RAMÓN MOLINAS-EDITOR
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SEMANARIO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
^eDHGTpDO POH líO^ mÁ0 ^ePUTjIDOjg e^GHITOÍ^^jg
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E ILUSTRADO
POK LOS MEJORES ARTISTAS NACIONALES Y EXTRANJEROS
TOMO QUINTO
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y
BARCELONA
Establecimiento tipolitográfico de La Ilustración Ibérica
365 — CORTES— 367
1887
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(f MAñ 2 2 1968
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Año V
Barcelona 1.° de Enero de 1887
Núm. 209
EL LAGO (Cuadro de T. Aron)
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
SUMARIO
TiXTO.— JTixtrM. Oariat a wú pHma, por F*ni«nflor.— /-o
tata dt Ptdn Lipa, por Jaao Tomáis StWuijr . —Filoffia
dita tfM»ria,porEBUloC!MteUr.— kn-Mn Citnti/eo, por
Alfredo Opino.— lot (Mm. por a. Sanche* Pim.—Loab-
tmr4i, por C. OooaUca Stnaao.—A^naldo (pótela), por
Ibaae) M Maeio.— Nnestros grabados.— ¿a /itenle de
IM rarrataSM, por Fnmcbco Gnu ]r KIIm.
Gum^DM.— Kll«to.— Unk bellent de PriK*.— Florm.— In-
TlerBO («kcorta).— Loe fkTOiitoedel emperador Bonorio.
— Cna eallfjaeU en la antigna Boma. —La última escena
d« Uaalet.-Recolertorea de algas marinai, un dia de
tormenta.— Felipe IV.— Granada dorante un chubasco.
— n Ángel de U Guarda.— IWrdo; Pnenle de Alcántara.
MADRID
EN EL FON DO
L dar principio con esta cana á la .serie
qne prometí escribirte, me parece bien,
como tributo A los sentimientos de tu co-
razón, no hablar de Madrid en los términos que
veces he hablado y que tii me censtiraste. —
!-<^ce, me decías, sino que en Madrid todos
s y los hombres son malos, que sólo es
;.' la vanidad, de la ambición, del egois-
::io; una ciudad grandiosa, pero despreciable.
, \:í.l:i bueno hay en Madrid? ¿ICo hay corazones
I , manos para socon-er; acciones dignas
il. . ■■>..■: ¿Asi como es lo peor de lo malo, no es
por ventura, también lo mejor de lo bueno?
Recordando estas interrogaciones tuyas lie
pensado que leerías con placer algunas lineas
inias, consagradas d declarar que, en efecto, en
Madrid la virtud da fnitos, aunque. mezclada ■
entre la hojarasca espinosa de -las e.spléndidas
fli)ri-s del vicio; — y que si nosotros la de.sconoce-
m-is y la ignoramos, consiste en que ella no es
ruidosa, sino callada; en que no es altiva, sino
humilde; en que busca la .soledad 3' no el tumul-
to. Pero alguna vez, cuando se bulle sin cesar
entre los e.scándalos que las pasiones dominan-
tes del siglo alzan on Madrid; se da con feUa; y
entonces, sin querer, se detiene unoá contem-
plarla, la reconoce y la saluda.
Tienes razón; en Madrid hay muchas perso-
nas btienas, y se hace mucho bien; y son de admi-
rar quienes le hacen, porque- á la verdad no
¡■re la gratitud acompatla al beneficio; efec-
qne aquí el bien visible suele dispensarse
no individnalmente; y que los espíri-
inqs, bondadosos, tiernos, fraternales,
.111 pronto en la a.sociación la inanera de
litar la raridad, el socorro.... Los que-son
icas, gustan de socorrer á los
• • i-esitados; y no esparcen los
I" iii'ficioseomolJios la lluvia, sobre los terrenos
l<i lindos, como sobre los peñascos... Por esto ne-
cesitan informarse de las necesidades del que
pide; de los orígenes de la pobreza qtie sufre;
de la condición moral de los necesitados; porque
- '" " " ' ' " '^ pobre necesita, y todo el que
• •; interesa menos el criminal
'1 • ■ ■ j;;.ii':i- .. V después, ni yo, ni nadie
<• noc- iji j.u.-de enumerar los bien hechores par-
tí' u'.u. - - entre la masa general
'I' • '"■ '' i pronuncia una palabra
i-J alivio de una enfer-
ración; son tantos como
••n del cielo; pero sólo se
■ la lluvia cuando, empa-
pada la t ierra, forma el sobrante largos arroyos,
:i!;. !,'. r'ii.iii-^i. V río», al fin, y mares. Asi el
lo al pol>r^de la casa, queda
i.. ,.lf<, V sólo aquellos que
• m, son los que dan
. ■..<.^i,....-i -> i:;i ble, del -Madrid bc-
- . :- :-^ _. -(-(rto de este punto,
'in maltratado de la
-ilo y consuelo.
■lo á unos, im-
/.ado por éstos;
1 u la ctienta de
néfico.
1', -
C'ili
{ I- : :
1. .• :
ít ■ '.•;■
que no todos en Madrid envidian á los dichosos,
sino que otros se angustian con las penas aje-
nas; y sólo envidian á los que tienen fortuna
para calmar el dolor ajeno... Muchas veces
habrás oído reconlai' al buen señor que se mu-
rió de sentimiento porque il un amigo suyo le
sacaron el Chaleco corto... Más inverosímil en-
conti-anln muchos, qne haya quien sienta minada
su existencia, y consuma su corazón en el fuego
de la caridad; jieusando en las aflicciones y
escaseces de algún ser, que ni es su amigo, ni
tiene más afinidad con él que la de prójimo.
Y hay mujeres y aun hombres á los cuales el
palacio les trae, en oposición, la guardilla; y el
enguatado gabán, la blusa de algodón; y el pan,
la mesilla desierta; el doctor que llega, la falta
de asistencia y medicina; y el dorado féretro y
la carroza de caballos empenachados, las andas
de pino pintado del pobre de la parroquia; mu-
jeres y hombres que ven á través del corazón y
no á través del cerebro.
Yo he conocido alguien de. esta feliz natura-
leza,-— y la llamo feliz por tener algo de la de
los ángeles; — una señora conozco cuya vida está
constantemente amargada por la noticia de los
suicidios, de los asesinatos, de las catástrofes,
de los presagios de inundaciones, guerras, epi-
demias y hambres; no disfrutando de tranquili-
dad un jiunto, porque olla no puede encontrar
remedio á todo esto ni Dios quiere dárselo. Hoy
mismo he pensado en ella; porque al atravesar
la Puerta del Sol, he oído alboroto en un grupo
de gente: — ¿Qué ocurre? — he preguntado. — ¡Qué
ahora mismo se acaba de pegar un tiro junto á
á la Administración de la Lotería un de.sgracia-
do! — ¡Habría creído ser rico y la desilusión le
ha vuelto loco! — repuso no sé quién. — Pues estoy
seguro que la tiemisima señora de quien hablo,
sabrá esta noche la noticia; y no cerrará los
ojos... ¡Ah! — dirá, — ¡si yo lo hubie.se sabido, yo
hubiese ido á socorrer -su necesidad con dinero,
á confortar su ánimo, á' recordarle sus obliga-
ciones morales,, si tiene familia! ¡Qué desgracia-
do seria ese infeliz, y que desgraciada soy yo, y
somos todos, que ni puedo ni jiodemos evitar
tanta y tanta desventura!— Será si quieres, —
prima mía,:— especie de locura la de esta buena
señora... — En verdad que á veces da^risa... pero
en Madrid donde el egoísmo tiene tantos héroes,
bueno es que la caridad tenga alguna caricatura
simpática...
No hace mucho tiempo quise socorrer á una
pobre; socorrerla de modo permanentOj que tu-
vie.sc pan, que tuviese techo, que viese llegar
en paz los últimos días; fui á consultar con el
alma caritativa de quien hablo, y ella se encar-
gó de mi desvalida. Charlé con ella y salí en-
cantado porque hablaba de hacer el bien con un
fuego, con un entusiasmo... La encontraremos
todo eso, — decía, — ó yo no he de ser quien soy...
Y gesticulaba y accionaba como quien va á to-
mar un castillo por asalto. Entonces empezó á
enumerarme todos aquellos asilos y spciedadei?,
y personas á cuyas puertas llamaría. Eran tan-
tos, que la verdad, no sé cómo todavía quedan
pobres.-- — Y, nada, — añadía, — venga V. con to-
das las peticiones que quiera. Madrid tiene para
todo. Mire V., yo t^ngo vara alta en la Her-
mandad del Refugio, donde costeamos la lactan-
cia de los niños pobres y ■ tenemos hostería
para que los pobres puedan pasar la noche; si
bien los ponemos do patitas en la calle por la
mailana; y visitamos á domicilio y facilitamos
baños. ¡Y de esta misma índole, hay otras so-
ciedades aquí! Sé que tiene V. pocas simpatías,
— añadió, — ¡dejaría V. de ser liberal!- — por la
de San Vicente de Paul; pero también visitan
flus socios y socorren. .En la Junta de Damas do
Honor y Mérito, — lo mejorcito de Madrid, ya ve
usted, pagan ciento veinte reales al año, conoz-
co muchas señoras, — y en la Asociación de Bene-
ficencia Domicilifiria, — todas son títulos ó poco
menos, — también conozco muchas; pues en la
Congregación de Esclavos del Dulcísimo Nombre
de María Santísima, que ha venido muy á me-
nos, siempre me reservan una plaza que dar
para la comida en honor de la Virgen; — por San
Isidro Labrador llevo á vestir un par de niños
á la Congregación de Seglares naturales de
Madrid; — en la Congregación de Nuestra Seño-
ra de la Misericordia y Buena Dicha, me soco-
rren á varios enfermos de la parroquia que ten-
go recomendados; — la Novena de Santa Rita
es para mí un diluvio de bonos; — este año en la
parroquia de Santiago, la Congregación de la
Beata Mariana de Jesús, me vistió á una niña
que logré fuese en la procesión; — pues, ya for-
ma parto de las decenas del Patronato de los
Diez, que fimdó mi incomparable amiga Con-
cepción Arenal, y llevo el bien á muchas fami-
lias;— y en otras congregaciones como la do
Nuestra Señora de los Desamparados también
me dan bonos. — Y aquí la buena señora empo-
zó á enumerar Memorias, Patronatos y Obras
Pías de madrileños antiguos y modernos, y de
provincianos en obsequio de los natitrales de
sus provincias que viviesen y padeciesen en
Madrid... y aquello era el cuento de nunca aca-
bar.— Pero,— la dije, — entonces, ¿es difícil mo-
rirse de hambre ó por falta de asistencia? — Si:
en Madrid mueren de eso, — me contestó, — los
pobres que no tienen recomendaciones.
Siguiendo la conversación, vi que en Madrid
hay un gran número de hospitales de que gene-
ralmente no se habla, poinjue aqui sólo se men-
cionan el General con sus mil quinientas ó dos
mil camas, y el Clínico de la facultad, para el
estudio; y el de la Princesa y el del Buen Suce-
so y el de San Juan de Dios y el de Incurables
de hombres, y algún otro; — pero ella me citó
varios fundados y sostenidos por la iniciativa
particular. Si tiene V. la suerte, — me dijo, — de
tener alguna enferma por colocar, dígame V. su
nombro, que haré enseguida un memorial para
mi amigo el rector de La Latina. Y le advierto
á V. que si quiere curarse por la homeopatía
también la conseguiré asistencia; hay algunos
enfermos que tienen este capricho, y es caridad
satisfacerlo, porque al fin, si se mueren de su
mal por lo menos no se mueren hechos tina
criba.
No necesito decirte, querida prima, que esta
señora pertenece á varias Congregaciones para
asistir enfermos de las que hay en esta corte,
como la de las Siervas de María y la de Nues-
tra Señora de la Esperanza; y á otras para so-
correr niños y niñas enfermos como la de Nues-
tra Señora de los Dolores. En fin, por hacer el
bien en todas sus formas, contribuyó mucho al
crecimiento de La Estrella de los Pobres, á fin
de que estos pudiesen tener mortaja y ataúd y
se les condujese al cementerio en carro fúnebre
y se les costease sepultura. Esta Asociación se
sostenía con. una rifa: el premio, — ya lo' ves,
prima, — era bien triste, ¡un ataiwl, una lápida!
Llamó la atención de esta buena señora hacia
el número creciente de pobres que hay en Ma-
drid.— ¡No sé de dónde salen, — exclamaba, —
porque siempre han sido tantos que parece
mentira que pudiese haber más!— Algunos, —
añadía, — sufren hambre porque ignoran que
hay sitios donde dan comida; los Padres Esco-
lapios de San Antón y San Fernando, las Reli-
giosas del nuevo monasterio de las Salesas, en
todos los cuarteles, reparten raciones, así como
un número infinito do fondas, restoranes y casas
de comida, En las casas particulares hay la
costumbre todavía de dar lo que queda al agua-
dor ó al portero... ¡Será preciso organizar upa
sociedad ])ara reunir todas las sobras de las ^-
cinas de Madrid y repartirlas! ¡Pensaré en efo!
— Lo mismo digo, — prosiguió, — de algunostn-
íennos que no se ctiran por ignorar qne í.'iy
medicación gratuita. En el Jardín del Botan i' m
se dan plantas medicínales; el marqués dulftii
déla da pomada para curar los ojos; el duque
de Fernán Núñez un bálsamo para las heridas;
otros particulares...
Pude observar que esta señora tan benéfica
extendía sus cuidados á otras enfermedades del
cuerpo social: visita las casas de Maternidad y
la de las Desamparadas y las Recogidas y la de
Nuestra Señora del Consuelo, — que es de arre^
pentidas solteras, y otras donde la pobreza no
es de pan ni de trajo, sino de ilustración, ó de
fortaleza de alma.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
Si, jjrima, sí, no diré yo que en Madrid haya
muchos tipos como el de esta señora, cuya for-
tuna y existencia se consagre al dolor de los
demás; pero es lo cierto que no todo en Madrid
es ambición de goces; que Madrid no es tan
sólo un hormiguero del placer, ni una brillante
red de infamias.
Pero allí vamos los hombros, como te dije al
principio, donde la luz fulgura, — y la virtud es
ruborosa y se refugia siempre en la oscuridad.
La caridad semejante al rocío, cae sin ruido.
Querida prima: Hecho ya desde mi primera
carta cumplido elogio de la médula sana de
este organismo complicado y gigantesco que se
llama Madrid, espero que en las siguientes me
permitas hablar mal de sus cosas y de sus
hombres.
Adiós, pues. Ternanflor.
LA CASA DE PEDRO LÓPEZ
Durante el último otoño, mi familia, por con-
venir á sus intereses, hubo de trasladar su resi-
dencia á la isla de Cuba. Yo, como lo hubiese
cruzado j^a dos veces, corriendo grave peligro
en una 'de ellas, no me sentía con gana de
pasar" el charco nuevamente; ni mi afición ni mi
conveniencia me llamaban á ultramar, á donde
van tantos á sufrir el naufragio de sus es-
peranzas, cuando no el de su alma y de su
cuerpo. Además, de Madrid al cielo, — dice el
vulgo, — y dice bien, porque si en Madrid falta
dinero con frecuencia, nunca falta un amigo á
quien pedírselo, y la vergüenza está de más, y
el aturdimiento y la' frivolidad, valga la metá-
fora, son los vientos que empujan nuestra vida
hacia el sepulcro.
Por estas razones, y por otras que no son del
dominio público, resolví permanecer en la corte,
si bien hube de mudar de domicilio, viniéndome
muy ancha y no pudiendo seguir habitando' la
casa que habitado había con mis consanguí-
neos.
Provisionalmente me instalé én una fonda,
donde no viví mal un par de meses, al cabo de
los cuales di ea hacer ascos á la comida, un
tanto amaiiertida, y en pensar que quien como
yo se domicilia en una fonda Viene á ser un
viajero que no viaja, paradoja viviente, torpe y
ociosa á todas luces. En vista de ello, para
tener más arraigo y estar como en familia, re-
solví mudarme á una casa de huéspedes, cosa
que, una vez resuelta, la verifiqué en el acto.
Dos mudanzas equivalen á un incendio, —
suele también decirse, y ello debe de ser cier-
to, porque desde la casa familiar á la de huéspe-
des, me vi privado de algunos objetos, preciosos
por su utilidad, ni más ni menos que si hubie-
ran quedado reducidos á pavesas.
Todos los huéspedes comiaijio.:! i, un tiempo
en mesa i^ajlonda, — así, la llamaban, aunque era
cuadrada, — excepto los rezagados, que siempre
los había; y durante casi .todas las comidas,
sobre la nueva ley de inquilinatos, sobre el
impuesto de la sal, sobi'e mil cosas que no nos
importaban un bledo, se armaba cada discusión
que hacia retemblar las paredes del reducido
comedor, cuando no degeneraba en disputa de
mal tono con peligro inminente de la vajilla y
aun de nuestros propios individuos. Estas comi-
das l)ullangueras me disgustaron en breve, y el
apelativo ¡¡atrnn i, puesto constantemente en
boca de los huéspedes, recordándome la llegada
de tropas á un villorrio y haciendo imaginaria-
mente de mi traje un uniforme, vino á dar al
tra.ste con mi paciencia.
— Un solterón de mi calibre, — pensó después
de contar las vigas del techo de mi cuarto, —
debe vivir feliz é independiente, como España
en tiempo de los cartagineses.
Y me eché á la calle, resuelto á buscar casa
cut- o alquiler se hallase en armonía con mis re-
curv )S, por cierto no muy sobrados.
-\ Tomaré un . criado,^añadí, — y comeré, á
lo bohemio donde pueda y me coja el apetito.
Adoptada esta nueva resolución, no tardó en
dolerme el cuello á fuerza de torcerlo y mirar á
los balcones en busca de papeles.
En Madrid, nadie lo duda, existen buenas
casas para los ricos, aunque las rentas suelen
ser mejores. En cuanto á los pobres, no hay
que apurarse por ellos; se les relega á una
cueva con honores de cuarto interior, ó á un
observatorio astronómico con nombre do sota-
banco, ó á una pocilga sin nombre y sin hono-
res, sin aire, sin luz y sin higiene, que ninguna
de estas cosas, por lo visto, deben de necesitar
los pobres.
Yo, en mi calidad de escritor público, venía á
ser un pobre vergonzante, esto es, decente, de
los que piden limosna cuartilla en mano, cuan-
do, como el de que aquí se trata, tienen muy
poco ó nada por su casa, y luchaba con el doble
inconveniente de ser pobre con educación y
costumbres de rico, ó rico con recursos y habe-
res de pobre. En tal situación hubo de costarme
en gran manera encontrar casa, porque las que
me gustaban eran caras, y las que baratas eran...
esas no me gustaban.
Por fin, al recorrer una calle larga, estrecha,
algo sombría, pero céntrica, vi papeles en un
cuarto tercero. A mayor abundamiento, en la
.#/
&^
-y
UNA BELLEZA DE PRAGA
parte exterior del portal, hondo, oscuro y no
muy limpio, pendiente de un clavo, se veía
un tarjetón con estas palabras en letra gruesa y
desigual:
SE Alquila i'N cuarto Tercero en once
Duros. La Portera Dará raZon.
Miré á todos lados y no vi portera ni porte-
ría. En el interior del portal sí pude ver^ mano
derecha un arco que sosteniendo parte del te-
cho, daba acceso á la escalera, angosta y empi-
nada, y á la izqtiierda de ésta, cuya angostura
i'emataba una pilastra, un largo pasadizo que,
á jiizgar por la luz interior, conducía á un
patio.
Mis ojos buscaban todavía á la portera á
quien pedir razón del cuarto, cuando un ruido-
so taconeo, descendiendo desde lo alto de la
escalera, me hizo volver instintivamente la mi-
rada. Dos mujeres jóvenes, regordetas y no mal
parecidas, con sendos mantones sobre los hom-
bros y pañuelos á la cabeza, por debajo de los
cuales asomaban las revueltas greñas, bajaban
atropelladamente la escalera, no sin riesgo de
ir á estrellarse contra la pared de enfrente. Una
de ellas, la más desgreñada, llevaba en la mano
una fotografía, en la cual pude ver el busto de
un hombre, y se reía con risa sardónica, pro-
rumpiendo á borbotones:
— El muy charrán... así lo desnuquen... me ha
dado... su retrato... ¿Tengo yo algo que ver...
con su... maldita estamjja?
— ^¿Está guapo?
—Mira.
Esto diciendo, las dos amigas, sin reparar
siquiera en mi, se detuvieron en el umbral de
la puerta, y juntando sus cabezas desgreñadas,
contemplaron breves momentos el retrato.
— ¡Puf! — prorumpió, con asco la que lo te-
nia en la mano.
(Se continuará.) Juan Tojiás Salvany.
FLORA (Ciudio de D. Franclíco Caudo del Alisal.— Dibujo de P. y Valor)
INVIERNO (Dibujo de K. Brokka)
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
FIL080FIA DE LA HISTORIA
Precisa hnír de la revolución y abrazar la
libertad r> - '' • nte. precisa condenar In rt»-
forma con^ . para procetlcrá la reforma
económica v aOiniuistmtivn y nülitar. El indis-
p«»n««We olviíjo. ol aplazamiento por lo menos,
¿' ' s li la orjrani-
r . . una ventaja
iudutial-le, la ' ~:iiiu'S alteradas v
oecurecer utop is. Y dejando li-
bertad á todas las i <> la^ nitUi reaccio-
narias basta las n: _;ó<;ica.s; y dejan-
do libertad á todas las reuniones, sin pararse
para nada en los excesos de palabra, casti^dos
ya por el general menosprecio; y dejando 1¡-
)..,-i ,.1 .; t.ul.ij las asociaciones, desde la aso-
a hasta la asociación inter-
niiii''ii«iiíiii, |>orque nada tan contrario & los
cadáveres eomiptos ni á las aves nocturnas,
como la clai-a luz del dia; mostranVn las institu-
ciones democráticas su fuerza y su visor, arrai-
gadas como se hallan, por sus hondísimas raí-
ces, asi en la tierra nacional como en la pública
conciencia. Por una coincidencia bien afortu-
nada obsérvase hoy que la política más liberal
resulta, en último término, la política menos
revolucionaria. Y es natural que suceda esto.
Los revolucionarios surgen siempre, como los
héj-oes y los semi-dioses, en las épocas de los
combates designados por el deseo común y uni-
versal con el nombro de homéricos. Al desarrai-
gar una secular institucién y destruir una for-
midable fortaleza y vencer una creencia do cien
generaciones, en'S'ia el cielo providencialmen-
te aquellas personalidades superiores foijadas
para el combate. Y estas personalidades, todos
estos héroes sublimes y todos estos inspirados
profetas y todos estos elocuentísimos tribunos,
tan i'itiles en su tiempo y sazón, truécanse á
una en plaga verdadera, si guardan para épocas
de paz y de conservación su temperamento de
guerra, propio sólo para la tempestad de las
revoluciones. En mis estudios preferidos, en los
filosóficos-histói'icos, encuentro á cada paso
comjilexiones extraordinarias que hubieran re-
sultado nocivas, ó por lo menos inútiles, extraí-
das V apartadas de su vei-dadero elemento.
En ninguna edad so confirma tanto esta ob-
servación, como en la centuria décima-se.xta, ni
se ven tanto estos prototipos de la energía re-
volucionaria como en la reforma religiosa.
El sol calienta nuestro sistema planetario,
])orque reúno y concentra, entorno de su núcleo,
la luz difusa en el éter infinito, mandando sobre
nosotros, los miseros hijos de los planetas fríos,
á torrentes, el calor, la electricidad, la vida, los
colores, el magnetismo. Calvino, por ejemplo,
comprendió que Ins iglesias protestantes, en. el
LOS FAVORITOS DEL EMPERADOR HONORIO (Cuadro de Wateihouse)
mundo esparcidas, necesitaban de un sol, en
de cuyo centro pudieran moverse, reci-
:■< la Itiz, el calor, la vida. Las ciudades
mayores de la histoiia pueden llamarse, como
toles de ideas, en el sentido humano de que
atraen, condensan, guardan y luego irradian j'
difiuiden artes, i)ensamientos, dogmas, sistemas,
los varios matices del prisma intelectual, que
luego conducen á los pueblos y á las generacio-
nfii jKir el mundo, como la columna encendida
jKir Jehová guiaba con sus resplandores á los
israelitas en las noches oscuras del desierto.
Como Jcrusalén difunde per el planeta la uni-
dad de Dios, como Atenas la inspiración del
arta, como Alejandría las síntesis científicas,
como Córdoba los ¡(rimeros albores del Renaci-
iij'ci'' !.'!•!. i tual en la Edad media, como Flo-
" • ■ • ' ■ T • .1 forma estética y la nueva idea
Parí» el sentido universal de la
ri. romo Londres el Parlamento,
' ia libre, Ginebra
, i.Jicano y democrá-
- páginas divinas del Evan-
. alnia del alma de Cristo,
Francisco, soñada por Savo-
'■'■■■ 7"inglio, puesta en
no, forja la Suiza
^ admiramos; sus-
vencedora del Na-
■ imi europea; educa la
i o su puritanismo demo-
f mnco y Trascieiiue más allá de los mares, al
seno de la virgen América, erigiendo con su es-
fíiritu allí una pa.smosa República.
No hay que equivocarse; todtis estas grandes
obras, necesitan un hombre de aiitoridad incon-
testable, cuya energía venza los obstáculos y
eche los fundamentos de las nuevas sociedades
y de las nuevas ideas en horrible conflicto con
todas las fuerzas organizadas de la reacción,
que naturalmente las defienden. El Cri.stiani.smo
se quedara, como los ebionitas ó cualquier otra
secta de los judíos, á la sombra del patrio techo,
á la sombra de la Sinagoga, si San Pablo, en
lucha constante con los cristianos hebraicos, en
lucha constante con Santiago y Pedro, no hu-
biera, recogiendo la sublime protesta del primer
mártir, heleno-cristiano, de San Esteban, abierto
de par en par las puertas del nuevo templo á
todos los hombres, sin preguntailes, ni por la
religión que dejaban ni por el origen y por la
raza de donde procedían. Hay en todos estos
grandes organizadores de ideas nuevas la mis-
ma voluntad finne, aiTogante, imperiosa, y en
todos toma los aspectos del despotismo y en todos
llega, por razón de la tenacidad de su violencia,
como en una fuerza del Universo. Antes de Cal-
vino registra la historia un hombre de tal tem-
ple, Gregorio VII, y después do Calvino, otro
hombre de tal temple, Maximiliano Robespierrc.
Sin el primero, no se hubiese, contra el feuda-
lismo y su jefe el emperador feudal, organizado
¡ la teocracia católica, que desde fines del siglo
I tmdécimo basta mediados del siglo décimo tercio
inició la edvicación de Europa; sin el segundo,
no se hubiese, contra el catolicismo romano y el
protestapti.smo reali.sta y ducal, organi/.ado esa
gran revolución religiosa, motor y fluido prin-
cij)al del espíritu moderno; sin el tercero, no se
hubiese, contra la coalición general de los reyes
y do los papas, organizado esa República fran-
cesa, en la cual se hallan escritos con caracteres
de fuego los imprescindibles derechos del hu-
mano linaje.
No debemos desconocerlo. Todas estas obras
progresivas exigen una gran fuerza de autoi-idad
'en .sus comienzos y una organización robustísi-
ma. La imperfección acompaña, por una ley na-
tural incontrastable, los comienzos y nacimien-
tos de los .sores y de las ideas. Toda infancia
física, natural, moral, intelectual, social, exige
una cuidadosa, y á voces, despótica tutela. Na-
cen las instituciones en la sociedad, como los
seres en la naturaleza, rodeadas de asechanzas
y de enemigos. Las mismas fuerzas que las han
producido se conjuran jiara devorarlas y consu-
mirlas. La cuna tropieza fácilmente con el ataúd,
y esa mariposa, que se llama la infancia, des-
aparece, con su ligereza natural, entre los dedos
de la muerte. Segura do todo esto, la reproduc-
ción, la fuerza creadora do las especies, jiono
soberanos instintos do defensa en las madres
para preservar sus crías. Acometed la madri-
guera, el nido, y veréis, de.sde las al ¡mafias nuls
carniceras y feroces, hasta las aves más canoras
y aladas, enfurecerse, y defender con todos sus
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
medios á sus perseguidos hijuelos. Asi, las al-
mas de los predestinados á covar las ideas como
la gallina los huevos, celan, atisban cuanto al
rededor suyo pasa, cuidadosas de los próximos
poUuelos, amados á pesar de desconocidos. El
alma de Calvino abrigaba la idea capital del
Protestantismo; y como abrigaba la idea capital
del Protestantismo, la defendía con furia mater-
nal de todos sus numerosos enemigos; el alma de
Juan Calvino, como el alma de Gregorio VII,
como el alma de Maximiliano Robespierre, es un
alma revolucionaria esencialmente. Pero todas
estas almas pasan como relámpagos y pa^an con
la tempestad que las produce.
Emilio Castelar.
-«-
REVISTA científica
LA PALIDEZ Y EL RUBOR
Digamos, aunque sea una perogrullada, que
de todo puede escribirse en este mundo: de omni
re sdbili et quihusdam aliis. Por eso, sin duda,
ha escrito M. C. Richet sobre el Asco, y recien-
temente, el distinguido fisiólogo turinés Mosso,
sobre el Miedo. Vamos á tratar en la presente
revista de uno de los capítulos de la segunda
obra citada.
Suponemos enterados á nuestros lectores de
la manera como se efectúa la circulación en el
organismo humano: los cuatro kilogramos de
sangre que por término medio contiene nuestro
cuerpo recorren incesantemente un conjunto de
tubos elásticos cuyo centro está en el corazón,
ramificándose desde allí hasta la periferie en va-
sos de cada vez más estrechos hasta hacerse
invisibles, lo cual no impide que aun entonces
sigan dividiéndose y subdividiéndose formando
una red intrincadísima que da á la piel aquel
tinte encamado, tan combatido por nuestras afi-
cionadas á los polvos de arroz (ó de albayalde).
Desde los capilares, — que así se llaman, exa-
gerándose muchísimo su calibre, los expresados
vasillos, — pasa la sangre á unos canalículos de
mayor diámetro, que son las venas, las cuales
forman un sistema inverso al arterial: éste, á
manera de un árbol, va ramificándose de adentro
afuera, mientras que el sistema venoso, va cons-
tituyéndose á manera de caudaloso río formado
por innumerables afluentes y sub-afluentes, des-
de la periferie al centro.
Estos canalículos, por cuyo interior se verifi-
ca la circulación de la sangre, están revestidos
de fibrillas musculares, que si se dilatan, ensan-
chan el calibre del vaso, mientras que si se con-
traen lo estrechan. La palidez, elocuente mani-
festación del miedo, resulta de la contracción
vascular; en cambio, el rubor, delicada prueba
del pudor herido, dimana de su dilatación.
Pero ni en uno ni en otro cambio de color tiene
nada que ver el corazón, igualmente alborotado
en uno y otro caso, sino que la alteración pro-
cede de los nervios vaso-motores, delgadísimos
filamentos nacidos en los centros nerviosos, que
acompañan á los vasos en todas direcciones, y
que sin voluntaria excitación, producen la dila-
tación ó contracción de los capilares arteriales
y Vinosos obrando-sobre sus fibras musculares.
Esta palidez y este rubor de que venimos ha-
blando se notan, sobre todo, en la cara, parti-
cularidad que depende de que allí los vasos son
más sensibles que en ninguna otra región, — y
lo son porque los nervios vaso-motores están
más cerca de los centros de donde proceden y
después porque los capilares del rostro son más
delicados en su estructura íntima que no el
resto. «En efecto, dice Mos.so, si se respiran los
vapores de una sustancia que como el nitrito
de amilo paraliza los vasos sanguíneos, prodú-
cese inmediatamente una viva rubicundez de la
oara, sintiéndose al cabo do algunos segundos
como una especie de llamaradas en el rostro.»
Recomendamos, {)ues, el nitrito de amilo á los
que tengan iifcosidi/íl de aparentar los fenóme-
nos externos causados por el pudor. Es una sus-
tancia que puede prestar inmensos servicios en
la farmacopea política y en el teatro.
No todos palidecen ó se ruborizan con igual
facilidad. Una de las diferencias principales
dependen de la edad. Los adultos se rubori-
zan menos que los jóvenes, pero no porque sea
menos viva la emoción experimentada sino por-
que los vasos sanguíneos se han hecho menos
elásticos y puesto rígidos. Por eso los niños
muestran más encendido el color, durante un
pasco por el sol, que no los jóvenes y estos más
que los ancianos.
Existen también diferencias entre la facilidad
de ruborizarse personas de una misma edad, y
no porque no puedan ser todos igualmente pu-
UNA CALLEJUELA EN TIEMPO DE LA ANTIGUA ROMA
(Acuarela de Waterhouse)
dibundas sino por la divenia reacción vascular
de cada una. Así, en un teatro, en un café, en
un baile, donde reina una elevada temperatura,
no todos los concurrentes aparecerán con el
rostro igualmente encendido ni las manos igual-
mente ardorosas; ó lo que es lo mismo, el calor
no dilatará igualmente los capilares para pro-
ducir el efecto de la dilatación: rubor y calor.
Los efectos de una temperatura elevada ó
baja son, sin embargo, puramente locales, por lo
cual es mucho más importante la variación ori-
ginada por las emociones; por punto general, la
excitabilidad de los nervios vaso-motores, es
igual en las dos mitades laterales del cuerpo
(aunque hay personas que se ruborizan más
fácilmente de la parte derecha, que es donde se
encuentra los vasos más sensibles). «Después
de fuertes emociones, dice Mosso, experimenta-
mos una sensación de frío, debida á la contrac-
ción de los vasos esparcidos por todo el cuerpo,
como si una sábana helada rodease los miembros
y alcanzase hasta el corazón; es una mezcla de
impresiones indefinibles y variadas, compara-
bles á las tinieblas, al frío, á un rumor triste y
profundo. La sensación es generalmente más
viva en la cabeza y en la espalda, que en los
brazos y en las piernas. A veces sin causa apa-
rente experimentamos cosa semejante, en cuyo
caso dice el pueblo «que la muerte pasa por
cerca de nosotros. » Es algo como análogo á las
contracciones que experimentamos de súbito en
la cama, en el momento de dormirnos.»
LA ULTIMA ESCENA DE HAMLET (Ci
Je Sánchez Barbudo. — Dibujo de P. y Valor)
LA n.rSTRACION IBÉRICA
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nuaii; lie ahí la
• ■> me«iidor de cam-
' , en m» vaso bien
'rn<lucida la mano
\ un tubo larfjo
- ^iia desalojada
ruuenta la mano cuan-
líre, y baja la que ya
la mano en caso de cou-
:. .,.- . .:.i Mosso que hallándose
con su amigo Luigi Pagliani haciendo experi-
meutM en ej laboratorio de Ludwig, de Leipzig,
y en ocasión en que Pagliani tenia introducidas
ias dos manos en sendos fti«lkys¡tiogra/os provis-
tos de un aparato regisu-ador entró Ludwig y
el agua contenida eu los tubos bajó bruscamen-
te. Entonces Ludwig, asombrado, escribió en el
punto del trazado gráfico que señalaba aquel
cambio producido en la cii-culación; ^Entra el
le»Sn.»
. Posteriormente á tan ingenioso aparato cons-
trnvó Mosso una balanza para apreciar el conti-
nuo desalojamiento que experimenta la sangre,
acumulándose ya en una parte, ya en otra. En
último análisis, despréndese que la más ligera
emoción determina un aÜujo de sangre á la
cabeza, pero no contento aún con este resultado
ha querido el distingnido fisiólogo estudiar en
toíias sus particulares la marcha do esa sangre
que huye de los miembros hacia la cabeza, es-
piando durante la vigilia y el sueño las más
ligeras modificaciones que la actividad del pen-
samiento, las impresiones externas, los ruidos y
los sueños producían en los vasos sanguíneos.
Mosso ha podido comprobar, mediante el
examen del pulso, — ó por mejor decir, de iodos
los pulsos que es dado observar eu el hombre,
— la diferente forma que presenta el de la mano
ó el del pié, según se trata do un individuo
en ayunas ó no, y no sólo esto, sino que recor-
dando la pretendida adivinación de los quiro-
mánticos, jactase, en vista de dos pulsaciones,
de distinguir la del hombre pensador de la del
hombre distraído, la del dormido de la del des-
pierto, la del que tiene frío de la del que siente
calor, la del agitado de la del calmoso, la del
miedoso de la del valiente. Y como un literato
amigo suyo le manifestase á Mosso que era mu-
cho decir el suyo, invitólo á hacer la prueba;
dióle á leer un libro italiano y á seguida un
libro griego; el pulso do la mano so modificaba
jiroí'undamente, según se trataba de leer un
cuento de Boccacio ó de traducir do corrido un
pasaje de Homero.
«La vida es tanto más activa, dice el autor,
cuanto más rápida es la circulación de la san-
gre y el movimiento de ésta so acelera á causa
de la contracción do los vasos sanguíneos.
RECOLECTORES DE ALGAS MARINAS, UN DÍA DE TORMENTA (Cuadro de Lewis tírnith)
O -nrre ««n nuestro aparato circulatorio lo que en
la < ' rio, que «e hace más rápido
allí c. es más estrecho. Cuando
estam<>5 aiai;iia¿;iíjiis de un peligro, cuanto ex-
perímentamos un ■msto, — pn cfiyo caso debe el
organismo re< is,— prodúcese
antotnáticam< ¡i de los vasos
Kan.- • e»ta contracción activa el movi-
mie.'. i sangre hacia lo.s centros ner-
riosos.»
Por lo mi*mo nw Ion vasos se contraen en la
snp- - ^ ponemos pálidos algu-
""" ■• de nna emoción viva.
un acceso de miedo ha
rintes no podia
' <>t que hiciera.
I. nte en virtud
''" i por los vasos
del Tii:^iii'i
D'- ahí qiK- o\ r<--fr.'in: mano» fría», cnrazÓH ca-
l'"!' , ^a i¡: ' ' ■ ■ . (i0x
ai Cíttik.'
revela •-.
las verdadi^ loá» r«Mx>iHÍit«
LOS LISTOS
I'
que
ri de
«Señor, cuentan que decía el gitano cuando
elevaba á Dios sus preces, Señor, no os pido que
me deis dinero, sino que me pongáis cerca de
donde lo haya;» repítese esto y se comenta
siempre que se quiere encomiar la destreza de
alguno para apropiarse los bienes ajenos; ó si
tistedes lo prefieren más claro, para robar que,
— sin perdón, — ese es el vocablo adecuado al
caso y á la cosa.
Sólo que nuestras aficiones al eufemismo (yo no
sé si la Academia acepta ya esta palabra), se
han desarrollado de tal suerte, que somos muy
contados los que damos á cada objeto su nom-
bre y á cada acción su calificativo. Yo, por
ejemplo, he recordado esa conocida frase del gi-
tano, j)recÍHamonte porque acabo de conocer las
travesuras (así las nombran sus amigos), de Ma-
nolito, á qilien no sé si Vdes. tratarán; pero do
quien seguramente, han oído hablar alguna vez.
Manolito, al decir de las gentes, es un chico
muy listo; el primero que adivinó lo que el
muchacho valía fué un banquero do Zaragoza,
tío camal de Manolito. Dicho tío que idolatraba
á su sobrino y á quien encantaran siempre la
travfwuras del muchacho, dio colocación en el
escritorio 4 Manolito y nadie sabe por qué, pues
el banquero zarr- ■"•/•. -m jamás quiso explicarlo
y variaba do conversación siempre que se le
hablaba de olio, le despidió de su casa á los
pocos meses, no sin entregarle una cantidad sufi-
ciente para que so estableciera por su cnonta en
Madrid y una carta para los padres, en la cual
les decía:
«Ni la vida de Zaragoza conviene á Manolito,
ni Manolito me conviene en casa. Es chico muy
listo; diyadlo ir, irá muy lejos.» — Yo no sé si en
eso de ir lejos, quería referirse el tío á nuestros
presidios de África ó á otra cosa; porque, — como
llevo dicho, — ajamas explicó lo que entre él y su
sobrino había pasado, y en cuanto á Manolito,
ponía formal empeño en que nadie le hablase de
su tío, de cuyo nombre, como Cervantes del
nombre de cierto lugar de la Mancha, no quería
acordarse.
Habla yo oído hablar de Manolito infinidad de
veces; veíale frecuentemente en los teatros, en
las recepciones aristocráticas, en las grandes
solemnidades académicas ó literarias, en el ca-
sino y en el Ateneo, en el salón do conferencias
del Congreso, y en los despachos de los minis-
tros; todos lo conocían y él conocía á todos;
todos lo hablaban con afecto, saludábanle todos
con grandes miramientos y él hablaba y saluda-
ba á todos hasta con efusión cariñosa. Sonriente
8Íemf)ro, constantemente amable, Manolito pa-
recía llevar, en vez de cara, una careta, cuya ex-
presión (ira siorapro la misma.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
11
Examinando fijamente su rostro, advertíase,
sin embargo, cierta dureza en su mirada que
sobre hacerle muy poco simpático contrastaba
notablemente con la soniisa estereotipada en sus
labios.
Esto no lo observaban todos, pero todos con-
venían en que Manolito era muy listo. «¡Oh! —
decía uno, — se pierde de vista.» «¡Puf! — excla-
maba otro, — bien decía su tío, ese muchacho
llegará donde llegan pocos.» «¡Qué hombre!» —
gritaba éste, — «Eso es saber vivir,» — vociferaba
él otro, y asi por ese estilo mismo hablaban todos,
siendo de notar que nadie elogiaba m.ás que su
travesura, su audacia, su inteligencia; nadie ha-
bló nunca de su probidad, de su honradez, de su
lealtad; veíase que se le admiraba, pero no'po
conocía que se le estimase; tenía
cortesanos; pero no tenía ami-
gos.
La casiialidad hizo que en
cierta ocasión Manolito y yo fué-
semos comjjañcros de mesa y
de carruaje durante algunas ho-
ras; ambos habíamos sido invita-
dos á una solemnidad cívico-re-
ligiosa y como nos conocíamos
mucho de vista y como teníamos
amigos comunes y relaciones co-
munes también, cruzamos algu-
nas palabras. Confieso, franca-
mente, que le hablé con temor
al principio; al lado de aquel
prodigio de la habilidad huma-
na, cerca de aquella inteligen-
cia asombrosa, de aquella natu-
raleza privilegiadísima, yo pobre
ser vulgarísimo y adocenado te-
mía cometer cuatrocientas tor-
pezas á cada minuto y no decir
una palabra que no fuese un dis-
late ; calcúlese cual sería mi
asombro al comprender muy
luego que Manolito era hombre
de instrucción muy escasa; que
nada sabía, de nada; que las
ciencias como las artes, la geo-
grafía como la historia, la filo-
sofía como la política eran para
él cosas en absoluto y jjor com-
pleto desconocidas. Que, sin ser
idiota ni mucho menos, discu-
rría sin gran lucidez; que no te-
nía noción de industria alguna,
ni de oficio, ni de trabajo de nin-
guna clase; y que sus opiniones,
— en las pocas cosas acerca de
las cuales él tenía opinión, —
eran vulgarísimas y ramplonas.
Ni en hacienda, ni en política,
ni en economía, ni en nada, pudo
verle un poco elevado, un tanto
digno de su fama. Confieso que
fué para ilií verdadero desencanto; el desencan-
to de quien creyendo encontrarse en una ciudad
rica y populosa, se hallase de pronto en un j)ue-
blecillo viejo y deshabitado.
No hace muchos días, estábamos en el teatro
de la Princesa mi amigo Pejje González y yo,
cuando en el palco platea próximo á las butacas
que ocupábamos mi amigo y yo, entró Manoli-
to: saludóme afectuosamente con la mano, amén
de dirigirme la cariñosa sonrisa de siempre.
— ¿Conoces á Manolito? — preguntó mi amigo
Pepe, como si se sorprendiese de verme tan re-
lacionado.
— Sí, — contesté.
— ¡Qué hombre más listo! — dijo. — ¡Negocio
que él deja, cualquiera va á tomarlo!
— Pero, ¿tú crees, — le dije yo, — que en efec-
to, Manolito es una inteligencia privilegiada?
— Estoy seguro, — replicó Pepe, muy asom-
brado de que existiese un mortal suficientemente
mentecato para discutir eso.
— Pero, ¿en qué te fundas?
— En que todos lo dicen, primeramente; y
después en lo que yo sé de su vida.
— Loado sea Dios; vpy á saber algo de Mano-
lito. Hombre, haz el favor do decirme lo que
sepas de sus conquistas, de sus descubrimien-
tos, de sus obras, en fin, de lo que revela su
talento del que tanto se habla y que tan pocos
prueban.
— En jirimer lugar, Manolito era pobre hace
tres años; hoy es uno de nuestros banqueros
más acaudalados: este solo hecho bastará para
probar que tiene inteligencia privilegiada; Bre-
tón de los Herreros lo dijo:
El que sabe hflcerse rico
tieue sobrado talento.
— Bretón no ha dicho semejante cosa; eso lo
puso en boca de uno de los personajes de su
teatro; personaje muy grotesco por cierto.
— Bueno, pues, grotesco ó no, yo pienso como
FELIPE IV (Retrato de Velázquez)
ese personaje. Quien en poco más de tres años,
ha sabido hacer una fortuna, es un genio, y
vale por una docena de sabios y por muchos
centenares de literatos como tií.
— Hombre, según cómo haga la fortuna.
— Hágala como la hiciera. ¿Quieres decir que
pudo haberla hecho robando? Pues, aun así,
tiene mérito; no todos los ladrones son millona-
rios, ni arrastran coche, ni tienen abono en el
teatro; los ladrones vulgares viven en la mise-
ria; rodeados de privaciones y de peligros, perse-
guidos constantemente por la justicia, muchos
acaban sus días en presidio.
— Pero hombre...
■ — Bien, esto es una exageración, porque Ma-
nolito es un muchacho muy listo, travieso como
nadie, aprovechado como pocos, osado, audaz,
inteligente... si yo te contase algún rasgo de su
vida...
— Pues hombre, si no deseo otra cosa.
— Pues verás; aún era muy niño, cuando hizo
esta travesura. Su padre, que estaba en una
posición desahogada sí, pero modesta, le daba
todos los domingos un duro para que atendiera
á su gasto de muchacho durante la semana.
Con ese duro solía el ganar diez ó doce ó más
jugando á la treinta y una y al punto en un
billar inmediato á su casa. En cierta ocasión la
suerte le fué adversa y perdió «su duro;» ¿crees
que se apuró por eso? Pues, no señor; hizo creer
al padre que se le había quedado sobre la mesa
del despacho, y le sacó otro y después logró
sacar otro á su madre, y otro á cada una de sus
hermanas casadas y otro á su hermano mayor y
otro á la doncella de sti casa y no sé cuantos
más; á cada uno le dijo que el próximo domingo
le pagaría con el duro que había de entregarle
su ])adre, pero á la semana siguiente llamó á
concurso á todos los acreedores y les. dijo que
siendo ellos muchos y el duro uno solo, optaba
por quedarse con él y dejar iguales á todos.
— Hombre ¡qué gracia!
— Vaya si la tiene; advierte que eso lo hizo á
los doce años.
— Pues promete.
— Ya joven, como él es guapo y simpático,
fué á Zaragoza y enamoró á la mujer de su tío,
y estuvo en muy poco que no le birlase á la
hija, con quien estuvo á punto de fugarse, y de
quien, según malas lenguas, había logrado ya
cuanto puede lograrse; aunque él aspirase á
conseguir la dote. Esto no lo consiguió, pero
sacó á su tío, á cambio de no divulgar lo ocu-
rrido, doce mil duros, con que ha concluido su
carrera.
— Lo cual habrá sido, estoy seguro de ello,
digna de tales comienzos. No necesito saber
más; ese á quien llamas listo, es sencillarñente
un canalla. Aceptado el procedimiento, no haj'
hombre que no j)udiera y no supiera ser listo.
Arrojando como fardo inútil la vergüenza, la
honra, la decencia, la probidad, la con.sideración
á los demás y la estimación propia, no hay
nadie que no pueda ser listo como Manolito.
Pepe me miró asombrado, como sino acabase
de entender lo que yo le decía.
Yo desde entonces evito encontrarme con
Manolito, á quien no pienso volver á saludar en
mi vida y siempre que de alguno oigo decir que
es muy listo, confieso á Vdes. que le tengo por
uji tunante.
A. SÁNCHEZ PÉREZ.
-*-
LO ABSURDO
Absurdo significa, según opiniones de Littré
y Larousse, lo que, procedente de la sordera,
engendra un quid pro quo ininteligible. Lo in-
concebible, lo que el espíritu no puede pensar,
es, en último término, lo contradictorio. Lógica-
mente, lo absurdo expresa el límite ó extremo
del diámetro del mundo inteligible. Son, en
efecto, los principios ó categorías de la identi-
dad (A = A) y de la contradicción (A es la
misma cosa que no A) las leyes que rigen el
proceso y desarrollo de nuestro pensamiento,
más allá de las cuales no so concibe ni la exis-
tencia concreta de nuestras percepciones, pues
aun desviada la inteligencia de sus propias le-
yes, otra vez se rige en tales desviaciones, se-
gún una ley, imponiéndose el orden en medio
del desorden ó siguiendo el pensamiento una ló-
gica en el fondo tan inflexible en el error como
en la verdad.
El límite infranqueable de la lógica del error,
en medio de su posible sistematización, está re-
presentado por el absurdo.
El sentido común suele precipitadamente
identificar el absurdo con lo que de momento no
se entiende ó no se explica y llega á restringir
su alcance á lo que no se concibe, dado el esta-
do habitual de la exjieriencia.
En primer lugar, conviene advertir que la
experiencia no puede ser criterio para discernir
lo absurdo do lo que no lo es, pues acontece muy
frecuentemente que lo que para un estado de
experiencia puede apai'ecer como absurdo, deje
de serlo para un estado subsiguiente. Así suce-
de, por ejemplo, para la experiencia del hombre
inculto que resulta absurdo que se mueva la
tierra, porque desconoce la manera de interpre-
o
>
z
>
o
>
o
c
>
z
■i
m
c
z
o
X
c
>
(O
o
o
I
EL ÁNGEL DE LA GUARDA (Cnadro de Hermán Kanlliacl,^
14
I.A ILUSTRACIÓN inERlCA
tar \ae aMrí«nci«a qu« ocnltan la rMlidad, dis-
tiaxaModo ti movimiento real del ajuárente. Y
dvi^joal modo estima ol'ine t«e atieue al dato de
la t>xp(>n<>ncia >; '<<iirda la existencia
d<> !•■> :»ti*ii>-'<l;i--. .M-íi ((ue la ley de In
jrr i-ia el centro de
la i .>. 1.1 une no es
8lí- _'''n, 66
al» , -.-.. .....uceque
*e pueda c<>uceiler á nuestra facultad ima>;iua-
ti\ - -■ • ,,..;..,, ,^ ideas y nociones
q\: fn imaj^n, son con-
tvi»;;' • ~ -' ai' i.is paralelas, el punto
malem..
I» absurUo será, pu- ' ' ' ' ' . lo que
contradice 6 ni<«fFK l»-'^ "ío, y,
pi- ■ , " ■ poiü de uiu^m
ni. ■' n^presentable
en .-«liui -'e sontido
em'iní»- !■> sii'uipre
e! : 'I y el t'undamento
il- ::io el inrfohle (el que
;. .ie signo (S esclienia que lo re-
[■: .'1 empirL^mo, que declara
alísunlo el ito de Colón, se podrá
siempre reai_.... Miiando que «la utopia de
hoy es la realidad del mañana.» El grran pro-
ceso de la historia humana y el abolengo de to-
das los inventos, niegan {)or completo que lo
al'- ' ' • r fijado por medio del criterio,
si •■ la experiencia. AdeniiLs, tam-
ptx-o es aiUuiiible la ^ciún del vulgo,
que coBsidora ideas . tes la de lo ab-
suT ' llciiio-s dicho ya que el
en an infle.xible como la qire
ri;.- ■ ; •sil dv la verflad, siguiendo el mis-
mo ■ i. - •■:: '1.1 que se obsen-a en las desviacio-
nes del !.. .■..i • natural, de las cuales son ejem-
plo ].i I- üci'i.id de ciertas perturbaciones,
la cia de determinadas enfermedades,
«>1 'lili!.- if... .¡..ii.íj ntc. Y en cuanto
el. '.tización (según
1'. ¡.I !■ ...111 i..^ ^i>:. lu.i.- 111.. .-...iicos) puede ser
c'>ncebido, y ánn explicado (aunque nunca jus-
tiiicable y admisi' ' ';n las leyes de la his-
toria de la filosíit; !so, por ejemplo, que
el - ' ' ' rpílfi.j^r üu la tierra; pero no es ab-
si.: . ma de Ptolomeo, como de otfo lado
n-. ji.iir. 1- ^iiTta la separación establecida por
Kant fiitn- la materia y la forma del conoci-
miento, y no se podrá, sin embargo, estimar
como absurdo, sino como concebible y muy ló-
gico, dado aquel estado de pensamiento, el sis-
tema kantiano.
Restringiendo, pnes, el venladero sentido de
la palabra absurdo á su alcance legitimo, re-
sulta í)ue sólo se aplica á lo contradictorio, in-
c<j,,. . \.;i.L> .'. irracional. Es, por tanto, la nega-
ci'' ^amiento y de sus leyes; pero no de
la e.i¡r ■• ' if'de ser contradicha á cada
paso p* . ulteriores y por la hipó-
tfíaui, Btuiaiia ii<i pensamiento, al par que ins-
trumento de progreso de la ciencia. No puede
Degarae la razón á si misma, como, en fin de
c«w>nta, la experiencia total, integra, que conce-
bimos, :■ r lo limitado de
ouestra ¡ico tampoco; de
lo cual ms iotiere . no se refiere
directamente á 1 i:i« of)eraciones
simplex de nneatni inteligencia 6 facultades rea-
les de nueatro pensamiento, sino á a/)uellas ope-
l»ciooea oompU-jas ó facultades formales de que
ood aervimoM j>ara inifrnrs-inr los datos reales
d* las primeras, y, d< al juicio opera-
ciór, -I -.'rí-.-.A ,1,. lí. ,,,,„..,«, mediante un
*" ■ . dos nociones que se
c .-.. .; .,., .--■ .-i ,
No ea, pue», posible el absurdo aplicado á la
noción muin:'' • - - • ' > ' • • , existe
cnando reí» ^ Pue.
de, pqea. existir U^ l^ro no
Klc^ en el nent]«: .r,^ que Hea
abaoida. A<'; >,,.
daria «flTer .,r^
pslabrM A rcpruaeuUi 1„
ooabíaar ídéu, pon, ¡,.
niHi Hopoeate nníAn mec^i. . o
oon la pttkbn. De este m <.l
espíritu pueda representarse sólo verhalmente
ideas absiinlas (circulo cuadrado, semana de
tres jueves, paralelas que sean equidistantes,
etcótera\ So reconocen óstos como repix'senta-
ciont's exolusivameuto verbales, desdo el mo-
mento en que el espíritu descarta del velo do
los sonidos la idea de lo significado, reflexio-
nando sobre el sentido do las palabras emplea'
das. Se jwrcibe en seguida su contradicción y
se reconoce que el absurdo no existe en las
ideas (pues aquellos signos no expresan ideas),
sino en las combinaciones de palabras de sen-
tido contradictorio.
La proposición absurda (y por tanto lo ab-
surdo reside en la relación interpretada me-
diante la cópula del juicio), es aquella cuyo atri-
btito enuncia algo que niega ó contradice la
composición esencial del sujeto.
Determina la lógica lo que es contradictorio
(dos proposiciones que difieren en cantidad y
cualidad), y estima, desde luógo, que las propo-
siciones contradictorias no pueden ser á un
tiempo verdaderas ni falsas, sino que de la ver-
dad de la una se deduce la falsedad de la otra,
y vice-versa. En esta regla lógica, que requiere
la distinción de la contrariedad (lo blanco y
lo negro) y de la contradicción (lo blanco y
no lo blanco), se funda lo llamado demostra-
ción indirecta ad absurdum, que consiste en
probar que la no admisión de la tesis implica lo
contradictorio y lo irracional. Esto raciocinio
es un procedimiento de critica ó de refutación,
más que do prueba; sirve para disentir y recha-
zar el error, pero no es útil para hallar ni pro-
bar la verdad; porque, aparte de que es camino
indirecto que no conduce á la contemplación de
lo verdadero, no se puede olvidar quo lo implí-
cito en el absurdo es siempre una negación.
Además, e.sta demostración indirecta ó ad ab-
surdum (reducción al absurdo), debe ser apre-
ciada sólo como un último reciu'so, del cual se
echa mano cuando faltan otros más directos;
porque en él siempre se halla latente el graví-
simo peligro dé confundir lo contradictorio con
las proposiciones contrarias, engendrando de
esta suerte sofismas sin cuento y errores de gran
bulto.
Todos los razonamientos que se fundan en la
complegidad de los hechos históricos, adolecen
de este vicio, por lo cual se afirma con sabor
escéptico, pero con sentido certero, que «la his-
toria es arsenal que proporciona toda clase de
armas para defender las causas má.s opuestas.»
Y es que se prescinde de la comjdegidad de los
hechos históricos, se examina sólo algunas de
las circunstancias que á su realización concu-
rren, se nota con excesiva diligencia y con in-
ducciones prematura su diferencia y por uno de
los llamados sofismas de tránsito se concluye de
la contrariedad á la contradicción y al absurdo.
Sin insistir en estos peligros, fácilmente se
concibe que existen razones todavía más valio-
sas para preferir la demostración directa á la
inderecta, ó ad ahsiirdum.
La primera prueba que una proposición es
verdadera y el por qué de su verdad, mientras
que la reducción al absurdo se limita á concluir
sobre la verdad de una proposición, sin probar
el por qué es verdadera.
U. González Serkano.
-#-
AGUINALDO C)
A mi anticuo y buen amigo
ANTONIO CARRALON DE LA RÚA,
aacraUrlo del Prealdente de la Repiiblica del Uruguay,
diputado Hiiplente, etc., etc.
No te invito á rezar, querido Antonio,
pero ello es que se acerca un año nuevo
y hay que hacerle la cruz como al demonio.
( 1> De mi Iltjro de veriot cücrltof en Montevideo, próximo
á pabllcane.
Son muchos ya los quo á la espalda llevo,
y tampoco los tuyos son escasos,
por más que á numerarlos no me atrevo.
Recuerdo, sí, que en mis cabellos lasos,
apuntaban las canas prematuras,
signo, quizás, do andar en malos pasos,
cuando, ávido de gloria y do aventuras,
como el manchego hidalgo tú salías,
de malsines ou pos y fermosuras.
¡Ay, Antonio, qué noches y qué días!...
La fiebre convertida en indolencia,
el ayuno mezclado á las orgias,
pródigos, si no de oro, de existencia,
de toda autoridad demoledores
y sin más religión que la conciencia,
logi-amos encumbra!' á los mayores,
que nos daban aplausos y sonrisas,
guardándose riquezas y favores;
siendo la consecuencia á estas premisas
que, mientras ellos adquirieron fraques,
nos quedamos nosotros sin camisas.
¡Tiene la luiinanidad estos achaques!
Alguno que al pavés subir hicimos,
nos llamó en ocasiones batlulaques.
Por sondas diferentes luego fuimos,
y hoy quo lejos del suelo nos hallamos, .
donde, como las plantas, florecimos;
hoy que hacia la vejez marchando vamos
y al vernos en la altura en que nos vemos,
yo no sé si perdimos ó ganamos;
bien es qué aquellas horas recordemos '
en que la juventud, á manos llenas,
nos brindaba sus goces más supi'cmos.
¡Horas de lucha, y á la par serenas!
aún de vuestros encantos la memoria,
es lenitivo y bálsamo' á mis penas,
y no hay ni puede haber mundana gloria,
ya se llame fortuna ó poderío,
ya se escriba, en el alma ó en la historia,
que yo no diera en dulce desvarío
• por renovar los sueños que llenaron
de amor y dicha nuestro hogar vacío.
Mas, ¡ayl Cuando su nido abandonaron,
no vuelven las perdidas ilusiones,
aves de paso que al volar cantaron.
En cambio, á ennegrecer los corazones
vienen las sierpes, del dolor sañudas;
los gusanos del odio y las pasiones;
los buitres del engaño y de las dudas,
y las movibles larvas del deseo,
más horrorosas cuanto más desnudas.
Yo, Antonio, lo sé bien; yo que peleo
treinta años há sin tregua ni reposo
y apoyado en la tierra, como Anteo,
contra lo vil ridículo y odioso
de este mundo que el hombre cin[)equoñece
y Dios hizo tan grande y tan hermoso.
Por eso, al ver el año que amanece,
la tristeza mi espíritu domina,
y mi cariño á lo pasado crece.
El sol de la esperanza ya declina
un j)unto más, y, en el ocaso hujidido,
vendían las sombras á envolver su ruina.
En tanto, y mientras logro del olvido
sacar triunfante mis recuerdos gratos,
(el único caudal que no ho perdido);
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
15
déjame que bendiga aquellos ratos,
y tu buena amistad celebre y cante,
para dar ese ejemplo á los ingratos.
y desde el año nuevo en adelante,
del Rliin al Plata, del Pisuerga al Segre,
el que nos quiera mucho, que se alegre;
el que nos (juiera poco, que se aguanto!
Manuel del Palacio.
Montevideo, 31 Diciembre 1883.
*
NUESTROS GRABADOS
RL I.AOO
Cuadro de T. Aron
Comprendemos la satisfacción que debe experimentar esa
parf ja al dar una vuelta por un lago tan bonito y pintoresco.
UNA BELLEZA DB PBlQA
Compréndese que un país que tiene tan hermosas muje-
res quiera ser autónomo y consiga se le reconozca oficial-
mente el uso de su lengua, una de las mas ricas de la raza
eslava, y preferible por ende al desagradable idioma alemán.
Bohemia \a consiguiendo de día en día nuevas reivindica-
ciones, y es de esperar que al fin logrará ocupar el preemi-
nente lugar que en otros tiempos alcauzó en Europa.
FLORA
Cuadro de Francisco Casado del Alisal.— Dibujo de P. y Valor
Adivinase al momento la mano del malogrado maestro
en esa obra de factura tan elegante, de tan correcto dibujo y
tan brillante colorido, perfectamente apreciable en la con-
cienzuda copia ht cha por Plá y Valor.
El ihislre Casado tenía el don de renovar la represt nta-
eión de los mas trillados asuntos; la tradicional Flora de los
pintores adocenados, reviste, bajo el influjo de su paleta, el
original aspecto de esa hermosa dama á quien lo único que
puede reprocharse es el ser m:is aristocrátina que milológira.
INVIERNO
Dibujo de Kl Brokka
Terrible invierno ese de Brokka, siniestro, cruel. Kl asun-
to está representado con elocuente realismo, tanto, que hace
tiritar.
L03 FAVORITOS DKL EMPERADOR HONORIO
Cuadro de W. Waterhou^e
UNA CALLEJUELA EN LA ANTIGUA RoüfA, aouarela por el mismo
No habrán 'Olvidado «eguramente nuestros lectores el hpr
moso cuadro de Santa Eulalia que publicamos h^ce pocos
meses, en el cual tan gallardas prnebfis de invención piuto-
resea y de sentido histórico dio ti autor. Al mismo género
pertenecen las dos reproducciones de obras de Waterhonse
que damos hoy: Los favoritos del emperador Honorio es un
hermoso lienzo inspirado en un paisaje de Gibbon acerca de
las adulaciones de que era objeto por parte de los palaciegos
y Claudianos el pobre pupilo de Estelicon, mientras los bár-
baros invadían el imperio y desolaban las provincias. Una
callejuela en la antigua Roma, es una deliciosa acuarela de
vivo y agradable color y de límpido tono, llena de bonitos y
exactos pormenores que hacen revivir la época en que la
Ciudad Eterna era la capital del mundo.
LA ÚLTIMA ESCENA DB HAMLET
Cuadro de Sánchez Barbudo —Dibujo de P. y Valor
Este notabilísimo y grandioso lienzo, uno de los primeros
que figuraron en la última Exposición Nacional de B-ellas
Artes, representa el instante en que Hamiet se dispone A
lanzarse con la espada desnuda sobre el rey Claudio, dt-spiiés
de haber sido herido por Laertes y haber herido á su vez á
é'íte, que permanece en pié sostenido por varios cortesanos.
Hay eu el cuadro más de treinta figuras, divididas en tres
grupos principales; á la izquierda los cortesanos que apoyan
al moribundo Laertes; .en el centro las damas de honor arro-
dilladas junto á la reina, que acaba de espirar envenenada
por haber bebido la copa destinada para Ilamlet; á la dere-
cha el rey Claudio, de pié, apoyado en el solio, y aterrado y
confundido A la vez ante el horror de la situación, el aspecto
ame nazador de Hamiet y los terribles cargos que éste le di-
rige. En el centro figura Hamiet en actitud descompuesta,
empun«ndo la espada envenenada con qúefué herido, merced
á la traidora asechanza del rey Claudio.
Decía hablando de este C'iadro un distinguido críiico de
Madrid: «Llama la atención el grupo de damas de honor por el
verdadero derroche de blancn que el pintor ha invertido en
sus trajes. Esto produce un gran efecto luminoso, que llega
á deslumhrar y que desentona bastante el cuadro. La figura
de Hamiet no corresponde á la idea que todos tenemos de
estp personaje. Debiera ser rubio, pálido, alto, y el pintor le
hace moreno, de negra barba y de menos que mediana es'a-
tura. El rey CJaudio está trazado con magníficos rasgos, y el
colorido de su ropaje indica en el pintor excepcionales con-
diciones artísticas. Hay en el cuadro animación y vida, bris-
llantez de color y grandes contrastes de luz. EL Sr. Sánchez
Barbudo puede estar satisfecho de su obra.»
RECOLECTORES DE ALGAS MARIN*P, UN DÍA DE TORMENTA
Cuadro de Jthn Sinilh Lcwis
El autor es uno de esos bravos pintores norte-americanos
que con tanta decisión están trabajando paia dotar á su país
de un arte verdaderamente nacional. En ese cuadto hácese
patoijte la influencia de la joven escuela realista francesa,
que llora todavía hoy la muerte de Bastien-Lepage.así como
otros, V gr. John Sargent, han buscado su inspiración en
Goya.
FELIPE IV
Retrato de Velazquez
Esta obra del primero entre todos los pintores habidos,—
y probablemente por haber,— es una de las poquísimas con
que se honran los Museos extranjeros, y figura iu la galería
de Dorcbeí-ter (Londres). El retrato es de tamaño natural,
y representa á Felipe IV en sus treinta y cinco años. Como
todos los cuadros del autor está compuesto muy armoniosa-
meule y no menos armoniosamente pintado.
GRANADA DURANTE UN CHUBASCO
Cuadro de Mañ'jz Degraia. — Dibujo de P. y Valor
¡Qué hermosura! iQué profundo sentimiento de la natu-
raleza! iQné conocimiento de la luz, del cielo y del agua! El
pintor ha logrado perpetuar en su cuadro un momento de
melancólica belleza de la ciudad morisca. ¡Cuántas cosas no
hay eu esa composición y Quántas emociones Jio produce!
Sólo á los grandes talentos es permitido verlas cwsas co» ese
aspecto elocuentemente expresivo.
EL ÁNGEL DE LA GUARDA
Cuadro de Hermán Kaulbach
Bellísima composición diítna del autor de tantas delica-
das obras, algunas de las cuales han visto ya la luz en estas
páginas. No hay que confundir al piutor Hermán Kaul-
bach con el famoso dibujante del mismo apellido; ambos
son ilustres, pero la especialidad del autor de El ángel de
la Guarda es muy distinta de la del autor de La Reforma.
Todo lo que en este es fuerza y vigor, es delicadeza y gracia
en su homónimo, gran intérprete de piadosas leyendas y de
consoladoras creencias
TOLEDO: PUENTE DB ALCÁNTARA
Este Puente de los PunUea, como se le ha llamado, es la
principal avenida por donde se entra en la imperial ciudad.
Construido por los romano-* ha sido sucesivamente restau-
rado y fortificado por godos, moros y cristianos, constitu-
yendo sus nobles y atrevidos ai eos un «jcmplo. admirable (n
obras de su género. .
Hf^
LA FUENTE DE LOS CURRUTACOS
Á MI AMIGO ALFREDO OPISSO
LA- GENTE DE ANTAÑO
Sonreian los albores de nuestro bendito si-
glo XIX, y era arrullado, agasajado y- ensalzado
por las seguidillas boleras y por las seguidillas
manchegas, por las tiranas, por las tonadillas,
por el fandango y por otras tantas trovas pica-
rescas, intencionadas y resbaladizas, que im-
primían color nacional y fisonomía propia á la
abigarrada sociedad española, compuesta de ofi-
ciosos abates, de atrevidos diestros, de aplaudi-
dos histriones, de pundonorosos guardias reales,
de insípidos petimetres, de finchados currutacos,
de rechonchos frailes, de aturdidos estudian-
tes, de melindrosas damiselas, de festejadas le-
chuguinas, de curiosas monjas, de descocadas
caleseras, de rumbosas majas, de inciviles ma-
nólas, formando un solo cuerpo, una sola per-
sona, un solo pensamiento"^ una sola vo-
luntad.
¡Dichosa época en que tenían efecto los será-
ficos rosarios de la aurora, las comilonas cam-
pestres, las tertulias de confianza, las citas á
hurtadillas en los templos del Señor, y muchos
enredos, muchas intrigas, muchas farsas, mu-
chas danzas y contradanzas, en que la moral, el
decoro y las virtudes cívicas no representaban,
desgraciadamente, el principal papel!
Siglo que apareció en la escena pública em-
polvado y cepillado, como si saliera del toca-
dor, repartiendo peinetas de concha, jugueto-
nas y nevadas mantillas, collares de perlas,
abolladas basquinas, sedosos guardapiés, puli-
dos chapines, estuches de dulces, primorosos ri-
diculos, perfumados pañuelos, sombreros de tres
picos, terciopeladas casacas, nevados chalecos,
calzón corto, medias de seda, zapatos con hebi-
llas de plata, y el indispensable manto, codeán-
dose con la rumbosa capa, al son de la pavana
ó al compás de las graves, pausadas y aristo-
cráticas notas del ceremonioso minuet.
En aquellos días, y entre tales gentes, ocu-
rrió en la modesta villa de N..., villa mitad
murciana mitad andaluza, lo que forma el
asunto de la presente narración.
II
LA DAMA
Era un portento. Imagínate, lector, una mo-
rena, pero muy morena, como manda Dios y
debieran ser todas las mujeres en el mundo. Una
muy distinguida dama, alta de talle, de veinti-
siete años de edad, de rostro agraciado, risueño
y expresivo; dotada de abultadas trenzas ne-
gras, lustrosas y perfu^nadas; de ojos pequeños,
vivos, punzantes, saltadores y parlanchines; de
nariz griega; de boca juguetona, fresca, apeti-
tosa y encarnada, y añadid á ese rostro unas
largas y enlutadas pulseras; á los ojos, unas ter-
ciopeladas y tentadoras ojeras; perfilad sobre el
labio un fijiisimo bozo; colocad un hoyo, que
valga un mundo, junto á la boca, y otro hoyo,
que valga un cielo, en el centro de la redonda y
torneada barba, y tendréis el vivo retrato de
doña María Luisa del Jordán Zúñiga y Zúñi-
ga, viuda de D. Venancio de Segura y Compo-
lino, oidor de la Rota y sapientísimo señor.
Aquella muy noble y agraciada viuda, esbel-
ta, elegante y juguetona, había leído mucho y
bueno, tocaba la guitarra como fray Basilio,
bordaba al realce, fabricaba sabrosas golosinas,
era muy limpia de cuerpo, pensamiento y obras,
y estaba dotada de un desparpajo de buen gé-
nero, de una gracia tan fina y delicada, de una
soltura y elegancia en el decir, que los frailes
la llamaban la culta, los currutacos ¡a dioso, los
pisaverdes la niv/a, las damas la canta, y los
doctores la sabia.
Pero era una culta, una diosa, una ninfa, una
casta y una sabia tan agraciada, tan pilla, tan
juguetona y tan elegante, que trabucaba el seso
á cuantos admiraban el fuego de sus ojos y su
donaire, ó merecían el alto obsequio de ser con-
tados en el número de sus pocos y escogidos
amigos.
La noble señora vivía, en compañía de una
ama de llaves, en su casa solariega situada en
la calle del Palo Corto, que era una casa, como
todas las de su época, sombría por fuera y pin-
tada por dentro, muy clara, muj' espaciosa, muy
fría y muy bien decorada, que era conocida por
la casa-templo en toda la localidad.
III
EL GALÁN
Don Leandro, golilla sin pleitos, casado y con
hijos, hacendado, hombre muy hablador, muy
mujeriego, muy pulcro, muy hiperbólico en el
hablar, muy terco en sus cuestiones y muy afran-
cesado; era el admirador más rendido, más en-
tusiasta, más servicial y más oficioso de cuan-
tos trataban á la preciosa dama en toda la villa
y su dilatada comarca.
El buen señor pulsaba la lira, digo mal, la
péñola, y era de ver cómo en sus letrillas ana-
creónticas, soñados epitalamios y seguidillas
pedestres, ya imitando al lúgubre Cadahalso,
ya á Paco Barbero, ensalzaba las gracias de la
dama de sus pensamientos, de la señora de sus
afanes, de la reina de su alma, de la musa de
sus inspiraciones, que era astro de bienandan-
za, la Ceres de sus vegas, la mariposa de sus
ilusiones, la zagala de sus mimos, la Galatea de
sus ribei-as y la Lucinda de sus vigilias, como
todas las damas y petimetras que .salían á relu-
cir en romance, tonadillas y saínetes, en aquellos
días que, afortunadamente, se fueron para más
no volver.
Era nuestro héroe un noble varón, de cara
avinagrada, de ojos pequeños y oblicuos, de na-
ni
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
ríi tlgán Unto á gui» de remolach», de labios
eacendidoe y «urnoeoe, de cuello largo, é ídem
de cxierpo. '-» '-"-•""> ■'^•' Imwos y de pies.
1^ yjj, lo por su cuenta, y
ella «•» ivv.i;....i . u .•■<.«- ^-..-- obras, en todos sus
preste* y. en jwrtionlar. en el acompasado movi-
miento de sus cuatro remos, que solamente pa-
recían moverse y agitaree & impulsos de esa
finchada, perjudicial y reprochable señora.
En el pueblo le llainabaii el pavo de Navi-
dad, pero él no temió nunca las sangrientas he-
catombes de la clásica Nochebuena. ,
IV
EL FlUILE
Siipicntisiiuo vai-ón, guapo
atable, cariñoso y jovial.
Entusiasta de Eoijóo, admirador
rochoncho, li.stü,
del i)adro
Isla, predicador erudito, enemigo de los inquisi-
dorea, deapwocopadillo, amigo de Muñoz Torre-
ro, de Quintana y de Nicasio Gallego, y con
asento en el coro, en el confesionario, en los
bufetes, en las tertulias, en los teatros caseros,
en loe eecafioe de las fuentes, en las barberías
y en el banco de casa del herrador.
Fray Pedro Nolasco, de la orden de los car-
melitas y como tal más tolerante y más sociable
qne loe demás frailes, era el padre espiritual de
mochas damas y melindrosas damiselas, el con-
sultor en los casos graves, el que apaciguaba á
las almas timoratas, el que consolaba á las mu-
chachas enamoradas, el que ponía término con
mocho tino j con cierta gracia especial á rui-
doess escenas conTOjpües, y el hombre, en fin,
qoe rfi"nV. qoe dingia y qoe legislaba en el
«eoo de mochas friníliají que no se tomaban el
trabajo de obrar por cuenta propia.
Fraile de mochos latinee, de mucha expe-
riencia, de mocha trastienda, de mucho tino y
de nmdta observación. Notabilísimo padre que
desde sos mocedades se adelantó á su siglo, que
piesintíA la revolocién social, que no odió á
Oodojr, qoe estadio mocho y bien á Jovellanos,
loe temía, mn embargo, por lo <)ue había de
TOLEDO
PUENTE DE ALCÁNTARA
venir, aunque no sabia á punto fijo lo que ven-
dría y lo que sucedería en nuestro revuelto y
antojadizo país.
Era un monje sociable como pocos, curiosillo
como una mujer, ladino como un estudiante do
tuna y gran conocedor de esa gramática parda
que se aprendía tras la espesa rejilla del confo-
sionario, en el estrado de la bella, cabalgando
en la muía del convento 6 repasando cuentas y
oraciones r-n la j,iu;rta do un mesAn.
Elibuen señor visitaba muy á menudo á doña
María Luisa, y murmuraban los envidiosos del
lugar, que si nuestra dama era tan sabia, tan
culta y tan buena doctora como á la par pica-
ruela, ora por obra y gracia de su erudito y dis-
tinguido confesor.
Eray Nolasco se reía buenamente de ello; y
la viudita también.
(Se contimará.) Francisco Gras y Elías.
UIObiUUQS: Unts. J'.. 3'j..U»d l!()iui,líit9f.— Kwnidw !«: deretliM de iiropiedail irtísUu } liieraria.— Las re;laui.icH)ii(;s «i Mni, ai ríiiresciilaiitc de osla taM D. Manuel l'lá j Valor, Apodaca, 10, 2."
) INSÉRTESE Ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL ( —
WntmiMauvuíic TiPootUrtco de B. Ba«eda.— Caixb db ViLLAiinoEt., «úu. 17, ewbahcub de Sah Antonio.— BAIlcELo^A.
SEMANARIO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
Año V
KSPANA
Uq año 12'50 ptss.
Uti aeme.^tre 6'ñO »
Númeio íuehto .... 0'25 »
PORTUGAL
suRcríción pngadera st;m»nfl1mente
Cada iiúai«ro. . . .50 rti».
Barcelona 8 de Enero de 1887
CUBA Y PÜEKTORICO
Un año 5 pesos oro.
Ea el resto de América (ijan el precio
loH seíiore8 corresponsales.
EXTRANJERO
Uuaño. ...... 18 pesetas.
Núm. 210
LA BIBLIA DE CUTEN BERG (Cuadro de Lerche)
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
SUMARIO
Tana.-JtaM<. Cbrtu • mi pHma. por TtnmOot.—La
t»m 4> ftdr* Urn (<«aUD<uei'Hi>, por Jnan Tomas 8a)-
naj.-Bnt0* tinUtem, por AlfrMn Ocis^o.-B rr^nte
4r Jkyo, por A. fttrt O Stv%. £i << - arfaoio, por Vi-
«Mil* Ooionda. - XiM*tro* frahodo*.— ^A f«^ «>t<ii ím
k«M»f <pa«*U<, por Ji«é BorrM. Im f'^mf it lo» oimaa-
«w (eoolinoacUa). por Frmiiei<«a Gm» 7 EiUs.
(ictatww- L* BibtUdc (jaimt«rs.-I>nDiln<^.-L* Matrr-
«Mad -Bm>. Plafón deenruUTo —(W<r'«>ar«' El dexMr-
gidare -OMaoel pesca d «(na -Pimitc de Bad«|<-t.—
BMMfo, dato y pobre, onniolAndoco eou tus eaatoa —
-I.O* TlrifctU» n n»*.— Matrona romana.— El
MADRID
C^VUT.A.S A. T>^Z PRnVTA.
EL INCENDIO
LGi'XAS personas me han pivguntado:
^ — '¿' f|'' - -:i primade uste<l?¿Y
Í*:S ^ cómo se \] jovon? ¿Es fi^tiapa?
¿Es rica? ¿Está \". tuauíurado de ell.*»? ¿Es sol-
tera, casada 6 viuda? Está en España ó en el
extranjero... En fin, sepamos algo, porque su
primera carta de V. no es muy e.xplicita...»
«Pties si; — les he contestado, — mi prima se
llama Carmen, tiVnr» veinte años, es lindísima;
no está mal 1] es soltera y tiene novio
y 8e casará, 1 ' unte; vive en París desde
nace tin año y no la tengo amor sino mucho ca-
riño porque nos hemos tratado siempre como
liennancis. E.>ita es U i-azón de que hoy la escri-
ba i-stas cartas... Y si ella me contestare algima
vex, por las contestaciones verían ustedes que
asi es linda como nn)de8ta, sencilla, instruida,
de buen corazón, de vivo ingenio, de gustos ar-
tíst:' ' - •■ ' • s cristianos; y, en fin, la
per; ' i;iones. Es una señorita
ie hablar, y una mujer con
(Uiera casarse: toca el piano,
hal. ■- y el inglés, baila, dibuja, pinta;
y, í- _'o, sabe regir una ca.sa, guisar, co-
ser y cuiílar á un enfermo. Si viniese á pobre
no tendría que mendigar ni prostituirse como
algunas políaa de Madrid, amigas suyas, al pasar
repentinamente del fausto á la miseria...»
Creo que reconocerás, — prima mía, — la exac-
titud de este retrato; y comprenderás que no
engaño á los curiosos... Y dicho esto, y para no
mortificar tu modestia, entro en el asunto de la
segunda carta que te dirijo... Asunto triste, que
será el culminante de la semana, pues no es
probable que ocurra en ella otra maj-or catás-
trofe.
Anteayer, miércoles, á las cuatro de la ma-
fiana las campanas de la iglesia de Chamberí,
despertabnn á lo>( vecinos de aquel barrio. —
¿Qaé o< ■ líuntaban con susto aso-
mándos< , Xo tenían necesidad de
contest.'i iilio con sus llamarada»,
con KUíi : _ i.í aurora boreal y con su
pt-natho de humo iluminaba la calle del Carde-
nal Ci.HneroK, y anticipaba la claridad trémula
del «Iba.— ¿Dónde es?— ¿En qué número?— ¡Es
en el número 7, en una tienda de ultrama-
rinos!
Madrid vive, — como tú sabes,— sobie taber-
nas y riendas de comestibles. En cada ca.sa hay
algun.^ fie estas dos clases de comercio. Apenas
■e inicia an barrio y se edifica una casa llega
el t/Tidero .í ' y del vinagre ó el del
atniapi:.t,t( , y tomn [losesión de la
f.it-ira ...|.,i,; , - ;., . ,jug nosu-
fn-ri Iii.-. fi'í/ ti.ui.i.... ni del ca-
pnrh'. H;..v .,t:. ,.,„.. ,,ena de la
vida. S. II ..„a. n i.,, , .iie no sean
brillantes, aaegunui 1 -l^sta y re-
tiro cómodo para la \ •<, de La es-
quina, que muy fKxv, nfK^en, tiene la
vent.Tia -h -i; r. rl ,,„r las habladu-
^■' ■ ■• iK)bre, cual es
n< ~ d<- 1 !i(1« uno; y
Vi'l •■ al. Ix«
comestibles }■ dicen como el del cuento:-— ¡Apun-
te usted! — hasta que el tendero contesta un día
como su colega de marras: — ¡Di á tu amo que ya
me canso de aimntnr, que voy á hm-er fwqo! — Se
comprende, . pues, que el tendero es digno de
gratitud y que <lebiera dái-selo mayor estima-
ción que se le manifiesta. Pei"o, si bajo este
punto de vista le debemos gratitud, es también
cierto, que su comei-cio es un peligro constante
de la ca.sa en que vivimos y de nuestra propia
vida... La planta baja de casi todos los edificios
de Madrid es un depósito de petróleo, de aguar-
dientes, de muchas materias inflamables... Pue-
de decii-se que Madrid está sobre un volcán. Y
á lo mejor revienta uno de sus cráteres, abra-
sando un edificio y devorando muchas vidas.
Mientras esto no sucede el vecino de Madrid
vive descuidado, sin fijarse en el peligi'o; ya
porque todo hombre se cree el favorito de la
fortuna, j'a porque en esta vida de lucha, de
afán y de escasez constante en que vivimos,
creemos que sólo debemos temer á los enemigos
conocidos. Y el tendero es un enemigo anónimo,
y su almacén, verdadero polvorín, tiene un es-
caparate halagüeño, amistoso, que despiert,a
sensaciones y pensamientos gratos.
Dejamos todos los días nuestra casa sin pen-
sar en que tal vez no la encontraremos al volver;
que todo aquel ajuar en el cual hemos empleado
gran parte de nuestra fortuna y al que tenemos
tanto cariño como á nuestra familia misma, des-
aparecerá, tal vez, en una hora, y que de súbito
nos quedaremos con el suelo y el cielo por ho-
gar y por techumbre... Entre todos los riesgos
que tenemos para nuestra familia no contamos
el incendio, jamás... ¿Por qué? — Acaso, prima,
porque es un peligro que nos sigue á todos la-
dos, en todas las ciudades y casas, en los tem-
plos, en los teatros y que llevamos con nosotros
con una caja de fósforos en el bolsillo; con una
lámpara de petróleo en la mano... Hasta en los
bosques, hasta en la campiña, sobre todo por
Agosto, el incendio puede sorprendernos y cal-
cinarnos.
Al mudarse de casa nadie tiene en cuenta si
en el piso bajo ni en cualquier otro hay almace-
nadas materias inflamables; todos, sin embargo,
dejarían de mudarse á una casa si supiesen que
uno de los vecinos era ladrón ó asesino.
El incendio de la calle del Cardenal Cisneros
ha sido terrible. A los pocos momentos las lla-
mas subían por la fachada hasta retorcerse sobre
el tejado. Los vecinos dormían y se encontraron
prisioneros del fuego. El terror animó aquel
tranquilo edificio; se oyeron voces de: ¡Socorro!
corría la gente sin dirección, buscando salidas
entre humo y llamas, entre el golpear en los ta-
biques y las voces de los guardias y bomberos
que llegaban á prestar auxilio. Nadie sabe lu-
char con la muerte cuando ésta le rodea en el
sueño y le despierta oprimiéndole con sus bra-
zos. El espíritu necesita espacio para rehacerse
y la carne temerosa no so le concede; el más
heroico se aturde, se precipita y por evitar el
peligro se lanza en peligros mayores sin vacilar
un momento. En este incendio de Chamberí, uno
de los vecinos se descuelga por un cordel, esca-
so, y se deja caer en la calle, donde le recogen
mal herido... Otros inquilinos se dirigen al nú-
cleo del incendio creyendo evitarle.
En el piso tercero de la casa vivía un jefe de
telégrafo», con su señora, una hermana, una cu-
ñada y cinco hijos; las dos heniianas, uno de
los niños y el jefe de telégrafos, han muerto...
La impresión que este incendio ha pi-oducido
en Madrid ha sido grande y el alcalde se ha
creído en el caso de publicar un bando tranqui-
lizador...
Con este motivo El Impnrrial ha escrito jui-
ciosas observaciones lamentándose de que en
Mailrid «e gaste el dinero en cosas superfinas,
descuidando las necesarias. En efecto, los ayun-
tamiento» de Maílrid dedican el dinero de sus
administrados á obras de lujo; sin emprender
muchas de absoluta necesidad ni de higiene. La
razón de esto se encuentra en nuestro carácter
vanidoso, que prefiere lucir ext^sriormente á
vivir con comodidad en casa; á que Madrid
quiere parecer una gran capital sin los recursos
de otras capitales europeas. Madi-id es cursi.
Además nuestros ajaintamientos se llaman po-
pulares, sin ser del pueblo, y sólo inician y ter-
minan las reformas aristocráticas y las conve-
nientes para las clases acomodadas. Del pueblo
no esperan nada; nada de la masa común, sino
de grupos sociales determinados; á estos favo-
recen y halagan con pi'eferencia. Si un día se
quemase parte del Palacio Real ó de la Presi-
sidencia del Consejo do Ministros, pereciendo
alguien de las i-espectivas familias, verías cómo
so montaba súbitamente un admirable servicio
de incendios y se canalizaba todo Madrid y
hasta se formaba una red de tubos sobi-e el casco
de la población para convertirla, cuando fuese
preciso, on un juego de aguas. Sí, prima, lo re-
pito, Madrid es cursi como un elegante que se
pusiese frac y corbata blanca con pantalones
de color
En cuanto ocurre un incendio las Compañías
de seguros envían á sus agentes por las casas
para invitarnos á que aseguremos nuestros
muebles. No hablo de los edificios porque casi
todos los de Madrid están asegurados.
Entonces, prima, algunos particulares ase-
guran sus mobiliarios pero la generalidad se
contenta con mirar sus muebles sin querer
exponerlos además del incendio á un pleito con
las Compañías... Después do todo, lo que más
tememos perder, nuestra mujer, nuestros hijos,
no son muebles asegurables; y entre los mismos
objetos de nuestra casa, los que mayor valor
tienen para nosotros no tendrían ninguno para
las Compañías aseguradoras... Hay hombre que
en momento de oir la voz de ¡Fuego! sólo se
preocupa de salvar un retrato, un paquete
de cartas, un recuerdo. El militar entonces bus-
ca sus emees; el pintor la obra que tiene empe-
zada; el aristóo'ata su genealogía; el autor dra-
mático su manuscrito; la actriz sus coronas; la
patrona de huéspedes sus cubiertos de plata de
Meneses; el licenciado su canuto; el cura su
breviario; la coqueta su servicio de tocador; el
miope sus lentes; el elegante su gabán de pie-
les; el coleccionista su miniatura... Y esta seño-
i-a no quiere ponerse en salvo sin su canario; ni
aquélla sin su perrito y hay quien aparece en-
tre las llamas, convulso, sin ropas y con su
guitarra.
No cabe duda que todos deberíamos tener en
nuestra casa im pequeño material de incendios:
una piqueta con que abrir boquetes en la pared;
escalas 3' maromas para descolgarnos por los
balcones; sacos salvadores de la asfixia... Nadie
tiene esto. Se contenta con esperar á que vengan
á salvarle los de afuera ó se tira sencillamente
á la calle por un balcón.
Durante algún tiempo ha estado de moda el
hacerlo incombustible todo: edificios, muebles,
ropas ó individuos; pero la gente so va ya con-
venciendo de que contra el fuego sólo hay un
medio eficaz, el más primitivo: el agua. Esta es
la verdadera salvación... Por cierto, Carmen,
que en el incendio del miércoles se presentaron
las bombas inmediatamente; cosa que no suele
ocurrir. Verdad cti (jue en cambio no había en
la calle agua con que llenarlas.
Ignoro si se ha sabido ya la causa del incen-
dio. Se creyó en un principio que provenía de
haberse inflamado el gas; por descuido del mozo
de la tienda; un muchacho recién venido de un
pueblo, que al despertarse y oir en la oscuridad
que su amo le decía: — ¡Virgilio, hijo mío, leván-
tate!— se levantó y huyó espantado, no del in-
cendio, sino de que le llamasen hijo. Pero iuégo
se ha desechado aquella sa])osición.
No te digo una novedad al decirte que la
malicia supone casi siempre intencionados los
incendios en los comercios; yo no sé quién ha
dicho: — «Sólo el diablo sabe los incendios que
ha producido el seguro.» La malicia, sin embar-
go, casi siempre también se equivoca; y lo mila-
groso os que en Madrid no haya más incendios
todavía... ¿Has visto alguien que mire donde
arroja un fósforo ni una punta de cigarro; ni
donde pone una palmatoria, ni como deja, al
salir de casa ó al acostarse, la chimenea?
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
1'.)
Por cierto que los caseros liaii recibido ayer
una lección... Ayer se inició un fuego en la
plaza del Progreso; á consecuencia de haberse
inflamado el hollín de una de las chimeneas de
cierta casa. El teniente alcalde del distrito, que
acababa, sin duda, do leer la descripción del
fuego de Chamberí, no tenía humor para permi-
tir más catástrofes, é impuso al dueño de la
casa una multa por falta de deshollinamiento.
Este propietario que no deshollina ha resultado
ser nada menos que el ex-ministro D. Eugenio
Montero Ríos... ¡Lancemos á la execración de
las generaciones el nombre, ya famoso por otros
mejores títulos, de aquel ilustre gallego!
Si es admirable que no ocurran más siniestros
en las casas, lo es todavía más que no se incen-
dien frecuentemente los teatros; donde el gas
corre y serpentea por los cordones de goma en-
' tre los bastidores do tela y la madera barnizada;
donde se disparan armas do fuego; y se encien-
den bengalas y árboles de pólvora... Algunas
veces, cuando la escena se llena de luz y de
humo, un espectador se levanta inquieto y gana
la puerta por si acaso; fnas el público aguarda
sonriente á que estalle la voz clásica, terrible,
de ¡Fuei/o.' para morir allí, estrujado, pisoteado
y carbonizado.
Verdad es que desde hace algunos años asiste
á las representaciones en cada teatro una pareja
de bomberos; lo cual hace de este cuerjío un
gran plantel de autores dramáticos.
Al pensar en los horrores de un incendio en
tierra firme, consideramos también que no es
comparable al incendio de un barco; aquí el
agua es otro peligro; el barco tiembla, chispo-
rrotea, se consume; y los que buscan salvación
en las olas sangrientas y fulgurantes del mar, se
vuelven, bien pronto con esfuerzos angustiosos,
á coger los restos inflamados de los maderos.
¡Cuántos acasos desventurados amenazan al
hombre! ¡Y al mismo tiempo, que misteriosa y
alta protección la de nuestra vida, que se des-
liza decenas y decenas de años entre tantos pe-
ligros mortales!
Siento que la actualidad haya impuesto á mi
carta de hoy un asunto tan lúgubre; pero él re-
fleja la preocupación de Madrid... Acaso más
adelante, — mi querida prima, — el incendio sea
también la preocupación de Europa; si guerra
se impone. El Incendio sigue á la Guerra.
Un rey de la Edad media, decía: «La guerra
es el incendio.» Y en efecto, cuando una tropa
huye de un pueblo perseguida por otra, le incen-
dia para detener á sus perseguidores; cuando
tiene que abandonar campos llenos de fruto, los
incendia para que su enemigo perezca de ham-
bre. Por donde los ejércitos de Tamerlan habían
pasado, ni se oía el ladrido de un perro, ni el
canto de un pájaro, ni el llanto de un niño... ¡En
inmensa llanura, sólo humeaban los tizones.de
los pueblos!
Termino aquí esta carta, verdaderamente
combustible; y ojalá, — prima, — que la próxima
semana me ofrezca un tema digno de tu corazón;
que sólo se complace en lo que es bueno.
Tuyo,
Fernanflor
-*-
LA CASA DE PEDRO LÓPEZ
(coNTIl^B*^Irt^)
Al propio tiempo ajó la fotografía, arroján-
dola con desdén sobre el arroyo.
— Chica, yo no vuelvo á esta casa, — profirió
la compañera.
— ¡Otra! ¡Ni yo! — replicó la del retrato.
Y ambas desaparecieron á lo largo de la
calle, entre sonoras risotadas, codeando, cabe-
coando y sonándoles á monedas los bolsillos de
líis faldas.
Con filosófica conmiseración contemplaba la
fotografía desdeñada, cuya varonil imagen á su
vez parecía mirarme desde el suelo, cuando
acertó á pasar iin carro y la arrastró, aplasta-
da, informe, bajo el lodo de su rueda.
Entibiando este incidente mi deseo de tomar
la casa, iba á alejarme.
De pronto gritó una voz desde el fondo del
portal:
— ¿Quería V. ver el cuarto, señorito?
Una mujer alta, delgada, pálida, vestida de
negro, apareció en el largo pasadizo que comu-
nicaba con el patio. Había en su semblante una
amalgama do bondad y truhanería, que no pudo
menos do llamarme la atención, y respondí:
—¿Es V. la portera?
— Para servir á usted.
— -Pero ¿y la portería?...
— La tengo en la prendería de al lado, que
por la parte de atrás conduce al patio...
— Comprendido.
— Conque, si V. quiere ver el cuarto...
— No siendo molestia...
— -Nada de eso. ¿A qué está una? Suba usted.
Ella delante, yo detrás, echamos á andar
¡ escalera arriba. Al llegar al segundo tramo, oí
el golpe de una puerta que se cerraba, en se-
guida ruido de tacones sobre los peldaños, y en
el próximo rellano, un señorito pasó, sin verno.s,
junto á nosotros, dásdose aires de don Juan y
tatareando una canción obscena.
Era el original del retrato escarnecido.
II
— Decía Y. que renta el cuarto...
— Once duros.
— Si lo dieran en diez...
— No tengo esa orden. Pero, en fin, vea usted
al amo.
— ¿Dónde se le ve?
— Para poco en casa; en el teatro, en el cafó
de Lisboa...
— Alegre vida lleva el amo.
— ¿Qué quiere usted? Cada uno tiene su modo
de matar pulgas.
EL DOMINO (Cuadro de Fraukr limmle,.)
— Con franqueza, el cuarto no me disgustará,
si efectúan en él algunas mejoras.
■ — A la vista están los operarios.
— Con todo, aparte del precio, tengo otra
razón más poderosa para tentarme la ropa antes
de tomarlo.
— Usted dirá.
— He visto salir á dos mujeres...
— i Ya! No siga usted; se trata de la inquilina
del segundo, que se nos ha entrado por sorpresa
y la hemos despedido. Desocupa el cuarto á fin
de mes, en cuanto consuma la fianza.
— De suerte que los vecinos...
— Son de lo más tranquilo de Madrid.
— Ya digo, no siendo en diez dwos... y me
corro en dos; no puedo dar más que ocho.
— Vea V. al amo, ó si quiere V. le veré yo.
— ¿Cuándo termina el mes?
— Faltan ocho días; para entonces habi-án
concluido los operarios, y el cuarto quedará en
disposición de ser habitado.
— ^Pues bien, mañana ve V. al amo, pasado
vuelvo yo por la contestación, y si ésta es favo-
rable, no hay más que hablar.
— Corriente... Mire V., sentiría que no nos
arregláramos, porque tiene V. un aire, y una
cara... Me parece V. una persona formal; en fin,
me ha petado usted.
— Muchas gracias.
— No las merece.
— Conque, entendidos ¿verdad?
— ¡Ya lo creo!
— Contando con que la del segundo.
— Por supuesto.
— Pues hasta pasado mañana.
— Hasta cuando V. quiera, señorito.
La do aquella tarde fué la peor comida de
cuantas verifiqué en la casa de huéspedes; dos
de éstos, por si era ó no era Catalina buen
autor, por si Gayarre cantaba ó no cantaba con
más arte que Masini, atronando el comedor, se
dijeron mil picardías; volcaron tres copas llenas
de vino; i'ompieron una fuente; y la criada, que
en otra servía un guiso, fué á chocar de un
codazo contra la repisa de la chimenea, vertien-
do el contenido de aquélla sobre la levita de un
comensal. Nos quedamos sin principio. Yo me
retiré á mi habitación, mohíno y enfurruñado,
diciendo entre dientes:
— Aunque no lo bajen , mañana tomo el
cuarto.
(Se continuará.)
Jl'.\N TOM.ÁS S.\LVANY.
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HEBO (fnadro de Sichcl)
T,\ TT.T'STHArTOX TBERICA
REVISTA científica
RaMtaioa d« lo puiriíe.-lUí lobra aroncM
M. E. Z<d» ha añadido con í>i Of>ra un canto
iti.is ¿ so poema pesimista de la animalidad hu-
ii.ana,-» — docln recienfciuente Jwles Lemaitre en
uno do sus brillaiuisiinos artículos de critica li-
• -.ria. — Sin dnda que valdría más que los
Kres de talento se dedicasen á cantar las
'.encías y perfecciones de la humanidad,
. ¿qué le vamos á hacer si á cada momento
Ki ualidad parece poner cruel empeño en hu-
] ülnr !:-> to que tenemos en el maravilloso em-
Por duro que sea tener que
;.>davía muchas capas huma-
nas sumidas en la animalidad más repugnante,
lío de otra suerte se concibe un salvaje cri-
men cometido hace pocos días en un pueblo del
Morbihau. crimen quo prescindiendo do su le-
rocidad puede consideraree como un Hoi-umento
elocuentísimo del ari-aigo de ciertas supersticio-
nes en el magín del vulgo.
Diremos ante todo quo el Morbihan e.s una
de las comarcas máa atrasadas de Francia; aun-
que parece imposible, profesába.se allí toda-
vía el paganismo en tiempo de Luís XIV,
mas no ol paganismo helénico 6 romano sino el
brutal fetichismo de los australianos ó del
Congo, especialmente el fetichismo litoliUrico,
6 sea la adoración de ciertas piedras. En un
pueblo de dicha región, vi\-ia pues una familia
de molineros, compuesta de los padres y cuatro
hijos, — dos varones y dos muchachas. Una do
éstas, muy linda, un tanto coquetuela y algo
sabedora de lectura y escritura, veíase reque-
brada por los mozos del lugar á quienes proba-
blemente encontraría demasiado brutos pai'a
merecer su blanca mano, — pues blanca debería
ser, como de molinera. Esther, que así se lla-
maba la mozuela, era festejada y estimada como
nadie, y esto engendró celos en el ánimo de su
familia, recibida siempre con repulsión por los
vecinos, á causa quizAs de su imponderable es-
tupidez. FuéronsR los padres á consultar con el
reverendo párraco sobre la diferencia que se
advertía entre las simpatías do que gozaba Es-
ther y la aversión que inspiraban ellos, dolién-
dose de paso de la esquivez de la doncella en
aceptar ninguno de los bueno» partidos que^ le
salían para casarse, á lo cual contestó el señor
rector, émulo do Bossuet, que Esther «.eduba fO-
atida itel demoino de' ornullo.y
No cayó en saco roto la opinión del párroco.
Celebróse un conciliábulo y decidióse quo ya
que Esther tenía metido en el cuerpo el denw-
iiio del orguVo y costaría muchos cuartos hacér-
selo echar por los curas especialistas en tales
materias, lo mejor seria que los hermanos se
PLAFÓN DECORATIVO (Fresco de Paul Baudiy)
' iicart'a<i<-n de ejecutar ellos mismos la opera-
• ••'i:. TnijTí, iná.-i, en cuanto la familia sabía por
el modus/''d'vdi. Así ñié: metieron
:irto á la desgraciada Esther; echaron
la llave; ]<<» dos hermanos desnudaron á la jo-
ven y iiiif i.fiii.'í la otra chica y los viejos esta-
ban 'a letanía, ellos con un berbiquí
pra- • ;iiri) agujeros en el cuerpo de la
dfi*'. uno en la frente, otro en el vien-
tn- \ .., . . ,, cada pierna, pero con indecible
a.-^'iiibro no vieron que e.scapase por ninguno de
r-llr.-i <■! (/<v '' í/i ^u/fo; sólo se escapó mucha
-.-.ii;ín-, \ ;;i vida.
N' : ■;. II. po sin que se notase en
'd }■ :■ n de la linda molinera:
') y «in esperar á que los tri-
. an el caso, fueron cogidos los
:. .• -■icj» y (Xuiplicí* del fraticidio y encerrados
• !i un maniconii<>.
Se nca pen
ooofonDcs cr.-i
matadorevnr'
Í-T> H
nos manifestemos dis-
ón dada al asunto: los
locos, sino simplemente
mió e.H para el loco, no
a á la í-KCuela,
' '1 dfjctor Ez-
n meterse
.. io alli agu-
un berbiquí; esto proce-
de de ignorancia, de falta de instrucción, no de
perturbación de la mente.
Véase, pues, si tiene razón Zola al ijispirar.se
en la animalidad humana para escribir toda
una voluminosa biblioteca. La superstición por
una parte, la sensualidad bestial por otra, re-
tienen todavía á gran parte de la humanidad en
los tenebrosos fondos á donde no llega la noble
luz de la razón suprema y libre.
Esos hechos hon-ibles, como el que acaba de
tener efecto en el Morbihan, si pueden desalen-
tar por un momento al pensador creyente en el
progreso, arraigan en cambio la convicción de
la necesidad imperiosa do extender la instruc-
ción, aún valiéndose para ello de los procedi-
mientos más tiránicos. Seres como los que han
llevado & cabo la hazaña que hemos referido,
son un peligro social, pero un peligro que puede
combatirse mediante la propagación enérgica de
las luces.
Y no se tome por vana declamación lo que
decimos, porque la verdad os, como escribe un
sabio ilustre, M. Girard de Rialle, «que los pro-
gresos hechos por la humanidad á través de las
edades no son realmente apreciables, fuera de
las cosas de la industria, más que en un número
relativamente corto de individuos, y que las
masas profundas de las ¡¡oblaciones so libran
muy poquito á poco de los lazos de las antiguas
supersticiones, ingertas, por otra parte, unas
en otras y á menudo toleradas, aceptadas y aun
adoj)tadas por sistemas teológicos de una gran
elevación moral» (1).
No jiretendcnios que con la propagación de la
instrucción puedan crearse caracteres como los
de un Espinosa, un Littré, un Sanz del Río etc.,
pero cuando menos quizás po(lrian hacerse abor-
tar esos espíritus que imbuidos do superstición
llevan luego á la práctica sus bárbaras concej)-
ciones sobrenaturales, como los molineros del
Morbihan y otros que no son molineros ni inor-
bihancses, pero que no por eso dejan quizás de
clavar una puñalada por la espalda á los que
suponen tienen diablos en el cuerpo.
* *
I
Asi como á raiz de haber cumplido M. Che
vroul su siglo de existencia todo se volvió des
cubrir centenarios, más ó menos auténticos
pasa ahora lo mismo con los y<yuiiavfes, citan
dose numerosos casos de personas hechas
prueba de hambres, — aunque sin olvidarse po
eso de algunos que, menos acostumbrados á 1
dieta absoluta de alimentos, han i'allecido d
(I) 1,11 Mi/tlmlogie comparée, img, ■¿¿1.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
'l'A
inedia al cabo de un tiempo más ó menos largo.
Pero sobre esto último, dijo ya lo suficiente el
Dante en el episodio del conde Ugolino y sus
tres hijos y ofrecen también sobrados ejemplos
nuestros maestros de escuela y aun alguno que
otro subsecretario de Ultramar; (parece que al-
gún otro ex-subsecretario de lo mismo, escar-
mentando en cabeza ajena, ha tomado á tiempo
las oportunas precauciones). Hablemos, pues,
únicamente de los que no se mueren por no co-
mer, empezando por la noticia que ha corrido
estos días por los periódicos respecto á existir
en xm pueblo de la provincia de Orense una mu-
jer que hace cincuenta años no ha comido ni
bebido apenas. En tal caso, Galicia tendrá el pri-
vilegio de poseer las mujeres menos comilonas
que hay en toda la redondez de la tierra, pues se
habló también de no recuerdo que S'inte , — con-
temporánea,— de por allí, que hacía once años no
probaba bocado, aunque la tal no se movía de la
cama, y la quintañona de ahora, anda, aseguran,
por aquellos trigos, como pudiera hacerlo otra
cualquiera labradora.
Ahora bien: ¿puede ser eso? ¡Pásmense mis
lectores! Yo no diré que sí, pero tampoco diré
que no pueda sor. Constan con toda certeza mul-
titud de casos de este género; sobre todo, es
considerable el número de mujeres místicas que
han podido pasarse muchos días, meses y aun
años, privadas de todo alimento; poca gracia
tiene el ayuno de Santa Eufrasia, que, después
de haber sido tentada por el demonio, permane-
ció siete días sin comer; mucho más serio fué el
ayuno de San Alberto, pero ya es mucho el caso
de Cristina Michelot, una amenorreica, que per-
maneció tres años sin probar bocado, conten-
tándose con beber agua; (observación comunica-
da por Landrillon á la Academia de Ciencias de
París, en 1756 (1). Estos ayunos, casi vulgares
entre los fakires hindos, se explican sencilla-
mente por la reacción de lo moral sobre lo físico,
perfectamente estudiada hoy día siguiendo el
impulso dado por Cabanis ya á fines del pasado
siglo, y también por el gran poder de la volun-
tad, como suponemos ha sucedido con Merlatti.
El doctor Cheron ha exhumado con este mo-
tivo la historia de un canónigo de Noyon, que
comenzando el miércoles de Ceniza de 1460 se
pasó tres años, ocho meses y doce días sin co-
mer. Con todo, antes de comenzar su prolonga-
do ayuno, habíase preparado el buen señor un
brevaje en que entraban, — naturalmente, — un
cocimiento do lagaitos, víboras y sapos; los co-
rrespondientes extractos de vegetales narcóticos
y los indispensables polvos de ra/mt mortui.
Como hace observar M. Cheron no era muy di-
fícil que la ingestión de una cucharada del tal
líquido le quitase al digno canónigo las ganas
de comer.
En fin, hemos creído conveniente reproducir
CULLERCOATS (INGLATERRA): EL DESCARGADERO
la receta del eclesiástico noyonés porque dado
el furor que les ha entrado á las elegantes por
volverse flacas, quizás podrán ponerse á dieta
para conseguir su intento, sin peligro de perder
con la grasa el finísimo pellejo que la cubre.
Alfredo Opisso.
EL REGALO DE REYES
— ¡Pero estás muy empecatada, criatura, no
vas á dejar cacharro sano! ¿En qué piensas?
¿Qué te ocurre?
La pobre Maruja atortelada y como abstraída
no replicó palabra á semejante apostrofe; miró
como una tonta á su ama, púsose muy encarna-
da, medio gruñó entre dientes una torpe excusa
y estropajo en ristre y enjabonando la loza como
si le corriera prisa continuó con afán su tarea,
ahora desportillando una taza, luego rajando un
va.so, más tarde quitándole el asa á un puchero,
con harto escándalo de la señora Bruna que no
ce.saba de repetir hecha un basilisco:
— ¡Pero mujer!... ¡Pero borrica!... ¡Pero tienes
manos de hierro!... ¡Pero eres el espíritu de la
destrucción!
Maruja callaba y seguía fregando sin reposo,
en tanto la señora Bruna secaba el servicio de
mesa, después de aclararlo y lo colocaba luego
en los basares muj' emperejilados con papeles
de color de rosa. Allá junto al fuego, bajo la
ondulante sarta de chorizos y morcilla que, se-
cándose al humo, de dosel servían á la ennegre-
cida campana de la chimenea, casi tostándose
los pies en las brasas desceñida la faja azul y
con aspecto cansino, dormitaba el señor Zoilo,
tirando con fruición de un cigarrazo de papel
en el que ardía á buen seguro y malísimamente
liado .su medio cuarterón de tabaco. No lejos de
la lumbre roncaba el corpulento mastín hecho
una rosca, y el rubio gato, que de cuando en
cuando abría sus ojos y se enteraba de lo que
acontecía en torno, dejando oir su más plácido
gruñido habíase acomodado blanda cama entre
las patas del perro. Un candil, limpio como el
oro, colgado sobre el fogón, acaso humillado
ante la mucha luz que el hogar despedía, tal vez
por falta de aceite y sobra de pábilos, daba las
últimas boqueadas en tanto las llamas de la ho-
guera en la que se quemaba el tronco de Navi-
dad, como persiguiéndose unas á otras y ten-
(li Alfred Mftiiry. Lo. Uagie it V Asírolog e dans l'anti-
quité et au mogenage, p, 304.
diendo á subir chimenea arriba en biisca de su
amigo el aire, iluminaban con un resplandor
claro y alegre las paredes dadas de j'eso de la
cocina, los taburetes y la mesa de pino sin pin-
tar, el curioso fregadero, el aseado pié de los
cántaros del agua, los relucientes azulejos del
fogón, la cobriza batería de caceíolas y sartenes,
los basares adornados de colgadui-as de papel,
la escopeta y el cuerno apoyados junto á la ven-
tana, los machos próximos al fuego, algunos
chismes de labranza tirados aquí y allá y varios
trebejos de todos oficios arrojados por todas
partes, que el señor Zoilo, si era labrador de
profesión, gustaba de la caza, y activo como él
solo, mataba los ratos libres que le dejaban sus
labores y no sé qué cargo do justicia que en el
pueblo ejercía, en perjeñar y hacer con no poca
maña trastos de carpintero. Fuera... cualquiera
asomaba á fuera las narices. Soplaba un viente-
cilio sutil, se había entrado la noche oscurísima
y empezaba á caer la nieve en silenciosos copos.
Por fin quiso Dios que se acabase el fregado;
dio la líltima mano la señora Bruna á los ca-
charros, encarándose con su marido, le gritó:
— Oye tú, Zoilo, despabílate que vamos á echar
un tute, — y á renglón seguido la gruñona mujer
le dijo á la criada: — súbete á acostar. — Pues aho-
ra pongo yo mi zapato, — refunfuñó Maruja para
COJIO Eli PEZ EN EL AGUA (Cuadro de Eerrc
nte en el Museo Nacional.— Dibujo de P. y Valor)
M
L-\ ILUSTRACIÓN IBÉRICA
st» •denm». pero no lau bajo «iUf »io iKMvibiese
abro U «'!'.•'■'■ Tí""!!». — ¿Qn¿ mascullas boy de
mu,i,t,^«_ éjrta eu tanto sacaba K^s
níuM» del «...j-.. >i<> la lueisn— Xada, sofiora.
bmul, — y la *ir\-ienta eiulorcuS sas pastw por
uilp)et*'«iK*lerm qnr ■ ' - ..•--.)., .......1,..;,,
iPobre criatura! Tosía con frecuencia, era de
complexión delicada y débil, tenia el pecho muy
hundido, las mejillna muy pálidas y los pómu-
los muy salientes; apenas contaría ti-ece años y
estaba en esa edad crítica, en la que el ángel
pienle sus alas v se trasforma en mujer. No se
•'* V ' wf;
V
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la podU llamar f^a, annqne no pasaba de gra-
bien qii« ■ ' ' ' trabajo y la mucha
i le robaba . á «n cara, fulgores á
MM ojoK, brillo 4 »u pelo y redondez á en» for-
mas. De ordinario ae cata de saefio al terminar
soa tarean; aquella noche aobia Mamja las es-
calcraa mny desvelada, con más seguros andares
T nn si M DO es inquieta y febril. Las palabras
de la mocosa de la hija de la señora Bruna,
repercutían sin ccHar en los oídos de Maruja,
atronándole el tímpano con inusitado y constante
machaqueo:
— Esta noche vendrán los Reyes á traerme
un regalo, ¿verdad madre? Dejaré uno de mis
zapatos en el balcón de la sala.
Así había dicho la niña al acostarse, y la idea
del regio presente volvía loca á Maruja. Ya
recordaba olla, va, que ol año anterior trajeron
esos señores Magos á su amita, un enorme mu-
ñeco con una do rasos y seda que era lo que ha-
bía que ver. Pues lo que es esto año no se que-
daba lilaruja sin regalo. Descalzóse para que no
sintieran sus pasos, concluyó de subir la esca-
lera, atravesó sin ruido la sala, abrió el balcón
que daba á la plaza, y, con cautela, como si do
algo malo se tratase, dejó uno de sus recios bor-
ceguíes pegadito A la barandilla do verde ma-
dera del balcón. Luego desanduvo lo andado y
so acostó. Pero un demonio cogió ol sueño.
Hecha un ovillo y tiritando de frío permane-
ció insomne en la cama. Que cosa tan extraña,
¡no podía dormir! Y si cabeceaba so le ofrecían
ante sus ojos lujosas cabalgatas y unos señores
muy ricamente vestidos con unos criados de
cara de cisco y unos camellos con no sé cuántas
jorobas. Traían repletos sacos de juguetes y los
colocaban sobre su cama, diciéndole los señoro-
nes: para tí. ¡Para ella!... Y al irlos á coger
Mamja se despertaba. Poníase entonces á rezar
para que los Reyes se acordasen de traerla algo,
y murmuraba entre sus oraciones, — ¡señor Dios,
mándeme usía una muñeca que hable como la
de la hija de la alcaldesa! — Así estuvo mucho
tiempo; Dios sabe cuanto. Al cabo no pudo re-
sistir más la tentación; se puso las medias y
una falda, se cubrió los hombros con un pañue-
lo, y á obscuras, á tientas, con sigilosa planta,
temblando toda se salió de su alcoba y se
encaminó á la sala, abriendo un poquito el bal-
cón, lo suficiente para ver que allí estaban su
zapato y el de su amita, pero vacíos.— ¡Si no
vendrán!... — pensó Maruja, con zozobra. Volvióse
al lecho, tomó á sus rezos y á sus sueños y á
despertar; no se oía en la casa ni el más peque-
ño ruido; debía de ser muy tarde. Otra vez
comenzó á dar vueltas entre las sábanas y otra
vez se vistió y otra vez se fué al balcón de la
sala. ¡Cielo santo! El zapato de la amita tenía
una muñeca con sobrefalda y rubios cabellos y
un traje hermosísimo de raso. Pero el zapato de
ella... en su zapato no había nada. ¡Dios mío!
Habían llegado ya los Reyes por lo que se veía,
y sin embargo, ni el más mínimo regalo en su
borceguí!... ¡Sino se acordarían los Reyes de las
niñas pobres!... Pero aquel señor Dios ¿en qué
pensaba? Descorazonada y dando diente con
diente se volvió á su cuarto. Tal vez no se fija-
ron en su borceguí, pero no había que perder la
esperanza; puede que hicieran otra visita al
pueblo. Dos veces más fué al balcón y dos veces
más sufrió un nuevo desengaño. Tornó una
tercera; era de madrugada y entonces se levantó
iracunda y nerviosa; ya no rezaba, abrió el bal-
cón; el borceguí continuaba vacío. Entróle mu-
chísima rabia, llamóles tíos á los Reyes, y sin
poderse contener, agarró la muñeca del zapato
de su amita, la tomó con ternura entro sus bra-
zos y escapó con ella á su dormitorio. Una vez
en él le dio mil besos á la muñeca, la estiró el
trajecito, la dijo cariñosamente pobrecita y... de
pronto se echó á temblar llena de miedo. — ¡Soy
una ladrona!... — pensó... ¡Y su amo que era de
justicial... ¡Dios mío!... la que se iba á armar
por la mañana. Se vio en la cárcel, en un cala-
ííozo muy obscuro y con muchos ratones. Lo
mejor era volver la muñeca al Vjalcón. Pero ¡de-
jaría, desposeerse de ella! ¡Nunca! Tomó una
resolución desesperada; huir. Se arropó con un
mantón, se puso unas chanclas viejas, bajó des-
paciosamente á la cocina, abrió con silencio el
pórtico que siempre quedaba con solo el pesti-
llo, y sin soltar la muñeca de sus amores, dióse
á correr por la plaza y se perdió por una calle-
ja. Nevaba ¡cómo nevaba! Los copos impulsados
por el aire le azotaban á Maruja la cara, cortán-
dosela materialmente. Y el viento hacia música...
por las encrucijadas, con un huo lastimero que
asustaba. No podía seguir su camino con aquel
viento y aquella madnigada. Entonces se refu-
gió en el quicio de la primera puerta que halló
al paso, acurrucóse, murmuró tiritando, — ¡pobre-
cita!... ¡Se me va á helar!... — Arropó bien á la
muñeca, la dio un beso y se puso á cantarla un
estribillo para que se durmiese. Seguía nevando
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
27
con furia, el viento arreciaba y el ñio aumentó
de atroz manera. Poco á poco sintió Maruja una
pesada somnolencia, algo como entumecimiento,
se rebujó cuanto pudo en su pañolín, inclinó
sobre el pecho su cabeza y al cabo le acometió
un sopor profundísimo mejor que sueño. Y se-
guía nevando con furia y la nieve comenzó á
arremolinarse en torno á aquel cuerpecito de la
chicuela.
A la mañana siguiente advirtieron varios ve-
cinos un montón de trapos en el quicio de
aquella puerta. Fueron allá y se encontraron á
la Maruja muerta, heladita, dura como una pie-
dra. Sonreía como sonreirán los ángeles; en su
rostro había algo muy tierno y dulce y tenia en
sus brazos, estrechamente abrazada, una pre-
ciosa muñeca de rubios cabellos, y ricamente
vestida de raso.
A. PÉREZ €r. Nieva.
-*-
EN EL ANDAMIO
El día amaneció lluvioso y, ya entrada la ma-
ñana, comenzó á caer un aguacero que no había
de cesar hasta la noche.
Poco antes de las siete, fué reviniéndose un
grupo de albañiles en una de las esquinas de la
calle de Alcalá, frente á una casa de seis pisos,
á la sazón envueltos de arriba abajo por una
espesa red de andamiaje, entre la que se veía el
yeso de la fachada, picado á trechos y á trechos
desmoronado.
Parecía la casa un enfermo cuya piel, rugosa
y llagada, cruzasen diferentes vendas.
Dando el reloj las siete, los obreros se pusie-
ron en línea y se contaron.
— ¿Quién falta? — preguntó el capataz de la
cuadrilla, que había echado uno de menos.
— El manco, — respondieron varias voces.
— Es extraño; siempre viene el primero; algo
debe ocurrirle.
— Puede que esté enfermo.
— El bizco lo sabrá, que es el novio de su
hija.
■ — ¿Oyes, bizco?
—Oigo.
— ¿Qué es de Juan?
— ¡Yo qué sé!
— ¿No fuiste anoche á su casa?
— Ni vuelvo.
— ¿Has tronado con la Blasa?
— Como arpa vieja.
— Basta de conversación, y á trabajar, que
ya es hora, — dijo el capataz, interrumpiendo el
diálogo.
El grupo se deshizo y, trepando por las so-
gas, fué cada cual á ocupar su puesto.
De allí á poco, al ruido de la lluvia, se unió
el sordo y acompasado golpear de las piquetas
en el muro.
Era preciso andarse con mucho cuidado; el
yeso y el agua habían formado sobre las tablas
un barro suave y escurridizo, y, al menor mo-
vimiento, podía desviarse el pié y dar con un
hombre en la mitad del aiToyo.
Media hora después de empezada la faena, se
presentó Juan, con los aperos al hombro.
El capataz le salió al encuentro.
¿Se te bíin pegado hoy las sá-
— ¡Qué!
bañas?
-No, señor.
-Traes los
ojos hinchados aún por el
sueno.
— ¡No fuera malo!
— ¡Qué te ocurre?
— Nada.
— Pues, aquí, ya has ganado tu jornal.
Juan pensó qvie le despedían.
— ¿Qué me quiere V. decir? .
— Que tienes cuatro reales de multa.
— ¡Cuatro reales!
— Por no haber venido á tiempo.
— Lo mismo da, — repuso más conforme.
Y c.'inililünilii <]f> tuno, ¡liifiilió;
— ¿No ha venido el bizco?
— Allí le tienes, — dijo el capataz, señalando
con el dedo el andamio más alto de la es-
quina.
— ¿Podrían hacerme un hueco á su lado?...
Tengo que hablarle.
^Como quieras.
— Entonces, con su permiso.
— No distraerse, que estamos muy atrasados
y los jornales vuelan. ¡Ah! oye; te perdono la
multa; pero, no digas nada, porque eso sería
dar mal ejemplo.
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— Muchas gracias.
Juan ocupó su sitio, y se pviso á trabajar; á
cada golpe hundía la piqueta tres pulgadas; te-
nia los ojos como puños, los labios temblorosos
y la respiración desigual y fatigosa.
El bizco le miraba, bien á pesar suyo, con ojo
torcido y, al parecer, no muy satisfecho y gus-
toso do la vecindad que tenia.
— Oye, tú; ¿es cierto lo que dicen las mu-
jeres?
— ¿Qué dicen?
— Que has dejado á la Blasa.
— Es cierto.
— Y, ¿tú sabes?...
-¿Qué?
— ¿Tú sabes que la Blasa está en cinta?
^AdÉiiidiliiilÉÉm
LOS VIEJECITOS EN CASA (Cu«<lro de Cari Qumow)
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LA n.USTRACION' IBÉRICA
— ^EsodkeelU.
— Y M verdad.
—y ' r -IODO-
— ^^ ^ que A una mujer se la deja en
tal estaa». sm mis i:' ixjue se te haya
j>(i<x$to en la cabesaV ~ (]iio se echa, asi
como M quiera, eae |>uüaav> de honra á una fa-
milia? ¿CVeea que ni yo ni mi mujer tenemos
pizca 4M ver^gSensa?
— ¡Yo qni aU
— ¿So tengo jm bastantes hijos á quienes
mantener, qoe quieres darme los tuyos? ^:Qué
te has pensado, qoe te vas á reir de mi"^
— Yo no digo nada.
— ¿Qné motivos tienes para romper con mi
hija?
— Ninguno.
— ^¿Es verdad lo que dice tu madre, que no
quieres casart* con la Blasa porque es una tal
y una cual, y pretendes á la hija del tabernero
jKJrque tiene cuartos?
— ¡Quién hace caso de mujei-es!
— Te han visto con ella muchas veces.
— Habladurías.
— Te he visto yo.
—Juste*.!?
— Sí, yo; la otra noche entró á echar unas
copas, y tan amartelado estabas quo no me co-
nociste.
— Sería casualidad.
— ¡Casualidad! ¿eh?... Más pronto se pilla á
un eniImstiMT) rnip ¡I un ciijo. ¡Casnnlidad!... A
mi no me gusta proceder á ciegas y, antes de
hablar, me entero de las cosas. Hoy mismo, en
vez de venir á la obra, me fui á hablar al tío
Robles, quien dice ser cierto quo estás en rela-
ciones cou su hija. ¿Lo negarás ahora?
— Y bueno, ¿qué? Me gusta la Clotilde. ¿Qué
se le importa á nadie?
— Haberlo pensado á tiempo.
— ¿Quién me lo impide?
— La Blasa está en cinta.
— ¡Que no se hubiera dejado!
— ¡Mira lo que hablas, no tengamos luego
que sentir!...
—¿Es amenaza?
— Tómalo como quieras.
— Es que...
—¿Dejas A la Clotilde?
— ^íío, no la dejo.
— ¿Te casarás con mi hija?
—¡Qué m¿s qnisiera ella!
—Piénsalo.
— Por pensado.
— -¡Ah! ¡Prefieres que te rompa el alma! —
gritó Juan, hf^cTio una furia.
Los albaOiles se volvieron á mirarlos.
—¿A mi?
—A tí.
— No hay quien me rompa á mí el alma.
Algunos transeúntes se detuvieron en la ace-
ra de enfrente, ai mido de la disputa.
— ¡Akom mismo vas A verlo!
—¡Cono no se la rompa V. á la...!
Joan, ciego de ira, avanzó, enarbolando la pi-
qnMa con Mnbas manos; el bizco le volvió la
espalda, se asió A las sogas que sujetaban el
andamio, y cuando le vio cerca, ochó las pier-
nas al aire, dándole ton fuerte patada, que el
viejo perdió el equilibrio, resbaló, y, dando
voeltas, fué A estrallarse en los adoquines de la
calle
LUCRECIA (Cuadro (le I.oreuzo Lolto)
fué en presidio, la viuda pide limosna y Blasa se
vende al vicio.
No hay naila más vulgar que la desgracia.
Vicente Colorado.
^
NUESTROS GRABADOS
Lí BIBMt B* nOTCNBKBa
Cuadro fíe Lerche
iQié mlrlflo» emoilAn lado lo» tres dl«rnoi bibliófilos al
top^rM nada m^no» que ron «qnplla BPOIa et'-mftiTipnte
mpraorahl© qii«» ««116 de la« prendas d« Oiit.pMh«-g í»ii log al-
boreal de «n Inrento lnoom*»-ra^lft, r^FuUando. sin embargo,
una obra roaeatra d • la tlpograrial iQué Toliiptiio"o plaeer,
qné enrl'^ld-^d ardiente «e ve r- flí'lado en e*"'B rontro*, reve-
lando en Im bueno* re'lifl «"• la alien d"> «ii' Inii llKen'-laay
el r»-flnamiento d . miii K'i«to<l Dnire emortón de que no
pned^n tener Ideal» briiialHH ad rnd pa de lo" vlb r y fá-
rilra pla<-ere< de la maleri ;d llqnlo reservad. i KOlamenie á
la» a mw eievadaa que dc<ipre«l«iUD aii f«Jo de papeles del
Baucu á trueque de un ttieanuble.
OOHIIÓ
fíundro de Prank Dramtfy
Al miif-rv) iv iievarun al cementrriú el lily./'j, »>
v«iui.uicrio, eí nuco , como m ve, eaUmo» en preaencla de una obra cutera-
mente reátieta, ejecutada con prodigiosa habilidad de müno,
llena de aire, exactísima de luz, y lo que vale mfts que todo,
sincera, natural, espontánea, fuerte. Vengan Dóminos, aun-
que sea de Inglaterra.
LA MATKRNIOAD
Relieve de D. Meñardo Snnmarti
Dibujo de P. y Valor
Digna es esa obra de lo que habla derecho ft esperar de
sn distinguidísimo autor, dando con ella una nueva prueba
de su poderoso talento y magistral ejecución.
La capital de España pcdrrt envanecerse de contar con
nna Joya ePCuUórIca más entre las que ya posee, pne.s ese re-
lieve está desllnsdo á figurar en la puerta principal de la
Casa de Maternidad de Madrid.
H'RO
Cuadro de A . Slehel
No hay psra que repetir aquí la bl torla eternamente la-
men t» ble de L' flufl í» y FI ro, sabid« de jóvenes, de vl< jos y
de niño«, SIch' I ba representado muy a'-* rlHdnm' nie Ih figu-
ra de U desgraelíida amsnte del Intrépido nadudor, I» cuhI,
como se ve, meiocla muy bien la pena de darse Leandro
ak|Uellos diarios y largos remojones.
pi.«Frt» D«r(iRnivo
Fretco de Paul Baudty
Conocido unlversalmente es el nombre del ilustre cuanto
malogrado pintor de la Graudo Opera de París. No tenia
LA ILUSTEACION IBÉRICA
51
ciertamente Paul Buudry la audacia tmtoretttscn de Eugenio
Delacroix, ni se veia en sus obras la monumental grandeza
de las de Puvis de Clmvannes, pero gannha'es á ambos en se-
veridad de dibujo, i n armonioso colorido y en modernismo,
e-to es, en la facultad de inspirarse más que ellos en las pa-
siones y flspirncion' s contemí óraneas.
Paul Biudry era vendeano, nacido de humildíí-ima fami-
lia, y ''eja iníinidad de obras esparcidas por diversos monu-
mentos públicos de Pmtís, como el palacio de Luxembuigo,
el Panteón, la Grande Opera, etc.; txistiendo también algu-
nas en el castillo de Chantilly y en casa de Vanderbilt, de
Nueva-Yol k.
CDLLKRCOiTS: El. DESOAROADBRO
Pocas localidades habrá en Inglaterra más desconocidas
de la generalidad al par que más frecuentadas por los artistas
que esa aldehuela de pescadores, asentada en la costa del
Northumberland, á una milla de la desembocadura del Tyne
y colgada en la punta de un banco de rocas batidas sin cesar
por las olas del triste Mar del Norte. Por el dibujo que damos
hoy de uno de los paisajes que rodean la citada aldea podrá
venirse en conocimiento de lo pintoresco que es aquel lugar,
tau cuerdamente explotado por los marinistas.
COMO KI, PEZ KN SL AGU»
Cuadro de Ferrandiz, fxisUnte en el Mvsío Nacional
Dibujo de P. y Valor
Nunca fuera caballero
de damas tan bien servido
como fuera Lanzarcte
cuando de Bretaña vino;
doncellas curab^n del,
princesas de su rocino,
debía repetir para su sotana, haciendo las oportunns varian-
tes, el buen padre acabado de llegar al Parador del Amor de
Dios.
El insigne y malogrado Ferrandiz figuró esa escena, tan
picaresca y e-^pañola, en tiempos ya pasados, pero todavía
resultarla exacta dándole carácter contemporáneo.
PUENTE DE BADiJOZ
Llamado también el Pudente de las Palmas, y de fábrica
romana, lo mismo que el de Alcántara, de Toledo, es una
espléndida obra degranito, contando 37 arcos, bajo los cuales
corre majestuosamente el Guadiana.
HOMERO, CIEGO Y POBRIT, CONSOI.XNDOSE CON SUS CANTOS
Bajo relieve de Harry Bules
Esta obra se recomienda por su composición bellísima y
por su carácter decorativo, refinadamente itpiritual. Cada
figura expresa intensamente la emoción de que está agitado
el personaje; vése en Homero al desgraciado poeta, privado
de la luz y sumido en la miseria, mientras que el hermoso
grupo que le escucha queda arrobado al dulce son de su lira.
Hay mucha alma en esa obra, ajena enteramente á las archi-
cursis tradiciones del clasicismo.
Lucrecia
Cuadro de Lorenzo Lotto
Este autor, que floreció en Veuecia en la primera mitad
del siglo XVI, fué el que más fielmente conservó las tradicio-
nes de la cálida manera del Giorgione La dama figurada en
ese lienzo es, sin embargo, lombarda, por su tipo y por el
traje, pudiendo calificársela de marimacho á no ser tan her-
moso su semblaute. En cuanto á su personalidad es un mis-
terio, pero un mistirio trágico, quizás, pues algo significa
tener en la mano una pintura representando á Lucrei'ia, des-
nuda, en el acto de darse la muerte para no sobrevivir á su
deshonra, de lo cual le viene llamarse la Lucrecia á ese cua-
dro. Añadamos, para acabar de poner los puntos sobre las
Íes, que en el original puede leerse en el papel que está sobre
la mesa; «Nec ulla Lucretia impúdica exemplo vivet,» cosa
que no tiene malicia, que digamos...
C'onsérva.se este cuadro en la galería de Dorchester (Lon-
dres).
LOS VIKJECIT08 ES CASA
Cuadro de Cari Gussow
Linda e.'<.-!<'na, á pesar de la avanzada edad de los prota-
gonistas. También tiene la vejez su poesía, registrándose en
el arte numerosas obras inspiradas en el tierno afecto de los
vi'jccilos, desde Filemon y Baucis hasta el gracicso idilio
casero representado por Gusst.w.
M>TR NA ROM«N»
Cuadro de Amas Ciisioli. — Di''VJo de R. Camins
Las fisuras y la composición d'' esa obra s< n cirrlamente
mtiv RgrMd^t.les y sinipalif-Hs, pero no se ve que ostt nten el
sello de arcaísmo que debieran. Con todo, importa poco el
título; es nn cuadro llamativo, y la señora y sus fimulas son
todas unas arrogantei matronas, á pesar de su aire, más de
ciudadanas de la Roma sdegnota, con sus bulevares, tranvías
y luz eléctrica, de que se queja el pintor Humbert, que no de
la Roma republicana ó imperial.
KL OBXCÜIO
Cuadro de Waterhouse
Este cuadro pertenece al género sensaeionista, 6 para
explicarnos en cristiano, al que obtiíne sien.pre el aplauso
popular por la viva imprísión que | reduce á primera vi-ta,
estando al alcance de la compiínsión del vu'go. Es obra
verdaderamente notable y pinti-da con escrupulosa exactitud
en los pormenores y gran conocimiei to del juego de las fiso-
nomías, habiéndole prop< rcioLado á WalerLouse uno de sus
mas justos y ruidosos triunfos.
*-
SÁ QUÉ SABEN LOS BESOS?
¿A qué saben los besos?— ayer me preguntaba
una hechicera niña, — de virgen corazón,
y mientras anhelante,- — su vista en mi clavaba
así yo la decía, — colmando su ilusión:
Saben, á lo que sabe,- — gozar en el misterio
oyendo las promesas, — de amor de una beldad;
saben á lo que sabe, — tras duro cautiverio,
gozar por fin sin trabas, — la ansiada libertad.
Al jugo que de flores, — extrae la mariposa,
al gozo en que se tornan, — los días de dolor;
¡El beso es en los labios, — de una mujer hermosa
la gota del roclo, — temblando en una flor!
Saben, á lo que saben, — los soplos de la brisa
que agitan suavemente, — las olas en el mar;
saben, á lo que sabe, — tener una sonrisa
cuando están ya los ojos, — cansados de llorar.
A oir contar medrosas, — patrañas y consejas
del duende ó del fantasma, — que vaga aterrador,
saben, á lo que sabe, — la miel de las abejas;
los goces de la dicha, — los frutos del amor.
Saben á lo que sabe, — la gloria tras la lucha;
la calma venturosa, — tras loco frenesí...
Así saben los besos, — pero, mi bien, escucha:
¡no se los des á nadie!... — (¡á nadie más que á
[mí!)
José Borras.
-*-
LA FUENTE DE LOS CURRUTACOS
(continuación)
LA FUENTE
Del mismo modo que existe en Madrid la ca-
lle de Preciados, que según cuenta la fama,
era en donde vivían los más rumbosos caballe-
ros de la corte, existia en la villa de N... La
fuente de Ion currutacos, que era el punto de
cita, por las tardes, de los currutacos más aristo-
cráticos, como lo era por la noche de todos los
galanes de faja en cinto y de baja estofa.
La visitada como ensalzada /líe» íe se elevaba
al pié de los muros de la villa, y estaba dotada
de cinco caños que prodigaban fresca, abundan-
te y cristalina agua que abría el apetito y que
aun ayudaba á la digestión. Junto á ella se ex-
tendía un abrevadero y en derredor anchos }'
duros canapés de piedra, sombreados por altos
y pomposos álamos, donde gorjeaban pintadas
y canoras avecillas; álamos que con su bóveda
de follaje prestaban apacibles y perfumadas
sombras á los dichosos mortales que cuo>ñlionn-
nietite, como decían en el pueblo, se reunían en
amena sociedad.
Allí entre dos luces se citaban alegres y afa-
nosas las doncellas de la villa y en aquel sitio
el amor plantaba sus reales y la noche prodi-
gaba sus sensuales y voluptuosas sombras á las
amarteladas parejas. Allí se repartían anises,
se probaba el agua, se retozaba, se charlaba, se
cantaba y se adoraba. Allí los currutacos iban en
busca de novia y las doncellitasde galán. Allí era
el cielo de las guapas mozas y el infierno de aque-
llas á quienes la naturaleza las había negado
sus encantos. Allí los currutacos enseñaban á
su manera el catecismo del amor y de allí se
pasaba la generalidad de las veces á la vicaria
y de la vicaria... al cielo del himeneo, á la glo-
ria de las glorias para aquellos que se amaban
y se casaban á impulsos del picaro corazón.
De aquella fuente nacían todas las serenatas
amorosas, todas las pendencias, todas las intri-
gas, todos los celos y recelos, todos los disgus-
tos, todos los líos, todos los bromazos de mal
género en carnaval, todas las comilonas cam-
pestres entre currutacos y doncellas y todos
aquellos enredos más ó menos subiditos de color
que constituían la muy non savcta novela aristo-
crática y popular de aquella bendita tierra.
Una apacible tarde del mes de Setiembre,
que suelen ser más que deliciosas en la florida
vega murciana, formaban amigable tertulia,
como de costumbre, el reverendo padre Nolasco,
el señor boticario, el señor licenciado en medi-
cina, el señor notario de rentas y un coman-
dante de marina retirado, que había perdido la
pierna derecha en el combate de Trafalgar.
Aquellos ilustres varones después de confe-
renciar largamente tocante á la política algún
tanto liberal iniciada por el Príncipe de la Paz,
llevaron la conversación sobre las últimas con-
quistas llevadas á cabo por Bonaparte, comen-
tando sus hazañas como si fueran las de un semi
dios.
De pronto el boticario, que era un célibe ca-
mastrón con ojos de águila y garras de milano,
exclamó con alborozo:
— ¡La viudita! ¡la viudita!
Don Leandro se puso colorado como un toma-
te, levantóse precipitadamente de su asiento y
articuló con cierta mal reprimida vehemencia:
■ — Sí ¡es ella! ¡es ella! — añadiendo por lo bajo:
— Parece la diosa de la tarde montada en el ca-
ballo del sol.
Doña María Luisa, modestamente ataviada,
ostentando en la cabeza un abultado gorro, el
ridiculo en el brazo, el látigo en la diestra, mon-
tada en una soberbia muía que no la hubiera
rechazado el padre guardián, y acompañada de
un mozo de labranza de ligero pié que hacía las
veces de escudero, se presentó en la plazuela
de la fuente.
Todos los currutacos, sombrero en mano in-
cluso el padre Nolasco, corrieron á su encuen-
tro.
— Buenas tardes, señores, — murmuró la da-
mita; — cúbranse sus mercedes y sírvanse hacer-
se á un lado, que la bribonzuela muía ha visto
la fuente y si no procuro complacerla mucho me
temo que no dé con mi cuerpo en tierra.
— Para algo nos dio el Señor los brazos, — ma-
nifestó don Leandro abriendo sus remos.
— Gracias, doctor, — articuló la viudita. — Es
su merced el prototipo de la galantería con es-
pada y casacón.
El arriero tomó por la rienda la rolliza muía
y la condujo al abrevadero.
• — ¿A dónde vamos gentil amazona? — pregun-
tó el fraile acariciando el lomo de la muía.
— A la granja, si su paternidad no manda lo
contrario. Se acerca mi santo y he de dispo-
nerlo todo para la fiesta. Inútil es decirles que
espero que todos Vdes. la honrarán con su pre-
sencia.
Todos los currutacos inclinaron la cabeza en
señal de asentimiento.
• — Tendremos especial gusto en ello, — se apre-
suró á manifestar don Leandro.
La dama mordióse el labio para ahogar la
risa que retozaba en su boca y dijo después de
una breve pausa:
— La invitación se hace extensiva á toda la
la familia. Presumo que no me privará V. del
placer de abrazar á doña Cándida.
El golilla palideció. El no había ni remota-
mente pensado en acudir á la fiesta con su cara
mitad.
La muía agitó la cabeza, giró sobre sus he-
rraduras y se puso en marcha.
L.\ II r^ri; mmhn iükkiiw
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O
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s. No echpn naUsdeH
, —dijo inKÍ^ti(ii,l.. in
• 11 Hatj: :
«Uma.
—Adió* hijita, — contestó el monjo.
- Adió», primaver» de la vida,— articuló don
'-oncedA mil ventunut, — agregó
t'a!'-ii
'■• 1* colme de bendicione»,— afiadió
t/tiB la miad no la abandone,— manifestó el
— Que la dicha la condiiz.ca de la mano,— ex-
clamó el boticario.
Y entre tantas y tantas bendiciones, como llo-
vidas del cielo, doña María Luisa tomó el ca-
mino de sn granja, ansianflo llegar á ella antes
que se ocultase el sol
VI
LA GRANJA
A una legua de la villa de N... se extendía la
magnifica y deliciosa hacienda de doña María
Lniüa; granja dotada de regadío, bosque, viña ó
yermo, que era una verdadera bendición de
Dios.
En el centro de una espléndida arboleda for-
mada por pomposos olivares, fldí-idos almen-
dros, perfumados azahares y arábigas palme-
ras, prodigando benéfica sombra y cobijando
il los alados jiájaros que con sus dulces y suaves
trinos se comunicaban sus amores y dulces de-
vaneos, se levantaba un vetusto caserón, com-
puesto de planta b,^ja y de dos pisos, dotíido de
capilla, de trujales, de inmensas cuadras con .sus
correspondientes pesebres, corrales, fírandiosii
salón, pintado coinedor, cámaras con alcoba y
sin ella, galería, desviines y despejada azotea
lara tomar el sol. "
En aquel pintoresco sitio, que parecía ser una
lella transición entre la huerta valenciana y la
fértil vega de Murcia, doña María, ajena de fati-
gas y cuidados, pasaba los cahirosos días de ve-
rano y los primeros de otoño, entregada d todos
'os goces campestres, que, aunque monótonos,
no dejan de tener para muchos sus encantos.
So levantaba con el sol, bajaba al huerto, to-
maba asiento en una pintoresca gruta, regalaba
el ])aladar con exquisito chocolate, acom])nu;ulo
de fre.sas ó de higos humedecidos por las jwrlas
del rocío, como diría don Leandro, probaba el
agua de la fuente, formaba después un capri-
choso ramo con las más exquisitas flores que
poblaban sus jardines y adornaba con ellas su
gabinete de confianza que recordaba los arabes-
cos camarines
La mañana la distribuía andando y zaran-
deando de una parte á otra; ya regando las al-
bahacas y clavellinas que biotaban en las mace-
tas que adornaban y engalanaban las anchas
galería»; ya dando do comer á los tienioHjialo
mos que se arrullaban y se enamoraban con la
mejor intención; ya limpiando con sus finísimas
manos las jaulas de los arpados canarios y piji-
tados jilguerillos que alegraban con sus trinos el
espacioso comedor; ya vigilando los jionedores
de las gallinas; ya repartiendo el maiz á los
rollizos y majestuosos gansos que se pavo-
neaban en el zaguán llenando los aires de graz-
nidos.
Por la tarde, después de la .siesta, tomaba la
aguja, y con la doncella y la hija del mayordo-
mo, daba principio á la labor, empleando en
ella tres horas largas, que las más do las veces
se deslizaban hasta el anochecer si el tiempo ame-
nazaba lluvia, ó apremiaba la costui-a.
Terminada la cena, la solitaria dama encen-
día el velón, se enconaba en su cuarto, leía sus
autores favoritos que eran Santa Teresa de Je-
sús, el teatro de Calderón y Lope, las poesías
de Quovedo y el Lazarill» de Tonneii, echaba
cuentas, punteaba la vihuela, y cuando el
acompasado reloj con sus vibrantes camiianadas
anmiciaba las diez, sacaba el rosario, rezaba sus
oraciones y terminado tan piadoso ejercicio, des-
trenzaba sus hermosos cabellos, depositaba so-
bro el sofá sus visto.sas faldas, imprimía un beso
á los sagrados pies del Crucifijo do marfil con
cruz do ébano que señoreaba su alcoba, matafta
a luz y se deslizaba entre las sábanas, quedan-
do envuelto entre telas y entre sombras aqnel
precioso y bien formado cuerpo íjuc hubieran
envidiado las hadas y hubiera enloquecido al
Niño Amor.
Tal era, en breve compendio, la vida que lleva-
ba la culta señora, encerrada en su granja, sin
otra compañía que sus doncellas, la familia del
maj'ordomo, los rústicos labriegos, el leñador,
el leñoKo y los gañanes, ípie la admiraban como
á la divina PasUira que se veneraba en uno de
los altares de la vecina iglesia parroquial.
(Se continuará.)
Francisco Gras y Elías.
tklBBItlCM; (Mi^ }«^3«7. hmUw,U^.-4t>múm Ik imhi U propiedad irllMía j literafia.-L« m\mmm en MadriM¡pí¡¡tot^^
) INSÉRTESE Ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL ( '
>:..*«*...««,To T.ro«.i„co M B. B*«i,*.-c*L« o, Vn..^«„„.^, «o«. 17, H».*«c„. db 8a« A^tonic-Bahcelona.
"i i" jT" I i"i[j~" i«i*0~""iTi ^' Ttr~T~'""*Wii¡'i1i'i'TUW'i TI iftÍi~Illil"'iy~Ti T"f"|i'"'i
SEMANARIO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
Año V
Barcelona 15 de Enero de 1887
ITúm. 211
LAS vírgenes locas (.Cuadro do Pendron)
o4
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
SUMA RIO
TmxTO.— JTadrM. Osrfa* á wdpHwM, por Fcrnanflor.— Z.a
«na ii Arir* Ltrn (oaoUnuarlóo), por Juan Toma» S«l-
T««y . -Awaiitm y >r«wi»io«. por Antonia Oplssc- ruó y
iM «HU. por Oarloa Caoo.— £<rM<a ei>>Ki;^a, por Alfredo
Opiao.— £a« ümttomt» tpoeala^, por Tomás Camacho.—
Knaalroa (rabadoa.— !.<■ noeV <f r te anxrtt (po«sla), por
Vioente RIt» Palacio. -¿a JuatU (k tot eurrutamt (eootl-
BoadóD), por Francisco Grai y Ellas.
GaaB^DO*.— Las Tlrgvncs locas.-El rio San Juan (EsUdos-
DnSdoa).— Kl Peixcador.— Francceca de KImIni.- Isabel
de Kste.— Momento de peligro. -Lonei.—RomaDta sin
palabras.— La enfermiu.— Joren marroquí.- Galantería.
—La Nik4 de 8amotr«cia.
MADRID
CA.IITA.S A. IwII FTiZl^A.
Los saiiren toa r el general.- La muerte de do« bandidos. —
El pintor Domingo.— La originalidad y el plagio.
LGUNAS persouaü han supuesto que estas
cartas, — por ser dirigidas & una seño-
rita,— sólo tratarían de asuntos alegres
propios de la hermosura, de la frivolidad, de la
elegancia. No, por cierto; ya he dicho que tú
eres, — á pesar de tu edad y de tu posición, —
una mujer seriecita; que gusta de lo útil y so
complace en estudios provechosos. Si he do darte
cuenta de la vida general de Madrid, forzosa-
mente habré de tratar todo género de cucstio-
ne.s. La.s que hoy son de oportunidad no tienen
carActcr ligero, sino que son graves y de tras-
cendencia social. Escribiré de algunas lo más
agrailableinente que pueda.
Ya sabes que los sargentos han adquirido una
imjKirtancia que desearían los generales. Hasta
el público oj-e con respeto ese nombre y cuando
alguien dice sargento se estremece como si se
trsita.se de un monstruo espantable ó de \m hé-
ro<^ invencible. Su celebridad aumenta. En las
pri.siones militares había siete de ellos conde-
nados á cadena perpetua; han dejsaparecido, con
los encargados de custodiarlos. Otro 19 de Se-
tiembre, pacifico. Este ha sido el último golpe
recibido por el general Pavía, que se dejó sor-
prender por el movimiento del 19 y que no se
ha dado por enterado de la fuga de los presos.
Uno y otro acontecimiento le han pillado en su
butaca de teatro escuchando una ópera. El ge-
neral Pavía es un filarmónico entusiastii; por
nada de este mundo deja su función, y se diría
que la política, los gobiernos, el orden público y
las instituciones no valen para él lo que una
corchea. Los que saben que los conspiradores
muchas veces aseguran el éxito de sus planes
ai ~o de las autoridades sorprendien-
do jii-e temieron que el general fuese de-
tenido en pleno teatro por algunos audaces;
nada parecía más sencillo. El general no debía
ignorar este peligro, mas su vida no vale para
él una ópera. El general cae, no por falta de vi-
gilancia, ni de pericia militar, cae por un azar
—•■"'•. en el estado en que el ejército se
- probable que todos los capitanes
■un igualmente sorprendidos por los
utos. No es posible que un general
•1 y hace un sargento,
¡idiente.Pero ha caido,
<i<; U satisfacción universal,
nubla un astro jmlítico, todo el
aas. En cambio se desuella con
• al feliz que le reemplaza. Pa-
into.
