
marido,  junto  á  la  eancación  torcida,  pésima, 
en  ctiya  atmósfera  ahogadora  fué  creciendo. 
Sólo  os  momento  levanta  el  novelista  el  velo 
que  cobre  la  desgracia  moral  de  aquella  mujer, 
mijeta  por  preoctipaciones  de  los  otros;  pero 
es  lo  bastante  para  ver  en  los  ojos  de  ella  la 
tristeza  de  la  pena  oculta,  de  los  recuerdos 
doloroaos  y  para  hacerla  nimpátira  á  los  nues- 
tros. Por  alli  se  descubre  también,  y  mejor 
!>:■  adivina,  un  hogar  que  vive  en  el  aislamien- 


U)  de  toda  aquella  miseria  hourqeoiHe,  con  la 
felicidad  de  la  vida  honrada.  Madamo  Cam- 
pardon  es  buena  á  su  modo,  y  su  pobreza  de 
espíritu  da  lástima;  no  sé  por  qué  me  recuerda 
el  chiquillo  de  una  novela  de  Dickens,  sofocado 
de  buena  voluntad  bajo  el  peso  continuo,  abru- 
mador del  muñeco  de  su  hermano,  autócrata  en 
pañales  de  aquella  existencia  esclava  pero  que 
sonríe  á  su  esclavitud.  ¿Y  Gervasia  en  la  pri- 
mera época  de  su  casamiento  con  Coupeau;  y  la 
pobre  niña  martirizada  por  el  abuelo  Bijard,  y 
la  madre  de  Camilo,  el  de  Teresa  Maquiti ,  y  otras 


más,  existencias  doloridas  (jue  gimen  bajo  el 
látigo  de  la  fuerza,  ó  francamente  alegres, 
trabajadoras,  bordeando  las  dificultades  de  la 
ludia  social  con  buen  ánimo  y  tiniieza  de 
alma? 

Ya  vendrá  k  historia  de  todu.s  ellas,  que  es 
la  mejor  defensa  de  Zola  y  el  mejor  reproche  á 
los  que  hacen  del  ilustre  novelista  un  anatómico 
rígido,  clínico  afanoso,  enamorado  de  lo  malo 
sólo  porque  es  malo,  y  amigo  antes  del  crimi- 
nal que  de  la  víctima.  No  son  fríos,  fatales  de- 
lincuentes '  todos  los  personajes  de  Zola;  antes 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


503 


son  desgraciados,  víctimas  de  la  herencia  física 
y  del  medio  social. 

Ahora  leed  á  Daudet.  Zola  es  hermoso,  cau- 
tiva al  artista,  al  verdadero  artista  robusto  de 
alma,  que  bebe  la  belleza  á  grandes  tragos; 
pero  deja  una  impresión  dolorosa,  algo  de 
amargor  en  los  labios  y  de  lágrimas  en  los  ojos 
á  la  vista  de  tantas  miserias  como  hay  en  los 
hombres;  bien  así  como  resulta  de  un  artículo 
estadístico  sobre  el  pauperismo,  ó  también  algo 
parecido  á  la  dejadez,  á  la  especie  de  desilusión 
y  cuando  menos  de  temor  prudente  que  queda 
en  el  ánimo  amigo  de  la  verdad,  luego  que  la 
lectura  de  la  Introducción  á  la  Sociología  de 
Spencer,  pongo  por  caso,  le  ha  mostrado  los 
mil  inconvenientes  con  que  tropezará  en  sus  es- 
peculaciones. Se  llega  á  dudar  del  remedio;  lo 
cual  no  es  malo,  porque  lleva  á  duplicar  las 
fuerzas  y  los  esfuerzos. 

Daudet  también,  sin  destrozar  la  realidad,  nos 
habla  de  lo  malo;  pero  menos  severo,  algo  más  in- 
dulgente con  la  sociedad  que  Zola,  y  en  todo  caso 
falto  de  la  idea  sistemática  que  guia  al  autor  de 
Nana  en  sus  novelas,  prodiga  más  los  cuadros  de 
luz,  las  notas  alegres,  sanamente  optimistas  que 
nos  reconcilian  con  la  vida.  «Daudet, — dice  Emi- 
lia Pai'do  Bazán, — consuela,  refresca  y  divierte 
«1  espíritu,  sin  echar  mano  de  embustes  y  patra- 
ñas como  los  idealistas,  con  solo  la  magia  de  su 
amorosa  condición  y  simpático  carácter...  Es  su 
talento  de  índole  femenina,  no  por  lo  endeble, 
sino  por  lo  gracioso  y  atractivo.» 

Y  por  eso,  sin  duda,  pinta  esas  figuras  de 
mujer,"  tan  adorables,  cuyo  recuerdo  vivo  no  os 
abandona  nunca,  desde  el  momento  en  que  tu- 
visteis la  feliz  idea  de  trabar  con  ellas  conoci- 
miento, amistad  firme,  duradera;  ó  enemiga 
franca,  \-iviente,  como  si  hubieseis  de  acusarlas 
mañana  mismo  ante  el  tribunal  de  las  justicias 
sociales. 

Eaiael  Altamira. 


EXPOSICIÓN  DE  BELLAS  ARTES 


CERTAMEN  TRIENAI MAYO,  1887 

V 

Es  la  acuarela  un  género  lleno  de  dificulta- 
des de  ejecución  y  cuyos  resultados  no  recom- 
pensan bastante  los  esfuerzos  que  cuestan  los 
muchos  obstáculos  que  ofrece  á  vencer.  Tiene, 
sin  embargo,  por  su  especial  índole  y  manera, 
aceptación  en  la  época  presente.  No  puede  des- 
arrollarse en  grandes  dimensiones  y  esto  facili- 
ta su  transporte  y  acomodo;  además  la  rapidez 
con  que  se  trabaja  hace  de  ella  un  género  de 
pintura  adecuado  á  los  gustos  del  siglo,  en  que 
la  vida  se  agita  vertiginosa,  y  en  que  la  varie- 
dad de  emociones  es  preferida  á  su  intensidad  y 
duración. 

Como  objetivo  artístico,  el  acuarelista  se  pro- 
pone imitar  el  efecto  de  los  vigorosos  toques 
del  óleo,  y  de  aquí,  que  los  enemigos  de  este 
género  de  pintura,  hayan  sostenido  varias  veces 
que  no  tiene  ra^ón  de  ser,  puesto  que  es  un  gé- 
nero que  como  aspiración  suprema  se  propone 
la  semejanza  con  otro. 

Verdad  es  que,  como  dice  Calonne,  en  esta 
pintur.a  «el  efecto  carece  de  energía  siempre; 
Ja  perspectiva  de  transparencia;  los  primeros 
términos  de  solidez  y  los  lejos  de  confusión, 
siendo  en  ella  casi  imposible  el  reflejo  del  sol, 
tan  apreciado  por  los  paisistas.»  Sin  embargo, 
por  verdad  que  haya  en  tales  apreciaciones, 
tampoco  se  ha  de  desconocer  que  la  acuarela  es 
un  género  útilísimo  en  casos  determinados, 
prestando  á  los  artistas  grandes  servicios  por 
sus  condiciones  de  rapidez  y  frescura  que  la 
hacen  preciosa  para  estudios  del  natural  y  para 
expresar  una  composición  y  apuntar  sobre  el 
papel  un  pensamiento  original  ó  una  impresión 
fugitiva 

Muchos  de  los  pintores  antiguos  han  emplea- 
do este  procedimiento  para  bosquejar  sus  com- 
posiciones;   pero   en   realidad   la   manera   que 


tenían  de  hacerlo  era  muy  diferente  de  la  de 
nuestros  artistas  del  día.  La  mayor  parte  de  las 
veces  no  se  valían  más  que  de  una  sola  tinta,  y 
cuando  aplicaban  todos  los  colores  no  lo  hacían 
con  fluidez  y  ligereza,  tomándoles  su  pasta  y 
produciendo  de  este  modo   un  trabajo  prolijo 


LA  NATIVIDAD   (.Cuadi o  de  Pic-ru  della  Fr..ut;i;sca) 


EL  MARTIRIO  DE  SAN   SEBASTIÁN 

(Cuadro  de  Antonio  Pollajuolo; 


muy  parecido  al  de  la  miniatura  sobre  marfil  ó 
al  de  la  iluminación  á  la  manera  do  los  pacien- 
tísimos  artistas  que  estofaban  las  letras  primo- 
rosas de  los  códices  de  la  Edad  media. 

El  primero  que  entre  nosotros  aprende  el 
procedimiento  originalísimo  de  este  género  es- 
pecial, característico  de  la  pintura  inglesa,  es 
Eortuny.  La  sociedad  que  se  fundó  en  Londres 


en  1804,  cou  el  título  de  Sociefy  of  painters  in 
water  coloursyqne  en  1823  construyó  la  galería 
Pall-Mall,  destinada  á  la  Exposición  de  acuare- 
las, llevó  bien  pronto  á  París  la  clave  del  mis- 
terioso procedimiento,  enseñada  por  el  inglés 
Bonnington  y  por  el  célebre  Gericault.  Si  no 
con  especialidad,  con  el  acierto 
de  su  genio,  cultivaron  por  en- 
tonces este  género  Paul  Delaro- 
che,  Delacroix,  Deveria,  Des- 
camps  y  Meissonier.  En  esta 
época  llegó  á  París  Fortuny, 
aprendió  lo  que  puede  llamarse 
mecánica  del  procedimiento, 
pero  no  siguió  otra  escuela  que 
la  de  su  poderosa  y  personalísi- 
ma   originalidad. 

Al  lado  de  Eortuny,  cuya  vi- 
da artística  y  también  cuyo  ge- 
nio le  colocan  algo  alejado  de 
España,  llevándole  no  pocas  ve- 
ces á  romper  con  las  gloriosas 
tradiciones  de  nuestra  manera 
nacional,  conservando  única- 
mente, como  con  acierto  apunta 
Teófilo  Gautier,  el  recuerdo  de 
la  picante  ligereza  de  Goya,  lle- 
na de  gracia  y  brillantez,  co- 
menzaron á  conquistar  reputa- 
ción entre  nosotros  como  acua- 
relistas Pérez  de  Castro  y  don 
Ricardo  Madrazo,  cundiendo 
así,  aunque  lentamente,  la  afi- 
ción á  un  género  que  como  opor- 
tunamente dice  el  señor  Tubino: 
«no  se  adapta  á  nuestro  carác- 
ter y  á  las  exigencias  de  nues- 
tro temperamento  y  de  nuestros 
gustos.» 

Ya  en  tiempos  muy  posterio- 
res, hacia  el  año  1874,  en  el 
estudio  del  señor  Díaz  Carreño 
comenzaron  á  reunirse  algunos 
jóvenes  pintores  deseosos  de 
practicar  la  acuarela,  y  allí  pue- 
de decirse  nacieron  los  funda- 
mentos de  la  Sociedad  de  acuare- 
listas que  ha  celebrado  exposi- 
ciones muy  brillantes,  á  las  que 
han  concurrido  con  notabilísi- 
mos trabajos:  Pradilla,  Plasen- 
cia,  Madrazo,  Pellicer,  Hispale- 
to,  Morera  y  otros  muchos. 

En  la  presente  Exposición, 
no  se  han  presentado  gran  nú- 
mero de  acuarelas,  pero  entre 
las  que  hay,  pueden  señalarse 
algunas  como  muy  excelentes. 

De  todas  ellas,  merecen  dis- 
tinción principalísima  las  pre- 
sentadas por  Fabrés.  Un  ladrón 
y  La  Calumniada,  son  dos  figu- 
ras dibujadas  muy  correctamen- 
te, llenas  de  verdad,  y  sobre  to- 
do, con  la  frescura  y  ligereza  de 
color  que  es  condició»  tan  esti- 
mable en  este  género.  Las  ropas 
están  apuntadas  con  gracia  y 
gusto  y  los  detalles  de  indumen- 
taria revelan  estudio  prolijo  y 
minucioso.  Los  paisajes  que  pre- 
senta este  artista  son  muy  infe- 
riores á  las   figuras;  con  todo 
Recuerdos  de  Llinás,  está  muy 
sentido  aunque  es  algo  desigual 
en  la  ejecución.  Lo  mejor  que 
tiene  es  el  cielo,  transparente  y 
lleno  de  luz;  la  tierra,  en  los  pri- 
meros términos  sobre  todo,  no 
está  tan  bien  interpretada. 
La  copia  que  de  un  fresco  de  la  Academia  de 
San  Lúeas  en  Roma,  de  Rafael  de  Urbino,  pre- 
senta Araujo,  ofrece   una   interpretación  muy 
exacta  y  feliz  del  original  del  gran  maestio  ita- 
liano. En  ella  se  conserva  su  estilo  y  genialidad, 
y  la  transparencia  del  color  muy  diluido  en  agua 
y  puesto  con  rapidez,  soltura  y  seguridad  ex- 
presa á  maravilla  la  ligereza,  tersura  y  brillan- 


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LUlSA  DE  LA  VALLIERE  EN  EL  CONVENTO  DI 


CARMELITAS  (Cuadro  del  profesor  Emmanuel  de  Bussche) 


506 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


tez  del  fiasco.  Es  una  acuarela  de  estudio  muy 
digna  de  examen  detenido  y  de  aplauso.  Cante 
tondo  es  una  figura  de  gitano  muy  característi- 
ca, pintada  con  gracia  y  soltura  y  en  la  que, 
aparte  de  Jos  méritos  como  acuarelista,  resaltan 
las  excelentes  condicione-s  de  pintor  de  costum- 
bres que  en  ocasiones  repetidas  tiene  revelado 
el  señor  Ai-aujo. 

VI 

Largamente  ha  debatido  la  critica  si  la  es- 
cultura, como  manifestaci<Sn  artística,  es  o  no 
adecuada  á  la  representación  de  la  vida  moder- 
na, estando  conformes  los  más  en  asentir  que 
por  su  carácter  idealista  no  puede  adaptarse 
bien  á  las  necesidades  y  gastos  de  nuestro 
tiempo. 

Alcanzó  la  estatuaria  su  florecimiento  mayor 


en  aquel  pueblo  que  más  alto  ideal  llegó  á  te- 
ner de  la  naturaleza  humana,  hasta  el  punto  de 
considerarla  confundida  con  la  divinidad,  de  la 
que  el  héroe  semidiós  era  un  reflejo.  Esto  ele- 
vadísimo  concepto  antropomórfico  imprimió  en 
la  escultura  helénica  un  sello  do  grandioso 
ideali.smo,  del  que  no  se  ha  podido  despojar  á 
través  de  los  siglos,  según  unos  por  lo  difícil 
que  son  de  romper  las  trabas  do  una  rutinaria 
tradición,  y  según  otros,  por  ul)soluta  imposilii- 
lidad  de  expi-esar  con  la  fría  palidez  del  már- 
mol otra  cosa  que  conceptos  generalizadores  y 
elevados  de  las  pasiones  y  movimientos  del 
espíritu. 

Contra  esta  última  opinión,  que  es  la  más  ge- 
neralizada, oponen  sus  contrarios  la  doctrina  de 
que  á  todas  las  artes  puede  y  debe  llevarse  el 
naturalismo  moderno,  y  en  nombre  de  él  comba- 


RETKATO  DE  VAN-DYCK,  POR  EL  MISMO 


ten  con  encarnizamiento  las  teorías  que  llaman 
académicas.  En  tanto,  los  impugnadores  del 
realismo  en  la  escultura,  dicen  que  por  loa  limi- 
tados medios  de  expresión  con  que  esta  cuenta, 
es  de  necesidad  que  se  atienda  á  algo  más  que 
á  reproducir  la  naturaleza  conservando  sus  pro- 
porciones fidelísimaraente;  y  este  algo  es  el 
concepto  idealista  que  desarrollaron  los  egip- 
cios, loe  griegos,  los  góticos  y  aun  los  mismos 
'  escoltores  del  Renacimiento,  según  las  creen- 
cias, supersticiones  ó  gustos  de  sus  épocas  res- 
pectivas. 

No  hemos  de  pretender  dilucidar  esta  cues- 
ón;  autoridad  y  espacio  nos  faltan  para  ello; 
'■ro  aunque  de  pasada,  apuntaremos  un  hecho 
ndiscutible  que  los  idealistas  invocan  á  favor 
'■<:  BUS  argumentos.  Las  más  felices  tentativas 
',".  los  artistas  por  libertar  á  este  arte  de  la  es- 
iJavitud  clásica  en  que  ha  vivido,  no  han  llegado 
á  reproducirla  naturaleza  en  sus  exactas  y  ver- 
daderas proporciones.   Las  estatuas  de  tamaño 
natural  que  han  salido  de  los  estudios  de  los 
escultores  modernos,  si  se  han  limitado  á  repro- 
ducir el  modelo,  no  han  excedido  en  mucho  á 
las  excelencias  del  vaciado.  En  cambio,  aquellas 
producciones  en  que  la  vida  moderna  palpita 


con  mayor  verdad,  todas  han  sido  ejecutadas  en 
tamaño  menor  que  el  natural. 

Tiempo  hace  que  estas  dos  corrientes  opues- 
tas comparten  la  inspiración  de  los  escultores 
en  todos  los  países,  y  nuestros  compatriotas 
que  no  han  permanecido  indiferentes  á  la  lucha, 
vienen  manifestando  en  sus  producciones  el  in- 
flujo de  las  dos  escuelas.  Y  bien  puede  decirse, 
que  lo  mismo  en  la  escultura  que  en  las  otras 
artes,  los  españoles  se  han  señalado  siempre 
por  su  predilección  por  la  verdad  vigorosamen- 
te expresada,  aun  en  aquellas  concepciones  que 
se  inspiraron  en  el  más  ideal  y  exagerado  mis- 
ticismo. Las  imágenes  (^ne  con  destino  al  culto 
tallaron  los  cinceles  de  Berruguete,  Gregorio 
Hernández,  Cano  y  Montañés,  ofrecen  detalles 
que  revelan  un  sentimiento  muy  vivo  y  profun- 
do del  natural  y  una  nobilísima  tendencia  á 
expresarlo  con  franca  sinceridad,  que  no  vacila 
ni  ante  el  temor  de  degenerar  en  la  vulgaridad 
6  la  crudeza. 

Lo  que  por  poderosa  intuición  presentían 
entonces  aquellos  grandes  maestros,  hoy  más 
razonadamente  procuran  gran  número  de  nues- 
tros escultores  contemporáneos.  Hace  bastantes 
años,  que  Novas  presentó  su  estatua  del  Torero 


moribundo,  anunciando  una  revolución  en  uu 
arte  que  hnbia  entre  nosotros  vivido  hasta  en- 
tonces encerrado  en  moldes  académicos,  siquie- 
ra fuesen   liábilmento  adaptados  por  el  cincel 
inimitable  en  gusto  y  corrección  de  Sabino  Me- 
dina.  Desde  entonces  la  juventud  sigriió  con 
entusiasmo  por  la  nueva  senda  y  en  esta  E.xpo- 
sición   de  1S87   son  mucha.s  las  obras  que  se 
inspiran  en  la  tendencia  naturalista  moderna. 
Querol,  joven  discípulo  déla  escuela  de  Bellas 
Artes  de  Barcelona  que  es  en  la  que  se  lian  for- 
mado la  mayoría  de  nuestros  escultores  más  no- 
tables, presenta  un  grupo  originalisimo  en  }'eso 
que  titula  La  Tradinón.  Una  aticiana  mujer  re- 
fiere á  dos  nietezuelos  historias  de  tiempos  an- 
tiguos. Sobre  su  hombro  un  cuervo  aposado  pa- 
rece dictar  á  su  oído  el  lúgubre  relato  de  la 
matanza  horrible  cuya  memoria  parece  invocar 
con  su  siniestro  aleteo.  El  sim- 
bolismo  que   representa   estq 
grupo  es  hermoso,  aunque  en 
realidad  un  pocQ  oscuramente 
expresado.  Quiere  el  escultor 
darnos  á  entender  que  la  abue- 
la refiere  á  los  niños  la  rota  de 
Carlomagno  en  su  retirada  de 
lioncesvalles,   y    la  imagina- 
ción tiene  que  hacer  un  peque- 
ño esfuerzo  para   sujetarse  á 
tal  convencionalismo,  porque 
lo  cierto  es  que  la  anciana  lo 
mismo  podía  contar  á  los  pe- 
queños  cuentos    maravillosos 
de  endriagos  y  encantamien- 
tos, duendes  y  aparecidos.  A 
parte  de  estsc vaguedad  de  ex- 
presión, defecto  general  de  to- 
do simbolismo,   la  producción 
artísticamente  considerada  es 
digna   del   mayor   elogio.   El 
grupo  está  bien  compuesto  y 
las  figuras  de  los  niños  tienen 
mucha  naturalidad  y  están  ad- 
mirablemente tratadas.  La  vie- 
ja ofrece  un  modelado  primo- 
roso destacando  en  feliz  con- 
traste sus  formas  angulosas  y 
desecadas  con  las  suaves  cur- 
vas de  los  niños  cuyas  carnes 
aparecen  flexibles,  jugosas  y 
frescas. 

El  vencido  de  hoy  y  vencedor 
de  mañana,  por  el  mismo  artis- 
ta, es  una  estatua  que  acusa 
estudio  anatómico  y  esmero  en 
la  interpretación  del  desnudo 
y  que  más  que  La  Tradición  se 
resiente  del  conceptismo  ideal 
(jue  pretende  expresar  y  que 
es  aquí  más  emblemático  y  os- 
curo. 

Benlliure  concurre  á  este 
certamen  con  una  magnífica  estatua  enyeso,  de 
Ribera,  el  gran  pintor  valenciano.  Es  una  obra 
llena  de  vigor,  de  inspiración  y  de  carácter.  La 
cabeza  del  fogoso  creador  de  tantas  imágenes 
de  santos  y  ascetas  llenos  de  vida,  de  realidad  y 
de  expresión,  revela  su  genio  enérgico  y  fecun- 
do. La  actitud  y  apostura  de  su  cuerpo  corres- 
ponde en  todo  al  ardor  que  alentaba  á  aquel 
grande  y  , privilegiado  espíritu.  No  se  puede 
imaginar  á  Ribera  de  otro  modo,  ni  so  lo  puede 
representar  mejor.  Los  que  dicen  que  su  figura 
tiene  algo  de  afectada  y  teatral  desconocen  las 
condiciones  de  su  carácter  y  su  personalidad 
tan  felizmente  interpretados  en  la   estatua 

¡Al  agua!  por  el  mismo,  es  un  precioso  grupo 
en  mármol  que  en  primores  de  ejecución  y  en 
detalles  concienzudos  tomados  del  natural,  es  de 
lo  más  exquisito  que  se  admira  en  la  Exposi- 
ción. Una  niña  pretende  arrojar  al  baño  á  su 
hermano  menor  que  se  resiste  con  rabia  cómica. 
Ambas  figuras  están  llenas  de  vida  y  movimien- 
to. La  niña  tiene  una  cara  dulce  é  inocente  y  en 
sus  labios  se  pliega  una  sonrisa  que  por  su  ros- 
tro infantil  se  exparce  como  adivinación  instin- 
tiva del  amor  maternal.  El  niño  expresa  coraje, 
y  su  crispatura  rígida  y  ner\riosa  aparece  pro- 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


507 


porcionada  al  esfuerzo  de  repulsión  que  repre- 
senta liacer  aquel  tierno  y  desnudo  cuerpeci- 
11o.  Pesa  de  veras  el  travieso  y  mal  humorado 
muchacho  y  se  adivina  que  la  niña  tiene  que 
contrarrestar  cor.  el  empleo  de  todas  sus  fuerzas 
aquella  tenaz  aversión.  Las  carnes  son  flexibles, 
tiernas  y  palpitantes  y  las  manos  sobre  todo, 
son  de  un  modelado  muy  fino. 

ynsillo  y  Ternández,  joven  escultor  sevilla- 
no, se  revela  en  esta  Exposición  como  un  artis- 
ta de  mucho  porvenir.  8u  «rupo,  en  yeso,  de 
grandes  proporciones.  La  primm-a  cviilieiidn,  es 
un  estudio  muy  aventajado  del  desnudo.  La  idea 
que  ha  inspirado  la  composición  es  bella  y  real 
al  mismo  tiempo.  Dos  tiernos  infantes  disputan 
en  el  seno  de  la  madre  cuál  de  ambos  se  ha  de 
apoderar  del  pecho. 

Gandarias  concurre  á  esta  Exposición  con 
muchas  obras,  estimables  todas,  pero  en  las  que, 
por  lo  general,  ha  presidido  más  que  el  deseo 
de  expresar  una  alta  inspiración  artística  el  de 
colocarse  al  nivel  de  los  gustos  vulgares  y  res- 
ponder á  las  exigencias  del  comercio.  El  amor 
y  el  interés,  estatua  en  mármol,  es  su  producción 
de  más  empeño;  y  aunque  la  idea  no  resulta 
muy  clara,  las  carnes  están  ejecutadas  con  un 
esmero  acaso  demasiado  prolijo.  Otro  tanto  pue- 
de decirse  del  busto  de  Japonesa,  tratado  por  el 
mismo  procedimiento  que  hace  más  fino  y  sim- 
pático que  grandioso.  En  el  grupo  de  León  y 
águila  hay  mayor  grandeza,  pero  el  asunto  no 
puede  ni  interesar  ni  conmover,  porque  en  es- 
cultura todo  lo  que  no  sea  la  reproducción  de  la 
figura  humana  no  resulta  dramático  jamás. 

Los  dos  Vallmitjana  concurren  á  la  actual  Ex- 
posición con  producciones  dignas  de  citarse. 
San  Juan  en  el  desierto,  por  don  Agapito,  revela 
inspiración  y  logra  felizmente  unir  á  la  majes- 
tad y  grandeza  del  asunto  religioso,  una  opor- 
tuna tendencia  naturalista  cuanto  á  la  ejecución 
así  en  el  conjunto  como  en  los  detalles.  El  León. 
en  yeso,  acusa  estudio  del  natural  y  no  poca 
maestría  en  la  ejecución  que  además  es  sobria  y 
severa. 

Don  Venancio  Vallmitjana,  padre  y  maestro 
del  anterior,  presenta  La  niña  en  la  silla,  de  ad- 
mirable naturalidad  y  ajustándose  á  interpretar 
fidelísimamente  la  gracia  infantil  y  movida  de 
un  modelo  muy  lindo  y  delicado.  La  belleza  do- 
minando la  fuerza,  el  bajo-relieve  de  Santa  Te- 
resa y  la  estatua  de  Cupido,  son  obras  que  reve- 
lan igualmente  á  un  habilísimo  y  experimentado 
maestro. 

La  mejor  elección,  estatua  en  barro  cocido,  por 
Broces;  tiene  mucha  originalidad  y  está  ejecu- 
tada con  ligereza  que  no  se  aparta  de  la  correc- 
ción. 

Las  hijas  del  Cid,  por  Díaz  Sánchez,  revelan 
mucho  estudio  del  natural.  Ambas  son  dos  her- 
mosas figuras  bien  razonadas,  pero  demasiado 
frías  de  expresión.  Acaso  á  lo  dramático  del 
asunto  hubiera  convenido  huir  de  ciertas  afec- 
taciones clásicas. 

Jesús  discutiendo  con  los  doctores,  por  Fol güe- 
ras Doiztua;  se  resiente  de  algo  de  amanera- 
miento en  la  actitud  del  divino  niño,  cuya 
figura  no  ofrece  la  sublime  tranquilidad  que  co- 
rre.sponde  á  su  naturaleza  superior. 

Ultima  cena  de  Jesús  con  los  apóstoles,  grupo 
tallado  en  madera,  por  San  Martín  de  la  Serna; 
no  carece  de  merecimiento  artístico,  pero  el  ta- 
maño en  que  se  ha  ejecutado  empequeñece  el 
asunto.  Hay,  además,  en  la  manera  de  estar  con- 
cebido, poca  espontaneidad,  no  ofreciendo  dife- 
rencias notables  con  los  mucho.s  maestros  que 
en  pintura  y  escultura  han  tratado  el  tema  has- 
ta la  saciedad. 

Leónidas  en  el  paso  de  las  Termopilas,  por 
Han  Martin  Aguiló,  es  un  estimable  modelado 
de  Academia,  pero  que  lo  mismo  puede  repie- 
seutar  al  indomable  espartano  que  á  otro  héroe 
cualquiera. 

El  vaso  decorado,  estilo  de  Renacimiento, 
por  Sánchez,  es  muy  elegante  y  rico  de  orna- 
mentación y  está  con  delicadeza  y  gusto  ejecu- 
tado. 

De  grabado  en  hueco  merecen  mención  muy 
especial  el  Retrato  de  S.  M.  la  Reina,  por  Maura, 


preciso  en  el  dibujo,  de  claro  oscuro  muy  suave; 
y  la  Flor  valenciana,  por  Ponce. 

VII 

Mas  por  completar  estos  apuntes,  reducidos  á 
escasas  dimensiones  porque  sólo  en  el  espacio 
de  voluminoso  libro  hubiésemos  logrado  com- 
pleto desarrollo,  hemos  de  enumerar,  finalmen- 
te, algunos  de  los  proyectos  de  arquitectura  más 
notables  que  se  han  presentado  en  esta  Expo- 
sición. 

Ofrece  esta  clase  de  trabajos  dos  aspectos  di- 
ferentes bajo  los  que  pueden  examinarse.  Uno 
técnico  relacionado  con  los  conocimientos  espe- 


LA  MARQUESA  BALBi  DE  GENOVA  (.Retrato  por  Vui-Dyck) 


cialísimos  que  requiere  arte  que  precisa  á  más 
de  la  ardiente  inspiración  genial  el  auxilio  me- 
ditado y  frío  de  la  ciencia;  otro  plástico  referen- 
te á  los  procedimientos  de  la  ejecución  que  han 
sido  empleados  para  trasladar  al  bastidor  de  pa- 
pel la  expresión  gráfica  y  detallada  de  la  inven- 
ción arquitectónica.  Una  crítica  elevada  no 
puede  seguramente  prescindir  de  estos  dos  ele- 
mentos que  de  tal  manera  se  completan  y  con- 
funden en  este  arte,  que  bien  puede  decirse,  casi 
constituyen  uno  solo. 

Esta  consideración  nos  impide  descender  á  un 
examen  prolijo  circunstanciado  y  doctrinal  de 
obras  que  no  estaraos  autorizados  á  criticar  por 
carecer  de  conocimientos  especiales  suficientes. 
A  lo  más  podríamos,  en  aquella  parte  artística 
que  se  refiere  al  concepto  estético,  emitir  nues- 
tra opinión;  pero  tal  juicio  no  alcanzaría  otro 
valor  que  el  de  una  impresión  personal  acerca 
del  gusto  revelado  por  el  proyectista  ó  sobre  su 
mayor  ó  menor  acierto  en  el  dibujo,  el  lavado  á 
la  tinta  de  China  ó  la  acuarela. 

Por  las  razones  expuestas  no  hemos  de  hacer 
otra  cosa  al  ocuparnos  de  esta  sección,  que  citar 


de  pasada  los  principales  estudios  presentados 
en  esta  Exposición,  pero  sin  descender  á  discu- 
tir sus  cualidades. 

Del  malogrado  arquitecto,  D.  Manuel  Antonio 
Capo,  se  contemplan  siete  bastidores  del  Pro- 
yecto de  restaurarión  del  casón  del  Retiro,  todos 
notables  por  su  dibujo.  En  las  fachadas  predo- 
mina el  estilo  dórico  y  las  hace  severas  y  senci- 
llas al  prestarlas  su  sobria  y  elegante  correc- 
ción. 

El  proye  lo  de  un  mohumeiitu  á  los  Iliyes  Ca- 
tólicos, por  D.  Luís  María  Cabello  y  Lapiedra, 
ofrece  un  suntuoso  conjunto  formado  por  cuati-o 
escalinatas  de  acceso  con  estatuas,  un  basamen- 
to con  otras  estatuas 
ecuestres  y  una  co- 
lumna adornada  aca- 
so con  demasiada 
profusión,  que  ter- 
mina en  un  capitel 
corintio.  El  águila 
coronada  que  usaron 
como  timbre  heráldi- 
co los  Reyes  Católi- 
cos, aparece  sobre  el 
abaco. 

Don  Juan  Bautis- 
ta Cámara  y  Cámara, 
ofrece  un  curioso 
Proyecto  de  monumen- 
to para  el  centro  de  la 
Puerta  dtl  Si,l.  Pare- 
ce que  ajustándose 
al  precepto  de  Hora- 
cio ha  querido  unir  á 
lo  útil  lo  bello,  en  los 
dos  cuerpos  que  for- 
man el  trazado.  El 
primero  se  destina 
á  sala  de  espera 
de  tranvías,  despa- 
cho de  billetes  de  es- 
pectáculos, etc.  El  se- 
gundo es  una  torre 
con  reloj  de  cuatro 
esferas,  barómetro, 
termómetro,  señal  de 
hora  meridiana  y 
grandes  medallones 
con  bustos  de  los  pre- 
claros hijos  de  la  vi- 
lla y  de  los  monarcas 
que  más  la  engran- 
decieron. El  estilo  á 
que  pertenece  este 
proyecto  es  del  Re- 
nacimiento conserva- 
do con  mayor  pureza 
y  gusto  en  la  parte 
baja  que  en  la  torre 
que  resulta  pesada. 

Don  Antonio  Ar- 
ráez  y   Floyo,    pre- 
senta dos  acuarelas 
que  constituyen  un  esmerado  estudio  de  Inte- 
rior de  un  salón  árabe.  Mereciendo  también  ser 
citados: 

Don  José  Esteve  y  López,  por  su  proyecto  de 
baldaquino  para  la  iglesia  de  San  Miguel  de  Je- 
rez; D.  Adolfo  García  Cabezas,  por  el  Monumen- 
to á  la  memoria  del  Excmo.  Señor  Marqués  de 
Comillas;  D.  José  Grasses  y  Riera,  por  sus  pro- 
yectos de  Monumento  á  Colón,  Manicomio-modelo, 
Imprenta  Nacional  y  Casa  para  la  sociedad  La 
Equitativa;  el  Cuadro  de  mosaico,  por  D.  José 
Huertas  y  Domínguez  y  el  modelo  en  madera 
del  Puente  del  Rey  en  Madrid,  por  D.  Antolín 
Ramón  Alonso. 

R.  Blanco  Asenjo. 

* 


LUISA  DE  LA  VALLIERE 


Sabida  es  la  contestación  de  aquel  estudian- 
te,— más  asiduo  lector  sin  duda  de  las  novelas 
de  Alejandro  Dumas  que  no  de  los  Elementos 


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510 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


de  Historia  UniversaJ,  ad  usttm  de  los  mucha- 
chos de  segunda  ensefianía, — quien,  preguntedo 
por  BU  catedr&tioo  sobre  cual  había  sido  la  me- 
jor conquista  de  Luis  XIV  respondió  con  el 
aplomo  que  presta  una  arraigada  convicción: — 
Mademoiselle  de  La  YalUere. 

No  porque  la  tal  mademoiselle  valga  gran 
cosa,  á  nuestro  modo  de  ver,  sino  por  la  curio- 
sidad que  despierta  su  nombre,  nos  creemos  en 
el  caso  de  tener  que  dar  algunos  breves  apun- 
tes sobre  su  vida  y  milagros. 

Nació  Tjouise  de  la  BaumeLt  Blanc  La  Valiie- 
te  en  aquella  reijion  di  Turena,  de  que  se  hace 
lenguas  en  los  Hugonotes  la  reina  Margarita  y 
donde,  como  dice  Brunétiére,  ~se  reflejan  á  lo 
largo  del  rio  ^el  Loira\  en  un  agua  límpida  y 
perezosa  los  palacios  de  los  favoritos  y  las  fa- 
voritas de  nuestros  reyes,»  es  decir,  de  los 
suyos. 

Era  muy  niña  todavía  Luisita  cuando  leyó 
en  la  comisa  de  la  chimenea  de  la  quinta  donde 
vivía  un  letrero  con  esta  inscripción:  nAd  prin- 
cipem,  ut  ad  ignem,  amor  indissolutus,*  que  en 
cristiano,  según  le  explicarían  á  ella,  si  es  que 
no  se  lo  hizo  explicar,  significa^  <A1  principe, 
como  al  fuego  del  altar,  amor  indisoluble.»  No 
cayó,  por  lo  visto,  en  saco  roto  el  latinajo. 

Apenas  había  abandonado  la  La  Valliei-e  sus 
muñecas,  cuando  su  madre  la  metió  á  palaciega, 
figurando  en  la  cortecilla,  bastante  cursi,  de  las 
princesitas  de  segundo  ó  tercer  orden  alojadas 
en  el  castillo  de  Blois,  desde  donde  ascendió  á 
camarista  6  camarera,- —  no  recordamos  bien 
como  debe  decirse,- — de  madama  Enriqueta, 
hija  de  Carlos  I  de  Inglaterra,  calabaceada  por 
Luis  XIV  en  sus  pretensiones  de  compartir  el 
regio  tálamo  nupcial  y  casada  ahora  con  Mon- 
sieur.  hermano  del  monarca.  No  tuvieron  incon- 
veniente, sin  embargo,  el  rey  3'  su  cuñada,  en 
pegársela  á  dicho  Monsieur,  con  gravísimo  es- 
cándalo de  la  corte,  decidiéndose  para  cubrir  el 
expediente  que  Luis  XIV  aparentaría  hacer  la 
corte  á  alguna  dama  de  su  hermana  política,  la 
cual  dama  serviría  así  de  ch'indellier  (b  Poñuelo 
hlauro),  desempeñando  sucesivamente  tan  hon- 
roso cargo  las  señoritas  de  Pons  y  de  Cheme- 
rault  y  finalmente  la  de  La  Valliere  (1661), 
sin  que  al  parecer  se  la  importara  á  ninguna 
de  ellas  un  comino  que  su  cortejo  tuviese  una 
honrada  y  amantisima  esposa  que  se  llamaba 
María  Teresa  de  Austria,  hermana  del  rey  de 
España. 

El  rey  estableció  á  la  La  Valliere  en  un  pabe- 
Uoncito  del  jardín  del  Palais-Royal,  donde  na- 
ció un  niño  (l(í63)  que  fué  inscrito  con  el  nom- 
bre de  Carlos,  hijo  de  M.  de  Lincourt  y  de  ma- 
demoiselle Elisabeth  de  Beux.  (Jomo  se  ve  «las 
rosas  pasaron  tan  correctamente  como  es  posi- 
ble en  la  irregularidad,»  dice  Brunétiére.  Este 
niño  murió  al  poco  tiempo. 

En  16ti4  el  rey,  sin  respeto  á  su  madre  ni  á 
su  mujer  1  ¡pobres  reinas  españolas!)  se  permi- 
tió presentarle  á  Ana  de  Austria  (la  reina  ma- 
dre) á  la  I.^  Valliere,  desvergüenza  que  afectó 
tanto  á  María  Teresa  que  por  causa  de  ello 
"cayó  peligrosamente  enferma  de  indignación  y 
de  <^lo8.> 

Nuevo  alumbramiento  en  1065,  en  el  Hotel 
Bríon.  A  este  recién  nacido  le  pusieron  Felipe 
y  declararon  ser  hijo  de  un  Francisco  Ders.sy  y 
una  Margarita  Bernard. 

La  favorita,  sin  embargo,  tenía  muchos  ene- 
migos pí)rqne  en  honor  á  la  verdad  no  explota- 
ba al  rey  ni  para  sí  ni  para  los  demás.  Indeira. 
Todos  los  cortesanos  estaban  contestes  en  afir- 
mar que  aquella  odalisca  tgá'ait  le  métier.n  sin 
contar  qne  no  ¡«ocas  palaciegas  se  daban  literal- 
mente á  todos  los  diablos  por  no  poder  suplan- 
tar á  la  novelera  combleza  que  se  contentaba 
con  amar  á  palo  seco.  E^to  no  impidió,  sin  em- 
bargo, que  en  166(5  tuviese  que  recurrirse  á  las 
luces  de  la  ciencia  obstétrica  con  ocasión  de 
otro  fausto  acontecimiento,  esto  es,  la  venida  al 
mando  de  la  futura  princesa  de  Conti,  legitima- 
da al  año  siguiente,  al  paso  que  la  madre  reci- 
bía el  título  de  duquesa  de  Vaujours.  Hubo 
quien  se  escandalizó  de  semejante  legitimación, 
pero  á  la  verdad,  los  precedentes  le  autorizaban 


á  hacerlo  á  Luis  XTV.  ¿Acaso  Enrique  IV  no 
había  hecho  una  porción  de  veces  lo  mismo? 

Llegó  1667  }'  el  rey  dejó  plantificada  á  la  La 
Valliere  para  enamoi-arse  de  la  Montéspan,  á 
pesar  de  estar  pró.xinia  la  pobre  mademoiselle 
á  darle  un  nuevo  y  cuarto  hijo.  Pero  lo  terrible 
del  caso  es  que  Luís  XIV  se  permitió  dudar 
por  mucho  tiempo  sobre  si  el  futuro  conde  de 
Vennandois  etait  de  lui.  La  infoliz  Luisa  no 
pudo  resistir  aquel  abandono  y  ¿resolvió  meter- 
se monja?  no,  señor;  resolvió  servir  de  tapadera 
á  los  amores  del  rey  y  de  la  Montespan,  avi- 
niéndose á  desempeñar  tan  insigne  cargo  du- 
rante la  friolera  de  seis  años  y  apadrinando  á 
varios  bastardos  de  su  antiguo  amante  y  la  nue- 
va favorita. 

Y  no  se  crea  que  la  apeada  concubina  se  es- 
tuviese lloriqueando  y  dirigiese  versos  á  la  Luna 
explicándole  sus  cuitas,  sino  que  era  uno  de  los 
más  esplendorosos  astros  de  Versalles  y  gasta- 
ba y  triunfaba  y  seguía  las  diversiones  y  se 
daba  todo  el  tono  de  una  duquesa,  como  era, 
importándosele  un  ardite  que  algún  precursor  de 
Echegaray  pudiese  bautizarla  con  el  título,  en 
femenino,  de  uno  desús  más  aplaudidos  dramas. 

M.  Brunétiére  no  puede  menos  de  reconocer 
que  en  todo  esto  que  el  rey  parece  avoir  manqué 
cruellement  de  delicatesse;  lui  rappelaü  trop  dure- 
mettt  ce  qn'  elle  avait  etéjadis;  efectivamente,  era 
muy  poca  delicadeza  decirle  á  la  pobre  duquesa 
que  no  era  más  que  la  femme  de  chambre  de  la 
Montespan. 

Desdenes,  humillaciones  y  burlas  no  impe- 
dían sin  embargo  que  la  ex-favorita  fuese  muy 
á  gusto  en  el  machito  y  así  hubiera  llegado  á 
vieja  á  no  haber  tenido  la  suerte  de  que  un  ma- 
riscal de  Francia,  amigo  suyo,  le  aconsejara  que 
se  metiera  monja,  haciendo  que  se  entregara  en 
manos  del  P.  César,  del  Carmen  Descalzo,  va- 
rón ejemplar  y  celebrado  director  espiritual.  El 
mariscal,  impertérrito  en  su  piadosa  tarea,  hizo 
que  su  amiga  fuese  también  á  visitar  á  las  Car- 
melitas Mayores  (lea  Grandes  C(irmelite'<),  y 
finalmente  la  catequizó  para  que  fuese  á  confe- 
renciar con  el  Águila  de  Meaux. 

La  Montespan  puso  el  grito  en  el  cielo  al  sa- 
ber que  su  antecesora  quería  entrar  en  un  con- 
vento. Esto  era  como  señalarle  el  camino  cuando 
el  rey  la  despidiera  como  había  hecho  con  ella, 
pero  por  fin,  prevaleció  la  determinación  de  la 
La  Valliere,  la  cual  el  20  de  Abril  de  1674  fué 
á  hacer  la  visita  de  despedida  al  Maitre,  como 
le  llamaba  aún. 

Dos  meses  después  tomaba  el  hábito,  corrien- 
do el  sermón  á  cargo  del  obispo  de  Aix,  y  al 
año  siguiente  hacía  profesión  con  el  nombre  de 
Sor  Luisa  de  la  Misericordia,  siendo  el  predica- 
dor Bossuet,  que  según  raadame  de  Sevigné  no 
estuvo  tan  divino  como  la  gente  se  había  figu- 
rado. A  pesar  de  las  maceraciones  á  que  dicen 
se  entregaba,  no  puede  (asegurarse  que  le  pro- 
bara mal  á  Sor  Luisa  la  vida  monástica,  pues 
vivió  todavía  treinta  y  seis  años. 

Como  se  ve,  no  hay  para  qué  hacer  de  la  La 
Valliere  una  heroína  de  novela;  si  es  verdad  que 
quiso  sincera  y  desinteresadamente  á  Luís  XIV 
todo  el  mérito  que  esto  puede  tener  queda  oscu- 
recido por  su  vergonzoso  papel  entre  la  Montes- 
pan  y  el  monarca.  Más  que  cualquiera  de  esas 
favoritas  valia  la  española  María  Teresa,  espo- 
sa que  Luis  XIV  no  se  merecía. 

Pocas  veces,  ni  en  Francia  ni  en  parte  algu- 
na, veremos  un  bardaje  á  quien  deba  agrade- 
cerse ningún  bien;  piedra  de  escándalo  para  los 
ciudadanos,  solo  acarrean  de.sgracias  y  suscitan 
vergonzosas  emulaciones;  pocas  pueden  conser- 
var su  dignidad,  si  nunca  la  tuvieron,  y  una 
vez  arrojadas  del  pedestal  de  su  ignominioso 
encumbramiento,  no  vacilan  á  guisa  de  la  La 
Valliere  en  figurar  como  criadas  de  sus  suceso- 
ras  ó  en  convertirse  como  la  Pompadour  en 
proxenetas  reales.  Mucho  daño  han  acarreado 
los  novelistas  sin  ciencia  ni  escrúpulos  que  han 
presentado  con  simpáticos  colores  el  papel  de 
esas  mujeres.  Siempre  las  Blancas  de  Borbón 
valdrán  mil  veces  más  que  las  Marías  de  Pa- 
dilla. 

Carlos  Mendoza. 


NUESTROS  GRABADOS 


PALIBIU8  DE    JlllOB.— EN    EL  OOBO.— TELiMOO   ÁL  KlSO 

Tres  dibujos  lauy  simpáticos,  finameute  grahadus.  Mode- 
lo de  belleza  escoltural  la  joven  qne  cree  escuchar  palabras 
(le  amor  y  no  es  que  lo  crea  sino  que  realmente  algo,  simbo- 
Uzado  audazmente  por  el  autor  en  un  angelito,  le  esta  ha- 
blando al  oído;  piadosa  escena  la  de  esas  jóvenes  cantando 
á  coro  y  en  el  coro  las  nlabanzns  del  Señor  y  delicadísima 
creación  la  de  esa  joven  madre  que,  atenta  á  su  trabajo,  no 
se  separa,  sin  embargo,  del  lado  del  eufermlto,  presta  á  pro- 
digarle sus  cuidados . 

Dados  tres  asuntos  como  esos  y  desempeñados  con  el  sen- 
timiento y  habilidad  con  que  aparecen,  no  hay  más  que  decir 
sino  que  tout  eat  pour  le  mieux. 

mOLlTEBRl:  ELGASTILLODE   HATFIELD  TISTO   DESDI 
EL  PABQUa 

Este  edificio,  como  tantísimos  otros,  data  del  reinado  isn- 
bellno,  en  cuya  époc'i,  pintorescamente  hab'audo,  alcanzó  el 
colmo  de  la  perfección  la  arquitectura  doméstica  inglesa, 
uniendo  á  la  solidez  del  ojival,  modificado  por  la  elegancia 
italiana,  cierto  sello  comjortable  propio  del  país.  Puede  de- 
cirse que  de  entonces  data  la  Idea  del  home  li/e  ó  vida  casera, 
tan  característica  del  sajón.  Todas  aquellas  construcciones 
están  dispuestas  de  modo  que  son  muy  abrigadas  en  invierno 
y  ft-escas  en  verano.  Además  de  esto,  hay  espacio  para  que  se 
den  libre  carrera  las  artes  decorativas,  gracias  al  mobiliario, 
á  las  chimeneas  monumentales,  á  las  grandes  escaleras,  á  los 
parques,  etc. 

Este  castillo  situado  en  el  Hertfordshlre  es  propiedad  ac- 
tualmente del  marqués  de  Salisbury. 

HADBID:  EXPOSICIÓN   GENERAL  DI   FILIPINAS 

La  ranchería  formada  en  la  Exposición  del  Retiro  para 
ofrecer  una  idea  de  lo  que  es  un  poblado  de  Igorrotes  está 
detrás  del  Pabellón  real,  en  la  parte  baja  del  Parque,  rodea- 
da por  la  ria  y  cercada  por  una  valla  de  cañizos. 

Llama  la  atención  desde  luego  la  casa  construida  sobre  el 
tronco  y  en  el  arranque  del  ramaje  de  un  pino,  lonstrui- 
clones  muy  usuales  entre  los  naturales  de  las  montañas  de 
Luzón  y  á  la«  que  se  sube,  no  por  una  escalera  de  mano, 
como  la  colocada  en  la  que  hay  en  la  Exposición,  sino  sim- 
plemente por  un  tronco  de  árbol  con  hendiduras,  en  Ids  que 
se  apoyan  los  habitantes  del  casi  aéreo  edificio. 

Otra  de  las  construcciones  viene  á  ser  un  chozo  circular 
destinado  á  necrópolis;  es  dtcir,  á  lugar  destinado  á  la  con- 
servación de  los  cráneos  de  los  fallecidos,  pues  los  igorrotes 
decapitan  á  sus  muertos,  queman  el  cuerpo  y  maceran  las 
cabezas,  que  se  depositan  cu  esta  forma  en  la  especie  de  pan- 
teón general  que  reseñamos. 

El  edificio  más  importante  es  el  que  flirura  la  casa  Ayun- 
tamiento ó  tiibunal,  sin  que  por  ello  se  dlfereucie  notable 
mente  de  los  demás. 

Como  todas  estas  casas  están  montadas  sobre  puntales  que 
separan  su  piso  inferior  un  metro,  por  lo  menos  del  suelo,  la 
del  tribunal  tiene  destinado  aquel  espacio  á  cárcel,  con  la 
particularidad  de  que  sus  paredes  son  de  ligeras  cañas.  Claro 
es  que  los  criminales  encerrados  en  aquel  recinto  se  evadi- 
rían sin  la  menor  dificultad,  sino  se  les  sometiera  á  precau- 
ciones más  cuidadosas,  consistiendo  la  principal  en  sujetar- 
los á  uu  largo  cepo  que  Imposibilita  casi  por  completo  todo 
movimiento  del  detenido. 

Un  detalle  curioso.  Conservan  adosado  al  tronco  de  uu 
árbol,  el  cráneo  del  cerdo  que  sacrificaron  y  se  comieron 
cuando  la  fiesta  de  que  tanto  hablaron  los  periódicos,  ha- 
biéndole colocado,  pendiente  de  las  mandíbulas,  dos  trozos 
de  madera  recortada  en  extrañas  curvas  que  afectan  signos 
masónicos. 

En  una  cerca  inmediata  á  la  ranchería  hay  varias  espe 
cies  de  los  animales  domésticos  generalmente  utilizados  por 
los  Igorrotes. 

En  el  otro  grabado  figuran  los  tipos  diversos  que  habitan 
en  la  ranchería;  nada  más  oportuno  ciertamente  cuando  tan- 
tos de  ellos  van  desfilando  haci-i  la  Eternidad. 

JOTAS    DEL    ARTE    ITULIiNO    ANTIODO 

Fra  Lippo  Ltppi.—Piero  della  Franeesca.  —  PuUajuolo 
Cario  Ctiveltí 

Figurau  todos  esos  tesoros  en  la  Galería  Nacional  de  Lon- 
dres y  son  otras  tantas  páginas  de  subidísimo  valor  en  la  his- 
toria del  arte. 

Píero  della  Francefica  es  uno  de  aiuellos  artistas  deío  pia- 
dosa Umbría  que  no  abandonaron  su  carácter  de  talos  para 
hacerse  fiorentlnos,  es  decir,  paganos.  Sus  obras  respirdii  la 
más  Ingenua  religiosidad  y  resplandecen  por  sus  peregrinas 
cualidades  técnicas.  Fué  Piero  uno  de  los  primeros  italianos 
que  hicieron  uso  de  la  pintura  al  óleo  y  con  ello  gran  cono- 
cedor de  la  anatomía ,  de  la  perspectiva,  -  cuya  ciencia  mejoró 
con  la  aplicación  de  la  geometría,— y  del  clsro-oscuro,  tan- 
to que  se  adelantó  á  su  tiempo.  No  brillaba  menos  en  la  in 
vención  que  en  el  color,  armonioso,  finísimo.  Es  muy  esti- 
mado este  autor  como  pintor  concienzudo;  M.  Paul  Mantz  ha 
dicho  de  él  que  se  habla  creado  mn  paraíso  umbrío.  • 

La  obra  cuya  reproducción  puede  verse  en  estas j>áglnBs, 
da  Idea  del   profundo  conocimiento  dd  insigne  artista  en 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


511 


el  modelado,  en  la  disposición  de  los  paños  y  en  la  variedad 
de  las  expresiones.  Ofrece  mucbo  Interés  también  esta  Nati- 
vidad por  damos  en  ella  el  pintor  el  fiel  trasunto  de  las  gen- 
tes de  su  época,  como  estudio  heclio  del  natural,  siendo  las 
figuras  otros  tantos  retratos.  Además  de  esto,  no  caben  sino 
elogios  por  la  belleza  del  paisaje,  verdadero  alarde  de  pers- 
pectiva, y  por  la  delicada  manera  con  que  están  representa- 
dos el  buey  y  el  asno  del  establo  y  las  avecillas  que  pian  en 
torno  del  divino  infante. 

Esa  escuela  umbría,  tan  enamorada  de  la  Idea,  tan  since- 
ramente religiosa  y  á  la  cual  debió  Rafael  el  encanto  de  su 
dulce  manera  de  sentir  las  Madonas,  goza  hoy  de  gran  predi- 
camento, bastando  decir  que  el  cuadro  de  que  hablamos  fué 
comprado  por  los  ingleses  el  año  1874  en  2.415  libras  ester- 
linas. 

PoUajuoki  del  siglo  xv,  como  el  anterior,  era  florentino; 
grande  innovador,  maestro  en  muchas  artes,  inventor,  apa- 
sionado por  la  anatomía  y  la  perspectiva.  Como  otros  muchos 
excelentes  escultores  y  pintores,  habla  comenzado  por  ser 
platero.  Pintó  muy  bien  al  óleo,  cuyo  secreto  traído  á  Italia 
por  Antonello  da  Messina,  fué  uno  de  los  primeros  en  cono- 
cer. Su  color  es  poco  brillante,  pero  exacto;  en  cambio  en  el 
claro-oscuro  es  admirable.  Tampoco  sobresale  en  la  compo- 
sición, por  resultar  apiñadas  las  figuras,  si  bien  cada  una  de 
ellas  está  en  su  sitio,  presentando  todas  las  más  variadas  ac- 
titudes y  brillando  por  su  acertada  expresión. 

Cario  Crivelli,  contemporáneo  de  los  dos  anteriores,  ocupó 
un  lugar  dlstluguldlslmo  en  aquella  admirable  generación 
que  floreció  después  que  el  Giotto  hubo  regenerado  el  arte. 
Nació  en  Veuecia  á  principios  del  siglo  xv  y  se  formó  en  la 
esencia  del  Squarcione,  de  Padua.  Su  Ántmciaeión,  aparte  de 
en  mérito  artístico,  es  obra  curiosísima  por  la  aoundanda  de 
detalles  referentes  á  los  trajes,  muebles  y  arquitectura  de  la 
época. 

¿Quién  no  conoce  las  extraordinarias  aventuras  del  car- 
melitano frá  Filippino  Lippi,  asimismo  del  siglo  xv?  Puesto 
por  «US  padres  en  nn  convento  cuando  solamente  contaba 
ocho  años  escapóse  de  allí  al  poco  tiempo  y  fué  hecho  escla- 
vo por  los  berberiscos;  empero,  habiendo  pintado  el  retrato 
del  corsario  que  le  apresara,  dióle  estela  libertad.  De  regreso 
a  Florencia,  su  patria,  fuese  á  pintar  al  monaíterio  de  reli- 
giosas de  Sauta  Margarita  y  robó  á  una  de  ellas,  de  la  cual 
tuvo  un  hijo,  al  cual  trasmitió  su  nombre  y  su  arte.  Como 
pintor  brilla  por  la  magnificencia  de  sus  composiciones,  por 
su  color  Jugosísimo  y  por  la  vida,  alegría  y  vigor  de  sus  figu- 
ras, rompiendo  asi  con  las  tradiciones  divinamente  idealis- 
tas del  Beato  Angélico.  Con  todo,  en  sus  últimos  tiempos 
mostróse  impregnado  del  más  sincero  fervor  religioso,  per- 
teneciendo á  esta  época  la  Anunciación,  tan  sentida'  como 
bella  de  color  y  ricamente  ornamentada.  Es  obra  al  temple. 

LDfSA    DK    Lí   VALLIIEE    EN    (L  CONVINTO  DK  LiS  GAtUELITAS 

Cuadro  del  profesor  Einmanuel  de  Bussche 


^Véase  el  articnlo). 


VAK-DYCK 


Sir  Anlony  VanDyck,  como  llaman  los  Ingleses  al  que 
los  italianos  conocen  con  el  nombre  de  il  piUore  cavalieresco, 
es  indudablemente  uno  de  los  artistas  más  simpáticos,  á  la 
manera  de  Rafael  ó  de  Mozart,  con  quienes  tiene  más  de  un 
punto  de  contacto.  Comenzaremos  á  dar  cuenta  de  lasobras 
que  reproducimos  hoy  en  estas  páginas,  por  su  Retraía;  hé 
aqui  algunos  de  sus  principales  rasgos  biográficos: 

Nació  en  Amberes  en  1559  y  fué  discípulo  y  émulo  de  Ru- 
bens;  aventajó  á  éste  como  retratista,  y  mostróse  inferior  á 
él  en  el  arte  de  componer  un  cuadro  y  en  el  vigor  de  la  eje- 
cución; con  todo,  como  vivió  poco,  no  es  posible  decir  hasta 
dónde  hubiera  llegado.  Decir  de  VanDyck  que  era  un  mo- 
delo de  distinción,  es  repetir  lo  que  todos  saben;  fué  además 
de  seductora  presencia,  muy  amable,  galanteador  y  afortu- 
nado. Por  eso  murió  á  los  42  años,  habiendo  alcanzado  el 
honor,  él,  hijo  de  un  pobre  mercader  de  paños,  de  casarse  con 
la  sobrina  de  la  duquesa  de  Montrose,  perteneciente  á  la  más 
encopetada  aristocracia  de  Inglaterra. 

Sus  amorosas  aventuras  no  impidieron,  sin  embargo,  que 
fuese  un  trabajador  incansable;  en  esta  parte  compite  con 
Rubens,  pues  si  no  ha  dejado  tantos  cuadros  como  éste,  hay 
que  tener  en  cuenta  que  vivió  veintiún  años  menos.  Madrid, 
Londres,  Amberes,  Gante,  Malinas,  Courtray,  San  Peters- 
burgo,  Viena,  Paris,  Dresde,  Munich  y  otras  Chpitales  poseen 
ya  en  sus  museos  públicos,  ya  en  sus  iglesias,  gran  número 
de  lienzos  de  Van-Dyck,  además  de  no  pocos  que  figuran  en 
las  galerías  particulares. 

No  satisfecho  todavía  con  la  enseñanza  adquirida  en  el 
taller  del  gran  Pedro  Pablo,  hizo  un  viaje  á  Italia  donde  du- 
rante cinco  años  estudió  con  entusiasmo  las  obras  maestras 
de  los  venecianos  y  pintó  algunos  de  sus  más  famosos  re- 
tratos. 

Volvió  á  Inglaterra  en  1032  y  llegó  á  su  apogeo  como  pin- 
tor sin  rival  en  gracia,  hechizo  y  refinada  distinción,  tratán- 
dose del  género  que  hemos  dicho,  al  parque  brillaba  como 
uno  de  los  principales  ornamentos  de  aquella  Corte  tau  fas- 
tuosa y  elegante. 

Quieren  explicar  algunos  la  exquisita  seusibilidad,  el/emi- 
ntsmo,  por  decirlo  asi,  de  este  pintor,  suponiendo  que  here- 
darla tal  cualidad,  no  de  su  padre  el  rico  mercader  Francisco 
Van-Dyck,  sino  de  su  madre  María  Cuypera,  que,  á  lo  que  se 


dice,  era  mujer  de  refinada  cultura  y  sumo  gusto,  con  sus 
dejos  de  interesante  melancolía. 

Declamos  que  tenia  Van-Dyck  más  de  un  contacto  con 
Rafael  y  Mozart  y  asi  es,  habida  en  cuenta  la  precocidad  de 
que,  como  estos  dos  genios,  dio  muestras.  Ya  en  1609  dejaba 
asombrado  á  su  primer  maestro  Uendrlck  Van  Balen  y  dos 
años  después  entraba  en  el  taller  de  Rubens,  quien  fué  para 
él  siempre  el  mejor  y  más  desinteresado  amigo. 

Casado  con  la  noble  señora  que  hemos  citado  antes,  mu- 
rió Van-Dyck  (1^41)  dejando  una  bonita  fortuna,  15.000  libras 
esterlinas,  lo  cual  en  juicio  de  algunos  basta  para  desmentir 
los  cargos  que  se  le  hacen  de  haber  sido  un  derrochador.  Y 
en  efecto,  el  argumento  no  puede  ser  más  convincente. 

Los  magníficos  grabados,  copia  de  cuadros  de  Van-Dyck 
que  acompañamos  con  este  número  son,  además  de  dicho  su 
retrato: 

La  Marqueta  Balbí  de  Qénova,  radiante  de  simpática  be- 
lleza, retrato  verdaderamente  suntuoso,  de  sólida  ejecución; 
La  dama  y  ti  niño,  resumen  de  la  feliz  influencia  de  Rubens 
sobre  su  discípulo,  donde  brillan  conjuntamente  la  vivacidad 
del  gran  flamenco  y  la  melancólica  gracia  propia  del  autor; 
Didalo  i  Icaro,  concepción  feliz,  en  la  cual  no  cabe  llegar 
más  allá  en  punto  al  modelado  de  las  dos  figuras;  y  flnalmen- 
te  Enriqueta  María,  el  mejor  retrato  que  se  hizo  nunca  de  la 
infortunada  esposa  de  Carlos  I  Estuardo. 


A  TERESA 


Si  una  flor,  pidió  mi  vida 
para  esenciar  sus  amores 
fuiste  tú,  prenda  querida, 
la  flor  más  bella  y  pulida 
que  puede  hallarse  entre  flores. 

Si  fui  buscando  una  estrella 
para  alumbrar  mi  camino 
y  afirmar  en  él  mi  huella, 
fuiste  tú,  la  pura  y  bella 
lumbre  que  vio  mi  destino. 

Si  cruzando  el  ancho  mar 
la  tabla  de  salvación 
pude  un  punto  reclatnar 
me  la  dio  tu  corazón 
con  su  firmeza  sin  par. 

Y  si  con  heroico  anhelo 
quise  al  emporio  ascender 
para  desgarrar  su  velo, 
tú  me  mostrastes  ese  cielo, 
siendo  diosa  y  no  mujer. 

José  M.'  de  la  Torre. 


AL  HURACÁN 


Tú,  que  el  espacio  cruzas  turbulento 
y  el  polvo  en  nubes  con  tu  soplo  arrojas, 
que  arrancas  á  los  árboles  sus  hojas 
y  haces  volar  las  piedras  con  tu  aliento. 

Que  estremeces  las  torres  en  su  asiento, 
y  al  templo  de  sus  cúpulas  despojas 
que  le  empañas  al  sol  sus  tintas  rojas 
y  dentro  del  volcán  rujes  violento. 

Que  el  proceloso  mar  rompes  silbando 
en  tanto  que  con  imijetu  exterminas 
las  naves  en  las  rocas  estrellando; 

En  medio  de  las  rápidas  mudanzas 
con  que  siembras  estragos  y  ruinas 
¿Qué  has  hecho  de  mis  pobres  esperatizas? 

A.  Alcalde  y  Valladares. 

■ ^. 


AMOR  SUICIDA 


(PÁGINAS     DE     LA     VIDA     REAL) 

(CONTINUACIÓN) 
II 

A  la  mañana  siguiente  Luisa  abandonó  .su 
casa.  Fué  en  busca  de  Enrique.  Ella  planteó 
con  resolución  y  valentía  el  problema  de  la 
vida.  Arrastró   al  joven,  que  sin  ftierzas  para 


luchar,  sin  voluntad  propia,  conformóse  al  fin 
con  las  ideas  de  su  amante. 

Los  dos  iibandonaron  la  ciudad.  Durante  el 
día  recorrieron  los  más  pintorescos  pueblos  que 
forma  la  huerta  de  Valencia.  Llegaron  hasta 
Burjasot  y  junto  á  una  cruz  de  piedra  que  mar- 
ca los  limites  del  término,  hicieron  alto.  Sentá- 
ronse en  los  escalones  que  forman  la  base  que 
sostiene  el  signo  de  la  redención.  Allí,  en  medio 
de  la  más  completa  soledad,  sin  más  testigos 
que  la  cruz,  juraron  quitarse  la  vida  fijando  un 
plazo  cortísimo,  algunas  horas. 

La  resolución  era  inquebrantable.  A  fin  de 
evitar  el  que  sus  familias  pudieran  estorbar  se- 
mejante determinación,  acordaron  no  volver  á 
Valencia  hasta  la  noche,  pasándola  en  una  po- 
sada. 

Ya  estaban  encendidos  los  faroles  del  gas 
cuando  entraban  en  la  ciudad. 

— ¿A  dónde  vamos? — preguntó  Luisa. 

— Donde  tú  quieras. 

— Lo  mejor  sería  buscar  una  posada  poco 
frecuentada. 

— ¿Quieres  ir  á  la  posada  de  la  Maza?  Es  la 
más  cercana  y  la  menos  vigilada. 

■ — Tiene,  según  dicen,  muy  mala  reputación, 
— dijo  Luisa  después  de  un  momento  de  duda, 
■ — pero  si  no  hay  otro  remedio  marchemos  á 
ella.  Cuanto  más  pronto  mejor. 

Elegido  el  sitio  dirigiéronse  á  él.  Pronto  lle- 
garon á  la  posada,  situada  en  una  calle  solitaria. 

Esta  posada,  que  en  realidad  ya  no  tiene  de 
tal  más  que  el  nombre,  les  ofreció  albergue  se- 
guro aquella  noche.  El  posadero,  hombre  que 
conocía  bien  el  oficio,  no  era  indiscreto  con  sus 
huéspedes.  Entregábales  la  llave  del  cuarto,  re- 
cibía el  importe  del  hospedaje  y  I^aus  Deo. 

El  cuarto  que  ocuparon  los  jóvenes  estaba  si- 
tuado en  el  piso  principal.  Era  de  los  más  es- 
paciosos y  mejor  amueblados.  Una  mesa  toda 
manchada,  seis  sillas  de  Vitoria  medio  desven- 
cijada.* y  una  cama  con  dos  colchones  duros  y 
unas  sábanas  que  en  algún  tiempo  debieron  es- 
tar limpias. 

La  joven,  una  vez  dentro  de  la  habitación, 
dejóse  caer  en  una  silla,  en  tanto  que  Enrique 
pedía  papel  para  escribir  una  carta.  Luego  se 
sentó  sobre  la  cama.  Así  permanecieron  largo 
rato. 

Luisa  levantóse  de  la  silla,  colocó  otra  frente 
á  la  mesa,  alumbrada  por  un  quinqué  de  petró- 
leo, y  dijo: 

— Anda,  siéntate  y  escribe  la  carta. 

Enrique  obedeció  casi  maquinalmente.  Cogió 
la  pluma  y  estuvo  largo  espacio  pensando  «ómo 
daría  principio  á  la  carta. 

— ¿Pero,  qué  haces,  hombre,  que  no  escribes? 
¡Parece  que  estás  muertol 

— Es  que  no  sé  cómo  principiar. 

— Escribe,  yo  dictaré, — respondió  con  pala- 
bra segura  la  joven. 

«Señor  juez: 

»No  se  culpe  á  nadie  de  nuestras  muertes. 
Las  contrariedades  de  la  vida  nos  conducen  á 
ese  fin.  ¡Dios  tenga  misericordia  de  nosotros!» 

— Eirma. 

El  joven  escribió:  Enrique  Vilar. 

Luisa  cogió  la  pluma  y  con  mano  segura  y 
letra  clara  puso  su  nombre:  Luisa  Campos. 

• — Ahora  escribe  el  sobre. 

«Al  señor  juez  del  distrito.» 

— ¿No  escribimos  á  tu  madre  y  á  la  mía?— 
preguntó  Enrique. 

— ¿Para  qué?  No  es  necesario.  Mañana  sa- 
brán la  noticia.  Ya  se  consolarán,  si  es  que 
pueden  hallar  paz  y  consuelo  en  la  tierra. 

Un  silencio  profundo  siguió  á  la  redacción  de 
la  carta.  ¿Qué  experimentaban  en  aquel  mo- 
mento los  dos  jóvenes?  El  acto  que  acababan  de 
realizar  era  el  testamento  y  éste  sólo  se  otorga, 
genei-almente,  cuando  la  muerte  se  avecina. 
Por  más  voluntad  que  habían  demostrado,  des- 
pués de  escrita  la  carta  dirigida  al  juez,  la  rea- 
lidad se  presentó  ante  ellos,  desnuda,  y  tal  vez 
entonces  sondearon  con  miedo  el  abismo  abier- 
to á  sus  pies. 

Enrique  y  Luisa  sumiéronse  en  profundas 
meditaciones.  El  sentado  frente  á  la  cabecera  y 


512 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


sojetaiido  oon  las  memos  la  cabeaa,  y  ella  sen- 
tada en  una  silla  y  con  la  cabeza  caída  y  apo- 
yada en  la  mano  izquierda.  En  esta  actitud  per- 
tnauecierou  toda  la  noche. 


Pero  las  horas  pasaban.  En  el  reloj  de  la  ca- 
tedral dieron  las  tros.  IjUÍsu  oyó  los  acompasa- 
dos golpes  de  la  gran  campana  y  se  levantó  de 
la  silla. 


LA  REINA  MARtA  ENRIQUETA  iIlclr«lo  por  Vau-Dyck) 


— Ejiriqne, — dijo  acercándose  al  joven, — va- 
mos, ya  es  hora. 

El  novio,  medio  aletargado,  alzó  la  cabeza  y 
fijó  sus  ojos  en  Luisa.  La  luz  del  quinqué  ape- 
nas alumbraba  la  sala.  Enrique  estaba  pálido, 
convulso,  nervioso.  En  aquel  supremo  instante 


se  presentó  en  su  imaginación  la  realidad,  des- 
nuda, sin  atavíos;  realidad  horrible,  inmensa  y 
cuyo  desenlace  eran  dos  cadáveres.  La  emoción 
fué  terrible.  Vibraron  todos  sus  nervios,  brota- 
ron las  lágrimas  y  se  arrojó  en  los  brazos  de 
Luisa  exclamando: 


— ]Que  desgraciados  somos,  bien  mío!  ¿Por 
qué  no  hemos  de  ser  dichosos  como  lo  son  las 
demás  criaturas? 

y  oprimía  sobre  su  pecho  á  la  joven  que  no 
esta  Da  menos  agitada  y  llorosa  que  su  prome- 
tido. 

Abrazados  y  llorando  permanecieron  largo 
tiempo.  Los  sollozos  confundíanse  con  los  besos; 
besos  puros,  pero  ardientes  como  el  hierro  en- 
rojecido. Cada  beso  era  un  escape  de  vida,  de 
fuego  y  de  pasión. 

— ¡Bien  mío,  luz  de  mis  ojos,  abrázame  fuerte, 
más  fuerte! — decía  la  joven. — ¡Muera  en  tus 
brazos,  Enrique  querido! 

— ¡Deja  que  bese  por  última  vez  las  lágrimas 
de  tus  ojos,  Luisa  idolatrada!...  ¡Maldita  sea 
nuestra  suerte!  ¡Vivir,  sí,  vivir  para  tí  fué  mi 
sueño!  [No  llores,  corazón  mío!  ¡Nena  mía,  mí- 
rame, abre  los  ojos,  no  me  robes  tus  miradas! 

— No  me  aflijo,  no.  Lloro,  sí,  porque  vamos  á 
gozar  de  la  dicha  eterna.  En  el  otro  mundo  se- 
remos felices,  dichosos.  Nuestras  almas  vola- 
rán al  cielo,  no  lo  dudes,  Enrique  mío.  Allá  nos 
espera  la  ventura,  la  calma,  un  eterno  gozar; 
aquí,  en  la  tierra,  lucha,  desesperación,  contra- 
riedades, miserias,  lágrimas,  un  dolor  eterno 

¡Repite  que  me  amas  mucho,  que  siempre  me 
has  querido  como  yo  te  quiero,  bien  mío!  ¡Júra- 
melo por  la  salud  de  tu  alma,  por  la  memoria 
de  tu  padre! 

— ¡Sí,  te  lo  juro,  ángel  mío!  Tú  sola  eres  mi 
consuelo.  Tienes  razón.  Sí,  la  muerte  no  es  más 
que  el  camino  para  el  otro  mundo.  Marchemos 
á  él,  busquemos  allí  la  felicidad  que  Dios  nos  ha 
negado  en  la  tierra... 

Abrazados,  los  ojos  convertidos  en  ríos,  la 
fiebre  de  la  desesperación  atacando  sus  cuerpos 
y  la  voz  ronca,  afónica.  En  esta  actitud  perma- 
necieron cerca  de  una  hora.  Sonaron  las  cuatro. 

Luisa  fué  la  primera  en  poner  término  á  la 
escena.  Las  fuerzas  iban  faltando,  la  debilidad 
se  apoderaba  de  aquellos  cuerpos. 

— Vamos,  Enrique, — dijo  la  joven  con  la  re- 
solución y  energía  propias  de  su  carácter. 

— Si,  marchemos,  pero  dame  un  abrazo  más. 
Otro... 

De  nuevo  se  confundieron  y  chocaron  sus  la- 
bios, brotando  esos  besos  tras  los  que  el  alma 
sale  hecha  pedazos,  convertida  en  jirones. 

Abandonaron  la  posada.  Las  calles  estaban 
solitarias,  desiertas,  oscuras.  Habíanse  retirado 
los  vigilantes  nocturnos  y  el  día  se  anunciaba 
con  esa  claridad  pálida,  incolora,  que  va  alum- 
brando primero  el  horizonte,  luego  las  azoteas 
y  terrados  de  los  edificios  para  descender  des- 
pués al  fondo  de  las  calles,  disipando  las  últi- 
mas negruras  de  la  noche  y  preparando  el  rei- 
nado de  la  luz,  la  llegada  del  sol  con  sus 
calientes  y  dorados  rayos. 

Tomaron  la  dirección  de  la  Alameda.  Allí  se 
habían  consumado  muchos  suicidios.  El  sitio 
convidaba  á  poner  fin  á  la  vida. 

Alguno  que  otro  transeúnte  madrugador  se 
fijó  en  la  pareja.  Distinguió  los  cuerpos,  la  si- 
lueta de  dos  seres,  pero  no  penetró  en  el  fondo 
do  aquellos  corazones.  Había  escasa  luz  y  no 
podia  leerse  en  sus  rostros,  el  fuego  de  la  de- 
sesperación que  se  alimentaba  y  crecía  con  vio- 
lencia en  las  cabezas  tempetuosas  de  Luisa  y 
Enrique. 

Sin  hablar  una  sola  palabra  llegaron  al  puen- 
te del  Real.  Al  otro  extremo  estaba  el  paseo; 
la  distancia  ora  corta,  el  fin  de  la  lucha  se  acer- 
caba, el  día  adelantaba  rápidamente  en  su  ca- 
rrera. 

Algunas  carretas  cargadas  de  hortalizas  cru- 
zaban el  puente  en  dirección  á  la  ciudad.  Sobre 
las  cestas  repletas  de  coles,  lechugas,  calabazas 
y  patatas,  iban  los  conductores  de  los  vehícu- 
los, soñolientos,  sin  fijarse  en  la  pareja. 


(Se  concluirá.) 


Lnis  Blasco. 


MIIÜSIIICM:  {*(«,  3(&-3(7.  Rimi  Itliui,  Uitir.— Siunuioi  Im  dertehos  dt  propitdad  irtíttica  j  liUrarít.— Lu  rwluiuíoDU  en  Madrid,  al  npresentante  de  esta  Casa  D.  MaDiiel  Plá  y  Valor,  ApodaM,  10, 2.* 

■ — )  INSÉRTESE  Ó  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  ( — 


ggTÁBUKiUiímTO  TlrOOHknOO  DB   B.   BAaiOA.— CAIXB  OB  VlLLAUtOBL,  VtU.    17,  BHM.HCHB  OB  SAH  AKTOHIO.— BAIICBLOH&. 


SEMANARIO     CIENTÍFICO.     LITERARIO     Y     ARTÍSTICO 


Año  V 


Barcelona  13  de  Agosto  de  1887 


Núm.  241 


LA    VELADA 


¿-11 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


Sumario 


Tbzto.— JíodHd.  Cartat  á  mí  prima,  por  Fenutuflor.— Zo- 
Tvida  (contlniiMil6n\  por  An^  Coello  de  Torres.— ^ mor 
tmeUm  ^eondosiáD),  por  Lau  Blñaoo.—ljtetura».  Baude- 
iatrt  (eopttBO«clánK  por  Clarín.— La  romería,  por  Alfonso 
Piras  Ni«Tm.—fitMüyrcrAa,  por  Culos  Mendou . — N  neetroe 
(nlMdos.  —  ¿oU»,  por  Próspero  Merlmée  (traducción 
d«  A.  O.) 

GuBiDO*.— La  Telada.  — Ptntnras  sobre  esmalte  (tres  graba' 
dos).— JCqwfMita  Kaeiomúí  d*  BtOat  Arte*  de  1887:  |A' 
BCT»!  —  Darld  y  Saúl.—  Bronces  rosos  (dos  grabados).— 
Rerale.— Cnalmuersoenelbosqne.— Un  gracioso.— B<jo 
los  árboles.— iSalrada!  -El  regreso  de  las  bateas.  -Cristi- 
na, dnqoesa  de  Milán. 


MADRID 


c.A.»,x>^8  .A.    2.CX    fxiix»j:.a. 


LOS    DUELOS 

ÜERIDA  Oannen:  Aquí  leemos  con  avidez, 
todos  los  días,  los  despachos  telegráfi- 
cos, ¡mra  saber  si  se  ha  verificado  ya  el 
dnelo  entre  Boulanger  y  Ferry.  Por  fortuna 
este  duelo  experimenta  algún  retraso  y  los  due- 
los que  se  discuten  rara  vez  se  realizan.  Las 
palabras  dichas  contra  el  general  Boulanger 
por  Ferry,  no  son  tan  graves  que  exijan  un 
dnolo  á  muerte  y  los  padrinos  de  Ferry  hacen 
bien  tratando  de  que  se  cubra  el  honor  sin  cubrir 
un  cadáver.  Este  duelo,  públicamente  concerta- 
do, públicamente  discutido,  demuestra  hasta 
qué  punto  llega  la  manía  de  los  lances  en  Pa- 
rís; y  de  los  lances  que  no  resuelven  nada;  por- 
que si  el  dnelo  entre  aquellos  dos  hombres  po- 
líticos se  realiza,  ninguno  de  ellos  ganará  ni 
perderá  en  la  consideración  pública:  Boulanger 
no  necesita  este  duelo  para  que  todos  sepamos 
que  es  un  militar  bizarro;  y  Ferry  ni  aceptán- 
dolo ni  rechazándolo  dejará  de  ser  para  todos 
nn  hombre  de  Estado  respetable  y  serio. 

Mas  en  ese  París  se  ha  perdido  el  juicio  por 
completo.  Todos  sabemos  que  el  duelo  está  en 
las  costumbres  modernas  y  que  no  se  reforman 
en  un  día  las  costumbres.  No  ya  los  duelistas, 
personas  tan  formales  como  el  mismo  Guizot 
dicen  que  una  infinidad  de  insultos  y  de  abusos 
y  de  vejaciones  se  cometerían  en  la  sociedad 
sin  que  los  jueces  pudiesen  remediarlas  si  allí 
donde  hubiese  un  hombre  de  corazón  no  hubie- 
se una  justicia  apreciadora  de  esas  ofensas  que 
se  levantase  á  protestar  contra  ellas  esgrimien- 
do una  espada  ó  disparando  una  pistola.  Esta 
justicia  individual  mantiene  la  urbanidad  de 
las  relaciones  .sociales  y  además  ampara  el  ho- 
nor sagrado  de  la  familia.  Pero  en  la  actuali- 
dad se  baten  ahí  por  cualquier  cosa;  por  una 
palabra  equívoca,  por  un  gesto,  por  una  mirada 
y  sobre  todo,  porque  se  hable  del  lance  en  los 
diarios.  No  hace  mucho  tiempo  que  los  france- 
ses, para  batirse,  tenían  que  pasar  la  frontera,  y 
los  periódicos  daban  cuenta  de  los  lances  con 
ciertas  precauciones  y  publicando  tan  solo  las 
iniciales  de  los  combatientes;  hoy  se  publica  la 
noticia  de  las  condiciones  del  desafío,  sitio  y 
hora  en  que  se  verificará  sin  pasar  la  raya  in- 
ternacional; y  se  dan  los  nombres  de  los  testi- 
gos que  le  disponen.  Lo  mismo  que  si  se  tra- 
tase de  una  boda  6  de  solemnizar  un  aniver- 
sario. 

No  hay  razón  contra  la  moda  y,  por  lo  tanto, 
inútiles  son  las  reflexiones  de  las  pfírsonas  sen- 
satas; en  épocas  en  que  se  estima  la  notoriedad 
sobre  todo,  se  busca  ésta  por  todos  los  medios 
y  ea  más  fácil  insultar  á  uno  y  batirse  con  él 
que  descubrir  la  piedra  filosofal  ó  la  dirección 
de  los  globos.  Hay  hombres  célebres,  en  Fran- 
cia, que  no  serían  n«da  si  no  hubiesen  sido 
duelistas  y  cuya  celebridad  está  sostenida  por 
la  espada.  Quien  arriesga  su  vida  excita  siem- 

Í>re  la  admiración,  pues  no  puede  negarse  que 
a  vida  es  el  más  precioso  tesoro  del  hombre; 
las  mujeres  mismas,  que  parece  debierais  sen- 
tir horror  por  los  duelistas,  no  dejáis  de  admi- 
rarlos; y  os  sentís  fascinadas  por  sus  bárbaros 
y  crueles  alardes  y  lejos  de  huir  con  espanto 


de  sus  caricias,  caéis  desvanecidas  de  amor 
entre  sus  terribles  bj-azos.  M.  Paul  de  Casag- 
nac,  uno  de  los  espadachines  más  famosos  de 
Francia,  es  buen  ejemplo  de  ello.  Las  damas 
de  la  sociedad  francesa  le  adoraban  según  pa- 
rece. 

Y  por  cierto  que  también  los  diarios  de  esa 
capital  nos  hablan  de  un  lance  en  proyecto  que 
no  se  ha  verificado  por  oponerse  á  ello  el  desa- 
fiado; que  no  es  otro  sino  el  citado  M.  Casag- 
nac.  Este,  después  de  haber  tenido  innume- 
rables desafíos,  ha  decidido  no  batirse  y  hacerse 
hombre  formal.  Su  contrincante  le  niega  este 
derecho  bajo  el  pretexto  de  que  después  de  haber 
molestado  á  todo  el  mundo  para  ll.evarle  al  te- 
rreno, poi-que  á  él  entonces  le  entretenía  este 
juego,  no  tiene  ahora  derecho  á  retirarse  por- 
que haya  engordado,  adquirido  fincas  y  rentas, 
y  entrado  en  el  período  de  una  madurez  exqui- 
sita y  confortable.  Estos  famosos  matasietes 
cuando  llegan  á  cierta  edad,  en  que  reconocen 
su  desventaja  física  y  en  que  no  sienten  la  ne- 
cesidad de  aumentar  su  reputación,  se  dedican 
á  padrinos  de  los  demás  duelistas  y  á  jueces  de 
los  tribunales  de  honor.  Por  regla  general  son 
los  mejores  arregladores  de  los  lances  y  M.  Ca- 
sagnac  tiene  an-eglados  muchos;  los  padrinos 
malos  son  los  nuevos;  los  que  no  han  presen- 
ciado lances  y  necesitan  darse  la  emoción  de 
ver  como  dos  estimables  personas  se  ponen  el 
pellejo  como  una  criba.  Los  despachos  telegráfi- 
cos nos  han  dicho  que  acerca  de  la  situación 
creada  por  los  padrinos  de  Ferry,  negándose  á 
aceptar  las  condiciones  propuestas  por  los  de 
Boulanger,  se  consultaría  la  opinión  de  M.  Ana- 
tole  de  la  Forge.  Este  M.  Anatole  de  la  Forge 
es  otra  celebridad  de  la  espada,  al  cual  se  nom- 
bra juez  por  su  reputación  de  hombre  de  honor. 
Pues  casi  todos  los  lances  que  se  le  consultan 
se  resuelven  pacíficamente;  y  el  de  Ferry  con 
toda  seguridad  no  se  realizaría  de  nombrársele 
arbitro.  Y  es  que  verdaderamente  el  duelo  es 
mejor  para  aceptado  que  para  recomendado  á 
los  demás.  Hay  gallardía  en  exponer  la  .propia 
existencia,  sin  motivo;  hay  falta  de  corazón  en 
exponer  la  vida  de  otro  hombre  sin  justifica- 
ción evidentísima. 

El  lance  de  Boulanger  y  de  Ferry,  de  verifi- 
carse, sería  á  pistola.  Entre  los  militares  y  paisa- 
nos suelen  ser  á  pistola  los  desafíos  porque  se  su- 
pone á  los  militares  maestros  en  el  arma  blanca. 
Pero  esto  agrava  las  consecuencias  del  desafío, 
cuando  no  las  hace  ridiculas.  En  un  duelo  á  pis- 
tola no  suele  haber  término  medio;  ó  resulta 
gravemente  herido  uno  por  lo  menos  de  los  ad- 
versarios ó  los  dos  vuelven  del  terreno  tan  sa- 
nos y  tan  frescos.  No  se  comprende  que  se  vaya 
al  terreno  sin  motivo  ni  que  se  vuelva  sin  él. 
Lo  peor  es  que  el  público,  por  quién  la  mayoría 
de  los  combatientes  se  bate,  no  queda  contento 
y  los  actores  en  cambio  han  pasado  las  amar- 
guras que  lleva  consigo  un  duelo  á  muerte.  El 
momento  más  terrible  de  los  duelos  no  es  el 
momento  en  que  se  verifican,  cuando  nos  encon- 
tramos enfrente  del  adversario;  allí  se  obedece 
automáticamente  y  no  se  tiene  ya  conciencia  de 
lo  que  se  hace;  el  momento  t,errible  es  el  de  la 
noche  que  precede  al  duelo  cuando  solita- 
riamente pe  mide  el  peligro  y  se  despide  uno 
de  todos  los  afectos  ó  intereses  que  le  ligan  al 
mundo;  cuando  la  conciencia  nos  dice  que  hemos 
provocado  sin  razón  quizás  y  quo  vamos  á  s&r 
justamente  muertos  ó  injustamente  asesinos. 

Por  esta  razón  las  dilaciones  en  los  lances 
son  crueldades;  y  por  esta  razón  los  lances 
que  se  dilatan  no  se  verifican. 

Aquí  en  España,  los  duelos  .son  por  fortuna 
muy  poco  frecuentes.  La  mayoría  de  los  perio- 
distas se  mueren  sin  haberse  batido.  Primero 
porque  realmente  los  españoles  somos  mesura- 
dos en  las  formas  y  después  porque  no  busca- 
mos la  notoriedad  por  medio  del  escándalo.  Un 
periodista  español  necesita  ingenio  é  intención; 
pero  no  necesita  saber  tirar  á  las  armas.  Apenas 
hay  un  periodista  español  que  sepa  coger  una 
espada  ni  derribar  un  muñeco  de  un  balazo,  á 
diez  pasos.  Esto  constituye  la  más  hermosa  igual- 
dad en  los  lances:  los  sablazos  y  las  balas   van 


por  donde  Dios  quiere;  los  que  verdaderamente 
están  amenazados  de  muerte  son  los  padrinos. 

En  Francia  suelen  verificarse  los  desafíos  á 
espada,  porque  el  duelo  es  una  costumbre  y  la 
ma3'oria  de  la  sociedad  está  preparada  para  olios 
en  las  salas  de  armas;  aquí  nos  batimos  al  .sable 
porque  este  combate  es  más  irregular  y  franco. 
El  sable  tiene  la  ventaja  de  qtie  no  suele  ser 
mortal  ni  ridículo.  Sus  heridas  espantan  mucho 
y  se  curan  pronto;  mas  la  hoja  fina  de  la  espada, 
sin  enrojecer  la  camisa  deja  seco  á  un  hombre. 

Aquí  donde,  como  digo,  casi  nadie  tira  al 
arma  blanca;  menos  aún  se  maneja  la  pistola. 
Así  la  mayoría  de  los  duelos  á  pistola  terminan 
con  la  reconciliación  de  los  dos  adversarios  sa- 
tisfechos é  incólumes.  Hace  algún  tiempo  fui 
padrino  en  uno  de  estos  lances  que  te  referiré 
en  su  sencillez,  porque  puede  servir  de  patrón; 
siendo  como  es  semejante  al  noventa  por  ciento 
de  los  desafíos  á  pistola.  Se  trataba  de  dos  jó- 
venes conocidos  entre  los  cuales  habían  media- 
do palabras  descorteses  con  motivo  de  un  inci- 
dente de  juego.  Uno  de  ellos  era  tirador  de  espa- 
da; se  convino  en  que  el  duelo  sería  á  ])istola; 
cambiándose  cuatro  balas.  Nos  habíamos  reuni- 
do los  cuatro  padrinos  y  desde  luego  conveni- 
mos en  que  debíamos  hacer  cuanto  fuese  posible 
para  evitar  una  catástrofe.  Convenimos  en  qm 
los  adversarios  so  colocarían  á  treinta  pasos;  y 
que  dispararían  á  la  voz  de  mando.  Uno  de  los 
padrinos  propuso  que  disparasen  á  cincuenta 
pasos  de  distancia;  pero  le  hicimos  considerar 
que  en  esas  condiciones  corríamos  nosotros  más 
riesgo  que  ellos,  por  distantes  que  nos  colocáse- 
mos. Al  segundo  disparo  los  adversarios  avan 
zarían  cinco  pasos,  si  les  agradaba.  Los  desafíos 
á  la  voz  de  mando  se  verifican  de  esta  manera: 
puestos  los  dos  adversarios  uno  enfrente  de  otro 
el  testigo  director  del  combate  dice: — ¡Atención! 
¡fuego!  ¡una,  dos,  tres! — y  al  decir  ¡tres!  deben 
sonar  los  pistoletazos  como  si  fuese  uno  solo. 
Ni  antes  ni  después;  cualqxiier  error  en  esto... 
no  vale.  Como  entre  los  padi-inos  había  un  co- 
ronel, persona  respetable  por  su  profesión  y  su 
edad,  á  este  le  confiamos  la  dirección  del  com- 
bate. Después  nos  ocupamos  en  buscar  armas 
y  terreno.  Un  amigo  mío  me  prestó  una  sober 
bia  caja  de  pistolas,  que  había  comprado  exclu 
sivamente  con  objeto  de  prestarla. — Puedo  us- 
ted llevarla  con  tranquilidad, — me  dijo  tri.ste- 
mente, — han  servido  ya  en  cinco  lances,  sin  que 
hayan  matado  ni  herido  á  nadie.  Si  como  espero, 
nada  ocurre  en  este  otro,  tendré  que  reemplazar- 
la, ¡porque  la  verdad  no  parecen  instrumentos 
de  muerte,  sino  de  vida! — Sellamos  la  caja  de 
las  pistolas  para  no  abrirla  ya  más  que  en  el  te- 
rreno. 

El  terreno  elegido  por  nosotros  era  entre  los 
dos  Carabancheles;  ningún  objeto  material,  nin- 
gún árbol,  ninguna  mata  podía  servir  de  guía 
para  los  disparos. 

A  la  mañana  siguiente  llegamos  al  sitio,  y 
echamos  suertes  para  ver  que  lugar  debían  ocu- 
par los  combatientes;  procurando  que  no  les 
diese  en  la  cara  ni  el  sol  ni  el  viento.  Les  pei- 
mitimos  que  conservasen  sus  gabancillos;  des 
pues  de  habernos  asegurado  por  nosotros  mis- 
mos, con  decoro,  que  no  conservaban  la  cartera, 
ni  el  portamonedas,  ni  el  reloj,  ni  objeto  ningu- 
no que  pudiese  detener  una  bala.  Les  dijimos 
que  podían  levantarse  el  cuello  de  la  levita  á 
fin  de  disimular  el  de  la  camisa;  que  facilitaba 
la  pimtería. 

Yo  cargué  las  armas  en  presencia  de  loa 
otros  testigos;  disparando  primero  una  cápsula 
para  probar  que  estaban  corrientes  las  chime- 
neas; y  luego  un  tiro  de  pólvora  sola,  para  lim- 
piarlas. 

Después  entregamos  las  pistolas  á  los  com- 
batientes.— ¡Atención!  ¡una,  dos,  tres! — Sonaron 
los  dos  tiros. 

Las  pistolas  habían  correspondido  á  sus  tra- 
diciones. Los  dos  adversarios  se  alzaban  impá- 
vidos y  mudos  entre  la  ligera  nube  de  humo 
que  el  viento  desvanecía. 

^¡Señores!  ¡El  honor  está  satisfechol^dijo 
uno  de  los  padrinos, — ¡podemos  dar  por  concluí- 
do  el  lance! 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


515 


— |No! — exclamó  yo, — el  acta  de  las  c'bndi- 
ciones  del  duelo  está  firmada,  y  en  ella  se  es- 
tipula que  deben  .cruzarse  cuatro  balas...  ¡Es 
preciso  cumplir  la  convenido! 

Vueltas  á  cargar  las  pistolas  y  dada  de  nue- 
vo la  voz  de  mando,  sonaron  otra  vez  los  dos 
tiros.  Ambos  habían  avanzado  heroicamente  la 
distancia  permitida. 

Y  ambos  continuaban  admirablemente  bue- 
nos. 

— Señores, — dijo  uno  de  los  padrinos, — nin- 
guno de  Vds.  necesitaba  de  esta  prueba  para 
ver  universalmente  reconocida  su  caballerosi- 
dad; pero  esto  mismo  aumenta  el  valor  de  su 
noble  conducta...  Señores...  ¡las  manos! 

Uno  y  otro  extendieron  la  mano  derecha  y  se 
las  estrecharon  con  efusión.  Habían  sido  ami- 
gos y  volvían  á  serlo  con  mayor  entusiasmo  que 
nunca. 

Muchas  veces  hablan  del  peligro  con  que  les 
amenazaron  las  balas  de  aquellas  pistolas. 

Ignoran  que  las  balas  no  les  podían  hacer 
daño,  porque  en  vez  de  meterlas  en  los  cañones 
de  las  pistolas  me  las  metía  yo  en  los  bolsillos. 

Mas  excuso  decirte  que  en  el  acta  que  redac- 
tamos los  testigos  aquella  misma  noche,  se  hizo 
una  relación  del  suceso  ya  que  no  verídica,  es- 
pantable. 

Tuyo  siempre, 

Fernanflor. 


ZORAIDA 


TRADICIÓN      GRANADINA 


(OOHTIKnACIÓK) 

— Nada  podré  refutar  de  lo  expuesto  por 
Aben.  Su  noble  corazón  que  nunca  conoció  la 
maldad  ni  -la  venganza,  no  le  dicta  otras  razo- 
nes que  las  que  ha  expuesto;  yo  también,  no- 
bles sarracenos,  sería  de  su  misma  opinión  sino 
conociese  las  malvadas  intenciones  de  Boabdil, 
cuyo  ideal  es  perdernos,  encizañando  al  pueblo 
para  nuestro  exterminio.  Creedlo,  si  hasta  ahora 
no  ha  obrado  así,  es  porque  la  ocasión  no  le  ha 
favorecido,  pero  en  adelante  la  buscará  con  más 
encono  y  sino  la  inventará. 

• — Te  engañas,  venerable  Abul,  —  exclamó 
Aben  dirigiéndose  al  que  acababa  de  hablar, — 
el  monarca,  cuya  temprana  edad  no  le  hace  es- 
cuchar más  voz  que  la  de  sus  locas  pasiones, 
no  osará  poner  sus  manos  sobre  nosotros,  harto 
sabe  que  no  lo  permitiríamos... 

Estas  últimas  palabras  fueron  de  repente  in- 
terrumpidas por  un  ligero  rumor  producido  en 
una  de  las  estancias  contiguas. 

Todos  los  circunstantes  llevaron  sus  diestras 
á  las  damasquinadas  empuñaduras  de  sus  al- 
fanjes, temiendo  una  traición  de  Boabdil,  pero 
una  exclamación  do  sorpresa  al  mismo  tiempo 
que  de  júbilo  salió  de  todos  labios. 

— ¡Zoraida! 

Era,  en  efecto,  la  bella  sultana,  pero  ¿cómo 
se  explicaba  su  presencia  en  aquella  casa  y  á 
tales  horas? 

Ya  iba  Aben  á  interrogarla,  cuando  aquella 
con  dulcísimo  acento  y  voz  un  poco  entrecor- 
tada por  la  emoción. 

— ¡Vengo  á  salvaros! — exclamó. — Un  venga- 
tivo zegri  ha  participado  á  Boabdil  que  cons- 
pirabais contra  él  y  en  este  momento  se  prepara 
á  enviaros  sus  feroces  guardias  para  que  le  pre- 
senten vuestras  cabezas. 

— ¡Miserables! — exclamó  uno  de  los  que  la 
escuchaban,  no  pudiéndose  contener. 

— Ya  os  lo  decía  yo  y  no  me  creíais, — repetía 
el  anciano  Abul  con  voz  ahogada  por  la  ira. 

Todos  se  levantaron  instintivamente  y  en  sus 
semblantes  rebosaba  la  cólera  y  la  indignación, 
excepción  hecha  de  Aben,  cuyo  semblante  no 
había  sufrido  la  más  ligera  alteración,  que  tra- 
taba de  apaciguar  los  exaltados  ánimos  de  todos 
los  circunstantes. 

— Calma,  amigos  míos,  mucha  calma, —  les 
decía,  y  dirigiéndose  luego  á  Zoraida  que  en 
tanto  sollozaba. — Tú  parte,  señora, — la  dijo, — 


aquí  el  peligro  te  amenaza  y  serías  victima  del 
furor  de  tu  esposo. 

— ¡Oh,  no! — prorumpió  la  hermosa  sarrace- 
na.— Yo  me  postraré  á  sus  pies  y  obtendré 
vuestro  perdón. 

— ^¡Eso  nunca! — se  atrevió  á  decir  otro  de  los 
nobles, — prefiramos  mil  veces  la  muerte  antes 
que  rebajarnos  á  ese  tirano. 

De  pronto  abrióse  la  puerta  de  la  estancia  y 
apareció  un  esclavo  que  aproximándose  á  Aben 
le  dijo: 

— Señor,  un  emisario  de  Boabdil  tiene  gran 
empeño  en  verte,  pues  dice  tiene  que  comuni- 
carte un  asunto  urgente. 

—Mi  casa  está  siempre  abierta  para  quien 
venga  en  nombre  del  rey, — se  apresuró  á  con- 
testar el  caudillo. 

A  poco  penetraba  en  aquella  lujosa  cámara 


un  favorito  de  Boabdil  llamado  Said,  de  su 
misma  edad  y  de  instintos  tan  crueles,  que 
después  de  dirigir  á  los  nobles  sarracenos  una 
mirada  de  odio  y  venganza,  que  éstos  no  com- 
prendieroUj  tomó  así  la  palabra  con  un  tono  de 
mentido  respeto: 

— Si  mi  señor,  vuestro  rey,  no  estuviese  con- 
vencido de  la  fidelidad  y  nobleza  que  os  distin- 
guen, no  me  hubiese  enviado  á  vosotros.  Harto 
sabe  que  ahora  más  que  nunca  necesita  vuestros 
consejos,  pues  la  situación  de  Granada  empeora 
á  medida  que  mayor  número  de  plazas  se  rin- 
den á  los  cristianos.  Ya  sus  numerosas  huestes 
se  hallan  cerca  de  nuestro  reino  y  Boabdil  que 
quiere  ser  vuestro  amigo,  os  reclama  para  que 
unidos  rechacemos  al  invasor. 

— ¡Basta! — exclamó  Aben, — ve  y  di  á  Boabdil 
que  también  somos  sus  amigos,  y  para  que  Gra- 


PINTURAS  SOBRE  ESMALTE 


nada  se  rinda  es  preciso  que  antes  que  la  ciudad 
pise  el  cristiano  nuestros  cuerpos. 

— Con  tu  venia  parto,  Aben, — dijo  saludando 
Said, — Allah  os  guarde. 

Al  partir  una  sonrisa  infernal  se  dibujó  en 
sus  labios. 

Todos  los  señores  se  disponían  á  abandonar 
la  casa  de  Aben,  cuando  éste  les  interrumpió 
diciéndoles: 

— Amigos  míos,  confiad  en  el  rey;  nos  ha 
brindado  su  amistad  y  en  momentos  tan  ciíticos 
no  hemos  de  negarle  la  nuestra  ni  abandonarle, 
pues  sería  abandonar  á  nosotros  mismos.  Qui- 
zás se  haya  convencido  de  su  loca  conducta. 
¡Allah  le  guíe! 

De  todos  los  labios  salieron  palabras  de  asen- 
timiento y  adhesión  á  lo  dicho  por  Aben. 

Poco  después  los  principales  jeques  de  la  ciu- 
dad que  se  habían  reunido  en  aquella  casa  se 
retiraban;  con  ellos  iba  también  la  bella  Zorai- 
da sumida  al  parecer  en  pensamientos  que  ale- 
targaban su  espíritu,  como  nuncio  seguro  de  la 
tormenta  que  más  tarde  había  de  estallar. 

Después  todo  volvió  á  quedar  en  silencio. 

in 

Al  amanecer  del  siguiente  día,  una  desusada 
animación  se  notaba  en  los  alrededores  del  re- 


gio alcázar  que  hoy  conocemos  por  la  Alham- 
bra.  Numerosos  cortejos  de  nobles  abencerrajes 
seguidos  de  sus  servidores,  luciendo  sus  más 
preciadas  joyas,  llamaban  justamente  la  aten- 
ción de  los  habitantes  de  la  ciudad,  que  no  se 
daban  cuenta  de  lo  extraordinario  de  aquella 
fiesta. 

Luego  se  supo  que  el  rey  se  había  reconcilia- 
do con  los  nobles  y  que  éstos  iban  á  jurarle  fi- 
delidad. 

Pero  casi  al  mismo  tiempo  de  esto,  una  esce- 
na horrible  tenía  lugar  en  una  de  las  más 
lujosas  cámaras  del  alcázar,  donde  á  medida 
que  los  desprevenidos  caballeros  llegaban,  hom- 
bres feroces  y  desalmados  se  arrojaban  con 
furor  sobre  aquéllos,  dándoles  alevosa  muerte 
sin  que  pudiesen  defenderse  ni  exhalar  un 
grito. 

Cuando  hubo  concluido  aquella  horrible  car- 
nicería, Boabdil  penetró  en  aquella  sangrienta 
estancia  y  paseando  una  sedienta  mirada  por 
aquellos  amoratados  rostros ,  cuyos  vidriosos 
ojos  cubiertos  por  el  vejo  de  la  muerte,  parecían 
pedir  á  Allah  justicia  contra  los  hombrea,  ex- 
clamó: 

(Se  continuará.) 

Ángel  Coello  de  Torres: 


EXPOSICIÓN    NACIONAL    DE    BELLAS    ARTES   DE   18S7 


¡AL  AGUA  I  «»nltur«{de  Mariéuio  BenUlur».  (Dibulo  de  P.  y  Valor) 


DAVID   Y  SAÚL  (Cuaih-u  de  Julio  Kr,_.ii!jerjsj 


518 


LA  ILÜBTBACION  IBÉRICA 


AMOR  SUICIDA 


(PAGINAS    DE    LA    VIDA    REAL) 
(C0XCLD8IÓII) 

Ésta  craz6  el  puente  y  entró  en  el  paseo.  Sin 
pronunciar  una  frase  y 
como  si  obedeciesen  á 
nna  misma  idea,  toma- 
ron la  calle  de  la  ií- 
qnierda  llamada  el 
Plantío. 

|Y  estaba  hermosa 
aquella  mañana!  La  te- 
nue claridad  del  dia  que 
llegaba  hacía  resaltar 
los  botones  dorados  de 
los  naranjos,  destacán- 
dose sobre  un  fondo  os- 
curo. Los  arcos  forma- 
dos por  los  cipreses,  se- 
mejaban en  aquella  hora 
las  ojivas  de  algún  an- 
tiguo claustro  gótico,  re- 
cortando el  horizonte 
con  sus  lineas  curvas 
y  ondulantes.  Los  maci- 
zos de  rosales  parecían 
una  inmensa  maceta  en 
la  que  crecían  arbustos, 
cuyas  ramas  figuraban 
los  brazos  de  fantásticos 
seres. 

El  ambiente  era  deli- 
cioso, enervante.  La  vio- 
leta, como  invisible  pe- 
betero, perfuma  la  atr 
mósfera  con  su  olor 
fuerte,  que  casi  llegaba 
á  dominar  el  que  despe- 
dían las  cenicientas  ilo- 
recillas  de  los  helio- 
tropos. 

La  soledad  era  completa,  el  si- 
lencio profundo.  Todo  dormía  en 
aquel  momento.  La  naturaleza 
apenas  despertaba  perezosamente 
del  sueño  de  la  noche.  Las  hojas 
de  los  árboles  descansaban  lán- 
guidas y  caídas,  el  viento  no  las 
agitaba;  reinaba  tranquilidad,  si, 
pero  la  tranquilidad  material. 

En  cambio,  una  tormenta  mo- 
ral, grande,  intensa  y  horripilan- 
te se  desencadenaba  en  los  cere- 
bros de  los  dos  novios,  que  con 
paso  acelerado  marchaban  bajo  un 
toldo  de  follaje,  en  busca  de  la 
muerte. 

Cogidos  de  la  mano  y  agitados 
por  fuertes  y  continuas  convul- 
siones nerviosas,  llegaron  á  un 
perjueño  parterre.  Allí  se  detu- 
vieron, miráronse  y  sin  pronun- 
ciar una  sola  palabra,  sin  articu- 
lar nna  frase,  se  comprendieron: 
aquel  era  el  sitio. 

En  verdad  que  es  el  más  pin- 
toresco y  poético  del  paseo.  Por 
todas  partes  rodeado  de  naran- 
jos y  grandes  rosales.  En  uno  de 
los  lados  un  pequeño  pabellón 
con  puertas  y  ventanas  pintadas 
de  verde,  respirando  aire  campes- 
tre; en  el  centro  y  colocada  sobre 
un  canastillo  de  rosas  y  claveles, 
la  estatua  de  Flora,  labrada  en  bronc 

blanco  mármol,  ya  alumbrado  por 
la  luz  naciente;  en  tomo  de  la 
plazoleta  rAsticos  bancos  de  pie- 
dra, mojados   por   la  fresca    humedad    de   la 
noche. 

Tomaron  asiento  en  uno  de  los  primeros 
banctH.  Sobre  xus  cabr-zas  el  cielo  purísimo; 
detrás,  un  inmenso  rosal;  frpnte,  la  diofía  de  las 
flores,  del  amor,  y  á  los  pies,  alfombra  de  hojas 
desprendidas  de  los  árboles... 

La  luz  bañaba  todos  los  objetos.  El  pabellón, 


los  naranjos,  los  rosales,  la  estatua  y  los  bancos 
destacábanse  de  las  tinieblas.  El  horizonte  es- 
taba teñido  por  rojiza  claridad  que  descendía 
pausadamente  sobre  Luisa  y  Enrique,  aumen- 
tando la  palidez  de  sus  rostros  y  el  fuego  de  sus 
miradas.  Envueltos  por  aquella  luz  matinal,  que 


no  es  posible  querer  más!...  ¡Perdóname,  Enri- 
que mío!  jNo  es  verdad  que  me  perdonas,  que 
no  me  odias,  que  me  quieres  mucho,  muchí- 
simo? 

—¡Sí,  idolatrada  mía!  ¡En  este  momento  soy 
feliz,  dichoso,  pero  lo  seria  más,  mucho  más  si 
pudiéramos  vivir  tran- 
quilos! 

— ¿Te  arrepientes?— 
exclamó  la  joven. — Si 
tienes  miedo,  si  te  falta 
el  valor  déjame  el  re- 
wólver  y  marcha,  yo 

moriré  sola pero  te 

ruego  que  no  me  olvi- 
des, que  llores  sobre  mi 
cuerpo,  Enrique  amado. 
— ¡Perdón  Luisa!  Es- 
toy resuelto.  Sé  que  co- 
metemos una  locura, 
que  somos  unos  cobar- 
des, sí,  no  lo  dudes,  co- 
bardes, porque  no  he- 
mos sabido  luchar. 

La  joven  por  única- 
contestación  se  arrojó 
en  los  brazos  de  su  no- 
vio. El  llanto  brotó  por 
última  vez  de  aquellos 
ojos,  se  abrazaron  con 
efusión,  con  delirio.  Es- 
taban ebrios,  locos.  Do- 
minado Enrique  por 
fuerte  excitación  sacó 
un  pequeño  rowólver. 

— Dispara, — exclamó 
Luisa, — no  tengas  mie- 
do... Enrique...  volemos 
al  cielo...  dispara  y  ter- 
mine pronto  esta  lucha... 

Dios  nos  espera te 

amo... 
Enrique  apuntó  el  cañón  del 
rewólver  sobre  la  sien  izquierda 
de  Luisa,  que  estaba  sentada  á 
su  derecha.  Al  recibir  la  joven  la 
impresión  del  arma  cerró  los  ojos, 
cruzó  el  brazo  por  la  cintura  de 
Enrique  y  con  toda  la  pasión  de 
su  alma,  dijo: 
— Te  am... 

No  pudo  concluir  la  frase... 
Sonó  un  tiro,  luego  un  beso  sobre 
la  ensangrentada  frente  de  Luisa 
y  después  otro  tiro... 

En  aquel  instante  los  paj  arillos 
saludaban  con  sus  Megres  trinos 
la  llegada  del  dia:  los  primeros 
rayos  del  sol  disiparon  las  lU timas 
sombras  de  la  noche. 

Luis  Bla.soo. 


ES  RUSOS:   LA   BOMBA. -UN  CIRCASIANO  Y  SU  NOVIA 

(Grupos  de  M.  üratchoff^ 


representaba  la  aurora  de  la  vida,  los  dos 
amantes  permanecieron  silenciosos,  los  ojos  fijos 
en  la  inmensidad.  En  aquel  momento  se  consi- 
deraban felices.  f;Sofíabaii  en  la  dicha  que  les 
esperaba  en  el  otro  mundo?  ¡Quién  sabe! 

— ¡Enrique, — dijo  la  joven  con  voz  muy  dé- 
bil,— perdóname,  yo  te  he  conducido  á  esta  si- 
tuación!... ¡Pero  te  quiero  tanto,  tanto,  que  ya 


LECTURAS 

BAUDELAIRE 

(  CONTINUACH'lN  ) 
II 

Tómase  en  estos  tiempos  la 
opinión  por  ciencia,  decía  un  clá- 
sico español;  y  bien  puede  asegu- 
rarse que  esa  mala  costumbre  de 
hace  siglos  signe  prevaleciendo^ 
porque  la  mayor  parte  de  los  au. 
tores  que  pretenden  enseñar  algo^ 
nos  dan  por  ciencia  lo  que  opinan.  En  materia 
de  critica  literaria  esto  es  lo  corriente,  y  se  llega 
á  tal  extremo,  con  el  atrevimiento  á  que  conv¡. 
dan  la  aparente  libertad  del  gusto  y  la  vaguedad 
y  anarquía  de  las  doctrinas  estéticas,  que  mu- 
chos preceptistas  y  críticos  no  vacilan  en  predi- 
car como  dogmasy  reglas  aprensiones  subjetivas, 
preferencias  personales  que  no  llegan  siquiera 


LA  ILUSTRAOION  IBÉRICA 


519 


á  la  categoría  de  opiniones  racionalmente  ad- 
quiridas y  de  una  verdad  probable.  Es  claro  que 
la  crítica  en  nuestros  días  no  puede  todavía, — 
ignoro  si  podrá  más  adelante, — llamarse  cientí- 
fica en  la  vigorosa  acepción  de  la  palabra;  pero 
sí  puede  tener  ciertas  condiciones  que  le  den  un 
valor  objetivo,  garantías  de  imparcialidad  y  mé- 
todo, elevándola  á  la  altura,  en  punto  á  sus  cuali- 
dades de  conocimiento  reflexivo,  á  que  llegan 
otras  doctrinas,  como  v.  gr.,  la  sociología,  la  eco- 
nomía, la  filosofía  del  derecho,  etc.  etc.,  que  tam- 
poco son  rigorosamente  ciencia,  aunque  los  más 
así  las  llamen.  Pues  tal  carácter  semicientífico, 
si  puede  hablarse  así,  no  lo  tiene  la  critica  lite- 
raria en  la  mayor  parte  de  los  escrito- 
res de  este  género,  aún  los  más  alabados, 
porque  con  el  escepticismo  que  en  tales 
asuntos  reina  (y  el  poco  celo  que  en  rea- 
lidad se  muestra  por  aclarar  este  orden 
de  conocimientos)  los  más  avisados,  no 
los  más  ingenuos,  juzgan  que  es  prefe- 
rible manifestar  originalidad  y  fuerza 
de  ideas,  exquisito  y  dificilísimo  gusto, 
que  procurar  un  criterio  general  que 
pueda  ser  norma  común,  por  todos, 
grandes  y  pequeños,  reconocida  y  aca- 
tada. Si  á  esta  tendencia  se  añade  el 
justificarla,  por  lo  que  toca  á  la  actua- 
lidad, el  estado  de  crisis  en  que  hoy 
vive  toda  filosofía  y  toda  ciencia  antro- 
pológica especialmente,  y  el  espíritu  de 
independencia  que  en  toda  clase  de  lec- 
tores y  aficionados  predomina,  hay  mo- 
tivo suficiente  para  comprender  que  los 
críticos  más  despiertos  aspiran  más  que 
á  crear  una  verdadera  ciencia  de  apli- 
cación á  sugerir  ideas  y  emociones  con 
la  propia  genialidad;  mas  esto  puede  to- 
lerarse en  los  pocos  que  confiesan,  di- 
rectamente ó  de  otro  modo,  su  propósito, 
no  en  los  que  insisten  en  que  su  opi- 
nión, su  preferencia,  su  giisto  subjetivo, 
es  regla,  es  dogma,  es  ciencia.  Entre  es- 
tos últimos  se  puede  contar  á  los  más, 
incluyendo  á  los  mejores;  entre  los  otros 
figura  Renán,  v.  gr.,  con  su  famosa  y 
fecundísima  teoría  del  dialoguismo,  y  su 
criterio  amplio  y  comprensivo,  asi  en 
historia  como  en  filosofía,  como  en  arte, 
y  figuran  también  algunos  jóvenes  fran- 
ceses que  cual  Paul  Bourget  y  Jules 
Lemaitre,  predican  y  practican  análoga 
doctrina  y  crítica,  la  critica  sugestiva. 
Ya  se  sabe  que  la  critica  de  Paul  Bour- 
get es  más  que  otra  cosa,  estudio,  expe- 
rimento psicológico;  pues  la  de  Lemai- 
tre, sobre  todo  en  su  propósito,  tiende 
á  la  expansión,  á  aumentar  la  facultad 
de  ver  y  de  admirar,  y  á  ejercitar  esta 
potencia  de  expresar  la  emoción,  de  re- 
flejar la  idea  adquirida  que  es  al  critico 
de  buena  cepa  lo  que  la  visión  directa  é 
inmediata  de  lo  bello  natural  á  la  inspi- 
ración del  artista.  Sí,  hay  un  n.odo  de 
crítica,  podría  decirse  un  modo  de  arte, 
que  el  espectador  sensible  é  inteligente 
puede  querer,  y  consiste  en  una  especie 
do  producción  refleja;  el  espectador  es 
aquí  como  una  placa  nueva,  como  un 
í^co;  así  como  los  rayos  del  sol  arran- 
caba vibraciones  que  parecían  quejidos 
estatua  famosa  de  Egipto,  así  en  el  crítico  de 
este  género  el  entusiasmo  producido  por  la 
contemplación  de  lo  bello  arranca  una  manera 
de _  comentario,  de  crítica  expansiva,  benévola 
(en  la  acepción  más  noble  de  la  palabra)  opti- 
mista, que  hace  ver  más  que  ve  el  espectador 
frío  y  pasivo,  y  expresar  bien  con  elocuencia  lo 
que  se  admira  y  .se  siento.  La  crítica  de  este 
modo, — que  no  es  la  única  legitima,  ni  siquiera 
la  más  necesaria, — hay  que  tenerla  como  lo  que 
es,  no  hay  ([ue  atribuirla  pretensiones  dogmá- 
ticas que  no  tiene,  y  con  esta  advertencia  puede 
dejársele  ser  subjetiva,  personalísima,  cuasi-lí- 
rica,  que  no  por  eso  dejará  de  ser  útil,  no  to- 
mándola por  lo  que  no  es  ni  quiere  ser.  En  este 
sentido  ha  examinado  el  citador  Lemaitre  el 
último  drama  de  Renán,  v.  gr.,  y  los  discursos 


de  Dumas  y  Leconte  de  Lisie  acerca  de  Víctor 
Hugo  y  un  drama  de  Tolstoi  que  á  él  le  parece 
sublime  y  á  ciertos  corresponsales  rusos  se  les 
antoja  obra  grandiosa  pero  tétrica  y  dispa- 
ratada. 

La  critica  que  no  tiene  disculpa,  la  que  no 
puede  menos  de  hacer  daño  es  la  que  sin  ser 
menos  Subjetiva  pretende  representar  la  rigu- 
rosa aplicación  de  una  regla,  de  un  canon  cien- 
tífico á  las  obras  del  arte,  la  que  no  se  inspira 
en  el  entusiasmo,  sino  en  la  prevención,  la  que 
lejos  de  querer  ver  mucho,  todo  lo  que  hay  se 
tapa  un  ojo,  ó  mira  por  un  tubo,  la  que  no  quie- 
re ser  lince  sino  miope  voluntario.  La  crítica 


que  Brunetiére  usa  generalmente,  la  que  ha  em- 
pleado ahora  al  juzgar  á  Baudelaire  es  de  esta 
clase;  detestable  como  ella  sola. 

Después  de  haber  leído  por  segunda  vez  Las 
flores  del  mal,  me  parece  imposible  que  un  hom- 
bre de  seso  y  de  buena  fe  diga  que  allí  no  hay 
más  que  vulgaridades.  Al  leer  ahora  ese  libro 
"me  proponía  no  sólo  estudiar  la  obra  de  Baude- 
laire sino  penetrar  los  motivos  que  con  ocasión 
de  esa  obra  pudo  tener  Brunetiére  para  decir  lo 
que  dijo;  he  ido  buscando  las  huellas  de  la  vul- 
garidad, de  la  petulancia,  de  los  cien  defectos 
que  el  crítico  ha  ido  señalando,  y  este  propósito 
mío  me  hizo  ver  la  gran  injusticia  que  había 


REVERIE  (uundro  de  Salomón  J.  Solomon) 


la 


en  leer  así  á  un  hombre  como  Baudelaire.  Le- 
yéndole con  esa  intención,  con  esa  prevención 
retórica,  fría,  maligna,  no  se  le  puede  entender 
siquiera,  entender,  digo,  así,  al  pié  de  la  letra, 
ni  penetrar  todo  su  sentido  y  sentimiento,  que 
para  eso  so  necesita  mucho  más.  Es  más,  hay 
verso.s  en  Las  flores  del  mal,  en  que  parece  que 
el  autor  adivina  á  esa  clase  de  lectores  secos, 
ciegos  y  sordos,  para  el  caso  verdaderos  idio- 
tas; más  de  una  vez  se  vuelve  contra  ellos,  ora 
displicente,  cjra  melancólico,  ya  airado,  ya  com- 
pa.sivo. 

Así,  por  ejemplo,  en  su  poesía  CXXXIII, 
I  edición  definitiva,  pág.  ¡WT)  que  es  como  el 
prólogo  de  la  parte  especialmente  titulada:  Flo- 
res del  mal,  dice  de  este  modo  (1). 

(1)  NI  me  alrevo  á  traducir,  ni  el  lector  de  estos  artícu- 
los debe  necesitarlo. 


EPIGRAPHE  POüR  UN  LIVRK  CONDAMNÉ 


Lecteur  paisible  et  bucoUque, 
Sobre  et  naif  homme  de  bien, 
Jette  ce  llvre  saturnlen, 
Orgiaqne  et  melancoliqne. 

Si  tu  n'  as  fait.ta  rhétorique 
Chéz  .Satán,  le  rüsé  doyen. 
J'-'tte!  tu  n'y  comprendrais  rien, 
Ou  tu  me  croirais  histerique. 

Mais  si,  sans  se  laisser  charmer, 
Ton  osil  sait  plonger  dans  les  gonfifres. 
Lis  mol,  pour  apprendre  á  m'  aimer; 

Ame  curieuse  qui  souiftes 
Et  vas  cherchant  ton  paradis, 
Plains-moil. . .  Binen. . .  je  te  maudisi 


(Se  continuará.) 


Clarín. 


■«- 


UN  ALMUERZO  Eü 


IQUE  (Dibujo  de  Eavel) 


■y¿'j, 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


31.  A.    üOls/IERIA. 


EL  VIENTO  Y  LOS  ROBLES 


— ¡Buenas  tardes,  señores 
agallas! 

—  ¡  Llévele  el  demo- 
nio!... ¡Cómesele  han  pe- 
gado las  rachas!... 

— Crean  Vdes.  que  no 
cesaba  de  acordarme  del 
robledal  y  bien  he  soplado 
esta  mañana  por  despa- 
char pronto,  pero  no  he 
podido  venir  antes... 

^Pnes  nos  ha  hecho 
V.  pasar  un  rato  con  su 
tardanza  que  ya  se  mere- 
cia  que  le  sacudiéramos 
de  firme  con  nuestras  po- 
rras... Pensamos  que  se 
había  V.  enfumiscado  y 
que  no  quería  refrescar  los 
campiños  de  la  romería. 

— ¡Que  disparate!...  ¡Lo 
menos  he  volado  sesenta 
nudos  por  segundo  para 
llegar  á  tiempo  á  la  fies- 
ta!... Y  no  lo  tomen  uste- 
des por  adulación  pero  ya 
estaba  yo  rabiando  por 
silbar  entre  sus  frondas 
y  orear  sus  umbrías... 
Además  no  podía  faltar 
sin  quedar  por  un  viento 
sucio,  pues  he  prometido 
á  la  ermita  venir  á  ou-. 
dearle  sus  gallardetes  y 
banderolas.  Pero  hace 
días  di  racha  de  honor  á 
unas  gabarras  amigas,  de 
hincharles  las  velas  para 
que  hoy  mismo  tomasen 
puerto  y  hé  ahí  la  causa 
de  mi  retraso. 

— Ya  está  V.  buen  ai- 
re... De  fijo  andarán  en 
el  asunto  algunas  mona- 
das de  olas  de  plata... 

— Se  engañan  ustedes... 
Nada  tengo  que  ver  ahora 
con  oleajes.  Hay  mar  bella 
para  algunos  meses... 

— En  fin,  se  fastidió  el 
bochorno;  ya  está  usted 
entre  nosotros. 

— De  lo  que  me  alegro 
mucho...  Y  ¿que  tal  cariz 
presenta  la  romería?  ¿Ha 
acudido  mucha  gente? 

— ¡Desde  el  mediodía 
están  afluyendo  romeros 
al  robledal  y  de  arriba, 
de  la  cúspide  del  cerro 
bajan  unos  rumores  de 
colmena  que  aturden!... 
¡crea  V.  que  tenemos  las 
copas  como  locas!... 

— Entonces  me  voy  á 
la  carrera  que  ya  echarán 
de  menos  mis  ráfagas  las 
flámulas  de  la  ermita... 
Hasta  luego,  robles. 

— Vaya  el  frescachón 
enhorabuena  y  divertirse. 

EL   MI-KMIIXO 
DE    LOH     MAIZALES 


!  ¡Beso  á  Vdes.  las 


riamos  una  buena  batibarbas  por  pellizcarnos 
los  botones  de  fuego  de  nuestras  panizas,  que 
no  se  han  hecho  pura  bocas  de  sátiro,  sino  para 
labios  de  ninfa!...  jVaj'a  una  bullanga  que  se 
trae  el  aura,  del  robledal!...  ¡A  la  verdad  que 
para  los  maíces  aco.stumbrados  á  hablar  callan- 


— (Hola!...  El  viento  va 
hacia  la  romería  y  se  de- 
tiene á  besamos  los  cogollos.  ¡Qué  gusto  da 
mecerse  y  que  suave  frescura  se  siente  ahora  eu 
las  mazorcas!  ¡Eh...  pasad  de  largo  aforragaitas, 
campesinos  soeces,  y  respetad  el  sueño  de  las 
napeas  qne  duermen  la  siesta  entre  nuestros 
tallos  y  bajo  el  toldo  de  nuestros  penachos  bor- 
dados de  hilillos  de  oro!...  ¡Lo  que  es  como  con- 
táramos con  brazos  como  los  robles,  ya  os  da- 


PINTURAS  SOBRE  ESMALTE:  ENTREPAÑO  DECORATIVO 


dito,  á  susurros,  es  bien  molesta  la  vecindad  de 
esos  árboles,  siempí-e  de  jolgorio  y  romeríal... 
¡Diantre  con  Agosto  y  que  alegre  lo  gasta!... 
Alalá-aa.  Lo  dicho,  el  coro  se  acerca,  la  oigía  se 
viene  en  busca  del  misterio  de  nuestros  abanicos. 

LO  QUE  CHARLAN  LAS  SENDAS 

No  hagáis  caso  del  camino  real,  romeros,  la 


carretera  es  uua  cursi  presumida,  que  porque 
la  vean  no  va  sino  por  ciertos  sitios...  Seguid- 
nos á  nosotras.  Las  veredas  no  respetamos 
lugares  y  tan  pronto  nos  metemos  por  los  tú- 
neles del  robledal,  como  escalamos  los  altoza- 
nos, como  culebreamos  cerro  arriba...  ¡Pero,  es 
claro,  la  carretera  la  han  hecho  los  hombres  y 
y  como  á  nosotras  nos  suele  trazar  el  callo  de 
la  vaca!...  ¡Ea!  venid,  hundámonos  en  los  maí- 
ces; atravesemos  el  mar  de  sus  hojas.  En  esta 
urdimbre  de  plumas  vegetales  sólo  se  oyen 
rumores;  aquí  exhala  el  viento  sus  quejas  y 
suspiros  cuando  las  olas  le  desdeñan. 

El  aire  es  fresco  y  acre,  huele  á  húmedo;  es 
que  costeamos  el  mar.  Se  acabaron  los  maíces. 
Mirad  á  la  izquierda;  la  ría  so  interna  ciñendo 
la  tierra  porque  sabe  que  le  han  recomendado 
baños  de  ola.  Allí  los  heléchos  de  la  orilla  y  las 
ondas,  los  eternos  amantes  cambian  sus  cari- 
cias todos  los  días  en  las  horas  de  amor  de  la 
marea.  Subamos  por  las  estribaciones  de  la  de- 
recha. ¿Queríais  paisajes?  Pues  ahí  tenéis  hasta 
perderse  de  vista  las  falanjes  de  melancólicos 
pinos  que  lloran  resina  y  se  amontonan  ofendi- 
dos porque  los  castaños,  sin  importarles  un 
ardite  tal  tristeza,  no  dejan  de  jugar  á  los  bo- 
los con  sus  frutos...  Ved  más  allá  qué  nube  de 
jazmines,  que  todo  esencia  viven  á  fuerza  del 
yodo  que  el  mar  les  presta  y  ved  que  contor- 
siones les  hacen  las  vides  vecinas,  en  son  de 
burla.. 

¡Ea!  se  acabaron  juegos  de  luz,  lontananzas  y 
reflejos...  Deslicémonos  por  esta  calleja  entre 
tapiales  coronados  de  parra...  Si  no  fuéramos  á 
la  romería  nos  daríamos  un  paseo  por  esas  sen- 
das compañeras  que  cubren  con  un  mosaico  de 
líneas,  la  alfombra  de  musgo  de  ese  puebleci- 
to...  Allí  no  hay  calles;  las  casas  han  debido 
caer  del  cielo  y  se  han  desparramado  por  el 
terreno....  ¡Santiguaos!...  Pasamos  por  ante  la 
imagen-  de  Nuestra  Señora  con  Jesús  muerto 
sobre  las  rodillas  y  ambos  labrados  en  la  piedra 
de  una  cruz...  Elgrupo  es  deforme  pero  la  pie- 
dad que  lo  levantó  es  sublime...  ¡Como  este  hay 
muchos  en  el  país!... 

Las  encrucijadas  se  quedan  atrás;  hemos 
llegado  á  la  entrada  del  túnel;  el  robledal  co- 
mienza; por  entre  los  árboles  se  distinguen  á 
lo  lejos  jirones  de  panorama;  cabrilleos  de  ría; 
tonos  verdes  de  campiña;  manchas  azules  de 
montañas...  ¡Dios  nos  dé  que  dar,  hermano!... 
¡Dios  le  socorra!  ¡Son  los  pobres  que  brotan  á 
lo  largo  de  nosotras  como  las  flores  de  trébol; 
el  odio  recubierto  con  la  máscara  de  la  hipo- 
cresía; la  miseria  sin  pudores. 

— Aquél  es  una  pura  llaga...  este  carece  de 
remos...  el  de  más  allá  se  arrastra  como  una 
culebra;  son  las  guerrillas  de  la  fiesta;  el  cor- 
tejo de  todas  las  romerías;  un  paso  más  y 
topamos  á  la  ermita. 

EL  SEÑOR  DE  TONEL 

— ¡Alto!...  ¡Soy  la  avanzada  de  la  romería!... 
Aquí  se  paga  el  derecho  do  peaje...  Nadie  pase 
sm  acercar  la  conca  á  mi  espita  que  yo  regalo 
la  alegría... 

— ülu...  glu...  glu...  ¡Eh!...  Venid  acá,  devo- 
tos; yo  os  daré  rosarios  de  chispeantes  rubíes... 
Formad  la  rueda,  bebedores,  mientras  yo  des- 
canso sobre  la  desuncida  carreta  á  la  sombra 
de  la  vela  marina  que  me  han  puesto  de  toldo... 
Oye,  gaitero,  corónala  de  pámpanos  á  la  gaita... 
Tú,  el  del  violín,  pasa  de  largo,  que  con  tus 
chirridos  se  me  avinagra  el  peleón...  Tan,  tan, 
tan...  La  campana  tiene  ronquera;  decidle  que 
venga  á  remojarse  el  badajo  con  un  trinquis... 
¡A  la  salud  del  santo!...  No  amorriñarse,  rapa- 
ces... ¡Acercaos  y  cmiiinad  el  codo,  mozas;  yo 
os  encenderé  la  sangre!  ¡Soy  el  alma  do  la 
fiesta!...  ¡Viva  Baco  y  viva  el  placer  y  corra  el 
vino  hasta  que  so  tina  de  púrpura  la  ría!  ¡Mue- 
ra el  agua! 

J.A    voz    DE    LA    ESQUILA 

Talán...  talán...  talán...  talán...  ¡Estoy  loca 
de  contento!...  ¡Que  elegante  me  han  puesto  á 
mi  ermita  querida!...  ¡Apenas  si  le  han  clavado 


LA  ILUSTBACION'IBERICA 


523 


en  el  alero  banderolas,  flámulas  y  gallardetes!... 
Eh,  romeros,  que  esta  santa  casa  se  lia  colgado 
de  seda  y  ha  encendido  todas  sus  velas  para 
recibiros...  ¡Acudid  con  vuestras  ofrendas!...  ¡El 
santo  os  espera  para  bendeciros!...  Un  padre 
nuestro  y  enseguida  á  estirar  las  piernas  al  son 
de  la  gaita...  Talán...  talán...  talán...  talán... 
Viento,  lleva  mi  voz  en  tus  alas  hasta  las  ba- 
rrancas más  lejanas.  ¡Tengo  hoy  unas  ganas  de 
repiqvietearl  ¡Ño  me  canso  de  tañer!...  ¿Se  les 
figurará  á  esos  pájaros  que  por  mucho  que  pi- 
torreen van  á  poder  más  que  la  esquila?...  ¡Sí, 
pues  á  quien  alborote  con  más  fuerza!...  Talán... 
talán...  talán...  talán...  Muchas  gracias  señor 
sol,  por  haber  asistido  á  la  fiesta...  ¡Hola,  los 
palilleros  vienen  á  bailar  la  danza  de  costum- 
bre delante  de  la  ermita!...  ¡Famosos  sombreros 
de  copa,  con  lazos  y  ramas,  me  gastan!...  Ta- 
lán... talán...  llegad,  mujeres,  llegad  á  cumplir 
los  votos  que  hicisteis  cuando  la  última  borras- 


ca cogió  á  vuestros  maridos  mar  adentro... 
¡Viva  la  romería!...  Talán...  talán...  ¡Viva  San 
Roque!... 

(Se  concluirá.) 

Alfonso  Pérez  Nieva. 


BIBLIOGRAFÍA 


HíRKQf  A8,  estudios  de  critica  Inductiva  sobre  asuntos 
españoles,  por  Pompeyo  Gener. — Barcelona,  1887. 

La  amistad  que  me  une  con  el  autor  de  este 
libro  no  habrá  de  ser  parte,  espero,  á  impedir 
que  mi  juicio  sea  tan  desapasionado  como  si  se 
tratara  de  otro  cualquier  escritor.  En  ciertos 
pasajes  de. sus  obras,  especialmente  al  tratar 
de  «lo  que  es  una  nación,»  me  ha  gustado  ma- 


cho;|en  cambio,  en  otras^me  ha  producido  una  im- 
presión tanto  más  penosa  en  cuanto  el  autor  de- 
muestra poseer  brillantes  dotes  de  estilista. 

Comenzaré,  pues,  lamentándome  de  que  ha- 
biendo escrito  Gener  un  libro  que  podía  ser 
leído  con  agrado  por  toda  clase  de  personas  y 
validóse  de  un  método  que  cuando  menos  tie- 
ne aquí  el  mérito  de  la  novedad,  se  haya  creí- 
do en  el  caso  de  mostrarse  extrañamente  agre- 
sivo al  tratar  de  ciertos  hechos  de  nuestra  his- 
toria" y  de  ciertos  particulares  de  nuestra 
manera  de  ser  actual,  haciéndose  eco  de  las 
exageraciones  é  inexactitudes  que  sobre  España 
es  costumbre  leer  en  la  mayoría  de  los  escrito- 
res transpirenaicos.  Este  parti-pris,  seguramen- 
te involuntario,  afea  su  libro,  lo  hace  antipático 
y  será  causa  de  qvie  en  justa  correspondencia 
se  le  nieguen  quizás  las  excelentes  condiciones 
que  le  distinguen  como  escritor  lleno  de  nervio 
y  elocuencia.  Podía  haber  dicho  lo  mismo, — es 


PINTURAS  SOBRE  ESMALTE:  RETABLO 


decir,  lo  mismo  no,  algo  parecido, — ponderando 
menos  las  envidiabilísimas  cualidades,  virtudes, 
seducciones,  talentos,  glorias,  ventajas,  fortunas, 
maravillas  y  suculencias  de  los  franceses,  y  mos- 
trándose un  poco  más  benévolo  con  España. 
Comprendo  que  París  ha  de  ejercer  una  fasci- 
nación iiTesistible  en  quien  como  Gener  está 
dotado  de  la  más  ardiente  pasión  por  el  pro- 
greso intelectual  y  material;  comprendo  que 
aquella  capital  admirable  le  haya  seducido 
hasta  parecerle  el  bello  ideal  de  un  literato  ó 
de  un  artista  y  que  el  trato  con  las  eminencias 
con  quienes  se  codea  le  haya  hecho  creer  que 
no  cabía  mayor  felicidad  en  el  mundo;  pero  era 
preciso  que  este  justo  amor  y  entusiasmo  por 
lo  de  Parí.s  no  fuera  á  costa  de  deprimir  dema- 
siado á  España,  lo  cual  irrita  tanto  más  en 
cuanto  se  ve  claro  que  en  muchas  cosas  repite 
el  autor  lo  que  han  dicho  otros  sin  conocer 
bastante  la  materia,  ó  por  lo  menos  sin  haberla 
ahondado  lo  suficiente. 

¿Cómo  en  su  talento  clai-i.simo,  en  su  don  de 
gentes,  en  su  cualidad  de  mortdain  no  compren- 
dió Gener  que  no  tenía  que  dirigirse  á  un  pú- 
blico español  en  el  tono  que  lo  hace?  ¿Cómo 
él,  avisado  antropólogo,  no  echó  de  ver  que  á  un 
pueblo  tan  bilioso  como  este  no  hay  que  irri- 
tarle la  bilis  para  que  entre  en  razón,  sino  todo 
lo  contrario? 

Creo  yo  que  andaluces,  catalanes,  madrile- 
ños, editores  y  mastroquets  le  perdonarían  aún 
á  Gener  tout  le  mal  qu'  ü  en  dit  si  no  hubiese 


tenido  la  fatal  ocurrencia  de  hacer  que  la  ne- 
grura de  su  cuadro  resaltara  sobre  el  fondo 
color  de  rosa  y  lila  de  la  sociedad  parisiense. 
Es  cierto  que  todo  español  habla  mal  de  Espa- 
ña, pero  no  es  para  decir  que  sea  mejor  lo 
francés,  ni  lo  italiano  ni  lo  sueco.  Yo  cuando 
me  he  encontrado  en  el  extranjero,  he  dichoque 
era  español  con  todo  el  énfasis  que  hubiese 
dicho  siglos  atrás:  Givis  romanvs  ium.  Al  fin  y 
al  cabo,  á  falta  de  otras  cualidades,  el  mundo 
entero  nos  reconoce  como  maestros  en  gloria  é 
hidalguía,  y  por  más  que  Napoleón  I  fuese  un 
grande  hombre,  aquí  le  dimos  el  primer  pun- 
tapié que  le  hizo  perder  su  fama  de  vencedor 
infalible.  Como  estoy  cierto  también  se  lo  da- 
ríamos á  otros  si  probaran  de  amilizarnos  &  la 
fuerza. 

Pero  volvamos  á  París.  Gener,  con  la  riqueza 
de  sus  imágenes  y  su  lenguaje  vivido  y  expre- 
sivo, se  empeña  en  pintarnos  aquello  como  un 
paraíso,  como  si  fuese  Jauja  para  los  mozos 
hechos  á  pluma  y  á  pelo,- — quiero  decir  á  plu- 
mas y  pinceles, — y  sin  embargo  no  es  preciso 
ser  un  houlevardier  ni  estar  muy  metido. f/t^ws  le 
■mouvement  para  saber  que  allí  cuecen  habas  lo 
mismo  que  en  Madrid  y  que  muchos  escritores 
tienen  que  ayudarse  con  destinillos  para  ir 
pasando  esta  triste  vida.  No  es  preciso  conocer 
los  más  recónditos  misterios,  los  más  inescru- 
tables dessous  de  la  vida  literaria  para  saber 
que  en  aquel  centro  que  se  titula  modestamente 
á  si  mismo  la  capUale  de  la  lamiere  á  la  manera 


que  sus  profesores  científicos  se  apellidan,  sans 
vergogne,  des  savants,  hay  también  al  lado  de  au- 
tores millonarios  como  Hugo,  Dumas,  Sardou, 
Zola,  Daudety  el  pobre  Ohnet,  otros  no  poco  esti- 
mables que  se  están  comiendo  los  codos.  ¿Pues 
acaso  Gustavo  Planche,  el  critico  de  la  Itevue 
des  Devx  Mondes,  no  estaba  en  la  mayor  mise- 
ria y  pedía  un  sillón  entre  los  Inmortales  para 
cobrar  los  2-5  duros  de  honorarios  que  devengan 
todos  los  meses?  ¿No  se  ahorcó  Gerardo  de  Ner- 
val, por  no  tener  dinero?  ¿No  murió  casi  de 
hambre  el  delicadísimo  Hegesippo  Mqreau?¿No 
se  queja  Armando  de  Pontmartín  de  la  insopor- 
table petar dería  de  Murger?  (1).  Mas  de  cuatro 
notabilidades  académicas  mungent  de  la  vache 
enragée  según  cuidan  de  revelarnos  los  reporters, 
y  más  de  ocho  poetas  murmuran  allí  mismo 
donde  falleció  Gilbert: 

Au  banquet  de  la  vie,  infortoné  convite. 
Je  suis  tard  arrlvé... 

Los  Asilos  de  noche  recogen  no  pocos  hommes 
de  lettres  y  aun  cierta  vez  fué  á  parar  allí  todo 
un  ex-prel'ecto  del  Seize-Mai.  Sábese  que  Teófilo 
Gautier  apenas  si  ganaba  para  cubrir  sus 
gastos,  y  no  era  nada  derrochador.  Paul  Feval 
murió  en  un  asilo.  Asegúrase  que  Alberic  Sé- 
gond  no  estaba  siempre  al  corriente  de  su 
terme.  Flaubert,  dans  l'embarras,  recibió  un  de- 
licado obsequio  de  madame  Pelouze  al  invitarle 


(1)    Leh  Jeudis  de  Madame  Charbonneau. 


UN  GRACIOSO  (Cuadro  <l£  A,  Kozakicwicz) 


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526 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


A  escribir  en  su  palacio  de  Chenonceaux  un  poema 
hidrológico.  Datos  son  estos  bastantes  á  demos- 
trar que  París  no  es  todo  Jauja  para  los  escri- 
tores, y  que  en  esta  parte  la  pobretería  ilustrada 
de  Madrid  puede  sin  falsa  modestia  donner  le 
jNuá  la  íparisién.s  sin  que  por  eso  falten  en  la 
corte  otros  que  pueden  darse  aires  bastante  pa- 
recidos á  un  Wolff,  un  Veron  y  demás  escrito- 
res bien  pagados. 

¿Y  qué  diremos  de  los  artistas?  Ciertamente 
que  Meissonier,  Henner,  Cabanel,  Duran,  son 
unos  Fúcares,  pero  ¿olvidaremos  la  paupérrima 
sitnación  de  Millet?  ¿No  hay  en  el  patio  de  la 
escuela  de  bellas  artes  un  Mercurio  sin  brazo, 
de  Briant,  que  atestigua  que  aquel  miembro  le 
falta  por  haberse  helado  el  barro  del  original 


la  noche  horrible  en  que  el  escultor  pereoió  de 
frío  en  su  buhardilla?La  prensa  parlanchina  ha 
cuidado  de  pregonar  que  Puvis  de  Chavannes 
gana  poquísimo:  Gleyre  ganaba  menos  todavía 
segi'jn  explica  Taine;  Tassaert,  muerto  hace 
poco,  era  conocido  6  explotado  casi  únicamen- 
te por  Dumatt,  y  supongo  que  á  muchos  que  no 
son  Gleyres  ni  Chavannes  ni  Tassaerts  les  pa- 
sará lo  mismo.  Hay  ciertamente  una  aristocra- 
cia artística  y  literaria  que  gana  mucho,  pero  la 
inmensa  mayoría  es  de  creer  que  no  tiene  cuen- 
tas corrientes  con  el  Banco. 

Pero  dejo  esto,  escrito  sin  otra  intención  que 
rebajar  un  poco  el  tono  excesivamente  sonro- 
sado del  Pai-ís  de  Gener,  y  entro  en  otra  clase 
de  consideraciones. 


EL  REGRESO  DE  LAS  BARCAS 


Sin  duda  que  el  método  empleado  por  Taine 
procura  á  veces  mny  satisfactorias  explicacio- 
nes, pero  como  todos  los  hiatemas  peca  de  falso, 
y  así  no  es  de  extrañar  que  de  vez  en  cuando, 
en  vez  de  una  demostración  matemática  le  resul- 
te un  verdadero  cien  pies,  por  ejemplo  el  Jjafon- 
taine  y  ahora  el  Napoleón.  Témeme  que  así  al 
hablar  de  Madrid  como  al  tratar  de  Cataluña, 
se  haya  apoyado  Gener  en  pocos  datos,  6  por 
mejor  decir  en  datos  incompletos;  la  tentativa, 
sin  embargo,  es  meritoria  como  tendencia,  y 
ojalá  sirviera  de  patrón  para  historiar  el  arte  y 
la  ciencia  en  España. 

No  me  convence  el  que  la  altitud  de  650  me- 
tros sobre  el  nivel  del  mar  y  la  aridez  de  los 
alrededores  de  la  corte  sean  causa  suficiente 
para  que  allí  no  pueda  cultivarse  la  ciencia. 
Arenales  áridos  habrá  difícilmente  tan  pocos 
como  los  que  rodean  á  Berlín,  y  en  punto  á 
elevación,  otras  localidades  hay  en  Europa  que 


están  mucho  más  altas  que  la  corte  de  Felipe  II- 
Sin  embargo,  no  puede  decirse  que  sean  impro- 
pias para  el  cultivo  y  desenvolvimiento  de  la 
ciencia  (1). 

Eso  de  querer  explicar  el  genio  de  un  país 
por  la  configuración  del  suelo  y  la  alimentación 
de  los  habitantes  no  es,  sin  embargo,  cosa 
nueva,  y  antes  de  que  Taine  lo  elevara  á  siste- 
ma de  crítica,  habíalo  ya  empleado  Montes- 
quieu.  Y,  sin  embargo,  el  estudio  de  tales  con- 
diciones puede  dar  á  lo  más  un  conocimiento 
vago  de  los  caracteres  generales  de  una  raza; 
pero  no  de  lo  que  constituye  sus  rasgos  típicos. 


(1)  La  meseta  do  Valdai  en  la  Rusia  Central  (Moicou, 
NIJuI  ÑoTgnrod);  las  llanura»  clmbro-ftermáulcap;  la«  moa- 
tañaa  calcdonlanas  y  las  colina»  del  Uerby  en  Escocia;  la 
tegUm  HcroinioCar|iata(Frai.conia,  Bohemia,  Alta  Hungría. 
Transilvanla);  la  Teg\6a  de  los  Alpe»,  (Bavlera,  mesetas  del 
Píamente);  meseta  de  la  región  de  la  Franela  oceánica 
(cuenca*  del  Sena,  del  Lolre,  y  del  Carona),  á  400  600  metros 
«obre  el  nivel  del  mor. 


Son  causas  primeras  muy  vagas,  y  difícil  sería 
decidir  porque  Estreinadura  ha  dado  Corteses 
y  Pizarros,  porque  de  Navarra  han  salido  tan- 
tos músicos  y  qué  tuvo  que  ver  Zaragoza  con 
la  vocación  de  Goya. 

Más  influencia  atribuyo  á  la  herencia  y  á  las 
causas  segundas,  como  son  los  fenómenos  socia- 
les, las  costumbres,  las  tradiciones,  y  de  estas 
cosas  no  son  responsables  muchas  veces  el  clima 
ni  la  altitud,  porque  si,  por  ejemplo,  en  España 
ha  habido  largos  siglos  de  guerra  que  han  des- 
arrollado las  condiciones  belicosas  de  sus  mora- 
dores, no  tienen  la  culpa  el  suelo  ni  la  alimen- 
tación ,  sino  la  codicia  de  los  cartagineses, 
romanos,  árabes,  etc.  Si  queda  alguna  sangre 
israelita  en  ciertas  comarcas,  no  tiene  la  culpa 
el  suelo  de  que  Vespasiano  y  Adriano  enviasen 
aquí  á  los  judíos  que  expulsaron  de  .lerusalón; 
si  España  tuvo  que  combatir  en  las  dunas  de 
los  Países  Bajos,  tampoco  fué  por  gusto  sino 
para  dominar  la  insurrección  de  aquella  gento; 
si  fuimos  á  Italia  á  derrotar  franceses  tampoco 
tiene  la  culpa  el  clima  sino  las  circunstancias 
políticas  que  lo  motivaron;  si  civilizamos  la 
América,  fué  porque  nos  tocó  desempeñar  este 
papel  como  hubiera  tocado  á  Francia  ó  Ingla- 
terra si  hubiesen  tenido  la  gloria  de  descubrir 
un  Nuevo  Mundo.  Estos  factores  ethicos  son  de 
todo  punto  independientes  de  las  condiciones 
telúricas. 

En  cuanto  á  la  alimentación ,  protestará 
conmigo  la  mayor  parte  de  la  gente  de  letras 
de  que  influya  algo  en  escribir  bien  el  ser  un 
gourmet.  Probablemente  en  España  debe  de  ser 
contraproducente  un  régimen  demasiado  nutri- 
tivo, pues  no  parece  que  de  los  conventos  donde 
se  comía  exquisitamente  de  rejas  adentro,  nos 
hayan  legado  muy  portentosas  obras,  ni  se  ha 
dejado  conocer  tampoco  hasta  ahora  la  influen- 
cia de  Fornos  en  la  literatura;  á  lo  menos  no  se 
ha  demostrado  gran  cosa  en  la  oratoria  de  los 
padres  de  la  patria.  Nuestros  mejores  libros  es- 
tán escritos,  según  se  lee  ó  dicen  los  reporters, 
en  ocasiones  bien  poco  propicias  para  regodear- 
se con  lo  exquisito  de  los  platos.  Es  cosa 
delicada,  sin  embargo,  entrar  en  este  asunto, 
pues  á  nadie  le  gusta  que  en  vida  digan  de  él 

que  fulano  no  cenó 
cuando  concluyó  tal  libro. 

Podemos  afirmar,  sm  embargo,  que  Becquer 
ha  dejado  obras  imperecederas,  sin  haber  tenido 
nunca  fama  de  gastrónomo,  y  que  Inza, — un 
Tanner, — inventó  más  Nouvelles  á  la  maine  que 
todos  los  Máscaras  de  bronce  hehergées  en  el  Con- 
tinental. ¿Qué  más?  Voltaire  era  un  vegetariano 
impecable. 

Ni  tampoco  apelan  en  París  á  los  auxilios  de 
un  buen  cocinero  para  hacer  lo  que  el  alcalde  le 
mandaba  al  senyor  Ganons.  La  serpiente  verde 
es  la  gran  musa  de  la  generalidad;  hay  quienes 
se  atosigan  de  café,  ni  faltará  tampoco  de  fijo 
quien  como  Alfredo  de  Musset, — si  creemos  al 
libelista  Mericourt,— sólo  acierte  á  escribir  ren- 
glones cortos  con  el  peñascaró  al  lado  y  una 
barbiana  delante  en  traje  de  Friné  en  el  Areó- 
pagO.  ¡Medrados  estaríamos  con  que  sólo  pudie- 
sen escribir  cosas  buenas  los  estómagos  satisfe- 
chos! Claro  está  que  el  ideal  de  un  literato  es 
aquella  áurea  mediocritas  de  Horacio,  pero  si  no 
es  posible  ¿qué  le  vamos  á  hacer?  No  es  esto 
decir,  que  como  el  Carnioli  de  Dálila  ó  tomando 
en  serio  una  paradoja  del  ingeniosísimo  don 
Juan  Valora,  pretenda  que  los  artistas  deban 
pasar  hambres  y  los  literatos  escribir  de  balde; 
pero  sí  me  parece  excesivo  que  se  quiera  hacer 
depender  para  nada  la  inteligencia  del  régi- 
men dietético.  -Estas  cuestiones  se  prestan  á 
exageracione.s  que  es  preciso  evitar,  lo  cual  me 
recuerda  aquello  de  que  «sin  fósforo  no  hay 
pensamiento,»  lo  cual  es  una  mentecatería  y  un 
aserto  falso.  Alguien,  sin  embargo,  tomó  al  pió 
de  la  If  tra  el  aforismo  y  le  preguntó  al  célebre 
Mark  Twain,  qué  clase  de  pescados  ó  moluscos 
podría  comer. 

— Creo  que  bastará  con  que  en  cada  almuerzo 
os  hagáis  servir  un  par  de  ballenas  de  mediano 
tamaño, — contestóle   el   humorista   americano, 


LA  ILUSTRACIÓN  rBEMCA 


527 


confundiendo,  es  verdad,  lastimosamente  un 
mamífero  cou  un  pez. 

No  estoy,  pues,  con  Gener  al  suponer  que  las 
causas  de  la  decadencia  de  la  literatura  madri- 
leña dependan  de  la  altitud  de  la  corte  sobre  el 
nivel  del  mar,  ni  de  la  aridez  del  suelo,  ni  del 
abuso  de  n;arbanzos,  gazpachos,  callos  y  baca- 
lao. Cuando  á  uno  le  falta  fósforo,  ni  aunque 
se  aluiorzai-a  las  dos  ballenas  de  Mark  Twain 
le  serviría  de  nada  para  escribir.  .  un  soneto. 

Habla  el  autor  de  la  literatura  castellana  en 
el  siglo  XIX  é  incurre  á  mi  juicio  en  varias 
equivocaciones,  amén  de  pasar  por  alto  algu- 
nos hechos  sumamente  favorables  al  buen  con- 
cepto de  nuestras  actuales  letras. 

En  primer  lugar  la  escuela  liberal  no  surgió 
después  de  la  invasión  francesa.  Ya  á  últimos 
del  pasado  siglo  hubo  en  Madrid  un  complot 
para  proclamar  la  república  y  se  contaban  va- 
rios escritores  como  D.  Juan  Nicasio  Gallego, 
Cienfuegos,  Jovellanos,  Quintana,  etc.,  decidi- 
damente liberales;  no  hay  para  qué  decir  que  en 
las  Cortes  de  Cádiz  brillaron  muchos  oradores. 
Tampoco  estoy  conforme  en  que  el  clasicismo 
no  arraigara  aquí;  arraigó  cuando  iban  las  co- 
rrientes por  aquella  parte  (Meléndez  Valdés, 
Moratín)  y  desapareció  cuando  nos  reimporta- 
ron de  Francia  el  romanticismo.  En  cambio  dice 
excelentemente  Gener  cuando  señálalos  defectos 
de  que  adolecía  esta  última  literatura. 

Tampoco  me  parece  justo  atribuir  á  la  revo- 
lución de  Setiembre  la  gloria  de  haber  empo- 
llado una  porción  de  talentazos,  pues  á  mi  juicio 
y  por  más  extraña  que  pueda  parecer  mi  opi- 
nión, creo  que  esto  data  del  advenimiento  al  po- 
der del  partido  moderado  en  1844  y  no  porque  el 
partido  moderado  tuviese  una  varita  mágica 
para  hacer  que  los  tontos  se  volviesen  discretos 
sino  porque  suele  suceder  que  después  de  un 
período  de  agitación  viene  otro  de  recogimiento 
favorable  al  cultivo  de  las  ciencias  y  las  artes  y 
aquí  nos  encontrábamos  al  día  siguiente  de 
Vergara.  Rivero,  Canalejas,  Castelar,  Pi,  Sal- 
merón, Campoamor,  Valera,  Lorenzana,  son 
de  mucho  anteriores  á  la  gloriosa  y  no  cabe  ne- 
gar que  el  conde  de  San  Luís  fué  un  Mecenas 
como  ha  habido  pocos.  ¿Qué  m4s?  Allá  por  los 
años  57  ó  58,  ¿no  hizo  un  ingeniero  (creo  sería 
ingeniero)  llamado  D.  Manuel  María  de  Azofra 
la  exposición  del  positivismo  de  Comte  en  su 
discurso  de  recepción  en  la  Academia  de  Cien- 
cias? Por  lo  demás  es  la  verdad,  por  desgracia, 
que  los  mejores  autores  dramáticos  que  hemos 
tenido  han  sido  reaccionarios, — como  lo  son  tam- 
bién en  Francia  (Augier,  Sardón).  Verdad  que 
después  de  la  revolución  han  aparecido  Eche- 
garay,  Galdós,  Revilla,  Alas  y  algunos  otros 
menos  conocidos,  que  cita  el  autor,  descuidándo- 
se en  cambio  déla  señora  Pardo  Bazan,  Fernán- 
dez Flores,  Pereda,  Palacio  Valdés,  Labra,  etc. 
pero  es  fácil  que  lo  mismo  hubiesen  brillado 
gobernando  González  Brabo  que  en  república  ó 
bajo  la  ecuación  Cánovas=Sagasta  (1). 

Empréndela  Gener  con  los  andaluces,  y  á  fe 
que  no  tiene  nada  que  envidiarles  en  punto  á 
imaginación,  y  dice  de  ellos  poco  menos  lo  que 
Daudet  de  sus  paisanos;  sin  embargo,  es  impo- 
ble  prescindir  de  los  andaluces, — que  no  son  tan 
Tartarines  como  á  primera  vista  podría  suponer- 
se,— y  además  no  todos  ellos  pueden  compren- 
derse bajo  una  sola  rúbrica  étnica.  Alarcón, 
verbi-gracia,  caracterizó  con  mucha  gracia  á  las 
granadinas  diciendo  que  no  son  andaluzas  de 
profesión.  Mendizábal,  Narváez,  Rivero,  verda- 
deros hombres  de  Estado,  eran  de  allí.  Pero  si 
los  andaluces  son  una  calamidad  como  informa- 
dores políticos  y  literarios,  resulta  que  no  hace- 
mos sino  estar  igual  que  Francia  donde  el  Midi 
ha  conquistado  el  Norte  y,  sin  embargo, 

ni  han  temblado  las  esferas...  etc. 

Pues,  vaya,  que  en  tiempo  de  la  república  go- 
bernaron algunos  paisanos  de  Gener  y  míos,  y 


[Dios  nos  asista!  En  cuanto  á  Prim,  fué  para  mí 
un  andaluz  de  Cataluña  y  hacía  bien  en  creerse 
de  la  raza  de  los  Guzmanes. 

He  de  exponer  ahora  la  extrañeza  que  me  ha 
causado  la  afirmación  de  Gener  de  que  aquí  hay 
el  prurito  de  imitar  el  estilo  de  los  escritores  del 
siglo  de  oro,  imitadores  á  su  vez,  según  el  au- 
tor de  Heregias  de  los  autores  italianos  (¡No, 
pardiez,  que  Hurtado  de  Mendoza,  Granada, 
León,  Teresa  de  Jesús  y  demás  aludidos  ha- 
cían da  se.)  No  sé  ver  eso;  conozco  sí  algu- 
nos bien  intencionados  escritores  catalanes  y 
mallorquines  que  todavía  creen  se  debe  ser  pu- 
rista, pero  la  generalidad,  ¡buena  está  para  an- 
darse con  imitaciones!  Precisamente  si  de  algo 
se  peca  es  de  tener  demasiado  presente  lo  que 
escriben  en  el  Fígaro  y  Gil  Blas  Millaud  y 
A.  Sylvestre,  más  que  de  seguir  las  huellas  de 
nuestros  olvidadísimos  autores  del  siglo  xví. 
Pero  aparte  de  esto  hay  que  reconocer  que  se 
trabaja  hoy  el  castellano  y  se  perfecciona  y  se 
enriquece  como  nunca  se  haya  hecho,  introdu- 
ciéndose en  él,  ya  que  no  catalanismos,  frases  y 
modismos  populares  de  todas  las  provincias  en 
que  se  habla  aquella  lengua  (Pereda,  Alas,  Pa- 
lacio, los  autores  andaluces;)  en  cuanto  á  la 
Academia  buen  respeto  se  la  guarda  con  los 
Escalados  y  Bachilleres  de  Osuna  que  la  van 
saliendo.  Con  todo,  no  crea  el  señor  Gener 
que  cuando  les  conviene  á  los  madrileños  no 
hagan  uso  de  ciertas  palabras  catalanas:  repase 
los  periódicos  por  Navidad  y  se  encontrará  con 
tortells,  butifarra,  etc.  Cacahuet,  pebre,  nena,  es- 
tán admitidos  de  hace  tiempo;  sin  duda  no  en- 
contrarán á  faltar  nuestra  dulcísima  anyoranqa, 
que  algún  orador  grandilocuente  ha  pretendido, 
sin  embargo,  sustituir  con  la  feísima  de  iñor. 


(Se  continuará.) 


Carlos  Mendoza. 


NUESTROS  GRABADOS 


íl,  Eu  prueba  (\e que  algo  vale  la  actual  literatura caste- 
Unna  htisle  decir  que  algunas  novelas  de  D.  .Juan  Valen*  han 
sido  Iradueldfls  al  fran(:¿«i  y  al  inglé.s;  en  esta  última  lengua 
varias  de  Galdí'ts  y  la  Regenta,  de  Alas;  al  ruso  algunaa  de 
Palacio  Valdés  y  al  alemán  La  Quinlanmies,  de  Barrlonuevo. 


LA    VCLÁDA.  — BAJO   LOS    ABBOLKS  .  — [SALVADA! 

Recomiéndase  el  primer  grabado  por  la  hábil  distribución 
de  la  luz  y  lo  simpático  del  asunto,  pues  nada  más  simpático, 
en  efecto,  que  una  escena  de  familia,  dulce  y  apacible.  Bajo 
los  árboles,  es  un  dibujo  de  verano:  una  figura  de  niña 
á  la  cual  sirven  de  marco  el  césped  y  el  follaje.  Finalmente. 
/Salvada/  constituye  un  homenaje  de  admiración  al  heroísmo 
de  una  señora  llamada  Miss  Laurence,  la  cual  en  las  calles  de 
San  Diego  de  California  libró  á  una  niña  expuesta  al  peligro 
que  expresa  el  grabado. 

PISTÜBAS    80BRK     ESMALTE 

Este  arte  es  antiquísimo,  pues  fué  conocido  de  los  griegos 
y  etruscos,  de  los  egipcios  del  tiempo  de  los  Tolomeos,  de  los 
chinos,  y  más  adelante  de  los  bizantinos,  rusos,  persas,  ita- 
lianos, irlandeses  y  franceses.  Hoy  día  puede  decirse,  sin 
embargo,  que  se  ha  localizado  en  Limoges,  Battersea,  Cantón 
y  Yeddo,  datando  de  este  siglo  el  descubrimiento  hecho  por 
los  japoneses  del  arte  del  esmalte  sobre  porcelana. 

Los  Simpson,  de  Battersea,  monopolizan  hoy,  puede  de- 
cirse, el  arte  de  la  pintura  en  esmalte  sobre  metales,  del  cual 
damos  algunas  muestras . 

IXPOSICIÓN   HACIOIIAL  DK    BULLAS   ARTES    DE    1887 
|tL  AODAl 

EicuUura  de  D.  Mariano  BenlUure.— -Dibujo  de  P.  y  Valor 
•El  número  764 ,  titulado  /Al  agua/— dice  el  señor  Gi- 
ner  de  los  Ríos,— es  un  lindísimo  grupo  en  mármol  lleno  de 
gracia,  de  finura  y  de  Intención.  La  hermanita  mayor  pugna 
por  bañar  al  pequeñuelo  en  las  ondas.  La  expresión  de  ambas 
cabezas  es  felicísima  y  ofrecen  un  contraste  tan  señalado 
como  encantador.  Si  nos  fuéramos  á  det»ner  á  enumerar 
las  bellezas  de  ejecución  del  rico  mármol,  nos  extenderíamos 
más  de  lo  que  consienten  estas  revistas. 

■Contentémonos,  pues,  con  aplaudir  también  incondicio- 
nalmente  esta  obra.» 

DAVID   Y    SADL 

Cuadro  de  Julio  Kronbergs 

Ungido  rey  Saúl  por  el  profeta  Samuel  no  tardó  en  de- 
mostrar que  estaba  poco  dispuesto  á  consentir  que  el  altar 
dominase  al  trono.  De  ahi  que  cesaran  las  relaciones  entre 
el  teócrata  y  el  monarca  y  que  Samuel  buscase  otro  rey  que 
fuera  de  más  fácil  manejo.  Por  divina  inspiración  fijóse  en- 
tonces en  el  pastorcito  David,  hijo  de  Ital,  apresurándose  á 
ungirle  como  habia  hecho  antes  con  Saúl,  pero  sin  que  este 
llegase  á  traslucirlo. 

Hizo  el  candidato  de  Samuel  sus  primeras  armas  matando 
i  Goliat,  terrible  filisteo,  lo  cual  despertó  el  entusiasmo  de 
los  hebreos  que  comenzaron  á  cantar  coplas  en  las  que  com- 
parando lo  hecho  por  el  rey  y  el  pastorcito  se  decia  que  éste 
habia  tenido  la  dicha  de  matar  diez  veces  más  gente  que  no 
aquél.  Estas  canciones  debían  irritar  naturalmente  á  Saúl, 


que  era  sí  desobediente,  bravo  y  valeroso,  por  lo  cual  no 
tiene  nada  de  extraño  que  desde  entonces  no  mirase  con  muy 
buenos  ojos  al  afortunado  hondero;  así  fué  que  un  día  en 
que  le  díó  un  ataque  de  melancolía,  á  lo  cual  estaba  muy 
sujeto^  David  como  de  costumbre  fué  llamado  para  que  to" 
case  la  cítara  delante  de  él,  y  cuando  más  sosegado  parecía 
encontrarse  el  real  enfermo,  tiróle  éste  la  lanza  con  ánimo 
de  traspasarle,  lo  cual  afortunadamente  no  consiguió.  El  fu- 
turo poeta  del  Miserere  debió  de  hacerse,  sin  embargo,  el 
desentendido  ó  achacar  la  acción  del  rey  á  un  acto  de  locura, 
pues  al  poco  tiempo  fué  su  yerno. 

Meses  después  suicidábase  Saúl  por  no  sobrevivir  á  una 
derrota  que  habla  experimentado  por  parte  de  los  filisteos; 
David  fué  proclamado  rey  por  la  tribu  de  Judá  pero  las  otras 
once  eligieron  á  Isboset,  cuarto  hijo  del  difunto  monarca. 
Encendióse  la  guerra  civil  que  duró  7  años  y  por  fin,  asesina- 
do Isboset  por  los  mercenarios,  quedó  triunfante  David,  el 
cual,  muy  justamente,  mandó  matar  á  los  asesinos  de  su  ad- 
versario y  cuñado. 

BRON0I8  BVSOB 

No  parece  que  los  escultores  rusos  tengan  grande  afición 
al  desnudo,  antes  al  contrario,  es  su  fuerte  todo  lo  que  sean 
trajes  con  muchos  repliegues,  caídas,  dobleces,  arrugas,  etcé- 
tera. De  ahi  su  afición  á  los  asuntos  de  caza,  batallas  y  cuan- 
to permite  hacer  alarde  de  ruaianistno  y  puede  ser  tratado 
realísticamente. 

BKVERtK 

Cuadro  de  Salomón  J.  Salomón 
Vése  en  el  autor  de  esa  obra  un  pintor  cuidadoso  de  la 
expresión,  enemigo  de  lo  fácil  y  dado  á  los  toques  vigorosos 
y  atrevidos,  aun  á  riesgo  de  parecer  duro  ó  confuso.  La  figu- 
ra aparece  con  esto  llena  de  originalidad  y  resulta  verdade- 
ramente interesante,  por  más  que  haya  algo  que  decir  res- 
pecto á  la  especie  de  belleza  que  indudablemente  encontrarán 
muchos  en  el  rostro  de  la  embebecida  señora. 

UN    ALMUERZO    EN    EL   BOSQUE 

Dibujo  (le  Ravtl 
PerfectlsimamentP:  esas  escenas  de  almuerzos  y  comidas 
campestres  solazan  el  espíritu presinlnudo  la  familia b^ij"  un 
aspecto  risueño  y  atractivo.  Sin  apelar  á  groseros  incentivos, 
sin  más  que  representar  la  verdad  amable  y  ius ta  lógrase  dar 
cima  Á  una  obra  embelesadora,  como  esa  que  ofrecemos 
hoy. 

UN    ORACIOSO 

Cuadro  de  A.  Kozakitwicz 

Hay  muchos  estúpidos  que  se  entregan  á  la  gracia  que  le 
vemos  hacer  á  ese  tirolés,  sin  importárseles  un  ardite  que 
puedan  dejarle  ciega  á  su  víctima.  Y  sin  embargo,  nada  más 
fácil  que  descubrir  al  autor  de  semejante  hazaña:  ba.sta  pen- 
sar en  cual  es  el  amigo  más  bruto  que  uno  tiene,  si  es  hom- 
bre, ó  en  el  novio  más  idiota  si  se  trata  del  bello  sexo. 

EL    REGRESO   DI    LAS  BAB0A8 

Es  este  un  espectáculo  siempre  interesantísimo,  no  sólo 
bajo  el  punto  de  vista  gastronómico,  sino  también  en  el  con- 
cepto artístico.  Por  lo  mismo  nada  más  socorrido  para  tema 
de  una  marina  que  reproducirlo  en  una  buena  acuarela  ó  en 
un  dibujo.  , 

CBISTINa,   duquesa   de   MILÁN 

Retrato  por  Holbein 

Al  punto  se  compiende  que  ese  retrato  es  obra  de  un  gran 
maestro,  y  á  la  verdad,  quizás  en  este  género  no  le  llega 
nadie  á  Holbein,  á  no  ser  nuestro  Velázquez  que,  natural- 
mente, le  aventaja. 

Esta  Cristina,  duquesa  de  Milán,  era  la  viuda  de  Francis- 
co Sforza,  la  cual,  á  la  muerte  de  su  maildo,  fuese  á  vivir  á 
la  corte  del  Regente  de  los  Países-Bajos.  Enrique  VIH,  que 
acababa  de  perder  A  su  tercera  mujer  Juana  Seymour,  parece 
que  pensó  en  reemplazarla  con  ella,  pero  no  hubo  de  ser  asi, 
enamorado  del  retrato  que  le  envió  Holbein  de  la  horrorosa 
Ana  de  Cleves  convertida  por  el  pintor  en  una  Venus. 

* 


LOKIS 


pon    mOSPERO    Ii^EEIiiavrEE 


— Teodoro, — dijo  el  señor  profesor  Witem- 
bach; — tened  la  bondad  de  darme  ese  cuaderno 
forrado  de  pergamino,  en  el  segundo  estante, 
encima  del  secreter;  no  este,  sino  el  otro,  en  oc- 
tavo menor.  Ahí  es  donde  he  reunido  todas  las 
notas  de  mi  diario  de  18(i6,  á  lo  menos  las  que 
se  refieren  al  conde  Szemioth. 

El  profesor  se  caló  los  anteojos,  y  en  medio 
del  más  profundo  silencio  leyó  lo  que  sigue: 
LOKIS, 
con  este  proverbio  lituano  por  epígrafe: 
Miszka  su  Lokiu, 
Abu  du  tokiu.  (1) 


(1)  Los  dos  forman  pareja;  literalmente,  Miguel  con 
Lokis,  ambos  los  mismos.  Michaelium  cum  Lokide,  ambo  (dúo) 
ipsissimi. 


52« 


LA  ILUSTRACIÓN    IBKKICA 


Cnando  apareció  t'H  Londres  la  primera  tra- 
ducción do  las  Sagradas  Escrituras  en  lengua 
lituana,  publiqué  eu  la  Gaceta  deniijiva  y  Hiera- 
«Til  de  Kteuigsberg  un  ai'tjcxilo  en  el  cual,  aun- 


que haciendo  plena  justicia  á  los  esfuerzos  del 
docto  intérprete  y  á  las  piadosas  intenciones  de 
la  Sociedad  bíblica,  creí  deber  señalar  algunos 
ligeros  errores,  permitiéndome,  además,  mani- 


CRISTINA,  DUQUESA  DE  MILÁN  (Eetcsto  por  Holbein) 


festar  que  esta  versión  podía  aprovechar  sola- 
m«>te  á  una  ptute  de  las  poblaciones  lituanas, 
pues  el  dialecto  de  que  en  ella  se  hace  uso  es  di- 
fícilmente inteligible  á   los  habitantes  de  los 


distritos  donde  se  habla  la  lengua  jomatUca,  vul- 
garmente llamada  ^'«iMíía,  quiero  decir,  eu  el  pa- 
latinado  de  Sainogicia,  lengua  que  se  aproxima 
al  sánscrito  más  aún,  tal  vez,  que  el  alto  lituano. 


Esta  observación,  á  pesar  de  las  críticas  furi- 
bundas que  me  valió  por  parto  de  cierto  profe- 
sor bien  conocido  en  la  universidad  de  Dorpat, 
ilustró  á  los  honorables  individuosi  del  consejo 
de  administración  de  la  Sociedad  bíblica,  el 
cual  no  vaciló  en  hacerme  la  lisonjera  oferta 
de  dirigir  y  vigilar  la  redacción  del  Evangelio 
de  San  Mateo  en  samogicio.  Hallábame  yo  en- 
tonces harto  ocupado  en  mis  estudios  sobre  las 
lenguas  transuralianas  para  emprendió-  un  tra- 
bajo más  extenso  que  hubiera  comprendido  los 
cuatro  Evangelios.  Aplazando,  ¡lues,  mi  matri- 
monio con  la  señorita  Gertrudis  Weber,  mar- 
chóme á  Kowno  (Kaunas),  con  intención  de  re- 
coger todos  los  monumentos  lingüísticos  impre- 
sos ó  manuscritos  en  lengua  jinuda  que  pudiese 
procurarme,  sin  descuidar,  por  supuesto,  las  poe- 
sías populares,  (í(/iíios,  y  las  narraciones  ó  leyen- 
das, pasakof!,  que  me  proporcionarían  documen- 
tos para  un  vocabulario  joma'itico,  trabajo  que  de- 
bía preceder  necesariamente  al  de  la  traducción. 

Habíanme  dado  una  carta  de  recomendación 
para  el  joven  conde  Miguel  Szemiotli,  cuyo  pu- 
dre, á  lo  que  se  me  aseguraba,  había  poseído  el 
famoso  Calerhismus  Simoqüicus  del  Padre  La- 
wicki,  tan  raro,  que  ha  llegado  á  ponerse  en 
duda  su  propia  existencia,  especialmente  por  el 
profesor  de  Dorpat  á  quien  acabo  de  hacer  alu- 
sión. Encontrábase  en  su  biblioteca,  según  cier- 
tos datos  que  me  habían  proporcionado,  una 
vieja  colección  de  dainos  así  como  poesías  en  len- 
gua prusiana  antigua.  Habiendo  escrito  al  conde 
Szemioth  para  exponerle  el  objeto  de  mi  visita, 
apresuróse  á  contestarme  dirigiéndome  la  más 
amable  invitación  para  que  fuese  á  pasar  en  su 
castillo  de  Medintiltas  todo  el  tiemjjo  que  exi- 
giesen mis  investigaciones.  Terminaba  su  carta 
diciéndome  de  la  manera  más  graciosa  que  se 
jactaba  de  hablar  el  jmudo  casi  tan  bien  como 
sus  colonos  y  que  se  consideraría  dichoso  con 
añadir  sus  esfuerzos  á  los  míos  para  una  em- 
presa que  calificaba  de  grande  é  interesante. 
Lo  mismo  que  algunos  de  los  más  ricos  pro- 
pietarios de  la  Lituania  profesaba  la  religión 
evangélica,  de  la  cual  tengo  el  honor  de  ser 
ministro.  Habíanme  prevenido  ya  que  el  conde 
no  estaba  exento  de  cierta  extrañeza  de  carác- 
ter, muy  hospitalario  por  otra  parte,  amigo  de 
las  ciencias  y  de  las  letras  y  particularmente  be- 
névolo para  aquellos  que  las  cultivaban.  Partí, 
pues,  para  Medintiltas. 

En  la  escalinata  del  castillo  fui  recibido  por 
el  mayordomo  del  conde,  que  me  condujo  al  mo- 
mento al  aposento  preparado  para  alojarme. 

— El  señor  conde, — me  dijo, — está  desola- 
do por  no  poder  comer  hoy  con  el  señor  profe- 
sor. Se  halla  atormentado  por  la  jaqueca,  enfer- 
medad á  que,  por  desgracia,  está  algo  sujeto. 
Si  el  señor  profesor  no  desea  se  le  sirva  en  su 
cuarto  comerá  con  el  señor  doctor  Erceber,  mé- 
dico de  la  señora  condesa.  La  mesa  estará  pues- 
ta dentro  una  hora;  no  se  hace  toilette.  Si  el  se- 
ñor profesor  tiene  órdenes  que  dar,  aquí  está  el 
timbre. — Retiróse  dirigiéndome  un  profundo 
saludo. 

El  aposento  era  vasto,  estaba  bien  amuebla- 
do, adornado  de  espejos  y  dorados,  con  vistas 
por  un  lado  al  jardín,  ó,  por  mejor  decir,  al 
parque  del  castillo,  y  por  otro  al  gran  patio  de 
honor.  A  pesar  do  la  advertencia:  «no  se  hace 
toilette,^)  creí  deber  sacar  del  baúl  mi  ropa  ne- 
gra. Estábame  en  mangas  de  camisa,  ocupado 
en  desdoblar  mi  ligero  equipo,  cuando  el  ruido 
de  un  carruaje  me  atrajo  á  la  ventana  que  daba 
al  patio.  Acababa  de  entrar  una  bella  calesa  en 
la  cual  iban  una  señora  de  luto,  un  caballero  y 
una  mujer  vestida  como  las  labradoras  litua- 
nas, pero  tan  alta  y  tan  fuerte  que  en  un  prin- 
cipio estuve  tentado  de  tomarla  por  un  hombre 
disfrazado. 

(Se  continuará.)  Traducción  de  A.  O. 


iraiUSniGMl:  Cirtii,  3SS-367,  laiM  IoIíbu,  Editor. — ReserTidu  los  deraelios  de  propiedad  irtístiu  j  literaria.— Us  reclaioacioiies  eo  Madrid,  al  represeotaote  de  esta  Casa  D.  Manuel  Plá  y  Valor,  Apodaca,  10, 2.' 

)  INSÉRTESE  ó  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  ( 


gTAIlUfilMWIITO   TlPOORÁFICO   DI   B.   B&aBDA.— GAIXB  OB  VILLAKROBI.,  HÚM.    17     gMSANCHB  DE  SAN   AMTOHIÓ.— BARCBLOHA. 


SEMANARIO     CIENTÍFICO,     LITERARIO     Y    ARTÍSTICO 


't'^^Crííi 


Año  V 


Barcelona  20  de  Agosto  de  1887 


Núm.  242 


IRENE  (Cabeza  de  estudio  de  J.  Zeuisek) 


530 


LA   ILÜBTRACnON    IBKllIOA 


Sy  MARIO 


Tbxto. — Madrid,  OarUu  á  mi  pHan,  por  FernMiflor.— 26- 
roMoO-onUniiaciAn'.por  Angd  Cocllo  de  Torres. -Tfm- 
p»ptréido,i>or  Aatouia Opino. -taroMCria  loonclusión), 
por  Alfonao  Peres  NienL— Btbiúvnr/Ho,  por  Culos  Meo- 
dota.-Sutfbso*  (pocsU<,  por  Luis  del  Cft&lio  y  Miranda. 
— Nowtros  grabados.  -  Loleú  (oODtlaoación ) ,  por  Próspero 
llerim««  ( iradaodf^a  de  A.  0.^ 

GsK  i  DOS. — Irrne  — K«enas  de  la  Tida  de  artista  (dnco  gra- 
bados >.— Los  dramts  de  Shakespeare  (dos  grabado*).— Un 
coorlerto  musical  eu  el  paUcio  Clerld  de  Milán.— Frank 
Dickwe  (cuatro  grabados)  —  Un  retrato  eu  1S06.— La  nuera 
facbada  de  la  catedral  de  Florencia.- El  emperador  Mixi- 
triHaoo  Tislundo  el  taller  de  Alberto  Dnrero. 


MADRID 


O.A.R'T.A.S     A.     Zk/CI     F-RITi^  A. 


DEL  PERIODISMO   MODERNO 

rACE  muchos  dias  que  solo  preocupa  la 
atención  pública  el  conflicto  entre  el  ge- 
neral Salamanca  y  El  Éesumen.  Breve- 
mente voy  á  referirte  como  ha  surgido,  ya  que 
no  pneda  indicarte  aún  como  habrá  de  terminar. 
El  gpnoia!  Salaui;m'a  y  p1  redactor  d«  aquel 
diario,  Gutiérrez  Abascal,  t>e  eiicontiabau  eu  el 
Real  sitio  de  San  Ildefonso,  el  primero  para 
axtintos  oficiales,  el  segundo  para  llenar  su  mi- 
sión de  repórter.  Ambos  almorzaban  con  otros 
huéspedes  en  el  hotf-1  Europeo;  se  habló  del 
nuevo  mandó  del  general  y  dijo  éste  que  su 
misión  era  difícil,  que  la  Isla  estaba  en  situa- 
ción deplorable,  que  pensaba  plantear  ciertas 
reformas  contra  viento  y  marea,  que  organiza- 
ría la  Isla  en  previsión  de  la  lucha  con  el  fili- 
busterísmo  y  de  conflictos  internacionales;  que 
según  la  opinión  pública  hay  funcionarios  en 
Cuba  que  mandan  sumas  á  hombres  importan- 
tes de  Madrid  y  que  él  no  lo  toleraría,  y,  en  fin, 
que  el  ministro  de  Ultramar  era  un  ministro 
deplorable.  Gutiérrez  Abascal  dio  cuenta  de  esta 
conversación  en  su  periódico  y  claro  es  que  ta- 
les revelaciones  cayeron  como  una  bomba  en 
el  campo  ministerial  y  fueron  leídas  con  sor- 
presa por  cuantos  leen  diarios  en  Madrid.  Se 
creyó  que  á  consecuencia  de  este  incidente  sur- 
giría un  conflicto  gravísimo,  pues  el  ministro 
de  ultramar  no  podia  quedar  bajo  el  peso  de 
aquellas  censuras,  pero  el  general  Salamanca  ha 
desautorizado  las  declaraciones  que  se  le  atri- 
buían, diciendo  que  la  conversación  había  sido 
confidencial  y  reservada.  Por  su  parte  Gutié- 
rrez Abascal  y  la  redacción  de  El  Resume»  no 
se  ha  conformado  con  que  pueda  tener  carácter 
de  reserva  una  conversación  habida  entre  hués- 
pedes en  una  mesa  redonda.  De  aqui  artículos 
qne  se  han  publicado  en  todos  los  periódicos, 
cada  cual  según  los  intereses  y  sentimientos  de 
sus  autores;  de  aqui  una  vivísima  espectación, 
una  agitación  extraordinaria  en  los  círculos  po- 
líticos, variedad  de  juicios  y  opiniones,  augu- 
rios de  próxima  ruina  gubernamental  y  de  aquí 
en  fin,  el  nombre  de  El  Resumen  durante  mu- 
chos días  en  todos  los  labios,  en  toda  la  prensa, 
en  todo  Madrid  y  en  toda  España.  Pero  no  todo 
ha  sido  mido  que  se  desvanece  al  desvanecerse 
la.s  palabras;  á  la  desautorización  del  general 
Salamanca,  Gutiérrez  Abascal  contestó  con  un 
cartel  de  desafio,  al  cartel  replicó  el  general 
con  un  telegrama,  diciendo  que  nombraría  dos 
padrinos,  y  un  hijo  del  general,  capitán  de  ar- 
tillería, escribió  una  carta  al  director  del  diario 
reformista  D.  Augusto  Figueroa,  de  resultas  de 
cuyo  escrito,  éste  y  el  capitán  se  batieron  ayer 
á  pistola.  Ha  resultado  herido,  no  de  gravedad 
por  fortuna,  el  distinguido  periodista...  El  ge- 
neral llegó  anoche  á  Madrid  y  hoy  se  verificará 
la  entrevista  de  sus  padrinos  con  los  de  Gutié- 
rrez Abascal...  Ya  que  hoy  no  pneda  indicarte 
el  final  del  resultado  de  esta  cuestión  magna, 
no  dejaré  de  comunicártele  en  mi  carta  próxima. 
Unos  opinan  qne  el  duelo  se  verificará,  otros 


qne  no,  cada  uno  da  razones  que  parecen  con- 
¿uyentes. 

Deseo  que  se  encuentren  términos  decorosos 
para  resolver  pacíficamente  la  cuestión.  Pres- 
cindiendo de  que  los  sentimientos  de  humani- 
dad justifican  este  deseo  mió  creo  que  la  conser- 
vación de  estos  dos  hombres  le  importa  al  país. 
El  general  Salamanca  puede  reconstituir  las 
simpatías  que  ha  perdido  de  sobremesa,  reali- 
zando en  Cuba  su  gran  campaña  á  favor  de  la 
moralidad;  y  Gutiérrez  Abascal  es  una  perso- 
nalidad importantísima  del  periodismo,  que 
trae  á  la  prensa  iniciativa,  un  estilo  terso,  el  re- 
flejo de  todas  las  elegancias  de  la  sociedad;  te- 
soros de  ideas  y  de  lenguaje.  Creo  que  serás  de 
mi  opinión  como  lectora  constante  que  eres  de 
sus  primorosos  trabajos. 

Dejando  aparte  este  incidente  entretengamos 
el  tiempo  en  algunas  consideraciones  que  de  él 
se  derivan;  la  informadón  es  hoy  el  alimento 
principal  de  los  periódicos;  y  realmente  solo  de 
ella  viven.  La  parte  política  de  un  diario  no 
basta  ya  para  fijar  el  interés  de  los  lectores  y 
para  que  ese  diario  viva  de  la  suscrición.  Basta 
observar  que  los  diarios  revolucionarios,  los 
cuales  tienen,  sin  duda,  numerosísimos  adeptos, 
viven  con  dificultad  y  en  la  escasez.  En  otros 
tiempos  el  entusiasmo  político  sostenía  muchos 
periódicos,  y  el  ciudadano  solo  admitía  en  la 
casa  el  periódico  de  sus  propias  ideas;  lioy  de- 
jamos extinguirse  el  periódico  de  nuestras  ¡deas 
y  no.-<  suscribimos  á  otro  que  cumpla  mejor  la 
misión  de  euterainos  de  lo  que  pasa  en  el  mun- 
do; no  solo  en  nuestro  partido.  Este  nioviiiiiento 
á  favor  del  repniterismo  se  inició  en  la  Revolu- 
ción; pues  entonces  .se  sucedieron  rápidamente 
importantísimos  acoiiteoimioiitos;  entre  ellos  las 
guerras  civiles;  después  el  desprestigio  en  qne 
cayeron  los  hombres  políticos,  atentos  solo  al 
interés  personal,  que  se  manifestaron  dispues- 
tos á  gobernar  con  cualquiera  iu.>5titución  ó 
cualquier  doctrina,  hizo  que  la  atención  pública 
se  fijase  en  los  asuntos  de  carácter  general,  en 
los  nacionales  y  en  todo  aquello  que  pudiese 
satisfacer  al  espíritu  avivado  por  los  elementos 
de  progreso,  científicos  é  industriales,  que  la 
Revolución  habla  traído.  La  política  y  los  hom- 
bres políticos  han  caldo  en  desprecio  y  hoy  si 
algún  resorte  gubernamental  conmueve  al  país 
es  la  promesa  de  reformas  administrativas.  Fue- 
ra de  este  ideal  solo  existe  para  el  lector  de 
periódicos  un  aliciente;  la  narración  diaria  de 
los  acontecimientos  públicos;  de  la  vida  social; 
la  historia  y  semblanzas  de  los  personajes  im- 
portantes; la  crónica  de  los  espectáculos  y  la 
chismografía  de  las  tertulias  y  salones. 

Los  dos  periódicos  de  más  circulación  de  Ma- 
drid, son  La  Correspondencia  y  El  Imparcial, 
según  el  timbre,  y  como  se  ve  son  periódicos 
bastante  indefinidos.  La  Correspondencia  es  mi- 
nisterial siempre,  y  El  Imparcial,  dentro  del 
criterio  democrático  lo  es  cuantas  veces  puede 
serlo;  ahora  bien,  nada  hay  más  antipático  á 
todo  buen  español  que  los  diarios  que  elogian  á 
los  gobiernos...  Pero  transige  con  La  Correspon- 
dencia porque  este  periódico,  antes  que  ningu- 
no le  enseñó  á  saborear  el  deleite  de  la  noticia 
y  lee  El  Imparcial  porque  no  es  posible  estar  al 
tanto  de  la  vida  internacional  sin  leer  su  mag- 
nifico servicio  telegráfico,,  y  porque  El  Impar- 
cial diaria,  lenta,  calladamente,  pero  con  una 
persistencia  infatigable,  publica  artículos  inten- 
cionados, serios  y  hábiles  que  favorecen  á  todos 
los  intereses  comerciales,  industriales,  perma- 
nentes del  país  y  á  todas  las  clases,  pulsando 
constantemente  la  nota  patriótica,  teniendo 
siempre  en  la  pluma  la  palabra  moralidad  y 
predicando  sensatez  y  templanza.  Asi  como 
quien  lee  La  Correspondencia  todas  las  noches 
es  difícil  que  no  tenga  la  relativa  satisfacción 
de  encontrarse  entre  los  muertos  algún  conoci- 
do, asi  quien  lee  El  Imparcial,  sea  empleado, 
médico,  carabinero,  canónigo  ó  vendedor  de  za- 
patillas, encuentra  de  cuando  en  cuando  un  ar- 
ticulo en  el  cual  se  piden  mejoras  y  provechos 
para  su  honrada  clase. 

El  periódico  sin  partido,  el  periódico  para 
todos,  el  periódico  de  los  grandes  ideales  nacio- 


nales y  de  las  pequeneces  interesantes  del  día 
es  el  periódico  tipo,  el  periódico  que  reclama 
hoy  la  opinión  y  que  por  unas  causas  ó  por 
otras  no  ha  podido  realizarse;  este  periódico  de- 
berla consagrarse  al  elemento  neutro  del  país, 
á  los  indiferentes,  á  los  desilusionados  y  á  los 
aborrecedores  de  la  política,  es  decir,  á  casi  to- 
dos los  españoles  del  día.  Ante  la  grande  abun- 
dancia de  periódicos  que  tenemos,  se  cree  que 
no  es  posible  fundar  más  periódicos;  es  un 
error  (puedes  decírselo  á  tu  señor  padre  que  me 
defendía  esa  tesis  no  hace  mucho  tiempo);  la 
mayor  parte  do  los  periódicos  que  hoy  existen 
hacen  bulto,  pero  no  hacen  falta;  el  día  en  que 
apareciere  un  diario  sinceramente  dedicado  á 
reconstituir  y  unificar  los  sentimientos  naciona- 
les dentro  de  la  libertad  y  que  de  consuno  y  en 
dos  grandes  movimientos  llevase  al  minuto  la 
cuenta  corriente  de  todos  los  acontecimientos 
universales  y  entre  los  descansos  de  la  actuali- 
dad, que  priva  sobre  todo,  sistemáticamente, 
con  amplitud  y  patriotismo,  realizase  grandes 
campañas  en  favor  de  la  agricultura,  del  co- 
mercio, de  la  industria;  entregando  esta  misión 
no  á  sus  ledactores  sino  á  las  ilustraciones  más 
notorias  del  país,  ese  día  los  lectores  de  los  pe- 
riódicos de  hoy  afluirían  al  nuevo  órgano  de  la 
opinión;  al  diario  que  más  legítimamente  la  re- 
presentarla. No  perderla  ese  periódico;  perde- 
rían los  existentes.  Antes,  se  necesitaba  años 
para  popularizar  un  diario;  hoy  se  puede  lo- 
grar popularizarle  en  poco  tiempo.  Lo  que  se 
necesita  es  medios  grandes,  inmensos  de  publi- 
cidad para  satisfacer  la  ansiedad  del  público  en 
los  acontecimientos;  es  decir,  que  lo  que  se  ne- 
cesita es  mucho  dinero,  con  que  establecer  ese 
periódico. 

Que  el  éxito  se  consigue  hoy  pronto  lo  de- 
muestra el  diario  de  que  vengo  ocupándome:  El 
Resumen.  Es. uno  de  los  periódicos  más  recientes 
y  sin  embargo  no  le  hay  ya  de  mayor  crédito  en 
lo  que  se  refiere  á  la  información  política  y  so- 
cial, á  la  discreción  en  la  elección  de  asuntos 
siempre  interesantes  y  literariamente  tratados; 
en  la  frescura,  en  la  amenidad,  en  la  oportuni- 
dad, en  la  gracia,  en  la  energía  y  caballero.sidad 
quizás  exageradas,  con  que  defiende  sus  opinio- 
nes, juicios  y  afirmaciones.  El  Resumen  ha  traí- 
do al  periodismo  nueva  savia;  lo  ha  refrescado; 
es  un  periódico  que  tiene  chir,;  es  el  lion  del  día. 
Respira  todo  él,  entusiasmo  por  el  periodismo; 
horror  á  lo  vulgar;  es  moderno;  esencialmente 
moderno.  Sobre  todo  le  caracteriza  el  nervio 
periodístico  con  que  fácilmente  realiza  el  supre- 
mo trabajo  del  arte:  casi  todos  los  periódicos 
esperan  con  los  brazos  cruzados  á  que  vengan 
los  acontecimientos;  como  algunos  moros  espe- 
ran á  la  montaña;  si  llegan  los  aprovechan  ó  los 
pierden  según  sus  facultades  ó  el  azar.  El  Re- 
sumen no  aguarda  los  acontecimientos,  loi  crea. 
En  estas  dos  semanas  ha  creado  tres  ó  cuatro, 
de  los  cuales  el  último  ha  tenido  y  tiene  reso- 
nancia inmensa.  Basta  leer  los  diarios  para  ver 
que  el  David  de  la  prensa  se  ha  impuesto  y 
que  los  gigantes  han  tenido  al  fin  que  abrirle 
paso,  cederle  asiento  en  la  primera  fila,  hacerle 
coro,  secundar  sus  propósitos,  propagar  sus 
glorias  y  abrumarle  con  sus  admiraciones. 

Por  desgracia  El  Resumen  tiene  un  pecado 
original,  que  le  impide  ser  el  periódico  de  mis 
imaginaciones;  el  gran  periódico  de  que  está 
necesitado  este  país.  El  Resumen  es  órgano  de 
un  partido;  por  mejor  decir,  de  dos  medios  par- 
tidos. Los  hombres  políticos,  llámense  como  se 
llamen,  son  funestos  para  la  vida  de  los  perió- 
dicos. Y  es  de  notar  que  cuanto  más  importan- 
tes son  les  abruman  más.  Nada  tiene  de  extra- 
ño; no  se  puede  llegar  al  puerto  nadando  con 
un  par  de  balas  de  cañón  bajo  los  brazos,  y  se 
puede  llegar  con  un  par  de  calabazas. 

Pero  veo,  querida  prima,  que  mi  sangre  de 
viejo  periodista  se  ha  encendido  hablando  de 
las  muchas  experiencias  del  oficio  y  que  debes 
encontrar  esta  carta  poco  divertida.  Admite 
como  disculpa  el  que  siempre  es  interesante 
cuanto  se  refiere  á  este  organismo  poderoso  del 
siglo  XIX,  á  la  prensa;  que  es  el  libro  de  todas 
las  casas,  el  consejero  de  todas  las  familias,  el 


lA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


631 


festejado!-  inagotable  del  espíritu,  el  amigo  es- 
perado con  ansiedad  todos  los  días,  que  escla- 
rece y  vivifica  nuestra  conciencia. 

Lo  que  caracteriza  á  nuestra  sociedad  es  el 
periódico;  y  la  libertad  y  la  justicia,  no  podrán 
desaparecer  completamente  mientras  el  exista... 

Hablar  del  incidente  Salamanca  sin  hablar 
del  periodismo  y  de  El  Resumen,  no  hubiera  sido 
posible.  Quedamos,  pues,  en  que  merezco  dis- 
culpa. 

Tuyo, 

Pebnanflor. 


-*- 


ZORAIDA 


TRADICIÓN      GRANADINA 


(OOSTINÜACIÓK) 

— Veniais  á  rendirme  homenaje  y  ya  veis 
como  en  pago  os  he  librado  del  yago  del  cris- 
tiano. Con  vuestra  sangre  habéis  sellado  el 
trato  que  hace  horas  os  propuse;  después  de 
todo  habéis  demostrado  ser  leales  y  buenos  va- 
sallos. ¡Madre  mía,  puedes  estar  satisfecha  de 
mi  conducta,  porque  gracias  á  mí  estás  ven- 
gada! 

Y  dirigiéndose  á  uno  de  los  verdugos  que  le 
contemplaba  absorto: 

— ¿Y  Aben? — le  preguntó. 

— Señor,  es  el  único  que  ha  faltado  á  la  cita. 

— ]Ah,  miserable! — exclamó  el  burlado  mo- 
narca reconcentrando  su  ira. — ¡Algún  traidor 
me  ha  vendido  revelándole  mis  planes  de  ven- 
ganza y  ese  traidor  no  ha  podido  ser  otro  que 
Zoraida;  sí,  si...  ella  ha  sido.  ¡Yo  ahogaré  en 
sangre  la  pasión  que  le  inspira  ese  perro  moro! 

Y  saliendo  de  aquel  recinto,  volvió  á  sus  ha- 
bitaciones llena  la  mente  de  tenebrosos  pensa- 
mientos. 

IV 

La  noche  era  serena  y  tranquila. 

Todo  callaba  en  los  frondosos  jardines  del 
Generalife;  aquella  calma  por  lo  muelle  y  vo- 
luptuosa parecía  invitar  á  los  placeres  del 
amor. 

Sin  embargo,  como  no  gozando  de  aquella 
esplendidez  de  la  naturaleza,  permítasenos  la 
frase,  dos  sombras  esbeltas  y  hermosas  perma- 
necían meditabundas,  sentada  una  sobre  florido 
banco  de  verdura  y  arrodillada  la  otra  á  sus 
pies,  como  sumidas  en  profundos  pensamientos. 

Aquellas  sombras  eran  Zoraida  y  su  esclava 
favorita  Zulema. 

De  cuando  en  cuando  la  bella  sultana  alzaba 
sus  hermosos  ojos  al  cielo  y  un  leve  suspiro 
salla  de  sus  labios. 

— ¡Oh,  no  es  posible,  señora, — la  decía  Zule- 
ma,— no  es  posible  que  exista  quien  pueda  abo- 
rrecerte. Tú,  cuyas  virtudes  admiran  á  Grana- 
da; tú,  cuya  hermosura  envidian  los  ángeles  y 
los  huríes;  tú,  cuyo  nombre  es  tan  dulce  que 
jiarece  una  bendición  del  poderoso  Allah,  ca- 
yendo snljre  la  tierra  como  un  rocío  de  miseri- 
í:ordia;  tú,  que  pareces  haber  nacido  para  ins- 
pirar amor  y  i'ospeto  y  formada  por  ángeles  que 
te  mecieron  en  SQS  brazos  y  se  extasiaron  en 
tus  graciosas  sonrisas,  debes  alejar  fuera  de  tí 
eses  temores  que  embargan  tu  espíritu  y  entris- 
tecen tu  alma. 

— No,  Znlema,  —  prorumpió  dulcemente  su 
señora, — no  sé  que  lúgubres  ideas  cruzan  mi  ce- 
rebro y  por  más  que  pretendo  desecharlas  vuel- 
ven otra  vez  con  más  empeño.  Todo  cuanto  me 
rodea,  en  medio  de  su  belleza,  parece  hablar  de 
mi  desgracia.  Hasta  el  viento  que  azota  mi  me- 
jilla silba  tristemente  y  produce  al  pasar  junto 
á  mí  un  gemido  de  dolor.  Estas  ideas  me  hacen 
sufrir  mucho  y  cuando  vuelvo  en  mí  de  ese  le- 
targo, hallo  mi  rostro  humedecido  de  lágrimas. 

— No  prosigas,  señora, — repetía  Zulema  so- 
llozando,— no  laceres  el  corazón  de  tu  pobre  es- 
clava con  tus  tristes  palabras,  hijas  tan  solo  de 
tu  sobrescitada  imaginación. 

Aún  no  se  había  extinguido  el  eco  de  estas 
x'iltimas  palabras,  cuando  saliendo  de  entre  las 


espesas  ramas  del  jardín,  apareció  un  caballero 
vestido  con  el  airoso  traje  de  los  nobles  sarra- 
cenos, quien  acercándose  á  la  esposa  de  Boab- 
dil  que  aún  no  se  había  repuesto  de  su  terror, 
la  dijo  respetuosamente: 

— Señora,  perdóname  si  oculto  tras  esas  ra- 
mas he  sorprendido  el  secreto  de  tu  desventura; 
perdona  mi  atrevimiento  de  llegar  hasta  aquí 
.sin  tu  permiso,  pero  á  tí  debo  la  vida  y  creo 
altamente  justo  por  tí  sacrificarla. 

— ¡Oh,  Aben! — se  apresuró  á  exclamar  la 
sultana  así  que  hubo  reconocido  al  abencerraje. 
• — ¿ignoras,  acaso,  tu  inminente  peligro  al  per- 
manecer aquí  por  más  tiempo?  ¡Huye,  te  lo 
ruego!... 

— Si  así  obrase  sería  ingrato  é  indigno  de  la 
clase  á  que  pertenezco.  Partamos,  señora. 

— Es  imposible,  Aben. 

— Considera  que  vengo  reventando  caballos 
para  llegar  á  tiempo  de  que  ese  miserable  no 
sacie  su  cólera  en  tí  que  eres  inocente. 

— Además,  la  fuga  no  es  posible.  Estamos 
rodeados  de  guardias  que  á  la  menor  impruden- 
cia nos  descubrirían. 


— No  importa.  Mi  acero  se  encargaría  de 
franquearnos  el  paso. 

— ¡Ah  perro! — gritó  de  entre  el  verde  follaje 
una  voz  dura  enronquecida  por  la  ira,  y  antes 
que  Aben  se  apercibiese  de  ello  apareció  Boab- 
dil  con  las  facciones  trastornadas  por  el  odio 
que  no  pudo  menos  de  exhalar  un  grito  de  ale- 
gría al  pasear  sus  miradas  por  Aben  y  Zoraida. 

— Ahora, — decía  aquél  aparentando  una  cal- 
ma que  estaba  muy  lejos  de  sentir, — no  podréis 
negarme  vuestra  traición.  Ya  veis  que  os  he 
sorprendido  consumando  el  más  infame  de  los 
delitos. 

— ¡Mientes! — se  apresuró  á  exclamar  Aben. 

— ¿Aún  te  atreves  á  negarme  tu  infamia? 

— Es  que  te  probaré  que  no  existe. 

— ¡Yo  también  probaré  á  ese  pueblo  que  me 
aborrece  pero  me  teme,  mi  justicia,  arrojándole 
tu  cabeza  para  escarmiento  de  traidores! 

— Ahora  comprendo  la  trama  que  nos  has 
urdido.  ¡Malvado! 

—Respeta  á  tu  rey. 

— Un  tirano  como  íú  es  indigno  de  llamarse 
así.  Demasiado  sabes  que  el  pueblo,  tu  antiguo 


UN   BANQUETE  DE  PINTORES   EN   EL  SIGLO  XVIII 


amigo,  te  odia  de  muerte  cansado  ya  de  tus  in- 
cesantes crímenes,  y  que  el  poder  de  que  tanto 
te  vanaglorias,  hoy  sólo  se  reduce  á  un  puñado 
de  hombres  tan  viles  como  tú. 

— ¡Miserable! 

— ¡Modera  tus  insultos  si  no  quieres  trabar 
conocimiento  con  el  alfanje  de  un  noble! 

— ¡Tú!... — se  atrevió  á  decir  Boabdil  expre- 
sando con  esta  frase  tal  cantidad  de  desprecio 
que  Aben  iba  á  lanzarse  sobre  aquél  para  exter- 
minarle, cuando  se  vio  de  repente  asido  de  las 
espalda,s  por  brazos  de  hierro  que  tenazmente 
le  .sujetaban  ó  impedían  movimiento  alguno. 

Hubo  un  momento  de  lucha. 

Merced  á  la  luna,  vióse  brillar  en  el  aire  la 
reluciente  hoja  de  un  puñal  que  .se  hundió  en  el 
pecho  de  uno  de  los  cuerpos  fuertemente  enla- 
zados; á  poco  se  oyó  un  ¡ay!  débil,  muy  débil... 
y  uno  de  los  dos  «ayo  pesadamente  sobre  el 
césped. 

Boabdil  quedaba  libre  de  su  enemigo. 

Entonces  clavando  su  ansiosa  mirada  en  el 
cuerpo  del  desgraciado  Aben  cuyos  cárdenos 
labios  parecían  moverse  aún  para  recriminar  la 
conducta  de  su  rey,  exclamó: 

— ¡Tanto  peor  para  tí!  Habías  contraído  con- 
migo una  deuda  sagrada  y  tú  mismo  has  venido 
á  pagarla. 

Y  dirigiéndose  á  su  malvado  secuaz: 

— A  no  haber  sido  por  tí,  Said, — le  dijo, — 
este  hombre  me  hubiese  arrancado  la  vida. 

Una  sonrisa  obtuvo  por  toda  contestación  del 
verdugo,  como  hombre  acostumbrado  á  tales  es- 
cenas. 

Hubo  una  breve  pausa,  tras  de  la  cual,  el 
monarca   apartando  la  vista  de  Aben  y  diri- 


giéndola á  Zoraida  que  desde  su  aparición  per- 
manecía abrazada  fuertemente  á  su  esclava  me- 
dio muertas  de  terror,  y  haciéndola  volver  en  sí 
de  su  desmayo. 

—¡Tú  prepárate  á  morir! — la  dijo, — la  ta- 
maña ofensa  que  me  has  inferido  no  la  puedes 
borrar  sino  con  tu  sangre.  ¡Mujer  maldita! 

— j  Venga  la  muerte!- — exclamó  resueltamente 
Zoraida, — la  prefiero  á  ser  esposa  de  un  rey  co- 
barde é  inhumano  que  apela  á  la  traición  porque 
no  confia  con  sus  fuerzas  y  su  valor;  de  un  rey 
miserable  que  por  sujetar  la  corona  á  sus  sie- 
nes, próxima  á  desprendérsele,  la  ha  manchado 
con  sangre  noble  y  leal,  tan  villanamente  derra- 
mada. ¡El  poderoso  Allah,  qae  presencia  tus  abo- 
minables acciones,  no  dejará  impunes  tus  crí- 
menes! En  sueños  he  visto  á  un  rey  cobarde  y 
cruel,  corrompido  por  los  vicios,  odiado  de  su 
pueblo,  que  en  el  momento  de  ver  cercada  su 
plaza,  no  contando  con  fuerzas  suficientes,  tuvo 
que  cederla  al  enemigo,  llevando  á  cabo  la  má-i 
vergonzosa  rendición.  Pues  bien,  ¡ese  rey  eies 
tú  y  esa  ciudad  Granadal... 

Y  Zoraida  volvió  á  caer  desfallecida  en  bra- 
zos de  su  esclava. 

Boabdil,  cuyas  anteriores  palabras  lejos  de 
atemorizarle,  por  lo  terrible  que  encerraban,  le 
exasperaron  mucho  más,  exclamó: 

—¡A  no  temer  una  rebelión  de  ese  pueblo 
que  la  ama  tanto,  mi  cuchillo  acabaría  con  su 
existencia  que  tanto  odio;  pero  mañana  haré 
patente  su  delito  que  nuestra  ley  tan  duramen- 
te castiga  y  entonces...  el  mismo  pueblo  será 
el  primero  en  pedirme  su  cabeza! 

(Se  concluirá.)     Ángel  Coello  de  Torres- 


LOS  DRAMAS  DE  SHAKESPEARE 
W»nrick  ktwsa  /» tlend»  del  tej  (Eíbiíiiíi  VI,  parW  UI,  acto  IV,  escena  lU).— KosaUnda,  CeUa  y  Tonchstone  (CoKO  gustéis,  acto  n,  escena  lU) 


534 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


TIEMPO   PERDIDO 


Hace  pocos  días  nno  de  los  ]>eríódicos  más 
populares  de  la  corte  y  más  leídos  de  España, 
publicaba  el  siguiente  saelto: 

«Según  datos  estadísticos,  en  el  mes  anterior 
han  recibido  el  grado  de  licenciado  en  derecho 
620  jóvenes.  Es 
decir,  620  nue- 
vos abogados, 
qae  con  los  siete 
mil  que  se  supo- 
ne hay  en  Es- 
paña sin  coloca- 
ción, sin  pleitos, 
ó  pasando  una 
viaa  de  priva- 
ciones, represen- 
ta una  cifra  bien 
desconsoladora 
para  los  que  con 
verdadero  afán 
se  dedican  á  se- 
guir una^carrera 
larga,  penosa  y 
tan  poco  útil. 

>Mene8ter  es 
que  los  padres 
ó  encargados  de 
los  jóvenes  esco- 
lares que  están 
en    disposición 
de  pasar  á  estu- 
dios mayores  en 
Setiembre   pró- 
ximo, reflexio- 
nen bien  y  me- 
diten por  la  práctica  de  los  hechos,  el  por- 
venir que  espera  á  los  que  se  dedican  á  la 
carrera  de  las  leyes,  después  de  gastar  un 
capital  que  por  término  medio  asciende  á 
tres  mil  duros,  y  de  emplear  en  estudios  los 
mejores  años  de  la  vida  del  hombre.» 

En  un  país  como  el  nuestro  donde  las  no- 
ticias frivolas  y  pueriles  logran  fijar  la 
atención,  el  suelto  que  antecede  habrá  pa- 
sado desapercibido,  y  la  provechosa  adver- 
tencia que  encierra  se  perderá  en  el  vacío 
de  la  más  unánime  indiferencia. 

Llegará  Setiembre  y  nuestras  Universi- 
dades se  verán  invadidas  por  centenares  de 
jóvenes  tan  sobrados  de   ilusiones,   como 
faltos  de  experiencia  y  de  sentido  práctico. 
A  tenerlo,  no  sacrificarían  su  inteligencia 
en  el  estudio  de  carreras  tan  infructuosas 
como  los  hechos  han  demostrado  que  lo  son 
hoy  las  leyes  y  la  medicina;  sobran  miles 
de  médicos,  sobran  miles  de  abogados;  fiar 
el  porvenir  en  el  ejercicio  de  estas  profe- 
siones es  abandonarlo  al  azar.  En  nuestras 
costumbres  impera  siempre  el  espíritu  de 
imitación,  y  este  error  inveterado  es  lo  sólo 
(¡ne  justifica  la  deplorable  preferencia  que 
los  jóvenes  escolares  dan  á  las  dos  carre- 
ras que  más  desastroso  porvenir  les  ofre- 
cen. Fulano  ó  Zutano  cursa  leyes,  es  preci- 
so matricularse  para  leyes;  el  hijo  de  tal  ó 
cual  es  médico,  entonces  es  irremediable 
estudiar  medicina.  Así  se  discurre,  así  se 
obra;  después  los  resultados  son  siempre 
desconsoladores,  pero  lógicos  é  inevitables. 
E»  preciso  convencerse  y  persuadirse  de 
que  el  tiempo  que  se  emplea  en  el  estudio 
•  le  las  dos  citadas  carreras  es  tiempo  perdido,  á 
menos  que  el  estudiante  sea  hijo  ó  deudo  de  un 
letrado  ó  de  un  médico,  y  cuente  con  el  apo- 
yo de  los  suyos   para  el   ejercicio  de  su  pro- 
fesión ¿Es  verosímil  presumir  que  en  la  familia 
donde  haj-  un  enfermo  se  llame  para  consultarle 
A  un  joven  que  acaba  de  licenciarse?  ¿y  no  es 
má«  aventurado  todavía  sujjoner  que  los  que 
tienen  que  litigar  encomienden  la  salvación  de 
HO»  intereses  á  un  abogado  novel?  En   ambos 
casos  se  basca  siempre  una  celebridad  de  la 
medicina  ó  del  foro,  á  un  hombre  de  fama  y  de 
reconocida  experiencia,  y  la  fama  y  la  reputa- 
ción DO  se  adquieren  en  un  día,  son  fruto  de  lar- 


gos años,  de  continuas  vigilias,  de  muchas 
amarguras  y  de  repetidos  desengaños.  Antes  de 
obtenerla  es  preciso  sufrir  y  trabajar  mucho,  y 
con  mucho  trabajar  son  contados  los  que  llegan 
al  deseado  término.  A  veces  se  da  el  raro  fenó- 
meno de  ver  llegar  á  la  cumbre  de  su  profesión 
á  jóvenes  recién  salidos  de  las  aulas;  estos 
casos  no  son  los  más  frecuentes,  son  excepcio- 
nes contadas  que  se  deben  más  al  favoritismo  y 
á  la  suerte  que  á  las  condiciones  del  agraciado. 
Dentro  de  his  clases  un  sobresaliente  valdrá 
mucho,  fuera  de  ellas  es  una  nota  negativa, 
para  obtener  un  modesto  destino,  que  es  todo  lo 
que  1  uede  prometerse  un  joven  doctor  en  am- 
bos derechos;  le  será  de  más  eficacia  una  reco- 
mendación de  un  buen  padrino,  que  todas  las 
notas,  diplomas  y  medallas  que  pueda  mostrar. 
Es  verdaderamente  deplorable  que  aquí  se 
desoigan  siempre  los  buenos  consejos,  las  adver- 
tencias desinteresadas,  y  se  abandone  lo  prác- 
tico y  positivo  para  correr  en  pos  de  lo  vano  y 
artificioso.  Si  alguno  de  esos  siete  mil  seiscientos 
veinte  abogados  y  otros  tantos  médicos  que  han 
visto   defraudadas  las  generosas  y  tentadoras 


DESPUÉS  DEL  BANQUETE 


FRANK   DICKSEE 
Indlvidao  de  la. Real  Academia  de  Pintura  de  Londres 

ilusiones  de  su  juventud,  en  su  lorzoso  vagar 
frecuentasen  algunos  de  nuestros  j)rincipales 
centros  industriales,  agrícolas  ó  manufacture- 
ros, comprendería  cuan  torpe  anduvo  en  la 
elección  de  carrera,  al  ver  que  la  gran  mayoría 
del  personal  facultativo  de  los  indicados  cen- 
tros es  extranjero  por  no  haber  en  nuestra 
patria  número  suficiente  de  jóvenes  hábiles  para 
el  desempeño  de  aquellos  cargos,  que  por  lo 
regular,  son  espléndidamente  retribuidos. 

[Qué  de  tristes  reflexiones  sugiere  una  visita 
á  una  de  esas  grandiosas  fábricas  que  aun  en 
su  heroica  agonía  son  nuestro  orgullo  y  nuestra 
vanagloria!  Allí  se  ven  congregados  centenares 


de  obreros  españoles,  española  es  la  sociedad  ó 
compañía  propietaria  de  la  fábrica,  y  español 
alguno  de  los  ingenieros  y  maquinistas,  pero 
los  encargados  de  la  conservación  de  la  maqui- 
naria, los  directores  de  pintados,  los  químicos  y 
demás  empleados  facultativos  son  franceses, 
ingleses  ó  alemanes.  Allí  están  con  su  blusa 
azul  las  más  de  las  veces;  dirigiendo  á  nuestros 
obreros  y  perfeccionando  nuestras  manufactu- 
ras. Educados  en  una  escuela  práctica  y  prove- 
chosa, han  conocido  cuáles  eran  las  tendencias 
de  nuestro  siglo,  y  se  han  dedicado  á  los  estu- 
dios que  más  seguro  y  holgado  porvenir  les 
ofrecían.  Y  si  del  personal  pasamos  al  material, 
veremos  más  sólidamente  confirmada  nuestra 
suposición.  Contamos  hoy  con  algunas  fundi- 
ciones montadas  á  la  última  perfección,  pero 
por  causas  que  desconocemos  y  que  no  es  de 
nuestra  incumbencia  averiguar,  es  incalculable 
el  número  de  máquinas, prensas  y  demás  artefac- 
tos que  anualmente  nos  importan  de  otros  paí- 
ses. ¿Por  qué?  Porque  por  desagradable  que  sea 
declararlo,  los  estudios  mecánicos  no  están  aquí  á 
la  altura  debida,  no  se  les  cultiva  con  la  prefe- 
rencia que  me- 
recen, se  les  con- 
sidera como  es- 
tudios secunda- 
rios;  porque 
nuestros  escola- 
res creen  que  la 
*-'?-  ^'  patente  de  sa6?o 

;^^5v  ^  sólo  se  consigue 

cursando  leyes 
ó  medicina  y  las 
pretensiones 
ahogan  las  más 
de  las  veces 
los  impulsos  de  la  reflexión. 

Si  prescindiendo  de  la  industria  nos  fija- 
mos en  la  agricultura,  veremos  que  todas 
las  casas  no  ya  de  fama,  sino  medianamen- 
te conocidas  que  se  dedican  á  la  elabora- 
ción de  vinos,  cuentan  con  su  correspon- 
diente composeur  de  vins.  Dan  al  francés  un 
sueldo  magnífico,  participación  en  las  ven- 
tas, pero  él,  en  cambio,  con  el-  auxilio  de 
algunos  bocoyes  de  alcohol  obra  maravi- 
llas con  la  vendimia  recogida.  En  la  pro- 
vincia de  Tarragona,  son  innumerables 
las  familias  francesas  que  se  dedican  al 
arreglo  de  los  vinos.  Reus,  en  algunas  épo- 
cas del  año  parece  una  colonia  extranjera, 
tantos  son  los  que  acuden  á  su  mercado,  y 
ya  en  su  plaza  se  convienen  con  los  vini- 
cultores para  componer  sus  caldos.  La  com- 
posición y  clarificación  de  vinos,  es  una 
industria  completamente  desconocida  en 
nuestro  país  y  sin  embargo,  es  una  de  las 
que  más  ])ingües  resultados  ofrece. 

Poco  queda  ya  para  explotar,  pero  algo 
puede  hacerse  todavía;  la  industria  y  la 
agricultura  pasan  crisis  terribles,  espanto- 
sas, pero  no  se  las  puede  aniquilar  porque 
son  las  grandes  arterias  de  la  vida  de  los 
pueblos;  después  de  épocas  calamitosas  su- 
ceden épocas  de  reacción  y  prosperidad,  y 
las  fuerzas  no  quebrantadas  se  rehacen, y 
su  potencia  se  revela  con  más  grandiosidad 
y  vigor;  pero  do  las  carreras  literarias,  ¡qué 
puede  esperarse!  Esa  cifra  imponente  de 
siete  mil  seiscientos  veinte  abogados  holgan- 
do por  la  fuerza  de  la  razón,  ¿no  es  el  iná.s 
expresivo  de profimdis  que  imeáe  entonarsf! 
á  las  carreras  citadas?  No  se  necesita  una  inte- 
ligencia muy  hábil  para  convencerse  de  olio, 
pero  mostrar  á  nuestra  juventud  tales  inconve- 
nientes es  perder  á  sabiendas  un  tiempo  precio 
so.  A  nuestros  jóvenes  escolares,  tan  entusias 
tas,  tan  ricos  en  ilusiones,  tan  vehementes  y 
soñadores,  les  falta  espíritu  práctico,  criterio 
rej)OKacio;  carecen  del  don  de  saber  pensai-,  si' 
deslumbian  ante  lo  que  más  brilla,  sin  dote 
nerse  en  averiguar  si  los  destellos  j);u'ten  de 
fino  ó  grosero'  metal.  Y  es  lógico  que  asi  sea; 
son  innumerables  los  niños  (luc  ú  los  doce  ó 
trece  años  terminan  su  bachillerato,  y  á  esa 
edad  no  tiene  el  individuo  ni  condiciones,  ni  la 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


535 


reflexión  debida  para  acordar  su  porvenir.  ¡Qué 
sabe  él  del  mundo!  ¡qué  de  la  vida!  ¡qué,  nnal- 
mente,  dónde  se  encierra  el  bien  y  el  mal!  pero 
le  han  asegurado  tantas  veces  que  es  un  prodi- 
gio de  talento,  que  fundadamente  se  consi- 
dera el  Menéndez  Pelayo  del  porvenir,  el 
genio  destinado  á  ser  el  asombro  de  las  au- 
las de  la  Universidad.  Y  con  tales  aspiracio- 
nes, ¿cómo  ha  de  fijarse  en  analizar  cuál 
es  la  carrera,  arte  ú  oficio  que  mejor  ase- 
gure su  suerte?  Un  genio  no  puede  ser  in- 
dustrial, ni  andar  entre  máquinas  y  balas  de 
algodón,  lana  ó  papel;  y  mucho  menos  tra- 
tar con  vendimiadores  y  arreglar  por  propia 
mano  los  caldos  que  se  extraen  de  las  cepas; 
cada  cual  en  su  esfera,  y  asi  discurriendo 
claro  está  que  las  leyes  son  el  bello  ideal  de 
todos  los  niños  llamados  inteligentes. 

Pero  si  los  errores  de  una  niñez  presun- 
tuosa se  justifican,  no  tiene  disculpa  que  las 
familias  secunden  sus  descabelladas  decisio- 
nes, y  no  tan  solamente  las  secunden,  sino 
que  muchas  veces  las  alienten;  el  bello  ideal 
de  muchos,  de  muchísimos  padres  es  ver  á 
sus  hijos  togados  á  los  veinte  años. 

¡Qué  afán  para  anticiparles  inevitables 
amarguras  y  los  más  abrumadores  desen- 
cantos! 

Antonia  Opisho. 


arriba,  que  el  coitar  el  aire  enardece  la  sangre 
y  colorea  las  mejillas.  Venid  á  hacer  una  visita 
á  las  copas  de  los  robles. 

El  violin  del  ciego.  —  Tirirín...  tirirín...  rim... 


-.*- 


i-.u^  i^oas/a:EEi±  A. 


(CONCLDSlrtN) 

EN   PLENA    FIESTA 

Lns  moscas. — Hu...  hu...  hu...  ¡Buen  atra- 
cón nos  vamos  á  dar  esta  tarde!...  ¡Vaya  unas 
barricadas  de  frutas!...  ¡Con  tal  que  escape- 
mos de  los  pescozones!...  hu...  hu...  hu...  Fue- 
ra de  aquí,  menesterosos;  en  la  romería  no 
se  permiten  más 
moscas   que  nos- 
otras...  ¡A  ellos,       r——-T— .---—==!=*„*- T--:.~^ 
compañeras,  que 
no  quede  uno!... 

Las  ostras. — 
¡Eh!...  ¿Quién  nos 
sorbe?...  Vengan 
acá,  señores.  Nos- 
otras encerramos 
entre  nuestras 
conchas  el  sabor 
del  Océano  y  so- 
mos la  aristocra- 
cia de  los  maris- 
cos... ¡Eh!...  ¡Vaya 
la  gloria  del  pala- 
dar!... Para  antes 
de  la  leche... 

El  cascajo  — 
¿Quién  quiere  me- 
tralla?... ¡Aquí  de 
las  muelas  valien- 
tes!... ¡Ande  la 
fruta  con  cora- 
za!... ¡A  los  vete- 
ranos de  los  ár- 
boles!... 

Las  urracas. — 
¿Qué  alborotado- 
res son  estos  ve- 
cinos! Nosotras 
pertenecemos  á  la 
familia  más  dulce 
y  delicada  y  ape- 
nas si  decimos  es- 
ta miel  es  nues- 
tra. Somos  la  pera 

de  la  nostalgia  y  en  cuanto  nos  alejamos  de  las 
campiñas  nativas  nos  da  mal  de  corazón  y  se 
nos  pica  la  carne. 

El  columpio. — Soy  la  imagen  de  la  fortuna; 
yo  llevo  á  las  gentes  de  un  envión  para  luego 
hundirlas  otra  vez  en  el  polvo...  Muchachas, 


gaba,  de  joven,  en  mi  caja  tantos  sueños  de  glo- 
ria verme  precisado  á  ir  mendigando  de  aldea 
en  aldea!...  ¡Una  limosna  para  el  violin  de  las 
romerías! 

La  charanga.  —  Pan...  tapatán...  chin... 
chin...  tarariro...  riro...  riro...  ¿Conque  no 
sueno,  eh?...  Pues  hoy  me  van  á  oir  hasta 
los  sordos;  voy  á  aturdir  el  robledal  á  trom- 
petazos. Que  sepa  la  banda  del  pueblo  de 
abajo  que  á  mi  lo  que  me  sobran  son  corne- 
tines y  platillos.  Chicas,  á  bailar  una  haba- 
nera. ¿Qué  no  llevo  compás?  Mejor,  mis  ins- 
trumentos no  tienen  por  que  sujetarse  á  la 
batuta  de  nadie. 

Los  árboles. — Cada  uno  de  nosotros  sirve 
de  frondoso  dosel  á  un  altar  de  Baco.  ¡Y 
qué  observantes  de  la  liturgia  son  sus  devo- 
tos!... ¡Qué  humedad  se  siente  en  el  tronco!... 
¡Si  nos  están  regando  con  vino! 

El  sol  poniente. — ¡Toldos,  sombrillas,  pa- 
ñuelos, que  sé  yo  cuantos  chismes  para  li- 
brarse de  mis  rayos  y  si  yo  no  me  doy  una 
vuelta  por  la  romería  se  lleva  todo  su  luci- 
miento el  más  mínimo  chubasco!...  ¡Yo  pres- 
to al  conjunto  reflejos  de  oro,  abrillanto  la 
tierra,  charolo  ol  musgo,  luciendo  las  fron- 
das, esparzo  la  alegría  por  todas  partes  y 
nadie  me  ofrece  un  trago  para  que  me  refres- 
que!... ¡Son  muy  ingratos  los  hombres! 

Un  cohete. — Chiris...  pum...  Queden  uste- 
des con  Dios;  yo  me  subo  con  las  estrellas. 
Para  eso  gasto  manojos  de  chispas.  Yo  he 
nacido  para  escalar  la  altura,  para  vivir  en  el 
espacio,  entre  constelaciones.  Abajo  no  soy 
comprendido  y  á  lo  mejor  me  disparo  fuera 
de  tiempo.  Y  cargo  con  culpas  que  no  me- 
rezco si  tengo  la  desgracia  de  chamuscar  á 
alguien... 

El  musgo — ¡Cómo  me  están  poniendo  de 
manchones  y  chafaduras!...  ¡Y  yo  que  estaba 
tan  aterciopelado  y  reluciente!...  ¡Cualquiera 
conoce  ahora  la  alfombra  del  robledal  con  se- 
mejante lluvia  de  cascara,  conchas  de  ma- 
risco y  mondaduras  de  frutos!... 


LA 
KL 


GAITA 
T.\.MBOKIL 


armonía. -HISTORIA  DE  AMOR  (Cuadros  de  Frank  Dloksee) 


rim...  ¡No  sé  cómo  arreglarme  para  que  no  se 
note  que  me  faltan  dos  cuerdas!...  ¡Atención,  se- 
ñoras y  caballeros,  que  va  mi  dueño  á  improvi- 
sar coplas  á  cada  una  de  las  muchachas  presen- 
tes... Por  supuesto  que  más  ganas  tengo  de 
llorar  que  de  pioducir  sonidos.  ¡Y  yo  que  alber- 


Lalarala...  lala- 
lalá...  lalalá...  la- 

lalalalo ¡Eh, 

muchachos!...  ¡La 
muñeira  os  lla- 
ma! ¡Venid  en  tor- 
no mío  que  yo 
soy  la  melancolía 
hija  de  las  rías!... 
¡Coged  á  las  mo- 
zas, formad  la 
rueda,  describid 
vuestras  graves  y 
graciosas  figu- 
ras!... Entregaos 
al  baile  de  la  tie- 
rra que  desecha 
la  morriña  del 
alma... 

— Marque  V.  el 
compás  cou  los 
palillos,  rompa- 
ñero. 

— Pan...  pan... 
pan...  Por  mí  no 
ha  de  quedar,  pe- 
ro, mire  V.,  pai- 
sana; la  gente  jo- 
ven prefiere  el 
agarradiño  y  so 
va  á  danzar  al  son 
déla  charanga... 

— No  importa, 
amigo,  ya  verá 
usted  en  cuanto  nos  oigan  como  acuden;  mis 
notas  vibran  en  el  corazón  de  los  gallegos  con 
la  irresistible  simpatía  con  que  los  recuerdos 
llaman  á  las  esperanzas. 

— La   encuentro  á  V.  boj'  muy  melaucólita... 
— Yo  soy  de  natural   taciturno;  mis  sonidos 


UN  RETRATO  EN 


ladro  de  J.  Rougier) 


538 


LA  ILUSTRACaON  IB£BIGA 


tienen  U  tristeza  de  1m  brumas;  cada  uno  de 
mis  ecos  es  un  suspiro,  pero  hoy  me  siento  más 
triste  porque  me  acuerdo  de  los  que  allende  los 
mares,  lejos  de  la  tierra,  soñando  con  la  rome- 
ría, pedirán  al  viento  que  les  lleve  en  sus  ráfa- 
gas algún  recuerdo  de  las  rías  á  cuyo  arrullo 
nacieron... 

— Encargúeselo  á  la  brisa. 

— Ya  me  ha  prometido  transportar  á  los  pai- 
sanos los  ecos  de  mi  ñielle.  Dentro  de  unas  ho- 
ras tendrán  allí  un  recuerdo  de  su  gaita... 

— ¡Ea!  pues,  déjese  de  nostalgias  y  suelte  de 
esa  boca  una  explosión  de  escalas,  que  ya 
mozos  y  mozas  forman  la  rueda  para  la 
danza.  ¡Que  no  se  diga  que  la  charanga  nos 
puede!...  Pan...  pan...  pauí...  Sacúdeme  bien 
el  parche,  tamborilero... 

LA  INVASIÓN   DE   LAS  SOMBKAB 


Vaira,  la  luz  del  faro  titila  ya  como  una 
estrella  perdida  en  el  espacio;  es  la  hora 
en  que  las  nereidas  salen  del  mar,  á  pa- 
sear á  la  orilla  y  aun  baja  del  cerro  tin  ru- 
mor de  titiritaina  que  aturde. 

¡Ea!  empezaremos  á  borrar  contomos  y 
H  disfuminar  paisajes...  Basta  de  juegos  de 
sol  y  de  cabrilleos  de  rayos  entre  las  ho- 
jas... A  mi  me  agradan  más  las  siluetas... 
Bien,  el  valle  se  queda  envuelto  en  la  pe- 
numbra y  sumido  en  el  misterio...  Vamo- 
nos al  robledal... 

Cada  mochuelo  á  su  olivo;  se  acabó  la 
bulla  que  la  noche  se  viene  encima...  Aquí 
es  preciso  estender  mi  oscuridad  á  toda 
prisa;  levantaré  la  niebla...  Vaya,  romeros, 
á  la  ciudad  y  á  vuestras  aldeas  que  ya  es- 
tán las  encrucijadas  como  boca  de  lobo... 
Xada.  nada,  hoy  no  sale  la  luna...  ¡Gra- 
cias á  Dios  que  me  van  dejando  á  solas  en- 
tre mis  robles!... 

r/)8    ÚLTIMOS   KCOfci 


£1  aura  de  la  noche. — Pan...  pan...  putapan... 
]>an...  pan...  pan...  paan...  Ya  se  pierde  el  gol- 
peto  del  tamboril...  ya  se  debilita  por  la  distan- 
cia... ya  no  se  oye...  Lalalá...  laralá...  laaa... 
laaa...  Hola,  todavía  la  gaita  por  las  barrancas... 
¡Qué  melancólico  es  su  tañido!...  ¡Parece  que 
envía  al  robledal  el  primer  suspiro  de  la  ausen- 
cia!... A...  lalalá..  á  lalalá...  ¡E¿os  gritos  salen 
de  entre  los  maíces!...  ¡El  coro  final  de  la  rome- 
ría!... ¡Son  los  campesinos  que  tornan  por  las 
sendas,  á  las  aldeas!...  Tlin...  tlin...  tlin...  Las 
tartanas  del  señorío  que  vuelve  de  la  fiesta,  por 
la  carretera...  Tacos,  temos  y  roces;  la  postrera 
oración  á  Baco;  el  último  trago  bajo  el  porche 
de  la  venta  que  se  halla  al  paso...  Bueno,  ya  no 
se  escuchan  en  el  campo  más  que  los  rumores 
de  la  oscuridad...  el  puerto  lia  encendido  todas 
sus  laces  y  la  ciudad  todos  sus  faroles...  Pues 
yo  también  me  voy  á  dormir  á  la  bahía...  ¡Que 
usted  descanse,  robledal  y  hasta  la  romería  pró- 
xima!... 

Alkonbo  Pébez  Nieva. 


mostraban  ellas  y  ellos  y  algo  más  eran  que  ru- 
dos soldadotes.  Por  su  parte  bien  sabían  los 
pueblos  donde  les  apretaba  el  zapato  y  por  esto 
en  vez  de  la  lepra  del  feudalismo  y  de  las  cos- 
tumbres serviles  que  eran  su  consecuencia  y 
se  dejan  todavía  sentir  en  Francia,  levantában- 
se aquí  los  libres  municipios  y  había  Cides  que 
les  hacían  jurar  de  rodillas  á  los  reyes.  Que  los 
califas  eran  unos  soberanos  ilustradísimos,  mu- 
cho más  que  los  reyes  cristianos,  dicen  los  no- 
vísimos historiadores,  pero  con  ser  nuestros 
monarcas   unos   tontos,  creaban   el  estilo   que 


^^?\ 


bibliografía 


HtmtaÍA»,  eslaiUo»  de  crillc»  iDdncltv*  xohre  «iinat»* 
españole»,  por  PomperoOener.— Barcelona,  1887. 

(coiTiacAOióa) 

Al  encontrarse  como  sub-título  del  capítulo 
D"  la  'le  -niUnrifi  itti'-i-mnl  el  epígrafe  De  la  inci- 
rUiztición  de  E  paTtn,  no  puede  menos,  franca- 
mente, el  lector,  de  dar  un  salto.  C  est  trop  f'-rt; 
I '  ent  ezageré,  como  dice  Daudet  que  dicen  los 
<\f\  Midi.  No  hay  nada  que  pueda  titularse  de 
<*!«?  modo;  España  es  desde  remotos  siglos  un 
país  civilizadísimo;  lo  era  ya,  en  parte,  cuando 
vinieron  los  fenicios.  Claro  está  que  ijo  sosten- 
dré aquí  que  los  reyes  asturianos,  leoneses,  cas- 
tellanos, aragoneses  y  navarros  fuesen  unos 
Sénecas,  pero,  ¡pardiez!  que  bien  civilizados  se 


¿QUÉ  SB  DICE  DE  NUbVO? 


UNA  SITUACIÓN   ELEVAUA 


llamó  Jovellanos  agluriano.  ganaban  batallas  á 
los  sabios  moros  y  levantaban  esa.s  catedrales 
que  desafian  en  gentileza  y  atrevimiento  á  las 
más  ponderadas  de  Europa.  ¡Ay,  que  el  mal  no 
dimana  de  lo  que  sucedió  entonces,  sino  de  lo  que 
sucedió  cuando  se  acabó  la  guerra!  Vino  Car- 
los V,  y  ya  que  no  debía  tener  ningún  quebra- 
dero de  cabeza  por  causa  de  los  sarracenos,  dio 
en  la  flor  de  querer  ser  emperador  de  Alemania, 
inaugurando  aquella  política  funesta  y  gloriosa 
de  la  cuál  no  creo  yo  sea  licito  al  pueblo  espa- 
ñol renegar  y  maldecir,  pue.s  la  nación  acabó 
por  hacerse  perfectamente  solidaria  de  sus  re- 
yes. Al  fin  y  al  cabo  no  tuvimos  nosotros  la 
culpa  de  contar  ant^s  que  Francia  con  reyes 
que  soñasen  con  la  monarquía  universal  y  así 
como  Francia  se  enorgullece  con  su  Luís  XIV 
y  su  Napoleón,  ¿por  qué  hemos  nosotros,  rein- 


cidiendo en  defectos  progresistas,  de  echar  pes- 
tes del  escurialense  y  de  su  padre? 

Traza  Gener,  con  el  colorido  brillantísimo 
que  e.s  uno  de  sus  rasgos  peculiares,  un  retrato 
del  Duque  de  Alba,  que  le  envidiaria  el  más 
furibundo  protestante.  Realmente,  no  tengo  pa- 
ciencia para  aguantar  lo  que  del  duque  y  de 
su  prodigioso  ejército  escribe  el  autor;  en  malas 
fuentes  ha  bebido  cuando  tan  gravemente  les 
maltrata.  Ni  las  tropas  que  mandaba  el  de 
Alba  eran  pillería,  ni  lo.s  flamencos  y  holande- 
ses tenían  absolutamente  nada  de  interesantes. 
¿Cómo,  al  contrario,  no  sentirse  orgulloso 
de  ser  español  al  recordar  aquella  campa- 
ña memorable?  ¿No  tendremos  siquiera 
una  frase  de  admiración  para  quién  como 
el  Duque  de  Alba  atravesó  los  Alpes  cual 
lo  hicieran  antes  Aníbal  y  después  Napo- 
león? ¿Y  á  qué  viene  afirmar  que  aquel 
ejército  marchaba  á  Flandes  ansioso  de  bo- 
tín, ávido  de  pillaje,  cuando  era  tanta  la  se- 
veridad de  la  disciplina,  que  el  Duque  man- 
dó ahorcar  por  el  camino  á  un  arcabucero 
de  á  caballo,  por  haber  robado  con  otros 
dos  unos  carneros  á  un  villano?  Y  gracias 
que  el  Duque  de  Lorena  consiguió  fuesen 
perdonados  aquel  par. 

Sin  duda  que  no  fueron  todo  lo  correc- 
tas que  hubiera  sido  de  desear  las  muertes 
de  Egmont  y  Horn,  pero  estaba  en  las  cos- 
.'  tumbres  de  la  época  obrar  de  aquel  modo; 
^  peor  fué  lo  que,  siglos  después,  hizo  Napo- 
león con  el  duque  de  Enghien.  Tanto  pon- 
derar la  crueldad  de  los  españoles  hace  sa- 
lir de  sus  casillas  á  cualquiera.  Pues  ¿y 
las  bárbaras  salvajadas  de  los  franceses 
en  el  Palatinado?  ¿Y  las  atrocidades  de  los 
ejércitos  de  Napoleón  en  Madrid,  Córdoba 
Rioseco,  Uclés  y  Tarragona?  ¿Y  la  muerte 
de  Alvarez  de  Castro?  También  los  france- 
ses saben  dejar  memoria  amarga  de  su  paso. 
¿Era  más  de  alabar  la  conducta  infame  de 
Catalina  de  Médicis  y  sus  hijos,  ora  favore- 
ciendo á  los  protestantes,  ora  alentando  á  los 
católicos  para  acabar  por  degollar  á  los  prime- 
ros la  noche  de  San  Bartolomé  en  un  momento 
de  cobarde  miedo  y  vender  luego  á  los  segundos 
dejando  que  los  calvinistas  volviesen  á  levantar 
calDeza?  Felipe  II  tenia  cuando  menos  el  mérito 
de  la  sinceridad.  Los  católicos  sabían  que  po- 
dían estar  tranquilos  y  que  el  rey  no  jugaría 
con  dos  barajas  como  Carlos  IX  de  Valois.  Por 
lo  ¿emás,  la  rebelión  de  los  Paises-Bajos  solo 
reconocía  por  causa  la  ambición  de  Guillermo 
de  Nassau  y  bajo  mano  la  envidia  de  Inglate- 
rra; en  cuanto  á  crueldad,  eran  modelo  de  ello 
todos  los  que  peleaban  contra  España. 

Si  el  Duque  de  Alba  fué  duro,  ellos  hubieran 
sido  feroces  si  los  hubiesen  dado  lugar,  y  aún 
asi,  demasiadas  atrocidades  cometieron  con 
nuestros  bizarrísimos  soldados.  Quédese  para 
Sardón  pintar  unos  españoles  «de  fantasía»  en 
su  dramón  de  Patrie.  La  verdad  histórica  es 
una  cosa,  y  la  farsa  teatral  es  otra. 

Así  es  que  me  pesa  extraordinariamente  que 
Gener  haya  caído  en  la  mala  tentación  de  pin- 
tarnos un  Duque  de  Alba  y  unos  españoles  de 
ópera,  feroces,  sanguinarios,  deshonestos,  hez 
de  las  naciones.  No  eran  eso;  eran  un  puñado 
de  valientes  que  hicieron  lo  que  jamás  hubieran 
imaginado  ser  factible  Napoleón  y  la  Grande 
Armée  y  que  tenían  de  su  parte  la  razón  contra 
los  enemigos.  El  motivo  del  levantamiento  fué 
la  ambición  de  unos  cuantos  nobles  que  desea- 
ban librarse  de  la  soberanía  del  rey  de  España 
para  convertirse  en  amos;  lo  de  la  Inquisición 
y  el  diezmo  no  pasaba  de  un  pretexto.  ¿Qué 
más  inquisición  que  la  saña  con  que  se  persi- 
guieron después  Vueriatios  y  Cocceyanos? 

¿Ni  qué  comparación  tiene  lo  que  allí  hicie- 
ron nuestros  bravos  tercios  con  lo  que  hicieron 
los  franceses  en  tiempo  de  Luis  XIV?  Y  sin 
embargo  nadie  habla  de  ello.  Pero  ya  que  tan 
callado  se  tiene,  vayan  aquí  algunas  de  las 
amenidades  que  cuenta  Basnage  en  bus  Annales 
des  Provinres  Unies: 

«Las  dos  villas  de  Swammerdam  y  de  Bode- 
grave,  compuestas  de  seiscientas  casas,  fueron 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


539 


reducidas  á  ceniza...  Creían  cumplir  con  un 
deber  de  religión  (los  soldados  de  Conde  y  Ture- 
na),  destruyendo  las  iglesias  de  los  herejes  sin 
exceptuar  ninguna...  Cerraban  en  las  casas  al 
padre  y  la  madre  con  sus  hijos  para  extinguir 
de  un  golpe  á  una  familia;  y  cuando  se  movie- 
ron las  cenizas  y  las  piedras  de  las  casas  se  ha- 
llaron una  infinidad  de  cuerpos  medio  consu- 
midos y  los  hijos  quemados  en  los 
brazos  de  aquellos  ó  aquellas  que  les 
dieron  el  ser.  Una  madre  ciega  á 
causa  de  su  decrepitud  fué  muerta 
en  presencia  de  cuatro  hijos  que  le 
asistían,  teniendo  su  tumba  como 
ellos  en  las  llamas  que  les  redujeron 
á  cenizas...  El  príncipe  de  Orange  que 
llegó  á  aquellos  lugares  dos  días  des- 
pués, halló  una  multitud  de  niños 
con  los  brazos  y  las  piernas  cortadas 
y  otros  cuerpos  mutilados,  que  dejó 
algún  tiempo  sin  enterrar  para  que 
los  viesen  los  pasajeros  y  aprendie- 
sen lo  que  debían  esperar  de  los  fran- 
ceses. Los  soldados  se  divertían  en 
coger  á  aquellas  inocentes  criaturas 
por  los  pies,  arrojarles  al  aire  y  re- 
cibirles después  en  la  punta  de  las 
picas  ó  de  las  espadas...  Violaban  á 
las  hijas  á  la  vista  de  las  madres,  á 
las  mujeres  delante  de  los  maridos... 
La  avaricia  unida  á  la  crueldad  ani- 
maba á  los  oficiales  al  par  que  el  sol- 
dado; colgaban  á  los  hombres  de  las 
chimeneas  de  sus  casas  encendien- 
do en  ellas  un  gran  fuego  para  que 
ahogándoles  y  quemándoles  el  humo 
de  la  hoguera  y  la  llama  les  obligase 
á  descubrir  el  oro  que  poseían  y 
que  muchas  veces  no  poseían...  Des- 
pojaron de  sus  vestidos  á  las  mujeres 
y  á  las  jóvenes  violadas,  echándolas 
desnudas  al  campo  en  donde  pere- 
cían de  frío...  A  otras,  después  de 
cortarles  los  pechos,  les  echaban  pi- 
mienta, cal  y  algunas  veces  pólvora, 
aplicándoles  fuego  para  hacerlas  mo- 
rir más  cruelmente.  Uno  de  aquellos  . 
infames  que  en  Bodegrave  había  co- 
metido la  inhumanidad  de  cortar  los 
pechos  á  una  señora  en  el  momento 
del  parto,  poniéndole  luego  pimienta, 
murió  en  el  hospital  de  Nimega  en 
un  acceso  de  locura  producido  por 
los  remordimientos  de  conciencia... 
A  un  barquero  le  clavaron  las  manos 
al  mástil  de  su  nave,  violando  á  su 
mujer  en  su  presencia...  Ni  aún  se 
respetaron  los  cadáveres;  dos  que 
llevaban  á  enterrar  fueron  despoja- 
dos de  sus  mortajas...  >  Esto  pasaba 
en  el  año  de  gracia  de  1670  y  lo  ha- 
cían los  franceses.  f;Es  lícito  por  lo 
tanto  cuando  se  tiene  una  historia 
así  ó  se  defiende  á  los  que  la  tienen, 
venir  á  hablar  de  la  rabia  esp'iñolaf 
/^Cuando  todos  sus  detractores  juntos 
valdrán  un  Requesens,  un  D.  Juan 
de  Austria,  un  marqués  de  SpínolaV  ."_' 

Los  franceses,  sin  embargo,  erre  que  "-'?: 

erre  con  nuestro  fero'e  duc  d'  Alhe,  y  ^^ 

dale  que  dale  con  el  Tribunal  de  San- 
are que  jamás  nadie  llamó  así  sino 
(jue  tenía  poi-  verdadero  nombre  l^e 
(Jo)iseil  des  Troublea  [sicj. 

«Lo  que  los  aventureros  españo- 
les hicieron  en  América,  esto  ya  no 
se  puede  describir...»  dice  Gener...  y  es  ver- 
dad: no  parece  que  simples  hombres  de  natu- 
i'aleza  mortal  pudiesen  realizar  aquellas  empre- 
sas admirables.  ¿Acaso  es  preferible  lo  que  los 
ingleses  han  liecho  en  la  Australia,  los  yan- 
kces  con  los  Pieles  Rojas  y,  según  Pedro 
Lotti,  los  franceses  en  el  Tonkin?  ¿Es  pre- 
ferible lo  que  Pelissier  hacía  en  la  Argelia? 
Pues  todo  lo  que  estos  han  hecho  no  tiene  ex- 
cusa hallándonos  en  pleno  siglo  xix  mientras 
que  juzgando  los  acontecimientos,  según  el  es- 
píritu de  los  tiempos,  y  teniendo  presente  el 


principio  de  la  relatividad,  se  explican,  justifi- 
can y  disculpan  todos  los  abusos  que  cometieran 
nuestro  portentoso  D.  Eemando  Cortés  y  nues- 
tro bizarrísimo  Pizarro. 

De  que  nos  viniesen  de  América  galeones 
cargados  de  plata  y  oro, — que  los  ingleses  pro- 
curaban quitarnos  y  nos  quitaban  á  veces  fal- 
tando al  séptimo  mandamiento, — deduce  Gener 


que  nuestros  antepasados  se  acostumbraron  á 
la  holganza  viviendo  del  presupuesto;  que  á 
causa  de  la  monarquía  universal  «el  español 
adquirió  una  altanería  y  un  énfasis  insoporta- 
ble;» que  el  trabajo  manual  fué  despreciado, 
(como  si  en  Francia  fuesen  muy  considerados 
los  ■)oliiriers)  y  que  aquí  no  mandaban  más  que 
los  frailes.  Es  verdad  todo  esto,  poro  no  estaba 


^i^m. 


LA  NUEVA  FACHADA  DE  LA  CATbDRAL  DE  FLURtNCIA 


en  lo  posible  que  sucediese  de  otra  suerte.  Es- 
paña no  es  un  país  rico  como  Francia,  y  ya  c|ue 
quisimos  tener  gloria  hubimos  de  pagarla  cara; 
fuimos  pobres,  ignorantes,  pero  á  mucha  honra. 
Figúrese  Gener  que  las  guerras  napoleónicas 
hubiesen  durado  tres  ó  cuatro  siglos,  y  hubié- 
ramos visto  cómo  quedaba  Francia, — que  harto 
mal  quedó  al  caer  el  coloso.  Después,  sin  em- 
bargo, nos  despedimos  de  las  guerras  y  ya  la 
nación  volvió  á  prosperar  rápidamente.  En 
suma,  la  decadencia  de  España  alcanzó  única- 
mente los  reinados  de  Felipe  IV  y  Carlos  11,  y 


sin  embargo,  ya  se  vio  á  la  muerte  del  Hechizado 
si  quedaba  todavía  esfuerzo  bastante  para  sos- 
tener la  larga  guerra  que  trajo  consigo  la  pro- 
"clamación  de  Felipe  V.  Todas  las  naciones  han 
tenido  épocas  así  y  las  hay  que  desaparecen 
del  mapa  como  la  poderosísima  república  de  Ve- 
necia,  Polonia,  la  Suecia  de  Gustavo  Adolfo  y 
la  Francia  de  Napoleón ,  mientras  España  ha- 
brá de  figurar  en  él  eternamente.  España  po- 
bre, embrute¡ ido ,  milagrera,  atrasada,  sin  sabios 
ni  literatos  de  punta,  triunfó  en  Bailen  y  con- 
venció á  Prusia,  al  Austria,  á  Inglaterra,  á  Ru- 


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542 


LA  ILUSTRACIÓN  IBERIOA 


sia,  á  Alemuiia...  j;á  Francia  de  que  los  solda- 
dos de  Napoleón  no  eran  invencibles.  Bailen  es 
el  verdadero  Waterlóo. 

Es  que  es  imposible  aplicar  á  cada  nación 
un  criterio  igual  para  juzgar  de  la  mejor  ma- 
nera que  cumple  sus  fines  y  de  las  necesidades 
que  más  estima  satisfacer;  Gener  traza  un  cua- 
dro verdaderamente  beatifico  del  papel  desem- 
peiUdo  por  Francia  en  medio  de  la  civilización 
europea;  pues  bien,  España  tiene  cumplida  ya  su 
misión:  echó  de  Europa  á  los  moros,  añadió  un 
Nuevo  Mundo  al  mundo  antiguo  }•  dio  el  ejem- 
plo de  sacrificarse  por  una  idea,"  nada  más  que 
por  una  idea;  no  importa  si  errónea  ó  acertada. 

Y  entramos  ahora  en  lo  más  delicado  del 
asunto,  esto  es,  en  la  pintura  que  traza  Gener 
de  nuestro  actual  estado;  trozo  elocuentísimo, 
sintesis  magistral,  conmovedor  relato,  pero  que 
¡ay!  tiene  el  inconveniente  de  parecer  un  ar- 
ticulo del  Fígaro  traducido  al  español,  pues 
todo  lo  que  alli  se  dice  es  lo  que  les  dicen  los 
San  Pablos  del  boulevard  á  los  atenienses  del 
Sena;  todo  excepto  que  falta  mucha  ciencia  y 
sobra  religión. 

Yo  voy  á  decir  ahora  una  heregia  peor  que 
todas  las  de  Gener  y  es,  que  España  hace  tiem- 
po, desde  Felipe  V,  que  no  es  EÍspaña,  sino  una 
parodia  del  francés.  Cuanto  puede  decirse  con- 
tra nosotros  debe  decírsele  primeramente  á 
Francia.  Nos  bastábamos  y  sobrábamos  para 
todo  mientras  hubo  dinastias  nacionales,  y  aún 
mientras  reinaron  los  Austrias,  consolándonos 
la  idea  de  que  si  agonizamos  con  Carlos  IF,  fui- 
mos los  dueños  del  mundo  en  tiempo  del  empe- 
rador; pero  no  parecimos  ya  los  mismos  desde 
que  vino  Anjou.  Nos  iluntramn,  pero  desfigu- 
rándonos. Creo  que  si  hubiese  triunfado  Car- 
los I II,  estaríamos  más  adelantados  aun  que  aho- 
ra, y  no  nos  hubiéramos  parecido  tanto  á  los 
franceses. 

Este  culto  á  Francia  nos  ha  hecho  imitarles 
en  todo  á  nuestros  vecinos,  siendo  así  que  no 
tenemos  bastante  esprit  para  conseguirlo.  ¿De 
qué  viene  todo  el  mal  de  España?  De  no  tener 
nunca  un  buen  gobierno.  ¿Y  de  qué  viene  no 
tener  nunca  un  buen  gobierno?  De  hacer  siem- 
pre lo  que  hace  Francia.  Dice  Gener:  tenía- 
mos la  Constitución  de  Cádiz  y  nos  la  quitaron. 
¿Quién?  El  duque  de  Angulema,  para  que  no  al- 
borotáramos el  cotarro.  ¿Qué  han  sido  los  minis- 
terios desde  el  año  23  hasta  hace  poco  sino  mi- 
nisterios traducidos  del  francés?  ¿Y  son  acaso 
otra  cosa  nuestras  leyes  y  nuestras  cocinas  y 
nuestras  comedias?  Por  desgracia  de  España, 
Madrid  es  una  especie  de  capital  de  prefectura, 
Barcelona  un  Marsella  sin  la  Cannebiere,  y  Na- 
valcamero  un  Carpentras. 

Aquí  no  nos  atrevemos  con  los  curas,  y  de 
ello  se  lamenta  naturalmente  el  autor  de  Here- 
gln»,  pero  en  Francia  se  atreven...  para  hacer 
luego  la  peregrinación  á  Canossa.  «Lo  único 
que  se  generaliza  aquí  muy  fácilmente,  dice 
Gener,  es  la  milagrería  religiosa  ó  de  otra  es- 
pecie... Siempre  las  turbas  marchan  detrás  de 
los  doctores  ffarrido.  Las  novelas  sangrientas, 
los  drama.s  espeluznantes,  lo  mismo  que  los  ro- 
mances de  ciego  en  que  se  narran  mil  crímenes, 
sigaen  aún  privando.  En  el  fondo,  el  pueblo 
siempre  pide  ¡máx  rahalloi!  La  sangre  le  satis- 
face y  le  embriaga...  Aunque  se  digan  liberales 
los  jefes  de  los  partidos  españoles,  siguen  man- 
dando á  lo  califa  ..>  Pero, ¿sabremos  dónde  vivi- 
mos? ¿Quién  ha  inventado  Lourdes  y  la  Salette? 
¿Dónde  operan  los  Geraudel,  así  de  botica  como 
de  panachef  ¿Dónde  y  para  quién  se  escribió 
Jerónimo  Paturotf  ¿De  qué  país  son  oriundos 
los  más  espantables  mamarrachistas  melodramá- 
ticos? ¿Es  en  las  Salesas  donde  se  arremolinan 
las  turbas  burguesas  y  semi-aristocráticas  para 
asistir  á  la  vista  de  la  causa  de  Pranzini?  La 
gente,  es  verdad,  no  puede  pedir  allí, — por 
dicha, — «ti*  caballo»,  pero  permítase  que  tengan 
ese  gusto  y  veremos  si  les  dejan  atrás  á  los 
españoles  taurófilos.  Y  en  política,  ¿qué  hacen 
más  sino  lo  que  luego  vemos  parodiar  aquí? 
Oportunismo  y  posibilismo  allá  se  van;  y  ya  que 
estoy  con  las  manos  en  la  masa,  me  permitiré, 
de  pasada,  la  irreverencia  de  protestar  de  la 


frase  atribuida  á  cierto  orador,  de  quien  dicen 
que  hablando  de  Boulanger  hizo  esta  frase:  ^<Le 
conozco;  es  un  general  español.-/  A  la  verdad, 
no  veo  la  tostada.  Thermidor  fué  antes  que  el 
'6  de  Enero  y  Brumario  antes  que  Sagunto. 
¿Qué  más  da  decir  pronunciamiento  que  coup 
d'  Et'it?  Pero  vuelvo  al  señor  Gener. 

Sabemos  por  él  que  en  la  política  española 
«predomina  hoy  un  espíritu  de  personalismo 
asqueroso...»  Concedido,  pero  ¿lo  será  menos  el 
que  tiene  por  expresión  En  révenant  de  la  r'vue? 
Y  si  predomina,  ¿á  qué  lo  debemos  más  que  á 
la  inti-oducción  impremeditada,  extemporánea 
del  parlamentarismo  francés?  Aquí  se  lleva 
siempre  la  palma  el  que  tiene  buen  pico;  pero 
esa  es  una  de  tantas  gracias  del  sistema  exótico 
á  que  estamos  sujetos  desde  que  los  doceañistas 
se  permitieron  querer  regalarnos  lo  que  no  sa- 
bían como  nos  probaría.  Los  charlatanes  llegan 
á  serlo  todo  en  este  país,  pero  es  muy  probable 
que  el  Conrart  famoso  por  su  sileiice  prudent, 
no  sería  hoy, — si  resucitara  al  cabo  de  dos  si- 
glos,— ministro  en  ningún  gabinete  de  su  país. 
Gener,  sin  embargo,  enamorado  de  su  teoría 
etnológica,  atribuye  este  hecho,  refiriéndose  á 
España,  á  la  psicología  semítica.  ¡Qué  semí- 
tico, ni  qué  niño  muerto!  Atribuyalo  á  la  psico- 
logía parlamentarista,  si  mala  en  Francia,  aquí 
peor.  Cuando  en  España  se  hace  política  nacio- 
nal, se  hace  bien.  Díganlo  las  Carolinas;  dígalo 
Vega  Armijo  cuando  fué  embajador  en  París 
el  año  74;  digalo  la  expedición  á  Méjico;  dígalo 
Lytton  Bulwer;  dígalo  el  año  35;  digalo  el  año  8. 
En  nada  de  ello  tuvo  parte,  sin  embargo,  el  par- 
lamentarismo ni  los  inmortelles  principéis  de  89. 

«Un  evolucionista  (en  política)  es  aquí  rara 
flfws...»  Me  resigno  á  reconocer  la  superioridad 
evolucionista  de  los  tan  ponderados  franceses: 
desde  1789  acá  hemos  tenido  en  España:  Car- 
los IV,  Fernando  VII,  Isabel  II,  Amadeo,  la 
república  Alfonso  XII  y  Alfonso  XIII,  mien- 
tras que  en  Francia  han  tenido  el  gusto  de  ver 
desfilar  á  Luís  XVI,  la  primera  república.  Na- 
poleón I  (dos  veces).  Luís  XVIII,  Carlos  X, 
Luís  Felipe,  la  segunda  república,  Napoleón  III 
y  la  tercera  república;  eso  sin  contar  las  dicta- 
duras. Mientras  aquí  hemos  tenido  las  constitu- 
ciones del  año  12,  del  año  36,  del  45,  del  69  y 
del  76,  allí  se  han  regido  por  las  de  1791, 1/93, 
1795,  1799,  1802,  180 1,  1814,  1815,  1830, 
1848,  1852,  1870  y  la  actual;  ¿y  para  qué?  para 
estar  quizás  en  vísperas  de  una  vuelta  á  la 
de  1830.  Esto  es  ya  más  que  evolucionar;  es  te- 
ner la  danza  de  San  Vito.  |Y  qué  de  incompren- 
sibles retractaciones!  La  legitimidad,  la  repú- 
blica. Napoleón,  vuelta  á  la  legitimidad,  vuelta 
á  Napoleón,  la  legitimidad  otra  vez,  la  semi- 
legitimidad,  otra  vez  república,  otra  vez  Napo- 
león, república  otra  vez  y  de  nuevo  la  semi- 
legitimidad  en  puerta.  ]Que  manera  de  se  de- 
menerí  Pero  cuando  menos  ¿ha  conducido  á 
algo  tanto  cambiar  de  postura?  No  veo  franca- 
mente que  esté  más  consolidada  la  república  en 
Francia  de  lo  que  puede  estarlo  un  adorno 
prendido  con  alfileres.  Claro  está  que  me  trae 
sin  cuidado  lo  que  les  pueda  pasar  á  los  france- 
ses; pero  he  íjuerido  entrar  en  esas  comparacio- 
nes para  hacer  ver  que  la  evolución  en  política 
es  como  dar  vueltas  á  una  noria.  ¿Evolucionó 
mucho  Víctor  Manuel  para  comerse  toda  la 
Italia?  ¿Ha  sido  evolución  la  unidad  alemana? 
¿Evolucionarán  los  rusos  para  tener  una  consti- 
tución? ¿Vendrán  por  evolución  la  Commune  ó 
la  SociaU? 

»Por  un  caso  de  atavismo  de  raza,  el  fondo 
africano  que  en  las  provincias  transibéricas  de- 
jaran los  sarracenos,  reaparece  de  nuevo  con 
gran  fuerza,  y  esto  es  señal  y  prueba  de  nues- 
tro aserto,  de  lo  que  muchas  de  las  comarcas 
españolas,  son  refractarias  á  la  civilización 
occidental  moderna  (sic).i>  ¿Pero  acaso  única- 
mente hay  en  España  razas  impropias  para  la 
gobernación  del  país?  ¿No  dicen  los  ingleses 
que  los  irlandeses  no  sirven  porque  son  celtas? 
¿No  se  quejan  los  franceses  de  sus  Roumestan 
y  los  piamonteses  de  los  napolitanos? 


(Se  concluirá.) 


Carlos  Mendoza. 


SUTILEZAS 

Cuando  mi  larga  epístola  concluya, 
— ponía  Laura,  en  carta  á  su  futuro, — 
segura  quedaré  de  que  no  arguya 
nadie,  jamás,  que  te  engañé;  lo  juro. 
Mujer  de  chispa,  Laura,  fué  poniendo 
los  pequeños  defectos  que  tenía, 
con  insistencia  algunos,  presumiendo 
que  así  el  galán  más  gracia  enüoutraria. 
Concluyó  su  obra  de  arte  (que  lo  era 
por  la  intención  y  el  excesivo  esmero) 
pero  |ay!  que  fué  á  coger  la  salvadera 
y,  ¡zas!  sobre  el  papel  vertió  el  tintero. 
Claro  es,  las  faltas  y  las  culpas  leves 
por  un  borrón  atroz  fueron  cubiertas. 
¿Sabes  lo  que  hizo  Laura?  Si  te  atreves 
piensa  un  rato  y  contesta  á  ver  si  aciertas. 
— Rompió,  quemó  la  carta. 

—No. 

— ¡Increíble! 
— ¿Qué  hizo,  pues? 

— Pues  obrar  con  mucho  tino 
Aclarando  el  borrón,  la  hizo  legible 
y  con  él  fué  la  carta  á  su  destino. 
Así  quedó  la  joven  más  contenta, 
pues  qué, — Si  bien  el  paso  es  arriesgado, 
— dijo  después, — no  temo  nueva  afrenta, 
pues  ahora  es  verdad  lo  que  he  jurado. 
Y  cuentan  que  el  galán,  hombre  de  mundo 
estuvo  tonto  ó  se  pasó  de  listo 
al  contestar:- — Mi  amor  es  más  profundo 
aún,  pues  no  me  engañas,  entá  visto. 

Luís  DEL  Cañizo  y  Miranda. 


NUESTROS  GRABADOS 


IBKNE 

Cabesa  de  estudio  de  Joeé  Ztnttek 

Es  un  buen  tipo  de  eslava  (con  e  minúscula,  por  supues- 
to>,  y  con  decir  enlava  claro  está  que  se  dice  también  una 
arrogante  moz  i.  Por  eso  tan  fiol-m^nte  se  les  debe  tener  afi- 
ción á  esos  buenos  rus()B  que  no  pueden  sufrir  á  los  tudes- 
cos. Y  en  cuanto  á  buenas  munhaoh'S  y  e^posis  fieles  y  labo- 
riosas no  hay  tampoco  más  que  pedir  siendo  todas  ellas  unius 
hembras  de  corazón  muy  gordo. 

ESCUNAS    DK    LA    VID*    DE    ARTISTA 

Los  banquetea  acsdémicos  han  adelantado  mucho  en  In- 
glaterra desde  1771  al  actual  año  de  gracia.  Entonces  algu- 
nos ilustres  individuos  de  aquella  corporación  se  contenta- 
ban con  reunirse  en  la  taberna  de  San  Albano,  figurando  en 
las  modestas  ágapas  hombres  como  Sir  Josué  Reynolds,  que 
era  el  que  presidia  siempre,  Horacio  Walpole,  Jonhsou, 
Goldsmith,  etc.  Hoy  las  cosas  se  hacen  mucho  más  en  grande 
y  cuando  el  jubileo  de  la  reina  Victoria  el  banquete  de  la 
Real  Academia  de  Pintura  fué  de  ordago,  como  puede  verse 
por  el  grabado. 

Las  otras  viñetas  son:  un  orador  oficial,  hablando  desde 
la  tribuna  de  la  Academia;  una  conversación  entre  artistas  y 
un  caprichoso  fin  de  fiesta. 

LOS  DRAMAS   DE  SHAKESPEARE 

WAEWICK    ATAOl   LA    TIENDA    DEL    REY 

El  campo  de  Eduardo,  cerca  de  Warwlck 
Entran  Wabwiok,  Clíriroi,  Oxford,  Souerbit  y  sus  tropas. 

Warwick.— Hé  aqnf  su  tienda,  y  ved,  hé  aquí  su  guardia. 
iValor,  mis  señores!  O  nos  sale  bien  ahora  ó  nunca.  Seguid- 
me tan  solamente  y  Eduardo  es  nuestro. 
Primer  centinela.— ¿Quién  vive? 
Segundo  centinela.— Alto,  ó  mueres. 
(Warwick  y  los  otros  gritan  todos:  iWaewickI  iWarwickI  y  se 
arrojan  sobre  los  centinelas  que  huyen  gritando:  I*  las  ah- 
UAsI  lA  LAS  ARUABI  Warwick  y  los  otros  les ptrsiguen.— 
En  seguida,  al  son  del  tambor  y  de  la:i  trompetas  Warwick 
y  los  otros  vuelven  á  entrar  triiyeniio  al  Ruy  Eduardo  dt 
bala,  sentado  en  un  sillón.  Vése  d  Olocester  y  Hastino 
que  huyen). 

SouERSET.— ¿Quiénes  son  los  que  huyen? 

Wabwiok.— Ricardo  y  Hastlngs;  dejadles  huir;  hé  aquí  al 
duque. 

E(,  BEY  Eduardo.  — lEl  duquel  ¿Qué  quleie  decir  esto, 
Warwlch?  La  última  vez  que  nos  hemos  separado,  me  has 
llamado  rey . 

Warwick.— SI;  pero  las  cosas  han  cambiado. 

(Enrique  VI,  parte  III,  acto  IV,  escena  III). 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


543 


BOSALINOi,    CELIA    Y   TOUCHSTONI 

El  bosque  de  las  Ardeuas 
Entran  Rosalinda  en  traje  de  paje,  Cília  en  traje  de  pastora 

y  TODCHSTONIE. 


Cmií .— Os  ruego  que  uno  de  vosotros  veya  á  preguntar- 
le á  aquel  hombre  que  está  allá  abajo  si  quiere  por  oro  dar- 
nos un  poco  de  alimento;  me  siento  casi  morir. 

ToL'CHSTONK.  — iHola,  palurdo! 

Rosalinda. — Paz,  loco,  que  no  es  de  tu  parentela. 

roEIKO.  — ¿Quién  llama? 

ToüOHSTON».— Gentes  mucho  más  altas  que  vos,  caba- 
llero . 

CoEiNO.— Sin  duda,  pues  de  no  ser  asi  bien  miserables. 

Rosalinda.— Paz,  repilo.  Buenns  lardes,  amigo. 

CORiKo.— Buenas  tardes,  mi  gentil  señor,  como  toda  la 
compañía. 

Rosalinda.— Te  ruego,  pastor,  que  si  por  oro  ó  por  hu- 
manidad se  puede  obtener  un  albergue  en  este  lugar  desierto, 
nos  conduzcas  á  nlguua  parte  donde  podumos  comer  y  des- 
cansar; pues  tenemos  aqui  una  niña  extraordinariamente 
zarandeada  por  el  viaje  y  que  se  desmaya  de  necesidad. 

COBINo.— Ui  bello  señor,  la  compadezco  y  desearla  más 
aún  por  ella  que  por  mi,  que  mi  fortuna  me  peimitiese  so- 
correrla mas  de  lo  que  puedo;  pero  soy  el  pastor  de  otro  y  no 
esquilo  los  carneros  que  llevo  á  apacentar.  Mi  amo  es  de  un 
carácter  caprichoso  y  áspero  y  se  inquieta  poco  de  encontrar 
<  1  camino  del  cielo  practicando  la  hospitalidad;  por  otra  par- 
te su  cabana,  sus  ganados  y  sus  pastos  están  ahora  en  venta,  y 
en  nuestra  choza,  á  causa  de  su  ausencia,  no  hay  á  esta  hora 
nada  que  podáis  comer;  pero,  venid,  veréis  lo  que  hay,  y  con 
mi  recomendación  seréis  bien  recibidos. 

(Como  oüstbis,  acto  II,  escena  IV). 

UK  OOHOIIBTO    MUSICAL   KN    KL   FALACIO  CLKEICI    DI    UILAN 

Cuadro  de  Luis  Sorio 

El  palacio  Olericl  de  Milán,  donde  se  halla  instalado  ac- 
tualmente el  Tribunal  civil,  es  un  edificio  de  estilo  rococú 
que  no  presenta  ninguna  particularidad  en  cuanto  á  arqui- 
tectura, pero  cuyo  interior  constituye  un  ejemplar  de  los 
más  espléndidos  de  ornamentación  del  siglo  pssado,  obra,  y 
aun  puede  decirse  que  obra  maestra,  de  Juan  Bautista  Tié- 
polo. 

Entre  los  artistas  milaneses  esta  celebre  sala  rierici  fué 
por  mucho  tiempo  un  motivo  de  variaciones  de  colorido, 
como  el  Carnaval  de  Venfcia  es  un  tema  de  variaciones  para 
piano  y  violin  iuLcnfado  por  todos  los  virtuoH,  quizás  no  se 
daba  el  caso  de  un  solo  anií^la  milanés  que  no  hubiere  hecho 
uno  6  más  estudios  de  esta  sala,  que  es  una  maravilla  de  co- 
loración. 

No  escapó  del  contagio  el  distinguido  pintor  veronés  Lui- 
gi  Sorio,  establecido  desde  hace  alguuos  años  en  la  capital 
lombarda,  habiendo  hecho  de  la  sala  Clerici  el  cuadro  cuyo 
grabado  damos  hoy.  Hapoblado  la  sala  con  un  concierto  mu- 
sical, un  quinteto.  La  composición  no  há  menester  de  expli- 
caciones: el  tema  está  desenvuelto  con  tanta  evidencia  en  las 
figuras  que  cada  una  de  ellas  parece  que  esté  hablando.  Se- 
ñalemos, sin  embargo,  el  garbo  y  la  soltura  en  la  disposición 
de  los  personajes,  la  bella  distribución  de  la  escena,  la  eenia- 
lidad  de  la  iignorma  que  canta,  figura  verdaderamente  gra- 
ciosa que  recuerda  de  un  modo  singular  una  del  pintor  belga 
Wilhems  vulgarizada  por  el  grabado.  Si  la  fidelidad  del  traje 
no  está  muy  observada  en  el  de  las  mujeres  es  esta  una  licen- 
cia artística  ampliamente  compensada  por  su  linda  cara. 

CUADROS  DB    FRAÍiK    DICKSEES 

Este  celebradjsirao  pintor,  verdadera  coqueluche  de  los 
aficionados  londinenses,  nsció  en  la  metrópoli  británica  el 
día  27  de  Noviembre  de  1853.  Fué  en  su  ulñez  discípulo  de 
un  hermano  y  un  tío  tuyos  é  ingresó  luego  en  las  escuelas 
de  la  Real  Academia 

En  1872  obtuvo  medalla  de  plata  por  un  dibujo  del  anti- 
guo y  en  1873  medalla  de  oro  por  un  cuadro  bíblico.  A  raíz 
d«  esto,  diljujó  para  los  Magazincs  de  Cassell  y  el  Qraphic, 
asi  como  muchos  Cfirtooes  decuralivos. 

Su  cuadro  Armmia  dio  gran  golpe  en  1877;  ilustró  luego 
la  edición  de  lujo  de  la  Evangelina  do  Cassell.  Finalmente, 
en  1881  fué  nombradi)  Individuo  de  la  Real  Academia. 

Mr.  Frank  iJicksee  es  un  píul<tr  originalislmo  en  su  con- 
cepcióu,  maestro  en  vencer  las  más  arduas  cuestiones  técni- 
cas y  sumamente  personal  en  su  colo(ido,  que  en  todo  caso 
puede  recordar  únicamente  el  de  los  venecianos.  No  se  pare- 
ce á  nadie  por  haberlo  sacado  todo  de  su  propio  fondo  y 
hay  po30s  que  sepan  expresar  con  laiito  senlimiento  y  poesía 
los  asuntos  que  concibe. 

UN    REÍ  RATO    KN    1805 

Cuadro  de  J.  Rougier 

Tenemos  este  cuadro  por  obra  perfecta  y  acabada.  No 
cabe  en  efecto  mejor  comprensión  del  asunto,  mayor  discre- 
ción en  expresarlo  y  más  cumplida  ejecución  en  su  desempe- 
ño. Es  una  verdadera  página  de  historia  del  arte.  No  se  com- 


prende de  otra  manera  como  debía  ser  un  taller  en  el  Primer 
Imperio.  Todo  rebosa  en  color  de  época;  las  figuras  son  una 
evocación,  ios  accesorios  están  reproducidos  con  fidelidad 
escrupulosísima  y  la  luz  aparece  distribuida  con  exquisito 
acierto. 

Es  una  obra  agradabilísima,  que  el  grabado  ha  reprodu- 
cido superiormente. 

LA    NUEVA    rACMADA    DI    LA    CATEIlKAL    DI    PLUBENCIA 

Lo  mismo  que  otre  s  muchas  catedrales,  la  de  Florencia  ca- 
recía de  fachada.  El  peregrino  Duomo,  obra  de  Arnolfo  y  del 
divino  Giotto,  estaba  sin  concluir.  Después  de  muchas  ten- 
tativas y  vacilaciones  durante  siglos,  dtcidióse,  por  fin,  en 
el  año  1862  abrir  un  concurso,  siendo  aceptados  en  1867  los 
planos  de  De  Fabri;  este  arquitecto,  sin  embargo,  no  pudo 
ver  su  proyecto  realizado,  pues  murió  en  1883. 

En  el  trabajo  de  escultura  han  tomado  parte  los  más  céle- 
bres estatuarios  de  Florencia.  El  público  inteligente  está 
conteste  en  conceder  que  la  nueva  fachada  empareja  perfec- 
tamente con  el  resto,  constituyendo  una  acertada  obra  de 
arquitectura  ojival  italiana;  rica,  colorida,  majestuosa  y 
Unda. 

EL  lUPEBADOB  HAXIHILIAllO 

VISITANDO    EL  Taller  di   albebto   dubebo 
Acuarela  de  Sir  Jame»  Linton 

Siendo  el  autor  presidente  del  Seal  Instituto  de  Ácuartíis- 
tas  de  Londres,  claro  está  que  debía  dar  una  obra  de  primer 
orden  y  asi  ha  sido  en  el  cuadro  histórico,  presentado  en  la 
exposición  que  se  está  celebrando  actualmente  en  los  salones 
de  aquella  sociedad.  Trátase  de  una  obra  en  que  aparecen 
llenos  de  vida  y  nobleza  multitud  de  famosos  personajes  del 
siglo  XVI  estudiados  maglstralmente  y  reproducidos  con  toda 
su  personalidad  caracterisllca.  El  cuadro  tiene  todo  el  sabor 
de  época  apetecible  y  sin  embargo  ostenta  un  carácter  de 
modemUmo  que  le  distingue  de  las  antiguas  rutinarias  com- 
posiciones de  historia 


-*- 


LOKIS 


I>OIl     I>ROSI»EB.O    I«a:EIlIlví:ÉE 


(OOSTINOAOIÓN) 

Bajó  la  primera:  otras  dos  mujeres,  no  me- 
nos robustas  en  apariencia,  estaban  ya  en  la 
escalinata.  El  caballero  se  inclinó  hacia  la 
dama  enlutada  y  con  gran  sorpresa  mía  de- 
sató un  ancho  cinturón  de  cuero  que  la  retenía 
en  su  puesto  en  la  calesa.  Noté  que  aquella  da- 
ma tenia  largos  cabellos  blancos  en  desorden  y 
que  sus  ojos,  desmesuradamente  abiertos,  pare- 
cían inanimados:  semejaba  una  figura  de  cera. 
Después  de  haberla  desatado,  su  compañero  la 
dirigió  la  palabra,  sombrero  en  mano,  con  mu- 
cho respeto,  pero  ella  no  pareció  prestarle  la 
menor  atención.  Entonces  se  volvió  hacia  las 
criadas  haciéndoles  una  ligera  señal  de  cabeza. 
Al  momento  las  tres  mujeres  cogieron  á  la  da- 
ma de  luto,  y,  á  despecho  de  sus  esfuerzos  para 
agarrarse  á  la  calesa,  la  levantaron  como  una 
pluma  y  la  llevaron  al  interior  del  castillo. 
Esta  escena  tenia  por  testigos  muchos  servido- 
res de  la  casa  que  parecían  no  ver  en  ello  nada 
de  particular.  El  hombre  que  había  dirigido  la 
operación  sacó  el  reloj  y  preguntó  si  se  comería 
pronto. 

— Dentro  un  cuarto  de  hora,  señor  doctor, — 
le  respondieron. 

No  me  costó  trabajo  adivinar  que  veía  al  doc- 
tor Eroeber  y  que  la  dama  de  luto  era  la  conde- 
sa. Por  su  edad,  deduje  era  la  madre  del  conde 
Szemioth  y  las  precauciones  tomadas  para  con 
ella  anunciaban  suficientemente  que  estaba  alte- 
rada su  razón. 

Algunos  instantes  después,  el  doctor  entró 
en  mi  cuarto. 

— Hallándose  indispuesto  el  señor  conde, — 
me  dijo, — véome  obligado  á  presentarme  yo 
mismo  al  señor  profesor.  El  doctor  Froeber,  en 
lo  que  pueda  serviros.  Encantado  de  conocer  á 
un  sabio  cuyo  mérito  les  consta  á  todos  los  que 
leen  la  Gaceta  científica  y  literaria  de  Kcenigs- 
berg  ¿Queréis  que  se  ponga  ya  la  mesa? 

Respondí  lo  mejor  que  pude  á  sus  cumplidos 
y  le  dije  que  si  era  ya  tiempo  de  pasar  al  come- 
dor estaba  pronto  á  seguirle. 


Asi  que  entramos  en  dicha  estancia  un  maes- 
tre-sala nos  presentó,  según  la  costumbre  del 
Norte,  una  bandeja  de  plata  conteniendo  licores 
y  algunos  entremeses  salados  y  fuertemente  sa- 
zonados con  especias,  propios  para  excitar  el 
apetito. 

— Permitidme,  señor  profesor, — díjome  el 
doctor, — que  os  recomiende,  en  mi  calidad  de 
médico,  un  vaso  de  esta  starka,  verdadero  aguar- 
diente de  Cognac,  desde  hace  cuarenta  años  en 
el  barril.  Es  la  madre  de  los  licores.  Tomad  una 
anchoa  de  Drontheim;  nada  más  eficaz  para 
abrir  y  preparar  el  tubo  digestivo,  órgano  de 
los  más  importantes...  Y  ahora,  á  la  mesa  ¿Por 
qué  no  hablaríamos  en  alemán?  Sois  de  Kwnigs- 
berg,  yo  de  Meme!,  pero  he  estudiado  en  lena. 
De  esta  suerte  estaremos  más  libres  y  los  cria- 
dos, que  no  saben  más  que  el  polaco  y  el  ruso, 
no  nos  entenderán. 

Comimos  primeramente  en  silencio;  después, 
luego  de  haber  tomado  un  primer  vaso  de  vino 
de  Madera,  pregunté  al  doctor  si  el  conde  se 
veía  molestado  frecuentemente  por  la  indispo- 
sición que  nos  privaba  aquel  día  de  su  pre- 
sencia. 

— Sí  y  no,— respondió  el  doctor; — eso  depen- 
de de  las  excursiones  que  hace. 

— ¿Cómo  es  eso? 

— Cuando  toma  por  el  camino  de  Rosienie, 
por  ejemplo,  vuelve  con  la  jaqueca  y  de  un  hu- 
mor feroz. 

— He  ido  á  Rosienie  y,  sin  embargo,  no  me 
ha  ocurrido  semejante  accidente. 

— Eso  depende,  señor  profesor, —  respondió 
él  riendo, — de  que  vos  no  andáis  enamorado. 

Suspiré  pensando  en  la  señorita  Gertrudis 
Weber. 

— ¿Vive  en  Rosienie,  pues,  la  novia  del  se- 
ñor conde? 

■ — Sí;  en  las  cercanías.  ¿Novia?...  No  sé  si  lo 
es.  ¡Una  descarada  coqueta!  Le  hará  perder  la 
cabeza,  como  le  ha  sucedido  á  su  madre. 

— En  efecto,  ¿creo  que  la  señora  condesa 
está...  enferma? 

— ¡Loca,  mi  querido  señor,  loca!  Y  el  maj-or 
loco  soy  yo  por  haber  venido  aquí. 

— Esperemos  que  vuestros  buenos  cuidados 
le  devolverán  la  salud. 

El  doctor  meneó  la  cabeza  examinando  con 
atención  el  color  de  un  vaso  de  vino  de  Bur- 
deos que  tenía  en  la  mano. 

— Tal  como  me  veis,  señor  profesor,  era  yo 
cirujano  mayor  en  el  regimiento  de  Ivaluga.  En 
Sebastopol  estábamos  de  la  mañana  á  la  noche 
cortando  brazos  y  piernas;  no  hablo  de  las  bom- 
bas que  nos  llegaban  como  las  moscas  á  un  ca- 
ballo desollado;  pues  bien;  mal  alojado,  mal  ali- 
mentado como  estaba  yo  entonces,  no  me  fasti- 
diaba como  aquí  donde  cómo  y  bebo  de  lo  mejor, 
donde  estoy  instalado  como  un  príncipe  y  paga- 
do como  un  médico  de  cámara...  Pero  ¡la  libertad, 
mi  querido  señor!  ¡Figuraos  que  con  ese  diablo 
de  mujer  no  tiene  uno  un  momento  suyo! 

— ¿Hace  mucho  tiempo  está  confiada  á  vues- 
tra experimentada  práctica? 

— Cerca  dos  años;  pero  hace  veintisiete  á  lo 
menos  que  está  loca,  desde  antes  del  nacimien- 
to del  conde.  ¿No  os  han  contado  eso  ni  en  Ro- 
sienie ni  en  Kowno?  Cid,  pues,  porque  es  un 
caso  sobre  el  cual  quiero  escribir  un  día  un  ar- 
ticulo para  el  Diario  Médico  de  San  Peterfhurgo. 
.  Está  loca  de  miedo... 

— ¿De  miedo?  ¿Cómo  es  posible? 

—  De  un  miedo  que  tuvo.  Es  de  la  familia  de 
los  Keystut...  ¡Oh,  en  esta  casa  no  se  hacen  ma- 
trimonios desiguales!...  Aquí  descendemos  de 
Gedymin...  Pues,  como  íbamos  diciendo,  señor 
profesor,  tres  días...  ó  dos  días  después  de  su 
matrimonio,  que  se  celebró  en  este  castillo  en 
que  comemos,  (¡á  vuestra  salud!)...  el  conde,  el 
padre  de  éste,  se  fué  á  caza.  Nuestras  damas 
lituanas  son  amazonas,  como  ya  sabéis.  La  con- 
desa va  también  á  la  cacería...  Se  queda  atrás 
ó  se  adelanta  á  los  monteros...  yo  no  sé...  ¡Bue- 
no! De  pronto  el  conde  ve  llegar  á  galope  ten- 
dido al  lacayuelo  cosaco  de  la  condesa,  un  chi- 
co de  doce  á  catorce  años.^ — Amo, — dice, — un 
oso  se  lleva  á  la  condesa. — ¿Dónde  es  eso? — 


544 


LA  ILU8TRA()I0N  IBÉRICA 


dice  el  oonde. — ^Por  allí, — responde  el  cosaqm- 
llo. — Toda  la  montería  acude  al  lugar  que  de- 
signa; ¡nada  de  condesa!  De  un  lado  un  caballo 
estrangulado,  de  otro  nn  capote  de  pieles  hecho 


trizas.  Búscase,  dase  una  batida  por  el  bosque 
en  todos  sentidos.  Finalmente,  un  montero  gri- 
ta:— ¡Allá  el  oso! — En  efecto  el  oso  atravesaba 
un  raso,  arrastrando  siempre  á  la  condesa,  sin 


duda  para  ir  &  devorarla  á  sus  anchas  en  algún 
matorral,  porque  esos  animales  todo  lo  sacrifi- 
can á  la  boca.  Gustan,  como  los  frailes,  de  co- 
mer tranquilos.  Casado  hacia  dos  días,  el  conde 


EL  BRINDIS  DEL  BANQUETE  CELEBRADO  EN  LA  REAL  ACADEMIA  DE  PINTURA  DE  LONDRES 

en  celebración  del  50"  auíTersario  de  la  reina  Victoria 


era  muy  caballeresco;  quería  arrojarse  sobre  el 
ooo,  cachillo  de  monte  en  mano;  pero,  mi  queri- 
do señor,  un  oso  de  Lituania  no  se  deja  aguje- 
rear como  un  ciervo.  Por  dicha,  el  port¿-arcabu2 


del  conde,  un  picaro  bastante  bellaco,  borracho 
aquel  día  hasta  no  distinguir  un  conejo  de  un 
corzo,  hizo  fuego  con  su  carabina  á  más  de  cien 
pasos,  sin  cuidarse  de  saber  si  la  bala  daría  en 


la  bestia  ó  en  la  mujer...  Pero...  por  algo  se 
dice  que  hay  un  Dios  para  los  borrachos...  Si 
no  llega  á  acertar... 

(Se  contimiará.J  Traducción  de  A.  O. 


iBlUSniaM:  teta,  U%-U1,  lam  liliut,  UHu. — Rtuntdoi  los  deruiíos  de  propiedad  artística  j  literaria.— Las  redamaciones  en  Madrid,  al  representante  de  esta  Casa  D.  Manuel  Plá ;  Valor,  Apodaca,  10, 2.° 

— — )  INSÉRTESE  Ó  NO,  NO  8E  DEVUELVE  NINGÚN  ORIOINAL  (- 


bTABLBGIUUWTU   TlrOaniFICO   DI   B.   BAMmDA..—CALÍM  OK  VOJJLRROBL,  KÚM.    17     SMSAKCBB   DB  SAH   AHTOHIÓ.— BARCBLOMÍI. 


SEMANARIO     CIENTÍFICO,     LITERARIO     Y    ARTÍSTICO 

Año  V 

Barcelona  27  de  Agosto  de  1887 

Núm.  243 

Con  el  presente  número  repartimos  el  suplemento  de  modas  EL  MUNDO  DE  LAS  DAMAS,  correspondiente  al  mes  actual 

ROMANZA  ESPAÑOLA  (C  uadro  de  H.  Muhltbalcr) 


546 


LA  ILUSTBACION  IBÉRICA 


SUMARIO 

Tuto. — Madrid.  Carta»  á  mi  prima,  por  Femanflor. — Jíe- 
CTMrdM,  por  Felipe  Utthé.  —  Zoraida  (conclusl<^n\  por 
Ancd  CoeUo  de  Tome—duvitr,  por  Joaquín  Olmedilla  y 
Puls.— üOHeffnt/te  (condiulón),  por  Carlos  Mendota. - 
Al  d  ékamtto  de  JB<m  MüIUt  SaneJktx  ^potsla),  por  Vicen- 
te de  Anua.— £a  imjlntticia  del  idilio  (poeela),  por  José 
>lana  de  la  Torre— Naestroe  grabados.— ¿oU*  loontlnua- 
cMn),  por  Próspero  Merimée  (ttaduoeióo  de  A.  O.) 

OxBiDOS. — Romanía  española — Un  p»ile»¡e— Madrid:— Ex 
potieión  gentrai  de  PíUpinat:  La  tabacalera.— £z;>o«{cMa 
Xaeional  de  Bettat  ArU$  de  18S7:  Leónidas  en  el  paso  de 
las  Te^n(^pilas.  -Bellagio,  en  el  lago  de  Como  —El  casti- 
llo de  Sermione,  en  el  lago  de  Garda.  —Apuntes  de  la  Ha- 
bana.—Ciillerooats  (dos  grabadoa).— Guantes  históricos.— 
De  conquista.— Abetos. 


MADRID 


CA-RTA-S     A.     T^X     PRIIi/tA. 


Jl^o  prometido  es  deuda  y  yo  prometí  lefe- 
<f|l^  rirte  cual  fuese  el  término  de  la  cuestión 

-»=-.  Abascal-Salamanca;  cuestión  que  ha  va- 
riado de  aspecto,  y  que  todavía  es  la  preferente 
de  los  diarios  3'  de  los  círculos  políticos.  Reuni- 
dos los  padrinos  del  general  Salamanca  y  los 
del  redactor  de  El  Rtsúnten,  manifestaron  aqué- 
llos que  no  procedía  en  su  concepto,  ni  dar 
satisfacción,  ni  dar  reparación  en  el  terreno. 
Los  padrinos  del  señor  Abascal,  se  dirigieron, 
entonces,  nuevamente,  al  general  Salamanca 
pidiéndole  el  nombramiento  de  nuevos  repre- 
sentantes, pues,  la  reclamación  quedaba  en  pié. 
El  general  contestó  d  esta  carta  sometiendo  el 
asunto  á  una  Junta  ó  Tribunal  de  honor.  En 
efecto,  designó  siete  generales,  encomendando 
á  su  juicio  la  resolución  del  incidente.  Este 
consejo  decidió,  que  dada  la  alta  jerarquía  y  el 
cargo  importante  con  que  se  halla  revestido  el 
general  Salamanca  y  considerando  el  preceden- 
te funesto  que  establecería  el  que  las  más  eleva- 
das representaciones  del  Estado  se  viesen  obli- 
gadas á  contravenir  las  leyes  del  reino  y 
descender  á  dirimir  cuestiones  con  todo  el  que 
censurase  sus  actos,  aparte  de  otras  varias  con- 
sideraciones, debía  aplazarse  la  resolución  de 
este  asunto  hasta  que  cambiadas  las  circuns- 
tancias y  bien  recapacitados  los  hechos,  pueda 
tener  lugar  la  reparación  que  debe  corres- 
ponder. 

Los  generales  que  firmaban  este  dictamen 
son:  Martínez  Campos,  O'Ryan,  Golfín,  Lasso, 
Obregon,  Muñoz  y  Mantilla. 

Los  padrinos  del  señor  Abascal  no  reconocie- 
ron autoridad  á  este  fallo  por  ser  de  un  tribu- 
nal que  se  había  formado  sin  anuencia  suya  y 
devolvieron  á  su  apadrinado  su  libertad  de 
acción. 

A  esta  carta  contestó  el  distinguido  periodis- 
ta con  otra  en  que  ha  sido  muy  elogiada,  por  la 
nobleza  y  elevación  de  sus  sentimientos.  Cier- 
tamente que  no  podía  él  aceptar  el  aplazamien- 
to que  se  proponía  por  un  consejo  nombrado 
sin  acuerdo  suyo;  pero  entrar  en  el  camino  de 
nuevas  agresiones  habría  sido  considerado  por 
la  opinión  pública  coDio  un  alarde  de  fanfarro- 
nería. El  señor  Abascal  dio  por  terminada  la 
cuestión,  entregando  el  juicio  supremo  de  la 
cuestión  al  único  tribunal  que  no  puede  ser  re- 
chazado por  nadie,  al  tribunal  de  la  opinión, 
compuesto  de  todas  las  clases,  de  todos  los  co- 
razones y  de  todas  las  conciencias. 

Era  esta  una  encrespada  cuestión,  en  la  cual 
estaban  mezcladas  opiniones  é  intereses  ajenos 
á  la  personalidad  del  señor  Abascal,  y  los  par- 
tidos jK)líticos  tenían  puesta  en  ella  sus  espe- 
ranzas ó  la  veían  crecer  con  temor.  Represen- 
taba un  conflicto  gravísimo  para  el  gobierno, 
pues,  no  cabe  duda  que  el  general  no  puede  ir 
á  í 'uba  con  su  anterior  prestigio;  pero  no  cabe 
tampoco  la  esperanza  de  que  permanezca  en  el  par- 
tido fusionista  si  se  le  releva  del  mando.  A  pe- 
sar de  que  han  transcurrido  muchos  días  desde 


que  se  inició  y  se  resolvió  esta  cuestión,  aún  es 
un  misterio  si  saldrá  ó  no  para  Cuba  el  general. 
Un  incidente  insignificante,  al  parecer,  la  pre- 
sencia de  un  escritor  en  el  comedor  del  Hotel 
Europeo  de  la  Granja,  ha  mantenido  la  espec- 
tación  pública  durante  esta  época  del  verano 
en  que  la  política  duerme  y  ha  suscitado  un 
problema,  tal  vez  de  vida  ó  muerte  para  el  mi- 
nisterio. 

No  se  ha  conocido  desde  hace  mucho  tiempo 
un  incidente  que  haya  preocupado  y  preocupe 
tanto  á  Madrid  y  sírvame  esta  consideración  do 
disculpa  por  haberme  extendido,  más  quo  de 
costumbre,  en  una  materia  relacionada  con  la 
política. 

La  vida  madrileña  está  fuera  de  Madrid,  y 
aquí  hablamos  poco  de  las  cosas  de  esta  villa  y 
algo  de  San  Sebastián,  donde  está  la  reina;  de 
Cádiz,  donde  Moret  inaugura  la  Exposición  ma- 
rítima y  de  otros  puntos  donde  veranea  y  se  di- 
vierte la  gepte. 

La  supresión  del  juego  en  el  Casino  de  San 
Sebastián,  es  el  suceso  más  culminante  de  la 
temporada.  Una  de  estas  mañanas  el  juez  .se  ha 
presentado  en  aquel  magnífico  edificio  y  ha  to- 
mado posesión  de  la  mesa  del  treinta  y  cuarenta, 
de  la  del  ferrocarril,  y  de  los  caballitos;  ha 
hecho  encerrar  todos  estos  muebles  en  otra  ha- 
bitación, cuyas  puertas  ha  sellado.  No  contento 
con  esto  ha  detenido  al  director  del  Círculo  de 
Recreo  del  Casino  y  á  otros  banqueros. 

Según  dicen,  di  hecho  ha  causado  grande  sen- 
sación entre  los  socios  del  Casino,  y  especial- 
mente entre  las  señoras,  las  cuales  se  muestran 
más  aficionadas  aún  que  los  hombres  á  estos 
juegos  de  azar,  que  unen  al  encanto  del  acaso 
circunstancias  pintorescas  como  los  caballitos  y 
el  ferrocarril.  Los  juegos  de  cartas  tienen  un 
interés  vivísimo,  pero  no  se  ve  llegar  la  suerte, 
sino  que  ésta  se  revela  de  súbito  con  un  cam- 
bio de  cartas;  en  aquellos  juegos  la  suerte  tiene 
un  punto  fijo  de  arranque,  se  la  ve  ponerse  en 
movimiento  correr,  acercarse,  tocar  el  punto  en 
que  hemos  puesto  nuestro  dinero  y  quedarse  en 
él  ó  pasar.  Positivamente  dentro  de  la  emoción, 
que  está  en  la  pérdida  ó  en  lo  ganancia,  hay 
más  accidentes,  más  amenidad  en  estos  juegos 
donde  las  figuras  se  mueven  y  corren  y  se  paran 
como  si  fuesen  vivientes.  Si  el  hombre  más  en- 
tero, prefiere  las  emociones  súbitas,  violentas, 
definitivas;  la  mujer,  gusta  de  prepararse  á  sen- 
tir, y  á  sentir  gradualmente. 

Esto  aparte  de  que  la  mujer  tiene  al  juego 
más  afición  que  el  hombre.  Su  imaginación  op- 
timista la  pinta  siempre  fácil  el  enriquecimien- 
to; el  dinero,  para  ella,  significa  todos  los  goces 
de  la  vanidad  3'  del  lujo;  sus  grandes  pasiones 
3'  sus  nervios  son  más  excitables  que  los  del 
hombre.  Los  jugadores  suelen  ser  incorregibles; 
el  vicio  los  domina  y  suelen  morir  reclinando  la 
calva  cabeza  sobre  el  tapete  verde;  pero  hay  en 
ellos  sentimientos  que  pueden  equilibrar  y  ven- 
cer esta  gran  pasión;  el  amor,  la  política,  la 
guerra,  la  literatura,  las  ciencias,  las  artes...  La 
mujer  no  tiene  estos  grandes  contrapesos,  y 
cuando  es  viciosa  se  hunde,  se  anega,  se  pierde 
para  siempre  en  el  vicio.  El  único  argumento 
serio  contra  la  libertad  del  juego,  es  que  si  las 
mujeres  pudiesen  entrar  en  los  establecimientos 
de  monte  y  ruleta,  pronto  la  ruina  de  las  fami- 
lias vendría  por  la  mujer.  Yo  creo  que  había- 
mos de  ver  hasta  mujeres,  apuntando,  al  mismo 
tiempo  que  daban  el  pecho  á  su  niño. 

La  prohibición  del  juego  en  San  Sebastián  no 
sólo  ha  causado  sorpresa  en  aquella  población, 
sino  en  toda  España,  porque  al  fin  y  al  cabo 
cuando  se  vio  construir  un  edificio  tan  excepcio- 
nal todo  el  mundo  discurrió  que  no  podría  sos- 
tenerse sin  acudir  al  juego;  y  que  había,  por  lo 
tanto,  esperanza  de  que  el  juego  fuese  tolerado. 
En  un  principio,  al  decir  de  los  diarios,  el  ojo 
de  la  justicia  no  quiso  fijarse  en  aquel  centro; 
mas  según  parece,  algunas  personas  conocidas 
de  la  sociedad  madrileña  han  perdido  gruesas 
cantidades;  el  escándalo  ha  sido  mayúsculo  y, 
por  fin,  se  han  restablecido  los  fueros  de  la  mo- 
ralidad. Algunos-  dicen  que  los  rigores  de  la 
moralidad  se  harán  sentir  únicamente  mientras 


la  reina  Doña  Cristina  se  encuentre  en  San  Se- 
bastián. 

Todo  esto  significa,  en  mi  opinión,  lo  contra- 
rio de  lo  que  parece  significar;  significa  que  va- 
mos cada  vez  más  seguros  á  la  tolerancia  del 
juego  y  que  si  ésta  no  es  completa  consiste  en 
que  al  fin  y  al  cabo  el  juego  es  un  delito  pena- 
do en  el  Código.  El  juego  y  el  duelo  son  delitos 
que  dan  origen  todos  los  días  á  las  mismas  con- 
tradicciones; la  sociedad  lo  practica  y  lo  tiene 
por  lícito,  sin  que  nadie  conceptúe  deshonrado 
á  quien  es  perseguido  por  jugador  ó  duelista. 
Los  jueces  juegan  y  se  baten.  Hay  que  refor- 
mar las  costumbres  ó  el  C«')digo.  Ya  ustedes 
comprenden  cuál  cosa  es  más  fácil. 

Las  costumbres,  efectivamente,  son  difíciles 
de  reformar.  En  vano  los  iinpufínadores  de  las 
corridas  de  toros  claman  por  la  supresión  de 
este  espectáculo  bárbaro;  los  niños  empiezan  ju- 
gando al  toro  delante  de  la  puerta  de  su  casa; 
luego  se  ensayan  en  los  novillos  del  pueblo;  más 
tarde,  si  no  torean,  quieren,  por  lo  menos,  ver 
como  torean  los  demás.  Los  toros  no  se  acaban 
ni  los  toreros  tampoco;  el  lunes  pasado  se  veri- 
ficó en  la  plaza  de  Madrid  una  corrida  que  ha 
hecho  época;  la  cuadrilla  era  un  plantel  de  ni- 
ños, pero  de  niños  muy  decididos,  con  aires  de 
hombres  y  algunos  de  los  cuáles  hasta  se  per- 
miten ya  fumar  un  cigarro.  Se  lidiaban  seis  be- 
cerros de  dos  años,  y  capitaneaban  la  cuadrilla 
dos  mataorcitos  llamados,  en  el  mundo  torero, 
Faico  y  Minuto.  Tendrá  el  que  más  doce  años. 
Lo  mismo  fué  salir  á  la  plaza  y  dar  el  paseo, 
que  todo  el  público  se  entusiasmó  viendo  tanta 
desenvoltura  y  tanta  gracia.  Alguien  se  entris- 
teció creyendo  presenciar  una  escena  del  circo  ro- 
mano y  que  los  niños  decían:  ¡Los  que  van  á  mo- 
rir te  saludan!  Pero  nada  de  eso;  los  chiquitines 
debían  salir  ilesos  de  la  lucha  con  las  fieras.  Los 
mataon  iioa  se  portaron;  aunque  los  becerros  eran 
de  intención,  los  despacharoa  magistralmente, 
empinándose  sobre  las  puntas  de  los  pies  para 
buscarles  la  cruz.  Esta  corrida  no  ha  tenido  gran- 
de importancia  por  ella  misma;  pero  la  tiene  como 
promesa  de  un  nuevo  contingente  de  admirables 
toreros.  Lagartijo  3'  Frascuelo  no  son  los  últi- 
mos matadores;  así  lo  han  reconocido  cuantos  vie- 
ron á  Faico  y  á  Minuto  arrojar  delante  del  toro  la 
chichonera  y  rematarle  con  verdadero  genio  tau- 
romáquico. No  hubo  en  esta  corrida  desgracias, 
aunque  pudo  haberlas  por  haberse  originado  un 
incidente  natural  entre  toreros  de  sus  años.  Los 
espadas  se  dieron  de  cachetes  sobre  discrepan- 
cias del  arte,  ni  más  ni  menos  que  suele  ocu- 
rrir entre  chicos  cuando  no  se  reparte  bien  la 
fruta  de  la  merienda. 

Más  grave  ha  resultado  otra  corrida  celebra- 
da en  un  pueblo  cercano:  en  Leganés.  Se  lidia- 
ban novillos  para  celebrar  la  fiesta  del  pueblo; 
ya  se  sabe  que  en  los  pueblos  bajan  á  la  plaza 
todos  los  concurrentes  y  echan  su  capa,  como  les 
place;  fiando  únicamente  su  salvación  en  sus 
piernas.  Esta  vez  los  novillos  dejaron  muertos 
ó  heridos  á  tres  de  los  que  bajaron ;  por  lo  cual 
todos  han  convenido  en  que  no  hay  como  Lega- 
nés para  dejar  bien  puesto  el  nombre  en  las 
festividades.  La  prensa  madrileña  se  conduele 
de  que  junto  á  la  capital  de  España  se  den  es- 
pectáculos de  barbarie  semejante  y  alguien  ha 
dicho  que  el  África  no  empieza  en  los  Pirineos 
sino  en  la  puerta  de  Toledo...  Hay  exageración 
en  esta  frase,  pero  es  el  hecho  que  Madrid  pare- 
ce una  gran  ciudad  aislada  en  medio  de  un  desier- 
to, donde  sólo  hay  aduares.  Entristécese  el  áni- 
mo al  salir  de  su  radio  municipal  y  ver  tanta 
aridez,  tanta  casuca,  tanto  chicuelo  sucio  y  des- 
nudo, incuria  y  rudeza  tan  primitivas.  Hace 
tiempo  que  se  tiene  el  propósito  do  agregar  es- 
tos pueblos  al  de  Madrid,  sin  duda  con  objeto 
de  ver  si  aumentándoles  las  contribuciones  se 
van  ilustrando. 

El  tiempo  ha  cambiado  de  súbito;  á  los  exce- 
sivos calores  ha  sucedido  un  fresco  desagrada- 
ble. Nos  figuramos  que  los  veraneadores  empe- 
zarán á  dar  por  concluido  el  verano.  Entre  esa 
masa  de  gente  que  huye  de  Madrid  por  moda 
sólo  se  espera  un  pretexto  para  volver:  los  via- 
¡  jes  de  la  corte  retendrán,  sin  embargo,  en  pro- 


LA  ILUSTRAOION  IBÉRICA 


'    547 


vincias   á   lo   más   exquisito   de   la   sociedad. 

Entre  tanto  aquí  sólo  concurrimos  á  un  teatro 
y  á  un  circo:  al  teatro  Felipe  y  al  circo  Hipó- 
dromo. Los  jardines  parece  que  han  terminado 
ya  su  magnífica  temporada  de  ópeía  á  peseta. 
Los  cantantes  siguen  cantando;  pero  seria  cosa 
de  ir  á  oírles  de  capa. 

En  el  circo  Hipódromo  debutó  ayer  la  troupe 
Alfred;  tres  señoritas  vestidas  de  verde  y  otros 
tres  individuos  vestidos  de  varios  colores.  Son 
campanólogos:  con  intermedios  de  bofetada  lim- 
pia. El  público  aplaude  la  música  de  las  señori- 
tas; pero  lo  que  verdaderamente  le  conmueve 
son  las  bofetadas. 

Tuyo, 

Feknanflob. 


RECUERDOS 


LA   GUERRA 

Negocios  importantes  me  detuvieron  en  Ma- 
drid algún  tiempo  más  del  que  tenía  calculado. 

Por  otra  parte,  aquella  vida,  agitada  y  alegre, 
tan  llena  para  mi  de  encantos,  me  cautivó  de 
tal  modo,  que  no  encontraba  nunca  el  momento 
oportuno  para  emprender  mi  viaje  de  regreso. 

Por  fin,  lo  que  mi  voluntad  retrasaba  con  pla- 
cer, lo  adelantaron  tristemente  los  acontecimien- 
tos, cuando  menos  lo  esperaba. 

Ultrajes  inferidos  á  nuestro  honor  nacional, 
torcidos  amaños  de  la  diplomacia  y  explosiojes 


irresistibles  del  sentimiento  patrio,  hicieron  la 
guerra  inevitable. 

Mis  haciendas  estaban  enclavadas  cerca  de  la 
frontera,  y  no  tuve  más  remedio  que  salir  de  la 
corte  á  toda  prisa,  con  odjeto  de  poner  á  salvo 
mis  intereses,  en  caso  de  necesidad. 

No  pasaron  muchos  días,  cuando  ya  empezaron 
á  circular  noticias  alarmantes.  El  enemigo  se 
acercaba  rápidamente  á  la  frontera, y  se  hizo,  por 
lo  tanto,  insostenible  mi  permanencia  en  el  case- 
río de  Faente^daras.  Tomé,  pues,  la  prudente  re- 
solución de  abandonarlo,  recogiendo  ante  todo 
cuanto  me  fué  posible ,  dada  la  premura  del 
caso.  Dejé  en  la  casa  solamente,  á  mi  antiguo 
criado  Guillermo,  con  la  orden  terminante  de  en- 
tregarla á  las  llamas,  antes  que  consentir  su 
ocupación  por  la  soldadesca  iavasora. 

Aquella  misma  tarde  recibí  el  aviso  de  que 


UN   PAISAJE 


numerosas  fuerzas  de  nuestro  ejército  llegarían 
aquella  noche  á  la  cercana  población  de  B...,  y 
decidí  marchar  á  ella  sin  pérdida  de  momento. 
Cuando  llegué,  ya  estaba  ocupada  militarmente 
por  la  división  de  vanguardia.  El  general  que  la 
mandaba,  á  quien  me  presenté  enseguida,  estuvo 
mu3'  deferente  conmigo,  y  me  permitió  marchar 
agrogndo  á  su  cuartel  general,  todo  el  tiempo 
que  tuviera  por  conveniente  confórmele  supliqué. 
La  curiosidad,  el  entusiasmo  que  yo  sentía  en 
aquellos  momentos,  y  mi  juvenil  afán  de  ir  en, 
busca  de  aventuras,  me  determinaron  á  seguir 
por  algún  tiempo  las  primeras  peripecias  de  la 
campaña. 

Durante  la  noche,  cayó  sobre  la  ciudad  una 
espesa  niebla,  cuya  frialdad  penetraba  hasta  los 
huesos. 

Al  romper  el  día,  emprendieron  la  marcha  tres 
escuadrones  de  caballería,  encargados  de  pres- 
tar el  importantísimo  servicio  de  exploración. 

Aquel  silencioso  desfile,  más  que  de  ginetes, 
semejaba  sombría  procesión  de  vagos  fantasmas, 
engendrados  por  el  hálito  impuro  de  la  niebla; 
figuras  de  formas  indecisas,  que  se  desvanecieran 
entre  la  densa  bruma,  volviendo  á  los  senos  mis- 
teriosos de  donde  brotaron. 

Estos  escuadrones  formaban  la  primera  parte 
de  la  vanguardia,  «esencialmente  móvil  elástica 


y  divisible,  que  exploia,  reconoce,  tantea,  avan- 
za y  persigue  al  enemigo ,  ó  cede  y  desaparece, 
según  los  casos,»  la  que  vela  por  la  seguridad  de 
la  columna,  á  quien  precede  para  orientarla,  ace- 
chando los  movimientos  é  intenciones  del  enemi- 
go y  manteniendo  el  contacto  con  la  extrema  van- 
guardia ó  punta,  que  marcha  detrás  á  la  distancia 
de  un  kilómetro  poco  más. 

Detrás  de  la  extrema  vanguardia,  compuesta 
de  cuatro  compañías  de  infantería,  una  sección 
de  ingenieros,  y  los  carros  y  acémilas  correspon- 
dientes, marchaba  el  grueso  déla  vanguardia,  con 
una  batería  de  seis  piezas,  un  batallón  de  infan- 
tería, las  ambulancias  anexas  y  la  reserva  de  la 
batería. 

Después,  seguía  el  grueso  de  la  división  (á 
cuya  cabeza  marchaba  el  general  con  su  escolta), 
formando  uti  total  de  seis  batallones  de  infante- 
ría, dos  baterías,  las  ambulancias,  parque  móvil, 
divisionario,  con  dos  columnas  de  municiones 
para  artillería  y  parque  de  útiles  divisionario, 
con  las  fuerzas  de  ingenieros  que  no  marchaban 
en  vanguardia 

A  la  cola  de  la  división,  iban  los  bagajes  y 
detrás  la  retaguardia,  compuesta  de  dos  compa- 
ñías de  infantería  y  una  sección  de  caba- 
llería. 

Por  último,  á  una  distancia  más  considerable. 


para  no  entorpecer  en  lo  más  mínimo  la  libertad 
de  acción  de  los  elementos  de  combate,  marchaba 
el  convoy  de  subsistencias  con  sus  escoltas. 

Aquellas  unidades  orgánicas,  que  formaban  la 
división,  avanzaban  con  las  distancias  más  con- 
venientes para  que,  moviéndose  todas  con  amplia 
libertad,  sin  estorbarse  unas  á  otras,  y  dispues- 
tas siempre  para  el  combate,  pudieran,  una  vez 
abvertida  la  presencia  del  enemigo,  adoptar  sus 
posiciones  de  despliegue  con  tiempo  y  espacio  su- 
ficientes para  reforzar  oportuna  y  rápidamente 
las  fuerzas  que  iniciaran  la  acción. 

Como  cosa  de  hora  y  media  después  del  pri- 
mer descanso,  y  al  descender  por  una  cuesta  su- 
mamente larga  y  tortuosa  que  bordeaba  la  lade- 
ra de  un  monte,  recuerdo  perfectamente  que  la 
niebla  empezó  á  elevarse,  poco  á  poco,  vencida 
por  las  ardientes  caricias  del  sol.  Entre  los  jiro- 
nes de  aquella  densa  bruma,  que  la  brisa  empu- 
jaba aquí  y  allá,  se  distinguían  en  ciertos  momen- 
tos las  filas  de  soldados  que  marchaban  y  el 
relucir  de  sus  armas,  semejando  los  anillos  de 
una  enorme  serpiente  que  ondulase  entre  gasas 
flotantes  de  vapor. 

(Se  continuará.) 


Felipe  Mathé 


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EXPOSICIÓN    NACIONAL   DE    BELLAS   ARTES   DE   1887 


LEÓNIDAS  EN  EL  PASO  DE  LAS  TERMOPILAS  (Busto  por  Miguel  Ángel  TriUes.-Dlbujo  de  P.  y  Valor) 


550 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


ZORAIDA 

TRADICIÓN     GRANADINA 


(COÜOLCSIÓH 

V 

Tras  este  tenebroso  plan  de  venganza,  se  ale- 
jó de  aquellos  hermosos  jardines,  que  una  vez 
más  había  convertido  en  mudos  testigos  de  su 
infamia,  seguido  de  su  fiel  amigo  Said,  no  sin 
antes  dirigir  xuia  mirada  de  odio  á  Aben  y  Zo- 
raida. 

Al  dia  siguiente  y  asi  que  el  pueblo  se  hubo 
enterado  de  las  infames  acusaciones  dirigidas 
á  su  sultana  por  Boabdil  y  de  sn  próxima  muer- 


te, se  amotinó,  pidiendo  á  voces  por  las  calles 
la  libertad  de  Zoraida. 

El  rey  se  mesaba  los  cabellos  con  desespera- 
ción viendo  que  su  plan  tau  bien  fraguado, 
se  deshacía  como  un  terrón  de  azi\car  en  un 
vaso  de  agua,  su  castillo  de  naipes  venía  al 
suelo. 

No  se  encontraba  con  suficientes  fuerzas  para 
ahogar  aquella  rebelión,  que  había  tomado  ya 
un  aspecto  imponente,  ni  tampoco  quería,  acce- 
diendo al  mandato  de  sus  subditos,  soltar  su 
victima,  que  aborrecía  ahora  más  que  nunca. 

Hallábase  sumido  en  profundas  meditaciones, 
no  acertando  qué  resolución  tomar,  cuando  á  la 
caída  de  la  tarde  de  aquel  mismo  dia,  llegó  la 
solución  de  aquella  duda. 


BELLAGIO 

BN  EL  LAGO 

DE  COMO 


Un  caballero  cristiano,  i)rocedcnte  de  Lo  ja, 
plaza  recientemente  conquistada  á  los  sarrace- 
nos, le  trajo  un  mensaje  de  su  señor  el  rey  Don 
Femando,  en  el  cual  se  declaraba  protector  de 
Zoraida  y  le  proponía  que  ya  que  tenía  decre- 
tada su  muerte,  cuatro  de  sus  guerreros  lucha- 
sen á  buena  lid  con  cuatro  de  los  del  cristiano 
y  el  premio  de  los  vencedores  fuese  la  vida  de 
la  saltana,  añadiendo  que  caso  de  aceptar  el 
desafío,  señalase  punto  donde  efectuarse,  día  y 
hora. 

Al  recibir  este  mensaje  Boabdil  no  pudo 
ocultar  su  alegría.  Confiaba  ciegamente  con  los 
sayos  y  no  vacilaba  en  creer  que  obtendría  la 
victoria  y  con  ella  la  muerte  de  su  esposa,  sin 
exponerse  á  las  iras  del  pueblo. 

Caando  hnbo  tenninaao  la  lectura,  exclamó 
dirigiéndose  al  mensajero: 

— Acepto  el  reto.  Mañana  á  las  cuatro  de  la 
tarde  esperarán  mis  guerreros  á  los  vuestros  en 


la  Fuente  del  Pino.  Si  trascurrido  ese  plazo  no 
se  presentasen,  la  cabeza  de  Zoraida  rodará  por 
el  suelo. 

Luego  que  hubo  partido  el  cristiano,  dio  las 
órdenes  convenientes  y  todo  quedó  dispuesto 
para  el  siguiente  día. 

VI 

Desde  las  primeras  horas  de  la  tarde,  se  ha- 
llaba completamente  cuajado  de  gente  el  em- 
polvado camino  que  conducía  al  lugar  del  de- 
safío, que  caminaba  presurosa  como  temiendo 
llegar  tarde. 

A  medida  que  la  muchedumbre  llegaba,  pro- 
rumpía  en  dos  gritos,  uno  de  odio  encerrando 
una  maldición  dirigido  á  Boabdil  y  otro  de 
amor  y  simpatía  á  Zoraida. 

Todas  las  miradas  eran  dirigidas  al  punto 
ocupado  por  ésta,  en  cuyo  hermoso  rostro  se 
reflejaba  el  más  acerbo  dolor;  sentada  sobre  rico 


estrado  esperaba  ansiosa  la  llegada  de  sus  no- 
bles defensores. 

Ya  había  trascurrido  más  de  una  hora  sin 

que  éstos   apareciesen  y  en  el  fondo  de  todos 

los  pechos  empezaba  á  renacer  la  desconfianza. 

Boabdil  se  sonreía  con  la  sola  idea  de  .su 

venganza.        .* 

Era  feliz,  porque  para  ciertos  caracteres,  vale 
tanto  la  venganza  como  la  felicidad. 

Por  fin  se  oyeron  vibrar  en  el  aire  cuatro  so- 
noras campanadas. 

Era  la  hora  fijada  para  la  lucha. 
Zoraida  permanecía  inmóvil  como  una  esta- 
tua de  mármol,  sin  que  las  e.xclamaciones  de 
dolor  de  los   circunstantes  la  hiciesen  salir  de 
aquel  ensimismamiento  y  se  diese  cuenta  de  lo 
terrible  de  su  situación. 
¿Esperaba  aún? 
Si  así  lo  creía,  pronto 
debía  convencerse  de  lo 
contrario,  pues  el  tirano 
daba  ya  orden  de  que  fue- 
se trasladada  al  tablado 
que   al    efecto    se   había 
construido  para  su  ejecu- 
ción. 

Zoraida,  el  ídolo  de 
Granada,  el  ángel  que 
había  enviado  Allah  por 
su  misericordia  á  la  tie- 
rra, iba  á  expiar  el  gran 
crimen  de  haber  tenido 
buenos  sentimientos. 

Pero  esta  orden  fué  de 
repente  interrumpida  por 
atronadores  gritos  de  la 
multitud ,  especialmente 
de  la  que  se  hallaba  junto 
al  camino  que  conducía  á 
Loja. 

Todos  como  impulsados 
por  una  fuerza  extraor- 
dinaria se  trasladaron  al 
punto  señalado  por  aque- 
lla. 

El  mismo  rey  se  ade- 
lantó,  temiendo  una  in- 
vasión de  los  cristianos. 
Pero  la  nube  de  polvo  que  impedía  reconocer 
el  grupo  que  en  vertiginosa  carrera  se  aproxi- 
maba, se  disipó  y  bien  pronto  cuatro  caballeros 
luciendo  sus  más  ricas  armaduras  y  blandiendo 
sus  bien  templadas   lanzas,  hacían  caracolear 
sus  briosos  corceles  ante  el  monarca  sarraceno 
que  mudo  y  absorto  les  contemplaba. 

De  aquel  numeroso  público,  compuesto  casi 
en  su  totalidad  de  sarracenos,  contra  lo  que  al 
parecer  debía  suceder,  todas  las  simpatías  es- 
taban de  parte  de  los  cristianos,  pues  el  carác- 
ter feroz  y  cruel  de  Boabdil  le  habían  hecho 
aborrecible  de  sus  subditos,  mientras  que  las 
virtudes  y  el  noble  corazón  de  su  esposa  la  ha- 
cían amada  y  respetada  de  todos.  Hé  aquí  la 
causa  de  que  los  granadinos  deseasen  la  derro- 
ta de  los  suyos. 

En  esto  llegó  el  momento  del  combate. 
Los  ocho  adversarios,  colocados  cuatro  en- 
frente  de  los  otros  cuatro  dii-igíanse  odiosas 
miradas. 

Entonces  uno  de  los  caballeros  cristianos  se 
adelantó  á  Boabdil  y  le  dijo  con  tono  despre- 
ciativo: 

— Es  poco  un  moro  para  mí.  Yo  me  batiré 
uno  á  uno  con  los  cuatro. 

Luego  que  hubo  obtenido  del  rey  la  afirma- 
tiva respuesta,  hizo  retirar  á  los  señores  que  le 
acompañaban  y  esperó  tranquilo  y  sereno  la 
señal  para  la  lucha. 

La  tradición  asegura  que  este  generoso  y  va- 
liente guerrero,  lo  fué  D.  Diego  de  Lara,  cuyo 
arriesgado  valor  y  grandes  proezas,  le  hablan- 
hecho  célebre  en  la  corte  de  D.  Fernando  III 
el  Santo. 

Zoraida  bajando  la  cabeza  y  cerrando  los 
ojos  para  no  presenciar  aquella  sangrienta  es- 
cena, temblaba  por  el  apuesto  caballero  que  en 
aquel  momento  iba  á  combatir  por  librarla  de 
la  tiranía  de  su  malvado  esposo. 


LA  ILUSTRACIÓN  LBEttlCA 


551 


Por  fin  Boabdil,  levantándose  de  su  asiento, 
hizo  la  señal,  á  cuya  voz  los  caballos  de  uno  de 
los  sarracenos  y  el  del  cristiano  partiendo  á  un 
tiempo  á  escape,  chocaron  produciendo  un  ho- 
rrible estrépito.  A  poco  oyóse  un  ronco  grito  y 
uno  de  los  dos  ginetes  cayó  al  suelo  como  he- 
rido por  un  rayo. 

La  multitud  reconoció  en  el  vencedor  al  cris- 
tiano á  quien  vitoreó  con  crecientes  muestras 
de  júbilo. 

Este  apenas  se  rehizo  un  poco  y  esperó  otro 
de  sus  tres  restantes  adversarios. 

Nueva  señal  de  Boabdil  que  ya  empezaba  á 
desconfiar  de  la  victoria  y  otro  sarraceno  que 
tras  breve  lucha  mordió  el  polvo. 

Entonces  el  rey  prorumpió  en  una  maldición 
que  el  eco  aterrado  no  se  atre- 
vió á  repetir  y  temiendo  que  la 
victoria  ftiese  más  grande  ven- 
ciendo á  los  únicos  guerreros 
que  le  quedaban,  dio  por  termi- 
nado el  combate,  prometiendo  á 
los  caballeros  cristianos  respetar 
en  un  todo  la  vida  de  la  sul- 
tana. 

Pero  éstos  que  conocían  las 
malvadas  intenciones  de  aquél, 
le  exigieron  que  les  entregase 
á  Zoraida,  añadiendo  que  no  se 
fiaban  de  su  promesa. 

Más  tarde  partían  al  campo 
cristiano  los  cuatro  enviados  de 
Don  Femando,  llevando  consi- 
go la  hermosa  sultana,  cuya 
partida  tanto  lloró  el  pueblo 
granadino. 

Añade  la  tradición  que  poco 
después  recibió  las  aguas  del 
bautismo  acompañando  durante 
toda  su  vida  á  los  reyes  católi- 
cos á  cuya  generosidad  debía 
la  existencia. 


Si  alguna  vez  pasáis  por  Gra- 
nada y  visitáis  el  hermoso  pa- 
lacio del  Generalife,  admiraréis 
en  uno  de  sus  graciosos  y  mag- 
níficos patios  llamado  de  los  ci- 
preses,  uno  de  estos  árboles^ 
que  por  su  colosal  magnitud, 
sobresale  considerablemente  de 
los  demás  y  que  el  vulgo  cono- 
ce por  el  ciprés  de  la  reina.  Este 
nombre  se  refiere  á  la  leyenda, 
pues  al  pié  de  su  corpulento 
tronco  se  hallaba  sentada  la  be- 
lla sultana,  aconsejando  á  Aben 
huyese,  en  el  momento  de  ser 
sorprendidos  por  el  cruel  Boab- 
dil. 

Por  las  noches,  cuando  todo 
está  en  silencio,  aún  parece  va- 
gar en  derredor  de  ese  ciprés, 
la  sombra  del  infortunado  bien- 
hechor de  Zoraida,  mirando  á 
Granada  con  aire  de  triunfo  y  llorando  la  pér- 
dida de  la  hermosa  ciudad. 

Angkl  Coeli.o  de  Torkks. 


aptitud  por  parte  del  que  aspira  á  tan  señalada 
henra.  Pero  cambiar  el  aspecto  de  una  ciencia, 
darla  giro  nuevo,  hacer  en  ella  singularísimos 
y  sorprendentes  adelantos,  rodearla  de  nuevos 
datos,  iluminar  con  la  luz  desprendida  de  una 
inteligencia  clara,  los  profundos  arcanos,  hasta 
entonces  vedados  á  la  generalidad,  sólo  es  pro- 
pio del  que  merece  llevar  sobre  sus  sienes  la 
corona  inmortal  del  genio. 

Jorge  Cuvier,  que  ha  merecido  con  justicia 
ser  conocido  con  el  nombre  de  Aristóteles  del 
siglo  XIX,  nació  en  el  año  17()9  en  Montbeliard, 
en  el  seno  de  una  familia  protestante.  En  el 
establecimiento  denominado  Academia  Carolina 
de  Stuttgard,  fué  donde  comenzó  sus  estudios, 
iniciándose  en  el  conocimiento  de  la  lengua  y 


literatura  alemanas.  Ue  la  misma  academia  han 
salido  eminentes  literatos,  siendo  de  advertir 
que  es  uno  de  los  sitios  donde  mejor  se  conoce 
y  con  más  afición  se  estudia  la  literatura  espa- 
ñola. 

Todavía  muy  joven  empezó  á  dedicarse  Cu- 
vier al  profesorado,  poniéndose  al  frente  de  un 
colegio  particular  en  Normandía,  cuyo  cargo 
estuvo  desempeñando  por  espacio  de  diez  años, 
hasta  que  empezó  el  estudio  de  la  historia  na- 
tural. 

El  sabio  agrónomo  Tessier,  fué  quien  tuvo  la 
gloria  de  ver  el  alcance  de  su  gran  talento  y 
observar  que  sus  ideas  se  hallaban  muy  por 
cima  de  las  que  producen  las  vulgares  inteli- 
gencias; asi  es  que  no  bien  le  hubo  visitado  en 


EL.  CASTILLO  DE  SERMIONE,  EN  EL  LAGO  DE  GARDA 


-*- 


CTJ^sTIEIi 


En  el  limpio  horizonte,  donde  se  dibujan 
como  en  cuadro  fantástico,  los  glorio.sos  recuer- 
dos de  los  genios,  descubrimos  claramente  las 
huellas  de  uno  de  esos  individuos  pertenecientes 
á  la  egregia  raza  de  los  titanes,  que  han  pasa- 
do por  el  mundo  para  admirar  con  los  raros 
prodigios  de  su  fecundo  ingenio.  Llegar  en  una 
especialidad  de  los  conocimientos  humanos  á 
la  cima  de  la  misma,  dominarla  y  poseerla  has- 
ta el  punto  de  poder  fructíferamente  enseñarla, 
es  difícil,  pero  á  toda  hora  lo  vemos  repetido, 
con  tal  de  que  haya  aplicación  asidua  y  regular 


modesto  retiro,  cuando  pudo  observar  las  pri- 
meras llamaradas  de  aquel  getiio  y  no  se  enga- 
ñó, ciertamente,  al  presentir  las  grandes  espe- 
ranzas que  encerraba  el  germen  de  una  futura 
vegetación,  cuya  lozanía  y  esplendor  había  de 
ser  la  admiración  de  su  tiempo.  Fué  llamado  á 
París,  á  consecuencia  de  los  informes  de  Tessier 
en  1795,  donde  con  mayor  espacio  para  tender 
los  altos  vuelos  de  su  inteligencia,  se  dio  rápi- 
damente á  conocer  con  sii  palabra  y  con  su 
pluma.  Sus  lecciones  públicas  de  historia  natu- 
i-al  dadas  en  el  Colegio  de  Francia,  comenzaron 
á  formar  el  pedestal  de  su  reputación  científica. 
Supo,  en  efecto,  presentar  e.stos  conocimientos, 
que  se  hallaban  hasta  entonces  en  estado  de 
lamentable  atraso,  con  sorprendente  novedad  y 
revestidos  de  grandísima  importancia,  demos- 
trando el  inmenso  interés  que  encierran. 

La  cátedra  de  anatomía  comparada,  fué  una 
de  las  que  con  más  brillantez  explicó  en  el  co- 
legio de  Francia  y  era,  á  no  dudarlo,  la  espe- 
cialidad á  que  más  se  prestaba  su  talento  sinté- 


tico. En  esta  clase  de  estudio  es  donde  se  ofrece 
vasto  campo  al  filósofo,  para  descender  desde  la 
humana  organización,  hasta  las  más  sencillas 
manifestaciones  de  la  vida  de  los  seres,  para 
examinar  que  nada  huelga  en  la  naturaleza, 
que  obedece  todo  á  inmutables  leyes  sabiamen- 
te dictadas. 

Uno  de  los  grandes  servicios  prestados  á  la 
ciencia  por  Cuvier  es  su  clasificación  zoológica. 
Llenas  de  imperfecciones  y  sin  satisfacer  las 
exigencias  de  los  adelantos  del  saber,  las  cono- 
cidas hasta  su  época,  no  podía  menos  de  llamar 
profundamente  la  atención  el  nuevo  método 
dado  á  conocer  por  el  gran  naturalista,  en  tér- 
minos que  todavía  sirve  hoy  de  base  á  muchas 
clasificacione.s  modernas,  que  no  son  otra  cosa 
sino  las  ideas  de  Cuvier,  modificadas  más  ó  me- 
nos j)rofundaniente  y  tal  vez  con  éxito  dudoso. 

Como  resultado  de  sus  grandes  conocimientos 
en  anatomía  comparada,  llegó  á  ser  profundo 
geólogo  y  á  tener  singular  aptitud  para  el  co- 
nocimiento de  los  fósiles.  Muchas  veces  se  en- 


APUNTES  DE  LA 


"l^ 


(Dibujo  de  VehilJ 


554 


LA.  ILUSTBACIOM   lB£aiUA 


contraba  un  fragmento  cualquiera  de  uu  nuiínal 
cuya  especie  había  desaparecido  largo  tiempo 
antes,  de  la  faz  de  la  tierra,  á  consecuencia  de 
algún  cataclismo  ocurrido  en  ésta.  En  este  caso, 
recogía  cuidadosamente  Cxivier  aquel  aparen- 
temente despreciable  resto  y  con  su  imaginación 
iba  reconstruyendo  el  animal  entero,  caminando 
por  una  serie  do  inducciones  lógicas,  debidas  á 
sus  profundos  conocimientos  en  anatomía  com- 
parada y  i.  su  singular  talento  para  este  linaje 


de  estudios,  donde  alcanzó  con  justicia  tan  alto 
renombre.  La  exactitud  de  sus  juicios,  se  com- 
probó en  muchas  ocasiones ,  cuando  al  poco 
tiempo  se  encontraba  el  animal  en  su  totalidad 
y  se  podía  observar  la  identidad  con  el  que  Cu- 
vier  había  dibujado,  adivinando  á  la  naturaleza 
y  sorprendiéndola  en  sus  secretos,  llegando  á 
resultados  verdaderamente  maravillosos.  Esta 
singular  aptitud,  le  dio  imperecedero  renombre 
entre  propios  y  extraños,  citándose  como  ejem- 


de  Calderón,  la  espada  de  Gonzalo  de  Córdoba 
y  la  inteligencia  de  Newton.  Cambiad  las  apti- 
tudes de  estas  individualidades  y  habréis  des- 
cendido del  reino  de  los  encantos  producidos 
por  los  genios  que  admiraron  el  mundo,  á  la 
triste  realidad  de  las  medianías.  ¡Feliz  aquel 
que  llega  á.  las  cimas  donde  se  cierne  el  genio, 
en  una  de  esas  manifestaciones,  sin  pretender 
Ja  universalidad,  imposible  en  la  humana  razón, 
imposible  en  la  naturaleza,  imposible  en  cuanto 
nuestra  mente  concibe! 

Cuvier  también  repre- 
sentó su  papel  en  el  mun- 
do político.  En  tiempo  de 
la  restauración  fué  Con- 
sejero de  Estado  en  1814 
y  Par  de  Francia  en  1831. 
No  desmintió  en  estos 
puestos,  las  altas  dotes 
de  capacidad  que  poseía, 
habiendo  desempeñado  en 
diversas  comisiones  car- 
gos importantes ,  donde 
demostró  su  idoneidad. 

Acúsasele,  sin  embar- 
go, de  haber  sostenido  en 
la  tribuna  algunas  leyes 
impopulares;  pero  si  lle- 
vaban el  sello  de  convic- 
ción profunda  y  en  su 
sentir  contribuían  al  bien- 
estar general,  no  debe 
desmerecer  en  lo  más  mí- 
nimo porque  no  halagara 
las  pasiones  de  la  muche- 
dumbre, que  muchas  ve- 
ces no  suelen  estar  ente- 
ramente acomodadas  á  la 
justicia. 

De  todos  modos,  en  los 
cargos  ajenos  á  la  ciencia 
que  desempeñó,  dejó  mar- 
cadas imperecederas  hue- 
llas de  aptitud  y  probi- 
dad. 

Cuvier  murió  en  París 
en  18o2.  Su  nombre  ha 
pasado  á  las  edades  futu- 
ras con  sobrada  justicia. 
Sus  ideas  serán  la  inex- 
tinguible luz  que  siempre 
alumbrará  las  espinosas 
vías  de  la  ciencia  y  su 
figura  se  verá  siempre  ra- 
diante, por  densas  que 
sean  las  nubes  que  ocul- 
ten tan  refulgente  sol. 

J.  Olmedilla  y  Puig. 


CULLERCOATS:  LA  PLAYA  AL  ANOCHECER 


pío  de  prodigio  en  los  pronósticos  científicos. 
Fara  estas  deducciones  se  valia  de  lo  que  lla- 
maba ley  de  correlación  de  las  formas  y  subor- 
dinación de  caracteres;  pero  estas  leyes  por 
otra  inteligencia  aplicadas,  no  producían  ni  con 
mucho  los  brillantes  resultados  que  su  privile- 
giado ingenio  realizaba. 

Diferentes  obras  ha  legado  Cuvier  á  la  pos- 
teridad, entre  las  que  figuran  sus  Lecciones  de 
anatomía  comparada,  en  cinco  tomos,  cuya  pu- 
blicación tuvo  lugar  de  1800  á  180.5  y  premia- 
da por  el  Instituto  de  Francia;  El  reino  animal, 
disiritmido  según  m  organización,  publicada 
en  1810,  en  cuatro  tomos;  Investigaciones  sobre 


los  huesos  fósiles,  precedidas  de  un  dircurso  so- 
bre las  revoluciones  del  globo,  de  1821  á  1824; 
Historia  natural  de  los  peces,  en  dos  tomos,  escri- 
bió asimismo  multitud  de  Memorias  que  leyó 
en  el  Instituto  de  Francia,  de  donde  era  miem- 
bro, y  diversidad  de  artículos  en  el  Diccionario 
de  Ciencias  naturales  y  Biografía  universal.  Sin 
embargo,  Cuvier,  no  rayó  como  escritor,  á  la 
altura  que  en  otros  conceptos.  La  naturaleza  no 
concede  por  igual  tan  eminentes  dotes,  y  es 
indudable  que  cuando  con  largueza  otorga  al- 
guna sobresaliente  cualidad,  es  siempre  á  ex- 
pensas de  la  deficiencia  de  las  otras.  No  es 
posible  reunir  en  un  mismo  individuo  la  pluma 


bibliografía 


HiRiofiB,  estudios  de  critica  in- 
ductiva sobre  asuntos  españo- 
les, por  Pompeyo  Gener.— Bar- 
celona, 1887. 

(CONCI.ÜSIÓIC) 


Truena    luego    Gener 
contra  los  toros. 

Aquí  entusiasman  las 
corridas  (si  bien  no  á  to- 
dos, ni  siquiera  á  la  mayor  parte),  pero  es 
como  en  Inglaterra  las  regatas  y  las  carreras  de 
caballos,  como  en  Francia  los  espectáculos  de 
parade,  como  en  Alemania  la  música  de  Wagner, 
como  en  Eusia  las  fiestas  en  la  nieve.  Se  di- 
vierte uno  con  los  espectáculos  del  país,  y  esas 
corridas  de  toros  no  son  sarracenas  ni  berebe- 
res, sino  mucho,  infinitamente,  más  antiguas, 
contemporáneas  de  los  primeros  pobladores  de 
nuestra  patria. 

Gener  incurre  en  un  defecto  gravísimo  al 
querer  que  seamos  culpables  de  todo,  como  si 
en  el  extranjero  no  se  hiciese  lo  mismo,  ó  por 
mejor  decir,  como  si  aquí  supiéramos  hacer  otra 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


555 


cosa  que  imitar  al  extranjero.  Aquí  lo  Jiamenco 
nos  entontece  y  degrada,  pero  ¿qué  es  lo  ña- 
menco  sino  una  variante  de  los  géneros  poüsard, 
faubouriev,  canaille,  etc.,  etc.,  inventados  en 
París?  ¿Qué  diferencia  hay  entre  Paulus  y  Juan 
Breva  (q.  D.  h.)? 

«...  chulos,  majos,  cantos  guturales  monóto- 
nos y  fúnebres,  repiqueteos  de  pies  y  contor- 
siones erótico-epilépticas,  bailes  dignos  de  los 
<  'ándalas  de  la  India,  castañuelas,  guitarras; 
palabras,  costumbres  y  actos  de  gitano,  hé  aquí 
lo  que  priva,  hé  aquí  lo  que  se  oye,  se  ve  y  se 
halla  por  todas  partes  y  se  apoya  desde  lo  más 
alto...^^  ¿Escribe  Genor  sobre  España  ó  sobre 
Francia?  Chulón,  majos...  Cualquiera  podría  tra- 
ducir, sino  fuese  hacerles  una  ofensa  á  aquellas 
clases,  souteneurs,  voi/ous;  cantos  guturales,  monó- 
tonos... esto  sí,  es  español,  pues  los  franceses 
son  refractarios  á  la  música;  contorsiones  erótico- 
epilépticas,  ¿no  es  eso  el  cancán?  Bailes  dignos 
de  los  Cándalas  de  la  India,  castañuelas,  guita- 
rras. ¿Pues  no  se  baila  allí  la  farandola  y  se  ha 
bailado  la  sarabande  y  no  se  sirven  acaso  del  tam- 
bourin  y  el  calumets  Costumbres  y  actos  de  gitanos... 
¡Oh,  tierra  de  los  Rougon-Macquart  y  délas  Sa- 
fes, cuanto  ciegas  á  los  espíritus  más  perspicuos! 
«España  está  paralizada  por  una  necrosis 
producida  por  la  sangre  de  razas  inferiores 
como  la  Semítica,  la  Berber  y  la  Mogólica,  y 
por  el  espurgo  que  en  sus  razas  fuertes  hizo  la 
Inquisición  y  el  Trono,  seleccionando  todos  los 
que  pensaban,  dejando  apenas  como  residuo 
más  que  fanáticos,  serviles  é  imbéciles.  La 
compresión  de  la  inteligencia  ha  producido  aquí 
una  parálisis  agitante.  Del  Sud  al  Ebro,  los 
efectos  son  terribles;  en  Madrid  la  alteración 
morbosa  es  tal,  que  casi  todo  el  organismo  es 
un  cuerpo  extraño  al  general  organismo  euro- 
peo.» Pues,  señor,  que  le  traduzcan  á  Gener  su 
libro  en  francés  y  buen  puñado  de  honra  nos 
habrá  echado  á  los  ojos  de  Europa.  En  primer 
lugar,  ninguna  '<necrosis»  (enfermedad  de  los 
huesos)  paraliza  nada  y  no  vemos  que  España 
sea  la  única  que  pueda  quejarse  de  los  judíos, 
no  habiéndose  presentado  todavía  el  caso  de 
que  un  Albert  Drumont,  escriba  un  pendant  á 
su  France  Juive.  Sangre  árabe  si  la  hay,  pero 
no  es  tan  mala  sangre  como  quieren  decir  algu- 
nos y  sobre  todo  produce  unos  ojos  negros  de' 
valencianas  y  andaluzas,  que  no  hay  más  que 
pedir.  Con  algo  ha  de  pagarse  la  superioridad 
de  la  belleza  de  nuestras  mujeres  sobre  las  del 
resto  de  Europa.  En  cuanto  á  la  sangre  mogola, 
más  claro,  los  gitanos,  no  tenemos  aquí  su  ex- 
clusiva: en  Francia  pueden  estudiarse  los  ca- 
gáis, en  Alemania  hay  millares  de  gitanos;  en 
Bohemia  ¿cuántos  no  habrá?  y  en  Rusia...  no 
digamos  si  habrá  mogoles  de  ambos  sexos.  Pero 
en  todas  partes  ejercen,  sin  duda,  los  hijos  de 
Faraón  mayor  influencia  que  aquí  donde  son 
mirados  con  verdadera  repulsión  por  la  inmen- 
sa mayoría.  En  cuanto  al  espurgo  de  inteligen- 
cias que  hizo  la  Inquisición  es  una  idea  exage- 
rada, y  remito  al  lector  el  discurso  que  pronunció 
don  Juan  Valera,  contestando  á  algunas  vul- 
garidades progresistas  que  dijo  el  señor  Núñez 
de  Arce  al  ingresar  en  la  Academia.  Natural- 
mente que  hubiera  valido  mucho  más  que  no 
hubiese  existido  aquí  la  Inquifiición,  pero  aún 
concediendo  que  efectivamente  fué  un  tribunal 
bárbaro  y  cruel, — aunque  no  más  cruel  ni  bár- 
baro que  otios  que  funcionaban  en  la  Alemania 
protestante  y  en  la  Francia  de  los  Valois  y  los 
Borbones, — algo  quedó  y  no  toda  la  gente  de 
buen  entendimiento  pereció  en  el  quemadero. 
Mientras  la  Inquisición  quemaba  protestantes 
'  florecían  aquí  Mariana,  Cervantes,  Velázquez  y 
Quevedo.  Tengo  yo  para  mí  que  una  de  las 
causas  que  más  contribuyeron  á  la  despoblación 
y  decadencia  intelectual  de  España  fué,  no  la 
Inquisición,  sino  el  descubrimiento  de  América, 
ya  que  todos  querían  marcharse  allí  á  hacer 
fortuna. 

Prosiguiendo  en  su  impetuosa  rharge  á  fund  de 
traiii,  afirma  Gener  que  en  las  provincias  de 
Levante  /el  antiguo  sedimento  que  en  su  san- 
gre dejaran  los  cartagineses,  los  fenicios  y  aun 
los  israelitas,  se  pone  de  manifíesto  dominando 


casi  todas  las  manifestaciones  de  la  vida.»  Per- 
mítaseme que  ponga  aquí  los  puntos  sobre  las 
Íes  y  que  haga  uso  del  evangélico  precepto 
del  suum  ci<igiie.  En  primer  lugar,  no  fueron  las 
provincias  de  Levante,  ó  por  mejor  decir,  las 
de  aquende  el  Ebro,  las  que  más  explotaban 
los  fenicios  y  los  cartagineses.  Es  verdad  que 
Indibil  y  Mandonio,  ilergetas,  parece  estuvieron 
emparentados  con  la  familia  de  Aníbal,  pero  no 
tiene  comparación  con  la  parentela  que  tenia 
este  en  Andalucía  por  parte  de  su  mujer, — una 
chica  de  Cazlona.  Cádiz,  Carteya  (¿Algeciras?), 
Málaga,  Abdera,  Martes,  Adra,  ¿La  Corana? 
Sevilla  y  Córdoba   son  de  fundación  fenicia, 


pero  no  corresponden  al  Este.  En  cambio,  ¿por 
qué  no  habla  Gener  de  la  sangre  griega  ó  ro- 
mana que  corre  abundantísima  por  las  venas, — - 
incontestablemente,  —  de  muchos  vecinos  del 
litoral  mediterráneo?  ¿Por  qué  no  mienta  aquel 
(010  de  cvidades  griegos  que  figura  en  el  reper- 
torio de  imágenes  de  Castelar?  Pues  si  uno  se 
fija  en  los  rasgos  de  la  gente  de  Rosas,  de 
Villafranca,  de  Villanueva,  de  Denia  y  otras 
localidades  comprendidas  entre  Cartagena  y 
Cap  de  Creus,  ó  íes  toma  por  griegos  ó  yo,  como 
cierto  ex-ministro  famosísimo,  no  sé  qué  estatua» 
es  la  de  la  Venus  de  Milo.  Y  Tarragona  se 
conserva  romana  todavía,  y  también  su  campo, 


CULLERCOATS:  EL  ARRABAL 


y  Aragón  y  gran  parte  del  centro,  ostentan  aún 
aquel  carácter  celtibero  que  cuenta  en  su  pasa- 
do lealtades  como  Numancia  y  Calahorra. 

¡Gitanos,  gitanos!...  ¡Ah!  Yo  bien  sé  que  hay 
mucha  gitanería  en  España,  pero  por  desgracia 
los  que  la  constituyen  son  en  su  mayoría  no 
mogoles  sino  aryas...  No  me  dan  cuidado  á  mí 
las  gitanadas  de  los  payéis,  sino  las  de  otros... 
Por  desgracia  se  puedo  ser  traidor  y  judío  y 
malvado  constituyendo  un  lindísimo  ejemplar 
de  la  raza  caucásica. 

Y  vuelvo  á  lo  mismo:  nuestros  actuales  vi- 
cios no  tienen  nada  que  ver  con  nuestra  filia- 
ción. Estamos  infectados  por  contacto,  conta- 
giados por  imitación;  somos  unos  plagiarios  de 
lo  que  vemos  hacer  en  el  extranjero;  nuestras 
malas  cualidades  no  son  innatas,  pero  sino  se 
pone  remedio  las  trasmitiremos  por  herencia  y 
nuestro  antiguo  carácter  nacional  acabará  por 
quedar  definitivamente  falseado.  El  autor  apro- 
vecha la  ocasión  para  decir  que  á  Cataluña  le 
fué  tan  ricamente  cuando  estuvo  anexionada  á 
Francia...  Tan  ricamente  le  fué,  en  efecto,  y 
tanto  cariño   les  cobraron  los  catalanes  á  los 


franceses,  que  cuando  se  dijo  iba  á  venir  aquí 
un  rey  de  París  hasta  las  piedras  se  levantaron 
contra  él. 

«Aherrojada  Cataluña»  y  no  sabiendo  qué  ha- 
cerse se  dedicó  al  comercio,  como  si  jamás  hu- 
biera hecho  otra  cosa;  como  si  la  corona  de 
Aragón  hubiese  tenido  más  objetivo  que  una 
política  comercial;  como  si  los  catalanes  no  es- 
tuviesen destinados  por  su  situación  en  el  mapa 
á  ser  comerciantes,  como  lo  son  los  marselleses 
y  los  genoveses  y  los  griegos.  «La  feroz  tiranía 
política  que  pesó  sobre  el  catalán  durante  siglo 
y  medio,  contribuyó  á  que  fuera  asemejándose 
al  judío...»  Así,  así:  las  cosas  claras;  somos  unos 
judíos  los  catalanes;  aquí  nadie  es  judío  más 
que  el  que  sabe  decir  setzejutjes;  no  lo  son  los 
que  insertan  anuncios  en  los  periódicos  de  Ma- 
drid proporcionando  colocaciones  de  dinero  al 
40  por  KM);  no  lo  son  los  usureros  valencianos, 
andaluces,  castellanos,  leoneses  y  gallegos  que 
arruinan  con  sus  estafas  á  la  agricultura;  no 
son  judías  las  las...;  el  señor  Gener  nos  arroja 
este  pedazo  de  honra  á  los  catalanes;  como  que 
aquí  todos  somos  unos  chuetas. 


^_  A   A  ^  ^. 


Guintes  de  OUvtrio  Cri  mwell 


Guantes  usados  por  «1  re;  Carlos  I  en  la  batalli  de  Worc«íter 
(3  de  Setiembre  de  1661) 


Guantes  de  cabrtllIU  cou  lüa  puáoa  bordados 
7  franjeados  de  plata.  (Inglés.  Siglo  ZTii) 


*  j'V- 


V 


Gnaotei  de  cabritilla  con  lúa  puAoa 
bordado*  en  oro  j  plata.  (Inglés.  Siglo  irn) 


Guante  de  slr  Kdumilu  Denny 
(Época  de  Jacobo  I  de  Inglaterra) 


GUANTES  HISTÓRICOS 


558 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


Ebos  catalanes  judaizados  por  el  naitarismo 
soB  loa  héroes  del  Bruch,  de  Grerona,  de  la  gue- 
rra de  loa  aiete  aftoa,  de  la  guerra  de  África  y 
de  Poigeardá;  esos  mercachifles  son  nuestros 
inaignee  poetas  y  prosistas,  pintores,  esculto- 
res, arquitectos  y  músicos.  ¿Y  cómo  no  protestar 
de  lo  que  dice  Gener  de  Catalufla, — Mori;eau  de 
bravoure  que  se  apresuró  á  trasladar  á  sus  co- 
lumnas un  periódico  madrileño  de  gran  circula- 
ción no  muy  aficionado  á  nuestra  tierra?  La 
falsificación,  la  sofisticación,  el  abuso,  el  agio, 
la  cicatería  tenderil,  ¿son  propios  únicamente 
de  Cataluña?  ¿No  sucede  eso  en  las  restantes 
regiones  de  España,  de  Europa,  del  mundo  en- 
tero? ¿Pues  acaso  los  falsificadores,  los  soñsti- 
cadores  y  demás  gente  ruin  y  horteríl  hace  más 
que  copiar  lo  que  sabe  se  hace  en  el  extranjero? 
¿Quién  opera  todas  las  matráfulas  que  se  hacen 
con  nuestros  vinos?  Pues  no  son  españoles  los 
que  lo  hacen.  ¿De  dónde  se  copió  el  horrible  cri- 
men de  la  calle  de  Moneada?  ¿De  dónde  nos  ha 
venido  la  fiebre  de  la  Bolsa?  ¿A  qué  lengua  per- 
tenece la  expresiva  calificación  de  ápre  au  gain? 
Picaros  ha  habido  siempre  en  España  y  los  ha- 
brá hasta  la  consumación  de  los  siglos,  pero  ¿es 
el  picaro  un  producto  exclusivamente  nacional? 
¡Traficantes  los  catalanes!  Lo  son,  mucho,  ¿pero 
no  lo  son  los  franceses,  los  ingleses,  los  italia- 
nos, los  alemanes,  los  griegos,  los  noruegos,  los 
suecos,  los  austríacos,  los  portugueses,  lo.s  ru- 
sos y  la  república  de  San  Marino  y  los  yankees 
y  los  patagones?  ¿Se  quiere  que  como  el  burro 
de  la  fábula  confesemos  ser  nosotros  los  culpa- 
bles únicos  exclamando: 

ifíkl  en  U  tenUciODi  iComl  dil  trigol 

No  hay  que  esforzarse  mucho  para  compren- 
der que  el  autor  de  Heregías  ha  reducido  á  caso 
particular  lo  que  es  carácter  general  de  la  so- 
ciedad moderna.  ¡Pero  si  hasta  la  fraseología 
nos  viene  del  extranjero!  Reclamo,  Barnuní, 
carnet,  anuncio,  Buis  i  ¿Sabe  Gener  por  qué  le 
parece  más  desarrollado  el  embuste  en  Barce- 
lona que  en  otras  partes?  Porque  aquí  vivimos 
más  que  en  otras  partes  á  lo  extranjero  y  las 
necesidades  y  ambiciones  son  mayores  que  en 
otras  localidades  del  interior. 

cHacer  negocio  en  Cataluña  es  sinónimo  de 
engañar  á  aquel  con  quien  se  trata...»  ¿Y  sólo 
en  Cataluña?  Pues  yo  creía  que  Alejandro  Da- 
mas, el  hijo,  habia  definido  los  negocios  dicien- 
do en  francés:  tLes  a ff aires...  c'  estV  argent  d" 
antrui.t  Ya  confiesa  Gener  que  en  todas  partes 
cuecen  habas,  pero  añadiendo  que  lo  que  en  la 
América  del  Norte,  Inglaterra,  Alemania,  y  RN 
MKSOR  ORADO  (\)  en  Francia  es  defecto,  en  Bar- 
celona es  virtud.  Esto  es  injustísimo:  ¿acaso  no 
es  una  máxima  norte-americana  aquello  de:  Haz 
dinero  honradamente  si  puedes,  y  iino  puedes  haz 
dinernf  ¿Y  qué  hacen  nuestros  tenderos  sino 
vender  todo  lo  sofisticado  que  les  envían  de 
Alemania?  ¿Y  cómo  se  quiere  que  suscriba  na- 
die el  aserto  de  Gener  de  que  en  Francia  es 
donde  menos  se  defrauda  y  sofistica,  cuando  no 
hay  día  que  los  periódicos  parisienses  no  se  que- 
jen amargamente  de  comerlo  y  beberlo  todo  so- 
fisticado, malo  y  caro?  Temo  que  Gener  haya 
tomado  demasiado  por  lo  serio  la  incurable 
vanidad  de  nuestros  vecinos,  queriendo  ser  en 
todo  los  primeros  y  los  mejores. 

Descarga  enseguida  el  autor  furiosos  golpes 
contra  los  editores  barceloneses  y  repite...  loqué 
dirán  en  París  de  los  suyos,  no  pocos  escritores. 
Tengo  para  mi,  sin  embargo,  que  dado  el  estado  de 
cultura  de  nuestro  país,  los  editores  de  Barcelona 
merecen  unaestataaen  su  grande  mayoría,  ya  que 
contribuyen  más  que  nadie  al  adelanto  español. 
Por  lo  demás,  dichos  señores  no  hacen  masque 
continuar  la  trailición  gloriosa  de  la  imprenta 
barcelonesa,  en  todo  tiempo  importantísima  en 
España;  la  tradición  de  los  Cormellas,  los  Cava- 
lleria,  los  Sapera,  los  Barceló,  los  Torner,  los 
Bergnes,  los  Piferrer,  los  01  i  veres,  los  Gorchs. 
Todos  sabemos  que  lo  que  les  echa  en  cara  Gener 
á  los  editores  de  por  aquí  dista  mucho  de  po- 
der aplicarse  á  la  colectividad.  Barcelona  es 
un  gran  mercado  literario,  es  un  verdadero  foco 
desde  donde  se  irradia  la  ilustración  por  toda 


España  y  la  América  latina,  y  algo  bueno,  óp- 
timo, exquisito  saldrá  de  aquí  cuando  casi  todos 
los  principales  autores  españoles  tratan  satis- 
fechísimos con  los  editores  barceloneses. 

Respecto  lo  que  dice  Gener  del  ramo  de  los 
alcoholes,  léase  cualquier  artículo  de  periódico 
francés  sobre  los  mastroquets  ó  taberneros. 

Todo  lo  que  opina  sobre  España  el  autor  de  He- 
regias,  puede  sintetizarse  en  este  párrafo:  «¿Qué 
se  puede  esperar  de  una  nación  que  estil  forma- 
da por  la  convergencia  de  razas  tan  desemejan- 
tes, tan  separadas  como  la  aria,  con  sus  dos  va- 
riantes germánica  y  latina,  ■  y  la  semítica,  y  la 
presemítica  y  la  mogólica,  más  que  ese  curioso 
fenómeno  de  la  sociología,  esa  evolución  extra- 
ña, ya  aquí  empezada,  en  que  se  va  de  la  barba- 
rie á  la  decadencia,  sin  pasar  ni  siquiera  por  la 
penumbra  de  la  civilización?»  A  esto  responde- 
ré que  lo  que  hay  en  España  son  vascos,  iberos, 
celtas  y  celtíberos,  fundamentalmente,  con  mu- 
cha sangre  griega  y  romana.  Los  cartagineses 
estuvieron  aquí  poco  tiempo  y  los  judíos,  tengo 
para  mi,  (jue  se  cruzaron- poco;  verdad  que  que- 
da mucho  elemento  morisco,  pero  éste  acabará 
por  extinguirse,  ya  que  ninguna  condición  tiene 
para  imponerse.  En  cuanto  á  los  gitanos  forman 
una  cantidad  negligeable.  El  mal  de  España  no 
viene  de  raza;  viene  principalmente  de  haberse 
querido  adaptar  precipitadamente  el  modo  de 
vivir  extranjero  y  de  haberse  creado  una  admi- 
nistración inepta.  Somos  pobres  y  queremos 
parecer  ricos;  al  añejo  ideal  de  Dios,  Patria  y 
Rey  ha  reemplazado  al  de  Duros,  Pesetas  y  Rea- 
les y  lo  mismo  el  alpujarreño  de  morisca  estirpe 
que  el  montañés  catalán  de  estirpe  ibera,  el 
celtíbero  de  Aragón  que  el  celta  de  Asturias,  el 
vasco  de  Bilbao  que  el  balear  de  Palma  todos  á 
una  sufren  la  infección  característica  del  si- 
glo XIX,  la  fiebre  del  oro,  la  sed  de  la  riqueza. 
No,  no  es  culpa  de  la  raza  la  inmoralidad  que 
corroe  este  país,  como  todos  los  demás,  sin  ex- 
cepción: esculpa  del  estado  general  del  mundo 
civilizado,  de  la  vida  que  es  preciso  llevar,  con- 
secuencia ineludible  de  la  marcha  de  los  tiem- 
pos; es  que  aquí  la  lucha  por  la  vida  tiene  que 
ser  más  áspera  todavía  que  en  el  extranjero  á 
cau-ia  del  menor  botín  que  hay  que  disputar  y 
de  haber  derribado  las  revoluciones  todas  las 
barreras  que  antes  contenían  las  concupiscen- 
cias. 

Cree  Gener  que  con  una  dictadura  científica 
é  higiénica  que  desasnara  á  los  indoctos;  con  al- 
gunas otras  medidas  de  diverso  linaje,  entre  las 
cuales,  cosa  extraña,  se  cuenta  el  servicio  mili- 
tar obligatorio;  con  la  evolución  hacia  el  siste- 
ma federativo  y  una  discreta  protección,  convir- 
giendo  todo  ello  á  modificar  las  condiciones 
climatológicas,  atmosféricas  y  económicas  del 
país  se  lograría  hacer  de  España  una  tierra  habi- 
table. Yo  celebraría  mucho  que  pudiese  ser  eso, 
pero  por  de  pronto  permítaseme  que  desconfíe 
de  las  dictaduras  de  los  sabios,  de  las  virtudes 
del  servicio  militar  obligatorio  y  de  toda  refor- 
ma política.  Creo  yo  que  para  cortar  de  raíz  el 
mal  que  corroe  á  nuestra  patria,  esto  es,  la  ad- 
ministración detestabilísima  que  tenemos,  sería 
precisa  otra  dictadura;  la  dictadura  del  Tribu- 
nal Supremo.  Moralizada  la  administración  por 
la  guardia  civil  todo  marcharla  bien  y  bro- 
tarían por  do  quiera  fuentes  de  prosperidad.  En 
cuanto  á  volvernos  sabios  no  lo  tengo  por 
muy  interesante,  siendo  preferible  á'mi  ver  el 
progreso  moral  que  no  otro  cualquiera.  El  día 
que  saliese  aquí  un  nuevo  Saint-Just  «decretan- 
do la  virtud  por  el  hacha  del  verdugo,»  Espa- 
ña sería  un  oasis.  No  suspiro  yo  por  ninguna 
forma  de  gobierno  ni  creo  capaz  á  ninguna  de 
ellas  de  mejorar  nuestra  situación  mientras  no 
venga  quien  imponga  por  la  fuerza  el  patriotis- 
mo y  la  moralidad,  aunque  fuese  organizando 
una  Santa  Hermandad  de  nuevo  cuño. 

Sueño  yo  con  una  España  orgullosa  de  su 
historia,  proteccionista,  prohibicionista  si  con- 
viene, castiza;  una  España  que  no  admitiese 
nada  del  extranjero  ya  que  en  el  extranjero  no 
nos  admiten  nada  nuestro;  una  España  que  rei- 
vindicase su  pasado,  que  se  diese  leyes  ema- 
nadas de  su  modo  de  ser  y  no  copiadas  de  las 


que  hacen  otros;  monarquía,  federación,  repú- 
blica progresista  ó  república  atrasada  les  seria 
igual  á  los  que  ambicionan  ver  bien  administra- 
da á  nuestra  patria.  Todo  el  remedio  está  en  ha- 
cer administraHón  y  que  en  vez  de  tantos  ejem- 
plos de  inmoralidad  triunfante,  en  todos  los  te- 
rrenos viera  el  país  castigado  duramente  al  que 
se  olvidara  de  sus  deberes. 

Aquí  termino  este  largo  articulo.  La  amistad 
que  rae  une  con  Gener  es  bastante  elevada  y 
ajena  á  todo  compadrazgo  para  que  no  se  altere 
en  lo  más  mínimo  por  haber  discutido  su  libro, 
constándole  además  que  mi  independencia,  sin 
que  me  pese,  llega  hasta  la  sauvagerie. 

Caklos  Mendoza. 


EN  EL  AB.\N1G0  ÜE  ELISA  MÍR  SÁNCHEZ 


¡Airecillo  que  oreas  los  rizos 
de  la  bella  Elisa, 

y  en  su  boca  á  su  aliento  te  mezclas! 
¡Yo  te  tengo  envidia! 

Llégate  á  sus  oídos  y  díle: 
— «¡Bellísima  Elisa! 
Sé  dichosa.  Fulgure  en  tu  rostro 
perenne  sonrisa.» 

Vicente  de  Abana. 


LA  INFLUENCIA  DEL  IDILIO 


Tiene  mi  amigo  Gaspar 
relaciones  con  Clarita, 
la  muchacha  más  bonita 
que  ustedes  pueden  hallar. 

Es  una  rubia  hechicera, 
una  perla...  un  serafín... 
es  una  chiquilla,  en  fin, 
que  para  mí  la  quisiera. 

Un  día  los  dos  amantes 
como  nunca  enamorados 
se  vieron  del  mundo  aislados 
sólo  por  breves  instantes. 

—¡Un  .beso,  Clara  querida! 
— dijo  Gaspar  con  pasión. 
Ella  se  alzó  del  sillón 
ruborosa  y  ofendida. 

Gaspar,  que  es  chico  resuelto, 
quiso  besar  á  su  amada 
y...  sufrió  una  bofetada 
de  aquellas...  de  cuello  vuelto. 


Pasó  un  mes.  Gaspar  y  Clara 
se  encuentran  en  un  salón; 
la  suegra  está  en  un  rincón 
y  en  los  chicos  no  repara. 

Yo  no  sé  qué  pasaría 
ni  sé  qué  estaban  hablando 
más  sé  que  de  vez  en  cuando 
Clarita  al  novio  decía: 

— No  quiero,  lo  dije  ya: 
eso  es  faltarme  al  respeto; 
anda  chico,  estáte  quieto 
que  nos  verá  la  mamá. 

* 
*  * 

Pasó  tiempo.  Cierto  día, 
por  una  espesa  enramada, 
iba  Gaspar  con  su  amada 
que  amorosa  sonreía. 

Entre  hojarascas  y  flores 
y  de  su  cariño  en  pos 
se  hallaron  solos  los  dos 
murmurando  sus  amores. 


LA  ILUSTEACION  IBERIOA 


559 


¿Qué  hizo  la  joven  pareja? 
¿Qué  hablaron?  ¿Qué  se  dijeron? 
¿Los  escrúpulos  vencieron? 
¿Venció  de  Gaspar  la  queja? 

¡No  le  pondría  en  el  poti-o! 
Porque  al  salir  del  sotillo 
tenia  Clara  un  carrillo 
más  encamado  que  el  otro. 

José  M.'  de  la  Torre. 


NUESTROS   GRABADOS 


BOUANZi    KSFiKOLA 

Cuadro  de  H.  Muhllhaler 

Este  es,  ni  más,  ni  menos,  el  tltnlo  qne  le  ha  puesto  el 
autor  á  ese  su  cnadro.  Si  la  modelo  es  ó  no  española,  nos 
guardaremos  bien  de  asegurarlo,  pero,  en  fin,  ya  que  el  se- 
ñor Muhltbaler  nos  la  da  por  tal,  no  vemos  inconveniente 
alguno  en  que  le  conceda  nacionalidad  entre  nuestras  hurles, 
con  destino  á  la  clase  de  andaluzas  linfáticas. 

UN    PAISAJE.— ÓBITOS 

Por  más  que  les  parezca  imposible  á  los  que  sudan  y  se 
asñxian  á  la  temperatura  de  43°  á  la  sombra,  ello  es  que  ese 
paisaje  y  esos  abetos  existen  en  alguna  parte  y  hay  quienes 
los  han  visto,  en  Sevray-sur- Valláis...  lOh,  gentes  felices,  que 
pueden  creer  en  la  sabiduría  inflnita  que  ha  hecho  pasar  los 
ríos  por  debajo  de  los  puentes  y  ha  criado  abetos  para  que 
den  sombra  á  los  blmanosl 

UADBID:  IIPOSICIÓN    OINISAL    DC    rlLlPINAB 
LA    TABAOaLBBA 

Dibujo  de  P.  y   Valor 

La  Compañía  general  de  tabscos  de  Filipinas  hizo  cons- 
truir una  casa  de  ñipa  y  caña  con  destino  á  la  Exposición,  y 
es  la  que  se  ve  hoy  en  ti  Betiro.  El  objeto  de  dicha  sociedad 
fué,  dice  un  periódico,  presentar,  en  reducidas  proporciones, 
una  sección  de  su  magnifica  fábrica  LaJIorde  la  Isabela, 

La  planta  principal  de  dicho?  edificio  consta  de  un  cama- 
rín de  oreo,  en  que  se  tiende  1»  hoja  del  tabaco;  otro  denomi- 
nado camarín  de  mándala  en  que,  amontonado  el  tabaco  se 
le  da  una  temperatura  máxima,  con  la  aplicación  de  un  apa- 
rato termométrico,  de  ió  á  60  grados  centígrados,  hallándose 
además,  en  esta  pit'za,  muestras  de  todas  las  clases  de  tabaco; 
otro  camarín  destinado  á  taller  de  operarlas  y  que  al  frente 
,de  la  puerta  de  entrada,  tiene  al  exterior,  el  expendio,  espe- 
,  ele  de  palco  desde  el  cual  se  hace  la  venta  al  menudeo  para 
el  público  transeúnte. 

EXPOSICIÓN    NACIONAL    DI    BELLAS   ABTES    DE    1887 
LEÓNIDAS    EN    EL    PASO    DE    LAS  TEBUÓPILAS 

Busto  por  Miguel  Ángel  Trilles.— Medalla  de  tercera  clase 
Dibujo  de  P.  y  Valor 

Llamó  justamente  la  atención  esta  obra  por  la  pureza  del 
modelado  y  la  acertada  expresión  del  personaje  en  la  ocasión 
en  qne  ha  sido  representado;  el  Jurado  le  dio  la  merecida  re- 
compensa que  habrá  de  alentar  á  su  distinguido  autor  á  con- 
tinuar la  carrera  tan  brillantemente  emprendida. 

LOS   LáOOS  ITALItSOS 

El  castillo  de  Sermione,  en  el  lago  de  Barda 
Bellugio,   en  el  lago  de  Como 

En  el  extremo  Sur  del  lago  de  Garda,  entre  Peschiera  y 
Desensaño  levántase  el  curioso  promontorio  llamado  la  Ptña 
de  Sermione,  ó  sea  la  antigua  Sirmio,  residencia  de  Catulo. 
Elcattillo,  cuyas  pintorescas  ruinas  admira  hoy  el  viajero,  es 
obra  del  siglo  xiii.  En  su  mayor  extensión  está  ocupado 
Sermione  por  olivares,  cultivados  con  suma  perfección  y  dis- 
puestos con  tal  arte  que  forman  un  verdadero  jardín. 

El  lago  de  Garda  es  la  mas  importante  de  las  grandes 
masas  de  agua  que  se  extienden  en  las  vertientes  de  los  Al- 
pes Rétlcos;  tiene  once  leguas  de  largo,  una  de  ancho  por  la 
parte  del  Norte  y  cuatro  por  la  del  Sur,  y  su  profundidad  que 
es  muy  variable,  es  de  unos  300  metros  en  su  máximun.  El 
lago  de  Garda  es  famoso,  además  de  su  belleza,  por  la  varie- 
dad y  el  gran  número  de  peces  que  cría. 

Se  puede  ir  directamente  en  ferrocarril  desde  este  lago 
al  de  Como,  el  cual  tiene  una  legua  de  ancho  por  seis  de 
largo  y  recibe  más  de  sesenta  corriente.  Hé  aquí,  en  que  tér- 
minos se  expresa  Taine  al  hablar  de  este  delicioso  sitio:  «Por 
la  mañana,— dice, — se  toma  el  vaporcfto  que  da  la  vuelta  al 
lago  y  todo  el  día,  sin  fatiga,  sin  pensamiento,  se  nada  en 
una  copa  de  luz.  Las  orillas  están  sembradas  de  aldeas  blan- 
cas que  vienen  á  meter  sus  plés  en  el  agua;  las  montañas 
bajan  suavemente  y  su  pirámide  está  poblada  hasta  mitad 
de  la  ladera;  olivos  pálidos,  moreras  de  cabeza  redonda  es- 
calónanse  sobre  los  mamelones;  quintas  de  recreo  orladas  de 
bellas  umbrías,  bajan  sus  terrazas  en  grada  basta  la  playa. 
En  Bellagío,  mirtos,  limoneros,  parterres  de  flores  forman 
ramilletes  blancos  ó  purpúreos  entre  las  dos  ramas  azuladas 
del  lago;  pero  al  hundirse  hacia  el  Norte  el  paisaje  se  hace 
grande  y  severo;  sus  montes  se  yerguen  y  se  pelan;  las  frac- 


turas rígidas  do  la  roca  primitiva,  las  crestas  dentelladas 
blancas  de  nieve,  las  largas  torrenteras  donde  duermen  vie- 
jas capas  de  escarcha,  abollan  ó  surcan  con  sus  intrincamien- 
tos la  cúpula  uniforme  del  cielo.  Muchas  altas  montañas 
parecen  baluartes  colocados  en  círculo;  el  lago  era  antes  un 
glaciar  y  el  frotamiento  de  sus  paredes  ha  lentamente  roldo 
y  redondeado  las  pendientes.  En  esas  gargantas  Inhospitala- 
rias, ningún  verdor  ó  huella  de  vida;  cesase  de  sentirse  en  la 
tierra  habitada,  se  está  en  el  mimdo  mineral,  anterior  al 
hombre,  en  un  planeta  desnudo  donde  los  solos  huéspedes 
son  el  aire,  la  piedra  y  el  agua;  una  grande  agua,  hija  de  las 
nieves  eternas,  al  rededor  de  ella  una  asamblea  de  montañas 
graves  que  remojan  sus  pies  en  su  azur,  detrás,  una  segun- 
da hilera  de  picos  blanqueados,  más  salvajes  y  más  primiti- 
vos todavía,  como  un  círculo  superior  de  dioses  gigantes,— 
todos  inmóviles,  y  sin  embargo,  todos  diferentes,  tan  ex- 
presivos y  tan  variados  como  fisonomías  humanas,  pero 
revestidos  con  un  caliente  tinte  aterciopelado  por  el  aire 
vaporoso  y  la  distancia,  pacíficos  en  el  goce  de  su  magnífica 
eternidad.  El  viento  habla  cesado,  y  el  gran  luminar  del 
cielo,  por  encima  del  horizonte  cerrado,  flameaba  con  toda 
su  fuerza.  El  azul  del  lago  se  hacía  más  profundo;  al  rededor 
del  barco  ondulaciones  de  terciopelo  hinchábanse  y  bajá- 
banse sin  cesar,  y  en  los  huecos,  entre  las  fajas  azuladas, 
el  sol  alargaba  otras  bandas  movedizas,  como  una  seda  ama- 
rilla salpicada  de  centellas.  • 

APUNTES    DE    LA    HABA>4A 

Dibujo  de  J.  Vehil 

Figuran  estos  apuntes  diversos  lugares  y  perspectivas  de 
la  que  un  tiempo  era  llamada  la  capital  de  la  rica  ÁntiUa:  la 
entrada  por  debajo  el  castillo  del  Morro,  la  vista  general,  el 
paseo  de  la  India,  etc. 

OULLKBCOATS 

Laplaya  al  afiochecer.—El  arrabal 

Alguna  vez  hemos  hablado  ya  de  esta  pintoresca  pobla- 
ción de  pescadores,  asentada  en  la  costa  del  mar  del  Norte, 
en  el  Northumberland,  cerca  la  desembocadura  del  Tyne. 

En  esta  época  de  calores  debe  estar  muy  fresco  aquello,  y 
de  más  de  uno  puedo  asegurar  que  se  marchatia  allí,  si  no  se 
lo  impidiese. . .  lo  que  á  tantos  otros  que  se  asan  como  él  en- 
tre los  36»  y  44°  latitud  Norte. 

QUANTEB  BISTÓBI008 

Bien  puede  decirse  que  es  este  adminiculo  un  lujo  que  va 
de  capa  calda  á  impulsos  de  la  oleada  democrática,  etc. 
Claro  está  que  los  guantes  no  desaparecerán  nunca  y  serán 
usados  siempre  por  cuantos  pertenezcan  á  la  glifa,  como 
dice  ya  intrépidamente  la  ¡owU/e  barcelonesa,  pero  por  más 
que  se  haga  no  volverán  á  lucir  para  las  queirotecas  aquellos 
días  en  que  constituían  costosísimos  objetos  de  arte,  con 
bordaduras  en  plata,  oro  y  piedras  preciosas,  con  guarnicio- 
nes de  encajes,  con  botonaduras  de  esmalte,  con  leyendas  y 
emblemas  en  las  entradas;  guantes  preciosos  confeccionados 
con  terciopelo  carmesí,  raso  verde  y  otros  tejidos  caros;  per- 
fumados, ricos,  verdaderamente  señoriles.  Boy  las  cosas  han 
cambiado  y  reina  en  la  guantería  la  más  desesperante  uni- 
formidad . 

DE   CONQUISTA 

OiíOdro  de  O.  Rilter  de  Cuzzardi 

Parece  que  el  buen  militar  se  las  há  con  una  fortaleza  con- 
tra la  cual  nada  pueden  ^las  estratagemas.  La  plaza  es  muy 
fuerte  y  lo  más  probable  será  que  tengaque  levantar  el  sitio. 
Por  lo  demás,  el  pintor  se  ha  equivocado  de  vestuai-io,  pues 
no  puede  darse  mayor  modernismo  que  el  del  palmito  de  la 
chica,  con  aquellos  ojazos  que  están  diciendo:  ¡Te  veol 


-*- 


LOKIS 


POR    I»IlOSI»EIlO    IwíEERrRaÉE 


(OONTIKnACIÓH) 

— ¿Y  mató  el  oso? 

■ — Lo  dejó  tieso.  No  hay  como  los  borrachos 
para  esos  golpes.  Hay,  también,  balas  predesti- 
nadas, señor  profesor.  Tenemos  aquí  hechiceros 
que  las  venden  á  precios  módicos...  La  condesa 
estaba  muy  arañada,  sin  conocimiento,  no  hajr 
para  qué  decirlo,  con  una  pierna  quebrada.  Llé- 
vansela,  vuelve  en  si,  pero  la  razón  se  había  ido. 
La  conducen  á  San  Petersburgo.  Gran  junta: 
cuatro  médicos  emperifollados  con  toda  clase 
de  condecoraciones.  Dicen: — La  señora  conde- 
sa está  en  cinta;  es  probable  que  su  alumbra- 
miento determinará  una  crisis  favorable.  Tén- 
gasela en  sitio  donde  haya  buenos  aires,  en  el 
campo,  suero,  codeina... — Les  dan  cien  rublos 
á  cada  uno.  Nueve  meses  después  la  condesa 
da  á  luz  un  chico  bien  constituido,  pero  ¿y  la 
crisis  favorable?  ¡Mucho  que  sí!  Eedoblamiento 


de  rabia.  El  conde  le  muestra  su  hijo.  Esto  no 
deja  nunca  de  producir  efecto...  en  las  novelas. 
— ¡Mátalo!  ¡Matad  la  bestia! — esto  es  lo  que 
dice;  á  poco  no  le  retuerce  el  pescuezo.  Desde 
entonces,  alternativas  de  locura  estúpida  ó  de 
n^ania  furiosa.  Tuerte  propensión  al  suicidio. 
Hay  que  atarla  para  hacer  que  la  dé  el  aire; 
son  menester  tres  vigorosas  criadas  para  suje- 
tarla. Sin  embargo,  señor  profesor,  fijaos  en 
este  hecho:  cuando  he  agotado  mis  latines  con 
ella  sin  conseguir  que  me  obedezca,  tengo  un 
medio  para  calmarla.  La  amenazo  con  cortarla 
los  cabellos...  Antaño,  creo,  los  tenia  hermosí- 
simos. ¡La  coquetería!  hé  ahí  el  último  senti- 
miento humano  que  ha  subsistido.  ¿No  es  esto 
chocante?  Si  pudiese  «instrumentarla»  á  mi 
antojo,  quizás  la  curaría. 
— ¿Cómo  es  eso? 

— Moliéndola  á  palos.  Yo  he  curado  de  esta 
suerte  á  veinte  lugareños  de  una  aldea  donde 
se  había  declarado  esa  curiosa  locura  rusa,  el 
aullido  (1);  una  mujer  comienza  á  aullar,  su  co- 
madre aulla.  Al  cabo  de  tres  días  toda  la  aldea 
aulla.  A  fuerza  de  sacudirles  el  polvo,  he  salido 
con  la  mía.  Coged  una  tranca  y  se  amansan.  El 
conde  no  ha  querido  que  lo  ensayase. 

— ¿Pues  qué?  ¿Queríais  que  consintiese  en 
vuestro  abominable  tratamiento? 

— ¡Oh!  ¡Pero  si  ha  conocido  tan  poco  á  su 
madre,  y  además,  era  por  su  bien!  Mas,  decidme, 
señor  profesor,  ¿hubierais  creído  nunca  que  el 
miedo  pudiese  hacer  perder  la  razón? 

— La  situación  déla  condesa  era  espantosa... 
¡Encontrarse  entre  las  garras  de  un  animal 
tan  feroz! 

— Pues  bien;  su  hijo  no  se  lo  parece.  Aún  no 
hace  un  año  se  ha  encontrado  exactamente  en 
la  misma  situación,  y  gracias  á  su  sangre  fría, 
salió  del  trance  á  maravilla. 
— ¿De  las  garras  de  un  oso? 
— De  una  osa,  y  la  mayor  que  se  haya  visto 
desde  hace  largo  tiempo.  El  conde  quiso  atacar- 
la, chuzo  en  mano.  ¡Bah!  De  un  revés  echa  á 
rodar  el  chuzo,  agarra  al  señor  conde  y  le  de- 
rriba tan  fácilmente  como  volcaría  yo  esta  bo- 
tella. El,  con  astucia,  se  hace  el  mortecino...  La 
osa  le  huele,  le  huele,  y  luego  en  vez  de  despe- 
dazarle le  lame.  Tuvo  serenidad  bastante  para 
no  menearse  y  ella  siguió  su  camino. 

— La  osa  creyó  que  estaba  muerto.  Efectiva- 
mente; he  oído  decir  que  esos  animales  no  se 
comen  los  cadáveres. 

— Hay  que  creerlo  y  abstenerse  de  hacer  de 
ello  el  experimento  personal;  pero,  á  propósito 
de  miedo,  dejadme  contaros  una  historia  de  Se- 
bastopol. Estábamos  cinco  ó  seis  al  rededor  de 
una  jarra  de  cerveza  que  acababan  de  traernos 
detrás  de  la  ambulancia  del  famoso  baluarte 
número  5.  El  centinela  grita: — ¡Bomba! — Nos 
echamos  todos  boca  abajo;  no,  no  todos,  un  tal... 
pero  es  inútil  decir  su  nombre...  un  joven  ofi- 
cial que  acababa  de  llegarnos  se  quedó  en  pié, 
teniendo  el  vaso  lleno,  hasta  el  momento  que  re- 
ventó la  bomba.  Llevóse  la  cabeza  de  mi  pobre 
camarada  Andrés  Speranski,  bravo  muchacho,  y 
rompió  la  jarra;  felizmente  estaba  casi  vacia. 
Cuando  nos  levantamos  después  de  la  explosión, 
vemos  en  medio  de  la  humareda  á  nuestro  ami- 
go que  se  echaba  al  coleto  el  último  trago  de  su 
cerveza,  como  si  nada  hubiera  pasado.  Creímosle 
un  héroe.  Al  día  siguiente  encuentro  al  capitán 
Gedeonhof ,  que  salía  del  hospital,  y  me  dice: 
— «Hoy  cómo  con  vosotros  y  para  celebrar  mi 
alta,  pago  el  champagne.»— Nos  sentamos  á 
la  mesa;  el  oficialillo  de  la  cerveza  estaba  tam- 
bién allí.  No  se  esperaba  el  champagne.  Desta- 
pan una  botella  cerca  de  él.  ¡Paf!  El  corcho  le 
da  en  la  sien.  Da  un  grito  y  se  pone  malo.  Creo 
que  mi  héroe  había  tenido  una  medrana  del  de- 
monio la  primera  vez  y  que  si  había  bebido  su 
cerveza  en  vez  de  resguardarse  era  porque  había 
perdido  la  cabeza  y  no  le  quedaba  más  que  un 
movimiento  maquinal  del  cual  no  tenía  concien- 
cia. En  efecto,  señor  profesor;  la  máquina  hu- 
mana... 


(1)      Llámase  en  Rusia  á  la  poseída,  «no  ou/tadoro,  klik- 
oucba,  cuya  raíz  es  klik,  clamor,  aullido. 


56Ü 


LA  ILUSTRACIÓN  IBERIÜA 


— Señor  doctor,-*-dijo  un  criado  entrando  en 
la  sala,— la  Jdanova  dice  que  la  señora  condesa 
no  quiere  comer. 

— ¡El  diablo  se  la  lleve! — refunfuñó  el  doc- 


tor.— Ya  voy.  Cuando  la  habré  hecho  engullir 
á  mi  diablesa,  señor  profesor,  podremos,  si  os 
tiene  que  ser  agradable,  podremos  hacer  una 
partidita  de  preferencia  ó  de  dcuratchki,  ¿eh? 


Exprésele  mi  sentimiento  por  mi  ignorancia 
y  cuando  se  fué  á  ver  á  su  enferma  volvime  á 
mi  cuarto  y  escribí  á  la  señorita  Gertrudis. 

n 

La  noche  era  calurosa  y  habia  dejado  abierta 
la  ventana-  que  daba  al  parque.  Escrita  mi  carta 
y  no  teniendo  ningunas  ganas  de  dormir  me 


ABETOS 


puse  á  repasar  los  verbos  irregulares  lituanos  y 
á  buscar  en  el  sánscrito  las  causas  de  sus  dife- 
rentes irregularidades.  En  medio  de  este  traba- 
jo que  me  tenía  absorto,  fué  violentamente  agi- 
tado un  árbol  bastante  próximo  á  mi  ventana.  Oí 
crugir  las  ramas  secas  y  parecióme  que  algún 
animal  muy  pesado  trataba  de  encaramarse  en 
él.   Prpocupado  aún   con   las  historias  de  osos 


que  me  había  contado  el  doctor,  levánteme,  no 
sin  cierta  emoción,  y  á  algunos  pies  de  mi  ven- 
tana, en  el  follaje  del  árbol,  distinguí  una  ca- 
beza humana,  iluminada  de  lleno  por  la  luz  de 
mi  lámpara.  La  aparición 
no  duró  más  que  un  ins- 
tante, pero  el  brillo  singu- 
lar de  los  ojos  que  se  en- 
contraron con  mi  mirada 
impresionóme  más  de  lo  que 
podría  decir.  Di  involun- 
tariamente un  paso  atrás; 
luego,  corrí  á  la  ventana, 
y,  con  tono  severo, p.-eguiité 
al  intruso  qué  quería.  Él, 
sin  embargo,  bajó  á  toda 
])risa,  y  cogiendo.se  de  una 
gruesa  rama  dejóse  colgar 
y  después  caer  á  tierra,  y 
desapareció  al  momento. 
Llamé;  entró  un  criado. 
Contóle  lo  que  acababa  de 
pasar. 

— El  señor  profesor  se 
habrá  engañado,  sin  duda. 
— Estoy  seguro  de  lo  que 
digo,  —  repliqué.  —  Temo 
que  no  haya  un  ladrón  en 
el  parque. 

— ¡Lnposible,  .señorito! 
— Entonces,  ¿es  alguien 
de  la  casa? 

El  criado  abrió  un  palmo 
de  ojos  sin  responderme. 
Por  fin,  me  preguntó  si  te- 
nia que  mandarle  algo.  Dí- 
jele  que  cerrara  la  ventana 
y  me  acosté. 

Dormí  muy  bien  sin  so- 
fiar  con  osos  ni  con  ladro- 
nes.í  Por  la  mañana,  aca- 
baba de  vestirme,  cuando 
llamaron  á  mi  puerta.  Abrí 
y  me  encontré  en  presencia 
de  un  guapo  y  arrogante 
mozo  cubierto  con  una  bata 
boukhara  y  teniendo  en  la 
mano  una  larga  pipa  turca. 
— Vengo  á  pediros  mil 
perdones,  señor  profesor, 
— dijo, — de  haber  acogido 
tan  mal  á  un  huésped  como 
vos.  Soy  el  conde  Szemioth. 
Apresuróme  á  contestar, 
que  tenía,  por  el  contrario, 
que  darle  humildemente  las 
gracias  por  su  magnífica 
hospitalidad,  y  preguntólo 
si  Se  veía  ya  libre  de  su  ja- 
queca. 

— Casi  del  todo, — dijo. — 
Hasta  una  nueva  crisis, — 
añadió  con  expresión  de 
t risteza.  —  ¿Os  encontráis 
*olerablemente  aquí?  Que- 
red acordaros  de  que  estáis 
entre  los  bárbaros.  No  hay 
que  ser  exigente  en  Samo- 
gicia. 

Aseguróle  que  me  encon- 
traba á  cuerpo  de  rey.  Ha- 
blAndole,   no  podía  evitar 
que  mi  vista  se  fijase  en  él 
con  una  curiosidad  que  yo 
mismo  encontraba  impertinente.  Su  mirada  te- 
nía algo  de  extraño  que  me  recordaba  á    pesar 
mío  la  del  hombre  que  la  víspera  había  trepado 
en  el  árbol...   ¿pero  cómo  puede  ser,  me   decía 
yo,  que  el  señor  conde  Szemioth  se  encarame  á 
los  árboles  de  noche? 


(Se  amtiv liará.) 


Traducción  de  A.  O. 


limSTIiCiOl:  Ctnii,  3t¡j-Jti7,  Üutii  Itliiu,  UiUr.— KesíriadM  ios  dereclios  de  propiedad  arlisiica  j  lileraria.— Las  m\mumr^  eo  Madrid,  al  represeotaDle  de  esla  Casa  D.  JlaDuel  l'lá  j  Valor,  Apodacj,  10, 2.* 

— )  INSÉRTESB  Ó  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  ( 


KsTAaLBcnnBirro  TiroaKÁvtoo  db  B.  Basidü..— Callb  di  Villarkoii.,  múm.  17,  aKSAHCHB  pb  S&r  ^tohio.— Barcbloh&. 


SEMANARIO     CIENTÍFICO,     LITERARIO     Y     ARTÍSTICO 


V\<Ȓ\'^ 


Año  V 


Barcelona  3  de  Setiembre  de  1887 


Núm.  244 


EL  FAVORITO  (Cuadro  de  J.  Uinkadowlck) 


562 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


S\l  MARIO 


TaxTO.— Madrid.  Carta»  á  «<  prima,  por  Fenwnflor.— Jíe- 
I  (eontinuicióD) ,  por  Felipe  ilaibé.—Dttde  d  moni- 
•,  por  U.  MutlDei  BirrioniieTo.— £1  hijo  dH  rtgi- 
•,  por  Federico  Urrech*.  —  SxpMieión  wutriUma  de 
GMb,  por  Patrocinio  dv  Bic<laM.-/fi>  ta  almal  (poesU), 
por  F.  MarUnei  Ocoico.— Maestros  grabados.— £oJbi«  (con- 
ilnoación),  por  Próspero  ll«rtin<«  (trsduooióa  de  A.  O.^ 

GsiBtDOS— El  farorilo.— Espejismo.— £jcp<Mici(Hi  «uiriMina 
<iK«Titac<a(M<  (k  Cddi*:  El  córtelo  oflclsl  rlaltaodo  los  pa- 
ballones  después  del  acto  de  apertura.— ifodrtd.  Expoti- 
tUm  temeral  d*  FiUpmat:  Usos  j  ooetumbres.— SI  lago  de 
Como  (dos  grabados).— Baile  de  trajes.— /iti;(a«rra.'  El  pa- 
lacio dd  H<rdwlek  (dnco  grat>sdos).-E.\tátaa  colosal  de 
Santo  Tomás.  — B^o  las  lilas. 


M  ADRl  D 


nj^^Tj^e   A.   1^1    FKiJsaiA. 


TEATROS    Y    CIRCOS 

ÍMPIEZAN  á  circular  por  los  diarios  noticias 
teatrales  referentes  á  la  próxima  tempo- 
rada; hé  aquí  los  actores  que  probable- 
mente trabajarán  en  Madrid  y  los  teatros  en 
qae  tendremos  ocasión  de  aplaudirles:  al  Espa- 
ñol vendrán  Vico  y  Calvo;  á  la  Comedia  vuelve 
Mario,  y  con  él  según  todas  las  probabilidades 
la  Mendoza  Tenorio;  en  la  Zarzuela  cantarán  la 
Cortés  de  Pedral  y  la  Soler  Di-Franco,  en  uuión 
de  Bergés,  Soler  y  Subirá;  en  Lara  veremos 
este  año  á  Lujan;  en  Apolo  figura  una  compa- 
ñía linca,  de  la  cual  forman  parte  la  Hijosa  y 
Morales;  en  Variedades  cuya  compañía  tradi- 
cional se  ha  disaelto,  representarán  obras  popu- 
lares la  Lucia  Pastor  y  los  Mesejos;  tomarán 
posesión  de  Eslava  Julio  Ruiz  y  Escriu;  en 
Price,  como  en  los  anteriores  teatros,  se  canta- 
rán obras  alegres;  y  en  Martin  y  en  Novedades 
habrá  coros  de  chalas  y  literatura  más  ó  menos 
flamenca. 

La  temporada  se  presenta  como  la  anterior; 
difícil  para  la  dramática  seria:  muy  repleta  de 
traducciones  francesas  y  abundantísima  para 
los  que  prefieren  á  las  concepciones  filosóficas 
y  á  lo.s  conflictos  del  sentimiento  la  franca  y 
alborotada  ri.sa  de  los  saineteros. 

Cada  vez  se  hace  mas  difícil  formar  una  bue- 
na compañía  dramática  que  restaure  las  glorias 
tradicionales  de  la  escena  española  3'  cada  día 
se  maestra  la  escena  más  desierta  de  autores 
que  escriban  para  el  público  literario;  en  cam- 
bio el  teatro  como  recreo  de  una  hora,  como 
sustitución  del  cafó,  la  tertulia  y  la  taberna  va 
ensanchando  sus  dominios  asombrosamente. 

Decididamente  el  público  no  busca  emocio- 
nes en  el  teatro,  basca  solo  placer,  olvido  de  las 
penas. 

Ha  quedado,  paes,  el  teatro  reducido  á  dos 
cosas;  á  los  dramas  terroríficos  de  Echegaray 
que  todo  el  mundo  aplaude,  admira,  elogia  y  no 
vnelver  á  ver  y  la»  revistas  de  circunstancias, 
crítica  y  chismografía  escénica,  especie  de  ga- 
cetilla declamada  y  cantada,  que  no  merece 
iguales  {>onderacione8,  pero  á  las  cuales  el  pú- 
blico vuelve  una  vez  y  ciento  hasta  saberlas  de 
memoria. 

Es  una  literatura  que  completa,  por  decirlo 
asi,  el  tipo  del  madrileño  castizo;  éste  tiene  de 
día  el  espectáculo  de  los  toros;  pero  sus  noches 
estaban  desiertas;  ni  Ayala,  ni  Tamayo,  ni  Eche- 
garay, ni  Cano,  podían  llenarlas...  Una  reacción 
feliz  hacia  la  España  de  D.  Ramón  de  la  Cruz 
y  una  desdichada  traslación  del  periodismo  polí- 
tico á  la  escena  han  venido  á  llenar  esas  noches. 

Y  ha  suceílido  lo  que  necesariamente  debía 
suceílen  la  pequeña  literatura  se  ha  tragado  á 
la  grande,  porque  la  pequeña  está  en  la  índole 
de  nuestro  pueblo  y  la  grande  no.  En  tiempo 
de  Calderón  y  Lope  de  Vega  los  sentimientos 
fundamentales  de  un  teatro  eran  los  del  pueblo; 
pero  hoy  que  no  tenemos  sentimientos  funda- 
mentales ningunos,  el  pueblo  se  hastía  pronto 
de  lo  que  no  responde  á  las  condiciones  tradicio- 


nales de  su  carácter.  La  espada  y  el  crucifijo 
han  pasado,  pero  la  guitarra  no  ha  pasado  ai\n; 
y  de  padres  á  hijos  se  ha  trasmitido  como  el 
mejor  alivio  para  desahogar  el  pecho.  Siempre 
hay  un  corro  allí  donde  se  canta  una  seguidilla, 
pero  si  queréis  despejar  de  gente  un  local,  em- 
pezad á  leer  un  poema  épico. 

Como  esta  afición  á  la  seguidilla  y  á  la  gui- 
tarra nos  viene  de  los  primeros  años,  entende- 
mos bien  su  lenguaje  y  acudimos  á  él  como  á 
los  gritos  maternos.  Además  y  por  semejante 
razón,  somos  aptos  para  copiar,  remedar  ó  in- 
terpretar lo  chulesco  en  su  verdadero  carácter, 
espíritu  y  gracia,  mientras  que  difícilmente  po- 
demos elevarnos  A  la  interpretación  de  senti- 
mientos y  personajes  de  otras  nacionalidades, 
de  otras  razas  que  no  conocemos  por  la  vida  real 
sino  por  la  lectura  de  los  libros.  Así,  pues,  ve- 
mos surgir  cada  día  actores  y  actorcillos  cómi- 
cos, populares,  castizos,  de  cuerpo  y  alma  de 
guri/xi,  que  traen  toda  la  sal  del  arroyo  sin  que 
les  cueste  esfuerzo  verterla  porque  la  tienen  de 
nacimiento.  Casi  todos  los  actores  cómicos  tan 
queridos  del  público,  verdaderas  celebridades  y 
que  llenan  sus  teatritos,  no  son  propiamente  ar- 
tistas ni  cómicos,  sou  Fulano  de  tal,  hombre  gra- 
cioso por  que  sí,  que  hace  gracia  por  lo  mismo,  y 
que  aunque  quisiera  no  podría  dejar  de  hacerla. 
Cualquiera  que  sea  el  personaje  que  represen- 
tan, son  ellos  y  nada  mas;  su  presencia,  natu- 
ralmente cómica,  basta  para  producir  efecto;  en 
la  calle,  sin  hablar,  nos  hacen  reir  y  solo  cuan- 
do se  mueran  dejarán  de  ser  graciosos.  Es  que 
Dios  les  ha  concedido  el  don  de  un  gesto,  de  un 
falsete,  de  un  desequilibrio  físico  cualquiera 
ante  el  cual  no  es  posible  guardar  compostura 
ni  seriedad.  De  esta  nota  repetida  hasta  el  infi- 
nito viven;  porque  la  repetición  en  lo  cómico  no 
es  como  en  lo  sublime;  si  en  lo  sublime  produce 
la  monotonía,  en  lo  cómico  despierta  siempre  la 
hilaridad. 

Si  vemos  tanto  teatrillo  pequeño  que  prospe- 
ra y  si  en  todos  esos  teatrillos  vemos  compañías 
relativamente  aceptables  y  actores  con  reputa- 
ción de  notabilísimos,  es  porque,  nacidos  en  ol 
pueblo,  educados  en  el  café,  connaturalizados 
con  las  patronas  de  las  casas  de  huéspedes,  las 
chulas  y  los  toreros  dominan  el  género  que 
representan.  Al  representar  las  obras  de  su  re- 
pertorio no  fingen:  viven  su  propia  vida. 

Por  el  contrario  los  actores  de  los  grandes 
teatros,  los  artistas  llamados  á  representar  las 
concepciones  superiores  del  talento  necesitan 
como  primera  condición  transformarse  de  ca- 
rácter, de  actitudes  y  hasta  de  figura,  adoptan- 
do las  de  personajes  cuyo  mundo  tal  vez  no 
conocen.  Tantas  obras,  tantas  creaciones  distin- 
tas tienen  que  interpretar,  fundamentadas  no 
en  lo  risible,  grotesco  y  ridículo,  sino  en  senti- 
mientos íntimos  difíciles  de  traducir  y  de  expre- 
sar por  sus  delicadísimos  matices. 

Y  hé  aquí  de  lo  que  realmente  estamos  nece- 
sitados en  ei  teatro:  de  actores  que  nos  repre- 
senten hombres  yno  muñecos  trágicos  ó  simples 
caricaturas.  Tenemos  actores  que  dicen,  gesti- 
culan ,  accionan  y  andan  admirablemente  el 
drama  estentóreo  y  los  tenemos  que  dan  quince 
y  raya  á  los  ratas  originales;  pero  no  los  tene- 
mos para  interpretar  comedias  ó  dramas  en  que 
los  personajes  no  sean  energúmenos  ó  chi- 
flados. 

Si  no  es  un  drama  de  Echegaray  no  he  visto 
anunciada  ninguna  otra  obra  original,  y  la 
temporada  futura  correrá  sin  grandes  acciden- 
tes. Lastimoso  es  el  estado  de  la  literatura  dra- 
mática; nacida  del  gran  decaimiento  de  espíritu 
en  que  están  los  autores.  Los  autores  que  aspi- 
ran á  triunfos  solemnes  y  trascendentales  no 
saben  qué  dirección  dar  á  sus  producciones;  el 
público  no  les  indica  ningún  camino  por  el  cual 
puedan  marchar  gloriosamente;  un  camino  sin 
Pobres  chicas,  sin  Ratas,  y  sin  música  do  Val- 
verde  y  Chueca.  La  nota  tremenda  está  gastada 
y  el  público  la  tolera  sólo  en  Echegaray,  por- 
que esta  personalidad,  síntesis  de  muchas  cua- 
lidades prodigiosas,  le  infunde  supersticioso 
respeto. 

Al  leer  las  listas  de  obras  y  de  actores  que 


presentan  las  empresas  se  imagina  uno  que  vol- 
verán parala  zarzuela  sus  buenos  tiempos;  pero 
ya  está  visto  que  todos  estos  teatros  que  inten- 
tan fijar  al  público  con  la  música  española 
burguesa,  honrada,  honesta,  tan  apartada  de  la 
ópera  como  de  la  tonadilla,  vienen  á  dar  en  la 
opereta  parisiense  6  descienden  hasta  el  cante. 
Al  fin  y  al  cabo  todo  el  Madrid  que  no  ha  ve- 
raneado ha  oído  todas  las  noches,  por  una  pe- 
seta, en  el  jardín  del  Retiro,  la  mejor  música  de 
los  maestros  italianos  y  alemanes.  Pensar  en  la 
resurrección  de  la  zarzuela  es  pensar  hoy  en 
que  vuelvan  los  pantalones  con  trabillas  y  el 
brasero. 

Estamos  muy  lejos  de  aquellos  tiempos  en 
que  sólo  podían  aspirar  á  los  laureles  dramá- 
ticos muy  contados  autores;  y  estos  ya  de  reco- 
nocido talento.  Hoy  el  número  de  autores  que 
triunfan,  es  infinito,  y  casi  puede  asegurarse 
una  cosa,  aunque  parezca  broma,  y  es  que  los 
más  famosos  son  los  más  desconocidos.  En 
efecto,  si  pregunta  V.  en  cualquier  sociedad  el 
nombre  del  autor  de  una  pieza  que  lleva  cien 
representaciones,  no  encuentra  V.  quien  se  lo 
diga.  El  teatro  es  de  los  pequeños  y  á  la  verdad 
que  ya  era  tiempo;  siglos  hacía  que  era  de  los 
grandes. 

Mas  no  censuremos  este  aspecto  do  nuestro 
teatro;  tengamos  en  cuenta,  prima,  que  los  que 
van  á  estos  teatrillos  no  irían  al  Español  de 
ningún  modo;  parte  porque  no  entienden  la 
literatura  seria;  parte  porque  los  precios  de  los 
grandes  teatros  no  están  á  su  alcance.  Además 
si  los  autores  de  primer  orden  elevan  el  es- 
píritu de  sus  contemporáneos,  los  autorcillos 
populares  están  haciendo  una  obra  meritoria: 
impedir  la  completa  disolución  de  la  nacionali- 
dad española. 

He  hablado  de  los  precios  de  algunos  teatros 
y  ciertamente  que  no  hay  motivo  para  criticar 
los  precios  del  Español  ni  de  la  Comedia  cuan- 
do vemos  á  nuestra  sociedad  elegante  dar  un 
duro  por  una  silla  de  Price  en  los  días  de 
moda;  siendo  así  que  allí  solamente  se  ve  hacer 
títeres. 

Imposible  parece  que  se  pague  tan  caro  el 
aburrimiento.  Algunos  clown.s  cuyo  mérito  prin- 
cipal consiste  en  dar  y  recibir  pescozones;  al- 
guna pantomima  que  hace  reir  á  los  hebés  y 
algunos  ejercicios  en  el  trapecio,  ni  más  ni  me- 
nos arriesgados  que  los  que  siempre  hemos 
visto;  hé  aquí  Price.  Sólo,  realmente,  ofrece  un 
espectáculo  interesante,  y  por  su  naturaleza 
siempre  nuevo,  Mr.  Seeth,  el  domador  de  leo- 
nes, cuya  despedida  se  ha  verificado  ayer. 
Mr.  Seeth  es  un  hombre  joven,  alto,  de  gallarda 
figura,  que  muestra  en  sus  actitudes  tener  con 
ciencia  de  la  importancia  de  su  trabajo  y  del 
efecto  que  su  valor  produce  en  el  público.  No 
puede  menos  de  mirársele  con  cierto  respeto, 
como  á  un  hombre  cuyo  trágico  fin  está  pre- 
visto y  será  inmediato.  En  su  jaula  hay  leones 
de  varias  edades  y  de  varios  caracteres,  sin 
duda.  Algunos  son  ya  viejos;  dóciles,  están  acos- 
tumbrados á  su  voz,  se  rinden  á  ella  cariñosa- 
mente, y  más  que  leones  diríase  que  son  jjerros 
de  Terranova.  A  éstos  los  coge,  les  abre  las 
fauces,  les  trae  y  los  lleva  arrastrándolos,  sin 
que  ellos  muestren  enojo  jji  cólera.  Hay  otros, 
más  jóvenes,  rebeldes  aún,  pero  temerosos  '  del 
hierro  y  del  látigo;  que  obedecen  con  ceño  y  se 
resignan  difícilmente  á  los  varios  ejercicios  que 
el  domador  les  impone;  y  otros,  por  fin,  hay 
también,  que  obedecen;  pero  con  rugidos  de  fu- 
ror, alargando  hacia  el  domador  sus  cuellos  me- 
lenudos, abriendo  feroces  la  ancha  boca  y  esti- 
rando la  garra  y  dando  zarpazos  que  algunas 
veces  casi  llegan  á  tocar  la  diestra  amenazadora 
de  Mr.  Seeth...  Pero  todos  estos  leones,  cuando 
él  lo  quiere,  se  acuestan,  se  alzan,  se  ponen  de 
pies,  saltan  sobre  su  cabeza,  pasan  bajo  sus 
piernas,  trazan  curvas  y  círculos  correctos,  re- 
ciben ef  fuego  de  los  pistoletazos  que  les  dispa- 
ra, y  siempre  amenazadores  y  obedientes,  siem- 
pre hacen  temblar  y  horrorizarse  al  público  sin 
estremecer  ni  turbar  á  su  domador  ni  un  solo 
momento. 

La  fuerza  de  Mr.  Seeth  está  en  su  actitud  y 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


563 


en  su  mirada.  Los  leones  le  miran  y  bajan  los 
ojos;  le  ven  que  no  tiembla  y  tiemblan.  ¡Des- 
graciado de  Mr.  Seeth  el  día  en  que  sus  pasos 
vacilen  y  sus  ojos  se  turben! 

No  hace  mucho  tiempo  los  diarios  dieron 
noticia  de  la  muerte  de  Agop.  Este  hércules 
fué  el  ayudante  de  Nouma-Hawa,  la  célebre  do- 
madora; con  ella  compartía  el  cuidado  de  su 
colección  de  leones.  Un  día  se  echó  de  menos 
al  ayudante,  y  habiendo  preguntado  á  Nouma- 
Hawa  por  él,  ella  dio  varias  razones  que  dis- 
culpaban su  ausencia;  pero  añadió: — «Agop, 
de  todos  modos,  concluirá  mal;  les  ha  tomado 
miedo  á  los  leones;  yo  se  lo  he'  conocido  y  ellos 
deben  habeilo  conocido  también.  Si  no  deja  este 
oficio  morirá  en  él.  Nuestro  secreto  es  fácil  de 
adivinar;  consiste  en  no  tener  miedo.  No  se 
doma  á  los  leones;  se  presenta  uno  á  ellos;  deci- 
dida, impávidamente,  la  primera  vez.  Entonces 
se  aterran  y  retroceden.  Están  vencidos.  Agop 
se  ha  puesto  á  temblar  dentro  de  la  jaula;  los 
leones  lo  han  visto;  y  además  grita  demasiado; 
no  tiene  bravura  sino  fanfarronería,  y  eso  no 
basta.  Cuando  un  domador  empieza  a  temblar, 
ó  se  retira  ó  muere.»  En  efecto,  Agop  no  se  re- 
tiró y  murió  destrozado  en  la  jaula. 


Esta  teoría  es  exacta  porque  se  ha  visto  que 
han  entrado  en  la  jaula  de  los  leones  personas 
que  ellos  no  conocían,  habiendo  podido  retirar- 
se incólumes. 

Una  de  las  leonas  de  Mr.  Seeth  deja  en  Ma- 
drid algunos  leoncillos;  varios  de  estos  fueron 
rifados  y  otros  han  sido  adquiridos  por  algu- 
nas damas  de  las  que  frecuentan  el  jardín  del 
Buen  Retiro  y  que  les  llevan  en  brazos  como 
falderos.  Parecen  perritos,  así  de  pronto,  pero 
luego  se  ve  que  son  nietos  de  los  reyes  del 
desierto. 

— ¿Qué  piensa  V.  hacer  con  el  león  cuan- 
do crezca? — le  preguntaron  á  una  do  aquellas 
damas. 

• — Encargarle  de  recibir  á  mis  acreedores. 

Es  novelesco,  bonito  y  elegante,  tener  un 
león;  pero  no  debe  ser  grato  preguntar  por  los 
niños  de  la  casa  y  oir  por  respuesta: 

— ¿Sabe  V.  lo  que  ha  pasado?  pues  nada,  que 
Sultán  se  los  ha  comido. 

Pero  todos  estos  leones  tienen  asegurada  su 
jubilación;  los  comprará  el  ayuntamiento  para 
terror  de  las  nodrizas  y  bebés  que  pasean  por  el 
Parque  de  Madrid. 

Y  se  podrá  repetir  el  caso  de  aquel  niño  que 


viendo  en  la  Casa  de  Fieras  el  antiguo  león, 
viejo,  flacucho,  anémico,  de  ojos  tristes,  insen- 
sible á  las  palabras  y  las  injurias  de  los  extra- 
ños, exclamó: 

—¿Mamá...  este  león...  es  el  de  España? 
Tuyo, 

Fernanflor. 

m— ■ 


RECUERDOS 


(OONTINnACIÓN) 

Por  fin,  el  astro  del  día  quedó  triunfante  en 
la  lucha.  El  azul  purísimo  del  cielo  inundó  con 
su  radiante  esplendor  el  horizonte.  Los  rasgados 
cortinajes  de  la  niebla  se  perdieron  lentamente  en 
el  espacio,  y  allá,  al  final  de  aquella  larguísima 
pendiente,  y  á  derecha  é  izquierda  de  la  carre- 
tera que  blanqueaba  entre  verdes  prados  y  árbo- 
les frondosos,  se  divisaron  los  primeros  jinetes 
de  la  vanguardia  exploradora,  seguidos  á  distan- 
cia de  la  línea  avanzada  de  patrullas,  que  pre- 
cedían á  la  segunda  línea  de  secciones  de  con- 
tacto, y  más  cerca  el  grueso  de  la  fuerza  restante 
de  caballería,  que  marchaba  por  la  carretera. 


í'íí'^^S^ 


ESPEJISMO  (Acuarela de  C.  Combes) 


¡Hermo.so  espectáculo  que  nunca  olvidaré! 
Aquellos  jinete.s  lejanos  que  marchaban  á  la  ca- 
beza de  todas  las  fuerzas  de  la  división,  eran, 
por  decirlo  así,  los  ojos  penetrantes  de  aquel  or- 
ganismo de  combate  que  habían  de  señalamos  la 
presencia  del  enemigo. 

Según  pude  entender,  por  noticias  cogidas  al 
vuelo,  operábamos  en  combinación  con  las  fuer- 
zas de  otra  división,  que  se  dirigían  por  nuestro 
flanco  izquierdo,  para  verificar  su  enlace  con  la 
nuestra  en  aquel  mismo  día.  Con  este  motivo,  se 
proctiraba  mantener  expeditas  las  comunicacio- 
nes entre  ambas,  destacando  al  propio  tiempo 
exploradores  por  nuestro  flanco  derecho,  que  po- 
día ser  el  más  amenazado,  prestando  también  la 
infantería  el  penosísimo  servicio  de  flanqueo,  y 
formando  unos  y  otros, 'con  los  e.xploradores  de 
la  vanguardia,  una  cortina  lejana  é  impenetra- 
ble al  enemigo  que  garantizaba  la  seguridad  de 
la  columna. 

Indudablemente  se  debían  tener  algxinas  no- 
ticias recientes  de  la  proximidad  del  enemigo, 
porque  se  redoblaban  las  precauciones  cada 
vez  más.  A  cosa  de  las  doce  de  la  mañana,  un 
oficial  de  la  vanguardia  exploradora,  seguido  de 
un  ordenanza,  avanzó  á  la  carrera  hasta  nos- 
otro.s  para  dar  aviso  al  general  de  la  presencia  del 
enemigo,  que  se  había  divisado  á  lo  lejos,  y  dar- 
lo los  primeros  detalles  vistos  respecto  á  su  fuer- 
za y  dirección  .  A  los  diez  minutos ,  empezamos 
á  percibir  débilmente  los  primeros  disparos  de 
nuestros  jinetes,  que  señalaban  el  avance  del 
ejército  contrario.  El  general  se  adelantó  al  ga- 
lope hasta  la  meseta  de  una  colina,  situada  á  la 
izquierda  de  la  carretera,  para  observar  desde 
allí  los  movimientos  del  enemigo  y  tomar  las 
primeras  disposiciones  para  el  combate. 

Confieso  con  franqueza  que  en  aquellos  mo- 


mentos angustiosos,  sentí  correr  por  todo  mi 
cuerpo  una  cosa  extraña;  muy  parecida  al  mie- 
do; que  por  fortuna  desapareció  en  seguida  ante 
la  admiración  que  me  produjo  la  grandiosidad 
del  espectáculo. 

La  caballería  exploradora  desplegó  sus  flan- 
queos, adelantó  sus  patrullas  y  continuó  su 
marcha,  arrollando  con  bravura  las  descubiertas 
enemigas,  hasta  que,  encontrando  una  serie  re- 
sistencia ,  formó  en  orden  de  combate ,  tomando 
posiciones,  mientras  fueron  llegando  las  fuerzas 
de  infantería  de  vanguardia  que,  apoyándose  en 
aquel  primer  escalón,  desplegaron  sus  guerrillas 
formando  su  línea  de  sostenes  y  reservas,  y  rom- 
piendo un  vivo  fuego  de  fusilería  contra  las  nu- 
merosas avanzadas  contrarias. 

La  batería  de  vanguardia,  dejando  la  carre- 
tera, enderezó  su  marcha  rápidamente  hacia  la 
colina  ocupada  por  el  cuartel  general. 

Envuelta  en  un  torbellino  de  polvo,  llegó  cer- 
ca de  la  posición,  desplegó  en  batería,  avanzó  las 
piezas  á  brazo,  colocándolas  en  punto  convenien- 
te, y  rompió  sus  fuegos  contra  las  líneas  ene- 
migas. 

En  el  mismo  instante  en  que  nuestras  piezas 
se  emplazaron  en  batería,  coronaba  sus  posicio- 
nes la  artillería  enemiga.  Pero,  iniciaron  las 
nuestras  el  fuego,  con  tal  acierto  y  buena  fortu- 
na, que  sus  proyectiles  empezaron  á  caer  entre 
las  piezas  contrarias,  antes  que  éstas  nos  causa- 
ran daño  alguno. 

Desde  la  cima  de  aquella  meseta  pude  distin- 
guir á  mi  placer,  en  los  primeros  momentos,  los 
puntos  que  ocupaba  el  enemigo  y  las  posiciones 
sucesivas  que  nuestras  tropas  tomaban  en  su  rá- 
pido despliegue.  Cuando  ya  la  lucha  se  había  ge- 
neralizado algo  más,  el  humo  de  la  pólvora  me 
ocultó  las  peripecias  del  combate,  y  el  estrépito 


incesante  del   cañón  me  ensordeció  por  com- 
pleto. 


II 


EL  MIEDO 

Las  granadas  enemigas  empezaron  á  causar 
bastantes  bajas  entre  nosotros,  y,  á  decir  verdad, 
me  arrepentí  como  de  mis  pecados,  en  aquella 
ocasión,  de  haberme  metido  donde  no  me  llama- 
ban, y  encontrarme  en  trance  tan  apurado.  Algo 
de  esto  debió  leer  en  mi  semblante  el  general, 
cuando  una  de  las  veces  que  volvió  la  cabeza  para 
dar  una  orden,  me  preguntó  si  quería  encargar- 
me de  organizar  á  retaguardia  un  hospital  de 
sangre,  poniendo  á  mi  disposición  las  ambulan 
cias  sanitarias. 

Con  mil  amores,  mejor  dicho,  con  doscientos 
millones  de  amores,  acepté  la  proposición,  tanto 
más,  cuanto  que  la  casualidad  quiso  favorecerme 
dejando  libre  á  nuestra  derecha,  y  á  mi  parecer 
fuera  del  alcance  del  fuego  enemigo,  mi  caserío 
de  Fuentesdaras.  Un  ayudante  me  condujo  fue- 
ra de  aquel  infierno,  me  presentó  al  jefe  de  Sa- 
nidad, y  al  cabo  de  hora  y  media  instalé  en  mi 
propia  casa  un  cómodo  hospital  de  sangre,  enar- 
bolando  sobre  el  tejado  más  alto  una  gallarda 
bandera  blanca,  con  su  cruz  roja,  que  decía  á 
voz  en  grito:  ¡Aquí  no  se  debo  tirar!  Esto  no  im- 
pidió que  algunas  granadas  enemigas  tocaran  en 
el  edificio,  pero  sin  causar  desgracias  ni  daños 
considerables. 


(Se  concluirá.) 


Felipe  Mathé 


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566 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


DESDE  EL  MANICOMIO 

(Mtmólogo  r«pr«sentnbU  sin   camisa  d*  ftmrsaj 

Ka  copu 
Esta  que  escribo  á  vuela  pluma  y  sólo  para 
que  tú  la  leas,  me  está  pare- 
ciendo que  ha  de  llamar  mu- 
cho la  atención  de  las  gen- 
te*, porque  se  dinln  mirán- 
doa©,  burla  burlando,  con 
risas  7  lástimas: 

—Oh^e,  ¿no  ves?  ¡La  carta 
de  un  loco! 

Si  yo  no  te  tuviera  aún 
respeto,  diría  que  la  loca 
eree  tú;  pero  loca  de  remata; 
tan  loca,  que  tratas  de  vol- 
verme el  sentido  y  se  lo  has 
de  volver  á  todo  el  mundo, 
hasta  se  lo  volverás  á  ese. 
Pero  no  quiero  hablar  aquí 
ahora  de  tu  sentido  ni  del 
mío,  sino  explicar  muy  claro 
el  por  qué  la  gente  leerá  mi 
carta,  la  comentará  después, 
é  irá  de  este  al  otro  lado  con 
el  documento  y  con  mi  nom- 
bre de  boca  en  boca,  cuando 
es  la  verdad  que  sólo  está  la 
carta  para  ti  escrita,  sin  quf> 
ningún  humano  6  divino, 
que  para  mi  es  igual,  debiera 
traslucir,  en  su  Wda  mortal 
6  eterna,  la  noticia  de  que  te 
escribieron  y  de  que  fui  yo. 
Cierto  es  que  nadie  debía 
traslucirlo,  pero  como  la  lo- 
cura mía  la  has  causado  tú, 
y  gusta  al  verdugo  enseñar 
el  tomillo  con  que  agarrota 
y  el  hacha  con  que  cercena, 
por  esa  misma  causa  tú  can- 
tarás á  grito  |)elado,  para 
que  los  sordos  te  oigan,  que 
yo  te  escribí  una  carta,  y  que 
en  ella  te  dije  lo  de  más  acá 
y  lo  de  más  allá,  queriendo 
demostrar  así  que  mi  locura 
es  de  remate  y  locura  sin 
cura...  ¡Ay,  Dios  mió!  ¿Por 
qué  me  duele  el  alma  pen- 
sando en  que  tus  angelicales 
dulzuras  de  otros  días  se 
convirtieron  en  odio  contra 
mí,  cuando  si  es  verdad  que 
me  volví  loco  fué  por  tu  ca- 
riño!... ¡Loco!...  ¡Loco  yo,  que 
tan  cuerdamente  expreso  mis 
ideas!...  ¡Loco  yo,  que  vivo 
en  este  palacio  encantado  de 
piedras  preciosas  y  de  co- 
lumnas de  orol... 

¿Tú  no  has  visto  mi  pala- 
cio? Yo  te  lo  describiría  aquí 
con  BUS  pelos  y  señales...  ¡ya 
ves  qu»'í  barbaridad,  qué  ex- 
rrav;i^';iiiria!  df-cirque  un  pa- 
l;i<¡.i  tifiK;  jK-los.  En  fin,  vos- 
1 1  s,  \<)H  (^e  estáis  en  f\  uso 
.  ..I.iil  de  la  razón,  lo  decís  asi, 
y  no  e«  posible  que  Un  loco 
lo  diga  mejor  que  un  cuerdo. 
Te  describiría,  pues,  mi 
palacio  con  sus  i)elos  y  se- 
ñales, si  yo  supiese  que  ibas 
á  comprender  la  explicación; 
porque  tengo  la  seguridad 
de  que,  lacrimosa  y  compungida,  y  ocultando 
la  risa  que  por  dentro  te  retozara,  ocuparíaste 
en  pensar  que  un  loco  solamente  puede  escri- 
bir locuras  y  no  de  fijar  el  ¡)en8amiento  mesu- 
rado y  afanoso  para  entender  «i  alguno  cuerdo 
encontrabas  en  lo  qne  el  demente  dijera...  ¡Ay, 
santa  de  mi  Hlmal...  iSienijire  que  i*;  voy  á  de- 
cir santa  me  acuerdo  de  los  demonios  y  viene 
á  mis  labios  la  palabra:  «¡maldita!»  Pero,  ¡qué 
quieres,  ángel  de  mi  corazón!...  Siempre  están 


mis  labios  próximos  á  acogerse  á  la  santidad, 
antes  que  al  infierno.  ¡Si  hubiese  alguno  que 
me  pudiera  definir  lo  que  tienes  tú  de  culebra 
y  lo  que  tienes  de  ángel!...  Se  me  figura  en  oca- 
siones que  te  veo  la  cola  de  escamas,  con  ani- 
llos azules,  que  me  aprietan,  que  me  están  aho- 


O 
LE 


gando,  y  las  alas  do  nro  refulgentes,  que  me 
acarician,  haciéndome  aire  en  el  rostro,  un  aire- 
cilio  perfumado  y  mareador,  como  aquel  de  la 
primera  rosa  que  deshojamos  juntos. 

A  tí  no,  ¡á  mi  madre!  á  mi  madre,  que  es  más 
buena  que  tú,  á  esa  es  á  quien  yo  debía  contar 
mis  alegrías...  porque  yo  estoy  alegre,  ¿lo  sa- 
bes? Yo  estoy  alegre,  y  no  me  desmientas  que- 
riéndome probar  lo  contrario  y  diciéndome  que 
sufro,  porque  seria  capaz  do  destrozarme  ol  co- 


razón con  las  uñas,  de  rabia  de  quererte  tanto. 
Si  j'o  estoy  alegre,  ¿por  qué  has  de  negarlo  tú? 
No,  no...  ¡madre  de  mi  alma!  que  ella  me  ha 
vuelto  el  juicio;  ¡dile  que  nol  ¡Que  yo  estoy 
contento,  que  huya  de  mis  insomnios,  que  yo 
no  la  vea,  que  me  ahoga!...  ¡Madre,  madre,  quo 
me  ahoga!...  Pero,  ¿no  ves?  ¡Si  es  que  me  aho- 
ga la  risa!...  ¡Y  dices  que  no  estoy  alegro!... 
Tengo  yo  un  palacio...  verás;  pero  procura  no 
enterarte,  ¡ay,  no!...  que  te  adoro  aún,  3'  no 
quiero  que  te  mueras;  porque  te  morirás,  ¿tú 
sabes?  ¡Habrás  do  morirte  despacito,  muy  des- 
pacito, asi  como  la  envidia  se  va  agarrando  al 
corazón!  Pero  no  quiero  que  te  mueras.  ¡Pobre- 
cita!  ¡Tienes  los  ojos  tan  dulces!  ¡Si  vieras  tú 
como  parece  que  me  miran  muchos  ojos,  mu- 
chos, iguales  quo  los  tuj'os,  en  las  noches  apa- 
cibles, cuando  está  el  cielo  cuajado  de  estrellas! 
jNo,  no  te  mueras  nunca!  ¡Eres  la  mujer  que  yo 
había  separado  de  las  otras,  para  poner  en  tus 
entrañas  mis  hijos,  unos  niños  y  ilnas  niñas 
con  los  cabellos  dorados  y  los  ojos  azules,  ves- 
tiditos  de  seda  blanca  y  con  alas  do  hojas  de 
flores  muy  tenues,  muy  finas,  muy  suaves,  como 
para  que  pudieran  volar  y  venir  á  este  jialacio 
ecr-antado,  que  hice  yo,  de  piedras  preciosas  y 
de  columnas  de  oro! 

Es  grande  mi  palacio,  grande  como  ninguno 
de  esos  de  la  tierra  mezquina;  lo  he  construido 
sobre  le  veleta  de  la  torre  que  hay  en  el  jardín 
del  manicomio;  por  este  motivo,  gira  mi  palacio 
á  todos  vientos;  es  un  gran  espectáculo,  variadí- 
simo siempre,  el  que  desde  sus  miradores  se 
distingue;  estos  miradores  fueron  labrados,  de 
mi  orden  superior,  por  un  artífice  que  vestía 
hopalanda  azul  y  bonete  rojo;  son  las  maderas 
de  un  árbol  que  yo  sembré,  cuando  pasaba  to- 
davía por  cuerdo;  están  tachonadas  con  grana- 
tes, perlas  y  záfiros.  No  diré  cómo  están  las 
habitpciones  del  palacio  disitribuídas,  porque 
sería  de  muj'  difícil  comprensión  para  un  míse- 
ro cuerdo,  pero  sí  haré  constar,  para  asombro 
de  quien  mi  carta  lea,  que  tengo  por  habitacio- 
nes en  el  alcázar,  un  ciólo,  una  mazmorra,  una 
casa  de  locos,  una  guardilla,  un  infierno  y  un 
limbo. 

La  habitación  del  cielo  es  para  meterme  en 
ella,  cuando  me  doy  á  pensar  en  tí;  la  mazmo- 
rra, para  cuando  me  dedico  á  indagar  lo  negro 
que  de  pronto  se  pondría  tu  corazón  puesto 
que  así  me  matas  y  tan  divino  era;  enciérrome 
en  la  guardilla,  al  pensar  en  las  causas  de 
tu  abandono;  caigo  en  el  infierno  de  cabeza,  al 
recordar  todas  las  bondades  tuyas,  sin  expli- 
carme el  motivo  de  tu  súbito  horror  á  un  cari- 
ño por  el  que  tantos  sacrificios  hacías;  es  el 
limbo  para  pensar  en  tus  inocencias,  tus  casti- 
dades, tus  rubores,  y  la  casa  de  locos...  es  la 
tuya. 

En  mi  sala  del  cielo  he  mandado  colgar  un 
columpio:  es  el  columpio  una  bella  concha  de 
nácar  fina;  la  fileteé  de  diamantes,  recordando 
el  brillo  de  tus  ojos;  sostiénese  la  concha  como 
tú  te  sostenías  al  amarme,  con  dos  hilos  muy  te- 
nues, uno  de  lágrimas  y  otrf  de  ilusiones;  com- 
paro á  esa  concha  contigo,  ¡pobre  amada  mía! 
¡algo  grande  jicsó  sobi-e  ti,  y  aipiollos  hilos  mis- 
teriosos de  ilusiones  y  lágrimas  se  hicieron  pe- 
dazos! ¡Quo  misterio  más  triste  la  evolución 
tuya!...  Por  e.so  yo  me  columpio  siempn!  metido 
en  mi  r.oncha,  pensando  en  tu  carácter  y  viendo 
á  mis  pies,  do  rodillas,  la  corte  grandiosa  de 
damas,  pajes,  escuderos,  monos  y  demás  gente 
menuda  que  tengo  bajo  mi  santa  autoridad. 

Mis  favoritos,  los  que  gobiernan  mi  palacio, 
mi  pensamiento  y  mi  corazón,  son  tros:  un  ge- 
nio, un  ángo!  y  una  sirena.  En  las  tardes  pláci- 
das de  estío,  cuando  el  sol  va  declinando  .suave- 
mente y  susurran  las  brisas  dulces  quejas  de  las 
quo  yo  te  contaba  al  oído  en  un  tiempo  en  que 
tú  solías  llorar  de  emoción  oyéndome;  cuando 
allá  lejos  miro  las  olas  del  mar  estrellarse  blan- 
damente sobre  los  guijarros  y  las  arenas  do  la 
playa,  rodéeme  entonces  de  mis  favoritos,  en- 
ciendo los  hilos  de  mi  columpio,  on  llamaradas 
de  pasión  y  alegría,  iluminase  la  concha  con  los 
colores  del  iris,  y  con  cierta  original  batuta  que 
hice  yo  con  la  canilla  de  un  muerto,  dirijo  la 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


567 


gran  sinfonía  monstruosa  de  mundos  que  esta- 
llan, rayos  que  vibran,  planetas  que  chocan, 
infernal  baraúnda  donde  sacude  la  serpiente  su 
larga  cola,  ruge  ol  león,  el  tigre  brama  y  vuelan 
por  los  espacios  sobre  mi  cabeza  con  aleteo  que 
trepida  como  el  rugido  de  las  tempestades,  en- 
driagos y  alimañas  feroces;  todo  lo  cual  sale  de 
mi  cerebro  atropelladamente  cuando  toco  j'o  en 
él  con  la  punta  de  la  varita  de  la  virtud.  Decli- 
na en  esto  la  tarde,  llega  la  noche,  surge  la 
luna,  doy  una  orden  á  mi  genio  favorito,  saca 
una  llave  de  acero  dura  como  mi  constancia  y 
brillante  como  tu  artificio;  sube  el  genio  en  mis 
hombros,  abre  una  puertecita  que  tengo  en  la 
mollera  y  entonces...  ¡Oh!  De  mi  meollo  que  pa- 
rece una  caja  de  rapé,  esperando  las  puntas  del 
índice  y  pulgar  de  cualquier  sujeto,  sale  humo, 
mucho  humo,  después  unas  llamitas  azuladas  y 
tú  al  fin,  vestida  de  blanco,  igual  que  aquellos 
niños  de  tus  entrañas,  de  ojos  azules  y  cabellera 
blonda.  ¡Tú  eres,  sí,  santa  de  mi  alma,  tú  eres, 
y  yo  me  hinco  de  rodillas  y  te  rezo  y  te  imploro 
y  te  pido  perdón  y  tú  sonríes  y  yo  beso  llorando 
la  túnica  flotante  que  te  envuelve!  ¡Te  veo  allí, 
con  sonrisa  de  ángel  triste,  resignada,  llorosa, 
desbandado  el  cabello  en  señal  de  luto,  humilde, 
buena,  con  los  divinos  ojos  de  mi  corazón  alza- 
dos al  cielo,  las  manos  cruzadas  en  ademán  de 
súplica,  la  carita  pálida  como  de  muerta  y  tie- 
nes flores  en  las  manos  y  corona  blanca  en  la 
frente,  todo  niveo,  poético,  emanando  suave 
perfume  de  gloria,  entre  nubéculas  que  flotan 
como  el  incienso  y  la  ilusión...  y  nos  metemos  en 
la  concha  del  columpio,  nacarada  y  con  filos  de 
diamantes  y  vamos  columpiándonos  embebidos 
en  dulces  gozos,  teniendo  como  arrullo  de  nues- 
tro embeleso  pvirisimo  de  amor,  aquella  gran 
sinfonía  tremenda  do  mundos  que  estallan,  ra- 
yos que  vibran...  hasta  que. los  hilos  del  colum- 
pio se  parten,  la  concha  se  hunde,  nos  estrella- 
mos y  abur  Perico. 

Otras  veces,  hago  que  surja  el  mar  delante 
de  mí;  veo  sus  olas  azules,  con  ráfagas  de  oro, 
de  los  reflejos  del  sol,  y  plomizas  con  los  tonos 
de  las  nubes;  las  olas  cantan  dulce  melodía, 
como  aquellos  gorjeos  tuyos  entonados  en  mi 
oído,  y  yo  vuelo  mientras  tanto  por  los  aires 
sobre  el  mar  arrullador,  y  vuelo  solo  porque 
procuro  alejar  á  mis  favoritos.  El  genio  enca- 
rámase en  una  peña;  se  monta  el  ángel  en  una 
nube  y  la  sirena  se  tira  al  mar,  y  va  entre  las 
aguas,  sonriente  y  divina,  con  aquella  hermo- 
sura fantástica  y  aterradora,  como  la  que  tii 
tienes.  ¡Es  una  sirena  creada  por  tu  modelo! 
Escóndese  do  pronto  entre  las  aguas,  flota  allí 
con  suavidad,  culebrea  diestramente  y  deslum- 
hra la  vista  un  esplendor, — como  el  de  tus  ojos, 
— que  brota  de  aquel  medio  cuerpo  suyo  de 
escamas. 

Yo  vuelo  y  sigo  por  los  aires;  llevo  en  una 
mano  mi  palacio,  para  cuando  qtiiera  sentarme 
á  descansar  en  un  columpio  de  la  sala  del  cielo, 
y  en  la  otra  mano,  la  última  carta  tuya,  que 
me  parece, — aunque  ol  símil  lo  creas  tonto, — 
un  altar  socavado. 

Deténgome  á  lo  mejor  en  las  alturas;  y  al 
momento,  sin  que  yo  lo  ordene  porque  ya  están 
acostumbrados,  el  genio  dicta  desde  la  roca,  el 
ángel  escribe  con  pluma  de  oro  en  el  cielo,  y  la 
sirena  canta  en  el  fondo  de  los  mares.  ¡Cuántas 
lágrimas!  ¡Cuántas  amarguras!  ¡Cuántas  pasio- 
nes veo  yo  en  esos  cantos  populares,  quejum- 
brosos y  dulces;  ardientes  como  el  beso  meridio- 
nal; agudos  como  la  daga  milanesa;  rítmicos  y 
fantásticos  como  canción  morisca;  rumorosos  y 
embriagantes  como  las  brisas  perfumadas  do 
Ivaconia;  esos  cantos  de  tu  país,  ¡el  país  do  los 
viejos  castillas  romanos!  ¡Las  mezquitas  mo- 
ras! ¡Las  catedrales  cristianas! 

Sigue  la  sirena  cantando  mientras  yo  no  le 
ordene  otra  cosa.  Si  pienso  cu  tu  corazón  y  en  mi 
constancia, 

•Agilita  que  cae— cae, 
cécate  ya  en  donde  brotes, 
que  es  mentira  que  la  piedra 
^o  ablande  á  fuerza  de  golpes.» 

Cuando  se  fija  mi  pensamiento  ardoroso  en 
la  situación  horrible  de  que  tú  murieses  sin  yo 


estar  á  tu  lado;  sin  yo  velar  tus  noches  de  deli- 
rio, de  rodillas  ante  tu  cama;  sin  yo  cerrar  tus 
ojos  después  de  muerta.  ¡Dios  mío! 


•  lEl  dl>i  que  tú  te  mueras 
que  guarden  el  cementerlol 
Ño  quiero  estar  en  presidio 
por  profanar  á  los  muertos.» 


También  tengo  celos;  también  me  acomete 
de  tarde  en  tarde,  algo  así,  como  desesperación  y 
vértigo  de  horrores;  algo  que  metaliza  mi  voz 
para  que  se  convierta  en  rugido  vibrante; 
¡pienso  en  mi  madre!  ¡En  tí!  ¡En  que  hay  otros 


hombres! 


EL  LAGO  DE  COMO:  TORNO 


Si  como  ráfaga  de  centella  ilumina  mi  ima- 
ginación el  recuerdo  de  la  noche  que  pasaste 
por  mi  lado,  tranquila  y  dichosa,  la  vez  primeru 
que  te  vi  después  de  tu  abandono,  tiene  enton- 
ces la  copla  algo  de  lúgubre  y  sollozante: 

■  iCuando  pasó  por  mi  lado 
la  vio  de  reír  la  gente, 
y  un  poquito  más  arriba 
cayó  muerta  de  repeiitel» 


■  fulebrilias  tengo,  imadrel 
liadas  al  corazón. 
Yo  la  quiero  y  quiere  á  otro... 
iArráncamelas,  por  Diosl» 

Un  día,  yo  no  sé  cómo 
cantó  la  sirena,  pero  me 
hizo  mucho  daño,  mu- 
cho, santa  de  mi  vida; 
no  puedo  definir  lo  que 
encontraba  en  sus  can- 
ciones. ¡Ay,  qué  marti- 
rio! Yo  no  tenía  ya  de- 
seos ningunos;  cesé  de 
dar  vuelos;  tan  distraí- 
do iba,  que  por  poco  si 
caigo  al  mar  al  encoger 
un  ala;  estuve  en  una  de 
las  habitaciones  de  mi 
palacio  y  me  puse  más 
triste  todavía;  era  esta 
habitación  la  de  la  casa 
de  locos. 

Tu  padre,  adusto  el 
ceño  y  paseándose  con 
las  manos  cruzaditas 
atrás: 

— Ya  ves  que  no  es 
posible  que  á  él  te  unas, 
es  un  asesino;  ha  incen- 
diado y  ha  matado;  el 
otro  día  se  comió  de  un 
golpe  media  docena  de 
muchachitos  que  iban  al 
colegio  agarrados  de  la 
mano;  por  cierto  que 
uno  de  ellos,  que  no 
sabía  bien  la  lección,  la 
iba  repasando  cuando 
cayó  al  estómago. 

Tu  mamá,  abanicán- 
dose con  mucha  fuerza: 

— ¡Qué  sería  de  tí,  con 
un  hombre  que  se  come 
á  los  niños  crudos  cuan- 
do van  á  la  escuela  y 
todo! 

Tu  hermana,  muy  se- 
ria, muy  ceremoniosa: 

— ¡Vaya  con  la  niña! 
¡Querer  á  un  hombre 
que  para  quitarse  el 
sombrero,  lo  coge  por 
el  lado  y  no  por  el  fren- 
te! ¡Que  se  ha  dejado 
el  bigote  y  se  afeita  la 
barba!  ¡Que  al  sentarse 
un  día,  dobló  el  cuerpo 
un  poco!...  ¡Vamos,  mu- 
jer, no  seas  loca! 

El  gato: 

— Miau...  Miau;  que 
equivale  á  decir:  nada; 
que  ese  hombre  no  te 
conviene. 

El  perro: 

—  Guá...  guá,  que  se 
traduce. — Niña,  evite- 
mos un  disgusto. 

Cuando  yo  vi  la  ma- 
nera que  tenían  todos 
de  acosarte  porque  me 
odiaras,  salí  muy  triste; 
por  eso  me  hacía  tal 
impresión  el  canto  de  la 
sirena. 

— Cállate, — la  dije  de  mal  humor. 
— No  me  da  la  gana, — repuso  la   traidora, — • 
y  con  liviano  movimiento,  se  hundió  en  el  mar: 
sacó  luego  la  cabeza  y  el  busto,  llenos  de  perlas 
y  espumas  y  siguió  cantando  la  muy  bribona: 

Cuando  me  muera,  te  pido, 
por  Dios  que  me  des  un  beso, 
para  que  no  esié  en  la  caja 
penando  después  de  muerto. 


BAILE  DE  TEAJ 


iro   de  Schweninger) 


570 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


Detda  qua  tú  no  me  qnteres 
mi  eoniiAn  es  «F  mar; 
qoa  las  pesai  cual  las  olas 
unas  Tleoen  y  otras  van. 

Al  Udilo  del  orgnllo 
Kembraron  el  sentimiento: 
lloraban  allí  las  Botes. .. 
y  nació  tu  primer  beso. 

Hice  yo  de  tu  cariño 
barco  para  navegar; 
era  muy  chiquito  el  barco 
y  naufragó  eu  alta  mar. 

Sotidrillos  de  la  tierra 
son  las  flof«s  cuando  brotan; 
y  son  lo«  snupiroe  tuyos 
*;üu^pii  os  de  muitea-iocaí 

Quisiera  yo  publicar 
coMliss  que  están  gnsrdadas. 
escribiéndolai  cou.san^re 
eu  las  nieves  de  tu  cara. 


Lo  que  yo  Inch*  y  sufri 
para  darte  el  primer  beso, 
lo  tiene  Dios  «puntado, 
con  rayitas  eu  el  cielo. 

Al  Padre  Santo,  mi  crimen, 
llorando  le  confesé; 
y  el  Padre  Santo  me  düo 
que  te  matara  otra  vez. 

¡Ah,  pérfida  sirena,  como  se  burlaba  y  se 
burla  aún  de  mi  corazón  llagado!  Desde  el  día 
qne  se  rebeló  contra  mi  autoridad,  no  deja  de 
atontarme  un  minuto  con  sus  coplas,  que  yo  no 
sé  de  dónde  saca,  porque  al  ángel  le  he  roto  la 
pluma  para  que  no  escriba  y  le  ha  cortado  la 
lengua  al  genio  para  que  no  hable.  Yo  tengo 
que  oiría  y  me  desespero,  me  vuelvo  loco,  no; 
la  sirena  dice  esas  cosas,  de  envidia  que  tiene  á 


INGLATERRA. -tL    PALACIO    Db  HARUWICK;   ÁNGULO    DE  LA   GALERÍA   DE  PINTURAS 


la  muchacbita  de  corona  de  flores'  en  la  frente 
de  cara  umarilia  y  suave  como  las  hojas  de  los 
lirios;  de  manos  cruzadas  que  piden  á  Dios  mise- 
ricordia por  mí.  Xo  tengas  tú  cuidado,  sirena  in- 
fame; huyes  constantemente,  zambulléndote  en 
el  agua  }•  cantando;  huye.s  y  haces  bien,  porque 
como  te  coja,  te  doy  ahogadiUo,  por  meterte  en 
camisa  de  once  varas.  Quedáronse  para  mi  con- 
solación el  genio  y  el  ángel, — un  par  de  buenos 
chicos. — Cuando  después  de  mis  furias,  voy 
entrando  en  calma,  y  me  da  por  el  sentimiento, 
y  se  me  encoge  el  corazón  ante  la  idea  de  aque- 
llas dulces  horas  de  amor  bendito,  como  yo 
estoy  loco  y  los  locos  no  lloran,  digo  al  ángel 
qne  llore  mis  penas.  Y  al  ver  sns  lágrimas 
me  alivio  mucho,  porque  me  acuerdo  de  la  Vir- 
gen y  me  acu'-nlo  de  Dios. 

El  genio  se  dedica  á  otras  faenas. 

Le  da  betún  á  mis  botas. 

M.  Martínm  Bakhionlkvo. 

■ « 


EL  HIJO  DEL  REGIMIENTO 


Vivaqueamos  sobre  el  llano  de  Albatera,  que 
nos  había  costado  diez  horas  de  combate  y  mil 
seiscientas  bajas  entre  muertos  y  heridos,  y  en- 
tre el  cendal  de  la  noche  se  rompía  la  oscuri- 
dad aquí  y  allá  por  las  hogueras  que  encendían 
las  compañías  para  condimentar  el  rancho.  ¡Ran- 
cho melancólico  comido  entre  las  tristezas  de  la 
derrota  y  la  fiebre  de  la  revancha! 

El  coronel,  el  comandante  y  tres  capitanes 
paseaban  cerca,  llegándose  de  vez  en  cuando  al 
fuego  que  habíamos  encendido  y  restregándose 
las  manos  amoratadas  por  el  frío.  Luego  seguían 
su  paseo  y  se  alejaban,  oyéndose  de  vez  en 
cuando  la  voz  un  poco  cascada,  pero  dura,  del 
coronel  Pozazal  que  decía: 

— ¡Si  no  se  hubiese  retrasado  la  caballería!... 

La  caballería  se  había  retrasado,  efectivamen- 


te, *bien  por  culpa  suya  ó  por  imprevisión  del 
cuartel  general;  lo  cierto  era  que  cuando  el  cuar- 
to regimiento  del  segundo  cuerpo  empezó  á  fla- 
quear  diezmado  por  la  artillcrín,  esperó  iiii'is  de 
media  hora  á  que  llegara,  3'  cuando  ya  jiasó 
como  una  tempostiid  de  hombres,  do  caballos  y 
de  hierro,  la  derrota  era  inevitable.  Formamos 
en  batalla  poco  después  para  ser  revistados  por 
el  general  en  jefe,  y  no  recuerdo  haber  visto 
nunca  palidez  semejante  en  rostro  humano,  como 
la  que  cubrió  el  del  acartonado  coronel  Pozazal 
cuando  el  general  en  jefe  dijo  señalando  con  el 
sable  desenvainado  hacia  el  cuarto  regimiento, 
inmóvil  á  pocos  pasos,  aquellas  memorables  pa- 
labras: 

— ¡Mañana  veremos  lo  que  hace  ese  regimien- 
to, coronel! 

Se  vería;  no  hubo  un  solo  soldado  que  no  se 
sintiese  avergonzado  de  oir  al  general,  ni  quien 
no  creyese  humillantes  las  sonrisitas  burlonas 
de  los  oficialetes  del  Estado  mayor.  El  coronel 
estuvo  callado  hasta  que  el  general  hubo  pasa- 
do, y  luego  dio  un  golpe  iracundo  con  el  puño 
del  sable  sobre  la  perilla  de  la  montura,  y  re- 
volvió el  caballo  hacia  nosotros,  exclamando  con 
acento  enérgico: 

— ¡Mañana  se  verá,  muchachos!  ¡rompan  filas! 

Rompimos  filas  y  como  se  echaba  á  más  an- 
dar la  noche  vivaqueamos  allí  mismo.  Estába- 
mos helados  hasta  los  huesos,  y  entre  los  de 
la  primera  compañía  hicimos  una  hoguera,  en 
derredor  de  la  cual  nos  sentamos  con  los  capo- 
tes subidos  por  cima  del  cogote.  La  plana  ma- 
yor se  había  metido  en  la  tienda  del  coronel,  y 
en  el  silencio  de  la  triste  noche  de  los  vencidos 
sólo  se  oían  los  alertas  de  la  primera  línea.  De 
vez  en  cuando  pasaban  los  sanitarios  con  una 
camilla  en  dirección  de  la  aldehuela  de  Escuer- 
navacas,  donde  estaba  el  hospital  de  sangre, 
casi  á  doscientos  pasos  de  nosotros. 

Con  tres  troncos  se  improvisó  la  cocina,  y  de 
ellos  fué  colgado  el  perol  en  el  que  fué  echando 
las  patatas  mondadas  el  esclarecido  Madrépo- 
ra,  á  quien  llamábamos  así  por  un  ramo  de  san- 
gre que  tenia  en  el  carrillo  derecho.  Tenía  el  tal 
primorosas  manos  para  toda  clase  de  condimen- 
tos, hasta  el  punto  de  que  nos  lo  envidiaran  las 
demás  compañías  del  cuarto  regimiento,  y  solo 
él  podía  hacemos  agradable  el  rancho  después 
de  las  palabras  del  general  en  jefe. 

Sobre  las  patatas  cayeron  los  granos  de  arroz 
y  el  tocino  añejo,  y  hasta  una  docena  de  pimien- 
tos que  el  sargento  Monzón  había  sacado,  no  se 
supo  de  dónde.  Y  entre  la  lluvia  finísima  ó  in- 
sistente, sacudidos  por  el  viento  frío  que  sopló 
aquella  noche  sobre  el  llano  de  Albatera,  comi- 
mos el  rancho  que  había  de  damos  fvierzas  para 
que  el  general  viera  al  día  siguiente  lo  que  sa- 
bía hacer  el  cuarto  regimiento  del  segundo  cuer- 
po de  ejército. 


II 


¡Ay,  hondos  pensamientos  del  vivaqueo  antes 
de  la  pelea,  y  cómo  y  con  qué  ímpetu  surgieron 
la  noche  aquella  en  íoscserebros  de  los  vencidos 
del  cuarto  regimiento! 

Aquél  no  acabará  de  digerir  las  patatas  que 
come,  éste  no  acabará  en  paz  el  sueño  que  co- 
mienza al  tibio  resplandor  del  fuego  del  vivac, 
y  ninguno  de  nosotros  podría  decir  ahora  que 
mañana  no  concluirá  la  jornada  en  el  hospita- 
lillo  de  Escuernavacas.  Él  problema  de  la  muer- 
te se  presenta  entonces  por  modo  más  punzan- 
te, y  los  alientos  se  abaten  y  las  energías  se 
desploman.  En  el  wañnvn  veremos  del  general 
en  jefe  había  para  todo  el  regimiento  algo  más 
terrible  que  la  dura  verdad:  la  incertiduinbre. 

Comían  también  en  la  tienda  del  coronel, 
cuando  do  pronto  oímos  la  voz  enérgica  de  éste 
que  decía: 

— ¡Madi'épora!  ¡uno  aquí  enseguidiil 

Corrimos  seis  ó  siete.  En  el  fondo  de  la  tien- 
da se  agrupaban  los  oficiales  en  torno  del 
abanderado,  que  sostenía  en  los  brazos  un  chi- 
quillo medio  envuelto  en  una  manta.  ¿De  dónde 
había  salido  aquel  monigote  rollizo  y  coloradote 
que  se  mordía  los  ¡)uños  llorando  desesperada- 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


571 


mente?  Probablemente  lo  habría  llevado  alguna 
desdichada  de  Esciiernavacas,  y  la  oficialidad 
sintió  el  llanto  desde  la  tienda. 

El  coronel  Pozazal,  con  el  bigote  erizado  por 
el  mal  humor,  entregó  el  chicuelo  á  Madrépora 
y  le  dijo: 

— Llévate  eso  y  encárgate  de  ello,  que  ahora 
irá  el  pater  á  echarle  el  agua. 

Nos  volvimos  al  vivac  con  aquel  rollo  de  car- 
ne que  seguía  protestando  contra  su  nueva  fa- 
milia. Madrépora,  tan  hábil  en  guisar  el  coti- 
diano rancho  no  sabía  acallar  gimoteos  de  recién 
nacido,  y  no  hubo  poder  humano  que  consolase 
4  aquel  caballero.  Cuando  vino  el  padre  Manza- 
neque,  capellán  del  regimiento,  y  lo  bautizó  en 
un  verbo,  empezaban  á  romper  por  cima  de  las 
tierras  de  Escuernavacas  los  primeros  estreme- 
cimientos de  la  luz  del  nuevo  día.  Madrépora 
había  encontrado  un  cuartillo  de  leche  no  sé  en 
dónde,  y,  por  medio  de  un  ingenioso  artificio 
terminado  en  un  tubito  de  goma  que  le  habían 
facilitado  en  la  sanidad,  acallaba  el  hambre  fe- 
roz de  Marcialillo,  que  este  era  el  nombre  del 
sin  ventura  apadrinado  por  el  regimiento. 

Cuando  á  las  cinco  de  la  mañana  se  tocó  ge- 
nerala y  empezaron  A,  formar  las  compañías, 
iban  pasando  todos,  oficiales  y  soldados,  por  de- 
lante del  vivac  ])ara  ver  al  nene  que  en  tan 
mala  ocasión  se  había  incorporado,  jiero  dormía 
profundamente  bajo  la  manta  de  Madrépora  y 
no  hizo  movimiento  alguno  que  indicase  su  de- 
'  seo  de  entablar  relaciones  con  el  regimiento,  ni 
aún  con  el  coronel  que  estuvo  tres  veces  á  verle. 

A  las  ocho  rompió  las  nubes  un  pálido  rayo 
de  sol,  y  como  si  ímbiese  encendido  1^  pólvora 
del  primer  cañonazo  pasó  una  granada  sobre  el 
regimiento,  enterrándose  á  cincuenta  pasos  de 
Escuernavacas. 


III 


A  la  primera  luz  del  gran  día  empezó  á  hor- 
miguear el  ejército  sobro  el  mojado  llano  de  Al- 
batera,  y  ya  á  las  ochó  media  recibía  el  regi- 
miento orden  de  situarse,  costase  lo  que  costase, 
en  la  cima  del  cabezo  de  Aguzahoces.  Empren- 
dimos la  marcha;  el  coronel  iba  á  nuestro  flanco 
izquierdo,  por  donde  venía  el  fuego  de  cañón, 
tieso  y  serio  en  el  caballo,  como  hombre  que 
llevaba  comprometida  su  honra  y  la  de  su  regi- 
miento. Cada  veinte  pasos  nos  costaba  una  baja, 
como  que  la  batería  de  Aguzahoces  disparaba 
sobre  la  masa  del  regimiento  cada  tres  segun- 
dos. Detrás  venían  los  sanitarios  y  la  música, 
y  en  su  centro  el  gran  Madrépora  con  el  moni- 
gote en  brazos,  hecho  éste  un  mar  de  llanto  y 
como  protestando  contra  aquel  estrépito,  que  no 
era  de  su  gusto.  El  coronel  soltaba  un  taco  á 
cada  baja,  y  pasaba  de  vanguardia  á  retaguar- 
dia gritando  á  los  oficiales: 

— ¡Más  aprisa,  con  mil  demonios! 

Más  fácil  era  decirlo  que  hacerlo.  Cada  vez 
que  arriba  saltaba  el  fogonazo,  se  detenía  el  re- 
gimiento instintivamente,  caía  uno,  ó  más  y  lue- 
go seguía.  Llegamos  por  fin:  en  el  reducto  había 
cuatro  compañías  de  zapadores  además  del  ser- 
vicio de  las  piezas,  y  fuimos  recibidos  con  una 
descarga  cerrada.  Entonces  se  convirtió  en  sed 
de  vencer  y  vengarse  el  natural  instinto  de  con- 
servación. El  tocjuc  di^  ataquo  corrió  por  las 
cornetas  de  las  compañías  como  la  chisiia  por  el 
reguero  de  la  pólvora,  y  dejando  á  un  lado  pri- 
mores de  táctica  el  regimiento  todo  solo  fué  un 
desbordo  de  ira,  un  conjunto  de  desesperacio- 
nes individuales  deseoso  de  caer  sobre  el  cabezo 
de  Aguzahoces,  y  exterminar  á  cuantos  en  el 
reducto  estaban. 

Cuer])0  acuerpo  se  entabló  la  lucha,  trabán- 
dose los  combatientes  sobre  las  agudas  piedras 
y  los  abandonados  cañones,  hirviendo  el  todo 
en  interjecciones  enérgicas  y  toques  de  corneta 
desesperados.  Entre  aquella  confusión  tremenda 
vi  la  música  sobre  el  parapeto,  y  entre  el  humo 
al  coronel  sobre  su  caballo  con  el  sal)le  roto,  el 
ros  echado  atrás,  iracundo,  soberbio  de  valor, 
rajando,  hendiendo,  abriéndose  paso  con  heroico 
esfuerzo. 

Aquello  no  acababa...  A  mi  lado  vi  de  pronto 


á  un  hombre  con  un  lio  informe  en  el  brazo  iz- 
quierdo y  el  sable  de  un  artillero  en  la  diestra, 
el  gran  Madrépora  que  se  batía  como  cada  hijo 
de  vecino,  con  la  borrachera  de  la  lucha  en  el 
corazón.  Me  vio:  iba  muy  embarazado  con  el 
fardo  del  brazo  izquierdo,  y  me  gritó: 

— ¡Eh!  Jte  encargas  del  monigote"? 

Y  estuvo  á  punto  de  arrojarme  el  bulto.  En- 
medio  del  horrendo  hervor  de  aquellos  momen- 
tos vi  al  monigote  llorar  espantosamente,  sacu- 
dido por  los  movimientos  bruscos  que  el  gran 
Madrépora  tenia  que  imprimir  á  su  cuerpo.  Fué 
clareando  al  fin  el  cabezo  de  Aguzahoces;  los 
artilleros  y  el  resto  de  las  cuatro  compañías 
bí, jaban  en  denota  por  las  laderas,  en  busca  de 
la  retaguardia  de  Escueriiavacas  en  que  caño- 
neaba aún  la  artillería  enemiga,  y  el  coronel 
Pozazal,  mandaba  tocar  alto.  Llevó  el  viento 
los  últimos  jirones  de  humo,  y  cuando  pudimos 
contarnos  faltaron  más  de  cien  hombres,  poro 
se  había  visto  de  lo  que  era  capaz  el  cuarto  re- 
gimiento. 


IV 


Por  la  noche  el  vivac  se  trasladó  á  Aguzaho- 
ces. ¡Qué  bien  sabían  con  la  victoria  aquellas 
patatas  que  pelaba  Madrépora,  dando  de  tanto 
en  tanto  descanso  á  la  faena  para  arrimar  á  la 
hambrienta  boca  de  Marcialillo  el  tubo  de  goma 
que  le  habían  dado  en  la  sanidad!  El  monigote 
callaba  y  chupaba,  el  coronel  paseaba  como  la 
noche  anterior,  sin  culpar  de  nada  á  la  caballe- 
ría, y  lo  que  quedaba  del  cuarto  regimiento  en 
torno  de  las  hogueras  recordaba  aquel  curiosí- 
simo cuadro  que  todos  habían  visto  en  Aguza- 
hoces,  el  que  formaba  Madrépora  llevando  bajo 
el  brazo  izquierdo  al  hijo  del  regimiento  que 
lloraba  su  bautismo  de  fuego,  y  en  el  derecho 
un  sable  de  artillería  que  subía  y  bajaba  ani- 
mado por  la  embriaguez  de  la  pelea. 

Federico  Urbecha. 


INGLATERRA.-EL  PALACIO   DE  HARDWICK:  GALERÍA  DE  PINTURAS 


EXPOSiCIÓN  MARÍTIMA  DE  CÁDIZ 


El  día  15  de  Agosto,  marcado  para  la  aper- 
tura oficial  de  la  Exposición,  encontró  sin  aca- 
bar las  instalaciones  más  importantes  de  la 
misma  y  sin  haber  terminado  la  colocación  de 
los  aparatos  para  la  luz  eléctrica. 

Esto  sucede  en  todas  partes  y  no  debe  ser 
motivo  de  crítica,  explotado  por  la  pasión  polí- 
tica, lo  que  ha  ocurrido  en  Cádiz,  pues,  no  cabe 
en  lo  posible  el  encerrar,  dentro  de  una  fecha 
inmutable,  trabajos  que  no  siendo  de  una  sola 
localidad,  no  pueden  precisarse. 

La  mayoría  de  los  expositores  envían  con  re- 
traso sus  objetos;  los  obreros  no  pueden  ultimar 
inesperados  detalles,  y  hasta  las  empresas  obli- 
gadas á  plazo  fijo,  no  cumplen  por  retraso 
inevitable  de  fuerza  mayor. 

La  espera  de  quince  ó  treinta  días  para  ver 
terminada  una  Exposición  de  esta  importancia, 
no  vale  la  pena  de  ser  tenida  en  cuenta,  pues, 
mucho  más  largas  han  sido  las  sufridas  en  Pa- 
rís, Viena  y  Madrid,  y  nadie  les  ha  dado  impor- 
tancia. 

Hé  aquí  el  motivo  de  que  L.\  Ilustración 
Ibérica,  que  nos  ha  favorecido  confiándonos  el 
encargo  de  ser  sus  cronistas  de  la  Exposición, 
no  haya  tenido  antes  la  primei a  revista,  porque 


deseábamos  que  ella  fuese  como  el  prólogo  de 
estas  crónicas,  que  seguirán  con  la  descripcii  i 
detallad?,  del  magnífico  local  é  instalaciones  de 
la  Exposición. 

Desde  1.°  de  Setiembre  comenzará  nuestra 
misión,  y  entre  tanto  y  como  noticias  que  han 
de  enlazar  con  las  descripciones,  completándo- 
las, describiremos  la  apertura  oficial  de  la  Ex- 
posición mai  ítima,  importantísima  por  la  solem- 
nidad que  ha  revestido  y  por  los  altos  personajes 
que  han  asistido  á  ella. 

Los  sonoros  cañonazos  de  las  escuadras  ex- 
tranjeras saludando  á  la  plaza,  dieron  á  conocer 
la  proximidad  de  las  fiestas,  y  fueron  motivo 
de  curiosidad  é  interés  para  todos  los  gadi- 
tanos. 

El  día  13  de  Agoslo  fondeaba  en  este  puerto 
la  escuadra  inglesa,  al  mando  del  duque  de 
Edimburgo,  ?.om poniéndose  de  los  buques  Ale- 
xnndie,  Temernire,  Thunderer,  JJrendnought, 
Golnsoiis,  Agammenon  y  Sarprisse. 

El  Alexandre  es  un  acorazado  de  tres  palos 
y  9.940  toneladas  de  desplazamiento;  su  andar 
es  16  millas,  el  espesor  máximo  de  su  coraza 
30)  milímetros.  Monta  12  cañones,  10  de 
25  centímetros  y  2  do  30. 

Lleva  á  bordo  cuatro  aparatos  para  lanzar 
torpedos,  colocados  fuera  del  agua  á  popa  y 
proa. 

El  Temeraire  tiene  un  andar  de  14'65  millas; 


ESTATUA  COLOSAL  DE  SANTO  TOMÁS  (Escultura  de  Eugenio  Uaccsgnani) 


INGLATERRA. -EL  PALACIO  DE  HARDWICK:  UNA  ANTECÁMARA. -FACHADA  DEL  PALACIO 


574 


LA  ILU8TIIACI0N  IBÉRICA 


monta  ocho  cafi<)he8  y  su  arboladura  y  torres 
son  á  barbeta,  su  faja  tiene  de  espesor  máxi- 
mo 254  milímetros. 

En  las  torres  de  popa  y  proa  monta  dos  caño- 
nes de  25  toneladas. 

Lleva,  como  el  anterior,  aparatos  lanza-torpe- 
deros. 

El  Tkunderer  es  un  acorazado  de  cuatro  caño- 
nes, sin  arboladura,  con  dos  torres  giratorias; 
anda  12'''>  millas.  El  espesor  de  su  coraza  es 
de  SO'5  milímetros. 

Además  de  estas  magníficos  buques,  que  han 
prestado  animación  y  vida  á  nuestra  de  conti- 
nuo solitaria  bahía,  se  esperaban  otros,  entre 
ellos  el  transporte  Hería,  fondeado  en  Gibraltar 
y  el  cañonero  Seout  procedente  del  mismo  sitio. 

£1  acorazado  italiano  Duilin,  su  comandante 
el  duque  de  Genova,  llegó  también  el  día  13, 
trayendo  á  su  bordo  al  príncipe  de  la  casa  de 
Saboya. 

Este  soberbio  monitor  tiene  un  palo  única- 
mente, dos  chimeneas  y  11.000  toneladas  de 


desplazamiento.  Lleva  doce  cañones,  dos  torres 
blindadas,  y  una  tripulación  compuesta  de  cua- 
trocientos veintiocho  hombres. 

Tiene  además  una  cosa  extraordinaria,  y  que 
no  sabemos  la  tenga  ningún  otro  buque  del 
mundo;  un  dique  en  la  parte  de  popa,  que  con- 
tiene un  torpedero,  el  cual,  en  oaso  de  necesidad, 
abiertas  las  compuertas  é  inundando  el  dique, 
sale  flotando  al  mar,  á  cuyo  nivel  se  encuentra. 

Inmediatamente  que  estos  buques  llegó  el 
cañonero  portugués  Zaife  que  lleva  cuatro  ca- 
ñones y  100  tripulantes. 

El  día  14  llegó  el  acorazado  francés  Courbet, 
de  gallardo  porte,  la  corbeta  de  guerra  alemana 
Ariadne  y  un  buque  norteamericano  que  se  ha- 
llaba en  la  bahía,  y  que  fué  autorizado  por  su 
gobierno  para  representar  en  el  acto  de  la  aper- 
tura á  su  nación. 

Completábase  tan  notable  linea  de  buques  de 
guerra  anclados  en  el  canal,  con  nuestra  her- 
mosa Numnncia,  la  Blanca  y  la  Navnrra. 

El  día  14  llegó  el  Excmo.  Sr.  D.  Segismundo 


Moret  y  Prendergast,  ministro  de  Estado,  para 
asistir  al  acto  de  apertura,  y  con  él  llegaron  el 
señor  Aguilera,  sub-secretario  de  Hacienda,  se- 
cretario particular,  diputado  provincial  señor 
España  y  dos  taquígrafos. 

En  la  noche  del  14  dio  el  duque  de  Edimbur- 
go un  banquete  á  bordo  á  las  autoridades  ma- 
rítimas civiles  y  militares  de  Cádiz,  que  fué 
admirable  por  la  suntuosidad  y  buen  gusto  des- 
plegados por  el  ilustre  Príncipe. 

La  mesa,  colocada  sobre  cubierta,  lucia  una 
suntuosa  vagilla,  y  un  valioso  adorno  en  cen- 
tros corb«t7/e  y  jarrones  de  oro  y  plata,  formados 
por  elegantísimos  modelos  de  barcos,  con  tan 
delicados  detalles  y  tal  riqueza  intrínseca  que 
puede  afirmai'se  causaron  el  asombro  de  los  in- 
vitados. 

Una  música  formada  por  un  sexteto  de  cuer- 
da tocaba  á  lo  lejos  delicados  trozos  de  ópera, 
que  el  principe,  como  notable  artista  que  es, 
había  elegido  sin  duda. 

Asistieron  el  capitán  general  del  Departa- 


INGLATERRA:  RUINAS  DEL  ANTIGUO  CASTILLO  DE  HARDWICK 


mente  señor  Montojo,  el  del  distrito  señor  Pola- 
vieja,  el  alcalde  de  Cádiz,  el  gobernador  y  al- 
gunos otros  personajes. 

Desde  el  día  15  por  la  mañana  Cádiz  tomó 
un  aspecto  de  fiesta  que  se  revelaba  en  su  ex- 
traordinaria animación. 

Una  misa  de  campaña,  celebrada  en  el  glasis 
de  Puerta  de  Tierra,  llevó  más  de  ocho  mil  per- 
sonas á  e-ste  bello  sitio  rodeado  por  el  mar. 

A  las  dos  de  la  tarde  comenzaron  las  músicas 
á  recorrer  las  calles,  dirigiéndose  á  la  Exposi- 
ción, seguidas  de  un  inmenso  gentío. 

En  la  casa  Aduana  y  en  la  Capitanía  del 
Puerto  fueron  reuniéndose  los  convidados,  sien- 
do recibidos  los  principes  de  Edimburgo  y  de 
Genova  con  los  honores  correspondientes. 

En  un  tren  exprés  salió  el  cortejo  en  el  cual 
iban,  además  de  las  mencionadas  personas  rea- 
lea,  el  capitán  general  de  Andalucía,  señor  Po- 
lavieja,  el  capitán  general  del  Departamento 
maritimo  de  Cádiz  señor  Montojo,  el  gobernador 
civil  Sr.  Alvarez  Osorio,  el  gobernador  militar 
«eñor  Fuentes,  el  presidente  de  la  Diputación 
señor  del  Toro  fdon  Cayetano),  diputados  pro- 
vincialeí!,  el  alcalde  de  Cádiz  señor  del  Toro 
(don  Enrique;,  el  capitán  del  Puerto  señor  Ale- 
mán, representantes  de  las  Diputaciones  pro- 
vinciales y  de  varios  Ayuntamientos,  corres- 
pon.sales  de  la  prensa  madrileña  y  andaluza, 
comandantes  de  los  buques  surtos   en  bahía, 


presidentes  de  la  Audiencia,  de  las  Academias 
y  Centros  literarios,  fiscales,  abogados,  emplea- 
dos de  Hacienda,  facultad  de  Medicina,  jueces 
municipales  y  cuanto  tiene  en  la  localidad 
representación  ó  cargo  de  importancia. 

El  señor  ministro  de  Estado  presidía  este 
brillante  cortejo  en  el  cual  brillaban  los  uni- 
formes y  las  placas  á  los  últimos  rayos  del  sol. 

Llegada  la  comitiva  al  suntuoso  salón  de  ac- 
tos, el  señor  del  Toro  iniciador  y  alma  de  la 
Exposición,  leyó  su  bien  escrito  discurso,  enu- 
merando las  dificultades  vencidas  para  realizar 
las'  obras  y  el  estado  de  estas,  así  como  los  re- 
sultados ventajosos  que  se  proponía. 

El  señor  Moret  encareció  al  dirigir  al  público 
su  palabra  después  del  discurso  del  presidente 
de  la  Diputación,  las  ventajas  que  estos  concur- 
sos producen  á  los  pueblo.s,  y  declaró  abierto  el 
certamen  en  nombre  de  S.  M. 

Seguidamente  el  cortejo  recorrió  las  instala- 
ciones, volviendo  al  tren  para  asistir  al  banque- 
te con  que  obsequiaba  á  sus  huéspedes  la  Pro- 
vincia. 

Su  Alteza  el  duque  de  Edimburgo  volvió  á 
bordo,  levando  anclas  por  haber  recibido  avisos 
de  Gibraltar. 

El  banquete  fué  notable  pronunciándose 
brindis  entusiastas. 

Aquella  noche  había  función  fie  gala  en  el 
teatro  Principal,  que  estuvo  brillantísima. 


El  16  almuerzo  en  el  Ayuntamiento  de  ciento 
cuarenta  cubiertos,  en  el  cual  pronunció  el  se- 
ñor Moret  su  anunciado  discurso  con  declara- 
ciones políticas,  que  no  tuvo  otras  que  la  decla- 
ración de  pertenecer  la  herencia  del  poder  á  los 
conservadores. 

El  orador  estuvo  inspirado,  siendo  muy  aplau- 
dido. 

El  Courbet,  el  Duilio  y  la  Numancia  han  ofre- 
cido brillantes  bailes  á  bordo,  á  la  alta  sociedad 
gaditana,  que  lian  sido  brillantísimos. 

La  Diputación  provincial,  ó  mejor  dicho  los 
diputados,  puesto  quo  lo  costean  de  su  bol.sillo 
particular,  han  obsequiado  á  los  corre.sponsales 
de  la  prensa  con  un  banquete  delicadísimo  en 
un  bello  sitio  de  la  Exposición. 

Y  por  último,  el  Casino  Gaditano  La  obse- 
quiado á  8.  A.  el  duque  de  Genova,  en  recipro- 
cidad de  los  obsequios  recibidos  en  Italia  por 
nuestros  marinos,  con  un  baile  verdaderamente 
regio. 

Hé  aquí  en  resumen  las  grandes  fiestas  de 
apertura;  las  revistas  de  la  Exposición  comenza- 
rán desde  primero  Setiembre,  para  cuya  fíí.'lia 
estará  terminado  el  arreglo  de  las  instalacio- 


Patrocinio  de  Biedma. 

—  üí— — — 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


ÍES  TU  ALMA!... 


Sobre  el  cáliz  purísimo  de  un  lirio 

que  columpia  la  brisa, 
temblorosa  una  perla  de  rocío 

á  su  vaivén  oscila. 

Es  tu  alma,  tan  pura  cual  la  gota 
que  al  lirio  imprime  un  beso, 

es  tu  alma  uncida  al  dulce  halago, 
de  mi  amoroso  anhelo. 

r.  Martínez  Orozco. 


-*- 


NUESTROS  GRABADOS 


IL   PiVOEITO 

Cuadro  de  J.  Umkadowick 

No  todos  fiarían  en  la  lealtad  de  e^a  amiga  de  los  gato?,  ó 
por  mejor  decir,  de  su  gato  en  particular,  teniendo  prefeute 
que  una  fiimpalía  tan  extrema  por  un  animalito  de  aquellas 
circunstancias,  implica  un  carócler  decididamente  felino.  No 
negará  nadie  que  las  mujeres  de  cabeza  gatifurme  son  adora- 
bles por  esto  solo,  pero  de  lejos;  de  lo  contrario  es  exponer- 
se á  que  a  lo  mejor  le  suelten  á  uno  un  zarpazo. 

KSPPjr.-MO 

Actiarda  de  C.  Combes 

No  deja  de  ser  una  ocurrencia  muy  original  piular  un  cua- 
dro representando  los  Efectos  del  eipejiamo  tn  tí  Bogan,  pero 
si  se  tiene  en  cuenta  que  el  hutor  es  un  australiiino,  lacxtra- 
ñeza  se  hace  ya  menor.  Sea  como  fuere,  se  ve  que  M  Combes 
siente  profundamente  la  naturaleza  y  sabe  pintar  lindas 
cosas. 

EXPOSICIÓN    UlKfTIHl    INTEENICIONAL   DK    CiDIZ 

ILCORTEJO     OFICIAL 

VISITANDO  LOS  PABKLI.ONiES    DKSPUÉá  OBI,  ACTO  D«  APERTURA 

SK    Vi    Kl,    B\KR10    Di    SíN    SIVÍRISO   Y    U»    Piüíl.l.ÓN 

Dibujo  de  Asarta 
(Véase  el  articulo  de  D."  Patrocinio  de  Biedma). 

UAUBIO;     EXPOSICIÓN    GENERAL   DE    FILIPINAS 
BALA  2  •— UaOS  Y  CUSTUUBRES 

Dibujo  de  P.  y  Valor 

En  esta  sala,  notable  por  los  Interesantísimos  objetos  en 
ella  depositados,  puede  el  visitante  formarse  cargo  de  las  in- 
terioridades de  la  vida  filipina. 

Además  do  los  modelos  de  casasy  de  lrnjes,  cuelgan  de  las 
paredes  panoplias  con  armaduras,  rodelas  y  salacots  de  mo- 
ros, conteuieudo  seis  de  ellos  equipos  completos  de  Igorrotes. 

Hay,  además,  en  doce  palomillas  adosadas  al  muro,  gran 
variedad  do  tampipis  ó  cestos  del  país,  bitaos  ó  bandejas  de 
mimbre'^,  cestas  de  labor  y  otros  objetos  de  la  misma  mate- 
ria y  de  uso  doméstico,  pipas,  etc. 

EL    LAGO    DE    COUO 

Una  calle  en   Varenna.  —  Torno 

Kn  nuestro  número  snteiior  hablamos  con  alguna  exten- 
sión de  este  lago.  Diremos  ahora  que  la  vieja  ciudad  de  Va- 
renna ocupa  el  centro  de  su  margen  oriental,  en  medio  de 
unas  montañas  de  todo  punto  selváticas,  pero  no  por  eso 
menos  encantadoras.  Todo  el  terreno  labrantío  está  plantado 
de  viñas;  hay  también  muchos  cipreses,  un  castillo  arruina- 
do, una  cascada  de  900  pies  y  cuantos  a-  cosorios  pueden  de- 
searse en  un  paisaje  romántico. 

En  cuanto  á  Tomo,  tiene  de  linda  todo  lo  que  Varenna  de 
triste;  ocupa  la  extremidad  meridional  del  lago. 

B4ILB    DE    TRAJES* 

Cuadro  de  Schwenívger 

A  U  legua  se  echa  do  ver  que  no  podía  ser  otro  el  autor, 
verdadero  especialista  en  materia  de  pintar  mujert.s  hermo- 
sísimas, ataviadas  á  manera  del  siglo  xviii. 

inglaterbi:  el  palacio  de  bardwick 

Ocupa  esta  quinta  una  bonita  situación  en  el  condado  de 
Derby,  siendo  muy  reuombrada  por  su  belleza  arquitectóni- 
ca, su  riqueza  en  obras  de  arte  y  sobre  todo  por  sus  recuer- 
dos históricos  como  centro  general  de  operaciones  del  famo- 
so Robín  Ilood. 

El  actual  edificio  fué  comenzado  en  1.Í90  y  terminado 
en  1.5117,  perteneciendo  por  lo  tauto,  á  la  era  isabellna.  Perte- 
nece hoy  por  herencia  á  la  familia  Cavendish. 

ESTATUA    COLOSAL   DE    SANTO   TOUiS 

Escultura  de  Eugenio  Maccagnani 

Figurará  en  breve  esta  obra,  si  es  que  no  figura  ya,  en 
unión  con  los  once  apóstoles  restantes,  en  la  Oschoda  de  la 
iglesia  de  San  Pablo  extramuros,  en  Roma. 


El  buen  Santo  Tomás,  célebre  por  su  proverbial  Increduli- 
dad, era  algo  arquitecto,  por  cuyo  motivo  el  escultor  le  ha 
figurado  con  dos  robustas  escuadras  en  la  mano.  La  expresión 
está  profundamente  estudiada  y  se  ve  qu^  el  santo  era  hom- 
bre muy  meditabundo  y  quizás  un  tantico  demasiado  mate- 
mático. En  cuanto  á  la  indumentaria  no  cube  más  holga- 
do ropaje  viéndose  que  al  señor  Maccagnoni  no  le  duelen 
prendas. 

Es  obra  que  ha  sido  muy  celebrada  por  los  inteligentes 
de  la  capital. 

BAJO   LAS   LILAS  , 

Dibujo  de  A.  Hopkins 

El  autor,  hombre  de  gusto,  ha  evitado  el  convencionalis- 
mo que  suele  notarse  siempre  en  cuanto  entran  las  supradi- 
chas  flores  en  escena  (exceptuemos,  sin  embargo,  la  bellísima 
novela  de  Ouida;  Un  ramo  de  lilaej.  Tenemos,  pues,  que  Hop- 
kins ha  lespetado  escropulosamente  la  naturaleza  y  ha  dibu- 
jado una  figura  de  carne  y  hueso,  aunque  algo  linfática,  en 
vez  de  componer  una  romanza. 


-*- 


LOKIS 

T»OR    PROSPERO    li^EEUrMÉE 


(CONTINUAOIÓK) 

Tenía  la  frente  alta  y  bien  desarrollada,  aun- 
que algo  estrecha.  Sus  facciones  eran  de  una 
gran  regularidad;  solamente  los  ojos  estaban 
juntos,  y  me  pareció  que  de  una  glándula  la- 
grimal á  otra  no  había  el  sitio  de  un  ojo,  como 
exige  el  canon  de  los  escultores  griegos.  Su  mi- 
rada era  penetrante.  Nuestros  ojosse  encontra- 
ban muchas  veces  á  pesar  nuestro  y  los  desviá- 
bamos uno  y  otro  con  cierto  embarazo.  De 
pronto  el  conde  echándose  á  reir  exclamó: 

— ¡Me  habéis  reconocido! 

— ¿Reconocido? 

— Si,  me  habéis  sorprendido  ayer  haciendo 
el  guilopo. 

— ¡Oh!  ¡Señor  conde!... 

— Había  pasado  todo  el  día  muy  molesto,  en- 
cerrado en  mi  gabinete.  Por  la  noche,  encon- 
trándome-mejor,  me  he  paseado  por  el  jardín. 
He  visto  luz  en  vuestro  cuarto  y  he  cedido  á 
un  movimiento  de  curiosidad...  Habría  debido 
anunciarme  y  presentarme,  pero  la  situación  era 
tan  ridicula...  me  dio  vergüenza  y  huí...  ¿Me 
perdonáis  haberos  distraído  en  medio  de  vues- 
tros trabajos? 

Todo  eso  decíalo  con  un  tono  que  quería  ser 
chancero,  pero  se  ruborizaba  y  evidentemente 
no  se  encontraba  á  gusto.  Hice  cuanto  dependía 
de  mí  para  persuadirle  de  que  no  había  guar- 
dado ninguna  mala  impresión  de  esta  primera 
entrevista,  y  para  cortar  pronto  aquel  asunto 
pregúntele  si  era  cierto  que  poseía  el  Catecismo 
Samogicio  del  padre  Lawicki. 

— Puede  que  si,  pero  á  deciros  verdad  no  co- 
nozco gran  cosa  la  biblioteca  de  mi  padre.  Gus- 
taba él  de  los  libros  viejos  y  de  las  rarezas.  Yo 
no  leo  casi  más  que  obras  modernas;  con  todo, 
buscaremos,  señor  profesor.  ¿Queréis,  pues,  que 
leamos  el  Evangelio  en  jmudo? 

— ¿No  pensáis,  acaso,  señor  conde,  que  una 
traducción  de  las  Escrituras  en  la  lengua  de 
este  país  no  sea  una  cosa  muy  de  desear? 

— Sin  duda,  pero  si  queréis  pei'mitirme  una 
pequeña  observación  os  diré  que  entre  las  gen- 
tes que  no  saben  otra  lengua  que  el  jmudo  no 
hay  uno  solo  que  sepa  leer. 

— Puede  ser,  pero  yo  le  pido  á  vuecencia  el 
permiso  de  hacerle  notar  que  la  mayor  dificul- 
tad para  aprender  á  leer,  es  la  falta  de  libros. 
Cuando  los  campesinos  samogicios  tendrán  un 
texto  impreso  querrán  verle  y  aprenderán  á 
leer.  Esto  es  lo  que  les  ha  pasado  á  muchos  sal- 
vajes... no  es  que  yo  quiera  aplicar  este  califica- 
tivo á  los  habitantes  de  este  país...  Por  otra  parte, 
• — añadí, — ¿no  es  cosa  deplorable  que  una  len- 
gua desaparezca  sin  dejar  huellas?  Desde  hace 
treinta  años,  el  prusiano  es  una  lengua  muerta. 
La  última  persona  que  sabía  el  cómico  ha 
muerto  el  otro  día... 

— ¡Tristel — interrumpió  el  conde. — Alejandro 
de  Humboldt  le  contaba  á  mi  padre  que  había 
conocido  en  América  un  papagayo  que  era  el 


único  que  sabía  algunas  palabras  de  la  lengua 
de  una  tribu  hoy  día  enteramente  destruida  por 
la  viruela.  ¿Queréis  permitir  que  traigan  el  té 
aquí? 

Mientras  tomábamos  el  té,  la  conversación 
recayó  sobre  la  lengua  jmuda.  El  conde  censu- 
raba la  manera  como  los  alemanes  han  impreso 
el  lituano,  y  tenía  razón. 

— Vuestro  alfabeto, — decía, — no  conviene  á 
nuestra  lengua.  No  tenéis  ni  nuestra  J,  ni  nues- 
tra L,  ni  nuestra  Y,  ni  nuestra  É.  Tengo  una 
colección  de  doínos  publicada  el  año  pasado  en 
Koenigsberg  y  me  cuesta  todas  las  penas  del 
mundo  adivinar  las  palabras,  tan  extrañamente 
desfiguradas  están. 

— ¿Vuecencia  habla  sin  duda  de  los  daínos 
de  Lessner? 

— Si.  Es  poesía  bien  ramplona,  ¿verdad? 

• — Puede  que  se  hubiese  encontrado  algo  me- 
jor. Convengo  en  que,  tal  como  es,  esa  colección 
no  tiene  sino  un  interés  puramente  filológico; 
pero  creo  que  buscando  bien  se  lograría  recoger 
flores  más  suaves  entre  vuestras  poesías  popu- 
lares. 

— ¡Ay!  Mucho  lo  dudo,  á  posar  de  todo  mi 
patriotismo. 

— Hace  algunas  semanas  me  han  regalado  en 
Wilno  una  balada  verdaderamente  bella,  y  ade- 
más histórica...  La  poesía  es  notable...  ¿Me  per- 
mitiríais leérosla?  La  tengo  en  mi  cartera. 

— Con  mucho  gusto. 

Hundióse  en  un  sillón  después  de  haberme 
pedido  permiso  para  fumar. 

— No  comprendo  la  poesía  más  que  fumando, 
—dijo. 

■ — Esa  se  intitula:  Los  tres  hijos  de  Bodrys. 

— ¿Los  tres  hijos  de  Bodrys? — exclamó  el 
conde  con  un  gesto  de  sorpresa. 

• — Sí,  Bodrys,  vuecencia  (1)  lo  sabe  mejor  que 
yo,  es  un  personaje  histórico. 

El  conde  me  miraba  fijamente  con  su  mirada 
singular.  Algo  de  indefinible,  á  la  vez  tímido  y 
bravio,  que  producía  una  impresión  casi  penosa 
cuando  no  se  estaba  acostumbrado  á  ello.  Apre- 
súreme á  leer  para  escapar  de  aquellos  ojos. 

«Los  tres  hijos  de  Bodrys. 

»En  el  patio  de  su  castillo,  el  viejo  Bodrys 
llama  á  sus  tres  hijos,  tres  verdaderos  lituanos 
como  él.  Díjoles:  Hijos,  dadles  pienso  á  vuestros 
caballos  de  guerra,  aprestad  las  sillas,  afilad 
vuestros  sables  y  vuestras  jabalinas. 

»Dicen  que  en  Wilno  se  ha  declarado  la  gue- 
rra contra  los  tres  rincones  del  mundo.  Olgerd 
marchará  contra  los  rusos,  Skirghello  contra 
nuestros  vecinos  los  polacos,  Keystut  caerá  so- 
bre los  teutones  (2). 

»Sois  jóvenes,  fuertes,  atrevidos,  id  á  comba- 
tir. ¡Que  los  dioses  de  la  Lituania  os  protejan! 
Este  año  no  saldré  á  campaña,  pero  puedo  daros 
un  consejo.  Sois  tres;  tres  caminos  se  abren  ante 
vosotros. 

»Que  uno  de  vosotros  acompañe  á  Olgerd  á 
Rusia,  á  orillas  del  lago  limen,  bajo  los  muros 
de  Novgorod.  Las  pieles  de  armiño,  las  telas 
brochadas,  hállanse  allí  á  granel.  En  casa  de 
los  mercaderes  tantos  rublos  como  témpanos  pii 
el  río. 

»Que  el  segundo  siga  á  Keystut  en  su  cabal- 
gata, ¡que  haga  trizas  la  morralla  porta-cruz! 
El  ámbar,  allí,  es  la  arena  de  la  mar;  sus  paños, 
por  su  lustre  y  sus  colores,  son  sin  iguales.  Hay 
rubíes  en  las  vestiduras  de  sus  sacerdotes. 

»Que  el  tercero  pase  elNiemen  con  Skirghello. 
Al  otro  lado  encontrará  viles  ajjeros  de  labran- 
za. En  desquite,  podrá  escoger  buenas  lanzas, 
fuertes  broqueles,  y  me  traerá  una  nuera. 

«Las  hijas  de  Polonia,  hijos,  son  las  más  be- 
llas de  nuestras  cautivas.  ¡.Juguetonas  como  ga- 
tas, blancas  como  la  natiila!  Bajo  sus  negras 
pestañas  sus  ojos  brillan  como  dos  estrellas. 

«Cuando  yo  era  joven,  hace  medio  siglo,  he 
traído  de  Polonia  una  bella  cautiva  que  i'ué  mi 
mujer.  ¡Desde  largo  tiempo  ya  no  existe,  pero 


(1)  Siatelstvo,  vuestro  brillo  luminoso;  es  el  titulo  que  se 
da  á  un  conde. 

(2)  Los  caballeros  de  la  orden  teutónica. 


576 


LA  ILUSTKAUION   UiíSElCA 


no  puedo  mirar  hacia  este  lado  del  hogar  sin 
pensar  en  ella! 

>Da  su  bendición  á  los  jóvenes,  que  estón 
armados  ya  y  A  caballo.  Parten;  viene  el  otoño, 


después  el  invierno...  No  vuelven.  Ya  el  viejo 
Bodrys  los  tiene  por  muertos. 

»Viene  una  fermenta  de  nieve;  un  caballero 
se  acerca  cubriendo  con  su  burka  (1)  negra  al- 


gún precioso  bulto. — Es  un  saco  dice  Bodrys. 
¿Está  lleno  de  rublos  de  Novgorod? — No,  padre, 
os  traigo  una  nuera  de  Polonia. 

»En  medio  de  una  tormenta  de  nieve,  un  ca- 


ballero se  acerca  y  su  burka  se  hincha  sobre 
algún  fardo  precioso. — ¿Qué  es  eso,  hijo?  ¿Ám- 
bar amarillo  de  Alemania? — No,  padre,  os  trai- 
go una  nuera  de  Polonia. 


BAJO  LAS  LILAS  (Dll)UJo  de  Arlhur  Uopklns) 

»La  nieve  cae  en  ráfagas;  un  caballero  se 
adelanta  ocultando  bajo  su  burka  algún  fardo 


(1)    Capa  de  fieltro. 


precioso...  Pero  antes  de  que  Laya  enseñado  .su 
botíu,  Hodrys  ha  convidado  á  sus  amigos  á  una 
tercera  boda.» 

(Se  cmtinmrá.)  Traducción  de  A.  O. 


AílBISmOOl:  Citlii,  J6S-Í67,  Eiwi  liliiu,  Mitor.— Reurridos  los  derechs  de  propiedad  artística  j  literaria.— Las  reclamaciones  en  Madrid,  al  representante  de  esta  Casa  D.  Maniel  Pl»  j  Yalor,  Apodaca,  10, 2 ' 

)  INSÉRTESE  ó  NO,  NO  8E  DEVUELVB  NINOUN  ORIGINAL  (- 


BnAMLMCUáíMtlTO  TlíOORlncO   DI   B.   BASSOA.— CAI.LB   OB  VlLiARHOBL,  KÚM.    17     EXaAMCHB  DE  SAK   AUTOMIÓ.— BARCBLOKA. 


SEMANARIO     CIENTÍFICO,     LITERARIO     Y     ARTÍSTICO 


Año  V 


Barcelona  10  de  Setiembre  de  1887 


Núm.  245 


UNA   BELLA  LECTORA  (Cuadro  A.  Mukarowsky) 


578 


LA  ILUSTRACIÓN   IBÉRICA 


SUMARIO 

» 

Tuto.— Madrid.  Carlat  á  wd  prima,  por  Pemanflot.— (/■ 
idflf*  «iUMa,  por  Vicente  Blasco  Ibiñes.  —  Reeuerdot 
(eoodiMiAa),  por  Felipe  Mathé.— Jí«rú(a  cicittviea,  por 
AlAvdo  Optsso.—Bibtíogra/ia,  por  Carlos  Mendosa. — Lat 
ftmat  dt  coco,  por  }o94  Marta  de  la  Torre. -Nuectroe  gra- 
héáiM.—Lokit  (oonUnuaclAn),  por  Próspero  Uerlmée  (ua- 
dueelAn  de  A.  0.> 

Okabidos.— Una  bella  lectora. —Verona  (cuatro  grabados)  — 
Eifoiieiin  imaritima  interMUkmal  de  Cádiz  (>1os  graba- 
do*).—Kl  aortilegio.— Aguas  tranquilas.— Combate  do  to- 
T«a  eo  al  CoUaeo.  —Madrid.  Expotieiin generalde FiUpñuu: 
Inslalaci6ncentral.Pabe'lón  real.— Cogiendo  flores. —Can- 
toa  pladosoi.  -Loi  Alpes:  de^le  MouteGeneroso,  Junto  al 
lago  de  Lugano. 

M  ADRI  D 


GJ^-RTA^a     A.     2.CI     -P-RXI^  A. 


EL  AMOR  V  EL  PATÍBULO 

I^OR  fin  han  ejecutado  á  Pranzini,  el  famoso 
asesino  de  tres  mujeres.  El  presidente  de 
la  República  francesa,  aunque  se  haya 
mostrado  siempre  dispuesto  á  la  clemencia,  no 
ha  creído  que  en  esta  ocasión  debía  conceder 
indulto;  ha  dilatado,  sí,  la  ejecución  para  mani- 
festar, sin  duda,  que  no  entregaba  el  reo  á  la 
vindicta  pública,  sin  completa  convicción  de 
que  era  culpable  y  también  sin  grande  senti- 
miejto  propio.  Grevy,  tm  verdadero  burgués, 
ha  preferido  siempre  perdonar  á  derramar  san- 
gre; no  quiere  que  el  espectro  de  un  inocente 
ajusticiado  inqiiiete  el  sueño  de  sus  pacíficas 
noches.  A  pesar  de  esto  la  sombra  de  Pranzini 
habrá  turbado  el  reposo  dal  presidente  en  la 
noche  del  día  en  que  fué  ejecutado  el  famoso 
criminal  y  la  borla  de  su  gorro  de  dormir  se 
agitaría  al  compás  de  las  inquietudes  de  la  con- 
ciencia. Matar  por  robar  y  hacer  matar  por  ha- 
ber robado,  son  cosas  diferentes  en  la  aprecia- 
ción de  los  hombres;  pero  al  fin  y  al  cabo 
dan  resultados  idénticos;  suman,  igualmente,  ca- 
diveres. 

Esta  causa  de  Pranzini,  respecto  de  la  cual 
me  haces  algunas  observaciones  en  tu  última 
carta,  ha  sido  en  verdad  famosa  entre  las  famo- 
sas; y  ha  tenido  un  carácter  especial:  tratábase 
de  uno  de  esos  hombres  de  hermosa  presencia  y 
de  las  condiciones  físicas  más  atractivas  para 
las  mujeres.  Si  pudo  vivir  con  algún  desahogo 
y  entregado  á  los  placeres;  si  en  algunos  mo- 
mentos entrevio  un  porvenir  risueño  para  sus 
ambiciones  de  goces  materiales,  lo  debió  á  las 
mujeres  seducidas  por  la  gallardía  de  su  perso- 
na; fué  bascado  por  ellas,  vivió  de  su  amor  y 
estuvo  ¿  punto  de  realizar  un  gran  matrimonio. 
En  momentos  difíciles  la  necesidad  de  sostener 
su  falsa  existencia  le  llevó  á  cometer  un  horro- 
roso crimen...  Y,  sin  embargo,— como  tú  me 
dices  en  tu  carta,— ni  después  de  ese  crimen  le 
ha  abandonado  el  amor  de  las  mujeres.  En  su 
prisitn  han  ido  á  llevarle  amor,  esperanza,  con- 
suelo, cartas,  ramos,  obsequios  de  mujeres  á 
quienes  ha  enamorado  no  ya  su  figura,  puesto 
que  no  le  conocían,  sino  la  relación  de  sus  ante- 
riores conquistas  y  de  sus  mismos  crímenes. 
Agasajar  á  un  asesino,  á  un  asesino  que  mata 
por  robar,  y  que  mata  mujeres,  es  un  agasajo 
que  indica  en  quienes  lo  hacen  una  perversión 
moral  espantable.  ¡Cnántas  débiles  mujeres  hay, 
— por  lo  visto, — que  de  no  ser  débiles,  esta- 
rían en  presidio! 

Uno  de  los  aspectos  curiosos  de  esta  causa  ha 
sido  la  polémica  entablada  públicamente  en  un 
diario  francés,  respecto  de  si  madame  Sabatier 
había  procedido  bien  6  mal  declarando  contra 
su  amante.  Si  madame  Sabatier  no  declara 
contra  él,  Pranzini  se  hubiese  salvado.  Pues 
bien  resulta  de  esta  polémica, — tú  lo  sabes, — 
que  la  mujer  parisiense  censura  la  conducta  de 
madame  Sabatier.  La  mujer  parisiense  dice 
que  ella  no  le  amaba,  sin  duda;  que  de  haberle 
amado  jamás  hubiese  salido  de  sus  labios  una 
palabra  de  acusación.  Los  fundamentos  de  este 
juicio  de  las  mujeres  no  carecen  de  lógica,  ad- 


mitiendo la  realidad  de  esa  emoción  del  alma 
que  se  llama  amor.  Los  hombres, — dicen  las 
mujeres  que  han  tomado  parte  en  la  polémica, 
— razonan  porque  no  aman  y  encuentran  por  lo 
tanto  bella  la  resolución  de  madame  Sabatier, 
entregando  al  verdugo  la  cabeza  de  Pranzini. 
Quien  ama  no  razona;  madame  Sabatier  temió; 
si  hubiese  amado  no  hubiese  sentido  miedo  ante 
su  amante;  el  miedo  es  un  egoísmo  y  quien  ama 
no  es  egoísta.  Cuando  se  ama  no  hay  tiempo 
para  pensar  en  uno  mismo,  ni  en  el  porvenir. 
Se  puede  ser  cobarde  ante  la  persona  á  quien  se 
ama;  este  sentimiento  es  una  prueba  más  de 
amor;  pero  se  tiene  valor  hasta  el  heroísmo 
cuando  se  trata  de  salvar  al  objeto  querido.  Si 
el  amor  es  más  fuerte  que  la  muerte  misma, 
como  se  lee  en  la  Imitación  de  Cristo,  ¿cómo  no 
lo  será  más  que  la  conciencia?  Se  dirá  que  el 
amor  no  vive  sin  la  estimación;  esas  son  pala- 
bras vacías  que  la  realidad  de  la  vida  desmiente 
de  continuo;  Bossuet  lo  ha  dicho  y  otros  lo  dije- 
ron antes:  Se  ama  sin  saber  cómo  ni  por  qué 
y  se  deja  de  amar  por  igual  motivo.  No  se 
arranca  del  pecho  el  amor  porque  un  hombre 
haya  cometido  un  crimen;  acaso  se  le  ama  más 
todavía;  sintiendo  la  necesidad  de  protegerle.  El 
amor  no  tiene  remordimientos.  Sólo  habla  la 
conciencia  cuando  el  corazón  se  calla. 

Estas  y  otras  son  las  razones  de  las  mujeres 
de  París  que  han  dado  su  opinión  por  escrito;  y 
de  ello  resulta,  según  ha  indicado  un  escritor, 
que  el  bello  sexo  está,  por  lo  visto,  en  desacuer- 
do con  la  moral  del  Código;  que  á  juzgar  por  las 
leyes  del  corazón  femenino  los  hombres  no  so-, 
mos  justos;  no  conocemos  las  leyes  del  amor;  no 
amamos. 

Lo  que  es  cierto  de  todo  punto  es  que  Pran- 
zini no  ha  encontrado  simpatías  mas  que  entre 
las  mujeres,  y  que  estas  simpatías  casi  casi  han 
tenido  carácter  de  una  m'&nifestación  por  lo  nu- 
merosas. Claro  es  que  en  ese  París,  como  capi- 
tal que  es,  por  así  decirlo,  de  las  capitales  de 
Europa,  están  reunidos  los  caracteres  y  tempe- 
ramentos femeniles  más  extraños,  más  enfermos 
y  más  extraordinarios;  mujeres  que  cansadas  de 
amar  hombres,  poseedoras  de  sus  derechos  civi- 
les, encuentran  atractivos  en  la  figura  de  un  cri- 
minal engrandecido  por  las  reseñas  jurídicas  de 
los  diarios;  mujeres  que  nacieron  para  ser  fieras 
y  que  en  un  criminal  espantoso  encuentran  su 
idéntica  naturaleza;  mujeres  extraordinarias  de 
perturbado  espíritu  que  aman  á  un  sentenciado 
á  muerte  por  ser  amor  imposible. 

No  creas,  sin  embargo,  que  todas  las  que  opi- 
nan de  ese  modo  pertenecen  á  la  sociedad  des- 
moralizada de  París.  La  mujeres  toda  imagina- 
ción y  sentimiento;  es  toda  amor  y  piedad;  los 
crímenes  la  aterran,  pero  los  criminales  la  fas- 
cinan cuando  tienen  alguna  cualidad  eminente; 
su  belleza,  su  entereza,  su  corazón  sensible... 
Hay  además  una  circunstancia  fácil  de  notar; 
los  hombres  abandonan  4  sus  amigos  cuando  les 
condenan  á  prisión;  las  mujeres  no  abandonan 
á  sus  amantes;  se  las  ve  llegar  á  la  cárcel,  con 
alimentos,  con  cigarros,  con  flores,  con  un  obse- 
quio cualquiera;  y  más  que  con  esto  con  sem- 
blante triste,  que  sólo  se  ilumina  cuando  apa- 
rece el  preso,  para  que  éste  se  consuele  á  su  vez 
con  ese  reflejo  de  alegría. 

Muchas  veces  he  pensado  que  lo  más  triste 
para  quién  está  en  la  cárcel  no  es  la  desnudez 
de  la  prisión,  ni  la  soledad^  ni  la  pérdida  de  la 
estimación  de  las  gentes,  ni  la  desesperanza  de 
los  bienes  soñados;  lo  más  triste  es  la  oscuridad 
que  deja  la  mujer,  la  novia,  la  querida,  la  hija, 
al  terminar  la  hora  de  la  visita;  oscuridad  llena 
de  la  ausencia  de  esos  cariños,  de  esos  encan- 
tos, de  esas  poesías,  que  brotan  en  palabras  y 
en  besos  de  los  labios  de  la  mujer.  En  buen  hora 
que  se  retiren  de  la  reja  los  hombres,  el  padre, 
los  hermanos,  los  amigos;  todos  ellos  han  ido 
allí  á  recordar  el  crimen  ó  el  delito,  á  refunfu- 
ñar consejos  tardíos,  á  discutir  sobre  trámites 
de  la  causa,  á  distraer  el  ánimo,  quizás,  con  no- 
ticias de  la  política,  de  inventos,  de  negocios, 
de  espectáculos,  de  fiestas  y  de  las  desgracias  y 
felicidades  ajenas;  pero  al  retirarse  las  mujeres 
se  van  con  ellas  más  que  consejos,  noticias  y 


recuerdos;  porque  ellas  hablan,  sólo  á  su  preso 
de  una  vida,  un  mundo  y  un  porvenir  en  los  cua- 
les no  aparece  un  reproche,  donde  él  puede  vi- 
vir sin  rubor,  donde  se  le  disculpa,  se  le  pro- 
clama inocente  y  se  le  devuelve  á  la  libertad,  á 
la  luz  y  al  aire  amplísimos  de  los  espacios.  Le 
hablan  de  cariño,  de  amor,  de  un  corazón  que 
comparte  con  él  sus  amarguras;  que  no  puede 
ser  feliz  mientras  él  no  lo  sea;  que  responde  fue- 
ra de  las  murallas  de  la  cárcel  al  latido  de  su 
corazón  en  las  prisiones,  y  le  dicen  que  no  está 
preso  del  todo,  puesto  que  la  mitad  de  su  tris- 
teza estil  fuera,  entre  las  alegrías  del  mundo. 
¡No,  no  hay  preso  desgraciado,  mientras  pueda 
llegar  á  la  reja  de  su  cárcel,  de  cuando  en  cuan- 
do, una  mujer;  compadezcamos  sólo  al  que  está 
condenado  para  siempre  á  sftlo  ver  el  duro  ros- 
tro y  á  oir,  tan  sólo,  la  bronca  voz  de  los  hom- 
bres! 

Entre  los  asesinos  famosos  que  han  interesa- 
do á  Madrid,  vive  todavía  uno  que  fué  senten- 
ciado á  muerte  y  que  empezó  á  dar  síntomas  de 
locura  poco  después  de  ser  encerrado  en  una 
celda.  Era  hombre  conocido  y  estimado  y  su 
crimen  se  relacionó  con  rencores  personales.  Yo 
fui  á  visitar  la  cárcel  y  pude  verle  en  su  celda, 
y  entré  en  ella  acompañado  de  una  de  las  da- 
mas más  celebradas  por  su  hermosura  en  Ma- 
drid, la  cual  había  solicitado  verle  por  curio- 
sidad. 

Cuando  entramos  en  la  celda  el  criminal,  que 
estaba  sentado,  alzó  los  ojos,  volviéndolos  á  ba- 
jar instantáneamente:  aquella  dama  le  dirigió 
la  palabra  sin  recibir  contestación;  sin  que  él 
alzase  los  ojos;  entonces  ella  se  le  acercó  y  le 
tomó  una  mano,  que  él  abandonó  como  sino  tu- 
viese movimiento;  y  la  dama,  en  fin,  para  verle, 
con  esa  intrepidez  que  tienen  las  mujeres,  le  puso 
la  mano  en  la  frente  y  le  echó  atrás  la  cabeza 
para  verle  bien  la  cara,  y  quizás  también  para 
que  él  se  la  viese  á  ella.  El  preso  la  miró  y  ce- 
rró los  ojos.  Salimos  de  allí  y  yo,  al  salir,  discu- 
rría entre  mí  si  lo  que  había  visto  en  aquella 
mujer  era  valor,  era  piedad  ó  era  un  amor  na- 
ciente. Y  aquella  noche  cuando  me  revolvía  en 
mi  cama  para  conciliar  el  sueño  no  pude  menos 
de  recordar  al  preso  que  estaría  en  la  celda 
despierto,  dejando  vagar  sus  ojos  enloquecidos 
por  la  negrura  de  la  oscuridad  y  viendo  en  ella 
destacarse  como  una  aureola  la  figura  de  una 
mujer  de  belleza  espléndida,  que  se  le  acerca- 
ba, y  le  dirigía  palabras  suaves  y  le  tocaba  en 
la  frente  con  sus  dedos  de  ángel,  y  que  so  eva- 
poraba luego  dejándole  mayor  desesperación  en 
el  alma,  como  la  visión  de  un  amor  imposible 
que  huye  al  extender  hacia  ella  las  manos  man- 
chadas de  sangre. 

Si  las  mujeres  de  París  han  dado  el  espec- 
táculo á  que  antes  me  referí,  el  buen  pueblo  ha 
dado  otro  muy  distinto.  Algunos  días  antes  de 
la  ejecución  el  sitio  en  que  ésta  debía  verificar- 
se estaba  ocupado  por  inmensa  concurrencia,  y 
la  multitud  se  divertía  en  improvisar  canciones 
contra  Pranzini.  No  tiene  esto  nada  de  extraño: 
en  todos  los  países  donde  se  ejecuta  á  los  reos 
públicamente  el  día  de  la  ejecución  es  fiesta:  se 
celebra  la  romet  ia  del  patíbulo.  Sin  embargo,  si 
hemos  de  creer  lo  que  dicen  los  periódicos  in- 
gleses, en  Londres,  aunque  se  ejecuta  dentro  de 
la  prisión,  los  alrededores  de  ésta  se  cubren 
igualmente  de  muchedumbre.  Hace  pocos  días 
fué  colgado  en  la  prisión  de  Newgate  un  asesi- 
no, Lipspi;  el  público  acudió,  contentándose  con 
mirar  las  paredes  de  la  cárcel  y  suponer,  con- 
sultando el  reloj,  lo  que  dentro  está  pasando. 
Mirar  á  una  pared  detrás  de  la  cual  se  ajusticia 
es  ver  algo.  La  multitud  ya  que  no  pudo  hacer 
otra  cosa  tributó  una  ovación  al  verdugo,  le  pi- 
dió detalles  y  le  acompañó  á  su  casa  como  se 
acompaña  al  héroe  triunfador. 

Todo  esto  podrá  ser  lógico  más  es  repugnan- 
te, y  no  ha  faltado  quien  proponga  que  las  eje- 
cuciones no  se  hagan  en  las  ciudades  y  pueblos, 
sino  en  parajes  desiertos.  Yo  creo  que  este  sería 
un  gran  medio  de  poblar  esos  parajes,  pues,  no 
faltarían  quienes  construirían  casas  allí  para 
tener  asegurado  sitio. 

Los  periódicos  nos  han  dicho  también  que 


LA  ILU8TRA0I0N  IBÉRICA 


579 


Pranzini  leía  en  su  prisión,  con  preferencia,  li- 
bros de  viajes.  Según  parece  la  biblioteca  de  la 
prisión  se  compone  de  ese  género  de  obras  en 
su  mayor  parte.  No  deja  de  ser  curioso  que  se 
le  ofrezca  irónicamente  al  criminal  la  descrip- 
ción pintoresca  de  un  mundo  que  está  en  víspe- 
ras de  abandonar. 

La  sociedad  es  muy  complaciente;  no  tan  sólo 
proporciona  libros  amenos,  sino  que  regala  en  el 
día  de  la  ejecución  los  platos  más  selectos:  el 
reo  puede  elegir  sus  platos  favoritos;  algunos 
aceptan  el  obsequio  hasta  con  gratitud  por  cir- 
cunstancias especiales;  hé  aquí  uno  de  esos  ca- 
sos que  citaré,  para  concluir  esta  carta  con  un 
chiste,  aunque  sea  un  chiste  verdaderamente 
patibulario. 

El  director  de  la  cárcel. — Antes  de  ir  al  patí- 
bulo, ¿quiere  V.  tomar  algo? 

El  reo. — Sí,  señor;  quisiera  un  plato  de  alme- 
jas: me  gustan  con  delirio  y  no  las  tomo  nunca 
porque  siempre  se  me  indigestan... 

El  director. — Comprendido;  seguramente  que 
hoy  no  le  harán  á  V.  daño. 

(Histórico). 

Tuyo, 

Fernanflor. 

* 


UN  IDILIO  NIHILISTA 


Cuando  Alejandro  se  despertó,  tuvo  un  ligero 
sobresalto. 

Abrió  los  ojos,  incorporóse  sobre  la  cama,  y 
contempló  con  asombro  aquella  estancia  que  le 
era  desconocida. 

Poco  á  poco  la  realidad  fué  disipando  las 
nieblas  que  el  sueño  había  amontonado  sobre 
su  cerebro,  y  conoció  (jue  ya  no  se  hallaba  en 
el  tren,  sino  en  el  cuarto  de  la  modesta  posada. 

Su  cuerpo  se  hallaba  todavía  resentido  por  el 
largo  viaje,  y  en  sus  oídos  zumbaban  el  ronco 
silbido  de  la  locomotora,  el  trepidar  de  los  va- 
gones, los  chasquidos  de  las  ruedas  y  el  mur- 
mullo producido  por  la.s  insulsas  conversaciones 
de  los  compañeros  de  viaje. 

Su  mirada  soñolienta  y  nublada  paseóse  rá- 
pidamente por  todos  los  rincones  del  mezquino 
cuarto. 

Alejandro,  la  noche  anterior,  no  había  tenido 
tiempo  para  fijarse  en  aquél,  pues  apenas  se  en- 
contró solo,  tiendióse  rendido  sobre  la  cama,  y 
á  los  pocos  momentos  fué  presa  del  sueño. 

La  habitación  que  ocupaba  el  joven  no  se 
diferenciaba  en  nada  de  las  de  todas  las  posa- 
das rusas. 

El  techo,  el  pavimento  y  las  paredes  eran  de 
madera  reforzada  con  argamasa,  y  la  estancia 
sólo  recibía  la  luz  á  través  de  una  irregular  y 
mezquina  ventana  con  vidrieras  compuestas  de 
cristales  de  diferentes  colores. 

Los  muebles  eran  escasos  y  malos;  una  cama 
de  álamo  vieja  y  desvencijada,  dos  taburetes  de 
la  misma  madera,  y  un  arcén  lleno  de  compos- 
turas y  clavos,  que  lo  mismo  podía  servir  para 
guardar  objetos  que  como  mesa  ó  confidente. 

Las  paredes  estaban  desnudas  de  todo  ador- 
no, y  sólo  en  un  rincón  y  apegado  con  engrudo, 
veíase  el  retrato  del  Czar  grotescamente  pintar- 
rojeado  y  envuelto  en  el  tradicional  manto 
imperial. 

Todo  este  aspecto  que  presentaba  la  habita- 
ción, lo  abarcó  Alejandro  de  una  sola  ojeada. 

Después  permaneció  inmóvil  sobre  la  cama, 
hasta  que  comprendiendo  por  la  luz  que  atrave- 
saba las  vidrieras,  que  debía  ser  algo  tarde, 
levantóse  de  aquélla  de  un  salto. 

El  joven  habíase  acostado  sin  desnudarse  la 
noche  anterior,  y  presentaba  un  aspecto  muy 
digno  de  descripción. 

Vestía  un  traje  que  en  Rusia  podía  llamarse 
mixto,  pues  se  componía  de  prendas  elegantes 
y  prendas  rústicas  que  parecían  desdecir  de  su 
porte  distinguido. 

Usaba  reloj,  y  su  camisa  era  tan  blanca  y 
fina  como  la  del  primer  elegante  de  San  Peters- 


burgo,  pero  en  cambio  su  traje  era  de  paño  de 
tejido  grosero,  y  sus  pantalones  se  escondían 
dentro  de  unas  altas  botas  claveteadas,  de  grue- 
sas suelas  y  como  hechas  de  encargo  para  pisar 
las  nieves  de  los  campos. 

Sobre  el  arcón  veíase  una  gorra  felpuda  y 
un  abrigo  de  pieles  de  los  que  usan  los  campe- 
sinos y  que  reciben  el  nombre  de  tulupa. 

lia  figura  de  Alejandro  era  también  extraña 
y  mixta. 

Su  cuerpo  era  robusto,  su  estatura  más  que 
regular,  bajo  los  pliegues  de  su  traje  se  delata- 
ban músculos  rectos  y  poderosos,  y  toda  su  per- 
sona respiraba  fuerza  y  energía. 


A  primera  vista  parecía  vulgar,  pero  con  una 
poca  observación,  se  conocía  que  aquel  cuerpo 
encerraba  algo  grande,  algo  superior. 

Su  vista  producía  el  mismo  efecto  que  una 
caja  sencilla  de  cartón  dentro  de  la  cual  com- 
prendemos existen  ricas  alhajas. 

Aquella  cabeza  bien  puesta  sobre  los  hom- 
bros, y  cuyos  principales  detalles  eran  una 
luenga  barba  rojiza  y  esa  nariz  pequeña  que 
parece  patrimonio  de  la  raza  eslava,  nada  expre- 
saba de  continuo;  era  la  cabeza  de  un  hombre 
vulgar,  pero  en  ciertos  momentos  sus  ojos  azu- 
lados que  de  continuo  tenían  una  expresión  fría 
é  indiferente,  dejaban  escapar  como  fugaz  re- 


VERONA:  ÁBSIDE  DE  LA  IGLESIA  DE  SANTA  ANASTASIA 


lámpago  una  mirada  sublime  y  avasalladora, 
de  esas  que  sólo  son  propias  de  los  vencedores 
ó  los  mártires. 

Era  generalmente,  un  joven  severo,  grave,  y 
de  pocas  palabras,  pero  en  determinadas  cir- 
cunstancias se  despojaba  de  su  frialdad,  y  apa- 
recía momentáneamente  con  la  grandiosidad  del 
apóstol  y  la  firmeza  del  fanático. 

Con  esto  creemos  haber  descrito  á  Alejan- 
dro. 

Después  que  éste  saltó  de  la  cama  al  suelo, 
púsose  á  pasear  pensativo  por  la  estancia  como 
aquel  que  procura  orientarse  por  entre  un  dé- 
dalo de  suposiciones  y  pensamientos. 

Por  algún  tiempo  permaneció  abismado  en 
sus  meditaciones,  hasta  que  dos  golpes  dados 
con  alguna  suavidad  en  la  puerta  le  sacaran  de 
su  abstracción. 

Alejandro  al  oírlos  quedóse  sorprendido,  pero 
inmediatamente  descorrió  el  cerrojo  de  la  puerta 
que  se  abrió,  apareciendo  en  el  dintel  un  hom- 
bre alto,  casi  hercúleo  y  de  feo  rostro,  coronado 
por  una  crespa  ó  inculta  cabellera. 

El  joven  le  reconoció  al  momento;  era  el  mozo 


de  la  posada,  la  noche  anterior  le  había  condu- 
cido al  cuarto  que  ahora  ocupaba. 

— Señor, — dijo  con  voz  áspera  que  en  vano 
intentaba  dulcificar, — son  las  once  de  la  maña- 
na y  como  no  os  levantabais... 

Y  mientras  esto  decía,  el  sirviente  fijaba  con 
insolencia  su  torcida  mirada  en  Alejandro,  como 
si  pretendiera  adivinarle  sus  más  recónditos  se- 
cretos. 

—  Gracias, — contestó  el  joven. — Eres  un 
buen  muchacho;  venías  á  despertarme  y  te 
agradezco  la  intención. 

— Indudablemente  habréis  dormido  bien,  se- 
ñor Alejandro. 

— ¿Cómo  sabéis  mi  nombre? 

— La  policía  lo  sabe  todo.  Esta  mañana  ha 
venido  un  comisario  á  inquirir  si  verdadera- 
mente estáis  alojado  aquí. 

— Se  conoce  que  esto  está  muy  vigilado. 

— Bastante:  y  áan  así,  esos  picaros  nihilistas 
atentan  á  cada  instante  contra  la  vida  del  Czar 
nuestro  muy  amado  padre. 

(Se  continuará)      Vicente  Blasco  IbáSez. 


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582 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


RECUERDOS 

(OOXOLDaiólt) 

Por  espacio  de  ciiatro  horas,  siguió  en  toda 
su  fueraa  el  ruido  utronador  de  la  pelea;  des- 
pués poco  á  poco  se  fué  alejando,  hasta  perder- 
se en  lontananza  sus  últimos  ecos,  muy  cerca  ya 
del  anochecer. 

Mucho  trabajo  tuvimos  aquella  tarde,  pues 
no  cesaban  de  llegar  heridos  desde  el  campo  de 
batalla;  pero  gracias  á  las  buenas  condiciones 
del  local  empleado,  y  á  la  incansable  actividad 
de  los  médicos  y  practicantes  de  Sanidad,  fueron 


divinamente   atendidos  aquellos  desgraciados. 

Por  un  joven  oficial  de  caballería,  que  vino  á 
la  caida  de  la  tarde  con  órdenes  para  el  jefe  de 
Sanidad,  supimos  con  inmenso  placer  que  la 
victoria  había  coronado  los  heroicos  esfuerzos 
de  nuestros  bravos  soldados,  y  que  el  enemigo 
emprendía  su  retirada  en  toda  la  línea,  con  un 
orden  admirable  y  uq  valor  á  toda  prueba. 

Para  cumplimentar  las  órdenes  recibidas,  y 
escoltados  por  fuerzas  de  infantería,  destinadas 
al  efecto,  emprendimos  la  marcha  hacia  van- 
guardia, para  recoger  todos  los  heridos  que  que- 
daban todavía  sobre  el  teatro  de  la  lucha. 

Toda  aquella  noche  duró  para  nosotros  tan 


EL  SORTILEGIO  ^Cuadro  de  John  CoUier) 


triste  tarea.  Ejércitos  mil  de  pálidas  estrellas 
tachonaban  la  bóveda  celeste,  irradiando  en  el 
éter  oleadas  infinitas  de  suavísima  luz,  que  ve- 
nían á  morir  con  dulce  ritmo  sobre  la  tierra  hu- 
medecida del  rocío. 

Perfume»  embriagadores  se  elevaban  al  cielo 
desde  el  humilde  cáliz  de  las  flores  silvestres. 
Rumores  lejanos  confundían  sus  ondas  allá  eu 
el  espacio,  formando  á  cada  instante  el  susurro 
misterioso  del  silencio.  Silencio  tanto  más  terri- 
ble, porque  era  el  de  la  muerte.  Allí  dormían  el 
sueño  de  los  héroes,  los  cadáveres  insepultos 
de  muclioa  soldados,  que  horas  antes,  estaban 
llenos  de  vida  y  juventud. 

¡Pobre»  madres,  que  esperarán  quizá  el  sus- 
pirado regreso  de  aquellos  pedazos  de  su  pro- 
pio corazón!  ¡En  vano,  un  día  y  otro  día,  mira- 
rán con  esperanza  secreta  la  blanca  senda  que 
conduce  á  la  aldea,  ¡>ara  divisar  á  lo  lejos  un 
bnltí»,  uniforme  militar  que  anuncie  la  vuelta 
deseada  de  huh  hijos!  ¡Quién  saín!,  si  alguna  sin 
ventura  verá  llegar  j)or  sarcasmo  de  la  suerte, 
ql  mismo  que  t«nga  la  tríste  misión  de  entregar 
en  sus  manos  las  ensangrentadas  reliquias  de 


aquel  que,  cumplienSo  un  sagrado  deber  para 
con  la  patria,  encontró  gloriosa  muerte  sobre  el 
campo  del  honor! 

Felices  al  cabo,  en  cierto  modo,  los  que  tienen 
quien  les  llore.  ¡Cuántos  hay,  en  cambio,  que 
encuentran  tumba  ignorada  en  el  fondo  de  un 
barranco,  sin  que  nadie  derrame  una  lágrima 
por  ellos,  ui  la  patria  agradezca  su  noble  sacri- 
ficio! El  soldado,  esa  figura  tan  noble,  tan  sen- 
cilla y  tan  grande  á  la  par,  merece  que  todo  el 
que  lo  encuentre  en  su  camino,  se  quite  el  som- 
brero hasta  los  pies  en  señal  de  respeto  y  ad- 
miración. Despreciable  será  el  hombre  que  no 
respete  en  el  soldado,  la  personificación  más 
pura  de  la  patria,  el  prototipo  más  acabado  de 
la  abnegación  y  el  desinterés. 

Así  filosofaba  yo  en  aquellos  tristes  mpmen- 
tos  y  pensaba  al  propio  tiempo,  cuan  difícil  es 
la  noble  misión  de  los  jefes  y  oficiales  de  todas 
armas,  tanto  en  la  paz  como  en  la  guerra.  En 
la  paz,  educar  al  soldado  y  adiestrarle  para  el 
combate;  administrar  sus  haberes,  atenderle  y 
cuidarle  con  aquel  tact/)  y  constancia  que  tanta 
paciencia  requieren. 


En  campaña,  aplicar  los  principios  enseña- 
dos, acostumbrar  y  connaturalizar  al  soldado 
con  los  peligros,  infundiéndole  una  ciega  con- 
fianza en  los  que  mandan,  y  economizar,  por  fin, 
con  inteligencia  y  serenidad  las  vidas  preciosas 
de  aquellos  seres  que  la  patria  les  confía,  para 
tener  después  la  satisfacción  más  grande,  el 
orgullo  más  noble,  el  placer  más  cumplido  y 
hermoso  de  todos  los  placeres,  cual  es  el  devol- 
verlos á  los  amantes  brazos  de  sus  madres,  cu- 
biertos, sí,  de  cicatrices  pero  llenos  de  vida  y 
juventud  para  que  puedan  ser  el  amparo  de  su 
vejez. 

¡Cuánta  injusticia  y  cuánto  egoísmo!  Durante 
la  paz,  nadie  ve  en  los  militares  más  que  el  di- 
nero que  cuestan  á  la  nación;  pero  no  tionen  en 
cuenta  los  sacrificios,  las  penalidades,  los  sufri- 
mientos y  privaciones  que  pasan  en  campaña, 
las  vidas  que  se  pierden,  las  heridas  toj  ribles 
que  reciben,  la  miseria  quizá  que  les  aguarda 
y  otras  mil  contrariedades  de  todo  género  á  que 
está  sujeta  la  vida  azarosa  del  militar.  No  se 
cansen,  no,  los  que  cegados  por  una  pasión  in- 
concebible, miran  con  prevención  aquello  mis- 
mo que  tanto  debieran  dignificar.  Tanto  tiempo 
como  duren  las  discordias  y  miserias  de  los 
hombres,  durará  también  la  guerra  y  la  necesi- 
dad de  los  ejércitos  permanentes. 

Porque  el  ejército  ha  sido  siempre  y  será,  la 
fuerza  á  la  orden  del  derecho,  el  sostén  incon- 
trastable del  honor  nacional.  Cada  gota  de  san- 
gre que  derrama  el  soldado  sobre  el  campo  de 
batalla,  es  semilla  fecunda  y  maravillosa  de 
grandes  virtudes  y  de  elocuentes  ejemplos,  dig- 
nos siempre  de  imitar. 

Si  todos  los  ciudadanos  fueran  soldados  y  pa- 
garan á  la  patria  una  vez  sola,  tan  justo  y  no- 
ble tributo,  sabrían  como  yo  sé  las  espinas  y 
abrojos  de  que  está  sembrada  la  carrera  de  las 
armas. 


III 


PEDKO    PONCK 

Recuerdo  perfectamente  que,  entre  los  mu- 
chos cadáveres  que  vieron  mis  ojos  durante 
aquella  noche,  ninguno  me  causó  tanta  impre- 
sión como  el  de  un  pobre  soldado  de  cazadores, 
que  tenía  el  pecho  atravesado  de  un  bayonetazo. 
Su  cuerpo  estaba  tendido  de  esjjaldas  sobre  la 
yerba,  los  brazos  abiertos,  la  cabeza  caida  hacia 
atrás  y  salpicado  de  sangre  su  uniforme. 

Su  rostro  varonil  conservaba  todavía  una  ex- 
presión amenazadora.  Al  verlo,  se  formaba  uno 
la  idea  de  aquel  hombre,  lleno  de  vida,  cargan- 
do á  la  bayoneta  con  sus  demás  compañeros  y 
detenido  en  su  carrera,  de  improviso,  por  el  arma 
homicida  que  le  dio  gloriosa  muerte. 

El  sargento  primero,  comandante  del  pelotón 
que  nos  ayudaba  en  tan  fúnebre  tarea,  recono- 
ció perfectamente  al  pobre  soldado,  por  ser  de 
su  misma  compañía  y  paisano  suyo.  Me  dijo 
que  se  llamaba  Pedro  Ponce,  que  era  hijo  de 
una  pobre  viuda  llamada  Constanza  Venegas 
que,  sola  en  el  mundo  y  habiendo  disfrutado  en 
otro  tiempo  de  una  posición  desahogada,  no 
tenía  al  presente  otros  recursos  ni  más  amparo 
que  aquel  hijo  querido  á  quien  idolatraba  con 
pasión.  Registradas  sus  ropas  por  el  sargento, 
se  le  encontró  la  última  carta  que  había  recibi- 
do de  su  madre.  Carta  conmovedora  que  hizo 
asomar  las  lágrimas  á  mis  ojos  y  acariciar  eu 
seguida  un  proyecto  que  bien  pronto  realicé. 

El  sitio  en  que  el  pobre  Pedro  Ponce  perdió 
su  vida  era  un  oasin  en  miniatura.  Arboles  frou- 
dosos  cubrían  con  su  verde  pabellón  una  peque- 
ña pradera,  cuyas  suaves  pendientes  esmaltaban 
flores  silvestres.  Un  limpio  manantial,  brotando 
en  su  parte  más  alta,  formaba  en  su  vertiente 
un  arroyo  que,  saltando  bullidor  de  piedra  en 
piedra,  producía  un  murmullo  delicioso. 

Muy  cerca  del  manantial,  y  junto  al  tronco 
de  un  añoso  roljle,  abrimos  una  zanja  profunda, 
en  la  cual  depositamos  el  cuerpo  de  aquel  va- 
liente. Una  cruz  de  madera  coronaba  aquella 
humilde  sepultura,  como  recuerdo  á  su  me- 
moria, 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


583 


A  los  dos  días,  una  persona  de  toda  mi  con- 
fianza salió  con  dirección  al  pueblo  de  Z...,  para 
dar  á  la  pobre  Constanza  la  infausta  nueva  de 
la  muerte  de  su  hijo  y  con  el  encargo  expreso 
de  traérsela  á  mi  casa,  para  que  viviera  en  lo 
sucesivo  bajo  mi  amparo. 

Su  entrevista  conmigo  fué  dolorosa  en  ex- 
tremo. «Estoy  sola  en  el  mundo,»  me  dijo  sollo- 
zando. «Yo  también  señora,  le  contesté,  y  por 
eso  será  V.  mi  segunda  madre,  y  así  tendrá 
otro  hijo  á  quien  amar,  no  tan  bueno  como  Pe- 
dro, pero  dispuesto  siempre  á  enjugar  sus  lá- 
grimas y  á  endulzar  sus  muchas  penas.» 

Todos  los  días,  al  amanecer,  emprendía  aque- 
lla pobre  mujer  su  caminata,  para  rezar  sobre 
el  sepulcro  de  su  hijo.  Nunca  faltaron  en  la 
tosca  cruz  frescas  flores  que  la  adornaran. 

¡Pobre  madre!  No  bastaron  dulces  reflexiones, 
cuidados  incesantes  y  cariñosos  consuelos.  Su- 
cedió lo  que  debía  suceder.  Una  hermosa  maña- 
na del  mes  de  Mayo,  alarmado  por  su  tardanza, 
salí  á  buscarla  en  el  sitio  de  costumbre.  Allí, 
sobre  la  cruz  arrodillada,  la  sorprendió  sin  duda 
la  muerte.  ¡Murió  de  pena  la  infeliz!  No  quise 
separar  aquellos  seres  que  vivieron  siempre 
juntos,  y  previas  las  formalidades  necesarias, 
conseguí  autorización  para  enterrarla  al  lado 
de  su  hijo. 

La  campaña  fué  bastante  breve,  gracias  á  la 
bravura  de  nuestro  ejército,  y  la  paz,  con  sus 
rientes  resplandores,  devolvió  la  tranquilidad 
y  el  sosiego  á  todos  los  habitantes  de  aquella 
comarca,  tan  digna  de  mejor  suerte. 

Cuando  mis  muchas  ocupaciones  me  permi- 
tieron poner  en  orden  los  asuntos  de  mi  casa, 
fué  mi  primer  cuidado  reemplazar  la  cruz  de 
madera  bajo  la  cual  reposa  el  pobre  soldado, 
por  otra  más  grande  de  mármol,  que  se  eleva 
gallardamente  sobre  un  elegante  pedestal:  «Pe- 
dro Ponce,  muerto  en  el  campo  del  honor.  Su 
madre,  Constanza  Venegas,  descansa  junto  á  él.» 

Este  fué  el  epitafio  que  hice  grabar  en  la 
cruz  como  memoria  de  aquellas  dos  almas  que 
la  muerte  separó  por  breve  plazo. 

¡Ckiántos  años  han  pasado  desde  entonces! 

Aquel  agreste  lugar,  tan  solitario  entonces, 
es  ahora  el  punto  de  cita  obligado  de  todos  los 
habitantes  comarcanos,  siempre  que  se  trata  de 
alguna  expedición  de  caza,  romería  ó  cualquiera 
otra  diversión.  Los  recién  casados  nunca  dejan 
de  beber  en  su  limpio  manantial,  porque  es 
fama  que  sus  aguas  dan  la  felicidad.  Ni  hay  un 
prado  más  alegi-e  que  aquel  para  bailar  las  za- 
galas y  aldeanos  al  compás  del  tamboril. 

Durante  el  invierno,  es  el  sitio  elegido  por 
los  ancianos  para  tomar  el  sol,  que  lo  inunda 
con  sus  rayos  todo  el  día. 

Las  tardes  del  estío,  son  más  frescas  cuando 
se  pasan  bajo  la  sombra  de  aquellos  árboles 
frondosos.  Entre  sus  ramas  cantan  mejor  sus 
tiernas  endechas  los  ruiseñores  en  las  noches 
serenas.  Las  brisas  de  la  mañana,  al  pasar  en- 
tre los  miles  de  gayombas  que  allí  crecen,  se 
saturan  con  sus  perfumes  para  llevarlos  lejos 
en  sus  plácidas  ondas.  Allí  la  naturaleza  ente- 
ra parece  regocijarse  derramando  á  manos  llenas 
sus  más  preciados  dones,  y  es  que,  en  aquel  sitio 
bajo  la  cruz  de  mármol,  está  la  tumba  ilel solda- 
do que  murió  por  la  patria.  La  tierra,  salpicada 
un  tiempo  con  su  sangre  generosa,  palpita  des- 
de entonces  de  alegría  y  se  viste  con  sus  galas 
más  brillantes. 

¡Dichoso  yo,  si  un  día,  cuando  los  años  coro- 
nen de  nieve  mi  cabeza,  puedo  descansar  sobre 
las  gradas  de  aquella  cruz  bendita  y  esperar 
tranquilamente  la  hora  venturosa  de  mi  muerte! 

Fklipe  Mathé. 


-*- 


REVISTA  científica 


A  vípo  á  lo8  tf-ncdores  de  billetes  de  lianco,  — TranquiUzado- 
rap  noticias  respecto  á  ]a  extinción  del  calor  del  sol.— 
El  eclipse  del  \'.<  de  Agosto. —  ("ontra  el  hipo.— i  uidado 
con  la  cocaina.— La  futura  sub-humanldad.— Utilización 
del  veneno  de  los  crótalos. 

A  pesar  de  lo  poco  que  nos  interesa  á  la  in- 
mensa mayoría  de  los  españoles,  no  quiero  pri- 


varme de  dar  á  conocer  á  los  que  no  lo  sepan 
todavía,  que  parece  haberse  descubierto  el  medio 
de  reconocer  indefectiblemente  los  billetes  de 
Banco  falsos,  obra  de  misericordia  debida  á  un 
austríaco.  «Cuando  se  mira  en  el  estereoscopio, 
— dice  M.  Georges  Petit, — dos  billetes  de  Ban- 
co legítimos,  las  dos  imágenes  se  confunden  y 
no  se  ve  mas  que  una  cuyas  partes  todas  están 
en  un  mismo  plano.  Si,  por  el  contrario,  se  colo- 
can dos  billetes  que  no  proceden  de  la  misma 
plancha,  las  dos  imágenes  no  se  recubren  ya 
exactamente,  pues  aun  en  el  supuesto  de  la  imi- 


tación más  perfecta,  la  forma  y  la  posición  de 
los  caracteres  y  otros  pormenores  presentan 
siempre  algunas  diferencias  que  en  el  estereos- 
copio aparecen  distintamente,  puesto  que  las 
partes  desemejantes  no  se  presentan  ya  en  un 
mismo  plano  y  se  destacan  una  de  otra  en  el  es- 
pacio formando  relieve.  De  ahí  se  sigue  que 
para  comprobar  la  autenticidad  de  un  billete 
dudoso  basta  confrontarlo  con  un  billete  legiti- 
mo en  un  estereoscopio  de  las  dimensiones  que 
se  quiera;  el  menor  desdoblamiento  de  la  ima- 
gen denuncia  inmediatamente  la  falsificación. 


AGUAS  TRANQUILAS  i  (uadio  de  A.  En^) 


»Este  mismo  medio  servirla  para  reconocer 
las  imitaciones  de  valores,  de  impresos  anti- 
guos, etc.  Más  aún:  si  este  procedimiento  es  sus- 
ceptible de  mostrarl%al  mismo  falsario  la  im- 
perfección de  su  imitación,  no  le  facilita  en 
cambio  indicación  alguna  que  le  permita  recti- 
ficar su  grabado  y  realizar  una  reproducción 
absolutamente  fiel.  Este  medio  de  comprobación 
no  exige  ningiín  conocimiento  especial,  ni  mani- 
pulaciones químicas  que  podrían  deteriorar  la 
pieza  examinada,  y  además  es  aplicable  con  gran 
rapidez;  no  es,  pues,  un  descubrimiento  inte- 
resante tan  sólo  teóricamente,  sino  que  puede 
emplearse  en  todas  las  oficinas  financieras,  en 
el  curso  de  las  operaciones  diarias.» 

Por  mi  parte,  sólo  cuidaré  de  avisar  á  los  que 
hagan  uso  del  estereoscopio,  que  tengan  cuidado 
de  que  el  billete  que  sirva  de  tipo  de  compara- 
ción sea  legítimo  á  fin  de  evitarse  el  disgusto 
de  un  industrial  de  aquí,  que  comprobando  en 
aquel  aparato  los  billetes  buenos  con  uno  falso 
que  le  servía  de  muestra,  rehusaba  los  primeros 
y  admitía  únicamente  los  segundos. 


*  * 


En  una  de  las  últimas  sesiones  de  la  Institut 
ción  Real  de  Londres,  ha  vuelto  á  abordar 
sir  W.  Thompson,  la  cuestión  de  la  conservación 
de  la  energía  solar  y  ha  desenvuelto  la  hipóte- 
sis de  Helmhrotz  que  atribuye  el  calor  del  sol 
al  trabajo  de  condensación  progresiva  de  su 
masa  bajo  la  influencia  del  enfriamiento.  La 
tasa  actual  de  la  irradiación  solar,  equivalente 
á  78.000  caballos  de  vapor  por  metro  cuadrado, 
puede  explicarse  por  una  contracción  del  radio 
solar  que  alcanza  anualmente  35  metros  y  co- 
rresponde á  un  diez  milésimo  de  este  radio 
cada  2.000  años.  Suponiendo  que  la  irradiación 
haya  permanecido  constante  durante  doscientos- 
mil  años,  tendríamos  que  admitir,  partiendo  de 
esta  hipótesis,  que  el  radio  solar  ha  disminuido 
de  entonces  acá  en  1  por  100.  Este  cálculo  no 
puede  evidentemente  ser  aplicado,  ya  en  el  pa- 
sado, ya  en  lo  porvenir,  más  que  á  períodos  de 
tiempo  considerables,  puesto  que  el  trabajo  de 
la  contracción  depende  de  la  densidad  y  varía, 
en  consecuencia,  con  ella.  Teniendo  en  cuenta 
esta  variación  se  ha  calculado  que  la  contrac- 
ción del  radio  solar,  desde  un  valor  cuatro  v 


COMBATE  DE  TOROS  EN 


IREO    (Cuadro    de   A.   Wagner) 


586 


LA  ILD8TBACI0N  IBÉRICA 


ees  superior  á  8U  valor  actual,  ha  podido  sumi- 
nistrar IóAXO  millones  de  años  de  calor;  su 
contracción  hasta  un  valor  dos  veces  más  débil 
que  el  valor  presente  puede  suministrar  aún 
veinte  millones  de  años  de  calor.  Es  de  notar 
que  esta  última  contracción  es  un  limite  extre- 
mo, puesto  que  implica  una  densidad  del  sol 
once  veces  superior  á  la  del  agua,  densidad  in- 
compatible con  la  idea  de  una  retracción  ope- 
rada bajo  la  influencia  de  un  enfriamiento. 
Por  otra  parte,  la  disminución  de  la  superficie 
irradiante  con  temperatura  decreciente,  supone 
una  irradiación  igualmente  decreciente,  y  por  lo 
tanto,  inferior  á  la  irradiación  actual.  Así, 
Newcomb,  partidario  de  esta  teoría,  admite  que 
el  papel  del  sol,  para  mantener  Jas  condiciones 


actuales  de  la  vida  en  la  superficie  de  la  tierra, 
tiene  limitado  su  porvenir  á  unos  diez  millones 
de  años.  '^ 

Estos  cálculos  están  basados  en  la  hipótesis 
sencilla  de  una  densidad  uniforme  (1 ,4)  de  la 
masa  solar.  De  hecho,  es  probable  que  esta  den- 
sidad vaya  creciendo  hacia  el  centro,  pero  esto 
no  invalida  en  nada  las  conclusiones  de  New- 
comb  relativas  á  la  fijación  del  valor  límite  del 
período  activo  del  astro.  Por  otra  parte,  las  in- 
vestigaciones recientes  del  profesor  Langley, 
han  conducido  á  multiplicar  por  1 ,7  las  cifras  de 
Pouillet  relativas  á  la  irradiación  solar  que  han 
servido  en  esos  cálculos  (la  potencia  por  metro 
cuadrado  sube  asi  á  138.000  caballos).  Desde 
este  momento,  los  veinte  millones  de  años  se  re- 


VERONA:   PIAZZA  DEI.SICNORI 


dncen  á  doce,  y  si  tiene  en  cuenta  el  acrecenta- 
miento de  densidad  de  que  se  ha  hablado  más 
arriba,  así  cerno  la  posibilidad  de  variación  de  la 
constante  solar  en  el  pasado,  parece  racional  li- 
mitar la  acción  del  sol  á  veinte  millones  de  años  ^ 
en  el  pasado  y  á  cinco  ó  seis  millones  en  lo  por- 
venir. (Ciel  et  Terre). 

* 

Al  dar  cuenta  M.  Jansenn,  en  la  sesión  celer 
brada  por  la  Academia  de  Ciencias  de  París 
el  22  de  Agosto  último,  del  eclipse  de  sol  del 
día  19  del  mismo,  manifestó  que,  según  las  no- 
ticias llegadas  hasta  entonces  de  los  observato- 
rios, los  resultados  habían  sido  casi  negativos  á 
causa  del  estado  del  cielo  casi  en  todas  partes 
nubloso.  .Sin  embargo,  en  la  estación  de  Petrows- 
ka,  M.  üla.ssnapp  pudo  sacar  dos  dibujos  y  tres 
fotografías  de  la  corona;  M.  Stanoiewitch  ha 
obtenido  en  el  espectro  las  lineas  de  la  corona 
y  sacado  fotografías;  M.  Kononowitch,  de  Odes- 
sa,  ha  obtenido  un  espectro  completo  de  la  co- 
rona. 

En  la  estación  de  Jdrgewitz,  orilla  derecha 


del  Volga,  protuberancias  observadas,  corona  no 
visible. 

Como  mot  de  la  fin,  añadió  M.  Janssen,  que  en 
Berlín  algunos  bromistas  de  mal  género  (mau- 
vais  plaisants),  habían  pegado  un  anuncio  en  las 
esquinas,  diciendo,  que  en  vista  del  mal  tiempo 
el  eclipse  quedaba  aplazado  para  el  domingo  si- 
guiente. 


Ya  dijo  Hipócrates  en  sus  Aforismos  que  el 
estornudo  provocado  por  el  cosquilleo  de  la 
mucosa  nasa)  detiene  el  hipo,  y  el  médico  Ery- 
ximaco,  en  un  Diálogo  de  Platón,  cita  igualmen- 
te este  hecho,  de  lo  cual  deduciría  ciertamente 
Gedeon  la  grande  antigüedad  que  tiene  el  hipo. 
Nadie,  á  causa  del  lamentable  abandono  en  que 
yacen  hoj'  los  Aforismos  de  Hipócrates  y  de  lo 
poco  leídos  que  son  los  Diálogos  de  Platón  se 
acordaba  ya  de  esto,  cuando  M.  Gibson,  dis- 
tinguido médico  edimburgués,  dedicóse  á  estu- 
diar de  nuevo  la  cuestión,  corroborando  en  un 
todo  los  asertos  del  anciano  de  Cos  y  del  elocuen- 
te Eryximaco,  y  no  solo  lo  corrobora,  sino  que 
afirma  no  ser  necesario  siquiera  el  estornudo  bas- 
tando con  un  simple  cosquilleo  de  la  pituitaria. 

Ténganlo  entendido,  pues,  los  que  se  ven  su- 
jetos con  frecuencia  á  aquel  molesto  espasmo. 

* 
*  * 

Ya  ha  comparecido  el  inevitable  tío  Paco  con 
su  correspondiente  rebaja,  de  la  cual  ha  sido 
objeto  ahora  la  famosa  cuanto  cara  rocaiva.  Hé 
aquí  lo  que  se  lee,  efectivamente  en  la  Revue 
Scientifique  del  20  del  pasado:  '<Según  mister 
.1.  ]$.  Mathieu,  en  un  articulo  publicado  por  la 
Auslralohian  Medical  Gazzette  de  Sydney  ¿n.  9, 
vol.  VI,  15  Junio  1887),  la  cocaína,  que  tanto 
ruido  está  metiendo  desde  há  poco,  sería  un  me- 
dicamento bastante  peligroso,  al  cual  le  serían 


imputables  ya  cierto  número  de  accidentes.  Sin 
hablar  del  triste  y  ruidoso  caso  de  Kolomnine, 
que  se  suicidio  el  año  último  después  de  haber 
creído  que  la  muerte  de  una  de  sus  operadas 
era  debida  á  la  cocaína,  hay  casos  auténticos 
muy  claros  en  que  la  cocaína  ha  producido  gra- 
ves perturbaciones.  Así  W.  U.  Long,  ha  tenido 
un  enfermo  cuya  laringe  embadurnó  con  una 
solución  de  cocaína;  los  síntomas  morbosos  se 
disiparon,  pero  al  cabo  de  tres  ó  cuatro  horas 
el  paciente  estaba  inconscio,  con  pulso  rápido  y 
anestesia  profunda,  y  finalmente  se  detuvo  la 
respiración  y  la  vida  con  ella.  F.  M.  Thomas  ha 
notado  un  caso  de  muerte  por  la  cocaína  en  una 
señora  que  se  trataba  un  dolor  de  muelas  con 
aquella  sustancia.  Myerhausen,  Schwarzbach, 
Bockl,  Ziem,  Litten,  Newmann  y 
otros  más  han  observado  casos  en 
que  la  cocaína,  sin  acarrear  la 
muerte,  ha  producido  graves  des- 
órdenes. Según  el  autor  americano, 
la  cocainomanía  hace  progresos 
considerables  y  los  médicos  que  han 
observado  casos  de  ellas  están  con- 
testes en  señalar  sus  graves  incon- 
venientes.» 

* 

*  * 

M.  Víctor  Meunier,  cuyas  cróni- 
cas científicas  en  el  Rappel  son  mo- 
delo de  originalidad,  acaba  de  pu- 
blicar un  libro  que  en  nada  desdice 
de  sus  cualidades  como  revistero: 
titúlase  El  porvenir  de  las  especies, 
los  animales  perfectibles,  rótulo  que 
no  da  exacta  idea,  sin  embargo,  del 
contenido,  puesto  que  debería  decir 
de  la  (sperie  simiana,  por  mal  nom- 
bre, monos. 

M.  Meunier,  dai-winista  acérrimo, 
dice  que  espera  convencer  al  lector 
de  que,  gracias  á  los  monos,  la  so- 
ciedad habrá  conquistado  su  dicha, 
después  de  haber  conquistado  la 
naturaleza,  gracia  al  jierro.  ¡Con  qué 
elocuencia  insiste  en  la  importancia 
que  podría  tener  para  nosotros  los 
humanos  la  domesticación  de  los 
monos!  Ellos  serían  jardineros  y  en  tal  con- 
cepto manejarían  el  azadón  ó  la  podadera,  tira- 
rían de  la  carretilla,  sacarían  agua,  regarían  las 
legumbres  ó  las  flores,  darían  á  la  bomba;  se  les 
dedicaría  al  servicio  doméstico,  como  mozos  de 
campo  y  plaza  y  les  veríamos  darles  el  pienso  á 
las  caballerías  y  echarles  el  grano  á  las  galli- 
nas; adiestrados  en  el  oficio  de  ayuda  de  cámara 
cepillarían  nuestros  vestidos,  nos  darían  á  las 
botas  betún,  harían  las  camas,  barrerían  los 
cuartos,  encenderían  fuego,  servirían  la  me- 
sa, etc.  ¡Dominguito  y  Cangreja  á  las  órdenes 
del  tío  de  los  sobrinos  del  capitán  ürant!  Final- 
mente, M.  Víctor  Meunier  descubre  aún  la  po- 
sibilidad de  que  se  les  pudiese  dedicar  á  pin- 
ches de  cocina  lavando  platos,  mondando  pata- 
tas, etc.. 

Verdad  es  que  en  todo  eso  queda  muy  corto 
M.  Meunier  si  se  comparan  sus  aspiraciones  en 
cuanto  á  los  monos  con  lo  que  de  las  monas 
escribe  el  sabio  escritor  belga  M.  Houzou  el  cual 
afirma  que  "las  hembras  (las  orangatanas,  chim- 
pazesas  y  demás  señoras  de  la  alta  monería)  po- 
drían emplearse  en  cuidar  á  los  niños,  y  aun 
harían  unas  excelentes  nodrizas  por  ser  sil  leche 
muy  rica  en  manteca,  de  la  cual  contiene  un 
10  por  100.» 

Bien  examinada  la  cosa,  ¡quién  sabe,  sin  em- 
bargo, si  esa  sub-humanidad  que  trata  de  crear 
M.  Meunier  no  llegará  á  .ser  un  hecho!  Ya  en 
el  Bra.sil  se  ha  hecho  el  ensayo  de  confiar  á  los 
monos,  bajo  la  inmediata  vigilancia  de  un  ca- 
pataz bimano,  los  trabajos  de  la  recolección  del 
lino,  dando  al  parecer  brillantes  resultados;  más 
aún,  de  la  habilidad  de  los  monos  como  funcio- 
narios públicos  de  esos  que  pasan  la  vida  em- 
borronando jjapelotes  da  fe  y  crédito  M.  Ijeon 
Gozlan  en  su  filosófica  fantasía  titulada:  Las 
emociones  de  un  chino,  con  la  ventaja  de  que  pro- 
bablemente   no    irregularizarian    ni   filtrarían 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


587 


tanto  como  á  esos  de  quienes  se  viene  hablan- 
do desde  Cádiz...  á  Holguin,  con  escala  en  la 
coronada  villa. 

* 
*  ■■i' 

El  último  remedio  contra  la  fiebre  tifoidea 
¿saben  mis  lectores  cuál  es?  Pues,  de  fijo,  no 
acertarían  en  cien  años:  es  el  veneno  de  las  ser- 
pientes de  cascabel.  Asi  lo  asegura  á  lo  menos 
M.  Drysdale,  que  lo  recomienda  mucho  en  las 
calenturas  perniciosas  y  en  la  susodicha  fiebre, 
á  la  dosis  de  una  gota  cada  dos  horas,  de  una 
solución  acuosa  al  1  por  100,  pudiendo  emplear- 
se también  en  todas  las  enfermedades  caracte- 
rizadas por  grande  postración. 

Todo  el  toque  está  ahora  en  que  s^  legítima 
la  ponzoña  cascabelina  que  venda»  los  botica- 
rios y  no  se  dé  el  caso  de  repetir  la  farce  de 
Barbey  d'  Aurevilly,  cuando  habiéndole  pre- 
guntado una  buena  mujer  por  la  causa  de  apa- 
recer cerrada  un  día  una  farma- 
cia exclamó,  suponiendo  que  el 
dueño  había  sido  detenido: 

— ¡El  miserable  falsificaba  los 
venenos! 

Alfredo  Opisso. 

* 


bibliografía 


Noticia  de  la  vida  y  e«oritns  de  D.  Manuel 
Milá  y  Fontanals  que  en  la  sesión  públi- 
ca de  10  de  Abril  de  1SS7,  dedicada  por 
la  Real  Academia  de  Buenas  Letras  de 
Barcelona  á  honrar  su  memoria  leyó 
D.  Joaquin  Rubio  y  Ors.  —  Barcelo- 
na, 1887. 

No  he  podido  vencer  el  pro- 
fundo desaliento  que  se  ha  apo- 
derado de  mi  ánimo  al  aoabar  de 
leer  ese  libro.  ¡Cuan  pobres  so- 
mos los  de  ahora!  ¡Qué  charco  de 
ranas  ese  en  que  gritamos!  Da 
voz  de  aquellos  hombres,  rarísi- 
mos, que  nos  quedan  de  la  gene- 
ración del  año  30,  resuena,  com- 
parada con  nuestros  brutales  graz- 
nidos, como  la  del  ruiseñor;  su 
vuelo  equiparado  con  el  nuestro, 
plebeyísimos  gorriones,  es  el  del 
águila. 

Milá,  Piferrer,  Roca,  Balmes,  Aribau,  Qua- 
drado.  Rubio,  nombres  respetabilísimos,  nom- 
bres venerandos;  voces,  cuyo  acento  impone. 
No,  mil  veces  no;  nunca  valdremos  lo  que  ellos; 
ni  el  mismo  Menéndez  Peí  ayo,  ese  asombro, 
les  llegará  á  alcanzar.  Son  como  profetas,  son 
los  grandes  descubridores,  los  sumos  maestros; 
los  Eddison  sublimes  de  lo  bello;  los  Schliemann 
de  la  olvidada  poesía  popular.  Su  escuela  podrá 
ser  incompatible  con  las  tendencias  de  hoy, 
pero  está  edificada  en  tan  alta  cumbre  que  des- 
de ella  deben  sonreírse  al  ver  nuestros  esfuerzos 
para  derrocarles. 

¡Qué  modo  de  hablar  ó  de  escribir  el  suyo! 
Esa  Noticia  es  una  humillación  para  nuestros 
flamantes  estilistas.  ¡Qué  majestad,  qué  noble- 
za, qué  serenidad  olímpica!  A  nuestros  secos 
renglones  responden  con  los  meandros  y  ara- 
bescos de  las  grandes  arquitecturas.  Los  de  hoy 
construímos  con  piedra  artificial  casas  de  cinco 
pisos  para  alquilar,  y  ellos  levantan  palacios 
cuyo  único  material  es  el  mámiol  de  Paros. 

Comprendo  que  nos  desdeñasen  si  vivieran  y 
que  no  se  avengan  con  nosotros  los  que  sobre- 
viven: ellos  son  colosos,  nosotros  raquíticos  en- 
gendros;.' ellos,  gentil-hombres,  nosotros  ruda 
plebe;  ellos,  los  que  sólo  se  alimentaban  con  la 
médula  de  los  leones,  los  que  á  costa  de  paciencia 
subieron  hasta  la  cima  y  desde  allí  lo  divisaron 
todo;  nosotros  indiferentes  comensales  de  vulga- 
rísimo restaurant,  que  hacemos  el  viaje  por  don- 
de nos  llevan,  no  por  donde  queremos  ir. 

Quizás  haya  quien  encuentre  sobrada  solem- 
nidad en  ese  estilo  que  en  la  ocasión  presente 
no  quiero  llamar  académico  porque  se  ve  que  es 
sincero,  pero  á  mi  ver  es  el  único  que  conviene 
hablando  de  Milá  y  Fontanals,  doctísimo  varón 
...moína  lu  rjue  cíUbré 


y  de  quien,  lo  confieso,  apenas  si  he  leído  algu- 
nos articulejos  y  La  Gomplanta  d'  en  Guillen; 
con  todo  tenía  yo  formado  alta  idea  de  él  por.  lo 
que  me  decía  Joaquín  María  Bartrina,  con  quien 
estaba,  según  trazas,  en  buenas  relaciones. 

En  cambio  constábame  que  el  señor  Rubio  y 
Ors,  el  Gayter  de'  Llobregaf,  había  sido  el  ver- 
dadero promovedor  del  renacimiento  de  la  poe- 
sía catalana  y  de  los  Juegos  Florales,  mérito  pa- 
gado con  la  ingratitud  imperdonable  de  no 
haberse  acordado  nunca  de  él  para  presidirlos 
hasta  hace  dos  ó  tres  años,  obrando  dignamente 
con  rechazar  entonces  el  tardío  honor. 

Esa  Noticia  es  un  monumento  legado  á  la  pos- 
teridad. El  autor,  maestro  en  el  uso  del  lengua- 
je castellano,  hace  gala  de  su  completa  posesión 
del  mismo,  sin  trascender  al  lec- 
tor la  sospecha  del  menor  esfuer- 
zo en  la  gallardísima  audacia  de 
las  construcciones;  sale,  se  remon- 


ta, va  de  una  parte  á  otra,  gira,  revolotea  y 
cuando  se  le  cree  desconcertado  y  sin  rumbo 
vuelve  á  caer  de  pies,  allá,  allá  lejos,  siguiendo 
su  camino.  Es  de  los  escritores  que  se  ciernen, 
no  de  los  que  se  arrastran. 

Sus  juicios  sobre  las  múltiples  producciones 
del  panegirizado  pueden  parecer  sobrado  con- 
cienzudos dada  la  escasa  importancia  de  las  más, 
pero  como  esto  sirve  para  que  el  señor  Rubio 
escriba  algunos  párrafos  ge  pasa  por  la  insigni-. 
fioancia  del  asunto  en  gracia  de  la  hermosura 
de  la  forma. 

No  creo  yo  que  Milá  sobreviva  en  la  memo- 
ria del  vulgo  á  la  reputación  de  que  gozó  du- 
rante su  gloriosa  carrera;  sus  tratados  doctri- 
nales, á  lo  que  veo  por  lo  que  de  ellos  dice  el 


VERONA 

FRISO   DEL  PORTAL  DEL  PALACIO 
6ANMICHELI 


señor  Rubio,  no  son  para  dar  satisfacción  á  los 
problemas  modernamente  planteados;  la  erudi- 
ción no  es  bastante  para  imponerse  á  la  común 
creencia  y  al  viciamiento  de  la  opinión  del  vul- 
go: nadie  se  allanará, — fuera  de  Cataluña, — á 
darle  importancia  á  la  literatura  lemosina  his- 
tórica y  de  cada  vez  se  descuidará  más  el  estu- 
dio de  la  poesía  heroico-popular  castellana.  Es 
como  Menéndez  Pelayo  al  empeñarse  en  decir 
que  aquellos  cuantos  jesuítas  españoles  que  es- 
cribieron del  bello  ideal  el  pasado  siglo,  pueden 
representar  algo  en  la  historia  de  la  estética. 
Nosotros,  los  del  vulgo,  somos  reacios  á  cuan- 
to sea  hacernos  modificar  las  ideas  re(;ues,  como 
dicen  los  franceses. 

•  Lo  verdaderamente  deleitoso  y  útilísimo  para 
todos  que  contiene  el  discurso  del  señor  Rubio, 
— ya  iiue  he  dicho  que  en  cuanto  á  la  forma  es 
una  maravilla  todo  él, — es  el  cuadro  que  tra- 
za del  renacimiento  literario  en  Cataluña,  par- 
tiendo de  la  fundación  de  El  Europeo.  A  falta 
de  Memorias  nos  quedan  esas  páginas  (23  á  69) 
para  saber  la  historia  del  movimiento  literario 
en  esta  ciudad  de  los  Condes,  desde  el  año  24  á 


los  últimos  de  su  cuarta  década,  desde  cuya  fe- 
cha acá  les  es  ya  suficientemente  conocidoj  á 
todos  lo  que  se  ha  venido  haciendo. 