•raa de la conversación general
t» también, — querida Carmen,— propio de hom-
^w** ÍP^*'*? y liMta de hombres graves y feos.
Ix» periódicos traen la relación de la muerte de
Ion bandidoü Fraitco Antonio y Vertedor, que
f .'. . iban en la partida de Mflgares y del Bizco
.'. I..r.,« E^tfl Fra«cí> Antonio, era conocido
idad y su arrojo. Ha muerto al pre-
" ■ '' mismo, una cantidad que
^ de estos bandoleros mue-
d
(•!
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ron asi; su fuerza está en el terror que inspiran;
su valor; á veces, confianza en el prestigio de
su nombre y sus crímenes. Cuando se encuen-
tran con gentes superiores á esa fascinación,
duran poco. Un hombre, al fin y al cabo, no es
más que un hombre, carne }' huesos que no re-
siston al cuchillo y ni plomo.
De cuando en cuando la cuestión del bando-
lerismo renace... Andalucía es una escuela de
bandidos: siomitro hay gente dispuesta al en-
ganche, porque allí el cielo es alegre, la gente
perezosa y el terreno aprojiiado á ciertas em-
presas. Los habitantes del Norte de España no
comprenden como la guardia civil y los solda-
dos no pueden concluir con el bandolerismo an-
daluz. Sin la protección que los grandes propie-
tarios y los pueblos les dispensan, no podrían
sostenerse mucho tiempo... Ma.s hay que pensar
en que los grandes propietarios temen ver sus
cortijos y montes incendiados y que los campe-
sinos defienden sus vidas con el silencio. En
Andalucía y algunas comarcas de Castilla los
pastores pasan la vida en las sierras y barran-
cos, sin más compañía que los ganados, sin ver
más gente que algún caminante, sin ver en
mucho tiempo el uniforme de un guardia civil.
Si en tales condiciones se les acerca un bandido
y les pide comida y les mande que callen, re-
compen.sándoles, tal vez, en más de lo que vale
la comida que le proporcionan, no puede exigir-
seles que vayan á dar parte ú la autoridad. Pri-
mero, que estos rústicos no tienen muy clara
idea de la moral y sí la admiración del hombre
de la naturaleza i)or los hechos audaces; y se-
gundo' que saben muy bien que al siguiente
día pueden pagar con su vida la delación. Por
añadidura, si en ocasiones han comunicado no-
ticias á la autoridad y el criminal ha sido preso,
le han visto luego volver escapado del presidio
ó indultado.
Por si no lo sabes, — y porque merece quedar
consignado en este libro como anécdota curiosa
del bandolerismo, — voy á referirte la historia
del ingreso de Frasco Antonio en la paitida de
Melgares y el Bizco. Frasco Antonio era un gi-
tano que había cometido varios' crímenes cuando
se presentó solicitando plaza. Melgares contestó
á su pretensión diciendo que tenia buenos ante-
cedentes de su valor y que le admitía sin prue-
bas. El gitano insistió. Melgares le dijo que
desde luego le pondría en ocasión de lucirse;
para ver de lo que era capaz, aquella misma
noche debía ir á cierto cortijo y entrar por la
puerta principal, mientras él, con su gente, ata-
caría por detrás. Convenida la hora, Melgares
escribió un anónimo al cortijero, advirtiéndole,
con todos los pormenores, el asalto que debía
dar Frasco Antonio y previniéndole que él no
tomaría parte en el hecho, por lo cual debería
prevenir á la guardia civil y escabechar al gi-
tano. El dueño del cortijo avisó á los guardias;
unas parejas se ocultaron de modo que pudieran
cortarlo la retirada. A la hora convenida, Frasco
Antonio sólo con su retaco, entró en el cortijo.
Dejáronle entrar y cuando avanzaba en la casa
y en lo oscuro le hicieron dos disparos. Vio el
hombre que estaba cogido, disparó y huyó; saltó
una empalizada, se tiró por un barranco, se de-
fendió disparando hasta diez y seis veces, hirió
á un guardia, resultó herido también y presen-
tándose al fin á Melgaros, sin mostrarse agra-
viado, le dijo sencillamente: — ¿Sirvo?
El cadáver de Frasco Antonio y el de su
compañero han sido exi)uestos en Valez y cua-
tro mil personas los han visitado para ver al
que les inspiró tanto horror y miedo. Y basta
do tan siniestras historias que temo, — querida
prima, — que sueñes con trabucos, tricornios,
facas y cadáveres.
Ha llegado á Madrid un pintor favorito, cuyas
obras has visto ahí, en París; ha llegado Do-
mingo, y he tenido el placer de abrazarle. Ha-
cía muchos años que no le veía; está más grueso;
tiene la barba algo cana y el pelo tan desorde-
nado como siempre; pero en sus ojos africanos
resplandece como siempre también el genio.
Domingo es pintor como Zorrilla es poeta.
i Nació en Valencia, completó su educación en
Roma y luego pasó por Madrid y se fijó en
París. El Museo del Prado poseo de él un cua-
dro de su juventud: El desafío, que indica ya
su carácter enérgico; es un verdadero drama
en que las figuras so estremecen como si fuesen
de carne y ante el cual el espectador se sobre-
coge como auto la realidad. En la Exposición
de 1871 presentó muestras diferentes de su ta-
lento: presentó la famosa Santa Clara, ejemplar
de pintura seria, castiza, realista, de amplia
ejecución; los Titiriteros, cuadro de caballete,
do pincel finísimo, cuyos tonos forman un deli-
cioso acorde. En aquella Exposición figuró
también Sagunto, batalla en que todo marcha y
pelea, y dos admirables cabezas. En el palacio
de la duquesa de Bailen hay un medio punto
de gigantesco tamaño, titulado: La lección de
música, que hace el efecto de un esmalte de
muchos metros. Le pintó como él pinta en los
grandes lienzos: á brochazos, como quien se
bate, como quien juega ó como quien se burla.
Domingo se casó con la hija del renombrado
dueño del Hotel de París, de la Puerta del Sol,
y he visto ahora en su casa dos dominguillos
encantadores. No es de los pintores que faltán-
doles el natural están perdidos; su genio inde-
pendiente le dispone á croar, y el natwal le
sirve para ajustar sus figuras y dar á sus cua-
dros el naturalismo que hoj' exigen los aficiona-
dos y que reclaman los precios fabulosos en
que se le pagan sus trabajos. No puede decirse
que pinta de manera, porque su memoria de pin-
tor es tan prodigiosa que sólo con ver un ca-
ballo, un perro, una puerta, se los lleva íntegros
al estudio y los reproduce con nimia exactitud,
A más de esto, sus cuadros valen por su ento-
nación siempre agradable, jamás disonante,
cualesquiera que sean los colores que emplee;
por su dibujo intencionadísimo, que da una
vida picante, luminosa, á .sus figuras, y por
una distinción y elegancia en el color supremas.
Si se trata de acabar, sus tablitas son miniatu-
ras; si se trata de la gran pintura, de cada trazo
surge un mundo. Lo que hace chico parece
grande y lo que hace grande chico. Y sobre
todo la personalidad, la intuición, el hacer lo
que no sabe, el interpretar los libros que no ha
leido; el trasladar á los lienzos dramas, saine-
tes, santos, héroes, caricaturas que viven en su
cerebro revueltos, confundidos, pugnando por
salir deslumbradores y palpitantes. Es el pintor,
en fin, el ave que vuela porque Dios la ha dado
alas... Pero estoy diciéndote cosas que tú sabes
mejor que yo, puesto que tú eres artista y eres
su admiradora.
Como no conozco el texto valenciano del saí-
nete, traducido por el señor Matoses, Matasiete
Espanta ocho, que algunos suponen haber ser-
vido de modelo al señor Burgos para su saínete
Los Valientes, no puedo darte mi opinión en el
asunto. Parece que so ha formado, á petición
de los señores Burgos y Matoses, un tribunal
literario para decidir sobre la originalidad de
dichas obras. Supongo, sin embargo, que este
tribunal cumplirá su misión, que es declarar
que el señor Escalante, autor valenciano, y el
señor Burgos, autor madrileño, son igualmente
originales. Lo cual, después de todo, será la
verdad probablemente.
Estas polémicas de la originalidad y el pla-
gio no se sostienen para bien del público ni de
la literatura, sino para recreo de unos y mor-
tificación de otros. Rara voz el público se inte-
resa por saber si la obra que lo ha gustado es
de quien la firma ó os también de otros autores.
Estima la obra en sí. Los del oficio discutimos
estas cosas; poro las discutimos sin fe, porque
casi siempre el censor ha plagiado más que el
reo en capilla.
Para tener renombre de autor, es preciso es-
cribir no una sino varias obras; y que estas
obras tengan todas ellas una condición personal;
intención, gracia, profundidad, estilo; algo en
fin, que diga: «Soy de fulano.» Quien no tiene
esto, resulta ganancioso hasta con la censura;
y el que lo tiene está sobre ella. ¿Quién no re-
cuci'da, — prima, — el oseándolo que dio el famoso
Nakeua al acusar á Campoamor de plagiario,
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
35
probándoselo por matemáticas? Cien y cien fra-
ses de Campoamor resultaron ser de Víctor
Hugo, mal traducidas y embutidas. Campoamor
quedó convicto de ser un Melgares de la poesía.
Ha pasado el tiempo y los aficionados y el pú-
blico se descubren al pasar el poeta de las dolo-
ras, como el respeto que los caminantes saludan
en los caminos á un guardia civil. Le han qui-
tado á Campoamor lo ajeno; pero ¿y lo suyo?
¿Quién le quita el no parecerse á nadie y que
media juventud poética se le parezca en un todo?
Las polémicas sobre plagios son interesantes á
título de curiosidad; pero no tienen otra impor-
tancia. En el teatro mucho menos; el teatro es
un campo tan reducido que necesariamente to-
dos los autores se encuentran y entrechocan en
él: yo tengo la seguridad de que ninguna de las
situaciones más famosas de nuestros más famo-
sos autores contemporáneos es original; buscan-
do en el fárrago inmenso de lo escrito encontra-
remos esas situaciones sin duda; y tal vez en
obras silbadas. Las situaciones son como el cas-
cabel de la fábula; el mérito está en ponérsele
al gato.
Además el plagio á nadie perjudica. En cier-
ta ocasión me remitieron un articulo, publicado
en América por un celebradísimo escritor... Era
un artículo escrito y publicado por mí en Espa-
ña; él liabia tachado mi firma y puesto su nom-
bre. El ingenioso periodista que me le remitía
le acompañaba con una carta suya, pidiéndome
que lo insertase yo en El Liberal. Le devolví
artículo y carta, diciéndole, que le estaba muy
agradecido al usurpador; porque al hacer mi
artículo suyo me demostraba haberle gustado;
cosa que me satisfacía; y que una de dos: ó los
lectores al leer el artículo no conocían su pro-
cedencia y nada me importaba que se lo elogia-
sen á él, puesto que de ningún modo habían de
elogiármelo á mí, ó le habían leído ya con mi
firma, en cuyo caso el usurpador quedaba bas-
tante castigado.
Valera hablando del plagio en un artículo
preciosísimo lia dicho (plagiando á Larra que
á su vez plagió la frase de un escritor francés),
qxie vale más copiar una discreción ó una cosa
bella, que decir una sandez, una frialdad 6 un
desatino propio. — Y añade Valera:— «Dado que
sandeces, frialdades y desatinos no sean tam-
bién copiados... Discurrir así sería como si al-
guien imaginase que eran hijos suyos todos los
muchachos de la Inclusa. »
Pero, — Carmen amiga, — en la literatura pasa
lo contrario que en la política. En literatura no
se censura el plagio, sino el éxito. De silbarle
el saínete al bueno de Burgos, á estas horas los
madrileños ignoraríamos que había un sainete-
ro de gran talento que se llama Escalante.
De lo cual se deduce que al fin y á la postre,
nadie perderá en este asunto; ni Escalante, ni
Burgos, ni Matoses, todos autores excelentes.
Ni el público.
Hasta otro día querida prima.
Fernanflor.
-«-
EL Rio SAN JUAN (ESTADOS-UNIDOS) Panorama de Fredericton
LA CASA DE PEDRO LÓPEZ
(OOTIHOICIÓII)
Cuando volví á ver á la portera, ella me dijo:
— Esta mañana temprano, he visto al amo.
—¿Y qué?
— Le he pillado de muy buen humor.
— ¿De suerte, qu& pondrá el cuarto?...
— En diez duros, como V. quería.
— Perfectamente.
— Con una condición.
— Sepamos.
• — Que se comprometa á vivir en él tres meses.
Reflexioné un momento y dije:
— No tengo inconveniente, siempre y cuando
él á su vez me responda de los vecinos.
— De esos respondo yo; descuide V., señori-
to, la ca.sa, en acabando el mes, será una balsa
de aceite, y por si así no fuese, aquí está una.
— Corriente; ¿hay más condiciones?
—Un mes de fianza y otro adelantado.
— Pero hasta el próximo...
— So supone.
— En tal caso es asunto concluido. Puede us-
ted quitar los papeles.
— Ahora mismo.
— Por lo que toca al contrato...
— Lo firmaremos mañana, si V. quiere, con la
fecha convenida.
— Hasta mañana, pues.
— Buenas tardes, señorito,
Y la portera me despidió con la amable son-
risa de quien ve colmaiio su deseo.
Veinticuatro horas después puse mi firma
en un papel, al lado de la del casero, cuyo pa-
pel, aparte del sello móvil, pegado en un ángu-
lo, y de los renglones de costumbre, tenía
impresas al margen infinidad de condiciones y
cortapisas de las que no me había dicho palabra
la portera, ociosas unas, disparatadas ó excén-
tricas otras, risibles las más, pongo por caso,
una en virtud de la cual se me prohibía termi-
nantemente criar gallinas, conejos y otros
animales en los pasillos, cosa que parecía reco-
nocerme el derecho de criarlos en las habitacio-
nes, condición, aparte de esto, imposible de ser
infringida, si se considera que el cuarto sólo
tenia un pasillo.
' — El casero teme que le convierta la casa en
una granja, — dije para mi coleto; — pero como
no me prohibe escribir, que es lo que especial-
mente me propongo, allá se las avenga él con sus
ridiculeces.
La firma que en el contrato figuraba al lado
de la mía era la de un tal Pedro López, que así
debía llamarse, el hasta entonces para mí tan
apreciable como invisible casero.
A fin de mes ajusté mis cuentas con la
patrona de la casa de huéspedes; al otro día.
mandé cargar en un carro algunos muebles hasta
entonces depositados en la guardilla de la casa
que habitaba con mi familia, y en compañía de
un doméstico, recién licenciado del ejército y
debido á la amistad de un capitán de infantería,
cuyo asistente había sido, procedí á la mudanza
de la cual esperaba el bienestar tan codiciado.
ni
La casa de Pedro López constaba de tres
pisoo y un sotabanco, con fachada y balcones al
mediodía, circunstancia que me decidió á habi-
tarla. Era un tanto vieja, pero no estaba mal
conservada, por más que su dueño hubiera
obrado cuerdamente mandando revocar el fron-
tis. El portal ya lo conocemos; al lado de éste
había una prendería, cuya mejor prenda era la
portera casada con un empleado de corto sueldo
en las oficinas del ferrocarril del Norte, la cual
prendería tenía en su interior dos habitaciones
con puerta y ventanas á un patio alto, estrecho
y rectangular, semejante á una gran maleta
descansando sobre una de sus caras laterales.
(Se continuará.)
Juan Tomás Sai.vany.
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33
8.
s
FRANCESCA DE rIMINI (Cuadro de L. Sofitaann-Zelta)
3S
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
N
AMULETOS Y PRESAGIOS
ce* ta". !
rii ''n !;i s>HÍ.HÍ:vl ¡utiuil ju-eocupacio-
V, •,-•■ v! is iiu.-niii luit'or llegado nues-
■:\' - lie iluslración y cultura de
.:<■ , bln.sona, no ha consejiíiiido
hcaí r.r i'i' > i ■ -« v.v '• :_'ado de pasadas edades.
Ameiii'ia 'Hi>' .1 li.nibre ha ido perfeccionán-
d.i6« en PUS ron. .oimientos intelectuales, la luz
d> 1 estadio ha disuelto las sombras que cohibían
su inteligencia, suavizando sus asperezas. Hoy
no se cree en hechizos y brujerías como sucedía
antaño, pero si en la influencia propicia 6 per-
niciosa de determinados objetos, pi-eocupación
disculpable enti-o las clases ignorantes ó faltas
de la debida instrucción, pero altamente incon-
cebible entre personas mediauaniente instruidas.
Mas como la ley de contrastes parece jire-
sidir nuestros destinos desde remotas edades,
las grandes preocupaciones, los errores más in-
ven>sírailes han sido siempre amparados, si no
Í)Oi' las gentes más ilustradas, á lo menos por
as más ilustres que han figurado en el mundo.
ISABEL DE ESTE (Retrato del TIcIhdo)
Dnrant*" el Kenacimierto se rinde fanático
asnerto ■■ _'ios y supersticio-
'roíi de 1 i.s son el terror no
orte [Kintiticia si que también de las
iia.s V las de España y Francia; don-
parezca un descendiente de Ca-
.v; aílivina un precurKí)r de la
••- I»H hechiz<»H y las más absunlas bni-
w.ii 1.» I.,,...-,,, ;...,..< ,„¿j, profundas
;;id.
■^,'•11 pleno siglo XVII,
XIV es la que mayor
facilidad se
■I de eitibau-
::;ir/.-ii] < i
bT»"Vaje<4
'IIIH,
lar,
los
1 re-
ras de aquella época de memoiablo depravación.
Mme. de Mont«span, la ambiciosa favorita del
rey, la rival afortunada de Mlle. do La Vallic-
re, se entregó en cuerpo y alma á la famosa
Voisin, célebre por los brcvajcs que preparaba,
y al influjo de los cuales fió la Montespan apo-
derarse do la voluntad del roy. Indudablemente
consiffuió su fin, no por la eficacia de las póci-
mas déla Voisin, ni por el éxito do cierta escan-
dalosa misa, de cuyos detalles hago gracia ú
mis lectores por no descender á la j)omoKrafía,
sino por el carácter de Luís XIV, tan fácil de
sucumbir á las coqtieterías de aquellas depra-
vadas cortesanas.
Hoy únicamente las maritornes fían en el
influjo de frutas y bebidas jireparadas para con-
quistar el cariño de sus insensibles adorados; el
buen sentido ha IíicüuV, !i<!,1,;.i- i;,n esta ridi-
cula preocupación entre las geuteisu-egu.i.
te educadas, pero, como he indicado, iSul
todavía algunas, impropias de la ilustración
que hacemos gala.
A todas las piedras preciosas se las conce<l(
determinada virtud. Los ópalos con ser una d(
las piedras más delicadas y de más vistosí
combinación, pues no cabe darse conjunto múf
bello que los ópalos montados con rubíes ó coi
bi'illantcs, son considerados como una iiiedrf
fatídica y de mal agüero; ¡quién es capaz d(
convencer á una dama algo supersticiosa de qu(
los ópalos no traen desgracia! ¿y las perlas
negras? ahí es nada el funesto sino que entra
ñan. El rey Chico llevaba un collar de pcrlaí
negras al sucumbir Granada. Si la leyenda nc
es fábula, Boadil pudo adornarse con perlas
negras como símbolo de luto ó de pesai" sir
embargo, se ha sacado del hecho el partido su
ficiente para convertirle en leyenda, y cual s
esto no bastara, para hacer mirar las perlas ne
gras con alguna prevención á la muerte de Dor
Alfonso, los periódicos de la corte nos enteraror
de la historia de una perla negra que poseía Is
real familia. Se trataba de una sortija que habís
pertenecido á la primera Regente, á Doña Mer
cedes, á la infanta Pilar y á Don Alfonso, res
pectivamonte; todos usaron la mencionada alhajf
hasta morir, y hoy la lleva pendiente de si
cuello la Virgen de la Almudena, en su mode»
tísima y populan capilla. Si realmente las per
las negras tienen alguna influencia maléfica
preciso es convenir en que deparan todos sus ri
gores entre los seres de regia estirpe.
Las turquesas y las piedras llamadas ojos di
gato se consideran como verdaderos talismanes;
hay quien se adorna de continuo con alguna joya
que contenga piedras de estas últimas y espera
con infantil confianza una ventura que difícil-
mente consigue, pero que espera ver realizada
merced á la bienhechora influencia de las be-
néficas piedras.
Las esmeraldas llaman la fortuna; las perlas
blancas son símbolo de la más inmaculada pu-
reza y, sin embargo, indistintamente las vemos
usar á quien acredita y á quien echa por tierra
su destino.
Las italianas son indudablemente las mujeres
más supersticiosas do Europa; contadas son las
que no usan como seguro amuleto unas pulseras
de coral ó de plata compuestas de igual número
de aros como de sílabas se compone su nom-
bre; cuando se les rompe ó extravía alguno de
los aros lo consideran presagio funesto, augurio
de tremendas desventuras. Una de las cosas
que mayor sobresalto las ocasiona, es encontrar-
se una horquilla en el suelo.
Conozco una famosa tiple, mujer de excepcio-
nal talento que ha cantado en los primeros tea-
tros líricos del mundo, que el día que por ca-
sualidad se encuentra una horquilla, se niega
rotundamente á cantar. Ya se ve, después de
aviso tan persuasivo fuera locura exponer tina
reputación envidiable.
En Cataluña, y muy particularmente en la
provincia de Tarragona, está muy generalizada
la creencia do que uno do los generales más po-
pulares que ha tenido nuestro ejército, debió el
éxito de sus campañas y de sus pronunciamien-
tos á llevar arrollada en la cintura una piel de
culebra y en poseer una fulgurita (pedra de
llamp), considerada por el vulgo como el más
prodigioso de los amuletos. Es fama que el ge-
neral llevaba siempre consigo la maravillosa
pipdra que fatalmente ,se le extravió pocos días
antes de su trágico fin; otros oj)inan que influyó
poderosamente en su desastrosa muerte el fatídi-
co número trece, pues de trece sílabas se com-
ponían el nombre y apellidos del popular cau-
dillo.
Una de las preocuj)acioiies más extendidas es
la de considei-ar de mala estrella los martes y
los viernes y los días trece de cada mes; los
que así discurren, que no son pocos, viven en
lastimo.sa holganza la mitad de su vida, pues
descontando los días indicados y las fiestas de
precepto, apenas si les queda tiempo que dedi-
car á sus trabajos, estudios, empresas ó á lo
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
39
que fuere á que se dediquen. La aprensión de los
viernes es una de las más absurdas ó injustifica-
das; porque en ese día murió el Señor se con-
sidera de funestos presagios y sin embargo, de
aquella muerte arranca ntiestra redención, y
esta luminosa innegable verdad desautoriza las
ridiculas y erróneas supersticiones que los cré-
dulos amparan.
No enumeraré los insectos, flores y pájaros
cuya sola presencia se considera que puede in-
fluir en nuestra suerte ó desgracia; ni detallaré
los líquidos y clases de cristales que al verterse
los primeros ó quebrarse los segundos alteran,
según general creencia, nuestro destino, porque
estas vulgaridades son del dominio de todo el
mundo; señalaré como último detalle la ciega
creencia que algunas personas conservan sobre
el influjo de las monedas antiguas.
Las pesetas de Carlos IH son consideradas
como los talismanes del siglo; ellas procuran
toda suerte de felicidades, todo linaje de dichas;
muchas señoras llevan entre los dijes de sus
pulseras alguna de las mencionadas monedas ú
otra de oro que haya pertenecido á una persona
afortunada. Con tan buena compañía se con-
sideran llamadas á descubrir algún día otro
tesoro de ITaria. Es incalculable el número de
monedas taladradas ó pertenecientes al reinado
de Carlos III que en la época de Navidad, par-
ticularmente, se recogen en las administraciones
de loterías. Los compradores fían tranquilamente
en la eficacia de aquellas monedas; si la suerte
no les es favorable el desencanto es doblemente
sensible, pero borrada la primera impresión se
espera otra Navidad para probar mejor fortuna
y entre tanto van buscándose y recogiéndose
nuevas monedas.
Y ¿qué duda cabe? podrán las mencionadas
monedas no tener gran eficacia para deparar la
suerte á los que fían la suya á los juegos de
azar, que juego de azar y no otra cosa es la lo-
tería, pero es indudable que en el siglo actual
dado el grado do ambición y positivismo á que
hemos alcanzado, el oro y la plata son los más
maravillosos amuletos.
Antonia Opisso.
-*-
UNA Y NO MÁS
Por fortuna ha pasado su época.
Me refiero á la época del álbum de versos.
Hace algunos años, hasta las señoras de poco
más ó menos se hallaban provistas de uno de
MOMENTO DE PELIGRO ((irupo en bronce por Tomás Brocki
esos voliímenes apaisados, en donde alternando
con composiciones de literatos eminentes, figu-
•faban renglones desiguales de poetas muy co-
lipcidos en sus casas.
■^duardo pertenecía á estos últimos. Estu-
diante de medicina, allá por el año 1864, vivía
en la>oalle del Codo en una casa de huéspedes
muy aweditada... de matar de hambre al infeliz
que en ella buscaba alojamiento.
Eduardo había nacido para poeta, según le
habían dicho repetidas veces en su pueblo, — un
pueblo de pesca, — el maestro de escuela, el se-
reno y el sacristán, que eran tres funcionarios
distintos y un solo hombre verdadero.
Pero Eduardo, en la corte, era un tesoro es-
condido y en vano trataba de conseguir por
todos los medios imaginables que sus desahogos
poéticos aparecieran en las columnas de los pe-
riódicos.
Esta contrariedad, lejos de curarle aquella
monomanía de darse á conocer entre la gente de
letras, servía para alentarlo más y más; pues,
como solía decir á doña Mónica, — su patrona,—
tenía por cierto, que la senda de la gloria está
empedrada de desengaños y que nadie llega al
templo de la inmortalidad sin sufrir amargas
decepciones.
Doña Mónica, que era la mujer más tonta del
mundo, á pesar de sus cincuenta años, de sus
cincuenta dolencias y de su incurable viudez,
aún se creía capaz de inspirar amor ó cosa
parecida; y encontrando muy aceptable á Eduar-
do, empezó á distinguirlo entre los demás pupi-
los y á pedirle con empeño que le leyera sus
coplas, á lo que accedía gustosísimo el vate de
la calle del Codo, alentado por las exageradas
alabanzas de aqiiella~estantigua.
Eduardo no sospechó, — ¡qué había de sospe-
char!— el móvil de aquellos elogios. Los atribu-
yó únicamente al mérito do sus versos, y más
de una vez, al lamentarse la patrona de no ser
rica para poder costearle la impresión de sus
obras, la abrazó agradecido como si abi-azara á
su abuela.
Una tarde que Eduardo conversaba con doña
Mónica, y se lamentaba, como solía hacerlo, de
no encontrar quien le diera á conocer ante el
público, le ocurrió á aquella nueva Mecenas
una idea luminosísima.
Recordó que entre los varios huéspedes que
se le habían ido sin pagarle, se encontraba un
poeta cuyas obras hacían furor entonces en los
teatros de tercera categoría. A él apeló, y no en
vano, doña Mónica, obteniendo en su primera
entrevista, á cambio de olvidar la trasnochada
deuda, formal promesa de presentar á Eduardo
á varios periodistas amigos suyos. En otra visi-
ta, que le hizo al día siguiente, consiguió más
todavía; el autor dramático entregó á doña Mó-
nica el álbum de cierta señorita, en cuyo libro
ya había él puesto unos versos, encargándole
que el joven Eduardo depositara en una de sus
hojas las primicias de su inspiración.
Cuando doña Mónica entregó el libro á su
Imósped predilecto, le proporcionó indescripti-
ble alegría; y acto seguido, el poeta en ciernes,
s
as
£.
o
9
3
a
M
O
o
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
.-• encerrt en s« cnurtí» para ver de escribir
«Uo que ftwm la ^u futura reputacitSn.
^Bopasó Ednim. : una las páginas ile
•qoel muestnkrio U»» vti^wt*, y ilestle luego su-
nnso que la dupü* del álbum seria un» divini-
oad. nepún «e hacia constar en tantas y tantas
i».->i,i-i liedicadas á sus ojos. A su bticn, li sus
% á su coraztSu, á sus virtudes, etc., etc.
-j,^- ">•'■' "i-^ '>■•"•;> su ii'iiinosición se le vino
4 U ma ^ ». y 'i ^"^ extre-
midad «i. .-.. ...-^ - ' nnas quintillas,
que eran la quinta esencia de lo uialo.
En ellas hizo mil elogios de aquel pié que
calificó de breve y de diminuto, diciendo de él,
entre otras cosas, que al mirarlo con gracia y
ligerexa dejaba invisibles huellas en la arena
mils menuda.
Satisfeoho de su obm, devolvié ol álbum a
doña Ménica, ésta lo hizo i su ex-hué.sped, y
éste, por último, sin leer siquiei-a la ])roducción
de Eduanlo, lo mandó il la inten>sa(la.
Al dia siguiente, el novio <le ésta envió al
autor de las quintillas un cartel do desafio por
medio de dos amigos suyos, para vengar la
ROMANZA SIN PALABRAS .Cuadro 'le Burlón Barber)
ofensa qae había recibido su futura con los ver-
sí^s d»;l poeta novel.
Y>\'i!ir<\-> tirotéate, pero no le valieron co-
lóla-"* mpo del honor, sn contrario lo
atrav- ^ ,.. ili- iiii.i estocada qne lo puso á
i;i-i i.iK-rt.-n <i<-
I na v<z r" ■ . . , «le su j>ercance, lo pri-
mf-nj qiK- yifu> ín-': ahf'Knr á doña Mónica,
rariHü iiirí.n-HÍ(iití- '!<■ Ku di-.safío, pero al fin
w «xiiití'nfó tt,¡) nianliarsi- de su casa para
ni' mpríi.
Hov, carado va de atuí aficiones poéticas,
riian'í'i al¡ftii'-n I-- linbta i]i- vit-íom p.ira algún
álbum, Mi-tiU- i ri/Jit— • - ;- < ;il,ill,..i, y su.s labios
- ^ynoran estaa sacramentales palabras: «¡Una
inAii!*
lo
íjtjf ;
por
si no lo han adivinado, se lo diré en secreto.
La dueña del álbum... ¡era coja!
Caulos Cano.
-*-
REVISTA científica
LOS BUZOS
Algunos trabajos practicados recientemente
en las profundidades del mar, — entre otros, la
extracción de lo» caudales contenidos á bordo
del Alfonso XII, sumergido en el bajo de Gan-
do,— dan interés de actualidad á una brillante
conferencia dada hace pocos meses por M. Emi-
lio Yung en la Universidad do Ginebra, si bien
limitando su programa al empleo do las esca-
fandras en las exploraciones de zoología ma-
rina.
A la verdad, pocas cosas aparecen mils mis-
teriosamente atractivas que esos aparatos de
que se revisten los buzos y que todos conocemos,
ya por haberlos visto funcionar, ya por lo que
se habla de ellos en las novelas de Julio Verne,
sin olvidarnos de la famosa pscena do los Sobri-
nos por antonomasia.
El primer esbozo de la escafanilra se remonta
al siglo pasado: componíase entonces de un ci-
lindro de palastro que encerraba la cabeza y el
tronco del buzo dejando libres los brazos y las
piernas; dos pequeñas lumbreras situadas de-
lante de los ojos permitían ver lo que pasaba
fuera, y al nivel de la boca abríanse dos tubos
fijos en el cilindi-o, uno délos cuales servia para
la entrada del airo y el otro para su salida. Tal
la concibió Khingert, de Breslau, siendo objeto
de sucesivas modificaciones y perfeccionamien-
tos por parte de varios ingenieros, que la han
convertido en un aparato de fácil manejo.
Empleada primeramente, por los pescadores
de coral, esponjas, perlas y erizos de mar, y por
los buzos que prestan su servicio en los muelles
ha sido utilizada ahora por los exploradores de
la fauna sub-marina, en las estaciones de Ban-
yals, Roscoff y en la magnifica de Ñapóles (1).
«Cuando el buzo se ha revestido con el traje
de caucho, el casco de cobre, la esclavina del
mismo metal y los borceguíes con suelas de
plomo que deben lastrarlo en el agua, — dice mon-
sieur Yung refiriéndose á los que descienden al
fondo del mar para practicar observaciones
zoológicas, — pesa de dos á tres quintales. La car-
ga que lleva sobre las espaldas hace sus movi-
mientos penosos al aire y no sin dificultad gana
la escala de cuerda por donde debe descender
al mar.
»E1 vestido impermeable, qxie forma saco, ca-
rece de flexibilidad y requiero mucho trabajo
poder introducirse en él, siendo indispensable
el auxilio de uno ó dos hombres. Hay que tener
cuidado en cerrar herméticamente las aberturas;
en los puños por medio de brazaletes elásticos,
y al rededor del cuello peilizcándolo entre el co-
llar metálico, al que rebasa algunos centímetros,
y el casco. Es muy importante también llevar
siempre interiormente algún abrigo de lana que
protegerá contra los enfriamientos, y sobre los
hombros una almohadilla para atenuar el efecto
del peso considerable que soportan. Esta última
precaución es indispensable para los que deben
permanecer mucho tiempo bajo del agua.
«Hecho esto, el btizo se ata sólidamente al re-
dedor del talle la cuerda de seguridad cuyo otro
cabo permanece en manos de un vigilante y debe
servir para las comunicaciones con la superficie.
Pone el pié en la escala de cuerda que está sumer-
gida cerca de unos dos metros y en la cual se veri-
íican los últimos preparativos. Fija en su cintura
redes, sacos y frascos para alojar la próxima
cosecha, un cuchillo de hoja fuerte para hacer
desprender los animales duros y demasiado
adherentes y una lente para observar de cerca
las especies más pequeñas. En fin, después de
asegurarse del buen estado de la válvula que va
á permitirle regularizar la alimentación del
aire en el casco, el buzo da orden de atornillar
la ¡ventana redonda, que debe aislarle en su
aparato y se abandona al elemento líquido.
»Los primeros instantes producen siempre
cierta emoción, exporimontándoso una sensación
especial de humedad, do frío y de presión, sien-
do esta última la más penosa, y aun haciéndose
insoportable para algunos. Con frecuencia hay
quilines se hacen retirar á menos de diez metros
de profundidad por no poder resistir el vivo
dolor experimentadQ en el tímpano. Por lo de-
más, el aparato que tan pesado é incómodo erai
en el aire, queda muy aligerado después do la
inmersión y permite una gran libertad do mo-
(1) 81 no estamos mal enterados debe de existir también
en Espnfiauna estaclAn de este géuero, pero ha dado hasta-
ahora t»n poco qne hablar de si, qne no podemos proporcio-
nar sobre ella más dato que el de su existencia.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
43
vimientos, limitados tan solamente por el tubo
de aire.
»Lo que sorprende sobre todo en el Medite-
rráneo,— dice M. Yung que ha bajado muchas
veces con la escafandra, — es la belleza indescrip-
tible de los colores. El azul domina por do qnier,
os rodea enteramente, y en el azul no tardan
en distinguir los ojos los más ricos matices, los
tonos mas variados. A cinco ó seis metros es un
deslumbramiento de azur.
»Esta coloración general resulta del color
propio del agua bajo diferentes espesores. El
agua es azul, y el color que ti-asmite es el mismo
que el que refleja: sábese, por otra parte, que lo
conserva al solidificarse. En la grieta de un gla-
ciar gózase igualmente do este magnifico espec-
táculo, de un azul puro extendido sobre todas
las cosas.»
Empero para que este azul sea puro, precisa
que el agvia permanezca perfectamente traspa-
rente, por manera que si el mar está agitado el
azul se mezcla con el amarillo y el verde, debido
á la presencia de cierta cantidad de partículas
sólidas ¡procedentes del fondo, removido por la
alteración de la superficie.
En cuanto á la intensidad de la luz bajo el
agua varia según la profundidad y el estado del
cielo. Bajo el cielo de Ñapóles puédese leer á
quince y hasta á veinte metros bajo el mar. A
treinta y cinco metros es ya difícil distinguir
los objetos.
Los zoólogos, dedicados á la clase de explora-
ciones que decimos, no suelen descender más
allá de diez metros; cuando la presión alcanza
una atmósfera se hace ya muy incómoda, aunque
hay quien puede resistirla dos horas seguidas.
A veinte metros, sólo es posible permanecer de
quince á veinte minutos, por término medio, pues
los movimientos respiratorios se hacen suma-
mente fatigosos. Con todo, hay buzos que han
doblado y hasta triplicado esta profundidad,
pero en el agua dulce.
En el agua salada la piesión aumenta con la
densidad, equivaliendo á 1.450 gramos pgr cen-
tímetro cuadrado para cada columna de agua de
diez metros, en el Mediterráneo. De ahí que á
sesenta metros sobrevengan alucinaciones, tem-
blores y pérdida del conocimiento, pero no pre-
cisa descender á tanta profundidad para expe-
rimentar graves trastornos patológicos: á cua-
renta metros preséutanso ya frecuentemente.
Uno de los mayores inconvenientes de la
presión bajo el agua, os un gran saliveo y como
no seria peligroso deglutir la enorme cantidad
de aquella secreción á medida que se produce,
suelen los buzos proveerse de un babero. Otro
inconveniente consiste en el continuo empaña-
miento de las lumbreras del casco, á causa de
la condensación del vapor acuoso del aliento y
de la transpiración en los cristales. Algunos
buzos los limpian sencillamente con la lengua,
pero cuando se trata de ejecutar operaciones
delicadas empléase una esponjita que se ata
sobre la frente, bastando un ligero movimiento
de cabeza para servirse de ella.
A la verdad, cuando el buzo no ha pasado de
los dos metros, es decir, cuando tiene á su lado
la escala, el temor no es grande, ni tampoco
cuando se ha llegado á los tres metros, en cuyo
caso está todavía á su alcance dicha escala, pero
la cosa varía cuando so encuentra uno á veinte ó
treinta metros de profundidad. De ahí que sea
muy difícil ejercer por largo tiempo la profesión
de buzo: en la mayoría de casos no tardan en
experimentarse alteraciones más ó menos graves
en el aparato respiratorio: la voz se vuelve ron-
ca y óyese el murmullo de la respiración, acci-
dentes que dimanan sin duda de los bruscos
enfriamientos á que están sujetos los buzos, ba-
ñados en sudor cuando trabajan y terriblemente
enfriados asi que se permiten un momento de
reposo.
Véase lo que refiere un buzo do Ginebra á
propósito de un gran descendimiento que verifi-
có á 45 metros de profundidad:
«A diez metros, dice, no experimenté casi
nada, por estar familiarizado con una ])resión de
dos atmósferas. A 20 metros el frío del agua me
causa una sensible opresión, aunque sin inco-
modarme sobremanera. A 25 metros empiezo á
sentir dolores de cabeza, y por un momento
veíanse mis ojos y me zumban los oídos; pé-
nense muy doloridos ciertos órganos. A 20 me-
tros la cefalalgia se hace violenta y va aumen-
tando siempre hasta los 40 metros, en cuyo
momento mi cabeza experimenta la más extre-
mada sensibilidad; me resiento de cada golpe
de las chapaletas de la bomba y echo de ver que
fluye sangre de mi nariz. En fin, á 45 metros,
los fenómenos precedentes alcanzan su máxi-
mum de intensidad. La hemorragia nasal es
bastante copiosa y jnerdo .sangre por los oídos.
Cuéstame mucho trabajo el moverme, y mis
fuerzas están enormemente disminuidas; me es
menester tenderme con frecuencia boca arriba
para descansar y también para que el aire pue-
da repartirse hasta las extremidades inferiores
del vestido, donde de continuo .se forman plie-
LA EN PERMITA (Cuadro de Mary Gow)
gues que tienden á incrustarse en los miembros,
oprimiéndolos fuertemente y dándoles una es-
pecie de parálisis. Gracias á estas precauciones
pude permanecer veinte minutos á esta profun-
didad de 45 metros, pero confieso que experi-
menté grandísimo contento al i-emontarme á la
superficie del agua.»
El mismo práctico da los siguientes consejos
higiénicos á los de su oficio: «La experiencia
me ha enseñado que el buzo debe abstenerse de
toda bebida alcohólica; si tiene sed, al partir,
puedo beber un vaso de buen vino tinto; nada
de vino blanco ni de cerveza, por razones fáci-
les de comprender. No hay que bajar nunca
durante la digestión. Algunos de mis colegas
tienen la costumbre de comer, antes del trabajo,
un poco de ajo crudo; este condimento facilita
mucho la respiración, en efecto, pero su olor
desagradable restringe naturalmente su em-
pleo. »
No hay que decir que hay que bajar siempi-e
con gran lentitud y remontarse de igual ma-
nera.
La condición esencial del bienestar en la es-
cafandra consiste en la regularidad de la res-
piración, por lo cual y á fin de asegurarla en
la medida de lo posible están provistas todas
las escafandras modernas de un regulador de la
circulación del airo. Preci.sa además que el jue-
go de la bomba y de las válvulas esté perfecta-
mente vigilado, pues una interrupción en la
llegada del fluido podría traer las más ftmestas
JOVEN marroquí (Cuadro (1« Scbltsliigcr)
GALANTERÍA (Cuadro de A. Kosak.jiwicz)
«'.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
por mis que M. Petereen crea
que el volumen d«> aire contenido en el casco
podría entretener la vida durante cinco minutos,
tioBpo suficiente para dar la señal de alarma y
haeñse sabir. Además de esto, tiene que tener
cuidado el bozo en diseminar el aire por su ve-s-
tido, pues tiende siempre á ocupar la región
snperíor, y en graduar bien la válvula de salida
del aire para que no entre más del que sale, en
cayo caso se hincharía el traje y los plomos de
que va cargado el buzo serían insuficientes para
mantenerle en el fondo.
«El aire que sale del agua, dice M. E. Yung,
produce un gluglu que constituye un serio in-
' ■■•"•■'iiiente bajo el punto de vista de la percep-
:•' los ruidos submarinas, siendo por otra
i i: ■ - ■'- -'que las proñmdidades del mar
son i: i.>sa.s. Pero sea como quiera, ello
es ijut' .( im/,0 está n^lucido á no potler comu-
nicarse con la .superficie más que por medio de
sdiAles cor lies. La misma cuerda con
aoe está s<' ■ atado le sirve para ent«n-
aerae con 1ú<> que, á bordo del oarco, están
atentos á sns movimientos. Una fuerte sacudida
impresa á la cuerda significa que todo va bien;
doe sacudidas, tubidme; tres sacudidas, bajadme
m MKO; una serie de sacudidaís repetidas rápi-
damente señalan un peligro; es una suerte de
gríto de alarma que hace seáis inmediatamente
retirado por los vigorosos brazos de los mari-
neros. >
Como se ve, es muy poco lo que puede decirse
con la cuerda, además de la facilidad con que
pnr-den interpretarse torcidamente sus indica-
lioiies á causa del oleaje. M. Petersen pensó
que el teléfono podría prestar preciosos servi-
cios aplicado al caso, pero no han sido muy feli-
ces ios ensayos hechos hasta ahora. < El buzo,
cuyos movimientos de cabeza son muy limita-
dos, cuyos conductos auditivos están rellenos
de algodón para atenuar los efectos de la pre-
sión en el tímpano y cuya atención está cons-
tantemente distraída por el ruido del aire que
se escapa del casco, no comprende distintamente
las palabras humanas.» Es de esperar, sin em-
bargo, que con el tiempo llegarán á obviarse
estos inconvenientes y le será posible al buzo
comunicarse ampliamente con su vigilante.
En cuanto á los buzos que trabajan al mismo
tiempo en el fondo del agua, entiénden.se ha-
ciendo tocar sus cascos mientras hablan y con-
signen de esta suerte comunicarse sus impre-
siones.
Alfredo Opisso.
LAS ILUSIONES
Bel horizonte han surgido
muchas nubecillas blancas,
y con rapidez se acercan
por fuerte viento impulsadas.
Ya en desorden se amontonan,
ora en jirones se rasgan,
ondulantes, vagorosas,
como fragmentos de gasa...
jQué bellas son!... ¡si parecen
las ilusiones del alma!
Por cima de mí las veo
como se deslizan raudas
cual tímidas avecillas
que hnyen del plomo azoradas.
Ya han pasado... ya se alejan...
¡Ay! ctiAn rápida es su marcha.,
¡Deteneos... deteneos
nabecillas nacaradas!.
No me escuchan... des,,,^..^
burlándose de mis ansias..
¡Adiós, adiós ilusiones,
Uasiones de mi alma!
Tomás Camacho.
NUESTROS GRABADOS
LAS TfROINKS LOCAS
Cuadro de Pendran
«Entonoea será sem^ante el reluo de los cielos á diez vlr-
gener, que tomando sus limpuas, salieron á recibir al esposo
7 i la esposa.
>Mas las cinco de ellas eran fituas, y las otras cinco pru-
dentes.
•Y las cinco Mtuas, habiendo tomado las lámparas, no
lloraron consigo aceite.
• Mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas Junta-
mente con las lámparas.
■Y lardándose el esposo, comenzaron á cabecear y se dur-
mieron todas.
• Cuando á la media noche se oyó gritar: Uirad que Tiene
el espaiio, salid á recibirle.
> Entonces se levantaron todas aquellas vírgenes, y adere-
laron sus lámparas.
>Y dUeron las fatuas á las prudentes: Dadnos de vuestro
aceite, porque nuestras lámparas se apagan.
«Respondieron las prudentes diciendo: Porque tal vez no
alcance para nosotras, y para vosotras, id autes á los que lo
venden y comprad para vosotras.
•V mientras que ellas fueron á comprarlo, vino el esposo:
y las que estaban apercibidas, entraron con él á las bodas, y
filé cerrada la puerta.
>A1 tln vinieron también las otras vírgenes diciendo: Se-
ñor, Seüor, ábrenos.
•Mas él respondió, y dijo: En verdad os digo que no os
conoxco.
•Velad, pues, porque no sabéis el dia ni la hora> (1).
Esta parábola, una de las mas profundas que salieron de
los divinos labios de Jesús, ha inspirado á numerosísimos
artistas, que la han interpretado según su geuial manera,
siendo á nuestro Juicio la de Pendren una de las más acer-
tadas pinturas basadas en el expresado asunto.
IL EfO SAN JUAN (estados-unidos)
PASOBAIIA DI FESDSRICTON
Frederlcton es una ciudad perteneciente al Estndo de
Maineque en pocos afios ha llegado á contar 10 000 habitan-
tes. Tiene por su carácter mucho de canadiense francés, cosa
no extraña por sí-r fronteriza con aquel país y estar rt gdda
por un rio común á uno y otro territorio.
II. PKIXODOB
¡fariña del señor Abril
El asunto que ha inspirado al joven y distinguido pintor
valenciano señor Abril, el cuadro que verán nuestros lecto-
res en la página 36, está tomado de la poesía valenciana del
señor Aguirre y que fué premiada años atrás con la flor na-
tural en los Juegos ñorales. Se tilula El peixcador^ y eu él, el
pintor interpretando delmente el pensamiento del poeta,
presenta ai;rupada cu la playa á la familia del marino en un
día de tempestad. La composición está muy bien tratada y
si anteriores cuadros no le hubieran dado al señor Abril una
Justa reputación, bastarla este para colocarlo ,en primera
fila entre los que cultivan el género.
rBAMOCSCA DI BIKINI
Cuadro de L. Hoffmann-Zeüz
Quall colombe dal disto chiamate
con r all aperte e ferme, al dolce nido
Tolan, per 1' aer dal voler pórtate:
cotali uscir della schiera ov' é Dldo
a noi venendo per 1* aer maligno,
si forte fu r affettuoso grido.
tAmor, qne al cor gentil ratto s' apprende,
•prese costul della bella persona
•che mi fu tolta, e '1 modo ancor m' otfende:
• Amor, che a nullo amato amar perdona,
•mi prese del costul placer si forte,
•che, como vedi, ancor non m' abbandona:
•Amor condusse noi ad una morte:
•Caina atienda chi vita el spense •
Qaeste parole da lor el fur porte i^).
(1) (San Maleo, cap. xxv, ver». 1 á 13. Traducción de la
Vvigata por el P. Sclo de Han Miguel).
(2) Roal palomas que llamadas por el deseo, abiertas é
Inmóviles la<i alas, vuelan á su dulce nlilo, llevadas por una
■ola voluntad, asi ews dos almas salieron do la bnudada don-
de estaba Dldo, viniéndose hacia nosotros por el aire maléfi-
co; tan fuerte fué mi afectuoso grito.
•Amor, que pronto se apodera de los gentiles corazones,
apoderóse del de la bella persona qne me fué arrebatada, de
tal modo que aún me duele. Amor, que no permite á ningún
ser amado no amar, prendióme con placer tan fuerte, que
como ves ni aun ahora me abandona. Amornos ha condur-ido
* la misma suerte. Caín espera al que nos mató ulU arrlija •
Talas fueron sus palabras.
Tal es el pasaje,— tan caro á las horoinas de Echegaray,—
que ha tratado de interpretar Holt'manu-Zeitz, después de
haber tentado á infinidad de piutores y músicos. No hay que
decir que ha salido airoso del asunto, pero á buen seguro que
no será el último que se sienta «traído por los lamentables
amores de aquellas interesantes victimas de la literatura ca-
balleresca.
I8ABKL DE ESTE
Retrato del Ticiano
Esta ilustre dama, marquesa de Mantua y hermana del
famoso (íiicca Alfonso, marido de Lucrecia Dorgla, fué una de
las mujeres más notables de su tiempo, asi por su divina be-
lleza como por su apasionada afición á las cosas del arte. Mau-
tcula correspondencia con los principales sabios y pintores de
su época y no reparaba ni en di:; ero ni en medios para hacer-
se con las preciosidades arllslicas de que estaba henchido el
museo del palacio de los Gonzagas; pinturas de Mantegna, del
Corregglo, del Ticiano y del Perugiuo; estatuas griegas, ma-
yólicas, barros de Gubblo, curiosos Instrumentos, raras edi-
ciones del Petrarca, el Virgilio de las prensas aldinas, etcé-
tera, etc.
Fué grande amiga de los latinistas de Ñapóles Pontanus
y Vergerius, del Impresor Aldo, de Véncela, y mereció ser
cantada por el Arlosto en su Orlando. Todas las riquezas acu-
muladas por Isabel en su palacio do Mantua desaparecieron
en el saqueo de que fué objeto aquella ciudad en 1630 por
parte de las terribles bandas de alemanes luteranos, con gran
contentamiento del católico conde duque de Olivares.
Figura esta obra en el Belvedere de Vlena.
UOUENTO DE PELIGRO
Grupo en bronce, por Tomás Brock
Nadie pondrá en duda que esa obra no se recomiendo por
su sólido modelado; que no aparezca expresada con mucho
realismo la Intención del drama; que no haya mucha grada-
ción en las partes; que no se vea la más perfecta naturalidad
en las actitudes, con ausencia de todo convencionalismo; que
asi el caballo como el ginete indio uo sean vivo trasunto de
la verdad, pero, aun asi, esas obras alborotadas y violentas
señalan siempre un periodo de decadencia en el arte y en la
inteligencia,— sin exceptuar siquiera el Aaocoonte,— siendo asi
que los periodos culminantes se señalan por obras donde
aparece la más augusta tranquilidad, como lo atestigua la
Venus de Milo, suprema expresión de la más ideal y noble
de las artes.
I.ONÍI
Dibujo ríe Fran: De/rrgger
Es sin duda Defrcgger la más descollante figura de la es-
cuela fundada en Munich por el benemérito Plioty. El artis-
ta que ha trazado esa Lonei, tan magníficamente grabada,
revela que posee excepcionsles f.icnltades de modelador y
que no en balde ha de haber estudiado las obras inmortales
de Rembrant.
' KIIMANZA SIN PALABRAS
Cuadro de Burlón Barber
Bueno es que haya de todo, asi encopetados pintores de
historia como modestos cultivadores del género llamado
anecdótico. La cuestión está en hacer las cosas bien, como
no podrá negarse que lo ha conseguido Mr. Burton en su
linda y chispeante Romanza sin palabras,
LA ENFEBMITA
CtMdro de líary Ooví
Dulce Impresión produce la vista de esa obra, inspirada
en un vivo conocimiento de la infantil edad, no siendo pre-
ciso ser muy lince para adivinar que es mujer la que ha pin-
tado el original. Y no por ning iiia cualidad inferior, sino
por la exquisita ternura con que está interpretado el asunto,
ternnra reveladora,— y propia,— del sexo que en mal hora no
quiere ya llamarse débil.
JOVEN MARROQUÍ
Cuadro de II. Schlesinger
Nadie le gana al reputado artista vienes en pintar lindos
palmitos, según de ello habrán podido convencerse nuestros
favorecedores recordando los cuadros que de este autor
hemos dado. Podrán ser los títulos que les pone Schlesinger
á sus obras más ó menos ajustados al riguroso carácter his-
tórico ó geográfico de lo que pinta, pero resulta que siem-
pre hace Bellezas, á cuyo género hay no pocos aficionados.
GALANTERÍA
Cuadro de A. KoKakelwicz
Un mozo de cuadra puede ser tan galante como cualquie-
ra otro hijo de Adán, y dar muestras de esa recomendable cir-
cunstancia quizás con más frecuencia aún que los que vi-
ven en más elevadas esferas ó cilindros. Testigo sino ese mo-
cetón sobre cuy(í^ fornidos lu)mt)r.>s halla apoyo la rolliza
muchacha que de peldaño en peldaño va descendiendo del
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
47
pajar; robusta pareja que infunde todavía esperanzas en el
porrenir de la humanidad, añigida con tal número de
anémicos, enclenques y tristones.
KL ARTE HELÉNICO; LA NIK>5 DB 8AM0TUAGIA
Como antiquísima debe reputarse esta obra maestra, la-
brada por desconocido artista, aunque por el lugar en que se
encontró la estatua debe suponerse fuese de extirpe pelásgjca
y presidiese al tremendo culto de los Cabires que tenia su
centro en aquella sombría isla de Samotracia. Ks á la verdad
un resto imponente, ampliamente trabajado.
LA NOCHE DE LA MUERTE
¡Cómo está oscura la noche!
¡Qué negro está el firmamento!
Ni una antorcha sobre el mundo,
ni en las sombras un lucero.
Ni un leve rumor que turbe
tan espantoso silencio,
ni un vientecillo que mueva
las flores del cementerio.
Inmensas y tristes aves
cruzan por el cielo negro,
y aunque no logro mirarlas,
puedo decir que las veo.
¡Qué solo estoy! tengo frío;
¡qué solo estoy! tengo miedo;
estoy muy triste, muy triste,
muy solo porque estoy muerto.
Ayer estaba en el mundo,
ayer el vital aliento
animaba mi existencia
dando vigor á mi cuerpo.
Ahora todos me abandonan...
¿Quién se acuerda de los muertos?
¡Madre! ¡porque madre tuve!
¡Madre! ¿por qué estás tan lejos?
Diera yo toda mi vida
porque me dieras un beso.
¿Mi vida? ¿la tengo acaso?
Sólo me queda el recuerdo,
y es el recuerdo muy fií-me
y el existir pasajero.
Siento cruzar á mi lado
las almas de los que fueron,
que ni se atreven á hablarme
ni yo á llamarlas me atrevo.
¡Cómo está oscura la noche!...
¡Qué negro está el firmamento!...
¡Estoy tan solo, tan solo!...
¡Qué triste es el cementerio!
Quisiera llorar un poco,
quisiera... pero no puedo.
¡Pobre de aquel que se muere!
¿Qué cosa pueden los muertos?
Cómo se alza mi cariño
por los que en el mundo dejo:
ignoro si aborrecía;
si aborrecí, no me acitisrdo.
Una mujer fué mi encanto,
mi luz, mi vida, mi ensueño...
Ella también me abandona...
¿Quién se acuerda de los muertos?
¡Qué soledad! ¡Cuánta sombra,
cuánto fiío, yo me hielo!
¿Adonde torno mis ojos?
¿Adonde guio mi empeño?
Mi Dios, ¿por qué me abandonas?
¿Por qué me dejas. Dios bueno?
¿Es cierto que tú eres Dios
de vivos y no de muertos?
La antorcha de la esperanza
extinguió su santo fuego;
estoy solo en mi sepulcro,
estoy solo y tengo miedo.
Óyeme ¡oh Dios! estoy triste,
muy triste en el cementerio.
¡Tú que eres luz, dame vida;
Tú, que eres vida, con.suelo! . . .
¡Ah! ¿qué miro? se colora
espléndido el firmamento;
vaga armonía se escucha
entre las luces del cielo;
cruzan mirando á la tierra
los espíritus, envueltos
en luminosos ropajes,
lanzando puros destellos.
¡Cuánta luz! ¡Cuánta ventura!
¡Qué armonía! ¡Qué concentos!
Ni estoy triste, ni estoy solo,
ni está oscuro el cementerio.
¿Y tú quién eres? ¿Qué buscas,
ángel que tocas mi pecho?
¿Por qué me miras tan dulce,
por qué tan dulce te veo?
¡Eres la Ee! te conozco;
tu mano me muestra el cielo:
Hay un camino de estrellas
y después... el sol eterno.
¿Te he de seguir? Ya te sigo;
estoy libre, ya lo siento:
Entre torrentes de vida
flota mi espíritu inquieto;
tierno arcángel, ya te sigo,
levanta, levanta el vuelo,
que al buscar el infinito
entre las ondas de fuego,
himnos alzaré al que justo
no se olvida de los muertos.
Vicente Riva Palacio.
-«-
LA FUENTE DE LOS CURRUTACOS
(continuación)
VII
CELOS y RECELOS
Don Leandro era uno de esos varones que
tienen la virtud de saber dormir tranquilamente
con los postigos del balcón abiertos.
Era de mañanita. La risueña luz del nuevo
día reflejábase en los cristales de los balcones de-
jando en la penumbra la alcoba conyugal. Las
campanas repicaban alegremente á misa de al-
borada y los devotos de la cofradía de la Virgen
del Rosario entonaban por las calles de la dor-
mida población el Rosario de la Aurora, aquellas
seguidillas boleras con música pm-amente clási-
ca y nacional que empiezan:
Cristianos venid,
devotos llegad.
Doña Cándida, la mujer de nuestro docto li-
cenciado, que más que una hermosura presente
era ya una hermosura pasada, despertóse pere-
zosamente, restregóse los ojos con ambas manos
como los niños llorones y notó que don Leandro
dormido como im tronco y con la cara vuelta á
la pared soñaba y predicaba de lo lindo.
La desvelada esposa haciéndose toda ojos y
toda oídos, con esa curiosidad propia de las
hijas de Eva, exclamó á media voz:
— ¿Qué soñará mi buen esposo? Tempranito
empieza la oración.
Don Leandro, revuelto como un ovillo, feo, su-
doroso y con el brazo fuera de la sábana y la
diestra hundida en la almohada y pegada á la
mejilla, murmuraba al arrullo de su fatigada res-
piración:
— Es una perla, es una tentación. ¡Qué divina,
qué guapa y qué zalamera es!...
Su cara mitad sonrióse como una bienaventu-
rada.
El abogado cambió de posición, extendió los
brazos y añadió:
— No he visto mujer igual en todos los días
de mi vida, — articulando después de un prolon-
gado suspiro: — Dios después de haberla criado,
rompió el molde.
— No tanto, no tanto, niño, — exclamó doña
Cándida sonriendo y pasándole suavemente la
mano por la frente. — Sueña, amorcito mío, que
yo también te quiero y te requiero con la más
dulce voluntad.
El esposo continuó balbuceando muy por lo
bajo:
— ¡Oh Leandro! ¡Leandro eres digno de un
cordel!
Doña Cándida fijó los atónitos ojos en el ros-
tro de su esposo.
El esposo prosiguió:
— Si no hubiese llevado tanta prisa en casar-
me, hoy podría ofrecer mi mano, mis riquezas á
esa estrella y decir al mundo entero...
Don Leandro agitó la cabeza, hizo un bostezo
y enmudeció.
La pobre señora incorporó.s6 como una hiena é
hizo ademán de estrujarle, pero conteniéndose
como espantada de su misma acción, cruzó los
brazos y dobló la frente, en el mismo instante
que los devotos del rosario cantaban debajo de
sus balcones:
Los faroles ya están encendidos
por falta de gente no pueden salir.
exclamó la ofendida
¿De quién se habrá
— Para cantos estamos,-
señora, añadiendo con ira:
prendado ese mostrenco? ¿Quién será la desver-
gonzada que le ha devanado los sesos y le hace
soltar ese cúmulo de atrocidades?... ¡Oh soberana
Virgen del Rosario! ¡Farolitos de su cofradía,
iluminad la mente de mi buen señor para que
me ame á mí, á mí tan solo, como es de razón y
ley!...
Las lágrimas, ese mágico resorte que tienen
siempre á mano las mujeres, salpicaron su páli-
do y alterado rostro. .
El golilla hizo ima mueca que hubiera envi-
diado al mismo Satanás, excitándole de paso la
hilaridad, y balbuceó:
— Mi Cándida es tan candida como su nom-
bre.
— Gracias, — gritó con rabia la mujer, desli-
zándose de sus trenzas la dormilona.
El enamorado continuó:
— No puedo quejarme de ella. Se porta muy
bien conmigo. Me regala sus caricias, y cada dos
años un fruto de bendición.
— Que no los mereces, condenado.
Don Leandro, como si hubiese oído la voz de
su mujer, volvióse de cara á la pared y continuó
charlando de un modo imperceptible. La dama,
con el pecho mal guardado y los hombros poco
menos que desnudos, sentóse sobre la mullida
cama, dobló el cuerpo, colocó el oído sobre la
boca del varón, escuchó atentamente y dijo des-
pués con verdaderas muestras de amargura:
— Se queja... ¡qué sé yo de' qué se queja!... ¡oh
timante, muy tunante!... ¿Conque me he vuelto
obesa, y aumento en años y en carnes cada
día, y mi rostro ha perdido la lozanía de la
juventud, y mis cabellos se vuelven canos, los
ojos llorones y los labios ajados, mientras la
otra?... ¡Ah! ¡A esa, diera j'o el escaparate con la
Virgen de las Angustias para arrancarle las gre-
ñas en medio de la calle! ¡Cada día se presenta
más guapa, más linda y más petrimetra en todas
partes!...
Doña Cándida no cabía en la cama. La infeliz
se hallaba en un potro. Pasó unos momentos te-
rribles; pei-o poquito á poco tranquilizóse, cogió
con ambas manos las sábanas y ocultó la frente
en la almohada.
Procuró reconciliar el sueño, pero el sueño no
acudió á sus párpados. Los picaros nervios ha-
bían dado el traste con el dios Morfeo. Principió
la ultrajada jamona á dar vueltas y revueltas
por la cama... La manta y los abrigos parecían las
velas de una nave hinchadas por la tempestad.
Don Leandro continuaba durmiendo como
un bendito...
La mujer continuaba luchando con sus celos
y recelos que no le daban tiempo de reposo.
• — Yo sabré quién es esa buscona, esa barra-
gana de Satanás, ese diablo con basquina que ha
cazado á mi señor marido, que por lo visto ha
nacido para Gran Sultán.
El confiado esposo continuaba roncando de
lo lindo.
I^ ILUSTRACIÓN IBÉRICA
L* loa del dia peo«>lrmudo poquito & poco en
U sala^ ponía de manifiesto las pinturas de los
n::in\-i ijiio rt^prosent&ban la célebre muerte de
^".rl:ini«. .1 (.-aua|>¿, lostaburetts v nnn preciosa
arquilla sobre la cual se destacaba una caprichosa
cruz de palo santo y á ambos lados un reloj y
un Niño Jesús de cera colocado dentro de una
campana de crista).
La desvelada dama, fija en su idea, puso las
manos en cruz, y fijando los llorosos ojos en el
techo de la alcoba, articuló:
— ^.No es venlad, Santo Ángel de la Guarda,
"w qnien me acuesto, con quien me levanto
que descubrirás ese Uo, para que paeda arafiar
el nMtro á este tunante que ronca á mis espal-
i'' i ««^bellaca digna de ser emplumada
por la Santa Inquisición? i'"— »«»
El áo^l nada hizo y nada dijo.
LA NIKÉ DE SAMOTRACIA
. — jOhl me ha acudido una idea, — repuso de
pronto doña Cándida.— ¡Gracias! ¡Gracias, faro-
litos del Rosario, por haber iluminado mi men-
te!... Todo lo averiguaré.
Saltó de la cama, vistióse á toda prisa, are-
glóse la marmota del mejor modo posible, em-
polvóse el pelo, atóse la escurrida basquina á la
cintura, prendióse el velo, encomendó los niños
á la doncella y salió.
(Se continuará.)
Francisco Gbas y Elías.
> INSÉRTESE Ó NO. NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL (- .
««»««-«-TC X^n^r^co o. B. B*«0..-C«... o. Vu.tA«„OE., «ó«. 17. B«».«C.,K DH SA» A«tomO.-BXKCKLON*.
SEMANARIO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
Año V
Barcelona 22 de Enero de 1887
Núm. 212
HERMES (Cuadio de W. mchmond)
LA n.USTRACION IBÉRICA
SUMA RIO
Tbxto.— JtadrM. C^rtm* waprimfi, p«^ rcrnanflor.— £a
MM 4t Mdr* Lt/m ^eaoUBiiarlón), por Juan Tomu 8*I-
yMj.—Mtttlm timtifem, por Alfredo Opisio.- J^ico An-
lité», por A. SAorkts fént—la dicAa d< ter pcdrt. por
Padro J. Solat.— Xootro* grabado*.— il JfoHa (soneto),
pot Vlecal* Htawio Ilitica.— ¿a JWnfe d< 1m enmitaeot
(eoBUnoaetMi). por Fraoebeo Gr>« 7 ElUi.
GBA&taoa.- BrrBn. - CftBtreoeU: Xn las n cas; doemboca-
dara d*l Tyiw -B Akáaar de Toledo.— Abanico vene-
daao da) sitio xti 11 . — Kl arte en Roma (cuatro grabados) .
— Kl snaAo de Carloa IX. -El reto. —Tocados femeiilDoa
da i aiÜBoa del aislo XTiii (siete ttabadoa).— Yiíla tute-
ilor da te islaaia de «U Ttánaito,» «n Toledo.
MADRID
C-AJITA.S A. 1.^1 i»iii»a:A.
LA REGINA DE SABA
rERlDA Carmen: Hoy puedo hablarte de
algo risueiio, del estreno de la ópera La
Regina de Soba, recordándote, asi, una de
aquellas noches espléndidas del teatro Real en
que tú contriboias al mayor lucimiento del es-
pectáculo con las gracias de tu rostro 3' la ele-
gancia de tu traje... Todo Madrid estaba, y si
añades que en aquella misma noche la sociedad
debía bailar en la legación de Austria, puedes
imaginarte el teatro de la ópera: muchos vesti-
dos claros, muchísimos brillantes, magníficos
escotes...
No sé si conoces el argumento de la ópera
del maestro Goldemark. Te le referiré breve-
mente. Carlos Goldemark es alemán, nació en
1830, se ha distinguido en la composición de
autrUto* y granjea sivfoníns. La Regint de Snba
es la primera ópera de las qiie ha compuesto;
se estrenó en 1874, en Viena, donde obtuvo
gran éxito. Goldemark e.s wagneriano. Tradu-
''■•'■ il italiano esta ópera no produjo el mismo
que en Alemania. Representada en Ma-
tiriu ... Pero no anticipemos los acontecimientos,
Íiríma. Fórmate idea de la ópera siguiendo con
08 ojos de la imaginación los cuadros que evo-
caré rápidamente con mi pluma. Asistes al Real,
en tu palco, y no quitas la vista de la escena
sino alguna que otra vez, para ver si te mira tu
novio. Ves, por lo tanto, que se alza el telón y
aparece la escena dividida en tres naves, por
dos columnatas; te encuentras en el patio del
palacio de Salomón. El Gran sacerdote conversa
con su hija Sulamid, y fortalece su espíritu y
su corazón; Sulemid teme que su novio, Assad,
la olvide en la ausencia; el Gran sacerdote la
dice que Assad juró guardarla fe y que no pue-
de ser traidor á la fe jurada. De esto suelen
entender más las hijas que los padres. Assad
aparece luego y Sulamid ve que la mira con
frialdad, quiere interrogarle y él la recrimina y
se aleja. Sulamid tenia razón; Assad es perjuro.
Aparece Salomón cuando Assad se retira; Salo-
món le recuerda que prometió su amor á Sula-
mid; Assad contesta que por el momento está
enamorado de una extranjera de maravillosa
hemiosiira. Llega en esto la reina de Sabá y
Aasad reconoce en ella la protagonista de su
aventura... Se cree en el caso de recordarla el
Msado y ella niega y se asombra y se indigna...
£.vcusado es decir que el maestro Goldemark
aprovecha la ocasión para que todos los instru-
mf-nUMt de la orquesta levanten el mayor estré-
pito posible.
El segundo acto pasa en un jardín. Assad
di.«f/ iim- t>T) trr.iV de caza; la reina viene á dis-
fri<r^ -r. !.. - ,l..¡a<l del bullicio de la fiesta;
ya está sola, ya es mujer, no reina; entonces se
ofrece i los ojos de Assad como una visión amo-
rosa. Assad la cree celestial aparición, y, acari-
ciado por ella, envuelto p<jr ella en el mismo
velo de que se cillíe, deslumhrado y desmayado,
le dqa sobre la escalinata de la fuente, de
donde le recogen después. Le recogen para lle-
varle á la vicaría 4 que se case con Sulamid.
A'iui kl jardín se desvanece y aparece un
templo. Sulamid está vestida ilo blanco, la j-eina
la ofrece mía copa llena de perlas y ella las
rechaza con horror. Assad so precipita sobre la
reina y la quita el velo... jlndignación general!...
Sulamid llora, porque es caso de pena capital
para su novio. ¡Así lo expresan furibundamente
también todos los músicos abrazados á sus res-
pectivos instrumentos!
Y viene el acto tercero... Salomón sediviei-te.
Tenía debilidad sin duda por las bailarinas. Se
comprende si bailaban pasos como el de La
Abeja... Hé aquí una joven perseguida por el
zumbador insecto y que se envuelve en su velo
para librarse su lindo rostro de la picadura, y
que asi envuelta, la espanta, huye de ella y
sigue sus giros, ataques y fugas. El insecto la
persigue, y al fin, por algún pliegue se le entra
la abeja en el velo, tiene que arrojarle y como
al arrojarle La quedado la abeja en él, baila en
tomo regocijada. Al cabo, con precaución, le
agita, le sacude y el insecto huye y la joven
tras él. Salomón era un sabio y sin duda en-
contraba en estas danzas trascendentales alego-
rías; los abonados del Real, sin ser Salomones,
encuentran este paso muy bonito... Pero Assad
está condenado á muerte y la reina de Sabá no
es una Lucrecia Borgia, y no quiere que su
enamorado perezca. Se ve, pues, en el caso de
referir á Salomón sus devaneos y pedir gracia.
Salomón la concede. En consecuencia debemos
trasladarnos al desierto, al retiro de las vírge-
nes sagradas y todo lo más cerca posible de
cierta palmera... Assad está solo; la reina de
Sabá viene á coquetear de nuevo con el deste-
rrado, pero éste se ha vuelto casi un Salomón
en el ostracismo y desoye sus pérfidas insi-
nuaciones... Levántase horrible tempestad, nube
de arena cubre el desierto, Assad tiembla... Y
entonces se le presenta Sulamid, la invariable,
la tiernísima, la que nunca él debió olvidar y á
quien olvidó tan desdichadamente... Y entonces
los remordimientos limpian su corazón del amor
de la reina y se le devuelven á Sulamid puro y
ardiente como antes de la ausencia. Después de
esto, lo mejor es morirse y esto hace Assad con
aplauso de los espectadores.
Y ahora, me dirás, ¿ha gustado la música?
Te diré; consultando opiniones, podrías conven-
certe de que no. La música de Goldemark per-
tenece al género do Wagner; recuerda el estilo
de Lohengrin y Tünrihauser, si bien los inteli-
gentes no conceptúan tan buena como estas
óperas La Regina de Saba. Los españoles y los
italianos somos apasionados de la melodía, y
difícilmente nos acostumbramos al drama musi-
cal de los wagnerianos. Así, pues, hemos empe-
zado por no entender en la primer noche La
Reina de Sabá. y lo único que nos consuela es
que tal vez lleguemos á comprenderla en otra
temporada. Sin embargo, de común acuerdo he-
mos convenido en afirmar que es una ópera
excelente; acuerdo discretísimo que hace honor
á nuestra modestia. No cabe duda, — querida
prima, — que Wagner ha ganado mucho terreno
entre nosotros desde hace años: Lohevffrin y
Tünvhauser son óperas que no comprendíamos
y que hemos comprendido al fin , gracias á
muchas explicaciones; sin embargo, la mayoría
del público madrileño opina del gran maestro
alemán lo que aquella buena señora que tú re-
cordarás sin duda... Oyendo cierto teclear en
el gabinete donde estaba su hija la gritó: — ¡Ya
sabes que no te pei-mito tocar música de Wag-
ner!— ¡Mamá,— la contestó, — si no toco; si es
que están afinando el piano!
Han sido muy elogiadas las decoraciones de
esta ópera y los trajes de los cantantes. Real-
mente han vestido éstos con lujo oriental. La
Kupfer, la Pascua y Gayarre, estaban deslum-
bradores.
La ejecución maravillosa, querida prima. —
— Todos se esmeraron; los coros, la orquesta,
admirables.
Las Revistas especiales que tú recibes y lees,
podrán darte detalles de esta solemnidad, y en
ellas podrás seguir la polémica eterna de los
melodistas y los instrumentistas. Yo doy aquí
por terminada esta reseña y para llenar el es-
pacio acostumbrado do mi carta me permitiré
hablarte de las dos jtrincipales figuras bíblicas
de la ópera...
¡Qué figura tan bonita la de la reina de Sabá!
¿Cómo no habrán hecho de ella y de Salomón
los verdaderos amantes de la ópera? Porque
ella, según parece, no estuvo enamorada ni
podía estarlo de un hombre que no fuese ver-
daderamente extraordinario, que no fuese digno
de ella. Dicen que vino desde un reino á visitar
á Salomón, atraída por su fama do sabio, y que
para probarle le hizo muchas difíciles pregun-
tas, lo cual supone que ella era más sabia que
él todavía. La reina de Sabá le encontró, sin
duda, tan agradable de cuerpo como de espí-
ritu ; y después de haber cambiado muchos
presentes se separaron, sin que ninguno de
ellos reservase al otro ningún sentimiento
de sus corazones. Uno y otro perdieron en sus
conversaciones científicas la serenidad propia
de la sabiduría y todas sus controversias, — asi
lo afirman los autores, — terminaban con un
beso. Y cuando volvió á sus Estados la reina
pudo anunciar á sus subditos que serían gober-
nados con el tiempo por un rey sapientísimo,
pues no podía menos de serlo el príncipe here-
dero. Cuando se lee en los comentaristas la
descripción de las riquezas con que Salomón y
la reina se obsequiaron, y las sumas de oro y
platxi que se regalaron uno al otro, admira que
pudiese haber tanto metálico en solos dos rei-
nos y en solo un mundo. Quizás ha3'a en las
historias alguna equivocación de guarismos; la
tradición, es sabido, tiene siempre los bolsillos
llenos de ceros.
Existe una leyenda en que se dice que la rei-
na de Sabá, para convencerse de la sabiduría de
Salomón, le envió una embajada y con ella una
caja dentro de la cual había un diamante (que
tenia un agujerito que le atravesaba tortuosa-
mente) y un vaso de cristal. Salomón debía meter
un hilo por el diamante y llenar el vaso de un
agua que no viniese ni del cielo ni de la tierra.
Salomón resolvió los dos problemas. Para en-
trar el hilo le ató al extremo de un gusanillo
que caracoleó por dentro de la piedra preciosa y
el vaso le llenó del sudor de su corcel que fué y
vino largo tiempo, á la carrera. Pruebas tan con-
cluyentes hubieran enternecido cualquier cora-
zón,— prima mía, — por vulgar que fuese: cuando
menos el de una reina.
Te advertiré, sin embargo, que no todos los
comentadores de la Biblia están conformes en
que la reina de Sabá fuese dueña de tal imperio;
hay quien sostiene que no era tal, sino una gran
señora de admirable belleza, de riquezas inago-
tables, de carácter independiente, que se llama-
ba entonces Balkifi como hoy hubiera podido
llamarse Trini. Y dicen que era muy simpática
y tan conciliadora con todo el mundo, que cuando
dejó el reino de Salomón, no sólo lloraba el sa-
bio Rey, sino también sus mil y tantas muje-
res.
De todos modos no hay ficción del pensamien-
to que no resulte al fin justificada; el reino de
Salomón, su sabiduría, su opulencia, la hermo-
sura, el tiemisimo corazón de Balkis, todo aquel
■magnifico pasado se ha hecho realidad y se ha
llamado ópera.
Este gran estreno ha llenado la semana del
mundo filarmónico; la semana del mundo litera-
rio será colmada, sin duda, por Loa dos fana-
tismos, drama que mañana se estrena en el Es-
pañol.
No será Los dos fanatismos sino los tres...
Contando con el finatismo de nuestro público
por Echegaray. — Besa tus lindos pies.
Fernanflor.
-*-
LA CASA DE PEDRO LÓPEZ
(OOICTIHUAOIÓII)
Este patio, según ya dije, por medio de un
largo pasadizo y de una puerta de comunicación,
situada debajo de la escalera, venía á ser la
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
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prolongación y remate del zaguán. La escalera,
cosa rara en Madrid, era de piedra, con pelda-
ños altos, desiguales, grasientos y desgastados,
recibiendo la luz del patio por una reja pequeña
y cuadrada, con barrotes de hierro, abierta á
considerable elevación sobre cada meseta, y las
paredes que limitaban su caja estaban estuca-
das, con un estuco cayendo ó grieteándose en
unos lados, negro ó amarillento en otros; en su
parte superior la cubría y la alumbraba á un
tiempo, al nivel del tejado, un largo tragaluz en
forma de óvalo, con alambrera y cristales ne-
gruzcos, empolvados y llenos de telarañas; la
barandilla era de hierro labrado, con pasamano
de madera, ancho y carcomido, lo mismo que las
puertas que daban acceso á los diversos cuartos,
á las cuales se llamaba tirando de sendas cade-
nillas de metal entre negro y amarillo, pendien-
tes á la izquierda del marco, rematando en un
anillo y haciendo sonar de un modo destempla-
do, al tirarse de ellas, una tosca campanilla
situada en el interior de cada cuarto. Durante la
noche, hasta las once de la misma, hora en que
la portera, ceri-ando el portal, las apagaba, ver-
tían macilenta luz sobre esta escalera, arran-
cando siniestros reflejos á la grasa de los
peldaños, á los hierros de la barandilla y al
estuco de las paredes unas candilejas de petró-
leo, sostenidas por otras tantas abrazaderas
empotradas en aquéllas. El primer tramo, que
terminaba en el rellano del piso principal, ofre-
cía una pendiente más suave que la de los
subsiguientes, los cuales se iban empinando á
medida que se subía, como si á su construcción
hubiera presidido el propósito deliberado de
castigar el inquilino con una fatiga proporcio-
nada á su indigencia.
El primero y segundo piso de la casa eran
enteros, es decir, abarcaban toda el área de la
misma, excepto el patio; el tercero estaba parti-
do en dos, de los cuales me había á mí cabido
en suerte, ó en desgracia, el de la izquierda.
Este último, ó sea el cuarto que acababa de
alquilar, constaba de un pequeño recibimiento,
atravesado por un pasillo que conducía por un
lado á las habitaciones de delante, consistentes
en una sala y un gabinete á la francesa, con
balcones á la calle, todo ello bastante redvicido,
y por el otro á las habitaciones de atrás, que
eran la cocina y el comedor, con una alcoba
éste, y ambos con vistas á un segundo patio,
comprendido entre mi casa y la inmediata. Es-
tas habitaciones eran las más oscuras, húmedas
}' tristes de la casa, y desde ellas se hallaba
uno en comunicación auricular con los vecinos.
En el pasillo había dos cuartitos interiores, que
recibían luz y ventilación por otros tantos mon-
tantes abiertos en los tabiques que respectiva-
mente los separaban á uno y otro lado, del
gabinete y de la sala. Todas las habitaciones,
sin omitir la alcoba del comedor, estaban, estu-
cadas, con exclusión de este último, la sala y la
cocina, revocada ésta y empapelados aquéllos,
cada uno según su importancia y destino. Ador-
naban la sala y el gabinete sendos cielos rasos,
claros y limpios, con cenefas oscuras y rosetones
de relieve en el centro; cubría las paredes de la
primera vistoso papel floreado sobre fondo per-
la; comunicaba con ambas una puerta vidriera
de cristales con labores y visillos encarnados;
los suelos eran de fino baldosín, recién puesto, y
por los balcones de ambas piezas se entraban
raudales de luz, de aire puro y de sol de medio-
día, gracias á la casa fronteriza, cuya elevación
no pasando de dos pisos, daba generoso y libre
acceso á semejantes beneficios.
Tal era, someramente descrito, el cuarto ter-
cero izquierda de la casa de Pedro López, que
acababa de alquilar y me disponía á poner con
la comodidad que mis recursos permitían. En
efecto, aprovechando los restos del mueblaje y
utensilios de nuestra antigua casa, mandé al-
fombrar la sala y el gabinete, esterar los pasillos
y demás habitaciones, colgar cortinas en las
puertas y balcones respectivos, y colocar cada
mueble en su lugar correspondiente. Destiné al
criado uno de los cuartos interiores, situado
enfrente d(; la puerta de la escalera, hice del
gabinete mi dormitorio j de la sala mi des-
pacho, quedando así instalado, sino con el lujo
apetecible, con el decoro al menos debido á mi
persona.
Paco Ramírez, que tal nombre y apellido
usaba el licenciado del ejército, recién entrado
á mi servicio, era un aragonés de unos veinti-
cinco años, moreno, alto, fornido, testarudo
como buen hijo de su madre patria; pero con la
fidelidad de un perro y la exactitud de un
matemático en el cumplimiento de su deber, á
juzgar por los informes de su antiguo jefe
y amo.
— ¿Sabes guisar? — le pregunté.
— Si el señorito se contenta con comer lo
que mi capitán... — respondió el ex-asistente.
— Veamos tus habilidades. En la cocina tie-
nes lo necesario; ahí va dinero para la compra
de mañana y... ¡mucho ojo con las sisas!
— A la orden mi... señorito.
— Perfectamente, — añadí por lo bajo; — no
tendré necesidad de comer en público, ni de que
me exploten fondistas.
En seguida, satisfecho de verme instalado en
toda regla, me asomé al balcón á contemplar la
vecindad.
Era al caer de una melancólica tarde de Di-
ciembre; el sol se hundía en el ocaso, como un
ministro que depone su cartera á los pies del
soberano, con la esperanza de recobrarla en
breve; algunos negruzcos nubarrones, de formas
raras y gigantescas, amenizaban el puro azul
del éter; el viento, frío y suave, al azotarme el
rostro, traía á mis oídos los infinitos rumores de
esa gran colmena llamada Madrid, donde abun-
dan más los zánganos que las abejas, y cuya
miel, casi siempre inadvertida ó despreciada, se
seca y se evapora en las celdillas de los corazo-
nes y de los cerebros en que fuera fabricada.
Muchedumbre de pacíficos ciudadanos discui-ría
CULLERCOATS: EN LAS ROCAS, DESEMBOCADURA DEL TYNE
tranquilamente por la calle en opuestas direc-
ciones, desde la desfachatada chula al atildado
caballero, desde el aguador, cargado con su
cuba, á la gran dama, cargada con su vanidad
y sus alhajas, mientras venían á confundirlos y
barajarlos, salpicándolos de barro y como escu-
piéndolos sobre las aceras, las ruedas de los
carruajes que, al estremecer el empedrado, atro-
naban sus oídos. Las tiendas, ostentando en sus
vistosos escaparates una variada multitud de
objetos, ya útiles, ya preciosos, y de tentadoras
golosinas, eran otros tantos lazos tendidos al bol-
sillo del ocioso ó atareado transeúnte; entre ellas,
interrumpiendo la monotonía de la cali?, veíase
aquí una carbonería, allá un café, acullá un
estanco, más arriba una farmacia, una lonja de
ultramarinos al lado de un palacio, en animado
contraste y bulliciosa algarabía todo ello. Junto
al portal de mi casa, es decir, la de Pedi-o
López, un corrillo de tres personas ocupaba la
acera, cual si hubiera echado allí raíces, inter-
ceptando el paso, sufriendo sin sentirlos, los
codazos y las invectivas de los transeúntes. En
un balcó'n del cuarto segundo, tirada, mejor que
sentada, sobre una silla de enea, debajo de una
cortina de persiana, envuelta en ancho mantón
desde los pies hasta la barba, una mujer des-
greñada y sucia miraba con ojos estúpidos á la
calle, sonriendo de cuando en cuando y hacien-
do, no se sabía á quién, can la cabeza señas
imperceptibles. Los balcones de la casa de al
lado se hallaban cubiertos de ropa, y en el alero
del tejado de enfrente picoteaban, trinando, al-
gunos gorriones; sobre las tejas se levantaban
las buhardas con sus caballetes cubiertos de
pizarras, y á lo lejos, dominándolo todo, alzá-
banse n;¿s aún, como gigantes petrificados, las
cúpulas de los templos, con sus linternas de
cristales sosteniendo la cruz que abrazaba el
vacío, símbolo perfecto y elocuente de nuestras
creencias. Una niña de diez á doce años, aso-
mada al balcón inmediato al alero del tejado
donde picoteaban los gorriones, apuntó á mi
rostro unos gemelos de teatro, examinándome
con ávida curiosidad.
— ¡Delicioso! — pensé cerrando el balcón. — •
Aquí podré entregarme sin estorbo á terminar
la novela titulada fjO< Afialadorei, que há largo
tiempo anuncié al público.
Y me puse á escribir, sentado al bureau que
había mandado arrimar á un testero de la sala.
IV
Aquella noche y las dos siguientes, escribí
sin interrupción multitud de cuartillas.
Los escritores, cuando nos entregamos de
lleno á la producción, somos excéntricos y capri-
chosos como las mujeres en cierto estado; de uno
sé que no podía escribir sin un loro posado en
el hombro; otro lo verificó cerrando las ventanas
en pleno día y alumbrándose con una bujía
metida en un cráneo; y en fin, por no cansar,
me consta que hubo quien no podía trazar un
renglón sin antes sumergir los pies en un baño
de agua caliente.
(Se continuará.) Juan Tom.\s Salvany.
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LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
REVISTA CIENTÍFICA
Cnnirio—i por i«ac«Mlóo>.— SepoUunyeraiiMclón.- Noero
papel— Motor de >lre earbonulo.— Los mosquitos y 1* fiebre
anariUk.
MM. Fontan y Segard han comunicado últi-
rnsmente á la Sociedad de biologia curiosas
''■nes de sugestión terapéutica, que
- ;in pueden curarse con extremada faci-
lidad, por la sugestión hipnótica, no solamente
las alteraciones sime materia de la sensibilidad
y la motilidad, sino también desórdenes circu-
latorios y secretorios dependientes de lesiones
anatómicas precisas, como las que resultan de
tu traumatismo.
Los autores han conseguido hacerdesaparecer,
en una sola sesión de sugestión, rigideces arti-
•.'iilares consecatiyas á una antigua artritis trau-
mática y á un reumatismo crónico de una dura-
ción de muchas semanas, y tina impotencia de
los miembros pelvianos, seguida de conmoción
cerebral.
Las irradiaciones dolorosas y los reflejos des-
pertados por una prostatitis especifica ó una
pelvimetritis febril bien cai-acterizada, han sido
aniquiladas fácilmente; la propia secreción ure-
tral ha podido ser cortada. Finalmente, un reu-
matismo articular agudo ha cedido completa-
mente á un tratamiento por sugestión de ocho
días; ya, al segundo, hablan desapai-ecido los
dolores.
Esas son aplicaciones enteramente nuevas de
la terapéutica sugestiva, y sus resultados revis-
ten grande importancia, por más que no rebasen
el limite de las nociones adquiridas en fisiolo-
gía, habiendo notado ya muchos autores, entre
otros MM. Hack Tuke y Bernheim, que tales
hechos podían explicarse por una acción sobre
los nervios vaso-motores sobre el sistema ner-
vioso de la vida vegetativa en general, acción
que no es más difícil de admitir que la que recae
sobre nuestras sensaciones y nuestros movi-
mientos, es decir, sobre el sistema nervioso do
la vida de relación, y entra perfectamente en el
vasto cuadro de la influencia de lo moral sobre
lo físico. (Bevue Scieiitijique.)
M. G. Hay acaba de dedicar á la cuestión de
la manera como conviene tratar á los muertos
un interesante trabajo en la TherapeuHc Gaz-
zette, que vamos á resTimir rápidamente.
El ser viviente,— lo mismo el hombre que los
animales, — está compviesto de cierto número de
elementos primordiales: carbono, oxígeno, hi-
drógeno, azufre, fósforo, cal, etc. Cuando muere,
estos elementos se disgregan en forma de ácido
carbónico, agua, amoniaco, fosfuro y sulfuro de
hidrógeno, etc. La rapidez de esta disgregación
ROMA ANTIGUA: EL COLISEO CON EL ARCO DE CONSTANTINO (Reducción de una estampa del Pirauese)
depende de la temperatura, del grado de hume-
dad, de la presencia ó ausencia de bacterias.
Después de la desaparición de las partes blan-
das, quedan sobre todo carbonates y fosfatos.
Todos esos productos tienen su utilidad en la
naturaleza: el agua y ciertos gases sirven para
la alimentación de las plantas; las sales son
diseminadas por el viento y arrastradas con las
aguas, y si éstas contienen ciertos ácidos (car-
bónicoy sulfúrico, por ejemplo), disuelven dichas
■ales que sirven también para la alimentación
de las plantas. La materia tomada por los ani-
males á loe vegetales acaba por volver á la
tierra de donde viene, y sirve de nuevo para la
alimentación de las plantas. De esta manera,
loa seres vivientes consumen y utilizan no sola-
mente los materiales mismos que han servido á
•na predecesores, sino loe que han contribuido
i constitair éstos. Comemos los vegetales de los
tiempos pasados, y A nuestros antepasados mis-
mos, y serviremos á nuestra vez de alimento á
nuestros descendientes.
^ En lugar de dejar verificarse libremente esta
círctdación de la materia, la ponemos considera-
bles trabas: enterramos ¿ nuestros muertos. Con
t' do, la descomposición, aunque retardada, con-
■ [ II p, mX mismo resoltxtdo. Los elementos que de
' pasan á las agnas y van 4 servir
ion á las plantas acuáticas y á los
.'i..Uiiü«a que se nutren con ésta^ el circtüo per-
manece el mismo, poco más ó menos. Pero el
enterramiento ofrece peligros. Los líquidos orgá-
nicos procedentes de un cadáver de tífico, de
colérico, pueden, en los cementerios urbanos, ser
arrastrados á las cloacas y los gérmenes mor-
bosos llegar por tanto al contacto de los vivos;
pueden filtrarse en los poros y envenenar á los
que beben las aguas de tal manera infectadas.
Para evitar estos inconvenientes, hay que rele-
gar los cehienterios lejos de las poblaciones.
Se ha creído que la cremación evitaría todos
los peligros inherentes á la existencia de cuer-
pos en descomposición; evidentemente ofrece
algunas ventajas, pero presenta también incon-
venientes, aún fuera de los que puede tener bajo
el punto de vista de la acción de la justicia, en
los casos de muerte sospechosa. ¿Qué sucede,
en efecto, en la cremación? Sir Lyon Playfair
ha declarado de una manera terminante que los
productos últimos de ésta son los mismos de la
descomposición ordinaria, pero esto es muy du-
doso. Verosímilmente, no se desprende amo-
níaco, y el ázoe se produce en estado de gas
aislado, solitario, no combinado. Esto consti-
tuye una diferencia importante. El ázoe de los
cuerpos sale en estado de gas puro, aislado en
la atmósfera, en lugar de venir combinado con
el hidrógeno bajo forma de amoníaco, siendo
así que se admite generalmente que el ázoe
atmciférico no entra para nada en la nutrición
de los seres vivos y que las plantas no se asimi-
lan gran cosa de este, á no ser en estado de amo-
níaco (Liebig). La cremación tiene, pues, por
resultado oponerse al retorno, en el circulo de
la materia, de una cantidad notable de un gns
útil, sustituyendo á éste un gas inerte.
No es esto todo. Las cenizas que nisultan dn
la cremación representan sales útiles, necesarias
á los vegetales, á los animales y al hombre, de
los cuales se priva al suelo, en el mero hecho de
conservarlos, por respeto, en las xirnas funera-
rias. Esos fosfatos, útiles á los cereales, se con-
vierten en inaccesibles; se les derrocha lite-
ralmente, dejándoles en las urnas.
En dos conceptos, por lo tanto, pertui-ba la
cremación el curi imluní do la materia é impide
á la naturaleza api'ovecharse de los elementos
que le son útiles. Es decir, que para M. G. Hay,
la cremación representa una operación desastro-
sa bajo el punto de vista económico, una medida
de prodigalidad.
Queda por saber ahora hasta <iué punto esta
medida puedo peijudicar á la circulación de la
materia útil (ídem).
*
Un japonés acaba de inventar un prí)ce(li-
miento que permite fabricar papel con algas ma-
rinas. Este papel, muy consistente, es transpa-
rente hasta tal punto que se le puede emplear
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
?>?,
en lugar de cristalea. Recibe muy bien los dife-
rentes colores ó imita perfectamente los vidrios
antiguos.
Este descubrimiento interesante no tiene nada
de sorprendente, en atención á la naturaleza
mucilaginosa de las algas, pero es muy de notar
en razón de la importancia del papel. (Mouve-
ment Industriel).
La Revue-Gazzetfe commerciale et maritime da
cuenta de la explotación, por los constructores
alemanes, de un motor de aire carburado.
La mezcla explosiva es producida por la má-
quina misma, que aspira el aire á través de
un reservorio de bencina ó de otro cualquiera
hidrocarburo líquido. El aire saturado pasa en-
seguida al cilindro, donde se mezcla con el aire
atmosférico. Esta mezcla es comprimida luego,
é inflámase en el momento que se quiere me-
diante una chispa eléctrica.
Un aparato electro-magnético movido por el
eje de la máquina es el que produce automática-
mente, y con gran precisión, el incendio espon-
táneo de los gases.
Este género de motor está destinado á un gran
porvenir, puesto que no exige ninguna canaliza-
ción de los gases, siendo de creer que su apli-
cación se propagará mucho en la pequeña in-
dustria. (Moniteur industrial).
* *
Muy á menudo háse preguntado, aunque en
vano, de qué podían sei'vir los mosquitos, no ha-
biendo nadie, hasta el presente, podido asignar
á su creación una causa final satisfactoria. El
doctor Ch. Einlay, médico de la Habana, acaba
de emitir una teoría que no satisfará ciertamente
á los causa-finaleros, acostumbrados á creer la
naturaleza llena de virtuosas intenciones y á
considerarla como una especie de hombre au pe-
tit manfeau bleu incesantemente ocupado en de-
rramar beneficios; pero su teoría interesará á los
biólogos. M. Finlay, que ha estudiado mucho la
fiebre amarilla, declara que ésta no es transmi-
sible ni por el aire, ni por contacto, sino tan so-
lamente por inoculación, y para él, el agente
natural principal de la inoculación es el mosqui-
to, el Culex.
Este insecto recogería en los enfermos los gér-
menes del mal, que trasmitiría á las personas
sanas con sus picaduras. Mr. Finlay ha podido
convencerse de visu que el aparato perforante
conserva fácilmente fragmentos de la piel que
acaba de picar. Cultivando las sustancias en-
contradas por él al rededor de una trompa de Cu-
lex. Mr. Finlay ha visto desarrollarse esporos
análogos á los que se obtienen cuando se culti-
va la sangre procedente de enfermos atacados de
fiebre amarilla. Compréndese que puedan ser
transportadas partículas de virus de un organis-
mo á otro, en el mero hecho de la sucesión de
picaduras que el Culex distribuye tan liberal-
mente. Un colega suyo americano, Mr. Ham-
mond, confirma el parecer de Mr. Finlay, seña-
lando un caso bastante curioso. En 1839, hubo
una epidemia de fiebre amarilla en Augusta
(Georgia), pero no se dio ningún caso en Sum-
merville, localidad vecina, situada en las dunas
y enteramente desprovista de mosquitos. Algu-
nos años después, habiéndose construido una ca-
rretera á través de las marismas y abierto al-
gunas cisternas, hicieron los mosquitos su pri-
mera aparición en Summerville, y en la epidemia
de 1854, Summerville fué atacada como las po-
blaciones vecinas.
Mr. Finlay ha hecho algunos experimentos res-
pecto á la inoculación de la fiebre amarilla. Ha
inoculado 24 personas, y según el .Journal of the
american medical Association, del cual tomamos
estos datos, cr^e, por lo que ha vi.sto en cier-
tos casos, que esas inoculaciones pueden procu-
rar la impunidad. No encontramos, empero, nin-
gún dato sobre el método de esas inoculaciones
en el referido periódico. Los estudios del doctor
Finlay son interesantes; arrojarán, quizás, nue-
va luz respecto al papel de los mosquitos y po-
drán servir para dar á conocer mejor la historia
de la fiebre amarilla. (Bevue d' hygiene).
Alfredo Opisso.
PERICO ANTIBON
Salí verdaderamente indignado.
Y no porque al badulaque de Perico Antibon
le pareciese mal el cuadro de mi amigo Manuel,
sino porque dos horas antes había dicho él mis-
mo todo lo contrario de lo que entonces propa-
laba.
Ya comprenderá el lector discreto que me re-
fiero á un maldiciente. Perico Antibon lo era,
— presumo que seguirá siéndolo si alguna de
sus víctimas no le ha aplastado todavía, — y de
la peor especie; con ser muy malos per se y se-
cundum quid, los maldicientes de todas calañas.
Y digo que Antibon era de la peor especie
porque era maldiciente injerto de adulador. Hay
maldicientes, de maldicientes; sí, señor, que los
hay; que maldicen por hacer gracia á su audito-
rio. Ellos advierten que cuando hablan mal de
fulano y de mengano, las gentes se ríen, y caea
LA COLUMNA DE TRAJANO (ReproducoLón de una estampa del Piranesc)
en la cuenta de que son graciosos y de que pue-
den serlo siempre á muy poca costa. Otros hay
que hablan mal del ausente, por costumbre;
otros que lo hacen por envidia. Pero aún entre
esos mismos los hay inofensivos; que murmuran
del amigo, no para hacerle daño, ni con el pro-
pósito de perjudicarle en sus intereses, sino so-
lamente por satisfacer esa inclinación natural
suya á decir chistes y á pasar por agudos á cos-
ta del prójimo. Pero Antibon no pertenecía á
esta clase; Antibon pasaba horas y horas, y yo
creo que días enteros, discurriendo la manera
de hacer más daño, de causar mayor perjuicio y
siempre que podía introducir la desconfianza y
el recelo entre dos enamorados; ó lograba pro-
ducir el rompimiento de dos buenos y antiguos
amigos; ó llevar al cisma á una familia bien
avenida, gozaba con gozo repulsivo y odioso que
.'<e adivinaba en su risita falsa y en su mirar á
lo zaino.
Vamos que 3'o no podía resistir á Perico.
Tropezábame con él, y aún venía á sentarse
á mi lado en algunas reuniones y me llamaba
compañero; vea V., ¡yo compañero suyo! habría
yo preferido la compañía de un capitán de
ladrones. — Pero yo muy pocas veces correspon-
día á su saludo, y en más de una ocasión le
dejé con la palabra en la boca, cuando en la calle
ó el paseo, en el café ó en el teatro, tuvo la
ocurrencia de dirigirme alguna pregunta.
Manuel era el reverso de la medalla; para
Manuel no había amigo malo, ni poeta mediano,
ni artista que no mereciese corona, ni mujer
que no fuese digna de ser colocada en los alta-
res; era ya demasiado bueno. Pero, en fin, caso
de pecar, vale más que sea en este sentido que
en el otro.
Para mí Manuel solamente tenia un pero; la
amistad de Perico.
Tratábale con cariño; recibíale en su casa;
solía prestarle dinero y hasta le tuteaba; á mí
esa debilidad de Manuel me desesperaba. En
vano le prediqué uno y otro día para que rom-
piese esa amistad que le favorecía muy poco. —
EL SUEÑO DE CARLOS IX, DESPUÉS DE L
E DE SAN BARTOLOMÉ (Cuadro de Max Adamo)
5S
LA ILUSTRACIÓN IBEHICA
cSon aprensiones tuyas, me dijo siempre. Peri-
co es muy buen uxioUacho, un infeliz, que me
Huion» mucho y me prosta servicios que acaso
uitijuno de mis amigos jv^lria prestarme, sino
iliu- tú le has tomado ojeriza, y no le juzgas con
imp;inialiilad. •
HiiLk>, pues, de renunciar á mis propósitos de
alejará Perico de la intimidad de Manuel, y
i,.,r .>! contrario, yo comencé á escasear mis
~ Pero Manuel había terminado un cuadro
• -a lle\-ar á no recuerdo que expo-
idome rtigado él que fuese al
ver su obra y para decirle con fran-
■pinión acerca de ella, acudí con
gusto, p.'rque estaba muy convencido de que
Mknael habría hecho una obra mae.stra. No me
engañé, el ctiadro de Manuel era un magnitico
cuadr« Así «e lo dije y así se lo repitieron
;»rios compañeros que, como yo, ha-
ii. > luvitados por el autor.
Entre ellos, claro es que se hallaba, sin sepa-
rarse un momento del artista, el antipAtico Anti-
bon, lanzando, sin cesar, exclamacione.s de asom-
bro que ya parecían empalagosas ilun il los más
entusiasta,s. — o;Prod¡gio.so, decía, prodigioso; chi-
co, esto es uu verdadero asombro; no lo digo
por adularte, sabes que detesto la adulación, y
que por carácter soy poco aficionado A lisonjas,
pero tu cuadro es una maravilla. Esto es sor-
prendente; ese aire se respira, esas figuras
hablan, esas flores se huelen, esas frutas se
comen. No digo ya los Casado, los Gisbert, los
Pradilla, los Sans; ni Velílzquez, ni Murillo, ni
Rafael, sirven para lavarte los pinceles.»
Aquellas exageraciones, que con asombro
mío, escuchaba Manuel con la sonrisa en los
labios, produjeron en todos nosotros un efecto
muy desagradable, y no faltó quien pusiese
correctivo á ese torrente de estúpidas y desca-
radas adulaciones, indicando, aunque- cariñosa-
mente al pintor, alguna incorrección y algún
descuido que notaba en la obra; Manuel escu-
chaba sus indicaciones con la misma sonrisa
de agradecimiento y no parecía mostrarse ofen-
dido.
La sesión terminó; salimos poco á poco del
taller y nos separamos del artista.
Poco tiempo después y como nos cncoutrAse-
mos gran número de los mismos amigos de Ma-
nuel, en la cervecería inglesa, vi A Perico decir
del cuadro tales cosas que, como antes he dicho,
me retiré indignado y temeroso de arrojarle una
botella A la cabeza. Tal salí de la cervecería que
como si me hubiesen disparado, me encaminé
corriendo A casa de Manuel. Entré precipitada-
mente y casi sin poder respirar en sa taller y
me le encontró retocando su cuadro, modifican-
do algunos trozos, corrigiendo algunos efectos
de colorido.
— ^,Qué pasa? — me preguntó asombrado.
ARCO DE TITO (Reducción de una eslampa del Pirauese)
— Mira, — le dije, sin poder dominar mi eno-
jo.— De hoy no pasa. Has de elegir entre la
amistad de él y la mia. Yo ni debo, ni quiero
decirte por qué; pero yo no puedo permitir que
■eu Un candido, por no decir tan necio, que
MIS»» cotuiderando como amigo á ese misera-
ble.
— ¡Bah! — dijo Manuel, — no digati más. Perico
habla mal de mi cuadro; me parece que lo estoy
oyendo. Pero, si aqui el único necio eres tú.
—¿Pues?
— ¿Tú crees que yo estimo á Perico?
— Lo creo porque lo veo.
—¿Lo ves? ¿Y qué es lo que tú ves?
— Que recibes, que escuchas, que atiendes á
ese ruin personaje.
— Pues, ¿no he de recibirle, no he de escu-
charle, no he de atenderle, si me sirve mejor
que ninguno de Toaotros que tanto me queréis?
— ^¿Qn* te sirve?
— Y mocho. Hoy, sin ir más Iq'oe. Sin los elo-
gioa de eae pobre hombre, que han producido,
por lo oageñdoa, la reacciÁn natural en vtiestros
evpirítiH, acMO ▼ocotnw no me hubierais hecho
las obwrraeíoDes atinadas, tan atinadas como
cvífiosaa qua ahora mtsmo ectoy aprovechando.
Sin la* censuras que Perico ha de lanzar en
todas las formas y por todas partes quizás, nadie
pensaría en mi cuadro.
Créeme, amigo mío; Penco Antibon, sirve,
p«ra lo qtie sirve lo qtie es venenoso y malo,
jñempre qn<> w emplee con oportunidad.
Es chismoso.
Me sirve para decir A las personas A quienes
no quiero ver en casa, que me revientan sus vi-
sitas. Se lo digo A él en confianza y con mucha
reserva, y al día siguiente lo sabe el interesado
y no vuelve.
Hoy, ya lo ves, sus murmuraciones han servi-
do para que yo me afirme en la opinión que ya
tenia de que tú eres mi mejor amigo.
Permíteme, pues, conservar A Perico; cuando
no de otra cosa, sirve para recordarme mis de-
fectos.
Callé, no muy convencido; pero pensAndolo
bien, dije: — Al cabo, puede ser que tengas razón.
Y desde entonces comencé á mirar con mAs
curiosidad y menos repugnancia A Perico.
A. SÁNCHEZ PÉREZ.
LA DICHA DE SER PADRE
( MONÓLOGO )
I
— ¿NiSo? ¡Es niño!... ¡Qué ventura!... ¡Gra-
cias, Dios mío!... ¡Cuidado, cuidado!... ¡A ver,
venga mi hijo!... ¡Hijo de mi alma!... ¡Qué vagi-
do t:in tr;«f<-' -A,,,!., -r^íln, üorniicillo- vte
con tu madre, al calorcito; anda, llorón!... ¡Con
cuidado, no le vayas A sofocar! Espera, antes un
beso..., otro, otro. ¡Ya le besarAs tú!... ¡Si, tápa-
le; pon en hueco la ropa, no vaya á asfixiarse!...
No, no es aprensión; es que los niños requieren
mucho cuidado. ¿Te sientes bien? ¿Estás con-
tenta con nuestro hijo?... ¡Es un Ángel!... ¡Qué
feliz me siento! ¡Déjame que le vea otra vez...
nada mAs que una vez... así! ¡Bendito .seas!...
¡Gracias, Dios mío! SI, si, vivirA, no tengas
cuidado. ¡Vaya si vivirA nuestro hijito del
alma!... ¡Mi hijo!...
li
— ¿Que en qué pienso? ¿Pues en qué quieres
que piense sino en nuestro hijo? Debemos ser
previsores. Voy A tomar una póliza A su nom-
bre en esa Sociedad de seguros tan renombrada,
y ademAs voy A asegurarme yo en otra Compa-
ñía para que si os faltare yo no quedéis des-
amparados. Estas cosas no se deben dejar para
lo último. Asi, cuando cumpla los veinte años,
podrA redimirse del servicio militar, y Aun ten-
drá una base para no temer lo porvenir. ¡Pero,
mujer, por Dios, no seas asi! ¿Por qué no ha
de vivir? ¿No le ves?... Es fuerte, está muy ro-
busto... ¡Qué mejillas tan sonrosadas! Parecen
de terciopelo, sí, de terciopelo de rosa y nieve.
¿Sus labios? Dos cerezas, rojas y húmedas. ¡No,
no, los ojos son como los tuyos, azules... y tan
brillantes y tan inquietos como los tuyos!...
¡Hijo do mi vida!... ¡Déjamele!... Te voy A llenar
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
5y
de besos ese hoyuelo que tienes en la barba.
¡Ay, qué rico es mi hijo!... ¿Cuándo va V. á
saber llamarme papá?... ¡Mira, mira cómo se
ríe!... ¡Si esto es un ángel del cielo!... ¡Luís!
¡Luís!... ¡Eh, eh, e,h! ¡No se llora, no señor!...
¡Anda con mamá, picaruelo, ya sé lo qué quie-
res!... Dale de mamar.
III
—¡Si yo fuese pintor!... ¡Qué grupo! Los dos
dormidos: la madre y el liijo. ¡El, sonriente en
la cuna; ella sonriente en la butaca! ¡Los dos
sueñan: ella con su pequeñuelo; él... debe soñar
con los ángeles! ¡Pobre mujercita mía! Se ha
obstinado en criarle y no, no debe convenirla.
Se va desmejorando por días. En cambio él...
Pero ¿qué soñará? ¡Cómo se ríe y cómo abre y
cierra las manitas, sus manitas de blancura sin
igual! ¡Parece que le molesta algo!... Acaso le
oprima demasiado la fajita... Si yo pudiera
aflojársela para no tener que despertar á su
madre. ¡Amada mía! Toda la noche en vela...
IV
— ¡Militar! No quiero que sea militar. Pudie-
ra morir en la guerra. Ya veremos cuando sea
mayor que es lo que le llama la atención prefe-
rentemente. Pero, militar, de ningún modo.
Abogado ó ingeniero... Médico tampoco, en época
de epidemia su puesto de honoi' sería el peligro.
Tampoco médico. Ya veremos, ya veremos.
Es prematuro, pero no debemos descuidarlo.
El porvenir de los hijos es la preocupación
más legitima de todo buen padre. ¡Hola! ya
despertó este señorito. Ven, ven con papá, vida
mía. A ver como me llamas... pá-pá... ¡Ay! ¡Ya
lo repite! ¡Luis, Luisito otra vez: pá-pá!... ¡Qué
monada! ¡Hijo de mi vida!...
V
— ¡No, si es de felicidad! Soy tan dichoso que
no me cabe el corazón en el pecho. ¡Qué misterio
tan inexplicable! Ya ves, es de alegría; mis
lágrimas son el desbordamiento de la ventura que
siento. ¿Qué puede haber comparable á este
jamás
amor? ¡Nada! Yo creo que no he sentido
gozo semejante. ¿Y tú, por qué lloras? ¡Lo mis
mo, lo mismo! ¡Cuánto debemos á Dios!
VI
— ¿En qué estará pensando?... ¡Pensando! No
puede pensar todavía. ¿Qué es lo que le pone
tan contento; cómo se llamará la causa de esa
alegría angelical?... ¡Sensaciones!... ¿Qué? ¿Efec-
tos nerviosos? ¡Hombre, por María Santísima,
no atribuyan Vdes. á la materia lo que es ema-
nación divina!... ¡Ah! Vaya si se fija. Mire V.,
mire V. como sigue el movimiento de la péndo-
SEPULCRO DE CECILIA METELLA (Reducción de uua estampa del Piranese)
la con su mirada. Y... no se ría V., doctor, pero...
cuando veo ese quid (tivinum que asoma á sus
ojos... me parece que no es propio de una cria-
tura de su tiempo. Creo que es algo así como
una revelación de la inteligencia. ¿Y cree V.
que no hay motivo para temer?... Sí, sí, ya veo
que está hermosísimo, pero ese color tan encen-
dido, ese calor tan fuerte... ¡claro que es robus-
tez! Su madre está sana y buena, aunque apa-
rentemente se haya desmejorado un poco. ¿De
modo que no hay que sospechar nada malo?...
El cielo lo quiera así. ¿Ve V. qué fuerza tiene?
No, no suelta el dedo con facilidad. ¿Le oye
usted? ¡Qué claro me llama papá! Esto es cosa
de enloquecer de pura alegría. ¡Hijo mío! ¡Ca-
riño de mi vida!
VII
— ¡Cuidado, no le sueltes!... Ven, ven con
papá... otro paso... otro... ¡Vaya! Como que está
hecho un caballerito, con dos dientes... y rom-
piendo á andar... ¡Ven, Luisito; hijo mío!...
¡Aupa! ¡Hola! ¿Con qué me tiras de la barba?...
No le haga V. llorar, déjele. ¡Vaya! ¡Otra vez
haciendo pucheros!... Este niño tiene algo que
le hace daño, que le molesta... alguna cinta...
Puede que sea la dentición; pero... en la duda,
que vayan inmediatamente á avisar al médico.
Yo no estoy tranquilo. ¡No, si no creo que sea
cosa grave!... ¡Qué llorar tan continuado! Otras
veces no, no me preocupaba, pero ahora me
hace daño, sufro oyéndole. Mi hijo no está bue-
no. Dámele; yo le pasearé. ¿Qué tiene mi Luisi-
to? ¿Qué le pasa al hijito de mi corazón? ¡Po-
brecito mío!... ¡Pobrecito!... ¡Han hecho pupa al
niño!...
VIII
— No es pesimismo, es que siento como calo-
fríos en el alma. Es que me desgarra el corazón
el aspecto de mi hijo; es que echo de menos sus
sonrisas y sus gritos inarticulados y sus palma-
ditas. Aquel destello indefinible que animaba
sus pupilas ha desaparecido; sus labios están
secos, pálidos, como pétalos de una rosa mar-
chita... ¡No soy pesimista, pero no me gusta lo
que veo! No, no tengo confianza en el médico...
mejor será que venga otro, el más afamado, el
que tenga más justo renombre. ¡Dios mío, ten
lástima de nosotros!... ¡No te aflijas, mujer!
¿Crees que una criatura tan robusta, tan her-
mosa, está amenazada de muerte sin más ni
más? ¡No, hija mía, no! Vamos, no te apenes;
tanto como tú le quieras le quiero yo y ya ves...
no hagas caso de esa lágrima. ¡Quiero tanto al
hijo de mi vida!
IX
— ¿Garrotillo?... ¡Oh, Dios mío, Dios mío!
¿Qué va á ser de mi niño?... ¡Pues si hay espe-
ranza no se aparte V. de su lado; pagaré lo que
usted quiera; se hará cuanto V. desee; pero no
se aparte de la cuna! Acaso un gesto, un movi-
miento, un grito, cualquier cosa revele á V. su
estado. ¡Sálveme V. el niño y cuanto poseo es
de usted!... Indique todo lo que estime necesa-
rio; lo traerán enseguida. ¿Está mejor?... Anda,
recógete; descansa, mujer; vas á caer enferma,
no duermes, no comes, no cesas de llorar... ¡Ten
ánimo! ¡Dios no querrá privarnos de ese ángel!
Nos quedamos á su lado el doctor y yo. Te pro-
meto avisarte si ocurre alguna novedad. Des-
cansa tranquila. ¡Con franqueza, doctor, con
franqueza... dígame V. la verdad, toda la ver-
dad!... ¿Debo aún alimentar alguna esperanza?...
¡Cuánto bien me hacen las palabras de usted[
¡Si supiera V. cuan loco me tiene ese niño!...
Sí, es el primero, mi primer hijo. Una alhaja,
doctor... Mucho, muy robusto... ¿Que eso le per-
judica?... ¡Y yo que fundaba en ello mi espe-
ranza!...
X
— Todos duermen. El médico ronca tan tran-
quilo en una butaca... ¡claro! ¡como no es padre!...
Mi mujer no duerme, estoj' seguro; ¡pobrecilla!
¡Sublime amor el de esa débil mujer!... ¡Qué
encendido está mi hijo!... ¡Benéfico lloro que me
alivia el pecho abrumado por el dolor! ¡Qué
precioso es mi hijo! ¡Si parece un ángel!... Hasta
n
r
m
Moda rte 1790, scgúu im relrato de (5aiusborongli
Peiuado á ¡o erizo, scgúa Chodowiecki
Puesto de verdura, !778
tt>WM
"^HV.^^ ^'i'"//í5^-^
iV
Peinado iuglés, 1786
De uu retrato de Keyuolds
Oreilles
de chUn
Revoluciouario
ingles
Moda de Berlín en 1777
Segúa Chodowiecki
TOCADOS FEMENINOS DE Á ÚLTIMOS DEL SIGLO XVIH
t^2
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
la palabra ángel me da miedo por la idea del
cielo que la acompaña. No, que no sea ángel
del cielo, Dios mió, sino de la tierra; aquí tam-
bién puede serlo. No debo desesperar. La razón
dice que todos los seres cumplen una misión...
¿qué misión ha cumplido mi hijo?... La de ha-
cemos dichosos, si, es verdad. Pero, ¡ha sido
tan poco tiempo!... Para algo más habrá nacido...
Cierto es que también otros niños... ¡Doctor!...
¡Doctor!... ¡El niño!... ¡mi hijo!... ¡pronto!... ¡Por
el cielo!... ¿QuéV... ¿qué dice usted?... ¡imposi-
ble!... ¿mi hijo muerto?... ¡el hijo de mi alma!...
¡Ah, Dios mió. Dios mío!... ¿Y para esto has
permitido que sea padre?...
Pedro J. Solas.
NUESTROS GRABADOS
■■mea
CMdr» ifa W. B. aukwumd
So hay ineooTentraU algnoo, dn daiU, en qna loa pin-
tona loato á tu eargo repreaenur en «a» coadroa al mensa-
¡0n da loa dioata, paro >l dirrmoa qoa noa patcoe máa propio
aata aaoalo para nr mudo por loa «acultom qoa no por loa
ktlaa da Apeiaa. Kn aaa Htrwu» teoemoa, m efecto, mejor un
> 4a Ifnn que no una obra profunda y htUnieamente
. B realUmo no tiene nada que ver con los ^raclo-
aoa Bltoa griccoa.
cnxBaroiTS
m tía aooia: oiBiaBociiODaí dilttsi
IHJlsoa fa qoa aaa plntoreae* aldea eaUba asenuda en la
k dd Northambarland. Kaeelro grabado de boyrepro-
I al InliKuanlíi paluje eonitltuldo por la desembocadura
del Traa ao al aar del Norte.
■ L itLTiZlB DB TOLBOO
ÜMOMltolaia aaciU id ¡OdaeorrUnU. (DOnijo deP.y Valar)
Toda K<paika ha sentido profundamente la pérdida de este
praetoao Bsonanento, destruido por esa especie de maldición
qoa paraca pasar sobra nuestras mejores Joyas arquitecto-
, paes, ja que lo precisa esta triste ocasión, lo
qoa en al aobatMo Aleánr toledano, para lo cual nos val-
dieaoa de laa eoorientndas deaerlpdonea publicadas por
TBitoa afteeiaMeB edegas nudrlleños.
Kt *««— «^t»^" mODOaien to ds ta en sos primerss 1 ineas de
la época da Alfonso VI, qnién después de la conquista s« for-
tUoó en aquel sitio que domina toda la ciudad, poniendo en
41 la goamldón castcllaDa con el Cid a la cabeza.
AUooso VUI biso de esta fortaleza, denpnéo de mejorarla
■nebo, so residencia ordtnsria, y Fernando III y Alfonso el
Sabio, reallzsroo también algunas mrjoras; siendo de este
último sobrrano la parte central de la fachada de Oriente j
la bóveda de todo aquel costado, que ea lo más antiguo que
en aquella fkbrira existía.
En tieapo de Don Joan II se labró nn gran salón por dls-
posldón de so minisUo D. Alvaro de Luna, y de la época de
los Reyes CatóUeoa procedían aquellas habitaciones en que
todarla se desenbrlan sos armas y empresas del yugo y laa
Oarloa V, aficionado i laacoostmcclonea suntuosas, quiso
rasdlBcar el Aleásar, y encargó á so famoso arquitecto Alon-
ao da CoTarmMss y a Luis de Vergsn, maestros mayores de
la ealedral. los proyectos j dirección de esta obra colosal,
«toa qoa eontlnnaron Villalpando y Joan de Hi-rrera.
Forma la planU de este edlBcio un cuadrado de 200 plés
porcada frente, flanqueado en sus ángulos por torres tam-
kMa eaadradsa que salen bssunte de los lienzos de Oriente,
Vana y Ocektcnie, y soperan todas en altura el resto del
Ella as todo de piedra y sólo los pequeños entrepaúos de
la fachada Bsaridloaal y de la caja da la eacalera principal son
daladrtlIOMddo.
La Untada yatediMtl ó Korte consta de tres cuerpos de
artallaclai» del Banadaiento espaúol, proyectados y dirigí-
daa per loa — sslms CoTamiblas y Vergara; el primer cuerpo
Btro la portada del pslsclo, que se compone
arco con entablamento almobadlllado, de-
I doa mhimiias Jóblcaa á cada lado que descansan
■ y U*B Ulladoa pedestales
IMo «a «BU fachada ce arttadoo y sobrio cuanto cabe en
«i ttmn». Loa adoroea, qoe se atribuyen á Berruguete, no la
reeargsa y ana drl gn-to saás aaqntaito.
KJ frasle ocideolal, qne c-e sobre la soMda al pelado
desda Zooedovar, m da sólida y Man labrada cantería, red-
bfasdo aa la «poca da t-artoa V giaodaa raformaa, poca se le
«oasmyd aaaaeralsada sUlada y ac aoomodaroa en las <rea-
taaaa aMisea tiata^ade* •! gasto plaicraseo.
n flmia OBfaalal,eoaM si ■éaanUgoo por proceder de
ia«9oeadaAl<oaaeaiaaMo.awúa Be cree, «anee da oroa-
> lodo 41 aaay aóUdo y salando sos noToa flaaques-
La fachada de Mediodía es obra de Juan de Herrera.
El patio es cuadrado y le rodean cuatro galerías de 3'2 ar-
cos, apoyados en hermosas columnas corintias. Es obra de
Corarrubias.
Al frente de la entrada y en el centro de la galería meri-
dional está la célebre escalera principiU. Ooupa todo el fron-
tis de aquella galería, siendo su caja una uave de gigantes-
cas proporciones, con más de cien plés de largo sobre cin-
cuenta de ancho, y toda la lütura del edificio.
Corrió al principio la oonstruccióu de esta Imponderable
eacalera, á cargo de Francisco de Villalpando, autor d« tan-
tas obras notables en la catedral, que la comenzó con sólo
seis reales diarlos de Jornal (uuos once y cuartillo de nuestra
moneda actual), y después le auxilió Gaspar de Vega, siguién-
dose en la obra las Instrucciones que Felipe U comunicó des-
de Valladolld á 15 de Octubre de 1563.
Huerto Villalpando en l.^i^l, fué preciso que concluyera
esta obra Juan de Herrera, asociando á su empresa á Jeróni-
mo GUI.
En la guerra de Sucesión, á principios del siglo xtiii, las
tropas aliadas de los austríacos, al mando del general Sta-
remberg, catisaron mil destrozos en el Alcázar, acabaudo por
poner fuego al palacio al salir para Zaragoza.
Asi qui'dó hasta 1772 en que obtuvo el cardenal Lorenza-
na de Carlos III, que le hiciera cesión de este palacio para
establecer eu él la R<»al Casa de Caridad, como lo realizo
bajo la dirección del famoso arquitecto D. Ventura Rodrí-
guez.
Ocupado á principios de este siglo por los franceses, al re-
tirarse en 1810 lo prcudieron fuego.
Tres días duró este iuceudlo, que sólo perdonó los muros
exteriores, las arquerías del primer piso del patio, la escalera
y parte de la capilla y algunas piezas del piso bajo.
En 1833. se hizo cargo del Alcázar el Colegio de infantería,
pero á estasazóu sobrevinieron los acouteelmientos de Octu-
bre de 18M, y las obras quedaron paralizadas.
En 1866, después de e^te largo período, se emprendió de
nuevo la restauración, que sufrió poco después uueva parali-
zación hasta 1875, desde cuya época no se han Interrumpido
las obras,
MARlA ANTONIETA, EN 1783
Además de las de fábrica se han ejecutado otras muchas
y muy costosas de ornato, que no armonizaban mucho con
la fábrica. Uu gran salón llamado reglo, cuyo techo fué pin-
tado por Sanz y recordaba los de Tléppolo en el Palacio de
Mxdrld; otroáral*, obra bastante bueua de Tovar, y otra Imi-
tadón del Renacimiento con artesonados copiados de los fa-
mosos de Alcalá Lacnpllla, que e» de Herrera, ha sido nue-
vamente adornada, habiendo pintado el señor Vera y hecho
la ornamentación el señor Conlreras.
La restauración del Alcázar de Toledo ha costa<lo más de
vdnte millones de reales, habiendo coutrihiildo con algunos
el Ayuntamiento de Toledo, que para ello vendió unos mon-
tes de Propios, y también con buena parte la Diputación pro-
vincial, poniendo el resto el Estado.
Hoy solo subsisten en pié loa muros exteriores, las cuatro
clases y las cocinas y caballerizas situadas bajo las bóvedas.
La fachada principal ha sufrido mucho, la capilla queda
casi destruida, habiéndose pt-rdido el bello bajo-relieve de
Berruguete rcprexentandoá la Virgen y las estatuas de Feli-
pe II y D Juan de Austria, obras de l>. Eugenio Duqu»; que
decoraban ambos lado» drl altar. El grupo en bronce de Car-
los V y el Puror que se levantan en el centro del patio, se han
conservado.
Por lo que hace al origen del Incendio, créese que el fue-
go se Inldó en el cuarto de ordenanzas, comunicándose acto
continuo á la biblioteca, situada debajo de dicha habitación.
Al darse la voz de fuego, el oflelal de guardia se dirigió á
la biblioteca, cuya puerta se cerró á las siete y cuarto de la
noche, y de donde salla bastante humo, corriéndose con tal
rapidez las llamas, que antes que se pudieran tomar medidas
para combatirlo, se habla convertido en una imponente ho-
guera.
Tocóse llamada, é inmediatamente salieron los alumnos
del Alcázar, desplomándose á los pocos momentos el vestí-
bulo de entrada, causaudo heridas y contusiones a tres ofi-
ciales y nueve soldados.
Además nsultaron heridos dos sargentos segundos, uu
cobo, grave; un corneta, grave; seis soldados, un camarero de
la Academia y cuatro paisanos.
ABANICO TKNKCIANO DBL 8IGI.O SVIII
Dibujo de Edmundo Yon. — Grabado de Maurand
Figura esta lindísima pieza en la colección de la signora
Vlttorla Brambilla Manzoul, siendo un ejemplar verdadera-
mente tipleo del arte frivolo y elegante del pasado siglo.
IL ARTE KH ROMA
(Reproducción de cuatro estampas del Piraneee)
• No busques aquí una descripción ni un catálogo,— dio»
Taine en su magistral y admirable libro Italia y la vida ita-
Uaná, refiriéndose a Rom»; ea preferible comprar .Murray,
Forster 6 Valery, que te |>roporeionnrán nolI<ias de arteó de
arqueología. Con todo, son muy secos, aun(|ue no sea culpa
suya; ¿acaso con palabras alineadas sobre el papel es posible
hacer ver formas y colores? Lo mejor son las estampas, sobre
todo iasviojas.'por ejemplo las del l'Iranese. Abre tus cartones,
mira esas grandes plazos cuadradas, rodeadas de altas fábri-
cas y do cúpulas, polvorosas, llenos de baches, por donde
LA ILUSTEACION IBÉRICA
63
pasa una carroza Luis XIV cargada de lacayos, mientras que
unos pordioseros se acercan mendigando una limosna ó
duermen apoyados contra una columna. Eso habla mas cla-
ramente que todas las descripciones del mundo, solamente
que hay que rebajar algo: el artista ha escogido un bello mo-
mento, un efecto de luz interesante; no ha podido librarse de
ser artista. Además, una estampa tiene la ventaja de no oler
mal, y los mendigos que se ven no inspiran ni compasión, ni
asco...»
Ahí tenemos, pues, una lindísima reproducción de esas es-
tampas del Piranese, cuyos ejemplares se pagan hoy á peso de
billetes de Banco. El lector podrá formarse, en su vista, per-
fecta idea de los monumentos representados, por lo cual sólo
añadiremos ahora algunos ligeros datos históricos respecto
á cada uno.
El Coliseo con el Arco de Constantnw: fué erigido el pri-
mero por Vespasiano, en medio de la antigua Roma, en la
confluencia de los tres montes Palatino, Celio y Esquiüno, y
y de las tres vias principales, la Suburra, la Sacra y la Triun-
fal. Dos anchos vestíbulos ó corredores de travertino rodea-
ban aquella gran elipse de ISO metros de largo por 350 de an-
cho y Ó60 de circuito, teniendo una elevación de 180 pies. Y
sin embargo de lo enorme de tal mole, aún hoy día causa
maravilla, por su esbeltez y elegancia.— B Arco de Cona-
lanlino, levantado por el Senado y el pueblo al vencedor de
Mflgencio, es el mejor conservado de cuantos osténtala ciu-
dad. Está formado por tres arcos, y sus descaras aparecían
respectivamente adornadas por cuatro magníñoas columnas
de orden corintio, coronadas coa sendas estatuas'polícromas,
aunque hoy han desaparecido los colores. Antiguamente do-
minaba toda la mole una cuadriga de bronce, como la que
se ve hoy en el Arco de la Estrella. Son muy notables los
bajo- relieves.
El Arco de Tito, que se encuentra siguiendo por la Vía Sa-
cra, camino del Foro, fué erigido asimismo por el Senado y el
pueblo en honor al vencedor de los judíos, y constituye un
verdadero modelo de buen 'gusto. Son excelentes también
los bHJo relieves.
El Sepulcro de Cecilia Mttetta, la mujer de Craso, está en la
Via Appia. Es imponente por su forma circular, que sirvió
de modelo para el mausoleo de Adriano, y notable por la so-
lidez de sus muros, de treinta y cinco pies de espesor, así co-
mo por haber sido la primera fábrica romana de fecha cierta
en que aparece usado el mármol.
Finalmente, la Columna de Trajano se levanta en el Foro
que lleva el nombre de este ilustre emperador, entre el Ca pi-
tolio y el Qiiirinal. Es un monumento insigne de la historia,
y más todavía del arte, que no habla producido obra más
bella en su género, quedando desde entonces la Columna
Trajana por modelo de las que habían posteriormente de
erigirse. Es de mármol de Carrara, compuesta de treinta y
cuatro piezas de mármol, de IC palmos de diámetro por la
parte inferior y 15 por la superior, y su altura es de 128 pal-
mos, sin contar la base. La tí.=.caK-ra por donde se sube al co-
ronamiento es de mármol, y consta de 178 gradas, ilumina-
das por 43 ventanas. La columna está rodeada por una cinta
de preciosos bajo-relieves de estilo griego, que traza una es-
piral de 23 vueltas. Fué erigida esta columna por el Senadoy
el pueblo, en conmemoración de las victorias de Trajano so-
bre los pueblos del Danubio, constituyendo á la vez un mo-
numento sepulcral. Está coronada hoy por la estatua de San
Pedro, en vez de la de bronce dorado que represtntaba al
gran emperador español .
EL SUEÑO DE 0ARI08 IX
DISFClS DE LA NOCHE DE SAN BARTOLOUÉ
Cuadro de Max Adamo
Después de haber estado el rey Carlos IX gritando toda
la noche: -/iíaíarf, matad!-,' de haber arcabuceado, al rayar
el día, á los que se salvaban por el barrio de San Germán y
de haber experimentado gran regocijo cuando dffde sus
ventanas vio pasar por el río más de cuatro mil cuerpos,
entre los que se ahogaban y los muertos (Brantóme), entrá-
ronle escrúpulos de asesino al cabo de algunos días, dardo
muestras d»' su horror al oir contar que los facinerosos ha-
blan muerto á ancianos, mujeri s y niños •Continuamente,
—decía,— me parece que se presentan ante ms ojos los cadá-
veres sangrientos de las víctimas, con 1* faz moribunda,
roja y cárdena, y hubiera deseado que se hubiese perdonado
á los débiles y á los inocentes »
En su vista y al oírle referir al rey las pesadillas que le
atormentaban cada noche, no sabían Catalina de Medida y
los guisardos que contestarle al miserable rey de Francia.
No cabe mayor verdad y fuerza en la expresión de esa es
cena, conociéndose al momento que está la razón de parte
del gallardo cazador, estafado por el innoble fullero que no
tiene alientos para levantarse y encararse con su provocador'
La composición es habilísima, resultando del conjunto un
efecto único, que produce viva impresión.
Es esta, sin duda, una de las mejores obras que han salido
de la escuela de Munich.
TOCADOS PEHSNINOS D^ jt ÚLTIMOS DEL SIGLO XVIII
El Puesto de verdura hizo furor en 1778; nadie creería que
á tul extremo llegara la extravagancia ano estar reproducido
este grabado de un retrato de aquella época.
En 1790 hubo un poquito más de juicio, (orno se ve por
el retrato pintado por Gainsborough. £n lugar de un puesto
de ii£r(¿ura contentáronse las señoras con ponerse un quita-
sol sobre la cabeza.
María Antonietn en 178S: peinado con plumas; gustábanle
mucho las plumas á la pobre reina.
Orejas de perro. — Xivolucionario inglés.— Como Rousseau
predicaba el salvajismo, nada mejor que mostrarse encantado
de lo más natural, esto is, de los animales, y como estat>an
en alza las ideas revolucionarias, nada más oportuno que
jendir las inglesas un tributo de consideración cabelluda á
las nuevas ideas, poniéndose sobre la cabeza las más inve-
rosímil monteras.
Peinado á lo eríeo ("ó V herissonj. En 1778; demos'.ración
de lo resistente y huraño de la virtud de aquellas damas.
1786. — Moda inglesa, muy popular. El grabado es re-
producción de un cuadro de Reynolds.
Moda de Berlín, en 1777, (según Chodowlecki); formaba
un enorme triángulo, imitando en la parte superior la coro-
na real iuglesa mediante anchas hojas entrelazadas y coro-
nadas por un ramillete.
VISTA INTEEIOR DE LA IGLESIA DE «EL TRÁNSITO,» EN TOLEDO
Dibvjo de J. Garda
Esta iglesia fué construida para sinagoga por el judío Le-
vi, — tesorero del rey Don Pedro I de Castilla, que lo hizo ase-
sinar en 13f)0, — «hombre trabajador y pacífico, poderoso entre
todos y gran constmctor,' sigún reza la lápida conmemo-
rativa que se conserva todavía. Destinada po-teriormeute al
culto católico, puede estimarse, no obstante, como uno de
los más preciosos ejemplares del arte judaico en nuestra pe-
nínsula, donde por t»nto tiempo ejercieron importantísima
influencia los Israelitas.
*
A MARÍA
SONETO
Asombrar todo el orbe con mi espada,
ser fiero defensor del inocente,
verme aclamado por extraña gente,
conquistar la región más apartada;
Libertar á mi patria amenazada
y defendiendo lo que el pecho siente,
escupir al tirano en su alta frente
y morir tras la heroica barricada:
Llegar al sol con vuelo violento,
envolverme en su haz de rayos rojos
y mecerme en las ráfagas del viento;
Son dichas que no calman mis enojos,
como aspirar tu perfumado aliento
y ver de cerca tus lucientes ojos.
Vicente Blasco Ibáñez.
-*-
LA FUENTE DE LOS CURRUTACOS
(continuación)
VIII
LA COGULLA Y LA BASQUINA
Fray Nolasco acaba de darse una gran panza-
da de pecados en el confesonario, cuando un
lego, que era un lego en latín y en muchas co-
sas, le anunció que una tapada preguntaba por
él y que esperaba la contestación en la portería.
— ^,Ha dicho su nombre? — preguntó el padre.
— No, señor. Va rebozada en la mantilla, y pa-
rece por la facha, más una mujer de tapadillo
que no una dama principal.
— ¡Bonita mañana me ha caído encima! Tres
horas mortales en el confesonario lavando la
ropa sucia del prójimo, y ahora poner en colada
la de una prójima que no habrá por dónde co-
gerla.
El buen señor aún no se había desayunado.
El lego acompañó á la tapada al locutorio, la
dejó sola en él después de ofrecerle silla, y allí
estuvo bonitamente aquella especie de dama
duende aguardando que fray Nolasco hubiese
tragado el chocolate, los correspondientes higos
y las encarnadas fresas que hacían las delicias
del afortunado varón.
La dama al oir sus pasos abandonó la silla,
se levantó el velo y murmuró, besando la re-
donda y nevada mano del carmelita:
— Buenos días tenga su paternidad. Di.spen-
86, señor, que pase á molestarle en medio de
sus ejercicios espirituales, pero...
■ — ¡Cómo! ¡Doña Cándida, V. en esta santa
casa!... Perdón, señora, perdón por mi tardanza.
¡Pesan sobre mí tantas obligaciones! Tome su
merced asiento y veamos en qué puedo ser útil
á tan gran señora.
La dama exhaló un prolongado suspiro, acer-
cando una silla al descomunal sillón en que se
había acomodado el carmelita.
— ¿Estamos solos, fray Nolasco?
■ — Solitos, mi señora, solitos; — y añadió son-
riendo:— ¿Podrá saberse qué pecadillo le ha
impulsado á pasar aquí?
Doña Cándida dio rienda suelta á la fuente
de su llanto y murmuró con verdaderas mues-
tras de hondo desconsuelo:
— ¡Leandro! ¡Mi Leandro me es infiel!
El fraile se puso turbio.
La cuitada continuó:
— No me quiere, bebe los vientos por otra.
¡Huye de mi lado cuando yo le adoro, le mimo
y le halago como manda Dios!
■ — ¿Está V. convencida de ello? — preguntó el
fraile tomando un polvo.
— Es el Evangelio, señor. El mismo lo ha
dicho y lo ha confesado.
— ¡Eso es grave! ¡Muy grave!... ¿Es posible
que se haya atrevido á tanto?
La confidente enjugó los ojos y continuó:
— Mi esposo es uno de esos hombres que no
saben guardar un secreto. Tan pronto como se
entrega en brazos del sueño, pierde la llave del
corazón, los secretos levantan la tapada la caja
y todos, toditos se deslizan por su boca.
■ — Pues diga V. que él lo ha charlado, pero
no lo ha confesado.
• — Para el caso es lo mismo, padre mío. Yo
no estoy en mí... ¡A mí me va á dar algo!...
jUnos sudores me vienen y otros se me van!...
¡Los vapores, señor, los picaros vapores me han
subido á la cabeza!... ¿Qué diría el gran bribón
si me viera en este estado?
Fray Nolasco apoyó ambas manos en los bra-
zos del sillón, levantóse pausadamente, se acercó
á la puerta y pidió un vaso de agua.
El lego se presentó con él.
— Vamos, señora, tome V. un sorbito. Tran-
quilidad, tranquilidad, hijita, y deje rodar la
bola que todo se arreglará.
La dama acercó el vaso á los labios, apuró el
agua, pasóse el pañuelo por el rostro y sudorosa
frente y echó mano del abanico.
El monje volvió á posesionarse del sillón,
cruzó las manos sobre el hábito y murmuró
tranquilamente:
— Esto no ha sido más que un pequeño vahído
producido por la exaltación. Ya pasó, amiguita,
ya pasó. Vamos, mucha calma y tenga V. pre-
sente aquello de que los sueños...
— No, padre mío, no. Leandro me es infiel.
Hace algún tiempo que vive muy distraído, que
no gusta de mis caricias y no se fija en mis
hijos, que parecen tres serafines en la tierra.
^Pero, doña Cándida, ¿ha dicho él por ven-
tura el nombre de su soñada Laura ó de la
mujer que le hace cosquillas en el corazón?
• — Eso no,-^contestóse secamente doña Cán-
dida, tiesa como un palo, con el color encendido
y con el fuego de la ira y de los celos retratados
en los ojos.
— Pues, ¿entonces?
— Pero sé dónde se esconde.
— Será un ser imaginario fabricado por los
celos y recelos. Medítelo V. bien.
— Nada de eso. Es una persona que todos co-
nocemos; una ociosa, una casquivana que cuida
mucho de su cuerpo y muy poco de su decoro
en lo que se ve.
El padre se encogió de hombros.
La mujer del golilla bajó la voz y añadió:
— ¿No la reconoce?
—No.
— Pues es... su hija espiritual. En fin, es la
muy noble, la muy culta, la muy santa doña
María Luisa. ¿Está usted?
El carmelita, á pesar de no ser nei'vioso ó
&4
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
imprf«ion»ble, como buen fraile, experimentó
uua convulsión general, y aparentando gran
s«mMiitlad, sacó lacajade tabaco, tomó un polvo,
V conttvtó:
— >;i«>go soberanamente que sea ella. Mi hija,
mi bi\.'iKi hija o.-ipiritual no gusta *ío trapichees
y mucho menos de amoríos de esta naturaleza.
Su señor marido puede tal vez haber puesto sus
pecadores ojos on ella: pero la pobre ni aun lo
debo haber notado.
— ¿Lo juraría usted? — insistió la mujer, firme
en sus trece.
Fray Nolasco extendió la diesti'a tocando los
j)iés de un Crucifijo.
La dolorida so tranquilizó.
El religioso aprovechó el efectb dol juramen-
to y dijo levantándose:
— Señora, la paz sea en su casa. Desvanezca
TOLEDO: INTERIOR DE LA IGLESIA DE «EL TRÁNSITO» (Dibujo de J. üaiclai
p«M- completo la picara idea de que doña María
Loiaa faera capaz de una tontería semejante, y
iMted en bu casita, procure llevar á buen recau-
do á su sefior marido, sirviéndose de las ternezas,
de loa mimoa y de los halagos; que muchas ve-
ces produce máa efecto un beso, uno solo, entre
m»"^ y majer, que el sermón de laa Siete
Palabna.
— ^engouna eapina clavada en el corazón!...
— DéjeM Y. de espinas y de caídos. Vista á
la moda, gaste mucho en afeites y alfileres, eche
mano de la salsa de las zalamerías y el esposo
tomará de nuevo al redil de sus amores.
— ¡Qué bueno es su merced! ¡cómo pagarle
tanta y tanta bondad!
Diciendo esto doña Cándida puso una cara de
fiesta que hubiera alegrado cualquier corazón.
—No olvide V. la receta, pues ella obra ver-
daderos milagros conjrugales. Dios vaya con
usted y no le prive de sus celestiales dones.
— Amén, — murmuró la dama besándole hu-
mildemente el escapulario.
El campechano monje la echó la bendición.
La esposa volvió á casa del esposo y el fraile
al refectorio.
(Se continuará.)
Francisco Gkab y Elías.
-*—
iMBRUOll: (Nta, UH-Ul, tiM IMiiit, UUr. — lUumiot l«t imán de propiedad trtística j literaria.— Las reclanacioDes eo Madrid, a! represeotante de esta Casa D. Maoue! Plá y Valor, Apodaca, 10,2.*
) INSÉRTESE Ó NO, NO SE DEVUELVE NINQUN ORIGINAL — ^ r—
E«TABU!ciMisirro Tirooninco os B. Basbua.— Calle de Villahrobl, húm. 17, ensancue de San Amtohió.— Barcelona.
Año V
Barcelona 29 de Enero de 1887
Núm. 213
Con el presente ni^mero repartimos el suplemento de modas EL MUNDO DE LAS DAMAS, correspondiente al
mes actual
66
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
SUMA RIO
Tarro.— JTadrM. OarUt é mi frima . por Fernanflor.- ¿a
MM «k Ptén Upa (eooUnuaelón), por Juan Tomas Sal-
y»aT.—Uetmn$: Lat i^neadc I'Oim, por «larm -IhriMa
ttmUJÍe*, por Alftvdo Op\tto.—Dn prilogo t mut avtnht-
ro, por N da Le;TA ]r Viaearro.— Nueatroa (ralwdoa.—
Ora* am Irtea^, por Carloa Caoo.— ¿a fiunl» de to»e»-
rratoeaa (eoottiinaclóii). por FiaoeiFCo Gran ; Ellar .
OuiAOO* — La ouKaBaDcera - Orillaa del Moaa. rn loa Voe-
coa (Fraaoto). —Incendio del Alcáaar de Toledo, la noobe
dellOdal oorrienle. Lairulnai.— En la torre.- Obras de
loa anlicnoa plntorea Ingleaea, ^cuatro Brabados).— Felli
Boa«aU>. — Una calle en Serllla. -Pócelo á raya— La
aarttr d« aaor.-MetaltetertaNorteAmerlcana, .(tela gra-
bado») -lamirtM- Pueru de la* eaballertiai del Temple.
Ptano d«l Baoeo d*l Bey, en el mismo.
MADRID
C-AJtXA.S A. TVTT PUrM-A.
Kn loa Icalroa, en d boid d« Parta, en Apolo y en 1* leitarióii
braaileüa
estes horas, — mi querida Carmen, — te
habris enterado por los periódicos del
- ^C^ til timo éxito de Echegaray; ha sido uno
de los más completos, y nueva prueba de su ge-
nio formidable. Yo te contaría el argumento de
IXo» /ono/imo*, por si acaso no le conoces, mas
en la duda, me parece lo mejor insertar aqui el
ma^ifico párrafo en qne uno de los personajes
del drama, Julián, sintetiza el pensamiento del
autor y el drama mismo. Julián y Angustias
que se aman, son victimas de las preocupacio-
nes, caracteres y educación diferentes de sus
padres: el de An^^tias, es un fieo; el de Julián,
í^ UB yankét, el Dios del uno es el Dios de las
cofrailiaji; el Dios del otro es el Dios del vapor
y la electricidad. Los dos fanáticos chocan y
aplastan en su choque á sus hijos. Toda la
triste desesperación de éstos se condensa en
las siguiente-s palabras de Julián:
«Anoche... eran las doce... y andaba yo gran-
demente desasosegado. Tu amor, mi madre, la
felicidad pró.\ima, las tristezas presentes... todas
estas memorias y todos estos sentimientos, de
tal modo habíanse revuelto dentro de mi, que
mis nervios andaban desatados como diablillos
de los que no sabe conjurar don Lorenzo, y mi
cabeza ardía como un homo de los que ha sabido
inventar mi padre con tan ingeniosa ciencia.
Abrí el balcón, me asomé buscando aire y fres-
cura; y como nos sucede siempre que queremos
huir de nosotros mismos, vi realizadas en el
mundo exterior las propias ideas que bullían en
mi cerebro. Enfrente de mí estaba el Teatro
Xueiv, y en su pórtico brillaba una poderosa
lámpara de arco voltaico, irradiando en todas
direcciones vivísimos rayos de esplendorosa
Itiz... Lindando con el rico coliseo, elevábase la
vieja iglesia, y en su frontispicio dominaba un
cuadro del Cristo <ie la Columna, iluminado por
un humilde farolillo de aceite. Eran las dos
ideas que hoy luchan al rededor de nosotros, las
qne frmte á frente se me representaban. El
mundí. antiortio con sus piadosas creencias. El
' '^' con sus portentosas creaciones:
ico qne circula y brilla: el hom-
bre Dioíi que sufre y muere. La débil luz de la
imagen se anegaba en los resplandores del in-
t4sn«o foco; pero cuando llegaba un eclipse
y el foco moría el único destello que iluminaba
al Draminiao transeúnte, al pobre vergonzante
6 d qoe nnaado de los goces del espectáculo
abandonaba el teatro, era el que entre sombras
bajaba del farolillo del Cristo.
»Con eataa cavilaciones andaba yo cuando
reparé en dos hombres que pasaban y repasa-
ban sin c««iar ryjr delante de casa. El uno siem-
pre que cruzaba ante el Cristo se descubría- el
otro, á cada intermitencia del foco eléctrico, de-
cía en voz alte: fMal regulador tiene.» Si de
aotemuio no kw hubiera conocido, habríalos
conocido entonces. Eran tu padre y el mío, que
nmdaban »mf caaa; que hacia ella se sentían
»*'^' " arrepentían acaso de sus exa-
gera. •; acaso deseaban paz y amor.
»£n una de las vueltas, y cuando iban á la
par, im niño les detuvo pidiéndoles limosna, y
ambos tendieron su mano y se tocaron; y yo
pensé: si la caridad les une un instante, ¿por
qtié el amor de sus hijos no ha de unirlos para
siempre? ¡Quién pudiera confundir esas dos luces
en un solo foco! ¡Quién pudiera unir á esos dos
liombres en un solo abrazo! ¡Y estos fueron mis
presentimientos en aquella noche de calentura,
y estas son mis esperanzas en este día de feli-
cidad! »
Como te dije, todo el drama se encierra en
este párrafo. — «¡Quién pudiera unir á esos dos
hombres en un solo abrazo!» — exclama Echega-
ray; es decir, quien pudiera desterrar del mundo
todos los fanatismos y enlazar á los mortales
con el amor y la caridad! Comprenderás que el
problema es difícil, inmenso, que se sale del
marco del teatro, y que no puede resolverse
dramáticamente. Por lo cual, el piiblico, des-
pués de haber tributado magnificas ovaciones á
Echegaraj', queda desconsolado para una sema-
na. Yo he dicho cien veces, que el mayor de-
fecto de las obras de Echegaray es que resultan
antipáticas. Dos fanatismos como habrás obser-
vado ya, por sus caracteres fundamentales, in-
curre en ese mismo vicio. Sólo así se comprende
que una obra tan prodigiosa, tan aplaudida, en-
salzada con absoluta sinceridad, por todos, no
consiga el éxito de contaduría que otras pro-
ducciones de menos importancia y menos méri-
to han conseguido. Apenas estrenada esta obra
se anuncia la preparación del drama de Leopol-
do Cano, titulado: Trata de blancos. Las espe-
ranzas que la empresa del teatro Español fun-
daba en el drama de Echegaray, las funda hoy
en el del autor de La Pnsionarin ; singular es-
tado el de las corrientes del sentimiento y de la
opinión; porque no cabe duda de que esta misma
obra de Echegaray hace algunos años hubiese
llenado el teatro Español toda una temporada.