Con  la  Noticia  sobre  el  famoso  catedrático  de 
literatura  de  nuestra  facultad  de  Filosofía  y 
Letras  ha  puesto,  creo,  el  señor  Rubio,  el  sello 
á  su  eminente  reputación  como  cultivador  de 
las  bellas  letras.  No  me  importa  el  abismo  que 
me  separa  de  sus  ideas  y  tendencias.  Trátase  de 
un  hombre  que  se  granjea  la  admiración  y  el 
respeto  por  su  alteza  de  miras,  sus  relevantísi- 
mos méritos  y  su.  pericia  literaria  y  esto  basta 
para  inclinarse  ante  él,  como  ante  un  dechado 
de  escritores  y  maestros. 


Carlos  Me.vdoza. 


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LA.S  YEMx\S  DE  COCO 


'CUENTO   DE  REPOSTERÍA^ 


Amalia  era  una  joven  preciosa. 

Una  muchacha  de  aquellas  que  llaman  la 
atención  de  los  Tenorios,  más  ó  menos  apalea- 
dos por  las  iras  paternas,  y  que  producen  en 
los  simples  mortales  ese  deseo,  casto  y  vivo  al 
mismo  tiempo,  que  obliga  á  decirles  al  paso: 
«¡Ole!  ¡Bendita  sea  tu  gracia!»  sin  repararen 
las  consecuencias  desastrosas  y  desgarradoras 
que  puede  sufrir  á  veces  cierto  sitio  de  los  pan- 
talones pertenecientes  al  chicoleador. 

Pero  el  verdadero  entusiasmo  en  nada  re- 
para. 

Pepito  era  un  chico  acostumbrado  á  las  con- 


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680 


LA  ILUSTBAdON  IBS&IGA 


qoütas.  Malas  lenguas  decían  qiie  'tenia  cara 
de  mochuelo;  total  porque  el  pobre  muchacho 
tenia  los  ojos  redondos  como  pesetas  eolumna- 
rias  y  la  nariz  algo  parecida  á  nn  saca-tapones; 
pero  esto  no  impide  ser  amado  por  las  hermo- 
sas, por  aquello  de  que:  .^El  hombre  y  el  oso...» 
Pero,  vengamos  al  asunto. 

Era  ana  noche  fría  del  invierno  aterido,  co- 
■M>  dijo  Núñez  de  Arce,  y  lo  extraño  seria  que 
ea  invierno  fuesen  las^noches  calientes;  pero 


no  nos  metamos  con  los  genios.  Pepe  salía  del 
teatro  apurando  la  colilla  de  un  cigarro  puro. 
Amalia,  con  el  manguito  en  la  boca,  preser- 
vándola del  frío  y  tragando  alguno  de  ios  pelos 
por  inadvertencia.  Se  vieron  y  se  amaron. 

¿Quién  es  capaz  de  adivinar  la  penetración 
de  una  mirada,  aunque  proceda  de  unos  ojos 
amocLuelados? 

El  la  siguió  hasta  la  casa  donde  desapareció 
ella. 


VERONA:  MAUSOLEO  DE  MASTINO  II 


La  joven  salió  al  balcón,  y  él  se  acercó  i-ápi- 
damente  á  la  acera,  diciendo  con  frase  arreba- 
tada: 

—¡Señorita!  jYo  la  amo  á  usted! 

La  contestación  fué  un  ladrillazo  que  le  bru- 
mo las  costillas. 

Pepe  no  llevaba  los  lentes  poestos. 

La  persona  á  quien  se  había  declarado  era 
nn  teniente  de  carabineros  que  vivía  en  el  se- 
gundo piso. 

II 

Trascurrieron  varios  días  que  Pepe  pasó  en 
el  lecho  del  dolor  aplicándose  cataplasmas  de 


linaza  y  llamando  en  la  soledad  con  enamora- 
das voces  á  8u  amante.  Pero,  ¡ayl  no  acudió  na- 
die más  que  la  portera,  mujer  cuyos  bigotes  en- 
vidiaba Pepe  en  sus  horas  de  solaz  ó  de  abu- 
rrimiento. 

Y  pasaron  días  y  días. 

Pepe  se  puso  algo  mejor  y  se  lanzó  á  la  calle 
renqueando  algún  tanto,  pero  dispuesto  si  era 
preciso  á  morir  por  su  amor  y  hasta  recibir  otro 
cantazo  en  el  último  extremo. 

Llegó  á  la  calle  de  la  pasada  tragedia.  Miró 
y  vio  en  el  piso  principal  á  el  ídolo  de  sus 
amores  que  bordaba  unas  zapatillas  mame- 
lucas. 


Entonces  Pepe  llevaba  puestos  los  lentes. 

Ella  le  soni'ió  intensamente,  como  diría  iV - 
rez^  Escrich. 

El  llevó  la  mano  á  sus  labios  para  enviarla 
un  beso,  pero  en  aquel  momento  silbó  un  chi- 
quillo que  pasaba  y  la  joven  impuso  silencio  á 
Pepe  llevando  el  dedo  á  los  labios,  pues  no  le 
gustaban  los  novios  filarmónicos. 

Se  citaron  para  las  diez  de  la  noche  por  la 
escolera. 

Esto  tiene  sus  peligros. 

¡Oh,  jóvenes,  las  del  peinado  en  forma  de 
sorbete,  las  de  las  faldas  escurridas,  las  de  im- 
presionable corazón!  No  habléis  nunca  con  el 
novio  por  la  escalera. 

Los  hombrea  son  muy  malos,  muy  granujas, 
y  el  que  no  tiene  empacho  en  no  pagar  cuen- 
tas al  sastre,  al  sombrerero  y  á  la  patrona,  ¿có- 
mo queréis  que  pague  cuentas  del  honor  ultra- 
jado? Han  perdido  la  costumbre,  por  molesta. 
Pero  no  divaguemos. 

Pepe  acudió  á  la  cita.  Todo  lo  que  había  Iti- 
do  en  las  novelas  de  á  cuartillo  de  á  real  la  en- 
trega respecto  á  los  celos  y  al  amor,  con  sus  ]ah! 
y  ¡oh!  inclusive,  se  lo  dijo  á  su  Amalia  en  un  pe- 
riquete. Ella  se  abandonó  candidamente  á  aquel 
amor  de  niña,  pero  Pepe  no  abusó;  era  iin  caba- 
llero. Además,  le  dolía  aún  bastante  el  ladri- 
llazo, y  no  estaba  para  bromas. 

La  boda  quedó  concertada  entre  los  chicos. 
Pepe  decidió  casarse  con  Amalia,  á  pesar  de 
todo.  Aquel  espaldarazo  sui  generis  era  un  bau- 
tismo de  moraduras,  y  Pepito  era  supersti- 
cios<>. 

Pero  Amalia  era  golosa  en  extremo.  Todas 
las  noches  traía  Pepe  una  librita  de  dulces  que 
le  costaba  disputar  á  los  agujas  de  portal,  pues 
el  enamorado  mancebo  vivía  en  las  afueras;  ca- 
ramelos, bombones  ó  pitisús  quo  Amalia  engu- 
llía, pareciéndole  muy  dulce  el  amor  de  su  Pe- 
pito. ¡Claro!  ¡Como  que  unos  días  sabía  á  almí- 
bar y  otro  á  caramelos  de  los  Alpes! 

III 

Llegó  el  suspirado  día  de  pedir  la  mano. 

No  sé  por  qué  se  dice  esto  de  pedir  la  mano. 
El  novio,  cuando  llega  e.se  día,  ha  tomado  la 
mano  y  algunas  cosas  más;  pero  do  algo  ha  de 
servir  la  metáfora. 

Pepito  trajo  aquella  noche  dos  libras  de  ye- 
mas de  coco. 

Hay  que  advertir  que  por  la  tarde  había  co- 
mido, en  compañía  de  su  amada,  una  buena  por- 
ción de  limoncillos. 


A  Amalia, 


3!,   no   le  gustaban   las 


¡rara  avis!, 
yemas. 

La  hora  de  entrar  en  casa  se  acercaba,  y  no 
era  cosa  de  entrar  con  las  yemas  en  la  mano  á 
pedir  la  idem,  pues  hubiera  creído  la  mamá  que 
el  futuro  llevara  los  postres  á  prevención,  y 
por  muy  enamorado  que  se  esté  no  le  da  A  na- 
die por  llevar  cucuruchos  á  la  suegra  (como  110 
contengan  bola  municipal). 

Tampoco  podía  meter  en  ningún  bolsillo  car- 
tucho tan  enorme,  porque  le  hubieran  negado 
el  enlace  con  la  niña,  so  pretexto  de  su  salud, 
poniendo  un  plazo  hasta  la  estirpación  del  tu- 
mor que  ostentaba  el  yerno.    . 

En  resumen,  Pepito  se  comió  todas  las  ye- 
mas. 

— A  los  pies  de  V.,  señora. 

— Beso...  Siéntese  usted. 

— Pues  yo  venía  sobre... 

— ¿Sobre  quién? 

— No,  no  señora,  á  pié;  pero  venía  á  pedir 
á  usted... 

— No  tengo  suelto. 

— No...  ¡Av!...  Yo  amo...  ¡Ayl...  Y  sufro... 
jAy!... 

— Ya  se  conoce;  está  V.  pálido. 

— Su  hija  de  usted...  ¡Ay!... 

Pepito  comenzaba  asentir  en  su  vientre  todos 
los  cocoteros  de  la  América  del  Sud  y  el  calor 
tropical  que  madura  tan  apetecidos  frutos. 

— Pero  acabe  V., — chilló  doña  Nicanora. 

— Señora,  lo  que  yo  quisiera  es  poder  empe- 
zar, pero  delante  de  señoras  es  imposible. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


591 


— ¡Tenga  V.  ánimo! 

— Pues  bien...  ¡Yo  estoy  enamorado  de 
Amalial... 

— Me  parece... 

— ¡Si  supiera  V.  lo  que  siento  aquí!... 

— -¡Caballero!...  ¡Inmediatamente,  salga  usted 
de  mi  casa! 

— Pero,  señora... 

— ¡Fuera!.... 

Pepe  salió  abroncado,  y  atravesó  diez  calles 
como  una  avalancha,  murmurando: 

— Más  vale  asi. 

Al  dia  siguiente  recibió  una  carta,  concebida 
en  estos  términos: 

«Sr.  D.  José  Lechoncillo. 

«Supondrá  V.  que  la  boda  es  imposible.  Tuvo 
usted  la  avilantez  de  señalar  su  barriga  para 
indicar  el  apasionamiento  de  su  amor,  y  mi  ma- 
má no  quiere  un  yerno  que  tenga  el  corazón  en 
el  hipocondrio. 

B.  S.  M. 

Amalia.y 

Pepe  no  volvió  á  acercarse  á  una  confitería 
en  todos  los  días  de  su  existencia. 

José  M.'  de  la  Torre. 

* 


NUESTROS  GRABADOS 


UNA    BCLf.Á    I.ÍCTORA 

Cuadro  de  A.  Mukarowgky 

¿Qné  leerá  esa  ele(?»nte  señor»,  que  tanta  «tención  está 
presi.aiido  al  libro?  Vaya  V.  á  sahcr,  pero  es  ¡nrtndable,  dada 
la  discreción  qne  revela  su  som' Innte,  que  no  debe  leerni 
uno  de  esos  tomos  que  huelen  á  pomada  de  una  legua,  ni 
tampoco  de  esos  otros  que  huelen  á  otra  cosa,  por  (jemplo, 
iH  Terre  del  lmpondera»>le  Zola.  Ofenderla.se  de  fl.)o  la  señora 
si  se  encontrase  con  aquellas  violaciones  de  nonagenailas 
por  arrapiezos  de  diez  y  seis  años  y  aquellas  interjecciones 
intraducibies  de...  no  quiero  decir  el  mote  que  le  pone  Zola; 
como,  ya  qne  no  sintiese  tales  Indignaciones,  dlsgustarlase 
de  fijo  con  la  prosa  rococó  y  opoponacada  de  los  novelistas 
de  boudoir. 

riEONi 

De-spués  de  haber  sido  plaza  importantísima  en  la  anti- 

bgüedad  romana  y  durante  los  siglos  medlo-evales,  vése  hoy 

Verona  reducida  á  triste  y  solitaria  ciudad  de  provincia, 

orno  tantas  otras  que  después  de  una  grande  prosperidad 

^acen  ahora  en  lamentable  decaimiento. 

Lo  que  no  ha  podido  perder,  sin  embargo,  es  el  recuerdo 
i  sus  pasadas  grandevas:  nada  mis  pintoresco,  por  ejemplo 
gue  su  Pimía  dei  Signori,  verdadera  decoración  de  una  pla- 
L  Italiana  en  pleno  siglo  xr,  con  su  campanlle,  su  palacio 
flel  Renacimiento,  su  espléndida  ornamentación,  sus  sopor- 
ales,  estiltuas,  templetes,  surtidores,  etc. 

Las  numerosas  iglesias  que  contiene  (la  Catedral,  San 
eno,  San  Fermo,  Santa  Anastasia,  etc.),  son  de  un  estilo 
articular  llamado  lombardo,  intermedio  entre  el  estilo  ita- 
liano y  el  estilo  gótico,  «como  si  los  artistas  latinos  y  los  ár- 
ala» germánicos,  dice  Taine,  hubiesen  venido  á  acordar  y 
l^bocar  sus  Ideas  en  un  mismo  edificio;  pero  la  obra  es  since- 
a,  y  como  en  todos  los  monumentos  de  una  edad  primitiva, 
atente  en  ellos  la  viva  invención  de  u¿  espíritu  que  se 
febre.i 

Santa  Anasta.sia  es  un  verdadero  museo  de  escultura  des- 

fle  los  siglos  en  que  volvía  á  estar  aún  en  mantillas  haxta  su 

Itrlunfante  plenitud,  observándose  igual  gradación  en  su  es- 

Itilo  arquitectónico  donde  se  echa  de  ver  la  arcada  romana 

|«|ne  desaparece  para  dar  lugar  á  la  ogiva  gótica. 

Kl  más  curioso  monumento  de  Verona  es,  sin  embargo, 

W  recinto  enrejado  cerca  de  Santa  María  donde  están  las 

|tnmbas  de  los  Escallgeros,  los  antiguos  soberanos  de  la  clu- 

,  entre  las  cuales  es  una  de  las  más  bellas  la  de  Mastlno  II, 

(ue  no  parece  sino  un  joyel  labrado  por  delicado  orífice. 

La  casa  de  Sanmlcheii,  escultor  insigne  que  floreció  á  úl- 

Itlmosdel  siglo  xv  es  un  ejemplar  de  hermosa  arquitectura 

del  Renacimiento,  del  más  puro  clasicismo. 

IXPOBICIÓir    UABfTIUA    INTIRHACIOHAL    Dg     CÁDIZ 

Dibujo  de  Aaarta 

En  el  pasado  número  pudieron  leer  nuestros  favorecedo- 
res la  reseña  debida  á  la  Sra.  D."  Patrocinio  de  Biedmn,  de 
i  inauguración  de  la  Exposición  gaditana  á  la  cual  hacen  re- 
ierencia  nuestros  grabados  de  hoy:  dicha  eminenta  escritora 
ontlnnará  favoreciéndonos  con  sus  artículos,  á  los  cuales 
'irán  usl  mismo  de  ilustración  otros  dibt^oa. 

It.   SOaTII.EQIO 

Cuadro  de  John  CoUier 
El  <honorable«  autor  de  esa  obra  ha  querido  acumular  en 


ella  toda  suerte  de  dificultades  técnicas  para  demostrar  su 
poderosa  facilidad  en  vencerlas,  al  mismo  tiempo  que  daba 
una  prueba  de  su  originalidad  poética  escogiendo  y  represen- 
tando por  tan  interesante  manera  un  asunto  lleno  de  belleza 
extraña.  No  en  balde  goza  John  CoUler  de  una  reputación 
de  primer  orden. 

AGOIS   TRANQUILAS 

Cuadro  de  A.  East 

Recomiéndase  este  pintor  por  sus  eminentes  cualidades 
de  colorista,  su  fino  sentido  de  lo  pintoresco  en  la  composi- 
ción y  la  sobria  unidad  que  imprime  á  los  elementos  de  sus 
paisajes.  Entiende  Bast  que  el  que  se  dedica  á  la  especialidad 
en  que  él  es  maestro  no  debe  reducirse  á  ser  un  mero  trasla- 
dador,  un  simple  transcriptor  de  los  hechos  literales  de  la 
naturaleza  sino  un  Intérprete  de  los  mismos  á  los  cuales  im- 
prime su  personalidad,  según  la  manera  como  se  reflejan  en 
su  espíritu. 

Esta  es  la  buena  escuela,  muy  superior  sin  duda  á  la  de 
los  amanuenses  del  campo. 

COUBATK    Die    TOROS    EN    El,   COLISEO 

Cuadro  de  A.  Wagner 

¡  Vivan  los  beítiarioal  exclamarla  sin  duda  el  buen  pueblo 
romano  al  verá  esos  gladiadores  habiéndoselas  con  el  terrible 
jarameño.  No  se  nos  venga,  pues,  á  culpar  por  nuestra  afi- 
ción á  los  toros  (si  bien  suplico  á  ustedes  se  sirvan  no  contar- 
me en  «1  número)  ya  que  el  pueblo-rey  era  tan  aficionado  ó 
más  que  los  contemporáneos  de  Sentimientof  y  Sobaquillo  i 
las  luchas  taurinas. 

Y  ahora,  viniendo  á  nuestro  ¿rabado,  diremos  que  forma 
una  de  las  más  hermosas  páginas  de  esa  serie  admirable  en 
que  Wagner  viene  representando  las  grandes  manifestacio- 
nes de  la  vida  romana  en  tiempo  del  imperio. 

MADRID:    EXPOSICIÓN    GENERAL    Dg    FILIPINAS 
INSTALACIÓN    CEN1RAL.— PABELLÓN    RIAL 

Continuando  en  nuestro  propósito  de  dar  á  conocer  en 
toda  su  extensión  laimportunllslma  exposición  Filipina, da- 
mos hoy  la  vista  de  la  Instalación  central  y  el  Pabellón  Seal, 
según  las  fotografías  remitidas  por  nuestro  celoso  correspon- 
sal artístico  en  Madrid. 

Dicha  instalación  ocupa  la  nave  central  del  Palacio  de  Ex- 
posiciones del  Retiro,  que  fué  inaugurado  con  la  de  Minería, 
pudlendo  decirse  que  a'li  está  la  exposición  exacta  de  la  ver- 
dadera riqueza  del  Archiplélffgo. 

La  Sociedad  Económica  de  Manila  ha  marcado  el  pentá- 
gono que  sirve  de  base  á  la  gallarda  pirámide  de  primorosas 
maderas,  remate  de  la  instalación,  con  las  palabras  Tabaco, 
Abacá,  Algodón,  Café  y  Azúcar,  productos  que,  en  primer  tér- 
mino, constituyen  el  manantial  verdaderamente  Inagotable 
de  riqueza  en  nuestras  Filipinas  y  de  algunos  de  los  cuales, 
— con  pesar  lo  decimos, — hace  la  Península  con  relación  á 
los  demás  países,  una  Importación  relativamente  exigua, 
según  los  datos  comparativos  consignados  por  la  Sociedad  en 
la  misma  instalación. 

La  prensa  periódica  de  Manila,  ha  concurrido  i  la  Expo- 
sición con  dos  Instalaciones:  una  de  El  Diario  de  Xanüa  y 
otra  de  El  Comercio,  presentando  este  último  una  sección  de 
su  Imprenta. 

Adornan  los  lienzos  de  la  Sala  buen  número  de  lienzos  al 
óleo,  acuarelas,  fotografías  y  litografías  dorilhiando  entre 
las  pinturas  la  representación  de  tipos  del  país  y  de  paisajes, 
reflejo  estos  últimos  de  la  vegetación  exuberante  y  del  cali- 
ginoso clima  de  aquellas  regiones. 

En  dos  caballetes  presenta  D,  Rafael  Pérez  los  planos  de 
su  espaciosa  fábrica  para  aserrar  maderas,  con  máquinas  mo- 
tores de  vapor,  talleres  y  dependencias  correspondientes,  per- 
fectamente marcados. 

Como  tendencia  del  gusto  en  el  arte  filipino,  merece  exa- 
minarse un  biombo  de  madera  tallada  de  una  manera  primo- 
rosa, pero  de  Incorrecto  y  caprichoso  dibujo  de  estilo  Ja- 
ponés. 

En  este  género  de  trabajos  son  notables  el  Cuadro  de 
honor,  expuesto  por  el  Ateneo  municipal,  mosaico  de  madera 
con  l>ellos  medallones  de  talla  y  una  sección  de  artesonado, 
también  de  ricas  maderas  y  que  en  dibujo  y  delicadeza  de 
ejecución  puede  compptir  con  loa  trabajos  más  notables  co- 
nocidos de  los  artistas  de  los  siglos  xv  y  xvi. 

En  escultura  hay  cosas  verdaderamente  extraordinarias 
por  la  valentía  que  en  los  autores  revelan,  y  en  muchas  cosas 
por  la  corecclón  de  lineas  y  la  bien  sentida  expresión  de  las 
figuras. 

Corresponde  á  este  número  una  Dolorota,  tamaño  natu- 
ral labrada  en  el  tronco  de  un  árbol,  sin  preparación  alguna, 
por  dos  aficionados,  padre  é  hijo  naturales  de  Santa  Cruz, 
provincia  de  la  Laguna. 

En  cuanto  al  Pabellón  del  Rey,  dijimos  ya  que  habla  sido 
restaurado  y  cubierto  con  una  nueva  cúpula  de  bronce  do- 
rado. 

COGIENDO   FLORES.— CANTOS   PIADOSOS 

Son  dos  dibujos  que  Impresionan  suavemente,  cosa  que 
ya  es  menester  en  estos  dias  de  escándalo  y  desorden  artísti- 
cos. Y  no  se  diga  que  no  sean  verdaderos  y  reales  asi  los  ti- 
pos como  los  asuntos  en  que  aparecen  representadas,  pues 


liO  se  tienen  esas  excelentes  jóvenes  la  culpa  de  que  no  den 
con  ellas  los  que  solo  van  á  la  rastra  de  lo  que  pasa  en 
Rognes. 

LOS  ALPIS 
DESDE  UONTE-OENEROSO,  JUNTO  AL  LAGO  DE  lUOA.NO 

Escasamente  conocido  hasta  hace  pocos  años  se  ha  hecho 
hoy  Monte-Generoso  una  estación  veraniega  frecuentada  por 
innumerables  viajeros  que  encuentran  en  el  magnifico  esta- 
blecimiento allí  levantado  confortable  hospitalidad  y  purísi- 
mo aire.  Su  cima  se  eleva  á  5  561  plés  sobre  el  nivel  del  mar, 
gozándose  desde  aquellas  alturas  del  espléndido  panorama 
de  los  Altos  Alpes,  sin  contar  la  deliciosa  vista  del  lago  de 
Lugano,  de  cuya  belleza  puede  formarse  idea  fijándose  en 
nuestro  grabado,  verdaderamente  precioso. 


-*- 


LOKIS 


I»OH    FHÓSPEHO    I^ERIIVIÉE 


(OONTINU  AC  ION) 

— ¡BraVo,  señor  profesor! — exclamó  el  conde, 
— pronunciáis  el  jmudo  á  maravilla;  pero,  ¿quién 
os  ha  comunicado  esta  linda  daína? 

— Una  señorita  con  la  cual  tuve  el  honor  de 
trabar  conocimiento  en  Wilno,  en  casa  de  la 
princesa  Katazyna  Pa^. 

— ¿Y  se  llama? 

— La  pniiiia  Iwinska. 

— La  señorita  lulka!  (1), — exclamó  el  conde. 
— ¡Que  loquilla!  ¡Habría  debido  adivinarlo!  Mi 
querido  profesor,  sabéis  el  jmudo  y  todas  las 
lenguas  sabias -y  habéis  leído  todos  los  libros 
viejos,  pero  os  habéis  dejado  mistificar  por  una 
chiquilla  que  no  ha  leído  más  que  novelas.  Os 
ha  traducido  en  jmudo  más  ó  menos  correcto, 
una  de  las  lindas  baladas  de  Mi^kiewicz,  que 
no  habéis  leído  porque  no  es  mucho  más  vieja 
que  yo.  Si  lo  deseáis,  voy  á  enseñárosla  en  po- 
laco, ó  si  preferís  una  excelente  traducción  rusa 
os  daré  Pouchkine. 

Confieso  que  quedé  todo  confviso.  ¡"Qué  alegría 
para  el  profesor  de  Dorpat  si  hubiese  publicado 
como  original  la  daína  de  los  hijos  de  Bodrys! 

En  lugar  de  divertirse  con  mi  embarazo  el 
conde,  con  exquisita  cortesía,  se  apresuró  á  des- 
viar la  conversación. 

— ¿Así,  pues, — dijo, — conocéis  á  la  señorita 
lulka? 

— He  tenido  el  honor  de  serle  presentado. 

— ¿Y  qué  pensáis  de  ella?  Sed  franco. 

• — Es  una  señorita  muy  amable. 

—  Os  place  decirlo  así. 

— Muy  linda. 

-¿Eh? 

— ¡Cómo!  ¿No  tiene  los  más  hermosos  ojos 
del  mundo? 

—Sí... 

— Una  piel  de  una  blancura  verdaderamente 

extraordinaria Recuerdo   un  ^hazel    persa 

donde  un  amante  celebra  la  finura  de  la  piel 
de  su  querida.  «Cuando  bebe  vino  rojo,- — dice, 
— se  le  ve  pasar  á  lo  largo  de  su  garganta.»  La 
panna  Iwinska  me  ha  hecho  pensar  en  estos 
versos  persas. 

— Puede  que  la  señorita  lulka  presente  este 
fenómeno,  pero  no  sé  muy  bien  si  tiene  sangre 
en  las  venas...  No  tiene  corazón...  ¡Es  blanca 
como  la  nieve  y  fría  como  ella! 

Levantóse  y  se  paseó  algún  tiempo  por  el 
cuarto  sin  hablar,  á  lo  que  me  parecía,  para 
ocultar  su  emoción;  después,  deteniéndose  de 
pronto  dijo: 

— Dispensad...  Hablábamos,  creo,  de  poesías 
populares... 

— En  efecto,  señor  conde... 

—Hay  que  convenir,  con  todo,  que  ha'tradu- 
cido  muy  lindamente áMÍ9kiewicz...  «Juguetona 
como  una  gata,  blanca  como  la  natilla...sus  ojos 
brillan  como  dos  estrellas...»  Es  su  retrato.  ¿No 
os  parece? 


-Enteramente,  señor  conde. 


(I)    Juliana. 


fif>'> 


L\  ILUKTKACION  UiERIOA 


—Y  en  cuanto  *  esa  picardía...  muy  fuera  de 
lugar,  siu  duda...  la  pobre  se  fastidia  en  casa 
de  una  tia  vieja...  Lleva  una  vida  de  convento. 

— En  Wilno  frecuentaba  la  sociedad.  La  he 
visto  en  un  baile  dado  por  los  oficiales  del  re- 
gimiento do.  . 


— ¡Ah!  Sí...  Oficialillos  jóvenes;  hé  ahí  la  so- 
ciedad que  le  conviene...  Éeir  con  éste,  imirmu- 
rar  con  aquél,  coquetear  con  todos...  f;tiueréis 
ver  la  biblioteca  de  mi  padre,'  señor  pro- 
fesor? 

Seguile  hasta  una  magnífica  galería  donde  ha- 


maravillas.  ¿Mf 


LOS  ALPES 


MONTE-GENEROSO 


JUNTO  AL  LAGO  DE  LUGANO 


bia  mucho»  libro»  bien  encuadernados,  pero  ra- 
ramente abiertos  según  pude  juzgar  por  el  pol- 
vo que  cubría  «us  lomo».  ¡Imagínese  mi  gozo 
cuando  uno  de  lo»  primero»  velámenes  que  sa- 
qué del  armario  se  encontró  ser  el  Caterhwmus 
Siitogtlii:ui!  No  pude  reprimir  un  grito  de  ale- 
gría. Menester  que  una  especie  de  misteriosa 
atracción  ejerza  bu  influencia  sin  saberlo  nos- 


otros... El  conde  tomó  el  libro  y  después  de  ha- 
berlo hojeado  negligentemente,  escribió  en  las 
guardas:  Al  señor  profesor  Wittembarh,  ofrecido 
por  Miguel  Szemioth:  No  podría  expresar  yo 
aquí  los  transportes  de  mi  reconocimiento,  y 
prometime  mentalmente  que  después  de  mi 
muerte  este  libro  precioso  sería  el  ornamento  de 
la  biblioteca  de  la  universidad  en  que  obtuve 
mis  gpados. 

— Podéis  considerar  esta  biblioteca  como  vues- 
tro gabinete  de  trabajo, — me  dijo  el.  conde. — 
Nunca  os  estorbarán. 

III 

Al  día  siguiente,  después  del  almuerzo,  el  con- 
de me  propuso  dar  un  paseo.  Tratábase  de  visi- 
tar un  kapaa  (así  llaman  los  lituanos  á  los  tú- 
mulos á  que  dan  los  rusos  el  nombre  de  Kour- 


qátie)  muy  célebre  en  ol  país,  porque  antaño  los 
poetas  y  los  brujos,  que  era  todo  uno,  se  reunían 
allí  en  ciertas  ocasiones  solemnes. 

Tengo, — me  dijo, — un  caballo  muy  manso 

que  ofreceros;  siento  no  poder  llevaros  en  ca- 
lesa, pero  á  la  verdad  el  camino  por  donde  de- 
bemos meternos  no  es  nada 
propio  para  carruajes. 

Hubiera  preferido  quedar- 
me en  la  biblioteca  tomando 
apuntes,  pero  no.  creí  deber 
expresar  otro  deseo  que  el  de 
mi  generoso  huésped,  y,  así, 
aceptó.  Los  caballos  nos  es- 
peraban al  pió  de  la  gradi- 
nata;  en  el  patio,  un  lacayo 
tenía  sujeto  á  un  perro  con 
un  lazo.  El  conde  se  detuvo 
un  momento  y  volviéndose  á 
mi  exclamó: 

— Señor  profesor,  ¿sois  co- 
nocedor en  materia  de  po- 
rros? 

— Muy  poco, excelentísimn 
señor. 

— La  Starosta  de  Zorany, 
donde  tengo  unas  tierras,  mo 
envía  este  faldero  del  cual 
se  cuentan 
permitís  que  lo  vea? 

Llamó    al   lacayo,  que    le 
trajo  el  porro.  Era  un  animal 
muy  bello,  ramiliarizado  ya 
con    aquel   hombre   el  perro 
saltaba  alegremente  y  pare- 
cía lleno  de  ardor,   pero  al 
llegar  á  algunos   pasos    del 
conde  puso  el  labo  entre  piei- 
nas,  retrocedió  y  pareció  he- 
lido  de  un  terror  súbito.  El 
conde  le  acarició,  lo  cual  le 
hizo  aullar  de  una  manera  la- 
mentable, y  después  de  ha- 
berlo  mirado   algún   tiempo 
con  ojos  de  inteligente,  dijo: 
— Creo   será   bueno.  Ten- 
gan cuidado  con  él, — después 
de  lo  cual  montó  á  caballo. 
— Señor  profesor,— me  dijo  el  conde  asi  que 
estuvimos  en  la  avenida  del  castillo, — acabáis  de 
ver  el  miedo  de  ese  perro.  He  querido  que  fue- 
seis testigo  do  ello  con  vuestros  propios  ojos,,.   ^ 
En  vuestra  cualidad  de  sabio  debéis  de  explicar 
los  enigmas...  ¿Por  qué  los  animales  tienen  mie- 
do de  mí? 

—A  la  verdad,  señor  conde,  me  dispensáis  el 
honor  de  tomarme  por  un  Edipo.  No  soy  más 
que  un  pobre  profesor  de  lingüística  compara- 
da. Podría  ser... 

—Notad,— interrumpió  él,— que  no  les  pego 
nunca  á  los  caballos  ni  á  los  perros.  Tendría  es- 
crúpulos de  darle  un  latigazo  á  un  pobre  ani- 
mal que  cometo  una  tontería  sin  saberlo.  Y  sin 
embargo,  no  podríais  creer  la  aversión  que  ins- 
piro á  los  caballos  y  á  los  perros.  Para  que  se 
me  acostumbren,  me  es  menester  doble  trabajo 
y  doble  tiempo  que  otro  cualquiera.  Ved,  no 
me  ha  costado  poco  aquietar  ese  caballo  que 
montáis;  ahora  es  manso  como  un  cordero. 

—Creo,  señor  conde,  que  los  animales  son 
fisonomistas  y  que  descubren  enseguida  si  la 
persona  que  los  ve  por  primera  vez  siente  ó  no 
siente  gusto  por  ellos.  Sospecho  que  no  amáis 
á  los  animales  más  (¡no  por  los  servicios  que  os 
prestan;  al  contrario,  algunas  personas  tienen 
una  parcialidad  natural  ()or  ciertas  bestias,  que 
lo  echan  de  ver  al  momento.  Por  lo  que  á  mi 
toca,  siento  desde  niño  una  predilección  instin- 
tiva por  los  gatos.  Raramente  huyen  cuando 
me  acerco  para  acariciarles;  jamás  me  ha  araña- 
do ningún  gato. 

(Se  amHnuará.)  Traducción  de  A,  O. 


i611ibIIÍAU«.\;  (Mm,  J6í-3(i7,  Üim  IoIiiu.  MiUtr,— kewfvjdoj  los  dereclios  de  prupiedid  arliiticj  j  lil«riiria,-Us  reclaoiaciiiiies  en  MM,  al  r«|ires(!DUiile  de  esla  Casa  11.  Manuel  l'lá  j  Valor,  Apodata,  H),  ^ 
_)  INSÉRTESE  Ó  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  ( 

g^...->^.««rr«  Ti.nañLwim  n«  R.  RíMmBí.-CujM  DB  VlUJUlKOBL,  IfÚM.    17,  BHgAMCIUI  DI  SAK  AKTOmO.-BARCBI.OHA. 


^N<»S"\V^ 


Año  V 


Barcelona  17  de  Setiembre  de  1887 


Núm.  246 


SW^-^-^PWBB 


UN  CONDOTTIERE  (Cuadro  de  F.  Lei^tlion) 


594 


LA  ILÜSTBACION  IBÉRICA 


SUMARIO 


Tazto.— JfodKd.  Carta*  4  wd  prima,  por  Fernanflor.— [7ii 
idflf*  aOilWa  (OOoUnoaelóD),  por  Vioeate  Blasco  Ibiñex. 
—Ittpilittém  mávtrfil  dt  Barctiona,  por  Antonia  üpisso. 
— /.«elm*,  pac  Clartn. — B  eentatario  de  la  rrconquMa  en 
Málaga,  fot  F.  Martmei  BarhoQuero.— Maestros  gratta- 
dot.— £aU<  (oontlnoación),  por  Prtepero  Marimée  (traduc- 
tíón  de  A.  O.) 

OuBiooa.— Dn  CODdotUere.  —  Tarde  tranquila.  —  Ifodrid. 
Iftlfftff"-  Qmtnl  de  fitípituu:  Sala  de  la  sección  7.*— 
OamMo  de  Uro.— Kl  rtc— La  cascada. —Gente  alegre.— 
OeKanso.—Hlgh  Ufe.— Iconografía  pictórica.  —De  vera- 
neo.—Ir  por  lana...— Setiembre.— Isola-Bella,  en  el  lago 
lUror. 

MADRID 


OJk.SlT.A.S    .A.   I.£I    ^K-UyOlA. 


VINIENDO  A  LA  CORTE 

8TA  mañana  he  llegado  del  Escorial  donde 
he  pasado  algunos  días;  he  venido  en  el 
tren  de  Francia,  y,  por  lo  tanto,  en  com- 
pañía de  alganos  distinguidos  veraneadores.  La 
conversación  del  camino  puede  servir  de  cró- 
nica madrileña.  Cuando  entré  en  el  coche,  sólo 
faltaba  por  llenar  un  asiento  y  le  tomé  j'o,  desde 
luego;  después  dirigí  una  mirada  de  exploración 
á  los  demás  asientos.  A  mi  lado  se  encontraba 
un  buen  señor  de  buen  porte,  que  debió  ser 
guapo  en  tiempo  de  Narvaez;  de  grandes  bigo- 
tes escandalosamente   negros.   En    frente    de 
nosotros  había  un  viajero  y  una  viajera,  matri- 
monio, sin  duda,  como  podía  inferirse  del  aire 
satisfecho  de  la  una  y  del  aire  resignado  del 
otro.  Ella  era  una  jamona  de  buen  color;  nai-iz 
respingada,  boca  pequeña,  colorada  y  sonriente; 
los  ojos  chicos  y  trapisondistas;  el  pié  lindísimo 
y  calzado  con  primor.  En  los  otros  asientos  figu- 
raban: un  joven  de  barba  negra  y  ojos  árabes; 
tez  morena  y  actitudes  resueltas;  hombre  de  la 
sociedad,  sin  duda;  un  caballero  alto  delgado, 
canoso,  con  gafas  de  oro,  vestido  de  negro,  salvo 
la  gorra  que  era  de  dril  blanco,  y  un  jovencillo 
del  color  y  la  inquietud  de  una  ardilla...  Dejo 
para  último  lugar  la  más  interesante  persona, 
colocada  junto  á  una  de  las  ventanillas:   una 
linda  joven  como  de  veinte  años,  puesta  con  la 
más  aristocrática  sencillez;  toda  de  gris  oscuro; 
lo  cual  iU&  de  perlas  á  su  cutis  blanquísimo  y 
á  sus  cabellos  de  oro.  En  ella  se  fijaron  mis  ojos 
con  más  detenimiento  que  se  habían  fijado  en 
mis  otros  compañeros;  lo  cual  no  debe  extra- 
fiarse,  porque  lo  mismo  que  yo,  el  buen  mozo 
de  otros  tiempos,  el  caballero  de  la  barba  negra, 
el  señor  de  la  gorra  blanca  y  el  joven  ardillesco, 
no  la  quitaban  ojo,  deslumhrados  por  la  aureola 
de  su  belleza.  Ella,  en  cambio,  miraba  distraí- 
damente, al  parecer,  á  través  del  vidrio,  dejan- 
do vagar  sos  miradas  por  las  cortaduras  de  los 
montes  y  vrllecillos.  El  único  viajero  que  pare- 
cía insensible  á  sus  encantos  era  el  esposo  de  la 
jamona;  éste  parecía  tener  bastante  y  aún  dema- 
siado recreo  con  su  señora;  sus  ojos  de  victima 
no  se  levantaban  del  suelo;  cuanto  á  su  lado  pa- 
saba, pasaba,  sin  duda,  como  no  realizado  en 
presencia  suya.  Pero  ella  no  quería,  sin  duda, 
que  la  atención  universal  se  reconcentrase  en  la 
joven  rabia  y  hablaba  sin  cesar,  haciendo  ges- 
tecillos  muy  monos,  dirigiéndose  á  los  circuns- 
tantes con  cualquier  motivo  y  encontrando  siem- 
pre manera  de  que  todos  se  fijaran  en  su  pe- 
queña mano  y  en  su  brevísimo  pié.  Los  hombres, 
al  fin  y  al  cabo  somos  como  los  toros;  acudimos 
donde  nos  llaman;  y  todos  estuvimos  al  fin  pen- 
dientes de  los  labios  de  aquella  coquetísima  se- 
ñora. Esta  dirigía  con  preferencia  sus  miradas 
y  sos  palabras  al  caballero  de  la  barba  negra 
sin  descuidar  del  todo  al  pollo  bermejizo.  Un 
movimiento  rápido,  interrogativo,  la  servía  para 
retener  de  cuando  en  cuando,  la  atención  del 
maduro  individuo  encapemzado  de  blanco.  Al 
entrar  yo  encontró  un  oyente  más;  un  nuevo  co- 
razón que  conquistar  por  dos  horas:  los  prime- 
meros  cinco  minutos  de  su  conversación  los  de- 


dicó,— puedes  creerlo,  prima, — á  mi  insignifi- 
cante persona. 

— ¡Oh,  es  una  vida  imposible, — decía, — créan- 
lo ustedes!  Eso  no  es  veranear;  Biarritz  es  un 
pequeño  Madrid,  donde  la  etiqueta  es  más  rigu- 
rosa todavía.  Después  de  un  invierno  en  que 
una  hn  tenido  que  vestirse  casi  todas  las  noches 
para  ir  al  teatro  Real,  á  las  Embajadas,  á  casa 
del  duque  de  A...  y  de  la  marquesa  de  B...;  lle- 
gar á  una  estación  de  baños  para  disfrutar  de 
las  frescas  brisas,  de  la  holgura  en  el  vestir, 
de  la  libertad  y  abandono  de  la  vida  campestre 
y  encontrarse  de  nuevo  encerrada  en  las  arma- 
duras de  tul  y  de  encaje  de  las  grandes  modis- 
tas. ¡Oh!  ¡Esto  no  es  vivir;  no  volveré  á  Biarritz 
otro  año;  quiero  el  verano  natural,  sencillo,  sil- 
vestre, poético,  diferente  en  su  todo  del  invierno 
cortesano;  quiero  andar  y  vestir  y  vivir  suelta- 
mente, sin  composturas  y  aderezos  fatigosos  y 
nada  sanos.  Las  que  como  yo  no  son  ya  unas  po- 
llitas insustanciales...  (Y  dirigió  una  mirada  á 
la  rubita  de  la  portezuela). 

— Señora, — exclamó  el  caballero  de  la  gorra 
blanca  pensando  que  sus  gafas  le  daban  autori- 
dad para  arriesgar  un  requiebro  sin  exposición 
personal, — usted  si  no  os  una  pollita...  lo  pa- 
rece. 

(El  esposo  alzó  la  cabeza  y  los  ojos  lentamen- 
te y  dirigió  al  de  las  gafas  una  mirada  de  com- 
pasión que  era  un  poema). 

— Mil  gracias,  mil  gracias, — prosiguió  ella; 
— así  es,  que  vuelvo  á  Madrid  con  placer  para 
descansar  de  este  viaje,  y  prepararme  á  la  cam- 
paña de  invierno...  ¡Qué  invierno  se  presenta! 
Saben  Vdes.  que  al  decir  de  los  astrónomos 
será  un  invierno  de  horribles  fríos...  Y  |cuánto 
lo  siento!  las  que  por  razón  de  nuestros  com- 
promisos de  sociedad  tenemos  que  lucir  el  es- 
cote.... 

Y  al  decir  esto,  se  pasó  las  manos  desde  los 
hombros  á  la  cintura,  para  dar  más  elocuencia 
á  la  frase. 

Siguió  un  momento  de  silencio,  en  que  todos 
nos  quedamos  entregados  á  nuestras  reflexiones. 

— Los  teatros, — dijo  al  fin  el  pollo, — no  pro- 
meten ofrecer  grande  interés  este  año;  ¡hay  tan 
pocas  obras  originales!  Ya  no  hay  autores.  ¡Ya 
no  hay  cómicos!  Por  fortuna  nos  quedan  los 
teatros  chicos;  literatura  y  música  retozona  que 
alegra  el  ánimo;  ahora  se  acaba  de  estrenar  en 
Felipe,  Los  efectos  de  la  Gran  Via,  y  según  di- 
cen, es  una  obra  llena  de  situaciones  cómicas, 
de  chistes,  de  sal.  Es  una  obra  contia  el  género 
flamenco  que  lo  consolida  para  siempre.  Sobre 
todo  ¡el  concertante  de  los  Hugonotes,  con  vis- 
tas á  la  jota  de  los  Ratas!  como  ha  dicho  un 
diario.  ¡Tendrá  que  oir  eso!  Yo,  en  cuanto  lle- 
gue, lo  primero  que  hago  es  encargar  billete 
para  la  noche. 

— ¡Yo  también  deseo  ver  esa  obra! — exclamó 
la  señora. 

— Pues,  si  quiere  V.  que  le  encargue  un  pal- 
co...— repuso  el  pollo. 

La  conversación  se  hizo  general  y  terciamos 
todos  en  ella  menos  la  joven  rubia  y  el  esposo 
de  la  jamona.  Una  y  otro  evitaban  sin  duda,  por 
distintos  motivos,  tomar  parte  en  aquella  revis- 
ta de  los  sucesos  del  verano  y  de  los  que  ocu- 
rrían en  Madrid.  Y  en  la  joven  tenía  mérito, 
porque  el  viejo  Tenorio  que  á  mi  lado  estaba  y 
el  caballero  de  la  barba  negra,  no  perdían  oca- 
sión para  conseguir  de  ella  una  mi.'-ada  y  una 
frase. 

El  pollo  sacó  del  bolsillo  un  Imparcial  que 
había  comprado  en  la  estación.  A  medida  que 
encontraba  una  noticia  de  interés  la  publicaba 
y  hacia  los  comentarios  oportunos. — ¡Señores! 
Esto  no  puede  leerse  con  indiferencia, — excla- 
mó.— Oigan  ustedes.  «En  las  primeras  horas 
de  la  madrugada  se  arrojó  ayer  por  el  viaducto 
un  joven  de  diez  y  ocho  años.»  ¿Comprenden 
ustedes  esto?  En  cuanto  á  mí,  tengo  algunos 
sños  más  y  todavía  no  se  me  ha  ocurrido  hacer 
tal  cosa. 

— No  habrá  V.  amado  sin  éxito, — contestó  la 
jamona. 

— He  sido  bastante  dichoso,  señora,  pero  no 
I  he  dejado  de  sentir  á  veces  inmensos  vacíos  en 


mi  corazón.  Y  qué  cosas  pasan  en  Madrid;  y 
todos  los  días.  ¡Otro  infeliz  á  quien  le  han  dado 
por  cartuchos  de  monedas  do  oro  media  docena 
de  cartuchos  de  perdigones!  j^Ientira  parece  que 
en  este  siglo  pueda  engañarse  á  nadie! 

— Y  no  se  engaña,  en  efecto,  á  ninguno:  es 
uno  mismo  quien  se  engaña.  La  perspicacia  del 
timador  consiste  en  adivinar  al  tonto  y  salir  á 
su  encuentro.  El  tonto,  como  el  orador,  nace,  no 
se  hace. 

— ¡Qué  monotonía!  En  este  Madrid  todos  los 
días,  lo  repito,  pasa  lo  mismo.  «Anoche  el  guar- 
dia de  seguridad  n."  175  encontró  entre  un  mon- 
tón de  trapos  y  plumas  que  había  en  la  calle 
de  Lope  de  Vega,  esquina  á  la  de  San  Agustín, 
el  cadáver  de  una  niña  recién  nacida.»  ¡Qué 
madres! 

— ¡Qué  padres!  dirá  usted, — replicó  la  jamo- 
na;— porque  si  Vdes.  no  desamparasen  á  las  jó- 
venes que  seducen... 

• — Pero  oigan  ustedes...  Esto  sí  que  es  curio- 
so. «.Un  crimen  por  cinco  céntimos.»  El  relato  es 
largo;  le  abreviaré:  Dos  jóvenes  estudiantes,  el 
que  más  de  diez  y  ocho  años,  jugaban  á  un  jue- 
go que  llaman  el  Inglés;  uno  de  ellos  se  guardó 
un  perro  chico,  que  juzgó  pertenecorle  y  se 
marchaba  con  él;  mas  el  compañero  sacó  una 
navajita  y  le  hirió  con  ella  por  la  espalda,  de- 
jándole en  la  carne,  parte  de  la  hoja;  el  otro  se 
volvió,  con  un  compás  le  atravesó  el  pulmón; 
este  joven  del  pulmón  atravesado  ha  muerto  y 
su  matador  está  muy  grave. 

— ¡Hé  ahí, — exclamó  el  señor  de  la  gorra 
blanca, — hé  ahí  destruidas  en  un  momento  dos 
vidas  preciosas  que  debieran  quizás  haber  sido 
útiles  á  la  patria!...  Sin  ese  accidente  súbito,  no 
entrevisto,  ¿quién  puede  decir  lo  que  esos  dos 
jóvenes  hubieran  llegado  á  ser,  lo  que  hubieran 
influido  en  los  destinos  de  su  patria?  La  juven- 
tud de  hoy  día, — prosiguió, —  es  una  juven- 
tud inquieta,  nerviosa,  enfermiza,  sin  freno, 
que  no  resiste  al  despotismo  de  las  pasiones; 
sólo  se  oyen  suicidios  y  asesinatos  en  que  figu- 
ran niños  que  no  saben  lo  que  es  vivir  todavía. 
Conocen  la  vida  como  si  fuesen  ancianos,  y 
desencantados  sin  gozarla,  no  temen  la  muerte, 
como  estos.  ¿No,  es  cierto  caballero?  (dirigién- 
dose al  ex-buen  mozo  de  los  bigotes  teñidos.) 

— No  lea  V.  esas  noticias  tan  terroríficas, — 
dijo  el  caballero  de  la  barba  negra; — esta  se- 
ñora (y  señaló  á  la  joven  rubia)  estimará,  sin 
duda,  que  se  la  eviten  impresiones  desagrada- 
bles. 

— ¡Oh,  en  la  vida! — exclamó  el  pollo  doblan- 
do El  Imparcial,  —  no  hay  más  remedio  que 
mezclar  lo  agrio  con  lo  dulce;  pero  realmente 
no  quisiera  yo  turbar  la  imaginación  de  ningu- 
na flama,  y  mucho  menos  de  nuestra  distingui- 
da y  bolHsima  compañera. 

Un  movimiento  de  cabeza  como  para  dar  las 
gracias  y  ocultar  el  rubor ,  fué  la  única  contes- 
tación de  la  rubia. 

— También  parece  que  Lujan,  el  célebre  gra- 
cioso de  Variedades,  no  ha  gustado  en  Lara; 
jaula  nueva,  pájaro  muerto;  se  ha  dicho.  ¡Claro! 
cada  teatro  tiene  su  público  y  aparte  de  esto, 
las  condiciones  de  espacio  y  decorado  influyen 
hasta  en  el  lucimiento  de  la  persona.  Además  los 
actores  descuellan  ó  se  anulan  relativamente  á 
la  importancia  de  sus  compañeros.  Una  pintura 
gana  ó  pierde  según  el  marco  en  que  so  la  colo- 
ca: al  actor  le  pasa  lo  mismo.  Y  no  solo  al  actor; 
á  todos  los  artistas,  músicos,  cantantes,  escrito- 
res. Para  brillar  siempre  cualquiera  que  sea  el 
medio  en  que  nos  exhibimos,  necesitamos  ser 
genios. 

— Aseguro  á  Vdes., — dijo  la  jamona, — que 
estoy  aterrada  con  la  repetición  de  los  incen- 
dios en  los  teatros.  Tanto  que... 

— ¿Renunciará  V.  á  ir? 

— No;  pero  consultaré  á  mi  modista  para  ver 
si  puede  hacerme  vestidos  incombustibles. 

En  este  momento  el  señor  de  la  gorra  blanca 
se  levantó;  miró  por  el  vidrio  y  dijo: — Señores, 
por  fin...  ya  llegamos.  El  tren  se  acercaba  á 
la  estación,  refrenando  su  marcha.  Cada  cual 
cogió  sus  maletillas  y  paquetes  y  poniéndose 
en  pié,  aguardó  el  ansiado  momento. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


595 


Los  mozos  abrieron  las  portezuelas,  y  nos 
despedimos  rápidamente  unos  de  otros.  Todos 
dirigimos  una  última  mirada  á  la  joven  rubia, 
que  se  despidió  de  todos  con  un  movimiento 
de  cabeza. 

— ¡Aquí!  ¡aqui  está  Laura! — exclamó  una  voz 
juvenil,  y  señalaba  á  nuestra  silenciosa  compa- 
ñera. 

Una  niña  y  dos  señoras  se  acercaron  y  la  re- 
cibieron en  sus  brazos,  con  señales  de  grande 
alegría.  Después  se  alejaron  hablando  con  ella... 
¡Pero  hablando  por  señas! 

— ¡Es  muda! — exclamó  la  jamona,  volviéndo- 
se hacia  su  marido. 

— Pues  á  no  ser  muda,  mujer, — advirtió  éste 
con  sosiego, — ¿hubiese  callado? 

Conque,  adiós  prima,  y  si  no  encuentras 
interesante  esta  carta,  te  ruego  lo  atribuyas  be- 
névolamente al  poco  interés  que  realmente 
ofrece  Madrid  todavía. 

Tuyo, 

Pernanflor. 


UN  IDILIO  NIHILISTA 


(OOUTINOiOIrtm 

Alejandro,  al  escuchar  esto,  se  inclinó  con 
respeto  siguiendo  la  conducta  del  sirviente,  y 
luego  éste  continuó; 

— Aquí  se  sabe  todo.  ¿Creéis  que  no  se  os 
conoce?  Hace  algunas  horas  he  sabido  por  la 
policía  que  08  llamáis  Alejandro  Ischerkassy, 
que  sois  alumno  de  la  escuela  de  ingenieros  de 
Moseow  y  que  habéis  venido  á  San  Petersbur- 
go  enviado  por  vuestros  profesores  para  estu- 
diar no  sé  qué  adelantos  mecánicos. 

Alejandro,  al  escuchar  esto,  inmutóse  por  un 
momento,  pero  luego  volvió  á  aparecer  sereno 
y  frío,  y  sonriendo  con  benevolencia  dijo  á  su 
interlocutor: 

— ¡Por  vida  del  diablo  que  sabéis  mucho! 

— Ya  os  lo  dije;  aqui  lo  sabemos  todo. 

Después  de  estas  palabras  los  dos  quedaron 


silenciosos  como  aquel  que  no  sabe  qué  decir. 
El  sirviente  aprovechó  aquella  pausa  para  exa- 
minar á  Alejandro  á  su  gusto,  y  después,  como 
aquel  que  procura  acabar  con  una  situación 
enojosa,  dijo  por  fin: 

— ¿Vais  á  salir? 

— Inmediatamente. 

— Pues  abrigaos  bien;  desde  muy  temprano 
que  está  nevando. 

Una  vez  dichas  estas  palabras  el  sirviente 
juzgó  ya  como  terminada  la  conversación,  é  in- 
clinándose, desapareció  en  el  fondo  de  una  os- 
cura galería  de  madera. 

Alejandro,  al  quedarse  solo,  se  dirigió  al 
arcón  y  cogiendo  la  gorra  se  la  caló  hasta  las 
cejas  después  de  envolverse  en  su  talupa. 

Al  mismo  tiempo  que  hacía  esto,  murmuraba 
con  acento  reconcentrado: 

— ¡En  buen  sitio  estoy!  Este  criado  induda- 
blemente es  de  la  policía  y  ha  venido  á  verme 
sólo  por  examinarme  y  ver  si  podía  inquirir 
algo  de  nuevo.  Lo  he  conocido  en  su  manera 


TARDE  TRANQUILA 


de  mirar,  y  en  sus  palabras  melosas  en  la  for- 
ma y  amenazantes  en  el  fondo.  ¡Maldito  país  en 
el  que  cada  sirviente  es  un  espía!  Pero...  resig- 
némonos. ¿A  qué  posada  ú  hotel  iré  de  San  Pe- 
tersburgo  que  no  me  suceda  lo  mismo? 

Y  Alejandro  diciendo  esto  echó  una  última 
ojeada  á  la  estancia  y  salió  de  ella  cerrando  la 
puerta  cuidadosamente. 


II 


Cuando  salió  á  la  calle  sus  pies  se  hundieron 
en  la  nieve. 

Un  veló  blanco  y  movible  se  cernía  á  impul- 
sos de  frío  viento  sobrfe  la  ciudad  y  el  pavimen- 
to de  ésta;  los  tejados  de  las  casas  y  las  casi 
esféricas  cúpulas  de  los  templos  y  palacios, 
aparecían  cubiertos  de  gruesa  capa  de  nieve 
que  por  momentos  iba  engrosando. 

Alejandro  detúvose  como  para  orientarse  al- 
gunos instantes,  y  en  este  tiempo  su  gorra  co- 
menzó á  vestirse  de  blanco  y  hasta  algunos 
copos  vinieron  á  enredarse  en  su  luenga  y  ru- 
bicunda barba.  • 

Por  fin  subióse  hasta  las  orejas  el  cuello  de 
la  tulupi,  metióse  las  manos  en  los  bolsillos  y 
comenzó  á  andar  rápidamente  casi  pegado  á 
las  paredes  y  con  dirección  á  las  afueras  de  la 
ciudad 

Poca  gente  transitaba  á  aquellas  horas  por 
las  calles.  Como  la  nevada  era  fuerte,  nadie  se 
atrevía  á  andar  á  pié  por  ellas  y  sólo  de  vez  en 


cuando,  rápido  como  una  exhalación,  pasaba 
algún  trineo  arrastrado  por  caballos  que  al 
correr  arrojaban  espesas  columnas  de  vapor 
por  las  narices. 

Alejandro,  además  de  esto  veía  á  cada  instan- 
te, guarecidos  bajo  el  alero  de  un  tejado  ó  el 
portal  de  una  casa,  polizontes  de  grandes  bigo- 
tes y  con  la  galoneada  gorra  culada  hasta  los 
ojos,  que  al  pasar  le  dirigían  miradas  escruta- 
doras. 

El  joven  estudiante  apenas  si  se  fijaba  en  el 
aspecto  que  las  calles  presentaban  y  atento  so- 
lamente á  la  nieve  que  sin  cesar  caía,  corría 
más  bien  que  andaba  procurando  siempre  eva- 
dir los  hoyos  y  malos  pasos  en  los  que  un  hom- 
bre podía  hundirse  hasta  los  hombros. 

De  este  modo,  al  poco  tiempo  Alejandro 
llegó  á  una  calle  de  los  arrabales  en  la  que  las 
casas  no  eran  abundantes  ni  ostentosas. 

Apenas  dio  por  ella  algunos  pasos,  comenzó 
á  mirar  con  atención  las  casas  de  ambos  lados 
mientras  murmuraba: 

— Por  aquí  debe  estar  la  que  busco. 

Y  durante  algún  rato  continuó  en  sus  pes- 
quizas,  hasta  que,  por  fin,  paróse  frente  á  una 
casita  de  dos  pisos  que  debía  tener  á  las  espal- 
das jardín,  á  juzgar  por  algunos  álamos  que 
cubiertos  de  nieve  se  asomaban  balanceándose 
por  detrás  del  tejado. 

— Aquí  es, — murmuró  Alejandro,  y  asiendo 
el  aldabón  que  adornaba  la  puerta,  dio  con  él 
dos  fuertes  golpes  y  aguardó  trazando  con  el 


pié  figuras  caprichosas  sobre  la  alfombra  de 
nieve. 

No  tardaron  en  abrir.  El  portón  giró  dando 
fuertes  chirridos  y  tras  él  hizo  su  aparición 
una  viejecita  con  la  cara  risueña  y  amoratada 
á  fuerza  de  ser  roja  y  vistiendo  el  traje  propio 
de  las  campesinas  rusas. 

— ¿A  quién  buscáis  joven? — dijo  con  voz 
melosa. 

— Al  profesor  Martens. 

■ — Aquí  vive;  aunque  en  este  momento  está 
como  siempre  ocupado,  subid  joven  y  le  veréis. 

Alejandro  atravesó  el  portal  al  oir  tal  invi- 
tación y  junto  con  la  vieja  subió  por  una  estre- 
cha escalera,  al  fin  de  la  cual,  se  encontró  con 
una  reducida  estancia  apenas  amueblada. 

La  vieja  acercóse  á  una  puerta  y  dando  en 
ella  dos  golpecitos  con  la  palma  de  la  mano, 
dijo  con  voz  respetuosa: 

— ¿Señor? 

— ¿Quién  es? — contestó  desde  dentro  una 
voz  áspera  y  de  acento  desabrido. 

— Un  joven  que  os  busca. 

—Adelante. 

Alejandro  entonces  empujó  la  puerta  y  pene- 
tró en  la  estancia. 

Esta  era  de  grandes  dimensiones,  ocupaba 
casi  todo  el  piso  superior  del  edificio. 

(Se  continuará)      Vicente  Blasco  Ibáñez. 

* — 


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698 


LA  HiUSTRACION  IBÉRICA 


EXPOSICIÓN  UNIVERSAL  DE  BARCELONA 


su    EMPLAZAMIENTO 

El  8  de  Abril  de  1888,  Barcelona  inaugurará 
la  primera  Exposición  Universal  que  se  habrá  ce- 
lebrado en  el  país.  La  idea  de  verificar  el  gran 
concurso  partió  de  la  iniciativa  particulai-,  y 
aunque  sus  patrocinadores  estaban  inspirados 
en  los  mejores  propósitos  y  deslumbrados  por 
generoso  optimismo,  el  plan  fué  acogido  con 
frialdad  por  unos,  con  indiferencia  por  otros  y 
con  gran  reserva  por  todos.  La  prensa  local 
alentó  con  sn  incondicional  adhesión  la  nacien- 
te idea;  algún  periódico  de  Madrid  tuvo  frases 
de  encomio  y  de  consideración  para  la  capital 
de  Cataluña,  alentándola  con  sn  aplauso  en  su 


atrevido  y  arriesgado  propósito;  pero  como  las 
empresas  más  grandiosas  son  las  que  por  lógica 
natural  tropiezan  siempre  con  mayores  dificul- 
tades para  su  desarrollo,  no  era  desconfianza  ni 
pesimismo  presumir  que,  dada  la  paralización 
de  nuestra  industria  y  la  tremenda  crisis  que 
atravesamos,  el  resultado  del  concurso  .proyec- 
tado sería  deficiente  é  inferior  á  nuestra  impor- 
tancia fabril  é  industrial. 

Sin  embargo,  empezaron  las  edificaciones  en 
el  sitio  designado  para  su  emplazamiento;  se  in- 
vitó á  las  potencias  extranjeras,  y  las  que  res- 
pondieron al  llamamiento  organizaron  las  de- 
bidas comisiones  y  sus  comisarios  regios  se 
trasladaron  á  esta  ciudad,  eligiendo  los  terrenos 
necesarios  para  levantar  las  correspondientes 
instalaciones.  Todo  andaba,  pero  muy  de  espa- 
cio, muy  lentamente,  como  caminan  los  seres  dé- 


biles y  enfermizos  y  el  que  ha  de  encontrar  la 
muerte  al  término  de  su  jornada.  Desde  luego  se 
comprendió  no  ya  que  era  imposible  inaugurar 
la  Exposición  el  1.°  del  año  actual,  sino  seguir 
adelante;  por  otra  parte,  las  edificaciones  que  se 
levantaban  no  guardaban  relación  con  el  fin  á 
que  se  las  destinaba;  les  faltaba  perspectiva, 
holgura  y  grandiosidad.  Como  pabellones  auxi- 
liares hubieran  resultado  muy  bellos  y  elegan- 
tes; como  gran  palacio,  era  imposible  admitirlos 
sin  comprometer  seriamente  el  éxito  de  la  Ex- 
posición. 

Motivos  eran  estos  más  que  suficientes  para 
que  nuestras  autoridades  locales  se  preocuparan 
para  decidir  de  la  suerte  de  lo  que  tan  vital  in- 
terés entrañaba  para  sus  administrados,  y  pues- 
tos de  acuerdo  con  el  concesionario,  convinieron 
en  que  la  Exposición  se  verificaría  bajo  los  aus- 


EL  RIO 


picios  del  municipio,  dando  de  esta  suerte  al 
concurso  el  debido  carácter  oficial.  La  cuestión 
se  presenta,  pues,  bajo  una  forma  totalmente 
distinta,  y  lo  que  en  un  principio  se  acogió  con 
indiferencia  y  frialdad,  se  mira  hoy  con  verda- 
dera simpatía,  con  halagadora  confianza. 

La  cantidad  prestada  por  el  Estaño,  per- 
mitirá la  indemnización  reclamada  por  el  con- 
cesionario y  deshacer  algo  de  lo  hecho;  el 
resto  se  llevará  á  cabo  con  fondos  locales  y  per- 
mitirá emplear  hasta  tres  mil  operarios  en  las 
nuevas  obras  que  se  estAn  practicando  y  cuyo 
primer  plano  ha  sufrido  importantes  transfor- 
maciones, que  han  de  redundar  muy  favorable- 
mente en  el  buen  efecto  de  la  Exposición. 

Ninguna  idea  nos  pareció  nunca  tan  descabe- 
llada y  desastrosa  como  la  de  colocar  la  entrada 
de  la  Exposición  en  el  sitio  donde  en  un  princi- 
pio se  acordó.  No  se  necesitan,  ciertamente,  de 
grandes  conocimientos  técnicos  para  compren- 
der que  un  lugar  destinado  á  ser  visitado  por 
millares  de  personas  debe  emplazarse  en  un  si- 
tio espacioso,  sin  estorbos  que  obstruyan  la 
circulación  de  los  carruajes,  ni  pongan  en  cons- 
tante peligro  á  los  concurrentes  de  á  pié;  debe 
tener  ú  su  frente  nna  ancha  plaza  6  una  espla- 
nada,  que  á  la  par  que  facilite  la  cómoda  afluen- 
cia de  los  visitantes,  permita  descubrir  el  edi- 


ficio en  toda  su  grandiosidad  y  en  toda  la 
elegancia  de  su  forma.  Y,  ¿dónde  se  había  em- 
plazado el  edificio  destinado  á  cuerpo  principal 
de  la  edificaeiónV  ala  entrada  del  Parque,  junto 
á  una  verja  que  más  lo  encarcelaba  que  le  ser- 
via de  adorno,  frente  á  la  curva  de  los  tranvías 
de  circunvalación,  teniendo  á  su  derecha  el  fe- 
rrocarril de  Francia  cuyo  tráfico  es  continuo  é 
inmediato  á  la  Aduana,  donde  es  holgado  ase- 
gurar que  el  movimiento  de  carros  es  incesante, 
do  manera  que  por  delante  de  la  entrada  prin- 
cipal de  la  Exposición  hubieran  desfilado  conti- 
nuamente tranvías,  ómniVjus,  coches,  carro.s  y 
toda  suerte  de  vehículos  destinados  á  trans- 
portes. 

Reciente  está  todavía  el  recuerdo  de  la  inau- 
guración del  monumento  erigido  á  la  memoria 
-del  general  Prim,  levantado  á  la  entrada  misma 
de  la  Exposición:  ¿qué  pasó  aquella  tarde?  El 
sitio  era  insuficiente  para  contener  á  la  multi- 
tud que  esperaba  la  llegada  de  la  comitiva  ofi- 
cial. Cuando  ésta  llegó,  apenas  si  encontró  sitio 
donde  colocarse;  todo  había  sido  invadido:  asal- 
tada la  valla  que  separaba  el  sitio  reservado  á 
los  invitados,  la  ola  de  seres  impacientes,  gru- 
ñones, ansiosos  siempre  de  presenciar  espec- 
táculos nuevos,  se  había  de.sbordado:  los  carrua- 
jes no  consiguieron  lograr  la  entrada  al  Parque, 


sino  dando  una  vuelta  tremenda,  y  la  confusión 
y  el  desbarajuste  fueron  tales,  que  la  mayor  parte 
de  los  invitados  se  retiraron  sin  haber  visto  la 
estatua  del  legendario  caudillo  catalán.  El  des- 
orden de  aquella  tarde,  en  parte  se  justifica;  la 
muchedumbre  era  inmensa  y  no  podía  desple- 
garse cual  debía;  á  la  derecha  tenía  el  ferro- 
carril de  Francia,  y  á  la  izquierda  las  casas  del 
Paseo  de  la  Aduana;  no  podía  avanzar  porque 
se  lo  impedía  la  verja  que  circunda  el  Parque, 
ni  retroceder,  porque  se  lo  impedía  la  circula- 
ción de  los  carruajes,  ¿qué  debía  hacer  enton- 
ces? sencillamente  lo  que  hizo:  invadirlo  todo, 
y  posesionarse  donde  mejor  le  cuadrara,  y  don- 
de más  probabilidades  tuviese  de  verlo  y  oírlo 
todo.  Y  lo  acontecido  el  día  de  la  inauguración 
del  citado  monumento  se  hubiera  repetido  tal 
vez  en  mayores  proporciones  en  cuantas  fiestas 
se  hubiesen  organizado  en  la  futura  Exposición, 
pero  según  se  desprende  de  los  últimos  acuer- 
dos tomados  por  quienes  corresponde,  el  nuevo 
plano  conforme  al  que  se  hacen  las  obras,  colo- 
ca la  entrada  principal  en  el  Salón  de  San  Juan, 
sitio  inmejorable  y  que  reúne  las  condiciones 
más  apetecibles  para  dar  á  la  edificación  toda 
la  holgura  y  grandiosidad  necesarias.  Una  par- 
to del  Salón  inmediato  á  la  Ronda  de  San  Pe- 
dro, formará  una  espaciosa  plaza  vestíbulo,  en. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


599 


la  que  se  levantará  un  gran  arco  central  de 
diez  metros  de  altura.  Este  arco  tiene  proyec- 
tadas sus  grandiosas  dovelas  formadas  por  los 
escudos  de  las  principales  ciudades  de  la  na- 
ción, campeando  en  la  clave  el  escudo  de  Espa- 
ña. Coronarán  el  arco  una  serie  de  frisos,  bajo- 
relieves  y  esgrafiados  de  efecto  y  lo  flanquearán 
cuatro  torres  de  original  dibujo,  que  recordarán 
las  puertas  de  las  antiguas  ciudades  muradas. 
Acabarán  de  cerrar  el  Salón  de  San  Juan,  unas 
vallas  de  barro  cocido  decoradas  con  calados  y 
dos  anchurosas  entradas  para  la  gente  de  á  pié, 
coronadas  por  estandartes  y  colosales  leyeres. 
Todo  esto  está  mejor  pensado  que  lo  que  en 


un  principio  se  acordó,  y  podrá  dar  una  idea 
más  aproximada  de  lo  que  aquí  puede  ha- 
cerse. 

A  los  dos  lados  del  Salón  de  San  Juan  se  le- 
vantan ya,  además  de  los  pabellones  al  aire  li- 
bre, dos  grandiosos  edificios.  Uno  de  ellos  es  el 
palacio  de  Bellas  Artes  que  medirá  100  metros 
de  largo  por  tjO  de  ancho.  El  salón  central  para 
conciertos  00  metros  de  largo  por  30  de  ancho. 
En  este  salón  se  colocará  el  órgano  eléctrico 
que  construye  el  señor  Amezua.  Al  rededor  del 
salón  se  desarrollarán  con  luces  en  las  facha- 
das y  zenitales  las  galerías  de  exposición  de 
todo  lo  concerniente  á  las  Bellas  Artes.  Habrá 


dos  grandes  pórticos  y  anchas  escaleras  para 
entrar  en  el  palacio. 

El  otro  edificio  será  el  destinado  á  mostrar 
todos  los  adelantos  de  la  electricidad.  Tendrá 
de  largo  80  metros.  Se  entrará  en  el  palacio  por 
un  arco  monumental  con  graderías  y  coronado 
por  un  faro  de  hierro  para  luz  eléctrica  de  cua- 
renta metros  de  altura. 

A  la  entrada  de  los  jardines  á  mano  derecha, 
se  establecerá  un  gran  café-restaurant.  El  estilo 
adoptado  para  este  edificio  recuerda  las  anti- 
guas construcciones  del  país,  y  del  mediodía 
de  Europa  en  el  siglo  XV.  La  obra  será  de  ladri- 
llo crudo  con  grandes  frisos  de  mayólicas  re- 


cordando la  llamada  alfarería  hiwpsiio-árabe  de 
reflejos  metálicos.  Las  dimensiones  de  esta  obra 
son  de  más  de  1.6CX)  metros  de  edificio,  y  otros 
tantos  de  terrenos  anexos  para  jardines,  bos- 
quecillos,  parterres,  etc. 

El  Museo  Martorell,  se  trata  de  utilizarlo 
para  exposición  de  objetos  de  arte  retrospec- 
tivo. 

Se  terminará  el  umbráculo  destinándolo  á 
plantas,  flores  y  otros  objetos  análogos,  ensan- 
chándolo considerablemente. 

El  llamado  Gran  Palacio  de  la  Industria,  que 
en  forma  de  abanico  se  estaba  construyendo,  se 
terminará  introduciendo  en  su  construcción  al- 
gunas reformas.  La  gran  nave  central  de  cua- 
renta metros  de  ancho  tendrá  su  armadura  de 
hierro.  En  esta  nave  se  subirá  á  un  puente  de 
hierro  por  el  que  se  salvará  las  líneas  del  fe- 
rrocarril de  Tarragona  á  Barcelona  y  Francia 
y  el  Paseo  del  Cementerio  para  pasar  á  los  te- 
rrenos del  fuerte  de  Don  Carlos  donde  se  cons- 
truyen algunos  pabellones.  El  puente  de  hierro, 
que  ha  ofrecido  construirlo  la  Maquinista  Te- 
rrestre y  Marítima,  tendrá  dos  escaleras  combi- 
nadas con  dos  grandes  marquesinas,  para  subir 
y  bajar  por  ambos  extremos.  En  el  centro  del 
jniente,  y  correspondiendo  al  Paseo  del  Cemen- 
terio, habrá  un  pabellón  que  servirá  de  mirador 
y  saloncito  de  descan.so.  La  playa  inmediata  al 
fuerte  de  Don  Carlos  se  destina  para  exposición 
marítima. 

Entre  los  pabellones  anexos  habrá  uno  11a- 


LA 
CASCADA 


mado  de  León  XIH  para  la  exposición  de  obje- 
tos destinados  al  culto. 

Los  espacios  sin  edificar  se  destinarán  á  jar- 
dinería, habiendo  ofrecido  el  hábil  director  de 
los  jardines  municipales  señor  Oliva,  presentar 
un  conjunto  que  ofrezca  verdadera  novedad. 

Finalmente,  los  dos  edificios  construidos  en 
la  avenida  donde  se  halla  el  monumento  del  ge- 
neral Prim,  es  posible  que  se  desmonten  y  se 
levanten  en  el  paseo  de  Pujadas.  No  hay  uni- 
dad de  opiniones  sobre  este  acuerdo,  pues,  que 
algunos  periódicos  han  asegurado  que  queda- 
rían como  auxiliares  del  resto  de  la  Exposición. 
Como  construcciones  secundarias  podrían  dejar- 
las donde  están,  ya  que  su  vista  embellece  el 
Paseo  de  la  Aduana,  y  por  otra  parte,  no  está  la 
fecha  .señalada  ¡lara  la  apertura  tan  lejos,  que 
no  reclame  toda  la  preferencia  para  construir  en 
vez  de  pensar  en  derribar. 

Antonia.  Opisso. 


-*- 


LECTURAS 


BAUDELAIRE 

m 

Bien  se  puede  asegurar  que  al  crítico  de  la 
Revista  de  Arribos  Mundos  le  importa  poco  la  mal- 
dición de  un  poeta  difunto,  y  que  la  prefiere  á 
ser  tenido  por  «lector  apacible  y  bucólico,  so- 
brio y  candoroso  hombre  de  bien,»  pero  yo  no 
estaba  en  el  primer  caso,  y  sobre  todo,  vi  pron- 
to que  no  podría  juzgar  con  imparcialidad  á 
Baudelaire,  si  cerraba  ojos  y  oídos  á  los  señales 
secretos  que.  en  sus  versos  gritan  y  hacen  ges- 
tos para  que  pueda  comprendérsele. 

Así  pues,  prefei'í  seguir  el  camino  de  esa 
que  antes  llamaba  crítica  sujestiva,  sin  preten- 
der, por  supuesto,  acercarme  á  ella  en  sus  exce- 
lencias activas,  pero  sí  en  la  facultad  de  sentir 
y  admirar,  en  el  prurito  de  querer  ver  todo  lo 
que  había  en  las  misteriosas  ñores  del  mal. 


GENTE  ALEGRE ( 


m^mÉfmtfftáía^^^^ím 


B  F.  Andreotti) 


602 


LA  ILUSTRACIÓN  IB£RIGA 


No  hace  lalt*  advertir,  que  ni  en  este,  ni  en 
caso  alguno  de  este  orden,  la  admiración,  la  po- 
tencia de  simpatía,  significa  ceguera,  apasiona- 
miento. Pero  ¿qué  duda  cabe,  que  en  la  crítica 
de  arte  lo  primero  es  enterur>,e,  comprender? 
Y  comprender  la  poesía  es  claro  que  no  consiste 
sólo  en  descifrar  sus  elementos  intelectuales, 
sino  que  hay  que  penetrar  más  adentro,  en  la 
flor  del  alma  poética;  por  eso  ha  habido,  hay  y 
seguirá  habiendo  tantos  críticos  muy  sesudos, 
muy  instruidos,  muy  perspicaces,  que  al  hablar 
de  ios  poetas  desbarran  lastimosamente. 

El  crítico  de  poesía  necesita  ser...  ¿cómo  lo 
diré  yo?  ecléctico  en  sentimiento  y  un  poco 
tamliién  en  ideas.  Julio  Simón  acaba  de  decir, 
juzgando  á  su  maestro  Coiisin,  que  todo  ecléc- 


tico en  filosofía,  cae,  sin  querer,  en  el  sincretis- 
mo; que  la  personalidad  del  crítico  ecléctico  á 
fuerza  de  querer  penetrar  las  ideas  ajenas  y 
conciliar  las  de  unos  y  otros  pierde  su  propia 
esencia,  deja  de  ser  tal  personalidad.  No  discu- 
tiré aquí  (ni  tampoco  admito  por  completo)  la 
opinión  del  ilustre  pensador  francés  por  lo  que 
respecta  á  la  filosofía,  pero  si  me  atrevo  ¡í  sos- 
tener que  en  poesía  no  hay  crítico  verdadero, 
sino  es  capaz  de  ese  acto  de  abnegación  que 
consiste  en  prescindir  de  si  mismo,  en  procurar, 
hasta  donde  quepa  infiltrarse  en  el  alma  del 
poeta,  ponerse  eii  su  lugar.  Sólo  así  se  le  puede 
entender  del  todo  y  juzgar  con  justicia  verda- 
dera. 

Leyendo  á  Baudelaire  segunda  vez,  he  senti- 


DESCANbO 


do  muchas  veces  repugnancias  instintivas;  aquí 
y  allí  herían  mi  fe  y  el  amor  que  la  tengo,  fraseS 
precisas,  afirmaciones  crudas,  que  provocaban 
por  su  rudeza  y  franca  tirantez  la  controversia, 
la  oposición  agria  dé  mi  espíritu.  La  reflexión 
me  hacia  advertir  bien  pronto  que  era  inopor- 
tuna la  intervención  de  mi  subjetividad  (aquí 
sí  que  hay  sujeto)  y  la  conciencia  literaria,  que 
también  la  hay  literaria,  me  gritaba  que  en  aquel 
punto  mi  cometido  era  buscar  dentro  de  mí  las 
ideas  y  sentimientos  que  pudiesen  simpatizar  con 
lao  ideas  y  sentimientos  del  poeta.  Y  aquí,  aun- 
que sea  alargando  estas  filosofías,  es  necesario 
abrir  una  digresión  para  explicar  como  se  puede, 
sin  caer  en  indiferentismo,  ni  en  escepticismo, 
ponente  en  el  lugar  de  quien  no  opina  como  nos- 
otros. I^a  frase,  más  sobada  que  estudiada  en  todo 
•su  alcance,  del  cómico  latino:  Homo  sum,  etc., 
quiere  decir  también  que  el  hombre  es  \virtual- 
mente  semejante  á  todos  los  hombres,  que  puede, 
en  buanto  espíritu,  por  la  naturaleza  discreta  de 
éste,  colocarse  en  todas  las  situaciones  sin  ne- 
cesidad de  tomarlas  para  sí  definitivamente;  así, 
el  ateo  pHerie  figurarse  loque  sienten  y  piensan 


los  deístas,  y  el  creyente  sabe  cuales  son  los  ar- 
gumentos en  que  se  funda  el  ateo,  y  comprende 
su  alcance  y  pueda  figurarse,  sentir  de  un  modo 
pasajero,  lo  que  el  ateo  debe  de  sentir  con  rela- 
ción á  la  causa  primera,  á  la  Providencia,  y  al 
último  fin  racional  de  la  vida.  Yo,  leyendo  i 
Leopardi,  he  podido  ser  ateo  en  el  sentido  de 
penetrarme  del  e.stado  de  ánimo  que  guiaba  al 
poeta  al  escribir,  por  ejemplo,  las  tristezas  que 
le  cuenta  á  la  luna  el  pobre  pastor  de  Asia;  le- 
yendo á  Shelley,  he  podido,  aunque  con  mayor  di- 
ficultad por  parecerme  menos  natural  el  ateísmo 
del  vate  inglés,  he  podido  comprender  aquel 
anarquismo  teológico  y  hasta  leer  las  terribles  y 
á  su  modo  sublimes  blasfemias  contra  Jesús;  con- 
tra Jesús  que  en  mi  insignificante  sentir  es  el 
que  ha  de  saJvar  al  mundo,  si  este  tiene  arreglo. 
Confieso  que  el  esfuerzo  tenía  que  ser  grande... 
y  lo  fué;  Jesús,  es,  para,  mí,  la  más  alta  imagen 
del  amor  y  la  belleza  ideal  y  el  poeta  inglés  se 
lo  figuraba  como  tirano,  traidor,  antipático,  so- 
berbio en  su  humildad,  ladino  en  su  grandeza, 
como  se  pueden  figurar  al  general  de  los  jesuítas 
algunos  progresistas  bonachones;  el  contraste 


no  podía  ser  mayor,  y,  sin  embargo,  á  fuerza  de 
abstracción  y  abnegación  sujetiva,  prescAiidiendo 
de  mí,  llegué  á  penetrar  la  idea  del  Gristófobo  y 
á  ver  la  grandeza  de  su  poesía... 

No  cabe  duda,  soy  hombre  y  nada  de  lo  hu- 
mano me  es  por  completo  extraño,  por  mi  cere- 
bro puede  pasar  todo  lo  que  á  otros  les  hace 
creer  de  modo  distinto  que  yo  creo;  si  asi  no 
fuera  no  habría  Esquiles,  no  habría  Shakespea- 
res,  no  habría  arte  de  imitación  psicológica... 
ni  habría  verdadera  crítica  artística  tampoco, 
puede  decirse.  Hoy  todavía  siguen  diciendo  ne- 
cedades y  torpezas  contra  Víctor  Hugo  muchas 
personas,  porque  no  son  capaces  de  ser  hugóli- 
eos  como  ellos  dicen  en  son  de  censura. 

Schopenhauer  ha  dicho  que  no  se  debe  estu- 
diar á  los  grandes  pensadores  en  las  exposicio- 
nes que  hacen  de  sus  ideas  los  historiadores  de 
sistemas;  él  lo  dice  porque  un  espíritu  mediano 
no  puede  jamás  ser  intérprete  fiel  de  un  genio; 
y  esto  es  verdad.  Pero  además,  la  máxima  del 
gran  pesimista  es  buena  porque  los  expositores 
no  suelen  cuidarse  .do  anular  su  personalidad 
ante  la  del  hombre  cuya  idea  quieren  reflejar; 
no  se  cuidan  de  ser,  ó  no  saben  ser,  sangre  de 
su  sangre;  y  así  se  observa  que  después  de  ha- 
ber estudiado  en  los  economistas,  por  ejemplo, 
la  teoría  de  Adam  Smith,  al  leer  á  éste  en  su 
propio  libro,  nos  encontramos  con  la  novedad 
de  un  Smith  desconocido,  y  lo  mismo  sucede 
con  Spinoza  en  filosofía  (con  éste  más  que  en 
todos)  y  con  Kant,  etc.,  etc. 

En  la  crítica,  la  de  buen  propósito,  debe  ha- 
ber su  religión  del  deber  y  en  esta  religión  su 
misticismo  y  este  misticismo  consisto  en  tras- 
portarse al  alma  del  artista. 

Es  claro  que  este  es  el  ideal;  después  se  hace 
lo  que  se  puede;  pero  no  tengo  duda  que  la  jus- 
ticia absoluta  de  la  censura  sólo  se  dará  allí 
donde  se  dé  completa  esa  trasformación' desea- 
da. El  asunto  se  presta  á  muchas  más  conside- 
raciones y  aclaraciones  y  casi  casi  las  pide;  pero 
aquí  ya  serían  excesivas.  Como  última  adver- 
tencia diré  que  es  también  claro  que  la  crítica 
es  así  cuando  se  trata  de  verdaderos  genios  ó  de 
grandes  talentos  por  lo  menos;  para  los  tontos 
y  necios  que  se  meten  á  poetas  el  mejor  trato  es 
el  de  cuerda;  esto  es  evidente.  ¿Y  Baudelaire? 
— dirá  algún  partidario  del  método. — Baudelai- 
re también  necesita  que  nos  pongamos  en  su 
lugar.  Y,  sin  esto,  puede  parecemos  un  presti- 
digitador de  ideas,  y  un  diablo  de  feria.  Su  sar 
tanismo  á  un  espíritu  fuerte  que  está  decidido 
á  no  dejarse  embaucar  se  le  antojará  un  cuadro 
diabólico  dibujado  con  fósforos  sobre  la  pared 
en  la  oscuridad. 

Como  también  cabe  ponerse  en  la  situación 
de  M.  Brunetiere  (con  alguna  incomodidad) 
me  figuro  perfectamente  lo  pobre  diablo  que  al 
crítico  francés  le  puede  parecer  el  autor  de  las 
Flores  del  Mal. 

Del  cual  ofrezco  á  Vdes.  hablar  en  adelante 
directamente,  sin  más  digresiones...  que  las  ne- 
cesarias. 


f.S'e  rmitinunrá.) 


Clarín. 


EL  CENTENARIO  DE  LA  RECOliOlllSTA 


1"  de  Setiembre. 

Señor  director  de  La  Ilustración  Ibérica. 
Mi  querido  amigo:  Cumplo  la  palabra  d(!  escri- 
bir á  V.  algo  sobre  los  festejos  que  con  motivo 
del  centenario  de  la  reconquista  se  acaban  de 
celebrar  en  Málaga,  con  ostentación  á  que,  di- 
cho sea  con  verdad,  no  está  acostumbrado  este 
noble  país,  por  la  prudente  sabiduría  del  nunca 
bien  alabado  y  reverenciado  municipio.  Dejo, 
pues,  por  algunos  instantes,  la  ímproba  tarea 
de  llenar  las  miríadas  de  cuartillas,  para  su 
obra  sobre  el  bandolerismo,  IjOS  grandes  aimi- 
>(«/es,  y  tendrán  los  lectores  de  La  Ilu.stüach'iN 
una  reseña  que  resultará  tal  vez  deficiente  por 
el  poco  espacio  y  el  poco  tiempo  de  que  dispon- 
go, pero  que  haré  con  alegría...   ¡Se  trata  de 


LA  ILÜ8TEACI0N  IBÉRICA 


603 


este  hermoso  país  donde  he  nacido;  el  país  cu- 
yas flores  de  todas  las  épocas,  embriagantes  de 
perfumes,  inspiraron  mis  primeros  versos:  el  de 
las  noches  claras  y  apacibles,  donde  la  luna 
inspira  amores;  donde  las  olas  del  mar  cantan 
idilios;  donde  sufrí  las  primeras  amarguras; 
donde  está  mi  madre;  donde  centellea  el  sol  con 
las  ráfagas  de  los  ojos, — grandes  y  negros  como 
abismos, — de  la  pálida  virgen  engañosa,  visión 
y  locura  del  poeta. 

¡Y  V.  no  sabe  amigo  mío,  en  cuanto  número 
y  de  qué  calidad  son  las  vírgenes  que  hermo- 
sean estos  días  las  calles  del  malacitano  pueblol 
Jamás  han  visto  los  asombrados  ojos  hermosu- 
ras tan  perfectas,  que  no  en  baldOi^habla  la  fama 
de  las  mujeres  de  aquí,  y  con  las  mujeres,  del 
vino,  y  de  la  valentía  de  los  hombres;  pero  de 
esto  último  no  quiero  hablar  yo. 

Entusiasmaba  ver  entre  la  multitud  aquellos 
semblantes  lindos  de  expresión  curiosa,  oído 
atento  y  ojos  avizores;  sí  que  esta  vez  han  teni- 
do,— ¡Dios  sea  loadol — alguna  cosa  de  mérito  y 
ostentación  en  que  recrearse.  Dianas,  magnífi- 
cas vistas  de  fuegos  artificiales,  exposiciones  de 
plantas  y  flores,  de  arte  retrospectivo,  de  labo- 
res de  mujer,  certamen  literario,  procesiones  de 
asombroso  lujo,  función  religiosa  en  la  catedral, 
cabalgata  histórica,  certamen  musical,  corridas 
de  toros  extraordinarias,  regatas,  iluminaciones, 

retretas  militares el   delirio,  la   locura;  ha 

sido  durante  algunos  días  un  desbordamiento 
sin  limites;  las  calles  de  la  población  animadí- 
simas en  cualquier  día  no  festivo  del  año,  lo  es- 
tuvieron ahora  hasta  el  punto  de  ser  ya  el  trán- 
sito imposible  con  la  inmensidad  de  los  foraste- 
ros de  que  venían  cargados  los  trenes  de  Gra- 
nada, de  Córdoba,  de  Sevilla,  de  Cádiz  y  de 
todos  los  pueblos  de  la  provincia  de  Málaga 
particularmente. 


* 
*  * 


El  dia  19  empezaron  los  festejos  con  las  re- 
tretas militares  que  recorrían  los  sitios  más  cén- 
tricos; hubo  después  función  solemnísima  en  la 
catedral  á  la  que  asistían  autoridades  y  corpo- 
raciones y  donde  predicó  el  obispo,  diciendo 
muy  buenas  cosas  que  no  son  para  repetidas; 
en  la  Alameda  se  llevó  á  cabo  la  primera  vela- 
da, presentando  un  magnífico  golpe  de  vista 
aquella  grandiosa  bóveda  de  luz  que  cubría 
como  aureola  de  fuego  las  veinte  mil  almas  que 
en  el  paseo  y  sus  inmediaciones  estaban  reu- 
nidas. 

A  las  doce  y  media  de  la  mañana  del  día  si- 
guiente se  inauguró  con  gran  solemnidad  la 
Exposición  de  Artes  retrospectivas,  concurrien- 
do lo  más  distinguido  de  la  sociedad  malague- 
ña; presentáronse  cuadros  hermosísimos  de  to- 
das las  escuelas  y  objetos  prehistóricos  de  mu- 
cho valor  en  la  parte  de  cerámica  y  numismática. 
En  la  tarde  de  este  mismo  día  fué  sacada  en 
procesión  solemne  la  Virgen  de  la  Victoria;  las 
calles  estaban  adornadas  de  colgaduras  y  vis- 
tosos gallardetes;  en  todas  partes  lucían  flores, 
de  todos  lados  emanaban  perfumes;  el  barrio 
hallábase  como  en  sus  mejores  tiempos  de  es- 
plendor y  lozanía.  Removíase  en  la  calle  la 
multitud,  las  mozuelas  pasaban  contoneándose, 
con  muchos  colorines  y  todas  con  su  bosque  de 
claveles  en  la  cabeza;  las  echaban  requiebros 
los  mozos;  los  aguadores  aturdían  con  sus  gri- 
tos, reían  unos,  cuchicheaban  otros;  la  doble  hi- 
lera de  sillas  ocupábase  formando  acá  y  acullá 
grandes  corros;  partía  de  aquellos  corros  tenue 
rumor,  como  aleteo  de  la  malicia,  el  abrir  y  cerrar 
de  abanicos,  las  risitas  graciosas,  las  carcaja- 
das, el  comentario,  el  secreto,  el  arrastrar  de 
pies,  el  arrastrar  de  faldas  y  la  conversación  de 
tal  ó  cual  enamoradísima  pareja;' confundíase 
el  olor  J,rasminante  de  las  viznagas  de  los  ven- 
dedores, empinándose  descaradotas  sobre  la 
verde  penca,  con  el  de  los  jazmines  y  heliotropos 
puestos  en  los  aguaduchos  y  los  lirios  y  nardos 
que  en  puntiagudas  varas  hacían  presente  á  los 
galanes  las  rapacillas  andrajosas;  y  allí  entre 
aquellos  numerosos  grupos  de  hombres,  de  mu- 
jeres, de  flores,  de  sedas,  ombahsamado  todo  como 
por  una  nube  de  incienso,  centelleaban  alguna 


vez  como  fuego  fatuo  los  brillantes  ojos  de  la 
engañosa  virgen. 

El  día  21  fué  en  la  Plaza  de  Toros  el  certa- 
men musical  entre  las  tres  bandas  militares  in- 
glesas que  llegaron  en  el  vapor  Hecla,  conocido 
aquí  por  haber  estado  en  nuestro  puerto  con  la 
escuadra  mandada  por  el  duque  de  Edimburgo; 
también  han  concurrido  á  este  certamen,  la 
banda  española  del  regimiento  de  Borbón;  la  de 
cazadores  de  Cuba,  venida  para  ello  de  Grana- 
da; la  de  Infantería  de  Marina,  de  Cartagena,  y 
la  de  Bomberos,  de  Málaga;  como  los  días  an- 
teriores, la  afluencia  de  gente  fué  espantosa; 
hubo  este  día  recepción  en  el  Ayuntamiento, 
lunch  pai'a  los  invitados,  bombo  y  platillo  y  casa 
por  la  vea^ana.   Como  aquí  se  caminó  de  sor- 


presa agradable  en  otra  más  agradable  todavía, 
el  22  fué  inaugurada  en  el  gran  patio  del  Semi- 
nario la  Exposición  de  plantas  y  también  hubo 
otro  nuevo  motivo  de  juelga  con  el  concierto 
dado  por  las  bandas  españolas  é  inglesas  en  la 
Plaza  de  Toros.  Siguieron  el  día  24  los  fuegos 
artificiales,  originalísimos,  como  jamás  se  vieron 
en  Málaga,  y  con  un  gentío  inmenso.  El  cer- 
tamen literario  que  también  se  celebró  esté  día 
en  El  Liceo,  revistió  un  carácter  de  verdadera 
solemnidad;  fué  la  concurrencia  tan  nume- 
rosa como  escogida;  figuraban  en  ella,  el  obis- 
po, el  secretario  del  gobierno  civil,  y  comisio- 
nes de  Madrid,^ de  provincias  y  de  la  prensa 
local. 

La  sociedad  El  Liceo,  es  muy  antigua  y  la 


más  notable  de  Málaga;  se  dan  en  sus  espacio- 
sos salones  conciertos,  bailes,  y  con  mucha  fre- 
cuencia solemnes  fiestas  literarias;  El  Liceo 
protege  las  artes  en  todas  sus  manifestaciones 
con  un  ahinco  merecedor  de  aplauso  sincero; 
tiene  pintores  pensionados  en  Roma,  manda 
músicos  á  Bruselas,  y  convoca  á  los  escritores 
á  certámenes  literarios,  animándoles  con  la  ad- 
judicación de  vistosos  premios.  El  día  á  que  me 
voy  á  referir,  ha  sido  uno  de  los  más  animados 
de  El  Liceo;  la  entrada  del  local  obstruíase  por 
la  aglomeración  de  gente.  Aquel  famoso  Sena- 
dillo,  donde  tantos  hombres  de  valer,  muertos 
ya  unos,  y  en  lo  más  alto  de  la  cumbre  social 
otros,  derrocharon  pródigamente  las  primeras 
chispas  de  su  ingenio;  aquel  famoso  Sena'HVo, 
hoy  decorado  regiamente  con  hermosísimos  lien- 
zos de  Martínez  de  la  Vega,  Ocon,  Muñoz  De- 
grain  y  otros  pintores  también  notables,  estaba 
invadido  por  una  turba  de  caballeros  formando 
calle  para  dar  paso  á  ellas.  Parecía  el  salón  de 
sesiones  un  ascua  de  oro, — y  valga  por  esta  vez 
lo  estúpido  de  la  comparación; — quien  haya 
asistido  á  esta  fiesta,  tuvo  ocasión  de  compren- 


der hasta  dónde  llegan  las  palpitantes  irradia- 
ciones de  hermosura,  de  luz  y  de  alegría  de  las 
mujeres  de  por  aquí;  podrá  alguno  tacharme  de 
pródigo  cuando  á  ellas  me  refiero;  pero,  ¿quién, 
aunque  vaya  de  prisa,  no  ha  de  inclinarse  á 
oler  una  flor  cuando  es  hermosa?  Creyérase  al 
tender  la  mirada  por  aquel  salón,  que  estaba 
uno  metido  en  sueño  fantástico  y  voluptuoso, 
leyendo  en  los  semblantes  bellísimos  de  aque- 
llas mujeres,  inteligencia,  malicia  y  sentimiento; 
percibíanse  esos  rumores  y  esos  perfumes  impo- 
sibles de  desterrar  donde  hay  mujeres  en  pro- 
fusión, y  mujeres  elegantes;  ese  perfume  de 
hembra  y  ese  rumor  de  rasos  y  de  sederías  que 
enardece  el  pensamiento,  llevándole  á  recón- 
ditas esferas,  donde  parecen  estallar  besos  y 
suspiros;  perfumes  y  rumores  gratos  que  embe- 
lesan y  fascinan,  haciendo  bullir  también  la 
sangre  hirviente,  como  á  la  contemplación  de 
aquellas  arrogancias  de  la  mujer  meridional;  la 
hermosura  severa  de  la  forma  y  mundana  á  la 
vez,  con  el  desnudo  de  los  brazos,  del  pecho, 
de  la  garganta;  las  correctísimas  facciones,  la 
morbidez,  el  esplendor,  en  mezcolanza  especia- 


Goloftedo  Kneller  (Grabado  de  Fioqoet> 


Juan  Wildens  (Según  Vaú-Dyck) 


Fe-lro  P*l.lo  Rubeiis  (Segiin  Van-Dyck) 


AntonUí  Francisco  Van  dei  Meulen  (Qrabadojje  Ficquet) 


Joaa  Vas.iRDTnim  (Grabado  le  Flcquet, 


Santiago  Antonio  Artaud  (Grabado  de  Flcquet) 


CONOCRAFIA  PICTÓRICA:   RETRATOS  DE  GRANDES  Y  PEQUEÑOS  MAESTROS 


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606 


LA  ILÜBTRACION  IBEEICA 


lisimm  para  más  complemento  con  la  cultora  de 
la  sociedad  moderna. 

i  Una  lucida  orquesta  dirigida  por  el  señor 
Zambelli,  dice  un  periódico,  dio  principio  al 
acto,  ejecutando  con  maestría  la  Marcha  de  las 
ttutorrkas  niniero  uno,  de  Meyerbeer. 

»EI  discurso  inaugural  del  Sr.  D.  Manuel  ; 
Casado  y  Sánch^  de  Castilla,  fué  notable  por 
su  fbnaa,  y  por  la  multitud  de  curiosos  datos 
en  él  acumulados,  acerca  de  poetas  uiulagueños 
desde  tiempos  pasados  hasta  nue4$tros  dias.  Es- 
tas eruditas  noticias  iban  matizadas  oon  opor- 


tunas apreciaciones  criticas  sobre  el  mérito  y 
tendencias  de  cada  uno  de  los  escritoi-es  que  en 
Málaga  vierou  la  luz. 

» A  la  palabra  clara  j'  reposada  del  Sr.  Casado 
y  Sáuchez  de  Castilla,  sucediíS  un  nutrido  aplauso, 
que  fué  general  manifestación  del  gusto  con  que 
la  concurrencia  había  escuchado  su  discurso.» 

Las  regatas,  el  concierto  en  el  mar  y  la  se- 
gunda y  tercera  velada,  estuvieron  también  bri- 
llantísimos, como  igualmente  la  Exposición  de 
Bellas  Artes,  donde,  entre  otras  cosas  de  mucho 
mérito,  había  unas  hojas  del  álbum  del  Papa. 


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SETIEMBRE 


La  cabalgata  histórica  que  salió  por  segunda 
vez  el  día  30,  dejará  indudablemente  recuerdo 
extraño  é  imperecedero  en  todas  las  imaginacio- 
nes. Terminaron  al  fin  los  festejos,  con  la  corri- 
da extraordinaria  de  Miuras. 

En  la  Exposición  de  plantas,  han  sido  pre- 
miados; D.  Juan  López,  con  dos  medallas  de 
oro,  una  de  plata  y  medalla  de  honor;  Mitjana, 
con  medalla  de  oro  por  sus  notables  colecciones 
de  locacias;  con  varias  medallas  de  plata  los  se- 
ñores Chamusset,  Ficrado,  Larios  y  Loring. 

En  las  regatas  han  sido  premiados  los  seño- 
res Herrera,  Vázquez,  Vega  y  Serrano;  la  dis- 
tancia que  debían  recorrer  los  barcos  que  to- 
maron parte  en  el  concurso,  se  había  fijado  en 
dos  mil  metros  entre  ¡da  y  vuelta. 

Del  certamen  musical,  resultaron  con  un  pre- 
mio de  mi!  pesetas,  la  banda  de  Infantería  de 
Harina;  otra  de  dos  mil  pesetas,  la  de  bomberos 
municipales  de  Málaga;  otro  de  mil  quinientas 
la  del  regimiento  de  Granada,  y  otro  de  mil, 
una  de  las  inglesas. 


En  el  certamen  literario  fué  declarado  desier- 
to el  primer  premio. 

Don  Clemente  García,  obtuvo  el  segundo  ex- 
traordinario, ofrecido  por  S.  A.  la  infanta  doña 
Isabel,  y  el  tercero,  D.  Fernando  Mayoral. 

Di  ya  fin,  de  mi  reseña,  amigo  director,  con 
esos  últimos  apuntes;  son  las  ocho  de  la  noche, 
á  las  ocho  y  media,  me  embarcaré  para  uno  de 
los  pueblos  próximos,  punto  do  partida,  donde 
empezarán  de  firme  mis  trabajos  de  investiga- 
ción para  nuestro  libro:  al  dejar  este  país,  don- 
de sólo  he  permanecido  algunas  horas,  al  ver 
allá  lejos  las  luces  de  la  ciudad,  como  multitud 
de  pupilas  en  gigantesca  órbita,  suspiraré  se- 
guramente, recordando  el  donaire,  la  gracia,  el 
frasear,  la  muda  sonrisa,  los  charlatanes  ojos, 
el  atavío,  la  arrogante  apostura  y  la  emanación 
en  fin,  impalpable,  de  luz  divina  y  fuego  huma- 
no de  la  mujer  meridional,  cadena  inquebran- 
table que  afianza  en  soberano  conjunto  la  le- 
gendaria majestad  de  la  matrona  que  proconiza 
el  arte  helénico  y  la  sutil  malicia  de  la  uadalu- 


za,  envolviéndose  todo  en  una  atmósfera  exu- 
berante, de  oleada  de  sol,  aroma  de  nardos  y 
claveles  y  músicas  extrañas;  toda  una  acumu- 
lación que  adquiere  forma,  allá  en  lo  profundo 
de  nuestro  cerebro  con  el  lúbrico  pliegue  de  la 
mantilla  macarena,  y  la  nota  triste,  prolongada 
é  infinita,  de  mocetón  de  robusto  pecho,  que  on 
la  noche  misteriosa  rompió  por  carceleras,  al 
quejumbroso  y  lánguido  puntear  de  la  guitarra. 

M.  Martínez  Barrionuevo. 

* '■ 


NUESTROS  GRABADOS 


UN  CONDOTTIEhE 

Cuadro  de  F.  Leiglhon 

Mo  hay  para  qué  decir  quién  es  Sir  Frederlck  Lelgthon, 
Blendo,  como  es,  universal  la  reputación  del  Presidente  do 
la  Real  Academia  de  Pintura  de  Londres.  Ese  CondoUiere, 
sin  embargo,  puede  añadir  todavía  algo  á  la  gloria  del  ilus- 
tre pintor  inglés  que  lia  hecho  gala  en  él  de  su  buen  gusto, 
color  y  gracia,  por  cuyas  cualidades  se  ha  distinguido  siem- 
pre Sir  Frederlck  con  preferencia  á  otras  más  viriles.  Con 
todo,  esta  vez  ha  pintado  una  cabeza  perfectamente  vigoro- 
sa, que  uo  desdice  del  admirable  tratamiento  de  la  armadu- 
ra y  de  los  paños. 

TABDI  TBAKQniLA.  — EL  BfO 

Mi  prosa,  rebelde  á  hacer  ninguna  clase  de  competencia 
á  las  artes  del  diseño,  me  priva  de  describir  como  se  merecen 
esos  dos  paisajes...  Sólo  acierto  á  decir  que  se  me  va  el  alma 
tras  ellos.  |0h  delicia,  ver  salir  la  luna  y  rielarse  en  el  tran- 
quilo espejo  de  una  laguna  en  medio  de  agreste  vegetación 
ó  bien  bogar  por  laa  serenas  aguas  de  un  rio  manso,  encajo- 
nado entre  risueñas  orillas,  bajo  un  cielo  plácido!...  (etcéte- 
ra, etcétera). 

UáDRID:    EXPOSIOION    OBNBRAL    DE    FILIPINAS 

Conliuuando  la  serie  de  nuestros  grabados  sobre  la  im- 
portantísima Exposición  del  Retiro,  damos  hoy  la  vista  de 
una  de  las  salas  déla  sección  séptima,  una  de  las  más  nota- 
bles, donde  además  de  varios  curiosos  modelos  de  barcos,  fi- 
guran también  modelos  de  carruajes  del  pais  y  ejemplares  de 
Qaile»,  Duqueeai  y  Carromato»,  coches  usuales  en  Filipinas;  es- 
tantes con  magnificas  muestras  de  finos  y  ricos  tejidos  y  telas 
primorosamente  bordadas;  muebles  de  madera  de  tiarra  ex- 
quisitamente tallados;  panoplias,  muestras  de  cordelería  etc. 

OAHBIO  DE  TIKO 

La  escena  representa  el  momento  en  que,  llegando  el  ca- 
rruaje á  la  mitad  del  camino  que  deben  hacer  los  que  van  á 
celebrar  la  alegre  jira,  relévanse  los  caballos.  La  cosa  está 
expresada  con  animación  y  buen  gusto  formando  un  grupo 
verdaderamente  pintoresco. 

LA    CASCADA 

iQué  bonita  es  siempre  una  cascadal  ¿verdad?  Ya  les  digo 
á  Vdes.  que  de  buena  gana  preferirla  yo  estarme  como  ese  ciu- 
dadano, tumbado  cabe  la  orilla,  que  no  tener  ocasión  de  ail- 
mlrar  á  todas  horas  la  do  nuestro  Parque,  i  pesar  do  lo  mu- 
cho que  se  parece  al  Cliateau  d'  eau  de  Marsella  y  de  lo  que  so 
parece  este  á  la  Fontana  ífovi  de  Roma.  lOh,  la  Naturalezal 
Nada  más  bello  que  un  arroyo  que,  después  de  haber  llovi- 
do, va  Sondóse  aires  de  rio,  metiendo  ruido,  saltando  por  las 
rocas,  etc.,  etc.  Ese  grabado  me  recuerda  la  riera  del  Con- 
gost,  en  \aa  Inmediaciones  de  la  Garrlga,  cuando  se  la  antoja 
venir  crecida,  6  por  mejor  decir,  cuando  se  les  antoja  á  las 
nubes  hacer  que  crezca. 

OENTE    ALEORE 

Cuairo  de  F.  Andreottl 

Bien  comidos  y  bien  bebidos,  un  tanto  alegrillos  y  mien- 
tras llega  la  hora  de  tirarle  de  la  oreja  á  Jorge,  los  nobles  ca- 
balleros tienen  á  bien  hacerles  la  corte  á  las  maritornes  de  la 
casa,  liadas  y  nada  hurañas  jóvenes,  fogueadas  ya  en  tales 
aventuras. Todo  loque  el  asunto  hubiera  podido  ofrecer  de 
vulgar  queda  salvado  con  la  elegante  indumentaria  del  si- 
glo xvii. 

DEBOlBSO 

Escena  tratada  con  naturalidad  y  gracia.  El  dibujante  ha 
consiguldo  indicar  bien  los  sentimientos  de  cada  peisonflje, 
y,  además  de  esto,  los  ha  Interprutado  hábilmente  (á  los  per- 
sonajes) iinndoles  todo  el  color  que  ambicionan  los  que  sola- 
mente emplean  blituco  y  negio. 

IIIOH-LIFI 

A  primera  vista  se  comprende  que  la  elegante  señorita 
no  las  tiene  tollas  consigo,  en  atención  á  lo  que  la  dice  el  no- 
vio y  más  aún  por  lo  que  efctarán  dlclindo  aquel  par  que  es- 
tán hablando  allí  junto  á  la  puerta.  La  situación  está'.muy 
bien  expresada  y  se  ve  que  el  autor  entiende  al  dedillo  la 
vida  de  la  gente  distinguida. 

IGONOQRArÍA    PICTÓRICA 

una  de  lasj  obras  que  todo  bibliófilo  decente' pagarla  á 
peso  de  oro  es,  sin  duda,  la  colección  de  Vidas  de  pintores 


LA  rLUSTRACION  IBÉRICA 


607 


flamencos,  alemanes  y  holandeses  publicada  pov  M.  Jean 
Baptiste  Bescamps,  professeur  de  peinture  á  V  Academie  de 
Deasin  de  Rotten  (17C1\  oou  retratos  de  los  autores  biografia- 
dos, según  los  originales  de  Van-Dyck  ó  el  propio  pintor,  co- 
piados por  Eysen  y  grabados  por  Ficquet,  Gaillard  y  Sorni- 
que.  ¡Qué  satisfacción,  por  lo  tanto,  para  nosotros,  el  poder 
dar  hoy  los  facsímiles  de  seis  deliciosos  retratitos  en  mluia- 
tura  grabados  por  Ficquet  que  avaloran  la  obra  de  Des- 
campsl 

Y  ahora,  ahí  van  las  correspondientes  explicaciones,  ^\ 
bien,  claro  está  que  no  diré  nada  sobre  Rubens  ya  que  todos 
mis  lectores  deben  de  estar  más  que  ahitos  de  oir  hablar  de 
él  y  de  leer  artículos  y  gacetillas  y  ponderativos  discursos 
sobre  su  genio  verdaderamente  portentoso,  sin  contar  lo 
mucho  que  en  estas  mismas  páginas  he  dicho  yo  del  mismo. 

Sea,  pues,  el  primero,  Antonio  Francisco  Van  der  Meulen, 
en  cuya  peluca  no  hay  más  que  fijarse  para  comprender  todo 
lo  que  podía  dar  de  si;  fué  el  último  pintor  flamenco,— es  de- 
cir, flamenco  de  Flandes,— y  su  papel  artístico  se  redujo  á  ser 
una  especie  de  historiógrafo  que  pintaba  todos  los  pormeno- 
res y  menudencias  de  la  vida  de  Luís  XIV. 

Juan  Wildens  fué  un  apreciable  paisajista,  disclpnlo  de 
Rubens:  es  poco  interesante. 

Godofredo  Knelier,  natural  de  Lubeck  y  discípulo  de 
Rembrandt,  retrató  á  todas  las  mujeres  bonitas  de  las  cortes 
de  Carlos  11  y.  Jorge  I  de  Inglaterra. 

Juan  Antonio  Arlaud,  ginebrino,  descolló  como  miniatu- 
rista y  floreció  entre  los  años  1688  y  1743.  Tuvo  el  honor  de 
figurar  entre  los  mejores  amigos  de  Newton.  Pintó  una  Leda 
que  escandalizó  horrorosamente  á  los  pudibundos  calvinis- 
tas sus  paisanos  (cosa  muy  natura]  sabiendo  que  en  1729  lanzá- 
base en  Suiza  el  anatema  sobre  el  que  se  atrevía  á  pintar  del 
desnudo)  y  brilló  como  admirable  retratista.  «11  se  mettait 
sans  facón,  et  cepcudant  d'  un  ton  tres  modeste,  au  premier 
rang  parmi  les  plus  grands  peintres>  dice  Descamps  con  ad- 
mirable naivtté. 

En  cuanto  á  Huyfum  (1C82-1749)  fué  el  último  holandés; 
tiénesele  poi  incomparable  pintor  de  canagtitla»,  vosos  de  flo- 
re», etc.  SI  alguno  de  mis  lectores  posee  algún  florero  de 
Huysum,  puede  venderlo,  si  quiere,  á  peso  de  billetes  de 
Banco,— de  los  gordos,  por  supuc  sto.  Téngase  entendido,  sin 
emlMrgo,  que  sus  cuadritos  eran  casi  microscópicos. 

DK    TIBáNIO.— IB   FOB   USA... 

Los  dos  dibujos  son  muy  agradables,  con  la  particnla- 
Tidad  de  representar  el  segundo  un  hecho  absolutamente 
histórico;  si,  señores:  dos  pavos  reales  pusieron  en  vergon- 
zosa fuga  á  un  gatazo  que  se  habla  acercado  con  las  más  si- 
niestras intenciones  respecto  al  pobre  pavito;  la  cosa,  según 
Informes  fiJedignos,  ha  pasado  en  una  quinta  de  Escocia, 
este  verano. 

En  cuanto  á  los  dos  niños  que  bien  resgnardaditosdel  sol 
se  están  en  ese  banco  descansando  do  las  fatigas  del  cricket^ 
¿quién  no  los  envidiará  y  querrá  al  mismo  tiempo? 

SKTlKUBaiC 

Podrían  decirse  muchas  cosas  excelentes  sobre  este  mes, 
pero  cuando  pienso  que  cumplo  yo  en  uno  de  sus  días  la 
edad  de...  ihorrorl  ino  quieran  Vdes.  saberlo!  no  me  quedan 
ganas  de  pensar  en  nada  más. 

Pero,  Señor,  ¿por  qué  ha  de  llegar  nunca  el  mes  de  Se- 
tiembre? ¿Por  qué  ha  do  consentir  el  Dios  de  las  misericor- 
dias que  me  venga  á  mi  ese  mes,  á  guisa  de  acreedor  inopor- 
tuno, á  cobrarme  un  año  más? 

Ya  comí»renderán  Vdes.  que  cuando  áimo  le  van  quedan- 
do pocos  y  tiene  que  darlos  es  una  triste  gracia  y,  por  lo 
tanto,  maldita  la  que  me  hacen  á  mí,  setembriuo  irremedia- 
ble, todas  las  bellezas  de  este  mes  ecléctico,  bincrélico,  anfi- 
bio, mestizo,  labominabiel 

IS0LA-BEI.I,i,    IN    XL  LlOO   UAYOB 

Hemos  hablado  do  cascadas,  ríos,  Ugos,  flores,  árboles, 
campos  de  verdura  y  otras  cosas  ejwidem  furfuris,  y  ya  han 
visto  Vdes.  que  no  he  acertado  á  dar  idea  de  lo  que  son  en 
sí  y  del  efecto  que  producen.  Los  lectores  van  á  desquitarse 
ahora  de  mi  sequedad  naturalista  con  este  maravilloso  trozo 
de  Taino  que  va  á  dejarles  deslumhrados: 

•  Al  salir  el  sol  se  toma  una  barca  y  se  atraviesa  el  Isgo  en 
el  vapor  transparente  de  la  mañana.  Es  ancho  como  un  bra- 
zo de  mar  y  las  ligeras  ondas,  de  un  azul  plomizo,  lucen  dé- 
bilmente La  niebla  vaga  envuelve  el  cielo  y  el  agua  con  su 
grkalia.  Por  grados,  se  adelgaza,  echa  á  volar  y  en  sus  ma- 
llas más  raras  siéntese  filtrar  la  bella  luz  y  el  buen  calor.  Así 
se  camina  durante  dos  horas  en  la  suavidad  monótona  y 
blanda  del  aire  semiciaro,  agitado  por  la  brisa  3omo  por  los 
golpecitos  de  un  abanico  de  plumas;  después,  se  forma  una 
abertura  y  no  se  percibe  alrededor  de  si  más  que  azur  y  luz, 
—alrededor  de  si,  el  agua,  semejante  á  una  gran  tela  de  ter- 
ciopelo arrugado,  — encima,  el  cielo,  liso  como  una  concha 
de  záfiro  ardiente.  Sin  embargo,  surge  un  punto  blanco,  se 
acrecienta,  se  destaca:  es  la  Isola-Madre,  encerrada  en  sus 
terrazas;  la  ola  bate  sus  grandes  baldosas  azuladas  y  salpica 
de  humedad  sus  follajes  lustrosos.  Desembárcase:  en  las  pare- 
des del  reborde,  áloes  de  hojas  macizas,  higueras  de  la  India 
de  largas  raquetas  callentsn  al  sol  su  vegetación  tropical; 
alamedaí  de  limoneros  contornean  lo  largo  de  los  terraple- 


nes y  sus  frutos  verdes  ó  amarillos  se  pegan  contra  los  can- 
tos de  las  rocas.  Cuatro  pisos  de  liiladas  van  asi  sobreponién- 
dose bajo  un  tocado  de  plantas  'preciosas.  En  la  cima,  la  isla 
es  un  copo  de  verdura  que  comba  por  encima  del  agua  sus 
macizos  de  follajes,  laureles,  encinas,  plátanos,  granados, 
árboles  exóticos,  glicinias  en  flor,  matorrales  de  azaleas  des- 
plegadas. Marchase  rodeado  de  frescura  y  de  perfumes;  nadie, 
excepto  un  guardián.  La  isla  está  desierta  y  parece  esperar 
á  un  joven  príncipe  y  á  una  joven  hada  para  cobijar  sus 
esponsales.  Tapizada  toda  de  finos  céspedes  y  de  árboles  flo- 
ridos, no  es  más  sino  un  bello  ramillete  matinal,  rosa, 
blanco,  violeta,  al  rededor  del  cual  voltean  las  abejas;  sus 
praderas  inmaculadas  están  sembradas  de  primaveras  y  de 
anémonas;  los  pavos  reales  y  los  faisanes  pasean  por  ellas 
pacificamente  sus  vestidos  de  oro,  estrellados  de  ojos  ó  barni- 
zados de  púrpura,  soberanos  Indiscutídos  en  un  pueblo  de 
pajarillos  que  saltean  y  se  responden. 

>Yo  no  era  capaz  de  sentir  las  obras  calculadas  de  la  ar- 
quitectura, sobre  todo  las  formas  contorneadas  y  la  orna- 
mentación artificial  de  los  últimos  siglos.  Las  diez  terrazas 
abovedadas  de  Isola-Bella,  sus  grutas  de  rocalla,  sus  aposen- 
tos cubiertos  de  cuadros  y  poblados  de  curiosidades,  sus  es- 
tanques, sus  Juegos  de  agua,  me  han  parecido  acompasados 
y  me  han  dejado  frío.  Yo  miraba  la  costa  occidental,  que 
está  en  frente,  escarpada  y  toda  verde  y  que  parece  verdade- 
ramente hecha  para  el  placer  de  ios  ojos.  Las  altas  y  paeifi 
cas  montañas  se  yergueu  allí  con  toda  su  talla  y  se  tiene 
prisa  por  ir  á  sentarse  en  sus  céspedes.  Praderas  inclinadas, 
de  una  frescura  incomparable,  revisten  las  primeras  pendien- 
tes. Los  narcisos,  los  euforbios,  las  florecilias  purpurinas 
cunden  por  todos  los  huecos;  los  miosotis,  por  polladas, 
abren  sus  ojillos  de  azur  y  sus  cabezas  tiemblan  en  el  rezumo 
de  los  manantiales;  vése  afluir  de  lo  alto  millares  de  hilitos 
que  saltan  y  se  cruzan;  cascadas  graciosas  derraman  sobre  la 
yerba  su  lluvia  de  perlas,  y  arroyos  de  diamantes,  recogiendo 
todas  esas  aguas  fugitivas,  corren  á  vaciarlas  en  el  lago.  Aquí 
y  allá,  sobre  todas  esas  frescuras  y  todos  esos  rumoremos 
muestrau  las  encinas  el  lustre  de  su  verdura  nueva  y  suben 
de  piso  en  piso  hasta  que  al  fiu  desaparece  la  altura  bajo  sus 
filas  y  en  la  cima  queda  barreado  el  cielo  por  la  columnata 
indeterminada  de  un  bosque.  En  lo  bajo,  el  lago  extiende 
su  azur  uniforme  en  una  bordadura  de  arena  blanca.» 

¿Eh,  qué  tal  esa  descripción?  lEso  si  que  es  una  orgia  de 
colorí 


-*- 


LOKIS 

(OONTINnAOIÓH) 

— Es  muy  posible, — dijo  el  conde.— En  efec- 
to, no  tengo  lo  que  se  llama  gusto  por  los  anima- 
les... No  valen  gran  cosa  más  que  los  hombres... 
Os  conduzco,  señor  profesor,  á  un  bosque  donde 
á  esta  hora  existe  floreciente  el  imperio  de  las 
bestias,  la  matecznik,  la  gran  matriz,  la  gran  fá- 
brica de  los  seres.  Sí;  según  nuestras  tradicio- 
nes nacionales  nadie  ha  sondeado  todavía  sus 
profundidades,  nadie  ha  podido  llegar  al  centro 
de  esos  bosques  y  de  esos  lagunajos,  excepto,  por 
supuesto,  los  señores  poetas  y  los  brujos  que 
penetran  en  todas  partes.  Allí  viven  en  repú- 
blica los  animales...  ó  bajo  un  gobierno  consti- 
tucional; no  puedo  decir  cual  de  los  dos.  Los 
leones,  los  osos,  los  antas,  los  joubrs,  que  son 
nuestros  urus,  todos  viven  en  la  mejor  armonía. 
El  mammouth,  que  se  ha  conservado  allí,  goza 
de  una  muy  grande  consideración.  Creo  es  el  re- 
postero mayor.  Tienen  una  policía  muy  severa 
y  cuando  encuentran  alguna  bestia  viciosa  la 
procesan  y  la  destierran.  Cae  entonces  de  la  fie- 
bre en  el  mal  ardiente  y  se  ve  obligada  á  aven- 
turarse en  el  país  de  los  hombres.  Pocas  esca- 
pan (1). 

— Curiosísima  leyenda, — exclamé  yo, — pero, 
señor  conde,  habláis  del  urus;  ese  noble  animal 
que  César  ha  descrito  en  sus  Comeiitarius  y  que 
los  reyes  merovingios  cazaban  en  el  bosque  de 
Compiegne  ¿existe  realmente  aún  en  Lituania, 
como  así  he  oído  decir? 

— Seguramente.  Mi  padre  mató  por  si  mismo 
un  joubr,  con  permiso  del  gobierno  por  supues- 
to. Habéis  podido  ver  su  cabeza  en  la  sala  gran- 
de. Pero  yo  no  los  he  visto  nunca;  creo  que  los 
joubrs  son  muy  raros.  En  cambio  tenemos  aquí 
lobos  y  osos  á  granel.  Por  un  encuentro  posible 
con  alguno  de  esos  señores  me  he  llevado  este 


(lí    Véase  Maríre  Tadto  de  Mifkicvlcz;  La  Polonia  cau- 
tiva, de  M.  Callos  Edmond. 


instrumento — (enseñaba  una  tchekhole  (1)  circa- 
siana que  llevaba  en  bandolera) — y  mi  groom 
lleva  en  el  arzón  una  carabina  de  dos  cañones. 

Comenzamos  á  internarnos  en  el  bosque.  Pron- 
to el  sendero  angostísimo  que  seguíamos  des- 
apareció. A  cada  instante  nos  veíamos  obligados 
á  dar  la  vuelta  al  rededor  de  árboles  enor- 
mes cuyas  ramas  bajas  nos  barreaban  el  paso. 
Algunos,  muertos  de  vejez  y  derribados,  nos 
presentaban  como  un  baluarte  coronado  por  una 
línea  de  caballos  de  frisia  imposible  de  fran- 
quear. En  otras  partes  encontrábamos  ciénagas 
profundas  cubiertas  de  nenúfares  y  de  lentiscos 
de  agua.  Mas  lejos  veíamos  claras  cuya  yerba 
brillaba  como  esmeraldas;  pero  desgraciado  del 
que  se  aventurase,  porque  esta  rica  y  engañosa 
vegetación  oculta  de  ordinario  sumideros  de 
fango  donde  caballo  y  caballero  desaparecerían 
para  siempre...  Las  dificultades  del  camino  ha- 
bían interrumpido  nuestra  conversación.  Yo  ci- 
fré todos  mis  cuidados  en  seguir  al  conde  ad- 
mirando la  imperturbable  sagacidad  con  que  me 
guiaba  sin  brújula  y  encontraba  siempre  la  di- 
rección ideal  que  era  menester  seguir  para  lle- 
gar al  Kapas.  Era  evidente  que  había  cazado 
durante  largo  tiempo  en  estos  bosques  silvestres. 

Por  fin,  distinguimos  el  túmulo  en  el  centro 
de  una  ancha  calva.  Era  muy  elevado,  y  es- 
taba rodeado  de  un  foso  muy  reconocible  toda- 
vía á  pesar  de  los  brezos  y  los  desprendimien- 
tos. Parece  que  se  habían  hecho  ya  escavaciones 
allí.  En  la  cúspide  noté  los  restos  de  una  cons- 
trucción de  piedras,  algunas  de  las  cuales  apa- 
recían calcinadas.  Una  cantidad  notable  de  ce- 
nizas mezcladas  con  carbones  y  aquí  y  allí 
cascos  de  cacharrerías  groseras  atestiguaban 
que  se  había  encendido  fuego  en  el  vértice 
del  túmulo  durante  un  considerable  espacio  de 
tiempo.  Si  hay  que  dar  fe  á  las  tradiciones  vulga- 
res habríanse  celebrado  otras  veces  sacrificios 
humanos  en  los  Kapas;  pero  no  hay  ca^i  ninguna 
religión  extinguida  á  la  que  no  se  haya  impvi- 
tado  esos  ritos  abominables,  y  dudo  que  pudie- 
se justificarse  semejante  opinión  respectó  á  los 
antiguos  lituanos,  mediante  testimonios  histó- 
ricos. 

Bajamos  del  túmulo  el  conde  y  yo  para  reco- 
ger nuestros  caballos,  que  habíamos  dejado  á  la 
otra  parte  del  foso,  cuando  vimos  aproximarse 
hacia  nosotros  á  una  vieja  que  se  apoyaba  en  un 
palo  y  tenía  una  cesta  en  la  mano. 

— Mis  buenos  señores, — nos  dijo  reuniéndose 
con  nosotros, — quered  hacerme  una  candad,  por 
el  amor  de  Dios.  Dadme  con  que  pueda  mercar 
un  vaso  de  aguardiente  para  recalentar  mi  pobre 
cuerpo. 

El  conde  le  echó  una  moneda  do  plata  y  le 
preguntó  que  hacía  en  el  bosque,  tan  lejos  de 
todo  lugar  habitado.  Por  toda  respuesta  mos- 
tróle su  cesta,  que  estaba  llena  de  setas. 
Por  más  que  mis  conocimientos  en  botánica 
sean  muy  escasos,  parecióme  que  muchas  de 
aquellas  setas  pertenecían  á  especies  vene- 
nosas. 

— Buena  mujer, — le  dije, — espero  no  pensáis 
en  comeros  esto. 

— Mi  buen  señor, — respondió  la  vieja  con  una 
sonrisa  triste, — los  pobres  comen  todo  lo  que  el 
buen  Dios  les  da.  . 

— No  conocéis  nuestros  estómagos  lituanos,— 
repuso  el  conde.- — Están  forrados  de  hoja  de 
lata.  Estos  campesinos  comen  todas  las  setas  que 
encuentran,  y  no  por  eso  dejan  de  probarles  per- 
fectamente. 

— Impedidle  cuando  menos  que  pruebe  el 
agnrirus  necator  que  veo  en  su  cesta,  —  ex- 
clamé. 

Y  extendí  la  mano  para  coger  una  seta  de 
las  más  venenosas,  pero  la  vieja  retiró  viva- 
mente la  cesta. 

— ¡Ten  cuidado! — dijo  en  tono  de  espanto; — 
están  guardados...  ¡Pirkunn!  ¡Pirkuvs! 

Pirkuns,  digámoslo  de  paso,  es  el  nombre  sa- 
mogicio  de  la  divinidad  que  los  rusos  llaman 
Perune;  es  el  Júpiter  Timante  de  los  eslavos.  Si 
sorprendido  quedé  al  oirle  á  la  vieja  invocar 


(1;    Caja  de  fusil  circasiano. 


608 


LA  ILUSTRACIÓN  IBEIUCA 


un  dios  del  paganismo,  mucho  más  lo  fui  al  ver 
<)ue  las  setas  se  levantaban.  La  cabeza  negra 
de  una  serpiente  salió  de  entre  ellas  y  se  elevó 
un  pié  á  lo  menos  fuera  de  la  cesta.  Di  un  salto 


atrás  y  el  conde  escupió  por  sobre  el  hombro  se- 
gún la  costumbre  supei-sticiosa  de  los  eslavos 
que  creen  desviar  así  los  maleficios,  á  ejemplo  de 
los  antiguos  romanos.  La  vieja  dejó  la  cesta 


en  tierra,  acurrucóse  á  un  lado  y  después  con 
la  mano  extendida  hacia  la  serpiente  pronunció 
algunas  palabras  ininteligibles  que  tenían  las 
trazas  de  un  encantamiento.  La  serpiente  per- 


^ 


maneció  inmóvil  durante  un  minuto  y  después 
enroscándose  al  rededor  del  brazo  descarnado 
de  la  vieja  desapareció  en  la  manga  de  su  sa- 
yal de  piel  de  carnero  que  con  una  mala  cami- 


bOLA-BELLA,  EN    EL  LAGO  MAYOR 

sa,  componía,  creo,  todo  el  traje  de  esta  Circe 
lituana.  La  vieja  nos  miraba  con  una  sonrisita 
de  triunfo,  como  un  escamoteador  que  acaba  do 
ejecutar  una  suerte  difícil.  Había  en  su  fisono- 


mía esa  mezcla  de  astucia  y  de  estupidez  que  no 
es  rara  en  los  pretendidos  brujos,  en  su  mayoría 
tontos  y  bribones  á  la  vez 

(Se  continuará.)  Traducción  de  A.  O. 


iWlibllUtlOÍ;  CtrtM,  36»-3ti7,  Kaiti  Itiiiu,  EdiUr. — fituntiles  lo»  derechos  de  propiedad  irtíslica  j  literiri».— L«  redíuaciones  en  Madrid,  íI  represeütante  de  esta  Casa  D.  Mainel  l'lá  j  Valor,  Apodaca,  10, 2.' 

)  INSÉRTESE  Ó  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  ( — 


KSTABLBCIUIBITO  TlPOelÚFICO   OB   B.   BASBDA.— CiUXa  DI  VlLU^HKOBL,  ntU.    17    BHSAMCBE  DB  SXK  AKTONIÓ.— BaRCBLOMA. 


SEMANARIO     CIENTÍFICO,     LITERARIO     Y     ARTÍSTICO 


Año  V 


espaSa 

ÜQ  año.     ......  12'50  ptas. 

Dn  semestre 6*60     » 

Número  suelto ....      0'26     > 

PORTUGAL 

Buscrición  pagadera  semanalmente 

Oarta  número.  .     .    .  fiO  reis. 


Barcelona  24  de  Setierntre  de  1887 


CUBA  T  PUERTO-RICO 

Un  año 5  pesos  oro. 

En  el  resto  de  América  fijan  el  precio 

los  señores  corresponsales. 

extrMKro 

Un  año.    .    .    .  W  .    .    IS  pesetas. 


Núm.  247 


R.  ATCHÉ,  DISTINGUIDO  ESCULTOR  BARCELONÉS  (Dibujo  de  Miró) 


610 


LA  ILUSTRACIÓN  IBEBJGA 


SUMARIO 

Tuto.— JfotMd.  OaHtu  á  mi  prima,  por  Femanflor.— (/* 
tdüto  urtWtfn  leonUnuaeión),  por  Vicente  Bluoo  Ibáñei. 
—SetUla  einH/Ua,  por  Al&edo  Ofltto.—Mxpotielin  ma- 
rutas  de  Oidit,  por  Patrocinio  de  Blednut.  -  Lecíurtu,  por 
dsrlii.— Kaestroe  grabedoe.— Hoy  (sone>o<,  por  Vicenta 
BiTS  FalMtío.—Loki*  icontinuación),  por  Próspero  Merl- 
Bie  (traducción  de  A.  O.) 

Sbaiaooi.— R.  Atché  —Venas  atraída  por  las  Gradas.— Jía- 
drid:  tigiotíeién  NaeUmal  de  BtUat  Arta  de  1887.  Comba- 
te hmtico  en  el  pulpito  de  la  iglesia  de  Sau  Agustín,  en 
Zaracosa. — Madrid:  Bzpoeieiin  gtnerol  de  füipina*.  Fa- 
chada del  Pabellón  central.  Usos  y  adornos  de  igorrotes. 
— Cerimlca  coreana  (cinco  grabados i.— Después  de  la  ba- 
talla.—Italia:  Pallanxa,  en  el  Lago  Mayor. —£ipo«4ción 
nortttaa  <iif<niae<i>iui<  de  Cádií  idos  grabados). — Des- 
acradable  eoooentro.— Alegre  pareja.— Francia:  (Jaimper. 


MADRID 


CA.R7.A.S     A.    2.^1     F-RIJíJl  A, 


MADRID    SE    DIVIERTE 

UKRIDA  Carmen:  Hoy  se  abre  el  abono 
del  teatro  Real;  la  compañía  que  actua- 
rá en  la  próxima  temporada  es  la  si- 
guiente: Directores  de  orquesta:  Campanini, 
Mancinelli  y  Pérez. — Primas  donnas  sopranos: 
señoras  Bruschi-Chiatti ,  De  -Veré,  Gárgano, 
Lizárraga,  Patti-Nicolini,  Pérez  y  Tetrazzini. — 
Primas  donnas  raezzo-sopranos  y  contraltos:  se- 
ñoras Fabri  y  Pasqua. — Comprimarias:  señoras 
Garrido  y  GassuU. — Primeros  tenores:  señores 
De-Lucia,  Gianrini,  Marconi,  Signoretti,  Stagno 
y  Tamagno. — Primeros  barítonos:  señores  Bian- 
chi ,  Blanchart  y  Vaselli.  —  Primeros  bajos: 
señore.s  Silvestri,  Uetam  y  Verdaguer. — Bajo 
cantante:  Ponzini. — Bajo  cómico:  señor  Balde- 
lli. — Si  bien  no  ha  podido  ultimarse  el  contrato 
con  Masini,  la  empresa  cree  poder  contar 
con  él. 

Entre  otras  óperas  se  pondrán  las  siguientes: 
Ugonotli,  Profeta,  Roberto  ü  Diavolo,  Africana, 
Stella  del  Nord,  Gioconda,  Gitglielmo  Tell,  Me- 
fixtófele.  Romeo  é  Giuliettn,  Saffo,  Jone,  Ebrea. 
También  se  tiene  el  propósito  de  poner  en 
escena  las  óperas  nuevas  del  maestro  Bizet, 
Carmen  y  Pescatori  di  Perle,  y  la  del  maestro 
Wagner //  Voséelo  fantasma . 

La  apertura  de  la  temporada  se  verificará  en 
los  primeros  días  del  mes  de  Octubre. 

Esta  es,  pues,  la  fecha  en  que  debe  encon- 
trarse en  Madrid  toda  la  buena  sociedad:  y  esa 
función  inaugural  es  el  principio  del  invierno 
elegante.  En  esa  noche  de  inauguración  se  es- 
trenan las  toaletas  que  se  han  traído  de  París 
en  los  baúles  de  viaje  y  que  se  han  pasado, 
por  supuesto,  de  contrabando.  Hay  señora 
que  para  no  pagar  derechos  se  viste  en  la  fron- 
tera su  traje  de  baile  y  entra  en  España  esco- 
tada y  con  sombrero.  Las  ingeniosidades,  los 
recursos  y  hasta  los  delitos  á  que  las  señoras 
acuden  para  pasar  gratis  sus  galas,  son  innume- 
rables; generalmente  hacen  cómplices  á  todos 
sus  compañeros  de  wagón,  repartiendo  entre 
ellos  un  guardarropa.  ¡Qué  satisfacción  cuando 
se  ha  logrado  pasar  la  frontera  sin  pagar  los 
derechos  correspondientes!  Somos  contrabandis- 
tas de  raza. 

Como  es  natural  se  ha  procurado  tranquilizar 
á  los  abonados,  en  los  cuales  han  puesto  miedo 
las  recientes  desgracias  de  los  incendios  ocurrí- 
dos  en  otros  teatros.  El  subsecretario  de  Ha- 
cienda y  el  arquitecto  del  ministerio  han  visita- 
do el  Real  para  examinar  las  obras  realizadas. 
Quedaron  muy  satisfechos  de  todas  ellas  y 
especialmente  de  la  prueba  del  telón  de  agua; 
la  iumerisa  cortina  liquida  innundó  casi  instan- 
táneamente el  escenario;  de  haber  estado  allí 
cantando  la  compañía  ni  un  sólo  artista  se  hu- 
biera salvado.  El  público  no  debe,  pues,  temer 
el  incendio  en  este  teatro,  sino  llevar  á  pre- 
vención un  salva-vidas  para  las  inundaciones. 
El  gobernador,  j>or  su  parte,  se  dispone  á 
ordenar  que  los  teatros  estén  alumbrados  con 


lúa  eléctrica,  y  que  se  realicen  en  ellos  otras 
convenientes  mejoras.  Todo  esto,  en  verdad,  se 
hace  con  el  propósito  de  tranquilizar  al  públi- 
co; los  teatros  de  Madrid  tienen  tales  condicio- 
nes que  no  habrá  salvación  para  los  que  se 
encuentren  dentro  de  ellos,  si  estalla  un  incen- 
dio. Hechos  en  épocas  de  menos  temor  al  fuego, 
no  sirven  para  esta  en  que  frecuentes  siniestros 
aterrorizan  al  público.  Para  garantizar  en  lo 
posible  la  vida  del  espectador  sería  preciso  que 
los  teatros  fuesen  edificios  aislados;  y  que  en 
un  momento  dado,  el  teatro, — paredes  y  techo, 
— pudiese  desaparecer,  dejando  al  público  como 
en  la  mitad  del  campo,  sin  obstáculo  para  co- 
rrer. No  basta  que  se  hagan  incombustibles  las 
decoraciones,  ni  que  haya  muchas  puertas,  ni 
que  estas  sean  muy  anchas,  ni  que  al  exterior 
se  coloque  un  balconaje  corrido  por  el  cual 
pueda  descenderse,  ni  que  se  apliquen  á  la  fa- 
chada escalas  infinitas,  siempre  dispuestas  á 
recibir  al  despavorido;  el  público  se  reventaría 
en  las  puertas,  se  arrojaría  por  el  balconaje  y 
se  despeñaría  por  las  escalas  desde  que  suene 
la  voz  de  ¡fuego!  Lo  que  mata  no  es  el  fuego, 
sino  el  pánico;  los  espectadores  se  alzan  á  una; 
buscan  la  salida  todos  al  mismo  tiempo,  y  como 
no  es  posible  que  todos  pasen,  se  estancan  to- 
dos. Se  siente  la  necesidad  de  huir,  perdiendo 
la  conciencia  de  los  peligros  de  la  fuga,  y  evi- 
tando sólo  el  que  se  teme.  Quien  huye  del  fue- 
go, no  vacila  en  arrojarse  desde  un  piso  tercero, 
como  quien  huye  de  una  espada  desnuda  no 
vacila  en  arrojarse  dentro  de  una  hoguera.  Es 
que  en  nuestra  imaginación  la  muerte  ha  toma- 
do una  forma  determinada  y  sólo  bajo  ella  nos 
aterra. 

Mas  ya  comprenderás,  prima,  que  no  es  posi- 
ble construir  dentro  del  casco  de  Madrid  edifi- 
cios aislados  para  teatros,  porque  el  terreno 
vale  mucho,  y  hasta  hoy  no  se  ha  descubierto 
ese  teatro  de  piezas  que  automáticamente  pu- 
diera desarmarse.  Por  lo  tanto,  hay  que  elegir 
entre  la  afición  á  la  comedia  y  la  probabilidad, 
más  ó  menos  remota,  de  achicharrarse.  Para 
un  madrileño  de  pura  raza  no  cabe  dudar;  la 
vida  no  merece  la  pena  si  hemos  do  arrastrarla 
con  tristeza,  en  el  hogar  doméstico,  ó  entre  cua- 
tro amigos,  por  la  noche,  sin  acudir  á  esos 
centros  de  luz  espléndida,  de  animación  encan- 
tadora, en  la  cual  las  artes  nos  ofrecen  sus  es- 
pirituales placeres;  la  mayoría  de  las  gentes  no 
sabría  lo  que  pasa  en  el  mundo  sino  fuese  al 
teatro,  donde  le  cuentan  algo  de  las  vidas  aje- 
nas y  le  ofrecen  un  espejo  de  la  sociedad,  algo 
empañado.  No  sería  posible  suprimir  el  teatro; 
en  todas  las  casas  se  representarían  comedias. 
El  hombre,  disgustado  de  su  propia  historia, 
gusta  de  inventar  otras  á  su  capricho  y  no  con- 
tento del  papel  que  le  ha  tocado  en  este  mundo 
gusta  de  representar  otros  diferentes.  ¿Quién 
es  aquel  que  reconociéndose  sin  condiciones  para 
vivir,  dichosamente,  su  propia  vida  no  se  cree 
capaz  de  interpretar  y  realizar  otros  tipos  de  su 
imaginación?  Dicen  que  de  músico  y  de  poeta 
todos  tenemos  un  poco.  Pues  todos  tenemos  tam- 
bién algo  de  autores  y  de  actores  de  comedias. 
En  las  preocupaciones  de  la  vida,  pensando  en 
el  porvenir,  ¿cuántos  argumentos,  escenas,  si- 
tuaciones, enlaces  y  desenlaces  no  formamos 
para  llevar  los  acontecimientos  al  término  de 
nuestro  deseo?  Y  respecto  á  ser  actores,  ¿quién 
no  ha  representado  cien  papeles  desde  que  tuvo 
uso  de  razón,  logrando  con  habilidad  engañar 
al  público?  . 

Mas  hasta  hoy, — volviendo  á  los  peligros  de 
un  incendio  en  los  teatros, — todo  se  reduce  al 
ensanche  de  las  puertas;  á  que  las  puertas  sean 
de  corredera;  á  que  las  puertas  estén  francas  y 
á  que  el  público  sepa,^ — mediante  muchos  letre- 
ros,— donde  están  las  puertas.  Estos  letreros, 
por  cierto,  que  indican  la  salida  (así  como  los 
bomberos,  de  uniforme,  que  aguardan,  á  la  vis- 
ta del  público,  el  estallido  de  las  llamas)  sólo 
pueden  tranquilizamos  relativamente.  Debería 
darse  á  cada  espectador  una  bata  incombustible, 
una  careta  de  vidrio  y  una  bomba  manuable. 

En  una  de  mis  últimas  cartas  te  dije  que  no 
se  anunciaban  obras  dramáticas  de  importan- 


cia; leo  en  un  diario  que  Núñez  de  Arce  ha  es- 
crito una  comedia,  en  prosa,  la  cual  quizás  se 
represente  en  el  Español.  Supongo  que  se  refie- 
re á  una  producción  del  insigne  poeta,  de  que 
el  año  pasado  te  hablé  y  de  la  cual  no  es  pre- 
ciso anticipar  elogios;  obra  de  gran  realismo, 
escrita  con  sobriedad,  con  energía,  sin  efectis- 
mos, clásica  como  el  bronce.  Mucho  deseamos 
los  aficionados  á  esta  difícil  literatura  ver  re- 
presentada esa  obra;  mas  yo  no  tengo  grandes 
esperanzas  de  que  así  sea. 

Puesto  que  hablo  de  Núñez  de  Arce,  debo  ha- 
blar de  los  preparativos  que  se  hacen  para  reci- 
bir á  los  individuos  del  Congreso  literario  y  ar- 
tístico internacional  que  vengan  á  Madrid  con 
objeto  de  celebrar  las  sesiones  correspondientes 
á  su  décima  reunión.  Organizado  por  la  Aso- 
ciación literaria  y  artística  internacional,  este 
congreso  que  tanto  ha  contribuido  á  la  defensa 
de  la  propiedad  intelectual  y  3I  establecimiento 
de  relaciones  regulares  entre  las  sociedades  li- 
terarias y  los  escritores  de  todos  los  países,  ha 
verificado  sus  anteriores  reuniones,  la  primera 
en  París,  presidida  por  Víctor  Hugor;  la  segun- 
da, en  Londres,  por  los  presidentes  de  la  So- 
ciedad de  literatos  de  Francia  y  la  Asociación 
literaria  internacional  y  el  conde  de  Lesseps; 
la  tercera  en  Lisboa,  por  el  rey  de  Portugal; 
la  cuarta  en  Viena,  por  el  gobierno  austríaco;  la 
quinta  en  Roma,  por  el  rey  de  Italia;  la  sexta 
en  Amsterdam,  por  el  gobierno;  la  .séptima  en 
Bruselas,  por  S.  M.  el  rey  de  lo.s  belgas  y  su 
Consejo  de  ministros;  la  octava  en  Amberes, 
por  el  jefe  del  gabinete  belga,  y  la  novena  en 
Ginebra,  por  Mr.  Numa  Droz,  Vice-presidente 
del  Consejo  de  la  Confederación  Helvética.  La 
décima  reunión  se  verificará,  como  he  dicho,  en 
Madrid,  del  8  al  15  de  Octubre  próximo,  bajo  el 
patronato  y  la  presidencia  del  Consejo  de  mi- 
nistros. Núñez  de  Arce,  presidente  de  la  Aso- 
ciación de  escritores  y  artistas  españoles,  tra- 
baja con  el  entu.siasmo  patriótico  que  todos  le 
reconocemos  por  el  mayor  brillo  de  esta  gran 
solemnidad. 

El  programa  de  las  tareas  de  este  congreso 
es  el  siguiente: — De  la  uniformidad  en  cuanto 
á  la  duración  de  la  propiedad  literaria  de  todos 
los  países. — De  la  asimilación  del  derecho  de 
traducción  al  derecho  de  reproducción. — ¿La 
lectura  en  público  de  una  obra  literaria,  depen- 
de, como  la  representación  teatral,  del  derecho 
del  autor? — ¿Las  obras  del  arte  arquitectónico, 
deben  gozar  de  la  misma  protección  que  las  de- 
más obras  de  la  inteligencia? — Del  derecho  de 
ésta  y  del  derecho  de  crítica. — Del  dominio  pú- 
blico en  materia  teatral. — Cervantes  y  su  in- 
fluencia en  la  literatura  de  todos  los  pueblos. 
— Nombramiento  de  los  individuos  del  comité 
de  honor;  elección  de  los  miembros  del  comité 
ejecutivo. — Y  noveno:  Proposiciones  diversas. 

Como  ves  el  programa  es  vario,  amenísimo, 
y  trascendental.  Espero  que  tú,  cuando  leas  las 
discusiones  de  este  congreso,  encontrarás  mate- 
ria interesante  para  tu  pensamiento,  que  no  es 
el  do  una  marisabidilla,  pero  que  no  es  el  de 
una  joven  frivola,  tan  sólo  curiosa  de  las  nove- 
lerías de  la  moda. 

Se  ha  inaugurado  el  teatro  de  Eslava,  dedi- 
cado al  saínete  y  á  la  música  ligera;  y  el  día 
'22  del  corriente  se  inaugurarán  las  funciones  de 
Variedades,  el  pequeño  y  clásico  rincón  escéni- 
co en  el  cual  recuerdo  yo  haber  visto  represen- 
tar á  Julián  Romea  La  cruz  del  matrimonio  y 
Los  soldados  de  plomo.  ¡Lo  que  ha  variado  el 
teatro  y  los  actores  y  el  público,  desde  entonces! 
El  principal  atractivo  de  este  teatrillo  será  la 
Lucía  Pastor,  la  creadora  de  Menegilda,  la  cria- 
da de  la  Gran  Vía,  la  pobre  chi-ca.  Es  joven, 
no  es  bella,  pero  sí  graciosísima;  dice  y  canta  y 
baila  con  sin  igual  donaire;  uniendo  al  carácter 
popular  de  los  tipos  que  representa  algo  muy 
personal  y  muy  distinguido.  Sus  desgarros  son 
realistas  sin  ser  groseros;  y  si  no  tiene  condi- 
ciones j)ara  ser  una  actriz  do  verdad,  tiene  las 
suficientes  para  ser  algo  más  que  una  cantatriz 
de  café  cantante  trasplantada  al  teatro.  Hay  en 
ella  sentimiento  personal  de  decoro  y  sentimien- 
to del  arte.  Por  desgracia  el  género  que  exclu- 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


611 


sivamente  cultiva  tiene  exigencias  lamentables; 
el  público  natural  de  ese  género  se  satisface 
difícilmente  con  el  grano  de  sal  menudo  y  con 
delicadezas  de  artista;  pide  y  exige  más  al  ar- 
tista cada  día,  hasta  que  se  ve  ya  perfectamen- 
te encanallado.  Esta  es  la  historia  de  muchos 
actores  y  actrices  que  han  interpretado  el  géne- 
ro popular  con  la  discreción  natural  en  los  ta- 
lentos selectos:  su  juventud  ha  inspirado  espe- 
ranzas; más  uno  tras  otro  han  ido  perdiendo  su 
delicadeza,  su  esmalte,  para  transformarse  ellos 
en  payasos  y  ellas  en  cancanistas  y  cantaoras. 
Anoche  viendo  bailar  á  la  Lucía  Pastor  las  se- 
guidillas de  la  Oran  Vía,  y  extremar  más  y  más 
sus  graciosísimos  movimientos  para  correspon- 
der al  insistente  y  entusiasta  aplauso  del  públi- 


co, me  pareció  ver  á  la  pobre  mariposa  que  vue- 
la y  revuela  deslumbrada  al  rededor  de  la  vivida 
lámpara.  Esa  preciosa  discreción,  esa  sencillez 
tan  señorita  de  que  la  Lucía  Pastor  ha  sabido 
acompañarse  hasta  hoy  en  las  tablas,  debe  con- 
servarla como  un  brillante  precioso;  pasado  el 
límite,  no  triunfará  ya;  habrá  siempre  otras  ac- 
trices que  hagan  mayores  sacrificios  para  fana- 
tizar á  los  públicos  groseros. 

Pronunciado  este  sermoncito,  digno  de  Mani- 
ni  en  los  Efectos  de  la  Gran  Vía,  sólo  me  resta 
suplicar  á  la  Pastor  vea  en  él  un  homenaje  de 
simpatía  y  terminar  mi  carta  besándote  los  pies, 
como  es  uso  y  costumbre  de  españoles  galantes. 
Tuyo, 

Pbrnanflok. 


UN  IDILIO  NIHILISTA 


(00KTIHDÍ016H) 

Las  paredes  desaparecían  tras  colosales  es- 
tantes y  armarios,  los  primeros  llenos  de  libros 
de  diversos  tamaños,  los  segundos  de  botes,  re- 
domas é  instrumentos  de  física  de  todas  clases. 

Sobre  el  lienzo  de  pared  frontero  á  la  puerta 
destacábanse  en  lo  alto  dos  grandes  retratos 
con  marco  negro  y  sencillo  y  en  la  parte  baja 
una  gran  mesa  cubierta  de  papeles,  junto  á  la 
cual  estaba  sentado  un  hombre  envuelto  en  una 
vieja  bata  acolchada  y  hundiendo  sus  pies  en 
una  tupida  piel  de  oso. 


VENUS  ATRAÍDA  POR   LAS  GRACIAS  (Grabado  de  FrancescoIBartolozzi) 


El  resto  de  la  estancia  estaba  adornado  con 
algunos  sillones,  y  una  estufa  de  hierro  llena 
de  encendido  carbón. 

Apenas  Alejandro  entró,  el  hombre  púsose  á 
examinarle  detenidamente,  y  al  cabo  de  algún 
tiempo  le  dijo: 

—¿Quién  sois? 

Entonces  el  estudiante  avanzó  hasta  llegar 
junto  á  la  mesa,  y  una  vez  allí,  trazó  con  la 
diestra  en  el  espacio  algunos  signos  extraños  á 
los  que  el  hombre  contestó  de  igual  modo. 

— ¿Eres  entonces  el  que  espero? — dijo  éste 
con  tono  de  cariñosa  confianza. 

— El  mismo. 

— Tienes  buena  presencia,  y  se  conoce  en  tu 
aspecto  que  eres  hombre  capaz  de  grandes  em- 
presas ¿Cómo  te  llamas? 

— Alejandro  Ischerkassy. 

— ¿Que  edad  tienes? 

— Veintisiete  años. 

— Joven,  muy  temprano  has  entrado  en  ne- 
gocios por  los  que  se  arriesga  la  cabeza;  pero 
se  ve  en  ti,  decisión  y  arrojo,  y  esto  basta.  La 
sangre  joven  es  la  encargada  de  libertar  á  Rusia, 
y  tú  puedes  hacer  mucho  por  tu  patria;  acuér- 
date que  te  lo  dice  el  profesor  Martens.  ¿Eres 
del  mismo  Moscow? 

• — No;  soy  de  Troitza;  y  si  vivo  en  Moscow, 
es  porque  pertenezco  á  la  escuela  de  ingenieros. 
En  mi  ciudad  natal  vive  mi  madre,  vieja  y  sola. 


guerra   con 


los 


— ¿No  tienes  padre? 

— No;  murió  cuando  la  última 
Turquía  en  la  batalla  de  Plewna. 

--Un   víctima  más  de  la  ambición  de 
Czares. 

Tras  estas  palabras  el  estudiante  y  el  profe- 
sor quedaron  meditabundos,  hasta  que  por  fin 
éste  último  dijo  saliendo  de  su  abstracción. 

— ¿No  te  han  dado  nada  para  mí  nuestros 
hermanos  de  Moscow? 

— Una  carta,  tomadla. 

El  profesor  tomó  el  papel  que  le  entregaba 
Alejandro,  y  desdoblándolo  púsose  á  leerlo  des- 
pués de  hacer  á  éste  una  señal  para  que  se  sen- 
tara. 

El  estudiante  obedeció,  y  mientras  Martens 
leía  púsose  á  examinarle  con  ahinco. 

Era  un  hombre  verdaderamente  extraño.  Per- 
tenecía á  esa  clase  de  seres  humanos,  cuyo 
físico  con.serva  reminiscencias  de  alguna  raza 
zoológica,  pucis  en  su  rostro  tenía  todas  las 
lineas  y  detalles  suficientes  para  confundirle 
con  Tin  león  viejo. 

Su  frente  era  pequeña  y  deprimida,  su  nariz 
mezquina,  aplastada  y  latente  á  cada  instante, 
sus  ojos  pequeñuelos  y  rojizos,  y  para  comple- 
tar la  semejanza,  su  cabellera  era  larga  y  de 
un  rojo  sucio,  y  sus  bigotes  ásperos  cerdosos  y 
erizados. 

Era  la  fiel  representación  de  un  león  el  sabio 


profesor  Martens,  pero  de  un  león  viejo  pues  su 
cabeza,  en  más  de  una  parte,  estaba  calva  cre- 
ciéndole la  cabellera  en  mechones  aislados,  y 
sus  ojos  de  continuo  brillaban  con  el  reluciente 
fuego  de  la  cuartana. 

Su  cuerpo  era  pequeño  pero  robusto,  y  sus 
miembros  dejaban  adivinar  bajo  la  rugosa  piel 
un  tejido  completo  de  nervios  y  tendones  rígi- 
dos como  las  cuerdas  de  un  buque,  y  capaces  de 
desarrollar  en  supremos  momentos  una  fuer- 
za bestial  y  sobrehumana. 

Alejandro  contemplaba  con  •  cierto  respeto  y 
admiración  supersticiosa  aquel  hombre  extraño 
y  original. 

Adivinaba  en  él  un  carácter  de  hierro,  y  una 
voluntad  absoluta  capaz  de  arrollar  los  más 
terribles  obstáculos  y  llevar  á  cabo  las  más  in- 
concebibles audacias. 

Aquel  hombre  debía  ser  inquebrantable  en 
el  logro  de  sus  deseos;  ó  realizar  lo  imaginado, 
ó  morir. 

Mientras  Alejandro  contemplaba  el  profesor 
Martens  y  reflexionaba  sobre  su  carácter,  éste 
acabó  de  leer  la  carta,  y  dejándola  sobre  la  mesa 
dijo  al  estudiante: 

(Se  continuará)      Vicente  Blasco  Ibáñez. 


-*- 


EXPOSICIÓN    NACIONAL  DE   BELLAS  ARTES   DE   1887 


COMBATE  HEROICO  EN  EL  PÜLF.TO  DE  LA  IGLESIA  DE  SAN  ACUSTIN.  EN  ZARAGOZA  (.809) 
(ItoUlU  de  tercera  clMe.-Cu«dro  de  D.  CéBar  Alvarez  Duaont. -Dibujo  de  P.  y  Valor) 


4" 


^ 


MADRID.-EXPOSICION  GENERAL  DE  FILIPINAS 
FACHADA    DEL    PABELLÓN    CENTRAL.-U80S    Y    ADORNOS    DE    IGORROTES,    SALA    2.«.  (De  fotografía) 


614 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


REVISTA  CIENTÍFICA 


DEL  YESO...  Y  OTROS  EXCESOS 

Es  preciso  no  solamente  que  los  vinos  no 
contengan  alcohol  amílico,  ni  fuschina,  ni  sales 
de  plomo,  ni  veneno  alguno,  sino  que  aun  el 
mismo  yeso  con  que  se  suele  adicionarles  para 
darles  color  é  impedir  su  alteración,  no  exceda 


de  cierta  cantidad  muy  ligera.  En  Francia  se 
ha  dictado  una  circular  fijando  en  dos  gramos 
por  litro  la  cantidad  de  yeso  tolerada;  los  quí- 
micos, de  concierto  con  los  cosecheros,  han  que- 
rido demostrar  que  sea  á  la  dosis  que  se  quiera 
el  yeso  no  produce  el  menor  perjuicio,  pero  los 
médicos  han  salido  demostrando  que  sí  es  noci- 
vo á  la  salud  el  pasar  de  aquella  dosis.  Sobre 
;  todo,  el  informe  de  M.  Marty,  catedrático  del 
¡  Val  de  Grace,  es  &  todas  luces  concluyente.  El 


autor,  escarmentado  en  cabeza  propia,  cuenta 
lo  siguiente: 

Gozaba  dicho  señor  de  la  más  perfecta  salud 
cuando  sin  causa  apreciable  sintióse  molestado, 
al  cabo  de  una  hora  de  haber  comido,  por  gas- 
tralgias con  calambres  de  estómago,  sequedad 
en  las  fauces,  cólicos  y  evacuaciones  semi-liqui- 
das,  sin  que  en  tres  semanas  que  se  estuvo  me- 
dicando desaparecieran  aquellos  desagradables 
síntomas.  Tuvo  entonces  la  idea  de  renunciar 


CERÁMICA  COREANA:  LOZA  AMARILLA  Y  F)GURAS  PARDAS 


LOZA  DE  PIEDRA 


al  vino  v  beber  nada  más  que  agua  y  al  punto 
cesó  toda  incomodidad.  Sin  embargo,  como  esto 
de  beber  agua  es  bueno  mejor  para  anacoretas 
que  para  catedráticos  de  medicina,  M.  Marty, 
al  cabo  de  cuatro  días  de  hidropotismo,  se  de- 
cidió á  beber  cerveza,  encontrándose  muy  bien 
con  el  cambio.  Así  pasaron  dos  semanas  y  aba- 
rrido ya  de  brutolados  (así  se  llaman  los  prepa- 
rados de  cerveza,  de  la  palabra  griega  ^bxov), 
reddit  ad  vomitum,  es  decir,  volvió  al  vino,  rea- 
pareciendo inmediatamente  los  desórdenes  di- 
gestivos. Es  de  advertir  que  M.  Marty,  catedrá- 
tico de  química  aplicada  á  la  medicina  legal, 
ea  el  autor  del  procedimiento  clásico  del  dosado 
del  yeso  en  el  vino;  analiza  su  mouto,  del  cual 
se  creía  seguro,  y  encuentra  3a^-,  862  de  solfar 


to  neutro  de  potasa  por  litro  (1).  Reemplaza 
entonces  el  vino  por  una  cantidad  igual  de 
agua  alcoholizada  al  11  por  ciento,  con  más 
2*"'-,  50  de  sulfato  neutro  de  potasa  por  litro,  y 
á  los  dos  días  desaparecen  todos  los  trastornos. 
A  los  quince  días  altera  M.  Marty  la  composi- 
ción del  líquido  llevando  á  Sk""-,  82  de  sulfato 
neutro  de  potasa  la  dosis  de  esta  sal  y  al  cabo 
de  once  días  de  emplear  este  brevaje  es  tal  el 
malestar,  que  se  ve  obligado  el  autor  á  suspen- 
der el  experimento,  que  repetido  después  dos  ó 
tres  veces  dio  el  mismo  resultado. 


(1)  El  yeio  precipita  el  ácido  tartárico  del  tartrato  de  po- 
tasa del  vlDO,  de  donde  resulta  sulfato  ácido  de  potasa  en  di- 
■oladón. 


Desde  entonces  considera  M.  Marty  la  dosis 
de  dos  gramos  como  el  máximum  de  tolerancia 
admisible.  Los  defensores  del  enyesado,  erudi- 
tos ellos,  parece  que  salieron  con  un  texto  de 
Plinio  probando  que  ya  en  tiempo  de  este  na- 
turalista se  hacía  uso  del  tal  yeso,  pero  no 
faltó  quien,  compulsando  la  cita,  descubrió  que 
se  callaban  lo  mejor,  y  es  que  Plinio,  después 
de  decir  que,  en  efecto,  se  enyesaban  los  vinos 
en  su  tiempo,  añade:  «En  cuanto  á  los  vinos  en 
que  hay  raspaduras  de  mármol  ó  de  yeso,  son 
de  temer,  aun  para  las  personas  más  robustas. 
Los  latinos  llamaban  á  esta  sofisticación:  crá- 
pula.» 

Téngase  entendido,  pues,  y  en  vista  de  la 
importancia  del  asunto,  sigamos  hablando  de 
lo  mismo. 

* 

*  * 

No  es  sólo  en  los  hospitales  donde  pueden 
verse  innumerables  victimas  del  alcohol:  de  se- 
guro que  abundan  todavía  más  en  las  cárceles, 
y  no  pocos  yacen  en  los  cementerios,  fallecidos 
de  muerte  violenta  por  mano  de  un  alcoholi- 
zado. 

Nada  más  edificante  sobre  este  particular  que 
el  informe  leído  recientemente  en  la  Sociedad 
de  Medicina  pública  é  higiene  profesional  de 
París  respecto  á  los  productos  que  se  emplean 
en  el  comercio  para  falsificar  los  vinos,  aguar- 
dientes, etc.  Esto.s  productos  son  generalmente 
para  los  vinos,  los  aceites  de  vino, —  francés  y 
alemán, — y  el  aceite  esencial  de  heces  de  vino. 

Segiin  M.  Girard,  químico  distinguido  que 
ha  sido  el  que  consiguió  retirar  dichos  produc- 
tos de  las  combinaciones  artificiales  en  que  en- 
traban, el  aceite  esencial  de  heces  de  vino  pro- 
cede de  la  oxidación,  mediante  el  ácido  nítrico, 
del  aceite  de  coco,  de  la  manteca  de  vaca,  del 
aceite  de  resina  y  de  algunos  otros  cuerpos  gra- 
sos; gracias  al  agua  fuerte  se  obtienen  de  ellos 
ácidos  capróico,  caprilico  y  cáprico  los  cuales 
eterificados  bajo  presión  con  alcoholes  metílico, 
etílico,  amílico,  propílico,  etc.,  producen  éteres 
de  agradable  perfume  y  tan  fuertes  que  basta 
con  una  mínima  cantidad  para  darle  el  bouquet 
á  un  gran  volumen  de  alcohol. 

Por  lo  que  hace  á  los  aguardientes,  coñac. 


LA  ILUSTIIACION  IBÉRICA 


615 


rom  y  otros  análogos,  hay  que  decir  que  la 
composición  de  los  bouquefs  es  á  veces  inofen- 
siva, pero  esto  nada  importa  desde  el  momento 
en  que  son  malos  ya  de  por  sí  tales  líquidos, 
como  fabricados  exclusivamente  con  alcoholes 
de  industria,  cuyo  mal  gusto  enmascaran  dichos 
bouquefs.  En  cuanto  á  los  licores,  no  solamente 
son  tóxicos  por  el  alcohol  que  les  sirve  de  base 
sino  también  por  los  bouquets  con  que  se  les  sa- 
zona, eminentemente  venenosos. 

¿Y  qué  diremos  de  los  vinos  artificiales,  de 
ese  escandaloso  tráfico  de  cuyos  estragos  pueden 
dar  razón  diariamente  los  médicosV  Comenzóse 
por  el  mnage,  pero  pronto  se  prescindió  de  esto 
valiéndose  de  materias  puramente  artificiales  y 
dándose  el  bouquet  con  los  aceites  de  vino. 

Ahora  bien:  vamos  á  ver  qué  efectos  produ- 
cen esos  aceites:  inyectados  seis  centímetros 
cúbicos  de  aceite  de  vino  francés  ó  alemán  en 
la  vena  safena  externa  de  varios  perros  de  diez 
á  once  kilogramos  de  peso,  perecieron  en  menos 
de  una  hora  después  de  haber  presentado  sínto- 
mas de  excitación  meníngea  y  desórdenes  car- 
dio-respiratorios  terminados  por  asfixia.  En  la 
autopsia,  entre  otras  alteraciones,  se  vio  una 
inyección  difusa  de  las  meninges  y  el  cerebro. 

Los  experimentadores  M.  M.  Laborde  y  Mag- 
uan quisieron  luego  comparar  con  la  acción  del 
alcohol  de  vino  la  de  los  alcoholes  industriales 
y  obtuvieron  estos  resultados:  hicieron  ingerir 
á  un  perro  50  gramos  de  alcohol  de  vino  del 
Rosellón,  á  otro  50  gramos  de  alcohol  de  remo- 
lacha y  á  un  tercero  50  gramos  de  alcohol  de 
maíz,  los  tres  á  50."  por  adición  de  agua;  el  pe- 
rro primero  presentó  apenas  algunas  ligeras  de 
embriaguez,  pero  los  otros  dos  cayeron  en  estu- 
por, mostráronse  doloridos  exhalando  lastime- 
ros gritos  y  notóse  que  les  temblaban  las  pier 
ñas  y  que  la  temperatura  había  descendido  un 
grado,  perdiendo  además  uno  y  otro  el  apetito 
durante  24  horas. 

Con  el  alcohol  etílico,  procedente  de  los  tres 
que  se  emplearon,  vióse  que  los  tres  perros 
presentaban,  sin  excepción,  pérdida  de  movi- 
miento y  sensibilidad,  prueba  evidente  de  que 
el  alcohol,  aun  el  etílico,  es  tóxico.  Empero, 
nada  más  terrible '  que  los  efectos  producidos 
por  los  residuos  de  la  depuración  de  dichos 
tres  alcoholes:  50  gramos  de  residuos  de  al- 
cohol de  maíz  ó  de  remolacha,  adicionados  con 
parte  igual  de  agua,  acarrean  tal  irritación  de 
estómago  que  sobrevienen  vómitos  sanguino- 
lentos. 

No  se  crea,  sin  embargo,  que  los  alcoholes  de 
industria  contengan  solamente  alcoholes  etíli- 
co, propílico,  butílico  y  amílico,  sino  que  se 
saca  también  de  ellos  la  sustancia  llamada />jW- 
dina,  enérgico  veneno  que,  á  la  dosis  conve- 
niente, se  emplea  en  medicina  contra  la  disnea, 
y  un  cuerpo  conocido  con  el  nombre  de  fur- 
furol. 

Este  furfurol,  ó  aldeido  piromúcico,  encuéntra- 
se especialmente  en  los  alcoholes  de  semillas,  de 
avena,  de  centeno,  de  cebada  y  parece  producir- 
se á  expensas  del  salvado;  es  un  líquido  inco- 
loro, que  echa  olor  á  esencia  de  canela  ó  á  esen- 
cia de  almendras  amargas  y  que  no  hierve  á 
meno.s  de  16  2°.  Su  estudio  experimental  ha  re- 
velado ciertas  particularidades  de  la  patología 
alcohólica,  pues,  mientras  algunos  médicos  es- 
coceses é  irlandeses  ponían  en  la  lista  de  los 
síntomas  del  alcoholismo  agudo  por  el  aguar- 
diente la  existencia  de  ataques  epilépticos,  los 
franceses  decían  que  solo  se  presentaban  en  el 
alcoholismo  por  el  agenjo  los  bitters  y  el  ver- 
mut. La  contradicción  queda  explicada  ahora 
sabiendo  que  la  inyección  venosa  de  dos  centí- 
metros cúbicos  de  furfurol  en  perros  de  seis 
á  ocho  kilogramos,  ha  provocado  violentos  ata- 
ques epilépticos. 

Y,  sin  embargo,  por  mucho  que  se  sepa  res- 
pecto á  alcoholes  de  industria,  no  pasa  día 
sin  que  so  descubra  un  nuevo  gazapo:  así  es 
que  habiéndosele  ocurrido  hace  pocas  .semanas 
á  M.  Pouchet  analizar  un  titulado  rom  de  Ja- 
maica se  encontró  con  que  no  solamente  conte- 
nia alcoholes  metílico,  isopropílico,  alílico  y  amí- 
lico sino  también  tres  aldeídos  (acetal,  metilal  y 


acetona)  y  productos  aromáticos  del  grupo  de 
los  alcanfores. 

¡Cuánta  diferencia  entre  esos  abominables  lí- 
quidos de  hoy  y  los  licores  de  antaño,  simple  y 
honrado  producto  de  la  destilación  de  alcoholes 
de  vino  conteniendo  en  disolución  las  diversas 


sustancias  aromáticas  que  les  caracterizaban! 
Hoy  nadie  piensa  en  tales  antiguallas:  no  se 
destila  nada;  se  pone  un  poco  de  esencia  en  pre- 
sencia de  los  alcoholes,  se  añade  una  mezcla 
azucarada,  y  buenas  noches.  No  importa  que  la 
esencia   pueda  ser  un   veneno   formidable;   la 


LOZA  GRIB.-LOZA  OSCURA 


cuestión  es  hacer  negocio.  El^ie  no  quiera  que 
no  beba. 

Pero  nadie  ó  casi  nadie  quiere  privarse  de 
echar  una  copita  y  de  ahí  que  el  temerario  afi- 
cionado á  la  serpiente  verde  ingiera  con  la  esen- 
cia de  agenjo  un  convulsivante  enérgico;  de 
ahí  que  el  devoto  del  vermut  y  del  bitter  que 
creerá  tal  vez  regalarse  con  esencias  de  ulma- 


ría  y  de  Oaulteria  procumbens  trague  aldeído 
salicílico  y  salicílato  de  metilo,  ambos  no  me- 
nos convulsivantes  que  la  esencia  de  agenjo;  de 
ahí  que  el  que  siente  flaqueza  por  el  noyó  se 
exponga  á  un  tétanos  con  los  cinco  gramos  por 
litro  que  suele  contener  de  benzonitrilo  y  de 
aldeído  benzoico  y  de  ahí  que  tantos  borrachi- 
nes  sucumban  de  repente  sin  que  la  autopsia  re- 


DESPUÉS 


BATALLA 


618 


LA  ILUSTRACIÓN   IBÉRICA 


vele  otra  lesión  que  «parecer  el  corazón  tetani- 
lEado. 

Véase,  pnee,  si  son  graves  los  estragos  que 
dimanan  del  industrialismo  alcohólico;  si  aún 
el  alcohol  mejor  y  más  puro  es  veneno  aterra- 
dor ¿qué  no  resultará  de  esos  venenos  de  los 


Borgias  con  que  la  homicida  concupiscencia 
de  traficantes  sin  entrañas  fabrica  vinos,  aguar- 
dientes y  licores?  Hace  diez  y  siete  años  que 
á  propósito  del  vinage, — procedimiento  inocen- 
te, sin  embargo,  comparado  con  los  abomina- 
bles procedimientos  de   nuestros  envenenado- 


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res  de  hoy  (1), — decía  M.  Bergeron:  «Todo  está 


( I )  El  vinage  conaliite  en  U  adición  de  derla  cantidad  de 
alcotiol  ■!  vino;  hecho  en  la  tina  y  cuando  el  vino  conserva  to- 
d4rlaun  re^tod*^  fermentación  no  tiene  UHda  de  nocivo,  antes 
ijienet  necesario  para  c<»na»'rvarclert'>s  caldos,  feneabezamienr 
to):  pero  no  se  trata  de  eno,  sino  de  adicionnrle  el  alc^)bol  al 
vino  en  el  mnmeotode  cosnmir'w  éste,  lo  cual  es  una  prac- 
tica peligrosa,  puei  no  es  ya  cacillón  de  conservar  nada  sino 
de  hacer  pnaibl*  la  adlcióD  de  agua  y  la  mezcla  con  un  vino 
fuerte  en  color,  reaulundo  de  ello  que  la  aoci6n  del  mosto 
•M  viñado  e*  la  misma  qne  la  del  alcohol  ordinario  diluido  á 
12*  ó  15*. 


gritando  á  nuestro  alrededor  que  el  alcoholis- 
mo nos  gana  y  va  á  desbordarnos:  la  natali- 
dad que  disminuye;  la  debilidad  congénita  que 
se  hace  más  frecuente  de  cada  día  en  los  niños  de 
la  clase  obrera;  el  raquitismo  que  rellena  nues- 
tros hospitales  de  niños;  el  ni'imero  creciente 
de  los  casos  de  epilepsia  congénita  ó  adquiri- 
da, de  idiotismo  y  de  tantos  estados  neuropáti- 
eos  diversos,  tristes  resultados  de  fecundacio- 
nes realizadas  en  la  embriaguez;  la  tisis  pul- 


monar multiplicando  sus  estragos,  mientras  que 
la  enagenación  mental  paga  al  alcoholismo  un 
tributo  de  cada  año  más  elevado.» 

¿Qué  no  podría  decir  ahora  el  ilustre  médi- 
co? La  enagenación  mental  progresa  horrible- 
mente, pero  con  la  fatalidad  de  ocasionar  á  veces 
dos  víctimas  en  vez  de  una,  ya  que  el  alcohol 
amílico,  por  ejemplo,  está  probado  que  engen- 
dra la  locura  homicida,  y  de  ahí  tantas  muer- 
tes al  salir  de  la  taberna.  Además  de  esto,  es  de 
notar  que  se  ven  muchos  más  casos  que  antes 
de  esa  espantosa  enfermedad  llamada  gnvgrena 
dePotf,  originada  por  la  degeneración  que  en  las 
arterias  produce  el  alcoholismo;  por  otra  parte, 
los  desdichados  que  se  encuentran  bajo  el  influ- 
jo de  semejante  envenenamiento  vénse  privados 
de  beneficiarse  con  los  descubrimientos  que  la 
medicina  viene  realizando  sin  cesar;  sus  enfer- 
medades así  del  resorte  médico  como  del  quiru- 
rígico  son  refractarias  á  las  ventajas  de  que 
gozan  los  demás  y  para  colmo  de  infortunio  no 
reza  con  ellos  el  admirable  método  curativo  de 
la  hidrofobia  practicado  por  M.  Pasteur;  el  al- 
cohólico está  condenado  á  morir  si  le  muerde 
un  animal  rabioso. 

Por  desgracia,  si  hasta  hace  poco  había  po- 
dido alardear  nuestra  nación  de  ser  un  modelo 
de  sobriedad  y  templanza,  no  es  así  ahora;  la 
embriaguez  adquiere  proporciones  alarmantes 
y  el  alcoholismo  hace  ya  de  las  suyas.  Los  tra- 
tados de  comercio  han  dado  entrada  á  los  alco- 
holes de  industria  y  ya  el  vino  que  bebemos  es 
español  en  cuanto  al  nombre,  alemán  ó  ruso  en 
cuanto  á  los  efectos.  Conviene,  pues,  que  resista- 
mos todos  y  culpa  será  nuestra  sino  salimos  en 
bien  de  la  demanda.  El  Código  Penal  prevé  sa- 
biamente el  caso  de  que  nos  den  veneno  por 
vino  (Tit.  V,  cap.  II,  art.  356)  y  recientemente 
los  tribunales  le  han  proporcionado  un  año  de 
presidio  á  un  industrial.  Este  es  el  camino. 


Alí'REDO  Opissc). 


■^- 


EXPOSiCIÓN  MARÍTIMA  DE  CÁDIZ 


Para  que  la  comprensión  de  los  detalles  sea 
más  fácil,  envío  á  La  Ilustración  Ibérica  un 
plano  de  emplazamiento  de  las  obras,  que  si 
Ijien  ha  sufrido  alguna  alteración  por  amplia- 
ciones hechas  en  las  mismas,  precisa  con  exac- 
titud la  situación  que  ocupan. 

Nada  más  hermoso  que  este  rincón  de  tierra 
que  hace  pocos  meses  era  olvidado  arenal  bati- 
do por  las  olas  y  que  se  ha  convertido,  gracias 
al  trabajo  y  á  la  inteligencia,  palancas  que  re- 
mueven el  mundo,  en  centro  bellísimo  de  la  in- 
dustria y  de  las  artes. 

Para  obtener  este  resultado  se  han  tenido 
que  hacer  explanaciones  importantísimas,  oca- 
sionándose un  movimiento  de  tierras  que  no 
bajará  de  treinta  á  cuarenta  mil  metros  cúbicos. 

Al  nivelar  estos  terrenos  se  han  encontrado 
preciosos  restos  arqueológicos  de  los  cuales  se 
han  ocupado  la  prensa  y  la  Academia  de  la 
Historia,  reconociendo  origen  egipcio  á  las  jo- 
yas descubiertas. 

Que  este  sitio  tiene  raíces  de  antiguas  gene- 
raciones, es  cosa  indudable,  pues  los  desmontes 
que  se  hicieron  para  tender  las  lineas  férreas 
que  la  cruzan,  descubrieron  valiosos  objetos. 

Esta  empresa  comenzó  el  muro  de  contención 
y  desmontes,  que  completados  hoy  por  las  obras 
de  la  Exposición  dan  una  planicie  próximamen- 
te de  un  kilómetro. 

Las  grandes  obras  hechas  por  la  empresa  de 
Lacasaigne,  que  da  nombre  al  muelle,  enterra- 
ron algunos  millones  de  francos  en  estas  aguas 
levantando  un  muro  circular,  de  nn  metro  de  es- 
pesor, que  convirtió  en  dársena  los  4(X).000  me- 
tros cuadrados  que  robó  al  Océano  para  dese- 
carlo convirtiéndolo  en  diques,  caños,  muelle  y 
cuanto  tan  vasto  proyecto  necesitaba  para  reali- 
zar sus  planes. 

Abandonadas  esas  obras,  quedaron  entrega- 
das al  mar  como  uno  de  tantos  despojos  de  la 


LA  ILUSTRACTON  IBÉRICA 


619 


ambición  humana,  y  el  mar  comenzó  su  obra  de 
destrucción,  combatiendo,  como  toda  fuerza  li- 
bre, el  peso  que  se  le  impone. 

Cuando  surgió  el  proyecto  de  la  Exposición, 
el  pensamiento  fluctuó  entre  plantearla  aquí, 
utilizando  lo  hecho,  ó  en  el  extremo  de  Punta- 
les, que  con  astilleros,  muelle  y  amplio  barrio 
marino  viene  á  ser  un  pueblo  independiente, 
más  bien  que  un  barrio  de  Cádiz  de  donde  dista 
unas  tres  millas. 

Venció  discretamente  la  idea  de  el  sitio  que 
ocupa,  más  cercano  de  la  capital,  más  bello  y 
más  práctico,  y  mediante  un  contrato  privado 
con  los  herederos  de  Lacasaigne,  que  se  consi- 
deran dueños  de  las  semi  arruinadas  obras, 
la  Diputación  provincial  tuvo  el  derecho  de 
utilizarlas,  llenando  con  esto  el  inteligente  ar- 
tista más  que  arquitecto  D.  Amadeo  Rodríguez, 
su  plan  de  ofrecer  en  la  construcción  tantos  re- 
creos marítimos  como  terrestres,  según  convie- 
ne á  un  certamen  que  para  la  marina  se  hace. 

Salvando  el  deterioro  del  muro  y  muelle  que 


forma  la  dársena,  ha  utilizado  el  primero  como 
paseo,  simulando  una  galería  con  barandal  de 
hierro  en  medio  del  mar;  el  segundo  como  pabe- 
llón marítimo  cubierto  de  lona,  como  la  cubier- 
ta de  un  barco,  y  con  escalas  á  la  parte  libre 
del  mar  y  al  interior  de  la  dársena. 

En  este  muelle  se  ha  establecido  un  resfau- 
rant  abundante  y  delicadamente  servido,  que 
ofrece  uno  de  los  sitios  más  gratos  de  recreo  en 
la  Exposición. 

Avanzando  la  solidificación  del  terreno  en  la 
orilla,  se  ha  roto  la  línea  del  polígono  irregular 
que  forma  el  lago,  creando  una  pequeña  penín- 
sula cuya  curvatura  se  rompe  en  siete  extremos 
rodeados  de  agua  y  unidos  entre  sí  por  una  ba- 
laustrada con  escalas  para  el  embarque. 

Son  los  siete  pabellones  radiales  terminados 
en  forma  de  barco  con  un  saliente  que  ofrece 
un  cómodo  mirador. 

El  efecto  de  este  radio  de  pabellones  es  sin- 
gularmente bello  y  original,  formando  su  semi- 
círculo en  lo  interior  una  plaza,  la  de  la  Mari- 


na, en  forma  de  herradura  que  se  cierra  con  el 
gran  pabellón  de  actos  que  es  el  central. 

Esta  plaza  tiene  en  el  centro  una  especie  de 
tribuna  para  la  música,  imitando  el  puente  de 
un  buque  con  su  arboladura  completa. 

Los  jardines  á  la  inglesa  formados  en  su  sue- 
lo, al  rededor  de  este  templete,  afectan  figura  de 
anclas  y  atributos  de  marina:  son  de  muy  buen 
efecto. 

Como  después  de  dar  una  idea  general  de  la/ 
Exposición,  enviaré  detalles  de  sus  pabellones 
y  lo  que  contienen,  suprimo  en  esta  los  datos 
que  correspondan  á  cada  uno  de  ellos  para  que 
ocupen  su  lugar  correspondiente. 

Creemos  que  no  sea  esta  advertencia  del  todo 
inútil,  pues  podría  extrañarse  que  pasáramos  á 
través  de  pabellones  y  paseos  sin  fijarnos  en 
sus  detalles. 

Cruzando  el  gran  pabellón  central  por  sus 
dos  puertas  con  gradería  de  piedra,  que  marcan 
con  elegantes  líneas  como  un  vestíbulo  del  sa- 
lón en  cada  uno  de  sus  extremos,  salimos  á  la 


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PLANO  DE  EMPLAZAMIENTO  DE  LA  EXPOSICIÓN  MARÍTIMA  DE  CÁDIZ 

EXPLICACIÓN.— 1.  Muro  cercado  de  la  dársena.— 2.  Pabellones— 3.  Pabellón  angular  para  maquinaria.— 4.  PabelloneB  laterales.— 5.  Pabellón  de  autoridades.— 
6.  Bazares —7.  Entrada  por  la  Alameda  de  San  Severiano.— 8.  Plaza  central  para  instalación  al  aire  libre.— 9  y  10.  Entrada*.— 11.  Muelle  Lacasaigne.  A.  Plaza 
de  la  Marina.  B.  Plaza  de  Cádiz.  C.  Avenidas. 


plaza  de  Cádiz,  en  cuyo  centro  se  alza  una  mo- 
numental fuente,  coronada  por  una  matrona  que 
ostenta  los  atributos  de  la  marina  y  la  indus- 
tria. 

Al  rededor  de  esta  hermosa  plaza  se  extien- 
den los  siguientes  pabellones:  el  de  Bellas  Ar- 
tes, con  una  á  modo  de  rotonda  y  dos  anchas 
alas,  paralelo  con  el  gran  pabellón  central  que 
cité  antes. 

El  de  la  provincia,  á  la  derecha,  de  majestuo- 
sa amplitud,  y  al  cual  se  une  como  anexo  ó  im- 
provisado el  pequeño  pabellón  marroquí;  el  de 
la  compañía  Trasatlántica,  preciosa  obra  que 
merece  detenida  descripción;  á  la  izquierda,  co- 
locándonos en  el  de  Bellas  Artes,  dando  frente 
al  mar  y  rompiendo  la  línea  irregular  que  for- 
man, el  gran  pabellón  de  máquinas,  obra  de 
atrevida  concepción  que  se  prolonga  hacia  la 
avenida  del  ferrocarril,  es  decir,  hacia  el  sitio 
llamado  Punta  de  la  Vaca,  cuyo  montículo,  des- 
montado en  parte,  ofrece  una  eminencia  de  ad- 
mirable vista,  en  la  cual  se  construye  de  mate- 
rial y  sólidamente  el  pabellón  de  autoridades, 
por  haber  adquirido  la  Diputación  en  propiedad 
este  terreno  al  particular  que  lo  poseía. 

En  el  espacio  que  media  entre  el  pabellón  de 
máquinas,  el  pabellón  monstruo,  como  suelen 
decir  aquí  á  esa  soberbia  bóveda  libre  de  todo 
apoyo,  se  alza  una  torro  de  carbón  de  piedra, 
formada  por  la  compañía  Trasatlántica,  con  ar- 
mazón de  madera  y  escalera  interior  que  penni- 
te  subir  á  la  gran  lucerna  de  cristales  de  colo- 
res, iluminada  en  su  interior  con  potente  foco 
eléctrico  y  coronada  de  un  para-rayos. 


Esta  torre  es  de  un  efecto  singular,  con  su 
negrura  bruñida  y  brillante,  su  esbelta  y  airosa 
forma  y  su  luminoso  faro  de  bronce  y  cristal, 
hasta  el  cual  puede  subirse,  dominando,  con 
unos  ocho  metros  de  altura,  todos  los  edificios 
de  la  Exposición. 

Hay  además  un  pabellón  pequeño  destinado 
á  oficinas,  que  se  llama  modelo  porque  fué  el  pri- 
mero que  con  este  objeto  se  construyó. 

No  tiene  nada  de  particular,  ni  presta  armo- 
nía al  conjunto,  pues  queda  algo  aislado. 

Siguiendo  por  este  lado  hallaremos  una  am- 
plia avenida,  en  la  cual  se  han  colocado,  con 
mejor  ó  peor  gusto,  y  como  cosa  extra-oficial  en 
la  Exposición,  cafés  y  restaurant,  uno  de  ellos 
en  la  eminencia  de  la  Punta  de  la  Vaca,  junto  al 
pabellón  de  autoridades,  de  muy  buen  efecto, 
por  su  estilo  árabe. 

En  lo  que  pudiéramos  llamar  entrada  á  la 
Exposición  por  esta  avenida,  y  donde  se  alza  un 
kiosko  para  despacho  de  billetes,  se  ha  levantado 
un  escenario  de  madera,  cerrando  un  espacio  cu- 
bierto de  lona  para  el  pueblo;  es  un  teatro  gratis. 

Volviendo  á  repasar  la  plaza  de  Cádiz,  ó  de- 
jándola á  un  lado  y  siguiendo  al  borde  de  la  lí- 
nea férrea,  nos  encontramos  en  la  monumental 
puerta  de  entrada,  en  la  puerta  central,  á  cuyo 
lado  en  otro  kiosko  se  expenden  las  entradas 
(á  una  peseta). 

Si  para  verlo  todo,  en  vez  de  seguir  al  centro 
nos  dirigimos  á  la  Avenida  de  la  Indu.stria,  her- 
mosa calle  que  cierra  por  un  lado  un  muro  con 
baranda  de  hierro  sobre  el  mar,  que  se  enlaza 
al  muro  y  balaustrada  que  hemos  descrito  al 


ocupamos  de  los  pabellones  radiales,  salientes 
al  lago,  y  que  termina  en  las  bonitas  casas  del 
barrio  de  San  Severiano,  rodeadas  de  jardines, 
perdidas  entre  sus  masas  de  verdura,  pues  la 
fortificación  no  permite  que  se  eleven. 

En  esta  avenida  se  han  colocado  tiendas  de 
juguetes,  bazares,  casitas  y  una  tienda  ó  pabe- 
llón de  madera  del  Ayuntamiento,  que  se  colo- 
ca en  la  Velada  de  los  Angeles. 

La  bajada  de  carruajes,  desde  el  puente  de 
hierro  que  se  extiende  sobre  el  ferrocarril,  es 
cómoda  y  amplia,  así  como  el  sitio  en  que  éstos 
se  colocan. 

Asombra  pensar  el  improbo  trabajo  que  su- 
ponen estos  desmontes,  estos  rellenos,  esta  ni- 
velación de  terrenos  montuosos  convertidos  en 
planicie  extensísima,  rodeada,  en  la  linea  de  las 
aguas,  de  sólidas  balaustradas  que  se  abren  en 
escalas  de  embarque. 

Parece  un  cuento  de  hadas  al  contemplar, 
allí  donde  nada  existía,  aquella  agrupación  de 
elegantes  edificios,  tan  rápidamente  levantados; 
aquella  dársena,  que  dejaba  escapar  sus  aguas 
por  la  carcomida  muralla,  conservándolas  para 
la  navegación,  gracias  al  barco-puerta  que  la 
cierra;  aquellas  lanchas  engalanadas  con  faro- 
lillos de  colores,  cruzando  las  dormidas  aguas 
del  lago  en  todas  direcciones;  el  muelle  de  hie- 
rro, tantos  años  solitario,  iluminado  y  visitado 
como  lugar  de  recreo;  todo  este  espacio,  toda 
este  paisaje  detallándose  enérgicamente  bajo  la 
oleada  de  la  luz  eléctrica  que  la  envuelve,  lo 
baña  en  reflejos  azulados  con  tal  precisión,  que 
merecen  un  sincero  aplauso  los  ingenieros  elec- 


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622 


LA  ILUSTRACIÓN  IBEBICA 


tricistas  Sr.  R.  E.  Crompton  y  Compañía  (Lon- 
dres y  Chelmsfordl.  y  los  empresarios  en 
Cádis  señores  Mac  Pherson  y  Webb,  según 
creemos. 

Imagínense  ahora  los  lectores  que  nada  cues- 
ta, una  vez  en  el  local  de  la  Exposición,  y  con 
su  entrada  correspondiente,  el  pasear  por  el 
lago  en  lanchas  venecianas,  el  oir  las  músicas, 
presenciar  las  regatas  y  asistir  como  asiste  la 
mavor  parte  del  público  á  sus  conciertos,  bailes 
y  festejos,  y  comprenderán  que  debe  ser  muy 
atractivo  el  sitio  descrito  para  pasar  un  rato 
agradable. 

Hay  además  mucho  que  admirar  y  de  ello 
nos  ocuparemos  en  los  números  siguientes. 

P.\TROCINIO  DE  BiKDMA. 


LECTU  RAS 


BAUDELAIRE 
IV 

No  cabe  duda  que  á  la  fama  actual  de  Baude- 
laire  le  hubiese  convenido  que  hace  algunos 
años  no  se  hubiese  hablado  tanto  de  él,  y  que 
por  parte  de  admiradores  y  de  adversarios  hu- 
biera habido  menos  exageración.  Cuando  apa- 
reció su  obra  se  le  tuvo  por  más  satánvo  que  es; 
hoy  la  impresión  general  de  un  lector  atento, 
despreocupado  y  wuvo  será  que...  Baudelaire 
no  debe  parecer  tan  espantoso  á  los  timora- 
tos ni  tan  sublime  á  los  que  admiran  en  él  lo 
que  llaman  algunos  estéticos,  como  Vischer, 
el  sublime  de  la  mala  voluntad.  Gracias  á  esas 
exageraciones,  los  críticos  y  lectores  amigos  de 
rectificar  entusiasmos  ajenos  pueden  seguir, 
y  seguirán,  con  ciertos  aires  de  justicia,  la  sen- 
da que  Brunétiere  les  señala;  y  sí,  más  pru- 
dentes que  él,  no  extreman  el  juicio  displicente, 
influirán  en  la  opinión  general  y  el  crédito  de 
nuestro  poeta  bajará  un  poco.  Pero,  pasando 
tiempo,  cuando  ya  nadie  se  acuerde  de  la  perse- 
cución ni  de  la  apoteosis.  Las  Jlores  del  mal 
quedarán  á  la  altura  que  deben  estar,  entre  los 
buenos  libros  de  la  verdadera  poesía  francesa 
de  este  siglo,  como  obra  de  arte  en  que  se  pue- 
den admirar  mucho  primores. 

Acompañan  á  la  edición  definitiva  de  Las 
flores  del  mal  á  más  de  una  larga  Noticia  de  Teó- 
filo Gautier,  tan  interesante,  variada  y  pinto- 
resca como  descosida  é  incompleta,  varias  car- 
tas y  artículos  dedicados  al  libro  cuyo  apéndice 
forman.  Los  artículos  son  de  Thierry  (Eduar- 
do), F.  Dulamon,  Barbey  d'  Aurevilly  y  Carlos 
Asselineau  respectivamente;  el  artículo  de  Asse- 
lineau  es  el  más  largo,  el  más  importante  el  de 
Barbey  d'  Aurevilly  que,  como  suele,  pinta 
el  ingenio  y  el  carácter  de  Baudelaire  con  pa- 
radojas, antítesis  é  ideas  raras,  pero  siempre 
elocuente  y  nervioso.  El  panegirista  del  héroe 
del  dandysmo  es  también  el  que  más  exagera, 
y  dando  al  libro  una  trascendencia  moral  que 
siempre  buscan  primero  que  todo  los  escritores 
de  sus  ideas,  los  católicos  ra-lvales,  llamé- 
mosles así,  contribuye  Barbey  d'  Aurevilly  no 
Í)0C0  á  dislocar  la  cuestión  critica  y  á  llenar  al 
ector  bonachón  de  aprensiones  de  olor  á  azufre, 
si  bien  Barbey  cree  olfatear  delrdi  del  azufre 
incienso.  Acaba  el  elegante  y  originalísimo  es- 
critor católico  diciendo  que  después  de  seme- 
jante libro.  Los  flores  del  mal,  no  le  queda  al 
autor  otro  camino  que  hacerse  cristiano...  ó  pe- 
garse un  tiro.  Como  se  ve,  esto  no  es  crítica  de 
arte;  aquí  se  considera  Las  flores  del  mal  como 
un  documento  para  la  salvación,  como  nnavto,  no 
como  pura  representación  bella.  Algo  parecido 
hacen  en  un  sentido  ó  en  otro,  los  demás  críti- 
cos citados,  así  como  los  autores  de  las  cartas 
que  son,  para  sendas  epístolas,  Sainte-Beuve, 
A.  de  Custine  y  Emilio  Deschamps,  el  cual, 
lleno  de  entusiasmo  escribe  además  una  de- 
fensa de  Las  flores  del  mal,  en  verso  que  parece 
prosa.  Es  claro  que  la  carta  de  Sainte-Beuve 
tiene  más  miga  que  toda  la  demás  prosa  que 
acompaña  al  libro;  aquí  «e  nota.  ya.  ene  justo  m¿dio 
de  admiración,  que  es  lo  que  conviene  á  Baude- 


laire, pero  aún  el  perspicaz  y  algo  ladino  autor 
de  Volupté  habla  más  del  alcance  moral  de  estas 
poesías  que  de  su  valor  intrínseco  de  obras  de 
arte. 

En  general,  la  critica,  antes  y  ahora  no  ha 
hecho  casi  más,  respecto  de  este  libro  que  fué 
piedra  de  escándalo,  que  estudiar  su  trascen- 
dencia, ya  con  relación  á  la  sociedad,  ya  con 
relación  al  alma  del  autor..  Y  uno  de  los  aspec- 
tos exti'a  técnicos  que  con  más  insistencia  se  ha 
tratado  es  el  de  la  porción  de  sinceridad  que 
habrá  ó  no  habrá  en  Las  flores  del  mal;  aún  hace 
pocos  días  que  incidentalmente  un  ilustre  escri- 
tor español,  espejo  de  críticos,  el  gran  Valora, 
hablaba  con  burla  y  tedio  de  la  pose  de  Bau- 
delaire. 

Y  ya  está  soltada  la  palabra:  la  pose,  es  de- 
cir, la  afectación,  la  comedia,  una  postura  re- 
buscada para  hacerse  interesante;  esto  es  lo 
que  más  se  le  echa  en  rostro. 

Como  puede  ver  cualquiera,  todos  estos 
críticos  que  se  salen  del  libro  para  penetrar  las 
intenciones  del  autor,  sus  probables  flaquezas, 
y  para  estudiar  las  consecuencias  sociales  y 
morales  de  sus  afirmaciones  ó  de  su  ejemplo,  ya 
las  defiendan,  ya  las  ataquen,  dejan  á  un  lado 
la  cuestión  propiamente  crítica. 

Este  defecto  es  generalísimo  en  la  censura  mo- 
derna. Flaubert  se  quejaba  de  él  enérgicamente 
en  sus  confidencias  epistolares  con  Jorge  Sand; 
Heine,  como  Flaubert,  como  Zola,  como  tantos 
otros,  fué  víctima  del  mismo  procedimiento.  Un 
hombre  de  tanto  talento  como  Gervinus,  el  fa- 
moso historiador  de  nuestro  siglo,  juzga  al 
gran  poeta  del  Reisebilder  con  el  criterio  bajo, 
interesado  y  mezquino  de  un  prosaico  y  vulgar 
hombre  de  Estado,  metido  á  censor  de  artistas; 
y  aún  Gervinus  tiene  la  disculpa  de  que  él 
atiende,  por  razón  de  su  objeto  general,  á  la 
trascendencia  social  de  la  obra  del  poeta;  Ein- 
rich  y  tantos  otros,  sin  tal  disculpa,  incurren 
en  el  mismo  defecto. 

Hace  pocos  días  Anatolio  France  en  un  dis- 
paratado articulo  chiuvinista  condenaba  la  últi- 
ma novela  de  Zola  (no  terminada)  en  nombre 
|de  los  reclutas  rurales  de  Francia! 

Pues  á  todos  estos  críticos  artistas,  ó  que  de 
tales  presumen,  les  da  una  lección  buena  un 
señor  alemán,  un  ex-ministro,  Scháfle,  que  ja- 
más tuvo  pretensiones  de  dilettante  ni  de  ar- 
tista, que  se  contenta  con  ser  gran  sociólogo  y 
economista;  y  dice  el  tal,  en  una  obra  muy 
larga,  muy  pesada  y  muy  importante  acerca  del 
organismo  de  la  sociedad  que  la  literatura  tiene 
dos  aspectos  que  no  deben  confundirse  nunca, 
(y  que  casi  siempre  se  confunden)  el  social  y  el 
técnico;  y  que  la  historia  y  la  crítica  tienen 
que  ser  muy  diferentes,  en  las  letras,  según  se 
trate  de  uno  ú  otro  concepto.  Nunca  se  insistirá 
bastante  en  tan  grande  y  trascendental  verdad. 
Así  como  no  sirven  para  filósofos  ni  para  críti- 
cos de  filosofía  los  que  admiten  ó  desoxhan 
teorías  y  sistemas  no  por  su  fuerza  racional 
sino  por  las  consecuencias  morales  ó  inmorales, 
alegres  ó  tristes,  de  orden  ó  de  desorden  social 
que  las  teorías  y  sistemas  traigan  ó  parezca  que 
traen  consigo,  así  es  mal  crítico  de  arte  el  que 
juzga  una  obra  de  bella  literatura  por  las  in- 
tenciones del  autor,  por  la  oportunidad  social, 
por  el  alcance  moral,  etc.,  etc. 

Y  si  algún  autor  hay  que  más  que  todos  re- 
chace por  su  índole  este  modo  de  crítica  mez- 
clada, impura,  es  justamente  Baudelaire. 

Era  el  tal,  como  hace  notar  bien  Gautier,  muy 
amigo  de  metafísicas,  razonaba  mucho  sus  pro- 
cedimientos, y  tenía  hasta  para  sus  paradojas  y 
sentimientos  originalísimos  toda  una  teoría  in- 
trincada y  sutil.  Para  Baudelaire  no  era  la  poe- 
sía expresión  inmediata  y  fiel  del  estado  del 
alma,  porque  esto  no  era  arte  según  él;  no  había 
aquí  la  creación  singular  en  que  consiste  la  in- 
vención poética;  muchos  dicen  que  el  gran  poeta 
expresa  su  gran  pasión,  y  Baudelaire  negaba 
esto.  Oigámosle  á  él  mismo: 

«El  principio  de  la  poesía  es,  estricta  y  sim- 
plemente, la  aspiración  humana  á  una  belleza 
superior,  y  la  manifestación  de  este  principio 
está  en  un  entusiasmo,  una  elevación  del  alma. 


del  todo  independiente  de  la  pasión,  que  es  la  em- 
briaguez del  corazón  y  de  la  verdad  que  es  el 
alimento  de  la  razón.  Porque  la  pasión  es  cosa 
natural,  hasta  demasiado  natural  para  no  intro- 
ducir un  tono  que  hiere,  discordante,  en  el  do- 
minio de  la  belleza  pura;  demasiado  familiar  y 
demasiado  violenta  para  no  escandalizar  á  los 
puros  Deseos,  á  las  graciosas  Melancolías  y  á  las 
nobles  Desesperaciones  que  habitan  las  regio- 
nes sobrenaturales  de  la  poesía. » 

Claramente  se  ve  en  estas  palabras,  como  en 
otras  muchas  que  no  copio,  que  poeta  semejante 
no  se  retrata  en  sus  versos  tal  como  es,  porque 
esto  repugna  á  sus  ideas  de  artista;  dará  de  sí 
mismo  aquello  que  sirve  para  el  elemento  ideal, 
puramente  poético,  no  la  pasión  familiar,  en 
toda  su  rudeza  de  verdad  psicológica  y  fisiológi- 
ca, que  él  cree  ajena  á  la  vida  poético-literaria. 
Tendrá  razón  ó  no,  pero  no  se  tratado  eso,  sino 
de  comprender  que  hay  injusticia  en  considerar 
al  autor  de  Las  flores  del  mal  como  un  poseur, 
que  quiere  hacernos  creer  que  padece  lo  que  no 
padece.  No,  él  no  tiene  interés  en  engañarnos;  es 
absurdo  ir  á  pedirle  cuentas  de  sus  acciones  con 
relación  á  sus  versos.  El  no  dice  que  él,  vecino 
de  París,  sea  así,  aquel  poeta  que  canta  las  le- 
tanías del  diablo;  figurémonos  que  es  otro,  ó  que 
se  trata  de  un  gran  monólogo  dramático,  ¿y 
qué?  ¿Está  bien  ó  está  mal?  ¿Ha  producido  ilu- 
sión ó  no?  Esta  es  la  cuestión.  No  se  diga  que 
allí  hay  amaneramiento  y  falsedad  porque  se 
haya  averiguado  que  el  autor  no  responde  per- 
sonalmente con  sus  pasiones  de  aquellos  versos; 
si  se  averigua  que  el  poeta  no  ha  sentido  aque- 
llo como  artista,  porque  lo  dice  mal,  porque  son 
inverosímiles  los  efectos,  de  mal  gusto,  violento 
humanamente  falso  aquel  lirismo,  entonces  s.( 
podrá  criticar.  Pero  esto  no  puede  decirlo  nadie 
que  sea  sincero.  Figurándonos  un  hombre  en 
las  condiciones  en  que  el  poeta  se  pone,  toda 
aquella  poesía  es  tan  natural  como  el  misticis- 
mo de  Lamartine  ó  la  desesperación  clásica  de 
Leopardi. 

Que  se  trata  de  un  espíritu  complicado,  de  un 
estilista  que  aspira  á  la  novedad  y  á  la  fuerza 
original  porque  sólo  así  cree  que  puede  haber 
armonía  entre  su  idea  y  su  forma,  es  indudable. 
Pero,  ¿y  eso  qué?  Las  almas  complicadas,  los 
estilistas  refinados,  ¿no  son  producto  tan  natu- 
ral como  los  Virgilios  y  los  Bernardino  de 
Saint-Pierre?  Nuestro  enrevesado  y  graciosí- 
simo D.  Juan  Valora  es  tan  de  carne  y  hueso 
como  el  Sr.  D.  Manuel  J.  Quintana,  el  cual  admi- 
to que  es  un  monumento  nacional,  pero  á  condi- 
ción de  que  se  me  conceda  que  es  un  monumento 
monolítico;  de  una  sola  pieza  y  sin  juegos.  Ad- 
mito que  un  hombre  sea  sincero  sintiendo  el  fu- 
ror pimpleo  en  vista  de  que  una  expedición  es- 
pañola va  á  propagar  la  vacuna  en  América 
bajo  la  dirección  de  D.  Francisco  Balmis. 
Pero  admítase  también  que  puede  ser  sincero  el 
poeta  ([ue  quiere  asuntos  nuevos  y  formas  nue- 
vas y  busca  y  rebusca  y  encuentra  algo  original 
ó  inaudito  en  sus  pensares  de  pensares,  como 
dice  D.°  Emilia  Pardo  Bazan;  en  su  espíritu 
y  en  su  temperamento  de  artista  refinado,  na- 
cido en  el  centro  de  una  sociedad  compleja,  ri- 
quísima en  experiencia,  que  tiene  el  cerebro  ex- 
citadísimo  por  grandes  gastos  nerviosos  y  que 
ve  más  que  vio  nunca  el  mundo  y  siente  espe- 
cies de  dolores,  sino  nuevos  renovados  y  com- 
plicados hasta  lo  infinito.  En  suma,  llámese  al 
poeta  de  esta  sociedad  decadente,  si  tanto  nos 
pagamos  de  palabras,  pero  déjesele  cantar,  con 
el  mismo  derecho  con  que  á  otros  se  les  deja 
imitar  directamente  el  no  ensayado  canto  de  las 


aves. 


(Se  continuará.) 


Clarín. 


-*- 


NUESTROS   GRABADOS 


EL   laOOLTOa  B.   ÁTOMÍ 

Uno  de  los  artistas  que  más  reaombre  han  alcanzado  en 
esta  capital  es  el  representado  en  el  bello  retrato  hecho  por 
el  señor  Miró.  El  seíior  Atché,  cuyo  Mal  ladrón\i:  proporcionó 
enridiable  nombradla,  ha  dado  una  nneva  prueba  de  su  ta 


LA  ILUSTIIAOION  IBÉRICA 


623 


lento  modelando  el  Colón  que,  vaciado  en  bronce,  debe  figu- 
rar en  el  monumento  que  se  está  levantando  en  la  plaza  de 
la  Paz. 

YENca  atraída  pob  las  gkacias 
Cuadro  de  Angélica  Kauffmann;  grabado  de  F.  Bartolozzi 

Angélica  Kauífmann  puede  ser  considerada  como  la  prime- 
ra mujer  que  ha  conseguido  ocupar  un  lugar  eminente  en  la 
pintura,  ya  como  retratista,  ya  en  asuntos  de  historia;  con 
todo,  no  serla  Justo  pasar  en  silencio  otra  Angélica  que  vivía 
en  Tarragona  á  últimos  del  siglo  xv  y  á  la  cual  se  deben  las 
preciosas  miniaturas  de  los  libros  de  coro  de  aquella  catedral 
insigne. 

Pagado  este  tributo  á  nuestra  compatriota,  diremos  que 
Angélica  Kauffmana  fué  dlsclpula  de  Mengs,  podiendo  asegu- 
rarse que  fué  su  digna  y  única  continuadora.  Era  Angélica ce- 
lebradl*lma  no  solamente  por  su  talento  artístico  sino  por  su 
vivo  Ingenio,  su  gracia  y  su  afabilidad.  Fué  el  Ídolo  de  Slr 
Josué  Reyuolds  y  sufrió  un  cruel  desengaño  por  parte  de  un 
aventurero  que  titulándose  conde  de  Hom  resultó  ser  un  vi- 
llano que  aspiraba  tan  solamente  á  explotar  su  renombre. 

En  lugar  de  entregarse  á  la  desesperación  procuró  Angéli- 
ca deshacerse  de  aquel  marido-pegote  pasándole  una  pensión 
á  condición  de  que  se  largase,  y  libre  de  nuevo  dedicóse  con 
más  ardor  que  nunca  al  cultivo  de  su  arte  pintando  al 
óleo,  y  á  veces  al  pastel,  numerosos  retratos,  notabilísimos 
por  su  graciosa  composición,  correcto  dibujo  y  sobre  todo 
excelente  gusto,  hasta  el  punto  de  resultarle  quizás  demasia- 
do bellas  cuantas  figuras  hacia  surgir  con  su  pincel  de  hada, 
— discfpula  de  Mengs.  Tal  era,  sin  embargo,  la  corriente  de 
la  época.  Los  hombresdeblan  ser  tan  bonitos  que  pareciesen 
mujeres  disfrazadas. 

La  fama  de  Angélica  como  pintora  decorativa  se  extendió 
á  no  tardar  por  París,  Munich,  Vlena,  Berlín,  Madrid  y  Lon- 
dres; los  grabadores  se  esmeraban  á  porfía  en  reproducir  sus 
obras  y  los  Artífices  en  faenzas,  porcelanas,  esmaltes,  etc.,  co- 
piaban en  sus  obras  las  creaciones  de  la  bellísima  pintora. 
Por  nuestro  grabado  de  hoy  puede  comprenderse  el  cuidado 
que  ponían  los  grabadores  en  transcribir  los  cuadros  de  An- 
gélica y  cuanto  no  debía  ser  la  estima  en  que  se  les  tenía 
cuando  se  dedicaban  á  reproducirlos  con  su  buril  hombres 
tan  insigne.»  como  Francesco  Bartolozzi,  Ryland,  Hurke,  etc. 

Generalmente  tomaba  Angélica  por  asunto  temas  mitoló- 
gicos, -pues  era  gran  couocfdora  de  la  clásica  antigüedad  y 
no  tenían  secreto.»  paradla  Homero,  Virgilio,  Horacio  ni  Ovi- 
dio,—aunque  alguna  vez  trató  también  de  asuntos  contem- 
poráneos, entre  tilos  algunos  inspirados  por  el  Viuje  Senti- 
mental de  Slerne. 

Angélica  pasó  en  Roma  los  últimos  años  de  su  vida,  que- 
dando su  memoria  como  el  de  una  artista  insigne  y  una  mu- 
jer encantadora. 

MADRID:    IXPOSinirtN    NACIÜNAI.   DR    BULLAS   ARTÍS   OH    1887 

combatí  híbóico  kn  el  Pulpito  di  la  iolesia  de 

SAN    aOU:3T1N,    EN   ZABAOOZA    (1809) 

(Cuadro  dt  D.  César  Alvaret  Dunumi.— Dibujo  de  P.  y  Valor) 

Pocos  hechos  pueden  prestar  tnnta  Inspiración  á  un  artis- 
ta como  aquella  admirable  defensa  que  hizo  Zaragoza  en  1809, 
De  ahí  que  nc  hayan  faltado  en  la  pasada  exposición  bastan- 
tes cuadros  sobre  aquellos  heroicos  acontecimientos,  siendo 
uno  de  los  más  notables  el  del  Sr.  Alvarez  Dumont  (don 
César),  verdadera  especialidad  en  tales  obras,  y  cuyo  mérito 
ha  premiado  el  Jurado  con  una  medalla  de  tercesa  clase . 

MADRID:  EXPOSICIÓN   GENERAL   DE    FILIPINAS 

FACHADA   DEL   PABELLÓN   CENTRAL. —USOS   Y   ADORNOS   DE 
IQORBOTES 

Sala  tegunda  (De  fotografía) 

Continuamos  hoy  la  serie  de  nuestros  grabados  sobre  la 
Exposición  de  Filipinas  con  dos  bellísimas  reproducciones: 
la  una  del  Pabellón  Central,  notable  obra  arquitectónica  en 
la  cual  se  celebró  y»  ^la  Exnoslción  de  Minería  y  la  penúlti- 
ma Exposición  de  Bellas  Artes,  y  la  otra  de  la  Sala  2."  donde 
en  elegante  disposición  figuran  curiosos  instrumentos,  uten- 
silios, armas  y  adornos  de  los  igorrotes. 

CERÁMICA   COREANA 

Los  productos  de  la  Corea  han  adquirido  modernamente 
grande  estimación,  hasta  el  punto  de  considerárseles  nada 
inferiores  á  los  de  el  Japón  y  la  f  hlna.  De  ellos  pueden  verse 
diversos  ejemplares,  reproducidos  en  nuestros  grabados  de 
hoy,  siendo  de  admirar  en  todos  la  originalidad  de  su  orna- 
mentación en  esmalte,  el  buen  gusto  de  la  forma  y  la  delica- 
deza del  trabajo. 

DESPÜÍa    DE    LA    BATALLA 

Triste  espectáculo  ciertamente  el  de  un  campo  de  batalla 
terminada  la  lucha,  pero  más  triste  todavía  el  aspecto  del 
mar  después  de  un  combate  naval.  Buques  incendiados,  ex- 
plosiones, la  lucha  con  las  olas,  la  desesperación  de  los  que 
no  logran  sostenerse  á  flote,  todo  esto  produce  un  efecto  in- 
comparatilemente  siniestro  que  hace  desear  sean  de  cada 
día  menos  frecuentes  esas  horrorosas  luchas. 


ITALIA:    PALLANZA,    EN   EL   LAGO   HATOR 

El  principal  atractivo  de  Pallanza  consiste  en  sus  jardines 
de  azaleas  y  rhodondendrones  y  sus  magníficos  bosques  de 
coniferas,  cuya  vegetación  favorece  grandemente  lo  delicioso 
de  su  clima.  Está  situada  esta  ciudad  cerca  de  las  islas  Bo- 
rromeas  y  ocupa  una  situación  sumamente  pintoresca  al  pié 
de  los  Alpes. 

exposición  marítima  internacional  de  cádiz 

plano  de  emplazamiento 

Pabellón    de  maquinas  v  restaurant   de   mokante 

interior  del  pabellón  de  máquinas 

(Véase  el  articulo  de  D."  Patrocinio  de  Biedma) . 

DESAGRADABLE  ENCUENTRO.— ALEGRE  PAREJA 

Endiablada  casualidad  la  de  toparse  con  una  pantera  en 
el  preciso  momento  de  hallarse  el  valiente  cazador  suspendido 
sobre  el  abismo.  Es  de  esperar,  sin  embargo,  que  el  rifle  del 
intrépido  joven  dará  buena  cuenta  de  la  fiera  que  en  tan  cri- 
tica situación  le  cierra  el  paso.  Según  parece,  tales  tropiezos 
no  son  del  todo  raros  en  las  abruptas  montañas  del  Ken- 
tucky. 

Forma  vivo  contraste  con  la  anterior  escena  la  que  se  ve 
representada  en  el  otro  grabado,  cuadro  Infantil  lleno  de  ver- 
dad y  gracia. 

FRANCIA:  QUIMPER 

Capital  del  departamento  de  Pinisterre  y  puerto  Impor- 
tante situado  en  la  confluencia  del  Odet  con  el  Benaudet,  que 
comunican  con  el  Océano  mediante  un  canal,  es  Qnlmper 
una  de  las  más  antiguas  y  pintorescas  ciudades  de  Francia. 
Rodéanla  en  parte  antiquísimas  murallas  y  torres;  la  catedral, 
de  estilo  gótico  florido  restaurada  por  VloUet  le  Duc,~  es  pre- 
ciosa; las  construcciones  modernas  han  sido  dirigidas  de  ma- 
nera que  armonicen  con  la  parte  antigua  y  en  esta  pueden 
verse  aún  hoy,  perfectamente  conservadas,  las  tradicionales 
costumbres  de  los  primitivos  habitantes,  hasta  el  punto  de 
que  quizás  en  ninguna  parte  se  conserva  con  tanta  pureza 
como  allí  el  verdadero  tipo  bretón. 

* • 


No  de  lo  porvenir  entre  la  densa 
sombra,  con  que  se  vela  impenetrable, 
te  finjas  con  empeño  infatigable 
la  pena  atroz  ó  la  desgracia  inmensa. 

No  del  pasado  la  terrible  ofensa 
llames  á  nueva  vida;  que  indomable,, 
al  recuerdo  de  tiempo  miserable 
oponga  el  corazón  tenaz  defensa. 

Pasó  el  ayer,  llevóse  su  quebranto; 
el  mañana  no  llega  todavía: 
¿por  qué  lo  que  no  existe  causa  espanto? 

No  oprima  al  corazón  la  fantasia, 
que  en  esta  vida  de  dolor  y  llanto 
le  basta  su  pesar  á  cada  día. 

Vicente  Riva  Palacio. 


LOKIS 


I»OR    PRÓSPEHO    l«^EIlTI«a:ÉE 


(continuación) 

— Hó  aquí, — me  dijo  el  conde  en  alemán, — 
una  muestra  de  color  local;  una  hechicera  que  fas- 
cina una  serpiente,  al  pié  de  un  Kapas,  en  pre- 
sencia de  un  sabio  profesor  y  de  un  ignorante 
gentilhombre  lituano.  Esto  haría  un  lindo  asun- 
to de  cuadro  de  género  para  vuestro  compatrio- 
ta Knauss...  ¿Tenéis  ganas  de  haceros  decir  la 
buenaventura?...  Se  os  presenta  ahora  una  bella 
ocasión. 

Respondile  que  me  guardaría  muy  mucho  de 
fomentar  semej  an  tes  prácticas .  —  Prefiero ,  — 
añadí, — preguntarle  si  sabe  algo  sobre  la  curio- 
sa tradición  de  que  me  habéis  hablado. — Buena 
mujer, — dije  á  la  vieja, — ¿no  has  oído  hablar 
de  un  cantón  do  este  bosque  donde  las  bestias 
viven  en  comunidad,  ignorando  el  imperio  del 
hombre? 

La  vieja  hizo  una  señal  de  cabeza  afirmativa 
y  con  una  risita  mitad  necia,  mitad  maligna, 
dijo: 

— De  allí  vengo.  Las  bestias  han  perdido  su 
rey.  Nolle,  el  león,  ha  muerto;  las  bestias  van 
á  elegir  otro  rey.  Ve  allí,  tú  serás  rey  quizás. 


— ¿Qué  dices  tú  por  ahí,  abuela? — exclamó 
el  conde,  partiéndose  de  risa. — ¿Sabes  bien  con 
quién  estás  hablando?  ¿No  sabes,  pues,  que  el 
señor  es...  (¿cómo  diablos  se  dice  un  profesor  en 
jmudo?)  que  el  señor  es  un  gran  sabio,  un  pozo 
de  ciencia,  un  wai'delotef  (1) 

Miróle  entonces  la  vieja  con  atención. 

— Anduve  errada, — dijo; — tú  eres  quien  de- 
bería ir  allá  abajo.  Tú  serás  su  rey,  no  él;  eres 
alto,  fuerte,  tienes  garras  y  dientes... 

— ¿Qué  me  decís  de  esos  epigramas  que  nos 
lanza? — me  dijo  el  conde. — ¿Sabes  tú  el  cami- 
no, abuelita? — le  preguntó. 

Ella  le  indicó  con  la  mano  una  parte  de  la 
selva. 

— ¿Conque  sí? — repuso  el  conde. — Y  el  pan- 
tano, ¿cómo  te  las  compones  para  atravesarlo? 
Sabed,  señor  profesor,  que  hacia  la  parte  que 
ella  indica  hay  un  pantano  infranqueable,  un 
lago  de  fango  líquido  cubierto  de  yerba  verde. 
El  año  pasado,  un  ciervo,  al  que  herí,  se  arrojó 
á  ese  diablo  de  ciénaga.  Víle  hundirse  lenta- 
mente, lentamente...  Al  cabo  de  dos  minutos  no 
veía  ya  más  que  su  cuerna;  pronto  desapareció 
del  todo  y  dos  perros  míos  con  él. 

—Pero  yo  no  ando  pesada, — dijo  la  vieja  con 
mofa. 

— Creo  que  atraviesas  la  charca  sin  ningún 
trabajo,  montada  en  un  palo  de  escoba. 

Un  relámpago  de  cólera  brilló  en  los  ojos  de 
la  vieja. 

— Mi  buen  señor, — dijo  tomando  de  nuevo 
el  tono  arrastrado  y  gangoso  de  los  mendigos, 
— ¿no  tendríais  una  pipa  de  tabaco  que  darle 
á  una  pobre  mujer?  Harías  mejor, — añadió  ba- 
jando la  voz, — en  buscar  el  paso  de  la  ciénaga 
que  no  en  ir  á  Dowghielly. 

—  |Dowghielly!  —  exclamó  el  conde  sonro- 
jándose.— ¿Qué  quieres  decir  con  eso? 

No  pude  menos  de  notar  que  esta  palabra 
producía  en  él  un  efecto  singular.  Hallábase 
evidentemente  embarazado;  bajó  la  cabeza  y  á 
fin  de  ocultar  su  turbación  dióse  mucho  trabajo 
con  abrir  su  tabaquera,  suspendida  del  pomo 
de  su  cuchillo  de  monte. 

— No,  no  vayas  á  Dowghielly,- — repuso  la 
vieja. — La  palomita  blanca  no  es  para  tí.  ¿No 
es  verdad,  Pirkuns? — En  este  momento  la  ca- 
beza de  la  serpiente  salió  por  el  cuello  del 
viejo  sayal  y  se  alargó  hasta  el  oído  de  su  due- 
ña. El  reptil,  amaestrado  sin  duda  en  aquel  ma- 
nejo, movía  las  mandíbulas  como  si  hablase. — 
Me  dice  que  tengo  razón, — añadió  la  vieja. 

El  conde  le  puso  en  la  mano  un  puñado  de 
tabaco. 

■ — ¿Me  conoces? — le  preguntó. 

— No,  mi  buen  señor. 

— Soy  el  propietario  de  Medintiltas.  Ven  á 
verme  uno  de  estos  días.  Te  daré  tabaco  y 
aguardiente. 

La  vieja  le  besó  la  mano  y  se  alejó  á  grandes 
pasos.  En  un  instante  la  hubimos  perdido  de 
vista.  El  conde  permaneció  pensativo,  anudan- 
do y  desanudando  los  cordones  de  la  tabaque- 
ra, sin  saber  gran  cosa  lo  que  se  hacía. 

• — Señor  profesor, — me  dijo  al  cabo  de  un  ra- 
to de  silencio  bastante  largo, — vais  á  burlaros 
de  mí.  Esa  vieja  bribona  me  conoce  más  de  lo 
que  pretende,  y  el  camino  que  acaba  de  indicar- 
me... Después  de  todo,  no  hay  nada  que  sea 
muy  sorprendente  en  todo  eso.  Soy  tan  conoci- 
do en  el  país  como  el  lobo  blanco.  La  tunante 
me  ha  visto  más  de  una  vez  camino  del  castillo 
de  Dowghielly.  Hay  allí  una  señorita  casadera 
y  de  ahí  ha  deducido  que  yo  debía  de  andar 
enamorado  de  ella...  Quizás  algún  lindo  mozo 
le  habrá  dado  unto  para  que  me  anunciase  si- 
niestra aventura...  Todo  eso  salta  á  los  ojos; 
sin  embargo...  á  pesar  mío,  sus  palabras  me 
han  impresionado.  Casi  estoy  asustado...  Os 
reís  y  tenéis  razón...  La  verdad  es  que  yo  tenía 
proyectado  ir  á  pedir  de  comer  al  castillo  de 
Dowghielly,  y  ahora,  titubeo...  ¡Soy  un  grandí- 
simo loco!  Veamos,  señor  profesor,  decidid  vos 
mismo.  ¿Iremos? 


(1^    Mala  traducción  de  la  palabra  profesor.  Los  wavlelo- 
tes  eran  los  bardos  lituanos. 


624 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


— Me  guanlaririnny  mucho  de  formar  opinión  I  bailes.  El  conde  púsose  prestamente  en  la  silla 

sobre  esto.  En  materia  de  casorio  no  doy  nunca  y  soltando  las  riendas  exclamó: 

mí  consejo.  — El  caballo  escogerá  por  nosotros. 

HnhiRinos  Uegndo  va  donde  dejamos  los  ca-  El  caballo  no  titubeó;  entró  sobi-e  la  marcha 


en  una  vereda  que  después  de  muchas  vueltas 
iba  ;l  parar  á  una  calzada,  y  esta  calzada  con- 
ducía A  Dowíihielly.  Media  hora  después  está- 
bamos en  la  srafünata  del  castillo. 


Al  raido  que  hicieron  nuestros  caballos,  una 
lihda  cabeza  rubia  mostróse  en  una  ventana 
entaydoa  cortinas.  Reconocí  &  la  pérfida  traduc- 
tora de  Mii.kíewicz. 

— Sed  bienvenido, — dijo.^No  podíais  llegar 
más  á  propósito,  conde  Szemioth.  Acaban  de 


FRANCIA:  QUIMPER 

traerme  un  traje  de  París.  No  vais  á  conocerme, 
tan  bonita. 

Cerráronse  las  cortinas.  Subiendo  las  gradas, 
decía  el  conde  entre  dientes: 

— Seguramente  no  es  por  mi  cara  por  lo  que 
estrenaba  ese  traje... 


Presentóme  á  madame  Dowghiello,  la  tía  de 
la  panna  Iwniska,  que  me  recibió  muy  afable- 
mente, y  me  habló  de  mis  últimos  artículos  en 
la  Gaceta  científica  y  literaria  ae  Koenisberg. 

(Se  continuará.)  Traducción  de  A.  O. 


iDMüHSTUClOl:  C»rtti,  J65-367,  Btwi  Mtliiu,  MHor.— Resenidoj  los  derwhos  de  propiedad  írtística  j  liUraria.— Las  reclamaciones  en  Madrid,  ai  representante  d«  esta  Cas»  D.  lianiil  Pü  j  Valor,  Apoíaca,  10, 2.' 

i )  INSÉRTESE  Ó  NO.  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  ( 


CVTASLBCnaBIITC  TirOSHinOO  DB  B.   BAÍBDA.— CAIJ-B  DB  VILLAIWOBI.,  tlÚU.    17.  BHiilltCHB  DB  Sak  Aktomio.-Barcblom*. 


SEMANARIO     CIENTÍFICO.     LITERARIO     Y     ARTÍSTICO 


Año  V 


Barcelona  1.°  de  Octutre  de  1887 


Núm.  248 


Con  el  presente  numero  repartimos  el  suplemento  de  modas  EL,  MUNDO  DE  LAS  DAMAS,  correspondiente  al  mes  anterior. 


DO  ROSAS 


626 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


SUMARIO 

Taxto.— Madrid.  OarUu  <X  mi  prima,  por  Fernaoflor.— I7it 
idflteaOflMa  (eoniinuiciOD>,  por  Vicente  Blacco  Ilxiñei. 
— JB  iigiifti  tatfao,  por  Benutdo  Morales  isui.yarlln.— 
B  amar  mgét  líalam,  por  U.  Qonnleí  iemao.-Hitoria 
dt  dM  iMta«,  por  OoreeUo.-S  proyectado  pataeio  dil  Qo- 
bien»  eM(  dt  Bartdoma,  por  O.— Nuestros  grabado*.—^ 
wU  «Muin  (poesía I,  por  Kxequiel  Solana. —LoM»  contlnua- 
cióDi,  por  Prteparo  Merlmée  (tradnrción  de  A.  O.) 

6*AaiDos.— Cogiendo  rosas  —  Mistress  Antoinette  Sterliog. 
—Bilbao,  numinaoióii  del  pueute  del  Areual,  la  noche 
del  12  de  Setiembre,  al  regresar  de  Forlugalete  S.  H.  la 
reina  Begente.  —MáUiita.  Las  fiestas  del  Centenario  de  la 
Rectmqnlsta:  Moros  y  pajes.— Paisaje. -Lagano  y  Monte 
Salratore.— Tipos  japoneses.  — ApaiiclóD  Inesperada.— 
Una  declaración.— San  SebastUn:  La  Concha.— Un  euue- 
aoto.—Verona:  Portal  de  la  iglesia  de  San  Zeno— Sala  de 
foiaar  en  la  Sociedad  de  artistas  de  Londres,  eu  Nuwmaa 
Stimt. 

MADRID 


CA.IITA.S     -A.     ÍSiII     milalA. 


EN    LAS     FERIAS 

UERIDA  Carmen:  no  se  suprime  la  feria 
por  respeto  á  las  tradiciones  populares, 
mas  se  la  sitúa  en  sitio  apartado;  allá  en 
la  calle  de  Alfonso  XII,  están  los  puestos  de 
quincalla  vieja,  los  montones  de  libros,  las 
prenderías  de  desecho  que  constituyen  la  feria 
actual  de  Madrid.  Los  aficionados  á  gangas  van 
con  la  esperanza  de  encontrar  algún  objeto  útil 
ó  raro  entre  aquella  escoria  de  los  mundos  en 
que  han  vivido  nuestros  abuelos  y  nuestros  pa- 
dres. No  es  fácil  volver  sin  tristeza  de  aquel  ce- 
menterio de  ilusiones,  de  aquel  bazar  de  desen- 
gaños... Pero  del  tondo  de  esta  tristeza,  si  el 
curioso  visitador  no  es  un  egoísta,  siente  nacer 
un  gran  consuelo...  ¡El  mvvdo  marcha!  y  si  las 
ferias  desaparecen  abandonadas  de  los  cortesa- 
nos, e«  porque  todo  Madrid  es  una  feria  de  no- 
vedades, es  porque  las  Exposiciones  han  venido 
á  ser  las  verdaderas  ferias  del  Madrid  moderno. 

De  todos  modos,  démonos  una  vuelta  por  ese 
Hastro  improvisado,  seamos  madrileños  de  raza, 
visitemos  la  ermita  de  San  Isidro  en  Mayo,  co- 
mamos buñuelos  en  todos  los  santos  y  registre- 
mos los  tenderetes  de  las  ferias  al  llegar  á  San 
Mateo.  Por  fortuna  la  feria  viene  cuando  Ma- 
drid no  suele  ofrecer  grandes  atractivos;  los  que 
se  fueron  á  veranear  no  todo.?  han  vuelto;  los 
que  han  venido,  descansan  de  sus  varias  expe- 
diciones; el  sol  y  la  lluvia  luchan  por  reinar 
soberanamente,  y  el  cielo  toma  el  aspecto  de  los 
nublados  de  Escocia;  si  habíamos  de  pasear  pin 
entretener  con  ideas  nuestra  imaginación,  pa- 
searemos entre  las  ruinas  del  pasado,  de  tantas 
enseñanzas  para  el  presente. 

Declaro,  desde  luego,  que  cuando  voy  á  la  fe- 
ria me  detengo  de  preferencia  ante  los  monto- 
nes de  libros  y  ante  las  prenderías  donde  hay 
cuadros  viejos.  En  una  y  otra  cosa  hemos  va- 
riado mucho:  en  imprenta  y  en  pintura.  Estos 
dos  artículos  bastarán  para  alimentar  las  ferias 
de  los  siglos,  porque  las  máquinas  no  cesan  de 
arrojar  papel  impreso,  y  cada  día  se  revelan 
una  docena  de  pintores  más. 

Al  ver  que  de  continuo  se  escriben  y  se  im- 
primen nuevos  libros  sobre  materias  de  que 
tanto  se  ha  escrito  é  impreso,  se  pregunta  uno 
cómo  se  compondrá  el  aficionado  para  aprender 
lo  correspondiente  á  una  sola  ciencia,  con  tanto 
más  motivo  cuanto  que  la  mitad  de  los  libros 
están  escritos  para  demostrar  la  inutilidad  de 
los  anteriores.  Un  sabio  no  se  tomaría  la  moles- 
tia de  investigar  la  naturaleza  ni  la  historia, 
sino  lo  animase  el  propósito  de  desacreditar  á 
otro  sabio.  Además,  en  las  ciencias  como  en  las 
artes,  en  los  usos  sociales,  como  en  los  simples 
figurines  de  las  modistas  hay  modas,  y  los  sis- 
temas y  los  métodos  filosóficos  y  científicos  pa- 
san y  vuelven  sin  más  razón  que  la  de  haber 
cumplido  ya  tu  tiempo.  En  ese  montón  de  libros 
tan  diferentes,  apenas  si  hay  una  docena  de 
ideas,  confeccionadas  con  estilos  diversos,  de 
las  cuales  la  lógica  de  los  unos  y  la  imaginación 
de  los  otros   han  logrado  sacar  páginas  y  pági- 


nas. Esas  doce  ideas  todos  las  poseemos,  por- 
que todos  hemos  tenido  ocasión  de  leerlas  algu- 
na vez;  pero  se  nos  han  confundido  y  extravia- 
do entre  t&nta  y  tanta  palabrería  como  se  vie  le 
agrupando  en  tomo  de  ellas.  No  sé  quién  ha  di- 
cho que  las  verdades  de  este  mundo  caben  en 
un  papel  de  cigarrillo,  cierto;  los  errores,  las 
mentiras,  son  las  que  no  caben  en  todo  el  papel 
elaborado  ni  por  fabricar.  Ante  esta  considera- 
ción se  ve  cuan  difícil  es  llegar  á  la  posesión  de 
la  sabiduría  por  el  estudio,  y  cuan  inútil  ir  lí  la 
feria  y  comprar  libros.  Verdad  es  qué,  general- 
mente, los  libros  que  compran  los  que  van  á  la 
feria  no  corren  el  peligro  de  ser  hojeados;  des- 
pués de  un  brevísimo  examen  de  la  portada, 
pasan  á  la  biblioteca  á  vivir  en  el  eterno  repo- 
so. No  se  suele  ir  á  la  feria  por  libros  modernos 
sino  por  libros  que  han  leído  los  que  ya  no 
existen.  Sus  rótulos  son,  pues,  verdaderos  epita- 
fios. 

De  las  pinturas  no  puede  decirse  lo  mismo. 
Estas  se  leen  á  la  primera  mirada:  y  por  eso  hay 
tanta  afición  á  la  pintura;  es  ilustración  que  se 
adquiere  sin  fatiga.  Pero  esto  no  puede  decirse' 
en  absoluto  de  los  lienzos  y  cobres  do  la  feria; 
porque  suelen  estar  ennegrecidos  por  el  tiempo 
ó  restaurados  lamentablemente;  y  el  aficionado, 
que  siempre  busca  raros  hallazgos,  cree  ver 
tras  la  negrura  y  los  repintes  el  pincel  de  ,un 
Velázquez  ó  de  un  Durero.  Es  incalculable  el 
número  de  cuadros  viejos  que  se  han  comprado 
y  se  compran  á  sabiendas  de  que  son  malos  y 
nada  más  que  por  si  resultaran  buenos.  Allí, 
sobre  todo,  donde  hay  un  niño  ó  un  borrego, 
por  confuso  que  aparezca,  nadie  deja  de  adivi- 
nar un  Murillo.  Las  ferias  del  porvenir  nos 
ofrecerán  grandes  desengaños  en  materia  de 
pintura;  porque  veremos  á  que  bajo  precio  se 
dan  las  obras  de  muchos  autores  hoy  de  moda, 
por  las  cuales  se  pagan  cantidades  fabulosas. 
Su  ihic  habrá  pasado;  otros  intérpretes  del  gus- 
to público  habrán  venido  á  enriquecerse;  y  por 
otra  parte,  los  tonos  brillantísimos,  aquel  lou- 
quet  de  colores  que  deslumhra  á  los  aficionados 
se  habrán  desvanecido  rápidamente  al  enran- 
ciarse el  lienzo.  Los  cuadros  modernos  son  es- 
pléndidos de  color  como  el  día,  pero  en  este  dia 
la  noche  se  hace  muy  pronto.  De  los  cuadros 
modernos  sólo  resistirán  los  que  estén  bien 
compuestos  y  bien  dibujados.  ¡Tan  pocos! 

Pero  no  podemos,  Carmen,  recorrer  la  feria 
si  hacemos  reflexiones  tan  dilatadas  con  cual- 
quier motivo. 

En  los  trajes,  ¡qué  cambio  tan  grande!  Re- 
cuerdo cuando  yo  era  joven  y  visitaba  la  feria: 
¡qué  miriñaques  allí  colgados!  ¡Qué  vestidos  de 
cola  tan  larga!  La  mujer  es  un  pájaro  que  varía 
constantemente  de  pluma,  y  hay  que  convenir 
en  que  los  años  pasados  estaba  ridicula  y  en 
este  (cualquier  año  que  sea)  está  encantadora. 
Es  por  lo  tanto  el  traje  una  preocupación.  Mas 
¿no  hemos  visto  que  también  la  ciencia  y  el 
arte  son  preocupaciones?  Por  fortuna  camina- 
mos á  la  simplificación  del  traje:  las  mujeres 
vestirán  dentro  de  poco  como  los  hombres  y  en 
las  ferias  del  porvenir  no  habrá  faldas,  ni  capo- 
tas, ni  mantillas. 

También  ha  progresado  la  industria,  desde 
hace  cuarenta  años,  enormemente.  Nos  conven- 
cemos de  ello  cuando  nos  miramos  en  este  es- 
pejillode  Juna  borrosa,  que  nos  infla  un  carrillo 
como  si  tuviésemos  dolor  do  muelas,  que  nos 
alarga  el  rostro  ó  que  nos  le  ensancha  según 
los  caprichos  del  vidrio  y  del  azogue.  Hoy,  es- 
tas lunas  pequeñas,  van  casi  de  balde  y  sólo 
tienen  precio  las  que  adornan  los  establecimien- 
tos de  lujo;  los  cafés,  las  tiendas  de  novedades 
y  que  son  verdaderas  paredes  de  cristal,  y  di- 
gamos otro  tanto  de  los  demás  adornos  de  las 
habitaciones;  en  otro  tiempo  sólo  había  dos  cla- 
ses: los  muy  buenos,  construidos  para  los  pala- 
cios, y  los  de  pacotilla  construidos  para  todas 
las  demás  casas;  hoy,  que  existen  los  potenta- 
dos, que  hay  clases  intermedias,  y  que  gastan 
lujo  los  pobres,  en  cada  calle  hay  un  magnífico 
establecimiento  de  tirolés  repleto  de  inutilida- 
des brillantes.  ¿Dónde  habrán  de  ir  estos  dese- 
chos sino  es  á  la  calle  de  Alfonso  XII,  por 


ahora  y  á  las  Ventas  del  Espíritu  Santo,  dentro 
de  algunos  años? 

¡Ah!  te  aseguro  que  alguna  vez  no  puedo 
menos  de  conmoverme  en  la  feria,  reparando 
alguno  de  esos  objetos  que  están  destinados  á 
desaparecer  sin  reemplazo.  Ayer  mismo  vi  en- 
tre varios  cachivaches  y  telas  un  morrión  de 
miliciano  nacional.  No  pude  menos  de  llevarme 
la  mano  al  sombrero  y  saludar  A  la  sombra 
gloriosa  de  la  Libertad,  que  representaba.  Re- 
presentaba la  fe,  el  entusiasmo,  la  abnegación 
política.  Nada  de  esto  existe.  Tal  vez  porque  ya 
no  hay  necesidad  de  que  exista.  Pero  me  vino 
á  la  imaginación  el  tiempo  aquel  en  que  al  gri- 
to santo  los  honrados  tenderos  se  asomaban  al 
balcón  inquietos  y  decían  ¡Ya  se  arma!  y  cogían 
la  escopeta  y  bajaban  á  la  calle  y  ayudaban  á 
levantar  barricadas  y  disparaban  balazo  limpio 
contra  la  tropa  sin  saber  á  punto  fijo  por  qué 
disparaban,  cegados  por  hu  horror  á  la  tiranía. 
Todo  eso  pasó;  morrión,  entusiasmo,  barricadas, 
tiranos;  y  en  las  ferias  del  porvenir  no  habrá 
chacó  especial  que  recuerde  la  burguesía  de 
hoy;  porque  nuestros  burgueses  no  renuncian, en 
las  grandes  solemnidades,  al  sombrero  de  copa. 

Tampoco  abundarán  en  las  ferias  del  porve- 
nir los  quinqués,  como  vemos  hoy  en  las  pren- 
derías; porque  la  luz  eléctrica,  que  imita  la 
luna  y  que  dibuja  tan  deliciosamente  los  obje- 
tos con  su  vigorosa  sombra,  iluminará  nuestros 
hogares  como  hoy  ilumina  los  establecimientos 
públicos.  Ya  casi  no  se  encuentra  un  velón  de 
mecheros,  ni  en  la  feria. 

Pero  en  cambio,  una  chaquetilla  de  torero 
viene  á  recordarnos  que  el  tiempo  es  ineficaz 
contra  la  índole  de  nuestro  genio;  que  todo 
cambia  menos  nuestro  carácter;  que  somos  tore- 
ros y  lo  seremos  en  todos  los  siglos. 

No  quiero  enumerar  las  infinitas  vejeces  que 
ayer  vi;  y  las  consideraciones,  lastimosas  unas, 
llenas  de  esperanzas  otras,  que  me  ocurrieron; 
pero  sí  te  referiré  mi  última  iinjiresión  cuando 
dejaba  la  calle  de  Alfonso  XII;  impresión  la 
más  triste  de  todas,  sin  consuelo  en  el  futuro; 
para  mí,  al  menos. 

No  era  un  objeto,  sino  una  persona,  lo  que 
vi;  lleva  un  nombre  conocido,  un  nombre  que 
ha  sido  famoso.  Se  trata  do  una  mujer.  Es  hoy 
baja,  gruesa,  colorada,  con  un  vientre  chino,  de 
andar  torpe,  de  aspecto  vulgar;  vestía  un  traje 
de  colores  chillones  y  llevaba  un  sombrero  ri- 
dículo, que  parecía  un  calesín  lleno  de  flores. 
No  era  posible  ver  semejante  tipo  sin  risa. 

Y  sin  embargo,  hace  veinte  años  cuando  me 
presentaron  á  ella,  era  el  encanto  y  el  asombro 
de  Madrid;  era  una  joven  esbelta  de  un  talle 
ideal,  de  un  cutis  como  la  hoja  de  una  rosa,  el 
primor  de  los  primores  en  el  vestir,  la  reunión 
de  todas  las  gracias  en  su  figura,  en  su  aire,  en 
toda  su  persona. 

Al  verla  allí  en  la  feria  parecía  que  venía 
ella  en  representación  de  la  mujer  y  de  la  her- 
mosura para  demostrar  que  entre  todas  las  ve- 
jeces y  todas  las  antiguallas  y  todos  los  dese- 
chos, el  más  triste  es  el  de  la  mujer  que  se  avieja. 

Tú  dirás  que  esto  que  digo,  sobre  ser  injusto 
no  es  galante;  pero  debes  considerar  que  yo  no 
puedo  referirme  á  mujeres  de  tus  gracias  y  de 
tus  condiciones  morales;  pues  si  la  hermosura  de 
la  línea,  puede  sufrir  detrimento,  no  debe  clasi- 
ficarse en  la  categoría  de  vejez  el  encanto  del 
ingenio  y  de  las  virtudes. 

Esta  aclaración  eS  suficiente  para  desarrugar 
tu  ceño  y  el  de  todas  aquellas  que  siendo  esbel- 
tas han  engordado  y  siendo  jóvenes  son  an- 
cianas. 

Tuyo,  pues,  Fernán  flor. 


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UN   IDILIO  NIHILISTA 


'flOMTIKDiOIÓm 


— Ya  he  recibido  antes  que  ésta,  otra  misiva 
en  que  me  hablaban  de  ti  anunciándome  tu  lle- 
gada. Según  dicen  eres  muy  entendido  en  me- 
cánica. 

— He  ganado  la  medalla  de  honor  en  la  es- 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


627 


cuela  de  ingenieros,  y  mis  profesores  aseguran 
que  tengo  mucha  facilidad  para  la  invención. 

— Eso  es  lo  que  yo  necesito,  ó  más  bien  lo 
que  necesita  nuestra  gran  asociación.  Las  ten- 
tativas contra  el  Czar  se  repiten,  y  ninguna 
produce  éxito.  Los  compañeros  te  envían  para 
que  juntos  inventemos  algo  que  corone  pronto 
nuestra  obra. 

— Estoy  dispuesto  á  todo. 

— Poco  te  toca  hacer.  Yo  tengo  lo  principal, 
lo  que  destruye,  el  alma  de  lo  que  pulveriza; 
tú  has  de  inventar  lo  que  dirige,  el  cuerpo  que 
lo  contenga.  Trabaja  joven,  trabaja,  que  tu  in- 
vento unido  al  mío  atraerá  la  libertad  sobre  la 
Rusia,  y  será  causa  del  triunfo  de  nuestros  her- 
manos. Alejandro  II  ya  murió  destruido  por 
nuestras  bombas,  es  preciso  que  su  hijo  sufra 
igual  suerte. 

El  profesor  quedóse  pensativo  algunos  ins- 
tantes y  luego  murmuró: 

—  ¡La  bomba!  ¡la  bomba!  Esto  no  respira 
nada  de  genio.  La  bomba  es  tan  mezquina  como 
la  ignorancia;  por  lo  voluminosa  atrae  las  mira- 
das de  la  policía,  y  los  efectos  que  produce  son 
limitados.  Y  luego  la  pólvora,  lo  que  ya  cono- 
cían los  frailes  del  siglo  xiv,  lo  que  antes  co- 
nocieron los  árabes  y  los  chinos,  ¡bha!...  una 
antigualla;  mi  invento,  solamente  mi  invento, 
puede  producir  magníficos  resultados. 

Y  al  decir  esto  la  voz  de  Martens  fué  subien- 
do de  punto,  hasta  que  saliendo  de  su  abstrac- 
ción le  dijo  así  al  estudiante. 

— ¿Sabes  tú  lo  que  me  ha  costado  de  inventar 
ese  nuevo  elemento  de  muerte?  Yo  soñaba  con 
una  sustancia  explosiva  cuya  menor  cantidad 
fuera  capaz  de  derrumbar  una  ciudad  entera; 
era  mi  deseo  constante,  era  mi  preocupación 
fija.  ¿Cuántas  vigilias  me  ha  costado  el  realizar 
mi  ilusión?  ¿Cuántas  noches  he  pasado  junto  al 
mortero  combinando  las  sustancias  más  diver- 
sas para  encontrar  mi  apetecido  invento?  Mu- 
chos ratos  de  desaliento  he  tenido  que  sufrir  al 
experimentar  las  dificultades  de  lo  desconocido, 
pero  he  vuelto  mi  pensamiento  á  la  Rusia,  ho 
pensado  en  los  tiranos  que  esclavizan  al  pueblo, 
y  mi  esperanza  ha  renacido  para  con  la  fe  del 
iluminado,  emprender  otra  vez  mi  trabajo  hasta 
que  el  cansancio  ha  rendido  mis  fuerzas.  Hoy 
tengo  .ya  realizado  mi  proyecto;  poseo  el  ele- 
mento para  destrozar  á  nuestro,  enemigo  y  aun 
si  es  necesario  al  palacio  que  habita.  ¡Joven! 
trabaja  tú  ahora,  envuelve  mi  invento  en  otro 
tuyo  y  la  victoria  será  nuestra,  pues  la  patria 
nos  deberá  su  salvación. 

Y  el  viejo  profesor  al  decir  todo  esto,  gesti- 
culaba como  un  energúmeno  y  agitaba  sus  bra- 
zos en  el  espacio  presa  de  febril  excitación. 

Alejandro  le  contemplaba  con  respeto,  pues 
el  fanatismo  de  aquel  hombre  le  admiraba  pro- 
fundamente. 

Martens  apenas  cesó  de  hablar  levantóse  de 
su  sillón,  y  abrió  un  pequeño  armario  que  tras 
éste  había,  artificiosamente  oculto  en  la  pared. 

Algunos  frascos  correctamente  alineados  so- 
bre las  tablas  del  armario,  aparecieron  ante  los 
ojos  del  estudiante. 

— Mira  esto, — dijo  el  profesor, —  Todos  los 
frascos  contienen  sustancias  más  ó  menos  ex- 
plosivas. Tenerlos  junto  á  mí  es  lo  que  me  ale- 
gra, pues  son  mis  mejores  amigos.  Aquí  hay 
pólvora  y  dinamita  de  todas  clases,  y  sobre  to- 
do aquí  guardo  mi  preciosísimo  invento. 

Y  al  decir  esto,  el  viejo  cogió  un  bote  de 
hierro  de  regulares  dimensiones  que  colocó  cui- 
dadosamente sobre  la  mesa. 

— ¿Ves  esto? — continuó. — Es  muy  pequeño, 
y  sin  embargo  si  lo  arrojara  con  fuerza  sobre  el 
suelo,  tú  y  yo  seríamos  pulverizados,  la  casa  se 
fraccionaría  hasta  lo  infinito,  toda  la  calle  su- 
friría igual  suerte  y  más  de  la  mitad  de  San 
Petersburgo  caería  deshecho  en  ruinas. 

El  viejo  al  decir  esto  estaba  verdaderamente 
espantoso.  Sus  ojuelos  brillaban  alegres  y  sus 
garras  se  estremecían  como  á  impulsos  del 
placer. 

El  estudiante  no  se  sintió  conmovido  á  la 
vista  de  aquel  terrible  bote,  y  sólo  le  dirigió 
una  fría  mirada  de  curiosidad. 


—Eres  un  valiente, — dijo  Martvuis. — Otro 
hombre  en  tu  lugar  se  hubiera  estremecido  de 
horror  y  miedo. 

— Maestro, — contestó  Alejandro  con  voz  gra- 
ve y  reposada,- — la  vista  de  ese  frasco  no  me 
causa  pavor  sino  alegría,  pues  me  parece  que 
dentro  de  él  oigo  tañer  la  campana  que  anuncia 
la  última  hora  de  Czares.  Grande  es  vuestro  in- 
vento según  decís,  y  yo  os  juro  por  Dios  que 
supuesto  necesitáis  de  mí,  procuraré  auxiliaros 
con  todos  mis  conocimientos. 

— Así  se  contesta  joven.  ¿Cuándo  piensas  po- 
nerte al  trabajo? 

—Ahora  mismo;  vuestras  palabras  han  des- 


pertado mi  entusiasmo,  y  en  este  instante  me 
encuentro  capaz  de  resolver  los  más  difíciles 
problemas. 

— Retírate  pues;  pero  antes  recuerda  lo  que 
te  he  dicho.  Lo  que  necesitamos  es  una  máqui- 
na casi  imperceptible.  Que  pueda  esconderse 
en  la  palma  de  la  mano,  y  que  sin  embargo  en 
ciertos  instantes  lance  rayos  destructores.  Algo 
semejante  á  la  víbora  que  permanece  escondida 
entre  las  hojas  de  la  flor,  y  que  de  repente  clava 
su  lengua  ponzoñosa  en  el  incauto  que  se  acer- 
ca. ¿Podrás  reunir  en  tu  invento  tales  circuns- 
tancias? 

— Confío  en  que  sí,  maestro. 


MISTRESS  ANTOINETTE  STERLING 


— ¿En  dónde  vives? 

— En  una  posada,  en  la  que  sin  duda  me  vi- 
gilan desde  que  llegué. 

— Ten  mucho  cuidado. 

— Hace  ya  tiempo  que  esquivo  las  sagacida- 
des de  la  policía. 

— ^Anda,  pues,  y  que  el  Señor  marche  con- 
tigo. 

El  profesor  Martens  al  decir  esto,  volvió  á 
coger  el  terrible  bote  y  después  de  encerrarlo 
en  el  armario  secreto,  se  dispuso  á  acompíiñar 
al  joven  hasta  la  puerta. 

Cuando  ambos  se  encontraron  á  la  mitad  de 
la  estancia,  el  viejo  cogió  á  Alejandro  y  le  dijo 
en  tono  de  consejo. 

— Joven;  si  sientes  desaliento  piensa  sólo  en 
la  sublime  misión  que  tus  hermanos  te  han  en- 
cargado, y  la  fe  y  el  entusiasmo  volverán  á  ti. 
Si  la  debilidad  se  apodera  de  tu  inteligencia, 
acuérdate  de  este  viejo  y  de  mis  santos  patro- 
nos. 

Y  Martens  al  decir  esto  señaló  los  dos  gran- 


des retratos  que  se  ostentaban  frente  á  la  puerta. 

— ¿Quiénes  son  esos? — preguntó  Alejandro. 

— Son  dos  grandes  hombres  que  no  vacilaron 
en  hacer  caer  la  cabeza  de  un  rey  para  labrar 
la  dicha  de  su  patria.  Son  Dánton  y  Robespie- 
rre. 

Tras  esto  los  dos  callaron,  y  silenciosos  enca- 
mináronse á  la  puerta;  pero  al  llegar  junto  á 
ella  se  abrió,  penetrando  en  la  estancia  una 
joven  cuidadosamente  abrigada,  y  llevando  to- 
davía sobre  el  sombrero  algunos  copos  de  nieve. 

— ¡Buenos  días  padre! — dijo  al  entrar. — Ven- 
go del  anfiteatro  anatómico,  y  mi  amiga  Olga 
me  ha  conducido  en  su  trineo  hasta  aquí. 

La  joven  fué  á  continuar  hablando  pero  al 
notar  la  presencia  de  Alejandro  callóse  como 
avergonzada  y  bajó  los  ojos. 

El  viejo  Martens  se  sonrió  y  haciendo  en  el 
espacio  la  misteriosa  seña,  dijo  á  su  hija. 

— Es  un  amigo. 

(Se  continuará)      Vicente  Bt.asco  Ib.4íNEZ 


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630 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


EL  IMPERIO  LATINO 

(BOCETO  HISTÓRICO) 


il  MÍgi  eirii«isÍM  i  iispin^  pU  D.  Jo»  Aitnio  Mu 


Lee  últimos  destellos  de  la  idea  pagana  bri- 
llaban en  el  ocaso  de  su  historia  con  pálidas 
tintas,  mientras  se  alzaba  como  radiante  astro 
por  Oriente  el  Cristianismo,  augurando  su  poé- 
tica alborada  la  profunda  transformación  que 
ante  la  aparición  de  la  unidad  divina  en  el 
mundo  filosófico-religioso,  sofrió  la  historia  de 
la  humanidad. 


La  vieja  capital  del  imperio  tenia  socavados 
sus  cimientos. 

Roma  habíase  apropiado  la  filosofía  de  los 
pueblos  á  quienes  convirtió  en  provincias  su- 
yas. Los  dioses  de  las  naciones  que  gemían  en- 
cadenados bajo  su  avasalladora  planta,  estaban 
junto  á  los  dioses  patrios  en  el  Capitolio;  los 
ciudadanos  quemaban  incienso  en  muchos  alta- 
res, ofrecían  sacrificios  á  muchas  divinidades  y 
no  creían  en  ninguna  ó  se  mofaban  de  ellas  en 
los  públicos  parajes;  natural  consecuencia  de  la 
confusión  que  envolvía  en  sus  postrimerías  á, 
aquel  mimdo  decrépito.  La  mujer  que  conser- 
vara el  pudor  que  la  contuvo  á  )a  orilla  misma 
del  inmenso  mar  donde  se  agitaba  encenagada 
la  sensual  sociedad  latina,  se  inclinaba  y  creía 


ciega  en  las  doctrinas  que  mejoraban  la  condi- 
ción de  sus  hijos  y  la  suya  propia,  atrayendo  el 
consuelo  al  aturdido  espíritu,  idealizando  la 
terrena  vida.  Los  ciudadanos  renegaban  de  sus 
derechos,  que  los  convertían  en  esclavos  de  los 
caprichos  de  un  César  cruel  y  voluntarioso; 
ningún  deber  tenia  exacto  cumplimiento;  nin- 
gún derecho  estaba  garantido;  los  preceptos 
jurídicos  que  tan  alta  colocaran  á  Roma  sobre 
las  naciones  bárbaras  sus  rivales,  se  fundían 
con  los  absurdos  mandatos  y  lúbricos  deseos  de 
un  emperador  imbécil.  El  Senado  dormita  y  la 
inquieta  guardia  pretoriana  legisla  y  adjudica 
la  pvirpura  al  mejor  postor.  La  moral  de  Séneca 
y  de  Epicteto  fué  sustituida  por  la  infame  sáti- 
ra. La  literatura  cayó  al  servicio  de  la  adula- 


ción. Las  ciencias  se  eocondiau  tías  la  vana 
charlateneria,  la  argolla  del  esclavo  ó  el  necio 
empirismo.  La  sociedad  antigua  estaba  desqui- 
ciada; nueva»  costumbres  habían  de  regene- 
rarla. Roma,  señora  del  mundo,  era  esclava  de 
sus  vicios. 

A  toda  ciencia  ofrecía  su  lugar;  á  todos  ma- 
les saludables  remedios;  poseía  para  todos  los 
vicios  antídotos  eficaces;  á  todo  contratiempo 
oponía  alegre  esperanza;  para  toda  pesadumbre 
tenia  consuelo;  la  doctrina  iluminada  más  in- 
tensamente desde  el  martirio  del  Gólgotha.  El 
trono  del  César  tiembla.  Apréstase  á  la  lucha  y 
opone  ementa  resistencia  á  aquella  idea  sutil 
que  lo  penetraba  y  reformaba  todo,  amenazando 
á  las  podridas  instituciones  políticas  á  la  apa- 
ratosa é  inútil  religión,  á  las  impuras  costum- 
bres.— Pero  asi  como  en  sombría  noche  se 
dibuja  rápido  el  contorno  de  plomiza  nube, 
al  centelleo  de  eléctrica  chispa  fugitiva  en  el 
espacio,  asi  la  oposición  del  j)ol  ¡teísmo  al  cris- 
tianismo fué  rápida;  que  la  historia  cuenta  por 
breves  los  trabajosos  momentos  que  resuelven 
una  idea  trascendental. 

Llegan  á  Roma  en  violentas  oleadas  las 
ideas  que  inundaron  el  Asia  antigua, — vertidas 
con  la  mágica  palabra  de  Jesús  de  Nazaret, — 
chocando  terriblemente  con  el  carcomido  dique 


opuesto  por  los  pontífices  y  emperadores.  Los 
sacerdotes  fueron  arrancados  de  la  húmeda  ca- 
tacumba  y  arrojados  al  circo;  centenares  de 
cristianos  son  confundidos  con  los  esclavos  en 
la  ergástula;  las  vírgenes  eran  pisoteadas  por 
las  fieras,  y  desgarradas  sus  blancas  vestiduras 
y  delicadas  carnes  por  aquellas  salvajes  bestias. 
El  César  no  contenia  su  regocijo  ante  el  des- 
trozo de  tanto  «enemigo»  y  el  pueblo  aplaudía 
el  nuevo  espectáculo  que  le  proporcionara  el 
miedo  ruin  del  emperador.  Los  cuerpos  de  los 
mártires  fueron  la  envoltura  de  la  sublime  idea; 
la  misma  majestad  imperial  partía  la  corteza  y 
germinaba  la  semilla.  Aparece  Roma  durante 
esta  crisis  teñida  por  la  sangre  que  de  tanto 
mártir  corrió  por  las  vías  públicas,  llenando  los 
arroyos  y  salpicando  los  mármoles  de  los  pala- 
cios y  pórticos,  de  los  anfiteatros  y  templos, 
agitándose  entre  ellos  frenético  conjunto  de 
siniestras  figuras,  como  á  través  de  rojo  cristal 
ó  sangriento  gasa.  La  resistencia  al  cristianis- 
mo fué  la  última  sacudida  del  imperial  régimen; 
fué  la  resistencia  de  unas  leyes  á  otras  leyes, 
■de  una  religión  á  otra  religión,  de  unas  costum- 
bres á  otras;  costumbres  de  la  vieja  generación 
que  zozobraba  en  el  mar  de  sus  desdichas  á  la 
generación  nueva  animada  por  salutífera  savia; 
de  un  mundo  caduco, — á  quien  sólo  quedaba 


aliento  para  prosternarse  ante  sus  hermosos 
ídolos,  y  sensible  solo  á  la  materia, — á  otro 
mundo  preñado  de  nuevos  ideales,  que  le  hun- 
día de  recia  patada  en  la  sima  que  abriera  con 
sus  errores.  Y  era  natural.  El  augusto  señor 
inventa  groseros  placeres  y  presta  asilo  en  sus 
palacios  al  vicio.  Necesitábamos  para  referir  el 
inconcebible  lujo  de  que  rodeaban  á  sus  ban- 
quetes y  contar  todos  los  desórdenes  que  con- 
sentían y  aún  regulaban  la  ley  y  la  religión;  las 
palabras  de  Elio  Lampridio,  y  la  pluma  de  Sa- 
íustio  para  pintar  la  corrupción  de  la  gran  ciu- 
dad. Los  circos,  repletos  de  ceñudos  senadores 
y  graves  ciudadanos  que  pedían  entre  furiosos 
gritos:  más  juegos;  y  corría  la  sangre  del  em- 
brutecido gladiador  tiñendo  el  áurea  arena, 
confundiéndose  su  ronco  estertor  y  el  chocar  de 
sus  armas  con  los  rugidos  do  fiera  que  so  revol- 
ca en  sangrientos  despojos,  lanzados  ]>or  la 
civilizada  Roma.  Apenas  retirado  el  cadáver 
del  atleta,  apenas  cubiertos  los  charcos  de  san- 
gre, otra  fiera  humana  se  dirigía  al  palco  impe- 
rial, murmuraba  aquellas  palabras, — expresión 
exacta  de  la  historia  del  imperio,^ — «Ave,  Cé- 
sar...» y  corría  á  solazar  con  su  agonía  á  lu 
ciudad  que  disponía  á  su  antojo  del  mundo  y 
dictaba  sus  leyes  á  la  humana  raza.  Las  asque- 
rosas «Lupercalias,»  las  arrebatadas  «Bacana- 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


63i 


les»  que  legó  la  Etruria,  las  «Saturnalias,»  los 
«Ludí  compitalitios»  que  restableció  cruelmen- 
te Tarquino,  los  «Ludí  natalitios»  con  que  el 
emperador  celebraba  sus  días,  con  luchas  de 
gladiadores,  y  arrojando  miles  de  esclavos  á  las 
fieras,  y  las  «Naumaquias,»  en  lasque  tanto  se 
prodigaba  la  sangre  humana,  eran  las  fiestas 
con  que  procuraba  distraer  el  ánimo  y  conse- 
guir el  agrado  de  sus  dioses  aquel  pueblo  idio- 
ta. Llegó  al  ejército  la  corrupción,  invadiendo 
las  legiones  la  holganza;  el  soldado  romano 
perdió  su  ardimiento  y  noble  valor  y  fué  venci- 
do. La  filosofía  trastornó  las  ideas  que  aún 
flotaban   sobre  el   cieno  de  aquella  moribvinda 


sociedad,  influyendo  en  el  general  decaimiento 
las  absurdas  teorías  importadas  de  las  naciones 
helénicas;  las  doctrinas  de  los  escépticos,  de  los 
cínicos,  de  los  epicúreos,  todas  cayeron  en 
Roma  como  en  lugar  propio,  pasando  por  el  ta- 
miz del  goce. 

La  oposición  entre  estos  caracteres  de  vida 
del  imperio  latino  y  los  de  la  naciente  sociedad 
cristiana,  es  uno  de  los  más  bruscos  contrastes 
que  nos  ofrece  la  historia  en  su  largo  camino. 
El  recogimiento  y  la  oración  eran  el  reverso  del 
extremado  refinamiento  en  los  placeres.  Eleva- 
ban piadosos  cánticos  al  Dios  creador  los  cris- 
tianos durante  sus  sobrias  y  sencillas  comidas. 


mientras  en  el  espléndido  banquete  del  senador 
ó  del  cónsul  se  oían  entre  las  continuas  libacio- 
nes y  los  chasquidos  de  asquerosos  besos,  ebrias 
carcajadas  é  impúdicas  frases.  El  fausto  de  las 
viciadas  ciudades  paganas  aparecía  humillado 
por  la  pobreza  evangélica;  las  ricas  vestiduras 
de  las  orgullosas  matronas  y  afeminados  caba- 
lleros hundidos  en  la  pereza,  por  las  sencillas 
telas  de  las  vírgenes  ocupadas  en  las  domésti- 
cas labores.  La  sociedad  conyugal  aparece  sen- 
tada sobre  sus  propias  bases.  Regulan  las  rela- 
ciones de  los  hombres  leyes  más  humanas  é 
igualitarias.  Al  aparatoso  rito,  al  repugnante 
sacrificio,  suceden  en  la  oscura  catacumba,  en 


LUGANO  Y  MONTE  SALV ATORE 


solitario  bosque,  ante  humilde  altar  las  sencillas 
prácticas  religiosas,  austera  representación  de 
la  unidad  divina  que  trascendía  á  todos  los  ór- 
denes y  aspectos  de  la  vida,  á  todo  sistema  de 
conocimiento,  á  toda  ciencia  (1).  A  la  obscena 
liturgia  sustituye  la  inocente  fiesta  de  la  Pas- 
cua con  que  celebran  la  resurrección  del  Maes- 
tro, en  el  grandioso  momento  de  abrirse  en  flor 
las  variadas  especies  vegetales  para  recibir  el 
amoroso  beso  del  polen  que  fecundiza  y  con- 
vierte en  dulces  jugos  las  hermosas  coloracio- 
nes de  lo.s  pétalos;  que  el  culto  de  la  Naturaleza 


(1)  l.ospfigsnos  carecían  del  Ideftlismo  religioso  que  ca- 
ractetizrt  á  ios  iniciados  en  las  doctrinas  de  Jesús,  á  quienes 
bastaba  la  sencilla  adoración  de  un  Dios  «uno»  en  quién  fir- 
menjente  creisn.  De  aquí  las  complicadas  ceremonias  de  la 
re  igirtn  ;>agana;  y  de  aqui  que  cuandfi  estas  fórmulas  ya  no 
saiii-raciHn  á  su  voluble  carnctcr,  iuventaseu  otras  y  otras, 
buscando  la  variedad  hasta  en  lascivas  y  torpes  prácticas  que 
de  lodo  se  amparaba  aquella  sociedad  falta  de  primordial 
idea.  Su  arte  espléndido  y  magnifico,  trasunto  de  hermosos 
modelos,  comparado  con  las  rígidas  y  hasta  rudas  creaciones 
místicas  del  arte  de  los  jirimitivos  cristiano»  y  de  los  artistas 
del  comienzo  de  la  Kdad  media,  conlirmun  nuestra  opinión. 


es  el  culto  de  Dios,  y  toda  vida  es  reflejo  de  la 
sabia  y  divina  disposición  y' semejanza  de  nues- 
tro organismo  y  de  las  trasformaciones  de  la 
idea  dentro  del  humano  encierro,  las  metamor- 
fosis y  mudanzas  de  la  vida  vegetal.  Aquel  cú- 
mulo de  epicúreos  no  paraba  mientes  en  tan 
sencillas  cosas  y  no  hubiera  disimulado  su  bur- 
lona sonrisa  ó  escéptica  carcajada  ante  quien  le 
enseñase  la  intercesión  del  Ser  omnipotente 
desde  las  revoluciones  cósmicas  de  la  materia, 
hasta  los  vitales  movimientos  del  arbusto  ele- 
gante y  de  la  .simple  criptógama,  y  desde  la 
vida  sencilla  del  trasparente  infusorio  que  mues- 
tra al  examen  microscópico  las  más  graves  fun- 
ciones de  su  fisiología,  hasta  la  organización 
complicadísima  de  un  ser  superior.  Verdad  es 
que  no  entendían  el  lengtiaje  del  espíritu. 

Pasados  los  tiempos  tormentosos  para  los 
cristianos  de  los  primeros  siglos  y  purificada  la 
fe  en  el  crisol  del  martirio,  arraigóse  el  cristia- 
nismo con  HÓlidns  ataduras  en  el  alma  humana. 
— contribuyendo  á  ello  eficacísimameote  la  mu- 


jer, ser  más  inclinado  á  los  dulces  sentimientos 
del  corazón, — saturándose  de  los  preceptos  que 
resbalaron  antes  sobre  los  pórfidos  de  los  tem- 
plos, sobre  las  bibliotecas, -sobre  los  cerebros 
idólatras  embotados  por  la  continua  diversión. 
Surgen  tras  las  legiones  de  los  mártires  los  filó- 
sofos sosteniendo  el  Verbo,  si  bien  de  sus  meta- 
físicas sutilezas  y  al  deseo  de  conciliar  las  nue- 
vas y  antiguas  máximas  filosóficas,  nacen  las 
herejías. 

Un  gran  acontecimiento  viene  á  terminar  la 
obra  comenzada. 

Avalanchas  de  bárbaros  destrozan  el  suelo 
itálico  y  amenazan  á  Roma.  Los  habitantes  de 
las  ciudades  incendiadas  aún  piden  licencia  para 
abrir  el  teatro  y  el  circo,  ó  yacen  totalmente 
ebrios  en  el  triclinium,  al  lado  de  espléndida 
mesa,  impotentes  para  tomar  la  espada.  Con- 
fúndense los  ayes  de  los  soldados  heridos  en  la 
defensa  de  la  ciudad,  con  los  bramidos  de  la 
muchedumbre  que  llena  los  circos.  El  imj  erio 
era  un  inmenso  festín  que  los  bárbaros  convir- 


m-: 


ÍE8ES 


634 


LA  ILÜSTHACION  IBÉRICA 


tieron  en  colosal  hoguera.  Un  papa,  un  santo 
detiene  con  la  dnizara  de  su  acento,  á  las  tur- 
bas irruptoras  que  intentaban  asolar  otra  vez  á 
Roma. 

Aquellos  hijos  de  los  bosques,  alejados  de  las 
montañas  en  cuyos  riscos  estaban  pegadas  sus 
tradiciones;  apartados  de  los  ásperos  desfilade- 
ros donde  resonaban  potentes  sus  inspirados 
himnos  de  guerra,  de  las  sagradas  lagañas  y  de 
los  seculares  bosques  cuyos  troncos  y  ramas  im- 
pregnados estaban  de  las  fórmulas  de  su  senci- 
lla religión;  separados  de  las  intrincadas  selvas 
donde  el  ruido  del  torrente  que  se  despeña  se 
junta  al  murmullo  de  la  lej'enda  fantaseada  por 


los  siglos  y  repetida  por  unas  generaciones  á 
otras,  conservan  aún  sus  pensamientos  vírgenes 
y  sus  costumbres  puras.  Vislumbran  claros  ho- 
rizontes y  la  luz  vivísima  que  indica  el  camino 
á  su  sencillo  espíritu;  un  débil  esfuerEO  arranca 
la  duda,  repercute  en  el  corazón  el  sentimiento 
religioso,  aparece  Dios  en  claro  concepto,  hun- 
den la  frente  en  el  polvo  de  sus  victorias  y  se 
abrazan  á  los  toscos  brazos  de  la  cruz  que  se 
alza  sobre  los  escombros  humeantes  de  la  civi- 
lización antigua. 

Bernardo  Morales  San  Martín. 


-♦- 


APARICIÓN   INESPbRAOA 


EL  AMOR  SEGÚN  PLATÓN 


Pocos  filósofos  se  han  ocupado  directamente 
del  amor  como  objeto  propio  de  la  especulación 
reflexiva.  En  toda  la  antigüedad  apenas  si  se  ha- 
lla más  que  Platón  que,  en  su  diálogo  El  Ban- 
qutte,  á  través  de  mitos  y  símbolos,  hace  una  des- 
cripción del  amor  y  de  sus  diferentes  clases  para 
concluir  exaltando,  con  la  sencilla  ingenuidad 
de  la  enseñanza  socrática,  el  amor  á  lo  bello  y  á 
lo  bueno. 

Aunque  puede  parecer  que  su  doctrina  sólo 
tiene  interés  histórico,  no  está  demás  advertir 
que  la  sustancia  intelectual  del  Platonismo  late 
y  vive  al  presente  en  el  aspiritualismo  cristia- 
no, que  informa  la  civilización  europea;  de 
(inerte  qne,  prescindiendo  de  la  vestidura  exte- 
rior y  aun  de  las  trasformaciones  inherentes  á 
la  acción  continua  del  tiempo,  todavía  la  teoría 
platónica  del  amor  con«titn3'e  sedimento  histó- 
rico en  nuestro  pen.saraiento  y  energía  viva  en 
nuestro  corazón.  Equivale  por  tanto  el  análisis 
del  diálogo  platónico  (El  Banquete)  á  algo  más 
que  una  reminiscencia  ó  cnriosidad  erudita;  to- 
davía el  común  pensar  y  sentir  de  las  gentes 


debe  encontrar  en  las  teorías  de  El  Banquete  algo 
que  puede  servir  de  precedente  y  guía  á  muchos 
de  los  complejísimos  afectos  que  se  agitan  en 
el  fondo  del  corazón  humano. 

Cada  uno  de  los  que  intervienen  en  el  diálogo 
El  Banquete  habla  desde  su  punto  de  vista  espe- 
cialísimo,  resultando  de  este  modo  una  descrip- 
ción de  las  evoluciones  y  distintas  fases  de  este 
sentimiento,  Fcdro  habla  como  un  joven  y  con- 
sidera la  pasión  del  amor;  Pausanias  es  el 
hombre  maduro  que  lo  trata  con  la  experiencia 
propia  de  su  edad;  Erixímaco  se  explica  como 
médico;  Aristófanes,  poeta  cómico,  expone,  con 
apariencias  festivas,  pensamientos  profundos; 
Agaton  añade  sus  entusiasmos  poéticos  á  los 
juveniles  del  primer  interlocutor  y  por  último 
Sócrates,  con  lenguaje  inspirado  expone  la  teoría 
platónica  del  amor  por  la  eficacia  del  amor  á  lo 
bello  y  á  ]o  bueno,  que  es  la  verdad  vivida  ó 
practicada. 

Para  Pedro  es  principio  moral  que  inspira 
horror  al  vicio  y  emulación  por  la'virtud  el  amor, 
el  dios  más  antiguo,  el  más  augusto  y  el  más 
capaz  de  hacer  al  hombre  virtuoso  y  feliz  duran- 
te la  vida  y  después  de  la  muerte.  Como  Pedro 
siente  y  se  expresa  la  juventud  cuándo  suma  é 


identifica  todos  sus  deseos  y  su  existencia  entera 
con  la  pasión  del  ¿imor.  Tal  ha  sido  y  tal  será  el 
amor  para  la  juventud,  sin  que,  á  posar  de  que 
cambien  los  elementos  intelectuales,  los  alicien- 
tes sensibles  ó  los  móviles  internos,  se  altere  el 
fondo  constitutivo  del  sentimiento  amoroso  con- 
siderado como  la  pasión  que  hace  rebasar  las 
fuentes  de  la  vida.  Si  á  veces  no  se  entienden  las 
gentes  ni  nos  entendemos  cuando  hablamos  del 
amor  os  porque  varía  el  punto  de  mira  y  aun  la 
intensidad  del  sentimiento  con  el  proceso  del 
tiempo;  es  porque,  como  ha  dicho  nuestro  gran 
poeta  Campoamor  (Doloni,  Coxas  de  la  edadj: 

—No  enltcndo  tu  «mor,  Lucia. 
-  NI  yo  vuestros  desengaños. 
—Y  es  porque  la  suerte  impia 
puso  entre  tu  alma  y  la  mía 
el  yerto  mar  de  los  años. 

Pausanias,  segundo  interlocutor  de  diálogo, 
declara  que  el  amor  no  camina  sin  Venus,  es  de- 
cir, que  no  se  explica  sin  la  belleza.  Existen  dos 
Venus:  la  una  antigua,  hija  del  cielo  y  que  no 
tiene  madre,  es  Venus  Urania  ó  celeste;  la  otra 
más  joven,  hija  de  Júpiter  y  Dione,  es  la  Ve- 
nus terrestre  ó  popular.  Las  dos  almas  que  des- 
cribe el  doctor  de  la,  leyenda,  Fausto,  simbolizan 
la  misma  idea  y  constituyen  reminiscencia  de 
las  dos  Venus  del  diálago  platónico.  Dos  clases 
de  amor  corresponden  á  las  dos  Venus,  el  prime- 
ro, sensual  y  brutal,  sólo  se  dirige  á  los  sentidos, 
es  un  amor  vergonzoso  y  que  es  necesario  evitar; 
el  otro  amor,  guiado  por  la  inteligencia,  se  dirige 
al  sexo  que  más  participa  de  ella,  al  sexo  mascu- 
lino. El  amante  debe  amar  el  alma  y  en  el  alma 
la  virtud,  elemento  á  la  vez  psicológico  y  moral 
que  depura  la  pasión  y  que  constituye  el  tradi- 
cionalismo llamado  amor  puro  y  platónico. 

Interpretado  primero  como  desviación  del 
atractivo  sexual  ó  del  instinto  genesiaco  y  cual 
tendencia  á  la  unión  carnal  de  individuos  del 
mismo  sexo,  mancha  indeleble  en  el  cielo  divino 
de  la  cultura  griega,  fué  depurado  más  tarde 
este  símbolo  por  el  espiritualismo  cristiano,  que 
le  concibió  como  el  amor  puro  é  ideal,  libre  de 
toda  unión  carnal  y  origen  á  su  vez  de  todo 
amor  místico.  Actualmente,  en  labora  que  corre, 
la  indagación  psicológica,  ayudada  por  las  expe- 
riencias fisiológicas,  comprueba  que  en  el  hom- 
bre todo  es  psico-físico  y  que  el  arrobamiento  y 
deliquio  del  místico  equivalen  á  la  espiritualiza- 
ción de  determinadas  impresiones  materiales 
(éxtasis  del  iluminado,  alucinación  del  poseído, 
ilusiones  del  sonámbulo,  etc),  y  que  por  tanto  no 
existe  el  amor  platónico  en  el  estricto  sentido 
de  la  palabra. 