A medida que Echegaray se hace más autor, el
ptlblico le exige más. ¿Es por cansancio del gé-
nero? ¿Es que el drama se ahoga entre la gene-
ral explosión de la risa, dominadora hoy de
todos los teatros? Difícil es decidir esto; pero si
el gran autócrata de nuestro teatro, Echegaray,
ni con asombrosas producciones consigue fijar
al público ¿quien tendrá ya esperanza de fijarle?
El público abandona el drama por el saínete
pareciéndose á los Tenorios que cansados del
amor de las grandes señoras se aficionan á las
chulas. Por fortuna estos eclipses de las más
nobles a.spiraciones del alma son pasajeros y el
sentimiento del drama reaparecerá, sin duda,
pujante y esplendoroso como en otro tiempo.
En el mundo que se divierte hace hoy la más
principal figura M. StuartCumberland, el más fa-
moso de los adivinadores, puesto que es el más
moderno de ello. Los adivinos gozarán siempre
del favor del público: la aspiración de los hom-
bres es ver lo increíble; conocer el porvenir y
borrar de la creación la palabra misterio. Por
muy incrédulo que se muestre un hombre siem-
pre se deja fascinar por quien le ofrece trans-
formarle en Dios; pues sólo Dios puede anular
la materia y el espacio. Los profetas, los mági-
cos, los espiritistas y los ekctrirhtns triunfarán
siempre de las prevenciones del hombre; hablan
á su imaginación, una loca que á la primer pa-
labra que oye delira; un pájaro que no se en-
cuentra bien dentro de su jaula. Así es que toda
la tierra está llena de adivinadores; unos que
esperan en sus casas á los deseosos de saber;
otros que funcionan en los salones y en los tea-
tros. Mientras haya mujeres, mientras haya
miedo, ambición, amor, los adivinadores obten-
drán éxito y serán necesarios. El arte del adi-
vinador en todo tiempo se reduce á profetizar á
cada uno lo que desea. Los adivinos que ejercen
privadamente, en Madrid, son muchísimos; por-
que en este centro de la cultura hay personas
que no se atreven á intentar un negocio, ni em-
prender un viaje, ni elegir novio sin consulta
previa de alguna embaucadora. Tú conoces algu-
na señorita de esas que para vivir tranquilas ne-
cesiten consultar todos los días sus sueños, y
baste los menores accidentes de su vida. Se pa-
rece al que consultaba con un filósofo la significa-
ción de cierto percance que le había ocurrido: un
ratón se le había comido medio zapato. — Creo,
— le dijo el filósofo, — que eso no debe inquietar
á V.; fuera del gasto consiguiente: lo grave hu-
biera sido lo contrario; que el zapato se hubiese
comido al ratoncillo.
De M. Cumberland se cuentan cosas extraor-
dinarias. No es un nigromante vulgar; él mismo
se da por un simple sabio de frac. Anteanoche
reunió, en el hotel de París, á diversos indivi-
duos de la sociedad y de la prensa, con objeto
de mostrarles su habilidad. La reunión era se-
lecta y no debe suponerse, por lo tanto, que
estuviese en convinencia con él para formarle
un éxito y disponerle otro mayor ante el públi-
co. No cabe duda que para adivinarle á uno el
pensamiento, lo mejor es qne reservadamente
nos lo anticipe el interesado. Nada de eso, pri-
ma; M. Cumberland ha descubierto que el hom-
bre tiene siete sentidos: los cinco ya famosos y
otros dos: el de la i^resión ó resistencia muscu-
lar y el eléctrico; este último sin educar en casi
nadie. Con los ojos vendados adivina cual es el
objeto en que ha pensado cualquier individuo,
siempre que le tenga cogido de la mano en el
instante en que fija su pensamiento y pasee
de este modo con él buscando el objeto susodi-
cho. Parece que al acercarnos al objeto en que
hemos pen.sado, experimentamos una conmoción
nerviosa que puede apreciar un electricista.
Uno de los experimentos más curiosos que
hizo fué el de los alfileres. M. Cumberland dijo
que él podía hacerlo con éxito aunque se le es-
condiese el alfiler á uno ó dos kilómetros de
distancia. Se cuenta, en efecto, que un día, en
París, salió Cumberland del hotel Continental,
con los ojos vendados y cogido de la mano de
Dumas, y así fueron hasta el jardín de las Tu-
llerías, donde el ilustre autor dramático había
ocultado el alfiler. Esta vez no tuvo que ir tan
lejos; el ministro de Inglaterra y el de Austria,
que asistían á la reunión del hotel de París,
ocultaron dos alfileres, cada uno el suyo, en el
sofá y en un clac, mientras el experiment'idor
hablaba con otros individuos del cuerpo diplo-
mático en diferente habitación. Volvió á entrar
Cumberland, vendados los ojos y poniendo en
su frente la mano de sir Clai-e Pord, halló sin
dificultad el alfiler, después de dar una vuelta
por la sala. Lo mismo hizo con el que había es-
condido el conde Donbsky.
Se comprende que este método experimental
puede dar grandes resultados para el descubri-
miento de los crímenes, así como también puede
ser un auxiliar para los mismos criminales.
Puesta la mano sobre el corazón de un avaro,
fácil seria descubrir el sitio en que ocultaba su
tesoro; la conmoción eléctrica revelaría el pa-
raje donde el asesino ha enterrado á su víctima;
los esposos podi-ían adquirir datos respecto á
las simpatías que á sus esposas inspiran cier-
tas personas, con sólo pronunciar sus nombres,
y no sería difícil conocer la verdadera edad de
una dama sintiendo en su mano el temblor que
produciría la verdadera y terrible cifra.
M. Cumberland, pues, como habrás compren-
dido, es una naturaleza educada y nada más; la
piel de su mano y de su frente recibe las sensa-
ciones externas con mayor viveza que la piel de
los demás hombres. No se ha sacado de este
sentido, el tacto, las ventajas de que es suscep-
tible. Algunos ciegos, que le ejercitan mucho,
conocen los colores por la desigualdad de la
impresión que hacen en su piel, porque unos
son más suaves, otros n:ás ;' peros. La mano
que con el roce continuo de los objetos se enca-
llece, podría conservarse muy sensible y enton-
ces sería asombrosamente adivinatoria. Sin
duda que M. Cumberland puede adivinar al
apretar la mano de un conocido, si éste tiene
simpatías hacia él ó si, por el contrario, le odia.
Cultivando la educación de la piel de nuestra
mano, tendríamos que variar en sociedad de
saludo y cumplido. Un apretón de manos sirve
hoy para disimular los sentimientos y los pen-
samientos, ¿quién se atrevería entonces á de-
jarse dar un apretoncito?
LA ILUSTEACION IBÉRICA
67
Quedan muchos misterios en la natiiraleza;
cada dia nos convencemos más de que el hom-
bre es un animal susceptible aún de gran per-
feccionamiento no sólo en su parte moral sino
en la física. El hombre es un error: nace, se
educa, vive y muere quizás de un modo contra-
rio á como debería nacer, educarse, vivir y mo-
rirse. Quizás con el tiempo se llegue á descu-
brir su verdadera condición y los verdaderos
métodos de su perfeccionamiento. Quién sabe si
entonces entre ese hombre y el de hoy habrá la
misma diferencia que entre el de hoy y el mono.
Puesto que consagro á los espectáculos esta
carta, debo decirte que anoche se presentó en el
teatro de Apolo madamoiselle Teol, que inter-
pretó un saínete cómico, lírico y cantó varios
couphtK. El público llenaba el afortunado teatro;
pero se mostró cruel con ella. Realmente el
cambio era violento. Pasar de la canción de la
Po-bre Chi-ca á una canción de París, del aire y
desgarro de la criada madrileña, á la coquete-
ría picante de la doncella parisiense, debía ser
peligroso. La gente que entiende el caló de las
chulas, no está muy corriente del francés. La
gracia no es absoluta y lo que hace reventar de
risa en Francia, aflige cantado en Lavapiés.
Nuestro público no pide gran mérito á los can-
tantes, mientras canten aires patrióticos, por-
que él lleva el compás dentro de su alma en que
se remueven recuerdos y pasiones; pero cuando
no entiende la letra ni los sentimientos de una
canción, pide que las notas valgan por ellas
mismas. Los couplets, como las peteneras ó las
seguidillas, sólo pueden enloquecer á los que
pueden cogerlas al vuelo. El público de Apolo,
el público de La Gran Vía, de Los valientes y de
Cádiz, es demasiado flamenco para entender á
una divette. Una cosa es ser guripa y otra
gamin.
Estas consideraciones me traen á terminar
esta carta, querida prima, con palabras de tris-
teza. Siquiera el sentimiento de la patria sea
el más poderoso en el hombre, grande es sin
duda la miseria de esta gran capital, cuando
cientos y cientos de individuos quieren ir al
Brasil, para buscar fortuna. — «Mi patria es
aquella tierra en que me encuentro bien,» — de-
cía un antiguo filósofo. Esos infelices que for-
man cordón delante de la legación brasileña, no
han encontrado, todavía, su patria.
Al venir á mi casa he visto en la calle de
San Quintín, agrupados bajo el escudo impe-
rial, muchas mujeres, muchos hombres, casi
todos jóvenes, esperando la vez para inscribirse
en la emigración.
Es un espectáculo desconsolador: ¿pero tene-
mos el derecho de censurarlos? ¿Abandonarían
su patria si encontrasen en ella pan y cariño?
~Los emigrantes esperan con el rostro alegre.
Para ellos la legación del Brasil, es la lega-
ción... de la Esperanza.
Tuyo,
Eernanflor. .
-m-
ORILLAS DEL MOSA, EN LOS VOSGOS
LA CASA DE PEDRO LÓPEZ
(oohtikdáoiór)
Por lo que á mí toca, cuando me entrego á la
vida holgona, y ello sucede casi siempre, mis
costumbres no difieren en un punto de las de
los demás mortales. Pero si me arrojo al trabajo,
como quien se arriesga á cruzar los mares, sufro
un cambio tan radical que ni me curo de
cuanto me rodea, ni á mi mismo me conozco.
Siguiendo entonces una fase de esta transfor-
mación, solía levantarme tarde, comer fuerte á
la una, pasear hasta las cuatro, tomar un pisco-
labis á las cinco y sentarme á escribir hasta las
tantas de la noche, sin dárseme un ardite del
mundo ni de los mortales. Si el trabajo me de-
bilitaba, salía como un sonámbulo á cenar á
cualquier café; de lo contrario me acostaba con
mis personajes de novela y me dormía al cabo
con los ensueños de mi imaginación calentu-
rienta.
Pues bien, á> ia cuarta noche, próximo á en-
trar en el nudo de mi obra, oí repentinamente
sobre mi cabeza un golpe sordo, seguido de
otros varios; después algo como silletazos y
derribo de muebles; en seguida sollozos so-
focados, gritos penetrantes y frases entrecor-
tadas.
Solté la pluma, levanté la cabeza, retuve el
aliento, y el silencio de la noche, como con la
ayuda de un teléfono, entre otras que no enten-
dí, trajo á mi oído estas palabras:
— ¡Asesino! ¡ladrón!
— ¡Briboua! ¡Te voy á reventar!
— ¡Revienta á tu hijo... si te atreves!
Sonó otro golpe, seguido de otro grito, luego
pasos precipitados en todas direcciones, y al fin
un último golpe seco, semejante al de un cuerpo
pesado que se viene al suelo, hizo retemblar el
cielo raso.
— ¡Se están matando! — proferí con susto.
De un salto me puse en pié; cogí una palma-
toria y llegué al cuarto de mi criado. Ramírez
roncaba como un bendito, con tanta fruición,
que me dio pena despertarle. Sobre una silla,
junto á la cabecera de la cama, tenía un revólver
cargado. Me apoderé del arma, y con ella en
una mano y la luz en otra, abriendo sigilosa-
mente la puerta, me lancé de igual modo esca-
lera arriba; subí hasta el mismo tragaluz y me
detuve á escuchar en el último rellano. Un
silencio sepulcral reinaba en toda la casa; los
golpes secos, los pasos precipitados, los gritos
desgarradores y las frases entrecortadas, pare-
cían más que triste realidad, engendro de mi
revuelta fantasía. Sólo al breve rato sentí abrirse
la puerta del principal, pasos y voces tranqui-
los de varias personas que se despedían en la
escalera, luego separarse y encajar de nuevo las
pesadas hojas del portal, luego... volvió á reinar
desde el zaguán al tejado el mismo sepulcral
silencio.
— Si se han matado ya, — dije encogiéndome
de hombros, — maldita la falta que les hago; y si
están apaciguados, ¿á qué reanimar el luego?...
¡A imitar á Ramírez! ¡A dormir! Lo que fuere
sonará.
En absoluto no respondo de ello, porque no
me oí; pero juraría que á los diez minutos mis
ronquidos hacían dúo con los de Ramírez.
A las dos' de la tarde del siguiente día, cuan-
do salí á dar el paseo acostumbrado, encontré á
la portera barriendo el portal.
— Oiga V., señora Pepa.
— Mande V., señorito.
— ¿Ha oído algo esta noche?
—¡Yo!... Nada.
— ¿Ni ha venido la autoridad?...
— Tampoco.
— Pues en el sotabanco se han estado ma-
tando.
En el mismo instante de proferir estas pala-
bras, un hombre de capa y hongo, descalabrado
á juzgar por la venda que le cubría parte de la
cabeza, acertó á bajar la escalera, y al pasar,
nos dio las buenas tardes.
—Ahí lo tiene V. al vecino del sotabanco,—
me dijo la portera.
— ¿Es casado?
— Sí... — respondió con cierta reticencia.
— En ese caso, — repliqué, — déle V. por viu-
do, porque ha matado á su mujer.
— ¿Decía usted?... Voy comprendiendo; habrá
oído V. gritos, golpes, sollozos, insultos...
— Eso es.
— Pues semejante escena se repite la mayor
parte de las noches.
— ¡Diantre!
(Se continuará.)
Juan Tomás Salvant.
INCENDIO DEL ALCÁZAR DE TOLEDO, LA NOCHE DEL lO DEL CORRIENTE LAS RUINAS i Dibujo de P. y Valor)
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LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
LECTURAS
LOS PAZOS DE ULLOA
£st« es el nombre de la ultima novela de mi
buena amig» Emilia Pardo Bazáu, y, en mi opi-
iii'-'H, ha llegado el momento de felicitar de to-
da.-! veras á la ilustre escritora palíela por la
di'mostración palmaría de sns facultades nota- :
bles como artista. Si; bien se puede decir ahora '
sin ningún género de reservas: Emilia Pardo i
sabe escribir buenas novelas. |
Y no es decir poco; cada dJa va exigiendo !
más el gasto delicado y tal vez gastado de aque- '
lia p«rt« del público cuyo voto merece ser tenido [
en cuenta. Una concurrencia que de día en dia
crece, de verdaderos talentos, de artistas de la i
palabra y hombres de poderosa fantasía, sufí- ;
cíente estudio y buen seso, ha llegado, fuera de ,
Espafia, principalmente en Francia, á convertir j
en obra de romanos lo que antes fué bien fácil,
á saber: hacerse oir y admirar con un libro de
mérito, especialmente con una novela. Julio Le-
maitre, muy simpiltico escritor, joven todavía
y ya critico de influencia en París, se quejaba
no há mucho de la especie de hastío que causa
tanta literatura amena que sin llegar & las al-
turas del genio tiene que ser calificada de exce-
lente si se la quiere hacer justicia. Algunas de
estas obras que salen á docenas cada año, casi
cada mes, merecerían para los críticos, según
Lemaitre, el título de obras maestras... si fueran
del siglo pasado. Sí; es indudable,— (con la ob-
8er\^ación se puede aprender), — ha subido mucho
el nivel general del talento artístico, y al lado
de la concuri-encia inofensiva de lo malo y de
la algo más alannante de lo mediano, se nota ,
ya la concurrencia aterradora de lo bueno, que
sólo puede parecer insignificante al genio. Esto
es fuera de España, ya lo sé; pero como el pú-
blico español, que algo entiende de estas cosas,
es público francés también, y compra y lee los
libros franceses á los pocos días, á las pocas
horas á veces, de ser publicados, también se
puede decir que á nuestra España se extienden
los resultados de esa concurrencia.
Los que aquí leen con algún criterio y gusto
son los mismos que conocen la literatura con-
temporánea francesa igual ó más que la de
casa. ¡Y para que una novela española interese
todavía á estos lectores se necesita tanto!
¡Haj' tantos maestros! Además de la novela
francesa é inglesa que son muy conocidas j-
tantos grandes nombres ofrecen, hay algo bueno
en la novela italiana, bastante en la alemana,
algo en la norte americana... y, como si fuéra-
mos pocos, la moda de la novela rusa que impe- i
ra hoy en París hasta el punto de que uno de :
sus principales propagandistas, de Vogüé, ya '¡
habla de excesos, esta moda comienza á exten-
derse por España y ya hemos leído todos nues-
tro Gogol y nuestro Tolstoi y ya sabemos de
memoria las tristezas y las aprensiones del ilus-
tre desten-ado de Siberia que trajo de _allá su
1
W^ aprima
OLIVERIO CROMWELL (Retrato por Koberto Walker)
SIR NATHANIEL BACON (Reualo por él mismo)
visión terríble de La casa de los muertos. La
novela rusa es hoy una obsesión general, y eso
que los más tenemos que saborear los primores
de aquella literatura liajo la palabra de honor
df ios tradnctor<'«, franceses los más, que no
-if-nipre traducen como el decadentista ó simbo-
linla Meríce. Pues Los Pazos de lllloa, en medio
de tal concurrencia y á pesar de esta justísima
curiosidad que despiertan Las almas muertas y
Ixt guerra y la paz, etc. etc., se abre su camino
en el cerebro y en el corazón del lector y llega
á lo ooás profundo y allí arraiga.
Siempre ha pintado bien el campo de Galicia
}• la vida en aquellas aldeas la propietaria de la
fíranja, pero jamás ha llegado á la perfección
de ahora. Lo que en Bucólica en delicada flor,
es aquí fruto cierto. El campo de los que han vi-
vido en él y saben sentirlo de veras no es el de
laa éjglogas é idilios, ni el de los viajeros im-
preaioDistas que toman la naturaleza por un pa-
norama y sólo hablan ante los cuadros que ofre-
ce la ancha tierra, de efectos de luz, de tonos,
de matices, de perepectiva, alabando á Dios
como i un Ponssmo 6 un Claudio de Lorena en
gianda. Tunpoco es el campo para el artista
que sabe vivir en él, lo que es para el novelista
natoralJsta á priorx, que va por el mundo co-
piando la naturaleza con su caja de colores de
e»lHo, como un pintor de paisajes. Este tal podrá
recoger algo de la verdad, lo pirti/rico, pero la
poesía campestn ee mucho más que eso. Un
.. .A ; :_, humorista alemán, Eicker, burlóse
ad de BulorcH naturalistas que ga-
'•mj'>, armados de pluma y papel como
curial que busca embargos, á guisa de fotógra-
fos ambulantes capaces de retratar al mismo
sol; burlóse, sobre todo, de un impresionista que
en mitad de una callejuela sorprende á una
zafia zagala y la obliga á servirle de modelo
para un retrato al edilo; pasmada la aldeana se
está quieta un momento, pero pronto se aburre,
adivina lo ridículo de la escena y volviendo la
espalda al pintor de pluma, azótase en aquella
parte de su cuerpo que cierta heroína de Zola
enseñaba al sol poniente, y huye, riéndose á
carcajadas del naturalista. Sin tales burlas, y
hablando muy seriamente, me decía Pereda,
cuando vino por Asturias, que, segiin 61, no pue-
de el novelista que quiere copiar la poesía de
la naturaleza comprenderla y sentirla en un
viaje de recreo ó de observación; que eso puede
bastar para pintar una fábrica de hilados ó de
fusiles, pero el campo, su vida, sus costum-
bres... necesitaba otra cosa... Es verdad, no es
poeta del campo el que quiere, ni para que una
novela pueda llamarse aldeana, basta figurarla
en la aldea; es necesarío que el escritor conozca
la vida rústica y sobre todo haya sentido los eflu-
vios misteriosos de su encanto inefable. El autor
de un idilio ó el de una poesía romántica que usan
de la naturaleza como de un teatro, como do un
telón de fondo, no necesitan penetrar en la vida
del campo como ¡¡enetra Virgilio en las Geórgi-
cas como penetra Gogol (ya pareció el ruso), al
pintamos en el canto de su poema, que él mismo
tenía por su obra maestra, la vida de Costan-
joglo el perfecto agrónomo; como penetra, esta-
ba por decir, el mismo Marco Porcio Catón, en
su libro de Re rustica... porque es de advertir,
que el campo no deja por completo de ser en el
arte paisaje de abanico, aquellos lugares comu-
nes que irritaban á los Goncourt como una co-
lección de cuadros vulgares, sino cuando se ve
en él la poesía utilitaria al lado de la pictórica.
Así como en la arquitectura entra por mucho en
la impresión puramente estética y en el juicio de
este orden el elemento de lo iitil, también en el
campo, para el observador artista que siente y
ama y comprende toda la verdad poética del
asunto, es elemento muy interesante el fin útil...
digámoslo de una vez, la industria agrícola.
Podrá esto parecer una blasfemia estética á
un idealista de esos que visten el uniforme de
ordenanza, el blanco, talar, puramente pitagó-
rico, pero á cualquier persona de buen sentido
que haya leído las Geórgicas, v. gr., ó el can-
to XVI de Las almas muertas, le será fácil en-
tender lo que quiero significar con esa especie
de boutade ó salida agronómica. Yo no niego la
poesía exclusivamente decorativa de la natura-
leza, sirviendo, como quiere Hugo Blair, para
entonar por el contraste ó la armonía la expre-
sión de los sentimientos; comprendo que se des
criba el bosque en que el cíclope ó el fauno pre-
paran una emboscada á la virginidad pastoril,
de prisa y coi'i'iendo, y sólo como lugar de la
escena, pero no se me niegue tampoco que el
campo da de sí más poesía que esta, y aun más
que aquella otra en que se le toma como ali-
ciente, como una música sugekiiva que eleva el
alma á la contemplación del dilettante, ó á la del
místico, etc. etc. Al fondo, al último y más rico
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
(1
jugo de la poesía campestre no se llega hasta
que se la toma tal como es, tropezando ensegui-
da con sus relaciones utilitarias. ¡Y qué since-
ra, noble, inefable poesía nace de aquí! Por eso
es la obra maestra de Virgilio, en algunos con-
ceptos, un poema que se ha llamado malamente
didáctico; por eso son páginas sublimes, de una
belleza fuerte y originalisima aquellas en que
el picaro Tchitchikof ^el Quijote-Sancho raso),
se enternece muy de veras oyendo en Costanjo-
glo la explicación de la verdadera economía
rural (1). «No es por la ganancia, — dice el ha-
rina,— por lo que hago todo esto; lo esencial es
el placer que esta vida me procura; el dinero,
al fin y al cabo no es más que dinero, un pro-
ducto como los demás>... Costanjoglo, pinta, no
el arte por el arte, ni el arte por lo iitil, sino la
belleza de lo útil... por el art«. Profundísima
estética á que sólo puede llegar con tan hermo-
sa representación, el genio. Por lo que sé de La
Terre, la novela de Zola próxima á publicarse,
el gran escritor francés también ha puesto en
ella su tratado poético de Re rustica; su Tierra no
es la tierra de los poetas de égloga (y aun en la
égloga representa gran papel la majada, el que-
so, la leche, las castañas etc.,) ni de los poetas
laquistas, ni la Tierra del turista, ni la del filó-
sofo asceta ni la del soñador oriental, sino la
Tierra de las cosechas, la Tierra útil, Demetera.
Pues D." Emilia Pardo, que sabe, como el
querido novelista montañés, el gran Pereda,
amar el terruño, ver la poesía-útil del campo,
nos pinta por este estilo su aldea de los Pazos,
y con tal fuerza de verdad, y pruebas tales de
sentir bien lo que describe, que es un asombro
y un placer muy intenso, leer, devorándolos,
aquellos capítulos en que se ve á la pobre Gali-
cia con toda su miseria y con toda su hermosura
natural, con su vida de vegetal mal cuidado,
pero de vigorosa savia; Galicia fecunda entre es-
tiércol, rica en nobles recuerdos, dotada por Dios
de belleza inmortal y cubierta de harapos por
los hombres. Inmundicia y harapos pinta sin mie-
do la insigne escritora, y no sólo los del cuerpo
sino los del alma; y al lado de esto grandezas
y hermosura espirituales, y hermosura y gi-an-
dezas de la tierra en que nació y que tanto ama.
(Se concluirá.) Clarín.
«
REVISTA científica
Arturo de Bretaña, drnnia en cIdco actos, por M. Claudio
Bernnrd. con un prefacio hUtórIco, por M GeorgcsBarral;
Uentu, editor; Parli.— Perros de guerra.— Los peces de
las graudes profundidades. -Purificación del agua por me-
dio de los agentes químicos. — Pavoroso porvenir de los
peluqueros y dentistas.
No se olvidó nadie de decir, al escribirse la
necrología de Cl. Bernard, que el más ilustre
representante de la ciencia moderna había lle-
gado á París, no con intento de fundar la Fisio-
logía General, sino al objeto de que le represen-
tasen un drama en verso. Si non e vero, e ben
trovato, decían los sabios de la Academia de
Ciencias y los de fuera de ella, pero resulta
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■í-mmí
S^ iraní '■.><■''
ESTUDIO por Joba Ritey
SIR FRANGÍS CRAME (Retrato por Peter OUver)
ahora que es verdadero y cierto lo del drama,
tan cierto como el asco que le tomó Bernard á
la droguería médica de resultas de las triacas
que le veía confeccionar al dueño de la farma-
'ia en que estuvo de practicante.
Acaba, en efecto, de publicarse el famoso dra-
ma, con lo cual queda desvanecida toda sospecha
de novelería sobre el particular. No lo he leído
todavía, pero lo leeré. Dios mediante; con todo,
algo podré decir ya de Arturo de Bretnñt, va-
liéndome de lo que sobre él mismo cuenta la J2€-
vue Rose.
Claudio Bernard, pues, en una convensación
que tuvo con M. Barral, hubo de decirle: «Po-
déis publicar esta obra, si así os place, pero que
sea, á lo menos, cinco años después de mi muer-
te. Ya que he leído un vaudeville que fué re-
presentado en Lyon en 1833, bien puedo dejar
leer mi drama, pero no os olvidéis de anunciar
que M. Sant-Marc Girardin le dio carpetazo, y
eso aun después de mucha.s correcciones.»
Bien quisieran nuestros grandes dramaturgos
que se expresasen con tanta modestia los auto-
res calabaceados que se dignan consultarlos,
pero esa modestia es tanto más de admirar, en
cuanto que al parecer teníale Claudio Bernard
especial cariño á su pobre Arturo. «Nunca ha-
blaba sin enternecimiento, dice M. Barral, de
aquella obra de su mocedad, con la cual había
■li Seria Interesante un estudio comparotivo de Cos-
t&njngl» y de f'alón el antiguo. Yo no encuentro el tratado
de Re rutitiea tan prosaico como dice Pablo Albert.
partido, ligero de bolsillo y cargado de esperan-
zas á probar fortuna en París.»
Hé aquí ahora, cómo se expresa la Revista
de M. Richet respecto á esta obra postuma: «No
diremos, escribe, que el drama de Arturo de
Bretaña, pueda ser, con alguna probabilidad de
extraordinario éxito, representado en alguno
de nuestros teatros; seguramente no se advierte
nada que revele genio dramático, pero comprén-
dese que es por inexperiencia mejor que no por
impotencia. Hay movimiento, energía y sobre
todo, una grande generosidad de sentimientos,
digna enteramente del hombre benévolo y bue-
no, grande por su corazón, como grande por su
espíritu, que se llamaba Claudio Bernard.»
Y añade á guisa de comentario: «¿Por qué se
ha de querer, en efecto, que haya antagonismo
entre la ciencia y la literatura? ¿No es acaso
una puerilidad creer que un sabio no puede en-
tender palabra en letras ó en artes? Eso es bueno
para el colegio, donde los alumnos de matemá-
ticas se las echan de despreciar el latín y los
sobresalientes de retórica se vanaglorian de no
comprender miaja en geometría. Pero en el
fondo, esta dualidad no existe. Podríamos citar
ejemplos memorables: Hallor, el gran fisiólogo,
que fué un poeta renombrado; Pascal, que fué
uno de los creadores de la física y un escritor
incomparable; Leonardo de Vinci, tan gran geó-
metro ó ingeniero como gran pintor. Por lo de-
más, queda hecha la prueba, y ya hoy única-
mente los tontos se sorprenden de ver á un
sabio cultivar las letras ó un literato rendir culto
á la ciencia.»
*
* *
Segiin el pei-iódico tudesco St. Huherfus, se
están amaestrando en estos momentos en Alema-
nia unos perros cuya función deberá ser la de ir
desde las avanzadas destacadas de un cuerpo de
ejército al grueso de éste, y vice-versa. Cada
perro lleva al cuello una bolsita de cuero donde
se colocan los datos que hay que trasmitir.
Existe asimismo la idea de amaestrar perros
para ir en busca de los heridos y extraviado.'',
así como para anunciat á las tropas la aproxi-
mación del enemigo ó impedir que los centinelas
se vean sorprendidos.
Estos animales pertenecen en su mayoría á
la raza de los perros de pastor; algunos son
perros de aguas. En cuanto á los mastines, sólo
han dado hasta ahora medianos resultados.
* *
Jlesulta de una nota leída por M. L. Vaillant
en la sesión celebrada el 10 del corriente por la
Academia de Ciencias de París, que los peces
buenos nadadores han escapado al presente, á
lo menos en grandísima parte, á los dragados,
por cuyo motivo la fauna ictiológica abisal (de
abismo; es el adjetivo consagrado), nos sería, en
este concepto, imperfectamente conocida. Con
todo, ateniéndonos á los hechos qiie resultan de
las investigaciones practicadas hasta el día
o
o
O
I
LA'ILUSTEAaON IBÉRICA
pueden desprenderse ya muchas conclusiones
respe».'to á la repartición y relaciones de esos
aeres.
En primer logar, las cosechas recogidas por
el Tatismmm, mnestran que un número conside-
rable de especies consideradas hasta el dia como
propias del Mediterr&neo, sobre todo entre las
EscopUidas, las Oádidas y las Macrúridas, se
encuentran también en el Atlántico hasta el
banco de Arguino y las islas de Cabo- Verde,
pontos extremos á que se ha llegado en la últi-
ma campaña.
El aspecto de esta fauna la relaciona muy
evidentemente con el de las faunas boreal y
aostr»!, sobre todo, la primera. Asi las Lycodi-
doi, tan caracteristicas de estas regiones, se en-
coentran en las grandes profundidades, y la
abundancia de los .£nocantino6, especialmente
los del gnipo de las Maarúridoi, atestigua en
ignal sentido.
Finalmente, nn hecho no menos importante,
es la komoge»eid9d de la fauna ictiológica en
estos abismos. No solamente, en efecto, se en-
cuentran los mismos géneru en puntos muy le-
janos entre sí, sino que aun las etpeeiet pueden
toaer nn irea de repartición muy extensa, lo
coal, á la verdad, viene mny bien en favor de
las teorías de los evolucionistas.
* *
Leemos en la Revista de higiene, que el profesor
Dobroslavine, de San Petersburgo, recomienda
el aigoiente medio de purificación del agua po-
table por medio de los agentes químicos que,
determinando un precipitado, arrastran todas
las impurezas en suspensión. Para ello, basta
afiadir á un cobo de agua (cerca de 12 li-
tros), 50 centigramos de percloruro de hierro y
70 centigramos de carbonato de sosa en crista-
les; al cabo de 45 minutos, el agua queda per-
fectamente purificada. El único inconveniente
qtie resalta de esto es el sabor ligeramente me-
tálico y siempre nn tanto desi^radable qne
poede presentar, una vez purificado, el liqnido
caro i D. Florencio Morales y Temprado.
*%
A creer lo qoe asegoran los médicos y yan-
kéea señores Hammond y Eaton, no puede ser
más sombrío el porvenir de los cabellos y los
dientes, y por lo mismo el de los doctores en
dmitísteria y maestros peluqueros. No hay tu tía;
en al año 3500 todos nuestros descendientes
tendrán el cráneo mondo y lirondo como una
cascara de huevo, y tan desamuebladas las en-
cías como las gallinas; calvicie y desdenta-
miento que los dos autores americanos conside-
ran como concomitantes de una civilización más
desarrollada que, á medida que se irá elevando,
despojará al hombre de cabellos y dientes, pro-
docciones orgánicas que constituyen ahora nn
humillante testimonio de la animalidad de que
derivamos. La causa de este... perfeccionamien-
to, debe atribuirse sobre todo á la costumbre
que tenemos de cubrimos la cabeza, — recomen-
dada ya por Hipócrates en su capitulo de los
Sombreros, — y de cocer nuestros alimentos.
No habrá, pues, en 3500 más gente provista
de «emeiantes apéndices epidennoideos que los
salvajes, si es que todavía queda alguno para
Sempre creímos con Edgardo Qninet que
aparecería con el tiempo un ser superior al
actual Homo sapiens, de Linneo, pero ¡calvo y
desdeatado!... ¡Bonitos estarán aqnellos sabios!
AuREDO Opibso.
UN PRÓLOGO Y UNA AVENTURA
.Itiin frT.í,'ó el último sorbo de café después
de |<ala/lf arlo con froición y qnedÓHe con la ca-
beza inmóvil y los labios entreabiertos como si
temiera qnc liks papilas de su lengua perdiesen
la agradable senaación qne en ellas cansaba el
liquido de que todavía estaban empapadas. Juan
saboreaba el cate con un placer que rayaba en
sibarítico. El mismo lo preparaba en casa des-
pués de almorzar, coiisiguieudo con ello al-
gunas ventajas (lue no tuviera si en el Café lo
tomase. Su estudiantil bolsillo clamaba por la
economía y los dos reales que cobraban por la
bebida en los establecimientos públicos, hacían
temblar de pánico su forro. Además, pi-eparada
por él, sabia que sólo de moka y caracolillo era
la infusión, mientras en otra parte, las achico-
rias se enseñoreaban por mayoría del contenido
de la taza. Otra causa poderosa por la que en
casa tomaba el cafó, era una pereza ingénita
que hasta á la realización de las cosas más de
su gusto ponía trabas. ¡Cuántas veces salió á
la calle con zapatillas por excusar el ponerse
las botas! Y es
El caso que aquella tai-de tenía precisión de
salir de casa y, circunstancia agravante, ir á la
de nn señor de muclias campanillas (frase de
Juan), en cumplimiento de un encargo del padre
del estudiante, que repugnaba la más pequeña
demora.
Juan estiró las piernas y apoyó la cabeza en
el respaldo de la butaca. Sacó un cigarro puro
del cajón de la mesa, y después de cortarle la
punta con los dientes lo encendió, aplicando
luego la cerilla al borde del platillo del azúcar,
lleno entonces de ron. Tímidamente surgió una
azulada llamita que fué extendiéndose y toman-
do cuerpo, hasta cubrir, temblorosa, toda su su-
perficie.
— Qué tarde más destemplada, — dijo Juan
envolviendo sus amortiguadas palabras en es-
pirales de ;humo. — Si á lo menos un nuevo
UNA CALLE EN SEVILLA
ciclón 6 una tempestad se desencadenase, que-
daría tranquila mi conciencia aunque no cum-
pliera hoy el encargo; pero, ¡cá! esas cosas no
suceden en invierno. Hoy hace tarde de estarse
uno toda ella al ladito de la novia, pensando en
los infelices, que sin tener una mujer querida ni
qne les quiera, van por esas calles de Dios á
hacer visitas.
Un rápido estremecimiento de frío experi-
mentó Juan al decir las últimas palabras. Miró
al exterior por los cristales del balcón. El fir-
mamento tenía ese triste color ceniciento fre-
cuentísimo en invierno. Delante del cristal por
que Juan miraba, se veían el tejado y una bu-
hardilla de la casa frontera; un gato con la cola
erguida y el pelo erizarlo saltaba de t^ja enteja
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
mayando plañideramente; en la ventana de la
buhardilla donde se alineaban unas pocas ma-
cetas sin hojas ni flores, ondeaban, impulsadas
por el fuerte viento, algunas prendas de ropa
blanca, puestas allí, sin duda, á secar.
Juan volvió los ojos al encendido ron, y al
mirar su oscilante llama se le ocurrió... una
grandísima tontería: que él tenía frío en el alma
y que de su espíritu era fiel remedo aquella
llama; siempre anhelando, elevándose ahora
puntiaguda para extenderse achatada luego.
¿No tendría él otro destino? Nacer, vivir ha-
ciendo siempre lo mismo y extinguirse pronto
sin dejar huella de su existencia. «Nacer, amar,
morir; después, ¿quén sabe?» como dijo Campo-
amor. Pero, ¡si él no amaba! De ahí provenía
ese frío anímico. Amase él y poco le importaría
el «¿quién sabe?i> de ultra-tumba. Pues, que ame.
¿Pero cómo? El maldito destino se empeñaba
en que no. ¡Qué destino ni qué calabazas! El;
que no era más que un perezoso incapaz de sos-
tener un cerco amatorio. Si con un piropo se
arreglasen dos personas...
Hundía Juan su pensamiento en estas meta-
físicas y hundía sus manos todo lo posible en
los bolsillos del pantalón. No podía idearse
mejor personificación de la pereza. Arrellanado
en la butaca, con las piernas tan tirantes como
susceptibles de estirarse eran, los pies dentro de
unas anchas y viejas zapatillas, hasta las cejas
calada la grasicnta gorra de seda negra y floja-
mente ceñido el cuello por sudado pañuelo de
seda blanco; estaba el hombre sin apartar la
vista de la llama que al reflejarse diminuta en
sus pupilas hacía creer que, por sus ojos, calen-
taba las ideas del joven para que, por retorcidí-
simo alambique descompuestas, destilaran la
tristeza en su alma.
La verdad'es, que sólo cosas tristes pensaba
Juan aquella tarde Fueron desfilando en su
memoria una buena colección de mujeres de di-
ferentes edades y estados; mujeres que lo habían
entusiasmado sin sospechar, quizás, que del en-
tusiasmo fueran causa; mujeres que imaginaba
aquella tarde felices, y haciendo á su vez la fe-
licidad do otros hombres; mientras que de él, de
él que tenía un corazón capaz de amarlas á
todas, de él no se acordaba ninguna. A todas las
había soñado alguna vez y ¡ojalá las soñara tan
desdeñosas como se las fingía despierto! Porque
al despertar bañado en sudor, ciñendo con sus
brazos la almohada y la funda de ésta unida á la
boca, el desencanto era horrible. Desde los pri-
meros años de su pubertad hasta entonces (no
PUESTO A RAYA (Cuadro Ue Walter HuLt)
muchos años), todos los femeninos seres de que
en su tiempo se creyera enamorado vinieron á
mortificar su pensamiento. Primas suyas, mo-
distillas, mujeres casadas, actrices, hasta fre-
gonas... Especialmente recordaba á una viuda;
joven, rubia, gruesa y de formas esculturales;
que el día de la muerte de la madre de Juan, le
prodigaba palabras dulces y consoladoras que
nunca olvidó; ella le hacía tomar tazas de caldo,
le pasaba la mano por la cabeza cuando á to-
marlas se resistía, y le limpiaba las lágrimas
con su pañuelo, con aquel pañuelo tan fino y
perfumado. ¿Y quién era ella? Antes de aquel
día una vecina casi desconocida; desde enton-
ces, una mujer que á su pensamiento se presen-
taba sonriente y simpática, al lado de un ataúd
rodeado de encendidos cirios. Después de la
viuda se enseñoreó de sus ideas otra mujer: su
única pasión, cuánto verdadera, grande é igno-
rada de todos menos de Juan. Ya no pudo más
el muchacho; exhaló un gran suspiro que no
desahogó su pecho, y dijo mientras se mojaban
sus párpados de lágrimas:
— ¡Ay, madre! Si supieras qué desgraciado es
tu hijo en esta vida...
Vamos; aquel Juan era tonto de capirote.
La llama había consumido todo el alcohol y
el ron estaba ya frío en el platillo. Juan lo vació
en un vaso donde algunos terrones de azúcar se
disolvían en agua, y después de mover la mez-
cla con una cucharilla, la tragó con ansia cual
si quisiera arrastrar una cosa que á manera de
nudo le obstruía el conducto de la garganta.
— De buena gana me emborracharía esta
tarde, — dijo. — ¡Maldita visita y maldito encargo
y maldita suerte la mía! — añadió levantándose
de la butaca.
Y menudeando las maldiciones empezó á ves-
tirse. Hasta de calcetines cambió; sus calzon-
cillos ya necesitaban reemplazo, pues dos sema-
nas hacía que á sus piernas estaban unidos; el
destrozarse las uñas y ponerse rojo el cuello al
pretender abrochar el de la camisa, no fué parte
á que abandonase la empresa; antes bien, tomó
con empeño el salirse con ella y jurando como
un carretero, logró al fin coger el botoncillo y
aprisionarlo en los almidonados ojales; verdad
es que durante la operación puso de oro y azul
á un señor de tantas campanillas, pero éste pu-
diera perdonarle considerando su obcecación.
Siempre sucedía lo mismo en casos como aquél;
no se acordaba de la causa próxima de su
martirio: la planchadora, y renegaba de la re-
pleta: la ocasión por que se ponía lo plan-
chado.
Cuando Juan, blanquísimo de pies á cuello,
después de mojarse los ojos con agua fresca, se
ponía la corbata mirándose al espejo, ya no se
acordaba de que hubiese mujeres en el mundo.
Luego, cuando vestido de negro, con la levita
abrochada y el sombrero de copa en la cabeza,
calzaba trabajosamente sus manos con guantes
amarillos, cantó contoneándose:
«Caballero de grada me llaman...-»
Por fin, el chico se puso la capa, después de
sacudir la fría ceniza dentro de la taza, encen-
dió el puro que yacía apagado sobre la mesa, y
habiéndose mirado nuevamente al espejo, se di-
rigió á la puerta, continuando en cantar el ale-
gre wals de Chueca.
*
* *
Juan subió al tranvía en la Puerta del Sol.
Habitaba el campanilludo personaje (campa-
nudo, más en verdad y en su oratoria), habi-
taba, digo, en una casa de la calle del Divino
Pastor, y no era cosa de irse á pié desde la del
Prado; quizás á la vuelta... pero entonces lo pen-
saría. En un momento estuvo lleno el interior
del coche; dio el conductor vuelta al torno y el
tranvía se puso en movimiento para detenerse
poco después. Una joven subió á la plataforma
y allí se detuvo mirando disgustada los reple-
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Lámpara de pista y hrom c
("afetera rio plata
Tazu líl i vy;.;.;ia
METALISTERlA NORTE-AMERIC ' «■ \
LoyiDgcup
78
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
tos asientos. Juan, instiutirameute, se levantó
indicanilú con una Síña á la joven su sitio. En-
tró ella, balbuceando al cruzarse con Juan que
salla á la plataforma:
— ¿Por qné se molesta usted?...
Juan pensó después, que había hecho lo que
debía; estaba satisfecho de sí y ni siquiera se le
ocurrió pajear el billete de la muchacha. ¡Y qué
j^apita era la tal! Debía de ser oficiala de mo-
dista ó de sastre; cuando menos, una joven que
ganaba el dinero cosiendo. No podía pensar otra
cosa al ver sn aspecto, y más que su aspecto se
lo hacia creer tm pañuelo unido por las puntas
en el que, indudablemente, llevaba la obra de la
semana, y un hilo blanco que pe^irado á la fal-
da de 8U vestido, lo asegiuraba con mucha elo-
cuencia.
La chica, entre tanto, también pensaba en
Juan. Sabia que éste tenia en ella fijos los ojos
7 ella sin apartar la vista de el lio de ropa que
en sn regase había colocado, decía para sus
adentros, mientras el tranvía se deslizaba rápi-
do por la calle de Preciados ensordeciéndola
con el retemblar de cristales y los silbidos del
conductor
— Ese debe de ser uno de la aristocracia; tan
jovencito, casi sin pelo de barba y con esa levi-
ta tan ceñida y ese sombrero tan reluciente y
esos guantes... ¿Por qué me habrá cedido el
asiento? Nunca me lo ofreció nin^ino tan paque-
tUo como ese. Y lo que es gomoso no lo es. Y
no me ha dicho nada; ni siquiera que lo hacía
con macho gusto, cuando dije que por qué se
molestaba. Sin hablar, por señas me ha indica-
do su sitio trasladándose, luego, á la plataforma
sin mirarme; como lo hiciera mi padre ó mi tío.
Y lo que es ahora... ahora no me quita la vista
de encima.
Y Juan, pensaba:
— ¿Dónde irá?Quisiera que se bajase antes que
yo y verla entrar en al^nina casa... ¿Y si toma
•i.ir una de la-s calles lat<>ral<'R, como es proba-
¡ 'le?... Podía, también, bajarme y seguirla; pero...
Ípara qné? ¿Para ir detrás como un bobo? ¿Qué
e había de decir?... De to<los modos, lo primero
es la visita...
En la calle Ancha hizo parar la joven el tran-
vía. Al salir la miró Juan con un descaro extra-
ño en él; entornó ella los párpados, se puso muy
colorada y con la cabeza gacha, bajó sin salu-
darle, internándose luego por la calle de la
Luna. Nuevamente arrastraron los caballos el
coche haciendo, al arrancar, saltar chispas del
adoquinado y regularizando después su paso de
manera que, más que en la piedra, creían los que
en el tranvía estaban, que en su cerebro cho-
caban las herraduras. Juan, cuando ya no pudo
ver la calle de la Luna, dirigió la visual al in-
terior del coche y antojósele que todas las caras
que allí había, tenían marcada la estupidez en
las facciones.
El viento había cambiado de dirección; ya no
axotaba furioso las faldas de los vestidos ni en-
Tolvla iracundo en un remolino de paño la ca-
besa del desdichado que no sabía sujetar el em-
bo«) de sn capa; ya no arrebataba sombreros ni
empnjaba bmtalmente en las tiendas, las mues-
tras al aire libre; traía, en cambio, del Guada-
rrama, algo muy punzante ó escociente 6 ¡qué sé
yo! qne recogió de entre la nieve y con que fro-
t^a al paso, el rostro de los transeúntes. El
crepáaculo tocaba á su fin; las calles y el firma-
mento encendían sus luces.
Embozado hasta los ojos y con ligero paso
marchaba Juan á sn casa. Pensando iba en la
rkie» det tranvía, de la que hasta entonces no se
había vnelto A acordar, cuando se le puso la
chica delante, saliendo de la calle de la Luna y
entrando en la de Tudescos.
_ies casualidad! — murmuró Jnan.
Libre ya 3enfi»}4^jovftn ocultaba sus manos
en los twlsillos de la^ha^etilla, de una cha-
quetilla de paño de color o^-acrntuna, muy ce-
ñida por detrás, abierta por delalHe y con dos
filas de grandes botones de nácar. Aqti»Ua chica
sabía pascar bien los trapo« f¡buena frase!) Con
la cabeza muy tiesa, algo echada hacia atrás;
con pasos cortos, pero ligeros }• firmes, andaba
la joven, en igual tiempo el mismo terreno que
el estudiante.
— Es muy graciosa esta chica, — pensaba
Juan. — De seguro creerá que no llevo otro ob-
jeto que seguirla y me calificará de soso al no-
tar mi silencio. Pero, vamos á cuentas; ¿á mí
qué me debe importar el juicio que de raí formo
esa mujer? Probablemente no la veré más en mi
vida. A la primera boca-calle cambio de rumbo.
Pero, ¡qué tontería! Convencido de que nada me
interesa ella, seria yo un majadero en alargar
el camino. Lo que me fastidia es tener que ir
escuchando los piropos que le dicen todos los
desocupados que pasan...
Era cierto; pero también lo era, que Juan,
aunque hubiese sabido ir por camino más corto,
no hubiera abandonado aquella ruta en que
la joven parecía guiarle. Conocía ya hasta la
menor costura del espaldar de aquella chaqueta
que á metro y medio de él invariablemente se
mantenía; creyérase si en ello pensara, atraído
con regularidad constante, por magnética fuer-
za, condensada por igual en aquellos dos codos
que por ambos lados de la espalda asomaban.
Sabia Juan que la chica iba muy bien calzada,
no ignoraba de que color era la falda de su ves-
tido, le parecía que con mucha gracia llevaba
prendida la mantilla y que lo estaba muy bien
el pelo alto; de todo lo cual deduzco, que no ha-
bía dejado de mirarla de pies á cabeza. En cuan-
to á los piropos que tanto molestaban á Juan,
todos estaban cortados por el patrón flamenco y
no le molestaban por esto precisamente; véase la
clase: — Adiós, Guerrita. — Vayan unos andares
y una carita de cielo y un aquel. — ¡Ole! las mu-
jeres toreras y con circunstancias. — Déme xxsté
el volapié, prenda.
Y así sucesivamente.
Entre tanto la requebrada seguía impávida,
sabiendo que detrás iba el chico del tranvía que
quizás había estado esperando que ella saliera
de la casa, escondido en cualquiera parte, para
seguirla luego y averiguar donde vivía.
Llegaron á la Puerta del Sol. Allí esperaba
Juan que la joven tomaría un derrotero distinto
al suyo y que ya sería probable «no la volviese
á hallar en su cawt'no.» (En el camino de su vida,
pensaba figurada y tristemente). Pero no; el
dativo había dispuesto otra cosa. (Pensamiento,
también, del joven). La muchacha, atravesó
siempre delante de Juan, el trayecto que había
desde la calle del Carmen á la Carrera de San
Jerónimo, sorteando con habilidad la multitud
de tranvías y carnipjes que en todas direcciones
se entrecruzaban; apresurando el paso unas ve-
ces, parándose otras y mirando siempre á todos
lados; dirigía la joven inconscientemente al es-
tudiante, que, más torpe, andaba cuando ella
andaba y deteníase cuando ella se detenía.
—Carrera de San Jerónimo, calle del Príncipe
y calle del Prado. La casualidad no puede ser
mayor, — pensaba Juan.
Ella se aseguraba de que era por él seguida
y él pen.saba en el chasco que ella se llevaría
cuando él entra.se en su casa...
—Pero... ¡Cómo!... — Juan se resistía á dar
crédito á sus sentidos. — ¡Pues no entra ella en
mi casa! — y entró detrás.
— ¡Calla! ¡Y tiene el atrevimiento de subir!
¡Tan formal qne parecía! — pensó ella: y subió
corriendo. Juan también subió ligero; llegó la
chica al piso segundo y después de estirar el
cordón de la campanilla, al ver que él ya esta-
ba allí, se volvió rápidamente y en actitud
como de defensa.
— Caballero, ¿cómo se atre...
— Señorita, vivo en el tercero; le pido á usted
mil perdones... Usted dispense.
Y aprovechando la ocasión de que abrían la
puerta, se entró ella, rápidamente en su casa,
cerrando con violencia.
— ¿Será verdad que es vecino, ó me habrá to-
mado por una de esas... — pensó el nombre con
todas sus letras, — y al ver que se ha equivoca-
do habrá puesto la excusa, sabiendo que el ter-
cero es casa de huéspedes?...
— ¿Couque es vecina?... Si algún día... Pero,
¡ca! ésta como todas oirá mis pasos por la esca-
lera sin que encuentren un eco en su corazón.
N. DE LeYVA y VlZCARRO.
-*-
NUESTROS GRABADOS
LA CiSTOUANCKKA
Cuadro de Wally Moes
Mal que nos pese A cuantos detestamos las supersticiones,
no quebr*rá tan fácilmente como serla de desear la industria
de la cartomancia. En vano es predicar que eso de las cartas
es pura filfa: no les convencerán Vdes. i las criadas, duque-
sas, generalas y lavanderas, creyentes en tales embelecos, de
que no se trato de un asunto serlo. Y á lo que se ve, en todas
partes cuecen habas de esta clase, pues nuestro grabado no
reproduce ciertamente el sórdido tipo de las cartomanceras
de por aqui, sino que se refiere á una profetisa del bello país
regado por las azules ondas del Danubio.
ORILLAS DEL «OSA, EN LOS V0800S (FRANCIA)
Tiene este rio unas 200 leguas de curso, pero sólo atravie-
sa una reducida parte de Francia, después de su nacimiento
un poco más arriba de la aldea de Mosa (Mente), en la mese-
ta de Laiigres. No empieza á ser navegable hasta Verdun, y
lo es entonces en una extensión de 217 kilómetros, hasta la
frontera belga. Atraviesa de S. E.áN. E. el departamento
de su nombre, por entre largos y feraces valles y al cruzar
el de los Vo.«gos baña la aldea de Domremy-la Pucelle, patria
de Juana Darc, embelleciendo con sus sinuosidades las ma-
jestuosas laderas de las redondeadas montañas que forman
aquella cordillera.
I^ISOINDIO DEL ALCÁZAR DE TOLEDO, LA NOOHI DEL 10 DEL
CORRIENTE. — LAB RUINAS
Dibujo de P. y Valor
(Véase lo que dijimos en el número anterior).
BN LA TORRE
Cuadro de tos señores Masriera
Dibujo de P. y Valor
Suelen ser la brillanttz y la elegancia cualidades insepa-
rables ds las obras de estos distinguidos artistas y asi se
ve en nuestro grabado, cuyo original figura con justicia en el
Museo Nacional de Pintura y Escultura.
l,liR«8 DE LOS ANTIGUOS PINTORES INGLESES
Retratos de Sir Naíhaniet Bacon, R. Crame y Oliverio Cromwell
Quizás se haya exagerado algo por parte de los historiado-
res del arte la carencia de pintores ingleses hasta muy re-
ciente época. Ciertamente que eran extranjeros á aquel suelo
Holbein, Antonio Moro y Van Dyck, pero con todo, pueden
encontrarse en pleno siglo xvi y xvii algunos artistas verda-
deramente nacionales. Tales fueron Nicolás Hilliard, protegi-
do de Felipe II| Iiaac Oliver, su disMpulo, autor de algunos
preciosos retratos de Isabel y del amante de ésta Roberto De-
vereux, conde de Essex; Peter Oliver, hijo del anterior
(l()0M660i excelente miniaturista, autor del Sir Francie
Crame que reproducimos hoy en estas páginas; Sir Nathaniel
Bacon, primo hermano del gran filósofo y gran conocedor de
las escuelas italianas; el austero republicano y puritano Ro-
bert Walker; John Riley, pintor de Cámara de Carlos II, y
muchos otros todavía entre los cuáles citaremos John Ros-
klns, los Coopers, WlUlam Dobson, el Trintonetto inglés,—
pertenecientes asimismo al siglo xvii, etc , etc.
FELIZ MOMENTO
Cuadro de Schwenniger
Deudoso; esto es saber pintar enamorados; esto es saber
expresar bien con lineas y colores el poema de la juventud...
¡Qué miserables nos parecen el duque de Mora y Felicia
Huys en su paseo higiénico sentimental por el Boís de Bou-
logne comparados con esos dos amantes, fuertes, bellos y
sanos de esplrltul El cuadro de Schwenniger es la apoteosis
delaalegrla y la juventi;d. 1^1 diablo los amantes tísicos,
viejos y naturalistas!
UNA CALLE EN SEVILLA
Generalmente hablando, las calles de Sevilla son estrechas
y tortuosas y si bien los edificios modernos presentan bas-
tante capacidad, los antiguos conservan el tipo sarraceno y
el carácter de aislamiento de la civilización oriental. En mu-
chos puntos se interrumpe la red de callejuelas para dar lu-
gar á una plazoleta, plantada de árboles y decorada con una
fuente monumental, muy en armonía con lo que exige aquel
caluroso clima.
Sevilla es una ciudad llena de animación,— cuenta hoy
99 UOO habitantes,— brillantísima y alegre, pero sobre todo
original y «iu par en su aspecto, no pareciendo sino que han
pasado impunemente los siglos para ella á juzgar por los re-
cuerdos vivientes que aparecen por todas parte»; alli puede
figurarse uno todavía á D.' Maria de Padilla durmiendo bajo
los artesonados del Alcázar; á D. Pedro I y á Carlos V reco-
rriendo el mismo palacio; á D. Juan Tenorio septiltándose
en el monasterio de la Caridad, etc.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
79
PÜBBTO A BAYA
Cuadro de Walter Eunt
Ocupa este pintor uno de los primeros puestos entre los
de su género, sobresaliendo tanto por su fuerza cómica como
por el tacto con que sabe evitar las exageraciones á que se
presta la iuterpretacióu de las escenas de animales. Consti-
tuye, además, e^e lienzo un alarde en el manejo de los blan-
cos y los negros, lo cual es de tanto mérito en pintura como
en política.
LA IfARTIR DE AMOR
Cuadro de Bouguereau
Merecido tienen muy justamente el cielo las enamoradas
que mueren en aras de su pasión, y no es de extrañar por lo
mismo que músicos, pintores y poetas se inspiren en seme-
jantes Asunciones.
El cuadro, referente á tal viaje, pintado por Bouguereau
es digno del asunto, habiendo sido bastante feliz el autor
para representar poética y humanamente la fantástica viajata.
METALISTBRÍA NORTE-AMBRICaNA
Hales entrado á los yankées un verdadero furor por riva-
lizar con las producciones de la vieja y corrompida Europa,
y así corao están trabajando ahincadamente para constituir
una escuela de pintura exclusivamente norte americarta, se
han dedicado también á cultivar la metalistería, con éxito
un tanto temible ciertamente para nuestros plateros y artí-
fices en metales repujados.
No hay para qué negar, en efecto, que son muy lindos
sus productos, de los cuales pueden verse reproducidas al-
gunas muestras en nuestros grabados de hoy.
Es una obra original y elegante ciertamente la loving
eup ó copa de cariño, objeto que suele destinarse á regalo
para demostrarle al favorecido aquel afecto, más raro de
cada dia; indica un profundo eftudio del arte persa la cn/e-
(¿ra; la /ampara, de piala y bronce, nos oftece un delicado
modelo del más exquisito gusto oriental, y, finalminte, la
taza de ponche, de cobre forjado; los tenedores y cucharas, de
meríil y plata, y el vaso, de hierro con incrustaciones de pla-
ta, son admirables artículos del más puro estilo japonés.
LONDRES: PUERTA DE LAS CABALLEKIZAS DEL TEMPLE
PASBO DEL BANCO DEL REY, EK EL MISMO
Pertenecen estos edificios al patrimonio de la corona, for-
mando parte de la cadena de alojamientos reales que se ex-
tiende desde Oxford Street y Holborn, hasta el Támesis. La
mayoría de estos edificios están destinados hoy á oficinas y
cuarteles.
-^-
OROS SON TRIUNFOS
Tras de ponerme en un potro
amándola á troche moche,
me dejó Celia por otro
sujeto que arrastra coche.
Tal premio á mi amante fe
me hace que viva trinando;
¡dejarme á mí por lo que
va por las calles rodando!
Cáelos Cano
*
LA FUENTE DE LOS CURRUTACOS
(OONTr NOiCIÓN )
IX
DIANA Y ENDYMION
Era una de esas tardes canicularas, henchidas
de vapor, bochornosas y sofocantes, que parecen
haber sido creadas para la molicie y el amor.
Luisa e.staba en el baño. En el pabellón de
aquel jardincito rodeado de arábigas palmeras
y verdes azahares, mandó construir un baño
,con pila de mármol y el correspondiente toca-
dor, y allí, sumergida en el agua, sin velos ni
importunos chales, sueltas las trenzas, liljre, sola
y retirada, había templado el calor, del cuerpo
y la soñolencia del alma.
En brazos de tan dulce como natural diver-
sión, pues el baño es una diversión higiénica
en alto grado, se hallaba la graciosa y tentado-
ra dama, cuando don Leandro, con la escopeta
al hombro y acompañado de su lebrel y hosti-
gado por su picaro amor, se presentó en la
granja, entrando en ella como Pedro por au
casa.
Tomó asiento en un escaño pegado al muro
del caserón y preguntó á uno de los colonos por
la noble dueña de la casa.
— Está en el baño, — contestó el rústico, aña-
diendo:— pronto saldrá.
El golilla dejó la escopeta á un lado, exhaló
un suspiro y murmuró por lo bajo, abanicándose
con su sombrero:
— Esperaré. No quiero retirarme sin verla y sin
hablarla. Ahora está en el baño y saldrá de él
fresca, limpia y transparente como una rosa...
Si su difunto pasa el purgatorio en la otra vida
no tendrá de que quejarse habiendo gozado
antes de las delicias de la gloria... Ante ella
me vuelvo un chico de la doctrina, y no es ex-
traño, porque un niño es el Amor, y á mí el
hijo mimado de la diosa Venus me ha tomado
por su cuenta. Un lustro hace que me pudro en
silencio. Un lustro hace que esa viudita de mis
tormentos anida en mi imaginación, envuelta en
luz y derramando perfumes... En derredor de
toda esa dama se extiende una aureola que des-
lumhra, que atrae, que fascina y que enamora.
Aquella aureola es una tela de araña y yo soy
la pobre mosca enredada en ella; el insecto que
aletea, que busca la fuga y más y más se pierde
en su revuelto laberinto...
A este monólogo sucedió otro más apasionado
que pasamos en silencio, primero por su exten-
sión, y segunda por su intención, que no era
muy santa que digamos.
De pronto se abrió la puerta del jardín y
apareció ante los atónitos ojos del camastrón la
ninfa de sus sueños, con la negra y húmeda
cabellera desprendida sobre la espalda, ceñido
cuerpo por un vestido blanco de muselina, con
un largo lazo azul prendido á la cintura, y respi-
rando todo el cuerpo elegancia y belleza.
Don Leandro se apresuró á ofrecerle sus res-
petos con muchas ceremonias.
La viudita al verle sonrió.
— Tanto bueno por mi casa, — manifestó ten-
diéndole la mano. — ¿Y doña Cándida y los chi-
quitines?
— Reventando de salud. Buenos, muy buenos.
¿Y á V., noble dama, cómo le prueba esta so-
ledad?
— A las mil maravillas... Tome V. asiento.
Yo lo efectuaré en esta silla.
El licenciado contemplaba aquella beldad.
Todos sus cinco sentidos estaban fijos en ella.
La dama lo notó y articuló sonriendo:
— ¡Qué calor, Virgencita de las Angustias!
— Parece una tarde de los trópicos, — mani-
festó el doctor.
— No se mueve ni una hoja. ¡Qué calor tan
pegajoso! Acabo de salir del baño y estoy su-
dando. Mire V., — exclamó la dama arremangán-
dose la manga de la bata.
El golilla cerró los ojos.
— ¿Le gusta á V. el campo? — preguntó la
dama haciendo mueca tentadora con el malicio-
so fin de embaucar de lo lindo al trasnochado
Amadis.
— Según y conforme. Lo encuentro monóto-
no; pero pudiendo gozar de cerca de las gracias...
de las divinas gracias...
— Aquí todo lo son. Cuido mis flores, doy de
comer á las gallinas y á los patos, cojo la fruta
y me entretengo en mil cosas... ¡Soy tan feliz
en este pequeño imperio!... Y al mismo tiem-
po gozo de completa libertad: trisco, canto, bai-
lo, me baño, charlo á mi solas y me aturdo. ¿Le
parece á V. poco?
— ¿Sabe V., señora, que es bajo todos conceptos
envidiable la suerte de los patos, de las gallinas
y de las flores?... ¡Qué ventura poder ser acari-
ciado uno por esos dedos de marfil, que parecen
hechos solamente para bordar, tocar el clave y
puntear la vihuela!
— Es mi afición favorita. Fray Basilio, el
insigne guitarrista, maestro de Godoy y de
S. M. la reina, me dio algunas lecciones duran-
te mi residencia en la corte... Otro dia, pues
presumo que esta no será la última tarde que
me dedicará su merced, le daré á conocer un
par de tiranas. Pues las tiranas las toco, las
bailo y las canto como dice la canción. ¿No le
gustan á V. las tiranas?
Don Leandro, sin saber qué pensar ni qué
decir de aquella majestuosa amabilidad que pa.
recia orillar el camino de sus pretensiones, ar-
ticuló con amorosa vehemencia:
—¡Mucho! ¡Mucho por mis desgracias!... Una
tirana constituye una belleza, un algo superior,
selecto, escogido, y por lo tanto, mi corazón y
mis ojos que nunca envejecen vuelan tras ella
con una fe, con una pasión...
— ¡Ay, don Leandro! — exclamó la dama in-
terrumpiéndole la frase y llevándose las manos
á los ojos.
— ¿Qué tiene V., señora? — preguntó el cum-
plido galanteador incorporándose y extendien-
do los brazos.
La dama exhaló un gemido.
— ¿Qué la afecta?
— Nada menos que un mosquito me ha en-
trado en el ojo derecho. ¡Dios mío, cómo me
duele!
— ¡Cuidado con frotarlo! ¡Cuidadito!... ¿Quiere
su merced que vaya por agua?
— Gracias.
— Mire V. el gran bribón; ¡en buena parte se
ha metido!...
Doña María Luisa ocultó el ojo con un cabo
del lienzo y con el otro la boca para que no vie-
ra el doctor en jurisprudencia la burlona son-
risa que retozaba en sus labios.
— ¿Le duele mucho?
— ¡Mucho, señor! ¡Mucho! — suspiró la dama
con falso y estudiado sentimiento.
— ¡Quién dijera, que hasta los zumbadores
mosquitos se enamorasen del sol!
— Es un sol en eclipse, — y añadió doblando
la cabeza: — ¡Ay, mi buen amigo!... Si con esta
amabilidad que le caracteriza se sirviera... No
me atrevo...
— Diga V., diga V., — contestó el abogado
levantándose. — Sus deseos son leyes. Sus capri-
chos, si es que. su merced tenga caprichos, ór-
denes terminantes. Su labio insinúa la frase y
yo la acato.
— Tal vez molestaré...
— Nada de eso. Tendré especial placer en po-
derla servir en todo y por todo. Ya sabe, 6 pue-
de imaginarse, que reina en su casa, y que
reina, manda y gobierna...
— Pues bien. Sírvase soplarme el ojo. Mucho
cuidado, ¿eh?
Aquella farsa no podía estar mejor zurcida.
El currutaco experimentó un estremecimiento
general; rojo como la grana, bamboleándose
como si estuviera ebrio, adelantó hacia la bella
con el lente en la mano para examinar la
pupila.
La dama, con un descuido que fascinaba el
alma, echó la cabeza hacia atrás y ladeándola
después sobre el hombro izquierdo, preguntó:
— ¿Nota V. algo en el rabo del ojo?
— ¡Santo Cristo del Zapato, que encamado y
lacrimoso está el pobrecillo!
— ¡Cuidadito, don Leandro! ¡Cuidadito!
Abra V. el párpado. ¿No se atreve usted?
El pobre Endymión con peluca y calzón corto
acercó el dedo al moreno y peregrino rostro de
aquella Diana cazadora, y una verdadera co-
rriente eléctrica recorrió todo su cuerpo. Hizo
un esfuerzo supremo y sopló dos ó tres veces
pareciendo que á cada soplo le saliera por la
boca el corazón.
— ¡Gracias, buen señor! ¡Gracias! — balbuceó
la dama aparentando profundo agradecimiento
y tendiéndole la mano. — ¿Cómo pagarle tanta
bondad?
— Yo no soy bueno ni malo. Sólo soy un
hombre capaz de hilar á los pies de una hermo-
sura como Hércules á los de Omfala.
La dama prorumpió en una carcajada.
— ¿Sabe V., don Leandro, que me gustaría
verle con la rueca en la mano?
— ¡Cómo se chancea usted! Ríase á su gusto,
pues esta jovialidad aumenta el brillo de sus
lindos ojos, los hechizos de su rostro y la gracia
de esta pequeña boca que envidiara la ensalza-
da Helena.
— ¿Yo chancearme?... ¡Que superficialmente
me ha juzgado su merced! Como se conoce que
no ha sondeado mi corazón, — añadió levantán-
dose.— Venga V. conmigo.
X)
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
-preguntó el golilla haciéndose
—¿A dónde?
todo ojot).
. — -^ la viña. Tengo en ella unos moscateles
riqulsimt»!*. El año pasado los probaron el padre
Nolasco, el señor Inquisidor de Toledo y el re-
presentante de los Santos Lugares y quedaron
prendados de ellos. Ya verá V. que racimos tan
sabrosos.
—He oído hacer grandes elogios de ellos,—
murmuró don Leandro abandonando su asiento.
La señora se encaminó al 'portal de la granja
y gritó en alta voz:
EL PASEO DEL BANCO DEL REY
/ inU! ¡Cinto!
f Ina muchacha bauUnte bien parecida, ni alta
ni baj^ trigueña, limpia, fresca, hacendosa,
oaOeuxdo la abigarrada «aya, acudió al llama-
nuento.
—¿Qué 86 le ofrece á mi «efiora?— pt«guntó
con voz meloüs.
—El quitasol y on cesto para llevar uvas.
— Voy corriendo.
Don Leandro en aquel momento ni se acor-
daba del santo de su nombre, de su mujer, de
sus hijos, de su posición, de su estado civil y
canónico, pues el pobre estaba más que maravi-
llado del agasajo y amabilidad de la dama de
sus sueños.
— Se conoce que olln taiiibión me ama, — ex-
LONDRES
PUERTA DE LAS CABALLERIZAS DEL TEMPLE
clamaba por lo bajo.— ¡Qué dulzura! ¡qué finu-
ra! ¡qué mujer!...
—Cuando V. guste,— murmuró la dama agi-
tando alegremente la artística cabeza y abrien-
do de paso el quitasol.
—Estoy á sus órdenes. Los esclavos de las
verdaderas bellezas no disponen, obedecen.
Y diciendo esto, don Leandro colocóse el som-
brero de medio queso bajo el brazo y ofreció la
diestra á la dama.
—Pues en marcha, esclavo mío,— contestó
doña María aceptándole la mano.
¡Qué cuadro tan bello, tan original formaban
aquellas tres personas tan distintas, en clases,
en trajes y en pensamientos caminando poquito
apoco hacia la viña donde el ilustre varón ha-
bía de probar las uvas entre las burlonas son-
risas de la tentadora viudita y de la graciosa y
amaestrada doncella!
(Se continuará.)
Francisco Grab y Elías.
^ItUm On«, ...«U»« Mm. ^-^^ l« ^.«ek., i, fr^M «tíslica , liter,ri..-Us recibes ,„ Madrid, .1 representante de esta Casa i. ManVel PlaTvaior^ „7a^2^<
_Z:_ _;"''^^''^^^*^ NO. NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL ( '._ ' '
KrrABtaOMlJtlITC Tiprwtt.ii
^ -'■AI...K Í,P. Vn.l.AKROEl., NÚM. 17, ENSANrí.E I.E SAN ANTONIO.^
K».- BAIU:Rt.í»NA.
L
SEMANARIO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
Año V
ESPAÑA
Un año 12*50 ptas.
Un semestre -G'bO »
Número «uelto .... 0'25 »
PORTUGAL
BU9crición pagadera semanalmeAte
Cada número. ... 50 reis.
Barcelona 5 de Fetrero de 1887
CUBA T PUKRTO-RICO
Un año 5 pesos oro.
En el resto de América fijan el precio
los señores corresponsales.
EXTRANJERO
ün año 18 pesetas.
lTúm214
D. lONAGIO JOSÉ ESCOBAR, MARQUÉS DE VALDEIGLESIAS f en Madrid, el 24 Enero último. (Dibujo de P. y Valor)
LA ILUSTRACIÓN IBEEICA
SUMARIO
Tbxto. — Mairii. Carloé á mi prima, por F»n>anflor.— 2>a
tam i* A4r« £«fMs tcoodsa*rl6D\ por Ju*n TomM Sal-
ymmj.—Utlmm: Lm Pmam ét ÜOtu (eoocliKióD), por rte-
lili IWW rtniH)lri. por Alftado Opimo.— tfindia ma
mai, por TIecnt» Btueo !)«&«.— Atart <po««l«), por
T. BrilBoat —V» cmta» tn <t Hrt, por Rleudo J Iruiao.
— MawniM cimbodo*.— ¿a Jtttmtt <k iot evmrtocw (coo-
rtBMrtftn). por FiaaaiKO Gr«s 7 Klia*.
GBAmiPoa. — Doa I(iiaelo Jote Kscobw. -Carias Kulque
MUter -.La Gran VU> (Teatro Principal 4e Buedona).—
La «walaia dd Aleéiar ir Toledo, antw dd loeendlo.—
^»»i.~> Mtn U Alhaabca j d G«a<ntU> (Granada).—
FiIbOm laclan»: Kt arroyo de li«TraAai,«nd condado
4» Baas.— La aMdre dcfmdlMido d eoarpo de ni htio.—
Mertallnaei de tMtro : Alrjandrn Duma», tí hijo. Bdmon-
do Oot. Bástalo Labkhc.— La maúaaa en ArasUrdam.
— Toeadm dd dcio zr-Loadrea: La Catedral de San
tdrto.
MADRID
CAJRTA.S A. TWTT PHIIyl-A.
DON IGNACIO ESCOBAR
' I querida Carmen: Macho siento volver
á la tiistesa en estas cartas; pero el
tema de hoy, se me impone por la ge-
neral preocupación y sentimiento de Madrid.
Ha muerto una de las grandes representaciones
del periodismo en>añoI; nn hombre excepicional
por su lab<»io8Íaad y su modestia; un politice
que ha sido injuriado por sus adversarios cuan-
ao vivía y i quien estos mismos adversarios
tejen la mejor corona uniéndose hoy espontá-
neamente al dolor de su familia y de su parti-
do... Xo recuerdo, — y dispénsame la palabra, —
una ovmció» fi»tbre semejante; este periodista,
Mto oonserrador cuj'os intereses estuvieron
tantas veces enfrente de tantos intereses politi-
008 é individuales, muere, al parecer, sin un
otemigo, sin un injuriador, sin un contradictor
BÍqaiefa. No cabe duda que hay en esa existen-
cia, tan agitada, taa combatida, algo que se
alia reveláodoooa algunas de las difíciles vir-
todes qne vegetan silenciosamente en vida y
qae ae despliegan sobre el ocaso del hombre
visiUea para todos y como justicia consoladora
de la mnote.- Esa es la hora, — la hora del mo-
rir,—en que ke detalles de una biografía par-
dal desaparecen; en qne se borran las escara-
anuas del dia y sólo quedan loe rasgos caracte-
risticos, las grandes batallas; las síntesis que
ensalian ó condenan. T la prensa y los hombres
politioos y Madrid entero ha visto y ha juzgado
▼ ha dicho en esa hora de juicio solemne, qne
\)oa Ignacio Escobar era un hombre de trabajo,
un hombre de sana intención para su partido y
SB patria; nn corazón tiemísimo lleno del amor
de an familia; on hombre, en fin, que en medio
de ana política y de unos partidos que corrom-
pen y excitan al vicio, al ocio, A la soberbia y
á las pei'secnckineB ha sabido permanecen siem-
pra laboríoao, seocillo, tnnsigente, bondadoso y
Doo Ignacio Escobar ha muerto de sesenta y
aeis afios. Nació en Madrid y estudió la carrera
de nedicina. Le pasó lo que i D. Bamon Oam-
poaiDor; qtie en vea de escribir recetas prefirió
escribir versos. 8a caiicter se reveló desde
>slnigo: Dombrado presidente de on circulo lite-
Tsñc^ presidencia qne ganó en on cvtamen, por
opMÍriAa.V aqoi qae as presenta en ese circulo
na añero tweta y lee Tersos... Escobar deja su
sMBlo y «See al poeta reciéa llegado:— ¡Usted
debe ser desde h<^ el presidenta! El poeta nue-
vo se llanaha D. Tomás Rodrigue Rubí.
Entró de redactor en d famoso Herald»; el
psriódieo del ooode de San Lnis.— ¿Quién ha
escrito Cito?— preguntó el conde. sesJaüido uno
de loa pciaeros escritos de Escobar.— Ese ma-
> que ka entrado hace poco.— Poes ese
~ > ha ds valer, sin duda, mocho.- Esta
frMe diüuuiaáia qne Escobar ha sido periodista
por teaperaawnto, no por estadio.
y^ conde de Ssa Lnis Is encargó de la secre-
taria del gobienw cirfl de Onnada. En esta
ciodsd escrihió nn cnadro dramático titulado
Un corazón esjyafiol; y pn ella pasó la luna do
miel de su matrimouio. Nada necesito decirte
de la hermosísima y discreta dama que fué su
esposa; tú la conoces v has elogiado en más de
una ocasión su bondad y sus cualidades de gran
dama. ^
Del 53 al 56 escribió en La Lpoca. periódico
fundado «or D. Diego Coello; un año después
fué elegido diputado por Navalcamero y termi-
nada la legislatura nombrado oficial de la se-
cretaria de Gobernación.
Por aquella época D. Manuel Santana había
fundado Lm Ctnespondenria Autógrafa, y de-
seando algún descanso cedió á Escobar su pe-
riódico en 25.000 duros, ó por una cantidad
anual; en calidad de arrendamiento. Escobar
cambió el nombre de aquella hoja: le puso el de
Coneípoiidencia de Expaña; %-ino la guerra de
África, La Correspondencia obtuvo gran circu-
lación; pero habiéndose rescindido el contrato,
Escobar pasó á La Época; encargándose de su
dirección.
Comprendiendo Escobar cuan justificada y
cuan inevitable seria la revolución de Setiembre
quiso evitarla, dando á su partido saludables
consejos. González Brabo Iss desatendió; la re-
volución vino, y. Escobar, siguiendo en su po-
lítica sensata, rompió sus compromisos con los
moderados é inició la candidatura de Don Al-
fonso XII. Creía Escobar, «.que perseguidas las
ideas extremas y flageladas por la guerra pre-
dicada hasta el exterminio ó con la amenaza pe-
renne de la proscripción, de las deportaciones,
de las cárceles, de los patíbulos, no se consigue
otra cosa que repeler fuerzas que deben ser
atraídas á la convicción por sistemas benignos
é insinuantes.» C-omo ves, su política era su
mismo carácter. Trató, pues, de hacer compren-
der á las clases conservadoras el verdadero sen-
tido de su misión, que es resistir con suavidad
y dirigiendo. Ciertamente que sus temperamen-
tos benignos no fueron mejores para que se le
hiciese justicia por el jefe de su partido; pues
ha muerto sin ser ministro ni ser tan siquiera
senador vitalicio; cuando tantas nulidades con-
servadoras han sido investidas de esos altos ho-
nores.
Esta conducta de templanza no se desmintió
al surgir la monarquía de Don Amadeo; rey al
cual trató La Época con templanza. No bien
abdicó Don Amadeo y vino la república. Esco-
bar se dedicó, por entero, á la defensa y al
triunfo de la restauración alfonsina. En esta
época fué cuando al volver de Biarritz, donde
había conferenciado con los jefes de la conspi-
ración, fué detenido en la venta de la Tejería j
por el marqués de Valdespina... Habiéndole
manifestado el duque de la Torre la necesidad
de que se encontrase en Madrid en día deter-
minado y no encontrándose buque ninguno dis-
puesto en el puerto decidió atravesar las fron-
teras carlistas. En la venta de la Tejería hizo
descanso para comer y se sentó á la mesa con
varios oficiales carlistas y los demás viajeros.
El trato fué cordial, pero uno de los oficiales le
conoció y dijo á sus camaradas: que comían
nada menos que con el director de La Época,
de Madrid. El marqués de Valdespina le Úamó
y por buen componer le dio orden de volver á
Francia. Logró, .sin embargo, enternecer al
hosco aristócrata carlista y signió para Madrid,
salvando papeles de importancia y fuertes su-
mas de dinero.
Realizada la restanración Escobar fué re-
-compensado con cargos honoríficos y gravosos;
fué nombrado gentil-hombre y hecho marqués.
Inició entonces su campaña para agrupar los
elementos del partido liberal conservador, des-
unidos hoy, al fin, para siempre, por los disen-
timientos de Cánovas y Romero Robledo.
Generalmente, prima mía, — me lo has oído
decir varias veces, — el hombre trabaja para no
trabajar. El marqués de Valdeiglesias no tra-
bajaba para esto; tenia el vicio del trabajo y
el vicio del peñodiano. Una de las cosas que
no he podido comprender nanea es qne La Epo-
poca combatiera el noticierismo, cnando Esco-
i bar, — como lo demostró en La Correspondencia
de Espafia,- — había sido un gran noticiero, y
cuando después de todo La Época se aumen-
taba constantemente de las conferencias con-
tinuas de Escobar con todos los hombres políti-
cos. En esto el difunto periodista se parecía á
esos hombresque gozan hablando mal de la mujer
de quien están perdidamente enamorados. Ver-
dad es que sobre su amor al ti-abajo tenia otra
consideración para no desatender su periódico.
La Época es una notoriedad, una honra, una
empresa y una fortuna que los jefes de partido
no pueden dar ni quitar; y este había de ser el
escudo de su familia el día (por desgracia ya
venido), de la enfermedad y de la muerte. Se
refugió, pues, en aquella redacción, como si
presagiase la desgracia; y en aquella casa don-
de se han fabricado tantas reputaciones y tan-
tas glorias; á donde han llegado con el som-
brero en la mano tantos poderosos, y de donde
han salido con altivez tantos ingratos, se de-
dicó á educar y aleccionar en el arte de dirigir
la opinión á su hijo Alfredo... En medio de las
agitaciones de su vida y de las perspectivas de
su ya cansada edad, le era gran consuelo ver
que dejaría su obra en manos que sabrían reco-
gerla j' prosperarla.
La Época, en efecto, será desde hoy dirigida,
sin aquel sabio consejo, por ese joven que tú
has visto en sociedad muchas veces; cuya di.s-
creta conversación has saboreado y del cual has
hablado con verdadera simpatía; pues si bien por
el atildamiento de su persona, por el elegante
desenfado de sus maneras y por las audacias
de buen tono de su conversación no es el tipo
de una señorita tan grave y seria como tú, bien
pronto advertiste que tratabas á un hombre
ilustrado, cortés de corazón, amante del trabajo;
dispuesto á continuar su obra inspirándose en
la consecuencia y en la bondad de su padre; no
engreído con su posición afortunada, no desde-
ñador de la autoridad del talento; de nn hombre,
en fin, cuyo exterior responde á la sociedad que
trata, á la juventud que estimula su imagina-
ción y su sangre, á la precocidad de su existen-
cia literaria y política, pero cuyo pensamiento
es reflexivo, bien intencionado y cuyo corazón
es sano y valiente. Los que al principio creye-
ron que Alfredo Escobar sólo serviría para di-
rigir un cotillón, se equivocaron: dirige bien
ilustradísimos periodistas, y quién sabe si más
afortunado que su padre dirigirá un ministerio.
Como La Época es una institución y ha de
influir tanto en la política, no puedo menos de
considerar que el carácter del hijo le indica
como seguro continuador de la política transi-
gente de su padre. Alfredo Escobar será siem-
pre conser\-ador porque no es posible que un
espíritu se sustraiga á la influencia de una
eterna atmósfera conservadora, en la cual pal-
pitan, además, en átomos de vida, el cariño de
nn padre, sus consejos, y hasta las íiltimas pa-
labras en que le ha pedido amor, respeto y am-
paro para la monarquía y la dinastía... Pero yo
he visto pocos jóvenes tan influidos por el es-
píritu moderno, y especialmente del espíritu
del periodismo; como su padre quiere ser el
jefe de un periódico más que el jefe de un
Centro político, y su ambición es la de ser
encumbrado por los periodistas, no por sus
correligion^ios, y guiar la opinión y derramar
su espíritu beneficiosamente en el espiritu de
la patria. No hace muchos días que hablábamos
en la calle y que para desarrugar su frente
nublada por fatales presentimientos, le hablé
yo del porvenir. — Mi propósito, — me dijo,— es
hacer de La Época un periódico conservador,
pero (omert-ador nacional; las ideas y los inte-
reses conservadores antes que sus hombres y
qne sus partidos; y al propio tiempo quiero
hacer de él una gran hoja diaria que difunda
la ilustración, la ciencia, la literatura; que
traiga á nuestro campo las simpatías de nues-
tros mismos adversarios, y en la cual, salvando
sus opiniones políticas, reúnan los primores y
las energías de su talento cuantas notoriedades
tiene nuestra patria. Al obrar asi continúo la
obra de mi padre. Reflexione V. que mi padre
ha sido cien veces injustamente juzgado por los
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
83
suyos á causa del espíritu conciliador que
siempre ha demostrado y por creer que La Épo-
ca debía ser más bien un nivel que una espada.
Este fué el espíritu de sus palabras y yo aplaudí
este leal y sensato propósito.
El entierro del marqués de Valdeiglesias ha
sido una gran manifestación de duelo. El fére-
tro se ocultaba bajo numerosísimas y magnífi-
cas coronas; llevaban las cintas ilustraciones de
todas las clases sociales y un número inmenso
de hombres políticos, de escritores y de parti-
culares formaba el cortejo.
La comitiva siguió á pié el carro fúnebre
hasta salir de la población; después le acompa-
ñó en los coches, hasta el cementerio. Allí se le
dio tieria; y allí repitió no sé quién este verso
de D. Carlos Coello:
¡Hoy descansando está por vez prlmeral
Aquí concluye, naturalmente, mi carta y no
quiero prolongarla, siquiera te deje la impre-
sión de tan tristes palabras y sentimientos.
Tuyo,
Fernanflor.
LA CASA DE PEDRO LÓPEZ
(00 MTIKDACIÓK)
— Como él juega y ella se emborracha, á lo
mejor arman un belén, hasta que ella se acuesta
sobre el santo suelo, ó alguno de los dos, como
ha sucedido esta noche, se da ó recibe algún
porrazo. En la casa todos estamos acostumbra-
dos á esos zipizapes y no les hacemos maldito
el caso; como nos pillen dormidos, ni siquiera
nos despiertan.
— Y ¿no han intentado Vdes. poner paz?
— Ni falta que les hace. Una vez se metió un
vecino con ellos en medio de la gresca, y estuvo
en un tris que no le saltaran un ojo, después de
decirle que más sabía el loco en su casa que el
cuerdo en la ajena. Tres veces se han separado
jurando matarse, y otras tantas han vuelto á
reunirse, no pudiendo soportar la separación.
Son dos tortolitos que no viven el uno sin el
otro; se quieren á trompis, y hay que dejarlos;
cada uno es como Dios le ha hecho.
— El vino, las mujeres y el juego... ¿Sabe
usted, señora Pepa, que tiene V. encerrados to-
dos los vicios en el sotabanco?
La portera me volvió la espalda y continuó
barriendo; j'o salí, comenzando á disgustarme
de la casa de Pedro López.
En efecto, á las tres ó cuatro noches se repi-
tió la escena, exornada con el aparato de cos-
tumbre, sólo que el estrépito iué mayor, si
cabe, que en la primera. Me distrajo de tal
modo, que furioso de no poder seguir escribien-
do, cuando él por centésima vez gritaba: — Te
voy á reventar, — le contesté sin que me oyera
por fortuna:
— ¡La revienta V., ó la reviento yo!
Ramírez dormía como sólo él sabía hacerlo,
acostumbrado también al zipizape. Habiéndome
la fatiga dado sed, me levanté y fui á la cocina
á beber un vaso de agua. Ya en ella, una cir-
cunstancia extraña vino á llamanne la atención.
Por la ventana que caía al patio abierto entre
mi casa y la inmediata, se entraba un ruido
extraordinario de monedas, ni más ni menos
que si á expuertas las estuviesen manejando.
— ¡Chispa.s! — dije para mí. — ¿Dónde me he
metido yo? ¿Serán ladrones, cambistas ó mone-
deros falsos?
Me asomé y vi alumbrada la ventana del
principal á través de la entreabierta montera de
cristales que cubría el patio. Con la mayor
atención e.scuché durante algunos minutos.
Oíase el ruido de dinero derramado á expuertas
sobre un mueble; luego el ludir de unas mone-
das con otras, como si contándolas las ordena-
lan en pilas. Al mismo tiempo, una voz ligera-
mente emocionada, unida á cierto confuso rumor
que recordaba el roce de papeles mugrientos,
decía por lo bajo:
— Cuatro mil... seis mil... veinte mil...
— No ha sido floja la ganancia, — añadió una
nueva voz.
— Gracias á mis escamoteos de ases y sotas.
— -Y á mi cambio de barajas cuando aquel tío
copó la banca.
— -Si llego á tallar yo...
— Lo malo es que nos han levantado un
muerto de dos mil reales.
— ¿Quién ha sido?
— Aquel vejete, en el entres.
— No te apures; de Enero á Enero el dinero
es del banquero.
— Que no entre más ese canalla.
— Descuida.
Callaron y siguieron contando.
— ¡Vaya, una casa de juego! — dije cerrando
sigilosamente la ventana. — -Y jugadores de ven-
taja por lo visto. Vamos atando cabos; el vecino
del sotabanco entra de paso en el principal;
mientras él tira de la oreja á Jorge, su... mujer,
ó lo que sea, le espera empinando el codo. Una
vez desplumado, él sube á su habitación, la
encuentra á ella borracha y la apalea. ¡Pues, se-
ñor, esta casa es un edén!
Al tiempo de retirarme al gabinete, sentí
sobre mi cabeza reproducirse la consabida esce-
na; esta vez no me impidió dormir, porque.
' '^^
m
^
víTZt-'i^
CARLOSENRIQUE MILLER
liisUngiüdo paisajista uorte-amerieauo
como había dicho la portera, también -yo me iba
acostumbrando al zipizape.
Transcurrió cerca de una semana, sin que,
aparte de las referidas, ocurriera cosa digna de
mentarse. Sólo algunas veces encontraba en la
escalera, ya subiendo ya bajando, gente de mala
traza, de las cuales unos me daban maquinal-
mente las buenas tardes; otros pasaban sin
saludar, con aire misterioso ó preocupado.
— Serán puntos, — me decía; — los que saludan
van gananciosos; á los que bajan sin decir esta
boca es mía se los llevan los diablos.
La mayor parte de las noches oía abrirse y
cerrarse con cierto sigilo, pero también con
bastante frecuencia, las puertas de los cuartos
inferiores y la de la calle; al propio tiempo
sonaban pisadas de varias personas, acompaña-
das de murmullos, entre los cuales percibían
de cuando en cuando palabras soeces y blasfe-
mias.
Yo empezaba á preocuparme seriamente de
mis vecinos y hasta á maldecir la hora en que
se me ocurriera meterme en aquella casa. Ver-
dad es que nadie se metía conmigo ni me estor-
baba en un ápice; que, salvo los zipizapes del
sotabanco, la tranquilidad era completa; pero
una vaga inquietud, un malestar inexplicable,
me sobrecogía cuando estaba ocioso.
— ¿Viviré condenado á serotro judío errante?
— pensaba entonces, cruzando por mi imagina-
ción la idea de mudarme de nuevo.
Mi criado Ramírez era quien no parecía
preocuparse en lo más mínimo. Piel al cumpli-
miento de su deber, solía madrugar todas las
mañanas; iba á la compra, á la vuelta me servía
el chocolate, si estaba j'o despierto, y luego se
encerraba en la cocina á preparar la comida de
la una, en cuyo cometido solía salir bastante
airoso.
(Se continuará.)
Juan Tomás Salvany.
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LA ESCALERA DEL ALCÁZAR DE TOLEDO, ANTES DEL INCENDIO (Dibujo de P. y Valor)
86
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
LECTURAS
LOS PAZOS DE ULLOA
(COItOLOBIÓIK
Si de toda realidad se puede hacer asunto de
níjreJa no es porque se haya descubierto que la
novela paede ser prosaica, sino porque en toda
rsalidad se puede ver poesía. La prosa, natural
6 eseritOj nunca es arte (en él sentido en que
aquí se emplea prosa, prosaico), y por eso tantos
y tantos autores que se creen retdistas porque
copian (¡qué han de copiar!) lo que ven donde
quiera, no son más que escribientes. Se puede
ser realista y continuar siendo poeta á condi-
ción de ver la realidad como un artista. Emilia
Pardo en algunas de sus obras de imaginación
no siempre ha estado viendo como artista la
realidad que imitaba, sino como observadora
prosaica, y de aquí la inferioridad de ciertos
cuadros, á pesar de la exactitud. En Los Pazos
de üüoa, donde el escenario es, por decirlo así,
el corral de un caserón de la aldea, tal vez ni
un momento abandona á la autora la visión de
lo bello.
Hasta ahora, entre nuestros novelistas con-
temporáneos de primera lí-
nea, sólo Pereda había sabido
pintar en el campo el hombre
del campo. Oaldós jamás se
lo ha propuesto: conoce y des- ^, -^
eribe la naturaleza como pni-
gaje, pero en la vida aldeana
no ha intentado penetrar, ni
treo que la haya estudiado
todavía. Emilia Pardo en
Bucólica ofrece una muestra
de su aptitud para tal géne-
ro, y en los Pazos prueba con
cien argumentos de belleza
que sabe también lo que es
la aldea para un artista. Don
Pedro, pseudo marqués de
Ulloa, y todo lo que le rodea
es puramente aldeano. Dp.s-
de el primer capítulo conoce
el que entiende de esto, que
el novelista, sin idealizar el
campo, le ha sabido encon-
trar su poesía natural. Idea-
lismo y realismo son legíti-
mos en la expresión literaria
del sentimiento é idea que
tenemos de la realidad; el
idealismo es legitimo á con-
dición de que al modificar
el dato del sentido ó de la
observación y de la experien-
cia no salga de la verosimilitud, ó sea de la
frran virtualidad ideal de lo esencial: el rea-
lismo es legítimo también en poesía á con-
dición de ver en lo real no sólo lo que aparece
en la serie de los fenómenos, sino la trascen-
-icncia ideal de que son expresión última y la
la más concreta. En Los Pazos de UUoa, sin
tdmitir elementos de un subjetivismo poético
extraño al escenario en que vive la acción, te-
nemos en abundancia poesía, y la tenemos en
paisajes, animales, vegetales, sociedad, aldea-
nos, costumbres y caracteres.
No está reñida la naturalidad en la forma de
la acción, en la marcha de los sucesos, con el
arte de presentarlos de modo que exciten más
y mejor el ¡nter»'*, y esto se comprueba en los
Pozos, donde tcnlo pasa en una sucesión vero-
símil, jamás violf-nta, y, sin embargo, con sabia
tTadación y distribación de infalible buen
< f'oto. Es claro que entre el arte de componer
y el arte de la naturalidad en la acción debe
sacrificarse, siempre que haya conflicto, el pri-
mero; mas siempre que por feliz accidente ó á
ínenta de habilidad el artista consiga hacer
compatibles ambas excelencias, habrá miel sobre
hojuelas.
Desde el primer momf^nto nos importan las
aventuras de aquel capcllancico que echa sobre
sus hombros la enorme carga de remendar la
moral y la hacienda de los Ulloa, y que sólo
consigue verse en recias tentaciones, y, por fin,
victima de sospechas tan calumniosas como de
aparente verosimilitud. Pintar un alma de Dios,
como es Julián, sin atribuirle género de robus-
tez que no tiene en espíritu ni en cuerpo, y
saber no obstante convertirle en héroe muy
poético é interesante, es un triunfo que ha con-
seguido doña Emilia. Puede decirse que todo
lo que se refiere á Julián está bien pensado,
mejor escrito, y sentido con gran delicadeza y
y fina pasión poética. Con gracia original ha
sabido la autora mostramos el amor que inspi-
ra Nucha al buen_, clérigo, sin asomo de [escán-
dalo, ni aun de malicia, sin un grano de mostaza
de esa que suele picar más yendo entre lí-
neas. Nada de esto; no era tal el propósito del
artista; se enamora el capellán de Nucha, como
el Abate Mouret de Zola estaba al principio ena-
morado de la Virgen. Este amor singular de la
Virgen, que muchos de los que hemos tenido
una adolescencia cristiana, mejor diré, genui-
namente católica, nos explicamos bien, es uno
de los más admirables y misteriosos sentimien-
tos entre los muchos misteriosos, dulcísimos y
admirables que algún día estudiará una psico-
logía-histórica, artística y laica, imparcial, pero
rasgos de maestro, que nos aseguran la pose-
sión de un verdadero novelista más. Verdad y
sentimiento hay también en Nucha, que si hu-
biera estado más dibujada poco tendría que en-
vidiar al clérigo. Tal como es, interesa mucho y
prueba observación exacta, auténtica, de muchas
PAISAJES INGLESES
I religiosa, despreocupada,
I pero vidente, cuando se
analice con cuidado y
buena intención la gran
riqueza espiritual del cris-
tianismo.
Julián parece nn Ham-
let tonsurado, y reducido
como es natural á la hu-
milde condición de cape-
llán gallego; Hamlet por
la poca mafia y energía
con que maneja los nego-
cios mundanos, y por su
prurito de perderse en
idealidades cuando sopla
con más furia lo que llamaba el señor Cáno-
vas el huracán de las circunstancias. Creo que
este cura (Julián) es, como la novia de aquel
Vifije, lo mejor que ha ideado y expresado Emi-
lia Pardo en punto á psicología. Los apuros
de nuestro hombre en aquel duro trance de
Lucina, cuando sólo se le ocurre pedir á Dios
ayuda para que Nucha, su Virgen, dé á luz lo
que haya de ser con toda felicidad; su cariño á
lo San Antón á la hija de su Virgen, y sobre todo,
lo que pasa por su alma allá en el destierro, en
la parroquia de los puertos, son otros tantos
EL ARROYO DE LAS TRUCHAS, EN EL CONDADO DE ESSEX
emociones é idea.s que no es fácil adivinar por
intuiciones vagas é indecisas. Don Pedro es el
retrato acabado do que ya tantos apxintes había
hecho en libros anteriores nuestra autora. Si lo
admiro menos que á Julián es porque no nos
hace conocer, como éste, nuevas fuerzas de la
novelista; en este arto plástico que pinta á los
hombres que tienen tanto de hermosos ani-
males Emilia Pardo ya habla probado con for-
tuna su habilidad.
Sabel, las hermanas de Nucha, el mayordomo,
el clero aldeano, don Eugenio singularmente.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
87
todos, ó casi todos los actores de segundo tér-
mino, merecen alabanzas por la con-ección de los
perfiles y la frescura del color. Aquel ergotismo
de sobremesa de los buenos párrocos arranca
espontáneas carcajadas y después se hace alabar
y gustar por la exactitud con que están tomadas
los rasgos principales de esta clase de escenas.
En los varios episodios de la caza y sus pre-
parativos hay mticho que elogiar, y merecerían
todo un artículo de análisis los pocos párrafos
que se dedican, por vía de episodio, á la elo-
cuente y muy poética espera nocturna de las
enamoradas liebres á la luz de la luna.
Pero iba ya á concluir y no decía nada de
Perucho, el pobre bastardo. Quédense en el
tintero otras muchas cosas dignas de recuerdo,
ya que no hay más remedio, pero no se olvide
aquel Perucho, hijo hermoso del pecado, crea-
ción tiemísima en que han colaborado un pin-
tor que imita bien á Murillo, un estilista émulo
de los Goncourt... y una madre.
Clarín.
-*-
REVISTA CIENTÍFICA
Tratamiento de la fiebre tifoidea por las inhalaciones de aire
frió. — Composición química del cuerpo humano —Pila de
tres líquidos.— Contra la difteria. — Manera de detener ins-
taotaneamente un buque en marcha. — Aplicaciones del
papel. — Exposición Marítima en Cádiz.
M. A. Sokoloff, médico del hospital militar de
Krasnoe Selo (cerca de San Petersburgo), ha pu-
blicado hace ya algún tiempo interesantes in-
vestigaciones sobre un nuevo método terapéuti-
co dirigido contra la fiebre tifoidea. Habiendo
notado el autor que los tíficos instalados en las
tiendas hospitalarias pueden, sin inconveniente,
respirar un aire cuya temperatura no excede de
5.° ó 6.° sobre cero, y aún á 0.°, y que en estas
condiciones el calor ha bajado á veces de 40."
á la cifra normal, ha pensado que podrían prac-
ticarse inhalaciones de aire frío con un fin
terapéutico. Basando sus experimentos en 23 ca-
sos de fiebre tifoidea, ha deducido que las inha-
laciones de aire frío (de — 2 á — 10 R) producen
una defervescencia más ó menos pronunciada,
pero la acción es menos viva que con los baños
de aire ó de agua fríos. Esta acción es asimismo
más fugaz.
Según parece, los efectos generales de las
inhalaciones de aire frío son los siguientes: la
respiración sufre un retardo de cuatro movi-
mientos por minuto; el pulso disminuye en seis
latidos por término medio y se pone más lleno,
y por fin, las mucosas y la piel se hacen menos
secas.
De todas maneras, y según las propias conclu-
siones de M. Sokoloff, no parece comprobada la
superioridad de las inhalaciones de aire frío so-
bre los baños de agua á la misma temperatura,
sobre cuyo último medio no existe tampoco la
prueba cierta de su decantada utilidad,
*
* *
El Hierro, inglés, publica una nota sobre la
composición química del cuerpo humano; el
hombre está formado de combinaciones de trece
cuerpos simples, 5 gaseosos y 8 sólidos ó bien
8 metaloides y 5 metales. Un individuo del peso
medio de 70 kilogramos está compuesto de 44 ki-
logramos de oxígeno, 7 kilogramos de hidróge-
no, 172 kilogramos de ázoe, 800 gramos de clo-
ro, 100 gramos de flúor, 12 kilogramos de
carbono, 800 gramos de fósforo, 100 gramos de
azufre, 1'75 kilogramos de calcio, 80 gramos
de potasio, 70 gramos de sodio, 50 centigramos
de magnesio y 45 gramos de hierro.
Si el oxigeno y el hidrógeno se encontrasen
en estado libre, ocuparían respectivamente es-
pacios de 28 y 80 metros cúbicos.
«Nuestro colega, dice el Moniteur Industrial,
nota melancólicamente que el cuerpo humano no
contiene ningún metal precioso, y añade, con al-
guna ironía tal vez, que el hombre encierra ma-
teriales tan comunes como los que constituyen
las moras silvestres, y no cree, por ende, que la
especie valga la pena de ser explotada indus-
trialmente. Verdad es que en lo moral, en lo fi-
gurado y en la vida diaria, los individuos no
dejan de explotarse unos á otros, lo cual no deja
de constituir unp, compensación.»
*
* *
El doctor Lugo, de Nueva- York, acaba de
pedir patente de invención para una pila de
corriente constante, en la cual entran tres líqui-
dos.— Un vaso exterior contiene zinc sumergido
en una disolución alcalina; un vaso poroso en-
cierra una solución de cloruro de cobre, en la
cual se deja sumergido el carbón. Este vaso tie-
ne la forma de una copa y contiene ácido clorhí-
drico libre que disuelve el cobre precipitado, y le
impide que se deposite sobre el carbón. Produce
á cada instante una nueva provisión de cloruro
de cobre, y de este modo permanece constante
la intensidad de la piel. (English Mechanic).
*
* *
Por lo que valga, — aunque creemos debe va-
ler poco — transcribimos aquí la noticia de ha-
ber dado el Dr. Comilleau con un nuevo reme-
dio contra la difteria; tal sería, una vez conocida
la enfermedad, someter al paciente á la ac-
GRANADA: BARRANCO ENTRE LA ALHAMBRA Y EL GENERALIFE
ción del ácido oxálico, administrándole una pe-
queña cucharada de esta sustancia disuelta en
una infusión de the verde y una taza de tisana
de hojas de acedera, cada hora.
El doctor Tova, médico de Harás, dice haber
empleado este tratamiento en nueve casos con
satisfactorio resultado, incluyendo entre ellos á
un hijo suyo.
*
* *
Se lee en el Srientifique American la descrip-
ción de un aparato propuesto por M. John
Mac-Adains, de Brooklyn, para detener casi
instantáneamente un buque en plena marcha,
de manera que serán más difíciles ó menos pe-
ligrosos los choques.
Este freno se compone de dos voladizos arti-
culados á uno y otro lado del codaste, al rededor
del cual pueden girar, en un momento dado,
hasta colocarse transversalmente al eje del bu-
que y oponer así á la marcha un obstáculo
considerable.
En marcha normal, esos voladizos están ple-
gados contra el casco y mantenidos en esa
posición por cadenas que corresponden á una
cabria.
Si se quiere detener el buque, basta con le-
vantar los trinquetes que contienen las cabrias y
entonces inmediatamente los voladizos se sepa-
ran del casco bajo la acción de resortes, y el
empuje del agua acaba de abrirlos y de llevar-
los á la posición transversal. Se han hecho
algunos experimentos con el vapor de ruedas
Florencia, en Nueva- York. Este buque tiene
38'10 metros de largo, 6'80 metros de ancho,
1'98 metros de calado atrás y 191 toneladas de
arqueo. Su velocidad es de 10 á 12 nudos por
hora. Cada voladizo medía 2'58 metros de largo
por 2'58 metros de ancho y estaba construido
con palastro de 8 milímetros. Los experimentos
hechos bajo la dirección de M. Moore, maqui-
nista en jefe de los Estados-Unidos, han sido
muy favorables al freno Mac-Adams.
LA MADRE DEFENDIENDO EL Cül
su HIJO (Cuadro de Jorge de Geetere)
90
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
Tomamoej del diario Paper Trade Journal los
sii; ' - ■"->nuenore« (jtie ha publicado sobre
la- '><»< m>iItipU>s del papel:
t^l coleffa neo-yorkino, del
p.1, - y del pergamino de los
gru'it;<is \ mmaii»^, ¡y cuál no será la ceguera
do Iri-í i^--rs.inas ijue creen aún que el papel está
ún iestinado á la impresión (libros y
p.r
El siglo xix, al que se decora con el epít-eto
de prosai't*, verá, sin embargo, sorpresas más
extraonlinarias que las de la gruta de Aladino.
Hagamos, sin comentarios, la enumeración
de la^ diversas etapas del empleo industrial del
papel.
Cuando por primera ves se habló de los cue-
llos, puños, camisas y ruches de papel, todo el
munuo, ó casi todo él, ha dicho absurdos; y sin
embargo, hoy dia gran número de personas ha-
06D oso de ellos en su toilette.
Sb empleo en objetos de menor utilidad, como
cuadros, placas, botones, etc., se ha generaliza-
do sin ruido.
Después se han fabricado esquifes, canoas
y remos de papel comprimido. La construcción
de las rueoas de wagones de 'ferrocarriles,
considerada como una locura, ha producido re-
soltados tan satisfactorios que, hoy en dia, en
las grmndes lineas de Nueva- York á Chicago y
sobre todos los ramales del Pacifico se cuentan
más de 60.000 ruedas de wagones de papel
comprimido.
Hace algunos meses, en Nueva- York, una
gran fábrica de camas, colchones etc., ha puesto
en venta sábanas, almohadas y fundas de papel.
Las tiras de papel de Manila, superpuestas
unas á otras, engomadas y orladas de cordo-
nes, igualmente de papel, sirven para la con-
fección de cobertores de variados dibujos, de
muy poco peso, y sin embargo, muy confortables
y apreciados durante la estación del invierno.
Cuando comienzan á arrugarse, fácilmente se
les estira y vuelve nuevos, dándoles una pasada
'le plancha.
Cimentando la pasta del papel con albúmina,
cal y alumbre y extendiéndola sobre fajas
circulares, se han fabricado toneles, barricas y
obrw envases más resistentes que la madera y
mucho más cómodos para el transporte de los
líquidos, alcohol, petróleo, etc. Una importante
fábrica pone á disposición de los habitantes de
Nueva- York, zapatillas, sandalias, zapatos y
botas, enteramente de papel, que resisten per-
fectamente al agua y que conservan los pies
muy calientes. De perfeccionamiento en perfec-
cionamiento, se ha llegado á modelar con pasta
de papel la forma del pié y la pierna, de modo
que se puede proporcionar á cada parroquiano
el zapato ó botín que mejor le acomode.
Por otra parte, esta industria generaliza cada
dia sus aplicaciones en la ornamentación de las
casas y de los hoteles (contramarcos, puertas,
consolas, ventanas y cielo-rasos, etc.) Y aún
iquién sabe si tendremos nosotros la suerte de
habitar casas de papel, que traerán á nuestra
memoria los castillos de naipes de la niñez!
Promete ser concurridísima y brillante la
Exposición Marítima Nacional que ha de verifi-
carse en Cádiz á mediados del próximo Agosto.
Como dice bien la circular que hemos recibido
de la Comisión de propaganda, formada por los
directores de los periódicos de aquella locali-
dad, ya que estamos en presencia de proyectos
de grandes armamentos marítimos, demuestre
el psis lo qne vale y lo que puede.
.\l,VnED() i)V\n!iU.
EPISODIO MATERNAL
I
Aquella mujer al recibir la fatal noticia,
pasó miinhoH Aíaa llorando en tin rincón de la
cocina, hasta que por fin sus piernas perdieron
la sensibilidad y fueron dominadas por la pa-
rálisis.
Ya se lo anunciaba en su lenguaje misterioso
el corazón, cuando un año antes vio partir á los
dos, esposo é hijo, con el fusil al hombro, y el
ademán resuelto.
Tal vez no volverían nunca...
E impulsada por tan triste presentimiento,
gimió, suplicó, y estrechó entro los brazos á su
hijo, se abrazó de las rodillas del padre, y por
fin no pudo lograr más que oir otra vez líis pa-
labras de siempre:
La patria estaba invadida por los franceses;
todos iban á libertarla. ¿Por qué no debían ellos
hacer lo mismo?
Y tras este breve razonamiento, los dos par-
tieron, dejando á la infeliz mujer sola ó más
bien dicho acompañada de su dolor y su tristeza.
Desdé entonces ¡cuánta noche pasada en vela,
sollozando y haciendo correr entre los dedos las
cuentas del rosario!
Muchas veces, cesaba en su rezo creyendo los
bramidos del viento fuertes aldabonazos dados
en la puerta, y al convencerse de que todo era
pura fantasía del deseo, tornaba resij^nada á
murmurar oraciones, mientras su imaj^inación
volaba hasta los lugares en que por confidencias
se sabía que estaba la guerrilla, de que su espo-
so é hijo formaban parte.
Una tarde ¡ qué tardo tan horrible ! vio como
por junto á su puerta pasaron algunas vecinas
mirándola con ojos compasivos, y apenas su ins-
tinto femenil comenzó á presagiarle algo desa-
gradable, penetró en su casa un hombro desco-
nocido, que por la indecisión de sus ademanes
ALEJANDRO DUMAS, EL HIJO
Antor dramálico é individuo de la Academia Francesa
revelaba estar encargado de alguna misión cuyo
desempeño no era muy de su gusto.
A las pocas palabras, la infeliz lo compren-
dió todo.
Su esposo había perecido en un combate con
los franceses, muriendo como un liéroe en los
brazos de su hijo y del portador de la noticia.
Entonces fué cuando sufrió la desdichada la
transformación física que al principio hemos
apuntado.
Víctima de la parálisis, cayó en una silla
para no volver á levantarse, no teniendo desde
aquel día otro recurso con que vencer su so-
ledad, que gemir rezar ó escuchar, las cancio-
nes que ora patrióticas, ora sentimentales, canta-
ba una muchachuela encargada, desde el princi-
pio de la enfermedad, de las faenas de la casa.
Además, en sus momentos de desesperación
maldecía á los homl)res y á la guerra.
¿Qué le importaba la salvación de la patria,
si por ella se encontraba viuda y desamparada?
n
Una tarde, ocurrió una cosa en el pueblo que
por lo desusada, llamó al instante la atención de
la paralitica.
Se oyeron cerrar muchas puertas, con acom-
pañamiento de juramentos de hombres, llantos
de mujeres y lloriqueos de niños, y al mismo
tiempo en las calles se escuchó el rechinar de las
carretas junto con ese ruido especial que indi-
ca el paso de numerosos rebaños.
Por algunas palabras que la infeliz miijer es-
cuchó desde la cocina en donde como de costum-
bre permanecía sentada é inmóvil, comprendió
que todos los habitantes del pueblo lo abando-
naban en masa; aunqtie no pudo conocer el mo-
tivo de semejante huida por más que prestó
atención, pues la puerta de la casa estaba ce-
rrada.
Durante algún tiempo escuchó aquel rumor
que de pronto cesó y fué sucedido por un com-
pleto silencio. ^
Esto último, comenzó atemorizar á la pobre
mujer.
Aquel silencio ora muy semejante al del se-
pulcro, ó á la calma que siempre precede ií, las
grandes tom[)cst,ades.
Do repente, allá á lo lejos, resonó algo pare-
cido á un lejano trueno, que sin cesar fué repi-
tiéndo.se cada vez más cercano.
Los postreros rayos del sol penetraban por
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
91
una entreabierta ventana, y viéndolos la infeliz
comprendió que aquellos estampidos no podían
ser hijos de negras y amenazantes nubes.
Y como si solo necesitara hacer esta deduc-
ción para conocer la verdad, muy cerca del pue-
blo, casi en su misma entrada, estalló de pronto
una gritería infernal acompañada de estampidos
mucho más intensos.
La pobre mxijer se estremeció en su silla.
Todo lo había adivinado.
Aquello eran nutridas descargas do fusilería,
procedentes, .sin duda, de una reñida batalla en-
tablada en las cercanías del pueblo entre espa-
ñoles y franceses.
Ella se conmovió con sus recuerdos y la pre-
sente realidad.
Su esposo había muerto como muchos tal vez
morían en aquel instante.
Además tenía un hijo ¿y quién sabe si estaría
á poca distancia de ella, entre los que con tanta
saña se exterminaban 5*
Abismada en tales pensamientos, permaneció
inmóvil en su asiento escuchando abstraída las
descargas cada vez más frecuentes y ce'rcanas.
(.;Cuánto tiempo permaneció asíV
Ni ella misma lo supo, pero lo cierto es que
de pronto oyó sonaren la calle voces imperiosas
que daban órdenes en un idioma extranjero, al
mismo tiempo que algunos tiros aislados poco
menos que junto á su puerta.
Ya no se oían como antes retumbar cerradas
descargas, pero en cambio por la escasez de las
detonaciones y por cierto rumor indefinible, se
comprendía que la lucha era cuerpo á cuerpo y
hierro contra hierro.
A los oídos de la paralítica llegaban confun-
EUGENIO LABICHE
Insigne vaudevllUsta é Individuo de la Academia Francesa
didos en espeluznante acorde, los juramentos
horribles y brutales, los quejidos de dolor y de
agonía, y las voces de mando de los jefes.
Con su mirada pretendía atravesar la puerta
de la calle para poder ver aquel horrible espec-
táculo, pero sólo lograba distinguir los fogona-
zos cuya luz rojiza se filtraba por entre las ren-
dijas, tan débil y pasajera como la de un
relámpago lejano.
Varias veces oyó chocar contra la puerta cu-
latas de fusiles y cuerpos humanos, y un estre-
mecimiento no debido al miedo sino á un senti-
miento del que ella no podía darse exacta cuenta,
agitó en aquellos instantes todo su ser.
De pronto la lucha pareció cesar, y á los ju-
ramentos de los franceses sucedieron las voces
de ¡adelante! dadas en español.
El estruendo del combate fuese alejando, y
por fin vino á sonar amortiguado allá en el otro
extremo del pueblo.
Entonces el silencio se restableció en la calle,
y la paralítica impulsada por una curiosidad
extraña, quiso ver el aspecto que aquella pre-
sentaba.
Al intentar levantarse de la silla, sus piernas
se negaron á obedecerla, pero su voluntad hizo
un esfuerzo titánico, sus nervios adormecidos
cobraron alguna fuerza, y arrastrándose como
una culebra, logró llegar hasta la entreabierta
ventana á la que se asomó después de endere-
zarse trabajosamente.
III
La calle presentaba el aspecto más aterrador.
La tarde había espirado ya, y, á la luz inde-
cisa del crepúsculo, veíanse esparcidos por el
suelo un sinnúmero de hombres muertos ó heri-
dos, y de armas abandonadas ó rotas.
En la semi-oscuridad de la calle, destacában-
se las siluetas de los cadáveres con líneas tétri-
cas y rígidas.
Unos mostraban el pecho abierto por desco-
munal herida, otros el cráneo horriblemente
magullado, muchos la frente agujereada por las
balas; algunos tenían la cabeza casi separada de
los hombros, y todos llevaban impresa en el ros-
tro la expresión de punzante agonía, ó salvaje
furor, con que les había sorprendido la muerte.
Entre ellos muchos oprimían aún el fusil en-
tre las frías manos, y alguno que otro conserva-
ba clavada en el pecho, media bayoneta, ó un
pedazo de espada.
De vez en cuando, por entre los muertos
veíase aparecer una mano agitándose con tem-
blor espasmódico, mientras so oían voces que
con acento débil y quejumbroso imploraban so-
corro, ó llamaban en su auxilio á la muerte.
La paralítica, contemplaba, presa de angustio-
so terror, tan horrible espectáculo.
Pasaba su vista por los cadáveres, y al mismo
tiempo pensaba en su esposo, en aquel infortu-
nado al que algunos meses antes le había cabi- '
do igual suerte.
Y abismada en sus recuerdos permaneció al-
gún tiempo, hasta que de ellos vino á sacarle
una voz débil y desfallecida.
Al oiría su cuerpo se estremeció, y fné tal la
impresión que en ella produjo, que en el primer
instante no comprendió las palabras que decía.
Cuando logró entenderlas, sonaron en su oído
como una rima cadenciosa.
— ¡Madre! ¡madre!
La infeliz conoció al momento la voz de su
hijo, y á pesar de la oscuridad, vio como éste
pretendía incorporarse entre algunos cadáveres
amontonados junto á la puerta.
El primer impulso de la pobre madre fué dis-
ponerse á abrir aquélla, pero sus piernas se ne-
garon á obedecerla, y por más esfuerzos que
hizo, tuvo que permanecer inmóvil y agarrada á
la ventana con crispadas manos, viendo como su
hijo volvía á caer debilitado, para revolcarse en
la sangre que manaba de uno de sus costados.
La desdichada al ver esto, presa de la mayor
desesperación, intentó un último esfuerzo.
En aquel mismo instante el rumor del comba-
te arreció en el otro extremo del pueblo, y las
descargas fueron tan espantosas é intermina-
bles como horrorosos -truenos.
Un ruido extraño sonó de repente en la en-
trada de la calle.
El suelo pareció conmoverse, las puertas y las
paredes trepidaron, y la paralítica columbró en
la sombra algunos caballos arrastrando una má-
quina que no pudo distinguir.
No tardó mucho en conocer que era la arti-
llería que avanzaba en veloz carrera.
Apenas apareció en la calle, cuando ocurrió
una cosa verdaderamente espeluznante.
Los cañones eran arrastrados cada vez con
más velocidad, y en su rápida marcha, las rue-
das aplastaban aquella alfombra de despojos
humanos muertos ó palpitantes.
Oíanse estallar los cráneos, chasquetear los
huesos, y un verdadero concierto de gritos que
imploraban compasión y socoito.
Los heridos pretendían arrastrarse para evi-
tar la muerte á un lado de la calle, pero por ser
esta estrecha la artillería la ocupaba de pared á
pared, y los cañones seguían aplastando pechos,
y triturando huesos, en su carrera desenfrenada.
La infeliz madre, veía tal espectáculo próxi-
ma á desvanecerse de terror, y escuchaba los
gritos de los heridos al mismo tiempo que la voz
de su hijo que con desesperación le gritaba fi-
jando en ella sus ojos vidriosos:
— ¡Socorro, madre! ¡socorro!
— Allá voy hijo mío, — contestó ella con voz
ahogada.
Y como comprendiese que sus piernas se ne-
gaban á obedecerla y que aquel monstruo de
hieiTo estaba próximo á estrujar entre sus pies
al ser querido, gritó á los artilleros con voz su-
plicante y temblorosa:
— Un momento, señores; aguardaos un solo
momento. Voy al instante á abrirle la puerta.
Respetadle. ¡Es mi hijo! ¡Es lo único que me
queda en el mundo! Aguardaos, os lo ruego por
vuestras madres.
Y más tranquila, al decir esto, se soltó de la
ventana y ftié á andar, pero su cuerpo vaciló y
á poco rodaba por el suelo.
En aquel entonces, los cañones pasaron tan
rápidos como habían venido, entre un coro de
blasfemias, gemidos y maldiciones.
IV
_ Al día siguiente los soldados veteranos del
ejército español, y los guerrilleros de alma más
endurecida, no podían contener una lágrima
LA MAÑANA EN AMSTEHDAM (Cuadro de Han» Hcruiauíi;
'■ .Y '\
Gorra de armiño
San Jorge, según un cuadro delPisano
\?^
FlLIPPIKO LiPPI
Luís XI
Vanidad dejas plumas
Fantasía floreal Birrete de abogado umbrío
Un precursor de Jorge Fox
Demencia. Moda Inglesa UIS-SO
Frenesí
Moda inglesa 1415-íiO
Alain Chartler
Adoptaciones del fez: Inglés, flamenco, fraucés.talemán. Italiano y español
TOCADOS DEL SIGLO XV
01
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
qae rodando por sos m^'illas, iba á perderse en
el cano bigote.
Una mujer, con el cabello blanco y los ojos
enn>jocidos, abrazaba frenéticamente un cuerpo
iiif --vugnante amasijo de sangre, harapos,
y ' rozada, regándole con su llanto.
i.u ¡u|iR-ilo8 instantes, todos pensaban en sus
madres.
Vicente Blasco Ib.íxez.
FAKMES
Fakmes lia descendido á los jardines
y allí á la sombra de los frescos tilos
en ancho lago de tranqtiilas aguas
templa el calor del ardoroso ejstio.
Arroja los chapines, el turbante,
los velos, y hasta el último vestido,
y libre de los grillos de los broches,
besan sas pies los abundantes rizos.
Entra en el baño; las azule.s oudas
la dan un lecho en sus cristales tibios
y embalsaman el aire dulcemente
las rosas, los jazmines y los lirios.
A través de una espesa celosía
el valiente Abdali ve sin ser visto
á la hermosa Fakmes, que, oculta y sola,
no vela de su cuerpo los hechizos.
Acariciando su sedosa barba
devora con los ojos encendidos,
el labio enjuto y palpitante el pecho,
de su adorada el seductor descuido.
cMis esclavos, — murmura, — están en vela,
da su vida quien pise ese recinto,
y nadie más que yo, yo solamente,
las gracias de su cuerpo absorto admiro.»
Filtrando por las ramas temblorosas
llega nn rayo de sol hasta su oido
y, «Yo también, — dice, — como tú la veo
y r. '11 besos de fuego la acaricio.»
Tn'-mulo el moro de coraje, pálido,
ebrio de sangre como tigre herido,
empuña su kandjiar, y de la mora
el seno rasgan los cortantes filos.
Blande el hierro de púrpura manchado,
busca en vano al rival, y en su delirio
lo reta, lo amenaza, y hiere el aire
creyéndolo en sus pliegues escondido.
Pero él, de.sde la altura de su esfera,
prosigue indiferente su camino;
sació su orgullo, recogió sus rayos...
y arrojó la tragedia en el olvido.
V. Bellmont.
UN CASTILLO EN EL AIRE
Estaba sentado y en mangas de camisa ante
nn espejo de cuerpo entero, cuando mi ayuda
de cámara penetró en mi gabinete-dormitorio y
me advirtió que eran las seis de la tarde.
— Señorito, — me dijo Ramón afablemente, —
no pierda V. ahora el tiempo en pensar, pues le
hace falta para concluir de vestirse.
Estas palabras me hicieron recordar que sólo
faltaban dos horas para celebrarse el acto que
habia de unirme con Pilar haciéndola mi es-
posa.
Aunque parezca extraño, contemplando mi
imagen ante el espejo, no pensaba en mi tan
próxima boda ni en nada que con ella tuviese
relación.
Me encontraba en nno de esos dulcísimos le-
Urgcm qne parece nos privan de la existencia
por breves momentos.
Con la útil compañía de mi ayuda de cámara,
quedé completamente vestido y compuesto cuan-
do todavía no era pasada una hora desde que él
•ntrara.
Llf-garon mi padrino, los testigos y varios
;.r,,i!r,.u_ y coando ya no faltaba ninguno de mis
loa nos dirigimos á la iglesia.
.^1 j>enetrar en el sagrado recinto, mi mente
parecía hervidero de horrorificas ideas, y tantas
y tales eran éstas, que en muy pocos minutos
pensé varias veces en huir de allí y de la ciudad
para siempre.
Si hubiese pretendido llevarlo á efecto no lo
habría conseguido, pues aún estaba absorto en
aquellos extraños pensamientos cuando abrién-
dose la puerta dol templo, apareció en ella Pilar
rodeada y seguida de numerosa comitiva.
Reunidos los dos grupos, y mientras los mona-
guillos hacían los preparativos necesarios, Pilar
y algunas de sus amigas, juntamente con la
madrina, oraban en el presbiterio; los demás
presentes, silenciosos y distraídos, ora me con-
templaban con indefinibles miradas, ora criti-
caban al artífice que esculpió algunas de las
estatuas que servían de religioso ornamento á
las paredes de aquella iglesia.
Comenzada la ceremonia, los concurrentes le
hicieron los honores con aparente devoción y
sepulcral silencio, sólo interrumpido por la gan-
gosa voz del sacerdote y por el chisporroteo de
las velas que ardían en el altar.
No puedo explicar el efecto que aquel silen-
cio me produjo. Sólo sé decir, que en aquellos
momentos no vi ni oí nada, y únicamente tengo
una ligera idea de haber dicho: si, quiero, en
contestación á una pregunta que no sé quién
me hizo y que supongo sería el ministro de la
iglesia encargado de casarnos.
Al profun<lo silencio que me habia infundido
pavor, siguió nn serie de apretones de manos,
abrazos y murmullos, que parecióme intermi-
nable y me causó un fastidioso mareo.
Ya casados, fuimos á casa de Pilar, donde se
sirvió xina suculenta cena en la cual prodigá-
EDMUNDO GOT, Insigue actor francés
ronse los vinos y licores, quizás más de lo que
la prudencia manda. Después se bailó, cantó y
jugó, saboreando todos con especial deleite la
alegría que nos dominaba, bien por nuestra fe-
licidad ó bien por algún exceso en la bebida.
En la madrugada, y cuando yo creía ya que
nuestros convidados habían resuelto vivir con
nosotros, empezaron á desfilar en dirección á la
calle.
Al despedirlos aparentamos sentir mucho que
se fueran, pero interiormente no deseábamos
otra cosa.
Así debieron figurárselo, y sin duda para
vengarse de nuestros deseos, nos dijeron al salir,
recalcándolas, estas irónicas frases ú otras pa-
recidas:— ¡Buenas noches! — ¡Que Vdes. descan-
sen!— ¡Que duerman bien! etc.
Mientras daba tiempo á que Pilar se acostase,
trabé conversación con mi suegro y cuñados y
muy pronto recorrimos con nuestra crítica á
todos los que acababan de salir dejándolos tan
mal parados, que estoy seguro que si nuestras
palabras se hubieran convertido en alfilerazos,
habrían sucumbido martirizados.
Pasada una hora y dejando la conversación
y á mis interlocutores, me dirigí á la habitación
que nos habían destinado.
Cuando penetró en la alcoba, y á la escasa
luz que desde la sala se atrevía á llegar hasta
allí, sólo tí un blanquísimo lecho y recostada
sobre una almohada, una graciosa cabeza, nota-
ble por su abundante y negra cabellera y por
sus grandes y rasgados ojos, que en aquel ins-
tante me miraban no sé si con espanto ó con
ternura.
Hasta aquí habia llegado en mi sueño, cuando
una voz chillona y atiplada me despertó di-
ciendo:
— Señor, esta carta acaban de traer para
usted.
Mal humorado y casi dormido se la quité vio-
lentamente de sus manos, rompí el sobre con
coraje y leí lo que sigue:
«Muy Sr. mío: Siento en el alma que V. se
haya molestado en escribirme, pues me disgus-
ta tener que decirle que no le amo porque sé
que V. me quiere muy de veras, cosa que yo no
me merezco.
«Pidiéndole perdón por la contrariedad que
esta carta lo cause y ofreciéndole su amistad,
B. S. M., — Pilar Alonso.
Ricardo J. Iranzo.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
95
NUESTROS GRABADOS
D. IQNACIO JOSÉ «SOOBiE, llABQOlfS DB ViLDBIULKSIAB
Dibujo de P. y Valor
(Véase la revista de Madrid, de Fernanflor) .
CARLOS BSRIQUE UILLEB
Distinguido paisajifla americano
Nació este artista en Nueva-Yorlc el año 1842 y después de
haber ejercido por algún tiempo la profesión de médico-
cirujano dióle de pronto la humorada de consagrarse al arte
no menos difícil de pintar cuadros. Visitó los museos de
Londres, Amberes, París y Munich; estudió en la Academia
de este último centro; viajó por Italia y volvióse á Nueva
York, con un cargamento de lienzos que compró por esta
vieja Europa, siendo actuílmente uno de los principales cam-
peones de la autonomía de la pintura norteamericana.
TEATEO PRINCIPAL DB BABCELONA
■ LA GRAN VÍA,. -ESCENA V
Decoración de los señores Moragas y Urgellés
La popularísima zarzuela-apoteosis de las criadas ha sido
presentada con mucho lujo en el decano de nuestros coliseos,
siendo muy notable, como podrá ver el lector que no la haya
visto allí, la decoración de la escena V.
LA K8CALEBA DXL AT.CiZAR DE TOLEDO, ANTES DEL INCENDIO
Dibujo de P. y Valor
(Véase lo que dijimos en el número 212).
babbanco entbe la alhaubba y el qxneralife
(granada)
Separa este barranco el mágico palacio erigido por Abe-
namar el Conquistador y los encantados jardines del Oene-
rallfe, enorme conjunto de adelfas que cubren el frente déla
opuesta colina. Ambas obras son maravillosas: como alarde
de la arquitectura la una, y como el triunfo sobre la natura-
leza la otra.
PAISAJES INGLESES
El arroyo de ías Truchas^ en el condado de Essex
Es este un dibujo precioso; el bullicioso arroyo se preci-
pita entre las rocas huyendo del apacible rio y formando li-
geras cascadas en su cuiso Parece que á las truchas les gusta
meterse por allí, y entonces es cuando se aprovechan los pes-
cadores, para pescarlas casi á bragas enjutas.
LA IIADBK DECENDIENDO EL CÜEBPO DE SU B'JO
Cuadro de Jorge de Geetere
La sola concepción de esta obra revela en su aiit«»r talento
y audflcia extraordinarios. No puede imaginarse, en efecto,
nada más brutal que la escena representada: un grupo de
crucificados sobre los cuales se aprestan alanzarse los buitres,
y, sin embargo, en vez de experimentar el espectador una
sensación de malestar ante semejante cuadro, hállase conmo-
vido por la grandeza de la composición y por la poderosa
fuerza conque está expresado el dolor de la madre del ajus-
ticiado, aquel dolor seco, desolado, derivado de la animali-
dad maternal más que de sublimada sensibilidad.
UKDALLONES DB TEATRO
Alejandro Dumas, el hijo.— ¡Edmundo Got.— Eugenio Labiche
M. Ringel, de Illzach, es un digno continuador de David
d'Angers por la austeridad, dignidad y sobriedad que impri-
me á todas sus obras, consistentes especialmente en meda-
llones de personajes célebres.
La serie de hoy corresponde á eminencias de teatro: Dn-
mas, el autor de La Visite de Noces y de Jí. .á/pftonse, Ed-
mundo Got, le doyen de los societarios de la Comedia fran-
cesa, actor insigne que al gusto por la realidad reúne una
poderosa fantasía, y Eugenio Labiche, el gran vaudevillista,
que ignora, sin duda, el grande éxito que han alcanzado mu-
chas de BUS piezas en los teatros de Castilla y Cataluña.
LA haSara en aubterdam
Cuadro de Hans Hermann
Fieles los holandeses á las gloriosas tradiciones de sus
pintores de Vistas, cultivan hoy este género con habilidad
no indigna de lo que hicieron Juan Van Goyen, Salomón
Rnysdae], y, sobre todo, Guillermo Van de Valde.
Lindísima es, ciertamente, esta Mañana en Amsterdam A
pesar de la nieve y de la lluvia, no parece la gente sentir en
exceso el frío, y lo que es más grave todavía, resulta encan-
tador el aspecto de los canales helados y del cielo gris.
TOCADOS DEL SIGLO XV
Véase cuan antiguo es el sombrero de copa que ya siglos
antes de universalizarlo (palabra inventada por los ex-zur-
dos) Jorge Fox lo usaba ese condi> de Holanda cuya efigie
está reproducida de un cuadro de Van Eyck. Nada más sen-
cillo; era un mortero, tocado oficial, adicionado con unas
vastas alas. Esos morteros adquirían á veces proporciones
Imponentes: testigo el abogado umbrio, sacado de una pin-
mra de Plcro della Francesca (1415-1492), una de las notabili-
dades de aquella escuela.
A últimos de dicho siglo pusiéronse de moda los gorros á
estilo del fez mahometano, variándolos cada nación según
sus gustos.
En Italia adquirieron gran preponderancia los sombreros;
no hay mas que ver el que le puso el Pisano á un San Jorge
que pintó. Hádaseles tomar las más caprichosas hechuras;
fi-a Filippino Lippi le coronó á un rey mago con un sombrero
en forma de guisante de olor. Bien conocido es el sombreri
lio á lo Luís Ouceno, Estuvieron en alza en Inglaterra du
rante el reinado de Eduardo IV los sombreros de armiño
como todo el resto del traje. El tocado de Alain Chartler, el
poeta á quien cuando estaba dormido le daban besos las
princesas á pesar de lo feo que era, es un ejemplo de la moda
que imperaba en París.
Grande afición á las plumas, en Milán, y á los sombreros
en forma de chimenea en Inglaterra (Demencia y Frenesí).
En tiempo de Carlos VIII de Valois un desenfrenado gusto
por los sombreros en forma de flor, cuando no convertidos
en un jardín verdadero.
LONDBXB: LA CATEDRAL DE SAN PABLO
VISTA DESDE EL RÍO
Es esta la obra monumental más bella del protestantis-
mo; verdad es que tiene poquísimas. Fué comenzada en
1675 y la planta general figura una cruz latina. Mide 500 pies
de longitud por 100 de anchura; la parte más elevada de
la cúpula se halla á 401 pies de tierra £1 monumento se halla
rodeado de estatuas; el lado Oeste se halla adornado de un
doble pórtico, el cual es semicircular en los del Norte y Sur,
de orden corintio y compuesto, formando un conjunto de la
más majestuosa' armonía.
El interior es el de un almacén desalquilado.
El principal aliciente de San Pablo son sus monumentos
funerarios; hállanse allí enterrados en magníficos panteones
Slr Josué Reynolds, el doctor Johnson, Nelson. etc.
ai
LA FUENTE DE LOS CURRUTACOS
(COKTINDACIÓN)
CONFABULACIONES
Aquella tarde, como de costumbre, tomaron
asiento en los escaños de piedra que rodean La
fuente de los currutacos, los sapientísimos pro-
hombres de la localidad.
Los pájaros ocultos entre el ramaje charlaban
de lo lindo picoteándose miituamente, y los
hombres sentados en la florida alameda hinca-
ban el diente en la honra de los vecinos y veci-
nas del lugar.
Los pájaros y los hombres se despachaban á
su gusto.
Charla en los aires y charla en la tierra.
Gorjeos y vocerío, es el ritmo más ó menos
cadencioso que forma la universal armonía de la
creación.
El padre Nolasco, respirando salud por todos
sus poros, con las manos cruzadas sobre el ab-
domen presidia la selecta reunión.
Acababan de repartirse los anises y de remo-
jar el gaznate con la fresca agua de la fuente
servida por las chicas que habían acudido con
sus cántaros á ella; chicas que eran unas gra-
ciosas Rebecas, de pálido rostro, de ojos mozá-
rabes, flexible cuerpo, y elásticas caderas que
alegraban el alma y daban pellizcos, pero muy
buenos pellizcos en mitad del corazón.
Fray Nolasco, que no había podido desvane-
cer de su mente la entrevista con la atribulada
doña Cándida y ardía en vivos y naturales de-
seos de investigar algo sobre la vida y milagros
de don Leandro, exclamó paseando la mirada
en derredor:
— ¿Por dónde andará el señor licenciado, que
hoy ha faltado á la cita?
— Persigxiiendo codornices, contestó el farma-
céutico.
— ¡Cómo! ¿Ha dado ahora en la manía de
convertirse en cazador?
• — Creo que sí. Esta tarde, después de dormir
la siesta, he tomado asiento en la puerta de la
botica y he visto como nuestro queridísimo le-
trado con la escopeta al hombro pasaba por
debajo los pórticos de la plaza.
— ¡Como ahora es la época en que las pobres
codornices emigran de nuevo al África! — objetó
el marino que había dejado parte de su persona
en el glorioso combate de Trafalgar.
■ — ¡Otras codornices sin alas llevan mareado
al buen señor! — observó el notario de rentas.
— ¿Quién es ella? ¿Quién es ella?— preguntó
fray Nolasco haciéndose todo oídos.
— Su paternidad no está en autos, por lo vis-
to. Pica muy alto el buen varón, — añadió el no-
tario.
— ¿De quién se trata? — insistió el carmelita.
— Es un secretillo. Nada sé á punto fijo; pero
jurara, y eso sea dicho Ínter nos, que ama en se-
creto á una dama principal.
^¿Y media correspondencia? — preguntó el
monje poniéndose algún tanto nervioso.
— Ni por pienso. Ama de lejos como Don
Quijote; y así como el hidalgo manchego se en-
casquetó aquello de la sin par señora del Toboso
y hablando de ella se le hacía agua la boca,
nuestro amigóte consagra todos sus pensamien-
tos á una dama muy ilustre y recatada, dedicán-
dole unos versitos que harían verter lagrimones
á las peñas de ese torrente.
— Ya tenía indicios, — amonestó el discípulo
de Esculapio dando con el bastón golpecitos en
el suelo.
• — No es cosa nueva lo de que don Leandro
pulse la lira; pero yo creía buenamente que
sus cantos iban dirigidos á su cara mitad, — mur-
muró el monje aparentando la más genuina
candidez.
— Doña Cándida es para él una carga y una
verdadera cruz. Nuestro Ovidio Nason, á pesar
de no ser mas que un coplero, es casado como
aquel, y como él aficionado á la manzana del
paraíso. Canta, hasta quedarse ronco, las gracias
de otra mujer más bonita, más joven y... vamos,
más apetitosa que la suya.
— ¡Qué picardías tan gordas se ven en e.ste
mundo! — exclamó el monje llevándose las ma-
nos á los oídos y poniéndolas después en cruz
con cierta unción religiosa que tenía más de
grotesca que de celestial.
■ — Pero V. con todo eso, señor escribano, aiín
no nos ha dicho el nombre de la dama en cues-
tión,— observó el militar ardiendo en vivos de-
seos de descubrir todo el enredo.
— Este es mi secretillo.
— Aquí todos somos amigos, y más que ami-
gos, personas prudentes y enemigos de chanzas
y de murmuraciones, — hizo presente el fraile
con mucho tino.
El notario inclinó el cuerpo, colocó los codos
en las rodillas, llevóse las manos á ambos lados
de la boca y con mucha prosopopeya y ceremo-
nia murmuró:
— Es doña María Luisa. Pero mutis.
El marino y el boticario soltaron una carca-
jada; el discípulo de Galeno, dándose aire de im-
portancia, aparentó no extrañarse de la noticia
y el padre Nolasco como si se descolgara de la
luna agitó la cabeza de un lado á otro haciendo
signos negativos con la diestra.
Hubo una pausa; pero una pausa cómica, ri-
sible y algún tanto original.
El fraile fué el primero en interrumpir el si-
lencio, preguntando:
— ¿Y qué rezan los versitos?
— Cosas gordas. El domingo último, pasó nues-
tro héroe á mi despacho, y me mostró un sone-
to, de esos que llaman acrósticos, y decía, doña
María Luisa. Era una declaración en toda forma.
— ¿Podría V. proporcionarnos copia? — pre-
guntó el fraile deseoso de poseer tal composi-
ción.
— Es difícil bajo todos conceptos; pues guar-
da esas niñerías como oro en paño.
— Silencio, silencio, — exclamo el marino.^
Allí viene nuestro hombre.
— Hablando del ruin de Roma... — dijo el
doctor.
— Mucha prudencia, — encargó el notario.
— Descanse usted, — contestó el monje.
El marino no se equivocó.
Dándose aire de triunfador, colorado, alegre,
satisfecho, con el sombrero á media paga, la es-
copeta al hombro, el zurrón en la espalda y el
lebrel al lado se presentó don Leandro en la pla-
zoleta de la Fuente.
Todos sus compañeros le rodearon, le saluda-
ron y le agasajaron examinándole desde los
pies á la coronilla.
— Viene de la quinta, — murmuró el notario.
— Ha visto á ella, — insistió el licenciado en
medicina.
96
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
LONDRES: LA CATEDRAL DE SAN PABLO, VISTA DESDE EL RÍO
— Pone rara de Pascuas, — observó el marino. 1 principió una verdadera lluvia de preguntas, de
— H« dado con la codorniz, — afiadió el far
macéatico.
— ¡Si habrá hecho caza! — monnnró con cierta
pena el carmelita inclinando la cabeza
pullas y de observaciones, que obligaron al pre-
suntuoso golilla á que relatase minuciosamente
todos los lances de amor y fortuna que habia
corrido aquella bendita tarde, lances que vinie-
tabilísimo cónclave, que el apasionado varón
había perdido alguno de los tomillos principa-
les de su mollera.
(Se continuará.)
Y terminada* esas espontáneas exclamaciones ! ron á poner de manifiesto á todo aquel respe-
Francisco Gras y Elí as.
IMBUnUCM: teta, M>-M7, Ijiti Itliut, EdiUr. — Katrra4o> los iierecli(i.<; k projtiedd arlislia y literaria.— Las redaniaciunes en ]\iM, al ri){iresciilaotc de esla tasa i). Manuel Pl¿ y Valor, Apodaca, i 0, 2.°
) INSÉRTESE Ó NO, NO SE DEVUELVE NINQUN. ORIGINAL (
KHTAiiLKaiuairTo Tiroa«lFi':<^i iik B. Haíp--* — ''amr \tr. Vii.i.AnHORi., núm. 17, ENBAnnnp dr San Aktonio.— Rabckiona.
SEMANARIO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
Año V
ESPAÑA
üa año 12'50 ptas.
Un semestre 6*50 »
Número suelto .... o'25 ■
PORTUGAL
suscricióQ pagadera semanalmente
Cada numero. ... 50 reís.
Barcelona 12 de Febrero de 1887
COBA T PUERTO-RICO
Un año 5 peso» oro.
En el resto de América fijan el precio
los señores corresponsales.
EXTRANJERO
Un año ig pesetas.
Núm. 215
RETRATO DE UNA DAMA, por Sir Josué Reynold
98
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
SUMARIO
Tuto.— Ifadrid, Carta» 4 an prima, por Fernanflor.— J.a
tata dt A4r« U^n (coottnn*cl6ii\ por Juan Tomas Sal-
Tmnr— JtnrMa ett»Hlíea. por Alfredo Oplaso.— ¿Oi|Miri(ii-
f< <<« «Bte.» por Joa< Mari* de U Tote.-KtUoirra/fa,
por i^rlot Mendou - Ji/omhra, eatera y ladrUto, por
J P SunnarllnT Agnirre — 4po<ni«ipoesla),porR. J.Ca-
urioMi InlimoM (poesU). por Jo«é Bartxmy. — Nuestroi
KTKbados. — La fmeáu dt fax tvmtaeoí (oonUnuaclAD) , por
PrmnoiMO Gnu jr Ella*.
GRjiaiDOs.— BctntodeQoadaiiia.— lendru: Kl palacio de
Saa Jaime, (einoo grabado*).— Órlela— La mitj» de
TarqalDo et soberbio, puaudo sobre el cnerpo de su pa-
dre—Kl iDTeolor —Joyas d« la plniura religiosa Italiana,
<doa grabado*) — MoisAs, dwpnés de h>berdado muerte
al mal egipcia. —Attaat: Ruinas del panteón ó templo de
Jápllcr Olímpico j de la Acrópolis.
MADRID
C.A.I*,TA.S A. 7V1T PíirNIA.
GRANDES Y CHICOS
P^ IK.NTO, mi querida Carmen, lo que me dices,
^^>s aunque lo siento á medias; á ti no to con-
j¡íi viene volver á Madrid; mientras tu novio
permanezca. en esa gran ciudad, yo debo mani-
lestar alegría al saber que acaso vuelvas. Tus
presagios me parecen aventurados; sin embar-
go, quizás DO se declare la guerra entre alema-
nes y franceses tan pronto como te figuras; si-
quiera sea, en más 6 menos próximo término,
inentable. Comprendo que vuestra permanencia
en esa capital se hace difícil, como la de cual-
quier extranjero... Los extranjeros son mirados
ya con sospeclia por los franceses; recuerdan
estos que el espionaje alemán auxilió mucho d
Bismarck y á Moltke para lograr el triunfo; y tí
eypia es hoy la pesadilla de todo patriota fran-
cés. Además, no cabe duda que si hubiese gue-
rra, casi todas la naciones de Europa tendrían
que tomar parte en ella; y los franceses tienen
motivo para ver en todo extranjero un enemi-
go. El extranjero, ese habitador de París, tan
deseado por el fondista, por el tendero, por los
especuladores franceses; que enriquece á cuan-
tos trafican allí con el amor y el placer, y al
cual debe París su grandeza, su alegría, y su
reputación de capital del mundo, ha perdido su
tipo simpático; ha cobrado un aspecto siniestro.
Todo extranjero es un alemán. Es un aj-udante
de Moltke que lleva en su saco de viaje los pla-
nos de la guerra del por\'enir. Contra esta inva-
sión pacífica no hay más que un medio; el que
adoptan los comerciantes é industriales france-
ses; llevar, á los extranjeros, mucho más caro
por todo.
No puedo darte mi opinión respecto de si
habrá ó no habrá guerra, porque en ese centro
en que arde la pasión no puedes juzgar serena-
mente; yo en cambio me encuentro demasiado
lejos del movimiento para juzgar. En Madrid
se cree también que la guerra es inevitable; y los
que, por no haberlo creído así, han perdido, de
súbito, su fortuna en la Bolsa están convencidí-
simos de ello. Mas no es posible afíj-mar en ab-
síiluto sino que habrá guerra... ¿Cuándo? Tal
vez <lentro de dos meses; quizás dentro de un
año.
Esta guerra, querida prima, (y hablemos de
•lia puesto que por tantas razones hoy te pre-
ocupa), estaba ya prevista antes de firmar la
paz de la última. Al negociar las condiciones de
la capitulación de Sedan, el general Wimpffen
decía á Bismarck: — Si se quiere que cedamos la
Alsacia y la Lorena, esta paz no será sino una
tregua; porque de viejos á niños se legará la re-
conquista de esas ciudades, y niños y viejos
aprenderán constantemente el manejo de las
armas para renovar la lucha hasta que uno de
los dos pueblos desaparezca del mapa de Euro-
pa.— A lo cual le contestaVja Bismarck: — Que
Francia les sería siempre hostil y que era pre-
ciíio '' • ' •--'a.— Pero Bismarck, entonces,
no c todo el vigor de Francia. — ¡An-
tes de íiiicuento años,— decía,— los alemanes
no TolTeremos á estar en disposición de hacer
sacrificios ¡goales á los que hemos hecho para
asta guerra; por e«o queremos esas garantías! —
Se ha equivocado, pues, el gran canciller. No
pidió lo suficiente.
Quizás no se hubiese precipitado tanto la re-
vancha si no hubiese surgido de las filas del
ejército un general organizador, lleno de entu-
siasmo, y que parece asumir la responsabilidad
y la gloria de la futura guerra. Este general ha
convertido á Francia en un campamento; ha
dado á cada francés un fusil no\'ísimo; ha encen-
dido el ardor patriótico con discui-sos y con ar-
tículos en la prensa... Todo está dispuesto... ¿Y
en esta situación que hacer? Dejarlo para me-
jor ocasión; como decía Fernando VII. Si el ge-
neral Boulanger es un ambicioso de la madera
de los Bonapartes, habrá guerra; no porque con-
venga á la Francia que la haya, sino porque él
se anularía no haciéndola.
Boulanger viene haciendo lo que todos los
generales ilustres: ha preparado el espíritu y la
fuerza. Los ejércitos se improvisan quizás; las
victorias no. Todos sabemos que los planes cien-
tíficos de Moltke no hubieran convenido á solda-
dos menos ilustrados que los alemanes; se ha
dicho que el verdadero general de los ejércitos
prusianos La sido el maestro de escuela. La vic-
toria es y será siempre de las naciones más
fuertes, más ricas, más hábiles, más populosas,
mejor armadas, más disciplinadas; de las nacio-
nes cuya educación moral sea más sana, cuyas
industrias y comercio sean más importantes: de
las naciones, en fin, más grandes, material, in-
telectual y moralmente. Por eso venció Prusia.
Erancia tiene hoy más soldados que Alema-
nia, está mejor armada que ella, tiene más dine-
ro en su Tesoro y además del espíritu de la re-
vancha tiene en su favor la desesperación con
que habrá de luchar, pues sabe que esta guerra
es definitiva... Bajo el punto de vista del Esta-
do mayor ¿tiene generales que oponer al Estado
mayor alemán? Aquella terrible frase: el ejér-
cito francés es un ejército de leones mandados
por asnos; ¿podrá tener aplicación todavía?
Boulanger ¿vale tanto como Moltke?
Las enormes masas de soldados necesitan ge-
nios matemáticos para ser movidas sin que ellas
mismas sean obstáculo de la victoria. Un gene-
ral de división la decidía antes; cargando al fren-
te de algunos cientos de caballos; hoy la deci-
den los relojes de los generales y no se puede
suplir con una alocución el retraso de quince
minutos. Hemos visto, querida prima, que se
han rendido sin combatir cientos de miles de
hombres en la campaña de 1870 y que ni ellos
mismos sabían por qué razón ni á quién se ha-
bían rendido; en las guerras de hoy se muere y
se triunfa quizás sin haber visto al enemigo.
Un general puede decir con razón: — Ignoro si
he triunfado ó si he sido hecho prisionero. — El
campo de batalla comprende toda una provin-
cia y las noticias del combate se parecen en algo
á las de unas elecciones. Se conoce el resultado
á los dos ó tres días.
Pero no cabe duda que este es el punto difícil
de la cuestión. Estamos delante de un tablero
de ajedrez y vemos que los jugadores van á em-
pezar la partida: iguales piezas hay en un lado
que el otro: pero los dos hombres que van á mo-
ver todas estas piezas ¿son iguales también en
talentos militares?
Ni Francia ni Alemania quieren la responsa-
bilidad del ataque; prueba de que ninguna de
ellas se cree realmente la más fuerte; pues de
otro modo no les amilanarían las responsabilida-
des: pero ninguna de ellas quiere desarmar sus
ejércitos... Inmensos ejércitos que consumen la
riqueza de ambas naciones... Se les irá conclu-
yendo la paciencia conforme se les concluya el
dinero.
Y se comprende que ningún país, por rico que
sea, pueda soportar los gastos de un gran ejér-
cito. Hace treinta años un cañón del mayor ca-
libre costaba 2. 8íX) pesetas y la carga del mismo
valía 14. Hoy las piezas del mayor calibre, los
cañones de 110 toneladas cuestan 487.500 pese-
ta» y cada disparo vale 4.675: es decir que un
solo tiro cuesta hoy lo que en otro tiempo un ca-
ñón.
En estos días se ha verificado en Madrid el
ensayo de un fusil presentado por un norte-
americano al ministro de la Guerra. Dispara
hasta 25 tiros por minuto. El general Boulan-
ger no aceptó este fusil porque está satisfecho
del que tiene el soldado francés, ó porque ya no
puede cambiar su armamento. En España no sé
si se aceptará; por aquí al gobierno le conven-
dría más desarmar al ejército que armarle.
En fin, amadísima prima, si hay guerra y
tienes que venir á Madrid, desde aquí seguire-
mos juntos las peripecias de tan feroz campaña
no ocultándote que mis simpatías están del lado
de los franceses, gente de la cual podemos es-
perar algo malo; pero recibimos también mucho
bueno.
Una mala noticia tengo que darte; y es la de
que tienes una sobrinita menos; porque la po-
bre Julita murió al fin de la difteria; enferme-
dad que en tres meses se ha llevado miles y
miles de niños. Has de saber, por si no lo sabes,
que difteria, significa membrava; para expresar
el síntoma revelador más frecuente de esta en-
fermedad, casi siempre mortal, y de las más
graves. La verdadera causa de la enfermedad
se ignora segvm parece; algunos médicos la atri-
buyen á un microbio, que es el diablillo de
moda; microbio que se desarrolla con extraor-
dinaria vivacidad en épocas lluviosas y en lu-
gares sombríos, abundantes en materias orgá-
nicas en descomposición. Dicen los estadísticos
que es vez y media peor que la escarlatina, tres
veces más que el sarampión, ocho más que la
tos ferina y cuatro más que el tifus. Dirás que
para qué te suministro todos estos datos ha-
biendo salido tú de la niñez y no teniendo á tu
cargo ningún pequeñuelo. Tienes razón; pero
has de saber que en las casas de Madrid sólo
se habla de esto; porque donde no ha muerto un
niño, hay alguno enfermo ó se teme que pueda
haberlo; y, por otra parte, no cruzamos por las
calles sin encontrar una carroza blanca arras-
trada por caballos emparamentados de azul ó
de grana; en la cual va un ataúd pequeñito
blanco y dorado; — cuando no van dos de dos
hermanitos. — No se pasea por las afueras tampo-
co sin ver artesanos que llevan al hombro una
cajita y que así, las más veces solos, se dirigen
al cementerio. Por más que la muerte de un
niño no influya visiblemente en la sociedad y
por lo tanto veamos pasar esas cajitas con indi-
ferencia, no cabe duda que influyen en la felici-
dad ó en la desgracia de muchos corazones que
llenaban con su amor... Y también influyen en
los destinos de la sociedad, puesto que si hu-
biesen vivido hubiesen modificado el curso de
los acontecimientos; dentro de esas cajas, que
parecen de confiteiia, van los que hubieran po-
dido ser un Napoleón, un Newton, un Cervantes,
un Montgolfier, un Washington; y con ellos se
entierran las soluciones de cien problemas y
muchas acciones que hubieran sido brillantes
glorias. Se podrá decir también que algunos de
esos niños, ya pálidos como la cera, y con rosas
entre sus cabellos rubios, hubieran sido feroces
criminales; espanto y vergüenza de los hom-
bres... ¡De todos modos, son pequeños, son bue-
nos, son bonitos, han sido amados y se les llora
todavíal... Son mundos que desaparecen sin
ruido entre el estrépito general; pompas de ja-
bón que han reflejado un momento los colores
del cielo y se han deshecho. Esas alegrías que
rodean el ataúd de un niño; esa corona de que
se le ciñe; ese cortejo de fiesta que sigue á un
cadáver, bien nos indican que el niño ha sido
feliz con no llegar á hombre y que los hombres
así lo reconocemos y por eso le envidiamos. Las
gentes que tienen fe dan otro sentido á esta en-
vidia, diciendo á la madre: — ¡No llore V. que
el chiquitín está en el cielo! — Pero, ¡vaya V. á
convencer á una madre de que hay otro cielo
mejor para su niño que sus brazos!
Y ya, — Carmencita, — que hablamos de cria-
turas, te diré que los héroes del día son dos
enanitos que tienen su morada en un entresuelo
Se la Carrera de San Gerónimo. Todo Madrid
sube á contemplarlos. Son muy bien formados,
muy simpáticos y dos verdaderas miniaturas.
Yo estuvo mirándolos mucho tiempo y al
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
99
verlos tal como son, y al pensar que no necesi-
tan ser mayores para nada, exclamé por fin:
— No cabe duda que nosotros somos los despro-
porcionados.
Si piensas en las ventajas y desventajas de
que la humanidad fuese toda liliputiense, encon-
trarás que al reducir el tamaño se reduciría el
mal y no se reduciría el bien: tendríamos me-
nos cuerpo pero no menos alma.
Demos aquí punto á la carta de hoy, querida
prima; Mr. Ciimbñrland continúa buscando y
encontrando alfileres por todas partes; en los sa-
lones y en la calles. Ha convertido á Madrid en
un acerico.
Tuyo.
Fernanflor.
LA CASA DE PEDRO LÓPEZ
-*-
(00 KTIKOAOIÓH)
Mientras yo daba mi paseo de costumbre, Ra-
mírez se quedaba en casa haciendo la limpieza;
terminada ésta, salía á cumplimentar mis órde-
nes, si las tenía, 6 me dejaba dispuesto el
piscolabis de la tarde, ó» hacía de su capa un
sayo, según las circunstancias. Como quiera que
si yo cenaba algunas noches, no lo verificaba en
casa, Ramírez entonces campaba por sus respe-
tos hasta las once, hora en que cerraban la
puerta de la calle y él venia á recogerse. Única-
mente los sábados y las vísperas de los demás
días festivos, le permitía llevarse la llave, con
la ineludible condición de tener juicio y no
venir más' tarde de la una. No cambiaba con él
más palabras que las precisas, y por su parte,
debo confesar que, salvo algunas pequeneces,
siempre inevitables, en las dos 6 tres semanas
que llevaba á mi servicio no me había dado mo-
tivo de censura. Ganaba, amén de la comida,
ocho duros mensuales, los mismos que percibía,
por preferirlo él así, á razón y cuenta de diez
pesetas por semana.
Era la noche de un sábado y víspera, ade-
más, del cumpleaños de Ramírez. Yo, preocu-
pado, rendido y con alguna jaqueca, dando
punto á las cuartillas, me acosté á las once. Ra-
mírez no se hallaba recogido aún, lo cual no me
extrañó, pues se había llevado la llave, siendo
para él doble día de suelta.
Dormí siete horas de un tirón,- al cabo de las
ojíales me desperté, sobrecogido y nervioso á
LONDRES: VISTA EXTERIOR DEL PALACIO DE SAN JAIME
causa de una horrible pesadilla; soñaba que
todos los vecinos de la casa habían entrado en
el gabinete, y estorbándoles mi vecindad, que-
rían arrojarme por el balcón. Me rehice pronto
al distinguir la realidad de la ficción. Él más
profundo silencio y la más profunda oscuridad
reinaban en tomo.
— ¿Qué hora será?
Encendí una cerilla, miré el reloj, colocado
sobre la mesita de noche; eran las seis de la ma-
ñana. Como sintiese en el estómago alguna de-
bilidad, tiré del cordón de la campanilla, con
objeto de mandar á Ramírez que, antes de ir á
la compra, me sirviera el chocolate. Inútil pre-
tensión; llamé repetidas veces, sin que nadie
acudiera al llamamiento.
— ¡Cosa más rara! — pensé. — ¿Habrá salido
Ramírez á la compra? Pero, |si no veo gota!
Apliqué otro fósforo encendido al pábilo déla
bujía, colocada en una palmatoria, al lado del
reloj; salté de la cama, me vestí precipitada-
mente y, cogiendo la luz, me dirigí al cuarto de
Ramírez. Éste no se hallaba en su dormitorio.
— ¡Diantre! ¿Habrá, 'en efecto, ido á la com-
pra do noche todavía?
No tardó en convencerme de la falsedad de
esta suposición; la cama estaba intacta; la vela
de sebo con que solía alumbrarse mi criado,
no había sido encendida. Ramírez, en fin, ¡no
había dormido en casa!
Pensativo y contrariado, fui á sentarme al
burean, donde, con aire distraído, me puse á re-
pasar las cuartillas que escribiera la víspera.
Amaneció, y, á eso de las siete y media, sentí
abrirse cautelosamente la puerta de la escalera,
y habiendo quedado abierta la de comunicación
con el pasillo, desde el lugar donde me hallaba
sentado, vi entrar á Ramírez, con aire receloso,
pisando como los gatos, en dirección á su dor-
mitorio. Ignoro si me vería, pero es lo cierto
que no se dio por entendido. Yo dejé hacer, li-
mitándome á observar á mi criado.
Ramírez, á los cinco minutos, salió de su ha-
bitación, se dirigió á la cocina volvió á salir
con la cesta al brazo, y sin decir oste ni moste,
se marchó á la compra.
Apenas hubo desaparecido, corrí á su cuarto,
impulsado de una viva curiosidad; había des-
compuesto la cama y sustituido, por un cabo re-
cién apagado, la vela intacta de su palmatoria.
— ¡Ah, bribón! ¡Cuántas veces te habrás bur-
lado de mí! — no pude menos de exclamar!
Antes de una hora, volvió y me sirvió el cho-
colate, con militar exactitud, sin manifestarse
sorprendido de mi madi-ugón.
Después de tomar el desayuno, le llamé á mi
presencia.
■ — Oye, Ramírez.
— A la orden, mi amo.
— ¿Se puede saber dónde has dormido esta
noche?
— Yo... señorito... en casa... como todas las
demás.
— ¡Mientes, perillán!
Ramírez miró al techo, bajó la cabeza y se
puso á dar vueltas á la gorra entre sus
manos.
— Acabemos; ¿dónde has dormido?
— En el segundo, mi amo.
— ¡Cómo! ¡En el cuarto segundo de esta
casa!
— Sí, señorito. Vine tarde, no traía fósforos,
la escalera estaba oscura y me equivoqué de
cuarto.
(Se continuará.)
Juan Tomás Salvany.
GRIEGA (Cuadro de Paul Tbumao)
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102
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
REVISTA científica
MotordapatrMso.— Un nnrro medtoamrato hlpoAttco.— La
ntarima de Faltlber^. — TeropéuUea fruten -El man*.-
Medio* d« defkiua de las plantas.
«Como el petróleo es un producto muy poco
caro en Inglaterra, dice una Revista extran-
jej*, loe inventores ingleses se esfuerzan en
crear con este liquido un motor económico, si-
lencioso y exento de todo peligro. M. Etevé,
ingeniero, ayudado por M. Humes, ha inventado
y perfeccionado un motor que parece reunir las
mejores condiciones. El principio de este apara-
to ee el siguiente: el petróleo que llega al cilin-
dro se encuentra mecánicamente dividido por
el aire comprimido y queda mezclado con este
aire en proporciones convenientes. Al principio
el aire debe ser comprimido en su recipiente,
pero asi que el motor se pone en marcha, pro-
duce por sí mismo la compresión. La explosión
de la mezcla de aire comprimido y de petróleo
en el cilindro es debida á una chispa eléctrica,
producida por tres elementos con bicromato de
Eotasa y una bobina de Ruhmkorff. Este motor
a sido utilizado para accionar una dinamo.
>Se ha construido igtialmente un tipo espe-
cial, de cinco caballos de fuerza, para un barco
capaz de contener algunas personas, y se han
hecho también algunos experimentos para la
tracción de los tranvías por medio de una loco-
motora de petróleo, basada en el mismo princi-
pio. La cantidad de agua necesaria para enfriar
el cilindro es la misma que para un motor de
gas de la misma fuerza. En el caso de la loco-
motora de petróleo, el recipiente de agua es
ventajoso, pues es menester cierto peso para
producir la adherencia.»
*
* *
Los señores Mairet y Combemale, de la Aca-
demia de Ciencias de París, han dado cuenta en
la sesión del 24 de Enero del resultado de sus
estudios sobre el methylol, nuevo cuerpo al que
el doctor Personali, de Turín, atribuye propie-
dades hipnóticas.
Digamos ahora que el methylol, acetal ob-
tenido por la acción de la potasa sobre el for-
SALA DE LOS TAPICES
methylol, es un cuerpo líquido, móvil y re-
fríngente, de olor etéreo; su densidad, 0'8551;
man volátil que el éter; hirviendo á 42" y solu-
ble en agua, el alcohol, los aceites, etc.''
Los veinte experimentos practicados por
dichos señores lo han sido en 4 conejillos de
Indias, 6 gatos, 1 perro y 1 mono.
Inyectado el methylol en la economía por la
TÍa bípodérmica, ha resultado muy dolorosa la
introducción, hasta el punto de sobrevenir á
Teces nn sincope y de dar lugar á ulceraciones,
■i se inyecta puro. Según las dosis, determina
salivación, sueño más ó menos rápido y profun-
do, fatiga muscular considerable, una fase
parética, sacndidas convulsivas y descenso de
ntnra, pudiendo originar la muerte.
la via e»lomaeal se advierten iguales sín-
toma»; «1 anefio se produce á las mismas dosis,
pero es más tardío y puede ser más persis-
tente.
Por la vía pulmonar, es diferente el efecto
segán 96 empleen pulverizaciones ó inhalacio-
dones; en el primer caso sólo se obtiene sofio-
lencia; en el segundo el sueño va acompañado
de irritación de las mucosas ocular, nasal y
bronquica, con lágrimas, estornudo y tos.
En resumen; á dosis altas, el metliylol da
lugar á fenómenos tóxicos diversos y produce
la muerte, determinando lesiones irritativas que
afectan diversos órganos, pero á pequeña dosis,
es decir, á la de 25 ó 50 centigramos por
kilogramo de animal, sólo se observa soño-
lencia.
De ahí que el methylol sea un hipnótico, que
á juzgar por la rapidez con que se elimina y la
ausencia ó insignificancia de alteraciones que se
presentan al despertar, no se acumula en la
economía. Hay que emplear más de 2 gramos
por kilogramo de peso del cuerpo para producir
una verdadera intoxicación.
* *
Los alemanes se muestran muy entusiasma-
dos al parecer con el descubrimiento de una
nueva sustancia, sobre cuya importación les
conviene á todas las naciones estar muy preve-
nidas.
Trátase de la sacarina de Fahlberg, que en
breve va á fabricarse en grande escala en Wer-
terhusen, cerca de Magdeburgo. Esta sacarina,
de un poder azucarante muy elevado, va mez-
clada en la proporción de un 5 p. "/„ con las
glucosas, cuyo precio tan inferior es al de los
azúcares de caña y remolacha, y á las cuales
vuelve tan dulcificantes como el azúcar ac-
tual.
Las glucosas desempeñan ya en la industria
y en el consumo un papel considerable; tienen
el inconveniente de azucarar muy poco, pero
hácense con ellas montañas de tarros de confi-
turas y de jarabes de toda suerte; hasta parece
que no faltan en el extranjero farmacéuticos
que les venden glucosa á los parroquianos en
vez de jarabe do goma. Los vermouths y demás
aperitivos gomados que destruyen cada día, á
horas fijas, los estómagos de una clientela reli-
giosamente convencida de .sus virtudes, están go-
mados con glucosa.
Hasta algunos alemanes han protestado con-
tra la sacarina alemana de Fahlberg. Este prin-
cipio azucarante, condensado, por decirlo a.si, en
forma de glóbulos, escaparía al impuesto de eu-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
103
trada como tal azúcar y permitiría endulzar
toda clase de líquidos, lo cual dista mucho de
ser un ideal de higiene; es azucarería homeopá-
tica, si las hay, con la cual podrán hacerse las
más horripilantes mezclas.
El doctor Lewis, de Eiladelfia, preconiza el
uso de las frutas como muy iitil en terapéutica,
con preferencia á ciertos remedios muy dos-
agradables de tomar y ciertamente menos efi-
caces.
Las naranjas, los higos, las ciruelas, los
tamarindos, las moras, los dátiles, los meloco-
tones, pueden ser ventajosamente utilizados
como laxanteá.
Las granadas, las moras silvestres, las fram-
buesas, las bayas de zumaque, el agracejo, son
astringentes.
Las uvas, las peras, los membrillos, las fre-
sas, los higos de Berbería, las grosellas, las
simientes de melón, son diuréticos.
Las grosellas ordinarias, las sandías y el
melón, son refrigerantes.
Las cidras y las manzanas, son refrigerantes
y sedantes del estómago.
Tomada en ayunas, cada mañana, la naranja
obra eficazmente como laxante, y algunas veces
hasta como purgante, y todos los estómagos
pueden soportarla.
Las granadas son muy astringentes, y exce-
lentes para las fauces y la campanilla.
La corteza de raíz de granado, en forma de
cocimiento, es un vermífugo muy eficaz; puede
empleársela sin temor para combatir la soli-
taria.
Los higos abiertos y hendidos, son excelentes
cataplasmas para las quemaduras y pequeños
abcesos.
Las fresas y el limón, prestan verdaderos
servicios contra el sarro de los dientes.
Las manzanas, son un útil correctivo de las
náuseas, el mareo y los vómitos de la preñez.
Las almendras amargas, contienen ácido
cianhídrico y detienen á menudo la tos, pero
producen á veces una urticaria.
El aceite extraído de la nuez de coco, reem-
plaza á menudo el aceite de hígado de bacalao ;
SALA DE I,A REINA ANA
es empleado con frecuencia contra la tisis por
los médicos alemanes.
Las uvas son muy útiles, eminentemente
emolientes. La «cura de uvas,» por ejemplo,
es muy empleada en Francia y Suiza para el
tratamiento de las enfermedades del estómago
y el hígado, la escrófula y la tuberculosis. Con-
siste en comer muchas libras de uvas al día,
con exclusión de pan y agua.
Los membrillos, además de sus cualidades
astringentes, procuran, después de su infusión
de agua hirviente, una excelente loción para
las enfermedades de los ojos.
*
* *
A creer lo que refiere madame Dieulafoy, in-
trépida viajera que acaba de regresar de una
importante expedición á Persia y Caldea, los
armenios consideran como una codiciada golo-
sina el producto de la secreción de un gusano
que vive en los arbustos de aquellas montañas,
la cual sustancia, blanca y azucarada como
miel, dicen ellos que no es otra cosa sino el
maná que sirvió en remotos siglos para alimen-
tar á los hebreos en el desierto. Se la recolecta
sacudiendo los árboles sobre unas sábanas ex-
tendidas en el suelo, pero acontece á menudo
que arrebatada por el viento, es transportada á
distancias de 150 leguas, al desierto. Los pas-
teleros armenios la mezclan con harina, almen-
dras y pistachos y hacen con ella unos confites
muy estimados por los inteligentes.
*
* *
M. L. Errera, distinguido botánico belga, ha
leído en la Sociedad Real de Bruselas, una cu-
riosísima nota sobre los medios de defensa de
las plantas. Hé aquí el resultado de sus obser-
vaciones.
Bajo el punto de vista del mecanismo de la
protección, pueden clasificarse las plantas de la
manera siguiente:
Caracteres I lológlcos
1. Plantas inaccesibles, por su estación en las
rocas, en medio del agua, etc.
2. Plantas sociales, formando por su asocia-
ción matorrales impenetrables.
'ó. PLantiis vasallas, que se colocan bajo la
protección de ciertos animales ó de otras plan-
tas mejor protegidas.
4. Plantas fanfarronas, especies inofensivas
que tienen el aspecto de plantas peligrosas, por
ejemplo, el Lamium álbum que se parece á la
Urtica didica.
Caracteres anatómicos
5. Plantas de
cortantes, etc.
órganos duros , punzantes ,
Caracteres químicos
6. Plantas de principios ácidos, amargos,
de aceites esenciales, de glicósidos, de alca-
loides.
Formando seis grupos con estas plantas y
representando por 100 el número total de los
géneros de cada uno de los mismos, ha encon-
trado M. Errera la proporción siguiente:
1. Plantas coriáceas, erizadas, cortantes:
13 géneros desdeñados, 49 evitados y 38 bus-
cados.
2. Plantas punzantes, 25, 35, 40, respecti-
vamente.
3. Plantas de aceite esencial, 21, 44 y 35.
4. Plantas de principio amargo, 35, 20 y 39.
5. Plantas de glicósido, 31, 28 y 41.
6. Plantas de alcaloide, 53, 9 y 38.
«Lo que sorprende sobre todo, dice el natu-
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106
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
ralista belga, es que los medios defensivos no
son tan eficaces como se podría creer, y por
otra parte, que los jilcaloides son particular-
mente precioeos como agentes de protección.
Ciertos ganados parece que no han aprendido
toda^ia á evitarlos, puesto que el tejo (taxasj
del cual se muestran muy ávidos los solipedos,
les ocasiona á veces accidentes graves.»
«No deja de ser curioso pensar, añade á su
ve« la publicación de donde tomamos estos da-
tos, que al rodear nuestras propiedades de
paredes 6 rejas armadas de pinchos, al derramar
agua al rededor de nuestras plautas de estufa
para sustraerlas á los ataques de los limazos, al
alcanforar nuestros muebles ó al [envenenar
nuestro herbario no hacemos más que imitar
las plantas y reinventar lo que ellas practica-
ban antes de que existiese el hombre.»
Una vez más se ha visto confirmada la me-
lancólica sentencia del real amante de Balkis:
¡Nihil novum sub solé!
Alfredo Gpisso.
-*-
LOS PARIENTES DE «ELLA>
Son una verdadera plaga.
Así como no hay rosa sin espinas, ni ciólo
sin nubes, ni guardia de orden público sin mala
educación, no es fácil encontrar una novia que
no tenga parientes.
La joven más hermosa, una de esas niñas
cuj'os ojos son capaces de volver loco á cual-
quier hijo de vecino, esas Eros y esas Ofelias
del siglo XIX que se ofrecen á nuestros ojos
rodeadas de poesía y de encanto, llenas de pro-
mesas de felicidad y dulcísimos deliquios, están
rodeadas de un tropel de gentes, que como
Argos á la ninfa lo, las cercan, las guardan y
vigilan y cuando no, pasan la vida urdiendo
chismes para dar al traste con el noviazgo.
La historia de esa pasión que se llama
amor, está llena de actos vandálicos, llevados
á feliz término por los parientes de las no-
vias en contra siempre del infortunado amante.
SALA DE GUARDIAS
Los Capuletos no dejaron en paz á Romeo
Montesco, el apasionado adorador de Julieta.
f ttlberto, el tío de Eloísa, cometió una por-
ción de tropelías con el infeliz Abelardo.
Segura, padre de Isabel, no paró hasta casar
á su hija, fastidiando de este modo al bueno de
Diego Marsilla, y hoy no hay pollo que no haya
sufrido una porción de vicisitudes y de trabajos,
debidos á la parentela de su adorado tormento.
El primer pariente que fastidia suele ser el
más próximo, el hermano. Y peor todavía si es
hermana.
Si es menor que €ella,> suele contar á la
mamá una porción de cosas que acechó previa-
mente y esta confidencia produce por lo regular
una represión terrible.
Si es mayor, todo se vuelve consejos sobre la
maldad y picardía de los hombres, ó cela ó
enreda de modo que siempre se termina la en-
trevista amorosa mucho antes de lo que espe-
raba el galán.
Si es un hermanito nene, chilla denunciando
inocentemente la presencia del adorador.
Hay tíos que son verdaderos tlon y tías fero-
ces como nn .sargento indómito, que so pretexto
de que tienen que guardar á la niña en ausen-
cia de los padres, llevan su salvajismo hasta el
extremo de cerrar balcones y ventanas y aun
de dirigir al galán un par de frescas.
Pues no digo nada del primito que entra en
la casa continuamente, echa piropos, la lleva
del brazo por salas y pasillos, inventa mil em-
bustes para malquistar á la pareja y cuando ya
cansado dice el novio:
— Pues, señor, yo á ese tipo le rompo la
cabeza.
Contesta ella dulcemente:
— No; por Dios; cariñín, monono, no digas
nada á Fulanito, porque mamá lo quiere mucho
y es muy capaz de clavar esta ventana.
— Así la clavaran á ella...
— No digas eso. Es mi madre.
Y tienen ustedes aquí el pariente más terri-
ble: la mamá. Toda señora que tiene hijas es
durante la infancia de éstas, una madre, el
sagrario donde se guardan los sentimientos
más dulces que atesora el corazón humano, pero
cuando una de ellas tiene relaciones, comienza
á sentirse suegra con todas sus gracias y pre-
rogativas.
Ilustra á su vastago en la ciencia de las ba-
tallas domésticas y aun creo que la obliga á ha-
cer el ejercicio y tirar al blanco con los platos.
— Mira niña, sé que tienes relaciones con ese
joven que parece un bacalao de Escocia; yo no
me opongo á que tengas amores; cuando yo era
como tú tenía mucho partido, amé á un alférez
de zapadores bomberos y concluí por casarme
con tu padre que es una buena persona aunque
muy borrico mejorándolo presente. Es necesario
que no le dejes resollar. A los hombres, en cuanto
les das el dedo se toman el brazo y... puede que
algo más; conque sé intransigente, sino ¡desgra-
ciada de til
Esta es la apertura, como dijéramos el dis-
curso de la corona, en la serie de sesiones
amorosas á través de la reja ó del balcón á
calle.
Cuando ol novio entra en la casa, toma todo
esto un aspecto más terrible. Entonces la pre-
sencia de los parientes suele ser eterna.
Y no puede V. decirles:
— Pero, señores, si yo soy un buen chico, si
adoro á la niña y no me valdré de la soledad.
Además estando gente, vis á vis, á nadie le
gusta decir ternezas.
¡Oh! Con cuanto placer debe encontrarse uno
solo la primer noche de bodas.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
107
Y no sean ustedes maliciosos, lo digo solo
por estar libre de parientes.
José María de la Torre.
BIBLIOGRAFÍA
El Patio Andaluz, cuadros de co'^tumbres. — Ei- Pobma
Nacional, eostum^ res populares, por Salvador Rueda. —
Madrid, 1886.— La Quintañunbb, covela por if. Martínez
.8arTtOBM€Do.— Madrid, 1887.
E.s una lástima que no tengamos en Jíspaña
una docena más de escritores del género del
Sr. D. Salvador Rueda, pues constituirían uno
de los más eficaces elementos para el progreso
del idioma nacional. Por punto general nótase
bastante pobreza en el estilo de la mayoría de
cultivadores de las letras; no porque sea cola-
borador de La Ilustración Ibérica vale callar
aquí el nombre del más benemérito de los mo-
dernos reformadores, — de los perfeccionadores,
mejor dicho, — de nuestra retórica: el antiguo
Lunático. Con Fernanfior empieza, en efecto,
una nueva época en el estilo español. El impul-
so comunicado por el ilustre autor de Cuentos
Rápidon fué eficaz en cuanto produjo el floreci-
miento de multitud de escritores que con mayor
ó peor fortuna procuraron imitarle. Es fácil
que á no haber sido él se hubiese seguido culti-
vando la lengua española según D. Antonio de
Trueba ó D. Pedro A. de Alarcón.
Hoy contamos con una joven escuela de esti-
listas que saben trabajar artísticamente el cas-
tellano; que lo labran, lo cincelan y colocan á la
altura á que ha llegado el francée en manos de
los sucesores de Flaubert. Es difícil poder citar
á todos los que en tal tarea toman parte, pero
sin injusticia no es posible olvidar los nombres
de Blanco Asenjo, Pérez Galdós, Castelar, Pa-
lacio Valdés, Picón, Pérez G. Nieva en su
ATw, Martínez Barrionuevo, etc., etc., en cuyos
trabajos se nota el exquisito cuidado de la for-
ma y el laborioso estudio del idioma, rejuve-
neciéndole, haciéndole flexible, enriqueciéndole
de otra manera que con ranciedades antológi-
cas y aportándole un contingente de frases y
vocablos inéditos y de onomatopeyas de la más
feliz invención.
EL INVENTOR (Cuadro de Daniel Ridgway)
í Así,''el que quiera hoy deleitarse con la be-
lleza de la frase popular, con la superabun-
dancia castiza de los giros, con la pasmosa
maleabilidad del idioma, con la riqueza de pala-
bras y expresiones y los primores progresivos
de nuestra lengua nacional, no tiene mas que
coger el Patio Andaluz y leérselo de cabo á
rabo, cosa fácil que resulta hecha en menos de
una horita. El señor Rueda es un académico
de la Academia ideal de los grandes hablistas,
es un colorista, un poeta y un... autor que hay
que consultar para convencerse de que el caste-
llano es una lengua capaz de servir de instru-
mento á los escritores más objetivos ó plásticos.
Y con esto, como dicen las horteras de París,
una gracia espontánea que deleita; un interés
que ni por un momento se debilita, por todos y
cada uno de los tipos presentados en escena;
una originalidad lindísima en la factura; una
naturalidad deliciosa en los diálogos. El arte
está velado con tanta donosura como el rostro
de una sevillana detrás de su mantilla.
El señor Rueda ha renovado un género que
se hacía ya difícil de digerir cultivado por
tanto cursi como se las echa de escritor de
costumbres no haciendo mas que imitar á los
imitadores de los émulos del buen Mesonero
Romanos. Las costumbres populares tienen un
insigne retratista más digno del asunto y de la
época. El Solitario, si resucitara, le daría sin
duda el parabién al señor Rueda, de muy me-
jores ganas que no á su formidable prologuista.
Y ahora diré que de la misma suerte que se
muestra oportunísimo y discreto cultivador del
género en prosa, ha dado también en el clavo al
ejercer de poeta, huyendo de imitar á los que
no parece sino que eternamente han de ser
objeto de imitación; el distinguidísimo autor
del Poema Nacional no ha querido que se le to-
mara por ninguno de esos maldecidos becqueria-
nos, zorrilliant/S (no confundir), campoamoria-
nos y nonicianos, que infestan con sus aborre-
cidas coplas el correo, cuando no las mismas
columnas, de los periódicos; raza repululante
como la filoxera, corta de entendimiento y de
narices como quien carece de mollera y do sen-
tidos. En vez, pues, de echarse á imitar á nues-
tros grandes líricos, como tal cual orador de
privilegiados pulmones imita á Ríos Rosas,
ó este ó el otro comicastro á Rafael Calvo, el
autor de quien hablamos ha buscado su inspi-
ración en la verdad y en la afición á las cosas
de su tierra, única manera de que el poeta de=
muestre que cuenta con fuerzas propias y bebe
en vaso suyo. Y cuéntese si me habrá gustado
el Poema Nacional cuando lo alabo y pongo
sobre mi cabeza á pesar de tener en él los toros
unos cuantos romances que, á la verdad, no se
merecen... por lo hermosos.
Impresa formando un elegante tomo en 8."
acaba de publicarse en Madrid cierta novela que,
insei'ta en las columnas de este periódico, pu-
dieron ya apreciar nuestros lectores. Tenemos,
sin embargo, por interesante acontecimiento su
aparición en la nueva forma que reviste ahora,
pues no deja de ser un buen libro más entre
los muy contados que han visto la luz pública
en el pasado año.
No se dirá, en efecto, que nos encontremos
aquí, como sucede en Francia, en el embarras
(tans le choix; la mayoría de las novelas que se
leen, y algo se ha de 'leer, son, cuando no malas
en la forma, insulsas, falsas, triviales; bienveni-
das sean, pues, las que aparecen buenas.
Y que La Quintañones es una buena novela
no puede ocultársele á quien se deleite en estas
LA ANUNCIACIÓN, de Luieuzu de Credi
LA ANUNCIACIÓN, de Via Angélico d« Píesele
JOYAS DE LA PINTURA RELIGIOSA ITALIANA
MOISÉS, DESPUÉS DE HABER DADO MUERTE AL MAL EGIPCIO (.Cuadro de Merwarth)
llü
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
cosas. £s bnena porqae (>átá deliciosamente es-
crita y vi^rosament* 'pensada; porque se ve en
ella an aator qae no decalca & nadie y nn pro-
sista con estilo propio. No creo, en efecto, que
el señor Martines Barrionuevo se ha}'» fijado
mnclio en D. Xicomedes Pastor Diaz, y, sin
emba(;go, si ¿ alfolian se parece en sn estilo es
al autor de Tll¡/ih»rmosa á la China Esto cuan-
do se deja arrebatar demasiadamente contando
los deliquios de Sor Estrella. El autor es mala-
^eño y recuerda en la mayor part« de su
libro el dejo del Málaga dulce; con todo, al final,
en las escenas dg las barricadas, cambia por
completo y se encuentra uno con un Málaga
seco, tan enjuto, que á poco arde.
Son pajeas terriblemente serias, por lo
mismo que no se advierte en ellas la menor de-
clamación.
De ahí que el señor Martínez Barrionuevo
sea uno de los que mejor saben entonar su es-
tilo, y se ve claramente que le viene esto por
ingénito buen gusto y natural talento, no á
fuerza de raspar, corregir, limar y gastar acei-
te: la literatnra trabajos, que dijo no sé quién.
¡Oh qué gran cosa producir sin esfuerzo, por la
mera virtualidad de la fecunda savia propia!
El señor Martínez Barrionuevo derrocha el
color, despilfarra las imágenes, dice sublimida-
des como la cosa más sencilla, y hace mütira
como si jugara. Tanta facilidad encanta y sedu-
ce; indudablemente la musa de Andalucía se
aposentó en el cerebro del autor mientras es-
cribía y le hizo producir su obra como muestra
castiza de lo que sale de aquella tierra y nace
bajo aquel cielo.
Después de tanta belleza, de tanto misticis-
mo-realista (qui pofesf muere, capiat), encuentro
enteramente dei>lar¿s aquellos escarceos de gi-
necología al tratar de las molestias de Sor Es-
trella. Apartémonos de invadir el terreno de la
fisiología más 6 menos patológica y al llegar á
semejante punto digamos:
Glissotig; n' appuyons pas.
Respecto al argumento... no es de aquellos
que no salen... Pero aquí se ve el talento del
señor Martínez Barrionuevo al sortear con ha-
bilidad magistral la escabrosidad del asunto,
sin herir en lo más mínimo la susceptibilidad
del lector de determinada confesión. Según
quien hubiese imaginado el conflicto en que co-
loca el autor á Sor Estrella hubiéramos visto
toda la cohorte de horrores de ciertas novelas
que titulándose anticlericales son simplemente
anti-digestivas. Lejos de esto, el señor Martínez
Barrionuevo, con delicadísimo pulso, con impe-
cable correa ion, dice cuanto quiere decir sin
que ni por un momento pierda el equilibrio ne-
cesario entre la verdad y las conveniencias so-
ciales.
Por más que limitándose La Quintañones á
ser un finísimo estudio psicológico, hubiera cum-
plido lo bastante el autor no ocupándose en
otra cosa, no ha descuidado el novelador lo que
en el caso de su libro resulta secundario, es de-
cir, el estudio del medio y de los caracteres.
Más que dibujante es el señor Martínez Barrio-
nuevo nn manchista desenfrenado. Paisajes,
interiores, retratos, todo sale chorreando color,
hiriendo vivamente la retina, produciendo la
sensación exacta de lo que es en realidad lo
descrito, ya sea una noche de Andalucía, ya el
interior de nn templo de monjas churrigueresco,
ya el gabinete de un médico de pueblo.
Bespecto á los caracteres, bien demostrado
dejó el señor Barrionuevo en La OeneraU con
qne habilidad sabia presentarlos en lo que tie-
nen de individual y típico; esta vez reducida la
tarea á pintar nada má^ que tres ó cuatro no
le han resaltado menos acabados: ¡qué hermoso
corazón el de don Manuel! ¡qué española hon-
radez la de don José!
En suma, el efecto que produce este libro es
profundo; despoés de haber hecho sentir, hace
pensar.
Carumi Mendoza.
ALFOMBRA, ESTERA Y LADRILLO
En el mundo, opinen como quieran los más
ilustres utopistas, nunca será un hecho real la
cacareada igualdad con que piensan labrar
nuestra ventura.
La comunista Icaria con que algunos sueñan,
no deja de ser un sueño hermoso; pero un sueño
irrealizable.
La naturaleza corrobora este aserto.
Entre los millones de hombres que pueblan
la tierra, raramente encontraremos dos que físi-
ca y moralmente se parezcan, como una gota de
agua á otra gota.
Otro tanto sucede entre los vegetales.
Junto á la gigant«sta palmera, que altiva
levanta su majestuosa copa, florece el enano
naranjo; por el robusto tronco de la centenaria
encina, trepa la débil hiedra, al mismo lado de
la fragante rosa, gala del vergel, oculta entre
verdes hojas, vejeta la modesta violeta.
Por más que parezca paradoja, el conjunto
inarmónico de los mundos, seres y plantas de
la creación, forman la eterna armonía del Uni-
verso.
No se concibe calor sin frío; luz sin sombras;
ni fealdad sin belleza.
Del mismo modo es inconcebible ricos sin
pobres.
Dice un principio de economía política:
Si la fortuna repartiera por igual sus codi-
ciados dones, á todos los hombres, todos vi-
virían en la miseria.
Por eso la igualdad social que algunos ilus-
tres pensadores proclaman , es una utopia ;
mientras exista el mundo habrá clases.
En la antigüedad sólo se conocían dos: libre
y esclava^ noble y plebeya, rica y pobre.
Para la una estaba destinado el poder, la
fortuna, la gloria; para la otra la triaca, la
horcji, el feudo.
El progreso por un lado y la necesidad por
otro, crearon la mesocracia, estado intermedio
entre la nobleza y el pueblo.
La mesocracia ha dado vida á la clase
media.
La síntesis de las tres clases en que se divide
la sociedad, se encierra en estas palabras:
Alfombra, estera, ladrillo.
La primera simboliza la nobleza; la segunda
la inteligencia; la tercera el trabajo.
Las tres unidas forman un todo armónico
llamado sociedad.
En los peldaños de la escala social, la clase
media es la que ocupa el peor puesto. Destinada
por su posición á alternar indistintamente con
las otras clases, conociendo el lujo de la alfom-
bra y la horrible miseria del ladrillo, tiene que
resignarse á satisfacer su vanidad con la pro-
saica estera.
Esto no deja de ser desagradable.
Además la referida clase, sin gozar de las
ventajas de sus compañeras, se vo comunmente
desdeñada por estas que la denigran con crue-
les epítetos.
Para la una es cursi.
Para la otra silbante.
¿Habráse visto mayor injusticia?
Sin embargo, de esa desdeñada clase media
es de donde generalmente salen para ocupar
altos destinos los escritores eminentes, los ar-
tistas distinguidos }• los repúblicos guberna-
mentales; ella da vida al comercio, fecundo ma-
nantial de la riqueza de las naciones, y ella en
medio de nuestras contiendas, es el arca santa
donde se conserva todo género de virtudes.
Hotos sus privilegios por la revolución, y á
la sombra de su pasada grandeza, viviendo en-
tregada á los goces do una vida sibarítica; la
aristocracia de la sangre está condonada á ser
absorbida completamente pronto ó tarde, por la
clase med<a.
Hoy existen dos nuevas aristocracias: la del
capital y la del talento.
Pero mientras la clase media viva en su re-
ducido círculo; mientras con el capital ó el ta-
lento no escale loa dorados salones de la for-
tuna y de .la gloria, preciso es reconocer que
en los peldaños de la escala social ocupa el
peor sitio.
Entre la chaqueta y el gabán, es preferible
la chaqueta; entro el ladrillo y la estera, el la-
drillo.
De la estera á la alfombra media un paso; de
la estera al ladrillo uu abismo.
Es más fácil subir que descender; más dolo-
roso descender que subir.
Un escritor dramático, Enrique Gaspar, en
su obra La levita, pone en evidencia los incon-
venientes de vestir esta prenda.
En efecto; de todos cuantos pobres existen,
el de levita es el más digno de lástima. Acos-
tumbrado al lujo de la alfombra ó á la modesta
medianía de la estera, la pérdida de su fortuna
le coloca en un trance apurado. Sin fuerzas para
el trabajo corporal, su único recurso consiste
en revolver papeles en una oficina, ó apoyar en
su frente el cañón de una pistola. Esto si es
honrado; si ha perdido esta cualidad, la embria-
guez, el juego y el robo, le presentan una fácil
pendiente por donde insensiblemente resbala
hasta las gradas del patíbulo.
En cambio el pobre de nacimiento está libre
de estos inconvenientes. La caridad le ofrece
ancho campo para hacer de la mendicidad un
oficio que le produce lo bastante para llenar
sus cortas necesidades; con la práctica se acos-
tumbra á él, donde encuentra muchas veces
innumerables goces.
El pobre de levita no tiene este recurso: la
vergüenza se lo rechaza; el qué dirán se lo im-
pide. ■
¡Ali! Confieso que alguna vez al ver asediar
un pobre á un individuo de la clase media,
exigiéndole una limosna que éste le niega con
un «perdone, por Dios, hermano,» se me ha
ocurrido este rompe-cabezas:
— ¿Dónde está el necesitado?
Pero estoy divagando; continúo:
He dicho que mientras haya mundo existirán
clases y sostengo mi tesis.
Si. una revolución socialista midiese á todos
los hombres con un mismo rasero; si los bienes
de la tierra fuesen repartidos entre todos por
igual; si valor, virtud y ciencia, fuesen para la
generalidad palabras vanas; á pesar de todo,
nunca acabarían las clases.
El fuerte siempre estaría sobre el débil; el
virtuoso sobre el ruin; el sabio sobre el igno-
rante.
La alfombra, la estera y el ladrillo existirían
moralmente.
Por eso la revolución, al quitar á la nobleza
sus odiosos privilegios y proclamar los derechos
del hombre, no pudiendo borrar por completo
las clases, se vio precisada á medirlas todas con
el único rasero que buenamente podía: el de
la ley.
J. F. Sanmartín y Aguikre.
-*-
egoísmo
Ayer triunfó y sonreí
y, ajeno á todo temor,
en dulces redes de amor
incautamente caí.
Hoy nada pasa por mi
que me dé vida y calor;
ya no soy, con mi dolor,
ni sombra de lo que fui.
Pienso en la dicha perdida,
que ya ni tengo ni valgo;
mi ansia no está destruida
ni do mis delirios salgo...
quiero amar!... ¡y
amo la vida.
siquiera por amar algo!
R. J. Catabineu.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
111
«ÍNTIMAS;
Te quiero prisionera
pero de una manera
más dulce que estar libre y mucho más;
tu asilo en mi regazo,
por cadena mi brazo...
sin moverte de tal prisión jamás.
En tu asilo, querida,
sorprenderte dormida
y soñando invocar mi aparición...
mi beso despertarte
para otra vez besarte...
y... por fin... implorar de ti el ¡íerdón.
Por apoyo tu pureza,
por consuelo tu caricia,
por tesoro tu belleza...
¿puedo hallar mayor riqueza?
¿puede haber mejor delicia?
Permite que te abrace y te dé un beso,
que es cuanto te pedí
y muy poco te va á importar todo eso...
y después |oh! después, hermosa, pide
cuanto quieras de mí:
pedir hasta me puedes... que te olvide!!
¡Ayl Cuando mirar te vi
el cielo con tanto anhelo,
tuve celos... celos, sí,
porque, loco, me temí
que al verte tan bella el cielo
se enamorase de tí.
¿Dices que una prueba quieres
de mi amor exagerado?
¡¡Cuántas veces te he soñado
más hermosa de lo que eres!!
José Barbany
-«-
NUESTROS GRABADOS
RETRATO DB UNA DAMA
por Sir Josué Rtynold
Llamase en vida la tal dama la honorable Mi8s Ana Bin-
gham, pero su personalidad importa bien poco al lado de la
del aut )r, el más ilustre pintor de retratos que flortcicra el
pasado siglo en Inglaterra, en cuyo género no falta quien le
pone un tanto cerca de Velézquez y casi á la altura de
Van Dyclc.
LONDRES: EL PALACIO DE 8AN JAIUE
Este palacio es un edificio construido de ladrillo y por
cierto con escasa regularidad En un principio fué hospital
de leprosos, peí o dióle la humorada á Enrique VIH de reedi-
ficarlo y convertirlo en morada real En su interior se han
aglomerado maravillas de lujo, segiin puede verse por nues-
tros grabados, pero con todo no cabe Degar que están
bastante mal dispuestas las habitaciones. Celébranse allí las
solemnidades palatinas, y en él está instalado el ministerio
del exterior. Todos han oído hablar del Gabinete ae Saint-
James.
GRIEGA
Cuacro de Paul Thumon
El artista, enamrrado sin duda de la clásica antigüedad,
ha trazado una figura capaz de hacer reconciliar con el hele-
nismo á los más entusiásticos paitidsrlos de lo moderno.
Hay que riconocer, en efecto, que las figuras de la hermosa
Grecia arcaica sirven admirablemente para el arte simbólico.
Paudet asimismo ha tenido que acudir á Soffo para que se
comprendiera bien y sintéticamente lo que quería decir.
LA UUJER DB TARQDINO EL 80BBRBIO
PA8AND0 80RRB EL CDEt-PO DE SU PADRE
Dibujo de V. Zick.
Monarca demócrata, si los puede haber, fué Servio Tulio,
nombrido rey por el pue'Oo sin consentimiento del Senado,
lo cual no fué obstáculo á que si; portara como ninguno,
hasta el extremo de que reformó el censo electoral en el
sentido de que la plebe tuviese siempre mayoría en los comi-
cios. Rescataba á los deudores hechos esclavos; abolla las
deudas; repartía las tierras entre los plebeyos, etc. etc.
El buen Servio Tullo, sin embargo, que tan excelentes
cosas hacia como rey, tuvo la desgracia de que su hija Tulla
le saliese perversísima y malvada criaturaj hecho que Dios
nos libre de creer no pueda verse reproducido. Casóse Tulla
con cierto aristócrata etrusco llamado Tarquino, soberbio
como él solo, y no se le ocurrió nada mejor al yerno que
asesinar al suegro para ponerse en su lugar. La desnaturali-
zada hija, hecha reina, realizó entonces el monstruoso
crimen que podrá ver el lector, según lo ha representado Zlck
en 8u dibujo.
EL INVENTOR
Cuadro de Daniel Sidgway
Este artista, de Filadelfia, es un agradable pintor de gé-
nero; en su Inventor ha hecho notar con humorística malicia
el caso que les hacen las mujeres á los que se devanan los
sesos en bien de la humanidad. iVaya un simplainal pare-
cen decirse la esposa y la hija. Ahí está él con sus compases
y sus matemáticas, mientras nosotras cose que te cose y
muriéadonos de hambre...
JOYAS DE LA PINTORA HELI0I08A ITALIANA
Las Anunciaciones de Lorenzo de Credi y de Fid Angélico
de Fiesole
Fué la Anuríciación uno de los misterios que más tentaron
á los antiguos pintores italianos, y sobre dicho asunto abun-
dan á docenas las obras maestras. Por hoy, sin embargo, nos
contentamos con dar dos: una de Lorenzo de Credi, ilHstre
discípulo do la escuela de Florencia, y otra del beato Frá
Angélico, pintada en una celda del convento de San Marcos
de la propia ciudad .
La Anunciación continúa muy en predicamento en Italia
y sin duda hay por eso allí una orden de caballería de la
Annunztata, además de muchas mujeres que llevan este
nombre.
MOISÍa DESPUÉS DB HABER DADO UUERTE AL UAL EGIPCIO
Cuadro de Mtrworth
■ Educado Moisés en la corte de Faraón,— dice un autor,
—se dedicó á todas las ciencias de los egipcios. Mas, ilustra-
do por el Espíritu Santo, renunciando á la gloria y á las ven-
tajas de la adopción real, dejó la corte, y á la edad de cua-
renta años se fué con sus correligionarios, abandonando
aquel pueblo idólatra. Testigo de la opresión que sufrían los
hebreos, al ver que un (gipcio golpeaba inhumanamente á
un israelita, mató al agresor y sepultó su cadáver bajo la
arena. Temiendo Moisés ser delatado, huyóá la tierra de Ma-
dian, donde se puso á las órdenes de un hombre llamado Je-
thró, el cual le dio en matrimonio á su hija Séfora, en pre-
mio á una virtuosa acción. » ^
Y ya tienen explicado mis lectores el asunto de ese
cuadro.
ATENAS: BlÍNAS DEL PíKTIÓI» Ó TEMPLO DE JlJPlTER
OLÍMPICO T DE LA ACRÓPOLIS
En la llanura del Cerámico, al jiié de la colina en cuya
cumbre se levanta la Acrópolis y casi junto á las orillas del
Iliso, hállanse las diez y sel'' columnas de orden corinlio,
muy florido, pertenecientes al edificio coBcluldo por Adriano
y llamado por unos el Panteón y por otros el templo de Jú-
piter Olímpico. Tienen dichas columnas 6 '/j piés de diáme-
tro por 60 de altura, proporciones colosales ciertamente.
Nada más subsiste del antiguo famosísimo Panteón. La soli-
taria grandeza de estas ruinas de mármol es acaso, dice un
viajero, más imponente y asombrosa que ningún otro sitio
de Atenas.
En cuanto á la Acrópolis, diremos que era la antigua cin-
dadela de la ciudad de Palas Atenea, y que en su parte más
alta se encuentra el divino, el glorioso, el inefable Partenón
dórico, orgullo de la humanidad.
■ «
LA FUENTE DE LOS CURRUTACOS
(CONTINUA OIÓN)
XI
EL CAZADOR CAZADO
Doña Cándida salió del convento más tran-
quila, más risueña y mucho más aliviada de su
afección moral. Encaminóse á su casa y se en-
cerró en su tocador. Dos horas largas estuvo
nuestra dama encerrada en él, y apareció de
nuevo tan emperegilada, tan empolvada y tan
llena de afeites de buen gusto, que parecía que
se hubiese quitado de encima dos lustros, por
lo menos.
Todo él día- lo pasó consagrada al aseo de su
persona, inspeccionando chales, cintas, peinetas
y chapines, como si fuera una damisela en el
noviazgo de sus primeras y amorosas rela-
ciones.
Cuando la campana de la torre de San Ave-
lino dio el toque de ánimas, doña Cándida en-
cendió el velón de cuatro pábilos y, en compa-
ñía de la doncella, extendió los manteles sobre
la mesa, distribuyó los platos y los cubiertos,
acercó dos sillas, y exclamó, tomando asiento en
una de ellas:
— Preparemos á recibir á nuestro señor y
dueño, que vendrá molido y fatigado de sus ex-
cursiones, mitad campestres, mitad amatorias.
Pues nadie me quita á mí la idea que no son
todo pajaritos lo que va á cazar mi buen va-
rón.
Don Leandro no se hizo esperar.
Entró en el comedor, dejó la escopeta á un
lado, colgó el zurrón y sacó de él dos codorni-
ces; mas, al presentarlas á su cara mitad, quedó
confuso y altamente sorprendido al verla tan
restaurada y emperegilada, con la sonrisa en
los labios y guardando una actitud tan zalamera
y provocativa, que hubiera cautivado al más
curro y palaciego galán.
Doña Cándida le miraba á hurtadillas, con
aquel tino peculiar de la mujer, que la convierte
en el lince más refinado de la creación.
— ¿Y los niños? — preguntó don Leandro, con
el solo fin de preguntar algo.
— Ya están recogidos los pobrecitos. La niña
ha bordado unos escapularios de la Virgen del
Carmen, que son una verdadera maravilla. Tie-
ne unas manos de plata nuestro bello retoño.
Ya te los enseñaré.
— ¿Y los chicos?
— Agapito me ha mostrado hoy su cartapacio,
que no había por dónde cogerlo di svicio. Era
aquello un lodazal estampado en un papel, y
Manolo ha convertido el Padre Nebrija en un
sombrero de tres picos. Estoy convencida que
los dos estudian con el mismísimo Satanás.
— Lo creo, — contestó secamente el marido,
examinando detenidamente á su mujer, y aña-
diendo por lo bajo:
— ¿Qué novedades son esas?
— ¿Pero qué llevas en la mano, Leandro
mío?
— Dos codornices, — exclamó el letrado, alzán-
dolas en alto.
— ¡Pobrecillas! ¡Qué regalo tan sabroso me
ofrece hoy mi señor esposo, á quien amo tanto!
— manifestó la dama, cogiendo las codornices
para examinarlas á la luz del velón.
Don Leandro parecía bobo.
La dueña de la casa entregó la caza á la don-
cella, hizo una graciosa mueca y, colgándose
del cuello de su esposo, añadió con entrañable
mimo:
— ¡Y cómo me quiere, me regala y me aga-
saja mi buen Leandro! ¿No es verdad, pichón
mío, que las has cazado para mi y que sería tu
deseo que me las comiera en tu compañía?
— Sí, esto es, — contestó maquinalmente nues-
tro hombre, sin saber qué pensar ni qué decir
de toda aquella farsa.
Los dos cónyuges tomaron asiento en la
mesa.
— ¿Quieres que te sirva?— preguntó doña Cán-
dida, tomando con una mano la cuchara y con
la otra el plato de su esposo.
— Como gustes, — manifestó éste secamente,
extendiendo la servilleta sobre las rodillas.
• — Es una sopita con ajos que dice cómeme.
— La probaremos.
— Estoy convencida que te gustará.
Don Leandro se llevó la cuchara á la boca y
principió á comer como un autómata.
Su mente bogaba por regiones desconocidas.
La amena y deliciosa tarde pasada dulcemente
aliado de la viudita, preocupaba por completo
su imaginación.
La doncella fué sirviendo plato tras plato;
pero los dos esposos no cambiaban ni una
sola frase.
Sólo el ruido de los cuchillos y tenedores se
escuchaba en el comedor.
Al terminar los postres se rezaron las gra-
cias, como era costumbre en todas las familias
en aq.uellos morigerados días.
La preocupación del golilla iba en aumento,
y los celos y recelos de doña Cándida tam-
bién.
El reloj anunció las diez.
— Vamonos á acostar, Leandrito, — exclamó
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doña Cándida, esforzándose en aparentar cierta
ternura qne. como comprenderán nuestros lec-
tores, estaba muy lejos de sentir.
^Vamo8,-articuló don Leandro, levantan-
[>« dos esposos Msaron á la alcoba conyu-
gar Empezaron á demudarse á ambos lados de
la cama, de aquel lecho qne en otros días pre-
paró el amor con gasas y flores, y que en aquel
entonces era ya una cama como otra cualquiera,
y nada más.
Al acostarse don Leandro, exclamó entre
dientes, como si fuera un Amadis de veinte
años:
—¿Si pensará en mí la tirana, como en ella
estoy pensando yo?
La esposa, en cambio, hizo la señal de la
cruz, y articuló en sus adentros:
— Si vuelves á soilar en alta voz, te juro por
el santo de mi nombre, que te dejo sin un pelo
en la cabeza.
(Se continuará.)
Francisco Ghas y Elias.
*WBT«*Qft fa»». i«^W,E«,ini^^ j, ^^^^ ,rtíu,a y l„erar,a.-Las rda.ac,o»e. ea lladri^, al represeataote de esta Casa D. «¡íoIpiTrvíoMp^cr^'
MNSERTESE O NO. NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL ( _^_
««««ciM„„c T,,o««i,.co o."b: B*«¡:::i¿z::r¡. vnxAKaoE.. ntu.'^^;~^.^^
DE San Amtokio.- Barcelona.
SEMANARIO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
Año 7
ESPAÑA
I ün año Í2'50 ptas.
ün semestre 6'50 ■
I Número »iieIlo , . . . 0*25 •
PORTUGAL
suscrición pxgadcra semannlmente
Cada número. ... 50 reís.
Barcelona 19 de Febrero de 1887
C0BA T PUERTO-RICO 11
Un año 5 pesos oro. ¡I
En el resto de América fijan el precio 1 ^i'irn 91 R
los señores corresponsales. JiN Ulll áíQ
EXTRANJERO
Un año 18 pesetas.
CUPIDO Y PSIQUIS (Cuadro d« Paul Baudry)
11
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
SUM ARIO
Tarro.— Jfa4H4. Carltu d ai prima, por Fernanflor.— I.a
cata ii( Ad» f.tfpo (POntlnuacUSnV por Juan Tomas S«1-
ruif. — Berflacinft/íca, por Alfredo Optsso— /o« oeAo
I y << aiáa muerto, por J. Mlr A Folgui-r» - A'oía» «»-
», per Antooi» Opl«o — BiWi'vo/ía, por Carl.'s
MeiKioaa — ^ttonvid (poní* , por Ylcvnie Rlra Palario
— #Vti#»al*. a taKMMbí (ponlaa). por Jo9« M de la
Torre -Kaxatrmcrahudos. — ¿a /tunlt dt lo» currutaeot
(coolInaaolAa). por Fraael'>oo Graa j Elias.
Gl>««im>s. — Cupido T PsIquU. Edmundo Aboot- El cama-
vml -Kl rnU«rro de la udiaa, mascarada tn el Canal. -
PalxJMdel l>aouMo (ire« grabados). -]>i leona y su ra-
chorro. -Cantadom eitnaño'ea. — Rl mausoleo de I). Jaime
B«]in«i, en la Cale-lral de Vlch.-Los dramas de Shakes-
pean. OMk>«7 Julio Ceau ido* grabados).— £1 mejor
Ubro.
MADRID
CA-RTA-S A. Isffl PRII^A.
CRÓNICA DE LITERATURA
C^^AS de sabíT, mi querida Carmen, que la
+inH sociedad arifstocrática \nielve á sus anti-
Cjí-, frnas aficiones; y que siguiendo el ejem-
plo de la dHque,«!a de la Torre, vnri.is grandes
señoras hac«n construir teatros en sus hoteles y
organizan compañías dramáticas. Puedes figu-
rarte las consecuencias de esta moda... Como
todas las clases imitan aqui á la gente noble y
opulenta, dentro de poco habrá un teatrito en
cada casa de Madrid. Volvemos á la época de los
teatxtJS caseros, tan satirizados entonces y que
á pesar délas sátiras hicieron felices á infinitos
padres é hijos de familia. Nada hay tan difícil
como inventar un placar nuevo; así pnes no te-
nemos otro remedio sino tomar, dejar y volver
á tomar los ya inventados.
Con motivo de esta nueva moda un periódico
ha publicado algunos artículos en los cuales se
recuerdan los teatros de la duquesa de Montijo,
de la de Medinaceli, de la condesa de Vilches y
otros; teatros que dirigieron Romea, Arjona y
demás actores ilustres de aquel tiempo. Te re-
mito esos artículos que tienen verdadero inte-
rés; porque interesante es lo que nos recuerda un
mundo viejo que hemos visto desaparecer poco
á poco. En Francia muchos hombres de viso,
muchos políticos y escritores suelen anotar de
noche lo importante ó curioso que han sabido y
han presenciado de día: — así aquella literatura
es taii rica en Memorias; pero nosotros ni toma-
mos apuntes ni somos aficionados á publicar ob-
servaciones íntimas. Quizás esto proviene de
que el español no gusta ver discutida su perso-
nalidad y por lo tanto respeta la del prójimo;
mientras que los franceses desean se hable de
ellos, bien, con preferencia: y en último resultado,
mal. Algún movimiento literario se nota en este
sentido: algunas Memorias se han publicado ya;
entre ellas las de Mesoneros, Alcalá Galiano,
Zorrilla y el general Córdoba. Aún estas tienen
más bien carácter político que el social. Re^
cnerdos de la vida del placer antiguo; de la con-
versación, de los amores, de los antagonismos
de las estrellas del mundo elegante y de la lite-
ratura... eso, tan curioso, tan entretenido, de
interés muy superior, sin duda, al de la mejor
novela, eso, ha desaparecido. El periodismo viene
hoy á llenar ese hueco; pero de un modo imper-
fecto; porque cuando los sucesos están recientes
no puede decirse de las personas lo que luego
no es arriesgado revelar calmadas las pasiones.
Hay anécdotas que valen una biografía y que
explican un carácter mejor que una historia. En
las Memorias del general Córdoba se nos pre-
senta el carácter de Narváez, de súbito, bajo un
aspecto que no habíamos imaginado: y en con-
trapoflición de todas las ideas que de él tenía-
mos. Córdoba nos dice que siendo ya Narváez
jefe del ejército se hubiese dado por satisfecho
ctm obtener la plaza de administrador de co-
rreos, que solicitas en no recuerdo cual provincia.
E« decir, que Narváez no era un temperamento
de ambicioso.
En los articolos publicados en El Resumen, á
que me refiero, hay algunas anécdotas curiosas.
La emperatriz Eugenia en su juventud había
tenido grande afición á representar; y cuando
vino A España, todavía reina, su madre la Mon-
tijo, dispuso algunas representaciones pai-a ob-
sequiarla. Era directora de escena Matilde Diez
y la emperatriz la i-egaló una sortija. — ¡Conser-
ve V. este recuerdo de una admiradora que la
envidia! — Señora , — contestó Matilde, — ¿puede
envidiar V. M. á nadie? — ¡A usted! — repuso la
emperatriz con tristeza,— ¡á V. que haciendo
papeles de reina ha sido siempre aplaudida! —
En el teatrito de la duquesa de Montijo se
inauguraron las representaciones con El jomn
Telénmro; una obra del género bufo; burla san-
grienta de lo humano y de lo divino; joya de la
literatura ca-¡allesca. ¡Qué contraste!
Un distinguido escritor y poeta, sin duda pre-
sintió esta renovación del teatro casero al escri-
bir sus Diálogos ile unión, (poesías representa-
bles, escenas sueltas). Don Fernando Martínez
Pedrosa, antiguo y discreto cultivador de las
letras, discurrió ese recreo para que las mucha-
chas de su familia sustituyeran el simple reci-
tado de los versos con una especie ,de poesía
plástica. Para escenario de este teatro es sufi-
ciente una cortina 6 un bastidor; este género de
representaciones, tan fácil de costear y de ofre-
cer, se extiende con aplauso. Martínez Pedrosa
es un poeta de intención moral y que prefiere
resultar insípido á resultar deslenguado y bar-
bianesco. Se ha quedado en su tiempo, con la
retórica sencilla que se aviene con su tempera-
mento. Sus Diii'og'i.t. tal vez no encuentren aco-
gimiento entusiasta en las pollas del día; pero
son el regocijo y admiración de los padres.
Pasemos, si quieres, de los teatros de menti-
rijillas á los teatros de verdad. A^'er se ha es-
trenado, en el Español, L'i tniin dr hfa'ico^, ori-
ginal de D. Leopoldo Cano, el autor dichosísimo
de ' '( Piisiuviiivi. Te hablaré de esta obra juz-
gando por las críticas de los periódicos; no ha-
biendo podido asistir yo al estreno por el mal
estado de mi salud. Debo decirte, además, que
los estrenos no tienen ya para mi el encanto que
tuvieron en otro tiempo. El espectador de buena
fe se encuentra en una atmósfera preparada;
entre los aplausos insensatos de unos y los sar-
casmos despreciativos de los otros, y las simpa-
tías ó antipatías que están corrientes suscitan
en su ánimo y le obligan á tomar bandera en pro
ó en contra, íalto ya de serenidad para juzgar
la obra que se representa. Hoy las empresas
tienen que imponer los éxitos á la crítica, por-
que las críticas de hoy, hechas al día siguiente,
sólo tienen una virtud real: llevar ó no llevar
gente al teatro. Lo que se disputa hoy, exclusi-
vamente, es el número de representaciones que
se darán á la obra; y el periodista, como lo sabe,
no puede manifestar una opinión que al autor y
al empresario les quita dinero. Los éxitos de los
estrenos, cuando se trata de ciertos autores, to-
dos son asombrosos; de todos, al siguiente día
se ocupa con igual estrépito la prensa: la crítica
efectiva viene luego; se hace en la contaduría.
No hay tampoco quien se proponga escribir
dramas para su propia sati.sfacción sino para el
aplauso de las muchedumbres. El teatro como
pintura seria de los pasiones y de los caracteres,
ha muerto; se le ha sustituido con una pintura
colosal, extravagante, caricaturesca, escenográ-
fica que da idea do la vida y de los hombres
como el microscópico da idea de los insectos,
hinchándolos; representándolos como enormes
monstruos. La butaca del teatro aterra como
butaca de un gabinete de dentista; nos sentimos
en ella mal desde que nos sentamos. Además,
en casi todos los dramas del día se nota el es-
fuerzo del autor para ser gigantesco; se ve zo-
zobra continua, y la temeridad con que se abor-
dan situaciones y so lanzan conceptos por si la
masa bruta los acíjpta. Nuestros autores dramá-
ticos son una especie de E^p n-leri s de el teatro.
Se arrojan al toro á matar 6 á ser muertos. Y
cuando salen de entre los cuernos los más sor-
prendidos y asombrados son ellos. Y, en fin,
prima, el público confunde dos cosas muy dife-
rentes; el talento personal de los autores con la
bondad de las obras. Pensamientos y pensamien-
tos; frases 3' frases; hó aquí nuestra dramática;
pensamientos y frases como perdigonadas. Cuan-
do sales del teatro consideras por lo que tú has
sudado viendo el drama lo que el pobre autor
habrá sudado también haciéndole.
Al dar cuenta de Ln (rata de hhwos, dice un
periódico, que este drama es una superficie eri-
zada de pinchos, un nuevo aparato de tortura
social, algo destinado á herir, á cauterizar, y que
por la vehemencia con que se aplica el correc-
tivo revela un genio satírico de primer orden.
A juzgar por estas lineas un Museo anatómico
ofrecerá más encantos que ese drama. Yo reco-
nozco, sinceramente, querida prima mía, qtie
estoy anticuado en materias literarias y sobre
todo en las teatrales; que me voy oxidando tam-
bién y que dentro de poco figuraré dignamente
en un gabinete arqueológico. Sin duda por esto
ya que no pude asistir á la representación del
drama, cogí el libro do poesías de su autor, ti-
tulado S'ietns y pasé la noche leyendo algu-
nas. Estoy seguro de no haber perdido en el
cambio. No sé si las obras dramáticas do Cano
qiied'rá", pero tengo la seguridad de que habrá
de figurar en El Bomonreio Español, como una
verdadera joya, La retirada de loa tres. Pero casi
ninguno de los frenéticos admiradores de Cano
que se rompen las manos aplaudiendo sus her-
mosos monstruos dramáticos, conocerá este poe-
mita, sensible, espontáneo, castizo, que no es
posible leer sin palpitaciones del alma. Leopol-
do Cano, por mucho que haga para no parecerlo,
es un verdadero poeta.
Mientras puedo enviarte un ejemplar, te diré
que el drama de Cano representa la lucha de
dos personajes, el Mal y el Bien. La honradez
vase rindiendo á las sugestiones del Mal y la
sociedad aparece pintada con los más negros
horrores.
El autor traza en los siguientes versos el fa-
tal eslabonamiento del mal en la sociedad.
Kn el con f URO tropel
del hum^ino Irtherinlo,
buticn el malo por infítinto
al que vale menos que él,
y le hí'ce depot-itrtrio
de algo infame que es secreto,
nniéii<1o.e »1 m^l sujeto
que eleva á l>u< n secretario.
Este, quej'iez 6 censor
psra sus vicios po quiere,
buscund" quien le tolere
se lita ft un lunit mHyor,
el ouhI, instiiiiivflm nte,
busca á otio mns (lesnlmado
que, a su vez tslá ler***!"
con otro más d lincuente;
y, asi, de anillo en anillo
va Irt Crtdena social
como la escala del mal
)>a¡nndn (le sunlo a pillo.
Niri(fu?'0 romperla puede,
ni su Ilheitad consigne
y h» de tirar del qne signe
si li nrrrtstra el que pncede.
Y el rotu> se utie en nii^ierio
con ' rgí>llR al homicirii ;
el ti'ón que <!» el presidio
se siente ♦ n el niíittst» rio.
V nce quien tira uiej< r;
por ■ so 'le vez en cuando
se ve á un ministro srrMstrando
á> trrts d"' un secuestrador;
el criminal qnedn <icnllo
y la hoi r"dezsin ab'ig";
eljuez -lUe íriipoU'- el castigo,
burlado con el uidnltii,
17 el hnmi'a, la infaui* grey
forma ese mriu-truo nni'lHÜo,
que suele i star . nroscado
en la espada de {•* ley!
De las revistas que he leído se deduce que
el éxito ha sido ruidoso; pero que la obra es muy
discutible y discutida.
Y ahora para terminar esta carta te diré que
Manuel del Palacio ha publicado otro volumen
de versos. Es un libro de recuerdos de Monte-
video; le titula Huflgos dii^lmiiálican; composi-
ciones, casi todas de Álbum; pero fáciles, senti-
das, simpáticas, que se leen con encanto. Casi
todas ellas tienen un dejo do tristeza; como esos
ruidos misteriosos de la puesta del sol. El poeta,
lejos de su patria, en el alto puesto que desem-
peñaba, tiene dos nostalgias: la de la juventud
y la de la independencia; siente haber subido
tanto y todo lo cambiaría por sus ilusiones y
libertades de bohemio. Su libro es una sinfonía:
notas sueltas, alegres muchas, que se reúnen en
un gemido de resignación, sin esperanza. Se
LA ILUSTRAGION IBÉRICA
115
ve -que el poeta no es completamente desgracia-
do porque puede quejarse en verso.
Puedes juzgar tú misma, por este soneto, di-
rigido por Palacio á un amigo, mirándole su
retrato:
iLo quisiste, y nht val Frágil remedo
del que liños hace cuando HiO'i quería,
fué por el entuslHumo y la ironía
mezcla de Don Quijote y de Quevedo.
Fortuna y ambicióu dio por un bledo,*
amó la libertad y la alegría
y enemigo de toda hipocresía
sólo de su conciencia tuvo miedo.
Hoy es un diplomático maduro,
que al Crtlor de la nómina vegeta,
viviendo entre el pasado y el futuro;
lY encuentra tr-u la amist >d dicha completa,
amando cuanto es bello y grande y puro^
con la estuUez sublime del poetal
Después de haber copiado estos versos creo
que me agradecerás concluya. Termino, pues,
esta crónica de literatura.
Fernanflor.
-*-
LA CASA DE PEDRO LÓPEZ
(00 NTINDACIÓK)
Siibito una idea repentina iluminó mi pensa-
miento; recordé la escena del retrato, y dije al
criado:
■ — Conque ¿una equivocación, eh?
■ — Sí, mi amo.
— Pues ándate con pies de plomo, porque la
vez que te vuelvas á equivocar, será la última...
¡Granuja!
Ramírez, esquivando un tremendo puntapié,
echó á correr hacia la cocina.
Yo permanecí arrellenado en el sillón, mi-
rando á la pared, y seriamente pensativo.
— Re.sumamos, — dije. — En el principal, un
garito con jugadores de ventaja; es decir, la
fuente de todos los crímenes. En el sotabanco,
un hombre y una mujer, un... matrimonio, ó lo
que sea, que juega, se emborracha, blasfema,
anua poco menos de un zipizape diario y está si
revienta ó no revienta; todos los vicios, todas
las groserías, presentes de tejas arriba, y, lo
que es peor, un crimen futuro, si Dios no lo re-
media. En el segundo... demasiado temo adivi-
nar lo que hay en el segundo: por de pronto,
unos vecinos ó vecinas, que codician el criado
ajeno, que no es poco codiciar. En el tercero de
la derecha, ignoro todavía cuyos sean los in-
quilinos; pero, probablemente, por la pinta de
la casa, no deben de ser cosa de provecho. En
el tercero, izquierda, á la vista está, Ramírez
y yo; Ramírez es un truhán, según acaba de
probarme... Luego yo, yo, y no tengo por qué
envanecerme, ¡soy la única persona decente de
la casa! Pues, señor, ¡vaya unos vecinos! ¡Y yo
que pensaba mandarles mi tarjeta de visita!
Afortunadamente, estas cuartillas me han dis-
tríiído, y no se la he mandado aún. Esto no pue-
de continuar así; ¡ó ellos, ó yo!... ¡Ramírez, Ra-
mírez!
— Señorito.
El infeliz acudió tembloroso, creyendo que
iba á despedirle.
— A la portera, que suba inmediatamente.
— Voy volando.
La señora Pepa, á los cinco minutos, se ha-
llaba en mi pre.sencia.
Entonces la observé detenidamente. Vestía de
negro, como siempre, ni más ni menos que si
llevara el luto de su honradez, ó el de las víc-
timas de sus inquilinos. Era ima mujer, según
dije, alta, pálida y delgada, con una palidez de
convento ó de hospital; había en sus movimien-
tos algo felino, algo del tigre ó de la gata; en
su mirada un rayo de bondad postiza y de vir-
tud esti'ipida; rodeaba sus ojos un cerco amora-
tado, y sus labios, sinuosos y delgados, parecían
jtróximos á despegarse, apercibidos á la dofen-
.sa, y aun al ataque.
— ¿Manda algo el señorito? — preguntó con
voz meliflua.
— ¿Está en casa su marido de usted?
— Sólo viene á dormir por las noches y se va
muy de mañana; le trae tan ocupado ese bendito
ferrocarril...
— ¿De suerte, que V. corre con todo?
— Para servir á usted.
— Perfectamente. Ahí está el recibo; ajúste-
me usted la cuenta; me voy de esta casa.
— Pero...
— O se van todos los vecinos.
— No lo permita Dios; pagan como prínci-
pes.
— Siendo así, lo dicho; me marcho, señora
Pepa.
— Hay una pequeña dificultad.
— Oigamos.
— Siento disgustar al señorito; mas, con el
debido respeto, le recordaré que ha firmado un
contrato en virtud del cual se compromete á
permanecer tres meses en el cuarto. Todavía no
hace uno que tengo la honra de contarle
entre...
— ¿Y si falto á lo contratado?
— Piei"de V. la fianza y el mes corriente.
— Eso es inicuo.
— Sin perjuicio de que el amo, si quiere...
— Gracias, señora Pepa; me ha dado V. una
idea; veré al amo.
— Todas las noches, en el café de Lisboa,
después del teatro...
— Pero él, ¿dónde vive?
— Cuchilleros, 37. Yo lo digo porque en el
teatro, ó en el café, preguntando por D. Pedro
López... Todo el mundo lo conoce. Crea V. que
tendrá un disgusto.
— En efecto, no es agradable la noticia.
— Mas... sepamos: ¿por qué se marcha el se-
ñorito?
■ — A causa de los vecinos.
— ¡Bendito Dios! ¡Si son de lo más tranquilo
de Madrid!
— ¡Caracoles! jA eso llama V. tranquilidad!
Unos vecinos que roban, seducen y se matan
todas las noches...
— ¿Le han molestado á V. en algo?
• — ¿A mí?... No.
— Es que... yo respondo del orden... y si al-
guien se atreviera con el señorito... Aparte de
los zipizapes del sotabanco, á los cuales todos
nos hemos acostumbrado, y donde nunca llegará
la sangre al río... ¡rediós! ¡no faltaba más!...
Pues, como iba diciendo, no ha visto V. vecinos
más tranquilos. En el principal juegan, es ver-
dad, pero todos son personas decentes, muy de-
centes, eso sí; como que el juego es un recreo
de la aristocracia, según no ignora el señorito.
Las del segundo tendrán sus trapícheos, no diré
que no; al fin, á todos se nos ha de comer la
tierra; y, señor, lo que yo digo, ¿á qué está una,
sino...? pero esas son también unas personas
muy prudentes, de mucha decencia; son unas
señoritas que no se meten con nadie. Aquí no
hay escándalos, ni belenes; á las once se cierra
el portal, y esta casa es muy tranquila, muy
ti'anquila, señorito.
— Perdone V., señora Pepa; si mal no re-
cuerdo, me aseguró que las del segundo estaban
despedidas...
— Y lo estaban, y lo están aún; sí, señorito.
— Pues, entonces, ¿por qué no se marchan?
— Eso mismo digo yo... ¡Señor, también es
mucho porfiar!
— ¿O por qué no las echan Vdes. de una
vez?
— Todos los días las estoy echando, sino que
ellas no me hacen maldito el caso; y luego ya
ve V., la ley de desahucios... yo no entiendo de
leyes, y me aburro, y lo dejo...
— Señora Pepa, dice V. que vive el amo...
— Cuchilleros, 37, y mejor en el teatro, en el
café, preguntando por D. Pedro López...
— Está bien, yo me las entenderé con ese
señor.
— Como V. quiera, señorito. Crea V. que yo
tendría un disgusto, un verdadero disgusto, si
una persona tan fina, tan decente como V., nos
abandonara. Lo que digo yo todos los días: ¡qué
decente, qué fino es el . . _ -.
Dios!...
señorito! ¡Bendito
Aquella misma tarde fui á ver al casero, y me
contestaron que acababa de salir.
— ¿A qué hora volverá?
— A ninguna, lo menos hasta la madru-
gada...
— Me urge mucho verle; ¿no come en casa
hoy?
— Esta noche, en el café de Lisboa... Allí
suele cenar.
Volví á mis cuartillas, para hacer tiempo y
aprovecharlo. Un capítulo en que describía al
adulador y los efectos de la adulación, me retu-
vo en casa hasta las nueve, hora en que salí, de-
cidido á buscar á mi don Pedro.
Al bajar la escalera, casualmente me fijé en
un detalle significativo, que hasta entonces no
llamara mi atención. Las candilejas de petróleo
que en cada rellano alumbraban aquélla, soste-
nidas por sendas abrazaderas de hierro empo-
tradas en la pared, estaban atadas con una
cadenita sujeta á un anillo del mismo metal,
empotrado también á distancia conveniente, y
servía de nudo á la atadura un candado cuya
llave obraría en poder de la portera.
— ¡En valiente casa me he metido!— no pude
menos de pensar. — Se conoce que aquí roban
hasta las candilejas. Eche V. decencia y tran-
quilidad, señora Pepa.
Al tiempo de cruzar la meseta que la prece-
día, oí cerrarse con estrépito la puerta del se-
gundo, no sin que antes viera flotar en su
interior la punta de una capa.
Apoyada en el quicio de la puerta de la calle,
vi una mujer envuelta en un mantón que sólo le
dejaba al descubierto desde la frente á la nariz,
tiritando de frío y tarareando una canción que
no entendí. Al pasar por delante de ella, me
miró con cierta curiosidad, sin atreverse á pro-
ferir palabra.
VI
Atravesando nubarrones de humo, dando y
recibiendo codazos y empujones, gané el mos-
trador del café de Lisboa.
— ¿Ha venido D. Pedro López?
El amo miró á todos lados, y llamando á
un camarero, repitió la pregunta.
— Acaba de marcharse, — respondió el inte-
rrogado.
— ¿Sabes tú si volverá?
— Después del teatro, seguro; viene todas las
noches...
— Muchas gracias.
Saliendo del café, crucé despacio la Puerta
del Sol, indeciso entre volver á casa 6 esperar
en cualquier parte la hora de ver á mi casero.
Los disgustosy las preocupaciones del día me
habían quitado el apetito durante la comida, y
como en aquel instante me acometiese cierto
desfallecimiento, resolví entrar en el Oiñental,
á donde solían concurrir varios amigos y com-
pañeros.
Allí estaban Paco, Antonio, Ventura, Marcos,
con algún otro, todos ellos ventajosamente
conocidos en la república literaria. Al llegar me
dirigieron una granizada de preguntas.
• — ¡Hola, Luís! ¿Qué tal estás?
— No se te ve el pelo por ninguna parte;
¿dónde te metes, hombre?
— ¿Va muy adelantada tu novela?
— ¿Cuándo la publicas?
— ¿Tienes novia?
— ¿Tronaste con Clotilde?
Y así por el estilo, durante algunos minutos.
Al fin pude decir:
— Señores, me he mudado.
— ¡Mandaste al diablo á la patrona con sus
huéspedes! ¿Dónde vives ahora?
—Infantas, 109, vuestra casa, en el tercero
izquierda.
Apenas hube proferido estas palabras, al al-
borozo sucedió un silencio glacial. Todos se
miraron con extrañeza.
(Se continuará.)
Juan Tomás Salvany.
EL CARNAVAL (Dibi^o de FuUack)
EL ENTIERRO DE LA SARDINA, MASCARADA EN EL CANAL (Cuadro de Goya.-Dibujo de P. y Valor)
118
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
REVISTA CIENTÍFICA
■ olMoaBlM
— Ob ducto «iHiiiMatco lonl.— Km-
IM ■(>■■ •Bootoealc* ral* exUbdón de los in-
— fMotaglB Adfolao del nrebro.
t Afirman machas personas, como nn axioma,
dice la Btmu Kumt^iqm»^ la igualdad absoluta
de loe sexos, asi en el concepto de la potencia
física ¿ intelectnal como en el de la finura de
loe sentidos. Especialmente por lo que concierne
á éstos, el hecho parece tenerse por tan incon-
testable qne los tratados de fisiología
ni aun se toman la molestia de enun-
ciarlo, pareciendo darlo anticipada-
mente por demostrado. Un examen
muy superficial basta, sin embargo,
para revelar, sobre este particular,
ciertas diferencias entre los sexos. Por
ejemplo, el sentido del larto es incon-
testablemente más delicado en las mu-
jeres, consideradas en general, que no
en los hombres, siendo esto precisa-
mente lo que las hace tan aptas para
las más minuciosas labores con la
aguja.
>Respecto al sentido del oMo y al
de la vista, no se ha hecho todavía nin-
gún ensayo comparativo que permita
pronunciarse en pro ó en contra de la
igualdad de los sexos, pero en materia
de gwitv, en el sentido propio, los hom-
bres parecen más privilegiados que
las mujeres, debiéndose precisamente
á esto el monopolio, indisputable, que
ejerce el sexo fuerte por lo que toca al
arte culinario, en sus más elevadas
manifestaciones. Rara vez se encuen-
tran mujeres que entiendan realmente
en vinos y por más que las haya muy
golosas escasean tanto las que reali-
zan el ideal del goui met qne esta pala-
bra no tiene femenino.
> Sobre el sentido del olfato han he-
cho recientemente experimentos con-
cluyentes, en los Estados-Unidos, los
señores Nichols y Bailey , que han
dado cuenta de ellcs á la Asociación
americana para el adelantamiento de i'
las ciencias.
>Los dos fisiólogos habían escogido
cierto número de sustancias fuerte-
mente odoríferas, tales como la esen-
cia de clavo, el extracto de ajo, el
ácido prúsico , el cianuro de pota-
sio, etc. Diluida en agua una determi-
nada cantidad de cada una de estas sus- ^
tancias, preparóse una serie de frascos i
de tal suerte, que conteniendo el pri- I
mero, por ejemplo, un centigramo de |^
extracto de ajo por litro de agua, la se- Kj^
gnnda solución era menos fuerte que ^^^
la primera, la tercera menos que la
segunda y así sucesivamente hasta la
completa desaparición del olor aliáceo
en la última dilución.
• Una ver completa la serie para cada olor,
mezclábanse los frascos, numerados por debajo,
y se invitaba á cada yujeto á colocarlos de nuevo
por su orden natural, guiándose únicamente por
el olfato. Este método, tan sencillo, ha permiti-
do enseguida comprobar prodigiosas diferencias
en la sensibilidad del olfato, según los indivi-
duos. Así es como tres individuos masculinos
han sido reconocidos por capaces de apreciar el
ácido prúsico diluido en rfo« millove- ne veces su
pe«o de agua, proporción infinitesimal que no
rerelarfa la más delicada análisis química.
Otros, por el contrarío, no percibían el ácido
prúsico á la tercera 6 cuarta dilución. Pero el
resoltado más canoso de estos experimentos ha
sido dejar sentada la gran diferencia que existe
entre loa dos sexos relativamente á la finura del
olfato. Las investigaciones han recaído en cua-
renta y cuatro hombres y treinta y ocho muje-
res de todas condiciones y permiten sacar por
término medio qne el olfato de los hombres es
dos vecea máa fino que el de las mt^jeres.
»E1 ácido prúsico, por ejemplo, cesaba de ser
sentido por todas las mujeres, sin excepción, en
vtinle tHii vttes su peso de agua, mientras que
la mayor parte de los hombres le reconocían en
cien mil reres este peso. La esencia de limón,
sentida por los hombres en doscientas mil veces
su peso de agua, no era reconocida por las mu-
jeres más que hasta la dilución precedente, es
decir, á más que el doble. Igual resultado para
el ajo y los demás olores.
»Hay evidentemente en esto una ley general, y
esta ley va directamente contra la opinión, muy
vulgarizada, que atribuye á las mujeres una finu-
ra particular del olfato, basándose en su marcada
afición á los perfumes. Este gusto procede muy
verosímilmente, por el contrario, de que huelen
menos que los hombres y están por consiguien-
te menos sujetas á sentirse molestadas por
ello.
«Aviso á las señoras que abusan de la perfu-
mería, sin tener en cuenta el desastroso efecto
que pueden ejercer sobre sus admiradores. Des-
de ahora deben darse por notificadas de que
están dos veces más perfumadas oara las nari-
EL DANUBIO CERCA DEL DRENKOVA
ees masculinas que no para las suyas propias.»
*
* *
Parece que le ha salido una rival á la cocaína.
Trátase de la ¡Jruminn, alcaloide descubierto
por el Dr. .1. Reid, de Port-íiermein (Australia),
y extraído por él de un euforbio, la EuphurUa
Drummondii, que mata muchos ganados cuando
éstos la encuentran mezclada con el forraje Los
animales mueren en un período de tiempo que
varia de veinticuatro horas á siete días, con pa-
rálisis de las extremidades y á veces coloración
amarillenta de los ojos. Cuando se depositan al-
gunas gotas de la solución del alcaloide en el
ojo de un aniinal, éste (el ojo) se pone rápida-
mente insensible y soporta el contacto del dedo.
La pupila no se dilata mucho.
Inyectada subcutáneamente la solución no se
presenta más síntoma que la anestesia local. El
doctor Reid logró hacerse insensible á los sa-
bores,—al de la quinina, por ejemplo, — median-
te la anestesia de su lengua.
Se ha empleado ya la Drumina, con e.xceleí:-
te é.\ito, en un caso de ciática y en varios otros
de dolor localizado y agudo.
Si se administra una fuerte dosis de este al-
caloide á un animal, sobreviene la muerte con
parálisis de las e.xtremidades, debido probable-
mente á que el remedio, después de ha' er obra-
do sobre los cuernos posteriores sensitivos de
la médula, obra luego sobre los cuernos anterio-
res motores.
Esto es lo que se dice.
*
* *
Leemos en Le Genie Civil, que últimamente
ha podido extinguirse con gran facilidad un in-
cendio ocurrido en Lewes (cerca de Brigthon,
Inglaterra), á beneficio del empleo de las aguas
amoniacales del gasómetro mezcladas con el
agua de la bomba de incendios.
Parece que estas aguas están llamadas á pres-
tar grandes servicios en los expresados casos,
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
119
siempre que no haya que temer los efectos de
los gases sofocantes á que dan origen.
Habiendo tenido ocasión de observar dos in-
dividuos afectos de una pérdida de sustancia
de la calota craniana resultante de un trauma-
tismo, han estudiado, entre otras particularida-
des, los señores Rummo y Terrarini, las varia-
ciones diurnas y nocturnas del pulso del ce-
rebro , hora por hora , cuyos resultados han
comunicado á la Academia de Ciencias de París.
(¡Sesión del 'ál de Enero próximo pasado).
Hé aquí lo que se desprende del trabajo de
dicho observador:
1.° Hay un ciclo en las variaciones diurnas
y nocturnas del pulso del cerebro.
2." Por la mañana (de ocho á diez) el pulso
'leí cerebro, en unimismo individuo y á Ja misma
hora, varía según los días. Las modificaciones
observadas en el curso del día son diferentes
según los diversos tipos del pulso observados
por la mañana.
'ó." Después del almuerzo (de once á tres)
hay un refuerzo del pulso cerebral que dura de
tres á cuatro horas.
4.° En las últimas horas del día (de cuatro
á seis) el pulso del cerebro ofrece menor
tensión.
5.° Después de comer (de seis á diez de la
noche) el pulso vuelve á reforzarse de una ma-
nera considerable.
6." Durante el sueño normal (de las diez de
la noche á las seis de la mañana) hay tres fases
claramente distintas.
En una primera fase (entre las diez y la una)
el pulso se mantiene casi semejante á lo que
se ha observado después de la comida de Ir no-
che, es decir, sensiblemente reforzado.
LA LEONA Y SU CACHORRO (Grupo esculpido por AIkia Clia^liu)
En una segunda fase (de una á cuatro) dis-
minución considerable del tono de las paredes
vasculares.
En la tercera fase (de cuatro á seis) esta dis-
minución de tono que había llegado á su máxi-
mum á las tres" y diez minutos disminuye más
y más hasta el despertar y el pulso se refuerza.
El paso de una de estas fases á la siguiente es
gradual. El sueño más profundo se observa du-
rante la segunda fase.
7.° En el momento de despertar, sea por la
noche, sea por la mañana, modificación cons-
tante del pulso que persiste durante algunos
minutos más (fieríoilo espnsmódico dul pulnu rere
brul' y que consiste en una sucesión de pulsa-
ciones más pequeñas é irregulares en un espacio
de tiempo muy corto.
8." Pasado este período, vénse en el indivi-
duo despierto todos los caracteres del pulso de
la tercera fase.
Han estudiado además dichos fisiólogos lo
que ocurre cuando se inviertan las horas de
sueño y de vigilia, y han observado que:
1.° El sueño normal no va acompañado du-
rante toda su duración de la misma modificación
de la circulación cerebral, pero se observan
también variaciones distintas en tres fases.
2." El sueño invertido va acompañado de
una disminución notable de la tensión del pulso
cerebral.
3.° Durante la vigilia invertida, si el indi-
viduo continúa luchando contra el sueño, la ten-
sión del pulso tiende á disminuir de cada vez
más.
No hay duda que pueden hacerse interesan-
tísimas aplicaciones á la higiene mental de
las curiosas investigaciones de los señores
Rummo y Perrarini.
Alfredo Opisso.
-*-
LOS OCHO CUARTOS Y EL NIÑO MUERTO
Es esta una de las noches más frías de todo
el invierno. El aire punzante hiere dolorosa-
mente la cara como si arrastrase alfileres de
hielo. Los pocos faroles encendidos en la Ram-
bla dejan el paseo nadando en una penumbra
confusa, entre la que se distinguen fragmentos
de las siluetas borrosas de los escasos tran-
seúntes, que se precisan un momento al estar
cerca de las luces. Más arriba, las farolas eléc-
tricas esparcen entre los intervahis negros una
claridad lechosa é inanimada. El fondo de la
perspectiva lo forman las luces vibrantes de un
kiosko, claro como un cuadro de linterna má-
gica. A través de estas distintas claridades apa-
recen los noctámbulos de siempre: jugadores
andando perezosamente en fila, hablando en
voz baja, envuelto el cuello en una chalina de
seda, ocultos los ojos tías los párpados hincha-
dos; indiferentes, encorvados irreparablemente
por el mismo vicio. Luego una figura de mujer
contoneándose, volviendo á todos lados la ca-
beza, clavando en los hombres una mirada cen-
telleante, hasta pejderse en las tinieblas de
una calle transversal, seguida al poco rato de
dos bultos que se mueven acompasadamente,
todos de una pieza debajo del ruso oscuro sobre
el que resaltan de vez en cuando los visos en-
carnados de la teresiana y la contera del sable
junto á los pies. Pasan después rápidamente
grupos de jóvenes desabrigados que gritan y
ríen y se empujan; hijos de familia silenciosos,
apresurados por el retardo, pensando
en el enfado paternal; y arrimada á
las aceras, huyendo de la luz, se des-
liza una pareja, apretada la mujer con-
tra el hombre.
De una de las calles de la derecha
surge un rumor hondo, que va cre-
ciendo y acercándose, con un bataneo
ensordecedcrr, y desemboca en la Ram-
bla un coche grande; una caja negra
reluciente que lleva en el centro un
reloj de arena dorado. El cochero silba
entre dientes, y al trote largo de sus
dos caballos negros cuida de seguir
el itinerario marcado. Pronto enfila la
calle del Hospital y se aleja del centro
de la ciudad; pasa la Ronda y entra
en una calleja polvorienta del barrio
de Hostafranchs, quieta como la vía
de nichos de un cementerio. Para el
coche y llama á una puerta.
Pero al instante acude el sereno con
su farol que se balancea y riega la
ralle con chorros de luz.
— ¡Si no es aquí! Es en el número 27
— dice á gritos desde lejos el sereno
al cochero.
Y los dos se acercan á ijna casucha
vecina. Llama el cochero á manotazos
que resuenan sin respuesta. Vuelve á
llamar, y al poco rato se oye una voz
ronca que dice: — «Ya va.»
Ábrese por fin la puerta y un hom-
bre aparece, iluminada la cara soño-
lienta y morena, por un cabo de vela
que estrecha entre sus dedos; medio
desnudo, abierta la camisa grasienta
que muestra el pecho curtido. La vela
derrama una claridad pálida por la
habitación, donde no hay más muebles
que dos sillas y una mesa de madera que fué
blanca, oscurecida por la pringue que la cubre.
En el fondo, una puerta vidriera sin vidrios
da paso á otra habitación que debe ser un dormi-
torio, á juzgar por el hedor tibio que exhala.
Junto á la puerta hay arrinconado un jergón
que poco á poco deja escapar la paja por sus
mil agujeros. Sentada en una silla, una mujer
demacrada tiene en brazos un niño dormido. La
suciedad baja por las paredes, enfanga el enla-
drillado, empapa las ropas de la mujer y del
niño y se amontona en harapos indescriptibles
que llenan los rincones.
Solo una nota blanca vibra entre los innume-
rables matices asquerosos; un niño tendido en
el jergón, con el vientre tapado por una cami-
seta, rígidos los brazos desnudos y pegados al
cuerpecito inmóvil, blanco todo como una figu-
ra de nieve. En su cara descolorida, se abren
los agujeros de las órbitas hundidas y de la
boca abierta. Dos días hace que murió en aquel
jergón.
Los padres son valencianos; postrados por la
miseria, pasan la vida atontados, embrutecidos
por el trabajo, insensibles á las penas, mal
nutridos poi- esos alimentos del pobre que se
digieren con hambre. Vinieron á Barcelona, él
para remover bultos en una estación de ferro-
CANTADORES ESPAÑOLE
o (le Alfredo Cluysenaar)
1-.
LA ILUSTRAOION IBÉRICA
carril; ella, — inútil para todo, ignorante de
todo, — ocupada en fregar suelos, cuando no se
lo impiden los hijos qu» vienen uno tras otro.
El que ha muerto es el mayorcito, que con-
trajo su enfermedad en el vientre de su madre
que no le dio la vida, sino la partícula de vida
suficiente 'para poder atravesar el mundo entre
dolores, agonizando lentamente, consumido por
el hambre desde que se agarró ansioso á aquel
pecho lacio l\^ta quedar atado al jergón y
morir.
Dos niños duermen en el cuarto del fondo
soñando que comen. El padre ha vuelto después
de despachar el xiltimo tren; ha gastado sus
últimos ocho cuartos en aguardiente y no ha
cenado. Han quedado todos al rededor del niño
muerto, hasta que el sueño y la fatiga les ha
rendido.
No hay ataúd para el pobrecito difunto; en-
ciérranlo en un cajón lleno de rótulos y sin
tapa, y á la luz del farol del sereno, el padre
lo lleva al coche, donde hay depositados dos
ataúdes de madera sin pintar.
Todo se hace sin ceremonias ni arrebatos.
EDMUNDO ABOUT Jielrato por Paul fiaudry)
La madre permanece rígida en su^silla, en una
postura de Virgen románica; aprisionadas las
facciones atontadas en una red de arrugas que
irradian de los ojos y de las comisuras de los
labios, y recortan la frente combada y dura.
Las pupilas azules, anegadas en humedad vis-
cosa, siguen el cadáver del niño hasta la calle.
Aléjase el coche con su carga, siérrase la puer-
ta, y la calle recobra su silencio indiferente.
El cochero silba entre dientes, y al trote
largo de los caballos negros, dirige al cemen-
terio sa coche, pues ningún pasajero le falta.
Las dos luces del coche avanzan titilantes
janto al mar tranquilo que murmura entre las
rocas, y se hunden poco á poco en las tinieblas
infinitas, despertadas de repente por un grito
agudo y sonoro de: «¡Alerta!» re|)etido sucesi-
vamente como'por el eco de un abismo, hasta
sonar débil y triste como un quejido.
Poco á poco amanece; tíI coche deja su carga
en el cementerio ; las brigadas de limpieza
barren las calles; desaparecen de la Rambla
jugadores y prostitutas, y en la ciudad, inun-
dada por la ceniza pálida del crepúsculo, corren
desalados los obreros.
J. Miró Folguera.
NOTAS MUSICALES
Treinta y nueve óperas nada menos se han
estrenado durante el año último en diferentes
teatros de Italia, número que si parece excesivo,
lo convierte en cantidad negativa el escaso éxi-
to obtenido por la mayor parte de las obras
en cuestión. Algunas de ellas han sido recibi-
das con aplauso la noche de su estreno, pero la
duración de las obras no la deciden los triunfos
previamente preparados, sino los éxitos legítima-
mente adquiridos, cosa algo difícil de conquis-
tar en medio del dualismo que reina en el mun-
do lírico y de la radical evolución que se está
operando en el gusto musical.
El año que empieza se inicia bajo mejores
auspicios que el que acaba de terminar, ofre-
ciendo ya algunos frutos de recomendable valor.
Ha sido el primero de ellos el reciente estreno
en el aristocrático teatro de San Carlos de Lis-
boa, de la nueva ópera en cuatro actos del dis-
tinguido compositor lusitano Augusto Machado,
titulada / D tiu; la prensa portuguesa, particu-
larmente la de Lisboa, tributa los más lisonjeros
plácemes al autor señalando el estreno de su ópe-
ra como un verdadero acontecimiento musical.
Ya hacía falta. También en Madrid se ha repre-
sentado con bastante buen éxito Im Regitm di Sa-
bii, obra que si no es de extraordinario mérito ha
ofrecido en cambio el aliciente de la novedad.
En el momento de escribir estas líneas, los
telegramas recibidos de Milán dan cuenta del
brillante éxito que ha obtenido Ote lo estrenado
la noche del 6. Un brindis del acto segundo, el
dúo de amor de De.sdémona y Otello el Crtdo
del Jl/i/que canta Yago, han sido aplaudidos
con entusiasmo. El terceto del acto tercero can-
tado por Otello, Desdémona y Yago no ha pro-
ducido el efecto esperado á pesar de ser una de
las escenas más trabajadas por su autor; con
tener este acto un concertante muy grandioso
ha sido acogido con alguna reserva por parte
del público. El acto cuarto lo llena todo la ca-
tástrofe; á la romanza del mu e, que es pene-
trante y melancólica, sigue un Ave Mmín consi-
derada como la perla de la nueva partitura;
acompañan el canto únicamente los instrumen-
tos de cuerda con aoi dma. Un so o de contrabajos
que rebosa salvaje grandiosidad, anuncia la sa-
lida de Otello. La muerte de Desdémona y el
suicidio del Moro, conmueven profundajnente
por la expresión que el maestro ha sabido im-
primir á su música.
Tales son los pormenores que el telégrafo nos
ha trasmitido y las primeras impresiones que
se han recogido del nuevo spailiio de Verdi.
No faltó quien asegurase que el nuevo Ofe-
lln pertenecía á la más i'uhntiiyimn escuela lí-
rica; que el maestro tenía una ocasión excelente
para dar una nueva hermana á su bellísima
U'/rt. su obra maestra, y no la había querido
aprovechar. Avia continuaría, pues, resaltando
entre las demás piedras preciosas que forman
su corona de artista y fulgurando con más bri-
llantes destellos, cuantas más piedras se engas-
ten en derredor. Parece no ha sido así.
A la verdad, no es la escuela italiana, todame-
melodía y sentimiento, la más á propósito para
transportar al drama lírico las portentosas crea-
ciones de Shakespeare que llevan en si grandio-
sidad propia, terrores y sublimidades que no les
puede prestar la música. Cuantos autores lo han
intentado hasta ahora se han estrellado contra la
magnitud de su empresa; han dado á la esjena
fragmentos de música más ó menos bella, pero
han presentado las figuras de sus obras sin co-
lor ni contornos, borroso bosquejo de las que
creó el gran dramaturgo inglés. Los varios lio-
meon que se han arreglado, el Otdl , de Rosini,
y el Haiidef, de A. Thomás, con ser obras líricas
de compositores de primera fuerza no están á
la altura de los poemas dramáticos que los han
inspirado. Hmnlrt particularmente es el poema
que mayores dificultades ofrece para ser ins-
trumentado; sus páginas más hermosas, sus
pensamientos que mayor profundidad entrañan
no pueden ser expresados por medio del len-
. guaje lírico, y eso lo demuestra la infinidad de
recitados que el compositor ha puesto en su
ópera. Esto confirma lo que decía Scribe: q\ie
las buenas óperas debían de tener malos libre-
tos; él compuso cuantos sirvieron á Meyerbeer,
que si no so recomiendan literariamente per-
mitieron en cambio al gran maestro desplegar
toda la grandiosidad de su incomparable ta-
lento.
Una laudable particularidad tiene la nue-
va producción de Verdi. Desdémona no canta
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
123
ningún wals, lo cual la distinguirá de Ofelia y
de Julietta.
Las heroínas de Shakespeare no están en ca-
rácter cantando walses... Bellini comprendió
mejor que Gounod á Julietta; á Ofelia no se la
ha comprendido conforme es. Su demencia no
es la de Dinorah; en la una todo es vaguedad,
tristeza infinita, en la otra plácida demencia; la
una ha vivido siempre en el palacio de los re-
yes, la otra vaga errante entre breñales y mon-
tañas. El sentimiento quo embarga á Ofelia al
extraviarse su razón debe ser completamente
distinto del que siente Dinorah al verse retra-
tada por la luna. Dinorah puede mostrar su de-
mencia cantando un wals; Ofelia no lo puede
cantar, y sin embargo lo canta; es muy bello y
muy delicado pero «o es más que una aibitia-
riedad del inspirado compositor francés.
Según aseguran las Sibilas musicales había
dificultado el estreno del Olello de Verdi la in-
terpretación de la ronidvza del same, que el
maestro ha compuesto diversas veces. Boito,
autor del libreto, se negaba á cambiar el rit-
mo de la roesía, que Verdi no podía adaptai
RUINAS ROMANAS, EN EL DANUBIO
á la melodía de la romanza, contrariedad que
ha ocasionado los naturales disgustos entre el
autor de Aída y el de Mefi.ilofele. Parece que la
aludida romanza ha sido el número de la nueva
ópera en que el maestro ha concentrado toda su
inspiración, el que ha trabajado con más entu-
siasmo. Los que han oído 3'a la ópera Otello, ase-
guran que es de una grandiosidad imponente el
efecto que produce un unísono de cincuenta
violines al simular el grito quejumbroso que
exhala Desdémona al espirar. Es el compás de
oro de la nueva ópera y el destinado á ocasio-
nar más profunda impresión en el público.
Verdi ha confiado siempre las frases más
hermosas é inspiradas de sus obras á la inter-
pretación de los violines, y á mejores intérpre-
tes no la podía confiar. En una orquesta son
los reyes de los instrumentos; lo que no expre-
sen sus finas y delicadas cuerdas, instrumento
alguno lo podrá expresar; el conmovedor final
de A'ida, el majestuoso preludio del acto quinto
de L' Aflictiva, la inspiradísima Ave María de
Gounod adaptada al primer preludio de Bach,
y la introducción del cuarto acto de La Traviata,
son composiciones de índole totalmente distin-
ta, y que sin embargo, para ser expresadas con
toda .su grandiosidad las unas y su suave deli-
cadeza las otras, únicamente pueden ser ejecu-
tadas por los más pequeños instrumentos de
cuerda.
BARCAS PESCADORAS TURCAS, EN EL DANUBIO
El público, tan dado á patrocinar ideas vul-
gares, cree que la ponderación más alta que
cabe hacer de la voz humana, es comparar tal
ó cual rstrelln á un jilguero ó á un ruiseñor; sin
embargo no hay garganta por dúctil y prodi-
giosa que sea que pueda verter las notas con la
facilidad y brillantez con que las vierte un can-
table ejecutado primorosamenle en un violín.
El piano debería pasar ya á la categoría de
instrumento de famili'i; no debería mostrarse
como un adorno para ser exhibido en los salo-
nes salvo contadísimas excepciones; eso es,
cuando se trata de una notabilidad legítima.
Actualmente se cultiva con preferencia el estu-
dio del arpa, pero -el arpa es un instrumento
harto especial, ya que su principal objeto
es hacer los acompañamientos, circunstancia
qiie vale mucho en una orquesta, pero que re-
sulta negativa cuando se trata de harcr vimii-a
en un salón. Además, el arpa es un instrumento
poetizado por la leyenda, pero quizás demasiado
grande para que lo abarque con sus brazos una
.señorita. El violín no es de abolengo tan ro-
mántico pero en un salón se recomienda mil
veces más.
Hasta hoy hemos oído infinidad de pianistas
y algunas arpistas; las violinistas son contadas;
en público no recuerdo haber oído más que á
las célebres hermanas Ferni; en familia y en el
seno de la más cordial amistad he podido admi-
rar algunas veces á mi excelente amiga Clarita
Sanjuan de Lengo, notabilidad indiscutible, pero
cuyo mérito les es dado admirar tan sólo á con-
tados amigos. Al terminar sus estudios tomó
parte en algunos conciertos de Londres y Du-
blin;enesta primera exciirsión artística conoció
al que hoy es su esposo y su prematuro enlace
puso término á una carrera que se había inicia-
do bajo los más envidiables auspicios. Ahora
sólo á sus amigos nos cabe la suerte de poder
disfrutar de las bellezas de su correcta y vigo-
rosa ejecución.
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EL MAUSOLEO DE DON JAIME BALMES, EN LA CATEDRAL DE VICH
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LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
El carnaval oon sns bailas ha interrumpido
el curao de las representaciones liricas en va-
rio* teatons de ¿pera; es eeta la época del año
en qne lo permanente cede su puesto á lo efí-
mero.
Antonia Opisso.
BIBLIOGRAFÍA
Kl Alo PtODO: Lttrat y A'-la en Barrtinna, por J. Yxart.
D. Cort«o y Corop«ñi«, editores, 1SS7.
Con vivo placer he leído el libro que con el
título de El Año Pnitado: Letras y Artes en Bar-
eeloni, — segfundo de la serie, — acaba de publi-
car el distinguido literato D . José Yxart. Mu-
cha y buena es la doctrina que contiene el es-
presado volnmen, aplicada á los asuntos de que
trata, viéndose juzgados en él no solamente los
autores barceloneses sino el mismo respetable
público de esta localidad. Lo que dice el señor
Yxart e ben imvnto, pero también e vero.
Níitanse en el tomito de este año las mismas
cualidades que en su predecesor muy buen sen-
tido en los inicios, un concienzudo detenimien-
to en el análisis de las materias, independencia
en las apreciaciones y un estilo sumamente
agradable.
En t/vias las páginas transparentase la perso-
nalidad simpática del autor, dejándose ver sus
preferencias lo mismo que sus repugnancias,
algijnas de las cuales revelan lo refinadísimo y
un tanto aristocrático de su gusto.
Generalmente predomina el buen humor en
todas las páginas, pero algunas veces parece en-
fadarse el autor, lo cual es más patente al in-
crepar á no sé que crítico que dijo de las nove-
las realistas que «parecían escritas con tinta de
opio sobre planchas de plomo.» La frase es re-
buscada en efecto, pero en cambio no es ori-
ginal: pertenece á Condorcet, á quien no hay
peligro de confundir con Diderot. Es, realmen-
te, «n pe» ex-esiv, pues no todas las novelas
realistas hacen dormir, aunque sí algunas.
Por lo demás, no hay que asustarse de nada;
lo que el crítico idealista se permitió repetir es
tortas y pan pintado en comparación con lo que
se ha dicho de los más grandes hombres; hay
qne tener toda la autoridad y talento de don
Juan Valera para hacerse perdonar y aun reírle
las impertinencias estampadas contra Shakes-
peare en el prólogo de la traducción de Jaime
Clark; el pesado Sarcey no tuvo reparo en escri-
bir que Hnmlet le había fastidiado y que no lo
entendía y recuerdo un artículo del Flga-o en
que se trataba á Goete poco menos que de zo-
quete. No hay, pues, para que enojarse demasia-
do contra los que aún no han llegado á entu-
siasmarse con Zola y sus sectarios y prefieren,
quizás, á Paul Bourget, Renán, Loti, Delpit y
basta ¡qué diablos! al mismo Feuillet. Sobre
gustos no hay nada escrito.
Conócese que el señor Yxart es de los que me-
jor organizados é iniciado.s están para sabo-
rear las bellezas, algo difíciles de paladear á
veces, de los naturalistas y de Balzac, aunque
no por eso es sistemáticamente hostil á las pro-
ducciones ultra-idealistas, como son, por ejem-
plo, las tragedias del señor Guimerá; pero asi co-
mo goza y se deleita con este género, en el cual,
ciertamente, cabe hacer ostentación de grandes
bellezas, quizás se muestra demasiado desdeño-
so con lo que llama literatura menuda, en con-
traposición, sin duda, á la literatura gorda:
puede suceder muy bien que un simple artículo
de nastrarió* 6 de periodiquito semanal con-
tenga tanto sentimiento, tanta miga y valga tan-
to por sn» condiciones literarias como un libro
6 una obra dramática. A nada como al arte pue-
de aplicarse la frase aquella sobre la virtud de
ioú diattle va-t-elle se nirherf Se han visto viñe-
tas de anuncios de circo ecuestre que eran ver-
daderas obran maestras de dibujo y se disputan
hoy los coleccionistas. ¿Qué más? Cabe sublimi-
dad ¡hasta en las sombras chinescas!
En suma, el Año Pasado es una nueva mues-
tra de las felices disposiciones de su autor para
el ejercicio de la crítica y aun los que no sien-
tan interés alguno por conocer las obras que
ha producido en 188() la literatura catalana, en-
contrarán amenísima la lectura del libro de que
trato, tantas son las ideas y reflexiones origina-
les de que está nutrido.
C. Mkndoza.
ALBORADA
Trinando están los jilgueros
el aura soplando ufana,
y pálidos y ligeros
huyendo van los luceros
de la luz de la mañana.
Asoman entre las brumas
rosas, lirios y amapolas,
y como flotantes plumas
del arroyo las espumas
se posan en sus corolas.
En la selva que despierta
se oye místico, suave,
vago rumor que concierta
con esa armonía incierta
qne lanza al cantar el ave.
Va la fuente murmurando
entre la erguida espadaña,
y el pardo cielo cruzando
las nieblas que van buscando
la cresta de la montaña.
Dejan el caliente nido
las bandas de los tropiales,
y desde el bosque escondido
llegan en vuelo tendido
á los dorados trigales.
Sobre la pradera amena
todo es quietud, todo calma,
y de luz y encanto llena
la atmósfera está serena
como está tranquila el alma.
¡Pienso con tanta dulzura
en tí, vida de mi vida!
¡es tan grande mi ventura!
¡tan profunda mi ternura!
¡mi fe tan correspondida!
Toda pasión enmudece
ante esa inmensa pasión;
toda imagen desparece
y toda luz palidece '
á la luz de esa ilusión.
Te amo, pues amor le llaman
al dulce inefable anhelo
que nuestras almas derraman,
como los ángeles aman,
como ha de amarse en el cielo.
Pienso en tí: quizá dichosa
del sueño entre las visiones,
oiga tu alma generosa
esta cantiga amorosa
que entonan mis ilusiones.
Y del cuerpo desprendida
por el sueño, aquí tu alma
dando esté vida á mi vida,
y á mi pasión encendida
la fe que me da la calma.
¡Aquí está ¡sí! yo la siento;
por eso ven mis amores
' más bellos el firmamento,
la luz, las nubes, el viento,
la selva, el prado y las flores.
Porque en tu amor, vida mía,
toda mi ilusión se encierra,
y sin él, siempre hallaría
la bóveda azul, vacia,
desierta y sola la tierra.
Vicente Riva Palacio.
FRAGMENTO
TROVA
Hermosa que duermes con sueño de calma
revueltas tus trenzas, desnudo tu pié,
escucha los cantos nacidos del alma
que al pié de tu reja feliz lanzaré.
Yo soy quien te adora; quien loco te sigue;
quien guarda tu sueño con plácido afán;
quien una sonrisa que siempre consigue
les pide á tus labios si alegres están.
Quien cifra en amarte su solo deseo,
quien cifra en tus besos su sola ilusión,
quien ciñe tu banda, si lucha en torneo
blandiendo en la justa su férreo lanzón.
Quien cruza la sombra vestido de malla
cantando en la noche tu excelsa virtud,
quien sólo por verte, con todos batalla
y arroja el acero tañendo el laúd.
Ansiando agradarte partí á Palestina
y en sangre de infieles mi espada bañé;
mas tú me pagaste preciosa Ethelvina
con una mirada que nunca olvidé.
Te adoro doncella. Reposa con calma,
yo sé que descansas muy cerca de mí.
¡Qué arrullen tus sueños las notas del alma
que lanzo en la noche tan solo por tí!
«
EL TALISMÁN
Sobre el campo de batalla
entre el grito del guerrero
y el chasquido del acero
y el rugir do la metralla,
mientras en su torno estalla
sordo estruendo por doquier
un esclavo del deber
sin fuerzas, pálido, herido
lanza doliente quejido
y viene al suelo á caer.
Alza los ojos al cielo
piensa en su madre adorada
y la parca descarnada
le cubre con frío velo.
¡Al fenecer por su anhelo
que sólo la muerte humilla
suspira alegre Castilla
porque su e.spíritu vuela
besando un trozo de tela
encarnada y amarilla!
José M. de la Torre.
NUESTROS GRABADOS
CUPIDO Y psiQüis. - Cuadro de Paul Baudry
KDUCNDO iBonT. — Frcíco del mismo
En pI retrato fiel célebre literato francés Edmundo About,
pareció PhuI Baudry haber queriilo seguir 1« manera de Hol-
bein El fondo es de un azul verdoi-o; la luz ehti diktrilmlda
Kegcin acostumbraba el gran maestro «nglo-holandés; nótase
igual soltura y delicadeza en los toques y la personalidad
está admirablemente caracterizada, sin eclipsar por esto el
efecto decorativo.
En cuanto a! cuadro de las Bodas de Cupido y Psiquis, se-
gún lo que se lee en e\ Asno de oro, de Apnleyo, fué ejecutado
por encargo del difunto Vanderbilt, el famoso archi millona-
rio neo-yorquino y ostenta las elevudlsimas cualidades de
nobleza que comunicaba el pintor á todas sus figuras, por
mis que le sirvieran de modelo los mils perfectos tipos de
frivola modernidad.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
127
(Véase nuestro número 210 para más pormenores sobre el
ilustre decorador de la Grande Opera.)
EL Carnaval
Dibujo de Pollack
Por lo que se vp.flún hay quien cree en el carnaval y es
capaz de producir obras liudísimas inspirándoBC en serat-jan-
te recuerdo. La figura de mujer dibujada por Pollack es muy
sgtMdMble f'on sus «lavlos de arh quln italiano.
Ks bu DO que haya quien conserve las tradicionps carna-
va'escas á fin de que cuando menos subsista el pretexto para
holgar tres días y darse un buen atracón el cuarto.
KL ENTÍKERO DK LA SARDINA, MAPCaPADA EN EL CANAL
Cu'idro de Qoya.— Dibujo de P. y Valor
Aparece Goya todo entero en esta composición sin igual,
así por su humorismo como por su ejecución exuberante de
vigor. Parece tener uno aate los ojos sorprendente fantas-
magoría inf'-rnal, siniestra, sobrehumana. iQué misterio!
[Hallar un pintor asunto para t^n extraordinaria visión en
medio de una sociedtvd tun miserablemente prosaica y mez-
quina como era la del tiempo de Carlos IVI
PAISAJES DEL DANUBIO
El rio, cerca del Drenkova.— Barcas pescadoras turcas
jRumas tomunas
En la frontera servia mris parece el Danubio un Isgo ó un
brazo de mar que no un río, tanta te su tmchura. Esto se ve
muy bien frente a Drenkova, puesto militar húngaro, coloca-
do á la orilla opuestn del río Siguí'- ndo su corriente encuén-
trase á poco el desfil>idero dtí Kazan, por el cual se precipita
con majestuoso Ímpetu. Finalmente, mas allá de la salida de
esta garganta fldm(r>inse los restos del famoso puente de
Traiann, testimonio de las victorias de aquel emperador es-
pañol sobre los Dacios.
LA LKONA Y SU CArHORBO
Grupo de Alicia Chaplin
Es un gracio«o estudio del nfitnrnl, constituyendo un buen
ejemplo de trHtnmiento realista. Domina en este grupo el
sentimiento del rei'Oso, siendo, por decirlo así, negativa la
acción, de lo cual resulta un «-squema puramente escultural.
La linea ondulante que f-rmael grupo es muy bella y el mo-
délalo digno de quien lleva el nombre del celebrado pintor
francés.
CANTADORES KSPaSolES
Cuadro de Alfredo Clvysenaar
É-^'hase de ver que el asunto está tomado d' opres nnture,
ybientomndo Trátase de unos ciegos qu^al compás de la
guitarra refieren al selecto auditorio el espantable crimen
cometido en Ja ciudnd de tal, cu'dando de ponerá la vista de
la gente un plntarr"jefldo cartelón en que aparecen trazados,
por pintor de brocha gorda, las escenas culminantes del san-
griento a'*esinato. P's muy grflciosoy divertido, ciertamente,
el espe-^táculo que ha copiado el pintor, pero valiera más
para tod- s que hubiese llegado el día en que desapareciese
el lamentable atraso de cultura que revela.
KL MAUSOLEO DE D. JaIUR RA^URS
EN LA CaTBDRaL DB VICH
Bien se merecía el insigne filósofo cfltal«*n un monumen-
to que perpetuase suraemorirt, pues, dejando á un lado sus
personales puntns de vi^ta, no cabe negiir que ha sido uno
de los más sinceros pensadores de nuestros tiempos y que
su Critfrio es todavía hoy un libro de provechosa lectura.
Claro está qne las Hguas van actualmente por muy distinto
camino que cuando B-ilraes escribía ^us ohrns, pero no hav
que ser ingrato con los que hun cooperndo «1 adHlant-^miento
de lo« estudios filosóficos, siquiera partiesen de un criterio
apriorit-tn
El monumento levantado á la memoria del malogrado
eclesiástico vh^ense, figura en los góticos claustros de aque-
lla catedral.
L« S DR*MAfl DE SHaKBSPEARB
ÓTELO.— Oíeío y D^sdémona, (Acto IV, escena II)
Cuadro de C, Gregory
Otelo- — Veamo«, ¿quién eres tú?
Z)^«''¿míma.— Vuestra esposa, monseñor, vuestra sincera
y le«l esposa.
0/eío, — Veamos, jura eso, condénate tú misma; te pareces
tanto á un ángel del cíelo que los d< monios podrfnn tener
mi'do de cogerte; así, condéaate doblemente, jura que eres
honrnda
Des'lémona. El cielo lo sabe con toda verdad.
O'elo —El cielo sabe con toda verdad qne eres falsa como
el infit-rno.
Desdé no na. ¿Con quién, monseñor? ¿con quién? ¿como
puedo ser yo fdlsa?
0/€ío.— I AhDesdómona! ¡Vetel iVetel iVetel
JULIO CESAR.— Porcia y fírvto (*cto IT, escena I)
Cuadro de H. M. Poget
Porcia.— Mi caro señor, dadme á conocer la causa de
vuestro pesar.
Bntto. —No me rncuentro Vion; he ahí todo.
Porcia - lOh, no! Bruto es muy gentil y sabría hallar en-
seguida remedio á su enfermedad...
EL MKJOR LIBRO
Ha hecbo bien ese joven en abandonnr lalectura del libro
que trwe todavía entre manos, pues por interesflute que sea
no lo será tanto do seguro como el bellL-imo original que
tiene dtlante.
Conócese que el joven no leyó más por aquel día.
'^-
LA FUENTE DE LOS CURRUTACOS
(continuación)
xn
UN BILLETE DE CONFIANZA
Cuando don Leandro abandonó la granja,
ama y criada soltaron una estrepitosa carcajada,
pues las dos comprendieron claramente las amo-
rosas como ridiculas inclinaciones del apasio-
nado golilla.
La noble dama reflexionó seriamente respec-
to el amoroso y cómico lance, y á fin de ponerse
al abrigo de toda sospecha y maledicencia, se
encaminó á su gabinete y escribió al padre No-
lasco, que, como hemos manifestado, era su con-
sejero, su confidente y su director en todos los
casos graves.
Tomó una silla, abrió la papelera, sacó re-
cado de escribir, cogió una pluma de ganso y
con magnífica letra española escribió la siguien-
te y familiar misiva:
«Prudentísimo padre: no me trate su pater-
nidad de aturdida, de olvidadiza y de perezosa
si hasta hoy su más humilde hija espiritual no
le da cuenta de su persona. Ya sabe V. que en
mi granja ó pequeña Tebaida, como V. la llama,
vivo en continuo mareo, y mucho más ahora
que estamos en la recolección de los frutos.
¡Si viera su paternidad que melocotones y que
moscateles tan ricos me ha concedido este
año la Providencia! Le juro, aunque sea feo
el jurar, que es cosa rica. Están diciendo:
cátame, y yo me doy unos atracones de ellos
que no sé cómo no dan al traste con mi estó-
mago. Yo tengo una locura para la fruta y su
frescor es un gran lenitivo para calmar el ardor
de mis labios, siempre febrosos y secos. Es cosa
que me ha hecho reflexionar muchas veces el
por qué las mujeres preferimos las legrumbres
y las frutas á los más esquisitos manjares. Su
paternidad, que está al cabo de tantas y tantas
cosas, presumo que me lo explicará. Yo soy
muy curiosa, como V. no ignora, y rabio para
averiguarlo todo. Cuando era moza me pasaba
las horas muertas contemplando los nidos;
cuando Dios tuvo á bien concederme esposo,
corría tras los niños como si fuera una loca de
atar, y ahora me devano los sesos por muchas
cosas pueriles, que estoy convencida que no
tienen explicación alguna.
»La soledad en esta cartuja aumenta todos
los días más y más. Aquí sólo llegan de pasada
las codornices y las golondrinas que se disponen
pasar el mar para dirigirse al África. Aves de
paso, ¿está V? Pero hoy me ha caído un ave
de rapiña, un pajarraco gordo y muy feo. No
vaya á creer su paternidad que se trate de un
milano ó de un águila. Nada de eso. Es un
pájaro con chupa y calzón corto, con espolones
como los gallos y con medio siglo encima. ¿Qué
apostamos á que V. no lo adivina? Me parece
verle frunciendo el ceño, la boca entreabierta,
mi carta en la mano, la diestra en la frente y
dando vueltas y revueltas al libro de memorias
de personas conocidas impreso en su imagina-
ción.
»Deje V. á un lado todo cabildeo que ya
le retrataré con todos sus pelos y señales el
avechucho en cuestión. Es... don Leandro, nada
menos. El cual se ha entrado de rondón en mi
granja, digo Paracleto, y con estudiadas frases
ha parecido galantearme de lo fino. Yo me he
reído en su.s barbas, pero con cierta di.screción
y estudiada zalamería. Estoy convencida, que
el buen señor ha fijado los ojos en mí de un
modo particular y mucho me temo que se quede
bizco. Le he enseñado la viña y en ella mi don-
cella y yo le hemos manteado moralmente de
lo lindo. Me parece que el tal gavilán no va á
dejarme ni á sol ni á sombra, pero va á encon-
trarse con la horma de su zapato.
» Si insiste, como insistirá, desearía -entre usted
y yo trazar el plan para que escarmiente. Una
lección provechosa, decente y original. Su pa-
ternidad, que está dotado de mucho ingenio,
dará con ella, y nos reiremos de lo lindo.
«Dentro cuatro días es la Natividad de Nues-
tra Señora, y por lo tanto, no eche en olvido
que con el cholocate de las seráficas madres de
la Circuncisión, los bollos del pastelero de su
comunidad, las horchatas, los barquillos, los
melindres, los melones y otras sabrosas frutas
de mi huerto, le espera en esta triste morada
su hija espiritual, tórtola, llorosa y viuda y que
besa humildemente sus piadosos pies,
María Luisa.»
Terminada la carta, la noble dama encargó á
uno de sus colonos que al día siguiente, sin
pérdida de tiempo, pasase al convento de los
padres Carmelitas á depositarla personalmente
en manos de fray Nolasco.
La muy ilustre dama no pudo reconciliar el
sueño hasta al sonreír el alba, recordando los
cómicos accidentes de la escena amorosa con el
finchado varón.
Eray Nolasco recibió la misiva al abandonar
el coro después de la misa mayor; la leyó dete-
nidamente y sonriendo en la misma iglesia, la
guardó bajo el escapulario y murmuró, frotán-
dose las manos:
— Bien decía yo que era imposible que Mari-
quita diese oídos á las ridiculas pretensiones de
tan necio galanteador.
xni
LA TERTULIA
En el salón de doña María Luisa se había
citado todo lo más selecto de la villa y de los
mansos del contorno. Era un salón extensa-
mente grande, enjalbegado, con una faja azul,
de techo embovillado y el piso de ladrillo. So-
bre la puerta que daba entrada á este vasto re-
cinto, se destacaba el escudo de la familia, y
en sus paredes se admiraban dos magnificas
cornucopias, que representaba la una el Ene
Humo, y la otra el seráfico San Antonio de Pa-
dua, con sus marcos dorados, con sus musas,
ninfas y alados cupidillos, pareciendo que lo
humano custodiara lo- divino. A ambos lados de
un grandioso ventanal, se descubrían dos pre-
ciosas y artísticas arquillas, cargadas y recar-
gadas de incrustaciones de maifil y ébano; los
taburetes y canapé, forrados de damasco, con-
vidaban al descanso, y el indispensable clave,
completaba el rico mueblaje de aquel severo
salón.
Sentados en sus correspondientes taburetes,
las damas á un lado y los currutacos á otra, co-
mo era costumbre en aquellos días, á fin de evi-
tar el roce y la familiaridad entre los dos sexos,
sin tener en cuenta que con aquel ridículo ale-
jamiento y con aquella línea divisoria eran más
vivas y más incendiarias las llamas de los ojos
y más temibles los naturales apetitos, se deslizó
la tarde, en medio de la más amena jovialidad.
Presidía la reunión doña María Luisa, que es-
taba hecha un brazo de mar, teniendo al lado á
fray Nolasco, que parecía no caber de satisfac-
ción dentro de su religioso hábito.
Las damiselas habían sido enviadas á la ga-
lería para que allí retozasen libremente y no se
enterasen ni se mezclasen en las conversaciones
de sus papas, tratadas como enjauladas colegia-
las, á pesar de contarse entre ellas angelitos
128
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
con faldas que eran venladeros pimpollos de
veinte primaveras, que les pedían sus comzon-
cillod un amartelado galáu.
T 1 iiiüT^nna se lialiia ilt>slizndo alcíriviiiente
y la comida había sido suculenta y abundante.
Don Leandro no apartaba los ojos de la agra-
ciada señonv de la casa, y todos los contertulios
los tein'nn tijos on ól.
Parecía el amartelado señor nn ratoncillo
acechado de continuo por los nerviosos gatos,
tal era su situación.
El fraile inspeccionaba y sonreía.
EL MEJOR LIBRO
.Su vivaracha hija espiritual murmuraba por
lo b^o al oído del carmelita:
— ¿Se ha enterado V. de mi billete?
— Sí, niñita. Ya caerá en la trampa nuestro
lobo carnicero.
— Si üupiera su paternidad lo qué me dijo.
Parecía un pollo recién salido del cascarón.
— ¡Qué atrocidad, hijita mía! Se conoce que
el tal golilla es muy buen pez, pero picará, en
mal anzuelo.
— Ya verá su paternidad que declaración
nuestro Cupido con canas va á dispararme esta
tarde. Ya se la relataré á su debido tiempo.
— Así lo espero, niña. Me divierte mucho el
buen señor. ♦
(Se continuará.)
Phancisco Gras y Elías.
UflIlVlSmCÍ»: Mu, Ui-Ul,
liUut, Uitor. — ItMífHdos ios deretbos de propiedid artístiei j literaria.— Las reclamaciones en Madrid, al representante de esta Casa D. Mannel Plá y Valor, Apodaca, 10, 2.'
) INSÉRTESE ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL (
BüTAIlLSClMIBirro TlPOOMiriCO di B. BA8BDA.— CALLB OB VillASBOEL, KÚM. 17, BKSAHCHB DE 8AW ANTONIO.— BABCBLOUA.
SEMANARIO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
Año V
Barcelona 26 de Febrero de 1887
Núm. 217
Con el presente numero repartimos el suplemento de modas EL MUNDO DE LAS DAMAS, correspondiente al mes actual
ESCULTURAS DE HOUDQN: VOLTAIRE
ISO
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
SUMARIO
Tiiiu^ Ifíiifit Omtai á mi priwui , por Fernanflor.— La
ñas át AMtr* Ura (eonUnuadóiK, por Juan Tomáa 8*1-
rmay.—Ltdmmt: Amaehotjfá mimguao. por Cltrin.— X«-
«Ma ctnHfai, por Alftvdo OplMO. — JB wumóiogo dei vira-
to. por 8. Raed».— B Etawial (poe«U>,por Vicente Rira
Fklaeio. — A na OfMata (poesU), por Jacinto Labaila.—
Koaatro* tni»di».—La /rnenU d* tot eitmtaeo* (conti-
nuaeióa), por Prandaco Graa y KUai.
OUBADoa.— Moliere, Glufk j Voltaire.— Vidriera» gótloaa y
dai RanadmleDto (tree grabados ' —La nieve en Barcelona
(doagrsbadoa .—Moteim: El Kremlin, visto deade la torre
da Ivan Vellkl.— TnOc* de la oprreta de Audran 'El Gran
Mocol-*— Loa borrachos.— Abdal Rahmao, Emir del Af-
(anlstan.— Una callo da Mareta.
MADRID
C-A-UTA-S A. aari FUTMiA.
• EL DOMINGO
' I tn padre hubiese estado en Madrid hu-
biese podido asistir á una discusión del
Senado que le hubiese hecho venturoso.
Hubiese oído hablar nada menos que á don
Claudio Moyano, al conde de Canga Arguelles
y al obispo de Zamora contra la impiedad de
los tiempos, y hubiese oído al Gobierno dar la
razón y prometer castigo contra los impíos. ¿De
qué se trataba? Tratábase de lo de siempre: los
ciudadanos se empeñan en no santificar el do-
mingo, ni otros preceptos, y de que es preciso
infundirles la piedad metiéndoles en la cárcel
y sacándoles algunos miles de reales. Como este
es un punto que á todo el mundo interesa, la
discusión se ha hecho general y unos opinan
que los senadores susodichos tienen razón y
otros que lo que aquí hace falta no es suprimir
sino aumentar los días de trabajo.
Para todo buen cristiano es, sin duda, una
obligación no trabajar en domingo. «El séptimo
día, — dice el E.xodo, — reposarás para que repo-
sen tu buey y tu asno y se refrigeren el hijo de
tu esclava y el extranjero.» Han variado los
tiempos: el cristiano de hoy no suele tener as-
nos, ni bueyes, ni hijos de su esclava, ni ex-
tranjeros en su domicilio; mas con las variantes
consiguientes, el precepto igualmente le obliga.
«Seis días harás obra, — dice el mismo libro, —
el séptimo día, porque es descanso, se llamará
santo; ningún trabajo harás en él; el sábado es
del Señor en todas las habitaciones.» Esto de
en todas las habitaciones no es tan aplicable á
Madrid como á otros puntos; porque en las
casas de Madrid hay habitaciones donde en nin-
gún dia se trabaja; pues no es trabajar leer no-
velas, jugar al hesigue. recibir á la modista, dis-
poner una comida extraordinaria, preparar una
sauterie, recibir las visitas y despedir á los
acreedores sin pagarlos.
Los libros sagrados cuentan que el Señor
mandó á Moisés que le diese muerte á un hom-
bre que había faltado al precepto, y ese hombre
fué lapidado. Cuentan igualmente, que los Ma-
cabeos respetaban el descanso de tal modo, que
ánn estando en guerra, si los enemigos les ata-
caban, no recurrían á las armas para defen-
denie. Si el Gobierno diese esta orden á las
tropas, excuso decirte que Ruiz Zorrilla le de-
rribaba en el primer domingo.
Ello e« que los Apóstoles trasladaron hace
diez y ocho siglos el sábado al domingo y que
en estos diez y ocho siglos el fervor ha decaído
hasta un punto, que parece que no se quiere
trabajar sino en ese día.
Es raro que la semana, como número de días
convenientes para el trabajo humano, se halle
establecida lo mismo en todo el mundo. «Ven-
drás de siete en siete días á honrar la Suprema
Deidad, > dicen los libros divinos. Homero tam-
bién aconseja la veneración del séptimo día.
Los fenicios consagraban á Saturno un día de
cada siete. Los druidas de la Gran Bretafla
consideraban sagrado el día séptimo.
Esta nnanimidad de los pueblos es una de-
mostración de que el descanso del séptimo dia
corresponde exactamente á la medida de las
fuerzas del hombre.
En tiempo de la Revolución francesa se quiso
instituir la década; pero esta reforma cayó en
desuso; y según parece quedó demostrado que
era perjudicial á la salud.
Pero no se atiende sólo á la higiene del tra-
bajador pidiendo el descanso del domingo: se
atiende á su moral. Puede decirse que la fami-
lia no existe para el obrero si no existe el do-
mingo. Apenas el obrero se levanta, tiene que
abandonar el trabajo y vuelve por la noche
rendido para caer sobre el mismo jergón que
abandonó al romper el alba: sus hijos y su mu-
jer, cada cual anda por su lado buscando el
sustento; de manera que sólo se reúnen y pue-
den constituir familia en el domingo, conversar,
preguntarse lo que han hecho, reprender el pa-
dre á los hijos, darles buenos consejos, preve-
nir las necesidades de otra semana, dar expan-
sión á sus corazones, ser, en fin, algo más que
máquinas, ser seres racionales y efectivos. No
cabe duda, pues, de que el domingo es dos ve-
ces santo; que no es sólo religioso sino moral.
Lo malo está en que los tiempos de la Arcadia
ya pasaron y el domingo de los obreros no
siempre corresponde al ideal descrito: la bota,
el garrote y la navaja, son los primeros bártulos
que coge el trabajador cuando se despierta en
día festivo. Tú los has visto muchas veces salir
en hileras por las afueras de Madrid, sin otro
propósito que el solaz material, sin preocuparse
gran cosa de aleccionar, moralizar, ni cristiani-
zar á sus familias, ni cumplir ningiin precepto
religioso ni saber una oración... Se han estado
seis días en el obrador, en la fábrica, en los an-
damies, en el empedrado, trabajando siempre
con los mismos movimientos, como la rueda de
una máquina, y lo que desean y necesitan es
desentumecerse, revolcarse en la yerba, dando
cuatro gritos y cuatro zapatetas al sol. Los ora-
dores católicos que peroran contra el trabajo
en los días de fiesta, trabajan en bien de los
obreros; pero no conseguirán su propósito de
catolizarlos: sólo conseguirán, y ya es algo,
que se pongan colorados y robustos.
El trabajador que hace obra por su cuenta,
tiene algún interés en trabajar los domingos;
los que están en una fábrica, no tanto; pero de-
penden de un amo. Hay, pues, que convencer á
los amos, y esto es lo difícil; pues si los comer-
ciantes, cada uno de por si, desearía descansar
el domingo, la competencia comercial no lo per-
mite. El común acuerdo de todos los intereses
en beneficio del trabajador es lo único que pue-
de resolver el problema; sin acudir al Código,
ni á la prisión, ni á la multa. Ya se han conven-
cido los grandes industriales de que á todos les
conviene el descanso y de que con no vender
un día en cada semana no se perjudican si de-
jan de vender todos. De la incesante actividad
del trabajo, como de todas las exageraciones,
nacen mayores males que bienes; el desorden y
embrutecimiento de los obreros, la destrucción
de la vida de familia y la falta absoluta de todo
vínculo moral entre el amo y el obrero.
Antes que D. Claudio Moyano hablase en
el Senado contra el trabajo en domingo, mu-
chos comerciantes de Madrid habían hecho algo
más práctico. Se habían reunido y acordado
no abrir sus tiendas en esos días; así sucede
hoy; por las mañanas están cerrados los estable-
cimientos de las principales calles de la cor-
te y esto ha reformado algo las costumbres;
pues la clase media compra ya los sábados lo
que dejaba en otro tiempo para el siguiente día.
Esta es la manera de moralizar á la sociedad;
por la unión de los mismos ciudadanos y su
propio convencimiento; formando costumbres
con el ejemplo, y no acudiendo á las leyes, por
desusadas, tiránicas; y que aquí, en Madrid y
en España, donde no existe el principio de
autoridad, nacen ya sin virtud. Fórmense socie-
dades de católicos, y sociedades de comercian-
tes, especuladores, industriales y jefes de taller
y difundan los unos sus buenas máximas, y
comprométanse los otros á no vender ni com-
prar, á no trabajar ni obligar al trabajo á sus
dependientes en los días de fiesta.
Podrá estar tan arraigada, en Inglaterra, la
costumbre de santificar el domingo, que ni los
carteros llevan las cartas á domicilio; pero aquí
el domingo precisamente es el día que imprime
más movimiento en los establecimientos de ar-
tículos de primera necesidad, ó que se relacio-
nan con los festejos públicos y privados. La
previsión no existe en Madrid: en las despensas
no hay más que el cuarterón de garbanzos y el
pedazo de jamón y tocino del día; y el ovillo de
hilo y las cuatro hebras de seda que se necesi-
tan para la ropa de la semana. Aquí se va y se
vuelve diez veces en el día á una misma tienda.
Verdad es que tampoco hay la previsión de te-
ner mucho dinero, que es lo que facilita com-
prar mucho de una vez.
El carácter inglés, que tan perfectamente
conlleva ciertas obligaciones, es lo contrario
del carácter español; aquél gusta del método,
éste del desorden. Pocos españoles hay que re-
sistan al deseo de aprovechar el día del trabajo
en un placer que se les ofrece inopinadamente,
y pocos que si el trabajo les es necesario en dia
festivo se crucen de brazos y digan: ¡Respetemos
las palabras del Éxodo! El interés mismo no
mueve tanto al español como su capricho; la re-
flexión no encadena su fantasía; hacer su volun-
tad, es el código de todo español; quien no la
hace es porque no puede. Su carácter indepen-
diente es causa de que rara vez pueda confor-
marse con la opinión y la conducta de los demás;
por eso es tan difícil en España formar socieda-
des, círculos, grupos... Al poco tiempo cada cual
tira por su lado si es que no se concluj'e como
el Rosario de la Aurora.
En España, mi querida prima, antes que san-
tificar los domingos, hay necesidad de santifi-
car á los ciudadanos, hacerlos creyentes. Los
mejores son unos hipócritas. Si el clero y los
católicos piden la santificación, es para que se
emplee en buenas obras; hay, pues, que refor-
mar los corazones y los espíritus. No basta que
no se trabaje. Estos mismos fervorosos pro-
pagandistas del descanso lo dicen: todas las
pompas y goces del diablo á que el cristiano
renunció solemnemente en su bautismo, son ca-
balmente á las que se entrega en el día de fiesta.
Los excesos de una mesa ó de un banquete, las
embriagueces, las blasfemias del vino, las pen-
dencias, los juegos ruinosos, las palabras y con-
versaciones obscenas, la perpetración de todo
género de pecados, están reservados para ese
día. Los bailes, los toros, las riñas de gallos, el
tiro de palomos y otras ceremonias piadosas son
el descanso del domingo. Y en los pueblos, no
hablemos, porque para los días de fiesta se re-
servan las mayores atrocidades.
Donde hay tales hábitos, donde es costumbre
llamarse cristiano y no serlo, el clero poco hará
trayendo á la ley la prohibición que no ha podi-
do hacer arraigarse desde el pulpito. La misma
facilidad con que un gobierno liberal acepta
proposiciones que escandalizan al espíritu re-
volucionario, manifiesta en mi concepto que no
las da ninguna importancia. Figurarán en el
Código las penas contra los que trabajen en
domingo y contra los que blasfemen; pero los
mismos jueces seguirán trabajando en las fiestas,
si les es preciso, y seguirán los carreteros acom-
pañando con el puño cerrado su pintoresco es-
tilo.
En los primeros días del cristianismo los
fieles honraban la Iglesia con virtudes y buenas
obras: ya está dicho. Asistían al divino sacrifi-
cio, que duraba, en días y ocasiones, horas en-
teras, con puntualidad, con reverencia, con fer-
vor, con oración y con lágrimas. Comulgaban
en él todos los presentes y los diáconos lleva-
ban la comunión á los ausentes legítimamente
impedidos. Asistían á las catcquesis ó explica-
ciones de doctrina cristiana, que eran muy cum-
plidas. Celebrábanse lecturas espirituales, ora-
ciones y otros muchos ejercicios piadosos. Se
recogían las limosnas que cada uno había pre-
parado en la semana y las repartían por los diá-
conos á los huérfanos, viudas y demás necesita-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
131
dos; se visitaba y socorría á los encarcelados y
enfermos, sobre todo cuando lo estaban por la
fe, y se les animaba al martirio. Días de piedad
y de fervor, de verdadero descanso para la carne,
verdaderamente santos. ¡Días deliñosos como los
llamó Isaías! Tal es la pintura que los apologis-
tas hacen de aquellos primeros días del cristia-
nismo. ¡ Ay, prima, cualquiera creería, al compa-
rarlos con los nuestros, que estamos en los
últimos!
¿Es que no queda nadie en la tierra que re-
cuerde el fervor dominical de aquellos márti-
res? Si, don Estanislao, un amigo mío, les re-
cuerda. El hombre virtuoso, por excelencia;
buen esposo y cariñoso padre de familia. A pri-
mera hora se prosterna con todos los suyos;
toma el chocolate con dobles bizcochos, se pone
el sombrero de copa y seguido de su mujer y
su pollada entra á la iglesia. Nada de coqueteos.
Cuando pasa el monago suelta en el cepillo un
perro grande. Cuando suena la campanilla se
da golpes Con tanta piedad que le retumba el
pecho. Al salir compra una estampita para la
niña en recuerdo de la Virgen y otro perro de
majuelas para los niños en recuerdo del Huerto.
Si hay función de estrépito en alguna Iglesia
allí acuden; sino pasean junto á la de Atocha
por estar más cerca de un santuario. En casa
leen el Año cristiano y la Biblia. Él tiene que
explicar á su mujer algunos pasajes y lo hace
con unción y prosopopeya. Por ejemplo: «Tu
esposa será como una parra fecunda en el recin-
to de tu casa; al rededor de tu mesa estarán tus
hijos como pimpollos de olivos.» (Salmo 127).
«¡Esto, — dice don Estanislao á sus hijos, — lo pa-
rece, mas no está dicho por vosotros!» Cuando
llega la noche se reza el rosario y tres Padre-
nuestros para que jamás se le ocurra al Direc-
tor de Rentas enviar á tan buen cristiano la ce-
santía. ¿Pero hay muchos como don Estanislao
en Madrid? El conde de Canga Arguelles y don
Claudio Moyano, quizás. ¿Y, ahí, en París? ¡Oh,
seguramente ninguno! prima.
Tu cariñosísimo,
Fkrnanflor.
#
LA CASA DE PEDRO LÓPEZ
(contihuac ion)
— Pero, hombre. Luís, ¿qué es eso? — se atre-
vió á decir uno.
— ¿Cómo vives? — preguntó otro.
— Que el diablo me lleve si os entiendo. Vivo
independiente, en compañía de un criado: salgo
poco y trabajo ocho horas diarias. Por cierto
que... ¡Oid!
Y á continuación referí cuanto sabia de mis
vecinos y las impresiones que éstos me produ-
jeran.
Todos .soltaron la carcajada.
— Por fin, ¿me explicaréis? — dije desconcer-
tado.
— ¡Infantas, 109! ¡La casa de Pedro López,
como la llaman por ahí! — respondieron todos á
un tiempo.
— ¿Y qué tenemos con ello? — repliqué con la
mayor sorpresa.
— Que has caído en la trampa, en el garlito.
¡Te han cazado como á un conejo!
— Pues bien, sí; os juro que ignoraba...
— Tú serás allí, de fijo, la única persona de-
cente.
— Pero, hombre, tú, tan corrido; tú, el nove-
lista, el fotógrafo á la pluma, de nuestra socie-
dad, no sabías...
— Lo sabe todo Madrid.
—¡Ja, ja, ja!
— ¿Ignoras también quién es ese Pedro López,
tu casero?
—¡Ja,
.!<% ]a
Soltaron una carcajada más estrepitosa que
las anteriores. Yo, ciego de furor y de ver-
güenza, cruelmfmte herido en mi amor propio,
les grité levantándome de un salto:
— Pues bien, sí, lo sabía, lo sé todo; de
intento me he metido en esa casa... porque...
como soy novelista... y para escribir buenas no-
velas es indispensable la observación, la... expe-
rimentación...
El despecho no me dejó concluir, y salí sin
pagar la cena medio consumida, cuyo importe
debieron de satisfacer con gusto mis amigos á
ti-ueque del buen rato que los diera.
Vagué por las calles, sin dirección ni con-
ciencia do ello, como proyectil arrojado de un
obús, y con una idea fija en el cerebro.
— Pedro López... — ^me decía, — ¿quién será
ese Pedro López?... López... López... López de
Ayala, López Guijarro, López Bago... no, ese
no es, estaba en el café, y además, se llama
Eduardo... López el de los chocolates, tampoco,
ese es otro López... Pues, señor, apenas habrá
López entre los españoles, todos los descendien-
tes de los antiguos Lopes, ó lobos, ó lo que
fueran... Lo menos hay diez mil; conque...
¡échese V. á buscar! Decir López es como no
decir nada; y en cuanto á Pedro, el nombre de
pilado mi casero, de mi pesadilla, mejof dicho...
desde el gallego del cuento, que apenag se
llamaba Pedro, hasta D. Pedro Calderón de la
Barca, es decir, toda la escala de los Pedros...
pues, ¡adivine V. al Pedro en cuestión! Pacien-
cia Luís, mucha paciencia; no tienes otro reme-
dio que volver al café de Lisboa, á ver si esta
vez eres más afortunado. ¿Qué hora tenemos?
La una menos cuarto. Ya habrán concluido las
funciones en todos los teatros. Vamos allá.
El café de Lisboa estaba, si se considera lo
avanzado de la hora, bastante concurrido. Va-
rias personas cenaban en distintas mesas, for-
mando grupos, charlando tranquilamente unos,
discutiendo y alborotando otros. Me dirigí al
mismo camarero de antes, repitiendo la pre-
gunta:
— ¿Ha venido D. Pedro López?
— No, señor, no ha venido; es una rara casua-
VIDRIERA DE LA IGLESIA DE SAN VICENTE DE RÚAN
lidad, viene todas las noches, yo soy quien le
sirvo.
• — Traéme una chica clara, y como le veas
entrar, avísame.
Tomé un periódico, encendí un tabaco; mi
casero no parecía. En el café, de fijo, habría más
de un López; pero el que yo buscaba... ¡á ese
había que echarle un galgo!
Al cabo de media hora, cansado de fumar y
de beber, resolví ir á acostarme, con objeto de
madrugar y sorprender á mi López en la cama,
si es que dormía en ella.
— Como quiera que sea, — iba diciendo camino
de mi casa, — si mañana no le veo, pasado me
mudo á cualquier parte, y renuncio á la fianza,
y al pico de este mes, y salga el sol por Ante-
quera.
VII
Esta vez, dando razón á la portera, la casa
estaba como una balsa de aceite; ni un rumor se
oía en la escalera, ni en los cuartos, ni en el
sotabanco. Ramírez dormía como un lirón, sin
haber equivocado el dormitorio; sin duda no
carecía de fósforos. Nadie hubiese sido capaz de
adivinar que allí se albergaba gente inmoral y
truhanesca, de malos antecedentes y peores cos-
tumbres. Tanta quietud casi daba miedo.
Entré en el gabinete, con un fósforo en la
mano; encendí la bujía; tiré sobre un sillón la
capa y el sombrero; di cuerda al reloj, colocán-
dolo después sobre la mesa de noche y empecé
á desnudanne.
Apenas me hube quitado la levita, un violento
campanillazo, brusco y nervioso, me estremeció
de pies á cabeza.