Nuevas  perspectivas  ofrece  á  la  meditación 
Erixímaco,  que  considera  el  amor  como  principio 
universal.  Estima  el  amor  como  la  unión  y  ar- 
monía de  los  contrarios  (ley  de  contraste  que  han 
puesto  á  contribución  los  poetas  todos  como  ma- 
teria inagotable  de  sus  inspiraciones)  y  así  dice 
que  está  en  los  elementos,  puesto  que  es  preciso 
el  acuerdo  de  lo  seco  y  de  lo  húmedo,  de  lo  calien- 
te y  de  lo  frío,  naturalmente  contrarios,  para  pro- 
ducir una  temperatura  regidar  y  agradable; 
combinación  igual  á  la  de  los  sonidos  musicales 
opuestos,  grave  y  agudo,  lleno  y  tenue.  Lo  mis- 
mo puede  decirse  del  ritmo  de  la  poesía,  de  la 
regularidad  de  las  estaciones,  etc. 

Gfethe  ha  resumido  esta  fórmula  «unión  de 
los  contrarios»  en  una  sola  frase,  condensando  lo 
íntimo  y  esencial  del  amor  y  á  la  vez  su  índole 
inefable  en  todo  aquello  que  posee  el  sentimien- 
to de  irreducible  al  análisis  intelectual.  El  amor 
es  para  Gcethe  principio  universal  de  vida  que 
se  traduce  en  afinidad  electiva.  Frente  uno  á 
otro  dos  cuerpos  que  no  poseen  afinidad  electiva, 
pueden  hallarse  constantemente  en  contacto  y 
solo  constituirán  una  juxta-posición  ó  agregación 
mecánica  inerte  y  sin  vida  que  no  dará  de  sí 
ninguna  nueva  formación,  ningún  efecto  diná- 
mico ó  resultado  vivo;  si  por  el  contrario  poseen 
afinidad  electiva  se  unirán  para  producir  bellas 
y  fecundas  y  siempre  nuevas  manifestaciones  do 
su  existencia  y  de  su  vida;  que  por  esto  se  ha 
dicho  siempre  en  sentido  recto  y  figurado  que 
«es  el  amor  fuente  de  la  vida.»  Este  quimisiiio 
moral  que  no  explica  (por  la  naturaleza  inefa- 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


635 


ble  del  sentimieuto  irreducible  por  completo  á 
análisis  intelectual)  porque  un  hombre  ama  á 
una  mujer  que  prefiere  á  todas  las  demás  y  no 
á  otra,  y  á  la  inversa,  es  lo  que  se  denomina 
usualmente  la  corriente  secreta  de  la  simpatía, 
que  si  se  inicia  en  una  inclinación,  evoluciona  y 
concluye  en  el  amor. 

Después  de  Erixímaco  habla  Aristófanes,  que 
en  la  aparencia  se  opone  y  realmente  confirma 
la  idea  de  aquel.  «Unión  de  los  contrarios»  ha- 
bía definido  el  amor  Erixímaco  y  Aristófanes 
dice  que  es  «unión  de  los  semejantes.»  Es  eviden- 
te que  los  contrarios  se  unen  en  algo  semejante 
y  este  punto  de  vista  nuevo,  que  en  realidad 
confirma  el  anterior,  es  el  que  examina  el  poeta 
cómico  y  lo  explica  con  el  mito  de  los  avdróginnit. 
Eran  los  andróginos  dobles,  unidos  por  el  ombli- 
go, con  cuatro  brazos,  cuatro  piernas,  dos  sem- 
blantes en  una  misma  cabeza,  opuestos  el  uno  al 
otro  y  vueltos  de  espalda,  dobles  los  órganos  de 
la  generación  y  colocados  del  lado  del  semblan- 
te por  bajo  de  la  espalda.  Al  sentir  amor  el  uno 
por  el  otro,  engendraban  sus  semejantes,  dejan- 
do caer-  la  semilla  en  la  tierra  como  las  cigarras, 
Júpiter  resolvió  dividir  estos  andróginos,  hacien- 
do de  uno  dos  y  desde  entonces  la  generación 
se  hizo  mediante  la  unión  del  varón  con  la 
hembra. 

Reproducido  se  halla  este  mito  por  algunos 
naturalistas  y  filósofos  alemanes  (Oken  y  Krau- 
se)  al  considerar  el  cuerpo  del  hombre  y  de  la 
mujer  como  dos  mitades  que  al  abrazarse  recons- 
tituyen el  todo  íntegro  y  completo,  del  cual 
primitivamente  proceden.  Admitido  se  halla 
también  por  la  sabiduría  popular  cuando  estima 
varón  y  mujer  respectivamente  como  las  medias 
naranjas  que  se  completan  de  modo  recíproco; 

Al  término  del  diálogo,  todos  se  disponen  á 
oir  á  Sócrates,  que  considera  el  amor  ser  inter- 
medio entre  el  mortal  y  el  inmortal,  un  demo- 
nio, cuya  función  propia  consiste  en  servir  de 
intérprete  entre  los  dioses  y  los  hombres,  lle- 
vando de  la  tierra  al  cielo  los  votos  y  el  ho- 
menaje de  los  mortales  y  del  cielo  á  la  tierra 
las  voluntades  y  beneficios  de  los  dioses.  Hijo 
el  amor  del  dios  de  la  abundancia  Posos  y  de 
la  pobreza  Penia,  tiene  por  aspiración  final  lo 
bello  y  el  bien.  Ama  lo  bello  el  que  desea  po- 
seerlo y  producirlo  para  perpetuarlo;  el  que  as- 
pira á  la  inmortalidad,  enamorándose,  en  una 
gradual  evolución,  de  la  belleza  del  cuerpo  pri- 
mero, de  la  del  alma  después  y  finalmente  de 
la  superior  que  es  la  de  la  inteligencia. — Queda 
así  elevada  la  teoría  del  amor  á  su  más  alto  y 
superior  sentido  moral,  pues,  en  último  término 
para  Sócrates  y  Platón  el  amor,  sublimado  y 
depurado  de  la  escoria  de  la  pasión,  es  el  amor 
de  lo  bello  y  de  lo  bueno,  identificados  con  la 
verdad. 

Ya  se  puede  colegir  por  la  exposición  de 
esta  teoría  cuanto  ha  influido  la  poderosa  intui- 
ción del  filósofo  griego  en  la  manera  de  ser  con- 
cebido y  aun  sentido  el  poderoso  afecto  del 
amor  en  todo  el  largo  trayecto  de  la  cultura 
cristiano-europea.  Podrá  apreciarse  el  eco  de  la 
doctrina  platónica,  recordando  que  hasta  los 
mitos,  con  que  da  relieve  y  plasticidad  á  sus 
ideas,  persisten  como  emblemas  vivos  á  través 
de  las  transformaciones  y  cambios  que  fe, 
creencias  y  aspiraciones  han  .sufrido. 

U.  González  Serrano. 


-*- 


HISTORIA  DE  DOS  NOTAS 


Kl  jilmn  es  un  ncnrde 
ílcltrnzón  y  <-l  s<  nti* 
miento. 

(Kl  Autob.í 


Nacieron  en  pobre,  sí,  pero  grande  y  hon- 
rado aposento;  habían  sido  arrancadas  de  un 
miserable  vioHn  con  más  nños  que  agujeros  y 
hendiduras  tenía. 

Al  elevarse  en  el  espacio,  decían: 


— ¡Oh,  Dios  mío!  Comenzamos  ya  á  vivir... 

— Tan  pobres  hemos  nacido  que  nadie  for- 
mará con  nosotras  acorde  alguno;  nuestro  oi'i- 
gen  es  despreciable. 

— Pues  qué,  ¿acaso  nuestro  origen  turbará 
nuestra  dicha?...  Somos  puras...  hemos  sido 
concebidas  por  una  inteligencia  sublime. 

Vagando  y  subiendo  iban  las  infelices  notas 
traspasando  todo  cuanto  se  oponía  á  su  paso. 


II 


Tanto   ascendieron,   que   Dios    las    llamó  y 
dijo: 


— Mirad,  pobres  é  infortunadas  notas,  os  voy 
á  dar  un  consejo:  idos  otra  vez  á  la  tierra,  bus- 
cad un  alma  pura  y  naciente,  penetrad  en  ella 
y  formad  la  base  de  un  corazón  modelo,  de  una 
imaginación  ardiente,  de  una  inteligencia  artís- 
tica, en  fin.  Os  cabrá  la  satisfacción  de  haber 
sido  vosotras  causa  de  aquel  portento  de  belle- 
za... no  viviréis  errantes... 

1    — ¡Ah,  Dios  mío!   Seríamos  arrojadas  en  el 
pentagrama. 

— No,  queridas;  hay  en  el  hombre'  un  amor 
que  nace  con  él,  que  no  es  para  nadie  y  es  para 
todos;  pues  bien:  así  hay  en  los  músicos  unas 
notas,  íuente  de  las  demás,  notas  que  quedan 


UNA   DECLARACIÓN 


siempre  en  el  alma,  notas  que  no  son  para  tal  ó 
cual  pentagrama,  sino  para  todos  los  del  Uni- 
verso... Andad,  pues,  idos  y  sed  felices. 

— Así  sea,  querido  Padre. 

Diciendo  esto  en  incomparable  dúo,  las  notas 
se  fueron;  llegaron  otra  vez  á  la  tierra  y  posá- 
ronse en  el  tiernísimo  cerebro  de  un  niño  aca- 
bado de  nacer. 

¿Habrán  sido  felices? 

ni 

Pasaron  años. 

El  niño,  desarrollado  ya,  y  convertido  en 
hombre,  fué  uno  de  *los  mejores  músicos  de  su 
tiempo,  y  murió  después  de  haber  terminado 
una  preciosa  composición,  que  dejó  extraordi- 
nario recuerdo  entre  sus  contemporáneos  y  des- 
cendientes. 


IV 


Las  notas,  á  la  muerte  del  notable  músico, 
vagaron  algún  tiempo  sobre  este  valle  de  risas 
y  lágrimas,  y  volvieron  suspirando  á  dar  á  Dios 


la  bella  nueva  de  haber  conseguido  su  ob- 
jeto. 

— ¿Y  el  alma  de  que  formabais  parte? — les 
interrogó  el  Sabio  de  los  sabios. 

— Estamos  confundidas  en  ella. 

Al  decir  esto,  sonó  en  el  espacio  una  melodía 
que  hubieran  envidiado  los  ángeles  cuando  co- 
rren por  la  inmensidad  en  concierto  mágico. 

— Yo  soy  la  nota  de  su  sentimiento. 

• — Yo  la  de  su  razón. 

Oyóse  un  beso  en  sublimes  acordes,  como  los 
que  bullen  un  momento  en  la  imaginación  de 
un  músico,  y  no  vuelven  jamás,  acordes  que  no 
es  posible  trasladar  al  papel. 

Dios  las  condujo,  y 


V 


Nuestra  vista  humana  no  alcanza  más.  Gra- 
cias si  tal  vio. 

CORCELIO. 


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638 


LA  EL-USTRACION  IBEBICA 


E  PROYECTADO  PALACIO 


GOBIERNO  CIVIL  DE  BARCELONA 


Hemoe  tenido  ocasión  de  ver,  antes  de  ser  re- 
mitidos á  Madrid,  los  planos  de  las  obras  de  re- 
forma y  ensanche  del  edificio  conocido  hoy  por 
la  Aduama  y  no  podemos  menos  de  felicitar  á 
nuestra  dignísima  primera  autoridad  civil,  ex- 
celentísimo Sr.  D.  Luís  Antúuez,  por  su  inicia- 
tiva y  fortuna  al  dar  forma  al  pensamiento  de 
convertir  aquella  hoy  deteriorada  fábrica  en  un 


magnifico  palacio  donde  estarán  centralizadas 
todas  las  dependencias  de  Gobernación  y  To- 
mento, con  no  poca  comodidad  del  público  y 
ventaja  del  buen  servicio.  Desalojadas  de  allí 
la  Delegación  de  Hacienda  y  la  Aduana  y  en- 
sanchada su  capacidad  con  los  16.(X)0  palmos  de 
terreno  obtenidos  avanzando  hasta  la  Huea  que 
ocupaba  el  ex-Palacio  Real  resultará  una  obra 
verdaderamente  monumental,  que  honrará  á 
Barcelona,  á  pesar  de  lo  cual  y  gracias  al  incan- 
sable empeño  puesto  por  el  señor  Aotúnez  en 
su  realización  podrá  ser  muy  pronto  un  hecho 
sin  el  menor  gravamen  para  nadie. 

Los  arquitectos  señores  D.  Salvador  Vinyals 


VERONA:  PORTAL  DE  LA  IGLESIA  DE  SAN  ZENO 


y  D.  José  Domenech  y  Estapé,  secundando  los 
levantados  propósitos  del  señor  gobernador  han 
desarrollado  admirablemente  el  pensamiento  de 
convertir  la  actual  Aduana  en  lo  que  las  necesi- 
dades modernas  exigen  que  sean  un  Gobierno 
Civil  de  la  importancia  del  de  Barcelona;  res- 
petando la  típica  arquitectura  exterior  de  la 
Adnana  han  reformado  la  actual  distribución 
interior  de  la  más  feliz  manera,  al  objeto  de 
que  puedan  tener  holgada  cabida  allí  todas,  ab- 
solutamente todas  las  oficinas  y  servicios  del 
ramo  y  no  sólo  esto,  sino  que  en  determinados 
casos  no  pueda  desearse  más  suntuoso  local 
para  grandes  recepciones  etc.,  etc. 

El  señor  Antúnez  cuyo  mando  en  esta  pro- 
vincia se  recordará  siempre  con  rarísima  satis- 
facción, ha  añadido  un  nuevo  motivo  á  los  mu- 
chos que  tienen  los  barceloneses,  sin  distinción 
de  partidos,  para  felicitarse  de  tener  á  su  frente 
tan  excelente  antoridad,  así  como  para  felici- 
tarle nna  vez  más  por  su  brillante  gestión  y  fe- 
cunda iniciativa. 

O. 


NUESTROS  GRABADOS 


COSICHDO   ROSAS 

Es  «Uta  una  ocupación  de  las  más  agradables,  pero  que  de 
cada  día  se  va  perdiendo  más  en  las  ciudades,  donde  todo  se 
compra  hecho  desde  el  amor  hasta  los  ramilletes.  En  cuanto 
■1  grabado  es  lindísimo  y  la  protagonista  un  modelo  de 
suave  belleza. 

HISTKISS   ARTOrKlTTI   BTIBMKO 

Trátase  de  una  famosa  cantante,  muy  popular  en  Inglate- 
rra. Nacida  en  Norte  América,  de  una  familia  de  ilustre  abo- 
lengo, es  actualmente  esposa  amante  y  madre  cariñnsisImB, 
no  desdeñando  por  los  lisonjeros  haliigos  de  la  gloria,  las 
dulzuras  det  hogar,  vi^g  que  como  artista  dramática,  descue- 
lla como  conceltista,  y  posee  una  voz  de  contralto  verda- 
deramente notable.  Ks  bella,  tiene  talento  y  viste  con  tal 
sencillez,  que  casi  nunca  se  la  ve  usar  Joyas;  siendo  sus  pre- 
dilectos adornos  loa  violetas  naturales. 

BII.B40:  ii.nurmcidV  dil  pdinti  del  arkicil 

LA   KOCIIS    DEL    12    DE     BETIEUIIKI  ,     AL   REOSESAB   DI 
PORTCOALETI   8.    ».   LA    KEIKA    RIOENTE 

Dibujo  de  Atatla,  tegún  un  apunte  del  señor  D,  J.  liartituz 

Hé  aquí  en  qué  términos  describe  el  distinguido  periodista 
D.  Miguel  Moya,  la  iluminación  de  la  ría  de  Bilbao  en  la 
ocasión  dtada  más  arriba: 


«Imposible  Imaginarse  nada  semejante,  ni  hay  medios  de 
describirlo.  Todos  confesaban  no  haber  presenciado  Jamás 
nada  igual.  Muchos  decían  que  puede  hacerse  uu  viaje  desde 
Madrid  solamente  por  ver  el  espectáculo. 

Los  más  eruditos  recordaban  que  las  famosas  fiestas  de  las 
bodas  del  l>ux  de  Veuocla,  doblan  ser  algo  semejante. 

Puede  decirse  que  desde  Portugalete  hasta  el  puente 
nuevo  de  Bilbao,  habia  más  de  cuatro  millonea  de  luces. 

La  falúa  de  la  reina  tenia  algo  de  la  aristocrática  góndola 
veueciaua  y  algo  también  de  los  antiguos  navios  reales.  Se 
llama  l'úcai/a ,■  tiene  una  hermosa  cámara  alfombrada  de 
terciopelo  doude  pueden  colocarse  varias  butacas.  Va  tripu- 
lada por  veinte  remeros. 

Cuaudo  sall(^  de  Portugalete  era  ya  de  noche;  una  noche 
tibia  y  serena. 

Los  balcones  de  las  casas  que  tienen  vistas  al  mar,  estaban 
adornados  con  colgaduras  y  lucían  preciosos  farolillos.  Eu  la 
ría  centenares  de  barquillas  con  banderas.  Iluminábanse 
también  las  lauchas,  de  las  que  parllau  sin  cesar  bombas  y 
cohetes. 

En  el  muelle  agolpábanse  para  ver  la  comitiva  millares 
de  personas.  ¡Qué  auimacióul  ¡Qué  ruldol 

La  derecha  del  camino  de  Portugalete  ofrecía  un  aspecto 
sorprendente.  Las  fábricas  cou  sus  hornos  enceudldos,  sus 
embarcaderos  cubiertos  de  arcos  Iluminados  por  caprichosos 
Juegos  de  luz.  La  izquierda,  camino  Arenas,  velase  ilumina- 
do en  su  linea  de  14  kilómetros  por  faroles  de  los  carruajes 
particulares  y  coches  tranvías. 

Los  altos  hornos  encendidos  daban  al  cuadro  mágico 
aspecto,  üuo  de  los  sopletes  de  la  fábricade  acero  de  Ibarra, 
iluminaba  la  ría  como  si  fuera  un  poderoso  foco  de  luz 
eléctrica 

En  la  Orconera  aparecía  hecho  en  cerilla  el  escudo  de 
España  tan  primoroso  que  semejaba  uu  bordado  sobre  ter- 
ciopelo ó  una  obra  de  Incrustaciones  de  Eibar.  Fué  miy 
aplaudido. 

Todos  los  vapores  anclados  en  la  ría  estaban  Iluminados: 
todos  saludaban  con  cohetes,  bengalas,  bombas  y  otros  fue- 
gos ariiflciales. 

Cerca  de  Bilbao  llamaban  mucho  la  atención  las  Uuml  ili- 
ciones de  la  fábrica  de  petróleo  de  Fourcade,  del  asilo  de  San 
Mames,  la  Universidad  católica,  el  palacio  de  Ibarra  y  otros 
edificios  particulares. 

Los  muelles  estaban  ocupados  por  Inmenso  gentío. 

Imposible  describir  el  aspecto  de  Bilbao  al  regreso  de  la 
comitiva.  Los  puentes  aparecían  dibujados  con  distintos 
colores;  uno  rojo,  otro  verde,  otro  azul.  El  Parque  de  artille- 
ría, el  Club  Náutico  y  algunas  casas  particulares  eran  como 
de  luces  de  colores. 

En  ambas  orillas  estaban  pue.- tos  todos  los  farolillos  que 
se  utilizaron  en  las  tiestas  de  Jubileo  de  la  reina  Victoria. 

A  las  nueve  de  la  noche  verlflcábase  el  desembarque. 

Bilbao  conservará  eterna  memoria  de  esta  fiesta  asombro- 
sa, que  sería  imposible  en  ninguna  otra  ciudad  de  Espaua. 
Cuantos  la  han  presenciado  diccu  unánimes  que  será  dificil 
ver  algo  semejaute. » 

uAlaoa:  las  fiestas  del  centenario  de  la  reconquista 

uoros  y  pajes 

Dibujo  de  Asarla,  según  las  fotogra/ias 

Brillante  aspecto  presentaba  la  cabalgata  histórica  repre- 
sentando la  entrada  de  los  Reyes  Católicos  en  Málaga,  que 
en  la  tarde  del  19  del  pasado  Agosto  recorrió  las  calles  de 
aquella  dudad:  -Injo  y  ostentación  como  eu  una  comedia  de 
m«gla,'  decía  el  Sr.  D.  E.  de  Palacio. 

Bandas  de  soldados,  moros  cautivos,  el  clero,  la  corte, 
palafreneros,  un  catapulta  y  bombardas  formaban  el  cortejo, 
que  presentaba  un  aspecto  deslumbrador  y  en  extremo  bello. 

Las  lucientes  armaduras,  los  vistosos  plumeros,  ondulando 
sobre  brillantes  cascos,  las  dalmáticas,  sobrevestes  y  bien 
guarnecidos  toneletes,  las  lorigas,  calzas,  cotas,  adnrgas, 
guanteletes,  mandobles,  cimitarras,  turbantes,  alquiceles, 
pendones,  ballestas  y  venablos,  que  trocaban  los  hombres 
del  siglo  XIX  en  valerosos  adalides  del  siglo  xv,  parecía  una 
de  esas  escenas  descritas  en  los  cuentos  fantásticos. 

Los  jóvenes  de  la  sociedad  mal>igneñ  i  más  distinguida 
vestían  de  capitanes  y  magnates. 

La  ciudad  toda  engalanada . 


Esto  es  el  campo  cuando  se  le  mira  sin  ánimos  de  ver  eu 
él  nada  más  que  un  teatro  de  incestos,  violaciones,  borra- 
cheras y  demás  ameni'lades  atfson'intes.  Al  descubrir  un  rincón 
como  ese, -que  es  de  todo  punto  auléiitlco— piensa  uno  mejor 
en  ondinas  y  silvanos  que  no  en  moustruosos  y  repuLrtiaules 
campesinos  y  antes  croe  oír  resouar  la  fiauta  de  Pan  que  no 
aquellos  sonidos  «cAocAríwff,  que  son  ai  parecer  la  última  pa- 
labrad^  cierto  fabricante  de  novelas. 

LDOANO   Y   .MONTE    8A1.V1TORB 

Tiene  el  lago  de  Liig^mo  cinco  leguas  de  longitud  yior  una 
anchura  media  de  media  legua  y  se  halla  á  285  metros  de 
elevación  sobre  el  nivel  del  mar  y  á  58  sobre  el  lago  Mayor, 
en  el  cual  desagua.  Aunque  Lugano  es  una  ciudad  suiza, 
capital  del  cantón  de  Tesino,  tiene  todo  el  aspecto  de  una 
población  italiana,  apareciendo,  vista  desde  orillas  del  lago, 
rodeada  de  Jardines,  viñedos  y  elegantes  casas  de  campo. 


IxA.  ILU8TBACI0N  IBÉRICA 


639 


TIPOS    JAPOMESIB 

D€  fotografía 

Creemos  que  nuestros  lectores  verán  con  el  mayor  gusto 
estas  bellas  reproducciones  que  dan  á  conocer  en  toda  su 
exactitud  las  maneras'y  tipos  de  la  gente  del  Japón. 

APABICIÓV    INKSPIRjtD\ 

Las  dos  señoras  iban  de  paseo  c<iandn  una  de  ellas  se  sin- 
tió repentinamente  Indispuesta;  aqui  de  la  otra  dando  giitos 
de  socorro,  y  en  efecto,  apareció  cierto  cabnliero  que  se 
dedicaba  asimismo  á  VHgar  por  aquellos  andurriales.  Empero 
¿cuál  no  sería  la  confusión  de  las  dos  expedicionarias  cuan- 
do reconocieron  en  el  lecién  llegado  al  hombre  con  quien 
más  enemistadas  estaban  por  cuestión  de  una  herencia?  Él, 
sin  embargo,  no  reveló  ia  menor  acritud  y  aun  ¿quién  sabe 
si  de  aquella  hecha  el  pleito  no  quedarla  arreglado,  transi- 
giéudose  todo  mediante  un  casamiento? 

El  dibujo  es  muy  bonito  y  revela  perfectamente  la  situa- 
ción de  cada  personaje. 

CNA    DICLARACIÓN 

Linda  escena,  que  agradará  seguramente  á  cuantos  cole- 
gas de  los  protagonistas  la  vean,  y  aun  á  aquellos  que  ha- 
biendo dejado  ya  de  serlo,  recuerdan,  sin  embargo,  los  dias 
felices  en  que  hacían  declaraciones. 

SAN   SEBASTIAN:    iA    CONCHA 

Dthujo  de  P.  y  Valor 

Al  pié  del  monte  Orgullo  y  semejante  á  una  náyade  que 
acabase  de  surgir  de  las  profundidades  del  mar,  aparece  á  los 
ojos  del  viajero,  bellísima,  nítida,  risueña  la  ciudad  de  San 
Sebastián. 

Celebrada  siempre  por  la  hermosura  y  regularidad  de  sus 
calles,  ha  Ido  en  estos  últimos  tiempos  convirtiéndose  la  ca- 
pital guipuzcoana  de  preciosa  bonboniere  t  n  suntuosa  estación 
balnearia,  gracias  á  su  incomparable  playa  de  la  Concha,  pu- 
diendo  asegurarse  hoy  que  existen  en  Europa  pocas  ciudades 
que  puedan  eomp»rar^e  eu  San  Sebastiáu  como  centro  de 
animación  y  agradable  sitio  donde  pasar  el  verano. 

UN  KNTEEaCTO 

Estamos  en  el  teatro  de  San  Jaime,  uno  de  los  más  aristo- 
cráticos de  Londres;  puede  figurarse  el  lector  que  cada  uno 
de  esos  señores  es,  cuando  menos,  millonario,  director  de 
un  periódico  ó  colega  de  Mr.  Parnell;  ¡txcustz  du  pe«/ La  con- 
signa de  preseutarse  de  rigurosa  etiqueta  se  cumple  Inexo- 
rablemente y  de  ahí  que  la  sala  aparezca  siempre  hecha  una 
ascua  de  Oi  o.  En  cuanto  á  lo  que  representarán  ahí  proba- 
blemente no  valdrá  la  pena  de  escucharlo,  pues  si  los  ingle- 
ses son,  como  creo  yo,  los  primeros  novelistas  del  mundo,  en 
cuanto  á  autores  dramáticos  están  todavía  peor  que  nosotros 
que  ts,  cieilameute,  todo  lo  mal  que  se  puede  estar. 

VKRONa  :     PÜI{T.«I.   1)K    I.A    IGLESIA    UK   S^N    ZBNO 

Es  la  más  curiosa  de  cuantas  iglesias  contiene  la  ciudad; 
coinenziida  por  uu  hijo  de  Carlomfigno  y  restaurada  por  el 
emperador  alemán  Otón  I,  data,  siu  embargo,  en  su  mayor 
parte,  del  siglo  xii.  Ese  portal,  que  se  remonta  á  los  prime- 
ros tiempos  de  la  construcción  del  templo,  es  un  notabili 
simo  ejemplar  de  la  barbarie  en  que  había  caído  la  escultura 
("urante  la  decadencia  cariovlngla  y  las  invasiones  húngaras. 

SALA    DE    FUUAB   EN   LA     SOCIEDAD    DE    ARTISTAS   DE    LONDRES 
EN   NEWMAN   STREET 

Más  que  por  la  importancia  del  asunto  descuella  este  gra- 
bado como  obra  de  arte  singularmente  notable,  ya  que  cons- 
tituye un  dibujo  de  primer  orden,  lleno  de  color  y  luz.  El 
fautor  quiso  rendir,  sin  duda,  un  tributo  de  admiración  á  sus 
compañeros  de  fumar  reproduciendo  el  aspecto  del  salón 
con  tanto  esmero  y  brillantez  como  si  se  tratase  de  un  di- 
bujo destinado  á  la  posteridad. 


A    MI  MADRE 


¡Madre!  ¡Madre  mil  vece.s!  ¡Madre  mía, 

que  cariñosa  un  día 
me  adormiste  en  tu  cómodo  regazo! 
¡Madre  llena  de  amor,  que  en  tu  embeleso 

me  diste  un  dulce  beso 
de  tu  lado  al  partir,  y  un  fuerte  abrazo! 

Oye  la  débil  voz  de  tu  hijo  ausente 

que  .sabe  balbuciente 
¡madre!  clamar  como  cuando  era  niño; 
oye  el  eco  vibrar  de  mis  canciones 

con  santas  efusiones 
de  ternura,  de  paz  y  de  cariño. 

Pero  madre...  no  sé  ya  cómo  canto 
cuando  me  arraso  en  llanto, 
y  todo,  de  tí  ausente,  encuentro  frío, 
ni  cómo  puedo  hallar  voz  tierna  y  pura 

no  oyendo  la  dulzura 
con  que  sabes  decir: — ¡Dulce  hijo  mió! 


Porque  nada  yo  encuentro,  nada,  madre, 

que  á  mis  delicias  cuadre 
ni  me  dé  más  ventura  y  alta  palma, 
que  el  oírte  exclamar  con  regocijo 

tan  cariñosa, — ¡Hijo! — 
para  decirte  yo: — ¡Madre  del  alma! 

¡Hijo  mío!  y  ¡ay  madre!...  Dos  palabras 

con  que  mi  dicha  labras 
teniéndolas  continuo  en  nuestros  labios 
que  nos  llevan  de  amor  hasta  el  exceso 

y  el  plácido  embeleso 
ni  los  grandes,  comprenden,  ni  los  sabios. 

¿Qué  es  del  hombre  sin  madre  cariñosa 

que  angélica  reposa 
los  fantásticos  sueños  de  la  mente? 
¿Cómo  el  hombre  hallar  puede  paz  cumplida 

sino  ha  visto  en  su  vida 
tiernos  labios  posar  sobre  su  frente? 

[Ay,  huérfano  infeliz!  Huérfano  triste 

que  en  otro  tiempo  viste 
recogiendo  una  madre  tus  suspiros, 
y  hoy  solo...  solo  ya,  te  hallas  cual  ave 

sin  nido,  que  no  sabe 
hacia  dónde  tender  sus  raudos  giros. 

Huérfano...  ¡Ay!  En  tu  dolor  me  espantas 

cuando  la  voz  levantas 
clamando  «madre,  madre,»  en  tus  dolores, 
y  no  ves  una  madre  que  volando 

se  acerque  y  derramando 
sobre  tí  la  efusión  de  sus  amores... 

¡Cuánto  soy  yo  feliz!  ¡Cuánto  dichoso 

al  llamar  cariñoso 
«madre,  madre,»  en  mi  triste  desconsuelo 
y  verla  que  se  acerca  tan  precisa 

con  su  blanda  sonrisa 
vertiendo  en  mí  raudales  de  consuelo! 


¡Oh  Dios!...  Pues  que  la  ves  en  el  ocaso 

de  la  vida,  su  paso 
casi  inseguro,  con  tu  mano  guia, 
conservádmela.  ¡Cielos!  mientras  tanto 

que  yo  en  mi  pobre  canto 
.mil  veces  la  bendigo  ¡oh  madre  mía! 


EzEQUiEL  Solana. 

-* 


LOKIS 


(CONTINUACIÓN) 

— El  señor  profesor, — dijo  el  conde, — viene  á 
quejárseos  de  la  señorita  Juliana  que  le  ha  he- 
cho una  mala  pasada. 

— Es  una  niña,  señor  profesor,  hay  que  per- 
donárselo. A  menudo  me  desespera  con  sus 
locuras.  A  los  diez  y  seis  años  era  yo  más  razo- 
nable que  no  lo  es  ella  á  veinte;  pero  en  el  fondo 
es  una  buena  muchacha  y  posee  cualidades  só- 
lidas. Es  buena  música,  pinta  divinamente 
flores,  habla  igualmente  bien  el  francés,  el  ale- 
mán y  el  italiano...  Borda... 

— ¡Y  hace  versos  jmudos! — añadió  el  conde 
riendo. 

— ¡Es  incapaz  de  ello!  —  exclamó  madame 
Dowghiello  á  quien  hubo  que  explicarle  la  tra- 
vesura de  su  sobrina. 

Madame  Dowghiello  era  instruida  y  conocía 
las  antigüedades  de  su  país.  Su  conversación 
me  agradó  singularmente.  Leía  mucho  nuestras 
revistas  alemanas  y  tenía  nociones  muy  sanas 
sobre  la  lingüística.  Confieso  que  no  me  di 
cuenta  del  tiempo  que  la  señorita  Iwinska 
tardó  en  vestirse,  pero  pareció  largo  al  conde 
Szemioth,  que  se  levantaba,  volvía  á  sentarse, 
miraba  á  la  ventana  y  tecleteaba  con  sus  dedos 
en  los  cristales  como  un  hombre  que  pierde  la 
paciencia. 

Por  fin,  al  cabo  de  tres  cuartos  de  hora,  apa- 
reció, seguida  de  su  aya  francesa,  la  señorita 
Juliana,  llevando  con  gracia  y  aplomo  un  traje 
cuya  descripción  exigiría  conocimientos  muy 
superiores  á  los  míos. 

— ¿No  estoy  bonita? — preguntó  al  conde,  vol- 


viéndose lentamente  sobre  sí  misma  para  que 
pudiese  verla  de  todos  lados. — No  nos  miraba 
ni  al  conde  ni  á  mí;  miraba  su  traje. 

—  ¡Cómo,  lulka! — dijo  madame  Dowghiello, 
— ¿no  le  das  los  buenos  días  al  señor  profesor, 
que  está  muy  quejoso  de  tí? 

— ¡Ah!  ¡Señorprofesor! — exclamó  ella  con  una 
muequecita  encantadora. — ¿Pues,  qué  he  hecho 
yo  de  malo?  ¿Por  ventura  queréis  ponerme  en 
penitencia? 

— Nosotros  seríamos  los  que  nos  pondríamos 
si  nos  privásemos  de  vuestra  presencia,  seño- 
rita,— le  respondí. — Estoy  muy  lejos  de  que- 
jarme, antes  al  contrario,  me  felicito  de  haber 
sabido,  gracias  á  vos,  que  la  musa  lituana  re- 
nace más  brillante  que  nunca. 

Ella  bajó  la  cabeza  y  poniéndose  las  manos 
delante  la  cara,  teniendo  cuidado  de  no  des- 
arreglarse el  peinado,  exclamó: 

— Perdonadme,  no  volveré  á  hacerlo  más, — 
con  el  tono  de  un  niño  que  acaba  de  robar  unos 
dulces. 

— No  os  perdonaré,  querida  Pañi, — le  dije, 
— hasta  que  ha3'áis  cumplido  cierta  promesa 
que  tuvisteis  á  bien  hacerme  en  Wilno,  en  casa 
de  la  princesa  Katazyna  Paf. 

— ^¿Qué  promesa? — dijo  ella  levantando  la  ca- 
beza y  riendo. 

— ¿Lo  habéis  olvidado  ya?  Me  prometisteis 
que  si  volvíamos  á  encontramos  en  Samogicia 
me  haríais  ver  cierta  danza  del  país  de  la  cual 
contabais  maravillas. 

— ¡Ah!  ¡La  rosalka!  Estoy  deliciosa  en  ella, 
y  hé  ahí,  justamente,  el  hombre  que  me  conviene. 

Corrió  á  una  mesa  donde  había  cuadernos  de 
música,  hojeó  precipitadamente  uno,  lo  puso  en 
el  pupitre  de  su  piano  y  volviéndose  á  su  aya 
dijo: 

— Tened,  cara  amiga,  allegro  presto. — Y  tocó 
ella  misma,  sin  sentarse,  el  ritonielo  para  indi- 
car el  movimiento. — Venid  aquí,  conde  Miguel, 
sois  demasiado  lituano  para  no  bailar  bien  la 
rosalka...  pero,  bailad  como  un  campesino  ¿en- 
tendéis? 

Madame  Dowghiello  insinuó  una  reprensión, 
pero  en  vano.  El  conde  y  yo  insistimos.  El  te- 
nía sus  razones,  puesto  que  su  papel  en  este 
paso  no  era  de  los  más  agradables,  como  se  verá 
pronto.  El  aya,  después  de  algunos  ensayos, 
dijo  que  creía  poder  tocar  esta  especie  de  vals, 
por  extraño  que  fuese,  y  la  señorita  Iwinska, 
después  de  haber  apartado  algunas  sillas  y  una 
mesa  que  hubieran  podido  estorbarla,  cogió  á 
su  caballero  por  el  pescuezo  y  le  condujo  en 
medio  del  salón. 

— Sabed,  señor  profesor,  que  yo  soy  una 
rosalka,  para  serviros. — Hizo  una  gran  cortesía. 
— Upa  rosalka  es  una  ninfa  de  las  aguas.  Hay 
una  en  todas  esas  charcas  llenas  de  agua  negra 
que  embellecen  nuestros  bosques.  ¡No  os  acer- 
quéis á  ellas!  La  rosalka  sale,  más  linda  aún 
que  yo,  si  esto  es  posible;  se  os  lleva  al  fon- 
do, donde  según  todas  las  apariencias,  se  os 
zampa  .. 

— ¡Una  verdadera  sirena! — exclamé  yo. 

— El, — continuó  la  señorita  Iwinska,  seña- 
lando al  conde  Szemioth, — es  un  joven  pescador, 
muy  botarate,  que  se  expone  á  mis  garras,  y  yo, 
para  hacer  durar  el  placer,  voy  á  fascinarle 
bailando  un  poco  á  su  alrededor...  ¡Ah!  Pero 
para  hacerlo  bien  me  sería  menester  un  sara- 
fan  (1).  ¡Qué  lástima!  Tendréis  á  bien  excusar 
este  traje  que  no  tiene  carácter,  color  local... 
¡Oh!  Y  llevo  zapatos...  Imposible  bailar  la  ro- 
salka con  zapatos...  ¡Y  aun,  con  tacones! 

Levantó  su  vestido  y  sacudiendo  con  mu- 
cha gracia  su  lindo  piececillo,  á  riesgo  de 
enseñar  un  poco  la  pierna,  arrojó  su  zapato  al 
extremo  del  salón.  El  otro  siguió  al  primero,  y 
ella  quedó   sobre  el  parquet  con  sus  medias  de 


— Todo  está  á  punto, — dijo  al  aya,  y  empezó 
la  danza. 

La  rosalka  gira  y  regira  al  rededor  de  su  ca- 
ballero; él  extiende  los  brazos  para  alcanzarla; 
ella  pasa  por  debajo  de  ély^se  le  escapa.  Eso  es 


(1)    Traje  de  las  labradoras,  sin  corpino. 


&40 


LA  ILUifEBAGION  IBÉRICA 


mny  gracioso,  y  la  música  tiene  movimiento  y 
originalidad.  La  fignra  termina  cuando  el  caba- 
llero, creyendo  coger  á  la  rosalka  para  darle  un 
beso,  da  ella  nn  salto,  le  pega  en  la  espalda  y 
cae  él  á  sus  pies  como  muerto...  Pero  el  conde 
improvisó  una  variante,  que   fué  coger  á  la  p¡- 


carilla  en  sus  brazos  y  darla  contante  y  sonan- 
te un  beso.  La  señorita  Iwinska  lanzó  un  ligero 
grito,  se  ruborizó  mucho  y  fué  á  caer  en  un  sofá 
con  aire  enfadado,  quejándose  de  que  la  hubiese 
oprimido  como  un  oso,  que  no  era  más.  Vi  que 
la  comparación  no  le  gustó  al  conde,  porque  le 


recordaba  una  desgracia  de  familia;  su  frente 
se  oscureció.  En  cuanto  á  mí,  dlle  vivamente 
las  gracias  á  la  señorita  Iwinska  y  prodigué 
elogios  á  su  danza,  que  me  pareció  tener  un  ca- 
rácter de  todo  punto  antiguo,  recordándome  las 
danzas  sagradas  de  los  griegos.  Puí  interrum- 


SALA  DE  FUMAR  EN   LA  SOCIEDAD  D      ARTISTAS  DE  LONDRES,  NEWMAN-STREET 


pido  por  un  criado  anunciando  al  general  y  la 
princesa  Velíaminof.  La  señorita  Iwinska  dio 
un  brinco  desde  el  sofá  á  sus  zapatos,  hundió 
en  ellos  precipitadamente  sob  piececitos  y  co- 
rió  al  encuentro  de  la  princesa  á  quien  hizo 
ana  tras  otra  dos  profundas  cortesías.  Noté  que 


á  cada  una  de  ellas  enderezaba  mañosamente  el 
empeine  de  sus  zapatos.  El  general  traía  dos 
edecanes,  y  como  nosotros  venía  á  pedir  de 
comer.  En  cualquier  otro  país  pienso  que  una 
ama  de  casa  se  hubiera  visto  algo  embarazada 
para  recibir  á  la  vez  á  seis  huéspedes,  y  con 


buen  apetito;  pero  es  tanta  la  abundancia  y 
hospitalidad  de  las  casas  lituanas  que  la  comida 
no  se  retardó,  me  figuro,  ni  media  hora  siquiera. 
Únicamente  había  hartos  pasteles  calientes  y 
fríos. 

(Se  continuará.)  Traducción  de  A.  O. 


iBIDUSIliaill:  brtii,  3SS-3(7,  Eaaíi  Itliut,  Uittr. — StstrTaili»  los  derechos  de  propiedad  artística ;  literaria.— Las  reclanacioDes  en  Madrid,  al  represeotaoU  de  esta  Casa  D,  Haogel  Plá  j  Valor,  Apodaea,  10, 2.' 

)  INSÉRTESE  Ó  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  ( 


KitTABLsciMiBirro  TiPoaiUnco  os  B.  Bassoa.— Caixb  db  Viujumou.,  húm.  17  utsiutCHB  db  Sah  áktohió.— Bahcbloma. 


SEMANARIO     CIENTÍFICO.     LITERARIO     Y     ARTÍSTICO 


s>?s\C!' 


Año  V 


Barcelona  8  de  Octubre  de  1887 


Nmn.  249 


DAMA    VIENESA 


642 


LA  ILUSTr^ACION  IBÉRICA 


SUMARIO 

Tkxtu.— Ifadrid.  Ctariu  á  mi  prima,  por  Femanflor.— IM  tdt- 
Im  mUKite  (eontiniuaión),  por  Vicente  Blasco  Ibáñei.— 
JSipatMd»  wtariHma  de  Cádiz,  por  Patrocinio  de  Bledma. 
—Bbeio,  por  J.  F.  ««nm«rHn  y  Aguiíre.— fíMío^rq/io. 
por  Carlos  Mendoia.— JCmdtjra  (poeaia),  por  Cayetano  de 
Airear.— N'uestioB  (Trabados.— JfiMrfo  (poesía),  por  Enri- 
que Goniáleí  Qnesada.— ¿otü  (continuación),  por  Pnte- 
pero  Mcrlmée  (traduoción  de  A.  O.) 

GuaAOos.  —Dama  vienesa.— £90«<cii(i>  de  Beliat  Arle»  de  Pa- 
rit  lie  1887:  Herodlas. -ffilMo.  Festejos  con  motivo  del 
viaje  de  la  real  familia  (dos  grabados).- Recuerdos  del 
último  rey  de  Baviera  (tres  grabados).— podrid:  Expon- 
riin  general  dr  Filipina»  (cuatro  grabados).— El  canal.— 
Madrid.  Expotieión  Naeioital  de  BeOa»  Arte*  de  1887:  ITi- 
mavera.— Jfíi/apa.  Tjis  Qeslas  del  Tentenario  de  la  Rcoon- 
qoiatk:  Reyes  de  armas  y  peones  cristianos.— Expulsada. 
—Calle  Jorge,  en  HalifaT  (Kueva  Escocia). 


MADRID 


C>^.I%T.A.S     .A.     IkfZ     I>T<.n^  A. 


RECUERDOS  DEL  TEATRO  REAL 

E ANANA  sábado  se  inaugurará  la  tempo- 
rada del  regio  coliseo,  con  la  ópera  de 
gran  espectáculo  Ugonotti,  en  la  que  ha- 
rán sn  debut  la  Tetrazzini,  Marconi,  Giannini  y 
Blanchart,  tomando  parte  además  las  señoras 
Fabri,  De- Veré,  Gassull  y  Garrido  y  los  señores 
Uetam,  Silvestri,  etc. 

El  maestro  Mancinelli  dirigirá  la  orquesta. 

La  ópera  del  Real  y  los  toros  son  los  espec- 
táculos que  atraen  á  nuestra  sociedad  y  que  les 
obligan  á  dejar  sus  residencias  de  verano.  Ayer 
los  trenes  venían  ilenos  de  viajeros,  cuyo  pro- 
pósito era  asi.stir  á  la  corrida  en  que  tomaría  la 
alternativa  Guerrita;  boy  por  la  mañana  ha- 
brán llegado  los  últimos  abonados  del  Real  que 
.salieron  con  pretexto  del  calor.  Y  en  verdad 
que  si  quieren  tomar  el  fresco ,  no  necesitan 
quedai-se  en  el  Norte  de  España,  ni  en  el  Me- 
diodia  de  Francia.  Madrid,  á  estas  horas,  le 
ofrece  á  cualquiera  sus  más  fulminantes  pul- 
monías. 

Todo  pasa  para  el  cortesano  menos  el  teatro 
Real;  iba  yo  á  decir  menos  la  música,  pero  esto 
j'a  no  es  tan  evidente.  Es  el  edificio,  como  punto 
de  cita,  como  escaparate  de  la  hermosura,  de  la 
elegancia,  de  la  riqueza  de  la  vanidad,  lo  que 
atrae;  lo  que  fascina.  Es  preciso  que  concurra- 
mos á  este  sitio,  preferentemente,  si  no  quere- 
mos vernos  borrados  de  la  lista  de  las  notorie-. 
dades.  Caro  es,  sin  duda,  el  teatro  Real,  pero 
tan^^ién  da  utilidades  preciosas;  á  la  bella  y  al 
elegante,  y  al  rico  y  al  vano,  les  da  campo 
donde  triunfar,  donde  ser  admirados,  en  el  cual 
pueden  resplandecer  como  primoroso  engar- 
ce. Frecuentemente  censuramos  á  los  que  salen 
de  sa  esfera,  á  los  que  sacrifican  su  escaso 
dinero,  que  debieran  emplear  en  cosas  útiles, 
para  obtener  una  consideración  debida  sólo  á 
esas  vanas  apariencias...  ¿Pero  es  que  el  hombre 
á  quien  hace  dichoso  la  consideración  obtenida 
por  esas  apariencias  fingidas,  no  goza  tanto  con 
su  dicha  como  aquel  á  quien  da  el  mundo  úni- 
camente la  consideración  que  le  debe  de  toda 
realidad?  Goza  tanto  y  más  todavía.  Mas,  puesto 
que  no  la  merece.  El  ser  cursi,  cuando  siéndolo 
se  cree  no  serlo,  es  nn  manantial  de  profundísi- 
mas satisfacciones. 

Así,  pues,  no  es  la  música,  no  es  la  ópera,  no 
es  el  arte,  lo  que  al  teatro  Real  nos  lleva.  Es 
un  fursiliumo  espléndido;  allí  vamos  todos  por 
algo  brillante  y  falso  que  no  llevamos  con  nos- 
otros mismos,  qne  sólo  podemos  adquirir  ba- 
ñándonos en  aquella  atmósfera  dorada. 

¿Cómo  podrían  vivir  antes  las  gentes  sin 
ópera  y  sin  teatro  Real?  Esto  se  preguntan  mu- 
chas y  muchos  elegantes.  Madrid  mismo  no  se 
comprende  sin  su  teatro  italiano.  Han  pasado 
las  instituciones  y  cuando  él  ha  quedado  de- 
sierto, los  gobiernos,  lo  mismo  los  de  lu  monar- 


quía que  los  de  la  lepi'iblica,  han  dicho:  «¡El 
vacio  del  teatro  Real  nos  deshonra  en  el  mundo 
civilizado!»  }'  le  han  concedido  subvención  y  le 
han  llenado  de  burgueses,  vestidos  de  limpio. 
El  teatro  Real  es  inexpugnable;  es  más  que  una 
institución;  es  un  aforismo.  Representa  el  honor 
de  la  capital  de  España.  Se  puede  destruir  un 
edificio,  pero  no  demolir  una  frase. 

Su  misma  ya  respetable  antigüedad  lo  de- 
muestra; aunque  es  cierto  que  en  fundarle  se 
invirtió  casi  tanto  tiempo  como  lleva  de  efecti- 
vidad artística.  ¡Gran  constancia  solemos  poner 
en  aquellas  obras  de  que  esperamos  mero  de- 
leite! Ya  sabes  que  entre  las  ideas  in<is  pertina- 
ces de  nuestro  catolicismo  sin  mácula  está  lu 
de  fundar  una  catedral  nueva,  flamante,  debida 
completamente  á  la  iniciativa  de  los  madrile- 
ños... Relaciona  los  siglos  que  lleva  Madrid  de 
ser  pueblo  católico  y  verás  que  no  se  ha  dado 
gran  prisa  en  realizar  tan  loable  propósito.  En 
cambio  la  ópera,  en  España,  data, — si  hemos  de 
creer  á  Signorelli, — de  fines  del  siglo  pasado. 
No  parece  que  sea  tan  nueva;  ya  Carlos  II, — 
según  otra  opinión, — se  casó  con  música  italia- 
na; pero  ello  es  que  Madrid  contaba  con  dos 
teatros  nuevos,  bajo  los  auspicios  de  Isabel  de 
Farnesio  y  que  la  idea  de  un  teatro  magnifico 
para  ella  debía  ser  la  pesadilla  constante  de 
nuestros  reyes.  La  afición  de  los  reyes  aseguró 
la  afición  universal  de  este  pueblo;  que  de  ellos 
ha  recibido  siempre  órdenes,  modas  y  aficiones. 
Los  madrileños  somos  aficionados  artificiales; 
aquí  no  hemos  podido  aclimatar  la  zarzuela,  ni 
podremos  jamás  aclimatar  la  ópera  española 
Bajo  este  punto  de  vista  nos  distinguimos  de 
h)8  barceloneses  que  sostienen  compañías  de 
ópera  de  primera  importancia,  sin  que  su  ciu- 
dad sea  trono  de  reyes,  ni  centro  de  gobernar, 
ni  pretenda  regir  al  mundo  de  la  elegancia  y  la 
vanidad.  Esta  afición  de  los  catalanes  hacía 
que  el  mismo  Rossini  la  cita.se,  como  verdadera 
ciudad  de  la  música,  y  cuando  había  compuesto 
una  ópera  solía  decir:  ¡Esto  se  cantará  desde, 
Barcelona  á  Petersburgo!  Al  hablar  de  Madrid 
en  este  caso  Rossini  diría,  sin  duda:  ¡Los  en- 
treactos de  esta  ópera  harán  furor  en  Madrid! 
Porque  entre  los  filarmónicos  de  nuestro  teatro 
Real  lo  más  interesante,  lo  que  ellos  aman,  es 
los  entreactos. 

He  dicho  antes  que  se  tardó  mucho  tiempo 
en  construir  el  teatro  Real,  y  que  la  persisten- 
cia en  la  obra  manifiesta  el  empeño  que  pone- 
mos en  los  monumentos  de  nuestro  placer.  En 
efecto,  prima,  en  1818,  nada  menos,  se  emjxzó  á 
abrir  la  zanja  del  teatro  de  Oriente  bajo  la  di- 
rección del  arquitecto  D.  Antonio  López  Agua- 
do y  no  se  inauguró  hasta  el  19  de  Noviembre 
de  1850,  en  celebridad  de  ser  los  días  de  la  rei- 
na. Se  inauguró  con  La  Favontn,  habiéndose 
reunido  lo  mejorcito  de  los  cantantes  de  Euro- 
pa, para  mayor  brillantez  de  solemnidad  tan  es- 
perada. 

Mientras  tanto  que  el  teatro  se  alzaba  desde 
las  zanjas  hasta  el  techo,  habían  batallado  en 
Madrid  y  sobre  España  la  política  y  la  literatu- 
ra, reformando  las  instituciones,  las  costumbres 
y  los  trajes.  El  pueblo  había  sido  esclavo  y  ha- 
bía sido  soberano,  la  Inquisición  había  desapa- 
recido, los  franceses  habían  entrado,  había  muer- 
to Riego,  se  había  representado  La  pnta  de 
cnlrra  y  estaba  para  inaugurarse  el  ferrocarril  de 
Aranjuez.  Carlistas  y  liberales  se  despedazaban 
en  la  península  con  el  simple  objeto  de  que  sus 
jefes  se  reuniesen  después,  de  frac  y  guante 
blanco,  en  los  pasillos  del  teatro  y  aplaudiesen 
juntos  el  genio  de  los  compositores  y  la  voz  de 
los  cantantes  italianos.  Pero  mejor  que  por  es- 
tas citas  cronológicas  entenderás  bien  el  gran 
espacio  de  tiempo  que  duró  la  edificación  del 
Real  si  consideras  que  las  damas  reunidas,  por 
curiosidad,  á  ver  las  zanjas  del  futuro  coliseo, 
vestían  saya  de  alepín  con  fleco  de  cordonería 
de  media  vara,  con  golpes  y  hombreras,  toquilla 
de  tul,  mantilla  de  punto  redondo,  media  do 
seda  calada  y  zapatos  de  raso.  Por  supuesto,  lu- 
cían la  famosa  peineta.  ¿Qué  tal?  mírate  y  com- 
para tu  traje.  Cientos  de  figurines  han  mediado 
desde  entonces,  pasando  por  aquellos  miriña- 


ques y  aquellas  cocas  y  aquellos  peinados  á  la 
Fuoco  que  embellecieron  los  años  inaugurales 
de  la  Opera  y  de  los  cuales  vagamente  me  acuer- 
do, encontrando  que  también  con  ellos  las  mu- 
jeres estaban  guapas  y  la  música  conmovía  los 
corazones. 

Verdad  es  que  si  los  figurines  han  variado 
mucho  desde  1818,  también  los  precios  de  las 
localidades  han  variado  desde  la  inauguración 
del  teatro.  Entonces  las  butacas  ó  lunetas  cos- 
taban veinticuatro  reales  en  el  despacho;  un 
palco  platea  costaba  cien. 

Ahora  que  tanto  preocupan  los  incendios 
en  los  teatros,  vemos  que  también  les  preocupa- 
ba á  los  arquitectos  del  Real,  pues  ellos  esta- 
blecieron en  los  descansos  de  las  estaciones  ge- 
nerales unos  registros  de  agua  formados  de  una 
pila  de  piedra  berroqueña  con  su  grifo  y  surti- 
dero correspondiente,  cincuenta  varas  de  man- 
guera con  su  pitón  y  cuatro  valdes  de  lona.  El 
agua  debía  surgir  por  todos  los  ángulos  del  edi- 
ficio. Ignoro  si  estos  aparatos  están  útiles  hoy 
en  día,  pero  sí  sabemos  que  se  les  ha  comple- 
mentado con  el  famoso  telón  de  agua,  promesa 
deliciosa  de  un  nuevo  Diluvio. 

Sin  embargo,  cuando  la  inauguración  del  tea- 
tro no  se  habían  limitado  las  precauciones  á  lo 
referido.  Las  mangas  necesitaban  mangueros  y 
á  este  fin  se  había  creado  un  cuerpo  de  bombe- 
ros especiales,  compuesto  de  ciento  cuarenta 
hombres.  Y,  ¡sabia  previsión!  como  no  todos  los 
días  de  función  habría  fuego  en  el  edificio,  los 
ciento  cuarenta  hombres  debían  servir  en  las 
comparsas  con  el  sueldo  que  por  este  concepto 
les  correspondiera,  cobrando  sólo  como  tales 
bomberos  en  los  momentos  extraordinarios;  es 
decir,  cuando  ardiese  el  edificio.  ¡Qué  diferencia 
entre  el  antiguo  corista  y  el  de  hoy!  Aquél  bajo 
su  traje  de  época,  bajo  su  dalmática  ó  su  hábito 
de  fraile,  llevaba  los  instrumentos  salvadores 
de  su*'profesión  y  parecía  decir  al  abonado:  ¡Es- 
cucha confiado,  que  yo  velo  por  lí!  ¡No  era  un  ■ 
pimple  comparsa,  era  un  protector,  era  un  pa- 
dre! Verdad  es  que  se  corría  el  riesgo  de  que 
un  comparsa  incendiase  con  el  hachón  los  bas- 
tidores, sólo  para  demostrar  al  público  lo  bien 
que  sabía  luego  apagarle. 

El  propósito  de  los  fundadores  del  teatro  era 
que  se  vendiesen  flores  en  el  mismo  edificio  y 
estableció  una  tienda.  Creyeron  que  entre  las 
flores  y  las  notas  hay  armonía  misteriosa,  pero 
evidente.  Luego  la  tienda  se  ha  dividido  y  tras- 
formado  en  cestos  y  cacharros  que  llevan  las 
floreras  convirtiendo  las  butacas  y  los  palcos 
en  florestas  que  se  mueven  y  que  hablan.  Tam- 
bién se  estableció  una  tienda  de  anteojos.  Los 
acomodadores  se  lian  apoderado  hoy  de  este  co- 
mercio importante.  ¿Qué  hubiera  sido  de  la  in- 
vención de  los  teatros  sin  la  de  los  anteojos? 
En  los  teatros  de  la  antigüedad,  ¿cuántas  her- 
mosuras, cuántas  escenas  interesantes,  no  fueron 
perdidas  para  muchos  por  no  haberse  descu- 
bierto este  remedio  de  los  ojos? 

Y  se  estableció  también  una  tienda  de  guantes. 
Había  gentes  que  no  se  compraban  guantes  por 
si  acaso  se  suspendía  la  función;  y  filarmónicos 
que  insultados  por  otros  de  diversas  opiniones 
no  podían  airojarles  al  rostro  un  guante  por  no 
llevarlos  ni  en  las  manos  ni  en  el  bolsillo.  Y  me- 
nos cogidos  entre  los  resortes  del  gibux,  como 
ahora  se  estila;  era  aquella  la  época  del  frac 
azul  y  del  frac  verde  y  del  frac  de  color  de  pasa 
y  de  la  anarquía  de  los  fraques;  y  se  acompaña- 
ba de  la  chistera  felpuda  y  reluciente,  abollable 
pero  sin  resortes. 

¡Ah!  está  demostrado  que  las  cosas  cuanto 
más  sólidas  y  cuanto  más  durables  parecen  du- 
ran menos;  aún  triunfan  en  el  teatro  Real  las 
primeras  notas  que  los  cantantes  exhalaron;  aún 
La  Farniita  ncs  enloquece,  y  por  ella  vive  y 
vivirá  Gayane;  en  tanto  que  las  mujeres  encan- 
tadoras y  los  hombres  presuntuosos  ó  importan- 
tes del  teatro  Real  se  desmoronan  y  que  el  edi- 
ficio mismo  se  grietea  y  desvencija.  ¡Espíritus 
prosaicos,  hombres  prácticos,  materialistas,  bur- 
gueses, construid  algo  más  fuerte,  más  sólido, 
más  permanente  que  una  nota,  un  verso,  una 
frase;  que  un  sentimiento  y  una  idea! 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


643 


Creo  que  después  de  este  reto  valiente  &  los 
seres  vulgares  puedo  coucluir  esta  carta,  y  que 
hasta  debo  concluirla  forzosamente. 

Hasta  otra,  pues,  querida  Carmen. 

Tuyo, 

Ternanflor. 


UN   IDILIO  NIHILISTA 


(continuación) 

Entonces  la  joven  levantó  la  cabeza  y  miran- 
do gravemente  al  estudiante,  repitió  la  seña  á 
lo  que  éste  contestó. 

El  profesor  cogió  las  manos  de  ambos  jóve- 
nes y  díjoles  asi  respectivamente: 

— Esta  es  mi  hija  Catya,  alumna  de  la  escue- 
la de  Medicina.  Alejandro  Ischerkassy,  eminen- 
te mecánico  al  que  aguardábamos  hace  días.  Y 
ahora  que  ya  os  conocéis, — continuó  el  viejo, — 
daos  el  beso  fraternal. 

Catya  al  oir  esto  presentó  su  frente  á  Ale- 
jandro que  ceremoniosamente  estampó  en  ella 
un  tímido  beso. 

Después  el  joven  se  dispuso  á  salir. 

— Adiós  hermanos, — dijo  inclinándose  de  un 
modo  extraño. 

— Que  pronto  te  veamos  por  aquí  y  no  olvi- 
des mis  encargos, — contestó  el  profesor. 

Y  éste  y  su  hija  acompañaron  hasta  la  esca- 
lera á  Alejandro,  que  atravesando  la  puerta  de 
la  calle  desapareció. 


ni 


Cuando  Alejandro  penetró  en  su  habitación 
de  la  posada,  arrojó  su  tulupa  y  la  gorra  al  suelo, 
y  se  pasó  las  manos  por  la  frente  como  aquel 
que  pretende  arrancar  de  su  pensamiento  una 
preocupación. 

A  pesar  del  frío  y  de  la  nieve,  su  rostro  esta- 
ba sudoroso  y  tenía  todo  el  aspecto  del  que  esti 
sufriendo  una  penosa  gestación  cerebral. 

El  joven  estudiante  estaba  excitado  por  las 
palabras  del  viejo  Martens. 

El  profesor  había  mezclado  en  su  habitual 
frialdad  una  gran  dosis  de  entusiasmo,  y  Ale- 
jandro á  impulsos  de  éste  agitaba  su  cerebro 
con  oleadas  de  pensamiento,  y  buscaba  aún  en 
los  últimos  rincones  de  su  imaginación  el  medio 
de  inventar  aquella  diminuta  máquina  que  sir- 
viera como  de  complemento  á  la  sustancia  ex- 
plosiva de  Martens. 

El  deseo  de  ser  útil  á  sus  hermanos  le  domi- 
naba; además  se  sentía  víctima  de  otra  preocu- 
pación. 

Catya  le  había  impresionado  bastante. 

Alejandro  era  un  hombre  completamente 
virgen  de  las  pasiones  de  la  juventud. 

Primeramente  los  estudios,  y  después  las 
cuestiones  nihilistas  habían  absorbido  toda  su 
existencia. 

Alejandro  nunca  había  sido  joven.       • 

A  todos  los  que  con  él  hablaban  les  causaba 
gran  extrañeza  aquel  rostro  fresco  y  lozano,  que 
jamás  se  descomponía  á  impulsos  dé  una  son- 
risa. 

Sus  amores  habían  sido  los  libros  y  la  mecá- 
nica, y  toda  su  correspondencia  cariñosa  se 
había  limitado  á  las  cartas  que  de  vez  en  cuando 
remitía  á  su  madre. 

Amaba  una  sola  cosa,  la  Rusia,  pero  con 
un  amor  fanático  y  tranquilo,  con  un  amor  se- 
mejante en  sus  fines,  al  del  médico  que  amputa 
un  miembro  al  cliente  con  objeto  de  salvarle  de 
la  muerte. 

Catya,  la  hija  de  Martens,  como  antes  hemos 
dicho,  produjo  alguna  impresión  en  el  ánimo 
de  Alejandro. 

Este  .se  extrañaba  verdaderamente  de  aquello. 
Se  decía  interiormente  que  ora  una  niñada  im- 
propia de  hombres  serios,  poro  de  continuo  veía 
en  su  memoria  con  los  ojos  del  pensamiento 
aquel  rostro  hermoso  aunque  grave,  aquellos 
ojos  azules  y  profundos,  aquella  cabellera  rubia 


y  reluciente,  y  sobre  todo  aquella  frente  tersa 
cuya  fina  piel  había  rozado  con  los  labios. 

Aquel  pensamiento  era  el  que  le  preocupaba 
fuertemente,  borrando  al  mismo  tiempo  de  su 
imaginación  parte  de  la  actividad  desplegada 
para  encontrar  el  apetecido  invento  mecánico. 

Alejandro  luchaba  interiormente  para  despo- 
jarse de  aquel  i'ecuerdo  que  le  impedía  encon- 
trar la  forma  de  la  máquina  que  deseaba 
Martens.  Por  fin,  llamando  en  su  auxilio  las 
palabras  de  éste  que  aún  vibraban  en  su  oído, 
pudo  lograr  la  victoria. 


Acordóse  de  Rusia,  del  Czar  y  de  sus  herma- 
nos de  asociación,  y  la  imagen  de  Catya  borró- 
se por  completo  de  su  memoria. 

Lleno  de  fe  púsose  á  pensar  en  el  futuro  in- 
vento, y  para  ensimismarse  mejor  y  concentrar 
sus  facultades  en  la  misma  idea,  sentóse  sobre 
el  viejo  arcón  y  apoyó  su  cabeza  entre  las 
manos. 

Largo  tiempo  permaneció  así,  y  su  cerebro 
trabajó  sin  cesar  á  impulsos  del  deseo. 

Todos  los  sistemas  mecánicos  desfilaron  ante 
su  pensamiento  acompañados  de  un  verdadero 


EXPOSICIÓN  DE  BELLAS  ARTES  DE  PARÍS  DE  1887:  HERODÍAS  (Cuadro  de  Hermer) 


ejército  de  muelles,  tomillos,  espirales  y  engra- 
najes. 

De  vez  en  cuando  el  joven  se  acordaba  del 
viejo  profesor,  y  del  recuerdo  de  éste  pasaba  al 
de  su  hija;  pero  apenas  esto  sucedía,  llamaba 
en  su  auxilio  á  las  ideas  patrióticas  y  la  mecá- 
nica volvía  á  presentarse  con  toda  su  esplendi- 
dez. 

Alejandro  hacía  trabajar  mucho  á  su  pensa- 
miento. 

Las  venas  de  su  frente  se  hinchaban  como 
bajo  el  poder  de  una  idea  secreta,  y  sus  sienes 
latían  cual  si  no  pudieran  resistir  las  agitacio- 
nes continuas  del  cerebro. 

Por  fin,  el  rostro  del  joven  se  iluminó  con 
una  expresión  do  alegría  que  no  llegó  á  conver- 
tirse en  sonrisa,  y  sus  ojos  brillaron  con  el  gozo 
del  sabio  que  ha  encontrado  la  solución  de  un 
problema. 

Alejandro  había  <lado  con  el  invento  destina- 
do á  satisfacer  los  deseos  de  Martens. 

Entonces  su  pensamiento  completamente  li- 
bre de  las  meditaciones  científicas  volvió  á  fi- 
jnrse  en  la  hija  de  aquél. 


El  estudiante  llegó  á  asustarse  de  esto. 
— ¿Estaré  yo  enamorado? — se  preguntó  con 
extrañeza. 

Y  luego  como  para  disipar  el  sobresalto  que 
esta  misma  pregunta  le  causaba,  murmuró: 

— Vamonos  á  comer;  estos  pensamientos  no 
son  más  que  delirios,  hijos  de  la  debilidad  de 
estómago  y  de  la  fatiga  intelectual. 

Y  Alejandro  después  de  decir  esto  salió  de 
la  habitación  y  siguió  á  lo  largo  de  la  galería 
hasta  llegar  al  comedor  de  la  posada. 

El  profesor  Martens  experimentó  una  verda- 
dera alegría,  cuando  al  día  siguiente  Alejandro 
con  su  elocuencia  razonadora  y  su  lógica  incon- 
testable le  fué  explicando  el  mecanismo  de  su 
invento,  y  demostrando  sus  infinitas  ventajas. 

— ¡Bravo!  joven, — dijo  el  viejo  entusiasma- 
do.— Así  se  trabaja;  tu  máquina  es  inimitable, 
lo  que  demuestra  que  posees  las  cualidades  de 
los  hombres  eminentes  que  cuando  trabajan  lo 
hacen  todo  pronto  y  bien.  En  celebración  de  tu 
invento  quédate  hoy  á  comer  con  nosotros. 

(Sl:>.  rontinuar^)       Vti'kxte  Blasco  IbAxkz. 


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646 


LA  ILUSTRACIÓN  IBEllICA 


EXPOSICIÓN  MARÍTIMA  DE  CÁDIZ 


Los  lectores  de  La  Ilustración  Ibérica  sa- 
ben ya  que  en  la  primera  explanada,  6  sea  en 
la  plaza  de  Cátdiz,  se  alzan  los  pabellones  de  la 
Provincia,  de  Bellas  Artes,  el  Modelo  6  de  ofi- 
cinas, que  fué  el  primero  que  se  construyó  y 
que  no  responde  á  ninguna  utilidad,  y  el  que 
acaba  de  terminar  en  estos  días  la  Compañía 
Trasatlántica,  el  más  notable  de  todos  sin  gé- 
nero alguno  de  duda. 

En  segundo  término  y  fuera  del  radio  com- 
prendido en  la  plaza,  se  re  el  monstruo,  destina- 


do á  las  máquinas,  de  sesenta  y  cinco  metros  de 
largo  y  veintiséis  de  ancho. 

Su  forma  resulta  achatada  y  vetusta  en  el 
exterior,  pero  su  bóveda  con  su  atrevida  curva, 
sin  base  aparente,  sorprende  en  lo  interior  y  es 
objeto  de  elogios  para  el  arquitecto  D.  Amadeo 
Rodríguez  su  bien  calculada  resistencia. 

Cumpliendo  el  dicho  francés  al  más  s-fñnr  ma- 
yor honor,  ó  el  nuestro  más  gráfico  todavía,  no- 
bleza obliga,  voj'  á  invertir  el  orden  numérico 
empezando  la  descripción  de  los  pabellones  por 
el  de  la  opulenta  compañía  naviera  que  fundó 
el  honrado  hijo  del  pueblo  y  digno  comerciante 
D.  Antonio  López,  primer  marqués  de  Comillas. 


RECUERDOS  DEL 
LA  CARROZA  REAL   ESPERA 

He  podido  procurarme  para  La  Ilustración 
una  preciosa  fotografía  del  señor  Rocafull,  que 
copia  con  precisión  artística  uno  de  los  frentes 
del  pabellón  de  la  Trasatlántica,  el  principal, 
puesto  que  forma  el  centro,  y  en  la  misma  vista 
se  admira  el  elegante  faro  de  carbón  descrito 
por  mí  en  la  anterior  Revista  y  que  como  ya  les 
dije  es  una  de  las  instalaciones  más  notables 
por  sn  graciosa  originalidad.  ' 

El  cuidado  exquisito  con  que  La  Ilustra- 
CIÓK  presenta  sus  grabados,  respetando  los  me- 
nores detalles,  hará  que  sea  éste  uno  de  los  más 
bellos  de  los  consagrados  á  la  Exposición  Mari- 
tima. 

La  extensión  del  pabellón  de  la  Compafiia  es 
de  ochenta  metros  por  catorce;  el  interior  seme- 
ja la  cámara  de  un  barco. 

Sn  estilo,  arábigo,  con  sus  vivos  colores  y  sus 
graciosas  columnas,  sns  floridos  adornos  y  sus 
pintados  frisos  es  de  un  efecto  verdaderamente 
encantador. 

Las  escalinatas  de  mármol  y  la  ligera  linea 


ULTIMO  REY  DE  BAVIERA 

NDO  EN  EL  PALACIO  DE  LINDERHOF 

de  verdura  de  un  jardín  que  parece  una  guir- 
nalda, le  dan  un  aspecto  bello  y  sólido  al  par 
que  rico. 

Aunque  aparecen  armonizando  el  conjunto 
grandes  ventanas  celosías,  son  figuradas  en  el 
exterior,  modeladas  con  cemento  hidráulico, 
pero  tan  primorosamente  pintadas,  que  parecen 
calar  al  interior,  trasparentando  su  media  luz. 

La  techumbre  está  cubierta  de  tejas  france- 
sas sujetas  por  alambrado  de  zinc,  alternando 
en  la  torrecilla  con  otras  esmaltadas,  de  barro 
catalán. 

El  pabellón  central  está  coronado  por  una 
elegante  cúpula  de  estilo  mudejar,  que  se  eleva 
hasta  diez  y  seis  metros,  con  toda  la  graciosa 
esbeltez  del  minarete  de  unr  sultana. 

Las  rotondas  poligonales  de  los  extremos,  si- 
guiendo la  idea  general  marítima  de  la  obra, 
semejan  la  popa  de  un  barco  miradas  desde  el 
interior;  completando  el  efecto  las  barandas  que 
cierran  la  galería  entoldada  que  rodea  el  pabe- 
llón. 


El  pavimento  de  madera,  las  lumbreras  de 
madera  calada  que  reciben  la  luz  como  la  cáma- 
ra de  los  buques,  las  pinturas  de  aquellos  tes- 
teros con  cartas  geográficas  que  marcan  los  de- 
rroteros recorridos  por  los  vapores  de  la  Com- 
pañía, y  el  nombre  de  los  buques  trazado  en  los 
pintados  frisos,  completan  el  efecto  óptico  y 
dan  una  elevada  idea  del  buen  gusto,  la  inteli- 
gencia artística  y  la  esplendidez  que  ha  presi- 
dido á  la  construcción  de  tan  preciosa  obra. 

Antes  de  pasar  adelante    diremos,   que  las 
obras  fueron  proyectadas  por  el  distinguido  ar- 
quitecto  Sr.    García   Cabezas,  continuadas   en 
ausencia  de  éste,  por  el  ingeniero  señor  Arri- 
gunaga,  decoradas  por  el  señor  Grinial- 
di  y  pintadas  per  los  señores  Ripoll  y 
Argelí. 

Merecen  sinceras  felicitaciones  por  el 
alto  sentido  estético  de  que  han  dado 
pruebas,  pues  han  sabido  unir  á  lo  mo- 
vido, gracioso,  elegante  y  vistosísimo 
del  estilo  árabe-español,  lo  sobrio,  lo  se- 
rio, lo  severo  del  genero  marítimo  á  que 
se  dedicaba,  consiguiendo  en  su  conjun- 
^  to  perfecta  unidad  entre  las  dos  tenden- 

^^.  cias,  armonía  completa  entre  el  objeto  y 

"  ---  la  obra. 

La  Compañía  Trasatlántica  ha  inver- 
tido unas  ochenta  mil  pesetas  en  esta 
lujosa  instalación,  y  Cádiz  debe  agrade- 
cerle la  generosidad  con  que  ha  proce- 
dido, no  permitiendo  que  la  provincia  le 
ofreciese  un  local  para  exponer  sus  efec- 
tos navales,  sino  corriendo  ella  con  todos 
los  gastos  y  con  todas  las  contingencias. 
Veamos  ahora  cómo  responde  á  su 
justa  fama  en  el  concurso  á  la  Exposi- 
ción. 

Sobre  un  trofeo  formado  de  atributos 
marítimos  y  de  banderas  de  la  Compa- 
ñía, se  colocará  en  breve  el  busto  del 
honrado  fundador  de  esta  casa  comer- 
cial, el  trabajador  incansable,  el  espíritu 
emprendedor  por  excelencia,  el  que  sa- 
liendo del  puerto  de  Cádiz  con  una  onza 
de  oro  por  todo  capital,  guardada  en  el 
pico  de  un  pañuelo,  supo  volver  con 
más  millones  que  gramos  de  oro  lleva- 
ba, crear  barcos,  fundar  compañías  y 
dotar  á  su  patria  de  valiosos  elementos 
de  riqueza. 

El  busto  de  D.  Antonio  López,  de 
grata  memoria,  no  está  aún  terminado. 
Como  presididos  por  el  fundadoi-,  se 
exhiben  allí  los  modelos  de  los  vapores 
A.  López,  Ciudad  de  Cádiz,  Patricio  de 
Satustregui,  Ciudad  de  Santander,  Cata- 
luña, Alfonso  XII,  Isla  de  Luzón,  Vizca- 
ya, Méndez  Núñez,  Pasages,  M.  L.  Vi- 
llaverde,  el  remolcador  A.  López  y  un 
aparato  salvavidas  qvie  se  combina  con 
los  bancos  de  á  bordo,  inventado  por  el 
ingeniero  señor  Arrigunaga. 

I-.I  modelo  del  dique  de  esta  casa  pre- 
sentado en  madera,  no  nos  parece  que 
estáá  la  altura  de  las  demás  obras,  pero 
ofrece  exacta  idea  de  su  construcción. 

Los  muebles  destinados  á  decorar  los  vapo- 
res correos  construidos  en  los  talleres  de  la 
Compañía,  han  sabido  unir  lo  cómodo  á  lo  útil, 
lo  práctico  á  lo  bello,  y  mesas,  taburetes,  sillo- 
nes y  divanes,  responden  á  las  necesidades  del 
buen  gusto,  no  menos  que  á  los  del  sitio  á  que 
se  destinan. 

Muy  notables  piezas  mecánicas  construidas 
en  el  dique  de  la  casa,  se  exhiben  en  el  pabe- 
llón; dos  émbolos  de  bombas  de  aire  y  circula- 
ción, una  máquina  de  pistón  con  bomba,  tubos 
de  cobre,  coginetes,  sunchos  de  mastelero,  tor- 
nillos, grilletes*  de  hierro,  tubos  ventiladores, 
ventanillos  circulatorios  y  otras  mil  cosas  que 
sin  detallarlas  -se  adivinan  por  los  inteligentes 
tratándose  de  fundiciones  marítimas,  y  que  los 
que  no  lo  somos  ni  recordamos  ni  comprendemos. 
Compases,  lanza  cabos,  salvavidas,  lonas,  cá- 
ñamos en  diversos  cabos  fabricado  todo  en  esta 
región  y  cuantos  tejidos  utiliza  la  marinería 
para  sus  trabajos  y  maniobras. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


(147 


Entre  la  diversidad  de  objetos  que  no  detallo, 
porque  como  los  lectores  comprenderán  me  fal- 
tan los  coQocimientos  especiales  que  para  ello 
se  requieren,  y  prefiero  anunciarlos  en  globo 
á  suscribir  un  trabajo  ajeno,  se  hallan  luces  del 
sistema  Holmés  para  naufragios,  mecauismos 
para  que  el  eje  de  la  hélice  no  se  detenga  con 
la  máquina  apagada,  sales  y  carboues,  proyec- 
tos y  modelos  que  deben  ser  estudiados  deteni- 
damente porque  revelan  profundos  estudios  y 
notables  conocimientos. 

La  Compañía  Tabacalera  de  Filipinas  exhibe 
en  elegante  instalación  muestras  de  tabacos  del 
archipiélago,  desde  la  rama  de  ancha  y  sedosa 
hoja  y  la  rama  de  seco  y  pelado  tronco,  hasta 
las  elaboraciones  más  lujosas  y  perfectas. 

El  pabellón  se  adorna  con  grandes  cuadros 
que  copian  vapores  de  la  Compañía  sobre  las 
aguas  del  mar. 

AHÍ  se  ven   el  primer   buque  de  la  casa,  el 


grano  de  arena  de  la  imponente  montaña,  Ge- 
neral Armero,  y  uno  de  los  más  modernos  ajus- 
tado á  los  adelantos  de  la  ciencia,  el   A.  Lójiez. 

El  Guipázco  i  también  se  admira  desplegando 
al  navegar  su  majestuosa  grandeza. 

No  hay  que  decir  si  el  pabellón  está  bien  ser- 
vido sabiendo  que  corre  á.  cargo  de  la  empresa 
naviera,  cuyos  representantes  y  empleados  en 
Cádiz,  por  su  tacto,  su  cortesía  y  su  inteligen- 
cia, contribuyen  á  las  altas  consideraciones  que 
la  casa  obtiene  de  todas  las  clases  sociales. 

Iluminado  con  luz  eléctrica,  es  continuamente 
visitado  por  la  noche,  luciendo  aún  mis  que  con 
la  cernida  luz  del  sol  que  ilumina  los  calados  de 
su  techumbre  en  el  día,  sus  dorados  y  colores. 

La  sociedad  gaditana  tiene  unánimes  elogios 
para  esta  obra  que  honra  á  sus  dueños,  y  no 
menos  que  á  la  población  en  que  se  muestra. 

Su  construcción  está  preparada  para  que  pue- 
da sin  deterioro  trasladarse  á  otro  punto. 


Sobre  un  armazón  de  hierro  se  ha  adoptado 
la  forma  del  tablero  con  cemento,  y  como  al 
moldearse  lleva  oculto  el  alambrado  que  lo  une, 
su  separación  es  muy  fácil  así  como  la  de  las 
lumbreras  de  madera  y  cristal  y  la  techumbre. 

Es,  pues,  probable,  que  tan  hermosa  muestra 
de  la  riqueza  de  esta  empresa,  luzca  en  otra  Ex- 
posición ó  quede  como  lujoso  monumento  de 
adorno  en  los  sitios  en  que  la  Compañía  tiene 
establecido  un  centro  industrial. 

Digno  es  de  ser  conocido  y  admirado  por  los 
inteligentes  tan  brillante  trofeo  del  trabajo  y 
de  la  inteligencia  nacional. 

Como  es  natural,  el  pabellón  se  engalana  con 
las  banderas  que  cubren  sus  barcos;  las  de  Cá- 
diz, Barcelona,  Santander,  Habana,  Puerto 
Rico,  Manila,  Coruña  y  Alicante,  ocupando  la 
cúpula  central  la  de  la  casa. 

Continuaremos  la  descripción  de  los  pabello- 
nes mencionados  en  otros  artículos,  pues  este 


RECUERDOS   DEL  ÚLTIMO  REY   DE  BAVIERA:  CARROZA   DE  GALA   DEL  REY  LUÍS  II 


se  hace  demasiado  largo,  si  bien  he  dicho  poco 
para  dar  á  conocer  el  pabellón  de  la  Compañía 
Trasatlántica,  verdadera  joya  de  nuestra  Expo- 
sición. 

Patrocinio  de  Biedma. 


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EL   b:bso 


El  beso  es  la  manifestación  externa  del  sen- 
timiento. 

Desde  Eva  hasta  la  última  mujer  la  humani- 
dad está  enlazada  por  una  serie  de  ósculos,  que 
terminará  sólo  el  día  en  que  desaparezca  la  raza 
humana  de  la  faz  del  planeta. 

Un  conjunto  de  observaciones  críticas  sobre 
esta  materia  constituiría  un  estudio  curioso  que 
tendría  sus  apasionados: 

La  fisiología  del  beso. 

Hay  besos  puros  como  los  de  la  inocencia. 

Tiernos  como  los  del  cariño  maternal. 

Apasionados  como  los  del  amor. 

De  fuego  como  los  de  la  voluptuosidad. 

Tristes  como  los  de  despedida. 

E  interesados  como  los  del  vicio. 

Campoamor,  en  una  de  sus  bellísimas  dolo- 
ras  ha  definido  el  beso. 


Según  él: 

•Eu  la  mejilla  es  bondad, 
en  los  ojos  ilitaión, 
en  la  frente  majestad, 
y  entre  los  labios  pasión.» 

Arólas,  el  poeta  de  las  sultanas  y  de  los  se- 
rrallos, que  bajo  el  hábito  talar  del  escolapio, 
escondía  un  corazón  de  fuego,  ha  sublimado  el 
beso  en  sus  inspiradas  composiciones.  Estas  no 
son  versos,  son  lluvia  de  besos,  que  se  escapan 
de  unos  labios  voluptuosos  en  forma  de  estrofas 
y  que  queman  los  ojos  de  los  lectores. 

En  todo  idilio  de  amor  el  primer  beso  es  la 
parte  más  culminante  del  mismo.  ¿Y  cómo  no, 
si  la  impresión  del  primer  beso  no  se  borra  ja- 
más de  la  mejilla  de  la  mujer  enamorada?  La 
poesía  popular  lo  dice: 

«Dos  besos  tengo  en  el  alma 
que  no  se  apartan  de  mi; 
el  último  de  mi  madre 
y  el  primero  que  te  di.» 

Consecuencia:  ¿Queréis  adelantar  camino  para 
vencer  á  una  mujer  enamorada?  Besadla. 

Los  labios  son  los  conductores  del  beso.  Sin 
embargo,  no  es  el  roce  de  éstos  en  la  mejilla  de 
la  persona  amada  lo  que  constituye  en  absolu- 
to la  acción  de  besar.  También  los  ojos  se  be- 
san. ¡Cuánta  voluptuosidad  adivinamos  muchas 
veces  en  las  miradas  de  dos  personas  de  distin- 
to sexo,  á    quienes  las  exigencias  sociales  con- 


tiene dentro  de  los  limites  del  decoro  y  de  la 
prudencia! 

El  beso  es  el  sueño  dorado  de  la  juventud. 
Cuando  las  ilusiones  bullen  en  la  mente  y  la 
sangre  hierve  en  las  venas,  en  todas  partes  pa- 
rece que  se  percibe  el  melodioso  rumor  de  alas 
y  besos  de  que  nos  habla  Bécquer.  Y  es  natu- 
ral que  asi  suceda.  La  mujer  atrae  al  hombre 
como  el  imán  al  acero.  De  esta  recíproca  atrac- 
ción nace  el  beso,  explosión  sensual  de  dos  al- 
mas gemelas  que  se  compenetran,  y  de  cuya 
unión,  según  la  bella  frase  de  Jorge  Sand,  re- 
sulta el  solo  bien  que  existe  en  la  tierra:  la  feli- 
cidad." 

De  aquí  que  el  primer  beso  de  la  mujer  ama- 
da, hablando  vulgarmente,  conduzca  al  hombre 
al  séptimo  nelo,  suponiendo  que  existan  siete 
cielos  como  los  orientales  opinan. 

A  propósito:  mi  amigo  Constantino  Gil,  es- 
tuvo feliz  al  sintetizar  en  el  siguiente  terceto  el 
pensamiento  primordial  de  su  inspirado  soneto, 
El  primer  beso: 

«No,  no  tuvo  el  segundo  tal  encanto, 
por  bermoso  Señor  que  el  cielo  sea, 
después  do  verlo  ya  no  será  tanto.» 

Tiene  razón.  Tratándose  de  besos  amorosos 
el  primero  es  el  mejor.  Nunca  como  aquí  se  pue- 
de aplicar  aquella  opinión  de  Cervantes,  de  que 
jamás  segundas  partes  fueron  buenas.  Por  su- 
puesto, tan  buenas  como  la  primera. 


MADRID.- EXPOSICIÓN   GENERAL  DE  FILIPINAS:  SECCIÓN      .»  HISTORIA   NATURAL. -ÍDOLOS  IGORROTES 


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660 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


Et  beso  maternal  por  lo  mismo  que  es  más 
desinteresado,  es  el  m¿s  afectuoso.  Es,  si  se  me 
permite  la  expresión,  el  colmo  del  beso.  La  fra- 
se m^  lo  romería  á  bes'>s,  que  oímos  comunmente 
en  boca  de  las  madres  en  medio  de  su  salvajis- 
mo antropógrafo,  tiene  %lgo  de  mlrnAnhle,  que 
es  imposible  desconoc-^r.  Frutos  los  hijos  de  sus 
vientres,  en  la  locura  de  su  caritto,  quisieran  al 
besarlos  hac^r  lo  que  ciertos  animales  con  los 
sayos:  comérselos. 

De  aquí  la  fábula  de  la  madre  que  en  la  de- 
meacia  de  su  cariSo  mordía  á  su  hijo,  dando 
esto  motivo  para  que  el  autor  pusiese  en  boca 
del  infantil  p'trsonaje,  ¿  guisa  de  moraleja,  aquel 
coQocido  verso: 

•  El  nriüo  que  mnerJc  no  us  cariño.» 

£1  beso  que  en  todos  tiempos  ha  sido  demos- 


tración de  amor  y  fraternidad,  entre  los  hom- 
bres se  empleaba  en  la  antigüedad  como  saludo. 
«Dios  te  guarde  maestro,»  dijo  el  traidor  dis- 
cípulo, imprimiendo  el  ósculo  de  paz  en  la 
mejilla  del  divino  Jesús,  al  mismo  tiempo  que 
lo  entregaba  al  furor  de  sus  encarnizados  ene- 
migos. Este  ósculo  que  ha  pasado  á  la  poste- 
ridad con  el  nombre  del  beno  (U  Jai la,  uo  es 
el  úqíco  que  la  historia  registra  en  sus  anales. 
Sin  hacer  alardes  de  erudición  y  concretándome 
á  nuestros  tiempos,  las  mujeres  que  tanto  abu- 
san de  los  besos,  imprimiéndolos  á  pares  en  los 
rostros  de  sus  amigas,  bajo  la  dulce  caricia  de 
la  amistad,  esconden  muchas  veces  el  acíbar  de 
la  perfidia.  ¡Sus  carihoios  ósculos  no  son  otra 
cosa  que  otros  tantos  besos  de  Judas!... 

Reminiscencia  de  la  antigüedad  que  ha  pues- 
to en  uso  la  veleidosa  moda;  en  Francia  el  beso 


reviste  una  de  las  fases  del  saludo.  Allí,  sin  es- 
cándalo de  nadie,  se  besan  públicamente  las 
personas  de  diferente  se.xo.  El  caballero  estam- 
pa en  la  frente  de  las  señoras  un  ósculo,  sin  otro 
peligro  que  ensuciarse  los  labios  con  los  polvos 
de  arroz  con  quo  éstas  embadurnan  sus  rostros. 
Las  españolas, que  por  mojigatería  ó  por  pudor 
son  refractarias  á  e,sta  costumbre,  en  materia  do 
besos  van,  sin  embargo,  mucho  más  allá  que  las 
france.sas.  Xo  se  dejan  besar  por  nosotros  los 
caballeros;  pero  nos  besan  frecuentemente...  las 
manos.  Verdad  es  que  este  beso  ficticio  es  una 
de  las  vanas  fórmulas  sociales  que  empleamos 
para  el  trato  de  gentes,  y  que  por  lo  mismo  es 
un  beso  sin  consecuencias. 

Hablando  de  fórmulas  no  puedo  menos  que 
criticar  las  de  las  recepciones  oficiales,  llama- 
das vulgarmente  besani'Viofi.  En  ellas,  cuando  es 


BAVIERA:  EL  CASTILLO  VIEJO  DE  HOHBNSCHWANGAU 


un  capitán  general  el  que  las  preside,  el  beso 
no  aparece.  Los  concurrentes  desfilan  saludan- 
do con  una  ligera  inclinación  de  cabeza  por  de- 
lante de  la  autoridad  militar,  y  con  esto  termina 
la  ceremonia  que  sería  ridicula  si  no  resultara 
tonta. 

Otra  de  las  fórmulas  sociales  que  tienen  rela- 
ción con  el  asunto  de  que  me  ocupo,  es  la  del 
besa  bis  manos,  que  los  españoles  usamos  en  los 
actos  de  la  vida  pública  para  dirigirnos  por  es- 
crito á  determinadas  personas.  Veces  hay  que 
las  empleamos  para  saludar  á  nuestros  más  odia- 
dos enemigos,  conformándonos  con  el  refrán,  de 
que  manos  besa  el  hombre  que  quisiera  ver  cor- 
tadas. 

No  desea  tal  cosa  al  tener  el  honor  de  besar 
laa  de  los  lectores  de  este  artículo. 

J.  F.  Sanmartín  y  Aquibbe. 
♦ 


BIB  LIOGR  AFÍ  A 


~>  \i,i-i .  i,>  -^(LDiVAB,  novela  española,  \Mr  .M   Mnrllnoz 
Rarrlonnero.— Madrid,  1*)7. 

Como  alguna  otra  novela  que  lleva  la  misma 
firma,  desenvuélvese  esta  con  la  unidad  y  gra- 


dación de  un  drama;  es  de  aquellas  produc- 
ciones que  transportadas  al  teatro,  según  acos- 
tumbran hacer  los  franceses,  alcanzaría  proba- 
blemente grande  éxito,  si  no  fuese  porque  la 
atrevidísima  tesis  desarrollada  por  el  autor  se 
opondría  á  ello;  ha  hecho  perfectamente,  por  lo 
tanto  el  señor  Barrionuevo  en  dar  la  forma  de 
libro  á  lo  que,  de  otra  manera,  hubiera  sido 
una  brillante  creación  escénica. 

Esta  vez  no  se  trata  de  un  delicado  análisis 
como  en  la  QuintañoneK,  sino  de  un  conflicto 
verdaderamente  terrible,  tanto,  que  á  pesar  de 
ir  vestidos  los  personajes  de  la  manera  más 
copurchif,  posible  y  de  tratarse  de  banqueros  y 
parroquianas  de  Worth,  es  imposible  no  recor- 
dar las  tragedias  griegas.  Por  fortuna,  el  autor, 
hace  aparecer  á  lo  último  un  deus  ex  machina 
que  lo  arregla  todo,  quedando  en  condiciones 
de  una  excelente  comedia  lo  que  amenazaba  to- 
mar proporciones  de  tragedia  fatídica,  ó  cuan- 
do menos  de  drama  de  Alejandro  Dumas  ó 
Víctor  Hugo. 

Seduce  como  siempre  el  estilo  abundante, 
empas'elado,  del  señor  Barrionuevo,  la  prodigiosa 
cantidad  de  luz  derramada  sobre  todos  lo.s  pai- 
sajes descritos  y  la  peregrina  facultad  que  tiene 
en  rasguear  los  más  sutiles  estados  psicológi- 
cos, como  si  se  hubiese  reencarnado  en  él  la 
potencia  de  un  antiguo  místico.  Los  tipos, 
como    sujetos    al    servicio  de   un    argumento» 


concebido  á  priori,  no  pueden  calificarse  de  co- 
piados de  la  realidad ,  según  sucede,  por  ejem- 
plo, con- todos  los  que  aparecen  en  la  colección 
de  El  Padre  Eterno;  sin  embargo,  Juanita,  la 
doncella,  es  muy  de  carne  y  hueso. 

En  suma,  el  Sr.  Martínez  Barrionuevo,  ha 
añadido  un  hermoso  sillar  más  al  edificio  de  la 
novela  española,  que  tal  carácter  tiene,  y  muy 
castizo,  su  última  producción. 


,  Literomanías  (1)  es  el  título  que  le  ha  puesto 
el  escritor  almeriense  D.  A.  Martínez  Duimo- 
vich  á  una  colección  de  artículos,  en  su  mayoría 
referentes  á  asuntos  literarios.  No  hay  ninguno 
de  ellos  que  no  sea  notabilísimo  en  su  género, 
revelando  la  vasta  erudición  del  autor  y  su 
sana  crítica.  Aun  en  asuntos  tan  gastados 
como  los  que  tienen  por  objeto  La  Mujer,  apa- 
rece el  autor  nuevo  y  ameno,  derramando  á 
manos  llenas  citas  y  textos  de  los  detractores 
y  apologistas  del  bello  sexo,  especialmente  de 
antiguos  autores  españoles. 

Mucho  ganarían,  ciertamente,  no  pocos  escri- 
tores con  leer,  ó  por  mejor  decir,  estudiar,  el 
libro  del  ilustrado  autor  do  Literoinani'is,  por 


(1)    Almería, 
impresión. 


1887.— Klegaiito  tomo  eu  8.",  <lo  e.\(;olc?ite 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


651 


o  cual  lo  recomendamos  vivamente  á  cuantos 
se  interesan  por  nuestras  letras. 


Flores  de  muehtü  t  poemas  mínimos,  ]ior  D.  Luís  Kam  de 
Viu.— Zaragoza,  1.%S7. 

Grande  satisfacción,  ya  que  uo  nos  atreve- 
mos á  decir  sorpresa,  nos  ha  cansado  la  lectura 
de  este  libro  de  versos.  Trátase  de  un  poeta 
verdadero,  original  cuando  quiere,  delicadísimo 
siempre.  ¿Qué  más  podemos  decir  sino  que  el 
señor  Eam  do  Viu  puede  parangonarse,  sin  te- 
mor de  aparecer  muy  inferior  á  su  lado,  con  Béc- 
quer,  Selgas,  Bartrina  y  Heine?  Y  para  que  no 
se  nos  tache  de  apasionados  por  el  señor  barón 


de  Hervás,  ahí  van  las  pruebas  al  canto,  citando 
al  azar: 

Díganme  lo  qiio  quisieren, 
pero  yo  me  echo  á  reir 
cuando  oigo  á  alguno  decir: 
¡pobres  de  los  que  se  mueren! 
¡(.'álculo  necio  y  fallido! 
si  allí  sufren  los  que  están 
¡de  tantos  como  se  van 
alguno  hubiera  venido! 

—El  dia  que  me  muera,  ¡ldolo,"mlol 
¿me  escribirás  al  cielo  alguna  'carta? 
—No;  vida  de  mi  vida 
iporque  iré  yo  á  llevártela! 


Yo  queria  olvidarte  y  fui  corrieudo 
á  beber  en  la  fuente  del  olvido; 
pero  el  agua  sirvió  ¡para  olvidarme 
de  que  habia  bebido! 


Sentado  al  pié  de  una  cruz 
que  hay  al  borde  de  una  foKa 
envuelto  en  una  mortaja 
y  con  la  guitarra  rota, 
un  esqueleto  atrevido 
su  triste  canción  entona; 
todos  los  demás  difuntos 
se  la  sabon'de  memriria 
y  niugiaio  á  flor  de  tierra 
su  cal  va  cabeza  asoma; 
ini  ciprés  del  cementerio 
me  la  ha  contado  en  ])ersoua; 
oíd  la  canción  del  muerto; 
la  canción  que  ríe  y  llora: 

IT 

■  Margarita  de  mi  muerto 
me  quisiste  y  me  olvidaste, 
¡me  has  dicho  que  si  me  muero 
vas  á  venir  á  buscarme! 
¡veu...  ven...  te  daré  uu  abrazo 
de  costillas  y  falanjes; 


EL  CANAL 


*r-«^ 


en  las  cuencas  de  mis  ojos 

aiin  hay  luz  para  mirarte 

y  arrinconado  en  el  pecho, 

frío,  negruzco  y  sin  sangre, 

aún  baila  con  agonía 

un  colgajo  miserable 

de  aquel  corazón  que  tuve 

para  que  tú  lo  pisases! 

¡nunca  vienes!...  ¡Margarita' 

¡me  quisiste!...  ¡me  olvidaste! 

¡pobres  muertos!...  ¡pobres  muertos! 

¡ijá...  jáü  ¡Requieiícantin paceí 

Para  colmo  de  alabanzas  diremos  que  aún 
en  la  imitación  de  los  pequeños  poemas  de  Don 
Ramón  de  Campoamor  aparece  el  Sr.  Eam  de 
Viu  personal  y  sincero.  Felitémonos  todos  los 
españoles:  ya  casi  llega  á  una  docena  el  niíme- 
ro  de  nuestros  buenos  vates  entre  castellanos, 
catalanes,  valencianos,  asturianos,  gallegos,  ma- 
llorquines, aragoneses  y  andaluces. 

* 
*  * 

Tres  uris  hermanas 

colección  de  poesías  originales  de  los  señores  Saine  de  la 
Maza,  Laguna  y  liasallo.— Harcelona,  1887. 

No  se  nos  hubiera  extrañado  que  en  lugar 
del  rótulo  musical  puesto  á  este  tomito  le  hu- 
biesen intitulado  sus  autores  Las  tres  violetas. 
Son,  en  efecto,  poesías  modestas,  si  vale  admi- 
tir este  género,  pero  que  por  lo  mismo  se  leen 
con  agrado,  recomendándose   además   por  no 


salirse  de  las  formas  generales,  sin  tratar  de  le- 
medar  á  nadie,  cualidad  excelente  en  todo  poeta. 
Por  lo  que  hemos  podido  comprender,  nos  ha 
parecido  que  en  la  lira  de  cada  uno  de  los  tres 
autores  suena  con  más  intensidad  una  cuerda 
especial:  sobresale  el  Sr.  Sainz  de  la  Maza  en 
la  expresión  de  los  sentimientos  tiernos ;  el  se- 
ñor Laguna  se  revela  instintivamente  filosófico 
y  el  señor  Basallo  forma  decididamente  entre  los 
poetas  amatorios,  formando  un  bonito  acorde. 
Leer  un  libro  de  versos  y  encontrarse  con  que 
están  compuestos  como  Dios  manda  y  procuran 
grata  impresión,  es,  sin  duda,  un  caso  que  no  se 
produce  muy  frecuentemente,  por  lo  cual  bien 
merecen  un  aplauso  los  autores  de  Trffi  liras  her- 
manas. 

Carlos  Mendoza. 


MENDIGA 


(UE    L.   STECCHETTI) 


Terminado  el  festín,  la  mesa  alzada, 

salía  yo  al  acaso, 
cuando  encontré  en  el  fango  arrodillada 

una  niña  á  mi  paso. 


Las  ropas  desceñidas  y  andrajosas, 

pálida  y  balbuciente, 
imploraba  con  manos  temblorosas 

la  piedad  de  la  gente. 

Arrojando  en  su  falda  una  limosna 

dije  á  la  pordiosera: 
—  «Corre  ¡infeliz!  y  hacia  tu  madre  torna, 

¡quizá  llora  y  te  espera!» 

Una  errante  sonrisa,  de  pasada 

plegó  su  labio  yerto, 
y  fijando  en  el  cielo  la  mirada 

dijo: — «¡Mi  madre  ha  muerto!» 

Dijo: — «Mi  madre  ha  muerto,  el  hambre  aterra, 

la  estación  es  muy  cruda; 
¡Nadie  en  mí  piensa  ya  sobre  la  tierra, 

huerfanita  y  desnuda!..» 


Fuerza  es  sin  duda  que  el  dolor  nos  venza 

viendo  al  mene.steroso; 
yo,  ante  miseria  tal,  sentí  vergüenza 

de  ser  casi  dichoso. 

Cayetano  de  Alveáh. 


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654 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


NUESTROS   GRABADOS 


DAMA    TIXNKSA 

Según  opina  nn  experimoitado  ethólogo,  en  tin  ramillete 
de  mnierta  enropaas  la  rienesa  logrará  siempre  brillar  entre 
laa  primera!  por  su  he^so  y  distinoito,  de  todo  punto  pro- 
pios. MéDos  nsarrada  que  la  inglesa,  menos  artifloial  que  la 
partéense  (parece  que  las  demás  francesas  no  cuentan),  ge- 
neralmente linda,  á  T«ces  graciosa  y  siempre  oon  mucho  cAiV, 
ti«il«««  sotm  todo  en  su  elemento  en  medio  de  un  salón, 
donde  puede  ludr  sn  ingenio  un  tanto  mordaz  y  su  aptlttid 
para  no  d^Jar  escapar  nada  de  lo  que  pasa. 

El  tipo  dixta  mucho  de  ser  sencillo,  fundiéndose  en  él  la 
idealista  húngara,  la  sensual  eslava,  la  práctica  alemana,  la 
apasionada  Italiana  y  la  lánguida  oriental,  siendo  además,  por 
•doaaeióa,  más  inglesas  que  francesas  las  interesadas.  Como 
■igno  paitienlar,  delw  atribuírselas  una  pericia  sin  igual  en 
Io«  ralseü  y  un  entusiasmo  loco  por  los  placeres  de  Torp<il<K>- 


re  en  general.  Después  de  esto  viene  una  ardiente  aflción  al 
teatro,  os  decir,  á  roprosentar  comedias.  Todo  lo  cual  supone 
mucho  lujo  eu  ol  vestir,  y  en  efecto,  se  viste  admirablemouto 
allí.  Kn  suma,  que  ú  aquellas  buouas  señoras  los  gusta  di- 
vertirse on  grande  Vioua  es  el  l'arls  do  Alemauia  y  (luizás 
vensa  á  i>.ste  en  la  hogomonta  do  la  moda  europea. 

HKKODl.VB 

(\/(ií/rü  <tr  Iffiuifr 

Viva  impresión  produjo  este  íiV/uo  cu  la  pasada  Expo 
sición  do  Bellas  Artos  do  Taris,  ó  Salón,  como  dicen  olios,  á 
l^esar  do  que  son  muchos  los  salones.  No  hablemos  de  sus 
cualidades  técnicas,  maravillusas  como  todo  lo  que  sale  dol 
pincel  de  Henner;  no  es  preciso  esto  para  admirar  la  audacia 
del  artista  plautaudo  una  figura  de  escarlata  sobre  foudo 
nef^o  (uo  todo  han  de  ser  gammas  amarillas),  ni  para  quedar 
absorto  ante  el  relieve  que  forma  la  pálida  Herodias  sobro 
aquella  roja  vestidura,  que  tau  sabiauícute  armoniza  cou  su 
expresión.  Cansado  sin  duda  Henner  de  oirse  llamar  el  pintor 
de  los  ex']UÍtito9  aziiíe!*,  tomó  por  el  atajo  y  doslurabró  con  esa 


brillante  Herodias,  digna  sueosora  rio  las  Salomés  del  Ticia- 
no  y  de  H.  Reguault. 

BILBAO 

KK9TKJ0.1  OON  MOTIVO  IIKL  VIAJK  US  LA  KEAL  FAMILIA 

ILIWINAOIÓN    1)K    LA    RÍA    POK    LA    PAKTK    1)K    LA    SKNDKJA 

ARCOS  DEL  AYUNTAMIÜNTO  T  I.A  DIPUTACIÓN 

Dibujos  de  Asarla,  según  fotoij rafia  y  apuntas 

Ya  en  el  núuiero  anterior  puiiierdii  eutenirse  nuestros 
lectores,  por  las  referencias  del  señor  .Moya,  de  las  fanliisticas 
iiumiuacionos  con  que  la  rica,  espléndida  y  culta  Bilbao  qui- 
so hacer  fastuoso  alarde  de  los  grandes  elementos  con  que 
cueuta  al  recibir  digna  y  respetuosamente  á  S.  S.  M.  M.  y 
X.  A.  Hoy  damos  otro  grabado  representando  la  iluminación 
de  la  ria  por  la  parte  de  la  Sondeja  y  además  los  dos  arcos 
ievautados  por  ol  Ayuntamiento  y  la  D:putacióu,  de  muy 
buen  gusto  ambos  y  á  propósito  para  que  pudiera  lucir  la 
bonita  eomiiinación  de  luces  que  ostentaban  por  la  noche. 


EXPU LSA  DA  (Cuadro  de  Blandford  Fletcher) 


KKCCKBDOS    DKL    CX.TDIO    BEY    DK    BAVIKBV 

rnrrvfje   de   gala—CmHUo  viejo  de  llnheiuehwnngrm 
En  Linderhof 

Por  una  singular  repercusión  histórica  hemos  visto  repe- 
tido en  nuestros  días  el  fenómeno  de  un  Nerón,  un  Caracalla, 
nn  Heliogábalo  dñendo  la  corona  real  en  imo  de  los  estados 
de  .Uemanla;  tal  fué  el  rey  Luis  II,  sobre  cuya  memoria  si  no 
pesan  las  atrocidades  cometidas  por  aquellos  soberanos  no 
es  por  cierto  por  falta  de  haberlas  concebido,  sino  por  no  ha- 
ber habido  quien  quisiese  obedecer  las  órdenes  de  su  eje- 
cución. Redúcese  el  caso  simplemente  á  un  delirio  de  las 
grandezas;  Luis  II  quería  hacer  lo  que  LuU  XIV,  lo  que  I>o- 
hengrin,  etc.,  etc.;  y  muy  serio  construía  palacios  y  hacia 
que  unos  cisne<i  tirasen  de  un  esquife  y  se  rodeaba  de  pom- 
pas como  si  realmente  se  tratase  de  aquellos  personajes. 

■xromciós  orüebál  dr  filipinas  en  kl  parque 

DB  MADBID 

VUnwUlo»  dométtleot.—Arma»  i  Ídolo»  igorrote».— Interior  de  la 
tección  í.»  (Hitlorla  NalurcU)  De/otografla 

E»  cnrlnsLslma  la  sección  especial  en  que  flgiiran  la  ma- 
yoría de  lo-í  utensilios  «loniésticos,  armas  é  Ídolos  filipinos  é 
Igorrote*. 

En  armas  abundan  numerosos  y  notables  ejemplares, 
viéndose  en  las  panoplias  colecciones  magnlflcas  de  crtK$, 
li'inf.  IrilibnHrM,  caboM,  enmpilnnei,  cotas  de  malla,  salacots 
(aomlireroa  ó  capacetes),  etc.  siendo  de  oro  y  plata  los  ador- 
nos de  la*  armas,  con  puños  de  ébano  y  carabao,  y  do  ca- 
ray los  adornos  de  los  capa< 

Los  ídolos  Igorrotes  son  de 
cuanto  á  los  utenstllr>s  preseol 
tico  que  les  hace  dignos  <le  estm 

yotablllstma  es  también  la     ^ 
loria  Xatund.  Vése  allí  una  magaldífc  colección  de  coleópte- 


lera,  y  algunos  de  oro.  En 
«los  cierto  carácter  ortls- 

ón  5.*  destinada  á  la  His- 


ros  entro  los  cuales  se  admiran  varios  ejemplares  del  Bicho- 
hoja,  que  son  muy  raros. 

Entre  la  familia  de  los  ortópteros  hay  una  sección  especial 
que  presenta  todas  las  varie.lados  y  transformaciones  do  la 
langosta,  insecto  que  constituye  un  manjar  delicado  para  la 
masa  general  de  la  raza  indígena  filipina. 

La  colección  de  mariposas  (Lepidópteros)  es  p'reclosa,  ad- 
mirándose en  ella  muchos  ejemplares  tan  raros  como  bellos. 

La  colección  de  Insectos  consta  de  más  de  2.000  ejem- 
plares. 

También  la  de  pescados  y  crustáceos  es  numerosa  é  inte- 
resante, figurando  entre  los  últimos  varios  enormes  cangre- 
jos de  mar  y  algunos  cangrejos  llamados  vulgarmente  peces- 
cacerolas  por  la  semejanza  de  su  forma  con  aquel  utensilio 
de  cocina. 

YA  herl)ario  es  soberbio,  constando  de  4.000  números.  La 
flora  natural  está  coleccionarla  en  un  muestrario  que  forma 
muchos  volúmenes  encarpetados. 

El  Museo  de  Historia  Natural  de  Madrid  ha  exhibido,  eu 
una  magnifica  Instalación  que  ocupa  el  centro  do  la  Sala, 
cuanto  do  más  notable  posee  perteneciente  al  reino  animal 
procedente  de  nuestras  posesiones  de  (iceunía. 

Eñ  la  parte  inferior  de  las  vitrinas  hay  curiosas  coleccio- 
nes do  madréporas  y  piezas  esqueléticas. 

Los  que  hayan  oído  hablar  de  la  renombrada  sopa  do  ni- 
dos de  iiolondrinnt  y  quieren  conocer  esteraro  articulo  do  co- 
mercio, pueden  examinar  lo  contenido  en  varios  frascos  de 
cristal,  colocados  en  el  primer  ángulo  izquierdo  de  la  .Sala. 

KL    CANAL 

;lx)  que  no  daria  cualquier  verdadero  amante  de  la  natu- 
raleza, ó  limitando  extraordinariamente  el  concepto,  del 
campo,  por  tener  ese  canal  á  su  vera!  De  alguien  sé  decir  que 
preferirla  v\v\t  ahí  que  no  en  una  de  esas  casas  que  se  hacen 
ahora  eu  los  erumncttes,  con  piedra  artificial,  y  portero. 


maillud:  kxposición  nacional  de  bkllas  artes  dk  1.ss7 

primaví;ra 

Cuadro  de  Eduardo  Pelayo;  medalla  de  segunda  dase 

Dibujo  (le  P.  y  Valor 

Hé  aquí  el  juicio  que  ha  merecido  dicha  obra  al  Sr.  Giner 
de  los  Kios,  á  quien,  como  de  costumbre,  recurrimos  en  esta 
materia: 

•  Primavera,  original  de  D.  Eduardo  Polayo  Fernández, 
discípulo  del  eminente  Sala.  Elegancia  y  distinción,  entona- 
ción y  colorido,  atrevimiento  digno  do  artista,  son  las  pri- 
meras cualidades  que  se  admiran  al  contemplar  el  cuadro. 
Sobre  una  mancha  excesivamente  verde,  en  un  cami)0  don- 
do  no  penetra  la  luz  ni  que  se  vea  una  sola  ráfaga  de 
cielo,  al  pié  do  maravilloso  árbol  por  bajo  de  cuya  extensa 
rama  parece  percibirse  la  fresca  aura  del  primer  des]ierliir 
de  la  naturaleza,  juguetear  uii  niño  y  una  niña  do  la  época 
clásica,  ceñida  la  cabeza  de  roja  cinta  ella  y  él  coronado  do 
verde  yedra.  El  abandono  con  que  el  pintor  ha  querido  colo- 
carlos ha  dado  como  consecuencia  que  el  brazo  izquierdo  de 
la  niña  se  confunda  á  primera  vista  con  la  piorna  iziiuierdtt 
de  él.  Acaso  uo  sea  esto  el  solo  defecto  de  <libujo,  porque  nin- 
guno do  los  dos  brazos  de  la  niña  deben  citarse  como  mode- 
lo; pero  aparte  de  este  lunar,  que  salla  á  los  ojos  anie  tanta 
belleza,  es  sin  disputa  uno  de  los  mejores  cuadros  que  la 
Exposición  encierra  la  obra  del  señor  Pelayo.  Si  de  aiiul  ]>ii- 
sáramos  á  estudiar  la  verdad  y  la  sencillez  al  propio  tiempo, 
si  nos  detuviéramos  á  considerar  la  manera  de  eslar  piula- 
dos tirsos  y  panderetas,  que  dan  carácter  y  animación  al 
lienzo,  cansaríamos  al  lector  á  fuerza  de  aplaudir  incesante- 
mente. La  Primavera,  del  discípulo  de  Sala,  es  nna  verdadera 
resurrección  del  arte,  que,  gracias  al  maestrazo  citado,  ,se  ha 
abierto  en  nuestra  pintura  contemporánea.  Sigan  ose  cami- 
no los  que  Bíonten  verdadera  vocación,  en  la  seguridad  de 
acertar  y  de  conquistar  laureles." 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


655 


MÁLAGA 

LAS   FIESTAS   DEL   CENTENABIO   DE    LA   RECONQUISTA 
REYES    DE   ARUAS  Y   PEONES   CRISTIANOS 

THbujo  de  Asaría,  según  fotografía 
Véase  el  iiúmero  anterior. 

EXPULSADA 

Cuadro  de  Blandford  Flctcher 

La  ]>obre  inquiliiia  ha  sido  lanzada  á  la  calle  en  virtud  de 
la  providencia  de  ovicción  decretada  por  el  juez.  Grave  es- 
cáudalü,  terrible  vergüenza  (contra  la  cual,  entre  paréntesis, 
se  ha  formado  en  París  una  humanitaria  sociedad  llamada 
de  los  Demenagements  á  la  cloche  de  bois);  la  pobre  viuda  tiene 
que  abandonar  su  casa  entre  los  cuchicheos  y  la  curiosidad 
délos  vecinos,  dejando  allí  dentro  todo  su  ajuar.  Nada  más 
triste  que  su  íisonomía  consternada,  como  no  sea  la  inocente 
placidez  de  la  pobre  niña. 

Ciertamente  que  lílandtbrd  ha  retratado  de  una  manera 
implacable  el  brutal  desahucio  de  la  pobre  viuda. 

CALLE    JORGfE,    EN    HALIFAX,     NUEVA    ESCOCIA 

Forma  la  Nueva  Escocia,  península  unida  al  Canadá,  un 
gobierno  jíenoral  como  el  de  dicha  colonia  autónoma.  La  ca" 
pital  es  Halifax,  muy  bon'ta,  de  construcción  regular,  pero 
con  los  edirtcios  cu  su  mayor  parte  de  madera.  Es  importante 
sobre  todo  por  su  comercio,  pues  recibe  anualmente  más  de 
cinco  mil  buques,  que  exportan  por  valor  de  unos  tres  millo- 
nes de  duros,  cereales,  maderas,  pez  y  trementina. 

^ . 


MUERTO 


Raudo  volando  mi  pensamiento 

buscando  goces,  dichas  sin  cuento 

cruza  el  espacio... 
¡Aprisa,  aprisa!  No  te  detengas 
que  ya  estás  cerca;  no  te  entretengas; 

¡no  tan  despacio! 


II 


Qué  ¿ya  vacilas  desfallecido? 
¡ay,  pensamiento!  ¿qué  ha  entorpecido 

tu  raudo  vuelo? 
¿No  ves  la  dicha  cuan  cerca  se  halla? 
¡anda  otro  poco!  ¡por  Dios,  acalla 
mi  loco  anhelo! 

III 

¡Ay!  ya  no  puedes;  ya  desfalleces; 
¿por  qué  vacilas  y  así  entorpeces 

tu  rumbo  cierto?... 
¡Triste  destino  del  ser  humano! 
Cuando  la  dicha  se  encuentra  á  mano 

te  rindes...  ¡muerto! 


Enrique  González  y  Quesada 


LOKIS 


FOTÍ    I'IIOSI'EKO   i*j:Eniasa^EE 


(continuación) 

IV 

La  comida  fué  muy  alegre.  El  general  nos 
dio  pormenores  muy  interesantes  sobre  las  len- 
guas que  se  hablan  en  el  Caucase,  algunas  de 
las  cuales  son  aryas  y  otras  turanins,  por  más 
que  entre  los  diferentes  pueblos  haya  una  nota- 
ble confoí'midad  de  usos  y  costumbres.  Vime 
obligado  yo  también  á  hablar  de  mis  viajes,  á 
causa  de  que  habiéndome  el  conde  Szemioth  fe- 
licitado por  la  manera  cómo  montaba  á  caballo, 
diciendo  que  no  se  había  encontrado  nunca  con 
ministro  ni  profesor  alguno  que  pudiobe  hacer 
tan  expeditamente  un  trecho  cual  el  que  acabá- 
bamos de  correr,  debí  explicarle  cómo,  encarga- 
do por  la  Sociedad  bíblica  de  un  trabajo  sobre 
los  charrúas,  había  pasado  tres  años  y  medio  en 
la  república  del  Uruguay,  casi  siempre  á  caballo 
y  viviendo  en  las  pampas  entre  los  indios.  Este 


fué  el  motivo  que  me  llevó  á  contar  como  ha- 
biendo estado  tres  días  extraviado  en  aquellas 
llanuras  sin  fin,  sin  tener  víveres  ni  agua,  me  ha- 
bía visto  obligado  á  hacer  como  los  gauchan  que 
me  acompañaban,  es  decir,  á  sangrar  á  mi  caba- 
llo y  beber  su  sangre. 

Todas  las  señoras  prorumpieron  en  un  grito 
de  horror.  El  general  hizo  observar  que  los  cal- 
mukos  usaban  de  igual  recurso  en  parecidas 
contingencias.  El  conde  me  preguntó  qué  tal 
me  había  parecido  aquella  bebida. 

—  Moralmente , — respondí ,  —  me  repugnaba 
mucho,  pero  físicamente  la  encontré  muy  bue- 
na, y  á  ella  debo  el  honor  de  poder  comer  hoy 
aquí  Muchos  europeos,  quiero  decir,  blancos, 
que  han  vivido  largo  tiempo  con  los  indios  se 
acostumbran  á  ella  y  aun  llegan  á  tomarle  gus- 
to. Mi  excelente  amigo  D.  Fructuoso  Rivero, 
presidente  de  la  república,  deja  pasar  raramen- 
te la  ocasión  de  satisfacerlo.  Acuerdóme  que  un 
día,  yendo  al  Congreso,  de  gran  uniforme,  pasó 
por  delante  de  un  rancho  donde  sangraban  á  un 
potro.  Detúvose  y  bajó  del  caballo  para  pedir  un 
chupón,  un  sorbo,  después  de  lo  cual  pronunció 
uno  de  sus  más  elocuentes  discursos. 

— Pues  es  un  horrible  monstruo  vuestro  pre- 
sidente,— exclamó  la  señorita  Iwinska. 

— Perdonadme,  querida  Pañi,— le  dije, — es 
un  hombre  muy  distinguido,  de  un  talento  su- 
perior. Habla  maravillosamente  muchas  len- 
guas indias  muy  difíciles,  sobre  todo  el  cha- 
rrúa, á  causa  de  las  innumerables  formas  que 
toma  el  verbo,  según  su  régimen  directo  ó  in- 
directo y  aun  según  las  relaciones  sociales  exis- 
tentes entre  las  personas  que  lo  hablan. 

Iba  á  dar  algunos  pormenores  bastante  cu- 
riosos sobre  el  mecanismo  del  verbo  chnrruo, 
pero  el  conde  me  interrumpió  para  preguntar- 
me dónde  era  menester  sangrar  á  los  caballos 
cuando  se  quería  beber  su  sangre. 

— Por  el  amor  de  Dios,  mi  caro  profesor, — 
exclamó  la  señorita  Iwinska  con  aire  de  terror 
cómico, — no  se  lo  digáis.  Es  hombre  capaz  de 
matar  toda  su  caballeriza  y  de  comérsenos  á 
nosotros  mismos  cuando  no  tenga  más  caballos. 

Con  esta  salida,  levantáronle  las  señoras  de 
la  mesa,  riendo,  para  ir  á  preparar  el  té  y  el 
café,  en  tanto  que  nosotros  fumábamos.  Al  cabo 
de  un  rato  enviaron  del  salón  á  que  fuese 
allí  el  señor  general.  Todos  queríamos  seguirle, 
pero  se  nos  dijo  que  las  señoras  no  querían  más 
que  un  solo  hombre  á  la  vez.  Pronto  oímos  en 
el  salón  grandes  carcajadas  y  palmoteos. 

^La  señora  lulka  hace  alguna  de  las  suyas, 
— dijo  el  conde. 

Vinieron  después  á  pedir  por  él;  nuevas  ri- 
sas, nuevos  aplausos.  Tocóme  en  seguida  el  tur- 
no. Cuando  entré  en  el  salón,  todos  los  semblan- 
tes habían  cobrado  un  aspecto  de  gravedad  que 
no  era  de  muy  buen  agüero.  Me  esperaba  algu- 
na guasa. 

— Señor  profesor, — me  dijo  el  general  con 
su  tono  más  ceremonioso, — estas  señoras  pre- 
tenden que  hemos  dado  demasiada  acogida  á  su 
champagne  y  no  quieren  admitirnos  á  su  lado 
hasta  después  de  hecha  una  prueba.  Trátase  de 
ir  con  los  ojos  vendados  desde  el  lenti-o  de  este 
salón  á  la  pared,  y  tocarla  con  el  dedo.  Ya  veis 
que  la  cosa  es  muy  sencilla;  basta  marchar  de- 
recho. ¿Estáis  en  el  caso  de  observar  la  línea 
recta? 

— Así  pienso,  señor  general. 

Al  punto  la  señorita  Iwinska  me  echó  un  pa- 
ñuelo sobre  los  ojos  y  apretó  con  toda  su  fuer- 
za por  detrás. 

— Estáis  en  medio  del  salón, — dijo, — exten- 
ded la  mano...  ¡Gueno!  Apuesto  á  que  no  tocáis 
la  pared. 

—  ¡Adelante,  marchen! — dijo  el  general. 

No  había  más  que  dar  cinco  ó  seis  pasos. 
Adelanté  muy  lentamente,  persuadido  de  que 
encontraría  alguna  cuerda  ó  taburete,  traidora- 
mente  colocado  en  mi  camino  para  hacerme  tro- 
pezar. Oí  risas  ahogadas  que  aumentaban  mi 
embarazo.  Por  fin,  creíame  estar  ya  enteramen- 
te á  tocar  la  pared,  cuando  mi  dedo,  que  exten- 
día yo  hacia  adelante,  entró  de  pronto  en  algo 
de  Irlo  y  de  viscoso.  Hice  una  mueca  y  di  un 


salto  atrás,  que  hizo  estallar  de  risa  á  todos  los 
circunstantes.  Arranqué  mi  venda  y  vi  cerca  de 
mí  á  la  señorita  Iwinska  que  tenía  un  tarro  de 
miel  donde  había  metido  yo  el  dedo,  creyendo 
tocar  la  pared.  Consolóme  al  ver  que  los  dos 
edecanes  pasaban  por  la  misma  prueba,  sin  sa- 
lir mejor  librados  que  yo. 

Durante  el  resto  de  la  velada  la  señorita 
Iwinska  no  cesó  de  dar  libre  rienda  á  su  humor 
juguetón.  Siempre  burlona,  siempre  traviesa, 
tomaba  ora  al  uno,  oía  al  otro  por  o!  jeto  de  sus 
bromas.  Noté,  sin  embargo,  que  se  dirigía  más 
á  menudo  al  conde  que,  debo  decirlo,  no  se  en- 
fadaba nunca,  y  aun  parecía  encontrar  gusto 
en  sus  soflamas.  Al  contrario,  cuando  se  las 
había  con  algunos  de  los  edecanes,  fruncía  el 
ceño  y  veía  brillar  sus  ojos  con  aquel  fuego 
sombrío  que  en  realidad  tenía  algo  de  pavoro- 
so. «Juguetona  como  una  gata  y  blanca  como 
la  natilla.»  Parecíame  que  al  escribir  este  verso 
Mi^kiewicz  había  querido  hacer  el  retrato  de  la 
panna  Iwinska. 


Retíramenos  bastante  tarde.  En  muchas 
grandes  casas  lituanas  vése  una  vajilla  de 
plata  magnífica,  bellos  muebles,  tapices  de 
Persia  preciosos,  y  no  hay,  como  en  nuestra 
querida  Alemania ,  buenas  camas  de  pluma 
que  ofrecer  á  un  huésped  fatigado.  Rico  ó  po- 
bre, gentilhombre  ó  paisano,  un  eslavo  sabe 
dormir  bien  sobre  una  tabla.  El  castillo  de  Dow- 
ghielly  no  formaba  excepción  á  esta  regla  ge- 
neral. En  el  cuarto  donde  se  nos  condujo  al 
conde  y  á  mi  no  había  más  que  dos  sofás  forra- 
dos de  tafilete.  Esto  no  me  asustaba  mucho, 
pues  en  mis  viajes  habíame  acostado  á  menudo 
sobre  la  tierra  desnuda,  y  me  burlé  un  poco  de 
las  exclamaciones  del  conde  respecto  á  la  falta 
de  civilización  de  sus  compatriotas.  Un  criado 
vino  á  sacarnos  las  botas  y  nos  dio  batas  y  pan- 
tuflos. El  conde,  después  de  haberse  quitado  la 
ropa  de  encima,  pa.seóse  por  algún  tiempo  en 
silencio,  y  después,  deteniéndose  ante  el  sofá 
en  que  me  había  yo  extendido  ya,  me  dijo: 

■ — ¿Qué  pensáis  de  lulka? 

— La  encuentro  encantadora. 

— Sí;  pero...  ¡muy  coqueta!  ¿Creéis  que  real- 
mente guste  de  aquel  capitanete  rubio? 

— ¿El  edecán?  ¿Cómo  puedo  yo  saberlo? 

— Es  un  fatuo...  .  debe,  pues,  agradar  á  las 
mujeres. 

— Niego  la  conclusión,  señor  conde.  ¿Queréis 
que  os  diga  la  verdad?  La  señorita  Iwinska 
pieni-a  mucho  más  en  agradar  al  conde  Sze- 
mioth que  á  todos  los  edecanes  del  ejército. 

Ruborizóse  sin  contestarme,  pero  me  pareció 
que  mis  palabras  le  habían  ocasionado  un  pla- 
cer muy  sensible.  Paseóse  aún  durante  algún 
tiempo  más  sin  hablar,  hasta  que  mirando  su 
reloj  exclamó: 

— A  fe  que  haríamos  bien  en  dormir  porque 
es  muy  tarde. 

Tomó  su  fusil  y  el  cuchillo  de  caza,  que  ha- 
bían llevado  á  nuestro  cuarto,  y  los  puso  en  un 
armario  del  cvial  retiró  la  llav?. 

— ¿Queréis  guardarla? — me  dijo,  entregándo- 
mela, con  gran  sorpresa  mía. — Podría  olvidar- 
la. Seguramente  tenéis  más  memoria  que  yo. 

— El  mejor  medio  de  no  olvidar  vuestras  ar- 
mas,— le  dije, — sería  ponerlas  sobre  esta  mesa 
cerca  de  vuestro  sofá. 

— No...  Ved,  hablando  francamente,  no  me 
gusta  tener  armas  cerca  de  mí  cuando  duermo... 
Y  la  razón,  hela  aquí.  Cuando  estaba  yo  en  los 
húsares  de  Grodno,  dormí  un  día  en  un  cuaito 
con  un  camarada;  mi  pistolas  estaban  sobre  una 
silla,  cerca  de  mi.  Por  la  noche  despertóme  una 
detonación.  Encontróme  con  vina  pistola  en  la 
mano;  había  hecho  fuego  y  la  bala  había  papa- 
do á  dos  pulgadas  de  la  cabeza  de  mi  camaia- 
da...  No  he  podido  recordar  nunca  el  sueño  que 
había  tenido. 

Esta  anécdota  me  inquietó  algo.  Estaba  yo 
bien  seguro  de  no  tener  bala  alguna  en  la  cabe- 
za, pero  cuando  me  fijé  en  la  elevada  estatura, 
en  la  comijlexión  hercúlea  de  mi  compañero, 


656 


LA  ILUSTEACION  IBÉRICA 


en  SBS  brazos  nervudos  cubiertos  de  un  vello 
negro,  no  pude  dejar  de  reconocer  que  se  halla- 
ba perfectamente  en  estado  de  estrangularme 
con  sus  manos,  si  tenía  un  mal  sueño.  Con  todo, 


gtiaixieme  bien  de  revelarle  la  menor  inquietud; 
únicamente  coloqué  una  luz  sobre  una  silla, 
cerca  de  mi  sofá  y  me  puse  á  leer  el  Catecismo 
de  Lawieki,  que  me  había  yo  traído.  El  conde 


me  dio  las  buenas  noches,  extendióse  sobre  el 
sofá  y  se  volvió  cinco  ó  seis  veces;  por  fin  pare- 
ció adormecerse,  por  más  que  se  hubiese  hecho 
un  ovillo,  como  el  amante  de  Horacio  que,  en- 


cerrado en  un  cofre,  toca  8u  cabeza  con  sus  ro- 
dillas replegadas: 

Tarpi  cianeas  in  arca, 

Contractam  geolbiu  ungaa  caput 

De  vez  en  cuando  suspiraba  con  fuerza,  deja- 
ba oir  una  especie  de  estertor  nervioso  que  yo 
atribuía  á  la  extraña  posición  que  había  toma- 
do para  dormir.  Una  hora,  tal  vez,  transcurrió 
de  esta  suerte.  Adormecíme  yo  á  mi  vez.  Cerré 
mi  libro  y  disponíame  á  colocarme  lo  mejor  que 
pudiese  en  mi  lecho,  cuando  una  risa  extraña 
de  mi  vecino  me  hizo  estremecer.  Miré  al  con- 
de. Tenía  los  ojos  cerrados;  todo  su  cuerpo  tem- 
bloteaba  y  de  sus  labios  entreabiertos  escapá- 
banse algunas  palabras  apenas  articuladas. 

— jMuy  fresca!...  ¡muy  blanca!...  El  profesor 
no  sabe  fo  qué  se  dice...  £1  caballo  no  vale  nar 
da...  ¡Vaya  un  bocado!... 

Después  mordió  con  furia  la  almohada  en 
que  descansaba  la  cabeza,  y  al  mismo  tiempo 
lanzó  un  rugido  tan  fuerte,  que  se  dispertó. 

Por  lo  que  á  mi  hace,  permanecí  inmóvil  en 


CALLE  JORGE 

EN 

HALIFAX 

(NUEVA  ESCOCIA) 


mi  sofá  é  hice  como  que  dormía.  Obsérvele,  sin 
embargo.  Sentóse,  frotóse  los  ojos,  suspiró  tris- 
temente y  permaneció  más  de  una  hora  sin 
cambiar  de  postura,  absorbido,  á  lo  que  parecía, 
en  sus  reflexiones.  Sin  embargo,  no  las  tenia  yo 
todas  conmigo  y  me  prometí  interiormente  no 


acostarme  nunca  al  lado  del  señor  conde.  A  la 
larga,  sin  embargo,  la  fatiga  triunf?)  de  la  in- 
quietud y  cuando  entraron  por  la  mañana  en 
nuestro  cuarto,  dormíamos  uno  y  otro  profun- 
damente. 

(¡Se  wntinmrá.)  Traducción  de  A.  O. 


llWRSniClM:  Cmm,  :6&-3<7,  loéi  bliui,  Uit«r.— Reurrados  los  derechos  de  propiedad  artística  j  liUraria.— Las  reclanaciones  en  Madrid,  al  represeDtaote  de  tsU  Casi  D.  larnel  Pli  j  Vtltr,  Apodací,  10, 2.* 

= )  INSÉRTESE  Ó  NO.  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  ( 


tmLMMcamwMTO  TiPooRinoo  oa  B.  Basboa.— Caixb  di  ViujutnosL,  icúm.  17,  sHSiUfaHB  os  Sax  aktonio.— Barcbloha. 


SEMANARIO     CIENTÍFICO.     LITERARIO     Y     ARTÍSTICO 


'«V^ 


Año  V 


Barcelona  15  de  Octubre  de  1887 


Nlun.  250 


SIN  HOGAR  (Cuadio  de  Stanhope  Vorbes) 


u>^ 


LA  ILÜSTEACION  IBÉRICA 


SUMARIO 

Tioio.— líadrid.  Oariat  á  wk  prima,  por  Fvrau¡ñoi.—  Vn  idi- 
Oe  uikiUtta  (oontinoaeión),  por  Vicente  Blasco  Ibáfiex.— 
Anrúta  cúaM/lca,  por  Alft«do  Opisso.  — I<>í  rírgot,  por 
Joaquín  Borda.— XaaitnM  grabadoa.— .imor  (poesía),  por 
Tiecnte  Biva  Palacio.— £otit  (continuación),  por  Próspe- 
ro M«rimé«  (tiadnooión  de  A.  O.) 

Q%tMAi)oa.—La$  BtUa»  Arla  e»  Agtattrra  (tres  grabados).— 
ApotMifa  d<  BéUaAftadeÜMrl*  <U  1887  (dos  grabados). 
—  Expofieión  maritima  intenmeitmal  de  Cádtt;  Fachada 
principal  del  pabellón  de  la  TraaatUntioa.— ITadríd.  Ex- 
potieti»  gaterat  de  /Wpiwu.— Obsequio  á  la  novia  el  dl4 
de  sn  eomplea&os.— Dort.— El  Museo  de  South  Kenslng- 
t*n  (tras  grabados).— Impresiones  de  un  corresponsal  ar- 
tístico especial  inglés.- iYniptom.-  FesUiJos  con  motivo 
4«1  Tii0«  da.S..&  K.  X.  y  A.  A. 

MADRID 


en  Madrid.  —  Madrid  conquistado  por  tus  extran- 
jeros.— Las  cigarreras 

UKRIPA  mía:  ¡Qué  tiempos  aquellos  en  que 
hablábamos  de  América,  el  país  del  oro 
y  de  la  China,  el  país  de  los  abanicos, 
como  se  habla  hoy  de  algunos  planetasl  Pero 
los  tiempos  han  cambiado  y  los  españoles  de 
hoy,  mientras  toman  el  chocolate,  hablan,  opi- 
nan V  fallan  de  los  asuntos  de  Oi'iente  y  de  Ma- 
rruecoa,  como  si  se  tratase  de  sus  negocios  par- 
Mculares.  Un  tenedor  de  papel  se  cree  con  dere- 
cho á  regir  la  conducta  de  Bisniarck  ó  de  Grevy, 
Snesto  que  esta  conducta  influye  en  la  subida  ó 
escenso  de  los  fondos  y  al  leer  un  telegrama 
suele  exclamar  lleno  de  indignación:  ¡Este  hom- 
bre (}' habla  del  emperador  de  Alemania)  me 
perjudica! 

Se  comprende,  pues,  que  los  madrileños,  y 
especialmente  los  hombres  políticos,  los  diplo- 
máticos, los  militares  y  los  que  gastan  babuchas 
en  vez  de  gastar  zapatillas  estén  preocupados 
o«n  la  enfermedad  del  sultán  de  Marruecos  y 
con  el  movimiento  de  tropas  españolas.  Parece 
que  vamos  á  tener  otra  guerra  civil,  como  ha 
llamado  no  sé  quién  á  nuestras  guerras  con  los 
moros,  y  que  nos  preparamos  á  otra  conquista 
«le  África.  Marruecos  es  un  viejo  que  agoniza  en 
el  desierto  y  en  tomo  suj-o  revolotean  enormes 
pájaros  con  plumaje  de  águila  que  en  realidad 
sólo  son  cuervos...  Si  el  emperador  muere,  todos 
esos  rapaces  pretenderán  devorarlo,  y  nosotros 
debemos  procurar  que  no  se  le  coman  todo.  Es 
otra  complicación  sobre  la  de  Europa,  donde 
Alemania  é  Italia  en  estos  momentos  tratan  de 
impedir  que  Rusia  llegue  hasta  Constantinopla 
y  convierta  el  Mediterráneo  en  lago  suyo,  donde 
no  hay  diplomático  que  no  tenga  ante  los  ojos 
el  mapa  y  no  esté  pensando  la  nueva  forma  que 
convendrá  dar  al  caprichoso  dibujo  de  las  na- 
ciones: No  cal)e  duda  que  nos  preparamos  á 
grandes  acontecimientos,  que  el  miedo  refrena, 
pero  que  el  impulso  está  dado;  que  se  concier- 
tan finalmente,  las  voluntades,  se  urden  las  úl- 
timas intrigas,  se  fírman  los  últimos  pactos  y 
se  repartfln  mentalmente  los  futuros  despojos. 
jAy  de  los  débiles! 

Nosotros  no  queremos  parecerlo  y  el  gobierno 
dispone  tropas  y  las  dirige  al  Mediodía  y  las 
hará  j)a.sar  el  Estrecho  tan  pronto  como  alguna 
otra  nación  muestre  excesiva  impaciencia.  El 
sultán,  entre  la  vida  y  la  muerte,  recréase  tal 
vez  en  sus  momentos  lúcidos  pensando  en  que 
las  naciones  le  harán  magníficos  y  sangrientos 
funerales. 

Si  has  leído  el  libro  de  Amicis  titulado  Ma- 
rruecos, habrás  dedicado  algún  recuerdo  de 
simpatía  al  emperador;  cuando  Amicis  le  vio, 
dice  que  era  el  más  hermoso  y  simpático  joven 
qne  puede  brillar  en  la  fantasía  de  una  odalis- 
ca. Cierto  que  tú  no  lo  eres,  mas  yo  sé  bien  que 
para  juzgar  de  la  gallardía  y  hermosura  de  un 
emperador,  y  hasta  de  un  moro  vulgar  y  plebe- 
yo, no  es  preciso  haber  nacido  entre  la  Morería; 
un  hombre  alto  y  esbelto,  de  ojos  grandes  y  sua- 
ves, de  nariz  aguileña,  de  rostro  moreno  perfec- 
tamente ovalado  y  contomado  por  barba  negra, 


de  nobilísimo  rostro  bañado  por  tintas  de  suave 
tristeza,  aquí  como  en  París  y  como  en  Marrue- 
cos se  lleva  la  voluntad  y  el  corazón  y  los  iniVs 
sanos  principios  de  las  damas  y  de  las  mujeres. 
Y  más  si  viene  con  el  jaique  blanco  de  pura 
nieve  y  el  turbante  bien  puesto  y  descubierto 
por  la  caída  capucha  y  sobre  un  hermoso  y  blan- 
quísimo caballo  con  artísticos  arreos  en  que  bri- 
llan los  colores  y  el  oro. 

Cuando  el  escritor  italiano  nos  describe  como 
vio  á  Muley-Hassan  entre  el  apiñado  circulo  de 
su  séquito,  comprendemos  bien  lo  que  es  un  sul- 
tán y  lo  que  es  su  imperio.  Todos  los  ojos  se  fija- 
ban en  él,  no  se  oía  respirar;  sólo  se  veían  ros- 
tros inmóviles  en  actitud  de  profinida  venera- 
ción. Dos  moros  con  trémula  mano  le  espanta- 
ban las  moscas,  de  los  pies;  otro  de  cuando  en 
cuando  le  pasaba  la  mano  por  el  borde  del  jai- 
que como  para  purificarlo  del  contacto  del  aire; 
un  cuarto  sirviente,  en  actitud  de  sagrado  i'es- 
peto,  acariciaba  la  grupa  del  caballo;  y  el  que 
tenía  el  altísimo  quitasol  que  le  servia  de  do- 
sel, bajaba  los  ojos,  inmóvil  como  una  estatua, 
como  si  estuviese  confuso  y  anonadado  por  la 
solemnidad  de  su  cargo.— ¡No  parecía  un  mo- 
narca sino  un  Dios!— dice  Amicis. 

Pero  es  un  hombre;  nos  lo  prueba  la  historia 
novelesca  de  su  enfermedad  tal  como  corre  en 
Tánger,  en  las  conversaciones  privadas,  menos 
respetuosas  que  las  ceremonias  palaciegas.  Las 
hermosuras  del  Harem  pertenecen  á  las  fami- 
lias nobles  del  imperio;  mas  hay  una,  venida  de 
tierra  extranjera,  que  excede  á  todas  en  gracia, 
en  distinción,  en  lealtad  y  belleza.  Es  circasia- 
na, blanca  y  profesa  en  secreto  la  religión  de 
Cristo.  El  sultán  tiene  un  hijo  de  ella;  un  hijo 
de  cinco  años.  Por  el  hijo  y  la  madre  tiene  ol- 
vidados á  sus  demás  hijos;  á  sus  otras  esposas. 
El  amor,  el  rencor,  la  envidia,  la  ambición  han 
llenado  el  Harem  de  pensamientos  de  muerte; 
antes  que  ver  al  emperador  esclavo  de  una  ex- 
tranjera las  sultanas  quieren  verle  muerto... 
El  emperador  lo  sospecha  y  teme.  Con  frecuen- 
cia hace  que  prueben  su  comida  unos  cuantos 
negritos  que  tiene  para  este  delicado  experi- 
mento y  que  hasta  hoy  por  fortuna  se  han  dado 
el  trato  más  exquisito  de  Marruecos...  Pero  el 
caso  es  que  mientras  los  negritos  engordan  el 
emperador  enflaquece;  un  veneno  lento  parece 
que  vá  pudriendo  su  sangre;  un  veneno  qne  ya 
toma  el  aspecto  de  un  tifus,  ya  de  otras  inextin- 
guibles fiebres;  "y  el  imperio  teme  y  el  sultán 
se  extingue  y  las  naciones  se  inquietan  y  nues- 
tro gobierno  cree  que  ha  llegado  la  ocasión  de 
que  el  Estrecho  de  Gibraltar  no  sea  mas  que  un 
rio  divisor  de  España. 

De  todo  esto  ¿qué  resultará?  Si  el  emperador 
muere,  algunas  correrías,  tal  vez,  en  las  tierras 
moras  fronterizas;  un  considerable  aumento  de 
generales  en  la  Guía  y  una  gran  abundancia 
de  espingardas  y  gumías  en  el  Rastro.  No 
tengo  fe  en  el  genio  de  las  victorias,  ni  menos 
en  el  semblante  de  Sagasta.  El  rostro  de  Sa- 
gasta  es  moruno  y  lo  son  su  carácter  y  costum- 
bres. Convengamos  en  que  nos  pasa  algo  de  lo 
que  ocurre  en  Marruecos:  allí  una  cristiana, 
disfrazada  de  odalisca,  gobierna  al  imperio;  aquí 
un  moro,  de  sombrero  de  copa,  se  ha  posesiona- 
do del  gobierno. 

Pero  nada  más  de  política,  ni  de  guerra,  ni 
de  alusiones  personales;  entremos  en  asuntos 
diferentes,  si  bien  debemos  continuar  hablando 
de  asuntos  extranjeros  al  hablar  de  los  nues- 
tros. 

En  otra  carta  hablé  ya  del  Congreso  literario 
internacional  que  se  dispone.  El  programa  está 
redactado.  Hele  aquí. 

Día  8. — Inauguración  oficial  del  Congreso  en 
el  paraninfo  de  la  Universidad.  (Irán  función 
de  gala  en  el  teatro  Real.  Día  9. — Expedición 
á  Toledo;  y  en  esta  ciudad  almuerzo  servido 
por  Lhardy.  Día  10. — Velada  literaria  en  el 
Ateneo.  Día  11. — Gran  banqueteen  el  salón 
del  Conservatorio,  ofrecido  por  la  Asociación 
de  Escritores  y  Artistas.  Día  12.- — Corrida  de 
toros;  en  atención  á  que  los  congresistas  ex- 
tranjeros han  manifestado  vivos  deseos  de  pre- 
senciarla,  para  formar,   sin   duda,   verdadera 


opinión  respecto  de  esta  fiesta  llamada  bárba- 
ra. Día  lo. — Expedición  al  Escorial,  dirigida  y 
costeada  por  la  Diputación  provincial  de  Ma- 
di-id,  y  almuerzo  en  el  monasterio,  de  doscien- 
tos cubiertos.  (Según  parece  todos  los  platos 
de  este  banquete  pertenecerán  exclusivamente 
á  la  cocina  española...  ¡Desgraciados.').  Día  14. 
— Almuerzo  servido  por  Pomos  en  el  palacio 
municipal  y  costeado  por  el  Ayuntamiento. 
(Como  aquí  no  tenemos  negritos  catadores,  los 
alguaciles  de  la  Corporación  con  sus  trajes  del 
siglo  xvii  probarán  los  platos).  Por  la  noche 
representación  extraordinaria  en  el  teatro  Es- 
pañol. Vico  y  Calvo  representarán  El  Alcalde 
de  Zalamea.  Día  15, — Ijos  ilustres  congresistas 
se  dirigirán  procesionalmente  á  la  plaza  de  las 
Cortes  y  en  ella  y  en  nombre  de  todos  los  paí- 
ses representados  depositarán  coronas  sobre  el 
pedestal  de  la  estatua  de  Cervantes.  Además, 
harán  colocar  en  el  zócalo  una  placa  expresiva 
de  que  todas  las  literaturas  rinden  fervoroso 
tributo  de  admiración  al  insigne  autor  de  El 
Quijote. 

Se  habla  de  una  recepción  en  Palacio  y  de 
otros  diferentes  almuerzos.  Los  congresistas 
extranjeros  que  han  llegado  y  deben  llegar,  son 
setenta  y  ocho.  Se  disponen  treinta  ó  cuarenta 
sepulturas  perpetuas  en  la  Necrópolis,  contando 
con  la  eficacia  de  las  indigestiones. 

Diez  y  seis  congresistas  vienen  custodiados 
por  sus  esposas.  Aunque  en  Madrid  no  se  tiene 
respeto  al  honor  conyugal  y  tras  de  cada  es- 
quina hay  un  grupo  de  Tenorios  dispuestos  á 
un  rapto,  es  de  esperar  que  en  esta  ocasión  las 
señoras  extranjeras  encuentren  en  nosotros 
artistas,  eruditos  y  filósofos  en  vez  de  bandidos 
generosos  y  torerros. 

Parece  que  Julio  Simón  no  vendrá,  porque 
un  médico  extranjero  residente  en  Madrid  le  ha 
escrito  que  desista  del  viaje;  pues  corren  aquí 
uiuciuis  pulmonías.  Julio  Simón  tiene  ochenta 
y  cuatro  años;  á  esta  edad,  lo  que  precisamente 
lo  empieza  á  faltar  á  uno  es  aire. 

De  todas  estas  fiestas  ya  te  hablaré  en  mis 
próximas  cartas,  querida  prima. 

Hoy,  para  concluir,  y  para  concluir  con  algo, 
verdaderamente  español,  sin  mezcla  de  extran- 
jerismo; con  algo  no  sólo  castizo  sino  madri- 
leño, te  diré  que  ayer  se  insurreccionaron  las 
operarías  de  la  fábrica  de  tabacos;  con  motivo 
de  algunas  disposicionesde  la  Compañía  Tabaca- 
lera. La  razón  de  esto  alboroto  es  que,  según 
dicen,  cada  día  ganan  menos  dinero  con  su  tra- 
bajo. El  gobernador,  duque  de  Frías,  quiso  apa- 
ciguarlas, y  le  tiraron  un  pedazo  de  carbón, 
que  le  dio  en  el  sombrero.  Pedían  á  grito  heri- 
do la  cabeza  del  señor  ('amacho,  director  de  la 
Sociedad,  allí  presente,  sin  que  fuese  posible 
conseguir  que  se  desprendiese  de  ella  el  intere- 
sado. El  conserje  del  establecimiento,  en  vista 
de  esto  y  recordando  la  natural  influencia  que 
ejerce  en  el  ánimo  de  las  cigarreras  en  los 
tiempos  normales,  se  adelantó  ¡I  parlamentar 
lleno  del  mejor  espíritu.  —  ¡Quítese  V.  de  ahí, 
so  mandria! — le  dijeron.  Y  él  se  quitó,  en  efec- 
to, realizando  una  de  las  retiradas  máa  famosas. 
Si  se  hubiese  tratado  de  obreros,  hubiera  corri- 
do la  sangre,  pero  se  trataba  de  inujeres  y  se 
dejó  correr  el  tiempo.  Al  fin  el  señor  Camacho 
aseguró  su  cabeza  capitulando  y  las  cigarreras 
volvieron  &  trabajar.  Aquellas  lenguas  abomi- 
nables que  habían  azotado  el  rostro  do  la  auto- 
ridad con  palabras  que  escaldarían  la  lengua  de 
los  demonios,  articularon  bien  pronto  alegres 
canciones..  I^as  cigarreras  son  fuego  y  humo... 
como  los  cigarros. 

Tuyo, 

Eernanflou. 


UN   IDILIO  NIHILISTA 


(continuación) 

IV 

Alejandro  acogió  con  alegría  la  invitación 
del  profesor. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


(i59 


La  esperanza  de  ver  á  Catya,  le  causaba  una 
secreta  alegría. 

Su  imaginación,  después  de  despojarse  de  las 
preocupaciones  mecánicas,  sólo  trabajaba  á  im- 
pulsos de  una  sola  idea. 

El  joven  estudiante  había  sufrido  en  la  no- 
che anterior  una  completa  transformación. 

Durmiendo  había  soñado,  cosa  impropia  de 
su  temperamento  nada  afecto  á  la  preponderan- 
cia nerviosa. 

En  sueños  había  visto  á  Catya  caminando 
sobre  nubes,  rodeada  la  cabeza  do  luminosa  au- 
reola y  tal  como  él  habíase  figurado  siempi'e  la 
imagen  de  la  futura  Rusia,  en  sus  momentos 
de  fiebre  revolucionaria. 

Cuando  la  hija  de  Martens  vino  de  la  escue- 
la de  medicina  y  le  dirigió  un  saludo,  el  joven 
sintió  que  .su  cuerpo  se  estremecía. 

Ya  no  quiso  dudar  más;  aquellas  sensaciones 
le  eran  desconocidas  y  comprendió  que  debían 
formar  aquel  afecto  que  muchas  veces  había 
llegado  á  sus  oídos  con  el  nombre  de  amor. 

Mientras  permaneció  en  la  mesa,  solo  se  ocu- 
pó en  mirar  de  vez  en  cuando  á  Cayta  sin  pro- 
nunciar palabra  alguna. 

Martens,  en  cambio,  se  encargaba  de  llevar 
la  parte  principal  de  la  conversación  y  habla- 
ba sin  ce.sar  de  la  nación  y  del  Czar,  y  forjaba 
planes  tan  llenos  de  entusiasmo,  como  bárbaros 
y  sangrientos. 

Alejandro  en  tanto  se  sentía  como  en  otra 
vida. 

El  corazón  parecía  quererle  saltar  del  pecho, 
su  cerebro  estaba  como  envuelto  en  nubes  de 
color  de  rosa,  las  palabras  de  Martens  (á  quien 
no  atendía)  sonaban  en  su  oído  como  músi- 
ca incompren.siblo  3'  deliciosa  y  no  se  ocupaba 
más  que  en  fijar  sus  ojos  en  el  hermoso  y  gra- 
ve rostro  de  Catj'a. 

Esta  permanecía  impasible  ante  las  niiradas 
di^l  estudiante,  pero  éste,  que  algunas  veces  ba- 
jal)a  el  rostro  como  avergonzado  por  tal  impa- 
sibilidad, la  sorprendió  en  dos  ó  tres  ocasiones 
con  los  ojos  fijos  en  él. 

Cuando  terminó  la  comida,  el  viejo  Mar- 
tens se  levantó  y  dijo  á  los  dos  jóvenes: 

— Bajad  al  jardín;  el  aire  de  la  tarde  os  será 
de  provecho.  Yo,  en  tanto,  voy  á  repasar  los 
diseños  que  éste  me  ha  entregado  de  su  má- 
quina. 

Catya  y  Alejandro  bajaron  al  jardín. 
Este  era   sombrío  y  melancólico.  Lo  compo- 
nían algunos  álamos  de  secular  altura  y  el  sue- 
lo estaba  cubierto  por  un  muzgo  oscuro  y  tu- 
pido. 

En  el  centro  del  jardín  alzábase  una  estatua 
bastante  deteriorada,  representando  á  Esparta- 
co  rompiendo  las  cadenas  de  la  esclavitud;  es- 
tatua que  el  viento  y  las  lluvias  se  había  encar- 
gado de  cubrir  de  un  moho  verdoso. 

Los  dos  jóvenes  dieron  algunos  paseos  por 
el  jardín  y  su  conversación  versó  sobre  los 
males  de  la  patria  y  los  grandes  trabajos  que 
todavía  se  habían  de  llevar  á  cabo  para  colocar 
á  ésta  á  la  altura  del  resto  de  Europa. 

Pero  á  pesar  de  la  gravedad  del  asunto,  los 
dos  al  hablar  se  miraban  y  Catya  parecía  haber 
depuesto  parte  de  su  serenidad. 

Aquellas  miradas  fueron  comprendidas  por 
los  dos 

Lo  que  unos  amantes  de  raza  latina  hubieran 
encerrado  en  fra.ses  ardientes  y  en  suspiros  lán- 
guidos, aquellos  hijos  del  Norte  lo  expresaban 
en  miradas  intensas  aunque  tranquilas. 

Estas  equivalieron  á  una  declaración  de  amor. 
Desdo  aquel  momento  Alejandro  y  Catya  se 
consideraron  como   amantes,   sin   decirse   una 
sola  palabra  que  declarase  su  pasión. 

Hablaron  do  mil  distintos  asuntos,  atravesa- 
ron varias  veces  en  distintas  direcciones  el  jar- 
din  y  por  fin  llegó  un  instante  en  que  cesaron 
en  su  conversación,  parándose  para  mirarse 
con  esa  perplejidad  del  que  queriendo  decir 
una  cosa  se  siente  cohibido  interiormente. 

En  aquel  instante  el  sol  rompiendo  los  nu- 
barrones plomizos  que  se  amontonaban  en  el 
cielo,  derramó  una  luz  pálida  y  amarillenta 
sobre  el  jardín. 


Catya  y  Alejandro  se  miraron  silenciosos  du- 
rante un  buen  rato,  hasta  (jue,  |)or  fin,  la  i)r¡- 
mera,  como  herida  de  una  conmoción  interior, 
arrojóse  sobre  el  joven  y  apoderándose  de  una 
de  las  manos  de  éste,  dijo  con  una  voz  apasio- 
nada que  no  parecía  propia  de  su  carácter. 

— ¿Me  amáis  mucho,  Alejandro? 

— Hasta  la  muerte, — contestó  el  estudiante. 

Y  al  decir  esto  levantó  la  mano  como  para 
tomar  por  testigo  de  sus  palabras  al  sol,  que 
les  envolvía  con  sus  hilillos  de  oro,  á  través  de 
las  nieblas  del  cielo  y  de  los  árboles  del  jardín. 

Desde  aquella  tarde  Alejandro  no  cesó  de 
acudir  un  solo  día  á  casa  de  Martens. 

El  viejo  profesor  tenia  de  continuo  ocasión 
para  hablar  con  él  de  su  tema  favorito  y  ense- 


ñarle á  cada  instante  aquel  armario  secreto  que 
tan  terribles  efectos  guardaba. 

Alejandro  había  sufrido  un  cambio  radical 
en  su  carácter,  reemplazando  su  antigua  saga- 
cidad con  una  continua  distracción. 

El  amor  le  había  ensimismado  y  cuando  to- 
das las  tardes  salla  de  su  vivienda  con  direc- 
ción á  la  casa  de  Martens,  no  lograba  reparar 
en  que  le  seguía  un  hombre  que  no  era  otro  que 
el  criado  de  la  posada. 

El  joven  estudiante  estaba  cada  vez  más  ena- 
morado de  Catya. 

¡Qué  momentos  de  felicidad  experimentaba 
Alejandro! 

Mientras  el  profesor  estudiaba  en  su  biblio- 
teca, él  con  sn  amada  del  brazo,  se  paseaba  por 


EXPOSICIÓN  DE  BELLAS  ARTES  DE  PARtS:  EL  AMOR  VENCEDOR 

(Cuadro  de  Bouguereau) 


el  jardín,  embriagándose  con  la  luz  de  aquellos 
ojos  y  el  sonido  de  aquella  voz  grave  y  argen- 
tina á  un  tiempo. 

La  elevación  de  ideas  de  Catya,  su  refinado 
idealismo,  y  aquel  amor  á  la  Rusia  causaban 
grande  impresión  en  el  alma  del  estudiante, 
quién  á  cada  momento  descubría  nuevos  tesoros 
ocultos  en  el  interior  de  su  amada. 

— ¡Qué  tardes  tan  felices! 

En  algunos  instantes  Alejandro  y  Catya  se 
olvidaban  de  su  patria,  circunstancia  verdade- 
ramente extraordinaria. 

Muchas  veces  los  dos  perdiendo  su  habitual 
seriedad  corrían  por  entre  los  árboles,  otras  so 
sentaban  en  un  banco  de  j)iedra  al  pié  de  la  es- 
tatua de  Espartaco,  y  allí  contemplando  el  sol 
poniente  ó  las  nieblas  de  la  noche,  cantaban  á 
media  voz  y  en  delicioso  coro  un  himno  revolu- 
cionario compuesto  por  un  poeta  nihilista  amigo 
de  Alejandro. 

Los  días  eran  entonces  muy  cortos  para  éste, 
pues  sólo  los  pasaba  en  la  contemplación  ó  re- 
cuerdo de  Catya. 

Poco  á  poco  iba  olvidándose  de  todo,  y  sólo 
alguna  vez  el  recuerdo  de  sus  amigos  y  de  la 
misión  que  le  habían  confiado  asaltaba  fugaz- 
mente su  imaginación;  así  es  que  quedó  sor- 
prendido cuando  una  tarde  en  que,  como  de  cos- 


tumbre, se  paseaba  con  Catya  por  el  jardín,  le 
llamó  Martens  para  decirle: 

— Joven;  el  momento  de  que  terminemos  por 
completo  nuestro  invento  se  acerca.  Sin  decirte 
nada  encargué  á  un  herrero  de  la  asociación 
que  forjase  las  piececitas  de  tu  máquina  con 
arreglo  al  diseño  que  me  diste,  y  hoy  las  tengo 
en  mi  poder. 

Y  al  decir  esto,  el  viejo  enseñó  al  estudiante 
un  papel  que  contenía  unos  pedacitos  de  hierro 
de  diversas  formas. 

Alejandro  al  verlos  se  sintió  poseído -de  su 
curiosidad  de  mecánico,  y  púsose  á  examinarlos 
con  detención. 

— Esto  está  mal, — dijo  por  fiu. — El  herrero 
ha  trabajado  las  piezas  burdamente  y  es  preciso 
pulirlas  para  qiie  engranen. 

— ¿Cuándo  piensas  montar  la  maquinilla? 

— Esta  noche  misma.  En  mi  equipaje  tengo 
herramientas  para  ello. 

— Hazlo  pues.  Mañana  la  cargaremos  con  la 
sustancia  de  mi  invención,  y  podré  presentarla 
al  comité  ejecutivo  de  la  asociación.  Pierde 
cuidado  que  no  tardará  mucho  á  ser  arrojada 
por  un  brazo  robusto  á  los  mismos  pies  del 
Czar. 

(Se  continuará)      Vicente  Blasco  Ibáñez. 


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MADRID.-EXPOSICIÓN  GENERAL  DE  FILIPINAS 

Edificio  donde  están  instalados  los  telares.— Despacho  de  tabacos  en  In  instalación  de  la  Compañía.— Operarías  de  dicha  instalación.— Tejedoras.  (Dibujo  de  P.  y  Valor.) 


662 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


REVISTA  científica 


PREHISTORIA    ESPAÑOLA 

Con  el  titulo  de  Les  ages  ]n-ehisto)-%ques  de 
r  £spagfie  et  au  Bortugal  ha  salido  á  luz  recien- 
tement*  en  París  (Reinwald,  editor)  una  im- 
portante obra  debida  al  distinguido  antropólogo 
francés  M.  E.  Cartailhac,  director  de  la  revista 
MateríaHX  pour  F  hisloire primitive  de  T  homme. 
Es  un  trabajo  interesantísimo,  liccho  con  gran 
conciencia  y  digno  de  los  que  aquí  debemos  al 
saber  de  los  señores  D.  Casiano  del  Pnido,  "Vi- 


lanova,  Tubino,  Mac-Pherson,  Sales  Perrer,  An  - 
ton,  Góngora,  etc.,  con  el  aditamento  de  ir 
encabezado  con  un  prólogo  del  ilustre  Quatre- 
fages,  quien  no  vacila  en  afirmar  la  existencia 
del  hombre  terciario  en  Europa  Mucho  asegu- 
rar es,  pero  en  fin,  basta  que  lo  diga  Quatrefa- 
ges  para  que  cualquiera  deba  tenerlo  por  artícu- 
lo de  fe  (de  fe  científica).  Otros,  sin  embargo, 
se  rebelan  contra  la  idea  de  que  en  la  época 
terciaria  ha.ya  existido  la  familia  hominiana 
(Broca")  y  atribuyen  los  objetos  labrados,  de  los 
cuales  se  deduce  la  mano  inteligente  que  les  dio 
forma,  á  un  ser  antropoide,  llevando  alguno  su 
atrevimiento  hasta  llamarle  antropopiteco,  pala- 


EL  SUENO  DE  JESÚS  (Cuadro  do  Deschampe) 


bra  'que  tradnciremoH  libremente  por...  tiimo 
salrio.  Cada  uno  fallará  según  mejor  le  parezca. 
Mucho  más  seguro  es  lo  que  puede  decirse 
respecto  á  la  época  cuaternaria  (1).  Ya  en  1850 
el  inolvidable  D.  Casiano  del  Prado  descubrió 
en  los  altos  de  San  Isidro  del  Campo  la  existen- 

(1)  Para  máí  fácil  comprensión  de  lo  que  va  á  seguir  di- 
remos <iuc  U  íp(Ka  cualtmariu  se  divide  prehistóricamente 
co  tres  periodos:  del  mammulh,  de  tranñción  y  dol  reno,  en 
cnyo*  reepectlTOs  tiempos  colocan  los  geólogos  los  hombres 
de  la  rara  de  (Jantladl,  (•)  CroUaotion,  y  Fur/ooz  (del  nombre 
de  laa  tres  localidades  de  WnrtcmlHjrg,  Francia  y  Bélgica  en 
que  fueron  encontrados  lips  cráneos  correspondientes).  Ar- 
ffutijlógicaninitt,  la  época  cuaternaria  comi>rendc  el  primer 
iieriodo  de  la  iWod  dé  Piedra,  dividida  en  l'alcoHlir.a  ó  de  la 
pjednt  tallada  y  HecHHca  ó  de  la  pie<lra  pulimentada,  perte- 
n«cl«nt«  esta  ya  á  la  época  Moderna. 

La  Edad  Neolítica  precede,  arqueológicamente,  á  la  de  los 
Metala*  la  cual  se  divide  i  su  vez  en  Edad  dd  Bronce  y  Eilad 
dd  UUrro,  siendo  puramente  accidentales  la  alad  del  oro  y 
la  edad  de  la  piala,  anterior  á  todas  las  de  los  demis  me- 
tale*. 


cía  de  muchos  silex  que  formaban  una  punta 
lanceolada,  de  igual  tipo  que  los  conocidos  con 
el  nombre  de  sílex  de  Saint-Acheid  (1).  Otros  sí- 
lex, del  tipo  de  los  de  la  Madeleine  (2),  fueron 
descubiertos  á  su  vez  por  M.  L.  Lartet  en  las 
grutas  de  Peña  la  Miel,  cerca  de  Nieva  de  Ca- 
meros, en  Altamira,  cerca  de  Santander  y  en  Se- 
rinyá,  Gerona,  (:«G5  á  18M).  Merece  señalarse 
el  hecho  de  que  en  parte  alguna  se  hayan  en- 
contrado restos  de  reno,  cuyo  animal  no  pasa- 
ría por  lo  visto  de  la  vertiente  francesa  de  los 
Pirineos.  Por  consiguiente  no  roza  con  nos- 
otros la  división  que  lleva  el  nombre  de  aquel 
rumiante. 

Además  de  esta  particularidad,  nótase  tam- 
bién otra  más  singular  todavía  que  dicha  ausen- 


(•)  Be  llama  también  de  Neanderthal,  por  haberse  oxhu- 
maoü  tmo  igual  en  «ata  localidad,  cerca  de  Dusseldorf,  I'ru- 
da,  «D  xm  terreno  de  aluviones  cuaternarios,  f'on  to<lo 
como  «ate  do  se  descubrió  baaU  1856  y  el  de  Canstadt  lo  fué 
ya  en  1700,  algunos  le  llaman  de  este  primer  modo. 


(1)  Subdivisión  de  !a  edad  paleolítica  ó  de  la  piedra  ta- 
llada, correspondiente  al  periodo  del  mammuth  y  del  nivel 
bajo  de  los  ríos,  es  decir,  al  mis  antiguo  de  la  época  cuater- 
naria. 

(2)  Sub-división  de  la  misma  edad,  correspondiente  al 
nivel  alto  de  los  ríos,  ó  sea  li  la  época  del  reno.  Es  el  iiitimo 
periodo  de  la  época  cuaternaria,  después  del  cual  viene  ya 
la  ¿poca  moderna. 


cia  y  es  que  los  restos  humanos  que  se  han 
podido  descubrir  hasta  ahora  en  los  terrenos 
cuaternarios  de  la  península,  excepto  uno  de 
Gibraltar,  y  los  de  Zarauz,  respectivamente 
pertenecientes  á  la  raza  de  Neanderthal  y  Cro- 
Magnon,  deben  considerarse  como  propios  del 
homlire  de  Furfooz,  el  mismo  á  quien  se  atri- 
buye la  paternidad  de  esos  misteriosos  monu- 
mentos megaliticos  llamados  dolineries,  mvnhirvs, 
ringleras,  cromlechs,  jñedras  hamholeanfes ,  cami- 
nos cubiertos,  wrraglios,  talayots,  etc.  (1). 

Sin  embargo,  en  Mugem  (Portugal)  han  apa- 
recido en  unas  antiquísimas  sepulturas  restos 
que  presentan  algunos  rasgos  comunes  con  los 
del  hombre  de  Cro-Magnon  o  de  Zarauz,  si  bien 
M.  Cartailhac  les  hace  bastante  más  modernos, 
creyéndolos  del  período  neolítico.  Juntamente 
con  dichos  restos  fueron  descubiertos  grandes 
montones  de  conchas  de  moluscos,  huesos  de 
mamíferos  y  aves  y  esqueletos  de  pescados,  no 
distinguiéndose  indicio  alguno  de  haber  sido 
roídos,  lo  cual  hace  presumir  que  aquellos  hom- 
bres no  poseían  perros  domesticados,  siendo 
así  que  en  los  kiokkeniodingos,  contemporáneos 
de  las  sepulturas  de  Mugem,  se  observan  se- 
ñales de  haber  habido  perros.  «Esto  parece  in- 
dicar, dice  M.  Quatrefages,  que  el  Norte  y  el 
Mediodía  de  Europa  han  sido  ocupados  en 
aquellos  remotos  tiempos  per  dos  poblaciones 
distintas,  si  es  que  no  por  dos  razas  diferentes, 
de  las  cuales  solamente  una  había  comenzado  á 
resolver  el  gran  problema  de  la  domesticación 
de  los  animales.» 

Otra  particularidad  de  las  estaciones  neolíti- 
cas de  España  es  que  en  su  mayoría  parecen 
haber  estado  establecidas  al  aire  libre  y  no  en 
grutas  ó  cavernas,  lo  cual  no  quiere  decir  que 
éstas  no  existan  también  en  bastante  número. 
Entre  ellas  es  digna  de  mención  la  Cueva  ló- 
brega de  Sierra  Cebollera,  explorada  muchas 
veces'  por  M.  Luís  Lartet,  que  ha  encontrado 
allí  huesos  de  ciervo,  de  corzo,  y  con  más  abun- 
dancia otros  de  buey,  de  cabra  y  de  jabalí;  con 
todo,  «el  rasgo  más  curioso  de  esta  caverna, 
dice  M.  Cartailhac,  es  la  presencia  de  restos 
bastantes  numerosos  de  un  animal  del  género 
imrro,  notablemente  distinto  del  lobo,  del  cha- 
cal y  dol  zorro,  por  caracteres  dentarios  que 
parecen  denotar  instintos  aún  más  carnívoros. 
No  puede  decidirse  si  este  animal  había  expe- 
rimentado también  la  influencia  de  la  domesti- 
cación.» Algunos  han  presumido  si  este  desco- 
nocido animal  no  sería  quizás  el  Ctwn2)rimaímis. 

Respecto  á  industria,  recogió  allí  M.  Lartet 
agujas,  punzones  y  pulimeatadores  de  hueso,  y 
vajilla  hecha  á  mano  y  cocida  al  aire  libi'o.  «Los 
cacharros,  dice  M.  Zaborowski,  aunque  de  fa- 
bricación muy  sencilla,  están  adornados  ya 
con  auxilio  de  entalladuras  ó  aplicaciones  de 
franjas  de  arcilla,  ya  mediante  impresiones  he- 
chas con  un  punzón  de  hueso  ó  un  pedazo  de 
madera,  y  sobre  todo  con  los  dedos  y  las  uñas, 
impresiones  que  forman  vend  illas  entrecruza- 
das, como  se  las  ha  observado  también  en  la 
cerámica  de  los  palafitos  ;dellago  Fimon,  en  Ita- 
lia.» Resulta,  pues,  que  dichos  restos  correspon- 
den al.///í/í/  del  período  neolítico. 

Otra  caverna  notable  es  la  llamacla  Cueva  de 
la  Mujer  (Granada)  estudiada  por  el  señor 
Mac-Plierson,  y  convertida  en  sepultura  des 
pues  de  haber  servido  de  habitación.  Fué  nota- 
ble el  hallazgo  de  un  fragmento  de  barro  en  el 
cual  el  señor  Mac-Pherson  observó  representada 
una  imagen  solar,  en  forma  de  rostro  humano. 
Entre  multitud  de  restos  parecidos  á  los  de  la 
Cueva  lóbrega  recogióse  también  un  botón  de 
piedra  y  mi  brazalete  hecho  con  una  pechina. 

Abundan  también  las  cuevas  neolíticas  en  el 
Peñón  de  Gibraltar;  pero  lo  importantísimo  es 
que  allí  se  encontró  un  cráneo  del  tipo  del  de 
Neanderthal,  lo  cual  no  obsta  para  que  en  vez 
de  llevar  un  nombre  español  se   llame  desgra- 


(1)  Esta  idea  do  la  no  existoncia  de  restos  del  liouiliic^  cU 
Cro-Magnon  fuera  do  lo»  cráneos  de  Zaniuz  cslii  eu  iMnilrii 
dicción,  sin  cmtiargo,  con  lo  observado  por  algunos  iinlrn 
geólogos  espuüolcfi  quo  además  de  tt<iuclIos  liun  enc<)ulnicl<i 
otros  en  distintas  localidades  de  ('astilla,  Asturias  y  Anda- 
lucia. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


mt 


ciadamente  el  cráneo  de  Forhe-s'  Qtcarry.  Dicho 
cráneo  presenta  los  siguientes  caracteres:  «Las 
arcadas  superciliares  forman  una  salida  consi- 
derable; sus  órbitas  enormes  son  casi  redondas; 
las  fosas  nasales  muy  dilatadas;  la  cara  ancha 
y  prognata(l);  la  frente,  muy  huida.»  (/abo- 
rowski).  Fué  encontrado  en  una  ganga  muy 
espesa  y  adhereute  y  es  contemporáneo  de  los 
silex  descubiertos  en  San  Isidro  porD.  Casiano 
del  Prado.  Allí  vivirían  aquellos  salvajes  ho- 
rribles, bestiales,  en  compañía  del  mammuth  y 
del  grande  oso  de  las  cavernas.   Lo  que  no  sa- 


bemos hasta  qué  punto  puede  admitirse,  es  el 
aserto  del  gran  Quatrefages  cuando  dice  que 
ha  encontrado  algunos  rasgos  sueltos  del  crá- 
neo do  Gibraltar  (ó  de  Forbes'  Quarry)  en  la 
población  moderna  de  la  península,  pues  es 
imposible  formarse  idea  de  lo  feo  y  simiano  de 
los  tales  cráneos. 

Mucha.s  otras  grutas  han  sido  reconocidas, 
pertenecientes  á  la  época  cuaternaria,  siendo 
una  de  las  más  notables  la  del  Pnrpalló,  en 
el  Monduber  (Gandía).  Además  se  ha  descubier- 
to también  un  taller  de  silex   en  Arguilla   y 


dos  campos  atrincherados,  uno  en  España 
(Mola  de  Chert)  y  otro  en  Portugal,  aparecien- 
do en  ellos  varias  hachas  de  diorita  y  basalto, 
utensilios  de  hue.so  y  restos  de  manjares;  buey, 
ciervo,  cabra,  caballo,  lobo,  conejo,  pero  sobre 
todo,  de  cerdo. 

Aparte  de  estas  cuecas-habitaciones,  tene- 
mos tambiÓQ  aquí  muchas  cuevas-sepulturas  de 
la  Edad  neolítica,  especialmente  en  la  provin- 
cia de  Granada,  siendo  entre  éstas  la  más  dig- 
na de  mención  la  Cuera  de  los  Murciélagos,  no- 
tabilísima por  la  perfección  industrial  de  los 


LA  DAMA  DE  SHALOTT  (Cuadro  de  Peter  Macuab) 


TARDE  UE  ESTÍO  (Cuadro  de  Hennesay) 


objetos  encontrados  en  ella:  hachas  pulimenta- 
das, huesos  labrados, etc.;  pero  sobre  todo,  lo  ver- 
daderamente pasmoso,  dado  que  tratamos  del  pe- 
ríodo neolítico,  es  una  diadema  de  oro,  fragmen- 
tos de  tejidos  variados  y  recamados,  un  gorro, 
unas  sandalias,  y  una  bolsa  do  esparto  y  una 
cuchara  de  palo,  tan  bien  conservados,  que  al- 
gunos de  estos  objetos  parecen  recientes.  En  otra 
gruta,  también  neolítica,  se  ven  grabados  en  las 
paredes  el  sol  y  la  luna,  el  arco  y  las  flechas,  es- 
padas, árboles,  muñecos,  etc. 

Después  de  las  grutas  sepulcrales  naturales, 
es  caso  de  decir  que  también  las  hay  en  Espa- 
ña construidas  ])or  mano  del  hombre,  consti- 
tuyendo antiquísimas  obras  arquitectónicas  que 
debieron  de  preceder  inmediatamente  á  la 
edificación  de  los  monumentos  megalíticos. 

Muchos  son  los  de  esta  clase  que  van  descu- 
briéndose en  nuestra  nación,  no   siendo  pocas 


(1)  Esto  es,  en  que  el  maxilar  superior  y  los  dientes  de 
la  misma  arcada  se  dirigen  oblicuamente  hacia  adelante 
y  abajo,  mientras  el  maxilar  y  dientes  inferiores  van  hac-la 
adalante  y  arriba. 


las  j)iedras  dolménicas  que  se  encuentran  en 
diversos  puntos,  á  lo  cual  hay  que  agregar  el 
magnífico  camino  cubierto  de  Antequera,  sin 
olvidar  los  tahii/ofs  baleáricos,  algunos  de  los 
cuales  so  levantan  en  medio  de  un  cromlech  ó 
círculo  de  piedras. 

El  principal  interés  de  la  arqueología  espa- 
ñola prehistórica  estriba,  no  obstante,  en  la  mu- 
cha luz  que  arroja  sobre  los  orígenes  de  la  me- 
talurgia. Parece  fuera  de  duda  que  aquí  se 
explotaron  ya  las  minas  de  cobre  (en  estado  de 
sulfuro,  de  cobre  oxidulado  y  de  cobre  carbona- 
tado) desde  los  últimos  tiempos  del  periodo 
neolítico,  en  abono  de  cuya  opinión  están  los  pe- 
sados martillos  de  diorita  y  cuarzita  que  se  han 
encontrado,  entre  otras  en  las  minas  de  Cerro 
Muriano  (Córdoba)  y  el  Milagro  (cerca  de  Cova- 
donga).  Más  aún:  en  esta  última  se  ha  encontra- 
do también  un  instrumento  hecho  de  asta  de 
ciervo,  parecido  al  de  que  se  servían  los  mine- 
ros de  la  época  de  la  piedra  pulimentada  para 
la  extracción  del  pedernal.  Por  manera  que  en 
España  tenemos  una  Edad  que  no  conocieron 
otros  países:  la  Edad  del  cobre,  anterior  á  la  del 


Bronce.  Encuéntranse  aquí,  en  efecto,  bastantes 
hachas  de  cobre  puro,  sin  una  sola  partícula  de 
estaño,  de  forma  parecida  á  las  hachas  de  pe- 
dernal. Hay  datos  para  presumir  que  oran  ex- 
portadas par.1  toda  Europa,  y  en  cuanto  á  que  el 
centro  de  la  fabricación  estaba  aquí,  demués- 
tranlo  los  moldes  encontrados,  en  que  eran  va- 
ciadas dichas  Lachas.  En  cuanto  al  estaño  es 
indudable  que  la  mayor  parte  del  que  se  em- 
pleaba para  hacer  bronce  se  sacaba  de  nuestras 
famosas  islas  Cassiteridas,  el  país  del  estaño, 
por  excelencia,  pero  sin  que  en  un  principio  se 
les  ocurriese  á  los  indígenas  amalgamarlo  con 
el  cobre. 

En  cuanto  á  restos  de  la  Edad  del  Bronce,  se 
conocen  pocos,  fuera  de  algunas  sepulturas  6 
urnas  funerarias;  probablemente  fueron  destruí- 
dos  en  las  largas  guerras  de  que  ha  sido  teatro 
¡a  península  ó  bien  permanecerán  ignorados 
todavía.  Es  de  creer  también  que  muchos  obje- 
tos de  dicho  metal  serían  fundidos  para  aprove- 
charse de  su  valor.  Con  todo,  cuando  se  conoció 
aquí  el  bronce,  teniendo  tan  á  mano  sus  dos 
componentes,  convirtióse  España  en  un  impor- 


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666 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


tautisiiuo  centro  que  proveía  de  hachan  al  8iul- 
este  de  Francia  y  el  Sur  de  Inglattirra;  así  lo 
índica  el  que  Isuj  hachas  encontradas  en  dichas 
loca!idade~s  pertenezcan  al  mismo  modelo  quo 
las  de  aquí. 

Respecto  á  la  Edtui  del  hierro  cabe  decir  lo 
mismo  que  do  la  anterior;  tenemos  poco,  aunque 
muy  interesante,  consistiendo  generalmente  en 
sable»  de  hoja  encorvada  ú  ondulada,  con  el 
pomo  representando  con  frecuencia  un  perñl 
de  cabeza  de  caballo. 

Finalmente,  se  han  descubierto  también  entre 
los  monumentos  prehistóricos  de  la  península 
algunas  ruinas  de  pueblos  y  fortalezas  que  se 
cree  pertenecen  al  siglo  VIII  6  IX  antes  de  nues- 
tra Era  y  serían  por  lo  tanto  contemporáneas  de 


la  introducción  del  hierro.  En  cuanto  &  las  fa- 
mosas estatuas  del  üerrn  ih  Ins  Santos,  ¿qué 
puede  opinarse  de  ellas?  ¿Son  godas  como  creen 
muchos  apoyándose  en  su  semejanza  con  las 
Kaimmi/a  bahy  (muñecas  de  piedra)  de  la  Ru- 
sia Meridional,  ó  bien  como  cree  M.  Oartailhac 
datarían  áe  \?i.  Edad  ikl  Bronce?  T)\1[q,\\  as  pro-- 
nunciarse  sobre  el  particular. 

Concluiremos  este  breve  análisis  diciendo 
algo  sobre  la  hoy  todavía  oscura  ethnologia  pe- 
ninsular. Sabido  es  que  la  opinión  general  se 
inclina  á  creer  que  los  primeros  pobladores  ywo- 
tohhstóricos  do  España  fueron  los  Vascos  é  Ibe- 
ros, procedentes  los  primeros  de  las  mesetas  de 
Pamir,  y  los  segundos  de  la  U/cria  situada  al 
Sur  del  Cáucllso  y  al  Este  de  la  Cólquida.  No 


falta,  empero,  quiou  upiíio  quo  no  vinieron  del 
Asia  los  Vascos,  sino  quo  éstos  son  ni  más  ni 
menos  que  los  famosos  Atlantes  y  vinieron  del 
Norte  del  África.  En  tal  caso,  ol  pueblo  vasco 
no  seria  proto,  sino  prehistórico,  de  la  raza  de 
Cro-Magnou,  representada  en  ('auarias  por  los 
Guanciios  y  en  África  por  los  Bereberes.  Los 
caracteres  crauianos  de  los  vascos  han  sido,  en 
efecto,  referidos  por  Broca  á  los  de  aquella  raza 
y  aun  viene  á  probar  más  que  estaban  ya  aquí 
dichos  vascos  en  el  segundo  período  do  la  época 
cuaternaria,  ó  sea  en  la  Edad  Paleolítica,  el  he- 
cho de  que  las  palabras  hacha,  jñqnetn,  cuchi- 
llo, tenaza  tienen  en  su  lengua  ¡)or  raíz  común 
una  palabra  que  signilica  piedra. 

La  descripción  que  los  antiguos  nos  han  de- 


^4i 


DORT  (Cuadro  do  Turner) 


jado  de  los  iberos  (color  atezado,  cabellos  ne- 
gros abundantes  y  rizados,  estatura  corta,  ági- 
les, sufridos,  fieles  y  devotos  á  sus  jefes)  parece 
diferenciarlos  de  los  vascos,  pero  al  lado  de 
esta  distinción  presentan  un  rasgo  común  con 
aquellos,  y  es  la  costumbre,  (según  dicen,  segui- 
da todavía  hoy  en  la  montaña  de  Santander), 
de  ocupar  el  marido  el  lugar  de  su  mujer  du- 
rante el  puerperio.  No  empece  ejito,  sin  embar- 
go, á  que  sea  evidentísima  la  diferencia  entre 
vascos  é  íberos;  aquéllos,  en  efecto,  acantonados 
en  el  Norte  y  algo  al  Nordeste,  tienen  el  cráneo 
volaminoso,  me.iaticéfalo,  (1)  la  cara  ortognata, 
('£)  tuerte,  vigoro.sa,  enérgica,  mientras  los  íberos, 
(Centro,  Mediodía  y  Estej  son  dolicocéfalos,  Q'>) 
no  muy  ortognatos,  de  semblante  fino,  gracioso 
y  delicado.  Ea  indudable  su  filiación  aryay  por 
lo  mismo  su  origen  asiático. 

En  cuanto  á  los  celtas,  otra  raza  protohistóri- 
ca,  acantonada  especialmente  en  Galicia  y  Por- 
tugal, es  de  creer  que  siendo  aryas  también 
fuesen  muy  parecidos  á  los  íberos,  habiendo 
resultado  del  cruzamiento  de  ambos  pueblos  el 
de  los  celtíberos.  Por  supuesto  que  todas  estas 
razas  han  debido,  en  el  transcurso  de  los  siglos 
e.xperimentar  notables  cambios,  si  bien  sin  per- 
der nnncael  sello  particular  de  sn  origen. 

Alfredo  Opisbo. 

(l)    lie  csljeza  aproximadamente  re<b>nda. 
'2)    Úfente*  poco  obHcaoa  hacia  adelante. 
(■t)    Cabeza  oralada,  con  Im  dUmetroa  longitudinal  y 
tranarenal  en  U  ptapoteiím  9:  7. 


LOS  CIEGOS 


Seres  bien  desgraciados  por  cierto.  Los  de 
nacimiento  ¿qué  idoa  tendrán  de  este  mundo? 
¿qué  de  sus  cosas?  ¿qué  reflexiones  no  surgirán 
en  el  fondo  de  su  mente?  Pero  por  más  que  se  en- 
simismen, que  cavilen,  que  se  devanen  los  sesos 
en  pensar  qué  será  el  mundo,  qué  el  cielo,  qué 
el  sol,  qué  el  mar...  qué  todo...  ¿cómo  poder  sa- 
berlo? ¿cómo  adivinarlo? 

Sucede  que  á  uno  le  explican  un  objeto  que 
no  ha  visto,  una  ciudad,  por  ejemplo;  por  medio 
de  esas  explicaciones,  se  forma  una  idea  de  lo 
que  es  la  ciudad  explicada,  pero  llega á  irá  ella 
y  se  encuentra  con  que  es  muy  diferente  de  como 
él  la  había  creído. 

Esto  mismo  pasará  á  los  ciegos.  Por  muchos 
cálculos  que  se  hagan,  no  podrán  formarse  idea 
exacta  de  las  cosas. 

Pero  lo  que  de  ningún  modo  pueden  com- 
prender es  la  luz,  colores,  sombras,  reflejos, 
perspectivas,  etc. 

Explicar  qué  es  ol  día  á  un  ciego,  que  para  él 
sólo  existe  una  eterna  noche,  es  tiempo  perdido. 
Con  los  colores  pasa  lo  mismo.  ¿(Jué  ¡dea  ten- 
drán de  lo  líquido?  El  agua,  por  ejemplo,  ¿qué 
les  parecerá?  ¿Y  el  cielo?  Si  á  nosotros  que  le 
vemos,  nos  admira,  nos  asombra,  no  nos  sabe- 
mos dar  explicación  de  tal  prodigio  ¿cómo  com- 
prenderlo quien  no  lo  ve? 

Pero  ¿no  podrá  ser  que  en  ensueños  vean. 


luz,  colores  y  demás?  Pues  mientras  dormimos 
¿qué  somos  nosotros  sino  ciegos?  Y  tantas  cosas 
que  jamás  hemos  visto  se  nos  representan...  Su- 
ceden cosas  tan  raras  con  los  sueños... 

Todo  cuanto  toquen,  despertará  en  ellos 
ideas,  reflexiones  bien  extrañas;  palparan  y  re- 
palparán  el  objeto  para  querer  acertar  como 
es;  so  engolfarán  en  un  mar  de  revueltas  y  en- 
contradas deduciones. 

¡De  qué  extrañas,  do  quó  fantásticas,  de  qué 
vanas  quimeras,  estaiá  poblada  la  imaginación 
de  un  ciogo!  Cuántos  absurdos,  cuántas  invero- 
similitudes la  darán  juego. 

En  medio  de  sus  continuas  abstracciones, 
cuando  so  desate  una  formidable  tempestad, 
¿qué  efecto  les  harán  los  (espantosos  truenos? 
¿Qué  idea  se  foi'marán  de  tan  pavorosos  ruidos? 
Se  sentirán  sobrecogidos  de  miedo;  creerán  que 
todas  aquellas  enormes  montañas  que  les  han 
explicado  se  asientan  en  la  tierra,  se  derrumban 
bajo  su  peso  y  que  van  á  morir  sepultados  en- 
tre las  ruinas  del  odificio.y  las  montañas,  ó  tal 
vez  quo  aquello  otro,  que  tanihión  les  han  dicho 
existe  allá  arriba,  el  cielo,  se  desploma  .soljre  la 
tierra;  ó  quizás  que  es  llegado  aquel  tremendo 
tranco  on  que  todo  ha  do  oscilar,  de  chocar,  de 
quedar  deshecho. 

¡Pobres  ciegos!  Privados  de  ver  las  obras 
maravillosas  de  la  creación,  ¿qué  encantos  tiene 
para  vosotros  la  Naturaleza?  Ese  cielo  tan  be- 
llo, no  sabéis  cómo  es.  No  podéis  contemplar 
ese  hermoso  sol  que  nos  alumbra,  esa  majes- 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


667 


tuosa  y  pálida  luna  que  vierte  tan  suave  y  me- 
lancólica luz,  que  extasía  y  embelesa  á  los  que 
fijan  sus  miradas  en  ella;  las  estrellas  con  sus 
incesantes  y  arrobadores  centelleos,  no  despier- 


tan en  vosotros  ningún  afecto;  la  luz,  los  múlti- 
ples y  hermosos  cambiantes  que  produce,  no 
os  deslumbran. 

¿Qué  os  im|)orta  que  al  llegar  la  primavera, 
reverdezca  el  fértil  suelo  de  los  campos,  se 
adorne  el  prado,  el  jardín  de  las  más  ricas  ga- 
las de  la  Naturaleza,  estén  frondosos  y  lozanos 
los  árboles  y  todo  alegre  y  sonriente,  sino  lo 
podéis  ver? 

Esos  paisajes,  esas  encantadoras  perspectivas 
que  nos  sorprenden  y  admiran  ogradableraente, 
ni  os  admiran,  ni  os  sorprenden  á  vosotros. 


Esos  bellos  é  imponentes  espectáculos,  los 
crepúsculos  de  la  mañana  y  de  la  tarde  que  tan 
profundamente  conmueven  nuestra  alma,  no  po- 
déis contemplarlos. 

¡Oh!  ¡Qué  desconsoladora  situación  la  vues- 
tra! ¡Qué  de  tristes  reflexiones  sugieren  al  pen- 
sar en  ella!  El  espíritu  desfallece,  se  intoxica 
el  ánimo,  so  siente  oprimido  el  corazón. 

Ante  nuestros  ojos  se  nos  presentan  las  más 
espantosas  tinieblas  y  como  para  hacer  mayor 
la  ilusión  ciérransenos  los  ojos;  del  fondo  de 
esas  tinieblas  surgen  especie  de  sombras;  som- 
bras inm'  nsas  como  grandes  borrones  que  man- 
chan y  entristecen  ese  cuadro  harto  tétrico  de 
por  si;  en  seguida  confundiéndose  con  las  som- 
bras, como    átomos   de  fuego  que  van  poco  á 


"^N... 


LONDRES:  MUSEO  DE  SOUTH  KENSINGTON 
ENTRADAS  PRINCIPALES.-ENTRADA  AL  DEPARTAMENTO  DE  LAS  COLECCIONES  PRECIOSAS. -PROYECTO  DE  FACHADA 


poco  tomando  fantástico  cuerpo,  formas  exage- 
radas y  que  no  podemos  precisar  qué  semejan; 
luego  visiones  las  más  raras,  las  más  absurdas 
que  puede  imaginarse,  fantasmas  lo  más  incon- 
cebibles; y  al  cabo  sombras  otra  vez,  tinieblas 
impenetrables. 

Condenados  á  vivir  en  tanta  oscuridad  sin 
esperanza  de  poder  ver  nada  de  lo  que  les  ro- 
dea, de  lo  que  se  cierne  sobre  sus  cabezas,  han 
de  sufrir  por  fuerza  horrililemente;  mucho  más 
que  aquellos  que  han  tenido  la  desgracia  de 
quedarse  ciegos  después  de  su  infancia,  porque 
todo  lo  comprenderán  perfectamente,  porque 
pueden  distraerse  con  los  relatos  de  las  cosas  y 
sucesos  que  acaezcan,  mientras  que  los  de  naci- 
rainnto  que  nada  han  visto,  no  podrán  compren- 
der tan  fácilmente  lo  que  se  les  refiera.  Por  otra 
parte,  cA  vehemente  deseo  de  conocer  lo  que  les 
rodea,  les  mortificará  lo  que  no  es  decible.  No 
tenemos  para  comprender  esto,  más  que  fijarnos 


en  el  interés  que  todo  lo  desconocido  des- 
pierta en  nosotros.  ¿Pues,  cuánto  más  no  des- 
pertará en  ellos  que  nada,  absolutamente  nada 
conocen? 

Con  estos  seres  desgraciados,  sí  que  no  reza 
aquello  de  «á  todo  se  acostumbra  uno.»  A  un 
ciego  no  puede  dejarlo  de  mortificar  la  idea  de 
no  poder  ver  aquello  que  sabe  existe. 

Una  cosa  hay,  sin  embargo,  que  está  tan  al 
alcance  de  ellos  como  del  nuestro.  Y  es  que  esa 
cosanose  ve,  sosiente;  no  es  hecha  para  recrear 
la  vista,  os  sólo  para  deleitar  el  alma,  para  ha- 
blarla en  un  lenguaje  tan  dulce,  tan  tierno,  tan 
divino,  que  la  impregna  de  gratos  goces,  de 
sentimientos  delicadísimos. 

Y  creemos  será  aún  más  sentida,  hallará  más 
eco  en  el  alma  de  un  ciego,  porque  privado  de 
toda  dulce  afección  que  produce  Ja  contempla- 
ción de  lo  bello,  abismado  siempre  en  el  fondo 
de  su  conciencia  en  medio  de  tranquila  quietud 


la  música  obrará  tales  efectos  en  su  alma,  la 
conmoverá,  la  elevará  do  tal  modo,  le  hará  sen- 
tir tales  sensaciones  que  le  embriague  en  delei- 
tosísimos goces. 

Las  sentidísimas  notas  de  la  música,  sus  di- 
vinos conceptos,  ese  lenguaje  misterioso,  vago 
é  indefinido,  se  apoderará  del  alma  del  ciego  y 
le  hablará  de  algo  no  comprensible,  de  algo  tan 
dulce,  tan  elevado,  que  le  tenga  absorto,  que  le 
hechice,  que  le  extasíe. 

Mientras  oiga  la  música  no  sufrirá,  porque  se 
disipará  toda  nube  de  tristeza,  toda  amargura 
de  su  corazón.  Pero  ¡ah!  en  cuanto  cese  ¡qué 
desencanto!  será  mayor  el  abatimiento,  le  pare- 
cerá mayor  su  aislamiento,  su  desgracia,  sus 
angustias;  so  sumirá  otra  vez  en  hondas  ti-iste- 
zas,  en  hondas  cavilaciones. 

Siempre  lo  mismo;  tinieblas  y  más  tinieblas; 
su  cerebro  á  vueltas  queriendo  desentrañar, 
queriendo  ver  claro  aquello  que  ve  oscuro,  oscu- 


Apnntaa  del  baila 
IMPRESIONES  DE  UN  CORRESPONSAL  ARTÍSTICO  "ESPECIAL"  INGLÉS 


Ijft  pipa  de  paz 


PAMPLONA 
FESTEJOS  CON   MOTIVO  DEL  VIAJE  DE  S.  S.  M.M.  V  A.  A.:    PUERTA  DE  LA  TACONERA.-ILUMINACION  DEL  PASEO  DE  VALENCIA 


670 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


rísimo;  infructuosas  fodas  sus  conjeturas,  todas 
sus  cavilacionejj,  todos  sus  devanetis.  ¡Triste 
estado  el  suj'o!  Nosotros  los  que  no  uos  halla- 
mos lo  mismo,  no  podemos  comprenderlo. 

Joaquín  Borda. 


NUESTROS  GRABADOS 


LAS  BILLAS  ÁBTK8  KX  INOLATEKBA 

SK  BOCAK,  tuadro  df  Furftí».— tarde  de  iSTto,  de  Bnintiti/ 

LA  DAHA  DE  SHALOTT,  dt  MoCmib 

EnouirluuMlo  incesantemente  sns  limites  el  arte,  ha  teni- 
do qne  desaparecer  la  rígida  linea  de  i^epaTaclAn  que  lieslln- 
daba  anle«  )a  pintura  de  ñgwTa  de  la  pintura  de  paisajo,  lia- 
l>ii>ndo  snifrido  un  nuevo  Rénero  mixto  que  puede  titularse  y 
5*  titula,  paisaje  ron  ftifnra«. 

.V  e<Io  linaje  eonvpondc  de  tolo  pnnlo  el  cuadro  de 
Stautii»|io  Korl»es  Sin  Am/or.  estando  t«»íl*>  i'l  liM^ue  de  su  oUra 
en  la  representación  de  ima  flgiiia  en  plena  atmósfera,  eos» 
rara  pora  los  antiguos,  qne  no  sabían,  al  parecer,  que  el  aire 
era  materia  pimiablr.  Esto  es  lo  c|ue  el  autor  ha  conseguido. 
|iresentando  una  Hgura  en  rabal  rclaciiVn  con  las  condiciones 
de  luz  y  aire  ambientes,  niét<Mlu  que  implica  la  absteurióii 
•le  tóala  superfluidad,  como  tendiendo  especialmeiilo  li  la 
prtHluccif'm  de  una  iw/irr'Wóii  única. 

I'aia  alraniar  esto,  ha  piulado  Korlies  una  ciuno  prfwesión 
de  raj^bandos  acaudillados  por  la  patéllra  flgiira  de  la  mu- 
jer T  el  niño,  en  medio  de  empinada  y  polvorosa  carreteril. 
l*na  atmósfera  gris,  plateada,  difusa,  propia  de  tinii  larde 
de  otoño,  acenttía  vaporosamente  las  dlsliinclas,  produrieii 
do  una  Impresión  de  admirable  fuerza  y  veracidad,  sin  qne  á 
pesar  de  esto  resulte  una  obra  de  fastidioso  realismo  fotognt- 
Aro,  poas  por  cao  entra  el  elemento  artjstlco  que  sal>c  prestar 
acento,  ccdor  local  y  sentimiento  á  lo  representado,  elegirlos 
acoesorioe  oportunos  y  tra-sladarlo  todo  con  estilo  propio. 
Ciran  eos»  es,  ciertamente,  llevar  el  arle  á  tal  extremo  de 
perfección. 

No  menos  notable  es  la  obra  de  Hcnnessy,  artista  Inde- 
pendiente oomo  pocos  y  grait  devoto  también  de  la  madre 
Naturaleza.  Su  paisaje,  lluraiiuulo  por  la  vaga  claridad  del 
crepúsculo  vespertino  en  misteriosa  fitsión  con  los  brillantes 
rayos  de  la  luna,  causa  singular  Impresión,  muy  poética  y 
sin  emlfargo,  muy  exacta;  muy  sutil.  Iiiipreguada  del  infini- 
to, y  con  esto,  perfectamente  moderna,  aull  convencional, 
nnlHrníirta.  en  el  sentido  ñno  y  exacto  de  esta  palabra.  No  se 
trata  pan  nada  de  las  Rogncs. 

Distinto  enteramente  de  los  dos  anteriores  es  el  cuadro  de 
Macnab,  inspirado  en  nn  episodio  del  poema  de  Tennyson, 
tn  dama  lir  íihaíott.  conocido  ya  en  Espai'ia  por  el  dibujo  de 
Poré.  Aquí  bogamos  como  la  pobre  señora  en  pleno  rio  ultra- 
idealista,  lo  cual  no  Implica  qne  asi  el  poema  como  el  cua- 
dro sean  dos  preciosas  obras,  y  aún  hubiera  hecho  mal  el 
pintor  en  interpretar  de  otra  suerte  la  poética  tragedia. 

EXPOSICIÓN    DE    BELLAS    ARTES    DR    PARfS    DE    1887 

EL  AHOR  TESCEDOR,  cuodro  de  Ilouflnrreau 
EL  sceSo  de  iBSta,  de  Detehamp» 

Aunque  se  trata  de  una  simple  pintnra  decorativa,  ad- 
viértese al  momento  la  mano  ilustre  que  ha  trazado  las  dos 
figuras  fie  £/ amor  vencedor.  Es  una  obra  }*erfecta,  llena  de 
gracia  y  dlgnidail;  una  verdadera  joya. 

No  diremos  otro  tanto  de  El  ititrño  fU  Jem*.  DIccse  que  el 
autor  M.  1..  Deschamps,  quiso  inspirarse  en  los  pintores  reli- 
giosos españoles,  y  para  elU»  amonttmó  tonos  terrosos,  oscn- 
t<n  y  lo  llenó  KmIo  de  sombras  y  de  personajes  desarra¡iados. 
El  hombre  cn«rla  halier  hecho  dii  Vclázi¡nez  el  da  Rhcrn,  y 
naturalmente,  le  sucedió  lo  que  á  todo  francés  que  quiere 
meter  haxa  en  cosas  de  España,  esto  es,  que  no  dló  pié  con 
bola. 

Exposición    MARÍTIMA    IHTKRKACIOKAl   DE    CXDIZ 

rACRlDA     PRIKCIPAL    DRL     PARELLÓX     DR     LA     TBASATLXHTICA 

Dibujo   de    Amríit 

teifíin  fiítitfimjm  excluJtíeaitw.ntc  tlejtílnnda  n 

La  IlcstrarKir  IbÜrica 

Veas«;  en  el  númerr>  anterior  el  articulo  de  nuestra  emi- 
nente colaboradora  1)  »  Patrocinio  de  Bledma. 

MADRID:    RXrOSICIÓX   nKXKRAL   DE   rlLIPIHAg 

Dibujo  de  P.  y  Valor 

Damos  hoy  varias  repro  Incciones  de  interesantes  particu- 
laridades de  la  Exposición  filipiua,  eu  virtiKi  de  los  cuales 
podrá  venirse  en  eonocimient»  de  la  elegancia  del  edificio 
donde  están  instalados  los  telares  asi  como  de  los  ill  versos  ti- 
pos de  tC!)edoras  j  cigarreras  oceánicas, 

OBSEqrio  A  La  xovia  el  dIa  dk  st;  ri  vplkaiíoh 
f'uttdro  de.  P.  Soulaerolz,  fUMiiujai'lo  artiita  JUtrentíno 

I'n  tema  gentil,  gracia  en  la  elección  ilo  los  tipos  de  las 
fi/nras,  gnst<i  seúrtril  en  la  c^imposiclón.  los  trajes  y  el  fondo 
cilocan  esta  obra  del  celeiirado  pintor  tfMcano  entre  los  bue- 
nos «templares  del  género  de  pintura  de  trajes  históricos. 


Una  de  las  condiciones  más  btiscadas  y  más  propias  de 
este  linaje  de  piíiuira  es  el  no  proilueir  impresiones  Irisles 
ó  desagradtttties  o  «ntiitátteas  y  esla  cualidad  es  eseneial  en 
el  cuaiiro  <iue  roprodueimos;  la  novia  es  de  ttftrainado  rostro, 
de  estielto  y  ele.íanto  tulle,  alta,  garriila;  del  novio...  so  uos 
impiírla  poco  cómo  i>uede  ser.  En  cuanto  á  la  estancia  no 
calHi  mayor  resalo  ni  riqueza.  Estamos  en  invierno  y  si  el 
brasero  callenta  el  ambiente,  el  amor  I  iene  hechos  nn  vol- 
cán los  corazones.  I.a  joven,  inipacienla  por  probar  el  collar 
de  perlas,  regalo  del  prometido  esposo,  mirase  al  espejo  lia- 
clendo  más  monerías  que  Margarita  cuando  canta  el  mano- 
seado vals  de  las  Joyas y  el  novio,  ¿qué  ha  do  hacer? 

Pues,  pensar  en  apresurar  todo  lo  posible  la  boda. 

dort 
Cuadro  de  Tiirner 

Es  Wllliam  Turner  (1773-1851)  el  más  célebre,  sino  el  más 
ilustre,  de  los  pintores  ingleses  cuyo  nombre  ha  pasado  ya  á 
la  historia  Nadie  como  él  ha  sido  tan  elogiado,  ni  ha  tenido 
tampoco  tamos  detractores.  Decían  sus  sedarlos  que  en  su 
propia  personalidad  se  jiuilaban  Claudio  de  l,orena,  el  l'usi- 
uo  y  .Silvalor  llosa,  mientras  que  sus  enemigos  aseguraban 
Htítí  era  un  piutamoints. 

La  verdad  es  que  fué  un  paisajista  excelente  en  sus  bue- 
nos tiempos,  hasta  <iue  llevado  del  driiioiiiu  del  orgullo,  cayó 
en  los  nuiyores  excesos  luituralislas,  acabando  sus  dias  en 
tina  casa  de  orates.  A  tal  extremo  llegó  su  maula,  lo  que 
llamaba  la  imitación  de  la  naturaleza,  no  siendo  más  qne 
una  serie  de  indecencias,  que  los  pinlores.  por  huir  de  él,  ca- 
yeron eu  el  extremo  opuesto  y  se  hicieron  ¡jn-ra/ueliitun,  po- 
niéndose á  su  cabeza  el  famoso  Muíais,  vuelto  hoy  al  redil  de 
la  sana  naturaleza. 

El  cuadro  representando  la  vista  de  Dorl  es,  sin  embargo, 
una  de  las  hermosas  obras  que  pintó  Turner  eu  el  pleno  goce 
de  sus  facultades  intelectuales,  brillando  sobre  todo  i)ür  la 
maravillosa  limpidez  del  agua  y  la  mágica  interpretación  de 
la  atmósfera  dorada. 

EL  Mcseo  dk  soüth  kknsinqton 

No  corresponde  ciertamente  á  la  incomparable  preciosi- 
dad de  este  establecimiento  lo  que  cxlcriormente  presenta. 
pues  ni  sus  humildísimas  fachadas,  ni  sus  miserables  entra- 
das, ui  la  meztiuindad  de  sus  patíos  y  zaguanes  están  en 
consonancia  cou  lo  que  se  guarda  en  las  salas.  Más  de  un 
curios»»  ha  sufrido  un  verdadero  íh^fiptiuiíituneiit  al  encon- 
trarse con  qne  el  famosísimo  .Soj/í//  Kmniiiiiton  Mitsenm  era 
aquella  agUiineraclóu  de  editíelos  ramidones,  rodeailos  i>or 
un  mal  vallado  de  madera  de  ruralaspecto. 

No  ]>odia  durar  jjor  lo  tanto  semejante  estado  de  cosas  y 
asi  venciendo  la  ris  inertia  propia  de  todo  establecimiento 
burocrático,  ha  conseguido  el  público  inglés  que  .se  acordara 
la  consfrncción  de  una  nueva  fachada  üitcfcfttivn  de  la  impor- 
tancia del  Musco,  y  es  la  que  habrá  visto  ya  el  lector,  junta- 
mente con  los  dos  grabados  que  demuestran  la  inconcebible 
humildad  exterior  de  aquel  grandiosísimo  centro. 

IMCUKSIONKS    l>K   UN   CORRK.SPO\S.\L   .\RTÍ.STrrO    ftKSl'ECI.\L» 
INGLES 

Cualquier  dibujante  puedo  recibir,  cuando  menos  so  lo 
figura,  el  eucargo  de  trasladarse  á  tal  ó  cual  parte  para  en- 
viar unos  apuntes  de  lo  que  está  allí  ocurriendo,  ó  ha  ocurri- 
do: una  inauguración,  una  solemnidad  monárquica  6  repu- 
blicana, un  siniestro,  etc.,  etc.;  y  esto  fué  lo  que  le  pasó  á 
mister  Ilarry  Furniss,  á  quien  comisionaron  para  (luc  manda- 
se unos  apuntes  de  lo  que  viese  de  notable  en  los  condados  do 
Irlanda,  teatro  de  las  hazañas  de  los  lores  ingleses  contra  los 
infelices  colonos  naturales  de  la  Verde  Erin. 

Con  ojo  atento  fijóse,  pues,  en  lo  más  culminante  que  so 
presentase  á  su  escrutadora  indagación,  y  asi,  con  mano  fir- 
mo y  pulso  rápido  dibujó  La  ¡lipu  <li;  paz,  modelo  de  costum- 
bres irlandesas.  Y  creyendo  que  había  eunijilirto  ya  bastante 
por  lo  que  respecta  al  pueblo,  marchoso  á  I  lahvay  doude 
unos  oradores  pronunciaban  elocuentes  discursos  en  favor 
del  bilí  de  Mr.  Oladstone.  I'or  desgracia,  el  artista  no  pudo 
ver  más  de  lo  que  dibujó,  de  modo  <iue  cualquiera  creerá  que 
al  orador  aquel  lo  faltaba  la  cabeza. 

Dando  por  terminada  yu  su  misión,  regresó  misler  l'ur- 
nlss  á  sus  iialrios  lares,  recogiendo  de  paso  algunos  apnnti's. 
Asi,  jior  ejemplo.  Inmortalizó  en  su  cartera,  |iara  ser  trasla- 
liado  á  las  columnas  de  los  jieriódicos,  varios  tipos  de  un 
Itmlatiranl  miiiómieo  de  Edimburgo,  sin  descuiílarse  del  en- 
tusiasta fundador  del  siipradicho  establecimiento  que  se 
ofreció  galantemente  á  servirle  de  «i»/,  palabra  que  dejamos 
en  inglés  por  la  facilidad  de  su  traducción. 

De  pronto  recil>e  Ilarry  un  tolegrania  urgentísimo,  previ- 
niéndolo s<!  trasladase  á  Llveriiool,  donde  los  liberales  debían 
celebrar  un  gran  meeling  electoral.  Corre  alii  nuestro  artista, 
IKiro  píir  desgracia  el  meeting  se  habla  celebrado  ya;  era  pre- 
ciso, sin  embargo,  mandar  -dibujado  del  natural»  el  retrato 
del  candidato;  el  artista  so  presenta  en  su  casa,  le  hace 
l)rosentc  su  deseo  de  mearle,  y  el  digno  político  se  está  toda 
la  noche  en  posición  oraloria,  .sostenido  por  la  esperanza  do 
que  aparezca  su  itera  efigie,  en  el  Oraphie.  ó  el  lUunlraled  Lon- 
don  .Vcm;«  ó  1,.\  Ilustración  Ibírica 

Corriendo  por  la  ciudad  la  noticia  do  la  llegada  de  un 
•Cí»rrcsponsal  artístico  enpeeial'  llueven  soljre  él  Invitaciones 
decidiéndose  por  asistir  á  un  baile  que  se  daba  «¡u  nn  mani- 
comio. Disfrazóse  do  Plnel,  sin  duda  para  hacerse  simpático 


á  los  concurrontes,  y  una  vez  metido  on  la  danza,  pudo  con- 
tar treinta  María  Kstuard!>s,  cincuenta  Margaritas,  treinta  y 
ocho  Faustos,  cincuenta  ramilleteras,  nueve  Porcias,  tres 
clowns,  sois  toreros,  siete  sastres,  treinta  y  cinco  (Helias.  - 
treinta  y  ilos  Desdémonas  y  algiuios  más  do  imposible  clasifi- 
cación, sobresaliendo»  lui  soberbio  Duque  de  Tork. 

Nuestro  artista  copió  rápidamente  algunos  tipos  del  baile 
y  ya  iba  á  salir  cuando  se  encontró  cou  un  fotógrafo  que  iba 
á  lo  mismo.  Ilieiérouso.  al  momeuto,  grandes  amigos,  y  el 
fotógrafo  le  encargó  hieieso  un  retrato  do  cierto  caballero 
según  la  fotografía  que  le  exhibió.  Mr.  Furniss,  coucienznd<» 
en  todo,  nos  presenta  ahora  un  estudio  comparativo  de  las 
transformaciones  del  original.  Y  aquí  cierra  la  cartera  ile  sus 
apuntes,  terminada  ya  su  misión  de  corresponsal  artístico 
e'tpecial. 

PAMPLONA 
FESTEJOS    COM    MOTIVO    DEL    VIAJE    DE    S.S.    II. M.    Y    A. A. 

La  Puerta  de  la  Taconcra,  una  de  las  seis  que  tienen  las 
imirallas  de  Pamplona,  y  da  paso  al  magnifico  paseo  de 
aquel  nombre,  fué  adornada  elegantemente  por  la  guarni- 
ción con  trofeos  militares,  siguiendo  el  proyocto  trazado  por 
el  gobernador  militar  señor  marques  de  Villa  Antonia.  Este, 
por  motivo  de  su  cargo  y  siguienclo  la  trarlieií'm,  ¡luso  eu 
manos  do  la  Keina,  Regente,  las  llaves  de  la  idaza  al  enliur 
S.  M.  por  dicha  puerta.  El  aspecto  era  muy  bonito,  á  lo  tnie 
dicen  y  mucha  la  animación. 

No  era  menos  vistoso,  sin  embargo,  el  del  J\íseo  (fe  Valeii- 
ein.  tal  como  oslaba  preparado  pura  la  iliuuínación.  La  foto- 
grafía reproilui'ida  en  nnesiro  grabado  está  lomada  desde  la 
salida  do  la  Plaza  de  la  ('onstituclón  á  dicho  paseo,  en  el  án- 
gulo mismo  en  que  está  situado  el  palacio  provincial  que  ha 
servido  de  alojamiento  á  S.S.  M.  M. 

Este  paseo  de  Valencia  es  uno  de  los  pijutos  más  bellos  do 
Pamplona,  y  hace  dos  ó  tres  años  ha  sido  reformado,  cons- 
truyendo eu  el  centro  nn  magnífico  boulQvard  «luo  puedo 
competir  con  los  de  otras  poblaciones  de  mucha  mayor  im- 
p<»rlancia.  Todos  están  contestes  eu  que  el  asitecto  que  pro 
sentaba  el  día  de  la  entrada  do  S.S.  M.M.  y  A.  A.,  en  plena  llu-. 
minacit'in,  al  paso  de  la  retreta,  era  deslumbrador. 

El  -tí'fo  levantado  por  la  guarnición  en  la  Plaza  (le  la  ConHi- 
turi(jn,  esquina  á  la  calle  de  la  Chapiíela.  está  tomado  do  la 
parte  de  la  plaza.  Descansa  sobre  cuatro  colunuias  y  la  baso 
de  cada  una  la  componen  cuatro  cañones  sobro  los  que  van 
unas  grandes  cajas  de  guerra  y  encima  pabellones  de  fusiles. 
Todo  él  está  adornado  de  trofeos  bélicos,  formando  un  agra- 
dable conjnnío. 

-f 


AMOR 


En  una  fresca  mañana 
y  por  la  vega  florida, 
alegre  y  entretenida 
canta  una  linda  serrana: 

• — «Tengo  un  amor  tan  callado 
tan  puro,  tan  inocente, 
como  la  mansa  corriente 
que  se  desliza  en  el  prado. 

Jamás  de  los  sinsabores 
llegó  la  triste  amargura 
&  turbar  su  linfa  pura 
sobre  su  lecho  de  flores. 

Y  con  tan  amante  prisa 
corren  sus  ondas  suaves, 
que  ni  las  oyen  las  aves, 
ni  las  alcanza  la  brisa. 

No  enluta  noche  importuna, 
sus  encantos  virginales, 
oue  entre  sus  limpios  cristales 
quiebra  sus  rayod  la  luna. 

Amo  con  tan  dulce  calma, 
que  no  sé  por  darlo  nombre, 
si  soy  el  alma  do  un  hombre 
(S  él  es  alma  de  mi  alma. 

Con  oso  amor  so  engalana 
orgulloso  el  pocho  mío, 
como  gota  de  roció 
con  el  sol  de  la  mañana. 

Y  ni  la  nube  del  celo 
turba  la  luz  de  mi  vida, 
ni  cruza  vaga  y  perdida 

la  sospecha  en  nuestro  cielo. 

De  la  tarde  misteriosa 
á.  los  últimos  fulgores, 
le  cuento  yo  mis  amores 
á  la  encina  y  á  la  rosa, 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


G71 


Y  voy  alegre  y  parlera, 
como  loca  en  mi  contento, 
y  digo  mi  pensamiento 

al  bosque  y  á  la  pradera; 

Con  el  aura  que  suspira, 
con  la  fuente  que  murmura, 
con  el  ave  que  en  la  altura 
en  circulo  inmenso  gira. 

Con  la  leda  mariposa, 
con  el  celaje  flotante, 
con  todo,  mando  á  mi  amante 
una  memoria  dichosa. 

Y  me  habla  de  él,  el  aroma 
que  desde  los  valles  sube, 

y  me  hablan  la  blanca  nube 
y  el  gemir  de  la  paloma. 

Y  me  habla  en  el  Occidente' 
el  rico  manto  de  gualda 

y  la  alfombra  de  esmeralda 
por  donde  cruza  el  torrente. 

Dice  su  nombre  á  mi  oído 
la  brisa  con  dulce  anhelo, 
y  yo  por  causarla  celo 
repito  el  nombre  querido. 

Entonces  de  gozo  llena, 
sin  que  tal  encanto  cese, 
porque  la  brisa  le  bese 
grabo  ese  nombre  en  la  arena. 

Y  cuando  de  allí  me  alejo, 
vuelvo  á  mirar  con  ternura,    . 
que  al  irme  se  me  figura 
que  hago  mal  porque  le  dejo. 

Paso  noche  de  contento 
contemplando  las  estrellas, 
pues  miro  escrita  con  ellas 
su  cifra  en  el  fiímamento. 

Y  en  inocente  deseo 
tanto  mi  ilusión  se  exalta, 
que  si  una  estrella  me  falta 
me  parece  que  la  veo. 

Y  así  pasa  mi  existencia 
tan  dulce,  tan  sosegada, 
que  vive  el  alma  embriagada 
de  amor  con  tan  pura  esencia. 

Y  este  amor  es  tan  callado, 
tan  tierno  y  tan  inocente 
como  la  limpia  corriente 
que  se  desliza  en  el  prado. » 

Vicente  Riva  Palacio. 


*- 


LOKIS 


I>OR    PRÓSPERO    OVCEIIII^^EE 


(continuación) 

VI 

Después  del  almuerzo  volvimos  á  Medintil- 
tas.  Allí,  como  encontrase  al  doctor  Froeber 
solo,  le  dije  que  creía  que  el  conde  estuviese 
enfermo,  que  tenía  sueños  horribles,  que  era, 
quizás,  sonámbulo  y  que  podía  ser  peligroso  en 
tal  estado. 

— Me  he  apercibido  de  todo  eso, — me  dijo  el 
médico. — Con  una  organización  atlética  es  ner- 
vioso como  una  mujer  bonita,  Quizás  tiene  eso 
de  su  madre...  Ha  sido  endiabladamente  mala 
esta  mafíuna...  Yo  no  creía  gran  cosa  en  histo- 
rias de  miedos  y  de  antojos  de  mujeres  en  cinta, 
pero  lo  cierto  es  que  la  condesa  es  maniaca  y 
la  manía  es  trasmisible  por  la  sangre... 

— Pero  el  conde, — repliqué  yo, — es  perfecta- 
mente razonable;  tiene  un  criterio  muy  justo, 
es  instruido,  mucho  más  de  lo  que  yo  me  figura- 
ba, os  lo  confieso;  gusta  de  leer... 


- — Conformes,  conformes  ,  mi  querido  señor, 
pero  es  á  menudo  muy  extraño.  Se  encierra,  á 
veces,  durante  muchos  días;  con  frecuencia  ron- 
da por  la  noche;  lee  libros  increíbles...  metafí- 
sica alemana...  fisiología  ¿qué  sé  yo?  Ayer  mis- 
mo le  llegó  un  bulto  de  Leipzig.  ¿Queréis  que 
hablemos  claro?  un  Hércules  tiene  necesidad 
de  una  Hebe.  Hay  aquí  aldeanas  muy  lindas.. 
El  sábado  por  la  noche,  después  del  baño,  se 
las  tomaría  por  princesas.  No  hay  ninguna  que 
no  se  sintiese  orgullosa  de  distraer  á  monseñor. 
A  su  edad,  yo...  ¡lléveme  el  diablo!  Pero,  no,  no 
tiene  ninguna  querida,  no  se  casa  y  hace  mal. 
Le  sería  menester  un  derivativo. 

Como  el  materialismo  grosero  del  doctor  me 
chocase  hasta  el  último  extremo,  terminé  brus- 
camente la  plática  diciéndole  que  hacía  votos 
porque  el  conde  Szemioth  encontrase  una  es- 
posa digna  de  él.  A  la  verdad,  no  dejé  de  sor- 
prenderme de  la  afición  que  supe  tenía  el  conde 
á  los  estudios  filosóficos.  Aquel  oficial  de  húsa- 
res, aquel  cazador  apasionado  leyendo  metafísi- 
ca alemana  y  ocupándose  en  fisiología,  vamos, 
que  esto  trastornaba  mis  ideas.  El  doctor  había 
dicho  la  verdad,  sin  embargo,  y  desde  el  día  si- 
guiente pude  adquirir  la  prueba  de  ello. 

— ¿Cómo  08  explicáis  vos,  señor  profesor,— 
me  dijo  bruscamente  al  acabar  de  comer — cómo 
os  explicáis  vos  la  dualidad  ó  duplicidad  de 
nuestra  naturaleza?... 

Y  como  echase  de  ver  que  no  le  comprendía 
yo  perfectamente,  repuso: 

— ¿No  os  habéis  encontrado  alguna  vez  en 
lo  alto  de  una  torre  ó  bien  al  borde  de  un  pre- 
cipicio experimentando  á  la  vez  la  tentación  de 
arrojaros  al  vacío  y  un  sentimiento  de  terror 
absolutamente  contrario? 

— Esto  puede  explicarse  por  causas  de  todo 
punto  físicas, — dijo  el  doctor. — Primero;  la  fa- 
tiga que  se  experimenta  después  de  una  mar- 
cha ascensional  determina  un  aflujo  de  sangre 
al  cerebro  que... 

— Dejemos  eso  de  la  sangre,  doctor, — excla 
mó  el  conde  con  impaciencia, — y  tomemos  otro 
ejemplo.  Tenéis  un  arma  de  fuego  cargada. 
Vuestro  mejor  amigo  está  allí.  Se  os  ocurre  la 
¡dea  de  meterle  una  bala  en  la  cabeza.  Abrigáis 
el  más  profundo  horror  por  un  asesinato,  y  sin 
embargo,  en  ello  estáis  pensando.  Creo,  seño- 
res, que  si  todos  los  pensamientos  que  nos  vie- 
nen á  la  cabeza  en  el  espacio  de  una  hora 

creo  que  si  todos  vuestros  pensamientos,  señor 
profesor,  á  quien  tengo  por  un  sabio,  estu- 
viesen escritos,  formarían  un  tomo  en  folio, 
puede  ser,  en  vista  del  cual  no  habría  abogado 
que  no  pleitease  con  feliz  éxito  nuestra  inhabi- 
litación, ni  juez  que  no  os  metiese  en  la  cárcel  ó 
en  una  casa  de  locos. 

— Ese  juez,  señor  conde,  no  me  condenaría 
seguramente  por  haber  buscado  esta  mañana, 
durante  más  de  una  hora,  la  ley  misteriosa  en 
virtud  de  la  cual  los  verbos  eslavos  toman  un 
sentido  futuro  combinándose  con  una  preposi- 
ción; pero  si  por  ventura  se  me  hubiese  ocurrido 
algún  otro  pensamiento  ¿qué  prueba  podría 
aducirse  contra  mí?  No  soy  dueño  de  mis  pen- 
samientos más  de  lo  que  lo  soy  de  los  acciden- 
tes exteriores  que  me  los  sugieren.  De  que  surja 
un  pensamiento  en  mí,  no  puede  deducirse  un 
oomienzo  de  ejecución,  ni  aún  una  resolución. 
Jamás  he  tenido  la  idea  de  matar  á  nadie;  pero 
si  se  me  ocurriese  el  pensamiento  de  un  asesi- 
nato ¿acaso  no  está  mi  razón  allí  para  apar- 
tarlo? 

— Habláis  de  la  razón  muy  á  vuestras  an- 
chas; pero  ¿está  siempre  allí,  como  decís,  para 
dirigirnos?  Para  que  la  razón  hable  y  se  haga 
obedecer,  es  menester  la  reflexión,  es  decir, 
tiempo  y  sangre  fría.  ¿Se  tiene  siempre  el  uno 
y  la  otra?  En  un  combate  veo  que  me  llega  una 
bala  que  rebota,  me  desvío  y  descubro  á  mi 
amigo,  por  quien  habría  dado  mi  vida,  si  hubie- 
se tenido  j'o  tiempo  de  reflexionar... 

Traté  de  hablarle  de  nuestros  deberes  como 
hombres  y  como  cristianos,  de  la  necesidad  en 
que  estamos  de  imitar  al  guerrero  de  la  Escri- 
tura, siempre  presto  al  combate;  en  fin,  le  hice 
ver  quo  luchando  sin  cesar  contra  nuestras  pa- 


siones adquiríamos  fuerzas  nuevas  para  debi- 
litarlas y  dominarlas.  No  conseguí,  creo,  más 
que  reducirle  al  silencio,  mas  no  parecía  con- 
vencido. 

Permanecí  todavía  unos  diez  días  en  el  casti- 
llo. Hice  otra  visita  á  Dowghielly,  pero  no 
pernoctamos  allí.  Lo  mismo  que  la  primera  vez 
mostróse  la  señorita  Iwinska  traviesa  y  niña 
mimada.  Ejercía  sobre  el  conde  una  especie  de 
fascinación  y  no  me  quedaba  ninguna  duda  de 
que  andaba  muy  enamorado  de  ella.  Sin  embar- 
go, conocía  muy  bien  sus  defectos  y  no  se  forma- 
ba ilusiones  Sabía  que  era  coqueta,  frivola,  indi- 
ferente á  todo  lo  que  no  fuese  para  ella  una  di- 
versión. A  menudo  echaba  yo  de  ver  que  el  con- 
de sufría  interiormente,  sabiendo  que  era  tan 
poco  razonable,  pero  así  que  ella  le  hacia  algún 
melindre  olvidábalo  todo  y  su  semblante  se  ilu- 
minaba y  radiaba  de  alegría. 

Quiso  llevarme  por  la  última  vez  á  Dowghie- 
lly, la  víspera  de  mi  partida,  quizás  para  que  me 
quedase  yo  hablando  con  la  tía  mientras  él  iba 
á  pasear  por  el  jardín  con  la  sobrina;  pero  tenía 
yo  mucho  que  hacer  y  así  excúseme,  sin  atender 
á  su  insistfincia.  Volvió  á  comer,  por  más  que 
nos  hubiese  dicho  que  no  le  esperásemos.  Pú- 
sose á  la  mesa  y  no  pudo  probar  bocado.  Du- 
rante toda  la  comida  estuvo  sombrío  y  de  mal 
humor.  De  vez  en  cuando  sus  cejas  se  juntaban 
y  sus  ojos  tomaban  una  expresión  siniestra. 
Cuando  el  doctor  salió  para  ir  á  ver  á  la  conde- 
sa, el  conde  me  siguió  á  mi  cuarto  y  me  di; o 
cuanto  tenía  en  el  corazón. 

— Me  arrepiento  mucho, — exclamó, — de  ha- 
beros dejado  para  ir  á  ver  á  esa  loquilla  que  se 
burla  de  mí  y  no  gusta  más  que  de  caras  nuevas, 
pero,  felizmente,  todo  acabó  ya  entre  nosotros; 
me  he  ido  profundamente  disgustado  y  no  vol- 
veré á  verla  jamás... 

Paseóse  algún  tiempo  á  lo  largo  y  á  lo  ancho 
del  cuarto,  según  su  costumbre,  y  después  re- 
puso: 

— ¿Habéis  creído  quizás  que  estaba  enamora- 
do de  ella?  Es  lo  que  piensa  ese  imbécil  de 
doctor.  No;  no  la  he  amado  nunca.  Su  ci«ra  ri- 
sueña me  agradaba.  Su  piel  blanca,  me  daba 
placer  de  ver...  Hé  ahí  todo  lo  que  hay  de  bueno 
en  ella.!,  la  piel  sobre  todo.  Sesos,  nada.  Nunca 
he  visto  en  Iwinska  más  que  una  linda  muñeca, 
buena  para  mirarla  cuando  uno  se  fastidia  ó  no 
tiene  un  libro  nuevo...  Sin  duda  que  cabe  decir 
que  es  una  belleza...  ¡Su  piel  es  maravillosa!... 
señor  profesor  ¿la  sangre  que  hay  bajo  esa  piel 
debe  ser  mejor  que  la  de  un  caballo?  ¿Qué  pen- 
sáis vos? 

Echóse  á  reir  á  carcajadas,  pero  aquella  risa 
hacía  daño  al  oiría. 

Despedíme  de  él  al  día  siguiente  para  ir  á 
continuar  mis  exploraciones  en  el  Norte  del  Pa- 
latinado. 

VII 

Duraron  cerca  dos  meses  y  puedo  decir  que 
no  quedó  ninguna  aldea  en  Samogicia  donde  no 
me  haya  detenido  y  haya  recogido  algunos  do- 
cumentos. Séame  permitido  aprovechar  esta 
ocasión  para  dar  las  gracias  á  los  habitantes  de 
aque;la  provincia,  y  en  particular  á  los  señores 
eclesiásticos,  por  el  concurso  verdaderamente 
solicito  que  dispen.saron  á  mis  investigaciones  y 
las  excelentes  contribuciones  con  que  han  enri- 
quecido mi  diccionario. 

Después  de  una  permanencia  de  una  semana 
en  Swazlé,  proponíame  ir  á  embarcarme  en- 
Klaypeda  (puerto  que  nosotros  llamamos  Me- 
mel)  para  regresar  á  mi  casa,  cuando  recibí  del 
conde  Szemioth  la  siguiente  carta,  que  me  trajo 
uno  de  sus  cazadores: 

«Señor  profesor: 

»Permitidme  que  os  escriba  en  alemán.  To- 
davía cometería  más  solecismos  si  os  escribiese 
en  jmudo,  y  perderíais  toda  consideración  para 
conmigo.  No  sé  si  tenéis  ya  mucha,  y  la  noticia 
que  voy  á  comunicaros  no  la  aumentará  cier- 
tamente. Sin  más  preámbulos,  me  caso,  y  ja 


672 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


adivinaréis  con  quién.  Júpiter  serie  de  ¡os  jura- 
mentos de  Iw  enamorados.  Asi  hace  Pirkuns, 
nuestro  Júpiter  samogicio.  Con  la  señorita  Ju- 
liana Ivriuska  es,  pues,  con  la  que  me  caso  el  ocho 
del  mes  próximo.  Seríais  el  más  amable  de  los 
hombres  si  vinieseis  para  asistir  á  la  ceremonia. 
Todos  los  aldeanos  de  Medintiltas  y  lugares 
circunvecinos  vendrán  á  casa  á  comerse  algunos 


bueyes  é  innumerables  cerdos  y  cuando  estarán 
ebrios  bailarán  en  aquel  prado,  á  la  derecha  de 
la  avenida  que  ya  sabéis.  Veréis  trajes  y  cos- 
tumbres dignos  de  vuesti-a  observación.  Me  dis- 
pensai'éis  el  maj'or  placer  y  á  Juliana  también. 
Añadiré  que  vuestra  negativa  nos  dejaría  en  el 
más  triste  embarazo.  Sabéis  que  pertenezco  á  la 
comunión  evangélica,  lo  mismo  que  mi  novia,  y 


es  el  caso  que  nuestro  ministro  que  vive  á 
treinta  leguas,  se  halla  imposibilitado  por  la 
gota  y  asi  me  he  atrevido  á  esperar  que  que- 
rréis oficiar  bueuamente  en  su  lugar.  Creedme, 
mi  querido  prcrfesor,  vuestro  afectisimo 

Miguel  Szcmioth.» 

A  lo  último  de  la  carta,  en  forma  de  post-data, 


PAMPLONA:  ARCO  LEVANTADO  POR  LA  GUARNICIÓN 


una  mano  femenina  bastante  linda  había  añadi- 
do en  jmudo: 

»Yo,  musa  de  la  Lituania,  escribo  en  jmudo. 
Miguel  es  un  impertinente  en  dudar  de  vuestra 
aprobación.  No  podía  darse  otra  que  yo,  que  en 
efecto  soy  bastante  loca,  para  querer  á  un  mu- 
chacho como  él.  Veréis,  señor  profesor,  el  8  del 
mes  próximo,  una  novia  bastante  chic.  Esto  no  es 
imado,  sino  francés.  Por  supuesto  que  no  iréis  á 
caer  en  distracciones  durante  la  ceremonia.» 


Ni  la  carta  ni  la  post-data  me  gustaron.  Pa- 
recióme que  los  novios  demostraban  una  ligere- 
za imperdonable  en  ocasión  tan  solemne.  Sin 
embargo  ¿cómo  negarme?  Confesaré,  además, 
que  el  espectáculo  anunciado  no  dejaba  de  dar- 
me tentaciones.  Según  todas  las  apariencias, 
entre  el  gran  número  de  gentil-hombres  que  se 
reunirían  en  el  castillo  de  Medintiltas  no  deja- 
ría de  encontrar  personas  instruidas  que  me 
facilitarían  útiles  noticias.  Mi  glosario  jmudo 


era  muy  rico,  pero  el  sentido  de  cierto  número 
de  palabras  aprendidas  de  boca  de  groseros 
campesinos,  quedaba  envuelto  todavía  para  mi 
en  una  oscuridad  relativa.  Todas  esas  conside- 
raciones reunidas  tuvieron  bastante  fuerza  para 
obligarme  á  acceder  á  la  demanda  del  conde  y 
le  respondí  que  en  la  madrugada  del  8  estaría 
en  Medintiltas.  ¡Cuánto  tuve  ocasión  de  arre- 
pentirme! 

(Se  concluirá.)  Traducción  de  A.  O. 


lillIIISTUan;  brtii,  I6S-J67,  Rimi  loliiu,  Mitor.— Reserridos  los  derechos  de  propiedad  artístia  j  literaria.— ^,as  reclamaciones  en  Madrid,  al  represéntame  de  esta  Casa  D.  Manuel  Plá  y  Valor,  Apodaca,  10, 1" 

)  INSÉRTESE  Ó  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  (  


laTABLICUaBHTO  TlPOORlIlCO   DB  B.   BASIOA.— CAÍ.UI  OB  VlIXARROBL,  HÚII.    17     BH8AMCHB  DB  SAI!   AHTOHIO.— BAHCBLOHA. 


SEMANARIO     CIENTÍFICO.     LITERARIO     Y     ARTÍSTICO 


~s?Xl\N^ 


Año  V 


Barcelona  22  de  Octubre  de  1887 


Núm.  251 


UNA  AMAZONA  EN  PELIGRO  (Dibujo  de  A.  Tuolt) 


674 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


SUM  ARI  O 


Tmo.— Madrid.  Ourtat  á  mi  prima,  por  Femanflor.— Dn  idi- 
Ho  niMüitla  (oontinuacián),  por  Vicente  Blasco  Ibiñes.—  . 
La  rolda  <k  iot  Aq^  por  Antonia  Opiaso.— Lec/unu,  por 
CUrln.— X«  in/btUoMieiUe  pequeño  a  cauta  de  lo  í^/biitatnen- 
te  graitde,  por  Rufino  Blanco  y  Sánchez.— Bibliografía,  por 
Carlos  Mendoia,— Nuestros  grabados.— Xa  noche  (poesía), 
por  J.  Adán  Bemed.— LoU«  (conclusión),  por  Próspero 
Merimée  (traducción  de  A.  O.) 

Gbabádos.— Una  amaxona  en  peligro.— £1  lindero  del  bos- 
que.-Jíailrtd.  íxpotieián  general  de  Pilipinat  (dos  graba- 
dos).—Ifadrid:  Sesión  Inaugural  del  Congreso  Literario 
Internacional  en  el  paraninfo  de  la  Universidad  el  dia  8 
del  corriente.— Pastores  árabes.— Regreso  del  campo.— La 
Madona  del  gran  Duque.— Italia:  1m  -ciudad»  de  Asoló.  La 
Bocea,  Asoló.— lAdiea  Georgiana  y  Enriqueta  Spencer. 
— Lady  Rushont  y  su  niño.—  La  nuera  Susana.—  Beati 
possidentas. 


M  ADRI  D 


CA.IITA.S     .A.     IhCX     FRU-flCA. 


CONGRESO    LITERARIO    INTERNACIONAL 

I  estas  cartas,  mi  querida  prima,  fuesen 
■i,.^-.  dirigidas  exclusivamente  á  tu  linda  per- 
sona, ciertamente  que  no  dedicaría  la  de 
hoy  á  un  asunto  tan  serio  como  el  Congreso  de 
que  se  trata;  pero  si  la  dedicatoria  de  ellas  te 
corresponde ,  compartes  su  lectura  con  miles  y 
miles  de  curiosos  que  no  tienen  tus  gustos  ni 
aficiones.  De  cuando  en  cuando  no  está  mal  ser 
grave,  proceder  formalmente  y  consignar  en 
este  libro,  si  ameno  útil,  los  adelantos,  los  pro- 
gresos del  siglo.  Las  sesiones  de  este  Congreso 
son  interesantes,  han  de  influir  en  nuestra  le- 
gislación literaria...  Consignémoslas,  pues.  Ya 
vendrán  días  en  que  podamos  recobrar  nuestra 
risa  y  volar  con  ligeras  alas  sobre  campos  de 
amenidad,  más  grato  para  los  frivolos  y  los  in- 
diferentes. 

Te  diré  que  han  venido  á  este  Congreso  los 
señores:  Louis  Ulbach,  Jules  Lermina,  Paul 
Lermina,  Jules  Simón,  C.  Ebeling,  E.  Ebeling, 
A.  Ocampo,  Eschenauer,  Clunet,  Mermilliod, 
Knighton,  Pouillet,  Cottin,  Dubief,  Henri  Du- 
bief,  Le  Soudier,  Wan  Werman,  Mans,  De  Pre- 
lle,  C.  Barry,  H.  Turot,  Cattreux,  Ch.  Simón, 
Von  Batz,  E.  Marbeau,  B.  Fray,  A.  Lefeuvre, 
Vantray,  A.  Marie,  Kugelmann,  Laurent,  Che- 
Ilard,  Le  Barazer,  Lionel  Nunés,  Louis  Ratis- 
bonne ,  Lyon  Caen ,  Oppert,  Justal ,  Moret, 
P.  A.  Sedger,  Damaré,  Leveque,  Mack,  Van 
Humbeck,  Paul  Fournier,  Chaumat,  Dillens, 
Crepin,  Francfor,  Nast,  Beu,  La  Fontaine,  Bour- 
geois,  Colin,  Gornard,  Chantréau,  Hetzel,  Mic- 
kiewitz,  Pelletier,  Wintgens,  Pille  y  otros  va- 
rios de  distintas  naciones,  que  no  recuerdo.  Algu- 
nos han  traído  á  sus  señoras;  pero  debo  decirte 
que  nadie  ha  sabido  aquí  nada  de  ellas,  lo  cual 
habla  en  favor  de  su  discreción,  pues  siempre 
es  buena  la  mujer  que  ni  mal  ni  bien  da  que 
decir.  Entre  todos  cuantos  han  venido,  merecen 
lagar  preferente,  y  todos  se  lo  hemos  concedido, 
Messieurs  Julio  Simón  y  Luís  Ulbach.  Estos 
han  llevado  principalmente,  la  voz  en  las  sesiones 
y  banquetes;  para  éstos  han  sido  las  gacetillas 
entusiastas  y  los  brindis  y  los  ¡vivas!  y  los  abra- 
zos. Julio  Simón,  es  hombre  de  edad;  su  voz  es 
débil,  apenas  se  le  oye;  pero  todos  sabemos  que 
es  una  celebridad  justificada,  que  su  talento  es 
inmenso,  que  nada  puede  decir  que  no  merezca 
elogio  y  por  lo  tanto  aunque  no  se  le  oiga,  siem- 
pre se  le  aplaude.  Pero  vamos  al  caso,  porque 
yo,  aunque  quiera  ser  formal,  siempre  me  en- 
trego á  ligerezas  deplorables... 

La  inauguración  de  las  sesiones  tuvo  efecto 
en  el  paraninfo  de  la  Universidad,  ante  un  pú- 
blico de  damas  elegantes  y  de  caballeros  vesti- 
dos de  etiqueta.  Banderas  francesas,  españolas, 
austríacas,  italianas,  alegraban  los  ojos.  Las 
señoras  recibieron  bouquets  como  en  las  fiestas 
del  gran  mundo,  y  se  hubiera  dicho  que  la  gen- 
te se  reunía  con  el  solo  propósito  de  verse  una 
vez  más;  como  suele  verse  en  Madrid  y  en  los 
teatros,  todos  los  días.  Sabes  que  al  presidente 


del  Consejo  de  ministros  se  le  ha  muerto  su  se- 
ñor padre;  esta  desgracia  le  impidió  presidir  el 
acto;  le  presidió  el  ministro  de  Estado,  Moret, 
charlador  elocuente  de  bonitas  palabras.  Ofre- 
ció dar  buena  acogida  á  los  acuerdos  del  Con- 
greso; siempre  de  acuerdo  con  los  gobiernos  de 
los  demás  países.  La  propiedad  literaria,  según 
el  ministro,  está  más  alta  que  cualquier  otro 
linaje  de  propiedad,  porque  ni  reconoce  limites 
ni  fronteras.  (Por  esto  es  tan  difícil,  sin  duda, 
vigilarla). 

Después  habló  el  presidente  de  la  Asociación 
de  Escritores  y  Artistas,  Núñez  de  Arce.  Lanzó 
graves  censuras  contra  los  libreros  del  Sud  de 
América  y  les  llamó  piratas  literarios.  Es  uno 
de  los  autores  más  explotados  y,  por  lo  tanto, 
con  más  razón  para  estar  indignado  y  dolorido; 
su  discurso,  pues,  fué  una  maldición  y  una 
queja. 

Habló  Mr.  Ulbach  y  fué  muy  aplaudido.  Es 
orador  ingenioso  como  es  escritor  espiritual.  Se 
le  aplaudió  con  justicia,  si  bien  debo  manifes- 
tar que  su  destino,  de  todos  modos,  era  ser 
aplaudido.  Habló  el  señor  Calzado  (el  ministro 
de  Hacienda  del  posibilismo)  y  hablaron  otros 
varios  extranjeros  que  fueron  galantes  y  breves. 

Esto  fué  el  día  8.  Al  siguiente  los  congresis- 
tas tomaban  el  tren  de  Toledo  en  número  de 
sesenta;  visitaban  la  Puerta  del  Sol,  el  Cristo 
de  la  Luz,  el  Hospital  de  Tavera,  los  Reyes, 
Santa  María  la  Blanca,  el  Tránsito;  almorzaban 
y  se  dirigían  á  la  Catedral  y  al  Alcázar.  Brin- 
daron el  gobernador,  Mr.  Ulbach,  Núñez  de 
Arce...  Los  extranjeros  se  mostraron  sorprendi- 
dos ante  aquella  ciudad  que  parece  la  momia 
de  otro  siglo  conservada  bajo  un  fanal.  ¡Aquí 
se  comprende  á  los  moros! — debieron  decirse, — 
y  se  justifica  que  esta  gente  se  haya  solivianta- 
do en  cuanto  lia  sabido  la  enfermedad  del  em- 
perador de  Marruecos. 

La  velada  del  Ateneo,  el  día  10,  fué  brillan- 
te: Núñez  de  Arce  pronuncia  otro  discurso  de 
bienvenida;  el  conde  de  Morphy,  en  represen- 
tación de  la  sección  de  Bellas  Artes,  un  dis- 
curso en  francés,  y  en  nombre  de  otras  seccio- 
nes hablaron  los  Sres.  Daearrete,  Villaverde  y 
Silvela...  Leyeron  poesías  Fernández  González, 
Zorrilla,  Campoamor...  [Aplausos,  aplausos  y 
aplausosl 

La  segunda  sesión  del  Congreso  se  celebró  el 
día  1 1 .  Se  discuten  y  aprueban  varios  puntos, 
entre  ellos,  que  los  derechos  de  propiedad  de- 
ben pertenecer  sólo  á  los  herederos,  durante  el 
plazo  que  la  ley  establezca;  que  la  traducción 
debe  asimilarse  á  la  reproducción.  A  este  acto 
asisten  menos  señoras  que  el  primer  día;  las 
damas  han  visto  en  el  primero,  que  los  sabios 
de  otras  naciones,  como  los  de  España,  suelen 
ser  maduros,  calvos  y  sólo  sensibles  á  los  en- 
cantos de  la  controversia  científica.  Nada  tienen 
pues,  que  hacer  en  el  Congreso 

Por  la  noche  la  Asociación  de  escritores  y 
artistas  ofreció  á  los  congresistas  extranjeros 
un  banquete  en  el  salón  del  Conservatorio.  Voy 
á  insertar  el  menú  porque  desde  hace  algún 
tiempo  la  prensa  juzga  indispensable  decir  á  sus 
lectores  los  riquísimos  platos  que  hubieran  po- 
dido comer  en  el  caso  de  haber  sido  convidados. 
¡En  estos  tiempos  de  positivismo  un  memí  no 
es  una  lista  de  manjares;  es  un  verdadero  pro- 
grama! El  meml  es  la  aspiración  universal;  el 
cocinero  representa  la  independencia,  la  consi- 
deración, la  estimación  pública;  quien  tiene  co- 
cinero, quien  tiene  menú,  es  respetable  y  respe- 
tado. ¡Dime  lo  que  comes  y  te  diré  quien  eres! 
Pero,  ¡no!  ¡no  quiero  seguir  esa  costumbre,  ni 
rendir  semejante  homenaje  á  los  fondistas!  El 
menú  del  banquete  fué  selecto;  arréglalo  tú  á 
tú  placer,  pues  que  de  ello  entiendes,  si  te  agra- 
da. Innumerables  discursos  cayeron  como  ora- 
ciones fúnebres  sobre  las  pérdreaux  rotis.  Brin- 
daron nacionales  y  extranjeros;  el  primero  que 
habló  fué  Núñez  de  Arce,  á  quien  ha  hecho 
orador  el  patriotismo.  Y  habló  Julio  Simón,  el 
respetado  hombre  público,  brindando  por  los 
descendientes  del  Cid  Campeador.  ¡Ah!  Los  des- 
cendientes del  Cid  Campeador  en  aquel  momen- 
to batallaban  en  sus  platos  respectivos  de  hari- 


cots  panachés.  ¡La  raza  degenera  mucho!  Antes 
de  que  la  reunión  se  disolviera  Manuel  del  Pa- 
lacio leyó  el  siguiente  soneto,  el  cual  copio  por 
que  este  manjar  es  plato  que  sabe  hoy  tan  bien 
como  ayer,  y  que  nada  pierde  fuera  del  ban- 
quete: 

DON  QUIJOTE    Y    SANCHO  PANZA 

.\  los  extranjeros  del  Congreso  Literario  Internacional 

Noble,  valiente,  soñador,  honrado, 
geueroso  y  cortés  basta  el  exceso, 
capaz  de  dar  la  vida  por  un  beso 
á  una  mnjer  de  rostro  amondongado, 

reverso  es  don  Quijote  del  criado 
egoísta  y  malsín,  falso  y  travieso, 
que  obra  y  discurro  con  prudencia  y  seso 
sin  que  ínsulas  ni  amor  le  den  cuidado. 

ünóspedes,  permitiil  que  os  lolicite; 
y  si  ya  en  vuestras  tierras  hoy  distantes 
nos  recordáis  por  cnerdos  ó  por  locos, 

decid  á  quien  saberlo  solicite 
que  habéis  visto  en  la  patria  de  Cervantes 
Quijotes  á  granel;  Sanchos  muy  pocos. 

Entremos  de  nuevo  en  el  Ateneo  puesto  que 
se  celebra  la  tercera  sesión.  Ya  no  son  las  da- 
mas las  únicas  que  abandonan  los  placeres 
de  la  inteligencia;  muchos  caballeros  de  otros 
días  también  faltan.  Quizás  los  banquetes  han 
producido  numerosas  indigestiones.  Pero  los 
que  asisten  hablan  y  escuchan  con  fé,  convenci- 
dos de  que  realizarán  una  obra  buena.  Esta  se- 
sión fué  fecunda.  Decidióse  que  en  toda  obra  el 
derecho  de  crítica  implica  el  derecho  de  cita; 
que  toda  referencia  hecha  con  ocasión  de  ense- 
ñanza es  lícita;  que  la  cita,  en  todo  otro  caso, 
hasta  con  la  citación  del  nombre  del  autor, 
constitny*  violación  de  su  derecho  sino  ha  sido 
autorizada;  que  el  hecho  de  que  la  citación  nun- 
ca ocasione  perjuicio  para  el  autor,  no  impide 
que  él  pueda  ejercitar  su  derecho  y  que  la  lec- 
tura en  público,  de  una  obra  literaria,  debo 
quedar  subordinada  á  la  autorización  del  autor. 

Cuarta  sesión.  Proposiciones  aprobadas:  1." 
Las  obras  arquitectónicas  deben  gozar  de  la 
misma  protección  que  las  obras  literarias  ó  de 
las  bellas  artes.  2."  El  autor  de  un  proyecto  de 
una  obra  original  de  arquitectura  es  el  único 
autorizado  para  la  ejecución  ó  construcción  y 
reproducción  en  fotografías  ó  grabados.  3."  El 
autor  de  un  monumento  de  arquitectura  no 
puede  oponerse  á  su  reproducción  por  medio  de 
dibujos  ó  fotografías,  cuando  no  se  reproduzca 
más  que  una  parte.  4."  Hecha  entrega  de  una 
obra,  su  dueño  queda  autorizado  á  introducir 
en  ella  cuantas  reformas  crea  necesarias,  como 
para  su  demolición,  si  así  lo  estima,  siempre 
que  no  exista  contrato  en  que  se  convenga  lo 
contrario. 

Como  ves;  un  loable  espíritu  de  transacción 
y  benevolencia  ha  reinado  en  estas  sesiones: 
¡todo  se  aprueba! 

El  banquete  que  ayer  se  celebró  en  el  Esco- 
rial fué  agasajo  de  la  diputación  de  la  provin- 
cia. Los  invitados  ñieron  recibidos  en  el  Real 
sitio  con  el  himno  de  la  Marsellesa.  ¡Las  som- 
bras de  Garlos  V  y  de  Felipe  II  debieron  agra- 
decer también  el  obsequio!  Se  trataba  de  un 
almuerzo  y  de  un  almuerzo  á  la  española.  ¡Brin- 
dis y  brindis!  Ovaciones  consiguientes;  versos 
de  Manuel  Palacio,  y  discursos  de  Julio  Simón, 
de  Castelar  y  del  P.  Valdés,  director  del  Cole- 
gio. El  de  este  agustino  tué  notable.  Enumeró 
los  servicios  prestados  por  la  Orden  á  la  civili- 
zación de  España;  recordó  que  Fray  Luis  de 
León  fué  agustino;  recordó  también  que  fué 
agustino  el  gran  autor  de  la  Espwña  Sagrada, 
el  padre  Florez;  que  á  la  Orden  perteneció  el 
sabio  autor  de  la  Flora  Filipina,  padre  Blanco; 
y  que  un  fraile,  el  padre  Marchena,  descubrió 
en  Colón  al  descubridor  de  un  nuevo  mundo. 
Muchos  de  los  invitados  solicitaron  inmediata- 
mente una  plaza  de  agustino. 

Un  acto  político  se  realizó  en  este  banquete, 
tal  lo  juzgan,  al  menos,  los  adversarios  de  Cas- 
telar.  Este  gran  orador  brindó  por  los  jefes  de 
todos  los  Estados  y  entre  ellos  por  la  Reina 
Regente.  El  dio  á  entender  que  brindaba  por 
ella  para  brindar  luego  con  mayor  libertad  en 
honor  del  presidente  de  la  República  francesa. 
Quizás  no  estuvo  todo  lo  discreto  que  debiera. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


676 


Bien  es  cierto  qae  la  discreción  sólo  habla  en 
ayunas. 

Hoy,  viernes,  sesión  en  honor  de  Cervantes, 
y  mañana  se  verificará  la  coronación  del  autor 
de  El  Quijote,  en  la  plaza  de  las  Cortes  y  en  su 
estatua.  Las  representaciones  de  los  distintos 
países  que  han  venido  al  Congreso  depositarán 
coronas  en  el  pedestal  y  descubrirán  el  velo  de 
nna  lápida  de  mármol  negro  conmemorativa  del 
hecho. 

La  corrida  de  toros  se  celebrará  esta  tarde, 
la  juerga,  6  sea  fiesta  flamenca,  mañana  sábado, 
en  el  teatro  de  la  Alhambra.  Se  cantará  soleares, 
peteneras  ,  malagueñas  ,  guajiras  ;  se  bailará 
tangos,  sevillanas,  alegrías,  El  Vito;  y  todos  los 
bailes  del  clasicismo  gitano  con  las  reformas 
consiguientes  al  progreso  de  la  civilización.  Los 
derechos  de  la  propiedad  literaria  recibirán  así 


una  consagración  popular  y  ruidosa.  Como  estas 
fiestas  corresponden  al  género  de  las  que  no 
debe  presenciar  una  mujer  que  estime  su  repu- 
tación, se  permitirá  que  las  señoras  concurran 
dfr  máscara;  ocasión  que  aprovecharán  sin  duda 
todas  las  que  quieran  pasar  por  mujeres  decen- 
tes. Ignoro  lo  que  ocurrirá  en  la  fiesta  de  ma- 
ñana; pero  recuerdo  que  cuando  vinieron  los 
periodistas  italianos  se  les  ofreció  otra  juerga; 
que  terminó  antes  de  la  completa  realización  de 
su  programa;  porque  de  seguir  se  hubiese  agre- 
gado á  éste  una  pieza  más  ¡El  Rosario  de  la 
Aurora! 

Si  no  ocurre  nuevo  extraordinario  en  este 
asunto,  pienso  dar  por  concluido  cuanto  se  refie- 
re al  Congreso  internacional  científico  y  lite- 
rario... 

Si  me  preguntas  cuáles  serán  los  resultados 


de  este  acontecimiento,  te  diré  que,  en  mi  con- 
cepto, ni  serán  grandes  ni  serán  rápidos,  pero 
que  siempre  redundará  en  beneficio  de  los  lite- 
ratos, ya  que  no  de  las  letras;  pues  las  letras  y 
los  literatos  en  esta  ocasión  están  reñidos. 
Tuyo  siempre, 

Fernanflob 


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UN  IDILIO  NIHILISTA 


(OOKTIHnAOIÓK) 

Aquella  misma  noche  al  retirarse  Alejandro 
á  su  posada,  llevaba  en  los  bolsillos  de  la  tulupa 
las  piezas  de  su  invento. 

Cuando  salió  de  casa  de  Martens  no  reparó 


EL  LINDERO  DEL  BOSQUE  (Cuadro  de  David  Cox) 


en  dos  hombres  que  estaban  medio  ocultos  en 
un  portal  inmediato. 

Eran  el  mozo  de  la  posada  y  un  capitán  de 
policía. 

— Ahí  va  nuestro  hombre, — dijo  éste  al  ver 
á  Alejandro. —  Procura  espiarle  esta  noche  y 
avisarme  si  ves  en  él  algo  de  extraño.  Yo  aguar- 
daré con  algunos  agentes  á  la  puerta  de  la  posada. 

— ¿Se  han  confirmado  las  sospechas  capitán? 

— Sí.  Esta  mañana  uno  de  los  nuestros  ha 
visto  al  herrero  Kotzebue,  sospechoso  de  nihi- 
lismo, forjar  unos  hierrecillos  con  destino  al 
profesor  Martens.  Este  se  sabe  ya  cierto  que 
pertenece  á  la  misteriosa  asociación  lo  mismo 
que  su  hija,  y  es  casi  tan  seguro  que  el  estu- 
diante Ischerkassy  también  es  nihilista.  De  la 
amistad  de  un  estudiante  de  mecánica  y  de  un 
químico  eminente,  que  no  aman  al  Czar,  ¿puede 
resultar  otra  cosa  que  una  máquina  infernal? 

— Decís  bien,  capitán. 

— Ve  pues  á  vigilar  á  tu  huésped  y  no  olvi- 
des en  caso  extraordinario  de  que  abajo  estoy  yo. 

V 

Apenas  Alejandro  entró  en  su  cuarto  y  cerró 
cuidadosamente  la  puerta,  abrió  el  viejo  arcón 


que  contenía  su  equipaje,  y  sacó  algunas  herra- 
mientas con  las  que  se  dispuso  á  trabajar. 

Puso  sobre  la  cama  el  papel  que  contenía  las 
piezas  de  su  invento,  y  comenzó  á  limarlas  y  á 
ajustarías  unas  con  otras  con  sin  igual  cuidado. 

La  tarea  era  difícil.  Las  piececitas  se  escapa- 
ban á  cada  instante  por  entre  los  gruesos  dedos 
de  Alejandro,  y  éste  tenía  que  hacer  grandes 
esfuerzos  de  habilidad  para  conseguir  realizar 
su  trabajo. 

El  estudiante  estaba  entregado  por  completo 
á  aquella  tarea  que  absorbía  toda  su  atención. 

De  otro  modo  hubiera  notado  que  la  puerta  se 
movía  como  si  sobre  ella  se  apoyara  algún  cuer- 
po humano. 

Sin  duda,  el  criado  de  la  posada  le  estaba  es- 
piando por  el  agujero  de  la  cerradura. 

Alejandro  no  percibió  aquel  detalle,  y  siguió 
trabajando  con  ardor  durante  una  media  hora. 

En  este  espacio  de  tiempo  la  diminuta  ma- 
quinilla  fué  tomando  forma  poco  á  poco,  y  sus 
piezas  y  engranajes  uniéndose  unos  á  otros. 

Poco  faltaba  ya  para  que  Alejandro  acabase 
de  arreglarla  cuando  sucedió  una  cosa  que  hizo 
cambiar  por  completo  la  escena. 

La  cerradura  de  la  puerta  crugió  como  si  en 


ella  hubiesen  introducido  una  llave;  el  estu- 
diante al  apercibirse  de  ello,  de  un  salto  se  co- 
locó en  el  centro  de  la  estancia,  y  aquella  por 
fin  se  abrió  dejando  ver  sobre  el  dintel  al  mozo 
de  la  posada  y  á  un  grupo  de  hombres  con  uni- 
forme militar. 

Alejandro  dióse  inmediatamente  cuenta  de 
la  situación.  Conoció  que  era  la  policía  que 
venía  á  prenderlo,  y  no  estando  dispuesto  á  en- 
tregarse, metió  la  mano  en  uno  de  los  bolsillos 
del  pantalón  y  sacó  un  revólver,  y  apuntó  con 
él  á  uno  de  los  polizontes  que  llevaba  insignias 
de  capitán. 

— Daos  preso  en  nombre  del  Czar, — dijo  éste 
con  voz  enérgica;  y  al  mismo  tiempo  arrojóse 
sobre  el  estudiante  que  con  el  deseo  de  defen- 
derse disparaba  su  revólver. 

El  capitán  al  arrojarse  sobre  el  nihilista  des- 
vió el  brazo  de  éste,  y  la  bala  fué  á  clavarse  en 
el  techo. 

Alejandro  no  pudo  ya  resistirse. 

(Se  concluirá)         Vicente  Blasco  Ibáñez. 


MADRID.-EXPOSICIÓN  GENERAL  DE  FILIPINAS 
PIPAS  DE  BARRO,  ALHAJEROS  Y  OARQOTEROS  IQORROTES.-INTERIOR  DE  LA  SECCIÓN  6.» 


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LA  ILUSTEACION  IBÉRICA 


LA  caída  de  las  HOJAS 


El  campo  tan  alegre  y  animado  hace  pocas 
semanas  va  cobrando  su  fisonomía  ordinaria.  El 
Otoño  ha  dejado  sentir  su  primera  caricia,  y  al 


contacto  de  su  frío  heso  se  han  agotado  las  bri- 
llantes galas  que  eran  peregrino  ornamento  de 
la  campiña.  Los  árboles  han  empezado  á  des- 
nudarse y  las  golondrinas  mundanas  han  re- 
gresado á  sus  cuarteles  de  invierno  en  busca  de 
calor  y  abrigo.  Las  quintas  y  casas  de  recreo 


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van  quedándose  solas,  abandonadas;  los  que 
todavía  moran  en  ellas,  esperando  recobrar  la 
salud  perrlida,  son  golondrinas  de  las  que  cabe 
decir,  escui  «0  volverán. 

Se  acabaron  las  alegres  jiras;  las  bulliciosas 
expediciones;  los  animados  días  de  la  vendimia; 
las  romerías  á  venerada  ermita,  y  las  merien- 
das á  tal  6  cual  fuente  de  celebridad  más  ó  me- 
nos auténtica.  El  velo  otoñal  envuelve  al  cam- 
po entre  sus  melancAlicos  pliegues,  y  la  desola- 
ción sucede  á  la  actividad  generadora  de  la 
Datn  raleza. 


Ya  han  caído  las  primeras  hojas.  ¡Cuan  breve 
ha  sido  su  vida!  Nacieron  á  los  halago.s  de  la 
brisa  primaveral;  el  sol  canicular  las  hiere  con 
sus  rayos  de  oro,  y  al  azotarlas  el  grarizo  con 
sus  dedos  de  perlas,  les  da  violenta  y  prematu- 
ra muerte.  Luego,  basta  el  más  leve  soplo  de 
aire  para  separarlas  del  árbol  que  las  dio  vida. 
Al  caer  se  juntan  con  otras  hojas  y  al  arras- 
trarlas el  viento  en  su  vertiginosa  carrera,  pa- 
rece que  se  cuentan  entre  sí  la  poética  leyenda 
de  su  corta  y  dulce  vida.' 

Las  que  cobijaron  á  su  sombra  millares  de 


pájaros  que  en  las  noches  estivales  y  al  clarear 
la  aurora  saludaron  á  la  naturaleza  con  el  him- 
no melodioso  de  sus  arrullos  y  gorjeos;  las  que 
recibieron  la  visita  de  cuantos  seres  alados 
pueblan  los  aires  y  llevan  en  sus  diáfanas  alas 
las  brillantes  transparencias  de  las  piedras  pre- 
ciosas; las  que  fueron  testigos  de  pintorescas 
escenas  y  de  idilios  delicadísimos,  ruedan  en 
fatigosa  carrera  entre  el  lodo  y  el  polvo,  por 
anchos  arenales  é  interminables  sendas,  yendo 
al  fin  á  parar  á  inmundo  montón  de  escom- 
bros ó  á  alimentar  la  mísera  fogata  de  pobrísi- 
mo  hogar. 

Algunos  poetas  han  hablado  del  concierto  de 
las  hojas.  No  sé  si  realmente  cantan,  ni  si  bro- 
tan armonías  de  sus  sentidos  clamoreos,  pero 
es  indudable  que  al  encontrarse  con  sus  herma- 
nas de  infortunio,  se  refieran  sus  alegrías  pasa- 
das y  sus  tristezas  presentes,  y  como  á  buenas, 
se  consuelan  y  confortan  unas  á  otras. 

Nada  tan  natural  como  que  después  de  los 
correspondientes  saludos  y  presentaciones  se 
entable  entre  ellas  el  siguiente  diálago: 

— ¡Quién  nos  había  de  decir  á  lo  que  ven- 
dríamos á  parar!  — dice  una  hoja  muy  pequeñi- 
ta  y  delicadamente  recortada. —  ¡Yo  que  he 
visto  el  cielo  tan  de  cerca,  verme  confundida 
con  el  polvo  i  Era  mi  padre  un  soberbio  roble 
que  daba  fama  y  celebridad  á  una  fuente  de  la 
comarca.  Todos  los  días  de  fiesta  venía  la  gen- 
te moza  del  lugar  á  bailar  á  nuestro  alrededor; 
¡cuántas  promesas  oímos!    ¡cuánto  perjurio  pre- 
senciamos! son  los  hombres  muy  olvidadizos  y 
las  mujeres  muy  mudables;  entre  nosotras  hay 
más  formalidad.  Una  tarde,  siempre  lo  recuer- 
do con    pena,  bailaba  sin  compás  ni  concierto 
una  pareja  muy  bizarra.  Era  ella  morena,  de 
ojos  muy  negros  y    hechiceros,  boca  sonrien- 
te, y  expresión  traidora  en   su  divino  rostro. 
Iba  más  bien  fajada  que  envuelta  en  su  paño- 
lón de  Manila,  que   por   llevarlo   fuertemente 
arrollado  á  la  cintura  guardaba  mal  su  recato, 
ya  que  dejaba  al  descijbierto  su  garganta  y  el 
nacimiento  de  su  pecho;  pero   el  descuido  era 
secundario  ya  que  él,  apenas  si  fijaba  los  ojos 
en  su  agraciada  pareja;  con  avidez  buscaba  al- 
go; algo  que  indudablemente  le  traía  á  mal 
traer.  Yo  le  miré  atentamente;  á  través  de  su 
faja  se  dibujaba  la  linea  ^igida  de  una  navaja; 
llamé  la  atención  á  mis  hermanas  y  todas  nos 
agitamos  nerviosamente  presintiendo  una  ca- 
tástrofe. No  se  hizo  esperar.  A  los  pocos  mo- 
mentos llegaba  un  mozo  de  agradable  presen- 
cia, cambió   algunas  palabras  con  ella  y  él  no 
necesitó  más:  echó  mano  á  su  navaja,  la  enar- 
boló  furioso,  la  acerada  hoja  brilló  en  lo  alto  con 
siniestros   fulgores,    hundiéndose  instantánea- 
mente en  la  garganta  de  aquella   mujer.  Un 
caño  de  sangre  brotó  de  su  garganta  de  nieve; 
fué  la  nota  roja  de  una  lucha  muda,  tenaz  y 
obstinada;  la  firma  que  echaban  los  celos  al 
término  de  un  funesto  amor.  Aquella  tarde  aca- 
bó la  fiesta  entre  lágrimas  y  gritos  de  desespe- 
ración, pero  al  llegar  el  domingo  inmediato  la 
mayor  alegría  reinó  en  nuestro  derredor.   ¡He 
sido  muy  feliz!  He  vivido  entre  las  caricias  del 
céfiro,  y  los  arrullos  de  los  pajarillos;  las  auras 
matinales  me  enviaban  chispas  de  diamantes, 
y  el  crepúsculo  nocturno  me  mecía  entre  sus 
gasas  de  color  de  rosa.  Ahora,  ya  me  veis;  man- 
chada de  lodo  y  rodando  infatigable  á  merced 
del  viento.   ¡Por  qué  me  abandonó  mi  padre! 
¡por  qué  me  dejó  caer! 

— Yo, — añade  otra, — no  he  dado  celebridad  á 
fuente  alguna,  pero  he  visto  muchísima  agua: 
nací  á  la  margen  de  un  río;  mi  padre  fué  un 
chopo.  De  noche  y  de  día  contemplaba  el  cielo 
y  me  miraba  en  el  río:  mis  noches  ¡cuan  bellas 
y  poéticas  eran!  yo  veía  dos  cielos,  uno  azul  en 
lo  alto,  uno  argentado  abajo  y  ambos  tachona- 
dos de  estrellas.  A  nuestra  sombra  no  se  cobi- 
jaron millares  de  pájaros;  se  refugiaba  alguna 
ve/  extraviado  ruiseñor  y  ¡ay!  ¡qué  arrobadores 
y  vibrantes  eran  sus  incomparables  cantos  que 
el  eco  repetía  con  fidelidad  pasmosa!  También 
me  acariciaba  la  brisa  y  me  envolvían  las  infla- 
madas gasas  crepusculares,  pero  mi  dicha  esta- 
ba en   mi  retiro,  en  mi   olvidada   soledad.  Yo 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


679 


había  sido  criada  para  contemplar  eternamente 
lo  infinito;  condenarme  á  morir  entre  polvo  y 
barro,  es  una  muerte  muy  injusta,  muy  cruel. 

— No  era  yo  menos  feliz  que  vosotras, — objeta 
una  tercera. — Yo  me  he  criado  en  un  bosque 
pero  no  me  ha  faltado  compañía.  Jilgueros  y 
ruiseñores  anidaban  entre  nosotros;  bandas  de 
mariposas  nos  transportaban  en  sus  peregrinas 
alas  los  perfumes  más  delicados  y  suaves  que 
arrebataban  á  las  más  exquisitas  flores.  Yo 
amaba  tiernamente  á  un  pájaro;  no  era  un 
ruiseñor,  pues  aun  cuando  por  el  arpa  di- 
vina que  llevan  en  sus  gargantas  sean  los 
querubines  del  bosque,  son  muy  feos,  y  mi 
amado  era  un  pajarillo  de  suave  plumaje 
y  alas  de  oro  ¡Me  contó  su  historia!  Lo 
guardaba  tina  niña  encerrado  en  preciosa 
jaula.  Era  un  palacio  en  miniatura.  Tenía 
tacitas  de  cristal  para  el  agua  y  el  alpiste, 
baño  con  espejo  en  el  fondo,  caprichosos 
columpios  para  mecerse  y  un  árbol  con  ra- 
mas doradas  para  saltar.  Pero  estaba  preso, 
y  no  podía  tender  el  vuelo;  veía  el  cielo, 
este  cielo  tan  ancho  y  hermoso  que  nos  co- 
bija; pero  lo  veía  á  través  de  los  hilos  de 
oro  de  su  lujosa  cárcel.  Estaba  muy  triste. 
Un  día  con  su  pico  logró  romper  uno  de 
los  alambres  de  la  jaula,  hizo  un  esfuerzo 
y  ganó  el  espacio;  rendido  de  fatiga  llegó 
á  mi;  en  una  de  sus  alas  tenía  una  mancha 
roja:  parecía  un  rubí  engarzado  en  oro;  era 
que  el  pobre  venía  herido:  nos  entrelaza- 
mos algunas  hojas,  formamos  un  nido  y 
prestamos  seguro  asilo  al  doliente  cantor. 

¡Cuánto  agradeció  nuestros  cuidados! 
Prometió  no  abandonarnos  más,  y  en  efec- 
to, siempre  permaneció  entre  nosotras.  Sal- 
taba de  rama  en  rama,  y  cuando  tendía  su 
vuelo  en  el  espacio  parecía  un  punto  de  oro 
perdiéndose  en  la  inmensidad.  Yo  me  agi- 
taba convulsa,  le  miraba  tristemente  cre- 
yendo que  le  iba  á  perder,  pero  pronto  re- 
cobraba la  calma,  instantáneamente  des- 
cendía á  mí. 

— No  temas, — me  decía, — yo  no  te  aban- 
donaré nunca,  solo  canto,  vivo  y  aliento 
para  tí. 

Yo  le  amaba  también,  pero  hace  pocas 
semanas  que  en  tanto  él  estaba  nadando 
por  los  aires,  pasó  el  céfiro  y  con  voz  ten- 
tadora me  preguntó: — ¿No  te  cansas  de  es- 
tar siempre  sujeta  á  la  misma  rama? — Y 
huyó  ligero,  y  yo  temblé  indecisa. 

Volvió  al  día  siguiente  y  dio  á  su  acento 
inefable  dulzura. —  Si  quieres  venir  conmigo — 
me  dijo, — verás  flores  de  incomparable  hermo- 
sura, y  ríos  que  parecen  lagos  de  plata;  yo  te 
llevaré  en  mis  alas  que  son  inmensas  y  de  be- 
lleza imponente. — Y  huyó  veloz  y  á  mí  me  agi- 
taron extraños  y  desconocidos  deseos. 

Me  habló  el  pájaro  de  oro  y  le  escuché  indi- 
ferente. Aquella  noche  estuve  muy  inquieta;  es- 
'peraba  con  ansia  infinita  la  llegada  del  día,  y  el 
día  llegó,  y  el  céfiro  repitió  su  visita. 

— ¡Vacilas  todavía! — me  preguntó, — ¿qué  te 
detiene?  mira  que  llega  el  invierno  y  vá  á  tra- 
tarte con  mucha  crueldad.  Yo  te  llevaré  siem- 
pre entre  mis  alas  y  te  mostraré  lo  que  desde 
este  árbol  jamás  alcanzarás  ver. —  Y  huyó  lige- 
ro; y  yo  vacilé,  pero  caí 

— También  á  mí  me  engañó, — exclama  otra 
hoja  amarilla  de  ira, — y  el  Ingrato  no  me  cum- 
plió ni  una  sola  de  sus  promesas;  á  cada  instan- 
te le  veo  pasar,  y  apenas  si  me  mira.  Cuando  le 
digo  ¡llévame!  me  arrastra;  cuando  le  pido  el 
cumplimiento  de  sus  promesas  huye  veloz  lle- 
vando en  su  compañía  á  otras  hojas  menos  be- 
llas pero  más  felices  que  yo 

Al  recordar  sus  dichas  pasadas  las  hojas  le- 
vantan triste  clamoreo;  diriase  que  se  conjuran 
para  desafiar  al  céfiro,  que  las  atiende  con  irri- 
tante desdén.  Cuando  fatigadas  por  su  charla 
guardan  unánime  silencio,  el  céfiro,  con  voz 
majestuosa  que  aprendió  de  su  padre  el  hura- 
cán, les  dice: — ¿Queréis  que  os  lleve?  pues  bien, 
os  llevaré. — Y  agita  sus  gigantescas  alas  y  las 
pobres  hojas  ruedan  en  vertiginosa  confusión. 

Ya  no  llegan  juntas  al  mismo  término;  á  cada 


sacudida  del  monstruo  que  las  arrastra  se  sepa- 
ran para  no  reunirse  jamás.  Y  las  que  nacieron 
elevadas  hasta  jugar  con  las  nubes,  mueren 
tristes  y  confundidas  con  la  nada;  como  mueren 
las  más  hermosas  esperanzas  de  la  vida. 

Antonia  Opisso. 


LECTURAS 

BAUDELAIRE 

V 

Así  como  del  poeta  de  Recanati  se  dijo  con 
razón  que,  á  pesar  de  ser  su  musa  la  muerte,  no 
estaban  sus  versos  llenos  de  esqueletos  ni  del 


aparato  terrorífico,  pero  vulgar,  de  los 
cementerios;  sé  puede  decir  de  Bau- 
delaire  que,  aun  admitiendo  que  sea  el 
poeta  satánico  por  excelencia,  no  hue- 
len mucho  sus  Flores  del  mal  á  azufre, 
ni  la  imagen  del  diablo  y  los  paisajes 
infernales   abundan   en   sus   cuadros 
breves,  sobrios  y   vigorosos.  Débese 
esto  á  que  es  el  tal  satanismo  más  psi- 
cológico que  físico.  Aunque  á  fuer  de 
buen  poeta  y  de  poeta  moderno  influido  por  el 
orientalismo  reciente  que  trasforma   la   meta- 
física en  paisajes,  Baudelaire  piensa  y  canta 
pintando,  pronto  se  ve  que  no  se  trata  de  un 
jjarnasiano  más,  á  pesar  de  la  admiración  y  el 
respeto  que  C4autier  le  merece;  y  no  es  difícil 
descubrir  en  estas  poesías  cortas  y  de  aparien- 
cia plástica  el  predominio  del  elemento  psicoló- 
gico. En  estos  poemas  que  las  más  veces  no 
se  llaman  sonetos  sólo  por  un  escrúpulo  de  téc- 
nica, poemas  que  en  tres,  cuatro  ó  pocas  más 
estrofas  consisten  casi  siempre,  no  se  ve  el  arte 
del  esmalte  que  con  delicado  amore  cultivaba  el 
autor  de  Espirita;  ni  siquiera  esa  clásica  lige- 
reza y  gracia  epicúrea  de  los  Estudios  latinos  de 
Leconte   de   Lisie;  Baudelaire,  puede  decirse. 


RECRESO  DEL  CAMPO 


siempre  escribe  para  "el  alma,  y'' para  el  alma 
espiritual,  distinta  del  cuerpo  y  hasta  separada 
de  la  materia  por  sublinies  misteriosos  abismos. 
No  trabaja  el  camafeo  por  el  camafeo;  puede 
decirse  que  son  sus  versos  medallas  de  metales 
preciosos  que  conmemoran  momentos  solemnes 
del  corazón  ó  de  la  conciencia  del  poeta.  Se  pa- 
rece á  los  poetas  de  su  tiempo  y  de  su  país  por 
los  primores  del  estilo  poético  que  tiende  á  la 
forma  escultural,  pero  no  se  le  puede  colocar  entre 
las  almas  serenas  y  las  que  por  tales  quieren 
pasar,  que  prescinden  del  fondo  moral  de  la 
vida  y  sólo  quieren  que  sirva  para  la  poesía  el 
bello  aparecer,  la  trasparente  representación  sin 
sustancia.  No  hay  una  sola  poesía  propiamente 
horaciana   en   toda   la   colección,   ni    siquiera 


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682 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


cuando  canta  el  vino;  bien  se  puede  decir  que 
el  fino  de  Bandelaire  es  triste,  por  lo  menos 
demasiado  filosófico  para  verdaderos  bebedo- 
res... £1  altua  del  vino  se  llama  la  primera 
poesía  que  á  este  asunto  ae  dedica,  y  puede  de- 
cirse que  es  socialista  y  teológica;  pues  que  en 
las  aficiones  de  Horacio  hace  pensar  en  las  exce- 
lencias del  vino...  según  el  Evangelio.  Así, 
dice: 

C«r  j'  éptonve  uoe  Joie  inmense  qaand  Je  tombo 
I>atu  le  gosier  d*  un  homme  ua'  ¡nir  sts  trafaux 

En  toi  je  lombeni,  régetale  ambroisie, 
Grain  precieui  jeté  par  1"  i'temcl  Scmeur, 
Pour  que  de  notro  amoiir  naisse  la  poesie 
Qni  jaiUtra  vers  l>ieu  comme  uno  raro  flenr!.. 

El  vino  místico,  si  valiera  hablar  asi,  es  la 


nota  constante  de  Baudelaire;  la  belleza  física, 
el  placer  extremado  hasta  el  dolor  y  la  extrava- 
gancia, la  orgía  diabólica  con  dejos  espiritua- 
les, con  mementos  que  se  repiten  como  ritonie- 
líos  de  canción;  algo  como  la  escena  de  la 
venganza  de  Lucrecia,  segiin  Víctor  Hugo,  el 
cántico  de  las  bacanales  con  un  ¿podo  del  Dies 
inr... 