— A estas horas... ¿quién será? ¿qué me que-
rrán?— dije sobresaltado. — ¡Voy!
Un segundo campanillazo, más violento que
el primero, me ahogó la voz.
Cogiendo la palmatoria y un pesado bastón,
me lancé á abrir.
Un hombre y una mujer, azorados, convulsos,
las ropas en desorden, se arrojaron, no entra-
ron, dentro de mi habitación, cerrando la puerta
tras ellos. El hombre, calvo, de mirada pene-
trante y repulsiva, contaría medio siglo; la
mujer, un prodigio de hermosura y de candor á
juzgar por la apariencia, unas diez y siete pri-
maveras; metida en aquella casa, me pareció un
lirio entre cardos ó una perla en un muladar.
Venía aferrada al brazo de su padre, y presa
de un convulsivo temblor, se adhería instintiva-
mente á él como si la amenazara un gran pe-
ligro.
(Se continuará.) Juan Tomás Salvany.
LA:¿NIEVE EN BARCELONA
U CéMcti» d«l r«rqu*.— Uo detalle del Puerto.— KaMclóa del ferrootrrU de Zaragoza {V» fotografl»)
LA NIEVE EN BARCELONA
El Pueo de Gracia.— Paseo de Colón.— El lago del Parque.— Una puerta del mlamo.— ¿Transeúnte ó oorlosa?— Plaza del Tealio (Dibujo de Asarta)
1»4
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
LECTURAS
A MUCHOS Y A NINGUNO
Todo buen cindadano qne crea en la solidari-
dad de los intereses sociales debe reconocer im-
portancia al estudio de la vida intelectual de su
patria. Examinar con cuidado y constancia los
síntomas de la necedad pública no es hacer
alarde de pesimismo ni poner cátedra de Herá-
clito 6 de Jeremías. — ¿Para qué hablar de los
tontos ni siquiera de los insignificantes? — pre-
guntan muchos á la crítica literaria. Cuando la
nulidad pasa plaza de medianía no hay más re-
medio que atender á ella, sobre todo en un país
en que á eso que se estima medianía se le con-
sagra las alabanzas que sólo merecen el talento
superior y el genio.
No se persigue por gusto ni por crueldad á
los escritores malos, sino porque al público que
lee algo, poco, y distraído y no hace profesión
de la literatura, le presentan los periódicos in-
fluyentes á esas medianías nulas como si fuesen
autores recomendables, dignos de atención y de
estudio.
El síntoma es más grave de lo que parece. Se
habla mucho de la decadencia de los pueblos
por exceso de poder, de sensibilidad, de inteli-
gencia, por alambicamento de ideas, por neuro-
sis complicadas, por vicios quintesenciados...
pero se habla poco de la decadencia por tontera
nacional; enfermedad muy posible, y que en
parte puede ser debida hasta... al mal alimento,
y lo digo sin asomo de broma.
Recuerdo haber leído un artículo de mi buen
amigo el muy notable publicista y pensador
Pompeyo Gener (que ojalá supiera yo donde
vive á estas horas) en que se hablaba de lo mal
que solían comer algunos escritores madrileños
y de los alardes de miseria y depravada cocina
de algunos bohemios de la corte literaria. Gener
censuraba este amaneramiento, este ebionismo
literario, causa tal vez del escaso vigor intelec-
tual de muchos. Pues bien, sin insistir yo hoy
en este aspecto de la cuestión, y sin más que
reconocerle gran importancia, digo que sea por
lo que sea, por mala comida material ó por escaso
ó insustancial pasto del espíritu, ó por ambas
deficiencias, ello es que la literatura 'española,
como cosa de todos, como ambiente social, se va
convirtiendo en una marea viva de necedad su-
ficiente. Yo vivo en una atalaya desdo la cual
puedo observar perfectamente el subir de las
olas, do esas olas de tontos do pluma que ame-
nazan tragarse toda la república de las letras
españolas. ¡Qué comedias, qué poemas, qué no-
velas, qué periódicos, certificados ó no, recibo
casi todos los días!
Pero eso ,no importa, dicen los optimistas;
VIDRIERA GÓTICA, OBRA DE TRANSICIÓN.-- -RENACIM lENTO ALEMÁN: INFLUENCIA GÓTICA, EN SHREWSBUhY
siempre ha habido muchos más escritores malos
que buenos, y como ahora se ha ensanchado el
círculo de la instrucción y cunde la afición á
las letras y su profesión comienza á ser algo
recompensada en honor y provecho es natural
que la oferta sea mayor cada día y que la mu-
chedumbre de productos malos tome gran incre-
mento... En otros países sucederá lo mismo. —
¡Ay, no señores! — replico yo. — Ese es el caso.
Lo malo, lo rematadamente malo de otros países
no llega á noticia del público, porque ni él lo com-
pra ni la critica, 6 lo qne sea, se lo mete por los
ojos. Jjas medianías francesas, italianas, ingle-
sas, portuguesas, alemanas, americanas, rusas...
son verdaderas medianías. La nulidad en ningún
país culto tiene el mercado que aquí tiene gra-
cias á la indulgencia de la prensa, á la toleran-
cia no siempre desinterada de las empresas li-
terarias y á la anarquía mansa de la critica.
LoB poemas, dramas, novelas de qne yo trato
son de autores que se han visto llamar eminen-
tes, b notables por lo menos, y algunos de ellos
genios ó grandes esperanzas.
Algunos críticos 6 revisteros sonríen con ma-
licia cuando se les habla de su benevolencia
como diciendo: — ¿Qué quiere usted? Demasiado
listo soy yo para comprender lo que son maja-
derías; pero mi espíritu superior escéptico y
poiiitivo se ríe de esas niñerías de justicia y
buen gusto, imparcialidad de la critica, etc., etc.
¿Qué importa todo eso? ¿Quién cree en el arte?
El mundo va á dar un estallido. ¿Qué se pierde
por dejar contento á un ganso? Estos esprits
forts del arte no siempre son tan maliciosos y
escépticos como ellos se figuran. A veces alaban
con toda sinceridad las vulgaridades soporíferas
porque las toman con buena fe por cosa exce-
lente.
Lo que sucede á menudo con los entrenas de
los teatros importantes de Madrid es prueba de
esto... y además es un escándalo. Dramas y co-
medias de trama pobre y vulgar, sin asomo de
caracteres, inverosímiles, insignificantes y ado-
cenados, con un lenguaje pedestre, con versos
de coplas de ciego, sin pies ni cabeza, en suma,
son puestos por las nubes y á sus autores se les
llama genios ó meritorios de inmortales, y se les
dan banquetes y se les dice que van á eclipsar
el sol y á Lope y Tirso por de contado... Pero
dejo hoy esto. No quiero hablar del teatro. El
asunto especial de este artículo es la novela.
¿Recuerdan ustedes aquellas nubes de lan-
gostas poéticas que todos los años venían á nu-
blar el sol del arte en forma de rimas, doluras,
pequeños poemas y poemas desnipHios? Pues ya
no son lo que eran, ó mejor, siguen siendo lo
mismo, plagas, pero con diierente forma. Ahora
ese océano atlántico de versos se ha convertido
en un gran océano de prosa. Si, señores, toda
aquella poesía se ha disuelto en el agua chirle
de la prosa á lo Mr. Jourdain... y no hay espa-
ñol que, si quiere, no resulte novelista, largo ó
corto.
Valora lo decía con gracia pocos días liace;
para escribir novelas no se necesita más que
papel y pluma y saber escribir. Pues esta gra-
cia de Valora ya la habían descubierto multi-
tud de jóvenes amables que tal vez se disponían
á escribir su poema correspondiente cuando
llegó á su noticia que el figurín de la última •
moda literaria proscribía el verso. ¡No más
versos! parece ser la consigna de la vulgaridad,
del cretinismo literario... y ahí tienen ustedes
esas prensas de Madrid y de provincias sudan-
do prosa continua, prosa sin conocerse!
Difícil es leer un libro de versos adocenados;
yt) á lo menos, cuando pretendo llevar á tér-
mino feliz tan heroica aventura sólo consigo sa-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
135
crificarme en vano, leer y más leer, y dormirme
con el martilleo de la rima, si la hay, ó de lo
que haga sus veces... sin haber podido enterar-
me de cosa alguna. Pero la prosa que ha venido
á sustituir á tamaña poesía resiste á todas las
tentativas. ¡No, no se deja invadir por la tenta-
ción pecaminosa del curioso lector! Los versos,
aun sin dejarse entender se dejan leer. Pero
esta prosa por sufragio universal, no, no se deja
leer. Prueben ustedes y verán.
Dos formas predominan en la nueva escuela
prosaica de nuestros muchos y muy ilustres
majaderos reformistas: el cuento corto y la no-
vela descriptiva, con poco diálogo, de párrafos
largos y en la cual el autor procura, y lo con-
sigue, que no suceda nada de particular.
Cuanto más soso y para poco es un mucha-
cho, con más aptitudes se cree para cultivar la
prosa naturalista de moda (según ellos) con la
cual se ha de pintar cuanto Dios crió, pero sin
decir nada que tenga nada de particular. Hay
que ser sensible^ hay que ser natural.
Los otros, los de les cuentos cortos, son ner-
viosillos, atrevidos y creen tener una imagina-
ción como una máquina fotográfica reforñíada
de esas que retratan en un abrir y cerrar de
ojos. Pero como no quieren ser menos que los
otros en lo de escribir mucho, se desquitan de
la necesaria brevedad del cuento escribiéndolos
por docenas y hasta por millares. El caso es
que ni á unos ni á otros les ha de quedar pizca
de prosa en el cuerpo.
Entre las victimas (prescindiendo de la prin-
cipal que es el arte) de esta manía modernísima,
hay algunas que merecen un buen consejo. Para
dárselo con conocimiento de causa es preciso
leer algunos de sus libros.. Pues bien, yo los he
leído: y sin citar autores, porque en esta oca-
sión no hay para qué, voy á permitirme, ofre-
cerles varias advertencias que, ó mucho me en-
gaño, ó debieran tomarlas en consideración. Y
empiezo.
(Se concluirá.)
Clarín.
REVISTA científica
EL ESTADO DE CREDULIDAD
M. de Rochas, cuyos escritos se distinguen
siempre por su originalidad y ciencia, acababa
de publicar en la Revuerose un extenso artículo
sobre el tema arriba enunciado, del cual procu-
raremos dar á conocer á nuestros lectores lo más
fundamental, así como algunos de los hechos
observados por el autor. Damos, naturalmente,
por sentado, que se tiene alguna ligera noticia
sobre el hinoptismo, de cuyo asunto tanto se
habla en estos últimos tiempos.
Después de recordar que las sugestiones en
estado de vigilia han sido observadas después
de Braid particularmente por Philipss, Carlos
Richet y Bernheim, sienta M. de Rochas los si-
guientes puntos, basados en numerosos experi-
mentos personales practicados en cierto número
de individuos.
1." En el estado de credulidad, una idea cual-
quiera del sujeto se transforma automáticamen-
te en sensación ó en acto, según su naturaleza;
las sugestiones pueden ser á plazo. Estos fenó-
menos son pues idénticos á los que se producen
en el estado sonambúlico, salvo, quizás, que
presentan menor intensidad.
2.° El estado de credulidad es, de todas las
fases de la hipnosis, (1) la más fácil de provo-
(1) El eminente psico-flsiólogo M. Charcot divide el hip-
notismo en tres fases: cataUpsia, letargía y s<mambuH>mo; la
escuela de Naucy no admite fases sino diferentes grados de
profundidad del sueño; por su parte M. Fierre Jauet añade
tres estados intermediarios á los descritos por Charcot y traza
esta escala: Catalkpbia, catalepsia letárgica, letargía cat< lép-
tica, i.KTAnoiA, letargía soTiambúlica, sueño letárgico, ronah-
BULTSMo, soTiambiUismo cataléptico y catnlepMa fonambúliea.
A. O.
car; es intermediario entre la vigilia y el estado
cataléptico; prodúcese por consiguiente cuando
el sujeto pasa del uno al otro, sea durmiéndose,
sea dispertándose. Puede ser determinado aún
en los individuos refractarios á caer en estado
cataléptico.
3." El estado de credulidad puede ser pro-
ducido, según la sensibilidad de los sujetos, por
cualquiera de los agentes reconocidos como ca-
paces de provocar una fase cualquiera de la
hipnosis, á condición de que se dosifique con-
venientemente este agente. Puede, como los de-
MOSCOU: EL KREMLIN, VISTO DESDE LA TORRE IVAN-VELIKI
más estados, ser provocado en cada mitad del |
cuerpo separadamente. |
4." Una alucinación ó una sugestión cual-
quiera pueden ser destruidas por cualquier agen-
te que despierte, ó en otros términos, por todo
agente que restablezca la actividad cerebral.
La primera consecuencia de estas leyes es
que un individuo puede procurarse á sí mismo
todo linaje de alucinaciones y sujestiones con
solo fijar su pensamiento en lo que desea, pero
á condición de ponei'se en estado de credulidad
mediante cualquiera de los medios á ello con-
ducentes que están á su disposición.
Corolario de esto: la facilidad de ponerse en
guardia contra las sugestiones á que uno pueda
estar expuesto. No hay que reírse: ha habido
algún caso en que se ha robado por la suges-
tión de algún malvado hipnotizador, hecho que
motivó un libro en que un fiscal francés ponía
sobre el tapete la cuestión de irresponsabilidad
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Z-
13S
LA ELUSTKACION IBÉRICA
de
:-a tal que puso de malhumor á la
ma . de la vecin» república.
:n)ra cuales son esos procedimientos
pa; _ ir la sugestión.
Pueden dividirse en tres grupos: 1.° Los que
derivan de una viva sorpresa. 2." Los que reco-
nocen por origen la suspensión de los pensa-
mientos. H.* Los que se originan por diversas
acciones mecánicas.
L° Un mohihito brusco produce efecto á ve-
ces en personas muy impresionables, no suscep-
tibles de llegar á un grado más avanzado de la
hipnosis. «La orden, — dice M. de Rochas,— debe
ser corta, clarameut« pronunciada y de modo
que sorprenda al individuo; con un poco de há-
bito puédese reconocer el ligero estremecimiento
que indica que la sugestión ha ¡irendiilo. Puédese
asi, á la voz de mando, volver á la vez á toda
una asamblea de individuos ciegos, sordos, mu-
dos, cojos, paralíticos, y curarlos; quitarles y
devolverles la sensibilidad ó la memoria; hacer-
les creer que están poseídos del diablo ó trans-
formados en animales cuyos gritos y movimien-
tos imitan; hacerles avanzar ó retroceder, caer
MOLIERE ^BiuU) por Uoudon)
á tierra y levantarse, dormir y despertarse, et-
cétera. Ésos efectos son muy dramáticos y se
prodncen con tanta mayor intensidad cuantos
más individuos se encuentran reunidos, sea por
el instinto de imitación, sea por el de corrien-
tes inducidas mal conocidas todavía.»
Una luz vioa y repentina (la de magnesio,
un rayo eléctrico, etc.) pueden dinamizar igual-
mente las ideas que un individuo abriga en su
mentfl; con todo, este medio es demasiado vio-
lento y puede determinar de pronto el estado
cataléptico. Se han visto en la Salpetriere algu-
nos histéricos que caían en semejante estado
bajo la impresión cansada por un relámpago 6
por el ladrido de un perro.
A nadie ha de extrañarle que el miedo sea
una causa de alucinaciones. Memorable es la de
Job, una noJua en que se hallaba poseído de
terror « Pasando por delante de mí un espíritu,
se me erizaron los cabellos...*
Actuando sobre una masa, produce el miedo
lo que se llama el pánico, estado propenso á
engendrar las más aterradoras alucinaciones.
Una emoción viva ocasiona ¡guales resultados
que el miedo:
• BncoDtrábame en París,— dice Wlgam,— en la tertulia de
M. Bellart algunos dlaa después del fuMUmlento del mariscal
Ncy. Un ujier, oyendo el nombre de Marechal ainé (1) <Ma-
Techal mayor) anunció U. le Marechal Ney. L'n estremecimien-
to eléctrico recorrió la reunión, y oonfleso, por mi parte,
que la semejanza del principe de la Moscowa fué, duran te un
instante, tan perfecta a mis ojos como la realidad.»
2.° «El procedimiento más conocido para sus-
pender el pensamiento, — sigue diciendo M. de
Rochas, — consiste en fijar un punto brillante.»
Es lo que se llamó un tiempo el hraidismo, ha-
biéndosele quizás ocurrido á Braid por lo mucho
que habían empleado este medio los antiguos
brujos y adivinos.
A veces no hay necesidad siquiera de que el
objeto fijado sea brillante, si el sujeto es muy
sensible; basta concentrar su atención, producir
lo que Ochorowicr llama la monoideia.
U) Vton. Uanehal mí. —Marechal Né.
La misma impresión se aplica á las impresio-
nes del oído: por ejemplo, versos recitaiíos de
manera que el pensamiento se duerma por el
retorno periódico y monótono de ciertos soni-
dos; la música soporífera de los cafés árabes, el
ruido de las olas, el tic- tac de un reloj. Algunos
caen en é.Ktasis repitiendo en tono bien ritmado
el Ora pro 7wbis de la letanía.
Otras veces puede caerse en estado de credu- '
lidad mediante fricciones dulces y regidares, aun-
que á veces se obtiene en su lugar el sueño.
3.° Demuestra muy bien la influencia de la
circulación cerebral en la producción de la hip-
nosis el hecho de que basta despertar un pensa-
miento en un individuo y retardar enseguida la
llegada de la sangre al cerebro mediante la
compresión de las fauces, para provocar en
él, instantáneamente, la alucinación correspon-
diente, que cesa así que la garganta vuelve á
quedar libre.
Igual resultado se obtiene expulsando la
sangre de la coronilla por medio de la aplica-
ción de un cuerpo frío, ó bien atrayendo la
sangre á la espalda por el empleo de fricciones
enérgicas ó de un objeto caliente. La alucina-
ción desaparece, en cambio, calentando el sin-
cipucio.
La digesHón, durante la cual la sangre afluye
á la parte media del cuerpo, puede dar lugar á
iguales fenómenos.
Lo mismo sucede con la rotación. De ahí el
peligro de los walses...
«Una simple presión sobre la coronilla,— dice
nuestro autor, — es decir, sobre la parte supe-
rior del cuero cabelludo, puede determinar, se-
gún su intensidad, todos los grados de la hip-
nosis. El punto más sensible se halla en la
unión de los dos huesos parietales con los dos
frontales. Siendo los bordes de estos huesos los
últimos en solidificarse, este punto del cráneo
(que se llama el bregma) queda más particular-
mente maleable, y se concibe que una presión
ejercida allí vuelva momentáneameste exangüe
una parte de la sustancia gris, como cuando se
apoya un dedo sobre el dorso de la mano.
»Si la presión se verifica sobre el bregma
mismo, y por consiguiente sobre la línea media
del cráneo, obra simultáneamente sobre los dos
lóbulos del cerebro; pero si aprieta algo á la de-
recha ó á la izquierda, el efecto no recae sino
en la parte derecha ó izquierda del cuerpo.»
Añadamos que para desvanecer el estado
producido por las presiones basta practicar
fricciones en iguales sitios.
Hay personas en las cuales es tan viva la
sensibilidad del bregma, que basta rozarle para
determinar el estado de credulidad.
Ciertos olores y ungüentos dan lugar asimis-
mo á la hipnosis. El soplo produce igual resul-
tado dirigido á la nuca é inverso cuando se le
dirige al rostro.
Hablemos ahora de los cambios de personali-
dad, fenómeno bastante fácil de obtener. Según
M. Carlos Richet, depende de que bajo la in-
fluencia de una causa mal conocida el individuo
pierde todos los recuerdos que no se refieren á
la personalidad evocada, con lo cual éstos rei-
nan como soberanos absolutos en su cerebro,
adquiriendo una intensidad excepcional.
Parece que sólo se producen efectos intere-
santes cuando el sujeto es observador; pero no
se obtiene nada si se le habla de lo que no tie-
ne idea. Un labrador imitará muy bien á los
animales, pero .se quedará pegado si se le quie-
re convertir en un académico, por más que qui-
zás no piensen todos de este modo.
A tal extremo de semejanza llegan algunos
hipnotizados, ihistrados, en la imitación del
porte y carácter del personaje, que, según Ro-
chas, llega á modificarse consiguientemente el
de su letra. El carácter, se entiende.
Hé aquí, ahora, algunos de los experimentos
personales realizados por el autor, después de
hipnotizado el individuo, ó sea puesto en estado
de credulidad:
■ Dlgole á Benito (uno de «m «sujetos') que mire bien en el
espejo su oreja derecha y la verA alargarse, y que de un mo-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
139
mentó á otro va á tener oreJHs de asno. Al cabo de algunos
segundos ve sus orejas y las toca por encima (Je su cabíza;
acostumbrado a mis experimentos, sabe muy bien que se
trata de una alucinación y se ríe; pero afirma que no puede
distinguir lo verdadero de lo falso. . .
• Benito y Gabriela son extremadamente sensibles á la ac-
ción del éter; basta aproximar á su nariz una pildora que lo
contenga, atravesada con tin alfiler, para determinar primero
el estado de credulidad y después la liipnosis.'
Escribe, por ejemplo M. de Rociías en un
papel «.Este papel arde.» Dáselo á Benito y al
propio tiempo le hace respirar un poco de éter.
Al punto arroja el papel al suelo y pone el pié
encima, como para apagarlo. Escribe en otra
hoja: «.Sois negn,y> imprégnala con éter, y la
coloca dentro de un sobro. Entrega la carta á
Gabriela; lee ésta aquellas palabras, mientras
respira el éter, y cesa de ver.
La ceguera por sugestióji dura cinco minu-
tos, y M. de Rochas la quita soplándole en los
ojos á la joven.
Dejo para el siguiente número la exposición
de otros experimentos, que arrojan viva luz so-
bre cierta aberración que cuenta con no pocos
adeptos entre nosotros.
(Se concluirá.)
Alfredo Opisso.
EL MONÓLOGO DEL VIENTO
FANTASÍA
Acabada la misa, que aquel día se cantó con
acompañamiento de órgano, y una vez que hubo
salido la gente, restregando los pies, bajo las
altas puertas de la catedral, Alejo, el monagui-
llo, cruzó en medio de la oscuridad de las naves
sonando las corpulentas llaves del templo, y
convencido de que no quedaba ningún penitente
rezagado, hizo rechinar las cerraduras con ecos
que se dilataron por el espacio, y volviendo á su
punto de partida, metióse por una estrecha puer-
tecilla y subió torre arriba, donde vivía en fra-
ternal unión con el campanero.
A pesar de la requisitoria del monaguillo, un
bulto como de persona, parecía descubrii-se con-
fusamente echado sobre el pavimento de una
capilla. Así era en efecto. Angeles Todores, lle-
vada aquella mañana por su fe á oir misa en el
templo, habíase arrodillado cerca de la capilla
del Perdón, y de.sdo allí, sufriendo duro cilicio
en las rodillas á pesar de sus noches de vela pa-
sadas en asistir á su madre, con la oración en-
cendiendo sus labios al pasar por ellos viva y
ardiente, y su rostro de diez y siete abriles lleno
de acristaladas lágrimas, pidió salud y vida
para su madre con aquel recogimiento que con-
vierte al creyente en estatua inmóvil, orlada, al
parecer, de resplandores.
El cansancio físico, pudo más, sin embargo,
que la entereza de ánimo, y el cuerpo de la mu-
jer cayó desmayado sobre el suelo á tiempo que
el monaguillo hacía la señal, y quedó rota en
los labios la oración, como lirio blanco que tron-
cha la dentellada hoja de la sierra.
La mañana amenazaba huracán y tormenta,
pues el cielo estaba lleno de esas nubes de color
• morado que suelen cuajar á veces el granizo.
El viento, que empezaba á mugir en las torres
y en las veletas, barría hacia Poniente con fuer-
za poderosa la legión de vapores, que ora simu-
laban grandes legiones de monstruos terribles,
ora fingían espesas bandadas de pájaros sinies-
tros, y tan pronto rodaban sus cárdenas ondas
por el aire, como se desgarraban para dejar paso
presuroso á los relámpagos.
El temporal, que en el hondo seno de las na-
ves no preludiaba aún sus destemplados acor-
des, se había iniciado en las alturas de la torre,
y desde abajo empezóse á oir leve susurro de
pájaros atribulados que buscaban el resguardo
del nido, y zarandeai-se de cordeles de campa-
nas, cuyos nudos, endurecidos por el tiempo,
dábanse fuertes castañetazos, y engañaban el
oído con los golpes de un imaginario desafio
en que los combatientes tenían amarillentos
huesos por espadas.
Al murmullo confuso y fantástico que de la
alta torre bajaba hasta desembocar en las naves,
siguió un rumor más pronunciado, que á la vez
que ponía mayor furia en las espadas del desa-
fío, enviaba á la honda quietud del templo un
estrepitoso ronquido, como si la mole cristiana
durmiera ruidosamente el profundo sueño de los
siglos.
El huracán movía, ya furioso, en la altura, la
grande cruz clavada en el granito, y cerraba el
puño invisible haciendo hercúleos esfuerzos por
arrancar el sagrado símbolo do la religión.
Las escaleras de la torre, crujían, crujían
como armazón de ciclópeo esqueleto; en el borde
de las campanas rompían las terribles rachas su
bramido, y los instrumentos hablaban callando
de cosas inmensas, con la voz misteriosa y pro-
funda de los bronces.
Tan fuertemente silbó de pronto el huracán,
abarrancándose en los obstáculos que oponía á
su impaciencia la torre, que durante un momen-
to creyóse habíase troncha/lo el cuerpo pesadí-
simo del cíclope, y que sus pedazos caían sobre
el techo de las naves golpeándolas como á enor-
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CLUCK (I!u^to por Houdcm)
mes tapas de tumbas. Las matas y plantas sil-
vestres, nacidas trabajosamente en la piedra,
movíanse furiosas deseando huir del edificio, y
fustigaban su pedregosa epidermis, dando leves
silbidos de zurriagos. La escalera de la torre la
invadía con tenacidad el cuerpo del viento, en-
roscándose y retorciéndose por el caracol de pie-
dra, como si fuera reptil que bajara á derribar
las estatuas echadas en silencio sobre la blanca
cubierta de los sepulcros.
Rotas algunas ventanas por el viento, la ma-
rejada llenó las vastas naves del recinto, y los
ex-votos colgados al lado de las imágenes, los
paños del altar bordados de hermosas flores de
oro, las negras y severas lámparas bajando de
los cielos, suspendidas como estrellas de inter-
minables cadenas, y los cuadros colgados de los
muros, donde la religión trazó con inspirado
pincel las escenas de santos y profetas, empeza-
ron á oscilar en medio de un arrebatado torbe-
llino, que tan pronto alzaba la capa de polvo
tendida sobre algún cornisamiento desde la re-
mota construcción del templo, como estremecía
las cerradas puertas de altares y capillas, tal
como si hubiera llegado terrible invasión de es-
cépticos y herejes que ansiaban tomar los recin-
tos y saquear despiadadamente el edificio.
La racha suelta y caprichosa que ondeaba á
su antojo por el templo, rodaba violenta sobre
el teclado del órgano sin poder arrancarle el
ronco Miserere que debía acompañar la espan-
tosa hecatombe de las columnas. Pasaba sin po-
der dispertar la serie de notas dormidas en el
instrumento, daba una vuelta por la nave cho-
cando en algún cuadro que hacía tabletear sobre
el muro, y persistente en su deseo, volvía á ro-
dar sobre el teclado, como esos ejércitos de go-
londrinas que trazan círculos sin cuento junto
al remate de los cimborios hasta coger la embo-
cadura al estrecho nido colgado del peñón.
La tormenta sonó entonces fuera de la igle-
sia, y aquel choque de aires contrapuestos en
que desahogaba la tempestad, atronó la terrible
mole, que cogió el eco sonoro y lo hizo correr
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ABDUL RAHMAN.IEMIR^DEL AFGANISTÁN iKetrato por C Haaz)
142
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
por I«s naves con nn tremendo mido de terre-
moto.
Los relámpagos abrasaron por an momento
la ¡írleída. v penetrando por las ventanas, rasga-
ron la sombra dormida en el recinto, que pare-
ció quejarse al chocar en los millares de filos de
la Inz.
A este pnnto, los silbidos cada vez más pro-
nnnciados del viento, los horribles palmetazos
de los cuadros en las paredes, el escarceo de
trastos volcados por el snelo, y las cien placas
metálicas que vibraban sin saberse dónde con
destemplados dobles de campanas, dispertaron
llena de incomprensible terror á la penitenta,
qne poco á poco diAse cnenta del lugar en que
se hallaba. Corrió, como pudo, hacia una de las
pnertas. para salir atropelladamente, pues creía
que se le venia encima el edificio, pero era im-
posible la salida por ningún lado de la iglesia.
Se aumentó entonces su terror. ¿Qué habría sido
de su madre durante su ausencia? ¿se habría
agravado en su enfermedad? ¿pero qué tiempo
habla estado sin sentido? Llamó, golpeó con fu-
ria las maderas pidiendo vinieran en su auxilio.
Sn voz se perdía entre el confuso ruido del vien-
to, que alzaba trágicos clamores en la iglesia.
Huyó apresuradamente á la capilla para im-
plorar, puesta en cruz y de rodillas, quiso rea-
nudar la oración comenzada, y abriéndose al pa-
recer la tremenda cúpula al resonar de un es-
pantoso trueno, hundió los aires una luminosa
linea vertical, y la centella fué á reducir á pol-
vo el cuerpo delicado de la joven.
— ¡¡Ahü — exclamó dando un inmenso gritóla
mnjer al salir de su sueño, echando los brazos
á su madre, que se hallaba cerca del lecho.
— ¿Otra vez el ataque?— dijo ésta con ternu-
ra, acostumbrada á las repentinas sacudidas de
la enferma.
— ¡Qué sueño más horrible! — murmuró tré-
mula de espanto la joven, sin separar los brazos
de su madre. — ¡Soñé que me hacia pedazos un
rayo! Mira, toda\'la andan por los muros las
sombras de la iglesia.
Efectivamente, la mariposa que alumbraba la
estancia, chisporroteando casi moribunda, pro-
ducía confusas sombras, que trazaban repenti-
nos paisajes de tinieblas en las paredes.
S. Rueda.
-*-
EL ESCORIAL
Resuena en el marmóreo pavimento
del medroso viajero la pisada,
y repite la bóveda elevada
el gemido tristísimo del viento.
En la Historia se lanza el pensamiento,
vive la vida de la edad pasada,
y se agita en el alma conturbada
supersticioso y vago sentimiento.
Palpita aquí el recuerdo, que aqni en vano,
contra su propia hiél, buscó un abrigo,
esclavo de si mismo un soberano;
Qne la vida cruzó sin un amigo,
águila que vivió como un gusano,
monarca que murió como un mendigo.
Vicente Riva Palacio.
*
A UN ARTISTA
Al tibio rayo de argentada luna,
cuando brilla la verde primavera,
cuando derraman en serena noche
sn fulgor en el cielo las estrellas,
y las movibles ondas de los mares
lamen del puerto las labradas piedras
con sus besos de espuma, cuando todos
los seres que se agitan en la tierra
duermen en su regazo, y apacible
reposa la feliz naturaleza;
en esa calma tierna despertando
la fantasía cobra vida y sueña.
En esas horas, cariñoso amigo,
de quietud y silencio, estar en vela
es dulce al solitario pensamiento
qne mi cerebro con su llama quema
cuando, de día, acorralado vive
de triste realidad tras las barreras;
cuando hastiado de prosa de la vida,
cuando ahito de luchas y miserias,
sobre sí mismo y sobre el mundo se alza
hasta el éter azul que le enajena,
batiendo sus dos alas y extendiendo
su raudo vuelo lejos de la tierra.
Artista tú, como él, abre las alas
de tu imaginación, conmigo vuela,
porque el mismo horizonte pueden juntos
recorrer á la par pintor y poeta.
¿Buscas el ideal del amor puro,
que el hombre nubil en sus siieños crea
en la candida edad? Pues deja el mundo,
ven conmigo á fantásticas esferas.
Busca en vano el artista aquí á la virgen
que soñara en su tierna adolescencia
de faz celeste y corazón divino,
como expresión de la más pura idea;
y corre tras la fimbria de su manto
si en florido sendero alcanza á verla,
con leve pié cruzar veloz y esquiva
y perderse en la lóbrega arboleda.
Esa mujer, que no consigue el hombre,
aunque obstinado y terco va tras ella,
ese ideal que escapa á nuestro tacto
cuando á nosotros la ilusión lo acerca,
en polvo á nuestras plantas se deshace
cuando se toca su beldad quimérica,
ó al ir á asirla desaparece rápida
y á las regiones infinitas vuela!...
¿Buscas el ideal de la justicia?...
Ven conmigo á fantásticas esferas;
porque ese espejo que de Dios emana
en el mundo su imagen no refleja.
El filo agudo de su augusta espada
enmoheció el favor, su faz severa
sonríe al poderoso y mira adusta
al desvalido que confía en ella
y ya de su balanza en los platillos
mucho más que el derecho el oro pesa.
¿Buscas el ideal del amor patrio?...
Pues vuelve á Roma, retrocede á Grecia,
porque en la España de Guzmán el Bueno
esa apagada antorcha ya no humea.
A placeres impuros se entregaron
las que ayer eran vírgenes austeras
extinguirse dejando esas Vestales
del fuego sacro la ideal hoguera
y el templo abandonando; ora vacío,
sus ya desiertos claustros sólo llenan
la oscura frialdad del egoísmo
y del propio interés la sombra densa.
¿La Verdad en el mundo encontrar quieres?
Pues no la busques donde no se encuentra.
Esa Diosa purísima é inflexible
tendió sus alas á la azul esfera
del socavado pedestal volando,
que en pié dejó sobre la ingrata tierra;
y en él, provocativa la Mentira
erguirse consiguió, substituyéndola,
de la Verdad con el disfraz el cuerpo
cubriéndose y la faz con la careta.
¿Buscas otro ideal? ¿Buscas la Gloria?
Ven conmigo á fantásticas esferas.
Mercaderes del arte han profanado
el santo templo, en cuyas naves suena
de vendedores el rumor siniestro
que, voceando, el noble culto afrentan.
Es el oro su Dios y sobre el ara
do al ideal se rinden las ofrendas,
cual Judas á Jesús, venden el Arte
por miserable precio: deja, deja
que corra el hombre con febril locura
tras la lasciva sed de la riqueza,
á más altas regiones, á otros mundos
conmigo asciende y noblemente sueña
Somos de estirpe superior al rico:
su material cerebro no alimenta
ni el alto pensamiento que ennoblece
ni el germen fecundante de una idea.
Su árido corazón del sentimiento
la bienhechora lluvia no refresca;
jamás del entusiasmo su alma fría
llega á sentir la vibración eléctrica.
¡Pobres ricos, artista, pobres ricos,
de oro que huye, de efímeras riquezas
que da y quita la suerte caprichosa
sólo moviendo la inestable rueda!...
En nxiestra fantasía hay más tesoros
que amontonar consigue la opulencia:
los pensamientos creadores brillan
con resplandor más limpio que las perlas,
que el oro y los brillantes; creo cielos
con mi imaginación calenturienta,
y bellos mundos tu pincel de artista
en concepciones inspiradas, crea.
Ricos somos, artista, somos ricos:
gocemos sin temor nuestras riquezas
que no dependen de falaz fortuna,
que se gozan sin miedo de perderlas.
El mundo del artista es otro mundo:
vuestras alas ligeras á él nos llevan,
lejos de los pantanos do la vida
donde se encharca el cieno que la infecta.
Volemos á los limpios horizontes
do la imaginación se enseñorea,
donde se gozan los placeres puros
que nos ofrecen su afección perpetua.
El hombre material los desconoce,
como reptil se arrastra por la tierra
y, rampante, no llega hasta la altura
donde el águila real tan solo llega.
Jacinto Lahaila.
-*-
NUESTROS GRABADOS
ÍSC0LTURA8 DK HOÜDON
UOI.lilKÍ, OLUOK, VÜLTAIRE
Fué Houdon uno <le los mis insignes escultores franceses
de la pasada centuria, brillando sobre todo en el retrato,
para cuyo género estaba dotado de singulares dotes, entre
otras una gran fuerza de observación. Iniciado por Cafflerl
en los secretosdela técnica, no tardó en aventajar á su maes-
tro, consiguiendo llevar el arte á envidiable perfección.
El método que seguía Houdon para darles vivísima per-
sonalidad á BUS modelos era no descuidar ni los más minu-
ciosos detalles, pudlendo dsclrse que fué, en Francia, el in-
troductor del naturalismo en escultura. Nuestros escultores
lo fueron siempre.
Considérase como su obra maestra el VoUaire de la Co-
media Francesa, por la admirable reproducción de la cara y
las formas del olvidadísimo autor de Merope, Alzira y tantas
otras tragedias de imposible audición hoy en día.
Esta escultura y el busto de Moliere hallánse en la Come-
dia Francesa, y el de Gluck, el creador del drama musical, en
el foyer de la Ópera.
VlDblBRAS GÓTICAS Y DBL RENACIMIENTO
La vidriera en que está pintado un paisaje y cuyo asunto
es un episodio de la vida de San Pedro, se halla en la iglesia
de San Vicente, en Rúan, formando pareja con otra. Kl color
del vidrio está en completa armonía con el sentimiento do
la escena: es invernal. Kl fondo de la pintura es de un her-
moso azul celeite, produciendo el paisaje un efecto suma-
mente aéreo. El obra del siglo xvi; gótica, pero influida ya
por la oleada del Renacimiento.
Ejemplo de transición son las dos vidrieras de Shrewsbu-
ry, probablemente de origen tudesco. La que representa un
fraile predicando, parece inclinarse por la ausencia de de-
terminado estilo en los detalles ornamentóles al gótico; la
otra, por su marco arquitectónico, refiérese mejor al gusto
del Kenocimiento.
LA ILUSTEACION IBÉRICA
143
LÁ KIETE KN BARCILOITA
Nunca la actnal generación conoció un nevasco tan fuerte
cual el que cayó aquí desde la mañana del jueves, 10, hasta
entrado el sábado, con breves intervalos de calma. En este
día y el siguiente había puntos en que la capa de nieve al-
canzaba 60 centímetros de espesor, pero en pocas partes ba-
jaba de 50. Calculóse que hablan caldo en el radio de Barce-
lona 6.30.000 toneladas de nieve.
Como era natural, dada la rareza con que ocurre aquí
semejante fenómeno, la gente se echó á la calle ó subió á las
azoteas en busca de los puntos de vista en que producía me-
jor efecto la sábana blanca que lo cubría todo.
Nunca como ahora lamento mi carencia de dotes descrip-
tivos, pues habla de regalarles á mis lectores una página dig-
na del aspecto maravilloso que ofrecíala ciudad, con sus
casas, torres, cúpulas, campanarios y miradores festoneados
de cornisas de nieve; con sus árboles fantásticamente envuel-
tos en la más deslumbrante vestidura; con sus montañas cu-
biertas de un manto de blancura nítida; con sus calles al-
fombradas como de candidísimo vellón; con el extraño
silencio de la vi* pública, sin carruajes, sin ruido de pisadas,
sin eco apenas de las voces. Fué, si, ciertamente, un espec-
táculo inolvidable, que nos hizo saborear por espacio de tres
ó cuatro dias los encantos de Irkust 6 de Tobolsk... sólo que
no estando acostumbrados á ello hubieron algunos de ver
amargada su deleitosa contemplación con resbalones y caldas
de los cuales, ¡ay! conservan todavía dolorosas huellas. . .
Nuestros grabados dan íidelisima idea del aspecto que
presentaban algunos de los más pintorescos sitios de Barce-
lona.
Como quedamos después de la nevada es Imposible pon-
derarlo. Gracias á que entre el sol y los vecinos se pudo ir
quitando, aunque muy poco á poco, la nieve, á la buena de
Dios, que de bal er tenido que esperar á que nuestros ediles
dictaran las medidas oportunas para alcanzarlo bien y pronto
de fijo que todavía estaríamos como estábamos. Exceptúase,
sin embargo, la calle de Fernando Vil y la Rambla. El en-
sanche ha quedado que da horror, más horror todavía que
de costumbre.
A la fecba en que escribimos estas lineas,— doce días
después del nevasco, — vénse todavía blancos vestiglos en
algunos solares y azoteas y no han perdido aún su frígida
corona algunas cimas de las vecinas montañas.
MOSCOU. — PERSPECTIVA DEI, KREMLÍN, DESDE LA TORRE DE
IVAS VÍLTKI
En el punto más elevado del Kremlin (d Fuerte) y domi-
nando el conjunto de palacios, templos, conventos, cuarte-
les, almacenes y arsenales encerrados dentro las murallas de
aquella imponente fortaleza, levántase nna elegante y gra-
ciosa iglesia coronada por nueve cúpulas de oro, lo mismo
que la techumbre: es la catedral de la Anunflaelón.
Esta fábrici, edificada en 1S99, fué reedlflcada noventa
años después por orden de Ivan TU, bajo la dirección de un
arquitecto mllanés llamado Heviso.
Es imposible ponderar la magnificencia verdaderamente
Oriental de este temólo.
A su lado levántase la torre de Ivan Vellki, de forma oc-
tógona, terminada por una cúpula dorada á fuego, coronada
por una cruz de oro.
En esta torre y é, diferentes alturas están suspendidas
treinta y tpes campanos.
TRylJES DE LA OPERETA DE AÜDRAK «EL GRAN MOGOL»
Esta opereta, acompañada de baile, ha recorrido ya los
principales teatros de E\iropa, siendo nna nueva muestra de
la suerte loca que tiene el autor de la Mafcota.
LOS B0RR»CH08
Cuadro de Velázquez— Dibujo deP.y Valor
«Pasar del cuadro de Las lama» á loa Borracfto»,— dice
L Vlardot,— es pasar de un poema épico á nna canción bá-
qnlca, y, sin embargo, lejos de bajar, quizás he subido... No
hay allí miÍB que nna escena picaresca; pues bien: es uno de los
cuadros de los cuales nlngunaf descripción ni alabanza pue-
den dar idea ni expresar dignamente la belleza... Hay que ver
ese cuadro, hay que volverlo á ver, y verlo sin cesar, fijar en
él la mirada, concentrar toda la fuerza de la «tención...
Cuéntase que el ineléa David WlHiie, el pintor de la OnlUna
ciega y del Bedel de Aldea habla ido exclusivamente de Lon-
dres A Madrid para estudiar á Velázquez, y que simplificando
todavía más el objeto de su viaje, de todas las obras de Ve-
lázquez no habla estudiado más que esa. Cada día, hiciese
el tiempo que hiciera, iba al museo, instalábase del cuadro
querido, pasaba tres horas en silencioso éxtasis, y después,
cuando la fatiga y la admiración le hablan delado sin alien-
to, dejaba escapar un ¡ufl del f"ndo de su pecho, y cogía el
sombrero.»
Hoy, todo el que vale, reconoce en Velázquez el primer
pintor del mundo, ó cuando menos, primua Ínter pacet.
ABDCL BAHM4K, EMTR DEL AFGANISTÁN
Acuarela de Cario» Hanz
Trátase de un bonito retrato i la acuarela, generó i. que
se presta mucho el carácter del personaje representado. El
digno emir demostró ser hombre de valor y corazón en la
guerra con los ingleses, pero no por eso deja de ser muy ins-
table BU posición, colocado como se halla su estado entre la
Kuslay lalndla.
CNA CALLE DE UUBCIA
Esta calle es la de la Platería, aunque representada sola-
mente en parte en nuestro grabado, famosa entre todas las
de la ciudad, fabricándose todavía en sus tiendas aquellos
pendientes de plata de gusto puramente oriental que las
murcianas usan invariablemente.
LA FUENTE DE LOS CURRUTACOS
(OONTIND ACIÓN )
En esto uno de los petimetres que más se
despepitaba por Tersipcore y que no perdía
nunca la ocasión de lucir la agilidad de sus
pantorrillas, exclamó levantándose:
— Señores, me atrevo á proponerles una cosa
que estoy seguro merecerá los plácemes de todos
los presentes.
— Diga V., diga V., — murmuraron los con-
tertulios.
— Que se llame á las chicas y que se baile
un minué en honor á la señora de la casa.
— Aceptado, aceptado, — contestaron á coro
los currutacos.
Doña María Luisa inclinó cortesmente la ca-
beza y articuló:
— Mil gracias por tanto honor. Estimo en
mucho la galantería de don Fermín; pero antes
les pido una benevolencia...
• — ¿Cuál? — preguntó el lechuguino, echando
mano al lente y ladeando el cuerpo como un
bailarín.
— Molestarles los oídos. Ya que se encuentra
presente don Leandro, espero que se servirá
acompañarme en el clave su preciosa canción
La duniisela, la cual me ofrezco á cantarla como
un singular obsequio á la reunión.
— Con mil amores, señora, — articuló el bai-
larín.
Don Leandro perdió los colores.
Su cara mitad sudaba tinta.
• — ¿Qué canción es esa? — preguntó el fraile
cambiando una mirada de inteligencia con la
viudita.
— Una canción muy picara, pero muy linda,
• — contestó la dama, y añadiendo: — Es de lo
mejorcito que ha escrito don Leandro.
El golilla se apresuró á contestar:
— No vaya V. á creerlo. Es una composición
muy sencilla que escribí en mis mocedades,
cuando cursaba leyes en Alcalá de Henares y
que el gran Manuel García ha puesto en mú-
sica.
— Que se cante, que se cante, — exclamaron
damas y caballeros.
— Me hará el obsequio... — exclamó doña Ma-
ría Luisa dirigiéndose al golilla.
— Pero, señora... — articuló el pretendiente
con cierto embarazo notando que no le perdía
de vista su mujer.
• — Vamos, pasemos al clave. Parece su mer-
ced un colegial.
Don Leandro ofreció la mano á la bella y la
acompañó al armonioso instrumento.
La buena de doña Cándida, que no era tan
bonachona y tan candida como creía su esposo,
saltó como una ardilla y tomó asiento al lado
del fraile, exclamando:
■ — ¿Ve? su paternidad cuanto descaro.
— No ve V. nada, señora. Esto no es más que
un saínete de D. Ramón de la Cruz.
• — Pero es un entremés que puede terminar
en drama.
Don Leandro, en tanto que la dama buscaba
entre los papeles de miisica su canción, balbu-
ceaba muy quedo y con meloso acento:
— ¿Por qué me ha puesto su merced en este
aprieto? ¡Por lo visto V. se chancea mientras
yo la digo sin ambajes ni rodeos: la amo, la
quiero y la idolatro con todos mis cinco sen-
tidos!
— Más bajo, más bajito, — articuló la dama
aparentando temor.
— ¡Sí, mucho, mucho! y V. se complace en
atormentarme, en hacerme sufrir, en martiri-
zarme poniéndome en cruz entre mi mujer y el
fraile, cuando yo le consagro todos mis pensa-
mientos, todas mis ilusiones y es...
— Más quedo, más quedo, don Leandro.
— ¡Yo me muero, señora! Soy un cordero que
lame sus pies, que vive sólo de la luz de esos
ojos...
— Que mirarán dulcemente á V., — interrum-
pióle la dama con toda la zalamería de su alma.
— ¡Cómo! — exclamó don Leandro, saltando
de la silla.
— Si V. pone en mí su confianza y me com-
place en todo y por todo, — añadió la dama gui-
ñándole el ojo de un modo especial.
— ¡Abra V. esos labios de corales! ¡pida usted
por esa boca!
— Ya se lo manifestaré por escrito. Ahora
demos principio á la canción de V., — y articuló
por lo bajo: — Imbécil, como voy á divertirme.
— ¿Se canta ó no se canta? — preguntó el
fraile desde su sillón.
— A ello voy, — contestó la viudita, haciendo
una mueca encantadora.
Don Leandro, sin saber lo qué se hacia, dejó
correr sus dedos en el teclado.
Todos los contertulios prestaron atención.
Doña María Luisa, con mucha sal, con mucha
intención y con mucho donaire, dio principio á
La dnmüela, pareciendo sus trinos gorjeos del
ruiseñor.
Las primeras frases ya excitaron la hilaridad.
La canción decía así:
Cuentan que una damisela
por escrúpulos de amor
fué á pedir consejo á un fraile,
á un fraile predicador.
Yo me acuso, padre mío,
que una noche en San Antón
besé el rostro á un currutaco
con la más buena intención.
El dominico
bajó el cerquillo,
del pecadillo
se sonrió;
guiñóle el ojo,
y él muy travieso
dicen que el beso
le reclamó.
La petimetra
cruzó su velo,
del santo suelo
se levantó;
y dijo al fraile,
muy liso y raso:
■ — Por eje paso
no paso yo.
Una lluvia de aplausos resonó en aquel aris-
tocrático salón.
Doña Cándida lloraba de pena, y el fraile se
puso turbio.
El abogado acompañó á Ja dama á su E^iento,
entre plácemes y palmadas.
El pobre diablo se daba aires de triunfador.
El carmelita le decía por lo bajo:
— Está V., amiguito, en pecado mortal. Esta
canción no es muy santa que digamos.
• — Ya me he confesado de ello. Es obra de
mis juveniles años como se lo manifesté.
En eso se abrió la puerta del salón y entra-
ron como una bandada de palomas las tímidas
damiselas, las cuales fueron á besar ceremonio-
samente la mano á fray Nolasco y á sus res-
pectivos papas, principiando poco después el
ceremonioso minué.
El fraile, lleno de impaciencia, preguntaba
en tanto 4 su hija espiritual:
— ¿Ya se ha declarado este insensato?
— Sí, padre mío; ¡y si hubiera oído con qué
ardor! Con que, señor, venga pronto el conse-
jillo.
— Mañana pásate, niñita, jior el templo y te
lo diré. Será cosa buena.
Hecho esto, el buen varón se frotó las ma-
144
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
tt08 por debajo del hábito y giró los ojos al
htime«Bt« chocolat« colocado dentro de sus co-
.^TCppoñdieiktce jicaras, sobre una ancha bandeja
'-que se destacaba encima de las arquillas que
adornaban el salón.
8ECRETILL08 tNTIM06
Al día siguiente muj- de mañanita doña Ma-
ría Luisa abandonó la granja y se dirigió á la
villa.
Envuelta en una riquísima mantilla de encaje,
que velaba sus picaros ojos negros y vestida de
negras sedas penetró nuestra dama en el templo
del convento del Carmen y se encaminó al altar
de la Virgen de la O, protectora de las mujeres
casadas, en cuya capilla, la más grande, la más
espaciosa y la más oscura del templo, hallábase
el confesonario del padre Nolasco que echaba
mano de cierto anzuelo espiritual para pescar
almas pecadoras dejándolas tan limpias de feas
colpas yde abominables pecados que pasaban
al banquete del Señor como si estuvieran aún al-
macenadas en el cielo y no hubiesen nunca mo-
rado en los pecaminosos dominios de la carne.
Doña María Luisa, rebozada en su velo, con
los brazos puertos en cruz, postróse de hinojos
en uno de los lados del confesonario de su padre
espiritual y por su espesa celosía fueron sus
bermejos labios confesando stis pecadillos espe-
rando su alma contrita, sumisa y atribulada la
bendición espiritual.
Media hora larga duró la confesión.
Cuando terminó tan religioso sacramento rezó
por lo bajo el acto de contrición, fué á besar
ceremoniosamente la estola y se encaminó á un
ángulo de la desierta capilla.
Fray Nolasco abandonó el confesonario ale-
gremente y murmurando por lo bajo:
— Pasemos del banco de la penitencia a
banco de las murmuraciones.
El monje y la viudita, que eran tal para cual,
según rezaban en la villa, tomaron asiento en
un bamco, y por sus labios, que pocos momentos
antes sólo se habían deslizado palabras piado-
sas, resonaron las de la sabrosa salsa de la mur-
mnraoiAn.
UNA CALLE DE MURCIA
Doña María Ltiíaa, con los ojos entornados y
formando un delicioso jnego de alza y baja con
los hoyos de su tentadora cara, relató minucio-
samente al fraile las visitas amorosas y apasio-
nadas declaraciones de don Leandro.
El fraile ponía unas veces cara de vinagre y
otras se esforzaba mucho para contener la risa.
Cuando la competente terminó su interesante
relato ladeó la cabeza murmurando por lo bajo:
— Ya ve V., como huyo de la tentación y bus-
co su amparo. Conque, prepare V. una lección
que obligue á andar con pié derecho á aquel
que va con el alma cojeando.
— [Ay niñifca, niñita mía,
— contestó el monje dándole
suaves palmaditas en las ro-
dillas, — advierte que aquel
que juega con fuego, algu-
nas veces se quema, y sería
muy triste, pero muy triste,
que el espíritu infernal te
tomara por su cuenta!
• — Tengo puestas muy bue-
nas barreras á mi virtud.
— [Algunas veces se asal-
tan, chicuelal
— Perderían en la lucha.
— Asi lo espero de Dios,
— contestó el fraile levan-
tando los brazos al cielo co-
mo si estuviera representan-
do un melodrama.
— Vamos, padre, conciba
usted un enredo bueno, chis-
toso y muy ladino.
— Doña Cándida está muy
furiosa...
— Ya se aplacará.
— Los celos y recelos, ni-
ña mía, la sacan de quicio.
— ¡Qué culpa tengo yo,
cuando estoy cncerradita en
casa y no me meto con la
vecindad!
— ¡Pero le franqueas la
puerta, picara mía, — amo-
nestó el fraile seriamente.
— No ponga sii merced es-
te ceño, que no lo merezco,
y exponga V. su plan.
El monje bajó los ojos, lle-
vóse los dedos á los labios
moviéndolos de una parte á
otra y después de una larga
pausa exclamó:
— ]Ya he dado con él!
—¿Cuál os?
Fray Nolasco giró una
mirada en derredor, y colo-
cando su boca junto al oído
de la dama, expuso la prove-
chosa lección que parecía
)5or su gracia especial conce-
bida por Morete.
La virtuosa viudita soltó
una estrepitosa carcajada,
ocultando la risa con su finí-
simo lienzo.
^,Te place?
— Mucho.
— Pues bien, ahora escribe
dos cartas, una para él y
otra para Cándida y me las
mandas por tu criado. Verás
como irá todo viento en
popa.
— Padre mío, será un lan-
ce delicioso.
— Eso corre de mi cuenta.
El fraile se levantó pere-
zosamente y añadió sonrien-
do:
— Ahora adiós, que des-
pués de atender al alma bue-
no es atender al cuerpo. No
eches en olvido la penitencia
que te he impuesto, aturdi-
dilla.
— ¡Qué mayor jsenitencia que separarme de
su merced!
El fraile le echó la bendición y la dama le
echó un ciimplido.
(Se continuará.) Francisco Gbas y Elias.
UHDiutWÍ: telH, 3fó-3(7, Eim Mut, Uitir. — tatrnim los derechos de propiedíd irtíslica j liUraria. — las reclamationes eo Madrid, al represeotante de esta Casa D. Nanael Plá y Valor, Apodaca, 10, 2.'
— ■ ) INSÉRTESE Ó NO, NO SE DEVUELVE NINQUN ORIGINAL (
BaTABLSaMIBXTC TlPOOIUlriCO DS B. BASBO*.— Cjaa.B OB VillAHBOBL, HÚM. 17, ENRANCUB DB 8AH Amtonio.— Bahcelona.
Año V
SEMANARIO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
ESPAÑA
ün año 12'50 ptas.
Un semestre 6'50 »
Número suelto .... o'25 >
PORTUGAL
suscrición pagadera semanalmente
Cada número. ... 50 reís.
Barcelona 5 de Marzo de 1887
CUBA T PUEKTO-BICO
Un año 5 pesos oro.
En el resto de América fijan el precio
los señores corresponsales.
EXTRANJERO
Unaño is pesetas.
Núm. 218
"^
UN DÍA APROVECHADO (Cuadro de Pickuell)
146
LA ILUSTRACIÓN EBERICA
SJJM ARIO
TiXTO.— JTodrM. OurtúM é tmi priata, por Fenianflor.— £<i
COJO dt ftdr* lófn (ooDtlnoaeión), por Juad Tomás Sal-
nuif .— ¿«ftinu.- A macho» y d ttinguno (coDtinu«clón\
por daln.—tceritta eiam/tea C ooncIusliSn), por Alfredo
OpiíM. -^ía moche de ptíUita. por José M* de la Torre.—
ifetmida^a, por J. F. Sunntu-iln ¡r Aguirre.— £< amor dt
toe «■Mm.XpowU), por Carlos Cano.— 7lcnu«u, por Kse-
qniel Sotana.— JTodefo (poesía), por José Barbsny .—Nues-
tros grabados.— ¿a yixatedctoseiimtlaeot (conlinuaclón),
por Francisco Gras j Ellas.
GaiBiDOS.- ün dta aprovechado . — Pintores australianos,
(dos grabados). —Botadura del acoratado español •Pela-
do.» en la Sejno, Tolón.- La ramilla.— Ktuia- El Kremlin
de Nljnl NoTgorod.— La gmu axnl, de Llnderhof (Ba-
Tlera)— Faena laterrumplds.— Kobles y Hayas.— Apun-
tes del puerto de Barcelona. -Modas en cinturas.- ifo*-
eon: Torre de KrcinUn é iglesia del Salvador.
MADRID
CAJITA-S .A. I«I1 I»III1^.A.
LA PIEDAD DE UNA REINA
^UERIDA Carmen: Hace algunos días se
anunció en los carteles del teatro de la
Comedia, un drama cuyo titulo fijaba la
atención desde luego por su prestigio de actua-
lidad: La piedad de una reina. Los aficionados
á la literatura sabían de quien era el drama, de
Marcos Zapata, el autor de La capilla de Lanu-
za... Como este Marcos Zapata es una verdadera
personalidad y no un siiriple versificador, per-
míteme que te envíe algunos rasgos de su ca-
rácter. Zapata es aragonés, y para saberlo basta
cruzar con él algunas palabras; el tono, la sin-
ceridad y rudeza de su acento, lo dicen desde
luego; habla con extraordinaria energía y se
transparentan su pensamiento y su corazón á
través de sus ojos que resplandecen y se fijan.
Particípese ó no de las ideas que defiende se
hace simpático, pues la íe y la entereza en sos-
tenerla son simpáticas siempre. Su fisonomía y
su persona no corresponden á este siglo; como
BU talento, parecen trasunto de alguno de aque-
llos poetas de la floresta del siglo xvii; está pi-
diendo el sombrero con pluma, el coleto y la es-
pada de cazoleta. Pero en la vida social y en sus
convicciones políticas es un perfecto hombre de
su siglo; le gusta la literatuia moderna y las
ideas novísimas; él escribe según su carácter,
pero admira lo que otros escriben con opuesto
carácter del suyo. Es decir, no tiene más preo-
cupación literaria que una: el buen gusto.
Esta cualidad del buen gusto sin duda que la
adquirió en el estudio de nuestros clásicos; es-
tudio que le hace ser castizo hasta en sus des-
cuidos. Y tan compenetrada está en su organi-
zación que no ha perdido ese delicado senti-
miento en los difíciles años de su juventud, pa-
sada en pobrezas desconsoladoras y en el trato
de otros ingenios de la bohemia.
Llegó á Madrid con veinticuatro reales en el
bolsillo y con grandes esperanzas. Como solo
sabia escribir versos, tuvo que dormir en el
Prado por las noches y alimentarse de elegías
y madrigales. Uno de los bancos de piedra del
Prado ha sido llamado el banco de Zapata. Cier-
to escritor que le encontró un día sentado en él
y comiendo le dijo: — ¡Hombre, comes en la
cama!
Pudo entrar en La Discusión y escribió allí
durante tres años. Después hizo La capilla de
JjOtiuia y efcte drama le creó instantáneamente
una reputación. El publico reconoció en aquel
autor un fjoeta varonil, inspirado, español; can-
tor de nobles ideas y sentimientos. Después es-
cribió El rastillo de Simancas. El toblatio de
Yante y algún otro drama, todos célebres por el
viííor y la espontaneidad de su versificación. Ya
con nombre y (M)n medios' para vivir, arrancado
á la poesía dolorosa de la vida bohemia, co-
rrompido acaso por haber mejorado de sastre y
de cocina, pensó en que le pusieran sus versos
en música para que le valiesen más dinero, no
para que sonasen mejor. Se hizo poeta zarzue-
lista, }•, en efecto, mejoró de posición social. El
mismo lamenta muchas veces su trasmigración
del mundo de los Calderones y Quevedos al
mundo de los barítonos y tenores; tiene como
remordimientos de haber adornado su lira épica
con laureles culinarios... Pero, en fin, tiene la
disculpa de que nadie puede resistir, sin caer, á
las corrientes de su siglo. Tal vez, como una
reivindicación de su juventud y de su alma clá-
sica escribió La piedad de una reina, que había
de darle tanta fama, sin ser representada, como
sus otras obras más famosas.
El gobernador de Madrid cuando leyó el tí-
tulo debió decirse, como todos sus gobernados:
esto debe tener alguna relación con el indulto de
Villacampa, y pidió el ejemplar á la empresa.
El empresario le llevó al gobierno y de resultas
de esta condescencia recibió orden de suspender
el estreno. Protesta del empresario, protesta del
autor, protesta del público, protesta de los so-
cios del Círculo literario y artístico, protesta de
las oposiciones liberales; interpelaciones en las
Cámaras, contestaciones del ministro de la Go-
bernación, León y Castillo, — ese que mata codor-
nices con cañón, — como decía A3'ala; reaparición
de Romero Robledo como defensor de la sagra-
da libertad del pensamiento; lectura en el Con-
greso de algunas escenas de la obra; crítica del
Presidente del Consejo, que afirma que los ver-
sos de Zapata no le han parecido tan excelentes
como se dice... Y así llevamos unos cuantos
días, y la cuestión no se acaba ni el drama se
representa. Y unos dicen: — |E1 asunto es baladí;
mentira parece que traiga revueltos á tantos
hombres serios! — Y otros: — ¡El tercer acto de
La piedad de una reina (tiene solo dos) está es-
cribiéndose por el Destino y se titula: La caída
de Sagasta!
¿Me permites, prima, que diga unas palabras
acerca del fondo de la cuestión?... Pero no, an-
tes, como sé que las mujeres preferís la narración
á las reflexiones, te contaré lo poco que sé del
argumento de ese drama. Si pudiese esperar á
mañana te le podría contar extensamente; su
outor da lectura de él esta noche en el Círculo
literario y artístico, pero eso no puede ser... Del
drama sólo sé que empieza en una torre de Sto-
kolmo, donde está encerrado un general insu-
rrecto aguardando el castigo de la ley. Este ge-
neral tiene una hija y esta hija un enamorado.
El enamorado se pone de acuerdo con la nodriza
del rey, — un rty-niño, — y ponen en la cuna del
rey un pliego sobre el cual dice: A mi madre.
La reina llega, lee y perdona; con grande asom-
bro y sentimiento de un general y de otros per-
sonajes de la corte que ya se estaban relamiendo
en la esperanza de un fusilamiento. Como te
digo todo esto pasa en Suecia; mas no parece
sino que ha pasado en España.
Y ahora, discurramos... El fondo de la cues-
tión no es si hay alusiones á la reina y al rey
y al general Martínez Campos: las' hay desde
luego; es si la monarquía hubiese peligrado por-
que se hubiese representado una sola vez el dra-
ma. No cabe duda que no; seguramente no se
hubiese proclamado la república en el teatro de
la Comedia: única proclamación grave para la
monarquía... Por otra parte: el autor elogia la
piedad de la reina; de igual modo que la elo-
gian casi todos los españoles. ¿Por qué el go-
bierno ha roto con el sistema represivo y acudi-
do al de los conservadores? Pura y simplemente
para evitar que se escriban más obras con alu-
siones políticas. Aunque tú no seas muy aficio-
nada á este género de discusión reconocerás
que por este hecho el gobierno ha demostrado
que es uu gobierno lleno de preocupaciones
conservadoras. Su torpeza es muy grande. A la
muerte del rey se creyó que la Regencia dura-
ría poco tiempo y que vendría la república;
Cánovas cedió el poder lleno de miedo, y se em-
pezó á gobernar con tolerancia. Vino el 19 de
Setiembre y el gobierno pudo ver que la revo-
lución armada no tenía sectarios: que desfila-
ban por Madrid con indiferencia los grupos de
insurrectos; vio, en fin, que no había opinión
revolucionaria. Y ¿qué hace? ¡crearla! y se hace
reaccionario en lo que todo el público puede juz-
gar y en aquello quo todo ol piiblico está inte-
resado; en la libertad del pensamiento; en las
diversiones; en los placeres; en lo que puede
hacerle más antipopular...
Las oposiciones explotarán esta cuestión y
darán al ministerio carácter reaccionario; haga
ya lo que hiciera Sagasta le dirán que es más
conservador que Cánovas. Vivía de no ser nada,
(la eterna política sagastina); ha empezado á
morir por haberse significado en algo. Lleva-
mos muchos días en que sólo se habla de esta
cuestión...
Como tú tienes muchas simpatías por la rei-
na, te doy el pésame. El gobierno con su políti-
ca la perjudica. Puesto que es monáríjuico debe
procurar que sólo se hable bien de ella: y casi,
casi, que no se hable de ella ni bien ni mal; que
el país se acostumbre á creerse solo, sin monar-
quía, sin dinastía, como si estuviese en piona
república, como si los presidentes de la repúbli-
ca fuesen Sagasta, Martínez Campos, López
Domínguez, ó cualquier otro político. En el es-
tado en que la opinión y los partidos se encuen-
tran, la monarquía debe evitar las batallas. Una
mujer y un niño son figuras tan simpáticas que
no pueden menos de inspirar respeto á nuestro
pueblo, muy sentimental y generoso. Los go-
biernos monárquicos deben explotar este senti-
miento y estimularle. Se le ofrecía la ocasión,
al representarse un drama en que aparece la
cuna de un rey niño, iluminada por la aureola
de la clemencia. Esta exhibición hecha por un
poeta de estro, práctico en los efectos patéticos,
debía resultar favorable al hijo y á la madre en
cuyo nombre se fulmina la muerte ó se concede
perdón en el palacio de nuestros reyes. Se hu-
bieran visto lágrimas en ojos de los republica-
nos y seguramente, como te decía, no hubieran
ido á tomar el fusil llorando. Yo creo que hay
políticos seriamente disgustados con Zapata
por su drama, y gozosos ponpie no se haya re-
presentado: los verdaderos revolucionarios; los
que no transigen con los reyes ni los perdonan.
Romero Robledo diciendo en el Congreso que
él hubiera subvencionado el drama de Zapata, no
era el gran cínico de otras sesiones; hablaba
como verdadero político.
Estos monárquicos, querida prima mía, tie-
nen un rey niño, guardado por una mujer, y no
saben lo que tienen. Se me viene á la imagina-
ción, hablando de esto, uno de los poemas gran-
diosos y tiernos de Víctor Hugo: La epopeya del
león. Sin duda que la recuerdas, «un león había
cogido, en la boca, sin hacerle daño, — porque
los leones son así, terribles y generosos, — á un
niño de diez años: era el heredero del trono;
porque el rey, su padre, sólo tenía otra niña de
dos años. Un guerrero heroico, que cruza por
aquel país, le dice al rey que él salvará al niño;
entra en la cueva del león que le recibe reposa-
damente, cercado de huesos roídos, y que le
mira con majestad. — ¡Dame el niño, — -le dice el
héroe, — si no quieres morir! — El león se sonríe;
le ataca el guerrero y el león le abraza, le aprie-
ta y le deja caer al suelo derramando sangre
por entre las grietas de la armadura. Después
le bebe la sangre y roe los huesos y se duerme
sobre ellos. Entonces el rey le envía un ermita-
ño para pedirle al hijo. Un ermitaño, de barba
blanca, de grande elocuencia: — ¡Dame nuestro
rey! — le dice. — ¡No! — ¡Su padre no puede vivir
sin él! — ¡Yo no podía vivir sin mi leona y me
la habéis matado! — El ermitaño tiene, al fin,
que marcharse. El rey dispone una batida. Sol-
dados y perros, sin número, rodean el bosque y
acosan al león; los soldados le diaparan sus fle-
chas; pero él sacude el cuerpo y las flechas
caen al suelo, como pajas enredadas en las cri-
nes; da un rugido; un rugido augusto; soldados
y perros huyen amedrentados. El león sube á
un monte y desde allí le anuncia al rej' quo irá
con el niño á su palacio para devorarlo allí mis-
mo. Al romper del alba entra en la citulad; las
gentes huyen; las murallas están desiertas, na-
die se atreve á resistirle. Avanza, con el niño
desmayado en la boca. Las puertas del palacio
están abiertas: el rey quiere á su hijo, pero te-
me al león; y además, debe conservarse para su
LA ILUSTEACION IBÉRICA
147
pueblo. La fiera se disgusta; espera, lucha y
tendrá que comerse al príncipe sin lucha ni tes-
tigos; entra en el salón del trono, recorre todas
las habitaciones y, por fin, escoge un sitio para
comerse al niño... De pronto se queda sorpren-
dido y estático. Ha oído una voz infantil, ange-
lical, llena de alegría y de seducción: entra en
la alcoba de donde sale la voz y ve una niña de
dos años (la hermanita del príncipe) con el cue-
llo, los pies y los brazos desnudos; de ojos azu-
les como el cielo, sólo vestida con su camisita.
El león avanza, estira su cuello y presenta su
enorme cabeza por encima de una mesa llena de
juguetes... ¿Qué pasó entonces? La niña gritó
juntando sus manitas: — Mi hermano, mi herma-
no,— y luego amenazó terriblemente al mons-
truo con su lindo dedo. Y el león dejó caer con
suavidad en la cuna de seda y de encaje al prín-
cipe sentenciado y dijo á la niña: — ¡Ahí le tienes!
¡Xo te enfades!-» — Esta es la epopeya.
Querida Carmen: el pueblo español, casi todos
los poetas lo han dicho, es vin león; un león como
el de Víctor Hugo. Por eso te decía: — No saben
los monárquicos lo que tienen con tener un rey
niño. Por más que los políticos desprecien el
sentimiento, no cabe duda que el- SMitimiento
es un gran resorte de la política.
Entre tanto, para más digna conclusión, co-
pio la carta que la reina encuentra en la cuna
de su hijo.
«Escucha, madre querida,
oye á un ser todo candor,
recién entrado en la vida,
quo es alma á la tuya unida,
como el capullo á la flor.
Cuando se encamó mi esencia
en la impureza del suelo
le dijo la Providencia
esta profunda sentencia
desde las puertas del cielo:
• ¡Vida de reyes te dil
iXen en cuenta mi bondad I
pues sólo espero de ti
que te asemejes á mi
en un rasgo, len la piedad!
iSi quieres mi bendición,
sé afable de condlciónl
iDichosoel Rey que perdona!
■ Desdichada la Corona
que necesita psrdónl>
iTú que ejerces, madre mia,
hoy a mi nombre el gobierno,
muéstrate clemente y pia
y conságrale este día,
en holocausto al Eterno!
Toma un pliego de r*pel|
y dulce como la miel,
y sin demora ninguna,
estampa el indulto en él
y ponió sobre mi cuna.
Y me verás sonreír
cou delirante embeleso,
y á tu regazo acudir...
ly en tus labios imprimir
mi gratitud con un besóla
Tuyo,
Eebnanflor.
LA CASA DE PEDRO LÓPEZ
(CONTINnAGIÓN)
— Perdone V., — dijo el hombre de la calva,
-si nos entramos en su casa á tales horas, sin
PAISAJE AUSTRALIANO (Cuadro de Patcrson)
previo aviso ni presentación alguna. Soy el
prestami.sta de al lado; creo que los vecinos de-
ben ayudarse en ciertas ocasiones...
— Ya tenemos en campaña á otro vecino, un
usurero, otro tunante, — dije para mí, inquieto y
sorprendido de semejante escena. — Pero sepa-
mos al fin, ¿qué ocurre? — pregunté en alta voz.
El pobre hombre miró con azoramionto á
todos lados.
— ¿Tiene V. ladrones en casa? — profirió, cas-
tañeándole los dientes.
— ¡Tal vez! — respondí mirando cou fijeza al
usurero.
— Es que yo... ahora mismo... nosotros...
Cuéntaselo tú, hija mía, que á mí me tiemblan
las carnes.
— Tranquilícese V., vecino: tomo V. asiento,
señorita, y cuéntenos...
— No hay tiempo quo perder; os necesario
registrar la casa, ahora mismo.
— Sosiégúese V., papá, — dijo la joven con
adorable acento.
— Respondo do quo aquí no ha entrado nadie,
— añadí con firmeza.
— Sin embargo, oigo ronquidos.
— Es Ramírez, mi criado, que duerme como
un bendito, ahí, tras ese montante.
El prestamista pareció tranquilizarse hasta
cierto punto y preguntó:
— ¿No ha venido V. hace un momento de la
calle?
— Si, señor.
— ¿Lo ve usted? Lo he oído... ¡Si sabré yo
quien entra y sale!
— No comprendo...
— Dígame V., por favor, ¿ha entrado alguien
con usted?
— Nadie, que yo sepa.
— Y en la escalera, ¿ha visto usted?...
— Los peldaños, las paredes.
-^¡Es particular! Pues entonces estaban es-
condidos... ¡Ladrones tenemos!
— Pero ¿dónde?
— ¡Qué sé yo! En cualquier parte. A poco de
entrar V. llamaron á mi puerta, con cierto sigi-
lo. ¿Verdad; Rosa?
- — Sí, papá, todavía se me crispan los ner-
vios.
— Y con motivo. Figúre.se V., vecino, un lla-
mamiento á semejante hora es para asustar á
cualquiera. Yo no me atreví á salir, salió ésta,
y... El caso es que con el su.sto se me pierden
las palabras... Cuéntalo tú, hija mía, tú eres más
valiente.
La joven se volvió hacia mí, embriagándome
con su hermosura, y dijo:
— Apenas oí que andaban en la puerta, salté
de la cama, tomó una luz, me eché esta bata
encima, y así como estoy, salí á mirar por el
ventanillo: entre la oscuridad de la escalera me
pareció distinguir un hombre de mala traza,
disfrazado de militar. — ¿Quién? — pregunté,
temblando. Y una voz ronca, desde fuera, res-
pondió:— ¡Degollada! Di un grito de espanto, la
luz se me cayó de la mano, quise huir y tropecé
con papá, que me había seguido hasta la puer-
ta. Al mismo tiempo sonaron pasos desiguales
en la escalera, como si el ladrón, fnistrado el
golpe, se diera á la fuga. Fuimos por otra luz, y
al cerciorarnos de que ya no había nadie, im-
pulsados del miedo, nos hemos atrevido á lla-
mar á la puerta de V., el único vecino que. nos
inspira confianza y cuya visita deseábamos.
— Lo celebro, — respondí inclinándome, — •
aunque lamento, señorita, la ocasión que nos
aproxima. ¿Está V. segura de cuanto acaba do
referirme?
— Segurísima.
— ¿No le parece á V., vecino, muy sospecho-
so todo eso?
— A decir verdad, en esta casa no me extraña
nada.
— ¿No le parece á V. que un hombre, á talos
horas, disfrazado de militar, tentando una
puerta que no es la suya, no viene con buen fin?
— Así al menos lo parece; con todo, se dan
casos...
— ¡Oh! y tendrá cómplices, apostaría' un perro
chico: un hombre solo no se mete asi, á humo
de pajas, en una ratonera.
— Papá, son las dos de la mañana, estamos
molestando á este caballero; eso no será nada.
(Se continuará.) Juan Tomás Salvany.
*
LA rAMILIA (Cnadio de Mlgnel Ángel Lnpl.— Dibujo de P. y Valor)
150
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
LECTURAS
A MUCHOS .Y A-.NINGUNO
(coiminiAOH»)
Por todas partes se oye ahora maldecir de los
poetas de poco vuelo, de los libros de poesías
adocenados, obra de incautos imitadores; y has-
ta esos críticos ó revisteros que tienen por todo
critorio aeigcár la moda, y contra viento y marea
qxiieren ser graciosos, ligeros y moclemisimos,
dicon mil chistes, siempre elegiacos, contra la
picara mania de escribir en verso. Pero, |ah se-
ñores! como dicen los diputados, ¿dónde deja-
mos la mania de escribir en prosa?
Está brotando una generación, que no es es-
pfintinea, ni mucho menos, de novelistas cortos
•'< largos no menos formidable por su muche-
dumbre y por su anemia intelectual que aquella
multitud de poetas de que ya todos nos reimos.
*En poesía no caben medianías:» se repite.
Según y conforme. Mediaciones verdaderas sí
caben, y hasta son necesarias, y, sobre todo, son
natural producto de la especie; lo que no cabe
en poesía son nulidades disfrazadas de media-
nías.
Pero esas tampoco deben ser admitidas en la
novela. Y, sin embargo, entre nosotros hay
muchos críticos y una parte del público que to-
leran, ¿qué digo? que aplauden con entusiasmo
las obras de tales nulidades, llamadas por los
más exigentes medianías, y por los más bobali-
cones jóveite» que comienzan por donde otros aca-
ban, escritores de porvenir y hasta... restaura-
dores de la novela.
Ha llegado á tanto la locura, mejor diría, la
necedad, que en alguna parte se ha brindado
contra los que se van y por los que vienen, y
ocupan el puesto de los otros. Vamos despacio,
señores, vamos despacio, que vienen muchos ca-
balleroQ particulares que así son artistas como
yo zapatero; y entre lo poco que entiende el
vulgo y lo crédulo que es y lo mucho que le en-
gañan algunos periodistas, vamos derechos á
una bancarrota literaria irremediable.
Dejo el teatro que me haría poner el grito en
el cielo.
Se trata de la novela, nada más que de la no-
vela. Entre los revisteros mal intencionados y
envidiosillos y el dichoso naturalismo de pren-
dería que anda por ahí de café en café, de pe-
riódico en periódico han producido estas pléya-
des de escritores prosaicos que si ya son dema-
.siados, con ser de ayer, ó de hoy, dentro de po-
co llenarán la península.
Más de diez enemigos nuevos tengo yo á estas
horas por culpa del renacimiento de nuestra no-
vela.
Puesta la novela á renacer por los críticos de
misa y olla, se han creído obligados revisteros
y novelistas flamantes á demostrar el dichoso
florecimiento por medio de una abundante cría
de narradores novísimos: los unos, los reviste-
ros, se prestan á poner el marchamo de nove-
lista al primero que se presente, y los otros, los
de la cría, se dejan declarar artistas en prosa, y
en su credulidad de ramos floridos de esta pri-
mavera convencional, escriben como un deudor
libros y más libros.
El novelista moderno es muy trabajador, y
como no cree en la inspiración, y hace depen-
der la fecundidad de un buen sistema higiéni-
co... tenemos en consecuencia una porción de
malee, por ejemplo, que el novelista moderno
con su -salud de roble vivirá muchos años y to-
dos ellos los dejará señalados con un rastro de
tinta comparable á la vía láctea en extensión.
cHay que vivir de lo que se escribe,» este
drif^a de lo« « " 'moi> complicado en este
..trf.- «Hay qu : todos los días poco 6
L'O,* (la \,ijr resultado esos miles de pá-
-♦fsimai llenas de letras de molde, este-
pa- gi in. limiento, forma desconsolado-
ra, h.'isti. -i bien se mira, de la necedad
iiumana, sosa, fría, seca, gárrula. Después de
U>(¡n, son inocentes estos buenos hombres, y,
sin embargo, no se les puede tener lástima, y el
remordimiento que de aquí nace aumenta la an-
tipatía.
In illo tempore había ciertos krausistas, de
los que llamaba Canalejas (don Francisco, por
supuesto) attachés, que tenían por cierto que el
filósofo no necesitaba tener talento y que aun
ésto le perjudicaba; y añadían los tales, oyendo
campanas y sin saber dónde, que se debía leer
muy poco para llegar á la sabiduría. Semejantes
absurdos repugnantes se parecen á lo que pien-
san nuestros naturalistas de portal, los attachés
del realismo, respecto de las condiciones psico-
lógicas del novelista y las retóricas y estéticas
de la novela. Para ellos no hace falta saber in-
ventar, la imaginación sobra ó poco menos; la
n
RUSIA: LA TORRE DEL KREMLIN, EN NlJNl NOVGOROD
inspiración es un mito de la psicología vulgar; el
genio una farsa; el verdadero genio ea la pa-
ciencia; la musa, la asiduidad en el trabajo.
Combinad estas ideas con un poco do positivi.s-
mo de boticario ó de orador de sección y saldrá
un revulsivo infalible.
Llegan á mis manos novelas y más novelas
de caballeretes desconocidos; todos dicen lo
mismo, es decir, no dicen nada. Creen que es-
criben libros suyos y no hacen más que coser
reminiscencias de lecturas buenas y malas; poro
al cabo malas todas, en cuanto lecturas, por
culpa del lector incapaz de sacarle el jugo al
libro bueno. Madame Buvary (de quien todos
ellos hablan) es una novela adocenada, tal y
como la pueden entender ellos; ni más lu menos
que Shakespeare y Cervantes han servido para
que con motivo de ellos se dijeran las más ras-
treras vulgaridades que constan en los tremen-
dos archivos délas letras cursis modernas. Esos
novelistas nuevos creen estudiar la realidad y
están pasando i'ovista ú las borrosas imágenes
de sus reminiscencias frías y secas y supei-íi-
ciales.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
151
Yo conozco personalmente á Fulanito y á
Menganito y á Zutanito que son unos majade-
rea en todas partes, verdaderos cretinos, ¿por
qué han de ser hombres de ingenio cuando es-
criben? No lo son. No podría ser y no es. Pero
vaya V. á decírselo á ellos.
A ellos que tienen argumentos de autoridad
y de razón para defender sus novelas.
La autoridad, ¡oh! la resJDetan muchísimo,
creen en la disciplina.
Novelista hay de estos que cree pertenecer
á una escala cerrada, como las de los cuerpos
facultativos. Yo le he oído decir más de una vez:
— Nosotros, los naturalistas, ascendemos en
una especie de escalafón cerrado, por pasos
contados, como los ingenieros y los artilleros.
Los idealistas son como la infantería, á lo mejor
un trompeta salta á general. Natura... lista non
facit saltum.
(Se continuará.)
Clarín.
EN LA CHOZA (Cuadro de Ashton)
REVISTA científica
EL ESTADO DE CREDULIDAD
(cONCLÜStóN)
HalIáhaiiHe reunidas muchas personas en mi easa,— dice
M. de Rcichas; — hago venir enalro sujetos y después de algu-
nos experimentos de polaridad, anuncio que voy á tratar de
reproducir una ascención de mesa...
Para preparar el espíritu de los espectadores doy algunos
pormenores sobre ese lina¡e de experimentos y muestro la
realidad de la corriente determinada por una cadena hu-
mana.
Pongo entonces un lápiz sobre una mesilla; nos coloca-
mos al rededor cogiéndonos de las manos y digo que voy á
concentn-; .ni voluntad para que la mesa se eleve hasta el
techo, se pegue allí y el lápiz escriba en gruesos caracteres:
KHáis convencidos .
_ Al cabo de un instante, afirmo que siento pasar una co-
rriente y que veo vacilar la mesa, y exclamo luégo: «Hela ahí
como se levanta... ya sa ha pegado al techo.»
Tolos los sujetos la vieron también y leyeron la inscrip-
ción; creo bien, á juzgar por la expresión de sus semblantes,
que ciertas espectadoras que no estaban en el secreto hicieron
otro tanto, pero no quise hacerlas confesar su estado.
En cuanto á los cuatro sensitivos, hice que hablasen entre
sí de manera que confirmasen, con sus testimonios recípro-
cos, la realidad del fenómeno, sobre cuyo asunto no lea edi-
fiqué basta máa adelante.
Entiéndase que M. de Rochas'no hace más
que referir hechos. Vaya otro:
lie dicho ya que Maria ve espíritus cuando está en el sue-
ño magnético; uno de aquellos con los cuales se encuentra
habitualmente en relaciones es el de un antiguo vecino de
so barrio, M. V.
Habiendo llevado á Benito á ver una de esas sesiones de
espiritismo, preguntóle si ha conocido á M. V. y me responde
que no. "Buenoi voy á enseñártelo. Toma, helo ahí. «—Le
vé, dlspóneseá hablarle.- •¿Esmuyalto?- |0h, sll-¿C6mova
vestldo?-Todo de negro.— ¿De frac ó de levita?— No veo
bien.- Alárgale la mano y dlle que te produzca una con-
tractura »
Tiende la mano y la mano experimenta una contractura.
— «Díle que te dfsconíracíure.» — La mano recobra su estado
natural.— «Pregúntale si ha^conocidoá tu padre. "—Entáblase
un diálogo entre Benito y el eíplritu.
Maria sigue esta escena con profundo asombro. Mandola
de pronto que vea también; ve. — «¿Es alto?— No. ■— Siguen
entonces unas peñas bastante vagas y diferentes de las que
habla dado anteriormente Benito, quleu contiuúa hablando
en el vacio.
Hago igualmeute que entre en contractura la mano de Ma-
ría y que luégo desaparezca la contracción.
Iguales fenómenos con Rosa que estaba también alli y se
burlaba de los dos alucinados.
Manifiesta luégo M. de Rochas que ha su-
gerido muchas veces á diversos individuos el
tener sueños determinados, comprobándose su
realización por las manifestaciones hechas por
los hipnotizados al despertar.
La facilidad para caer un individuo en el es-
tado de credulidad, es tanto mayor cuanto más
repetidamente se sujeta á esta clase de experi-
mentos, lo cual se comprende bien por la exal-
tación que necesariamente ha de sufrir su sen-
sibilidad. Algunos llegan á tal extremo que aun
en estado normal se les puede hacer creer cnanto
se quiere (1).
El estado de hipnosis puede transformarse en
otro más avanzado; un sonámbulo puede caer en
letargo; un individuo en estado de credulidad
caer en catalepsia.
Si la sugestión ha sido bien practicada, le es
imposible á un individuo sensible distinguir la
realidad de la alucinación que se le ha sugerido.
No citamos ejemplos para no repetir lo que to-
dos los periódicos han dicho ya; sugerir á un
individuo, adulto, que es un niño, etc.; conven-
cerle de que es ciego, no siéndolo; de que tiene
un objeto entre manos, estando vacías; de que
huele algo, que no es nada, etc., etc.
Grado de potencia de las sugestiones. — Puédese,
por un procedimiento cualquiera, sugerir á un
individuo la imposibilidad de franquear una lí-
nea trazada en el suelo. Acuérdese ó no se acuer-
de de la sugestión, una vez llega á la línea con-
tinuará moviéndose de medio cuerpo arriba, pero
las piernas quedarán inmóviles como clavadas
en el suelo.
Esos fenómenos de inhibición dan lugar,
como dice M. de Rochas, á efectos muy curio-
sos que recuerdan las escenas de magia descri-
tas en el Fausto, de Goete. «Puédese armar con
espadas á muchos individuos susceptibles de
recibir las sugestiones en estado de vigilia y afir-
marles que no os podrán tocar; véseles entonces
consumirse en esfuerzos impotentes sin conse-
guir alcanzaros. Si cogéis una varilla cualquie-
ra como para desviar los golpes, sus armas pa-
recerán huir ante la vuestra y podréis poner
fin á este combate desigual derribando á cada
uno de vuestros adversarios con un gesto brusco
que les da una sugestión de retroceso, demasia-
do rápidamente seguida de efecto para que per-
manezcan en pié.»
Otro de los efectos que pueden conseguirse
con la sugestión es aumentar momentáneamente
la fuerza del sujeto ó bien impedirle que pueda
verificar el más ligero esfuerzo; por ejemplo,
sostener un libro. Ensayadas en el dinamómetro
las variaciones de la fuerza muscular de Benito
resultó que siendo su fuerza normal 70°, no arro-
jaba más que 35° cuando se le decía que había
perdido la fuerza, llegando á 135° cuando se le
aseguraba que era un Hércules.
El experimento siguiente fué algo pesado:
Estando en un laboratorio donde hay una llave de fuente
pongo á un individuo en esiado de credulidad y le digo-
La espita está abierta; hé ahí todo el suelo cubierto de agua.
-:-EI ve el agua, anda de puntillas y se sube al primer pelda-
ño de una escalera doble.
Repito muchas veces:
—No puedo cerrar el grifo; el agua sube siempre; estoy
con ella hasta lasTodillss, hasta el pecho, hasta el cuello.
El sujeto, en quien la alucinación se pronuncia más y
más, sube hasta el último peldaño; su rostro se altera y pone
pálido; forcejea, respira á penas é iba á anegarse si no hubie-
se puesto yo término á la escena sosteniéndole y mandán-
dole:—Despertaos.
Como reconoce el autor esos experimentos
son muy peligrosos, no debiendo olvidar el que
los practique que se puede morir de miedo. No
citaremos aquí el caso de aquel sentenciado á
muerte á quien se hizo creer que moría desan-
gi-ado, y falleció en efecto, aunque no se hizo
más que arañarle ligeramente la epidermis, ni
tampoco el de aquel bedel de colegio á quien
( D No hay otra explicación que esa para darse cuenta de
ciertos increíbles fenómenos. Muchos de nuestros lectores
estarán enterados de la credulidad Inaudita del célebre vau-
devilllsta francés Poinsinet, para quien se inventó la palabra
mistificación. Véase si aquel autor ingeniosísimo comulgaba
con ruedas de molino que le hicieron creer que podía hacerse
invisible; que habla asestado veintidós eslocadas aun capitán
de mosqueteros (y siguiendo la broma le metieron en la Bas-
tilla y vino un decreto de Luis XV indultándole de la pena
de muerte), etc. etc. La ultima mistificación del autor del
Cercle, fué dar crédito, hallándose en Córdoba, á los que le
aseguraron que podía meterse en el Guadalquivir sin temor
de irse á fondo; hlzolo asi y pereció ahogado.
A. O.
LA GRUTA AZUL, DE LINDERHOF
IRA), Dibujo original de Roberto Assmus
154
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
misli/iatnm los internos figurando que le deca-
pitaban, y se murió de varas; son casos autén-
ticos perfectamente conocidos; no lo es tanto el
ocurrido recientemente en Keating y del cual
da cuenta The La ii<-«/: queriendo suicidarse una
joven de aquella villa tomó cierta cantidad de
unos polvos insecticidas, echóse en la cama y
falleció á las pocas horas. Practicada la autop-
sia resultó que los polvos tragados eran comple-
tamente inofensivos para un ser humano y ade-
más no habían sido digeridos.
Otro peligro que pneden traer consigo las su-
gestiones es su persistencia, pues no solamente
ejercen su acción en los accidentes pasajeros
que desarrollan, sino también sobre una clase
entera de enfermedades ó defectos inveterados
que, según la frase consagrada, reconocen un
origen psíquico.
Ésos estados morbosos dimanan frecnente-
mente de emociones ó golpes violentos, figu-
rando en primera linea los accidentes de los
ferrocarriles, fecunda causa de obnubilaciones
y hasta desapariciones de los sentidos (vista,
oído, olfato), claudicaciones, contracturas, etc.
En su libro Piirtilijuies, coutniciureK, nff'ecfio-
iies doulouieitses de canse psychiqíie, ha demos-
trado el doctor Lober que esos .estados son sus-
ceptibles de desaparecer bajo la influencia de
la sugestión, auxiliada con ciertas prácticas que
impresionen vivamente el espíritu del enfermo.
Muchos casos podríamos citar de la clínica de
Charcot, en los cuales este grande hombre ha
conseguido brillantísimas curaciones, pero vale
más que el curioso lector se entere de ellos en
el original, ya que corren por ahí traducidos al
castellano sus Le^ons sur les maladies du systeme
neiveux. Referiremos solamente algunos casos
de curación alcanzados en Nancy, en cuya ciu-
dad todo el mundo sirve para hipnotizar ó ser
hipnotizado:
Un médico visitaba á un liombre afectado de
glosoplegia (quiere decir parálisis de la lengua);
todos los tratamientos se estrellaban. El Galeno
trató entonces de ensayar un instrumento de su
particular invención, en el cual manifestó tener
la mayor confianza, pero antes de proceder á la
operación introdujo en la boca del paciente un
termómetro cHuico, — del cual suponemos no
habría hecho uso anteriormente, introduciéndolo
donde acostumbra M. Charcot...; — el mudo,
poco enterado del objeto de aquel útilísimo
chisme, figuróse que le metían en la boca el
instrumento salvador y al cabo de algunos mi-
nutos, exclama lleno de alegría, que puede mo-
ver libremente la lengua.
M. Bernheim ha curado, por un procedi-
miento análogo, á una joven afectada hacía un
mes, de una afonía nerviosa completa. Aplicó
la mano á la laringe, imprimió algunos movi-
mientos al órgano y le dijo á la chica: — «Va-
FAENA INTERRUMPIDA (Cuadro d« B.udU)
mos, ya puede V. hablar ahora. Diga V. a. —
La joven dijo t. — Diga V. ¿i. — Obedeció la pa-
ciente.— DigaV. Mf-íe. — Díjolo; la afonía había
desaparecido, — sin haber tomado las aguas de
Lourdes. — Tratábase, por supuesto, de un mu-
tismo histérico, como el del cabo Simón en La
aldea -ele San lorenzo.
Hospital de Nancy: sala de oftalmología. —
N. N., histero-epiléptico; estrechez del campo
visoal; disminución de tina tercera parte de la
agudez. — Simulación de una corriente inte-
rrumpida aplicada al ojo afecto. — : Curación.
Volviendo ahora á París, háse visto muchas
veces en aquel hospital de los prodigios llama-
do la Salpetriere donde opera «us maravillas
M. Charcot, que las más rebeldes parálisis his-
téricas ó histero-traumáticas, han curado á la
voz de mando de cualquier médico que haya
gritado enérgicamente traducido en correcto
francés... el lema de la Biblioteca-Museo Ba-
lagner.
Con todo, es condición indispensable para ob-
tener estas curaciones, que el enfermo perma-
nezca en el mayor aixlamiento, sobre todo, tra-
tándose de niños 6 adolescentes. No hay mejor
manera, en efecto, de que el espíritu del enfer-
mo se concentre fuertemente en la idea de la
curación cierta, antagonista de la auto-sugestión,
que es en los neuropáticos el origen ordinario
de la enfermedad, sobre todo si la perturbación
nerviosa se desarrolló á consecuencia de algún
accidente en ferrocarril (1).
Alfredo Opisso.
-*-
LA NOCHE DE PIÑATA
ÍCUENTO CORTO PERO MAL ESCRITO)
Abelardo y Eloísa se amaban entrañable-
mente.
Estx) parece que sea cosa ya muy antigua y
que todo el mundo sabe, pero para convencerles
á ustedes de lo contrario diré que no vivían en
(1) Hé ftqnl como explica M. Charcot el desarrollo de
laa parálisis htsteru-traumátloa<t en JoRneurnpfl ticos por auto-
•ogestlAn consecutiva a un choque local: fPor una parte la
•«nsadón de pesadez, de entorpecimiento, de ausencia del
miembro contuso, y, por otra, )a pereza que no deja de exis-
tir nunca en cierto grado, harán nacer, en alRtrn modo natu-
ralmente, la idea de impotennla motriz del miembro; y e^ta
Idea, en nmánt-BA estado mental tan partiimtsrmente favora-
ble a la eficacia de laH sugeKtlones, podrá adquirir, á conse-
cuencia de una especie de incubación, su desenvolvimiento
considerable y realizarse al fin objetivamente en forma de
una parálisis completa, absoluta.- (Obra citada, t. III, fas.
U . ) £■ lo que llamaríamos, si rállese, paralitit por apren-
A. O.
París ni en la Edad media .sino en la plazuela
de Antón Martín y en pleno siglo xix.
El era barbero, algo tímido con las mujeres
y demasiado listo con los parroquianos á quie-
nes hacía la barba... muchas veces en seco, según
la frase popular.
Ella era una joven pálida á fuerza de beber
vinagre, y tan exageradamente romántica á con-
secuencia de su nombre, que á pesar de ser
hija de un antiguo empleado de Hacienda y
nieta de un guardia de corps, se había puesto
en relaciones con el rapista sólo porque se lla-
maba Abelardo.
Lo que ella ignoraba y lo que de seguro hu-
biese cambiado mucho su corazón, era que Abe-
lardo so llamaba de apodo Mantequillas, nombre
nada poético que el rapa-barbas ocultaba cui-
dadosamente á su novia por temor á un cata-
clismo.
Habían pasado ya los tres días de Carnaval
y el día de ceniza en que la iglesia recuerda al
hombre que es de polvo, cosa que lo suelen de-
mostrar los harineros á primera vista, y que en
polvo se ha de volver ó lo han de hacer polvo
si tiene la desgracia de tropezar con algún sue-
gro acalorado de caballería ó cosa así.
Había, pues, empezado la Cuaresma, esa época
del escabeche y del bacalao á la vizcaína, nunca
bastante alabada por los sacerdotes ni bastante
11 orada por los estómagos. No quedaba más baile
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
155
de máscaras que la Piñata, último eco de las
carcajadas de Momo y despedida triste de las
Carnestolendas.
Eloísa leía junto su balcón el Werther, librito
de Goethe qvie han leído todos los amantes
cursis y que han jurado imitar en todo, excepto
en lo del pistoletazo final que es cosa ya de
pensarlo un poquito.
De pronto vuelve la esquina un hombre em-
bozado en una capa de vueltas azules y se de-
tiene bajo el balcón. Tiene este joven (si hay
que creer á Eloísa) todo el aspecto de un caba-
llero antiguo; la capa forma un ángulo de vein-
ticinco grados por detrás de él.
— ¿Llevará espada? — se pregunta Eloisallena
de emoción.
Pero no, era el paraguas, porque el tiempo
estaba algo lluvioso y Abelardo temía man-
charse el sombrero.
— ¡Sube! — murmuró Eloísa indicando con su
manita blanca por los polvos de arroz, la esca-
lerilla de su casa.
Abelardo subió los tres tramos lentamente y
se detuvo junto á su amante.
Ella extendió la mano sobre el pecho de su
galán y tocó un cuerpo duro que produjo un
ruido metálico.
— ¡Oh, Abelardo mío, me habrás dado gusto
por fin! — exclamó llena de alegría. — ¿Es esto la
coraza?
— No, ensueño mío, es una bacía que llevo á
componer.
— Te he hecho subir porque esta noche voy á
la Piñata, y quisiera que fueses tú también.
— No faltaré, Eloísa mía, telo juro sobre este
pomo, — dijo el barbero arrebatadamente sacan-
do algo del bolsillo.
— ¿De qué es, de cicuta?
— No, vida mía, de pomada de Opoponax.
— Bien, iré sola ¿sabes? es decir, sin mamá.
Vendrán las de López á buscarme, ellas van
disfrazadas de Madamas Avgotes, pero yo iré de
Ofelia.
— ¿Y qué disfraz es ese?
— lino de mi invento; una túnica aérea, va-
porosa...
— Oye, no sea demasiado vaporosa y se vea
algo...
— No; ten la seguridad y ahora... Adiós.
— Hasta la noche.
Abelardo besó la mano empolvada de su ado-
rada Eloísa y se fué relamiéndose los polvos de
arroz á componer su bacía en casa de un hoja-
latero.
n
Hace una hora que ha comenzado el baile. •
Cada señora ha sido obsequiada á la puerta
con un cartucho de confites en los que entran
como principales ingi-edientes el yeso y la ha-
HA.YAS Y ROBLES
riña y su bouquet de flores cordiales según el
color.
Eloísa vestida con una bata de muselina del
sol, con cinturón de terciopelo negro lleno de
mataduras, va colgada del brazo de Abelardo,
el cual lleva chaquet y sombrero de copa de
ala estrecha semejante al que saca el hulero afli-
gió en cierta conocida zarzuela.
Llega una máscara.
— Adiós Mantequillas, ¿cómo estás? ¿Es esta
tu novia?
— ¡Qué mala educación! — prorumpe abron-
cado el barbero apretando el paso.
— Oye, ídolo mío, ¿por qué te ha llamado ccn
semejante epíteto esa deslenguada?
— No sé... pero esas bromas...
— Serénate y no seas temerario, conozco ya
tu acrisolado valor, sé que has derramado mu-
cha sangre...
— ¡Ya lo creo, — dice la mascarita de marras,
— como que de.suel]a vivos á los parroquianos
con el verduguillo.
■ — ¡Habrase visto! ¡Qué poca crianza!
— ¡Mantequillas, Mantequillas! — dicen siete
II ocho jóvenes todas disfrazadas de Mascota.
— ¡Jesús, qué horror! ¿Pero cómo consientes
(jue te digan eso?
— No sé; sin duda se han dado de ojo...
— ¡Ay, yo me siento mala, me va á dar algo,
si pudiese respirar alguna esencial...
Y Eloísa cae en un diván. Abelardo le aplica
bajo la nariz una barra de cosmético que es lo
único que lleva encima.
Ella vuelve en sí y recobra los sentidos para
exclamar:
— ¡Tengo apetito, después de un desmayo
siempre se me abren las ganas de comer!
El barbero que no lleva encima más que ocho
perros para tomar café, hace comer á Eloísa los
dulces del cartucho, exponiéndola á criar una
cantera en el estómago.
— Quisiera agua.
— Vamos enseguida. (Sacrificaré diez cén-
timos.)
Y llegan al café. Eloísa pide agua con azuca-
rillo y dice después de hacer varios buches,
pues no quiere tragar líquido tan prosaico.
— ¿Por qvié te llamarán todos Mantequillas?
¡Oh, si estuviera yo segura de que tienes ese
nombre!...
— No, ángel mío, sin duda es una broma de
Carnaval. Ningún hombre que me aprecie, for-
mal y di.screto, es capaz de repetir ese odioso
apodo de máscaras. ¡Si tú supieras lo que me
distinguen en la barbería por mi honradez y
noble prosapia, no tendrías esa duda que me
tortura el corazón! ¿Me amas?
— ¡Oh, te adoro!
— Y yo te te...
—Mantequillas, — dice en este momento el
maestro de Abelardo llegando á gran velocidad,
— ¡Mantequillas, date prisa, déjalo todo que te
llama la sangre!...
— ¡Oh, Abelardo... tu maestro también! ¿Pero
vas á la guerra?
— No, señora, es que ha de aplicar media do-
cena de sanguijuelas en la rabadilla á don Ole-
gario.
Eloísa cayó desmayada.
Abelardo echó á correr.
Amanecía.
Cuando la joven volvió en si juró olvidar á
Abelardo para siempre.
En cuanto al galán todos los años el día de
Piñata se mete en cama y no sale de ella hasta
la noche del domingo.
José M." de la Toree.
NECESIDADES
La necesidad es la madre de la inventiva.
Es más: el motor que impulsa á la humani-
dad.
Más aún: la vida del trabajo.
El hombre, en su estado de gracia, vivía en
el Paraíso completamente feliz y libre de nece-
APUNTB8 DEL PUERTO DE BARCELONA (Dibujo dt: Pansos)
I la;eKolle» del Oeste.— La Ccpltanf*.— InU-rlor del pveito.— Ilcglf dor.- f) Astillero
Enrique III de Valois
Reina ceñida
Abrigo sajón
IF \
Juana de Flandes
Santa Rndegunda
La Tluda de San Luis
Catalina de Médicls
Itomana
.Dama desceñida (siglo xv) Mangas y cotillas
MODAS EN CINTURAS
Siglo -w
158
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
sidades. Pecó, y la vergflenia de sn desnudez,
le sugirió la idea de cubrir sus carnes con unas
hojas de higuera. Hé aquí su primera necesidad,
la primera invención, el primer trabajo.
Pero las hojas de higuera, si bien cubrían sn
vergüenza, no libraban su desnudo cuerpo de
los rigores de los elementos, y en esta nueva ne-
cesidad, se vio precisado á verter la sangre de
los animales para abrigarse con sus pieles; pero
esto no le bastaba, dio más tarde otro paso en
la senda del progreso á que la necesidad impe-
lía, y tejiendo la lana de las pieles, dióle por
resultado la tela; la tela hizo necesario el sastre,
el sastre completó la obra haciendo el vestido.
Otro tanto sucedióle respecto á sus demás ne-
cesidades.
Porque el hombre, cuando más avanzaba por
el camino de su perfección, cuando más iba ale-
jándose de su primitivo estado, más necesidades
sentía; de modo que sustituyó su rústica y frágil
choza de troncos y fango, por la sólida casa de
canto, que, andando el tiempo, había de con-
vertir en palacio; sus groseras armas de piedra,
por otras más perfeccionadas hechas del hierro
de las entrañas de la tierra; sus frugales ali-
mentos, por otros más abundantes y mejor con-
dimentados.
De aquí el origen de las artes.
Hizo más el hombre.
Unió á sus hijos con sus hijas y creó la fami-
lia, base de la sociedad; repartió la tierra entre
ellos y esparcidos estos por ésta, establecieron
las tribus, cuna de los pueblos; la precisión de
vivir todos al amparo de una equitativa justicia,
obligóles á someterse á determinadas reglas, ori-
gen de las leyes.
Es decir, que la necesidad ftmdó la familia,
creó las nacionalidades y estableció los códigos.
Más claro: la necesidad lo creó todo.
El hombre primitivo, el hombre de la natura-
leza, el hombre salvaje, tiene muy pocas necesi-
dades; las indispensables para la existencia.
En cambio el hombre de la civilización tiene
muchas que, á primera vista, parecen super-
finas, pero que le son indispensables á su modo
de ser, por aquello de que la costumbre es una
segunda naturaleza.
Es innegable que la existencia impone al
hombre necesidades ineludibles, pero también
lo es, que éste se crea algunas de las que fácil-
mente podría prescindir.
Diógenes, el único filósofo de la antigüedad,
tenía muy pocas; un tonel por albergue y una
escadilla por vaso.
No obstante de esto, se escandalizó dé si mis-
mo, viendo beber agua á un niño en el hueco de
la mano.
— La niñez me enseña á despreciar lo super-
fino,— dijo arrojando su escudilla al rio.
No sabemos si haría lo mismo con el tonel,
no pudiendo llenarlo de verdaderos amigos.
Entre el hombre salvaje que satisface sus
precisas necesidades con una choza de arbus-
tos, un traje de pieles y una lanza de piedra y
el sibarita que mora en un artístico palacio, vis-
te con todo el refinamiento del lujo y se entrega
por placer á la caza, armado de una ligera es-
copeta con incrustaciones de plata, media un
abismo.
Este abismo lo llena la«ivilización.
Generalmente no es más rico el que posee
más dinero, sino el que tiene menos necesida-
des.
Por eso hay ricos pobres, que no les bastan
sns coantiosas rentas para hacer frente á todos
Bua compromisos, como hay pobres ricos, que
viven tranquilamente sin ninguna clase de de-
seos.
Verdad es que hay también ricos que viven
en la miseria, presas de la más sórdida avaricia
y pobres que sacrifican «u honra por la maldita
vanidad de pasar plaza de opulentos.
De estos últimos, los primeros prescinden de
necesidades; los segundos las crean tontamente.
Los vicios son necesidades supérfluas; con un
tantico de virtud y otro de voluntad, podemos
prescindir de ellos.
La vanidad y el lujo también lo son.
A pesar de esto, todo tiene su compensación.
La vanidad hace necesario el lujo, este el capri-
cho, el capricho la moda. Suprimid la primera
y secaréis una de las principales fuentes del
trabajo. Las vanas necesidades de los ricos, cu-
bren las verdaderas necesidades de los pobres.
La economía política coloca entre los artícu-
los de primera necesidad el alimento, nada tan
natural; pero yo añadiría á su lado la instmc-
cióti, alimento tan necesario á la inteligencia,
como el pan lo es al cuerpo, para la cultura y
moralización de los pueblos. El libro Santo lo
dice: sno sólo de pan se mantiene el hombre;»
esto es, no sólo debe satisfacer las groseras ne-
cesidades de la materia, también hay necesida-
des morales; el amor ¿no es una necesidad del
corazón?
J. F. Sanmartín y Aguirre.
EL AMOR DE LOS AMORES
.A. X^A. -VIROEIsT
Perdona mi osadía
si para el canto, que del alma mía
hasta tu trono elevo,
á pedirte me atrevo
tu auxilio celestial, Virgen' María.
Pero te quiero tanto,
con tanto afán en mi ansiedad te imploro,
que, sin tu auxilio santo,
mal pudiera expresar mi pobre canto
lo inmenso del amor con que te adoro;
de este amor que es mi anhelo,
mi vida, mi ventura y mi consuelo;
de este amor que mitiga mis dolores;
de este amor cuya fe me eleva al cielo;
de este amor ¡el amor de los amores!
El es el faro que mis pasos guía
mostrándome tu trono en lontananza,
y tú me lo inspiraste. Madre mía,
tú que eres mi placer y mi alegría,
mi gloria y mi esperanza.
Huérfano y sin ventura,
al cruzar de este valle de amargura
el árido sendero,
con mi planta insegura
voy marcando de lágrimas reguero;
pero á la vez que crece mi quebranto
y se acrecienta el llanto
que brota de mis ojos,
mas mi fe se enardece
y, ante tu altar postrándome de hinojos,
que desciendes del cielo me parece
para calmar mi pena y mis enojos.
Un hijo yo tenía,
un ángel que era toda mi alegría,
y con tanto cariño le adoraba
que, al mirarme en sus ojos, exclamaba:
«Si te murieras tú me moriría;»
¡y se murió en mis brazos!
¡en mis brazos!... ¡y vivo todavía!...
¿Quién .sino tú, del mundo Soberana,
con.soló mi honda pena?
¿quién infundió resignación cristiana
al alma mía de amargura llena?
¿quién sino tú? Tú sola mi agonía
lograste mitigar, Virgen María.
Postrado ante tu imagen, con la palma
de mi rudo dolor por compañera,
buscando en tí la Vjienhechora calma,
con toda la amargura de mi alma
tu amparo te pedí de esta manera:
«Virgen Santa que ves mi pecho triste
cual sufre del dolor el dardo fiero,
por la resignación con que sufriste
el dolor sin Segundo
de ver morir clavado en un madero
al Celestial Cordero,
al hijo de tu amor, ¡al Rey del mundo!
dame resignación, préstame calma
y enjuga de mis ojos este llanto
que vierto por el hijo de mi alma
que huyó de mí cuando le amaba tanto;»
y así como el rocío,
da nueva vida á las marchitas flores,
en las serenas noches del estío,
til, en las noches sin fin de mis dolores,
nueva vida lo diste al pecho mío.
Nunca pensó que soportar podría
la muerte de mi madre, Madre mía,
porque me amaba tanto
y tanto yo la amaba
que con ella mis penas dividía
y con ella mis dichas aumentaba.
Cuando, — pensaba yo, — libre de enojos
mi madre sienta de la muerte el hielo,
su bendición recibiré de hinojos,
y me dará por último consuelo
la postrera mirada de sus ojos.
Pero en infausto día,
el \inico que de ella estuve ausente
y el que menos su muerte presentía,
la parca de repente
ahogó el aliento de la madre mía;
y cuando presuroso
corrí á su lado con febril anhelo,
de cuatro cirios á la luz incierta,
sobre negro crespón la vi en el suelo
pálida, inmóvil, ¡muerta!
Ante aquel cuadro de dolor y luto
por mi madre, como último tributo,
una oración mis labios murmuraron,
y, ahogando de mi pecho los gemidos,
á tí, que eres consuelo de afligidos,
en mi aflicción mis ojos se elevaron.
Y asi como la aurora
las sombras rasga de la noche fría,
de mi dolor la sombra aterradora
te dignaste rasgar, Vii'gen amada,
y hoy llora por mi madre el alma mía
pero vierte su llanto resignada.
¡Ay! Cuantas otras veces
el cáliz de amargura,
quo apuraba mi peclio hasta las hoces,
trocaste. Virgen pura,
en néctar de suavísima dulzura.
Y pues tanto favor me has concedido,
¿que mucho el alma entera consagrarte?
Si quisiera, mi amor para mostrarte,
¡haber de Dios cien almas recibido
y poder con cien almas adorarte!
La que el cielo me dio te ofrecería,
con dulce arrobamiento,
si digna fuera de tu amor un día,
poj- tí purificada, Madre mía,
en el santo crisol del sufrimiento.
La esperanza de verte
me alienta en esta vida procelosa,
y ¿cómo no esperar tan dulce suerte
si al hijo de tu amor le dimos muerte
y aún nos abres tus brazos amorosa!
Ábrelos á mi afán, Virgen María,
y, cuando llegue el día
que mire rotos los mundanos lazos,
recibe para siempre el alma mía
madre de amor, en tus amantes brazos.
Carlos Cano.
-*-
TERNEZAS
-Niña, cuando yo me muera
y al cielo me haya subido,
bajaré todas las noches
á recoger tus suspiros.
-Después que tú te hayas muerto
mi dueño ¡ay! ¡y amante mío!...
Si tú murieras, yo al cielo
me subiría contigo.-.
EzEQuiEL Solana.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
159
MODELO
— |Te amo! — me decía ayer;
— |Te quiero! — me repetía...
y fingiendo cada día,
débil me dejé vencer
y su amor me enloquecía.
— «No me dejes: sé constante:
tuya siempre: fiel seré:
feliz soy: mi pecho amante
fuego encierra en este instante:
si me dejas... moriré.
— Vivo triste: por tí lloro:
dudo siempre: no sonrío:
tu constancia al Cielo imploro:
tú eres mi rico tesoro
y único consuelo mío.»
Y esas frases que poco antes
mil veces me murmuraba,
poco después las echaba
á otros dos ó más amantes...
¿No es cierto que me adoraba?
José Bakbany.
-*-
NUESTROS GRABADOS
UN DfA JPRI>VaCH*DO
Cuadro de P. Picknell
Debe considerarse esta importante obra, mejor como un
estudio de ciertos fenómenos de la luz, el ambiente y el co-
lor que no como cuestión pictórica. Así la figura como los
accesorios están tratados á lo naturalista, resultando una
escena viviente por la fuerza del relieve, á costa de la pers-
pectiva aérea.
PfNTORBS AUí^TBAl.tAKOB
Paitaje, por Palermn.—En la choza, cuadro de Ashíon
Ambos grabados son un bonito ejemplo del grado de ade-
lantamiento que han alchnzado ya los artistas de la Austra-
lia. Una y otra obra son muy características, como tomadas
del natural. Paterson es considerado como el mejor pintor de
aqtiel continente, aprovechando hábilmente las lecciones re-
cibidas en Europa. Ashton, por su parte, fe distingue por sus
excelentes facultades para la figura, como puede verse en su
cuadrlto de En la choza.
BOTADURA DKL ACORAZADO ISPaSOL «PÍLATO»
KN LA SKTNK, TOLÓH
Dibvjo rfe Agarta
El 5 de Febrero último fué botado al agua, en Tolón, con
feliz éxito, el nuevo barco que á costa de crecientes sacrificios
impuestos á la nación poseerá nuestra marina de guerra. Si-
gúese discutiendo la utilidad de tales naves; pero en fin, lo
hecho hecho está y no vale ya pensar si hubiera sido prefe-
rible, dentro del presupuesto respectivo, dar otra inversión
á los 18 millones de pesetas que por ahora, sin artillado ni
otras cosas, cuesta el barco.
Los planos del Pelnyo han sido obra de monsieur Lagane,
ingeniero en jefe de los talleres de la Seyne, (Tolón).
Las dimensiones del buque, la fuerza de la máquina y su
velocidad son las siguientes:
Eslora 105'60 m.
Manga. 20'20 m.
Puntal 15'50 m.
Calado 7'50 m.
Desplazamiento, cargado. ... 9 000 toneladas.
Fuerza de la máquina 6 800 caballos.
Máximum de esta fuerza. . . . 8.000 id.
Velocidad 15 á 16 nudos por hora
El Pelayo es de acero; el casco está dividido en 145 celdas
estancas que aseguran la flotabilidad del buque aún en caso
de averias resultantes de balas ó torpedos.
La coraza tiene 45 centímetros de espesor y su altura me-
dia es de 2'10 m ; quedando 1'50 m. bajo la linea de fiota-
ción.
El artillado consistirá en 2 cañones de 32 centímetros,
emplazados uno á popa y otro á proa y otros dos de 28 cen-
tímetros, uno por banda. Los cuatro son del sistema Gon-
zález Ilontoria y están instalados en sendas torres barbetas,
provistas de un blindaje A^iO centímetros de espesor.
La batería alta contendrá 12 cañones Hontoria de 12 cen-
tímetros y uno de 10 en proa.
Completarán el armamento gran número de cañones-
revólver de tiro rápido contra los torpederos y siete tubos
lanza-torpedos.
El aparato motor está constituido por 12 calderas cuya
superficie ocupa 2.170 metros cuadrados.
Las dos máquinas motrices compound son verticales y
están colocadas simétricamente con relación al eje del barcoi
moviendo cada una una hélice.
El Pelayo podrá quedar completamente armado y estará
en disposición de hacerse á la mar á principios del año pró-
ximo.
La ceremonia de la botadura fné muy lucida, asistiendo
el obispo de Tolón y el ministro de marina español. Pronun-
ciáronse entusiastas brindis y Juan Aycard leyó núes versos
en honor á la unión de las rnzas latinas.
La prensa francesa ha hecho grandes elogios de este bar-
co y de la actividad que en su construcción ha desplegado la
Societé des Forges et chantierí de la Medilerranie.
LA FAUtLIA
Cuadro de Miguel Ángel Lupt.— Dibujo de P.y Valor
Con justa razón obtuvo esta bellísima obra premio de se-
gunda clase en la Exposición de 1871, figurando hoy en las
galerías del Museo Nacional. Es un lienzo profundamente
simpático asi por el asunto como por su ejecución, y del cual
ha hecho'el Sr. Plá y Valor el más feliz traslado en su hermo-
so dibujo.
RUSIA: LA TOhBI DKL KREMLIN EN SIJNI NOVGOROD
Fundada en 1222 en las elevadas orillas del Volga, en la
confluencia del Oka, puede considerarse dividida Nijni en
cuatro barrios: la fortaleza, la ciudad alta, la baja y los arra-
bales.
El Kremlirí es una imponente fortaleza flanqueada por
trece torres y en su interior se levanta la catedral donde re-
posan los antiguos principes del país.
LA GRUTA AZUL DR LIKDBRHOF (baVIERa)
Dibujo original de Haberlo A$smu8
Fué la construcción de esta gruta uno de tantos caprichos
como le dio la real gana de llevar á cabo al difunto rey
Luis II de Baviera. Aquel monarca, irresponsable dos veces,
por la Constitución y por haberse chiflado, quiso darse el
gustazo de realizar prácticamente las extravagancias del 1.0-
hengrin y á este objeto gastó una inflnidad de millonadas en
construcciones estrafalarias De lo cual resulta que hubiera
sido mucho mejor que asi que dló pruebas de estar ido hu-
biese empuñado las riendas de la monarquía su señor tío el
actual regente, menos aficionado de seguro á decoraciones
que el Bey Virgen, y« que así le llaman poéticamente algu-
nos á Luis II, á quien Dios haya perdonado en su Infinita
misericordia.
PAZNA INTKRRUMPIDA
Cuadro de Beadle
Recuerda este cuadro la manera de Millet; hay gran ele-
vación en el modo de concebir el cuadro; las figuras apare-
cen dramatizadas y el movimiento de la tempestad está ex-
presado c m vaporoso claro-oscuro. Es una obra notable,
muy humana.
ROBLES T HAYAS
Es este grabado un bonito estudio del asunto que Indica
el titulo. No parece sino que el majestuoso roble y la cor-
pulenta haya forman como una pareja... de enamorados, y
vaya V. á saber si realmente no existen entre los dos gigan-
tes secretas simpatías. Ello es que sorprende la armonía que
producen y que algo debe de haber para que los dos crezcan
con igual lozanía en tan corto espacio de terreno. No sea-
mos esclusivistas pretendiendo que sólo pueden amarse los
seres del resorte de la zoología.
APUNTES DEL PUERTO DK BARCELONA
Dibujo de Passos
Estos apuntes dan una idea exacta de lo que se proponen
reproducir; vése lo que es el puerto de Barcelona, siempre
animado y pintoresco.
MODAS EN CINTURAS
Quizás no debe imputarse como el mayor crimen ala her-
mosa viuda de Enrique II de Valols la sangrienta jornada de
la noche de San Bartolomé; otra barrabasada, mucho más
odiosa todavía, pesa sobre su memoria: la introducción del
corsé en Francia, acogido con entusiasmo por el alado escua-
drón de querubines que capitaneaba Catalina de Mediéis. Es-
taba visto que la astuta italiana había nacido únicamente
para causar desgracias.
Como sucede siempre, exageróse con la imitación la de-
formidad puesta de moda por la soberana y en tiempo del
execrable Enrique III llegó á su colmo la extravagancia
pretendiendo las depravadas damas de su corte competir
con las avispas en punto á delgadez de cintura.
Habla sido mucho más juiciosa la moda en el siglo xv,
según puede verse por el grabadito correspondiente, que
representa una dama, viuda de un cortesano de Carlos el
Temerario; es un traje severo; el clnturón es rojo con ador-
nos de oro.
Juana ele Flandes pertenece al siglo xiv; su traje es el
que usaban las señoras de alto copete.
La viuda de San Luis, Margarita de Provenza, no hay que
decir que corresponde al siglo xiii; lleva un gabán ó túnica,
de cuyo conjunto puede formarse mejor idea fijándose en la
imagen de Sania Catalina, de la misma época
Sania Badegunda nos da una idea de la moda que reinaba
en punto á cinturas en el siglo xii. En este tiempo, usábanse
ya corsés en Inglaterra, mereciendo que un caricaturista de
la época satirizar» tan perniciosa costumbre en el dibujo que
Intituló Mangas y cotillas.
Púsose de moda en el siglo xiv dejar los clntnrones las
casadas y esto se ve en el grabado Dama desceñida. En cam-
bio la Reina ceñida, qne no es otra que Berenguela, esposa
de Ricardo I. Corazón de León nos da idea de las cinturas
que se llevaban en el siglo xn. No era muy gracioso, aunque
se Imite hoy en día, el sobretodo que usaban las damas in-
glesas durante el período de la dominación sajona, pero in-
dudablemente constituía un modelo de buen gusto la moda
que en materia de cinturas reinó en la época del bajo imperio
romano.
MOSCOU: TORRE DEL KREULIN í IGLESIA DEL SALVADOS
•Todo es allí grande, extraño, caprichoso, magnífico,—
dice un viajero hablando del Kremlin,— y, sin embargo, mag-
nifico. Todo parece que revela las grandes pasiones que sin-
tieron los antiguos moscovitas >
Basta examinar el grabado para convencerse de la verdad
de las palabias de M. de Saint-Julien. La iglesia del Salvador
en el í>08gue, levantada á orillas del Moscowa,fué fundada
en 1330, siendo la más antigua de la ciudad. Su arquitectura
es mitad bizantina, mitad tártara; la base es casi cuadrada,
con cuatro enormes pilares que sostienen la bóveda, sóbrela
que se eleva una espléndida cúpula de oro rodeada por cua-
tro más pequeñas. Distingüese esta catedral por la gran ele-
vación de sus naves.
En cuanto á la Torre, edificada en tiempo de Ivan el
Grande, es un monumento imponente por su severidad, do-
minándose desde arriba el inmenso panorama que ofrecen la
ciudad y sus contornos.
-*-
LA FUENTE DE LOS CURRUTACOS
(CONTINUACIÓN)
XV
DE DAMA EN DAMA
Al día siguiente fray Nolasco estaba ence-
rrado en su celda dando la última mano á una
jaula para criar canarios, pues el oficioso varón
reunía muy buenas cualidades para ello, cuando
el criado de doña María Luisa pasó á entregar-
le dos cartas de su señora.
El carmelita leyó detenidamente las dos mi-
sivas, la una dirigida á doña Cándida y la otra
á su esposo, y después de enterarse de su con-
tenido, exclamó ocultándose los dos billetes en
la manga derecha de su hábito:
— ¡Bien, muy bien! El género epistolar lo
maneja magistralmente la bribonzuela. Son dos
cartitas que valen un mundo. No las hubiera
escrito yo mejor. Ahora veremos el efecto que
producen.
Cerró la celda con llave, la cual dejó en manos
del prior que parecía un salmón envuelto en ro-
pas, bajó á la portería y salió á la calle en el mis-
mo instante que todos los demás monjes de su co-
munidad juntos, y á solas, fingían al portero
asuntos de gran monta que les obligaban mal
de su grado á abandonar en aquella hora, eran
las tres de la tarde, su pacífica y religiosa
vivienda.
Fray Nolasco se dirigió á la calle del Naza-
reno á sacar los diablos del cuerpo á una dama
endemoniada, que los ángeles rebeldes habían
tomado por su cuenta, ocasionándole los más
crudos y endiablados dolores, y terminado tan
edificante ejercicio pasó á casa de doña Cán-
dida, la cual le recibió en el estrado obligándole
á tomar asiento en el sofá, y encomendando de
paso á la doncella que preparase el aromático
chocolate y los indispensables azucarillos con
que obsequiar á tan piadoso varón.
El carmelita tomó un polvo, y después de cer-
ciorarse de que don Leandro se hallaba ausente,
murmuró con campanudo acento:
— Cuando manifesté á su merced que la reca-
tada y nobilísima señora doña María Luisa se
hallaba inocente de las pecaminosas inclinacio-
nes de su señor esposo, tenía motivos para
ello.
160
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
— [Ay padre, lo que vieron mis ojos!...
— Ya le maiifesté que nada veían.
— ¡Si así fuera!
-—Así es, señora mía, así es. Amigo como el
primero de la verdad, como enemigo de todo
aquello que esté reüido con los sanos y justos
principios de la religión, llamé aparte á mi
virtuosa hija espiritual, y lapobrecilla, llorando
como'una Magdalena, me expuso todo cuanto
le había dicho don Leandro, jurando y perju-
rando que no había en ello mácula de pecado
mortal.
MOSCOU:
LA TORRE
DEL KREMLIN Y LA
IGLESIA DEL
SALVADOR
— Su paternidad es muy bueno, y las mu-
jeres muchas veces^dicen lo que no sienten.
— Pero doña Cándida, yo sé muy bien
de que pié cojea toda hija de Eva, pues fel
confesonario es un lavadero espiritual en don-
de se sumerja in puribus la conciencia humana.
• — Siempre queda algún rinconcillo oscuro,
padre mío.
— La luz del Espíritu Santo lo ilumina todo,
y en prueba de ello, aquí tiene la carta que
doña María Luisa me ha entregado para V. y
en que pone de manifiesto toda la lealtad de su
alma.
— ¡Y se atreve á escribirme!
— ¿Y por qué no, si el único dardo que agui-
jonea su alma es haber ofendido, involuntaria-
mente y sin poderlo evitar, á su merced?
r^Doña Cándida se caló las antiparras y leyó
la carta de la viudita.
A medida que adelantaba en su lectura iba
serenándose el rostro de la celosa mujer.
El carmelita iba observando tranquilamente
el efecto de la misiva llenando de tabaco sus
desaforadas narices.
Aquella carta relataba cuanto hizo y dijo don
Leandro las dos veces que la visitó en su gran-
ja, pidiendo la infrascrita mil perdones por los
disgustos que involuntariamente hubiera podi-
do ocasionar á la digna esposa.
Doña Cándida respiró fuer-
temente como si le hubiesen
quitado un enorme peso de
mitad del afligido corazón.
— ¿Respira V. ahora, doña
Cándida? — preguntó el fraile.
— [Respiro, piadosísimo pa-
dre! ¿Cómo pagarle tantas bon-
dades? Desde hoy le prometo
añadir al santo rosario que
rezo todos los días un padre
nuestro para que Dios alargue
su trabajosa existencia.
— Gracias, noble dama, gra-
cias. ¿Pero V. ha puesto en
práctica sus dengues y men-
gues para volver al marido á
buen reclamo?
— ¡Ay padre mío, si hago
cuanto puedo, y nada, nada
consigo!
— ¡Conque nuestro hombre
no se da por entendido!
— ¡Es un bribón, paire mío,
os un bribón!
— Pues entonces lo que in-
teresa es darle una lección
muy seria. Hasta ponerle en
cuclillas no desisto de mi idea.
— Eso es lo que digo yo.
— Pues atienda V. señora y
escuche mi plan, que lo bende-
cirá eternamente.
— Veamos.
— ^Atienda usted.
— Con toda el alma, señor.
Doña Cándida se hizo toda
oídos; el carmelita inclinó el
cuerpo hacia delante, bajó la
voz y entre picara sonrisa ex-
puso al oído de la mujer del
golilla toda la trama que había concebido para
reírse á costas del amartelado galán.
Doña Cándida prorumpió en una estrepitosa
y franca carcajada, ocultándose el restaurado
rostro con su finísimo pañuelo de batista.
El fraile reía á la vez alegre y satisfecho de
la buena acogida que había tenido su original
pensamiento.
— ¡Ay padre mío, — manifestó la dama, — y de
que gran talento le han dotado los cielos! ¡Qué
bueno, qué juicioso y qué sapientísimo es su
merced.
— Señora, yo no soy más que un indigno
siervo de Dios que procura volver la paz á las
almas atribuladas.
En aquel momento se presentó la doncella
con una bandeja en brazos con el correspondien-
te chocolate, bizcochos y azucarillos que colocó
sobre un velador.
El monje engulló de buenas ganas todo cuanto
encontró á mano y una vez terminado el refri-
gerio se levantó pausadamente murmurando:
— Que Dios esté de continuo en esta casa.
Prosiga usted con los mimos y remimos, ojos
dulces y palabras tiernas y nosotros continua-
remos tendiendo la red para pescar pecadores.
La dama giró los ojos al cielo-raso de la sala,
cogió el escapulario del monje, imprimió en él
sus mundanos labios y el fraile le echó ceremo-
niosamente la bendición.
Fray Nolasco con la cabeza erguida, alegre
como unas castañuelas y llenando las calles con
su religiosa majestad se encaminó á casa de su
hija espiritual que le aguardaba con suma im-
paciencia, á darle cuenta de la entrevista que
acababa de tener con la ya pacífica y confiada
doña Cándida.
(Se continuará.)
Tkancisco Gras y Elías.
íDIHISTUCIOS: Cirt«, 365-367, Ruii Molinjs, Editor. — Rísíríaíos los dereelios de propiedad írtístiea j literaria. — las reclamacioDes en Madrid, ai represeotaote de esta Casa D. Mannel Plá y Valor, Apodaca, 10, 2."
) INSÉRTESE Ó NO, NO SE DEVUELVE NINCUN ORIGINAL ( —
KSTABLBCIMIBNTO TlPOORÁFICO DE B. BaSBOA.— CALLB DB ViLLARBOBL, HÚM. 17, ENSANCHE DE SAN ANTONIO.— BAHCBLONA.
Año 7
SEMANARIO CIENTÍFICO. LITERARIO Y ARTÍSTICO
ESPAÑA
Un año 12'60 ptas.
Un semestre 6'50 ■
Número suelto. . . . 0'25 ■
PORTUGAL
snscrición pagadera scmanalmente
Onda número. . , . .W reís.
Barcelona 12 de Marzo de 1887
CUBA T PUEETO-RICO
Un año 5 pesos oro.
Eu el resto de América fijan el precio
los señores corresponsales.
EXTRANJERO
Un año. ...... 18 pesetas.
Núm. 219
»,;
''*ÁH(Af>.A l/toi>aj..,
NADEJE (Oibi^o de J. Dvorak)
162
LA ILÜSTRACtON IBÉRICA
SUMARIO
Tmxtv.— Madrid, Caria» á wú prima, por FerDinflor.— Za
eus d€ Adr» Lapa (oontinnación>, por Juan Tomás Sal-
raaj.—MmUa ttntjíífa, por Alfredo Opisso.— ¿a atoaado
dt la «wrtt, por Fnnoiwo Flores García —Alguno» anleee-
<i uNt UtUrtim (M thntatate. por Joaquín OlmediUa y Pulg.
—¿•(ylcvariof (poesía), por Vicente Riva Palacio —to-
ra dr «mor (pócete), por José Borras. — rfr«o«, por Ricar-
do Cano— ^(, Xrperama y Cartead '.poesía), por Jacinto
Labaija. — Nueatroa grabados.— Z.a ytaiKc de los atmUueot
(oontinuaclAn), por riaaelaco Gras y Ellas.
GiiBiDos.- Kadeje— VUUde Don. — Córdoba: Entrada de
la ciudad por el puente. —El tI^o enamorado— Mlss Net-
Ue Huzlejr.-Palsaje— Berlín.— El taller.— Carlos Sant-
ler-— Lucrecia Donatl. Saronarola, (torjaduras de Juan
Baatlanlnl.— (}«adoi<\;ara.' Portada del Palado del Infan-
tado—-Ecce undlla Pomini.-
MADRID
CAJRTA-S A. JíOX FTíH^A.
ASUNTOS DIVERSOS
pACE días que se habló de regicidio. No
parece ser cierto; el hombre que al pasar
la reina en coche por la calle quiso arro-
jar dentro del carruaje un paquetito, debe ser
un pobre que se valia de aquel medio para en-
viarla una súplica. El pueblo difícilmente puede
hacer llegar sus ruegos hasta los reyes y cuando
no tiene otro medio, les bombardean con memo-
riales. Recordarás haber visto muchas tardes
delante de la puerta de palacio, á la hora que
salen los reyes 6 las infantas, muchos hombres
y mujeres que esperan, charlan, accionan y ges-
ticulan, queriendo todos ponerse en primera fila,
luchando para esto con los centinelas y porte-
ros. Son necesitados, haraganes y buscavidas
que solicitan dinero, socorro para baños, para
medicinas, destinos, ropas, en fin, cuanto nece-
sitan. Para muchos el rey es como el sol que
debe dar á todos luz, calor, salud y alegría.
Cuando los de este grupo, que aguarda con los
ojos fijos en el vestíbulo, ven que los lacayos se
apresuran, y los porteros abren paso y los cen-
tinelas se cuadran, no pueden contener su impa-
ciencia, sacan sus memoriales, los enseñan, ha-
cen el último esfuerzo por romper la línea y los
entregan al palaciego que acompaña á las rea-
les personas. El coche pasa, toda aquella tur-
ba de angustiados 6 de bribones se inclina y
salada, disolviéndose al fin, bajo la impresión
divina de la esperanza. Así es que nadie ha dado
importancia al caso y la reina continúa saliendo
sin acompañamiento en su carruaje de dos ca-
ballos. Se va perdiendo ya la costumbre de que
los reyes salgan precedidos de batidores y se-
guidos de aquella gran escolta que espantaba
la calle, que hacia retemblar los edificios, es-
tremeciendo el pavimento con sus pesados tro-
tones. No es ya sólo cuestión de seguridad per-
sonal, es cuestión de buen gusto. Por otra parte
sería innecesaria precaución; sólo algún loco
podría intentar la muerte de la reina y no hay
escoltas que valgan contra la locura. Buen
ejemplo de ello nos da la historia contemporá-
nea de Rusia; allí las precauciones no han res-
guardado la vida de los autócratas. Solo el amor
y el respeto de los pueblos guardan bien á los
reyes.
En tu carta del otro día me indicabas con sa-
tisfacción las ventajas que obtiene la mujer en
la vida social y pública, refiriéndote á la pro-
posición votada por el Senado de Albany, con-
cediendo á la mujer el derecho de sufragio en
las elecciones municipales; no cabe duda que
vais obteniendo concesiones importantes y no
dudo que dentro de algún tiempo obtendréis no
solo el de votar los ayuntamientos que empie-
dran las calles en que ponéis vuestros lindos
pies, sino los mismos gobiernos que conocen
peor que vosotras á los diputados, vuestros ma-
ridos. Hay, en efecto, mucho de preocupación,
de rutina, en el apartamiento sistemático en
qne os tenemos de todo aquello que es actividad,
fortaleza y entendimiento... Pero el hombre y
la sociedad son todo caprichos, contrasentidos y
absurdos.
Para evidenciarlo, basta dirigir la vista sobre
los actos de la primera 3' más" brillante figura
de la situación; que lo es, naturalmente, la rei-
na. Elegir á un alcalde ó á un diputado, creo
que es algo más difícil que dirimir las contien-
das entre muchos hombres y muchos partidos.
Pero hasta en las ocupaciones diarias de una
reina encontrarás justificada tu protesta. Todos
los hombres convenimos en que la mujer está
muj- bien paseando por la Castellana, siendo, si
es guapa, el ornamento del paseo y el recreo de
los ojoá; pero, ¿á quién se le ocurre que una mu-
jer pueda ser, por ejemplo, capitana de corace-
ros? Sin embargo, nadie encuentra motivo de
critica en la visita que ayer hizo la reina al
Parque de artillería. Allí estuvo; allí la recibie-
ron el ministro de la guerra, el director del
arma, el capitán general de Madrid, y otros, que
reconocían por muy superiores á sus entorcha-
dos las blondas de la regente. Y á nadie le
asombraba que una mujer, seguida de otra
dama, de una duquesa, examinase el material
existente, el montaje y todos los demás útiles
del nuevo cañón inventado por el comandante
Sotomayor, ni que le felicitase por su teiTÍble ,
invento. ¿Por qué nadie se admira de esto?
¡Porque no se trata de una mujer, sino de una
reina! — dicen los hombres de Estado, dice la
sociedad, dicen todos los hombres, decís vosotras
mismas. — Pero, ¿es que las reinas no son muje-
res? Hé aquí lo que son las preocupaciones. Nos
creemos seres inteligentes siendo como somos tan
ciegos de espíritu. Admitimos que una mujer
siendo reina, pueda tenerlo todo, virilidad, cien-
cia, genio político; pero no concedemos que pueda
tener esto sin habérsela coronado. Y lo mejor
es, que, en efecto, los grandes reyes de la his-
toria no han sido reyes, sino reinas. Y si de las
cuestiones políticas pasas á otras, en todas ve-
rás los mismos absurdos, que prueban la poca
sustancia del cerebro del hombre. Pero que más,
yo que reconozco todo esto, que iodo esto cen-
suro, ¿estoy exento de preocupación, por ven-
tura? No, }'o declaro qiie á pesar de Semiramis
y de Isabel la Católica y Catalina de Rusia, no
puedo, sin repugnancia del espíritu, imaginar-
me á una mujer aprobando ó desechando un
cañón con un golpe de su abanico. Pero basta
de disquisiciones.
Me hizo gracia cuanto so- te ocurre sobre otra
proposición presentada al Congreso de Texas, y
por la cual se impone una contribución muy
crecida á los solteros de más de 30 años; con-
tribución que será repartida entre las viudas y
huérfanos. Desde luego ese proyecto manifiesta
la convicción que tienen sus autores de que la
soltería es una ventaja. No pedirían nada con-
tra los solteros si les creyesen desgraciados.
¡Dejémosles, — dirían, — con su desgracia! Pero
la tal proposición está redactada, sin duda, por
algunos envidiosos. Los solteros probablemente
la pagarían con gusto. En vano se declamará
contra el celibato mientras las costumbres so-
ciales le favorezcan y donde la vida no sea
barata. La mujer ha venido á ser un artículo de
lujo. Tú vives en París y sabes más de esto que
cuanto yo pudiera decirte. En otros tiempos
quien no tenia casa no tenia ni donde' comer ni
donde dormir, ni quien diese oídos á sus pérfi-
das insinuaciones. Esto dicen al menos los mo-
ralistas de antaño. Pero hoy en día, lo único
que se necesita es dinero; con él te reciben en
los mil restoranes de la ciudad, con él encuen-
tras toda clase de ropa á precios ínfimos, sin
qne tangas que mantener en tu casa mujer que
te cosa ni que te zurza. La libertad de las cos-
tumbres ha declarado beligerantes á las horizon-
tales; y no encuentra censurable que un joven
ó un viejo viva con mujer que no es suya ante
la Iglesia. Cuando alguien dice:— ¡Voy á ca-
sarme!— todos le aconsejan: — ¡No sea V. tonto!
— Pero lo grave es que si se necesita poco di-
nero para vivir en soltería se necesita muchísi-
mo para vivir en matrimonio. La educación de
la mujer se ha perfeccionado, y, por lo tanto, to-
das las que no son criadas de servicio han ve-
nido á constituir una clase vastísima, cuyas
necesidades materiales ó intelectuales son las
mismas porque nada desconocen de cuanto la
sociedad y el mundo pueden ofrecer de grato á
los sentidos y al espíritu. La baratura de los
trajes, de las diversiones y de los libros esta-
blecen esa igualdad de aspiraciones. El lujo es
la aspiración de las señoritas, y, en efecto, se
necesita ser muy rico para satisfacer sus ambi-
ciones. El soltero que con pocos recursos vive,
goza y triunfa, no se aviene á renunciar á todo
esto para satisfacer la vanidad de una linda
muchacha. Así es que perlas calles y paseos de
Madrid van legiones de nuichachas solteras
muy emperifolladas y blanqueadas, cubiertas
de monstruosos sombreros y maniobrando con
antucas formidables; pero que á pesar de todas
estas condiciones relevantes no encuentran quien
se decida á costear la pintura de sus rostros ni
sus espléndidos trapos. El soltero sabe, además,
por experiencia, que la rigidez de las costum-
bres no es gala de este siglo y que es cosa co-
rriente buscar en el amanite los regalos y el
dinero que niega el esposo. Por regla general
las mamas suelen decir á las hijas: — ¡Espero
que te mantendrás fiel á mis consejos... por lo
menos hasta que te cases! — Tú conoces á muchas
mamas y á muchas hijas; dejando aparte remil-
gos de buena sociedad, dime si exagero.
Por estas consideraciones ha sido necesario
buscar á la mujer artes y oficios en que pueda
vivir sin necesidad de casarse, ó por mejor de-
cir, de prostituirse. De aquí esa cantidad fabulosa
de institutrices, de profesoras de idiomas, de pia-
nistas; de aquí el haberse facilitado acceso á la
mujer para ciertos empleos. Con el tiempo se
considerará eventual el matrimonio en la mujer;
dirán sus padres: — La daremos un buen oficio,
á fin de que pueda vivir; no, de que pueda ca-
sarse.— Hoy el matrimonio es una esperanza.
El porvenir se preocupará sólo do la realidad.
Y ahora que hablo de pianistas sabrás que
ha llegado á Madrid Berta *Max. Viene prece-
dida de una reputación extraordinaria. Sara-
sate, en su última excursión europea, la ha lle-
vado consigo, lo cual manifiesta su mérito.
Grande se necesita para impresionar á un pú-
blico que ha oído á Plantó y á Rubinstein, el
Rafael y el Miguel Ángel de este género de
música, si es que el arte del piano puede ser
comparado con el de la pintura.
De aquí á trasladarnos al teatro de la Opera
y aplaudir á Gayarre, la transición es natural.
Si has leído los periódicos de Madrid sabrás
que Madrid ha enloquecido una noche más
oyéndole. Ha sido el triunfo de la temporada.
No puedes imaginarte las cosas que se oían. Yo
dudo mucho que el júbilo de nuestra buena so-
ciedad encuentre medios más estrepitosos de ma-
nifestación si algún día los ingleses nos devolvie-
sen á Gibraltar ó los portugueses se uniesen á
nosotros, ¡Gayarre ó la muerte! Mi entusiasmo
no fué menor, lo declaro, pero recordando lo
frágil que es la voz en que se cifran tan deli-
rantes glorias, no pude menos de añadir miran-
do al cielo:— ¡Señor, no enviéis á este genio in-
menso Un constipado!
El último día de Febrero enfundé la escope-
peta. Ha empezado la veda. Los campos y
montes descaiisan ya libres de los cazadores y
de los perros, y los pobres conejos y las liebres
y perdices podrán tomar el sol tranquilamente,
contándose las terribles historias del invierno.
Seguramente los pobres no se explicarán bien
el entusiasmo y el furor con que el hombre y
el perro les persiguen. ¿Qué saben ellos de la or-
ganizacién social y déla vida de este planeta en
que ellos jugueteaban en sus primeros días cre-
yendo que sólo se había hecho para ellos? ¿Qué
saben los conejos y las perdices de que su car-
ne sea muy sabrosa, y susceptible de diversos
guisos, ni de que en su honor tengamos dispues-
tas grandes cocinas, sabios cocineros, mesas de
convite, y salsas gustosísima.s? ¿Qué saben tam-
poco de los altos precios que alcanzan en la pla-
za, del esmero con que se los coloca en ataúdes
de pino para enviarlos por ferrocarril á las ca-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
163
pítales de Europa; ni tampoco de los libros que
acerca de ellos escribimos; ni del canto de los
poetas cinegéticos; ni del pinto)' que les inmor-
taliza sobre lienzo antes de comidos y después
de cazado»?
¡Si el hombre es todo preocupaciones, conven-
gamos en que los conejos y perdices son todo
desgracia é ignorancia, y el mundo todo mis-
terios!
Basta de filosofía, querida prima. Dediqué-
monos á ver las funciones teatrales de la buena
sociedad. A los teatros ya inaugurados hay que
añadir uno más, el Teatro López. Es uli teatrito
que ha hecho Busato en un salón del gran
industrial. El domingo por la noche se inaugu-
ró. Los hijos de la casa y otros amigos repre-
sentaron algunas piezas muy bien. Se bailó en
el hermoso salón de baile. El bufet magnifico.
Lo dicho, vamos á tener en cada casa un tea-
tro. En vez de decir: presento á V. mi familia,
se dirá: presento á V. mi compañía.
Siempre tuyo,
Fernanflob.
-*-
LA CASA DE PEDRO LÓPEZ
(CONTINUACIÓN)
— Y luego,— prosiguió el prestamista, — esa
voz ronca y esa palabra atroz con que el ladrón
ha contestado á la pregunta de mi hija: ¡Dego-
llada! A mí que no me digan, aquí hay gato
encerrado, aquí se ha cometido un crimen ó van
á cometerlo... ¿Si será algún cliente? — ^añadió,
como advertido por su conciencia.
— -Cálmese V., yo no creo...
No pude continuar; un campanillazo, si cabe
más violento que el de mis vecinos, me cortó la
palabra.
Todos nos miramos sorprendidos; Rosa pali-
deció, su padre se puso lívido, yo empecé á te-
mer alguna desgracia.
— ¡Ramírez! [Ramírez! — gritó con todas mis
fuerzas. Y al tiempo de gritar corrí hacia la
puerta, preguntando con ira:
—¿Quién?
— ¡Degollada! — respondió la misma voz de
antes.
Instantáneamente, sonaron pasos en la esca-
lera; escuché algo semejante á un ronquido de
agonía, y un golpe sordo, como el de un cuerpo
al caer sobre los peldaños, me heló la sangre en
las venas.
Rosa y su padre se habían levantado como
impelidos de un resorte; al escuchar la extraña
contestación, la primera cayó sobre una butaca,
lo mismo que si, en efecto, la hubieran degolla-
do; el segundo, azorado, convulso, sin encomen-
darse á Dios ni al diaí)lo, abrió el balcón, gri-
tando con todos sus pulmones:
— [Sereno! ¡Sereno!... ¡Pronto, ladrones en
el 109.
Sonó en la callo un pito al que contestaron
otros varios, seguidos de ladridos y carreras. Yo
entró en mi cuarto y salí empuñando una mag-
nífica pistola de dos cañones. Ramírez, á medio
vestir y frotándose los ojos, nos miraba á todos
con aire estúpido.
— ¡Coge el revólver y sigúeme! — le grité,
precipitándome hacia la escalera cuya puerta
había abierto.
Varios vigilantes nocturnos subían, oscilando
sus faroles, pistola y chuzo en mano, seguidos
de algunos policías y de agentes de orden públi-
co, armados también.
VISTA DE DORT (Cuadro de Alberto Cuyp)
— ¿Qué hay? ¿Qué ocurre?
— Ladrones... no sabemos... aquí han debido
de matar á un hombre.
La alarma cundió por toda la casa como un
reguero do pólvora. Su efecto fué indescriptible.
La portera .salió al zaguán acompañada de su
marido en calzoncillos, y gimoteando: — -¡Qué
vergüenza! ¡Bendito Dios! ¡Una casa tan tran-
quila! — Un verdadero alboroto ocurrió en el
principal: oímos volcarse una mesa, movimiento
desordenado de sillas, segviido de un estrépito
metálico, golpes, gritos, palabras soeces y blas-
femias; á continuación se abrió la puerta y un
grupo de hombres azorados se lanzó hacia la esca-
lera: unos, á favor del desorden, se precipitaron
á la calle; otros se confundieron con los que su-
bían en busca de los ladrones. En el segundo,
varias mujeres desarrapadas, medio dormidas,
medio desnudas, olvidadas del pudor, salieron á
la meseta de la escalera, y alai-gaudo sus estú-
pidas cabezas, contemplaron todo aquello con
aire indiferente, mientras en lo alto se oía al
vecino del sotabanco, que por centésima vez
gritaba: — ¡Te voy á reventar! — Todo ello si-
multáneamente y en el espacio de un minuto.
Al oir, sin comprenderlas, las voces del sota-
banco, vigilantes y policías se lanzaron hacia lo
alto de la escalera, creyendo, no sin razón, que
arriba estaban los criminales. Ramírez y yo
permanecimos en el rellano correspondiente á
nuestra puerta, guardando el paso, arma al
puño y prontos á disparar sobre el primer
ladrón que se presentara. En cuanto al usurero,
sin hacer caso de su hija, que continuaba des-
mayada en mi sillón, se había colocado junto á
la entornada puerta de su cuarto, dispuesto á
dejar.se hacer trizas antes que le arrancaran su
dinero.
— ¿Dónde están los ladrones? — preguntó de
pronto, con acento bravucói), en el piso inferior
una voz bronca.
— ¡Don Cri.spín, por allá! — respondió la por-
tera.
— ¡Arriba, don Crispin! — dijeron las del se-
gundo.
Y repitiendo la misma pregxmta, pasó por
delante de nosotros un capitán de coraceros, de
formas hercúleas, y sable en mano.
— ¡Al que pille, le degüello! — iba diciendo
mientras subía la escalera.
Y de la hoja de .su sable partían vivos refle-
jos á la luz de los faroles.
— ¡Te voy á reventar! — seguía gritando el
vecino del sotabanco.
— ¡La reventarás en la prevención, canalla!
— le respondió un agente de orden público.
Al cabo de algunos minutos, tras inútiles
pesquisas, todos bajaron custodiando á la pareja
del sotabanco.
— ¡Aquí hay un cadáver! — gritó horrorizado
el usurero, señalando al próximo rellano.
Todos nos precipitamos hacia el sitio que in-
dicaba el prestamista.
Efectivamente, en un rincón, yacía un hombre
sobre un charco al parecer de sangre, y vistien-
do uniforme militar. El susto y la confusión del
primer ímpetu nos habían impedido verle antes.
— Es el que anduvo en mi puerta; ¡le han
degollado! — dijo el usurero.
— Y si no, le degollaremos nosotros, — añadió
un policía.
— Nadie le toque, es mi asistente, — - observó
don Crispin, inclinándose sobre el presunto
muerto; — ha vaciado su cuerpo y está durmiendo
la mona... ¡Ah, bribón, así cumples mis órde-
nes! ^n tal estado vienes á reunirte conmigo
en el principal, mientras yo me duermo, cansado
de esperarte, en cama ajena! ¡Toma, toma y
aprende, ladrón!
Esto diciendo, el coracero, de un soberbio
puntapié, obligó á levantarse á su asistente y
la emprendió con él á cintarazos. El infeliz,
recobrado de su borrachera, se dio á la fuga
saltando los escalones de cuatro en cuatro.
— ¡Calle! — gritó Ramírez al verle escapar, — ■
¡es mi antiguo compadre, el asistente del capi-
tán Degollada!
— ¡Degollada! — repetimos, estupefactos, el
prestamista y yo.
— Sí, señores, don Crispin Degollada, capitán
de coraceros, para servir á Vdes., — contestó el
aludido, dirigiéndonos un saludo militar y en-
vainando el sable con aire de triunfo.
— Comprendido, — dije riendo; — el señor se
hallaba en el principal esperando á su asistente:
éste lle'gó al fin en el estado que hemos visto,
y desconcertado, llamó á todas las puertas sin
acertar á proferir otra palabra que el nombre
de su amo, hasta que cayó y durmió.
Todos soltaron la carcajada.
— Conque ¿esos eran los ladrones? — preguntó
un vigilante.
— ¡Pues no valían la pena de haber levantado
tanto cisco! — objetó el jefe de policía.
— Señores , buenas noches , — prosiguió un
agente de orden público. Y concluyó, encarán-
dose con el vecino del sotabanco:
— Cuando la haya reventado V., volveremos
por los dos.
(Se continuará.)
Juan Tomás Salvany.
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EL VIKJO ENAMORADO (Cuadto .le Mantegaíxa)
106
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
REVISTA científica
Boenu noüoiu para lo* fOfdocy Im dialn.'iK'us.— Kl agua
I.— Loa I
polabto.-
I gatea tnflamal)l«a d«l estómago.
Parec« que por fin se ha encontrado el medio
de consolar á los gordos, — y mejor aiin á las
pordas, — esto es, de hacerles enflaquecer. Para
ello, claro está que precisa en primer lugar no
tomar dos veces al día chocolate de Matías Lí>-
pes, pero siguen luego otros medios positivos,
con cnya práctica se consigue la más perfecta
T acabada curación.
El doctor Oertel, oateiirático de Munich, ha
descubierto que la obesidad dimana de ima rup-
tura del equilibrio hidrostático, de la acumula-
ción de masas sanguíneas que el corazón no
puede continuar moviendo. A esta causa, emi-
nentemente física, hay que oponer medios físi-
cos también, conducentes á disminuir la canti-
dad de agua contenida en la sangre y los tejidos.
De ahí la proscripción de toda emisión sanguí-
nea, que debilitaría demasiado al enfermo; de
los diuréticos, á menudo insuficientes é infieles,
y de las aguas alcalinas, agravantes del estado
de repleción que es precisamente el enemigo
que se trata de combatir. Acabáron.fe los paque-
tes de sales do Carlsbad. En cambio nada mejor
que los ejercicios gimnásticos que procuran una
sudación abundíinte, una exhalación pulmonar
activa y la combustión de las materias grasas.
«El doctor Oertel, — dice una revista, — reco-
mienda una, dos ó tres curas al año, según la
gravedad de los casos, de tres semanas cada
una, consistentes en marchas prolongadas, en
caiTeras, con algunas ascensiones á montañas
de ochocientos á mil metros. La sofocación, las
palpitaciones que pueden experimentarse en un
principio no deben tomarse como contraindica-
ciones; únicamente los enfermos harán bien en
descansar de vez en cuando durante sus ejerci-
cios. El aire comprimido y la pilocarpina pue-
den sor auxiliares útiles. Por supuesto que este
tratamiento debe ir acompañado de un régimen
especial, severo, destinado á ayudar primero y
á conservar después los resultados obtenidos;
muchos alimentos albuminoides, carnes y hue-
vos; pocas grasas 6 hidrocarburos; nada de azú-
MISS NETTIE HUXLEY (Relralo por Juhu Collúi)
car doscientos gramos de pan cuando »nás,
y, sobre todo, pocos líquidos. Una taza de te ó
de café, una éuarta parte de litro de un vino li-
gero y otro tanto de agua bastan ampliamente
para los cambios nutritivos.»
Este método, que tiene el mérito de ser sen-
cillo, está justificado por grandísimo número de
éxitos y cuenta además con la inapreciable cir-
cunstancia de estar basado en concienzudos é
interesantísimos trabajos de laboratorio.
Como por todas partes no se oyen más que
lamentos de los gordinflones, hemos creído opor-
tuno enterarles de esa áncora de salvación que
lea ha arrojado Oertel, — si "es que no lo sa-
bían ya.
' Y puesto que estamos con las manos en la
masa, nos dirigiremos ahora al numeroso gre-
mio de los diabéticos para comunicarles, — siem-
pre en el supuesto de que lo ignoren todavía, —
que en la sesión celebrada el 16 de Febrero por
la Academia de Ciencias de París dio cuenta
M. Villf-min de un hrcho terapéutico tanto más
int< uta toda la precisión
de . 'gía.
«Trátase, — dice una reseña publicada sobre
dicha sesión, — de un diabético llegado á un pe-
riodo grave de su enfermedad, en el cual no
habiendo dado resultado alguno el tratamiento
clásico tuvo el autor la feliz idea de emplear la
medicación por el opio y la belladona, con el
cual había obtenido ya una curación, pero en
un caso de poliuria ó diabetes insípida, siendo
así que ahora se trataba de una diabetes saca-
rina.
«Estos dos medicamentos asociados fueron
dados á la dosis de diez centigramos de extracto
de belladona y cinco centigramos de extracto
de opio, dosis que fué elevada progresivamente
hasta veinte centigramos de cada sustancia. El
resultado fué de los más notables; alcanzóse la
curación y mantúvose mientras duró el trata-
miento, al paso que el azi'icar y la poliuria re-
aparecían si se le suspendía ó bien si se amino-
raba la dosis de los dos medicamentos. Esta
CTxración fué tal, que los enfermos pudieron ha-
cer uso de la alimentación de todo el mundo sin
que el cambio de régimen acarrease ninguna
modificación. En resumen, la experimentación La
demostrado que los resultados obtenidos eran
debidos absolutamente á la asociación de la be-
lladona 3' el opio. Ensayado en su lugar el bin-
muro de potasio reapareció la enfermedad en-
seguida.»
*
* *
Interesantísima ha sido la conferencia dada
hace pocos días, por M. Brouardel, en la Aso-
(iaciór. francesa para el adelantamiento de las
ciencias, sobre el tema de El agua potable, asun-
to que tanto interesa á todos. Trataremos de re-
sumir lo más saliente del expresado discur.so.
Comenzó diciendo el eminente higienista fran-
cés, que el agua, este amigo, puede convertirse
en el enemigo más cruel, gracias á la impericia
de los hombres. Señalados desde los tiempos
hipocráticos los peligros que encierra el agua
impura no se ha llegado á adquirir una noción
bien precisa de la realidad de estos riesgos
hasta que en nuestros días ha dado á conocer
M. Pasteur dos hechos capitales: primero, que
no existe la generación espontánea, y, segundo,
que los gérmeiies, tan temidos por Jos antiguos,
son elemímtos figurados que pueden encontrarse
lo mismo en el aire que en el agua ó que en el
suelo.
«El mejor elogio que cabe hacer del agua, —
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
167
dice M. Brouardel, — es decir que es indispensa-
ble á la vida... Las grandes aglomeraciones hu-
manas se han formado al rededor de las corrien-
tes de agua, de los ríos.»
Por de.sgracia, así que un hombre, solo ó en
sociedad, se establece en la vecindad de un agua
potable corre peligro de contaminarla, ya por
sus propias deyecciones, ya por las de los ani-
males que reúne en torno suyo; á cuyo peligro
se agrega en las ciudades la alteración ocasio-
nada por los pi'oductos de la industria. Un rio
á cuyas orillas se levanten ciudades y aldeas
quedará casi fatalmente mancillado.
Sabido es que los antiguos decían que el
agua para ser buena debía ser insípida, inodo-
ra é incolora. Con todo, es innegable que dicho
líquido tiene, como el vino, su bouquet, su gusto
particular.
Un medio bastante bueno para enterarse de
la calidad de un agua consiste en olería cuando
ha permanecido tres ó cuatro días en un fras-
co. Con todo, si esto les bastaba á los antiguos
la ciencia cuenta hoy con medios infinitamente
superiores y verdaderamente preciosos. El mi-
croscopio, en efecto, permite ver que el sedi-
mento de un agua, por clara que sea, está habi-
tado por un número prodigioso de animálculos
(infusorios, rotíferos, confervas, vorticelas, etc.),
aunque á la verdad, perfectamente inofensivos.
Otros productos contenidos á veces en el sedi-
mento, son, sin embargo, un manantial de
peligros para el hombre; las lombrices, por
ejemplo, origen de las más variadas y temibles
afecciones, diarreas, anemias, etc.
Después del examen físico habla Brouardel
de la análisis química como comprobante de la
pureza de las aguas potables y defiende la cal de
las acusaciones de que ha sido objeto, contentán-
dose con admitir que puede producir dispepsias
ó indigestiones, pero nada más. Absuelta, pues,
la cal quedan las materias orgánicas, pero, según
parece, no es su riqueza lo que constituye el pe-
ligro sino su calidad, su naturaleza. De ahí que
la mejor manera de averiguar si un agua es ó
PAISAJE vAcuaiela de mUs E. Parbons)
no sospechosa, sea indagar si contiene microbios
conocidos por su valor patogénico.
Esto es lo que vienen haciendo, de.sde 1866
los ingleses, obratido en su con.secuencia con la
energía 5' rapidez que reclama el caso; verdad
es que allí hay un cuidado extremadísimo por
lo que se refiere á la salud pública, y en cuanto
la mortalidad de una ciudad pasa del 19 por 1000
el Board l/ical govermuent. pide enseguida un
plan de saneamiento. Así se ha podido venir en
conocimiento de que 90 veces por 100 propága-
se la fiebre tifoidea según el modo de distri-
bución del agua.
M. Brouardel refiere enseguida una porción
de ejemplos en que se ve patente que unas ve-
ces la fiebre tifoidea y otras el cólera han cau-
sado horribles estragos por haberse hecho uso
de aguas que el examen bacteriológico demos-
tró estar contaminadas. Por desgracia no pue-
de siempre procurarse agua que proceda de
manantiales puros, ó, aunque asi sea, que pueda
llegar sin mácula al punto donde debe ser
empleada, ó bien se hace preciso recurrir á
aguas de pozo ó de río. Las tentativas hechas
hasta el día para purificar éstas, han resultado
estériles, sin que valgan las filtraciones á tra-
vés de espesas capas de arena, de carbón, etc.
Al contrario; esos filtros son á inenudo focos
donde pululan todos los micro-organismos.
¿Qué hacer, pues? No hay más remedio, en
tiempos de epidemia, que beber el agua hervida,
utilizando para los demás usos ordinarios el
agua filtrada •& través de filtros cuidadosamente
entretenidos.
M. Brouardel no quiere sin embargo que se le
eche solamente al agua laculpa de todo; hay otras
maneras también de propagarse las epidemias;
las manos sucias, las ropas, el contacto directo
son vehículos de las enfermedades infecciosas,
pero en tal caso sus efectos son circunscritos y
no diseminan el mal en la vasta escala que lo
hace el agua. Si se quiere, pues, evitar la mortan-
dad que causan ciertas epidemias, especialmente
por loque toca ala fiebre tifoidea, téngase la pre-
caución de someter las aguas al examen bacte-
riológico, y si resulta que contienen micro-
organismos patógenos, prohíbase su uso ó cuan-
do menos no se empleen sin haberlas hecho
hervir previamente.
Vamos á terminar esta revista dando á co-
nocer un curioso fenómeno que, si bien no era
del todo inédito, ha llamado recientemente la
atención por haberse venido en conocimiento
de una porción de casos análogos: nos referimos
á la posibilidad de formarse en el estómago ga-
ses inflamables, suceptibles de arder al contac-
to de una llama.
El año pasado publicó el Britísh medical
Journal un caso de este género, y al momento
salieron varios corresponsales señalando análo-
gos sucedidos. Uno de ellos contaba que venía
padeciendo hacía cinco ó seis años de una dis-
pepsia, incomodándole mucho unos eructos de
olor sumamente desagradable. (Dispensen mis
lectores lo naturalista de la frase). Aquejaba al
propio tiempo un terrible dolor de estómago
que llegaba á privarle del sueño. Una noche,
disponíase á encender la pipa, cuando en el
momento en que tenia la cerilla aplicada al ta-
baco, sobreviene uno de aquellos desahogos que
Sancho Panza no tenía reparo en designar con su
verdadero nombre, pégase fuego al gas y qué-
mase los labios y el bigote del fumador-dispép-
tico, ocasionándole el susto que es de suponer.
«El efecto producido, dice la víctima, era idénti-
co al de la explosión ó combustión rápida de-
una pulgarada de pólvora sobre las brasas.» El
hecho se ha repetido cinco ó seis veces desde
entonces.
Friederich ha observado un caso análogo,
pero, hombre cuidadoso, quiso hacer el análisis
de los gases y halló la composición siguiente:
Acido carbónico. . . . 26'56 por 100
Hidrógeno 32'30
Gas de los pantanos. . . 0'34
Oxígeno 7'36
Ázoe. 33'44
Waldenburg ha visto un enfermo afectado de
dispepsia, cuyas eructaciones se inflamaban fá-
cilmente produciendo una llama azulada. Un
cliente de Heynsius emitía un gas inflamable
que ardía sin producir mucha claridad, pero (jue
en cambio dejaba percibir una pequeña detona-
ción. En un caso que tuvo Beatson el ruido pro-
ducido por la explosión, fué tal, que despertó á la
esposa del paciente. Probablemente son debidos
estos gases, á que los alimentos no digeridos
experimentan un principio de descomposición.
Alfredo Opisso.
LA MONEDA DE LA SUERTE
NARRACIÓN
Manolo Sandoval, sujeto que pasaba por hom-
bre á la moda y calavera de buen tono, allá por
el año de 1875, salió de su casa (situada al final
de la calle de Segovia), una noche del 'invierno
del año de referencia, algo después de las doce;
es decir á la hora en que acostumbran á dejar
la calle, — buscando el calor del hogar, — la ge-
neralidad de las personas de vida ordenada,
pertenecientes á las clases aristocrática y media,
respectivamente; que el infeliz obrero, forzado
á levantarse á las cinco de la mañana para em-
prender la cuotidiana tarea, que no siempre le
proporciona el pan de cada día, no puede per-
mitirse el lujo de estar en la calle ó en un es-
pectáculo á semejante hora.
Quien no conociera á Manolo, podía creer
que, al abandonar su morada á hora tan incon-
veniente, lo hacía impulsado por algún que-
hacer urgentísimo, de esos que no tienen es-
pera. Nada de eso; Manolo salía de su' casa to-
das las noches á la misma hora, por hábito, por
costumbre, á divertirse, — como él decía, — vol-
viendo á su domicilio, también por costumbre
invariable, cou las primeras luces de la mañana,
por lo cual él solía decir, creyendo hacer un '
chiste, «que se retiraba temprano.»
Ordinariamente Manolo salía de su casa tan
hondamente preocupado que recitaba monólo-
gos, y monólogos pintorescos que habrían obte-
nido éxito indudable si hubiera alcanzado la
suerte de tener espectadores á tales horas en
aquel apartado barrio de Madrid, aunque, por
otra parte, no era poca dicha la de Manolo el
lucir sus facultades oratorias en aquella sole-
dad, porque, si la policía, — también ausente de
aquellos sitios y de otros muchos, — le hubiera
escuchado alguna vez, Manolo no lo habría pa-
sado bien, ni mucho menos. Por ejemplo, cuando
decía con mal reprimido enojo:
— ¡Soy un atolondrado, y anoche me ñié tan
mal, y me pudo ir peor, por haber intentado
matar al rey! Eué una temeridad estando tan
cerca los caballos.
Otras veces hablaba de jadías, contra-judi/iíi,
mayores, menores, etc., etc., 3', como todo jug.i-
B]
i3sr
170
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
dor de oficio, hacia oibalas y combinaciones
cuyo resultado jKísitivo habría de ser encontrar
el suspirado dessquite primero y hacer después
una fortuna colosal.
Estos monélogos, qne principiaban en la es-
calera de su casa, solían concluir al penetrar en
la sala de juego de que era parroquiano y cuya
sala podría ser el entresuelo de un populoso café
situado en una de las más amplias y elegantes
calles de la coronada villa.
Todas las noches, al atravesar Manolo las
sombrías encnicijadas del Pretil de los Conse-
jos, interrumpía su monólogo la voz lastimera
de un anciano mendigo allí apostado, con la
fórmula de costumbre:
— ¡Señorito, una limosna por Dios!
Un « Dios le ampare, » indiferente y frío,
solía ser la contestación de Manolo... la noche
que contestaba; pues también ocurría frecuen-
temente que pasase de largo sin apercibirse si-
quiera de la presencia de aquel desgraciado. .
La noche á que se contrae esta narración,
fría, lluviosa y por todo extremo desapacible, el
anciano mendigo, por no sé qué accidente de su
EL TALLER (Oaadro de Germán Rlbot)
mísera f.visteucia, cambió de fórmula, de acti-
tud }• ha.sta de acento.
Al divisar á Manolo, avanzó, y, como si qui-
siera detenerle:
— ¡Señorito... que hoy no me he desayunado
todavía!— díjole casi al oído y con acento re-
concf-ntrado.
Por el tono y por la actitud, aquello lo mismo
podía ser una suplica, qne una advertencia, que
nna amenaza, y acaso significaba las tres cosas
jnntas.
Manolo se detuvo nn momento instintivamen-
te, más sorprendido que admirado, y reanudó
«a marcha sin acertar á responder lo de otras
tiíH-hf.-i y como si en su mente bullera aquella
fónnula oficial de: «Quedo enterado. ^
No sé si por el estado de su temperamento
en aquel instante, ó por la desusada actitud del
mendigo ó por otra razón, ello fué que Manolo
aún después de penetrar en la calle Mayor, lle-
vaba en el oído aquella á manera de protesta
enunciada con las palabras de:
— ¡Señorito... que hoy no me he desayunado
todavía!
— ¡Pobre hombre! — dijo Manolo parándose
de repente y echando mano al bolsillo. — ¡No se
ha desayunado todavía! Debo socorrerle... y así
Dios me ayudará en mi empresa de esta
noche...
Ya sabe el lector qne la empresa de Manolo
era, aquella y todas las noches, jugar al motile.
Tan elevada idea de Dios tenia aquel caballero
quo, en su fervor piadoso, quería nada menos
que llevar la voluntad divina al tapete verde y
hacerla funcionar, desde luego, á su favor.
Tocado su corazón de la idea filantrópica y
deseando que la recompensa fuese proporciona-
da al mérito que pensaba contraer, paróse nue-
vamente y exclamó:
— ¿Qué son unas cuantas monedas de cobre
para remediar la desgracia de ese infeliz? Nada.
Las cosas hay que hacerlas bien ó no hacer-
las.—En aquel momento examinaba un puñado
de monedas que tenía en la mano: entre éstas
percibió su mirada el amarillento fulgor de una
onza de oro.
— ¡Qué efecto tan mágico produciría en el-
ánimo de ese hombre una limosna de esta mag-
nitudí^decía. Separando la onza de las otras
monedas. — Es el caso, — añadió enseguida, —
que de estas quedan ya pocas y que yo la guar-
daba para el puño de un bastón... La he con-
servado tanto tiempo que... ya me la sé de me-
moria, y la reconocería entre mil. No... le daré
un duro... y... Pero, ¿y la satisfacción... la sor-
presa, el asombro de ese desgraciado, al...? Nada,
que se la doy...
Y avanzó resueltamente hacia el mendigo; á
cuatro pasos de éste volvió á detenerse con in-
sólita brusquedad, y, como si ante su vista apa-
reciera de improviso un nuevo horizonte por él
descubierto, dijo:
— ¡Esta puede ser la moneda de la suerte!...
Le daré un duro.
Y avanzó dos pasos más.
El mendigo extendió la mano.
Otra nueva idea, hija legitima de la supers-
tición del jugador de raza, volvió á cambiar su
propósito, y se retiró con apresuramiento di-
ciendo entre dientes y con voz ininteligible para
el mendigo:
— Luego, luego, ó mañana... Con el producto
de esta moneda... ¡No hay que malograr esta
inspiración!
Y con este pensamiento se dirigió resuelta-
mente á la Puerta del Sol.
El mendigo creyó que el señorito había que-
rido burlarse de su miseria, y, con la mirada
centellante y las manos crispadas, dejó escapar
de sus labios convulsos una blasfemia ho-
rrible...
Manolo fué saludado al entrar en la sala de
juego, por los allí congregados, con la familia-
ridad que se saluda á un antiguo coinpafiero.
El banquero le miró con mirada codiciosa,
mezclada del temor, que inspira un punto fuerte
que lo mi.smo puede ocasionar grandes ganan-
cias que grandes pérdidas.
Un punto Jiojo se apresuró á ceder su sitio, en
lugar preferente, á Manolo, y prosiguió la par-
tida sin ningún incidente que deba mencio-
narse.
Manolo sacó la monedn de la suerte y la puso
á una carta; pero, algunos segundos después,
con la palabra: «¡Juego!» retiró aquella moneda
y puso otra en su lugar, diciendo para su ca
pote: «No conviene todavía; es mi recurso de
esta noche y debo guardarla para el final.»
Durante un cuarto de hora, la suerte fué ca-
prichosa con Manolo. Acertaba dos cartas y
perdía tres, y vice-versa, hasta que, pasado di-
cho tiempo, se decidió definitivamente en contra
suya.
\ Y aquí fueron las dudas y las perplejidades
de Manolo. — Si hubiese dado la onza al pobre,
— se decía á sí propio, — es indudable que Dios
me habría protegido por tan buena acción...
Pero Dios que todo lo sabe y lee hasta los más
ocultos pensamientos, sabe también cual es mi
intención sobre ese punto... ¿Será, acaso, porque
todavía no he echado mano del talismán? — Y
volvía á sacar la onza; y tomaba á guardarla,
por medio de la siguiente reflexión: — Me dice
el corazón que cuando no me quede más que
esta moneda, con ella he de recobrar lo perdido,
realizando, además, una ganancia fabulosa...
En breve llegó el momento de la prueba de-
cisiva. Manolo había perdido todo su dinero á
excepción de la moneda referida.
En un estado verdaderamente febril arrojó
la onza sobre el tapete diciendo:
— A la sota.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
171
— No h&y gallo, — repuso el banquero, y volvió
la baraja.
— ¡Juego! — añadió de pronto Manolo parali-
zando la acción del banquero. — Esa onza no
juega más que ocho duros.
— ¡Ocho que sobran! — exclamó el banquero
después de haber tirado la contraria.
— Debe ocho duros esa moneda, — replicó Ma-
nolo, negándose á que le cambiaran la moneda
de la suerte.
— La paz al rey, — agregó un instante después
al empezar otra talla.
— No hay gallo, — volvió á decir el banquero
y á la segunda carta pintó la contraria del rey.
Al pasar la onza al montón del banquero,
Manolo, frenético ya, acusó al banquero de ha-
ber amarrado; éste protestó de su honradez, tra-
bóse empeñada disputa y acabó aquello pegando
Manolo una fuerte bofetada á su enemigo, tan
fuerte, que casi casi le metió debajo de la mesa.
La mayoría de los puntos se metió por medio
y la tremolina no tuvo allí más consecuencias.
El banquero se levantó, tomó un vaso de
agua, contó su dinero, se lo guardó, y dijo tran-
quilamente:
— Otro talla.
Pocos momentos después abandonó la sala.
Se talló un burlóte, y Manolo permaneció allí
como una hora viendo jugar.
La mayoría de los punios se había puesto de
su parte en la cuestión que había tenido con el
banquero; pero al despedirse Manolo, ningvino
de aquellos hombres quiso salir con él á la calle."
El frío de la madrugada, apagando un tanto
el fuego de su acalorada imaginación, dio nue-
vo rumbo á las ideas de Manolo.
Y pensó que había hecho muy mal en dar
una bofetada al banquero, porque, recordando
fríamente aquella jugada, no estaba muy seguro
de que el banquero liubiese amarrado.
Y pensó más todavía. Pensó que, suponiendo
que el hecho fuese real y positivo, sin dejar lu-
gar á la duda, él, por su educación y por el
rango social que ocupaba, no debió nunca pro-
ducir escena semejante.
Por virtud de estas reflexiones, Manolo se
arrepintió sinceramente de la culpa que había
cometido al abofetear á gu prójimo, — por más
que su prójimo fuese un jugador.- — ¿Qué era él,
después de todo?
Puesto ya en tan buen camino, se arrepintió
también de su conducta, y se juró á si propio
apartarse del juego, procurando rehacer su mal-
trecha fortuna, al objeto de entrar en la norma-
lidad de su existencia.
Estas ideas y estos propósitos llevaron una
ternura infinita á su corazón, y, por una co-
rrelación lógica de sentimientos, se acordó, con
remordimiento verdadero, de aquel anciano
mendigo que unas horas antes le había pedido
un socorro de la manera más elocuente, esto es,
participándole que aquellas horas aún no se
había desayunado.
En aquel momento hubiera deseado Manolo
llevar mil duros en el bolsillo y haberse encon-
"trado con el pobre en cuestión.
Al llegar á este punto de sus reflexiones Ma-
nolo dejaba á un lado la calle Mayor y entraba
en el Pretil de los Consejos.
Al doblar la primera esquina creyó que so-
ñaba y hubo de restregarse los ojos. En la es-
quina de enfrente se encontraba el anciano men-
digo. Ninguna madrugada le había visto allí,
y de aquí nacía la extrañeza, ó más bien, el es-
tupor de Manolo. Se registró los bolsillos. Nada,
no llevaba un cuarto.
— Esto es un aviso del cielo, — pensó. — Ma-
ñana recompensaré debidamente á ese pobre
hombre.
Y avanzó con el intento de pasar inadvertido
á los ojos del pordiosero.
Cuando Manolo se encontraba á cuatro pasos
del anciano, una voz conocida de Manolo gritó
desde e! oscuro rincón de la encrucijada:
— (Este es!
— ¡Este debía ser! — repuso el mendigo con
feroz alegría, clavando un puñal en el pecho de
Manolo.
Este, al sentirse herido, se asió fuertemente
á la siniestra mano del asesino, é instintiva-
mente le arrebató un objeto que el anciano es-
trechaba entre sus dedos.
El anciano pudo desasirse y un momento
después se perdía en la sombra.
Manolo cayó al suelo bañado en su propia
sangre y con las ansias de la muerte, á la luz
de un farol cercano pudo ver que el objeto que
había arrebatado á su matador era una onza de
oro, ]la suya! es decir, la que él mismo había
pomposamente llamado la moneda de la suerte.
Francisco Flores García.
-*-
ALGUNOS ANTECEDENTES HISTÓRICOS
DEL, CHOCOLATE
Es ciertamente asunto digno de fijar la aten-
ción, por. referirse á uno^de'los'más usuales ali-
CARLOS SANTLEY (Retrato poi T. Gotch
mentes y excita por lo mismo justificada curio-
sidad cuanto se relaciona con su origen; por
cuya razón expondremos breves y ligeras ideas,
no con el fin de llevar á cabo extensa diserta-
ción histórica,, sino aspirando tan solo á trazar
vagos recuerdos, que á modo de interesante no-
ticia, pueda ser con afición leída y simpática-
mente aceptada, por todo el que sepa rendir el
tributo de aprecio, que de derecho corresponde
á los estudios históricos en sus diversas esferas.
Mucho se ha escrito acerca de este tema, que
ofrece no escasa curiosidad é interés. La cir-
cunstancia de ser un alimento tan usual, así
como su origen y vicisitudes, son otros tantos
motivos que justifican la importancia de lo que
se desea conocer, que no es una cuestión baladí,
sino una de las en que se refleja las costumbres
de un pueblo, en las cuales pueden verse mu-
chos de los rasgos característicos de sus habi-
tantes, que se observan de una manera notable
en las manifestaciones del hogar doméstico, en
el seno de la familia, al calor de los encantos
que produce el cariño de los que viven bajo los
dulces lazos de inextinguible amor, creado en-
tre los que constituyen una agrupación de pa-
dres, hijos y hermanos.
La palabra Chocolate es derivada de la meji-
cana quaehahtiatl, compuesta de dos, choco que
significa ruido y latle agua. Es por tanto una
voz, cuya etimología recuerda el país originario
de la sustancia.
Al descubrimiento de Méjico por los españo-
les en 1520, pudieron observar que el chocolate
formaba parte de la alimentación de los indíge-
nas, y desde esta época data su introducción en
Europa, comenzando por España en que tuvo
desde luego grande acogida, habiendo tardado
algo más en generalizarse en Francia, lo cual
no se verificó, sino en la época de la regencia
de Ana de Austria, que comenzó á ser aprecia-
do y enaltecido por las personas de distinción
y de categoría social.
El chocolate es, pues, de origen mejicano, fué
importado en la isla de Santo Domingo en 1503
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GUADALAJARA: PORTADA DEL PALACIO DEL INFANTADO
174
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
por Estiaca. y no se aceptas en París, hasta el
reinado de Luis XlV'en 1660.
Los esMuloles, sin embargo, le dieron á co-
nocer en Europa á mediados del siglo xvi j en
IZapaH» fhé donde primero se vulgarizó. Desde
nneetra nación pasó á Italia y Austria; después
á Francia hasta que se -extendió por toda Euro-
pa. Se adoptó primeramente por la clase aris-
tocrática, luego pasó á las demás clases sociales.
Es una sustancia que se debe al país ameri-
cano, que ha motivado tantas conquistas en el
mundo científico. Allí, en las inmensas llanuras
del país del Amazonas, es donde crece el árbol
del Cacao (Teobroma cacao, de Linneo), delica-
do por su naturaleza y que ha menester de la
temperatura y condiciones de aquellos climas,
solo compatibles con su existencia, é imposible
en nuestras regiones frías, desiguales y destem-
pladas. Por eso ha podido ser trasportado única-
mente á climas de condiciones parecidas. Las
setoillas de esta planta, forman, pues, junta-
mente con el azi\car y canela, la mezcla conoci-
da con el nombre de chocolate y los mejicanos
emplean alguna vez dichas semillas, hasta como
alimento Anico, habiéndose servido en épocas
remotas de las mismas, á guisa de moneda ó
símbolo de cambios.
La aceptación que ha tenido el chocolate en
nuestro país, ha sido, sin duda alguna, superior
¿ la de los demás, sin que haya experimentado
épocas de olvido ó pasajera decadencia. Ha lle-
gado á formar hasta uno de los lazos de la fa-
milia y su importancia para muchos es tal, que
prescindirían de otros alimentos, pero no per-
derían jamás el chocolate. Es casi tan clásico
como el cocido. Hombreas eminentes en ciencia,
principes de la Iglesia y literatos de primer
orden han descrito su preparación, enaltecido
8U8 propiedades, ensalzado sus efectos y le han
dedicado los frutos de su inteligencia, conside-
rándole como un alimento útil, sencillo, agra-
dable, delicado, fácil de digerir y al alcance de
las má.s modestas fortunas. No habrá, en efecto,
ningún español que no haj'a saboreado, siquie-
ra alguna vez, ese alimento compuesto de cacao,
asúcar v canela, que en ocasiones adicionan
vainilla para aromatizarle y en determinados
casos se le mezclan sustancias medicamentosas,
que puede fácilmente asimilar el organismo, sin
experimentar el enfermo las mole.stias de re-
pugnante medicina que si bien puede recuperar
la salud es repulsiva por su sabor ú olor, los
cuales desaparecen cuando se ocultan bajo las
perfumadas y aromáticas emanaciones del cho-
colate. Hay, sin embargo, muchos á quienes no
gusta, fKJr considerarle insuficiente como repa-
rador y quisieran verle relegado tan solo, al
catálogo de los alimentos del convaleciente ó
valetudinario. Y está justificada la aceptación.
Es un alimento fácil de preparar y de adquirir,
que se acomoda á todas las edades y en todas
las condiciones de la existencia; que lo toma lo
mismo el convaleciente que el sujeto lleno de
vida y en perfecto estado de salud.
No obstante, hay no pocas personas que son
r«{ractarías al empleo de esta sustancia como
alimento y que no les satisface en modo alguno.
También ha sido objeto de no pocas adulte-
raciones y ha constituido tema de ocupación de
loe químicos, el descubrimiento de las mismas,
á £n de poner sobre aviso á los confiados en
extremo, llegando la perversidad en este terre-
no, á un grado de refinamiento dtñcil de conce-
bir, introdoeíaado sustancias de índole diversa,
Bocivas unas é inocentes otras; pero todas ellas
u>— tituyendo os acto punible por muchos con-
eaptoa. Ño podemos descender á detallar estos
mádíoa de adalteración y reconocimiento, por-
qoe Boe Uevaria muy lejos de nuestro propósito.
Mate decir que ocupa extensas páginas en las
obras de química.
Sólo hemoá trufado de llamar la atención
acerca de una carioeidad histórica, dejando
para más oporttino momento, el estudio cienti-
neo del asunto.
Joaquín Olmkoilá y Furo.
LAS PLEGARIAS
KL NIÑO
I Oh virgen María,
botón de clavel!
mi madre me dice
que te ame con fe,
pues cuenta que eres
mi madre también;
que el rezo del niño
te causa placer;
que cuando en las noches
dormidito esté,
si soy un buen hijo,
me vendrá á ver.
Mi madre no engaña,
lo sabe muy bien,
por eso te espero
y al fin te veré,
¡Oh virgen María,
botón de clavel!
n
LA JOVEN
¡Madre tierna, virgen santa!
con el alma conmovida,
cruzando voy en la vida
por un mundo que me espanta;
donde quiera se levanta
la sombra de la maldad,
Y en la densa oscuridad
en que el porvenir se abisma,
temblando voy por mí misma
con tan fiera tempestad.
¡Virgen pura! ¡Madre amante!
dame tu amparo divino,
que es peligroso el camino
y voy sola y vacilante.
La luz de tu amor, constante
alumbre la senda mía;
sé tú mi antorcha, mi guía,
y en este mar que amedrenta
sálvame de la tormenta,
¡Oh Madre! ¡Virgen María!
III
EL HOMBRE
(crido)
Creo en tí. Señor y Dios, no porque admiro
al ronco mar que aprisionado ruge,
6 al huracán que con terrible empuje
lleva la tempestad en raudo giro.
Creo en tí. Señor y Dios, no porque miro
que en los cielos la aurora se dibuje,
ó enhiesto el tallo de las flores cruje
del aura matinal con el suspiro.
Creo en tí, porque mi espíritu agitado
nunca la duda entre sus penas lleva,
y tu ser en su sor siente grabado.
Y cuando á tí su pensamiento eleva
del infinito en pos, arrebatado,
sus alas tiende y hasta tí me eleva.
IV
KL ANCIANO
¡Larga ha sido la lucha! En este mundo
pálida sombra .soy de lo que fui,
¡Sácame de este piélago profundo!
¡Señor, llámame ii tí!
Tristes mis horas son, negros mis días,
me arrastro en la vejez y en el dolor:
¿por qué de tu presencia me desvías?
¡Llámame á tí, Señor!
Envuelven ya las nubes del olvido
los recuerdos del tiempo en que viví;
viajero por la noche sorprendido,
¡Señor, llámame á til
De la amarga vejez-en el remanso,
sin más luz en la tierra que tu amor,
tranquilo espero mi final descanso,
¡Llámame á tí, Señor!
VicKNTK RiVA Palacio.
-*-
LOCA DE AMOR
Me amaba tanto la infeliz Consuelo,
que un día su razón subióse al cielo;
(si es que al dejar la vida
se sube al cielo la razón perdida).
Sin que á nadie le asombre,
diré que la llevaron á un encierro,
y en la verja de hierro
«...loca de amor» pusieron tras su nombre.
Un extranjero, médico alienista,
profundo observador... corto de vista,
visitó el manicomio y su mirada
se fijó en el encierro de mi amada.
Sospechó la existencia de un arcano
y al preguntar, — ¿Qué dice ese letrero? —
le contestó un loquero:
— Loca de amor es tonta en castellano.
« E.w. dice que un hombre espera atento
á que torne á la luz su pensamiento
para brindarla goces y alegrías...
¡No se pueden decir más tonterías!»
«Se imagina que muere
sin cobrar la razón y él, que la quiere
con pasión sin igual, por lo insensata,
la dé un beso frenético y se mata.»
«Otras veces también exclama á gritos:
— ¡No estoy loca, no, no, seres malditos!
¿Qué culjia tengo yo, — ya humilde gime,—
sino atendéis mi amor, porque es sublime?»
¡Cuando esas frases manan de su boca
no delira su mente extraviada;
tiene razón mi amada...
y sin embargo dicen que está loca!...
José Borras.
-«-
VERSOS
Hora tras hora se avecina el día;
la noche hora tras hora se nos viene,
una ilusión á otra ilusión sostiene,
el dolor se sucede á la alegría.
El sueño rinde al cuerpo en su porfía,
y al alma entre patrañas entretiene;
y otra mañana al despertar previene,
y otra noche después al sueño guía.
¡Entre dormir y ambicionar, transcurre
el tiempo que con mano cautelosa,
la aspiraci?)n al desengaño enreda!
¡Y nadie piensa en ello ni discurre
que buscar existencia más dichosa,
es acortar la poca que nos queda!!
Ricardo Cano.
-*-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
175
FE, ESPERANZA Y CARIDAD
FE
De paz tranquila el corazón inundo
del que mis pasos sigue por la tierra
y su faz cubre mi celeste velo;
que el que en mí su absoluto amor encierra
consigue un día descubrir un mundo,
consigue un día conquistar el cielo.
ESPERANZA
Gozar de mi hermosura le interesa
al mortal, que yo aplaco sus dolores;
pero asirme^del todo no consigue,
soñando eternamente en mis amores '
corre tras mi; que yo soy la promesa
de la ventura que el mortal persigue.
CARIDAD
Voy apartando de los pies, abrojos,
hago suave del dolor el yugo,
del infeliz abrigo el frío lecho
y con mi manto bienhechor enjugo
las lágrimas que brotan de los ojos
y la honda herida que desgarra el pecho.
Jacinto Labaila.
"*-
NUESTROS GRABADOS
HADIJI
Dibujo de J. Dvorak
F" Hé ahí el tipo do polaca en su verdadera expresión, tal
como se conserva generalmente, libre de todo cruzamiento
con los moscovitas. Sabido es que aquellas mujeres se han
hecho célebres en el Norte por su belleza, pues cuando me-
nos sobrepujan i las de Rusia por la nobleza de sus formas y
á las de Alemania por su color. Tleuen el talle esbelto, el pié
pequeño y bonito y hermosos cabellos; sus maneras son más
agradables y más animadas que las de las demás de Rusia.
No son muy raras las rubias ó las blondas, lo cual prueba, lo
mismo que su idioma, la mezcla frecuente de las razas gótica
y eslava, pero no de la hngro-finnesa,— prusiana,— ni de la tár-
tara de los actuales dominadores.
VISTA DK nOBT
Cuadro de Alberto Cuyp
El más ilustre pintor holandés, dejando aparte á Rem-
brandt, es Alberto Ciiyp (16051672'), de quien decia reciente-
mente con su acostumbrado esprit M. Paul Mantz, que i falta
de arboles ponfa el infinito en sus palsaies.
Fué Cuyp cultivador de todos los géneros d» pintura: re-
tratos, floreros, caza muerta, bodegones, escenas de Interior,
animales, interiores de edificios, paisajes, marinas: todo
brotaba con igual prodigiosa belleza de su pincel de mago.
•Luchó,— dice Luis Vlardot,— contra todos los maestros de
su tiempo y de su país sin más secreto que encontrar la va-
riedad en la sencillez, lo imprevisto en lo natural, lagrandeza
en la ingenuidad, y sobrepiijó'os á todos, salvo Rembrandt,
en un'punto: es el más luminoso de los maestros holandeses.
Plríaseque al coger loo pinceles habin pronunciado Cuyp
aquella famosa palabra del Génesis: 'Hágase la luz- y la luz
fué hecha.»
Los Ingleses se han hecho con casi todas las obras de este
autor, pudlendo admirarpe en la galería de Dorchester la
Virta lie DnrI, cuya reproducción damos hoy en uno d« nues-
tros grabados .
CÓRDOBA; ENTRADA DK LA CirDAD POE BL PUIMTI
Puede dtaroe esta puerta como uno de los mejores ejem-
plos de la arquitectura española del siglo xvi. Construida en
tiempo de Felipe II, ostenta la grave majestad que caracteri-
za las obras de aquella época, formando digna entrada á la
históiica ciudad que fué un tiempo del emporio del saber
humano, cuando era corte de los califas de Occidente.
EL VIEJO ENAMORADO
Cuadro de llantegazza
lUf, qué asco! .. ¿Quieren ustedes nada más repugnante,
en efecto, que un viejo requebrando á una ,niña, con fia cir-
cunstancia agravante de Ihacerlo con acompañamiento de
gultarrs? ¡Quite allá el carcamall...
Sin embargo. . . hay algo más nauseabundo todavía que eso,
y es la juventud dejándose babear por la ancianidad liberti-
na... De todas las escenas shocking con que ha amenizado
Zola sus novelas, ninguna más eeoeiirante que aquella en que
el pTolectoT de la hija de Coapeau se encuentra con las
piernas encanijadas y canosas de su suegro proyectándose de
donde no esperaba. Por dicha, no parece que la bella dami-
gella de nuestro grabado deba hacer gran caso de las grotes-
cas toUanze de il vecchio. '
lilSB NXTTIE HCXLIT
Retrato por John CoUier
El honorable John CoUIer es uno de los grandes retratis-
tas de que con justo moiivo se envanece el Relno-Unldo. Mú-
sico, poeta, escultor y pintor brilla por la elevación de su
inteligencia y por la distinción con que marca todas sus
obras. Como retratista pone todo su empeño, y hace bien, en
hacer que resalte la individualidad del modelo, no conce-
diendo grande importancia á los accesorios. En cuanto i mlss
Nettie, diremos que es hija del ilustre presidente de la Socie-
dad real de Londres y autor casi popular de multitud de
obras sobre prehistoria sir John Huxley.
PAISAJE
Acuarela de mies £, Parsons
La autora es una australiana educada en la buena escue-
la. 8u paisaje está compuesto con gusto y método y produce
bonita impresión.
beklín
Berlín es una ciudad muy grande, muy monótona y muy
tristona. Para imitar una antigüedad que nó tiene los arqui-
tectos han levantado infinidad de monumentos á estilo de los
de Roma ó Atenas, áridas moles de piedra, secas y plomizas,
consiguiendo tan solamente con esto hacer más solemne el
aburrimiento que inspira la capital prusiana á cuantos la vi-
sitan. Lo único pasadero que hay alli es el Unter den Linden
(Bajo los lilot,) que viene á ser una especie de Rambla, aunque
infinitamente menos alegre que la nuestra.
En punto al carácter de su población, parece que no tiene
nada que envidiar á París en materia de vicios ni virtudes,
aunque naturalmente sin la gracia ática de que con Justicia
blasona la capital de la vecina república.
El. TALMB
Cuadro de Germán Ribot
Es articulo de fe para muchos que Teófilo Agustín Ribot
es el Ribera de nuestros tiempos, fundándose para ello en
que se ha dedicado á pintar principalmente vidas de santos
haciendo que reinara en sus cuadros rudísimo contraste en-
tre la luz y la sombra. Asi es, en efecto, pero además de esta
filiación riberesca ofrece también otra, no menos indiscutible,
procedente de los antiguos maestros holandeses, lo cual se
hace patente cuando en vez de pintar santos pinta Interio-
res, á cuyo género pertenece FA taller que figura hoy en nues-
tras páginas.
CABL08 8ANTLET
Retrato por Ootch
Puede señalarse esta obra como ejemplo de sencillez en
la factura, lo cual dice mucho en favor del buen gusto de su
autor, uno de los corifeos del realismo La cabeza de Carlos
Santley, escritor inglés, aparece muy bien modelada y la ac-
titud y la expresión están admirablemente caracterizadas.
FORJADURAS DE JUAN BASTIANINI
LUCKECIA O O N A TI. — 8A VONA BOLA
Nadó Juan Bastlanini en 1830, en Ponte alia Badia pue-
bleclllo entre Florencia y Fiésole, y después de haber pasado
su Infancia en calidad de aprendiz de escultor, estudió con
Fedi. Poseído de la más profunda admiración por las obras
del Renacimiento deí'icóee i imitarlas, en lo cual consiguió
en breve hacerse una especialidad. Forjaba tesoros del arte
antiguo, como el abate Marchena poemas del tiempo de la
buena latinidad. Muchos museos creen poseer obras maes-
tras del siglo XVI, etc., cuando quizás hayan salido de manos
de Bastlanini.
En nuestros grabados pueden verse dos bustos de este au-
tor, que nadie podría atribuir á un escultor contemporát^eo,
tanto es su perfecto carácter d'antiehitd: una Lucrecia Donati
existente en el museo de South Kemington, que se creyó
obra de Miguel Ángel, y un Savonarola que se ve en San Mar
eos de Florencia y fué atribuido por los más competentes
críticos al Buonarrotl ó á Lucca delle Robbia.
QtTADALAJABA
POSTADA DEL PALACIO DEL INFANTADO
Este palacio es de grande extensión, pero no de mucho
gusto. La portada, si, es soberbia y del más castizo carácter
español; los aposentos interiores están cargados de molduras
doradasr y es celebérrimo su magnifico patio.
€BCOE AKOILLA DOUINI»
Cuadro de Dante Gabriel Roseetti
Este distinguido pintor italiano, cuyas obras alcanzan
gran predicamento en Inglaterra, ha interpretado á nuestro
ver deliciosamente la escena de la Anunciación, cuando Ma-
ría contesta á ia salutación del ángel con aquellas humildes
palabras: lié aqui la sierva del Stñor. No es poco mérito tra-
ducir con la dulzura que lo ha hecho Bossetti el inefable
misterio del Ange'.us.
-m-
LA FUENTE DE LOS CURRUTACOS
(CONTINUACIÓN)
XVI
UN VIAJE INESPERADO
El pobre de don Leandro parecía haber per-
dido por completo el juicio.
Causaba lástima el buen señor.
Sin tener en cuenta sus cincuenta años, la
cruz del matrimonio que cargaba sobre sus
hombros, sus hijos, hijos de \m amor ya tras-
nochado; su severa toga de abogado y su repre-
sentación social, desde que la vivaracha viudita
había regresado de nuevo á la villa, se pasaba
bonitamente las horas el amartelado golilla
rondando su casa como cualquier Tenorio del
lugar.
Chicos y grandes, varones y hembras, tenían
noticia de sus pretensiones amorosas, y sus pa-
sos y repasos por la calle de la viudita consti-
tuían el tema de todas las conversaciones en la
localidad.
Una noche sin luna en que las calles de la
villa eátaban oscuras como boca de lobo, don
Leandro acababa de abandonar la botica en
que había pasado un par de horas jugando al
ajedrez cometiendo toda clase de torpezas, cuan-
(3o al sentar el pié en la calle del Santo Madero,
se le acercó un hombre del pueblo preguntán-
dole de buenas á primeras, pero llevándose la
mano al ancho sombrero al mismo tiempo:
— ^.Es V. don Leandro de Pluma en blanco?
— El mismo, — contestó el golilla echando
mano al espadín.
— No se asuste su merced, que soy moro de
paz, — contestó el desconocido.
— ¿Pues qué quieres? Despacha pronto.
■ — ¿No me conoce su merced?
—No.
— Soy Silverio , el criado de doña María
Luisa.
El golilla dio un salto.
— Si, sí te reconozco. ¿Qué quieres, hombre?
¿Vienes de parte de tu damita?
— Sí, señor. Mi buena señora me ha entre-
gado esta carta para V., y le he aguardado en
este sitio á fin de que nadie se enterase de
ello.
• — Muy bien hecho, — contestó Pluma en blan-
co, sonriendo como un bienaventurado.
— Mi buena señora, que tiene la confianza
puesta en mí, me ha llamado á parte, dicién-
dome: — Aquí tienes esta carta para don Leandro
y procura entregársela de noche en un sitio so-
litario y sin que las piedras se aperciban.
— Veámosla, veámosla, — exclamó el golilla
hueco de alegría y tomando el billete de manos
del escudero.
— Aquí la tiene su merced. Entérese de ella.
Don Leandro, hinchado de vanidad y como
si el hijo mimado de la diosa Venus, como diría
el poeta, disparara por vez primera contra él
sus amorosos dardos, se llevó á los labios el
perfumado billete y se encaminó bamboleando
de gozo hacia una capilla en la cual se venera-
ba la piadosa efigie del Ene Homo, colocada
entre dos balcones de una casa solariega y alum-
brada por un agonizante farol colgado de un
garabato de hierro suspendido en el balcón.
— ¡Qué ventura! ¡Qué felicidad! ¡Haber obte-
nido este singular obsequio de la reina de mi
alma, señora de mis pensamientos y astro de
luz de mi existencia! ¡Cómo pagarle tanta gra-
titud!
Así exclamando, llegó al pié de la capilla,
rompió el sobre y dio principio á la lectura.
Nuestro señor licenciado con candorosa sonri-
sa, haciéndose todo ojos y pareciéndole que cada
uno de los rasgos de aquella carta ftieran por
obra y gracia de las hadas protectoras de los
buenos y oficiosos amantes, leyó con alborozo la
ine.sperada misiva.
La carta como todas las de aquellos piadosos
tiempos estaba encabezada con la señal de la
santa cruz, y nunca con más razón pudo decirse
178
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
ECCE ANCILLA DOMINI (Cuadro de Dante Gabrie. Kossetll)
uquello de: t.ra« de la cruz el diablo, pues pare-
n ,Mw. ■.., ,.]],. hubiese tomado su parte 8a-
1-. ■ ,i.....i. ■,, lonte en mano, con el billete á
la diestra, buncando la luz del farol y sin fijarse
en el venerable Ecce-Uomo que parecía mirarle
con ojos de compasión, ley¿ y rekjyó esos cortos
¿ interesantes renglones:
«Amabilísimo don Leandro: Con todo el sen-
timiento de mi alma pongo en conocimiento de
su merced, como el día siete del- actual mi ve-
nerable cufiado don Serapio de Segura y Cam-
polino, alciilde que fué do casa y corte, fu¿ lla-
mado por Dios á su santa gloria después de ha-
ber recibido los Santos Sacramentos.
r >8a inesperada muerte, pues el pobre señor
sélo contaba setentíi años y^ gozaba de buena
«alud il pesar de sus achaques, ha acontecido en
la ciudad de Granada. Dios lo ha querido asi
y no hay más que acatar su suprema y santa
voluntad.
»Como el día veinte del actual se celebrarán
sus funerales y eu aquel triste día se leerá en
familia su última voluntad, deseo asistir á am-
bos actos, pues los dos ine interesan de igual
modo, como comprenderá su merced.
»A pesar do la pena que agviijonea mi alma,
otra me mortifica }• me molesta en este instante,
y es la de ponerme en viaje. No puedo acostum-
brarme á exponerme á los peligros do una larga
excursión. ¿A más, quién viaja? Nadie. La idea
de los vuelcos, de los caminos de heri-adura, de
los mesones, de los bandidos y de los robos es-
tán impresos en mi imaginación.
» |Una dama sola, por esos caminos de Dios,
corre tantos y tantos peligros!
»Si su merced, que tanto y tanto se interesa
por mi humilde persona, su merced, repito, que
es todo un caballero, amable, prudente, respe-
tuoso y comedido se dignara servirme de paje
en mi excursión, quedaría de ello sumamente
reconocida.
>^Eso ha de ser un secreto entre los dos. Jú-
i-eme su merced, señor, por el uombi-e de su di-
funta madre, cerrar el pico, no participar nada
á su señora, ni á amigos, ni á confidentes, no di-
rigirme la palabra en el coche hasta que llegue
el día, portarse como un hombre d(í honor, y yo
le j)rometo esperarlo mañana á las ocho de la
noche, dentro de mi carruaje, eu la l'uente do
los Currutacos, y de aquel triste y apartado si-
tio, á fin de evitar murmuraciones, dirigirnos
derechos á Granada, pernoctando en el uiesón
del Cabrito hasta que sonría el sol.
sSu mas humilde aduiiradora que pone en
sus manos su recato y su virtud, convencida
de que sabrá velar por ellos, María Luisa.y>
El golilla creía volverse loco de alegría.
— ¡Qué dicha! ¡Qué suprema ventura! ¡Qué
felicidad! — repetía do nuevo con el más cómico
alborozo.
— ¿Qué contesta el señor? — preguntó humil-
demente el escudero.
— Di á tu ama, que estoy á sus órdenes, que
puede disponer de mí y que beso humildemente
sus hermosas manos.
El criado se dirigió á la calle del Palo corto,
y don Leandro mas alegre que un estudiante de
tuna en tiempo de vacaciones, hacia sumoradn.
Al dar con doña Cándida toda afecto y toda
cintas, el esposo meditó su crítica situación.
— ¡Leandro mío! ¿Por qué has tardado tanto?
■ — pregvmtó la dama abriéndole el cancel.
— Pesan muchos negocios sobre mí, esijosa
mía.
— ¡Muchos! — murmuró su cara mitad ponien-
do los ojos en blanco.
— Sí, mujer, si. Tanto, que he de separarme
l)or ocho días de tu lado.
■ — ¡Ocho días, que atrocidad!
— Sí, quiero encerrarme una semana en la
cartuja de San Bonito y dedicarla toda entera
á ejercicios y macei-aciones para desagraviar á
Dios, pues acaba do publicar una bula el Santo
Padre, diciendo que ganarán tres mil días de
indulgencias cuantos pongan en práctica esos
piadosos ejercicios.
• — ¡Todo ' sea por Dios! — murmuró la dama
fingiendo credulidad.
— Lo ha creído de buenas á primeras mi can-
dida señora,— murmuró el esposo.
— ¡Y qué hombres tan mentecatos ostentan
la borla de doctor, — articuló la dama con mali-
ciosa sonrisa, — merecería ser emplumado por
majadero!
Los dos cónyuges retozándoles la risa y evi-
tando sus miradas tomaron asiento en la mesa
y principiaron á cenar.
(Se concluirá.) Fkancisco Gras v Elías.
imOSTIiQOl: CmM, 3ÍS-367, lUiói Itliiu, EüUr. — Imnúa ios díredios de propiedad artiilica y iiltraria. — Las reciaiDaciünes cd Madrid, al represeitante de esta Casa D, Manuel Piá y Valor, Apodaca, 10, 2.°
-) INSÉRTESE Ó NO, NO SE DEVUELVE NINOUN ORIQINAL (
■RMUCOMIBHTC TtPOalliFICO OE B. BASBD*.— CULLB OB VlLL/inROEl.. NÓM. 17, EN8ANCUB DE SAK ANTOMIO.— BAHCBLOHA.
SEMANARIO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
Año V
Barcelona 19 de Marzo de 1887
Núm. 220
GALANTEOS DE ANTAÑO
17S
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
SUMARIO
TuTO.-JTa*». Oartaa á mi prtaa. por Fernanflor- to
MM dt iWra r^li (eODtlnuaclón>, por Juan Tomas Sal-
raaj.—Lttlmt: A amdkM y d «tiiiniw) (conlinuacitSut,
por CUrln. — IModau'fo, por Antonia Optase. — lYpot
wéUtata: Mtmaidtt, SuHa i /laüa.— J/tMra bjana, por
8. BMd».— ir<|lr (poeala), por Joaé U.' de la Torre —
MMtofrVia. PO' Culoa Hendoia.— Mnwtroa grabados.—
IM /uadt 4t Un emmUuot (ooneliuión), por Francisco
Graa j Kllaa.
OaiBiDoa.- Galanteoe de antAo.—Ixw anímale* como ele-
Bcoto dceoraÜTO (doagrabadoa).— El terremoto de Niía.
— Tlpoa miUlarea de Alemania, Ruda éltalla— Guantes
hlatArlcos (cuatro grabados).— Embarque del cadáver de
OostaTO Adolfo, en Wolgast— Reunión de patronos de un
Aillo de huírfanas.- El nido abandonado . -Paisaje. - Por-
Imtal: DnlTetaldad de Colmbra.— Un camino á través del
boaqne.
MADRID
GAJÜTA-S A. TVTT T'TIT^O^A.
Loa cañones están cargados... de paz.— En lo que piensan los
qneno tienen dinero para comprar nou - Lo que hace hoy
la sociedad madrileña —La estadlsiira del crimen- Lo
que hay dentro de una libreta y dentro de una botella de
vino.— Los libros que te envío y recomiendo.
SI querida Carmen: Hé aquí que la paz
no será turbada y que vosotros conti-
nuaréis en París; me alegro por la hu-
manidad y por vosotros.
Sin embargo, la paz de Bismarck, es decir, la
paz que consiste en armar á los hombres en vez
de desarmarlos, ¿ofrece garantías? Proudhon ha
dicho que la paz no existirá mientras haya opri-
midos }• explotados. La última votación de Al-
sacia-Lorena demuestra que hay oprimidos; esta
paz es sólo la tregua del miedo. Por otra parte,
el emperador se muere de sus noventa años. Su
vieja cabeza se inclina con el peso del casco,
sus manos tiemblan y sus piernas se doblan
Falto ya de aliento para vivir tiene que hacer
esfuerzos inauditos para presentarse alguna vez
á sus súbditosy conservar ante ellos la entereza
de un emperador inmortal; pero luego, cuando
se retira déjase caer en su butaca como un ma-
niquí á quien faltan de pronto los resortes. El
mismo debe creer que se lleva consigo la paz
de su imperio y que lega á su hijo los horrores
de una feroz campaña. La visión de su imperio
destruido será probablemente la visión última
de 8u vida y al entrar en la eternidad donde le
esperan las sombras gloriosas de sus antiguos
soldados, tendrá en sus ojos lágrimas. Si alguien
debe creer en otra vida, sin término, es quien ha
sido rey; quien ha dominado el mundo, no debe
resignarse á la igualdad del polvo y de la nada.
¿Para qué sirven el poder y los tesoros y las
grandezas, si no sirven más que para reinar sobre
hombres y poseer cosas que se desprecian? O el
reinar es una mentira ó se ha de seguir siendo
rey en otro mundo después de la muerte.
— ¡Me exalto, — decía un banquero, — cuando
reflexiono que con tanto dinero no puedo sobor-
nar á la Muerte! — Esta consideración no se le
ocurre al desgraciado que no tiene pan que lle-
var á la boca; y son muchos que se van á encon-
trar en este caso si las lluvias no vienen pron-
to. Mientras llegan, los panaderos han subido el
precio del pan, sin esperar á que subiese el
trigo. Todo Madrid ha clamado contra seme-
jante inhumanidad y los teniente» de alcalde
han empezado á visitar las tahonas decomisando
el pan falto de peso. Ha ocurrido con este moti-
vo lo de siempre; en cada visita se ha encon-
trado con dicha falta miles de panecillos. Es
decir, que muchos tahoneros defraudan sistemá-
ticamente al público y que el público sistemá-
ticamente lo consiente. Lo consiente porque en
Madrid nadie reclama que se le pese el pan que
compra. Todos se quejan de la carestía, todos
sospechan que se les da mermado el pan y lo
aceptan y se callan. Aquí no cumplimos con
nuestros deberes; pero en cambio tampoco ejer-
citamos nuestros derechos. Hace pocos días en-
tró un obrero en una tahona: — ¿Cuánto es un
panecillo? — pregunta. — Once céntimos. — Bue-
no, péselo usted. — Pesado cuesta doce, — Bueno,
péselo usted. — Hombre, déjate de eso. Llé-
vale sin pesar y te le doy en diez. — Esto se
sabe y todo el mundo se encoge de hombros con
indiferencia verdaderamente estú])ida. El ptte-
blo se contenta con proferir sombrías amenazas,
con augurar venganzas para el gran día de la
liquidación social y proineterae colgar de los
faroles á los mozos de tahona ó cocer en los
hornos de su propia tahona á los tahoneros.
Mientras llega ese día, — que tiene otros dias se-
mejantes en la hi.storia, — reduce su pedazo de
pan cuotidiano y enflaquece y ve enflaquecer á
su desdichada familia. He citado en el principio
de mi carta una frase de Proudhon: no habrá paz
mientras haj'a oprimidos y explotados. No ha-
brá paz donde no haya pan barato.
Ayer cayeron algunas gotas de lluvia y todos
sonreímos con esperanza. Las nubes pasaron li-
geramente sobre los paraguas abiertos trazando
un arco iris que no era el de la paz sino el del
hambre. Hoy por la mañana ha llovido un po-
quito. Lo bastante nada más paia que en estos
alrededores nazca iina verde pelusilla que se
agostará con el sol al otro día. ¡Qué campos los
de este Madrid; ya tú los recuerdas! Apenas
crece en ellos un arbolito. Cierto buen señor,
cuando sale con sus hijos de paseo por la.s afue-
ras y encuentra un árbol, hace que sus hijos se
arrodillen delante, como si aquel árbol fuese
una capilla: — ¡Ya veis, — les dice, — aunque lo
nieguen los incrédulos hay milagros!
No debe contarse entre los incrédulos las da-
mas madrileñas; éstas han terminado ya de re-
gocijarse y ponen la cara tan melancólica como
lo exige la Cuaresma. No se visten ya los colo-
res alegres de sus trajee de sarao ni se engala-
nan con brillantes; ahora se visten de negro, se
rodean el semblante con la blonda de la manti-
lla y se dirigen á las iglesias cuidando de no
mirar á los Ijpmbres sino con el rabito del ojo.
Mostrar hoy la desenvoltura de hace dias no
sólo seria impropio de esta época de oración
sino que seria de mal tono. El traje modesto
requiere un aire de modestia y sencillez tam-
bién. Parecer beata, es hoy añadir un atractivo
más á los de siempre: es una coquetería. Tú sa-
bes algo de esto, se me figura. Durante ocho
días, han celebrado las Hijas de María, en la
capilla del Sagrado Corazón, sus ejercicios es-
pirituales. Este es el templo preferido por la
buena sociedad que tiene sus templos y sus días
religiosos de moda, como en los teatros.
Las ocupaciones de estas damas han variado;
muchas de ellas en vez de ir á las funciones
teatrales se quedan en casa y convierten en ta-
lleres sus salones; ocupándose en hacer hilas y
ropas para los asilos benéficos. Otras recogen
donativos á las puertas de las iglesias, donde se
celebran misiones y novenas. Algunas, dedican
las tardes á enseñar la doctrina cristiana á los
niños acogidos en los asilos particulares, á visitar
enfermos; todas, en fin, expían terriblemente
sus anteriores diversiones. Las que más se dis-
tinguen por su fervor religioso suelen ser las
mismas que se distinguieron por su entusiasmo
en los placeres; y esto es natural. Esta es una
época deplorable para los Tenorios y los pollos
fulminantes'. Unos y otros, viendo á sus enamo-
radas cruzar con los ojos bajos, los brazos cru-
zados y entre los guantes el libro de oraciones,
piensan que han sido olvidados para siempre y
meditan estrepitosos suicidios... Por fortuna las
respectivas doncellas, encargadas de otras mi-
siones no tan católicas, les dicen: — Señorito, no
se apure usted... en cuanto resucite Dios, resu-
citará usted. — Palabras tan consoladoras son
recompensadas siempre desde cinco pesetas á
cinco duros. Dejemos rezar á tus amigas y co-
nocidas y pasemos á otro asunto.
¿Quieres que hablemos un poquito de la mal-
dad de los hombres ya que estamos en época de
sermoneo? Pues has de saber que, según leo en
un diario, la estadística del crimen acusa gran-
de crecimiento en España. De Julio de 1885 á Ju-
lio de 1886 se han despachado en toda la penín-
sula é islas adyacentes 24.158 causas criminales
I por delitos contra personas, de las cuales 72 son
por parricidio, 201 por asesinato, 1.127 por
homicidio, 199 por infanticidio, 18.204 por le
sienes, 6 por duelo, 2.204 por disparo de arma.-*,
696 por suicidio, 1,449 por amenazas y coaccio-
nes. Esto sin contar los robos, hurtos, desho-
nestidades, incendios y otros estragos. Ya casi
siento haber desarrollado ante tus ojos estas ci-
fras que á tu viva imaginación se presentarán
como torcidas figuras de ensangrentados crimi-
nales. Parece que con la civilización no nos mejo-
ramos sino que codiciamos con maj'or afán el
bien del prójimo; que nuestras pasiones son
más vivas y nuestros nervios más irritables.
Sólo hay una ventaja, puramente moral: la ma-
yor ilustración nos da conciencia de nuestros
actos; sabemos que obramos mal y delinquiendo
sabemos cuan reprobable es nuestra conducta.
Compadecemos á nuestras víctimas y nos des-
preciamos á nosotros mismos. Esto es un con-
suelo para el que ha sido robado ó asesinado,
sin duda. Los periódicos que copian la estadís-
tica mencionada, insisten como siempre en que
el vino y la navaja tienen la culpa de todo. Fi-
gúrate lo que habrá de suceder ahora en que no
teniendo los pobres para comprar pan barato
preferirán beberse todo su dinero en vino. ¡El
pan y el vino! ¡El cuerpo y el alma! ¡La fuerza
y la idea! ¡El trabajo y la alegría!
Sólo que el abuso del vino puede traer más
graves consecuencias que el abuso del pan. El
soñador más fantástico, el mayor alucinado, sólo
puede ver en una libreta el júbilo, la paz de una
familia. La navaja del obrero, cuando parte un
pan, despide fulgores que deslumhran y recrean.
Pero ¿qué no ve la imaginación de un pesimista
cuando mira á través del verdoso cristal de una
botella? Allí dentro se agitan esperando salir á
borbotones, primero, es cierto, el placer, las
sonrisas, las esperanzas, las palabras ingenio-
sas y dulces, las protestas de la amistad y del
amor; pero luego los groseros insultos, las pa-
siones feroces, todos los desórdenes del cerebro,
todas las brutalidades y todos los crímenes. En-
tonces sale también la navaja; pero despidiendo
fulgores que espantan y que giran con trazos de
fuego para luego apagarse en sangre. — En Es-
paña hay, por lo visto, un gran desnivel entre
la producción del trigo y la del vino. Y este
desnivel irá en aumento porque cada año se
siembran menos tierras y se plantan más vides.
— El porvenir de España está en el vino, — dicen
los agricultores españoles. — Es decir, — contes-
tan otros, — en la taberna y en la navaja.
Para concluir esta carta con algo menos gra-
ve y filosófico, te anuncio el envío de algunos
libros de amena literatura; que realmente son
amenos.
Entre ellos figura La hija de Miracielos y La
cuerda del ahorcado, dos cuentos en un solo vo-
lumen, original el primero de Urrecha y el se-
gundo de Chaves. El estilo de Urrecha es más
espontáneo, más colorido, más moderno que el
de Chaves; éste es más sencillo, más correcto,
más justo y más castizo. Urrecha figura entre
los revolucionarios de nuestra literatura; Cha-
ves, entre los conservadores. Al uno le parece
antigua la levita y viste de americana, ya ne-
gra, ya vistosa, según las circunstancias: al
otro la levita le parece prenda desgarbada y
quisiera vestir sencillo traje del siglo xvii; su
época favorita. Los dos son dos escritores esti-
mables que podrán llegar á escritores excelen-
tes.
Otro de los libros que te envío se titula Del
Aíonton, (retratos de sujetos que se ven en todas
partes). Es una colección de tipos dibujados gra-
ciosamente con sencillez, con verdad, con lige-
reza, .sin pretcnsiones; un libro agradable y
simpático. Su autor es un periodista, tan sim-
pático personalmente, como su obra. Manuel
Matosos, que firma sus artículos Andrés Corzue-
lo. A este libro acompañan lindísimas viñetas
de Mecachis.
Y nada más por hoy.
Tuyo,
*-
Fkrnanflor.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
179
LA CASA DE PEDRO LÓPEZ
(CONTINUAC lÓs)
Todos aquellos hombres desocuparon la esca-
lera, ignoro si haciendo la vista gorda ó no sos-
pechando que tuvieran algo que ver con los ve-
cinos del principal.
Al poco rato había recobrado la casa su as-
pecto ordinario. Sólo el usurero y yo quedába-
mos en la escalera.
— ¡Se ha salvado mi dinero! ¡Hija mía! — pro-
firió aquél, maquinahnente.
— Aquí estoy, papá, ¿se sosegó todo? — res-
pondió la joven, acudiendo.
— No ha sido nada, señorita, una alarma
falsa.
— ¡Alabado sea Dios!
Entonces pude ver, en la puerta de mi veci-
no, una plancha de metal con estas palabras :
DIMAS RAPOSO
PRESTA DINERO SOBRE ALHAJAS Y EFECTOS
QUE CONVENGAN
— ¡Es posible, — le dije, — que V., tan apegado
á sus intereses, habite en semejante casa!
— ^¡Pues por eso! — me contestó. — ¿No ve us-
ted que son clientes míos los del principal y del
segundo?
Rosa exhaló un elocuente suspiro, mirando á
su padre; luego se volvió hacia mí, y con una
graciosa sonrisa, alzó la mano, apoyó el índice
en la frente y me hizo una seña que interpreté
de esta manera;
—Es su manía; hay que dejarle.
— Vecino, está V. apurando la bujía, — obser-
vó don Dimas con la vista fija en mi palma-
toria. ,
— [Vaya! que Vdes. descansen.
— Buenas noches; haga V. lo propio.
— Y muchas gracias, caballero,— terminó la
joven con acento angelical.
Mientras sonaba tras la puerta del usurero
gran ruido de llaves y cerrojos, entró en casa,
cerrando la mía, deseoso de acostarme, acto en
el cual sin cumplimiento me había precedido
Ramírez.
— ¡Las tres y media! Noche toledana; esta
casa se va haciendo inhabitable, — dije mirando
el reloj al tiempo de desnudarme.
vni
Al amanecer ya estaba yo en la calle, resuelto
á pillar en la cama á mi casero. Transitaban en
ella escasas personas y de poco arraigo to-
das ellas. Muchos portales permanecían cerrados,
otros comenzaban á abrirse, dando paso á sen-
das muchachas de servicio, que, cesta al brazo,
se encaminaban á la compra. Algunos horteras,
perezosos y soñolientos, iban descubriendo los
escaparates de las tiendas, ó descubiertos ya,
barrían la acera, levantando nubes de polvo
espeso y repugnante. Los edificios, con sus bal-
cones y ventanas cerrados, parecíaa dormidos
también como los vecinos que albergaban. A la
vuelta de tal ó cual esquina, la destemplada
esquila de las burras, al sonar acompasadamen-
te, pregonaba la leche salutífera. Algún carro
repleto de basura estremecía el empedrado, in-
ficionando la atmósfera, formando admirable
contraste con la suntuosidad y magnificencia de
los palacios cuyo despojo tal vez era.
Me dirigí á la calle de Cuchilleros y busqué
en ella el 37. Al entrar en el zaguán, abierto
ya, una agraciada niña de catorce á quince
años, secándose la cara con una toalla sucia,
me salió al encuentro.
— ¿Por quién pregunta usted?
— ¿Don Pedro López?
— No está.
— ¡Cómo que no está! Que no recibe dirás;
pero en cuanto á estar en casa, tan temprano...
LOS ANIMALES COMO ELEMENTO DECORATIVO: CABEZA DE COCODRILO (Pinlura du NellUship). ARTESA EN FORMA DE JABALÍ
— Para el amo debe de ser muy tarde, porque
no se ha recogido todavía.
Entre tantos miles de López como cuenta
España, principié á dudar de la existencia de
mi D. Pedro López.
No sabiendo qué resolución tomar, permane-
cía clavado en el portal cuando acertó á entrar
un hombre de capa y sombrero hongo.
— Este caballero busca á V., — dijo la niña.
El recién llegado hizo con la cabeza un mo-
vimiento casi imperceptible.
— ¿Es usted D. Pedro López? — pregunté con
aire de duda.
— Para servir á usted.
Respiré como Colón al descubrir la América.
— Usted dirá, — añadió el extraño personaje.
— Soy inquilino de V. y vengo á hablar sobre
asuntos de la casa.
— ¿De qué casa, caballero?
— La de la calle de las Infantas.
— Mala hoi-a es esta: pero, en fin, suba usted,
— dijo bostezando.
Subimos, él delante, yo detrás, entregado á
serias reflexiones.
Mi casero no era un mito, sino un hombre de
carne y hueso, que vestía como los demás, que
estaba allí, delante de mis ojos subiendo la es-
calera, echando cada bostezo que temblaban las
paredes; y no un casero así como se quiera, sino
un casero trasnochador, buen mozo, propietario
de más de una casa como lo había revelado su
pregunta.
Entramos en el cuarto segundo con auxilio de
una llave que .sacó al efecto, y me introdujo en
una especie de despacho con ventana á un pa-
tio, con una mesa sin papeles encima, y en el
cual cogían apenas tres personas. Nos sentamos,
él en una butaca junto á la mesa, yo en una
silla al lado opuesto. Se quitó el sombrero y la
capa; un rojizo rayo de sol entró en la habita-
ción, y entonces pude examinar á mi casero.
Era un hombre como de treinta años, alto y bien
formado, pero de aspecto vulgar y hasta repul-
sivo, no sé si como casero ó como hombre, ó
bajo cualquier aspecto que se le considerase. Su
cabello era negro, lustroso y fino á fuerza de
afeites, su frente estrecha y deprimida, sus ore-
jas grandes y caídas como las de un perro per-
diguero, su nariz correcta, sus labios gruesos
y rojos, recordando el almagre, su barba redon-
da, carnosa y reluciente; sus ojos, careciendo de
brillo inteligente, no daban al semblante expre-
sión alguna ó le daban la de un lacayo; tenía el
rostro afeitado, y bajo la lustrosa epidermis,
algo semejante á una ola de pelo pugnaba por
rebasar la superficie: vestía (haquet y chaleco
de triad, pantalón de lana, todo ello oscuro y
flamante.
— Usted dirá, — repitió mirándome de hito en
hito.
— Perdone V. si tan temprano le molesto,
pero.!.
— Al grano.
— Pues el grano consiste en que deseo bo-
rrarme del número de sus inquilinos.
Sin contestar, abrió un cajón, sacó de él un
mamotreto y se puso á hojearlo.
• — ¿Qué cuarto ocupa usted?
— El tercero de la izquierda.
— ¿Su gracia de usted?
Le dije mi nombre.
— ¿Cuánto tiempo lleva V. en la casa?
— Tres semanas.
— En efecto, aquí está. Pues, amigo mío, —
añadió soltando el mamotreto, — lo convenido es
ley, no puede V. mudarse antes de dos meses
V
una semana... A no ser que se resigne á perder
la fianza y el pico del mes corriente...
— No obstante...
— ¿Ha firmado V. ó no el contrato por un tri-
mestre?
— Sí, señor.
— Pues, entonces, nada tengo que añadir; us-
ted cumple ó no cumple; si no cumple, para eso
es la fianza.
—Con todo, haré observar á V. que sus in-
quilinos, mis compañeros de vecindad, no son
personas decentes.
— ^¡Cómo que no! Para mí valen tanto como
usted, y como cualquier otro; pagan al pelo.
— En el principal hay un garito.
— ¿Qué tengo yo que ver con él? Eso es cosa
de la autoridad.
— En el segundo...
— Sé lo que me va V. á decir; esas mujeres
están autorizadas; ¡vea V. si serán decentes!
— En el tercefo derecha vive un usurero.
— Lo cual es una gran comodidad para los
vecinos. Además, también está autorizado, y en
Madrid, la usura constituye un artículo de pri-
mera necesidad.
— Acaso no sepa V. que los vecinos del so-
tabanco se están reventando todas las noches
— Pues que revienten de una vez; entonces
pondré papeles. Si delinquen, ahí están los tri-
bunales, los presidios y el verdugo. Yo, nada
tengo que ver con ellos.
— Esta noche pasada hemos llevado un susto;
allí no ha dormido nadie.
— Eso se lo cuentan Vdes. á la portera; ella
es la encargada de mantener el orden.
(Se concluirá.) Juan Tomás Salvany.
-*-
NIZA: LOS TERREMOTOS
El eurU manldi»! de dIOu útl barrio de San E»teban.-üna cana tUI mismn barrio.-Kl j.áuico en las caUcs en el momento del siDleslrc- Campamento en una plaza
TIPOS MILITARES: ALEMANIA, RUSIA É ITALIA
182
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
LECTURAS
A MUCHOS Y A NINGUNO
( COSTIIOIAClOKj
Naestro hombre (se le pnede llamar asi por-
que, al fin, lo es) cree que Uegará á eminencia
si trabaja con fe y obediente al dogma de la
escuela y á las advertencias de la crítica.
£1 se ha visto en una lista de escritores que
están regenerando la prosa y la novela, y de
allí }-a nadie le apea: él es novelista y prosista.
Ahora, la cuestión, para ascender, es tener ca-
chaza, observar mucho la realidad, escribir largo
y tendido (todos los dias un poco), madrugar,
hacer gimnasia, reirse de la inspiración y de la
imaginación, y componer como el patrón manda.
«La autoridad y la razón están conmigo,» pien-
sa: veamos cómo.
Toma por autoridad á unos cuantos caballe-
ros que escriben en periódicos de mucha circu-
lación, y cometiendo sin querer un tropo que
no estaba previsto en la retórica, toma al critico
por los lectores, y la importancia que éstos
tienen, por ser muchos, se la atribuye al otro
que es uno solo, y malo. Entro nosotros hay unos
pocos... ¿para qué mentir? hay ya muchos lite-
ratos que sin dejar de ser unos mequeti-efes
desprovistos de todas las cualidades esenciales
en el artista de la palabra y en el crítico lite-
rario, se creen eminencias sólo porque, sabe
GUANTES HISTÓRICOS
GUANTE DE LA
FAMILIA CROWMER, DE KENT
(Siglo ITI)
Dios cómo, han llegado á enseñorearse de tal
ó cual papel que se lee mucho, no por obra y
gracia de los tales, sino por la mafia, industria
y laboriosidad de un empresario, el cual, ó se
ha muerto ya, 6 si vive, no se mete en asuntos
literarios y hace que el papel prospere gracias
á una habilidad por completo extraña á la esté-
tica y sus contomos.
Pero nuestro novelista no ve esto, no ve más
sino que en un periódico de mucha autoridad
de mucha circulación, señor, que no es lo mismo)
un crítico muy conocido (ya lo creo, como las
máquinas de Singer) le ha dicho que continuara
pcir ahí, esto es, por ese mar de tinta vertida
sobre resmas de papel barato, sorprendiendo la
realidad todos los días por la mañana y creando,
en suma, en compañía de otros como él, la nueva
novela española. Nuestro hombre no quiere pa-
rarse en notar que su rrtíico suele ser un nove-
lista manqué ó frustrado, ó, lo que es más terri-
ble, un novelista t'n Jieri que no quiere escribir
('idnvla novelas f)Orque fístá e8j)erando la última
novela, como el locc» del cuento. Esos señores
tienen una envidia descomunal pegada al higa-
GUANTE DE TERCIOPELO
carmesí, BORDADO DE ORO Y PLATA
(Época de Isabel)
do, y lo que ellos quieren es mortificar á los
escritores verdaderos olvidándoles ó tratándoles
con las mismas frases insustanciales de guar-
darropía que dedican á los principiantes á quie-
nes pretenden animar. Ya Flaubert se quejaba
de estas malas mañas que por lo visto no son
invención de nuestros críticos de caja y de gran
tirada. Decía el autor de Bouvard et Pecwhet
en su carta XXXIX á Jorge Sand: Ce qui m'
indigne tous les jours c' est de voir mettre sur le
méme rang un chej-d' ceuvre et une turpilude. On
exalte les petits et on rabnisse les grands; rien n'
est plus Mte ni plus inmoral.
En la prensa de París, en la popular y muy
notada, se observa algo parecido á lo que suce-
de aquí, y nuestros Fignrillos de Madrid que
procuran imitar á esos escritores de quien Flau-
bert se queja, lo con.sig)ien, no por lo que res-
pecta al ingenio y la gracia que aquellos suelen
tener, sino en los galicismos (que on los otros,
es claro, no lo son) y en las pasioncillas misera-
bles.
Nada más digno de alabanza que alentar á la
juventud, sacarla de la oscuridad y ayudarla á
ganar la gloria; poro esto cuando se ha visto su
talento positivo, cuando merece esa juventud
que se la dé la mano. Pero las autoridades á que
se agarra nuestro novelista no hacen eso; prote-
gen al primei-o que llega y sino rechazan siste-
máticamente el verdadero talento para socorrer
tan sólo á la ineptitud, es porque ni siquiera sa-
ben distinguir el oro del barro con que corre
mezclado. Y aquí la justicia me obliga á notar
una circunstancia atenuante en la picardía de
tales críticos de la gleba pefiodistica; y es, que
no hay que suponerlos tan maliciosos que siem-
pre alaben lo malo por malo y para dar en cara
á lo bueno que envidian; no, algunas veces se
entusiasman de veras con la obra de la necedad,
obedeciendo á la luz de las afinidades electivas.
El talento oscurecido no lo aborrecen ellos, por
dos razones; primera, porque no lo conocen, por
que no tienen ojos para apreciar el mérito, sino
oídos para escuchar la voz de la fama que habla
del mérito ya sancionado; segunda razón, no abo-
rrecen el mérito ignorado porque lo que envi-
dian no es el talento sino el crédito, el renom-
bre.
Pero hecha esta salvedad, por escrúpulo de
conciencia, se puede decir que lo general en ta-
les literatos es formarse una corte de admirado-
res á quienes ellos á su vez fingen admirar,
diciéndolo á los numerosos y por esto, muy
respetables lectores, siempre que hace falta. En
esta corte de chicos que empiezan figura nuestro
novelista, que se agarra á su autoridad como
á una tabla un náufrago. Alabar á la ineptitud
con aires de medianía, ¡es tan agradable y tan
fácil tarea para el envidioso de lo excelente!
Lo peor no es la tristeza del espectáculo que
dan estos críticos autorizados... por el libro de
suscriciones y la lista del timbre; lo peor es lo
que se le mete en la cabeza al novelista novel á
consecuencia de las alabanzas de quien él esti-
ma oráculo inapelable.
El chico que empieza ya sabe, por lo que ha
visto respecto de otros como él, que á su segun-
da novela, sea como sea, se le dará el ascenso,
el empleo inmediato superior; ya no será la obra
del que empieza por donde otros quisieran acabar,
sino el fruto de aquella esperanza comunicada
al público en su día. «Sí, el señor X ha cumpli-
do sil p' omesa, ha sabido aprovechar las leccio-
nes de la experiencia y los consejos de la crí-
tica, etc., etc.,» y ya «figura ventajosamente al
lado de nuestros primeros novelistas.» Otro pa-
"sito, otra novelita más, y el crítico ya desahoga,
ya echa del cuerpo la bilis en forma de incienso,
y dice al tercer engendro de nuestro autor: Te-
nemos un maestro más; la novela española está
de enhorabuena; el insigne X, rompiendo anti-
guos moldes, trae una nueva fórmula al arte,
etcétera, etc.. Aviso á los antigifos maestros
que se duermen sobre sus laureles; el mundo
marcha y el que se^pare será aplastado, etcéte-
ra, etc., etc
(Se continuará.)
Clarín.
-*-
TODO EL MUNDO
¿Quién no conoce á esa parte feliz, alegre y
dichosa de nuestra societlad, di.spuesta siempre
á exhibirse, que así le distrae una mascarada
carnavalesca como un simulacro militar, que
así acudo al estreno de un nuevo espectáculo
como á una misa de campaña, que con igual
preferencia asiste á una fiesta aristocrática que
á una partida de campo, individuos que no cla-
sifican diversiones si no que las aplauden y ad-
miten todas con tal de que lo sean, sociedad
profana á cnanto ve y juzga, pero obligada á
mostrarse siempre para dar carácter y fisono-
mía á nuestras expansiones, y conocida por e.sta
misma circunstancia con el expresivo nombn^de
todo el mundo?
Con que dos individuos pertenecientes á la
venturosa clase, se vean en algiui sitio pVdjlico,
si se pregunta á alguno de ellos á quien ha vis-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
183
to, contestará con la más profunda convicción
que: á todo el mundo.
Tan presuntuosa idea excede de mucho á
la regia baladronada de Luís XIV. Éste se con-
tentaba con ser et Edado; ellos no se contentan
con menos que con ser la personificación de
toda una época, y bien pensado sería injusto
llevarles la contraria. A la modestia no se la
discute; por otra parte si estos mortales afortu-
nados no se aplaudieran y celebraran entre sí,
¿quién les iba á liacer justicia? desfilarían á
nuestros ojos confundidos con esa anónima
pero brillante y abigarrada multitud, más des-
conocida cuanto más se exhibe y se la ve.
Se acabó el Carnaval, — si es que existe toda-
vía;— acallaron las orquestas los voluptuosos
acordes de sus últimos bailes; tuvieron fin las
fiestas ceremoniosas; se acabaron los asaltos, de-
licia y regocijo de la gente de humor, — todo el
mundo inclusive; — ^ cerráronse los salones artís-
tica ó pretenciosamente dispuestos para re-
cibir á los amigos; ya no se ven en las salas de
los teatros lámparas que arrojan raudales de vi-
vísimo fulgor, y cuya luz cabrillea en los fos-
forecentes cambiantes de las piedras preciosas,
ni á esa multitud delirante y frenética que se
atrepella y ríe y grita como olvidada de su pro-
pia condición, ni se ven flotar gasas, ni cente-
llear lentejuelas, y agitarse plumas, y discurrir
en desordenada confusión trajes de todas las
épocas y edades, salidos unos de la guardarro-
pía de un teatro de ínfima clase á juzgar por
lo deteriorados y descoloridos y copiados otros
de los más recientes figurines según lo demues-
tra la elegancia y buen gusto de su confección.
El Carnaval lanzó su última festiva carcajada y.
el todo el mundo que da color y vida á todo li-
naje de fiestas, se despojó de sus dóminos, de
sus capuchones, de sus brillantes atavíos, y fa-
tigado todavía por el cansancio originado por
continua agitación, ansioso de benéfico descan-
so, ha saludado sonriente la entrada de la Cua-
resma, ya que ella les brinda ocasión de exhi-
birse y prodigarse tranquila y sosegadamente.
No es la Cuaresma de nuestros días la austera
de los tiempos de nuestros abuelos; ya no se pre-
senta con el sayal, ni el cilicio, ni con la cabeza
cubierta de ceniza, ni los pies descalzos ; apare-
ce sí grave y reflexiva, invitando á la medita-
ción, pero con rasgos simpáticos y vestida á la
moderna. Sin divorciarse de sus antiguas tradi-
ciones en la cuestión de forma, la Iglesia ha
tran,sigido en algunos puntos con las exigencias
del gusto moderno. Hoy sus capillas no aparecen
cubiertas con mugrientos paños, ni deja oscuras
sus naves, ni permanecen mudos sus órganos,
ni confía los sermones cuaresmales á sacerdotes
que aturden á sus timoratos oyentes amenazán-
doles de continuo con los horrores del infierno,
pavor constante de las almas fervorosas. Hoy se
cubren los altares con tapices recamados de oro ó
plata, ó lisos pero limpios siempre y los ilumina
con pródiga esplendidez; la luz eléctrica difun-
de alguna vez su niveo reflejo entre el dorado
resplandor de las velas que arden en las arañas
de tallado cristal; las capillas de música dejan
oir á la par que fragmentos de nuestros anti-
guos clásicos, las modernas composiciones que
rebosan todas en inspirado misticismo. Los ora-
dores sagrados por su parte hablan con más ca-
ridad que rigor, con más unción evangélica que
fanatismo, con más elegancia que austeridad.
De ahí, que la llegada de la Cuaresma, lejos
de ser considerada como una contrariedad, sea
recibida como un paréntesis de agradable calma
entre la agitada época del Carnaval y 'la de
Pascua, que con la llegada de la primavera
trae consigo multitud de fiestas y diversiones.
Ya tiene donde ir el todo el mundo que acude á
todas partes; á los teatros sería de mal tono;
irá á los templos donde prediquen oradores de
fama; allí se confundirá entre las personas pia-
do.sas que acuden á la iglesia por espontánea
vocación; allí podrá ver á sus amigos ó conoci-
dos de ambos sexos; allí podrá discutir sobre el
alcance de la oración que haya oído, ya que hoy
se di.scute á los oradores sagrados con igual
calor y entusiasmo que se discute sobre el mé-
rito de los artistas de moda, bien que para
conseguir un orador fama de notable, es preciso
que sea un verdadero artista de la palabra.
¡Cuántas veces, á consentirlo lo sagrado del
LOS GUANTES DE SHAKESPEARE
^-í-í;
GUANTE DE CABRITILLA
BORDADO DE ORO, PLATA Y PERLAS
(Época de Enrique VIH)
templo, se aplaudiría á los oradores con igual
entusiasmo con que se aplaude á Calvo ó á
Vico!
Cuando el elocuentísimo señor Sánchez de
Castro, hoy obispo de Santander, en determina-
das épocas del año predicaba en Barcelona, al
terminar sus sermones se le obsequiaba con
magníficos presentes. Tributo profano, pero que
se ha repetido después con otras eminencias
del alto clero. Es costumbre encargar los ser-
mones de las más aristocráticas de nuestras pa-
rroquias á algún orador de fama de la corte; por
esta circunstancia los señores Bócos y Montal-
van, de Madrid, son aquí muy estimados, lo
mismo que los ilustrados Padres Fita y Llanas.
Si para asistir donde predican se despacha-
ran localidades, indudablemente sería preciso
colocar en la puerta del templo la tablilla
anunciando que quedan despachadas todas, y
es que los mencionados sacerdotes no poseen
sólo el dominio de la palabra; tienen otra cir-
cunstancia más favorable: la de saber hacerse
comprender; por eso se les oye siempre con
simpática atención y por igual cautivan A los
devotos fervorosos, que á los que aceden á
oírlos por agradable pasatiempo.
Meritoria tarea es dominar por espacio de
una ó más horas la atención de un auditorio
compuesto de personas de diversas convicciones
y opuestas ideas; no se necesita sólo ser artista
de la palabra, es necesario también expresarse
con gran sencillez y claridad, mostrarse fervo-
roso sin llegar al fanatismo, persuasivo sin ser
amanerado, tierno sin descender á la afemina-
ción, y elocuente sin ser afectado ni ampuloso;
exponer, en fin, la doctrina de Cristo en toda
su diáfana pureza, sin mistificaciones, ni mal
pergeñadas enmiendas. Quizás el ilustrado
Padre Fita resulta algunas veces demasiado
científico y profundo en sus oraciones, más en
armonía para ser comprendidas por sus compa-
ñeros de Academia que por un auditorio cuya
gran mayoría lo componen señoras ú oyentes de
más débil inteligencia.
fT Naturalmente que en estas solemnidades re-
ligiosas se da cita el todo el mundo que acude á
las fiestas mundanas, ganoso de exhibirse y dar
fe de vida en cuantas oportunidades se le pre-
senten. La Cuaresma, sin embargo, es corta, y
Pascua traerá con la llegada de la primavera
distracciones más en armonía con sus gustos y
costumbres.
Las carreras: ese es el espectáculo predilec-
to, modernísimo, deseado de nuestra gente. Al
Hipódromo acudirá todo el mundo no para cru-
zar apuestas sobre la ligereza de tal ó cual
caballo, — en ese punto no se es práctico toda-
vía,— sino para demostrar que sabe que á las
carreras hay que ir vestido á la inglesa, cal-
zando zapatos sin tacones, y traje claro con
descomunales gemelos; allí se confundirá con
los aficionados auténticos y arriesgará algu-
na apuesta, seguro que la habrá de perder.
Aunque al par quQ carreras de caballos sé
celebren corridas de toros, la masa dichosa
asistirá al Hipódromo. Una corrida ofrece más
incidentes, es extraordinariamente más anima-
da, tiene incomparable interés, pero... todas las
suertes se nombran en español puro y neto; no
se puede hacer gala de un vocabulario exótico
y torpemente pronunciado; hay que resignarse
á una igualdad irritante entre todos los espec-
tadores, á abdicar por unas horas de toda pre-
tensión y superioridad. •
Para pasar bien el tiempo en una plaza de
toros no se necesitan sólo buenos pulmones y
buenas palmas, es preciso ser competente en
las suertes del toreo. Los profanos en una corri-
da se aburren espantosamente.
En el Hipódromo, por el contrario, se fastidia
la gran mayoría de los asistentes, pero se di-
vierte todo el mundo.
Antonia Opisso.
-*-
TIPOS MILITARES
ALEMANIA-RUSIA-ITALIA
Tal está hoy la política europea que sólo pue-
de hallar reposo tras los horribles sacudimien-
tos de la guerra.
Nadie puede sustraerse á la influencia que
ejercen sobre el espíritu perspectivas tan ame-
nazadoras; por egoístas é indiferentes que sf^an
EMBARQUE DEL CADÁVER DE GU£
ADOLFO (Cuadro de Hellqvist, de Estocolmo)
186
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
aquellos que alardean de escépticos, por fuerza |
han de preocuparles un díji ú otro los problemas
que en Europa se agitan, que por fortuna para
la humanidad en general y por desgracia de al-
gunos es completa y absoluta la solidaridad de
los hombres diseminados sobre la tierra.
En nuestro país se llevan muy lejos el desco-
nocimiento y la apatía en lo que se refiere á
asuntos internacionales; se aceptan las mercan-
cías extranjeras como maravillas fabricadas en
espacios celestes, se siguen con servil sumisión
las extravagancias de la moda y hasta se copian
iilosofías exóticas, sistemas absurdos y modis-
mos intraducibies.
Mas en lo que se refiere al provechoso estu-
dio de esos pueblos, siquiera por lo que pueda
afectar á nuestra nacionalidad en lo futuro,
poco ó nada se estudia, por parte de algunos
entes originales; no parece sino que estamos en
una isla encantada que guardan invisibles mons-
EL NIDO ABANDONADO ^Cuadro de Woodcock)
truos y podemos dormir bajo nnestros secos
laureles con paradisíaca é inocente confianza.
Así se comprende que nos cojan despreveni-
dos muchos sucesos que tienen explicación na-
turali.sima.
Y, sin embargo, nada más interesante para
nosotros como lo que en Europa se prepara; los
problemas escandinavos y los conflictos sajones,
las ambiciones eslavas y las germanas concu-
piscencias, complicaciones europeas son, y de
la Europa no podemos menos que formar parte;
el territorio que va á servir de teatro para
la sangrienta tragedia que se prepara, unido
está á nuestro territorio , y los actores que
van á morder " el polvo, pertenecen á nuestra
familia.
Raro aparece el conjunto de las cuestiones
europea, cuando no se ha seguido paso á paso
el corso de esas influencias crecientes que aca-
ban por chocar faltadas del espacio necesario á
su desarrollo y vencen ó son vencidas; esta es
la vida así en los átomos como en los hombres
y en las naciones; hoy la existencia se complica
en su proceso con la pobreza del medio en que
vive; y desasosegada la naturaleza busca el equi-
librio automáticamente sin darse cuenta de ello,
y haciendo lo primero que aprendió el ser na-
ciente, vivir á costa de la vida de otro.
Además de este conjunto de luchas parciales
entre los estados del mismo continente, existen
otras causas involuntarias y fatales que proceden
del eterno, incesante, aún que lento cambio que
en demanda del equilibrio alterado hacen las
grandes agrupaciones de hombres en las más
vastas porciones de nuestro globo.
Desvanecida ya tras terribles desengaños la
hermosa quimera de la dominación universal,
apareció como nuevo y poderosísimo factor la
América con su inesperado é increíble poderío;
ella creció como planta tropical bajo los ardores
del sol de una libertad desconocida; pasó á ser
rival dejando de ser la esclava de Europa; fundó
estados y naciones con la rapidez de una erec-
ción mágica; constituyó una fantasma hermosa,
sí, pero verdadera y amenazadora fantasma que
se aparecía siempre en los sueños trabajosos de
la vieja Europa.
El eje de la civilización inclinóse visiblemen-
te hacia las tierras descubiertas por los heroicos
aventureros de los siglos xv y xvi; la vida fá-
cil y próspera de los vírgenes continentes creó
por efecto opuesto la penuria en los territorios
fatigados por las luchas religiosas, políticas y
sociales.
Europa, como un noble arruinado, se encon-
tró un día forzada á pensar en el terrible ma-
ñana; á través de todas las complicaciones lo-
cales, todos los gobiernos vieron clarisimamen-
te como se acercaba el descamado espectro de la
necesidad; unísonos en apreciar el mal, discor-
daron en aplicar el remedio; y de ahí nacieron
las civiles contiendas, las persecuciones políti-
cas, las revoluciones y reacciones, las luchas
por el dominio de las ideas y las desesperadas
defensas de caducas pero imprescindibles pre-
rogativas.
Este siglo que ha visto la independencia de
América, es el más propicio á las sañudas y
cruentas guerras europeas; no son más ciegos
hoy que ayer los hombres que quieren abreviar
con sus espasmos destructores la fatalidad im-
puesta por la naturaleza, pero sí tienen más
prisa en concluir de una vez con el obstáculo
que ahoga todas sus expansiones, con el cáncer
que les devora, con el monstruo que les amena-
za, y en esas contiendas de interés pueden ver-
se unidos los que más se odian, procurando la
destrucción de sus más afines.
Extraño parece que hoy estén unidas siquie-
ra ocultamente las encarnizadas enemigas que
combatieron en Crimea; aquella Rusia que ano-
nadó á Napoleón, vencida más tarde en el mar
Negro, es la misma que hoy, no por amor á
Francia, sí por odio á Alemania, constituye el
más firme sostén de la francesa democracia;
¡quién lo dijera! ¡la caballeresca y aventurera
Francia, siempre dispuesta á romper lanzas por
los pueblos oprimidos, hoy se ve obligada para
defender su territorio á ser la cómplice del ver-
dugo de Polonia, del tirano de Bulgaria!
Alemania, por su parte, da treguas á su aver-
sión por todo lo inglés, aplaza su meditado
golpe contra el poder colonial británico y va
unida momentáneamente con su más cruel ó
implacable enemiga.
¿Y qué diremos de Italia? Por ambición le-
gítima pero desmedida, ella, la víctima de los
bárbaros del Norte, la ayer esclava de Austria,
vuelve los ojos al sol germánico y la espalda á
su libertadora, todo con el fin de recuperar los
Alpes franceses y elTirol austríaco: digna aspira-
ción de un pueblo grande, mas al mismo tiempo
suerte arríesgadísima y en lo porvenir funesta
á la nación italiana.
En el dibujo que acompaña estas líneas he-
mos querido figurar algunos de los tipos mili-
tares más característicos de Alemania, Rilsia ó
Italia; y ciertamente quisiéramos no poder con-
tinuar esta serie interesante, que de comenzar
la guerra, ha de ver forzosamente el lector de
esta Revista.
El alemán, orgulloso con sus recientes victo-
rias, olvida toda su nebulosa filosofía en los
campos de batalla y se porta con los vencidos
con igual rudeza y crueldad que los antiguos
germanos; desconfía de todo, teme las embos-
cadas, encubre su recelo con rigores desmedi-
dos, y está tan temeroso de perder en un mo-
mento los laureles y el poder penosamente
conquistados, que ningún informe basta á su
previsión, ninguna arma satisface á su seguri-
dad, y movido por ese recelo hace gran raído,
amenaza, procura imponer á los enemigos que
sus antipatías le han suscitado; y es singular
que mientras el guerrero de una nación pensa-
dora y pacífica en el fondo toma tales aspectos
hoscos y feroces, hasta los mismos cosacos, qua
nos presentaban como tártaros sedientos do ma-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
187
tanza y de botín, pórtanse en la campaña con
más humanidad y mesura.
El ejército italiano, es, sin disputa, uno de
los primeros de Europa, mas no creemos que
estén á su altura los estratégicos llamados á
dirigirle; tal vez por esta razón Moltke cuenta
con ellos como incomparables auxiliares, y así
los italianos liarán como el caballo de la fábula
al requerir el auxilio del hombre para vengarse
del ciervo.
Brillantes y marciales uniformes ostentan
los bravos italianos, que saben morir con gloria
aún á muchas leguas de su patria; pero se nos
figura que si la estrella colonial de Inglaterra
camina á su ocaso, dista mucho de llegar á su
zenit la estrella italiana.
Obsérvese bien esa extraña expedición al
Mar Rojo, y compáresela con la tristísima cam-
paña inglesa en el Sudán, y podrá comprender-
se fácilmente la exactitud de nuestra opinión.
¡Teri'ible error el de las naciones europeas al
escuchar los cantos do la sirena alemana! Allá
en el Tonkin y China, en Egipto y en el Mar
Rojo, han abierto los ojos á la luz cuando ya
era tarde; mas la hora de la revancha se acerca
fatalmente y sólo puede ya tener la esperanza
de que el temido choque se aplace; sólo la tem-
pestad puede serenar esa atmósfera abrumadora
en que viven angustiadas las naciones.
-*-
MÚSICA LEJANA
Es el triste y apenado invierno. La naturaleza
se arropa exhausta de vida bajo el pesado co-
bertor de las nieves. En el cavernoso seno de
los montes donde cincel maravilloso grabó en
piedras oscuras majestuosas catedrales por cuyo
pavimento se desliza el agua, jamás vista por
la luz; donde se destaca el órgano fantástico en-
clavado en el muro y bajan cien mil lámparas
apagadas, de colgantes estalactitas; donde las
rocas se abrieron en puertas ojivales como los
capullos en flores, y se modelaron al mandato
de la naturaleza altares, santos, coros de labra-
das sillerías, sepulcros con figuras recostadas
en la piedra, y bóvedas, y asientos, y misales,
el viento penetra contra sus rígidas alas, que
deja rotas en las cuevas, y entona la canción de
los sepulcros, acompañando la misa de réquiem
que el invierno consagra á las profundas capas
zoológicas.
Sobre la tierra oyen los oscuros torreones y
los rotos monasterios las bramadoras rachas del
aire cruzar á carrera tendida por los cielos,
como huyendo espantadas de la muerte. Todo
publica la aciaga destrucción y el estrago, y la
PAISAJE (Cuadro de O. Michel)
tierra es sólo el fantasma de un mundo muerto
que vaga como automático esqueleto por los
aires.
Pero entre la triste elegía de la muerte, el
oído se inclina hacia lo porvenir como á sima
en cuyo fondo suena el instrumento del agua, y
cree percibir una lejana música en la cual pal-
pitan notas de luz y acentos de pájaros, crujido
do 3^emas que se rompen y retozar de maripo-
sas, gérmenes que bullen abriendo el grano se-
diento, y fermentaciones de amor que suben
entre las ondas de armonía como marejadas de
risas y de oro.
Embelesado en esta inspirada música, el co-
razón se adelanta solicitado por una evocación
á lo futuro, y en su seno se hace la suave luz
de Mayo, como en los ci-áneos surgen por ma-
nera inesperada las flores.
Ved por el maravilloso cristal de la fantasía
aparecer los almendros cuajados de estrellas y
bordar el musgo los campos echando su velo
sobre la tierra. Las ramas ahora desnudas, se
envuelven en la nube de yemas que el sol pinta
y el aire ungido de aromas balancea. Las vio-
letas brillan como chispas de cielo echadas en
los campos por los que cruzan las jóvenes en
danzas alegres, movidas por el mágico impulso
de la sangre.
A través del tejido de las arboledas, los ojos
creen ver el desfile de las heroínas del amor,
santas y condenadas, ardientes y apacibles, de
todas las religiones y todas las edades, revuel-
tas y atadas por un rayo de sol de primavera.
Pasa primero la divina Julieta mirando entre
las hojas por ver si descubre á su adorado, con
la corona de flores en la cabeza y la túnica suel-
ta y ondulante tejida de blancas mariposas; si-
gúela la atormentada Eloísa fijándose en los
floridos rosales, en cuyas rosas cree leer las lec-
ciones que el arrebatado amante le explicaba
encubierto bajo el humilde traje del profesor;
va en su seguimiento una figura evangélica, la
desconsolada Magdalena, sueltos los abundan-
tes cabellos y mirando los cruces formados por
las ramas y las yemas que fingen clavos san-
grientos; luego asoma la enloquecedora Cleopa-
tra con la copa llena de perlas disueltas en la
mano y en los ojos las trasparencias del Nilo
y el fuego terrible del infierno; va tras de su
paso Teresa la santa, buscando las azucenas con
que tejer su ramo de pureza á Jesucristo; Mesa-
lina, Ninon, Lucrecia, Raquel, todas desfilan en
procesión espantosa y divina, y á todas preside
como bella visión de la mente la vaporosa Ofe-
lia, con la falda llena de las nuevas flores de
Mayo y en el semblante las luces de la eterna
poesía.
Allá van en marcha dolorosa sobre los cam-
pos buscando las huellas del amor para siempre
perdido, semejantes á rastro de estrellas que hace
su peregrinación melancólica sobre la tierra.
A su paso, pían los pájaros en las ramas y
dicen engañosamente: — «Aquí se oculta Ro-
meo,» «allá medita Abelardo en la filosofía bajo
la benéfica sombra de los árboles,» «por aquel
anchuroso río avanza Marco Antonio sobre un
buque dispuesto para el recibimiento de una
reina,» — pero las visiones siguen con el llanto
en los ojos su camino, á pesar del habla dulce
de los pájaros que nuevamente y como en horas
de dicha les engañan.
Los lirios ceden al lento arrastrarse de sus
túnicas; los rosales les tienden capa de flores
para alfombrar su paso; los brotes se abren y
ríen en las ramas embelesados con su presencia,
y una estela de insectos de plateadas alas hor-
miguea y revive allí donde estampa su huella
luminosa la procesión.
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1 ADIÓS 1 (Cuadro de Paul Peel). -REUNIÓN DE PATRONOS DE UN^ASILO DE HUÉRFANAS (Cuadro de R. Harris)
190
LA ILUSTEACION IBÉRICA
Mientras el amor va despertando naturaleza
y seres á la vida e» la extensión infinita de los
campos, la ciudad celebra el mes de María en
los templos y aspira la esencia de violetas que
ondula por las naves oscuras y medrosas.
Cercada de profusión de cirios que restallan
su mecha dejando hilos de humo ceroso en los
aires, la Madre de Dios resplandece colocada
sobre el fondo de un vidrio de colores, al cual
llegan las golondrinas que \nielan en torno de
la iglesia con un hálito de esencias en el pico.
Arrodillase en las losas el creyente, cuyo co-
razón templado como celeste instrumento al
ritmo de las nuevas vibraciones de la tierra,
eshala más suave y melodiosa su oración, que
se mezcla al canto de alegría universal y á las
divinas alabanzas de los seres.
En las puertas de las iglesias llaman la aten-
ción los pobres que la estación libra de la
muerte, y los vivos cálices de flores parecidos á
himnos compuestos de hojas y de esencias.
Haciendo esfuerzo mayor aún con el deseo,
créese también penetrar en las solemnes fiestas
de la Pasión y aspirar el ambiente de religiosi-
dad que acompaña los dias del rezo y -del
ayuno.
En esas tristes horas, la imaginación piensa
ver á través del confuso coro, desfilar como vi-
siones místicas, los graves padres de la iglesia,
con sus obras inmortales en las manos y el res-
ponso rodeando en catarata ronca de los labios.
La confesión, el rezo, la penitencia, todas las
prácticas y ceremonias acuden á recordamos las
debilidades del cuerpo y los pecados del alma,
y nos envuelven en un nimbo de paz y so-
siego.
Cuando lo que es ahora dulce presentimiento
llegue á convertirse en deseada realidad, y la
tierra entone su resurrexit despertando de su
sueño y vivifique átomos y gérmenes á modo
que las moléculas se embriagan y beben la vida
en el azulado raj'o de sol, habremos de agitar-
n<>s en las e.\plosiones de vida y en la exube-
rante orgia de la naturaleza; sólo así gozaremos
de las flores antes de que se marchiten, y de
que, helados bajo el peso de tantos inviernos,
digamos dirigiendo á la tierra la frente, seme-
jantes al árbol seco y sin ramas:
— ¡Contra qué realidad fué á romperse, como
flor de cristal, nuestra fantasía!
S. Rueda.
KEFFIR
Era la noche; de la noble Memfis
los palacios y agudos obeliscos
cubría un cielo de matiz oscuro
que acrecentaba de la luna el brillo.
Sumergía en el río sus escamas
brillantes el verdoso cocodrilo,
y el ibis escondido en la palmera
rizaba el ala con su largo pico.
Dormía el Faraón en su palacio,
dormía el Apis en su templo altivo,
y velaba á sus pies el sacerdote
murmurando canción de extraño ritmo.
Al rumor cadencioso de la fuente
donde Féllahs tostados y fornidos
recogen el raudal que se desprende
hasta llenar el cántaro rojizo,
contestaba el murmullo de las hojas
que agitaba pausado vientecillo,
y la voz del monarca de la selva
que á lo lejos lanzaba sus rugidos.
Kéffir la amada de Ramsé.s el grande,
la venladera reina del Egipto,
hermosa como el cielo del desierto,
ardiente como el sol por el estío,
en la fresca terraza del palacio
que alumbra el astro con su rayo tibio,
contempla la llanura que se extiende
por las riberas fértiles del Nilo.
Dejó al Rey-Dios sobre las blandas plumas
tras la fatiga y el amor dormido
mientras besan su rostro los efluvios
que mueven perfumados abanicos.
Y allí temblando, palpitante el pecho,
entreabiertos los labios purpurinos
mientras las perlas que el cabello adornan
rozan la nieve de su cuello nítido,
Kéflir dirige sus rasgados ojos
en que brillan deseos ardientísimos
á una barca que boga lentamente
sobre las aguas del brillante río.
En ella va su amor, ella le espera
y con ciego arrebato del delirio
lanza mil besos al ligero esquife
y se agita con loco desvarío.
Al pié de la soberbia escalinata
llega el batel al fin, ella da un grito
en que el amor desbordase á torrentes,
en que puro se muestra el regocijo.
Un joven de rizada cabellera
perfecto, hermoso como el bello Antino
trepa al instante por flexible escala
cayendo en brazos de su bien querido.
— ¡Alkár! — murmura la hechicera Kéffir.
— ¡Cuánto tardaste idolatrado mío! —
y él la mira con mágico embeleso
mientras la hermosa juega con sus rizos.
— ¿Triste estás dulce bien? ¿Por qué no estrechas
mi mano con pasión? ¿Por qué un suspiro
desprenden esos labios que yo adoro? —
dice Kéffir á Alkár.— ¿Quizá el hastío
llegó á posesionarse de tu pecho?
¿Guarda tu amor la tumba del olvido?
Dímelo, dulce bien, que yo te adoro
más que á Osiris el dios del infinito.
— No tal, — contesta el joven, — soy hebreo;
de raza impura, por tu rey proscripto
y al Dios del Sinaí rindiendo culto
á tus dioses desprecio y aún persigo.
¡Todo nos_ hiere, todo nos aleja
sangre, patria y aun Dios: ve si he podido
sentir que Saqueaban mis alientos
al ver en nuestra contra tanto abismo!
Ella cegada por ardiente lloro
arrebatarle entre sus brazos quiso...
cuando un hombre de atlética figura
cogió sus manos exhalando un grito.
Envuelto en ancha túnica que borda
el oro más preciado y de más brillo
circundaba su frente la diadema
sembrada de esmeraldas y zafiros.
— ¡El Faraón! — gritaron los amantes
de sin igual espanto po.seídos;
y él con su daga de brillante cobre
quiso arrojarse sobre el rey altivo.
Mas con un fiero golpe de su maza,
arrojóle á sus pies desfallecido
y bañó al punto el blanco pavimento
un torrente de líquido sombrío.
— ¡Ingratal — murmuró Ramsés el grande, —
muere con ese impuro á quién de fijo
vendiste mis caricias en la noche
usando tus groseros artificios.
Y Kéffir sobre el cuerpo de su amante
cayó también porque su cráneo herido
fué por la maza que blandió la mano
del terrible monarca del Egipto.
¡Y brilló la mañana en los espacios
con resplandores blancos y rojizos
alumbrando los ojos de la esfinge
que miraba tranquila el homicidio!
José Mahía de la Torre.
*
BIBLIOGRAFÍA
Folletos Litirikios de Cl»r1n: Cdnovaiy »u tiempo.
Librería de Fe, Madrid.
Quisiera inculcar yo á todos mis lectores la
admiración que siento por el gran critico, por
el literato insigne de cuya pluma no sale jamás
nada que no esté marcado con el sello del más
ardiente amor al arte. Verdad es que quizás
estoy buscando midi á quatnrze heures y que la
admiración que despierta Clarín sea superior á
la misma que yo desearía. En todo caso, si algo
se nece.sitara para coronar su reputación, ya
está: es el folleto de Cánovas y su tiempo, con el
cual ha demostrado su autor que no solamente
sirve para dar desazones á los escritores chirles
sino para poner en su verdadero punto lo que
sólo en España podría pasar plaza de monstruo-
so.
El Cielo Alkqei, por Salvador Rueda —Madrid, 1887.
Contiene este tomo variados cuadros de esce-
nas andaluzas, escritos con la brillantez de esti-
lo que caracteriza á su joven autor. El señor
Rueda ha pintado lo que ha visto, presentándo-
lo con poética realidad, de lo cual ha resultado
una obrita que se lee con sumo gu.sto. Paréceme
que el señor Rueda ha tenido la snorte de encon-
trar un género en que puede desplegar sus pri-
vilegiadas dotes de colorista, siendo el Cielo Ale-
gre digno hermano del célebre Patio Andaluz.
VÍ'!TOR, novela madrileña, por Ángel Salcedo y Kiiíz.
Echase de ver en este libro la ilustración de
su autor; aunque la acción se desarrolla con cier-
ta lentitud y abundan, con exceso, escenas y alu-
siones literarias de poco interés para la genera-
lidad, encierra amenos trozos y está escrito cou
elegante facilidad, lo cual hace de la primera
novela del señor Salcedo un apreciable ensayo.
La obra es tanto más i-ecomendable en cuanto
no se descubren en ella grandes pretensiones
de trascendentalismo ó ambiciosas tendencias á
revolucionar el campo de la novela.
Carlos Mkndoza.
NUESTROS GRABADOS
GALANTEOS DI AMTaSO
Fué el siglo xviu aquel ea que llegó á su colmo la galan-
tería, con todos sus caracteres de afectación, falsedad y con-
ceptismo. Nada más Insípido hoy que los madrigales en que
los enamorados de casacón y sombrero de picos pintaban
sus cuitas ó envolvían sus atrevidos pensamientos; en cam-
bio hacen de muy buen ver los cuadrltos y estampas de la
época, aunque tal lindeza no autoriza á abusar de semc^Jan-
tes escenas.
LOS AHIUALXB COMO ILEUENTO DECORATIVO
El jabali es una artesa alemana, y la cabeza de cocodrilo
uno de los originales estudios de Nettleshlp, famoso ani-
malier Inglés. En todo tiempo han servido los animales de
motivo ornamental, si bien en el dia no parece se haga tanto
caso de ellos como antiguamente, cuando los arquitectos
no sabían hacer nada sin adornarlo con esfinges, dragones,
quimeras, serpientes, etc., etc.
EL TEbBEUOTO DE NIZA
Por largo tiempo couservarA memoria la bella ciudad de
Niza del terremoto que se dejó sentir en la misma apenas
apagados los ecos del último Carnaval.
Un formidable sacudimiento ocurrido el miércoles de Ce-
niza, 23 de Febrero, ú. las seis menos cinco minutos de la ma-
ñana, hizo oscilar sobre sus cimientos todas las ca^as de la
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
191
capital, siguiendo á aquél otros varios que vinieron á aumen-
tar el espanto de los acongojados moradores.
Todo el mundo se echó á la calle y los forasteros, poseídos
de un terror perfectamente comprensible, corrían á la esta"
ción para huir de alU. Con todo, solamente seis mil perso-
nas pudieron salir al momento, en los ocho trenes suplemen-
tarios que se organizaron con notable actividad.
Felizmente, cayéronse pocas ca.<:as á pesar de lo cual na-
die juzgó prudente exponerse á permanecer bajo techado.
Improvisáronse campamentos y quien no quiso cobijarse
bajo una tienda buscó un asilo en los ómnibus, en las barcas,
en los coches y hasta en las casillas de los baños.
Entre las contadas casas que se desplomaron figura la es-
cuela municipal de niñas del barrio de San Esteban, donde
pereció la maestra madame Chaylon. Otras muchas han que-
dado inhabitables y un buen número cuarteadas.
Parecidos estragos ocurrieron en Mentón, pero sin compa-
ración con las desgracias de que ha sido teatro Italia, espe-
cialmente la provincia de Porto-Mauricio donde la catás-
trofe excede á cuanto pudo imaginarse en un principio, pues
que los muertos y heridos pa.san ya de 1.200, y se calcula
que aún subsisten bajo las ruinas de Diano Marina, Oneglia
y otros pueblos más pequeños 500 cadáveres, pues con el
trascurso del tiempo, falta de alimentos y fétido hedor, han
debido perecer los que sólo hubiesen quedado heridos
Sólo dicha provincia, sin contar otras localidades, daba
hace ya dias esta triste estadística: Acerigo, 9 muertos y 10 he-
ridos; Dianocastello, 20 muertos y 12 heridos; ulano Marina,
300 muertos y SO heridos, sin contar otros 200 moradores, de
los cuales nada se sabe y que se cree por tanto cubren los es-
combros de todas las casas destruidas; Oneglia donde no |ha
quedado una sola casa habitable, y cuyas ruinas contendrán
nuevos cadáveres, 21 muertos y 30 heridos; Pantasina,
2 muertos; Piani, 2 heridos; Pietrabuna, i heridos; Porto-
Mauricio, 1 muerto y 8 heridos; Prela, 11 heridos; Villataglia,
1 muerto y 4 heridos; Bajardo, 238 muertos y 65 heridos; Bus-
sana, 50 muertos y 40 heridos;'Ca5tellaro, 50 muertos y50 he-
ridos; Ceriana, 2 muertos y 10 heridos; Pompeyana, 5 muer-
tos y 7 heridos; Traggia, 6 muertos y 3 heridos; Vallegrosla,
12 muertos.
TIPOS MILITÁEES DK íhUlíiVIi , RUSIA É ITALIA
Dibvjo de Julián
^Véase el articulo correspondiente).
GUANTES HISTÓRICOS .
Puede considerarse la época de Isabel de Inglateria como
aquella en que rayó ¿ mayor altura el furor por los guantes.
En nuestros grabados damos reproducidas algunas muestras
de algunos muy célebres que te conservan en los museos de
Londres.
XHBOQUE DEL CADÁVER DE GUSTAVO ADOLFO EN WOLGAST
EN 15 DE JCLIO DE 1633
Cuadro de O. Hellgvist
Gran figura, ciertamente, la de aqnel monarca á quien
llamaban desdeñosamente en Viena el Rey de nieve y que
habla de demostrar, sin embargo, que no bastaban á derre-
tirle todos los rayos del sol imperial. Al subir al trono cuan-
do tan sólo contaba diez y siete años, encontróse con Suecla
en guerra contra Dinamarca, Polonia y Rusia, terminando
en breve gloriosamente todas ellas, después de lo cual,
viendo que los emperadores de Austria iban á destruir el
sistema federativo de Alemania haciendo hereditaria la
dignidad imperial y amenazaban acabar con el partido pro-
téstame, decidió ponerse al frente de éste y precipitarse so-
bre la Alemania en contra de Fernando II \,Tetcer periodo
de la guerra de Treinta años).
Apenas se presentó Gustavo Adolfo cuando cambió el
aspecto de las cosas, derrotando completamente al feroz
Tilly en las llanuras de Leipzig y confundiendo á sus ene-
migos con una nueva táctica que habla imaginado. Por des-
gracia fué asesinado al comenzar la batalla de Lutzen lO No-
viembre 16321 y asi pudieron volver á levantar la cabeza los
austríacos.
Su muerte ocasionó nna consternación inmensa á tus
amigos y una ahgrla indecible á sus contrarios. En Madrid
hubo fiestas por espacio de once diaa ridiculizando al difun-
to monarca sueco ( n populares y burlescas representaciones.
Fué Gustavo Adolfo hombre recto, liberal, de arraigadas
convictiones, de sencillas costumbres y muy instruido, sien-
do digna de recordación la donación que hizo de los domi-
nios de su familia á U universidad de Upsal. Sentó las bases
de la futura prosperidad de su pais ofreciendo en él un
asilo á los emigrados protestantes,! que á trueque de ver
respetada su libertad de conciencia resignáronse á habitar
en aquel áspero clima. Gobernó con equidad, protegió al
pueblo y solía decir que las naciones debían rogar á Dios no
les enviase grandts reyí*s porque con sus proyectos y empre-
sas destruyen la paz de los pueblos. Á un consejero que le
sorprendió un día leyendo la Biblia dljole que habla buscado
fortaleza en la palabra de Dio», en atención á que nadie está
más expuesto á las tentaciones del diablo qne aquellos que
sólo á Dios deben dar cuenta de sus acciones. Hombre de
grandes alientos, acariciaba la idea de conquistar toda la
Alemania protestante y renovar en Italia y en España el
reinado de los godos, anhelando muy particularmente unir
á Polonia y Suecia.
En medio de la desgracia de haber perdido al gruí Gus-
tavo Adolfo, tuvo Suecla la suerte de contar con el canciller
Axel Oxenstlem, que continuó dignamente la obra del difun-
to rey. Aquel insigne hombre de Estado propuso al pueblo
recibir por reina á Cristina, hija de Gustavo (era electiva la
coronal, de seis años de edad, y habiendo preguntado un
campesino: — ¿Corno es esa niñnf Nosotros no laconoceTnoSf—el
canciller la presentó y el campesino dijo:— Tiene los (>jos de
Gustavo, su frente, su roitro, toda ella se le parece; sea nuestra
reina, siendo aclamada con generales aplausos bajo una re-
gencia presidida por Oxenstlem.
El cadáver del rey, embalsamado, fué devuelto á su pala
el año siguiente, habiéndose inspirado en este hecho el
Ilustre artista de Estocolmo Hellqvist para pintar su her-
moso cuadro.
REUNIÓN DE PATRONOS DE UN ASILO DE HUÉRFANAS
Cuadro de Soberto Harris
EL NIDO ÁBiSDOSiDO.— Cuadro de F. Woodcock
ADIÓS. — Cuadro de Paul Peel
Pertenecen estas tres obras á distinguidos autores cana-
dienses. Por lo que se ve, los pueblos jóvenes demuestran la
mayor aptitud para la pintura, pues no solamente florece
este arte con envidiable prosperidad en los Estados-Unidos ,
sino también en las apartadas colonias australianas y en las
autónomas posesiones Inglesas del Norte- América.
PAISAJE
Cuadro de O. Uichel
Fué Jorge Michel el antecesor de Julio Dupré y Teodoro
Rousseau; desconocido casi durante el periodo de la revolu-
ción francesa, alcanzó envidiable reputación en la brillante
época del año 30. Era gran inteligente en materia de dispo-
ner los planos y de presentar los horizontes y nadie como él
sabia el secreto de animar el paisaje con algunas figuritas.
PORTUGAL: UNIVERSIDAD DE COIUBKA
Fué fundado este famosísimo establecimiento en 1307 por
el rey Don Dionisio, y aunque decaído ya de su antiguo
esplendor, continúa siendo, no obstante, el centro de Ins-
trucción más notable de Portugal.
CN CAUIVO Jl TRAVÉS DEL BOSQUE
Ofrece este paisaje la melancolía propia de los países del
Norte. Parece que los del oficio reniegan del Mediodía por-
que hace resaltar demasiado los primeros pianos y les quita
la perspectiva aérea á los fondos. No se dirá que tenga este
defecto el paisaje de que hablamos; hay seguramente mu-
chos árboles, pero pasado el primer término puede exten-
derse la vista hasta la pared de enfrente. Fin contar que la
hora es muy poética y que el grabador ha sabido reproducir
el dibujo con la mayor finura de buril.
LA FUENTE DE LOS CURRUTACOS
(CONO LUSIÓN)
xvn
CAYÓ EN LA TRAMPA
Al día siguiente fray Nolasco citó á la Fuente
de los Currutacos al taoticario, al amigo de Ga-
leno, al notario y al hijo de Neptuno.
Ninguno de ellos faltó á la cita. El monje,
presidiendo como de costumbre la reunión y to-
mando polvo tras polvo, con su cajita de plata
entre las manos, articulando mucho, guiñando
el ojo y sin levantar la voz, les manifestaba ca-
sos muy cucos y muy sabrosos por lo visto, pues
la sonrisa retozaba en todos los labios y en to-
dos los rostros se reflejaba la más risueña jo-
vialidad.
Al prorumpir el recién licenciado en medi-
cina en una estrepitosa carcajada debida á un
chiste muy subido de color que se permitió el
boticario, levantó la cabeza y fijando los ojos
en una tortuosa y empinada senda que conducía
á la retirada cartuja de San Benito, distinguió
á don Leandro encaminándose á aquel patriar-
cal asilo.
—Por allí pasa nuestro hombre, — exclamó el
Esculapio.
— ¿Por dónde, por dónde? — preguntó el frai-
le incorporándose.
— Por el camino de la Cartuja.
— Tiene su merced razón. ¡Desventurado! El
pobrecillo va por lana y saldrá trasquilado.
Buena tijera soy yo.
— ¿Pero á dónde irá por esos andurriales? —
objetó el notario alzando su cuello de cisne.
— Saca á paseo sus ilusiones,^ — contestó el
monje, añadiendo con sorna; — le cogeremos
en el lazo como los caballos jóvenes. Me parece
que el buen señor va á encabritarse
— Será un lance muy chistoso el que nos pro-
porciona su paternidad,— exclamó el marino
frotándose las manos.
— Y muy original, — murmuró el carmelita.
Don Leandro más alegre que unas pascuas,
echando monólogo tras monólogo, riéndose de
su cara mitad, soñando un mundo de ilusiones
de color de rosa, consultando los relojes á cada
instante, pues el buen currutaco los gastaba á
pares como era moda en aquellos pacíficos tiem-
pos, é impacientándose porque el rubicundo sol
no se ocultaba de una vez en el ocaso, llegó
ante la puerta de la Cartuja y tomó asiento en
un canapé de piedra pegado al tronco de un
fúnebre ciprés con la punta vuelta al cielo, tal
vez harto de contemplar las miserias munda-
nales.
El golilla, paseando la vista por el bello y
pintoresco panorama que se extendía ante sus
ojos, murmuraba con apasionado acento:
— Dentro de poco seré el hombre más feliz
del universo. Ese enojoso sol que ya solo mues-
tra la coronilla será reemplazado por la luna
que es el sol de los ladrones y al mismo tiempo
de los enamorados. Entonces llegará mi hora.
¡Oh! ¡qué dicha, qué ventura, pasar con mi Cloe,
con mi bella Elena, la noche viajando por esos
mundos de Dios; ver brillar sus ojos en la os-
curidad del carruaje; contar los suspiros que se
escaparán de sus labios; oir el chasquido de sus
sedas y acariciar con los míos sus diminutos
pies! Mi Cándida estará roncando y yo velando.
¡Ja, ja, ja! Una conquista de este género me co-
ronará de gloria. Volveré de mi excursión car-
gado de laureles, que desde el procer al villano
todos envidiarán. Ayer era la pobre mosca en-
redada en las redes de mi tirana y hoy es ella la
paloma sin hiél cogidita en las garras del mi-
lano. ¡Con qué gusto alargara un cachete al día
para que desapareciera de una vez!
Este discurso al aire libre sólo era escuchado
por los pájaros que iban en busca de sus nidos
y el orador sólo era admirado por otros pájaros
que movidos por la curiosidad se asomaban á
las respectivas rejas de sus celdas.
En eso vino la ansiada noche; pero noche sin
luna, más negra que el alma de un condenado,
reinando en el alto cielo y en la baja tierra la
más completa oscuridad como si los de arriba
y los de abajo se hubiesen puesto de acuerdo
para secundar los amorosos planes del galán.
Don Leandro consultó el reloj y notó que
eran las siete y media.
¡Sólo media hora, sólo treinta minutos falta-
ban para la misteriosa y suspirada cita!
De un salto se plantó ante la Fuente de los
Currutacos.
El coche estaba allí.
Parecía una inmensa mole negra que se des-
prendiera de la misma oscuridad. Era una es-
pecie de carroza extremadamente grande y con
dos portezuelas laterales con sendas cortinillas
azules.
Don Leandro, batiéndole fuertemente el co-
razón y bamboleándole las piernas, loco, ciego,
obcecado y creyéndose en los umbrales del
Edén, adelantó hacia el carruaje.
El cochero con mucho sigilo y con más re-
cato le preguntó por lo bajo:
— ¿Es su merced, don Leandro?
— El mismo. ¿Y la señora?
— Le espeía en el coche. Venga su merced.
Don Leandro ebrio de amor y luchando con
las tinieblas llegó ante la portezuela del ve-
hículo.
Doña María Luisa en traje de viaje, envuelta
con un manto, de pié en la portezuela, murmu-
ró muy quedo y con acaramelado acento:
■ — ¿Eres tú, mi Leandro?
■ — El mismo soy, sirena de mis ojos. Diana de
esta noche de ventura, astro del cielo, paraíso
de mi amor.
— Más bajo dueño mío, más bajo.
— ¡Eres la gloria!
192
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
— Soy una esclava que se postra á tus pies.
— Eres reina de mi alma.
— Dame la mano, sube. 'Asi. Déjate conducir.
Cnidadito que está muy o.scuro todo esto. Sién-
tate en ese rincón.
Don Leandro ciegamente alHcinado, sumido
en las sombras, obedeció ¿ pié jnntillas.
El pobre diablo creía haber salvado los limi-
tes de la felicidad.
Extendió los brazos en medio de aquella tum-
ba y preguntó luchando con las tinieblas:
— ¿En dónde estás, Venus sin concha?
— Aquí de pió, ¿no me distingues?
— Si. Dame á besar tu mano.
— Eso no. Has jurado no hablarme y respe-
tarme en toda la noche.
— Tienes razón.
— Pues cierra el pico, galán mió, que ya ha-
blaremos cuando luzca el sol, y toma asiento en
aquel rincón.
Si nuestro golilla no hubiese estado tan or-
gulloso de su conquista y si aquella escena noc-
turna no le hubiese sacado de quicio, hubiera
notado el roce de un guardapiés que se deslizaba
por la portezuela más cobijada por la sombra y
que se cerraban los dos al mismo tiempo.
Pero el señor de Pluma en blanco, nada vio,
ni nada oyó.
El carruaje, se puso en marcha.
El golilla reventaba de gozo dentro de su
chupa.
La consigna de guardar silencio era la única
cosa que le molestaba.
Si nos íuera posible describir todos los cabil-
deos, ilusiones y esperanzas que ' bullían on la
mente de nuestro buen señor, sería este libro
tan chistoao, tan lindo, tan entretenido como ori-
ginal.
Los baches, la oscuridad, las piedras y los
charcos obligaban al coche á caminar á paso de
tortuga pareciendo que á cada instante se venia
al suelo.
Pero el amarteledo y desvelado galán no se
fijaba en esas niñerías.
Una hora larga duró la excursión.
De pronto aquella especie de carroza se paró
y gritó el cochero:
— La venta del Carnero.
Puso el pió en tierra, abrió la portezuela, se
levantó don Leandro, puso los atónitos ojos en
derredor y vio con indescriptible asombro que
se hallaba de nuevo en la villa ante un caserón
de doña María Luisa, y á ésta con un velón en
la mano, á fray Nolasco, al boticario, al doctor,
UN CAMINO A TRAVÉS DEL BOSQUE
al notario y al marino que salían á su en-
cuentro.
El trasnochado golilla, paseando los atónitos
"jos en derredor, corrido, confuso y sonrojado
de pié sobre la portezuela de la carroza, pare-
-cía un insensato.
— ¡Apéese su merced, — exclamó la dama al-
zando el velón, — que se halla V. en su casa!
— ¡Bonito viaje ha hecho su merced! — expuso
el fraile meneando la cabeza.
— ¡Bien venido! — exclamó el boticario.
— ¡Y bien hallado! — añadió el notario.
— ¡Que no le dañe el relente! — objetó el ga-
leno.
— ¡Cuidado en salvar la orilla! — murmuró el
marino.
Don Leandro parecía bobo. El infeliz, fijo en
su puesto, no apartaba los ojos de doña María
Luisa que alumbrada por el velón que suspen-
día en In mano se destacaba en medio de aquel
abigarrado corro.
— <;Pero no se apea su merced? — preguntó
fl fraile.
El golilla fijó los ojos en el fondo de la ca-
rroza, hizo un visible gesto de disgusto y como
'I hombre que huye de sí mismo salt/) á tierra.
Tras él apareció en la portezuela doña Cán-
dida.
Todos los presentes prorumpieron en una es-
trepitosa carcajada.
El fraile adelantó hacia ella ofreciéndole la
mano y murmurando con finísima intención:
- — ¡Miren sus mercedes, el bribonzuelo del
diablo que cosas tiene tan peregrinas! Es un
gran escamoteador. Sólo á él se le hubiera ocu-
rrido trocar las damas.
El golilla mordióse el labio fijando los an-
gustiados ojos en los mustios ojos de su cara
mitad.
—¿Quiere V. subir á descansar? — manifes-
tó doña María Luisa.
— Gracias, amiguita, gracias, — contestó doña
Cándida estrechando cariñosamente las manos
á la viudita.
Don Leandro, pálido y nervioso, no perdía de
vista al carmelita.
Bien comprendía aquel burlador burlado que
solo á él se debía aquella ingeniosa aventura.
En tanto las damas hablando muy quedo, co-
gidas de las manos y ocultándose la boca con
el pañuelo reíanse maliciosamente
^Ha caído conjí) un ratón en la ratonera. Lo
que temía doña Cándida, era que no notase
cuando jne he deslizado por la portezuela.
— Era imposible advertirlo. Como yo la ocul-
taba con mi cuerpo y él estaba convencido que
en el coche sólo había su merced, no fse fiió en
ello. ■ J
— ¿Y han continuado los piropos?
■ — Al principio no, pero después han caído
como una granizada.
— ¿Y ha podido contenerse su merced?
— No me hable V. de ello, que más de una
vez me vinieron intenciones de estrangularle.
Pero yo decía, suelta, suelta la sin hueso, que
ya te la cortarán.
— ¡Señores, á descansar!— gritó el carmelita.
— Adiós, amiguita, — amonestó doña Cándida.
— Adiós, muy señora mía, — contestó la viu-
dita estampando un beso en las mejillas.
— Santas noches, — murmuraron los presentes.
Don Leandro, sin decir esta boca es mía y
con los ojos fijos en el suelo, tomó del brazo á
su esposa emprendiendo el camino de su casa.
La historia no consigna lo que aconteció
aquella noche entre marido y mujer, pero sí
hemos de hacer constar que don Leandro desde
aquel lance estuvo quietecito en casa, miró con
mejores ojos á su mujcrcita, echó on olvido á la
tentadora viudita, cerró la puerta al fraile, col-
gó la péñola y miró con horror la concurrida y
regalada Puente de los Currutacos.
Francisco Qráb y Elías.
iNUIISTKAClOl: C«rtii, 36^367, Eiaíi Miiu, Editor. — Reunidos los derechos de propiedad irtística j literaria. — Las redaiaciones en Madrid, al represeotaote de esta Casa D. Maouel Piá y Valor, Ápodaca, 10, 2.**
— — ( INSÉRTESE Ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL )
BaTABLwaMiBirro Tipoorífico db B. Bamba.— Calli db Villarrobl, húm. 17, bhsahchb db San Amtomió.— Barcelona.
'S^S^ir^^^
Año V
Barcelona 26 de Marzo de 1887
Núm. 221
Con el presente numero repartimos el-suplemento de modas EL MUNDO DE LAS DAMAS, correspondiente al mes actual
CONTEMPLACIÓN
194
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
SUMARIO
Tbxto. — Madrid. Caria» á «u prima, por Fernanflor. — La
mutrit de Captto, poi Vicente Blasco Ibáúei.— i>a cara de
náit Upt* (ooDCliulóii), por Juan Tomás SaWmaj.—Be-
«Ota eitmitfca, por Alft«do Oplsso— 7^> dapotada det r(y.
por Antonio J. )(árquei.-/ii(raduect()* á «» liiro de poe-
tia» tpoeslat, porR. J. Cataiineu. — OoiUoru, por Manuel
deFcñarmbla.— Naealroi gralMidot.— S prtmio de ñem-
prt, por Joaefia Pi^ol de Collado.
0>A«iiK>s.— Contemplación.— KI arte asirlo (doi grabados).
— Kl último canto.— En la pradera.— |Te quiero muchol—
Inglalerra: Puente y calle del Castillo, en Chester. —César
Borcia abandonando el Vaticano.— La construcción de
una easa — OUrerio Cromwell, de visita en casa deMiltoD.
Moldas reaando.— Kl Sbab Jbean saliendo de la Gran Mei-
qolU de DelU.— Mesas de arte (cinco grabados).
MADRID
CAJRT-A.S .A. ^a:X FK-Tt^íLA.
La rotura Bxposlclón industrial.— Lo que produce Madrid —
La madrileña. -El madrileü».- Los beneficios de los ac-
tores.— Parreño. -Una comedia que puede ser un nueío
camino.— Las tristeías de los béroea viejo».- La última
obra del (estiro /oawiico.
<3^^AS de saber que para Setiembre de 1888,
■IjrrH si antes no vienes, tendrás ocasión de
CjU, venir á esta corte; pues no creo que se
haya de celebrar una gran Exposición en Ma-
drid sin que tú figures entre las visitadoras.
Bien mirado en una Exposición madrileña las
mujeres de Madrid es lo más interesante; pues
ellas compendian todas las cualidades de su
suelo y de su cielo, y además se visten y ador-
nan de todo lo selecto de sus artes é industrias.
Y por cierto que el tipo de la madrileña queda
oscurecido en la corte por la mujer de las pro-
vincias que es, ya más corpulenta, ya de ma-
yor belleza, ya de más gracia física, ya, en fin, de
atractivos iiiás estrepitosos; pero ese conjunto
de amable belleza, y de gracia suave de la ma-
drileña, que se llama moiierín, viene al cabo á
triunfar de las celebridades provincianas. Este
mundo convencional de Madrid lo lian Lecho
ellas y nada tiene de particular que concluyan
por reinar allí donde á todos y en todo han im-
puesto sus leyes. Madrid, además, se compone
de diferentes círculos, donde los gustos cambian
y basta la mujer necesita ciertos defectos físi-
cos y morales para encantar á los hombres: el
chic es una cualidad que raramente posee una
mujer bonita y que tienen muchísimas feas. Y
el chic es un atributo de belleza en Madrid; es
la belleza misma. La Venus madrileña está re-
tratada en la Academia de San Feraando, por
Goya; sus líneas carecen de la gracia severa,
casta, poética de las Venus de Rafael y el Ti-
ciano; de éstas se comprende que puedan andar
por el campo, decentemente, aunque desnudas;
de aquélla no se cree pueda salir, sin desdoro,
fuera de su alcoba. Pero la Venus madrileña,
DO puede ser representada sino vestida; el traje
es para ella algo tan propio y necesario como
la pluma en el ave, y desnudarla es desplumar-
la. Quiero decir con todo esto, prima, que lo
más digno de ser considerado en Madrid, como
producto de su ciencia, de su arte y de su in-
dustria, es la madrileña misma. Si mi afirmación
t« parece, por lo evidente trivial, dispénsame,
teniendo en cuenta que nada hay, tampoco, tan
madrileño como las trivialidades.
Y volviendo al tema. El Alcalde primero ha
tenido esa idea que ha entusiasmado á los co-
merciantes y los fondistaa El alcalde oía siem-
pre con mucho disgusto las diatribas de las pro-
vincias contra Madrid. — ¡Aquí no hay más que
empleados y cesantes!— suele decirse. — Madrid
es ana gran feria donde envían sus productos
las ciudades de España. — No, señor, — ha dicho
el alcalde, — Madrid tiene industria propia, crea
productos que remite á provincias y al extran-
jero después de haber proporcionado á la pobla-
ción abundante con.sumo. — (Ignoro, prima, si el
alcalde se referirá á la industria de las condeco-
raciones.) Madrid paga sobre un millón de pe-
setas de contribución industrial; en el casco de
Madrid humean las chimeneas de quinientos
motores de vapor, que funden hierro, plata,
metal blanco, plomo, y que son las visibles se-
ñales de que allí se fabrican objetos de papele-
ría, curtidos, petacas, zapatos, fósforos, para-
guas, ebanistería... Doce mil obreros mantiene
Madrid y no hay necesidad de ir á las fábricas
para verlos, basta con ir á las reuniones de los
socialistas, donde el ciudadano López ó el ciu-
dadano Pérez, suelen proponer á sus compañe-
ros como la medida salvadora de este momento
social una huelga permanente subvencionada
por los burgueses. El alcalde desea que esta
grandiosidad y florescencia de la industria local
se patentice, y, además, los tiempos son difí-
ciles; el comercio se queja de sus parroquianos;
los parroquianos no toman muy á pecho las re-
convenciones del comercio y hay que traer pa-
rroquianos nuevos aunque sea de la China. Al
anuncio de esta Exposición vendrán los comer-
ciantes de otras provincias y otras capitales,
vendrán los curiosos y millonarios que buscan
nuevos países en que aburrirse y que se disper-
sarán cuando concluya la Exposición llenando
el mundo de paraguas, abanicos, petacas y tacos
de billar legítimos madrileños. Y, quien sabe,
quizás muchos de esos turistas se lleven el prin-
cipal artículo, la madrileña; fábrica de amor,
cuyo sombrero puede muy bien aumentar el nú-
mero de chimeneas citado por el alcalde.
El hecho es que en Madrid, realmente, hay
muchas fábricas y que si nosotros lo ignoramos
consiste en que nuestro carácter no es indus-
trioso, y sólo paramos la atención en las cosas
de la política. La inauguración de una fábrica,
en Madrid, por magnifica que sea, tiene menos
resonancia que una frase ingeniosa ó mordaz
lanzada per un diputado á un ministro en plena
sesión. Tal vez esta indiferencia de Madrid por
su industria consista en que Madrid no es patria
de nadie; el madrileño nace en un país invadido
por forasteros; en que todo pertenece al primer
ocupante, venga de donde viniere; sin costum-
bres, ni traje, ni dialecto e.special; habituándose
á transigir con todas las costumbres, trajes y
dialectos; decir: ¡Yo .soy de Madrid! es lo misino
que decir: Yo'no soy de ninguna parte. ¿A quién
irá el madrileño para decirle: ¡Favorézcame us-
ted, tan siquiera porque somos pninauon! ¡Pai-
sanos! los tienen los andaluces, y los gallegos,
y los asturianos, y los valencianos, y los arago-
neses; los tiene todo aquel que ha nacido, me-
nos quien ha nacido en Madrid. ¡Desgraciado,
sino se protege él solo! Sucede, pues, que el ma-
drileño no se interesa por la prosperidad fabril
de un país ingrato y que los que no son madri-
leños no están dispuestos á confesar que en
Madrid hay nada superior á sus patrias respec-
tivas; verdaderas patrias, estímulo de su ambi-
ción; donde tienen sus familias, sus amigos, su
verdadera casa, su retiro. No es extraño que los
provincianos conquisten el poder y la fortuna;
tienen un ideal; pero nosotros, los madrileños,
¿podemos creer que Madrid se asómbrala de
nuestros encumbramientos, ni que nuestros pai-
sanos se morirán al saberlo de envidia? Ignoro
si algún día me casaré, querida Carmen, ignoro
igualmente si de casarme tendré descendencia,
pero yo te t-seguro que mis hijos nacerán fuera
de Madrid. Yo les daré patria. Haré un viaje
con mi mujer á Galicia. Tengo observado que
el nacer gallego, es nacer, casi, ministro.
Pero, en fin, como todavía está muy lejana
la referida Exposición, hablaremos si gustas de
asuntos del momento. Esta es la época del año
en que se verifican los beneficios de los actores:
según la prensa, los amigos de éstos, aprove-
chan la ocasión de manifestarles sus simpatías.
En efecto, si has visto los periódicos habrás ad-
mirado las terribles listas de regalos á los bene-
ficiados que publican. Los actores reciben en
estas noches más objetos y artículos que contie-
ne un bazar. Todos cuantos autores 6 amigos
les deben cualquiera atención ú obsequio, les de-
vuelven su fineza. Cierto maldiciente asegura
que hay actor que so pone en connivencia con
el dufño de una fábrica de quincalla para que
le remita un ciento de objetos que luego volve-
rán á su tienda. De este modo se figura una co-
lección de regalos sin perjuicio de nadie. La
costumbre de exponer en el cnmarin, y do enu-
merar la prensa los regalos, es muy reciente.
Hasta hace pocos años el beneficiado sólo hacía
ver lo que era inevitable, las coronas y los ra-
mos que se le arrojaban á escena. La idea del
lucro, y del dinero, no aparecía en aquella fiesta
del arte: hoy la curiosidad es tan grande en el
público como el entusiasmo. Cada vez se sig-
nifica más el sentido utilitario de los regalos:
en cualquier beneficio veremos que los criados
de la escena interrumpen el aplauso general
presentando al beneficiado una mesilla de noche.
Cuando se aproxima un beneficio tiembla el be-
neficiado y sus amigos. El beneficiado porque si
no le regalan mucho y bueno, sobre todo mucho,
queda deslucido; los amigos, porque los amigos
de los actores, — gente que suele ir al teatro de
tifus, como ahora se dice, — suelen tener poco
dinero. Los pobres autores dan compasión: algu-
no de ellos no consigue que el actor le acepte
una comedia y le regala, sin embargo, por si
ablanda con la gratitud al monstruo; otros rega-
lan porque no se diga que deja de regalar sien-
do autor. Hay quien regala por salir en lista; y
casi todos los objetos tan pomposamente enume-
rados en los periódicos, suelen valer en junto,
después de todo, cinco pesetas. Esta costumbre
caerá en desuso porque es presuntuosa, ridicu-
la y eurki. Esto se comprende en los países ri-
cos y entre la sociedad aristocrática y financiera.
Pero aquí los aristócratas y los banqueros han
perdido ya las tradiciones del rumbo. Aquí sólo
es rumboso quien quiere parecerlo; es decir, el
pobre. Si los diarios dejasen de publicar esas
listas de nombres propios, no recibirían los acto-
res ni una boquilla de á real.
Ya recordarás, sin duda, al bueno de Parre-
ño, aquel actor tan reposado, tan concienzudo, de
aspecto tan solemne, de voz tan majestuosa. Ha
muerto repentinamente. Tenía grandes simpa-
tías como actor y como particular. No se le han
dedicado extensas biografías, porque con los
actores pasa como con los cantantes: mientras
no se mueren los tenores no se conmueve nadie.
Pero la verdad es que estos actores estimables,
que desempeñan discretamente las obras, que
estudian sus papeles y procuran martirizar sus
condiciones personales para brillar algo en ellos;
que tienen el sentimiento del arte y de la dig-
nidad de su profesión, merecen que los aficio-
nados á la escena les consagremos un doloroso
recuerdo. Nuestro teatro precisamente carece de
esta clase de actores y por carecer de esta clase
carece de cuadros, sin los cuales no hay buenas
obras, ni buenas temporadas. Me refiero al dra-
ma y á la gran comedia; en los cuales el actor
tiene que suplir con su reflexión, con su talen-
to y su inspiración, el desconocimiento de los
personajes y las pasiones que debe interpretar,
por no ser las que él frecuentemente observa ó
siente. En el género cómico y popular, hoy tan
en boga, se forman cuadros escénicos porque
nuestros actores conocen ese mundo á la perfec-
ción. Las compañías extranjeras que han venido
á Madrid han demostrado que varias medianías
que se funden valen más que una eminencia que
se aisla. Ni una golondrina hace verano, ni un
solo actor hace teatro. Con actores como Parre-
ño, tan di.scretos, tan en su lugar escénico, siem-
pre se pueden hacer obras de conjunto.
Sigamos en nuestra excursión por los teatros.
Un autor joven, el señor Pleguezuelo, ha obte-
nido un éxito de gran estimación en el teatro
de la Princesa con su comedia Margarita. Cier-
to marqués ha obtenido en su juventud una
hija. Se casa el marqués y aunque no se atreve
á declarar la existencia de esta hija, la trae á
su misma vivienda en calidad de institutriz de
su hermana. Esto da origen á que pueda creer-
se que Margarita es la querida del marqués, es
decir, de su padre. Entonces la verdad se des-
cubre y Margarita es dichosa. Se ha celebrado
esta obra con feliz unanimidad por todos los
críticos. Y en sus juicios se ha traslucido el ar-
diente deseo que hay en el público de que nues-
tro teatro, sin perder la energía y la viveza ca-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
195
racterística de nuestra literatura actual, vuelva
al mundo de la realidad y del sentimiento; apar-
tándose de esos temas transcendentales (que ya
no tienen transcendencia) y de la inevitable
tremebunda catástrofe. El señor Pleguezuelo ha
fijado la atención del público con una violeta,
hoy que para fijarle es preciso darle rosas de
mil hojas, del tamaño de un repollo: — este éxito
debe fortalecerle sin deslumhrarle.