Aunque  Baudelaire  al  definir,  describiéndola, 
la  Belleza,  dice: 

Je  tr6ne  dans  1'  azur  commo  un  sphlnx  incomprls; 
J'  uiiis  ntt  ctriir  de  neige  i.  la  blancheur  des  cignes; 
Je  hni»  te  mouremeiit  qtii  deptact  le?  li(pie.t; 
Et  jamáis  je  ne  pleura  ct  jamáis  je  no  ris, 

no  hay  que  tomarle  por  uno  de  esos  impasi- 
bles que  aborrecen  en  el  movimiento  la  revela- 


ción de  la  fuerza  y  la  sustancia;  Baudelaire  es 
romántico  en  el  alto  sentido  que  da  á  la'  palabra 
Richter  en  su  Introducción  á  la  Estética;  es 
poeta  de  movimiento,  del  claire  de  tune  moral, 
del  drama  interior,  de  la  indecible  vaguedad  en 
que  necesariamente  quedan  los  interesantes  fe- 
nómenos de  la  profunda  vida  psíquica.  Sin  em- 
bargo, no  se  olvide  lo  dicho  en  el  articulo 
anterior  respecto  de  las  ideas  de  nuestro  autor 
acerca  de  la  diferencia  entre  la  poesía  y  la  pa- 
sión y  la  verdad;  recordando  lo  entonces  copia- 
do de  las  opiniones  de  Baudelaire  se  resuelve 
mejor  la  aparente  antinomia  y  al  mismo  tiempo 
se  limita,  en  lo  justo,  este  concepto  general  del 
espíritu  del  poeta.  Sí,  en  las  poesías  de  Baude- 
laire hay  cierta  serenidad,  casi  casi  impasibili- 


ITALIA:  LA  «CIUDAD»  DE  ASOLÓ 


dad,  formal,  que  se  debe  á  la  creencia  del  autor 
tocante  á  la  naturaleza  del  arte...  y  además  á 
sus  opiniones  y  experiencia  respecto  del  proce- 
dimiento técnico.  Dice: 

Je  hais  le  monvement  qnl  deplace  les  lignes, 

pero  esto  no  se  habla  con  el  alma  de  la  poesía 
misma,  se  refiere  á  lo  exterior,  á  la  composición 
poética,  quiere  decir  que  se  prefiere  lo  que 
llamaba  antes  la  tendencia  escultórica,  el  ritmo 
inmóvil,  al  que  le  basta  el  espacio,  que  no  nece- 
sita combinarse  con  el  tiempo,  que  encuentra 
en  la  variedad  sucesiva  una  especie  de  abdica- 
ción, de  flaqueza.  Pero  esto  reza  con  la  forma 
de  la  poesía,  no  llega  al  alma  del  arte,  que  está 
fuera  del  alcance  de  tales  categorías;  el  espíri- 
tu finito  inmóvil,  no  significa  nada,  no  puede 
ser,  como  no  aspire  á  cualquier  especie  de  pan- 
teísmo 6  nirvanismo,  completamente  antipático 
al  genio  de  Baudelaire. 

Ño  cabe  duda,  el  movimiento  que  él  hace 
odiar  á  la  belleza  es  el  formal,  el  del  material 
artístico;  quiere  decir  que  la  poesía  ha  de  ex- 
presarse, siendo  á  su  gusto,  en  determinado 
espacio,  con  sencillez,  sin  complicaciones  retó- 
ricas que  hagan  de  la  estrofa  discurso,  del  estro 
elocuencia;  sin  furor  pimpleo,  sin  arrebato  líri- 
co, sin  desorden  pindáríco,  sin  complejidad  ro- 


mántica (aquí  ya  lo  romántico  es  otra  cosa,  se 
trata  del  romanticismo  formal  de  las  razas  sep- 
tentrionales). 

En  Baudelaire  no  hay,  porque  su  poética  las 
rechaza,  las  amplificaciones  y  paráfrasis  de  Víc- 
tor Hugo,  los  largos  discursos  líricos  de  Lamar- 
tine ni  aún  el  abandono  perezoso  y  dulce  de  Mus- 
set  que  deja  al  capricho  de  la  musa  las  propor- 
ciones de  sus  cantos.  Baudelaire  todo  lo  tiene 
dispuesto  en  número,  peso  y  medida  de  antemano, 
y  cuando  la  obra  no  resulta  por  completo  con- 
forme al  ante-proyecto,  no  queda  satisfecho  de 
ella. 

Como  el  cuadro  ha  de  ser  pequeño,  el  dibujo 
sencillo,  las  líneas  armoniosas,  serenas  y  de  ex- 
presión muy  intensa,  pues  con  pocos  trozos  tiene 
que  representar  mucha  idea,  es  claro  que  el  arte 
de  la  composición  es  para  tal  poeta  cosa  impor- 
tantísima, muy  difícil;  no  se  deja  al  azar  nada, 
no  vale  cambiar  de  postura,  saltar  de  un  asunto 
á  otro,  recurrir  al  arrebato  lírico  para  acabar 
de  fijar  la  imagen  que  no  salió  completa  en  su 
primera  expresión;  y  por  todo  esto  hay  que  tra- 
bajar el  verso  como  un  material  precioso  que  no 
puede  desperdiciarse  en  tentativas  y  aproxima- 
ciones. De  aquí  el  estilo  de  Baudelaire  que  le 
acerca,  en  parte,  á  los  verdaderos  parnasianos; 
pero  nada  de  esto  trasciende  de  la  f  jrma;  y  asi 


como  podría  decirse  que  la  mayor  parte  de  los 
poetas  franceses  modernos  son  una  especie  de 
escuela  jónica  poética,  de  Baudelaire  se  puede 
asegurar  que  respecto  de  la  esencia  de  su  poe- 
sía, es  metafísico,  idealista.  Por  no  hacer  esta 
distinción  indispensable  entre  el  estilo  y  el  pen- 
samiento de  nuestro  autor,  algunos  críticos  le 
colocan  entre  los  realistas;  así  v.  gr.  el  marqués 
de  Custine  creyendo  contradecir  las  ideas  y  la 
escuela  de  Baudelaire,  escribe:  «Ya  ve  V.,  caba- 
llero, que  no  soy  realista,»  á  lo  que  contesta  el 
poeta  en  una  nota:  «Ni  yo  tampoco.» 

Baudelaire  ha  hecho  en  la  lírica  algo  de  lo 
que  riaubert  emprendió  en  la  novela,  solo  que 
dentro  de  los  límites  que  el  género  le  señalaba, 
es  á  saber:  comunicar  á  la  obra  la  especial  co- 
rrección que  nace  de  la  impasibilidad  del.autor, 
impasibilidad  que  en  la  novela  puede  llegar  y 

llega  á   cierta   impersonalidad relativa,  (1) 

pero  que  en  la  lírica  no  puede  pasar  de  deter- 
minada serenidad  y  como  abnegación  que  per- 
mite al  poeta  separar  el  elemento  artístico,  el 
valor  genérico  y  desinteresado,  del  puramente 
individual  y  apasionado  que,  según  Baudelaire 


(1)  Respect»  de  la  impasibilidad  del  mismo  Flaubert 
véase  las  objeciones  muy  fundadas  de  M.  Félix  Frank  on  su 
<iu»tave  Flaubert  d'  áurea  des  docurfients  mtinitsinedites.  1887. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


688 


(entiéndase),  es  ajeno  á  la  poesía  verdadera. 
Pero,  como  se  ve,  también  esta  serenidad,  esta 
inmovilidad  de  la  belleza  artística  se  refiere  al 
poema  qne  es  la  forma  de  la  poesía,  no  á  las  ideas 
y  sentimientos  del  poeta.  Todavía  estamos  aquí 
en  el  elemento  expresivo,  no  en  el  sustancial  de  la 
poesía  En  el  alma  de  los  versos  de  Baudelaire 
no  encontraremos  la  filosofía  indiana  de  Lecon- 
te  de  Lisie,  no  encontraremos  la  adoración  del 
Midi,  roi  des  etés,  la  idolatría  de  la  siesta  ecua- 
torial en  que  la  maza  de  fuego 
del  mediodía  aniquila  el  pen- 
samiento, la  fuerza  de  mo- 
verse, hasta  el  querer  vivir; 
en  este  punto  Baudelaire  á 
quien  tanto  se  ha  acusado  de 
sacrificarlo  todo  á  la  nove- 
dad, á  la  originalidad,  es  bien 
poco  nuevo,  es  uno  de  tantos 
poetas  cristianos, — en  el  lato 
sentido  que  la  palabra  tiene 
aplicada  al  arte  como  lo  en- 
tiende nuestro  poeta, — preo- 
cupados con  la  lucha  del  al- 
ma y  del  cuerpo,  de  Dios  y 
del  diablo.  Esta  falta  de  no- 
vedad,— que  no  es  por  cierto 
un  defecto, — la  ha  notado  á 
su  modo  M.  Brunetiére,  al 
decir ,  creyendo  descubrir 
algo,  que,  después  de  todo, 
lo  que  abunda  en  el  fondo  de 
las  Flores  del  mal  son  los 
grandes  lugares  comunes  de 
la  filosofía  y  de  la  moral,  las 
ideas  generales,  etc.,  etc. 
M.  Brunetiére  echa  en  cara 
á  Baudelaire  lo  mismo  que 
él  y  otros  desdeñan  en  Víctor 
Hugo,  las  ideas  generales.  Y 
es  que  estos  críticos  que  true- 
nan un  día  y  otro  contra  el 
decadentismo  y  los  outrancis- 
tas  son  los  menos  fuertes,  los 
de  estómago  más  averiado, 
los  más  incapaces  de  elevarse 
á  las  grandes  ideas,  sencillas  ó  complicadas, 
entre  las  cuales  ignoran  ellos  que  está  el  saber 
tolerar  y  comprender  y  penetrar  las  decadencias, 
los  sutilismos  nerviosos.  Así,  Víctor  Hugo,  el 
poeta  de  una  piedra,  el  poeta  profeta,  el  de  las 
idea.s  generales  supo  comprender  y  admirar  á  los 
Groncourt,  el  colmo  de  lo  complicado  y  deliques- 
cente. 

Tan  poco  nueva  y  tan  poco  retorcida  y  alam- 
bicada es  en  lo  esencial  la  poesía  de  las  Flores 
del  mal,  que  si  hubiéramos  de  resumir  en  dos 
palabras,  más  gráficas  que  exactas,  la  índole  de 
este  poeta  podríamos  decir: 

Baudelaire  es  cuasi  maniqueo. 

Expliqúese  por  qué  y  cómo. 


nuestra  morena  haciendo  que  cuidaba  las  mace- 
tas de  sus  balcones. 

Hacía  ya  lo  menos  una  hora  que  un  pollo 
almibarado,  que  en  la  jerga  madrileña  se  llama 
un  sietemesino,  estaba  paseándose  por  la  acera 
de  enfrente  y  dirigiendo  amorosas  miradas  á 
los  balcones  de  las  macetas.  Por  fin  (como  dijo 
la  otra)  sonó  la  falleba,  y  la  opulenta  morena 
apareció  dispuesta  á  regar  las  flores  y  á  culti- 
var simultáneamente  el  amor  que,  dactilogra- 


fiando, la  brindaba  el  pisaverde.  Yo  permanecí 
indiferente  en  la  apariencia  ante  aquel  tiroteo 
amoroso,  porque  no  me  gusta  cortar  el  arrullo 
de  los  jóvenes  atortelados;  pero  en  realidad  me 
quedé  pensando,  al  ver  la  desigualdad  estética 
de  la  enamorada  pareja,  en  que  la  mayor  parte 
de  las  mujeres  bonitas  se  casan  con  un  ente 
ridiculo  La  culpa  de  esto  la  tuvo,  sin  duda 
alguna,  la  diosa  del  Amor,  que,  siendo  la  más 
hermosa  de  todas  las  hembras,  hizo  la  tontería 


(Se  continuará). 


LO  INFINITAMENTE  PEQUEÑO 

ES  CAUSA^DE  LO  INFINITAMENTE  GRANDE 


Clarín. 


<  ARTICULO  SIN  TRASCENDENCIA  ) 

Una  tarde  del  mes  de  Agosto  de  1884  estaba 
yo  esperando  el  fresco  vespertino  en  el  balcón  de 
mi  despacho.  Esto  no  tiene  absolutamente  nada 
de  particular.  Pero  sobre  mi  cuarto  vivía  una  mo- 
rena clara,  guapísima,  lo  eual  es  algo  más  intere- 
sante. Tendría  unos  veinte  años,  era  de  buena  es- 
tatura, de  ro.stro  perfecto,  ojos  relampagueantes, 
brazos  apretados  y  redondos,  y  los  contornos 
de  su  bien  proporcionado  busto  parecían  los  de 
la  Venus  de  Mirlo,  que  dijo  un  orador  parla- 
mentario. Su  pié  gordito  y  pequeño  (¡no  faltaba 
más!)  se  lucía  habitualmente  dentro  del  enre- 
jado zapato  Margarita.  Era,  en  fin,  una  chica 
tan  bien  templada  para  el  amor  como  el  divino 
arco  de  Cupido.  Los  ratos  de  ocio  los  pasaba 


de  casarse  con  el  más  feo  y  más  cojo  de  todos 
los  dioses. 

Mi  vecina,  sin  cuidarse  de  quien  estaba  de- 
bajo, (censurable  costumbre  de  los  que  se  en- 
cuentran arriba),  empezó  á  regar,  mientras  que 
su  corazón,  dispuesto  como  ningún  otro  para 
amar,  se  volatilizaba  por  los  finísimos  sensuales 
poros  de  su  transparente  y  jamás  hollado  cutis 
al  fuego  de  las  miradas  del  joven  galanteador. 
Pero  cuando  más  descuidada  estaba  la  doncella, 
dos  hermosísimas  gotas  de  agua  caj'eron  sobre 
el  puño  izquierdo  de  mi  camisa.  Me  parece  que 
el  suceso  se  puede  calificar  de  infinitamente 
pequeño,  y  más  si  se  le  compara  con  las  ubérri- 
mas lluvias  procedentes  de  otros  balcones  ó  se 
le  parangona  con  otras  tragedias  de  la  his- 
toria. 

Pero  aquellas  gotas  habían  caído  de  una  ma- 


nera particular:  habían  descendido  besándose, 
porque,  al  estrellarse  en  el  almidonado  puño, 
quedaron  en  íntimo  contacto  como  dos  circun- 
ferencias tangentes  por  fuera.  Miré  las  gotas 
un  momento  y,  sin  querer,  pensé  en  el  día  aquel 
en  que  Paolo  y  Erancesca  ya  no  leyeron  más,  y 
hasta  llegué  á  figurarme  si  aquellas  gotas  serian 
una  indirecta  que  me  tiraba  la  Naturaleza  para 
que  imitásemos  mi  superior  vecinita  y  yo  aquel 
amoroso  consorcio,  previa  la  pasada  por  la 
calle  de  la  Pasa,  y  prescindiendo  ambos  del 
irresistible  petrimetre,  que  hacía  el  oso  desde 
la  acera  de  enfrente. 

Miró  después  al  cielo,  esto  es,  al  balcón,  para 
ver  si  aquellas  gotitas  eran  del  prosaico  Lozoya 
ó  eran  dos  poéticas  fugitivas  perlas  arrancadas 
por  la  emoción  de  los  ojos  de  la  morena,  cuando 
comprendí  por  la  turbación  de  su  semblante 


LA  NUEVA  SUSANA  (Cuadio^de; Arturo  Moradei) 


686 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


qne  la  hermosa  jardinera  había  notado  su  des- 
cuido. Ub  apostrofe  mío  hubiera  bastado  en 
aquel  critico  momento  para  desconcertarla;  pero 
haciéndome  cargo  de  la  situación  y  sabiendo 
cuánto  agradecen  las  mujeres  que  se  las  libre 
del  ridículo,  me  contenté  con  limpiarme  filosó- 
ficamente las  gotas  y  con  mudarme  al  otro  bal- 
cón, donde  en  fuerza  de  pensar  en  ellas  y  en 
laa  buenas  prendas  de  mi  vecina,  operándose 
en  mi  alma  un  cambio,  debido  á  cierto  procedi- 
miento químico  muy  practicado  en  la  juventud, 
vine  á  caer  en  un  estado  muy  parecido  al  del 
enamoramiento. 

* 

Al  día  siguiente  encontré  &  mi  vecina  con  su 
madre  en  el  tranvía;  me  pidió  mil  perdones  por 
las  gotitas  de  agua  y  me  dio  las  gracias  por  mi 
excesiva  cortesía.  Yo  la  dirigí  una  insinuante 
reticencia  referente  al  pipiólo  del  día  anterior. 
y  me  dijo  que  había  roto  con  él  la  noche  antes 
en  los  Jardinillos  del  Buen  Retiro.  Luego  la 
conté  laparticalar  caída  de  las  gotitas  de  agua  y 
la  interpretación  que  ye  la  había  dado.  Ella  lo 
riómuchoymedio  año  después...  nos  casábamos 

Queda  demostrado  que  lo  infinitamente  pe- 
queño (la  caída  de  dos  gotas  de  agua),  puede 
ser  causa  de  lo  infinitamente  grande  (el  matri- 
monio). 

NoT.\.-  Desde  que  Vdes.  han  visto  las  estre- 
llas, leyendo  este  articulejo  de  entretiempo,  no 
he  dicho  palabra  de  verdad.  Ni  yo  soy  casado, 
ni  Cristo  que  lo  fundó.  Únicamente  lo  de  las 
gotas  es  cierto.  Palabra. 

RüFixo  Blanco  y  Sánchez. 


BIBLIOGRAFÍA 


FoUetot  nirrariot:  m.— Apolo  íh  Pífo»;  (Interview)  por 
Clarín  (Leopoldo  Alas).— Madrid,  1887. 

La  aparición  de  un  libro  del  autor  de  La  Me- 
genta  es  siempre  para  los  verdaderos  amigos  de 
las  letras  motivo  de  extraordinario  regocijo, 
pues  ya  se  sabe  que,  además  de  aprenderse  mu- 
"ho  allí,  va  á  saborearse  un  estilo  tan  exquisito 
como  un  nido  de  golondrinas  para  un  gastróno- 
mo chino  ó  un  trozo  de  Renán  para  quien  es  de- 
voto del  autor  de  la  Ahbesse  de  Jouarre.  Y  otra 
cosa  se  sabe  también  y  es,  que  tratándose  de 
Clarín  el  libro  mejor  es  siempre  el  último,  regla 
de  que  no  se  aparta  Apolo  en  Pafos. 

Habrá  ciertamente  algunos,  en  especial  los 
aludidos,  que  no  serán  sin  duda  de  este  pa- 
recer, pero  claro  está  que  constituirán  una  exi- 
gua minoría;  el  público  que  no  tiene  por  que 
hacer  causa  común  con  los  interesados,  gozará 
y  se  embelesará  con  la  elocuentísima  doctrina 
y  elevada  crítica  de  Clarín,  que  ha  puesto  por 
marco  de  su  pintoresca  interview  una  greca  que 
en  nada  cede  á  la  de  los  Diálogos  platonianos  y 
renanianos. 

Vibran  en  esta  obrita  diferentes  cuerdas  y  si 
la  de  la  sátira  es  á  veces  tan  estridente  que  es- 
carabajea el  oído,  en  cambio,  cuando  suena  la 
divinamente  armoniosa  de  Apolo,  esto  es,  el 
discurso  á  Clio,  siéntese  un  arrobamiento  inefa- 
ble como  cuando  la  expresión  humana  llega 
hasta  la  sablimidad. 

El  simbolismo  de  Apolo  en  Pafos  es  muy  trans- 
parente y  lo  entenderán  todos,  siendo  digno  aca- 
bamiento del  libro  la  magnifica  evocación  de 
San  Pablo,  secunilttm  Les  Apotres.  La  cosa  tie- 
ne mucha  miga,  digna  de  la  espléndida  corteza 
en  qae  se  halla  envuelta. 

Las  letras  españolas  deben  estar  orgullosas 
de  contar  con  un  crítico  como  D.  Leopoldo 
Alaíi. 

Carlos  Mendoza. 


NUESTROS   GRABADOS 


UNA    1M.120NA    KN    FEUGKU 

Dibujo  (le  Á.  Tuct 

iM  oiultiicimí  tiene  sus  |>ercancos,  lo  mismo  <iiie  ln  mar- 
rlia  li  pió.  |Hiro  por  lo  geiieral  más  gravo»  que  los  que  esta- 
mos ttxinieslits  á  sufrir  los  <nie  ouaudo  miis  vamos  en  tranvía. 
Tuclí,  con  liitcuclón  más  maliciosa  que  compasiva,  ha  ht'oho 
un  lindísimo  dibujo  do  la  aventura  acaecida  á  cierta  amazo- 
na que,  á  iu>  ser  por  la  oportima  y  heroica  intervención  de 
un  )>ol>re  muchacho,  Dios  sabe  dónde  hubiera  dado  con  sus 
huesos,  después  do  introducir  el  pánico  en  una  manada  de 
gansos  y  do  habor  alborotado  todo  el  lugar. 

LAS    BILLAS    ABTK8    KN    IMOLATKBBA 

LIXDRRO   DEI.  HüSQUK,  ciínrfro  <ie  I)<irí<l  Coi 
i'ASTORBS  .íkarks.  ciiailri)  (le   II'.  Mullir 

Pertenecen  ambos  artistas  á  la  escuela  de  Biirmlugham, 
ciudad  que  no  contentándose  con  ser  uu  gran  centro  fabril, 
aspira  tumbiéu  á  fígurtir  entre  las  más  cultas  y  amigas  de  las 
artes.  Co.t  se  distingue  (>omo  excelente  paisajista,  muy  hábil 
en  la  observación  y  expresión  de  la  naturale/,a,  segVín  puede 
verse  en  el  Lindero  dd  boftiiíw,  mientras  que  MuUer  sobresale 
en  combinar  la  realidad  cou  la  poesía,  dedicándose  con  pre- 
ferencia á  los  asuntos  orientales. 

ILAUKID:    KXPOSICION   OENERAt,   !)K    FII.II'INAS 

Pipa»  de  barro,  alhajeros  y  gargotero»  igurrutes.—IiUeriur  de  hi 
.  sección  fl.» 

Constituye  una  curiosa  instalación  la  que  contieno  las  pi- 
pas y  demás  utensilios  y  artículos  de  uso  comiín  entre  los 
igorrotes,  revelándose  en  ellos  un  arte  especial  y  digno  de  es- 
tudio. 

En  cuanto  á  la  sala  C."  es  un  verdadero  alarde  de  la  pro- 
ducción de  nuestro  .\rchipiélago  filipino,  especialmente  en 
punto  á  algodones,  maderas  de  construcción,  tabaco,  plan- 
tas textiles,  etc. 

UADRID 

8ESIÓN  INAUOUBAL  DBL  CONQBKSO  LITERARIO    INTERNACIONAL 

EN  EL  PARANINFO  DE  LA  UNIVERSIDAD 

EL  día  8  DEL  CORRIENTE 

Dibujo  de    P.    y    Valor 

Con  brillante  aparato  se  Inauguró,  en  la  fecha  indicada 
más  arriba,  el  Congreso  Literario  Internacional,  con  nsistcn- 
cia  de  unos  setenta  y  dos  literatos  extranjeros  y  muchos 
más  de  nuestro  pais,  figurando  entre  los  primeros,  entre 
otros,  MM.  Luis  l'lbach,  Lermina,  Pouillet,  Opperl,  llatis- 
bonne,  í'lunet.  Caen,  Muzet,  Peltier,  etc.,  franceses;  Ocam- 
po,  portugués;  Knigliton  y  Cheling,  ingleses;  Wintgens,  ex- 
ministro  de  Justicia  de  Holanda;  Cattreujc,  belga;  Chellard, 
hiingaro  y  otros  distinguidos  literatos. 

Las  sesiones  siguientes  se  han  celebrado  en  el  Ateneo, 
conquíslándose  numerosos  aplausos  al  lado  de  M.M.  .Julio 
.Simón,  Ulbach,  Lermina,  Oppert,  Caen,  etc.,  los  señores 
Danvila,  Fablé,  Tolosa  Latour,  Echegaray,  Dacarrete,  Cal- 
zado y  en  general  cuantos  tomaron  parte  en  los  debates. 

Respecto  á  la  conveniencia  del  oljjeto  del  Congreso,  hay 
mucho  que  decir  y  no  están  acordes  todas  las  opiniones. 

REOREgO    DEL    CAMPO 

La  gente  qne  se  ha  dado  la  gran  vida  en  sus  quintas  y  en 
los  establecimientos  balnearios,  regresa  ya  á  sus  casas;  el  in- 
vierno se  echa  encima  y  la  permanencia  en  medio  de  las  de- 
licias campestres  se  hace  ya  impítsible.  Pasan  mtichos  coches 
por  las  carreteras  y  la  gente  sale  á  la  puerta  de  sus  casas 
para  ver  aquellos  carruajes  tan  lujosos  ocupados  por  las  ele- 
gantes damas  y  caballeros  que  han  pasado  libres  de  calor 
y  de  ingleses  los  rigores  del  verano. 

I.A  MADONA  DEL  ORAN  DUQUE 

Cuadro  de  Rafael 

Admírase  esta  Morlona  en  el  palacio  Pitti  de  Florencia  y 
rociI)e  su  nombre  de  la  especial  [)redile('ción  en  que  la  tenía 
el  Gran  Duque  Kematido  III  (17íiü)  el  cual  la  llevaba  siempre 
consigo  cimndo  viajatm— y  de  ahí  que  se  llame  también  la 
Madona  del  vlaggio,—y  la  dirigía  sus  oraciones  mañana  y 
tarde.  Es  una  de  las  obras  más  sencillas  que  hayan  surgido 
del  pincel  rafaolosco.  Vista  solamente  hasta  poco  más  de 
medio  cuerpo  y  soljre  un  fí)iulo  de  retrato,  oprime  contra  su 
seno  al  bambino,  chiquitin  y  risueño.  Bajos  los  ojos,  liumli- 
de  la  postura  y  severo  el  traje,  es  tan  modesta,  lan  virginal, 
tJín  angélica  que  bien  podía  llevársela  el  bueno  de  Fernan- 
do III,  como  hacían  los  antiguos  con  sus  penates,  y  ci>locar 
la  en  su  oratorio  entre  las  reliquias  de  sus  santos  patronos. 


Situada  cu  las  cercanías  de  Pádua  constituye  .\solo  mejor 
lua  cindadela  que  una  ciudad,  como  tiene  la  pretensión  do 
llamarse.  Desfie  la  altura  en  que  está  colocada,  divlsanso  las 
vetustas  ciipuias  de  la  antigua  corte  de  los  Ezzelinns  y  aún 
pue<lon  colimibrarse  los  campanarios  de  Venecia.  Habla  allí 
antes  nn  suntuoso  convento  de  monjes  armenios,  que  los 
graua<Ieros  de  Napoleón  I  tuvieron  la  gracia  de  incendiar. 


UEDALLONES  DE  ANOÜLICA  KAUPFUANN 

Kn  nuestro  número  247  dimos  ya  noticia  de  esta  pintora 
insigne,  á  lo  cual  añadiremos  hoy  que  esos  medallones  en 
que  aparecen  retratadas  las  hermanas  Spencer  y  lady  Riis- 
hout  y  su  niño,  dan  ]>erfecla  idea  do  la  moda  del  siglo  xviii, 
mucho  meuíts  hipócrita  (lue  la  del  nuestro  en  punto  á  es- 
cotes. 

LA  NUEVA    SUSANA 

Cuadro  de  Arturo  Moradei 

Como  habrá  visto  el  lector,  esa  Susana  no  va  en  manera 
alguna  vestida  según  pintan  á  la  otra,  lo  cual  demuestra  que 
los  modernos  no  somos  tan  pornográlicos,  como  quieren  de- 
cir. Nucítra  Susana,  en  consecuencia,  no  tiene  tanto  motivo 
para  escandalizarse  y  enfadarse  de  que  dos  vejestorios  la  asal- 
ten con  expresiones  ardientes  do  luia  pasión  que  más  que  se- 
nil podría  llamarse  postuma.  Uno  de  los  dos  Adonis  rezaga' 
dos,  exjíresa  el  violento  ardor  de  la  llama  qne  lo  constime' 
cou  acento  lleno  tle  juvenil  dulzura  y  de  adoración  admira- 
tiva, mientras  que  el  otro  seductor  mira  á  la  uifia  con  ojos 
como  si  quisiera  devorarla,  lo  cual  transforma  su  cara  en 
semblante  de  repugnante  bestia.  La  chica  se  ríe  de  tales  ho- 
menajes y  proctira  poner  á  salvo  su  palmito,  que  es  la  parte 
más  amenazada  de  los  arrumacos  de  los  dos  Tenorios  osiü- 
cados  y  les  echa  á  los  grotescos  Lovelaces  una  copa  de 
cierto  vinillo  que  debe  ser  pasablemente  amílico 

Moradei,  valiente  artista  y  profesor  notabilísimo,  se  dis- 
tingue por  uo  parecerse  á  nadie  en  el  género,  y  su  Niteva  Su- 
mna  figiua  con  honor  en  el  Museo  Pisani  de  Florencia,  des- 
tinado únicamente  á  albergar  las  mejores  obras  del  arte  ita- 
liano contemporáneo. 

BEATI    P0S8IDENTES 

Cuadro  de  Br.ard 

Si  una  familia  de  honrados  mirlos  ha  conseguido  gracias 
á  sus  cuidados  hacerse  un  nido  confortable  en  lo  más  abriga- 
dito  y  sólido  de  un  árbol  y  viene  un  lirón  y  so  mete  allí,  ya 
sabe  la  respuesta  que  lo  espera:  —lieati  posnidcntes,  les  con- 
testará el  cuadrúpedo;  la  posesión  es  casi  una  propiedad,  y 
en  fin,  que  nadie  me  echa  ya  de  aquí. 

Cualquier  español  puedo  comprender  la  pena  de  los  po- 
bres mirlos  al  pensar  en  Gibraltar. 


LA  NOCHE 


La  noche  se  acerca  tendiendo  su  velo; 
las  nubes  semejan  girones  de  tul 
y  triste  y  sombrío  paréceme  el  cielo 
conforme  va  huyendo  su  límpido  azul. 

Ocultas  las  aves,  marchitas  las  flores, 
parece  que  todo  respira  pavor. 
La  mente  recuerda  sucesos  peores 
y  el  hombre  que  adora  recuerda  su  amor. 

¡Silencio  en  el  cielo!...  ¡silencio  en  la  tierra! 
¡Silencio  doquiera  que  puedas  mirar! 
Arriba...  ¡grandezas!  ¡un  algo  que  aterra! 
Abajo...  ¿quién  sabe?...  ¡Misterios,  pesar! 

¡Qué  triste  está  el  mundo!  el  cielo  ¡qué  her- 
¡El  viento  murmura  con  fúnebre  .son!     [moso! 
¡Moviendo  las  hojas  del  árbol  frondoso 
semeja  las  nota.s  de  triste  canción! 

Los  miles  de  estrellas,  que  vagan  errantes 
cruzando  la  esfera  de  algún  día  en  pos... 
semejan  cascadas  de  ricos  brillantes 
que  pródiga  arroja  la  mano  do  Dios. 

¡El  mundo  dormido,  callado  y  en  calma, 
de  sombras  cubierto,  sin  bello  ai'rebol! 
¡Algún  ser  sufriendo,  pues  paz  no  halla  el 
.si  al  inundo  no  bajan  los  rayos  del  sol!    [alma. 

TI 

¡Qué  bella  es  la  noche  callada  y  serena! 
¡Qué  bien  goza  el  alma  tan  dulce  quietud! 
¡En  ella  tan  sólo  mitigo  mi  pona 
pulsando,  afanoso,  mi  pobre  laúd! 

Paréceme  hermoso  el  mundo  do  habito, 
las  penas  se  calman,  se  ahuyenta  el  dolor 
y  veo  en  el  negro  sombrío  infinito 
la  inmensa  grandeza  que  tiene  el  Señor. 

•    Comprendo  que  existe  la  dicha  en  la  tierra; 
que  puedo  algún  día  gozar  un  placer; 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


687 


la  calma  renace  y...  [ya  no  me  aterra 
ni  un  triste  recuerdo  del  hórrido  ayer! 

¡Bien  hayas,  pues,  noche  callada  y  serena! 
¡Tú  siempre  me  mandas  un  rayo  de  luz 
que  calma  mis  males,  mi  llanto  y  mi  pena! 
¡¡Bendito  mil  veces  tu  negro  capuz!! 

J.  Adán  Berned. 


-*- 


LOKIS 


I»OH    mÓSFEHO    1»IERI1^EB 


(conclusión) 

vin 

Al  entrar  en  la  avenida  del  castillo  distinguí 
gran  número  de  señoras  y  caballeros,  en  traje 
de  mañana,  agrupados  en  la  gradinata  ó  circu- 
lando por  las  alamedas  del  parque.  El  patio 
estaba  lleno  de  aldeanos  vestidos  con  sus  trajes 
de  los  domingos.  El  castillo  tenia  un  aire  de 
fiesta;  por  todas  partes  flores,  guirnaldas,  ban- 
deras y  festones.  El  mayordomo  me  condujo  al 
cuarto  que  me  habían  preparado  en  el  entre- 
suelo, pidiéndome  le  perdonase  si  no  podía  ofre- 
cerme otro  mejor,  pero  había  tanta  gente  en  el 
castillo  que  había  sido  imposible  conservarme 
el  aposento  que  yo  ocupara  durante  mi  pri- 
mera estancia,  destinado  ahora  á  la  señora  del 
mariscal  de  la  nobleza;  mi  nuevo  cuarto,  por 
otra  parte,  era  muy  bonito,  dando  vistas  al 
parque  y  situado  debajo  del  departamento  del 
conde.  Vestíme  corriendo  para  la  ceremonia;  me 
puse  los  hábitos,  pero  ni  el  conde  ni  la  condesa 
parecían.  El  conde  había  ido  á  buscarla  á  Dow- 
ghielly.  Desde  mucho  tiempo  habrían  debido 
haber  llegado,  pero  la  toilette  de  una  novia  no 
es  cuestión  de  poca  monta  y  el  doctor  advertía 
á  los  convidados  que,  no  debiendo  verificarse  el 
almuerzo  hasta  después  del  servicio  religioso, 
los  apetitos  demasiado  impacientes  harían  bien 
en  tomar  sus  precauciones  en  cierto  buffet 
guarnecido  de  pasteles  y  toda  suerte  de  lico- 
res. Noté  en  esta  ocasión  cuanto  excita  la  ma- 
ledicencia el  esperar:  dos  madres  de  lindas 
señoritas  invitadas  á  la  fiesta  no  acababan  de 
desatarse  en  epigramas  contra  la  desposada. 

Era  ya  más  de  medio  día  cuando  una  salva 
de  morteretes  y  escopetazos  señaló  la  llegada, 
y  un  momento  después  entraba  en  la  avenida 
una  carretela  de  gala,  arrastrada  por  cuatro 
magníficos  caballos.  Por  la  espuma  que  cubría 
su  pecho  era  fácil  ver  que  no  debía  achacárseles 
el  retardo.  No  había  en  la  carretela  más  que  la 
desposada,  madame  Dowghiello  y  el  conde. 
Bajó  éste  y  dio  la  mano  á  madame  Dowghiello. 
La  señorita  Iwinska,  con  un  movimiento  lleno 
de  gracia  y  de  coquetería  infantil,  hizo  ademán 
de  querer  ocultarse  bajo  su  chai  para  sustraerse 
á  las  miradas  curiosas  que  la  rodeaban  por  to- 
das partes.  Sin  embargo,  púsose  en  pié  en  la 
carretela  é  iba  á  tomar  la  mano  del  conde  cuan- 
do los  caballos  de  las  varas,  asustados  quizás 
por  la  lluvia  de  flores  que  los  aldeanos  lanza- 
ban á  la  novia,  ó  experimentando  tal  vez  aquel 
extrañe  terror  que  el  conde  Szemioth  inspiraba 
á  los  animales,  se  encabritaron  bufando;  una 
rueda  chocó  con  el  recantón,  al  pié  de  la  gradi- 
nata, y  pudo  creerse  por  un  momento  que  iba  á 
ocurrir  un  accidente.  La  señorita  Iwinska  dejó 
escapar  un  ligero  grito...  Pronto  quedamos 
tranquilizados.  El  conde,  cogiéndola  en  sus  bra- 
zos, llevóla  hasta  lo  alto  de  la  gradinata  tan 
fácilmente  como  si  no  hubiese  llevado  más  que 
una  paloma.  Aplaudimos  todos  su  destreza  y  su 
galantería  caballeresca.  Los  aldeanos  lanzaban 
vivas  formidables;  la  desposada,  toda  sonroja- 
da, reía  y  temblaba  á  la  vez.  El  conde,  que  no 
parecía  en  manera  alguna  presuroso  por  desem- 
barazarse de  su  encantadora  carga,  semejaba 
triunfar  mostrándola  á  la  multitud  que  le  ro- 
deaba... 

De  pronto  una  mujer  de  elevada  estatura,  pá- 
lida, flaca,  con  los  vestidos  en  desorden,  los  ca- 
bellos esparcidos  y  todas  las  facciones  contrai- 
das  por   el   terror,  apareció  en  lo  alto  de  la 


gradinata,  sin  que  nadie  pudiese  saber  de  dónde 
venía. 

— ¡Al  oso! — gritaba  con  voz  aguda; — ¡al  oso! 
¡escopetas!  ¡Se  lleva  á  una  mujer!  ¡Matadlo! 
¡Fuego!  ¡fuego! 

Era  la  condesa.  La  llegada  de  la  novia  había 
atraído  á  todo  el  mundo  á  la  gradinata,  al  pa- 
tio, ó  á  las  ventanas  del  castillo.  Las  mismas 
mujeres  que  vigilaban  á  la  pobre  loca  habían 
olvidado  su  consigna;  se  había  escapado  y  sin 
ser  observada  de  nadie  había  llegado  hasta  en 
medio  de  nosotros.  Fué  una  escena  muy  penosa. 
Hubo  necesidad  de  llevársela  á  pesar  de  sus 
gritos  y  de  su  resistencia.  Muchos  convidados 
no  conocían  su  enfermedad.  Debió  dárseles  ex- 
plicaciones. Cuchicheóse  por  largo  tiempo  en 
voz  baja.  Todos  los  semblantes  se  habían  en- 
tristecido. 

— ¡Mal  presagio!- -decían  los  supersticiosos, 
y  el  número  de  ellos  es  grande  en  Lituania. 

Entretanto,  la  señorita  Iwinska  pidió  cinco 
minutos  para  hacer  su  toilette  y  ponerse  el  velo 
de  desposada,  operación  que  duró  una  hora  lar- 
ga. Era  más  de  lo  que  era  menester  para  que 
las  personas  que  ignoraban  la  enfermedad  de  la 
condesa  supiesen  la  causa  y  los  pormenores. 

Por  fin,  la  desposada  apareció  magníficamen- 
te ataviada  y  cubierta  de  diamantes.  Su  tía  la 
presentó  á  todos  los  invitados  y  cuando  llegó 
el  momento  de  pasar  á  la  capilla,  con  gran  sor- 
presa mía,  madame  Dowghiello  aplicó  un  bofe- 
tón á  la  mejilla  de  su  sobrina,  bastante  fuerte 
para  hacer  que  se  volviesen  los  que  hubiesen 
podido  estar  distraídos.  Este  bofetón  fué  recibi- 
do con  la  resignación  más  perfecta  y  nadie  pa- 
reció sorprenderse  de  ello;  solamente  un  hom- 
bre vestido  de  negro  escribió  algo  en  un  papel 
que  había  traído  y  algunos  de  los  asistentes  pu- 
sieron en  él  su  firma  con  el  aire  más  indiferen- 
te. No  supe  hasta  el  fin  de  la  ceremonia  la  clave 
del  enigma.  Si  lo  hubiese  adivinado  no  hubiese 
dejado  yo  de  levantarme  con  toda  la  fuerza  de 
mi  sagrado  ministerio  contra  esa  odiosa  prácti- 
ca, la  cual  tiene  por  objeto  dejar  entablado  un 
caso  de  divorcio  simulando  que  el  matrimonio 
solo  ha  tenido  efecto  á  causa  de  violencia  mate- 
rial ejercida  contra  una  de  las  partes  contra- 
tantes. 

Después  del  servicio  religioso  creí  de  mi  de- 
ber dirigir  la  palabra  á  la  joven  pareja,  tratan- 
do de  poner  ante  sus  ojos  la  gravedad  y  santi- 
dad del  lazo  que  acababa  de  unirles,  y  como  me 
dolía  aún  la  post-data  impertinente  de  la  señori- 
ta Iwinska,  recordóle  que  entraba  en  una  vida 
nueva,  no  acompañada  ya  de  diversiones  y  go- 
ces juveniles  sino  llena  de  deberes  serios  y  de 
graves  pruebas.  Parecióme  que  esta  partd  de 
mi  alocución  produjo  mucho  efecto  en  ía  recién 
casada,  asi  como  en  todas  las  personas  que 
comprendían  el  alemán. 

Salvas  de  armas  de  fuego  y  gritos  de  alegría 
acogieron  al  cortejo  al  salir  de  la  capilla,  des- 
pués de  lo  cual  se  pasó  al  comedor.  El  banquete 
era  magnífico  y  los  apetitos  muy  aguzados;  pri- 
mero no  se  oyó  otro  ruido  que  el  de  los  cuchillos 
y  tenedores,  pero  pronto  con  auxilio  de  los  vinos 
de  Champagne  y  de  Hungría  comenzóse  á  ha- 
blar, á  reir  y  hasta  á  gritar.  Brindóse  con  entu- 
siasmo á  la  salud  de  la  recién  casada.  Apenas 
acababan  de  sentarse  cuando  un  viejo  pane  de 
bigotes  blancos  se  puso  en  pié  y  con  voz  formi- 
dable dijo: 

— Veo  con  dolor  que  nuestras  viejas  costum- 
bres se  van  perdiendo.  Nunca  nuestros  padres 
hubieran  enviado  este  «toast»  con  vasos  de 
cristal.  Bebíamos  en  el  zapato  de  la  novia,  y 
hasta  en  su  bota,  porque  en  mi  tiempo  las  damas 
llevaban  botas  de  tafilete  rojo.  Mostremos,  ami- 
gos, que  somos  aún  verdaderos  lituanos.  Y  tú, 
señora,  dígnate  darme  tu  zapato. 

La  novia  le  respondió  ruborizándose,  con  una 
risita  ahogada: 

— Ven  á  tomarlo,  caballero...  pero  no  te  de- 
volveré el  brindis  en  tu  bota. 

El  pa7ie  no  se  lo  hizo  repetir  dos  veces;  pú- 
sose galantemente  de  rodillas,  quitó  un  zapatito 
de  raso  blanco  con  tacón  rojo,  lo  llenó  de  vino 
de  Champagne  y  bebió  tan  aprisa  y  diestramen- 


te que  únicamente  la  mitad  se  le  derramó  por 
el  traje.  El  zapato  pasó  de  mano  en  mano  y  to- 
dos los  hombres  bebieron  en  él,  aunque  no  sin 
trabajo.  El  viejo  gentil-hombre  reclamó  el  zapa- 
to como  una  reliquia  preciosa  y  madame  Dow- 
ghiello hizo  avisar  á  una  camarera  para  que 
viniese  á  reparar  el  desorden  de  la  toilette  de  su 
sobrina. 

Este  «toast»  fué  seguido  de  muchos  otros  y 
pronto  los  convidados  se  mostraron  tan  ruidosos 
que  no  me  pareció  conveniente  permanecer  por 
más  tiempo  entre  ellos.  Me  escapé  de  la  mesa 
sin  que  nadie  parase  atención  en  mí  y  fui  á 
respirar  el  aire  fuera  del  castillo;  pero  allí  en- 
contré también  un  espectáculo  poco  edificante. 
Los  criados  y  los  aldeanos  que  habían  bebido 
cerveza  y  aguardiente  á  discreción,  estaban  ya 
ebrios  en  su  mayoría.  Había  habido  disputas  y 
cabezas  rotas.  Acá  y  acullá,  en  el  prado,  algu- 
nos borrachos  se  revolcaban  privados  de  senti- 
do y  el  aspecto  general  de  la  fiesta  tenia  mucho 
de  un  campo  de  batalla.  Hubiera  tenido  curio- 
sidad de  ver  de  cerca  los  bailes  populares,  pero 
la  mayor  parte  estaban  dirigidos  por  gitanas 
desvergonzadas  y  no  creí  que  me  sentase  bien 
aventurarme  en  aquella  barabúnda.  Volvíme, 
pues,  á  mi  cuarto,  leí  un  rato,  después  me  des- 
nudé y  dormíme  pronto. 

Cuando  me  desperté  el  reloj  del  castillo  daba 
las  tres.  La  noche  era  clara  por  más  que  la  luna 
estuviese  algo  velada  por  una  ligera  bruma. 
Traté  de  dormir  de  nuevo,  pero  sin  conseguirlo. 
Según  mi  costumbre  en  semejante  ocasión  qui- 
se coger  un  libro  y  estudiar,  pero  no  pude  en- 
contrar las  cerillas  á  mi  alcance.  Me  levantó  é 
iba  á  tientas  por  mi  cuarto  cuando  un  cuerpo 
opaco,  muy  gordo,  pasó  por  delante  de  mi  ven- 
tana y  cayó  con  un  ruido  sordo  en  el  jardín.  Mi 
primera  impresión  fué  que  era  un  hombre  y 
creí  que  alguno  de  nuestros  borrachos  no  se 
hubiese  caído  por  la  ventana.  Abrí  la  mía  y 
miré.  No  vi  nada.  Encendí  por  fin  mi  bujía  y 
volviéndome  á  la  cama  repasé  mi  glosario  hasta 
el  momento  que  me  trajeron  el  té. 

A  las  once  me  fui  al  salón  donde  encontré 
muchos  ojos  soñolientos  y  semblantes  ajados; 
supe,  en  efecto,  que  se  habían  levantado  muy 
tarde  de  la  mesa.  Ni  el  conde  ni  la  joven  conde- 
sa habían  parecido  todavía.  A  las  once  y  media, 
después  de  muchas  bromas  de  mal  género,  co- 
menzóse á  murmurar,  por  lo  bajo  en  un  princi- 
pio, y  después  ya  sin  rebozo.  El  doctor  Froeber 
tomó  bajo  su  responsabilidad  el  encargo  de  en- 
viar al  ayuda  de  cámara  del  conde  á  llamar  á 
la  puerta  de  su  amo.  Al  cabo  de  un  cuarto  de 
hora  este  hombre  volvió  á  bajar,  y  un  poco  emo- 
cionado, refirió  al  doctor  Froeber  que  había  lla- 
mado más  de  doce  veces,  sin  obtener  respuesta. 
Conferenciamos  madame  Dowghiello,  el  doctor 
y  yo.  La  inquietud  del  ayuda  de  cámara  se  me 
había  pegado.  Subimos  los  tres  con  él.  Delante 
la  puerta  encontramos  á  la  camarera  de  la  jo- 
ven condesa,  muy  asustada,  asegurándonos  que 
alguna  desgracia  debía  haber  ocurrido,  porque 
la  ventana  de  la  señorita  estaba  abierta  de  par 
en  par.  Recordé  con  terror  aquel  cuerpo  pesado 
que  había  caído  delante  de  mi  ventana.  Llama- 
mos á  grandes  golpes.  Nadie  respondía.  Por 
fin,  el  ayuda  de  cámara  trajo  una  barra  de  hie- 
rro y  echamos  la  puerta  abajo...  ¡No!  El  valor 
me  falta  para  describir  el  espectáculo  que  se 
ofreció  ante  nuestros  ojos.  La  joven  condesa 
yacía  extendida,  muerta  sobre  su  cama,  con  la 
cara  horriblemente  lacerada,  la  garganta  abier- 
ta, inundada  de  sangre.  El  conde  había  desapa- 
recido, y  nadie  después  ha  sabido  noticias  de  él. 

El  doctor  examinó  la  horrible  herida  de  la 
joven. 

— No  es  una  hoja  de  acero, — exclamó, — la 
que  ha  causado  esta  herida...  ¡Es  una  morde- 
dura!... 


IX 


El  profesor  cerró  su  libro  y  miró  el  fuego 
con  aire  pensativo. 

— ¿Y  está  acabada  la  historia?^preguntó 
Adelaida. 


688 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


— ¡Acabada! — respondió  el  profesor  con  voz 


— No  es  un  nombre  de  hombre, — dijo  el  pro- 
láenbre  I  íesor... — Veamos,  Teodoro,  ¿comprendéis  vos  lo 

Pero. — repuso  ella,— ¿por  qué  la  habéis  in-  !  que  quiere  decir  Lokis? 

titulado  Jjokisf  Ni  uno  solo  de  los  personajes  se         —Ni  una  palabra.  ,     ,    ,    ,       ■■ 

llama  asi.  ~"^'  estuvieseis  bien  penetrado  de  la  ley  de 


transíormación  del  sánscrito  al  lituano  habriais 
reconocido  en  lokis  el  sánscrito  arkcha  ó  ricks- 
cha.  Se  llama  lokis  en  lituano  al  animal  que  los 
griegos  han  llamado  SfíXToc,  los  latinos  ursits  y 
los  alemanes  bfir. 


Ya  comprendéis  ahora  mi  epígrafe: 

Miszka  su  Lokiu 
Abu,  du  tokiu. 

Sabéis  que  en  la  novela  del  Zorro  el  oso  se 
llama  damp  Brun.  Entre  los  eslavos  se  le  llama 


BBATI  POSSIDENTE8  (Cuadro  de  Beard) 

Miguel,  Miszka  en  lituano,  y  este  apodo  reem- 
plaza casi  siempre  el  nombre  genérico  lokis.  Así 
es  como  los  francesas  han  olvidado  su  vocablo 
neo-latino  de  goupil  b  gorpil  (1)  para  sustituirle  el 


de  rmard  (1).  Os  citaría  muchos  otros  ejemplos. 
Pero  Adelaida  hizo  notar  que  era  tarde  y  nos 


separamos. 


Traducción  de  A.  O, 


(1)    Raposa,  zorra,  como  en  cattdán  guirieu,  zorra. 


(1)   Corresponde  al  castellano  vulpeja  y  ol  catalán  guiUa. 

ttimsmOM:  Cífttí,  365-367,  Euói  MoliDas.  EdiUr.— RMerfidos  los  derechos  de  propiedad  artística  j  literaria.- Las  reclamacioDes  en  Madrid,  al  representante  de  esta  Casa  D.  Manael  Pláy  Valor,  Apodaca,  10, 2.* 

— .)  INSÉRTESE  Ó  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINOUN  ORIGINAL  (  

BrrABLWBMUMTO  TlPOalUrlGO  di  B.  BASBDA.-CAIXB  di  VUJUUUtOBI.,  KÚtí.   17.  BHSAHaHB  DB  Sak  Amtokio.-Bíhoblokí. 


SEMANARIO     CIENTÍFICO,     LITERARIO    Y    ARTÍSTICO 


Año  V 


Barcelona  29  de  Octubre  de  1887 


Núm.  252 


Cohl  el  presente  número  repartimos  el  suplemento  de  modas  EL  MUNDO  DE  LAS  DAMAS,  correspondiente  al  mes  actual 


M.  JULIO  SIMÓN  (Dibujo  da  P.  y  Valor,  según  fotografía) 


690 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


SUMARIO 

TtXTO.— Madrid.  Oartat  á  mi  prima,  por  Femanflor.— £2  dnt- 
wMX  de  ¡a  pomfirw,  por  J.  QASser. — Exposición  nuititima  de 
Oádit,  pra  Patrocinio  de  Biedma.— ;£ame»(a&<<«  equivoca- 
dametl  por  A.  Sánebei  Férei.— £<  momtmatUt  de  Cuauthe- 
Moe,  t»  Mijieo.—B  prtmio  de  la  codicia  (poesía),  por  José 
Iftlgo  Homero.— Nuestro!  grabados.— [/n  idilio  nihilista, 
(eaneluiiónX  por  Vicenta  Blasco  Ibáñex. 

SmiBAOOS.— Mr.  Julio  8iinón.— Fatal  noticia.— Jf^tco.-  Monu- 
mento TotiTO  i  Cnautbemoc.— ifadrid.  HomensO^  tributa- 
do i  Cervantes  por  la  •Association  litteraire  et  artistique 
Internationale,»  la  tarde  del  IS  del  corriente.— Un  taller 
de  señoras,  en  París  (dos  grabados).— Margarita  y  Mefis- 
tófeles  llamados  á  la  escena.— La  conmemoración  de  los 
difimtos.— Una  curiosa.— Singular  encuentro.— (Acciden- 
te!— La  enamorada.— La  misericordiosa.— Teatro  de  Dru- 
ry  Laiue,  de  Ixmdres.— Un  casamiento  en  la  HighUfe. 


M ADRI D 


CA.RTA.S     A.      TiO-X     ■p-RJlsa.A. 


LOS    QUE    PASEAN 

ÍL  otoño  es  la  estación  más  agradable  de 
Madrid;  por  eso  es  la  estación  del  paseo 
y  de  los  paseos.  Todavía  están  verdes  los 
árboles,  todavía  entre  el  verde  centellean  algu- 
nas flores;  todavía  el  cielo  está  raso  y  azul  como 
ana  turquesa  y  todavía  el  sol  tiene  calor  para 
vigorizar  nuestra  sangre.  Así  es,  que  los  ma- 
drileños sólo  piensan  en  robar  al  trabajo  algu- 
nas horas  y  pasear.  Luego  vendrán  los  días  en 
que  la  inclemencia  de  la  atmósfera  nos  encerra- 
rá en  nuestro  hogar,  en  los  ministerios,  en  los 
talleres,  en  los  estudios,  en  los  escritorios,  en 
las  fábricas,  y  en  que  esta  dulce  estación  no 
habrá  dejado  otro  recuerdo  que  el  rumor  de  las 
hojas  secas  arremolinadas  en  torno  de  los  des- 
nudos troncos. 

Dejemos,  pues,  para  otro  día,  hablar  de  los 
sucesos  del  momento,  que  tampoco  tienen  hoy 
interés  general  y  paseémonos  también  y  demos 
cnenta  de  nuestras  observaciones,^querida  pri- 
ma,— observaciones  sencillas,  que  pueden  hacer 
todos,  porque  ¿quién  es  tan  desventurado  que 
no  pasea?  Algunos,  sin  duda;  aquéllos  sobrecar- 
gados de  trabajo,  aquéllos  que  sufren  enferme- 
dad, aquéllos  que  su  delito  retiene  en  un  cala- 
bozo, aquéllos  también  que  la  misantropía  en- 
cierra en  su  casa  acompañados  de  sus  negros 
pensamientos- 
Madrid,  en  verano,  no  tiene  más  paseo  que  el 
Retiro;  en  otoño  todo  despoblado  le  sirve  de 
tal.  No  es  la  tierra,  no  es  la  vegetación  lo  que 
bascamos,  buscamos  el  sol,  sus  rayos  de  vida, 
su  Inz  que  es  toda  alegría  y  esperanza.  Así  es, 
que  la  población  se  difunde  por  cien  parajes 
distintos,  esparciéndose  como  se  esparcen  los 
granos  de  una  granada  cuando  se  abre  en  peda- 
zos. Cada  uno  piensa  en  la  retirada  y  quiere 
volver  tempranito,  porque  ya  los  crepúsculos 
8on  terribles  y  apenas  caído  el  sol  hace  falta  la 
capa,  y  quien  no  la  tiene  tirita.  El  otoño  es  la 
época  complementaria  de  la  actividad  vegetati- 
va, de  la  sazón  de  las  frutas  azucaradas  y  oleo- 
sas, de  la  madurez  de  los  frutos,  pero  es  tam- 
bién la  época  de  las  humedades,  que  paralizan 
los  miembros  del  cuerpo,  de  los  catarros  bron- 
quiales, de  los  reumatismos,  de  las  hidropesías, 
y  en  estos  días  la  muerte  no  se  da  reposo  y  jzis! 
¡zas!  sacude  su  guadaña  con  más  furor  que  en 
el  estío  y  en  el  invierno,  sobre  todo,  contra  los 
tísicos,  los  niños  y  los  viejos.  ¡Hay  que  cuidar- 
se! Y  para  cuidarse  hay  que  pasear,  pero  con 
método,  con  precaución,  pensando  siempre  en 
que  todo  es  bueno  y  todo  es  malo,  y  que  el  uso 
DO  es  el  aboso. 

Hay,  pues,  que  pasear,  á  ciertas  horas,  con 
cierto  paso,  y  para  volver,  ya  lo  he  dicho,  á 
cierta  hora. 

Paseando,  se  abisma  uno  en  sus  pensamientos 
6  86  distrae  en  adivinar  los  pensamientos  de  los 
que  pasean.  Es  curioso,  sin  duda,  ver  como  des- 
filan delante  de  nosotros,  como  se  cruzan,  pasa 
y  repasan  gentes  y  gentes  que  no  hemos  visto 


jamás,  que  no  hemos  de  volver  á  ver  nunca  y 
sorprender  en  sus  fisonomías  la  nota  de  alegría 
6  de  tristeza  de  sus  vidas,  teniendo  cada  cual, 
como  tiene  todo  hombre,  una  historia,  una 
ambición,  un  ideal,  un  misterio  ó  un  millar  de 
misterios. 

Algunos  paseantes  no  se  inquietan,  sin  em- 
bargo, por  observar  á  los  demás.  Son  los  que 
pasean  por  higiene.  Estos  han  llenado  su  mi- 
sión perfectamente,  cuando  han  puesto  en  ac- 
ción y  han  dejado  suaves  los  músculos  extenso- 
res y  flexores  de  los  muslos  y  de  las  pantorri- 
llas,  del  tronco  y  de  la  espalda.  Merecen  ser 
imitados  porque  son  los  únicos  que  paseun  por 
principios.  Si  el  terreno  es  llano,  dejan  al  cuer- 
po marchar  naturalmente;  si  ascienden,  buscan 
el  equilibrio  inclinando  el  peiho;  si  bajan,  in- 
clinan la  masa  sacro-espinal,  y  descienden  á  pa- 
sos cortos.  El  suelo  liso,  el  pedregoso,  el  que 
está  cubierto  de  césped,  el  que  se  dilata  ser- 
peando entre  árboles,  el  que  está  revestido  de 
losas  le  merecen  estudios  especiales  y  andan  so- 
bre ellas  con  diferente  pié,  con  maj'or  ó  menor 
rapidez  y  hasta  con  distinta  fisonomía.  Pasear 
es  una  cosa,  y  otra  saber  cómo  se  pasea.  Y  el 
paseador  higiénico  se  ve  recompensado  de  su 
tarea  por  el  paseo  mismo;  que  quien  posee  una 
ciencia  y  la  cultiva,  en  cultivarla  lleva  su  me- 
jor entretenimiento  y  lauro.  El  paseante  higié- 
nico suele  pasear  solo,  porque  si  se  reúne  con 
algún  otro  de  su  misma  afición  no  halla  medio 
de  quedar  satisfecho;  lo  que  es  higiénico  para  el 
uno  es  perjudicial  para  otro  y  hasta  en  el  subir 
ó  bajar  las  cuestas,- — cosa  tan  al  alcance,  teó- 
ricamente, de  todos  los  que  anda», — discrepan 
á  matarse. 

Mas  no  debe  juzgarse  de  quien  va  solo  que 
pasea  por  higiene.  No;  hay  solitarios  que  se 
pierden  tristemente  como  una  línea  negra,  por- 
que no  tienen  amigos,  porque  no  han  tenido 
tiempo  de  buscar  á  cualquiera  de  este  nombre, 
6  porque  les  gusta  saborear  ellos  solos,  en  si- 
lencio, el  aroma  de  sentimientos  y  de  ideas  que 
se  alza  de  la  naturaleza,  aun  en  los  desiertos, 
para  quien  sabe  sentirla.  Este  paseador  apro- 
vecha la  calma  de  la  tarde,  su  amparador  aisla- 
miento para  registrar  su  alma  por  dentro  y  po- 
ner sus  miserias  y  sus  fortunas  en  contacto  del 
aire  y  de  la  luz  y  hasta  de  Dios;  pues  no  parece 
sino  que  los  recuerdos,  las  ilusiones,  los  sufri- 
mientos y  las  dichas,  necesitan  orearse  de  cuan- 
do en  cuando;  curarse  de  ese  moho  que  las  envi- 
lece en  el  fondo  del  pecho  y  en  la  sociedad, 
donde  el  tesoro  de  nuestra  vida  debemos  ocul- 
tarlo. Meditar  en  pleno  campo,  entre  una 
atmósfera  límpida,  midiendo  nuestra  pequenez 
con  las  inconmensurables  grandezas  que  nos 
envuelven,  da  resignación,  da  calma  para  sufrir 
y  para  esperar.  El  corazón  humano  es  como  las 
arpas  cólicas;  el  aire  basta  para  arrancarle  ar- 
monías en  las  soledades. 

Si  un  hombre  pasea  solo,  casi  siempre  es  un 
hombre  desgraciado.  El  gozo  quiere  comunica- 
ción; es  alborotador;  necesita  que  se  acompañe 
y  se  le  envidie.  El  dichoso  siempre  tiene  com- 
pañía porque  la  dicha  le  llama.  En  cambio  son 
pestilenciales  el  dolor  y  la  tristeza.  ¡Abrid  paso 
á  un  desdichado!  ¡Si  queréis  consolarle  él  sabrá 
contagiaros  de  su  desdicha! 

Pero,  en  fin,  se  pasea  con  los  amigos;  tristes  ó 
alegres.  Entonces,  ¿de  qué  se  habla?  De  lo  que 
habla  el  hombre  siempre:  de  sí  propio.  Es  decir 
que  cada  uno  de  los  paseantes  habla  de  su  per- 
sona, de  sus  pasiones,  de  sus  intereses,  de  lo 
que  le  pasa.  Y  es  un  trenzado  continuo  de  dos 
conversaciones;  porque  cada  cual  sólo  busca  la 
atención  del  otro;  y  si  escucha  lo  ajeno,  alguna 
vez,  es  por  tener  derecho  para  replicar  con  lo 
suyo.  Más  ó  menos  sosegada,  toda  conversación 
entre  dos  es  una  lucha;  porque  es  un  asalto  cor- 
tés de  dos  egoísmos.  ¿Qué  nos  importan  lo  bue- 
no ni  lo  malo  de  los  otros?  Pero...  ¿Habrá  hom- 
bre tan  sin  entrañas  que  no  se  alegre  ó  se  aflija 
con  lo  que  á  nosotros  nos  pasa?  Por  lo  tanto, — 
Carmen  amiga, — siempre  que  veas  pasear  jun- 
tos á  dos,  debes  decirte:— ¡Ahí  va  un  víctima! — 
¿Quién?  ¡el  más  tímido;  el  mejor  educíido;  el 
más  ¡lobre!  ¡El  que  no  se  atreve  á  imponerse  y 


esciicha! — Los  que  pasean  juntos,  suelen  ser  de 
la  misma  profesión,  ó  por  lo  menos  ligados  por 
el  mismo  interés;  retirados  que  so  recuentan 
sus  campañas;  estudiantes  que  se  comunican 
sus  conquistas;  cómicos  que  disputan  sobre 
quién  es  más  amado  del  público;  escritores  y 
poetas  que  se  leen  y  recitan  su  prosa  y  sus 
versos. 

Más  felices  que  ellos  seguramente  son  otras 
parejas.  A  gran  distancia  de  la  familia  se  en- 
golfan en  apasionada  conversación:  son  novios. 
Aquí,  al  aire  libre,  como  en  la  ciudad,  en  el 
salón  y  en  el  gabinete  encuentran  temas  de 
inagotables  conversaciones.  El  ingenio,  es,  sin 
duda,  manantial  de  palabras;  sabe  inventar  sen- 
timientos, engaña  tal  vez,  pero  al  fin  sécase; 
el  corazón  no  deja  de  manar  jamás,  y  cuando  iic 
tiene  palabras  que  decir,  repite  las  mismas.  No 
es  la  palabra  es  el  acento  lo  que  busca  el  amoi-, 
y  en  su  lenguaje  la  sintaxis  tiene  menos  impor- 
tancia que  la  ortografía.  El  secreto  de  esta  gran- 
de elocuencia  no  se  puede  descubrir;  porque  los 
enamorados,  como  los  pájaros,  cuando  sienten 
ruido  ó  veti  que  alguno  se  acerca,  se  callan: 
¡hay  que  enamorarse  para  hablar  y  para  ser 
oído  de  este  modo!  No  insisto  en  ello,  prima,  ¿á 
que  tratar  de  explicarte  yo  como  tú  paseas? 

Mas  á  distancia  de  esta  pareja,  como  he  di- 
cho, va  la  familia;  otra  pareja,  que  no  es  de  es- 
poso y  esposa,  encontramos  tal  vez.  Son  aman- 
tes: ella  seguramente  delinque,  ál  pasear,  él,  sin 
duda  desprecia  las  conveniencias  sociales;  pues 
no  está  bien  pasear  con  mujer  que  no  sea  la 
propia.  Su  conversación  es  muy  distinta;  inte- 
rrumpida por  muchos  accidentes;  algunos  de 
enojo.  El  le  trata  como  dueño;  ella  responde 
como  fiera  domesticada  que  atisba  la  ocasión  de 
dar  un  zarpazo,  sobre  seguro,  al  domador.  Se 
hablaron  tanto  en  otro  tiempo  que  les  queda 
poco  que  decirse.  El  panal  destina  ya  sus  últi- 
mas gotas  de  miel:  tal  vez  el  año  que  viene,  por 
ese  mismo  sitio,  les  veremos  pasar...  pero  pasar, 
á  él  con  una,  y  á  ella,  con  otro. 

¿Y  por  qué  hemos  de  figurarnos  que  toda  pa- 
reja es  criminal?  ¿No  se  pasea  con  la  esposa, 
con  \i.  mujer,  con  la  parienta?  Sí:  paseo;  indife- 
rente, práctico,  en  que  el  uno  para  el  otro  es 
objeto,  es  cosa,  es  simbolismo.  Se  habla  de  los 
hijos,  cuando  se  tienen,  de  economías,  del  mal 
propio  y  del  bien  ajeno.  La  humanidad  se  ha 
conjurado  contra  ellos  dos;  siendo  así  que  el 
mundo  ha  sido,  indubitablemente,  creado  para 
ellos.  Mas  á  decir  verdad  hablan  poco,  sus  pa- 
labras son  breves,  largos  sus  silencios;  él  suele 
adelantarse  distraído;  ella  se  queda  detrás  entre 
resignada  y  colérica.  Juntos  viven,  juntos  se- 
guirán; á  ratos  se  quieren;  á  ratos  se  odian  y 
solo  están  unidos  en  realidad  contra  el  pró- 
jimo. 

A  veces  una  pollada  les  precede.  Las  niñeras 
van  á  retaguardia.  El  ejército  avanza  haciendo 
retroceder  ó  desviarse  á  los  demás  paseantes; 
que  vuelven  la  cabeza  para  mirar  aquel  hormi- 
guero de  grandes  sombreros  con  lazos  y  plumas 
de  colores.  La  infancia  tiene  el  don  de  la  gracia. 
No  es  don  de  la  especie  humana,  lo  es  de  todo 
ser  con  vida;  porque,  asi  como  el  niño,  es  el 
gato  joven  que  se  empina  y  se  atusa  y  da  vuel- 
tas como  si  se  devanara,  y  lo  es  el  buche  pe- 
ludo y  deforme,  que  brinca  y  retoza  con  gallar- 
dísimos movimientos;  y  lo  es  el  leoncillo,  que 
parece  un  faldero  y  deja  para  luego  su  feroz  y 
espantoso  semblante.  Para  entretener  las  penas, 
se  recomienda  ver  correr  el  agua  ó  flamear  la 
leña;  pero  mejor  se  entretiene  viendo  jugar  los 
niños;  resúmenes  vivientes  de  cuanto  hay  de 
atractivo  en  los  movimientos  del  hombre  y  en 
los  de  las  flores,  los  peces  y  los  pájaros. 

Hay  otras  variedades  de  gentes  que  se  en- 
cuentran en  el  paseo.  Una  de  ellas  es  el  que 
lleva  á  pasear  su  perro;  suele  serperro  de  caza, 
ó  de  lanas,  ó  algún  mastín  agalgado  y  corpu- 
lento, de  estos  plomizos  que  hoy  están  de  moda. 
Claro  que  el  perro  es  el  amo;  y  que  los  dueños 
podrían  poner  en  el  collar,  como  Lamartine:  ¡Le 
pertenezco!  Pero  salvo  el  perro  de  caza  amado 
por  ser  instrumento  de  utilidad  ó  de  placer,  los 
demás  son  signos  vivientes  de  la  misantropía 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


691 


de  sus  dueños.  Se  quiere  al  perro,  pero  no  se  le 
pasea  cuando  quedan  en  el  mundo  afecciones. 
¡Todo  perro  es  un  lazarillo! 

También  se  ve  dos  mujeres  que  pasean  jun- 
tas, quién  sabe;  dos  casadas,  dos  viudas,  qui- 
zás dos  horizontales,  como  abi  dicen  y  como 
también  decimos  aquí.  De  todas  maneras  no 
cabe  duda,  dos  mujeres  solas  hablan  del  hom- 
bre, hablan  de  amor,  de  perfidias  ajenas  ó  pro- 
pias. 

He  hablado  de  los  que  pasean  á  pié,  en  aten- 
ción á  que  así  paseamos  casi  todos.  Pasear  en 
coche,  pasear  á  caballo  es  recreo  de  los  podero- 
sos, de  los  escogidos. 

Los  paseantes  de  estos  días  van,  pues,  á  re- 
coger los  postreros  rayos  de  un  sol  de  verano, 
á  ver  caer  las  hojas  y  amarillear  la  verdura  de 
los  árboles  y  los  campos.  Las  canas  de  la  na- 
turaleza son  amarillas. 

Y  estos  paseos  otoñales  se  cierran  con  uno 
más  triste  que  todos  los  del  año,  con  el  paseo  á 
los  cementerios.  Al  llegar  Noviembre,  Madrid 
envía  por  delante  mozos,  criados,  lacayos  con 
blandones,  cruces,  lápidas,  coronas,  enrique- 
ciendo á  las  Funerarias  con  su  ostentoso  dolor; 
y  luego,  cuando  llega  el  día  sagrado  forma  cor- 
dones vivientes  en  los  caminos,  hacia  los  Cam- 
pos santos,  donde  descansan  los  huesos  de  aque- 
llos que  tanto  amaba,  que  no  creyó  olvidar 
jamás  y  que  recuerda,  efectivamente,  en  este 
día. 

A  pié... 

A  caballo... 

En  coche...' 

También  se  pasea  en  hombros  de  los  sepul- 
tureros. 

Se  sale  de  la  ciudad.  ¡Detrás,  todo;  porque 
detrás  dejamos  la  vida! 

Delante,  el  Cementerio.  ¡Nadal  ¿Nada? 

¡Quién  sabe! 

Tuyo,  prima, 

Fernanflor 


EL  ANIMA  DE  LA  CONDESA 


Era  mi  amigo  Santiago  hombre  serio,  escaso 
de  palabras,  pero  de  ideas  extravagantes.  Siem- 
pre con  la  pipa  en  la  boca  y  el  jarro  de  vino  en 
la  mesa,  se  le  encontraba  en  la  taberna  de  los 
Tres-  Osos,  solo  y  envuelto  perpetuamente  en  una 
atmósfera  de  humo  de  tabaco  que  salía  de  su  boca 
como  de  un  tejar;  su  mirada  extraviada  daba  ca- 
lofríos y  sus  grandes  ojos  verdes,  cuyas  pupilas, 
se  dilataban  sobremanera,  prestaban  á  su  fisono- 
mía un  aspecto  sarcástico  y  lúgubre. 

Es  el  caso  que,  una  noche  de  invierno  de 
18**,  lo  encontré  en  la  taberna  acurrucado  en  un 
rincón  oscuro,  delante  de  una  mesa  grasienta, 
mientras  al  lado  opuesto  discutían  alegremente 
otras  tres  personas,  el  herrero  Daniel,  su  sobri- 
no Federico  y  el  sastre  Ignacio,  vecinos  de  Vila- 
mós  y  hombres  honrados  entre  los  más  impor- 
tantes del  lugar. 

Era  tarde  ya;  habían  dado  las  once  hacía  rato; 
la  nieve  no  cesaba  de  caer;  de  cuando  en  cuan- 
do un  soplo  glacial  de  ventisco  azotaba  la  venta- 
na dejando  en  ella  una  fina  capa  blanca  que  se 
derretía  en  breve  al  contacto  del  calor  de  la  ha- 
bitación; en  el  exterior  no  se  oía  más  sino  el 
ruido  de  la  tempestad  y  los  aullidos  de  los  lobos. 

— Mala  noche, — dijo  después  de  un  momento 
de  silencio  el  sastre  Ignacio. 

— Y  mal  invierno, — contestó  su  sobrino  Fe- 
derico;—  la  miseria  es  espantosa  y  los  lobos 
hambrientos  se  aproximan  ya  á  la  morada 
del  hombre. 

— ¡Ay  del  viajero  que  se  encuentre  en  cami- 
no!... 

Un  nuevo  silencio  sucedió  á  estas  palabras; 
de  repente  se  oyó  como  una  risa  lúgubre,  una 
carcajada  siniestra;  Santiago  levantó  su  cabeza 
y  escuchó  ansioso;  el  ruido  cesó  pronto  y  el  cu-cú 
tocó  doce  horas  con  su  timbre  monótono:  mi  ami- 
go se  levantó  sobresaltado  con  los  ojos  desmesu- 
radamente abiertos  y  con  el  dedo  indicando  el 


reloj . . . ;  mas  todo  sonido  se  había  extinguido  y 
no  oíase  mas  que  el  invariable  tic-tac  del  cu-cú. 
— ¿La  habéis  visto? — exclamó  con  acento  extra- 
ño-— ¿Quién? — preguntamos  en  coro. — ¿No  la 
habéis  visto, — continuó,— con  su  antorcha  en- 
cendida y  sus  huesudas  manos? 

— Vamos,  Santiago, — le  dijo  el  herrero, — mi- 
ra que  todo  esto  son  alucinaciones  y  visiones 
fantásticas;  conque  déjalo  y  ponte  á  conversar 
con  nosotros. 

— Tenéis  razón, — dijo  él  adelantándose,  y  lle- 
nando su  vaso  en  nuestro  cántaro  de  vino,  lo 
llevó  á  su  boca,  pero  preso  súbitamente  de  un 
temblor  nervioso  dejó  caer  al  suelo  la  copa  y 
su  contenido,  fijando  tenazmente  sus  ojos  en  un 
lado  oscuro  de  la  sala. 

— Pero,  ¿qué  to  pasa? — le  preguntó  el  sastre 
Ignacio; — ¿otra  vez  revolotean  en  tu  espíritu 
esas  temerosas  ideas? 

— ¿Y  ahora  no  la  habéis  visto? — volvió  á  ¡)re- 


guntar  él,  en  tanto  que  sentíamos  su  cuerpo  tem- 
blar y  sus  dientes  chocar  unos  contra  otros; — es 
ella...  sí,  es  ella. 

— Vamos,  triste  soñador — exclamé  sonriendo, 
no  sin  que  un  vago  espanto  me  hiciera  tarta- 
mudear,— esta  es  otra  de  tus  extrañas  visiones; 
bebamos,  y  que  el  divino  licor  rechace  de  tu  ce- 
rebro estas  ideas  lúgubres. 

— Bebamos, — contestaron  todos,  y  en  un  ins- 
tante los  vasos  se  apuraron,  pero  sin  que  la  fuer- 
za del  líquido  pudiese  quitar  de  entre  nosotros 
la  tristeza  que  invadía  nuestros  ánimos. 

De  repente  la  voz  grave  del  herrero  se  dejó 
oir: 

— Pues,  ¿qué  sucedió?— preguntó  á  Santiago. 

Lo  extraño  de  esta  interrogación,  lanzada  así 
á  boca  de  jarro,  nos  hizo  estremecer. 

— ¿Queréis  saberlo?— -contestó  él,  agitado, 
coordinando  así  la  respuesta  con  la  incompren- 
sible pregunta. 


FATAL  NOTICIA 


— Sí, — exclamamos  todos,  sin  comprender  si- 
quiera el  sentido  de  nuestras  palabras. 

-^Es  horrible, —  contestó  el, —  escuchad; — y 
lanzando  otra  vez  á  la  pared  una  mirada  fugaz, 
empezó  en  estos  términos: 

— Era  yo  en  mi  juventud,  cazador  furtivo  en 
los  dominios  del  conde  de  Canejar,  cuyo  castillo 
situado  en  lo  alto  de  un  pico  de  los  Pirineos, 
dominaba  un  precipicio  de  espantosa  profun- 
didad. 

Era  el  conde  un  viejo  de  cuerpo  temblón,  roí- 
do por  los  años  y  los  excesos,  pero  de  mirada 
viva  y  nerviosos  movimientos;  decíase  de  él  si 
era  alquimista  y  en  efecto  pasaba  todo  el  día 
en  un  aposento  situado  en  lo  alto  del  castillo 
flanqueado  por  una  garita,  buscando  recetas  in- 
verosímiles en  abultados  y  viejos  in-folios  para 
componer  ó  engendrar,  según  decía,  la  piedra 
filosofal. 

El  castillo  ora  un  edificio  macizo,  cuyas  pare- 
des amarillentas  denotaban  su  vejez  mientras 
ventanas  ojivales  recordábanlos  antiguos  tiem- 
pos de  la  caballería;  suspendido  sobre  el  borde 
del  abismo,  confundíase  su  lienzo  posterior  con 
la  roca  del  precipicio,  formando  con  esta  ima 
sola  línea  recta  que  se  prolongaba  hasta  el  fondo 
del  valle,  cortada  solamente  en  su  longitud  por 
una  estrecha  cornisa,  que  unía  entre  sí  las  esca- 
sas ventanas  del  castillo  abiertas  todas  según 
un  mismo  plano  horizontal. 

Contábanse  entre  los  vasallos  y  los  labradores 
del  país  varias   leyendas  sobre   el  castillo;  en- 


tre otras  había  una  que  me  había  llamado  mu- 
cho la  atención  por  ser  la  que  más  se  aproxima- 
ba á  lo  natural;  según  ella  la  esposa  del  actual 
conde,  muerta  desde  unos  veinticinco  años,  ha- 
bía sido  una  mujer  esbelta,  de  facciones  gra- 
ciosas y  correctas,  pero  de  carácter  extraño, 
maligno  y  nada  simpático,  aficionada  á  cien- 
cias ocultas,  siempre  pensativa  y  meditabunda. 

En  aquellos  tiempos  frecuentaba  el  castillo  un 
arrogante  caballero  que  tenía  con  la  condesa 
Inés  interminables  conversaciones;  su  tez  more- 
na, su  cara  barbuda  y  sus  ojos  de  lince  atesti- 
guaban un  ser  sobrenatural;  y  entre  las  viejas 
que  le  habían  visto  se  decía  que  era  el  mismísi- 
mo demonio  y  que  olía  á  azufre. 

Una  noche,  decía  la  leyenda,  vino  el  caballero 
montado  sobre  un  hermoso  corcel,  negro  como 
la  tenebrosa  noche;  ató  su  caballo  á  un  árbol 
del  valle  y  desapareció  en  las  sombras  del  cas- 
tillo; algunos  minutos  después  dieron  las  doce 
y  al  último  toque  la  garita  de  lo  alto  del  alcázar 
se  iluminó  con  un  gran  resplandor  fugaz  y  se 
distinguieron  en  ella  dos  sombras  enlazadas; 
después  la  oscuridad  se  hizo  más  profunda;  la 
puerta  de  entrada  crugió  sobre  sus  goznes  en- 
mohecidos y  dos  sombras  salieron  del  ¿astillo 
corriendo  hacia  el  caballo  que  relinchaba  en 
el  valle;  soltáronle  las  riendas  y  el  corcel  em- 
prendió una  espantosa  carrera,  iluminando  su 
paso  con  el  fulgor  de  sus  ojos  que  desprendían 
chispas  de  fuego. 

(Se  concluirá.)  J.  Gasseb. 


MÉJICO:    MONUMENTO   VOTIVO    Á   CUAUTHEMOC   (QUATIMOCIN) 

Proyecto  de  Frauciico  M.  Jiménez,  ingeniero  mejicano.— Dibujo  de  Aaarta,  aegún  fotogiaña 


MADRID:  HOMENAJE  Tf?IBUTADO  A  CERVANTES  POR  LA  ASSOCIATION  LITTERAIRE  ET  ARTI8TIQUE  INTERNATIONALE 

LA  TARDE  DEL  15  DEL  CORRIENTE  (Dibujo  do  F.  y  Valor) 


694 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


EXPOSICIÓN  MARÍTIMA  DE  CÁDIZ 


Hemos  quedado  con  nuestros  lectores  en  el 
Pabellón  de  la  Compañía  Trasatlántica,  her- 
mosa obra  que  revela  por  si  sola  toda  la  impor- 
tancia de  esta  rica  empresa  naviera,  y 
vamos  á  continuar  la  descripción  de 
las  instalaciones  que  adornan  y  rodean 
la  llamada  plaza  de  Cádiz,  si  bien  á 
grande:^  rasgos,  pues   una   detallada 
resefia  de  cuanto  encierran  ocuparía 
largo  espacio,  y  necesitaría  más  tiem- 
po del  que  nos  es  dado  disponer. 

A  la  derecha  de  la  mencionada  pla- 
za, cuya  izquierda  como  recordarán  los 
lectores  ocupa  el  pabellón  que  on 
nuestro  anterior  artículo  hemos  inten- 
tado dar  á  conocer,  se  alza  el  de  la 
Provincia,  uno  de  los  más  bellos  é 
importantes  de  los  catorce  en  que  se 
snbdivide  la  obra. 

Este  pabellón  tiene  60  metros  de 
largo  por  14  de  ancho. 

La  entrada  la  forma  una  escalinata 
de  piedra  terminada  en  una  graciosa 
rotonda  saliente,  especie  de  vestíbulo 
interior  para  dar  acceso  al  gran  salón. 
Esta  rotonda  se  corona  con  una  cii- 
pula  tan  airosa  como  todas  estas  lin- 
das construcciones,  que  si  bien  son 
hechas  con  materiales  ligeros,  tenien- 
do en  cuenta  la  efímera  duración  que 
necesitan  para  llenar  su  objeto,  son 
modelos  de  buen  gusto,  de  novedad  y 
de  arte,  con  sus  elegantes  decorados, 
sus  gallardas  líneas  y  su  variedad  so- 
bria }'  graciosa,  dentro  de  la  unidad 
del  plan  de  edificación,  y  de  las  nece- 
sidades de  estos  edificios. 

El  cuerpo  central  saliente  de  que 
hablábamos,  está  sencillamente  ador- 
nado con  algunos 
muebles  que  permi- 
ten el  descanso,  y 
ligeras  instalacio- 
nes en  el  centro  que 
más  parecen  ador- 
nos de  un  gabinete 
particular. 

El  salón  revela 
ya  con  sos  instala- 
ciones variadísimas 
que  lo  ocupan  por 
completo,  el  objeto 
para  el  ctial  ha  sido 
formado. 

La  provincia  ex- 
hibe allí  sus  pro- 
ductos industriales 
agrarios  y  manu- 
factureros. 

No  hay  gran 
abundancia  en  lo 
que  se  expone  ni 
gran  novedad  tam- 
poco, pero  es  curio- 
so 6  interesante  por 
la  variedad  de  pro- 
ductos y  objetos  que 
prueban  dos  cosas 
con  su  muda  elo- 
cuencia: que  la  pro- 
vincia de  Cádiz  es 
rica  en  elementos 
proj»¡08,  pero  es  in- 
dolente y  no  los  uti- 
liza. 

Sus  tejidos  tienen 
la  misma  forma  que 

tendrían  probablemente  en  la  época  del  buen 
rey  Carlos  IV. 

Pf fiadas  mantas  de  lana  pura;  cobertores  no 
más  ligeros  que  ellas;  fuertes  lonas,  algodones 
de  ruda  aplicación;  capotes  igualmente  fuertes, 
irresistibles,  probablemente,  para  los  hombres 
de  la  moderna  generación,  han  enviado  Graza- 
]om«,  Fbriqne,  y  algún  otro  pueblo  de  la  sierra. 


Corchos^  en  pequeña  cantidad;  maderas  en 
colecciones  no  muy  ricas;  mármoles  en  la  misma 
proporción,  objetos  de  hierro,  lata  y  madera, 
muebles,  sin  novedad  alguna,  más  ó  menos  be- 
llos, pero  en  la  forma  corriente;  bordados  de 
algún  mérito,  pianos,  máquinas  de  coser,  mues- 


UN   TALLER  DE  SEÑORAS,   EN   PARIS 
M.  CHAPLIN  ELIGIENDO  LOS  MODELOS.-LA  CLASE  TRABAJANDO 


tras  de  licores,  y  pequeños  objetos  que  no  vale 
la  pena  de  describirlos. 

Entre  estas  menudencias  se  destaca  la  pre- 
ciosa instalación  de  barajas  de  la  gran  fábrica 
de  Olea,,  tan  célebre  en  su  género. 

En  ella  se  admira  desde  la  más  vulgar  y  co- 
rriente marca,  hasta  la  más  fina  y  selecta. 

Expone  además  el  activo  industrial  sus  ele- 


gantes litografías,  y  las  medallas  que  ha  obte- 
nido en  otras  exposiciones,  lo  cual  prueba  que 
se  ha  hecho  justicia  á  su  mérito. 

La  conocida  casa  de  Luis  Colomina  muestra 
entre  cristales  sus  ricos  abanicos,  con  vitelas  de 
valiosas  pinturas  firmadas  por  nombres  ilustres 
en  el  arte,  caprichosos  abanicos  de  ma- 
deras finas  con  la  vista  de  la  exposi- 
ción á  vuelo  de  pájaro  grabada  en  ma- 
dera, otros  de  carey  y  plumas,  de  éba- 
no y  figuras /í7»icn('«s  bordadas  en  su 
vitela,  de  marfil  y  encaje,  lo  más  rico, 
en  fin,  que  en  este  género  de  adorno 
femenino  se  conoce. 

Barcelona  tiene  allí  muestras  de 
cintas  y  tejidos,  Vizcaya  media  docena 
de  objetos  pequeñísimos  de  sus  famo- 
sas incrustaciones  de  oro  en  hierro,  y 
casi  todos  los  pueblos  de  la  provincia 
han  traído  cereales,  que  en  realidad 
no  tienen  mérito  extraordinario,  y  aun 
muchos  no  llegan  ni  al  ordinario  en 
tamaño  ó  belleza,  pues  garbanzos,  ha- 
bas, bellotas,  nueces,  almendras,  miel, 
aceites,  que  por  cierto  no  presentan  ni 
la  limpieza  ni  el  color  de  los  de  Cór- 
doba, los  mejores  de  Andalucía;  sal, 
trigo,  maíz  y  otras  especies  de  menor 
cuantía,  no  salen  de  lo  vulgar  y  co- 
rriente ni  llaman  de  modo  algvmo  la 
atención  en  este  lugar. 

Doloroso  es  que  de  tan  pobre  ma- 
nera dé  á  conocer  la  provincia  sus  pro- 
ducciones, pues  según  todos  afirman 
tiene  elementos  para  ofrecer  muestras 
más  ricas,  pero  la  verdad  es  que  si  los 
tiene  no  los  luce. 

Casi  á  la  entrada,  y  como  rico  ador- 
no d^  la  rotonda  central,  expone  la 
conocida  casa  vinícola  de  la  señora 
Viuda  de  Ruíz  de  Mier,  de  Jerez,  sus 
riquísimos  vinos. 

Sus  marcas  son 

^      tan  conocidas  que 

no  hay  necesidad 
de  citarlas,  y  la  fi- 
nura y  delicadeza 
de  sus  caldos  honra 
la  industria  viníco- 
la de  esta  provin- 
cia, contribuyendo 
á  su  fama. 

En  esbelta  pirá- 
mide so  agrupan 
las  botellas  que  se- 
mejan en  8X1  color 
topacios  líquidos, 
oro  derretido  y  ru- 
bíes disueltos,  que 
dan  á  conocer  los 
tesoros  que  encie- 
rran las  bodegas 
de  la  señora  Viiida 
de  Ruíz  de  Mier. 

Al  rededor  de 
este  pabellón  se 
abren  balcones  de 
antepecho,  adorna- 
dos con  severas  cor- 
tinas de  muy  buen 
efecto,  y  en  el  friso 
que  forma  su  ador- 
no exterior  se  leen 
todos  los  nombres 
de  los  pueblos  de 
la  provincia  que 
han  contribuido 
con  sus  donativos 
á  los  gustos  del  cer- 
tamen. 
Unido  á  él,  adosado  al  muro  y  á  la  altura  de 
los  primeros  huecos,  pequeño  y  pintado  con  esos 
vivos  colores  del  gusto  árabe,  se  replega,  más 
bien  que  se  levanta,  el  pabellón  marroquí,  pin- 
tado por  los  mismos  africanos  que  expenden  en 
él  sus  mercancías. 

El  efecto  que  hace  aquel  apéndice  raquítico, 
en  la  elegante  construcción  antes  descrita,  no 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


695 


es  muy  estético,  pero  resulta  original  con  sus 
vivas  pinturas,  sus  columnillas  separando  los 
cristales  de  sus  ajimeces,  que  más  que  ventanas 
son  escaparates  de  sus  mercancías,  y  los  curio- 
sos objetos  con  que  lo  exornan. 

Imposible  parece  que  en  tan  reduído  espacio 
se  encierre  tanta  preciosidad  como  la  que  se 
aglomera  en  el  pabellón  marroquí,  verdadero 
juguete  entre  aquellas  severas  construcciones. 

Telas  bordadas  de  una  manera  bellísima, 
almohadones  recamados  de  oro,  cortinas  per- 
sas, divanes,  taburetes  pintados  con  esos  vivos 
colores  que  recuerdan  las  paredes  de  la  Alham- 
bra,  ó  con  incrustaciones  de  maderas  riquísi- 
mas formando  caprichosos  dibujos. 

Armas  antiguas  y  modernas,  puñales  damas- 
quinados, monturas  árabes  de  gran  lujo,  muy 
semejantes  en  la  forma  á  las  que,  como  remi- 
niscencia de  su  dominio  en  España,  usa  el  pue- 
blo andaluz,  con  ancho  estribo  calado  y  bridas 
de  terciopelo. 

Perfumes,  joyas,  tapices,  tejidos  de  capricho- 
sos dibujos,  todo  se  amontona  allí,  se  confunde, 
brilla  á  la  luz  de  lámparas  rarísimas  que  tras- 
parentan  sus  reflejos  por  vidrios  de  colores,  y 
forman  un  tono  fantástico  y  original. 

Para  completar  el  efecto,  los  moros  con  sus 
membrudas  piernas  desnudas,  sus  tostados  ros- 
tros rodeados  por  el  blanco  turbante,  y  los  bra- 
zos descubiertos  ofrecían  á  los  curiosos  tacitas 
de  té  hecho  por  ellos,  mezcladas  con  aromáticas 
yerbas,  y  que  tienen  por  un  aperitivo  de  gran 
fuerza. 

Puedo  certificar  que  no  sabe  mal,  pues  invi- 
tada por  el  señor  ministro  de  Estado,  en  cuya 
compañía  asistí  al  pabellón,  para  aceptar  el  ob- 
sequio que  nos  ofrecía  el  señor  Cónsul  de  Espa- 
ña en  Tánger,  bebí  una  diminuta  taza  de  té  que 
encontré  muy  agradable,  si  bien  demasiado 
dulce. 

El  señor  Lazuna,  que  es  el  Cónsul  mencio- 
nado, nos  e.xplicó  con  su  natural  amabilidad  los 
ingredientes  que  entraban  en  la  confección  del 
brebaje,  pero  como  supongo  que  los  lectores  de 
La  Ilustración  prefieren  el  té  á  la  inglesa,  es 
decir,  limpio  y  amargo,  no  me  detengo  á  des- 
cribir los  detalles. 

De  los  asistentes  á  este  obsequio  fueron  po- 
cos los  que  lo  probaron,  y  entre  los  que  no  se 
atrevieron  á  arrostrar  lo  desconocido  estaba  el 
señor  Moret  y  creo  que  el  señor  Toro,  presiden- 
te de  la  Diputación,  que  prefirieron  oir  cantar 
una  extraña  balada  árabe,  de  dulce  cadencia,  al 
compás  de  unos  pobres  instrumentos  que  decían 
ser  guzla,  violin  y  viola,  amén  de  algún  otro  de 
forma  extravagante  cuyo  nombre  no  recuerdo. 

Los  méritos  repiten  el  concierto  y  el  té  que 
nos  dieron  para  obsequiarnos,  siempre  que  lo 
paguen  los  visitantes,  por  lo  cual  no  deja  de 
estar  animada  la  pequeña  tiendecilla,  pero  no 
por  eso  son  favorables  los  resultados  á  sus  in- 
tereses: venden  poco  y  tienen  frío,  pues  la  es- 
tación va  muy  avanzada  y  las  humedades  del 
Océano  están  muy  lejos  de  parecerse  á  los  ar- 
dores de  los  africanos  desiertos. 

Como  ganancia,  como  negocio,  creo  que  todos 
siguen  la  misma  suerte,  pues  no  creemos  que 
haya  compradores  para  los  géneros   expuestos. 

Como  ya  le  he  dado  noticias  del  gran  pabe- 
llón de  máquinas,  el  monstruo,  de  gigantesca 
bóveda  en  el  cual  sólo  hay  algunas  máquinas, 
modelos  de  barcos,  instalaciones  de  carbón,  las 
máquinas  para  la  luz  eléctrica,  muestras  de 
maderas  para  construcciones,  el  esqueleto  de 
una  ballena,  y  algunos  otros  objetos  y  el  pabe- 
llón modelo  destinado  á  oficinas  no  requiere 
descripción  alguna,  pues  nada  encierra  que  in- 
terese al  pi'iblico,  continuaremos  la  descripción 
de  los  que  rodean  la  plaza  de  Cádiz  con  el  de 
Bellas  Artes,  que  cierra  el  círculo  en  cuyo  cen- 
tro se  eleva  la  fuente  die  cuya  escultura  les  dije 
en  mis  primeros  artículos  que  no  ofrecía  nada 
de  extraordinario,  sino  las  dimensiones,  pudien- 
do  ser  apreciada  más  bien  por  el  tamaño  que 
por  el  mérito  artístico. 

Aunque  no  hay  en  este  pabellón  mucho  bue- 
no ni  mucho  nuevo,  no  sería  posible  pasar  por 
él  sin  detenerse  á  saludar  siquiera  á  los  auto- 


res que  lo  han  honrado  con  sus  cuadros,  y  por 
eso  me  han  de  permitir  que  deje  su  descripción, 
asi  como  la  del  gran  pabellón  central,  destina- 
do á  las  fiestas,  para  el  artículo  siguiente,  pa- 
sando después  á  la  plaza  de  la  Marina,  y  dando 
cuenta  de  sus  pabellones  radiales,  del  de  auto- 
ridades y  antigüedades,  con  lo  cual,  y  con  ano- 
tar como  resumen  el  acto  de  la  distribución  de 
los  premios  que  tendrá  lugar  en  breve,  habré 
terminado  mi  honrosa  misión  de  cronista  del 
certamen  gaditano  en  una  de  nuestras  más  po- 
pulares al   par   que   ilustradas   publicaciones. 


desempeñada  por  mí  con  gran   complacencia, 
aunque,  sin  duda,  con  poco  acierto. 


Patrocinio  de  Biedma. 

— « 


¡LAMENTABLES  EQUIVOCACIONES! 


/Qidil  me  dicimt  homines?  preguntaba  cierto 
humanista  á  un  su  amigo  que  fué  á  visitarle 
muy  de  mañana. — No  he  venido  á  eso,  — contes- 


MARGARITA  Y  MEFISTÓFELES  LLAMADOS  Á  LA  ESCENA 


taba  sencillamente  el  interpelado,  y  en  efecto 
resultó  que  había  ido  á  pedirle  cinco  duros,  co- 
mo lo  hizo  en  claro  y  correcto  castellano. 

Cuando  Julio  Simón,  Luis  Ulbach  y  otros 
distinguidos  literatos  franceses,  hasta  ayer  hués- 
pedes nuestros,  echasen  de  ver  que  para  feste- 
jarlos, á  nuestro  modo,  los  traíamos  de  acá  para 
allá,  de  banquete  en  banquete,  de  corrida  de  to- 
ros en  jíter^ffit /rtmewm,  dirían,  y  si  no  lo  dijeron 
por  exceso  de  galantería,  pensarían:  no  vinimos 
á  eso. 

No  vinieron  á  eso  ciertamente:  el  fin  princi- 
pal de  su  viaje  era,  todos  lo  sabemos  aunque 
parece  que  todos  lo  olvidasen,  celebrar  un 
Congreso  literario:  todo  lo  que  no  fuese  eso  era 
ajeno  á  los  motivos  de  su  venida. 

Santo  y  muy  bueno  que  aprovechásemos  la  es- 
tancia aquí  de  estos  estimadísimos  compañeros 
de  profesión,  de  estos  queridos  hermanos  en  las 
letras,  para  manifestarles  nuestro  cariño  y  nues- 


tra admiración;  pero  sin  mortificarles,  sin  obli- 
garles á  concurrir  con  precipitación  á  teatros  y 
fondas,  á  vestir  constantemente  de  etiqueta,  á 
viajar  cuando  necesitaban  descanso,  pues  uno 
de  los  deberes  más  rudimentarios  de  la  hospita- 
lidad, es  causar  al  huésped  las  menos  moles- 
tias posibles:  y,  á  poder  ser,  no  causarle  nin- 
guna. 

Y  justamente  este  deber  elemental  fué  el  que 
parecían  haber  puesto  en  completo  olvido  los 
que  imaginaron  el  programa  de  las  fiestas  que, 
sin  ofender  á  nadie,  me  pareció  desde  su  prin- 
cipio poco  acertado. 

Y  no  se  me  diga  que  los  literatos  franceses 
deseaban  conocer  nuestras  costumbres,  estudiar 
nuestros  espectáculos,  visitar  nuestros  monu- 
mentos, porque  yo  podría  contestar  primera- 
mente, que  no  había  tal  deseo,  ni  podía  haberlo 
y  segundamente  que  aun  en  el  supuesto  de  que 
lo  hubiera  habido  no  fueron  los  medios  discurrí- 


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LA  rLUSTEACION  IBÉRICA 


doe  los  más  adecuados  para  satisfacer  ese 
deseo. 

Los  literatos  de  la  república  vecina  han  ve- 
nido á  España,  é  insisto  en  esto  porque  es  ar- 
gumento capitalísimo,  para  celebrar  un  Congre- 
so literario;  para  discutir  puntos  de  interés 
común  á  todos  los  escritores;  para  llegar,  si 
puede  llegarse,  á  conclusiones  que,  en  su  día, 
tomen  en  cuenta  los  legisladores  de  los  distin- 
tos países  en  el  Congreso  representados,  cuan- 
do formulen  tratados  int«rnaciouales  de  propie- 
dad literaria  ó  dicten  leyes  sobre  los  derechos 
de  autores  y  traductores. 

Todos  esos  dignísimos  viajeros  y  congresistas 


tienen  entendimiento  sobrado  para  no  compren- 
der que  no  se  estudia  en  un  par  de  semanas  un 
país  como  el  nuestro.  Si  ellos  hubiesen  conce- 
bido el  pensamiento  de  conocer  á  España,  no 
habrían  dedicado  á  tan  corto  espacio  un  estudio 
que  exige  largo  tiempo  y  suma  atención. 

Por  eso  digo  que  no  son,  no  podían  ser  tales, 
por  entonces,  los  deseos  de  los  escritores  que 
nos  visitaron  y  á  los  cuales  di  de  todo  cora- 
zón la  bienvenida.  Y  eso  es  lo  más  satisfacto- 
rio que  puedo  admitirse  porque,  eu  otro  caso, 
¿de  dónde  han  sacado  los  'organizadores  de 
los  festejos  que  nuestras  costumbres  sean  ce- 
lebrar banquetes   á  ^diario,  «omer  en  Lhardy, 


UNA  CURIOSA 


y  acudir  al  teatro  de  la  Alhambra  á  presenciar 
funciones  de  catite  y  l/aile  flamencos? 

Muy  de  veras,  muy  sinceramente  deploraría 
yo  mortificar  el  amor  propio  de  alguno  de  mis 
colegas.  Dios  que  ve,  á  lo  que  por  ahí  dicen,  el 
fondo  de  los  corazones,  sabe  que  no  hay  en  el 
mío,  ni  intención  aviesa,  ni  mala  voluntad  para 
nadie:  no  sé,  no  quiero  saberlo,  á  quien  corres- 
ponde la  paternidad  del  programa,  pero  nadie 
que  lo  medite  un  poco,  el  mismo  autor  inclusi- 
ve, dejará  de  recondcer  que  no  lo  habría  dis- 
currido menos  á  propósito  si  lo  hubiese  consul- 
tado con  el  mismisimo  Enemigo. 

Paso  por  la  solemne  inauguración:  aquel  ac- 
to estaba  en  carácter  y  parecía  lógico  que  fuera 
un  tanto  ceremonioso,  si  bien  yo  no  habría  exi- 
gido el  traje  de  etiqueta;  ni  había  para  qué  exi- 
girlo. El  frac,  la  corbata  blanca,  el  gran  uni- 
forme, la  banda  y  las  cruces  más  parecen  cosas 
propias  de  recepciones  palaciegas  ó  de  aristo- 
cráticos «alones,  que  de  una  fiesta  de  escritores. 
Ahí  debía  de  creerlo  el  insigne  Julio  Simón 
cuando  se  presentó  en  el  paraninfo  de  chaquet 
y  con  hongo. 

¿Puede  admitirse,  puede  sospecharse  siquie- 
ra, que   el  famoso  escritor  francés  intentó,  al 


presentarse  con  ese  traje,  alardear  de  despreo- 
cupado, demostrar  su  desdén  hacia  la  exigencia 
del  trato  social?  No,  segurauíente. 

Sucedió  lo  que  era  natural  que  sucediese,  que 
nadie  .se  cuidó  de  avisarle  que  los  directores  de 
la  funcicn  habían  dispuesto  que  se  concurriera 
á  ella  con  el  traje  mismo  que  sirve  para  concu- 
rrir á  los  bailes  de  la  alia  (¡orna  (dicho  sea  con 
perdón)  y  presumió  que  entre  compañeros,  más 
aún,  entre  hermanos  era  muy  admisible  aquel 
trajo.  Fuera  de  esa  circunstancia  del  frac  y  del 
uniforme  que  dio  carácter  aparatoso  y  tono  tea- 
tral al  acto,  ya  he  dicho  que  la  sesión  inaugu- 
ral estuvo,  á  mi  modo  do  ver,  perfectamente 
dentro  de  las  condiciones  del  acontecimiento  li- 
terario. Fuera  de  esto  y  de  las  sesiones  del 
Congreso  que  se  celebraron  en  el  Ateneo,  en- 
tiendo que  todo  lo  demás  fué  una  continua  eqiii- 
vocación. 

Habría  podido  comprenderse  un  banquete  de 
despedida,  banquete  modesto;  función  fraternal 
ofrecida  por  escritores  españoles  á  escritores 
franceses:  nada  más. 

¡Pero  una  función  en  el  Real!  ¿Para  qué?  ¡Y 
de  galal...  Y  lo  que  es  más  triste,  con  el  teatro 
casi  desierto. 


]Una  función  de  cante  y  baile  flamenco!  ¡Fi 
done!  ¿Son  por  ventura  esas  costumbres  nues- 
tras? 

Entiéndase  bien  que  lo  que  yo  censuro,  es  el 
carácter  colectivo  y  aun  oficial  do  tales  festejos. 

Castelar  cumpliendo  deberes  de  cortesía  y 
correspondiendo  á  exigencias  de  la  amistad  par- 
ticular, ha  acompañado  á  Julio  Simón  en  su  ex- 
pedición á  Toledo,  lo  ha  servido  de  cicerone 
para  visitaj-  los  museos,  le  ha  hecho  conocer 
establecimientos  artísticos  y  bibliotecas  que  me- 
recen conocerse;  perfectamente:  eso  está  dentro 
de  lo  correcto;  que  Núñez  de  Arce  hubiese  hecho 
algo  parecido  con  Ulbach;  que  tal  ó  cual  perio- 
dista español,  aprovechando  ratos  de  vagar  que 
los  trabajos  del  Congreso  dejasen,  hubiese  en- 
señado á  cual  ó  tal  periodista  francés  algo  de 
lo  que  en  Madrid  hay  más  ó  monos  digno  de 
verse,  nada  habría  tenido  de  extraño;  ni  eso  ha- 
bía de  ser  oficial,  ni  eso  había  de  figurar  en  el 
programa,  ni  habría  constado  en  la  historia  de 
este  viaje. 

En  resumen,  las  cosas  se  dispusieron  de  tal 
suerte  que  son  pocas  las  fiestas  que  tuvieron,  ni 
aun  remotamente,  carácter  literario  y  que  aún 
á  esas  pocas  pudieron  concurrir  contadísimos 
escritores. 

Creo,  por  lo  tanto,  que  en  esta  ocasión  los 
que  organizaron  estas  fiestas  pasaron  una  serie 
de  lamentables  equivocaciones. 

¡Que  Dios  no  se  lo  tome  en  cuenta! 


A.  S.\NCHEZ  Pkrkz. 


-*- 


EL  MONUMENTO  DE  CUAUTHEMOC 

EDsr  :]vcÉ  JICO 

Conserva  el  pueblo  mejicano  grato  recuerdo 
del  lUtimo  de  sus  emperadores  aztecas,  y  á  fe 
que  pocos  soberanos  pueden  ofrecer  una  historia 
tan  ilustre  y  trágica  como  la  del  desgraciado 
monarca  que  vio  fenecer  con  él  la  gloriosa  di- 
nastía fundada  por  Tenoch  en  lo27.  Vamos  á 
grandes  rasgos  á  reseñar  su  vida,  así  como  á 
dar  cuenta  del  monumento  levantado  á  su  me- 
moria, extractando,  casi  al  pió  de  la  letra,  lo 
contenido  en  el  precioso  folleto  publicado  por 
el  escritor  mejicano  D.  Francisco  Sosa,  ya  que 
por  su  extensión  no  podamos  insertarlo  íntegro. 

Cuauthemoc,  según  el  testimonio  de  Bernal 
Díaz  del  Castillo,  que  le  conoció  muy  de  cerca, 
era  al  subir  al  trono,  joven  como  de  veinticinco 
años  de  edad,  bien  gentil  hombre  para  ser  indio, 
y  que  se  hizo  temer  de  tal  manera,  que  todos  los 
suyos  temblaban  de  él.  Celebróse  su  coronación 
en  uno  de  los  últimos  días  del  mes  de  Enero — 
entre  el  25  y  el  29— de  1.021. 
^Bajo  más  siniestros  auspicios  no  ha  empuña- 
do el  cetro  soberano  alguno:  llevaba  él  por 
nombre  Cuauthemoc,  es  decir.  Agíala  que  d&icen- 
dió,  y  ceñía  á  su  frente  la  corona  imperial  en 
aquellos  días  aciagos,  cuando  el  imperio  se  des- 
moronaba por  la  traición  de  sus  hijos  y  la  espada 
del  conquistador. «Subir  entonces  á  rey, — dice  el 
historiador  Orozoo  y  Berra, — no  era  para  gozar 
las  lisonjas  de  palacio,  sino  para  arrostrar  los 
peligros  del  campamento;  bajo  el  manto  real  se 
cobijaban  la  destrucción  y  la  muerte...  Fué  el 
|)rimero  que  so  rebeló  contia  el  embrutecido 
Moctezuma;  el  primero  que  alzó  la  voz  y  la  mano 
para  escarnecer  y  herir  al  mal  ciudadano;  iden- 
tificó su  suerte  con  la  de  la  i)atria,  resuelto  á 
pelear  hasta  el  último  trance.  La  peste  diezma- 
ba la  ciudad,  arrancándole  sus  mejores  orna- 
mentos; no  importaba,  los  vivos  sabían  seguir 
el  ejemplo  de  los  muertos.» 

En  tales  momentos.  Cortés,  repuesto  ya  de  la 
trágica  jornada  do  la  Noche  triste,  y  después  de 
haber  llevado  á  cabo  varias  conquistas  impor- 
tantes, resolvió  venir  á  poner  cerco  á  la  gran 
metrópoli  mejicana,  con  poderoso  ejército. 

Cuauthemoc,  sabedor  de  todos  los  pasos  del 
conquistador,  hacia  esfuerzos  sobrehumanos  por 
preparar  la  defensa  de  la  capital  de  su  imperio. 

Palmo  á  palmo  defendió  valerosamente  la 
ciudad,  y  cuando  vio  perdida  la  parte  meridio. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


699 


nal  de  ésta,  reconcentró  todos  sus  elementos  de 
guerra  en  Tlaltelolco,  donde  hizo  frente  por  largo 
tiempo  á  los  rigores  del  hambre,  á  la  peste  y  á 
la  superioridad  de  las  armas  de  fuego  y  de  la 
táctica  europea,  rechazando  con  indómito  brío 
cuantas  proposiciones  de  paz  le  hicieron  los 
sitiadores. 

Quiso  su  infausta  suerte  que  tanta  abnegación 
y  tanto  patriotismo  no  fuesen  coronados  por  la 
victoria,  y  el  13  de  Agosto  de  1521,  después  de 
más  de  sesenta  días  de  asedio,  lograron  los  es- 
pañoles ver  destruido  el  último  baluarte  que  les 
oponían  los  defensores  de  la  independencia  me- 
jicana. 

Cierto  es  que  la  figura  de  Cuauthemoc  apare- 
cería cubierta  de  más  esplendente  gloria,  si 
cabe,  sin  la  fuga  que  emprendió  dicho  día  y  que 
dándose  la  mueHe  al  disparar  su  última  flecha, 
habría  puesto  digno  remate  á  una  vida  heroica, 
ejemplo  del  más  acendrado  patriotismo,  empero 
vuelve  á  agigantarse  ante  nuestros  ojos,  cuando 
ya  en  su  derrota,  revela  ser  el  tipo  de  la  caba- 
llerosidad azteca,  en  el  instante  en  que  detiene 
el  brazo  de  sus  remeros  al  ver  preparadas  las 
ballestas  y  los  arcabuces  de  los  que  le  perse- 
guían, diciendo:  «No  me  tiren,  que  yo  soy  el 
rey  de  Méjico  y  desta  tierra,  y  lo  que  ruego  es 
que  no  me  llegues  á  mi  mujer  ni  á  mis  hijos,  ni 
á  ninguna  mujer,  ni  á  ninguna  cosa  de  las  que 
aquí  traigo,  sino  que  me  tomes  á  mí  y  me  lleves 
á  Malinche.» 

Cuauthemoc  al  constituirse  prisionero  por 
evitar  la  muerte  de  las  mujeres  que  llevaba  en 
su  fuga,  no  era  indigno  del  respeto  de  los  sol- 
dados de  la  nación  que  se  ha  preciado  siempre 
de  hidalga,  y  cuyos  hijos  han  combatido  por  su 
Dios,  por  su  rey  y  por  su  dama. 

Sabido  es  el  horrible  episodio  ocurrido  durante 
el  cautiverio  del  infortunado  emperador  azteca. 
¿Por  qué  ha  de  registrar  la  historia  aquel  tris- 
tísimo suceso? 

Cuauthemoc  permaneció  en  la  prisión  desde 
el  infausto  13  de  Agosto  de  1521,  hasta  que 
Cortés  emprendió  su  expedición  á  las  Hibueras 
llevándole  consigo,  porque  no  quería  dejar  tras 
de  sí  personaje  de  tal  importancia.  En  el  cami- 
no, pretextándose  que  conspiraba  el  prisionero 
por  reconquistar  su  poder,  fué  ahorcado  en  el 
pueblo  de  Teotitlac,  á  28  de  Febrero  de  1524. 

¡Así  pereció,  como  vil  criminal,  el  héroe  de 

cien  combates,  el  que  llegó  á  la  sublimidad  en 

la  defensa  de  su  patrial    ¡Honremos  todos  su 

memoria! 

* 
*  * 

Veamos  ahora  si  corresponde  á.  la  grandeza 
del  héroe  la  grandeza  del  monumento  de  que 
hablamos. 

Sobre  un  gran  basamento  cuadrado  que  con- 
tiene en  dos  de  sus  caras  dos  de  las  escenas  más 
culminaiites  de  la  vida  de  Cuauthemoc,  la  de  su 
entrevista  con  Cortés,  ya  prisionero,  y  la  del 
tormento,  y  en  las  restantes  las  inscripciones 
alusivas,  se  levanta  un  templo  en  el  que  están 
depositadas,  en  trofeos,  las  armas  de  los  caudi- 
llos que  pelearon  y  sucumbieron  en  la  gloriosa 
defensa  de  su  patria.  El  plinto  ó  zócalo  de  este 
templo,  con  sus  inscripciones  jeroglíficas,  sim- 
boliza la  unión  de  los  reinos  aliados  y  depen- 
dientes del  imperio,  que  lucharon  contra  los 
conquistadores,  y  el  remate  es  un  pedestal  que 
soporta  la  estatua  de  Cuauthemoc.  Este  es  el 
coniunto. 

El  gran  basamento  de  planta  cuadrada,  sobre 
el  cual  se  eleva  el  monumento,  presenta,  con 
ligeras  variantes,  la  forma  y  la  disposición  de 
los  palacios  de  Mitla:  cuatro  contrafuertes  en 
los  ángulos,  compuestos,  cada  uno,  de  tres  gran- 
des piedras  salientes,  dejan  un  espacio  entrante 
en  cada  una  de  las  caras,  que  se  han  llenado 
con  bajo-relieves  y  lápidas  de  bronce.  La  del 
espacio  del  frente  contiene  la  inscripción  si- 
guiente: 

A    LA   MKMOKIA    DK   CUAUTHKMOC   Y   DE    I.DS   (lUERRKROS 

liUK   COMBATIERON   HEROICAMENTE   KN  DEFENSA   BE   SU   PATRIA 

MDXXI 

La  lápida  del  espacio  posterior,  al  Poniente, 


recuerda  las  fechas  relativas  á  la  erección  del 
monumento.  Dice  así: 

ORDENARON   LA   ERECCIÓN   DE   ESTE   MONUMENTO 

rORI'IRIO     DÍAZ     PRESIDENTE     DK     LA     REPÚBLICA 

Y 

VICENTE  RiVA  PALACIO  SECRETARIO  DE  EO.MENTO 

MDCCCLXXVII 


ERIGIÓSE   POR   MANDATO 

DE    MANUEL   GONZÁLEZ   PRESIDENTE    DE   LA   REPÚBLICA 

Y  SU   SECRETARIO  DE  FOMENTO  CARLOS  PACHECO 

MDCCCLXXXIII 

En  el  espacio  que  mira  al  Norte,  hay  un  bajo- 
relieve  que  tiene  por  asunto  la  prisión  de  Cuaut- 
hemoc. Este  aparece  revestido  con  todas  sus 
insignias  reales,  tomando  el  mango  del  puñal 


que  lleva  al  cinto  Cortés,  y  en  el  momento  de 
pronunciar  las  palabras:  Toma  este  puñal  y  má- 
tame con  él.  Mide  cuatro  metros  ocho  centímetros 
de  largo,  por  uno  cuarenta  y  seis  de  alto.  Las 
figuras  de  que  se  compone  tienen  un  metro 
treinta  y  tres  centímetros  de  altura. 

El  bajo-relieve  que  mira  al  Sur,  representa  á 
Cuauthemoc  en  el  tormento  y  en  el  instante 
en  que  lanza  al  señor  de  Tlacopan  aquella  dura 
y  elocuente  pregunta  de  ¿Estoy  en  aUjim  (Ideitc 
ó  hañof  Sus  medidas  son  en  todo  iguales  á  las 
del  anterior. 

La  parte  superior  de  este  basamento,  es  como 
la  de  los  palacios  de  Mitla;  en  sus  ángulos 
lleva  grandes  piedras  y  cada  costado  está  divi- 
dido en  tres  tableros  decorados  con  una  orna- 
mentación delicada  y  especial. 

El  cuerpo  medio,  que  se  levanta  inmediata- 


SINGULAR  ENCUENTRO 


mente  sobre  este  gran  basamento,  se  compone 
de  un  zócalo  de  forma  ligeramente  piramidal, 
con  un  tablero  en  cada  cara,  llevando  en  cada 
uno  de  ellos  inscrito  uno  de  los  nombres  de  los 
reyes  aliados  que  tan  esforzadamente  pelearon 
al  lado  de  Cuauthemoc;  Cuitlahuac,  Coanacoch, 
Cacama,  Tetepanquetzal.  Este  zócalo  es  muy 
sencillo,  y  enteramente  desprovisto  de  decora- 
ción, y  sirve  para  presentar  un  intermedio 
tranquilo  que  sostiene  la  parte  superior,  en  que 
la  ornamentación  es  bastante  profusa. 

Cuatro  grupos,  de  tres  columnas  cada  vino, 
se  levantan  sobre  este  zócalo  en  sus  ángulos, 
separados  entre  sí  por  entrepaños  cortados  por 
nichos  ó  entradas,  en  que  se  han  colocado  tro- 
feos de  bronce,  formados  con  las  armas,  pendo- 
nes é  insignias  que  usaban  y  distinguían  á  cada 
uno  de  los  soberanos  de  los  reinos  cuyos  nom- 
bres están  inscritos  en  el  zócalo. 

(Se  concluirá^ 


EL  PREMIO  DE  LA  CODICIA 


El  águila  triunfal,  reina  del  viento, 
cruza  el  espacio  con  el  loco  anhelo 
de  llegar  al  empíreo  firmamento 
y  vivir  en  los  ámbitos  del  cielo; 
buscando  su  ambición  otro  aposento, 
sube  fugaz  con  incansable  vuelo, 
y,  próxima  á  colmar  tanto  heroísmo, 
pierde  la  vida,  cayendo  en  el  abismo. 

El  hombre  sigue  tras  la  dicha  avaro, 
cual  águila,  también  con  ligereza 
buscando  la  opulencia,  que  es  su  faro, 
donde  sueña  vivir  con  la  grandeza,' 
donde  el  oro  será  el  mejor  amparo 
y  libre  se  verá  de  la  pobreza, 
y  no  feliz  en  la  encumbrada  altura 
consume  su  ambición  la  sepultura. 

José  Iñigo  Romeko. 


¡ACCIDENTEI  (Ercnltum  por  D.  Mariano  BenUlnre.-DlbnJo  do  P.  y  Valor) 


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702 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


NUESTROS  GRABADOS 


JCUO  SIliOK 

DOtt^jo  de  P.  y  Valor 

Sin  ánimas  da  qoczer  «maltecer  á  nadie  á  costa  de  otro, 
creo  qne  rabe  aaegniar  que  la  prime»  figura  de  Fnvnda  es 
hoy  en  día  el  ilustre  repúbliro  qne  rió  suceder  á  su  go- 
liiemo  el  del  Spí*f  Mai.  No  importa  que  no  desempeñe  papel 
alguno  en  la  política  activa:  natiic  pueblo  medir  su  importan- 
cia ctm  la  suya,  ni  disputarle  su  influencia  en  el  mundo  lite- 
rario y  filooóSeo. 

Julio  Simón  es  uno  de  los  hombres  más  ilustres  qne  ha 
producido  Francia  en  el  corriente  siglo  y  es  una  verdadera 
lástima  que  se  haya  presciudido  do  un  liberal  tan  conse- 
cuente como  t\  y  de  nn  carácter  tan  elevado  como  el  suyo 
para  la  gestión  de  la  cusa  publica  en  los  diez  últimos  aüos. 
Filósofo,  economista,  literato,  gobernante,  orador,  ¡irimux 
Ínter  pare*,  es  una  venlrttiera  gloria  francesa,  digna  de  ser 
envidiada  por  Kiiropu. 


VATAL  NOTICIA 

El  coso  era  para  eso  y  aun  para  más.  I^  nturdlda  doncella 
acaba  do  decirle  á  su  señorita  que  so  nciiba  do  recibir  la 
noticia  dol  fallecimiento  do  su  novio...  il^omcuila  desgracial 
I>o  menos  quo  puedo  hacer  la  interesada  es,  uaturalmoiite, 
desmayarse  do  veras. 

MÍJICO:   MONüMRNTO   VOTIVO    .i.   OIHUTHKMO»  (  UUATIMOCIN  ) 
EH  KI.  PASKO    DG  LA  RKFORMA 

Proyecto  <U  Fnincisro  M.  JimiUitz,  hiíifníero  viejicaiw 
Dibujo  (if  A.iuría ,  t^et/ñn  futnt/rtt/iu 

(Véase  el  articulo  dedicado  á  esto  asunto.) 

HOUENAJS  TEIBÜTADO    A   CIIBTANTÍS 

POR   LA  ■ 

A830CIATI0II   LITTKBAIRg   ET    ARTISTIQUÍ   INTERNATIONALE 
LA    TARDK   PEL   IS   DEL  CORRIENTE 

Dibujo  tte  P.  y  Valor 
Celebróse  este  acto  tan  halagüeño  para  el  pueblo  español 
en  medio  del  mayor  entusiasmo,  aunque  no  tal  vez  sin  al- 
gún barullo  que  huliiera  podido  evitarse  facilmenle  á  ser 
más  previsoras  las  autori<lades  de  la  villa. 


.  Formada  la  comitiva  en  el  Ateneo,  dice  un  periódico, 
marchaban  on  primor  término  dos  earriiajcs  descubiertds, 
qne  eonduoían  las  cortmas. 

El  cortejo  subió  por  la  callo  del  Prado,  descubriéndose 
los  manifestantes  ante  la  estatua  du  Calderón  de  la  Barca. 

En  la  pla/.a  dol  Ángel  incoriuiráronso  los  estndianlos, 
marchando  al  freiito  do  cada  facultad  los  respectivos  estan- 
dartes que  lucieron  cuando  el  centenario  del  inmortal  autor 
de  1^(1  vitta  es  .tiu^íto. 

1m  manifesliición,  al  llegar  li  la  plaza  de  las  Corles  so 
componía  seguramente  do  unas  dos  mil  personas. 

Con  dificultad  los  que  la  presidian  pudieron  llegar  al  i>ié 
de  la  estatua,  pues  los  agentes  de  orden  público  escaseaban 
tanto,  que  no  pudieron  evitar  quo  muchos  penetrasen  on  el 
jardinillo. 

Sin  embargo,  el  tumulto  creció  cuaudo  el  señor  Vázquez 
y  algún  otro  que,  coutituldo  eu  autoridad,  debieran  haber 
procurado  mautenor  el  orden,  hicieron  señas  para  quo  so 
franciuoasen  las  iiuortas:  la  avalancha  fué  terrible;  atrojie- 
Uósc  á  las  señoras  e.-ilraiijoi'us  destruyéronse  las  plantas  y 


TEATRO  DE  DRURY  LAÑE,  DE  LONDRES 

Los  cuatro  lailrones,  pantomima  sacada  de  un  cuento  de  las  Mil  y  una  jioc/ies.— Ali-Baba  y  su  hermano  Cassim 


los  qne  tenían  la  misión  de  dirigir  la  palabra  viéronse  ro- 
deados de  gente  levantisca  y  sin  educación. 

A  duras  penas  pudieron  colocarse  al  rededor  del  monu- 
mento los  estandartes  de  las  facultades  y  descubrir  el  señor 
Nnñez  de  Arce  una  lápida  do  marmol  negro  que  colocada  en 
el  pedestal,  dice  eu  letras  doradas  lo  siguiente: 

A  CervanUfi,  la  Aaociación  LUeraría  y  Arlistica  iTUemacional, 

Mr.  I'lbach,  en  nombre  de  ésta,  depositó-  una  magnlflca 
corona  «le  hoja-n  de  laurel  y  encina,  con  cintas  de  los  colores 
nacionales  de  h'rancia,  y  pronunció  elocuentes  frases  en  honor 
de  Cervantes,  ilustre  antepasado  de  la  gran  familia  literaria. 

Mr.  liati-ilionue,  con  vigorosa  entunacióu,  dló  lectura  de 
una  iiispira/la  poesía  á  Cervantes,  quo  fué  acogida  con  entu- 
siastas aplausos. 

cú|Mdc  al  Sr.  Núñez  de  Arce  la  honra  de  representar  al 
gobierno  italiano  y  á  la  Asn<;iaclóu  de  la  prensa,  cuya  coro- 
na osteutalta  unidos  loa  colores  de  las  banderas  de  Italia  y 
Kspaña. 

A  continuación  Mr.  Kingthon,  presidente  de  la  Sociedad 
de  Artistas  de  Límdres,  presentó  una  corona,  eu  cuyas  cintas, 
azules  y  rojos,  se  lela:  A  tribuir  Jrom  KinjUmd,  to  Cervantc. 

l>ijo  algunas  fra<<es  en  inglés,  ensacando  la  importancia 
de  nqit'-lla  «■<;remonía, 

•Mr  I  liiirl.;s  Ii:ifz,  fundador  de  la  Socieda<l  de  Escritores  y 
.\rii«!iir  di:  .Mj<_'Mii<iB,  recitó  en  alemán  los  versos  que  ala 
in<:m..rla  d.;  <  .rv.iiitc»  escribió  en  el  álbum  que  se  entregará 
á  |ji  .\-i^:ii(ión  <lc  li>critore)i  y  Artistas. 

Kii  ili.rt  se  felicita  del  honor  do  haber  venido  á  España 
I>aru  saludar  á  Cervantes,  á  .Murillo  y  á  Calileróu,  parcciéu- 
«lole  que  Allwrto  Durcro,  su  gran  artista,  lo  invita  á  quo  no 
dejo  on  España  »u  corazón,  como  acontece  á  todos  1<«  que 
la  han  vlaIla<lo. 


Mr.  Cattreux  depositó  una  corona  en  nombre  do  Bélgica, 
y  Mr.  Cellar  otra  fiel  periódico  luingaro  Haiin-Prath  llirhtp. 
arabos  pronnnciurou  discretas  frases,  <iue  fueron,  como  los 
anteriores  discursos,  muy  aplaudidas. 

l'or  último,  Mr.  W.  Wiutgens,  exministro  de  Justicia  de 
Holanda,  al  ofrecer  la  corona  de  su  pais,  dijo  que  lo  hacia 
en  nombre  de  la  nación  holandesa,  do  un  puoldo  amigo  de 
España,  que  en  sus  colonias  orientales  y  occidentales  tiene 
intereses  idénticos,' un  poco  desconocidos  hoy  por  las  gran- 
des potencias,  y  que  gustoso  contribuía  al  homenaje  rendi- 
do al  genio  literario  de  España. 

Como  era  imposible  contener  i  la  muchedumbre  que  á 
cada  míimento,  y  sin  que  nadie  se  lo  impidiese,  estrechaba 
el  pequeño  circulo  formado  al  pié  do  la  estatua,  el  Sr.  Núñez 
do  Arce  se  vio  precisado  á  dar  por  termiiuiilo  el  acto,  propo- 
niendo un  viva  á  las  imciones  alli  reiireseniadas. 

Kepitiéronse  1í!S  vítores,  y  á  las  cuatro  y  media  ya  la  pla- 
za de  las  Cortes  habla  recobrado  su  aspecto  ordinario. 

Parece  quo  entre  loa  vivas  quo  se  dieron,  los  hubo  tam 
biéu  algún  tanto  inesperados,  por  ejemplo: /I7»rt  .Snnc//«.' 
¡Vira  Tiirfíui'i! 

Efectos  do  la  Omn  Vía. 

i:n  taller  de  sb.ñokas,  en  i-arIm 
-V.  Chaptin  rJigirndo  ios  7noddu9.—La  clase  trabajando 

Calle  de  Lísbojmr,  número  2.'),  en  el  Parque  Monceau  hay 
una  gran  casa  que  bien  ]>uede  calificarse  do  Tcmpln  del  Arte; 
en  ella  habita  y  tiene  su  taller  M.  Chaplln,  cuyas  lecciones 
acuden  a  lomar  muchas  y  selectas  señoritas  de  l'arls  y  de 
otras  partes  l'or  allí  han  pasado  las  celebradas  pintoras  .Ma- 
deleinc  I,eniaire,  Loul.so  Abbema,  Ileiiriette  lirowno,  la 
señorita  de  Itañuelos  y  no  pocas  dmiuesas  y  marquesas  quo 
exponen  sus  cuaflros  bajo  un  j>8eudónimo.  ■ 

El  maestro  observa,  critica,  dirige  y  se  muestra  feroz- 


mente seco.  Un  Pas  mal  ó  un  Bien  observé  caldos  de  sus  labios 
equivalen  á  un  elogio  su])erIativo. 

Es  (pie  allí  se  trabaja  de  veras  y  se  aprende  mucho. 

margarita  y  mefistiifklks  llamados  a  la  escena 

No  se  trata  do  la  ópera,  sino  de  un  drama.  Ese  Meflstófo- 
les  es  el  célebre  actor  inglés  Mr.  Ifenry  Irwing  y  ella  es  Miss 
Edeu  Terry,  consumada  actriz.  Ambos  trabajan  en  el  /-,*/- 
ceiiiih  de  Londres,  preciosísimo  teatro  donde  las  obras  de 
Shakespeare  son  representadas  al  polo,  de  mm  manera  per- 
fecta, lo  mismo  en  cinmto  á  hi  iiilcrpretución  de  los  i)crso- 
najes  <pie  respecto  al  decorado. 

El  i>úblico  inglés  os  tan  especial  que  agiuiiila  y  luisla 
aidaude  mi  drama  sacado  del  poema  de  (iocthe. 

No  hay  para  qué  decir  <iiie  la  escena  reproducida  en  nues- 
tro grabado,  es  la  de  la  cárcel. 

LA    CONMEMORACIÓN    DK    LOS    DIFUNTOS 

Dibujo  (le  (lause 

Es  un  bello  dibujo,  al iiiadumente  concebido.  Parece,  en 
efecto,  tjne  cansa  mucha  más  impresión  ver  á  una  persona 
sola  recordar  la  pérdiila  do  un  ser  amado,  que  no  eueonlrar- 
se  con  veinte  ó  treinta  mil  ciudadanos  que  van  allí  á  derra- 
mar una  lágrima  y  á  admirar,  de  paso,  el  lujo  do  los  pan- 
teones y  el  buen  gusto  do  las  coronas  de  última  moda.  El 
dolor  es  discreto. 

UNA   CURIOSA 

Bien  se  conoce  iiue  esa  señora  desciicUa  sobro  todo  por 
su  prurito  de  enterarse  do  lo  que  no  le  importa.  Probable- 
mente será  cuestión  <le  alguna  amorosa  jiareja  (pie  va  do  ]>a- 
seo  por  aquellas  playas.  Dios  nos  libre  á  todos  de  semejantes 
observadores. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


703 


SINGULAB  EHCÜENTKO 

La  cosa  ocurrió  entre  Ñapóles  y  Capri.  El  vaporcito  reco- 
rría aquellas  preciosas  costas  llevando  á  bordo  buen  niimero 
de  touristes  deseosos  de  admirar  aquel  sin  par  paisaje  y  allí 
se  encontraron  ella  y  él,  que  Dios  sabe  los  años  se  hablan 
perdido  de  vista.  Nada  como  los  viajes  para  proporcionarle 
á  uno  las  más  inesperadas  sorpresas. 

lACCIDENTEl 

Escii/tvra  par  J>.  Marínno  liaiUñire 
Pertenece  hoy  esta  preciosa  cscultüira  en  bronce,  que  figu- 
ró en  la  Exposición  celebrada  en  Madrid  el  año  1S84,  al  señor 
duque  de  Fernán  Núñez.  Representa,  como  se  ve,  un  mona- 
guillo que  se  ha  abrasado  los  dedos  en  el  incensario  y  le  arro- 
ja,llevándose  la  mano  ó.  la  hoca,  figura  ingeniosa  y  agrada- 
ble que  constituye  una  de  las  más  celel>radas  creaciones  del 
insigne  artista  valenciano. 

LA  ENAMORADA.  — LA   MISERICORDIOSA 

Ambas  figuras  son  lindísimas  y  simi)átioas,  rejircsentando 
los  dos  sentimientos  más  propios  de  la  mujer:  la  piedad,  y  el 
amor.  No  pueden  estar  mejor  encamados,  ciertamente,  tan 
dulces  atributos  que  en  esas  dos  jóvenes,  modelo  de  suave 
belleza. 

«LOS  CUATRO  LADRONES»  KN  EL  TEATRO  DRIRY  LAINE 

DE  LONDRES 

ALI    I1AHA    V    SU   HERMANO    OASSIM 

No  se  dirá  que  tratándose  de  una  simple  pantomima  no 
sean  espléndidos  los  ingleses.  Con  buen  acuerdo  creyeron  los 
autores  que  podia  sacarse  un  excelente  iiartido  de  las  Mil  y 
una  ncchtff  (sin  mistificaciones)  y  do  ahí  que  se  les  ocurriese 
echar  mano  del  cuento  de  Los  cuatro  ladnmes,  presentándolo 
en  escena  con  todo  el  aparato  que  requiere  su  interesante 
argumouto. 

I:N   CASAMIENTO    EN   LA    HIGH-LIFE 

No  hay  para  qué  explicar  esa  boda,  bastando  ver  el  gra- 
bado para  comprender  que  se  trata  de  gentes  de  7íí/pa.  La 
novia,  como  todas,  aparece  radiante  de  belleza  y  satisfac- 
ción y  el  novio,  como  todos,  un  tanto  corrido  y  un  algo  preo- 
cupado. 

Por  muchos  años  puedan  disfrutar  de  una  esplendorosa 
luna  de  miel. 

. -JL . 

UN  IDILIO  NIHILISTA 


(conclusión) 

Sintióse  agarrado  por  un  sinnúmero  de  bra- 
zos que  le  arrojaron  bruscamente  al  suelo,  para 
atarle  de  manos,  y  hacerle  salir  á  empellones 
de  la  estancia. 

Al  salir  vio  una  cosa  que  le  hizo  experimen- 
tar una  fuerte  conmoción. 

El  capitán  tenia  entre  sus  manos,  la  maqui- 
nilla  que  él  había  dejado  sobre  el  lecho,  y  mur- 
raba: 

— No  andaba  yo  desorientado  en  mis  sospe- 
chas. ¡Una  máquina  infernal!  Me  lo  imaginé 
desde  el  primer  instante.  Este  es  el  mecánico 
que  la  construye,  falta  ahora  el  químico  que  la 
llena.  Conduzcamos  á  este  joven  al  cuartel  y 
después  iremos  en  busca  del  viejo  nihilista. 


A  las  once  de  la  noche,  el  profesor  Martens 
estaba  en  su  biblioteca  leyendo  el  periódico 
clandestino  de  la  asociación,  cuando  sonó  un 
golpe  de  aldabón  en  la  puerta  de  la  calle. 

— A  estas  horas, — murmuró  el  viejo, — no 
puede  ser  más  que  algún  compañero  que  me  ne- 
cesita. Mi  sirviente  Iwana  se  encargará  de 
abrirle. 

Y  abandonó  la  lectura  para  aguardar  al  re- 
cién llegado.  Pasaron  algunos  instantes  sin  que 
nada  viniese  á  turbar  el  silencio  de  la  noche, 
hasta  que  de  pronto  la  escalera  de  madera  que 
conducía  á  la  biblioteca  desde  el  piso  bajo,  co- 
menzó á  conmoverse  con  un  buen  número  de 
fuertes  pisada.s. 

Aquello  alarmó  á  Martens,  pues  al  momento 
pudo  conocer  que  eran  muchos  los  que  subían. 

Levantándose  del  sillón,  fué  á  abrir  la  puer- 
ta de  la  biblioteca,  y  apenas  esto  hizo  cuando 
vio  ante  si  los  fieros  rostros  y  los  chacos  de  los 
agentes  de  policía. 

• — ¿Qué  queréis  señores? — dijo  el  profesor 
bastante  sorprendido. 

— En  nombre  del  Czar  daos  preso, — contestó 
adelantándose  el  capitán. 

— ¿Y  qué  motivo  hay  para  ello? 

■ — E.stáis  acusado  de  maquinar  contra  la  vida 
df  I  aiiiailo  Padre.  Tenemos  prueba  de  ello. 


Al  oir  esto  el  viejo  Martens  transformóse  por 
completo.  Sus  terribles  ojuelos  centellearon,  su 
roja  melena  se  erizó,  y  en  la  actitud  de  la  fiera 
que  se  dispone  á  la  defensa,  fué  retrocediendo 
hasta  llegar  á  su  mesa  de  estudio. 

— Dejaos  de  resistencias, — dijo  el  capitán. — 
Venimos  dispuestos  á  reduciros  á  prisión  como 
á  Alejandro  Ischerkassy,  y  además  á  registrar 
vuestra  casa  para  ver  si  damos  con  cierta  sus- 
tancia explosiva,  con  la  que  sin  duda  pretende- 
ríais cargar  la  máquina  de  vuestro  amigo  el 
mecánico. 

Y  al  decir  esto,  los  agentes  de  policía  prece- 
didos por  su  jefe,  penetraron  hasta  la  mitad  de 
la  estancia,  revólver  en  mano  y  apuntando  á 
Martens. 

Este  al  oir  las  últimas  palabras  del  capitán 
y  ver  que  con  los  suyos  avanzaba  en  actitud 
hostil,  trasformóse  basta  adquirir  un  aspecto 
horrible. 

- — ¡Cómo  miserables! — gritó  con  voz  ronca. — 
¿Queréis  apoderaros  de  mi  invento?  Esto  es  im- 
posible. Me  cuesta  muchas  inquietudes  y  desve- 
los, y  no  sois  vosotros  los  destinados  á  apode- 
rarse de  él.  Además  es  mi  alegría,  es  mi  medio 
de  alcanzar  la  gloria.  ¡Ay  de  aquel  de  vosotros 
que  pretenda  apoderarse  de  mi  invento! 

Y  el  viejo  al  hablar  así  gesticulaba  como  un 
energúmeno,  y  agitaba  furiosamente  los  brazos 
que  á  la  luz  de  una  mezquina  lámpara  que  alum- 
braba la  estancia,  semejaban  garras  de  un  enor- 
me pulpo  dispuestas  á  enroscarse. 

Los  agentes  de  policía  sin  hacer  caso  de  sus 
palabras,  y  fiados  en  la  superioridad  numérica, 
avanzaron  dispuestos  á  apoderarse  del  viejo  á 
viva  fuerza. 

Entonces  éste  gritó  con  voz  potente: 
— ¡Cobardes!  Me  atacáis  viéndome  solo  y  des- 
armado, pero  vais  á  ver  como  se  defiende  un 
hombre4e  ciencia.  ¿Queréis  conocer  mi  invento? 
pues  voy  á  cumplir  vuestro  deseo.  Disponeos  á 
volar  por  el  espacio  en  compañía  de  medio  San  ■ 
Petersburgo. 

Y  el  viejo  al  decir  esto  tocó  el  resorte  ocul- 
to en  la  pared,  y  abalanzóse  al  armario  secreto 
que  se  abiió  rápidamente. 

El  capitán  al  ver  los  numerosos  frascos  y  re- 
domas que  aquel  contenia,  comprendió  la  inten- 
ción del  profesor,  vio  que  éste  iba  á  coger  uno 
de  los  botes,  temió  por  su  vida  y  la  de  muchos 
y  oprimiendo  el  gatillo  de  su  revólver  hizo  fue- 
go sobre  Martens. 

Las  paredes  se  conmovieron  con  el  ruido  de 
la  denotación,  y  el  profesor  dando  un  rugido 
cayó  muerto  con  la  cabeza  destrozada  sobre  la 
piel  de  oso  que  cubría  el  pavimento  junto  á  la 
mesa. 

Apenas  esto  sucedió,  oyóse  un  grito  dado  al 
otro  extremo  de  la  casa,  y  á  los  pocos  instantes 
una  mujer  medio  desnuda  penetró  corriendo  en 
la  estancia.  i 

Era  la  hija  de  Martens.  Al  ver  el  cadáver  y 
la  sangre  de  su  padre,  su  rostro  perdió  su  grave 
dulzura  para  animarse  con  la  feroz  expresión 
propia  del  que  le  dio  el  ser;  y  con  acento  des- 
garrador exclamó: 

— ¡Asesinos!  ¡Miserables! 

Después  como  si  se  ahogara  por  momentos, 
su  pecho  se  agitó  rápidamente,  y  por  fin  esta- 
llando en  sollozos  cayó  de  rodillas  junto  al  ca- 
dáver de  su  padre,  al  que  se  abrazó  fuertemente. 

Entonces  el  capitán  acercóse  á  ella,  y  ponién- 
dole sobre  uno  de  los  hombros  su  tosca  mano, 
dijo  con  acento  frío. 

—  Catya  Martens,  pertenecéis  á  la  asociación 
nihili.sta  y  sois  cómplice  del  atentado  que  aquí 
en  vuestia  casa  se  preparaba  contra  el  Czar. 
Sois  por  lo  tanto  enemiga  del  orden.  Vestios  y 
seguidme. 

VI 

— ¡Cuan  tristes  son  las  llanuras  de  Siberia! 

La  mano  de  Dios  parece  que  ha  trazado  sobre 
ellas  el  signo  de  la  esterilidad  para  proporcio- 
nar á  Rusia  un  infierno  en  el  que  pueda  hacer 
sufrir  eternamente  á  los  desterrados  moscovitas 
y  polacos. 


El  cielo  de  continuo  deja  caer  sobre  gran 
parte  de  ellas  una  nube  de  nieve. 

No  parece  sino  que  los  espíritus  de  los  infe- 
lices cuyos  esqueletos  yacen  sobre  las  frías  es- 
tepas siberianas,  derraman  sin  cesar  lágrimas 
escondidos  tras  las  brumas  del  espacio  sobre  el 
teatro  de  su  martirio. 

En  Siberia  todo  es  simbólico  hasta  la  noche. 
Su  eternidad  tiene  cierta  semejanza  con  las 
ilusiones  del  desterrado,  y  sus  auroras  boreales 
rojas  y  encendidas,  recuerdan  la  sangre  que 
arrancan  de  las  espaldas  de  los  condenados  los 
golpes  del  cosaco. 

En  una  dilatada  llanura  del  departamento 
de  Irkutsk  el  más  estéril  y  miserable  de  Sibe- 
ria, álzase  un  grupo  de  cabanas  mezquinas  y 
ruinosas,  que  habitan  un  corto  número  de  de- 
portados de  ambos  sexos. 

Es  una  verdadera  madriguera  de  seres  olvi- 
dados del  mundo  y  embrutecidos  por  el  aisla- 
miento, que  en  algunos  instantes  recordando  su 
vida  pasada  lloran  lágrimas  de  desesperación  6 
profieren  palabras  de  rabia  y  venganza. 

Una  tarde  en  que  por  rara  casualidad,  el  cielo 
estaba  despejado,  la  tierra  seca,  y  lucía  en  el 
espacio  un  sol  débil  y  amarillento;  una  mujer 
sentada  á  la  puerta  de  una  de  las  chozas  dejaba 
vagar  sus  miradas  por  la  amplia  llanura  cuyos 
limites  se  confundían  allá  á  lo  lejos  con  el  ho- 
rizonte. 

Era  joven,  y  sin  embargo  su  rostro  estaba 
envejecido  prematuramente  por  el  dolor  y  la 
fatiga. 

Sus  ojos  de  un  azul  oscuro  y  hermoso  brilla- 
ban con  la  luz  de  una  fiebre  interior;  sus  miem- 
bros estaban  sumamente  enflaquecidos,  y  á  pesar 
del  viejo  traje  de  pieles  con  que  se  cubría,  su 
cuerpo  tirritaba  continuamente. 

La  mujer  permanecía  inmóvil,  y  al  ver  su 
mirada  distraída  podia  asegurarse  que  su  espí- 
ritu no  estaba  en  Siberia  sino  que  en  alas  del 
recuerdo  volaba  hacia  la  querida  patria. 

De  pronto  la  joven  dejó  de  pasear  sus  ojos 
vagamente  por  el  espacio,  y  los  fijó  en  un  punto 
negro  que  apareció  en  el  horizonte  y  fué  poco 
á  poco  creciendo  hasta  convertirse  en  una 
mancha  que  se  destacó  sobre  el  cielo  envuelta 
en  nubes  de  polvo. 

Aquello  debía  ser  una  caravana  que  marcha- 
ba á  paso  bastante  acelerado. 

Al  mismo  tiempo  que  la  mujer,  apercibiéron- 
se de  la  novedad  los  demás  habitantes  de  las 
cabanas,  y  en  las  puertas  de  éstas  aparecieron 
algunos  seres  desharapados  y  con  el  sello 
indeleble  de  la  miseria  marcado  en  tíido  su 
cuerpo. 

Cuando  transcurrió  un  buen  espacio  de  tiem- 
po, la  caravana  acercóse  hasta  el  punto  de  que 
pudiera  verse  el  aspecto  de  los  que  la  compo- 
nían. 

Era  una  conducción  de  presos  que  atados 
unos  con  otros  marchaban  bajo  la  vigilancia  de 
un  escuadroncillo  de  cosacos  que  hacían  cara- 
colear en  derredor  de  ellos  sus  feos  y  velludos 
caballos. 

La  vista  de  la  caravana  produjo  un  penoso 
efecto  en  los  habitantes  de  las  chozas. 

Eran  infelices  deportados  que  iban  á  sufrir 
una  suerte  tan  teirible  como  la  de  ellos. 

A  los  pocos  instantes  la  triste  comitiva  llegó 
á  la  miserable  colonia  y  continuó  su  marcha 
sin  descansar. 

La  mujer  fijaba  su  vista  con  ansiedad  en 
aquellos  infelices  que  por  entre  las  largas  lan- 
zas de  los  cosacos  desfilaron  junto  á  ella. 

Vio  jóvenes  y  viejos  que  á  pesar  de  las  fati- 
gas de  la  marcha  y  de  las  cadenas  que  arras- 
traban tenían  un  continente  noble,  firme  y  de- 
cisivo como  queriendo  demostrar  que  no  les 
arredraba  la  sentencia  del  Czar. 

La  joven  de  repente  dio  un  grito.  Acababa 
de  fijarse  en  un  hombre  que  á  pesar'  de  no  ser 
viejo  tenia  la  cabellera  y  barba  casi  blanca,  y 
que  la  miraba  con  ternura  y  cariño. 

— ¡Alejandro! — gritó  la  mujer  con  alegría. 

■ — ¡Catya  querida! — contestó  aquél  en  el  mis- 
mo tono. 

Y  los  dos  al  hablar  asi,  hicieron  un  moví- 


704 


LA  ELUSTRACION  IBÉRICA 


miento  como  para  abalanzarse  el  uno  sobre  los 
brazos  de  la  otra.    * 

Alejandro  intentó  separarse  de  la  caravana 
arrastrando  al  compañero  al  cual  iba  unido  por 


fuerte  cadena,  pero  en  el  mismo  instante  un 
cosaco  le  dio  en  la  cabeza  dos  fuertes  golpes 
con  el  regatón  de  su  lanza,  y  el  joven  con  ade- 
mán resignado  continuó  marchando  entre  los 


presos,  no  sin  antes  dirigir  á  Catya  una  tierna 
mirada  de  despedida. 

Esta,  sin  fuerzas  para  sostenerse,  tuvo  que 
¿.apoyarse  con  su  compañera  para  no  caer. 


—¿A  dónde  van?— le  preguntó  con  ansioso 
acento. 

—Creo  que  á  trabajar  en  las  minas  de  azogue, 
l/atya  entonces  se  pnao  á  llorar  contemplan- 


UN  CASAMIENTO  EN   LA   HIÜH-LIFE 

do  la  caravana  que  ya  se  alejaba  de  la  colonia. 

La   infeliz   comprendía  el   misterio   terrible 
contenido  en  aquellas  palabras. 

Son  tantas  las  fatigas  que  se  sufren,  y  la  na- 


turaleza del  trabajo  en  dichas  minas,  que  nin- 
guno de  los  infelices  á  quienes  se  condena  á 
funcionar  en  ellas,  vive  más  allá  de  dos  años. 
Vicente  Blasco  Ibáñez. 


irnmm:  brta,  í6i-367.  Kmíi  IiIibu,  Edittr.— ReieríidM  los  deretlio!  de  propiedtd  jrtísti»  j  litorií.— Us  reclimwioiies  eo  Madrid,  al  represenUDte  de  esU  Casa  D.  Hagiiel  Pli  j  Valor,  ipodtea,  10, 2." 

'. )  INSÉRTESE  Ó  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  (  - 

íteTABUIOlMaKTO   TlPOORincO   OE  B.   B*«BD*..-CAU,«  D>  VlLLAÜBOllZrKÓM.    17    .KaARCBI  DI  8*irAKTOKW.-BAHC8LOHA. 


SEMANARIO     CIENTÍFICO.     LITERARIO     Y     ARTÍSTICO 


Año  V 


Barcelona  5  de  Noviembre  de  1887 


Uúm.  253 


¿VENDRÁ? 


706 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


SUMARIO 


TsxTO. — JCodrtd.  Cartat  á  mi  prima,  por  FemanSor.— £1  dnt- 
Mo  dt  la  eoadoa  (condniión),  por  J.  Gamer.—Ltctvrat, 
por  Cluln.— B  mimitmaUo  áe  Cwnthaaoc,  en  Mijico  (cod- 
diuión).— entona  de  nota,  por  A.  Sancha  Férei.— i2f  9«tM- 
«X,  por  Joaé  lí.*de  U  Torre.— A>«(nukíM  pAacbtu (poesía), 
por  Abrahun  Goimloo.— Noestnia  grabados.— Sin  tartta 
(poeaia),  por  J.  Adán  Bemed.— £<i  primem  copa  de  cfiam- 
pagae.  por  Bemaido  Honüea  Sanmartín. 

GB4BAD08.— ¿Vendril?— El  Támesls  (siete  grabados).— Jfa- 
árid:  Expotieián  gmrmi  de  í^/ípína».— Veneciana.—  El  in- 
Tierno  de  la  coatnrera.- El  último  viaje.— Flores  á  la  en- 
feímitiu — De  voelta  del  mercado.— Cabeza  de  estudio. 


MADRID 


CA.RT-A.S     A.     J^I     FK.TÍ>a.A. 


La  mi^er  del  hombre  de  Bitado.- Las  dos  Cármenes.— El  buok 
maten  ha  muerto.— Los  teatros. 


OPUESTO  que  signes  con  atención,  sin  duda, 
Br^  cuantos  sucesos  ocurren  en  la  buena  so 
vív  ciedad,  en  la  cual  tienes  tantas  amigas, 
sabrás  que  la  boda  de  D.  Antonio  Cánovas  es 
ya  indudable:  ayer  tarde  se  celebraron  sus  es- 
ponsales con  la  señorita  D.'  Joaquina  Osma, 
hija  de  los  marqueses  de  la  Puent.e  y  Sotoma- 
yor.  Pocos  matrimonios  han  sido  tan  debatidos 
como  este  por  el  públiso,  llamado  á  dar  su  opi- 
nión puesto  que  se  trata  de  un  hombre  de  Es- 
tado; hombre  que  se  juzga  con  derecho  á  refor- 
mar las  leyes  del  país,  á  influir  en  la  vida  so- 
cial y  átm  particular  de  sus  conciudadanos  y 
que  por  lo  tanto  no  puede  menos  de  ser  juzgado 
á  su  vez  libremente  por  ellos.  La  verdad  es  que 
nadie  había  creído  qu»Cánovas  se  casase,  pues 
se  le  conceptuaba  tan  solo  enamorado  del  poder. 
Su  edad  le  daba  por  incombustible  y  por  temero- 
so de  nuevos  y  profundos  cambios  en  su  vida  pri- 
vada. Se  sabia  que  cuando  era  ministro  tenía  de 
sobra  con  las  atenciones  públicas  y  que  cuando 
bajaba  del  poder, su  biblioteca, sus  antigüedades, 
sus  trabajos  literarios  le  ofrecían  gustoso  manan- 
tial de  suaves  placeres.  Mas  en  vano  el  corazón 
se  cubre  del  moho  del  estudio  y  de  la  política 
si  tiene  la  costumbre  de  amar;  y  ha  pasado 
siempre  Cánovas  por  galante  con  el  bello  sexo 
y  por  sensible  á  la  hermosura  y  gentileza.  De 
esto  es  dechado,  según  parece,  la  señorita  de 
Osma,  á  la  cual  sus  amigos  elogian  por  discreta, 
ilu.strada  y  revestida  de  todos  los  adornos  aris- 
tocráticos, sin  que  encuentren  censura  en  ella 
si  no  es  cierta  noble  altivez  que  cuadra  bien  á 
las  matronas;  que  no  sienta  graciosamente  en  la 
juventud.  De  todos  modos  era  considerada  la 
señorita  de  Osma  como  difícil  para  el  amor  y 
como  despreciadora  de  relevantes  caballeros; 
el  talento  de  Cánovas,  su  autoridad,  su  gran 
prestigio,  han  rendido  un  corazón  que  se  había 
mostrado  inaccesible  á  los  atractivos  vulgares. 
Esta  es  la  opinión,  al  menos,  de  los  que  no  pue- 
den comprender  que  una  señorita  ioven  aún, 
admirable  y  admirada,  quiera  con  verdadero 
amor  á  un  hombre  madurísimo,  no  solo  en  los 
negocios  de  Estado  sino  en  los  años  del  vivir; 
pues  tantos  ha  vivido.  Yo,  sin  embargo,  no  ten- 
go en  este  punto  determinada  opinión;  sabiendo 
como  sé  que  si  el  amor  en  el  mundo  salvaje 
entra  por  los  ojos,  en  el  mundo  civilizado  suele 
entrar  con  la  misma  ingenuidad,  con  el  mismo 
vigor,  y  con  mayor  permanencia,  por  los  oídos. 
Cierto  que  la  figura  material  de  Cánovas  no 
puede  sostener  comparación  con  su  figura  polí- 
tica; mas  hay  un  refrán  español  respecto  del 
amor  que  nos  dice  ser  siempre  hermosísimo 
aquello  que  se  ama.  En  fin,  prima,  dejándonos 
de  este  linaje  de  consideraciones  (lícitas  desde 
luego,  pero  quizás  impertinentes)  ello  es  que  se 
casa  irremisiblemente  el  gran  conservador,  el 
monstruo,  el  hombre  civil  que  resume  las  glo- 
rias y  los  errores  de  la  restauración.  Mas  no: 
quiero  decirte  aún  algo  de  lo  que  dicen  sus 
amigos:  de  lo  que  murmuran,  de  lo  que  temen 
de  resultas  de  este  matrimonio. 


Un  quidam  se  casa  y  este  acto  sólo  tiene  con- 
secuencias para  su  familia  y  para  la  familia  de 
su  mujer;  pero  cuaudo  se  casa  un  jefe  de  parti- 
do toda  la  organización  interior  de  este  partido 
se  transtorna.  Viviendo  como  viven  casi  todos 
los  españoles  de  lo  que  se  llama  un  padrino, 
puedes  figurarte  los  que  vivirán  de  la  sombra 
de  Cánovas.  A  congraciarse  con  él,  á  conservar 
su  protección,  sus  amistades,  sus  simpatías  de- 
dica su  existencia  la  mayor  parte  de  los  conser- 
vadores. Casi  todos  ellos,  después  de  muchos 
años  de  afección  sincera,  de  servicios  y  de  adula- 
ciones se  creían  ya  eternamente  amparados  por 
la  costumbre  que  él  tiene  de  distinguirlos  y  fa- 
vorecerlos... De  pronto  tantos  años  de  favoritis- 
mo se  oscurecen  ante  la  nueva  luz  que  irradia 
en  el  hogar  doméstico.  Una  hermosa  mujer 
aparece  y  el  hombre  de  Estado  no  puede  menos 
de  anteponer  los  deseos  de  esta  mujer  á  los 
suyos  propios.  Un  poder  oculto,  irresponsable, 
podrá  dirigir  desde  hoy  el  partido,  si  gusta  de 
dirigirle;  y  así  como  hubo  de  conquistar  la  son- 
risa de  Cánovas,  hay  que  conquistar  ahora  otra 
más  dulce.  Por  más  que  no  se  tome  en  cuenta 
la  influencia  de  la  esposa  (y  de  otras  mujeres 
con  menos  títulos  amadas)  es  lo  cierto  que  en 
la  política  española  tiene  decidida  influencia. 
Para  convencerse  de  ello  basta  leer  con  asidui- 
dad los  periódicos:  los  cuales,  en  ocasiones  gra- 
ves denuncian  más  ó  menos  claramente  el  do- 
minio de  la  deidad  misteriosa.  En  tiempo  de 
Narvaez,  en  el  de  O'Donnell,  en  el  de  Serrano, 
en  el  de  Sagasta,  en  todos  tiempos  no  se  han 
podido  explicar  ciertos  sucesos,  ciertos  nombra- 
mientos, ciertos  negocios,  si  no  es  buscando 
nombres  femeninos  para  ellos.  Nadie  ha  estam- 
pado esos  nombres  en  letras  de  molde;  pero 
han  corrido  de  boca  en  boca  por  las  tertulias, 
en  el  salón  de  ccnferencias,  en  los  cafés  y  se 
han  hecho  en  cierto  modo  populares  y  se  les  ha 
impuesto  la  única  responsabilidad  que  puede 
caer  sobre  la  mujer  en  política:  el  juicio  secre- 
to de  las  conciencias.  Sin  duda  que  una  in- 
fluencia más  viene  á  la  política  y  debemos  todos 
pedir  al  cielo  que  la  señora  de  Cánovas  sea  lo 
que  puede  y  debe  ser  en  esta  España;  una  musa 
del  bien,  de  la  candad,  de  la  clemencia,  un  am- 
paro de  todos  los  propósitos  generosos.  Después 
de  todo  debemos  pensar  que  cuando  una  joven 
de  altas  prendas  decide  compartir  su  pacífica 
vida  con  la  vida  agitada' del  hombre  público,  no 
ha  pensado  tan  sólo  en  la  egoí.sta  satisfacción 
de  su  cariño  sino  en  los  grandes  beneficios  que 
podrá  derramar  con  solo  abrir  los  labios. 

Y  porque  no  digas  que  me  ha  dado  por  echar- 
la de  serio  en  asunto  de  amores,  cuando  sólo 
debía  cumplir  deberes  de  cronista,  te  daré  al- 
gún detalle  de  los  dichos.  Se  han  celebrado  en 
el  suntuoso  hotel  que  los  padres  de  la  novia 
tienen  en  el  Paseo  de  la  Ca.stcllana.  Estaban 
presentes  el  obispo  do  Madrid,  el  vicario  señor 
Pando,  el  notario  y  sus  curiales;  éstos  últimos 
de  frac  y  do  corbata  blanca;  los  señores  Eldua- 
yen,  Silvela,  Toreno  y  algunas  personas  de  las 
familias.  Después  de  la  firma  del  contrato,  los 
convidados  pasaron  al  comedor.  La  novia  ves- 
tía magnífico  traje  color  violeta  con  pasamane- 
ría de  oro,  luciendo  pendientes  de  magníficas 
perlas.  Como  es  costumbre,  después  de  firmar 
el  novio  hizo  presente  á  su  novia,  de  una  alhaja 
preciosa, — una  peineta  de  brillantes. 

Todavía  no  han  sido  expuestos  los  regalos 
que  han  recibido  y  reciben  los  novios;  y  el  irous- 
seau,  como  decimos  ahora,  la  cmiasliUn,  como 
decíamos  antes,  no  ha  llegado  aún  de  París.  La 
reina  Isabel  ha  regalado  al  señor  Cínovas  una 
pulsera  de  brillantes,  y  algunos  de  sus  correli- 
gionarios otras  joyas.  Se  cuenta  un  sucedido  in- 
teresante, relativo  al  agasajo  jjóstumo  de  uno  de 
sus  amigos.  Pocos  días  hace  que  murió  en  Ma- 
drid un  paisano  del  señor  <;ánovas,  el  señor 
don  E.  Díaz.  Cuando  ya  la  vida  le  iba  faltando 
y  parecía  que  no  debían  preocuparle  las  cosas 
de  este  mundo,  llamó  á  su  esposa  y  la  dijo:  «Te 
pido  que  le  envíes  á  Cánovas  un  recuerdo  mío 
para  su  boda  y  le  digas  que  con  él  le  envío  todo 
mi  cariño  y  mi  admiración  de  paisano  desde  el 
borde  de   la  tumba.»    Pasado   el  novenario  la 


viuda  compró  un  precioso  juego  de  té,  de  oro, 
cumpliendo  asi  el  encafgo  de  su  moribundo  es- 
poso. Hé  aquí  un  juego  de  té  que  parece  des- 
tinado á  no  sentir  jamás  el  calor  del  agua  hir- 
viendo. Hajf  en  él  algo  que  debe  producir  ideas 
tiernas,  pero  tristes;  no  me  sería  posible  coger 
una  de  esas  tazas  sin  creer  que  tocaba  un  cuer- 
po material;  ni  ver  alzarse  el  aromoso  vapor 
sin  creer  que  era  el  espíritti  de  un  alma.  Pero 
este  recuerdo  de  una  gratitud  que  florece  más 
brillante  que  nunca  con  el  soplo  de  la  muerte, 
habrá  seguramente  conmovido  al  señor  Cáno- 
vas, más  que  los  recuerdos  de  los  dichosos. 

Se  ha  dicho  que  la  Reina  Regente  había  ofre- 
cido al  señor  Cánovas  un  título  de  Castilla  con 
grandeza  de  España  y  que  él  lo  había  rechaza- 
do; diciendo  que  no  pensaba  cambiar  por  nin- 
gún honor  su  apellido.  Es  un  acto  de  vanidad 
disculpable. 

Pasemos,  querida  Carmen,  á  otro  asunto;  á 
un  verdadero  conflicto  teatral,  resumido  en  tu 
mismo  nombre.  Se  le  llama  el  conflicto  de  las 
dos  Cármenes.  Ya  tienes  noticia  de  la  famosa 
partitura  de  Bizet.  Se  estrenó  en  la  Opera  Có- 
mica de  París,  en  1<S75.  Su  éxito  fué  regular 
nada  más.  El  pobre  Bizet,  que  tenia  conciencia 
de  haber  hecho  una  obra  bella,  se  entristeció 
y  murió  desalentado  á  los  pocos  meses  del  es- 
treno. Tenía  entonces  treinta  y  siete  años.  Des- 
pués se  representó  en  Alemania,  Inglaterra, 
Italia  y  América;  allí  fué  muy  aplaudida  y  el 
público  francés  gustando  entonces  sus  bellezas 
la  declaró  por  una  de  sus  óperas  predilectas.  El 
empresario  de  la  Zarzuela,  Ducazcal,  imaginó 
dar  esta  obra;  mas,  según  parece,  el  empresario 
del  Real  había  comprado  la  exclusiva  para  las 
representaciones  en  Madrid;  Ducazcal  no  se  dio 
por  vencido,  contrató  igualmente  el  derecho  de 
representar  la  partitura  en  Mallorca  y  en  las 
pi'ovináas  de  España  y  como  Madrid  es  provin- 
cia, se  creyó  autorizado  para  anunciar  el  estre- 
no. El  conflicto  surgió;  grave,  ruidoso,  general, 
en  que  han  intervenido  é  intervioiieii  los  jueces, 
el  gobernador...  todo  el  mundo;  dando  ocasión 
á  que  se  hable  de  pleitos  y  desafios.  El  hecho 
es  que  el  estreno  debió  verificarse  ayer,  y  que 
no  se  verificó.  Sea  en  la  Zarzuela,  sea  en  el 
Real,  habrá  de  cantarse  esta  opereta:  y  el  con- 
flicto surgido  será  vivo  aliciente  para  el  dicho- 
so teatro  que  estrene  la  ópera.  Yo  no  conozco 
esta  partitura;  dicen  que  en  el  primer  acto  son 
notables  la  marcha  de  pito?,  coreada  por  los 
chiquillos  en  el  relevo  de  la  guardia;  el  coro  de 
fumadoras,  una  habanera  cantada  por  Carmen; 
el  dúo  entre  Micaela  y  Jo.cé;  el  coro  de  las  ci- 
garieras  y  sobre  todo  la  escena  de  la  seducción 
entie  la  gitana  y  José.  Se  elogia,  del  segundo 
acto,  la  canción  y  danza  bohemia;  la  salida  del 
matador  Joselillo;  el  dúo  de  Carmen  y  José  y  la 
canción  de  Carmen  al  son  de  la  relicta  militar, 
que  se  oye  á  lo  lejos.  Viere  luego  el  acto  teice- 
ro  con  su  trio  de  gitanas  echando  las  caitas,  en 
que  Carmen  sabe  que  la  espera  la  muerte  á 
manos  de  José;  y  el  entreacto  del  cuarto,  tam- 
bién españolísimo,  y  la  marcha  con  la  salida  de 
las  cuadrillas  y  la  terrible  escena  final  entre 
Carmen  y  José.  Tú  y  todos  los  lectores  de  La 
Ij,ustrA(:i(')N  Ibérica  conocéis  la  novela  de  que 
está  sacada  la  ópera. 

El  cielo  se  ha  vestido  de  gala  para  festejar 
las  Carreras  de  Caballos;  pero  han  estado  más 
desanimadas  que  otras  veces.  Algunos  periódi- 
cos atribuyen  parte  de  esta  desanimación  á  que 
han  sido  suprimidos  los  Ijoohmakers,  y  A.  que, 
por  lo  tanto,  el  hettiiuj  se  reduce  á  las  apuestas 
mutuas.  El  hetUvfj  es,  por  decirlo  asi,  la  Bolsa 
de  las  Carreras  y  los  hookmakers  eran  los  agen- 
tes de  cambio.  Su  oficio  consistía  en  apostar 
contra  todos  los  caballos  ganando  así,  ó  per- 
diendo las  diferencias  entre  el  caballo  vencedor  y 
los  perdidosos.  El  bookmaker  iba  con  su  librito 
en  la  mano  apuntando  sus  apuestas,  á  fin  de 
evitar  equivocaciones  y  controversias,  sirviendo 
este  libro  de  documento  para  los  cobros  y  ¡¡agos. 
En  Inglaterra  y  en  Erancia  esta  profesión  es 
importantísima  y  lucrativa:  aquí  dio  lugar  á 
cien  conflictos  que  han  originado  la  supresión. 
Parece  que  había  lookmakers  que  hacían  lo  mis- 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


707 


mo  que  algunos  bolñstas:  jugaban  á  cobrar  y  no 
pagar.  Con  este  sistema  no  es  posible  consolidar 
las  instituciones  y  el  bookmaker  ha  caído  entre 
los  aplausos  de  sus  ingleses. 

En  el  teatro  de  la  Comedia  se  ha  estrenado 
un  juguete  cómico  en  tres  actos:  Por  meterse  á 
redentor.  Sabes  que  no  asisto  á  los  teatros  á 
causa  de  la  muerte  reciente  de  mi  hermano  po- 
lítico: mas  leo  en  crónica  de  autor  justificado 
que  la  última  producción  del  hermano  de  Don 
José,  es  un  disparate  gracioso,  entretenido,  de 
versificación  fácil  y  bonita,  lleno  de  frases,  des- 
cripciones y  conceptos;  de  viveza,  de  movimien- 
to y  de  luz.  Se  ha  elogiado  mucho  el  carácter  de 
la  protagonista,  Trinidad,  viuda  hermosa  y  ga- 
llarda, de  carácter  inquieto;  turbulento  casi; 
mujer  decidora,  vivaracha,  donosa,  mareante,  en 
fin,  una  viuda  como  alguna  que  tú  sobradamente 
conoces. 

En  el  Español,  Vico  representa  obras  del  tea- 
tro antiguo.  En  los  demás  teatros  impera  el  saí- 
nete y  la  canción  española  con  su  falda  de  per- 
cal y  su  pañolón  de  Manila. 


Tuyo, 


-*- 


Fernanfloe. 


EL  ANIMA  DE  LA  CONDESA 


(conclusión) 

Las  dos  sombras  eran  el  diablo  y  la  condesa 
que  había  huido  llevándose  con  ella  toda  la  for- 
tuna del  conde. 

Desde  aquella  noche,  cuando  la  campana  de  la 
torre  da  el  último  toque  de  las  doce,  en  el  cas- 
tillo se  ve  el  ánima  de  la  condesa  dibujarse  en 
las  paredes  y  encerrarse  en  la  garita. 

Los  remordimientos  carcomen  su  conciencia  y 
aunque  las  llamas  del  infierno  atormentan  su 
alma,  busca  todavía  los  hechizos  de  Satanás 
para  devolver  al  conde  la  fortuna  que  le  ro- 
bara. 

Hé  aquí  la  leyenda  que  me  había  contado 
Samuel  el  labrador  y  cuyas  peripecias  servían 
siempre  de  tema  á  nuestras  conversaciones. 

El  bueno  del  campesino  enfadábase  al  oírme 
tratar  de  cuentos  sus  relatos  hasta  que,  enfada- 
do, me  dijo  un  día  en  voz  severa: 

— Quedaos  esta  noche  en  mi  casa,  veréis  el 
ánima  de  la  condesa. 

Sea  por  curiosidad,  sea  por  bravata,  acepté 
y  la  misma  noche  entraba  en  casa  de  Samuel 
resuelto  á  aclarar  todas  mis  dudas  y  confundir 
las  ridiculas  supersticiones  de  mi  compañero. 

Acurrucados  al  rededor  del  hogar  en  cuyo 
centro  quemaba  un  grueso  tronco  de  encina, 
oímos  dar  las  once. 

En  estas  horas  fantásticas  el  espíritu  revolo- 
tea siempre  sobre  un  mar  de  ilusiones;  fijos  los 
ojos  en  la  llama  del  hogar  cuyas  lenguas  de  fue- 
go lamían  el  tronco  de  encina,  para  enroscarse 
después  chisporroteando  por  la  chimenea,  veía 
en  cada  una  de  ellas  las  grotescas  formas  de 
unos  seres  sobrenaturales  y  en  volviendo  la 
mirada  hacia  la  pared  oscura  parecíame  ver 
bailar  allí  toda  una  legión  de  inmundos  sátiros 
y  de  gnomos  endemoniados. 

En  el  silencio  de  la  noche  se  oyen  á  veces 
misterio.sos  susurros  que  no  pueden  explicarse 
ni  definirse  y  á  los  cuales  la  imaginación  presta 
siempre  sus  más  extravagantes  ilusiones;  en  un 
instante  todo  un  drama  se  desarrolla  en  el  cere- 
tro  con  sus  cuadros  sangrientos  y  sus  momentos 
terribles. 

A  la  mañana  siguiente  todo  ha  desaparecido; 
era  una  puerta  que  crujía,  una  veleta  que  gira- 
ba, un  perro  que  gruñía...,  y  el  drama  entero 
se  vaporiza... 

Las  once  y  media  tocando  en  el  reloj  nos  hi- 
cieron volver  á  la  realidad. 

— Se  aproxima  la  hora, — dijo  Samuel, — 
vamos. 

Hacía  una  noche  parecida  á  esta;  la  nieve 
caía  á  copos  y  el  cierzo  silbaba  entre  los  peñas- 
cos de  la  montaña;  caminábamos  deprisa,  bien 


envueltos  en  nuestros  abrigos  y  la  cabeza  llena 
de  visiones  inverosímiles;  con  el  espíritu  preocu- 
pado de  este  modo  llegamos  en  frente  del  casti- 
llo que  destacaba  su  negra  silueta  en  lo  alto 
mismo  del  precipicio. 

Todo  era  tristeza,  todo  eran  tinieblas;  resuel- 
tos á  no  llegar  más  lejos  nos  escondimos  detrás 
del  tronco  de  un  árbol  y  esperamos  allí  los  acon- 
tecimientos, no  sin  que  una  sonrisa  burlona  vi- 
niese de  vez  en  cuando  á  iluminar  mi  rostro. 

En  medio  de  un  sepulcral  silencio,  el  reloj 
del  castillo  dio  las  doce  con  su  poderosa  voz 
metálica. 

Cuando  el  último  toque  hubo  retumbado  en- 
tre los  ecos  de  la  montaña,  la  ventana  de  la  cá- 
mara de  la  condesa,  conservada  religiosamente, 
se  abrió  de  par  en  par  y  una  sombra  blanca, 
la  misma  de  esta  noche,  apareció  de  pié  en  ella 
sosteniendo  en  sus  manos  una  antorcha  en- 
cendida. 


— ¿Veis  el  ánima? — me  dijo  mi  compattoro. 

Más  bien  muerto  que  vivo  reconocí  en  el 
fantasma  las  facciones  do  la  condesa  Inesilla, 
cuyo  retrato  adornaba  la  sala  de  honor  del  cas- 
tillo, pero  vieja  ya  y  de  cabellos  rivalizando  en 
blancura  con  la  nieve. 

Con  paso  seguro  la  sombra  se  adelantó  hacia 
la  cornisa,  resbaladiza  en  extremo  por  la  capa 
helada  que  la  cubría,  y  sin  la  menor  emoción 
empezó  á  caminar  lentamente  por  ella;  su  cuer- 
po, suspendido  sobre  el  abismo,  dibujaba  su 
sombra  fantástica  en  la  pared  y  á  sus  pies  el 
vacío  abría  ya  su  boquerón  anchuroso  para  tra- 
gar á  su  víctima;  al  llegar  á  la  ventana  de  la  ga- 
rita, se  suspendió  con  las  manos,  abalanzóse  un 
momento,  y  saltó  en  la  habitación  donde  el 
conde  pasaba  todo  el  día;  un  instante  después 
un  intenso  fulgor  iluminaba  el  cuarto  y  en  él 
aparecía  á  intervalos  una  sombra  que  corría  de 
un  lado  á  otro:    «Ved, — me  _dijo  en  voz   baja 


EL  TÁMESIS:  PUENTE  DE   NUnHEAM 


mi  compañero, — está  conjurando  á  Satanás.» 

Mi  lengua  estaba  pegada  al  paladar.  «Vamo- 
nos» dije  aturdidoy  medio  loco,  y  miré  por  última 
vez  la  ventana  para  asegurarme  de  si  no  sería 
una  visión;  pero  no,  la  luz  brillaba  en  la  garita 
cambiando  á  instantes  de  color;  ora  de  verde  á 
amarilla,  de  pálida  á  sangrienta;  ora  un  momen- 
to oscurecida  por  un  humo  negro  y  compacto. 

En  toda  la  noche  no  pude  cerrar  los  ojos  y 
con  indecible  satisfacción  vi  aparecer  en  los 
vidrios  de  la  ventana  el  blanquecino  fulgor  del 
alba  matutina;  todo  el  día  registré  inútilmente 
los  escondites  y  las  cuevas  del  castillo;  en  el 
cuarto  de  la  condesa  busqué  huellas  de  pasos, 
todo  fué  infructuoso;  en  el  realce  la  nieve  que 
había  caído  había  borrado  los  rastros;  me  creí 
juguete  de  una  alucinación. 

A  la  noche  siguiente,  estando  solo  en  mi  cuar- 
to, hice  un  esfuerzo  de  valor,  y  entreabriendo 
mi  ventana  esperó  la  hora  fantástica;  dieron  las 
diez,  las  once  y  por  fin  las  doce;  describir  lo  que 
en  este  momento  sentía  en  mí,  es  imposible;  mis 
piernas  flaqueaban,  mi  corazón  latía  con  violen- 
cia y  mis  ojos  espantados  hacíanme  ver  legiones 
enteras  de  personajes  infernales... 

De  repente,  el  reflejo  de  una  luz  iluminó  mi 
cuarto...  el  fantasma  blanco  y  su  antorcha  pa- 
saron delante  de  mi  ventana...  era  ella;  sin 
detenerse  continuó  su  camino;  sacando  fuerzas 
de  flaqueza  abrí  silenciosamente  mi  ventana  y 
asomando  la  cabeza  vi  su  perfil  alejándose  á  lo 
largo  de  la  pared.  «Inés, — grité, — Inés,  ¿dón- 
de vas?...»  Con  grande  espanto  mío,  el  fan- 
tasma se  estremeció  y  la  antorcha  escapóse  de 


sus  manos;  después,  en  medio  de  la  tenebrosa 
oscuridad,  un  grito  desgarrador  atravesó  el  es- 
pacio y  una  sombra  blanca  pasó  en  el  vacío  en- 
tre mí  y  el  precipicio;  los  cabellos  se  me  eriza- 
ron de  horror.  |Qué  pesadillal...  Dudé  de  mis 
ojos  y  volví  á  mirar  el  fondo  del  despeñadero; 
]allí  todo  era  blanco,  todo  era  nieve!... 

A  la  mañana  siguiente  los  campesinos  en- 
contraron en  el  precipicio  el  cadáver  de  una 
mujer  que  reconocieron  por  ser  el  de  una  vieja 
loca  que  se  llamaba  Ruth;  contábase  que  se  la 
veía  salir  cada  noche  con  una  antorcha  en  la 
mano  internándose  en  la  montaña  y  refunfuñan- 
do palabras  extrañas. 

Su  muerte  se  atribuyó  á  la  vejez  ó  al  frío,  ó 
á  la  miseria;  nadie  sospechó  el  crimen,  nadie 
indicó  el  asesino...  nadie,  sino  ella... 

Y  con  el  dedo  indicaba  Santiago  el  ángulo  de 
la  pared  donde  se  destacaba  el  perfil  del  fantas- 
ma cuya  sombra,  esta  vez,  veíamos  todos  con  su 
traje  blanco,  sus  pies  desnudos  y  su  sonrisa  sar- 
cástica. 

De  repente,  apagó  la  antorcha  y  desapare- 
ció... Dimos  á  nuestro  lado  un  prolongado  sus- 
piro; Santiago,  pálido  como  la  nieve,  presenta- 
ba su  faz  rígida,  inerte...  Estaba  muerto. 

Al  día  siguiente  mientras  que  doblabau  las 
campanas,  acompañamos  á  su  última  morada  el 
cadáver  del  cazador  Santiago,  muerto  la  víspera 
de  una  repentina  congestión  cerebral. 

J.  Gasser. 


-*- 


MADRID.  EXPOSICIÓN  GENERAL  DB  FILIPINAS  (Dibvgo  de  P.  y  Valor) 
Pabellón  d«l  Jurado.— Una  calla  éal  pneblo  indio  de  banliago.— Iglotia  del  miíano.- Pabellón  flotante  para  pasear  por  el  lago.— Casa  tribunal  ó  ayuntamiento  dil  pueblo  antedicho 


VENECIANA  (Cnadro  de  Giacomo  Parretto) 


710 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


LECTU  RAS 


BAUDBLAIRB 


VI 


La  idea  del  diablo  trae  consigo  su  contraria, 
la  idea  de  Dios.  Es,  ni  más  ni  menos,  la  famosa 
fórmula  de  Fichte:  menos  A  ( —  A)  supone  A. 
Sin  embargo,  hay  que  distinguir,  el  demonio, 
el  verdadero,  quiero  decir,  el  Ángel  rebelde,  el 
tentador,  no  es  en  rigor  contrario  de  Dios,  no 
es  una  negación  coordinada,  sino  subordinada; 
ni  la  negación  satánica  es  negación  de  ser,  sino 
de  ser  de  un  modo  determinado  (de  ser  bien)  ni 
la  tradición  ni  el  dogma  suponen  en  Luz- 
bel caído  un  dios  malo,  sino  una  potestad 
angélica  rebelde,  un  elemento  fíiiito:  en 
soma,  para  el  creyente,  el  mal  es  inferior 
al  biejí;  Dios,  el  bien,  lo  es  todo,  y  el  m^il 
DO,  no  es  más  que  un  limite. 

Por  lo  cual  á  los  que  siguen  la  idea  bí- 
blica DO  se  les  puede  acusar  de  nihilismo 


metafísico,  ni  tampoco  de  verdadero  pesimismo, 
á  pesar  de  todas  las  amargiu-as  de  Salomón  y 
de  toda  la  triste  experiencia  de  la  Imitación  de 
Cristo.  Considerando  esta  subordinación  del  mal, 
el  más  famoso  y  elocuente  filósofo  cristiano  llegó 
á  la  teoría  heterodoxa  del  fin  del  mal,  de  la  ab- 
solución del  Diablo.  La  iglesia  ha  tomado  otro 
camino,  y  sin  hacer  infinito  y  absoluto  al  de- 
monio, dio  al  mal  en  la  eternidad  de  las  penas, 
en  la  eternidad  del  infierno  y  de  la  rebelión  dia- 
bólica, un  carácter  extraño,  misterioso  que  hace 
que  se  den,  en  cierto  modo,  la  mano  (sobre  to- 
do, por  lo  que  toca  á  los  sentimientos  que  nacen 
de  una  creencia)  el  cristianismo  vulgar  y  el 
maniqueismo.  Es  claro  que  esa  eternidad  no  es 
la  eternidad  rigurosamente  hablando  en  buena 


metafísica,  no  es  superior  al  tiempo,  sino  la 
perpetuidad  del  tiempo  mismo,  el  tiempo  sin 
fin,  pero  no  sin  principio.  El  mal  comenzó,  pero 
DO  acabará,  no  acabará  porque  no  acabarán  ni 
el  diablo,  ni  el  infierno. 

Sean  ó  no  contradictorios  la  metafísica  nece- 
saria del  monoteísmo  y  el  dogma  del  infierno 
con  todas  sus  premisas  y  consecuencias,  lo 
cierto  es  que,  con  lógica  ó  sin  ella,  pensadores 
y  poetas  que  apoyan  sus  ideas  y  sus  sentimien- 
tos en  tales  doctrinas  y  tradiciones  están  menos 
lejos  del  maniqueismo  de  lo  que  ellos  suelen  fi- 
gurarse. San  Agustín,  que  había  sido  maniqueo, 
atribuye  su  conversión  á  la  ley  de  Cristo  á  una 
intervención  directa  de  lo  divino,  pero  mi- 
rado el  fenómeno  humanamente,  cabe  pensar 
que  el  antiguo  maniqueo  no  estaba  tan  mal  pre- 
parado como  podía  parecer  para  este  cambio. 
En  muchos  puntos  del  dogma,  de  la  tradición, 
de  la  moral  cristiana  (llamo  así  aquí  á  la  doc- 
trÍDA  históricamente  tenida  por  derivación 
Datural  de  la  ensefianza  y  ejemplo  de  Jesús,  en 
las  varias  sectas)  se  puede  ver  que  al  mal,  al 
poder  del  infierno  se  le  da  un  valor  cuasi-injini- 
to,  si  se  puede  hablar  así;  ni  más  ni  menos  que 
en  algunas  de  las  doctrinas  que  admiten  la 
principal  idea  del  maniqueismo,  los  dos  princi 
pios  superiores  y  en  lucha  del  bien  y  del  mal. 


EL  TÁMESIS 
NACIMIENTO  DEL  RIO 


aquél  acaba  por  vencerá  éste,  ya  sea  definitiva- 
mente ó  para  renovarse  la  guerra.  La  contradic- 
ción del  espíritu  y  del  cuerpo,  la  necesidad  de 
la  Redención,  las  tentaciones  del  desierto  y 
cien  y  cien  derivaciones  doctrinales  y  morales 
é  históricas  del  cristianismo  histórico,  crean  esa 
especie  de  dualismo  que  trasciende  al  fin  á  la 
misma  metafísica  y  que  hace  considerar  con 
horror  el  panteísmo  á  la  Iglesia,  que,  sin  embar- 
go, cuenta  entre  sus  santos  á  San  Pablo  y  á 
San  Anselmo,  y  áFenelon  entre  sus  lumbreras. 
La  separación  entre  Dios  y  el  mundo,  la  dife- 
rencia esencial  entre  finito  é  infinito,  el  dualis- 
mo, en  fin,  que  es  inherente  al  monoteísmo,  se- 
gún es  generalmente  admitido,  da  á  la  negación 
diabólica,  con  mito  ó  sin  él,  como  elemento  sim- 
bólico ó  histórico  ó  puramente  metafísico,  como 
quiera,  un  valor  que  el  mal  no  puede  tener  en 
la  idea  propiamente  monista,  unitaria  en  que 
infinito  y  finito  no  están  separados  sino  mera- 
mente distinguidos. 

Nadie  extrañe  estas  reflexiones  un  tanto  me- 
tafísicas tratándose  de  penetrar  el  verdadero 
fondo  de  la  idea  poética  de  Baudelaire;  en  el 
comentario  de  tal  poeta,  menos  que  on  caso  al- 
guno, deben  parecer  impertinentes  tales  excur- 
siones. Todo  lo  dicho  importa  para  aplicarlo  á 
las  Flores  del  mal.  Por  de  pronto  se  ve  que  no 


se  trata  de  un  poeta  propiamente  ateo,  es  deciri 
de  un  poeta  desligado  de  la  cuestión  de  las 
cuestiones,  de  la  preocupación  magna  de  la  vida 
racional;  no  se  trata  de  uno  de  esos  cantores  de 
lo  relativo,  que  hacen  con  las  ideas  primeras  y 
los  sentimientos  fundamentales  lo  que  cierto 
positivismo  con  la  metafísica:  dejarlas  en  el  tin- 
tero; no,  no  es  un  poeta  de  los  que  podrian  lla- 
marse agnósticos,  no  empieza  por  lo  limitado, 
por  lo  contingente,  no  es  de  los  que  saben  des- 
cansar en  el  aire  apoyando  la  planta  con  entera 
confianza  en  las  vanas  apariencias  de  los  fenó- 
menos como  tales,  sin  atención  á  lo  que  sea  su 
esencia;  por  lo  que  decía  al  principio  de  este  ar- 
tículo, la  inspiración  satánica  de  las  Flores  del 
mal  supone  la  realidad  afirmada,  el  reconoci- 
miento y  la  conciencia  estética  de  lo 
infinito  y  de  lo  absoluto;  sin  esto  no 
habría  derecho  para  llamar  diablo  al 
diablo,  ni  mal  al  mal,  ni  se  les  po- 
dría atribuir  á  las  tinieblas  todo  su 
horror  que  nace  de  la  conciencia  de 
la  luz.  Es  claro  que  Baudelaire  no  es 
poeta  teosófico,  ni  místico,  ni  siquiera 
teológico,  por  más  que  la  forma  li- 
teraria de  sus  versos,  el  material  es- 
tético, por  decirlo  así,  se  refiere  á 
veces  directamente  á  determinadas 
creencias  y  tradiciones  religiosas  his- 
tóricas y  bien  conocidas;  la  metafí- 
sica positiva  de  las  Flores  del  mal 
más  bien  se  ve  por  oposición. 

Mas  puede  decirse;  esta  especie 
de  selección  del  mal  que  en  tantos 
poetas  modernos  se  encuentra,  en 
un  respecto  ó  en  otro,  nace  en  gene- 
ral de  que  lo.'^  más  de  ellos,  sépanlo 
ó  no,  están  impregnados  de  ese 
mismo  dualismo,  algunos  á  pesar  de 
las  apariencias  panteísticas  de  sus 
poesías,  apariencias  que  son  una  imi- 
tación externa  del  orientalismo.  Po- 
dría haber  hombres  desesperados, 
tristes  hasta  la  muerte,  misántropos, 
pero  no  habría  poetas  pesimistas  si 
el  mal  no  fuera  materia  poética,  si 
no  pudiera  atribuírsele  cierta  sus- 
tantividad  que  es  exigida  para  que 
haya  objeto  de  gran  poesía,  verda- 
dera belleza;  y  esta  sustantividad  y 
como  dignidad  estética  del  mal,  sólo 
cabe  en  civilizaciones  y  creencias  en 
que  predomina  el  dualismo,  en  que  el  mono- 
teísmo tiene  esas  que,  por  lo  menos,  parecen 
confusiones  cuando  no  contradicciones,  en  que 
al  mal  se  le  reconocen  derechos  de  belige- 
rante, categoría  metafísica  casi  igual  al  bien, 
igual  en  muchas  cosas,  grandeza  suficiente  como 
contraste;  hasta  el  punto  que  la  mayor  paite  de 
los  panegíricos  cristianos,  históricos,  teológicos 
y  poéticos  se  fundan  principalmente  en  la  com- 
paración del  dolor  sufrido,  del  mal  superado,  de 
cuya  magnitud  se  hace  nacer  la  sublimidad  del 
esfuerzo  triunfante  y  de  la  victoria.  En  la  esté- 
tica derivada  de  estas  ideas  más  ó  menos  direc- 
ta y  voluntariamente,  han  descubierto  autores 
insignes  el  sublime  de  la  mala  voluntad,  negado 
por  otros,  si  más  ortodoxo.s  formalmente,  me- 
nos inspirados  en  el  profundo  sentido  de  ese 
dualismo,  cuyas  consecuencias  estéticas  confir- 
man la  tal  doctrina  del  mal  sublime.  Entre  los 
poetas  modernos  ha  sido  y  sigue  siendo  muy 
frecuente  cantar  á  Caín  y  algunos  poetizan  su 
rebeldía  y  hasta  le  dan  el  mejor  papel  en  la 
contienda,  ya  haciéndole  digno  de  profunda 
compasión,  ya  dando  relieve  poético  á  la  ener- 
gía de  su  voluntad,  como  hace,  v.  gr.,  Leconte 
de  Lisie.  Nada  de  esto  cabría  ni  en  símbolos  ni 
en  poesía  directamente  metafísica  y  moral  si  el 
mal  no  fuese  una  especie  de  potencia  superior, 
á  lo  maniqueo,  si  el  mal  sólo  fuese  un  límite, 
una  sombra,  un  menos  tanto,  nada  positivo  en 
suma.  Tanta  poesía  pesimista  y  sobre  todo  esta 
que  su  forma  paradógica  dice  cantar  y  adorar 
el  mal  por  mal,  sólo  cabe  en  condiciones  reli- 
giosas y  poéticas  en  que  el  mal  es  un  ángel, 
caído,  si,  pero  ángel  al  cabo,  y  ángel  que,  se- 
gún el  modo  de  entender  muchos  la  justicia  y  la 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


711 


idea  de  Dios,  está  siendo  víctima  de  una  injus- 
ticia eterna,  6  por  lo  menos  es  el  vencido  en 
una  lucha  desigual  infinitamente.  Sería  un  con- 
trasentido el  poeta  blasfemo,  el  poeta  satánico 
allí  donde  no  hubiese  esa  especie  de  maniqueis- 
mo  estético  originado  en  doctrinas  aunque  mo- 
noteistas,  dualistas  y,  repito,  sino  contradicto- 
rias confusas. 

Es  claro  que  para  Baudelaire  es  el  diablo 
símbolo  y  nada  más,  pero  en  el  fondo  la  cues- 
tión es  la   misma  que  si  creyera  en   su  valor 
real,  histórico;  no  habrá  demonio  ni  infierno, 
pero   hay   un   mal    prepotente,  con  cualidades 
divinas;  ubicuo,  eterno,  que  lo  llena  todo,  que 
se  extiende  por  el  infinito  espacio  y  desciende  á 
ocupar  el  fondo  más  recóndito  de  las  almas; 
llamándose,  allí  donde  están   las  raíces  de  la 
vida  consciente,  remordimiento.  Esto  cree  Bau- 
delaire y  esto  siente  (al  menos  el  Baudelaire 
poeta,  el  sujeto  supuesto,  artístico,  de  sus  poe- 
sías) y  de  aquí  nace  la  seriedad  de  las  Flores 
del  mal,  su  valor  más  real  y  profundo.  Todo  lo 
demás  podrá  ser  apariencia,  amaneramiento  si 
se  quiere,  coquetería  de  poeta,  recurso  de  retó- 
rico,   habilidad   de   sofista,  pero   queda  de 
fondo  sólido,  como  vigor  poético  de  que  se 
nutre  toda  la  vegetación  de  tantas  flores  ar- 
tísticas, esa  amargura  del  mal  poderoso,  ine- 
vitable, triunfante;  y  después  de  haber  visto 
esto  en  Baudelaire  sería  absurdo  calificarle 
de  frivolo  poseur  ó  confundirle  con  los  poetas 
indiferentistas,  que  aman  la  realidad  por  la 
apariencia,  la  vida  por  las  formas  y  que  res- 
pecto de  la  sustancia  de  las  cosas  han  llegado 
á  una  serenidad  de  apatía  absoluta,  ó  á  la    . 
desesperación  aniquiladora  que  da  aquel  re- 
sultado y  pide  lo  que  pide  y  canta  el  poeta 
del  Midi,  roi  des  etés,  que  busca,  como  va  in- 
dicado, en  el  sol,  centro  de  la  vida,  la  nada 
de  la  conciencia,  á  fuerza  de  olas  de  calor 
que  aplasten  el  pensamiento. 

No;  Baudelaire,  no  sólo  es  metafisico,  no 
sólo  se  muestra  preocupado  con  los  intere- 
ses de  la  vida,  sino  que  es  nervioso,  siente 
con  viveza  los  dolores  reales  y  no  lo  oculta, 
ni  niega  la  importancia  del  dolor,  y  por  con- 
secuencia implícita  la  importancia,  la  reali- 
dad de  su  contrario,  de  la  dicha  y  de  su  fun- 
damento real,  el  bien.  Baudelaire  asusta,  en- 
tristece, horroriza  si  se  quiere,  pero  no 
inspira  la  desesperación  nihilista  de  tantos  y 
tantos  poetas  modernos  que,  por  uno  ú  otro 
camino,  llegan  á  esa  región  de  la  estética 
que  llamaba  antes  el  agnosticismo  poético, 
donde  podrá  haber  á  veces  una  ráfaga  de 
íntima,  dulcísima  ternura,  que  refresque  un 
punto  el  alma  ahogada  de  sed,  pero  donde  lo  ~ 
constante  es  el  tormento  inefable  de  una  con- 
ciencia que  fisiológicamente  no  busca  su 
muerte  y  que  se  afana  por  entrar  en  la  vida 
á  fuerza  de  reconcentrarse  en  sí  misma.  Pero 
el  que  quiere  vivir  y  crea  en  la  realidad,  son 
menos  horribles  las  Flores  del  mal  con  todas 
sus  trágicas  apariencias,  que  esa  venenosa  flor 
de  loto,  trasplantada  de  Oriente,  en  cuyo  cáliz 
se  respira  el  amor  de  una  nada  imposible. 


(Se  continuará). 


Clarín. 


-*- 


EL  MONUMENTO  DE  CUAUTHEMOC 


ElSr  ÍVIEJICO 


(conclusión) 

Las  columnas  -están  tomadas  de  las  paredes 
que  aún  e.\isten  en  Tula,  cuya  forma  extraña  y 
di.stínta  do  todos  los  restos  que  se  conocen  déla 
arquitectura  tolteca,  encierran  gran  belleza  y 
revelan  un  sentimiento  filosófico  y  delicado.  La 
ornamentación  de  los  entrepaños  está  tomada 
de  la  que  existe  en  otros  de  los  restos  de  Tula.  El 
cornisamento  que  sostiene  estos  grupos  de  co- 
lumnas, está  compuesto  según  los  modelos  de 
las  cornisas  do  los  palacios  de  Uxmal  y  el  Pa- 
lenque, ornamentado  en  sus  distintas  partes, 
con  detalles  tomados  de  los  mismos  palacios,  y 


su  friso  con  los  escudos,  trajes  de  guerra  y  ar- 
mas de  combato,  que  usaban  los  guerreros  del 
Anáhuac. 

Una  grada  ó  escalón  sirve  de  intermedio  en- 
tre la  cornisa  y  el  pedestal  superior,  llevando 
los  cuatro  frentes  decorados  con  ornatos  que  se 
han  tomado  de  los  restos  de  una  columna,  que 
existe  también  en  Tula,  y  que  por  la  forma  pura 
y  esbelta,  aún  pudiera  confundirse  con  delica- 
das grecas  del  arte  clásico. 

En  el  pedestal  superior,  que  es  el  sostén  de 
la  estatua,  se  ha  procurado  conservar  el  carác- 
ter del  estilo,  con  su  ornamentación 
apropiada,  decorando  su  capitel  con 
sus  colgantes  en  los  ángulos  y  nudos 
de  víboras,  acusando  su  forma.  El  ta- 
blero del  frente  lleva  en  el  bajo-relieve 
el  jeroglífico  de  Cüauthemoc,  tal 
como  lo  representaban  los  aztecas: 
«Águila  que  descendió;»  una  águila 
desciende  á  tocar  con  su  pico  la  hue- 
lla de  un  pié  humano. 

La  estatua  que    remata   el   monu- 
mento, representa  á  Cüauthemoc  en    , 


traje  de  guerra;  corona  su  cabeza  la  diadema 
y  el  penacho  de  plumas,  signos  de  su  elevada 
categoría;  su  pecho  cubierto  con  la  coraza  de 
algodón  y  en  sus  hombros  sostenido  el  manto: 
su  actitud  es  la  de  esperar  al  enemigo  para  el 
combate;  empuñando  en  su  diestra  la  macana  y 
con  la  ¡siniestra  apoyado  en  su  escudo. 

Todo  el  monumento  se  levanta  sobre  un  zóca- 
lo octagonal:  ocho  pedestales  salientes  en  cua- 
tro de  los  lados,  que  corresponden  á  las  frontes 
del  basamento,  encierran  las  escalinatas  que 
dan  acceso  y  sobre  ellos  descansan  leopardos 


DORCHESTER 


que  guardan  las  entradas.  Un  ornato  decora  la 
faja  superior  de  este  zócalo,  tomado  de  uno 
de  los  detalles  de  las  ruinas  de  Mitla.  En  este 
zócalo  se  adoptó  la  lorma  octagonal,,  para  que 
sirviera  la  transición  entre  la  cuadrada  del 
monumento  y  la  circular  de  la  glorieta  del  Pa- 
seo de  la  Reforma,  en  que  ^e  ha  erigido,  que 
compuesta  de  líneas  rectas,  hará  que  no  se 
pierda  el  carácter  del  estilo.  Cada  uno  de  los 
leopardos  tiene  dos  metros  de  largo. 

El  monumento  se  ha  construido  con  piedra 
de  una  cantera  de  las  inmediaciones  de  Puebla, 
de  tez  fina  y  bastante  pulida,  de  una  dureza 
semejante  á  la  de  la  chiluca  y  de  un  color  gris 
verdoso  que  completa  el  carácter  de  la  arqui- 
tectura. La  estatua,  bajo-relieves  é  inscripcio- 
nes, fueron  ejecutados  en  bronco  de  arte. 

La  descripción  que  precede  es  la  misma  que 
el  malogrado  autor  del  monumento  presentó  al 

Jurado. 

De  su  simple  lectura  se  desprende,  que  la 
obra  de  arte  que  nos  ocupa  está  llamada,  no 
solamente  á  perpetuar  la  memoria  de  las  proe- 
zas del  último  de  los  emperadores  aztecas,  sino 
la  arquitectura  genuinamente  nacional  meji- 
cana. Creyó  el  señor  Jiménez,   con  admirable 


acierto,  que  era  un 
verdadero  contra- 
sentido,— así  lo  ex- . 
presó  él  mismo, — 
colocar  la  estatua 
de  un  héroe  azteca, 
sobre  un  monumen- 
to griego,  romano, 
gótico  ó  de  cual- 
quier otro  estilo, 
que  proviniera  de 
clima,  costumbres 
y  civilización  enteramente  distintos,  y  com- 
prendió también  la  conveniencia  de  un  renaci- 
miento que  pusiera  de  manifiesto  lo  que  fué  el 
arte  en  Méjico  antes  de  la  conquista  española 
El  señor  Jiménez  quiso  dar,  y  dio  en  verdad,  el 
primer  paso  en  pro  de  ese  renacimiento  de  la 
arquitectura  antigua  del  país,  anhelando  enca- 
minar á  los  artistas  mejicanos  al  estudio  de  un 
estilo  nacional  apropiado,  en  que  entrasen  como 
elementos,  detalles  tan  hermosos  y  delicados 
como  los  que  ostentan  las  grandiosas  ruinas  de 
Tula,  Mitla,  Uxmal,  el  Palenque  y  otras,  que 
han  despertado  y  despiertan  todavía  la  admi- 
ración y  el  entusiasmo  de  los  más  ilustrados  via- 
jeros, y  que  revelan  un  arte  adelantado  por  todo 
extremo  y  una  gran  delicadeza  de  sentimiento. 


La  primera  piedra  del  monumento  fué  colo- 
cada el  día  5  de  Mayo  de  1878.  Circunstancias 
que  no  es  del  caso  referir  impidieron  que  la 
obra  quedase  terminada  con  la  prontitud  que  el 
Gobierno  deseaba,  y  á  causa  de  este  retardo  no 
cupo  al  autor  del  proyecto  la  satisfacción  de 
ver  convertida  en  magnífica  realidad  la  mejor 


''■'■y.  ^'-* 


EL  INVIERNO  DE  LA  C 


lERA  (Cuadro  de  E.  Trionfi) 


714 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


y  más  querida  de  sus  concepciones,  pues  le  sor- 
prendió la  muerte  el  17  de  Abril  de  1884  cuan- 
do más  risueñas  esperanzas  de  porvenir  y  de  ! 
gloria  henchian  sn  corazón. 

C<^>nt¡iuióse,  por  muerte  del  señor  Jiménez, 
la  construcción  bajo  las  órdenes  del  señor  In- 
geniero Arquitecto  del  Palacio  Nacional  don 
Itamón  Agea,  y  celebróse  un  contrato  entre  el 
señor  Ministro  de  Fomento,  general  D.  Carlos 
Pacheco,  y  el  reputado  artista  D.  Miguel  Nore- 
ña,  profesor  de  escultura  en  la  Escuela  Nacional 
de  Bellas  Artes,  quién,  como  el  señor  Jiménez, 
puso  gran  empeño,  fructuosamente  por  dicha, 
en  que  fuesen  fundidos  y  cincelados  en  Méjico 
los  bronces  todos  de  este  monumento  Nacional, 
como  son  mejicanas  las  piedras  de  que  está 
formado. 

A  fin  de  que  el  lector  posea  la  mayor  suma 
de  datos  respecto  al  monumento,  y  para  que  el 
menos  entendido   pueda   formarse  idea  de  la 


riqueza  de  la  ornamentación,  vamos  á  poner  en 
seguida  el  peso,  en  kilogramos,  de  los  bronces, 
y  el  coste  total  del  monumento. 

La  estatua 2.301 

Los  líos  bajo-relieves 2.ííóy 

Los  ocho  iBopanlos 2.761 

Los  trofeos l.lWi 

Las  dos  lápUlus 1.611 

Kl  IViso 920 

La  decoración  del  pedestal. .  .  460 

Estas  cifras  forman  un  total  de  once  mil  nove- 
cientos ocho  kilogramos  de  bronce. 

Las  cantidades  gastadas  desde  el  comienzo 
de  la  obra  hasta  su  conclusión,  ascienden  á 
duros  97.!'14  21  céntimos. 

Fué  inaugurado  este  monumento  el  día  21  de 
Agosto  último. 

* — 

AUTORES  DE  NOTA 


■  No  lo  creo. 
Varios  periódicos  lo   han   asegurado,  ¿pero 
quién  se  fia  de  lo  que  loa  periódicos  aseguran? 


ÜU>|.Sjv«w.V.v\2í:^ 


MONTE  SINODUM  Y  ESCLUSA  DE  DAY 


Hoy  dicen  una  cosa  y  mañana  dirán  todo  lo 
contrario. 

No  tienen  ellos  la  culpa:  el  noticiero  (repórter 
como  ahora  se  dice),  no  discute  lo  que  le  cuen- 
tan; va  y  viene,  vuelve  y  torna,  corre  de  ceca  en 
meca  y  de  zoca  en  colodra  para  averiguar  lo 
que  sucede  ó  lo  que  puede  suceder,  ó  lo  que  es 
probable  que  spceda,  y  toma  notas  de  todo,  y  en 
cnanto  le  dicen,  levanta  acta  y  como  se  lo  conta- 
ron lo  cuenta  al  lector;  sin  perjuicio  de  contár- 
selo de  distinta  manera  al  día  siguiente,  si  de 
distinta  manera  se  lo  cuentan  á  él. 

La  curiosidad  del  lector  es  insaciable;  no  hay 
salvación  para  el  periódico  sino  le  da  alimento 
y  el  alimento  preferido  es  el  que  nombramos 
de  pocos  años  á  esta  parte  información. 
Pero  voy  al  caso. 

En  varios  periódicos  he  visto  la  noticia  de 
que  los  eminentes  actores  señores  Vico  y  Calvo 
(6  vice-versa),  empresarios  del  teatro  Español 
de  Madrid,  han  solicitado  del  Excmo.  Ayunta- 
miento de  esta  villa  coronada  y  todo,  permiso 
para  poner  en  escena  en  el  mencionado  co- 
liseo arreglos  6  traducciones  de  obras  extran- 
jeras. 

Bueno  será  advertir  por  si  los  lectores  lo  igno- 
ran, que  el  teatro  Español  es  propiedad  del 
•nunicipio  de  Madrid,  el  cual  lo  cede  gratuita- 
mente, si  bien  con  determinadas  condiciones,  á 
los  empresarios.  Entre  «isas  condiciones,  rela- 
cionadas en  su  mayor  parte  con  las  circunstan- 
cias artísticas  de  la  compañía  y  con  la  conser- 
vación y  mejoramiento  del  edificio,  existe  una 
en  virtud  de  la  cual  no  puede  ser  representada 


en   el   teatro  que  deberían  llamar  municipal, 
ninguna  obra  que  ko  sea  original  española. 

Esta  cláusula  es  la  que  pretenden  los  señores 
Calvo  y  Vico,  según  los  periódicos  han  conta- 
do, que  se  anule  ahora  por  el  Ayuntamiento. 

y  esos  mismos  periódicos  dicen,  además,  que 
las  razones  en  que  se  funda  tan  extraña  solici- 
tud es  el  retraimiento  en  que  están  los  autores 
de  nota. 

Por  eso  dije  al  comenzar,  y  por  eso  repito 
ahora:  no  lo  creo. 

¿Y  cómo  había  de  creerlo? 

Rafael  Calvo  y  Antonio  Vico  son  no  sola- 
mente artistas  de  mucho  mérito,  sino  hombres 
muy  sensatos  y  personas  de  excelente  educa 
ción,.  y  sean  cuales  fueren  sus  desees  de  lucro, 
de.seos  muy  legales  y  aun  respetables,  y  sean 
cuales  fueren  sus  opiniones  acerca  de  cada  uno 
de  los  autores  dramáticos  en  activo,  opiniones 
de  mucho  peso  sin  duda,  no  se  habrían  permi- 
tido extender  propia  auctoritate  patentes  de 
autores  de  nota,  para  concedérsela  á  unos  y  ne- 
gársela á  otros,  descontentando  á  los  más,  sin 
haber  contentado  á  los  menos. 

Es  posible, — todo  es  posible, — que  en  el  seno 
de  la  confianza,  departiendo  con  algún  amigo 
cariñoso  hayan  manifestado  su  disgusto  por  la 
escasez  de  obras  dramáticas  de  verdadero  méri- 
to; y  hasta  es  posible  que  hayan  indicado  lo 
conveniente  que  sería,  para  ocurrir  á  esa  inopia, 
tener  autorización  para  representar  el  repertorio 
extranjero,  el  francés  cuando  menos;  pero  no  ha 
pasado  de  ahí;  me  atrevería  á  jurarlj. 

La  pretensión,  si  he  de  exponer  la  verdad,  no 


me  parece  descabellada;  pero  la  queja  si   me 
parece  injusta. 

Lamentarse  de  que  los  autores  dramáticos 
producen  poco,  es  tener  mucho  deseo  de  la- 
mentarse. Pocos  días  hace  inauguró  sus  tareas 
la  compañía  que  ha  de  funcionar  en  el  teatro  de 
la  Comedia  de  Madrid;  la  empresa  consideró 
conveniente  publicar  con  el  elenco  de  la  ctyn- 
pañía  una  lista  de  los  autores  con  cuyas  pro- 
ducciones contaba;  el  número  de  esos  autores 
pasaba  de  treinta;  y  es  de  advertir  que,  bien 
por.  olvido,  bien  porque  no  se  hayan  ofrecido  á 
la  empresa,  ya  por  otras  causas  que  desconozco 
y  que  en  realidad  importan  poco,  han  dejado  de 
incluirse  en  la  lista  nombres  de  poetas  cómicos 
muy  conocidos  y  muy  celebrados. 

Abiertos  están  constantemente  durante  la 
temporada  cómica,  hace  ya  algunos  años,  ocho 
teatrillos  de  función  por  hora  y  son  pocas  las 
semanas  que  funcionan  sin  que  en  cada  uno 
de  esos  teatros  se  verifique  algún  estreno. 

El  número  de  obras  nuevas  que  esto  supone 
no  hay  para  qué  decirlo;  con  dificultad  podrá 
hallarse  un  período  en  nuestra  historia  en  que 
se  haya  producido  más  para  el  teatro. 
(iQue  hay  entre  eso  mucho  malo? 
Es  verdad;  ¡pues  podría  no  haberlo! 
Eso  sí  que  sería  milagro;  pero  tam- 
bién se  encuentra  algo  bueno;  rara  es 
la  temporada  al  cabo  de  la  cual  no 
han  aparecido  media  docena  de  obras 
muy  aceptables;  pues,  dicho  se  está, 
que  las  de  primer  orden  no  se  dan 
todos  los  años.  A  que  el  número 
de  obras  buenas  sea  más  escaso  con- 
tribuye, á  más  de  la  natural  dificultad 
de  producir  trabajos  de  mérito,  la 
circunstancia  de  hallarse  nuestra  li- 
teratura, y  muy  especialmente  la  dra- 
mática, en  un  período  de  crisis;  crisis, 
cuya  solución  no  es  fácil  prever  y 
que  obliga  á  los  autores  á  caminar 
con  paso  inseguro,  tanteando  el  te- 
rreno, deteniéndose  ante  los  obstácu- 
los imprevistos,  haciendo  ensayos  y 
realizando  tentativas  con  el  propó- 
sito de  descubrir  los  nuevos  derrote- 
ros, si  los  hubiere,  por  que  han  de 
marchar  desembarazadamente  y  sin 
miedo  los  autores  de  mañana. 

Es  verdad  que  la  mayor  parte  de 
los  autores  nombrados  en  los  carte- 
les del  teatro  de  la  Comedia  y  los  que 
creando  obras  propias  6  arreglando 
ajenos  trabajos  surten  y  abastecen  los  tea- 
trillos  por  horas,  no  cultivan  el  género  á  que 
los  actores  Calvo  y  Vico  se  dedican  prefe- 
rentemente; pero  bien  se'  comprende  que  siendo 
tantos  como  son  los  poetas  cómicos,  no  han  de 
faltar  (y  no  faltan  en  efecto)  autores  dramáti- 
cos. Esto  sin  contar  con  que  no  se  comprende 
que  del  teatro  nombrado  Español,  esté  siste- 
máticamente proscripto  el  género  cómico;  ni  la 
comedia  culta,  ni  la  comedia  de  figurón,  ni  la 
tonadilla,  ni  el  saínete,  ni  nada  de  eso  que  evo- 
ca los  gloriosos  recuerdos  de  Tirso  y  de  Morete, 
de  Moratín,  de  Bretón,  do  Vega,  de  Narciso 
Serra,  tienen  hoy  cabida  en  el  teatro  del  Ayun- 
tamiento de  Madrid. 

Para  este  viaje, — como  el  vulgo  dice, — no 
se  necesitan  alforjas;  para  este  resultado  no 
valía  la  pena  de  que  el  Municipio  fuera  em- 
presario de  teatros  ni  tampoco  alquilador  de 
locales. 

Y  esta  proscripción  del  género  cómico  es 
tanto  menos  justificable,  cuanto  más  cierto  es  que 
en  la  compañía  de  los  señores  Vico  y  Calvo 
hay  elementos  para  formar  un  excelente  cuadro 
cómico;  Vico  ha  demostrado  én  más  do  una 
ocasión  que  en  ese  género  sabe  y  puedo  hacer 
tanto  como  en  el  drama;  Ricardo  Calvo  es  un 
excelente  actor  cómico;  Donato  Jiménez  carac- 
teriza como  pocos  los  tipos  cómicos,  y  no  hablo 
de  Mariano  Fernández  porque  es  de  sobra  cono- 
cido; ni  hablo  tampoco  de  las  actrices,  porque 
debo  terminar  y  porque  considero  innecesario 
decir  lo  evidente,  es  á  saber,  que  todas  sin 
excepción,  podrán  ser  por  circunstancias  espe- 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


715 


cíales  deficientes  en  el  drama;  pero  representan 
con  gracejo  y  naturalidad  la  comedia. 

Es  claro  que  arrojado  este  género  y  arroja- 
do definitivamente  de  aquel  paraiso;  cerradas 
sus  puertas  á  piedra  y  lodo  á  todo  lo  que  no  sea 
drama  trágico,  queda  muy  reducido  y  resulta 
muy  limitado  el  número  de  autores  que  para  el 
teatro  español  pueden  escribir;  así  y  todo,  y  sin 
contar  con  esos  que  están  retraídos  y  que  por  el 
hecho  de  estarlo  les  parecen  mejores  al  público 
y  á  las  empresas,  pues  siempre  parece  mejor  lo 
que  se  nos  niega  que  lo  que  se  nos  ofrece, 
escriben  hoy  dramas  Echegaray,  Leopoldo  Cano 
y  Valentín  Gómez,  entre  los  conocidos  y  acep- 
tados por  el  público;  y  los  escriben  también 
muchos  jóvenes  desconocidos  hoy  como  lo  fue- 
ron en  su  día  García  Gutiérrez  y  Hartzen- 
busch,  Adelardo  Ayala  y  Eugenio  Selles. 

¿Se  pretenderá  que  los  autores  dramáticos 
empiezen  su  carrera  con  la  segunda  obra? 

Si  no  es  esto  lo  que  se  quiere,  justo  es  reco- 
nocer que  se  quiere  algo  más  difícil  todavía, 
que  los  autores  nuevos  sean  todos  de  la  talla  de 
Shakespeare  ó  de  Schiller  ó  que  sus  obras  de 
principiante  sean  como  Hamlet  ó  El  Rey  Lear, 
como  Guillenno  Tell  ó  Don  Carlos. 

Si  las  empresas  para  decidirse  á  representar 
una  obra  dan  en  exigir  tales  condiciones,  fuerza 
será  que  cierren  sus  teatros  ad  perpetuitatem  y 
que  esperen  para  abrirlos  á  que  caiga  qué  hacer, 
porque  Shakespeares  y  Schillers  no  nacen  todos 
los  días;  ni  siquiera  todos  los  siglos. 

Concluyo,  pues,  como  había  principiado,  di- 
ciendo que  he  oído  y  he  leído  eso  de  la  solicitud 
de  los  empresarios  del  teatro  Español,  pero  no 
lo  creo. 

A.  SÁNCHEZ  PÉREZ. 


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REQUIESCAT 


El  día  de  difuntos  es  día  de  reflexiones. 

Y  no  por  el  Memento  homo,  porque  si  estu- 
viéramos acordándonos  siempre  de  que  nos 
hemos  de  morir,  no  tendríamos  tiempo  de  pen- 
sar en  otras  cosas  importantes  como  pagar  al 
casero,  al  sastre,  etc.;  fechas  todas  tan  terribles 
como  el  día  de  la  muerte,  por  lo  menos. 

Es  quizás  el  día  de  difuntos  el  más  á  propó- 
sito para  filosofar,  no  sobre  la  instabilidad  de 
las  cosas  humanas  y  la  brevedad  de  la  vida, 
sino  sobre  el  temple  de  alma  y  carácter  de  cada 
hijo  de  vecino. 

Los  cementerios  son  visitados  por  gran  niíi- 
mero  de  gentes  que  llenas  de  dolor  y  de  recogi- 
miento acuden  á  emborracharse  sobre  los  ve- 
nerables restos  de  sus  mayores. 

Algún  estudiante  de  Anatomía  oculta  bajo 
la  capa,  rápidamente,  un  hueso  recogido  de 
algún  rincón  y  se  marcha  después  á  su  casa 
lleno  de  alborozo,  colocando  sobre  los  libros 
polvorientos  el  peroné  de  algún  cobrador  de 
contribuciones  ó  las  mandíbulas  de  algún  guar- 
da nocturno  muerto  en  el  campo  del  honor. 

Algunos  papas  llevan  sus  hijos  á  la  mansión 
de  los  muertos  y  los  nenes  se  pasan  la  tarde 
leyendo  todas  las  lápidas  que  encuentran  á 
mano  y  preguntando  al  autor  de  sus  días: 

— Papá,  ¿tú  le  conocistea? 

— ¿A  quién? 

• — A  D.  Nicomedes  Manzano. 

• — No,  hijo  mío.  ¿Por  qué  me  lo  preguntas? 

— Por  si  era  pariente  del  otro  Manzano,  ese 
señor  que  viene  á  ver  á  la  mamá  cuando  tú  te 
marchas. 

Otros  padres  obligan  á  sus  hijos  á  que  con- 
templen la  tumba  do  sus  abuelas. 

— ¿Os  acordáis  de  la  abuelita  Leona,  hijos 
míos? 

— Sí,  papá;  yo  me  acuerdo  de  aquel  día  que 
te  rompió  la  palangana  en  la  cabeza. 

—  ¡Oh!  ]Eraun  ángel! 

—¿Y  no  la  veremos  más? 

— Afortunadamente...  digo,  que  afortunada- 
mente está  ya  en  el  cielo. 

— ¡Pobrecita! 


— Allí  goza  de  la  presencia  divina;  rezad 
porque  no  salga  jamás  de  allí. 

— ¿Los  muertos  se  aparecen,  papá? 

— Algunas  veces;  yo  siempre  creo  que  tengo 
delante  á  vuestra  abuelita  materna. 

— ¡Ay,  si  se  me  apareciese  á  mí!  ¡Qué  miedo 
tendría! 

— No  te  asustes,  monin,  llamaríamos  á  la 
guardia. 

Por  todas  partes  se  ven  recuerdos  cariñosos, 


coronas,  cirios,  flores  artificiales  y  demás  uten- 
silios de  guardarropía  fúnebre. 

Sobre  una  lápida  negra  hay  una  corona  con 
inmensas  cintas  en  las  que  hay  escrita  esta 
frase:  «Al  más  idolatrado  de  los  esposos,»  coro- 
na puesta  por  una  viuda  que  se  casó  á  los  dos 
meses  con  un  amigo  de  su  difunto  marido. 

Los  panteones  están  llenos  de  paños  y  gasas 
de  alquiler  y  rodeados  de  lacayos  con  ciriales 
encendidos  en  sus  manos  enguantadas. 


CORINC,   DESDE  TOLL-GATE.— 1,A  BARCA   DE  MUULSFURO 


El  respeto  de  aquellos  sirvientes  á  las  ceni- 
zas de  los  nobles  antepasados  de  sus  dueños, 
es  proverbial. 

— Oye,  Manolo,  ¿conociste  tú  á  la  señora? 

—  Sí,  era  puerca.  Dios  la  haya  amparado. 

— ¿No  te  daba  propinas? 

— ¡Cál  ni  ^or  pienso;  cuando  no  tenía  listo  el 
cocho  me  ponía  tres  dias  de  multa. 

— i  Vaya  una  cursil! 

— Oye  Pepe,  ¿hasta  cuando  estaremos  aquí? 

— Hasta  la  noche. 

— ¡liediós!  ¡Qué  lata!  ¡Y  á  mí  me  está  esperan- 
do la  Rita! 

— ¡Y  á  mí  la  Remedio! 

— ¡Aviados  estamos! 

Etcétera,  etc. 


La  invasión  de  los  campo-santos  en  este  día 
es  una  manifestación  religiosa  que  toma  el 
pueblo  á  risa  y  diversión,  como  las  procesiones. 

¿Y  es  que  ya  no  hay  alma?  ¿Es  que  ya  no  exis- 
te el  sentimiento? 

Sí;  afortunadamente  no  está  el  mundo  tan 
pervertido  como  quieren  los  misántropos  pre- 
sentarlo á  nuestra  vista. 

En  la  nebulosa  tarde  de  este  día  de  Noviem- 
bre en  que  doblan  las  campanas,  en  que  bulli- 
cioso el  pueblo  se  traslada  en  peregrinación  á 
las  Sacramentales  y  en  que  la  gente  noble  no 
sale  por  la  tarde  á  paseo  temiendo  el  qité  dirán 
y  va  por  la  noche  al  Español  á  ver  á  Calvo  en 
D.  Juan  Tenorio,  hay  muchos  corazones  que  no 
laten  sino  para  el  ser  perdido. 


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718 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


Si  penetramos^ en  alguna  oseara  buhardilla 
podríamos  contemplar  cuadros  horribles  carga- 
dos de  esas  tintas  sombrías  cuyo  color  se  am;isa 
con  las  lágrimas.  Alguna  madre  y  sus  hijas 
jóvenes  y  hermosas,  libran  honrada  lucha  con- 
tra la  miseria  cosiendo  sin  descanso  mientras 
que  en  un  rincón  del  cuarto  miserable,  brilla 
una  lucecita  en  un  vaso  de  agua  cubierta  por 
una  ligera  linea  de  aceite.  Aquellas  mujeres  no 
van  al  cementerio.  No  sabrán,  sin  duda,  en  que 
rincón  descansan  los  pobres  huesos  de  aquel 
qne  las  amó  con  toda  su  alma,  del  padre  que 
murió  víctima  del  trabajo  que  llenó  su  vida, 
por  mantenerlas}'  verlas  felices,  pero  acarician 
su  espíritu  con  el  recuerdo  y  con  el  trabajo,  la 
más  sacrosanta  de  las  oraciones. 


Aquella  luz  pálida  y  triste  es  un  beso  conti- 
nuo enviado  al  alma  del  que  murió. 

Algún  día  del  año  en  que  el  cementerio  está 
solitario,  en  que  no  hay  bulla  ni  gresca,  porque 
no  es  el  día  consagrado  para  acordarse  de  los 
muertos,  suele  verse  algiin  joven  elegante  que 
sin  cuidar  sus  pantalones  que  sepulta  en  el 
barro,  permanece  de  rodillas  delante  de  una 
lápida  llorando  desesperadamente  en  aquella 
soledad  donde  no  puede  ser  criticado  por  nadie. 
En  la  blanca  piedra  hay  escrito  un  nombre  de 
mujer  y  esta  frase  entre  dos  signos  de  admira- 
ción en  forma  de  lágrima: 

¡MURIÓ  Á  LOS  VEINTE  AÑOs! 

Para  todos  estos  seres  no  necesita  la  iglesia 


tocar  campanas  ni  deshojar  siemprevivas  ni 
autorizar  un  día  al  cabo  de  trescientos  sesenta 
y  cinco  con  objeto  do  que  sea  el  día  del  dolor 
ojicidl. 

Para  quien  amó  de  veras,  todo  el  año  es  día 
de  difuntos. 

José  M.'  DE  LA  ToRRB 


POST  NUBILA  PH^BUS 


Roncas  las  campanas 
doblaban  á  muerto, 
la  gente  escalaba 
las  gradas  del  templo, 


LA  "BOMBA"  EN   LAS  BARGES 


y  en  nn  catafalco 
qne  había  en  el  centro, 
rodeado  de  negros  crespones 
se  alzaba  un  féretro. 

Lloraba  la  niña 
lloraba  en  silencio, 
por  el  frío  cadáver  que  duerme 
el  último  sueño,- 
y  sus  tristes  ojos 
clavando  en  el  cielo 
parecía  querían  pedirle 
la  vida  del  muerto. 

¡Aún  latente  de  aquellas  escenas 

conservo  el  recuerdo! 
¡Aún  parece  que  veo  sus  lágrimas 
surcar  sus  mejillas,  correr  por  su  cuello! 
¡Aún  escucho  las  tiernas  palabras, 

qne  al  darle  consuelo, 
me  decían:  ¡en  vano  te  cansas, 
marió  mi  esperanza,  vivir  mis  no  puedo! 

Pasaron  los  meses, 

y  al  año  no  entero, 
otra  vez  á  los  aires  lanzaban 
los  roncas  campauas,  metálico  acento, 

y  otra  vez  la  gente 

escalando  el  templo, 
contemplaba  con  vista  piadosa 
rodeado  de  flores  un  blanco  féretro. 


¡Que  amores  tan  grandesl 

¡Que  amores  aquellos 
que  al  romperse  en  la  tierra  se  unían 

por  siempre  en  el  cielo! 

Los  cuerpos  hallaron 
en  la  tumba  reposo  y  silencio, 
mas  sus  almas  volaron,  y  ahora 
á   través  del  espacio  infinito 

felices  las  veo. 

Abbaham  Guimbao 


NUESTROS   GRABADOS 


¿TENDRÁ? 

Kealmeiilo  tin  Imsque  es  lugar  sumamente  á  propAsito 
para  halilar  de  amores,  ya  que  no  muy  ciVmodo;  la  polire  Jo- 
ven fué  más  puntual  que  no  el  galán,  como  »uce<le  casi 
siempre,  y  está  e«]>eranilo  ahora  su  Uegaila  fiííurándose  á 
(Mula  momento  oir  el  ruido  de  sus  pasos.  iQuién  sabe,  sin 
cmhargo,  si  el  gran  bergante  habrá  tenido  pereza  y  creerá 
qno  las  mañanitas  asi  de  Abril  como  de  Novlemliru  son 
más  buenas  de  dormir  que  de  pascar! 

KL  TÁUK.Sia 

Toma  su  origen  el  Támcsis  en  el  condado  de  Glocester,  al 
Oeste  de  Oxford,  en  un  delicioso  paisaje  y  dirigiéndose  hacia 
el  Este  baña  los  alrededores  de  la  famosa  ciudad  universita- 
ria, entre  cuyo  término  y  Abingdon  se  vos  las  Jlarges,  trozo 
en  que  se  celebran  las  regatas  estudiantiles. 


Siguiendo  río  abajo  vese  el  puente  do  Nunheam  y  en  las 
orillas  numerosos  castillos  y  abadías  góticas,  medio  ocultas 
entre  frondosos  bosques  y  jardines. 

Pasudo  Abingdon  aparece  Little  Wittenham,  desde  donde 
se  divisa  Dorchester  y  al  lado  opuesto  el  Monte  Binodum,  en 
cuyo  inulto  el  Isis  desemboca  en  el  Támesls.  Viene  luego 
Monlsford  donde  antiguamente  habla  una  barca  para  i>asar 
el  rio  y  después  de  dejar  atrás  Streatley  aparece  la  torro  nor- 
nmnda  de  (ioriiig,  punto  /iiial  de  nuestra  exiieilición  por 
hoy. 

MADÍUD.    KXPOMríT(')N   (¡KNMRAI,   PK   VILITINAS 

Sabido  es  que  en  el  Retiro  se  ha  levantado  nn  puchlecito 
á  estilo  de  los  de  Filipinas,  pudiendo  verse  en  nuestro  gra- 
bado de  hoy  algtmos  do  los  edificios  qne  contiene.  Todo  el  re- 
cinto <iue(lurá  convertido  en  mtiseo  permanente  de  las  C<»lo- 
nias  y  será,  sin  duda,  una  de  las  cosas  más  instructivas  y 
[irovuchosas  que  el  viajero  encontrará  en  Madrid. 

El  día  17  del  pasado  se  celebró  en  dicha  Exposición,  bajo 
la  i)residencia  de  S.  .M.  la  Reina  Regente,  la  distribución  de 
premios,  <;uyo  lu'imero  ascendió  al  no  escaso  de  íí4s. 

VENECtiNA 

Cuadro  de  Qiacomo  Farrctlo 

Ahí  tenemos  lo  que  en  el  lenguaje  popular  veneciano  se 
llama  una /aíícr,  esto  es,  una  vecina  del  HcytícredíCasU'tln.  Re- 
diicese  el  cuadro  á  uiui  madre  que  para  darle  gusto  al  chicuelo 
acomoda  en  su  jaula  á  un  X)Obre  pajarito,  motivo  que  basta 
para  hacer  lui  buen  apinite  con  el  seilo  característico  de  nn 
tipo  y  de  ini  traje.  El  motivo  ha  salido  bien:  el  cuadro  es 
original  y  simi)ático  y  ese  muchachito  robusto,  con  la  cabe- 
za al  rapo  y  el  cuello  taurino,  moverá,  sin  duda,  á  lástima  á 
otras  madres  que  lo  compadecerán. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


719 


EL  INVIEEHO    DE    LA    COSTUKKEA 

Cuadro  de  E.  Trimifl 

El  invierno  de  la  costurera  pertenece  a  la  categoría  de 
obras  de  pintura  que  se  proponen  la  demostración  sensible 
de  alguna  tesis  social.  En  esa  se  ve  expuesta  la  dura  existen- 
cia de  la  vida  de  nuestras  artesanas.  Esta  ha  trabajado  todo 
el  día  anterior  y  toda  la  noche  en  su  frío  cuartito,  no  te- 
niendo para  defenderse  del  rigor  invernal  más  que  un  mise- 
ro braserillo.  El  alba  ha  sorprendido  á  la  laboriosa  niña 
pegada  todavía  á  la  costura  y  no  ha  tenido  piedad  de  ella 
concediéndola  algún  descanso,  que  la  pobre  se  ha  negado  ri- 
gurosamente durante  casi  veinticuatro  horas.  La  vela  arde 
aún  y  su  luz  cesa  de  iluminar,  vencida  por  la  de  los  primeros 
albores.  Ciertamente  que  no  todas  las  costureras  pasan  asi  el 
invierno,  pero  sí  esa,  que  es  bella  y  honrada.  Basta  mirar  su 
semblante,  lleno  de  sentimiento  y  aflicción. 

EL   ÚLTIMO    VIAJK 

Cuadro  de  Bartlett 

El  autor  ha  representado  con  exquisita  sensibilidad  la 
conducción  del  cadáver  del  niño  de  unos  pobres  pescadores 
de  Irlanda  al  próximo  cementerio  situado,  como  sucede  mu- 
chas veces  en  aquella  costa,  en  algún  cercano  islote.  Las 
íiguras  están  muy  bien  agrupadas  y  la  perspectiva  aérea  apa- 
rece perfectamente  estudiada. 

FLORES   A    LA   ENFERMITA.— DE   VUELTA   DEL  MEBCADO 

No  cabe  más  delicado  obsequio  que  traerle  flores  á  la  po- 
bre niña  privada  de  esparcir  su  ánimo  por  el  ameno  campo. 
Sin  duda  que  tendrá  en  mucho  el  recuerdo  de  su  buena  ami- 
ga y  le  será  deudora  de  haber  sentido  en  su  alma  una  ráfaga 
de  alegría. 

Dulce  es,  asimismo,  la  figiu-a  de  la  pobre  marinera  que  de 
vuelta  á  casa  va  sacando  muy  preocupada  la  cuenta  de  lo 
que  ha  gastado.  La  vida  es  dura  para  ella  y  cada  moneda  de 
esas  representa  una  exposición  de  la  vida  de  su  padre  y  her- 
manos. 

CABEZA    DE   ESTUDIO 

Es  una  buena  cabeza,  tan  venerable  como  magistralmente 
dibujada.  Hé  ahí  un  hombre  en  quien,  según  todas  las  pro- 
babilidades, nadie  se  fijará  al  encontrarle  por  la  calle  y,  sin 
embargo,  tomado  por  su  cuenta  por  un  mozo  aprovechado  da 
materia  á  una  obra  bellísima.  Tal  es  el  poder  del  arte. 


SIN  CARETA 


iii 


Aparentando  una  dicha 
y  vina  calma  que  no  siento, 
paso  á  los  ojos  del  mundo 
por  feliz  y  satisfecho. 

Muchos  envidian  mi  suerte 
pues  con  los  versos  divierto, 
¡y  ríen  con  mis  Retazos 
mientras  yo  lloro  con  ellos! 

Si  es  verdad  que  por  mis  labios 
la  sonrisa  vagar  dejo, 
haj'  un  infierno  de  ideas 
muy  tristes  en  mi  cerebro. 

Y  demostrando  alegrías 
que  me  destrozan  el  pecho 
¡es  mi  vida  triste  senda  ■ 
de  llanto  y  de  sufrimiento! 

Mas  no  temas  que  demuestre 
los  pesares  que  padezco, 
pues  cuando  el  poeta  sufre 
sabe  sufrir  en  silencio, 

y  verter  fibras  del  alma 
en  sus  armónicos  versos, 
los  cuales,  ya  que  no  gloria, 
por  lo  menos  dan  consuelo. 

¡No  saldrá,  pues,  de  mis  labios 
ni  una  queja,  ni  un  lamento! 
¡En  las  orgias  del  mundo 
no  tienen  las  penas  eco! 

¿Qué  buscas,  mundo?  ¿que  cante? 
¡pues  cantar  mucho  prometo! 
Broto  la  risa  á  mis  labios 
y  ruja  el  pesar  adentro. 

Mártir  soy  de  mi  destino 
y  en  la  lucha  que  sostengo, 
si  no  la  gloria  del  mundo 
¡quizás  halle  la  del  cielo! 

J.  Adán  Bekned. 


LA  PRIMERA  COPA  DE  CHAMPAGNE 


(1)    Del  libro  Retuzoí  literarios,  recientemente  publicado. 


Había  invitado  el  general  á  comer  á  todos  sus 
amigos  en  una  preciosa  quinta  de  su  pertenen- 
cia, enclavada  en  un  magnífico  jardín, — mezcla 
de  umbrío  bosque,  mezcla  de  variado  inverna- 
dero,— donde  solemnizaba  el  día  para  él  más 
alegre  y  feliz  del  año:  el  día  del  cumpleaños  de 
su  hija.  Contábase  entre  los  invitados  mi  fami- 
lia. Mi  padre,  deudo  cercano  del  general  y  par- 
tícipe de  sus  contratiempos  y  bienandanzas, 
vióse  obligado  á  excusar  su  asistencia  por  un 
reciente  luto. —  «Mándame  pues  á  tu  rapaz,» — 
contestóle  el  general. 

Me  presenté  en  casa  mi  tío  cuando  ya  los 
convidados  llenaban  sus  salones.  Los  criados 
cruzábanse  en  todas  direcciones  terminando  los 
preparativos.  En  un  salón  un  corro  de  curiosos 
sostenía  animado  diálogo  delante  de  un  sober- 
bio cuadro  adquirido  recientemente  en  París 
por  el  dueñ«  de  la  casa;  sostenían  unos  que  la 
frescura  del  color  superaba  al  dibujo;  opinaban 
otros  que  el  trazado  de  la  figura  era  correctísi- 
mo. En  la  biblioteca,  unos  graves  señores  co- 
mentaban el  último  discurso  del  jefe  de  la  opo- 
sición monárquica,  mientras  hojeaban  otros  li- 
bros y  revistas,  tendidos  en  ancho  diván  ó  aco- 
modados en  mullida  poltrona;  oíanse  los  acordes 
del  piano  medio  ahogados  por  un  continuado 
murmullo,  en  un  salón  inmediato.  Todo  era  bu- 
llicio, todo  indicaba  franca  alegría.  Atravesé 
aquel  laberinto  dejando  á  un  lado  y  otro  perga- 
míneas mamas,  inquietas  niñas,  irreprochables 
lazos  anudados  al  rededor  de  almidonados  cue- 
llos, severa  levita,  lacio  frac;  me  interné  en  la 
casa,  recorrí  todos  sus  salones  y  al  cabo  hallé 
al  general  cumplimentando  á  los  recién  llega- 
dos y  dictando  órdenes.  Dióme  un  abrazo  y  me 
dijo  que  encontraría  á  su  hija  en  el  comedor,  á 
donde  me  dirigí  en  seguida. 

Eia  mi  prima  una  niña  aún  y  ya  se  mostraba 
la  radiante  hermosura  que  más  tarde  la  había 
de  convertir  en  acabado  tipo  de  la  mujer  griega. 
Mi  familia  y  la  de  mi  prima  acariciaban  risue- 
ños proyectos  para  lo  venidero,  concertados  an- 
tes de  partir  para  el  cielo  la  esposa  del  general. 
Era  yo  muy  joven;  no  rebasaba  los  quince  años 
y  ya  era  todo  lo  enamoradizo  y  apasionado  que 
amenazaba  ser  después.  Estudiaba  á  la  sazón, 
rudimentos  de  literatura  y  bellas  artes;  la  mú- 
sica y  la  escultura  eran  mis  agradables  espar- 
cimientos ;  el  Ars  amandi  mi  diccionario  y  mi 
primita  Gabriela  mi  encanto. 

La  encontré  en  el  comedor  ocupada  en  llenar 
los  bolsillos  de  sus  diminutas  amigas,  de  golo- 
sinas; nos  dimos  un  fuerte  abrazo,  después  del 
cual  la  entregué  una  lujosa  caja  con  varios  re- 
galos de  mi  madre.  Dirigióme  rudas  reconven- 
ciones por  mi  tardanza  y  á  vuelta  de  mil  pre- 
guntas y  después  de  zarandearme  lindamente, 
colocó  con  sus  rosados  dedos  en  mi  boca  un 
dulce  que  me  apresuré  á  engullir  y  escapamos 
al  salón.  El  sarao  estaba  en  su  apogeo.  Gabriela 
me  arrastró  y  mi  espíritu  dócil  siempre  se  dejó 
arrastrar;  envueltos  por  la  turba  danzante  bai- 
lamos hasta  rendirnos,  charlamos  sin  tasa  ni 
medida  hasta  que  nos  escabullimos  y  nos  baja- 
mos al  jardín. 

Vo  recuerdo  si  la  Primavera  con  sus  verdes 
galas  y  sus  flores  ó  el  Otoño  con  sus  cuajados 
frutos,  engalanaban  y  vestían  á  la  Naturaleza; 
recuerdo  tan  solo  que  el  jardín  era  fondo  bellí- 
simo donde  resaltaba  esplendente  la  hermosura 
de  Gabriela.  Lo  recorrimos  contándonos  nues- 
tras penas  y  congojas  y  nuestras  alegrías.  Ora 
nos  deteníamos  á  escuchar  el  canto  de  un  jil- 
guero cuyos  melódicos  trinos  bien  podían  ser 
de  regocijo  6  tristeza;  ora  nos  intrincábamos  en 
espeso  rosal  donde  á  cambio  de  sangriento  ara- 
ñazo salía  con  las  manos  repletas  de  encendidas 
rosas  que  colocaba  en  sus  trenzas  Gabriela,  ayu- 
dándole yo  en  tan  grata  faena,  ó  bien  nos  re- 
clinábamos en  rústico  asiento  hasta  donde  lle- 
gaba el  rumor  del  beso  de  la  brisa  á  las  sutiles 
hojas  y  el  ruido  del  arroyo.  Así  anduvimos  largo 
rato. 

Nos  dirigimos  luego  á  una  ancha  plazoleta 


rodeada  de  magnolias,  donde  iba  á  servirse  el 

espléndido  banquete  con  que  mi  tío  celebraba 
los  días  de  su  hija.  No  tardó  en  desbordarse  por 
las  escalinatas  y  avenidas  del  jardín  la  muche- 
dumbre que  pisaba  antes  la  alfombra  de  los  sa- 
lones, dirigiéndose  á  donde  estábamos  nosotros. 
Nos  acercamos  á  rústicas  mesas  y  dio  principio 
la  comida.  El  recuerdo  de  aquella  tarde  desapa- 
recerá difícilmente  de  mi  memoria. 

Sordas  detonaciones,  el  ruido  de  hirviente  lí- 
quido que  se  precipita  en  ruidosa  cascada  y  el 
débil  quejido  del  cristal  al  chocar  con  el  cristal, 
me  indicó  que  el  Champagne  hacía  su  escanda- 
losa entrada  entre  nosotros  abandonando  su 
frágil  encierro. 

Mi  tío  puso  en  mi  mano  transparente  copa  de 
tallado  cristal  que  afectaba  eraciosa  forma 
pompeyana,  rebosante  del  dorado  é  inquieto  lí- 
quido en  el  que  fijé  medio  espantado  mis  ojos. 
Parecióme  que  levísima  hurí  había  derramado 
en  mi  copa  misterioso  licor  que  iba  á  conver- 
tirme en  apuesto  caballero,  en  héroe  de  los  fan- 
tásticos cuentos  que  recitaba  mi  madre  al  dor- 
mirme en  su  regazo. 

Mi  entrada  en  el  mundo  iba  á  sancionarse 
con  una  rociada  da  Champagne.  ¡Donoso  bau- 
tismo! 

Aproximé  la  ancha  copa  á  mis  labios  y  bebí 
con  calma  como  si  intentara  apurar  todo  el  mis- 
terio encerrado  en  aquellas  inquietas  burbujas 
que  del  fondo  subían  en  bulliciosa  carrera  á 
la  superficie,  pegándose  á  mis  trémulos  labios 
y  produciéndome  una  nerviosa  sensación  que 
parecía  invitarme  á  escudriñar  los  ignorados 
placeres  de  aquel  licor  de  hadas.  Dejé  la  copa 
sobre  el  blanco  mantel;  una  pálida  gota  que 
quedara  en  el  borde,  resbaló  vertiginosa  por 
el  limpio  cristal;  germen  sin  duda  de  multitud 
de  quiméricos  pensamientos,  se  evaporaba  tris- 
te y  sola. 

Un  fresco  rocío  compenetró  todo  mi  ser... 
Luego  sentí  una  suave  conmoción  que  trasportó 
el  pensamiento  á  insondables  regiones.  Dirigí 
mi  vista  en  derredor.  Los  ojos  tristes  de  Ga- 
briela despedían  ahora  violentos  chispazos  que 
repercutían  en  mi  alma  con  sacudimientos  com- 
parables á  una  descarga  de  una  botella  de  Ley- 
den.  Dentro  de  mi  cabeza  parecía  agitarse  en 
turbulenta  ebullición  ígneo  líquido.  El  aire  te- 
nía un  exceso  de  oxígeno  que  consumían  rápi- 
damente mis  agitados  pulmones.  Mis  ojos  abier- 
tos desmesuradamente  alcanzaban  á  ver  lejos, 
muy  lejos.  El  cielo  era  más  inmenso,  más  infi- 
nito: las  blancas  nubes  que  se  destacaban  de  su 
fondo  azul,  las  convertía  mi  fiebre  en  alados 
querubes  entre  los  que  volaba  mi  alma  desnuda 
de  su  mísera  vestidura  ó  modificaba  sus  con- 
tornos mi  intranquilo  espíritu  trasformándolas 
en  confusa  aglomeración  de  silenciosas  estatuas 
cuyas  actitudes  convenían  á  desenfrenada  ba- 
canal. Encendíanse  los  rosados  pétalos  y  abría- 
se el  cerrado  botón  de  la  flor  difundiendo  bal- 
sámico éter.  Las  plantas  que  rastreaban  por  el 
suelo  erguíanse,  alargaban  sus  tallos  y  aprisio- 
naban al  nudoso  tronco  enrollándose  en  él  y 
subiendo,  subiendo  siempre.  Reverdecían  las 
pálidas  hojas  y  enderezábase  el  mustio  tallo;  de 
los  secos  y  rígidos  troncos  (imagen  de  la  muer- 
te) brotaban  blandas  yemas  (señal  de  vida)  que 
con  su  crecimiento  daban  nuevas  ramas  llenas 
de  vivida  y  potente  fuerza.  Los  elevados  vege- 
tales celebraban  sus  amorosas  uniones  en  soli- 
taria región,  anunciadas  por  resonante  trino  de 
indiscreto  ruiseñor.  La  tierra  regada  por  nutri- 
da savia  que  corría  invisible  por  el  ligero  surco, 
prestaba  calor  á  todo,  y  todo  seguía  la  arreba- 
tada corriente  de  una  rápida  vida,  de  un  acele- 
rado movimiento. 

Sentíme  locuaz.  Prescindí  de  mi  alrededor  y 
desaté  mi  lengua  antes  torpe.  Los  tiernos  con- 
ceptos seguían  á  las  enamoradas  frases;  un  to- 
rrente de  palabras  seguía  á  otro  torrente  de  ex- 
clamaciones de  júbilo;  amontoné  ideas  sobre 
ideas,  pensamientos  tras  pensamientos  brotados 
de  la  pintada  corola,  prestados  por  el  céfiro, 
inspirados  por  el  arrullo  misterioso  del  ave. 


720 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


Cogió  Gabriela  mi  braao  y  nos  perdimos  en 
la  espesura  del  jardín.  Una  orquesta  oculta  en- 
tre la  enramada  esparcía  tristes  compases  de 
sencilla  gavota.  Comencé  á  atar  mis  desorde- 
nadas ideas. 


Nos  dirigimos  á  la  quinta.  Inclinados  sobre  la 
balaustrada  de  una  hermosa  galería  y  tibia- 
mente alumbrados  por  el  triste  satélite  que  apa- 
recía entre  los  copudos  árboles,  recordamos  mi 
delirio.  Gabriela  me  repetía  que  nunca  oyó  tan- 


tas lindezas  de  mis  labios,  con  las  que  podría 

un  poeta,  decía,  formar  abultada  colección  de 

madrigales. 

* 
*  * 
Ha  pasado  mucho  tiempo.   Gabriela  ha  ocu- 


CABEZA  DE  ESTUDIO 


pado  su  puesto  entre  los  célicos  querubes  que  I  Risas  de  sátiros,  carcajadas  que  chocaban  en 
rodean  al  Señor.  Murió  y  se  llevó  muchas  al-  !  mi  oído ,  chasquidos  de  besos ,  espumoso  y 
mas  con  la  suya.  I   transparente  líquido  que  me  azotó  el  rostro, 

furiosa  danza,  infernal   orquesta  cuya  batuta 


He  va«lto  á  beber  Champagne. 


blandía  Lucifer... 


Hé  aquí  la  confusa  idea  que  guardó  mi  ato- 
londrado cerebro  de  mi  segunda  copa  de  Cham- 
pagne. 

Beknakdo  Morales  Sanmartín. 


ItUUSTUaH:  tetei,  >CS-3(7,  Ei»i  Itliut,  Editor.— Ruirridos  los  derechos  de  propiedad  artlstiu  j  liUnría.— Las  redanaeiones  eo  Madrid,  al  rtpresenUtU  de  tsU  Casa  D.  Mantl  Plá  j  Ytlor,  Áp«daea,  10, 2/ 

— )  IN8ÉRTE8B  ó  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN  ORIGINAL  ( 


l»l«ll  11  IMHmn  TlroaniFIGO  DB  B.  BAMEDX. — CALLB  DB  TILUUUIOU.,  MÚM.   17    BMa&KOHB  DB  Sah  Amtomió. — Barcbloha. 


Vs?iV 


SEMANARIO    CIENTÍFICO,    LITERARIO    Y    ARTÍSTICO 


Año  V 


Barcelona  12  de  noviembre  de  1887 


Núm.  254 


V 


TIPO    MADRILEÑO 


722 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


SUMARIO 


TtXTO.— Madrid.  Carta»  d  wti  prima,  por  FernMiflor.— Oso 
Tomaua,  por  Manad  Amor  Mellan.—  RnMa  cientiftca. 
por  Alfredo  Opisso.— Los  cwnUticct,  por  Joaquín  Olmedl- 
Uk  y  Pnlg.— £1  púMieo,  por  A.  Sáncbex  Pétet.—At  mor 
ipoesl»),  por  José  M.«  de  la  Torre.  -Xa  acultura  en/re  Io« 
riMigodo*,  por  Eduardo  Soler.  —  Nuestros  grabados.— £/ 
tleátar  de  la$  ptrlai  (leyenda  árabe),  por  Juan  Garcla- 
Gajena  Alxugaray. 

r<BA]uoos.-Tipo  madrileño.— londrw:  Palacio  de  Meoklen- 
burgo:  El  vestíbulo.  Cristales  grabados.  Salón.  Salón  visto 
de  frente.  Vajilla  antigua  de  plata.—  Expotición  de  Bella» 
Arte»  de  Parí»;  talón  de  1887.  Después  del  desaflo.  Mer- 
cado de  otoño.  Moiart.— iHiri»;  Mu»eo  del  Louvre.  La  Ve- 
nus agachada.  La  Venus  agachada,  en  la  galería.— Baile 
•le  niños.— Tewkesbury— Napoleón  y  Josefina.— i.'ipo«i"- 
riá»  general  de  FUipinaf.  Instalación  de  la  boa.  Interior 
ilel  Palacio  de  Cristal.  Animales  y  plHDta.s.  —  Floristas 
ri.inrtníl.*    -Ro.loi"- 


MADRI  D 


0»»r'^&s  4  ss&l  ^sis%8k 


El  aniversario  del  Don  Juan  de  Mozart.— Uillauraud  y  Ba- 
zaine.— La  mejor  virtud  el  vicio.— El  pedestal  de  Bizet  es 
una  pandereta.— La  gran  victoria  de  Sobert  Peel. 

^SABRÁS,  mi  quenda  pruna,  que  esta  noche  se 
•ip  conmemora  en  el  Teatro  Real  el  aniversario 
de  la  primera  representación  del  Don  Juan  de 
Mozart :  Madrid  rinde  también  al  gran  composi- 
tor el  tributo  que  ya  le  han  rendido  las  demás 
capitales  de  Europa.  En  Mozart  puede  afirmar- 
se que  se  da  honor  á  la  música  misma,  pues  él 
nació  ya  músico :  á  los  cuatro  años  extendía  las 
inanitas  sobre  el  piano  de  su  padre,  arrancando 
dulces  melodías;  y  las  primeras  tempestades 
<lel  genio  estallaron  debajo  de  su  chichonera. 
Wagner,  que  no  ha  sido  deferente  con  sus  cole- 
gas, ha  declarado  que  Mozart  puede  considerar- 
.se  como  la  encamación  del  arte  lírico.  Mi 
opinión,  al  lado  de  este  juicio  ilustre,  debe 
parecer  ridicula.  Me  limito,  pues,  á  plagiar  la 
frase  del  gran  maestro.  Por  cierto  que  hay  du- 
das respecto  de  la  fecha  en  que  realmente  fué 
puesto  en  escena  el  Don  Juan.  Unos  dicen  que 
se  estrenó  en  4  de  noviembre,  otros  que  en 
29  de  octubre,  de  1787.  Algunos  más  eruditos 
que  yo  en  materias  musicales  han  renunciado  á 
esclarecer  este  punto:  sería  presunción  intentar 
resolverlo.  Extraña,  sin  embargo,  que  sea  tan 
difícil  saber  lo  cierto  respecto  de  un  espectácu- 
lo presenciado  por  tantas  personas,  y  de  tan 
grande  resonancia.  La  versión  mitológica  nos 
presenta  desnuda  á  la  verdad :  en  aquellos  tiem- 
pos qtiizás  paseara  sin  traje,  pero  hace  algunos 
siglos  que  va  tan  encapotada  que  no  es  posible 
conocerla.  La  misma  publicidad  que  la  precede 
y  la  rodea  sirve  de  mayor  confusión.  Hoy  día  la 
verdad  cambia  tanto  de  trajes  que  no  es  posible 
seguirla  en  su  camino.  Por  falta  de  datos  no 
pudo  escribirse  la  historia  en  otro  tiempo:  por 
datos  excesivos  no  podrá  escribirse  en  el  porve- 
nir, ¿Quién  podrá  discernir  lo  verdadero  de  lo 
falso  entre  el  fárrago  periodístico  de  nuestros 
días?  Poco  hace  que  un  diario  animciaba  el  es- 
treno de  una  obra  liricodramática,  elogiando  y 
censurando  á  los  autores  y  á  los  actores.  Era 
de  admirar  la  precisión  de  los  detalles,  que  sig- 
nificaban la  atención  del  espectador  crítico.  Se- 
mejante estivno,  sin  embargo,  no  había  tenido 
efecto.  De  los  móviles  y  razones  de  los  perso- 
najes políticos  y  de  sus  actos  no  es  posible  tam- 
poco formar  idea,  porque  la  prensa,  segiín  sus 
opiniones,  les  supone  excelentes  ó  perversos. 
Los  historiadores  del  porvenir,  mareados  entre 
tanto  periódico,  documento,  memorias,  folletos, 
grabados  y  caricaturas,  decidirán  inventarla 
para  ser  verídicos,  como  se  ha  hecho  hasta  hoy. 
No  hay  tal  historia:  sólo  hay  novelas  en  que 
f.ara  figurar  es  preciso  ser  ya  cadáver. 
Sin  embargo,  el  general  Bazaine  no  ha  nece- 


sitado serlo  panx  figurar  en  alguna.  Verdad  es 
que,  i-especto  de  su  proceder  militar  y  do  sus 
responsabilidades,  tampoco,  aun  viviendo  él,  he- 
mos podido  saber  gran  cosa.  Hillauraud,  cuyo 
proceso  ha  empezado  á  verse  aj^er,  pretende  es- 
tar en  lo  cierto:  Bazaine  es  un  traidor,  y  por  eso 
quiso  matarle.  Hillauraud  es  joven;  tiene  veinti- 
siete años;  ni  es  alto  ni  es  bajo;  su  rostro  es 
agradable,  finas  sus  facciones,  la  mirada  vivísi- 
ma cuando  se  exalta.  Su  bigote,  rubio,  está  re- 
torcido con  esmero;  el  cuidado  de  su  cabeza  de- 
nota costxmíbres  de  tocador,  y  su  traje  ciertas 
pretensiones.  Ayer  asistió  de  levita  negra,  y  el 
clac  de  seda  debajo  del  brazo.  Ya  te  hablé  de 
este  asesinato  cuando  Hillauraud  intentó  come- 
terle. Ayer  confirmó  loque  sabíamos:  declaró  que 
la  idea  de  asesinar  á  Bazaine  nació  en  él  al  re- 
cibirse en  París  la  noticia  de  la  rendición  de 
Metz;  que  consultó  su  propósito  con  el  presiden- 
te de  la  Liga  de  Patriotas  y  con  algunos  otros 
personajes,  entre  los  cuales  figura  Sarah  Ber- 
nard,  y  es  ciertamente  e.xtraño  que  consultase  á 
Sarah  no  tratándose  de  una  comedia.  Hillauravul 
entiende  poco  el  castellano,  lo  cual  le  fué  de  uti- 
,  lidad  en  esta  ocasión,  pues  no  le  hubiera  pare- 
!  cido  bien  su  biografía  hecha  por  su  defensor. 
Para  éste  su  defendido  no  pasa  de  ser  una  cria- 
tura tratada  con  rigor  por  la  Naturaleza:  es  un 
mentecato  de  cuerpo  entero,  enamorado  en  su 
juventud,  sin  esperanza,  de  una  andaluza;  que 
por  no  ser^-ir  no  sirvió  ni  para  quinto;  y  que  se 
desquitó  de  su  falta  de  buen  sentido  entregán- 
dose á  las  mayores  estravagancias  patrióticas. 
El  defensor  hizo  un  análisis  del  libro  de  Hillau- 
raud titulado  Amores  de  un  viajero,  cuya  portada 
lleva,  en  primer  ténnino,  el  retrato  del  autor 
encerrado  en  un  marco  que  sostienen  dos  ange- 
litos. El  piiblico  quedó  convencido,  en  efecto, 
de  que  el  general  Bazaine,  después  de  su  in- 
mensa desgracia  de  Metz,  había  estado  á  punto 
de  sufrir  otra  casi  tan  grande:  ser  asesinado  por 
un  majadero.  No  ha  concluido  el  proceso,  mas 
el  público  ha  dado  ya  por  tenninado  el  inciden- 
te. Es  uno  de  esos  hechos  cuya  importancia  di- 
mana de  matar  ó  de  errar  el  golpe:  es  sublimo, 
quizás,  en  el  primer  caso;  es  simplemente  ri- 
dículo en  el  segundo.  El  mariscal  Bazaine  se 
presentó  en  el  estrado,  apoyándose  en  una  mu- 
leta y  con  el  auxilio  de  un  criado  suyo  y  de  un 
hujier  de  la  Audiencia.  Su  aspecto  impresionó  al 
público. — ¡Infame! — le  gritó  Hillauraud  cuando 
le  vio  llegar. — ¡Infame! — ¡Pobre  general!  ¿Habrá 
mayor  desgracia?  iCondenado  á  expiai-  los  erro- 
res de  un  imperio  y  las  derrotas  de  una  nación, 
todavía  los  asesinos  se  creen  con  derecho  á  lan- 
zarle una  maldición  á  la  frente! 

Pasemos  á  otro  asunto:  y  puesto  que  tú  has 
tenido  siempre  el  vicio  de  jugar  á  la  lotería,  voy 
á  participarte  una  innovación  trascendental  que 
respecto  de  este  juego  apareció  ayer  en  la  Gace- 
ta. Fernández  Bremón  publicó,  no  hace  mucho 
tiempo,  en  El  Liberal,  una  serie  de  artículos  ti- 
tulada La  lotería  moderna  se  ha  hecho  antigua. 
La  reforma  del  ministro  de  Hacienda  está  de 
acuerdo  con  el  pensamiento  de  Fernández  Bro- 
men. El  Ministro  no  discute  la  moralidad  de  la 
renta:  él  opina  como  cierto  ministro  francés  que 
dijo  en  ocasión  parecida:  «Dadme  una  virtud 
que  me  produzca  lo  que  este  vicio,  y  suprimo  la 
lotería.»  Puesto  que  nadie  discurre  virtudes 
productivas,  y  en  vista  de  que  nada  sale  tan 
caro  como  las  virtudes,  el  ministro  quiere  que 
del  vicio  se  dimanen  los  menos  vicios  posibles 
simplificando  el  procedimiento,  á  fin  de  que  el 
sorteo  adquiera  mayor  claridad  y  sea  de  com- 
probación fácil.  Se  establece,  pues,  el  sistema  de 
irradiación...  Se  sustituye  el  bolaje  y  material 
antiguo  por  cinco  juegos  de  bolas  nada  más. 
Habrá  cinco  globos  marcados  con  estas  inscrip- 
ciones: unidades,  decenas,  centenas,  unidades 
de  millar,  decenas  de  millar.  Estarán  expuestos 
en  un  cuadro  los  cinco  juegos  de  diez  bolas  para 
que  el  público  vea  que  están  completos,  y  se  in- 
troducirán públicamente  en  los  globos  respecti- 
vos para  extraer  de  cada  uno  la  unidad,  decena 
y  demás!  cifras  que  compongan  el  premio  ma- 
yor, colocándose  éstos  en  un  cuadro,  que  será  la 
lista  abreviada  y  completa  de  los  premios.  Las 


cifi'a.s  que  queden  en  los  globos  se  volverán  pú- 
blicanionto  iU  cuadro  do  su  procedencia,  llenán- 
dose con  bolas  negras  los  huecos  de  las  premia- 
das, como  comprobante  de  la  operación.  La  lista 
do  los  premios  so  telegrafiará  sencilla  é  inme- 
diatamente á  todas  partes.  Por  ahora  este  pro- 
cedimiento se  ensayará  una  sola  vez  al  mes.  Si 
el  público  no  .se  retrae  del  juego,  quedará  defi- 
nitivamente adoptado:  si  el  público  ama  la  ruti- 
na..., el  gobierno  continuará  siendo  rotinario. 
¿Qué  sucederá?  El  sistema  de  combinaciones  á 
que  se  presta  la  reforma  en  cuestión  no  és  co- 
nocida, y  esto  es  un  inconveniente.  Hasta  es  di- 
fícil comprender  la  ventaja  de  este  método  no 
presenciando  las  operaciones:  no  todos  pueden 
ordenar  en  su  imaginación  bolas  y  cifras  sin 
que  su  cabeza  so  convierta  en  un  verdadero  bom- 
bo; poro  nuestro  público  es  tan  novelero  que 
quiero  que  el  jirimor  sorteo  especial  que  se  ve- 
rifique dé  grande  rendimiento  al  Estado.  Mas, 
seguramente,  como  no  os  posible  dar  un  premio 
á  cada  billete  ó  décimo  vendido,  aquellos  á  quie- 
nes no  les  toque  la  suerte  dii'án  que  el  sistema 
innovador  es  altamente  perjudicial  é  infausto. 
De  todas  maneras,  hoy  por  hoy  tienes  á  todo 
Madrid  preocupado  con  el  decreto  y  procurando 
explicarse  el  sisteina  de  irradiación,  que  irra- 
diará todo  lo  que  se  quiera,  pero  que  sólo  para 
los  matemáticos  resulta,  de  primera  intención, 
sencillísimo  y  claro. 

Me  veo  en  la  precisión  do  dar  un  salto  atrás, 
de  volver  á  la  crónica  musical,  para  decirte  quo 
al  fin  y  al  cabo  se  ha  estrenado  Carmen  en  el 
Teatro  de  la  Zarzuela.  Las  peripecias  del  con- 
flicto entro  la  Zarzuela  y  el  Real,  habían  lleva- 
do á  la  primera  representación  público  inmenso. 
Como  sucede  en  estos  casos,  unos  iban  dispues- 
tos á  darlo  todo  por  bueno,  y  oti'os  á  darlo  por 
malo  todo.  El  libro  ha  sido  trasplantado  á  la  es- 
cena española  por  Liern,  que  debe  haber  encon- 
trado difícil  hacer  hablar  en  e.spafiol  á  las  figu- 
ras do  abanico  dibujadas  por  Moilhac  y  Haleyy. 
Respecto  de  la  miisica,  reina  el  más  armonioso 
desorden  entro  los  críticos.  Ijos  linos  dicen  quo 
osta  ópera  jamás  so  aclimatará  en  España,  por- 
que resalta  la  inverosimilitud  de  los  tipos  y  la 
música  no  tiono  tampoco  carácter  local;  otros 
afirman  quo  nuestro  pViblico  gustará,  en  otras 
representacion,es,  las  bellezas  de  esta  partitu- 
ra, semejante  al  tabaco  y  á  la  cerveza  en  el 
amargor  primero  y  en  su  creciente  dulzura. 
La  ejecución  como  puedes  comprender:  cuanto 
mejor  la  música,  menos  buenos  son  los  que  no  son 
buenos  cantantes.  La  obra  ha  sido  puesta  con 
verdadero  lujo.  En  fin,  Carmen  durará  larguí- 
simo tiempo  en  escena;  que  no  en  balde  han 
intervenido  en  ella  editores  del  país  y  extranje- 
ros, los  ministros,  los  embajadores,  los  abogados 
y  los  procuradores.  Yo,  por  mí,  deseo  que  dure 
tanto...  como  durará  el  pleito. 

Han  terminado  las  carreras  do  caballos  con 
la  do  ayer.  La  tarde  estaba  fría  y  ventosa,  el 
cielo  nublado,  las  tribunas  desiertas,  el  pueblo 
ausente,  los  jockeijs  resentidos,  los  caballos  mus- 
tios, y  pudieron  contarse  media  docena  de  seño- 
ras de  osas  que  sueñan  para  su  tumba  con  este 
epitafio:  «Murió  por  vivir  á  la  inglesa.»  Una 
docena  do  sportmen,  un  mail  coach,  dos  breaks, 
cuatro  landaux,  y  una  mañuela.  La  primera  ca- 
rrera fué  la  más  notable.  Se  corría  el  premio  del 
Ferrocarril  del  Norte:  1,500  pesetas.  Distancia, 
1,000  metros.  Sólo  corrió  Robert  Peel,  de  Qo- 
bral,  quo  lo  ganó  disputándoselo  á  sí  mismo. 

En  casi  todos  los  teatros  de  Madrid  conti- 
núan las  representaciones  de  Don  Juan  Tenorio. 
Han  empozado  los  ensayos  del  nuevo  drama  de 
Echegaray,  que  se  representará  en  el  Español. 
En  la  Comedia  se  anuncia  una  comedia  de  Ple- 
guezuelo... 

¡Y  se  lian  secado  las  lágrimas  de  los  que 
fueron  á  llorar  en  los  cementerios  el  día  de  Di- 
funtos, y  se  han  consumido  los  blandones  que 
ante  las  sepulturas  se  encendieron,  y  el  viento 
menea  tristemente  en  la  soledad  las  coronas  d(! 
trapo  colgadas  en  las  cnicos  do  mármol  y  de 
hierro!... 

Fernanflor 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


UNA  ROMANZA 


723 


PRIMERA  PARTE 


Angfliiia  era  una  joven  encautailura:  con- 
taba á  la  sazón  veinte  años,  y  era  el  objeto 
obligado  (le  las  con  versaciones  de  todos  los 
jóvenes  y  de  la  envidia  de  las  muchachas 
casaderas  ile  Valdesar.  Era  Angelina  de  es- 
tatura más  bien  alta  que  baja,  pero  no  tan 
alta  que  constituyese  esto  un  defecto,  no:  su 
estatura  se  habla  fijado  en  ese  término  medio 
en  que  las  mujeres  traspasan  los  límites  de 
!o  regular  sin  penetrar  en  los  do  lo  exage- 
lado.  A  esta  clase  pertenecía  la  estatura  de 
Angelina.  A  pesar  de  ser  ésta  un  tanto  del- 
gada, esta  circunstancia  parecía  aumentar 
l-a  pureza  y  corrección  de  las  fonnas  y  sus 
líneas:  sus  ojos  eran  grandes,  negros,  y  des- 
pedían, en  vez  de  miradas,  relámpagos,  de 
amor  que  abrasaban  los  corazones  de  los 
mancebos  de  Valdesar. 

Estos  envidiaban  con  toda  su  alma  á 
Fi'rmín  por  ser,  al  parecer,  el  preferido  por 
Angelina.  Y  ya  que  de  Fermín  tenemos  que 
ocuparnos,  haremos  su  retrato  á  grandes 
rasgos. 

Contaría  I'ermín  hasta  veinticinco  años 
de  edad;  era  de  alta  estatura,  de  fuerte  com- 
]ilexión,  sano  de  color,  rabio,  con  ancha  y  des- 
pejada frente  que  parecía  irradiar  inteligen- 
cia, así  como  su  mirada:  pertenecía  Fermín  á 
una  de  las  más  distinguidas  familias  de  Val- 
desar; era  constante  en  sus  empresas;  estaba 
locamente  enamorado  de  Angelina;  y  con  es- 
tfis  detalles  terminamos  estos  rasguños  con 
pietensiones  de  retrato  de  Fennín. 

Ya  saltemos  que   éste  amaba  á  Angelina; 
sabemos  que  estaba  enamorado  de  ella  como 
nn  loco:  ahora  bien:  ¿le  amaba  también  ellaV 
Así  al  menos  lo  creía  el  venturoso  Fermín  y 
todo  el  pueljlo  lo  creía.  ¡Pues  no!  ¿Qué  signifi- 
caban entonces  aquellas  tan  tiernas  miradas  que 
se  dirigían,  que  no  parecía  sino  que  iba  el  alma 
envuelta  en  ellas?  ¿Qué  expresaban  si  no?  ¿Qué 
querían  decir  todos  aquellos  cuchi- 
cheos cuando,  acompañados  de  la 
venerable  mamá  de  Angelina,  cam- 
j)aba  la  amai-telada  pareja  por  .sus 
respetos  en  el  paseo  de  Valdesar? 
Porque  hay  que  notar  que  Angeli- 
na parecía  no  prestar  oído  sino  á  lo 
rpie  Fermín  decía:  para  él  era  toda 
ojos  y  oído.  ¿Qué  extraño  es,  pues, 
que  todos  los  mancebos  de  Valde- 
sar envidiasen  á  Fermín? 

Un  detalle  para  completar  el  le- 
trato  de  Angelina. 

Al  decir  de  cuantos  la  habían 
oído  cantar,  tenía  una  bonita  voz  de 
sopi-ano,  que,  bien  cultivada,  sería 
un  prodigio. 

Pero  en  Valdesar,  cf)mo  en  tan- 
tos otros  pueblos  de  poca  importan- 
cia, no  había  verdaderos  y  buenos 
maestros  de  música. 

Y  la  voz  de  Angelina,  entretanto, 
aqueUa  voz  que  bien  cultivada  y 
educada  sería  un  prodigio  al  docii- 
de  los  que  en  Valdesar  campaban 
por  peritos  en  materia  musical,  per- 
manecía sin  cultivo  por  falta  de  un 
buen  jardinero. 


II 


Valdesar  es  un  pueblo  eminente- 
mente caritativo. 

Xo  hfiy  desgracia  que  no  procure  aliviar  y  en- 
dulzar en  cuanto  pueda. 

Por  eso,  cuando  los  pueblos  andaluces  se  vie- 
jón castigadips  por   los  terremotos,  el  Casino  de 


CH^^mO  DG  aHDDEjájIl^ 

l'iiiiricrlo  i  favor  de  laí    líctlmas  de  lo.<  Itrremeios, 
\í\  nortie  M  I.)  de  marzo  de  IS8Ó. 


PROGRAMA 

!■  1!  1  .M  ri  I!  .\    1>.\1ÍTK 

Tanda  ¡le  va/sen  por  laorcjuesta.  (Struims.) 
V,\  Juguete  eómico-lírlco  en  un  iw.Ui 

LOS  CARBONEROS 

Jiupeüdca  huuf/uya.  (Listz.) 
II  pensicr  sta  negli  oogeti,  aria  de  la  ópera 
uHFEO.    (Haydn.) 

SEOUXDA  l'.^UTI'; 

Pizzicato  de  Sylvia.  (L.  Déllbes.) 
Vorrei  moriré,  rbmaiiza.  (P.  Tostl.) 
Moraymu,  capricho  instrumental.  (Küpi- 

nosa.) 
Lectura  de  poesías. 


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ü  las  ocho  y  madia. 


p- 


LONDRES:    PALACIO  DE    MECKLENBURGO 
EL   VESTÍBULO 


Valdesar  hizo  un  llamamiento  á  todos  los  veci- 
nos del  pueblo  para  que  contribuyesen  á  aliviar 
tamaña  desgracia  pagando  la  peseta  de  entra- 


PALACIO    DE    MECKLENBURGO 
CRISTALES  GRABADOS 

da   en    el   concierto    benéfico    ijue    se    organi- 
zaba. 

El  programa,   repartido  con  profusión  en  es- 
quelas color  rosa,  decía  A  la  letra: 


No  citaba  el  programa,  los  nombres  de  los 
ejecutantes,  ni  á  nosotros  nos  importa  gran 
cosa. 

I)ecíase  de  público  que  Angelina  estaba 
encargada  de  las  romanzas  de  Haydn  y  Tos- 
ti,  y  que  Fennín  se  había  comprometido  á 
leer  una  poesía.  Fermín  era  medio  poeta  des- 
de que  se  había  enamorado. 

¿Qué  enamorado  no  es  poeta? 

ni 

Llegó  la  noche  del  concierto. 
El  Casino  de  Valdesar  rebosaba  de  gente. 
Bien  que  con  poca  se  llenaba  el  elegante 
Casino. 

Este  era  más  elegante  que  vasto. 
El  salón  tenía  la  fonna  de  nn  rectángulo.  Sus 
paredes  estaban  forradas  de  papel  rojo  con  flores 
de  oro.  Pendían  del  techo  cuatro  lámparas  de 
cristales,  en  los  cuales  la  luz  se  que- 
braba en  mil  cambiantes.  Los  pies 
de  los  asistentes  se  hundían  en  una 
mullida  alfombra  de  rica  labor.  En 
el  fondo  se  destacaba  el  escenario, 
muy  pintarrajeado  con  simbólicas 
figuras  su  telón  de  boca.  Todo  irra- 
diaba luz.  Parecía  que  el  salón  del 
Casino  era  sólo  un  vasto  foco;  ha- 
bíasele  declarado,  aquella  noche  y 
en  aquel  salón,  guerra  sin  cuartel  á 
la  sombra. 

Y  como  si  esto  no  bastase,  los 
ojos  de  las  valdesareñas  despedían, 
según  fi'ase  de  Fermín, 

niyf.s  de  luz  que  el  sol  envídíaria. 

La  sala,  pues,  estaba  deslum- 
brante de  luz  y  repleta  de  hermo- 
suras «que  eran  la  gala  de  aquel  re- 
cinto, »  como  diría  al  día  siguiente 
un  gacetillero  cursi. 


IV 


Alzóse  el  telón  de  boca,  en  el 
cual  se  destacaban  en  un  grupo  las 
nueve  musas  confundidas  en  estre- 
cho abrazo,  y  dio  principio  la  fun- 
ción concierto. 

Una  orquesta  formada  por  ocho 
socios  que  así  eran  músicos  como 
modestos ,  pues  ni  una  ni  otra  cosa 

eran ,    ejecutaron  con   ensañamiento  una  tanda 

de  valses  del  inmoi-tal  Strauss. 

M.\NUEi,  Amok  Meil.vx 

(Se  cariítiiiuará) 


EXPOSICIÓN    DE   BELLAS  ARTES   DE   PARÍS:  SALÓN  DE  1887 


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DESPUÉS   PEU   PESAFÍO  (cuadro  de N.  Slcart 


MERCADO    DE    OTOÑO  (cuadro  de  V.  Ciilbert) 


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7-2r. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


REVISTA  CIENTÍFICA 


ililIlTiA  ^-, 


'  úuniUa  .i  lU'  iiizM    -  Incouvenleute  del 
■aiurii  (1  Müiroo,  -  KometiioK  contraía 


«Hace  algunos  años, — dice  la  Beviie  Scientifi- 
que, — un  sabio  inglés,  Mr.  Galton,  daba  á  cono- 
cer que  era  posible  obtener  el  tipo  puro  de  una 
familia,  y  hasta  de  una  raza,  superponiendo  los 
retratos  de  cierto  número  de  individuos  pert-ene- 
cientes  á  esta  familia  ó  á  esta  i-aza,  y  no  teniendo 
encnentasino  los  rasgoscomunes, queexperimon- 


Pero  si  se  colocan  delante  del  olijetivo,  sucesiva- 
mente, veinte  retratos  del  mismo  tnmnño,  repre- 
sentando individuos  de  mía  inismn  familia,  se 
obtendrá  una  imagen  en  la  cual  ninguno  de  los 
rasgos  aocidontales  que  modrlicaii  el  tipo  habrá 
podido  qiu'dar  lijado,  sino  que,  al  contrario,  apa- 
recerán únicamente  las  facciones  comunes  carac- 
terísticas (le  esto  tipo,  que  constituyen  lo  que  se 
llama  comunmente  el  aire  de  familiti,  y  que  esta- 
rán superpuestas. 

sTal  es  el  principio:  hó  aquí  ahora  de  qué 
manera  ha  -ealizado  su  aplieacién  el  autor.  Dos 
!  operaciones  distintas  se  necesitan:  1.°,  obten- 
ción de  los  reti-atos  que  deben  concurrir  á  la 
I  lodiu-ción  del  tipo; '2.",  producción  de  esto 
tipo.  En  realidad,  cuando  se  trata  del 
tipo  de  ima  familia,    bastan,   amplia- 
mente, cinco  ó  sois  retratos.  Re- 
unidos entonces  los  individuos 
en  el  taller  del  fotógrafo,  fija- 
se la  posición  del  sitio  de  colo- 
cación  y    del 
aparato,  en   la 
situncióiulpps- 


PALACIO  DE  MEKCLENBURGO:    SALÓN 


>^EI  cliché  conuní  (l(>licní  llevar  el  tipo  que  se 
busca. 

»M.  Batut  habla  de  la  emoción  que  e.xpoi'i- 
mentaba  al  v<^r  apaiecer,  á  la  pálida  luz  del  la- 
boratorio, aquella  figura  impersonal,  aquel  re- 
ti-ato  del  desconocido,  en  el  que  se  encuentra  una 
])asmosa  semejanza  con  ciertos  modelos  que  han 
servido  para  la  operación  y  un  notalile  aire  de 
familia  con  todos.  Y,  pormenor  digno  de  te- 
nerse en  cuenta,  lo  más  á  menudo,  el  retrato 
tipo  es  más  regular,  más  helio  que  ninguno  de 
los  que  han  sei-vido  para  formarlo.  Borrados  los 
accidentes  individuales,  queda  una  especie  de 
retrato  ideal,  cuyas  líneas  .son  siempre  arnui- 
ninsas. 

»Por  lo  demás,  el  autor  ha  variado  sus  opera- 
ciones. Así,  en  tal  familia  ha  tomado  por  separa- 
do el  tipo  femenino  y  el  tipo  masculino,  y  des- 
pués ha  reunido  estos  dos  tipos  {)ara  obtener 
una  tercera  imagen:  el  tipo  general  de  la  fami- 
lia. No  hubiera  dejado  de  ser  curioso  observai- 
si  este  último  reti-ato  era  idéntico  al  que  s(^ 
obtenía  haciendo  desfilar  por  dolante  del  objeti- 
vo todos  los  modelos,  hombi'es  y  mujei-es,  en 
una  sola  posición.» 

Fácil  es  entrever  el  alcance  de  los  i-esultados 
(pie  puede  proporcionar  este  método  y  los  servi- 
cios que  es  capaz  de  prestar  á  la  etnogiafia,  y  aun 
quizás  á  la  misma  psicología,  ya  que  con  auxilio 
de  estas  fotografías  puede  descubrirse  la  fisono- 
mía esencial,  verdadera,  de  tal  ó  cual  personaje 
histórico,  según  ha  hecho  Mr.  Galton  con  el  hijo 
de  Filipo  y  la  hermosa  mamá  de  Cesaj'ión.  D(! 
esta  manera  podríamos  poner  acordes  tantos  pin- 
tores que  han  interjtretado  cada  uno  á  su  mane- 
ra un  modelo,  presentándolo  ya  como  un  sej- 
ilustre,  ya  como  un  pin-o  zascíindil  al  estilo  de 
tantos  como  andan  por  ahí. 


Después  de  haber  ¡)reconizado  en  este  mismo 
sitio  las  ventajas  del  filaíje  de  l'hnüe  ó  la  larga 
del  aceite,  como  nos  pei'mitinios  traducir,  bueno 
será  informa)'  ahora  de  algún  )ieligro  que  parece 
1i-ae  consigo  aquel  cómodo  si.stema  de  tenei- bue- 
na niai'.  Parece,  en  efecto,  según  dice  la  (rnzzette 
(réogrdplñqne,  (pie  dicho  medio  de  apaciguar  las 
olas  es  conocido  ha  muchos  años  de  los  pesca- 
dores, pero  que  muchos  se  abstienen  •  de  em- 
j)learlo  por  lo  temible  rjue  es  pai'a  las  embarca- 
ciones pequeñas  que  podrían  encontrarse  en  el 
surco  del  buque  que  hubiese  hecho  uso  del  acei- 
te, puesto  que  á  la  calma  absoluta  sucede  repen- 
tinamente una  agitación  más  violenta  aún  de  las 
olas,  y  esto  constituye  un  inmenso  peligro  al 
cual  el  buque  sorprendido  está  á  menudo  en  la 
imposibilidad  de  escapar.  (Consideración  de  al- 
gún valoi-  ciei-t-amente,  y  que  no  parece  se  les 
haya  ocurrido  prever  y  estudiar  á  los  preconiza- 
dos del  filage  de  l'huile. 


taban  así  como  un  refuerzo  natural  y  dibujaban 
una  fisonomía  general  que  presentaba  á  veces 
más  semejanza  con  cada  uno  de  los  modelos  que 
no  la  que  éstos  presentaban  mutuamente  entre 
HÍ.  Procediendo  en  virtud  de  este  orden  de  ideas, 
había  obtenido  Mr.  Galton  un  Alejandro  Magno, 
.según  seis  medallas  del  Museo  Británico,  que 
lo  r(;i)resentaban  en  diferentes  edades,  y  una 
Clerqtutra,  según  cinco  documentos.  Esta  Cleo- 
patra  era  aún  mucho  más  seductora  que  cada 
una  de  las  imágenes  elementales. 

>  Pensaba  también  Mr.  Galton  que  se  podría 
í-iiiplear  la  fotografía  para  obtener,  de  una  ma- 
\¡i-\H  mucho  más  cierta  todavía,  dichos  tipos  de 
r.-iz;i  ó  de  familia.  M.  A.  Batut  ha  amparado 
,..;(;,  jíjoa;  y  ]og  rcsultados  que  ha  obtenido,  gra- 
i  técnica  ingeniosa,  son,  á  la  verdad, 
>s  interesantes  hechos  para  alentarle  en 
la  u-iitativa. 

El  principio  que  ha  guiado  á  M.  Batut  es  el 
Dada  la  necesidad  de  cierto  tiemi^o  de 
;  ó  colocación  (pose)  para  obtener  una 

imagen  fotográfica,  si  un  individuo  se  coloca  en 
las  condiciones  de  una  posición  que  necesite  se- 
senta segundos  y  sólo  está  tres,  esto  es,  un  i|2o 
(le  la  duración  mínima,  no  se  obtendrá  imagen. 


tar  todo  á  punto  para  el  primer  individuo ;  su- 
cédense  los  siguientes  en  la  misma  posición,  que 
debe  ser  siempre  de  cara,  corrigiéndose  las  des- 
igualdades de  estatura  de  los  modelos  mediante 
los  movimientos  de  un  taburete  de  piano  que 
sirve  de  asiento.  Las  pruebas  son  tomadas  al 
doble  para  cada  modelo. 

»Para  la  obtención  del  tipo  se  toma  una  prue- 
ba cuyos  ojos  se  taladran  con  un  alfiler  fino, 
exactamente  en  el  punto  visual.  Colocándola 
bajo  un  calibre  de  cristal  sin  pulimento,  y  estan- 
do la  imagen  en  contacto  con  dicho  cristal,  se 
marcan  en  éste  dos  puntos  negros,  con  la  punta 
de  un  lápiz,  á  través  de  los  do."^  agujeros  que  so 
han  practicado  en  los  ojos.  Colócase  después  su- 
cesivamente cada  una  de  las  pniebas  bajo  el 
calibre,  y  mirando  por  trasparencia  se  hacen 
coincidir  loa  puntos  visuales  con  los  dos  puntos 
negros  trazados.  Seguidamente,  coi-tadas  todas 
las  pruebas  en  esta  posición,  según  los  bordes 
del  cristal,  se  las  pega  en  cartulinas  de  la  misma 
dimensión,  en  un  punto  idéntico  determinado 
por  un  artificio  cualquiera,  y  las  cartulinas  son 
colocadas,  por  fin,  en  un  cuadro  fijo  ad  hoc  para 
ser  sometidas  á  la  pose  durante  un  número  co- 
nocido de  segundos. 


Conocedor  M.  Skinner,  médico  naval,  de  los 
efectos  del  mareo,  después  de  refle,xiouar  mucho 
sobre  la  naturaleza  de  este  horroroso  sufrimien- 
to ha  creído,  por  fin,  haber  encontrado  su  re- 
medio. 

«Considerando  la  naupatia, — dice  un  periódi- 
co,— como  resultado  de  un  descenso  de  la  presión 
sanguínea  arterial,  descenso  que  estaría  á  su  vez 
bajo  la  (hípondencia  de  una  excitación  del  gran 
simpático  abdominal  y  de  una  suerte  do  inhil)i- 
ción  riífleja  cuj'a  excitación  sería  el  punto  de 
partida,  lia  tenido  la  idea  de  apelar  á  medica 
montos  capaces  de  realzar  la  jiresión  sanguínea, 
y  ha  empleado  3a  la  cafeína,  ya  la  atropina  y  la 
estricnina  maridadas. » 

Estando  la  absorción  gastrointestinal  suspen- 
dida durante  el  mareo,  estas  sustancias  deben 
ser  administradas  por  la  vía  hipodérmica.  Hé 
aquí  la  fórmula  que  propone  el  autor  en  una 
nota  publicada  en  La,  Semaine  Medícale:  sulfato 
de  atropina,  0'04;  sulfata)  de  estricnina,  0'04;  agua 
de  monta,  40  gramos. 

Se  practica  una  inyección   subcut;lnea  de  un 
gramo  de  esta  solución  que  contiene  un  milígi'a-  ^ 
mo  de  cada  uno  de  los  alcaloides. 


( 


LA  ILUSTRACIÓN   IBÉRICA 


727 


Si  al  cabo  de  dos  horas  de  la  primera  inyec- 
ción el  enfermo  no  se  siente  ya  curado,  puede 
inyectarse  otro  gramo  de  la  mezcla,  sin  ir  ya  más 
lejos  por  aqnel  día.  Pai-a  un  niño  de  dos  años 
debe  emplearse  la  sexta  parte  de  la  dosis  in- 
dicada. 

M.   Skinner  pretende  haber  obtenido  á  me- 
niido  efectos  sorprendentes  de  esta  medicación, 
apareciendo  la  curación  á  los  pocos  momentos 
do  hecha  la  puntura.  La  cafeína,  administrada 
por  el  mismo  método,  le  proporcionó  también 
buenos  resultados.  Hé  aquí  la  fórmula:  ca- 
feína, 4  gramos;  salicitato  de  sosa,  3  gra- 
mos;   aciia  destilada,   cantidad   suficiente 
para  V    centímetros  cúbicos. 

Iu>  úctese  un  centímetro  cúbico  de  esta 
solución,  ó  sea  30  centigramos  de  cafeína. 

Parece  también  que  una  mezcla  de  co- 
caína, cafeína  y  atropina  produciría  asimis- 
mo buenos  resultados.  Todas  estas  medica- 
ciones, tratándose  de  una  naupatia  simple, 
producen  cuando  menos  una  satisfactoria 
mejoría  y  casi  siempre  la  curación.  En  cuan- 
to á  los  inconvenientes  que  pueden  presen- 
tar no  son  de  mucha  cuenta:  un  poco  de 
sequedad  en  las  fauces,  ambliopía  pasajera, 
algún  dolor  en  el  sitio  de  la  inyección. 

A  su  vez  M.  E.  Regnault  ha  puesto  á 
contribvición,  con  el  mismo  objeto,  la  famo- 
sa cocaína:  la  solución  debe  ser  algo  con- 
centrada, al  décimo,  administrándose  ya 
por  la  vía  hipodérmica,  ya  en  bebida,  á  la 
dosis  de  10  á  13  centigramos  de  cocaína; 
dosis  que  nos  parece  muy  atrevida.  M.  Reg- 
nault piensa  que  en  tal  caso  la  cocaína  obra 
anestesiando  el  estómago,  como  haría  con 
la  piel.  Pero  una  cosa  es  la  piel  y  otra  el 
estómago,  y  ya,  hace  algunas  semanas,  di- 
mos noticia  de  los  peligi'os  que  traía  consi- 
go el  empleo  del  supradiclio  alcaloide. 


Constante  la  medicina  en  buscar  reme- 
dios para  la  difteria,  hase  preconizado  en 
estos  últimos  meses  dos  que  parece  deberán 
prestar  buenos  servicios,  á  saber:  el  ácido 
o.xálico  y  el  doral. 

El  padrino  del  primero  es  el  doctor  Cor- 
niUeau  quien  dice  haber  curado  en  Angers 
diez  y  siete  diftéricos,  enti'e  diez  y  ocho, 
nada  más  que  dando  al  enfermito,  cada  dos 
horas  desde  el  principio  del  mal,  una  cucharada 
de  la  siguiente  solución:  Acido  oxálico,  un  gra- 
mo y  medio;  infuso  de  te,  120  gramos;  jarabede 
corteza  de  naranjas  agrias,  30  gramos.  Algunos 
médicos  españolf^s  cuentan  también  maravillas 
de  este  tratamiento,  si  lúen  lo  han  ampliado  con 
pulverizaciones  de  una   solución  de  sublimado 
corrosivo  al  milésimo,  buena  alimentación  y  una 
medicación  eminentemente  tónica. 

El  otro  remedio  ha  sido  pi-esentado  por  M.Mer- 
cier,  de  Besanzón.  Este  dice  que  en  cuarenta  y 
ocho  horas  cura  infaliblemente  la  difteria  me- 
<liante  la  administración  de  jarabe  de  doral,  al 
vigésimo,  por  cucharadas  de  2,  3  ó  5  gramos,  se- 
gún la  edad,  cada  media  hora.  La  mejoría  apare- 
ce á  las  veinticuatro  horas.  Cviración,  un  95  por 
ciento. 

Este  método  no  presenta  ningún  inconvenien- 
te, y  parece  bastante  racional,  dado  que  el  do- 
ral, en  ciertos  casos,  manifiesta  una  acción  an- 
tiséptica, superiíjr  quizá  á  la  del  mismo  ácido 
fénico.  Hace  bastantes  años  se  empleó  ya  dicho 
agente,  no  precisamente  al  interior,  pero  sí  en 
solución  concentrada,  para  aplicaciones  locales, 
en  esta  misma  enfermedad. 

Alfredo  Opisso 


LOS  COSMÉTICOS 


tratado  de  encubrirlos,  aun  cuando  no  hayan 
conseguido  su  deseo  sino  á  medias,  ó  les  haya 
acarreado,  en  ocasiones,  enfermedades  graves, 
sin  tener  en  cuenta  que 

arrojar  la  cara  importa, 
que  el  espejo  uo  hay  por  qué. 

La  caída  del  cabello,  la  cana  que  asoma  inopor- 
tuna, la  piel  arrugada,  el  diente  que  desaparece, 
son  hechos  que  tratan  de  ocultarse,  como  si  por 
ello  no  hubieran   de  existir.  Pero,  como  afirma 


.^.1* 


constituye  el  blanco  de  Kremer,  el  cual  comu- 
nica á  la  piel  un  hermoso  color  alabastrino,  pero 
ejerce  una  acción  perniciosa,  sobre  todo  cuando 
el  uso  se  prolonga  indefinidamente.  Además 
presenta  el  inconveniente  de  ennegrecerse  en  el 
momento  de  ponerse  bajo  la  influencia  de  las 
emanaciones  del  hidrógeno  sulfurado,  como  su- 
cede con  el  gas  del  alumbrado  cuando  está  im- 
puro. No  ha  sido  raro  ver  muchas  señoras,  en 
teatros  donde  había  fugas  de  gas,  completamen- 
te ennegrecidas  á  consecuencia  del  sulfuro  de 


Es  ya  muy  antiguo  el  uso  de  sustancias  des- 
tinadas á  cubrir  la  piel  para  ocultar  los  estragos 
del  tiempo.  Siempre  han  existido  personas  que, 
mal  avenidas  con  los  deterioros  de  los  años,  han 


con  ra- 
zón un 
higienista 
eminente,   son 
vanos  los  cla- 
mores del  hombre  de 
ciencia  contra  el  uso 
de  los  cosméticos  en  sus 
múltiples    formas ,    pues 
tal  es  la  fuerza  de  la  cos- 
tumbre, que  ha  llegado  á 
constitiiir  una  ley,  eñ  tér- 
minos que  sólo  prohibe  la 
higiene  aquellos  que  des- 
de luego  son  perjudiciales,  tolerando  los  inofen- 
sivos. 

Los  griegos  y  romanos  hacían  bastante  uso 
de  los  cosméticos,  sobre  todo  en  tiempo  de  su 
decadencia,  y  muchos  de  los  que  empleaban  no 
han  llegado  hasta  nosotros.  Gritón  de  Atenas  y 
la  reina  Cleopatra  dicen  que  escribieron  trata- 
dos sobre  este  asunto. 

Son  en  gran  número  las  sustancias  que  se  em- 
plean en  el  concepto  de  cosméticos,  y  en  esta 
parte  delje  la  higiene  á  la  química  no  escaso  nú- 
mero de  datos  para  establecer  sus  afirmacio- 
nes. 

Como  absorbentes,  se  emplean  varios  ¡jolvos 
constituidos  por  el  almidón  ó  el  arroz  aromati- 
zados con  esencias.  Estos  son  los  únicos  que 
puede  consentir  la  higiene,  puesto  que  otros  son 
altamente  perjudiciales.  Así  sucede,  por  ejem- 
plo, con  el  albayalde  ó  carbonato  de  plomo,  que, 
mezclado  con  manteca  de  vaca  y  cera  virgen, 


PALACIO  DE  MECKLENBURGO:  EL  SALÓN  VISTO  DE  FRENTE 


plomo  formado  á  expensas  del  súlfido  hídrico 
procedente  del  gas  del  alumbrado. 

También  se  usa,  para  blanquear  la  piel,  el 
subnitrato  de  bismuto,  que  es  el  nitrato  bismú- 
tico  tribásico  ó  magisterio  de  bismuto;  y  aun 
cuando  por  sí  solo  es  inofensivo,  debe  emplearse 
con  precaución,  porque  va  casi  siempre  acompa- 
ñado de  pequeñas  cantidades  de  arsénico  blanco 
(ácido  arsenioso). 

El  sistema  piloso  es  y  ha  sido  siempre  objeto 
de  gran  número  de  cosméticos.  Ya  para  suavi- 
zar, cambiar  de  color,  desaparecer  ó  aumentar 
el  cabello,  fonnan  los  cosméticos  mi  inmenso 
catálogo,  donde  la  charlatanería  ha  tenido  no 
escasos  representantes.  Para  teñir  el  pelo  se 
usan,  por  lo  común,  preparados  de  plata:  mu- 
chas veces  el  mismo  nitrato  de  plata  en  disohi- 
ción.  La  llamada  Agua  de  China  está  formada 
por  una  mezcla  de  los  nitratos  argéntico  y  mer- 
cúrico, ambos  en  disolución  concentrada.  Tam- 


RAII   F    nF    Nl^ 


■i>l«it»j—i^ 


i    (dibujo   (le   Vj.    KaA^el ) 


730 

hién  usan  el  artilicio  de  jieuiaj-se  pruuero  con 
¡•fino  de  plomo  y  lavar  después  el  ]>elo  con  una 
infusión  de  hojas  de  nojial,  asi  como  el  de  pasar, 
pi>r  cima  del  cabello,  jabón  que  contenga  negro 
de  humo;  pero  estos  ju-ocedimientos  tienen  el 
inconveniente  de  que  sus  efectos  son  muy  poco 
duraderos. 

Los  perjuicios  o<-asionados  por  las  prepara- 
ciones de  que  forma  parte  el  plomo,  han  sido 
desgraciadamente  compi-obados  jx)r  aquellas 
personas  que  los  han  empleado  con  profusión, 
como  los  artistas  dramáticos. 

El  charlatanismo  ha  designado  con  pomposos 
nombres  infinidad  de  sustancias  coraprendidiis 


T.A  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 

alcohol  á  sesenta  grados,  y  se  filtra  ti-nscurridas 
cuarenta  y  ocho  horas. 

Resumiendo,  debe  decirse  de  los  cosméticos 
que,  en  genei-al,  son  iuiitiles  ó  perjudiciales.  La 
ficticia  belleza  que  proporcionan  es  -A  expensas 
de  la  tersura  de  la  piel  ó  de  k  salud  del  indivi- 
duo. Forzoso  es  convencei-se  de  que  la  henuo- 
sura  natural  no  es  posible  imitarla,  y  los  efectos 
producidos  por  el  artificio  sustituyendo  á  la  na- 
turaleza, semejan  mucho  i'i  los  que  lesultan  de 
los  pálidos  reflejos  de  las  luces  que  la  industria 
humana  pi-oduce,  comparados  con  los  deslum- 
brantes resplandores  del  astro  del  día. 

T>os  mejores  y  verdaderos  cosméticos  son  la 


PALACIO 
DE  MECKLENBURGO 

VAJILLA   ANTIGUA   DE   PLATA 

en  el  grupo  de  los  cosméticos  y  cuj'os  efectos 
son  más  ó  menos  perniciosos,  pero  que  no  han 
[Ktdido  menos  de  atraer  la  atención  vulgar,  como 
sucede  con  los  denominados  Leche  viryinal,  Gre- 
tna  de  belleza,  Agiui  de  Nimn,  Tesoro  de  la  boca, 
Pomada  de  las  sultanas,  Toalla  de  la  diosa  Ve- 
nus, etc.  Así  es  que,  para  dar  á  la  piel  la  colora- 
ción que  ha  perdido  con  la  edad,  ó  la  tersura 
propia  sólo  de  los  juveniles  años,  usan  diversi- 
dad de  mezclas,  en  cuya  composición  no  nos  de- 
tenemos por  ser  impropia  de  este  lugar. 

En  Judea,  en  Egipto,  en  Grecia  y  en  Roma, 
las  mujeres  se  pintaban  las  cejas  y  las  pestañas, 
y  se  coloreaban  los  labios  para  aumentar  «u  be- 
lleza y  llamar  la  atención.  Se  han  encontrado 
también  estas  costumbres  hasta  en  los  pueblos 
.salvajes  del  Asia  y  del  África,  como  también  en 
las  extensas  regiones  americanas;  lo  cual  pnieba 
que  los  defectos  de  la  humanidad  son  iguales, 
cnalquiera  que  sea  el  país  que  se  considere. 

I>as  aguas  aromáticas  que  se  emplean  como 
lí.-in/tico  son  asimismo  en  gran  número.  La  más 
üf.uír-.íhnenUi  usada  es  el  agua  de  Colonia,  que 
e«  ana  disolución  en  alcohol  de  diferentes  esen- 
cia», y  ctwo  empleo  no  es  perjudicial.  Una  bue- 
na fórmula  para  su  preparación  es  la  siguiente; 
esencia  de  l>ergamota,  limón  y  cidra,  cuatro  jiar- 
tes;  de  canela,  una;  de  espliego,  dos;  de  azahar 
y  !•  '  -i;  de  mil  flores,  cuatro;  alcohol  de 

iii'l  :]ta;  y  alcohol  de  noventa  grados, 

cuair«j<i<nt<.s  ochenta.  Se  mezclan  estas  sustan- 
cias, y  se  tienen  en  contacto  por  espacio  de  seis 
días,  trascurridos  los  cuales  puede  rebajarse  el 


limpieza,  la  buena  aplicación  de  los  preceptos 
higiénicos  y  la  templanza  en  todos  los  actos  do 
la  vida. 

Joaquín  Olmedilla  y  Pino 


EL  PUBLICO 


PÚBLICO,  m.  Conjunto  de  las 
personas  que  partícípaa  de 
íinas  mismas  aficiones  ó  con 
preferencia  concurren  li  de- 
terminado lugar.  II  Conjunto 
de  las  persona.s  reunidas  en 
determinado  lugar  para  asis- 
tirá un  espectáculo)  6  con  cual- 
quiera otro  fin  semejante. 

(La  Academia  EspaFiola.) 

Sucede  al  público  lo  que  sucede  á  todos  los 
poderosos  de  la  tierra,  y  hasta  me  figuro  que  del 
cielo:  los  que  más  le  deprimen  cuando  no  pueden 
oírles  son  los  que  más  le  adulan  cuando  se  ha- 
llan en  su  presencia;  y  no  exceptúo  de  esta  re- 
gla general  al  Fénix  de  los  ingenios,  al  insigne 
autor  de  La  Estrella  de  Sevilla,  de  La  Dama  boba 
y  de  tantas  obras  inmortales,  que  para  el  públi- 
co escribía,  que  solicitaba  su  indulgencia,  que 
mendigaba  su  aplauso,  que  solía  llamarle  Senado 
ilustre  y  decía  después  que  era  justo 

liablarle  en  necio  para  darle  gusto. 

Porque,  si  Ijien  dijo  eso  hablando  del  vulgo, 
sabido  es  que,  para  los  poetas,  vulgf)  y  público 
son  una  misma  cosa. 


El  público  es  para  los  autores  una  especie  de 
comodín  sobre  (juien  descargar  todas  las  respon- 
sabilidades y  á  (juien  achacar  todas  las  culpas. 
Es  á  manera  de  galeoto  inconsciente,  del  cual 
echan  mano  los  autores  para  explicar  los  des- 
aciertos en  que  ellos  incurren,  así  como  sancio- 
nar los  éxitos  felices  que  logran. 

— Pero  ¡hombre! — se  pregunta  á  un  autor 
discreto,  á  un  escritor  culto,  que  ha  escrito  algo 
chavacano  y  ciu-si; — pero  ¡hombre!  V.,  persona 
do  buen  gusto,  de  gran  cultura  y  paladar  deli- 
cado, ¿se  atreve  á  dar  con  su  nombre  trabajos 
tan  de  brocha  gorda? 

■Amigo  mío, — contestará, — el  gusto  del  pú- 
Idiro  va  por  ahí,  y  el  gusto  dol  público 
se  impone.  El  paga,  pai-a  él  se  escribe, 
él  concede  ó  niega  su  aprobación,  y  no 
liav  sino  escribir  así  ó  renunciar  re- 
sueltamente á  escribir. 

¡  Pobre  público !  Bueno  y  muy  bueno 
es  que  tengas  anchas  espaldas  para  so- 
l)ortar  el  jiesado  fardo  que  sobre  ellas 
echan. 

¡  Válgame  Dios !  (si  quisiera  valerme) 
¡y  cómo  te  ponen  de  inculto,  de  estú- 
pido, de  e.xtraviado,  de  qué  sé  yo!  Y 
todo  para  disculpar  los  extravíos,  la  es- 
tupidez y  la  ineptitud  de  muchos  qne 
escriben  como  podrían  freír  buñuelos. 
Y  no  es  lo  malo  qne  digan  eso  y  eso 
piensen  los  que  son  incapaces  de  con- 
cebir un  pensamiento  trascendental  y 
darle  forma  y  desarrollo  artísticos:  lo 
malo  es  que  esa  opinión  se  extiende'^  y 
se  generaliza,  y  llega  á  ser  considera- 
da como  axioma  hasta  por  personas 
doctas  y  de  inteligencia  clara  é  ilustra- 
ción probada  y  reconocida. 

—El  gusto  del  púljlico  se  encuentra 
estragado,^dicen  muy  convencidos; — 
las  aficiones  del  público  van  por  derro- 
teros de  perdición:  lo  extravagante,  lo 
chavacano,  lo  tosco,  es  lo  que  ahora 
priva;  chist^  groseros,  actitudes  lúbri- 
cas, exhibiciones  escandalosas,  inmo- 
ralidades y  torpezas:  esto  os  lo  que 
constituye  hoy  el  arsenal  de  los  i'ccur- 
sos  escénicos.  Aquella  delicadeza  de 
sentimientos,  aquellos  epigramas  finos, 
saladísimos  y  agudos;  aquella  situación 
hábilmente  preparada,  aquellos  inge- 
niosos y  animados  diálogos;  todo  eso 
ha  desaparecido  y  no  hay  medio  de  que 
reaparezca:  si  algún  autor  pretendiera 
resucitarlo,  el  público  lo  rechazaría.  El  público 
de  hoy  no  quiere  delicadezas  ni  ingenio:  sólo 
quiere  chocarrerías  y  desvergüenza. 

E  pur  si  muove...  y,  sin  embargo,  el  público, 
hoy  como  ayer,  aplaude  lo  bueno  y  lo  celebra,  y 
sabe  estimarlo  y  lo  saborea. 

Es  cierto,  muy  cierto,  que  el  gusto  del  públi- 
co ha  experimentado  modificaciones  importan- 
tes: ¿cómo  no  si  en  ol  trascurso  del  tiempo  se 
modifica  todo  y  todo  se  trasforma?  Trasformado 
está  el  gusto  del  público:  es  verdad;  poro  no  en 
el  sentido  en  que  por  lo  general  se  cree.  Preci- 
samente es  en  sentido  contrario. 

El  gusto  del  público  es  hoy  mucho  más  deli- 
cado que  era  antes.  Su  juicio  ha  madurado,  su 
cultura  es  mayor,  y  mayor,  por  consiguiente,  su 
exigencia. 

El  gusto,  lejos  de  haberse  estragado,  se  ha 
depurado  y  es  más  exquisito  que  era  hace  algvi- 
nos  años;  y  esto  es  lo  racional  y  esto  es  lo  lógi- 
co: pensar  otra  cosa  sería  cegar  los  ojos  á  la  luz, 
desconocer  y  negar  la  ley  del  progreso.  Cuando 
todo  adelanta,  cuando  se  perfecciona  todo,  ¿va 
á  ser  el  gusto  del  público  lo  único  que  retroceda 
y  empeore?  ¡Oh!  No:  esto  no  podría  suceder  ni 
sucede. 

Ijo  que  sucede  aquí  es  que  vemos  y  tocamos 
los  efectos  y  no  hemos  atinado  con  las  causas: 
para  explicamos  aquéllos  señalamos  éstas,  y  en 
eso  está  la  equivocación.  Porque  la  muchedum- 
bre llena  todas  las  noches  los  teatrillos  de  fun- 
ciones por  horas  y  no  concurro  sino  muy  de  tarde 
en  tardo  á  los  teatros  en  que  se  le  dan  funciones 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


731 


serias,  queremos  creer  que  la  toudencia  del  pú- 
l)l¡co  va  extraviada,  y  que  busca  lo  malo  en  voz 
de  buscar  lo  bueno.  Es  un  error. 

El  nivel  intelectual  del  país  ha  silbido  inncho. 
Concretando  estas  reflexiones  á  Madrid,  bien 
puede  asegurarse  que  las  nueve  décimas  partes 
de  los  que  hoy  concurren  al  teatro,  y  allí  gozan 
y  en  él  disfrutan,  pertenecen  á  las  masas  cuyos 
representantes,  hará  treinta  ó  cuarenta  años,  no 
sabían  lo  que  era  una  representación  teatral. 

No  somos  aún  muy  viejos  los  que  hemos  co- 
nocido en  Madrid  dos  ó  tres  teatros  solamente: 
El  Frincipe,  Jji  Cruz  y  El  Instituto;  que  con  ser 
tan  escasos  en  niimero,  y  con  tener,  por  lo  co- 
mún, excelentes  compañías,  estaban  casi  siem- 
pre vacíos.  En  Madrid  no  había  entonces  público 
bastante  para  sostener  dos  teatros,  que  perma- 
necían cerrados  la  mayor  parte  del  año,  y  en 
que,  aun  en  la  corta  temporada  teatral,  no  se 
daba  función  diaria. 

Desde  aquella  época  á  esta,  ¡qué  diferencia! 

En  Madrid  existen  hoy,  casi  constantemente 
abiertos,  doce  teatros;  y  para  todos  hay  público, 
V  en  todos  se  ve  animación,  y  á  todos  va  la  con- 
currencia cuando  una  obra  gusta  y  logra  cele- 
bi'idad. 

Esos  espectadores  que  concurren  á  los  teatros 
(le  á  real  no  son  público  arrebatado  á  los  teatros 
formales,  sino  todo  lo  contrario:  forman  un  pú- 
blico que  ahora  comienza  á  frecuentar  esos  si- 
tios, que  poco  á  poco  tomará  afición  al  arte,  y 
(pie  mañana,  depurado  su  gusto,  no  se  satisfai-á 
con  juguetillos  insustanciales  y  habrá  menester 
de  alimento  espiritiud  más  nutritivo. 

Pei-o  así  como  el  parroquiano  de  la  tabei-na  .'ío 
ha  elevado  á  espectador  de  los  teatros  pequeños, 
el  antiguo  concurrente,  por  extraordinario,  á  la 
i-epresentación  de  comedias  y  dramas,  se  ha  edu- 
cado más  y  es  más  -exigente:  para  satisfacei-le 
lioy,  ])ara  llenar  sus  aspiraciones,  para  respon- 
dei-  á  sus  deseos,  se  necesita  algo  más  que  una 
docena  de  quintillas  bien  escritas  por  el  poeta  y 
bien  recitadas  por -el  cómico;  y  como  dai'le  una 
ccjsa  buena  no  es  tan  fácil  hoy  como  ayer  lo  era; 
como  á  veces  el  poeta  se  empeña  en  echarlas  de 
])adre  maestro,  y  de  predicador,  y  de  consejero 
jjara  el  público,  que  no  necesita  consejos,  ni 
gusta:  de  sermones,  ni  busca  maestros,  y  que 
suele- saber  más  que  el  pretendido  maestro;  ocu- 
rre que,  en  ocasiones,  ese  mismo  público,  entre 
pasar  tres  ó  cuatro  horas  escuchando  algo  que  él 
tiene  sabido  de  sobra  y  que  le  quieren  dar  como 
cosa  nueva,  y  distraer  el  ánimo  viendo  alguno 
de  esbs  disparates  que  cuando  menos  provocan 
la  risa,  opta  por  esto  último. 

Esto  no  quiere  decir  que  su  gusto  esté  estra- 
gado: significa  solamente  que  no  le  sirven  el  ali- 
mento exquisito  que  necesita;  y  á- falta  de  él,  y 
en  espera  de  que  llegue,  pasa  el  rato  como  pue- 
de y  lo  menos  mal  que  puede. 

Esta  es  la  verdad,  y  de  ello  se  convencerán 
los  autores  cuando  estudien  mucho,  lo  bastante 
para  ponerse,  por  lo  menos,  á  la  misma  altura 
que  la  generalidad  del  público,  y  escriba,!!  obras 
(liguas  de  un  público  inteligente  é  instruido; 
más  inteligente  y  más  instruido,  y  por  lo  tanto 
más  exigente,  que  el  de  la  primera  mitad  de 
e.ste  siglo. 

A.  SÁNCHEZ  Pérez 


AL   MAR 


LA  ESCÜLTUBA  ENTRE  LOS 


Cuando  te  miro  en  hoi-as  de  tormenta 

rugiendo  con  fui'oi-, 
me  pareces  el  alma  de  u!i  celoso 

que  su  dicha  perdió; 
y  si  te  miro  en  horas  de  molicie 

inundado  de  sol, 
gigantesca  esmeralda  me  pareces 

del  anillo  de  Dios! 

Jusí;  M.a  m:  i. a  'rdHKi; 


I.     .Monumentos  funerarios.— il.    La  eruz  y  el  Cristo.— 
III.    San  Juan  de  Baños. 

I.     Desciibrense  en  bastante  número   (1)  se- 
pulcros pertenecientes  á  la  civilización  visigoda, 


MOZART  (estatua  por  Barrías) 

K.Kl'OSrCIDN    l>K    ItKÍ.I.AS   ARTKS   I)K   l'ARÍS:  SAL(>N    UK    1SS7 

debiendo  tenei-se  por  tales  algunos  que,  despo- 
jados de  omanientaciói!  y  labrados  con  no  escasa 
i'udez'a,  han  sido  considei'ados  de  más  i-emota 
antigüedad.  Por 
testimonios  es- 
critos consta  la 
existencia  de  los 
sarcófagos  exen- 
tos. Puede  in- 
ducirse la  de  los 
murales  fundán- 
dose en  la  prác- 
tica de  colgar  so- 
bre los  de  los 
santos,  mártires 
y  otros  hombi'es 
insignes ,  palo- 
mas y  coronas, 
lo  cual  no  podría 
hacerse  sin  fijar 
las  cadenas  en 
los  puntos  cen- 

ti-ales  del  intradós  del  arco;  pero  confirma  la 
conjetura  el  que  se  conserven  actualmente,  como 
únicos  ejemplos  de  sepulcros  murales,  á  la  vez 
que  del  ai-to   latiiiobizantino,  dos  que  .se  hallan 


en  ol  que  fué  monasterio  de  Nuestra  Señora  de 
Covadonga,  erigido  en  740  j)or  Alfonso  el  Cat<>- 
lico.  Estos  sepulcros  contuvieron  los  cadáveres 
de  los  primeros  abades,  y  hoy  en  uno  está  el 
del  primer  marqués  de  Pidal,  descansando  la 
caja  sobre  tros  leones  (1). 

En  León  (Catedr.:  claustro)  haj'  incrustados 
en  los  muros  algunos  sepulcros  pertenecientes  á 
su  primitiva  basílica,  Santa  María  de  Regla. 
También  eii  Oviedo  (Museo),  procedentíis  del 
monasterio  de  la  Vega,  y  en  Salamanca  (Cate- 
dral vieja)  además  del  i-elieve  de  su  claustro 
leutien-o  del  Salvadoi-). 

Siendo  pocas  las  losas  sepulci-ales  que  cono- 
cemos, debe  meucionai-se  la  del  presbítero  Cris- 
pin,  descubierta  por  el  señor  Amador  en  la  ba- 
sílica destruida  de  Guarrazar,  del  viil,  que 
ostenta  una  cruz  griega  encerrada  en  un  círcu- 
lo (2).  Descripción  niás  detallada  ha  merecido 
la  piedra  sepulcral  de  San  Honorato,  sucesor  de 
San  Isidoro,  existente  en  Sevilla.  (Bibliot.  Co- 
lombina: muro  de  la  escalera)  (8).  Es  una  tapa 
de  sepulcro  con  extensa  inscripción  y  ornatos, 
algunos  profundamente  tallados.  Debe  ser  del  Vil 
siglo,  en  que  coniienzan  los  visigodos,  -aunque 
tímidamente,  á  alterar  el  alfabeto  romano  que 
adoptaran. 

En  la  pai-te  inferior  de  sus  tres  casas  coi-i-e 
una  orla,  formada  de  dobles  ángulos  agudos 
ligados  entre  sí,  á  manera  de  una  cinta  de 
puntos:  estas  fajas  dejan  espacio  enti'e  ellas  pai'a 
otra  de  la  misma  figura,  pero  siendo  los  lados 
del  ángulo  mucho  más  cortos.  En  las  casas  late- 
i'ales  después  de  la  orla  hay  espacios  que  ocupan 
cuatro  círculos  (dos  con  una  flor  de  ocho  pótalos 
ovalados  agudos:  dos  con  floi-es  i-adiadas,  cuyos 
i-ayos,  que  nacen  de  un  botón  central,  se  inclinan 
todos  hacia  la  derocha).  Separa  los  cuatro  cíi'cn- 
los  una  flor  colocada  en  medio  de  dos  ramos 
hoiizontales.  «Desde  la  línea  en  que  tennina 
este  onia1;o  está  la  piedra  profundamente  tallada 
en  toda  su  extensión,  produciendo  un  dibujo  que 
resulta  de  la  conibinación  de  una  faja  horizontal 
lie  circunferencias  tangentes,  á  la  que  coi-ta  la 
inmediata  superioi',  de  modo  que  las  de  esta 
segunda  son  secantes  á  las  de  la  primera,  y  así 
sucesivamente  en  las  demás.  Esta  fonna  una 
serie  de  flores  de  cuatro  pétalos,  que  destacan 
sobre  el  fondo  que  se  vació  al  trazai'  las  circun- 
ferencias. » 

En  general  la  ejecución  es  vigorosa;  pei-o  no 
esiuei'ada  ni  sujeta  á  trazos  geométricos,  lo  cual 
pi'oduce  desigualdad  en  las  formas. 

Los  rasgos   bizantinos   de  esta   piedra   son: 
a,  las  líneas  quebi'adas  de  ángulos  agudos  igua- 
les, paralelas  entre  sí  (conio  en  la  corona  votiva 
de  Recesvinto  hallada  en   Guarrazar);  6,  las  cir- 
cunferencias que  llevan  figuras  inscritas  ó  flores 
(como  en  dicha  corona  y  en  su  remate  colgante, 
.  en  el  fragmento  de   la  piedra  túmulo  del  VI, 
1  en  el  Museo  de  Sevilla  y  en  la  iglesia  de  Teoto- 
!   eos,  Constantinopla). 
I       En  el  Museo  citado  de  Sevilla  está  la  lápida 


.\iiinili.r  di-lcs  Hk."  .1     Viis   is¡j  íh  anliíj..  I,  púg.  239. 


TEWKESBURY 

de    Octavio,    del    vi,   cuyo   emblema    es   latino 


(1)  Descripción  detallada:  pág.  240.  Diseños  en  loa  mona- 
vientos  arquUecítmicos. 

(•2)  Mayores  detalles  en  el  Arte  latino-bizantino  del  mismo 
autor. 

(3)    Boutelón:  Rev.  de  Fil :  Sevil.,  ni,.pág,  439. 


/-^^^J^LMO^lzár 


NAPOLEÓN    Y  JOSEFINA    (cuadro  de  Eleuterio  PagUano) 


EXPOSICIÓN   GENERAL  DE   FILIPINAS 

INSTALACIÓN   DE  LA  BOA. -INTERIOR  DEL  PALACIO  DE  CRISTAL.-ANIM ALES  Y   PLANTAS.  (Dibujo  de  1'.  y  ValoiJ 


734 


I.A  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


1,1a  crwí  y  á  cada  lado  un  ave  que  se  dirige  al 
centro,  como  se  ve  eu  las  Cat-acumbas) . 

II.  f;Conoci6  la  Iglesia  visipcKla  la  cruz  y  el 
irucitijo?  La  antigüedad  de  aquélla  es  más  re- 
mota que  la  de  éste  i^li.  La  de  fonua  latina  está 
representada  en  las  más  antiguas  descripciones 
sepulcrales,  y  en  un  monumento  que  se  supone 
ser  del  siglo  1.  Esa  i-epivsentación  eu  inscrip- 
ciones sepidcrales  se  multiplica  desde  el  hallaz- 
go de  la  verdadei-a  cruz  por  Santa  Elena,  i;iadre 
«le  Constantino,  especialmente  en  el  v.  A  esta 
forma  de  cruz  sigue  la  llamada  tnomimen- 
tal,  que  af»rece  por  vez  primera  en  las  Catfl- 
cumlja«  del  cemen- 
terio Ponciauo,  en 
pI  siglo  vni.  Por  lo 
que  hace  á  España, 
la  cniz  triiuifante, 
con  uua  corona  que 
circunscribe  el  mo- 
nograma de  Cristo, 
y  dos  palomassobre 
los  lu-azos,  se  ve  en 
el  sarcófago  de  Va- 
lencia, hoy  en  el 
Museo  Anpieoló- 
gico. 

Los  visigodos- po- 
nen la  cruz  en  las 
monedas;  pero  jjor 
la  influencia  proce- 
dente de  Bizancio, 
adoptan  la  croz 
griega,  de  cuyo  tipo 
e»  la  famosa  de  los 
Angeles  ó  de  Alfon- 
so el  Casto,  guar- 
dada en  Oviedo  (Ca- 
tedral.) 

Pero  la  existen- 
cia del  crucifijo  en 
aquellos  siglos,  es 
de  más  difícil  prue- 
ba, y,  por  lo  que 
hace  á  España,  pw - 
de  negarse,  f  Ají: 
rior  al  siglo  \i, 
dice  el  Sr.  Assas, 
no  hay  imagen  de 
Jesucristo  en  la 
cruz,  <lc  uso  gen' 
ral;  pues  el  grati 
del  Museo  Kircher, 
«■n  Roma ,  del  si- 
glo III,  que  repre- 
senta un  personaje 
cnicifijado,  con  ca- 
beza de  asno  (los 
cristianos  eran  in- 
culpados por  los  pa- 
ganos de  ser  ado- 
radores del  asno 

sUvestre  ú  onagro),  aunque  coutuviera  la  ima- 
gen de  Jesucristo,  como  deduce  el  P.  Garucci 
Cll  crodfixo  graffito,  1857),  no  demuestra  la 
frecuencia  del  uso  de  la  imagen,  que  hay  que 
fijar  en  el  Vi;  mencionando  San  Gregorio  de 
Toufs  uno  pintado  de  este  siglo,  en  Narbona,  y 
siendo  el  del  tesoro  deJIonza,  procedente  de 
Snn  Oi-.jTí.nr,  »■!  Magno,  del  vil. 

La  iijjrisintación  de  Jesucristo  desde  el  VI 
en  Occidente,  s*"  hace  primero  bajo  la  figura 
de  cordero,  luego  en  persona  (cabeza  ó  l)UHto, 
;,ero  no  cnicificado;,  más  tarde  de  ambos  modos, 
iiidi-^rint.-inifiite.  Aun  en  el  X,  el  falso  concilio 
•'.'  iiopla   in    Trullo  (952)   manda  se 

p"' .  'gen  human»  de  Jfsufristo  en  lugar 

del  cordero. 

En  Esfjafia  Habido  e.s  411.-  <1  concilio  de  Ili- 
Ijeriu,  del  iv,  estableció  en  aljsoluto  la  pro- 
hibición de  que  hubiera  pinturas  en  las  iglesias, 
con  el  intento  de  prevenir  la  idolatría,  tan  arrai- 
gada en  las  costumbres,  que  aun  en  el  VII 
habían  de   condenarla    los   concilios  de  Tole- 


do III  y  Xn,  reproduciendo  la  prohibición  anti- 
gua del  iliberitano.  Sólo  se  pintaban  ángeles. 
Pero  de  imágenes  de  Jesucristo  no  se  tiene  no- 
ticia, conjeturando  que  las  más  antiguas  no  re- 
montan niiís  allá  del  x  i^Godoy). 

III.  Divididos  se  hallan  los  ¡lareceres  sobre 
el  arte  que  se  muestia  en  la  iglesia  de  San  Juan 
de  Baños,  tal  como  hoy  la  conocemos;  divei-sidad 
antigua  entre  nuestros  arqueólogos,  como  puede 
verse  en  el  Caveda.  En  esa  iglesia  e.\iste  actual- 
mente ima  estatua  de  mármol  blanco,  que  debió 
estar  dorada  y  j)intada,  imagen  de  San  Juan 
Bautista.   Descn'bela  el  Sr.  Rada  (2\  diciendo 


NUESTROS  GRABADOS 


TIPO    MADRILKSo 

/.líTS-i'OHS  rtí  íííiíís  Barcflotic 
une  anfUiíouífe  att  tfint  bruñí,  etc.? 


FLORISTAS  ROMANAS  (<:ua.lio  ile  I'oyiiUj  < 

que  SU  parte  posterior  está  sin  modelar  y  es 
plana,  como  si  sirviera  la  estatua  para  adosarse 
á  un  muro;  por  Ib  cual,  más  bien  parece  alto  re- 
lieve. La  cabeza  es  del  tipo  con  que  los  escul- 
tores romanos  representaron  á  Júpiter,  falta  de 
expi-esión  ideal,  como  obra  del  arte  pagano,  y, 
por  lo  mismo,  ejecutada  según  sus  bvienas  má- 
ximas. Las  piernas  están  modeladas  con  más 
descuido:  son  delgadas,  rígidas,  simétricas  en 
su  disposición  y  fonnas,  y  su  dibujo  en  los  extre- 
mos es  defectuoso.  En  esto,  como  en  ser  la  mano 
iz<|uiorda  uiayoi-  que  la  derecha  y  con  movi- 
niienfo  demasiado  violento,  se  observa  la  com- 
pleta decadencia  del  ai-te. 

Esta  í-statua  es  la  más  impoi-tante  visigoda, 
ya  que  por  su  falta  de  idealismo  no  puede  ser 
obra  do  la  edad  media  y  que  su  placidez  y  tran- 
quilidad acusan  la  influencia  pagana.  Siendo 
así,  es  pi-ueba  de  que  la  estatuaiúa  fué  conocida 
de  los  visigodos,  contra  lo  que  se  ha  repetido. 

Eduakdo  S01.KK 


.1;     (..,.■ 
.VdJ!.  ttp    ' 

f-'cmarulo 


la  fTiiz  y  dtí crucifijo  tu  Kiípnfiit; 
'•'«(lámina»).     Awui»;  CruHfiJo  ile    \ 


lüj     Mut.  e»p.  ilt:  imtifi.,  1. 


KsH  madrileña  representa,  sin  duda,  el  tipo  d«  gitlilu, 
pero  no  esta  expresado  eon  la  fogosidad  inic  reiiuiere  su 
inlcresante  argumento.  Con  todo,  es-  muy  l.onita  y  no  deja 
de  ofreeer  un  aspeeto  bastante  picante  vista  asi.  Proliahle- 
mente  las  cosas  deben  verse  de  distinto  modo  según  quien 
las  mira,  y  asi  se  comprende  ijue  cuando  vienen  extranjeros 

11  visitarnos  descnlirtni 
las  cosas  niásestupeudns 
del  orbe. 

I.ONDKKS:     Kl.     I'AI.ACIO 
UK    MECKLKNBllKiO 

Ociijia  este  pahu-io  el 
número  4(5  de  la  calle  de 
su  nombre,  siendo  pro- 
piedad actualmente  del 
opulento  mejicano  se- 
ñor Sala,  que  lo  ha  con- 
vertido en  un  precioso 
museo ,  llevado  de  su 
depurado  gusto  de  co- 
leccionista. Pueden  ver- 
se en  este  número  la  dis- 
posición de  algunas 
piezas  y  varias  de  la-s 
rarezas  artísticas  alli 
conservadas. 

EXPOSICIÓN 

US  BELLAS  AHTKS  UE  l'ARÍS 

SALÓN   DE   1887 

Es    M.   Julio   Bretón 
un  incorregible  idealis- 
ta, lo  cual  no  quita  que 
sus  paisajes  sean  paga- 
dos á  peso  de  oro  y  cons- 
tituyan    la    admiración 
de  los  inteligentes ,   asi 
por  el  conocimiento  de 
la  perspectiva  aérea  co- 
mo por  el  modelado  de 
las  figuras,  y  lo  mismo 
por  la  luodeimidad    del 
sentimiento  que  por  la 
gracia  idílica  de  sus  es- 
cenas.  Huen    testigo  es 
de  ello  A  campo  travietta. 
Le  «oír  de  M.  Duez  es 
una  vasta  tela  destinada 
á    contener    tres    vatras 
que  pacen  en  medio  de 
un  paisaje  todo  verde, 
que  contrasta  con  el  tono 
entre  violeta  y  lila  del 
iiuir  que  sirve  de  fondo 
al  cuadro.  Ks  un  lienzo 
decorativo    muy   armo- 
nioso por  la  atinada  su- 
perposición  de   las  dos 
musas  de  colores  violentos.  No  cabe  negar  que  la  obra  respira 
cierta  grandiosidad  y  misterio  que  la  hace  muy  agradable. 
I'or  diferentes  mares  navegan  M.  Gilbert  con  su  Marche 
¡iautomne,  suculento  poema  realista  que  pide  á  voces  una 
cocinera  que  so  encargue  al  momento  de  guisar  una  gibelotíc: 
y  M.  Sicard,  que  en  Después  del  desafio  puede  alabarse  de  ha- 
ber añadido  tina  elocuente  página  más  á  La  morale  en  actíon. 
En  cuanto  á  la  estatuita  de  Mozart  por  M.  C.  Barrios,  es 
verdaderamente  sorprendente,  y  por  ella  merece  mil  pláce- 
mes su  autor.  Bien  se  ve  que  el  eminente  escultor  quiso 
echar  alil  el  resto. 

I.A    -VENi:.-!   A(iACHAÜAi    UEÍ,   I.OUVHK 

Kue  deseui)ierla  esta  Venus  en  Viena  del  I^elfinado  (Fran. 
cia),  y  al  decir  1'chks  hablamos  como  habla  la  generalidad, 
pues  nada  prueba  que  represente  efectivamente  tal  dlvini- 
da<l,  siendo  meramente  un  tórmino  convencional  para  de- 
signar una  hembra  de  notable  hermosura.  En  realidad  se 
trata  de  tnia  mujer  absolutamente  terrenal,  digna  de  medir- 
se, á  pesar  de  su  humilde  esfera,  eon  las  famosas  Venus  de 
Milo  y  de  Mediéis:  una  obra  natvraliiita,  pero  llena  de  en- 
canto, de  dulzura  y  de  suavidad. 

IIAILE  DK   NlSOS 

Dibujo   de    E.    Ravel 

Como  dibujo  no  hay  más  que  pedir:  es  cosa  buena.  Kcs- 
liecto  al  asunto,  hay  mnclio  que  decir,  pues  andan  muy  divi 
didas  las  opiniones  acerca  de  la  coreografía  infantil. 


LA  ILUSTRACIÓN   IBÉRICA 


736 


TE«KESBUBY 

Es  esta  una  antigua  ciudad  del  condado  de  Glocestor,  la 
cual,  á  pesar  del  trascurso  de  los  tiempos  y  de  formar  par- 
te de  la  iudiistrialísima  y  progresiva  Inglaterra,  no  parece 
querer  salirse  de  su  paso,  apareciendo  hoy  tal  como  se  la 
vela  en  los  buenos  tiempos  de  la  edad  media. 

La  verdad  es  que,  con  sus  viejas  constrttcciones  ojivales  y 
lii  i>rolunda  tranquilidad  en  qtie  vegeta,  ni  envidiada  ui  en- 
vidiosa, parece  que  no  lo  pasa  del  todo  mal,  apareciendo 
más  original  y  tipica  que  las  demás  ciudades  que  han  que- 
rido trasformarse  y  no  han  hecho  más  que  volverse  monó- 
tonas. 

NAPOLEÓN   Y    JOSEFINA 

Cuadro   de   E.    Pariliano 

Napoleón  no  í'ué  un  Bizco  del  líorge,  como  opina  Tain^-, 
ni  un  San  Vicente  de  Puul,  como  qiiiso  decir  el  malogrado 
Alberto  Duruy:  fué,  sin  duda,  hombre  de  gran  talento,  pero 
no  le  libró  esto  de  tocar  muchas  veces  el  violón  como  el  lil- 
timo  ministro  deMadrid.  Así,  nada  más  disparatado  é  inicuf> 
que  su  divorcio.  ¡Fragilidad,  tu  nombre  es...  Napoleón! 
¡Pensar  que  el  brutal  marido  aquél  era  el  mismísimo  general 
Bonaparte  que  desde  Egipto  le  escribía  á  la  viuda  Be&uhar- 
nais,  á  la  hechicera  criolla,  á  la  discretísima  y  gentil  Jose- 
fina, las  cartas  más  admirables,  más  arrebatadas,  más  fogo- 
.«as,  más  sentidas,  más  enloquecedoras,  que  podría  forjar  el 
mismo  Víctor  Hugol  Todo  lo  olvidó,  sin  embargo,  para  ca 
sarse  con  María  Luisa  de  Austria,  verdadera  alma  de  cántaro 
si  las  ha  habido  nunca. 

EXPOSICIÓN   GENERAL   UE   FILIPINAS 

Finalizamos  hoy  la  serie  de  nuestros  grabados  sobre  la 
interesantísima  Exposición  celebrada  en  el  Parque  de  Me.- 
drid,  con  la  reprodución  del  interior  del  Palacio  de  Cristal, 
del  cual  hablamos  ya  anteriormente.  La  curiosa  instalación 
de  la  serpiente  boa  y  algunos  ejemplares  de  la  fauna  filipina 
completan  el  bello  dibujo,  que,  como  todos  los  anteriores, 
creemos  habrá  llamado  la  atención  de  nuestros  lectores  por 
su  artística  ejecución. 

FLOKISTA.S   ROMANAS 

Cuadro   de   Poynter 

Pintura  brillante  y  perfectamente  acabada.  La  luz  está 
distribuida  con  laudable  exactitud,  el  grupo  de  figurases 
excelente  en  punto  á  expresión  y  ademanes,  y  los  ropajes  y 
mármoles  están  reproducidos  con  fina  realidad. 

Es  un  cuadro  muy  gracioso,  cuyo  arcaísmo  no  pasa  de 
los  limites  de  la  discreción. 

RODOPE 

Busto  en  bronce  por  llarry  Hatea 

IJistínguese  esta  escultura  por  la  elegante  distinción  del 
estilo  asi  como  por  la  delicadeza  del  modelado.  Es  una  figu- 
ra dulce  y  bella,  que  expresa  sentidamente  el  carácter 
del  tipo. 


-'íp' 


EL  ALCÁZAR  DE  LAS  PERLAS 


LEYENDA  ÁRABE 

ORIGINAL  DK 

Juan  Garcia-Goysna  Alzugaray 


El  sol,  como  una  lámpara  de  fuego,  centellea 
esplendoroso  sobre  la.s  blancas  ctipulas  de  la 
Sierra  de  Nieve,  envolviéndola  en  su  flotante 
ti'inica  de  oro.  La  vega,  sumergida  en  vm  mar  do 
luz,  se  estremece  de  placer  á  los  besos  de  la 
mañana,  agitando  al  soplo  de  las  embriagadoras 
auras  su  palpitante  seno,  que  levanta,  en  olas  de 
esmeraldas  y  topacios,  sus  yerljas  y  sus  mieses, 
como  oriental  odalisca  perezosamente  reclinada 
sobre  las  ricas  alcatifas  de  colores  de  un  diván 
damasquino.  La  Alhambra,  con  sus  cien  torres 
coronadas  de  adarves  y  atalayas,  resplandece 
sobre  la  colina  roja,  despidiendo  deslumbradores 
relámpagos  que  sobre  ella  se  enroscan  como 
blancas  nubes  de  encaje  donde  se  retorcieran 
los  rayos  de  una  tempestad  de  fuego  sin  poder 
atravesar  el  toldo  de  verdura  de  sus  espesos 
bosques;  y  la  torre  de  la  Vela,  soberbia  y  orgu- 
ilosa,  cf)ionada  de  plateadas  nubes,  y  rompiendo 
celajes  de  grana  y  amaranto,  se  yergue  en  sus 
gigantescos  inui'os  sobre  esa  atmósfera  de  nácar 
impregnada  de  esencias,  sonidos  y  matices  in- 


comprensibles, que  rodea  á  la  perla  de  occidente 
como  fanal  de  vistosísimos  cristales  donde  con- 
densa sus  misteriosos  amores. 

Apoyados  en  el  marmóreo  alféizar  de  uno  de 
los  calados  ajimeces  de  la  torre,  discurren  dos 
personas  en  animada  plática.  En  los  rasgados  y 
tranquilos  ojos  de  uua  de  ellas  reluce  toda'la 
augusta  calma  de  la  majestad  y  el  poderío:  en 
las  negras  y  profundas  pupilas  de  la  otra  brillan 
las  liuninosas  ráfagas  de  la  pasión  y  el  genio.  Al 
fresco  soplo  de  las  brisas  matinales  se  ve  flotar 
levemente  el  sayo  negro  y  la  toca  verde,  entre- 


rioso  de  aquellas  encantadas  torres,  mansión  do 
famosísimos  alcaides,  que  relatan  las  árabes  le- 
yendas, 80  abre  un  esbelto  arco  donde  campea 
la  ojiva  con  toda  su  ligera  vaguedad,  ofreciendo 
entrada  á  la  vistosa  estancia  donde  platican  Al- 
hamar  y  Azhuna.  Sus  espléndidas  paredes,  fes- 
toneadas do  hermosos  azulejos  de  mil  colores,  de 
riquísimos  calados  por  donde  resbala  la  luz  de 
la  mai~iana,  despiden  deslumbradoras  chispas 
que  semejan  el  magnífico  incendio  de  un  castillo 
de  bengalas.  Una  mesa  con  tablero  de  ágata  y 
pies  de  oro  se  ostenta  en  el  centro,  cubierta  de 


RODOPE  (busto  en  bronce  por  Harry  Hatea) 


lazada  de  hilos  de  gruesas  perlas,  que  orna  la 
tostada  frente  de  los  hijos  del  Hegiaz,  junto  al 
blanco  turbante  y  el  sencillo  albornoz  de  los 
maghrebins.  ¿Por  qué  extraño  capricho  de  la 
suerte  se  hallan  unidos  en  íntimo  concierto  la 
enseña  de  la  gloria  con  la  del  trabajo?  Uno  es 
el  poderoso  emir  Dohamed  Ben-Alhamar,  el  am- 
paro de  los  pobres,  el  consuelo  de  los  afligidos, 
el  protector  de  los  sabios  y  artistas;  y  el  otro 
Azhuna,  líl  famoso  arquitecto,  el  hábil  artífice, 
el  que,  hijo  de  una  esclava,  humilde  como  el  pue- 
blo en  cuyos  i'iltimos  peldaños  se  meció  su  cuna, 
supo  elevarse  hasta  la  altura  del  emir,  protegido 
por  -Alá,  que  encendió  en  su  ancha  frente  esa 
chispa  misteriosa,  pero  infinita,  que  se  llama 
idea.  Ocupan  una  de  las  ricas  estancias  de  la 
famosa  torre. 

Atravesando  su  angosta  puerta,  al  oriente  de 
la  fortisima  Alcazaba,  sus  oscuros  corredores  y 
su  estrecha  y  toi'tuosa  escalera  alumbrada  por 
rendijas  que  le  dan  el  aspecto  sombrío  y  miste- 


revueltas  hojas  de  finísimo  papel  de  hilo  donde 
destacan  los  ligeros  trozos  de  geométricas  figu- 
ras, enlazadas  ya  en  sutiles  y  vaporosos  giros 
como  palacios  de  hadas,  ya  en  robustas  y  sober- 
bias líneas  como  alcázares  de  hierro.  A  su  lado, 
un  diván,  vestido  de  recamada  seda  azul  turquí 
como  sus  largos  flecos,  convida  al  descanso  con 
sus  blancos  almohadones  bordados  de  oro.  Desde 
su  estrecho  ajimez  de  mármol  se  contempla  todo 
el  oriente  de  la  colina  roja,  con  sus  seculares 
bosques  y  sus  murmuradoras  cascadas,  con  sus 
fastuosos  jardines  y  stis  altivas  fortificaciones. 
A  las  plantas  de  la  Vela,  y  á  la  manera  de  ancho 
coro,  se  dilata  la  Alcazaba,  alfombrada  de  fra- 
gantes flores  que  embalsaman  el  aire,  de  bos- 
ques de  palmeras  que  sacuden  sus  penachos  de 
oro,  de  hermosísimos  naranjos  que  columpian 
sus  sazonados  frutos  color  grana  en  tomo  de  una 
riquísima  fuente  alabastrina,  de  una  de  esas 
raras  joyas  árabes  trabajadas'contra  los  precep- 
tos de  la  ley  muslímica.   La   cuadrada  taza,  de 


736 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


mármol  blanco  de  Macael,  sostiene  un  estrecho 
saltador  que  derrama  en  ella  las  brillantes  olas 
de  límpida  agua  procedente  del  profundo  aljibe 
recostado  junto  i  la  pendient*  rampa  que  con- 
duce á  la  Vela.  En  la  pared  extema  de  la  fuente 
cuatro    leones 


á  luio  de  sus  extremos.  Después  la  Alhainbra, 
con  sus  tupidos  bosques  de  plateados  álamos, 
con  sus  pendientes  coronadas  do  floridos  almen- 
dros; de  un  lado  toí'res  bermejas,  con  sus  rojos 
muros  y  la  puerta  de  Bib-el-Aujar,  sobre  ol  ba- 


vega,  como  rico  chai  indiano  de  múltiples  mati- 
ces, con  sus  huertos  y  sus  cármenes,  sus  cortijos 
y  sus  sierras,  sus  olivares  y  sus  viñedos;  y,  por 
todas  partes  circuida  de  misteriosos  sonidos  y 
deleitosas  esencias,  Granada,  «el  verjel  amení- 
simo donde  las 


despedazan    á 
otros  tantos  ve- 
nados, y  alre- 
dedor de  ellos 
se  desliza  ima 
faja  de  menu- 
dísimas   labo- 
res con  un  le- 
trero  cúfico 
glorificando  á 
Alá.  Enfrente, 
la   toiTe   Que- 
brada con  sus 
tristes  mazmo- 
rras, y  la  del 
Homenaje  con 
sus    sombrías 
salas,  sirven 
de  avanzadas  á 
una  hilera  de 
almenas  y  to- 
rreones   que 
•  ierran  la  Al- 
razaba   entre 
sus  mtiros  de 
granito.  De- 
trás^  de   éstos 
se   percibe    el 
cubo  semicir- 
cular que  sirve 
de  entrada  al 
interior  de  la 
Armería.  A  la 
derecha  ondu- 
lan   los    adar- 
ves, hermosea- 
dos con  visto- 
sos jardines 
llenos  de  salta- 
doras fuentes, 
de  naranjos  }' 
limoneros  que 
aroman  la  at- 
mósfera con  su 
azahar    y  cu- 
bren las  pare- 
des   con  BUS 
verduras,    de 
graciosos  tem- 
pletes,  forma- 
dos por  entre- 
lazados arbus- 
tos y  guirnal- 
das de  jazmi- 
nes y  rosales, 
con   asientos 
de  piedra.  Más 
lejos,  tras  los 
ovalados  arcos 
que   conducen 
á  la  fortaleza, 
la  ancha  plaza 
de  los  aljibes, 
«nbierta  de  ci- 
prcses,  aloes  y 
nopales,    te- 
jiendo frescas 
írnitas  y  triun- 
fales arcos,  vis- 
tosos   canasti- 
llos y  espléndi- 
dos paV)ellone«, 
se  extiende,  co- 
mo rica  entra- 
da del  miraV>,  que  se  levanta  con  su  ajimez  de  dos 
arcos,  sus  delgadas  columnas,  sus  airosos  capi- 
teles, sos  cinceladas  fajas  de  cintas  y  de  flores, 


EXPOSICIÓN   DE  BELLAS  ARTES  DE  PARÍS:  SALÓN  DE|!887 


A    CAMPO   TRAVIESA   (cuadro  ile  Juluí  Bretón) 


LA    TARDE  (cimdro  du  Uuer) 


rrio  de  los  üoiiielu.s,  coa  .su  doVjle  guardia;  de 
otro  el  Dauro  abarcando  como  una  faja  de  plata 
los  contomos  de  la  hermosa  colina;  enfrente  la 


frutas  se  suce- 
den   sin    inte- 
rnipciónydon- 
de    60    encan- 
tan las  criatu- 
ras» (1).  A  la 
izquierda  se 
yergue  el  Al- 
baicín,  con  sus 
misteriosas 
moradas,  nidos 
de    amores    y 
delicias;    con 
su  alcázar  re- 
gio, con  su  ca- 
sa de  moneda, 
con  su  mezqui- 
ta suntuosa.  A 
su     lado     se 
arrastra  la  Ca- 
dima ,    oscura 
colmena   del 
infatigable  he- 
breo. Junto  á 
ésta  se  extien- 
do la  Alcazaba 
Cidid,  con  sus 
dos  barrios  de 
tejedores    y 
mercaderes, 
con  su  Ilajeriz 
ó    del   deleite, 
tachonado    d  e 
frondosos  cár- 
menes, de  ame- 
nos jardines, 
de  espesos  ár- 
boles, de  puras 
aguas  á  quie- 
nes   da    grata 
sombra  el  odo- 
rífero    avella- 
no;     con    su 
puerta  de  El- 
veira,  entrada 
al    barrio    del 
Zenete,  donde 
pregonan    los 
Beni  -  Zcnctas 
sus  hazañosos 
hechos   contra 
las   huesjtes 
cristianas.    Y 
entre    la   Al- 
hambra    y    el 
Dauro,  que  se 
desliza    bajo 
sus  arcos  ára- 
bes, pendiente 
como    guarida 
(le  gamuzas, 
Muror  y  la  An- 
t oqueruela 
destacan    sus 
humildes  'ca- 
sas,  pobres ,  y 
sencillas  como 
sus    modestos 
habitantes.  To- 
do esto  espec- 
táculo grandio- 
so,   todo    este 
panorama  sor- 
prendente, flo- 
ta envuelto  en  los  destellos  de  la  mañana  ante 
las  vagas  miradas  del  emir  y  del  artista. 

(1)    Abu-Abdalla,  historiador  árabe.  (Se  continuará.) 


IDIRBTIinÓJ:  r«rtí»,  3Í5-J6T.  Eanói  Xoiiíai.  fdit/ir.-BMcrtados  los  lifrofliM  df  prn[iip(lad  arlístira  t  litfraria. -Las  rcrlamanonfs  en  Madrid,  al  representante  do  esta  tasa,  D.  Mann»!  Pía  y  Valor  Apodaca,  10, 2." 

-^      INSÉRTESE  Ó   NO,   NO   SE   DEVUELVE   NINGÚN   ORIGINAL      )■«- ■ — 


Edtablkcijiiíkto  TiPOMTocnXrico  vk  La  Ilustración  Ibérica:  Vau.k  dk  Cortkh,  n.""  MS  y  Sfi7.  —  HARCKI.ONA 


SEMANARIO    CIENTÍFICO,    LITERARIO    Y    ARTÍSTICO 


Vl'.<>.S*>s 


Año  V 


Barcelona  19  de  noviembre  de  1887 


Núm.  266 


TERRIBLE  COLABORADOR     (cuadro  de  J.  Mukaruwsky) 


738 


TA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


SUMARIO 


Tuno.— JVadríd.  Cartai  á  mi  prima,  por  Femanflor.— (/na 
nmamta  (continuación),  por  Manuel  AmorMt>ilán.— £0 
inMmitamfnti  pequeño  et  roiiía  dt  lo  injlnitamentt:  grande 
:ii:  culo  sin  traacendencis),  por  Rufino  Blanco  y  Sánchez. 
Umoret  póttuimot,  por  -Vntonia  Opisso.— Jí»  Itvt  Hubfs, 
por  V.  Colorado.  — OfrtoiiKn  eietUi/leo,  titerario  y  artístico 
dei  •Ateneo  Catino  Obrero-  de  raíoiota,- Nuestros  graba- 
dos. —B  aleózar  de  bu  pertai  (lejrenda  árabe)  (continua- 
ción), por  Juan  Garcla^joyena  .Ufugaray. 

Ueasádos.- i  Terrible  colalwrador!'— £<u  Bellaé  Artes  en  In- 
glatem:  La  Pa*.  Dos  cnerdas  para  un  arco.  Salvamento. 
la  tarde.  Concierto  de  invierno.  Dehesa.— Ofcro»  de  Nieo- 
Ut  Puñno:  La  mujer  adúltera.  El  Diluvio.  Pastores  de 
AifáiA.— Siena:  Plaza  del  Mercado.  Candelabro  de  bron- 
ce. Loggta  del  Casino  de  Nobili.  Candelabro.  Interior  do 
la  Catedral.  San  Domenlco  y  la  Catedral  vistos  desde  la 
muralla.— Museo  de  Birmingham. -María  Antonieta  sa- 
liendo del  Temple  para  ser  conducida  alcadalso.— Des- 
poja del  baño. 


MADRI  D 


P»r'^»s  4  s%l  psiiE»,» 


LA  VIRUELA 

fl'ERlD.\  Carmen:  Al  dar  ayer  cuenta  un  re- 
vistero de  salones  de  que  en  la  función  del 
teatro  Real  brillaban  por  su  ausencia  muchas 
elegantes  damas,  atribula  su  falta  nada  menos 
que  á  estar  dichas  señoras  recientemente  vacu- 
nadas, y,  por  lo  tanto,  recogidas  en  su  hogar  al 
cuidado  de  su  belleza.  En  efecto,  la  viruela  reina 
en  Madrid,  y,  como  es  natural,  se  preocupan  de 
sus  estragos  principalmente  los  que  son  padres 
y  las  que  son  hermosas.  Si  quieres  saber  lo 
que  vale  ser  bella,  es  decir,  lo  que  vale  el  don 
que  tú  por  nacimiento  tienes,  pregiintaselo  á  las 
feas:  sólo  éstas  son  dignas  apreciadoras  del  va- 
lor incalculable  de  la  hermosura. 

A  nada  ni  nadie  tiene  que  temer  una  mujer 
hermosa  si  no  es  &  la  viruela.  Llena  está  la  his- 
toria de  relatos  en  que  se  nos  presenta  á  la  mu- 
jer, humilde  por  su  cana,  remontada  luego  á  las 
mayores  cúspides  por  la  sola  virtud  de  sus  en- 
cantos... ¿A  qué  citar  los  nombres  de  reyes,  de 
varonea  ilustres,  de  sabios  profundísimos,  todos 
ellos  rendidos  al  prodigioso  imán  de  una  mujer 
bella?  Aqniles,  Pirro,  Temistocles,  Alejandro, 
César,  Augusto,  Antonio,  Severo,  David,  Salo- 
món, Anibal,  Atila...  ¡el  feroz  Atila!  cuantos 
vieron  postrado  el  mundo  á  sus  pies;  ¿no  se  cre- 
yeron felices  al  postrarse  ellos  delante  de  una 
mujer  encantadora,  quizás  no  virtuosa,  quizás 
impura  cortesana?  De  Alarico,  rey  de  los  godos 
y  vencedor  de  Europa,  se  cuenta  que,  enamora- 
do de  Pintia,  rebajábase  al  extremo  de  limpiarle 
el  calzado.  Pero,  ¿qué  digo, '  rebajarse?  ¿Habría 
ser  más  dichoso  que  él  cuando  se  inclinaba  so- 
bre el  diminuto  borceguí  de  su  amante  y  pen- 
saba que  era  todavía  holgada  cárcel  del  pie  que 
á  capricho  le  guiaba?  No  hay  poder,  no  hay 
resistencia  contra  la  hermosura;  y  todos  los  días 
vemos  que  los  más  altos  destinos  se  conceden  á 
la  influencia  de  la  mujer,  que  los  jueces  no  dejan 
torcer  la  vara  de  la  justicia  por  manos  fuertes, 
pero  si  por  manos  blandas;  y  que  el  vicio,  si  tie- 
ne lindo  semblante,  se  lleva  las  consideraciones 
y  los  honore«  y  las  riquezas  que  debieran  co- 
rresponder tan  sólo  á  la  virtud.  «¿Quién  es  ella?» 
se  ha  dicho  siempre,  buscando  la  explicación  de 
los  conflictos  entre  hombres...  ¿Quién  es  ella? 
¿Quién  ha  de  ser?  ¡Una  mujer  hermosa! 

Jamás  hubo  leyes  contra  la  hermosura.  Allá 
en  la  remota  Grecia  se  vio  que  los  más  ilustres, 
sapientes  y  esforzados  varones  se  reunían  en  la 
tíTttilií.  íle  las  pecadoras  y  allí  trataban  los  asun- 
Um  de  Kstado,  y  allí  se  decidían  la  paz  y  la  gue- 
rra. Creia.se  que  al  dar  la  naturaleza  la  hermo- 
stira  imfKinia  un  rey;  porque  si  todo  el  Universo 
demuf'Stra  el  poder  divino,  más  lo  demuestra  la 
belleza,  ef|uil¡brio  de  las  perfecciones  creada.'j 
por  Dios;  y  ante  la  hermostira  deponían  aquellos 


filósofos  su  moral,  los  guerreros  su  audacia,  los 
sabios  su  ciencia,  y  su  voluntad  todos...  Aunque 
viciosa,  la  hermosui-a  resplandecía,  desluiubraba, 
y  todos  acudían  como  acuden  las  mariposas  á  la 
luz:  felices  cuando  sus  alas  se  al)rasan  en  ella. 
Desde  los  días  do  Grecia  los  siglos  se  han  |)aro- 
cido,  pasando  por  Niñón  de  Lenclós  y  llegando 
á  este,  en  que  podéis  i-egistrar  los  libros  del  per- 
sonal de  los  ministerios  paia  convenceros  de  que 
muchos  de  los  disfrutadores  del  presupuesto  de- 
ben su  dicha,  más  que  al  mérito,  al  iiiflnjo  ile  las 
mujeres  bonitas. 

¡Ay!  ¡Infeliz  de  la  qiie  nace  hermosa! — dijo  el 
poeta. — No  es  cierto:  ¡dichosa  ella!  Verá  rendidos 
á  sus  plantas  á  los  hombres;  los  verá  llegar  con 
ramos,  con  joyas,  con  escrituras  de  hoteles  que 
ellos  les  ceden;  con  herencias  cuantiosas...  ¿Qué 
les  piden  en  cambio?  ¿Talento,  instrucción,  cora- 
zón bueno  y  sentido?  ¿Ni  siquiera  corresponden- 
cia de  amor?...  ¡Nada  de  eso!  Una  mirada...  Algo 
que  les  conceda  preferencia  sobre  los  demás 
hombres,  que,  por  serlo,  deben  estar  envidiosos 
ya  de  semejante  dicha.  Nada  les  parece  bastante 
para  merecer  el  más  pequeño  valor;  y  si  es  pre- 
ciso arrostrar  peligro  de  muerte,  se. batirán  por 
una  flor,  por  un  gesto,  por  una  mirada,  y  recibi- 
rán en  el  cuerpo  un  palmo  de  hierro,  una  onza 
de  plomo,  una  cuchillada  feroz...  ¡Agradar  á  las 
hermosas!  ¡Esta  es  la  misión,  y  el  deseo,  y  la  es- 
peranza, y  la  felicidad  de  los  hombres!  El  día  en 
que  la  hermosura  no  hace  palpitar  ya  con  dulce 
calor  nuestro  corazón,  ¿para  qué  la  vida?  ¿para 
qué  los  desasosiegos,  y  los  trabajos,  y  los  delitos, 
y  los  crímenes  que  á  veces  cometemos?  ¡Oh,  her- 
mosura! Sólo  los  cadáveres  pueden  ser  insensi- 
bles á  tu  poder;  y  los  cadáveres  tienen  su  sitio 
marcado:  el  sepulcro. 

Y  es  terrible  cosa  verse  objeto  de  todos  los 
halagos,  de  todas  las  preferencias,  de  todas  las 
adoraciones,  y  de  la  noche  á  la  mañana,  después 
de  una  fiebre,  enconti-arse  con  que  han  desapa- 
recido tan  agradables  rendimientos,  y  la  vida 
grata,  y  la  espeíanza,  y-la  felicidad  con  ellos. 
Ayer  se  acostó  la  hermosa  con  los  ojos  resplan- 
decientes tras  las  pestañas  larguísimas,  y  el  cutis 
terso  como  el  raso  y  el  nácar,  y  todo  el  semblante 
hecho  de  nieve  y  rosas  ó  de  claveles  y  azuce- 
nas... y  luego,  al  levantarse  y  acercarse  al  es- 
pejo, tan  adulador  siempre  (el  mejor  amigo  que 
ella  tenía),  ve,  ¡cielo  santo!  ¡desnudos  los  ojos,  el 
cutis  cuajado  de  hoyitos,  el  atractivo  y  prestigio 
de  otro  tiempo  desaparecido  para  siempre!  Si  al- 
guna mujer  piensa  en  el  suicidio,  es  entonces; 
porque  ser  mujer  y  no  ser  hermosa,  motivo  es  de 
odiar  la  vida;  pero  haberlo  sido  y  dejar  de  serlo, 
es  morir  para  la  dicha  sin  el  descanso  de  la 
muerte. 

Se  comprende,  pues,  que  las  damas  de  nuestra 
sociedad  hayan  enviado  por  el  médico  en  cuanto 
han  visto  las  proporciones  que  toma  la  epidemia, 
y  que  no  asistan  al  teatro  Real  ni  á  los  sitios  de 
recreo  en  unos  días.  Al  fin  y  al  cabo  los  hombros 
tienen  mil  caminos  para  llegar  á  Jos  honores,  á 
la  fortuna  y  á  la  consideración  púlilica.  Un  hom- 
bi'e  que  se  vacuna  por  temor  á  que  su  rostro 
quede  desfigurado,  parece  ridículo;  pero  ollas 
tienen  todo  su  capital  en  su  cara,  y  en  olla  su 
talento  y  sus  probabilidades  de  gozar  de  los  bie- 
nes del  mundo. 

Pero  no  todas  las  que  faltan  en  los  teatros  por 
estar  recientemente  vacunadas  son  hermosas: 
yo  sé  de  alguna  que  se  ha  vacunado  siendo  como 
es  muy  fea.  Se  sacrifica  á  una  ilusión;  se  cree 
hermosa.  ¡Desgraciada!  ¡Las  viruelas  podrían 
mejorar  su  rostro  al  variarle! 

En  todas  las  calamidades  públicas  hay  algu- 
nos inocentes  sacrificados.  Los  inocentes  que 
han  sufrido  esta  vez,  como  otras  muchas,  son 
los  pavos,  que  pensaban  entrar  en  Madrid,  reco- 
rrer la  población  y  atravesarla  triunfalmente 
entre  los  comentarios  envidiosos  de  los  tran- 
seúntes y  hacer  vida  de  turistas  antes  do  expirar 
bajo  el  cuchillo  de. las  cocineras  en  la  época, 
para  ellos  infausta,  del  nacimiento  del  Señor. 
Sí;  no  podrán  entrar  este  año  tampoco  en  Ma- 
drid: tendrán  que  acampar  á  gran  distancia  y 
esperar  allí,  vergonzosamente,  á  que  vayan  los 
parroquianos,  y  les  tienten  la  pluma,  y  les  cojan 


á  peso  por  bajo  de  las  alas,  y  les  pongan  mil 
defectos  que  no  tienen;  como  es  natural  qiie  los 
jionga  quien  llega  tras  de  largo  viaje,  cansado, 
de  mal  liumoi-,  para  comprar  lo  que  compró 
siempre  á  la  jjuorta  de  casa,  guiado  en  bullicio- 
sa banda  por  el  mismo  pavero.  Así  os  que  la  in- 
dustria de  estas  augustas  aves  disminuye  de 
año  (íu  año  y  hay  pavos  que  alcanzan  edad  fa- 
bulosa; lo  cual  no  sucedía  antes,  pues  siendo 
menos  los  compradores  y  no  teniéndolo  asi  pre- 
sente los  jjavos,  inclinados  al  acrecentamiento 
de  la  familia,  quédanse  muchos  por  colocar;  cosa, 
es  cierto,  satisfactoria  para  ellos  bajo  el  punto 
de  vista  de  la  carne;  pero  realmente  depresiva, 
dado  que  conservan  la  vida  por  la  desconfianza 
del  público.  Si  esto  sigue  así,  el  pavo  será  de- 
clarado animal  dañino  y  perseguido  como  las 
fieras  en  las  selvas  y  en  los  bosques,  á  los  cua- 
les tendrá  que  emigi-ar  no  encontrando  protec- 
ción on  los  corrales. 

Y  los  periódicos,  no  contentos  con  marcar  de 
infamia  el  pavo,  han  indicado  con  su  dedo  de 
maldición  al  coche  de  alquiler.  En  los  simones, 
han  dicho,  suelen  ser  trasladados  á  los  hospita- 
les los  atacados  de  viruela  que  no  tienen  fortu- 
na para  infestar  sus  jiropios  hogares:  ¡  no  eiiti'éis 
en  los  coches  de  alquiler!  Y,  en  efecto,  ya  las  gen- 
tes miran  á  esos  vehículos  como  mirarían  á  otras 
tantas  ambulantes  cajas  de  Pandora.  Realmente, 
un  coche  de  alquiler  no  debe'  ser  ocupado  por 
quienes  á  todas  horas  piensen  en  la  conserva- 
ción de  su  vida.  Hay  que  olvidar  la  mísera  con- 
dición humana  para  entrar  en  esos  cajones  don- 
de se  acomodan  y  se  revuelven  y  dejan  el  aliento 
y  el  contacto  de  sus  cuerpos  los  enfermos  de  las 
infinitas  enfermedades  de  Madrid;  y  además 
donde  dejan  su  vida  los  heridos  recogidos  en  la 
calle,  y  los  suicidas  que  con  notoria  falta  de  de- 
licadeza so  saltan  la  tapa  de  los  sesos  allí  don- 
de perjudican  á  un  industrial  honrado  on  vez  de 
quitarse  la  vida  más  correctamente  fuera  de  la 
población  y  sin  perjuicio  de  tercero... 

Así  es  que  se  ve  circular  ahora  por  las  calles 
de  Madrid  más  número  de  coches  con  la  tabjilla  , 
en  alto  que  circulaban  de  costumbre;  y  los  co- 
cheros llevan  en  su  rostro  impreso  el  desdén  que 
les  inspira  el  temor  público;  y  los  mismos  exte- 
nuados jamelgos  que  arrastran  el  cajón  con  rue- 
das alzan  la  cabeza  y  nos  miran  con  hinchados 
ojos  como  preguntándonos  dónde  se  ha  ido  la 
industria,  el  tráfico,  el  movimiento,  la  alegría  de 
la  corte. 

En  fin,  en  las  tertulias,  en  todas  las  casas,  se 
habla  preferentemente  de  la  epidemia  variolosa; 
y  el  Madrid  que  no  se  ocupa  en  la  política,  en 
los  negocios,  en  cualquiera  de  las  actividades 
que  nos  absorben  las  veinticuatro  horas,  habla 
siempre  de  eso;  porque,  tantas  personas,  tantas 
preguntas  y  respuestas  sobre  lo  mismo:  ya  se 
ve:  ¿dónde  no  hay  niños?  ¿dónde  no  hay  ma- 
dres? Es,  acaso,  en  la  sola  ocasión  en  que  la 
mujer  deja  de  pensar  en  su  rostro  para  temer 
en  otro;  quiere  y  adora;  es  el  embeleso  de  una 
mujer,  la  niña  fea  y  rara  y  hasta  deforme  que 
ha  nacido  así  por_  crueldad  de  la  Naturaleza; 
pero  si  nació  con  la  tez  de  rosa,  ¿por  qué  hemos 
de  ver  á  la  pobrecilla  perder  su  tci-sura,  perder 
su  encanto,  perder  aquella  gracia  de  que  estaban 
suspensos  todos?  La  viruela  es  el  terror  de  las 
mujeres:  mucho  más  dcí  las  madres. 

Si  os  de  temer  en  todas  las  casas  las  viruelas, 
dispénsame  que  te  indique,  sin  escrúpulos,  que 
lo  es  mayor  aún  en  aquellas  donde  se  recoge  el 
vicio.  Estas  viven  de  la  hermosura,  única  dis- 
culpa de  su  caída  y  esperanza  de  obtener  reden- 
ción: cuando  en  ellas  entra  la  viruela,  entriste- 
ciendo y  borrando  los  atrayentes  rostros,  entra 
el  hambre,  la  desesperación,  el  delito,  el  crimen, 
el  hospital  ó  el  presidio;  porque  mujeres  sin 
instrucción,  sin  sentido  moi'al,  sin  honor  y  sin 
poder  tenerlo  ya  nunca,  ¿qué  han  de  hacer  sino 
rodar  entre  el  desprecio  y  la  indiferencia  de  sus 
amantes  de  ayer,  como  rueda  la  escoria  de  los 
festines  y  opulencias  de  Madrid  bajo  el  escobón 
de  los  l)arrenderos? 

jAli,  querida  prima!  La  conclusión  de  esta 
carta,  como  la  de  casi  todas,  es  triste;  ¡jorque 
demuestra  que  hasta  en  las  enfermedades  los  ri- 


LA  ILUSTEAOION  IBÉRICA 


739 


cossonj)rivilegiados...  Todavía,  lamujer  hermosa 
que  pierde  sus  encantos,  puede  encontrar  amor, 
respeto,  glorias  en  el  mundo,  si  tiene  riquezas: 
la  viruela  fatal,  incurable,  que  destruye  el  pre- 
sente y  el  porvenir,  es  la  pobreza...  Para  ésta  sí 
que  no  hay  aguas,  ni  pomadas,  ni  polvos,  ni  con- 
suelo. 

Y  basta  por  hoy...  Despidiéndome  de  ti  en  la 
esperanza  de  asuntos  más  agradables  para  otro 
día. 

Tuyo, 

Fernanflor 


-;¡e- 


Faltaríamos  á  im  deber  de  cortesía  si  desde 
las  columnas  de  La  Ilustración  Ibérica  no 
enviáramos  al  Sr.  D.  Antonio  Fernández  Duro, 
dignísimo  Administrador  de  Correos  que  por  es- 
pacio de  algunos  años  ha  sido  de  esta  provincia, 
la  expresión  de  nuestro  sentimiento  por  su 
traslación  á  Cádiz.  Empleado  justiciero,  inteli- 
gente, incansable  en  el  cumplimiento  de  su  de- 
ber, deferente  con  cuantos  se  le  acercaban  y  ce- 
loso de  mejorar  constantemente  el  servicio,  dé- 
bense  á  su  iniciativa  multitud  de  beneficiosos 
adelantos  que  harán  se  recuerde  con  el  mayor 
agrado  el  tiempo  que  ha  estado  en  Barcelona  al 
frente  de  las  oficinas  postales;  pudiendo  estar 
convencido  el  Sr.  Fernández  Duro  de  las  mu- 
chas simpatías  que  deja  en  esta  capital. 


-^•■f- 


UNA  ROMANZA 


(coxtixuación) 

Aquella  música  dulce,  lánguida  y  hermosa 
como  el  amor,  parecía,  por  semejantes  artistas 
iuterpretada,  los  ecos  de  una  cencerril  sere- 
nata... 

Tornóse  á  alzar  el  telón,  y  ¡aquí  fué  Troya! 
¡Desdichados  Carboneros!  ¡Rióme  yo  de  Julio 
Ruiz  y  de  todos  los  actores  que  en  tal  obra  so- 
bresalen! ¡Tamañitos  se  quedarían  al  lado  de  los 
aficionados  de  Valdesar,  que,  con  más  preten- 
siones que  talento,  despedazan  tan  chispeante 
juguete!  Un  carbonero  que  no  sabía  sino  mos- 
trar sus  manos  tiznadas  y  poner  los  ojos  en  blan- 
co y  dar  gritos;  una  carbonera  señorita,  más  lim- 
pia que  una  patena  y  más  acicalada  que  miedo- 
sa, y  que  lo  era  bastante;  un  chulo  y  una  chu- 
la que...  pero,  gracias  á  Dios,  cayó  á  tiempo  el 
telón  cuando  ya  los  ánimos  de  los  espectadores 
se  hallaban  en  \'ías  de  sublevarse... 

Sucedióse  luego  la  Rapsodia  húngara,  de 
Listz,  que  pasó  casi  desapercibida...,  y  hétenos 
aquí  que  Angelina  se  presenta  en  el  palco  escé- 
nico, y  es  saludada  con  una  nutrida  salva  de 
aplausos. 


Y  por  Dios  que  bien  se  lo  merecía. 

Porque,  eso  sí,  Angelina  estaba  encantadora. 

Ceñía  su  esbelto  cuerpo  un  hei-moso  vestido 
de  seda  blanco,  brillante  el  corpino  y  mate  la 
falda,  cuajada  materialmente  de  encajes  y  bor- 
dados. 

Su  semblante  se  tiñó,  al  calor  de  los  aplausos, 
con  los  matices  del  rubor. 

Sentóse  al  piano  un  apuesto  mancebo  que  la 
acompañaba  en  este  instiiimento,  y  empezó  An- 
gelina á  cantar  con  hermosa  voz,  aunque  no  falta 
de  timidez,  el  aria 

II  pensier  stá  nerjli  oggetí. . . 

Esta  aria,  de  una  ópera  desgraciadamente 
inédita,  es  una  maravilla  musical:  rebosan  sus 
notas  dulzura  y  armonía,  y  al  escucharla  no 
puede  el  oyente  embelesado  menos  de  lamentar 
que  se  hayan  perdido  para  siempre  muchos  nú- 
meros de  una  ópera  del  inmortal  Haydn. 

Ignoramos  si  los  valdesareños  se  habrán  he- 
cho semejantes  reflexiones:  lo  que  sí  sabemos 
es  que  pronto  logró  Angelina  disipar  la  timidez 


que  la  poseía,  y  de  su  garganta  salió  una  her- 
mosa cascada  de  bellísimas  notas,  de  incompa- 
rables armonías,  que  el  público  escuchaba  arro- 
bado... 

_  Pero  cuando  la  admiración  de  éste  no  recono- 
ció límites,  y  se  desbordó  en  estruendosos  aplau- 
sos y  bravos,  fué  al  oir  cantar  á  Angelina 


Angelina  se  portó  como  todos  esperaban. 

Mejor  tal  vez.  Todo  el  mundo  (valdesareño) 
decía: 

— Nuestra  diva  ha  cantado  divinamente. 

Cuando  al  terminar  la  romanza,  Angelina,  del 
brazo  de  uno  de  los  socios  del  Casino,  penetró 
en  su  palco,  vio  en  primer  término,  en  él,  á  Fer- 


LA  PAZ  (estatua  por  Onslow  Ford) 


E  'I  tneschino  avvinto  al  piede 
serba  un  laccio  e  non  lo  sá. 


¡Bravo! 


— ¡Bravísimo! 
— ¡Excelente! 


Ni  la  Nilsson! 


— ¡Es  un  ángel! 

—¡Ni  la  Patti! 

Estas  exclamaciones,  que  brotaron  espontá- 
neas al  calor  del  entusiasmo,  eran  ahogadas  por 
los  aplausos. 

Pero  cuanto  dejamos  reseñado  fueron  tortas 
y  pan  pintado  si  se  compara  con  la  ovación  que 
recibió  la  diva  en  la  segunda  parte  del  progra- 
ma, al  cantar  la  romanza  Vorrei  moriré. 

Esta  página  musical,  de  las  más  inspiradas 
de  Paolo  Tosti,  parece  el  quejido  de  un  alma 
moribunda  que  va  á  alzar  su  vuelo... 


mín,  que  con  fuerza  le  estrechó  una  mano  al 
tiempo  mismo  que  con  la  que  le  quedaba  libre 
se  enjugó  una  furtiva  y  traidora  lágrima. 

— ¡Luego  os  tocará  á  vosotros! — le  dijo  Ange- 
lina. 

— Sí, — repuso  Fermín. — En  cuanto  terminen 
Morayma. 


VI 


Llegó  su  turno  á  Fermín,  y,  con  voz  temblona 
por  la  emoción,  leyó  un  soneto  que  empezaba 

A  vosotras,  mujeres  seductoras, 
que  encanto  y  gala  sois  de  este  recinto... 


Manuel  Amor  Meilán 


(Se  continuará) 


LAS   BELLAS   ARTES   EN    INGLATERRA 


DOS    CUERDAS    PARA    UN    ARCQ     cuadro  de  John  l'ettie) 


SALVAMENTO    ( cuadro  de  H.  Gandy 


OBRAS  DE  NICOLÁS  PUSINO 


LA    MUJER   ADULTERA 


EL    DILUVIO 


742 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


LO  INFINITIIMEIITE  PEQUEÍO 

ES  CAUSA  DE  LO  INFINITAMENTE  GRANDE 

Ai;lÍiIM>    SIV     I  I!  VSCKN'DKNlM  vi 


Una  tardo  del  anterior  verano  estaba  j'o  es- 
perando el  fresco  vespertino  en  el  balcón  de 
mi  despacho.  Esto  no  tiene  absolutamente  nada 
de  particular.  Pero  sobre  mi  cuarto  vivía  una 
morena  clara  guapísima,  lo  cual  es  algo  msís  in- 
teresante. Tendría  unos  veinte  años,  ei-a  de 
buena  estatura,  de  rosti-o  perfecto,  ojos  relam- 
|>agueantes,  brazos  apretados  y  redondos,  y  los 
contornos  de  su  bien  proporcionado  busto  pare- 
cían los  de  la  Venus  de  Mirlo,  que  dijo  un  orador 
parlamentario.  Su  pie  gordito  y  pequeño  (¡no 
faltaba  más ! )  se  lucia  habitualmente  dentro  del 
enrejado  zapato  Margarita.  Eni,  en  fin,  una  chi- 
ca tan  bien  templada  para  el  amor  como  el  di- 
vino arco  de  Cupido.  Los  ratos  de  ocio  los  ])asaba 
nuestra  morena  haciendo  que  cuidaba  las  mace- 
tas de  sos  balcones. 


simas  gotAs  de  agua  cayenm  sobre  el  puño  iz- 
quierdo do  mi  camisii.  Me  pai-eco  que  el  suceso 
í^  puede  calificar  de  infinitañieiito  pequeño,  y 
miis  si  se  le  compara  con  las  ubérrimas  lluvias 
procedentes  de  otros  balcones,  ó  se  le  parangona 
con  otras  tragedias  de  la  historia. 

Pero  aquellas  gotas  habían  caído  de  una  ma- 
nera particular:  habían  descendido  besándose, 
porque,  al  estrellarse  en  el  almidonado  puño, 
quedaron  en  último  contacto  como  dos  circunfe- 
rencias tangentes  por  fuera.  Mué  las  gotas  un 
momento  y,  sin  querer,  pensé  en  el  día  aquel  en 
que  Paolo  y  Francesca  ya  no  leyeron  más,  y  hasta 
llegué  á  figurarme  si  aquellas  gotas  serían  una 
indirectjyque  me  tiraba  la  Naturaleza  para  que 
imitásemos,  mi  superior  vecinita  y  yo,  aquel  amo- 
roso consorcio,  jirevia  la  pasada  por  la  callo  de 
la  Pasa,  y  prescindiendo  ambos  del  irresistible 
petimetre  que  hacía  «el  oso  desde  la  acera  de 
enfrente. 

Miré  después  al  cielo,  esto  es,  al  balcón,  para 
ver  si  aquellas  gotitas  eran  del  prosaico  Lozoya 
ó  eran  dos  poéticas  ftigitivas  perlas  arrancadas 
por  la  emoción  de  los  ojos  de  la  morena,  cuando 


OBRAS  DE  NICOLÁS   PUSINO:   PASTORES  DE  ARCADIA 


Hacia  j'a  lo  menos  media  hora  que  un  pollo 
almibarado,  que  en  la  jerga  madrileña  so  llama 
un  sietemesino,  estaba  paseándose  por  la  acera 
de  enfrente  y  dirigiendo  amorosas  miradas  á  los 
balcones  de  l¡is  macetas.  Por  fin  (como  dijo  la 
otra)  sonó  la  falleba,  y  la  opulenta  morena  apa- 
reció dispuesta  á  regar  las  flores  y  á  cultivar 
BÍmnltáneamente  el  amor  que  dactilografiando 
le  brindaba  el  pisaverde.  Yo  permanecí  indife- 
rente en  la  apariencia  ante  aquel  tiroteo  amoroso, ' 
porque  no  me  gusta  cortar  el  arrullo  de  los  jó- 
venes atortolados;  pero  en  realidad  me  quedé 
pensando,,  al  ver  la  desigualdad  estética  de  la 
enamorada  pareja,  en  que  la  mayor  parte  de  las 
mujeres  bonitas  se  casan  con  un  ente  ridículo. 
La  culna  de  esto  la  tuvo,  sin  duda  alguna,  la 
diosa  del  Amor,  que,  siendo  la  más  hermosa  de 
toílas  las  hembras,  hizo  la  tontería  de  casarse 
con  el  más  f<x)  y  más  cojo  de  todos  los  dioses. 

Mi  vecina,  sin  cuidarse  de  quien  estaba  debajo 
(censTirable  costumbre  de  los  que  se  encuentran 
arrilja),  empezó  á  regar,  mientras  que  su  cora- 
zón, dispuesto  como  ninguno  otro  para  amar,  se 
volatilizaba,  por  los  finísimos  sensuales  poros  de 
su  trasparente  y  jamás  hollado  cutis,  al  fuego  de 
las  miradas  del  joven  galanteador.  Pero  cuando 
más  descuidada  estaba  la  doncella,  dos  hermosí- 


comprendí,  por  la  turljación  de  .su  semblante,  que 
la  hennosa  jardinera  había  notado  su  descuido. 
Un  apóstrofo  mío  hubiera  bastado  en  aq\iel  crí- 
tico momento  para  desconcertarla;  poro,  hacién- 
dome cargo  de  la  situación  y  sabiondo  cuanto 
agradecen  las  mujeres  que  se  las  libre  del  ridícu- 
lo, rae  contenté  con  limpiarme  filosóficamente 
las  gotas  y  con  mudarme  al  otro  balcón,  donde 
en  fuerza  de  pensar  en  ellas  y  en  las  buenas 
prendas  de  mi  vecina,  operándose  en  mi  alma  un 
cambio,  debido  á  cierto  procedimiento  químico 
muy  practicado  en  la  juventud,  vine  á  caer  en 
un  estado  muy  parecido  al  del  enamoramiento. 

*  * 

Al  día  siguiente  encontré  á  mi  vecina  con  su 
madre  en  el  tranvía,  me  pidió  mil  perdones  por 
las  gotitas  de  agua  y  me  dio  las  gracias  por  mi 
excesiva  cortesía.  Yo  le  dirigí  una  insinuante 
reticencia  referente  al  pipiólo  del  día  anterior, 
y  me  dijo  que  había  roto  con  él,  la  noche  anttís, 
en  los  Jardinillos  del  Buen  Retiro.  Luego  le 
conté  la  particular  caída  de  las  gotitas  de  agua 
y  la  interpretación  que  yo  le  había  dado.  Ella  lo 
rió  mucho,  y  medio  año  después...  nos  casába- 
mos. 


Queda  demostrado  que  lo  infinitamente  j)eq\íe^ 
ño  (la  caída  de  dos  gotas  de  agua)  es  causa  de' 
lo  infinitamente  grande  (el  matrimonio). 

NOTA.  Desde  que  ustedes  han  visto  las  es- 
trellas leyendo  este  articulejo  de  entretiempo,  no 
he  dicho  palabra  de  verdad:  ni  el  autor  es  casa- 
do, ni  Cristo  que  lo  fundó.  Pero  lo  de  las  gotas 
es  cierto:  palabra. 

Rufino  Bl.\nco  y  Sánchez 


-f- 


HONORES   POSTUMOS 


Loable  ha  sido  en  todo  tiempo  la  eostiuubi-i- 
de  los  pueblos  que  han  perpetuado  el  recuerdo 
de  hechos  gloriosos  y  los  nombres  de  sus  hijos 
más  esclarecidos,  legando  en  modestas  lápidas 
ó  en  soberbios  monumentos  sn  memoria  á  la  pos- 
teridad. Tan  excepcional  honor  contadas  veces 
se  otorga  á  i-aíz  de  un  suceso  memorable  ó  del 
fallecimiento  de  alguna  notabilidad:  se  deja  que 
el  trascurso  del  tiempo  legitime  la  fama  con- 
quistada, y  que  al  sucederso  las  geiiei-a- 
ciones  sean  ellas  las  que  con  tm  aduíira- 
ción  concedan,  á  los  que  fueron,  los  bono- 
ros  de  la  inmortalidad. 

Si  recorremos  las  páginas  de  nuestra 
brillante  historia  ó  registramos  las  de 
nuestra  incomparable  literatura,  en  cada 
una  de  la  j)r¡mera  encontraremos  el  nom- 
bro de  algún  héroe  ó  de  algún  mártir,  y 
en  la  segunda  un  genio  ó  un  espíritu  le- 
velador  que  admirar.  Sobran,  en  amljas, 
personalidades  extraordinarias  que,  por 
su  heroísmo  las  unas  y  su  soberano  saber 
las  otras,  se  salen  del  marco  de  lo  natu- 
ral; sus  nombres  llenan  el  mundo,  carac- 
terizan y  dan  esplendor  á  una  época;  pei-o 
no  hay  que  buscarles  más  que  en  su  me- 
moria, que,  do  otra  suerte,  rai'os  son  los 
que  han  pasado  á  la  posteridad. 

Débese  este  aparente  olvido  á  las  pro- 
fundas   i)ei'turbac¡ones  que   durante  lar- 
gos siglos  han  agitado  á  nuestro  país.  En 
épocas   calamitosas,   cuando  continuadas 
guerras  asolan  á  los  pueblos,  no  hay  qur 
buscar  quienes  glorifiquen  lo  pasado,  ya 
que  saber  pelear  es  lo  único  que  se  ense- 
ña á  los  hombres.  España,  con  sus  pro- 
longadas guerras,  ¿qué  podía  hacer?  Segar 
en  flor  la  juventud  de  infinitas  generacio- 
nes, privar  que  germinase  en  todo  cerebro 
otra  idea  qiie  no  fuese  la   de   guerrear,  y 
acumular  en  sug  monasterios  y  templos 
los  trofeos  conquistados  á  los  enemigos, 
avivando  de  esta  suerte  el  fanatismo  de 
sus  huestes.  Así  trascurrieron  algunos  si- 
glos; y  al  llegar  el  actual,  entre  los  arre- 
boles de  la  más  ponderada  civilización, 
en  vez  de  la  paz  apetecida  estalla  la  tremenda 
guei'ra  de  la  Independencia,   dándonos  más  hé- 
roes cuya  memoria  honrar,  pero  enervando  nues- 
tras fuerzas,  ahogando  todo  entusiasmo  que  no 
fuese  luchar  y  morir  por  la  patria  y  por  su  inte- 
gridad. 

Afortunadamente  desde  la  terminación  de,  la 
última  guerra  civil  disfrutamos  de  una  paz  rela- 
tiva: esta  venturosa  circunstancia,  al  par  qui- 
lla contribuido  al  desenvolvimiento  de  las  artes 
y  de  las  letras,  ha  prestado  ocasión  para  que  si" 
pagara  á  algunas  de  nuestras  eminencias  el  tri 
buto  qué  la  posteridad  les  debía. 

La  erección  de  monumentos  á  celebridades 
pasadas  y  contempoi-áneas  ha  sido  objeto  jirc- 
ferente  de  los  principaloís  municipios  de  la  na- 
ción. De  ahí  que  en  pocos  años  se  hayan  inau- 
gurado el  de  varias  celebridades,  y  que,  desde 
Espartero  á  Zumalacárregui,  la  mayor  parte  dit 
los  caudillos  de  nuestras  nefastas  discordias  ha- 
yan obtenido  el  galardón  que  á  los  escogidos  re- 
sei-vala  posteridad. 

Uno  de  los  más  bellos  y  artísticos  es  induda- 
blemente el  que  Madrid  ha  dedicado  á  Colón.  La 
pureza  do  sus  líneas,  lo  primoroso  de  sus  cala- 
dos y  la  atrevida  esbeltez  de  su  construcción, 
le  hacen  acreedor  á  ser  considerado  como  imo  de 


A 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


743 


los  moniinientos  mejores  de  nuestra  época.  No  es 
tan  recomendable  el  do  Calderón,  y  mucho  menos 
el  de  Isabel  la  Católica,  si  es  í|ue  pue- 
de ser  considerado  como  tal  lo  que 
en  realidad  no  es  más  que  un  grupo 
de  ornamentación:  para  monumen- 
to le  falta  majestad,  más  soltura  en 
los  detalles,  y,  sobre  todo,  más  gran- 
deza en  la  concepción.  Es  bastante 
aceptable  el  del  marqués  del  Due- 
ro, que,  como  estatua  ecuestre,  es 
de  lo  mejor  que  se  ha  modelado. 

Barcelona  no  ha  demostrado  me- 
nos actividad  que  Madrid  en  la 
erección  de  monumentos,  y  se  jus- 
tifica su  afán,  ya  que  la  Providen- 
cia no  ha  sido  avara  con  Cataluña 
para  otorgarle  hijos  que  la  han  hon- 
rado, no  tan  sólo  en  la  guei'ra,  sino 
en  todos  los  ramos  del  saber  huma- 
no. Sin  embargo,  quien  hubiese 
asistido  á  la  inauguración  de  uno 
de  sus  .primeros  monumentos  Jiu- 
biera  creído  todo  lo  contrario.  No 
lo  dedicabíi  á  ningimo  de  sus  anti- 
guos caudillos  ni  de  sus  esclareci- 
dos vates;  no  perpetuaba  el  nombie 
de  Casanova,  el  denodado  defensor 
de  sus  venerandos  ftieros,  ni  lo  eri- 
gía á  los  mártires  que  con  él  pere- 
cieron; no  era  un  tributo  pagado  á 
los  héroes  de  Gerona  ni  al  invicto 
defensor  de  la  inmortal  ciudad;  no 
le  recordaba  ninguna  pej-sonalidad 
moderna,  ni  Balmes,  ni  Permanyer, 
ni  aun  Madoz:  era  el  monumento 
de...  ¡el  señor  López!  Un  señor  muy 
afortunado  en  sus  negocios,  et  voi- 
la  toiit. 

Por  mucho  que  uno  se  devane  los  sesos, 
es  difícil  que  encuentre  lógica  justificación 
que  le  demuestre  lo  contrario.  Nada, 
absolutamente  nada,  le  debe  Barce- 
lona al  señor  López;  además  de  que 
el  honor  á  su  memoria  dispensado, 
lo  hemos  dicho  ya,  cuando  no  se  otor- 
ga á  un  caudillo  muerto  en  el  cam- 
po de  honor,  es  preciso  que  sea  la  pos- 
teridad la  que  lo  conceda:  los  amigos 
y  la  familia  no  son  jueces  imparciales 
ni  competentes.  Nunca  hemos  sabido 
(ni  nos  hemos  preocupado  para  saber- 
lo) de  qué  cerebro  brotó  la  idea  de  tal 
panteón,  que,  si  fué  mala  en  su  origen, 
se  llevó  á  cabo  de  la  manera  más  des- 
dichada. Levantar  un  monumento  en 
medio  de  la  plaza  de  los  Encantes  es 
bastante  epigramático;  y  colocar  la  fi- 
gura del  naviero  vuelta  de  espaldas  al 
mar,  contemplando  á  los  vendedores 
de  objetos  de  lance,  es  más  epigramá- 
tico todavía.  Se  dijo  que  se  había  he- 
cho así  para  que  no  diese  la  espalda  á 
la  ciudad  condal:  ¡cuánta  precaución! 
Del  mal  el  menos  si  sus  autores  hu- 
biesen regalado  á  la  ciudad  un  monu- 
mento notable,  artístico,  digno  de  ad- 
miración; pero  bien  se  echa  de  ver  que 
su  objeto  principal  ñié  hacer  un  señor 
López  de  bronce,  y  lo  hicieron  agigan- 
tado, colosal,  completo.  A  pesar  de  to- 
do, estamos  seguros  de  que  si  por  arte 
de  magia,  al  igual  del  Comendador,  la 
citada  estatua  pudiese  descender  una 
noche  de  su  pedestal,  atrepellando 
aquellos  farolillos  primitivos  dignos  del 
tiempo  de  Saljatini,  echaba  á  correr  y 
hasta  llegar  á  Comillas  no  paraba,  y 
allí,  naturalmente,  le  harían  una  gran- 
de ovación. 

Posteriores  al  mencionado  se  inau- 
guraron: el  de  Roger  de  Lauria,  una 
gloria  nacional  indiscutible;  el  de  don 
Bueuaventui-a  Carlos  Aribau,  primer 
campeón  de  la  literatura  regional;  y  el 
de  Prim,  el  caudillo  legendario  de  la 
tierra,  que  personifica  como  ninguno  las  fases 
más  notables  de  iiuestra  tormentosa  época.  Pró- 


ximamente se  inaugurarán:   tU  dn  Clavé,  finida-  i  sui^gro,  i^l  señor  López;  y,   Hnalinent<',  la  próxi. 
dor  de  los  coros  populares;  el  de  Giiell  y  Feírer,   |  ma  primavera    quedará   terminado  el  de  Colón, 


SIENA:   PLAZA  DEL  MERCADO 


notabilísimo  hacendista  é  infatigable  piopaga- 
dor  de  los  adelantos    industriales,  timbres  que 


SIENA:  CANDELABRO  DE  BRONCE 

le  hacen  más  acreedor  á  la  fama  postuma  que 
los  que  autorizaron  la  erección  del  de  su  con- 


cuya  grandiosidad  y  magnificencia  serán  dig- 
nas del  objeto  á  que  se  le  destina. 

Pocos  nombres  como  los  que  deja- 
mos consignados  han  pasado  á  la  pos- 
teridad con  más  brillante  aureola.  Qui- 
zás nunca  sospecharon  conseguirla  y 
abandonaron  la  vida  abrumados  por 
los  mayores  desencantos;  pero  las  proe- 
zas de  los  unos  y  la  sabiduría  de  los 
otros  les  han  sobrevivido,  y  la  inmor- 
talidad los  ha  grabado  en  su  libro  de 
oro. 

¡La  inmortalidad!  ¡Cuan  hermosa  es 
la  legítimamente  conquistada!  ¡Cómo 
se  suavizan  las  amarguras  de  la  vida 
ante  la  idea  de  que  el  nombre  que  se 
lleva  subsistirá  á  la  combatida  y  oscu- 
ra existencia!  Ganar  un  nombre:  hé 
ahí  la  más  noble  y  disculpable  de  las 
ambiciones. 

Es  fama  que  el  mayor  tormento  que 
abrumaba  al  desventurado  hijo  de  Na- 
poleón III  en  su  destieiTO  era  la  idea 
de  que  podía  morir  sin  legar  un  re- 
cuerdo de  su  paso  por  el  mundo.  El 
papel  do  pretendiente  á  un  trono  es 
bastante  desairado,  y  más  después  de 
los  desastres  de  Estrasburgo  Sedán  y 
Metz.  Para  ganar  la  voluntad  de  Fran- 
cia, debía  recoger  la  corona  que  su 
padre  perdió  en  Sedán,  y  esto  no  era 
posible;  pero  joven,  animado  de  levan- 
tados propósitos,  esperaba  una  oportu- 
nidad para  revelarse,  si  no  como  prin- 
cipe, como  soldado:  de  ahí  que,  apenas 
I ,  el  Reino  Unido  declaró  la  guerra  al 
«  Zululand,  manifestara  su  decidido  pro- 

pósito de  incorporarse  al  ejército  in- 

Y  partió  con  sus  tropas,  dejó  á  su 
madre,  se  alejó  de  Francia,  y...  ¡halló 
la  muerte  donde  buscó  la  gloria!  Si  no 
nnirió  como  héroe,  haj'  algo  de  conmo- 
vedor martirio  en  su  prematura  muerte; 
y  los  mártires,  si  no  de  la  inmortalidad, 
son  dignos  de  respetuosa  veneración. 
El  que  nació  destinado  á  ocupar  el 
trono  de  Francia,  murió  en  la  más  espantosa  de 
las  soledades,  sorprendido  por  unos  salvajes  que 


GALERÍA    DE    PINTURAS   Y    SALÓN   INDUSTRIAL 


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LÁMPARA    DE   PLATA    DORADA    DEL    SIGLO   XVI 


MUSEO 


galería  de  bellas  artes  y  casas  consistokiaj.es 


INDIANA 


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ITALIANO 


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LLAVES    ALEMANAS    DEL    SIGLO   XVI 


BIRMINGHAM 


746 


LA  1LTT8TRACI0N  IBÉRICA 


i»n  sus  a/afXiuas  ic  ((iiit;ín>i\  ia  vida.  f^Quó  (h'Ii- 
sjuia,  si  fMiisó,  el  ilcstii^ir.ilo  principe,  aJ  sentir  el 
tíeix»  a;ii(|ue  de  sus  af;n^siu-esV  Qnia'i  en  hi  esti-e- 
11a  funesta  que  pr«>si(lo  la  suerte  de  los  Bonapar- 
tes;  qiiizii  en  el  dolor  de  su  madre;  Tal  voz  pen- 
só en  Francia  y  su  recucixlo  endulzó  su  amarga 
a^^nía. 

I-i  gloria  dificilmeiití'  es  conquistada  por  el 
que  la  busca,  ya  que  la  más  legitima  é  inaprecia- 
ble sólo  á  la  posteridad  le  es  dado  otorgarla. 

■  Eso  es,  cuando  los  héroes  duermen  el  sueño 
tu'mo;  cuando  los  grandes  .nulos  1i:in  acal.ado 
de  batallar  y  sufrir! 

-vNIOMA    VlplSSd 


EN  LAS  NUBES 


I..O  que  voy  ú  referir  sucedió  en  la  colonia 
inglesa  del  sur  do  África,  en  tiempo  de  la  guerra 
con  los  zulús. 

John,  viajero  infatigable,  llegó  en  aqnel  eu- 


SIENA:  LOCGIA  DEL  CASINO  DE  NOBILI 


tonces  á  dicho  punto  con  objeto  de  completar, 
algunas  investigaciones  científicas  sobre  botá- 
nica y  zoología. 

Llevaba  consigo  innumerables  aparatos  de 
óptica,  topográficos,  etc.,  y  con  ellos  un  inmenso 
globo  en  el  cual  hizo  diferentes  ascensiones  para 
reconocer  aquella  zona,  imposible  de  visitar  por 
tierra,  dadas  las  tribus  salvajes  que  la  habi- 
tal>an  y  cuya  ferocidad  había  acrecentado  la 
guerra. 

A  los  pocos  días  de  establecerse  en  el  Cabo, 
eomenz/)  sus  experimentos  con  gran  fortima. 
''•  "  '•  sii-vió  del  globo,  su  complemento 
■-  -  '■  y,  en  varias  tardes,  le  vieron  me- 

«•is(^  .-imente  en  los  aire»  manejando 

xm  \avu  de  cobre  dorado,  en  todas  direc- 

lione». 


Los  salvajes  tnilardii  iiu'nihnente  de  dar  con 
el  aeronauta  en  tierra:  John,  con  indiferencia 
británica,  prosiguió  sus  ti'al)ajos  sin  preocuparse 
de  lo  que  pasaba  de  nubes  abajo. 

Una  tarde,  célebre  entre  los  habitantes  del 
Cabo  por  lo  que  en  ella  pasó,  una  señora  exce- 
sivamente gniesa,  que  rivalizaba  en  volumen 
con  el  globo  de  John,  y  que  era  mujer  de  un 
oficial  del  ejército  inglés,  solicitó  del  excéntrico 
.sabio  que  le  dispensara  el  honor  de  acompañai'le 
en  su  viaje  celestial. 

John,  contra  su  costumbre,  consintió  sin  me- 
ditar el  pi-o  y  el  contra,  y  á  la  hora  señalada  el 
globo  se  elevó  en  los,  aires,  conduciendo  á  tan 
original  pareja. 

El  día  era  delicioso,  el  cielo  estaba  des])ojado 
y  el  viento  en  calma. 

— A  estas  alturas, — dijo  la  dama,—  os  de  te- 
mer que  el  mundo  se  nos  vaya  de  entre  los 
pies. 

— Poco  so  perdería, — susurró  John. 
De  pronto  se  levantó  un  viento  sur  qno.  inter- 
nó al  globo,  rápidamente,  en  territorio  enemigo. 
— ¡Diablo!  ¡No  había  contado  con  esto! 
— r^Qué  ocurreV 
— Casi    nada:    marchamos 
ú  vuelo  de  golondrina  por  el 
país  zulú. 

— ¿Hay  peligro? 
— Pudiera  haberlo  ;  pero 
tranquilícese  usted:  antes  de 
una  hora  el  viento  habrá  cam- 
biado y  nos  devolverá  al  pun- 
to de  partida.  Conozco  per- 
fectamente su  condición 
nuidable,  y  estoy  harto  acos- 
tumbrado á  sus  bromas  para 
que  ya  puedan  hacerme  efec- 
to alguno. 

Una  flecha  que  se  clavó  en 
los  mimbres  de  la  barca  aérea 
intei'iumpió  á  John. 

— ¿Qué  es  esto? — pregun- 
tó )a  dama  con  sobresalto. 

— El  correo  zvilú,  que  nos 
avisa  que  estamos  demasiado 
,  cerca  de  sus  tiros.  Arrojemos 
lastre:  es  una  operación  muy 
divertida.  Sírvase  usted  de 
la  lente  3^  obsei-ve. 

Al  propio  tiempo  arrojó  en 
el  es¡)acio  dos  grandes  sacos 
de  arena. 

— A  juzgar  por  los  gestos 
que  hacen,  deben  estar  fti- 
riosos. 

— La  cosa  no  es  para  me- 
nos, señora.  Desde  mi  prime- 
ra ascensión  están  deses- 
perados porque  no  logran 
cazaj-me;  yo,  en  cambio,  con 
mi  buena  puntería,  como  us- 
ted acaba  de  ver  en  este  ins- 
tante, suelo  aplastar  los  sesos 
á  unos  cuantos  cada  día. 

— ¡Si  cayésemos  en  su  po- 
der! 

— Nos  comerían. 
— ¡Qué  horror! 
— Somos  un  manjar  deli- 
cioso para  ellos. 
A  la  dama  le  temblarou  las  carnes. 
Otra  flecha  les  obligó  á  desalojar  los  sacos 
restantes. 
— ¡John! 
— Señora. 

— El  globo  desciende. 

El  aeronauta  vació  la  1,'aiquilla  desprendién- 
dose de  sus  queridos  instrumentos  científicos; 
pero  viendo  que  el  globo  no  ascendía,  comenzó 
á  desnudarse. 

—  ¿Qué  hace  usted? 

—  Quitar  peso. 

— ¡Ah,  todo  es  inútil! 

— Imíteme  usted,  señora. 

— ¡John! 

— Imíteme  usted,  ó  estamos  perdidos. 

—Pero... 


—  Nada  (le  palabras;  la  vida  de  ustoii  exige 
ese  sacrificio.  Si  (>s  (|ue  no  |)refiere... 

I^a  dama,  volviéndose  de  espaldas  á  John,  se 
desnudó,  murmurando: 

— ¡Si  al  menos  hubiera  anochecido! 

Como,  á  pesar  de  tales  exti'emos,  el  globo  si- 
guiera bajando,  y  una  nueva  flecha  viniese  á 


SIENA:  CANDELABRO 


enredarse  en  el  tinglado  de  cuerdas,  Jhon  sus- 
pendió de  una  de  ellas  á  la  dama,  }',  asiéndose 
de  otra,  cortó  las  restantes,  desprendiéndose  en 
el  acto  la  barquilla. 

El  globo  subió  rápidamente  un  buen  trecho, 
se  columpió  inmóvil  en  el  espacio  unos  instan- 
tes y... 

— i  John! 

— Señoi-a. 

— ¿Descendemos? 

—Sí. 

— ¿Qué  hacer  ahora? 

— Seguir  arrojando. 

— ¿Qué? 

— He  tomado  mi  resolución.  Dentro  de  unos 
minutos  el  viento  cambiará:  es  preciso  que  tenga 
usted  paciencia  y  espere. 

— ¿(^ué  prí^tende  usted? 

— Cuando  haya  el  viento  cambiado,  i'egresai'á 
usted  al  CJabo;  una  vez  allí,  tire  de  este  coi'dón 
con  intermitencia,  xma  vez  cada  diez  segundos: 
la  válvula  irá  de  este  modo  dando  paso  al  gas, 
lentamente,  y  descenderá  á  tierra  sin  sentirlo. 
Si  no  quiere  pi-esentarse  en  la  colonia  tan  ligeiu 
de  vestidos,  hágase  usted  un  manto  de  la  tela 
del  globo:  esto  basta  para  satisfacer  el  pudor. 

— ¡Nunca,  John,  nunca!  No  consiento  su  ge- 
neroso saci'ifi... 

La  dama  no  concluyó,  ó,  ])or  jnejoi'  decir,  aca- 
bó en  nn  sínco])e  al  ver  lanzarse  en  el  es|,:i(¡o 
al  magnánimo  Joiin. 

Cuando  aquélla  se  dio  cuenta  de  sí,  vióse 
rodeada  de  los  suyos. 

—¿y  John? 

Después  de  terminada  la  guerra  fué  canjeado 
como  pi'isionei-o.  Un  gmpo  de  árboles,  (\\w  h' 
recibió  en  su  api'etado  follaje,  le  había  salvado 
la  vida. 

V.  COLIIKADO 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


747 


CERTAMEN  CIENTÍFICO,  LITERARIO  Y  ARTÍSTICO 


«Ateneo  Casino  Obrero»  de  Valencia 


Esta  benemérita  oorporaeión,  que  tanto  oontribuye  al 
envidiable  grado  de  enltnra  que  alcan/a  la  hermosa  capital 
valenciana,  celebrará  el  1»  de  diciembre  próximo  un  certa- 
men, de  cuya  importancia  podrá  formarse  cargo  por  el  si- 
guiente programa: 

PREMIOS  ORDINARIOS 

1°  Un  bronck  artístico  al  mejor  busto  en  barro  y  tamaño 
natural,  de  un  valenciano  ilustre  y  ya  fallecido. 

2. o  Un  objeto  db  arte  al  autor  de  la  mejor  composición 
musical  de  carácter  sacro,  para  tiple  y  coro  de  niñas  y  niños, 
con  acompañamiento  de  sexteto  de  cuerda  y  piano. 

PREfflOS  EXTRAORDINARIOS 

1."  Un  objeto  de  arte,  regalo  del  Excmo.  Ayuntamiento, 
al  autor  de  la  mejor  Memoria  sobre  el  siguiente  tema:  Seña- 
lar, entre  las  industrias  que  actualmente  se  ejercen  en  Valencia, 
la  que  el  autor  Juzgue  más  importante,  haciendo  el  estudio  de 
ella  é  indicando  los  medios  y  manera  de  procurar  su  mayor 
desarrollo,  asegurando  su  porvenir. 

2.»  Otro  objeto  de  arte,  regalo  de  la  Excma.  Diputa- 
ción Provincial,  al  autor  del  mejor  trabajo  sobre  el  siguiente 
punto:  Estudio  del  estado  moral,  iktclectual  y  económico  que 
alcanzan  las  clases  trabajadoras  de  ^'alencia.  Medios  prácticos 
que  debieran  emplearse  para  mejorar  diclto  estado. 

3.»  Medalt,a  de  plata  de  mírito  de  la  «Real  Sociedad 
Económica  de  Amigos  del  País,'  al  autor  del  mejor  trabajo 
en  el  que  se  estudien:  1.*^  La  organización  de  una  escuela  de 
artes  y  oficios  en  general.— 2.°  La  que  seria  conveniente  con 
arreglo  á  nuestras  necesidades. —'i."  Los  medios  para  estable- 
cerla en  Valencia,  haciéndose  cargo  de  la  posibilidad  de  apro- 
vechar los  recursos  de  los  antiguos  gremios. 

4.»  Un  objeto  de  arte,  premio  de  la  sociedad  Lo  Rat- 
Penat,  al  autor  del  mejor  trabajo,  escrito  en  castellano  ó 
lemosfn,  acerca  del  siguiente  tema:  El  estudio  y  cultivo  de  las 
diferentes  lenguas  de  origen  latino,  ¿pueden  perjudicar  al  pro- 
greso y  perfección  de  la  lengua  castellanaf 

5.9  Una  PLUMA  DE  PLATA  DORADA,  CU  forma  de  caduceo, 
regalo  del  socio  protector  D.  Estanislao  García  Monfort,  al 
que  trate  mejor  el  asunto  siguiente:  Siendo  conveniente  y  ne-  " 
cesarla  la  armonía  entre  el  capital  y  el  trabajo,  ¿qué  medios 
prácticos  deberían  emplearse  por  ambos  elementos  de  la  produc- 
ción para  dar  á  dicha  armonía  la  mayor  estabilidad  posible! 
La  ereacit'm  de  las  Cámaras  de  Comercio,  ¿podrá  facilitar  la 
citada  armonio.^  ¿Qué  debieran  hacer  para  conseguirlof 

6."  Un  escritorio  y  pluma  de  bronce  y  marfil,  regalo 
del  socio  protector  D.  Gonzalo  Julián,  al  mejor  estudio  refe- 
rente á  esta  proposición;  Cansas  permanentes  ó  transitorias 
que  han  podido  ocasionar  la  prematura  desaparición  de  la  - 
mayor  parle  de  las  sociedades  cooperativas  que  en  Valencia  se 
establecieron.  Qué  debiera  hacerse  para  fomentar  la  creación  de 
dichas  sociedades  y  asegurar  en  lo  posible  su  existencia. 

Todos  los  trabajos  que  se  presenten  optando  á  premio 
habrán  de  ser  originales  é  inéditos. 

Los  premios  se  concederán  no  sólo  al  mérito'  relativo, 
.sino  al  absoluto. 

Podrán  concederse  accésits. 

Todos  los  trabajos  podrán  presentarse  en  la  secretaría  del 
Ateneo  Casino  Obrero,  calle  de  Ruzafa,  núm.  19,  Valencia, 
hasta  la,s  doce  de  la  noche  del  día  30  de  noviembre  próximo. 
La  forma  de  presentación  de  los  trabajos  será  la  acostum- 
brada en  estos  casos. 

Los  trabajos  que  resulten  premiados  quedarán  de  pro- 
piedad del  Ateneo  Casino  Obrero. 

Los  autores  que  alcancen  los  premios  ordinarios,  que  son 
los  ofrecidos  por  el  Ateneo  Casino  Obrero,  obtendrán  además 
e!  titulo  de  socios  de  mérito  de  dicha  corporación. 


SIENA:  INTERIOR  DE  LA  CATEDRAL 


NUESTROS  GRABADOS 


¡TERRIBLE    COLABORADOR! 

Cuadro  de  J.  Mukarowsky 

Era  una  obra  maestra,  ó,  cuando  menos,  así  lo  creía  su 
modesto  autor.  ¿Qué  duda  había  en  que  en  la  próxima  Ex- 
posición se  calzaría  medalla  de  primera  clase?  Así  estaban 
las  cosas  cuando  acertó  á  penetrar  en  el  taller  un  Apeles  en 
agraz,  que  sin  encomendarse  á  Dios  ni  al  diablo,  ni  mucho 
menos  pedirle  su  consentimiento  al  artista,  ¡zis,  zas!,  bro- 
chazo por  aquí,  retoque  por  allá,  puso  aquello  perdido,  ¡com- 
pletamente perdido!  haciendo  funciones  de  critico  de  bellas 
artes.  Y  sin  embargo...  ¿quién  sabe  si  los  manes  de  Velázquez 
y  Rubens  no  le  quedarían  agradecidos  al  Omar  ese?... 

LAS  BELLAS  ARTES'EN  INGLATERRA 

La  Exposición  que  se  está  celebrando  actualmente  en 
Grosvenor  abunda  en  cuadros  muy  notables,  especialmente 
en  paisajes  y  naturaleza  viva. 

M.  Arturo  Lemón  presenta  una  Tarde,  en  cuyo  primer  tér- 
mino figura  un  grupo  de  caballos,  que  viene  á  consolidar  su 
fama  de  admirable  colorista  y  cumplido  pintor  de  animales. 
Celébrase  en  gran  manera  la  luz  del  sol  poniente,  la  armonía 
de  los  tonos  y  la  exactitud  del  follaje. 

El  académico  Pettie  ha  presentado  un  cuadro  lleno  de  Im. 
mour,  brillantemente  pintado:  Dos  cuerdas  para  un  arco  (de 


SIENA:  SAN   DOMENICO  Y  LA  CATEDRAL  VISTOS  DESDE  LA  MURALLA 


violfn,  se  entiende);  i>recioso  irio  del  siglo  XVIII  en  sus  pos- 
trimerías. 

M.  Noble  (habent  sua  fata  nomina)  ha  pintado  una  colec- 
ción de  Nobles  y  un  pajaríllo  que  son  una  bendición  de  Dios. 
Si  cuesta  más  trabajo  de  lo  que  se  cree  hinchar  un  perro,  la 
dificultad  es  mucao  mayor  tratándose  de  pintarlo. 

Dehesa,  ó,  por  mejor  decir,  Establecimiento  de  remonta, 
por  A.  Parsons:  estilo  distinguidísimo;  muy  bien  impresio- 
nado; color  ari.ionioso  y  originalidad  en  la  composición. 

Salvamento:  mucha  elegauciayhabilidad,  aunque  defecto 
es  algo  frío.  M.  Gandy  es  un  pintor  de  porcelanas  y  no  pue- 
de olvidar  sus  hábitos  decorativos. 

Eu  punto  á  escultura  es  digna  de  los  mayores  elogios  la 
Paz,  de  M.  Onslow  Ford,  por  su  gracioso  modelado  y  bonita 
invención. 

Como  se  ve,  la  nebulosa  Albión  hace  progresos  en  la^  finas 
artes,  como  dicen  ellos  hablando  con  grosero  utilitarismo. 

OBRAS  DEL  PUSINO 

Nuestros  lectores  x>odrán  recordar  lo  que  acerca  de  este 
pintor  insigne  dijimos  en  el  núm.  178,  p.  351,.  Hoy  damos  la 
reproducción,  bellísimamente  grabada,  de  tres  de  sus  más 
reputados  cuadros,  verdaderas  páginas  de  arte  que  liacen 
formar  completa  idea  de  lixs  grandes  cualidades  que  poseía 
el  egregio  pintor,  que  ni  por  un  momento  dejaba  de  reve- 
larse tan  profundo  filósofo  como  creador  inspirado. 


Esta"ciudad.  antigua  rival  de  Florencia  y  de  Hsa,  está  si- 
tuada casi  en  el  centro  de  Toscana,  en 
medio  de  una  montuosa  comarca.  Re- 
ferir su  historia,  especialmente  duran- 
te la  Edad  media,  que  es  cuando  llegó 
al  apogeo  de  suesp'endor,  serlaengol- 
farse  en  un  mareiiiagnum  intermina- 
ble: baste  decir  <¡ue  fué  quizás  la  más 
turbulenta  repnj  jJiquilla  italiana,  me- 
reciendo que  el  candoroso  cronista 
francés  De  ^Jomines  dijera  de  ella ;  La 
'éicle  se  gouverne  plus  follement  que  vi- 
lie  d'Itálie. 

Cosa  notable,  sin  embargo,  por  la 
contradicción  que  envuelve:  en  aque- 
lla viciosísima  capital  florecía  un  arte 
apacible  ,  contemplativo  ,  refinado  . 
místico:  aquellos  guerreros  brutales 
convertíanse  en  sensitivas  al  pensar 
en  la  Madona;  y  sus  pintores,  en  vez 
de  tomar  sus  asuntos  en  el  medio  am- 
biente, lanzábanse  á  las  etéreas  regio- 
nes y  no  hacían  más  que  representar 
los  dogmas  con  tierra  de  su  país,  ber- 
mellón, azul  de  ultramar,  etc. 

Ya  en  el  remoto  siglo  xii  había  allí 
un  pintor  ilustre,  Guido,  del  propio 
m,odo  que  había  Cimabue  en  Floren- 
cia. Sus  obras  ofrecen  visibles  remi- 
niscencias bizantinas,  como  las  ofre- 
ce San  Domenico,  que  es  el  templo 
donde  figuran.  Vienen  después  Marga- 
ritone.  Matteo,  Duccio,  los  hermanos 


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750 


LA  ILUSTBACION  IBEBICA 


Lorensettl,  Sano  di  Pietro,  Memml,  Taddeo,  Bartolo,  Raúl, 
Decraftimi,  Peniií!,  ele.,  propiamente  sieneses  todos  ellos, 
sentimentales,  detallados,  delicadísimos  en  el  colorido,  como 
si  se  tratase  de  miniaturas  eu  rez  de  frescos. 

rna  ciudad  quecontabacon  tan  ilustre  esencia  de  pintura 
habla  de  presentar  necesariamente  otras  manirestaclones  ar- 
tísticas correlativas;  y  vemos,  en  efecto,  adquirir  admirable 
vnelo  á  la  arqnilectura,  que  levanta  edificios  ta:i  soberbios 
como  la  Catedral  (1189),  San  Domenlco,  el  Pala^:o  Pubtieo, 
nachas  logffie  y  fuentes,  etc.  La  escoltara  fué  cultivada  con 
brillante  éxito  por  CozíarelU,  Agnolo,  Agostino,  Jacopo 
della  Qnerrla,  etc.  Una  verdadera  especialidad  slenesafüé  la 
de  la  talla  en  madera,  sobresaliendo  también  en  In  melalls- 
terta,  como  pue<le  verse  por  los  candelabros  que  reproduci- 
mos en  nuestros  ^ra)>ados. 

V-  MUSEO   OK   BmiilHaBAli 

Sejjún  manifestamos  ya  en  uno  de  nuesin»s  uiiimos  nú- 
meros, es  muy  Importante  el  movlmlenlo  artístico  que  se 
observa  eu  la  manufacturera  ciudad  de  Binuingham.  Incan- 
sables las  corporaciones  populares  de  aquel  centro  en  favo- 
recer por  todos  los  medios  el  cultivo  de  las  bellas  artes,  han 
destinado  parte  de  las  Casas  Consistoriales  á  Valeria  ariisti- 


I       — Vuelve  en  ti,  Azhuna;  recobra  el  ánimo  de 

tus  mejores  días,  vuelve  &  llamar  &  tu  poderosa 
'  inspiración,  y  la  finísima  hoja  de  tu  tenue  cincel 
i  volverá  á  crear  esos  misteriosos  mundos  que 
:  brotan  esplendentes  á  los  golpes  de  tu  temblo- 
:  rosa  mano. 

1       — No  puedo,  emir,  no  puedo.  En  vano  golpeo 
i  mis  sienes  con  el  cerrado  puño;  en  vano  llamó  á 

los  genios  de  la  noche  invoca,ndo  el  relámpago 
j  de  una  idea  que  ilumine  mi  tenebroso  cerebro; 

en  vano  invoco  á  Alá  pidiéndole  aliento  con 
;  que  continuar  mi  interrumpida  obra:  la  impo- 
1  tencia,  la  eterna  impotencia  de  la  forma  para 

encerrar  en  líneas,  en  colores,  los  destellos  do 

la  idea,  me   cierra   el   paso   con   su  espada  de 

fuego. 

— ¡Oh,  artista!  ¿Cuándo  el  rayo  dejó  de  ondear 

en  el  seno  de  la  nube? 

• — ¡Nunca,  oh,  emir!  pero  el  rayo  necesita  que 

la  nube  se  abra  para  centellear  á  la  mirada  de 

los  mortales. 


LA  TARDE  (cuailr.j  de  .\.  l.fmón) 


ea,  siendo  notabilísimos  los  objetos  allí  coleccionados,  parte 
de  los  cnales  reproducimos  hoy  en  nuestras  páginas. 

había    aictometa 
íialiexdo  del  temple  paka  seb  cosoucida  al  cadalso 

Cuadro  de  Laly 

Kl  autor,  uno  de  los  mas  reputados  arilstas  franceses,  ha 
1  razado  una  verdadera  página  de  historia,  llena  de  vida  é  in- 
tención. Figuras  y  lugar  están  estudiados  profundamente,  y 
u  primera  vista  se  forma  cargo  uno  del  carácter  q>ic  deblO 
revestir  el  supremo  Instante  de  abandonar  la  Infortunada 
reina  el  sombrio  Temple  para  Ir  á  expiar  en  la  guillotina  el 
delito  de  haber  nacido  bajo  la  más  funesta  estrella. 

DESPCliS  DEL  BAÜO 

Cuadro  de  Favretio 

Cuadro  lleno  de  grada  y  aun  de  picardía.  No  se  trata  de 
ninguna  duquesa,  por  lo  que  revelan  los  botltos  y  el  mobi- 
liario; pero  DO  por  eso  deja  de  ser  la  Interesada  una  real 
moza.  Loa  accesorios  están  hábilmente  dispuestos  para  ha- 
cer resaltar  las  gracias  de  la  niña,  que  de  seguro  debe  que- 
jarse de  sn  potería  cuando  no  parece  sino  que  la  criara  Dios 
para  pisar  alfombras  y  comer  ÍUsanes  á  pasto. 


EL  ALCÁZAR  DE  LAS  PERLAS 

LEYENDA  ARABE 

OEI'ilüAL  IIK 

Jiii  6arc(a-Go)ina  Alzugany 


(COBTIXCACIÓH) 

Pero  ninguno  de  ellos  se  fija  en  los  prodigio- 
sos dones  de  la  exuberante  naturaleza  que  los 
en^^^elve.  Mudos  y  abstraídos,  interrumpida  la 
animada  plática  que  sostuvieran,  permanecen 
silenciosos,  dejando  percibir  los  secretos  impul- 
sos de  sti  mente  por  el  continuo  agitai-se  de  su 
[lecho.  El  emir  es  el  primero  en  reanudar  el  sus- 
pendido diálogo. 


— ¡Oh,  artífice!  ¿Es  que  quieres  tesoros  con 
que  saciar  tu  ambiciónV  Habla  y  te  colmaré  de 
espléndidas  riquezas.  ¿Es  que  anhelas  hermosas 
vírgenes  de  alabastrino  pecho  que  te  embria- 
guen en  voluptuosos  amores?  Dilo  y  te  abriré 
mi  harem  para  que  escojas  las  más  bellas.  ¿Es 
que  deseas  mi  corona  de  oro  como  emblema  de 
tu  poder  sobre  Granada?  Pronuncia  una  frase, 
y  mi  soberbio  alcázar,  que  corona  al  Albaicín, 
recibirá  bajo  sus  leves  arcos  al  nuevo  emir  de 
la  perla  de  occidente. 

-^No,  Alhamar:  no  apetezco  tesoros,  vírgenes 
ni  imperios:  me  has  colmado  de  sobradas  mer- 
cedes, y  sólo  tu  amistad  ansio. 

— ¿  Por  qué ,  pues ,  no  acceder  á  mis  de- 
seos? 

— Bien  quisiera,  emir;  pero  en  las  sombras 
de  mi  inteligencia  no  queda  un  rayo  más  de  luz 
que  poder  escanciar  en  esta  colina. 

^— Busca,  busca,  y  tu  perseverancia  te  hará 
encontrar  inagotables  veneros. 

— ¿Crees  que  no  busco?  Diera  lo  que  me  queda 
de  vida  por  conseguir  dar  forma  á  algo  desco- 
nocido que  se  agita  entre  las  tinieblas  de  mi 
frente;  pero  lucho  en  vano.  Alá  no  lo  quiere: 
ciimplase  la  voluntad  de  Alá. 

— Escucha,  Azhuna,  y  no  te  dejes  llevar  de 
la  desgracia.  Corría,  á  la  sazón,  el  año  634  de  la 
Hégira.  Córdoba,  Sevilla  y  Murcia  caían  á  los 
golpes  del  cristiano  para  no  volver  á  levantarse 
de  sus  tumbas;  las  taifas  del  Islam,  errantes  y 
desordenadas,  vagaban  por  las  costas  del  Medi- 
terráneo, y  el  poeta  de  Ronda  sollozaba  en  sus 
sentidos  versos:  «Nuestras  mezquitas  se  han 
trasformado  en  iglesias  y  sólo  se  ven  en  ella 
cruces  y  campanas.  Nuestros  almimbares  y  san- 
tuarios, aunque  de  duro  é  insensible  leño,  se 
anegan  en  lágrimas  y  gimen  por  nuestro  infor- 


tunio» (1).  Sobre  las  humeantes  ruinas  de  nues- 
tros rotos  imperios,  sólo  una  blanca  sombra, 
escondida  eu  un  rincón  de  nuestra  decadente 
grandeza,  .se  alzaba  majestuosa  como  las  frentes 
creadas  por  Alá  para  los  grandes  hechos.  Era 
Granada,  con  su  cielo  de  encajes,  sus  campos 
siempre  verdes  y  sus  doncellas  hermosas  «como 
el  sol  cuando  nace  vertiendo  corales  y  ru- 
bíes» (2).  Era  la  hora  de  Almagrib  de  una  tarde 
de  las  de  la  luna  de  Regeb,  una  de  las  tres  de 
Ajiar;  el  sol  bajaba  lentamente  á  sepultarse  tras 
la  negra  cumbre  de  sierra  Elveira,  y  las  som- 
bras iban  poco  á  poco  envolviendo  el  espíritu  en 
la  pesadez  del  sueño.  Yo  descansaba  bajo  el 
fresco  follaje  do  uno  do  los  bosques  do  la  colina 
roja,  y  mi  potro  pacía  la  húmeda  hierba  á  su  al- 
bedrío.  Necesitaba  estar  solo  para  descansar  de 
las  emociones  del  día. 

Aquella  mañana  habían  rezado  en  todas  las 
mezquitas  la  chotbn  acostumbrada  por  mi  pro- 
clamación al  emirato,  y  aquella  tarde  habíanme 
obsequiado  los  nobles  grana- 
dinos con  vistosos  juegos  de 
cañas  y  sortijas.  Bajo. los  co- 
¡nidos  álamos  donde  daba  li- 
bertad á  mis  confusas  ideas, 
me  adormecí  un  instante  á  las 
caricias  de  los  aromados  céfi- 
ros. Sobre  mi  cabeza  se  abrió 
la  verde  bóveda  que  formaban 
los  árboles  al  enlazar  sus  fron- 
dosas ramas,  una  brillante  cla- 
ridad ofuscó  mis  pupilas ,  y 
Gabriel,  el  mensajero  de  Alá, 
murmuró  en  mi  oído: 

— ¡Oh,  Muamad!  El  Clemen- 
tísimo se  complace  en  ti;  tú 
oros  la  tínica  columna  del  Is- 
lam; á  ti  es  dado  congregar  los 
dispersos  creyentes  en  derre- 
dor de  tu  trono:  únete  al  hijo 
del  trabajo,  do  hondas  y  ne- 
gras pupilas,  y  la  colina  roja 
te  dará  su  nombre  do  Alhamar. 
Aléjate  de  los  ignorantes  y 
teme  ser  contado  entre  ellos. 
I.^n  dcrvís  .sale  por  sí  mismo 
fuera  de  las  olas.  Un  sabio  saca 
también  á  los  demás.  Nada  en 
'el  mundo  te  tenga  adherido  á 
sí,  excepto  la  ciencia.  Sé  docto  ó  discípulo  de  los 
doctos,  ó  á  lo  menos  amigo  de  la  sabiduría  (8). 
Desperté  azorado  y  me  encontré  solo.  La 
noche  avanzaba  con  su  túnica  de  estrellas,  y  la 
luna  dibujaba  caprichosas  figuras  al  atravesar 
las  hojas  do  los  frondosos  álamos.  Monté  mi 
corcel  blanco  y  me  dirigí  á  la  ciudad.  A  la  en- 
trada del  barrio  de  los  Gómeles  te  encontré  pen- 
sativo, con  la  vista  vuelta  á  la  colina  de  que 
bajaba.  Vestías  el  traje  de  los  hijos  del  trabajo; 
tus  ojos  oran  negros  y  proñmdos.  Me  acordé  del 
sueño  y  te  pregunté: — ¿Qué  contemplas? — Un 
alcázar, — me  contestaste. — ¿Dónde? — En  la  co- 
lina roj  a. — Volví  lacabeza,  pero  nada  distinguí. — 
No  veo  nada, — te  dije. — ¡Oh!  No  es  extraño, — 
repusiste; — ¡quién  sabe  si  estará  condenado  ano 
serviste  por  mortales  ojos! — Pues  ¿no  está  en 
la  colina  roja? — En  ella  la  pondría  si  tal  fuese  la 
voluntad  de  Alá. — Pues  ¿dónde  está  ahora? — 
exclamé  admirado. — Aquí, — murmuraste  con  voz 
sorda,  golpeándote  la  frente  con  furiosa  demen- 
cia.— jOh!  Este  es  el  elegido  de  Alá, — pensé  yo 
entonces;  y  desde  aquel  instante  te  brindé  mi 
afecto.  Tu  cincel  de  oro,  pulsado  por  tu  diestra 
en  los  vértigos  de  la  inspiración,  ha  hecho  bro- 
tar á  la  vida  los  más  ricos  tesoros  de  esta  ciudad 
de  nácar.  Tú  has  creado  mi  oriental  alcázar,  la 
joya  del  Albaicín,  con  sus  cien  patios  poblados 
de  ligerisimas  columnas  como  indico  bosque  de 
palmeras  seculares,  con  sus  escondidos  retretes, 
sus  voluptuosas  alhamíes  y  sus  frescos  baños. 
Til  has  dado  aliento  á  suntuosas  mezquitas  de 
vaporosos  minaretes  y  filigranados  arcos.  Tú  has 
cnnstniído  soberbios  observatorios,  desde  donde 


(1)  Abii  llckiiSaleli. 

(2)  Wem, 

(3)  Corán,  cap.  Limbos. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


pueden  sorprenderse  los  más  leves  movimientos 
de  los  astros  que  ruedan  en  su  malla  de  éter.  Tu 
has  encerrado  todos  los  tesoros  de  la  ciencia  en 
inmensas  academias  sobre  la  vega  desparrama- 
das como  soberbias  atalayas  de  la  humana  sa- 
biduría. Tú  lias  arrancado  á  la  Sierra  de  Nieve, 
á  la  de  Elveira  y  á  Macael  sus  más  hermosos 
jaspes,  sus  marinóles  más  ricos,  sus  más  escon- 
didas piedras  para  engarzar  con  ellas  un  collar 
de  brillantes  á  la  garganta  alabastrina  de  la 
oriental  Granada;  y  tú,  como  el  genio  de  sus 
campos,  la  has  circuido  con  esa  muralla  roja  do 
diez  y  nueve  arcos  que  la  rodea  como  luciente 
cinturón  de  fuego.  Tu  destino,  ¡oh,  Azhuna!  está 
sujeto  á  mi  destino:  yo  soy  la  mina  que  arroja 
sus  toscos  metales;  tú  eres  el  joyero  que  los  con- 
viertes, con  el  soplo  de  tu  inspiración,  en  mara- 
villosísimas alhajas.  Estamos  unidos  por  la  vo- 
luntad de  Alá;  somos  la  única  roijusta  piedra 
del  Islam,  en  Occidente.  ¿Dejarás,  ¡oh,  artista! 
que  el  soplo  de  la  desolación  descienda  sobre 
nosotros? 

Dice  Alhamar,  é,  inclinando  su  tostada  frente 
sobre  el  pecho,  espera  en  silencio  la  respuesta. 
Azhuna,  que  ha  ido  grabando  en  su  alma  las 
palabras  del  emir,  yergue  su  cabeza  altiva,  arro- 
jando de  sus  ojos  dos  rayos  de  fuego,  y  con 
acento  conmovido  exclama: 

— Mi  cincel  de  oro  ha  labrado  los  más  encan- 
tadores cármenes  del  Avellano  y  del  Genil.  En 
mi  frente  han  surgido,  como  engendros  de  la 
calentura,  los  más  sutiles  minaretes  y  las  más 
soberbias  atalayas.  Yo  me  he  elevado,  desde  hijo 
de  una  esclava,  á  la  cumbre  de  tu  grandeza.  Y 
sin  embargo,  yo,  ¡oh,  emir  poderosísimo!,  rompo 
ante  ti  mi  cincel  de  oro  y  lo  arrojo  á  tus  plantas 
como  signo  de  humillación  y  de  impotencia.  Un 
día  me  viste  pensativo  sobre  la  colina  roja,  con- 
templando imaginario  lo  que  en  las  nebulosidades 
de    mi    ardiente  fantasía  había  concebido.   Me 
diste  medios  con  que  poder  realizarlo,  y  hoy,  que 
toco  al  término  de  mis  afanes,  me  declaro  pe- 
queño para  concluirlo.  Tú  has  estudiado  todos 
esos  dibujos,  débiles  imágenes  de  todas  estas 
obras.  Yo  he  ido  acumulando  sobre  la    colina 
roja  cuanto  de  sublime  puede  concebir  el  arte, 
cuantas  grandezas  puede  soñar  la  imaginación 
más  prodigiosa:  fortísimos  torreones,  gigantes- 
cos arcos,  toda  una  obra  de  titanes  que  engalana 
la  Naturaleza  con  sus  más  ricos  ardores.  Yo  he 
encerrado  dentro  de  este  inmenso  hacinamiento 
de  moles,  radas  y  ásperas  por  fuera,  cuanto  las 
hadas  pueden  desear  para  sus  estancias  miste- 
riosas; yo  he  robado  á  las  grutas  sus  estalacti- 
tas de  cristales  para  adornar  los  techos  de  estas 
salas;  yo  he  arrebatado  al  encaje  sus  diáfanas 
figuras  para  esculpirlas  en  los  relieves  de  estos 
arcos;  yo  he  bebido  los  inmensos  colores  de  las 
yerbas  para  teñir  con  ellos  los  calados  de  estas 
paradas;  yo  he  amontonado  jardines  sobre  jar- 
dines, filigranas  sobre  filigranas;  yo  he  combi- 
nado la  brillantez  del  oro,  los  reflejos  de  la  púr- 
pura y  las  titilaciones  del  nácar;  yo  he  arranca- 
do su  secreto  á  los  laberínticos  dibujos  de  los 
chales  indios;  yo  he  enlazado  figuras  geométri- 
cas con  signos  cabalísticos;  y  yo  me  he  atrevido, 
faltando  á  las  leyes  del  Profeta,  á  inciiistar  se- 
res animados  en  los  pilones  de  esa  fuente;  para 
formarte  estuche   de   zafiros  donde  encerraras 
esos  bosques.  Yo,  alentado  por  tus  amistosas 
pláticas,  he  creado  lo  que  el  hombre  no  pudo  ni 
aun  .soñar,  y  que  más  se  debe  á  tu  magnificen- 
cia que  á  mi  inspiración.  Yo  he  vivido,  por  es- 
pacio de  treinta  lunas,  en  el  seno  de  esta  torre, 
velando  noche  y  día  el  sueño  de  mis  obras,  como 
ellas  velarán  mañana  el  sueño  de  las  tuyas.  Mas, 
¡oh,  emir!,  terminada  está  mi  obra.  Yo  había  so- 
ñado, en  esas  horas  de  la  locura  del  arte,  formar 
tu  alcázar  regio,  digno  remate  de  mis  ilusiones 
y  digna  cúpula  de  tu  Granada.  Ese  alcázar  lo 
había  yo  entrevisto  entre  veladcs  tules  la  noche 
que  te  conocí.   Sus  contornos  fantásticos  flotan 
í-n  mi  mentí!  como  rico  enjambre  de  aterciopela- 
das mariposas.  Pero  tantas  veces  como  mi  mano 
ha  querido  darle  forma,  otras  tantas  la  idña,  re- 
lielde  á  sujet^irse  á  los  límites  de  la  línea,  me  ha 
ofu.scado  con  su  l)rillaiite  luz:   sólo  Alá,  el  Ex- 
celso, el  Clementísimo,  pudo  crearlos  luminosos 


orbes  del  caos  en  que  nadaban.  Yo  le  siento,  le 
siento  aquí,  en  mi  frente,  bullir  y  mofarse  de 
mi  mezquindad,  y  sólo  tus  consuelos  y  'las  mi- 
radas de  una  virgen  de  uegras  trenzas  y  lángui- 
das pupilas  han  podido  librarme  de  perder  el 
juicio.  Yo  he  velado  noches  enteras  sobre  las 
sagradas  páginas  del  Corán,  impregnándome  en 
las  sutiles  esencias  de  sus  brillantes  imágenes. 
Yo  he  soñado  un  alcázar  suntuoso,  un  alcázar 
de  perlas  donde,  como  en  el  paraíso  prometido 
á  los  creyentes,  no  se  sienta  ni  el  frío  ni  el  calor, 
la  sombra  se  extienda  por  los  jardines,  y  las  ra- 
mas se  doblen  ofreciendo  sus  frutos;  alcázar  re- 
camado de  vistosos  y  mullidos  cojines,  de  cáli- 
ces de  plata  y  lámparas  de  cristal,  en  cuyos 
patios  salten  blancas  fuentes,  cerca  de  las  que 
jueguen  las  sultanas  al  son  de  perpetuas  melo- 


— Pues  bien,  ¡oh,  Alhamar!  Yo  he  estudiado 
las  grandes  obras  do  todas  las  naciones,  y  á  su 
descripción  han  vibrado  mis  ¡deas  como  vibran 
las  notas  en  las  cuerdas  de  una  guzla.  El  artista, 
como  el  ave,  necesita  de  todos  los  efluvios  de  la 
creación  para  impregnar  en  ellos,  ésta  sus  can- 
tos, aquél  sus  concepciones.  Necesita  visitar  el 
Oriente  y  el  Occidente,  el  Septentrión  y  el  Me- 
diodía, con  todas  sus  catedrales  cristianas,  sus 
mezquitas  muslímicas,  sus  sinagogas  hebreas, 
sus  templos  griegos,  sus  palacios  y  sus  ciudades; 
necesito  empaparme  en  el  espíritu  de  todos  los 
cultos,  en  los  destellos  de  todas  las  escuelas,  en 
los  misterios  de  todas  las  artes;  y  yo  ofrezco  á 
tu  grandeza  construirte  un  alcázar  como  nunca 
soñaron  los  genios  celestiales  ni  los  paganos 
dioses.  Acaso,  ¡oh,  emir!,  me  taches  de  demente; 


CONCIERTO  DE  INVIERNO  (cuadro  de  J.  S.  Noble) 


días,  y  donde  el  agua  corra  en  fugitivas  gotas 
semejantes  á  desparramadas  perlas.  Un  alcázar 
imagen  de  los  cielos  entrevistos  por  el  Profeta 
en  su  ascensión,  con  gradas  de  oro  y  plata,  con 
edificios  de  esmeraldas  j  rubíes,  con  estancias 
de  hierro  y  de  zafiros,  pero  más  sutiles,  más 
diáfanas  que  las  gozadas  por  Mahoma,  pues  to- 
das estas  bellezas  habían  de  estar  copiadas  en 
sus  caladas  paredes  con  hábiles  figuras,  con  ex- 
traños giros  que,  sin  ser  la  realidad,  la  supera- 
sen. Un  alcázar,  en  fin,  digno  del  sétimo  firma- 
mento, compuesto  todo  de  clarísima  luz,  tenue, 
impalpable,  pero  resplandeciente,  fascinadora. 
Esto  es  lo  que  mi  pecho  ansia;  esto  es  lo  que  mi 
cerebro  siente,  quemándose  en  sus  llamas;  y  esto 
es  lo  que  mi  torpe  mano  no  puede  dibujar. 

-  ¡Oh,  Azhuna,  para  mí  más  preciado  que  el 
tesoro  más  rico:  busca,  busca  un  medio  de  cons- 
truirme ese  alcázar,  y  te  regalo  mis  ciudades! 

— Emir,  tú  sabes  que  las  riquezas  no  me  ofus- 
can ni  el  poderío  me  ensoberbece.  Para  mí  es  tu 
amistad  como  el  sol  para  las  flores:  sin  sus  i-ayos 
no  pudieran  abrir  sus  perfumados  cálices.  Ya  he 
buscado,  he  buscado,  y  sólo  existe  un  medio, 
pero  medio  de  imposible  realización. 

— Habla,  habla:  ¿qué  hay  imposible  para  que 
se  cumplan  los  designios  de  Alá?  Responde;  tu 
amigo  lo  suplica;  tu  señor  lo  manda. 


mas  ¿qué  es  el  arte  sino  la  sublime  locura  del 
espíritu? 

— No,  Azhuna;  tu  cráneo  ,no  está  enfermo: 
está  poseído  por  la  llama  de  la  inspiración.  Ten- 
go tesoros  suficientes  para  que  emprendas  tu 
viaje;  y  hoy  qvie  mi  pueblo  celebra  con  zambras 
y  regocijos  la  pascua  de  Alfitra  á  la  salida  del 
Ramadán,  no  debe  entristecerse  el  artífice  famoso 
de  mi  espléndida  corte  de  artistas  y  de  sabios. 
Parte  y  torna  con  el  joyel  de  mi  toca,  con  el  flo- 
rón de  mi  diadema. 

— Sólo  Alá  es  vencedor,  ¡oh,  emir!,  como  pre- 
gona tu  escudo;  pero  por  él  te  juro  qvie,  si  vuelvo, 
te  traeré  tu  regio  alcázar  de  las  perlas  grabado 
en  mi  cerebro.  Por  ti,  Alhamar,  se  envanece 
Granada  de  llamarse  la  Damasco  de  Occidente; 
tú  proteges  al  sabio  y  al  artista,  tú  das  consuelo 
al  pobre  y  fiestas  á  tus  pueblos;  tu  corte  es  corte 
de  poetas,  y  en  ti  encuentra  pródiga  hospita- 
lidad el  extranjero.  Alá,  que  es  justo,  recom- 
pensará tus  beneficios. 

— ^Parte,  parte,  mi  artista  más  preciado,  y 
Alá  te  ayude  en  tvi  divina  empresa. 

Sale  el  artista  de  la  rica  estancia,  y  el  emú- 
vuelve  á  apoyarse  en  el  marmóreo  alféizar 
del  ajimez  á  contemplar  los  perfiles  de  su 
Alhambra,  satisfecho  do  sus  gloriosas  accio- 
nes. 


752 


LA  ILUSTRACIÓN  EBEEICA 


II  I  incoherentes  frases,  j'  sn  blanco  albornoz  ondula 

Azhuua  desciende   jwnsativo  por  k.^   t:.-i.> .-,.«      á  impulsos  de  sti  rápida  marcha. 
bosques  de  la  Alhambi-a.  En  su  mente  íe  apitan  |       —¡Oh,  si:  ac|*ii  está,  aqnl,  en  los  pliegues  de 


fin  se  cumplen  mis  ensueños  de  artista.  ¡Oh! 
Pero  ¿j'  mi  virgen  de  negras  trenzas  y  lánguidas 
pupilas?  ¡Tendré  que  abandonarla!  ¡Acaso  otro 


O 
m 

X 
m 

(O 

> 


)a»  idea»  y  en  su  pecho  rugen  laa  pamones.  Bri-  |  mi  cninoo,  ose  alcázar  prodigioso,  ése  alcázar  de 
lian  en  sus  i<y,-i  r^ifügas  de  alegría  con  destellos  las  perlas  que  prometí  á  Alliainar!  ¡El  viaje,  mi 
de  tri.steza;  .-^ii.s  labios,  entreabiertos,  mumniran  ]   peregrinación  ú  todos  los  ámbitos  d(^l  mtuido!  Al 


musliin  cautive  su  j)echo  duraulo  mi  pnilnngada 

.¡ni 


ausencia! 


ÍSc  ajnltnnarü) 


Mi!«IMSTl;.lC10.V:  («rtrt.  5&.)-367.  hmit  ««lina»,  dilnr.-KMenadi.s  \m  i\m'\m  dr  |.rii|iinl;i(l  an-slim  v  lihiaiia.  -I,;is  rKlaiiiarioiin  cu  ílailrid,  al  iT|irraciilaiit.c  do  esta  casa,».  Maniid  l'la  j  Valor:  Apodara  .10 1° 

_jH(      INSÉRTESE  Ó   NO,    NO   SE   DEVUELVE   NINGÚN   ORIGINAL      )t< • 


EOTABi.BrmtnuTO  tpi-'.i  irf."«iifKo  dk  La  Ilustración  Ibérica:  dux  D«  Cobtks,  h.»«  866  y  367. - BABCBLONA 


r 


ÍiD)i¿.lI\" 


SEMANARIO    CIENTÍFICO,    LITERARIO    Y    ARTÍSTICO 


Año  V 


Barcelona  26  de  noviembre  de  1887 


Núm.  256 


Adveiítenc'ia  :  Un  incidente  ocurrido  al  entrar  en  máquina  el  número  11  de  El  Mundo  de  las  Damas  nos  obliga  á  aplazar  su  reparto 

hasta  la  próxima  semana. 


EN    LAS    PROPIAS    BARBAS   (cuadro  de  V.  Broaiok) 


AL  ILUSTRACIÓN   IBÉRICA 


SUMARIO 


TmxTO.— JTodrid.  CarUu  á  mi  primo,  por  FcmanSor.— [Tno 
rwumm  (conUnaacIón),  por  Mannel  Amor  Mellan.— Oto- 
roMUa ,  por  A.  Pareja  8erT«da.  —  Lectura».  Baudrlaire 
(eoncloaión),  por  Oailii.  —£ibliogr<tfia,  por  Carlos  Men- 
dosa.—Nnestros  grabados.— £1  alcázar  de  Uu  peria»  (le- 
yenda árabes  ( continuación  > .  por  Juan  Garcia-Goyena 
Aliucarav. 

Grabados.— En  las  propias  barbas.— Retrato  de  una  joven. 
-Gnemesey:  Entrada  á  Saint  Plcrre  Port.— Por  el  rio.— 
En  grave  aprieto.— ^oya*  del  arte  forentino  antiguo  Cristo 
rodeado  de  ángeles  en  medio  de  los  bienaventuradlos.  I^ 
batalla  de  San  Egidio— La  despe<Ud8.— Keproducción  en 
facsímile  de  los  tapices  de  Bayeux— I>a  defensa  de  la  ino- 
cencia.—Bordadoras  de  los  Balkanes.— I^  costa  de  Geno- 
va.—Spczxia:  Porto  Venere —ün  cubil  de  jabalíes  en  el 
bos»iuf  de  Fontainebleau. 


M  ADRl  D 


€?»r%a.a  4  sbl  p 


r-ks^ik 


La  boda.  -  Frascuelo  herí  do. -EchagOe.    Teatros 

§L  fin,   querida  prima,  se   ha   verificado  la 
boda  del  Sr.  Cánovas  del  Castillo.  Hé  aquí 
la  descripción  del  traje  de  la  desposada :  creo 
qne  entre  todos  los  detalles  de  la  fiesta  es  el 
que  más  encantará  tu  ánimo.  Vestía  la  Si-ta.  de 
Osnia  lui  traje  de  terciopelo  blanco  labrado,  y 
guarnecido  de  encajes,  regalo  del  novio;  y  so- 
bre el  abierto  cuerpo  del  vestido  la  rama  de  ho- 
jas de  3edra  que  D,  Antonio  Cánovas  le  ofre- 
ciera  entre   otros  presentes :    la    rama    venía 
arrancando  del  hombro  izquierdo  y  caía  sobro 
el  puntiagudo  peto.  Tres  hilos  de  perlas,  que 
los  marqueses  de  la  Puente  habían  puesto  en  la 
canastilla  de  su  hija,  lucían  su  irisado  orienta 
sobre  el  hennoso  busto;  y  su  gallarda  cabeza 
sostenía  una  diadema,  estilo  del  primer  Impe- 
rio, entre  cu\-os  soberbios  brillantes  asomaban 
las  flores  de  azahar...  Largo  y  magnífico  velo 
de  encaje  completaba  esta  toilette,  digna  (dice 
el  cronista  de  quien  tomo  esta  pintura)  de  la 
prometida  de  un  Nabab.  La  ceremonia  fué  bre- 
ve :  el  obispo  de  Madrid-Alcalá,  revestido   de 
pontifical,  ofició  en  el  acto,  pronunciando  des- 
pués una  sencilla  plática,  que,  también  al  de- 
cir de  las  gentes,   conmovió    á  todos   cuantos 
la  escucharon.  Inútil  será  decir  quiénes  a.sistie- 
ron  á  este  acontecimiento  excepcional :  puedes 
figurártelo.  A  las  diez  y  media  de  la  noche  los 
recién  casados  fueron  á  Palacio  á  presentar  sus 
respetos  á  la  reina;  después  volvieron  al  hotel 
de  los  padres  de  la  novia;  y  por  término  natu- 
ral, á  eso  de  las  doce,  entraron  en  la  casa  del 
Sr.  Cánovas,  donde  los  dejaremos  hasta  que  los 
sucesos  traigan  sus  nombres  otra  vez  envueltos 
en  el  rumor  de  otras  cien  actualidades...  Pero 
no :  ya  qne  de  esto  hablo,  quiero  decirte  algo  de 
la  casa  del  Sr.  Cánovas  del  Castillo.  Según  las 
descripciones,  es  un  verdadero  museo  de  arte  y 
de  antigüedades :  tapices,   esculturas,   porcela- 
nas de  totlas  épocas,  pinturas  antiguas  de  raro 
mérit/»,  grabados  de  Morghen,  ediciones  curio- 
BÍsinias,   cíilecciones   de   armas...    Y   es,  soljre 
toflo,  magnífica  por  su  caudal    la    biblioteca; 
templo  de  retiro,  en  el  cual  se  confortaba  y  con- 
forta el  gnm  ministro  conservador  en  los  tiem- 
pí>8  depriinent<!S  y  lacrimosos.  Debemos  confe- 
sar que  esta  biblioteca  no  ha  «ido  una  habitación 
más  para  el  Sr.  Cánovas,  como  lo  seria  para  la 
generalidad  de  los  hombres  políticos...  Y  para 
terminíir  definitivamente  la  historia  de  esté  ca- 
samiento ex(;epcional,  te  rfíferiré  la  última  ver- 
sión de  esta  leyenda,  (pie  le  da  visos  de  idi- 
lio. Cánovas  estaba  enamorado  de  la  Srta.  do 
Osma  desde  hace  veinte  años  (ella  tiene  treinta 
y  dos  nada  más),  y  durante  todo  ese  tiempo  le 
ha  dedicado  las  poesías  amorosas  que  ha  escrito. 
La  ha  conquistado  á  fuerza  de  endecasílabos. 

A  no  dudar,  despué.y  '!<•  este  suceso,  ninguno 
otro  piu-íle  parangonarríi-  en  renonancia  win  la 
desventurada  cogida  de  Frascuelo.  Lidiaba  éste 


uno  de  los  toros  que  se  corrian  á  beneficio  de 
una  sociedad  formada  para  ilustración  de  los 
obreros...  La  corrida  tenía  ya  mala  sombra,  se- 
gi\n  decían  los  aficionados,  pues  se  había  sus- 
pendido ju-imoramente...  Frascuelo  se  dispuso  á 
matar  el  toro,  pero  éste  embistió  de  súbito  y  pa- 
seó al  espada  en  los  cuernos.  Cuando  Frascuelo 
caj'ó  en  tierra,  herido  como  estaba,  se  levantó, 
y,  poniéndose  en  facha,  dio  una  estocada  al  toro, 
cou  ira,  con  furia;  estocada  do  desprecio  y  de 
vergüenza.  No  pudo  rematar  la  suerte  y  salió 
para  la  enfenneria.  Puedes  figurarte  la  ansie- 
dad, el  terror  del  público;  el  tumulto  que  so  ori- 
ginó, y  las  contradictorias  versiones  que  convir- 
tieron aquel  sitio  en  un  horno  de  gritos,  pre- 
guntas, respuestas,  augurios  y  confusiones.  Sin 
duda  para  desviar  la  atención  de  este  aconteci- 
mieiite,  un  torero,  El  Behé,  se  dejó  coger  por  otra 
fiera  y  esto,  en  efecto,  distrajo  á  la  muchedum- 
bre de  la   cogida  principal  y  grave.   Desptiós 
hubo  lo  que  haj'  siempre  en  estos  casos:  la  plaza 
de  Santo  Domingo,  donde  vive  Frascuelo,  se  lle- 
nó de  gente;  las  listas  que  se  pusieron  en  el 
portal  se  llenaron  de  firmas;  las  bandejas  de 
tarjetas  y  telegramas ;  los  periódicos  de  sueltos 
lúgubres  y  encomiásticos;  Madrid  fué  cubierto 
por  una  nube  de  tristeza  moral  y  se  creyó  que 
desaparecería .  para  siempre  uno  de  los  genios 
más  esplendorosos  del  toreo.  En  estos  días  sola- 
mente de  Frascuelo  se  hablaba.  Algunos  que 
firmaban  en  la  lista  expi-esaban  su  deseo  no  sólo 
de  que  se  restableciera,  sino  de  que  toreara  pron- 
to. Suponían  (y  esto  es  grande  elogio  del  cora- 
zón que  suponen  en  Frascuelo),  que  apenas  éste 
se  restableciera  volvería  por  otra  cornada.  Con- 
sidera tú,  prima,  que  es  preciso,  en  efecto,  tener 
un  alma  de  espíritu  más  que  humano  para  sentir 
repetirse  tamaños   accidentes   y   seguir   entre- 
gando, la  carne,  destrozada  y  mal  unida,  á  la  có- 
lera del  toro.  Yo  comprendo  que  conforme  se 
van  repitiendo  las  heridas  el  cuerpo  se  estre- 
mezca más ,  los  ojos  se  sientan  más  turbios,  la 
resolución  más  indecisa,  y  falte,  en  suma,  la  segu- 
ridad, la  confianza,  el  aplomo  de  aquellos  tore- 
ros afortunados  en  el  arte  que  han  lidiado  siem- 
pre sin  el  más  ligero  zurcido  en  su  pintoresco 
traje...  Asi  debe  ser  y  así  será  sin  duda;  mas  el 
torero,  como  el  soldado,  no  puede  retirarse  sin 
desdoro;  y  si  puede  cortarse  la  coleta  cuando 
llegan  los  años  canos,  ó  cuando  tras  de  muchas 
campañas  afortunadas  se  ha  hecho  una  grande 
hacienda,  no  puede  hacerlo  sin  desdoro  al  día 
siguiente  de  haberle  dicho  el  médico ;  /  Ya  es  V. 
hombre.'  Frascuelo  estará  restablecido  muy  pron- 
to, se  anunciará  su  nombre  en  los  carteles,  y  el 
público  acudirá  con  avidez  áver  su  querido  gla- 
diador, y  espiar  en  su  apostura,  en  su  gesto,  en 
el  color  de  su  rostro,  en  su  mirada,  en  la  quie- 
tud ó  el  temblor  do  su  mano  el  estado  de  su  co- 
razón, el  mayor  temple  ó  decrecimiento  de  su 
bravura.  ¡Pobre  Frascuelo  si  el  pueblo  le  ve 
dudar  y  estremecerse,  cerrar  los  ojos,  volver  la 
cabeza,  temer,  en  fin,  cuando  se  lance  sobre  el 
toro !  Frascuelo  se  acahó,  tiene  miedo,  dirían  en- 
tonces con  aire  desdeñoso  los  que  tiemblan  en  la 
calle  cuando  ven  pasar  algún  buey  con  cencerro... 
Y  tendrán  derecho  para  decirlo:  han  comprado 
por  algunos  reales  el  derecho  de  que  los  acto- 
res de  la  gran  fiesta  mueran,  si  es  preciso,  con 
augusta  dignidad.  Ciertamente  que  las  ocasio- 
nes y  la  consideración  y  el  fanatismo  que  conce- 
demos á  los  espadas  no  tiene  explicación  moral 
posible;  mas  como  el  hombre  no  se  compone  tan 
sólo  de  espíritu,  sino  también  de  materia,  esta 
materia  sensible,  temerosa,  de  que  estamos  for- 
mados, nos  dice,  con  sus  movimientos  de  terror 
ante   el  peligro,  que   el   matar  toros  es  oficio 
singular   y   áspero.  Yo   encuentro   ilógico,  sin 
embargo,  que  el  entusiasmo  del  pueblo  por  los 
toreros  crezca  en  i-elación  de  las  cogidas  que 
tienen,  y  que  su  bello  ideal,  por  lo  visto,  sea  lui 
torero  armado  en  piezas  como  los  esqueletos... 
El  gran  torero,  sin  duda,  es  el  que  sabe  ser  ven- 
cedor sin  ser  jamás  vencido.  Do  lo  contrario  no 
se  debe  considerar  la  tauromaquia  como  un  arte, 
sino  como  una  lucha.   Y,  como  lucha  personal, 
¡qué  vergonzosa  para  el  homlire!   [Tna  cnadrilla 
entera,  muchos  hombres  á  pie  y  á  caballo  con 


capas  y  con  lanzas  y  con  espadas  para  distraer- 
le y  rendir  la  bravura  natui'al  de  un  toro,  y 
después,  ya  turbado,  desangrado,  y  aturdido,  to- 
davía con  otros  engaños  herirle  y  matarle...  No: 
en  todo  incluso  en  las  barbaries  hay  algo  qu(> 
las  embellece,  y  ese  algo  es  el  arte:  es  el  espiri 
tu  dominando  siempre  sobre  la  fuei-za,  inutili- 
zándola y  desarmándola,  i  Al  más  artista,  pues, 
al  nunca  cogido,  le  corresponden  las  ovaciones: 
al  que  sin  arte  cae  herido  le  correspondo  la 
lástima ! 

Pero,  en  fin,  quei'ida  prima,  j'a  hemos  habla- 
do bastante  de  este  asunto  inagotable,  al  cual 
habnís  prestado  alguna  atención,  sin  duda,  por- 
que, como  buena  española,  tienes  todavía  on  tu 
armaiüo  la  mantilla  blanca  y  la  peineta  de  los 
fiestas  nacionales...  Tratemos  ahora  de  otra  des- 
gracia, cuya  resonancia  es  infinitamente  menoi' 
que  la  de  Frascuelo...  Me  refiero  á  la  enferme- 
dad del  general  Echagüe,  victima  de  una  \tu\- 
monia,  y  de  verdadera  gravedad  en  estos  mo- 
mentos. 

El  general  Echagüe  no  puede  ser  bien  aprecia- 
do más  que  por  los  viejos  y  por  los  que  hemos  oído 
contar  á  los  viejos  las  campañas  de  la  guerra  civil. 
.El  general  Echagüe  fué  uno  de  los  oficiales  más 
bravos  del  ejército  liberal,  y  al  oir  la  relación  de 
sus  proezas  nos  parece  oir  relaciones  de  leyen- 
das. Sin  duda  que  el  ponerse  delante  de  los  toros 
os  brava  cosa;  pero  el  batirse  durante  años  casi 
todos  los  días,  entre  tempestades  de  balas  y  cru- 
zados de  bayonetas,  tiene  también  su  mérito. 
Aquel  oficial  era  de  aquellos  cuya  existencia  no 
se  comprendía  sino  por  vii-tud  de  alguna  protec- 
ción mágica.  Como  él  hubo  otros  muchos  generales 
cuyos  hechos  heroicos  desconocemos  también,  y 
que  han  cobi-ado  personalidad  en  la  política  des- 
pués que  no  tuvieron  campaña  de  guerra.  Entre 
éstos  podemos  citar  á  los  doce  hombres  de  corazón, 
y  entre  estos  doce  al  general  Echagüe.  Hace  mu- 
cho tiempo  que,  más  que  general,  es  cortesano, 
palaciego,  hombre  de  sociedad,  bajo  el  cual  sólo 
sus  antiguos  amigos  pueden  conocer  al  oficial  de 
chapelgorris.  Déspiiés  de  la  muerte  de  Don  Al- 
fonso, dejó  de  ser  comandante  general  de  ala- 
barderos, puesto  sujeto  á  término  reglamentario; 
y  dicen  que  la  muerte  del  rey  le  impresionó  mu- 
cho. Los  viejos  son  pesimistas:  sin  darse  cuenta 
de  ello,  en  todo  lo  que  ven  morir  sienten  su  pro- 
pia muerte,  y  al  sentir  concluírseles  la  vida  creen 
que  se  concluye  toda  la  vida  del  mundo.  No  es 
así:  los  hombres  pasan  y  la  humanidad  prosigue 
su  camino.  Lo  qvie  hay,  en  verdad,  sensible,  es  que 
la  sociedad  y  la  patria  tengan  en  menos  la  muerte 
de  un  soldado  glorioso,  cuya  espada  trazó  felices 
caminos  á  las  ideas  liberales,  que  la  muerte  de  un 
gallardo  lidiador  de  reses,  actor  de  feroces  re- 
creos. 

Aparte  de  esto,  en  el  mundo  de  la  literatura  y 
de  la  escena  (placer  más  espiritual  seguramente) 
las  novedades  más  recientes  son  dos  saínetes  re- 
presentados anoche,  uno  de  ellos  titulado  Laspro- 
jñnas;  otro  titulado  Sereno.  El  primero  se  debe  al 
señor  don  Fiacro  Iráyzoz;   el  segundo  al  señor 
Sánchez  Pastor.   No  he  visto  este  segundo  saí- 
nete, que  la  pi-ensa  elogia  manifestando  que  per- 
tenece al  número  de  los  mejores.  Hay  un  sereno 
chismoso  y    enti-ometido,  una  niña  j)ogadiza.  y 
enamoi-ada,  un  sietemesino  audaz,  contra  su  ca- 
rácter; una  vecina  guapa  qne  lamenta  las  ausen- 
cias de  un  marido  atareado,  y  un  barbero  pusi- 
lánime. Parece  que  con  estos  elementos  ha  hecho 
el  Sr.  Sánchez  Pastor  un  cuadrito  preciosísimo. 
Del  otro  saínete.  Las  propinas,  sí. puedo  ha- 
blar. Un  portero  ha  encontrado  la  manera  de  ex- 
plotar á  todos  los  cabezas  de  familia  de  Madrid. 
Con  el  libro  de  las  doscientas  mil  señas  en  la 
mano  escribe  á  todos  los  vecinos  un  anónimo  en 
que  les  manifiesta  que  su  honra  j)adece,  y  que 
en  tal  portería  se  les  dará  explicaciones.   El  no 
da  explicaciones  sino  á  quien  le  da  dinero.  El 
devuelve  á  todos  la  tranquilidad;    jiero  se  en- 
cuentra en  grave  riesgo  de  perder  la  suya,  pues 
no  todos  se  dan  por  satisfechos.  Al  concluir  el 
saínete  sabemos  que  precisamente  él  ha  citado, 
entre  otros,   al   mismo  amante  de  su  mujer,  el 
cual    de    prfif)iiia    casi    está  para    des|)acharlo. 
Hay  en  todo   este    saínete    una  frescura,    una 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


755 


novedad,  una  gracia  para  decir  cultisimamente 
los  chistes  inás  arriesgados,  que  algunos  de  ellos 
nos  recordaron  el  arte  supremo  de  Bretón.  «¡Hé 
aquí  una  nueva  musa  cómica!»  nos  dijimos,  com- 
placiéndonos en  saborear  aquel  delicioso  postre. 

Decididamente  somos  saineteros.  Más  vale  así: 
ya  que  en  las  regiones  superiores  no  aparezcan 
nuevos  genios,  que  en  el  piso  bajo  de  nuestra 
literatura  dramática  encontremos  nuevos  inge- 
nios cada  día. 

Y  sin  más,  tuyo 

Feenanflor 


"op- 


UNA  ROMANZA 


(continuación) 

Eso  si:  el  soneto  no  era  un  modelo  de  inspira- 
ción ni  corrección  literaria,  pero  s(?  aplaudió,  y 
desde  aquella  noche  Fermín  quedó  bautizado 
con  el  adjetivo  de  j>oete  valdesareTw. 

Y  cuando  se  retiraron  todos  los  asistentes  á 
sus  respectivos  domicilios,  iban  tarareando  la 
romanza  Vorrei  moriré,  y  sospechamos  si  las  mo- 
léculas de  aire  de  Valdesar  se  convertirían  aque- 
lla noche  en  notas  de  Paolo  Tosti. 

SEGUNDA  PARTE 


El  vizconde  de  Malafama  era  uno  de  los  per- 
sonajes de  Valdesar.  Su  influencifv  era  mucha 
para  con  los  prohombres  del  partido  que  á  la 
sazón  regía  los  destinos  de  la  patria.  Había  sido 
elegido  dos  veces  diputado  nuestro  vizconde,  y 
se  prometía  serlo  la  tercera...  Estonces  sino  un 
detalle  de  poca  importancia  para  nosotros,  que 
no  hemos  de  votarle  ni  asistir  á  su  votación. 
Pasemos,  pues,  adelante,  y  prosigamos  el  curso 
de  nuestra  historia. 


n 


A  la  mañana  siguiente  de  la  velada  presen- 
tóse, vestido  á  la  gran  etiqueta,  como  diría  un 
traductor  chirle,  en  casa  de  Angelina. 

Hallábanse  en  ella  ésta  y  su  madre,  con  la 
que  vivía. 

La  escena  que  allí  tuvo  lugar  la  tomaría  un 
autor  dramático  para  un  primer  acto  de  expo- 
sición: 

El  vizconde. — Señoras... 

La  madre  de  Angelina. — ¡Oh,  señor  vizconde! 
(Con  ridiculas  cortesías.)  Tunto  honor... 

El  vizc. — El  honor  es  mío  al  venir  á  saludar 
en  su  hija  una  ftitura  gloria  valdesareña. 

Angelina. — Muchas  gracias. 

El  vizc. — No  las  merece:  es  sólo  plena  justi- 
cia á  su  artístico  mérito.  ¿Han  leído  ustedes  El 
Eco  de  hoyV 

Angelina  y  su  madre. — ¡No! 

El  vizc. — Oigan  ustedes  y  juzguen.  (Lee.)  «En 
el  conciei-to  celebrado  anoche  en  el  Casino  de 
Valdesar  á  beneficio  de  las  victimas  de  Andalu- 
cía, básenos  revelado  una  futura  gloria  de  esta 
hermosa  ciudad.  Nos  referimos  á  la  señorita  An- 
gelina C...,  que,  asi  en  el  aria  II  pensier  sta  negli 
oggeti  como  en  la  romanza  Vorrey  moriré,  puso 
de  relieve  sus  excepcionales  dotes  de  artista. 
Creemos  que  si  la  señorita  C...  no  se  duerme  so- 
bre los  laureles  anoche  conquistados  y  estudia 
con  entusiasmo  y  fe,  llegará  á  ser  una  de  nues- 
tras primeras  estrellas  en  el  arteUrico.»  Y  bien: 
¿qué  dicen  ustedes  á  esto? 

Ángel. — ¡Bah!  El  revistero  no  peca  de  duro... 

El  vizc. — No:  si  esta  es  la  opinión  de  toda 
Valdesar.  Créame  visted,  Angelina;  á  usted  le 
hacía  falta  un  año  de  Conservatorio... 

La  madre. — Pero  nosotras... 

El  vizc. — ¿Qué  va  usted  á  decir? 

La  nuidre. — Que  no  podemos... 

El  vizc. — Cornfi  quieran  si. 

La  madre. — ¿Y  basta  querer? 


El  vizc. — Querer  es  poder,  señora.  Si  ustedes 
quieren,  yo  me  encargo... 

La  madre. — ¿De  qué? 

El  vizc. — Do  procurarles  un  medio  de  sidisis- 
tencia  en  Madrid. 

La  madre  (con  dignidad). — ¿Sacrificarse  usted 
por  nosotras? 

¡Jamás! 

El  vizc. — No  me  han  entendido  ustedes. 

La  madre. — Expliqúese  usted,  pues. 

El  vizc. — A  eso  voy. 

No  desconocen  ustedes  cuánta  es  mi  influen- 
cia en  la  Diputación  de  la  provincia. 

Ángel. — Mucha. 

El  vizc. — Pues  bien:  yo,  el  vizconde  de  Mala- 


¡  Nada  de  eso ! 

Comprendo  perfectamente  que  es  un  proyecto 
mío,  que  tienen  ustedes  que  madurarlo  mucho. 
Yo  expongo  la  idea. 
Ustedes  la  meditarán. 

III 

Y  resultado  de  aquella  meditación  fué  que  no 
era  para  desechado  el  generoso  ofrecimiento  del 
vizconde  ex  diputado,  y  decidieron  aceptarlo, 
como  así  se  lo  dijeron  al  de  Malafama. 

No  tuvo  éste  más  tiempo  que  hablar  con  unos 
y  otros  diputados  para  que'  la  pensión  le  fuese 
concedida  á  Angelina,  á  la  cual  todos  la  señala- 
ban como  una  futura  étoile  del  arte  lírico. 


RETRATO    DE    UNA   JOVEN   (por  G.  Clausen) 


fama,  puedo  hacer  que  se  otorgue  á  ustedes  una 
subvención  para  qvie  la  señorita  Angelina  conti- 
núe sus  estudios  en  el  Conservatorio  de  Madrid. 

La  mad. — ¡Ah!  Eso  es  diferente  ya... 

El  vizc. — ¡Y  tan  diferente!  ¡Pues  qué,  seño- 
ras! ¿Me  juzgarían  ustedes  capaz  de...? 

La  mad. — Usted  dispense,  pero... 

El  vizc. — Nada  tengo  de  qué  dispensarles. 

Por  el  contrario,  comprendo  perfectamente 
que  me  lie  explicado  mal,  ó  por  lo  menos  no  he 
sabido  exponer  mi  pensamiento  como  debiera 
haberlo  hecho;  y  así... 

Conque  ustedes  decidirán.  Yo  tendría  una 
verdadera  satisfacción  y  un  orgullo  muy  legiti- 
mo en  poder  decir  algún  día,  que  en  la  medida 
de  mis  fuerzas  he  contribuido  á  hacer  de  Ange- 
lina una  grande  artista. 

Ang. — Muchas  gracias  por  su  buen  deseo,  se- 
ñor vizconde... 

Pero  usted  comprenderá  perfectamente  que 
no  es  éste  asunto  para  tomarlo  á  barato,  y... 

El  vizc. — Ni  yo  tampoco  ¡  líbreme  Dios  de  se- 
mejante pretensión!  voy  aponer  á  ustedes,  como 
vulgarmente  se  dice,  una  espada  al  pecho. 


¡Juzgúese  del  dolor  de  Fermín  al  tener  que 
resignarse  á  una  forzosa  separación  i 

Y  decimos  forzosa  porque  la  vocación  de  An- 
gelina era  decidida. 

Y  Fermín,  en  cambio,  era  pobre  para  im 
viaje  de  tal  empeño  entre  los  vecinos  de  Valde- 
sar, y  no  podía  pedir  subvención  de  ninguna  es- 
pecie. 

I  Ya  se  ve ! 

¡El  no  era  ninguna  maravilla  artística! 

¡Nadie  le  había  señalado  como  una  étoile! 

¡No  le  habían  llamado  Gayarre,  ni  siquiei-a 
Gayarrini ! 

Fermín  se  desesperaba  y  dábase  á  todos  los 
diablos. 

¡Ahí  era  nada! 

¡  Separarse  del  ser  adorado  por  nosotros  con 
verdadera  pasión ! 

Femiín  recordó  la  noche  de  la  famosa  vela- 
da, velada  de  tan  fatales  resultados  para  su 
amor,  y  la  maldecía  desde  lo  más  íntimo  de  su 
corazón. 

Manukl  Amor  Meilán 

(Se  coTUinuard) 


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758 


T.A  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


GIOVANETTA 


Las  meraiadas  españolas  al  mando  del  Gran 
Capitiln  Gonzalo  de  Córdoba  ocupaban  militar- 
mente el  reino  de  Ñapóles,  y  á  la  lucha  tenaz 
de  sangrienta  guerra  habíase  sucedido  una  paz 
risueña  qne,  aunque  cimentada  en  ruinas,  no 
dejaba  de  ser  deseada  por  italianos  y  espa- 
ñoles. 

Ñapóles  en  aquellos  tiempos  era  la  ciudad  de 
la  orgia  y  el  nido  predilecto  del  amor. 

Fiestas  contiiniadas,  galanteos  y  amoríos,  se- 
renatas y  torneos,  hacían  de  la  ciudad  un  nuevo 
janlin  de  Annida,  entre  cuyas  frondas  se  me- 
llaban las  espadas  toledanas  y  enmohecían  las 
moharras  de  aquellas  terribles  lanzas  que  la 
católica  Isabel  arrojara  poco  tiempo  antes  contra 
la  Hor  de  las  tro|)as  árabes. 

Alguna  vemh'ttii,  algún  resentimiento,  se  sol- 
ventaba en  las  sombras  de  la  noche,  y  no  era 


ciilunma  de  humo  ijuc  se  elcvaliti  del  \ f.'^ubid  y 
la  dorada  cintji  qne  el  .sol  ponií'nto  tUlmjaba  en 
el  mal',  cuando  un  grupo  compuesto  de  cuatro 
caballeros  penetró  bajo  el  emparrado  del  pórti- 
co, }•,  dando  golpes  sobre  la  mesa  con  el  pomo  de 
sus  puñales,  gritóle  con  toda  la  fuerza  do  sus 
jóvenes  plumones: 

—¡Aquí,  maese  Gambai-delli!  ¡Pronto,  ó  te  mo- 
lemos los  huesos  á  palos! 

Gambardelli  compuso  lo  mejor  que  pudo  su 
fisonomía,  dándole  el  aire  de  complacencia,  y 
acudió  al  llamamiento  haciendo  mil  zalemas  al 
tiempo  que  decía: 

— ¡Oh,  Excelencias!  ¿Qué  se  dignan  orde- 
narme? 

— Necesitamos  tina  buena  botella  de  lacrima, 
un  pastel  de  liebre  de  los  que  tanta  fama  os  han 
conquistado,  más  otro  par  de  botellas  del  más 
añejo  y  más  puro  que  guardes  entre  tus  vinos. 

— Al  momento,  monseñor  Hugo  de  Alenza, 
flor  y  nata  de  los  alféreces  españoles. 

— ¡Bravo,  maese! — contestó  otro  de  los  co- 
mensales.— Así  sabéis  sei-vir  un  delicado  plato 


Joyas  del  arte  fiorentino  antiguo 
Cristo  rodeado  de  ángeles  en  medio  de  los  bienaventurados  (cuadro  de  Fra  Angélico) 


raro  oir  después  del  toque  de  queda  el  chasquido 
de  los  aceros  que  tras  la  esquina  de  una  calle- 
juela ventilaban  cuestiones  de  amor  ó  de  juego, 
alumbrados  por  el  farolillo  agonizante  del  humi- 
lladero de  alguna  Madona,  ó  el  ahogado  grito 
del  que  caía  ante  el  puñal  de  los  rufianes,  ávi- 
do» del  oro  que  guardaba  una  escarcela,  ó  de 
la  joj-a  que  brillaba  en  el  pecho  del  noble. 

Si  al  día  siguiente  no  se  hubiese  visto  levan- 
tar el  cadáver,  ó  lavar  la  .sangre  que  .salpicaba 
los  muros  de  las  casas  donde  el  ti'ágico  suceso 
habíase  desarrollado,  nadie  creería  que  en  aque- 
lla hermosa  ciudad,  donde  á  todas  hoi-as  sonaba 
el  bandolín  del  trovador  y  el  alegre  murmullo 
de  las  danzas,  la  muerte  silenciosa  cobraba  su 
tributo  entre  el  ocaéo  y  el  orto  del  sol. 

Entre  las  hosterías  que  de  más  fama  gozaban 
en  Ñapóles  por  aquella  época,  había  una  situada 
en  lo  que  hoy  es  el  puerto  y  que,  en  descomunal 
muestra  llena  de  adornos  de  colores,  exhibía  una 
figura  (jue  asi  ¡)odía  representar  un  gato  como 
un  león  ú  otro  animal  fantástico,  bajo  el  cual  la 
mano  del  pintor  había  trazado  el  siguiente  rótu- 
lo en  tinta  roja:  La  gata  blanca.  Hostería  del 
gignor  Francesco  Gambardelli. 

La  gata  blanca  era,  no  sólo  el  punto  donde  se 
servían  mejores  licores  y  comidas,  sino  el  sitio 
de  reunión  que  frecuentaba  la  nobleza  de  los 
tercios  españoles,  gente  que  bebía  bien  y  pagaba 
mejor.  Por  esta  causa  el  signar  Gambardelli,  que 
usaba  este  antenombre  por  pertenecer,  según  él 
afirmaba,  á  una  noble  y  antigua  casa  de  Roma, 
no  consentía  que  pisaran  su  establecimiento  ni 
los  soldados  de  los  tercios,  ni  los  pescadores  de 
la  rada,  ni  la  multitud  de  condotieri  que  pulu- 
laba por  todas  partes  ofreciendo  al  mejor  postor 
la  hoja  de  su  espada  ó  la  punta  de  su  puñal. 

Sentado  se  encontraba  el  buen  hostelero  á  la 
puerta  de  su  establecimiento  viendo  la  negra 


como  retener  nombres  en  vuestra  asombrosa 
memoria.  Y  para  que  en  adelante  guardéis  uno 
más,  sabed  que  este  bravo  capitán  que  nos  acom- 
paña es  el  noble  y  rico  señor  de  Aleándote,  niies- 
tro  querido  compañero  y  amigo  D.  Eernán  Al- 
varez  de  Toledo. 

— ¡Oh,  Excelencia! — volvió  á  decir  Gambar- 
delli haciendo  una  profunda  reverencia. 

— Pronto,  maese:  esas  botellas  y  ese  pastel, 
que  nos  morimos  de  hambie, — dijo  Hugo  de 
Alenza. 

Gambardelli  desapareció,  mientras  un  doncel, 
casi  un  niño,  que  no  obstante  su  poca  edad 
lucía  en  su  pecho  la  cadena  de  caballero,  decía 
á  D.  Fernán: 

— ¿Y  qué  os  parece  la  ciudad,  amigo  mío? 

— Admirable,  querido  Gome,  admirable.  Y 
ahora  que  de  esto  se  habla,  he  de  contaros  un 
suceso  que  me  ocuitíó  anoche  por  andar  de  calle 
en  calle  sin  conocer  la  población. 

— ¡Contad,  contad! — gritaron  todos  agrupán- 
dose cuanto  podían  á  la  mesa. 

— No  sé  deciros  dónde,  ni  la  hora  precisa: 
sentía  ardor  en  las  sienes,  la  cabeza  pesada, 
quizás  por  el  calor  del  camino,  ó  por  haberla 
traído  desde  Milán  encerrada  en  la  maldita  gar- 
zota, que  Dios  confunda;  y  pocas  ganas  do  acos- 
tarme sin  haber  visto  algo  de  esta  famosa  Ni'»- 
poles,  de  quien  tanto  haljía  oído  hablar.  La  hora 
de  la  ffieda  había  sonado  hacía  tiempo,  cuando  al 
volver  de  una  calle  me  encohtré  detenido  por 
dos  rufianes  que  espada  en  mano  me  exigían  ali- 
gerase mi  bolsa  y  aumentase  el  peso  de  la  suya. 
Me  hice  á  un  lado,  desnudé  el  acero  y  cerré 
contra  ellos  repartiendo  cintarazos;  mas  los  que 
yo  había  creído  dos  so  convirtieron  en  sois,  y 
en  Dios  y  en  mi  ánimo  que  me  hnV)ieran  dado 
un  mal  rato  si,  aVjriéndoso  do  pronto  una  puerta 
que  me  resguardaba  la  espalda,  no  me  hubiera 


sentido  ari'astrado  al   iiitoi'ioi'   y   \'isto   cerrarso 
ante  luis  ojos  sus  postigos. 

Trémula  luz,  qiuv  brotaba  de  una  lámpara  de 
cobre  puesta  sobro  un  bloque  de  piedra,  me  hizo 
apreciar  mi  situación  y  los  detalles  del  sitio 
donde  me  encontraba. 

Ei'a  una  cueva,  ima  verdadera  cueva;  habi- 
tada, no  por  duendes  y  trasgos,  sino  por  una  be- 
llísima niña  que,  medio  sumida  en  éxtasis,  fijaba 
en  mí  sus  ojos  de  fuego. 

Aquella  hada,  aquella  delicada  mozuela,  me 
había  salvado,  y  traté  de  pagar  su  generosa  ac- 
ción entregándole  el  joyel  de  mi  gorra. 

— Guardad,  señor  caballero, — me  dijo  en  una 
graciosa  jerga  italoespañola, — esa  joya  qiie  me 
deshonraría  y  acaso  os  deshonrase.  No  necesito 
de  nada,  ni  con  J03'as  se  pagan  todos  los  ser- 
vicios. 

—Sin  embargo,  me  habéis  salvado  de  una 
muerto  cierta... 

— He  cumplido  con  mi  dobor. 

— Creed,  niña,  que  mi  gratitud  no  tendrá  lí- 
mites; pero  dignaos  aceptar... 

— Lo  primero  sí,  con  orgullo:  lo  segundo  de 
ningún  modo. 

— Decidme  al  menos  vuestro  nombre,  y  sepa 
j'o  de  una  vez  á  quién  he  de  llamar  en  mis  re- 
cuerdos. 

— Soy  Giovanetta,  señor;  Juanita,  como  decís 
en  vuestro  idioma. 

— Pues  bien,  Juanita:  sois  adorable:.. 

— Una  pobre  niña  nacida  enti'e  el  fango  do 
las  calles,  sin  patria,  sin  hogar...  una  floi-  que 
pasa  y  se  deshoja  bajo  el  pie  de  cualquiera. 

— ¿Tan  pobre  sois? 

— ¡Oh,  no  tanto!  Es  verdad  que  vivo  de  mi 
trabajo,  ora  vendiendo  pescados  por  las  calles 
do  Ñapólos,  ora  cantando  por  las  hosterías,  ora 
sirviendo  á  las  damas  como  camarista...  pero 
tengo  una  riqueza  inmensa:  mi  honradez. 

— ¿Sois  española? 

— No  lo  sé:  ¿y  vos? 

— Si:  soy  paje  de  vm  caballero  e.spañol,  y  me 
llamo  Fortún. 

Comprenderéis,  mis  queridos  amigos,  el  por 
qué  de  mi  inocente  mentira:  necesito  apoderarme 
del  corazón  de  Juanita,  y  siendo  noble  y  caba- 
llero rebajaría  mi  nivel  hasta  olsnj'o,  ó  le  haría 
aspirar  á  ima  unión  imposible. 

— ¡Qué  bueno  debo  ser  eso  de  vivir  en  gran- 
des palacios,  Fortun! — me  dijo. 

— ¿Lo  desearíais? — pregunté. 

— Sí  y  no:  sí,  por  ostfTf  al  lado  vuestro...  no, 
porque...  porque  estoy  mejor  aquí  en  esta  pobre 
cueva  que  la  caridad  me  da  como  virginal  ca- 
marín. 

"  Os  hago  gracia  del  rosto  de  la  escena:  manos 
que  se  osti'ochan,  promesas  que  se  cruzan,  chi- 
rrido de  una  puerta  que  se  abre,  y  un  beso  ro- 
bado en  la  mejilla  más  tersa,  más  fresca  y  más 
linda  que  ol  pillo  do  Fortun,  paje  de  un  gran 
caballero,  pudo  soñar  en  su  vida.- 

— ¡Bravo,  D.  Fernán! — gritó  Alenza. 

— ¡Admirable! — contostaron  otros. 

— ¡Os  propongo  una  copa  do  lacrima  á  la  me- 
moria do  Giovanetta! — exclamó  ol  adolescente 
D.  Gome  do  Quirós. 

— Sea  como  gustéis,  mis  amigos. 

Y  llenando  las  copas,  levantó  la  suya  Alenza 
de  Toledo,  diciendo  entono  solemne: 


Por  la  hermosa  Giovanetta! 


• — ¡A  su  salud! - 


-gritaron  todos;  mientras  Gam- 
bardelli murmuraba: 

— ¡Pobre   niña!    ¡Ha   ido   á    meterse   en   las 


fauces   del   lobo! 

ragazza! 


Yo   velaré 


por 


la   hermosa 


II 


Giovanetta  continúa  su  vida  errante,  por  las 
calles  de  Ñapóles;  poro  ni  on  sus  mejillas  luco 
aquel  aterciopelado  carmín  que  hacia  la  desespe- 
ración de  las  elegantes  napolitanas,  ni  sus  ras- 
gados ojos  negros  sustentan  aquella  mirada  viva, 
penetrante,  que  á  un  tiom|)o  causaba  delirio  do 
poseerla  y  temor  de  recibii'la. 

Sombras  del  alma,  las  más  tristes,  las  más 
negras  de  todas  las  sombras,  han  tendido  por 
debajo  de  aquellas  órbitas  el  violado  círculo  de 


las  penas,  y  la  infeliz  ragazza  doblega  su  ciutura, 
aiiíxís  tan  esbelta,  como  se  dobla  el  tieino  mim- 
bre ante  la  brisa  más  tenue. 

Ya  se  lo  decía  Ganabardelli: 

— Desconfia,  Giovanetta:  nada  hay  en  el 
mundo  más  malicioso  que  un  paje,  ni  menos 
consecuente  que  un  escudero. 

Pero  la  inocente  niña  medía  á  su  amanto  por 
su  propio  corazón,  y  creía  en  Fortún  como  las 
almas  sencillas  creen  lo  que  se  desea  hacerles 
creer. 

Por  fin  cayó  do  sus  ojos  la  venda. 

El  enamorado  Fortún  era  un  noble  español 
de  la  más  alta  alcurnia,  y  la  puertecita  de  la 
callejuela  no  volvió  á  abrirse  más  para  él. 

Giovanetta  palideció  3'  cayó  enferma. 

^;Qué  flor  delicada  no  se  marchita  y  muPre 
cuando  falta  á  su  raíz  el  jugo  que  le  da  vidaV 

Luchó  su  enérgica  naturaleza  contra  la  enfer- 
medad, y  logró  vencerla...  pefo  ¡ay!  ¡dejando 
su  ponzoña  en  el  corazón! 

Siete  meses,  siete  siglos  pasaron  pai'a  ella  sin 
haber  visto  aquella  imagen  que  veneraba  en  el 
fondo  de  su  alma,  el  objeto  de  su  inextinguible 
amor.  Fernán,  ó  Fortún,  como  ella  le  llamaba  á 
svis  solas,  habíala  olvidado  como  cosa  qvie  pasa, 
como  hoja  de  árbol  que  arrastra  el  viento. 

Ün  día  llegó  á  La  gata  blanca  á  ofrecer  á 
Gambardelli  unos  pescados,  y  allí  oyó  vaga- 
mente rumores  que  sin  saber  por  qué. se  clavaron 
en  su  pecho  como  agudas  espadas. 

Munnurábase  por  los  bebedores  acerca  de  un 
misterioso  crimen  cometido  la  noche  antes  en  la 
persona  de  un  caballero  español  que  liabía  caído 
al  pie  de  luia  reja  acribillado  á  puñaladas.  De- 
cíase que  el  herido  era  objeto  preferente  de  las 
atenciones  de  una  alta  dama,  y  que  un  rival  des- 
deñado había  preparado  contra  él  una  vendetta 
terrible.  Se  hablaba  de  heridas  incurables,  do 
armas  envenenadas,  y  Giovanetta  salió  de  la 
hostería  decidida  á  saberlo  todo. 

Cándida  y  sencilla,  tenía  en  su  corazón  todas 
las  supersticiones,  todas  las  creencias  de  la 
época  y  del  país,  y  pronto  adoptó  su  partido. 

En  el  promedio  de  la  montaña  que  corona  el 
cráter  del  volcán  habitaba  una  hechicera,  una 
maga  cuya  fama  era  universal:  la  tenebrosa 
cueva  que  de  refugio  le  servía  era  visitada  con 
frecuencia,  3'a  por  el  mísero  pescador  de  la  ba. 
hia,  ya  por  el  encopetado  magnate  de  la  Chiagia, 
y  á  ella  se  diiigió  llena  de  fe  y  con  su  alma  an- 
helante de  esperanza. 

La  maga  era  una  anciana  que,  á  juzgar  por 
restos  que  el  tiempo  había  respetado,  debía  ha- 
ber poseído  excepcional  belleza.  Sophora  era 
judía,  y  nadie  podía  decii-  de  dónde  había  ve- 
nido, quién  la  iniciara  en  los  secretos  de  la  ma- 
gia, ni  cómo  ó  cuándo  había  elegido  su  habita- 
ción en  la  montaña. 

— Sephora, — le  dijo  Giovanetta; — he  venido 
á  consultarte  un  asunto  de  grande  interés  para 
ini;  pero  soy  pobre... 

—Habla. 
-  Es  el  ca.so  que  no  podré  pagar  tu  trabajo. 

— Y  ¿qué  te  importa  si  te  digo  que  hables, 
niña  mía'? 

Giovanetta  creyó  de  buen  augvirio  las  pala- 
bras de  la  vieja,  y,  dejándose  llevar  de  un  pri- 
mer impulso,  coi-rió  hacia  ella,  abrazóse  á  su 
cuello,  é  imprimió  sonoro  beso  en  sus  mejillas. 

La  maga,  sorprendida,  dejó  oir  un  suspiro 
profundísimo,  mezcla  de  satisfacción  cumplida 
y  de  dolor  por  largo  tiempo  contenido,  y  to- 
mando entre  las  suyas  las  manos  de  la  joven 
exclamó: 

— ¡Me  has  besado!  Has  besado  á  la  maldita, 
á  la  repugnante  judía  (jue  todo  el  mundo  des- 
precia, que  todo  paje  apalea...  ¡Bendita  seas  por 
siempre  y  para  siempre!  Cuéntame  tus  cuitas, 
nada  me  ocultes:  quizás  pueda  servirte  en  algo. 

— Pues  bien,  Sephora:  necesito  que  me  digas 
quién  fué  herido  anoche  al  pie  de  una  reja. 

Sejjhora  murmuró  ininteligibles  palabras,  avi- 
vó la  llama  de  moi-ibunda  hoguera  que  á  su  lado 
vacilaba,  ji  contestó: 

— D.  Feí-nán  Alvarez  de  Toledo,  ó  el  escudero 
Fortún. 

Giovanetta  exhaló  un  supremo  grito  de  an- 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 

gustia,  y  llevándose  la  mano  al  corazón  friiUr. 

— ¡Más  aún!  ¡Más,  Sephora,  por  cuanto  ames, 
por  cuanto  hayas  amado  en  el  mundo! 

— Cayó  bajo  el  puñal  de  un  asesino  cuando 
esperaba  la  cita  de  su  prometida  esposa  la  con- 
desa de  Castiglioni. 

— ¡Oh!...  Sigue. 

— El  puñal  estaba  envenenado,  y  es  muy  di- 
fícil que  sane  de  sus  heridas. 

— ¿Por  qué,  SephoraV 

— Porque  para  ello  es  preciso  que  una  per- 
sona que  le  ame  mucho,  que  no  tenga  mancha 
alguna  en  su  pureza,  se  decida  á  hacer  en  su 
obsequio  un  precioso  sacrificio. 

—¿Cuál? 

— Es  preciso  que  deje  correr  su  sangre  unos 
cuantos  minutos;  qu  en  viuagí  e  fuerte  disuelva 
una  perla  negra;  y,  mezclada  esta  disolución  con 
aquella  sangre,  la  infiltre  gota  á  gota  en  las  he- 
ridas. 


759 


estallaba;  y  no  obstante  su  continuado  trabajo 
ni  se  le  ocurría  una  idea,  ni  acertaba  á  coordinar 
un  pensamiento. 

De  pronto  so  irguió. 

A  poca  distancia  resonaban  las  espuelas  de 
un  caballero. 

— Mi  vida  es  poco,  muy  poco,  por  la  suya... 
¡Ha.sta  mi  honra...  sí!  ¡Hasta  mi  honra!  -  dijo. 

Y  salió  al  encuentro  del  desconocido,  inten- 
tando, aunque  con  poca  seguridad,  hablarle  el 
lenguaje  del  amor. 

El  caballero  la  oyó  primero  con  indiferencia, 
después  con  lástima  y  más  tarde  con  interés. 

Sobre  su  mano  desnuda  había  caído  una  can- 
dente lágrima...  jNo  de  la  Magdalena  que  se 
arrepiente,  sino 'de  la  mártir  que  muere! 

La  llevó  delante  de  un  farolillo  que  aliimliraba 
á  una  imagen  de  la  Madona,  y  allí,  con  exquisito 
tacto,  hízole  confesar  el  por  qué  de  aquella  lii- 
grima. 


Joyas  del  arte  florentino  antiguo;  La  batalla  de  San  Egidio  (cuadro  de  Fiiolo  rcello) 


— ¡Gracias,  Sephora!  ¡Que  Dios  te  guarde  y 
pague  tu  consejo! 

— ¿Dónde  vas,  mi  querida  Giovanetta? 

— A  cumplir  con  mi  deber, — exclamó  la 
pobre  niña  corriendo  hacia  la  falda  de  la  mon- 
taña. 

Y  jadeante,  cubierta  de  sudor,  con  sus  des- 
nudos pies  llagados  por  las  asperezas  de  las 
i-ocas,  llegó  á  La.  cjata  blanca,  llamó  á  Gambar- 
delli y  le  hizo  la  confidencia  de  sil  extraña 
visita. 

El  buen  hostelero  era  supersticioso  como  todo 
italiano,  y  creyó  á  ojos  cerrados  en  la  eficacia 
de  esta  medicina;  mas  existía  una  dificultad  in- 
superable, y  era  la  falta  de  dinero.  Comprai'  una 
jifrla,  y  una  perla  negra,  era  casi  tentar  un  im- 
posible, por  lo  cual  aconsejó  á  la  desolada  Gio- 
vanetta que  creyese  un  sueño  cuanto  había 
pasado  y  dejase  á  D.  l'ernán  en  brazos  do  su 
suerte. 

No  obtuvo  contestación. 

La  niña  había  salido  de  la  hostería  y  volaba 
hacia  la  ciudad  en  busca  de  lo  que  no  podía  en- 
contrar. 

Dos  días  anduvo  errante  de  calle  en  calle,  de 
puei'ta  en  puerta,  implorando  una  limosna,  un 
préstamo,  un  dogal  de  esclavittid,  cualquier  cosa 
que  le  diese  el  oro  que  necesitaba,  y  sólo  con- 
siguió juntar  iin  miserable  puñado  do  la  moneda 
más  ínfima.  Para  mayor  tormento  suyo  había 
visto  en  la  cristalera  de  un  judío  magin'ficas 
perlas  negras,  por  la  menor  de  las  cuales  le 
pedían  seis  doblas  de  oro,  é,  incitada  á  su  vista 
como  al  hidrópico. incita  el-  agua,  su  delirio  ha- 
bía Uegado  al  último  ex'tremo. 

Llegó  la  noche  del  tercer  día,  día  de  fiestas  y 
de  algazara  en  la  población. 

Giovanetta,  medio  tendida  en  el  hueco  de  una 
puerta,  oprimía  entre  sus  níanos  el  cráneo,  que 


Momentos  después  Giovanetta  oprimía  entre 
sus  manos  aquellas  doblas  que  le  eran  tan  que- 
ridas, y  respiraba  sintiéndose  pura  y  sin  man- 
cha. 

Y  en  la  soledad  de  su  mísero  albergue,  ha- 
ciendo de  bisturí  una  tijera  y  de  cirujano  su 
propio  corazón,  abrióse  una  vena,  y,  al  compás 
de  la  sangre  que  caía  en  un  vaso,  sus  ojos  se 
entornaron  y  rodó  sobre  el  suelo  desmayada. 

¿Qué  pasó  después? 

Gambardelli,  que  la  vigilaba,  la  encontró  espi- 
rante, vendó  su  herida,  la  reanimó  con  el  calor 
de  su  tabardo,  y  al  día  siguiente  Giovanetta  ve- 
laba al  moribundo  D.  Fernán  y  le  administraba 
la  medicina  de  la  maga  del  Vesubio. 

Y  D.  Fernán  curó,  quizás  por  efecto  de  aque- 
lla droga  á  tanta  costa  comprada,  quizás  debido 
á  su  robusta  naturaleza;  pero  al  ver  á  su  lado  á 
la  infeliz  abandonada,  al  saber  por  Gambardelli 
el  secreto  que  Giovanetta  le  había  ocultado  á 
pesar  de  sus  ruegos  y  aun  de  sus  amenazas, 
tomó  su  partido,  y  un  día,  en  que  la  napolitana 
preparaba  su  cesto  para  salir*  al  mercado  en 
busca  de  trabajo,  numeroso  cortejo  de  pajes  y 
escuderos  llegó  á  su  puerta  precediendo  á  los 
ilustres  vai'ones  españoles  á  quienes  hemos  pre- 
sentado al  principio  de  esta  leyenda,  los  cuales 
en  ricas  bandejas  de  oro  traían  soberbias  pre- 
seas y  regalos. 

Tras  de  ellos,  llevando  á  un  lado  á  Gambaí'- 
delli  y  al  otro  al  noble  Quirós,  como  su  más  in- 
timo, apareció  Fernán  Alvarez  de  Toledo,  con- 
yaleciente  aún  de  su  penosa  enfermedad. 

Alenza  se  adelantó  á  la  puerta,  descubrió  su 
cabeza  y  dijo  á  Giovanetta: 

— Permitid,  señora,  que  como  indigno  em- 
bajador de  tin  ilustre  amigo  os  pida  para  él 
la  honra  de  concederle  vuestra  mano  do  e.s- 
pcfsa. 


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7H-2 

Giovauetta  le  miraba^tóuita  y  sin  acertar  á 
pronmiciar  nna  sílaba. 

Fernán  Alvarez  llegó  hasta  ella,  la  tomó  de 
la  mano  y  dijo: 

— Til  sangre  se  ha  mezcladlo  con  la  mia:  ¿que- 
mis  separarla  de  mis  venas?  ¿Neganis  á  Fortiiu 
el  esouilero  la  dicha  de  llamarte  su  esposa? 

— Xo  soy  digna  de  vos,  caballero;  estoy  man- 
chada del  vicio... 

— ¡Jnro  á  Dios  que  no! — gritó  Alenza  llevan- 
do su  mano  á  la  cruz  de  la  espada: — Yo  fui, 
señora,  quien 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


por  maullos  de  sus  ¡ispectos  ú  la  categoría  de 
las  obras  que  estudia  Lombroso  en  los  casos  te- 
ratológicos  que  ofi-ecen  la  grafomanía  como 
campo  de  observación.  Si  esto  puede  parecer 
exagerado  respecto  de  algunos  partidarios  de  la 
nueva  escuela,  uo  lo  es  ni  siquiera  en  apariencia 
tocante  á  muchos  de  ellos.  El  simbolismo  no  es 
la  exageración  de  la  poesía  de  Baudelaire,  como 
pretende  algún  crítico  francés:  es  sencillamen- 
te, y  sin  más  que  dejar  en  salvo  el  talento  de 
algún  simbolista  que  no  se  sab«  por  |quó  capri- 


nes,  como  los  mismos  titiriteros  que,  auto  una 
competencia  desconsoladora,  se  entregan  á  la 
desesperación  del  salto  mortal  y  del  equilibrio 
iniposil)le,  y  llegan  á  inventar  modos  inauditos 
para  colgar  la  vida  de  un  cabello,  y  acaban  por 
cortar  el  cabello.  Los  literatos  que  buscan  á  toda 
costa  el  buen  éxito,  hacen  eso,  ya  se  sabe;  pero 
la  gi'acia  de  la  critica  consiste  en  distinguir  en- 
tre el  j)olire  diablo  que  btisca  un  pedazo  de  pan 
dando  dos  vueltas  por  los  aires  y  el  escritor  ver- 
dadero   que   obedece,  al   marchar  por  camino 

desusado  ,    á 


os  dio  las  do- 
blas aquella 
noche,  y  ni 
el  menor  há- 
lito de  im- 
pureza som 
breó  vuestra 
frente. 

Lloraba  en- 
tretanto Gio- 
vanetta,  y  Al 
varez  de  To- 
ledo había 
caído  á  sus 
pies,  mien- 
tras en  su  fa- 
vor interce- 
dían Quin'is  y 
Gambardelli. 

La    niña 
abandonada   cayó   por  fin  en 
sus  hrsizo.s,  murmurando: 

—  ¡  Perdonadme ,  señor  \ 
dueño  mío! 

— ¡Perdóname  t«,  alma  de 
mi  alma,  que  durante  tanto 
tiempo  haya  tenido  ciegos  mis 
ojos!  Condesa  de  Castiglioni: 
rica  eres,  y  nada  hiciste  j)or 
mí;  Giovanetta:  pobre  eras,  y 
mo  diste  cuanto  podías  darme, 
tu  sangre.  (Juisiste  ajmrar  el 
CJtliz  del  sacrificio  apelando  pe  r 
mi  vida  á  la  deshonra...  ¡Qué 
menos  puedo  hacer  que  dar 
honra  y  vida  por  Giovanetta! 

A.  Pabria  Serrad.x 
^, 

LECTURAS 


REPRODUCCIÓN   EN   FACSÍMILE  DE  LOS  TAPICES  DE  BAYEUX 


El  rey  Haroldo,  jefe  de  los  ingleses,  y  sus  compañeros  cabalgan  hacia  la  iglesia  de  Boshiam 


De  cómo  el  rey  Haroldo 


navegando  por  la  mar, 
del  conde  Cuy 


llegó  á  las  tierras 


BAUDELAIRE 


(1) 


(COXCLDRIi 


De  cómo  el  rey  Haroldo  recibe  juramento  á  Guillermo  y  parte  para  Inglaterra 


Al  antor  de  las  Flores  del  mal  se  le  quiere 
hacer  res|Kmsable,  en  gran  part<í,  de  los  extra- 
víos de  los  famosos  simbolistas  que  hacen  en  la 
actualidad  algún  ruido  desde  París;  pero  seme- 
jante acusación  es  de  todo  punto  infmulada, 
como  puede  ver  el  que  se  tome  el  trabajo  de 
mirar  de  cerca  lo  que  pretenden  y  hacen  los 
siniU>listas,  que  llegan  al  absurdo  grotesco  á 
las  primeras  de  cambio.  Ningún  hombre  de 
gran  talento,  de  vigorosa  originalidad  verdade- 
ra, puede  ser  cómplice  de  semejantfís  extrava- 
gancias, donde  lo  que  más  se  luce  es  una  apti- 
tud singular  para  la  incoherencia  lógica,  que 
viene  á  ser  la  manía  fija.  El  simbolismo  ha  lle- 
gado, en  poder  de  algunos  de  sus  más  ardientes 
defensores,  á  lo  mismo  que  llegó  entre  nosotros 
el  famoso  Estrada,  el  del  Fish/n  y  los  Pentacrós- 
ticos,  y  á  donde  llegó  Passanante  en  Italia,  y  á 
donde  acaso  llegue  también  el  Sr.  Camila  si  "in- 
siste en  disolver  el  universo  en  pareados  de 
arte  ateoor  y  mayor.  El  simlMÜsmo  pertenece 


'P    Hn  el  «rticiilo  anterior  ntim.  253,  te  deben  rectificar 
'    •    (mjtlMta,  en  vez  de  Im- 
'  ;i  vez  <lc;  pftr  entrar  en  la 
l'ara  fX  (¡tir  (¡ulrrr. 


cho  insiste  en  serlo,  una  payasada  tétrica,  que 
inquieta,  que  marea,  producto  de  algunos  inge- 
nios mediocres  y  de  muchos  nulos.  Estos  últi- 
mos no  sólo  están  en  mayoría  en  tal  secta,  sino 
que  dan  el  tono  á  la  retórica  nueva  y  le  hacen 
tomar  un  aspecto  de  charada,  logogrifo  y  labe- 
rinto poético,  que  denuncia  desde  luego  el  arte 
del  matoide  de  pluma.  En  otro  articulo,  indepen- 
diente de  éstos,  pienso  hablar  del  simbolismo 
para  decir  de  él  lo  poco  bueno  que  se  puede  de- 
cir y  lo  mucho  malo  que  merece,  y  por  eso  no 
insisto  ahora  en  demostrar  mi  ruda  censura. 
Pero  importa  desde  luego  hacer  constar  que 
sólo  espíritus  muy  limitados,  que  confunden  la 
originalidad  con  el  prurito  ridículo  y  grotesco 
de  la  novedad  llamativa  y  tintanuirresque,  pue- 
den sostener  que  es  responsable  de  las  parado- 
jas é  hipérboles,  sofismas  y  disparates  de  cier- 
tos jóvenes,  la  extraña  personalidad  literaria 
que  revelan  las  Flores  iM  mal,  digna  de  sor  en- 
tendida por  quien  no  atiendo  á  lo  nuevo  y  ori- 
ginal por  absurdo  y  atrevido,  pero  tampoco  lo 
desprecia  por  su  novedad  y  atrevimiento  mis- 
mos. Ya  se  sabe  que  en  nuestros  tiempos  mul- 
titud de  autores  aspiran  á  llamar  la  atencién 
por  medio  de  rarezas  y  esfuerzos  y  dislocacio- 


su    tempera- 
mento extra- 
ordinario    y 
de  caracteres 
singulares, 
no  á  las  su- 
gestiones del 
hambre  ó  de 
la    vanaglo- 
ria... En  Bau- 
delaire    se 
puede  leer 
entre     líneas 
toda  una  me- 
tafísica ;    por 
lo  menos  hay 
allí   un    poe- 
ta que  ve  y 
siente    á    su 
m  o  d  o     los 
fundamentales     principios 
de  la  realidad  en  cuanto  com- 
pete á  nuestra  vida:  hace  pen- 
sar en  cosas  grandes,  nos  con- 
mueve piMÍundamentrO   y  nos 
lleva  á  las  regiones  de  los  en- 
sueños graves  y  á  los  domi- 
nios de  esa  idealidail  que  está 
por  encima  de  las  diferencias 
de  idealismos  y  realismos,  que 
es  necesario  ambiento  do  todo 
espíritu  que  no  esté  adoi'ine- 
cido  por  el  vicio  más  bajo  ó  la 
ignorancia  más  grosera.   Des- 
pués de  leer  las  Flores  del  mal, 
cualquier  hombre  de  regular 
sentido  y  de  buena  fe  declara 
que    ha   estado   comunicando 
poéticamente  con  un  espíritu 
elevado,  con  una  conciencia  de 
las  escogidas. 

Se  ven  los  defectos  del  pen- 
sador, del  artista;  se  reconoce 
que  no  es  desapasionado,  que 
no  tiene  la  abnegación  estéti- 
ca entre  los  dones  de,  su  inge- 
nio, ipie  mira  el  mundo  á  tra- 
vés del  egoísmo;  se  nota,  en  la 
manera  de  exornar  las  visiones 
poéticas,  cierta  monotonía  que 
nace  delvigoroso  sistemado  producir  siempre,  en 
breves  poesías  plásticas,  cuadros  y  más  cuadros, 
ya  psicológicos,  j'a  naturales,  ya  compuestos;  se 
echa  de  monos  algo  de  lo  que  nos  dan  con  ex- 
ceso po(!tas  anteriores,  en  que  la  poesía  dege-. 
ñera  en  discurso,  y  la  corriente  rítmica  se  des- 
borda y  llega  á  causar  otra  monotonía:  la  de  las 
pamjias  inundadas;  se  advierte  que  no  pídsa 
muchas  cuerdas  el  autor  de  tantos  y  tantos  mo- 
delos de  corrección  y  exactitud,  de  concisión  y 
facilidad  graciosa;  jiei'o  á  pesar  de  tales  sorpresas, 
y  aun  de  otras,  subsiste  siempre  la  idea  de  que 
se  ha  tenido  enfrente  á  uno  de  los  pocos  seme- 
jantes que  tenían  algo  nuevo  por  contarnos  y 
que  sabían  decirlo  de  mía  manera  agradable, 
original  y  ¡)ropia. 

En  cambio,  en  tantos  y  tantos  poetas  medio- 
cres como  se  presentan  con  ciertas  sorpresas  de 
lenguaje  y  tal  ó  cual  sofisma  estético  más  ó 
menos  recalentado,  en  vano  buscamos  una  sus- 
tancia que  revele  el  hombre  notable,  el  pensador 
original,  fuerte,  ó  el  alma  que  ha  pasado  por 
sentimientos  de  vigor  extraoi'dinario  ó  de  una 
ternura  excepcional  y  comunicativa:  muchachos 
y  más  muchachos,  masó  menos  listos,  todos  llenos 
de  esas  ventajas  que  la  vida  refinada  de  ci(n-tos 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


763 


centres  facilitii  á  cu;ilqHÍcríi,  iiivi'iitaii  iiovediules 
vulgares,  pusino.s  de  un  día,  uuitoria  pai'ii  el 
hastio  del  siguiente;  y  eso  es  todo. 

Asi  como  Zola  no  es  responsable  de  las  me- 
nudencias insulsas,  ó  soeces  ó  groseras,  que  nos 
han  contado  tantos  y  tantos  prosistas  moderní- 
simos franceses  y  españoles,  Baud'elaire  no  es 
tampoco  responsable  de  las  caricaturas  que  con 
intención  ó  sin  ella  se  han  hecho  de  su  manera 
y  de  la  índole  de  su  ingenio. 

Hoy  no  cabe  hacerle  ascos 
por  sus  atrevimientos,  pues 
en  este  punto  multitud  de  es- 
critores en  verso  y  en  prosa  le 
han  dejado  atrás;  sus  admira- 
dores tampoco  deben  recomen- 
darle por  las  excelencias  do 
sus  paradojas  de  idea  y  de  ex- 
presión, pues  también  en  esto 
le  han  puesto  algunos  el  pie 
delante:  hoy  Baudelaire  sigue 
siendo  digno  de  ser  leído,  por- 
que su  nota  característica  lle- 
ga al  corazón  y  embelesa  ol 
sentido  como  los  otros  grandes 
autores  que  nunca  fueron  ad- 
mirados por  sorprendentes, 
extraños  y  excéntricos.  Cuan- 
do una  medianía  discurre  al- 
guna diablura  inaudita,  otra 
medianía  mlís  diabólica  viene 
á  haberle  pasar  á  la  categoría 
de  un  alma  de  Dios  anticuada 
merced  al  descubrimiento  de 
alguna  otra  zapateta  artística. 
Esto  sucedo  hoy  con  simbolis- 
tas, disidentes,  instnunentis- 
tas,  prerafaelLstas,  csteticistas, 
deliquescentes,  etcétera,  etc.: 
la  extiavagancia  borra  la  ex- 
travagancia. Pero  á  Baudelai- 
re no  hay  que  colocarle  entre 
esa  clase  de  inventores:  hay 
que  penetrar  en  su  obra  pres- 
cindiendo de  ciertos  reclamos 
de  la  crítica  amiga,  de  los  pa- 
sajes subrayados  por  sectarios 
y  enemigos;  hay  que  ver  en 
él  aquel  dolor  cierto  de  una 
convicción  educada  en  su  es- 
piritualismo  ci-istiano  y  meti- 
da en  un  cuerpo  que  es  un 
pólipo  de  sensualidad:  convic- 
ción trabajada  por  la  duda 
como  cuitado  espíritu  moder- 
no, y  en  la  que  hay  especiales 
aptitudes  (y  como  tendencias 
morbosas)  para  el  alambica- 
miento ergotista,  para  el  entu- 
siasmo ideológico;  tormento 
oculto  de  muchas  almas  sin- 
ceras y  muy  seriamente  preo- 
cupadas coa  las  grandes  in- 
cógnitas de  la  vida. 

Diré,  en  fin,  por  vía  de  re- 
sumen: Baudelaire  no  es  tanto 
como  ha  querido  Gauss,  pero 
es  mucho  más  de  lo  que  dice 
Brunetiere.  No  es  el  primer 
simbolista,  sino  un  poeta  ori- 
ginal cuyo  temperamento  pro- 
dujo una  poesía  nerviosa,  vi- 
brada, lacónica,  plástica,  pero  no  alucinada,  ni 
materialista,  ni  indiferente.  En  la  forma,  lo  que 
parece  característico  es  la  aspiración  á  lo  correcto, 
sencillo;  la  línea  pura  en  breve  espacio:  todo  lo 
contrario  del  desorden  pindárico  }'  de  la  elocuen- 
cia lírica.  En  el  alma  de  esta  poesía  de  las  Flo- 
res del  mal,  lo  que  resalta  e.s  el  contraste  de  un 
espíritu  cristiano,  por  lo  menos  idealista,  con  un 
sensualismo  apasionado,  sutil  y  un  tanto  enfer- 
mizo, que  vive  entre  compenetradas  metafísicas, 
por  decirlo  así,  y  que  representa  todo  lo  contrario 
de  la-  pacífica  voluptuosidad  poética  de  Horacio, 
dentro  de  la  sensualidad  misma.  La  agudeza 
nerviosa  de  sentido  y  de  entendimiento  de  Bau- 
delaire habrá  podido  ser  incentivo  y  sugestión 
para  que  apareciesen  las  alucinaciones  simbolis- 


tas; pero  no  hay  que  confundir  las  Flores  del 
mal  con  las  Jlorcs  de  trapo  que  algunos  nos  quie- 
ren hacer  tomar  por  el  colmo  del  arto  de  los  jar- 
dines poéticos.  La  distinción  importa  dejarla 
consignada  no  tanto  por  lo  que  haya  de  malsano, 
retorcido,  forzado  y  decadente  ep  el  simbolismo, 
cuanto  por  evitar  la  confusión  de  clases.  Una 
cosa  es  el  talento  do  un  i)oeta  muy  notable,  y 
otra  cosa  la  habilidad  de  las  medianías,  que 
deben  más  de  la  mitad  del  valor  de  sus  ocurren- 


REPRODUCCIÓN   EN   FACSÍMILE   DE   LOS  TAPICES  DE  BAYEUX 


De  cómo  Haroldo  regresa  á  Inglaterra  trayendo'el  cuerpo  del  rey  Eduardo 


La  coronación  de  Haroldo.  -Los  homrqes  admiran  su  gloria. 

El  rey  Haroldo  en  su  trono  recibe  la  noticia  de  la  expedición  del  duque 

Guillermo  contra  Inglaterra 


Desembarco  del  duque  Guillermo  en  Pevensey 


La  batalla  de  Hastings 


cias  al  medio  en  que  viven,  á  la  atmósfera  lite- 
raria de  París,  que  produce  casi  sin  necesidad 
de  aprender,  como  en  germinación  espontánea, 
versos  y  prosas  alambicados,  quinta  esencia  de 
la  fiebre  intelectual;  algo  que  es  en  la  vida  del 
aite  como  es  á  los  perfiímes  acumulados  en  un 
almacén  el  olor  que  resrdta  de  la  mezcla  de  todos 
ellos;  algo  que  á  la  larga  molesta,  da  náuseas  y 
es  incompatible  con  el  apetito  de  manjares  sanos 

y  fuertes.  Clarín 

T 

BIBLIOGRAFÍA 

Bajo  la  parra,  por  D.  Salvador  Rueda, -Madrid 

Muchas  veces  me  he  dado  á  pensar:  ¿cómo 
escribirían  Cervantes  ó  Quevedo  si  por  imposi- 


ble milagro  resucitaran?  ¿qué  dirían  al  leer  lo 
que  hoy  sale  de  la  ]>luma  do  los  Ruedas,  Pico- 
nes, Abascales  y  demás  estilistas  que,  obede- 
ciendo más  ó  menos  conscientemente  (conscia- 
mente  decía  Sánchez  Ruano)  al  impulso  de  el 
Tjunático,  han  trasformado  casi  por  completo  el 
carácter  del  habla  castellana,  iiaciéndola  tan 
dúctil,  precisa,  matizada  y  colorida  como  el  fran- 
cés de  Gautier  ó  el  italiano  de  Edmundo  de  Ami- 
cisV  Yo  no  sé  si  esto  os  castizamente  español, 
pero  no  me  cabe  duda  que  es 
lindísimo. 

No  parece  sino  que  dando 
completamente  al  olvido  á  Ve- 
lázquez  y  Hurtado  do  Mendo- 
za, á  Murillo  y  Fray  Luis  de 
León,  á  Alonso  Cano  y  Santa 
Teresa,  á  Ribera  y  Calderón,  á 
Zurbarán  y  Tirso,  al  Greco  y 
D.  Francisco  de  Quevedo, 
nuestros  escritores  han  queri- 
do rivalizar  con  Foi-tuny,  Sala, 
Domingo  y  Villegas,  enviando 
á  paseo  á  los  rancios  represen- 
tantes del  carácter  español  tal 
como  ora  en  los  tiempos  clási- 
cos de  nuestra  buena  literatu- 
ra y  nuestras  artes. 

Pero  no  hablábamos  do  eso, 
sino  de  Bajo  la  parra,  y  así 
comenzaremos  diciendo  que  no 
vaya  nadie  á  creer  que  el  se- 
ñor Rueda  se  esté  allí  porque 
estén  verdes,  sino  por  gusto, 
por  inclinación,  cosa  natuial 
dada  su  modestia  (no  excesi- 
va, sino  de  muy  buen  ver),  y 
por  ser  mucho  mejores  sus  ver- 
sos y  cuentos  y  artículos  que 
no  las  mejores  uvas...  y  sus 
productos  inmediatos. 

Puede  el  lector  figurarse, 
por  lo  tanto,  que  Bajo  la  parra 
constituye  un  preciosísimo 
cesto  de  racimos  acompañado 
de  una  bandeja  de  cañitas;  y 
si  se  me  permitiera  la  compa- 
ración vitícolo-literaria,  diría 
que  los  sonetos  constituyen 
unos  arrogantes  moscateles ; 
que  los  romances  son  de  la  me- 
jor cepa  de  Málaga;  que  las 
poesías  cortas  hacen  soñar  con 
las  uvas  negras,  relucientes, 
como  las  pintaba  Murillo  Bra- 
cho;  que  el  Canto  de  Noche 
Buena  da  un'  mareíto  por  el 
estilo  del  Jerez  seco,  y  que  el 
Festín  de  los  esqueletos  produce 
inia  sensación  análoga  á  la  de 
un  exceso  de  amontillado.  Creo 
que  los  inteligentes  compren- 
(lerán  lo  que  quiero  decir;  pero 
en  caso  contrario  nada  cuesta 
leer  á  Rueda  y  comparar  des- 
pués... mediante  el  cuarto  sen- 
tido corporal. 

Si  los  versos  del  autor  es- 
tán exquisitamente  cincelados 
y  forman  como  variados  y 
bien  contorneados  granos, 
su  prosa  aparece  como  poesía 
estrujada,  donde  con  poco  trabajo  podría  resta- 
blecerse la  prístina  morfología  poética.  Aquello 
es  la  anarquía  del  color,  la  fermentación  del  éter 
vínico,  la  explosión  de  todo  el  espíritu.  ¡Envi- 
diable riqueza !  j  Rarísima  generosidad !  ¡  Orgía  de 
color,  de  matices,  de  ingenio  y  de  luz !  ¡  Prodiga- 
lidad de  talento!  La  prosa  aquella  chisporrotea 
rompiéndose  en  miríadas  de  burbujas  que  pro- 
ducen un  cosquilleo,  no  precisamente  en  la  nariz, 
como  el  Champagne...  de  Reus,  sino  en  el  cere- 
bro. Aim  cierto  Vaso  de  agua  que  intercala  el 
autor  en  su  libro,  más  parece  de  agua  de  Colonia 
que  no  de  la  que  viene  del  Lozoya  y  demás  ríos 
serviciales.  Y,  sin  embargo,  ¡ironía  déla  frase! 
á  pesar  de  tan  espirituosas  cualidades,  no  pare- 
ce sino  que  el  nombre  que  mejor  cuadraría  á 


EN     DEFENSA    DE    LA    INOCENCIA   (cuadro  de  C.  Guzzardl) 


BORDADORAS    DE    LOS    BALKANES    (cuadro  de  P.  Zltelbach) 


766 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


osos  cuadrítos  seria  el  de  acnarelas.  Y  lo  son  cier- 
tamente, pero  con  notable  predominio  de  los  to- 
nos fuerte*,  y  sin  que  en  la  gama  de  los  colo- 
res entren  niAs  que  el  rojo  y  el  anaranjado. 

¡Gran  colorista  tenemos  en  el  8r.  Rueda! 
jGran  cosechero  del  mejor  vino  literario!  Es, 
sin  duda  altruna.  el  Meissonier  de  las  escenas 
andaluzas. 


Carlos  Mendoza 


-40í- 


NUESTROS   GRABADOS 


EN    LAS    PRI>PUS     BARBAS 

CHOdro  df  y.  Bmtiet 

Sin  necesidad  de  remontarnos  al  dglo  xvi,  puede  darse  por 
tentado  que  ocurren  cada  día  argumetUot  como  el  de  ese 
caadro.   ;  Duérmase  V.,  sino,  teniendo  chicas  casaderas  y 


JOYAS    DKL   ABTK    KLÜRKNTISO    .iKTlCilK) 

Fra  An^élieo.—I'aolo  Unllo 

Figuran  estas  dos  obras  en  In  r.Hlerla  Siicional  de  lA)ndrcs, 
Fra  .angélico,  que  vivió  del  1387  iil  H.Vi,  heredó  las  tradieio- 
nesdela  antigua  religiosa  de  Oiotlo,  superándole,  sin  em- 
bargo, en  mistiea  suavidad  y  adorable  eandor.  La  Kexarrfc- 
ciÓH,  que  reprodueinios  hoy  en  nuestras  páginas,  puede  dar 
perfecta  idea  de  su  manera  de  componer  y  dibujar,  aunque 

i    no  de  su  celeste  colorido. 

[  En  cuanto  á  Paoío  Ucello,  représenla  mejor  como  ciertas 
tendencias  eientlHcas  y  realistas.  Fué,  con  Pietro  della  Fran- 
cesa, uno  de  los  primeros  en  estudiar  la  perspectiva,  figuran- 
dii  rtitrnamenle  al  lado  de  los  mas  ilustres  Ireniilistns. 

LA    DKSrKDlDA 

Cuadro  de  Pió  Kicci 

El  principal  objeto  del  pintor  bien  se  ve  que  fué  lucirse 

haciendo  alarde  de  sus  eouocimienlos  y  habilidad  en  la  in- 

'    dumentarin.  La  escena  está  presentada  con  muy  agradables 

¡   accesorios,  y  en  cuanto  á  los  personajes  poco  hay  que  decir 

I    de  ellos  como  no  sea  que  hubiera  sido  preferible  verle  la 


LA   COSTA    DE   (JÉNOVA.  — l'OKTO   VKNKRK 

Nada  más  hermoso  que  aquella  costa  de  mármol,  que  lla- 
man los  italianos  Rivicra  di  Levante.,  ha  henmisa  rada  de  la 
Spezzia  estii  resguardada  por  los  dos  promontorios  de  Leri<'i 
y  Porto  Venere,  el  cual  se  eleva  500  metros  sobre  el  nivel  del 
mar,  gozándose  en  él  de  un  espectáculo  sin  igual:  efectiva- 
mente, bajo  él  se  ve  desplegarse  el  ancho  golfo  de  Genova 
con  sus  ensenadas  y  caprichosos  recortes;  más  allá  los  .Ape- 
ninos destacándose  con  variados  colores  sobre  el  fondo  azul 
del  cielo:  detrás  el  gran  faro  de  Genova,  y  á  la  derecha  el  mar 
inmenso.  La  montaña  en  si  misma,  abrupta  y  desolada,  se- 
meja un  paisaje  de  Salvator  Rosa. 

l'N    CCBIL   Í)K   JARAI.ÍKS    KN    KI.    itOHQUK    DK 
roNTAINKIU.KAU 

Para  tuto  nada  falte  en  a<iuel  portentoso  bosque  de  Fon- 
tainebleau,  que  es  una  de  las  mejores  cosas  que  tienen  los 
franceses,  hay  también  jabalíes,  que,  sin  cuidado  alguno  por 
la  persecución  que  pudieran  hacerles  los  cazadores,  viven  en 
las  asperezas  de  Mont  d'  Ussy,  prestando  subido  color  local 
al  imponente  paisaje. 


COSTA    De   GENOVA 


frecuenundo  su  casa  los  novios  de  la«  mismas!  El  santo 
varón  del  papá  no  pudo  resistir  la  lectura  del  libróte,  y  el 
íueño  cerró  «tis  párpados.  Xada  más  inmoralmente  natural 
que  los  chicos  cambiaran  un  beso  á  hurtadillas,  perdiendo 
todo  respeto  á  las  lairbazaa  del  pobre  señor,  el  cual,  ala 
verdad,  es  ej  primer  responsable  del  delictuoso  ósculo. 

scTBATo  DK  iniA  jonK  (aautreta  de  G.  Clamen).— kktbáoí.  á 
luiKT  PIKBKB  PORT,  otTKBUBsrT:  (acuarela  de  £■  Hayet) 

I^  primera  de  estas  obras  es  una  visible  imitación  de  Bas- 
lien  Lepase.  El  modelado  es  enteramente  igual  al  del  malo- 
grado pintor  del  Idilio  rúttieo,  lo  mismo  que  la  luz  y  los 
tono*  rerdes,  brillantislmos,  del  fondo.  En  punto  á  vida  y 
■enUmiento  oo  desmerece  tampoco  de  los  del  maestro,  y  á  fe 
que  pocos  pudiera  escoger  (lansen  más  dignos  de  admira- 
ción. 

En  la  segunda  acuarela,  de  grandes  proporciones,  muís- 
traae  Mr.  Hajres  diligente  y  simpático  observador  de  la  for- 
ma, color  y  movimiento  de  las  olas  y  del  efecto  general 
atmosférico:  todo  está  profundamente  estudiado,  como  no 
IK^dla  menos  de  ser  tratándose  de  la  Isla  Inmortalizada  dos 
reces  por  Víctor  Hugo,  primeramente  por  su  estancia  en 
Onemcsey  y  después  por  su  exquisito  ArchipiHago  de  la 
Mancha.  La  acuarela  va  adquiriendo  de  día  en  día  mayores 
vuelos,  siendo  ya  un  proeedimicntu  qne  cuenta,  entre  sus 
enlUradorea,  verdaderos  clásicos.  Nacida  al  calor  de  los  gus- 
tos modernos,  supone  una  habilidad  técnica  eminente,  por 
lo  cual  se  hacen  >-islblcs  los  menores  defectos.  Inglaterra 
puede  citarse  como  uno  de  loa  patses  donde  se  cultiva  con 
mejor  éxito. 

K\    UBAVK   SPKIKTO        l'OK    t.L    BÍO 

^<'  digamos  qne  sea  muy  agradable  emoción  la  de  vene 
tK>r  nn  fnrtoso  bisonte,  y  gracias  si  la  victima 
I  bastante  para  asirse  de  una  rama  y  hurlar  de 
.  >d  hieho.  En  cambio,  la  diversión  de  darse  una 
■  .reí  rio  en  un  lojleclllo,  tiene  la  desventaja  de 
tod  los  excursión  Islas  á  algiín  remojón,  no  menos 
qne  una  comalia    IH:  donde  se  sigue  que  no 


cara  á  ella,  pues  en  cuanto  á  caras  de  hombre  las  damos 
todas  por  vistas. 

BKPBOnUCCIÓN    EN   FAC8ÍMILE    DE    LO.S   TAPICE»   DE    BAYEUX 

Una  asociación  de  señoras  inglesas,  hábiles  en  el  bordado, 
tomó  á  su  cargo  reproducir  en  facsímile  los  preciosos  ta- 
pices, relativos  al  rey  Haroldo,  que  se  gtiardan  en  la  Catedral 
de  Bayeux;  y  habiendo  salido  brillantemente  airosas  de  su 
empresa,  figuran  hoy  dichos  bordados  en  el  Museo  de  South- 
Kcnsington. 

Respecto  al  asunto,  diremos  que,  muerto  sin  dejar  sucesión 
Eduardo  el  Confesor,  último  rey  de  raza  sajona,  nombró 
para  sucederle  en  el  trono  de  Inglaterra  á  Guillermo,  sépti- 
mo duque  de  Normandla;  pero  el  inglés  Haroldo,  hijo  del 
conde  Godwin,  opuso  al  derecho  del  normando  la  elección 
de  los  grandes  de  su  nación,  y  se  preparó  á  la  defen.sa.  La 
batalla  que  se  dio  en  Hastings  fué  terrible,  y  en  ella  poreció 
el  desgraciado  Haroldo,  á  quien  por  lo  mismo  no  puede 
confundirse  en  manera  alguna  con  Haroldo  el  Normando,  su- 
puesto que  era  Haroldo  el  Sajón. 

r.t>  DKKEN8A   DE   LA   INOCENCIA 

Cuadró  de  Q.  Guzzardi 

¿  Á  qué  ijondcrar  la  franqueza,  la  alegría  de  ese  cuadro  si 
cualquiera  siente  dibujarse  una  sonrisa  en  su  cara  al  verlo, 
aunque  no  sea  más  que  en  blanco  y  negro?  Cuadro  apetito- 
so, bello,  lleno  de  gracia  y  de  originalidad,  es  el  que  ha  eje- 
cutado Guzzardi,  que  por  lo  visto  no  entiende  menos  de 
rollizas  chicos  que  de  escorzos  y  otras  zarandajas. 

BOROAOOBAH  HE  LOS  BALKANKS 

Cuadro  de  B.  Ztíelbach 

\a  composición  de  esta  obra  es  no  poco  atrevida  como 
cuestión  de  perspectiva,  amén  de  lo  cual  facilita  hacer  gala 
del  colorido.  En  cuanto  a  esos  turcas  se  recomiendan  por 
sns  hermosos  ojo»  Ai<  gacela,  asi  como  por  la  aplicación  que 
deniinatran  á  la  labor.  El  autor,  Zltelbach,  es  un  distingui- 
do profesor  de  )u  escuela  de  .Munich,  reputado  sobre  todo 
como  orientalista. 


EL  ALCÁZAR  DE  LAS  PERLAS 

LEYENDA  ÁRABE 

ORIGINAL  DE 

Juan  García-Goyena  Alzugaray 


(CONTINUACIÓN) 

Dice,  y,  raudo  como  el  relámpago  que  cruza  el 
seno  de  las  nubes,  desciende  las  empinadas  cues- 
tas que  conducen  al  arco  de  Bib-el-Aujar,  atra- 
viesa el  maravilloso  recinto  de  la  colina  roja,  y 
sale  al  barrio  de  los  Gómeles.  A  los  pocos  pasos 
se  detiene,  presa  de  agitación  extraña.  En  una 
angosta  callejuela  que  á  su  diestra  se  retuerce, 
so  levanta  el  suntuoso  palacio  do  Almanzor,  fa- 
moso caudillo  cuyos  hechos  narra  el  pueblo  en 
romances  y  cantares.  Aquel  palacio  es  una  de 
las  más  ricas  obras  del  inspirado  artífice.  Con- 
templa breves  momentos  los  ligerisimos  calados 
de  sus  abiertos  ajimeces,  los  vagos  contornos  de 
su  extenso  patio,  circuido  de  fuentes  y  jardines 
que  se  entrevén  tras  los  tenues  y  enlazados  hie- 
rros de  una  fantástica  cancela,  y,  lanzando  un 
débil  suspiro,  sigue  su  descenso  por  la  agria 
cuesta. 

De  las  próximas  calles  desemboca,  como  olas 
de  un  mar  de  fuego,  una  confusa  muchedumbre 
de  hombres  y  mujeres,  de  niños  y  de  ancianos, 
donde  todas  las  clases  sociales  se  mezclan  en 
abigarrado  conjunto.  A  los  besos  del  sol  brillan 
los  anchos  alquiceles  de  los  esclavos  africanos; 
los  trajes  de  púrpura  y  de  oro  de  los  pajes;  los 
bronceados  bustos  de  los  etiopes;  las  sedosas 
túnicas  de  las  nobles  moras,  cuyos  hermosos 
rostros,  asomando  tras   un  velo   de  trasparente 


LA  ILUSTRACIÓN   IBÉRICA 


767 


gasa,  aumentan  su  belleza  y  encienden  el  deseo; 
los  corvos   alfanjes   del  caudillo  envuelto  en  su 
caftán  de  colores;  la  piel   lustrosa  del  potro  cor- 
dobés, engalanado  de  ricos  jaeces  y  orgulloso  de 
sostener  sobre  su  lomo  á  su  noble  dueño  con  su 
eminente  adarga,  su  bonete  recamado  de  topa- 
cios, su  escudo  de  oro,  su  traje  de  brocado  y  sus 
vistosos  motes;  las  sencillas  túnicas  de  lino  y  los 
turbantes  blancos  de  los   hijos  del  trabajo;  todo 
en   extraña  mezcla,   en   revuelta  confusión,  sin 
orden  ni  concierto;  bajan  la  áspera  cuesta  de  los 
Gómeles,  perdiéndose  en  la 
ancha  plaza  que  á  su  término 
se  abre,   plaza   que  es  la  in- 
.  mensa  bóveda  de  un  gigante 
puente  tendido  sobre  el  Dau- 
ro,    que    baña   sus  extremos 
con  sus  arenas  de  oro,  y  en 
ella  se  corren  toros,   se  jue- 
gan cañas,   se   celebran  tor- 
neos y  sortijas.  Es   la  cele- 
bración de  la  pascua  de  Alfi- 
tra,  y  el  pueblo  granadino  se 
entrega  á  regocijos  públicos. 
Baja  con  la  muchedumbre 
Azhuna,  embargado  por  sus 
meditaciones,  de  las  que  le 
sacan  á  intervalos  los  saludos 
do  los  caudillos  y  las  miradas 
de  las  doncellas;   desemboca 
en  la  plaza,  y  hace  esfuerzos 
insuperables   para  atravesar 
la  inmensa  valla  humana  que 
le  separa  del  Zacatín.  De  tc- 
dos  los  lados   de   la   ciudad 
convergen  oleadas  de  cabezas 
que  cantan  y   que  gritan  en 
desaforado  estrépito.  Allí  so 
mezclan  y   confur^den    todas 
las  tribus,  todas  las  razas  que 
en   Granada  anidan,   aborta- 
das por  svis  extensos  bamos. 
Parece  que  sus  setenta  mil 
casas  han  arrojado  de  su  seno 
á  sus  cuatrocientos  mil  habi- 
tantes para  que  se  reúnan  en 
aquel  recinto.  Ni  cuando  los 
muezzines  congregan    desde 
los  leves    minaretes   de    sus 
cien  mezquitas  á  los  bravos 
caudillos  para  salir  en  algara 
contra  las  cristianas  huestes 
se  pueblan  las  calles  de  la 
ciudad  de  la   muchedumbre 
que  se  agita  en  el  interior  de 
la  plaza.  Infinidad  de  voces 
de   sonidos  discordes   estre- 
mecen el  aire.  En  el  centro, 
una  legión  de  bayaderas  al- 
zan sus  torneados    brazos  y 
columpian  su  cuerpo  en  los 
lánguidos  giros  de  las  moris- 
cas danzas.  Ancianos  de  bar- 
ba   blanca ,     de    mugrientas 
tocas  y  de  almaizares  raídos, 
entretienen     al    pueblo     con 
sus  «uriosos  juegos  de  cubiletes  ó  los  destem- 
plados ecos  do  sus  negras  guitarras;  callejeros 
astrólogos  hebraicos   recaudan   algunas  misera- 
bles monedas,  fruto  del  trabajo  de  sus  supuestas 
adivinaciones;  apuestos  mancebos  hacen  caraco- 
lear sus  ágiles  y  engalanados  corceles  bajo  los 
calados  ajimeces  de  sus  damas,  cubiertos  de  her- 
mosísimos   semblantes,   con   pestañas   do  raso, 
nacarado  cutis  y  ojos  de  fuego;  infinitas  cuadri- 
llas de  alegres  mozos  y  desenvueltas  doncellas 
recorren  aquel  recinto  del  placer  tañendo  melo- 
diosas guzlas,  entonando  suaves  cantos  y  repar- 
tiendo amores  y  suspiros;  de  todos  los  ajimeces 
y  de  todas  las  esquinas,  mozos  y  doncellas,  vír- 
genes y  ancianos,  derraman   esencias  olorosas  y 
perfumadas  flores,  arrojan  naranjas  color  grana 
y  limones  color  oro,  sazonados  frutos  y  vistosas 
cintas,  en  contagiosa  locura  de  alegi'ia;  y  judíos 
y  muzárabes,  zenetes  y  zegríes,   ahnoravides  y 
gómeles,  almohades   y    zauhagas,   artistas  y  sa- 
l»ioH,  mercaderes  y  alfaquíes,  todos  se  confunden 
en  aquel  Víutiginoso  remolino  de  danzas  y  do 


voces,  de  chistes  f  de  risas.  Al  cabo  de  infinitos 
esfuerzos,  de  sofocantes  apreturas,  logra  Azhuna 
llegar  hasta  la  esquina  del  estreclio  Zacatín, 
echa  una  última  mirada  sobre  aquel  océano  de 
placeres  y  se  interna  en  la  solitaria  calle. 

Es  el  Zacatín  el  nervio  de  Granada,  la  l)use  de 
sus  grandezas  y  el  pedestal  de  sus  glorias;  asilo 
del  comercio  de  toda  la  tierra,  emporio  de  todas 
las  naciones,  envidia  de  todos  los  pueblos.  Coro- 
nan sus  extremos,  por  un  lado,  la  plaza  que  aca- 
ba de  dejar  Azhuna;   por  el  otro,   la   puerta  de 


espigas;  junto  á  un  forjador  de  armas,  donde 
brillan  corvos  alfanjes  damasquinos  de  inusitado 
p(!So,  largas  cimitarras  de  un  templo  irresistible, 
cotas  do  malla  tan  ligeras  como  impenetrables, 
jacerinas  y  broqueles  duros  y  tersos  como  el 
diamante,  se  destaca  el  bazar  de  un  relojerf)  con 
sus  relojes  de  arena  y  sus  clepsidras,  entro  las 
que  descuella  una  curiosa  máquina  con  ruedas 
dentadas  que  se  enlazan  tras  una  esfera  de  co- 
lores cubierta  do  arábigas  cifras;  lindando  con 
una  fundición  de  hierro,  cuya  fragua  arroja  car- 


Bib-Rambla,  cantada  por  los  poetas  como  teatro 
de  cien  justas,  corridas  de  caballos  y  amorosos 
galanteos.  A  derecha  ó  izquierda,  cerrando  su 
angosto  pavimento  embaldosado,  se  levantan  es- 
pléndidos bazares  donde  se  hacinan  en  desorden 
riquezas  infinitas:  á  un  lado,  hábiles  joyeros  os- 
tentan, en  sus  ricos  escaparates,  como  lagos  de 
diáfana  pedrería,  alliajas  de  oro  y  plata,  retorci- 
dos brazaletes  de  esmeraldas,  diademas  de  topa- 
cios, collares  de  perlas,  joyeles  de  rubíes  en 
cuyas  tersas  facetas  se  quiebra  la  luz  produ- 
ciendo relámpagos  de  cien  colores,  titilaciones 
de  infinitos  giros  quo  chispean  como  invisibles 
mariposas  de  rutilantes  alas;  á  otro,  expertos 
cinceladores  ofrecen  al  pi'iblico  ricos  jarrones  de 
bellísima  porcelana,  caprichosas  lámparas  de 
alabastro,  rarísimos  búcaros  de  los  más  precia- 
dos metales,  elegantes  pebeteros  de  las  más  ex- 
trañas figuras,  donde  suavísimo  buril  dejó  gra- 
badas flores  de  loto  enroscándose  en  troncos  <le 
]5almeras,  erguidos  cedros  meciéndose  sobre 
tranquilas  ondas,  haces  de  mieses  y  manojos  de 


PORTO    VENERE,    SPEZZIA 


denas  llamaradas  como  el  cráter  de  un  volcán, 
se  vislumbran  los  talleres  de  un  tejedor,  donde 
cuelgan  riquísimos  tapices  blancos,  fastuosas 
alfombras  de  terciopelo,  cómodos  cojines  de 
raso,  hermosos  pabellones  de  Uno  y  seda,  imi- 
tando en  sus  dibujos  todos  los  prodigiosos  mo- 
saicos de  las  telas  indias;  y  largos  tubos  cilin- 
dricos por  donde  el  astrólogo  percibe  los  tenues 
movimientos  de  los  astros;  y  raras  yerbas  donde 
el  médico  encuentra  virtudes  desconocidas;  y 
preciosas  brujidas,  más  caras  al  navegante  que 
el  fulgor  do  una  estrella  en  noche  borrascosa;  y 
ligerísimas  hojas  de  papel  de  hilo,  de  seda  y  al- 
godón, donde  el  poeta  vierte  sus  sadenciosaa 
rimas;  y  preciosos  manuscritos  de  ciencias  y  de 
ai-tes  donde  se  dilata  el  humano  entendimiento; 
y  extraños  instrumentos  de  física  y  de  alquimia; 
retortas  y  sopletes,  astrolabios  y  tablas  geomé- 
tricas: sublimes  descubrimientos,  la  mayor  parte 
ignorados  de  las  demás  naciones,  se  encierran 
misteriosos  en  los  bazares  del  Zacatín,  que,  cnmo 
estuche  de  mármol,  los  contiene. 


res 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


En  él  se  intorua  Azhuua,  siempre  absorto  en 
BUS  confusos  pensamientos:  ilistñudo  con  sus 
propias  ideas,  llega  hasta  el  cancel  de  hierro  de 
la  famosa  Al-kaiseria,  cnj'o  estrecho  pero  esbelto 


estalactíticos  de  la  bóveda  de  sti  vestíbulo;  las 
ajaracas,  lazos  é  inscripciones  de  sus  paredes 
de  concha,  que  hacen  de  este  alcázar  una  de  las 
más  elegantes  obras  de  la  ciudad  morisca,  y  en 
cuyos  retretes  misteriosos  suenan  todavía 
rumor  de  zambras,  bailes  y  festines:  arran- 
can al  árabe  alarife  otro  suspiro  y  le  ha- 
cen pi-osegiiir  su  marcha  con  más  celeri- 
dad. Atraviesa  el  enverjado  arco  de  la 
Al-kaiseria.  Se  interna  en  aquel  laberinto 
de  calles  estrechas  y  tortuosas,  llenas  de 
árabes  bazares  donde  ofrecen  sus  belle- 
zas sedas  y  alfombras,  preciosas  telas  y 
trasparentes  encajes,  curtidas  pieles  y 
suavísimo  cáñamo:  todo  producto  de  la 
granadina  vega;  todo  trabajado  en  la  ciu- 
dad de  las  mil  torres;  todo  salido  de  la 
fábrica  de  tapices  del  Albaicín,  de  los  te- 
lares de  tejidos  de  la  Alcazaba;  de  los  ta- 
lleres de  ciu-tidos  del  arco  de  Bib-Elveira. 
Como  hombre  acostumbrado  á  recorrer 
aquellos  callejones,  sin  número,  pero  que 
todos  ellos  cabrían  en  el  estrecho  seuo  del 
Zacatín,  Azhuna,  después  de  rodear  cien 
veces  las  estrechas  calles,  se  detiene  jun- 
to al  cancel  de  una  caíía.  Da  tres  palma- 
das, y,  como  si  esperasen  su  venida,  una 
esclava  negra  le  con- 
duce al  interior  del 
.edificio.  Atravesando 
un  patio,  cuya  tosca 
ñiente  saltí\dora  da 
frescura  á  cuatro  dé- 
biles nai-anjoíy  otros 
tantos  limoneros,  le- 
vanta la  esclava  uu 


UN  CUBIL  DE  jabalíes  EN   EL  BOSQUE  DE  FONTAINEBLEAU 


íiii.i   >.- ii.-.'.uii  ii  >-iiir"- ••!  Iiue<.(r  de  dos   magnilt- 
if»  Ijazares. ,  Enfrente  de   la   puerta   kb  ve  nna 
angosta,  de  que  forma  part«  un  puente  por 
He  pa«a  al  edificio  destinado  á  la  guardia 
•ida  vega.  Fija  Azhuna  la  mirada 
nt^'K  iab^ires,  primorosa  obra  de 
-  .      :.     .  I      K!  :^MM  i\p  entrada  y  sus  ador- 

no., .li-  i.ii¡;,,ht,^  ■■    t;,  ,,..;  los  caprichosos  grupos 


p(-.saili)  tuiíiz  listoneado  de  oro  y  con  flecos  de 
seda,  único  signo  do  lujo  de  una  sencilla  estan- 
cia. Todo  en  ella  revela  al  mercader  avaro  de 
riquezas  y  desnudo  de  pompas.  Las  blancas 
paredes,  como  los  lisos  ajimeces,  sólo  se  hallan 
adornadas  por  una  ancha  cenefa  de  toscos  azu- 
lejos; del  techo  pende  una  lámpara  do  alabastro; 
en  un  modest/)  búcaro  crecen  dos  varas  do  vei-des 


tulipanes;  alfombra  el  su(>lo,  hninilde  cstí^ra  de 
cáñamo;  y  algunos  divanes  de  blanco  lino  rodean 
una  mesa  primorosamente  tejida  con  hojas  do 
palma. 

Penetra  Azluina  en  la  modesta  estancia,  y, 
como  poseído  de  extraño  sentimiento,  detiene  el 
paso,  fijando  la  mirada  en  uno  de  los  divanes. 
¿Qué  ve  de  extraordinario  que  apenas  á  respirar 
se  atreve?  ¡Ah,  sí!  Muellemente  recostada  sobro 
un  cojín  de  raso,  con  las  hermosas  trenzas, 
negras  como  el  ébano,  flotantes  sobre  los  blan- 
cos hombros;  con  la  mirada  vaga  y  distraída 
nadando  en  el  espacio,  los  mórbidos  brazos  cru- 
zados sobi-e  el  agitado  /seno,  y  cubierta  de  una 
blanca  túnica  cuyas  mangas  rematan  en  dos 
brazaletes  de  oro,  y  su  garganta  en  un  collar  de 
amuléticos  zafiros;  una  doncella,  hermosa  como 
las  mañanas  de  abril,  blanca  como  la  corona  de 
espuma  do  la  Sierra  de  Nieve,  pura  como  las 
cristalinas  aguas  de  la  sagrada  ñiente  do  Sem- 
sem,  ondula  en  ese  mundo  de  los  espíritus 
donde  las  almas  se  unen  y  los  corazones  se 
besan.  Al  entrar  Azhuna,  aunque  su  jnipila  no 
puede  notar  su'presoncia  en  la  estancia,  quizás 
por  esa  atracción  magnética  de  determinados 
cuerpos  que  los  maestros  árabes  explican  en  las 
cien  academias  de  la  vega,  la  joven  siente  correr 
por  sus  nervios  ligero  estremecimiento,  vuelv<! 
la  cara,  y  sus  ojos,  fijos  en  los  ojos  del  artista, 
se  dicen  ese  cúmulo  de  cosas  que  sólo  sabe  ex- 
presar una  mirada. 

— ¡Azhuna! — murmura  la  niña  con  acento 
tembloroso,  mientras  su  semblante  so  tiñe  con 
las  rosas  del  rubor. 

— ¡Sobeya! — exclama   el   artista  con    apasio- 
sionado    acento,  yendo  á  sentarse  en  el  blando 
cojín  que  la  doncella  le  ofrece 
á  los  pies  de  su  diván. 

— Vienes ' agitado  y  tus  la- 
bios tiemblan,  ¡oh,  Azhuna! 
¿Qué  ocasiona  tus  pesares? — 
dice  la  niña  con  voz  didce  y 
halagadora. 

—¡Qué  ocasiona  mis  pesa- 
res!— repite  el  alarife  con  ex- 
])resión  sombría. — Tu  amor  y 
mi  pequenez. 

— Di  más  bien  tu  gloria,  pre- 
gonada por  todos  los  ecos  de  la 
ciudad  granadina. 

— ¡Mi  gloria,  mi  gloria!  Men- 
guada grandeza  si  ha  de  esta- 
cionarse en  la  mitad  de  mi  ca- 
mino! Tú,  Sobeya,   has  sido  la 
luz  de  la  esperanza  en  la  noche 
de  mi  espíritu;  tú  me  has  dado 
fuerzas  para  superar  los  obstá- 
culos que  á  mi  obra  se  oponían. 
«Trabaja,  estudia,»  me  contes- 
tabas cuando,  desesperado  de 
mi  inspiración,  arrojaba  el  cin- 
cel, impotente   y  miserable. 
Gracias  á  tus  dulces  palabras, 
la   obra  está  concluida  y  hoy 
Alhamar  ha  podido  embelesar- 
se en  el  espectáculo  de  su  co- 
lina roja.  Pero  ¡ay,  que  la  cú- 
pula de  mis  trabajos,  ese  so- 
berbio alcázar  que  había  de  ser 
como  el  joye.  do  su  turbante 
regio,  se  niega  á  que  grabo  sus 
contornos  en   la  dura   piedra, 
temeroso    de    empequeñecerse 
al  tomar  forma!  Tú,  como  la 
voz  de   mi  conciencia,  esperando   siempre,  me 
dijiste:  «Viaja,  recorre  el  mundo,  atraviesa  los 
mares,  salva  las  montañas,  y  esa  idea  brotará  á 
la  vida.»    El    poderoso   emir    ha   dispuesto    mi 
viaje,  y  mañana  habré  de  separarme  do  mi  ilu- 
sión más  rica,  do  la  virgen  de  mis  sueños,  de 
Sobeya  la   de   los  negros   bucles,  ¿(/emprendes 

aliora  mi  tristeza?  (Hr  rontínuará) 


wp 


íBIRBTUCNI: CkIm,  36»-36/.  iUmíi  Mni,  editor. -  [írMrTadoi!  Im  dcmlmit  ilf  prnpiíMlad  urtíslica  v  literaria.  -  \m  ri^< hiniacioiifs  en  Madrid,  al  ri'|iri!si!iitaril.c  de  esta  casa, D.  Maiiael  Ha  y  Valor:  Apodara  .10 ,2.' 

X      INSÉRTESE  Ó   NO,   NO   SE   DEVUELVE   NINGÚN   ORIGINAL      )!<- 


EniBUCiiUBVTo  TiPOUTOOBirico  DI  La  naatración  Ibérica :  Caluí  de  Costes,  n.<»  365  y  3C7.  —  BAKCBLONA 


SEMANARIO    CIENTÍFICO.    LITERARIO    Y    ARTÍSTICO 


Año  V 


Barcelona  3  de  diciembre  de  1887 


Núm.  257 


EN    CASA    DEL   FOTÓGRAFO  (cuadro  de  J.  Mukarowsky) 


LA  ILUíJlüAOlON  IBÉRICA 


SUMARIO 


TiXTO.— JTodHd.  Carta»  á  m¡  prima,  por  Femanflor.— Uiía 
roaMiua  (continnaclón),  por  Jfanncl  Amor  Meilán.— Jt*!- 
peticiám  MariUwta  yodimal  de  Cádiz,  por  Patrocinio  de 
Biedm».— .4  Concha  (poesía),  por  RaniiSn  García.— A'í  al- 
foeil  rtffio,  por  R.  lleniánJex  Bcrmúdcx.— Sesíán  Jorro»- 
«ara,  por  A.  Sanche»  Pérex. —Nuestros  grabados.— £í  oí- 
titar  deku  perUu  (leyenda  árabe)  (continuación),  por 
Juan  Garcla-Gojcna  Alzngaray. 

UKAKÁDOS.-En  casa  del  fotógrafo. -On'Uot  drf  lüSír:  Todi. 
Fratta.  En  Perusa.  En  Ctttá  di  Castello.  Pieve  di  San  Ste- 
fano.— El  bordado  decorativo  en  Inglaterra.— Nerón  ante 
el  cadárer  de  su  madre  Agripina.— Floralia.— Dania  y  ca- 
ballero—Entre flores.— El  viejo  Uovador.— La  Anuncia- 
ción.—El  bosque  de  Fontaincbleau.  -La  Lagtina,-  cerca  de 
Bellecrolx. 


M  ADRl  D 


C?as%9k8  4  s*,^  p:cizn% 


Fechas  memorables.  -  Lo<i  hombres  necesarios.  - 
Ministro  y  embajador.  —  Entierro  del  general 
Bcha^Qe.' Crquijo.  Sin  vacuna.  Los  teatros.  - 
La  lotería. 

{w  X  la  últliua  carta  tuya  que  he  recibido  me 
'."T^.  jiiiitas  mil}'  alnnnado  con  los  sucesos  de 
Pai¡.s  ú  tu  señor  padre,  mi  respetable  amigo, 
hasta  el  punto  de  que  me  dices  haber  mos- 
trado él  deseos  de  venirse  con  todos  vos- 
otros i\  Madrid,  visto  que  por  aqiii  hay  la  tran- 
quilidad que  pensabais  encontrar  en  ese  gran 
pueblo.  Asi  son  las  cosas  de  este  mundo,  queri- 
tla  prima:  no  es  posible  ni  remediar  el  pasado, 
ni  gozar  del  presente,  ni  adivinar  el  porvenir. 
A  la  muerte  del  rey  creíais  que  España  sería 
nn  caos,  y  creíais  que  Francia  garantizaría  me- 
jor vuestro  reposo.  Hoy  no  es  posible  j'a  formar 
almanaques  políticos.  En  otro  tiempo,  los  pue- 
blos bajo  instituciones  sólidas  y  universalmento 
acatadas;  reglamentada  la  sociedad  en  clcses  y 
categorías  reconocidas  por  todos;  cuando  los 
hombres  creían  de  buena  fe  qtie  la  Divinidad  se 
mezclaba  en  la  dirección  de  la  política,  de  la 
justicia  y  de  las  riquezas;  cuando  el  rico  tenía 
seguridad  de  serlo  siempre,  y  el  pobre  sabía  re- 
signarse á  no  dejar  de  serlo  nunca;  podía  augu- 
rarse la  marcha  de  las  naciones  y  de  los  indivi- 
duos: el  rey  seria  heredado  por  el  principe;  el 
rico  por  el  primogénito;  el  criado  moriría  en  la 
casa  de  su  señor;  el  pobre  en  el  hospital,  exha- 
lando ayes,  pero  sin  exhalar  ni  un  reproche... 
Mas  hoy,  que  los  vientos  de  libertad  han  tras- 
tomado  aquella  organización  tan  cómoda  para 
los  que  se  encontra.ban  en  las  alturas;  ni  nadie 
tiene  seguridad  de  continuar  siendo  rey,  ni  rico, 
ni  dichoso,  ni  puede  decir  como  entonces:  «sé 
que  viviré  y  moriré  tranquilo; »  pues  el  antago- 
nismo do  las  ambiciones,  de  los  intereses  y  de 
las  ideas  nos  han  simiido  en  agitadísima  anar- 
quía. Pot  eso  tu  padre  qtiiere  volver  á  España, 
que  consideraba  presa  de  fatal  locura,  dejando 
á  esa  Francia,  cuj'o  genio  positivista,  prudente, 
reflexivo,  patriótico,  nos  ha  elogiado  tanteas 
veces...  A  creerle,  París  arde,  y  dentro  de  poco- 
la  Europa  entera  será  invadida  por  las  llamas 
de  su  incendio. 

¡Quien  8al>e!  Puede  qtie  su  temor  sea  exage- 
rado: se  asusta  fácilmente  quien,  como  tu  señor 
I)ai)ú,  ni  oye  una  voz  más  alta  que  otra  ni  puede 
diir'  lir  un  capón  con  trufas...  Cierto  que  mon- 
hieur  Grevj',  el  venerable  anciano  que  tantas 
pruebas  tiene  dadas  de  sensatez  y  de  patriotis- 
mo, se  ha  visto  en  la  necesidad  de  hacer  dimi- 
sión de  la  presidencia,  entregando  el  país  á  lo 
desconocido;  pero  las  naciones  son  como  los  in- 
dividuos, que  jjor  instinto  se  resisten  á  perecer, 

"  suelen  encontrar  grandes  fuerzas  para 

■s  resoluciones  en  los  momentos  solemnes. 

.^i  quiere  convencerse  de  ello  tu  señor  padre, 
no  tiene  más  sino  recordar  la  fecha  de  hoy,  25 
'•    I    viembre,  ,-'  '  .  de  la  muerte  de  don 

.'..:   .;.io  XII.  J,  iiiado  suceso  se  consi- 


deró por  los  monárquicos  como  el  fin  de  la  mo- 
narquía, por  los  republicanos  como,  el  comienzo 
de  la  repi\blica;  por  todos  como  la  inaugttración 
de  mi  periodo  de  turbulencias.  En  el  real  pala- 
cio quedaba  una  mujer  joven,  extranjera,  casi 
ignorante  de  nuestra  lengua  y  de  nuestras  cos- 
tnmbres;  escasamente  conocedora  de  nuestros 
partidos  y  hombres  de  Estado...  Fácil  S(>ria  dorri- 
ijarla  si  acaso  ella  tenía  valor  para  resistir  al  mie- 
do... Pues  al  cabo  de  dos  años  es  la  verdad  que 
esa  señora  está  más  firme  en  el  trono  que  pudo 
estai-lo  jamás  su  esposo;  que  los  partidos  do  la 
Revolución  están  deshechos,  y  que  el  país,  can- 
sado de  los  hombres  políticos,  ávido  de  libertad 
y  de  orden,  se  contenta  con  un  gobierno  que  le 
ofrezca  libertades,  y  fulmina  sus  iras,  como  tu 
señor  padre,  contra  todos  y  cada  uno  de  los  per- 
turbadores. D.  Alfonso  XII,  aquel  monarca  tan 
necesario,  ha  sido  reemplazado,  no  tan  sólo  en  el 
trono,  sino  en  los  corazones  de  los  monárquicos, 
por  un  chiquitín  que  ni  se  tiene  en  pie  todavía, 
y  que  ha  sosegado  más  el  país  con  su  vestidito 
de  blancos  encajes  que  D.  Alfonso  con  su  unifor- 
me de  capitán  general.  Si  D.  Alfonso  volvióse 
hoy  del  otro  mundo,  sin  duda  que  haría  dicho- 
sos á  los  que  le  amaron  por  su  persona,  mas  sus 
propios  cortesanos  le  dirían:  «Señor:  ¡V.  M.  nos 
honra  demasiado  con  haber  venido!»  ¿Seria  po- 
sible de  otra  manera  que  progresase  el  mundo  ? 
Los  altos  puestos  de  la  Gobernación  de  un  pue- 
blo no  son  muchos,  y  el  pueblo  es  muy  grande  y 
se  encuentra  siempre  un  salvador  en  su  fondo. 
Si  queréis  convenceros  con  nuevos  ejemplos  de 
que  no  hay  hombres  necesarios,  dejad  la  fecha 
de  hoy  y  recordad  la  de  mañana,  26.  Dos  años 
hace  también  que  murió  el  duque  de  la  Torre, 
el  intrépido  soldado;  el  hombre  que  representó 
dignamente  á  la  nación  en  el  periodo  revolucio- 
nario; aquel  que  muchas  veces,  con  sólo  llevar 
la  mano  á  la  rienda  de  su  caballo,  vio  en  armas 
detrás  de  él,  para  seguirle,  á  todo  el  ejército... 
Era  la  esperanza  de  la  libertad  y  de  la  nueva 
revolución...  Murió,  y  en  estos  años  nadie  le  lia 
recordado,  ni  en  los  periódicos  ni  en  las  conver- 
saciones. Si  volviese  á  la  vida,  sus  cori-oHgiona- 
rios  de  otro  ticsmpo  no  se  andarían  con  cumpli- 
dos :  desde  luego,  sin  dejarle  ir  á  besar  la  mano 
del  rey  niño,  le  cogían  y  le  enterraban  do  nuevo. 
Y  es,  amiga  Carmen,  y  está  demostrado,  que 
todos  los  tiempos  son  para  sus  hombres,  y  que, 
en  todas  las  situaciones  creadas,  lo  que  existe, 
por  el  mero  hecho  de  existir,  es  mucho  mejor 
que  lo  pasado. 

También  se  muestra  pesaroso  tu  padre  de  que 
Albareda  haya  dejado  de  ser  embajador  en 
París,  donde  tantas  simpatías  conquistó,  y  de 
que  haya  sido  reemplazado  por  León  y  Castillo, 
cuyos  méritos,  para  olitener  este  puesto  han 
consistido  en  no  gobernar  ni  poco  ni  mucho  en 
el  ministerio  do  la  Gobernación.  Debo  decirte 
que  á  León  y  Castillo  se  le  trata  por  sus  amigos 
mucho  peor  de  lo  que  merece.  Precisamente 
porque  no  ha  servido  para  ministro  do  la  políti- 
ca, cargo  para  el  cual  so  necesita  ser  algo  más 
que  gordo  y  calvo,  puede  ser  un  excelente  em- 
bajador en  concepto  de  algunos.  Pero  los  hom- 
bres de  partido  no  tienen  compasión;  y  aquellos 
que  cuando  pronunciaba  discursos  estentóreos 
en  las  Cortes  coreaban  sus  detonantes  párrafos 
con  aplausos,  hoy  le  despiden  con  desdén  y  con 
risas.  Debemos  compadecerle:  buscando  la  paz 
que  no  encontraba  en  su  re\nielto  departamento, 
cambió  con  Albareda  y  buscó  la  calma  en  la  em- 
bajada; pero  de  pronto  los  franceses  se  hacen 
españoles,  y  León  y  Castillo  se  encuentra  de  em- 
Vjajador  cerca  de  S.  M.  el  Caos.  En  el  fondo  es 
una  buena  persona;  su  aspecto,  como  veréis,  dig- 
no del  mismo  Celeste  Imperio;  y  debemos  espe- 
rar que  obtendrá  simpatías. 

El  general  Echagiie,  de  quien  te  habló  en  mi 
carta  anterior,  ha  muerto.  Ayer  vi  pasar  su  en- 
tierro. El  féretro,  desde  el  sitio  en  que  estaba 
depositado,  fué  conducido  hasta  la  puerta  de  la 
casa  mort,uoria  en  hombros  do  sus  tres  hijos,  de 
dos  ayudantes  del  general,  y  do  un  antiguo 
criado  de  la  casa.  Este  detallo  tenía  mucho  de 
solemne  y  sentido  á  un  tiempo,  y  conmovía.  Iba 
cubierto  el  féretro  con  tin  paño  negro,  y  sobre 


él  la  leopoldina,  la  espada  y  el  bastón.  Fué  lle- 
vado, durante  Iji  carrera,  por  seis  soldados  de 
Sabo3'a,  que  se  relevaban.  Grande  acompaña- 
miento, como  era  natural.  Al  llegar  á  la  esta- 
ción del  Norte,  fué  depositado  el  atat'id  en  itn 
ftirgón  donde  ya  estaban  los  despojos  mortales 
de  la  señora  D.»  Mercedes  Méndez  Vigo  y  Oso- 
rio,  que  fué,  en  vida,  esposa  de  Echagüe,  y  que 
hablan  sido  exhumados  poi-  la  mañana  en  el  ce- 
montorio  general  del  Sur.  Los  restos  de  los  qus 
en  vida  fueron  modelo  de  esposos  descansarán 
eternamente  en  el  cementerio  nuevo  do  la  ciu- 
dad de  San  Seliastián. 