El viejo Valero saldrá para América dentro
de algunos días: entre tanto da algunas funcio-
nes en Jovellanos. Al despedirse del público ha
empleado frases tales que parecía decirle: —
¡Ven á verme, ven á aplaudirme por última vez!
— El arte ofrece ovaciones que enloquecen; pero
tiene tristezas que abruman. Han venido otros
actores; las corrientes del pensamiento y del
gusto cambian, el actor envejece y el arte es
joven siempre. En mucho puede compararse á
Valero con Zorrilla: su nombre, su celebridad,
existen; pero su público ha ido desapareciendo;
aquellos que fueron admiradores de sus obras
en el tiempo de su creación, de su gran virili-
dad, han muerto casi todos, menos felices que
ellos... Su público está ya enterrado y les espe-
ra. ¡Pobres viejos, gozad del pasado en la misma
tristeza del presente, recordad con los pocos que
os quedan.., y no os precipitéis á morir!... ¡Qué
diablos, es tan seguro que habéis de obtener la
inmortalidad, que no debéis precipitaros!. .
Para concluir, con una nota alegre. Se ha es-
trenado anoche, en el teatro de Apolo, Juan
Matías el barbero ó la corrida de beneficencia,
letra de Ricardo Vega, música de Chapí y Nie-
to. No es de las mejores del castizo sainetero.
Tiene preciosas decoraciones. Durará en el car-
tel mucho tiempo.
Y sin más...
Tuyo,
Pernanflor.
LA MUERTE DE CAFETO
MEMORIAS DE UN PATRIOTA)
I
A principios del año 1793, vivía yo con mi
amigo Teodoro en una de las buhardillas más
altas de París, separado del resto del mundo
por una tortuosa y empinada escalera de más
de cien peldaños.
¡Qué época aquella!
Como lo mismo mi amigo que yo habíamos to-
mado parte activa en todos los acontecimientos
más notables de la Revolución, gozábamos fama
de patriotas, particularmente en los sitios donde
se reunían los hombres más exaltados de en-
tonces.
Desde el principio de aquella tormentosa y
EL ARTE ASIRIO: EL PALACIO DE SARGON, EN KORSABAD
agitada época habíamos abandonado los pince-
les y dejado de concurrir al estudio de nuestro
maestro Pedro David, uno de los genios más
populares de aquel tiempo.
La historia de Teodoro y la mía eran la de la
Revolución.
Los dos habíamos hecho fuego en la toma de
la Bastilla; el 10 de Agosto de 1892 fnímos de
los primeros que penetramos en las Tullerias
acuchillando á los suizos, y al pié de la guillo-
tina victoreamos á la Nación cuando rodó sobre
el tablado la cabeza de Luís XVI.
Además, éramos a.síduos concurrentes á las
tribunas de la Convención para aplaudir á Dan-
ton y Robespierre, nos honrábamos con la amis-
tad de Camilo Desmoulins cuyos escritos leía-
mos, y no nos acostábamos ninguna noche sin
hojear antes algunas páginas de la Enciclopedia
ó del Contrato fonal.
Como hijos de aquella época éramos adora-
dores prácticos de la Revolución, á pesar de
que á ésta debíamos el vivir en la mayor indi-
gencia.
No eran aquellos tiempos los más favorables
para el cultivo de las artes.
La gente sólo se fijaba en dos cosas; la gui-
llotina y el fusil, y tenía puestos los ojos á
todas horas en la Convención y las fronteras.
En la una había sus representantes y en las
otras sus defensores.
Durante el período revolucionario, Teodoro y
yo solo trabajamos verdaderamente una vez y
fué para restaurar bajo la dirección de nuestro
maestro, el salón de sesiones de la Convención.
Este trabajo, nos valió de parte de los repre-
sentantes del país, más agradecimiento que
dinero.
La falta de ocupación influyó directamente
en nuestro estado.
De continuo nuestras bolsas estaban escuetas
y nuestros vestidos á causa de su vejez tenían
un aspecto deplorable.
Algunos años antes se nos hubiera tomado
por mendigos, pero entonces estábamos lejos de
ser víctimas de tal suposición, pues muchos
hombres populares que en aquella época influían
en la situación de Erancia, presentaban poco
más ó menos un aspecto parecido al nuestro.
Yo no me resignaba á aquella vida mise-
rable.
Era aficionado por razón de mi naturaleza á
los placeres y me agradaba más tener algunas
monedas en el bolsillo y acariciar á las mucha-
chas de las tabernas, que andar casi harapiento,
pasando plaza de virtuoso y patriota incorrup-
tible.
En cambio Teodoro se encontraba feliz en
aquella situación.
No pensaba más que en la patria, y cada paso
que ésta daba en el nuevo camino, le producía
una vivísima satisfacción.
— Esto va bien, Nicolás, — me decía á cada
instante; — Erancia se dispone á difundir las
luces de la libertad y el progreso por todo el
mundo. Los tiranos pretenden ahogar la Revo-
lución en su cuna, pero no lograrán sus deseos,
pues tienen que luchar con nosotros que esta-
mos destinados á realizar la grande obra.
Yo no hacía gran caso de las palabras de
Teodoro, y daba poca importancia á las obliga-
ciones que como ciudadano republicano tuviera
que cumplir.
■"_ Mas á pesar de esto, mi amigo me arrastraba
á todas partes, valido del ascendiente que su
superioridad le daba sobre mí.
Teodoro como artista se encontraba á una al-
tura envidiable.
Era el primero entre todos los discípulos de
David, y éste le quería como á un hijo.
(Se continuará J
Vicente Blasco Ibáñez.
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198
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
LA CASA DE PEDRO LÓPEZ
(coaoLusiás)
— Debo advertir á V. qne antes de tomar el
'■>, la señora Pepa me prometió echar á las
:.as del segundo, y en su consecuencia...
- Esa condición no consta en el contrato.
• — ¿De suerte que?...
- — Lo dicho, amigo mío, vuelva V. dentro de
dos meses y hablaremos. Hoy por hoy, es asun-
to concluido.
Y, acompañándome hasta la puerta, me des-
jiidió como si hubiese despedido al carbonero.
Salí rabioso 3' horrorizado, balbuciendo:
— ¡Vaya un hombre estúpido! Por no darle el
gustazo de chuparse la fianza, subarrendaré la
casa. No, lo que es de mí no se burla «se ani-
mal; ¡el casero soy yo! — concluí, parodiando á
Luis XIV.
Aquel mismo día, al regresar á casa después
de mi paseo acostumbrado, un hombre, vestido
de caballero, como la mona vestida de seda, me
paró en la calle con este saludo:
— ¡Hola, Pepito! ¡Cuánto tiempo sin verte!
¿Cómo estás?
Retrocedí algunos pasos, rechazando la mano
que me tendía.
— Está V. equivocado, — le dije, — pues no
tengo el gusto de conocerle.
— ¡Tan olvidadizo eres! ¡Ya no conoces á Pe-
riquillo, tu antiguo compañero de colegio, el
que siempre compartía contigo su merienda
cuando te castigaban!... Pero ¿áqué ir tan lejos?
No hace seis años todavía, fuimos compañeros
de oficina en el Gobierno Civil de Granada.
¿Tampoco lo recuerdas?
— ¡Yo! Ni me llamo Pepe, ni á mi me ha casti-
gado ningún
hombre, ni
probé jamás
la merienda
ajena, ni fui
nunca em-
pleado, ni vi
otra Grana-
da que la del
mapa.
i-
IÉlíi'' tí4í'''^'^'-' ' 'i '.1 aprende
Uf- '1?'^.. /',f- ,"~ - ■ '( '"'a para
_ »"" .R^l¿3<íJ,. ■,:j;1 un palo.
— Mírame bien á la
cara, so tunante, y
apréndetela de memo-
dejarme siem-
paso franco, por-
volviéndome á
te descalabro de
í»v?V---,
— No le hace, caballero; es el caso que ahora
estamos cesantes y nos reunimos varios amigos;
hemos fundado un modesto círculo de recreo,
donde jugamos á las cartas; se juega en fami-
lia, poco dinero, nada más qtie para pasar el
rato. Si V. quiere honramos con su risita, yo
— Bien, hombre,
bien; no hay que to-
marlo tan á pechos, —
refunfuñó, penetrando
en el garito, mientras
yo subía la escalera.
Apenas hube entra-
do en mi despacho,
mandé á Ramírez po-
ner á un lado de cada
balcón, papeles que
sirvieran de reclamo á
íin de subarrendar el
cuarto.
— ¿Nos m u damos,
señorito?
— Sí, para evitarte nuevas equivocaciones.
¡Y yo que tanta tranquilidad me prometía en
esta casa! — pensé viendo á Ramírez ejecutar
mi orden.
A todo esto, con talos inquietudes y di.sgus-
tos, mis nda'wlofts adelantaban muy poco en
FRRNK MVRr^'XY 1535'.
PUENTE Y CALLE
DEL CASTILLO, EN GHESTER
(INGLATERRA)
tendré mucho gusto en presentarle, solo para sus adulaciones. Llegó la noche; no tuvo gana
que vea V. el local
—¿Y dónde dice V. que es eso?
— Cerquita, ahí, en el 109.
— Justamente al 109 voy.
— Sígame V., yo guiaré.
Entramos en casa, subimos la escalera, llega-
mos á la meseta correspondiente al cuarto prin-
cipal.
— ¡Qué! ?no entra usted?— me dijo el hombre.
de escribir y me lancé á la calle.
— ¿A dónde voy? ¿Al Oriental? De ninguna
manera; no quiero ver á mis amigos mientras
siga en esa casa; me creerían consentido. ¿A la
tertulia de la duquesa? No estoy de humor. ¿Al
Ateneo? ¡Es tan monótono aquello!
Reflexionando de esta suerte y caminando á
la ventura, acerté á pasar jwr delante de un
teatro ciivo cartel aniuieiaVja la comeilia de ma-
gia Los polvos de la madre Celestina, exornada
con todo el aparato que requiere su argumento.
Desde mis tiernos años no había concurrido á
una sola representación de esa comedia, que, á
la sazón, hacia mis delicias, y cuya parte li-
teraria, como obra de Hartzenbusch, es exce-
lente.
— Tal vez me divierta, — dije.
Tomó una butaca y entré á ocuparla. Estaban
á la mitad del prfm er acto.
Efecto de la noche toleda-
na que tenía en el cuerpo, el
sueño pudo más que los ver-
sos de Hartzenbusch, y me que-
dé dormido en la butaca. A
ratos, por un esfuerzo de la
voluntad, me despertaba, mi-
raba á la escena y volvía á
dormirme. En una de estas al-
ternativas, ni dormido ni des-
pierto, creí soñar con un pala-
cio encantado, lleno de hadas
danzando á los rayos de la lu-
na, al son de una música deli-
ciosa. Abrí los ojos, y una voz
dijo á mi espalda:
: • — ¡Preciosa decoración!
Miré maquinalmente y ¡oh
sorpresa! vi la realidad de mi
sueño sobre el escenario: el pa-
lacio existía, la música sonaba, la luna era luz
Droumont, las hadas eran bailarinas.
El público aplaudía frenéticamente.
Pedí prestados los gemelos á un vecino de
butaca y los apunté á la escena.
Ni un rayo caído á mis pies me hubiera asom-
brado tanto.
— No, no puede ser, estoy soñando todavía.
Me restregué los ojos, volví á mirar con los
gemelos y no me cupo duda: el varón de la pri-
mera pareja coreográfica... ¡era mi casero!
Era él, sí, mi casero en carne y hueso, el amo
de la señora Pepa, el misterioso concurrente al
café de Lisboa, el trasnochador insustancial, el
mismo que con tanta grosería me recibiera
aquella mañana. Y allí estaba, bañado por la
luz Droumont, cubierto de talco y lentejuelas,
bailando á la faz de su inquilino, improvisando
posturas académicas, haciendo piruetas y visa-
jes, dando saltos y volteretas, durante los cua-
les llegaba liasta perder la forma humana, como
un oso en la plaza pública. ¡Y gustaba, y le
aplaudían, y sabe Dios lo que cobraría porcada
salto, por cada visaje, por cada voltereta de su
decoro, por cada puntapié asestado al sentido
común!...
— Y ese hombre, — no pude menos de pensar,
— tiene casas en Madrid, es propietario; fuera
de aquí representa y vale más qtie yo, vota á
los representantes de la nación, interviene en la
cosa pública, se llama amigo y conservador del
orden; y yo, poeta, autor de novelas, escritor
público, no tengo voz ni voto, con dificultad
visto levita; soy, comparado con él, un hombre
despreciable, un pelafustán, un pelele, un don
nadie! ¿Y está bien así la sociedad? ¿Y existe
Dios y la consiente?...
Todo aquello me disgustó de tal manera, que
me levanté y fui á acostarme, sin esperar la
conclusión del espectáculo.
Excuso decir que al día siguiente me mudé,
no tanto á cansa de mis vecinos como del golj»'
recibido en mi dignidad al tener por casero, esto
es, por tirano, á un bailarín.
Juan Tomás Salvany.
REVISTA científica
La futura olenctadeconocerá los hombres por la fi.soiioinla.
— Contra la jaqueca. -AccWa del ulcohol sobre la iiutil-
cit^n.— Kmpo'lrflfio y enlnsaflo de e.scorias. — Nueví» modo
de fabricación de panes de carbón de piedra. — La pila Ki-
seman. — Fabricación eléctrica del aluminio en Suiza.- La
electricidad ai>licada á las i>atatas.
Los estudiantes del porvenir tendrán sobro
nosotros, los que ya vamos para viejos, la in-
mensa ventaja de poder aprender psicología en
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
199
libros mucho menos repulsivos que los que co-
rrían en tiempos de nuestra juventud; ya no
será aquella prosa dura y seca que nos hacía
considerar el libróte, ó librejo, como una especie
de saco lleno de guijarros, sino que hasta habrá
capítulos que podrán leerse por vía de pasa-
tiempo, pues no hay duda que uno de ellos ha-
brá de titularse: IJel arte de conocer á loH hom-
bres por In fis'itiomía.
Y no se crea que venga á ser el tal capítulo
ninguna repetición de las sandeces empíricas
inventadas por Lavater y Spurzheim sino que
será un estudio grave y formal de psico-fisiolo-
gía, ciencia que ayer estaba en mantillas y hoy
amenaza tragarse la desvalida metafísica y otras
asignaturas no menos cojitrancas.
No tiene, en efecto, vuelta de hoja, desde el
momento en que es una ley fisiológica, y, por
lo tanto, promulgada á posleriori, que todas las
excitaciones venidas del exterior vuelven, —
después de haber sido elaboradas en los centros
nerviosos en forma de sensaciones, sentimientos
é ideas, — á su origen, agotándose en forma de
movimientos, de lo cual resulta que la actividad
muscular es una especie de canalización de sa-
lida para las fuerzas que nos vienen de la ac-
ción del mundo exterior sobre nuestros sen-
tidos.
Esta concepción del arco reflejo que parte de
la sensación y se termina por el movimiento
nació en los laboratorios de fisiología, pero no
ha tardado en convertirse en fundamento de la
nueva psicología, ofreciendo anchísimo campo
para el análisis de los elementos de la persona-
lidad. «Concíbese fácilmente, — dice la Revue
Scienlifique, — como simples variaciones en la
manera de sentir, de elaborar las sensaciones,
de reaccionar bajo su influencia por manifesta-
ciones motrices bastarán á dar cuenta de los
innumerables rasgos característicos de las per-
sonalidades humanas.
«Investigar las condiciones de las variacio-
nes de la sensibilidad reaccional del sistema
nervioso; aislar por una suerte de disección ex-
perimental los estados cerebrales simples y re-
gistrar los fenómenos motores de todo linaje
que les traducen al exterior y manifiestan así
la vida psíquica será precisamente la obra, ape-
EL ARTE ASIRIO: BAJO-RELIEVE REPRESENTANDO UNA LEONA HERIDA
ñas emprendida, de la psicología fisiológica, en
la cual el estudio de la mími-a, en general, ten-
drá de esta manera ancho lugar. Si se conside-
ra que hay que estudiar los movimientos no so-
lamente en sus formas actuales sino también en
las huellas que deja sii producción repetida,
habitual, — lo que se llama los rasgos, los cua-
les son hereditarios algunos y adquiridos otros,
— se verá cuan extenso es en suma este estudio
de la mímica que comprende en sí el gesto, el
porte, la fisonomía, ¡a palabra y la escritura.»
Entre las tentativas hechas para descubrir
el carácter de las personalidades por signos
exteriores, ocupa un lugar nada desprecia-
ble la grafología, ó arte de conocer á los hom-
bres por medio de su escritura, estudio que
está en vías de adquirir todo el rigorismo
científico de que carecieron las prácticas de La-
vater, entendiéndose que este sello científico á
que nos referimos dependerá de que en lugar de
estar fundada la grafología en meras observa-
ciones estará basada en experimentos. Asi, en
vez de decir: los individuos que presentan esta
ó la otra cualidad ó defecto hacen tal movi-
miento ó presentan tal rasgo, se dirá: tal movi-
miento ó tal rasgo es resultado 6 efecto de tal
organización cerebral, de tal aptitud caracterís-
tica, de tal procedimiento psíquico especial.
En este sentido están trabajando algunos,
siendo de desear que aparezca pronto un buen
tratado que nos enseñe científicamente á conocer
con quien se trata, mientras lo cual pueden con-
tentarse los interesados con leer el bonito libro
publicado por el doctor Schack, de Copenhague,
La fisonomii en el hombre y los animales. (Tra-
ducción francesa. — J. B. Bailliere.)
En el Neio-Ynrk Medical Record, propone
M. John Blake White, un nuevo remedio con-
tra la jaqueca. Trátase de la antipirina, que al
parecer no sería solamente un apreciable antipi-
rético sino un eficaz analgésico, ó calmante,
atribuyendo M. White esta propiedad á la ac-
ción de dicha sustancia sobre los vasos. La an-
tipirina produciría la desaparición de los fenó-
menos congestivos moderando la actividad del
sistema vaso-motor, y asi se explicaría su efica-
cia contra las jaquecas congestivas, la jaqueca
gástrica y otras, la cefalalgia urémica, y, final-
mente, los diversos dolores de cabeza.
Para obtener este resultado hay que prescri-
bir dicho medicamento á dosis macizas. Los
efectos terapéuticos se notan ya al cabo de me-
dia hora; el enfermo experimenta entonces como
un pasajero sentimiento de vértigo y un deseo
de dormir que dura algunos instantes. Según el
autor, la desapaiición de la cefalalgia es enton-
ces constante.
Sabido es que mientras unos creen que el al-
cohol es una sustanciado «ahorro,» otros sostie-
nen, al contrario, que es un excitante de los
cambios intra-celulares. Según M. Eorster, de
Amsterdam, el alcohol sería á todas luces un
agente de pérdida, un agente de gastos y no de
economía. Habiendo escogido algunos sujetos
bien nutridos y sanos y tenídolosen nyunas du-
rante cincuenta ó soscnta horas, el experimenta-
dor les administró, en los momentos en que el
hambre se dejaba sentir periódicamente, cierta
dosis de alcohol; recogió después sus orinas y
dosó la cantidad de ázoe excretado. Nada de
particular se notó respecto á esto, pero se vio
que cada ingestión de alcohol era seguida, al
cabo de una ó dos horas, de un aumento sensi-
ble de la cantidad de ácido fosfórico excretado.
CÉSAR BORGIA ABANDONAN!
ITICANO (Dibnjo de G. Gatteri)
202
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
El neo del alcohol tendría pues por conse-
cuencia inmediata una e^fcreción exagerada de
una sustancia que fomia parte integrante del
or«Tui¡snio humano, y si estí" efecto no ha sido
observado todavía depende de que las investi-
gaciones no lian i-ecaido hasta ahora más que
sobre la exhalación de ácido carbónico ó la ex-
creción de la urea. (Revue ScieHliñqiie.)
La Chronifue industríelle da cuenta de haber-
se formado en Middlesbrough una compañía
que se propone utilizar las escorias de los altos
hornos de una manera más completa que lo han
sido hasta el presente. Entre las aplicaciones
que se han buscado citaremos la fabricación de
ladrillos obtenidos colando la escoria en moldes
metálicos. Sometidos ú un recocido y después á
un enfriamiento lento, esos bloques adquieren
la dureza y la resistencia del basalto. Si se les
pulveriza y se mezcla con el polvo obtenido
cierta cantidad de cemento obtiénese un pro-
ducto que da una masa superiormente sólida
comprimiéndola en moldes y dejándola tres
mo^es en reposo. Fabrícanse baldosas y losas
para aceras, para andenes de embarque en las
estaciones de ferrocarril, etc. Estas losas tienen
0'90 m. de largo por 0'08 de espesor.
*
* *
Según un neriódico gasista, M. Salterj-, inge-
niero austríaco, ha tenido la feliz idea de em-
plear las melazas ó residuos de la fabricación
del azúcar en lugar de la brea para la fabrica-
ción de los panes de carbón de piedra, lignito y
otras sustancias minerales.
La superioridad del nuevo procedimiento con-
siste en su sencillez y en la extremada baratura
de la sustancia ligante. La proj)orción de mela-
za que liay que emplear varía de 0'75 á 1 por 100
según la naturaleza del combustible. No es sola-
mente el azúcar sino la pectina y las gomas con-
tenidas en las melazas los qxw obran como ma-
terias aglutinantes; las melazas que han estado
sometidas á la acción de la osmosis convienen
igualmente. Débese, por lo demás, diluirlas en
la cantidad do agua necesaria jiara formar una
pasta tan plástica como sea posible.
Los panes fabricados de este modo con ciscos
de calidad inferior dan sin embargo coks com-
pactos y porosos que convienen perfectamente
á los altos hornos y las fraguas. Según el doc-
tor Rossman, una do las principales aplicacio-
nes del nuevo procedimiento es la fabricación
LA CONSTRUCCIÓN DE UNA CASA (Dibuju de Kicketls.)
de pines de mineral di hierro para la transfor-
mación directa ea hierro y con acero.
El doctor Eiseman, de Berlín, acaba de inven-
tar una nueva pila en la cual emplea el ácido
túngstico como líquido excitador en vez del
ácido crómico. Estos dos ácidos ejercen casi
igual acción; la fuerza electro-motriz y la resis-
tencia de los elementos son los mismos, pero
basta una ligera adición de ácido fosfórico para
mantener en disolución el ácido túngstico.
Cuando este ácido ha sido reducido por electro-
dos metálica.') como los de zinc, por ejemplo, es
fácilmente regenerable por el oxígeno del aire.
El empleo del ácido túngstico es venta¡o.so sobre
todo en los elementos de electrodos móviles.
Prepárase el líquido excitador haciendo disol-
ver en -i-íO gramos de agua 30 gramos de tungs-
tato de sf)sa y ó gramos de fosfato de sosa y
afiadiendo á la disolución una corta cantidad de
ácido sulfúrico.
Las cascadas del Rhin en Schaffhouse van á
ser utilizadas para la producción de electrici-
cidad por una sociedad que se propone instalar
allí una importante fábrica de aluminio.
El procedimiento que se seguirá es el mis-
mo de las grandes instalaciones hechas recien-
temente en América por la Cowle Company,
y la máquina eléctrica empleada será una del
sistema Brush, de las llamadas Colossm. Hé
aípií un pormenor curioso de esta fabricación:
las escorias retiradas de los crisoles en los cua-
les se operan la preparación eléctrica y la fu-
sión del aluminio contienen záfiros y rubíes for-
mados incidentalraente, que so encuentran en-
gastados en la masa escorificada. Este simple
hecho deja conocer el paitido que podrán sacar
los químicos, en un porvenir más ó menos cer-
cano, de les nuevos y poderosos recursos que
la electricidad pone á su disposición. (BalUnn
de la Socielé inteniacwn de den electricienuj.
Los periódicos ingleses dan cuenta de unos
curiosos experimentos sobre la acción de una co-
rriente eléctrica onel crecimiento de las plantas
tuberculosas. Fueron introducidas en tierra y
á 30 metros de distancia unas de otras varias
placas de zinc y otras de cobre enlazadas respec-
tivamente por un hilo metálico, con lo cual se
produjo una pila cuya corriente actuaba en las
raíces de los legumbres. Comparando las plan-
tas tratadas de esto modo con otras del mismo
cam[)o comprobóse un aumento de grosor que
llegaba al 1') por 100 en cuanto á los nabos y
al 25 por 100 por lo que hace á las patatas.
Nos complacemos en hacer público oste hecho
por lo que puede interesar á los numerosos es-
pañoles condenados al régimen vegetariano.
Alkrkdo Opisso.
LA DESPOSADA DEL REY
fantasía
I
i;i, Asii.o
Era en aquellos vinjos tiempos tan famosos
llamados buenos; los romántico-i amores íloro-
cían entonces, ¡¡ero también los tósigos y cuchi-
lladas. Y los rejos no eran menos pródigos en
tajar cabezas.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
203
En Toledo, el pueblo compasivo acababa de
libertar de la prisión á una dama, joven y
bella; se contaba que era la esposa del rey, quien
de muerte la odiaba desde el día de sus nupcias;
por esto la tenía encerrada en el alcázar de la
ciudad y muy vigilada por sus servidores.
La joven dama, cuando estuvo libre, se fué
en busca de protección á la catedral de la ciu-
dad. En aquellos tiempos las iglesias servían de
refugio, pero no era éste tan seguro, que reyes
y nobles no le profanasen más de una vez; los
privilegios eran buenos sólo para invalidarlos el
más fuei-te.
— ¡Amparadme! — dijo la dama.
— ¿Quién sois? — preguntóla el clero.
— Soy doña'Blanca.
— ¡La reina!
Y á la tal nueva todos temblaron, porque
aunque el clero era poderoso, más lo era el rey
don Pedro, á quien tanto temían. Porque el rey
castigaba con crueldad á cuantos tuviese por
enemigos suyos.
Así la recién venida huéspeda era muy peli-
grosa de guardar.
— ¿No me abandonaréis á las crueldades de
mi señor? — decía la reina.
Y los sacerdotes ya resignados contestaban:
— ¡Señora, que Dios nos ampare á todos!
Y ya de este modo daban á entender clara-
mente cuan grande era el peligro que les ame-
nazaba.
Pues conocían al rey.
Sus pasiones eran violentas y no había con-
dición alguna que no atrepellase.
¡Ni el parentesco de familia, ni la inocencia,
ni la ancianidad, nada respetaba!
II
LA PROFANACIÓN
La reina se creía muy segura en aquel sa-
grado recinto, porque Toledo se había suble-
vado contra el rey de Castilla y en aquellos
momentos estaba la ciudad bajo las órdenes de
D. Enrique de Trastamara.
Era éste uno de los hijos de doña Leonor, la
real favorita de Alonso XI, y por consiguiente,
hermano bastardo del monarca. Con el otro
bastardo don Eadrique, ambos en rebelión, se
habían apoderado de Toledo; de esta manera
aquella ciudad era un refugio seguro para doña
Blanca.
La reina estaba al pié del altar cuando las
puertas de la iglesia se abrieron estrepitosa-
mante y entró un caballero, rodeado de los ra-
yos que despedía su brillante armadura; traía
DAVID NEAL, Celebro iiiulor americano
MONJAS REZANDO Xuudi'O de íiMid .Sual;
la visera echada y desnudo el tajante acero.
— ¡Reclamo á la reina! — dice.
— ¿Con qué derecho? — le contestan.
— ¡Con el del más fuerte!
— ¡Es un amigo! — exclama la reina.
Y con el caballero se va; aquel era don Ea-
drique. Pero la calumnia la infama. Criminales
relaciones suponen entre la dama y el caballe-
ro, y hasta un fruto del amor, cuando ambos se
encontraban en Navarra.
La mayoría de los historiadores no opinan
asi, pues aseguran que la reina era sumamente
virtuosa.
■ — ¿A dónde me lleváis, nobles caballeros y
adalides? — dijo la reina.
Y todos los que la rodeaban contestáronla:
— ¡Al trono de Castilla, señora!
Loable eia el propósito; poro muy difícil; el
rey llevaba consigo á la Padilla.
¡Habría que combatir!
¡E irií'fliz quien se entregue á la mudable
fiurrte de los hechos de armas!
¡Quien á ellos confia sus promesas, trazas
lleva de no realizarlas jamás!
III
LA VENGANZA
A poco de lo referido, confiada Toledo en las
jjromesas del rey, abrióle sus puertas creyendo
que se uniría con doña Blanca; los bastardos,
con pocos parciales, huyeron de la ciudad.
Entonces don Pedro no correspondió á las
halagadoras esperanzas. Apoderóse de doña
Blanca y la encerró en Sigüenza; después, con
el tiempo, aquella señora fué á parar á Medina
Sidonia, de donde dice el cronista: — «Algunos
días estuvo allí prese y allí finó. >■>
Porque el odio del rey, implacable la perse-
guía hasta en su prisión. Iba una vez de caza
el rey; un infeliz pastor intercede por la reina;
nuevo furor contra ella. ¿Le habría mandado
la reina? Nada confirma la sospecha. Pero esto
la condena á muerte. Mas el guardián á quien
se le confiara esta misión, dice al monarca:
— ¡No seré yo, quien mate á la reina!
— Ponedla en poder de Badillo, — replica el
rey.
— Voy á obedeceros, señor.
— Y decidle que aquí venga.
Después de este diálogo pronto murió doña
Blanca: i.é dicen que por mandato del rey le fue-
ron dadas yerbas.» Pero más trágica aún fué la
venganza que ya había tomado de su hermano
don Fadrique por su prisión en Toro
Hízole venir al alcázar de Sevilla y con afa-
bles términos le recibió halagándole.
— Hermano, idos á reposar de las fatigas del
camino; después nos veremos.
Cuando volvió le mandó asesinar en la real
cámara, ordenándoselo á los ballesteros.
— ¡Matad al maestre, matadle! — dijo.
Matáronle. Y el rey en persona asesinó al
camarero mayor de don Fadrique.
Y aún no estaba satisfecho.
Vio á su hermano que agonizaba y para que
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Mesa del lierapo de Guillormo III.
Trípode pompeyano.
Mtsa de Pcmbroke (siglo xvi.)
Tocador del siglo xviii.
Mesa de té, de la época de Isabel.
MESAS DE ARTE
ao6
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
le rematasen di6 el puñal ensangrentado que
aún llevaba en sus manos.
Después alli se hiio servir de comer; era como
la bestia feroz husmeando aún la sangre de sus
victimas.
Antonio J. M.vrquez.
INTRODUCCIÓN
A. XJJSr i:. TERO TDE I>OESfA.S(*)
Joven viejo del siglo diez y nueve,
no tengo idea que á luchar me lleve
y soy en religión nn nuevo Judas;
mi corazón es un montón de nieve
y mi cabeza otro montón de dudas.
¡Madre mia, por Dios! ¡Yo necesito
a¡go que tus doctrinas me recuerde!
Mi vida es ya un sarcasmo, mi fe un mito
y mi amor una sombra que se pierde
por ese vago azul de lo infinito
Desde mnj' niño me entregué al destino,
y de cabeza me enfangué en el lodo;
nunca he sentido un éxtasis divino;
mi cerebro es revuelto torbellino
¡tanto dudé que lo he dudado todo!
Tendió á mis ojos, espleudente, un día
la poesía sus vistosas galas;
mas estudié después filosofía
y ya en mi corazón la poesía
aletargó las deslumbrantes alas;
¿y quién puede aceptar ese idealismo
si entre materialismo y panteísmo
á fijar han llegado por sistema
que el cuerpo es un pedazo de Dios mismo
y el alma es un pedazo de problema?
Vivamos á la moda del presente,
en un positivismo callejero;
¡el que quiera luchar con la corriente
tendrá que ahogarse irremisiblemente,
igual que la mujer del molinero!
Que va el gusto tomando nuevos giros
y el que no los siguiere fuera malo;
DO debo, pues, dar rienda á mis suspiros
¡si hablo de religión, merezco un palo!
¡si hablo del corazón, un par de tiros!...
¡Lejos de mí los vates vocingleros
que entre suspiros y ayes lastimeros
pasan su vida lamentando amores,
diciendo ver»eciion á las flores
y de una niña hermosa á los luceros!
¡Lejos, los que correr sienten las horas
entre brisas y músicas sonoras,
y delirando mil impertinencias
viven para cantar las excelencias
de ocasos y crepúsculos y auroras!...
¿Qué soy yo de esos? Pues, pondréme á raya
|desde hoy mi corazón ya no desmaya!
¡y no temíais que á desvelarme vuelva
el choque de las olas en la playa,
ni el rumor de las hojas en la selva!
R. J. Catarineu.
CANTARES
Cuando veas que agonizo,
no me mires á la cara
porque en ella se han de ver
los pesares de mi alma.
Quién amor puro pregona
comete una falsedad;
que el amor que llega al alma
no se pregona jamás.
Una señora me dijo
que se moria de ])ena;
cuando yo ya no me he muerto,
no hay quien de pena se muera.
(*) Qne pronto m publicaiá, Dios medícate.
Acaba con mis penitas
mátame sin compasión;
que el que mata á un desgraciado
merece el perdón de Dios.
No tengo padre ni madre
ni cariño, ni amistad;
solo me queda en el mundo
los ojos para llorar.
A orillitas de la mar
me juraste eterno amor;
como las olas corrían
una ola se lo llevó.
Pajarito, pajarito,
que por el espacio vuelas;
déjame tus ilusiones
y aléjate con mis penas.
Manuel de Peñarrubia.
-*-
NUESTROS GRABADOS
OONTCHPLAOIÓII
La niña quería ver hasta lo último al enamorado amante
que partía. La joven no podía dominar la tristeza que la do-
minaba; bella era siempre, pero en aquel momento parecíalo
más aún. Niuguna ocasión más propicia para sorprender la
ternura que se reflejaba en su rostro y asi aparece en el di-
bujo.
IL iBrí ISIBIO
Puede decirse que apenas comienza á saberse algo de la
civilización del grande imperio de Xiiiivc, y esto, gracias á
los descubrimientos hechos hace pocos años por Mr. Layard.
Resulta de lo que se va vliudo, que ademas de ser los «sirios
grandes conocedores del empleo del ladrillo en arquitectu-
ra, eran escultores no menos hábiles, sobresaliendo sobre todo
en la representación de figuras naturales. No cabe mayor
animación ni energía que la que imprimían, por ejemplo, 4
los leones, con los cuales estaban harto familiarizados á con-
secuencia de sus largas expediciones por el desierto. Véase,
sino, el bajo-relieve representando una leona herida, descu-
bierto en la colina de Assur-Baui-Pal.
Como mueítra de su arquitectura, de extremada magnlfl-
ren'la y grandiosidad, puede verse el grabado que represeu-
ta el palacio de Sargon, en Korsabad; es de notar la oposición
que reina entre el arte asirlo, todo vida y terrenalidad, y el
arte egipcio esencialmente fúnebre y mortuorio. Los grandes
monumentos egipcios son tumbas; en cambio las gigantescas
fábricas asirlas son palacios donde el harem ocupa el más
l'oportante lugar. Compréndese que Sardanápalo debía vivir
allí á sus anchas.
IL ÚLTIMO CANTO
Cuadro de F. Achim d* Ámim
Dolorosa escena ha exprrsado en esta obra su ''genial au-
tor, grande aficionado á asuntos hondnmenle conmovedores.
Quédaule pmws miuuios de vidaal sublime músico agonizan-
te y le han faltado las fuerzas para acabar de arrancar á su
vlolln los acordes de la mas cara melodía, pero un amigo, un
noble amigo, te encarga de que el moribundo pueda escuchar
aquellas notas interrumpidas por la garra de la Muerte que
se acerca, y acompaña los últimos Instantes del gran artista
con aquel canto que brotó del cerebro de un genio en el mo-
mento de su mayor Inspiración.
|TI QUIIBO UDOBOl-EN LA PKIDIKA
¿No es verdad que son lindísimos esos dos dibujos? Lo
mUmo el alegre grupo de niños que la figura de la doncellita
producen deliciosísimo efecto. Todo respira dulce placidez
en las dos obras. Conviene en estos tiempos de atormentada
originalidad y de canallescas «liciones ver de vez en cuando
asuntos que enderecen el pensamiento á la.s hermosas regio-
nes del candor y la inocencia.
rDSNTI T CALLE DSL CASTILLO, IH OHCSTIR
Para los entusiastas del color local no hay duda que debe
ofrecer Chester bastante aliciente, además del que reúne para
los gastrónomos aficionados al queso que se elabora «111.
Ciudad antiquísima y llena de recuerdos conserva piadosa-
mente sus viejos monumentos y es más visitada por pintores
y dibujante» que por comisionistas.
riSAB BOBOIA ABAVOOVAnDO IL TATIOAXO
DUnijo de O. Oaiteri
Precisa Jnzgar á los hombres según las épocas y no se-
gún las reglas de un criterio absoluto; en este sentido, hay
que reconocer que César Borgla fué un infame, un tunante
de marria mayor, un disoluto, un asesino, un desalmado;
pero, aparte de esto, demostró ser un político Incompara-
ble, tm grande hombre de Estado, uno de los más Insignes
patriotas Italianos.
Hecho cardenal por su padre, el papa Alejandro VI, re-
nunció á la púrpura cardenalicia para trocarla por la coruzi'
del guerrero. En vez de principe de la Iglesia, prefirió acep-
tar el titulo de duque de Valentinois, que le confirió el rey
de Francia.
El terrible hermano de Lucrecia Borgla quería realizar
su divisa: César, ó nada; y á punto estuvo de conseguir la in-
depeudencla de Italia.
Eran profundos políticos padre é hijo; querían acabar con
el feudalismo que corrola á la nación y la deshonraba y
para alcanzarlo, quisieron contar con el favor del pueblo: £1
que quiere domiitar á los grandes, debe hacer mucho por los pe-
queños, decía César. 'Y ello es que nunca hubo más justicia n^
se disfrutó de mayor bienandanza en Roma que en tiempo
de Alejandro VI. Nadie se atrevía á encarecer los víveres ni
á defraudar el salario al artesano, y creáronse inspectores
para atender á las quejas de los que yacían encarcelados in-
justamente.
César, por su parte, conquistó la Romanía, bien ó mal,
y restableció allí ol orden, dotó al país de una excelente ad-
ministración y se atrajo las bendiciones de aquellas pobres
gentes que, gracias á él, se velan libres de sus aborrecibles
tiranuelos.
No habla hombre de Estado qne no se sintiese poseído de
admiración hacia el valerosísimo cuanto inteligente César,
que era, aparte de esio, el más hermoso caballero de su
tiempo. Creta el duque de Valentinols que el fin que se pro-
ponía legitimaba los medios; modo de pensar que era tam-
bién el de su padre. Corría por entbnces, como proverbio,
que el Papano ejecutaba nunca lo que decía, y que el duque
de Valentinois no decía nunca lo que ejecutaba.
Repetimos que no hay que asustarse de nada tratándose
de aquellas gentes; también nuestro Oran Capitán Gonzalo
Fernández de Córdoba juró sobre la hostia respetar la liber-
tad del hijo del legitimo rey de Ñapóles, D. Fadrlque de
Aragón, que defendía á Tárenlo, y, sin embargo, cometió el
sacrilegio de faltar á su palabra, una vez capitulada la pla-
za, enviando al desgraciado joven prisionero á España para
totln la vida.
Alejandro y César estaban imbuidos de la misma Idea: la
necesidad de reunir la Italia liajo el dominio de uno solo, y
la convicción de que la fuerza del león no bastaba, tino que
era necisaria la astucia del zorro. Ya César habla comenzado
á poner por obra aquel designio, ocupando la Romanía, el
Lacio y una parte de Toscana, y ambicionaba el reino de
Ñapóles, en poder del extranjero. Por desgracia, murió Ale-
jandro VI, dictse que por haber equivocado la copa con que
quería envenenar á un cardenal, y de resultas de lo mismo
púsote también muy grave el Valentinols; pero, habiendo
conseguido restablecerse, hlzose fuerte en el Vaticano, hasta
que fe vio obligado á salir do allí, á consecuencia do haber
iriunf-ido sus contrarios, siendo esta la escena representada
en el dibujo de Gatteri
Habiéndole dado palabra Julio II, enemigo encarnizado
de los Borgias, de que le dejarla ir libre si le proporcionaba
el voto de los cardonales de su panldo, cumplió religiosa-
mente lo ofrecido, y César partió á Nápolea, donde permane-
ció hasta que Fernando el Católico le ordenó venir á Espa-
ña, donde fué preso, en menoscubo del salvo conducto que
le hablan dado Fernando é Isabel. Habiendo conseguido
fugarae, entró al servicio de su cunado Juan II, rey de Nava-
rra, pereciendo gloriosamente en una batalla, y creyéndose
fuese enterrado en Viana. Asi resulta, á lo menos, de unas
curiosísimas Investigaciones hechas á este propósito por el
eminente artista y escritor francés M. Charles Irlarte, tan
apreciado aquí.
LA CONSTKOCOIÓN DI OKA CASA
Dibujo de Rickett»
Como dibujo ofrece esta obra una perfecta unidad de im-
presión, aunque preferimos á sus cualidades de luz la nove-
dad de la composición, bastante original.
OLIVEBIO CBOUWILL, DE VISITA IN CASA DE UILTON
MONJAS KSZAKDO
Cuadros de David Neal, con el retrato del autor
Asi como se dijo de Munkacsy que era un pintor francés
nacido en Hungría, podría decirse de David Neal que es un
pintor alemán nacido en Lovfell, Massachusseta, donde vio
la luz en 18.38.
No fué muy descansada su juventud; huérfano á los ca-
torce años, tuvo desde entonces que ganarse la vida traba-
jando de peón en los muelles de Nueva Orleaus y Boston,
después de lo cual partió á Honduras y el Brasil, en cuyos
bosques pasó algunos años ejerciendo el oficio de leñador.
Embarcóse después para San Francisco de California, don-
de se encontró con un amigo grabador, que le propuso
aprender este oficio, á lo cual accedió Neal de buen grado.
Una cosa suscitó la otra, y de grabador convirtióse nuestro
artista en dibujante y pintor, para cuyas artes se sentía po-
seído de irresistible vocación. AHÍ permaneció dos años ad-
quiriendo fama de retratista, al par que de buen grabador
en madera.
Desde California trasladóse Neal al New-Hampshlre,
(Nueva Inglaterra), donde abrió una academia de dibujo,
y después de haber habitado alii algún tiempo, volvida
San Francisco, donde contrajo estrecha amistad con Breat
Hart el gran novelista, y con un pintor de Munich, llamado
Nahl, los cuales lo alentaron á proseguir sus estudios, acon-
sejándole hiciese un viaje á Europa.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
207
Neal atendió los juiciosos avisos de sus amigos y se em-
barcó en Nueva- York para Hamburgo, llegando á orillas del
Elba el día I.» de Enero de 1862 y fijándose al poco, tiempo en
Munich, donde entró en la academia dirigida por Kaulbach,
casándose al cabo de algunos años, después de uuas relacio-
nes no poco románticas, con la hija del caballero AinmuUer,
director de la Academia de pintura sobre vidrio.
Deseoso de perfeccionarse en su arte, entró en el taller de
Piloty, pintor más digno de estima que por sus obras por
sus discípulos, que se llaman Makart, Gabriel Max, Krutz-
bauer, Grüntzner, Hermann, Kaulbach y Defregger, de to-
dos los cuales tienen conocimiento los lectores de La Ii.us-
TE4CIÓN iBÉBiOi. Neal viajó luego por Italia é Inglaterra,
donde pintó un San Marcos de Venecia y una Abadía de
Westminster, que llamaron grandemente la atención al ser
expuestos en Nueva- York.
Creyóse en uu principio que Neal se distinguirla más por
sus esludios de perspectiva arquitectónica que por las figu-
ras, pero en sus siguientes cuadros echóse de ver que habla
ido formándose, paso á paso, eu semejante género, revelán-
dose, al fin, como eminente pintor de historia. Su Santiago
Watt y la Primera entrevista de María Estuardo y Sizzio, pre-
miados con medalla de primera clase en la Exposición de
Munich, alcanzaroQ Inmenso éxito y le hicieron popular.
En 1877 tuvo que embarcarse para los Estados-Unidos, á
fin de cumplir el sinnúmero de encargos de retratos que des-
de allí le hablan hecho, y fué recibido en triunfo, regresando
á Munich al año siguiente.
Como no podía menos, hizo varios viajes á París, confe-
sando que los pintores franceses sobrepujaban en elegancia
y pureza á los alemanes. Bajo la iufluencia del arte de nues-
tros vecinos, pintó Neal un hermoso cuadro, La Castellana,
figura de mujer en traje del siglo xvii, y la Visita de Crom-
well d Millón, que reproducimos hoy en nuestros grabados, y
que fué expuesta en Berlín, merecienda ser calificada, cuan-
do figuró después en la Galería de Grosvenor, de obra maes-
tra de colorido y de sivfonia tn azul.
El cuadro de las Monjas rezando, está inspirado en un pa-
saje de la Leyenda dorada, de Longfellow, y es un atrevido
alarde de una combinación de blancos, problema favorito de
los pintores extranjero.*, á lo cual llaman algunos una smiata
en blanco.
Tales son, á grandes rasgos, la vida y obras del famoso
pintor David Neal.
KL SHaH JÍHAN SiUUNDO DK LA GRAN MEZQUITA DS DKLHl
Cuadro de K. Wetls
El autor no ha retrocedido ante Us dificultades que pre-
sentaba el asunto y ha conseguido trazar una brillante
página en la historia de la pintura norte-americana. Menes-
ter es un gran talento para producir una obra orientalifta
digna de llamar la atención después de tantos prodigios
como se han admirado.
UBSA8 DE ARTE
De fijo nunca se ha conocido mayor varlrdad de mesas
que hoy en día, por ser tantas las necesidades creadas por
los progresos de la civilización; no asi eu tiempos pasados
donde no se conocían las mesas de café, las mesas-escritorio,
las mesas de billar, de trabajo, de laboratorio, etc. En cambio
construíanse muchas mesas de capricho, según puede verse
en nuestros grabados, empleando para ello los más variados
materiales.
En el trípode del Museo de South Kesington, los pies son
de bronce y la tabla de madera, sobre la cual hay superpueí-to
un mármol. Procede de Pompeya.— Es un bonito modelo el
de la mesa Elisabdhana, ó del tiempo de Isabel, y verdadera-
mente regia la del siglo XVI, perteneciente al género de las
llamndas «mesas de Pembroke.. -En el siglo xvii y siguiendo
las modas de Luís XIV en Versalles construyérou'C mesas de
plata; puede verse reproducido el modelo de una de ellas
existente en el castillo de Windsor y labrada eu tiempo de
Guillermo III.— Finalmente, la mesa tocador, de maderos
preciosas es del siglo xviir, como se comprende enseguida
fijándose eu su decoración de guirnaldas, medallones, etc.
-*-
EL PREMIO DE SIEMPRE
IMPULSOS DEL ALMA
Rugía con inusitado furor en los montes Ape-
ninos violenta tempestad, durante una fría tar-
de del mes de Febrero, y la espléndida vege-
tación italiana, victoriosa de los rigores del
invierno, se preparaba apenas á desplegar sus
galas al primer soplo de la riente primavera,
cuando veíase combatida por el desvastador
aquilón que en fuerte.s ráfagas hacía estreme-
cer hasta los cimientos de la inmensa cordillera
de montañas que atraviesa Italia desde los Al-
pes marítimos hasta el estrecho de Sicilia.
En una de las pintorescas vertientes del mon-
te Amaro, situado en el Apenino meridional,
una sencilla y hermosa casa de campo, con
puertas y ventanas herméticamente cerradas,
ofrecía dulce esperanza de refugio al desalenta-
do viajero que en tarde tan tormentosa sorpren-
diera la tempestad en aquellas soledades.
Cabalgando sobre un rocín flaco y enteco,
como los que suelen proporcionar en las posa-
das á los viajeros, adelantaba por el accidenta-
do sendero del monte un hombre, anciano ya,
con visibles muestras de descontento, calado
hasta los huesos y sin poder dominar su impa-
ciencia desde que divisara la aislada casita.
Caía una lluvia verdaderamente torrencial
cuando nuestro viajero echó pié á tierra, lla-
mando con vigorosa mano á la cerrada puerta.
La graciosa hospitalidad italiana no podía
verse desmentida en tan deshecha borrasca; el
viajero fué introducido en una espaciosa sala de
la planta baja, donde se hallaba reunida la fa-
milia, compuesta de un matrimonio de alguna
edad, y un hijo, que podría contar á lo sumo
diez y seis años.
— Sentaos caballero, — dijo el dueño de la
casa al desconocido, ofreciéndole cortesmente
una silla junto al fuego. — Horrible está la tar-
de para aventurarse por estos montes.
— ¡Espantosa! — objetó á su vez el recién lle-
gado descubriendo su cana cabeza, dejando á un
lado de la habitación una voluminosa caja, y
aceptando con desembarazo el sitial que le había
sido ofrecido. Después, su mirada inteligente y
viva recorrió uno por uno todos los semblantes
que le rodeaban, fijándose con singular compla-
cencia en la expresiva cabeza del adolescente
que antes hemos mencionado. Realmente aquel
niño con sus negros ojos, su rizada cabellera, su
frente noble y despejada y un pei-fil purísimo,
como los que sirvieron de modelo á los antiguos
artistas griegos, hablaba en honor de la raza
italiana, digna heredera en belleza y arte del
pueblo heleno su predecesor.
Bien pronto quedó cubierta de sabrosos man-
jares la modesta y limpia mesa, junto á la cual,
previamente invitado, se sentó el desconocido,
á quien el viaje había abierto apetito.
Difícil es trabar animada y larga conversa-
ción entre personas que se ven por vez primera,
pero el viajero era hombre que no se aturdía por
poco, y el dueño de la casa, á pesar del modes-
to traje que vestía y su silvestre morada, pare-
cía tener más trato de mundo del que suele
abundar entre la gente campesina. Así, al cabo
de media hora de estar reunidos, parecían los
mejores amigos del mundo y habían encontrado
asunto para agradable conversación.
— Es preciso que os resignéis á pasar aquí la
noche. — dijo el dueño de la casa; — la tempestad
lejos de disminuir aumenta, y sería imperdona-
ble dejaros emprender de nuevo la caminata.
Mañana veremos como se presenta el tiempo, y
entonces estaréis libre para proseguir vuestro
viaje. Hoy nos pertenecéis.
— Y sin ninguna violencia por mi parte, — re-
puso jovialmente el desconocido, mirando los
francos rostros de los que le rodeaban.
— Sólo siento que os parezcan largas las ho-
ras, de aquí á mañana.
— Nada de esto; además tengo un medio efi-
caz para distraerlas, si me permitís, pues soy
hombre que no gusta de perder tiempo.
— Estáis en vuestra casa.
El desconocido se dirigió al ángulo de la ha-
bitación, donde dejara su equipaje, sacó de él,
una reducida caja, la abrió, y en su fondo vié-
ronse todos los objetos propios de un pintor.
— ¿Sois artista? — preguntó sonriendoel due-
ño de la casa.
— ¡Oh! artista precisamente no, — contestó con
modestia el desconocido. — ¡Quién puede apro-
piarse tal nombre en el mundo, siendo las obras
de los hombres tan deficientes! Admiro el arte,
sueño con él algunas veces, helo aquí todo. El
arte es la expresión perfecta de la belleza, y
ésta no cabe en los humanos límites.
— Mucho habría que discutir sobre esto.
— ¿Lo creéis así?
— ¡Vaya si lo creo!
— Entonces, la ocasión es á propósito: hablad.
— ¡Oh, no! si no me engaño os proponíais hacer
algo: prefiero veros trabajar y así juzgaré de
vuestro mérito. *
El desconocido miró fijamente á su interlo-
cutor.
— ¿Sabéis lo que pienso?— dijo después de un
momento de meditación.
-¿Qué?
— Os lo diré con franqueza: nada tenéis de
campesino; ni vuestras maneras, ni vuestra con-
versación revelan al hombre nacido y educado
en el campo.
— Quizá tengáis razón, pero por lo menos os
puedo asegurar que solo en el seno de la natu-
raleza, en el aislamiento, he encontrado la ver-
dadera ventura. El mundo exige mucho y da
poco en cambio, y aquí vivo solo para mi fami-
lia. Pero hablemos de vos ¿qué pensáis hacer? —
preguntó viendo al pintor revolver en su caja
de colores.
— Trasladar al lienzo la cabeza de vuestro
hijo, si me lo permitís. Es una cabeza esencial-
mente artística, expresiva y soñadora.
— ¡Vais á ocuparos de mí! — exclamó el niño
que hasta entonces no había desplegado los la-
bios, en el colmo del asombro. — ¡Qué gusto ve-
ros pintar!
Sonrió el artista al ver el entusiasmo del
adolescente, preparó el lienzo y se dispuso á
ejecutar la obra.
Todos le rodearon llenos de curiosidad, ins-
peccionando sus menores movimientos, no per-
diendo detalle, y tres horas después el milagro
del arte se había realizado: la hermosa cabeza
del adolescente, admirable de expresión, queda-
ba retratada en el lienzo.
— ¡Qué felicidad saber pintar! — suspiró el
niño.
— ¿Te gustan los cuadros? — preguntó el ar-
tista.
— Mucho, aunque solo he visto los que se
conservan en la iglesia cercana.
— Y que por cierto no son de ninguna cele-
bridad,— repuso el padre.
— Entonces, bien puedo asegurarte que los
hay mucho más bellos, pequeño.
— Pero, yo no los he visto.
— Los verás con el tiempo, cuando crecidas
tus alas, abandones como los pajarillos, el pater-
no nido, para volar en pos de la realización de
tus sueños.
El niño suspiró de nuevo, y sus ávidas mira-
das volvieron á fijarse en la caja del pintor.
Este desarrolló un lienzo que tenía guardadosa-
mente en el fondo de su equipaje. Representaba
una hermosa Virgen, llena de idealidad y celes-
tial belleza.
Entonces el adolescente cruzó sus manos con
ingenua admiración, exclamando:
— Y ¿tanta hermosura nace únicamente de la
sencilla mezcla de los colores? ¿Todo esto se en-
seña?
— Materialmente considerado sí, pero, para
lograr que resulten llenas de vida las figuras,
se necesita algo más que la enseñanza material,
algo que Dios da á sus elegidos, el don del ge-
nio, compañero inseparable de la gloria.
— Daría la mitad de mi vida por imitaros.
¡Qué dicha copiar cuanto encanta nuestros ojos,
el ser humano, la Divinidad, la naturaleza; ma-
nejar á capricho los pinceles, producir cosas
bellas, despertar la admiración, inmortalizarse!
¡Ah! — prorumpió el niño con desaliento, — ¿por
qué cuando tino es capaz de soñar esas cosas,
no es fácil realizarlas?
— Aquí tenéis el entusiasmo primero de la ju-
ventud,— dijo el artista contemplando al adoles-
cente con cariñoso interés, y dirigiéndose á su
nuevo amigo, añadió: — Con menos entusiasmo
empezaron muchos la cari'era artística."
— Pero la han terminado olvidados de todos,
si no tienen genio, ó postergados por la envidia,
si realmente eran hijos del arte; con el hielo de
la vejez, este fuego desaparece, — objeto el padre.
— Algo hay de lo que acabáis de decir, — aña-
dió el artista, — pero algunos se ven recompen-
20S
LA iLUSTRAUlON IBÉRICA
sados por la aduiiraci¿n de sus contemporáneos,
y rrspooto á vejez, los artistas jamás somos
- En mi tenéis palpable ejemplo: la cabeza
- lia lie canas, sin que se apague el hiego sa-
grado del corajíón. Recorro el mundo en busca
de ideales; tan pronto hallo un modelo en el cen-
tro de la populosa y loca capital, como á solas
con mi eutusiaismo, pido á la soledad inspiracio-
nes misteriosas. La naturaleza me ofrece asun-
t-is grandiosos para mis cuadros, y todo, alxsoln-
tamente todo lo olvido, cuando me consagro á
mi arte: el mundo, la sociedad, las pasiones, las
virtudes y aun los vicios; en aquellos momentos
sólo vivo para sentir la belleza, sólo aulielo
aprisionarla en el campo reducido de mis cua-
dros. Desde niño me arrastra la pasión suprema
del arte y moriré con ella. No hagáis caso; todos
los artistas tenemos algo de locos.
—¡Qué fortuna poder estudiar con vos caba-
llero, y seguiros á todas partes! Yo siento que
seria capaz de imitaros á fuerza do estudio —
dijo el adolescente. '
—¡Tú!— exclamaron á la vez el padi-e y la ma-
dre con asombro;— ¡es posible, tú, hasta ahora
tan indiferente á todo!
—Hasta hoy no ho sentido despertarse en mi
la verdadera vocación; quiero ser pintor.
—Vamos, tú estás loco,— repuso ul padre en-
cogiéndose de hombros.
—Tienes un gran corazón muchacho,— dijo
OLIVERIO CROMWELL, DE VISITA EN CASA DE MILTON 'Cuadro de DaWd Neal,
"1 viajero, — y á fe de Giacomo, te aseguro que
estás llamado á ser algo grande en la tierra; no
desconties.
Sonrióse el niño con sublime confianza v
acercándose al artista exclamó:
—Seguid pintando, os lo suplico; que vo os
vea trabajar. ' i J
Pasaron los días sin que Giacomo abandona-
ra la alegre morada de los Apeninos; todos le
querían en la casa, no como un huésped, sino
'^"^'^ ri.^'* ^."° "°**'^'' y ♦'«en amigo. La
amistad había echado pronto profundas raíces
en aquellos corazones honrados y francos
Por fin, como todo tiene su término en este
mundo, y la gradación agobiadora que une los
días unos á otros no se interrumpe según el ca-
pricho de los mortales, en una hermosa mañana
de primavera, abandonó Giacomo la hospitalaria
casa. '
No iba solo; el adolescente que tanta simpa-
tía le inspirara desde los primeros momentos
le acompañaba.
—Adiós, Andrés,— dijo el padre al muchacho
con severa tristeza;— yo me alejé del mundo
buscando aquí la felicidad, tú vas al centro tu-
multuoso de Roma para encontrarla. Bien opues-
tas son las sendas, pero no quiero contrariar tus
deseos. Giacomo, á vos os le recomiendo. Toda-
vía mis antiguas ami.stades pueden servirte de
algo en la ciudad Eterna. Estudia con perseve-
rancia y buena fortuna.
—Sé feliz,— dijo lajwbre madre sollozando.
—No olvides sobre todo,— añadió el padre,—
que el sendero del arte se halla sembrado de es-
pinas.
- Es cierto,— contestó pensativo el extranje-
ro;—tal vez un día lamentes lo que hoy dejas,
una familia, la paz, la soledad y la inocencia!
Pero .SI quieres ser algo,— exclamó dando brusco
cambio á sus ideas,— no desmayes, y á Roma.
—¡A Roma!— repitió el joven "soñador, y sus
pupilas húmedas aún por las lágrimas de la
despedida, lanzaron reflejos de mal contenido
entusiasmo.
(Se continuará.)
Josefa Pujol de Collado.
) INSBRTESE ó NO. NO SE DEVUELVE NJNGUN ORIGINAL ( í ■ I - .
SnAMLmamBKtc TirooiUrioo o. B. BA«.OA.-c»tL.
Vll.L*RROEL, 1.ÓM. 17, BKSANCHE ÜS SAN ANTONIO. -BAHGBLON*.
SEMANARIO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
Año V
Barcelona 2 de Abril de 1887
Núm. 222
SUMARIO
Tbxto. — Madrid, Cartas á mi prima, por Fernan-
ñot.— La muerte de Capeta (continuaclóu), por
Vicente Blasco Iháñez.— Revista cientifica, por
Alfredo Opisso. — Lecturas: A muchos y á ninguno
(continuación), por Clarín.— ifaceracíoneí y ayu-
nos, por Vicente Colorado —Dos cartas, por Ri-
cardo J. Iranzo. — Un recuerdo (poesía), por
Vicente Riva Palacio. — jl6eíi-/oí, por Mariano
Vallejo. — Nuestros grabados.— £í premio de siem-
pre (continuación), por Josefa Pujol de Collado.
(iR*B4D08.— Elbuzón.— El arte fenicio, (tres graba-
dos».—Una belleza del siglo xvi.— Las mujeres
alemanas después de la batalla de Aqua Sextia.
—Cerámica fenicia. —Gregorio el Grande casti-
gando á un fraile.— Bordados americanos, (tres
grabados^ . — Alberto Durero en Venecia. — Un hé-
roe.—El vestido de la abuelita.
MADRID
OA.TIT-A.S A. Is/LX FTÍZlí/LA.
liiilio triste.— //O LolUla, la sociedad y el perio-
dismo.— Toreros y toreros.— X>oii Alvcro y Calvo.
rjrhODO pasa, todo vuelve y todo vuelve
^m^ á pasar. La vida es un circulo.
(y- Ayer y hoy es lo mismo que maña-
na. Nieve en invierno, calor en verano,
flores en la primavera. Puesto que nos
encontramos en esta última época, dejé-
monos de filosofías y busquemos las
flores.
Pero seguramente que tú no sientes la
misma impresión que yo ante el campo
vestido de las primeras galas. A tí de fijo
te salta el corazón con alegría diciéndote
que la vida es muy hermosa y que la
tierra es el paraíso del amor. En esos al-
rededores de la gran capital paseas del
brazo de tu novio y cada florecilla que
distingues entre el musgo, te parece un
brillante. La coges y la pones en la levita
de tu enamorado formando un bouquet y
arreglándole luego la solapa con tus lin-
dos dedos. El .sol, el campo, el espacio
todo se ha cubierto de esplendores sólo
para que vosotros seáis felices. Dios creó
el mundo para vosotros únicamente; así
al menos lo pensáis; así lo sentís al me-
nos. ¡Oh juventud, primavera de la vida!
— como ha dicho el poeta, ó mejor aún,
como ha dicho todo el que ha sido joven
cuando debió serlo. — Porque hay quienes
son jóvenes mucho más tarde. En este
Madrid y en ese París, por ejemplo. Mu-
chos que nacieron sin fortuna, otros que
vivieron con padres severos, algunos que
debieron á la naturaleza horribles imper-
fecciones, aquellos, en fin, que ni amaron
ni fueron amados, ó que si amaron no se
atrevieron á decirlo, y si fueron amados
jamás lo supieron. Estos llegan á ser vie-
jos, sin haber paseado con una mujer, sin
saber que la primavera es siempre florida,
luminosa, íntima, feliz. Para nosotros,
los que ya tenemos canas, las florecillas
de Marzo son algo como canas teñidas.
Para nosotros eslu primavera es bella,
como recuerdo do otras. — ¡Oh, — prorum-
EL BUZON (Dibujo de Sclillttgeu)
210
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
pinos, — cómo correría yo por esta hermosa pra-
dera 8Í no tuviese ya los huesos tan oxidados,
cómo me tendería sobte el terciopelo de este
montículo si no fuese jwr temor del reuma!
¡Qué no la hubiera dicho yo á esta linda cam-
pesina en otro tiempo, mientras que ahora ni se
me ocurren palabras que decirla! — Ahora cuan-
do salimos á pasear por los alrededores con un
amigo, tan desilusionado como nosotros, lleva-
moe en el bolsillo al^n periódico del día, para
saber si Ruiz Zorrilla se subleva de nuevo, si
León y Castillo ha perdido la voz, es decir, la
cartera; si Puigcerver sostiene el impuesto sobre
la renta, si la Kupfer canta ó no canta en su
beneficio una canción española, si se alivia la
Lolilla, si ocurre algo grave, en fin, en el mun-
do del Madrid, afanado y afanoso, muy distinto,
en verdad, ilel mundo de las flores.
Y á un hombre que pasea leyendo periódicos
en los que reinará quizás alguna vez el verano
con sus fogosas pasiones, y sus reptiles, su ve-
getación aparatosa y sus tempestades y sus
torrentes, pero en los que los delicados tonos
de la primavera no aparecen nunca, á un hom-
bre asi, ¿qué puede decirle la naturaleza que
sólo revela sus misterios á quien se entrega
todo á su contemplación, á su admiración y á
sus goces?
Yo mismo al leer los periódicos de hoy cru-
zando por las calles del Retiro he visto noticias
de tristeza; breves sueltos de algunos diarios
me hablan de amigos que han muerto ó de otros
amigos que mueren; y al tender la vista por los
jardinillo's el pensamiento busca instintiva-
mente en ellos lápidas y cruces. ¡Picaras flores
de almendro! No puedo veros sin sentir algo
que no acierto á explicarme, pero que me pone
blando el corazón como la nata. Pero no bien os
miro vuelvo los ojos á otro lado sin atreverme
á tomar una de vuestras ramas rosadas. Pare-
cería yo mi caricatura de estudiante. ¡Qué más
cruces, ni que más cementerio que estos almen-
dros y este Retiro!...
Y al propio tiempo, querida prima, otros vie-
nen, sin periódicos en la mano, sin mirar la na-
turaleza, pero rodeados y minados y compene-
trados por todas estas voluptuosas sensaciones
primaverales y se detienen ante los almendros
y pronunpen en exclamaciones de placer y de
asombro y los desfloran y se adornan con sus
flores. Yo aparto la vista por no contemplar y
por no aborrecer á esta juventud presuntuosa,
insultadora é irritante.
En tanto el coro universal de insectos que
renacen al calorcillo de Marzo, crece y crece, los
pájaros cafitan más y más briosamente que an-
tes, se aumenta el número de cantores alados
y de nuevos ruidos acordados que no se sabe de
dónde vienen ni qué idioma hablan: parece que
la tierra se grietea, que los árboles desentuer-
cen sus fibras, que el agua pompea y que de
todas partes nacen insectos, almas, vidas, para
llenar tierra, cielo y espacio. ¡Enorme proble-
ma; terrible misterio! el mundo me parece una
esfera donde sólo los fuertes viven en todas las
estaciones y dentro de la cual se refugian los
débiles en la estación inclemente. ¡Oh primave-
ra! Aunque no fuese más que porque das liber-
tad á loe seres pobres y enfermos y á los muy
sensibles y de poca vida, ¡tú serías la esta-
ción hermosa y más sagrada y más elogiable de
las estaciones!
. Y hagamos punto: sigue tú paseando y fin-
giéndote historias del poi-venir; déjame fingirme
yo historias del pasado y continuemos tú y yo
por el camino alegre y triste de la vida cum-
pliendo nuestra misión: ¡hacer las horas todo lo
más breves posibles; y lamentar al mismo tiem-
po la brevedad de las horas!
Pero como no ha de concluir aqui esta carta,
veamos qué asuntos pueden entretenemos un
rato. Varios indiqué en uno de mis anteriores
párrafos: escojamos.
Me gustan los temas difíciles, porque son los
que el lector encuentra más interesantes. Hé
aquí uno, la Lolilla. Casi todos los periódicos
hablan de esta mujercita, de esta vendedora de
periódicos y billete» de lotería; que todo Madrid
conoce; que protegió Felipe Ducazcal; que algu-
nos hombres importantes tratan con cierta fa-
miliaridad; que alguna gente ve siempre con
lástima; que otra ve sólo con risa 6 con despre-
cio. Algún periódico ha publicado su biografía;
de la cual resulta que esta enana tiene veinticua-
tro años. Pero la LoWla estaba olvidada desde
hace algi\n tiempo; ¿por qué ha vuelto á ser la
más grande figura de la actualidad? Hé aquí el
punto dificultoso de la cuestión. Pues bien,
querida prima, como tú lees los periódicos de
Madrid, ya lo sabes. La Lolilla se encuentra en
cinta; es un caso raro; un caso con el cual Zola
hubiera podido hacer una gran novela de sen-
sación. Los doctores más distinguidos se han
encargado de la asistencia de la popular vende-
dora de periódicos; y en los cafés y en los circii-
los y tertulias de Madrid, se 'pregunta todos los
días: — ¿Cómo está la Lolilla? — El buen público
se admira de ver que los diarios consagren á
este suceso una importancia y un espacio que
sólo se debería conceder al magnifico aniversa-
rio del emperador Guillermo, con sus cien prín-
cipes y su pueblo enloquecido: cree que importa
poco que haya un enanito más ó un enanitp me-
nos en el mundo. Yo pienso que los periódicos
hablan todos los días de cosas mucho menos inte-
resantes que ésta; y bajo este punto de vista me
parece bien que se trata de la vida y hechos de
los liliputienses á la moda como se trata de
otros personajes de tamaño natural... Confieso,
sin embargo, que me ha llenado de inquietud
ver tratado públicamente este- asunto, porque
inaugura una reforma gravísima. La LolUla
es soltera: se discuten, sin embargo, sus condi-
ciones personales como si se tratase de una da-
ma, bendecida en santo lazo por el mismo mon-
señor Rampolla. ¿Es que el interés de la cien-
cia puede autorizar á que se rompa el silencio
publicando y discutiendo un deshonor? ¿Es que
la honra de una mujer depende de su estatura?
¿Es que cuando una mujer no pasa de cierto
número de pulgadas no es ser racional, no tiene
alma, está sólo tolerada en la humanidad y en
la sociedad como un lindo monstruo?...
Tan extraña como la misma Lolilla parecerá,
sin duda, esta lamentación mía; porque en efec-
to, el honor de una liliputiense no tiene impor-
tancia; ni los defectos ni las virtudes de un ser
parecido al hombre, pero tan disconforme con
él en el tamaño, no merecen reprobación ni elo-
gio; mas esto demuestra, querida prima, cuan so-
mera raíz tiene la filosofía humana, que poco esa
filosofía dimana del espíritu ni del sentimiento,
sino de los sentidos; cuan convencional es la
moral porque se rige, y á que todo lo sacrifica,
esta sociedad, tan ilustrada, en que vivimos. El
estado físico de la pobre Lolilla será interesan-
te sin duda; pero su estado espiritual debe ser
digno de respeto; tan digno como el de otra sol-
tera de cuerpo entero... Lee este párrafo: «El
ánimo de la enferma no ha decaído en nada y
tiene siempre en sus labios una frase ingeniosa
con que esquivar la respuesta á las preguntas
indirectas que suelen dirigirle algunos visitan-
tes.» Porque no digan que yo que pido respeto
para los liliputienses y no le tengo para los
grandes, no hago desfilar ante tus ojos honestí-
simos las consideraciones que se me ocurren.
Si se pone en boga dar cuenta de las enferme-
dades de las notabilidades femeniles, hemos de
saber historias curiosas y presenciar conflictos
terribles. Confío en que ni lo hará el periodismo
moderno, que no es censurable, después de todo,
ni de estas contradicciones mismas; pues el pe-
riodismo sólo es una especie de fonógrafo; una
ó varias hojas de papel donde quedan estampa-
das en negro las voces de la calle, de la tertu-
lia, del café, de las Cámaras, de todos los que
hablan. Mi teoría es que el periódico es irres-
ponsable. Y el día en que lo fuese, por com-
pleto, en absoluto, ese día, como fuerza, no ten-
dría ya importancia.
Los círculos flamencos están agitadísimos con
la noticia de que los toreros españoles que se
hallan en Puebla, de Méjico, han tenido que dar
una batalla cuando solo pensaban dar una co-
rrida. Los picadores Badila, Agujetas, El Albañil
y Ortega, pararon, según es costumbre, en fonda
distinta que Mazzantini... Parece que cuando
ellos Se estaban vistiendo para la corrida, llegó
á la fonda una diligencia en la cual venía un
matador mejicano. El pueblo entra en la fonda
y grita: — ¡Viva Méjico, mueran los españoles!
- — Tuvieron que salir; hubo tumulto y pelea,
vino un escuadrón de caballería y el goberna-
dor puso preso á Méjico y guardia de seguridad
á España. — Agujetas y Badila sostuvieron lue-
go una conversación filosófica sobre el caso.
Agujetas dijo:
— Ya me tenía yo tragado esto desde que cier-
to chavó de estos países, dijo: Amériía para los
americanos.
— La verdad es, — añadió Badila, — que nadie
es torero fuera de su patria: debíamos haberles
enviado á la Fragosa y demás toreras.
Continúan los beneficios. Hoy se verificará
en el Español el de Rafael Calvo con el Don
Alvaro, magnífico drama en el cual el actor
despliega magníficamente sus características fa-
cultades.
Y basta, basta...
Fernaní'lor.
LA MUERTE DE CAFETO
(MEMORIAS DE UN PATRIOTA)
(CONTINUACIÓN)
Jamás he visto en ningún cuadro la riqueza
de colorido que poseía su pincel y la energía de
sus toques.
Antes de que comenzara el período revolucio-
nario, Teodoro pasaba gran parte del día en el
estudio del maestro, completamente entregado
al cultivo del arte y pintando las más de las
veces alegorías de efecto sorprendente, que por
lo regular representaban la libertad rompiendo
las cadenas de los pueblos é iluminando al
mundo.
Además se ocupaba en el decorado artístico
de los grandes palacios, trabajo que le producía
lo necesario para la subsistencia de los dos,
pues yo por mi pereza ó más bien por mis esca-
sas facultades artísticas, apenas si lograba sa-
car de mi pincel un insignificante producto.
Teodoro, era, pues, quien me proporcionaba
la subsistencia con su trabajo.
Eramos dos amigos verdaderos, ó más bien,
dos hermanos.
A pesar de nuestra unión nos diferenciába-
mos bastante, tanto en lo físico como en lo
moral.
Él era tranquilo, virtuoso y pensador; yo al-
borotado, libertino y escéptico; él adorador y
sectario de las doctrinas revolucionarias, y yo
amigo solamente de los placeres.
En lo físico, como antes he dicho, tampoco
éramos semejantes.
Teodoro, delgado, pálido, de frente dilatada
y mirada recogida y penetrante; yo, fornido,
rubio y sonrosado y con ojos en los que llevaba
impresa el ansia del placer.
Y á pesar de tales diferencias nos amábamos
entrañablemente.
Todavía está fresco en mi memoria el re-
cuerdo de aquella tarde en que se decidieron
nuestros destinos.
Yo estaba ocupado en pintar la muestra de
un bodegón de los arrabales.
Su dueño, que era un exaltado sans culotte,
tuvo buen cuidado de encargarme pusiera en
ella el retrato de Marat, con la siguiente ins-
cripción:
Venid al Amigo del Pueblo, ó á la muerte.
Nuestra habitación tenía un marcado sello de
desorden.
En un rincón, la cama de la que disfrutábamos
en común Teodoro y yo. En los demás extremos,
montones de papeles y libros; las paredes cu-
biertas de grabados medio rotos; algunas sillas
por el suelo, acompañando á la piedra de moler
LA ILUSTEACION IBÉRICA
211
colores, la paleta y los pinceles, y en la venta-
na, entre dos tiestos de flores, un cráneo huma-
no que más que en estudios artísticos lo em-
pleábamos para asustar á los vecinos.
Teodoro estaba fuera de casa desde por la
mañana.
Los días transcurrían para él en la Conven-
ción ó en l»s clubs, donde peroraba algunas
veces con aplauso de la concurrencia.
Cerca de las cinco de la tarde, cuando ya el
sol comenzaba á esconderse tras los tejados de
París envolviendo toda la ciudad en una pá-
lida nube de oro, se oyeron en la escalera los
pasos de Teodoro, que empujó poco después
la entreabierta puerta y penetró en la buhar-
dilla.
Estaba más pálido que de costumbre; al en-
trar arrojó al suelo su sombrero con escarape-
la tricolor, y después comenzó á dar paseos por
la habitación.
— ¿De dónde vienes? — le preguntó sin inte-
rrumpir mi grosero trabajo.
— De la Convención. Acabo de oir un discur-
so de Danton.
— ¿Tan elocuente como siempre, eh? — dije
sin cesar de dar pinceladas en mi muestra.
Teodoro no me respondió; siguió paseando y
al cabo de algún tiempo dijo con voz firme:
— (Nicolás, es preciso que cambiemos de
vida!
— ¿Tienes dinero?
— Siempre eres el miamo. No te hablo de
placeres sino de sacrificios que debemos hacer
por la patria.
— Creo que hemos hecho los suficientes para
que ella nos esté agradecida.
— ¡Calla, miserable! Todo buen ciudadano no
cumple con su deber si no la ofrece la vida en
holocausto. Ella está amenazada por todas par-
tes y pide á sus hijos que la defiendan. Los que
se muestren sordos á sus lamentos no son bue-
nos patriotas.
. — ¿Y qué pretendes?
— Que nos alistemos como voluntarios y par-
tamos á la frontera.
— Pero...
— No me respondas; tengo tomada mi reso-
lución. Hoy todas las naciones se muestran
hostiles á Francia y hasta laVendeé se levanta
amenazadora. Estoy resuelto á cumplir mi pro-
pósito y si no quieres seguirme, quédate.
Yo conocía muy bien el carácter de Teodoro,
sabía que era tenaz en sus resoluciones; así es
que me limité á decirle después de reflexionar
un momento:
— Te sigo.
— No esperaba otra cosa de tí. Eres un ver-
dadero hijo de la patria. Mañana saldremos de
París para ingresar en el ejército del Rhin.
n
¡Qué entusiasmo el de los soldados de la Re-
pública!
Nunca pueblo alguno tendrá ejércitos como
aquéllos, que faltos de toda cla.se de recursos y
poco avezados á las fatigas de la guerra, lleva-
ron á cabo con feliz término las más temerarias
empresas.
Teodoro y yo estábamos incorporados á una
de las más famosas medias brigadas que al
mando de Hbche formaban el ejército de la
frontera alemana.
Nuestro estado era deplorable. Teníamos ro-
tos los uniformes y casi convertidos en harapos
por los rigores de la intemperie, y hacíamos las
pesadas marchas poco menos que descalzos,
pero en cambio nuestras armas estaban siempre
limpias y prontas para la defensa.
Aquel general de veintiséis años, nos infun-
día con su presencia un valor y una confianza
heroicos.
Junto á Hoche no experimentábamos vacila-
ciones, y nos sentíamos capaces de emprender
las más arriesgadas aventuras.
Además, pensábamos á todas horas que está-
bamos investidos de la sagrada misión de de-
fender nuestra patria, y esto nos daba fuerzas
para resistir las largas marchas y aquellas no-
ches frías y desapacibles en las que teníamos
que acampar completamente al descubierto al
pié de los Vosgos.
Teodoro era feliz con aquella existencia y
hasta en ciertos momentos llegaba á sonreírse.
La vida de soldado de la revolución le agra-
daba más que la de agitador de París.
La compañía á la que él y yo pertenecíamos,
presentaba, como todo el ejército en general, un
abigarrado conjunto de hombres de todas clases
y edades.
En aquella época en que los hombres pare-
cían surgir de bajo de las piedras para defender
la libertad y la patria, no era extraño ver mar-
char empuñando el fusil en una misma fila á
un muchacho de quince años junto & un anciano
de sesenta.
Todos sentíamos rebosar en el corazón el en-
tusiasmo, y cuando éste comenzaba á extinguir-
se, mi amigo era el encargado de hacerle re-
vivir.
¡Cuan grande se mostraba Teodoro en ciertos
momentos en los que semejante á una vestal
removía el sacro fuego!
Todavía recuerdo con amargo placer la última
noche que le vi.
El día siguiente era el destinado para dar
una terrible batalla.
Los alemanes ocupaban las alturas de los
Vosgos y á nuestro general le era preciso rom-
per sus líneas de defensa para reunirse con el
ejército de Pichegrú.
Acampados al pié de los montes pasamos la
noche, que, por cierto, era balitante fría.
Yo dormitaba envuelto en mi manta junto á
una regular hoguera, oyendo, aunque amorti-
guados por las primeras nieblas del sueño, los
chasquidos de los humeantes leños y los pasos
de los centinelas.
Teodoro estaba acostado junto á mí, y á la os-
cilante luz de las llamas, veía como sus ojos es-
taban abiertos y fijos en el oscuro cielo.
De pronto saliendo de su completa abstrac-
í\ i-V 'i „'• i Si', r.
EL ARTE FENICIO: BASAMENTO EN BAALBEK, PERIODO ROMANO
ción, levantó mi amigo un poco la cabeza y me
llamó.
— jQué quieres? — le respondí.
— Nicolás, mañana me matan.
— ¡Bah! ¿Para darme tal noticia me llamas?
— Sé lo que me digo. Mañana á estas horas
me contarán entre los muertos en el próximo
combate.
— Pero, ¿qué motivos tienes para creer tal
cosa?
— ¿Tienes fe en los presentimientos?
— Ninguna.
— Pues yo tengo la seguridad de que en cier-
tos instantes el corazón nos anuncia lo que ha
de suceder.
— ¿Y crees firmemente que mañana vas á
morir?
— Sí, amigo mío, y esa convicción me marti-
riza, tanto más, cuanto que veo me será imposi-
ble llevar á cabo el proyecto que hace tiempo
acaricio en mi imaginación.
—¿Un pioyecto?
— Sí, hace ya tiempo que lo tengo y pensaba
realizarlo así que terminase la guerra.
— Explícamelo.
— Es un regalo que pienso hacer á la patria.
Tú recordarás perfectamente aquel momento en
que hizo caer la cuchilla de la guillotina la ca-
beza de Capeto; pues bien, yo deseo pintar un
cuadro que represente el instante en que Fran-
cia se deslizó por completo de los lazos de la
monarquía. El tablado de la guillotina, el pal-
pitante cuerpo de Luís XVI, la compacta y
atronadora muchedumbre, la sangrienta cabeza
y aquel cielo plomizo y tempestuoso, quiero que
aparezca en mi cuadro tal como nosotros dos
los vimos. Deseo hacer una obra que repita á
los ojos de las venideras generaciones el espec-
táculo que presenta la venganza de un pueblo.
Pero... desgraciadamente moriré mañana, me lo
dice el corazón. ¿Ves esas montañas que á lejos
se destacan en la oscuridad como monstruosos
gigantes? pues en ellas moriré mañana. Com-
prendo que vas á decirme que esta afirmación no
es más que un producto de mi fantasía; pero no
Nicolás, te engañas si tal cosa piensas, pues yo
creo en los presentimientos con la misma seguri-
dad que proclamo existe ese algo superior á los
hombres que unos llaman Dios y otros Ser Su-
premo. Amigo mío, yo muero mañana, pero an-
tes de dejar de existir quiero hacerte un en-
cargo.
— Habla, ya sabes que soy tu hermano.
— Deseo que supuesto voy mañana á morir
te encargas de realizar mi proyecto.
(Se continuará.)
Vicente Blasco Ibáñez.
-«-
UNA^ BELLEZA DEL SIGLO XVI
LAS MUJERES ALEMANAS DESPUÉS DE LA BATALLA DE AQUA SEXTIA (Cuadro de W. Lludensehmidtí
214
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
REVISTA científica
lik septiotmla de las ballenas.— Los microbios y el «giu de
poso.— Dn antidoto del alcohol— Las saperiloles dd eoer-
po.— n alxa de los salarios en el siglo xiz.
No deja de ser curioso el modo que tienen de
capturar ballenas los pescadores de las cerca-
nías de Bergen; nadie sospecharía ciertamente
que alguna vez pudiese ser provechoso el virus
de la septicemia, y, sin embargo, asi resulta de
una comunicación del señor Armauer Hausen,
que por su vivo interés vamos á transcribir in-
tegra.
cCada primavera, — dice, — los pescadores de
las cercanías de Bergen capturan regularmente
ora uno, ora dos ejemplares de la reducida es-
pecie de Balenópteros bien conocida hoy día
con el nombre de BaiíBnoptera rostrata '
>Quiniento8 años, cuando menos, hace que esta
caza se repite cada año en condiciones idénti-
cas, en los mismos parajes, con los mismos apa-
rejos y con los mismos resultados. Ordinariamen-
te la ballena anual se deja coger en «na pequeña
bahía, á treinta kilómetros de Bergen, llamada
Skogsvftg. Este fiord tiene una embocadura muy
estrecha y una vez ha entrado allí el animal no
puede salir, por lo cual se pasea á lo largo de
las costas esperando que le den caza. En los
meses de Abril y Mayo los pescadores esperan
la ballena y vigilan la bahía; así que ha pene-
trado en ella cierran la embocadura por medio
de unas redes y desde entonces es suya la presa
puesto que jamás intenta el animal empujar la
red que se opone á su salida, sino que retro-
cede.
«Trátase ahora de apoderarse del coloso. Los
pescadores, armados de arcos, apréstanse á per-
seguir al animal. Los arcos de que se sirven son
de una construcción muy primitiva, pero de una
ftierza considerable, y sus flechas de madera es-
tán armadas de una punta de hierro. Cuando la
flecha alcanza á la ballena, únicamente el hierro
penetra en sus carnes y éste lleva la marca del
pescador que lo ha lanzado. El que logra fijar
en los flancos do la ballena la flecha mortal, re-
cibe la más importante parte de los despojos.
«Después de un tiempo que varia desde vein-
ticuatro á treinta y seis lioras, la ballena se
hace más pesada y menos ágil; sale con más
frecuencia á la superficie para respirar; hálla.se
evidentemente enferma y en este momento se
la puede atacar con los arpones; después de
haber sido arponada es llevada á tierra, siendo
menester cincuenta ó cien hombres para izarla
en la playa. Encuéntrase invariablemente en-
tonces al rededor de una de las flechas que han
penetrado en las carnes una región gangrenada,
y esta se considera como la flecha mortal.
»Para envenenar las flechas para las futuras
EL ARTE FENICIO: CABEZA COLOSAL, ATHIENO.--LOS MEGALITOS DE ANERIT
cazas báñanse las puntas en la carne gangre-
nada, después de lo cual se las deja secar."
>No sé si es mi hermano el doctor K. Hau-
sen ó bien el doctor Gade quien ha tenido pri-
meramente la idea de que se trataba aquí de un
envenenamiento; solamente sé que los dos han
hecho preparaciones de la sangre y de la carne
gangrenada, casi al mismo tiempo, y que luio y
otro han encontrado bacilos en ellas.
>Mi hermano ha tratado también de medií- la
temjjeratura de una ballena introduciendo un
tennóraetro en sus músculos, pero desgraciada-
mente , por las contracciones musculares, el
termómetro se ha roto. En la primavera última
he asistido á una de esas cazas con mi amigo
31. Nielsen, veterinario de Bergen, y hemos he-
cho siembras en el Agar, tomando los gérmenes
en el bazo y en la carne gangrenada. En los
tubos del cultivo del bazo hemos obtenido un
cultivo puro de bacilos que presentaban los mis-
ino» caracteres que los que habían encontrado
antes mi hermano y M. Gade, y hemos encon-
trado también los mismos bacilos en un vaso
saiiíruineo del pulmón. En los cultivos de carne
'la había principalmente micrococos.
1. los engendran, en los cultivos, esporos
Jncolorfj«.
»Creo poder deducir de estas observaciones
que la introducción de la flecha envenenada
inocula á las ballenas los gérmenes de un baci-
lo que produce en ellas la septicemia. En los
tres casos examinados, se ha encontrado el
mismo bacilo en la sangre, y sería interesante
someter á la comprobación de la experiencia la
opinión que acabo de formular. M. Gade ha tra-
tado de infectar conejos, aunque sin resultado.
» Espero poder examinar en la próxima pri-
mavera los bacilos que poseo en cultivo.
»Lo que me parece muy curioso es que los
pescadores de la costa de Noruega han encon-
trado accidentalmente y sin darse cuenta de
ello un bacilo que produce la septicemia, y ])ro-
bablemente han hecho este descubrimiento hace
millares de años. Los arcos de que se sirven son
de la misma construcción que los que emplea-
ban los guerreros antiguos, los Vikingos; hay
lugar á creer que esta forma de arco se remonta
á una larga" antigüedad, porque os eminente-
mente probable que esta caza de ballenas ha
nacido largo tiempo antes de que un obispo de
Bergen haya hecho de este pesca un monopolio
de su sede, lo cual sucedió hace quinientos
años.»
*
* *
Respetemos las transiciones, aunque no hasta
el extremo ni do la manera que aquel buen se-
ñor que, fiel á dicha regla, creyó muy puesto en
orden, como se tratase de la Jlestawanón, ha-
blar á su vez de los reataurants, inocentemente,
poi supuesto. Hablábamos de microbios: siga-
mos, pues, en lo mismo.
Manifiesta el Journal of the American medí-
(al association, que el químico Erankland acaba
de practicar diversos experimentos sobre la
multiplicación de aquellos insertos, como diría
Gedeon. En el agua filtrada á 20" c, los micro-
bios se multiplican más aprisa que en el agua
no filtrada. En los pozos profundos y fríos mul-
tiplícanse poco, pero á 20" lo hacen con más
rapidez que no en agua de rio, sea cual fuere.
Los microbios de los pozos poseen una facultad
de reproducción superior de mucho á la de los
microbios de rio, fenómeno que explica Frank-
land en el hecho de las aguas de pozo, poco fiís-
cucutadas por los miciobios á cavsa de su tem-
peratura que so" opone á un pululamiento consi-
derable, no han sido privadas do las sustancias
alimenticias necesarias á éstos, como lo han sido
las aguas do rio. Las aguas de pozo represen-
tarían, pues, un medio favorable á la alimenta-
ción, pero no á la reproducción, pero así que
alcanzan cierta temperatura se hacen muy fa-
vorables para e.sta última; concíbese, por lo tan-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
215
to, que la doble ventaja presentada por este
medio se convierta en tal caso en causa de una
prolificación abundante. Este hecho explicaría
la facilidad de la infección microbiana por las
aguas de pozo así que éstas han sido contami-
nadas.
Y ahora basta de matemáticas y continuemos
á bátons rompas nuestra revista.
Hasta el día no se conocía casi otro antidoto
del alcohol en la intoxicación aguda que el amo-
níaco, escapando completamente á la acción de
los contravenenos el alcoholismo ci'ónico. Afor-
tunadamente puédase dar ya la enhorabuena á
los Coupeaus, gracias á las caritativas investi-
gaciones hechas sobre el particular por M. Ja-
rochew.ski, de las cuales ha dado cuenta en. el
Congreso (en los Congresos suelen darse cuentas)
en el Congreso de los médicos rusos reunido en
Moscou. Dice, pues, M. Jarochewski que la es-
tricnina no solamente seria capaz de destruir la
acción narcótica del alcohol sino que aún daría
al organismo la propiedad de soportar durante
largo tiempo grandes cantidades de alcohol sin
sufrir las lesiones de que están ordinariamente
afectados los órganos particularmente someti-
dos á su influencia. Por lo tanto, el empleo de
1^ estricnina hallaríase indicado en todas las
formas del alcoholismo.
Los experimentos de M. Jarochewski han sido
practicados en perros.
* *
Según el BritishmedícalJourrM, M.Vntilow,
de Onsk, ha obtenido los resultados siguientes
al examinar la superficie de diferentes órganos,
La superficie de la cabeza de un adulto, equi-
vale, por término medio, á veintisiete veces la
de una cabeza de feto á término. El tronco y los
miembros tienen en el adulto una extensión
proporcional menos diferente. Respecto al tron-
co, los miembros superiores y los miembros in-
feriores, su superficie es en el adulto 7 '5, 7 y
lü'8 veces la de las partes correspondientes del
feto á término. En cuanto á las mucosas, hó ahí
algunas cifras interesantes: el esófago adulto os
solo 4'7 veces más extenso que el esófago del
recién nacido; la mucosa respiratoria lo es 13'5;
el estómago 50; los intestinos delgados 18, y los
gruesos 22. I-a superficie total del tubo diges-
tivo equivale á 1.200 centímetros cuadrados en
el niño y á 18.300 en el adulto. Él hígado pre-
senta una superficie de 199 centímetros cuadra-
dos y de 774'5 en cada caso.
*
Un poco de estadística para concluir.
Véase el aumento comparativo que han tenido
en Francia los salarios agrícola é industrial
CERÁMICA FENICIA
partiendo del glorioso año 89, por antonomasia.
Entiéndase que se trata de salarios de hombres.
Salario agrícola
medio
Francos
Salario Industrial
medio
Franco»
1789 070 1'40
1825 1'25 170
1852 1'41 2'06
1872 2'04 3'09
1880 2'32 3'4ü
De esto resulta que el salario agrícola ha au-
mentado desde 1789 á 1880 en un 231 por 1(K)
y el industrial en un 147, pero hay que tener
en cuenta que esta proporción no es tan crecida
si se tiene en cuenta la elevación paralela del
precio de los artículos de consumo.
Al.FUEDO Opisso.
■ *
LECTURAS
A MUCHOS Y Á NINGUNO
( contixuach'in;
Antes de continuarla exposición y el comen-
tario de estas tristezas literarias, capítulo im-
portante de una verdadera psiquiatría estética,
necesito volver á detenerme un momento para
insistir en la idea que vocifera claramente el
titulo de este artículo. Hablo con muchos y con
ninguno; no tengo en la memoria, al escribir, á
determinada persona, á éste ó al otro critico, á
tal ó cual novelista; formóse el conjunto de es-
tas descripciones de reminiscencias asociadas
por la fuerza plasmante de la fantasía y por el
hilván de la lógica; hablo de un oleaje que nos
acomete, de una inundación de tinta fina de es-
cribir, y no culpo de las desgracias subsiguien-
tes á esta ó á la otra ola en particular; son mu-
chos los que están poniendo las manos en
nosotros, inocentes lectores. El nombre genérico
de estos escritos es Lecturas; queda explicado
en una especie de introducción el carácter de
estos trabajos, donde la crítica viene á ser más
que sentencia de juez (idea un poco trasnocha-
da de su objeto), opinión libre de dilettante,
impresión de aficionado. Así como en otros ar-
tículos he de hablar de lo que sugieren á mi
espíritu, en sentimiento y reflexión, autores an-
tiguos como Luciano ó Quevedo, Góngora 6
ílarivaux, ó escritores del día, como Bourget ó
Amiel, Tolstoi ó Pereda, Dumas ó Echegaray,
y en ocasiones he de discurrir acerca de lo que
me ha hecho pensar y desear y sentir la novela
rusa en general, 6 la lírica moderna fran-
cesa, etc., -etc., del propio modo me permito
fijar aquí mis reflexiones y el tinte con que se
tiñe el ánimo mío después de contemplar el es-
pectáculo de pesadilla de esta flamante litera-
tura novelesca que algunos quieren que tome-
mos por feliz renacimiento, siendo así que, en mi
concepto, no es sino la invasión del Parnaso
por todos los Mrs. Jourdain de España y de la
América española. Mi propósito no es herir á
nadie, no es desanimar á nadie. Yo no ataco
más que á los malos, á los que aprovechan el
realismo para cantar en estilo familiar todos los
géneros coloniales y del reino que llevan dentro
del espíritu prosaico y adocenado. A todos los
que pudierais daros por aludidos, sálveos el
amor propio, y decid á una, si queréis compla-
cerme: «Esto no va conmigo.» Así lo dicen al-
gunos caballeros que se creen muy por encima
de estas censuras mías, sin sospechar, y más
vale así, que son ellos los más parecidos á las
imágenes que yo procuro tener presente mien-
tras tal escribo. Porque es de notar, que no son
los más sandios y vulgarotes é insípidos los
más peligrosos, sino aquellos otros quo algo
han oído y han leído mucho, y de tarde en tarde
alguna vez dan en el clavo ó cerca por lo monos.
Pero, en fin, no demos señas y adelante. Lo
dicho va jiorque he oído quejas y sé de sospe-
chas, y como hoy por hoy no me propongo mor-
tificar á bicho viviente, sino desahogar el mal
humor y mostrar el daño, quiero que conste que
EL PAPA GREGORIO EL GRANDE CASI
'J A UN MOKJE (Cuadro de Basilio Verestchagíne)
218
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
no hay alusiones ni por asomo. Prosigo. ¿No
fuera tremenda cosa, grande vergüenza postu-
ma, que andancio los tiempos, pudieran venir
tales que en ellos con ju.sticia se dijese: Suce-
dió que los españoleíi por tragar mal y digerir
peor doctrinas extranjeras que tenían mucho de
bueno y algo de malo, comenzaron á escribir
á porrillo libros de entrenimiento que lo mismo
era leerlos cualquiera que caerse dormido para
despertar bobo de remate y serlo ya siempre?
Pues inevitable se hará tamaña desgracia si
enérgicamente no se acude en tiempo con el
remedio. El cual consiste en hablar con fran-
queza y sin pensar en los amigos que se pierde
Sr que no debieran ponlerse por esto, es claro)
iciendo la verdad lisa y llanamente.
De buena fe y motn proprio creen muchos,
ai'in antes de que se lo afirmen los críticos com-
placientes de que hablo más atrás, que ellos,
los autores, son artistas desde el momento en
que acometen la empresa y la llevan á cabo
con firme resolución, de llenar un tomo de prosa
compacta, obedeciendo á las reglas de tal cual
preceptista de los j flamantes. ¿Quién no ha
BORUADOS AMERICANOS: MINNEHAHA (IMbiijo de Dora VVlieeler)
leído V. gr. lo.s cinco ó seis tomos en que Emilio j
Zola expone su modo de entender el arte? (^Cá-
novas tijdavia no los ha leído). En la obra crí-
tica de Z^'la hay una trampa, sin quererlo el i
autor probablemente, en que han caído y siguen '>
cayendo muchos retóricos idealistus que van I
allí á buscar argumentos que combatir y mu-
chísimos nal'S as que no buscan más en esos y
otros liV>ro8, que otros tantos llengifns para es-
cribir novelas naturalistas con perfección y eco-
nomía de ingenio. El que no sepa ver en los
trabajos críticos de Zola,como en los de todos los
grandes artistas de la palabra que han querido
sistematizar sus procedimientos, su estilo y las
cualidades características de su genio ( verbi
gracia Goethe, Schiller, Hichter, Víctor Hugo,
CamjKiamor), el que no sepa ver, digo, en la cri-
tica de Zola cierto lirismo didancálico, con sus
conatos de científico, á la manera de los filósofos
poetas jónicos, no puede comprender ciertas en-
señanzas que allí existen, ni ser justo con el
autor, ni penetrar toda su idea, ni mucho menos
aprovechar sin peligro la parte positiva de bue-
na retórica que encierran sus preceptos envuel-
tos en teorías arriesgadas, en paradojas sujesti-
vas, en ueuiosisiit' 8 peligrosos para ciertos lecto-
res y en un pesimismo vidente que ya habla "co-
mo profeta ya delira con poéticas aprensiones.
Dejando por hoy lo que en Zola ven y no
ven los críticos que le atacan, voy á lo que en
él encuentran los que quieren ser escritores
moderaos á toda costa.
«El arto ha de ser la reilidiid vista á través
de un tempera mentó, ¿:jío es esto?» se dice nuestro
naturalista de misa y olla; pues bien, yo vive
en la realidad ó mucho me equivoco, y en cuan-
to al temperamento yo tengo uno, bueno ó malo,
como cada hijo de vecino. No necesito más que
ponerme á escribir. Y se pone.
«Todo es interesante; no hay nada que no sea
digno del arte; se debe inventar lo menos posi-
ble, el mundo lo da todo hecho; para sor natti-
ralista de veras hay que creer en el dogma de
la belleza real, como superior á toda belleza
imaginada.» Con estos sanos principios nuestro
hombre se pone á escribir, y á darle, v. gr., á
los zapatos de su portera una importancia que
ellos no tienen, aunque se miren á través del
temperamento más amigo de abultar los zapa-
tos. El pobre naturalista remendón produce la
misma ilusión que el poetastro becqueriuno ó
campoamorino de quien él tanto se ríe. Nuestros
líricos solían decirnos que una muchacha les
había mirado y hasta sonreído, por lo cual ellos
se creían acto continuo en el deber de -amarlo
todo y de reconocerle á la Providencia todas
sus prerogativas. Después resultaba que la mu-
chacha les engañaba, como es natural, y quería
á un indiano, por ejemplo, y entonces adiós
Providencia y amor universal y cuanto Dios
crió. Nuestros Úricos, que eran muy capaces, en
efecto, de haber llevado unas calabazas y de
haberlas tomado muy á mal, creían de buena
fe que su furor y su tristeza y su desencanto
los trasmitían al lector indiferente por conducto
de aquellos cinco ó seis versos asonantados y á
veces terminados en palabras agudas. ¡Qué ha-
bían de trasmitirl El lector no sentía nada á no
ser haber perdido el tiempo leyendo aquellas
tonterías. Pero al fin los líricos tenían á su fa-
vor dos circunstancias atenuantes: primera que
el tiempo que hacían perder era poco; segunda,
que bueno ó malo aquello " era lirismo; ellos no
trasmitirían á nadie su pena, pero no cabía
duda que á ellos les había llegado muy al alma
el chasco de marras. El naturalista de mi cuento
no puede ofrecernos ninguna de estas ventaji-
llas:, escribe largo y tendido, hace perder mu-
chísimo tiempo (y esto es lo peor) y no tiene
pizca de lirismo, ni gana; como que se lo pro-
hibe la ley. El tiene que ser en sus obras im-
personal; así se caiga el firmamento él como si
tal cosa, lo mismo que Julio Ruíz cuando se
comete en Filipinas una irregularidad; es asi
que el lector tampoco se interesa por los zapa-
tos de la portera ni porque las manchas de un
mantel sean de vino tinto ó blanco... luego te-
nemos que la literatura tnodernisima no le im-
porta á nadie, ni al que escribe ni al que la lee.
Y esto es demasiado poco importar.
La culpa de todo ello no la tiene Zola, es
claro, sino la vanidad y la ignorancia de los que
se ponen á escribir prescindiendo de un requi-
sito indispensable; el ingenio.
(Se continuará.)
Clarín.
MACERACIONES Y AYUNOS
— Toribia.
— ¡Demonio!
— Hoy es sábado.
— Noticia fre.sca.
— No, no lo tomes á risa, porque os muy serio
lo que voy á decirte.
— Veamos qué tripa se te ha roto.
— Digo que mañana empieza Semana Santa,
y que, como son días de devoción y de iglesias,
no hay trabajo; y no habiendo trabajo no haj'
jornal, y si no hay dinero...
— Ayunaremos.
— Hay que ver de dónde viene.
— Del cielo.
— Del cielo sólo cae agua, y yo por lo menos
necesito vino.
— Yo también necesito muchas cosas y me
paso sin ellas.
- -Pues yo no quiero ayunar ocho días, ¡ea!
— Entonces...
- ¿Qué?
— Cómete los codos.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
219
— Mejor será que nos comamos tu mantón de
lana y tu falda de merino.
— ¡Quiá! ¡Se te van á indigestar!
— No lo creas, me harán muy buen estómago.
—¿Cómo?
— Comiendo.
— ¿La lana y el merino?
— No, lo que den por ellos en la casa de
préstamos.
. — No te hará daño.
— Así lo espero. Conque, venga la llave de
la cómoda.
■ — Tengamos la fiesta en paz.
— Dame esas prendas.
— ¿Y qué me pongo para visitar las esta-
ciones?
— El vestido de percal.
— Está roto.
— Lo coses.
— No se puede coser, le falta cada pedazo,
¡asi!
— Entonces, no visitarás este año las esta-
ciones.
— ¡Judio!
— Yo no me quedo sin comer.
— ¡Tragón!
— Ni sin beber.
— ¡Borracho!
— ¡Toribia! ¡No me insultes! Trae la llave.
— No te la doy.
— Dámela por buenas ó te sacudo el polvo.
— La llave no sale de mi bolsillo.
— Mira que te solfeo.
— Que me lastimas el brazo.
— Suelta la llave.
— ¡Me estás rompiendo la chambra! ¡Animal!
— La llave.
— ¡Bruto!
— Toma, para que te quejes por algo.
— ¡Ay! ¡ayl ¡ay!... Me has abierto la cabeza.
— ¡A ver si se te ablanda!
■ — ¡Con una mujer te atreverás tú! ¡Cobarde!
— ¿Dónde la tienes?
— ¡Ay!... ¡ay!
— Ya la toco... Aquí está.
— ¡Anda, empeña y véndelo todo! ¡Para lo
que nos queda, acaba con ello!
— Yo lo ganaré.
— Y te lo beberás.
— Mejor, ¿sabes?
— Si lo que gastas en la taberna lo ahorrases,
no pasaría esto. ¡No será porque no te lo diga á
todas horas! Pero tú, en teniendo una peseta ya
no te acuerdas de que vendrán malos tiempos.
— Paciencia.
— ¿Y el día que caigamos enfermos?
— Al hospital.
— ¡Ojalá fuese hoy mismo! y Dios me lo per-
done, que no sé lo que me digo, ni hay pacien-
cia para aguantar esta vida tan arrastrada que
llevo.
—Tú te tienes la culpa.
— ¡Eso! ¡Todavía tengo yo la culpa! ¿Por
qué?
— Porque no escarmientas. Si las cosas han
de hacerse al fin y al cabo, ¿no es mejor por
buenas que no por malas? ¿Que adelantas con lle-
varme la contra? que te zurre. Y, después, ¿qué
sucede? que se haga lo que yo digo, como ahora.
Pues, ¿no vale más empezar por esto?
— ¡Es claro! ¡Haciendo lo que tú quieras todo
va bien!
— ¡Vaya! Limpiato esas lágrimas y lleva á
empeñar el mantón y la falda.
— i Gabriel!
— ¡Toribia! ¿Volvemos á las mismas?
— Bueno; no iré á visitar las estaciones. ¿Y
luego querrás que nos ayude Dios? Llevaré el
mantón; con cinco pesetas habrá bastante.
— Es que yo necesito otro tanto.
— ¿^Para qué?
— Para tabaco y vino.
— No bebas ni fumes; así como así esta sema-
na es de ayuno.
— La iglesia sólo prohibe comer carne, pero
no fumar y beber. Conque ¡ea! vete j^no tardes.
— Siempre te has de salir con la tuya. Hasta
luego.
— Oye, Toribia; coge la botella, y tráete de
paso un cuartillo.
— ¡Un demonio!
— Y unas copas de aguardiente.
— De aguarrás; y así concluiríamos de una
vez para siempre.
Vicente Colorado.
DOS CARTAS
Separó la vista del libro, se reclinó sobre el
respaldo del lujoso sillón que ocupaba "y pasán-
dose la mano por la frente apartó con un lige-
ro movimiento los cabellos que pugnaban por
cubrir sus ojos.
Durante algunos segundos contempló con in-
diferente mirada el libro en que antes leyera.
LA UONCEl-LA de ZUNI ^Üibujo de Eosiua hmmetl)
del cual la alejó para fijarla en un precioso cua-
drito en que había dos palomas pintadas magis-
tralmente por uno de nuestros primeros artistas.
Ensimismada en Ja contemplación do aquellas
lindas aves que mirándose con alegre com-
placencia parecía que se arrullaban, la intere-
sante figura do Paulina adquirió más importan-
cia, debido quizás á la tristeza que empezó á
dominarla en el mismo momento en que fijó su
atención en el inocente idilio.
Más bien que sentada, tendida con incitante
voluptuosidad y natui-al coquetería; llevando
por todo vestido una bata blanca, sencilla y
elegante, que merced á una pequeña escotadura
dejaba admirar un preciosísimo seno; en liber-
tad la negra cabellera, tan fina, como copiosa; y
expresando su semblante gran melancolía y
tristeza profunda, Paulina asemejábase en aque-
lla actitud á una escultura griega que represen-
tara un sueño de amor.
Cuando dejó de mirar al cuadro de las palo-
mas, debió llegar al colmo su aflicción, porque
de sus hermosos ojos brotaron dos gruesas lá-
grimas que al deslizarse pausadamente por sus
mejillas, parecían límpidas perlas desprendién-
dose de alhaja de fabuloso valor.
En la puerta del gabinete apareció su donce-
lla (monísima rubia y excepción en las de su
clase, pues era graciosa), diciendo:
—Señora, ¿se puede pasar?
— Adelante, — contestó Paulina.
La doncella entró en la habitación y acercán-
dose á su señora, le entregó una carta y al mis-
mo tiempo, le dijo: ■
— Esto ha traído para V. el criado del seño-
rito Rodolfo.
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222
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
— ¿Espera contestación?
— Ño, señora,
— Pues retírate. ,
Rasgó el sobre, desple^ apresuradamente la
cari*, y con la ansiedad propia de la mujer que
tiene en sus manos un escrito del amante que
la ha abandonado, leyóla en menos tiempo del
que yo he invertido en contarlo.
No satisfecha con aquella rápida lectura, vol-
vió á leer la epístola más detenidamente.
Y sin duda aquella repetición tampoco la dejó
contenta, porque apenas terminada, comenzó
por tercera vez á recorrer con su vista el escri-
to, pero con tal atención y calma, que parecía
analisar y valuar todas las palabras.
Después de una breve indecisión, abrió un
precioso secreter y escribió las siguientes cartas:
cMí amado Rodolfo: Dispénsame que te diri-
ja estas lineas á pesar de tu prohibición; ten en
cuenta que es la última vez que te desobedezco
y no olvides que eres el único hombre que ha
conseguido mi amor^ y el solo que de aquí en
adelante ocupará mi pensamiento.
>Para evitarte disgustos en el nuevo estado á
que vas á pertenecer, me suplicas que me aleje
(pues sin duda no tienes confianza ni aun en ti
mismo) y yo que sé sacrificarme por tu felici-
dad, he decidido salir de aquí esta semana y di-
rigirme á mi ruin pueblo, para arrepentirme de
corazón de los muchos disgustos y perjuicios
que te he ocasionado.
«Adjuntas te remito las cartas y alhajas que
de tí poseo, á cambio de las cuales supongo no
tendrás inconveniente en mandarme mil pe-
setas, para cubrir los gastos que el viaje pueda
ocasionarme.
»No te olvides de la que siempre te querrá y
te desea múltiples felicidades en tu matrimonio.
Paulina.»
cSr. D. Antonio La Croix.
iMuy señor mío y distinguido amigo: En el
poco tiempo que hace nos conocemos, me ha
dado V. tantas pruebas de amistad y amor, que
si yo no correspondiese hoy á su pasión, me
juzgaría á mí misma como la mujer más ingrata
de la tierra.
» Y como no quiero parecer ingrata ante V., ni
ante mi conciencia, acepto las proposiciones que
tantas veces me ha hecho, no exigiéndole otra
condición que la de saUr de España antes de
cuatro días.
»Para tratar de este particular, le espero á las
seis de la tarde en esta .su casa.
«Reciba V. la expresión más cariñosadel amor
que le tiene su
Paulina.*
Cerró estas dos cartas, hizo un paquete con
otras muchas y una porción de baratijas, pues
las alhajas las metió en una linda cajita de bron-
ce, y llamó á la doncella.
Cuando ésta salía con las cartas y el paquete
para sus destinatarios, Paulina se arrellenó en
el sillón que ya conocemos y cogiendo el libro,
púsose á leer con la mayor tranquilidad.
Ricardo J. Ihanzo.
-*-
UN RECUERDO
Es un recuerdo dulce, ]>ero triste,
de mi temprana edad:
mi madre me llevaba de la mano
por la orilla del mar.
Alzábanse las sombras de la tarde
como pardo cendal,
y á gritar comenzaba en la cañada
el huaco pertinaz.
Cantaban los tropiales en el bosque
con dulce suavidad,
los penachos del mangle caballero
agitaba el terral,
y de la balsa entre los verdes musgos
acechaba el caimán,
y bajaban los peces á sus nidos
de concha y de coral.
Zumbaban los insectos en el bosque
en su continuo afán,
y en medio á los rumores, dominando
los tumbos de la mar.
Mas de improviso atravesando el viento
escuchóse fugaz
de las campanas de vecina aldea
tañido funeral.
Detúvose mi madre, y en silencio
la contemplé rezar,
y de llanto llenáronse sus ojos,
y se inmutó su faz.
— ¿Por qué lloras, mi madre?— la decía
con dulce ingenuidad;
y ella me contestó dándome un beso:
— Es preciso llorar,
que con lúgubre toque las campanas
anunciándome están
que un hombre, como todos, de esta vida
pasó á la eternidad.
— Y tú te has de morir? — la dije entonces,
— ¿tu amor me faltará?
y ella sin contestar, sólo lloraba,
y yo lloraba más.
Sobre su seno recliné mi rostro,
y ella con dulce afán
enjugando mis lágrimas, decía:
— «¡Vamos, ya está, ya está!»
Pocos años después, perdí á mi madre:
no ceso de llorar,
y en sueños la contemplo cada día;
del cielo viene ya.
Llega, se acerca hasta tocar mi frente
su rostro celestial,
y con acento tierno me repite:
— «¡Vamos, ya está, ya está!»
VicBNTE RiVA Palacio.
*
ABEN-JOT
ORIGEN DE LA JOTA ARAGONESA
I
Con robusta y potente voz y con acento lleno
de arrogancia y valentía, el Royo del arrabal,
allá en la ribera del Gallego y en el día 5 de
Marzo, dejó, hace ya muchos años, oír la si-
guiente copla:
• De noche fué acometida
Zaragoza la iumortal,
y tardó tanto en vencer
como tardó en despertar. >
Conocedor yo del heroico acto llevado á cabo
por los zaragozanos el día 5 de Marzo, y de la
derrota de Cabañero, que esta popular copla re-
cuerda, en vez de pensar en la letra, pensó en
la música que oía; y de pensamiento en pensa-
miento, ocurrióseme el de inquirir, de las perso-
nas que conmigo estaban, la procedencia y ori-
gen de la Jota.
A pesar de ser aragoneses cuantos me rodea-
ban, ninguno, sin embargo, pudo satisfacer mi
curiosidad; porque si bien todos eran instruí-
dos, y todos, sin casi, muy amantes do la.s
glorias de su país, como quiera que los cronistas
de Aragón, y entre ellos Zayas, Abarca, Dormer
y Zurita, que son los-que más extensamente han
tratado la historia aragonesa, nada dicen sobre
el particular, nada tampoco supieron decirme
mis amigos.
Uno de ellos, sin embargo, después de mucho
tiempo de haber visitado muchos archivos, des-
entrañado muchos códices y revuelto un sin fin
de polvorientos legajos, me remitió imas cuar-
tillas que decían:
n
En el último tercio del siglo xn, ó sea por
los años mil ciento sesenta y tantos, un árabe,
llamado Aben-Jot, compuso una canción, que
muy pronto fué, por todos y en todas partes, y
con insistente saciedad, cantada y repetida.
Valenciano su autor, las floridas y fértiles
orillas del Turia fueron los primeros sitios
donde resonaron las notas de la canción de
Aben-Jot, causa, para él, de males y trastornos,
toda vez que Muley-Tarek, Cadí que era por
aquel entonces de Valencia, proscribió la na-
ciente canción, imponiendo fuertes multas á los
que osaran cantarla y repetirla.
¿Por qué esta persecución y e.ste odio de
Muley-Tarek á la canción de Aben-Jot?
¿Perseguía el Cadí valenciano la niiisica de
aquél, hoy canto popular, ó fué más bien su pri-
mitiva letra la causa de esta persecución y de
la ira y rigores del Cadí?
Paróceme que debió ser lo segundo; pero de
todos modos, y bien fuera por causa de su letra,
bien por la música en sí, ello es que, si no mien-
ten las crónicas, Muley-Tarek, no solamente
prohibió la canción, sino que además impuso
fuertes multas á cuantos la cantaran, desterran-
do, por último, á su autor, el cual, proscrito y
perseguido con encono, tuvo que huir refugián-
dose en la antigua Bilbilis, ó sea en la patria
del gran satírico Marcial, llamada Kalat-Ayud
(Castillo de Ayud) por los árabes, y Calatayud
simplemente en nuestros días.
Si fuera mi ánimo escribir un cuento, si pre-
tendiera inventar peripecias, en vez de relatar
sucesos, tal vez presentaría el destierro de Aben-
Jot como efecto de una terrible conspiración
política en la cual su armoniosa canción repre-
sentaría el mismo papel que representó la de
Rouget de 1' Isle en la revolución francesa; pero
mi intención es únicamente consignar lo que la
tradición consigna, sin entrometerme en las
causas que tal hecho produjeron; consigno tan
solo que Aben-Jot se refugió en Calatayud, por-
que esto basta á mí intento.
En Calatayud, pues, en ese pueblo franco y
hospitalario cuyos hijos se han distinguido
siempre por su carácter, al par que sencillo y
bondadoso, altivo y siempre arrogante, fué donde
el proscrito músico valenciano lanzó de nuevo
al viento las notas de su canción, si bien, te-
miendo las primeras veces que ésta le acarreara
las mismas persecuciones que en su patria.
Afortunadamente para Aben-.Jot, no fué asi,
ni mucho menos, y lo que en Valencia le pro-
porcionó disgustos, le valió en Aragón plácemes
y congratulaciones.
Los aragoneses necesitaban sintetizar en un
canto su carácter viril y su especial modo de
ser, y como el de Aben-Jot revela fuerza y, vi-
gor, energía y entereza, le acogieron con entu-
siasmo y repetido de boca en boca y de pueblo
en pueblo llevado, el antiguo reino de Aragón
se connaturalizó en breve con él, adoptándole
por suyo, y como á suyo mirándole.
III
Hasta aquí la tradición que explica el origen
y consigna el nombre del autor de la Jota, la
cual, si en un principio no, por lo menos duran-
te muchos años, fué conocida con el nombre de
El canario.
Asi, por lo menos, aparece de los siguientes
renglones, tomados de la vida de Pedro Sabuto,
el cual, refiriéndose á los árabes, y haciendo la
descripción de una de sus principales fiestas,
dice:
«Tocaron después y entre otras cosas, El
canario, canción que entonces se usaba mucho,
y bailaron El gitano que comenzaba á estar en
boga, cuya canción y baile, de variedad en va-
riedad, y de nombre en nombre, han venido á
ser y á llamarse en nuestro tiempo la Jota y el
Fandango.»
La Jota aragonesa, pues como casi todas las
canciones populares de nuestra patria, tiene su
origen en los árabes, los cuales, en ella, prescin-
dieron de ese carácter triste y melancólico que
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
223
predomina en la generalidad de los cantos que
de ellos tenemos y conservamos.
La Jota aragonesa, más viril y alegre, más
arrogante y altiva que el resto de las canciones
populares que los árabes nos legaron, tiene algo
de la alegre arrogancia y de la bondadosa for-
taleza del buen pueblo aragonés, adorador de la
Virgen del Pilar (La Pilarica), y entusiasta de
su Jota.
Después de la guerra de la Independencia y
sobre todo, después de la heroica resistencia
que Zaragoza bajo la dirección de Palafox opu-
so á Soult, el mejor de los generales de Napo-
león I, la Jota, no solamente es un canto popu-
lar, sino un lábaro glorioso, pues con ella por
enseña lucharon y vencieron nuestros padres.
•La Virgen del Pilar dice
que no quiere ser francesa,
que quiere ser cupitana
de la gente aragonesa.»
cantaban los que con el tío Jorge, el del arra-
bal, al frente, hacían con los heridos muralla
para defender el Baluarte de. Santa Engracia;
mientras que los pueblos de la ribera del Ebro,
viendo al ejército ñ-ancés avanzar hacia Zara-
goza, corrían á defenderla cantando:
•Adiós, puente de TndeU,
por debajo pasa el Ebro,
por encima los franceses
que van al degolladero.»
y estas y otras coplas que los aragoneses canta-
ban, eran, si para ellos canto de esperanza y de
independencia, gritos de amenaza y de muerte
para los hijos de Francia.
La Jota aragonesa, pues, árabe por su autor
y valenciana por el pueblo de su nacimiento, es,
á pesar de esto, aragonesa, y esencialmente ara-
gonesa, como es, esencialmente español el des-
cubridor del Nuevo Mundo, por más que Cristó-
bal Colón naciera en suelo italiano.
Genova, en efecto, es la patria de Colón, pero
el descubridor del Nuevo Mundo nació en Pa-
los de Moguer, pues en Palos de Moguer y no
en Genova, fué de donde el atrevido navegante
partió para la vida de la inmortalidad y de la
historia.
La Jota, por iguales razones, es, no ya árabe,
ni valenciana, sino aragonesa de pura sangre,
puesto que al oiría, se oyen los cañonazos y re-^
vive brillante esa magnífica página de gloria
que inmortaliza el nombre de Palafox, recordan-
do el indomable valor de Zaragoza.
Mabiano Vallejo.
"*-
NUESTROS GRABADOS
HL BDZrtN
Dibujo de Schlittgen
Ks imposible dejar de sentir cierta curiosidad al ver á una
mujer joven, bonita, elegante y nada arisca, al parecer, echar
una carta al correo, y esto les pasó sin duda á esos dos chicos
que se están en nuestro grabado mirando á la deliciosa bel-
dad que en aquel momento se dispone á depositar en el
buzón una carta que indudablemente debe ser de amores.
¡Feliz su destinatario, parecen decirse los dos pollosl La joven
continuará su camino y ambos Tenorios creerán de rigor su-
plicarla les favorezca con alguna misiva á lo oual probable-
mente contestará la interpelada; *No es la miel para la boca
del asno.» Porque en cuanto á ser asnos los dos mirones no
tiene vuelta de hoja que lo son.
KL IBTE rCHICIO
Son escasísimos los ejemplaresque existen de antigüedades
fenicias: á la verdad no puede decirse que tuviesen alli arte
propio sino que imitaban el estilo decorativo del Egipto, la
Asirla, la Persia, y, en sus lililmos tiempos, de la Grecia.
Gente práctica, no se paraban en construir templos ni tum-
bas, sino fortificaciones y recintos murados, por tí estilo de
los muros llamados ciclópeo» de Tarragona. (Dios nos libre,
sin embargo, de añrmar que anduviese descaminado del todo
Joaquín Bartiina cuando atribula la fundación de éstos á
los supradichos fenicios).
Su escultura se empleaba en labrar colosales sarcófagos en
forma de tlguras humanas (véase el grabado) á los cuales
llama M. V^aía sarcáfagos antropoidet. En cuestión de cerá-
mica estaban adelantadísimos excediendo quizás en este
arte á los mismos helenos.
VHa belleza del SIGLO XTl
Aunque una mujer sea hermosa en si no cabe duda que
puede parecerlo más según el traje con que se reviste. Asi
tenemos que las damas del siglo xvi, cuando eran bellas, ase-
mejaban verdaderas divinidades, gracias al buen gusto y ri-
queza de las modas. iDichoso tiempo aquel en que cabla ser
original y no se vestía la gente plagiando la indumentaria
antigua como sucede boy!
LAS UDJEBES ALEUAHAS
DKSPOÉS DK LA BATALLA DE AQÜ* SEXTIA
Cuadro de W. Liiidenschmidt
Hay que reconocer la habilidad del pintor que ha sabido
concentrar poderosamente en un solo episodio todo el inte-
rés de la lucha, y estarle además agradecido por haber pinta-
do entre romanos y alemanes otra batalla que la demasiado
cantada, pintada, historiada y romanceada de la selva de
Teutberg.
QHKGOBIO EL OBANDE CASTIGANDO í UN FBAILE
Cuadro de Basilio Wereetchagine
Fué nombrado Papa el monje Hildebrando en 1073; era
hijo de un pobre carpintero y profesó en la abadía de Cluny.
Hombre de severlsimas costumbres, de grandes alientos y de
sin igual talento organizador procedió sin levantar mano á
la reforma de la Iglesia, tan necesitada de ello por el cáncer
de la simonía, y otros cánceres. Gregorio Vil demostró inque-
brantable energía en corregir los abusos del clero, y no me-
nos vigor para poner á raya á los reyes.
Siendo abad del monasterio de San Pablo, en Roma, en-
contróse con una comunidad depravadísima, pero tan rigu-
rosos fueron los castigos que impuso á los delincuentes —
como puede verse un ejemplo de ello en nuestro grabado,—
que aquellos lobos tornáronse corderos y pronto fué el mo-
nasterio dicho el modelo de aquellos que más se distinguían
por la disciplina eclesiástica.
Con todo, no puede estarle España muy agradecida al
gran Papa, pues á él se debió la prohibición de emplear el
rito mozárabe, que fué sustituido por el romsno.
BOKDaDIjS auieicakos
Quizás en ninguna nación del mundo se ha establecido
mayor intimidad entre el arte y la industria que en los Es-
tados-Unidos de Norte- América. Asi, por ejemplo, el arte del
bordado ha alcanzado allí una importancia de primer orden
por sus aplicaciones industriales, dedicándose infinidad de
señoras á la especialidad de aquel dibujo, con la particulari-
dad de ser en todo originales y tenar carácter propio sus
obras, de las cuales pneden verse algunas reproducciones en
nuestros grabados de hoy. No se diga en su vista que Amé-
rica es la patria tan solamente de las máquinas de coser, pues
de fijo que en ninguna paite se borda tan delicadamente
como alU, sin máquina.
ALBBBTO DUBERO EN VENKCIA
Obra de Beckcr
Se ha dicho con justicia que Alberto Durero (1471-1528) es
el Rafael del arte alemán, es decir, la más alta personifica-
ción del mismo. Hijo de Nuremberg y educado en un taller
de platero no solamente llegó á ser pintor y grabador, sino
también escultor, arquitecto y literato, como Miguel Ángel.
Amigo del católico Erasmo y del luterano Melanchton mos-
tróse ajeno alas contiendas religiosas y civiles de ^u época.
«Su genio,— dice Viardot, — parece resumir el carácter de su
país; es grave, lento y profundo, bueno, pero fuerte y algu-
nas veces terrible, más potente que gracioso, é impregnado
de un misticismo particular que compone los caprichos más
desarreglados de la Imaginación con los objetos de la más
exacta realidad.» «iGenio extraño!— dice á su vez el malo-
grado Charles Blauc,— con figuras detalladas hasta la prosa,
expresa ideas de una indecisión poética y á menudo es un
impenetrable misterio.»
Alberto Durero visjó mucho por Flandes é Italia, dete-
niéndose especialmente en Brujas para estudiar á los Van-
Eyck y á Hans Hemling y en Venecia para admirar al Gior-
gione y á Bellini, armonizando en sus obras las brillantes
delicadezas del naturalismo fiamencocon el estilo más noble
y más pensador del idealismo italiano.
Nuestro grabado reproduce una escena de la vida de Du-
rero durante su primer viaje á Venecia. Era entonces hom-
bre de unos treinta años, de rostro blanco y fresco, de ojos
azules muy rasgados, barba rubia, rizada cabellera y expre-
sión varonil.
La mayor parte de sus obras se admiran en Nuremberg,
Viena, Munich y Madrid, llevando todas su conocido mono-
grama de una D pequeña dentro de una A grande.
Parece que desde 1511 no pintó ya más cuadros, dedicán-
dose al grabado en cobre ó en boj ó al agua fuerte, sea que
sintiese mayor gusto hacia ello, sea porque esto le valiese
más y pudiese contentar asi la exigente avaricia de su arisca
esposa Inés Frey, que fué el tormento de bu vida y la abrevió
ciertamente.
Muerto Alberto Durero, el arte alemán decayó rápidamen-
te y se extinguió al poco tiempo, dividiéndose sus discípulos
en italianos y flamencos, pereciendo de todo punto abando-
nado el arte nacional, para no resucitar hasta principios de
este siglo con Owerbeck y Cornelius.
ÜH BÍBOE
Cuadro de Stanüand
Sirvan las bellas artes para ennoblecer no solamente las
heroicidades guerreras sino también las proezas de los pai-
sanos. ¿Y qué proeza más digna de ser ensalzada que la de
un bombero salvando del horrible martirio de las llamas a
un semejante? Mucho se merecen los hombres arrojados y
heroicos que se dedican á aquel cargo y nunca serán bastan-
te ensalzados por los servicios que prestan á costa de su vida
y expuestos á los más imponentes peligros. Día llegará en
que sólo se coní-Iderará héroe al que ejerza actos como el de
nuestro bombero ú otros semejantes, en consonancia con el
carácter de la próxima fase histórica en que la humanidad
habrá de ver abolido el militarismo al comenzar la era in-
dustrial.
EL VESTIDO DE LA ABUELITA
Grande interés despierta en la mujer cuanto se refiere á
trapos, y asi no es de extrañar la atención con que esas seño-
ritas examinan el magnifico traje de ceremonia que allá en
sus mocedades lució la buena de la abuelita. Paréceles sin
duda estrafalaria vestimenta aquélla, pero en cambio antó-
Jasele á la anciana que vallan mucho más las modas de su
tiempo que no las del presente. En todas partes se presenta
el conflicto entre la tradición y el modernismo.
EL PREMIO DE SIEMPRE
(con TIN o ACIÓN)
II
ESPERANZAS Y DOLORES
La acción avasalladora del tiempo no ha des-
pojado á Roma de su augusta grandeza. Emble-
ma soberbio de otras civilizaciones, á sus rui-
nas acuden cuantos gozan en la contemplación
del pasado. La historia encuentra en ella sus
mayores encantos, las artes su eterna inspira-
ción, las almas manantial inagotable de dulces
meditaciones, la poesía hermoso motivo de sus
cánticos, la religión emporio de sus grandezas,
y todos los pueblos de la tierra una porción
misteriosa de su espíritu y de su orgullo, cimen-
tado en aquella remota epopeya greco-romana
que inmortalizara la más admirable etapa del
progreso humano.
Mil locos ensueños de gloria cruzaron por la
mente de Andrés, apenas pisara el sagrado re-
cinto de la hija del Tiber. Arrancado de sus
apacibles montañas por la fuerza avasalladora
del destino, mezclado de repente á esa pléyade
de soñadores y artistas que pululan en Roma,
teniendo por amable Mentor á un hombre, si
viejo por los años, joven aún por el entusias-
mo, bien pronto se posesionó del mecanismo de
la pintura, de los elementos primordiales del
arte. A la par se desenvolvían en él un cora-
zón entusiasta, una inteligencia vivísima y un
conocimiento perfecto de las obras maestras de
la antigüedad, cuyas ocultas bellezas ponía de
relieve á sus asombrados ojos su maestro y
amigo.
Poco á poco iba engrandeciéndose la inteli-
gencia de Andrés. Roma es la tierra de promi-
sión para los artistas, la patria de los sueños;
sólo alli se confunde en extraña mescolanza lo
antiguo con lo moderno; un esbelto pórtico se
alza al lado de rústica cabana; se encuentran
sepulcros de nobles familias romanas, junto á
murallas destruidas, y no es raro hallar así mis-
mo, una estatua rota, recuerdo de lejanos tiem-
pos, inmediata á un edificio de construcción
moderna; por todas partes el arte; donde quiera
que se pose la investigadora mirada, vestigios
augustos de un pasado glorioso.
Pues bien; al contacto de tanta belleza, el
alma de nuestro adolescente se desenvolvía
como una hermosa flor al influjo de un rayo de
sol, y nada más puro que las primeras manifes-
taciones del espíritu, nada más bello que los
primeros impulsos de un corazón.
— Tienes condiciones para ser un gran artis-
ta,— decía Giocomo al joven, — pero, no desma-
yes en la lucha; precisan soberanos alientos
para vencer las contrariedades. Todos hemos
luchado; yo soy viejo ya, y lucho todavía.
•224
LA LLUSTflACION IBÉRICA
— Si yo llegara á vnestn» altura, creo que me
volvería loco de dicha. ¡Ser admirado por todos
055 el complemento de la ventura!
— Eso no lo lograrás nunca por completo,
porque hay muchos seres mezquinos, dedicados
A empequeñecer los triunfos de los demás. Para
mí, no ha llegado todavía la hora de que so me
haga justicia; luchando por imponerme han em-
BORDADOS AMERICANOS: LA LUNA ALADA (Dibujo de Dora Wheeleri
blanquecido mis cabellos, invadiendo repetidas
veces la amargura mi corazón. Sólo una cosa no
han podido arrebatarme, ni mis enemigos ni
mis desengaños, ni la edad misma: el entusias-
mo que alienta en mi alma con soberano impulso.
— Cuando contemplo las obras de los grandes
maestros, — contestaba Andrés, — me siento pe-
queño, desespero de llegar á ser algo, y la fie-
bre, hija de la impotencia, hace circular fuego
por mis venas.
— Espera, espera, — decía bondadosamente el
anciano;— la gran ciencia de la vida consiste en
saber esperar. Ya lo ves, yo soy viejo y espero
todavía. No lo olvides.
Después de estas conversaciones el joven co-
gía lleno de fe y entusiasmo los pinceles; el in-
terrumpido trabajo le parecía ligero y fáciles
de vencer todos los obstáculos.
¡Qué do horas felices mecidas por los más dul-
ces ensueños, vio transcurrir Andrés en el es-
tudio de su maestro, perfeccionándose en el
arte!
Pasaron sois años con la rapidez de un sueño.
La juventud no mide el tiempo; Andi'és se ocu-
paba poco del presente; su afán era conquistar-
se un nombre para el porvenir.
De vez en cuando recibía noticias de la
hermosa casita del monte Amaro; los ojos del
joven se humedecían de ternura al calor de les
recuerdos y se sentía con más alientos para tra-
bajar. Antiguas relaciones de familia abrieron
para Andrés las puertas de aristocráticos salo-
nes romanos, pero como para nuestro joven sólo'
e.xistía el arte, los frecuentaba muy de tarde en
tarde, con perfecta indiferencia. Ni el amor mis-
mo había llamado á su corazón, absorbido por
completo .en la contemplación de la belleza del
arte.
La constante lucha que con sus detractores
sostenía Giacomo, con admirable perseverancia,
fortalecía más y más á Andrés en sus propósi-
tos de llegar al logro de sus deseos.
Pero |ay! quebrantado un día el bondadoso
maestro por la edad y los disgustos, cayó peli-
grosamente enfermo, y conociendo que se aproxi-
maba su fin, llamó junto á su cama al joven.
—Andrés, — dijo sonriendo con dulce sereni-
dad,— me muero; no se gasta inútilmente en la
ruda lucha por la vida la fantasía, pero sí el
organismo. Siento dejarte, porque hubiera que-
rido asistir á.tus primeros triunfos, complacién-
dome en mi obra. Nada has hecho todavía para
conquistarte un nombre, pero lo alcanzarás,
porque vales; tuyo es mi estudio, y mi modesta
fortuna, reunida á costa de mil trabajos. No
desmayes: sigue con fe el camino emprendido, y
con el tiempo ilustrarás tu nombre, siendo una
gloria de nuestra hermosa Italia. Yo sucumbo
sin ver cumplido mi anhelo de dejar un nombre
quépase á la posteridad, pero confío que habrá
un cielo especial para los artistas, destinados á
sufrir en el mundo doble tormento que los demás
humanos; la sed del' infinito que nunca se satis-
face y la ingratitud que brota siempre ante sus
pasos.
Murió el amigo generoso que fué para Andrés
consejero, guía y casi padre. El dolor del joven
fué inmenso, terrible, al verse sin el cariñoso
apoyo de Giacomo. Negra nube de pei'sistente
melancolía invadió el espíritu de Andrés, quien
por espacio de un año luchó en vano con el re-
cuerdo constante de su bienhechor, y al fin, sin»
tiéndese enfermo, resolvió dejar por algún tiem-
po la ciudad Eterna, donde todo le recordaba la
muerte del más noble de los hombres.
• — Sí, sí, — murmuraba Andrés contemplando
un día desde el Capitolio, á la poética luz cre-
puscular, el panorama inmenso de Roma; —
quiero buscar nuevas emociones para mí espíri-
tu lejos de aquí, proporcionarme algún descanso
y distracción. Me trasladaré á Florencia, la ciu-
dad de la alegría y los amores, en vez de arras-
trar lánguida vida por la ciudad de los sepulcros.
Y Andrés, entregado á tristes meditaciones,
dejaba errar su mirada por los monumentos ro-
manos, deteniéndola en los sitios favoritos que
había visitado con su amigo, y lágrimas amar-
gas aumentaban por momentos su agobiadora
tristeza.
Por fin, el joven pintor abandonó la altiva hija
del Tiber, llevando en su pecho el recuerdo
tristísimo del perdido amigo y sus ensueños de
gloria, nunca desvanecidos, porque Andrés,
á pesar de sus desdichas, era el incorregible so-
fiador de siempre.
(Se continuará.)
JüSEKA Pujol de Coli-ado.
AtllllMSTRAClO.'l: C«fla, 365-367, Ruóa MíIímí, Editor. — imnün los derethos de propiedad irtíslieí y literaria. — Las redamicioDes en Madrid, al representante de esta Casa D. Mannel Plí y Valor, Apodaca, 10, 2.'
) INSÉRTESE ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL (
BsTAsMctMarro TipooiUnco os B. Basida.— Caixb db Vuxaiuiobl, múm. 17, bicsakchb db San Autohió.— Barcbloha.
SEMANARIO CIENTIFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
Año V
I ESPAÑA
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Uti semestre fi'50 »
Número suelto. . . . 0'25 »
PORTUGAL
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Cada niimero. . . . ñO reis.
Barcelona 9 de Abril de 1887
CUBA T PÜEBTO-RICO
ün año 5 pesos oro.
En el resto de América lijan el precio
los señores corresponsales.
EXTEANJERO
Un año ^ . 18 pesetas.
ITúm. 223
LA MADONA DE GUIDO RENf
LA ILÜSTltAClON lUElllCA
SUMARIO
TBXf*.— Jfodrtd. C»rta$ á ••< primux. por Fernanflor.— Xa
■MiM Ht Jai* ((onelo), por Ei'rique Franro.-Sobre el
a»lBO Btfar Flwmina Babilomit, por San Juan de la Ctui.
—Somel», por Luis de Góngors.— .4 la enu á ntetta$, por
Lope de Veta.— ^ la Virgtn (poestt), por Alfonso Álvaret
de VlUasandlno (siglo xt) — La rttignaeión ciútiaua, por
nádame Svrelcblne.— iVt'iMra lamcntacián de Jerevtiat,
con una tntrodu«ci6n del poeta; veislón de Mo»<h Jueu
Pinto Delgado.— Cana'óii d la Hedtneión h«wtona, por don
Joan de Jauregnl.— ¿«HUa gU>»a)utotl JJiKTtrt, por Fny
Luis de Escobar.- S<nuio, por Lope de Vega.— jl In colum-
na. Kttamcia» rtUffiotaf, por Cancionero de Ubeda. — ./4 San-
ta ¡loria UagdaioM (■>oesl*), por Bartolomé I e<'Uardo de
Argen'Ola -El Patwtode Sitília, por I ulii Viaidot.- Nues-
tros gralwdos — La rtiigiómde Crino, por Antonia Opisso.
Gai SIDOS.— La Madona de Guido Renl.-El Psímo de Sici-
lia—La adtrsción de la crus el Viernes Santo.- Cristo
ante el pueblo. —Cristo en el pilar.— >:i Padre Eterno scs-
irulendo a su divino Hijo moerto.- Je»ús lamentándose
sobre JernMÜén.— El camino del Calvario.'
MADRID
CA-UTA-S A. J>a.Z I»RI3VIA.
ESTOS días
UERIDA Carmen: — «No escribas la carta
correspondiente á la Semana Santa en el
mismo tono que acostumbras; burlándote
de las cosas sagradas como te burlas de las del
mundo. Modera siquiera un día tus malos ins-
tintos. > — Esto me dices en tu carta y tanto mo
ha ofendido la advertencia que para castigarte
voy á escribirte en serio. Después de todo tie-
nes razón; puesto que todos nos decimos cristia-
nos, lo menos que podemos hacer es parecerlo.
Empecemos, si gustas, por el Domingo de Ra-
mos, que es el primer día... Pero no, antes ha-
blemos de la semana misma. ¿A qué con tantas
recomendaciones cristianas ignoras los nombres
que la Iglesia la ha dado?Pues,se llama la Sema-
na Mayor y la Semana de las Vigilias; porque
los primeros cristianos pasaban la noche leyen-
do la Pasión; (y no como nosotros, leyendo los
partes facultativos de la salud de la Lolillo; 6
la relación de los apuros del Espartero por ha-
ber recibido á un juez de la misma manera que
suele recibir los toros). Y se denomina Semana
de los Trabajos, porque el Divino Señor los pasó
muy grandes desde que se hizo simple mortal.
Y Semana de las Indulgencias por lo indulgen-
te que el Maestro estuvo con todos los que le
desconocieron y ultrajaron. Y Semana de los
Ayunos; sin que necesite explicarte el significa-
do de este nombre.
Decía, pues, que el primer día es el Domingo
de Ramos; al que la Iglesia da solemnidad inu-
sitada. La tradición consigna que la entrada
gloriosa de Jesús en Jerusalén se realizó el do-
mingo anterior al viernes, día de su muerte.
Jesú.s pasó casi toda su vida en la pobreza y el
abatimiento. Pero al fin tuvo un día triunfal,
como lo suelen tener todos los revolucionarios;
y entró en la capital de la Judea con pompa y
estrépito de un rey; los judíos le recibieron con
ramos, vítores y entusiasmo. Después debían
crucificarle; así son todos los pueblos. Si me
permitieses mezclar lo vulgar con lo sublime, lo
religioso con lo político, te diría que el pueblo
no ha variado gran cosa desde entonces: después
de la Revolución de Setiembre entró D. Juan
Prim entre el delirio de las masas y sintetizó
estas aclamaciones, diciendo : — ¡ Con iguales
bríos gritarían si me llevasen al patlbulol — ¡El
pueblo tiene dos ídolos: Jesiís y Barrabás! Mas
en aquel día salió á recibir á Jesús con palmas
y ramos; y no parecía sino que los bosques se
habían puesto en movimiento para escoltar al
Mesías. «Este es nuestro Rey, este el verdade-
ro hijo de David. > Los niños piden bollos y per-
miso para no ir á la escuela y para jugar; las
mujeres se adoman con lo mejorcito y adornan
también los pórticos y las fachadas de sus casas;
los pobres tienden en el suelo sus mantos y sus
túnicas para entapizar las calles: y hasta los
hombres de orden pierden la chaveta y lanzan
el grito de: ¡Bien venido sea el que viene en
nombre del Señor! que era como si dijesen hoy:
¡Viva Ruiz Zorrilla!
El hijo de David, el Rey de Israel, viene
montado sobre un pollino, sin guardia, sin sé-
quito, sin escolta. Y por cierto que el hombre
debiera haber honrado más al animal que sirvió
á Dios de cabalgadura. Pero no ha sido asi: le
ha deshonrado con los empleos más ruines, con
los epítetos más groseros; le ha calumniado su-
poniéndole perversos instintos. El que á Dios
condujo lleva fardos al mercado; recibe palizas,
viste pobres y sucios arreos; y acaba su trabajo-
sa y útil vida en un muladar. En cambio el ca-
ballo, el animal que simboliza el Imperio que
condenó á Jesús; el animal feroz é inútil para
el bien, el animal de la guerra y de la vanidad,
obtiene confortable existencia, magníficos pese-
bres, premios de la cria caballar, de los clubs y
de las damas y suele morir entre aplausos, co-
mo viejo batallador, en la plaza de toros. La
Iglesia, sin perderse en estas elucubraciones,
solemniza la entrada de Jesús con la bendición
de las palmas y ramos que distribuye á los sa-
cerdotes y al pueblo... Aquéllos y éste formados
en procesión salen del templo; ciérranse las
puertas; ábrense de nuevo y volviendo á entrar
todos, úñense en alabanzas al Señor y á sus
maravillas y grandezas. Desde el siglo IV se ce-
lebra esta fiesta sin interrupción. La tierra está
materialmente cubierta del polvo en que se han
convertido tantas benditas palmas. Algo ha de-
caído la costumbre de comprar estos ramos y
ponerlos en los balcones: antes sólo se vendían
palmas largas, enteras, completas; pero desde
hace tiempo y por conciliar la religión y la eco-
nomía, se venden unos cogollitos rizados que
parecen el esprit de algún morrión; pero, en fin,
todavía entre las muestras de las liquidaciones
por cesación de comercio y las sociedades de se-
guros se destaca una palma curvada, dorada,
fina y elegante. La palma tenia la misión do
alejar los rayos de los edificios; Franklin, con
su prosaica invención, ha perjudicado mucho á
las palmas. En el palacio de nuestros reyes se
coloca en un balcón una magnífica, llena de ri-
zados y adornos; que parece hecha por algún
peluquero de fama: nada queda en ella de la na-
tural gallardía ni simplicidad del desierto; pa-
rece una imitación de esos paljllos llenos de
hojarasca que fabrican con su navaja los presi-
diarios.
Y para concluir con este díate diré quo Jesús
entró en Jerusalén montado en un pollino de
procedencia desconocida: «Habiéndose acercado
Jesús á la ciudad y al monte de las Olivas, en-
vió á dos de sus discípulos, diciéndoles: — Id al
castillo que está en frente de vosotros y encon-
traréis una pollina atada y con ella un pollino;
desatadlos y traédmelos, y si alguno os dijere
algo, decid que el Señor tiene necesidad de ellos
é inmediatamente os los dejará.» — Todo esto su-
cedió así. Entre los que presenciaron la entrada
de Jesús, debía estar el dueño de la borrica y
del buche; pero es lo cierto, prima, en honor
suyo, que no se sabe dijera nada. Este procedi-
miento de adquisición se ha plagiado alguna vez
por los hombres con igual éxito... El poeta Zo-
rrilla cuando se escapó de su casa, — él lo cuen-
ta en sus Memorias, — montó en una caballería
que pastaba suelta en el campo: llegó á Valla-
dolid, vendió la yegua y vino á la corto. Tam-
bién ha tenido Zorrilla su Domingo de Ramos:
y también ha leído un discurso á los doctores
en la Academia. ¡Coincidencias extrañas!
Hé aquí que ya so ha concluido el domingo y
que nos encontramos en lunes. Jesús no pasó la
noche en Jerusalén: volvió en el lunes y en el
camino de Cafarnaun tuvo hambre y habiendo
encontrado una higuera vio que no tenia fruto,
sino solo hojas. Jesús la maldijo. Esto, segiin
los comentaristas, significa que debe maldecirse
las almas hipócritas y secas, todas hojarasca
sin obra buena. Entró en Jerusalén, se presentó
en el templo y le encontró ocupado por los mer-
caderes. Por muy bondadoso que uno sea, suele
uno ver cosas que le sulfuran y esto pasó á
Jesús. Echó á rodar las mesas, los mostradores,
las arcas, las mercancías y el dinero y dijo pa-
labras inolvidables; que todavía repiten con
frecuencia los políticos, los periodistas y los
enemigos de los curas. Después curó muchos
enfermos y predijo la destrucción del mismo
templo en que hablaba. Estando en casa del le-
sucitado Lázaro, María Magdalena se llega al
Señor y con aceite de nardo puro le unge los
pies; enjugándoselos luego con los cabellos.
Judas, gran economista, calculó que aquel bál-
samo hubiese podido valer seiscientos reales y
opinó que mejor hubiese sido venderlo que de-
rramarlo en las plantas de Jesiis. Jesús aprobó
lo hecho y dijo á la Magdalena que guardase el
resto para ungirle en el sepulcro. Con ser tan
justo como era no pudo menos de ser sensible á
una mujer quo llegaba con perfumes, con cari-
ño y con llanto.
Salió y volvió el martes. La higuera se había
secado. El discípulo Pedro lo reparó. El miér-
coles, á presencia del pueblo, con todos sus
discípulos, explicó á los judíos la significación
del Bautismo. Habló misteriosamente de su fin
próximo y llenó el espLcio de sombríos augu-
rios. Llegó el Jueves Santo. De los más solem-
nes de la Iglesia; en él se celebra el gran Mis-
terio de Ja Eucaristía: del establecimiento del
sacerdocio de la ley de gracia y del lavatorio
de los pies á los discípulos. ¿A qué referirte las
costumbres actuales de nuestra Iglesia y de
nuestros reyes? Pedro y Juan fueron encarga-
dos de disponer la cena en que celebrar la Pas-
cua. Ya en aquel tiempo el pobre cordero, em-
blema de excelsas virtudes, era sacrificado al
apetito del hombre: Jesús se sentó con los doce
apóstoles á la mesa, que tenia figura de media
luna, como también lo tenía el banco en que se
recostaron todos. Jesús ocupó el lugar más alto,
el discípulo Pedro el inmediato, á su mano de-
recha; y después de éste seguían los dcmá.s por
orden de edad, de modo que Juan vino á estar
al lado de su maestro á la izquierda. En lo.s
banquetes de hoy las preferencias son otras; la
posición, el dinero, la caprichosa indicación del
huésped, todo menos la correlación de las eda-
des; orden exclusivamente divino. fcTomad,este
es mi cuerpo,- — dijo tomando el pan y pai-tién-
doloy ofreciéndoselo, — bebed, esta es mi san-
gre,— añadió brindándoles una copa de vino.»
La Iglesia consagra en este día el Okn de los
enfeimos, el Santo Chiisnin para la administra-
ción del Sacramento del Bautismo y el Oleo de
¡os catecúmenos, que sirve para la administra-
ción de los Sacramentos del Bautismo y del
Orden y para la unción sagrada de los sobera-
nos. No ignoras que esta consagración sólo
pueden verificarla los obispos. Ya, por la no-
che, canta la Iglesia los Maitines solemnes,
para recordar las exequias de Jesús.
Viernes, ¡día de luto, de llanto, de expiación,
de horror, en que la Naturaleza se conturba,
gime, so desquicia y parece sensible! ¡Viernes
Santo, el Mayor, ti de la Redención! No se cele-
bra misa. Ni en los primeros siglos se abrían,
en todo el día, las puertas de los templos. Se
celebra un oficio de profunda tristeza. Lóense
profecías de Oseas y de otros profetas, que to-
dos anuncian la muerte del Hijo de Dios. Se lee
el Evangelio de San Juan, el prendimiento en
el Huerto, cómo le condujeron á casa de Anas,
cómo fué juzgado por Pilatos, cómo el pueblo
pidió su muerte, cómo fué atado al pilar y es-
carnecido y azotado, cómo Pilatos no encon-
trando culpabilidad en él quoria soltarle, cómo
le dijeron: — ¡Si le sueltas no eres amigo do Cé-
sar!— cómf) Pilatos temeroso de perder el des-
tino entregó á Jesús para que le cnicificasen. Y
cómo le ciucificaron. Y cómo José de Arimathoa
obtuvo permiso de retirar el cuerpo de Jesús y
le puso en un sepulcro nuevo.