Hace  pocos  días  murió  Zabálburu,  uno  do  los 
banqueros  más  opulentos  de  Madrid;  y  hoy  so 
encuentra  gravísimamente  enfermo  el  marqués 
de  ITrquijo,  nombre  que  todavía  más  que  el  de 
Zabálburu  resume  el  dinero  acrecentado  por  las 
sabias  y  persistentes  combinaciones  del  dinero. 
No  es  Urquijo  uno  de  esos  capitalistas  que  des- 
lumbran  con  la  resonancia  de  sus  operaciones  ni 
el  constante  reclamo  de  los  periódicos;  no  ha 
creído  necesario,  como  otros  capitalistas,  des- 
lumhrar á  los  tontos  con  la  enumeración  conti- 
nua de  sus  millones;  pero  aquí  donde  hay  millo- 
narios que  contratan  servicios  de  cientos  de 
millones,  y  bajo  su  palabra  no  encontrarían 
quien  les  pre.stase  cinco  duros,  la  palabra  do 
ITrquijo  es  pai'a  todos  más  seria,  más  honrada, 
más  verdad  que  los  mismos  millones.  Ha  hecho 
mucho  bien  sin  aparato,  y  es,  en  fin,  la  perso- 
nificación del  mundo  viejo  de  la  banca. 

Cuando  se  tiene  noticia  de  que  uno  de  estos 
millonarios  está  en  peligro  de  muerte,  se  viene 
á  la  memoria  la  frase  de  aquel  banquero  que  en  el 
entierro  de  uno  de  sus  consocios  decía:  « ¡De  qué 
sirve  el  dinero  si  no  sirve  para  comprar  la  vida! 
Hé  aquí  el  consuelo  de  la  pobreza:  llegará  un  día 
en  que  pordioseros  y  millonarios  formaremos 
una  misma  compañía  bajo  la  razón  social  de 
¡Polvo  y  Nada! 

Los  diarios  censuran  á  las  corporaciones  ofi- 
ciales porque  su  descuidó  es  causa,  dicen,  de 
la  excesiva  moi*tandad  de  niños.  Parece  que  la 
linfa  vacuna  empleada  estaba  en  mal  estado,  y 
parece  que  también  escasea  la  linfa.  Lo  que  sí 
hay  son  mesas  construidas  para  la  operación  co- 
rrespondiente. A  las  madres  que  llevan  sus  ni- 
ños les  dicen:  «No  hay  vacuna;  pero  ya  ve  usted 
que  todo  está  preparado  para  cuando  la  haya.» 
Por  desgracia  la  muerte  no  se  satisface  con  bue- 
nas palabras,  y  los  carpinteros  de  las  pompas 
fúnebres  no  se  dan  abasto  para  consti-uir  cajitas. 
Es  triste  pasear  por  las  afueras  de  Madrid  en  la 
parte  de  los  cementerios.  Es  el  desfile  de  la  ni- 
ñez madrileña.  Y  si  es  cierto  que  un  solo  hom- 
bre, en  un  momento  dado,  por  su  saber,  su  valor, 
su  carácter,  puede  cambiar  los  destinos  del  mun- 
do, ¿no  hubiera  sido  muy  distinto  de  lo  que  será 
el  porvenir  de  España  si  no  hubiese  muerto 
alguno  de  esos  niños?  Vemos  que  no  so  puede 
dar  un  paso,  ni  evocar  un  recuerdo,  ni  escribir 
una  palabra,  sin  que  un  problema  misterioso  so- 
licite nuestro  pensamiento  y  lo  preocupe. 

La  comisión  de  propaganda  de  la  Exposición 
Regional  de  Madrid  ha  nombrado  un  jurado, 
compuesto  de  los  señores  D.  Federico  Madrazo, 
D.  Bernardo  Rico,  D.  Casto  Plasencia  y  don 
Eduardo  Berruete,  para  que  juzguen  los  proyec- 
tos de  cartel  de  la  Exposición.  Véase  la  impor- 
tancia que  ha  tomado  el  simple  anuncio  de  un 
concurso  cualquiera.  En  otro  tiempo  un  letrei-o 
sencillo  bastaba  para  decir  al  jiúblico  la  novedad 
que  se  le  preparaba.  Se  notó  que  el  público  va 
por  la  calle  distraído,  fijándose  en  lo  que  reluce 
ó  en  lo  que  levanta  estrépito,  y  se  pensó  en  atraer 
sus  miradas.  Esforzando  la  nota  cada  vez  más, 
hemos  llegado  á  los  carteles  de  colores  con  figu- 
ras al  cromo,  de  tamaño  natural.  Es,  sin  duda, 
tin  procedimiento  caro,  pero  vistosísimo,  agra- 
dable, que  da  notoriedad,  grandeza  y  hace  respe- 
table y  de  magnitud  el  acontecimiento.  Como  el 
gusto  por  el  arte  y  en  el  arte  se  ha  difundido 
mucho,  se  ha  juzgado  preciso  que  los  carteles 
de  las  corridas  extraordinarias  de  toros,  los  de 
ferias  y  deExposicioiies  estén  hechos  ])or  verda- 
d(^ros  artistas,  poniendo  ya  éstos  su  vanidad  en 
lui  cartel  como  lo  jjonen  en  un  cuadro  de  certa- 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


771 


mon  aa-tístico.  Acaso  el  premio  de  honor  que  no 
se  concede  en  las  Exposiciones  de  Bellas  Artes 
se  concederá  por  mío  de  esos  espléndidos  carte- 
les que  llenan  una  fachada.  El  público,  siempre 
supersticioso,  juzga  do  las  cosas  por  sus  comien- 
zos, y  según  le  parezca  el  cai-tel  juzgai'á  do  la 
Exposición  Regional. 

En  Price  se  ha  estrenado  una  zai-zuela  en  tres 
actos  titulada  Doña  Blanca  de  Navarra,  que  ha 
obtenido  grande  éxito  á  pesar  del  género  á  que 
pertenece.  Su  autor  es  D.  Ramón  Ramírez,  tipó- 
grafo honrado  y  laborioso,  que  roba  horas  al 
descanso  pai-a  dedicarlas  al  cultivo  de  las  letras. 
Asi  lo  he  leído  en  La  Oiiinión.  En  Variedades 
ha  merecido  también  los  aplausos  del  público 
Fruta  prohibida,  cuj'o  título  basta  para  saber 
que  se  trata  de  la  mujei'  del  pi-ójimo.  En  el 
Teatio  Real  continúan  los  triimfos  de  Tamagno.- 


Fermín  daba  vneltas  en  su  imaginación  á  este 
p(ínsamiento,  y  no  le  hallaba  satisfactoria  so- 
lución. 

Al  fin,  y  tras  de  mucho  cavilar,  debió  decir 
¡Eureka!  con  el  sabio... 

Había  hallado  la  solución  á  problema  al  pare- 
cer irresoluble. 


IV 


Había  sido  confirmado  Fermín  en  el  título  de 
poeta  en  la  famosa  velada  de  Valdesar. 

El  recuerdo  de  esta  confirmación  fué  la  chispa 
que  había  de  hacer  bi-otar  el  fuego. 

— \\o  iré  también  á  Madrid! — se  dijo. — ¡No 
pediré  subvenciones:  sólo  pediré  se  me  costee  el 
viaje !  Pudiera  bien  hacerlo  mi  familia,  pero  sé 
que  no  me  dejarían  partir  y  se  negarían.  De  este 


gencias  hallaban  protección  y  sabían  nbriise 
paso  (en  lo  cual  bien  pudiera  equivocarse  . 

Eu  fin,  á  Madrid  iba. 

Uno  de  sus  máá  dorados  sueñoB  se  trocaba  en 
hermosa  realidad. 

Ocho  meses  después,  logrado  su  objeto,  partía 
también  Fermín  para  la  villa  y  corto  de  las 
Españas. 

TERCERA    PARTE 


Aquellos  ocho  meses  de  ausencia  habían  sido 
para  Fermín  ocho  mortales  eternidades. 

Habíale  escrito  innumerables  veces,  pero  en 
todas  ellas  había  tenido  por  única  respuesta  la 
callada. 

¿No  era  ésto  más  que  suficiente  para  deses- 
perar á  un  enamorado  como  Fermín,  y  poeta  por 
más  señas? 

¿A  qué  atribuir  este  silencio  por  parte  de 
Angelina  V 


Estamos  á  fin  de  noviem- 
bre, y  por  lo  tanto  los  madri- 
leños empiezan  á  pensar  en 
la  lotería  de  Navidad.  Es  de- 
cir, que  todos  empezamos  á 
ser  ricos.  Lo  xinico  bueno  que 
tiene  la  lotería  es  que  au- 
menta la  riqueza  pública  en 
proporciones  extraordina- 
i'ias:  millares  do.  capitalistas 
están  pensando  ya  en  el  em- 
pleo que  darán  á  su  dinero 
cuando  lo  cobren.  Verdad  es 
que  casi  todos  estos  banque- 
ros se  presentarán  en  quieljra 
sin  haber  llegado  á  tener  los  fondos;  pero  sin 
el  juego  de  la  lotería  no  sería  posible  fonnar 
esos  castillos  en  el  aire,  que  pue'den  ser  verdade- 
ros castillos  sobre  tierra. 

Hablando,  hace  pocos  días,  con  un  amigo, 
acerca  de  si  al  juimei-  sorteo  de  loten'a  por  irra- 
diación acudirían  los  jugadores  como  al  sorteo 
ahora  en  uso,  me  contestó: — Más  todavía:  acu- 
dirán los  que  juegan  hoy  y  todos  los  qvie  han 
dejado  de  jugar  porque  no  les  caía.  La  suerte 
debe  caml)iar  cambiado  el  sistema. 

Por  cierto,  que  le  ha  caído  la  lotería  á  cierto 
jvigador...  que  se  había  muerto  la  víspera  del 
sorteo.  No  ha  sido  posible  encontrar  entro  sus 
¡)apeles  el  billete  premiado.  Dinero  para  (Afondo 
perdido  de  la  lotería. 

Porque  hay  muchos,  pero  muchos,  que  jue- 
gan, les  cae  y  no  cobran. 

Estos  son  los  verdaderos  jugadores:  juegan 
por  jugar. 

¡Poetas! 

Tuyo, 

Fernanflor 


ORILLAS   DEL  TIBER:   TODI 


-■■^e- 


UNA  ROMANZA 


(continuación) 

— i  Es  seguro ! — so  decía  el  desesperado  man- 
cebo.— ¡El  triunfo  de  aquella  noche  la  ha  engreí- 
do! i  Se  cree  una  mujer  superior!  Es  decir,  que 
mi  amor  peligra...  ¿Cómo  atender  á  su  socorro V 


otro  modo  varía  la  cuestión  por  completo:  yo  soy 
el  que  me  impongo. 

Con   tal  pensamiento  se  tranquilizó  un  poco 
el  ánimo  de  Fermín. 


¡Vaya  xma  noche  la  de  despedida  de  los  dos 
enamorados ! 

Fermín  prometió  á  Angelina  ir  pronto  á  unir- 
se en  Madrid  á  ella  y  su  madre. 

Angelina,  poi'  su  parte,  le  prometió  no  olvidar- 
le en  la  ausencia. 

¡  Cuesta  tan  poco  el  prometer ! 

Más  tranquilo  ya  Fermín,  regresó  á  su  casa... 
¡cerca  del  amanecer!... 

Sin  sentirlo  se  le  habían  deslizado  las  horas 
de  una  manei'a  vertiginosa  ante  la  reja  de  An- 
gelina. 

Ésta  debía  partir  al  día  siguiente  en  el  tren 
que  salía  á  las  dos  de  la  tarde.  , 

Creemos  excusado  manifestar: 

Primero:  Que  Fermín  no  cerró  los  ojos  aquella 
madrugada,  atormentado  por  los  recuerdos  de 
su  amor  y  más  aún  por  sus  temores. 

Segiuido:  Que  Angelina  tampoco  pudo  conci- 
liar el  sueño.  ¿Era  el  amor  lo  que  se  lo  impe- 
día? ¿Era  su  anhelado  viaje? 

Y  tercero:  Que  el  conde  de  Malafama  acom- 
pañó á  Madrid  á  Angelina  y  su  madre. 

Angelina  iba  provista  de  una  Qula  oficial,  de 
los  caminos  de  hierro  y  una  Onía  de  Madrid,  é 
imaginábase  á  la  villa  y  corte  una  población  in- 
mensa, un  inmenso  hormiguero  (en  lo  cual  bien 
pudiera  no  equivocarse),  donde  todas  las  inteli- 


¿Era  que  no  vivía  ya- en  el  cuarto  tercero  de 
la  calle  de  la  Paz,  adonde  Fermín  le  dirigía 
todas  sus  cartas? 

¿Era  que  tal  le  abstraía  la  vida  madrileña  que 
le  impedía  pensar  en  otra  cosa? 

¿O,  por  desgracia,  su  desamor  á  Fermín  era 
tan  grande  que  sólo  desprecio  le  inspirasen  las 
epístolas  del  apasionado  mancebo,  en  cada  ima 
de  las  cuales  le  juraba  veinte  veces  su  infinito 
amor? 

Ante  las  dos  primeras  suposiciones  transigía 
un  tanto  el  ánimo  de  Fermín,  pero  ante  la  últi- 
ma se  revelaba,  sintiendo  su  corazón  herido  mor- 
talmente. 

Al  fin,  pronto  iba  á  salir  de  dudas... 

Ya  se  dirige  á  Madrid... 

Va  á  ver  á  Angelina... 

Pero  ¡qué  lento  marchaba  el  maldito  tren!... 

n 

Las  primeras  palabras,  después  de  atravesar 
la  cuesta  de  San  Vicente,  ftieron  para  preguntar 
por  la  calle  de  la  Paz. 

El  mozo  de  cordel  que  le  conducía  su  equipa- 
je le  contestó: 

— No  está  muy  lejos,  señorito.  En  cuanto  lle- 
guemos á  la  Puerta  del  Sol,  un  paso... 

— ¿Y  está  muy  lejos...  eso? 

—¿El  qué? 
-La  Puerta  del  Sol. 

Manuel  Amok  Meilán 

(Ke  continuará) 


EL  BORDADO  DECORATIVO  EN  INGLATERRA 


EncEOe  genovés  con  nudos:  punto  -á  gropo- 


EncEiJe  para  almohada,  de  estilo  ita'ian 


Bordado  Inglés  de  estambre:  modelo  de  hojas  de  berza 


Encaje  para  almohada,  de  estilo  italiano 


Encaje  para  almohada,  de  estilo  Italiano 


Antiguo  encaje  Italiano:  redecilla  ó  greca 


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IxA.  ILUSTRACIÓN  IBEIUGA 


EKPOSiClON  marítima  NACIOHAL  DE  CÁDIZ 


Quedamos  con  nuestros  apreciables  lectores  á 
la  puerta,  puede  decirse,  del  pabellón  de  Bellas 
Artes,  ante  el  pArtico  formado  por  una  especie 
de  marquesina  que  da  entrada,  á  una  rotonda 
central,  ni  espaciosa  ni  bella,  paso  de  las  dos 
naves  que  se  extienden  i\  derecha  ó  izquiei-da. 

Mide  este  pabellón  liO  metros  de  larjío  por 
10  de  ancho,  y  su  estilo  es  igual  ó  muy  pare- 
cido al  de  los  ya  descritos,  si  bien  su  ador- 
no se  reiluce  á  cuadros  que  lo  cubren  y  iV  unas 
urnas  muy  feas  en  el  centro,  que,  como  vitrinas 
de  cocina,  encierran  algunas  menudencias  en 
labores  de  niñas  de  colegios  6  escuelas,  que  no 
vale  la  pena  de  nombrar  y  que  no  tienen  allí 
sitio  adwuado,  pues  no'  pertenecen  á  lo  que  se 
entiende  por  belleza  artística. 


rocha,  so  encuentra  el  hernioso  cuadro  de  Sal- 
vador V¡ni(>gra,  joven  pintor  gaditano,  premiado 
en  la  Exposición  Nacional  con  medalla  de  pri- 
mei-a  clase.  La  bendición  del  campo  es  una  sen- 
cilla y  tierna  escena  cam|)estre  do  fines  del 
siglo  xviii  ó  piincipios  del  xix,  t.!in  delicada- 
mente sentida  y  con  tanta  gallaniia  expresada, 
que  realiza  eso  renlü^mo  del  arte  que  es  la  su- 
prema belleza. 

Amanece  en  un  sitio  fresco  y  perfumado  por 
esa  menuda  vegetación  que  viste  el  suelo  de 
aterciopelado  tJipiz:  la  luz  es  una  maravilla  de 
esplendo!';  el  espacio  vibra  con  los  reflejos  del 
sol,  que  dora,  sin  duda,  el  horizonte  en  que  se 
levanta  sobre  nubes  de  escíirlatív. 

El  paisaje,  que  no  tiene  ni  árboles  ni  montes, 
sino  una  llanui-a  cubierta  de  verdes  matas  y 
finas  hierbeciüas,  no  refracta  esos  rayos,  pero 
los  deja  adivinar  en  la  ti-asparencia  de  su  cielo. 


ORILLAS  DELTIBER:  FRATTA 


Preparada  la  techumbre  para  dar  luz  á  los 
cuadros,  y  ocidtos  los  lisos  y  desnudos  muros 
con  los  lienzos  á  que  dio  valor  el  pincel,  sólo  de 
éstos  podemos  ocupamos;  pues  sea  por  falta  de 
tiempo,  ó  por  estar,  desde  Itiego,  destinados 
estos  salones  á  la  exhibición  muda  y  fría  de  los 
cuadros,  ha  hecho  que  su  adorno  sea  tan  escaso 
que  ni  siquiera  está  enlosado  el  pavimento,  y 
nnas  cuantas  sillas  de  hierro  forman  su  mobi- 
liario. 

El  arte  lo  llena  todo  y  se  enseñorea  de  aque- 
llas frías  salas  donde  encontró  humilde  t«mplo 
para  recibir  el  culto  de  sus  admiradores. 

En  la  sección  central,  de  que  ya  he  hablado, 
como  rotonda  preparada  para  recibimiento,  se 
mtie.stran  dibujos  al  lápiz  y  á  la  pluma,  grabados 
planos  y  trabajos  caligráficos  que  no  carecen  de 
mérito,  pero  sin  revelar  nada  extraordinario  en 
su  composición. 

Debo  consignar,  antes  de  pasar  adelante,  que 
en  esta  esjxicie  de  ojeada  sobre  la  Exposición, 
escrita  expresamente  para  La  Ilustración 
Ikérica,  y  por  encargo  suyo,  no  me  es  posible 
hacer  un  minucioso  trabajo  de  clasificación  de 
los  objetos  de  que  doy  noticia,  ni  una  descrip- 
ción completa,  pues  ocuparía  mucho  más  espacio 
del  que  me  está  destinado,  y  necesitaría  dar  á 
estos  artíctilofl  profundidad  y  dimensiones  que 
no  caben  en  su  forma  ni  cumplen  á  su  objeto. 

Como  ojeada,  me  ocuparé  tan  sólo  de  lo  más 
notable,  sin  que  pueda  tener  motivo,  el  que  apa- 
rezca olvidado,  para  creer  que  sea  preconcebido 
desdén  ó  calculada  indiferencia;  pues,  sin  predi- 
lección particular  por  ninguno,  por  instinto 
artístico  me  son  todos  igualmente  simpáticos, 
puesto  que  revelan  un  triunfo  de  la  voluntad 
inteligente  sobre  la  vulgar  inercia  que  enmohece 
el  sentido  estético  genuino  en  nuestro  pueblo. 

Ocupando  el  frente  del  pabellón  en  el  ala  de- 


Sencillos  aldeanos  acompafian  la  imagen  de 
la  Virgen,  y  presencian  con  curiosidad  la  cere- 
monia de  la  bendición  rodeando  al  sacerdote  que 
la  verifica. 

El  color  y  el  ambiento  de  este  cuadro  son  ini- 
mitables; y  aquí,  donde  el  cielo  tiene  los  mismos 
tonos  de  enérgica  poesía,  parece  aún  más  bello, 
puesto  que  se  encuentra  más  verdad  on  su  be- 
lleza. 

Hay  otros  varios  cuadros  y  dibujos  de  esto 
joven  artista,  que  pertenece  á  una  distinguida 
familia  gaditana  en  la  cual  tiene  el  arto  valiosos 
y  apasionados  representantes;  pero  de  ellos  no 
me  ocupo  por  las  razones  antes  expuestas. 

Ruiz  de  Luna,  el  melancólico  pintor  de  las 
soledades  del  mar,  tiene  algunos  bellos  lienzos, 
y  entre  ellos  el  que  ha  sido  premiado  en  la  Ex- 
posición de  Madrid  con  medsilla  de  segunda 
clase:  Restos  de  un  naufragio. 

En  la  orilla  de  un  islote  desierto  se  estrella 
un  trozo  del  barco  destrozado  por  la  toiTnenta  y 
arrojado  por  las  olas  como  despojo  de  la  tem- 
pestad pasada. 

El  cielo  tiene  los  tonos  grises  que  le  impri- 
mieron las  nubes,  y  el  mar  copia  su  color  som- 
brío con  aterradora  verdad. 

Para  disipar  esta  triste  impresión  están  pró- 
ximos los  cuadritos  do  Cabral  Bejarano,  de  Se- 
villa: tan  bellos,  tan  correctos,  de  tal  realismo  y 
de  tan  graciosa  intención,  que  con  su  colorido 
brillante  y  su  dibujo  severo  tomarianse  por  mi- 
niaturas ampliadas  de  los  J)uenos  tiempos  de  la 
escuela  francesa. 

Hay  algunos  retratos  qtie  so  darán  por  muy 
satisfechos  con  que  no  so  los  nombre,  así  como 
los  retratados  por  muy  favorecidos  con  que  no 
se  les  conozca. 

Los  eternos  tipos  jlamencos:  la  mujer  morena 
de  mirada  dura  y  cabello  negrísimo,  con  el  pa- 


ñuelo de  flecos  y  las  flores  en  la  cabeza,  sin  (jui' 
ofrezca  ninguno  do  estos  tipos  la  menor  novedad. 
Hay  flores  menos  bellas  que  los  modelos, 
aunque  no  dejan  do  tener  frescura  y  color  las 
de  la  Rosa,  de  Sevilla,  así  como  delicada  traspa- 
rencia las  de  Aguinaya. 

En  asuntos  religiosos  hay  varios  lienzos  nota- 
bles, y  entre  ellos  se  destacan  originales  de"  Mu- 
rillo,  Zurbarán  y  Esquivel,  como  oi-namento  de 
la  sala;  pues  ellos  hace  mucho  tiempo  que  reci- 
bieron, de  la  opinión  pública,  premio  digne.)  de  su 
mérito. 

Hay  inniunerables  marinas,  algunas  nuiy  be- 
llas; cuadros  de  género  graciosos  é  intenciona- 
dos, entre  otros  un  húsar  beatíficamente  dor- 
mido, del  joven  mudito  Federico  Godoy,  una 
esperanza  del  arte  gaditano,  que  no  habla,  pero 
siente. 

Una  señora,  que  firma  con  el  nombro  de  Ah- 
selnia,  ha  enviado  de  París  dos 
lienzos:  uno  alegórico  de  las  ai'- 
tes,  y  el  otro  mitológico. 

El  colorido  es  brillante,  tal 
vez  con  exceso;  el  dibujo  es  bue- 
no, pero  hay  ^ilgo  de  rigidez  en 
las  líneas  y  de  dureza  en  los  con- 

toiTlOS. 

Juno  es  más  una  mujer  que 
una  diosa;  y  como  su  cara  no  tie- 
ne la  belleza  alegre  y  radiante 
de  la  hija  de  Saturno,  y  más  pa- 
i-ece  preocupada  en  disgustos 
terrestres  que  absorta  en  céli- 
cas meditaciones,  no  ha  gustado 
mucho,  ni  á  los  inteligentes  ni  á 
los  profanos. 

Paisajes  hay  muchos  también, 
caprichos,  estudios ,  copias  de 
monumentos  árabes ,  tipos,  co- 
pias de  cuadros  célebres,  frute- 
ros, asuntos  históricos,  y  cuanto 
constituye  una  amplia  galería 
pictórica  en  la  cual  presentan 
sus  trabajos  más  de  doscientos 
autores. 

Por   lo   dicho   coniprenderán 
los  lectores  que  el  pabellón  de 
Bellas   Artes  contiene  muchas 
obras  de  mérito  y  presta  atrac- 
tivo á  la  Exposición. 

Como  el  pabellón  está  á  la  entrada,  cerrando, 
como  ya  dijimos,  el  frente  de  la  plaza  de  Cádiz, 
es  muy  visitado,  siendo  punto  de  descanso  para 
muchas  personas  que  gozan  con  admirar  rejiosa- 
damente  las  creaciones  del  genio. 

De  noche  se  ilumina  eléctricamente,  y  esta 
azulada  luz  no  hace  perder  nada  á  las  junturas, 
antes  bien  les  presta  belleza  suavizando  sus 
matices. 

El  pabellón  de  Antkj üedades  no  puede,  en 
realidad,  llamarse  así,  pues  se  reduce  á  una  ¡)0-- 
queña  caseta  do  madera  recostada  sobre  el  mon- 
tecillo  que  sirve  do  base  al  precioso  pabellón 
pompeyano  que  construye  con  sólidos  mate- 
riales y  en  tei-reno  propio  la  Excma.  Diputación 
Provincial. 

En  esta  caseta  se  muestran  los  valiosos  restos 
de  oti-as  razas  y  otros  tiempos,  hallados  en  los 
desmontes  hechos  en  estos  terrenos  para  cons- 
truir los  edificios  de  la  Exposición. 

Allí  está  v\  magnifico  sepulcro  de  niánuol  que 
se  supone  de  origen  fenicio,  conteniendo  en  su 
interior  el  esqueleto  de  un  hombre  de  grande  es- 
tatura; y  en  la  parto  siqierior  de  lo  que  forma  la 
tapa  ó  cubierta  de  esta  gran  caja  mortuoria,  un 
bajo  relieve  á  manera  de  retrato  del  que  fué  su 
dueño  y  poseedor,  con  luenga  barba  y  esos  ador- 
nos egipcios  que  prestan  á  las  cabezas  de  aque- 
lla raza  sacerdotal  aspecto  y  majestuosa  apa- 
riencia. 

Allí  hay  monedas  de  antigüedad  extraordi- 
naria, restos  de  vasos  y  lacrimatorios,  joyas  de 
oro  purísimo  que  sirvieron  para  el  uso  de  aque- 
llas mujeres  cuyos  huesos  petrificados  se  amon- 
tonan sin  orden,  y  otras  que  adornaron,  á  no 
dudar,  las  manos  de  aquellos  fuertes  varones 
cuyos  huesos  aun  se  conservan  entre  aquellos 
restos;  anillos  con  sello  egipcio,  que  tienen  gra- 


LA  ITLUSTRACION  IBÉRICA 


775 


bado  el  escarabajo  simbólico  eu  movediza  piedla, 
de  tal  modo  engastada  en  el  aro  que  la  voltea, 
que  su  trabajo  constituye  una  maravilla  del  arte- 
antiguo. 

Ánforas,  restos  de  lámparas,  granos  de  oro  y 
ámbar  rojo  que  sin  duda  formaron  vistosos  co- 
llares; y  una  verdadera  curiosidad  arqueológica: 
los  trozos  de  hueso  perforados  y  prepai'ados 
como  los  tubos  de  una  flauta,  y  que  sin  duda 
acompañaron  al  sepulcro  á  su  dueño  como  pren- 
da de  gran  estima,  por  haber  formado  la  tuba  ó 
tibia,  instrumento  musical  importado  por  los 
egipcios  y  usado  por  los  romanos  y  por  los  car- 
tagineses. 

En  este  departamento  se  muestran  también, 
entre  los  objetos  prehistóricos  que  hemos  men- 
cionado, clavos  de  cobre,  hallados  sin  el  menor 
deterioro  en  el  interior  de  las  sepulturas;  peda- 
zos de  vidrio,  irisados  por  la  acción  mineral  du- 
rante los  siglos  que  han  permanecido  en  las 
entrañas  de  la  tierra;  y  aros  de  oro  que  han 
debido  pertenecer  á  niñas  fallecidas  en  la  pri- 
mera edad  y  enterradas  con  ellos. 

Además  de  estas  curiosidades  arqueológicas, 
hay  allí  históricas  y  gloriosas  banderas,  rotas 
bajo  el  peso  de  los  años,  pero  honradas  con  re- 
cuerdos del  valor  español. 

ídolos  chinos,  más  curiosos  que  notables; 
muebles  viejos,  pues  no  tienen  valor  de  época  ó 
de  arte,  con  algún  mérito,  pero  sin  interés  para 
su  contemplación  ni  su  estudio. 

En  el  mismo  caso  están  algunas  labores  anti- 
guas y  algunas  urnas  cinerarias. 

Aunque,  como  dejo  dicho,  esta  caseta  carece 
de  adornos  y  de  belleza,  los  objetos  que  encierra 
son  dignos  de  estudio  y  admiración  como  restos 
de  otras  razas,  de  otras  épocas,  de  otras  civili- 
zaciones. 

¡Hé  aquí  esos  huesos  petrificados  y  rotos, 
enti'e  los  cuales  brillaban  intactas  y  limpias  las 
joyas  de  oro  con  que  engalanaron  su  carne,  y 
I  pie  llevaron  sobre  la  materia  muerta  al  seno  de 
la  tierra! 

Han  pasado  los  siglos  destruyendo  cuanto 
formó  al  hombre,  y  han  respetado  esos  trofeos 
de  su  vanidad,  semejantes  á  los  que  hoy  le  ador- 
nan... ¡La  civilización  no  ha  podido  desterrar 
lo  inútil,  'porque  la  humanidad  será  siempre 
esclava  de  las  mismas  miserias,  víctima  de  las 
mismas  debilidades!... 

El  arte  moderno  y  el  arte  retrospectivo  han 
llenado  este  artículo,  y  tengo  que  dejar  para  los 
siguientes  la  descripción  de  los  pabellones  ra- 
diales y  la  noticia  del  gran  pabellón  central. 

Patrocinio  de  Biedma 


-T~ 


Á  CONCHA 


Brillante  cascada  de  oro 
tus  iiibios  rizos  semejan 
si  por  tu  cuello  y  espalda 
libremente  juguetean 
cuando  Favonio  los  mece 
y  cuando  Febo  los  besa; 
ó  nulie  afiligranada 
que  por  los  espacios  raeda 
cual  las  locas  ilusiones 
de  soñadores  poetas; 
ó  bien  sutil  redecilla, 
tejida  con  áureas  hebras, 
en  la  que  mis  pensamientos 
y  mis  miradas  se  enredan; 
y  luego,  si  los  recoges 
y  prendes  en  tu  cabeza 
y  dejas  al  descubierto 
tus  homijros  de  blanca  perla, 
rubio  manojo  de  espigas, 
que  el  sol  estival  orea, 
sobre  un  lecho  de  jazipines, 
de  nardos  y  de  azucenas. 


EL  ALGUACIL  REGIO 


(episodio  histókico) 

La  frecuencia  con  que  se  repetían  las  reyertas, 
por  cuestiones  amoi-osas  unas  veces,  y  otras  por 
asuntos  de  índole  distinta,  traían  á  mal  traer, 
no  sólo  á  los  alcaldes  de  casa  y  corte  de  la  villa 
coronada,  sino  también  á  los  alcaldes  de  ronda 
y  demás  gente  de  justicia,  pues  nunca  los  cau- 
santes de  las  desgracias  que  acaecían  eran  cogi- 
dos por  los  vigilantes  alguaciles,  á  pesar  de  sus 
desvelos  por  conseguirlo,  para  que  el  Santo  Tri- 
bunal de  la  Inquisición  hiciera  en  uno  el  escar- 
miento de  todos  los  espadachines  que  eu  abun- 
dancia salían,  como  murciélagos,  por  las  noches, 
en  busca  de  aventuras. 


Eamón  Gak(Ía 


México,  1886 


ORILLAS  DEL  TIBER:  EN   PERUSA 

El  rey,  que,  según  frase  de  un  embajador, 
«tenia  el  sol  por  sombrero,»  andaba  disgustado 
con  las  quejas  que  á  sus  oídos  llegaban  de  con- 
tinuo sobre  el  sinnúmero  de  muertos  que  todos 
los  días  eran  cogidos  de  las  calles;  y  cuando  en 
cierta  ocasión  supo  que  uno  de  ellos  era  un  gran 
servidor  y  fiel  vasallo  suyo,  la  indignación  del 
rey  prudente  alcanzó  su  colmo,  y  mandando  lla- 
mar al  alcalde  corregidor  le  dijo:. 

— Veo  con  pesar  que  mis  pragmáticas  sobre 
el  duelo  no  se  acatan  y  que  la  desobediencia  no 
se  castiga;  y  si  en  adelante  no  ponéis  remedio  en 
ello,  yo  haré  de  modo  que  se  cumpla  lo  mandado, 
pese  á  vos  y  á  vuestros  alguaciles. 

— Señor, — replicó  humildemente  el  aludido, — 
no  es  culpa  nuestra  que  por  cuestiones  persona- 
les riñan  dos  caballeros  y  que  el  uno  mate -al 
otro,  y  mucho  menos  que  el  asesino  deje  de  ser 
preso,  pues  ellos  munca  se  rinden  á  la  justicia, 
antes  bien,  la  agreden  por  sí  mismos  ó  auxilia- 
dos por  otros  que  siempre  están  propicios  á  co- 
rrer á  la  autoridad.  En  muchas  ocasiones  ha 
habido  alguaciles  muertos,  y  en  la  mayor  parte 
los  heridos  son  en  gran  número. 

— Porque  sólo  tendréis  cobardes, — replicó  el 
rey  con  enojo. 

— Señor,  también  los  hay  valientes,  y  pruebas 
mil  han  dado  de  serlo, — dijo  algo  picado  el  co- 
rregidor. 

El  rey  quedó  un  momento  pensativo,  y  al  cabo 
de  buen  rato  repuso: 

— Puesto  que  hay  reñidores  tan  esforzados  al 
par  que  desobedientes  á  mis  mandatos,  y  algua- 
ciles tan  poeo  cuidadosos  de  defenderlos,  yo  os 
enviaré  un  hombre  á  quien  no  lo  importa  nada 
combatir  contra  veinte  al  mismo  tiempo.  El  nue- 


vo alguacil  que  os  recomiendo  eetará  mañana 
por  la  noche  en  la  puerta  del  convento  de  San 
Agustín:  colocadlo  en  una  de  las  rondas  princi- 
pales. 

Dicho  esto,  Don  Felipe  despidió  al  malhumo- 
rado alcalde,  no  sin  hacerle  nuevas  advertencias 
para  en  adelante. 

A  la  hora  prefijada  por  el  rey  ya  estaba  en  el 
Mentidero  el  nuevo  alguacil  aguardando  á  la 
ronda  de  que  debía  él  fomiar  parte;  y  llegada 
que  fué  ésta,  todos  so  pusieron  en  camino  por 
las  tortuosas  calles  de  la  coronada  villa. 

Aquella  noche  el  cídendario  anunciaba  luna  y 
el  alumbrado  había  sido  suprimido;  pero  las 
nubes,  siendo  de  j)arecer  contrario  al  del  alma- 
naque, se  interpusieron,  matando  la  luz,  sin  duda 
por  imitar  al  municipio,  y  dejaron  á  Madrid  en 
oscuridad  completa. 

Sólo  en  alguna  que  otra  callejuela,  débil  lám- 
para de  aceite,  iluminando  el  retablo  de  imagen 
venerada,  hacía  mayor  la  densidad  de  las  tinie- 
blas en  lo  restante  de  la  calle,  é  imposible  cami- 
nar á  derechas  ni  á  zurdas. 

Ya  llevaba  la  ronda  buena  parte  de  la  noche 
andando  á  tinieblas,  sin  que  novedad  alguna  hu- 
biese encontrado  que  pusiera  á  prueba  el  valor 
del  nuevo  alguacil,  cuando  de  pronto  oyó  la  ronda 
el  raido  de  aceros  que  chocaban.  Al  volver  de 
una  esquina  dio  con  dos  combatientes  que  pelea- 
ban á  la  luz  de  un  retablo,  y  al  gritar  el  alcalde 
de  ronda  «¡Ténganse  á  la  justicia!,»  sólo  le  con- 
testó el  «¡Dios  me  valga!»  de  uno  de  los  reñido- 
res, que  caía  al  suelo  atravesado  por  la  espada 
de  su  rival. 

El  nuevo  alguacil  arremetió  con  el  vencedor 
para  aprehenderle;  poro  éste,  diestro  en  el  ma- 
nejo del  arma  que  blandía,  volvióse  á  los  de  la 
ronda  y  comenzó  con  ellos  á  cintarazos  y  estoca- 
das, que,  á  no  huir  muchos,  alguno  quedara  aUí 
muerto. 

Únicamente  el  novel  alguacil  resistió  el  em- 
puje con  singular  denuedo,  haciendo  frente  al 
matador,  y  entre  ambos  trabóse  reñida  lucha,  eu 
que  demostraron  ser  valientes  y  maestros  en  el 
arte  de  manejar  la  espada. 

Duró  bastante  el  combate,  y  el  alguacü  nuevo 
veíase  amenazado  de  sucumbir  presto,  pues  la 
fatiga  le  cansaba. 

El  matador  tiró  una  estocada  al  corchete,  y, 
cuando  ya  iba  á  herirle  en  el  pecho,  el  embozo 
que  ocultaba  la  cara  del  alguacil  cayó,  dejando 
al  descubierto  su  rostro. 

El  agresor,  al  verle  á  la  claridad  proyectada 
por  la  lámpara,  hincóse  en  el  suelo  de  rodillas, 
y,  presentando  su  acero  al  alguacil,  le  dijo: 

— Sólo  al  rey  me  rindo,  señor. 

— ¿Y  por  qué  no  al  adversario? 

— Porque  V.  M.  representa  la  fuerza  del  de- 
recho. 

Los  otros  alguaciles,  testigos  de  esta  escena, 
acercáronse  con  curiosidad,  y,  al  reconocer  al  rey 
prudente  en  el  alguacü  nuevo,  quedaron  mudos 
de  asombro. 

— Llevad  preso  á  este  caballero, — di  joles  re- 
cogiendo al  vencido  la  espada. 

El  caballero,  que  no  era  otro  que  el  conde  do 
Sástago,  fué  desterrado  á  los  pocos  días  poi- 
orden  del  rey. 

Y  Don  Felipe  11  se  convenció  de  que  no  era 
tan  fácil  como  creía  ser  simple  alguacü  en  los 
tiempos  de  su  glorioso  reinado. 

E.  Hernández  Bermúdez 


-f  ~ 


SESIÓN  BORRASCOSA 


Definid  y  no  disputaréis,  dijo...  yo  no  recuerdo 
quién  lo  dijo,  pero  sé  que  lo  ha  dicho  alguien: 
Platón  ó  Descartes,  Pitágoras  ú  Orti  y  Lara. 
Tanto  monta:  dado  por  éste  ó  por  aquél,  por  ése 
ó  por  el  otro,  el  consejo  me  parece  excelente. 

Por  haberlo  puesto  en  olvido,  y  tal  vez  por 
haberlo  desdeñado,  celebraron  no  hace  muchas 
noches  una  sesión  viva,  animada,  y  casi  casj  bo- 
rrascosa, los  señores  académicos  de  la  Española. 


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T-A  TT.rSTRAOTON  TBERTCA 


Suiwngo,  lector  do  Ai  alma,  quo  nada  imovo 
t*  diré  si  t<»  iliffo  de  cátiio  la  Academia  de  la 
Leugiia  está  encargada  de  adjudicar  un  premio 
de  cinco  mil  jH-.-ietas  al  aut<>r  de  la  mejor  obra 
dramática  estrenada  en  todo  el  corriente  año  en 
uno  de  los  teatros  de  España.  Sigo  suponiendo 
que  no  deísconoces  la  procedencia  de  esos  mil 
Ȓuros  con  que  ha  de  ser  recompensado  un  poeta 
dramático  español.  El  pi-emio,  fué  acordado  por 
la  reina  regente,  D.»  María  (.Vistina,  y  ha  de 
ser  adjudicailo  ¡K>r  la  corporación  doctisima,  que 
solire  limpitir.  Jijar  y  dar  esplendor,  dan'i,  por 
esta  vez.  Dios  mediaut*,  hxs  cinco  mil  pesetas. 

Como  el  año  de  gracia  i^que  maldito  si  la  ha 
tenido^  de  1SS7  está  en  sus  postrimerías,  como 
qnien  dice  (y  como  quien  no  dice),  los  señores 


■S^ 


ORILLAS  DELTIBER:  EN  CITTÁ  DI  CASTELLO 


de  la  calle  de  Valverde  han  creido  del  caso  ir 
preparando  la»  cosas  á  fin  de  que  esto  novísimo 
juicio  de  Paria,  en  que  varios  poetas  harán  de 
diosas,  la  Acaílemia  será  el  hijo  de  Priarao  y  la 
manzana  los  veint-e  mil  reales  de  vellón,  so  pre- 
sente con  todo  el  aparato  que  su  argumento  re- 
quiere. 

Indicóse   primeramente   la  conveniencia  de 
establecer  qne  el  año  de  que  se  trataba  era  año 
civil,  no  temporada  cómica  ni  año  económico; 
indic/i.se  también  alguna  otra  cosa  de  poca  im- 
IK»rt;incia,  relativa  al  procedimiento  para  cumplir 
de  la  mejor  manera  posible  el  honroso  encargo 
recibido;  y  en  esto  y  en  lootro  hubo  completa  una- 
nimidad de  pareceres.  Hasta  aquí,  es  decir,  hasta  i 
allí,  ilja  todo  perfectamente.  Pero  le  ocurre  á  í 
uno  de  los  congregados  preguntar: — ¿Se  han  pe-  ! 
flido  ya  ejemplares  de  las  obras  dramáticas  es-  \ 
trf-na'las  en  los  teatros  de  provinciasV — Y  aquí  | 
fué  Troya. 

— -¿Cómo  8c  entiende? — gritó  uno. — En  este 
.CMiicurso  solamente  han  de  ser  admitidas  las 
cíiui'-'üas  ó  los  dramas  estrenados  ea  Madrid. 

— Xo  veo  la  razón, — replicó  otro. — ¿Por  ven- 
tura no  haj'  más  teatros  en  España  que  los 
teatros  de  Madrid? 

— No  loa  hay. 


— Sí  lo.s  hay. 
— Rej>ito  que  no. 
— ^Insisto  en  quo  si. 

Y  sobre  si  los  poetas  dramáticos  de  provin- 
cias j)ueden  ó  no  pueden  optar  al  premio  consa- 
bido, armóse  no  lloja  zalagarda  t^dicho  sea  sin 
ofensa  de  la  Academia). 

No  faltó  quien  dijese,  en  lenguaje  académico, 
por  de  contado,  y  no  con  el  estilo  ramplón  y 
chavacano,  como  mío,  que  j'o  uso  eu  el  relato: 
— Ya  veo  á  dónde  van  á  parar  los  que  preten- 
den quo  concurran  á  este  certamen  los  escritores 
provinciales:  tratan  nada  monos  que  do  fomen- 
tar el  funesto  movimiento  regional  ¡sta  que  re- 
nace á  fines  del  siglo  xix  como  si  pretendiera 
hacernos  retroceder  á  épocas  de  vei-gouzosa  re- 
cordación. Aquí  se  quie- 
_  re  autorizar,  con  un  acto 

_-=~  solemne  de  la  Academia 

=-^"^  Española,  el  renacimien- 

to de  las  literaturas  re- 
gionales, sobre  todo  el 
de  la  literatura  catala- 
na. Eso  no  debemos  ha- 
cerlo nosotros:  eso  no 
puede  hacerlo  la  corpo- 
ración que  es  legislado- 
ra en  materias  de  len- 
guaje. Este  acto  tendría 
una  significación  y  un 
alcance  en  que  es  pre- 
ciso que  nos  fijemos,  y 
haría  caer  sobre  nos- 
otros responsabilidades 
tremendas;  como  que 
nada  menos  seria  que 
sancionar  oficialmente 
una  tendencia  que  los  en- 
cargados de  unificar  el 
habla  castellana  no  te- 
nemos más  remedio  que 
condenar.  Podrían  pre- 
sentarse al  concurso 
obras  catalanas,  obras 
gallegas,  obras  valencia- 
nas, obras  éuskaras: 
¿quieren  Vds.  hacer  el 
favor  de  decirme  quién 
de  nosotros  tendría  com- 
petencia para  juzgar  tra- 
bajos escritos  en  idio- 
mas (ó  dialectos  )  que 
casi  ninguno  de  los  pre- 
sentes conoce  ni  com- 
prende? 

Y,  como  sucede  en  ca- 
sos parecidos,  la  discu- 
sión se  extravió  lastimo- 
samente: la  observación 
provocaba  una  réplica; 
la  réplica  daba  origen  á 
una  contrarréplica;  ésta  motivaba  una  roctifica- 
ción;y  laluchaexcitaba  los  ánimos,  y  la  excitación 
convertía  en  agresivos  á  los  más  templados,  y  á 
la  frase  viva  seguían  las  palabras  acres...  y  el  cón- 
clave resultó  dividido.  Opinaban  los  unos  que  el 
regionalismo  debía  combatirse  enérgicamente; 
sostenían  los  otros  que  era  un  hecho  con  el  cual 
era  preciso  conformarse...  y  no  sé  cómo,  aunque 
sí  sé  que  con  mucha  dificultad,  el  presidente 
logró  encauzar  un  tanto  la  controversia,  con  que 
tomaron  los  académicos  á  discutir  si  los  autores 
dramáticos  gallegos,  catalanes,  andaluces  ó  va- 
lencianos, podrían  estar  admitidos  á  concurso 
para  él  caso  concreto  de  que  se  trataba.  Opina- 
ron que  sí,  y  sostuvieron  su  opinión,  Balaguer, 
Silvela,  Menéndez  Pelayo,  Pidal  y  algunos 
otros:  defendieron  que  no,  Núñez  de  Arce,  Ca- 
ñete, el  marqués  de  Molins  y  alguno  más.  Citan- 
do el  punto  se  dio  por  suficientemente  discutido, 
fu*  puesto  á  votiición,  y  la  opinión  sostenida 
por  Balaguer,  por  Pida!,  por  Menéndez  Pelayo 
y  por  Silvela,  resultó  con  mayoría. 

Quedó,  pues,  resuelto,  gracias  á  la  eficaz  in- 
tervención de  esa  señora  Academia,  quo  Cata- 
luña y  Galicia,  que  las  Provincias  Vascongadas 
y  Valencia,  pertenecen  á  España.  No  fué  poca 
suerte. 


Y  aquí  entra  la  aplicación  del  aforismo,  ó  lo 
que  sea,  con  quo  van  encabezadas  estas  líneas. 
No  soy  autoridad  para  defender  «i  para  comba- 
tir el  renacimiento  literario  regionalista:  á  mí, 
dicho  sea  en  confianza,  no  me  parece  mal.  Pero 
esto  no  os  del  caso:  parezca  bien  ó  parezca  mal, 
téngase  por  beneficioso  ó  por  funesto,  la  señora 
Academia  no  era,  á  la  sazón,  la  llamada  á  dilu- 
cidarlo, ni  aun  á  discutirlo.  La  i-eiua  regente  les 
había  encargado  de  adjudicar  un  premio  á  la 
mejor  obra  dramática  representada  durante  el 
año  en  uno  de  los  teatros  de  España:  nada  más, 
nada  menos. 

No  competía  á  la  corporación  juzgar  el  acto 
de  la  reina;  no  tenía  para  qué  extrañar  si  el 
acto  era  político  ó  no  lo  era;  no  le  correspondía 
aquilatar  las  ventajas  ó  los  inconvenientes  de  la 
resolución  adoptada...  Su  deber,  en  cuanto  aca- 
demia, era  acatarla  y  cumplirla. 

Para  hacerlo  así,  debieran  comenzar  definien- 
do lo  que  entendían  por  España;  y  como  segu- 
ramente habrían  incluido  eu  España  á  Cataluña 
y  Galicia,  á  Valencia  3^  Andalucía,  no  habrían 
disputado. 

Qiie  era  lo  que  me  proponía  demostrar. 

He  dicho. 

A.    SÁNCHKZ    PlíUEZ 


-f- 


NUESTROS  GRABADOS 

KX   OSA   1)EI.   KOTl'lfiRAFO 

Cuadro   de  J.   Miikaroiraki/ 

Buen  cuadro  de  género:  expresiones  perfectamente  sor- 
prentiidus  en  el  oportuno  momento,  maestría  en  la  disposi- 
ción de  los  planos,  habilidad  en  la  reproducción  de  los 
paños,  factura  elegante  y  asunto  sinipátieo.  No  se  puedo 
pedir  más  al  autor,  relativamente  á  esta  obra. 

ORILLAS   DKL   TIBER 

Remontando  el  curso  del  lio  desde  Bagnorea  á  sus  fuen- 
tes y  pasado  ya  Orvielo,  descúbrese  en  medio  de  un  paisaje 
encantador  la  antigua  ciudad  de  Todi.  Vienen  luego  Fratta, 
Perusa,  Clttá  di  Castello,  y  Pieve  di  San  Stefano;  cada  una 
de  las  cuales  se  recomienda  por  alguna  particularidad  nota- 
ble: San  Stéfano  por  su  bonita  situación  al  pie  de  los  Apeni- 
nos; Citlá  di  Castello  por  sus  viejos  palacios  y  sus  recuerdos 
de  cuando  imperaba  allí  la  terrible  familia  Vitelli;  Perusa 
por  ser  ilustre  cuna  de  la  escuda  umbría,  su  magnifico  Cam- 
bio, sus  viejas  fuentes  y  su  proximidad  á  Asis,  la  ciudad  de 
San  Francisco;  Fratta,  finalmente,  por  sus  grandiosos  con- 
ventos y  la  risueña  perspectiva  que  desde  el  pueblo  se 
descubre. 

EL  BORDADO  DECORATIVO  EN  INGLATERRA 

V 

Parece  ser  que  la  historia  del  encaje  se  remonta  li  muy 
respetable  antigüedad,  sabiéndose  que  era  cultivado  brillan- 
temente en  Asirla,  Egipto,  Chipre,  Rodas,  Creta  y  demás 
islas  griegas,  acabando  hoy  día  por  ser  practicado  mejor  que 
en  ninguna  parte  en  Turquía,  donde  so  hacen,  en  efecto, 
primorosiLS  tapicerías. 

El  bordado  estuvo  en  gran  predicamento,  durante  el  si- 
glo XVI,  en  Italia  y  España,  desde  donde  se  propagó  á  los 
demás  países  de  Occidente,  trasfonnándose  bajo  el  reinado 
de  Luis  XIV,  en  cuya  época  fueron  sustituidos  los  dibujos 
geométricos  por  otros  Horcados 

Fueron  celebres,  á  últimos  del  siglo  xvi,  los  bordados  es- 
pañoles en  cadmela,  brillando  hoy  dia  Manila  por  sus  pa- 
ñuelos bordados,  inimitables. 

Actualmente  parece  haberse  despertado  en  Inglaterra 
grande  afición  á  resucitar  los  antiguos  modelos. 

EXPOSICIÓN   NACIONAL   DE   BELLAS   ARTES   DE   1887 


NERÓN    ANTE    EL    CADÁVER    DE   SU   MADRE   AORIl'INA 

Obra  postuma  de 

ARTURO  MONTERO  Y  CALVO.  (Medalla  dc  2.»  clase) 

Dibujo  de  P.  y  Valor 

.Nerón  ante  el  cadáver  de  m  madre  Ai/ripina.  El  horrible 
pasaje  de  la  Vida  de  loe  doce  Césares,  de  Siietonio,  en  que  se 
da  cuenta  do  las  tentativas  de  Nerón  para  asesinar  á  su 
madre,  y  en  (lue  su  relata  la  forma  en  iiue  por  fin  se  deshizo 
de  Agripina  el  cruel  tirano,  ha  animado  la  paleta  del  pre- 
miado ])intor  D.  Arturo  Montero  y  Calvo  para  producir  la 
magnifica  obra  que  lleva  el  número  532.  Aparece  on  el  cua- 


LA  n.üSTRACION  IBÉRICA 


77'.! 


dro  Agripina  muerta,  tendida  en  el  lecho.  Nerón  levanta  ul 
paño  que  cubre  el  cadáver  de  su  madre,  ora  para  recrearse 
con  brutal  complaceucia  en  las  bellezas  de  la  que  le  dio  el 
ser,  ora  para  censurar  los  defectos  que  la  Naturaleza  marcó 
en  aquellas  esculturales  formas,  como  artista  que  juzga  un 
modelo,  impasible  y  fríamente.  Aduladores  cortesanos  con- 
templan de  otra  parte  aquella  mujer,  con  sensualidad  senil 
uno  de  ellos,  con  cierto  temor  los  demás,  no  sabiendo  cómo 
expresar  sus  impresiones  de  manera  que  sean  pratas  á  los 
oídos  de  aquel  que  ba  pasado  á  la  historia  como  personifi- 
cación rojínjínante  de  Iodos  los  vicios  y  pervei^sidades. 

"El  artista  ha  pintado  su  obra  con  la  sobriedad  de  un 
maestro,  dentro  de  la  rica  tradición  del  incomparable  Rosa- 
les. Y  todos  los  defectos  que  piulieran  señalarse  deben  atri- 
buirse á  que  el  tiempo  y  la  sahul  le  faltaron  al  instante  de 
dar  las  últimas  pinceladas. 

-Severa  y  correcta  en  general  la  ejecucií'm,  estudiadas 
ante  la  verdad  aquellas  cabezas  y  aquellas  figuras  romanas, 
cada  una  de  ellas  vale  en  inspiración  y  en  forma  lo  que  un 
boceto  admirable  puede  valer.  Sentida  la  obra  y  connatura- 
lizado el  pintor  con  el  pensamiento  de  la  misma,  ha  señala- 
do en  cada  personaje  los  sentimientos  que  le  corresponden 
y  la  impresión  que  deben  causar.  La  pasta  de  color,  la  ma- 
nera de  n^anchar  el  cuadro,  el  estilo  sincero  que  resplande- 
ce en  él,  el  esmero  con  que  ha  estudiado  aquel  tricUnio,  sin 
entretenerse  en  lo  que  no  es  principal  en  la  obra,  como  por 
ejemplo  el  fondo;  la  hennosa  cabeza  que  recuerda  el  busto 
clásico  de  Cicerón,  hasta  la  dureza  con  que  están  acusadas 
algunas  líneas,  y  el  soberbio  tapiz,  en  fin,  que  cubre  el  suelo; 
todíXín  el  cuadro  revela  un  artista  de  condiciones  excep- 
cionales, llamado  á  conquistar  en  la  serie  de  nuestros  pin- 
tores una  significación  análoga  á  la  del  autor  de  la  Muerte 
(le  Lucrecia..." 

En  tan  calurosos  términos  de  admiración  se  ocupaba  el 
Sr.  D.  Hermenegildo  Giner  de  los  Ríos  del  cuadro  de  Agri- 
pina. ¡Quién  tenía  que  decir  que  el  malogrado  autorno  había 
de  experimentar  el  consuelo  de  ver  aplaudida  y  premiada 
su  grande  obra !  Llevada  acabo  en  medio  de  las  mayores 
dificultades,  minada  la  existencia  de  Montero  y  Calvo  por 
cniel  é  implacable  enfermedad,  sorprendióle  la  muerte 
cuando  el  Jurado  otorgaba  al  pintor  una  segunda  medalla... 
Extinguióse  aquella  vida  preciosa,  y  el  alma  del  malogrado 
artista  vallisoletano  fué  á  reunirse  con  la  del  gran  Rosales, 
á  qTiien  hubiera,  ciertamente,  reemplazado. 

FLORALIA 

Dibujo  de  A.  Trcniin 

Está  muy  bien  eso,  á  pesar  de  su  desenfrenado  carácter 
alegórico,  como  estarán  bien  siempre  líis  flores  pintadas  con 
primor,  y  las  niñas  bonitas  reproducidas  von  nmore.  Déjense 
Vds.,  pues,  de  querer  que  el  arte  sea  nada  más  que  la  fiel  y 
exacta  reproducción  de  la  Naturaleza,  ó,  si  no  lo  quieren 
asi,  la  Naturaleza  reproducida  fiel  y  exactamente,  ó,  de  otra 
manera,  la  fidelidad  y  exactitud  en  la  reproducción  de  la 
Naturaleza;  y  consintamos  en  que  esos  intrépidos  fantasis- 
tas  nos  presenten  cuadros  de  flores  y  niñas  bonitas  y  ange- 
litos imaginarios. 


KL   líOHliUK    DK   I'ONTAINKKLBAU:    -LA    LAOUNA'- 

líellecroix  es  una  elevada  y  solitaria  meseta,  peñascosa 
en  uiras  partes,  y  en  otras  cubierta  de  arbustos.  A)>undau  en 
ella  las  laguna'^,  siendo  muy  pintoresca  la  que  por  antono- 
masia llaman  la  Mare. 


EL  ALCÁZAR  DE  LAS  PERLAS 

LEYENDA  ÁRABE 

UKICINAr,  UK 

Juan  García-Goyena  ilzugaray 


(continuación) 

— ¡Oh,  Azliuna! — prorrumpe  la  niña,  mientras 
sus  ojos  se  arrebolan  de  trasparentes  lágrimas, 
brillantes  como  el  rocío  de  la  aurora  en  el  cáliz 


do  de  su  deliquio  emijriagador  á  los  ainautoK. 

— ¡Mi  padre! — mliriuura  Sobeya  volviendo  de 
su  éxtasis  de  gloría. 

— ¡Abu-Hasán! — repit-e  Azhuna  saliendo  con 
la  niña  al  encuentro  del  comerciante. 

Entra  éste  rodeado  do  una  turba  de  jiWonfs 
y  ancianos,  vestidos  con  infinita  variedad  de 
trajes  y  liablaiido  innúmeros  idiomas;  posa  sus 
labios  en  la  tx^i'sa  frente  do  Sobeya,  que  fugaz 
como  un  lelámpago  desaparece  d(!  la  vista  de 
los  exti-anjeros,  lanzando  una  mirada  de  cariño 
al  pensativo  Azhuna;  éste  sabida  al  mercader  y 
sus  acompañantes  como  á  antiguos  conocidos,  y 
se  "sienta  en  el  diván  que  acaba  de  abandonar 
Sobeya.  Abu-Hasán,  el  más  famoso  mercader  de 
la  Al-kaiseria,  se  coloca  junto  á  la  mesa  de 
palma,  y  los  demás  le  rodean  confundiendo  sus 
voces  en  acalorada  discusión. 

¡Quién  no  siente  conmovida  su  alma  al  ver 
aquella  extraña  mezcla  de  todos  los  dialectos. 


ORILLAS  DEL  TIBER 
PIEVE  DI  SAN    STEFANO 


DAMA   Y   CABALLEIÍO.    -  KNTRE   FLORES 

I,a  llama,  muy  experta  ella  en  semejantes  achaques,  tiene 
que  abotonarle  los  guantes  al  eaballcro  antes  de  presentar- 
se en  el  salón  de  baile.  Promete  la  muchacha. 

kntre  flores  es  un  bellísimo  dibujo.  «Falso,  mentiroso,  im- 
posible,- dirán  algunos;  y,  sin  embargo,  para  quien  siente  la 
Naturaleza  y  los  niños,  «xactlsimo  y...  casi  vulgar. 

KI.  VIEJO   TROVADOR 

Cuadro   de  F.    Gcllí 

K.sf)S  pnadrí)s  de  caballete,  en  que  el  autor  puede  hacer 
gala  de  tftdas  sus  buenas  cualidades  técnicas  sin  necesidad 
de  romperse  mucho  la  cabeza  en  busca  de  quintesenciados 
argumentos,  son  hoy  en  día  muy  del  gusto  del  público,  que, 
si  en  el  teatro  se  deleita  con  las  Menegildas,  se  complace 
también  en  recrearse  ante  cuadros  y  dibujos  en  que  apare- 
cen la-s  bonitas  mozas  de  posada,  el  soldado  fanfarrón,  el 
viejo  verde,  el  alegre  jugador  y  demás  tipos  que  sirven  de 
pretexto  para  pintar  un  cuadrito  bonitillo  al  alcance  de  las 
fortunas  modestas  y  á  propósito  para  figurar  en  los  gabine- 
tití>s,  saloncitos,  y  comcdorcitos  hoy  en  uso. 

I.A    ANUNCIACIÓN 

Jlajo  relieve  de  Andrea  della  Robbia 

Admírase  esta  preciosa  escultura  en  una  {uñeta  que  está 
sobre  la  puerta  de  la  sacristía  de  la  iglesia  del  Hospital  de 
los  Inocentes,  de  Florencia.  Un  jarro  de  antigua  formaf  en  el 
cual  crece  un  simbólico  lirio,  separa  á  la  Virgen  del  ángel 
anunciiulor.  I.,a  purísima  doncella  está  concebida  con  tanto 
idealismo  como  pudiera  hacerlo  el  mismo  Rafael.  Un  lindo 
coro  de  ángeles  sirve  de  orla  á  la  escena  mística.  Andrea, 
como  su  hermano  Lucca,  era  uno  de  los  artistas  del  siglo  xv 
que  á'más  alto  grado  llevaron  la  perfección  de  la  escultura, 
reco)ncndándí)se  todas  sus  obras  así  jtor  su  gracia  como  por 
la  pureza  del  modelado. 


de  las  flores. — ¿Quién  te  sostendrá  en  tu  marcha 
cuando  decaigan  las  ilusiones  de  tu  pecho? 
¿Quién  compartirá  contigo  las  fatigas  del  viaje, 
y  quién  ¡ay  de  mi!  tne  consolará  en  tu  ausencia? 

— ¡Oh,  Sobeya!  Y  á  Azhuna  ¿quién  podrá  con- 
solarle? 

— Tu  esposa, — exclama '  la  doncella  en  voz 
baja,  rozando  el  oído  de  su  amante  con  sus  rojos 
labios. 

Una  infinita  sacudida  de  placer  hace  vibrar 
los  nervios  de  Azhuna,  que  le  dice,  mientras 
bebe  su  aliento: 

— ¿Me  acompañaría  mi  esposa  en  mi  larga 
peregrinación? 

Un  sí  débil,  impalpable,  como  el  beso  de  las 
auras,  deja  escapar  la  niña,  mientras  su  rostro 
se  trasfigura  de  felicidad  y  amor.  Sus  manos 
caen  lentamente  entre  las  manos  de  Azhuna,  que 
las  estrecha  con  pasión;  su  cabeza  se  apoya  vo- 
luptuosa sobre  el  hombro  de  su  amante;  sus  ojos, 
entornados,  arrojan  tenues  ráfagas  de  fuego  en 
los  ojos  del  artífice;  y  sus  labios,  entreabiertos, 
parecen  ofrecer  algo  divino  á  los  sedientos  la- 
bios de  su  compañero,  que  baja  su  cabeza  y  liba  j 
en  ellos  el  azahar  de  la  vida,  más  grato  que  el 
que  roban  las  abejas  para  elaborar  sus  mieles. 
El  sol,  rompiendo  el  vidrio  del  blanco  ajimez,  les 
manda  su  rayo,  envolviéndoles  en  un  lecho  de 
luz,  y  el  ángel  de  los  amores  inunda  de  m¡st(>r¡os 
la  silenciosa  estancia. 

— ¡El  mercader  se  aproxima! — grita  la  negra 
esclava  levantando  el  pesado  tapiz  del  arco  que 
da   entrada   al  misterioso  retrete  y  arrancan- 


do todas  las  razas,  de  todos  los  cultos,  en  ami- 
gable consorcio,  rodeando  la  mesa  del  trabajo! 
Aquí  el  anciano  Abraham,  joyero  hebreo,  con- 
versa con  pausado  acento  con  Mohamed,  el 
fundidor  turco;  allá  Polo,  el  navegante  geno- 
vés,  discute  con  Baktishua,  el  tapicero  persa; 
Ilonain,  tejedor  sirio,  habla  con  Rogerio,  cince- 
lador provenzal:  y  Kasirí,  el  instrumentista 
árabe;  y  Fernán  Pérez,  el  ebanista  casteOano;  y 
Lahorre,  el  indio  explotador  de  perlas  del  golfo  de 
Ormuz;  y  Goula,  el  curtidor  francés;  y  Attafsin, 
el  herbolario  egipcio;  y  otros  cien  de  cien  países; 
platican  en  tomo  de  Abu-Hasán,  el  mercader 
granadino  más  famoso  por  sus  encajes  y  sus 
telas.  Y  en  la  pequeña  estancia  se  confunden 
los  giros  provenzales  con  las  dicciones  semí- 
ticas, el  rico  veneciano  con  el  fastuoso  árabe,  el 
copto  y  el  francés,  el  castellano  y  el  hebreo, 
como  genuina  imagen  de  la  torre  de  Babel,  pin- 
tada en  el  Corán  cristiano.  Y  toda  aquella  in- 
mensa muchedumbre,  retiñida  \\n  día  en  la  ciudad 
común,  en  la  comercial  Granada,  para  h.acer 
acopio  de  sus  mercaderías,  y  que  mañana  se 
derramará,  como  las  hojas  del  árbol  al  soplo  del 
viento,  en  numerosas  caravanas,  por  las  abrasa- 
das regiones  del  África,  por  las  asiáticas  ciuda- 
des ó  por  los  pueblos,  bárbaros  de  Europa,  hoy 
en  derredor  de  Abu-Hasán,  qvie  en  medio  de 
ellos  ostenta  en  gnieso  manuscrito  el  Libro  fie 
negociaciones  delmadrileño  Abul-Casin,  discuten 
con  animadas  voces  las  ideas  en  él  vertidas. 

— ¿Qué  nación  podrá  competir  en  grandeza 
con  la  perla  de  Occidente,  con  la  oriental  Cii-a- 
nada?— exclama  Abu-Hasán  haciendo  vibrar  su 


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EL  VIEJO  TROVADOR  (cuadro  de  F.  Gelli 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


\..E  sobre  las  de  1(*  tumultuosos  exti-aujeros. 
—  Tendrá  Cachemir  sus  swLis,  Katuy  sus  cedros, 
OmiHZ  sus  jM'rlns;  po<lnV  envaueeei-se  el  genovés 
de  sus  Imjeies,  el  turco  de  sus  perfuuies,  el  cas- 
tellano de  sus  catedrales,  el  pivvenzal  de  sus 
artistas;  pero  en  Granada  se  condensa  todo.  En 
olla  se  reuueu  los  productos  de  todos  los  pue- 
l)los,  las  riquezas  de  todas  las  ciudades.  Málaga 
y  Almería,  Calahonda  y  Adra,  reciben  en  sus 
puertos  uierenderes  de  las  más  apartadas  regio- 
nes y  despiden  de  ellos  sus  más  envidiadas 
nuTcaucias,  La  vega  produce  virtuosas  y  nro- 
iiuitiras  yerbas  que  sirven  para  la  salud  del 
cuerpo  y  la  embriaguez  de  los  sentidos.  Alfom- 
bras sirias,  tapices  persas,  telas  inilias,  metales 
pi-eciosisimos,  tejidos  prodigiosos,  abortan  uues- 


EL  BORDADO  DECORATIVO   EN   INGLATERRA 
REPRODUCCIÓN    DE    UN    ANTIGUO    ENCAJE    VENECIANO 


tras  extensas  fábricas  y  nuestras  profundas 
minas.  Tenemos  alcázares  suntuosos,  erguidos 
ob.servatorios,  incomparables  academias,  esplén- 
didos Ijazares  donde  ofrecer  al  mundo  entero 
cuanto  pueda  desear  la  imaginación  más  soña- 
dora. Os  hemos  dado  la  brújula  para  que  podáis 
surcar  los  flilatados  mares;  hemos  creado  el 
papfU  para  que  la  ¡dea,  impalpable  y  luminosa, 
no  sea  nlfaga  de  viento  que  pase  sin  dejar  rastro 
de  su  existencia.  Tenemos  poetas  que  cantan 
nuestras  gloria.s,  sabios  que  las  aumentan  y 
alarifes  que  nos  traigan  á  la  tierm  todas  las 
hermosuras  del  jjaraiso.  Nombraflme  un  comer- 
ciante de  otro  ¡¡ueblo  que  haya  logrado  lo  que 
Abul-Cosin,  autor  de  esta  obra,  la  árnica  en  Eu- 
lopa,  á  pi'>Mir  de  hacer  mil  lunas  que  fuó  escrita, 
y  os  regalo  la  alfombra  más  preciada  de  mis  dos 
bazarí's. 

Prolongado  silencio  acoge  las  últimas  palabras 
del  mercader,  que  pasea  una  mirada  de  orgullo 
Hobro  los  rostros  de  los  extranjeros,  la  para  en 
Azhuna  y  prosigue  de  nuevo: 

— Ahí  tenéis  otra  prueba  de  mis  palabras: 
;.'iué  ciudad  puede  envanecerse  de  tan  inspirado 
.'vrtista  como  Azhuna? 

Todos  vuelven  la  mirada  al  cojín  donde  se 
rícuesta  el  alarife,  y  éste  con  acento  entrecor- 
tado murmura: 

— ¡Oh,  extranjeros!  La  bendición  de  Alá  des- 
cienda sobre  vuestras  casas  colmándolas  de  be- 


neticios.  Granada,  la  de  los  ricos  niinaietes,  os 
brinda  con  su  generosa  liospitalidad:  ¿la  nega- 
réis al  granadino  que  visite  vuestras  tierras? 
Mi  cincel  de  oro  ya  no  vibra  al  fuego  de  la  ins- 
piración; mi  idea,  que  ha  absorbido  todos  los 
jugos  de  estos  campos,  necesita  nuevos  hori- 
zontes donde  tender  las  alas.  Parto,  pues,  á  re- 
correr la  tierra  de  levante  á  ocaso,  á  visitar 
vuestras  ciudades,  á  atravesar  vuestros  desier- 
tos y  vuestros  bosques:  ¿negaréis  al  peregrino 
el  apoj'O  de  vuestros  conocimientos? 

Cien  negaciones  repetidas  contestan  á  Azhii- 
na,  que  recibo  promesas  de  cartas  y  de  itinera- 
rios para  su  ]ironto  viaje. 

— Y  ahora  ¡oh  tú,  Abu-Hasán!  escucha, — 
prosigue  el  artífice. — Ti\  posees  un  tesoro  sólo 
comparable  con  el  del 
paraíso  del  Profeta.  Yo 
te  pido  por  esposa  á 
tu  hija,  la  virgen  ^de 
las  negras  trenzas  de 
y  las  lánguidas  pupi- 
las: ¿me  dejarás  vagar 
errante  y  sin  su  divino 
apoyo  en  la  penosa 
marcha  que  tengo  que 
emprender? 

- — Mucho  vale  tesoro 
tan  preciado,  Azhuna; 
pero  tus  acciones  te  ha- 
cen digno  do  ella. 

Se  despiden  los  ex- 
tranjeros y  todos  salen, 
á  tiempo  que  Sobeya 
aparece  ruborosa  en  el 
calado  arco,  y  Abu-Ha- 
sán estrecha  entre  sus 
brazos  á  la  doncella  y 
el  artista,  sellando  de 
este  modo  la  felicidad 
de  sus  amores. 


III 


La  tarde  va  cayendo. 
El  sol  arroja  sus  últi- 
mos chispazos  sobre  la 
negra  cumbre  de  Sie- 
rra Elvcira,  envolvien- 
do en  la  poética  lan- 
guidez del  crepúsculo 
los  hermosos  contomos 
de  la  vega. 

Por  la  ribera  del  Ge- 
nil ,  como  abrumados 
por  una  larga  camina- 
ta, se  acercan  á  Gra- 
nada dos  personas  á 
paso  lento  y  con  la  frente  inclinada  bajo  la 
pesadumbre  de  amargas  ideas.  El  es  un  hom- 
bre de  cabello  entrecano  como  las  primeras 
estribaciones  de  la  Sierra  de  Nievo,  en  que 
los  copos  blancos  y  las  peñas  negras  forman  ad- 
mirable contraste.  Sus  ojos,  de  proñmda  mirada, 
despiden  fuego,  pero  fuego  de  cólera  y  de  in- 
dignación: la  cólera  del  genio  luchando  con  los 
límites  de  la  realidad.  Ella  es  hermosa  como  la 
luz  del  alba  después  de  una  noche  oscura.  Su 
tez,  tostada  por  los  ardientes  rayos  del  sol, 
brilla  como  la  rosa  á  los  besos  del  día.  Sus  ojos, 
lángtiidos  y  tristes,  se  fijan  en  la  tierra,  y  sus 
negras  trenzas  flotan  desceñidas  sobre  el  tosco 
lino  de  .su  túnica  blanca.  El  camina,  envuelto  en 
su  áspero  albornoz,  del  brazo  de  ella,  y  ambos 
apoyados  en  gruesas  varas  do  espino  de  agudas 
puntas. 

—No  puedo  mas,  Sobeya, — dice  el  hombre 
dejándose  caer  junto  al  robusto  tronco  de  un 
olivo. 

— Descansa,  Azhuna, — dice  ella  sentándose  á 
su  lado. 

— ¡Ya  ves  mi  desventura!  ¡Cómo  decirle  á  Al- 
hamar  que  ha  sido  infructuoso  mi  viaje! 

- — Espera,  Azhuna,  espera:  ¿quién  concibe 
los  designios  de  Alá? 

— <i Espera,  espera;^'  esa  palabra  me  vienes  re- 
pitiendo desde  que  empezamos  nuestra  peregri- 
nación; con   ella  has  sostenido  mi  espíritu  du- 


rante nuestro  viaje;  tú  has  sido  el  ángel  de  la 
esperanza  que  ha  iluminado  mi  carrera;  y,  sin 
embargo,  nada  has  conseguido.  ■ 

— Aun  no  es  tardo,  esposo  mío,  y  ¿(luién 
sabe?...  No  sé  qué  extraño  presentimiento  me 
dice  qtie  al  cabo  lograrás  tus  deseos. 

— ¡Ah,  Sobe^'a.  Tu  caiiño  te  engaña.  Te  has 
unido  á  mi  en  la  hora  de  las  penas,  y  tu  tíVlamo 
nupcial  se  ha  trasfonnado  en  un  lecho  do 
zíirzas. 

— No,  Azhuna:  no  desesperes  todavía.  Yo  he 
oído  decir  á  los  astrólogos  que  cada  espíritu  está 
sujeto  por  una  helu-a  de  oro  á  uno  do  osos  as- 
tros que  en  el  es|)acio  ruedan.  No  sé  qué  extra- 
ña prodilección  me  hace  á  mi  fijai'  los  ojos  en 
el  lucero  de  la  tarde,  el  más  hermoso  y  el  más 
resplandeciente.  Mírale,  mírale  flotar  sobro  la 
Alhambra  como  el  rico  diamante  de  un  esplén- 
dido joyel.  Siempre  que  le  miro  me  parece,  como 
ahora,  que  en  su  centro  palpitan  huninosos  ca- 
racteres anibigos  que,  impalpables  y  misterio- 
sos, me  dicen:  «Espera,  espera.» 

— ¡Oh,  esposa  mía!  ¡He  esperado  ya  tanto 
tiempo!  Cuarenta  lunas  han  flotado  sobre  el  haz 
de  la  tierra  desde  que  abandonamos  á  Granada 
en  busca  de  ese  prodigioso  alcázar  que  prometí 
á  Alhamar;  cuarenta  lunas  destinadas  á  recorrer 
todas  las  regiones  de  la  tierra.  Hemos  atrave- 
sado inmensos  mares,  espesos  bosques,  altas 
montañas,  mortíferos  desiertos;  hemos  visto  so- 
berbias ciudades,  i)nperios  poderosos;  he  estu- 
diado todos  los  cultos,  todas  las  artes,  todas  las 
escuelas;  aiit(>.  nuestros  ojos  han  pasado  todas 
las  grandezas  del  mundo,  todas  sus  miseiüas;  y 
nada  he  conseguido. 

¿Te  acuerdas?  Era  en  Grecia,  en  la  ciudad 
de  los  sueños.  Atenas  levantaba  sus  prodigiosas 
ruinas,  sumergidas  en  un  lago  de  luz.  La  colina 
del  Museo,  los  peñascos  del  Arcópago,  del  Fénix 
y  el  Licaltcto,  el  montecillo  Auquesmo  y  las 
alturas  del  Estadio,  chisjieaban  majestuosos, 
como  ajorcas  do  oro  cuyos  destellos  so  vertían 
en  el  hilo  do  perlas  que  formaba  la  corriente  del 
Iliso.  El  Partonón,  los  templos  de  Júpiter 
Olímpico,  Minei-va  y  Baco,  con  sus  dóricos  tri- 
glifos, sus  esbeltas  columnas  estriadas  sobre 
escalinatas  de  mármol,  columnas  donde  se  com- 
pendia toda  la  gravedad  del  dórico  con  la  lige- 
reza del  corintio;  sus  dos  frisos  esculpidos  y  sus 
dos  frontones  elegantes,  sus  bajos  relieves  cince- 
lados ]ior  Praxiteles  y  Fidias;  se  erguían  es- 
plendentes, brindándonos  un  mundo  de  ilusiones 
y  reuniendo  en  su  alabastrino  seno  la  sencillez, 
la  fuerza  y  la  elegancia.  Las  altas  y  tornaso- 
ladas crestas  del  Acrópolis  y  del  Hiineto  refle- 
jaban sus'  rayos  de  oro  sobre  la  Academia,  ro- 
deada de  sepulcros.  Y  sus  frescos  bosquecillos 
de  olivos,  el  Píreo  meciéndose  en  un  lecho  de 
algas  y  de  espumas,  Salamina  brotando  como 
Venus  del  fondo  de  los  mares,  las  cumbres  del 
Citeron  y  del  Icaro;  parecían  poblados  todavía 
de  nereidas  _y  tritones,  de  centauros  y  do  náya- 
des. Yo  pasaba  horas  y  horas  estudiando  aque- 
llas bellezas  de  donde  sacar  un  rayo  de  luz  que 
alumbrara  mi  cerebro;  yo,  desobedeciendo  la  ley 
muslímica,  copié  sus  torneadas  estatuas,  donde 
el  cuerpo  humano  se  inmortaliza  con  todos  sus 
esplendores;  mi  cincel  dio  vida  á  desgastados 
rosetones,  plintos  y  molduras;  arrancó  sus  se- 
cretos á  los  adornos  jónicos,  ligeros  y  flexibles, 
del  templo  do  Erecteo;  sorprendió  sus  grandezas 
á  las  famosas  cariátides  del  Pandroseo;  y  sin 
embaj'go,  ni  una  estela,  ni  una  ráfaga,  ni  un 
átomo  de  fuego  hizo  brotar  mi  diestra  ¡i  aquellos 
tersos  mái'moles;  la  forma,  siempre^  la  forma, 
bella,  esplendente,  pero  limitada,  finita,  apri- 
sionaba á  la  idea,  oprimiéndola  y  aniquilándola. 
¿Te  acuerdas?  Era  en  Italia,  la  nación  délos 
papas  y  de  los  cesares.  Nicolás  de  Pisa  trazaba 
la  silueta  de  San  Antonio  de  Pádua;  Alejan- 
dro IV  convocaba  á  la  cristiandad  para  que  ayu- 
dara al  artista.  Se  elevaban  las  gigantes  cúpulaí- 
del  templo,  besadas  por  el  rayo  do  la  luna,  qu( 
las  bañaba  do  misteriosa  claridad.  Sus  caladas 
agujas  se  perdían  en  las  plateadas  nubes  de  un 
espacio  de  soda,  y  en  sus  altivas  torres  dormían 
las  campanas  de  hierro,  como  las  aves  en  el 
fondo  de  sus  nidos.  Sus  sombríos  claustros,  sus 


LA   ILUSTRACIÓN   IBÉRICA 


T.s:', 


ojivales  ventanas,  sus  arcadas  góticas  y  sus  al- 
tares fie  jaspe,  convidaban  á  la  meditación  y  al 
estudio  En  el  recinto  cristiano,  yo,  apoyado  en 
una  de  sus  soberbias  columnas,  escuchaba  las 
palabras  de  Nicolás  de  Pisa,  que  al  mismo  tiem- 
po que  hablaba,  y  como  si  quisiera  dar  idea  de 
su  pasmosa  actividad,  daba  los  últimos  retoques 
á  una  de  sus  prodigiosas  estatuas. 

— ¡Oh,Azhuna!— medecia;— túvienesáestudiar 
en  el  corazón  cristiano  el  símbolo  de  la  belleza, 
cuando  la  revolución  más  grande  ha  estremecido 
sus  entrañas.   La  arquitectura  bizantina,  miste- 
riosa y  terrible  como  el  dios  del  Sinai,  emblema 
sombrío  de  la  unidad  de  estilo,  de  la  impenetra- 
bilidad de  las  ideas,  de  lo  absoluto  velado  para 
los  profanos  ojos,  del  sacerdocio  deificado,  de  la 
teocracia  ensobei-becida,  del  pontificado  sujetan- 
do al  mundo  con  sus  cadenas  de  hierro,  acaba  de 
hundirse  para  siempre  en 
las  cavernas  del  olvido  al 
golpe  de  maza  de  la  arqui- 
tectura gótica.   Obligado 
desde  niño  á  estremecerme 
bajo   los  místicos  terrores 
de  las  estatuas  bizantinas, 
cinceladas   bajo   las  horri- 
bles vibraciones  del  juicio 
universal,  mi  razón  se  opri- 
mía agobiada  por  la  idea  de 
raza,  de  dogma,  de  mito,  de 
Dios   centelleando   entre 
tempestades  y  vértigos.  Las 
cruzadas  es  el  titán  que  la 
derriba  en  tierra.  Los  pue- 
blos ¡iresienten  su  grande- 
za, la  libertad  bate  sus  alas, 
y  la  ojiva,   coino  diadema 
de  espléndidos  fulgores,  es- 
cribe en  los  modernos  edi- 
ficios:   «Igualdad,   pueblo, 
hombre. »   La   arquitectura 
bizantina  es  el  tenebroso  li- 
bro que  sólo   el  sacerdote 
puede  descifrar;  es  la  sumi- 
sión de  la  forma  y  la  muer- 
te de  la  idea,  la  conserva- 
ción de  tradicionales  lineas 
y  el  odio  al  progreso.   La 
arquitectura   gótica    es   la 
originalidad,  el  progreso,  la 
opulencia,  el  movimiento  perpetuo,  la  variedad 
en  fin,  con  todas  .sus  bellezas. 

-^-jOh,  maestro! — dije  yo  entonces,  trémulo  de 
placer,  á  Nicolás; — enséñame  esas  maravillas:  eso 
es  lo  que  busco  por  toda  la  tierra,  sin  haberlo  en- 
contrado todavía. 

— Mira, — me  contestó  el  artista  desgarrando  el 
tid  que  ocultaba  los  contomos  de  la  estatua  que 
estaba  modelando; — mira, — volvió  á  añadir,  seña- 
lándome las  naves  del  templo  en  que  estábamos. 
La  estatua  era  una  virgen  de  incomparal)le  her- 
mosura; el  templo  ei-a  una  obra  de  maravillosa 
grandeza. — f;Ves? — me  dijo. — He  procurado 
condensar  en  esta  virgen  las  dos  artes:  la  que 
nace  y  la  que  muere.  La  mística  expresión  de  su 
rostro  es  la  idea,  que  anima  la  rigidez  del  mánnol; 
los  griegos  contornos  do  .su  cuerpo,  donde  se  ven 
correr  las  azuladas  venas  tras  la  trasparencia  de 
su  pálida  epidermis,  es  la  forma  flotando,  exube- 
rante y  rica,  y  envolviendo  en  un  velo  de  encaje 
al  pensamiento.  ^;Ves'r'  He  procurado  encerrar  en 
este  templo  la  severidad  cristiana,  la  idea  reli- 
giosa; pero  no  al  Dios  de  la  venganza,  sino  al 
Dios  de  la  clemencia;  y  he  grabado  las  austeras 
lineas  de  la  grandeza  en  cúpulas  y  frisos,  en  co- 
lumnas y  bóvedas;  pero  he  querido  darle  rico 
estuche  donde  el  pensamiento  se  envolviera  como 
en  ima  túnica  de  raso,  y  la  ojiva,  campeando  atre- 
vida y  elegante  en  todos  los  ai'cos  y  en  todas  las 
paredes,  le  han  dado  amplia  fonna,  varia  y 
suntuosa  con  que  jjoder  ataviarse.  Y  este  no  es 
más  que  el  principio.  A  toda  grandeza  caída  se 
le  debe  rendir  ol  último  ti-ibuto  de  respeto,  que 
es  lo  que  yo  hago;  pero  día  vendrá  en  que  la 
arquitectura  gótica,  libre  y  sin  trabas,  rompei'á 
para  siempre  con  las  inflexibles  reglas  que  aun 
le  abruman. 

Calló  el  maestro,  y  mi  vista  errante  corrió  por 


las  ojivas  de  la  iglesia,  pero  sólo  vislumbró  en 
tomo  la  idea  y  la  forma  queriendo  equililirarse. 

— No  es  esto  lo  que  bu.sco, — nmrmuró  des- 
esperado:— yo  anhelo  la  idea  j)ura,  sin  trabas  ni 
limites,  encarnando  en  la  forma,  forma  sujeta  á 
ella;  que  en  vez  de  su  señora,  ni  siquiera  de  su 
compañera,  sea  su  esclava,  pero  esclava  esplén- 
dida, luminosa  como  el  cuerpo  de  una  huré, 
dije. 

Estrechó  la  mano  de  Nicolás  de  Pisa,  y  salí 
de  San  Antonio  escuchando  la  voz  del  maestro, 
que  mirándome  con  lástima  decía: — Está  loCo: 
— y  volvió  á  su  trabajo. 

¿Te  acuerdas,  oh  Sobeya?  Era  en  París.  La 
catedral  llamada  de  Nuestra  Señora  desdoblaba 
á  nuestra  vista  sus  inmensas  profundidades.  Su 
gigante  puerta  ornada  de  simbólicas  figuras, 
sus  cinco  pisos  sobrepuestos  y  terminando  en 


santa  permaneció  muda  á  nuestro  anhelo.  Cór- 
dolia,  con  su  maravillosa  mezquita,  fué  la  única 
qxie  hizo  latir  de  admiración  nuestros  corazones. 
¡Oh,  Soboyal  Allí  te  contemplé  poseída  de  éxta- 
sis infinitos.  Sus  cien  columnas,  sus  abiertos 
arcos,  sus  caladas  paredes,  sus  letreros  cúficos, 
conmovieron  mis  ideas;  la  grandeza  do  Alá 
centelleó  en  mis  ojos;  pero  no  ora  afjuello  lo  que 
se;itía  latir  en  mi  cerebro.  Recordé  las  regaladas 
termas  de  Agripina  de  la  ciudad  cesárea,  su 
derruido  circo,  sus  alcázares  grandiosos,  por  el 
tiempo  derrumbados;  los  comparé  con  la  gran 
Aljama  de  Sevilla,  uní  sus  lineas  con  la  mezqui- 
ta cordoliesa,  abierta  á  mis  miradas,  y,  al  conjun- 
to entre  místico  y  profano  de  aquella  mezcla,  me 
pareció  ver  surgir  los  contornos  del  deseado  al- 
cázar: dibujé  sus  confundidos  i-asgos,  lo  puse  lo 
que  tenía  de  libro  de  piedra  Nuestra  Señora  de 


LA    ANUNCIACIÓN   (bsjo  relieve  de  Andrea  della  Robbia) 


dos  negras  y  macizas  torres  con  ocho  pesadísi- 
mas campanas,  la  tranquila  majestad  del  con- 
junto, su  infinito  interior  con  su  enorme  coloso 
San  Cristóbal,  con  su  altar  gótico  atestado  de 
urnas  y  relicarios;  le  asemejan  á  uno  de  esos 
monstruos  apocalípticos  que  rugen  en  las  entra- 
ñas de  la  visión  terrible  del  apóstol  de  Cristo. 
Inmenso  libro  de  granito  donde  se  ve  escrita 
toda  una  epopeya,  yo  aprendí  á  comprender  sus 
cifras  y  repasé  página  por  página  su  colo.sal  vo- 
lumen. Vi  algo,  flotó  en  mi  mente  una  idea  lu- 
minosa: la  de  que  un  solo  hombre  no  es  bastan- 
te para  escribir  una  epopeya,  y  lloré,  lloré  de 
amargura  de  impotencia.  Tú,  como  siempre,  mur- 
muraste en  mi  oído  tuamnlética  frase:  «Espera;» 
y  proseguimos  nuestra  marcha.  Visitamos  el 
Egipto  con  sus  terribles  misterios,  con  sus  es- 
finges monstruosas,  con  .sus  gigantescas  pirámi- 
des, con  sus  oscuros  geroglíficos;  y  sólo  la  ma- 
teria, la  materia  hecha  diosa,  apareció  ante 
nosotros,  y  huímos,  huímos  de  las  tentaciones 
de  la  carne.  La  India,  con  su  naturaleza  potentí- 
sima, se  abrió  ante  nuestros  pasos,  deslizando 
sus  subterráneas  pagodas,  sus  monstruosos  ele- 
fantes, sus  deformes  ídolos  evocados  de  las 
salvajes  hojas  de  los  Vehdas;  y  como  ol  pájaro, 
que  espantado  corre  de  la  horrible  fascinación 
de  la  serpiente,  así  corrimos  nosotros  á  ocultar- 
nos de  la  atracción  del  monstruo.  Jerusalén, 
centro  común  del  cristiano,  del  hebreo  y  del 
árabe,  nos  acogió  en  su  regazo;  las  aguas  del 
Jordán  refrescaron  nuestros  labios,  Sión  nos  dio 
la  sombra  de  sus  cedros;  Belén  nos  recordó  la 
grandeza  de  Abraham;  ol  Santo  Sepulcro,  con 
sus  dos  naves,  su  rotonda  do  diez  y  siete  colum- 
nas, ya  ligeras,  ya  pesadas,  pero  todas  de  des- 
proporcionado tamaño,  nos  ofi-eció  gratos  recuer- 
dos del  mensajero  de  Mahoma;  mas  la  ciudad 


Pai'ís,  la  variedad  griega  }•  la  grandeza  indica; 
pero  fué  en  vano.  Sólo  una  deforme  masa  donde 
todas  las  arquitectura»;  se  abrazaban,  salió  de 
mi  trabajo.  No  era  preciso  crear  un  estüo  nue- 
vo, fugaz,  tenue,  impalpable,  aereo  como  los 
sueños  del  espíritu,  j)ara  que  mi  pensamiento 
tomara  vida.  Pero  no  pude  crearlo:  En  vano  me' 
golpeé  la  frente,  en  vano  martiricé  la  idea:  mi 
ideal,  en  el  fondo  del  cráneo,  se  roía,  se  reía  con 
estridente  carcajada  que  percibía  mi  oído,  mo- 
fándose do  mi...  Y  aquí  rae  tienes:  volvemos  á 
Granada,  tú  siempre  gritándome:  í Espera,^  .vyo 
siempre  vencido  en  esta  lucha  imposible.  Ha- 
blaba con  razón  Nicolás  de  Pisa  en  San  Anto- 
nio. ¡Azhuna  está  demente! 

— No:  no  estás  demente,  Azhuna, — dice  Sobe- 
ya  conteniendo  las  lágrimas  que  lirillan  en  sus 
pestañas  de  raso. — Tú  encontrarás  el  nuevo  es- 
tilo que  necesitas  para  croar  tu  alcázar;  tú  has 
admirado  á  los  más  hábiles  artistas  de  los  pue- 
blos que  hemos  visitado  con  un  solo  rasgo  de 
tu  cincel  de  oro;  todos  han  visto  en  ti  un  genio, 
y  todos  respetaron  al  artista  granadino.  Cada 
alcázar  de  los  cien  que  has  dibujado  en  te  viaje, 
serviría  de  inmortal  gloria  al  más  famoso  aiiífi- 
ce:  ¿por  qué  no  pi-esentar  uno  de  ellos  al  pode- 
roso emirV 

— Porque  en  mi  frente  late  algo  grandioso 
que  nadie  ha  concebido;  porque  }'o  prometí  un 
alcázar  de  perlas,  digno  de  la  grandeza  .de  Alá, 
donde  imprimiera  todas  las  delicias  del  paraíso 
de  Mahoma, 

— Espei-a,  espera, — dice  Sobeya  inclinando  la 
frente  sobie  el  pecho.  Y  enmudece,  mientras 
Azhuna  extiende  su  mii-ada  sobre  la  extensa 
vega. 

Ante  él  se  dilata  ésta  con  todos  sus  encantos: 
cortijos,  cármenes  y  huertos  se  pierden  en  todas 


784 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


direcciones,  escondidos  en  un  océano  de  verdu- 
ra; bosques  de  olivos  }•  nogales,  de  frescos  ála- 
mos y  ásperas  moreras,  entre  sabanas  de  mieses 
V  de  "flores,  de  verbas  y  de  cañas,  ondulan  mis- 


vantan,  y  en  las  que  salen  y  entran  estudiantes 
y  maestros;  mientras  rechinan  los  carros  carga- 
dos de  vei-dura,  abre  el  arado  anchos  surcos  en 
el  suelo  y  los  campesinos  y  trabajadores  \'uelven 


púsculo.  El  sol,  sobro  la  cumbre  de  Sierra  El- 
velra,  lanza  sus  niils  hermosos  resplandores  para 
ocultarse  en  la  ciudad  morisca:  fija  en  él  su 
errante  mjrada  Azhuna,  y,  loco,  trasportado,  lan- 


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Uriosojí,  bañados  por  la  corrient<;  del  Genil,  que 
an  bifurca  en  cien  canales  aliicrtos  en  las  tierras 


á  HUH  aldeas.   Granada,  erifrentfí,  levanta  sus  al- 
menas coronadas  de  atalayas,   sus   mil  torres  y 


za  un  grito  de  admiración  y  de  entusiasmo,  des- 
garrador, inconccliible. 


(Se  continuará) 


|)ara  su  fecundo  riego;  anchos  caminos  conducen     sus  ligeros  minaretes,  sus  neos  arcos  y  su  pro- 
á  las  cien  academia»  que  en  sus  jardines  se  le-  |  digiosa  A]haml)ra,  alumbrada  por  la  luz  del  cre- 

i|)|i!(l!n°Ul'IÓ)i: ftrta, 8í»-Jfi. ÍIMI Mim, editor. -ReMrrwloi  luis  dfrwliim  it  prnpifíiatl  ariíilif»  » lidraria. - \m  rorl.iiwirimii's  cu  «iiili id.  iil  i(')ii vm^iiIimiIc  (!t!  cslii  rasii . i».  Maiiiiil  i'la  y  Valor:  Aidata 

~ ^ '■ ^      INSÉRTESE  Ó   NO,   NO  SE   DEVUELVE   NINGÚN   ORIGINAL      )i<é ' 


.10  I" 


EsTABLBCiMiiSTO  TirouToaUvicu  DK  La  Ilustración  Ibérica:  Calle  db  Coetís,  n.""  365  y  367. —BARCELONA 


SEMANARIO   CIENTÍFICO,    LITERARIO   Y  ARTÍSTICO 


Año  V 


Barcelona  10  de  diciembre  de  1887 


Núm.  268 


YENDO  A   MISA 


7S() 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


SUMARIO 


Tkxto. — Madrid.  Cartas  á  mi  prima,  por  Femanflor. —  CMa 
fowamo  (continuación),  por  Manuel  Amor  Meilán.— A<- 
ritia  eientifea,  por  Alflr«iIo  Opisso.— fufli/eí  inagoKMc^ 
(poesía),  por  Tomás  Camacho. —Daarregloí,  por  A.  Sán- 
chei  Péreí  — K  üUimo  pato,  por  Carlos  Felices  Andújar. 
Lux  Mienta  (poesía),  por  Juan  Menéndez  Pldal. —Nuestros 
grabados.— £1  atcdtar  de  la»  perla»  (leyenda  árabe)  (con- 
tinuación ),  por  Juan  Garcla-Goyena  Alxugaray . 

GRABjiDOS.— Yendo  á  misa.— Antii^uis  piedras  esculpidas  de 
In«IaU-rTa  — Kl  guardián  de  la  ropa.— Flcsla  infantil.— 
Castillo  de  Hoghton.— Amor  al  arte.— /j-pcwirtón  A'orío- 
nal  de  BeUat  Áriet  de  ISST:  Puesta  de  sol.— Asi  estarás  más 
bonita,  mamá.— Antiguos  aldabones  venecianos. —Casti- 
llo de  Bastings. 


MADRI  D 


Castak*  4 


ps&sft» 


La  crisis  de  París.— En  el  Senado.- 
Espafiol. — Tamagno. 


-El  Teatro 


3S  telegramas  nos  anuncian  cada  día  nna 
nueva  fase  de  la  crisis  presidencial  france- 
sa, dándonos  idea  del  espantoso  remolino  forma- 
do en  tomo  de  Mr.  Grevy  por  las  pasiones.  El 
tan  sólo  aparece  sereno,  tratando  de  conjurar 
las  tempestades  que  amenazan,  más  que  su  pre- 
sidencia, la  república.  Los  que  conocemos  el 
carácter  francés  nos  admiramos  de  que  el  pue- 
blo de  París  se  limite  á  pasear  por  los  buleva- 
res cantando  la  Marsellesa:  esperábamos  barri- 
cadas, sangre,  voladoras  de  barrios,  y  universal 
incendio...  Es  que  el  carácter  francés  ha  cam- 
biado mncho  desde  el  año  terrible;  que  á  todos 
los  sentimientos  de  Francia  se  impone  hoy 
tino:  el  patriotismo.  Para  Francia  todas  las  cues- 
tiones interiores  tienen  repercusión  en  Prusia,  y 
sobre  todas  ellas  está  la  revancha.  AUi  los  hom- 
bres que  aspiran  á  la  presidencia  de  la  repú- 
blica son  muchos;  allí  los  partidos  se  odian  y  se 
combaten;  allí  el  populacho,  como  siempre,  apro- 
vecharía cualquier  momento  propicio  para  sa- 
quear al  burgués  y  proclamar  la  anarquía... 
Pero,  en  medio  de  una  situación  política  que 
parece  favorecer  las  ambiciones  revoluciona- 
rias, todos  ven  de  lejos  el  adusto  ceño  de  Bi.s- 
mark,  la  mirada  penetrante  y  fija  de  Moltke,  la 
impasible  y  augusta  faz  de  Guillermo,  que  espe- 
ran el  momento  de  la  lucha  civil  y  del  caos  para 
completar  la  obra  de  exterminio  que  no  realiza- 
ron plenamente  cuando  lo  creyeron.  Y  el  espec- 
tro de  Francia  vencida,  y  la  esperanza  luminosa 
de  otra  Francia  reconquistadora,  mitiga  las  am- 
biciones de  los  políticos,  sosiega  las  fracciones, 
encalma  las  muchedumbres  y  hace  dudar  y 
temer  á  todos.  Sin  Guillermo,  sin  Bismark,  sin 
Moltke  enfrente,  París  hubiese  arrastrado  por 
las  calles  á  Grevy,  quizás,  á  estas  horas.  Vere- 
mos como  termina  esta  crisis.  Debemos  creer, 
sin  embargo,  que,  como  no  se  termine  por  la 
razón  sino  por  el  miedo,  lo  que  se  establezca 
será  transitorio. 

Aunque  hemos  de  convenir,  prima,  en  que  lo 
transitorio  suele  durar  más  que  lo  permanente. 
Si  quieres  convencerte  de  eUo,  puedes  trasla- 
darte con  la  imaginación  al  palacio  del  Senado, 
en  el  cual  abrió  ayer  la  reina  regente  la  legis- 
latura de  1887.  Es  verdad  que  la  abrió  sin 
entusiasmo  público,  pero  también  sin  odios  ni 
protestas.  Hasta,  si  quieres,  con  respeto  y  ver- 
daderas simpatías.  ¡  Quién  lo  hubiera  pensado ! 
¡La  misma  circunstancia  de  ser  considerada 
transitoria  su  regencia,  se  convierte  en  garan- 
tía de  su  estabilidad!  ¡Sus  enemigos  confían  en 
el  tiempo,  y  ella  lo  aprovecha  disfrutándolo  I 

En  el  salón  se  había  colocado  un  magnífico 
dosel  de  terciopelo  encamado  bordado  de  oro, 
que  fué  del  Estamento  de  Proceres;  y,  en  vez 
del  sillón  antiguo,  se  pusieron  dos  más  peque- 
ños: uno  para  la  reina;  el  otro  para  el  niño  rey. 

Se  había  procurado  dar  á  este  acto  extraor- 
dinaria importancia;  y  además,  realmente,  ofrece 
un  bonito  conjunto  artístico  ver  á  una  mujer  y 


á  un  nifio  dando  permiso  para  discutir  y  votar  á 
tantos  hombres  con  barbas...  Las  damas,  que  van 
siempre  donde  va  la  Corte,  llenaban  los  pasillos 
y  casi  el  salón...  Como  es  natural,  abimdaban  los 
uniformes,  y  aquello  parecía  un  hormiguero  de 
insectos  de  colores  ó  un  remolino  do  piedras 
preciosas.  La  reina  llevaba  traje  de  raso  negro, 
con  delantera  cubierta  de  encajes;  el  manto  era 
también  de  negro  raso,  y  llevaba  la  cola  el  ma- 
yordomo do  semana,  Sr.  Ortega  Morejón.  Esto 
de  llevar  la  cola  del  manto  de  una  reina  debe 
ser  cosa  difícil,  porque  hay  que  improvisar  las 
actitudes,  que  deben  ser  á  un  tiempo  nobles  y 
humildes.  Los  mayordomos  de  semana  se  ensa- 
yarán, sin  duda,  en  sus  casas,  con  la  cola  del 
vestido  de  cualquier  persona  de  su  familia;  pero 
luego  los  accidentes  sobrevienen,  y  aquel  ma- 
yordomo que  lleva  con  graciosa  sencillez  sobre 
el  brazo  la  falda  de  su  esposa,  se  inmuta  y  atu- 
rrulla cuando  le  entregan  la  de  una  princesa. 

La  reina  ceñía  una  diadema  de  brillantes  de 
forma  etrusca,  y  lucía  un  collar  de  brillantes  con 
hUos  diagonales  y  un  sobrepelo,  de  brillantes 
también,  rematado  por  una  gruesa  perla.  Lle- 
vaba en  el  lado  izquierdo  las  insignias  de  todas 
las  órdenes  á  que  pertenece,  y  le  caía  desde  la 
cabeza  un  largo  velo  de  tul  negro,  recuerdo  de 
su  viudez  y  de  su  tristeza;  emblema  quizás  de 
sus  temores  en  el  porvenir. 

A  su  derecha  marchaba  la  nodriza,  vestida  de 
terciopelo  encarnado,  Uevando  en  sus  brazos  al 
rey  niño  vestido  de  blanco. 

Después  leyó  el  discurso  que  le  entregó  el 
presidente  del  Consejo  de  Ministros,  y  en  el  cual 
se  dice,  en  resumen,  que,  si  ciertamente  no  esta- 
mos del  todo  bien,  como  á  él  se  le  deje  tranquilo 
es  indudable  que  llegaremos  á  estar  mejor. 

Ya  consignado  este  acto  inaugural  tan  impor- 
tante, me  parece  que  verás  con  gusto  hablemos 
de  otros  asuntos.  El  más  trascendental  me  pa- 
rece la  clausura  definitiva  del  Teatro  Español. 
De  la  noche  á  la  mañana,  cuando  menos  lo  espe- 
rábamos, se  anunció  que  las  funciones  no  podían 
continuar,  pues  el  teatro  amenazaba  ruina.  Al- 
gunos dicen  que  había  ya  empezado  á  desmoro- 
narse por  el  escenario...  Ya  no  era  posible  con- 
tinuar representando  sin  la  Unción  dentro  del 
edificio. 

Vico  y  Calvo  se  han  encontrado  de  pronto  sin 
teatro,  y  parece  que  se  trasladarán  al  salón  de 
la  Alhambra,  de  malas  condiciones  para  una 
compañía  importante  como  la  suya.  También  se 
dice,  con  visos  de  formalidad,  que  darán  dos 
funciones  por  semana  en  el  Teatro  de  la  Ópera, 
teatro  á  su  vez  demasiado  importante  para  co- 
medias y  dramas.  Yo  recuerdo  haber  visto  algu- 
nas representaciones  de  obras  literarias  en  aquel 
teatro;  y  si  bien  desde  algunos  palcos  y  algunas 
filas  de  butacas  se  goza  de  la  representación  en 
sus  accidentes  necesarios,  desde  las  otras  loca- 
lidades se  cree  ver  una  representación  de  fan- 
toches. El  drama,  y  la  comedia  especialmente, 
necesita  detalles,  finezas,  que  completan  el  efec- 
to, sin  los  cuales  los  tipos  resultan  angulosos  y 
fcs  frases  meros  sonidos.  Nada  de  esto  puede 
conservarse  en  el  Teatro  Real,  donde  hay  que 
representar  para  que  resulte  á  gran  distancia. 
Los  actores  son  figuras  que  necesitan  marcos 
propios,  y  esto  lo  hemos  visto  ya  repetidas  ve- 
ces. Poco  hace,  un  actor  popularisimo,  el  primero 
de  los  graciosos  quizá  para  el  vulgo,  el  manan- 
tial de  la  risa,  el  que  con  sólo  salir  de  entre  bas- 
tidores salvaba  un  juguete,  se  trasladó  á  otro 
teatro  un  poco  más  importante,  donde  suelo  con- 
currir otro  público  algo  más  distinguido.  El 
desencanto  fué  grande:  alli  el  gracioso  no  en- 
contraba la  nota  cómica  que  debía  herir  al  audi- 
torio, el  manantial  de  la  risa  se  había  enturbia- 
do, y  el  actor  y  los  espectadores,  desconcertados, 
comprendían  al  fin  que  los  actores  son  plantas 
de  estufa  que  no  se  trasplantan  sin  peligro. 

Trescientos  diez  y  nueve  años  hacía  que  se 
había  dado  la  primera  función  en  el  Teatro  Es- 
pañol: en  21  de  mayo  de  1567  se  estableció  la 
Cofradía  de  la  Soledad,  cofundadora  de  los  co- 
rrales ó  teatros  de  la  Craz  y  el  Principe,  y  en  5 
de  mayo  del  año  siguiente  se  dio  en  éste  la  pri- 
mera representación  dramática.  En  el  siglo  XVii, 


en  que  ya  el  corral  de  la  Pacheca  tenía  forma 
de  teatro,  la  entrada  al  patio  costaba  un  real,  y 
allí  se  revolvían,  en  confusa  muchedumbre,  ple- 
beyos, nobles,  clérigos  y  frailes.  Los  aposentos 
se  disfrutaban  en  virtvid  de  privilegios  varios. 
En  la  cazuela  se  arremolinaban  las  mujeres,  y, 
excusado  es  decir  el  guirigay  que  se  armaría 
frecuentemente  con  tantas  mujeres  juntas  y 
solas.  Tenia  el  alojero  sitio  destinado  para  la 
aloja,  refresco  compuesto  de  aguamiel  y  espe- 
cias; y  este  sitio  se  convirtió  después  en  palco 
de  la  autoridad,  que  antes  tenía  su  asiento  en 
pleno  escenario.  Dábanse  los  saínetes  y  entre 
meses,  no  como  fin  de  fiesta,  sino  entre  las  jor- 
nadas ó  actos  de  las  comedias.  Así  se  represen- 
taron las  obras  admirables  de  Calderón,  Alarcón, 
Lope  de  Vega,  Tirso,  Morete,  Rojas  Solis  y 
otros. 

El  Teatro  Español  fué  destruido  casi  comple- 
tamente en  1804.  Abrióse  de  nuevo  á  mediados 
de  1806,  reedificado  según  los  planos  de  ViUa- 
nueva,  y  pasando  á  él  los  actores  que  trabajaban 
en  el  de  los  Caños  del  Peral,  que  estaba  en  la  que 
hoy  es  plaza  de  Isabel  II.  Quintana,  el  Duque  de 
Rivas,  Bretón,  Gil  y  Zarate,  Hartzembuscli, 
García  Gutiérrez,  Zorrilla  y  Ventura  de  la  Vega, 
hicieron  florecer  magníficamente  aquella  escena. 
En  1849  se  restauró  el  Teatro  del  Príncipe  y 
fué  declarado  Teatro  Español,  bajo  los  auspicios 
de  San  Luis,  que,  odioso  á  los  partidos  liberales, 
encuentra  simpatía,  sin  embargo,  para  ellos,  en 
la  división  y  espontaneidad  con  que  favoreció 
á  los  literatos. 

Los  periódicos  recuerdan  que  desde  aquella 
época  el  Teatro  Español  había  venido  deslu- 
ciéndose de  su  antiguo  brillo  hasta  caer  en  la 
literatura  más  grotesca,  y  en  la  exhibición  de 
mujeres  merluzas.  El  Ayuntamiento,  á  quien 
correspondía  el  cuidado  de  velar  por  las  letras 
dramáticas,  se  contentaba  con  asistir  desde  su 
palco  á  las  funciones  buenas  ó  malas,  y  los  con- 
cejales tenían  por  mejor  empresario  aquel  que 
más  generosamente  repartía  los  billetes.  Los 
billetes  de  teatro,  en  Madrid,  pueblo  de  gente 
alegre  y  liviana,  son  más  estimados  que  el  dine- 
ro, y  allí  donde  hay  un  Catón  irreductible  está 
su  esposa  capaz  de  entregar  á  cien  Catones  por 
un  palco.  El  del  Teatro  Español  era  una  tribu- 
na del  Ayuntamiento,  donde  fijamente  se  encon- 
traba á  los  concejales  que  no  asistían  á  las  sesio- 
des;  y  alli  tenían  que  ir  á  buscarles,  pagando  su.s 
entradas,  los  que  traían  asuntos  de  limpieza 
pública,  alcantarillas  y  adoquines  y  demás  ser- 
vicios públicos.  Esto  ha  contribuido  á  sostener 
algo  el  teatro. 

La  decadencia  del  Español  era  grande:  poco 
á  poco  había  ido  perdiendo  consideración.  Los 
días  de  moda  concluyeron  de  matarle;  porque  se 
hizo  moda  no  ir  los  demás  días.  Únicamente 
cuando  se  estrenaba  alguna  obra  de  Echegaray 
ó  de  Cano  acudía  el  público,  más  bien  á  luchar 
que  á  recrearse...  Los  pequeños  teatros  han  con- 
cluido por  llevarse  el  público  que  paga,  y  el 
Teatro  Español  moría  del  tifus.  Querida  prima, 
entre  bastidores  se  Uama  tifus  á  la  gente  que 
asiste  gratis. 

Al  desaparecer  el  Teatro  Español,  los  actores, 
los  autores  y  gran  número  de  aficionados,  piden 
que  se  levante  un  nuevo  edificio  para  el  arte,  y 
que  sea  el  Gobierno  quien  lo  costee  y  lo  reorga- 
ganice.  Me  parece  pronto  para  discutirse  este 
asunto  ni  dar  opinión  definitiva.  En  Madrid 
esta  cuestión  del  Teatro  Español  es  importantí- 
sima y  habrá  que  tratarla. 

Lo  primero  que  hay  que  saber  es  si  hay  ac- 
tores, autores,  público,  dinero  y  Gobierno. 

Para  terminar  esta  revista  me  parece  bien 
decirte  que  Tamagno  ha  manifestado  vivos 
deseos  de  tomar  parte,  antes  de  abandonar  á 
Madrid,  en  una  función  cuyos  productos  se  des- 
tinen á  aliviar  las  necesidades  de  los  meneste- 
rosos. Con  este  objeto  se  ha  organizado  para  esta 
noche,  en  el  Real,  una  función  á  favor  de  la  Be- 
neficencia Domiciliaria  y  de  las  tiendas  asilo. 

Algún  resultado  dará,  aunque  estas  funcio- 
nes no  suelen  atraer  al  público  elegante,  que 
tiene  otras  formas  de  socorrer  al  pobre,  ó  que, 
realmente,  después  de  haber  pagado  el  abono  y 


LA  ILUSTlíACION  IBÉRICA 


787 


los  trajes  y  el  coche  y  los  guantes  que  exige 
la  ópera,  se  queda  en  disposición  de  ser  benefi- 
ciado y  socoi'rido...  Mas,  produzca  lo  que  pro- 
duzca, llega  oportunamente;  porque  la  miseria 
en  Madrid  aumenta  con  el  invierno,  y  el  frío  de 
estos  días  es  horrible. 

i  El  frío  y  el  hambre !  ¡  Qué  diferente  hubiera 
sido  el  discurso  de  la  corona  si  ellos  lo  hubiesen 
redactado ! 

Tuyo, 

Feenanflor 


_^,- 


UNA  ROMANZA 


(CONTINUACIÓN) 

— No,  sefiorito.  ¿Ve  usted?  Estamos  en  la 
plaza  de  Oriente...  Este  es  el  palacio  Real,  la 
octava  maravilla  del  mímelo:  así 
lo  llaman  algunos.  Ahora  no 
tenemos  sino  cruzar  la  plaza, 
y  la  calle  del  Arenal,  que  no 
es  gran  cosa  de  larga,  y  esta- 
remos en  la  gran  Puerta  del 
Sol. 

Fermín,  al  revés  que  tantos 
otros  forasteros,  no  se  detuvo 
ni  un  instante  ante  las  suntuo- 
sidades que  el  cicerone  le  in- 
dicaba: sólo  tenía  pensamiento 
para  una  idea. 

Llegar  cuanto  antes  al  nú- 
mero 35  de  la  calle  de  la  Paz. 

Y  al  fin  llegó,  como  todo  lle- 
ga en  este  mundo. 


in 


Penetró  en  el  zaguán  bus- 
cando la  escalera,  cuando  de  la 
portería  salió  una  voz  cascada 
que  preguntó: 

— ¿Qué  desea  usted,  seño- 
rito? 

En  Valdesar  no  se  conocen 
las  poi-terías. 

Por  lo  tanto  causó  tal  pre- 
gunta no  poca  extrañeza  á 
Permin. 

— ¿Por  quién  pregunta  us- 
ted? 

— Por  la  señorita  Angelina  B 

— No,  señor.  ;^     j, 

— ¿Cómo  que  no? 

— ¡Si  lo  sabré  yo!  Lo  digo  á  usted  que  no 
vive  aquí. 

Y  en  seguida  Fermín  le  enjaretó  á  la  vieja  por- 
tera todas  cuantas  señas  y  detalles  podía  darle 
de  Angelina. 

— No,  señor:  ya  le  he  dicho  á  usted  que  no 
vive  aquí. 

— Pero  ¿vivió? 

— No  lo  sé.  ¡ Pegotes  como  estos  provincianos! 

Fermín  decidióse,  pues,  antes  de  hallar  á  An- 
gelina, por  buscar  un  alojamiento. 

— Hallólo,  en  fin,  en  la  calle  Mayor  y  junto  á 
la  de  Coloreros. 

IV 


ría  la  debutante.  Éstas  eran  Niniche,  El  lucero 
del  alba,  y  la  romanza  Vorrei  moriré  en  el  inter- 
medio dol  primero  al  segundo  acto  de  la  opere- 
ta Niniche. 

Mudo  de  asombro  quedó  Fermín  viendo  aquel 
cuadro... 

Ya  sabía  dónde  encontrar  á  Angelina. 

¡Iba  á  verla  aquella  noche  misma! 

Pero  ¿por  qué  aquel  día  era  tan  largo? 


Llegó  la  noche. 

El  salón  de  Eslava  estaba  lleno  de  gente,  ávida 
de  juzgar  á  la  nueva  actriz. 

Fermín  pudo  lograrse  una  butaca  de  primera 
fila,  lo  que  no  fué  poca  fortuna. 

Cuando  penetró  en  aquella  sala,  casi  cua- 
drada, y  vio  la  numerosa  concurrencia  que  pa- 


Cuando 
couplets: 


cantó    Angelina   aquellos  célebres 


Un  sietemesino 

que  peidló  el  destino... 

Fonnín  sintió  que  toda  su  sangre  afloia  á  su 
cerebro... 

Parecíale  ima  alusión  personal. 

Y  Angelina  ¡  los  cantaba  con  un  aire  tan  pi- 
caresco ! 

La  aplaudieron  mucho,  con  entusiasmo. 

¡  Aquellas  palmadas  eran  saetas  que  iban  á 
clavarse  en  el  corazón  do  Fermín ! 

Cayó  el  telón... 


Manuel  Amok  Meilán 


(Se  concluirá) 


ANTIGUAS  PIEDRAS  ESCULPIDAS  DE  INGLATERRA:  TAPA  DE  UN  SARCÓFAGO,  EN  WIRKSWORTH 


¿Vive  aquí? 


En  vano  anduvo  todo  el  día  errante  por  las 
calles  de  Madrid  como  si  esperase,  al  doblar  de 
una  esquina,  toparse  de  manos  á  boca  con  su 
deseada  Angelina. 

En  uno  de  estos  paseos,  agitado  y  cansado 
ya,  detúvose  en  la  Puerta  del  Sol  en  uno  de  los 
apeaderf)S  de  los  tranvías. 

Casi  al  lado  tenía  Fermín  uno  de  los  carteles 
anunciadores. 

Como  distraído,  dejó  vagar  por  él  su  mirada, 
cuando  de  pronto  todo  su  cuerpo  se  estremeció... 

Había  visto  Feí-mín  un  anuncio  que  decía: 

Tí:atro  Eslava 

I)et)iit  (lo  la  primera  tiple  Señorita  Angelina  B... 

Y  luego  á  continuación  las  obras  que  ejecuta- 


recía  haberse  dado  allí  cita,  Fermín  sintió  ce- 
los... 

¡Celos,  sí! 

Toda  aquella  gente  reuníase  allí  para  ver  á 
su  Angelina. 

Fermín,  entretanto,  estaba  en  un  potro. 

Alzóse,  al  fin,  el  telón. 

Apareció,  recreando  los  ojos  de  los  espectado- 
res, el  coro  de  bañistas...  ¡Y  que  las  había  gua- 
pas, y  que  estaban  interesantes  con  los  brazos 
desnudos  y  casi  lo  mismo  sus  cuerpos! 

— ¿Se  presentará  así  Angelina? — pregimtá- 
base  Fermín.  Y  luego,  contestándose  él  mismo, 
se  decía: 

— No,  no  puede  ser.  ¡  Eso  sería  una  indecen- 
cia, y  ella  no  es  así ! 

Al  fin  salió  Niniche  (Angelina)  del  brazo  del 
príncipe  Cornisky... 

Fermín  la  devoraba  con  los  ojos... 

Angelina  lo  vio  y  la  sorpresa  le  hubiera  arran- 
cado un  grito  á  no  hallarse  ante  un  público  y 
por  la  primera  vez. 

Limitóse,  pues,  á  manifestar  su  emoción  por 
medio  de  un  rubor  muy  vivo... 

En  la  sala  no  se  oían  sino  alabanzas  de  su 
hermosura. 

— ¡Qué  hermosa  es! — decían  muchos. 

— ¡  Veremos  si  es  tan  buena  actriz  como  her- 
mosa mujer! — decían  otros. 

Ya  repuesta  del  susto,  Angelina  lució  sus 
grandes  facultades  para  la  escena. 

En  Valdesar  la  habían  comparado  con  la 
Patti  y  la  Nilson. 

En  Madrid  la  comparaban  con  la  escultural 
Juana  Pastor  y  la  graciosa  Mariquita  Montes... 


-Ob- 


Hemos  tenido  el  gusto  de  recibir  la  Mesa  re- 
vuelta en  que  el  inteligente  fundidor  de  esta 
capital  D.  Ceferino  Gorchs  da  muestra  de  los 
feUces  resultados  obtenidos  en  su  loable  empeño 
de  dotar  á  la  tipografía  española  del  carácter 
conocido  por  bastardilla,  en  sustitución  de  las 
letras  inglesa,  redondilla,  itálica,  etc.,  todas 
ellas  incomparablemente  inferiores  al  carácter 
español  tal  como  lo  cultivaba  Iturzaeta.  El  se- 
ñor Gorchs,  con  un  patriotismo  que  le  hon- 
ra, ha  conseguido  que  el  grabado  y  fundición 
de  los  nuevos  y  hermosos  tipos  se  hiciese  en 
España  y  en  su  propio  establecimiento;  por 
manera  que  su  elaboración  constituye  un  pro- 
ducto eminentemente  nacional,  desde  el  grabado 
de  los  punzones  á  la  fundición  de  los  carac- 
teres. 

Con  el  nuevo  carácter  tipográfico  creemos  se 
dará  por  terminado  el  empleo  de  las  letras  exóti- 
cas que  hasta  ahora  habían  servido  para  la  impre- 
sión imitada  del  manuscrito,  no  sólo  por  ser  mu- 
chísimo más  hermoso,  sino  por  resultar  más 
económico,  ya  que  tiene  menos  perfiles  que  la 
escritura  inglesa,  por  ejemplo,  y  es  menos  fácil 
de  deteriorarse. 

Unimos  nuestra  felicitación  sincera  á  las  mu- 
chas que  ha  recibido  el  Sr.  Gorchs,  deseándole 
la  recompensa  de  que  tan  digno  es  por  sus  des- 
velos en  fav.or  del  adelanto  tipográfico  de  nues- 
tra nación. 


--¥' 


ANTIGUAS   PIEDrtAS   ESCULPIDAS  DE   INGLATERRA 

LA  CRUZ  DE  GOSFORTH  "  '  '—' >'-'J«*'.^.'*.-u-.íví»->.'i.«v 


Cara  anterior  y  posterior 


Fragmento  de  un  capitel  de  San  Andrés 


Fragmento  de  la  cruz  de  Gosforth 


Las  cruces  de  Ilkley 


La  cruz  de  Whalley 


La  cruz  de  Leeds 


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790 


REVISTA  CIENTÍFICA 


Lm  átomos.— El  icido  fluorhídrico  en  el  treUmlcnto  de  la 
tisis.— Un  nuevo  antiséptico.  —  La  medicina  del  porve- 
nir.—Reroluelonarismo  de  M.  de  Freyclnet  — Un  nuevo 
antidoto  de  la  rabia.— Agua,  pues.— Aviso  i  los  falsifica- 
dores de  la  leche. 

Al  crear  el  qtiímico  Dalton  su  famosa  y  hoy 
tríonfante  teoría  atómica,  qne  no  hay  para  qué 
explicar  aqni,  bastando  con  saber  este  nombre, 
v^ase,  para  hacerla  comprender  ásus  alumnos, 
de  tinas  esterillas  de  madera  que  le  servían  para 
representar  las  combinaciones  de  dichos  compo- 
nentes. De  ahí  que,  preguntado  un  estudiante 
qné  eran  átomos,  respondiese  muy  serio:  «Son 
unas  bolitas  de  madera  inventadas  por  el  señor 
Dalton.  > 

No  son  ciertamente  los  átomos  bolitas  de  ma- 
dera; pero  tampoco  cabe  deber  imaginarlos  como 
infinitesimales,    indivisibles,  inenarrables.  Asi, 

Bues,  ya  en  1865  Loschmidt,  químico  vienes, 
egó  á  la  conclusión  de  que  un  átomo  de  oxigeno 


L.\  Il.USTRAOION  IBÉRICA 

El  jtrocedimieiito  empleado  por  los  doctorea 
Michaux  y  Soiler  consiste  en  someter  al  pa- 
.  ciente  ¡I  una  sesioncita  de  una  hora  diaria  en 
una  cámara  de  li  metros  cúbicos  de  capacidad, 
cuyo  aire  está  saturado  del  susodicho  ácido  fluor- 
hídrico; la  cual  saturación  se  obtiene  haciendo 
pasar,  con  auxilio  de  una  bomba,  una  corriente 
de  aire  por  un  bocal  de  gutapercha  quo  contieno 
300  gramos  de  agua  destilada  y  1(X)  gramos 
del  expresado  ácido.  Las  dosis  de  éste  deben, 
naturalmente,  variar  según  los  enfermos,  pues 
ya  se  sabe  hoy  día  que  no  existen  enferme- 
dades, sino  pacientes.  Así,  pues,  para  los  tí- 
sicos que  no  están  muy  malos  puede  llegarse  á 
20  litros  por  metro  ciibico;  pero  los  que  están 
muy  quebrantados  no  pueden  resistir  más  quo 
10,  y  eso  después  de  hacer  pasar  la  corriente  do 
aire  fluorhidrizado  por  un  segundo  frasco  lava- 
dor. La  saturación  debe  renovarse  al  cabo  de  un 
cuarto  de  hora,  pues  desaparece  muy  rápida- 
mente. 

Según  M.  Garcin,  con  este  procedimiento  las 
quintas  de  tos  se  hacen  mucho  menos  frecuentes. 


6  de  ázoe  tiene  un  diámetro  de  un  diezmiUonési- 
mo  de  centímetro;  pero  como,  aun  con  auxilio  del 
más  poderoso  microscopio,  sólo  podemos  distin- 
guir la  cuarentamilésima  parte  de  un  centímetro, 
de  ahi  que,  para  formamos  cargo  de  las  dimensio- 
nes que  tiene  un  átomo,  nos  veamos  precisados  á 
imaginar  qie  en  una  cajita  cúbica  de  un  centí- 
metro cada  lado,  llena  de  aire,  caben  de  sesenta 
á  cien  millones  de  átomos  de  oxígeno  ó  ázoe. 

Algunos  años  más  adelante  sir  William  Tom- 
son  perfeccionó  el  procedimiento  de  Loschmidt, 
y  haUó  que  la  distancia  entre  los  centros  de  mo- 
lécolas  contiguas  varía  entre  una  cinco  y  una 
mil  millonésima  parte  de  centímetro.  Represen- 
tando esto  gráficamente,  supongamos  que  una 
gota  de  agua  se  va  hinchando  hasta  ser  del  ta- 
maño de  la  Tierra:  la  rugosidad  de  esta  masa 
variaría  entre  la  que  ofrecen  tin  montón  de  per- 
digones y  nn  montón  de  bolos. 

Clifford  emplea  otra  comparación.  Sabiendo 
que  nuestros  actuales  microscopios  aumentan  de 
seis  á  ocho  mil  veces  la  visión  de  un  objeto,  si 
el  microbio  más  diminuto  que  podemos  percibir 
pudiese  ver  á  su  vez  en  el  microscopio,  alcan- 
zaría á  distinguir  los  átomos. 


*  4> 


Demos  gracias  al  cielo  por  deparamos  diaria- 
mente un  nuevo  remedio  contra  la  terrible  tisis. 
La  última  moda  nos  viene  de  la  fábrica  de  cris- 
tales de  Baccarat.  Trátase  del  (¡horresco  refe- 
rens!)  ácido  fluorhídrico:  ni  más  ni  menos  que 
del  atrocísimo  y  tremebundísimo  ácido  fluorhí- 
drico. ¡Como  si  se  tratara  de  grabar  vidrios! 


CASTILLO    DE    HOCHTON 


la  expectoración  aparece  modificada,  aumenta  ol 
apetito,  desaparecen  los  sudores  nocturnos  y  los 
bacilos  se  hacen  de  cada  día  más  raros,  no  se  seg- 
mentan y  acaban  por  desaparecer  enteramente 
de  las  secreciones. 

Está  muy  bien;  pero  eso  de  matar  los  bacilos 
con  ácido  fluorhídrico  me  recuerda  aquella  mo- 
raleja de  no  sé  quién: 

Un  sabio  en  las  Provincias  Vascongadas 
se  mataba  las  pulgas  á  pedradas... 

* 
*  * 

Si  no  estamos  por  el  empleo  del  ácido  fluorhí- 
drico, no  negamos,  sin  embargo,  que  algunos 
compuestos  do  flúor  pueden  prostar  buenos  sor- 
vicioscomo  antisépticos.  Eso  se  deduce,  en  efecto, 
de  una  comunicación  dirigida  por  M.  William 
Thomson,  citado  más  arriba,  á  la  Asociación 
Británica.  Buscaba  dicho  químico  una  sustancia 
antiséptica  poderosa  que  no  fuese  tóxica,  no  se 
volatilizara  y  resistiese  á  la  oxidación.  Ensayó 
diversos  preparados  en  pasta  de  harina  y  en 
pedazos  de  carne  cortados  menudamente  y  hu- 
medecidos con  agua,  y  al  fin  halló  que  el  fluosi- 
licato  de  sodio  realizaba  casi  todas  las  condiciones 
apetecidas,  pues  no  es  venenoso,  no  despide  mal 
olor  y  se  disuelve  en  la  proporción  de  0'61  por 
100  de  agua. 

El  sabor  es  ligeramente  salino:  aplicando  la 
solución  á  una  herida,  no  produce  ningún  signo 
de  irritación:  su  poder  antiséptico  os  superior  á 
la  ordinaria  solución  de  sublimado  corrosivo  al 
milésimo:  créese  que  podría  utilizarse  en  la  con- 
servación de  las  carnes  y  que  haría  un  buen 


düsodorauto.  Baste  decir,  en  uboiio  de  su  iaucui- 
dad,  quo  perjudica  menos  la  yerba  qvie  no  el 
agua  salada.  Obtiénose  el  fluosilicato  do  sodio  del 
espato  flúor  y  do  la  cresolita. 


En  disoluciones  como  la  do  que  acabamos  de 
hablar  estriba,  sin  duda  alguna,  el  porvenir  de 
la  medicina;  puesto  que,  reconocida  la  multitud 
de  enfermedades  infecciosas  ó  de  microbios  qne 
existen,  nada  más»uatural  que  atacar  dicha  cau- 
sa. Lo  que  hay  es  que  es  imposible  matar  los  mi- 
crobios, so  pena  de  llevarse  juntamente  al  enfer- 
mo; pero  no  parece  sea  preciso  llegai-  ¡I  tal  extre- 
mo, bastando  capearlos,  ó,  para  hablar  científica- 
mente, poner  trabas  á  su  desenvolvimiento  y 
evolución,  y  sobre  todo  á  sus  secreciones  de 
ptomaínas  tóxicas. 

Cualquiera  tiene  el  derecho  de  asustai'se  al 
pensar  en  el  inmenso  estudio  que  requioi'O  la 
realización  de  este  programa;  pero,  ú  Dios  gra- 
cias, no  faltan  héroes  ou  el  campo  de  la  ciencia 
capaces  de  resolver  todos  los 
problemas.  A  este  número  per- 
tenecen los  Sres.  Charrin  y  Ro- 
ger,  los  cuales  han  descubierto, 
después  de  concienzudos  expe- 
rimentos, que  el  aire  confinado 
y  el  oxígeno  puro,  asi  como  el 
sublimado  y  el  sulfuro  negro  de 
mercurio,  impiden  la  formación 
de  secreciones  de  materia  colo- 
rante en  ciertos  microbios  (el  m. 
piocianógeno  de  Gessard,  y  otro 
que  se  encuentra  en  el  intestino 
del  conejo).  Las  dosis  varían,  se- 
giin  se  trate  de  impedir  la  secre- 
ción ó  de  detener  la  evolución 
del  microparásito:  para  lo  pi'i- 
mero  bastan  5  gramos  de  sulfu- 
ro negro  do  mercurio  ó  3  centi- 
gramos de  sublimado  por  litro; 
mientras  quo  para  lo  segundo  no 
basta  ni  con  KX)  gramos  de  sul- 
furo negro  por  litro,  aunque  si 
con  4  centigramos  de  sublima- 
do. Lo  importante,  sin  embargo, 
parece  ser  que  los  microbios  no 
segreguen  materias  colorantes. 

El  sabio  catedrático  M.  Bou- 
chard  lia  hecho  á  su  vez  experi- 
mentos con  el  naftol,  hallando  que 
esta  sustancia  detiene  la  secreción  do  la  mateiia 
colorante  del  microbio  piocianógeno  á  la  dosis 
de  0'4()  gramos  por  100,  y  estorba  la  evolución 
del  mismo  á  la  dosis  de  0'66  gramos.  Igual  so 
observa  tratándose  del  otro  microbio  que  hemos 
dicho. 

«Resulta  de  estos  experimentos, — dice  una 
revista, — que  de  una  manera  general,  partiendo 
de  la  dosis  mínima  de  un  antiséptico  capaz  de 
impedir  toda  vida  de  un  microorganismo,  se 
puede  disminuir  esta  dosis  una  tercera  parte,  y 
aun  una  mitad,  y  por  lo  tanto  disminuir  un  ter- 
cio ó  la  mitad  la  acción  nociva  quo  podría,  ejercer 
sobre  el  enfermo  el  antiséptico  empleado,  con- 
servando con  todo,  sobre  el  agente  infeccioso  que 
se  combato,  una  influencia  considerable.  Para 
realizar  una  enfermedad  infecciosa  no  basta,  en 
efecto,  introducir  en  un  cuerpo  vivo  un  agento 
patógeno,  sino  que  es  menester,  además,  que  este 
agente  se  desarrolle  en  él,  y  pueda  funcionar,  ya 
que  se  admite,  en  proporciones  variables,  el  pa- 
pel desempeñado  por  los  productos  de  los  mi- 
crobios. Un  simple  retardo  en  el  desenvolvi- 
miento ó  funcionamiento,  retardo  que  podrá  ser 
obtenido  mediante  una  ligera  dosis,  sería  jiues, 
como  la  clínica  ha  demostrado  ya,  muy  útil  al 
enfermo. » 

* 
*  * 

M.  de  Freycinet,  que,  como  todos  saben,  es 
no  solamente  hombre  político,  sino  ingeniero 
do  caminos,  y  de  los  más  distinguidos,  ha  em- 
pleado sus  ocios  de  presidente  del  Consejo  de 
Ministros  tratando  de  llevar  á  cabo  una  tremenda 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


791 


revolución  en  el  terreno  de  las  Unidades  cientí- 
ficas, tan  bella  y  completamente  estudiadas  por 
mi  estimado  amigo  D.  Federico  Cajal  en  el  libro 
que  lleva  aquel  título.  Quiere,  pues,  M.  de  Frey- 
cinet,  que  en  lugar  de  metros,  gramos,  litros,  etc., 
se  adopte  la  siguiente  base: 

La  unidad  de  longitud  es  la  longitud  de  la 
velocidad  adquirida,  al  cabo  de  un  segundo  de 
tiempo  medio,  por  un  cuerpo  que  cae  libremente 
en  el  vacío,  en  París.  Esta  unidad  engendra  una 
unidad  usual  igual  al  i  |ioo  ó  á  0'98  metros  apro- 
ximadamente. 

La  unidad  de  volumen  es  el  cubo  cuyo  lado 
es  el  1  |ioo  de  la  unidad  de  longitud,  ó  sea  0'94 
litro,  aproximadamente. 

La  unidad  de  masa  es  la  masa  do  agua 
(á  4°'!)  contenida  en  la  unidad  de  volumen. 

La  unidad  de  peso  es  el  peso  de  la  unidad  de 
'  masa,  en  París. 

La  unidad  de  fuei-za  es  igual  á  la  unidad  de 
peso. 

Las  otras  unidades  se  deducen  de  las  ante- 
riores. 

Los  dos  caracteres  distintivos  del  nuevo  siste- 
ma son:  primero,  que  la  unidad  de  longitud  está 
tomada  del  fenómeno  dinámico  en  vez  de  estar 
arbitrariamente  escogida,  h  priori,  entre  las  lon- 
gitudes terrestres;  segundo,  que  la  unidad  de 
masa  es  la  masa  de  unidad  de  peso,  en  vez  de 
ser  ocho  veces  esta  masa. 

Cree  M.  de  Freycinet  que  con  ese  nuevo  siste- 
ma se  obtendrían  sensibles  ventajas,  además  de 
proceder  de  un  orden  de  ideas  más  racional  que 
el  actual  sistema  métrico. 

En  algo  han  de  entretenerse  los  ingenieros 
ilustrados  cuando  no  ocupan  las  poltronas  minis- 
teriales. 

* 

*  * 

Quizás  no  sea  preciso  dentro  de  poco  someterse 
á  las  inoculaciones  de  médula  de  conejo  rabioso 
para  librarse  de  la  rabia.  En  este  sentido  trabaja 
M.  Peyraud,  el  cual  tiene  confianza  de  que  con 
inyecciones  de  esencia  de  tanaceto  se  logrará  el 
mismo  resultado,  ya  que  con  las  mismas  se  ha 
conseguido  evitar  que  estallase  la  rabia  en  va- 
rios conejos  á  quienes  se  había  inoculado  previa- 
mente el  virus  rábico. 

* 

*  * 

Por  más  que  sea  dar  un  disgusto  á  los  viti- 
cultores y  taberneros,  ello  es  que  carta  canta,  ó, 
lo  que  es  igual,  que  estadística  en  mano  se  puede 
demostrar  que  vale  mucho  más  no  beber  vino 
que  beberlo.  Así  lo  han  comprendido  las  socie- 
dades de  seguros  de  Inglaterra,  las  cuales  tienen 
dos  tarifas,  según  se  trata  de  bebedores  de  agua 
ó  de  bebedores  de  vino,  siendo  para  éstos  mucho 
más  crecida,  como  más  expuestos  á  morirse.  La 
Sceptre  Ufe  assurance  llega  hasta  el  extremo  de 
no  admitir  á  ningún  tratante  en  vino. 

En  una  estadística,  de  la  que  resultó  haber 
1  ,(XX)  defunciones  por  64,441  personas  de  vein- 
ticinco á  sesenta  y  cinco  años,  se  contaban  2,205 
defunciones  de  mozos  de  tabernas  y  posadas, 
1,465  de  fondistas  y  comerciantes  de  cerveza, 
y  1,361  de  cerveceros;  mientras  que  aparecían 
solamente  701  de  agricultores,  631  de  colonos  y 
ganaderos  y  556  de  pastores  y  ministros.  De  don- 
de resulta  que  los  que  por  su  profesión  están 
más  inclinados  á  beber  vino  mueren  en  cantidad 
cuatro  veces  mayor  que  las  clases  más  sobrias. 

La  compañía  Victoria  hace  constar  que  en  el 
espacio  de  dos  años,  en  la  sección  de  templanza, 
había  habido  solamente  20'3  reclamaciones,  mien- 
tras que  en  la  sección  general  ascendían  á  33'2 
por  IfXJ.  De  ahí  que  pueda  deducirse  que  las 
personas  abstinentes  viven  seis  años  más  que 
las  aficionadas  al  mosto. 

Según  cálculos,  mueren  alano,  en  Inglaterra  y 
País  de  Gales,  40,000  alcohólicos,  siendo  la  po- 
blación de  27  millones.  En  París,  después  de  la 
tisis,  el  alcoholismo  es  la  enfermedad  que  oca- 
siona más  víctimas. 

M.  Parkett  ha  demostrado  á  su  vez  que  es  un 
sofisma  la  idea  de  que  las  bebidas  alcohólicas  son 


útiles  á  los  que  se  dedican  á  trabajos  fatigosos. 
Al  contrario:  el  alcohol  disminuye  la  capacidad 
para  los  trabajos^de  largo  empuje.  En  suma,  que 
bebiendo  agua  pura  puede  uno  prometerse  hacer 
la  competencia  á  M.  Chevrent. ' 

* 

*  * 

Los  numerosos  falsificadores  de  la  leche  pue- 
den agarrarse  á  esta  noticia  como  á  un  clavo 
ardiendo:  el  iodo  puro  no  tino  de  azul  el  almi- 
dón, por  más  que  hasta  ahora  todo  el  mundo  lo 
hubiese  pensado  así.  M.  Meylins,  químico  ale- 
mán, dice,  en  efecto,  que  para  obtener  dicha  co- 
loración es  indispensable  la  presencia  del  ácido 
iodhídrico  ó  de  un  ioduro  soluble. 


pilililIBi»"" ■■■■■lililí MiililllllilliiillllMIIIÍl^^^^^^^^^^^ 


DESARREGLOS 


CASTILLO  DE  HOGHTON 
ARCO  DE  ENTRADA  Á  LAS  CABALLERIZAS 


No  hay,  pues,  más  que  darle  iodo  puro  al  en- 
cargado de  analizar  la  leche  almidonada,  y  so 
fastidia. 

Alfredo  Opisso 


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FUENTES  INAGOTABLES 


— De  los  ojos  que  lloran 

tristes  pesares, 
¿cuáles  vierten  más  lágrimas? 

— Los  de  una  madre: 

los  de  una  madre, 
que  son  ¡ay.  Dios!  dos  fuentes 
inagotables. 

La  mía,  al  despedimos 

hace  tres  años, 
triste,  desconsolada, 

quedó  llorando. 

Quedo  llorando... 
¡Todavía  sus  lágrimas 

no  se  han  secado ! 

Tomás  Camacho 


Suponía  yo  perfectamente  al  suponer  que  los 
Sres.  Calvo  y  Vico,  empresarios  del  Teatro  Es- 
pañol, de  Madrid,  aun  puesto  el  caso  de  que 
hubieran  solicitado  de  esta  Corporación  Muni- 
cipal permiso  para  poner  en  escena  traduccio- 
nes ó  arreglos  del  teatro  extranjero,  no  habrían 
fundado  su  solicitud  en  el  retraimiento  de  los 
autores  de  nota.  Resulta  ahora,  efectivamente, 
que  no  sólo  se  equivocaban  los  que  les  atribuye- 
ron tales  razonamientos,  sino  que  padecieron 
igual  equivocación  los  que  hablaron  de  aquellas 
pretensiones.  Ni  Vico  ni  Calvo  han  pensado  si- 
quiera en  pedir  la  derogación  de  cláusula  algu- 
na de  su  contrato  de  arrenda- 
miento: representarán  obras 
originales  y  harán  muy  bien;  y 
yo  les  aseguro  que  no  han  de 
faltarles  dramas. 

Pero  no  bien  se  ha  desmen- 
tido la  noticia  á  que  yo  no  quise 
dar  crédito,  aparece  en  las  co- 
lumnas de  los  periódicos  otra 
que,  por  desgracia,  me  parece 
más  verosímil.  Dicen,  los  que 
suelen  estar  bien  informados  en 
asuntos  de  entre  bastidores,  que 
un  escritor  dramático  muy  cono- 
cido está  arreglando  la  obra  fran- 
cesa Wzelle  Nitouche,  á  fin  de 
que  sea  representada  en  el  Tea- 
tro de  la  Comedia,  y  que  el 
principal  papel  se  encomendará 
á  una  actriz  muy  joven,  verda- 
dera esperanza  del  arte  escénico 
español,  que  ya  ha  demostrado 
felicísima  disposición  para  obras 
de  esa  índole. 

Cito  de  memoria  :  no  respon- 
do, por  consiguiente,  de  que  mis 
palabras  sean  reproducción  lite- 
ral de  la  noticia;  pero  estoy  se- 
guro de  que,  en  sustancia,  es 
eso  mismo  lo  que  en  la  noticia 
se  dice. 

Se  nos  ofrece,  pues,  como  es- 
peranza halagadora  y  como  alta 
novedad  (passez  le  mot),  una  an- 
tigualla de  la  descocada  y  cha- 
vacana  musa  francesa;  antigua- 
lla que  han  paseado  por  casi 
todos  los  teatros  de  Europa  y 
de  América  la  Judie,  la  Granier, 
la  Theo,  y  algunas  otras  actrices 
del  mismo  género,  aunque  de 
menos  popularidad  que  las  tres 
citadas. 

Y  pregunto  yo:  ¿qué  vana 
ganar  nuestro  público,  nuestra 
literatura,  nuestras  actrices,  ni  aun  nuestros 
empresarios,  con  que  se  pretenda  aclimatar  á  la 
escena  española  esa  planta  exótica,  que  todos 
conocemos? 

No  me  explico  ese  afán  inmoderado  de  algu- 
nos escritores  españoles  de  traducir  ó  arreglar 
(como  ahora  se  dice,  aunque  sin  permiso  de  la 
Academia)  todo  lo  que  el  teatro  francés  produ- 
ce, bueno  ó  malo,  razonable  ó  absurdo. 

No  soy,  por  sistema,  enemigo  de  las  traduc- 
ciones, mucho  menos  si  las  obras  traducidas  son 
buenas  y  las  traducciones  están  bien  hechas. 
Creo,  sí,  que  la  tarea  del  traductor  es  dificilísi- 
ma, máxime  cuando  se  trata  de  una  obra  dramá- 
tica; pero  no  por  eso  condeno  en  absoluto  y  sin 
excepción  todas  las  traducciones. 

Creo  que  cuando  se  traduce  á  Schiller,  por 
ejemplo,  se  presta  un  verdadero  servicio  al  arte 
dramático,  que  no  tiene  patria  ni  siglo,  que  es 
de  todos  los  países  y  de  todas  las  épocas.  Admi- 
to que  se  procure  dar  á  conocer  á  nuestro  públi- 
co las  obras  de  Sardou,  las  de  Dumas,  y  sobre 
todo  las  de  Augier  (que  por  cierto  es  de  quien 
menos  se  traduce).  Acepto  hasta  las  traduccio- 
nes de  obras  de  Labiche,  de  Gondinet,  y  alguna 
otra  del  mismo  género.  Pero  ¿á  qué  traernos 
chocarrerías  de  teatros  de  boulevard,  en  que  po 


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794 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


casualidad  se  tropieza  con  algtma  situación  có- 
mica ó  con  algún  clí5st<>  ingenioso;  chiste  y  si- 
tuación que  en  la  mayor  parte  de  los  casos  no 
son  nuevos,  y  en  muchos  casos  no  son  decentes? 

M'zeüe  Xáouche,  por  ejemplo,  es  un  hatajo  de 
desatinos,  mal  zurcidos  y  peor  hilvanados,  con 
que  se  da  pretexto  á  determinadas  actrices  para 
lucir  su  desenvoltura,  tal  vez  su  gracia  pura- 
mente parisiense,  casi  siempre  sus  encantos  de 
forma...;  cosas  todas  que  agradan  allá  en  París 
á  los  que  presumen  de  calaveras,  á  los  viejos 
verdes  y  á  'las  (Umi-mondaines;  que  nos  agradan 
por  acá  (ó  fingimos  que  nos  agradan)  cuando  la 
Judie  ó  la  Granier  cantan  los  couplets,  que  la  ma- 
voría  del  público  no  entiende,  6  adoptan  actitu- 
des que  en  una  actriz  española  no  tolerarían  se- 
guramente esos  mismos  que  las  aplauden  en  las 
celtbridades  extranjeras. 

Tengo  por  seguro  que  WzeUe  Nitouche  será, 
para  el  autor  del  arreglo  y  para  los  actores  que 
la  representen,  un  fracaso;  para  la 
empresa  que  acepte  la  obra,  un  mal 
negocio ;  para  el  público  aficionado 
á  esos  espectáculos  afrancesados, 
un  gran  desencanto;  para  nues- 
tro teatro  nacional,  una  gran  ver- 
güenza. 

Y  no  se  me  diga,  como  en  otras 
ocasiones  me  ha  dicho  alguno,  que 
debo  respetar  la  libertad  del  tra- 
ductor si  halla  más  cómodo  y  más 
sencillo  procurar  lucro  y  buscar 
utilidades  recomponiendo  obras 
ajenas  que  discurriendo  mucho  para 
inventarlas  propias,  porque  nada 
hay  en  lo  que  digo  que  sea  contra- 
rio á  ese  derecho.  Yo  no  solicito 
que  los  cuerpos  colegisladores  vo- 
ten una  ley  prohibiendo  la  traduc- 
ción; no  deseo  que  se  imponga  pena 
grave  ni  leve  al  que  traslade  al 
teatro  español  majaderías  y-  estul- 
ticias de  otros  teatros,  como  si  aquí 
no  tuviésemos  muy  suficiente  con 
las  nuestras ;  no  predico  la  destruc- 
ción y  el  extenninio  de  los  que  per- 
vierten el  gusto  del  público  y  corrompen  la  afición 
de  las  midtitudes  con  patochadas  indecorosas 
importadas  del  Mabille  de  hace  veinticinco 
años;  respeto  la  libertad  que  los  que  lo  hacen 
tienen  para  hacerlo :  respétese  la  que  yo  tengo 
para  sentirlo  y  deplorarlo. 

No  exageremos  las  ideas  de  libertad  ajena 
hasta  el  ponto  de  privamos  de  la  libertad 
propia. 

Los  traductores  están  en  su  derecho  vertien- 
do al  español  todo  lo  malo  que  se  produce  en 
Francia:  convenido.  Yo  estoy  en  el  mío  censu- 
rando con  todas  mis  fuerzas  á  los  que  lo 
vierten. 

Y  en  paz. 

A.  SÁNCHEZ  Pérez 


madre?  Mentira,  mentira;  no  lo  eres...  Habla:  di 
que  no,  )iorque  te  mato...  te  mato...  ¿No  ves  que 
me  asfixio,  que  mo  falta  aire,  sangre,  vonganzaV... 
¿No  ves  que  el  infierno  se  ha  desatado  aquí  den- 
tro... en  el  pecho...  junto  á  mi  alnia,  que  se  ostil 
quemando? 

El  que  asi  hablaba  llamábase  D.  Juan  Pona- 
fiera.  Era  un  hombro  de  irnos  sesenta  años  do 
edad,  alto,  delgado,  pálido,  ligeramente  encor- 
vado por  el  peso  del  dolor  y  de  los  años.  Escasos 
mechones  de  cabello  .blanco,  atraídos  mañosa- 
mente hacia  adelante  adornaban  su  cabeza;  su 
frente  estaba  sureada  de  profundas  arrugas,  y 
en  la  contracción  de  su  boca  se  veían  señales 
claras  de  sufrimiento.  Nadie  que  le  tratara  podía 
sustraerse  á  la  fascinación  que  ejercía  la  mirada 
brillante,  profunda  é  investigadora  de  sus  ojos 
negros,  sombríamente  negros;  y  su  temperamen- 
to nervioso,  juntamente  con  los  años,  le  hacían 
irascible  y  descontentadizo  hasta  el  pimto  de  no 


'--i-.T 


EL  ULTIMO  PASO 


— ¡Carmen!...  ¡Carmen!...  ¿Dónde  estás?...  ¡Mal- 
dición! ¡Se  ha  fugado;  se  ha  fugado  arrojando 
sobre  mi  cabeza  todo  el  peso  del  deshonor,  man- 
chando mis  canas  con  el  cieno  de  la  ignomnia 
y  de  la  vergüenza!...  ¡Imposible,  imposible!  ¡EUa 
no  era  mala!...  ¡Carmen!...  ¡Carmen!... 

—  ¡Por  Dios,  hombre!  No  te  entregues  de  ese 
modo  á  la  desesperación.  El  mal  puede  remediar- 
se: él  no  se  niega... 

—  ¡Calla,  monstruo!  Tuya  es  la  culpa,  tuya 
sólo;  y  te  he  de  hacer  pedazos  con  mis  uñas, 
porque  me  ahogo  de  rabia,  de  pena,  de...  no  sé 
de  qué,  pero  me  ahogo.  Siento  deseos  de  aplas- 
tar, de  triturar  algo  entre  mis  manos,  aunque 
ese:  algo  fuera  mi  mismo  corazón...  Tú,  mujer, 
serpiente,  demonio,  tú  eres  la  causa  de  todo  lo 
que  ocurre;  tú,  que  con  tu  necio  orgullo,  con  tus 
infames  consejos,  has  vertido  el  veneno  en  su 
espíritu  limpio  de  toda  mancha.  ¿Y  eres  sn 


CASTILLO  DE  HOCHTON:  ESCALERA  DEL  REY  JACOBO 


poder  contrariárselo  en  nada  sin  vorse  expuesto 
á  sufrir  la  explosión  de  su  carácter  agrio  y  quis- 
quilloso. 

La  educación  severa  que  recibió  en  su  juven- 
tud hizo  de  D.  Juan  un  idólatra  del  honor. 
Jamás  perdonó  ofensa  alguna  que  al  honor  se 
refiriera;  y  aunque  no  era  vengativo  por  instin- 
to, guardaba  en  el  fondo  de  su  alma  toda  acción, 
toda  frase  que  pusiera  en  peligro  la  inmaculada 
limpieza  de  lo  que  constituía  su  religión  y  su 
culto. 

La  otra  interlocutora,  D.»  María  de  Ariza,  es- 
posa de  D.  Juan,  era  una  señora  como  de  cua- 
renta y  cinco  años.  Aun  conservaba  en  su  rostro 
las  señales  de  su  pasada  hermosura,  adivinándo- 
se, en  el  esmero  con  que  trataba  el  arreglo  de  su 
persona,  que,  á  pesar  de  su  edad,  no  perdía  la 
presimción  de  aparecer  bella. 

Dominada  de  un  orgullo  tan  desmedido  como 
.injustificado,  alentando  una  ambición  sin  lími- 
tes, se  rebelaba  contra  su  humilde  condición, 
pretendiendo  romper  la  oscuridad  en  que  vivía. 
Jamás  daba  un  paso  que  no  ñiera  encaminado  á 
este  fin,  sin  perdonar  medio  alguno  para  ver 
realizado  aquel  sueño  de  grandeza,  aquel  cons- 
tante afán  que  formaba  todo  el  anhelo  de  su  vida. 

Del  matrimonio  de  D."  María  con  D.  Juan 
nació  una  hija,  á  la  que  dedicaron  todos  sus  cui- 
dados y  todo  su  cariño.  Nunca  hija  alguna  ha 
sido  tratada  con  más  tierna  solicitud  que  lo 
fué  Berta  (éste  era  su  nombre),  y  jamás  hubo 
padres  que  prodigaran  más  dulces  atenciones  al 
hijo  que  es  sangre  de  su  sangre  y  vida  de  su 
vida. 

Al  calor  de  estas  caricias  fué  creciendo  Berta, 
desplegando  una  belleza  extraordinaria  y  mani- 
festando una  ternura  incomparable. 

Solicitada  y  atraída  por  los  opuestos  caracte- 
res de  sus  padres  en  su  educación,  su  carácter 
llevó  algo  de  ambos  sin  confundirse  con  ningu- 
no en  un  principio.  Más  tarde,  la  influencia  del 
trato  continuado  por  la  madre  manifestóse  en 


Berta,  y  al  llegar  á  mujer  fué  en  lo  moral  la 
copia  fiel  do  la  que  la  había  llevado  en  su 
seno. 

Por  su  angelical  hermosura,  Berta  atraía  las 
miradas  de  todos,  y  más  de  im  corazón  quedó 
cautivo  en  las  redes  de  sus  encantos.  Apareció, 
en  el  mundo,  radiante  como  un  astro,  y  hubo  de 
deslumhrar  á  todo  el  que,  admirado,  se  detuvo 
á  contemplar  la  luz  de  sus  ojos. 

Entre  los  muchos  que  solicitaron  el  cariño  de 
la  hermosa  hija  de  D.  Juan  Peñafiera,  sólo 
Emilio  Villafría,  joven  distinguido  y  rico,  tuvo 
la  suerte  de  alcanzarlo.  No  quiere  esto  decir  que 
Berta  le  amara,  no:  jamás  su  corazón  había  sen- 
tido nada  por  él;  pero  los  consejos  de  doña 
María  lo  decidieron  á  aceptar  aquellas  relacio- 
nes como  único  medio,  según  ésta,  para  salir  de 
la  oscuridad  y  entrar  en  otra  vida  más  llena  de 
deleites  y  de  encantos. 

Los  dos  amantes  mantuvieron  su  amor  á  la 
sombra  de  la  de  Ariza,  que  lo  patrocinaba,  ins- 
pirando á  su  hija  todos  los  medios  de  seducción 
que  creía  necesarios  para  encadenar  á  Emilio 
con  los  lazos  de  la  pasión. 

Doña  María  quería  á  su  hija  entrañablemente, 
y  sería,  por  lo  tanto,  disculpable  que  deseara 
para  ella  una  posición  brillante;  pero  esta  ambi- 
ción no  era  de  todo  punto  desinteresada:  había 
algo  de  egoísmo  en  sus  aspiraciones:  también  á 
ella  le  gustaba  brillar,  y  ya  sonreía  de  placer 
ante  la  idea  de  verse  reclinada  indolentemente 
en  cómodo  carruaje,  admirada  por  su  esplendor 
y  envidiada  por  su  fortuna.  De  este  modo  fué 
filtrando  en  el  alma  de  Berta  el  veneno  del  inte- 
rés, que  llegó  á  dominar  por  completo  sus  sen- 
timientos y  sus  ideas. 

Aquella  semilla  de  malos  consejos  debía  pro- 
ducir su  cosecha  de  vergüenzas  y  la  produjo. 

— No  debo  dejar, — se  decía  Berta, — que  un 
día,  cansado  de  mí,  me  abandone.  Hay  que  rete- 
nerle: hay  que  hacer  que  se  case  conmigo. 
¿Cómo?...  Esta  es  la  cuestión.  Veamos...  Esto 
es:  ya  está  resuelto.  Huyendo  con  él  no  hay 
miedo  á  que  se  mo  escape. 

Y  así  lo  hizo. 

Una  mañana,  antes  que  el  sol  asomara  su 
rubia  faz  por  entre  el  manto  azul  de  los  cielos, 
Berta  salía  de  la  casa  paterna  y  huía  en  un 
coche,  á  todo  correr  de  sus  caballos,  sin  sospe- 
char que  aquel  lodo  que  los  nobles  brutos  hacían 
saltar,  en  su  can-era,  del  suelo  mojado,  iba  á 
manchar  la  honrada  frente  del  anciano  que  había 
de  llorar  con  lágrimas  de  sangre  la  ingratitud 
del  ser  que  de  su  ser  formó. 

Cuando  D.  Juan  notó  la  ausencia  de  su  hija, 
la  buscó  por  todas  partes,  desesperado,  loco,  en 
medio  de  una  agitación  espantosa  que  hacía 
retemblar  los  nervios  de  su  cuerpo,  los  átomos 
de  su  carne. 

En  esta  situación  le  encontramos  al  principio 
de  este  artículo,  apostrofando  duramente  á  su 
esposa  y  ahogándose  en  un  mar  de  apalabras, 
que  salían  á  borbotones  de  sus  labios,  impelidas 
por  la  ira,  por  la  pena,  por  la  desesperación. 

No  buscaba  soluciones  al  conflicto:  ¡era  inú- 
til I  i  no  las  hubiera  encontrado !  Él  sólo  veía  su 
nombre  arrastrado  por  el  suelo;  su  honor,  su 
inmaculado  honor,  cubierto  de  ignominia;  á  su 
Berta...  su  hija...  su  único  cariño,  perdida  para 
siempre  y  deshonrándole;  y  al  pensar  todo  esto, 
sentía  en  su  cuerpo  algo  así  como  desgarramien- 
to do  carnes,  como  si  le  arrancaran  el  corazón, 
destrozándole  sin  piedad.  Veía  que  el  cielo  se 
había  desatado,  derramando  para  él  penas  infi- 
nitas, de  las  que  nada  sabía  sino  que  dolían 
mucho. 

— ¡No!  ¡Sino  lo  creo!  ¡Si  no  puedo  creerlo! — 
exclamaba  el  desventurado  padre. — Tener  una 
hija,  poner  en  ella  todo  el  cariño  que  cabe  en  el 
pecho,  condensar  en  su  amor  toda  el  alma,  con- 
fiarle la  honra  limpia  do  un  anciano  próximo  á 
hundirse  en  el  sepulcro  sin  más  patrimonio  que 
su  nombre;  ¡y  que  esta  hija  cometa  la  más  negra 
do  las  ingratitudes  arrojando  el  fango  de  sus 
vicios  sobre  la  fronte  de  su  padre!...  ¡Jamás  el 
infierno  ha  escondido  en  su  seno  monstruo  se- 
mejante! ¡Y  es  mi  hija...  mi  hija!...  Cuanto  hay 
de  santo  desde  el  cielo  á  la  tierra  ha  de  horrori- 


h.\  ti:üstra('T()n  ibérica 


7'.).') 


zarse  hoy  ante  el  crimen  que  lloro,  (jiie  IKiio 
con  lágrimas  de  sangre,  de  liiel,  de  veneno. 

— Yo  no  soy  culpable, — balbuceaba  doña 
María  sollozando. — ¡No  te  complazcas  en  des- 
trozarme el  alma!  Yo  no  le  aconsejé  eso,  no: 
ella  sola  fué...  ella  sola.  ¡Ali!  Si  supieras... 

— No:  ya  sé  bastante...  Sé  que  estoy  deshon- 
rado... ¿Quieres  que  sepa  más?  Yo  creía  tenor 
una  hija  buena,  santa,  pura;  y  era  mentira... 
¡  mentira !  Por  eso  siento  rabia  que  me  abrasa,  y 
pena  que  me  ahoga;  porque  no  mato  como  me 
matan,  porque  no  destrozo  como  me  destrozan. 
¡Ven!...  ¡Habla!  ¿  Hay  un  dolor  mayor  que  el  mío 
sobre  la  tierra,  aunque  el  sol  se  apagara  para 
siempre  y  el  infierno  se  desbordara  sobre  nos- 
otros en  oleadas  de  fuego? 

Don  Juan  calló:  llevóse  ambas  manos  al  pecho 
cual  si  quisiera  apagar  los  latidos  del  corazón, 
y  dejóse  caer  anonadado  sobre  una  silla.  El  es- 
fuerzo de  su  actividad  mental  le  había  debilita- 
do, y  se  sumergió  en  una  especie  de  letargo  que 
tenía  algo  de  terrible. 

De  cuando  en  cuando  sus  labios  se  entreabrían 
ligeramente,  dejando  escapar  frases  incomple- 
tas, palabras  vagas  é  incoherentes,  que  seme- 
jaban ayes  y  amenazas,  lamentos  y  rugidos. 

Poco  á  poco  aquellos  sonidos  apagados  fueron 
tomando  cuerpo,  uniéndose,  estrechándose,  con- 
fundiéndose como  si  se  replegaran  en  sí  mismos; 
y  aquellas  voces  formaron  palabras;  y  aquellas 
palabras  formaron  frases,  que  bien  pronto  vibra- 
ron en  el  aire  con  un  rumor  monótono  y  acom- 
pasado, como  un  zumbido  sordo  y  continuo, 
como  ruido  de  hojas  secas  que  se  mueven  arras- 
tradas por  el  viento  entre  polvo  y  escoria. 

— ¡  Dios  mío,  Dios  mío !  ¡  Esto  es  demasiado ! 
Este  golpe  me  ha  herido  en  mitad  del  alma. 
Cruzan  por  mi  cabeza  ideas  terribles,  ideas  de 
venganza  que  no  puedo  desechar,  y  veo  aquí 
dentro...  en  el  cerebro,  manchas  de  sangre  que 
me  ciegan,  que  me  atraen;  ansias  de  matar  que 
me  consumen.  ¡Lejos,  lejos  de  mí,  espectros  en- 
sangrentados! ¡No  me  arrojéis  al  crimen!...  ¡Ya 
que  han  manchado  mi  frente  no  quiero  manchar 
mi  alma!  ¡Idos!...  ¡Idos!... 

D.  Juan  estaba  horrible.  Los  músculos  de 
su  cara  se  haljían  contraído  visiblemente,  sus 
labios  estaban  manchados  por  una  espuma  ama- 
rillenta, y  sus  ojos,  inyectados  en  sangre  y  casi 
fuera  de  las  órbitas,  giraban  como  los  de  un  loco, 
sin  sostener  la  mirada  en  parte  alguna.  Un  tem- 
blor convulsivo  recorría  su  cuerpo,  y,  en  su  de- 
lirio, el  infeliz  Peñafiera  pasaba  su  crispada 
mano  por  la  frente,  cual  si  quisiera  arrancar 
de  su  cerebro  las  lúgubres  ¡deas  que  le  ator- 
mentaban. 

Una  ráfaga  de  viento  chocó  con  los  balcones 
de  la  habitación,  y  con  ella  llegó  hasta  lo  alto 
un  murmullo  pesado  y  sordo  como  un  fuerte 
oleaje,  del  que  se  escapaban  vibrantes  y  acom- 
pasados gritos  salvajes,  aullidos  de  rabia, 
imprecaciones,  amenazas,  lamentos;  y  todo  mez- 
clado, confundido,  semejaba  un  inmenso  her- 
videro, algo  asi  como  una  gran  bocanada  de 
desesperación  que  subía  de  la  calle  envuelta 
entre  los  repliegues  de  la  niebla. 

Esta  espantosa  gritería  era  producida  por  una 
gran  masa  de  gente  que  cnizaba  en  aquel  mo- 
mento bajo  los  balcones  de  la  casa  de  nuestro 
héroe.  La  muchedumbre  avanzaba  atropellada- 
mente, y  de  ella  se  escapaban  palabras  que  eran 
rugidos  y  se  extendían  clamando  contra  una 
gran  injusticia  de  un  hombre,  contra  una  gran 
infamia  que  respiraba  por  todas  partes  ignomi- 
nia y  vergüenza. 

— ¡Vivan  las  Carolinas!  ¡Viva  España! — se 
oía.  Y  este  grito  llenaba  el  espacio  con  sus  ecos. 
Era  el  león  q\ie,  agitándose,  enseñaba  las  garras 
para  advertir  qne  no  dormía. 

— ¡Ah! — dijo  D.  Juan,  con  alegría  salvaje,  al 
escuchar  los  gritos. — También  yo  siento  ira  en 
el  pecho  y  veneno  en  el  alma.  Voy  con  vos- 
otros. 

— ¿Dónde  vas,  dónde  vas? — exclamó  doña 
María  intentando  detenerle. 

— Aparta,  déjame.  Hay  que  ahogar  esta  pena 
infinita  que  siento  en  clamores  de  rabia...  ¿lo 
entiendes?  de  rabia... 


Y  be  piecipiu'i  por  la  eucalei'd,  desatinado 
y  loco. 

La  gritería  de  la  calle  era  cada  v<!z  mayor. 
El  pueblo  entero  de  Madrid,  respondiendo  á  su 
gloriosa  historia,  protestaba,  en  nombre  del  dere- 
cho, do  los  ataques  bárbaros  de  la  fuerza.  Aque- 
llo era  el  ruido  del  torrente  que  va  creciendo 
sin  cesar,  invadiéndolo  todo  y  esparciéndose 
por  la  extensión  sin  límites. 

Y  de  todos  los  labios,  de  todas  las  almas,  se 
escapaba  un  solo  grito,  como  una  salutación  á 
la  patria  agraviada: 

— ¡  Vivan  las  Carolinas !  ¡  Viva  España ! 

Poco  después  de  lo  dicho,  un  grupo  de  curio- 
sos  contemplaba,  en  la  calle  del  Príncipe,  el 


— ¡Si  ya  va.s  uiujurando! 

No  digas  eso. 
— ¡Madre  mía  del  alma: 

dame  otro  beso ! 

— No  temas  nada. 
—Por  ti  y  por  Juan  lo  siento, 

madre  adorada. 

* 
*  * 

— ¿Qué  ruido  suena,  madre? 

—  Los  rondadores: 
es  sábado,  y  cortejan 

á  sus  amores. 
— ¿La  voz  de  Juan  no  escuchas 

entre  esos  cantos? 
—Alguna  igual  te  engaña, 
porque  ¡son  tantos! 

— No,  madre  mía... 
¡Y  el  pérfido  juraba 
que  me  quería ! 


* 
*  * 


CASTILLO  DE  HOGHTON:  BONITO  REMATE 


cadáver  de  un  hombre  tendido  sobi-e  las  frías 
losas  de  la  acera.  Tenía  una  profunda  herida  en 
la  región  occipital,  y,  según  afirmación  del  má- 
dico  que  en  aquel  instante  le  estaba  reconocien- 
do, había  muerto  de  una  caída. 

Aquel  hombre  era  D.  Juan  Peñafiera.  Su 
frente,  aquella  frente  cuya  limpieza  tanto  había 
procurado  en  vida,  quedó  salpicada  del  lodo  de 
la  calle  al  chocar  su  cabeza  contra  las  duras 
piedras;  y  aquel  chasquido  que  so  produjo  al 
romperse  los  huesos  de  su  cráneo,  tenía  todas 
las  notas  de  una  maldición. 

Carlos  Felices  Andújar 


-'¡f' 


LUX   /ETERNA 


— Aulla  un  perro,  madre, 
junto  á  la  puerta: 

¡  en  cuanto  aclare  el  día 
ya  estaré  muerta  I 


— Sabe  que  estoy  muriendo... 

¡No,  no  me  quiere! 
¡  Qué  triste  se  ve  el  mundo 

cuando  se  muere! 
— Mírame ;  abre  los  ojos : 

es  mi  deseo... 
— Madre :  dentro  del  alma 

¡  qué  claro  veo  ! 

Si  quiero  alzarlos, 
negras  sombras,  muy  negras, 

me  hacen  bajarlos. 


* 

*  * 


—  ¡Madre  mía  del  alma, 

la  muerte  es  cierta: 
vuelve  á  gañir  el  perro 

junto  á  la  puerta! 
¡  Qué  sola,  madre  mía, 

vas  á  quedarte! 
¿Quién  en  tu  desamparo 

va  á  con.solarte!... 

Madre  querida: 
tan  sólo  por  ti  siento 

perder  la  vida. 


* 
*  * 


¿Quién  trenzará  amorosa 

tus  nobles  canas, 
sentada  al  sol  contigo 

por  las  mañanas; 
y  quién  hasta  la  tarde, 

bajo  el  castaño, 
al  par  de  ti  cosiendo, 

pasará  el  año ! 

¡  Años  enteros 
con  mis  recuerdos  sólo 

por  compañeros ! 


Al  amor  de  la  lumbre 

buscando  abrigo, 
creerás,  estando  sola, 
que  estás  conmigo: 
recuerdos  importunos 
de  mis  canciones 
fingirán  en  tu  oído 
débiles  sones; 
¡eco  apagado 
del  canto  de  la  dicha 
que  se  ha  alejado ! 

* 
*  * 

Juan  vendrá,  cOmo  todos, 

á  verme  muerta: 
no  le  dejes  que  pase 

de  aquella  puerta. 
Dile  que  ya  muriendo 

sentí  su  canto ; 
que  ni  muerta  oir  quiero 

su  necio  llanto ; 

que  ame  á  Dolores... 
que  á  mí  me  basta,  madre, 

que  tú  me  llores. 


Vísteme  de  mortaja 

la  ropa  toda 
que  en  el  arca  tenia 

para  mi  boda; 


ASÍ    ESTARAS   MAS    BONITA,    MAMÁ   (cuadro  de  K.  Sl,li.worlh 


ANTIGUOS  ALDABONES  VENECIANOS 


Palazzo  Longo 


Palazzo  Maffeti 


MODERNO     Ponte  de  Barcaioll 


Palazzo  Ottobon 


Palazzo  Grimanl 


798 


LA  ILU8TRACIO1N    IBÉRICA 


y  después  mfe  me  hubieres 

amortajado, 
quítame  estos  corales 

que  Juan  me  ha  dado, 

por  que  no  crea 
que  aun  he  muerto  queriéndole, 

ctiando  me  vea. 


Vendrán  todas  las  mozas, 

menos  Dolores, 
á  poner  en  mis  andas 

cintas  y  flores:, 
sin  ella  vendrán  todas 

al  cuarto  mío 
por  besar  en  mi  rostro 

ya  duro  y  frió... 
Madre :  si  muero, 
sin  su  beso  y  su  cinta 

marchar  no  quiero. 


Dile,  madre  del  alma, 

que  la  perdono ; 
que  olvide  también  ella 

su  injusto  encono ; 
que  vo  siempre  la  quise 

mas  que  á  ninguna; 
que  no  hul)o  de  mi  parte 

traición  alguna: 

que  va  le  olvido... 
Y  ¡  qué  culpa  yo  tuve 

si  él  me  ha  querido!  — 

En  los  robles  oscuros 

solloza  el  viento: 
se  apagan  las  estrellas 

del  firmamento ; 
el  río  entre  los  álamos 

reluce  y  pasa ; 
ni  crujir  una  viga 

se  oye  en  la  casa; 

la  candileja, 
que  ardió  toda  la  noche, 

de  lucir  deju. 

* 
*  * 

Suenan  dulces  tonadas, 

risas  y  bulla; 
la  niña  da  un  su.spiro, 

y  el  perro  aulla... 
Al  volver  de  la  ronda 

los  rondadores, 
murió  la  pobre  niña 

soñando  amores. 

Cuando  moría, 
en  las  cumbres  lejanas 

amanecía. 

Juan  Mexé.ndez  Pidal 
T 


NUESTROS  GRABADOS 


TEXDO    í    HISA 

Excelente  teñorita,  que  no  contentándose  con  ser  bonita, 
eletsanle,  7,  «obre  todo,  joven,  »e  nos  revela  también  como 
ferroroca  creyente  yendo  á  mlaa  á  la  lejana  iglesia  del  pue- 
blo, lin  temor  á  la  nicre  que  alfombra  los  caminos.  Es,  sin 
dada,  una  circunstancia  que  aumenta  mucho  el  intrínseco 
ralor  de  la  simpática  niña,  que,  á  lo  que  se  re,  tiene  el  cora- 
zón no  menos  bello  que  el  rostro. 

AmavÁB  ntDtÁB  racotriDAS  dc  ikolátkbba 

La  enu  de  Ootforth,  cuya  altura  es  de  14  pies,  se  conser- 
va en  el  Moaeo  de  Houlh  Ken-ilngton.  En  la  cara  posterior 
eita  representado  el  hórrido  poder  del  diablo,  y  en  la  ante- 
rior el  triunfo  del  cristianismo.  El  fragmento  de  la  misma 
cnu  qne  damos  por  separado,  «s  una  alegoría  del  propio 
triunfo,  en  la  cual  un  peí  vence  á  la  serpiente. 

La  cna  de  Lttdt,  también  en  dicho  Museo,  data  del  tiem- 
po del  rey  Canuto  el  Grande  (kIkI'i  xi). 

La  iapa  del  tareó/ago  de  Wlrksworth,  es  el  resto  más  im- 
portante de  srqultectnra  cristiana  que  se  encuentra  en  In- 
glaterra. En  ella  catán  toscamente  representadas  diferentes 
eacenaa  de  la  pasión  de  Nuestro  Señor  Jesucristo. 

La  cruz  de  WhaUey  pertenece  al  género  de  las  llamadas 
erucf»  de  San  AgutUn.  Es  Igual  á  la  que  se  ve  en  el  mausoleo 
de  Gala  Placidia,  en  Itávcna.  Hervía  dc  mojón  para  Indicnr 
lo»  limites  del  monasterio  á  que  i)crtcnecln. 

Las  crueee  de  llkley,  de  8  pies  de  altura ,  figuraban  en  el 


Calvario   de   dicha  localidad.    Son   anteriores  á  la   época 
normanda. 

Los  fragmentos  existentes  en  la  iglesia  de  San  Andrés, 
obispado  dc  Anokliuid,  pcrteuofon  al  tiempo  dc  Guillermo 
el  ronquistador.  Su  ejecución  es  tan  grosera  como  llena  de 
buenas  intenciones;  pero  son  notables  por  constituir  una 
buena  muestra  del  estilo  normando  en  su  primera  época. 

EL  GUARDIÁN   BK  LA  ROPA.— FIESTA  INFANTIL 

Dos  dibujos  bien  diferentes  como  asunto,  aunque  igual- 
mente recomendables  por  su  gracia.  Kada  más  cómico  que 
la  formalidad  con  que  el  buen  can  guarda  hi  ropa  de  su  amo 
mienlriui  ésto  lonuv  un  baño  de  placer,  y  nada  más  suave- 
mente sentido  que  esc  coro  de  niños,  en  cuyos  semblantes  so 
relleja  la  más  pura  alegría.  Es  una  verdadera  fiesta,  eu  la 
cual  no  se  ve  ningi'in  rostro  triste  ni  anublado  por  los  pun- 
saulcs  cuidados  dc  la  vida. 

KL  CASTILLO    DK    HÜGHTON 

Está  situado  este  paliu'lo  en  el  condado  de  Lancashire, 
cerca  de  l'reston,  en  medio  dc  un  delicioso  paisaje,  y  consti- 


CASTILLO  DE  HOGHTON;  EL  MOLINO 

luye  lina  importante  página  de  la  historia  del  arte  inglés  en 
aquella  para  ellos  felicísima  época  de  Isabel  I.  Todo  respira 
alU  esplendidez  y  opulencia  de  gran  señor,  cuando  cada 
morada  de  barón  constituía  una  verdadera  corte  por  no 
estar  tan  centralizada  como  hoy  la  vida  en  las  capitales. 
Pertenece  al  baronet  que  lleva  su  titulo. 

AMOR   AL  ARTE 

Cuadro  de  Richter 
No  importa  que  vaya  vestida  de  corto  todavía  esa  mujer- 
clta  para  comprender  que  es  una  futura  artista  ó  cuando 
menos  una  amatrice  de  convicción.  Vese  reflejada  en  su  ros- 
tro la  sagrada  llama  del  amor  á  la  belleza,  mientras  brilla 
en  sus  ojos  el  destello  de  una  inteligencia  grave  y  honda.  Es 
un  tipo  muy  bien  estudiado,  que  se  aparta  dc  lo  vulgar. 

ExroHICIÓN   NACIONAL  DE   BELLAS  ARTES   DE   1887 


rniSTA    DI    SOL 

Marina  del  Sr.  Qartner,  dibujo  de  P.y  Valor 

líe  aqui  en  qne  términos  se  expresa  el  Sr.  Ginerde  los  Ríos 
(D.  Hermenegildo),  respecto  á  la  marina  expuesta  por  el  dis- 
tinguido artista  malagueño: 

•El  pintor  premiado  en  otras  Exposiciones  nacionales  é 
internacionales  ha  sabido  8ori>render  el  momento  más  feliz 
de  las  aguas  i)ara  que  su  obra  no  parezca  extraña  á  los  qne 
desconozcian  el  punto  de  donde  están  tomada.s;  poique  uno 
de  los  graves  inconveniente»  con  que  lucha  el  pintor  de  mn- 
riníut  ("strlba  en  la  ignorancia  de  una  gran  parte  del  público, 
por  cuya  razón  neccMÍIa  huir  de  la  reproducción  del  mar  en 
moincntoM  ran»8,  de  esos  desentonados,  cuyo  desabrimiento 
no  parece  imlural,  á  rnenos  que  el  ojo  esté  acostumbrado  á 
cont<;mplar  los  extravagantes  cambios  de  las  ondas.  La  7Ha- 
rina  del  Kr.  Garlncr,  en  tono  gris,  luce  por  el  fondo  <iue  la 
anima  con  los  últimos  rayos  del  sol  poniente,  dorando  las 
aguas  con  cambiantes  de  ópalo.» 

AHÍ   EgTARAR  UAH   BONITA,    MAMA 

Cuailro  de  F.  Skipworth 

ConfesemoH  ingenuamente,  señores,  que  si  alguien  no  ha 
lograílo  formarse  verdadera  idea  de  lo  qne  deben  ser  las  hu- 
ríes del  l'aralso  de  Mahoma,  ena  mujer  t)astarla  para  que  lo 
Imaginara  con  creces.  Por  lo  tanto,  está  dc  más  que  la  niña 
quiera  aumentur  los  hechizos  de  mamá  mediante  el  cmi>leo 
del  lápiz  riKÍgím,  pues  más  mágico  que  la  interesada  no  lo 
son  todos  los  lápices  del  mundo. 


ANTIGUOS  ALDABONES  VENECIANOS 

l'no  de  los  más  notables  caracteres  de  Venecia  ha  sido  la 
ininlerrn pelón  con  que  se  han  cultivado  allí  las  arles,  lo  mis- 
mo la  arquitectura  que  la  pintura,  que  la  escultura,  la  nic- 
talisterla,  etc.,  á  pesar  de  todas  las  vicisitudes  i>or  que  haya 
podido  atravesar.  Nos  fijaremos  hoy  en  los  aldabones  dc  sus 
palacios,  ramo  que  no  tiene  poco  que  admirar. 

Siempre  gozaron,  efectivamente,  de  gran  fama  los  fundi- 
dores en  bronce  venecianos,  y  no  se  esmeraron  poco  en  la 
fundición  de  los  aldabones;  tanto,  que  muchos  de  éstos  figu' 
ran  hoy  en  las  colecciones  extranjeras.  Con  todo,  en  el  Musco 
Cívico  pueden  verse  todos  los  que  hablan  en  1758,  copiados  á 
la  acuarela  por  Grevembroch.  .\llí  aparecen  las  obras  do  los 
más  egregios  Battaori,  BatticoU  é  Battioli  de  la  serenísima 
república. 

Los  aldabones  propiamente  diehos  se  llanmtian  battaori, 
y  entre  ellos  merecen  especial  mención  los  de  los  palacios 
Mafifcti  y  Ponte  de  Barcaioli.  Los  que  tenían  la  forma  anu" 
lar  se  llamaban  caiJipanrllc,  como  era,  por  ejemplo,  el  lia' 
mador  del  palacio  Ottobon  (después  Alejandro  VIII,  papa). 
Fáltale,  sin  embargo,  el  círculo.  Campanelle  son  también  los 
llamadores  del  palacio  Grímani  y  del  palacio  Longo. 

Sin  duda  son  estos  aldabones  unos  lindísimos  modelos  do 
cerrajería  decorativa. 

EL  CASTILLO   DE   HASTINGS 

Grandes  recuerdos  evoca  este  sitio,  teatro  de  la  sangrienta 
batalla  que  decidió  la  dominación  de  los  nonnandos  en  In- 
glaterra. VaHtatttm  fiiit,  dicen  las  crónicas  hablando  del  cas- 
tillo; lo  cual  indica  cuan  poco  quedó  del  último  baluarte  eu 
que  el  rey  llaroldo  sostenía  su  derecho.  Hoy  (1  irrisión  dc  la 
suerte !)  IIa.st¡ngs  se  encuentra  en  el  foco  del  mayor  movi- 
miento comercial  de  Inglaterra,  entre  Portsmouth  y  Marga- 
te;  y  donde  un  tiempo  resonó  el  fragor  del  combate  cutre 
normandos  y  sajones,  sólo  se  percibe  el  ronco  silbido  de  las 
locomotoras  y  el  rumor  del  tráfico  comercial. 


-^- 


EL  ALCÁZAR  DE  LAS  PERLAS. 

LEYENDA  ÁRABE 

ORKIINAL  1)B 

Juan  García-Goyena  Alzugaray 


(CONTINUACIÓN) 

— ¡AlH  está!  ¡Allí  está! — grita  el  alarife,  levan- 
tándose poseído  de  horrible  vértifío  y  señalando 
á  la  Sierra  de  Nieve,  que  ti'as  la  Alhambra  se 
destaca.  Sobeya,  aterrada,  se  alza  también  y 
mira  en  dirección  del  dedo  de  su  esposo.  Un  es- 
pectáculo sublime  surge  ante  sn  vista. 

Los  picachos  de  la  sierra  contunden  sus  líneas 
con  las  blancas  nubes  del  espacio  como  si  fueran 
nuevas  nubes.  Estas  se  arremolinan,  bañadas  por 
la  luz  crepusculai-  de  los  i-ayos  solares,  en  fan- 
tásticas figuras  de  imposible  descripción:  el  con- 
junto os  un  hacinamiento  de  cúpulas  y  minare- 
tes, de  encajes  y  de  espumas,  de  flecos  de  oro  y 
azules  pabellones.  Columnas  suntuosas,  pero  li- 
geras y  flexibles,  sostienen  el  remate  de  arcos 
de  herradura,  amplios,  magníficos  como  las  fle- 
xiones de  la  primera  nota  de  un  órgano  cristiano 
que  luego  se  abriera  en  dos  ecos  perpendiculares 
que  bajaran  vibrando  á  esconderse  en  las  entra- 
ñas de  la  tierra;  una  hilera  de  dobles  ajimeces 
sobre  cornisas  do  grapos  estalactíticos,  formados 
á  manera  que  los  de  las  gotas  de  agua,  de  chis- 
pas de  luz,  bañan  en  mar  do  fuego  las  caladas 
paredes  de  grandiosas  estancias  de  oro;  sober- 
bios patios,  con  deslumbrantes  tazas  y  marmó- 
reos canales  por  donde  el  agua  cristalina  con- 
duce la  frescura  y  el  aroma  de  espléndidos  jar- 
dines alas  más  escondidas  alhamíes,  se  confunden 
abrazados,  mezclando  en  sus  vertiginosos  giros 
los  rayos  que  desprenden  sus  pavimentos  de 
alabastro,  sus  fuentes  de  jaspe,  sus  paredes  de 
azulejos  y  mosaico,  y  sus  aéreos  templetes  de 
filigrana.  El  todo  es  un  alcázar  de  inconcebible 
grandeza:  su  estilo  no  se  parece  á  ningún  estilo; 
su  arquitectura  es  extraña  á  toda  otra  arqviitec- 
tura;  en  ésta  la  idea  engendra  al  edificio:  la  idea 
corre,  como  las  venas  por  el  cuerpo,  en  cúficos 
letreros,  en  arábigas  cifras,  por  todos  los  nervios 
del  alcázar,  ondulando,  arrastrándose  por  la  tie- 
rra, levantándose  al  cielo,  enlazándose  inscrip- 
ciones con  insci'ipciones,  trozos  de  poesías  con 
suras  coránicos,  flotando  en  la  magnífica  obra  el 
verbo,  el  pensamiento,  la  idea,  con  sus  ráfagas  lu- 
minosas, con  su  espíritu  infinito.  La  formaos  es- 
pléndida, augusta,  como  los  moi-tales  nunca  la 
han  soñado,  y,  sin  embargo,  no  es  más  que  la  es- 
clava de  la  idea. 


LA  ILUSTRACIÓN   IBÉRICA 


799 


— ¡Haber  corrido  tanto  teniéndolo  tan  cerca! — 
murmuraba  Azhuna.— ¡Haber  estudiado  la  tie- 
rra sin  dirigir  una  mirada  al  cielo,  torpe  de  mí, 
cuando  sólo  en  el  cielo  podía  hallarse  la  realiza- 
ción de  mis  sueños! 

Su  mano  corre,  corre  vertiginosa  trazando  en 
el  papel  las  lineas  del  alcázar,  y  dibuja  un  patio 
eos  vistosas  galerías,  con  un  jaspeado  estanque, 
con  ideales  bellezas,  y  copia  una  sala  majestuo- 
sa, sólida,  grandiosa,  cubierta  de  ajimeces  y  co- 
lumnas como  nunca  ftté  soñada.  Siente  latir  la 
inspiración  en  el  cerebro;  vibra  su  espíritu  en  la 
vertiginosa  armonía  del  arte;  su  pulso  traza,  ner- 
vioso y  ardiente,  las  magníficas  líneas;  y  de  su 
cabeza,  impregnada  en  la  atmósfera  de  lo  infini- 
to, brota  un  raudal  de  fuego.  Empieza  una  se- 
gunda estancia;  las  valientes  combinaciones  de 
caprichosos  trazos  surgen  á  los  golpes  de  su 
mano;  ya  empieza  á  dibujarse  uno  de  los  lige- 
ros arcos  que  á  sus  extremos  se  ostentan;  cuan- 
do el  sol,  hundiéndose  de  pronto  en  las  entrañas 
de  Sierra  Elveira,  envuelve  á  la  vega  en  las  som- 
bras de  la  noche.  Una  mirada  de  infinita  des- 
esperación brota  de  las  negras  pupilas  de  Azhu- 
na, que,  rompiendo  el  dibujo  que  tiene  entre  las 
manos,  se  deja  caer  de  nuevo  junto  al  añoso  oli- 
vo. Sobeya,  recogiendo  los  dos  dibujos  completos 
que  ha  trazado  el  artista,  murmura  en  su  oído: 

— No  me  engañó  el  lucero  de  la  tarde:  ya  pue- 
des presentarte  á  Alhamar  con  el  principio  de 
tu  obra.  Alá  nos  protege:  espera. 

IV 

La  colina  roja  vibra  como  una  guzla  de  la  que 
cien  manos  arrancaran  á  un  tiempo  cien  notas 
distintas.  Por  todas  sus  cuestas,  por  todos  sus 
bosques,  por  todos  sus  arcos,  se  precipita  una  in- 
mensa muchedumbre,  deseosa  de  llegar  á  la  Al- 
hambra  á  contemplar  la  nueva  maravilla. 

A  la  salida  de  su  Alcazaba,  frente  á  la  torre  de 
la  Vela  y  del  Homenaje,  asomada  como  la  Ar- 
mería sobre  la  corriente  del  Dauro,  de  la  que  le 
separa  un  espeso  bosque  de  álamos  brillantes 
como  la  seda,  á  un  lado  de  la  plaza  de  los  Alji- 
bes, se  levanta  una  nueva  torre,  cuyo  exterior, 
monótono,  severo  y  sencillo,  no  ostenta  ningún 
signo  de  riqueza;  y,  sin  embargo,  aquella  es  la 
joya  de  Alhamar,  aquel  es  el  nuevo  portento  de 
Granada,  aquel  es  el  alcázar  de  las  perlas. 

La  plaza  de  los  Aljibes  presenta  un  aspecto 
animadísimo.  En  ella  se  han  levantado,  para  la 
magnífica  obra,  fábricas  donde  se  hace  flexible  el 
estuco,  talleres  donde  se  confeccionan  colores  y 
pinceles,  laboratorios  donde  se  liquida  el  oro  y 
se  segrega  la  púrpura.  Una  legión  de  obreros  de 
la  vecina  villa  de  Comarech,  los  más  hábiles  para 
tejer  mosaicos  y  arabescos,  corren  en  todas  di- 
recciones, unos  machacando  piedra,  otros  puli- 
mentando jaspe,  muchos  suavizando  las  oqueda- 
des del  mármol:  piedra,  jaspe  y  mármol  arrancado 
á  las  próximas  sierras  de  Nieve,  Macael  y  El- 
veira, y  subidas  á  la  Alhambra  en  pesadísimos 
carros,  para  cuyo  paso  se  han  abierto  calles  en 
sus  espesos  bosques.  Todo  Granada,  curioso  y 
anhelante,  se  apiña  en  tomo  de  la  nueva  torre, 
donde  sólo  se  permite  entrar  á  los  obreros  y  ar- 
tífices, defendida  por  la  guardia  etíope  del  palacio 
de  Alhamar.  En  su  interior  se  escucha  ese  sordo 
ruido  que  produce  una  colmena.  Obreros  con 
trozos  de  estuco,  con  paletas  y  cinceles,  atravie- 
san el  patio;  el  emir,  el  mismo  emir,  el  poderoso 
Alhamar,  se  confunde  entre  ellos,  ayudándoles 
con  su  trabajo,  alentándoles  con  sus  palabras;  y 
Azhuna,  el  inspirado  alarife,  sobre  un  andamio, 
acaba  de  retocar  una  cenefa,  recibiendo  sus  des- 
leídas pinturas,  su  cincel  de  oro  y  sus  pinceles 
de  gamuza  de  manos  de  Sobeya,  la  de  los  bucles 
negros,  que  por  merced  del  emir  acompaña  á 
su  esposo. 

Está  Azhuna  pálido  y  trasfigurado;  sus  ojos 
vierten  llamas,  y  su  cuerpo  se  estremece  en  mis- 
teriosas ondulaciones;  el  flotante  albornoz  y  el 
blanco  turbante  hacen  resaltar  su  rostro  con  ese 
color  mate  de  la  vigilia  y  el  trabajo;  su  mano 
corre  sobre  los  adornos  do  las  paredes,  trazando 
líneas,  haciendo  ondear  fajas,  esculpiendo  letre- 
ros do  extraños  giros,  de  brillantes  colores;  el 


vértigo  del  arte  se  agita  en  su  cerebro,  y  tiem- 
blan sus  labios,  nerviosos  y  sedientos. 

— ¡Ya  está!  ¡Ya  está!  ¡Terminó  al  fin! — excla- 
ma descendiendo  del  andamio. — ¡Aire!  ¡Aire! — 
murmura  arrastrando  á  Sobeya  fuera  del  recin- 
to. La  muchedumbre,  al  verle  salir  demacrado 
y  ardiente,  se  abre  con  dolor  y  respeto  para  de- 
jarles paso,  y  el  artista  y  la  niña  se  pierden  entre 
los  frondosos  bosques. 

Y  pasa  el  tiempo,  y  la  torre  permanece  muda. 
La  multitud  comienza  á  impacientarse,  y  un  ru- 
mor sordo  y  confuso,  como  el  de  las  olas  rizadas 
por  el  viento,  se  levanta  en  la  Alhambra.  Al  fin 
la  guardia  etíope  se  replega  á  los  lados  del  arco 
de  entrada,  y  la  cancela  que  lo  obstruye,  ondean- 
do sus  riquísimas  labores,  queda  abierta.  La  mu- 
chedumbre se  arroja  en  el  amplio,  hueco,  y,  api 
nada  y  revuelta,  se  derrama  en  su  interior.  Un 
grito  inmenso,  infinito,  que  llega  hasta  la  lejana 
alameda  donde  pasea  Azhuna,  haciéndole  estre- 


de  vivísimos  colores,  con  sus  seis  puertas  circu- 
lares á  cada  uno  de  sus  lados  y  con  sus  aéreos 
ajimeces  calados  por  las  hadas.  A  un  lado,  entre 
dos  tazas  de  mármol  donde  salta  el  agua  bulli- 
dora, y  de  cuyo  seno  salen  dos  canales  blancos  y 
lucientes  que  conducen  las  ondas  al  estanque,  se 
dibuja  éste,  verde  como  la  esmeralda  y  rodeado 
de  un  cerco  de  marfil.  En  su  seno  se  agitan  pe- 
ces de  colores,  y  á  sus  lados  dos  paredes  de  ci- 
preses  y  arrayanes  con  un  canal  que  les  lleva 
fecundo  riego.  El  pavimento  del  patio  es  de  losas 
blancas,  brillantes  y  tersas  como  límpidos  espe- 
jos, extraídas  de  las  canteras  de  Macael.  El  sol, 
al  titilar  sobro  ellas,  les  arranca  hermosas  chis- 
pas que  incendian  sus  contornos  con  polvo  de 
zafiros.  Enfrente  de  la  entrada  se  alza  otra  ga- 
lería de  finísimo  encaje  como  la  primera;  y  en 
olla  un  arco,  formado  de  nubes  del  cielo  y  dia- 
mantes de  la  tierra,  da  acceso  á  una  sala  como 
nunca  fué  soñada  por  la  fantasía. 


^4 


CASTILL0:DE  H0GHT0N|:  PATIO 


mecer  de  felicidad,  se  dilata  por  todos  los  ámbi- 
tos de  la  colina  roja.  El  espectáculo  no  puede  ser 
más  sorprendente. 

El  patio  de  los  arrayanes,  esa  creación  de  los 
genios  que  en  un  rapto  de  éxtasis  le  dieron  vida, 
se  presenta  á  las  miradas  como  un  cuento  de  ha- 
das de  una  fantástica  leyenda  oriental.  El  arco 
de  entrada,  uno  de  esos  magníficos  arcos  de  he- 
rradura que  sólo  ostenta  la  arquitectura  árabe, 
sostenido  por  dos  machones  y  coronado  por  tres 
ajimeces  que  le  hacen  más  ligero,  ostentando  sus 
graciosos  adornos  de  estuco,  se  levanta  bajo  una 
elegante  galería  de  finísimas  labores.  En  los  tes- 
teros de  eUa,  dos  nichos  ovalados,  con  ricos  ar- 
cos sostenidos  por  columnas  de  mármol,  con  re- 
ciiadros  guarnecidos  de  leves  fajas  con  letras  y 
con  flores,  destacan  sus  huecos,  coronados  de  ce- 
nefas que  figuran  diminutas  galerías  con  colum- 
mitas  que  sostienen  triángulos  curvilíneos,  arcos 
estrellados  y  ligeros  escudos.  Sigtie  una  ventana 
adornada  de  hojas  y  carteles;  corre  encima  una 
cenefa  que  sostiene  la  bóveda  ornada  de  labores 
estalactíticas;  y  de  los  arcos  que  sostienen  esta 
galería  de  entrada,  pintada  de  adornos  azules  y 
encarnados  sobre  los  que  ondean  inscripciones 
cuyas  arábigas  cifras  son  de  oro,  bajan  ocho  jas- 
peadas cohimnas  como  gigantes  cimientos  que 
la  sostienen.  Después  se  divisa  el  patio  con  sus 
dos  paredes  adornadas  por  un  zócalo  de  azulejos 


Nueve  arcos  formando  medias  lunas  la  dividen 
en  nueve  apartamientos  con  sus  ligeros  ajime- 
ces y  sus  deslumbradoras  columnas;  las  paredes, 
de  sutUisimos  alicatados,  son  un  confuso  haci- 
namiento de  escudos,  fajas,  adornos  y  letreros 
repitiendo  en  signos  cúficos,  en  caracteres  afri- 
canos, en  cifras  arábigas,  en  todas  direcciones  y 
de  todos  modos,  entre  poéticas  estrofas  y  reli- 
giosas suras:  «JVb  hay  más  vencedor  que  Alá.»  Su 
artesonado  sienta  sobre  una  cornisa  figurando 
galería  de  exquisitas  labores;  y  su  techumbre, 
embutida  de  piezas  de  madera  de  diverso  color, 
blancas,  doradas  ó  azules,  que  forman  círculos, 
coronas  y  estrellas,  es  la  imagen  más  divina  de 
la  celeste  bóveda,  tachonada  por  esas  misterio- 
sas lámparas  de  las  serenas  noches.  Vistosos 
arcos  dan  entrada  á  escondidas  alhamíes  veladas 
por  la  gasa  del  sueño  y  los  amores,  y  en  la  mag- 
nífica estancia  se  respira  esa  grandeza  que  da  el 
fausto  del  trono  y  el  vértigo  de  la  majestad.  Su 
pavimento,  de  riquísimo  alabastro,  hace  resaltar 
la  grandiosidad  de  la  sala,  y  sobre  el  pavimento 
se  yerguen  soberbias  todas  las  grandezas  de 
Granada. 

De  los  vistosos  arcos  penden,  ocultando  las 
próximas  alhamíes,  costosísimos  tapices  rojos. 

En  el  arco  de  entrada  empiezan  dos  hueras 
de  feroces  guerreros  africanos  de  negro  rostro 
que  contrasta  con  los  vivísimos  coloi-es  de  las 


800 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


parces  y  con  la  blafica  refracción  del  pavimen- 
to. En  medio  de  la  estancia,  Alhamar,  con  su  am- 
plio sayo  negro,  su  verde  toca  y  su  corona  de 
oro  tachonada  de  perlas  y  diamantes,  recibe  en 
pie  á  su  pueblo,  con  la  sonrisa  en  los  labios  y  el 
cariño  en  los  ojos.  Al  lado  del  emir  desplega  su 
hermosura  Aixa,  la  favori- 
ta de  su  alma,  muellemente 
reclinada   en   un  cojin   de 
raso,  en\'uelta  en  su  blanca 
túnica  de  seda,  haciendo  re- 
saltar la   blancura    de   su 
cuello  entre  la  rutilante  ti- 
tilación de  su  collar  de  per- 
las. Detrás  de  Aixa  las  de- 
más mujeres  del  emir,  be- 
llas y  esplendentes  como  las 
hijas  de  Granada,  y  detrás 
de  éstas  las  esclavas,  con 
canastillos  de  flores  y  fras- 
cos de  esencias.  Cuatro  ri- 
cos pebeteros  de   oro   des- 
piden   sus   aromas   en    los 
ángulos  de  la  estancia.  Por 
los  abiertos  ajimeces  pene- 
tran las  brisas  de  los  cer- 
canos bosques  y  los  deste- 
llos del  sol,  fijo  en  su  conit. 
A  los  lados  de  Alhamar,  su 
corte  de  poetas,  de  artistas 
y  de  sabios  da  más  rico  bri- 
llo á  la  grandiosa  recepción; 
ante  él  su  pueblo,  su  que- 
rido pueblo,  por  el  que  se 
afana  y  se  desvela,  le  acla- 
ma }'  le  bendice;  j'  lodean 
do  las  paredes  como  esta- 
tuas  empotrad"a8   en  su 
Ijrillante  estuco,  infinidad 
de  pajes  sostienen  pendon- 
cillos  rojos,  tomados  de  oro 
como  BUS   bordados  vesti- 
dos. 

La  alegría  brilla  en  todos 
lo»  semblantes,  y  Alhamar 
se  extasía  en  tan  espléndi- 
do espectáculo.  Sin  embar- 
go, á  veces  ráfagas  de  tris- 
teza anublan  sus  ojos.  ¿Qué 
le  falta?  El  genio  de  su  cor- 
te, el  inspirado  alarife, 
Azhuna.  Hace  un  movi- 
miento de  impaciencia,  y, 
dirigiéndose  á  los  pajes  que 
le  rodean,  exclama: 

— ¡Id,  id  volando!  ¡Bus- 
cad por  toda  mi  ciudad  mo- 
risca al  creador  de  estos 
portentos,  al  que  le  corres- 
j>oude  la  gloria  de  la  fiesta, 
y  traedlo! 

Ya  los  pajes  se  disponen 
á  salir,  cuando  un  estreme- 
cimiento extraño  conmueve  á  la  apiñada  muche- 
dumbre, que  se  separa  en  dos  gigantes  filas. 

Apoyado  siempre  en  el  brazo  de  Sobeya,  to- 
davía más  pálido  y  tembloroso  que  á  su  salida, 
se  adelanta  Azhuna  hasta  inclinarse  ante  Alha- 
mar. Guarda  la  multitud  profundo  silencio  por 
no  perder  una  silaba  de  las  palabras  de  su  ar- 
tista míls  preciado. 

— ¡Oh,  emir! — dice  Azhuna. — Ya  se  cumplie- 
ron los  designios  de  Alá.  Recorrí  la  tierra  en 
busca  del  alcázar  que  flotaba  en  mi  cerebro,  y  la 
1  i<-rra  si;  mostró  silenciosa  á  mis  afanes.  Dirigí 
una  sola  mirada  al  cielo,  y  él  me  otorgó  en  un 
in.stante  lo  que  aquélla  me  haliía  negado  en  tanto 
tiempo.  Un  crfípúsculo  maravilloso  me  hizo  ver 
la  imagen  de  mis  sueños:  fui  á  copiarla,  y,  hun- 
ili6ii<l'iHf  el  sol  tras  la  cumbre  de  Sierra  Elveira, 
sólo  me  dejó  el  dibujo  de  dos  estancias.  Volví 
(.Li-as  tardes,  pero  el  portento  no  se  reprodujo. 


¡Oh,  emir!  Mi  cincel  ha  hecho  brotar  los  prime- 
ros rayos  del  alcázar  de  las  perlas  que  te  pro- 
metí en  mi  locura.  Por  Alá  te  juro  que  el  alcázar 
brotará  completo  sobre  la  colina  roja.  Mira  por 
el  arco  de  esos  ajimeces  los  picos  de  esa  sierra 
formada  por  nubes  del  cielo.  Es  la  Sierra  de  Nie- 


la inspiración,  vuelvo  á  atravesar  por  medio  de 
la  apiñada  mucheduinbro,  que  conmovida  se  in- 
clina ante  su  paso. 

V 
La  brillante  luz  de  una  lámpara  de  altibas- 
tro  arroja  sus  destollos  en  una  de  las  mis- 
teriosas alhamíes  de  la  sala  do  Comarech, 
iluminando  el  pálido  semblante  de  Alhamar, 
que,  mni-ibundo,  se  recuesta  sobro  los  rojos 
cojines  do  un  diván  de  raso.  Su  corte  de  sa- 
bios y  poetas  rodea  silenciosa  su  lochp  de 
muerte;  sus  mujeres  y  sus  esclavas  sollozan 
en  la  estancia  próxima;  y  á  sus  pies  Aixa, 
la  esposa  favorita,  velados  ¡por  las  lágrimas 
sus  hermosos  ojos,  se  sienta  en  un  cojin, 
cuidadosa  á  sus  más  leves  caprichos. 

(Se  conrliiirñ) 


CASTILLO 


ve,  siempre  en- 
vuelta en  su  es- 
tuche de  plata. 
¿No  será  hermo- 
so un  crepúsculo 
desde  la  cumbre 
de  esos  pinos  ? 
Siento  en  mi 
frente  el  sagrado 
fuego  de  la  inspi- 
ración; mis  ideas 
laten  como  ráfagas  de  lo  infinito;  mis  venas  ar- 
den con  el  soplo  de  Alá.  ¡Alhamar,  Alhamar!  Yo 
concluiré  este  alcázar  de  las  perlas.  Ven,  Sobe- 
ya, mi  ángel  do  la  esperanza:  mira  cómo  nos  son- 
ríe de  amor,  deseosa  de  abrirnos  sus  misterios,  la 
Sierra  de  Nievo.  ¡Oh,  Granada!  Yo  coronaré  tu 
frente  con  la  diadema  de  los  dioses. 

Y  Azhima,  arrojando  de  sus  ojos  la  llama  de 


tí H ANUÍS  ALHlACLNEü   U£l 

Printemps 

Pídase 


El  /HABNinCO  ALBUHI  ILUSTRADO  redac- 
tado en  i:siiañol  o  en  Fi-ancés,  encer- 
rando a54  qrabwioís  Inótlilos  de  Ves- 
tidos, Comerciónos,  Artículos  para 
Señoras,  Trajes  para  Caballeros  y  Niños 
ela.  como  también  la  nomenclatura  de 
todos  los  tejidos  de  Scderi:is,  Lanerías, 
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iíilllíLSTIi.'.t  \ñ: lirrin,  3^-367.  Ramóii  ícliiia»,  diUr.- Üeserrados  los  d«r«h«s  de  \m)¡wM  iiriííticii  j  liUr;iriii.  -I.as  rediiimicimiM  cu  Madrid,  al  represoHlante  (fe  (»U  tai!a,D.  Manuel  Fia  J  Valor:  ipcdata  .10  ,2." 

__^ .^^      INSÉRTESE   Ó   NO,   NO   SE   DEVUELVE   NINGÚN   ORIGINAL      )•< ~~ZIZZIIIZZ 

'■     ESTAiLiciiuiliTO  TiPOUTOOUnco  Dx  La  Ilustración  n>érioa:  Calm  d«  Coktes,  n.»»  866  y  867.  -  BAECia.ONA 


*""  "m 


SEMANARIO    CIENTÍFICO.    LITERARIO    Y    ARTÍSTICO 


Año  V 


Barcelona  17  de  diciembre  de  1887 


Núm.  259 


SANTA    GENOVE  VA  (cuadro  de  C.  Sprague  Pearce) 

KXPOHiriÓN   IIK   líKLLAS   ARTES   DK   PARÍS   DB   1887 


802 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


SUMARIO 


Tktto.— Madrid.  Carta»  i  mi  prima;  por  Femanflor.— Tna 
muiua(conc]asIón),  por  Manuel  Amor  Mellan.— Ko  y 
tú  (poesía),  por  Vicente  Rlva  Palacio.— B  premio  gor- 
do, por  Vicente  Blanco  Tbáüex.  —  Ltcturai.  Paul  Bour- 
fftt- 1»  últiwta  nótela;  por  aarln.  —  La  felieidad  (poesía), 
por  Joat  G«I1  Boflll.-  Ilisloria»  eatUjerat.  Menutriat  de 
M»  temetjo:  por  Alfonso  Pérex  Nieva.  — La  eonetón  drf 
■Mnaero  (poesía),  por  F.  Martines  Orosco.— ^(  despedirla 
(poesía),  por  Manuel  del  Palacio.  -Knestros  grabados.— 
JB  aleátar  de  lat  perla»  (leyenda  árabe)  (conclusión),  por 
Joan  Garcla<}o7ena  Alzugaray. 

GUBABOS.  —  Expoticiím  de  Bella»  Arte»  de  Parí»  de  1887: 
Santa  GenoTera.  Una  audiencia  de  Rlcbelien.  La  hija 
del  colono.  En  octubre.  En  las  terrazas:  Argel.— Ofrroí  de 
SmUio  Wamtert:  Marta  de  Borgoña  Implorando  de  los  bur- 
gomaestres de  Gante  el  perdón  de  los  consejeros  Hugonet 
y  Bnmberconrt.  Estudio.- Numismática  Inglesa.— La  an- 
dón.—Una  cornada.— Julieta  y  Romeo.— Ollses  burlando 
á  PoUfemo.— Paisaje.— Isla  de  los  Mergos,  en  la  costa  de 
Gales. 


MADRI  D 


Pascas  4  s&i  psis»» 


Perspectivas.— En  la  Asamblea  de  la  Liga  Agraria. 
-  El  Teatro  Español. -Stagno.    Galeote. 

bien:  á  pesar  de  que  ha  termmado  en  esa 
la  crisis  presidencial,  dando  los  pai-tidos 
republicanos  muestras  notables  de  sensatez  y 
patriotismo,  ¿tu  padre  insiste  en  volver  á  Es- 
paña y  se  aplaza  tu  boda  para  que  pueda  cele- 
brarse en  Madrid?  Me  dices  que  los  vientos  de 
Rusia  no  son  favorables  á  la  paz;  que  Europa 
está  muy  trabajada  por  la  diplomacia;  que  la 
cuestión  de  Oriente  se  renueva  siempre  dos  ó 
tres  meses  antes  de  la  primavera,  y,  en  fin,  que 
la  guerra  inevitable  estallará  tarde  ó  temprano 
y  que  España  es  la  nación  de  Europa  más  indi- 
cada para  ver  la  bárbara  función,  tranquilamen- 
te, desde  un  palco.  Yo  también  creo  que  este 
malestar  incesante  ha  de  tener  un  ténnino.  Las 
naciones  europeas  aumentan  sus  armamentos, 
siendo  asi  que  ya  no  pueden  sobrellevar  tan 
enormes  gastos.  La  guerra  se  ha  hecho  siempre 
con  dinero:  más  hoy  que  nunca,  en  que  el  valor 
personal  supone  poco,  y  los  ministros  de  Hacien- 
da, más  que  los  de  Guerra,  declaran  la  paz  im- 
posible. Entre  tanto  que  la  situación  se  despeja, 
disponed  vuestro  viaje  y  llegad  á  Madrid  en  la 
ocasión  más  propicia,  cuando  se  sirva  en  la  mesa 
de  vuestro  hogar,  Ueno  ahora  de  soledad  y  polvo, 
el  castizo  pavo.  Mientras  continúo  dándote  cuenta 
de  los  sucesos  de  Madrid  para  completar  con 
mis  cartas  la  correspondencia  del  año. 

Si  tu  padre  hubiese  querido  anticipar  el  viaje, 
hubiese  podido  asistir  á  las  reuniones  de  la 
Asamblea  de  la  Liga  Agraria,  poniendo  sus  mu- 
chos conocimientos  al  servicio  del  progreso  agii- 
cultor  y  del  mejoramiento  de  la  situación  lasti- 
mosa por  que  atraviesan  los  labradores.  No  se 
trataba  en  este  congreso  de  hacer  discursos,  y 
por  esa  razón  en  la  primer  conferencia  se  acordó 
que  sólo  hablase  cada  orador  diez  minutos.  No 
se  cumplió  la  decisión,  naturalmente.  La  situa- 
ción de  la  agricultura  puedo  resumirse  en  estas 
palabras  de  uno  de  los  individuos  de  la  Liga: 
cYo,  señores,  soy  el  primer  labrador  de  una 
comarca,  y,  por  lo  tanto,  el  primer  pobre.»  Esta 
afirmación  fué  saludada  con  risas,  porque,  eso  si, 
el  estado  de  los  agricultores  es  muy  precario, 
pero  se  han  reído  en  las  sesiones  de  lo  lindo. 
Aqui  en  España,  donde  casi  todos  los  hombres 
de  las  ciudades  cultivamos  la  oratoria,  no  puedo 
menos  de  existir  la  hilaridad,  sin  ofensa,  cuanto 
se  dice  con  sencillez,  sinceridad  y  en  lenguaje  y 
tono  vulgares.  Este  mismo  labrador  decía:  «La 
agricultura  es  el  padre,  la  industria  el  hijo  y  el 
comercio  el  nieto. »  No  sé  si  á  tu  padre  le  habrán 
parecido  bien,  sin  embargo,  las  protestas  reite- 
radas que  se  han  hecho  en  la  Asamblea  contra 


los  rentistas.  Ya  sabes  que  el  ministro  de  Ha- 
cienda imaginó  ochar  contribución  al  papel,  y 
que  se  armó  en  Madrid  tal  escándalo  quo  fué 
necesario  desistir  del  proyecto.  Claro  está  que 
los  agricultores  han  de  opinar  como  opinaba  el 
ministro.  Uno  de  ellos  no  sólo  pedia  que  pagase 
contribución  el  papel,  sino  que  también  la  paga- 
sen los  bolsistas.  ¡Cinco  céntimos  por  cada  ope- 
ración! «Yo  tengo, — decía, — una  finca  de  re- 
gadío, buena,  de  primera  (aquí  todos  se  ríen  do 
la  presunción  del  terrateniente),  y  si  la  quiero 
vender  no  encuentro  comprador,  mientras  que  el 
papel  lo  encuentra  en  el  momento. »  Convenga- 
mos en  que  hay  justicia  en  estas  consideracio- 
nes. Lamaj'oria  ha  protestado  contra  el  impuesto 
de  consvimos,  el  impuesto  contra  los  pobres,  el 
impuesto  de  los  motines;  otro  dijo  que  la  agri- 
cultura debía  tributar  el  12  por  100;  otros  pidie- 
ron la  supresión  de  los  impuestos  sobre  las  car- 
nes y  el  pan,  y  el  representante  de  Fuente  Saúco 
dijo  algo  sublime  como  el  alcalde  de  Móstoles, 
pues  dijo:  «¡Fuente  Saúco,  para  la  regeneración 
agrictiltora  marchará  á  la  cabeza  de  España ! » 
Ya  comprendes  que  así  debe  de  ser,  pues  aquel 
pueblo  es  la  tierra  clásica  de  los  garbanzos,  y 
los  garbanzos  son  la  sangre,  el  nervio,  la  inteli- 
gencia y  el  valor  de  nuestra  patria. 

Natural  era  que  los  labradores  no  tratasen 
bien  á  los  empleados,  que  tanta  parte  se  lle- 
van de  lo  recaudado  por  contribuciones;  sin  que 
faltase  quien  pusiese  la  mira  más  alta.  Entre 
ellos  aparece  un  labrador  de  capa  parda,  el  cual, 
así  vestido,  se  dirige  á  todos  para  decirles,  con 
extraña  soltura,  que  allí  representan  á  diez  y 
ocho  millones  de  pobres  que  vienen  á  pedir  li- 
mosna al  rey;  que  es  preciso  tener  en  cuenta 
que  el  hombre  se  familiariza  con  todo,  hasta 
con  el  crimen...  menos  con  el  hambre...  Y  reha- 
ciendo para  su  capa  burda  la  frase  de  Napoleón 
ante  las  pirámides,  exclama:  «¡Nos  contemplan 
quince  millones  de  labradores  que  esperan  de 
nosotros  su  regeneración!»  Ni  dijo  esto  sólo: 
afirmó  que  hay  demasiado  ejército,  que  la  casa 
real  es  muy  costosa...  Y  hubiese  dicho  más  si 
no  se  le  hubiera  pre\ienido  quo  cosas  tan  opor- 
tunas en  aquella  ocasión...  no  venían  á  cuento. 
El  buen  hombro  debió  reflexionar  entonces  que 
en  este  país  es  difícil  el  arreglo  de  las  dificulta- 
des, porque  lo  único  respetable  y  .sagrado  que 
hay  es  el  abuso.  También  quiso  el  desdichado 
tirar  im  pellizco  á  nuestra  madre  la  Iglesia... 
Excusado  es  decir  que  todos  le  gritaron:  «¡A  tu 
capa!»  Y  el  hombre  se  embozó  en  ella  majestuo- 
samente como  César,  y  dijo  para  su  paño:  «¡Bo- 
nito discurso  y  bonito  viaje  habernos  hecho!» 

Otro  labrador,  viendo  que,  si  ciertas  cumbres 
son  inexplorables,  puede  llevarse  el  beneficio 
de  la  contribución  á  otras,  recordó  que  Mazan- 
tini  y  Gayarre  cobraban  cantidades  fabulosas 
sin  pagar  ningún  impuesto. 

No  cabe  duda  que  la  Asamblea  de  la  Liga 
pone  de  manifiesto,  con  sus  reclamaciones  y 
entre  sus  risas,  el  agobiamiento  de  la  agricultu- 
ra y  las  causas  probables  do  una  revolución 
económica,  quizás,  que  sustituya  con  las  armas 
en  la  mano  á  las  turbas  que  antiguamente  re- 
clamaban derechos  políticos.  El  país  productor 
cree  que  le  faltan  medios  materiales  de  vida,  y 
habrá  que  dárselos  ó  discurrii'  algunas  prome- 
sas con  que  entretener  su  hambre.  Cuando  un 
enfermo  se  ve  asistido  por  celebridades  eminen- 
tes de  la  ciencia  sin  mejorar  en  su  estado,  pide 
nuevos  medios  y  nuevas  medicinas...  Preciso  es 
traer  otros,  aunque  sean  peores,  y  recetarles 
más  drogas,  resulten  lo  que  resxdtar  pudieren. 
Ahí,  pues,  creo  que  algo  ha  de  obtener  la  Asam- 
blea. Su  causa  en  el  fondo  es  justa;  pero  tiene 
en  contra  el  interés  de  los  mismos  que  han  de 
acordar  el  bien.  Los  políticos  ni  son  labradores 
ni  industriales  ni  comerciantes:  son  rentistas. 
Tiene  también  en  su  contra,  la  agiácultura,  que 
la  contribución  sobre  ella  puede  hacerse  efecti- 
va, y  los  ministros  de  Hacienda  van  siempre 
donde  puede  haber  dinero,  sin  otras  preocupa- 
ciones. Pero  se  ha  metido  mucho  ruido,  se  ha 
hecho  mucho  bulto,  y  se  decidirá  algo...  Por  lo 
menos  se  cambiará  de  nombre  á  las  contrilmcio- 
nes,  por  si,  disfrazándolas,  el  labrador  no  las 


conoce.  Es  el  sistema  que  se  ha  seguido  en  Es- 
paña con  cierto  éxito:  mientras  se  discute  y  se 
experimenta  mía  contribución...  se  paga. 

Es  también  la  Asamblea  una  prueba  más  de 
que  el  espíritu  de  Asociación  se  desarrolla  en 
España,  nación  refractaria  siempre  á  ese  espí- 
ritu por  falta  de  costumbres  políticas  y  de  genio 
industrial  y  comerciador.  Aquí  se  cuenta  con 
todo  el  mundo  para  todo ;  mas  en  realidad  no  se 
puede  contar  con  nadie  para  nada.  Los  hombres 
que  forman  una  clase  se  ocupan  en  ver  como 
pueden  arruinar  al  compañero  en  vez  de  ayu- 
darle con  provecho  propio. 

Después  de  lo  útil  lo  dulce:  hablemos  del 
Teatro  Español,  tema  preferente  de  las  conver- 
saciones en  los  círculos  literarios,  en  los  salo- 
nes y  en  las  tertulias.  El  Ayuntamiento  parece 
insistir  en  la  conservación  del  edificio  primitivo. 
Ha  sido  reconocido  éste  por  diversas  comisiones 
de  arquitectos,  opinando  todas  ellas  que  el  tea- 
tro requiere  la  demolición;  pero  los  concejales 
no  se  resignan  á  que  el  Teatro  Español  desapa- 
rezca. De  todas  maneras,  el  viejo  edificio,  des- 
quiciado por  tantas  ovaciones,  ha  muerto  para 
el  público,  y  no  será  posible  abrirlo  de  nuevo 
con  Ligeras  recomposiciones,  porque  nadie  querrá 
ir  á  un  teatro  que  se  hunde.  Hay  quo  pensar  en 
construir  otro.  Y  como  esto  es  difícil,  se  trabaja 
en  unir  los  esfuerzos  y  las  voluntades.  Hace 
algún  tiempo  se  habló  de  que  un  ministro  demó- 
crata, el  Sr.  Montero  Ríos,  era  precisamente  quien 
había  redactado  un  proyecto  creando  algo  pare- 
cido á  la  Casa  de  Moliere,  de  París:  cayó  el  mi- 
nistro y  nadie  se  acordó  del  asunto;  mas  hoy 
parece  que  se  trata  de  llevar  á  la  realidad  aquel 
propósito. 

Se  ha  dicho  que  Calvo  y  Vico  pensaban  ir  á 
provincias,  y  que  este  año  tendríamos  quo  pa- 
sarnos en  Madrid  sin  aquellos  eminentes  acto- 
res. No  parece  ser  cierta  la  noticia.  Dichos 
señores  no  piensan  ausentarse  en  tanto  que  les 
sea  posible  organizar  aquí  decorosamente  las 
representaciones  de  su  compañía.  Trabajan  mu- 
cho para  la  reconstrucción  del  teatro  nacional; 
y  si  se  les  da  esperanzas  de  que  habrá  teatro, 
se  resignarán  á  ocupar  el  de  la  Princesa,  coliseo 
muy  bonito,  mas  apartado;  y  que  el  público  ha 
mirado  siempre,  sin  motivo  quizás,  con  preven- 
ción desdeñosa. 

Ayer  se  verificó  la  presentación  del  tenor 
Stagno  en  el  Real.  Vuelve  de  Sud  América, 
donde  ha  hecho  una  larga  y  brillantísima  cam- 
paña. Se  presentó  con  su  ópera  favorita,  el  Mo- 
herto,  que  es  también  la  ópera  favorita  de  los 
madrileños.  Sabido  es  lo  que  pasa  con  los  teno- 
res :  cada  uno  de  ellos  tiene  sus  apasionados, 
que  elevan  su  admiración  á  un  culto.  Stagno 
tiene  inmensas  simpatías  en  Madrid,  y  el  Real 
anoche  era  una  excepcional  solemnidad,  una 
maravillosa  fiesta.  Stagno  vuelve  en  el  pleno 
uso  de  sus  facultades,  con  las  pocas  notas  que 
tenía  manejadas  mejor  aún  que  entonces.  No  es 
posible  hacer  más  con  menos.  Los  aplausos,  los 
bravos,  las  llamadas  á  la  escena,  se  sucedieron 
sin  interrupción  desde  el  acto  tercero. 

Madrid  toma  su  aspecto  ^e  diciembre :  los  pe- 
riódicos vienen  llenos  de  anuncios;  los  tenderos 
renuevan  sus  géneros;  los  vendedores  de  bille- 
tes de  lotería  pregonan  los  del  sorteo  de  Navi- 
dad; todos  los  madrileños  llevan  con  resigna- 
ción las  desventuras  del  pasado  y  las  inquietudes 
del  presente  pensando  en  la  redención  de  la  po- 
breza y  del  trabajo  por  el  premio  grande. 

Antes  de  concluir  esta  carta  quiero  dar  por 
concluida  una  historia  terrible  cuyos  principios 
viste  en  esta  Ilustración  hace  mucho  tiempo: 
me  refiero  á  la  causa  de  Galeote.  La  Academia 
do  Medicina  ha  resuelto  ya  el  expediente  de 
locura  del  extraño  presbítero,  confirmando  la 
opinión  de  los  peritos  Sres.  Simarro,  Escuder  y 
Vera.  Galeote  tiene  la  manía  de  la  persecución. 
Será  recluido  en  el  manicomio  de  Leganés.  Allí 
concluirá  perseguido  á  su  vez  por  los  remordi- 
mientos si  en  sus  momentos  lúcidos  se  le  pre- 
senta la  sombra  del  obispo  de  Madrid,  sangrien- 
ta y  horrible. 

Después  de  todo,  la  humanidad,  la  Iglesia, 
han  ganado  mucho  con  esta  declaración.  Que 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


803 


haya  un  enfermo  más,  entristece;  pero  esto  no 
exige  tangre. 

Y  basta  por  hoy. 

Tuyo, 

Feenanflok 


"T" 


UNA  ROMANZA 


(CONCLUSIÓN) 


VI 


Durante  el  entreacto  ¡qué  de  comentarios! 
Los  pasillos  del  teatro  todo  eran  circuios  de 
chismografía. 


Maldijo  la  hora  en  que  vino  á  Madrid,  renegó 
del  día  en  que  había  conocido  á  Angelina,  y... 

Pero  ¿por  qué  no  podía  alejar  de  sus  oídos 
las  notas  delicadísimas  de  la  romanza  de  Tosti?... 

EPÍLOaO 

AI  día  siguiente  se  leía  en  la  CJorre^ondencia 
de  España: 

«  Anoche  se  ha  suicidado,  disparándose  un  tiro 
de  revólver  debajo  de  la  barba  y  quedando  muer- 
to instantáneamente,  un  joven  recién  llegado  á 
Madrid,  que  habitaba  en  la  calle  Mayor  número... 
donde  Uevó  á  cabo  su  fatal  propósito.  Decíase 
que  el  suicida  se  llamaba  Fermín  Z...  y  que  era 
natural  de  Valdesar.  Ignóranse  los  móviles  que 
le  indujeron  á  tomar  tan  fatal  resolución.» 

Nada  más. 


Pero  so  alza  radioso  en  el  oriente, 
puro,  brillante,  esplendoroso,  el  sol; 
y  ave,  y  viajero,  y  flor,  ven  dulcemente 
las  tintas  de  arrebol. 


Yo  soy  la  flor  aprisionada  y  muerta, 
yo  soy  el  ave  que  perdió  la  luz, 
yo  soy  viajero  en  la  región  desierta: 
puro  sol  eres  tú. 

Vicente  Riva  Palacio 


MARROQUÍ   (estudio  por  E.  Wauters) 


ALDEANO   DE   ERNZEN     boceto  por  E.  Wauters) 


— ¡Es  hehnosa! 

— ¡  Escultural ! 

— I Y  tiene  bonita  voz! 

— ¡Y  mucha  gracia! 

— ¡Y  gran  desenfado! 

— ¡  Hace  una  Niniche  deliciosa ! 

— ¡Como  que  es  una  verdadera  Niniche! 

— ¿Qué  dice  usted? 

— La  protege,  según  se  cuenta,  el  conde  de 
Malafama. 

— Serán  habladurías. 

— Dícese  que  él  le  paga  todos  sus  gastos;  que 
ella  vive  con  gran  boato  en  un  principal  de  la 
calle  de  la  Montera. 

— Pues  ¿cómo  se  dedica  al  teatro? 

— Dícese  que  es  esa  su  natural  inclinación. 

— De  cualquier  modo,  nos  hemos  ganado  una 
buena  actriz. 

— I  Es  verdad!  Eso  es  lo  que  importa... 

¡Desdichado  Fermín!  ¿Para  qué  fuiste  al 
debut? 

VII 

Alzóse  de  nuevo  el  telón,  y  Angelina  cantó  la 
romanza  Vorrei  moriré  con  tal  gusto  y  tal  sen- 
timiento que  pocas  veces  se  promovió  en  el 
teatro  Eslava  tanto  alboroto,  tanto  entusiasmo. 

— ¡  Y  que  sea  una  horizontal! — decían  muchos 
al  bajarse  el  telón. — ¡Parece  mentira! 

Fermín  se  retiró  á  su  casa  con  el  corazón  he- 
rido... 


Media  docena  de  líneas  en  un  periódico  noti- 
ciero, de  las  cuales  nadie  se  acordó  media  hora 
después  de  haberlas  leído. 

Tal  fué  la  despedida  que  el  mundo  dio  al  des- 
esperado Fermín. 

Manuel  Amoe  Meilán 

— r — 


YO   Y   TÚ 


Entre  la  blanca  nieve  aprisionada 
y  de  la  noche  en  el  temido  horror, 
sola,  sin  esperanza,  abandonada, 
lloró  la  pobre  flor. 


Bajo  el  negro  crespón  de  la  tormenta 
con  que  se  entolda  el  cielo  de  zafir 
y  en  la  noche  terrible  que  amedrenta, 
creyó  el  ave  morir. 


Perdido  y  solo  entre  la  selva  umbría, 
sin  una  estrella  que  su  luz  le  dé, 
triste  viajero  que  perdió  la  gula, 
piensa  morir  también. 


_*- 


Entre  los  artistas  que  más  honor  hacen  á  Es- 
paña en  el  extranjero,  cuéntase  el  inspirado  y 
hábU  pintor  y  escultor  barcelonés  D.  Victoriano 
Codina  y  Langlin,  bien  conocido  por  sus  siem- 
pre celebradas  obras,  tan  concienzudas  como 
difíciles.  Gratísima  ha  sido,  por  lo  tanto,  la  satis- 
facción que  nos  ha  cabido  al  ver  de  nuevo  pro- 
ducciones suyas  en  esta  capital,  puesto  que  el 
Sr.  Codina  vive  en  Londres,  donde  ejerce  su 
noble  arte;  y  no  menos  viva  nuestra  admiración 
ahora  que  antes.  Trátase  de  unas  preciosas 
pinturas  al  óleo,  representando  antiguos  tapi- 
ces, verdadero  trompe  I'  oeil,  que  es  cuanto  puede 
decirse  en  su  elogio. 

La  tarea  que  se  impuso  el  Sr.  Codina  Lan- 
glin no  podía  ser  más  ímproba,  pues  represen- 
taba miiltitud  de  arduos  problemas  que  vencer; 
pero  de  todas  las  dificultades  ha  salido  victo- 
rioso, haciendo  gala  juntamente  de  su  feliz  in- 
vención y  de  la  consumada  habilidad  técnica 
que  siempre  le  ha  caracterizado. 

El  numeroso  público  que  ha  acudido  á  la 
Lonja  á  admirar  dichos  trabajos,  ha  hecho  los 
más  calurosos  elogios  de  nuestro  compatriota, 
por  lo  cual  le  felicitamos,  al  par  que  al  señor 
marqués  de  Camps ,  afortunado  poseedor  de 
aquellos  hermosísimos  y  envidiables  lienzos  pin- 
tados por  encargo  suyo. 


UNA   AUDIENCIA    DE    RICHELIEU    (cuadro  de  Walter  Oay) 

EXPOSICIÓN  DE   BELLAS   AETES   DB   PAEfa   DE    1887 


Marfa  de  BorgoRa  implorando  de  los  burgomaestres  de  Gante  el  perdón  de  los  consejeros 
Hugonet  y  Humberoourt  (cuadro  de  Emilio  Wauters) 


NUMISMÁTICA    INGLESA 


I,  'J.  — l'iiNlljIIH  lili  C.HIII.MITII  (S!:;.,S7l)) 


:!    4.-«lt(IAT  DIC  KIIITAUIIO  I  (1272-1:¡07) 


'),  8.  — I'KNlyUK  DE  UI.'TIIRÜO 


7.— GROS  DE  KN1¡1i;i;k  V 

(reverse) 


8,  — GIÍOS  DE  ENRIQUE  Vil 

(reverso) 


0.  — REVERSO  DE  UN  CUÑO 
EU[SARETHANO 


1:).      MEDIA  CORONA 
DEL  TIEMPO  DE  CEOMWEI.L 


ll.—  roIloNA  DK  CARLOS  II 


12.   -MEDIA  CORONA  DE  GUILLERMO  III  1;!.  — SOllKRANO  DK  CARL( 


IG.  — REAL  DE  .lACOBO  VI  DE  ESCOCIA 


OS  11  14.— ELORÍN  VIEJO  (reverso)      1.5.— doble  florín  de  nuevo  cuño  (reverso) 


17.— GROS  DE  BURDEOS 
DE  EDUARDO  I 


18— OROS  DE  ENRIQUE  V  II),  20.— MEDIA  CORONA  DE  ENRIQUE  VIII  21.— .SOBERANO  DE  ENEIQUB  VII 


NOBLE  DE  ENRIQUE  Vil 


2o.  — GIÍOAT  DE  ENRIQUE  VII      21.  — MEDIA  CORONA  DE  NUEVO  CUÑO       2r).  — PIEZA  DE  DltS  GUINEAS        28.- CHELÍN  DE  NUEVO  CDÑO  27. — NOBLE  DE  ENRIQUE  Vlfl 

(reverso)  dk  nuevo  cüSo  (reverso)  (reveiso)  (reverso) 


28.— «SPDKLA  KÜEVA  DE  JAOOBO  I     29.— DOBLE  GUINEA  DE  LA  REINA  ANA 

(reverso)  (anverso) 


30.— cuSo  DE  ISABSr, 
(anverso) 


31.— OEOAT  DE  MARfA  1 

(anverso) 


32  — FLORfS  DOBI.I  DK  HTIVO  OTTSO 

(onveno) 


806 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


EL  PREMIO   GORDO 


Jacinto  apuró  el  último  sorbo  de  café  que 
conteiiia  la  taza,  chupó  furiosamente  su  cigarro, 
y  luego  púsose  á  contarme  la  siguiente  historia: 

(Lector,  aquí  acaba  el  prólogo.) 


Conviért.ete  en  Dios,  y  dale  á  un  hombre  todo 
el  talento  }•  la  fortuna  posibles  en  este  mundo. 

De  seguro  que  se  alegrará  mu(^o;  pero  la  tal 
alegría  uo  aerA.  ni  un  trasunto  pálido  do  lo  que 
~  -  "'ria  si  por  Navidad  le  cayesen  en  el  bolsillo 
^  •  duros  envueltos  en  un  billete  de  lo- 
tería. 

Es  preciso  haber  experimentado  tal  sorpresa 
j>;ira  comprender  el  gozo  que  uno  siente  al  en- 
contrarse de  pronto  con  un  millón,  y  pasar  de  la 
categoría  de  jíordido  á  la  de  millonario,  aunque 
nada  más  sea  en  singular. 

¡Ay,  amigo  mió!  Yo  me  estremezco  todavía 
cuando  recuerdo  lo  que  experimentó  al  ver  que 
era  poseedor  de  una  parte  decimal  del  premio 
gordo. 

Aquello  significaba  tanto  para  mí,  como  para 
el  náufrago  que,  montado  en  un  madero  distin- 
gue entre  las  brumas  la  cercana  costa. 

Después  de  la  abstinencia,  la  hartiu-a. 

Luego  de  los  frecuent-es  ratos  de  melancolía, 
la  alegre  existencia  del  hombre  que,  siendo  jo- 
ven, tiene  mucho  dinero. 

Aquel  billete  premiado  ostentaba  para  mí,  es- 
crito en  caracteres  invisibles,  im  nuevo  método 
de  vida. 

Abandono  completo  de  la  misera  casa  de  hués- 
~,  con  su  catre  desvencijado  y  sus  comidas 
~     ->s  y  estramWticas. 

Renuncia  de  la  vida  aventurera  y  bohémica. 

Abstención  de  dar  sablazos  á  nadie. 

Y,  sobre  todo,  casarme  con  mi  Gabriela,  con 
aquel  ángel  de  luz  á  quien  debía  el  ser  poseedor 
de  la  tal  cantidad. 

Ella  me  había  sugerido  la  idea  de  comprar  el 
décimo  ahora  jiremiado;  y  á  sus  muchos  rosarios 
razados  por  la  noche  en  la  cama,  y  á  hurtadillas 
(le  la  mamá,  debía  sin  duda  los  favores  de  la 
fortuna,  tan  pródiga  para  conmigo. 

Ni  un  solo  instante  se  me  ocurrió  el  olvidarla 
al  encontrarme  millonario. 

— ^Amigo  mío, — me  dije: — Gabriela  es  una  po- 
bre chica  que  te  ha  querido  Siendo  tú  un  mu- 
chacho de  vida  poco  ejemplar.  Nada  más  justo 
que  darle  tu  mano  ahora  que  eres  rico  y  puedes 
hacer  su  felicidad. 

Y  fui  corriendo  á  casa  de  mi  novia  para  par- 
ticiparle la  noticia. 

Hubo  lo  que  era  de  esperar  al  conocerla  junto 
con  mi  demanda  fnatrimoníal. 

Desmayo  de  la  niña,  lágrimas  de  la  mamá, 
abrazos  del  padre,  y  después  sonrisas  cariñosas 
de  todos,  y  en  especial  de  Gabriela. 

¡Pobre  chica!  En  toda  su  vida  gozó  tanta  feli- 
cidad como  en  aquel  instante. 

Yo  tampoco  creo  haberme  encontrado  nunca 
tan  alegre,  y... 

Vamos,  me  falta  poco  para  llorar  cuando  re- 
cuerflo  aquel  momento. 


II 


A  los  quince  días  nos  casamos. 

Y  nuestro  casamiento  fué  propio  de  un  hom- 
bre que  posee  50,000  duros. 

Gran  convite,  chispeantes  brindis,  amorosos 
'•pitalamios  y  borracheras  de  Champagne.  De 
V"]'>  esto  hubo  en  nuestra  boda. 

Dcsiiués  Gabriela  y  yo  partimos  para  París  el 
riii.siiio  (lia,  pues  para  seguir  las  costumbres  de 
la  iriíxla  es  preciso  encerrar  las  mejores  escenas 
de  la  luna  de  miel  en  un  coche  de  primera. 

De  París  pasamos  á  Italia,  y  allí  permaneci- 
mos bastante  tiempo,  gastando  mucho  y  divir- 
tiéudonos  como  yo  nunca  había  podido  ima- 
ginar. 

Cuando  volvimos  á  nuestra  patria,  ¡qué  feliz 


y  portentoso  cambio  se  había  operado  entre  las 
muchas  personas  que  yo  conozco! 

Todos  me  trataban  como  á  un  hombre  nuevo, 
y  nadie  parecía  acordarse  de  aquel  muchacho 
que  algunos  meses  antes  apenas  si  se  dignaban 
saludar. 

En  esto  tal  vez  influiría  el  diferente  aspecto 
que  yo  presentaba. 

Verdaderamente  debía  estar  desconocido. 

Antes  vestía  miserablemente,  pagaba  un  pu- 
pilaje de  ocho  reales,  y  necesitaba  valerme  de 
mil  artes  pai-a  subsistir. 

Mientras  que  ahora  poseía  coches,  seguía  las 
modas  y  siempre  teuia  dinero  dispuesto  á  satis- 
facer las  necesidades  do  los  amigos. 

Comprendí,  además,  por  ciertas  manifestacio- 
nes, que  mi  talento  había  sufrido  un  rápido  des- 
arrollo sin  darme  yo  cuenta  de  ello. 

Aquellos  misinos  periódicos  en  cuyas  redac- 
ciones   había  .sufrido   sonrojos  men(iigando  la 


ESTUDIO,  por  EmUio  Wauters 

publicación  de  mis  obras,  ahora  daban  á  luz 
pomposas  gacetillas,  en  las  que  se  me  llamaba 
eminente  publicista,  ilustre  literato  y  armonioso 
poeta;  y  en  los  cafés,  cuando,  rodeado  de  los  ami- 
gos, soltaba  alguna  majadería,  todos  aplaudían 
á  coro,  y  no  faltaban  muchos  que  decían  por  lo 
bajo,  si  bien  procurando  que  yo  les  oyera: 

— Este  Jacinto  tiene  un  talento  asombroso. 

En  fin,  amigo  mío,  que  yo  era  otro  hombre, 
porque  mi  personalidad  pesaba,  sin  duda,  más  en 
la  opinión  de  la  gente  con  el  aditamento  de  mis 
50,000  duros,  que,  dicho  sea  de  paso,  gastaba 
muy  aprisa. 

También  en  Gabriela  habíase  efectuado  un 
cambio  trascendental  que  noté  yo  sólo. 

Mi  mujer  me  amaba:  ésto  lo  sabia  yo  de  una 
manera  cierta,  y  buena  prueba  de  ello  me  había 
dado  durante  la  época  de  nuestros  galanteos. 

Pero,  á  los  pocos  meses  de  casada,  su  cariño 
enfrióse  bastante,  y  dejó  muchas  veces  de  ocu- 
parse de  mí  para  fijar  toda  su  atención  en  las 
modas  y  esas  otras  materias  fútiles  á  que  tan 
aficionadas  son  las  mujeres. 

Gabriela,  al  ser  rica,  deseaba  brillar  tanto 
como  sus  nuevas  amigas  de  la  alta  sociedad;  y 
esto,  unido  á  que  aquéllas  no  vivían  muy  unidas 
á  sus  cónyuges,  hacía  que  mi  mujer,  por  espíritu 
de  imitación,  propio  del  que  está  alejado  de  su 
esfera,  no  fuese  tan  apasionada  conmigo  como 
antes. 

Yo  deseaba  una  vida  alegre  y  llena  de  como- 
didades, pero  libre  de  las  tiránicas  obligaciones 
del  gran  mundo. 

Mi  esposa,  por  el  contrario,  amaba  la  etiqueta, 
y  las  ridiculas  ceremonias  sociales  formaban  su 
principal  encanto. 

Esta  diferencia  de  aficiones  producía  un  li- 
gero enfriamiento  en  nuestro  trato,  y  era  causa 
de  que  Gabriela  me  considerase,  allá  en  su  in- 
terior, Como  un  hombre  basto  y  desprovisto  de 
toda  elegancia. 

Yo  debía  haber  previsto  loa  resultadoa  de  tal 


diversidad  de  pareceres;  pero,  por  desgracia,  no 
pensé  en  ellos,  y,  antes  al  contrario,  asentí  á  to- 
das las  peticiones  que  me  hizo  mi  esposa. 

Y  di  en  mi  casa  bailes  y  reuniones,  á  los  que 
concurrieron  la  flor  y  nata  de  la  elegancia,  y 
sucedió  que 

Pero  no  anticipemos  los  sucesos,  como  dicen 
los  novelistas. 

m 

¡Qué  aspecto  tan  brillante  ofrecía  mi  casa  en 
las  noches  de  bailes!  Porque  yo  daba  bailes  y 
gastaba  como  un  Rostchildt,  creyendo  que  el 
millón  no  llegaría  nunca  á  agotarse. 

Aquello  era  un*  torbellino  de  negros  fracs  y 
blancos  vestidos  de  encajes  meciéndose  al  com- 
pás de  las  arrebatadora.s  notas  de  Stra\is. 

¡Y  qué  hermosos  y  confortables  eran  mis  sa- 
lones! 

En  ellos  había  invertido  gran  parte  de  mi  for- 
tuna y  todos  los  recursos  de  mi  imaginación,  que 
ya  sabes  no  es  nada  pobre  en  punto  á  fantasía. 

Mi  casa  la  frecuentaban  aquellas  noches  los 
principales  personajes  de  Madrid,  y  no  era  ex- 
traño ver  en  ella  á  los  embajadores  de  las  prin- 
cipales potencias,  á  los  títulos  más  apergamina- 
dos (en  sentido  metafórico),  y  aun  de  vez  en 
cuando  á  algún  ministro  de  la  corona. 

Nadie  se  acordaba  do  la  posición  que  algunos 
años  antes  ocupábamos  Gabriela  y  yo,  y  todos 
acudían  á  mis  bailes,  ansiosos  de  divertirse  tanto 
en  el  salón  como  en  el  buffet. 

La  verdad  es  que  yo  era  el  que  nieno^  gozaba 
en  las  tales  noches. 

Mis  convidados  se  paseaban  por  toda  la  casa 
hacían  cuanto  era  de  su  gusto  y  no  se  acordaban 
del  dueño  para  nada. 

Rara  era  la  noche  en  que  no  me  presentaban 
cuatro  ó  cinco  caballeros  que,  después  de  los  sa- 
ludos y  cumplimientos  de  costumbre,  se  metían 
en  los  salones  con  la  seguridad  del  que  pisa  te- 
rreno propio,  y  no  volvían  tan  sólo  la  cabeza 
cuando  yo  pasaba  alguna  vez  por  su  lado. 

En  tanto,  este  infeliz  tenía  que  ir  haciendo  el 
dominguillo  por  los  corrillos  de  las  damas,  pre- 
guntando á  los  jóvenes  si  se  divertían  y  echando 
flores  á  las  mamas,  algunas  de  las  cuales  podían 
ya  por  poco  servirme  de  abuelas. 

Te  digo  que  aquello  era  tan  enojoso  pava  mí, 
que  mil  veces  hubiera  suprimido  los  bailes  á  no 
ser  por  Gabriela,  que  los  tenia  como  artículo  de 
perentoria  necesidad. 

Ella  sí  que  se  divertía.  Constantemente  estaba 
rodeada  de  un  sinnúmero  de  adoradores,  y  la 
infame  se  sonreía  al  escuchar  sus  amables  ter- 
nezas. 

Mil  veces  estuve  tentado  de  emprender  á  ca- 
chetes con  aquellos  sietemesinos  pegajosos;  pero 
siempre  me  detenia  pensando  que  usaba  frac,  y 
que  con  tal  prenda,  y  en  un  salón  de  baile,  es 
preciso  desprenderse  de  ciertas  proocupaciones 
que  se  sienten  cuando  es  uno  pobre  y  tiene  co- 
razón. 

Una  noche  en  que  el  salón  principal  de  mi 
casa  estaba  cual  nunca  deslumbrador,  albergan- 
do ese  todo  Madrid  tan  zarandeado  por  los  revis- 
teros elegantes,  tuve  que  decir  no  recuerdo  qué 
cosa  á  mi  mujer,  que  en  aquellos  instantes  no  se 
encontraba  en  el  baile. 

Preguntó  á  los  criados  y  no  supieron  contes- 
tarme, hasta  que  por  fin  me  decidí  á  buscarla  yo 
mismo,  encaminándome  á  su  tocador  después  de 
recorrer  los  principales  aposentos  do  la  casa. 

Abrí  la  puerta  con  un  llavín  que  yo  poseía,  y 
no  pude  menos  de  proferir  \ina  blasfemia  al  ver 
á  mi  Gabriela  abrazada  á  un  elegante  que  por 
entonces  era  el  hombre  de  moda  y  el  favorito  de 
las  damas. 

La  infame  aprovechaba  aquellas  horas  de  con- 
fusión para  avistarse  con  su  amante,  pues  el 
resto  del  día  lo  pasaba  siempre  á  mi  lado. 

Al  contemplar  aquella  escena,  mi  sangre  se 
enardeció;  mi  carácter,  fiero  é  indomable,  rompió 
las  trabas  sociales  que  hacía  tiempo  le  oprimían; 
y,  faltándome  armas,  agarré  con  fuerza  colosal 
una  pesada  silla,  y,  ciego  de  furor,  púseme  á  dar 
golpes  á  diestro  y  siniestro. 


LA  ILUSTRACIÓN   IBÉRICA 


807 


Después  yo  no  sé  ciertamente  lo  que  sucedió. 

Sólo  recuerdo  que  al  poco  rato  penetró  mucha 
gente  en  el  tocador,  que  me  arrancaron  la  silla 
de  las  manos,  y  que  aquellos  buenos  señores  se 
empeñaron  en  demostrarme  que  un  hombre  bien 
educado  ha  de  reglamentar  sus  sentimientos  y 
vengarse  con  todos  los  requisitos  que  exige  la 
buena  sociedad. 

Nombró  padrinos,  recibí  una  tarjeta,  y  el 
amante  de  mi  mujer  se  retiró  con  la  cabeza  des- 
calabrada. 

El  escándalo  fué  completo,  y  todo  el  mundo 
tuvo  noticias  de  mi  deshonra,  á  la  que  benévola- 
mente adjudicó  el  nombre  de  chistosa  aventura. 

La  luz  del  día  me  sorprendió  sentado  en  mi 
despacho  y  con  la  cabeza  apoyada  sobre  las 
manos. 

Durante  las  muchas  horas  que  permanecí  en 
tal  posición,  hice  las  siguientes  reflexiones: 

Que  la  falta  de  mi  mujer  era  debida  al  des- 
lumbramiento producido  por  los  esplendores  de 
una  esfera  á  la  que  no  estaba  habituada. 

Que  Gabriela  y  yo  hubiéramos  sido  más  feli- 
ces siendo  menos  ricos  y  ocupando  una  modesta 
posición. 

Que  ella  tal  vez  no  hubiera  empañado  mi  ho- 
nor á  ser  yo  un  empleado  de  poco  sueldo,  impo- 
sibilitado de  dar  en  su  casa  bailes  y  thes  dan- 
sanis. 

Y  que,  en  su  consecuencia,  la  culpa  de  todo 
la  tenía  aquel  maldito  premio  gordo  que  tanto 
había  trastornado  la  carrera  de  mi  existencia,  y 
que  para  poco  había  venido  á  servirme,  pues  por 
efecto  de  los  bailes  y  otros  caprichos  de  mi  mu- 
jer su  cantidad  estaba  bastante  mermada. 


IV 


La  mañana  era  fría  y  lluviosa. 

A  pesar  de  esto,  yo  me  encontraba  tras  las 
tapias  del  cementerio  con  una  pistola  en  la  mano, 
y  teniendo  á  veinticinco  pasos  de  distancia  al 
amante  de  mi  esposa,  armado  de  igual  modo. 

íbamos  á  saber  de  parte  de  quién  estaba  la 
razón,  y  para  ello  erigíamos  en  tribunal  á  un  par 
de  pistolas. 

¡Famosos  jueces! 

El  duelo,  merced  á  mis  instigaciones  y  á  los 
buenos  deseos  de  algunos  amigos,  tenía  mucho 
de  bestial. 

Los  primeros  disparos  debían  hacerse  á  vein- 
ticinco pasos  de  distancia,  y  después  podíamos 
avanzar  hasta  agujereamos  el  pellejo  á  quema- 
rropa. 

Los  padrinos  hicieron  la  señal;  y  yo,  ansioso 
de  dar  muerte  á  mi  enemigo,  disparé,  sin  lograr 
mi  objeto. 

El  elegante  permaneció  inmóvil,  sin  que  mi 
bala  le  causara  el  menor  daño,  y  luego  avanzó 
hasta  ponerme  en  el  pecho  el  cañón  de  su  pis- 
tola. 

Yo  estaba  desarmado,  y,  como  al  mismo  tiempo 
veía  en  el  rostro  de  mi  rival  señales  de  hostili- 
dad, no  pude  menos  que  sentir  miedo. 

Mis  piernas  flaquearon,  mi  frente  se  inundó 
pe  sudor,  y,  considerando  que  aquello  era  un 
asesinato  á  mansalva,  mi  instinto  se  sublevó  y 
me  dispuse  á  arrojarme  sobre  mi  enemigo. 

Pero  en  el  mismo  instante  sonó  una  espantosa 
detonación,  y  sentí  mi  pecho  atravesado  por  la 
bala 

— ¡Alto  ahí! — dije  cuando  mi  amigo  Jacinto 
Uegó  á  semejante  punto  de  su  narración. — Yo 
no  comulgo  con  ruedas  de  molino,  y  no  puedes 
hacerme  creer  que  es  posible  se  salve  un  hombre 
en  un  lance  tal  como  tú  lo  describes. 

— Aguárdate  un  poco, — contestó  mi  amigo, — 
y  te  convencerás  de  la  veracidad  de  mis  pa- 
labras. 

Apenas  sonó  el  tiro  y  sentí  la  herida,  cuando 
me  encontré  en  la  casa  de  huéspedes  que  habi- 
to, sentado  ante  mi  humilde  mesa. 

— ¿Cómo  puede  ser  eso? 

— Ya  sabes  que  yo  (según  decís  todos)  tengo 
una  imaginación  fabril,  y  que  de  continuo  sueño 
despierto,  hasta  paseando  por  las  calles.  Pues 
bien:  todo  lo  que  te  he  relatado  no  era  más  que 


un  cúmulo  do  sucesos  creados  j)or  mi  fantasía 
en  un  momento.  Aquel  día  era  víspera  do  Noche- 
buena, ó  sea  el  destinado  para  contemplar  algu- 
nas alegrías  é  infinitas  decepciones. 

Yo,  instigado  por  mi  novia  Gabriela  (que  ya 
te  enseñaré  cualquier  día),  había  tomado  un  dé- 
cimo de  billete  con  la  esperanza  de  lograr  con  la 
lotería  el  medio  de  casarme  pronto  con  ella. 

¿Querrás  creer  que  cuando  mi  patrona  me  dio 
el  suplemento  que  contenía  los  primeros  números 
premiados  no  tuve  gran  interés  en  leerlos? 


llega  ahora  á  la  edad  de  la  madurez  intelectual, 
y  uno  también  de  los  pocos  á  quien  ya  la  fama 
distingue  entre  los  muchos  que  en  pasmosa  y 
acaso  alarmante  concurrencia  acuden  hoy  á  lu- 
char por  la  vida  del  renombre  literario.  Pensaba 
consagrar  muchas  cuartillas  á  estudiar  el  carác- 
ter singular  de  este  escritor  y  sus  tendencias; 
pero  por  varios  motivos  reduzco  el  proyecto,  al 
realizarlo,  á  pocas  é  incompletas  observaciones. 
La  principal  causa  por  que  prescindo  de  su  estu- 
dio extenso  consiste  en  que  el  eminente  critico 


LA   AFICIÓN 


En  aquellos  instantes  hasta  sentía  miedo  por 
si  me  había  tocado  el  premio  gordo. 

Tal  efecto  hicieron  en  mí  las  fantasías  que 
había  producido  mi  cerebro  soñando  despierto. 

Vicente  Blanco  Ibáñez 
'sp 


LECTURAS 


PAUL    BOURGET 

su  ÚLTIMA  NOVELA 


Hace  tiempo  que  tengo  propósito  de  escri- 
bir algo  acerca  de  este  publicista  francés,  que 
es  uno  de  los  más  notables  de  la  generación  que 


D.  Juan  Valora  anunciaba,  no  ha  mucho,  en  tíaó 
de  sus  excelentes  artículos  de  la  Revista  de  Es- 
paña, el  propósito  de  dedicar  uno  de  sus  traba- 
jos literarios  próximos  á  Paul  Bourget.  Me  ha- 
lagó que  tan  perspicuo  ingenio  hubiera  coinci- 
dido con  este  humilde  aficionado  al  detener  la 
atención  singularmente,  entre  los  varios  escrito- 
res franceses  de  la  nueva  generación,  en  el  autor 
de  los  Ensayos  psicológicos  y  el  Cruel  enigma;  pero 
al  mismo  tiempo  pensé  que  era  casi  un .  deber 
de  cortesía,  y  un  buen  consejo  de  la  prudencia, 
esperar  á  que  el  maestro  hablase,  6,  por  lo  me- 
nos, no  tratar  con  mucho  detenimiento  asunto 
que  él  ha  de  tocar,  según  promete. 

Por  otra  parte,  cuando  yo  formé  tal  propósito, 
Paul  Bourget,  aunque  ya  muy  apreciado  por 
algunos,  no  era  estimado  en  todo  lo  que  vale 
por  la  generalidad  de  los  críticos  y  lectores,  y 


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había  algmuí  novedad^-  cierta  conveniencia  del 
art«i  en  propagar  sus  méritos.  Hoy  ya  no  sucede 
lo  mismo:  Bourget  es  uno  de  los  escritores  que 
estiUi  de  nimia  en  París,  y  puede  decirse,  por 
consiguiente,  que  eu  todo  el  mundo  litei-ario. 
Confieso  que,  para  mi,  hablar  de  un  Bourget  no 
famoso  todavía,  cuj-os  méritos  no  hubiesen  sido 
objeto  de  la  atención  de  muchos,  hubiera  sido 
más  agradable  tarea,  de  mayor  incentivo,  que 
hacer  coro  á  los  aplausos  generales. 

Y  esto,  principalmente,  porque  hay  muchos, 
entre  los  que  elogian,  tal  vez  5'a  demasiado,  al 
notable  critico  y  novelista,  que 
no  lo  hacen  con  muy  buena  in- 
tención, sino  con  la  muy  da'ñada 
de  molestar,  si  tanto  pueden,  á 
otros  escritores  de  mucho  crédi- 
to, cuya  gloria  pretenden  ellos 
oscurecer  con  el  incienso  tribu- 
tado al  nuevo  Ídolo  que  todavía 
no  ha  llegado  á  crearse  las  ene- 
mistades de  la  envidia,  especie 
de  óxido  de  que  no  puede  librar- 
se jamás  el  talento  expuesto  por 
largo  tiempo  al  aire  libre.  El 
mismo  Paul  Bourget  habla  en 
su  última  novela ,  Metisonges, 
principal  asunto  de  este  articu- 
lo, de  varias  épocas  de  la  vida 
literaria,  y  una  de  ellas  dice  que 
es  aquella  en  que  se  sale  de  la 
oscuridad  y  se  recibe  público 
homenaje  de  admiración  por 
parte  de  los  que  hacen  del  escri- 
tor nuevo  y  de  su  fama  arma  do 
cómbate  contra  la  gloria  de  los 
autores  ya  eminentes.  No  cabe 
duda,  aunque  el  hecho  sea  muy 
triste,  que,  así  como  el  elector 
ateniense  negaba  su  voto  á  Aris- 
tides  porque  ya  estaba  cansa- 
do de  su  virtud,  muchos  críticos 
y  lectores  se  llegan  á  cansar  de 
los  buenos  literatos,  y  votan  con- 
tra ellos,  y  hablan  de  su  deca- 
dencia á  troche  y  moche,  ponien- 
do todos  los  conatos  de  su  ac- 
tividad en  buscar  un  hombre 
nuevo,  un  ingenio  de  reciente 
fuerza,  que  oftisque  al  otro  y  lo 
relegue  al  olvido. 

Entre  los  enemigos  de  Zola, 
por  ejemplo,  se  nota  el  prurito 
de  elevar  á  todas  horas,  y  sin 
limites,  á  Guy  de  Maupassant 
y  á  Paul  Bourget. 

^Este,  discreto  como  ¡kmxjs,  y 
al  parecer  hombre  seriamente 
moitil,  toma,  unte  semejante 
campaña,  una  actitud  que  le 
honra:  ni  deja  de  saborear  la 
gloria  con  que  se  le  brinda,  por- 
que tiene  la  conciencia  de  que, 
por  sus  propios  méritos,  la  tiene  gíinada;  ni  tam- 
poco se  deja  engañar  por  la  mala  intención  que 
quiere,  con  miras  bastardas,  colocarle  hasta  por 
encima  de  sus  maestros. 

No:  Bourget  no  es  un  maestro  todavía;  y  así 
lo  reconoce  él  indirectamente  en  el  pasaje  de 
Mensonges  antes  citado,  y  en  otro  en  que,  ha- 
blando de  su  protagonista  de  Vinñ,  se  queja  de- 
licada y  amargamente  de  las  rivalidades  que  te- 
men los  grandes  escritores  en  el  admirador  de 
siempre  que  ambicionaba,  á  lo  sumo,  llevarle  el 
laurel  de  una  primera  victoria  como  homenaje 
de  admiración  y  cariño  al  genio,  cada  vez  más 
venerado. 

Sea  como  quiera,  entre  los  que  elogian  hoy 
sin  tasa  al  autor  de  Andrés  Cornelis  hay  mu- 
chos que  ni  son  capaces  de  comprenderle,  y  no 
pocos  que  se  equivocan,  ó  fingen  equivocarse, 
considerándole  á  mayor  altura  como  novelista 
que  en  cuanto  crítico,  cuando  lo  cierto  es  que  su 
personalidad  literaria  se  destaca  principalmen- 
te con  originalidad  y  fuerza  en  esa  especie  de 
crítica  sentimental-filosófica  donde  se  encuen- 
tran muchas  novedades  recónditas  y  un  verda- 
dero encanto. 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


Yo  he  conocido  A  Paul  Bourget  como  critico 
antes  que  como  artista.  Cruel  enigma,  primera 
novela  suya  que  loi,  entró  en  mi  cerebro  cuando 
ya  me  habían  impresionado  vivamente  aquellos 
estudios  psicológicos,  dedicados  á  muchas  de 
las  más  insignes  figuras  de  la  literatura  fran- 
cesa de  este  siglo.  Aunque  eu  la  novela  de  Bour- 
get he  visto  también  notas  nuevas  y  una  tenden- 
cia privilegiada,  para  mí  sumamente  simpática, 
declaro  que  el  primer  libro  de  impresiones  de 
este  autor  me  produjo  menos  emoción  y  me  sugi- 
rió menos  ideas  que  su  primer  libro  de  crítico. 


LA   HIJA    DEL  COLONO  (cuadro  de  Isttbul  Guntaer 

KXPUSICIÓN    UK    BELLAS   ARTES  DE    PARÍS  DE    1887 


Es  claro  que  digo  primero,  en  uno  y  otro  caso, 
refiriéndome  á  mis  Lecturas,  no  á  su  producción. 

Como  en  Francia  no  hay  ahora  ningún  críti- 
co de  excepcional  valor  en  materia  de  literatura 
amena,  crítico  de  actualidades  literarias  quiero 
decir,  no  habría  á  quien  mortificar  poniéndole 
enfrente  á  Bourget;  pero  no  sucedía  esto  en  la 
novela:  aquí  varios  autores  eminentes  podían  ver 
un  rival  en  el  maestro  javen,  y  por  este  lado  arrimó 
el  hombro  la  mala  intención  de  muchos  escritores. 
En  Francia  pasa  lo  mismo  que  en  España:  hay 
mucha  gente  do  pluma  envidiosa,  llena  de  ma- 
las pasiones.  Esto,  que  no  se  echa  de  ver  estu- 
diando aquella  literatura  á  vista  de  pájaro,  se 
llega  á  penetrar  cuando  un  día  y  otro  se  apli- 
ca la  atención  á  la  vida  de  las  letras  menudas,  al 
camino  diario  del  arte  literario  en  aquel  pueblo, 
que,  queramos  ó  no,  tanto  nos  hace  pensar  en  él 
á  todos.  La  diferencia  está  en  que  allí  los  malva- 
dos de  los  periódicos  tienen  ó  mucho,  ó  por  lo 
menos  algo,  de  talento,  y  los  similares  de  aquí 
ó  tienen  poco  6  no  tienen  ninguno.  Dejemos  esto 
y  volvamos  á  Bourget. 

No  es  fácil  separar  en  él,  ni  hay  por  qué  en 
rigor,  el  crítico  del  artista.  El  mismo  habla,  en 


su  última  novela,  de  la  índole  del  moderno  ar- 
tista que  siempre  tiene  dentro  de  sí  un  crítico, 
y  generalmente  la  cultura  correspondiente  á  este 
último.  No  podría  decir  semejante  cosa  de  los 
autores  españoles,  que  generalmente  no  tienen 
dentro  de  si  ni  un  crítico,  ni  medio;  ni  menos 
podría  decirlo  de  la  cultura  adecuada  que  suele 
faltar  entre  nosotros,  no  sólo  á  los  artistas,  sino 
también  á  los  críticos.  Pero,  en  fin,  hay  mucho 
de  cierto  en  esta  observación  si  se  trata  de 
esciitores  franceses,  ingleses,  alemanes,  etcé- 
tera. Yo  me  atrevo  á  añadir  que  se  nota  cierta 
tendencia  en  apreciar  más  y  más  cada  vez  la 
crítica  y  el  arte.  No  sólo  es  el  artista  el  que  va 
necesitando  ser  algo  crítico:  también  el  crítico 
tiende  á  ser  algo  art,ista.  Ejemplo  de  esto  son, 
por  citar  á  pocos:  en  Inglaterra  la  ya  ilustre 
Vernon  Lee  (Violeta  Paget),  crítico  eminente  y 
novelista  ya  notable,  gracias  á  Miss  Brown  (de 
que  hablaré  probablemente  á  los  lectores  de  La 
Ilustración  Irérica);  en  Italia  G.  A.  Cesáreo, 
poeta  inspiradísimo  y  crítico  distinguido;  en 
Francia  nuestro  autor  y  Julio  Lemaitre,  que  es- 
cribe también  de  crítica  artísticamente;  y  en  Por- 
tugal un  eminente  poeta,  Anthero  do  Quental, 
profundo  y  elegante  crítico. 

Y  ha  de  tenerse  cuenta  que  esta  inclinación 
de  la  crítica  actual,  que  ahora  señalo,  no  nece- 
sita mostrarse  en  versos  y  novelas  ó  en  dramas 
(como  los  del  critico  italiano  Gubernatis),  sino 
que,  sin  salir  del  terreno  de  la  crítica,  puedo  el 
escritor  de  este  orden,  y  esto  se  observa  en  mu- 
chos de  estos  días,  procurar  que  su  obra  sea 
artística,  no  sólo  en  la  forma,  sino  por  el  fondo, 
por  la  índole  especial  del  ingenio  y  de  todo  el 
espíritu  del  critico  mismo.  Detengámonos  algo 
más  en  este  pimto,  que  valdrá  tanto  como  estu- 
diar el  carácter  más  importante  en  el  talento 
de  P.  Bourget. 


(Se  coniinuará) 


Clarín 


_^_ 


LA  FELICIDAD 


0) 


Lector:  hé  aquí  una  palabra 
que  todo  el  mundo  pronuncia, 
y  á  pesar  de  los  pesares, 
es  su  realidad  nula. 

Por  obtenerla  los  hombres 
con  vil  egoísmo  luchan. 
I  Pocos  son  los  que  la  obtienen! 
¡De  cuántos  ella  se  burla! 

Yo  la  he  visto  muchas  veces 
con  la  cabecita  oculta 
entre  míseros  pañales, 
en  pobrísima  casucha, 
sin  que  nadie  haya  notado 
la  encantadora  figura 
de  esta  diosa  codiciada 
que  el  hombre  sin  cesar  busca. 

Es  tan  tímida  la  pobre, 
si  se  quiere,  tan  adusta, 
que  en  cuanto  la  vishimbramos 
de  domicilio  ya  muda; 
y  es  el  vacío  tan  grande 
que  produce  con  su  fuga, 
que  á  llenarlo  no  bastara 
un  porvenir  de  ventura. 

Corre,  pues,  de  casa  .en  casa, 
sin  que  el  cansancio  la  aturda: 
ya  desciende  hasta  el  abismo, 
ya  se  remonta  á  la  altura, 
ya  se  detiene  al  instante, 
ya  vertiginosa  cruza, 
sin  hacer  caso,  impasible, 
por  entre  agitada  turba. 


(1)    De  un  libro,  próxini')  li  publicarse,    intitulado    MU 
primeros  verto». 


LA  ILUSTEACION  IBÉRICA 


K11 


Al  verla  tan  inconstaute, 
tan  rígida,  taciturna, 
me  he  dirigido  mil  veces 
esta  CTiriosa  pregunta: 
— ¿Q,ué  es  la  felicidad?  ¿Qué  es? 
¿Es  acaso  una  locura? — 
Y  he  oído  una  vocecita, 
entre  argentina  y  profunda, 
que  ha  proferido  á  mi  oído 
esta  verdad  inconcusa: 
— Vecinita  soy  del  Cielo; 
mi  bien  la  Verdad  Augusta: 
he  descendido  á  la  tierra 
entre  el  temor  y  la  duda. 
Al  ver  que  no  me  comprenden 

en  esta  región  inmunda, 

volaré  otra  vez  al  Cielo, 

mi  santa  patria  y  mi  cTina. 

Allí  rae  encontrará  el  hombre 

que  en  esta  mansión  perjura 

haya  ajustado  sus  actos 

de  Dios  á  la  norma  justa. — 

Se  apagó  la  vocecita 
de  aquella  divina  Musa 
que  enloquecía  mi  tímpano 
con  armónica  dulzura. 

¡Gran  Dios!  Ya  comprendo,-dije- 
porque,  errante,  vagabunda, 
corre  así  de  casa  en  casa, 
sin  cobijarse  en  ninguna: 
¡Es  que  tiene  en  el  Empíreo 
su  santa  patria  y  su  cuna! 
Allí  la  encontrará  el  hombre 
que  muera  libre  de  culpa. — 


José  Galí  Bofill 


"T^ 


HISTORIAS  CALLEJERAS 


Con  este  título  acaba  de  dar  á  luz  el  dis- 
tinguido escritor  Sr.  Pérez  Nieva  una  pre- 
ciosa colección  de  artículos  cuyo  asunto 
Indica  ya  su  titulo,  creyendo  que  nuestros 
lectores  leerán  con  el  mayor  gusto  el  si- 
guiente, que  hemos  escogido  al  azar,  pues 
lodos  son  igualmente  deliciosos; 


grieta  del  alminar  que  me  sirve  de  domicilio!  Mo 
voy  á  echar  un  chillido  con  mi  novia.  ¡  Si  me  en- 
contrase al  vuelo  algún  mosquito,  se  lo  llevaría 
de  regalo!... 

22  de  abril. — Mi  última  noche  de  soltero:  ma- 
ñana entregaré  mi  pata  á  la  venceja  que  me  tie- 
ne sorbido  el  buche.  Estoy  muy  de  veras  enamo- 
rado, bien  que  ella  es  una  pájara  hasta  la  punta 
de  la  pluma,  con  un  diminuto  pico  y  un  cuerpo 
del  más  hermoso  negro  pavonado  que  se  ha  vis- 
to. Chillen  lo  que  quieran  los  vencejos  camastro- 
nes, nuestra  misión  es  algo  más  que  la  eterna 
pitanza  de  insectos. 

¡  Qué  de  ilusiones  acarician  mi  corazón  en  este 
instante !  i  Ya  me  veo  en  nuestra  grieta  del  cam- 


chi,  chi!...  Lancé  yo  de  mi  garganta  una  de  chi- 
llidos que  aturdía;  y  al  oirlos  el  chico  del  sacris- 
tán, que  le  daba  al  bronce,  comenzó  á  gritar  á 
voz  en  cuello:  «¡Padre,  ya  estamos  en  Primavera, 
yahan  venidolos  vencejos!...»  Mi  pájara  engorda 
que  es  un  gusto,  y  no  somos  nosotros  los  únicos 
que  trasformamos  la  torre  en  un  idilio,  que  por 
abajo,  en  un  cuarto  principal,  hay  un  balcón  con 
persiana  verde,  jaulas  con  pájaros,  macetas,  una 
muchacha  guapísima,  sobrina  del  cura,  y  un 
mozo  que  le  hace  guiños  desde  la  plaza.  Por  la 
noche  suben  hasta  nuestra  teja  susurros  de  sus- 
piros, palabras  de  amor,  ecos  de  cantares,  acor- 
des de  guitarra  y  olor  á  rosas.  Todo  está  verde 
y  en  flor.  ¡Qué  delicia  de  tierra  y  que  luna  de  miel! 


EN    OCTUBRE   (cuadro  de  Ridgway  Knigth).— K.vposicióN  de  bullas  artes  db  parís  dk  1887 


MEMORIAS  DE  UN  VENCEJO 


3  (Je  ahril. — Se  han  aprobado  los  presupties- 
tos  del  Sahara:  el  desierto  tiene  ya  seguros  su 
crédito  de  secura  y  su  consignación  de  huraca- 
nes; y,  sin  embargo,  no  nos  vamos.  Yo  no  sé  qué 
diantre  hacemos  aún  en  África:  todo  bicho  vi- 
viente se  ha  largado  en  busca  de  fresco,  menos 
nosotros.  Y  el  sol  debe  estar  furioso  por  nuestra 
tardanza  en  emigrar,  porque  nos  sacude  cada 
rayazo  que  nos  dobla. 

7  de  abril. — Ayer  hemos  tenido  noticias  de 
España.  Ha  estado  enferma  la  Primavera  con 
unas  nubes  malignas  quo  le  salieron  y  que  de- 
generaron en  muy  pertinaces  lluvias;  pero  ya  se 
encuentra  mejor,  y  pronto  se  presentará  en  pú- 
blico. Se  preparan  grandes  fiestas  para  cuando 
salga:  el  tiempo  ha  mandado  retocar  el  azul  del 
cielo,  y  toda  la  tierra  se  alfombrará,  cuando  pase 
la  señora,  de  tapices  de  musgo  bordados  con  ro- 
sas tempranas. 

9  de  abril. — Más  noticias.  Todos  nuestros  ve- 
cinos de  invierno  se  alojan  ya  en  sus  fincas  de 
verano.  Las  tórtolas,  tan  cursis  y  románticas 
como  siempre,  no  paran  de  arrullarse  y  pito- 
rrearse ternezas;  las  codornices  alborotan  con  su 
golpeteo  por  los  sombrados;  y  las  golondrinas, 
acometidas  del  hormiguillo  de  ordinario,  no  ce- 
san un  punto  en  su  vuelo,  y  todo  se  les  vuelve 
ir  y  venir  desde  la  campiña  al  campanario  y  des- 
de el  campanario  á  la  campiña,  i  Y  nosotros  aquí, 
asándonos  como  unos  sosos!... 

TS  de  ahril. — Ni  el  aguzanieves  más  frío  sería 
capaz  de  dormir  hoy  en  mi  alcoba.  ¡  Vaya  una 
noche  ardiente  y  vaya  un  calor  que  hace  en  esta 


panario  andaluz,  alojado  en  el  vano  do  una  teja, 
respirando  el  aire  embalsamado  de  tomillo,  y  ce- 
nándome, á  la  luz  de  la  luna,  en  la  compaña  de 
mi  venceja,  la  más  sabrosa  mosca  borriquera  que 
picó  á  jumento  nacido !  j  Adiós  por  ahora,  suelo 
africano  de  las  invernadas  y  de  las  noches  cáli- 
das, testigo  de  tantas  voladas  á  los  resinosos 
dragoneros  y  á  los  euforbios,  parientes  de  la  ci- 
cuta!... 

25  de  abril. — ¡Mala  mosca  le  urgue  al  que  no 
dispuso  el  viaje  días  antes  con  tiempo  sereno!... 
¡  Vaya  una  noche  de  novios!...  ¡Ni  siquiera  he- 
mos podido  cambiar  mi  pájara  y  yo  un  mal  pico- 
tazo! ¡Me  pesan  las  alas  como  si_de  plomo  fueran, 
y  las  llevo  empapadas  hasta  no  más!  ¡Nos  ha 
cogido,  al  pasar  el  Estrecho,  un  chubasco  de 
todos  los  demonios!  ¡Ya  hemos  visto  algún 
barco,  ya,  que  nos  hubiera  prestado  refugio  en 
el  velamen;  pero  como  no  podemos  abatir  el  vue- 
lo en  cualquier  parte,  so  pena  de  no  levantamos 
más!...  No  he  visto  nublado  más  espeso  ni  cerra- 
zón más  negra.  Las  mangas  de  viento  nos  arras- 
traban mar  adentro  y  nos  envolvían  en  remolinos 
de  aire  hasta  atontarnos;  el  aluvión  de  la  lluvia 
nos  cegaba  y  nos  aturdía  con  un  rugir  incesante, 
y  hemos  tenido  que  atravesar  á  tientas  las  nu- 
bes, helándonos  los  huesos.  Ya  me  venteaba  yo 
algo  por  las  gaviotas.  No  sé  cómo  no  me  he  que- 
dado viudo  en  el  lance,  porque  en  lo  más  recio 
se  sintió  acometida  de  un  síncope  mi  pájara. 

4  de  mayo. — Vuelvo  á  reanudar  mis  apuntes 
después  de  unos  días  de  descanso.  ¡  Qué  hermo- 
so despertar  el  del  siguiente  á  nuestra  llegada ! 
Me  alojo  en  el  campanario  de  todos  los  veranos; 
y  estaba  yo  lavándom  el  piqco  con  rocío,  cuando 
empezó  á  tocar  la  esuüa  eá  misada  alba...  ¡Chi, 


14  de  mayo. — Vuelvo  á  mis  memorias,  que  no 
puedo  seguir  con  la  asiduidad  de  antes  por  mis 
deberes  de  casado.  Mi  pájara  se  encuentra  en 
estado  interesante,  y,  según  me  aconseja  nuestro 
médico,  un  gurriato  muy  listo,  es  conveniente 
que  la  saque  á  que  haga  ejercicio  y  vuele  mucho, 
porque  luego  no  habrá  lugar  á  ello. 

30  de  mayo. — El  sol  se  ha  puesto  hoy  echan- 
do chispas,  rayos  y  truenos;  y  la  luna  ha  salido 
llorando  y  ha  entrado  en  su  cuai-to  convertida 
en  un  mar  de  lágrimas.  ¡  Valiente  tormenta !  Gra- 
cias á  que  todavía  mi  pájara  no  está  para  dar  á 
luz,  porque,  si  no,  buenas  iban  á  resultar  las  crías 
de  tristones. 

13  de  junio. — San  Antonio.  Empiezan  su  rei- 
nado las  azucenas  y  los  mosquitos,  de  los  que 
nos  hemos  dado  un  atracón  soberbio.  El  estado 
de  mi  consorte  se  acentúa.  Pronto  seré  padre. 

24  de  junio. — San  Juan.  El  campanario  ha 
estado  hoy  loco:  parecía  que  iba  á  volar  la  es- 
quila de  tanto  darle  al  badajo:  no  ha  parado  en 
todo  el  día.  Las  chicas  del  pueblo  han  venido 
anoche  á  lavarse  á  la  fuente  de  la  plaza  para 
hermosearse  con  el  agua  que  el  Santo  bendice. 
Hoy  ha  habido  función  de  iglesia,  con  misa  ma- 
yor y  órgano,  y  luego  se  corrieron  novillos,  y 
salió  la  procesión,  y  se  ha  bailado,  y  ha  tocado  la 
charanga  del  pueblo,  j  todo  se  vuelven  guitarras 
y  bailoteo  y  bulla  y  algazara,  y  el  sol  ha  tomado 
también  parte,  y  dicen  que  dicen  que  hoy  estre- 
naba los  rayos  de  verano.  Por  cierto  que  no  creí 
que  pudiera  continuar  estos  apuntes,  porque  en 
señal  de  júbilo  andaban  los  hombres  á  escopeta- 
zos y  por  poco  me  alcanza  uno. 

3  de  julio.~~]Chi,  chi,  chi!...  ¡Albricias!...  Ya 
tiene  mi  especie  tres  servidores  más  á  quien 


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S14 


LA  ILUSTEACION  IBÉRICA 


mandar,  tres  robustos  vencejillos  que  se  están 
tiwlo  el  dia  alborotando  y  con  el  pico  abierto  pa- 
ra que  les  echen  alimento.  Hemos  celebrado  el 
natalicio  con  un  banquete  de  moscones  tan  ex- 
quisito, que  nos  ha  sabido  á  poco. 

JO  de  julio. — Estamos  en  pleno  verano.  No  se 
oyen  otros  ecos  que  canturias  de  segadores  y  re- 
luichos  de  pares.  El  grano  se  ha  puesto  amari- 
llo como  el  oro.  Todo  en  cielo  y  tierra  es  luminoso 
y  caliente;  todo  respira  vigor  y  vida;  la  Natura- 
leza suda  riquezas  jwr  todos  sus  poi-os.  Ahora 
andamos  muy  en  peligro  con  los  chicos,  que  nos 
largan  cada  pedrada...  Son  unos  desagradecidos 
los  hombres,  cuando  nosotros  somos  los  que  ve- 
lamos por  la  limpieza  del  gazpacho  comiéndonos 
las  moscas. 

16  de  julio. — La  Virgen  del  Carmen.  Hoy  han 
hecho  mis  chicos  un  pinito:  han  tendido  el  vuelo 
y  han  atrapado  por  sí  solos  una  mosca.  Estoy, 
pues,  tranquilo  por  su  porvenir:  no  se  morirán 
de  hambre. 


Sirvióme  un  bot«  de  cuna, 

y  una  á  una 
se  disputan  el  mecer 
las  olas  del  mar,  que  suena 

en  la  arena, 
la  cuna  de  un  pobre  sor. 

Cuando  tranquilo  gemía, 

yo  dormía 
al  son  do  su  murmurar; 
y  cuando  rugía  hirviente, 

inconscieut* 
me  enseñó  on  él  á  rozar. 

Eran  mis  juegos,  nadando 

ir  cruzando 
la  mar  en  que  moriré, 
y  buscar  bajo,  en  el  fondo 

negro  y  hondo, 
la  piedra  que  antes  tiré. 


EN    LAS  TERRAZAS:  ARGEL  (caadrn  de  F.  A.  Biidgmann) 

IZrOSICIÓK   OK   BELIJIB  AKTKS   DE   FARfS   DR   1887 


25  de  julio. — No  hay  más  remedio  que  partir: 
mis  chicos  son  ya  unos  mocitos  y  tienen  que  ma- 
tricularse en  árabe.  ¡Abandonar  tanta  ventura! 
¡Cómo  ha  de  ser!  Todo  por  los  hijos.  Dentro  de 
unos  días  nos  marcharemos:  continuaré  mis  me- 
morias en  nuestra  costa  africana. 

El  último  adiós,  pnes,  á  este  país,  y  hasta  el 
verano  que  viene. 

Y  no  hasta  el  estío  próximo,  sino  para  siem- 
pre, fué  eate  adiós  del  vencejo  de  los  apuntes. 
Todos  los  pájaros  se  fueron,  y  él  se  quedó  col- 
gando, sin  vida,  del  anzuelo  oculto  en  una 
pluma  que  revolaba  al  extremo  de  larga  cafia  er- 
guida sobre  el  tejado  del  campanario,  y  que, 
puesta  allí  por  los  chicos  para  atraparle,  tomó  el 
incauto  vencejo  por  alguna  sabrosa  mosca. 

Alfo.nso  Pérkz  Nieva 


LA  CANCIÓN  DEL  MARINERO 


Nací  de  las  espumadas 

azuladas 
olas  del  hirviente  mar, 
y  será  mi  mayor  suerte 

si  á  mi  muerte 
puedo  á  su  seno  tomar. 


Las  olas  fueron  amantes 

que  constantes 
me  guardan  aun  puro  amor; 
siempre  fieles,  no  son  ellas 

cual  las  bellas 
que  nos  olvidan  mejor. 

Si  borrascas  sufrió  el  alma, 
siempre  en  calma 

me  ofreció  el  mar  su  amistad; 

y  alzando  en  mi  barca  el  vuelo, 
el  consuelo 

encontré  en  su  inmensidad. 


¿Para  qué  quiero  yo  hermosos 

y  lujosos 
palacios  en  que  habitar 
si  mil  astros  brilladores 

sus  fulgores 
prestan  á  mi  casa  el  mar? 

¿Para  qué  quiero  yo  el  oro 

si  un  tesoro 
me  ofrece  para  vivir? 
Ni  ¿para  qué  más  arrullo 

que  el  murmullo 
de  las  olas  al  morir? 


¿Por  qué  do  gloria  el  anhelo 

si  hasta  el  cielo 
me  eleva  en  el  temporal? 
Ni  ¿quién  me  da  en  muerto  asilo 

tan  tranquilo 
cual  sus  bancos  de  coral? 


Nací  de  las  espumadas 

azuladas 
olas  del  hirviente  mar, 
y  será  mi  mayor  suerte 

si  á  mi  muerte 
puedo  á  su  seno  tornar. 

F.  Martínez  Orozco 

•2P 


AL  DESPEDIRLA 

Si  allá  donde  te  llevo  tu  destino 
vives  tranquila  plácida  y  feliz; 
si  amas  y  te  aman  como  tú  mereces... 
¡olvídate  de  mi! 

Si  el  pesar  ó  la  duda  te  atormentan 
y  tus  floi-es  marchitas  ves  moiir; 
si  vuelves  al  pasado  la  memoria... 
¡  acuérdate  de  mí ! 

Manukl  del  Palacio 

T 


NUESTROS  GRABADOS 


LOS    PINTORES     NORTEAMERICANOS    EN     LA     EXPOSICIÓN 
[de  BELLAS  ARTES    DE   FARlS  DE   1887 

(WaUer  Gay,  Sprague-Pearce,  Ridgway-Kmgth,  Isabel  Gard- 
ner,  F.  Brídgmann) 

Todos  estos  pintores  han  representado  estimalile  papel  en 
el  Salón  del  corriente  año,  no  dlslingiiiéndose  gran  cosa  de 
los  artistas  parisienses. 

La  señorita  Gardner,  en  su  Filie  du  fermier,  ha  demostra- 
do saber  imitar  magistralmente  á  Bouguereau  y  Jnles  Lefeb- 
vre,  grandes  dibujantes,  aunque  las  malas  lenguas  les  califi- 
can de  un  tantico  amanerados.  Sin  embargo,  venga  siempre 
de  ahí, 

Ridgway-Knigtb,  autor  de  £ji  octubre,  presenta  con  este 
cuadro  un  certificado  de  ser  aprovechado  discípulo  del  rea- 
lista Lhermitle  y  de  M.  Jules  Bretón,  con  algún  más  senti- 
miento del  que  suelen  gastar  estos  dos  autores. 

La  Santa  Genoveva  de  Sprague-Pearce  manifiesta  en  su 
concepción  y  ejecución  que  se  trata  de  un  émulo  de  Hastien 
Lepage,  autor  de  cierta  Juana  de  Arco  sumamente  parecida. 
Verdad  es  que  hubiera  podido  el  joven  pintor  yankee  ena- 
morarse de  otro  modelo  algo  peor. 

Bridgmann,  siempre  correcto,  y  con  frecuencia  convencio- 
nal, se  acuerda  también,  como  siempre,  más  de  lo  que  de- 
biera, de  (¡eróme  en  su  fase  oriental. 

Delaroche  aparece  redivivo  en  la  persona  de  Walter  Gay 
autor  de  Utia  audiencia  de  Richelieu. 

Por  manera  qne,  en  tratándose  de  la  mayoría  do  los  pin- 
tores norteamericanos,  bien  puede  decirse  que  son  unos  cuan- 
tos pintores  franceses  más. 

OBRAS   DE   EMILIO   WAUTERS 

Treinta  y  dos  años  contaba  solamente  el  insigne  pintor 
bruselés  cuando  dio  á  conocer  su  María  de  liorgoña  ante  los 
burgomaestres  de  Gante,  que  le  dio  \mi versal  renombre.  Siete 
años  han  pasado  desde  entonces,  y  no  ha  trascurrido  casi 
ningtmo  de  ellos  sin  que  una  nueva  obra,  celebrada  con  en- 
tusiasmo, haya  venido  á  acrecentar  su  fama.  Por  lo  tanto, 
no  está  tan  perdida  como  quieren  decir  algunos  laptjiíura  de 
historia,  que  es  el  género  que  con  preferencia  cultiva  Emilio 
\V antera.  Retirado  Gallait  (recientemente  fallecido)  de  la  vida 
activa,  quedó  Wauters  reconocido  como  jefe  de  la  moderna 
esencia  flamenca,  tanto  por  la  habilidad  ("e  su  técnica  como 
por  la  elevación  de  sus  creaciones. 

Nacido  en  18-18,  dio  desde  joven,  nuestro  autor,  señaladas 
muestras  de  su  pasión  por  el  arte,  en  virtud  de  lo  cual  entró 
en  el  taller  de  Portaels,  que  dejó  luego  para  trasladarse  i 
París,  donde  recibió  las  lecciones  de  Gcróme.  La  batalla  de 
Hastings,  que  pintó  entonces,  hizo  concebir  sobre  él  las  más 
lisonjeras  esperanzas. 

En  1868  hizo  un  viaje  á  Italia  en  compañía  de  M.  Godc- 
charlc,  hijo  del  famoso  escultor,  de  cuya  época  data  Lanave 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


•815 


mayor  de  San  Marcos  de  Venena,  que  so  apresuró  a  adquirir 
el  rey  do  los  belgas,  si  bien  no  se  concedió  al  autor  la  pri- 
mera medalla,  como  todos  creían.  El  ministro  trató  do  in- 
demnizar á  Wauters  encargándole  un  viaje  á  Oriente. 

El  cuadro  de  María  de  Borgoña  implorando  de  loa  burgo- 
maestres de  Gante  el  perdón  de  Ilugonet  y  Humbercourt,  pre- 
sentado en  la  Exposición  de  Bruselas  de  1870,  hizo  furor,  lo 
mismo  allí  que  en  Londres,  donde  figuró  después,  siendo 
considerado  como  la  obra  más  importante  de  la  escuela  bel- 
ga. Adquiriólo  el  soberano  de  este  país  para  el  Museo  de 
Lieja,  donde  figura.  Vino  después  (1872)  La  locura  de  Hugo 
van  der  Goes,  conocido  ya  de  los  lectores  de  La  Ilustración 
Ibérica,  y  causó  protunda  sensación.  Otorgóse  al  autor  me- 
dalla de  oro,  juntamente  con  la  gran  cruz  de  la  orden  de 
Leopoldo,  y  el  Estado  se  apresuró  á  adquirir  el  cuadro.  El 
Ayuntamiento  de  Bruselas  le  encargó  el  decorado  de  la  esca- 
lera de  los  Leones  del  Hotel  de  Ville,  para  la  cual  pintó,  al 
fresco,  dos  grandes  cuadros  históricos,  y  puede  decirse  que 
desde  entonces  han  llovido  sobre  Wauters  las  mayores  y  más 
pingües  distinciones.  En  1875  obtuvo  segunda  medalla  en  el 
SaZún  de  París,  y  en  la  Exposición  Internacional  de  1878  le 
concedió  el  jurado  francés  medalla  de  honor,  recibiendo  al 
poco  tiempo  la  credencial  de  caballero  de  la  Legión. . .  del 
mismo  nombre.  ¿Qué  más?  Nombróle  correspondiente  suyo 
la  Real  Academia  de  Bellas  Artes  de  Madrid,  honor  digno 
siempre  de  estimarse,  dada  la  formalidad  que  preside  cons- 
tantemente en  los  actos  de  la  antigua  Academia  de  San  Fer- 
nando. 

Al  año  siguiente  alcanzaba  Wauters,  en  la  Exposición  In- 
ternacional de  Munich,'  medalla  de  honor  por  algunos  retratos 
de  cuerpo  entero,  y  en  1880  recibía  en  Bruselas  la  visita  de 
Munliaczy,  que  «iba  á  tributar  homenaje  al  genio  del  joven 
artista.  ■  En  1883  obtiene  medalla  de  honor  en  el  Salón  de 
Berlín. 

Como  dato  curioso  para  apreciar  la  tela  que  gasta  Wau- 
tepí  en  sus  cuadros,  cosa  que  tanto  asusta  á  algunos,  diremos 
que  se  admira  en  Bruselas  un  Cairo  y  las  orillas  del  Nilo 
(pintado  en  vista  de  los  estudios,  bocetos,  apuntes,  tabli- 
llas, etc.,  que  hizo  en  su  viaje  de  1868),  que  mide  380  pies  de 
largo  por  49  de  alto.  Esta  vasta  obra  fué  expuesta  tam- 
bién en  Viena,  Munich  y  La  Haya,  siendo  la  admiración  de 
todos. 

Wauters  admira,  sobre  todos  los  pintores,  á  Velázquez,  en 
cuya  compañía  coloca  en  seguida  a  Van  Dyck  y  Franz  Hals: 
esta  es  su  trinidad  artística.  Con  todo,  sus  preferencias 
están  por  España,  que  conoce  y  admira  como  pocos.  En 
sus  excursiones  ha  llegado  hasta  Marruecos ,  y  de  sus 
estudios  aUl  pueden  verse  en  este  número  dos  preciosos 
apuntes. 

La  rapidez  con  que  Wauters  pinta  sus  obras  es  extraordi- 
naria, bastándole  pocos  minutos  para  hacer  un  retrato  al 
lápiz,  como  sucede  con  los  árabes  que  acompañamos,  cuya 
facüidad  no  obsta  para  que  jamás  proceda  á  comenzar  una 
obra  sin  tener  hechos  los  bocetos  de  todo  lo  que  debe  entrar 
en  ella. 

Tal  es,  á  grandes  rasgos,  la  biografía  del  famoso  y  afor- 
tunado pintor  belga. 

NUMISMÁTICA    INGLESA 


tras  que  las  medias  coronas  están  inspiradas  en  el  doUar  del 
mismo  reinado,  que  ostentad  collar  de  la  orden  do  San  Jor- 
ge. En  los  dobles  guineas  nuevas  figura  en  el  reverso  San 
Jorge  matando  el  dragón.  Algo  simplificado,  sirve  el  mismo 
modelo  de  reverso  á  los  nuevos  chelines. 

Los  cuños  de  Enrique  VIII  eran  admirables  (véaso  el  noble). 
y  lo  mismo  los  de  Eduardo  VI,  María  ó  Isabel,  decayendo  en 
tiempo  de  Jacobo  I. 

Finalmente,  y  para  que  haya  para  todos  los  gustos,  puedo 
el  lector  comparar  lasfaeies  de  cuatro  reinas,  Ana,  Isabel, 
María  y  Victoria,  á  ver  cuál  le  parece  mejor,  aunque  los  in- 
gleses cuidan  de  gritar  que  ninguna  como  la  de  su  actual 
graciosa  soberana. 

En  suma,  que  los  Ingleses,  gran  gente  para  recoger  mo- 
nedas, no  han  sabido  inventar  nada  nuevo  para  las  que  acu- 
ñan ahora,  debiéndose  contentar,  como  dicen  ellos,  con  new 
coinsfor  oíd  (cuños  nuevos  para  cosas  viejas). 

LA    AFICIÓN 

Ese  mocito  promete  arrinconar  en  breve  la  escoba  del 
barrendero  para  lanzarse  a  otro  género  de  |ocupaciones  más 


busca  de  bellezas  ya  conccbldaa,  que  no  hay  máa  que  comen- 
tar según  la  genial  disposición  do  codaortUita. 


ULIHBS     BUULANBO     k     POLirüHO 

Cuadro  de  Wütiam  Tamcr 

IJe  regreso  Illisos  a  su  reino  do  Itoca,  sufrió,  cí)mo  e»  sa- 
bido, mil  penalidades,  que  cuenta  el  buen  Homero  en  au 
Odisea,  más  interesante,  sin  duda,  que  la  Iliada,  ya  <iue  no 
pueda  comparársele  en  sublimidad  y  belleza. 

Una  de  las  aventuras  más  memorables  fué  lado  Polifcmo. 
Arrojado  por  una  tempestad  á  la  isla  de  Sicilia,  donde  aquel 
ciclope,  hijo  de  Neptuno,  tenia  su  morada  en  lóbrega  caver- 
na, quedó  Ulises  prisionero  del  gigantozo,  en  compañía  do 
sus  infortunados  compañeros.  El  monstruo  (que,  repetimos, 
tenia  un  solo  ojo),  so  alimentaba  únicamente  de  carne  hu- 
mana. Preguntóle  Polifemo  á  Ulises  por  su  nombre,  y  el  pru- 
dente padre  de  Telémaco  respondió  que  se  llamaba  Nadie. 
Estaba  entonces  el  gigante  haciendo  la  digestión  de  un  gran 
banquete  de  bípedos  implumes,  y  se  durmió:  tanto  serta  cl 
exceso  de  comida.  Ulises,  entonces,  ¿qué  haceV  Va  y  le  saca  el 


méámm 


MV   ■    \ 


•y^  '.!,fí^, 


PAISAJE    (dibujo  de  Speed) 


Con  ocasión  de  haberse  decretado  en  la  Gran  Bretaña  una 
nueva  acuñación  de  monedas,  á  propósito  del  jubileo  de  la 
reina  Victoria,  y  de  no  brillar  precisamente  por  su  originali- 
dad, andan  harto  disgustados  los  numismáticos  ingleses,  lau- 
datores  temporís  acti  en  materia  de  la  estética  de  la  pecunia. 
De  ahí  que  hayan  puesto  á  contribución  los  monetarios,  en- 
tusiasmándose con  los  antiguos  cuños  y  entregándolos  á  la 
comparación  del  público.  Como  es  materia  muy  interesante 
eso  de  los  ochavos,  diremos  algunas  palabras  sobre  las  mo- 
nedas que  aparecen  hoy  en  blanco  y  negro  en  estas  pá- 
ginas. 

El  penique  de  Geolnoth  es  del  tiempo  de  los  sajones,  y  se 
llama  así  del  nombre  de  un  arzobispo  de  Canterbury.  Pre- 
senta muchas  reminiscencias  bizantinas,  y  la  inscripción  está 
vigorosamente  grabada. 

El  gioat  (valor  4peniques)deEduardo  I  es  de  estilo  gótico. 

En  el  gros  de  Enrique  V,  en  vez  do  aparecer  en  el  reverso 
la  cruz  y  la  corona,  está  reemplazada  ésta  por  flores  de  lis. 
En  las  monedas  de  Enrique  VII  aparecen  leopardos  alter- 
nando con  flores  de  lis.  En  las  median  coronas  de  Cromwell 
se  ven  emees  de  San  Andrés  y  San  Jorge  mezcladas  con  las 
barras  puritanas. 

En  la  restauración  de  los  Estuardos  las  coronas  apare- 
cen llenas  de  emblemas  reales  y  monogramas  monárqui- 
cos. (C.  S.)  Han  servido  de  tipo  para  el  nuevo  fiorin  doble.  El 
real  de  Jacobo  VI  estuvo  en  uso  en  la  América  inglesa. 

Al  advenimiento  de  Guillermo  III  suprímense  las  inicia- 
les del  monarca  para  dar  lugar  á  las  flores  de  lis,  que  en 
tiempo  de  la  reina  Ana  alternaron  con  las  rosas. 

Es  notable  el  soberano  de  Carlos  II  por  reemplazarse  en  él 
los  caracteres  góticos  con  los  caracteres  romanos.  El  gros  do 
Burdeos,  de  Eduardo  I  y  Enrique  V,  han  servido,  en  el  con- 
cepto heráldico,  de  modelo  para  la  acuñación  de  las  nuevas 
piezas  de  á  2  florines. 

Los  aficionados  á  la  ciencia  heráldica  podrán  deleitarse 
estudiando  por  su  parte  la  rosa  de  los  Tudors.  (Soberano, 
noble  y  groat  de  Enrique  VII.) 

Los  dobles  florines  de  nuevo  cuño  son  imitaciones,  en 
cuanto  al  reverso,  de  laa  medias  coronas  de  Jorge  UI,  mien- 


apropiado  a  sus  gustos.  Bien  se  echa  de  ver  que  no  ha  nacido 
para  figurar  como  plaza  subalterna  en  el  ramo  do  la  odilidad; 
pues  quien  tan  aplicado  se  muestra  que  aprovecha  el  menor 
rato  do  descanso  para  no  olvidar  las  lecciones  de  escritura 
aprendidas  en  la  escuela  municipal,  da  señales  de  albergar 
aspiraciones  que  no  siempre  se  ven,  por  fortuna,  defrau- 
dadas. 

UNA  CORNADA 

Cuadro  de  Amadeo  Morot 

Es  esto  pintor  uno  de  los  más  notables  de  Francia  por  su 
maestría  en  materia  de  caballos.  Testigo  de  ello  es  La  ba- 
talla de  Reischoffen,  expuesta  en  el  último  Salón,  verda- 
dero alarde  do  escorzos  y  toda  clase  de  diabluras  eaballls- 
ticas. 

Esta  vez  se  ha  dignado  Morot  ocuparse  en  un  asunto  es- 
pañol, agradable  pretexto  para  hacer  algunas  variaciones 
sobro  su  tema  favorito.  Su  cuadro  corre  parejas,  en  punto  á 
color  local,  con  tantas  otras  obras  francesas  referentes  á 
España;  pero,  de  todos  modos,  sólo  merece  elogios  por  la 
valentía  de  escorzo  de  la  media  peseta,  mucho  más  acertada 
que  no  la  del  bravo  jarameño. 

Morot  es  un  pintor  que  cuando  menos  tiene  el  don  de  la 
originalidad.  Su  Cornada  es  un  bonito  cuadro  filosófico  de 
costumbres  españolas,  viéndose  confundidos  en  un  solo  sen- 
timiento al  viejo,  la  chula,  la  niña  de  corto,  el  rata,  la  fia- 
menca,  el  diputado  y  hasta  el  francés,  bien  caracterizado 
por  su  monóculo. 

KOMEO    Y    JULIETA 

Cuadro  de  Becher 

Nunca  se  cansará  el  arte  de  inspirarse  en  las  obras  del 
Piran  William,  y  especialmente  en  Borneo,  para  producir  obras 
y  más  obras  llenas  de  sentimiento.  La  música,  la  pintura,  la 
escultura,  acuden  á  la  inmortal  creación  shakespeariana  en 


ojo  único  que  tenia,  metiéndole  un  tizón.  Cualquiera  puede 
figurarse  los  tremendos  berridos  que  darla  PoUfomo  al  verse 
ciego.  Acudieron  los  demás  de  la  "Oficina,  (término  clásico); 
y  como  al  preguntarle  que  quién  lo  había  herido  respondie- 
se ¡Nadiel,  tuviéronle  por  guillao.  Polifemo,  furioso,  juró 
que  no  por  eso  dejarían  de  pagársela,  y,  cogiendo  un  enorme 
peñasco,  colocóse  á  la  boca  de  la  caverna  donde  tenía  guar- 
dados los  prisioneros  y  el  ganado,  la  cual  boca  estaba  dis- 
puesta de  manera  que  las  reses  sólo  podían  salir  de  una  en 
una,  y  tenían  que  pasar  precisamente  por  entre  sus  piernas. 
Ulises,  sin  embargo,  que  ora  hombro  de  mucho  pesquis,  or- 
denó que  los  cautivos  so  colocasen  bajo  el  vientre  de  las  bes- 
tias, y  asi  lograron  escapar,  dejando  á  Polifemo  con  un  ojo 
menos  y  un  palmo  de  narices  más. 

Tal  es  el  asunto  en  que  se  inspiró  William  Tumor  (1775- 
1851)  para  pintar  el  magnifico  cuadro  que  reproducimos  hoy 
en  nuestras  páginas,  y  respecto  al  cual  es  poca  toda  ponde- 
ración. 

PAISAJE 

Dibujo  de  Speed 

Es  esta  una  ilustración  admirable,  de  un  sentimiento  na- 
turalista tan  profundo,  que  no  parece  sino  que  está  inspirada 
en  el  culto  á  la  madre  tierra.  La  humedad  del  agua  y  de  la 
vegetación  se  hace  como  palpable;  todo  respira  solemne  cal- 
ma, soledad,  aislamiento;  cielo  y  suelo  se  unen  en  un  mismo 
tono  desoladamonte  bello;  los  pinos  melancólicos  parecen 
entenderse  con  los  devastados  abedules,  mientras  las  areno- 
sas colinas  aspiran  con  delicia  las  emanaciones  de  la  laguna. 

ISLA   DS   LOS  MERGOS,  EN   LA  COSTA  DE  GALES 

Está  situada  al  este  de  la  Isla  de  Anglesey,  que  forma  por 
sí  sola  un  condado.  Es  muy  reducida,  y  apenas  contiene  ha- 
bitantes desdo  que  cesó  el  contrabando,  campando  aUl,  cu 
cambio,  por  sus  respetos,  las  ratas,  conejos  y  demás  gente 
amiga  de  la  tranquilidad. 


816 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


EL  ALCÁZAR  DE  LAS  PERLAS 

LEYENDA  ÁRABE 

ORiniSAL  DI 

Jiii  6ir(i(-6i}iii  lliígiri; 


(COSCLVSlAN) 

Loe  dos  más  famosos  médicos  de  Granada  ob- 
servan su  semblante,  man- 
dándole tisanas  de  virtuo- 
sas yerbas. 

£1  cadi  de  la  mezquita 
lee  en  voz  alta  una  página 
del  Corán,  en  la  que  im- 
primió el  profeta  los  pre- 
mios celestiales  reserx'ados 
al  creyente.  El  emir,  como 
abismado  en  la  sagrada  lec- 
tura, parece  meditar,  pero 
á  intervalos,  y  como  si  sus 
ideas  tuvieran  otra  causa, 
levanta  délñlmente  la  cabe- 
za y  pregunta: 

— No  ha  vuelto  todavía? 

Un  signo  negativo  es  la 
contestación  de  Aixa,  y  el 
emir  vuelvo  de  nuevo  á  en- 
tornar los  párpados. 

Así  pasa  una  hora  sin 
que  interrumpa  el  silencio 
de  la  estancia  otro  ruido 
que  el  de  la  agitada  respi- 
ración de  Alhamar  y  los 
suspiros  de  sus  angustia- 
dos vasallos.  De  pronto 
sordo  rumor  de  voces  se 
escucha  en  la  inmedia- 
ta sala.  Vuelve  á  abrir  los 
ojos  el  enfermo  y  dice  á 
Aixa: 

— ¿Qué  es  eso? 

Corre  ésta  á  enterarse,  y 
al  volver  exclama: 

— Es  Sobej'a,  que,  des- 
encajada y  loca,  quiere  Ho- 
gar á  ti. 

— Que  pase,  que  pase, — 
murmura  Alhamar  con  tem- 
bloroso acento. 

Pocos  instantes  dcspué.s 
está  Sobeya  junto  al  mori- 
bundo; pero  no  es  la  Sobe- 
ya de  lánguidas  pupilas  y 
(■al)ello  de  ébano.  Sus  lar- 
gas trenzas  se  han  tomado 
lilancas,  y  sus  dulces  ojos 
brillantes  y  extraviados. 
Profundo  estremecimiento 
recorre  el  (iiirnn  de  Al- 
hamar. 

-¿Qué  ...  .„..,  .^,.1.- 
ya?  ¿En  dos  lunas  puede 
•  fectuarse  esa  trasforma- 
ción  ? 

Poro  ¡ay!,  que  al  decir 
esto  se  contempla  asimismo  pronto  á  atravesar 
el  jmente  de  Al-Ssirat,  ose   misterioso    puente 
tan  ancho  jiara  el  bueno  como  estrecho  para  el 
malo,  y  munuura  triste-mente: 

—  ¡Ah,  sil  ¡Yo  también  me  he  trasformado!  Y 
Azhnna,—  sigue,  dirigiéndose  á  Sobeya, — ¿dónde 
í*stáV  ¿í¿ué  ha  sido  de  él?  Yo  creí  verle  una  no- 
che en  que,  al  fulgor  de  los  luceros,  brilló  una 
hoguera  roja  en  uno  de  los  picos  de  la  Sierra  de 
Nieve.  A  los  destellos  de  la  lumbre  me  pareció 
ver  flotar  su  alljomoz  blanco,  casi  confundido 
con  los  copos  de  la  sierra. 

Una  estridente  carcajada  es  toda  la  respuesta 
de  la  desdichada  loca,  que  le  alarga  un  papel 
que  oprime  entre  sus  dedos.  Lo  coge  Alhamar, 
y  con  ardiente  mano  lo  des<lobla.   Un  grito  de 


admiración  se  escapa  do  sus  labios.  Todos  se 
aproximan,  y  el  emir  les  dice: 

— Miradlo,  mii-adlo:  sólo  Azhuna  puede  haber 
hecho  este  dibujo.  Alcázar  de  las  perlas  dice 
encima,  y  debajo  se  destacan  las  habitaciones 
que  han  de  terminar  este  edificio.  Es  una  aglo- 
meración de  nubes  sobre  espumas  do  mares;  es 
una  lluvia  de  estrellas  sobre  un  lecho  do  flores. 
Este  es  el  paraíso  del  profeta.  ¡Oh!  Ni  él  ni  yo 


ISLA  DE  LOS  MERGOS 
EN 
COSTA  DE  GALES 


lo  veremos.  El  exti-avío 
de  esa  mnJRr  nos  anun- 
cia su  fin:  debía  haberlo 
adivinado  al  ver  que  el 
mío  se  api-oxinia.  Otros 
levantarán  el  alcáza 
maravilloso  sobre  estos 
dibujos:  sení  espléndido, 
grandioso;  pero  no  como 
latía  en  el  cerebro  do  mi 
artista,  porque  él  ora  el 
genio  de  la  Alhambra. 
He  visto  su  obra,  y  pue- 
do morir  tranquilo.  La 
voluntad  de  Alá  nos  unió 
en  la   tierra,  y  olla  nos  ofrece 


en  el  paraíso.  ¡Oh,  mi  Granada!  Alhamar  y 
Azhuna  te  hicieron  grande :  pide  á  Alá  que  re- 
coja sus  espíritus. 

El  emir  espira.  Todos  los  presentes  so  arrojan 
sollozando  sobre  su  cuerpo,  mientras  Sobeya, 
lanzando  horribles  carcajadas,  huye  del  palacio, 
y  entre  los  bosques  de  álamos  que  rodean  á  la 
Alhambra  se  escucha  su  dulce  voz  que  grita: 
— ¡Espera!  ¡Espera! 


-^5^ 


GRANDES  ALMACENES  DEL 

Printemps 

Pídase 


El  rñAGNinCO  ÁLBUM  ILUSTRADO  rcdac- 
tailo  en  lispañol  ó  en  Ki-aiicés,  oncer- 
ranüo  554  (jralxulos  InéOilos  de  Ves- 
tlilos,  Coiifeccloiios,  jM-liculos  para 
Si'ñoras,  Trajes  para  Caballeras  y  Nlfios 
ela,  como  lainhlen  la  nomencialura  de 
lüdiis  los  lojidos  de  Sederías,  l.aiieriaiS, 
Indianas,  l'añerlas,  Telas  de  liilo,  ela, 

Acia  de  salir  á  luz 

Y  une  reniliinios  GRATIS  Y  FRANCO  h 
quien  nos  la  pida  en  caria  frainjueada 
dirijlda  k 

MM.  JULES  JALUZOT  &  C>E 

A  París 

Se  envían  Igualmente  gralls,  las 
nnueslras  de  todos  Uis  tejidos  de  com- 
ponen los  Ininenso.s  .snriidos  del  I'UIN- 
TUMl'S  (Kspecincarnüs  bien  las  clases  y 
precios). 

casas  de  reexpedición  en  IRUN  (Hs- 
paña)  y  HENDAYA  (Krancia). 

Todo  pedidlo,  cuyo  valor  llegue  íi 
50  péselas,  es  expedido  lihre  ''e  portes 
conira  deseiiiliolso,  ó  sea  a  pa^ar  al 
recii)ir  la  mercancía,  A  cualquier  esla- 
cion  del  l'orro-Carrll,  mediante  un 
recarg.i  <le  ."i  O/O  sobre  el  tolal  úc  la  fac- 
tura ó  Hbí-e  de  portea  y  de  derechos  de 
aduana  mediante  el  de  2:>  O/il. 

Nuestras  Casas  de  reexpedición  de 
Irun  y  Ilendaya  esl^n  especialmente 
encargadas  de  las  formalidades  de  la 
Aduana  y  do  la  reexpedición  de  los 
bultos,  que  llegan  siempre  al  punto  do 
destino  sin  necosiilad  de  que  nuestros 
parroquianos  se  cuiden  de  nada. 


LOS  GKAND.CS  ALMACKNIÍS 

DEL  PmiWTEMPSDii  parís 

NO  TIENEN  SUCURSALES 

ni  en  Francia,  ni  en  España 


6  'T'D 


un  mismo  sitio 


iHliní!TlíiCIÜ)l:  Ort»,  3fó-S67.  baói  leliut, ediUr.-RíMnadoi  los  ikreflioii  de  propiedad  artíitica  y  liUraris. -Las  reclamación»!!  en  Madrid, al  representante  de  esta  ca»a,D.  Manuel  Pía  j  Valor:  ipodaca  .10 ,2." 

HK      INSÉRTESE  Ó  NO,   NO  SE   DEVUELVE   NINGÚN   ORIGINAL      )*-$ 


tmttiMCiiimiro  tipolitoorívico  de  La  Ilustración  Ibérioa :  Cai,i,k  dí  Cortkb,  k.°"  366  y  .S67.  —  BARCKIX)NA 


SEMANARIO   CIENTÍFICO,    LITERARIO   Y  ARTÍSTICO 


'^^^A^ 


Año  V 


Barcelona  24  de  diciembre  de  1887 


Núm.  260 


1  jüLjiiLiiiiiMnsq«ww^W!m^nRp 


MARÍA    DE    BORGOÑA  JURANDO   RESPETAR    LOS    DERECHOS    DEL  COMÚN    DE    BRUSELAS 

(cuadro  da  Emilio  Wauters)  , 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


SUMARIO 


Ttxro.— Madrid.  Carla*  á  mi  prima;  por  Fern»naor.--Erpo- 
tició»  marUima  nacional  de  Cádit.  por  IVítrociino  (3c  BUhí- 
in»-  -  Silaetas  borrofot,  por  Antonia  Opisso.  -  .líadrtd 
frirola.  por  J.  F.  Sanmartiu  y  Ajrilrre.— ,/'o6rf  niAo'  (poe- 
íi«),  por  Tomás  Camucho— .Ya/uro.  por  B.  Morales  San 
'íiAiXln.— DefniHítit  del  niiiwr  (poosla).  por  A.  Schindlcr.- 
KI  pjntoiiirao  y  d  <irí«u<di>mo.  por  U.  Goniálpí  Serrano. 
-  A'aeatrM  fnbetdos-  —El  prisionero.  Kptfodio»  <ie  la  guerra 
de  la  Indepemdeneia;  por  Ángel  Coello  de  Torres. 

OKASADua.-  VarU  de  Boisoña  Jnmndo  respetar  los  dere- 
cho» del  común  do  Bruselas. —M  Sadi-Camot,  actunl  pre- 
sidente de  la  repúMica  francesa.  —Vidrieras  del  siglo  xvf. 
— lííM  dramas  de  Shakespeare.  —  Palario  tie  iíecílenburíio 
(Lomdret)  El  estudio.  El  aynilante  general.  Grupo  de  es- 
talullas.  Encuademaciones  especiales  Thackcray.  Lady 
s. ..li va.  — Ctirso  de  pintura.— La  lección  del  perro.— Fio- 
ralia  ( flestas  á  la  diosa  Flora).— Á  orillas  del  Piiri  -  ('.• 
mentarlos. —las  cueras  de  Tenby  ( País  de  Gales 


M  ADRI  D 


PskK'kikci  4  sai  pxrim% 


Terminan  las  se)!one3  de  la  Liga.  —  Hoyano.  —  El 
general  San  Rom&n  — Las  vacacionea.-"La  bru- 
ja.--En  las  ventas  del  Espíritu  Santo. -En  la 
cArcel  modelo. -61,000  duros  de  limo8na.~LoB 
banquetea. 


tERIDi 
déla] 


7ERIDA  Carmen:  Han  terminado  las  sesiones 
i  Liiga  Agraria,  y  puedes  decir  á  tu  señor 
padre,  que  tanto  interés  demuestra  por  eUas, 
que  podían  haber  terminado  mejor...  Vinieron 
los  mártires  y  los  victimas  de  la  agricultura  con 
el  propósito  de  enseñar  á  los  madrileños  cómo 
se  aprovecha  el  tiempo,  sin  entregarse  á  las  dis- 
quisiciones impertinentes  y  á  los  arrebatos  cla- 
morosos de  los  oradores  del  Ateneo  y  de  las 
Cámaras...  Así  es  que  empezaron  por  fijar  en 
diez  minutos  la  máxima  duración  de  los  discur- 
so». Pues  bien,  muchos  oradores,  si  el  presi- 
dente no  les  cierra  la  boca  con  la  mano,  están 
perorando  todavía. 

Al.)U8o,  en  verdad,  disculpable;  porque  labra- 
dor hay  que  se  ha  pasado  toda  su  vida  lamen- 
tando los  errores  ajenos  y  condoliéndose  de  no 
poder  esclarecer  los  temas  agrícolas  en  cual- 
quier congreso...  y  al  encontrarse,  inopinada- 
mente, con  una  tribuna  para  declarar  sus  pen- 
samientos, no  encuentra  modo  de  callarse  sin 
haber  vaciado  el  saco  por  completo.  En  resu- 
men, todos  piden  lo  mismo:  que  el  Estado  haga 
economías  y  que  les  ajrude.  El  presupuesto  se 
ha  venido  abajo,  y  por  añadidura  se  necesita 
dar  á  la  agricultura  más  dinero.  Excusado  es 
decirte  que  el  mucho  pedir  excusa  el  dar,  y  que 
el  Gobierno  so  considera  dichoso  de  que  le  pidan 
demasiado...  Sin  embargo,  es  lo  cierto  que  todas 
las  |>rovincias  han,  enviado  numerosa  represen- 
tación y  unido  sus  ayes  en  una  protesta  desor- 
denada, pero  inmensa;  y  algo  habrá  que  hacer  y 
algo  se  hará... 

Resumió  el  debate,  por  aclamación  universal, 
el  Sr.  Moj'ano,  aquel  famoso  reaccionario  de 
áspera  corteza  y  excelente  fondo  á  quien  ha  dado 
simpatías  generales  la  terquedad  política,  que 
no  me  atrevo  á  decir  consecuencia.  Es  una  espe- 
cie de  Ruiz  Zorrilla  del  moderantismo;  y  como 
no  se  ha  retirado,  sino  que  lo  han  retirado  de 
la  escena  sus  amigos,  es  el  más  respetable  de 
nuestros  fósiles.  Y  de  aquí  puede  observarse  que 
el  mercantilismo  de  los  políticos  ha  llegado  á 
t.-í!  [i'iTit'i,  que  basta  que  cualquiera  de  ellos 
lidad  para  que  le  sean  perdonados 
-.  para  que  se  le  deifique.  El  Sr.'  Mo- 
;  ■'  -■  :  T;i  por  SUS  ideas  un  pasado  fu- 
..  .  ■  .I  i;ui.-:  jiopular,  no  obstante,  que  la  ma- 
yoría de  los  dem^Kiratas.  La  cualidad  más  rara 
entre  nuestros  hombres  políticos  es  el  carácter. 
La  síntesis  de  su  discurso  fué  que  ningún  país 
'iebe  gastar  más  dinero  del  que  tiene:  reflexión 
íxtensiva,  como  comprenderás,  á  los  simples 
particulares. 


En  la  víspera  misma  de  ir  á  pronunciar  un 
discurso,  cuando  so  consideraba  lleno  de  vida  y 
más  necesitaba  do  cllu,  ha  muerto  una  do  las 
figuras  distinguidas  de. nuestra  sociedad:  el  te- 
niente general  D.  Eduardo  Fernández  San  Ro- 
mán, á  quien  supongo  conocías  do  vista.  Perte- 
necía á  cierta  clase  militar  que  podríamos  llamar 
generales  civiles.  En  sus  primeros  años,  cuando 
fué  subalterno,  se  batió  bien,  como  todos  los  ofi- 
ciales que  tienen  pundonor;  pero  su  educación, 
sus  gustes,  las  condiciones  de  su  agradabilísima 
figura,  su  don  de  gentes,  sus  aficiones  literarias, 
le  llamaron  luego  al  mundo  de  la  conversación, 
de  los  galanteos,  del  arte  y  de  la  política.  Su 
carrera  fué  muy  rápida:  á  los  treinta  y  cinco 
años  or:i  general.  Se  afilió  al  partido  moderado; 
estudió  las  necesidades  del  ejército,  su  organi- 
zación, su  historia,  y  le  consagró  brillantes  pá- 
ginas. Si  los  generales  de  foscos  bigotes  y  do 
empolvado  uniforme  veían  con  entrecejo  sus  rá- 
pidos progresos,  no  por  eso  dejaban  de  recono- 
cor,  en  aquel  atildado  j' exquisito  burócrata,  gran 
instrucción,  gran  talento,  amorá  la  tropa  y  cons- 
tante propósito  do  su  engrandecimiento.  Ha  sido 
director  de  iiifantería;  ha  desempeñado  varias 
capitanías  generales;  no  quiso  reconocer  á  don 
Amadeo;  creció  grandemente  en  honores  cuando 
la  restaurtieión;  viejísimo  como  era,  daba  idea 
de  haber  sido  galán  y  galante  en  su  juventud; 
escribía  libros  y  los  poseía  de  raro  valor  y  mérito; 
poseía  también  inapreciables  autógrafos...  No 
deja  ningún  vacio  en  la  política:  uno  si  en  la 
literatura  militar.  Yo  le  traté  algo  en  casa  de 
María  Buschental,  centro  de  la  sociedad  anti- 
gua, presente  y  venidera,  no  pudiendo  resis- 
tirme á  la  simpatía  de  su  ingenio  suave,  su 
cultísimo  lenguaje  y  su  distinción  suprema. 

El  general  ha  legado  á  la  Academia  do  la 
Lengua  un  autógrafo  de  Cervantes:  una  carta 
dirigida  por  el  autor  del  Quijote  al  conde  de 
Lomos  dándole  gracias  por  una  limosna.  A  la 
Academia  de  la  Historia  le  deja  un  autógrafo 
de  Cristóbal  Colón.  ¡Colón  y  Cervantes!  ¡Dos 
desgraciados  para  la  vida:  dos  venturosos  des- 
pués de  la  muerte ! 

Ha  empezado  el  fin  de  año,  y  todos  nos  preo- 
cupamos de  trabajar  lo  monos  posible,  porque 
la  tradición  nos  dice  que  en  esta  época  tenemos 
derecho  á  descansar.  De  esta  opinión  son,  espe- 
cialmente, los  diputados  y  los  estudiantes.  Y 
por  cierto  que  unos  y  otros  harían  necesarias 
profundas  reformas  en  el  Parlamento  y  en  las 
universidades,  si  aquí  se  investigase  el  espíritu 
de  las  cosas  en  vez  de  seguir  la  rutina.  Ni  los 
diputados  ni  los  estudiantes  me  parecen  muy 
necesarios.  Los  primeros  debían  tener  el  derecho 
de  votar  desde  sus  casas  sin  asistir  á  las  discu- 
siones; y  los  segundos  pudieran  muy  bien  excu- 
sar su  asistencia  á  las  cátedras  y  quedarse  on 
sus  pueblos,  contestando  desde  allí,  por  tolégra- 
,fo,  á  las  preguntas  de  los  e.\aininador((s.  Ni  hay 
universidades  ni  hay  parlamentos,  en  i-eajidad: 
sólo  hay  los  sitios  en  que  dobieivi  haberlos. 

Ciertamente  que  es  lo  más  cniel  del  mundo 
traerse  aquí  con  falsas  promesas  de  ilustración 
á  la  juventud  de  las  provincias  para  que  ella 
no  estudio  más  que  la  esgrima  del  paraguas  en 
compañía  de  las  modistas,  y  la  del  taco  del  billar 
al  juego  de  la  treinta  y  una  y  do  carambolas. 
Los  muchachos,  sin  duda,  quedan  muy  agrade- 
cidos á  la  institución,  como  que,  gracias  á  ella, 
conocen  la  corte  y  todos  sus  agradables  peligros; 
mas  las  familias,  que  desde  los  pueblos  les  en- 
vían el  dinero  recogido  con  tantos  afanes,  no 
es  de  suponer  queden  satisfechas.  En  fin:  ¿qué 
no  vale  la  Uusión  del  labrador  que  envía  su 
hijo  á  que  busque  en  los  libros  la  riqueza  que 
él  ha  sabido  procurarse  sin  ellos?  En  la  discu- 
sión de  la  Asamblea  de  la  Liga,  se  ha  dicho  mu- 
cho bueno,  sin  duda;  pero  no  se  ha  dicho  que 
el  atraso  de  la  agricultura  se  debo  on  parte  á 
que  los  mismos  labradores  la  niegan  á  sus  hijos: 
el  hijo  del  cosechero  viene  á  estudiar  medicina, 
y  el  del  labrador  á  estudiar  derecho. 

Los  estudiantes  se  niegan  á  entrar  en  clase, 
y  los  profesores,  sólo  por  el  buen  parecer,  no 
lea  dan  la  razón,  j)ues  saben  que  explicarles  en 
diciembre  es  explicación  perdida...  Ni  ¿á  qué 


estudiar  tampoco?  Luego  en  quince  días  se 
puedo  ganar  el  curso.  Yo  recuerdo  mis  buenos 
tiempos  de  estudiante  y  las  angustias  que  pasó 
cuando  fui  á  oxaiuinarmo  do  matomáticas:  tenía 
yo  la  convicción  do  que  no  sabia  ni  dividir  deci- 
males, y  el  tribunal  me  dirigió  preguntas  capri- 
chosas que  hubiesen  hecho  palidecer  al  mismo 
Arquimodos.  Hub(í  entonces  do  disculpai-mo  do 
contestar,  manifestando  que  la  majestad  del  tri- 
bunal nio  imponía.  Salí  afligido  ]ior  mi  dosgacia- 
poro  el  bedel  me  dijo  luego: — i  Está  V.  aproba; 
do! — ^¡El  tribunal  premiaba  mi  timidez  y  mi 
modestia ! 

Se  ha  estrenado,  en  el  Teatro  de  la  Zarzuela, 
una  en  tres  actos,  letra  do  Ramos  Carrión,  mú- 
sica de  Chapí,  la  cual  venía  anunciada  como  un 
acontecimiento  literario  y  musical.  En  realidad, 
despojada  de  sus  pretensiones,  es  una  zarzuela 
do  gracioso  que  hace  reir  al  buen  pueblo.  El  se- 
ñor Chapí  ha  querido  manifestar  sus  condicio- 
nes de  compositor  serio;  ofrecernos  un  argu- 
mento más  en  favor  do  la  ópera  española. 

Pasemos  de  la  ficción  á  la  realidad  nueva- 
mente. Anteayer,  on  uno  de  los  merenderos  de 
las  ventas  del  Espíritu  Santo,  se  verificó  un  do- 
ble suicidio.  Cierto  joven  acababa  de  caer  sol- 
dado, y  so  lo  había  manifestado  á  su  novia,  di- 
ciéndole  que  debían  separarse  y  que  dudaba  él 
de  que  fuese  constante  á  su  amor  mientras  él 
estuviese  en  el  servicio.  Tanta  fué  su  insisten- 
cia en  la  duda,  que  su  novia  lo  propuso  que  se 
mataran  los  dos.  El  llevaba  una  ])istola  do  dos 
cañones  en  el  bolsillo:  disparó  un  tiro  on  la  sien 
á  su  novia,  y  luego  volvió  la  pistola  contra  su 
pocho.  La  muchacha  quedó  muerta,  y  él  graví- 
simamonto  herido.  Podrán  los  varones  cristia- 
nos y  do  ánimo  entero  encontrai'  risible  esto 
suicidio,  diciendo  que  no  os  valor  sino  siin¡)loza 
matarse  do  tal  modo;  poro  ello  os  que  la  genera- 
lidad do  las  gentes  leen  con  profunda  emoción 
estas  historias.  Es  humanitario,  sin  duda,  com- 
batir ol  suicidio  con  el  ridículo;  poro  los  senti- 
mientos se  imponen  siempre,  y  aparecerá  divi- 
nizado siempre  para  la  mtiltitud  quien  se  (luita 
la  vida  por  amor,  quien  la  pierdo  por  el  honor, 
por  la  gloria,  por  la  patria  y  por  otros  ideales 
que,  como  ideales,  no  son,  si  so  analizan,  más 
quo  ilusiones.  La  pasión  no  so  combate  con  pa- 
labras, ni  gacetillas  duras,  que  ni  siento  siquie- 
ra quien  las  escribe:  á  la  pasión  so  lo  deja  libro 
el  camino  como  á  la  locura;  sin  elogio,  pero  con 
piedad  y  lágrimas.  Los  que  han  íimado  alguna 
vez,  han  entrevisto  la  posibilidad  del  crimen  y 
del  suicidio:  ol  amor  va  seguido  de  txídos  los  bie- 
nes y  de  todos  los  males.  La  figura  del  quinto 
no  es  simpática  on  este  suceso ;  pero  lo  os  y  lo 
será  siempre  la  de  ella,  quo  profiere  morir  á 
vivir  sospechada.  Yo  no  sé  por  qué  hemos  de 
reimos  en  la  realidad  de  lo  que  tan  furiosamen- 
te aplaudimos  en  el  teatro.  Por  lo  demás,  no  creo 
que  esta  pareja  tonga  muchos  imitadores :  estas 
simplezas  salen  muy  caras.  Así,  pues,  ya  quo  no 
arrojemos  flores  sobre  estos  cadáveres,  cubrá- 
moslos con  un  paño  negro  en  señal  de  respeto. 

Otra  noticia  que  parece  arrancada  al  reper- 
torio de  las  novelas  de  folletín.  Parece  imposible 
quo  un  preso  de  la  cárcel  modelo  intento  esca- 
par si  no  por  medio  del  soborno:  tal  es  la  cár- 
cel y  de  tal  modo  so  encuentra  guardado.  Pues 
no  señor:  uno  de  ellos  ha  estado  para  realizar  su 
intento.  Había  empezado  por  separar  algunos 
ladriüos  do  la  ventana  con  objeto  de  separar 
fácilmente  los  hierros.  Del  esterillo  colocado 
bajo  el  colchón  había  tejido  una  cuerda  de  lü  me- 
tros; del  palanganero  había  hecho  un  gancho, 
y  de  los  alambres  de  los  timbres  y  madera  do  las 
rinconeras  otros  útiles  para  escalar  los  muros 
de  los  patios.  Fué  sorprendido  momentos  antes 
de  la  fuga.  Un  pensamiento  constante  y  todas 
las  facultades  del  alma  y  del  cuerpo  consagrados 
á  realizarlo  pueden  mucho;  y,  después  de  todo, 
se  ve  que  los  reclusos  necesitan  dedicarse  á 
cualquier  cosa  en  su  soledad.  Algunos  se  entre- 
tienen en  contar  el  número  de  sus  pasos  en  con- 
tinuo ir  y  venir;  otros  cazan  arañas  y  las  domes- 
tican; otros  ilustran  ratones  y  conejos;  algunos 
se  dedican  á  trabajos  tan  com[)licados  como  in- 
útiles. ¿No  es,  por  lo  tanto,  más  práctico  que  in- 


LA  ILUSTRACIÓN   IBÉRICA 


819 


viertan  eso  tiempo,  esa  paciencia,  en  prepararse 
lo  que  más  ansian,  la  libertad? 

En  la  Carrera  de  San  Jerónimo,  delante  de  la 
casa  de  la  marquesa  de  Miratlores,  suele  haber 
gran  número  de  carruajes,  á  ciertas  horas,  que 
indican  se  reúne  allí  la  sociedad.  En  efecto:  aUl 
se  han  reunido  muchas  damas  para  tratar  de 
asuntos  referentes  á  la  peregrinación  á  Roma. 
Dichas  señoras  han  reunido  51,000  duros  y  se 
los  han  enviado  al  papa.  El  papa  es,  por  su  mi- 
nisterio, el  rey  de  los  pobres.  Es  una  limosna 
digna  de  un  rey. 

Se  abusa  de  los  banquetes:  detrás  del  cele- 
brado en  honor  de  Villodas  viene  el  de  Luna, 
cuyo  cuadro  del  Senado,  Jja  batalla  de  Lepanto, 
pasa  desapercibido.  A  todo  éxito,  ya  merecido, 
ya  no  logrado,  le  sigue  un  reclamo  de  cierto  nú- 
mero de  cubiertos. 

Bien  es  cierto  que  estos  reclamos  son  el  bello 
ideal  del  género;  pues  son  agradables,  útiles, 
ruidosos  y  los  impone  á  la  modestia  de  un  autor 
el  entusiasmo  de  los  amigos. 

Tuyo, 

Fernán FLOR 


"T" 


Con  feliz  é-xito  se  verificó  el  5  del  corriente 
la  botadura  al  agua  de  la  cañonera  construida 
en  el  arsenal  civil  del  Sr.  Wolgemuth,  cuyo 
establecimiento  hace  ciertamente  honor  á  Bar- 
celona. 

Dicha  cañonera  mide  24  metros  de  eslora  en 
la  flotación,  3'90  manga  fuera  cuadernas  y  2' 10 
puntal.  El  casco  está  enteramente  construido  de 
plancha  de  acoro  Martin  Siemens  galvanizada; 
dividida  en  cinco  compartimentos  estancos;  lleva 
doble  fondo  celular  y  pañol  de  municiones  con 
cubierta  metálica  estanca.  Llevará  una  máquina 
de  triple  expansión,  la  primera  do  este  sistema 
construida  en  España,  de  la  fuerza  de  350  ca- 
ballos indicados. 

La  caldera  es  de  tipo  locomotora  modificado 
j)or  la  casa  Wolgemuth,  con  regreso  de  llama 
y  aparato  tubular  calentador  de  agua  do  alimen- 
tación. Está  construida  con  plancha  de  acero; 
lleva  tubos  de  latón  y  ha  sido  ensayada  á 
18  atmósferas,  debiendo  trabajar  á  la  presión 
de  10'5.  El  andar  de  la  cañonera,  .según  con- 
trato, será  de  13  i|2  millas  con  tiro  forzado,  que 
se  obtiene  por  medio  de  un  poderoso  venti- 
lador. 

Este  buque  montará  un  cañón  de  acero  de 
9  centímetros  y  llevará  veinte  hombres  de  trijju- 
lación. 

Felicitamos  al  ingeniero  Sr.  Wolgemuth,  que 
ha  acreditado  una  vez  más  la  importancia  de  su 
establecimiento,  del  cual  han  salido  ya  impor- 
tantísimas obras. 


mmiW  Mi^ÍTiM\  HAC'ONAL  DE  CÁDIZ 


Los  siete  pabellones  radiales  que  avanzan  ha- 
cia el  mar  en  forma  de  barcos  enclavados  en  la 
orilla,  y  cuya  disposición  nuestros  lectores  re- 
cordarán sin  duda  (pues  La  Ilustración  tuvo 
la  atención  de  ofrecerles  grabado,  en  el  centro 
de  uno  de  mis  artículos,  del  plano  de  desplaza- 
miento que,  para  mayor  comprensión  de  mis  in- 
dicaciones, remití  á  su  ilustrado  editor),  puede 
decirse  que  son  los  que  constituyen  en  realidad 
la  Exposición  Marítima,  pues  en  su  mayoría  es- 
tán destinados  á  la  marina  y  objetos  que  con  el 
mar  se  relacionan. 

El  armazón  de  estos  pabellones  es  de  hierro; 
y  aunque  su  forma  no  revela  diferencias  esen- 
ciales en  el  si.stema,  al  cual  se  ajusta  todo  el 
plan  de  construcción,  tienen  de  novedad  la  pe- 
queña península  saliente  al  mar,  á  la  cual  da 
acceso  la  puerta  con  que  termina  el  pabellón, 
abierta  hacia  el  pequeño  mirador  que  imita,  á  lo 
lejos  y  sin  detalles,  la  proa  de  un  barco. 

Nada  hay  que  decir  de  su  decorado.  Estos  pa- 
bellones no  tienen  otro  que  las  instalaciones  en 
ellos  colocadas:  la  misma  ligereza  de  materiales, 


idéntica  soltura  de  líneas,  iguales  recursos  de 
construcción  forman  todos  los  edificios  que  ve- 
nimos describiendo. 

La  unidad  del  proyecto  no  permite  la  varie- 
dad en  los  detalles,  y  excepto  la  mayor  ó  menor 
elegancia  del  adorao,  según  el  destino  que  se 
haya  dado  al  local,  no  cambia  en  ninguno  de 
ellos  el  sistema  gracioso,  libre,  adecuado  y  ligero, 
que  tanto  puede  recordar  el  género  arábigo  en 
sus  esbeltas  pilastras,  calados  frisos  y  airosas 
cúpulas,  como  reflejar  la  fantasía  de  nuestra 
época,  en  que,  sin  someterse  á  un  género,  toma 
lo  más  bello  de  cada  uno  para  satisfacer  su  ca- 
prichoso afán  de  innovaciones. 

Bueno  es  consignar,  para  significar  el  triunfo 
de  la  voluntad  sobre  la  Naturaleza,  que  el  terre- 
no en  que  asientan  estos  pabellones  sus  fuertes 


M.   SADI-CARNOT 
ACTUAL   PRESIDENTE    DE    LA    REPÚBLICA    FRANCESA 

(Según  fotografla  de  M.  P.  Anthony  et  Compagnle  de  París) 


cimientos  ha  sido  robado  al  mar,  asi  como  la 
bella  plaza  de  la  Marina,  que  les  sirve  de'  ves- 
tíbulo. 

El  largo  de  estos  pabellones  es  de  30  metros, 
10  de  ancho  y  11  de  alto. 

El  primero  de  estos  pabellones  está  dedicado 
á  la  exposición  délos  objetos  que  la  humanitaria 
Sociedad  de  Salvamento  de  Naufragio  acumula 
para  llevar  á  cabo,  en  un  caso  dado,  su  humani- 
taria obra. 

No  son  muchos  los  objetos,  ni  nada  de  ex- 
traordinario hay  en  ellos;  pero  tienen  tan  alto 
fin,  que  no»atraen  para  observarlos  con  cuidado 
y  recordarlos  con  la  veneración  que  inspira  todo 
■aquello  que  al  bien  se  consagra. 

Un  bote  salvavidas,  construido  en  Londres 
con  fondos  de  la  testamentaria  del  caritativo  pa- 
tricio Diego  F.  Montañés,  que  lleva  este  nombre; 
herramientas,  cabos,  remos,  timones,  lanzaca- 
bos, carro  para  trasladar  estos  objetos  y  un  li- 
gero esquife  inglés,  llenan  este  pabellón,  con  otro 
bote  salvavidas  de  gran  mérito,  según  los  inte- 
ligentes, que  ha  construido  con  elementos  pro- 
pios el  Centro  Obrero  de  San  Femando;  el  cual 
ha  demostrado,  en  las  pruebas  á  que  ha  sido  so- 
metido en  la  dársena,  que  es  insumergible,  re- 
uniendo las  condiciones,  esenciales  para  su  utUi-  (Se  conduirA) 


dad,  de  conservarse  estable  después  de  tener  la 
cubierta  inundada  de  agua  por  los  golpes  de  mar 
6  por  la  tempestad,  de  serle  fácil  y  rápida  la 
evacuación  del  agua  embarcada,  y  de  levantarse 
espontáneamente  y  volver  á  su  primitiva  posi- 
ción, sin  deterioro  algjnno,  cuando  las  olas  lo 
hundan  entro  los  remolinos  de  su  furia. 

Sabido  es  que  estos  botes,  cuyo  solo  nomlire 
de  salvavidas  es  de  resonancias  simpáticas  en 
el  fondo  de  todo  corazón  caritativo,  no  so  lanzan 
al  mar  sino  cuando  el  peligro  amenaza  y  la  exis- 
tencia do  los  náufragos  se  halla  en  peligro. 

Para  llenar  su  cometido  han  de  reunir  condi- 
ciones excepcionales  de  resistencia  y  ligereza; 
para  lo  cual  hay  que  adoptar  sistemas  distintos 
á  los  que  se  siguen  en  los  otros  barcos. 

Las  cajas  do  aire  comprimido  y  de  corcho  des- 
menuzado con  que  se  ocu- 
,  pan  sus  huecos,  6  sea  el 
I  volumen  libre  desde  la 
cubierta  á  la  regala,  son, 
al  mismo  tiempo  que  ele- 
mento de  flotación  para 
los  casos  ya  indicados, 
sostén  del  náufrago  ó  ma- 
rinero en  el  momento  de 
zozobrar  el  bote  y  en  tan- 
to que  se  repone  á  su  es- 
tado. 

El  Centro  Obrero  de 
San  Femando  ha  sido 
premiado  con  verdadera 
justicia  por  este  trabajo, 
que  denota  sus  estudios  y 
conocimientos  en  la  ma- 
teria. 

El  segundo  de  estos 
edificios  está  destinado  á 
los  objetos  de  pesca,  y 
contiene  curiosos  ejem- 
plares de  redes,  anzuelos, 
aparejos,  palangres,  bo- 
yas, nasas,  y  cuanto  cons- 
tituye un  elemento  para 
la  industria  pesquera,  tan 
descuidada  desgraciada- 
mente en  nuestra  penín- 
sula; sin  que  los  inteli- 
gentes encuentren  aUl 
grandes  novedades  ni  im- 
portantes mejoras. 

Hay  un  modelo  de  al- 
madraba que  ocupa  mu- 
cho sitio  y  vale  poco,  á 
pesar  de  la  nimiedad  de 
sus  detalles. 

Más  novedad  tiene  el 

modelo  del  barco  vivero, 

que   será  estudiado  con 

interés  el  día  en  que  los 

españoles   se   decidan   á 

explotar  la  riqueza  de  sus  mares  cultivando  la 

ostricultura  y  piscicultura:  mina  de  oro  que  la 

indolencia  del  pueblo  y  la  desconfianza  de  las 

clases  ricas  deja  improductiva. 

Es  éste  uno  de  los  pabeüones  más  interesan- 
tes bajo  el  punto  de  vista  de  la  utUidad  práctica; 
pues,  si  bien  no  ofrece  revelaciones,  contiene 
enseñanzas  para  la  pesca  que  son  muy  dignas 
de  estudio. 

Completan  su  instalación  ejemplares  de  tor- 
tugas, esponjas;  todo  el  periodo  embrionario  del 
salmón  en  frascos  perfectamente  preparados, 
así  como  varios  mariscos  completos  ó  en  frag- 
mentos; huevos  de  carey;  modelos  de  fábricas  de 
salazón  y  conservas;  libros  que  tratan  de  la  le- 
gislación é  industria  sobre  la  pesca,  con  otras 
mil  curiosidades  que  con  ella  se  relacionan;  for- 
mando una  rica  exhibición  que  ha  debido  ser  es- 
tudiada con  afán  por  los  que  á  ella  se  dedican, 
si  es  que  nuestro  pueblo  prefiere  la  enseñanza  á 
la  rutina;  cosa  que  no  está  muy  clara  y  probada 
todavía. 

El  tercero  de  los  radiales  está  destinado  á 
modelos  de  buques,  aparatos,  armas,  máquinas 
y  objetos  de  Filipinas. 


Patrocinio  i»-  B'^•'>^íA 


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822 


La  ilustración  ibérica 


SILUETAS    BORROSAS 


El  afiu  i  ^^7  uioa  á  su  término;  se  apioximu 
su  última  hora;  un  paso  más  que  avance  ya  no 
le  deja  tiempo  para  recordar  su  historia,  porque 
la  vida  se  le  habrá  escapado  de  entre  las  manos. 
Sus  días  han  trascurrido  en  medio  do  la  indife- 
rencia general:  le  vamos  A  perder,  y  damos  en 
recordar  lo  que  vale  lo  que  perdemos;  y  es  que 
la  última  hora  es  el  momento  de  los  prodigios; 
sus  minutos  valen  más  que  años  enteros;  sus  se- 
gundos se  nos  antojan  eternidades  de  luz. 


una  nueva  producción  del  insigne  autor  de  O  lo- 
cura ó  santidad  parece  devolverle  la  vida,  comu- 
nicarle nuevo  aliento  y  vigor;  pero  las  esperanzas 
ceden  pronto  y  los  resultados  demuestran  que 
las  obras  del  Sr.  Echegaray  producen  á  nuestra 
decadente  escena  el  efecto  de  una  pila  eléctrica 
aplicada  á  un  cuerpo  paralitico:  al  influjo  de  la 
corriente  los  miembros  parecen  recobrar  su  fle- 
xibilidad y  vigor;  pero,  apenas  ésta  se  corta,  ol 
cuerpo  cae  mAs  extenuado  cuanto  más  violenta 
fué  la  sacudida  que  le  consiguió  reanimar. 

¿A  qué  tal  fenómeno?  ¿Nos  faltan  autores? 
No.  Para  regocijo  de  las  letras  viven  el  ilustre 
autor  del  Drama  Nuem  y  los  Sres.  Núñez  de 

Arce  y  Echega- 


PALACIO   DE   MECKLENBURCO   (LONDRES) 


ray.  ¿Nos  faltan 
actores?  Tampo- 
co. Con  una  ab- 
negación digna 
del  mejor  elogio 
los  Sres.  Calvo  y 
Vico,  con  los  ac- 
tores de  sus  res- 
¡)ectivas  compa- 
ñías, formaron 
un  cuadi'O  acaba- 
do, digno  de  ac- 
tuar como  actua- 
ba, en  el  clásico 
y  hoy  ruinoso 
teatro  de  la  calle 
del  Principe. 
¿Por  qué,  pues, 
el  público  se  re- 
trae? ¿Por  qiié 
no  escriben  los 
autores?  ¿Por 
qué  muere  el  tea- 
tro de  la  muerte 
más  triste  que  le 
es  dado,  esto  es. 


EL   ESTUDIO 


Los  acontecimientos  más  culminantes  del  año 
que  espira,  j'a  sólo  se  reflejan  como  siluetas  bo- 
rrosas prontas  á  hundirse  y  á  ser  olvidadas  para 
siempre:  han  pertenecido  al  orden  pacífico  y  no 
han  dejado  huella  de  su  paso. 

Se  han  celebrado  diversas  exposiciones.  La 
trienal  de  Bellas  Artes  ha  sido  regidar;  la  de  flo- 
ricultura, como  de  flores,  de  belleza  y  oportuni- 
dad momentáneas;  la  filipina  un  pasatiempo  va- 
riado y  agradable  por  la  novedad,  pero  de  nin- 
gún resultado  práctico  ni  positivo,  que  es  lo  que 
hay  que  buscar  en  esta  clase  de  exposiciones. 
Los  productos  filipinos  tienen  poca  aplicación 
en  nuestro  país,  si  se  exceptúa  el  abacá,  que  se 
ha  ensayado  con  feliz  éxito  en  algunas  embar- 
caciones. Los  filipinos  se  surten,  por  lo  regular, 
de  productos  del  Japón  y  de  la  India  inglesa,  y, 
desde  hace  pocos  años,  de  productos  europeos. 
Sus  frutos  y  maderas  sí  que  podrían  competir 
ventajosamente  con  los  que  producen  las  Anti- 
llas; pero  el  subido  precio  que  ha  alcanzado  el 
giro  del  archipiélago  sobre  las  plazas  de  Europa 
dificulta  toda  operación  y  hace  imposible  la 
prosperidad  de  aíjuellas  apartadas  provincias. 

Entre  el  sinnúmero  de  obras  nuevas  literarias 
que  se  han  publicado,  hay  algunas  de  subido 
mérito  é  indiscutible  valor;  pero  en  medio  de 
ese  noble  y  brillante  alarde  de  la  fuerza  intelec- 
tual descuella  una  nota  triste,  desconsoladora, 
que  viene  á  convertir  en  realidad  lo  que  era  un 
vago  temor  es  la  que  corresponde  al  teatro  na- 
cional. El  que  por  su  brillante  pasado  debería 
ocupar  el  sitio  más  eminente  y  marchar  á  la  van- 
guardia de  las  letras,  es  el  que  queda  vencido  y 
rezagado,  el  que  desfallece  á  cada  nuevo  esfuer- 
zo que  intenta.  De  vez  en  cuando  el  estreno  de 


EL   .AYUDANTE    GENERAL 


entre  la  in- 
diferencia 
general ? 
¿Por  qué  los 
saineteros  y 
traductores 
son  hoy  los 
únicos  cam- 
peones de  la 
escena?  ¡Sai- 
neteros  y 
traductores! 
Ni  podían 
venir  á  más 
los  unos,  ni 
á  descender 
á  menos  la 
otra.  Digna 
08  de  prefe- 
rente atención  esta  circunstancia;  y  cuando  pró- 
ximamente se  reúnan  los  señores  académicos  de 
la  Española  para  dar  cumplimiento  al  bondadoso 
deseo  de  S.  M.  la  reina  Regento,  al  examinar 
las  obras  estrenadas  este  año,  ante  las  vacieda- 
des y  soserías  que  entre  lo  poco  bueno  que  juz- 
guen enconttarán,  no  estaría  de  más  que,  velando 
cual  deben  por  el  buen  nombre  de  nuestra  lite- 
ratura, buscaran  las  causas  de  la  decadencia  del 
teatro  nacional  y  los  medios  para  devolverle  su 
perdido  esplendor. 

Cádiz  ha  celebrado  su  exposición;  y  aunque 
sus  autores  la  denominaron  marítima,  han  figu- 
rado en  ella,  además  de  artefactos  marítimos, 
diversos  ramos  de  las  artes  y  la  industria.  De- 
bido á  la  iniciativa  deD."*  Patrocinio  do  Biedma, 
celebró  lia  propia  ciudad  un  Congreso  dedicado 


á  la  infancia;  asunto  simpático  y  digno  de  las 
generosas  idoa.s  de  la  distinguida  escritora  que 
lo  organizó.  Finalmente,  Madrid,  con  motivo  del 
Congreso  Literario  últimamente  celebrado  en  la 
viUa  y  corto,  ha  recibido  la  visita  de  yarias  no- 
tabilidades extranjeras.  Nuestras  eminencias 
literarias  recibieron  á  sus  Iméf-pedes  con  la  hi- 
dalguía y  esplendidez  que  les  es  habitual:  los 
extranjeros,  en  cambio,  al  volver  á  sus  respecti- 
vas naciones,  han  hablado  y  escrito  de  España 
con  la  fidelidad  que  los  extranjeros  suelen  ha- 
cerlo. Mr.  Ulbach,  particularmente,  os  el  que  se 
ha  revelado  mejor  enterado. 

Otros  acontecimientos  de  orden  más  secun- 
dario han  alternado  con  los  que  acabamos  de  in- 
dicar. Unidos  forman  un  conjunto  iVío  y  desco- 
lorido, incapaces  de  prestar  asunto  ni  interés  á 
una  revista;  lo  que  nos  obliga  ú  buscar  fuera  de 
casa  lo  que  en  la  propia  nos  falta. 

El  jubileo  de  la  reina  Victoria  de  Inglaterra 
fué  el  suceso  culminante  de  mayo  último.  Difí- 
cilmente monarca  alguno  vio  i-eunido  en  trrno 
suyo  cortejo  igual  de  testas  coronadas  y  prínci- 
pes, que  á  porfía  la  agasajaron  con  espléndidos 
presentes.  Londres  recordará  siempre  las  fiestas 
del  jubileo  de  su  reina;  no  precisamente  por  la 
ostentosa  magnificencia  en  ollas  desplegada,  sino 
por  un  fenómeno  muyextraordinaiio  en  el  Reino 
Unido:  aquellos  días  hizo  sol.  Dejó  la  reina 
momentáneamente  sus  tocas  de  viuda,  y  el  cielo 
disolvió  sus  eternas  nubes:  ambos  se  mostraron 
con  esplendorosas  coronas,  de  pedrerías  la  una 
y  de  luz  el  otro,  para  engalanarse;  los  dos  se  hi- 
cieron violencia.  Al  i-ecobrar  sus  oscuras  galas  se 
sintieron  felices,  porque  volvieron  á  su  centro. 
Enera  el  jubileo  de  la  coronación  de  la  men- 
cionada soberana  la  nota  más  brillante  del  año 
si  sus  esplendores  no  palidecieran  comparados 
con  los  preparativos  que  vienen  haciéndose  para 
celebrar  el  do  Su  Santidad.  No  son  sólo  los 
reyes,  sino  el  mundo  entero  el  que  manda  sus 
dones  al  Vaticano^  para  demos- 
trar su  adhesión  al  soberano 
pontífice.  La  exposición  que  se 
organiza  en  Roma  será  notable 
bajo  todos  conceptos,  no  sólo 
por  la  cantidad,  sino  por  el  va- 
lor de  los  objetos  en  ella  ateso- 
rados. Cuanio  puede  desear  y 
pedir  la  más  refinada  exigencia, 
tendrá  en  ella  cabida.  Encajes, 
piedras  preciosas,  cuadros  y  es- 
culturas, armas  de  todas  las 
épocas,  objetos  de  arte  de  todas 
clases,  caballos  y  leones  (pre- 
sente del  sultán ) ,  vestiduras 
eclesiásticas  recamadas  do  oro, 
cruces  de  metales  diversos,  cin- 
tas bordadas,  libros  primorosa- 
mente encuadernados  y  labores 
de  exquisito  mérito,  estarán  ex- 
puestos en  las  galerías  al  efecto 
construidas.  Esta  exposición 
será  un  imevo  aliciente  para  vi- 
sitar la  Ciudad  Eterna,  que  á 
los  atractivos  naturales  que  po- 
see podrá  añadir  ol  que  le  ofre- 
ce la  universal  piedad.  La  fies- 
ta del  jubileo  sacerdotal  de 
León  XIII  se  celebrará  el  día 
de  la  Circuncisión  del  Señor:  el 
Será  la  puerta  de  oro  que  abrirá 


l.o  de  enero, 
paso  al  año  1888. 

Alemania  no  ha  dado  juego  este  año,  y  mejor 
es  así. 

¡Erancia!...  Francia,  siempre  la  misma,  lleva 
en  su  corazón  una  herida  muy  sangrienta;  y  la 
más  leve  contrariedad,  el  incidente  más  insig- 
nificante, le  arranca  un  ¡ayl  de  dolor,  un  grito 
de  desesperación;  lo  produce  una  de  esas  crisis 
que  ponen  en  peligro  la  existencia.  El  negocio 
de  unas  cuantas  cruces  la  ha  sacado  de  quicio: 
¡quién  sabe  si  presintió  que  se  le  habían  sustraído 
mapas  ó  planos  de  sus  defensas!  Ello  es  que  por 
un  incidente  secundario  y  falto  de  importancia 
ha  logrado  poner  en  conmoción  á  Europa  en- 
tera. El  honorable  Mr.  Grevy  so  ha  visto  pre- 
cisado á  dimitir.  Su  yerno  resultaba  más  ó  me- 


LA   ILIIRTRArTON   TTÍF.:i{Tí'A 


nos  comprometido  en  el  épouvantable  ajf'airc,  y  la 
opinión  pública  reclamaba  que  ol  presidente 
rompiese  toda  relación  con  el  ciüpable.  ¡Exigen- 
cia vana!  Mr.  Grovy  ama,  ante  todo  y  Sobre  todo, 
á  su  hija  Alicia:  por  ella  se  ha  sacrificado  ante 
sus  electores;  sólo  por  ella  ha  dimitido  del  pri- 
mer puesto  do  la  nación.  Dejar  el  hermoso  pala- 
cio del  Elíseo;  despojarse  de  su  alta  investidura; 
sentir  la  ingratitud  de  les  amigos  de  la  víspera; 
comprometer  la  fama  de  una  vida  acrisolada  en 
los  últimos  año.s  do  la  existencia:  todo,  todo  lo 
había  comprendido  Mr.  Grevy  y  se  había  sentido 
con  fuerza  y  valor  para  soportarlo.  Privarse  un 
día  de  la  compañía  de  su  hija  es  lo  que  no  había 
comprendido  el  ex  presidente;  es  lo  único  que  no 
había  tenido  ánimo  para  ensayar. 

Grevy,  más  que  un  gran  político,  es  un  gran 
hombre  de  bien.  En  el  retiro  de  su  palacio  de 
la  avenida  de  lena,  ó  en  su  hermoso  castillo  de 
Mont-sous-Vaudrey,  cuando  los  recuerdos  de  los 
últimos  sucesos  amarguen  su  pacifica  existencia, 
el  único  lenitivo  que  le  calmará  será  la  idea  de 
haber  cumplido  cual  lo  hubiera  hecho  el  mejor 
de  los  padres. 

Grevy  debe  admirar,  pero  no  debe  compren- 
der, á  Guzmán  el  Bueno. 

Antonia  Opisso 


El  doctor  Garrido  fué,  duraulí;  algún  tiempo,  el 
hombre  do  moda  do  Madrid.  Los  periódicos  fes- 
tivos reproducían  su  caricatura;  las  cuaj-tas  pla- 
nas de  los  serios  so  llenaban  por  completo  con 
los  anuncios  de  su  farmacia;  los  («scolares  le  acla- 
maban públicamente  á  la  salida  do  los  toros. 
V^erídicamente  hablando,  pocos  personajes  polí- 
ticos han  logrado  ovaciones  como  las  de  que  ol 
doctor  era  objeto,  ni  conseguido  una  populaiidad 
más  extraordinaria.  Pero  su  estrella,  como  la  do 
todos  los  grandes  hombres,  debía  un  día  eclip- 
sarse. El  j)ueblo  de  Madrid,  veleidoso  por  natu- 
raleza, fué  cansándose  de  aquel  juguete  que  le 
habla  entretenido  dixrante  algún  tiempo,  y  trató 
de  reemplazarlo  con  otro  nue- 
vo. Esta  decepción,  hija  de  la 
frivolidad  madrileña,  lejos  de 
perjudicar  al  doctor, 
redundó  en  su  bene- 
ficio, porque  lo  que  ^' 
perdió  en 
popula- 
ridad lo 


éxito  posible.  Y  es  ponjue  en  Madrid,  por  más 
que  la  moda  procuro  extranjerizar  las  costum- 
bres do  nuestra  aristocracia,  los  tipo»  popula- 
res gustan  á  todo  el  mundo.  Tal  vez  esto  sea 
otra  fase  de  la  frivolidad  que  critico.  Cuando  s' 
estrenó  La  Gran  Vía  no  hubo  casa  en  que  w 
hallara  eco  la  caución  de  la  protagonista.  L  • 
pobre  chica  fué  cantada  lo  mismo  ou  el  boudoir 
que  en  la  boardilla:  sobro  todo,  entro  las  coci 
ñeras  tuvo  gran  resonancia.  Con  razón  califií  ■ 
discretamente,  la  ingeniosa  pluma  do  Fcmanfloi 
á  la  popular  zarzuela,  de  nmrselksa  de  las  criada.-- 
Pero  muy  pronto,  entre  el  frivolo  público  (1< 
Madrid,  se  inició  una  reacción  que  quiero  hacer 


MADRID    FRIVOLO 


Generalmente  tachamos  á  los 
franceses  de  frivolos;  y,  sin  em- 
bargo, después  que  el  de  París, 
no  conozco  yo  pueblo  más  frivolo 
que  el  madrileño-. 

Y  al  decir  pueblo  no  me  refiero 
á  la  última  clase  social  de  la  po- 
blación, sino  al  conjunto  de  ésta, 
empezando  por  el  primer  título 
de  Castilla  y  concluyendo  en  el 
último  barrendero,  sin  eliminar, 
por  supuesto,  á  la  bui'guesa  clase 
media. 

Bien  estudiadas,  todas  las  cla- 
ses que  comprende  la  inmensa 
población  de  Madrid  resultan  fri- 
volas. 

Usando  de  la  gráfica  frase  de 
Enrique  Gaspar,  Madrid  es  un 
niTio  grande  al  que  hay  que  entre- 
tener con  juguetes  para  satisfa- 
cer sus  momentáneos  caprichos, 
y  que,  como  á  los  niños  mimados, 
es  ])reciso  renovárselos  oportuna- 
mente, á  fin  do  evitar  que,  al  can- 
sarse de  los  que  le  entretienen,  en 
un  instante  de  mal  humor  no  aca- 
be por  romperlos. 

De  aquí  el  que  Madrid  saque 
de  la  nada  personas  y  cosas  para 
ponerlas  un  día  en  moda,  y  luego 
hundirlas  otra  vez  en  la  nada,  de 
donde  nunca  debieron  salir. 

No  exagero. 

Todos  ustedes  recuerdan  la  inmensa  popula- 
ridad que  en  poco  tiempo  alcanzó  años  atrás  el 
doctor  Garrido.  ¿Quién  era  el  doctor?  Para  los 
hombres  de  ciencia  un  charlatán  que,  á  fuerza  de 
anunciar  en  los  periódicos  los  específicos  de  su 
fai-macia,  trataba  de  evidenciarse  poniendo  la 
medicina  en  ridículo;  para  el  vulgo  un  loco  de 
atar,  á  quien  no  so  debía  hacer  ningún  caso;  para 
los  positivistas  un  sprit-fort,  un  verdadero  hom- 
bre práctico,  que,  convencido  de  que  la  publicidad 
es  el  alma  del  .siglo  xix,  desechando  preocupa- 
ciones de  clase,  se  atrevía  á  prodigarse  bombos 
públicamente,  con  el  objeto  de  llamar  la  atención 
y  crearse  una  clientela. 

Para  un  pueblo  frivolo  como  el  de  Madrid  el 
caso  era  tan  nuevo,  tan  original,  que  el  descono- 
cido doctor,  recién  llegado  desde  un  oscuro  rin- 
cón de  provincia  al  centro  de  la  cultura  española 
como  un  redentor  de  la  humanidad  doliente,  as- 
cendió á  la  categoría  de  las  celebridades,  por 
más  que  su  celebridad  tuviese  mucho  de  cómica. 


ganó  en  crédito.  Dejó 
de  ser  un  personaje  de 
relumbrón,  para  conver- 
tirse, ante  el  público 
sensato,  en  lo  que  nun- 
ca dejó  de  ser  desde  que 
abrió  su  botica:  un  far- 
macéiitico  más  del  res- 
petable gremio  de  la 
corte.  El  Madrid  frivo- 
lo olvidó  á  su  ídolo  para 
sustituirlo  por  el  perro  Paco,  doTia  Baldomera, 
los  apóstoles,  la  Lolilla  y  otros  personajes  de  este 
jaez,  puestos  en  moda  por  la  prensa  periódica, 
que,  aunque  parezca  mentira,  destina  en  sus  co- 
lumnas un  lugar  preferente  á  estas  cosas  super- 
ficiales. Los  desahuciados,  al  parecer,  no  han 
olvidado  al  doctor,  que  continúa,  según  la  frase 
que  se  ha  hecho  popular,  siempre  en  su  farmacia, 
repartiendo  la  salud  á  cambio  do  billetes  de 
banco. 

En  el  orden  de  las  cosas  frivolas  que  entre- 
tienen al  pueblo  de  Madrid,  hoy  le  toca  el  turno 
á  los  ratas.  Cuando  los  autores  de  La  Gran  Vía 
escribieron  esta  popularísima  zarzuela,  nunca 
pudieron  soñar  el  éxito  colosal  que  había  de  ob- 
tener. El  secreto  de  este  éxito,  aparte  de  la  lige- 
reza de  la  música,  que  se  presta  á  ser  cantada 
por  labios  populares,  más  que  en  el  argumento 
de  la  obra,  que  no  existe,  estriba  en  los  tipos 
madrilems  que  en  ella  aparecen.  Supriman  us- 
tedes del  libro  la  Menegilda  y  los  ratas,  y  no  hay 


PALACIO  DE  MECKLENBURGO 


(LONDRES) 


GRUPO    DE    ESTATUITAS 


notar.  La  Menegilda,  que  tanto  éxito  había  al- 
canzado, hasta  el  punto  de  que  su  imagen  fuese 
reproducida  en  revistas  y  hojas  callejeras,  quedó 
relegada  á  segundo  lugar:  los  ratas  ocuparon  el 
suyo.  Bastó  que  ciertos  jóvenes  de  buen  tono 
aceptasen  por  disfraz,  ol  pasado  Carnaval,  los 
trajes  de  los  típicos  tomadores,  para  que  su  po- 
pularidad fuese  en  aumento.  Desde  entonces  los 
ratas  (y  no  hablo  ahora  de  los  que  ejercen  libre- 
mente su  industria  en  los  sitios  públicos)  se  ven 
en  todas  partes.  Hay  ratas  de  hiscuit  en  los  es- 
caparates de  los  bazares  de  objetos  artísticos, 
ratas  ceniceros,  ratas  rompecabezas,  un  perió- 
dico político  titulado  Los  Ratas,  una  novela  con 
el  mismo  titulo;  sin  contar  el  inmenso  número 
de  ratas  que  pueden  ver  ustedes  si  tienen  la  pa- 
ciencia de  fijarse  en  las  revistas  cómicas  ilus- 
tradas con  monos,  en  muchas  de  las  cuales  se 
destacan  las  negras  siluetas  de  los  cacos  sobre 
el  fondo  blanco  del  papel,  como  un  cebo  para 
pescar  compradores.  No  se  puede  llevar  miis  allá 
la  exageración  ni  el  colmo  de  la  frivolidad.  Los 
extranjeros  que  nos  juzguen  por  e.stas  exterio- 
ridades ridiculas  nos  creerán  infxmdadamente 
un  pueblo  de  timadores. 

He  nombrado  las  revistas  cómicas,  y  en  nada 
tanto  como  en  estas  publicaciones  se  demuestra 
la  frivolidad  de  Madrid.  Vergonzoso  es  decirlo: 
mientras  la  prensa  científica  arrastra  una  lán- 


CURSO   DE   PINTL 


(guacliíi  de  E.  Ravel) 


s-j« 


r.A  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


guida  existencia  6  vi\*  de  las  subvenciones  oti- 
ciales,  la  festiva  se  nuiltiplica  hasta  el  infinito, 
debido  al  espiritu  de  imitación  que  reina  de  un 
modo  imperioso  on  las  costumbi-cs  nu\drileñas. 
Y,  al  censurar  esto,  no  piensen  ustedes  que  yo 
condeno  en  absoluto  esto  género  de  revistas, 
que,  como  t»Klas  las  cosas,  en  la  medida  de  lo 
justo  tieneo  su  i^azón  de  ser.  Lo  que  critico  es  el 
abuso  que  de  ellas  se  hace,  contribuyendo  en 
gran  manera  á  que  la  juventud  se  apasione  i>or 
las  cosas  frivolas  en  perjuicio  de  las  serias  y 
trascondentides  parj\  el  por\'enir  do  nuestro  país. 
Desde  que  el  peregrino  ingenio  de  ilanuel  Ma- 
toses  fundó  El  Hundo  Cómico,  hasta  las  horas 
presentes,  seria  larga  la  lista  de  los  semanarios 
que,  cortados  con  el  mismo  patrón,  han  apare- 
cido, y  que  se  sostienen  con  más  6  menos  éxito. 
De  ellos  uno  sigue  las  buenas  tradiciones  del 
primitivo:  el  que,  con  la  colaboración  de  los  me- 
jorcitos  autores  en  el 
género,  dirige  Sinesio 
Delgado.  Totlos  uste- 
des conocen  su  título: 
iladriii  Cómico. 

Lo  mismo  que  de  la 
prensa  cómica  debo  de- 
cir de  la  que  á  si  mi.s- 
ma  se  llama  iliístradn 
porque  adorna  sus  pá- 
ginas con  láminas  de 
pésimo  gusto.  No  le 
l>asta  al  Madrid  frivo- 
lo el  que  los  periódicos 
noticieros  reseñen  dia- 
riamente con  sus  pelos 
y  señales  ocurrencias 
ó  cosas  más  ó  menos 
dignas  de  ser  conoci- 
das. Necesita  más:  que 
el  grabado  acuda  en 
ayuda  del  texto  para 
tener  una  idea  más 
exacta  de  los  sucesos. 
¡Trabajo  perdido!  En 
esta  clase  de  láminas 
la  verdad  nunca  apa- 
rece. Los  modestos  ar- 
tistas que  las  dibujan 
se  han  trazado  una  nor- 
ma para  todos  los  su- 
cesos que  tienen  el  en- 
cargo de  ilustrar,  y  de 
ella  no  hay  quien  los 
saque.  ¿Se  trata  de  un 
crimen  cometido  en 
Valencia  ?  Pues  con 
dibujar  al  asesino  vis- 
tiendo blancos  zara- 
güelles (camalels)  sa- 
lón del  paso.  El  criminal  os  un  valenciano,  y,  por 
más  que  esta  prenda  de  vestir  esté  en  completo 
desuso  en  el  antiguo  reino  de  Valencia,  hay  que 
presentarlo  con  el  traje  típico  del  país.  Si  en  vez 
de  valenciano  es  un  catalán,  nada  más  fácil:  con 
unos  calzones  cortos  que  ajusten  á  la  rodilla  y 
un  gorro  de  lana  llenan  el  expediente.  Nos  que- 
jamos los  españoles  de  que  los  franceses  nos 
presenten  en  caricatura  cuando  tratan  de  cos- 
tumbres y  usos  de  nuestro  país,  y,  no  obstante, 
pasamos  [)or  alto  el  que  entre  nosotros  existan 
personas  tan  candidas  ó  frivolas  que  no  com- 
j)rendan,  6  no  quieran  comprender,  que  los  di- 
bujantes de  dichas  publicaciones  las  hacen  co- 
mulgar con  ruedas  de  molino.  Pero  f;qué  extraño 
i-.^  esto  cuando  en  la  Puerta  del  Sol,  los  días  de 
corrida,  venden  los  chicuelos  como  pan  bendito 
la  hoja  extraordinaria  con  los  nombres  y  retratos 
i\i:  Lis  toros  que  .se  han  de  lidiar  por  la  tarde? 

Cen.-iuro  á  Madrid,  no  por  espíritu  provincial, 
sino  pftrque,  como  esymñol,  me  duele  que  la  ca- 
pital de  la  nación  sea  presa  de  la  anemia  moral 
que  revelan  las  frivolidades  que  he  puesto  de 
relieve  }•  que  van  tomando  carta  de  naturaleza 
en  algunas  provincias.  Sin  embargo,  cuando  re- 
cnerdo  que  el  Madrid  frivolo,  objeto  de  mi  sátira, 
es  el  Madrid  caritativo,  que  presta  socorros  para 
atender  á  las  víctimas  de  los  terremotos  é  inun- 
daciones; el  Madrid  patriótico,  que  protesta  no- 


blemente como  un  solo  liombic  i-uaiulo  el  ex- 
tranjero trata  de  arrebatarnos,  con  nuestra  honra, 
un  jíedazo  de  nuestro  suelo;  el  Madrid  generoso 
y  noble,  que  impi'ovisa  ruidosas  manifestaciones 
para  imploi-ar  de  los  poderos  del  Estado  la  vida 
del  brigadiej  N'illacamjja;  pienso  (jno  el  pueblo 
que  consoiva  todas  esas  grandes  virtudes,  aun 
da  pruebas  de  virilidad,  y  estil,  por  lo  tanto,  lla- 
mado á  realizar  grandes  hechos  dignos  de  los 
muy  heroicos  ([uo  registra  en  su  historia. 

Por  supuesto,  si  estas  demostraciones  no  son 
nuevas  fases  de  su  frivolidad. 

Porque  en  este  caso  exclamaré  como  Dante: 

Lascinte  ogni  speranzn. 

J.  F.  S.\NM.\UTÍN  Y  AíiUIRRK 


"•3p- 


PALACIO 
ENCU 


DE   MECKLENBURGO  (LONDRES) 
ADERNACIONES   ESPECIALES; 


¡POBRE  NIÑO! 


Solo,  triste  y  harapiento, 
por  una  callo  marchaba, 
y  sti  manita  alargaba 
cuando  con  débil  acento 
la  caridad  imploraba. 

Un  hombre  rico  pasó 
muy  deprisa,  muy  deprisa: 
el  niño,  así  que  le  vio, 
un  ochavo  lo  pidió 
con  hechicera  sonrisa. 

y  aunque  caso  no  lo  hacía, 
el  niño  tras  él  seguía, 
y  con  lastimero  grito: 
— jUn  ochavo! — repetía;  — 
¡un  ochavo,  señorito! — 


El  rico,  al  ver,  enfadado, 
que  el  niño  sigue  pidiendo, 
le  rechaza  do  su  lado, 
y  el  infeliz,  resignado, 
aléjase  sonriendo... 

¡Pobre  víctima  inocente 
de  alguna  pasión  mundana! 


Hoy  es  ángel  sonriente: 
mañana...  tal  vez  mañana 
será  infame  delincuente. 

Pues,  criado  en  la  vagancia 
desde  la  más  tierna  infancia, 
sin  padi-os,  sin  protectores, 
será  su  misma  ignorancia 
la  causa  de  sus  errores. 

Y  perderá  la  dulzura 
de  su  angelical  sonrisa, 
recorriendo,  en  su  locura, 
del  vicio  la  senda  impura 
muy  deprisa,  miay  doprisa. 

Tomás  Camamio 


NATURA 


I 

El  cielo,  limpio  de  nubes,  ostentaba  toda  la 
belleza  de  su  infinito  azul.  Sólo  en  occidente 
algunas  difusas  manchas  envolvían  y  mitigaban 
al  ardiente  sol,  como  mitigase  potente  luz  ence- 
rrada en  una  bomba  de  cristal  mate. 

La  campiña,  magnifica,  luciendo  sus  galas 
con  excesiva  plenitud,  como  las  lucen  los  vege- 
tales en  fecundo  agosto.  Acá  y  acullá  blancas 
alquerías  y  lindos  pueblecillos  unidos  por  torren- 
tes de  arbolado  y  cascadas  de  verdor.  Estrechas 
cintas  de  agua  culebrean  en  el  fondo  de  las  ace- 
quias, orladas  de  revueltas  brozas,  sencillas 
plantas  y  alguna  flor  silvestre  que  cabecea  al 
soplo  del  ligero  vientecillo,  como  manteniendo 
mvido  departimiento,  expresado  por  misteriosos 
balanceos,  con  su  hermana  la  simple  campanilla, 
que  asoma  entre  las  violetas  que  coronan  la  ori- 
lla opuesta.  Barbechos  que  aguardan  la  mano 
del  rústico;  huertas  recién  sembradas;  campos 
húmedos  aún  por  el  último  riego;  ordenadas 
plantaciones  de  frutales;  viveros  dibujados  con 
todo  el  arte  y  la  paciencia  del  tostado  campesi- 
no; piramidales  montones  de  coloreados  frutos 
al  pie  del  árbol  que  antes  los  sustentara  y  ense- 
ñara en  sus  ramas  y  entre  sus  hojas,  como  ata- 
viada lugareña  muestra  sus  rústicos  encantos; 
original  espantajo  puesto  por  la  previsión  del 
labriego  para  juego  de  las  menudas  aves;  espa- 
ciosas granjas  y  pintorescos  caseríos,  rodeados 
de  copudos  álamos  cuya  colosal  estatura  y  os- 
curo color  resalta  del  verde  vivo  de  las  hortali- 
zas; son  otros  tantos  trazos  del  cuadro. 

En  el  fondo  la  ciudad,  con  sus  torres  y  cam- 
panarios, sus  chimeneas  y  stis  altos  edificios.  En 
un  extremo  una  gallarda  encina  confunde  su 
silueta  con  la  cúpula  de  una  lejana  iglesia.  Más 
allá  aparece  recostada  sobre  el  brumoso  cielo  de 
occidente  la  áspera  cordillera  que  rodea  al  valle 
formado  por  la  vega  que  divide  el  río  deslizán- 
dose por  la  llanura.  Una  inmensa  cadena  de 
pueblos  se  extiende  desdo  el  norte  hasta  unirse 
con  la  ciudad  en  el  último  término,  dejando  á 
un  lado  el  grandioso  monasterio  que  á  la  dere- 
cha de  nuestro  dibujo  se  alza  majestuoso;  baña- 
do todo,  el  campo  y  la  ciudad,  los  pequeños 
bosques  y  alquerías,  huertas  y  sembrados,  por 
impalpables  átomos  do  oro  que  derrama  con  su 
luz  el  lánguido  sol,  al  par  que  infinita  poesía. 
Hundido  en  esta  dorada  bruma,  adivinase  un 
pequeño  lugar  por  el  escueto  campanario  ó  his- 
tórica torre  que  asoman  su  cabeza  en  aquel  her- 
moso natifragio  de  la  Naturaleza  en  el  océano 
de  la  poesía. 

Limitan  el  paisaje,  por  el  norte,  indistinta 
aglomeración  de  huertos  de  es[)léndido  follaje, 
tras  los  que  asoma  histórico  castillo  asentado  en 
las  cumbres  de  unos  montes;  por  el  sur,  á  no 
estar  cubierto  por  cenicientos  nubarrones  amon- 
tonados en  informes  masas,  vanguardia  sin  duda 
de  recia  tempestad,  veríanse  adelantar  sobro  el 
mar  los  peñascos  del  cabo;  á  nuestras  espaldas 
el  mar,  extendido  en  ancha  faja  de  movible 
líquido  que  refleja  el  platísado  de  escamoso  pez, 


ó  el  azulado  fondo  de  submarina  gruta,  i-efugio 
de  graciosa  ondina.  La  playa  sigue  las  ondula- 
ciones del  mar,  estrechándose  al  pasar  entre  un 
montón  de  barracas  y  casuchas  plantadas  capri- 
chosamente por  una 
tribu  de  pescadores. 

Unas  barcas  de  pes- 
ca vienen  presurosas 
á  la  playa.  Eran  el  res- 
to de  las  que  antes  del 
día  corrieron  al  mar  á 
robarle  una  porción  de 
sus  viscosos  habitan- 
tes, y,  terminada  su 
faena  formaban  en 
desigual  linea,  hundi- 
da su  quilla  en  la  hú- 
meda arena,  donde 
acudían  á  morir  en  al- 
borotada cascada  de 
espuma,  ó  en  quieto 
remanso,  las  azules 
ondas. 


II 


La   niebla,   que  en-  palacio 

vuelve   como    áurea    DE  mecklenburgo 
gasa   al   efervescente  thackeray 

planeta,  pierdo  su  bri- 
llantez,   tornándose 

más  densa,  más  opaca.  Los  objetos  absorben 
el  iris  que  los  circunda,  y  el  cielo  se  oscure- 
ce, tomando  un  pesado  tinte  plomizo.    El  sol 
ya  no  derrama  luz  y  colores  en  nuestra  paleta. 
Las  nubes  que  nos  ocultaban  un  extremo  del 
paisaje  ascienden  pausadamente,  empujadas  por 
otras  más   amenazadoras  y    feas,  corriéndose 
sobre  el  cielo  como  una  oscura  cortina.  Cambia 
la  dirección  del  viento,  soplando  enormes  boca- 
nadas caldeadas  en  los  hornos  de  los  espacios 
celestes,  seguidas  de  una  compacta  masa  de  va- 
pores de  colosal  dimensión  y  terrible  color  inde- 
finible, trazando  contornos  diabólicos,  despro- 
porcionadas figuras  y  lineas  espantosas,  cam- 
biando y  pasando  del  matiz  rojo  al  gris,  y  al 
amarillo,  y  al  ceniza;  avanza  el  aquelarre  con 
gigantesca  velocidad,  y  barre  todo  montón  de 
nubes.  Parecía  aquello  un  desplome  celeste  que 
fuera  á  inundar  la  tierra  y  al  paisaje  descrito, 
hermoso  aún  con  sus  oscuros  y  tristes  tonos. 
Una  columna  de  aire  (visible   por  el  polvo  que 
arrastra  y  por  las  tremendas  bofetadas  que  re- 
parte, en  su  carrera  veloz,  á  los  altos  árboles  y 
á  las  techumbres  de  los  edificios)  se  levanta 
furiosa  en  devastador  huracán  en  donde  giran, 
barajándose,  hojas...  leves  partículas...  átomos... 
seres  invisibles  y  microscópicos,  que,  agitándose 
convulsos  en  el  espacio,  son  trasportados  á  in- 
conmensurables distancias  en  aquel  viaje  origi- 
nal. Troncha  aquel  torbellino  de  extraños  giros 
cuanto  á  su  paso  aparece;  lánzase  sobre  la  playa 
y  se  extiende  sobre  el  mar,  cuyas  aguas  tran- 
quilas se  agitan  hasta  desatarse  en  revueltas 
oleadas  que  se  desmenuzan  con  sus    violentos 
choques;  intérnase,  húndese  en  alta  mar  el  tem- 
poral, y  deja  un  cielo   negro  y   espeso...   Una 
gruesa  gota  se  marca  con  redonda  mancha  en 
la  caldeada  tierra,  que  la  absorbe  rápida.   Cae 
otra  con  sonoro  golpe  sobre  la  lustrosa  hoja  de 
un   nogal;  y  luego  otra...  hasta  que  se  rompen 
los  nudos  que  sujetan  á  fortisimo  aguacero  y 
tremenda  granizada.  Lejano  tableteo  anuncia  la 
venida  de  las  eléctricas  nubes;  un  débil  relám- 
pago precede  á  remoto  trueno.  Cae  más  espesa 
el  agua.  Los  árboles  se  agitan  con  fuerza,  como 
enorme  gigante  se  sacudiera  su  mojada  melena, 
enmarañada  por  el  viento  y  la  lluvia.  El  grani- 
zo, que   menudea,  y  los  relámpagos  más  encen- 
didos, se  hacen  dueños  de  los  espacios.  Brilla 
un  rayo,  abriéndose   veloz  paso  entre  masas  de 
agua  y  vapores,  y  parte  á  un  joven  arbusto,  que 
cae  sobre  la  carbonizada  arena.   Se  precipita  en 
el  turbio  mar  una  exhalación,  mientras   corren 
otras  señalando  curvas  y  quebradas  líneas,  como 
ígneas  grietas   en  que  ae  abriera  el  cielo.  Los 
disformes  vegetales  se  inclinan  y  levantan  fu- 
riosos queriendo  romper  las  tenazas  que  sujetan 


LA  n.USTRACION  IBÉRICA 

sus  i-aíces  á  la  tierra,  que  tiembla  y  se  estro 
mece  como  aviso  do  un  próximo  estallido  del 
planeta.  Culebrea  un  rayo  sobre  parda  nube, 
como  colosal  látigo  de  fuego  cuyo  chasquido  re- 
china en  los  oídos  de  los  asustados  habitantes 
del  valle,  que  contemplan  la  tormenta  con  hú- 
medos ojos  y  trémulos  labios,  elevando  sin  duda, 
con  el  pensamiento,  una  plegaria  á  las  infinitas 
alturas. 

III 

Asi  estuvo  la  Naturaleza  enojada  largas  ho- 
ras, enseñando  la  divina  sublimidad  á  través 
de  su  tormentosa  crisis. 

Luego...  disminuye  por  grados  insensibles  al 
vendaval.  No  azota  la  Uuvia  tan  recio.  El  núcleo 
de  la  borrasca  se  aleja  y  desaparece  en  el  mar 
como  por  enorme  escotillón.  Palidecen  los  ruidos 
y  los  reflejos  eléctricos,  que  de  vez  en  cuando 
iluminan  con  vistoso  color  rosáceo  una  gran 
mancha  gris  levantada  sobre  las  aguas,  última 
huella  de  la  tempestad.  Contesta  un  proñuido 
murmullo  á  cada  cambio  de  color.  El  agua  so 
esparce  en  casi  invisible  lluvia.  El  cielo  queda 
cubierto  de  sucios  celajes  acumulados  capricho- 
samente, brillando  entre  sus  groseras  soldaduras 
un  trozo  de  clarísimo  azul. 

El  abochornado  sol  yace  en  su  ocaso,  arropado 
con  negruzcas  nubes.  Las  montañas  del  fondo 
se  borran  del  paisaje  y  desaparecen  con  los  últi- 
mos señales  del  día.  Precipítanse  las  sombras 
arrastrando  sus  largas  vestiduras  de  espesos 
pliegues  desde  el  oriente,  y  con  ellas  la  noche, 
huyendo,  sin  duda.  Je  la  tormenta  que  por  allí 
caminara.  Los  árboles  y  los  irregulares  edifi- 


.H27 

i:.l  illa,  ij...  .  ,M[M /.ii  luiuiDNoy  u«tí.\iant<;,  aca- 
ba en  fría  noche. 

Oyense  los  silbidos  do  una  bandada  de  acuá- 
ticas aves  que  pasan  á  grande  altura,  retomando 
á  los  nidos  que  abandonaron  mcidrosas,  en  las 
cercanas  lagunas,  al  ¡.riinor  indicio  del  fiero  tur- 
bión. 

Coagúlanse  Ioh  sombras  y  se  extingue  todo 
signo  de  vida. 

B.  MoiíALKs  San  Martín 


-1?- 


DEFmiCIÓN  DEL  AMOR 


Es  el  amor  un  sueño  de  ventura; 
es  mentido  ideal  que  desvanece ; 
es  un  engaño  que  verdad  parece; 
es  brilladora  luz  que  poco  dura. 

Es  un  vértigo  dulce  que  depui-a ; 
es  ilusión  que  el  desengaño  ofrece ; 
es  filtro  que  consume  y  enloquece; 
es  origen  fatal  de  desventura. 

Es  un  fuego  que  agosta  nuestra  frente ; 
es  esperanza  que  la  dicha  inquieta; 
es  un  edén  que  el  corazón  adora. 

Es  bien  que  sólo  finge  nuestra  mente; 
es  un  delirio  que  al  dolor  sujeta; 
es...  un  recuerdo  por  que  el  alma  llora. 

A.  SCHINDLER 


palacio    de    mecklenburgo   (LONDRES 
LADY   SODIVA 


cios  fingen  oscuras  siluetas  de  enormes  seres 
que  en  solitaria  ronda  recorren  los  campos,  ya 
dormidos  en  el  regazo  de  la  noche.  Si  Natura, 
en  este  momento,  encendiera  una  de  sus  miste- 
riosas luces,  las  flores  y  plantas,  el  abundante 
follaje  del  arbusto  y  la  esparcida  hojarasca,  apa- 
recieran cuajados  de  luminosos  brillantes  y  en- 
garzados en  cristalinos  rubís,  cuyas  varias  com- 
binaciones y  quebradas  de  luz  dieran  fantástico 
aspecto  á  aquella  nocturna  visión... 

El  mar  aun  so  rebulle  en  continuo  mugido,  y 
fresca  brisa  orea  el  paisaje,  lanzando  lejos  la 
menuda  lluvia. 

IV 

Atraviesa  los  montones  de  negras  tintas  que 
manchan  la  alta  bóveda,  la  amortiguada  luz  de 
algún  astro. 


EL  PLATONISMO 

Y    EL 

ARISTOTELISMO 


No   se  concibe  hoj' 
hombre  culto,   sea  la 
que  quiera  la  rama  del 
arte   ó  de  la   ciencia 
que  merezca  su  prefe- 
rencia,  si  no  ■  ha  em- 
prendido una  larga  pe- 
regrinación intelectual 
á  la  culta  Grecia.  Fue- 
ra fácil  señalar,  desde 
los  comienzos  de  la 
ciencia  y  de  la  filoso- 
fía moderna  hasta  sus 
manifestaciones   noví- 
simas, cómo  y  por  qué 
procedimientos  la  sus- 
tancia intelectual   del 
saber  griego  nutre  y 
vivifica  el  pensamiento 
contemporáneo.  En 
todo   el  mundo   culto 
representan  Platón  y 
Aristóteles   el  pasado 
del  espíritu  humano  de 
que  está  lleno  el  pre- 
sente, sin  que  sea  óbice,  para  hallar  latente  en 
el  saber  novísimo  la  influencia  de  ambos,  la  su- 
perficial consideración  histórica  que  ha  estima- 
do antitéticas  las  direcciones  de  Platón  y  Aris- 
tóteles. 

Platón  y  Aristóteles  se  completan;  y  ambos, 
unidos  á  su  incomparable  maestro  Sócrates, 
constituyen  el  siglo  de  oro  de  la  filosofía  griega. 
Y  que  se  completan  y  no  se  oponen  ó  bifurcan 
cual  si  fueran  dos  ríos  que,  naciendo  de  fuente 
común,  corrieran  por  cauces  diferentes,  se  com- 
prueba observando  únicamente  el  génesis  y  pro- 
ceso de  sus  doctrinas  fundamentales,  que  ponen 
de  relieve  su  parentesco  íntimo. 

Sócrates  es  el  primero  que  ha  profe.sado  la 
doctrina  de  que  toda  ciencia  y  toda  actividad 
moral  (idénticas  para  él  en  su  origen  y  en  su 
término,  equiparando  por  tal  razón  el  virtuoso  3' 


UA    LECCIÓN    DEL   PERRO.   (Tun.lro  de  M.  RaMIHEZ,  cxislchle  un  el  .\fnseo  Kaeional  de  rintnra.) 

Üiliiijo  de  P.  y  Valor 


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LA    ILUSTUACIÜN   IBLUICA 


el  8ab¡o>,  deben  proceder  del  conoamiento  de  lo 
MHiirrsfi/  ^principio  iniis  expresamente  formu- 
lado después  por  sus  discípulos  cuando  afir- 
maban: XiilUí  Jluriorum  scientia);  exiponeia  que 
se  esforzó  en  cumplir  por  medio  del  método  epa- 
gógico  ^wluciendo  con  la  Mayéntica  la  verdad  del 
ejeR-icio  del  pensamiento). 

Ifnial  convicción  sirve  de  punto  de  partida  á 
la  dialéctica  platónica,  donde  lo  univei-sal  cons- 
tituye el  asunto  inmediato  de  la  intuición  obje- 
tiva ^'idea^.  Si  Sócratí-s  había  afirmado  que  úni- 
camente el  conocimiento  del  concepto  constituye 
la  ciencia  verdadera  (psicolof^ía  del  sistema), 
Platón  dice  que  la  ¡dea  (ó  el  ser  del  concepto) 
es  el  único  ser  real  y  verdadero  (ontologia  del 
sistema). 

Aristóteles  es,  en  el  fondo,  fiel  á  este  princi- 
pio, aunque  combata  la  teoría  platónica  de  las 
ideas.  Pam  Aristóteles  también  la  forma  ó  el 
concepto  es  la  realidad  de  las  cosiis:  la  forma 


siempre  el  mismo  sentido  aplicadas  á  pensadores 
distintos  y  á  épocas  diferentes,  no  se  puede  des- 
conocer que  si  Ajistóteles  combate  la  teoría  pla- 
tónica de  las  ideas  es  precisamente  entendiendo 
que  las  ideas  no  pueden  ser  verdaderaníento  lo 
sustancial  y  lo  real  si  se  conciben  separadas  de 
las  cosas.  Contra  aquella  opuesta  representación 
hay  que  afirmar  con  Lango  que  Aristóteles  con- 
serva una  estrecha  dependencia  del  sistema  pla- 
i  tónico,  y  que  el  aristotelismo,  sin  hablar  de  sus 
j  internas  contradicciones,  uno  A  la  apariencia, 
sólo  á  la  apariencia  del  empirismo,  todas  las 
faltas  de  la  concepción  soeráticoplatónica;  faltas 
que  alteran  en  su  origen  la  indagación  empírica, 
como  en  parte  lo  reconocen  Trendelenbourg  y 
Encken,  neoaiistotólicos  alemanes. 

Después  de  exponer  sus  doctrinas  filosóficas, 
cuidó  Aristóteles  de  sistematizar  todas  las  cien- 
cias en  su  tiempo  existentes,  buscando  en  la 
diversidad  do  lo  que  existe  la  unidad  y  estabi- 


aqueUa  misma  savia  doctrinal.  Teniendo  en 
cuenta  estas  consideraciones,  y  sin  exagerar  la 
distinción  innegable  entre  la  dialéctica  y  el  or- 
ganon,  como  lo  hace  Vaclierot,  se  concibe  fácil- 
mente que  dentro  de  "cierto  límite  y  grado  so 
puedo  afirmar  que  es  Aristóteles  un  Platón  in- 
vertido. 

U.  GoNZ.ú.EZ  Seuu.\no 


-r 


NUESTROS   GRABADOS 


A    ORILLAS    DEL    DART 


pura,  la  forma  en  si  y  para  si,  el  acto  primero 
y  más  perfecto,  el  del  pensamiento,  la  inteli- 
gencia, libre  de  todo  objeto  exterior  y  concen- 
trada en  sí  misma,  es  el  sfer  absolutamente  real 
(lógica  del  sistema). 

íx>  que  distingue  á  Aristóteles  de  Platón 
(cuya  distinción  se  ha  convertido  precipitada- 
mente en  o[)Osición  total)  es  únicamente  su  opi- 
nión acerca  de  la  relación  de  la  forma  intelectual 
con  el  fenómeno  sensible  y  con  lo  que  existe  en 
el  fondo  de  los  fenómenos  como  substratum  ó 
materia.  Según  Platón,  la  idea  separada  de  las 
cosa.s  existe  por  sí,  y  la  materia  de  las  cosas, 
extraña  á  las  ideas,  está  desprovista  de  realidad 
(constituye  el  no  ser),  y  sólo  la  obtiene  por  su 
participaíúón  de  las  ideas.  Inversamente  para 
Aristóteles  la  forma  está  en  las  cosas  mismas, 
en  cuanto  el  elemento  material  posee  cierta  pre- 
disposición para  recibir  la  forma,  resultando  que 
la  materia  (el  no-ser  de  Platón)  constituye  la 
fjosiljilidad  del  ser.  Materia  y  forma  tienen  el 
mismo  contenido,  pero  de  dos  maneras  diferen- 
tes. Aunque  en  este  punto  concreto  la  doctrina 
p<¡ripatética  contradice  la  teoría  de  las  ideas  de 
Platón,  Aristóteles  permanece  fiel  al  principio 
general  de  la  filosofía  de  sus  maestros  Sócrates 
y  Platón,  y  entiende  con  ellos  que  la  ciencia 
verdadera  no  puede  ser  más  que  la  ciencia  de 
las  ideas. 

Debe  cesar,  pues,  la  preocupación  de  algunos 
comentadores  cuando  afirman  que  Platón  es  el 
representante  del  idealismo  n  priori,  y  Aristó- 
teles del  procetlimiento  empírico  a  posterv/ri; 
porque,  aparte  de  que  las  palabras  no  tienen 


lidad  que  Platón  concebía  fuera  de  las  cosas  y 
en  la  contemplación  de  las  ideas.  Aristóteles  se 
atenía  al  saber  de  su  tiempo,  y  estaba  conven- 
cido de  que  con  aquel  saber  bastaba  para  j-esolver 
toda  cuestión.  Precisamente  porque  Aristóteles 
tenía  una  concepción  del  mundo  tan  exclusiva, 
porque  se  movía  con  tanta  seguridad  en  el 
círculo  estrecho  que  se  había  trazado,  pudo  sor 
preferentemente  el  maestro  y  guía  de  filosofía 
de  la  edad  media,  mientras  que  los  tiempos  mo- 
dernos, con  tendencias  al  progreso  y  á  la  inno- 
vación, han  tenido  que  romper  el  yugo  y  las 
trabas  de  su  sistema. 

Más  conservador  que  Platón  y  Sócrates,  Aris- 
tóteles se  cohonesta  mejor  con  la  tradición,  con 
la  opinión  del  vulgo,  con  las  ideas  consagradas 
por  el  lenguaje,  siendo  el  filósofo  siempre  prefe- 
rido en  las  esc\ielas  y  más  comentado  por  los 
instintos  conservadores.  Así  se  ha  podido  decir 
con  razón,  del  plat/)ní.smo,  que  había  ¡ireparado 
las  vías  á  la  moral  cristiana  y  al  dogma,  sin  que 
gloria  igual  pueda  atribuirse  á  Aristóteles;  y  si 
más  tarde,  en  la  edad  media,  la  Europa  lo  ha 
aceptado  como  maestro,  no  ha  pensado  más  que 
en  preguntarlo  la  forma  según  la  cual  debía 
aprender  y  estudiar. 

Platón  ha  sido  siempre  un  iniciador  y  un  guia, 
según  prueba  la  misma  doctrina  de  San  Agus- 
tín. Aristí^teles,  conocido  después,  ha  sido  utili- 
zado para  dar  forma  á  rosiiltados  ya  obtenidos: 
representii,  pues,  el  primero,  la  savia  doctrinal 
que  del  helenismo  se  asimila  la  dogmática  cris- 
tiana; y  el  se.ginido  la  dirección  formalista  con 
que  se  extiende,  en  la  catolización  del  mundo, 


MAItlA    DK    IlOKtJONA   JUKANDO    RKSl'KTAn    l.ns   ]>I':|ÍKC1!<)S    DKL 
COMÚN    DK    KHr.SKI.AS 

Cxíadro  de  Emilio   Wautcrs 

Es  uno  de  los  dos  frescos  que  en  nuestro  número  anterior 
dijimos  habla  pintado  AVauters  para  la  Escalera  de  lo»  leoites 
del  Hotel  de  Ville  de  Bruselas. 

Respecto  al  asunto  del  cuadro, 
diremos  que  María  de  Ilorgoña,  hija 
de  Carlos  el  Temerario,  fué  la  espo- 
sa del  emperador  de  Alemania  Ma- 
ximiliano de  Austria,  y  abiiela,  por 
lo  tanto,  de  nuestro  gran  Carlos  V. 
Tan  pobre  era  el  buen  Maximiliano 
•  que,  cuando  se  casó,  Maria  tuvo  qtie 
comprarle  vestidos  nuevos  para  que 
se  presentara  con  decencia. 

M.  .SABI-CARNOT,  ACTUAL  rRKSIDKNTK 
DR  I.A  REPÚBLICA  FHANCKSA 

^eiliin  folnfjrnfia  de  }f.  P.  Anthony 

el  i'onipaiinie 

Ifi,  buiílevard  Moiüiiia^trc 

Ks  esa,  al  decir  suyo,  la  mejor  fo- 
tografía que  se  ha  hecho  de  M.  Car- 
nnt;  y  ahora,  viniendo  á  este,  nos 
limitaremos  á  manifestar  que  supo- 
nemos enterados  á  nuestros  amables 
lectores  de  la  l>iograffft  que  del  nue- 
vo presidente  han  traído  todos  los 
jícriódicos. 

VIDKIEKAS    DKI,  .SIOI.O    XVI 

Al  hablar  de  vidrieras  del  .si- 
glo XVI,  entiéndese  que  se  trata  p<ir 
excelencia  de  las  que  pintaron  los  fla- 
mencos; los  cuales,  recogiendo  la 
tradición  gótica,  llevaron  su  arte  al 
más  alto  punto  de  esplendor  que  al- 
canzó en  el  Kenacimiento,  realizan- 
do inmensos  progresos  respecto  á 
sus  antecesores. 

La  inílucncia  de  jlos  flamencos  se 
dejó  sentir  en  Italia,  entre  cuyos  pintores  do  vidrios  figura 
Boticelli,  autor  de  In«  vidrieras  de  la  Cartuja  de  Florencia 
a.sí  como  en  Francia,  viéndose  hennosas  vidrieras  de  colo- 
res, en  la  catedral  de  Kuan,  inspiradas  en  el  gusto  de  los  ar- 
tistas de  los  Países  P.ajos. 

Kn  Alemania  puede  decirse  que  había  comunidad  de 
gusto  con  Flandcs,  y  asi  lo  demuestran  las  obras  que  se  ad- 
miran en  diversas  capitales;  dando  en  este  número,  como 
una  de  las  más  notables,  la  que  se  admira  en  el  ]>ahicio  de 
San  Jorge  de  Hannover. 

LOS    DRAMAS    PE    .SHAKESPEARE 


EL    l'KlSCirE    ENBIQUE    Y    POIN.S 

Un  cuarto  en  la  taberna  de  la  Cabeza  del  o'o 

/■;nnV;«í.-  Bergante,  Falstaff  y  los  demás  ladrones  están 
ahí  llamando.  ¿Te  parece  si  varaos  a  divertirnos? 

Poín«.— Yalo  creo:  como  unos  crickelH,  muchacho.  Pero 
dime:  ¿qué  género  de  broma  es  eso  que  estás  haciendo  con 
el  mozo  de  la  taberna? 

(Kl  rey  Enrique  IV,  acto  H,  escena  IV) 

ENHIQIIE   V    y   CATALINA   BE   FRANCIA 

Troyes.  -Una  cámara  del  palacio  del  rey  de  Francia 

í;nrí(/«e.— Bella  y  bellísima  Catalina:  i  querríais  dispensar 
á  un  soldado  la  gracia  de  enseñarle  palabras  que  sean  dignas 
de  penetrar  en  el  oído  de  una  dama,  y  de  defender  ante  su 
gentil  corazón  la  causa  de  su  amor? 

CaínKna.— Vuestra  majestad  se  burlará  de  mi,  sin  duda; 
pero  yo  no  sé  hablar  inglés. 

Enrique.  — \0\\,  bella  Catalina!  Si  queréis  amarme  sólida 
mente  con  vuestro  corazón  francés,  feliz  sería  al  oíros  con- 
fesar vuestro  amor  en  lengua  inglesa  Incorrecta.  ¡Do  yon 
llke  me,  Catalina  ? 

Catalina. ^Pardonnez-moy:  yo  no  piíedo  decir  lo  que  es 
eso  íle  like  me. 

(El  rey  Enrique  V,  acto  II,  escena  V) 


LA  ILUSTRACIÓN  IBEKICA 


PALACIO   DK   MKCKLENIIUKGO:    LONDBKS 

Dijimos  ya  que  este  palacio  lleno  de  preciosidades  perte- 
necía hoy  al  opulento  capitalista  mejicano  Sr.  Sala.  En 
el  presente  número  pueden  verse  diversas  reproducciones 
de  las  obras  de  arte  que  hay  alli  acumuladas :  una  estatua 
de  Thackeray,  el  bien  conocido  autor  del  Libro  de  los  .Snofts, 
por  Mr.  Bobera;  ricas  encuademaciones,  el  estudio,  esta- 
tuitas,  etc.,  etc.  El  at/udanle  pencral  es  un  hurcait  que 
realiza  la  última  palabra  en  materia  á  facilidad  para  clasi- 
ficar y  guardar  papeles;  mueble  envidiable  ciertamente  para 
más  de  cuatro. 

CURSO    DB    PINTURA 

Guacha   de   E.    Ravel 

i  Véase  cuántas  marinera»!  Lo  que  hay  es  que  quizás  nin- 
puna  de  ellas  serla  capaz  do  rivalizar  con  el  autor  en  punto 
á  emborronar  i)apel,  porque  miren  Vds.  que  hacer  una 
guacha  con  semejante  asunto  es  empeño  más  que  arduo;  y, 
sin  embargo,  no  cabe  mayor  brillantez  que  la  que  se  admira 
en  el  desempeño  de  esa  obra. 

LA   LRCCIÓN  DEL  PERRO 

Cuadro  de  N.  Ramírez,  existente  en  el  Museo  Nacional  de 
Pintura.  — Dibujo  de  P.   y   Valor 

Recomiéndase  este  cuadro  por  sus  concienzudas  condi- 
ciones técnicas,  ya  que  no  por  la  importancia  del  asunto, 
por^más  que  no  deja  de  ser  muy  ingeniosa  la  idea  que  ha 
informado  la  obra.  Hoy  ese  género  de  asuntos  ha  pasado  á 
ser  moneda  corriente,  y  puede  decirse  que  la  materia  esta 
apurada  ya. 

EXPOSICIÓN  NACIONAL  DE  BELLAS  ARTES  DE  1887 


FLORALIA     (FIESTAS   A   LA   DIOSA   FLORA) 

Cuadro  de  D.  A.  Reina  Manescau  (medalla  de  tercera  clase) 
Dibujo  de  P.  y  Valor 

íle  aquí  en  qué  términos  se  expresa  el  Sr.  Giner  de  los 
Ríos  (D.  II.)  respecto  á  este  lienzo:  -En  conjunto  agrada  la 
escena  clásica  descrita  por  el  pintor  malagueño  con  tanto 
cariño  como  minuciosidad;  pero  cuando  se  examina  deteni- 
damente la  obra,  saltan  á  la  contemplación  algunos  lunares, 
entre  los  que  descuella  la  falta  de  seguridad  en  ejecutar  el 
pensamiento.  Con  efecto:  el  menos  observador  puede  notar 
la  indecisión  con  que  el  discípulo  del  Sr.  Martínez  Vega  co- 
loca las  figuras,  vacilando  antes  de  decidirse.  So  adivinan 
estas  dudas  por  las  incorrecciones  del  dibujo  y  el  temor  con 
que  están  tratadas  algunas  tintas.  Por  lo  demás,  aunque 
alguien  más  exigente  marcaría  errores  de  perspectiva,  no 
debe  amontonarse  tanto  'pero  en  lienzo  de  tan  indiscutible 
mérito.  El  mayor  encanto  de  Floralia  es  la  poesía  que  res- 
pira la  acción  de  las  mujeres  que  ofrecen  los  clásicos  hime- 
neos &  la  diosa,  y  la  hermosura  y  elegancia  del  grupo  de  las 
que  se  aproximan  al  ara.  Una  observación,  para  concluir,  que 
hacemos  todos  los  profanos  y  que  no  he  hallado  desmentida 
en  la  Exposición:  no  hay  un  solo  tapiz,  en  ningún  cuadro,  en 
que  no  haya  tropezado  alguno  de  los  personajes,  dejando  su 
correspondiente  arruga,  su  correspondiente  boquilla  y  su 
correspondiente  doblez.- 

A    ORILLAS   DEL  DART 

Pocos  pueblos  habrá  que  hagan  tanto  caso  de  sus  ríos 
como  la  nebulosa  Albión,  donde  no  parece  sino  que  se  cree 
todavía  que  las  orillas  de  sus  Táraesis,  Dartes  y  Avons  están 
pobladas  de  ondinas  y  dríadas.  La  verdad  es,  sin  embargo, 
que  la  mayor  parte  de  ellos  son  muy  poéticos;  lo  cual,  dada 
la  pasión  que  sienten  los  ingleses  por  las  bellezas  naturales, 
hace  que  se  comprenda  su  afición.  Entre  los  ríos  más^  cele- 
brados figura  el  Dart,  en  el  Devonshlre,  al  cual  llaman  los 
britanos  el  Rhin  inglés. 

COUENTABIOS 

El  asunto  es  tan  original  como  simpático,  siendo  un  bo- 
nito estudio  de  costumbres  populares.  Nada  más  natural  que 
el  interesante  coloquio  que  sostienen  los  dos  arrapiezos,  muy 
engolfados  en  disquisiciones  acerca  del  verdadero  sentido 
del  carlelón,  revelando  con  ello  su  marcada  preferencia  por 
las  bellas  letras. 

LAS  CUEVAS   DE   TENBV,    PAÍS   DE   HALES 

Tenby  es  una  ciudad  lindísima,  la  mejor  situada  de__todo 
el  país  de  Gales,  aunque  muy  decaída  de  su  antiguo  esplen- 
dor. Consérvanse  todavía  los  restos  de  un  antiguo  castillo. 
Son  notables  las  cuevas  marinas  de  su  costa.  Pertenece  al 
condado  de  Pembroke,  al  sur  del  principado. 


-^- 


EL    PRISIONERO 


EPJHOUIO  UB  LA  CUEUKA    DK  LA  INDEPENDENCIA 
I 

El  día  28  ác.  junio  de  1814  amaneció  esplen- 
dente y  magnífico. 


Los  primerizos  rayos  del  candente  sol,  for- 
mando en  el  horizonte  una  ancha  faja  do  fuego, 
empezaban  á  disipar  la  bruma  cenicienta  quo 
envolvía  los  viejos  torreones  do  Tarragona. 

El  campo,  que  pocos  meses  antes  tanta  san- 
gre había  tragado,  sonreía  ahora  ostentando  los 
dulcísimos  placeres  de  una  naturaleza  sosegada 
y  feliz. 

Apenas  habrían  pasado  dos  meses  desde  que 
la  paz  reinaba  en  España. 

La  guerra  de  la  Independencia,  la  epopeya  de 
nuestro  siglo,  había  terminado  completamente. 

Ya  el  último  de  los  generales  de  Napoleón 
había  traspuesto  el  Pirineo;  ya  no  quedaba  en 


mo  indescriptible  desde  la  Corunn  hasta  Gerona, 
desde  San  Sebastián  á  Cádiz. 


11 


En  la  mailaiia  del  citado  día,  dos  jóvenes  do 
veinte  á  veinticinco  años,  do  gallarda  figura,  y 
cuyo  porte  demostraba  la  clase  acomo<la(Jaá  quo 
pertenecían,  paseaban  por  la  orilla  derecha  del 
Francoli,  como  sumidos  en  honda  meditación. 

Se  echaba  de  ver  en  arabos  una  tristeza,  al 
par  que  tranquila,  profunda. 

De  pronto  uno  de  ellos,  al  pasar  por  cierto 
recodo  que   forma  la  misma  orilla,  y  como  ú 


COMEN  TARIOS 


territorio  español  ni  un  solo  soldado  extranjero. 

¡Nuestra  desgraciada  y  hambrienta  nación 
respiraba  al  fin  libremente! 

Jamás  se  prepararon  abrazos  más  cordiales; 
jamás  el  patriotismo  se  dispuso  á  estallar  por 
medio  de  más  espontáneas  demostraciones. 

El  esforzado  guerrillero  abandonaba  las  armas 
y  se  dedicaba  de  nuevo  á  sus  trabajos  cotidia- 
nos, consolándose  de  haber  perdido  á  padres, 
hijos  y  hermanos  con  tal  de  haber  defendido  y 
conservado  el  pais  en  que  les  vio  nacer  y  morir. 

Los  templos,  tanto  tiempo  profanados,  se 
abrían  de  nuevo  á  los  fieles  para  dar  gracias  á 
Dios  por  la  victoria  y  conmemorar  santamente 
los  difuntos. 

Los  cánticos  populares  estremecían  otra  vez 
el  viento. 

Todo  era,  en  fin,  patético  alborozo  y  entusias- 


1,500  metros  de  Tarragona,  se  quitó  el  sombre- 
ro religiosamente  y  se  santiguó. 

— Por  fuerza  aquí  ha  debido  suceder  alguna 
desgracia, — dijo  interrumpiéndole  el  que  le 
acompañaba. 

— ¿Cómo?  ¡Til  sabes...! 

— No  sé  más  sino  que  te  he  sorprendido  mur- 
murando una  oración,  y  esto  me  demuestra  quo 
este  sitio  ha  debido  serte  fatal. 

— No  te  equivocas,  .¡ni  buen  amigo.  Esas  va- 
gas ondas  son  mudos  testigos...  ¡Dios  les  tendrá, 
sin  duda  alguna,  al  lado  de  los  mártires  y  de  lo.-; 
héroes!... 

—La  mañana  está  hermosa,  y  est«  sitio  me 
parece  ameno  y  muy  á  propósito  para  que  des- 
cansemos de  nuestro  paseo  y  me  relates  lo  ocii 
rrido  aqtü. 

— No  tengo  inconveniente,  en  darte  á  conocer 


832 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


los  ponneuorps  de  la  triste  escena  (q«&  hoy  pi"e- 
cisainent*»  hace  ti-es  años  tuvo  lu{íar\  auiKjne  te 
|)reveiijri>  que  son  dfiíulolt'  domasiaJo  foroz... 


— Ya  sabes  lo  triste  qvto  fué  parív  nuestra  que- 
rida Tai-ragona  el  28  lie  junio  de  ISll.  Bien 
presentas  teiienios  en   nuestra   ¡uinfí'"iK^'it'>»  l!>« 


ciaste  como  yo;  no  jjudiste  ajueciar  todo  el  ho- 
rror de  la  toma  de  nuestra  ciudad. 

No  viste  morir  en  tliez  lioi'as  r),(KKI  ciudadanos 
indefensos,  r),0(H)  víctimas  que  ya  no  podían  de- 
fender ni  el  hogar,  ni  la  vida,  ni  la  honra... 
No  viste  á  la  soldadesca  desenfrenada,  en  su 
horrible  embriague^í  de  vino  y  sangre,  pasear 
enhiestos,  en  las  puntas  d(!  sus  bayonetas,  á  los 
tiernos  infantes,  arrancados  villanamente  del 
])echo  de  sus  madres...  No  viste  A  las  débiles 
mujei'cs  sufi'ir  los  más  atroces  y  viles  idtraj((S... 
No  viste  el  saqueo  y  profanación  de  nuestros 
templos..;  ¡No  viste,  en  fin,  tres  días  do  luto  y 
de  horror! 

AN(jKL   CoKLLü    IJE   TOKKES 

(Se  concluirá) 


LAS  CUEVAS   DE  TENBY     PAÍS    DE   GALES 


— No  imjiorta:  quiero  Hal)erlos. 
— Pues  escucha  y  estremécete. 
Y,  traH  una  breve  pausa,  empez/j  su  narración 

llf'J     Tllfldít    Kl  (riIlCTlíí'' 


escenas  que,  hasta  ayer  puede  decirs(^,  se  suce- 
dieron sin  interrupción:  escenas  de  inconcebible 
barVjarie.  Sin  endtargo,  tú  te  hallabas  jirisionoro 

desde  el  asalto  del  4  de   mavo  y  no  las  ))resen- 


gránoes  alhiácenís  del 

Printemps 

Pídase 


El  MAGNIFICO  ALBU/H  ILUSTRADO  redac- 
tado en  Kspañol  ó  en  Francés,  encer- 
raiido  554  ui-ahados  Inédlios  de  Ves- 
tidos, Coureccloties,  Artículos  para 
Sonoras,  Trajes  para  Caballeros  y  Niños 
ela.  como  laiiiDlen  la  nonienclaliira  de 
lodüs  los  lejidiis  de  Sederías,  Lanerías, 
Indianas,  l'añerlas,  Telas  de  lulo,  eta, 
ela;  que 

Aeaba  de  salir  á  luz 

Y  que  remitimos  B^A  TIS   Y  FRANCO  a 

quien  nos  la  pida  en  carta  franqueada 
dirljiíla  íi 

MM.  JULES  JALUZOT  i  0'^ 

á  Paria 

Se  envían  Igualmente  gratis,  las 
muestras  de  todos  los  tejidos  de  com- 
ponen uis  Inuiensos  surtidos  del  l'HlN- 
TE.Ml'S  (lisiiecincarnos  bien  las  clases  y 
precios;). 

Casas  de  reexpedición  en  IRUN  (Es- 
paña) y  HENDAYA  (ITancla). 

Todo  pedido,  cuyo  valor  llegue  á 
50  pesetas,  es  expedido  Ubre  <le  vortes 
conlra  desembolso,  ó  sea  A  payar  al 
recibir  la  uK^rcancla,  k  cualquier  esta- 
ción del  Ferro-Carril,  mediante  un 
recargcp  de  5  0/0  sobre  el  lolai  de  la  fac- 
tura ó  libra  d»  portas  y  de  derecho»  d« 
aduana  luodlante  el  de  2a  0/0. 

Nuestras  Casas  de  reexpedición  de 
irun  y  llendaya  están  especialmente 
encargadas  de  las  formalidades  de  la 
Aduana  y  de  la  reexpedición  de  los 
bultos,  que  llegan  siempre  ai  punió  de 
destino  .sin  necesidad  de  que  nuestros 
parroquianos  se  cuiden  de  nada. 


LOS  GKANDIÍS  ALMACENES 
DKL  PZIIIVITEIVIPS  »ll  PARÍS 

NO  TIENEN  SUCURSALES 

ni  ea  Francia,  ni  en  España 


ii)ll.\líiTI¡UIO.H:  tifiiM.  ;i6.>367.  Banói loiiiiiu, «ütflr.-Rmrvadííii  Ion díTMhoii de  propiedad  arlíiilita  j  literaria. -Las reciaDiatiitiitiii en  Madrid, al  rcpresentank  de  csla casa,D.  Manuel  Pía  j  Valor:  Ipodaca,  10, 2.° 

->.        INSÉRTESE  Ó  NO,   NO  SE  DEVUELVE   NINGÚN   ORIGINAL      )hS- '■ 


EsTABiJtciHiKNTU  TiroLiTOORÁJ'ico  DI  La  nustraoión  Ibórioa:  Callx  di  Cobtks,  n.<"  366  y  367.  — BABCBLONA 


brííí^.x 


SEMANARIO    CIENTÍFICO.    LITERARIO    Y    ARTÍSTICO 


Año  V 


Barcelona  31  de  diciembre  de  1887 


Núm.   261 


ADVERTENCIA.— Cumpliendo  lo  ofrecido  á  nuestros  suscritores,  recibirán  con  el  Jiresente  número  la  magnífica  oleografía  Conversión  del 
duque  de  Gandía,  copia  del  admirable  cuadro  del  Sr.  Moreno  Carbonero,  premiado  con  primera  medalla  en  la  penúltima  Exposición  Nacional  de 
Bellas  Artes.  Nuestros  favorecedores  podrán  convencerse  de  que  el  obseqviio  que  les  hacemos  es  digno  de  ellos,  habiendo  procurado  pot  nuestra 
parte  que  el  traliajo  salido  de  nuestros  talleres  nada  tuviese  que  envidiar  á  lo  mejor  que  se  hace,  no  ya  en  España,  sino  en  el  extranjero. 


ESTUDIO    DE    PAISAJE    DE    INVIERNO 


834 


LA  ILUSTRACIÓN  LBERIOA 


SUMARIO 


Tuto.— ifodrU.  Carta»  d  mi  prima;  por  Fernanflor.—  MU 
eanUtra  (poesía),  por  Enrique  TTexas.—Ezpotieión  marí- 
tima aaooNoI  de  Oidiz  (conclusiAn),  por  ratroclnio  de 
Biedma.  —  ¿«furo».  Paut  Bourget :  <u  última  novela  (con- 
closlAn);  por  Cluln— Pregunta  (poesía),  por  Manuel  del 
Palacio.— wi  un  cigarro  (poesía),  por  A.  Schindler.--Vufí- 
in*  gnútadot—EX  priríonero.  Kpitodio*  de  la  guerra  de  la 
IndepcndoKia  (conclusión);  por  Augel  Coello  de  Torres. 

GCikaADOs.-  Estudio  de  paisaje  de  invlemo.— San  Francisco 
de  Sales.— Basílica  de  San  I\>dro  en  Roma.  -Marina. — 
Santa  Cbantal  (Juana  Freniyot ,  baronesa  de  Rabutin 
Chantal).— Madame  de  Sevifmé.— Margarita.— Z.o)!fl  pas- 
tera, comedia  de  Fleteher.— Como  guttéit,  comedia  de  Sha- 
kespeare.—La  llegada  de  la  carroza. — Terminada  la  faena. 
—La  catedral  de  Lnneburgo. 


MADRI  D 


€«it^»o  4  s%i  piíixm,«k 


última   carta 

fCERiDA  Carmen:  Supongo  que  esta,  ini  iil- 
tima  carta  de  año  y  última  también  de 
nuestra  correspondencia,  t«  encontrará  en  París 
to<lavia.  Te  en\'ío,  pues,  con  ella,  mi  felicitación 
de  Pascuas,  sin  perjuicio  de  reiterarla  cuando 
lleguéis  á  esta  corte.  «Año  nuevo,  vida  nueva.» 
Seguramente  que  para  ti  ha  de  ser  verdad  el 
refrán,  puesto  que,  al  cambiar  París  por  Madrid, 
cambiarás  de  cuanto  constituyen  las  necesida- 
des y  los  gustos  de  la  eicistencia. 

Llegarás  á  Madrid  en  la  época  en  que  nuestra 
ciudad  ofrece  im  aspecto  de  animación  extraor- 
dinaria. Al  concluirse  el  año  parece  que  todos 
nos  apresuramos  á  gozar,  como  si  temiésemos 
que  se  nos  concluyese  también  la  -viád.. 

Los  fríos,  retrasados,  vienen  crueles,  y  muchos 
que  se  disponían  á  brindar  en  el  banquete  de 
Navidad  han  sentido  helarse  la  voz  en  sus  la- 
bios. Gran  número  de  muertes  súbitas  han  lle- 
nado de  espanto  el  dichoso  hogar  de  las  familias. 

Entre  los  que  han  muerto  de  esta  manera 
recordamos  á  Chao,  nombre  que  tiene  simpático 
encanto  para  todos  los  que  éramos  jóvenes  hace 
veinte  años.  Es  el  nombre  de  un  esforzado,  cons- 
tante y  honradísimo  luchador  de  la  democracia. 
Nadie  ha  discutido  el  mérito  de  Chao  como  es- 
critor, ni  su  lealtad  como  político:  no  ha  dejado 
antipatías  ni  odios,  y  no  sólo  su  partido  y  sus 
amigos,  sino  todos  los  menos  liberales,  le  han 
llorado  como  suyo.  Era  ejemplo  de  esos  escasos 
hombres  políticos  que  no  fundan  sus  medros  en 
el  advenimiento  al  poder  de  sus  correligiona- 
rios, sino  en  el  trabajo  personal  y  en  su  activi- 
dad, útil  á  su  país  más  que  á  ellos  mismos.  Ha 
sido  fundador  de  gran  número  de  revistas  y  pe- 
riódicos, trabajando  en  ellos  infatigablemente 
para  difundir  el  espíritu  de  la  revolución.  Poco 
antes  de  morir  daba  sus  instrucciones  para  la 
publicación  del  nuevo  periódico  republicano  La 
Justicia,  que  aparecerá  el  L»  de  enero  próximo. 

Eduardo  Chao  había  sido  ministro  de  Fomen- 
to. Su  modestia  era  sincera,  de  esas  tan  de  ver- 
dad que  todo  el  mundo  respeta.  Ayer  tarde  sus 
amigos  acompañaron  su  cadáver  al  cementerio 
civil  del  Este,  en  el  cual  se  le  ha  dado  tierra, 
respetando  asi  las  ideas  de  toda  su  vida. 

Puesto  que  los  cronistas  nos  vemos  obligados 
á  pasar  sin  transición  de  los  asuntos  tristes  á 
los  asuntos  alegres,  escojamos  algunos  que,  sin 
tener  tristeza,  puedan  tener  simpatía.  Ayer  se 
reunieron  gran  número  de  personas  distinguidas 
de  la  sociedad  en  casa  de  una  hermosísima  se- 
ñora, la  cual  les  había  invitado  para  un  te,  que 
ella  denominaba  «el  te  de  los  juguetes.»  Le  daba 
este  nombre  porque  todo  el  vasto  y  magnífico 
salón  estaba  lleno  de  juguetes  regalados  á  la 
dama,  ó  comprados  por  ella,  para  los  niños  po- 
bres. En  esta  época  del  año  en  que  los  opulentos 
de  la  tierra  buscan  para  sus  hijos  no  sólo  aque- 


llos manjares  y  golosinas  más  exquisitos,  sino 
los  recreos  de  los  ojos  y  del  espíritu  más  inge- 
niosos y  complicados,  el  hijo  del  pobre  no  suele 
tener,  entre  sxis  dedos  j-ertos,  ni  pan  ni  jugue- 
tes. El  pan,  sin  embaj-go,  suele  darse,  porque 
todos  nos  enternecemos  del  hambre  material,  y 
porque  nuestra  conciencia  nos  reprocha  los  gas- 
tos excesivos  con  que  en  estos  días  halagamos 
nuestra  gula...;  pero  ¿quién  piensa  en  la  necesi- 
dad de  nutrir  con  alimento  espiritual  al  niño  del 
pobre,  en  darle  alegría?  Resignase  éste  á  ver 
en  manos  del  niño  rico  una  invención  curiosa 
que  le  deslumhra  con  sus  colores  y  con  su  ex- 
traño movimiento;  pero  surge  en  su  corazón,  sin 
que  lo  pueda  remediar,  la  envidia  y  el  deseo  del 
robo.  ¡Menos  niños  han  robado  alimoutos  que 
aleluyas,  estampas  y  juguetes! 

La  bondad  de  los  corazones  ha  hecho  vulgar 
en  otros  países  lo  que  en  España  es  una  origi- 
nalidad todavía.  Allí  se  croe  que  cuando  uno 
es  dichoso  deben  serlo  todos,  y  se  hace  lo  posi- 
ble para  que  los  demás  lo  sean.  Un  diplomático 
del  Norte,  invitado  ai  te  de  que  hablo,  nos  contó 
que  en  Noruega  es  tradición  procurar,  no  tan 
sólo  la  felicidad  de  los  hombres,  sino  la  de  los 
animales.  Sé  que  ha  de  gustar  este  relato  á  tu 
alma  sencilla,  y  voy  á  referirte  esa  tradición  tal 
como  allí  se  practica.  Allí  se  cree  que  no  tan 
sólo  los  niños  tienen  derecho  á  gozar  de  las 
bondades  hospitalarias,  sino  que  lo  tienen  de 
igual  modo  los  pájaros.  Duiante  la  mañana  del 
25  de  diciembre,  el  jefe  de  la  familia  sube  al 
tejado  llevando  una  enonne  gavilla  de  trigo, 
que  coloca  en  lo  alto,  abandonándola,  para  que 
sirva  de  festín  de  Navidad  á  los  desdichados 
huéspedes  del  aire,  hambrientos  y  transidos  de 
frío,  que  pían  de  dolor  sobre  las  ramas  de  los 
árboles,  cargadas  do  nieve.  Entonces  el  viento 
va  esparciendo  la  gavilla;  caen  los  granos  sobre 
las  techumbres;  acuden  los  pájaros,  revuelan  y 
corretean,  sacian  su  apetito,  alegran  con  sus 
cantos  la  tristeza  del  silencio  y  recompensan  la 
caridad  del  hombre  con  el  coro  do  su  gratitud, 
que  en  niidosos  sonidos  entra  por  los  boquetas 
de  los  graneros  y  do  las  chimeneas  y  so  con- 
funde con  el  canto  de  las  mujeres  y  de  los 
niños. 

Es  una  costumbre  encantadora  que  reahnente 
sólo  puede  practicarse  en  los  pueblos.  En  Ma- 
drid, sin  embargo,  hay  pájaros  en  los  jardines 
del  interior  y  de  las  afueras,  con  quienes  po- 
dríamos ser  galantes.  Mas,  sí  señor,  \  para  galan- 
terías estamos !  Si  vas  á  las  plazuelas  en  estos 
días,  no  ves  más  que  ristras  y  ristras  de  alon- 
dras, y  en  los  escaparates  de  las  tabernas  se  ha 
hecho  gala  colocar  sobre  una  enorme  fuente 
de  loza  una  pirámide  colosal  de  calandrias. 

En  los  momentos  en  que  escribo  esta  carta 
se  decide  la  suerte  de  infinito  número  do  espa- 
ñoles: quiero  decirte  que  se  está  verificando  el 
sorteo  de  la  lotería.  Ahora  hay  un  número  in- 
menso de  gentes  dichosas,  porque  son  gentes 
que  tienen  esperanza  de  serlo:  dentro  de  algu- 
nas horas  los  felices  serán  muy  pocos,  y  encon- 
traremos por  las  calles  rostros  desconsolados  y 
miradas  tristes.  Pero  de  todas  maneras  el  día 
está  espléndido,  azul  la  atmósfera,  el  sol  pálido, 
pero  sin  velos;  y  la  multitud  llena  las  calles  in- 
vadiendo las  tiendas  para  vaciarlas  de  provisio- 
nes. Hay  que  hacer  estas  compras  marchando  á 
pie,  porque  no  hay  modo  de  tomar  el  tranvía, 
sin  el  cual  ya  no  sabemos  ir  de  aquí  para  allá 
los  cortesanos.  En  Madrid  las  empresas  de  los 
tranvías  han  obtenido  tantos  beneficios,  que 
cada  día  se  proyecta  uno  nuevo;  y  dentro  de 
poco  los  que  no  puedan  ó  no  quieran  subir  en 
ellos  tendrán  que  andar  por  los  tejados.  Así  es 
que  so  ha  verificado  en  la  opinión  un  movi- 
miento contra  la  creación  do  nuevos  trazados 
por  el  interior  de  la  ciudad. 

Un  diario  dice  que  la  extensión  de  las  líneas 
que  se  explotan  hoy  en  Madrid  es  de  38  y 
medio  kilómetros.  Para  el  servicio  de  viajeros 
reúne,  entre  todas  las  empresas,  220  coches  de 
diferentes  clases,  y  para  el  arrastre  y  tracción 
de  este  material  tienen,  por  término  medio,  sois 
caballerías  por  cada  coche;  de  modo  que  se 
emplean  en  el  arrastre  1,320  caballerías,  cuye 


sostén  cuesta  á  las  empresas  2  pesetas  diarias 
cada  una,  contando  atalajes  y  arreos.  El  perso- 
nal de  estas  empresas  pasa  de  1,000  individuos. 

Es  lástima  que  al  darnos  estos  datos  no  nos 
tengan  dicho  lo  que  el  pueblo  madrileño  gasta 
hoy  en  tranvía;  pero  yo  he  hablado  con  perso- 
nas competentes,  las  cuales  suponen  que  gasta 
por  lo  menos  30,009  reales. 

Y  has  de  sabor,  prima,  que  no  todos  los  días 
son  iguales  para  el  tranvía.  En  los  domingos  la 
recaudación  aumenta  mucho:  las  mujeres  y  los 
niños  so  suelen  quedar  en  casa  los  días  de  tra- 
bajo. La  recaudación  de  los  lunes  es  superior  á 
la  de  los  otros  días  de  trabajo;  y  el  martes,  y 
sobre  todo  el  viernes,  son  los  días  en  que  se  re- 
cauda menos.  ¿Qué  te  parece?  ¿Tendremos  bien 
arraigada  en  nuestro  corazón  y  en  nuestro  espí- 
ritu la  superstición  cuando  no  queremos  viajar 
en  tales  días,  ni  siquiera  en  un  carruaje  tan  li- 
bre de  riesgos,  tan  seguro?  Consolémonos  con 
que,  según  dicen,  en  todas  las  naciones  ilustra- 
das pasa  lo  mismo. 

Las  variaciones  atmosféricas  sé  reflejan  en  las 
cajas  de  las  empresas  con  fidelidad.  CJalcúlase 
que  un  súbito  chaparrón  les  vale  dos  ó  tres  mil 
reales.  La  lluvia,  duiante  algunas  horas,  es  fa- 
tal para  la  recaudación:  pero,  si  continúa  algu- 
nos días,  es  favorable.  Los  ingresos  signen  el 
movimiento  del  termómetro:  suben  con  el  calor, 
bajan  con  el  frío.  El  viento  es  causa  de  descenso 
tan  activo  como  el  frío,  y  más  á  veces. 

Al  considerar  el  númei-o  de  accidentes  que 
ocurren  por  el  movimiento  de  los  tranvías,  se 
ve  que  son  menos  que  pueden  ser  -con  el  uso  de 
otros  carruajes;  pero  de  mayor  gravedad.  Los 
nuevos  instrumentos  del  trabajo  son  más  segu- 
ros que  los  antiguos,  pero  más  terribles.  Es  ley 
del  progreso. 

Se  cree  que  la  mayoría  de  personas  que  le- 
sultan  heridas  al  apearse,  son  los  que  no  saben 
bajar  cuando  el  coche  anda;  es  lo  contrario:  la 
mayoría  de  los  heridos  tiene  costumbre  de  arro- 
jaise  al  piso.  La  confianza  engendra  el  peligro; 
por  la  misma  razón  ocurren  más  atropellos  en 
los  parajes  anchos  que  en  los  estrechos. 

De  todos  modos,  como  te  he  dicho,  encontra- 
rás las  caUes  entretejidas  de  carriles;  el  Ayun- 
tamiento lleno  de  proyectos  de  otros  nuevos 
tranvías,  y  á  los  zapateros  poniendo  el  grito  en 
el  cielo  porque  ya  no  venden  zapatos. 

No  estamos,  sin  embargo,  satisfechos  los  que 
deseamos  trasladamos  rápida  y  cómodamente 
de  un  punto  al  otro;  y  se  ha  celebrado  en  el 
hotel  inglés  un  banquete  para  celebrar  la  cons- 
titución legal  de  la  Sociedad  del  globo  dirigible, 
invención  del  Sr.  Cazorla.  Esta  sociedad  cuenta 
con  gran  número  de  socios.  El  Sr.  Cazorla  es 
modesto  oficial  del  ejército;  es  además,  natural- 
mente, hábil  mecánico  y  autor  de  otros  muchos 
inventos  muy  celebrados.  A  los  brindis  relató 
alguna  parte  de  la  historia  de  su  nueva  inven- 
ción, afirmando  que  en  mayo  próximo  recorrerá 
los  espacios  su  globo  dirigible  por  el  aire  com- 
primido, y  que  él  ira  dentro.  ¿Será  un  nuevo 
mártir  ó  un  nuevo  triunfador  de  la  ciencia?  Lo 
que  sí  puede  afirmarse,  es  que  esta  vez  la  em- 
presa de  la  dirección  de  los  globos  no  ha  encon- 
trado en  España  la  desconfianza  do  otros  tiem- 
pos: se  acogió  sin  risa  de  piedad  este  proyecto, 
y  se  le  ha  dado  singular  apoyo.  Es  que  los  años 
pasan,  gastando  con  su  lima  suave  las  pieocupa- 
ciones,  y  es  que  cada  civilización  tiene  su  locura 
contagiosa.  Se  encontraban  locos  en  el  siglo 
diez  y  seis  para  embarcarse  en  las  naves  de 
Colón  y  Cortés;  ahora  se  encuentran  para  ex- 
plorar el  infinito  y  conquistar  el  cielo.  Conven- 
gamos en  que  el  brindis  de  Cazorla  termine  bien 
el  año,  y  ¡ojalá  que,  al  concluir  1888,  la  Sociedad 
del  globo  dirigible  escandalice  los  espacios  inex- 
plorados con  los  taponazos  de  las  botellas  de 
champagne  celebrando  La  noche  buena  al  globo! 

Fin  literario  de  año:  se  ha  estrenado  ayer  La 
Chiclanera,  otro  juguete  flamenco;  esta  noche  se 
estrena  en  Apolo  el  apropósifco  en  tres  cuadros. 
Champagne,  Manzanilla  y  Feleón,  de  l'elipo  Pé- 
rez, el  autor  de  la  celebérrima  Gran  Via. 

¡Bonito  año  se  nos  presenta!  ¡Hijo  de  una 
cantadora  y  de  un  rata ! 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


Termina  el  año  y  termina  esta  corresponden- 
cia. No  dejes,  sin  embargo,  de  pasar  tus  ojos 
cariñosamente  por  mis  futuras  revistas,  á  las 
cuales  procuraré  siempre  llevar  la  sinceridad 
y  rectitud  que  tú  has  reconocido  siempre  en 
estas  cartas. 

¡  Mil  y  mil  felicidades,  y  una  vez  más  adiós ! 

FlíRNANKLOK 


MIS  CANTARES 

ron  este  titulo  v.  rá  en  breve  la  luz  piiblira  nn  Inmito 
original  cíe!  inspiradísimo  y  delicado  poeta  don  Enrif|ue 
Fre  .as  de  Sabator.  Mientra-i  llega  la  oeasión  de  oeuparnos 
detenidamente  en  dieluí  obra,  ofrecemos á  nuestros  lectores 
lina  muestra  de  los  Cantares,  suficiente  para  dar  á  co- 
nocer el  carácter  de  tan  sentidas  poesías. 

La  riqueza  que  me  queda 
no  temo  que  me  la  roben: 
es  una  conciencia  limpia 
y  un  buen  sueño  por  la  noche. 

Tus  promesas  amorosas 
repíteme  veces  ciento; 
pero  así...  muy  callandito, 
que  no  se  las  lleve  el  viento... 

Bueno  es  el  pan  de  Castilla 
y  no  es  malo  el  pan  de  Francia; 
pero  el  que  sabe  mejor 
es  el  pan  que  uno  se  gana. 

Sudores  me  dan  de  muerte 
cuando  sales  tan  bonita 
y  voy  viendo  tantos  ojos, 
tantos  ojos  que  te  miran. 

El  modo  de  escarmentar 
que  tiene  el  género  humano 
consiste  en  mirar  la  piedra 
después  de  haber  tropezado. 

No  miro  si  es  malo  el  mundo, 
sino  si  soy  bueno  yo; 
que  muchos  le  llaman  malo 
y  aun  lo  merecen  peor. 

Si  quieres  niña  medir 
todo  el  amor  de  tu  amante, 
mira  si  estando  contigo 
le  estorba  mucho  tu  madre. 

Si  me  muero  antes  que  tú 
teniendo  cerca  tu  rostro, 
no  ha  de  haber  poder  humano 
que  me  haga  cerrar  los  ojos. 

Bendigo  á  Dios  que  me  niega 
la  felicidad  aquí. 
A  ser  posible  la  dicha 
¡qué  horrible  fuera  morir! 

Enrique  Fbexas 


EXPOSICIÓN  MARÍTIMA  NACIONAL  DE  CÁDIZ 

(CÜNCLOSIÓN) 

Curioso  es  observar  esos  modelos,  que  revelan 
las  condiciones  especiales  de  la  navegación  en 
aquellos  mares,  y  que  no  podrían  dejar  sus  cos- 
tas ,  según  denota  su  apariencia  de  escasa  resis- 
tencia. 

Úñense  á  los  objetos  marítimos  algunos  otros 
originales  de  aquel  país,  tales  como  abanicos,  ar- 
mas, filigranas,  grabados,  figuras  antiguas  forma- 
das en  la  raíz  de  un  árbol,  idoliUos  chinos  tan 
feos  como  inútiles,  con  una  gran  colección  de  mo- 
delos de  buques,  de  los  cuales  la  importante  casa 
comercial  de  los  Sres.  Haynes  ha  presentado  do- 
ce; cinco  el  Sr.  Romero,  constructor  de  la  Co- 
rtina; varios  la  importante  casa  inglesa  de  Thom- 
som;  otros  de  Tánger,  con  varios  filipinos. 

La  casa  de  Haynes  presenta,  además,  un 
acuario  con  el  modelo  ó  proyecto  de  salvación 
de  un  buque  sumergido,  que  resulta  más  intere- 
sante porque  el  aparato  que  se  copla  ha  servido 
ya,  con  felices  resultados,  para  salvar  el  vapor 
Primer  üarreras. 


Con  un  modelo  de  buque  corsario  hay  tambiéu 
dos  cárabos  marroquíes. 

El  modelo  del -famoso  cazatorpederos  Des- 
tructor también  ha  sido  presentado  por  los  seño- 
res Haynes. 

Modelos  de  máquinas  y  aparatos  hay  pocos,  y 
no  tieneii  nada  de  extraordinario  que  sea  digno 
de  mención  e.special. 

El  cuarto,  destinado  á  la  marina  de  gufirra, 
es,  sin  duda  alguna,  y  bajo  el  punto  de  vista  del 
objeto  de  la  Exposición,  el  más  importante  de 
estos  pabellones. 

El  arsenal  de  la  Carraca,  gloriosa  obra  de 
Carlos  III,  destinada  á  sor  como  el  fecundo  seno 
de  la  patria  donde  la  ciencia  y  la  industria  pre- 
paren  lu  gestación  laboriosa  de  esos  hijos  pre- 


SAN    FRANCISCO    DE   SALES 

dilectos  de  nuestra  gloria  que  defienden  en  los 
mares  el  honor  que  representan,  prueba  bien,  con 
lo  que  expone,  que  si  sus  fuerzas  se  debilitan 
jíor  el  abandono  de  los  gobiernos,  no  pierde  sus 
condiciones  creadoras  y  constructoras  que  acre- 
ditan su  valia. 

Los  magníficos  cañones  Hontoria,  los  Plasen- 
cia,  objeto  de  admiración  de  cuantos  los  obser- 
van; máquinas,  escalas,  anclas,  bombas,  cilindros 
de  vapor,  campanas,  faroles,  ruedas  para  timón 
y  cuantos  objetos  se  acumulan  en  un  barco  de 
guerra,  se  ofrecen  con  admirable  perfección  al 
estudio  de  los  inteligentes. 

En  cuanto  á  vestiduras  de  la  marinería,  el 
concienzudo  contratista  Sr.  Lahera  demuestra 
su  buena  calidad  y  excelente  confección  expo- 
niendo ropas  de  las  que  usan  generalmente. 

A  ambos  lados  de  la  puerta  de  entrada,  sobre 
bancos  de  construcción  especial,  se  hallan  va- 
rios botes  del  arsenal,  pertenecientes,  algunos 
de  ellos,  á  los  cruceros  en  construcción,  cuyos 
modelos  se  admiran  en  el  interior. 

Muéstrase  también,  en  linda  caja  que  forma 
una  vitrina,  la  hermosa  bandera  del  crucero 
Reina  Regente,  bordada  con  gran  primor  por  la 
augusta  madre  de  D.  Alfonso  XIII. 

Los  arsenales  del  Ferrol  y  Cartagena  han 
enviado  también  notables  modelos,  y  el  Obser- 
vatorio de  San  Femando  aparatos  de  gran  mé- 
rito y  valor;  entre  otros,  dos  con  imán,  artificial 
el  uno  y  natural  el  otro. 

Este  pabellón  hace  honor  á  la  marina  espa- 
ñola por  la  brillantez  que  revela  cu  su  estado, 


y  ha  sido  objeto  do  elogios  justísimos  do  cuantos 
lo  han  visitado. 

El  quinta  pudiera  decirse  que  es  el  ni 
menU)  do  éste,  pues  está  destinado  &  h, 
clones  de  tejidos  y  efectos  navales:  jarcias,  lonas, 
cotonías,  gomas  elásticas,  conservas  que  puedo 
decirse  constituyen  el  mercado  de  á  bordo,  lico- 
res, calabrotes,  espartos,  crin  vegetal  para  el 
relleno  do  las  colchonetas,  cordelería,  volas  y 
una  colección  de  peces  disocados  que  no  carece 
de  int<írés  para  la  curiosidad,  si  bien  no  llega 
á  constituir  un  elemento  de  estudio,  pues  ni  es 
completa,  ni  el  disecado  es  de  lo  más  selecto. 

En  este  pabellón  exponen  las  casas  de  Barce- 
lona  quo  á  continuación    cito:  Garriga,  goma 
elástii-a   y   lana;   y   Martí,  goma    y    gutaper- 
cha. 

El  sexto,  destinado  á  conser- 
vas, harinas,  chocolates,  azúcar, 
mantecas  ,  vinos ,  pescados  en 
salazón  y  en  lata,  dulces,  galle- 
tas, embutidos,  café,  sardinas 
prensadas,  aguardientes,  medi- 
camentos y  jabones,  no  ofrece 
nada  de  particular,  si  bien  hay 
instalaciones  muy  vistosas  y 
adornadas. 

El  séptimo  y  último  de  los 
pabellones  radiales  que  venimos 
describiendo,  está  destinado  ex- 
clusivamente á  los  vinos,  y  pue- 
de decirse  que  lo  llenan  las  ri- 
cas proiucciones  de  esta  pro- 
vincia. 

Jerez,  Sanlúcar,  Chiclana,  el 
Puerto  de  Santa  María,  Arcos, 
Prado  del  Rey,  la  Línea,  Graza- 
lema,  Conil,  Espera,  Alcalá  do 
los  Gazules  y  Cádiz,  concurren 
con  sus  caldos;  ocupando  hon- 
roso lugar  á  su  lado  Córdoba, 
Málaga  y  Oviedo,  que  han  man- 
dado notables  vinos. 

Las  instalaciones  son  capri- 
chosas y  ricas.  Hay  una  que 
semeja  un  fuerte  cuyos  proyec- 
tiles son  botellas  de  todos  tama- 
ños, y  los  amenazantes  cañones 
los  de  estos  elementos  de  la  in- 
dustria vinícola,  que  más  bien 
dan  que  quitan  vidas. 

Otras  semejan   el  lagar  (on 
todos  los  artefactos  en  miniatu- 
ra. Otras,  en  fin,  sencillos  etu- 
geres  donde  lucen  su  limpio  co- 
lor los  vinos  que  las  botellas  contienen. 

Hemos  terminado  la  ojeada  descriptiva  de 
estos  pabellones,  y  debemos  hacer  constar,  antes 
de  pasar  á  otro  asimto  en  otro  artículo,  que  he- 
mos tomado  la  numeración  oficial,  es  decir,  la 
que  le  da  una  guia  que  de  la  Exposición  se  ha 
publicado  (pues  catálogo  aún  no  se  ha  hecho),  la 
cual  comienza  á  contar  de  izquierda  á  derecha, 
contra  lo  que  han  hecho  todos  los  cronistas,  que 
han  contado  de  derecha  á  izquierda. 

Hacemos  esta  advertencia  porque  podría  re- 
sultar confusión  para  el  que  recordase  haber 
leído,  por  ejemplo,  que  el  pabellón  número  m«o 
estaba  destinado  á  vinos,  siendo  así  que  ahora 
se  le  dice  que  el  que  tiene  tal  destino  es  el  nú- 
mero siete. 

Este  es  un  detalle  sin  importancia;  pero  la 
tiene,  y  mucha,  el  que  no  haya  podido  el  visi- 
tador proveerse  de  un  catálogo  á  su  tiempo  para 
salir  de  dudas,  buscar  lo  que  necesitase  conocer, 
ó  exponer  su  juicio  con  conocimiento  de  causa; 
pues  no  es  fácil  recorrerlo  todo,  apreciarlo  todo 
ni  entenderlo  todo,  resultando  incompleta  toda 
reseña. 

Esto  obedece  á  la  falta  de  tiempo,  y  se  ha 
salvado  en  parte  por  algunos  expositores  que 
han  pi'.blicado  folletos  ó  noticias  referentes  á  la 
parte  que  les  interesaba. 

Otros  nos  han  enviado  datos  á  los  correspon- 
sales para  facilitarnos  el  conocimiento  de  su 
asunto;  y  otros,  en  fin,  se  han  constituido  en 
cicerones  de  los  curiosos,  ilustrando  con  sus  no- 
ticias la  comprensión. 


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I.A  ITiUSTRAnON  TRElItrA 


Así  li:\  resillado  que  todos  hemos  qnedado 
perfectainont«  convencidos  de  que  el  cjvtáloíío 
no  ha  sido  de  gran  necesidad,  y  el  que  todavía 
quiera  estudiar  este  asunto  encontrar.i  sufi- 
cientes datos  en  la  notable  guia  que  pubUca 
el  Sr.  Gautier. 

El  gran  pabellón  central,  que  ha  sido  desti- 
nado á  las  fiestas  y  actos  de  la  Exposición,  es 
un  hermoso  salón  de  80  metros  de  longitud  por 
10  de  latitud  en  los  extremos  y  12  en  la  parte 
central,  que  termina  por  ambos  lados  en  dos 
graciosos  templetes  de  calada  cúpula  que  le  sir- 
ven de  vestíbulos;  pues,  abriendo  sobre  tres  es- 
tolones de  piedra,  le  dan  comunicación  con  las 
p)í«as  de  la  Marina  y  de  Cádiz. 

Las  amplias  persianas  que  dan  frescura  y 
traí'parencia  al  salón, 
dejando  filtrarse  la  luz 
en  blancas  líneas,  pare- 
cen sei-vir  de  pedestal  á 
los  dibujos  luminosos 
que  perfila  en  reflejos  el 
friso  calado  que  corre 
sobre  los  arcos  de  las 
puertas  y  ventanas.  Se 
apoyan  sobre  un  muro 
saliente  al  exterior  que 
forma  la  base  de  ese  es- 
belto y  gracioso  edificio, 
cuyas  líneas  sueltas  y 
elegantes,  sus  arcos,  sus 
cúpulas,  sus  ligeras  pi- 
lastras, su  estilo  de  ara- 
bescas remembranzas, 
parecen  incitar  al  placer 
animado  y  vi  «faz  para  el 
cual  se  formó,  pues  sólo 
ecos  de  fiestas,  aromas 
y  armonías  han  resona- 
do y  se  han  perdido  bajo 
sus  bóvedas. 

El  decorado  de  este 
salón  es  de  gran  efecto; 
el  artesonado  que  for- 
man los  recuadros  y  pin- 
turas de  la  bóveda,  muy 
bello;  las  marinas  que 
adornan  los  medios  pun- 
tos que  separan  el  salón 
central  de  los  pabello- 
nes poligonales  de  los 
extremos,  muy  bien  pen- 
sadas y  sentidas;  el  ta- 
pizado de  las  paredes, 
imitación  de  enero  con 
relieves  metálicos  y 
adornos  marítimos  en  el 


cas,  lau  plazas  y  la  dársena  couuniznbau  á  ins- 
pirar recelos  por  la  humedad,  y  era  necesario 
sostener  la  animación  on  aquellos  sitios. 

La  temporada  de  ópera  tuvo  noches  muy  ani- 
madas, entro  otras  aquella  en  que  concurrió  al 
teatro  su  A.  R.  é  I.  el  archiduque  de  Austria, 
Carlos  Esteban,  hermano  de  S.  M.  la  reina  re- 
gente, que  ocupó,  muy  complacido,  un  palio 
originalísimo,  que  se  formó,  con  otro  igual  pai-a 
su  acompañamiento,  aprovechando  un  saliente 
de  la  rotonda  que  servía  de  intermedio  entro  el 
primer  pabellón,  en  el  cual  estaba  el  escenario, 
y  el  salón  central,  convertido  en  teatro. 

Muy  difícil  era  llenar  tan  espacioso  salón,  y, 
sin  embargo,  se  vio  Ueno  muchas  voces  de  ele- 
gante y  distinguida  concurrencia  que,  desbor- 


^^^^^..■ 


Santa  chantal 

(Juana  Fremyot,  baronesa  de  Rabutln  Chantal) 


mismo  genero,   encua- 
drados en  marcos  de  tela 

roja  con  medias  cuñas  doradas,  de  muy  buen 
gusto  }'  de  elegante  propiedad. 

El  suelo  de  mosaico  en  madera;  las  cortinas, 
ricas  y  bellas,  graciosamente  colocadas  con  lam- 
breqiiines  de  gusto  árabe. 

Lámparas  eléctricas  de  centenares  de  luces 
con  campanitas  de  cristal  rojo  y  amarillo  en  el 
centro  y  los  extremos;  jardineras  llenas  de 
plantas  y  flores,  y  sillas  alemanas  en  amplios 
círculos,  rodeando  la  plataforma  central  que 
ocupaba  la  presidencia  en  los  actos  oficiales,  ó 
los  artistas  en  los  conciertos  y  bailes. 

Cuando  se  llevó  allí  la  ópera,  en  la  cual  toma- 
ba píirte  la  célebre  diva  Blanca  Donadlo,  el 
salón  que  vamos  describiendo  sufrió  alguna  va- 
riación. 

La  pared  que  cerraba  el  último  pabellón  de 
la  izquierda,  entrando  por  la  plaza  de  Cádiz, 
fué  destruida,  y  en  aquel  lado  se  colocó  la  parte 
central  del  escenario,  donde  se  representaba 
para  el  pueblo  al  aire  libre,  arreglando  con  cor- 
tinas la  parte  que  en  amplio  arco  formaba  la 
embocadura  del  improvisado  teatro. 

Las  sillas  se  numeraron  y  unieron  por  medio 
de  barras  de  hierro  en  compacta  formación,  y  el 
pabellón  de  la  derecha,  aislado  por  un  muro  de 
cortinas,  quedó  destinado  á  restaurant. 

No  fué  del  gusto  de  todos  este  arreglo;  pero 
el  otoño  ee  acercaba,  las  noches  se  hacían  fres- 


dándose  en  aquel  iluminado  local  en  busca  de 
frescura  y  animación,  se  dirigía  á  las  plazas, 
los  pabellones  abiertos  y  la  dársena,  serena  y 
tranquila  como  si  las  aguas  reposasen  con  el 
descanso  de  la  noche,  en  cuyas  escalas  espera- 
ban ligeras  embarcaciones  que  trasladaban  á  los 
paseantes  al  restaurant  colocado  en  el  muelle  de 
hierro  que  levantó  la  empresa  de  Lucasaigne,  y 
que  cierra  y  termina  las  obras;  ó  bien  se  pasea- 
ban por  aquel  sereno  lago  entre  poéticos  reflejos 
de  luces  venecianas  que  iluminaban  aguas  y 
siluetas  marcadas  sobre  aquella  planicie  líquida 
é  inmóvil. 

Este  recreo  no  aumentaba  los  gastos  de  la 
excursión,  pues  la  Exposición  pagaba  las  lan- 
chas que  estaban  á  disposición  de  sus  visi- 
tantes. 

Del  efecto  mágico  de  la  dársena  Iluminada 
en  las  noches  del  estío,  ha  quedado  memoria,  y 
muy  bella  por  cierto,  pues  el  laureado  pintor  don 
Salvador  Viniegra  tomó  una  vista  que  ha  rega- 
lado al  presidente  de  la  Diputación  y  organiza- 
dor de  tan  bellas  fiestas  venecianas,  D.Cayetano 
del  Toro. 

Los  que  no  eran  aficionados  á  la  dulce  y 
triste  soledad  del  mar,  solían  buscar  solaz  para 
su  espíritu  y  fuerzas  para  su  estómago  en  los 
reslaurants  y  cafés  que  en  ambas  avenidas  les 
atraían,  y  fuera  de  ellos  en  los  clásicos  vento- 


rrillos do  Puerta  de  Tierra,  donde  se  encuentra 
sustanciosa  cocina,  vinos  buenos  y  mariscos 
frescos. 

El  café  árabe,  gracioso  templete  situado  en 
una  eminencia  que  dominaba  perfectamente  el 
panorama  de  la  Exposición;  el  café  andaluz,  y 
otros  varios  con  denominaciones  menos  nota- 
bles; ofrecían  muy  buen  servicio  y  eran  dignos 
de  mejor  suerte,  pues  todos  han  sufrido  grandes 
pérdidas,  pero  que  eran  muchos  y  no  había  pú- 
blico para  todos.  ¡Apenas  si  hubiera  bastado 
para  Ihiiiar  uno  solo  dejándole  utilidad ! 

Perdiendo  ó  no  perdiendo,  el  caso  es  que  for- 
maban un  elemento  de  animación  y  un  recreo 
de  la  vista  y  el  oído;  pues  los  cantares  andalu- 
ces, las  mú.sicas,  el  movimiento  de  los  que  hacia 
ellos  se  dirigían,  y  las  luces  y  adornos  que  osten- 
taban, completaban  la  ilusión  óptica  de  la  noche 
en  la  Exposición,  y  embellecían  el  paisaje  fan- 
tástico que  sus  gallardos  edificios,  sus  plazas, 
fuentes,  plantas  y  estatuas  dibujaban  bajo  el 
foco  eléctrico  sobre  la  sombra  azulada  de  la  ori- 
lla del  Océano. 

Los  conciertos  vespertinos  no  tuvieron  tantas 
simpatías  como  los  nocturnos,  por  más  que  no 
les  faltase  animación  á  estos  sitios  y  se  reuniese 
en  ellos  escogida  eoncuirencia. 

Las  fiestas  más  notables  y  trascendentales 
que  en  el  salón  que  venimos  describiendo,  y  con 
lo  cual  damos  fin  á  nuestra  tarea,  han  tenido 
lugai,  lian  sido:  la  celebrada  para  el  certamen 
do  la  Academia  Gaditana  de  Ciencias  y  Artes, 
y  la  de  la  clausura  oficial  de  la  Exposición  para 
el  reparto  de  premios. 

En  el  primero,  el  secretario,  D.  Juan  de  Bur- 
gos, leyó  una  bien  escrita  memoria  dando 
cuenta  de  los  trabajos  de  la  Academia  durante 
el  año,  y  del  resultado  del  brillante  cei-tamen 
por  ella  iniciado,  para  el  cual  lian  ofrecido  mag- 
níficos premios  SS.  MM.  la  reina  regente  y  su 
augusto  hijo  D.  Alfonso  XIII,  su  A.  R.  la  in- 
fanta D."  Isabel,  y  varias  coi-poraciones  y  per- 
sonajes distinguidos. 

Algunos  de  estos  premios  no  han  sido  adju- 
dicados, quedando  para  o'rj  certamen  convo- 
cado }'n;  y  los  que  lo  han  sido  han  galardonado 
notabilísimos  trabajos  científicos,  que  ¡)rueban 
la  importancia  de  estos  actos  por  el  estímulo 
que  ejercen  sobre  las  inteligencias. 

El  último  acto  oficial  celebrado  en  este  sun- 
tuoso local  ha  sido  el  reparto  de  premios  de  la 
Exposición,  verificado  el  día  30  de  octubre. 

Una  concurrencia  inmensa,  pero  nunca  tanto 
como  el  día  de  su  apertura,  se  apresuraba  á 
tc:r.í-.r  sitio  en  el  salón  para  presenciar  la  cere- 
monia. 

Este  día,  como  el  de  la  inauguración,  no  hubo 
billetes  de  pago,  sino  invitaciones;  siendo  éstas 
tan  numerosas  que  gráficamente  podía  decirse 
que  estaba  allí  todo  Cádiz. 

El  presidente,  Sr.  del  Toro,  ocupó  el  sillón 
central  de  la  plataforma,  teniendo  á  su  lado  re- 
presentaciones de  la  Marina,  el  Ayuntamiento 
y  la  Diputación,  así  como  varias  personas  dis- 
tinguidas. 

Dio  comienzo  el  acto  con  la  lectura  do  una 
memoria  escrita  por  el  Excmo.  señor  presidente 
de  la  Diputación,  D.  Cayetano  del  Toro,  dando 
cuenta  de  los  trabajos  realizados  y  de  los  resul- 
tados obtenidos,  exponiendo  que  creía  de  gran- 
dísima influencia  para  esta  región  la  manifesta- 
ción hecha  del  estado  de  su  riqueza  y  productos, 
así  como  de  su  industria. 

Lamentó  también  que  no  hulneran  concurrido 
otras  casas  fabriles  é  industriales,  pues  estos 
palenques  del  verdadero  mérito  son  un  valioso 
elemento  de  propaganda  y  un  medio  de  mejora- 
miento y  progreso  por  el  concurso  y  la  emu- 
lación. 

Anunció  que  se  habían  concedido  grandes  di- 
plomas de  honor  á  la  Marina  de  guerra  espa- 
ñola, á  la  Compañía  Trasatlántica,  y  al  Museo 
Nacional  de  Pesca. 

Diplomas  de  honor  al  señor  marqués  de  Co- 
millas; Compañía  General  de  Tabacos  de  Fi- 
lipinas; Concierto  Salinero  de  San  Fernando;  don 
Amadeo  Rodríguez,  arquitecto  de  la  Exposición; 
señora  viuda  de  Santa  Cruz,  por   sus  esencias; 


liA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


839 


Sr.  D.  Carlos  Pairó  y  C.»  (de  Barcelona),  por 
sus  redes  mecánicas;  sucesores  de  Fabra  y  Por- 
tabella  (de  Barcelona),  por  sus  hilos  y  redes; 
á  D.  Gonzalo  Hontoria,  por  sus  cañones;  á  don 
Pedro  Torres,  por  sus  instrumentos  náuticos; 
á  D.  Rafael  Monleón,  por  sus  acuarelas;  y  á  la 
Junta  del  Museo  Arqueológico  de  Cádiz,  por  los 
objetos  expuestos. 

Menciones  honoríficas  hay  treinta,  casi  todas 
á  corporaciones  de  la  provincia,  centros  y  socie- 
dades, con  algunas  personalidades  que  ocupan 
u^n  puesto  oficial,  ó  que  han  contribuido  con  su 
esfuerzo  al  certamen. 

Votos  de  gracias  y  diplomas  de  cooperación, 
hay  cinco  personales  y  los  dedicados  á  los  ayun- 
tamientos que  no  estaban  incluidos  en  la  men- 
ción anterior. 

Medallas  de  oro  se  han  concedido  muchas,  y 
muchísimas  de  plata,  pues  se  ha  sustituido  por 
ellas  las  menciones  honoríficas. 

Como  en  la  memoria,  que  se  repartió  improsa, 
se  detalla  el  objeto  al  indicar  el  premio  en  sus 
distintas  secciones,  seria  necesario,  para  indicar 
el  número  exacto  de  unas  y  de  otras,  un  minu- 
cioso trabajo  que  no  creo  de  interés  para  La 
lLtiSTR.\ciÓN  Ibérica  no  pudiendo  unir  á.  él, 
por  su  mucha  extensión,  el  nombre  del  expositor 
y  el  objeto  premiado. 

En  realidad  el  Jurado  ha  estado  e^spléndido, 
pues  apenas  habrá  un  concurrente  al  certamen 
que  pueda  considerarse  desairado. 

Esto  es  digno  de  loa,  y  no  lo  digo  en  son  de 
censura,  pues  sólo  por  arrostrar  las  molestias  y 
gastos  que  origina  el  presentarse  en  uno  de 
estos  concursos  merece  un  premio  que  aliente 
á  los  que  vacilan  en  imitarle. 

Felicitando  á  todos  los  premiados,  réstame 
dar  las  gracias  á  la  empresa  de  este  digno  pe- 
riódico ilustrado  por  haberme  honrado  con  la 
comisión  de  llevar  á  sus  selectas  páginas  la  des- 
cripción de  la  Exposición  Marítima  gaditana, 
así  como  á  los  benévolos  lectores  que  hayan 
tenido  la  paciencia  de  leer  mis  desaliñados  ar- 
tículos. 

Patrocinio  de  Biedma 


Cádiz,  1.S.S7 


^Qjf- 


LECTURAS 


PAUL  BOURGET 

su   ÚLTIMA   NOVELA 

(CONCI-USlrtN) 
II 

Entre  la  multitud,  pues  tal  puede  llamarse, 
de  escritores  nuevos  que  invaden  en  la  actuali- 
dad las  letras  francesas,  haciéndose  competencia 
por  conquistar  la  atención  del  público  universal, 
no  tardó  en  distinguirse  Paul  Bourget  como  crí- 
tico ó  ensayista;  y  no  ciertamente  por  el  raro 
hallazgo  de  una  manera,  de  una  teoría  estética, 
de  un  procedimiento;  ni  por  extremar  moda  li- 
teraria alguna,  ni  por  dar  un  salto  atrás*á  lo 
Rossetti  ó  Gabriel  d'  Annunzio,  ni  por  blasfemar 
como  Richepin,  ó  ponerse  malo  en  verso  como 
Rollinat  y  tantos  otros.  La  honda  simpatía  que 
sugiere  bien  pronto  la  lectura  de  cualquier  libro 
de  P.  Bourget,  nace  de  las  cualidades  funda- 
mentales de  su  espíritu  artístico,  no  de  elemen- 
tos formales  ó  de  tal  ó  cual  prurito  estético.  Cier- 
to es  que  también  hay  originalidad  y  sello  per- 
sonal en  aquella  elegancia  y  delicadeza  del 
estilo,  en  la  suave  insinuación  con  que  el  psicó- 
logo y  moralista  que  hay  dentro  de  este  critico 
poeta  se  mete  en  el  alma  del  lector  como  un  con- 
fesor discreto;  pero  lo  que  más  le  distingue  y 
hace  apreciar,  querer  estaba  por  decir,  es  lo  que 
á  través  de  sus  obras  se  ve  en  su  corazón  y  en  svi 
cabeza.  P.  Bourget,  mejor  que  ningún  escritor 
de  los  jóvenes,  tan  bien  como  el  que  más  por  lo 
menos,  representa  en  la  literatura  y  en  la  filoso- 
fía esa  tendencia  saludable  que,  sin  pretender 
significar  una  reacción  contra  la  ciencia  positi- 
vista ó  positiva  (según  se  entienda),  ni  contra  la 


literatui-a  realista,  materialista,  verista  ó  sime- 
ra,  ó  como  quiera  decirse,  se  coloca  con  ánimo 
imparcial  en  neutralidad  no  sospechosa;  y  en 
nombre  del  sentido  moral,  del  sentido  común 
y  de  otros  varios  sentidos  buenos,  procura  dar 
á  cada  uno  lo  suyo,  combato  sin  pasión  las  exa- 
geraciones de  todos,  y,  sin  olvidar  que  no  hay 
más  vida  posible  que  la  del  presente,  buscando 
el  porvenir  respeta  en  el  pasado  todo  lo  grande, 
y  entre  lo  grande  escoge  lo  sublimo  que  nos 
ofrece  la  historia  como  elemento  moral  no  gas- 
tado, con  una  actualidad  perenne  que  lo  hace 
útil  acaso  para  remediar  en  parto,  aliviar  por  lo 
menos,  ciertas  males  de  nuestros  días.  Volver 
los  ojos  atrás  con  espíritu  reaccionario,  con  odio 
de  lo  presente,  es  género  de  orgullo,  tal  vez  de 
mala  índole  en  muchos  de  los  que  tal  hacen; 
pero  pensar  que  todo  hemos  de  hacerlo  nosotros 
y  nuestros  descendientes,  que  no  hay  nada,  en 
lo  que  se  da  por  muei-to  y  puede  no  estarlo,  que 


MADAME    DE   SEVIGNE 


sirva  para  hoy,  y  acaso  para  siempre,  es  género 
de  ligereza,  de  vanidad  y  de  apasionamiento, 
que  suele  encontrarse  aún  en  espíritus  que 
pasan  por  muy  circunspectos,  serios,  cautos  y 
profundos.  Cualquier  estudio  de  P.  Bourget, 
aimque  tenga  apariencias  de  pesimismo  tibio, 
resignado,  suave,  lleva  consigo  cierto  consuelo 
y  fortaleza :  siempre  le  acompaña  un  cuidado 
atento  y  solícito  del  bien  moral,  un  respeto  ja- 
más declamatorio  de  la  ley  ética,  una  constante 
alusión  implícita,  como  pudorosa  podría  decirse, 
al  santo  deber,  que  necesariamente  ha  de  tener 
un  fundamento  metafísico,  sagrado,  por  recóndito 
que  sea.  Pero,  con  todo  esto,  no  hay  nada  en 
Bourget  que  signifique  borrar  lo  vivido,  desan- 
dar lo  andado,  condenar  la  historia  reciente  (ab- 
surdo aun  más  notorio  que  condenar  la  remota); 
no  hay  nada  en  él  do  ese  lirismo  retrógrado,  que 
á  veces  es  poético,  pero  casi  siempre  injustí)  é 
infecundo,  ligado  muy  á  menudo  con  malas  cau- 
sas, lleno  de  prodigios  en  los  más,  superficial 
en  su  filosofía,  vago  y  deficiente  en  sus  propósi- 
tos. Por  lo  mismo  tiene  más  fuerza  la  lección 
sana  y  espiritual  del  muy  discreto  autor  de 
Cruel  enigma.  Un  maestro,  á  quien  él  casi  adora, 
Alejandro  Dumas  hijo,  produce,  en  mi  sentir, 
menos  efecto  con  su  misión  moral  ostensible,  á 
veces  ostentosa,  si  no  menos  sincera,  fundada  en 
menos  firme  terreno,  dependiente  de  ideas  más 
discutibles,  y  sin  ese  poder  de  que  antes  habla- 


lia,  .-íiu  esas  n'liciMKius  y  referenciati  sobreen- 
tendidas que  dan  á  la  doctrina,  en  Paul  Bourget, 
la  eficacia  do  un  singular  encanto.  Dumas  no 
sólo  ostenta,  sino  que  hasta  declama  su  moralis- 
mo;  y  prescindiendo  de  que  es  demasiado  ca- 
suista á  veces,  y  como  tal  un  poco  improvisador 
y  algo  caprichoso  en  punto  á  los  deberes  y  su 
fundamento,  la  forma  polémica  que  suele  esco- 
ger, en  liliros  y  en  dramas,  le  lleva  más  lejos  y 
le  hace  tomar  armas  que,  si  lo  sirven  para  lucir 
el  ingenio  y  defender  su  cuerpo,  no  aprovechan 
tanto  á  la  noble  causa  que  en  muchas  ocasio- 
nes sustenta.  P.  Bourget,  á  quien  como  literato 
no  me  atreveré  yo  á  igualar  con  Alejandro  Du- 
mas, en  el  aspecto  de  que  trato  lo  aventaja, 
pues  no  aventura  paradojas,  ni  menos  predica, 
ni  provoca  la  contradicción ,  ni  improvisa 
teorías,  casos  apurados  y  salidas  extraordina- 
rias. No  pretende  tener  una  especie  de  Ninfa 
Egeria  moral,  como  parece  que  pretende  su  maes- 
tro; y  (lo  que  importa  antee  que 
todo),  más  pensador  que  el  dra- 
maturgo, más  estudioso  y  más 
filósofo,  en  suma,  no  apoya  su 
morolismo  en  tan  discutidas  ba- 
ses metafísicas  como  Dumas, 
que  se  contenta  en  este  punto, 
sin  ver  que  se  escurre,  con  lo  co- 
rriente, con  lo  más  admitido  por 
los  más;  pero  sin  reparar  que  es 
lo  menos  probado,  lo  menos  re- 
flexionado, lo  más  expuesto  á  un 
cataclismo.  Basta  ver,  por  ejem- 
plo, lo  que  Dumas  escribía,  no 
ha  mucho,  para  combatir  el  ni- 
hilismo estético  y  moral  de  Le- 
conte  de  Lisie.  ¡  Cuánta  gracia, 
qué  soltura,  qué  precisión  y 
relieve  plástico  en  los  argumen- 
tos !  Pero,  al  fin  y  al  cabo,  ¡  qué 
falta  de  seguridad,  qué  falta  de 
justicia,  y  casi  casi  qué  falta  de 
seriedad !  No :  no  son  optimistas 
á  lo  Dumas  los  que  han  de  ven- 
cer al  pesimismo  hoy  triunfante. 
Pero,  dejando  paralelos,  diré 
que  Bourget  no  sólo  es  moralis- 
ta, sino  muy  perspicaz  psicólogo, 
no  menos  en  su  crítica  que  en 
sus  novelas. 

Aunque  para  mí  vale  más,  por 
ahora,  como  crítico  que  como  ncv 
velista,  es  evidente  que  en  este 
último  concepto  tiene  gran  ori- 
ginalidad y  cualidades  raras  y 
preciosas;  así  como  también  se 
ha  de  decir  que  su  renombre 
actual  más  lo  debe  á  sus  no- 
velas que  á  sus  ensayos  de  crítica  psicológi- 
ca. Si  yo  escribiera  en  esta  ocasión  una  sem- 
blanza completa  de  Bourget ,  llamarían  mi 
atención  particularmente  sus  estudios  acerca  de 
Renán,  Dumas,  Flaubert,  Stendhal,  Baudelaire, 
Amiel ,  Taine ,  etc. ,  que  son  su  obra  más  im- 
portante, uno  de  los  trabajos  de  crítica  más 
profundos  y  sugestivos  de  la  moderna  literatura 
francesa;  pero  no  siendo  mi  propósito,  hoy  por 
hoy,  más  que  decir  cuatro  palabras  acerca  del 
autor  de  Mensonges  y  acerca  de  este  libro,  no 
me  detengo  en  materia  que,  si  bien  me  solicita, 
no  es  del  momento. 

La  primera  novela  de  Bourget  que  fué  acogi- 
da con  gran  aplauso,  y  que  no  sé  si  es  también 
la  primera  que  escribió  (1),  fué  Cruel  enigma.  En 
ella  hay  elementos  parecidos  á  los  que  componen 
Mensonges;  pero  esta  semejanza  está  más  bien 
en  la  superficie.  Se  trata,  en  imo  y  otro  caso,  del 
amor  puro  de  un  joven  que,  en  medio  de  París  y 
sus  grandes  corrupciones,  vive  no  más  para  el 
alma,  y  sólo  siente  sus  heridas;  pero  hay  gran- 
des diferencias,  no  sólo  en  la  vida  exterior,  sino 
en  el  fondo  del  espíritu  de  Hubert  Liavran  y  de 
Rene   Vincy,  como  también  hay  distancia  de 


(1)  L' irreparable,  Deuxiéme  amour,  Pro/U»  perdut,  forman 
un  tomo  en  prosa  que  no  he  leído.  Deben  de  ser  novela»  cor- 
tas. P.  Bourget,  poeta  notable  también,  publicó,  ante»  d» 
Cruel  enigma,  tres  tomos  de  versos:  Xo  ri4  inquiete,  Edel,  Let 
aveux. 


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A    ILUSTRACIÓN  UÍERICA 


Mme.  deSauve  á  Mine.»Moniiiitvs,  y  luuolia  liis- 
tancia,  sin  que  deje  tampoco  de  babor  aniilogías 
por  lo  que  se  refiere  á  lajs  repetidas  rehiciones 
con  Liavran  y  Vincy.  Más  es:  tenemos  en  Cntel 
fnignM  una  niadro  lunante,  delicada,  que  bace  la 
guerra  á  la  pasión  fatal  do  su  hijo,  3-  en  Mentiras 
tenemos  una  hermana  -  madre  que  representa 
paj)el  muy  parecido;  como  oti-os  pei-sonajes  se- 
cundarios ofrecen  semejanzas,  si  no  en  los  carac- 
teres, en  sus  relaciones  cxm  el  protagonista.  Pero, 
de  todas  suertes,  nada  de  esto  acusa  falta  de  in- 
vención, pobreza  de  fantasía,  aunque  si  la  tenden- 


exact-a  y  siuceiii,  110  temo  caer  0:1  lufjurc's  coum- 
ues  ni  correr  por  camino  ti-iilado.  No  busca  la 
novedad,  este  escritor,  en  el  asunto,  sino  en  la 
frescura  y  fuerza  espontánea  do  su  corazón  y 
de  su  tiilento. 

Sin  que  yo  le  coloque  entro  los  grandes  no- 
velistas del  día,  ni  le  crea  capius  de  copiai-  cua- 
dros tan  ricos  y  complejos,  plásticos  y  poéticos, 
como  los  de  íilgunos  maestros,  me  atrevo  á  ase- 
giu"ar  que  la  sencillez  de  sus  composiciones  no 
revela  falta  de  imaginación  ni  medios  de  ex- 
presión artística,  sino  el  propósito  de  mantener 


PERICOT  Y   AMARILIS  (de  la  comedia  La  fiel  pastora 


cia  predominante,  por  ahora,  á  estudiar  casos 
psicológicos  de  un  orden  en  que  los  recuerdos  y 
cierta  observación  inmediata  6  experiencia  pro- 
pia pueden  dar  al  autor  documentos  segaros  y 
conocidos  profundamente.  Después  de  Gruel 
enigma  aparecieron  Crimen  de  amor,  muy  leída  y 
comentada,  y  Andrés  Cornelis,  que  fué  llamado 
el  Hamlel  del  día,  no  para  igualarle  al  de  Sha- 
kespeare, que  tan  feo  y  absurdo  le  parece  á  Sar- 
dón, sino  por  la  semejanza  del  asimto  entre  la 
novela  de  Bonrget  y  el  drama  inmortal.  Yo  he 
leído,  además,  una  novelita  del  ilustre  crítico, 
titulada,  si  no  recuerdo  mal.  Carrera  de  ohs- 
tóculog,  y  también  en  ella  se  trata  del  amor  pu- 
rísimo de  un  joven,  aquí  casi  un  adolescente, 
héroe  por  amor. 

Sí,  el  amor,  y  el  amor  hondo,  el  amor,  si  no 
platónico  tampoco  exclusivamente  sensual,  es 
hasta  ahora  el  tema  constante  de  este  novelista, 
que,  seguro  de  llevar  al  asunto  una  nota  original, 
bien  sentida,    y  observación   propia,    fecunda. 


la  novela  psicológica,  para  la  que  tiene  singu- 
lares  dotes,  y   mantenerla  en  la  forma  y  en  los 
procedimientos    que  hoy  deben   emplearse  en 
i  ella.  El  cariño  de  este  autor  á  Stendhal  y  á  Du- 
!  mas  explica  esta  predilección  del  novelista. 
'       Según  la  murmuración  literaria,  esa  tendencia 
de  P.    Bourget  le   ha  valido   que  algún  maes- 
j  tro  del  arte  francés  haya  dicho  de  ól:  «Ese Paul 
I  Bourget...  es  un   Ohnet  disfrazado  de  filósofo.» 
La    frase  es  injusta  si  se  debo  entender  que 
Ohnet   (á   quien   yo  no   he  leído)  es    un  mal 
'  escritor,  un  hombre  vulgar  que   gana    dinero 
;  escribiendo  para  las  masas;  porque  lo  cierto  es, 
que  P.  Bourget,  sin  que  merezca  ser  colocado, 
'  hoy  por  hoy,  á  la  altura  de  Zola,  ni  aun  á  la 
de  Daudet  y  Goncort,  es  un  filósofo  sin  disfraz 
y  un  novelista  á  quion  el  vulgo  no  ha  de  en- 
contrar mucha  gracia  ni  mucha  variedad,  pero 
que  será  siempre  considerado  como  verdadero 
artista  por  los  que  tienen  hábito  de  juzgar  de 
tales  materias. 


Y  ahora  hablemos  do  Mensonges  exclusiva- 
mente. 

III 

A  Paul  Bourgot  se  le  ha  censurado  la  predi- 
lección con  que  trata  la  vida  del  gran  mundo,  y 
la  especie  de  deleite  que  encuentra  en  describir 
la  decoración  de  eso  brillante  y  lujoso  teatro,  con 
todos  sus  muebles  de  refinado  gusto,  sus  capri- 
chosos bibelots,  y  con  la  tiránica  ley  de  sus  mo- 
das. El  mismo  Lemaítre,  que  en  un  artículo 
hermoso  y  lleno  de  buena  voluntad  y  de  profun- 
da enseñanza  trataba  con  singular  cariño  las 
obras  de  Bourget,  desentrañando  con  admirable 
jjoi'spicacia  sus  méritos  más  recónditos,  al  lle- 
gar á  este  punto,  con  sonrisa  benévola,  se  burla 
un  si  es  no  es  de  la  afición  al  lujo  y  á  la  highlife 
que  se  respira,  puede  decirse,  en  las  novelas  de 
su  colega.  En  efecto :  lo  mismo  en  Cruel  enigma 
que  en  Carrera  de  obstáculos,  que  en  Crimen  de 
amar,  se  nota  ese  prurito.  Pues  bien:  Mensonges, 
quo  es  una  reincidencia,  nos  explica  la  causa  de 
esto  fenómeno  observado  por  la  crítica,  y  nos  la 
explica  de  modo  bien  original  y  con  muy  elo- 
cuente ejemplo.  En  Mentiras  debe  do  babor  algo 
de  autobiografía,  lo  mismo  que  en  Cruel  enigma, 
ó  por  lo  menos  cierto  lirismo  de  estudio;  algo 
como  una  autoanatomia  psicológica,  á  la  que  no 
hay  más  remedio  que  recurrir  cuando  se  quiere 
ahondar  de  veras  en  la  observación  y  experien- 
cia artísticas.  Reno  Vincy  nos  hace  ver  con  su 
historia,  sobre  todo,  con  su  entrada  en  la  socio- 
dad  aristocrática  de  París,  las  causas  del  dile- 
tantismo mondain  de  su  autor.  Vincy  joven, 
poeta  verdadero,  de  la  honrada  y  oscura  clase 
media,  que  parece  tener  vinculada  la  prosa  de 
la  vida,  por  lo  menos  en  el  ambiente  en  que  se 
mueve,  da  á  la  escena  una  comedia  en  un  acto 
y  en  verso,  Le  Sigishée,  algo  así  como  Le  Fas- 
sant  de  Coppée  por  lo  que  mira  al  éxito.  Al  día 
siguiente  ol  nombre  de  Vincy  es  famoso  en  Pa- 
rís: el  sueño  do  la  ambición  juvenil  comienza  á 
i-ealizarse,  pero  su  complemento  tiene  quo  ser 
el  goce  material  de  la  gloria,  la  entrada  triunfal 
en  el  mundo  de  la  elegancia  y  de  la  riqueza, 
donde  toda  comodidad  tiene  su  asiento;  donde 
el  bienestar,  el  lujo,  las  formas  exquisitas,  espe- 
cio de  selección  de  selecciones  sociales,  son 
como  un  dulce  acompañamiento  musical  de  la 
vida  que  la  trasporta  á  cierta  idealidad  tangi- 
ble; donde  la  misma  voluptuosidad,  hasta  en 
sus  tendencias  menos  puras,  toma  un  tinte  de 
aparente  delicadeza.  Vincy  vive  en  un  rincón 
2)rovinciano  de  París  con  su  hermana  Emilia, 
quo  es  para  él  segunda  madre,  tan  amoi'osa 
como  la  perdida,  y  con  el  marido  de  Emilia,  hu- 
milde profesor  libre  ó  pasante  de  lecciones  á  do- 
micilio; excelente  varón  resignado  con  su  suer- 
te, que  consisto  en  corregir  temas  y  tolerar  que 
su  esposa  quiera  más  á  Renato  que  á  él.  En  el 
modesto  cuarto  de  estudio  de  Roñé  no  faltan 
ciertos  atractivos  de  ose  similar  del  lujo  creado 
por  el  buen  gusto  y  por  una  mano  que  interpre- 
ta con  sus  aliños  un  amor  apasionado;  pero  lo 
demás  que  rodea  á  Vincy  todo  es  prosa,  á  lo 
menos  todo  lo  que  se  vo:  la  prosa  irremediable 
de  la  pobi'eza  casi  universal.  Rosalía,  una  joven 
á  quien  on  secreto  Vincy,  antes  de  ser  célebre, 
se  ha  declarado,  y  que  le  quiere  con  alma  y 
vida,  no  es  prosa  por  su  corazón  ni  en  sus  ojos 
bellos,  pero  es  prosa  en  el  traje,  prosa  on  el 
hogar,  prosa  por  la  calle  en  que  vive,  prosa  por 
la  madre  que  tiene ;  una  de  esas  madres  que 
tan  bien  pinta  nuestro  Luis  Tabeada,  quo  casi 
ocultan  la  belleza  íntima  de  sus  virtudes  do- 
mésticas y  de  su  amor  á  los  hijos  bajo  un  cú- 
mulo de  egoísmos  familiares  opresores  y  anti- 
páticos, de  pretensiones  ridiculas,  de  ínfulas 
cursis;  el  ama  de  su  casa,  en  fin,  que  represen- 
ta Jíiejor  quo  cualquier  otra  aquella  necesaria 
molestia  de  que  habla  el  cómico  latino.  Para  sa- 
car al  autor  del  Sigwbée  de  esta  oscuridad  pro- 
saica, de  este  limbo  de  los  pobres,  sirve  su  ami- 
go y  protector  Claudio  Larchor,  literato  distin- 
guido, autor  de  dramas  demasiado  parecidos  á 
los  de  Dumas  hijo,  hombre  de  mundo,  esclavo 
por  amor  de  una  actriz  tan  célebre  como  dea- 


LA  II.asTEACION  IBÉRICA 


843 


moralizada,  Colette  Rigaud,  personaje  que  por 
sí  solo  vale  una  novela,  y  en  cuyo  estudio  Paul 
Bourget  lia  empleado  esta  vez  acaso  los  más  de- 
licados ])inceles  de  los  muy  sutile.s  y  primoro- 
sos con  que  sabe  retratar  almas.  Á  los  que  nie- 
gan que  la  novela  pueda  ser  un  modo  (á  su 
modo)  do  estudiar  ciencia  social,  les  invito  á  pe- 
netrar bien  el  carácter  de  Claudio  Larcher,  y 
de  fijo  verán  en  él  precioso  documento  para  ex- 
plicarse el  cómo  y  el  por  qué  de  muchos  de  los 
fenómenos  extraños  que  hoy  ofrece  la  literatura 
francesa. 

La  entrada  de  Vincy  en  el  gran  mundo  es 
toda  una  solemmdad  para  la  familia,  y  con  su 
descrijíción  comienza  la  novela.  Una  dama  rusa, 
la  condesa  Komof,  es  la  primera  que  recibe  en 
sus  salones  al  joven  poeta  cuya  comedia  famosa 
va  á  representarse  aquella  noche  en  el  teatro 
casero  de  la  gran  señora  cosmopolita. 

Y  aquí  «es  donde  el  autor,  con  mucha  origina- 
lidad y  fuerza,  pinta  y  explica 
el  efecto  proftmdo  que  causa  en 
el  alma  del  artista,  del  poeta,  la 
impresión  de   respirar  por  vez 
primera  en  la  atmósfera  del  lujo 
refinado;  y  no  sólo  esto,  sino  el 
especial   encanto  que  sigue   te- 
niendo para  él  esta  vida  excep- 
cional, que  por  sus  apariencias 
tiene  trazas  do  un  oasis  de  poe- 
sía en  el  desierto  de  la  prosa 
real  que  por  todas  paites  nos 
rodea.  Ya  Mme.  Stael  hablaba 
de  la  facilidad  con  que  la  corte 
hace  del  poeta  un  palaciego;  j'a 
en  los  tiempos  de  Augusto  se 
resistía  á  la   seducción   de  '  sus 
corrosivas,  pero  elegantes,  sua- 
ves   corrupciones,    un   Antistio 
Labeon,  un  jurisconsulto;  y  más 
tai  de  seguían  la  tradición  puri- 
tana  de   la   república,   ariscos, 
pero  fieles  á  la  libertad,  un  Tra- 
seas  y  sus  contertulios.  Mas  los 
poetas,  los  más  y  los  mejores, 
sucumbían  al  encanto;    y  olvi- 
dando la  memoria  y  el  ejemplo 
de  Novio  en  lucha  con  los  pode- 
rosa.-i,  Horacio,  Virgilio,  Ovidio, 
los  mejores,  entregaban  la  cer- 
vi:',  al  yugo  de  flores,  como  en 
tantas  otras  cortes  tantos  y  tan- 
tos poetas  también  vivieron  al 
amparo  de  reyes  y  grandes,  por- 
que necesitaba  su  temperamen- 
to la  tibia  atmósfera  de  los  sa- 
lones,  la    vida   cortesana,   con  * 
toda  su  fraseología  de  elegan- 
cia, buen  gusto,  trato  exquisito, 
comodidades  voluptuosas  y  artísticas,  esplendo- 
res y  lujos  poéticos. 

Si  en  nuestro  tiempo,  por  mil  causas,  es  ya 
imposible  una  corte  de  Luis  XIV  ó  de  Felipe  IV 
( y  muchos  lo  lamentan ) ;  si  no  cabe  negar  que 
el  mejor  ingenio  se  ha  hecho  liberal,  y,  sobre 
todo,  independiente,  y  ya  no  caben  las  debilida- 
des cortesanas,  simpáticas  acaso,  pero  nocivas, 
de  un  Hacine;  no  dejan  los  nervios  de  seguir 
siendo  nervios,  y  el  artista  delicado  y  soñador, 
tiende,  aunque  sea  de  lejos  y  prefiriendo  el  ostra- 
cismo á  la  humillación,  tiende  á  la  patria  natural 
de  sus  ensueños,  á  la  vida  de  apariencias  bellas, 
donde  el  espíritu  encuentra  las  necesidades  más 
humildes  y  precisas,  satisfechas  sin  que  él  traba- 
je, y  puede  consagrarse  libre  de  la  gleba,  á  culti- 
var la  flor  del  alma,  la  santa  imaginación,  sin  que 
le  importe  mucho  que  el  fondo  de  aquella  existen- 
cia, fácil,  sugestiva  de  visiones  hermosas,  encie- 
rre la  universal  flaqueza,  muchos  males,  mayo- 
res por  el  mismo  contraste  con  la  apariencia 
dulce,  amorosa,  refinada  en  sus  atractivos.  Es 
más :  de  este  mismo  contraste  saca  tal  vez  el  ar- 
tista nuevo  placer,  por  el  efecto  mismo  de  la 
;antítesis. 

En  el  mundo  de  la  grandeza  lo  peor  son  los 
personajes,  y  de  ellos  recibe  el  artista  que  entra 
■en  tales  regiones  el  primer  soplo  del  desencan- 
to. Esas  damas  hermosas,  de  inefable  gracia,  de 


misterioso  atractivo,  que  habrían  de  ser  cifra 

de  la  gloria;  que  son,  por  lo  que  parece,  la  joya 
propia  y  digna  de  tan  lujoso  estuche,  debieran, 
se  dice  el  soñador,  sentir,  pensar  y  hablar  mejor 
que  las  pobres  mujeres  pobres:  el  escenario  pa- 
rece que  obliga  á  grandeza  de  espíritu,  á  dis- 
tinción de  alma  que  corresponde  á  la  distin- 
ción real  de  maneras,  costumbres,  etc.,  etc y 

el  observador  nota  pronto  que  no  es  así;  que 
no  sólo  en  el  fondo  no  hay  virtud  y  belleza  mo- 
ral, sino  que  la  vulgaridad,  la  necedad ,  viven 
casi  siempre  entremezcladas  en  tan  suntuosas 
regiones:  ¡qué  lástima!— Tolstoi,  como  indica 
con  gran  perspicacia  Emilia  Pardo  Eazá:i,  fué 
uno  de  los  autores  que  mejor  pintaron  la  vida 
mundana,  del  gran  mundo  como  decimos  por 
acá;  y  esto  se  debe,  á  mi  juicio,  no  sólo  á  las 
circunstancias  que  facilitaron  en  él  este  estudio, 
circunstancia  que  en  otros  escritores  (aunque 
no  muchos)  han  concurrido:   se  debe  priucipal- 


Mme.  Moraiaes  y  ,le  \  incy  llenan  la  novela; 
y  el  estudio  magistral  de  esa  mujer  pérfida  c««¡ 
din  saberlo,  fruto  amargo  (ocaso  irresjjonsable 
del  veneno  que  destila)  do  costumbres  ó  insti- 
tuciones viciadas,  sirve  para  mostrarnos  las  eta- 
pas de,l  tormento  por  (jue  va  pasando  el  alma 
Cándida  y  entusiástica  del  pobre  autor  del  Si- 
gisbée. 

Es  claro  que  prescindo  en  este  rapidísimo 
análisis  (más  rápido  j)or  motivos  que  no  depen- 
den de  mi  voluntad)  de  muchos  elementos  de 
esta  novela,  como  v.  gr.  la  muy  bien  observada 
y  dibujada  figura  de  Desforges,  el  egoísta  me- 
tódico, que  economiza  el  placer,  especie  de  Har- 
pagóndel  edonismo;  así  como  dejo  aparte  muchas 
observaciones  incidentales  de  gran  mérito  y  que 
han  contribuido  al  buen  éxito  del  libro.  El  hilo 
de  lo  reseñado  va  por  donde  dejo  indicado...  ¿Y 
el  fin?  Vincy,  desengañado  del  amor  que  pa- 
recía el  que  él   buscaba  y  era  el  más  ruin,   el 


ORLANDO:   ADIÓS,   SEÑOR   MELANCOLÍA   (Como  gustéis,  acto  II,  escena  3.») 


mente  á  que  Tolstoi,  aristócrata  y  artista,  pudo 
observar  como^  nadie  toda  la  profunda  tris- 
teza del  contraste,  no  entre  el  fondo  malo  y  la 
apariencia  bella,  sino  entre  la  decoración  her- 
mosa, clásica,  singular  en  su  belleza  y  grande- 
za, y  la  pequenez  de  los  espíritus  que  gozan,  por 
azar  del  nacimiento  y  otros  azares,  del  privile- 
gio de  habitar  como  naturales  señores  en  este 
mundo  único,  excepcional,  que  sólo  el  alma  del 
artista  seria  digno  de  habitar  y  poseer.  Tolstoi, 
poeta  y  aristócrata,  no  entra  en  la  ley  general,  tan 
bien  señalada  por  Bourget,  que  hace  que  el  no- 
ble y  el  grande,  nacidos  en  el  lujo,  en  la  vida  del 
privilegio  del  placer,  de  la  elegancia  exterior, 
de  todos  los  esplendores  materiales,  no  pueda 
por  falta  de  imaginación,  y  por  á  gasto  del  ttso 
sobre  todo,  sentir  ni  apenas  comprobar  las  ven- 
tajas de  su  posición  y  la  hermosura  del  mundo 
aparte  en  que  viven. 

En  la  novela  de  Bourget  es,  á  mi  juicio,  lo 
principal,  el  estudio  de  este  fenómeno  socioló- 
gico: la  adaptación  del  espíritu  del  poeta  al  am- 
biente del  gran  mundo;  las  luchas  que  nacen  de 
semejante  empeño.  El  autor,  que  no  ha  querido 
escribir  largo,  aunque  alude  aquí  y  allí  á  dife- 
rentes aspectos  de  este  campo  de  observación, 
concrétase  en  seguida  á  una  de  las  principales 
seducciones  que  el  poeta  encuentra  en  este  mun- 
do para  él  encantado:  al  amor.  Los  amores  de 


más  degradante,  ¿á  dónde  volverá  los  ojos?  A  la 
muerte.  Se  suicida;  pero  el  autor  no  le  deja  mo- 
rir: le  deja  mal  herido,  con  vagas  esperanzas  de 
recobrar  la  vida.  En  tanto,  sin  acercarse  á  su 
lecho,  trasporta  el  final  de  la  acción  á  la  calle, 
dond^  Claudio  Larcher,  el   iniciador,  el  semi- 
artista  perdido  irremisiblemente,  no  por  el  grati 
mundo  sólo,  sino  más  todavía  por  esa  vida  itUer- 
lope  de  cierta  clase  de  escritores,   pintores,  et- 
cétera, etc.,  de  Paris,    encuentra  al   sacerdote 
cristiano,  al  abate  Faconet,  director  del  colegio 
de  San  Andrés  y  tío  materno  del  mísero  Vincy. 
Este  personaje,  que  al  principio  de  la  novela 
no  había   hecho  más   que  aparecer  incidental- 
mente,  aquí  viene  á  representar  un  papel  tal  vez 
simbólico,  sin  dejar  de  ser  verosímil  su  presen- 
cia, y  natural  y  lógica  toda  su  intervención  en  el 
fondo  del  libro.  Es  el  caso  que,  en  medio  de  los 
refinamientos  sensuales  y  también  int«lectuales 
de  Paris  que  ha  pintado  el  autor,  viene  esta  no- 
ble y  hermosa  figura,  como  refresco  de  esperan- 
za, con  su  austeridad  nada  aparatosa,  con  su 
puro  ideal,  que  es  ni  más  ni  menos'la  fe  de  Cris- 
to. El  P.  Faconet  opina  que  «Francia  necesita 
talentos  cristianos. »  La  última  palabra  de  esta 
novela  no  es  un  hecho  frío  y  mudo  de  la  reali- 
dad, ni  es  un  rasgo  pesimista:  es  un  aliento  de 
ciei-ta  vaga  esperanza.  El  P.  Faconet,  al  frente 
de  una  escuela,  preparando  la  juventud  de  ma- 


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846 


LA  ILUSTRACIÓN   IBÉRICA 


fiana  y  predicando  cdhtra,  6  más  bien  sobre,  to- 
dos los  alambicamientos  de  la  vida  parisiense 
la  austera  religión  del  deber  y  la  amable  reli- 
gión de  Jesns,  es,  sin  duda,  una  figura  que 
qmere  dejar  el  autor  en  primera  linea  y  como 
im  efecto  intencional  y  de  contraste.  ¿Senl  la 
idea  de  P.  Bourget  que  la  sed  de  belleza  y  de 
verdad  ideal  que  el  artista  busca  no  pueda  en- 
contrarse en  la  quinta  esencia  de  la  cultura  mo- 
derna, representada  por  el  París  intelectual, 
elegante,  artístico,  sino  que  ha  de  remontarse  ol 
espíritu,  no  con  tendencia  reaccionaria,  pero  si 
con  amor  histórico,  á  la  fuente  pura,  acaso  mal 
estudiada  \x)r  unos  }•  por  otros  hasta  hoy,  á  la 
fuente  pura  del  sublime  cristianismo?  Aunque 
algo  puede  haber  de  esto,  confieso  que  me  han 
disgustado  las  afirmaciones  demasiado  rotundas, 
poco  prudentes  por  lo  rudas  y  terminantes,  de 
cierto  critico  francés,  más  idealista  y  alborota- 
dor que  proñindo  y  caritativo  con  los  contrarios, 
Mr.  de  Chautavoine,  el  cual,  precipitándose  y 
exagerando,  y,  en  suma,  echando  á  perder  mu- 
chas ooeas  buenas,  atribuye  á  P.  Bourget,  por 
causa  de  su  novela  Mentiras  y  de  su  clérigo  Fa- 
conet^  nada  menos  que  la  misión  de  un  nuevo 
Chateaubriand,  y  hasta  se  atreve  á  esperar, 
para  dentro  de  poco  tiempo,  otro  Genio  del  Cris- 
tianisnw. 

Lo  que  puede  asegurarse  es  que  P.  Bourget 
siente  y  comprende  tan  bien  como  el  primero 
todo  el  sentido  y  la  idea  de  la  vida  espiritual  y 
sensual  moderna  en  su  expresión  más  refinada, 
segtin  es  en  ciertos  círculos  de  París  j'  de  otros 
pocos  centros;  y  á  pesar  de  esto,  y  con  la  nos- 
talgia de  una  patria  ideal  que  no  existe  en  Pa- 
rís y  sus  similares,  busca  otro  ambiente,  y  como 
que  olfatea  por  el  camino  del  deber  austero,  de 
la  abnegación  sublime,  siguiendo  acaso,  quiéralo 
ó  no,  el  rastro  de  la  Cruz. 

Clarín 


ORLANDO  (Como  gustéis,  comedia  de  Shakespeare) 


PREGUNTA 


Si  cosas  muy  diferentes 
máscara  y  semblante  son ; 
si  jamás  el  artificio 
con  el  arte  se  igualó ; 
si  entre  la  sombra  y  el  cuei-po 
media  una  distancia  atroz, 
y  es  distinto  un  reloj  de  oro 
de  nn  reloj  de  similor, 
annqne  de  la  misma  fábrica 


Á  UN  CIGARRO 


¡Qué  rubio!  ¡Qué  lustroso!  ¡Qué  bien  hecho! 
i  Con  qué  placer  inmenso  lo  consumo  1 
i  Cuánto  gozo  al  mirar  subir  el  humo 
en  blancas  espirales  hacia  el  techo ! 

i  Qué  contento  me  pone,  y  satisfecho, 
el  sentir  en  mis  labios  su  acre  zumo ! 
Si  me  dan  un  cigarro,  me  lo  fumo: 
si  me  lo  ofrecen,  ¡nunca  lo  desecho! 

Fumando,  mi  cansancio  se  disipa:  > 


/.A 


(hilíA^ 


CUw 


PERSONAJES   DE   LA   COMEDIA    .COMO   GUSTÉIS- 


hayan  salido  los  dos; 

¿por  qué  se  empeñan  algunos 

en  fundir  en  un  crisol 

la  mundana  hipocresía 

y  la  santa  devoción  V 

Manuel  dkl  Palacio 


fumando,  hasta  ol  fastidio  se  me  cura; 
y  fumo  puro,  y  de  papel,  y  en  pipa. 
De  gustos,  es  el  gusto  más  completo 
fumarse  un  buen  cigarro,  i  Y  si  se  apura!... 
¡Dadme  un  cigarro  y  os  haré  un  soneto! 

A.  ScilINULKIl 


NUESTROS  GRABADOS 


KSTrniO    DK    PA1SA.7K   I)K   INVIKRNO 

Quien  siente  venladero  niiior  e',  He  no  se  arredra  ante 
el  frío,  ni  ante  el  calor,  de  la  cusí !  irepidez  da  muestra  esa 
simpática  pintora.  El  sitio  es  á  propósito  para  trazar  un  bo- 
ceto que  contenga  la  nota  car  ictoristica  de  aciuella  playa,  y 
la  elegante  artista  se  dispone  li  sentarse  allí  y  reproducir  eu 
su  lit.ro  de  apuntes  el  mel;.nc  íleo  y  solitario  paisaje. 

SANTA   CIIANTAL,    SAN    FRANCIl-CO    DK    SAI.KS    Y    UADA.MB    UK 
SKVIQNiS 

Hija  de  eonfesióii  de  San  Francisco  de  Sales,  obispo  do 
(iénova,  fué  Santa  Juana  Fremyot  una  de  las  más  ejem- 
plares monjas  quo  (lorceieron  en  el  siglo  xvir,  habiendo 
fundado  Infinidad  de  conventos  en  su  país  y  en  Saboya.  Per- 
teneció á  la  orden  de  la»  visitandlnas.  Casada  en  su  juventud 
con  el  barón  de  Rabutin  Chantal,  fué  abtiela  de  madame 
de  Sevigné,  la  marqiiixc  des  marquüea  é  incomparable  es- 
critora. 

KOMA:    t.A    IlASll.lCA    DK    SAN    PKDKÜ 

Dibujo  de  P.  y  Valor 

I.a  celebración  del  jubileo  sacerdotal  de  S.  S.  el  papa 
León  XIII,  da  interés  de  actiuilidad  al  insigne  monumento, 
centro  del  orbe  cristiano.  No  consienten  los  estrechos  limites 
de  que  podemos  disponer  dar  una  descripción  detallada  del 
incomparable  templo,  por  lo  cual  deberemos  contentamos 
con  decir  lo  principal. 

Fueron  echados  los  cimientos  en  tiempo  de  Nicolás  V. 
Julio  II  activó  sobremanera  los  trabajos  y  León  X  tuvo  la 
gloria  de  dejarlo  casi  concluido.  Los  arquitectos  directores 
fueron  sucesivamente  Sangallo,  Rafael,  Miguel  Ángel,  autor 
este  til  timo  de  la  asombrosa  ciípula,  Vignola  y  Santiago 
della  Porta. 

Lo  primero  que  llama  la  atención  al  entrar  en  la  Basilica 
es  el  sepulcro  de  San  Pedro,  donde  arden  continuamente, 
noche  y  dia,  ciento  doce  lámparas.  Cerca  de  alli  esta  la  capi- 
lla della  l'iela,  poema  en  mármol,  cincelado  por  el  Buo- 
narrotl. 

El  altar  luayor  se  eleva  en  el  centro  de  la  iglesia,  y  desde 
alli  puede  admirarse  el  interior  de  la  cíipula,  con  sus  treinta 
y  dos  pilll.^t^as  de  orden  corintio,  sostenida  por  cimtro  pi- 
lares. 

liO  miis  particular  de  la  gran  Basílica  es  que,  al  ver  fuera 
la  inmensa  multitud  que  se  dispone  á  penetrar  en  ella,  pa- 
rece que  no  van  á  tener  cabida  tantos  seres  humanos,  y  una 
vez  dentro  aparece  el  templo  como  si  estuviese  desierto. 

El  (lia  de  Año  Nuevo  se  verificaba  antes  la  gran  procesión 
presidida  por  el  papa,  que  iba  en  su  litera,  sostenida  por 
veinte  personas,  vestido  de  blanco  y  arrodillado  ante  su  re- 
clinatorio. Esta  procesión  desfilaba  bajo  los  pórticos  de  la 
pbi/.ii,  y  era  uno  de  los  espectáculos  más  sublimes  que  cabla 
presenciar. 

MARINA 

Dibujo  de  G.  Aitnrfa 

Los  lectores  de  La  ImsTitACióN  Ihírica 
conocen  bien  las  siempre  bellas  é  insi>iradas 
obras  de  nuestro  joven  colaborador  artístico 
que  de  cada  día  va  adquiriendo  más  lison 
Jera  nombradla.  A  uu  dibujo  eorrectisimo,  á 
un  sentido  justo  y  poético  del  colorido  y  á 
un  talento  de  composición  no  muy  comtin, 
reúne  el  Sr.  Asarta  el  más  ardiente  entusias- 
mo por  el  arte,  estudiando  incansablemente 
la  Naturaleza,  y  prometiendo,  al  llegar  á  su 
madurez,  ser  uno  de  nuestros  más  renom- 
brados artistas.  El  grabado  que  hoy  damos 
es  buena  prueba  de  lo  que  decimos,  siendo 
una  de  las  mejores  Marinas  que  ha  dibujado 
el  autor. 

MARGARITA 

Dibujo  de  T.  Mayerhofer 

No  cabe  mayor  distinción  que  la  que  en 
medio  de  su  sencillez  revela  esa  Margarita; 
es  im  tipo  muy  felizmente  acertado,  que  reú- 
ne, á  la  candidez  simbolizada  en  un  nombre, 
la  más  acabada  representación  de  la  belleza 
meridional. 

KSCKMAS  CAMPESTRES  EN  EL  TEATRO  : 

•COMO    OUSTlilS,»    COMEDIA    DE   SHAKESPEARE; 

•LA   FIEL  PASTORA,»  COMEDIA  DE  PLKTCHER 

Ambas  comedias  vienen  representándose 
cada  verano,  desde  hace  algunos  años,  en  un 
teatro  al  aire  libre  construido  ad  hoc,  en  Com- 
be (Rarrey) .  Cuando  se  levanta  un  edificio  para 
representar  en  él  únicamente  Como  qusUis  y 
ha  fltl  pastora,  puede  calcularse  con  qué  acabada  perfección 
no  aparecerán  dichas  obras  puestas  en  escena.  Verdad  es  que 
todo  ea  poco  tratándose  de  comedias  como  las  quo  decimos. 
Véase  en  qué  términos  se  expresa  Teófilo  Gautier  hablando 
de  Como  gusli'is:   .Leyendo  esta  pieza  extraña,  siéntese  uno 
trasportado  á  uu  UMindo  desconocido,  del  cual  se  tiene,  sin 
embargo,  alguna  vaga  reminiscencia.  No  se  sabe  ya  si  se 


LA  ILUaTltAClOM  iBElilUA 


está  vivo  ó  se  está  muerto,  si  se  sueña  6  se  está  despierto, 
Graciosas  figuras  os  sonríen  dulcemente,  y  os  dirigen,  al 
pasar,  un  amistoso  saludo;  os  sentís  conmovido  y  turbado 
á  su  vista,  como  si  á  la  vuelta  de  un  camino  os  topaseis  de 
pronto  con  vuestro  ideal...  Manan  las  fuentes  murmurando 
quejas  medio  ahogadas;  el  viento  menea  los  viejos  árboles 
de  la  antigua  selva  sobre  la  cabeza  del  anciano  duque  des- 
terrado, con  suspiros  compasivos;  y  cuando  Santiago  el  me- 
lancólico deja  caer  al  agua,  con  las  hojas  del  sauce,  sus 
filosóficas  quereDas,  pareceos  que  sois  vos  mismo  quien  ha- 
bláis, y  que  el  pensamiento  más  secreto  y  más  oscuro  de 
vuestro  corazón  se  revela  y  se  ilumina. 

»lOh,  joven  hijo  del  bravo  caballero  Roldan-des-Bois, 
tan  maltratado  por  la  suerte !  No  puedo  contenerme  de  estar 
celoso  de  ti:  tú  tienes  aún  un  servidor  ñel:  el  buen  Adán, 
cuya  vejez  es  tan  lozana  bajo  la  nieve  de  sus  cabellos.  Estás 
desterrado,  pero  á  lo  menos  lo  has  sido  después  de  haber 
luchado  y  triunfado;  tu  malvado  hermano  te  ha  arrebatado 
tu  hacienda  toda,  pero  Rosalinda  te  da  la  cadena  de  su 
cuello;  eres  pobre,  pero  eres  amado;  abandonas  tu  patria, 
pero  la  hija  de  tu  perseguidor  te  sigue  más  allá  de  los 
mares  ..» 

En  cuanto  á  la  pastoral  de  Eletcher,  es  mucho  menos 
conocida     Su  autor  vivió  en  tiempo  de 
Isabel  y  fué  deán  de  Peterborough. 


I,A  I.I,Kr..4l>A  DE  L\  CARROZA 
TERMINADA  LA  KAEXA 


¡Qué  espectáculo  se  ofrecía  á  mi  vista  encada 
calle! 

Las  casas  derribadas,  y  muchas  de  ellas  ar- 
diendo, mostrando  sus  huecos  humeantes  como 
ojos  infernales.  Aquí  y  allá  montones  de  cadá- 
veres horrorosamente  magullados  ó  medio  inhu- 
mados entre  los  escombros. 

En  muchos  de  ellos  reconocí  á  seres  queridos, 
amigos  de  la  niñez,  que  habían  sido  víctimas  de 
su  valor  y  arrojo. 

Sin  embai-go,  no  me  detuve. 

Mis  sentidos,  lanzados  salvajemente  á  los  ex- 
tremos del  más  febril  delirio,  no  me  permitían 
conocer  claramente  el  lugar  donde  me  encon- 
traba: sólo  sé  que  andaba  sin  descanso,  ora 
arrastrándome  por  tierra  en  los  puntos  do  mayor 
peligro,  ora  pisando  cuerpos,  yertos  unos  y  con 
movimiento  otros. 

Poco  después  me  hallaba  fuera  de  Tarra- 
gona. 


S47 

presa  y  procuré  agazaparme  lo  mejor  que  pude 
entre  unas  piedras  y  allí  esperar. 

A  poco  vi  aparecer,  por  entre  aquellos  árboles, 
un  grupo  confuso  que  se  aproximaba  pausada- 
mente. 

Yo  no  i)od¡a  ser  visto,  porque,  á  más  de  ser 
casi  de  noche,  e.staba  perfectamente  oculto. 

Mi  curiosidad  era  cada  vez  mayor. 

Desde  luego  supuse,  por  las  risas  y  algunas 
voces  sueltas,  que  se  trataba  de  franceses  de 
buen  humor  que  vendrían  de  conmemorar  al- 
guna hizafm;  pero,  conforme  el  grupo  llegaba 
hasta  mí,  creía  oir  sollozos  comprimidos  y  sus- 
piros ahogados. 

La  mucha  oscuridad  que  reinaba  no  me  per- 
mitió salir  do  dudas  hasta  que  ol  grupo  pasaba 
á  dos  pasos  de  mi  escondite. 

Entonces  todo  lo  comprendí. 

Un  inerme  anciano  y  un  tienio  niño  eran  con- 
ducidos prisioneros  de  guerra  á  Tarragona  por 


Lindos  dibujos,  sobre  todo  muy  bien 
dibujados.  Xa  llegada  de  la  carrosa  es  una 
feliz  inspiración,  que  constituiría,  sin  du- 
da, agradabilísima  sorpresa  para  los  niñ(  s 
que  so  hallaren  presentes  en  la  fiesta.  En 
Terminada  la  faena  presenta  el  autor  un 
nuevo  aspecto  de  la  bondad  de  los  gatos, 
ahora  plácidamente  juguetones  si  antes 
tan  laboriosos. 

LA  CATEDRAL   DE   LU.S'EBIJRGO 

Luneburgo,  á  orillas  del  Hmouan,  en  el 
ex-reino  de  Hannover,  es  estación  princi- 
pal en  la  linea  de  Hannover  á  Ilamburgo. 
El  caserío  es  muy  antiguo,  y  la  catedral 
muy  notable  por  su  hermosa  aguja. 

'^ 


EL  PEíSÍOraO 

Episodio  de  la  guerra  de  la  Independencia 


(conclusión) 

¡Yo  lo  vi   todo!  Vi  la  matanza 
y  el  amor  confundidos  con  el  ro- 
bo y  la  embriaguez...  Vi  asesinar  ^ 
flacas  mujeres  é  inennes  ancia 
nos... 

No  hubo  casa  que  no  fuese  sa- 
queada,   ciudadano  que  no  fuese 
blanco  de  las  más  bárbaras  inju- 
rias, ni  respeto  para  lo  divino,  ni  cuusineracion 
para  lo  humano. 

En  aquel  mismo  día,  de  infausta  memoria, 
perdí  á  mis  padres  y  á  mis  hermanos:  sólo  yo 
pude  salvarme  no  sé  cómo. 

Sin  embargo,  fui  herido  de  la  mano  derecha, 
y,  por  lo  tanto,  inútil  para  la  lid. 

Asi  es  que,  rendido  por  la  fatiga,  manando  de 
mi  herida  abundante  sangre,  y  postrado  por  el 
hambre  y  la  sed,  tuve  que  refugiarme  en  una 
casa  que  á  la  sazón  hallé  deshabitada. 

Yo  debía  permanecer  en  aquella  casa  hasta 
entrada  la  noche,  para  que,  valiéndome  de  la 
oscuridad,  pudiese  salir  de  Tarragona. 

Esto  pensé,  y  esto  decididamente  llevé  á 
cabo. 

Tan  pronto  como  la  noche  empezó  á  extender 
sus  negras  alas  sobre  el  horizonte,  salí  á  la  calle. 

Apenas  había  andado  diez  pasos,  cuando  me 
detuve. 

Tan  brutales  escenas  había  presenciado,  que 
la  sola  idea  de  ser  descubierto  por  algún  soldado 
extranjero  me  ateirorizaba. 

Pero,  en  fin,  venciendo  mi  repugnancia,  y  en- 
comendándome de  todo  corazón  al  Todopodero- 
so, continué  mi  marcha  con  resolución. 

El  trayecto  desde  la  calle  del  Arco  de  Santa 
Tecla,  en  una  de  cuyas  casas  me  había  refugiado, 
hasta  las  afueras  de  la  población,  fué  feliz  y  sin 
ningún  incidente. 


ORLANDO,;.(Como  gustéis,  comedia  de  Shakespeare) 


(Me  había  salvado! 

Una  vez  en  el  campo,  me  dirigí  hacia  este 
punto,  que  consideré  el  más  seguro  para  no  ser 
visto. 

Yo  había  atado  un  lienzo  á  mi  mano,  y  la  he- 
rida ya  no  me  molestaba  tanto. 

Hubo,  pues,  un  momento  en  que,  no  pudiendo 
mi  cuerpo  resistir  más,  tuve  que  sentarme,  mejor 
dicho,  dejarme  caer,  sobre  un  montón  de  pie- 
dras. 

Entonces  empecé  á  reflexionar  lo  triste  de  mi 
situación. 

En  aquel  momento  acudían  á  mi  mente  las 
escenas  más  dulces  de  la  niñez,  cuando  me  ha- 
llaba rodeado  de  los  seres  más  amados,  de  mis 
padres  y  de  mis  hermanos... 

¡Todos  habían  muerto! 

No  obstante,  les  envidiaba. 

¡Dichosos  ellos  mil  veces,  que  han  perecido 
por  la  patria,  que  han  conqxiistado  la  gloria  por 
haber  muerto  en  el  puesto  del  honor!  ¡Desgracia- 
do yo,  que  vivo  después  de  perderlos! 

De  pronto  un  ronco  rumor,  acompañado  de 
fuertes  carcajadas,  llegando  hasta  mis  oídos,  me 
hizo  salir  del  ensimismamiento  en  que  me  ha- 
llaba. 

Mi  primer  intento  fué  alejarme  de  este  sitio; 
pero,  temiendo  que  mis  pasos  pudieran  vender- 
me, y,  por  otra  parto,  deseoso  de  saber  qué  sig- 
nificaba aquello  á  tales  horas,  renuncié  á  la  em- 


dos  imperiales  que,  según  supe  después,  habían 
encontrado  á  aquellos  infelices  huyendo  de  nues- 
tra ciudad  en  la  madrugada  del  mismo  día. 

Movía  á  compasión  la  vista  de  aquellos  des- 
graciados, medio  vestidos,  los  rostros  irasfigura- 
dos,  la  mirada  sin  brillo,  el  paso  inseguro  y  los 
hombros  y  espaldas  llenos  de  heridas  que  sus 
verdugos  les  hacían  con  las  puntas  de  sus  bayo- 
netas para  hacerles  andar  más  de  prisa. 

Al  llegar  frente  á  donde  yo  me  hallaba,  se 
detuvieron,  exclamando  el  pobre  anciano  con 
voz  tan  débil  que  apenas  se  le  oía: 

— ¡Mátenme  ustedes...  por  Dios...  buenos  mili- 
tares!... ¡Quiero  morir  pronto!...  ¡No  hagan  sufrir 
más  á  esta  pobre  criatura!... 

— ¡Calla,  didón,  canalla! — le  decían  aquellos 
en  su  idioma,  dándole  golpes  y  haciéndole  andar. 

El  que  había  maltratado  al  español,  decía 
después: 

— Mañana  serán  fusilados  estos  miserables, 
dando  con  esto  un  escarmiento  á  los  que  no  se 
hayan  rendido  todavía  á  nuestras  banderas. 

— Y  nosotros,  al  entregarlos  esta  noche,  al- 
canzaremos una  cruz, — añadió  el  otro  soldado. 

— Y  seremos  distinguidos   de  nuestros  jefes. 

— Yo,  por  mi  parte,  puedo  asegurar  que  estos 
bribones  van  á  tener  la  cidpa  de  que  nos  as- 
ciendan... 

Y  una  brutal  carcajada  celebró  el  dicharacho. 

En  tanto,  las  infelices  víctimas  oían  tau  atroz 


848 


LA  ILUSTRACIÓN  IBÉRICA 


diálogo   con   la   impasibilidad  del  mártir  que 
a^arda  con  alegría  lii  miiertt'  para  descansar. 

Los  dos  dirigíanse  dulces  miradas  y  lloraban 
amargamente. 

Eran  dos  almas  que  se  despedían  en  caio  imm- 
do  para   volverse  á  ver  etema- 
moute  cu  el  otro. 

— ¡Ea,  perros,  andad  de  prisa 
si  no  queréis  que  os  rompa  la 
crismal^grit¿  con  voz  ronca  uno 
de  loe  franceses. 

— ¡Sí...  ustedes  son  njny  bue- 
nos y  no  me  harán  sufrir  mAs! 
¡Mátenme  por  favor!— exclamaba 
el  infeliz  viejo  con  voz  que  con- 
movía á  una  piedra. — ¿No  les  da 
lástima  ese  pobre  niño  que  viene 
arrastrándose,  muñéndose?... 

En  efecto:  la  pobre  criatura  era 
\nctima  dt»  una  interna  fielirp  íin« 
le  consumía  por  moment'  - 

Parecía  un  espectro. 

— Mejor  seria  que  dejásemos  á 
ese  rapazuelo  en  libertad, — dijo 
el  otro  extranjero,  qne  parecía  ha- 
berle conmovido  el  estado  del  des- 
graciado joven; — pues  la  verdad 
es  que  está  moribundo  y  no  va  á 
poder  llegar  á  Tarragona. 

— El  buen  militar  no  debe  en- 
ternecerse nunca,  y  tú  parece  que 
deshonras  en  este  momento,  con 
tu  buen  corazón,  el  uniforme  que 
vistes, — respondió  el  que  había 
Uevailo  siempre  la  iniciativa  de  la 
crueldad,  el  que  hacia  andar  á  los 
prisioneros  á  fuerza  de  bayon^ 
tazos. 

Después  continuó: 

—  ¡Vaya,  vaya!  Basta  de  con- 
templaciones. ¡Adelante! 

Y  vohnó  á  herir  las  espaldas  de 
aquellos  infelices. 

— Compañero, — dijo  el  que  de- 
fendía á  éstos; — ¿qué  hacemos  con 
esa  pobre  criatura? 

— Ahora  verás.  ¡Es  muy  sen- 
cUlo! 

Y  sin  darme  tiempo,  no  digo  á 
prever,  sino  á  evitar  sus  movi- 
mientos, descerrajó  un  tiro  sobre 
el  corazón  del  mártir. 

Jamás  me  he  considerado  hé- 
roe, ni  mucho  menos;  pero  es  lo 
cierto  que  en  aquel  momento  no 
temía  á  la  muerte  ni  á  la  catás- 
trofe que  acababa  de  presenciar. 

Verdad  es  que  el  heroísmo, 
como  hijo  del  momento  y  conse- 
cuencia de  la  inspiración,  no 
reconoce  clase  ni  sexo;  razón  por 
la  cual  suele  encontrarse  algunas 
veces  en  los  cobardes  y  en  las 
mujeres. 

— ¡Prosigiie! — exclamó  el  que 
escuchaba  absorto  el  relato. 

— Pues  bien:  entonces  no  me 
pude  contener:  había  presenciado 
ana  infamia,  y  mis  sentimientos 
estallaron  en  un  grito  de  suprema 
indignación. 

Quise  evitar  á  todo  trance  qne 
se  repitiese  la  misma  escena  con 
el  venerable  anciano. 

Di  un  salto  pro<ligioHO,  y,  lanzándome  sobre 
el  soldado  que  había  h<-<:ho  fuego,  le  arrebaté  el 
fusil  por  un  movimiento  brusco  que  aquél  no 
pudo  prevenir,  y  descargué  sobre  su  cabeza  tan 
f'  -  con  la  culata,  que  cayó  al  suelo  sin 

díi  j. o  á  exhalar  ni  un  gemido. 

El  otro  extranjero,  sorprendido  por  mi  rápida 
afíiTn<-f  ¡da  v  >'''meroBO  dc  segoír  1&  mísma  suerte 


qne  su  compañero,  huyó  precipitadamente  hacia 
Tarragona. 

¡Quedábamos  libres! 

Pero  mis  esfnei-zos  por  salvar  al  pobre  ancia- 
no fueron  inútiles. 


III 


Aquel  lance  me  costó  una  gravo  í^ufennedad, 
de  la  cual  aun  no  lie  logrado  reponerme, — 
concluyó  el  joven,  levantándose  de  su  asiento, — 
y  todavía,  cuando  paso  por  este  sitio  después 
de  la  puesta  del  sol,  to  confieso  quo  tengo  que 
acelerar  el  paso,  pues  se  me  representa,  con  to- 
dos sus  detalles,  aquella  horrorosa  escena. 
.  Poco  después  se  despedían  cariñosamente 
ambos  amigos. 

Habían  llorado  juntos. 

Jamás  olvidaron  ninguno  de  los  dos  la  aven- 
tura de  el  prisionero. 

Ángel  Coello  de  Torres 


LA   CATEDRAL   DE    LUNEBUKCO 


Casi  al  mismo  tiomj)0  que  yo  derribaba  al 
soldado,  caía  él  exánime  al  suelo. 

Al  caer  me  lanzó  una  tierna  mirada,  como 
dándome  gracias  por  mi  acción. 

Después  comprendí  la  causa  de  su  repentina 
muerte. 

Y  es  que  el  prisionero  pocos  momentos  antes 
asesinado  á  su  yista  era...  ¡su  hijo!!! 


GñÁMOíS  áLIHáCENES  DEL 

PriDtemps 

Pídase 


Kl  UAGNIFICO  áLBUHI ILUSTñADO  redac- 
tado en  Español  ó  en  Francés,  encer- 
rando 554  grabados  Inéditos  de  ves- 
tidos. Confecciones,  Artículos  para 
Señoras,  Trajes  para  Caballeros  y  Niños 
eta,  como  también  la  nomenclalura  de 
todos  los  tejidos  de  Sederías,  Lanerías, 
Indianas,  Pañerías,  Telas  de  Hilo,  eta, 
eta;  que 

Acaba  de  salir  á  loz 

Y  que  remitimos  SñATIS  r  FñáNCO  i. 
quien  nos  la  pida  en  cart^  franqueada 
dirijida  á 

MM.  JULES  JALUZOT  t  Ci^ 

á  París 

se  envían  leualmente  gratis,  las 
muestras  de  todos  los  tejidos  de  com- 
ponen los  lnnlen^50S  surtidos  del  l'KlN- 
TE.MPS  (Especlllcarnos  bien  las  clases  y 
precios). 

Casas  dc  reexpedición  en  DRün  (Es- 
paña) y  HENDATA  (Franela). 

Todo  pedido,  cuyo  valor  llegue  t 
M  pesetas,  es  eipeilldo  liWe  <*«  portes 
conira  desembolso,  ó  sea  K  pa^ar  al 
recibir  la  mercancía,  á  cualquier  esta- 
ción del  Ferro-Carril,  mediante  un 
recargo  de  5  0/0  sobre  el  total  de  la  fac- 
tura ó  Ubre  da  porte»  y  de  derecho»  d» 
«duapa  mediante  el  de  ?5  0¿Q. 

Nuestras  Casas  de  reexpedición  de 
irun  y  uendaya  están  especialmente 
encargadas  de  las  formalidades  de  la 
Aduana  y  de  la  reexpedición  de  los 
bultos,  que  llegan  siempre  al  punto  de 
desuno  sin  necesidad  de  que  nuestros 
parroquianos  se  cuiden  de  nada. 


LOS  GRANDKS  ALMACENKS 

Hl  PRIHITEMPS  n  parís 

NO  TIENEN  SUCURSALES 

ni  en  Francia,  ni  en  España 


IDIi.VlSTBlCiÓS:  Cirtíi,  »5-M7.  baú  Itliui,  ediUiL  -  Ktwrradw  \m  derecboi  de  propiedad  arü«ti(a  y  literaria.  -  Lai  redamacionei  en  Madrid,  al  reprenentante  de  eita  cana ,  D.  Manuel  Pía  y  Valor:  ipodaca,  10,  V 
\ ♦<      INSÉRTESE  Ó  NO,  NO  SE  DEVUELVE  NINGÚN   ORIGINAL 


yt<- 


EariiLcoufuno  TiPouToeaAnoo  oi  La  Iloatraolón  n>órioa:  Calle  di  Cobtes.  k.»'  365  v  367.  —  BAECBLONA 


ÍNDICE   ALFABÉTICO 

DE    LOS    AUTORES    QUE    HAN    COLABORADO    EN    ESTE    TOMO 


— ooc- 


Adán  Berued  (José).  —  La  noche,  pág.  C36.  —  Sin  careta, 
pág.  719. 

Alcalde  Valladares  (.Antonio).— X  orillas  del  Cantábrico, 
3o0.— El  bien  perdido,  i'i.  —Al  huracán,  311. 

Altamira  (Kafael).— .Wiyeres  de  Dawlet,  AM,  467,  487,  .502. 

Alvear  (Cayetano  ie).—Ru,nibos  opuestos,  267.— Vorrei  mori- 
ré, •i02. — yfendiga.  6.)1. 

Amor  Mailán  (Manuel).  —  Una  romanza,  723,  739,  75.5,  771, 
7S7,  60:i. 

Arana  (Vicente  de).  — A  Elisa,  Sif).— Ayer  y  hoy,  tío.— En 
un  abanico,  558. 

Baeza  (J.  Frutos).— En  el  campo,  398. 

Barbauy  (José).— Intimas,  Ul.— Modelo,  159. 

Bellmont  (V.)—Fakmes,  94. 

Biedma  (D.»  Patrocinio  áe).— Exposición  Marítima  de  Cádiz, 
•571,  618,  6W,  694,  774,  819,  835. 

Blanco  Asenjo  (Ricardo).— Exposición  de  Bellas  Artes,  390 
4Ü6,  451,  470,  .503. 

Blanco  y  Sánchez  (Kufliio).  — Lo  infinitamente  gran- 
de &.,  683. 

Blasco  (Luis).— ^mor  suicida,  479,  495,  511,  518. 

Blasco  (Ramón).— íín  un  álbum,  478. 

Blasco  Ibáñez  (Vicente).— .4  ilaria,  «i.— Episodio  mater- 
nal, 90.  -Líí  muerte  de  Capeta,  195,  210,  213,  262.— Bi  violi- 
nista, 323,  339,  3.58.- [/■«  idilio  nihilista,  579,  595,  611,  636, 
643,  6.58,  675,  ~0'i.— El  premio  gordo,  806. 

Bonet  y  Alcantarilla  (Pedro).— La  campana  del  lugar,  494. 

Borda  (..Joaquín). —ios  ciegos,  666. 

Borrá3  (losé).— ¿A  qué  saben  los  besosf  31.— Loco  de  amor,  174. 

Camacho  (Tomis). — Las  ilusiones,  46.  —  Las  dos  miserias, 
'iüi}. —Fuentes  inagotables,  791.—  Pobre  niño,  826. 

Cano  (Carlos).  — í/nají  no  más,  39.— Oros  son  triunfos,  79.— 
El  amor  de  los  amores,  153. 

Cano  (Ricardo).  — Kersos,  174,  398. 

Cañizo  y  Miranda  (Luis  del).— Sutilezas,  512. 

Castelar  (Emilio).— Filosofia  de  la  historia,  6. 

Catarinen  (Ricardo  J.)— Egoísmo,  IW.— Poesía,  200.— Dile- 
ma, 332. 

Olarana  (.}.)— La  nariz,  435,  4.58. 

Clarín, (Leopoldo  Alas).— lect(JRA9:  Los  Pazos  de  Ulloa.lO, 
86.— .4  muchos  y  á  ninguno,  135,  1.50,  182,  215,  216,  346,  374. 
—Maximina,  2T).—Baudelaire,  471,  518,  595,  622,  674,  710, 
762.— Paiíí  Bourget,  807,  839. 

Cosllo  de  Torres  (Ángel).— Zoroido,  499,  515,  531,  550.— Eí 
prisionero,  831,  847. 

Colorado  (Vicente).— En  el  andamio,  21 .  —  Maeerañones  y 
ayunos.  218.  — Lo  que  dicen  los  libros,  259. — Cornelia,  267.— 
Percances  del  ojicio,  310.— En  las  nubes,  746. 

Coroelio. —Historia  de  dos  notas,  631. 

Cruz  (.San  .Juan  de  la). — Sobre  el  salmo  "Super  flumina,»  227. 

Eacobar  (Fray  Luis  de). — Qlosa  del  ■'Miserere,"  235. 

Fel¡C33  Andújar  (Carlos).— Eí  último  paso,  794. 

Fernanflor.— Carias  d  mi  prima,  todos  los  números. 

Flores  García  (Francisco).— La  moneda  de  la  suerte,  167. 

Franco  CEnrique).- La  muerte  de  Jesiis,  221.— A  Enriqueta, 
2ói.— Filis,  270. 


Frexas  de  Sabater  (Enrique).— Jtfíscaníore»,  «85. 

Qalí  Boflll  (José).— La/dicifia'í,  810. 

García  (P.  de  Alcántara).  -El  telescopio,  239,  278. 

García  (Ramón).-.!  Concha,  lir>. 

García  Goyena  y  Alzugaray  (Juan).— Ei  alcázar  de  tas 
perlas,  735,  7.50.  7li6,  779,  798,  816. 

Gasser  (J.)— Eí  ánimo  de  la  condesa,  091,  707. 

Qenové  (Ignacio  áe).—Adán  Mickiewicz,  399,  415,  431 
447,  463. 

Góngora  (D.  Luis  de).— .Soncio,  227. 

González  y  Quesada  (Enrique).— 3fucrto,  6.55. 

González  Serrano  (Urbano).- Lo  absurdo,  11.— Las  acade- 
mias antiguas,  2i2.— El  amor,  según  Platin,  691.  —Elplalo- 
nismo  y  c.  ■iristotelismo,  827. 

Gras  y  KUas  (Francisco).— La  Fuente  de  los  Currutacos,  15, 
31,  47,  63,  79,  95,  111,  127,  143,  159,  175,  190. 

Guimbao  (.\.braham)  —Post  nubila  Phmbus,  718. 

Hernández  y  Bermiidez  (Ricardo).- .Ifi  amigo  López,  315. 
—La  viudita,  491.— Ei  alguacil  regio,  11b. 

Iñigo  Romero  (José).— Éi  premio  de  la  codicia,  699. 

Iranzo  (Ricardo).  — í/n  ca.'itillo  en  el  aire,  94. — Dos  cartas,  219. 
—  Tipos  de  saíl()^,  298,  443.    • 

Jaokson  Veyan  (José).  — La  capilla,  393. 

Jáuregui  (D.  Juan  de).— Canción  á  la  redención  humana,  235. 

Labaila  (Jacinto).—^  nn  artista,  143.— Ee,  Esperanza  y  Ca- 
ridad, 11b.— Roma  veduta,  fede  perduta,  303,  319,  335',  351, 
367,  333. 

Marqués  (Antonio  J.)— La  desposada  del  rey,  202. 

Martínez  Barrioauevo  (Manuel).— íJcsde  el  manicomio, 
5^6.— Ei  centenario  de  la  reconquista,  en  Málaga,  602. 

Martínez  Orozco  (F.)— Es  tu  alma,  51b.— La  canción  del 
marinero,  814. 

Mathé  (Felipe).— yl  ia  tercera  va  la  vencida,  275,  291,  307,  326. 
-Recuerdos,  547,  563,  582. 

Mendoza  (Carlos).— iíí6iiot)ra/ías,  107, 126, 190,  2S6,  302,  318, 
351,  466,  523,  538,  554,  587,  650,  686,  763.— Diona  de  Poitiers, 
247.— Luisa  de  la  Valliere,  507. 

Menéndez  Pidal  (Juan)  — L«j;  asíerno,  795. 

Merimée  (Próspero). —Loíis  (traducción  de  A.  O.),  527, 
543,  559,  575,  591,  607,  623,  639,  655,  071,  889. 

Miró  y  Folguera  (José).  — Los  ocho  cuartos  y  el  niño  muer- 
to, lio.  — Las  bodas  de  Ácmet,  347. 

Morales  San  Martín  (B  rrnardo).- La  catedral  de  Virgilia, 
\bO,—El  imperio  latino,  630. — La  primera  copa  de  champag- 
ne, 119.— Natura,  826. 

OlmsdiUa  y  Puíg  (J)aquín).— XnííceííeTiíes  históricos  sobre 
el  chocolate,  111.— Descubrimiento  del  fósforo,  369. — Fosfo- 
rescencia y  calor  de  las  plantas,  478. — Cuvier,  551. — Los  cos- 
méticos, 727. 

Opisso  (Alfredo).— Keuisía  Científica,  7,  22,  42,  54,  71,  87, 102, 
118,  135,  1.51,  166,  198,  214,  263,  294,  311,  342,  375,  422,  433, 
486,  563,  614,  662,  726,  790. 

Opisso  (Antonia).— .4nii¿/(í/os  y  presagios,  Sñ.^ Notas  musi- 
cales, 122.  — To'io  el  mundo,  182.  — La  religión  de  Cristo,  239. 
— .4iíroras  boreales,  330.— Ei  clown  negro,  395.— /)e  estrellas 
arriba,  Aló.  — Tiempo  perdido,  531. — Exposición  Universalde 


Barcelona,  598.— La  caída  de  tas  hoja»,  67».- líonore»  pó» 
tumos,  1\2.—Hlluelwi  borrosa',  822. 
Ortega  de  la  Parra  (Kcdcrico).— Corta  de  María.  800. 
Palacio  (.Manuel  de).  -Aguinaldo,  14. -^lí  detpedlrta,  814.— 

Pregunta,  816. 
Pallól  (IkMilíno).— La  exposición  de  Pinturai  y  Rtpana.,  487. 
Pareja  Serrada  (Antonio).— Eí  violin  del  ciego,  387,  414.— 

tíiovanrtta,  758. 
Pato  Martínez  (Eduardo).— Eipenio,  402. 
Paaarrubia  (Fernando)  -Can/are»,  200. 
Peres  Neva  (Alfonso).— Ei  regalo  de  reyes,  ÍS.— Campana» 
y  P'i'nnm,  419,  418.— La  Romería,  522,  5,35.— Jícraoríojí  de 
un  vencejo,  811. 
Pinto  Delgado  (Moseh  Juan).— Primero  íomcTUoci*»  de  Je- 
remías, 234. 
Pujol  de  Collado  (Josefa).— Ei  premio  de  siempre,  207,  223, 

2.55,  271,  2.Í7. 
Riva  Palacio  (Vicente),— Lo  noche  de  la  muerte,  il— Albo- 
rada, 126.— Ei  Escorial,  U2.—Las  plegarlas,  174.  — tin  re- 
cuerdo,  222.— La  azucena  y  el  huracán,  '¿70.— Hoy,  623.— 
Amor,  fuO.—  Yo  y  tú,  813. 
Rodríguez  de  la  Torre  (Teodoro) —TtM  ojos,  2.54. 
Rueda  (Salvador).  — Eí  monólogo  del  viento,   liO. -Mútica 

lejana,  187.  -Eí  sacarlo,  430. 
Sáaobez  Pérez  (Antonio).— Los  listos,  10.— Perico  Aniibón. 
bb— Lamentables  equivocaciones,  GOÓ.— Autores  de  nota,  714. 
— Eí  público,  730.  —  Sesión  borrascosa,   775.  —  Desarreglo», 
791. 
Sanmartín  y  Aguirre  (J.  F.) -Alfombra,  estera  y  ladrillo. 
llü.  -Necesidades,  Iñó.  —  Vivir  de  milagro,  298. —  Casa y 
pesca.  321.— El  beso.  tUl.— Madrid  frivolo,  823. 
Schlndler.— De/inición  del  amor,  827.— X  un  cigarro,  846. 
Solana  (Ezequiel).  — Ternesos,  158.— .4!ini  y  mayo,  254.— .4 

mí  madre,  639. 
Soler  (Eduardo).— La  escultura  entre  los  visigodos,  731. 
Swetcbine  (Madame).— La  resignación  cristiana,  230. 
Tomá3  y  Eitruch  (Francisco).  — Ciíi/o,  3.82. 
Tomás  S'ilvany  (Juan).— La  casa  de  Pedro  López,  3,  19,  35, 

50,  67,  83,  99,  115,  131,  147,  163,  179,  198. 
Torre  (José  Jíaria  de  la). — Los  parientes  de  ella,  19&.— Frag- 
mento.—El  Talismán,  126.  — La  noche  de  piñata,  lb4.  —  lCeffir, 
100. —El  ángel,   318.- Ei  íicenciatío  Carrillo,  403,  427.— A 
Teresa,  .511. -Lo  influencia  del  idilio.  .558.— ios  yema»  de 
coco,  bSl .—Kequiescat,  11b.— Al  mar,  731. 
Valdeflores  (A.  de).— Bibliotecas  mahometanas,  363. 
Vallejo  (.Mariano).— /IftcrtJoí,  222. 
Veja  (Fray  Félix  Lope  dg.).—A  la  cruz  á  cuestas,  227.— 

Soneto,  233. 
Villasaudino  (Alfonso  Álvarez  de).— A  la  Virgen,  230. 
Tjbeda  ((Cancionero  de).— Romances,  238. 
Urrecba  (Federico). — El  hijo  del  regimiento,  570. 
Iráyzoz  (Fiacro).— Por  ío  reja,  3.34. 
Zahonero  (José).— La  repudiada,  3.55,  370,  391. 
•**  Tipos  militares,  183. 
••*  Monumento  ó  Cuahutemoc,  en  México,  698,  711. 


ÍNDICE  ALFABÉTICO  DE  LOS  GRABADOS  QUE  ADORNAN  ESTE  TOMO 


;♦>♦;*<♦>—>— 


A  campo  traviesa 736 

A  la  ambulancia 449 

A  las  fieras "421 

A  los  píes  del  Salvador 376 

A  punto  de  dormir.      .      .      .             .  362 

Abanicos  venecianos  del  siglo  xviir.  .  53 

Ahdul  Ramán,  emir  del  Afganistán.    .  141 

Abetos.  . 560 

About  (Edmundo) 122 

Abuelo  (el) 433 

¡Accidente! 700 

Actriz  (la) 284 

Adelaida  (ciudad  de) 4.84 

Adiós 189 

Adoración  de  la  cruz 229 

Afición  (la) 807 

Agnas  tranquilas 533 

Ahasvero 397 

iAI  agua! 515 

Alberto  Dnrero  en  Véncela.  2^0 

Aldabones  venecianos 797 

Alegre  paisaje 621 

Almuerzo  en  el  bosque 520 

Alpes  (los) 59i 

Amazona  en  peligro 673 

Amor  al  arte 792 

■      vencedor 6.59 

.      y  Criket 263 

Amores 321 

Andrajos  y  cigarros 43!t 

Ángel  de  la  Guarda  (el) 13 

'  tiimales  como  elemento  decorativo 

(los) 179 

ntiguas  piedras  esculpidas  de  Ingla- 

i^rra T.87 

'. Tiuneiación  (la).     108  (dos),  502  (.los)  y  783 

Árabe 433 

Aranjuéz  ("palacio  de) 324 

Aparición  inesperada 634 

Ausencia 535 


Arresto  (el) 484 

Arte  asirlo 195  y  199 

Arte  fenicio 211, 214  y  215 

Arte  persa 247 

Arte  en  casa 339  y  342 

Arte  y  belleza 337 

Asi  estarás  más  bonita,  mamá.      .      .  796 

Asoló 682  y  68  ¡ 

Atché  (el  escultor  R.) 609 

Atenas.— Ruinas  del  Panteón.        .  112 

Atención  delicada 3-44 

Aves  de  amor,  flores  y  espinas.             .  402 

Audiencia  de  Richelieu  (una>..      .      .  804 

Badajoz  (puente  de) 26 

Bacón  (sir  Nataniel) 70 

Baile  de  bodas 467 

»     de  niños 728 

de  trajes 568 

Bajo  los  árboles 525 

.     los  tilos 576 

Balancín  (el) 387 

Bandolero  (el) 390 

Barcelona .  —  Teatro  Principal .  —  La 

Qran-Via 84 

Barcelona— Bendición  de  la  primera 

piedra  de  la  ntieva  fachada  de  la 

Catedral 261 

Barcelona.  —La  nieve 13  i  y  133 

>             Puerto 156 

•  Inauguración  de  las  obras 

del  nuevo  Palacio  de  Justicia.      .  267 

Barcelona.— Carreras  de  caballos..      .  340 

•  Inauguración  del  monu- 
mento á  l'rim 350 

Baroi.''i.jna.— Fiesta  marítima  d?l  Club 

de  regatas 372 

BartriySafo 328 

Basílica  de  San  Pedro  en  Roma.     .      .  836 

Beati  possidentes 688 

Bellagio 6.50 


Bella  lectora  (una) 577 

Belleza  de  Praga 3 

•  del  siglo  ,\vr 212 

de  Gratz 264 

•  griega 426 

Berlín 168 

Biblia  de  Gutenberg 17 

Bilbao.— Festejos  con  motivo  del  viaje 

de  la  real  familia.      .      628,  646  y  445 

Birmingham  (Museo  de) 744 

Bordados  americanos. .      .      218,  219  y  224 

decorativos 772  y  732 

Bordadoras  de  los  Balkanes.    .      .      .  765 

Borrachos  (los) 140 

Botadura  del  acorazado  Pelayo.     .      .  148 

Bronces  rusos 518 

Buzón  (el) 209 

Cabeza  de  estudio 280 

720 

Cadáver  de  Alvarez  de  Castro  ante  el 

pueblo  de  Figueras 388 

Cadáver  de  Alvarez  de  Castro  ante  el 

pueblo  de  Cíertma 436 

Cádiz.— Exposición  Marítima,  664,  580, 

581,  619,  620  y  660 

Callejuela  de  Roma  antigua.    ...  7 

('arabio  de  tiro 597 

Camino  á  través  del  bosque.    .      .      .  192 

del  Calvario 240 

Canadá  (vistas  y  escenas  del),  252,  272, 

320,  336,  8.58,  3.59,  378,  391  y  6-56 

Canal  de  Suez 405 

651 

Cantadores  españoles 120 

Cantos  piadoso-^ 539 

Carlos  V.—Busio  y  grupo 4ü6 

Carnaval  (el) 116 

Carnot(M.  Sadi) 819 

Cartomancera ^b 

Casa  del  Pretor 415 


Casamiento  en  la  high-life.  .  .  •  704 
Cascada  de  la  Trinidad  (Monasterio  de 

Piedra) 293 

Cascada 599 

Castillo  de  Ilatfleld 499 

de  Hogthon,  458,  790,  791,  794. 

795,  798 799  y  808 

Caza  de  patos 348 

Centinelas -ÍSO 

Cerámica  coreana 614  y  615 

César  Horgia  abandonando  el  Vaticano  200 

Cogiendo  flores >5S9 

rosas 625 

Coimbra  (universidad  de).  188 
Combate  heroico  en  el  púlpiío  li'-i  r\ni- 

vento  de  San  .\gustln,  de  Zaragoza.  612 

Combate  de  toros  en  el  Coliseo.     .      .  584 

Comentarios 831 

Como  el  pez  en  el  agua 24 

Concierto  de  invierno 751 

»          musical 5.33 

Condottiere 593 

(Conmemoración  de  los  difuntos.   .      .  696 

Coustrucción  de  una  casa.      .      .      .  202 

Contemplíición 194 

•              interesante.      .      .      .  429 

Córdoba  (Entrada  por  el  puente). .      .  164 

Cornada  (tnia) 808 

Costa  de  Crimea 352 

•      de  Genova "'"'6 

Cramer  (sir  Francis).    .      .      .      .      .  71 

Cristina,  duquesa  de  Milán.     .      .      .  -'28 

Cristo  en  el  pilar.    '. -32 

Cromwell  en  casa  de  Millón.    .      .      .  208 

(Retm'o) 70 

Cuando  yo  era  niño 477 

(Cubil  de  Jabalíes '6* 

Cuevas  de  Tenby '332 

(Cullercoats 23,  51,  554  y  ■>» 

Cupido  y  Psiquis 131 


aoffU). 

t  de  ana 

Ueto.  . 


Ma.    . 

ti  mrrcadi' 
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de  «mor. 
IVédalo  t>  Icatv.. 
Dehns. .... 
I>eta«r>t!iiMe  encucnti 

Desi"-''''' 


De»  i 
Du. 


ka  (bo»qned»y. 

)  Rliuini.     . 

iralivos  del  Museo  ile  Vie- 
ifl 


fábulft-. 


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i.i..;^uriu  el  ciraudo  oMtigando  á  uu 

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ii— Portada  del  palacio  del 


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48«,  487,  490  y  492 
DibUiu  «IvxunoiTM  de  W.CraDe,  443, 

44Sy  444 

r;.-V«r  .Trank) i". I 


untes  de  I« 
resaca  (cl¡. 

(«ilttcio  do).       .«.u,  iiil,  .1 
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182,  183  y  546 

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7.'.G 


Herodias- 


¡i;)iak<^>i''tT*'    -( Kt'1,1 


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■  de  Tiberiu. 


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.i;i.-ii..  lia  ..la).   . 
J.. .-...'  .u.'.f  el  pueblo. 

liiniciitautlo.se  sobre  .iernsiuen. 
Joven  (retrato  de  una).      .  .40* 

jniirroqnl..      ..... 

rie'llorenttno  antlgtio.   75» 


r.tris.. 
Ku^'enio 


de  invierno. 


410, 


Ktor;    ....    .-.. 

Kxt''i:.*a.la 

Kai  ¡¡n.lii  lie  U  catedral  de  Florencia 

•  t.ut  va) 

VtLt-iiií  iijt4-rTUnipIdA 

Fainiji»    U).       .      * 

<i'-¡  r»f.5t.rtdor. 
Faiiíarr-.n    -  1  ,  . 
r^;,.:  :,.■■.  :,i.    ...  . 


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V  r.m 


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1  1'' 


l.ul.i. 

I.u;;.iri'  ... 

Laviili'leras 

lx-t;cion  del  perro.  . 
Lector  del  Tasso.     . 

' '"'•■  'le  las  flores.  . 

liorro.  . 
:i  los  Termopilas 

1../Í  i. tu  ;ru...lillo  de). 

lindero  del  bosque. 

Lindo  tronco.     . 

Locura  de  Nabucodonosor. 

Londres. —Puerta  de  las  caballerizas  del 

Temple 

Catedral  de  San  Pablo. . 
Palacio  San  Jaime.     .      99 
101,  102,  lOX 
•  Ilustres  taberna».     .      .  266 

Cartuja 316 

Jubileo  de  la  reina. 
Museo  de  Sontb   KensinK 
666 

i^ucrecla. 
Lucrecia  Donali 

Lucha  desesperaiiu 

Lugano 

I.ni.iifi.-InValücrc 


la  carroza.  . 
¡  Oran  Duque. 
■AiL  de  Guido  Ucnl 
na  dei  trono.  . 


•  1  emperador  Biinorlo  Ooa). 

y- .  í .        '  ■    '  '.     .     '. 

y-    i-.-'-  ■  ■      .  ... 

Filomena 
Flora.    . 

Floralia 

Floralia.  las  Oeataa  de  la  dioM  Flora. 

Flom  a  la  enfermita 

Florea  •flTeaCrer. 
Tlaiblaa  nmuniu 


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529 
38 
2111 
816 

eos 

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231 
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48.S 
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91 
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468 
828 
180 
36.'-. 
119 
51'.) 
308 
675 
411 
312 


Madre  defendiendo  el  cuerpo  de  su  hijo. 
.Madrid.     Palacio  de  la  Exposición  Na- 
ció..,.!   

ición  de  Filipina*.  455 

.11,  548,  .565,  688,  596, 

.....    irl8,   649,   661,   676,  70» 

•  Sealón  inaugural  del  Con- 
greso Literario 

•  Homenajea  Cervantes.. 
Málaga.— Centenario  de  la  Reconquis- 
ta.      619 

Maliutaúa  y  su  hija 

.Mañana  en  Amslerdam  (una).  . 


80 
% 

y  106 

y  267 

y  347 

437 

y  667 

40 

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172 
411 
631 
501 
8I.S 
81.'. 
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225 
407 
395 
8» 

260 


y  729 

677 
6«3 

y  a53 

451 
92 


M.'rsrRrit».    .... 

■  zurita  y  MoHstívfeles ('.'.'5 

_M.i!i:i  .\iitonieia 62 

saliendo  del  Temple.  748 

Maria  Enriqueta  (reina) 512 

Mariette 341 

Marina 837 

Marquesa  Balbi  de  Genova.      .      .      .  507 

Murtir  de  amor 76 

Martirio  de  San  Sebastian 503 

Maternidad  (la) 20 

Matrona  romana 29 

MaxinilUano  visitando  el  taller  de  Al- 

iKTtoDurero 511 

Mausoleo  de  llalmes 124 

MecklciümrRO   (palacio  de),   en  Lon- 
dres. 723,  726,  727    729,  822,  823,  826  y  827 
Mi^jieo:  Monumento  a  C^authenioc.    .  692 

Mejor  libro  (el) 128 

-Mentor 432 

Merendó  de  otoño 724 

Mesas  de  arte .  204 

Metttlisteria  norteamericana.   ...  77 

Mezquita  tártara  de  Kazan.                  .  279 

Miller  (C.  K.) 83 

Misericordiosa  (la) 701 

Modas  de  antaño.    .      .      .      .       .      .  157 

Motielos  de  camafeos.   .      .'     .      .      .  476 

Moisés 109 

Moliere 138 

Molino 333 

Momento  de  peligro 39 

de  excitación 396 

Monjas  rezando 203 

Monte-Cario 416 

Moscou:  El  Kremlin.     .      .       .  135,  150  y  160 

Mozarl 731 

Mujer  de  Tnrquino  el  Soberbio  (la).    .  104 
Mujeres  alemanas  después  de  la  batalla 

de  Agua  Sextia 213 

Murcia;  Una  calle 144 

Musco  Helénico  de  Cambridge.      .      .  246 

Nadeje 101 

Napoleón  y  Josefina 732 

Natividad .503 

Neal  (David). 203 

Nelle  Iluxley 166 

Nerón  ante  el  cadáver  de  Agripina.     .  773 

Nido  abandonado 186 

Nieta  (la) 2.56 

Niké  de  Samotracia 48 

Niza  (terremoto  de) 180 

I  No  me  arañes ! 427 

Noche  (la) 422 

Novia  de  mármol  (la) 441 

Nuevo  bebé  (el) 477 

Nueva  Susana  (la) 685 

Numismática  inglesa 805 

Obras  de  Angélica  Kaulfmann.      .611  y  684 
de  Emilio  Wauters.  .      305,  802, 

803,  804,  806  y  817 

■      de  Nicolás  Pusino.     .      .      .  741  y  742 

Obsequio  a  la  novia 614 

Ofrenda  de  las  jóvenes  romanas  áLucina.  3.S9 

Oración  (la) 417 

Oráculo 32 

Orillas  del  Dnrt 245  y  830 

Orillas  del  Deben 288 

Orillas  del  Mosa 67 

Orillas  del  Támesls.      .      707,710,711, 

714,  715  y  718 

Orillas  del  Ter 245 

Orillas  del  Tíber.    .      77.1,  774,  775,  778  y  779 
Padre  Eterno  sosteniendo  el  cuerpo  de 

su  Divino  Hijo  (el) 536 

Paisajes.      .      .      .      167,  187,  547,  630  y  815 

'      de  Australia 147 

Paisajes  ingleses 86 

Paisajes  del  Volga 2C2 

Paisajista  (una) 4H1 

Pajabrasde  amor 498 

Palabras  del  corazón 381 

Palique  interesante 403 

Pullanzana 618 

Pamplona.— Festejos  con   motivo  del 

viaje  reglo 669  y  672 

Pan  nuestro  de  cada  día  (el).    . 

Paréntesis 855 

París  en  tiempo  de  la  Revolución. .  325, 

326,  327,  330,  331  y  .334 

Museo  del  Louvre 725 

Pasmo  de  Sicilia 228 

Pa-stores  áralies 678 

Paz  (la) 739 

Paz  a  palos 323 

Pelotera  en  la  calle 37 1 

Perigot  y  Amarilis 842 

Pesí;adores  (los) 363 

Pexcador  (el) 36 

Pinturas  sobre  esmalte.             515,  622  y  523 

Plafón  decorativo 22 

Planchadora 364 

Por  el  río 7.57 

Porcelana  cliina 459  y  460 

Porto  Venere.    .......  767 

Preparativos  de  la  fiesta 309 

Primavera 295 

652 

Primer  remojón  (el) 869 

Primera  bailarina 273 

Puente  del  diablo  en  San  Ootardo.  384 

Puesta  de  sol 793 


taya. 

Qnimper.     .       .     /. (.24 

Hamo  de  narcisos  (el) 385 

Recolectores  de  algas  marinas.      .      .  10 

Recuerdos  de  Lilis  11  de  Bavicra.  646,  647  y6.50 

Regalo  de  la  abuelUa  (el) 493 

Regreso  de  los  barcos .526 

del  campo 679 

Resignación 485 

Reto  (el) 6 

Ketrato  de  la  señora  mayor,     .  257 

Relraloen  1806  (un).  - 

Reunión  de  patronos  de  un  asilo.  .      .  189 

Reverle 519 

Rio  (el) 598 

Río  San  Jnaii S5- 

Rodolfo  de  Uabsbnrgo  destruye  la  ciu- 
dad de  Rambrilter 321 

Rodopc 735 

Roma  antigua 5-1,  55,  58  y  59 

Komanza  española 545 ' 

>          sin  palabras 42 

Romeo  y  Julieta 812 

Salvada í>25- 

San  Francisco  de  Sales 835 

San  Jerónimo  de  la  Murtra.     .  277 

San  Miguel 503. 

San  Remo  (vista  de) 464 

San  Sebastian  (vista  de) 636 

Santlcv  (Carlos) 161 

Sania  Cbantal 838- 

Santo  Tomás 572 

Savonarola 172 

Secreto  en  la  nieve 401 

Sermioue 551 

Setiembre 606 

Sevigné  (Madame  de; 839 

Sevilla:  una  calle 74 

Sha  Joan  saliendo  de  la  mezquita  de 

Delhi.           20a 

Sidney 4.55 

Siena 743,  746  y  747 

Simón  (Julio) 689- 

Sin  hogar 057 

Singular  encuentro 699 

Solitario 250- 

Sorpresa 32$ 

Sortilegio 582 

Sterling  (MIsstress  Antolnette).      .      .  627 

Sueño  de  Carlos  IX 50 

Sueño  de  Jesús 662 

Taller  (el) 13» 

■  de  señoras  en  Paris.      .      .      .  694 

Tapices  de  liayeux 762  y  763 

Tarde.(la) 474,  730  y  75» 

Tarde  .le  sol 261 

»      de  estío 663 

»      tranquila ,595 

Te  quiero  luncho 197 

Te  de  las  muñecas 347 

Teatro  Ventura 474 

■  de  Drury  Lanc 702 

Terminada  la  faena 845 

Terrible  colaborador 737 

Tewkesbiiry 731 

Tipo  madrileño 722 

Tipos  japoneses 032 

"      militares 181 

Tobías  y  el  Ángel 407 

Tocados  femeninos  del  siglo  xv.    .    93  y  816 

del  siglo  xviil.      ....  61 

Toledo.— Puente  de  Alcántara.      .      .  16 

>          Alcázar 52 

•          Interior  de  la  iglesia  del  Trán- 
sito   64 

Toledo.— Incendio  del  Alcázar.      .      .  68 

»           Escalera  del  mismo. ...  85 

Torno  (vista  del 507 

Torre  de  la  Madona 4-18 

Tradición  (la) 392 

Trajes  de  .-El  gran  Mogol...      .       .      .  136 

Tres  de  Mayo  lel) 276 

Tiinel  de  San  Gotardo 400 

(Tlises  burlando  á  Polifemo.      .      .      .  813 

111  limo  canto 196 

Ultima  escena  de  Hamiet 8 

Ultimo  -viaje 716 

Vallado 379 

Van  Dyck 506 

Van  Ilaaneix  (el  pintor) 371 

Varena 566 

Velada 513 

en  Túnez 317 

Velando  al  niño .508 

¿Vendrá? 705 

Vendedor  veneciano 475 

Veneciana 709 

Venlimiglia 308 

Verona 579,  586,  587,  590  y  638 

Vestido  de  la  abuelita  (el)  ....  221 

Viatico  (el) 4.52 

Vidrieras  antiguas..      .      130,  134,  269  y  820 

Viejecitos  en  casa 28 

Viejo  enamorado 105 

»      trovador 781 

Vienesa 641 

Virgen  adorando  al  niño  Jesús  (la).     .  407 

Vírgenes  locas  (las) 33 

Vol  taire 129 

Vullpellach 496 

Yendo  á  misa 786 

Zapatero  de  portal 375 


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60 

16 

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