¡Vioi-nes Santo! ¿Quién no puede recordar
como el poeta, la Iglesia de su niñez, y que se
amedrentó y conmovió oyendo la voz del sacer-
dote, que relataba las angustias do la Madre de
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
227
Dios al pié de la cruz? ¿Quién no dice con Zo-
rrilla:
El templo era oscuro,
restados pilares
se velan, y altares
de negro crespón,
y en la alta ventana
meciéndose el viento
mentía un lamento
de lúgubre son;
la voz piadosa
tu historia contaba;
el pueblo escuchaba
con santo pavor;
ola yo atento
y el hombre decía:
ly quién pesarla
tamaño dolorl
El hijo pendiente
de cruz afrentosa,
la madre amorosa
llorándole al pié;
el llanto anudóme
oido y garganta;
con lástima tanta,
póstreme y lloré.
Sábado Santo. Concluye la Semana. Se ben-
dicen los cinco granos de incienso y se colocan
en el cirio pascual. Se enciende la vela dividida
en tres brazos que representa la Santísima
. Trinidad. Se encienden luego todas las lámpa-
ras; el mundo ha salido ya de las tinieblas. La
Iglesia deja las vestiduras de luto, se viste con
los ornamentos de gala, descúbrense los altares,
repican las campanas; la Iglesia, todos los cris-
tianos, el mundo todo debe alegrarse. Dios ha
subido al cielo y solo el hombre, ya purificado,
queda en la tierra.
En celebridad de tan fausto suceso la huma-
nidad deja el libro de oraciones y coge la no-
vela de última moda; se abren los salones de la
sociedad y se vuelve á pecar.
Yo te aconsejo que no te dejes arrastrar por
los malos ejemplos; que vivas, después de Se-
mana Santa, como si todas las semanas fuesen
tan santas como ella y que en vez de atenerte á
la rutina respetable que nos hace mejores en
siete días, nos edifiques con una vida ejemplar
é irreprociía Je. Te propongo que empieces por
dar calabazas á tu novio.
Si no encuentras aún bastante seria esta car-
ta te observaré que la palabra es lo de menos y
el espíritu lo más, y que el espíritu cristiano
dignifica las burlas y las palabras más santas
no pueden dignificar el escepticismo.
Vive, pues, alegre y cristianamente, que es
la mejor vida.
Así te lo desea, querida Carmen, tu primo
Fkun.^nkliiu.
-*-
LA MUERTE DE JESÚS
SONETO
Del Gólgota en la cumbre se levanta
leño afrentoso, en que morir espera
Jesús, el defensor de verdadera
causa sublime, bendecida y santa.
Ved al Dios-hombre, cuya faz encanta,
como al rigor que entre la turba impera
desvía .su mirada lastimera
de la vil chusma cual aspecto espanta.
Llore por El la humanidad doliente,
quién su cariño y religión estime
doble, al mirarle, con dolor la frente,
pues el que en rudas contorsiones gime,
es aquel Dios que ha de adorar la gente
y que, al morir, la humanidad redime!
Enrique Franco.
SOBRE EL SALMO
POR SAN JUAN DE LA CRUZ
Encima de las corrientes
que en Babilonia hallaba,
allí me senté llorando,
allí la tierra regaba,
acordándome de ti,
oh Sión, á quien amaba.
Era dulce tu memoria,
y con ella más lloraba.
Dejé los trajes de fiesta,
los de trabajo tomaba,
y colgué en los verdes sauces
la música que llevaba,
poniéndola en el deseo
de aquello que en ti esperaba.
Allí me hirió el amor,
y el corazón me sacaba,
dijele que me matase,
pues de tal suerte llagaba.
Yo me metía en su fuego
sabiendo que me abrasaba,
disculpando á la avecita
que en el fuego se acababa.
Estábame en mí muriendo,
■ y en tí sólo respiraba,
en mí por tí me moría,
y por ti resucitaba;
que la memoria de tí
daba vida y la quitaba.
Gozábanse los extraños
entre quien cautivo estaba.
Preguntábanme cantares
de lo que en Sión cantaba.
Canta de Sión un himno,
veamos como sonaba;
decid ¿cómo en tierra ajena,
donde por Sión lloraba,
cantaré yo el alegría
que en Sión se me quedaba?
echaríala en olvido
si en la ajena me gozaba.
Con mi paladar se junte
la lengua con que hablaba,
si de tí yo me olvidare
en la tierra do moraba.
Sión por los verdes ramos
que Babilonia me daba,
de mí se olvide mi diestra,
que es lo que en tí más amaba,
si de ti no me acordare
en lo que más me gozaba,
y si yo tuviere fiesta,
y sin tí la festejara.
¡Oh hija de Babilonia,
mísera y desventurada!
Bienaventurado era
aquel en quien confiaba,
que te ha de dar el castigo
que de tu mano llevaba.
Y juntará sus pequeños,
y á mí, porque en tí lloraba,
á la piedra, que era Cristo,
por el cual yo te dejaba.
SONETO
*■
Pender de un leño traspasado el pecho
y de espinas clavadas ambas sienes,
dar tus mortales penas en rehenes
de nuestra gloria, bien fué heroico hecho.
Pero más fué nacer en tanto estrecho,
donde para mostrar en nuestros bienes
adonde bajas y de donde vienes,
no quiere un portalillo tener techo.
|No fué esta más hazaña, oh gran Dios mío!
del tiempo por haber la helada ofensa
vencido en tierna edad con pecho fuerte.
(Que más fué sudar sangre que haber frío);
sino porque hay distancia más inmensa
de Dios á hombre que de hombre á muerte.
Luís DE GÓNGOR.\
A LA CRUZ A CUESTAS
POR LOPE DE VEGA
La leña del sacrificio
lleva en sus hombros Isaac, ■
aunque no ha de bajar ángel
á detener á Abrahan.
Que el puro manso Jesús,
que el Bautista en el Jordán
llamó Cordero de Dios,
se quiere sacrificar.
El que, entre Moisés y Elias,
vieron Pedro, Diego y Juan,
en las cumbres del Tabor,
lleno de luz celestial;
ese mismo á un monte triste,
no lejos de la ciudad,
porque piensen que es ladrón,
entre dos ladrones va.
Un madero al hombro lleva,
lugar que ha do pisar.
el sólo racimo fértil
de aquella vid virginal.
En su delicado cuello
lleva el principe de Paz
de dos pesadas columnas
su imperio y cetro real.
Al son de trompetas tristes
pregones injustos dan:
esta es la justicia dicen,
pero no dicen verdad.
Sí, esta es la envidia, dijeran
bien pudieran acertar;
mas siempre se vale el mundo
de las disculpas de Adán.
Dicen que al César hurtaba
la romana majestad,
por hacerse rey quien era
hijo de Dios natural.
Mucho le pesa la cruz,
los pecados mucho más;
con ellos ha dado en tierra,
que no los puede llevar.
Llevadlos, Jesús querido,
que si vos no los lleváis,
esclavos seremos todos
del tirano Leviatan.
Cayó Cristo, y por la frente
con el golpe desigual
se le entraron las espinas
lo que faltaban de entrar.
Cególe el polvo los ojos,
si el sol se puede cegar;
la boca llena de .sangre
se estampó en un pedernal.
Suspira el manso Cordero;
ayuda pidiendo está,
y á palos, golpes y coces
le vuelven á levantar.
Como tiraron la soga,
volviendo el cuerpo hacia atrás,
miró al cielo enternecido,
pero viole sin piedad.
¡Ay, virginales entrañas!
Los pasos apresurad,
y el angélico decoro
si le queréis consolar.
Para conocer su rostro
desfigurado y mortal
la imagen del Padre Eterno
con vuestras tocas limpiad.
Abrazadle, Virgen santa,
porque si vos lo abrazáis,
al regalo desos pechos
consuelo el suyo tendrá.
Mas el descomedimiento
desa gente desleal
atrepellará furioso
vuestra santa honestidad.
Mejor es, alma, que vos
con vuestra cruz le sigáis,
porque quien tras él la lleva
ese le viene á ayudar.
Que si de vuestros pecados
el peso á la cruz quitáis,
haréis que le pese monos,
y Cristo camine más.
EL PASMO DE SICILIA (Cuadro de Rafael, e:
exlsteute en el Museo Nacional )
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230
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
A LA VIRGEN
p«r alfonso alvarez dk villasaudino
(siglo xv)
Generosa, muy fennosa,
sin mansilla Virgen santa,
virtuosa, poderosa,
de quien Lucifer se espanta,
tanta
fué la tu grand homildat,
que toda la Trenidat
en ti se encierra, se canta.
Plasentero fué el primero
goso, Señora, que hoviste,
cuando el vero mensajero
te salvó, tú respondiste.
Troxiste
en tu seno virginal
al Padre celestial,
al cual sin dolor pariste.
¿Quién sabría nin diría
cuanta fué tu homildanza,
oh María, puerta é vía
de salud é de folganza?
Fianza
tengo en ti, muy dulce flor,
que, por ser tu servidor,
habré de Dios perdonanza.
Noble rosa, Fija é Esposa
de Dios, é su Madre dina,
amorosa es la tu prosa,
jíve, stella matutina.
Encuna
tus orejas de dulzor,
oyendo á mi, pecador,
ayudándome, festina.
Quien te apela, Maristela,
flor del ángel saludada,
sin cáptela non recela
la tenebrosa morada.
Criada
fuste limpia, sin error,
porqu'el alto Emperador
te nos dio por abogada.
Que parrias al Mexias
dixeron gentes discretas.
Jeremías é Isaías,
Daniel é otros profetas.
Poetas
te loan é loarán,
é los santos cantarán
por ti en gloria chanzonetas.
¡O beata immacttlati,
sin error desde abenitio,
bien barata quien te cata,
mansamente sin bolliciol
Servicio
fase á Dios nuestro Señor
quien te sirve por amor,
non dando á sus carnes vicio.
LA RESIGNACIÓN CRISTIANA
POR MADAME SWETCHINE
La resignación es una de las virtudes de que
ha dotado al mundo el cristianismo: no es que,
desde el comenzar, el alma humana no la haya
contenido en si misma, con todos los principios
del mal y del bien, sino que iónicamente á la
luz de la revelación se ha manifestado mar-
cada con ese carácter de libertad, de amor, de
suavidad y de fuerza con que los santos, que
son los sabios del cristianismo, nos la muestran
revestida.
El hombre ha sufrido siempre, ha visto siem-
pre su voluntad contrariada y siempre con
fuerzas más 6 menos desiguales lucha con el
deslino. Con todo, aunque necesariamente ven-
cido en muchas circunstancias, en cuanto á la
acción exterior que le es menester soportar, el
hombre queda dueño en el fondo de su corazón
de las condiciones de su derrota, y, por la ley
de la libertad moral bajo la cual vive interior-
mente, está cierto de poder escapai- á toda vo-
luntad que no sea la suya. Doblarse ó desafiar,
resistir ó someterse, adorar 6 negar son otras
tantas sendas que permanecen abiertas ante él.
Lo que decide de su elección es únicamente la
idea que se forma del poder que le domina, se-
gún le suponga inteligente 6 ciego, amigo ó
enemigo, implacable ó impasible. Un senti-
miento instintivo nos advierte que la simple
fuerza no tiene nada de moral y que sólo ima
ley espiritual tiene el derecho de mandarnos,
por lo cual la voluntad, en nosotros, sigue las
modificaciones que sufren las creencias y las
opiniones y reacciona al mismo tiempo sobre
las impresiones que alcanza, para combatirlas
en su doble y tan fuerte raíz de la naturaleza y
del hábito.
El primer sistema religioso que se presenta
á nuestro pensamiento es el de esa Grecia tan
ingeniosa en sus ficciones y cuya mitología nos
han hecho familiar nuestros primeros estudios.
Examinando la influencia que este sistema
ejercía sobre la voluntad humana, nos encon-
tramos sorprendidos primeramente ívnte esa dei-
dad sombría que cerniéndose como soberana
sobre las pasiones personificadas de que está
poblado el Olimpo no se revelaba sino por fa-
llos arbitrarios é irrevocables. El Dios verda-
dero amo de los dioses, amo de aquel que usur-
paba el nombre del Dios supremo, se llamaba
el Destino, el Destino con su ceguera profunda
y con el cinismo de sus decretos caprichosos y
tiránicos. Júpiter, formador y ordenador de un
mundo que no había creado y que no realizaba
ningún plan que fuese comprensible, no se pre-
sentaba á los hombres ni como legislador ni
como juez. Con mano indiferente había impreso
el movimiento á los elementos sacados del caos,
sin que el mal, cuya naturaleza y origen se
convertían en problemas sin solución, hubiese
incurrido . en su animadversión. La acción de
Júpiter sobre los acontecimientos del mundo no
era más libre que moral había sido su pensa-
miento al formarlo; su voluntad obedecía, ella
también, á los decretos sin apelación emana-
dos de un poder cuya esencia era profunda-
mente desconocida; la fuerza ciega hallábase
por todo, y en ninguna parte la autoridad que
desciende de Dios á los hombres por el mando
explícito y directo.
Bajo la ley de un politeísmo brillante, que
no había olvidado más que el respeto á los dio-
ses y la piedad para la naturaleza humana,
vióse al pueblo más adelantado y más inteli-
gente de la tierra en el que la necesidad del dere-
cho y de la justicia habría debido recibir un
estimulante nuevo de su propio desenvolvi-
miento, persistir, sin embargo, en un sistema
que desterraba de los cielos la sabiduría y hasta
la libertad. Y cuando tales dioses, en perpetua
contradicción con la conciencia del género hu-
mano, inclinábanse ante el falum y sus tinieblas
que sumían en desesperación á la razón, la vo-
luntad humana no podía encontrar por sobre de
ella, ni regla, ni luz, ni apoyo; veíase desde en-
tonces forzosamente entregada á la alternativa
de una lucha insensata ó de un desaliento amar-
go y abyecto. Así, en las pinturas que nos ha
dejado la antigüedad del hombre en lucha con
el infortunio, no vemos sino, salvo algunas ilus-
tres excepciones, la rigidez del orgullo ó la
embriaguez que nace de los placeres de los sen-
tidos: Ayax 6 Epícuro, hé ahí los dos términos
á que debía casi inevitablemente conducir el
dolor, sea que llevase á aturdirse ó á desafiarlo
todo.
Habiéndose debilitado las creencias religiosas
en los griegos, vinieron á resolverse en siste-
mas de filosofía. El del Pórtico exaltó más que
otro alguno el poder de la voluntad, esforzán-
dose en mostrarla triunfante hasta en sus inú-
tiles resistencias á los decretos de la suerte;
Í)retensión vana que no tuvo otro resultado que
as apariencias de una impasibilidad quimérica
y una mentirosa negación del dolor.
El fatalismo mahometano, corrupción de prin-
cipios verdaderos, como el islamismo entero, ex-
travió la resignación por falsos caminos. El
mundo, á los ojos de los sectarios de Mahoma,
no era, como á los ojos de los paganos, condu-
cido por una divinidad ciega; pero reconociendo
una causa primera, libre é inteligente, un Dios
espíritu y por quien todo ha sido hecho, detenían
irrevocablemente todos los acontecimientos en
su seno, de suerte que por una parte, encade-
nándose á sí mismo, perdía Dios hasta el dere-
cho de dejarse conmover, y de otra despojaba
al hombre de toda libertad moral.
En este punto de vista. Dios no borra para
escribir, sino que es la palabra de Pilatos la
que tiene fuerza constante y universal: Lo que
está esa-ito, está escrito.
Instrumento dócil en manos de un jefe ar-
diente y hábil, el islamismo se apoderó del ins-
tinto perezoso del Oriente para dar á la sumi-
sión ciega toda la actividad que se retiraba del
espíritu y del corazón, y dirigió esta sumisión
hacia el fanatismo guerrero. La creencia en up
decreto que fijaba por adelantado el porvenir
desconocido, hacia inútil toda prudencia, arma-
ba á los musulmanes de un invencible valor,
excitado todavía por el dogma de la salvación
que obtenían todos aquellos á quienes la muer-
te sorprendía con las armas en la mano.
Esta creencia, y todas las indulgencias ofre-
cidas á la sensualidad, motivaron en gran par-
te el éxito de este islamismo que estuvo á punto
de recibir por corona la conquista material del
mundo; pero donde quiera que el fanatismo
guerrero no tuvo que proteger el fanatismo re-
ligioso, el mahometismo dio sus frutos; extin-
guió la actividad moral en el doble sueño de la
pereza y de la voluptuosidad, y partiendo de la
imprevisión para llegar á la incuria, sumió las
almas en un sopor letárgico.
El quietismo indiano, otra forma igualmente
desnaturalizada de la resignación, toma su ori-
gen en un error sutil y fundamental, en un
panteísmo que confunde todas las sustancias é
invierte todas las relaciones. El alma humana
no es considerada en él como creación del Al-
tísimo sino como una porción de Él mismo, de
la misma manera que la chispa es una parte del
fuego de donde se desprende. Concíbese que en
tal hipótesis, se convierta muy legítimamente
en fin de sí mismo, y que vm estado de satisfac-
ción imbécil, de inmovilidad^ externa é interna
sea una de las consecuencias de su absorción en
la unidad divina.
Todo error, cuando pasa de la especulación á
la vida real, hácese peligroso para la moral, y
en este sentido el resultado lógico de este dog-
ma indiano de la absorción es separar la acción,
hacer desaparecer la noción del deber, atacar la
energía humana en el doble objeto que debe
proponerse, el amor al prójimo y el desinterés
de sí mismo. En lugar do marchar á la luz de
los preceptos vivificantes,- — la resignación con-
duciendo al hindo á la indolencia, — parece se-
guir la sombra y la declividad de las inclina-
ciones naturales; anula la inteligencia, saca toda
su fuerza de la imaginación, de vagas especu-
laciones qiie no tienen más aplicación sino la
inútil práctica de las más extrañas puerilida-
des. Aún tratándose de los gimnosofistas de la
India repugna reproducir las acusaciones vul-
gares de hipocresía y de mentira, pero, prescin-
diendo de ellas, como exigen el buen sentido y
la experiencia, esas sorprendentes aberraciones
nos demuestran aún hasta qué punto unos prin-
cipios aisladamente verdaderos, intenciones rec-
tas y una incontestable fuerza de inercia de-
fienden mal, así que se está fuera de la verdad,
contra las conclusiones más insensatas.
Si, pues, una sumisión de respeto y de amor
no puede dirigirse á una causa ciega, si negar
el sufrimiento es otra cosa que enseñarnos á so-
portarlo, si es igualmente verdadero que esta
sumisión, en las condiciones que hacen de ella
una virtud, nn procede ni de un i'atalismo que
estereotipa á Dios y al mundo, ni de un quie-
tismo que vaporiza todas las verdades de que
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
231
se apodera, ¿no estamos obligados á concluir
que la resignación, tal como poseemos la noción
de la misma, depende de las verdades reve-
ladas?
Sin Dios y el hombre, conocidos como son á
la doble luz de la historia y del dogma, hubiera
faltado siempre el carácter moral de la autori-
dad al poder que dispone de nuestro destino y
jamás el temor servil hubiera dejado su puesto
al respeto filial. El solo hecho de la Redención,
en su doble carácter de potencia y de caridad,
nos inicia más adentro en la justicia, en la con-
veniencia, en el mérito, en el buen sentido de
la sumisión perfecta, que todas las inducciones
humanas, todos los cálculos de la
prudencia, las demostraciones abs-
tractas y los vagos puntos de vista
de una huera teosofía.
Un dios vago, impersonal, cual-
quiera, que quiere permanecer des-
conocido en su reino más allá de
los soles, no podría ejercer ningún
derecho sobre el hombre abando-
nado á sí mismo é ignorante á la
vez de sus grandezas y de su nada.
Para crear en nosotros esta sumi-
sión firme, tierna y paciente, es
menester que el ruego dirigido á
Dios por un gran santo: Noverim
te, noverim me (¡Conoceros! ¡Cono-
cerme!), haya sido elevado en el
fondo de nosotros mismos; es me-
nester que ese Dios, tan desfigura-
do por la ignorancia y la mala fe,
sea verdaderamente á los ojos del
hombre, el Dios vivo, el Dios crea-
dor que nos sacó de la nada, lo mis-
mo que todas las cosas, y después
de la caída dignóse reparar su obra;
es menester que remontando las
edades, el hombre haya visto des-
envolverse el magnífico cuadro de
las más sorprendentes misericor-
dias, y no faltar Dios jamás á los
suyos, aun cuando parece abando-
narlos; es menester sobre todo que
una fe viva le muestre en los cielos
ol Dios que nos ha hablado, el buen
Dios, el Dios hijo del hombre, ese
Emmanuel del altar que ha venido
á enseñárnoslo todo, que ha venido
á vivir, morir, morar entre nos-
otros!
En defecto de estos auxilios divi-
nos, puédese , sin duda , fiar el
honor en el valor y oponer una
frente serena á los golpes de la
suerte, pero no es á una firmeza de
aparato, á una buena cara exterior,
á actos aislados, á lo que se limita
la resignación cristiana que debe
penetrar todos los sentimientos an-
tes de traducirlos por de fuera. Es-
ta resignación es mejor la libre ex-
presión de una voluntad regenera-
da y victoriosa que un esfuerzo de
virtud; es mejor una situación del
alma que una adhesión calculada
y medida sobre la prueba del momento. Nunca
se podrá repetirlo bastante: la permanencia de
tales efectos supone esencialmente, y ante todo,
una fe viva, ilustrada, activa, tal como sola-
mente podrá formarla el cristianismo, porque él
solo, en su admirable repartición de luz y de
sombra, muéstrase igualmente armado de jus-
ticia y de misericordia y maravillosamente
atento á todo lo que pasa en la tierra. A la sabi-
duría que todo lo ha prevenido y todo lo ha pre-
parado pertenecía el atraer á sí, dejándolas li-
bres, todas nuestras voluntades, y si nuestro
Dios no se hubiera llamado para nosotros la
Providencia, jamás nuestro corazón hubiera
concebido la verdadera y viviente resignación.
No hay sistema religioso que haya proclama-
do más altamente que el cristianismo la liber-
tad del hombro. Encerrada en esta palabra
misma del Omnipotente: Hagamos el Jiomhre á
nuestra imagen, es igualmente atestiguada por
el más antiguo de los hechos humanos á que
podamos remontarnos, el pecado original, que
no es ¡ay! más que un inmenso y criminal acto
de libertad.
Si el hombre no tuviese una personalidad
distinta, una vida propia, la inteligencia para
conocer, la facultad de elegir, si uo tuviese una
esfera de acción y en la conciencia un inexpug-
nable asilo, ¿dónde estaría su semejanza con
Dios?
Si el hombre no fuese libre, ¿cómo habría po-
dido ser culpable? ¿cómo \ hubiera quebrantado
los designios de Dios y consumado su propia
JESÚS ANTE EL PUEBLO (Estatua por Mark Antokolíkj)
desgracia? Sin libertad, nada de responsabili-
dad; sin responsabilidad, ningún acto estaría
marcado con el sello de moralidad, y, por con-
siguiente, toda justicia en la aplicación de la
recompensa y del castigo se haría imposible.
Por esto solo de ser la libertad el carácter de
su naturaleza, distingüese el hombre del resto
de la creación y está investido de una vida es-
pecial y personal que le hace, con la gracia,
dueño y artesano de su propio destino. Por el
libre albedrío, el hombre, colocado entre el bien
y el mal, puede ser culpable ó meritorio; porque
la voluntad humana puede protestar, resistir,
sufriendo la ley que interiormente rechaza, es
por lo que su adhesión tiene un sentido, un
consentimiento, un valor y por lo que su elec-
ción, sea cual fuere, pesa en la balanza.
Pero esta libertad, que en Dios es absoluta,
no ha sido para el hombre sino magníficamente
concedida; el primer atributo de su realeza so-
bre el mundo no puede ser más que una prime-
ra servidumbre respecto á aquel de quien la
tiene. Dios ha colocado al hombre en la cima
de la creación para que él concentrase sus
rayos y su homenaje recibiese por ello más
unidad y valor. Ha creado al hombre libre para
elevar su dependencia y hacerle un mérito de
confesarla. Por grande que sea el hombre, todo
lo ha recibido y. de cada uno de sus privilegios
nace siempre su deber.
Al sentimiento de esta libertad común á to-
dos los hombres añade el cristianismo el cono-
cimiento del uso que hace de ella; mide con los
ojos el abismo abierto por la caída y ve toda la
imposibilidad de llenarlo sin la gracia.
De estos dos términos, fundamentos primiti-
vos de una misma historia, el hombre creado
libre y el hombre caído, base revelada que nos
descubre todo el pensamiento de Dios y toda
nuestra debilidad, nacen inmediatamente dos
virtudes que pertenecen propiamente al cristia-
nismo: la humildad, de la cual el mundo an-
tiguo no había oído hablar jamás, y la sumisión,
irreconocible bajo los disfraces del error.
Siendo el orgullo la causa de la caída del
hombre, ¿no corresponde acaso á la humildad el
levantarlo? Existe una correlación, secreta y
poderosa, entre la libertad que ha comprome-
tido todos sus derechos y la resignación que,
confiándose á los medios reparadores, hace re-
montar al hombre al rango de donde jamás ha-
bría debido descender. Toda la moral cristiana
es la expresión lógica de la situación en que la
libertad y la caída han colocado al hombre. Esta
moral es como una vasta red que lo abraza todo
por entero; todas sus partes son idénticas, á pe-
sar de sus proporciones diversas; cada una pre-
senta la misma marca, hasta en las deducciones
lejanas en las que cuesta algún trabajo encon-
trar la sustancia del precepto bajo la forma eté-
rea y sublime del consejo.
Con todo, entre estas deducciones las hay que
surgen más inmediatamente de las entrañas
mismas del dogma cristiano y que son como sus
primogénitas; la humildad y la resignación re-
claman los honores de esta primogenitura. Esas
dos virtudes, en efecto, no ponen solamente en
plena luz el carácter más saliente de la moral
cristiana, sino que inician en todo lo que su
esencia tiene de más íntimo y de más profundo,
y son aún los medios eficaces por los cuales las
más explícitas y elevadas enseñanzas alcanzan
una realización completa. Así, mientras que la
humildad se hacía la primera virtud del hombre,
á causa del orgullo que había sido el principio
do su caída, la resignación se encadenaba vo-
luntariamente para expiar las demasías de la
libertad.
La redención, obra de adorable é infinita mi-
sericordia, cuya potencia se ha concentrado por
entero en los postramientos de la obediencia,
nos muestra inmediatamente por debajo de las
tres virtudes teologales la humildad y la resig-
nación. Humillarse y sufrir: hé ahí el real ca-
mino en el cual Nuestro Señor nos precede; hu-
millarse y sufrir, es, con la gracia, toda la
alegría de la inocencia y toda la confianza del
hombre pecador; es todo el perfume de las hu-
mildes flores que crecen al mismo pié de la
cruz.
Nacida á las primeras claridades del mundo
y apoyada en las verdades que nos han trasmi-
tido la Escritura y la Tradición, la resignación,
tal como la concibe el pensamiento cristiano,
no puede tener nada de común con las vías tra-
zadas por la sabiduría del paganismo. ¿Cómo,
en su sentido íntimo, razonable y sincero no
hubiera el cristianismo juzgado al estoicismo
falso y contradictorio? ¿Cómo no hubiese juz-
gado la negación del dolor particularmente ab-
surda en un sistema que no se-deja atacar por
él, puesta que no le opone ninguna esperanza?
Él cristianismo, obra de Aquel que ha hecho
la natuialeza, no trastorna de tal manera sus
leyes, ni aun mediante la introducción del ele-
mento sobrenatural; no pretende suprimir el
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234
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
dolor, sino que lo parifica, lo alivia santificán-
dolo, lo justifica á nuestros ojos mostrándonos
su relación profunda con nuestras verdaderas
necesidades, y él solo sabe endulzarlo hacién-
donos entrever la felicidad que puede merecer-
nos un día. No e< la verdad, ¡ay! la que negará
jamás el dolor, ella, que ha venido á sondear
sus profundidades, á mostrar sus designios, ella
que tan bien sabe igualmente toda la dignidad
á que eleva al alma humana y todo lo que en
ella debe fecundar. En lugar de negarlo pueril-
mente, despójalo de todo lo que lo extravia ó
lo corrompe, lo transforma por el secreto de una
alquimia divina. Transformar pertenece al hom-
bre que obra en nombre de Dios; no crear 6
aniquilar.
En el sistema del encadenamiento fatal de
todas las causas y de todos los efectos, el cris-
tiano ve un cul{»able atentado cometido contra
la potencia y la libertad del soberano Ser. La
informe noción de un Dios creador, y, sin em-
bargo, alísente de su obra; no sé qué decreto
una sola vez pronunciado que produce para
siempre más sus consecuencias inflexibles, de-
ben dejar al hombre lleno de terror ó de estu-
pidez, y alejar de él con la esperanza hasta la
fe en la piedad celeste. '
Descendido al dominio de la acción, el dogma
de la fatalidad no ejerce estragos menos funes-
tos quitando á la actividad humana todo ver-
dadero estimulo. Y, en efecto, ¿para qué obrar,
para qué combatir la inercia, la pereza 3' la li-
gereza si nuestros esfuerzos son vanos, si en
nosotros y fuera de nosotros nada es modifica-
ble, si Dios no espera nada de nosotros, si no
es verdad que siendo como somos agentes libres
y reflexivos, al damos Dios su ley nos haya re-
velado su pensamiento y se haya dignado to-
mamos por cooperadores; si no es verdad, en
fin, que en esta inmensa escena del presente
que proyecta su sombra sobre la eternidad ten-
gamos que continuar la obra de Dios, que hace
valer nuestro talenjo y al fin de cada día mere-
cer un salario?
Los hipócritas esfuerzos para asimilar la re-
signación cristiana al fatalismo musulmán no
lograrán jamás, por más que se haga, confundir
disposiciones separadas entre sí por los más ca-
racterísticos síntomas. El turco toma la víspera
por el día siguiente; en él la inerte sumisión
precede á la acción en lu^r de seguirla, y
cuando no la separa de 3¡, la debilita; esta vo-
luntad, en su imbécil adolescencia, temería pa-
sar á la virilidad. Fuera de la verdad, la volun-
tad es una fuerza sospechosa; se la encadena 6
se la embratece á falta de poder gobernarla. El
cristiano es menos tímido; la resignación acti-
va, inteligente hasta el cabo, no es para él más
(jue el término de su actividad misma, la última
razón de todos los esfuerzos intentados y ago-
tados. Solamente después de haber desplegado
todos sus recursos, puesto en juego todas sus
fuerzas, entra el cristiano en el reposo de la su-
misión perfecta, vencedor, sea cual fuere el re-
sultado de la lucha, porque la victoria, para la
conciencia, no es más que el cumplimiento de
su deber y el acabamiento de su tarea toda en-
tera.
No sería más justo querer reconocer algo de
la resigaacióu cristiana en las falsas semejanzas
del quietismo indiano.
A jHísar de todo lo que el cristianismo lleva
en sí de abandono tierno á la voluntad divina,
de propensión á unirse á ella y de felicidad al
entregarse á la misma, los sentimientos que
hace germinar no tienen nada de común con la
ab.-<orci6n de toda personalidad y la orgullosa
j)rf't''iisión 4" una identidad blasfematoria. El
cristianismo perfecciona la virtud humana por
la acción de su principio divino; hace sierva la
materia y combate sus usurpaciones, y, sin em-
bargo, la hace participar en todas las santifica-
ciones del alma- 8u respecto por las realidades
le pone en guardia contra los sueños pueriles,
contia las quimeras piadosamente engendradas
por la imaginación, contra las ilusiones, por
santo que pueda parecer su origen, por inocen-
tes que sean sus efectos. Siempre recubre con
símbolos sensibles los pensamientos más sutiles,
siempre para renovar nuestras fuerzas, nuevos
Anteos, nos hace tocar la sustancia del deber.
Hemos dicho lo que la resignación cristiana
no era: tratemos al presente de decir alguna
cosa de lo que e.s.
Las definiciones de la fe no son las únicas á las
cuales la Iglesia aplica su dictadura soberana;
extiéndese ésta igualmente sobre la moral y el
dogma las contiene á una y otra, no pudiendo
venir la afirmación más que de él. La Iglesia,
es, pues, á la vez la ortodoxia en hecho de
creencias y la infalible rectitud en hecho de no-
ciones morales. El símbolo traducido y pasado
al dominio de la acción da á los preceptos
SH valor y su sentido; él es también quien pre-
serva todas las verdades que nos hace conocer,
de la interpretación estrecha, de la extensión
injusta, de toda desviación, de todo cambio de
lugar en cuya virtud podría ser alterado el or-
den de las importancias. Dios, que no excluye
nada porque lo abraza todo, lleva de frente to-
das las simultaneidades; ha hecho el lugar de
todas las cosas, en la naturaleza, en la dualidad
del hombre y también en este mundo espiritual
en el cual todas las virtudes, como todas las
verdades, se concilian entre sí. La Religión nos
las presenta como hermanas que tienen igual
derecho á la herencia paterna y que están des-
tinadas á sostenerse siempre, á no perjudicarse
jamás, no pudiendo ninguna de ellas extender-
se legítimamente en perjuicio de las otras, es-
tando puesta la integridad de cada una bajo la
salvaguardia de todas.
A través, pues, de los escollos del brutal fa-
talismo, del quietismo indolente, es por donde
la resignación cristiana traza su camino para
no favorecer ningún exceso y preservar á la
virtud misma de todo entremetimiento, como de
toda irregularidad. Bastante bella para no que-
rer más que la belleza que le es propia, bastan-
te poderosa para encerrarse en sus límites, bas-
tante humilde y bastante elevada á la vez para
tratar directamente con Dios, libre, viviente,
fuerte, generosa, tranquila, serena y digna ante
todo, la resignación reviste sucesivamente to-
dos estos caracteres ó los presenta confundidos
en un reflejo sublime.
Sí; es digna y altiva esta resignación que do-
bla la cabeza é hinca la rodilla; no se podría
privarla del alto rango que asegura á la volun-
tad la obediencia voluntaria. < ¡Que el Señor te
mande! » este grito del arcángel Miguel es, se-
gún la palabra de un elocuente escritor, el más
noble deseo que una criatura puede formar en
favor de otra criatura. ¡Que Dios te mande! y
la suavidad y la fuerza acompañarán su mando
y el yugo del Señor te librará de todo otro.
¡Sí; la resignación es libre; porque no hay
acto más soberano que aquel por el cual resigna
uno su libertad!
La resignación es viviente y gloriosa; vi-
viente, porque hay más vida en la muerte de
aquel que, según la palabra del Evangelio, se
muere á sí mismo que en la maj'or parte de
aquellos, sombras ó cadáveres, que el combate,
la abnegación y el sacrificio no han ennoblecido
nunca; gloriosa, porque el cristianismo so re-
signa comoAbraliam obedece. Todo' lo lia apren-
dido de la palabra revelada; reconócela aún,
hablada ó traducida, igualmente inteligible, en
los acontecimientos que Dios, sin rechazar el
concurso de nuestra impotencia, escoge para
la manifestación de su voluntad. Harta cla-
ridad ilumina el hilo conductor que el fiel tiene
entre sus manos para que se inquiete de las os-
curidades donde el deber Je arrastra, y como no
es de las probabilidades de éxito de lo q\M
pide cuenta sino de la rectitud de cada uno de
sus pasos, por do quiera la acción está obligada
á detenerse, viene la sumisión á ocupar su
puesto.
Finalmente, la resignación es tranquila y se-
rena, con e.sta serenidad visible cuya llama es
interior y que es la alegría de la virtud. La re-
signación vive de respeto y de confianza, pero
tiene tambii'ni una vi.sta de comprensión y de
amor que hace más penetrables á sus ojos las
astucias adorables de que se vale la misericor-
dia divina para con los hombres para conducir-
los á sus fines.
Así, la noche de nuestro destierro puede tener
sombras, pero no tiene tinieblas. Mientras que la
acción está en marcha y su término en suspen-
so, la fuerza y la actividad moral adquieren todo
su desenvolvimiento; pero así que la lucha ha
cesado, así que el carácter de irrevocabilidad
ha venido á proclamar la sanción ó permiso di-
vinos, el cristiano seinclina ante ellos y vinién-
dose su voluntad á la voluntad suprema, entra,
según la magnifica expresión de Bossuet, en las
potencias de Dios.
PRIMERA LAMENTACIÓN
IDE TEPIEIVIII^^S
CON UNA INTRODUCCIÓN DEL POETA
VÍKSIÓS DI M08ÍH JUAN PINTO DSI.OlUO
Señor, mi voz imperfeta,
nacida del corazón,
que á vano error se sujeta,
hoy siga, con tu profeta,
el llanto de tu Sión.
Si del polvo á las estrellas,
del mundo en lo más remoto,
mostró sus vivas centellas,
el menos y el más devoto
llore conmigo y con ellas.
Concede de alto tesoro
tu luz á mi ciega vista;
tu sciencia en lo que ignoro,
porque en ajeno mi lloro
á propias culpas resista.
Si veo en el llanto mío
la parte de humor que encierra
tu fuente inmensa, confío
que será como el rocío,
que fertiliza la tierra.
Y aunque sin alas me atrevo
á tanto vuelo, y me espante
el ver que mis labios muevo,
inspira en mi canto nuevo,
porque en mis lágrimas cante.
¿Cuál desventura, oh ciudad,
ha vuelto en tan triste estado
tu grandeza y majestad,
y aquel palacio sagrado
en estrago y soledad?
¿Quién á mirarte se inclina,
y á tus muros, derrocados
por la justicia divina,
que no vea en tus pecados
la causa de tu ruina?
¿Quién te podrá contemplar,
viendo tu gloria perdida,
que no desee que un mar
de llanto sea su vida
para poderte llorar?
¿Cuál pecado pudo tanto,
que no te conozco agora?
mas, no advirtiondo, me espanto
que tú fuí.ste pecadora,
y quien te ha juzgado, santo.
En of(inderle te empleas
ya por antigua costumbre,
y en errores te recreas;
y así, no es mucho que veas
tus libres en servidumbre.
Tus palacios y tus puertas
fueron materia á la llama
en esas calles desiertas,
por émulos de tu fama
en tus miserias abiertas.
Por tus plazas y rincones
miro, jjor ver si pasea
alguno de tus varones,
porque crea á sus razones,
cuando á mis ojos no crea.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
235
Mas vano es este deseo;
que animales sin razón,
sin dueño, balando veo,
que no articulando el son,
certifican lo que creo.
Aunque se encienda mi pecho
llamando, siempre callaron
sus hijos en su despecho,
como sus dioses le han hecho,
que por engaño llamaron.
La causa porque bajaste,
y porque humilde caiste
de la gloria en que te viste,
fué la verdad que dejaste,
la vanidad que seguiste.
Ya no eres la princesa
de todas otras naciones;
ya tu altivez es bajeza,
tu diadema y tu grandeza
se han vuelto en tristes prisiones.
Ya tu palacio real
humilde cubre la tierra
en exequia funeral;
la paz antigua es la guerra,
y el bien antiguo es el mal.
Si fuiste al Señor contraria,
de los pecados el fruto
son tu cosecha ordinaria,
ha sido el mismo tributo
por quién te ves tributaria.
No sólo viste perder
la honra que te adornó,
mas tus hijos perecer,
que el Señor los entregó
al más tirano poder.
¿Cómo se puede alentar
tu pueblo entre su gemido,
llegando á considerar
lo que seguir ha querido,
lo que ha querido dejar?
Llorando dice: «¡Ay de mí!
¿dónde estoy? ¿dónde me veo?
ó ¿quién me ha traido aquí?
¡tan cerca lo que poseo!
¡tan lejos lo que perdí!»
Lloren ál fin entre tanto
que no descansa su mal,
y obliguen al cielo santo;
que no puede ser el llanto
á sus delitos igual.
-*■-
CANCIÓN
-A. I^A. REIDEKrCIOIí HTJ1^JÍl.T^A.
POR D. JUAN DE JAUREGUI
La profética voz del labio puro,
que abrasó el serafín con sacro fuego,
sigue mi lira, aunque en humilde acento
y varías plumas, que en el siglo ciego
los casos predijeron del futuro
tiempo y del cielo el prevenido intento;
corrija mi instrumento
quien voz distinta al mudo
dio, y elocuencia al rudo,
tanto que imite el venerable canto
de aquellos cuj'o genio ilustre y santo
halló el misterio, y le tocó profundo
del cielo mismo espanto,
paz y rescate universal del mundo.
Crecerá de Jesé la fértil planta,
cuya frondosa vara en huerto ameno
produzca nueva flor candida y bella,
que el cielo adorne y el confín terreno;
y la piedad, la fortaleza santa
y Espíritu de Dios descanse en ella.
Nueva, luciente estrella,
ya en otra edad prevista,
do la piadosa vista
fijo el remoto habitador de Oriente;
lucero y luna, cuya luz ardiente
honre el impíreo con eterno día,
y sol resplandeciente
en sombra oscura, de los cielos guía.
¡Oh cuánto á la sazón la renovada
y enriquecida redondez del suelo
alegres gozarán sus moradores!
que j'a la tierra sin la escarcha y hielo
del aterido ivierno matizada
se verá de olorosas, frescas flores;
los tiernos y menores
corderos y novillos,
y errantes cabritillos,
no temerán, en fieros escuadrones,
al oso y lobo, tigres y leones.
Con pura sencillez verá delante
áspides y dragones,
y habitará seguro el simple infante.
Feliz edad presente, en que miramos
efectos de evangélicas verdades,
que fueron en un tiempo indicio y muestra,
y con segura posesión gozamos
cuanto esperaron antes las edades,
como envidiosas de la gloria nuestra,
ya el claro sol nos muestra
su luz alegre y pura
contra la sombra oscura
en que la faz terrena se envolvía;
la planta generosa su flor cría,
que esparce, como luna, lumbre bella,
y forma un nuevo día,
como lucero y matutina estrella.
Ya pues la tierra, en frutos abundante,
y antes estéril, la matizan flores
candidas y de púrpura teñidas,
que al cielo puro esparcen sus olores;
ya el infiel y gentil, más arrogante,
fieras del universo, enfurecidas,
humillan, convencidas,
la temerosa frente
al Cordero inocente;
ya del dragón en la caverna ó nido
vemos á Dios infante entretenido,
que, sin contagio de veneno impuro,
planta sobre el rendido
áspid y basilisco el pié seguro.
-«-
LETRILLA GLOSANDO EL MISERERE
POR FRAY LUIS DE ESCOBAR
Dios eterno, poderoso,
Único Dios y Señor,
Padre nuestro. Criador,
Justiciero y piadoso.
Miserere nobis.
Los ambiciosos y malos,
de soberbia y vicios llenos,
tratando mal á los buenos,
los quieren mandar á palos.
Miserere nobis.
Necios, torpes, deshonestos,
el mundo quieren regir;
y así, los han de sufrir
los virtuosos y honestos.
Miserere nobis.
De quien más nos confiamos,
ese nos trata peor,
y á veces es más traidor
aquel á quien más amamos.
Miserere nobis.
Por tal arte y por tal mafia
nos suele el mundo tratar,
que quien nos ha de avisar,
ese nos vende y engaña.
Miserere nobis.
Los que nos han de regir,
si no miran la conciencia,
arrímanse á su prudencia;
por allí nos manda ir.
Miserere nobis.
Ponen lazos por el suelo,
adonde el pobre se enrede,
roban al que poco puede
con título de buen celo.
Miaererc nobis
Vemos frailes y casados,
lo que hoy quieren y consienten,
que mañana se arrepienten,
y querrán mudar de estados.
Miserere nobis.
Clerecía y religiones,
confiando en privilegios,
cometen mil sacrilegios
y quedan sin puniciones.
Miserere nobis.
Cuando suele acaescer
que digamos una misa,
decimosla muy de prisa
por irnos pronto á comer.
Miserere nobis.
Buscamos siempre intereses
en las cosas que hacemos,
y si éste no tenemos,
querremos que todo cese.
Miserere nobis.
Sabemos que Dios so ofende
de intención interesal;
empero queremos mal
al que nos lo reprehende.
Mif^erere nobis.
Privilegios y favores
tenemos tan defendidos,
que nos hacen atrevidos
y ser cada día peores.
Miserere nobis.
La maldad es tanta y tal,
y los privilegios tales,
que nuestros bienes son males,
porque el bien nos hace mal.
Miserere nobis.
Pues si somos religiosos,
en mayor peligro estamos;
que el mundo con quien tratamos
ya nos quiere virtuosos.
Miserere nobis.
Quiere ricos y esforzados,
poderosos resabidos;
que por fraires recogidos
no se da cuatro cornados.
Miserere nobis.
Quiere amigos que en el aire
le ayuden con la espada;
que es cosa descomulgada
al que quiere ser buen iraire.
Miserere nobis.
Quiere confesores viejos
y caducos y abobados,
que ni entiendan sus pecados
ni les sepan dar consejos.
Misei-ere nobis.
Y quieren predicadores
que sean graciosos fraires,
que les digan mil donaires,
sin tocar en sus errores.
Miserere nobis.
Quieren que diga la misa
y el oficio todo junto,
que se les diga en un punto,
diciendo que están de prisa. .
Miserere nobis.
Si cuentos quieren decir,
no saben otros donaires
sino decir mal de fraires,
dellos mofar y reir.
Miserere nobis.
Bien igual anda la rueda,
por mucha burla que hagan,
pues que los fraires les pagan
en esa misma moneda.
Miserere nobis.
Todos van por una renta,
si bien queremos notar;
mas los fraires, al sumar,
los alcanzarán de cuenta.
Miserere nobis.
Las mujeres con afeites
mil saetadas nos tiran,
que á los necios que las miran
los provocan á deleites.
Mi^erm'e nobis.
Trajes nuevos no les bastan,
perfilados y polidos;
cuanto ganan sus maridos
en contentallas lo gastan.
Miserere nobis.
EL PADRE ETERNO SOSTENIENDO A SU DIVINO HIJO MUERTO (Cuadro del Greco)
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238
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
Sospechar do no hay mal
es peligrosa jornada;
pero no sospechar nada
es an peligro bestial.
Miserere nobis.
Callando el pobre desnudo,
sufre injurias criminales,
y el rico hace los males,
y sobre eso anda sañudo.
Miserere nobis
Dice el pobre la verdad,
no le oimos ni miramos,
y al rico lisonjeamos
aunque diga necedad.
Miserere tiobis.
SONETO
¡Oh vida de mi vida. Cristo santo!
¿A dónde voy de tu hermosura huyendo?
¿Cómo es posible que tu rostro ofendo,
que me mira bañado en sangre y llanto?
A mi mismo me doy confuso espanto
de ver que me conozco y no me enmiendo;
ya el ángel de mi guarda está diciendo
que me avergüence de ofenderte tanto.
Deten con esas manos los perdidos
pasos, mi dulce amor, mas ¿de qué suerte
las pide quién las clava con las suyas?
¡ Ay, Dios! ¿A dónde estaban mis sentidos,
que las espaldas pude j'o volverte,
mirando en una cruz por mí las tu^'as?
Lope de Vega.
-*-
A LA COLUMNA
En un mármol duro y frío,
para habelle de azotar,
de fieros y hambrientos lobos
se deja el Cordero atar.
Con encendidos sospiros
así comienza á hablar:
¡vosotras, oh alma.s mías,
sois causa deste mi mal!
Acordáseos debiera,
que cuando vine á encarnar,
nascí desnudo llorando,
y empecé á derramar
mi sangre inocente y pura
sólo por os rescatar;
mirad que amor es el mío,
que á más no pudo llegar,
porque con amor queráis
mis beneficios pagar,
que sólo amor pidió en cuenta,
pues por amor quiso dar
el contento y alegría
de que pudiera gozar.
ESTANCIAS RELIGIOSAS
Amarrado en ana áspera columna
aquel estaba que sustenta al cielo,
y el que da luz al claro sol y luna,
y ser á todo lo del ancho suelo,
pagando culpas sin tener ninguna,
abrasado en divino y santo celo,
dando calor á un mármol duro y frío,
por mi torpe locura y desvario.
A cuestas lleva el Verbo soberano
la dura cruz, de intolerable carga,
para aliviarte, pecador cristiano,
de aquella cruz eterna, triste y larga.
Hoy vuelve dulce el rico cortesano
de nuestra culpa la pobreza amarga;
hoy Isaac su propia sangre empeña,
y él mismo lleva al sacrificio leña.
AL SANTO SEPULCRO
Rompe tu corazón de piedra dura,
pues Cristo Dios por ti su vida ha dado
tus entrañas serán sábana pura
para que en ti Jesús sea sepultado.
De mirra y aloes tú harás mistura,
que es un olor con oración mezclado;
cierra el sepulcro, si á Jesús tuvieres;
hombre, con el cuidado que pudieres.
CANCIONERO DE UbEDA.
*
A SANTA MARÍA MAGDALENA
POR BARTOLOMÉ LEONARDO OE ARGENSOLA
Aquella pecadora que solía
ser fábula del pueblo de ordinario,
y de su gente público cuidado,
hoy deja el techo de artificio vario,
do la quejosa cítara se oía
del uno y otro ocioso enamorado;
el antiguo propósito trocado,
la púrpura preciosa desampara,
las cintas de záfiro, y el cabello
tendido sobre el cuello,
abrazando con lágrimas la cara,
entre confuso número de gente,
olvidada de sí, de la vergüenza
que pudiera tener de tal mudanza,
pregunta por el fin de su esperanza,
y hállale al mismo punto que comienza
á quererle buscar; que nuestra mente
sin él no es para hallarle suficiente.
Y pues sin Dios ninguno á Dios aplace,
buscar á Dios de haberle hallado nace.
Turba el convite su presencia y lloro,
y el cabello, donde almas enredaba,
sobre los pies de Cristo lo derriba,
y con él y sus lágrimas los lava.
Entonces queda haciendo injuria al oro;
y pues muestra una fe tan excesiva,
es justo que tan buen lugar reciba,
y que humillado de más alto vuelo,
cese ya la ficción de Berinice,
de quien el vulgo dice
que alumbran sus cabellos en el cielo;
porque más son tus pies, gran Dios, los cuales,
En siendo con ungüento sacro ungidos,
porque de lo que deja no haya rastro,
hace pedazos luego el alabastro.
Mas no se trata así con los sentidos,
que no se priva dellos; pero dales
otro fin á sus actos naturales.
Prosiguen sus oficios y el" objeto
solamente les muda más perfoto.
Sacerdotisa y víctima en un punto,
tu voluntad, María, en sacrificio
con invisible fuego á Dios preparas,
y con esto lo tienes más propicio
que si el olor de Oriente todo junto
en su honor á las llamas entregaras.
Estas víctimas quiere y estas aras;
y por esto entre espíritus divinos
te elige eterna silla, eterna palma,
y es ocasión tu alma
de alegrarse los techos cristalinos;
porque todos la esperan ver triunfando,
cargada de despojes de esta vida,
con los vicios al carro encadenados,
y entre sus estandartes conquistados
tu propria voluntad como vencida;
pues de manera en Dios se está abrasando,
que no por la ciudad á Dios buscando,
mas fueras, donde el hielo ó sol ardiente
niegan habitación á toda gente.
¡Oh tú, siempre dichosa pecadora,
la que fuiste por tal con gi-ande espanto
del vulgo con el dedo señalada!
Tus lágrimas con Cristo pueden tanto,
que la menor lo enciende y enamora,
y á la culpa mayor deja anegada.
Tú quedas eu apóstol transformada,
y de ignorante y mala, santa y sabia.
No es mucho que la zarza en flor se mude,
j que el álamo sude
en competencia de la mirra arabia,
y que cuando de yerba al campo priva,
la mies on abundancia se recoja.
Venid á ver de rosas y azucenas
las montañas estériles más llenas,
y un árbol seco revestido de hoja.
La planta antes inútil Dios cultiva;
Regada en su jardín con agua viva,
es fructífera ya, y sus ramas bellas
tocan continuamente en las estrellas.
Canten otros, María, cómo fuiste
aquella que escogió la mejoy parte,
y el amor que te tuvo Jesucristo,
cuando ningún apóstol le había visto,
y á tí, en resucitando, quiso hablarte.
No callen la constancia que tuviste,
la penitencia que en Marsella hiciste;
digan cómo en los aires te elevabas,
y la música angélica escuchabas,
si es dado tanto al limitado ingenio.
Y tú, canción, que confiada subes,
penetrando los aires y las nubes,
escarmienta en el joven temerario
que dio infelice nombre al mar Icario.
EL PASMO DE SICILIA
POR LUIS VIARDOT
El Rtsmo.
Tal es el nombre que se da á un Cristo ion la
cruz á ijiestas que fué hecho para el convento
de Santa María dello Spasimo, de Palermo. Los
españoles le llaman el Ectremo d'dor (1). Hó
ahí como cuenta Vasari la historia un tanto mi-
lagrosa de este cuadro, que vino más adelante
de Sicilia á España. «Rafael hizo enseguida,
para el monasterio de Palermo, llamado Santa
María del Pasmo, de los hermanos del Monte
Olívete, un cuadro sobre madera (una fnvoln )
de Cristo llevando la cruz... Mientras que Jesús,
transido por el dolor de la proximidad do la
muerte, caído bajo el peso de la cruz, bañado on
sudor y en sangre, se vuelve hacia las Marías
que lloian con ardientes lágrimas, veso aún á la
Verónica que tiende las manos presentándole un
sudario con un sentimiento muy grande do ca-
ridad... Este cuadro, de un acabamiento perfec-
to, estuvo á punto de perecer. Diceso que estan-
do embarcado para ser trasportado á Palermo,
una tempestad horrible hizo chocar el buque
contra un escollo donde se estrelló. Los hom-
bres y el cargamento se perdieron excepto este
cuadro únicamente, que embalado como estaba,
fué arrojado por el mar en el golfo de Genova.
Allí fué pescado y sacado á la orilla. Echóse de
ver entonces que ei'a una obra divina y se la
puso bajo guardia^ Habíase conservado intacto,
sin mancha y .sin desperfecto, porque la fuerza
de los vientos y de las olas había respetado la be-
lleza de tal obra maestra. La fama divulgó el
acontecimiento y los frailes se apresuraron á
recobrarlo por interposición del Papa... Ene
embarcado por segunda vez y trasportado á Si-
cilia. Vésele en Palermo, donde su fama es mayor
que la del monto de Vulcano.»
Completaré esta historia añadiendo que, á
pesar de este primer milagro de conservación,
el tablero de madera sobre el cual fué pintado
el Spasimo habíase enmohecido y desecado tan-
to que la obra entera amenazaba caer en polvo.
Pero en París, cuando fué traído entre los tro-
feos de las victorias de la república y de las
conquistas del imperio, una operación tan feliz
como atrevida, ejecutada por el hábil restaura-
dor M. Bonnemaison, transportó la pintura
sobre tela y devolvió á esta obra maestra una
nueva vida secular.
Se ha creído encontrar en la anécdota referi-
da por Vasari la explicación de una especie de
defecto que han encontrado algunos en el cua-
(1) lOhl ¡al contemplar tu Virgen adorable
«n su txtremo dolor, cuanto ha gemidol
McLENDKZ, Oda a las artes.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
239
dro de Rafael: la santa mujer que, en primer
término, extiende los dos brazos hacia el Salva-
dor, algo torpemente, á lo que se dice, no sería
María sino la Verónica, cuyo pañuelo ó sudario,
consagrado por la leyenda, y que explicaría el
movimiento de los brazos, habría desaparecido
á consecuencia del accidente en que estuvo á
punto de perecer el cviadro. Es una conjetura que
cualquiera puedo admitir ó rechazar. En cuanto
á mí, que no veo ninguna torpeza en esos bra-
zos extendidos sino al contrario ua admirable
gesto de ternura y desesperación, creo que Va-
sari se ha equivocado al citar á la Verónica y
su sudario; á lo menos, no se puede percibir,
en ol ancho espacio que habría ocupado este su-
dario extendido, ninguna señal de repintado,
jiingim vestigio de trabajo de una mano extra-
ña, y esta mujer en evidencia, adorable, como
dice Melendez, en su extremo dolor, que ha servi-
do entre los españoles para designar el cuadro,
no puede dejar de ser la madre de Cristo, á quién
necesariamente pertenecía el primer lugar en-
tre las Marías y sus santas compañeras.
El Pasmo, que los biógrafos de Rafael están
acordes en declarar pintado todo él por su mano,
sin que ninguno de sus discípulos, ni Aun el
mismo Julio Romano, que esbozaba á menudo
el color según el trazo del maestro, hubiese to-
mado la menor parte en este vasto trabajo, el
Piisino es, seguramente, uno de los mayores poe-
mas de la pintura. No puede ser comparado en
la obra de Rafael, ó mejor, en las obras de
todos los pintores, más que A la sola Traiisfign-
rncióii, de la cual tiene las dimensiones y la
forma. Si su destino (porque se podría decir de
los cuadros, como de los libros: lialwiit snn fatn)
lo hubiese colocado en San Pedro de Roma, en
medio del gran templo de la cristiandad, mien-
tras su célebre rival viajaba de Roma á Palermo
y de Palermo á Madrid, él es el que se hubiera
colocado en el trono del arte. Sobrepújale, por
lo demás, en un punto importante, en la perfec-
ta unidad de la compo.'iición. No podría dirigirse
al Pasmo el reproche de que la acción es doble;
no es del Pasmo del que se podi-ia decir que, sa-
crificando á las modas de su tiempo, había co-
metido Rafael el extraño anacronismo de anidar
bajo un árbol de la montaña, para hacerles tes-
tigos do la aparición, dos curas cristianos reves-
tidos de sus estolas y de sus sobrepellices. En
el Pasmo nada do inútil, nada de extraño;-
cada figura, cada objeto, cada detalle concurre
maravillosamente á la misma acción, que se
desarrolla así en esta unidad absoluta tan nece-
saria á las grandes composiciones.
Además de la unidad de acción, la excelencia
del Piisnio reside principalmente en la fuerza
de la expresión. En este concepto, señala el
punto extremo donde se haya elevado el alma
sublime de su autor servida por su hábil mano,
y, por lo tanto, el colmo del arte. Jesús, en el
centro del cuadro, que, á punto de llegar á la
cumbre del Gólgota, dóblase y cae, no bajo el
peso del madero que sostiene con brazo vigoro-
so y caritativo Simón el Cirineo, sino bajo el
desfallecimiento y las angustias do su corazón;
ílaría, las mujeres, los discípulos, que exhalan
y confunden su dolor en un concierto de oracio-
nes y de lágrimas; los verdugos feroces, los sol-
dados impasibles, y hasta ese centurión á caba-
llo en quien respiran el poderío y la majestad
del imperio romano; todos esos personajes di-
versos, trazados con la audacia y la firmeza del
maestro, dispuestos con ese gusto inteligente
que les hace valer unos por otros, forman una
escena imponente, patética, noble y sublime,
llena de uiia santa grandeza y de una belleza
inefable. El Pasmo, en el cual se unen todas las
eminentes cualidades que comprende y resiime
el nombre de Rafael y que el divino artista pa-
rece haber querido marcar con su sello de pre-
ferencia dándole su firma, tan poco prodigada,
el Pasmo es una de esas obras rara^-, snpeiiores,
excelentes, en las cuales hay que limitarse á
decir, cuando se las conoce, á los que quieren
conocerlas: «Id á ver, sentir y adoiar.a
,}. __ .
nuestros: grabados
LA MiSONÁ DE OUIDO BXNI
Pertenece esta obra á un periodo de decadencia, y res-
plandece, por lo tanto, más por la belleza de la ejecución
que no por el sentimiento. Guido Renl era un pintor lleno de
elegancia, pero que carecía del genio creador de los antiguos
maestros. Sus obras placen á los ojos más que al pensa-
miento.
IL PÁSUO de SICILIA
Cuadro de Safad
(Véase el articulo.)
LA ADORACIÓN DE H CREZ EL VIERNES StKTO
Cuadro de Joaquín llerrer, txisiente en (¡ Musco Nacional
Dibujo de Plá y Valor
Es muy agradable este cuadro por su simpática composi-
ción y reproduce con perfecta fidelidad el espectáculo que
prt-senta el coro de un convento de monjas en el íolerane
acto de la adoración, armonizsndo peifectamente los perso-
nojes con los accesorios y istsndo muy biiu entendida la ex-
presión de las figures bajo el dominio de la impretión que
las domnia,
CRISTO ANTE EL PUEBLO
Estatua por Mark Antokvlsky
Este escultor es el primero de Ru^ia, habiendo sido lla-
mado il escultor de los héroes. Con todo, ha dtmoslrado en su
Cristo que era algo más que un iucomparable cincelador de
Ivanes y Pedros y que sabia también producir obras del más
puro carácter religioso.
Esa figura del Cristo es tan original como sublime; huma-
na y profundamente concebida, y el efecto que produce es
hondo. Ahí está el divino Redentor oyendo las voces de la
turba que grita á Pilatos: - ¡Crucificalít iQué soledad, qué
desolación, qué dolorosa miseria se refleja en el divino már-
tir! Es el Cristo que imaginan las almas delicadas; el Cristo
de los tristes, de los pobres, de los desgraciados.'que prefieien
verlo representado asi que no falseado por el convenciona-
lismo.
CRISTO KN EL PILAR
Brevl'ima es la mención que los evangelistas hacen del
azotamiento, pero es de tal manera sugestivo cuanto contie-
nen los admiraljles relatos que nos d» jaron, que no es de ex-
trañar que asi la meditación como el arte hayan podido sa-
car de ellos inagotable caudul de representaciones.
Uno de los episodios más memorables de la Pasión de
Jesiis es su flagelación y en él te ha inspirado el autor de
Cristo en elpílar para pintar su cuadro lleno de dolorosa rea-
lidad al par que ingenuo misticismo, prof^uciendo la reunión
de ambos elementos ese efecto inconr.parable de las obras
siucerumente lellgiosas.
EL PADRE ETERNO SOSTENIENDO i. tV DIVINO HIJUUUEaTO
Cuadro dil Greco
Ocupa eminente lugar entre los pintores esrai'ioUs el cé-
lebre Domenico Theolocopuli, más conocido por El Greco,
por ser esta su naturaleza, aunque no se sabe cuándo ni en
qué ciudad nació. Estudió en Véncela, —donde recibió aquel
apodo,— siendo condisclpulodel Ticiano, y por circunstancias
especiales fué á residir en Toledo el año 1577, fundando la es-
cuela de aquella ciudad. Su manera, que en un principio
habla sido puramente veneciana, modificóse en breve, adop-
tando ese dibujo fantástico y ese colorido agrisado, pálido,
fofo, que hacen de sus personajes otras tantas sombras y apa-
recidos, concluyendo por ser excéntrico hasta en la forma de
sus cuadros, desmesuradamente largos y estrechos. Fué, en
suma, un talento extraviado, aunque potente. La obra suya
que representamos hoy es una de las mejores y figura en la
catedral de Sevilla.
JESÚS LAUENTiNOOSE SOBRE JIRDSAI ÉN
Cuadro de B. Hole
Trátase de un cuadro moderno verdaderamente religioso.
El asunto es la patética lamentación de Cristo sobre Jerusa-
lén. La figura del Redentor, entregado á la meditación y con-
templando á lo lejos la ciudad á la misteriosa luz del cre-
pilsculo vespertino, está rodeada de una'solemne y tierna at-
mósfera de armoniosos tonos grises, resaltando vagamente en
la oscuridad. La expresión de Jestis concuerda con el aspecto
del paisaje triste y desolado, resultando de ello un penetran-
te simbolismo.
EL CAUINO DEL CALVAkIO
Oraba'lo de Martin Schongaucr
Viene á ser esta obra una imitación del Pasmo, hecha, se-
gún trazas, por Justo deGaute, habiéndola grabado Maitln
Schongauer, de Colmar. Aparte del rlaglo de la obra rafae-
lesea nótause en este Camino del Calvario evidentes huellas
del arte flamenco.
LA RELIGIÓN DE CRISTO
El mundo antiguo,' falto de los elementos
esenciales que deben constituir el organismo de
toda sociedad, dominado por cruel despotismo,
sin fuerza moral ni material para recobrar su
dignidad de continuo hollada y escarnecida, fus-
tigado y maltrecho por la tiranía de sus Césa-
res, entregado al más irritante servilismo, nece-
sitaba un reactivo enérgico y poderoso que de-
volviera la virilidad á su materia gastada y que
le mostrara nuevos y luminosos horizontes que
vinieran á poner término á la tenebrosidad que
le rodeaba.
Roma pagana, arbitra del mundo, otorgaba á
sus Césares poder tan ilimitado que así los con-
vertía en señores de sus vidas y haciendas
como les facultaba para elevarse á divinida-
des, siendo muy frecuente ver aquel pueblo de
siervos adorar reverente en sus templos á sus
desapiadados tiranos y á sus disolutas concubi-
nas, prestar culto de adoración al que por mero
capricho podía mandarlos á la arena del Circo
ó condenarlos á una muerte más cruel.
En medio de aquel caos, de aquella espanto-
sa disolución de costumbres, cuando la huma-
na dignidad parecía rebajada al último peldaño
del envilecimiento, aparece por Oriente la estre-
lla destinada á difundir su redentora luz por
todo el orbe.
Cuando en los primeros años del Redentor el
Senado Romano proclamaba á Tiberio, la vida
del Nazareno transcurria ignorada y apacible
en Galilea; dirigíase algunas veces al templo
donde se celebraban las asambleas hebdomada-
rias ó semanales, en las que comunmente dis-
cutían las gentes del pueblo y los sabios predi-
caban sobre la doctrina.
A la edad de doce años asistía á todos el de-
recho de exponer sus dudas y opiniones; había,
no obstante, algunos libios como los primeros
capítulos del Génesis y de Ezequiel cuyo exa-
men no era lícito sino á una edad más madura
y solo á los treinta años se consideraba que
había llegado el hombre á la plenitud de su
fuerza y de su inteligencia.
A esa edad se revela, pues, la gran figura del
Salvador, y empiezan sus incomparables pre-
dicaciones encaminadas siempre á difundir el
espíritu do amor y caridad entre todos los hom-
bres. Infatigable en su regeneradoia obra, des-
preciando las amenazas de que era objeto, sin
desmayar ni un solo instante á la idea de la
afrentosa muerte que le esperaba; llega al día
de su pasión dejando sembrada la semilla de la
doctrina más grande y consoladora, la más pio-
funda y sabia que había de ser faro y espeían-
za de las futuras generaciones.
En nombre de Tiberio fué condenado el dulce
Hijo de María; en nombre suyo sufrieron perse-
cución los primeros propagadores de la divina
palabra, persecución que continuaron sus suce-
sores con más despiadada saña y crueldad. Gran
fe y gran abnegación se necesitaba en aquellos
tiempos para ser apóstol de la naciente religión;
los circos se llenaban de mártires, los suplicios
más feroces eran aplicados á los más entusias-
tas propagadores; la lucha entre la verdad y el
error comenzada en la cima del Gólgota, se acre-
centaba con el martirio y la persecución; el más
fuerte redoblaba sus rigores, agigantábase el he-
roísmo del que no tenía otra fuerza que su fe,
otra esperanza que su suplicio, pero como á con-
soladora confortación la eternidad de gloiia pro-
metida por el Impecable á los más desvalidos y
desgraciados, y la corona de la inmortalidad
que había ofrecido á los mártires de su doctri-
na. Algunos siglos de lucha titánica, miles de
vidas sacrificadas por el poderoso opresor y una
constancia indomable por parte de los cristia-
nos dieron por resultado el triunfo de la Iglesia
que había de prevalecer como á guardadora de
las doctrinas del Verbo hasta la consumación de
los siglos.
¡Cayó el poder de los Cé.sares! su trono rodó
por el polvo empujado por sus propios errares
240
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
y ea aquella Roma pagana, tenas perseguidora
de la verdad evangélica, establece su silla la
nneva Iglesia; la cqrte de los emperadores mo-
delo de disipación y libertinaje, pasa á ser la
Capital del Orbe Católico, la Ciudad Eterna.
¡Qué contraste tan opuesto ofrecen la Roma
pagana y la Roma católica! No tan solamente
marca esta en el reloj del tiem]io la hora de la
regeneración social, sí que también anuncia los
albores del renacimiento de todas las artes, fuen-
te de vida é inspiración de todas las edades,
nota ímica que marca con perdurables trazos el
eíitado de adelanto y perfección de los pueblos.
Ai)enas establecida en Roma la silla apostóli-
ca, van desapareciendo los terroríficos circos y
el mundo cristiano empieza la edificación de
I estas hei-mosas catedrales góticas, con sus na-'
i ves majestuosas, sus alicatadas ojivas y sus agu-
jas afiligranadas que partiendo de sus atrevidas
torres parecen rayos de la fe, perdiéndose eu lo
infinito, templos edificados con tan maravillosa
armonía con el culto & que habían de ser con-
sagrados, que en su interior parece agrandarse
la idea de lo eterno, remontarse el alma A las
regiones de la inmortalidad. Avanza el tiempo
y la idea no muere ni se debilita, al contrario se
muestra palpitante y robusta en todas las ma-
nifestaciones de aquellas felices edades. Escri-
ben los Padres de la Iglesia esas obras in-
comparables que habían de ser fuente de toda
sabiduría, trazan los pintores sus Concepciones
má^! famosas, inspirados en su mayor parte en
asuntos místicos, y á la Roma Pontificia acude
todo aquel que siente inflamada su mente por
un destello do inspiración; allí son los papas
los primeros protectores do las artes, allí se for-
ma ese prodigioso Vaticano, dos veces sagrado
asilo, dos veces venerable santuario por ser al-
bergo del Vicario de Cristo y monumento que
guarda las más prodigiosas manifestaciones de
las artes.
Con el trascurso de los siglos se ensayan
nuevas doctrinas que nacen vacilantes y mue-
ren entre la general indiferencia; la del Crucifi-
cado impera y nadie puedo eclipsarla á pesar de
su indiscutible sencillez; al contrario, cuando
parece que debe haberse agotado su poderosa
fuerza, cuando parece q\ie se han cantado sus
EL CAMINO DEL CALVARIO (Grabado de Martín SchOngauer)
excelencias hasta lo infinito, llegan los místicos
del siglo de oro y para no dejar á las letras huér-
fanas de un monumento cristiano, legan á la
literatura la más diáfana y espléndida coro-
na, rayos de luz que no logra eclipsar la pre-
suntuosa y vacía filosofía moderna.
¡Qué extraño y á la par que prodigioso secreto
sustenta la doctrina de Cristo! Cambian los
tiempos y con los tiempos las costumbres; las
revoluciones derriban tronos seculares, ajusti-
cian á los reyes, atrepellan á los creyentes, se
proscriben leyes y costumbres, oambian las
instituciones, se ensayan las más diversas for-
mas de gobierno, se pasa de uno á otra extremo
- fri.-ndo las consiguientes o.scilaciones y, sin
::iijargo, la ley de Cristo sub.siste; Roma con-
tinúa siendo la ciudad eterna; por cimera de
t(j<las las coronas reales se. ostenta la cruz, sím-
bolo de redención, y el Papa ciñe la tiara y es
acatado como á rey de reyes y como á Vicario
de Jesucristo en la tierra.
¿Qué queda de la antigua Roma? Un recuerdo
repulsivo, algo como una sangrienta leyenda,
una memoria dolorosa que se aviva á veces á
los resplandores de la ciudad incendiada y otras
enrojecidas por la sangre de sus víctimas y de
sus mártires; quedan las figuras, — no grandes,
deformes,— de sus Césares, ¡lechados de disolu-
ción y crueldad; quedan algunas ruinas cuya
vista hace entornar los ojos, porque sucede á
veces que en la oscuridad aparecen más brillan-
tes y luminosas las ideas y en la imaginación
se reproduce momentáneamente la ciudad paga-
na con todo su espléndido poderío y ^odos sus
tremendos errores, con su fuerza dominadora y
absoluta y sus monumentos, reflejo de bárbaro
poder.
El férreo cetro de sus Césares fué quebranta-
do para siempre, no por legiones poderosas y
convenientemente armadas sino por el cetro de
caña que en su pasión santísima empuñó nues-
tro Redentor.
Ninguna religión ha tenido tantos mártires
ni tantos detractores; ninguna, apóstoles tan
entusiastas, ni enemigos más encarnizados, y,
al fin, ¿de qué se la acusa? ¿cuál es la grave, la
capital acusación que sobre ella pesa? lo imper-
fecto de su clero: arranca el mal desde su ori-
gen, se revela ya en el apostolado; tiene Jesús
entre sus discípulos un Judas traidor, un Pedro
acomodaticio y tibio hasta negarle por tres ve-
ces, unos apóstoles que le abandonan en la ti-iste
noche del huerto do los Olivos y un Tomás que
duda de su resurrección. Si los discípulos del
Maestro se ofrecen á tan tristes reflexiones,
¿por qué exigir la perfección á todos sus suceso-
res y por qué no persuadirse de que lo perfecto
no cabe en lo humano, á no ;;er que lo humano
se fundo completamente en el espíritu divino, y,
sobre todo, por qué señalar siempre la parte
débil y secundaria, si la doctrina del Divino
Maestro por la pureza de sus principios y lo
consoladoras de sus máximas será siempre la
confortación do los tristes, la sviprema esperan-
za de la humanidad?
Antonia Opjsso.
IBIHISTUCM: brlii, 36S-367, Eum leliiu, Uilor.— Boerrados ios dertebos de propiedad artística y literaria.— Las reclamaciones en Madrid, a! represeotaote de esta Casa D. Haniiel Plá ; Valor, Apodaea, 10, V
) INSÉRTESE ó NO. NO 8B DBVUBLVE NINQUN ORIGINAL. (
mrkBLaamimtre TiPoanXpico ob R. Rk^rda— Oallb ob Vii.i.arroki., núm. 17, rnsan<:iib db San Antonio.— Rarcblon*.
Año V
£EMANARIO_CIENTJF^O^^JTERARIO Y ARTÍSTICO
r^N'^
Barcelona 16 de Abril de 1887
Núm. 224
UA NOVIA DE IVIAKIVIOL(Dilmjo.l«H,-iibauck)
242
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
SUMARIO
T*iTf>. —¡íadrid, Omtai 4 mi prima, por Fernanflor.— lo
■nxHc de Caf€l» (eonUftnarién), por Vicente Blasco Iba-
aet.—Lutarat: A anieAM y d mtngmmo (eontinuaciún), por
curta.— Diasa dt PoMer*, por Carloa Mendotu.— ¿o qut
I IM Ubnx, por Vicenie Colorado.— .á Smriqveta, al «r
(•oneto), por Enrique Franco — T»4 ojo*, por Teo-
doro Rodriguei de la Torre.— vlbrif y iíoyo (poe<ta>, por
Kw<iaiel Solana —Nuestro* grabadoa.— Certamen litorarlo
«B Serllla.— Apremio doicaipre icontinnadón), por Jose-
fa Pqiol de Collado.
UitBtDos. — La ut'Via de mármol— Diana de Poillers— El
juicio de Péris.— A orillas del Tér.— Kl Uuseo Helénico de
Cambridge, (tres grabados<.— El arte en Persla, <ties gra-
bados) . - I* Jacquerle.— Tarde de sol . — El solltaiio.— Ca-
rnada: Cabo Rojo.— Perspectira desde la montaña.- El ce-
maoterio de la Costa de las Kleves. (Montreali.— En el
parque.— I* nieta.
MADRID
C.A.IITA.S -A. l^IX PUn-IA.
FIN DE UNA HISTORIA
'Y^kiímíteme, querida Carmen, que te dé no-
Jr—j ticias del término que ha tenido la enfer-
'ÍTP medad de la Lolilla; esta mujercita ya más
célebre por su desventura que por su pequenez.
Es digna de un epitafio, porque Madrid durante
muchos dias sólo se ha ocupado de ella, mos-
trando al cabo un sentimiento de compasión por
la qne hasta entonces sólo había mirado con risa
ó con desprecio. Faltaría, sino, en este libro el
desenlace de una de las más interesantes histo-
rias de sus crónicas.
Tú sabes que muchos médicos se encargaron
de esta enferma, visto le raro del caso y más to-
davía la espectación pública. Los médicos, in-
clusos los más célebres y autorizados, tienen
algo de los curanderos, de quien sólo hablan
con sonrisa burlona; buscan el puff, desespera-
damente; fiando en él su porvenir ó el acrecen-
tamiento de su reputación, más que de su pro-
pio mérito. La enfermedad de la Lolilla les
ofrecía una notoriedad provechosa y acudieron
á rodear su lecho, buscando uno de esos brillan-
tes éxitos que la prensa repite con admiración
y entusiasmo... Pero la enanita era un caso des-
esperado; ella y su hija estaban destinadas á
morir y la ciencia comprendió que en torno de
su lecho no había más que un desengaño. Desde
este momento, al decir de un periódico respeta-
ble y popular, la Lolilla quedó entregada á la
comadrona y á las vecinas; es decir á las muje-
res, que obedecen á los sentimientos de su co-
razón, sin esperanza de que los periódicos citen
sus nombres. La queja de El Imparcial (que en
su misma rectificación sostuvo briosamente) ha
sido muy simpática; porque la Lolilla, aunque
fuese una mujer de forma rara, encerraba dentro
un alma de la misma esencia del alma de las
mujeres más nobles y hermosas. Acaso la im-
presión gravísima que produjo esta noticia fué
excesiva. La ciencia es una curiosidad licita y
gloriosa que no podría satisfacer plenamente
su misión, si palideciere y temblase. ¿Qué po-
día ser la Lolilla para la ciencia? Un caprichoso
manojillo de nervios y huesos.
£n fin, la Lolilla murió, y la hija que la cien-
cia tardía y violentamente hizo entrar en el
mundo, murió también; el pueblo de Madrid que
ha seguido el curso de este asunto con un afán
indescriptible, herido en su imaginación por
esta leyenda de enanos, tan rara, en que el
amor se mezcla con la brutalidad, en que los
amores, forzosamente tienen que ser trágicos;
supo BU miifrte y se agolpó á la puerta de la
casa mortuoria para ver el cadávfsr. Varios
agentes de orden público impidieron la entrada;
de no haberlo hecho así hubiesen desfilado ante
aquel pequeño ataúd tantos miles de personas co-
mo ante el de un gran prelado 6 de un rey. El
cadáver de la vendedora de periódicos fué amor-
tajado con un traje blanco y una corona de flo-
res del mismo color; llevando, además, un ramo
,]í. •.í-r.v^nniientos en la mano derecha. Homenaje
conmovedor que se avenía con la juventud y la
desventura de la Lolilla, pero que hacia surgir
en la imaginación de quien contemplaba su ca-
dáver ideas y sentimientos tan extraños como
la figura y la historia de la muerta. Realmente
ha necesitado morir para que todos la reconoz-
camos, como semejante nuestra y se la tributen
los honores que á una niña, no á un fenómeno,
corresponden. El ataúd, donde yacían la hija y
la madre, estaba puesto sobre una cama impe-
rial, alumbrada por ocho antorchas.
Los que por verdadera piedad, ó por curiosi-
dad tan solo, visitaban el cadáver de la Lolilla
se encontraron un espectáculo singular; como
todo lo que va unido á esta historia. Una mu-
jer, profundamente emocionada, velaba estos
cadáveres. Era la madre de la liliputiense: á
quien la naturaleza quiso imponer el dolor y la
dulzui-a de crear un monstruo y de amarlo.
A las dos de la tarde del martes, la muchedum-
bre llenaba materialmente la calle de San Car-
los; pugnando siempre por llegar hasta la casa
mortuoria. Para despejar la calle hubo que acu-
dir á un recurso ya empleado en otras ocasiones
para disolver las multitudes, sin sangre. Los
mangueros anunciaron que iban á regar y diri-
gieron al pueblo los cañones de sus aparatos.
El pueblo no se deshizo por esto; mas levantó
un clamoreo de protesta, que la frialdad de la
tarde justificaba sin duda. Las mangas lanzaron,
al fin, sus terribles bufidos y la calle quedó
transformada en un monumento hidráulico. La
confusión fué espantosa. Los gritos de indigna-
ción, los insultos, se mezclaban con las risas.
Al cabo los funerales de una liliputiense toma-
ban carácter. Las salvas de honor las hacían los
mangueros. Es inútil luchar contra el Destino;
en vano trataréis de ir contra la preocupación
social y honrar lo que ésta no estima 6 esti-
mar lo que la sociedad deshonra. Sin que lo se-
páis, la preocupación toma forma de casualidad
y se impone á vosotros: haciéndoos reir donde
quisierais llorar ó derramar lágrimas donde
creías encontrar asuntos de risas.
Antes de las tres había llegado una magnífi-
ca carroza fúnebre, tirada por cuatro caballos
enjaezados con penachos blancos y cubiertos con
mantillas de damasco. Al sacar el féretro de la
casa se produjo una agitación, una turbulencia,
un griterío, un escándalo espantosos. Aquellas
voces expresaban los varios y extraños senti-
mientos del pueblo de Madrid; sentimientos in-
definibles para los mismos que los experimenta-
ban; y en los que había indignación, curiosidad,
admiración y á los cuales se mezclaba también
alguna carcajada.
Pero en aquel momento no cabe duda, ya
muerta la enanita, y muerta por tan extraña
causa, la compasión se imponía en todos y la
enana crecía en la imaginación popular con pro-
yección luminosa; para el pueblo entonces la
Lolilla era una virgen asesinada.
Sobre la caja se colocó una magnífica corona
en cuyas cintas se leía la siguiente dedicatoria:
«¡Pobre Lolilla! Un parroquiano deFornos.» Este
nombre resume su historia mejor que otro algu-
no, porque el café de Fornos era el sitio en que
ella solía vender los periódicos y billetes de lo-
tería. Los parroquianos de este café pregunta-
ban siempre por ella cuando no la veían, y, se-
gún el corazón y la educación de cada uno de
ellos, éste le dirigía una pregunta acerca de
su familia, aquél una broma más 6 menos in-
tencionada y de buen gusto, todos alguna frase
en que se marcaba la superioridad que sobre
ella tenía el parroquiano por ser criatura de más
cuerpo y la que pensaba tener también porque á
más cuerpo más alma, sin duda. Si hubiese fal-
tado esta corona en el entierro de la Lolilla hu-
biese faltado algo más qtie el homenaje colecti-
vo de los que todos los días hablaban de ella;
hubiese faltado el tardío desagravio, la retrac-
tación, de los que veían al cabo ennoblecida la
deformidad por la desgracia.
Detrás de la carroza iban á pié, presidiendo
el duelo, el empresario de teatros Ducazcal y el
señor Casal, concejal del distrito. Ducazcal presi-
dió por derecho propio; pues, ciertamente, había
protegido mucho á la Lolilla. No hubiese faltado
tampoco, de ningún modo, á este entierro, pues
no deja de figurar en ningún acontecimiento
extraordinario. Es un hombre que admira por
su fibra corporal y por su imaginación siempre
despierta. El monopoliza todos los acontecimien-
tos y todos los éxitos. Allí donde ocurra un
fausto suceso ó una gran desgracia; donde haya
que ganai- un duro y donde haya que darle, allí
está Ducazcal: la aristocracia concluyó por tran-
sigir con él y el pueblo no ha dejado de querer-
le: fácilmente se ha convenido en perdonarle
sus pecados y ponderar sus buenas cualidades:
su temperamento es la lucha y nadie quiere ha-
bérselas con tan infatigable adversario. En este
entierro le esperaba, sin embargo, algún desen-
gaño de su popularidad... Pero todavía no ha
llegado el momento...
Más de quinientas personas, la mayor parte
de ellas vendedoras de periódicos, seguían el
féretro. La matrona lo seguía también. El as-
pecto de la comitiva no podía ser más extraño.
Aquella escolta de viejos, mujeres, niños y ni-
ñas se ofrecía en corporación visible al curioso
que no repara cuando compra un periódico ni
siquiera en quien se le ofrece. Aquellos eran los
huíanos de la prensa, los que continuamente
exploran la capital para conquistarla, en nom-
bre de la libertad. Los diarios populares, son los
liberales; por las calles no circula la reacción:
se oculta en el hogar bien amueblado del mag-
nate, ó en el cuarto desmantelado y triste del
cura; en los palacios y en las sacristías. La ca-
lle pertenece á esa turba gritadora que ama la
libertad porque de ella vive. El mismo Presi-
dente del Consejo conoce menos el estado de la
política y de la opinión que ellos. Ellos viven
de no equivocarse y los hombres políticos de
sus equivocaciones. Mañana se venderán tantos
veinticincos, dicen los vendedores la víspera de
una gran discusión, en la noche de un gran
crimen. Ellos saben cuales sucesos impresionan
al público y cuales no aumentan la tirada de su
periódico en un millar de ejemplares. Ellos sa-
ben hacer el juicio de los músmos periódicos que
venden con cuatro palabras, claras, gráficas,
naturalistas, que no tienen réplica posible. Como
que recogen directamente eljuicio público. Mien-
tras se permitan vendedores de periódicos y gri-
tar los periódicos en la calle, la libertad domi-
nará en España, porque dará siempre con su
voz el alerta de calle en calle. Parecía que la
escolta de aquel féretro era sólo una turba; era
algo más: sus voces destempladas sonaban como
las fanfarrias del progreso moderno. Y confese-
mos, prima, que aquel momento, en que since-
ramente estaban afligidos é indignados le re-
presentaban noblemente.
En la sacramental do San Lorenzo se dio se-
pultura al cadáver. Allí la confusión se repro-
idujo: allí el espectáculo revistió incidentes la-
mentables. Todos querían ver el cadáver, todos
se agolpaban junto á la fosa, so apretaban, se
empujaban, se repelían; el tumulto degeneró en
lucha; algunos recibieron contusiones graves;
porque algunos cayeron al suelo y alguien den-
tro la misma fosa. ¿Qué les impulsaba ú mirar
de cerca con afán insaciable? Un sentimiento
misterioso que como un vapor acre y siniestro
se desprende de esta historia do desventura:
algo de superstición inexplicable que conserva
siempre el pueblo.
La Lolilla tiene sepultura perpetua, situada
en el patio central número uno. Ducazcal ha
costeado los gastos. No con el dinero que lle-
vaba en el bolsillo, ciertamente. Porque allí
mi.smo, como á otros concurrentes, manos ca-
lientes y corazones fríos se le habían robado.
Así ha concluido la historia de esta mujer-
cita. Empezó como un fenómeno sólo interesante
para la ciencia; cuya misión ora soportar su
desdicha viviendo como una mujer honrada,
que después de todo forzosamente debe serlo;
la frivolidad de las gentes, que no un senti-
miento generoso, fijó en ella la atención pública;
un día la Moda la indicó á la sociedad con su
dedo sonrosado; la Lolilla se vio protegida, aga-
sajada, festejada; alguien se fijó en ella estimu-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
243
lado por el capricho; ella correspondió por ca-
pricho ó por amor; y de súbito la enana sin
historia, sin porvenir, que debía vejetar y en-
vejecer vendiendo la ilustración y la fortuna, se
convierte en heroína de una novela de amores
funestos, es madre y muere.
Todo es absurdo en esta historia: su cuerpo,
su vida, sus amores, su enfermedad, su término,
sus funerales, y la fluctuación de sentimientos
entre la cual han seguido su vida y su muerte
el pueblo y la sociedad...
Un día estaba en Pontainebleau Luis XIV,
cuando le hicieron un singular obsequio: le pre-
sentaron en un plato de plata y cubierto con
una servilleta un enanito de treinta y seis años,
el cual se desenvolvió, lindamente, de su cober-
tura y le saludó con mucha finura. Era el más
pequeño de sus subditos. Luis XIV se rió mucho.
Se le enseñaron después al pueblo: el pueblo
se rió lo mismo que Luís XIV.
Y el enano en una y otra ocasión se reía tam-
bién viendo reir á todos.
Y todos tenemos razón. ¿Qué hace un hombre
tan chiquitín entre tantos hombres de tan cre-
cida estatura?
¿Para qué los hombres tienen necesidad de
ser tan grandes?
— ¡Si la risa no matase en ocasiones, confie-
sa, Carmen, que la mejor solución de todo seria
siempre esta: la risa!
Tuyo,
Fernanflor.
-*-
LA MUERTE DE CAFETO
(MEMORIAS DE UN PATRIOTA)
(contihuaciók)
— ¿Qué es lo que dices? Bien sabes que mis
conocimientos artísticos son bastante limitados
y que no me siento capaz de delinear no el bos-
quejo de un cuadro sino simplemente el de la
más fácil figura. Yo solo sirvo para pintarojear
muestras y por lo tanto me siento imposibilitado
de llevar á cabo tu encargo.
— ¡Quién sabe lo que puede suceder! No sería
extraño que alguna fuerza misteriosa te ayuda-
se en tal tarea.
Después de decir esto Teodoro todavía ha-
blamos algunos momentos hasta que por fin mi
amigo, con aquel estoicismo que le era caracterís-
tico, se envolvió en su manta, acostóse, y poco
rato después dormía tranquilamente como hom-
bre libre de toda preocupación.
Al día siguiente apenas amaneció, los tam-
bores con su ronco sonido mandaron formar á
las brigadas republicanas.
Allá en las alturas, á la blanquecina luz del
alba, se vislumbraba el ejército alemán ocupan-
do sus posiciones y esperando nuestra acome-
tida.
En la agitación que reinaba en nuestros ba-
tallones se conocía que el combate no tardaría
mucho en empezar.
De pronto sonó una terrible detonación. Era
el primer cañonazo que nuestra artillería dis-
paraba contra las posiciones enemigas.
Los alemanes contestaron, y entonces un te-
rrible cañoneo entablóse entre los dos ejércitos.
No.sotros en correcta formación y arma al
brazo aguardábamos la orden para escalar las
abruptas faldas de aquellos montes y romper á
la bayoneta las líneas enemigas.
¡Cuan diferente era el aspecto que presenta-
ban los dos ejércitos!
Arriba los alemanes parapetados en sus trin-
cheras, bien armados y deslumhrándonos con
sus brillantes uniformes. Abajo nosotros com-
pletamente á descubierto, hambrientos, fatiga-
dos, con los vestidos rotos, las polainas destro-
zadas, y escasos de municiones.
Ellos soldados viejos, habituados al combate
y endurecidos por las fatigas de la guerra, nos-
otros inexpertos reclutas y poco acostumbrados
al ruido de las batallas.
Y á pesar de esto no sentíamos pavor porque
la fe iba con nosotros.
Entre un guerrero de oficio y un patriota en-
tusiasmado, existen inmensas diferencias.
Yo tenía á mi lado á Teodoro, que pálido y
con ojos febriles contemplaba alternativamente
mi rostro y las alturas vecinas, mientras que
con manos crispadas oprimía su fusil.
En este instante, me pregunto que es lo que
pensaría entonces mi amigo.
De pronto vimos como una exhalación pasar
por frente á nosotros un grupo de ginetes.
En el centro de él columbramos el penacho
y la faja tricolor de Hoche y los anchos som-
breros de los dos representantes de la Con-
vención.
Inmediatamente que esto sucedió diósenos
orden de avanzar.
Todos bajamos á un tiempo horizontalmente
nuestros fusiles y rompimos la marcha.
Poco rato después nuestros pies hollaban las
primeras asperezas de los montes cuyas crestas
ocupaban nuestros enemigos.
Como de costumbre en todas las batallas de
aquella época, cantábamos la Marsellesa, y, tal
vez fuera ilusión mía, pero nuestro canto vibra-
ba en el aire con tan fuertes sonidos que no
parecía sino que el himno saliera de boca do
toda Francia.
|Qué especie de soldados tan rara era la
nuestra!
Nos batíamos cantando, y tal vez á esta oir-
DIANA DE POITIERS (Segúa el retrato de Belliard)
cunstancia era debido aquel arrojo para desba-
ratar á los enemigos, y aquella fiereza en el
ataque, que nos era peculiar.
Yo no veía en aquellos instantes más que las
filas de hombres que me precedían y los com-
pañeros que marchaban á mi lado.
Mis ojos no tenían otra perspectiva que las
brillantes bayonetas francesas y aquella bande-
ra tricolor que excitaba mi entusiasmo y cuyo
extremo asomaba por encima de los viejos tri-
cornios.
Marchaba envuelto en aquel torrente que
rugía el himno de la patria saltando peñas y
salvando precipicios.
Era una gota de la hirviente marea de hom-
bres que subía y subía para no parar hasta lo
más alto de los Vosgos.
Una lluvia de balas caía continuamente sobre
nosotros causando un verdadero estrago.
Teodoro al oírlas silbar sobre su cabeza se
sonreía al mismo tiempo que murmuraba junto
á mi oído:
— Cualquiera de esas será para mí.
Poco distábamos ya de las posiciones enemi-
gas. A través de las densas nubes de humo
veíainos destacarse confusamente los negros
montones de tierra tras los cuales asomaban las
bocas de los cañones y las cabezas de ntiestros
enemigos.
De pronto, cuando ya solo distábamos un
centenar de pasos de las posiciones que íbamos
á atacar, los jefes de nuestros batallones agita-
ron sus sables en el espacio y aquella fué la
señal.
Apresuramos el paso, ó más bien dicho, corri-
mos para arrojarnos sobre nuestros enemigos,
y en el mismo instante de todas sus trincheras
salió una formidable descarga.
Una intensa y fugaz llamarada horizontal,
luego un espantoso trueno, y por fin nos vimos
envueltos en una nube de espeso humo.
Yo vi perfectamente como Teodoro cayó al
suelo de bruces sin exhalar un solo grito, pero
enel mismo instante la tierra pareció faltar
bajo mis pies y vine al suelo.
(Se concluirá.)
Vicente Blasco Ibáñez.
m
r
í.
c
o
o
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n
•D
X
A ORILLAS DEL TER (Dibujo de F. Mestres>
246
lA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
«LECTURAS
Á MOCHOS Y A NINGUNO
^co!tT^^u*CIílIl)
Porque sin ingenio, señores, no hay nada.
Esta verdad de Pero Grullo es la que nuestros
novelistas improvisados olvidan constantemen-
te. Hay que hablar de esto. Según el discreto y
erudito autor del Discurso preliminar sobre la
primitiva novela española, (Rivadeneyra, t. lÜ.)
viene á ser la novela «relación ingeniosa de una
acción fingida pero verosimil entre personas
particulares.» Con tal definición podrá estar
mal cualquier cosa menos lo de exigir á la rela-
ción que muestre ser obra del ingenio.
Sin embargo, de esto es de lo que con mayor
desfachatez se prescinde, y se quiere probar por
a más 6 qne se es novelista porque se cumple
EL MUSEO HELÉNICO DE CAMBRIDGE
LA NIKÉ DE ARKERMOS
con esta y la otra condición, sin que les impor-
te á los qne tal hacen olvidar lo principal, la
aptitud para el arte literario, la invención in-
geniosa.
Yo conozco algunos de nuestros jóvenes pro-
sistas que escriben su novelita cada año (y antes
falta el sol) que de buena fe se creen autores y
pn poco está qne no anden con uniforme de na-
turalistas; tienen montada una especie de admi-
nistración, complicada, como la de cierto harina
tronado de Gogo!, en la que no falta más que
nna rueda para que sea aquello todo un esta-
blecimiento de realismo perfeccionado. Escriben
los tales cartas y más cartas á todos sus compa-
ñeros de naturalismo dentro y fuera del reino,
se alaban mutuamente, desprecian al enemigo,
á los idealistas, y se qneaan tan satisfechos.
Pues bien, ahoi-a el secreto: son tontos, tontos
casi casi de capirote; sosos, apocados, de espí-
ritu flaco, de ánimo alicaído; nunca se les ha
ocurrido decir, ni pensar, ni hacer nada de par-
ticular, y con estas señas personales quieren
representar el arte literario, es decir, la flor de
la fantasía y del sentimiento, la frescura del
alma humana, el anhelo más alto, la visión más
gloriosa }• pura de la realidad ideal y corpórea.
Pnes eso no se lo hace nunca ver la critica, esa
crítica qne por serlo prescinde también de lo
principal en su naturaleza: el gusto. Los críti-
cos sin gusto perdonan á los novelistas la falta
de ingenio y así anda ello.
Como aquí nadie estudia de veras estética,
porque los más ni saben con qué se come, y
otros la desprecian sin conocerla por aquello de
que ya no hay metafísica, ni nada más que he-
chos, etc., etc , y los más listos creen que para
estética basta la de Eugenio Veron y á lo sumo
los trataditos de Laugel y otros por el estilo,
buenos para saber cómo le escarba á uno la
música los oídos y cosas de este tenor, pero in-
suficientes para lo principal; como aquí se me-
ten á hablar de literatura jóvenes y viejos que
tienen el alma de canto... positivista y con frac-
tura antropológico-sociológica, ó como si dijéra-
l-A NIKANDRÉ DE DÉLOS
mos, á la antigua, de ciencias morales y políti-
cas; como andan por esos periódicos critico lite-
rarios que hablan de estas cosas, sagradas cosas,
como si fueran presupuestos, ó microbios ó
higiene pública, 6 teorías parlamentarias, como
todo esto es una confusión y un dolor, nadie se
para á meditar lo que corresponde á la psicolo-
gía estética, á las propiedades del artista como
espíritu creador. ¡Buen creador te dé Dios!
¿Qué han de crear esos muchachos que no
sienten nada, que nada tienen quo decir porque
.son almas vulgarísimas? De artistas no tienen
más que la ambición de gloria; más que de glo-
ria de notoriedad, porque la gloria consiste en
valer y á lo sumo en que lo sopan los espíritus
nobles, elevados; la notoriedad no necesita más
que la fama del sufragio univensal y se cuida
poco de merecer 6 no el crédito que alcanza.
Algunos do nuestros novelistas ya nos vienen
con el ren ren ese, traducido del francés, por
supuesto, que consiste en despreciar á los polí-
ticos por burgueses, por medianías de ambición
pequeña y prosaica. ¡Infelices! No comprenden
que ellos no llevan á las letras- mejores armas
que los otros á la política; tal vez recurren al
arte por no haberse atrevido á probar fortuna
en la vida pública ó por haber llevado desen-
gaños, ó por débiles 6 por ineptos para los ne-
gocios. El arte no es un refugio, no es iglesia
de asilo. Sin contar, con que aun muchos espí-
ritus aristocráticos, en el sentido del esteticismo,
que no son profanos en el culto desinteresado
de lo bello, tienen que contentarse con el papel
de fieles, sin osar pretender un oficio en la igle-
sia militante, porque les faltan las facultades
creadoras. No basta que tengan buen gusto, de-
licadeza, juicio firme, penetración, pasión sin-
cera y noble por el arte, aguda inteligencia,
gran ilustración; sino saben inventar no escri-
ben, por lo mismo que son discretos y aman de
veras el arte. En todo amor grande hay respeto.
En el arte hay que dejar m\icho á lo que, bien
ó mal, se llama lo insconsciente. Entendiendo
mal ciertos párrafos de Zola, yo creo que en-
tendiéndolos mal, muchos se ríen, en nombre
del naturalismo, de la invención, de la inspira-
LA HERA DE SAMOS
ción, del don, etc., etc. Es, sencillamente, una
tontería burlarse de tales ideas, negarlas. Des-
pojémoslas en buen hora de todo carácter míti-
co, pero no las neguemos; ni siquiera cabe ne-
garlas su carácter de misteriosas fuerzas. Esa
espontaneidad creadora que no se sabe de dónde
viene, es siempre la principal en los artistas,
aunque ellos lo nieguen, porque sean de los afi-
cionados á eso espejismo del orgullo que se
contempla, no en las propias obras, sino en la
teoría en que se pretendo fundarlas. Muchos
grandes escritores que no so atreven á alabarse
directamente, se valen de esto fingimiento retó-
rico de elogiar la eficacia de la doctrina y de
los procedimientos técnicos de que se valen. Los
incautos imitadores caen en la trampa; no ven
la profunda ironía de los maestros, á quienes
sin pensarlo ofenden atreviéndose á imitarles.
¡Imbéciles! pensará el genio preceptista al ver
estrellarse á los incautos. Cuando yo veo á
Campoamor ó á Víctor Hugo, ó á Zola mismo,
ó al mismo Juan Pablo (y eso que éste era má.s
legítimo (stélicíi) e.\poner todo su arte de escri-
bir poesía, se me figura estar oyéndoles decir:
«Para hacer esto hay que proceder de esta y de
la otra manera,» — y añadir por lo bajo, — «y,
además, hay que ser Campoamor, ó Hugo, ó'
Zola, etc.»
LA ILUSTEACION IBÉRICA
247
Hay que ser casi tonto, para no comprender
que Zola ha sabido antes que nadie lo que ahora
descubren los Ganderax, los Brunetiere, los Le-
maitre, etc., saber, que él es antes que todo un
poeta', un gran poeta, y que si su naturalismo á
lui prospera es... por la inspiración del maestro.
Zola, que tiene además de genio, talento, no
puede menos de haber notado que lo mejor que
hay en sus obras es lo que no depende de credos
literarios ni filosóficos; lo que viene no se sabe
de dónde: la inspiración, el soplo divino, que
no será divino ni soplo, si no quieren, pero que
sopla, y sopla como lo haría una divinidad.
DIANA DE POITIERS
(Se continuará.)
Clarín.
-«-
Así como hay tipos de mujer, Helena, Cleo-
patra, Francesca de Rímini, Julieta, Desdémo-
na, la Estuardo, María Antonieta, que serán eter-
namente objeto de interés y motivo de pasión
para el artista, hay también una porción de her-
mosísimas vulgaridades que gozan de extendida
fama. Así, por ejemplo, suélese citar como una
especie de diosa de la hermosura á la célebre
Diana de Poitiers, la hija de aquel conde de
Saint- Vallier, de Le roi s' amuse y Rigoletto, sal-
vado del patíbulo por el abandono de su hija
al rey-caballero. ¡Qué desencanto, sin embargo,
cuando se fija la atención en tal hembra! Nada
más repugnante, en efecto, que la avaricia y la
sed del oro en una mujer. Hartos ejemplos teñe-
:-^1^
mos hoy día entre tantas damas de mucho ringo-
rango cuyas fechorías financieras causan náu-
seas. La de Poitiers era el tipo completo del
mercantilismo; mujeres así, más parecen muñe-
cas mecánicas, artificiales y secas, que no cria-
turas humanas.
Todas esas favoritas y queridas de los reyes,
no han favorecido jamás los intereses de su pa-
tria ni han contribuido nunca á mejorar la con-
dición de los monarcas; la mayor parte han sido
calamidades públicas, desde la Cava á Lola
Montes y desde la Sulamita á la Pompadour.
Ninguna de ellas puede resistir al análisis de la
crítica.
El prestigio de la famosa duquesa de Valen-
tinois procede de la atmósfera que le hicieron
los artistas de la corte de Francisco I, tales
como Juan Cousin, Juan Goujon, Filiberto De-
lorme y el Primatice, todos los cuales la repre-
sentan en sus cuadros y estatuas en figura de
Leda abrazada al cuello de un ciervo, cuyo ani-
mal no hay para qué decir que aludía á su real
amante.
Es imposible negar que Diana de Poitiers
fué una de esas mujeres, tan numerosas en Fran-
cia, que saben aparentar una juventud eterna,
como Ninon de Léñelos y la Recamier; hermo-
sa, no hay para qué encarecerlo, ni tampoco su
buen gnsto y su elegancia, y con todo, Diana
no fué más que una cortesana sin corazón ni
talento, símbolo de la victoria de la adulación
y el sensualismo. Fué adúltera, egoísta y ava-
ra; agotó el erario, y si bajo su dominación se
llevaron á cabo varias obras de arte, fueron pa-
gadas por medio de vejatorios impuestos ó de
crueles confiscaciones. Joven, casi niña, se ha-
Igía casado con un viejo, feo y jorobado, pero
que era gran senescal de Francia. Viuda de
,Üm^-M
■ ■:'''. '■: I ,»■ i f!|!i, ' Jj^ '!(■ ' ^'"1
EL ARTE EN PERSIA: LA TUMBA DE DARÍO, EN N AKHCHl-RUS F EM UN CAPITEL.— SAPOR I Y EL EMPERADOR VALERIANO
aquel carcamal, fingió llorar muchos años su
memoria para que pudiesen ser cotizados á más
alto precio sus favores. Nada más innoble, final-
mente, que su barraganía con el delfin, que tenía
diez y ocho años menos que ella y al cual do-
minaba por completo, gracias á sus astutas ar-
tes. Era, en suma, Diana de Poitiers, si mate-
rialmente bella, llena en cambio, de fealdad
moral. Con todo, sépase que Ja hermosa mance-
ba de Enrique II (y antes de su padre Francis-
co I) contaba entonces cuarenta y tres años, los
mismos que madame Recamier cuando Ampere,
que sólo tenía veinte, quería casarse con ella.
Cuando el delfín se prendó de la viudita,
adoptó los colores blanco y negro, únicos que
empleaba Diana en ous fastuosos trajes. La in-
fancia del príncipe había sido muy triste. En-
viado á España con su hermano como uno de los
rehenes para la ejecución del tratado de Ma-
drid, había pasado cuatro años relegado en Va-
lladolid en un convento de frailes, en donde
había padecido una verdadera cautividad. Vuel-
to á la corte de Francia, mostróse lleno de em-
barazo y timidez, por cuyo motivo su padre le
demostraba poco afecto. A Francisco I no le
gustaba aquella falta de vivacidad que tanto
contrastaba con la ligereza de su cabeza de
chorlito. El pobre principe, que se veía de tal
manera aislado, tendió entonces una mirada en
torno suyo y cayó postrado á los pies de Diana,
en demanda de su protección y arrimo. El des-
dichado mozalvete se enamoró de la taimada
palaciega como de una divinidad, hasta la ido-
latría y el fanatismo más exagerados.
Nadie diría que el amante de Diana fuese el
heredero de la corona de Francia al leer los ver-
sos que le dirigía y las muestras de rendlsimo
vasallaje con que se conducía respecto á ella.
Enrique estaba casado con Catalina de Medi-
éis desde hacía ocho años, pero las costumbres
de la época — ¡quantum mutantur ab illo! — ad-
mitían que se compartiese el cariño entre la es-
posa y la querida. La astuta florentina callaba
y disimulaba, esperando, empero, la ocasión de
vengarse. Además de esta rival tenia Diana
otra enemiga en la duquesa de Etampes, joven
querida del viejo Francisco I, así como ella era
la vieja querida del joven delfín. La duquesa
tenía por artista encargado de reproducir sus
encantos al Primatice, y Diana á Benvenuto
Cellini.
Así que subió al trono Enrique II, convirtió-
se Diana, que tenía entonces cuarenta y ocho
años, en la verdadera dueña de Francia. Mandó
desterrar á la de Etampes, hízola devolver un
diamante de cien mil escudos, último presente
que á la linda jovencita había hecho Francis-
co I, y desde entonces puede decirse que el te-
soro público se convirtió en su caja particular.
Todo lo cobraba, lo vendía, lo dispensaba, lo
devengaba y lo embolsaba la interesante jamo-
na. Dinero, dinero y dinero, tal era el único
afán de la duquesa, siempre bella á pesar de los
años.
Tocante al carácter de su hermosura no hay
para qué negar que giiardaba relación con su
nombre; era una belleza dominadora, escultural,
de orgulloso aspecto, imponente y casi dura,
revelando como principal atributó la fuerza. Asi
es que muchas veces se revestía de una arma-
dura sin mostrar la menor incomodidad. ¿Pero
cómo podía á los cincuenta años conservar el
prestigio y el brillo de la juventud? «El secre-
to,— dice Michelet, — es bello sin duda, pero fá-
cil de saber: no conmoverse por nada, no amar
nada, no compadecerse de nada. No abrigar otra
pasión que la que da un poco de movimiento i
la sangre, placeres sin borrascas, amor á la ga-
nancia y la caza del dinero.»
Por otra parte, la fuerza de voluntad de Dia-
na alcanzaba imposibles. No quería envejecer y
no envejecía. Tenía, empero, una fuente de Ju-
vencia, y ésta era el baño de agua helada que
tomaba en todas épocas. Al rayar el alba estaba
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LA JACQUEEl I
le G. Rochegrosae)
250
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
ya levantada; lanzábase entonces á caballo á
través de If^s bosques y cazaba dos 6 tres horas
ciervos ó jabalíes. Estas costumbres activas y
matinales le daban un vigor increíble, evitán-
dole el menor instante de desfallecimiento.
La vieja cortesana sabia, por otra parte, te-
nerle embobado á aquel rey quijotesco,
manteniéndole en la ilusión de que ni
el mismo Aniadis había sido tan fino
enamorado como él; Enrique 11 estaba
chiflado, en efecto, con los libros de
caballería y remedaba lo que leía acer-
ca de los Lisuartes y Esplandianes.
La Dulcinea, sin embargo, no incu-
rría en semejantes mentecaterías; la
cuestión era sólo cuartos, cuartos,
cuartos, y á este propósito trata, rega-
tea, compra, vende, adjudica y hace
negocios como el más inteligente mer-
cachifle. Así, como Solimán 11, aliado
del rej' cristianísimo, hubiese apresa-
do algunos barcos españoles y rega-
lado los cautivos á Enrique 11, cediólos
éste á Diana para que dispusiera de
ellos, y en efecto, los vendió, hom-
bres y mujeres, y no sólo los vendió
sino que sabiendo que Solimán había
encontrado mny feo este negocio y se
disponía á mandar un embajador para
quejarse al rey, dio orden de que se
sacaran á subasta lo más pronto posi-
ble, antes de que llegase el enviado
del Gran Señor.
La favorita, siempre ojo uvizor á la
ganancia, cuidaba de todo lo relativo
á los hijos que iban naciendo de En-
rique y su mujer; les escogía las no-
drizas, les designaba los sitios en que
debían veranear y se convertía en en-
fermera de la reina cuando estaba ma-
la. Todo se le pagaba espléndidamen-
te. En cuanto á Catalina de Médicis,
disimulaba lo que podía mortificarla
aquel amor, y hasta llegó á formar
una especie de alianza tácita con la fa-
vorita, tanto más en cuanto ningún ca-
riño profesaba á su esposo. La taimada
florentina sólo abrigaba en su pecho
la pasión del mando y su astrólogo
Rnggeri la había vaticinado que rei-
naría á sus anchas. Por eso aguarda-
ba y callaba.
Tenía, además, otra gracia Diana,
y era la crueldad; así, después de ha-
berse entregado á los placeres más
insensatos con el rey, disponía unos
cuantos autos de fe para ver cómo ar-
dían los hugonotes en la hoguera, ó
bien se divertía con el hijo de Fran-
cisco I viendo como daban tormento á
los reos de herejía con la cuerda, la
estrapada, la tranca, el brasero y de-
más cueftwneí. ¡Era muy entendida en
materia de placeres la duquesa de Va-
lentinois! Generalmente los torneos
iban seguidos siempre, como fin de
fiesta, de hogueras para calvinistas.
Una vez el rey, que volvía de justar
en honor á Diana, pasaba por el que-
madero y oyó los alaridos de un anti-
guo criado que moría entre las tortu-
ras del fuego.
Donde se ve que no siempre han de
ser España y la Inquisición los auto-
res de chamusquinas.
Con todo, ocurrió una vez un su-
ceso qne hizo se le pasaran á Enri-
<jue II las ganas de ver cómo dabtn
tambre, aunque no de hacerla dar. Fué el caso
qne un pobre sastre, detenido como herético,
fué conducido ante el rey, á quien quiso darse
el divertido espectáculo de la confusión y sim-
plicidad de aqnel botarate, pero en vez de ser
así contestó al interrogatorio regio con cordura
y dignidad. Diana de Poitiers que asistía á
aquella escena, quiso meter bausa en la discu-
sión, y entonces exclamó el sastre: — '^Señora,
contentaos con haber infectado la Francia y no
mezcléis vuestra basura en cosa tan sagrada
como es la verdad de Dios.» — Callóse la favo-
rita por de pronto, pero el día 4 de Julio de 1549
subió el pobre sastre, con tres correligionarios
más, á la hoguera encendida en la calle de San
Antonio, en presencia del rey y de Diana, y
EL SOLITARIO
cuéntase que cuando el sentenciado se apercibió
del rey, que estaba asomado á una ventana del
palacio de Roche-Pot, «se puso á mirarlo tan
fuertemente que nada podía hacerle desviar la
vista del él.» El rey, lleno de terror por aquella
mirada, fija y terrible, se apartó de la ventana,
y- perseguido largo tiempo por aquel recuerdo
vengador, juró no volver á ver quemar más con-
denados.
El rey murió de una lanzada que recibió en
un torneo. Su querida, cuyos colores, blanco y
negro, llevaba, tenía entonces sesenta años, y
conservaba aún algunos restos de belleza.
Subió en consecuencia al trono Francisco II,
casado con María Estuardo, el cual se contentó
con hacer devolver á la querida de su padre to-
das las joyas que había recibido del chiflado
monarca, mientras Catalina de Médicis la hizo
restituir, por su parte, el castillo de Chenon-
ceaux (hoy propiedad de M. Wilson, yerno de
M. Grevy).
Diana pasó los últimos años de su vida en-
tregada á la devoción; fundó varios conventos
de arrepentidas y en su testamento habló de sus
bienes, diciendo que procedían ¡dé su trabajo!
¡Oh ingenuísimo cinismo!
«Nada ofrece el destino de Diana de Poitiers,
— dice M. Imbertde SaintrAmand, — que encan-
te la imaginación; nada que seduzca el corazón;
nada que deba desarmar la justa severidad de
la historia. En ninguna de sus cartas se encuen-
tra la menor expresión tierna ó humana, sin
desmentirse jamás el personaje oficial. Fué una
mujer sin sensibilidad, sin lágrimas, sin sonri-
sas; una belleza viril que poseyó fuerza, energía
y resolución, pero no gracia ni bondad. Es el
tipo de las favoritas regias, de esas grandes in-
trigantes medio queridas y medio ministras, que
tratan el sentimiento como un negocio de Esta-
do y ponen en el triunfo del vicio como una es-
pecie de decoro y de gravedad... Diana de Poi-
tiers fué el genio maléfico de Enrique II; mejor
dirigido hulDÍera sido este principe capaz de
grandes cosas; Diana le quitó el respeto de sí
mismo. La pretendida divinidad del Renacimien-
to no merece ninguna apoteosis, y si la historia
no es una escuela de escándalo jamás podi-á ser
indulgente para mujeres que como la duquesa
de Valentinois no fueron en realidad, más que
modelos de cortesanas.»
Razón de sobras tiene el distinguido histo-
riador francés. Nada más repugnante que el vi-
cio tarifado; entre el desbordamiento frenético
de Mesalina y el frío cálculo de la crápula de
cuenta y razón, es más disculpable lo primero.
Nada más asqueroso que la sordidez de las fa-
voritas. Por suerte, se acabaron con el absolu-
tismo.
Carlos Mendoza.
-*-
LO QUE DICEN LOS LIBROS
Mi familia son los libros y mi hogar cual-
quiera biblioteca.
Quisiera que la humanidad hubiese hablado
un idioma en todos los tiempos para leer los
libros de todos los pueblos.
La pasión por el libro me ha proporcio-
nado días de inefables goces y de pesares sin
cuento.
Porque un libro, como una mujer, ama ó abo-
rrece, se entrega ó resiste, es fiel ó inconstante,
acaricia ó maltrata, hace reir ó llorar y á veces
dormir profundamente.
En mi primera edad amé á todos los libros
sin distinción de sexos ni categorías.
Algunos, los de literatura, correspondieron á
mi entrañable afecto, me amaron; con otros, co-
mo los de matemáticas, no pudimos entendernos
nunca.
Romeo y Julieta gozaron de una paz octa-
viana en sus amores, comparando sus desdichas
con las que á mí me han proporcionado otros
Capuletos y Mónteseos no menos tenaces y tes-
tarudos.
Primero mis parientes, los cuales ponían el
grito en el cielo siempre que me hallaban con
un libro en las manos; luego mis amigos que
nunca me dejaron pelar la pava tranquilamente;
y, por último, las mujeres, cuya afición á la
lectura no traspasa los límites del folletín.
,, í¡Q"ó do herejías me han hecho! ¡Cómo me co-
sieron con sus burlas!
F'En muchas ocasiones fué la desigualdad de
fortuna la que me impidió gozar del objeto
amado.
I
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
251
Como el célibe que aburrido do laa cuatro
paredes de su casa busca en la de un amigo la
alegría y el calor que en la suya le faltan, asi
yo, en mis épocas de penuria he recurrido á las
bibliotecas de mis compañeros.
Eran estas lecturas, de libros ya conocidos,
como renovación y recuerdo de antiguos amo-
res, los cuales muchas veces terminaban en
crueles desengaños.
¡Quien no ha visto á uno de tantos amantes,
la mirada fija en un punto y el alma en los
ojos, inmóvil bajo un balcón, pasar largas horas
en semejante actitud, lo mismo en los ardientes
días del estío que en los nevados del invierno!
De igual modo han pasado para mí días, me-
ses y aun años á pié quieto, frente á los esca-
parates de las librerías.
Esta clase de espectáculos me han cautivado
en todas ocasiones, mucho más que la contem-
plación de la naturaleza.
La luz del mechero de gas, reflejándose en
las cubiertas de colores impresas, me atrae y
da vértigos como si me asomara á un abismo.
La última edición de un libro antiguo es la
vuelta de la primavera: florece de nuevo.
Ante las obras impresas en idioma para mí
desconocidos me quedo largo tiempo en éxtasis;
son mis amores platónicos.
Cuando á través del cristal no alcanzo á leer
un título ó un nombre, siento el suplicio de
Tántalo; ¡una frase de amor perdida!
OBHA NUEVA
Este anuncio colocado entre las páginas de
un volumen, me produce efectos extraordinarios;
los ojos se me agrandan, la inteligencia se me
esclarece, los nervios no me dejan en paz, me
agito, me muevo, bailo, salto, gesticulo y río
como un idiota.
¡OBRA nueva!
¡Un libro más que leer!
Para mi nO hay alegría semejante; todo lo
demás desaparece á mis ojos; todo menos la
nueva obra que se ofrece á mis miradas hermo-
sa, provocativa, deslumbrante, como si el sol
hubiera bajado á la tierra y se hubiera hecho
libro.
El libro es hijo del papel y de la tinta.
¡La negrura de la tinta expresando la clari-
dad de la inteligencia!
Así debió salir el mundo del caos.
¡Los sentimientos del hombre confiados á la
<\.N
TARDE DE SOL
debilidad de un papel! ¡Quién duda que el amor
es heroico!
El libro en manos de un librero es un escla-
vo; los libros no deberían venderse, deberían
solicitarse y su autor ser considerado como hi-
jo de los dioses.
El libro en manos inexpertas es un mártir; á
toda persona á quien se la enseña á leer con-
vendría enseñarla antes á tratar los libros, como
se educa á los niños al propio tiempo que se les
instruye.
Prestar un libro es ser cómplice de adulterio;
el que lo roba efectúa un rapto; quien lo vendé
lo prostituye.
El libro en el escaparate es una joya; envuel-
to en un papel una mercancía; en el bolsillo un
recurso; sobre una mesa un enfermo; en el sue-
lo un cadáver; en la biblioteca una momia, y en
la mano, ¡ah! en la mano es libro.
Un libro antiguo infunde respeto; viejo, mue-
ve á compasión; sucio, parece un apestado;
roto, hace llorar y nuevo se le ve sonreír.
Los libros creados por el fuego de la inteli-
gencia, .sería conveniente en sus postrimerías
entregarlos al fuego de la naturaleza; la madre
ama á sus hijos, ¿por qué no devolvérselos?
Sería un triple fiat lux; el do la creación, el
de la vida y el de la muerte.
Un libro cerrado es una noche estrellada;
cuando se le abre, amanece; el acto de cortar
sus páginas, tiene a]go"de alumbramiento; quién
lo hojea, lo acaricia, lo besa; leerlo, es orar;
comprenderlo, es fortalecerse.
El libro mal cosido, es una persona mal ves-
tida; se parece á una mujer fea si está mal im-
preso; con erratas, es una hermosa tela con re-
miendos viejos y de distinto color; con dobleces,
parece un mendigo; cuando la estampación es
desigual toma formas horribles, semejándose á
un hombre que, á la vez que tuerto, íuese cojo,
manco, jorobado y sin dientes ni pelo.
Cuanto más bellas condiciones tipográficas
tiene un libro, tanto más gana el texto; la letra
clara y holgada, da claridad á los pensamien-
tos; nos hálala en voz alta cuando los caracteres
de imprenta son grandes y muy bajita cuando
son pequeños.
La cubierta de un libro es su fisonomía; su
papel lo que la ropa blanca á las mujeres, que
cuanto más limpia y planchada, más seduce y
enamora.
El cuerpo del libro es la margen, el alma lo
impreso; su edad la paginación; el título su
nombre.
Los grabados son la vanidad del libro; pare-
ce que están diciendo antes de que lo leáis:
— ¡Mira que l,uen mozo soy! ¡Qué talento po-
seo! ¡Qué cosas tan buenas digo!
Los libros con grabados son los seres más in-
discretos, más inoportunos y más impertinentes
que conozco; no tienen seriedad ni educación.
Revelan antes de tiempo secretos que al lec-
tor únicamente toca descubrir; involucran los
sucesos; desfiguran á los personajes y dan en
tierra con el interés de la narración.
Quien no sabe ver con el entendimiento que
cierre el libro.
El que ve con la fantasía lo que lee, siempre
se lo imagina más perfecto y acabado que el
lápiz y el buril puedan hacerlo.
Leer es pensar y sentir, no mirar.
Los libros con grabados son buenos para los
niños y para las mujeres.
Los libros grandes me inspiran tanto miedo
y temor, que los pondría en un atril como en
un altar y leería sus páginas con el sombrero
en la mano.
El libro en rústica es el libro por exce-
lencia.
El hospital de los libros es el taller del en-
cuadernador.
Un libro en pergamino es un ictérico; un vo-
lumen manuscrito una flor de trapo; los libros
de lujo la nobleza de la clase; los de escuela y
universidades apenas son libros.
Un libro encuadernado en pasta es como un
ser enterrado en vida; sus tapas son la losa del
sepulcro, entre las cuales y en letras doradas,
se lee su epitafio.
No hay nada tan semejante á un cemen-
CANADÁ: CABO ROJO
PERSPECTIVA
DESDE EL PASEO DE LA
MONTAÑA
CEMENTERIO DE LA COSTA DE
LAS NIEVES (MONTREAL)
o
Id
D
a
<
Q.
Z
Id
364
LA ILUSTEACION IBÉRICA
toio como una biblioteca de libros empastados.
El libro en rástica es comimicativo y espon-
táneo; en donde quiera que se le deja os sourie,
y, por entre sus blancas márgenes, deja esca-
par alguna palabra, os enseña alguna frase con
la cual os provoca y atrae como una dama que,
sonriendo, os enseñara el nacimiento de la pan-
torrilla entre blanquísimos encajes.
El libro en pasta metido en si mismo, se ha-
lla siempre cerrado á piedra y á lodo; os mues-
tra una superficie dura y compacta como una
piedra; no tiene expresión ni dice nada; parece
que está vuelto de espaldas, que lo desdeña
todo; tiene cara de pocos amigos.
On libro en rústica es flexible, se adapta á
vuestros gustos; parece que las palabras están
saltando del papel, que las hojas se vuelven
por sí mismas, que desea agradaros y ser vues-
tro, vuestro hasta la última letra de su sangre.
Un libro en pasta se va de entre las manos;
está siempre queriendo escapar; al menor des-
cuido se cierra y os deja con la palabra en la
boca; no podéis llevarle á parte alguna sin
grandes molestias y dificultades.
El libro en rústica es el libro de mis amores;
mi amigo inseparable; dónde quiera que voy
me acompaña; unas veces en el bolsillo, otras
en las manos, nunca debajo del brazo, le llevo
conmigo y me habla á todas horas; duerme á
mi lado; come en mi mesa; hacemos juntos visi-
tas, y por la calle, en medio de la red de coches,
tranvías, carros, rippers y personas que la cru-
zan en todos los instantes del día, lo tengo ante
mis ojos y leo tranquilamente palabra por pa-
labra, linea por línea y hoja tras hoja.
Mi ambición, mi ideal es poseer una biblio-
teca en un jardín.
¡Flores y libros! ¡Perfumes y sentimientos!
¡Ideas y coloree!...
Temo la muerte porque vendrá á interrumpir
mis lecturas.
¡Cuántos libros se publicarán después de que
yo haya dejado de existir! ¡Qué buenas y bellas
cosas se imprimirán que yo no he de leer!...
Esto me desespera.
¡Oh, mis queridos libros, vuestros serán mi
corazón, mi inteligencia y mi voluntad!
No me habléis de mujeres, de fortuna, ni de
honores; dadme libros, más libros, siempre
libros.
Cuando la hora de mi muerte haya llegado y
comience mi agonía, no me digáis palabras de
consuelo, no lloréis; si me amáis, si queréis que
muera dichoso y la eterna sombra se ilumine y
el reino de la muerte me sea querido, abrid los
diálogos de Platón y con voz clara, vibrante y
sonora leedme el de Phedon sobre la inmorta-
lidad del alma.
Vicente Colorado.
-*-
Á ENRIQUETA, AL SER MADRE
SOITETO
Me han dicho que eres madre. ¡Con qué anhelo
bendecirás al tiemecillo infante
cuando en sus ojos, de placer radiante,
fijes los tuyos de color de cielo!
Dichosa tú, que en la vejez consuelo
podrás hallar en ese niño amante
que, fruto grato de pasión, constante
calmará con cariño tu desvelo.
No así yo, pues, el día que afligido
comprenda que la muerte me rodea,
y llame con afán á un ser querido,
porque en su afecto y su eariño crea,
no habrá quién venga á mí y, entristecido,
mi angustia alivie y mi i-x>n8uelo sea!
Enrique Franco.
TUS OJOS
Guando Dios el sol hacía.
Luzbel, que aunque era un chiquillo
era ya de lo más pillo
que entonces se conocía,
Le hizo apartar un momento
la mirada del crisol,
y salió manchado el sol,
luminar del firmamento.
Rió el diablo, y dijo Dios:
- — Porque veas mi poder,
ahora mismo voy á hacer,
no uno bueno sino dos.
Y, sin demostrar enojos,
tomó fuego, luz é imán,
imiólo y dijo: — Aquí están.
Miró el diablo y vio tus ojos.
Tkodoko Rodríguez de la Tohke.
—m
ABRIL Y MAYO
Del cielo la primavera
baja risueña á los campos,
y de aromas se perfuman
y embalsaman los espacios;
Los árboles reverdecen,
las rosas abren sus ampos;
se agitan las mariposas,
y se enamoran los pájaros,
Formando tanta armonía
rumor tan dulce y preciado,
que á las almas estremece
y hace abrirse al entusiasmo.
II
Pero yo la primavera
tengo en tu rostro agraciado,
con más primores que el alba
con más sonrisas que el Mayo.
Qué son tus mejillas rosas,
y son claveles tus labios,
hallo aromas en tu aliento,
y en tus ojos dulces rayos.
Formando tanta armonía, ,
junto todo, y tal encanto
que me enamoran y el alma
se me abrasa de entusiasmo.
EzEQuiEL Solana.
*
NUESTROS GRABADOS
LA XUTIA DI KÁSHOL
Dibujo de HeUbauck
Trátase de un verdadero Juguete, pero de un juguete gra-
cioslalmo, hibilmente concebido y lleno de malicia de buena
ley, formando entre Séneca, el negro y la Insensible cuanto
risueña dama un terceto estatuarlo-vlTlente de la más hu-
morística originalidad .
DIXHA DK POITKKS
(Según el retrato de Ueltiard)
(Véase e: articulo.)
■L Juicio DC rÁBIS
Cuadro de D. J. Jiménez, ixittente en el Uuseo Nacional
Anduvo muy Inspirado el autor en traducir de tal manera
el mito griego de marras. Hay veces, en efecto, en que hasta
laa diosas se portan ni más ni menos que como unas galli-
k GRIMAS DEL TKH
Dibujo de F. Mestret
Merece la más sincera eiihorabuena el joven autor de
este dibujo por la bolla página que flgnra hoy en este núme-
ro. La obra deja comprender toda la poesía del paisaje tras-
ladado al papel y produce agradable efecto, quizas en gracia
de la misma sencillez de la composición .
EL HCSEO HKZ.1ÍNI0O DI CAUBEIDOI
La Niki, ó diosa de la Victoria, fué cincelada por Arker-
mos, famoso escultor de Délos, y labrada en mármol de
Chlo. Es un modelo interesantísimo de escultura arcaica.
La Hera, de Samos, hallábase en el templo que tenia Zeus
en dicha isla. Es obra mucho más moderna que la anterior,
siendo notabilísima la ejecución de los paños. Venerábase 6,
Hera como reina de las diosas.
La Niknndri, se llama asi del nombro de la devota que
hizo labrar la estatua, hallada en el templo de Apolo en
Délos. Parece obra autlquisima, anterior al tipo creado por
Dédalo y créese representa á Artemisa. Es una escultura muy
importante para el estudio de los orígenes de este arte,
siendo reproduccióu, al parecer, de otra estatua eu madera.
KL ARTE £M PSRSIA
Entre las más interesantes proviucias de la Persia ocupa
el primer lugar el Farsistan, cuya capital, ScUraz, se consi-
dera como la segunda del remo. A doce leguas al N. E. de la
misma encuéntranse las famosas ruinas de Istakhar ó Perte-
poli^, antigua corte de la Persia. Estas ruinas ocupan una
extensión de más de ocho leguas, hallándose las principales
en uua eminencia en forma de anfiteatro, desde la cual se
distingue una vasta cuanto fértil llanura. Los restos del an-
tiguo palacio de Jerjes,— cuyo dibujo acompañamos,— ocupan
una plataforma cortaila en la roca; su planta es cuadrilátera
y la circunferencia de 1.400 metros. Llámaule en Oriente
Tehihil- Minar, esto es, cuarenta columnas. Todas las partes
del palacio están adornadas con bajos relieves, siendo muy
notables también algunos enormes capiteles, uno de los
cuales reproducimos hoy en nuestras páginas.
Al Norte de Tchihü- Minar hay otra montaña llamada
Nakhehi-Rustem donde aparecen cavadas cuatro tumbas, en
una de las cuales se ve un bajo-relieve figurando un hombre
en postura suplicante delante de un principe montado á
caballo, lo que ha hecho presumir que este suplicante, vesti-
do en traje romano, representa al emperador Valeriauo que
cayó en poder de Sapor I. Otra de las tumbas es la de Ciro,
muy pomposa, según se ve eu el correspondiente grabado.
Li JilCQUBKlK
Cuadro de O. Bochegroste
Habiendo eu la batalla de Poitiers quedado prisionero de
los ingleses Juan II el Bueno (135C), pareció que le habla lle-
gado á Francia su última hora y que de un momento á otro
iba á hacer su entrada en París el Principe Negro, como hu-
biera sucedido probablemente á no haber surgido Esteban
Marcel , preboste de los mercaderes, que con su enérgica ini-
ciativa devolvió la confianza á la ciudad.
Lo más initante, sin embaigo, no habla sido la derro-
ta, por vergonzosa que ésta hubiese sido, sino el ver que
mientras el pueblo era sacrificado miserablemente, los no-
bles caballeros prisioneros de los ingleses gozaban y triunfa-
ban escandalosamente en su cautiverio, pasándolo entre fies-
tas y Jolgorios. El pueblo comparaba su suerte con la de la
ailstocracia y naturalmente sentía crecer de cada momento
el odio hacia aquellos Insolentes señores.
Durante el regalado cautiverio de Juan II y sus cortesa-
nos encargóse de la regencia su hijo Carlos que se apresuró á
convocar los Estados Generales, á los cuales concurrieron
800 diputados, imponiéndose acto seguido y haciendo causa
común el estado llano presidido por Esteban Marcel y el
brazo eclesiástico á cuyo frente estaba el dignísimo obispo
de Laon contra la estúpida nobleza.
Las medidas acordadas, cuyo carácter democrático es ver-
daderamente admirable en aquel siglo, no fueron aceptadas,
sin embargo, por el delfiu-regeiite, que se apresuró á disolver
la Asamblcd, iniciándose con ella una deplorable lucha entre
la monarquía y el pueblo.
En esto, los Ingleses hablan dado libertad á los nobles
franceses que hablan sido hechos prisioneros en Poitiers, con
promesa de que por Navidad volverían con gruesos rescates,
en virtud de lo cual aquellos caballeros tan amigos de cum-
plir la palabra empeñada, apenas so vieron eu su tierra apre-
miaron cruelmente á sus vasallos para pagar las arras, sin
tener el menor escrúpulo en robarles hasta la camisa á fin de
quedar con honor.
Asi pasaron dos años durante los cuales no conocieron li-
mite los martirios de que fueron victimas los campesinos
por parte de los nobles. — Jacques Bonhomme, declan ios aris-
tócratas, e» un animal manso,— yon tal persuasión torturá-
banle, estrujábanle, robábanle sus aperos, sus carros, sus gra-
neros, sus vestidos, sus despensas, su alcancía y hasta el pe -
llejo después de lo cual para no oír los quejidos del atormen-
tado bruto lo mataban. El terror habla llegado á tal extremo
que los villanos se escondían en grutas subterráneas, perma-
neciendo allí meses enteros con sus familias huyendo de la
tiranía de los nobles.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
255
Llegó sin embargo á noticia de aquellos desgraciados la
lucha ardiente entablada en I'aris entre los nobles y el pueblo
acaudillado por Esteban Marcel y creyeron que habla Ihgado
la hora de tomar venganza de tantos sufrimientos, (8 de
Mayo 1358). Los campesinos se enfurecieron y mordieron, pre-
sa de una verdadera rabia de exterminio contra aquellos Infa-
mes opresores que tanto les hablan martirizado, y sin jefes,
sin plan, tiu más armas que palos ferrados, hoces, azadas y
cuchillos, acometen los castillos, los incendian, pasanácuchi-
Uo á todos sus moradores, abruman de ultrajes y tormentos
á sus prisioneros, violan á las mujeres, queman á los niños,
ün día asan á un noble, se lo hacen comer á su mujer y á
sus hijos, y preguntándoles porque traspasan asi las leyes
divinas y humanas, responden; No lo sahevios; haumos lo que
hemos visto hacer á los demás.
Los sublevados eligiéronse ni cabo de algún tiempo un
rey al que llamaron Jacques Bonhomme, como por irrisión le
llamaban los nobles al pueblo. La nobleza salió por fin de su
estupor y marchó contra Ion jacques, que sólo en Champaña y
Picardi eran ya más de cien mil. Estos decidieron apoderarse
de Meaux en cuya fortaleza se hablan refugiado muchas da-
mas, pero fueron derrotados por Gastón Febo, condede Foix.
Cayó prisionero el rey de los jacques, que fué coronado con
unos trébedes candentes y después ahorcado, y los nobles
iban 3. caza de campesinos como á la de fieras pasándolo todo
á sangre y fuego. Al cabo de seis semanas estaba dominada
la insurrección, quedando incultos y despoblados los campos.
Por tu parte Esteban Marcel fué asesinado por un concejal
realista, abortando la revolución democrática que tan admi-
rablemente había iniciado.
Tal fué aquella terrible Jacquerie, en una de cuyas efce-
nas se ha inspirado el joven y ya ilustre Roehegrosse para
pintar uno de esos grandiosos cuadros que tantos lauros le
han valido.
TAED» DB SOL.— KL SOUTiRIO
Ambos dibujos se recomiendan por el profundo estudio
que revelan de la realidad, constituyendo dos magníficos
ejemplos de la vigorosa ejecución que distingue á su autor
Mr. Henley.
CANiDi: Cabo BOJO.— PICESPKCTIVA DÍSDK LA «MOSTaSa»
IL CEMSNTKEIO DB LA COSTA DE LAS HIÍVKS
(HOMTBEAL)
Divisase desde San Romualdo una vasta extensión del rio
San Lorenzo, limitada por Cabo Diamante, desde cuyo pun-
to hasta Cabo Rojo, á siete millas de Quebec, produce dicha
corriente un tumultuoso rumor al despeñarse por una ma-
jestuosísima cascada.
Respecto á los otros dos grabados de la misma página,
figura uno de ellos el panorama que se contempla desde el
paseo llamado de la Montaña y el otro el cementerio de la
Costa de las Nieves, no lejos de la ciudad.
KN KL PARQrjg
Cuadro de Wodzyuski
Siempre se tiene medio ganado el pleito echaudo mano de
escenas como la presente, pretexto únicamente para pintar
dos figuras agradables en cuanto son do mi'jer, pues, á la
verdad la otra no tiene gracia ninguna desde el momento en
que es de hombre. Ayuda uo pOco en hacer simpático al cua-
dro el traje que visten los personajes, tan noble y bello en
comparación de los estrafalarios trapos de nuestros días.
LA NIETA
Cuadro de Mület
Es digna de elogio esta obra por su colorido sobrio y refi-
nado, la perfecta ejecución y el efecto atractivo y poco vulgar
que produce. Es una bonita pintura de interior.
*^
CERTAMEN LITERARIO EN SEVILLA
La Real Academia Sevillana de Buenas letras, ha acordado
la celebración de un Certamen literario para 1887, en el cual se
adjudicarán tres premios á las composiciones que por su
mérito sean dignas de ellos, con arreglo al 8igui«nte pro-
grama:
Primer tima.— Poma ¡írico, en que se cante alguno de
los grandes ideales ó sentimientos de la Humanidad, ó algún
hecho memorable y de gran importancia, en Armas, en
Ciencias, en Letras ó en Artes, con entera libertad en el
asunto y dimensiones, sin más limitación que la de que sea
una Oda ó composición en í«rceío«.— Premio, una flor de lis,
de oro y brillantes. Regalo de 8. A. R. el Sermo. 8r. Infante
duque de iMonlpensier.
SxoúNDo TEMA. — Memoria critica en prosa, en que con
nuevas apreciaciones se trate de la vida y escritos de algúu
autor sevillano de mérito indiscutible, prefiriendo el que
haya sido menos tratado. — Premio, un hermoso reloj de
sobremesa, de mármol y bronce. Regalo del Excmo. Ayun-
tamiento.
Tekcer tema —Una Leyenda Kiitóriea ó tradicional en
verso y de asunto sevillano.— Premio, de la Real Academia
Stvíüajia.
Las condiciones son las generales en estos casos, debien-
do ser todas las oblas enteramente inéditas y estar escritas
en lengua castellana.
Los autores habrán de remitir sus obras á la secretaria
de la Academia antes del día 15 de Mayo del año sclual. El
acto de la adjudicación de ios premios se celebrará el día
30 de Mayo, fiesta de San Fernando.
Para alcanzar los premios deberán tener por sí mérito sufi-
ciente las obras , no bastando el relativo en comparación á
otras presentadas.
-«-
EL PREMIO DE SIEMPRE
(0ONTIKÜA0IOK)
m
DESEOS VAGOS
Felices ó desgraciados, el tiempo transcurre
con la misma vertiginosa rapidez. Dos años de
estancia en Florencia, bastaron para liacer del
niño entusiasta ó irreflexivo un homlire enérgi-
co y resuelto.
Mucho cambiara nuestro liéi'oe desde la muer-
te de Giacomo, porque nada enfrena más nues-
tros ensueños que el choque rudo de la realidad.
Perdido el amigo generoso que guiara sus incier-
tos pasos por el sendero del arte, huérfano su
corazón de aquel cariño indulgente y previsor,
la necesidad de buscar en el aturdimiento un
remedio á la inmensa pena que le embargaba
engolfó al artista en las continuas fiestas de que
era teatro la sin par Florencia, durante el si-
glo XV, cuando Cosme de Médicis regia aquella
hermosa y rica repiiblica, rodeado por los artis-
tas que engrandecieron labrillante época del Re-
nacimiento. De salón en salón, de baile en baile,
tan brusco cambio se efectuó en el modo de ser
de Andrés, que así como no lograra su nueva
vida divorciarle del arte, cuyos vagos ensueños
atenaceaban más que nunca su alma soñadora,
el amor de la mujer corrió al socorro del amor
al arte, para verter la hiél del desengaño des-
pués de los encantos de las más dulces emocio-
nes, en la existencia del soñador hijo del genio.
Un dia, paseaba Andrés á orillas del Arno,
con uno de sus amigos florentinos, hablando de
sus proyectos futuros con la animación y el en-
tusiasmo que son encantador patrimonio de la
juventud, cuando de repente interrumpiendo la
conversación empezada, dijo el amigo de nues-
tro artista:
— Pero Andrés, tú siempre me hablas de tus
ensueños de gloria, nunca de tus proyectos de
amor, y lo extraño, porque el amor es el comple-
mento de la existencia, el sol que presta calor á
la fantasía.
— Dos soles de igual potencia en el cielo de
nuestra alma, nos abrasarían sin compasión, —
contestó Andrés sonriendo.
— Hay quien dice que tú corres ese peligro.
— ¿Y en qué apoyan semejante afirmación?
— En que te gusta la condesa Angiolina, y
eres su adorador más constante, desde que fre-
cuentas sus salones.
— Soy galante y nada más.
— El amor y la galantería no se parecen, aún
cuando son de la mi.sma familia, y realmente la
condesa es digna del amor de un hombre como
tú; bella, joven, rica, libre é inteligente, tiene
todas las cualidades propias para agradar; su
tínico defecto es ser coqueta.
— No he visto nunca en ella coquetería algu-
na; es un ángel.
• — Sí, sí, pero algo travieso; una naturaleza
mitad ángel y mitad diablo; más, preciso es con-
fesarlo ¡es un diablo tan bello!
Una sombra de disgusto cruzó por la frente
de Andrés; no ob.stante guardó silencio, y su
compañero, ob.servando tan repentino mutismo,
añadió pasados algunos instantes:
— ¿Irás esta noche al baile de la condesa?
— Así lo creo.
• — Entonces, allí seguiremos la interrumpida
conversación.
— ¿Referente á qué?
- — ¡Toma! Referente á tu amor por Angio-
lina.
— ¿Insistes en esta idea?
— Más que nunca.
Encogióse de hombros el pintor por toda res-
puesta, y la conversación fué languideciendo
cada vez más, hasta quedar reducida á monosí-
labos.
IV
UN SUEÑO DE AMOR
Angiolina de Rocaberti era, en verdad, una
mujer encantadora. Viuda de uno de los mejores
jefes de la República florentina, hermosa, joven
y rica frecuentaba su casa la más escogida .so-
ciedad, y hallábase constantemente rodeada,
como Cosme de Médicis, por una corte de artis-
tas, de filósofos y de poetas.
Para todos tenia una palabra afectuosa, una
frase picaresca, un rasgo de ingenio, y la mi.sma
movilidad de su carácter constituía un elemento
importantísimo de su atractiva belleza.
A su lado se experimentaba algo parecido al
vértigo, al deslumbramiento; tenía á sus pies
mil aduladores, pero su espíritu inquieto y li-
gero no se fijaba en ninguno.
En la noche del baile á que hacemos referen-
cia, pululaba por los vastos salones de su es-
pléndido palacio cuanto Florencia encerraba de
inteligente y rico. Millares de flores_^ abrían sus
corolas en una atmósfera saturada de perfumes;
magníficos espejos, reproducían hasta lo infinito
el número de los lujosos convidados, y la con-
desa, con un bellísimo traje de tisú de plata
con flores rosa-pálido, recibía graciosamente á
sus convidados. Hermoso collar de perlas ro-
deaba su torneado cuello, mezclándose hilillos
de las mismas entre sus negrísimos cabellos.
Con su delicioso rostro oval, moreno, grandes
ojos brillantes y soñadores, y su esbelta y airo-
sa estatura, embellecíala tanto la lujosa sobre-
vesta de raso blanco, que parecía Angiolina la
personificación espléndida del arte que impul-
sara y diera vida al Renacimiento, mezcla feliz
de los purísimos ensueños del espíritu cristiano
y de los ardores 3'a debilitados del antiguo pa-
ganismo.
Hallábase la fiesta en todo su apogeo, el
baile en su maj'or animación, cuando Angiolina
huyendo del tumulto, internóse distraída por el
frondoso jardín. Allí la encontró nuestro An-
drés, quien, efectivamente, alimentaba en silen-
cio loca pasión por la noble dama.
■ — Hacéis mal en abandonar á vuestros con-
vidados,— dijo el artista con dulce reproche, —
porque los salones carecen de animación, y las
conversaciones de encanto cuando vos no bri-
lláis en ellas.
— También se divierten sin mí, y poco se nota
mi ausencia.
— Sois injusta.
• — No ciertamente.
■ — ¡Con tantos adoradores!
— Y ninguno verdadero.
— ¿Creéis que os engañan los que os hablan
de amor?
- — Sí; por eso no doy importancia á sus pro-
testas.
— Veo que tenéis formada mala idea de la
sinceridad del hombre.
— El amor verdadero no se satisface con pro-
testas, necesita hechos. ¿Creéis que á mí basta
el amor frivolo que se alimenta en los salones
de frases huecas é insustanciales? Yo quiero, si
un día llego á amar, que el amor se inspire en
obras capaces de inmortalizar al hombre, y al
mismo tiempo á la mujer que supo inspirarlas.
— ¿Os seduce la gloria? — preguntó Andrés
deslumhrado por la vivísima luz descubierta en
aquel espíritu que hasta entonces creyera fri-
volo.
— A mí no me puede .seducir la riqueza, por-
que me sobra el dinero, ni el poder, porque,
según dicen, impero en los corazones, ni la her-
mosura...
— Porque sois la personificación de la belleza,
— prorumpió el pintor entusiasmado.
256
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
Sonrióse la amable dama, envolviendo al jo-
ven con una mira(^ deslumbradora.
—¿De suerte que amaríais al hombre que na-
llnra Vn vos la inspiración?
—Si.
— ¿Al hombre que cifrara en vos y en su arto
el máximum de la dicha humana?
-Si.
r
>
tn
-i
>
ni
I
í
Al pronunciar esta última ; afirmación, los
ojos de la bella florentina se fijai-ón'de un modo
tan elocuente en el demudado rostro del joven,
qne éste, fuera de sí, loco de dicha, exclamó ten-
diendo ambas manos hacia su simpática ínter-
locutora:
— ¿Y «i ese hombre fuera yo, que soñara en
fnfír£*i-tir \-i,r.utrí. f-'i}-iTíí\y
—Cuando hicierais digno de él, entonces
os amaría.
Palideció intensamente el joven y llevóse la
mano al corazón para contener sus violentos
latidos.
— Indicadme lo que podría emprender que os
fuera más grato.
- ¡Qué KÓ vo! ¡Vosotros los artistas en tantas
cosas podéis probar vuestras aptitudes! Preci-
samente ahora Cosme de Módicis congrega á los
pintores de más fama, para elegir dos que pin-
ten un gran cuadro que falta á la iglesia de San
Ciovanni. De los dos lienzos, al
terminar los cuales se presentarán
al moderno Creso, él elegiiá el
mejor para el templo, proclamando
ás'u autor como el primor pintor
de la República florentina. ¿No
podríais ser vos quien alcanzara
tan señalada honra?
Brillaron con el indiscreto fuego
del entusiasmo los ojos del joven
artista.
Buena es la empresa para al-
canzar laureles; la obra es gigan-
tesca y no todos los alientos, por
grandes que sean, se hallan á la
altura de ella.
, ¿Os anonada sólo intentarlo?
Ño me conocéis, Angiolina; el
entusiasmo es en mi tan grande,
más quizás, que mis fuerzas; ade-
más, todo me parece poco, si por
recompensa tiene vuestro amor.
iQué no intentaría yo para conse-
guirle!
^De suerte que lucharéis?
Hasta morir ó vencer en el
empeño. Fijadme un plazo para
venir á reclamar vuestra promesa.
— Un año.
— Sea. Durante este tiempo no
preguntéis por mí, estaré por com-
pleto consagrado á mi obra, que
por otra ]iarte tiene también seña-
lada un año de plazo por Cosme de
Módicis. Después de este tiempo,
si el mundo aplaude en mi uno de
sus grandes pintores, vendré á re-
clamaros la palabra empeñada, á
buscar el dulce complemento de mi
gloria.
— Y habréis merecido mi amor,
—añadió la dama tendiéndole su
hermosa mano, á tiempo que inva-
dían aquella parte del jardín va-
rios invitados buscando á la encan-
tadora dueña de la casa.
Andrés desapareció á través de
un bosquecillo, sin que nadie nota-
ra su ausencia, yla fiesta se pro-
longó hasta el amanecer.
Cuando, al fin, la seductora flo-
rentina, fatigada de aquella noche
de aturdimiento, se encontró sola
en sus habitaciones, sonrióse com-
placida, mirándose al espejo, y ex-
clamó á tiempo que desprendía los
hilos de perlas entrelazados con sus
negros cabellos:
^— Creo qne he hecho una obra de
caridad entusiasmando á Andrés
para que tome parte en el concur-
so; mi corazón es harto inconstante
para abrigar por mucho tiempo una
pasión; conozco que me ama, y en
cierto modo le recompenso la pre-
dilección que me manifiesta ani-
mándole en la empresa. Después...
¡quién sabe! Un año es muy largo,
y tanto él como yo, al final del
mismo, habremos cambiado mil ve-
ces de parecer. No pensemos, pues, en el porve
nir, y gocemos con el presente.
Angiolina se durmió aquella noche con la
sonrisa de la felicidad en los labios.
¡Pobre Andrés!
(Se continuará.)
Josefa Pujol de Collado.
AMIMSTÜiCiÓÜ: Cwltt, 3(i»-3C7, Rugí Molinis, Milor.— Reseñados los derecks de propiedad arlíslica j lileraria.— las rcclamacioDes en Madrid, al representaok de esta Casa ü, Manuel Piá y Valor. ApodacOt). 2.'
) INSÉRTESE ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL )
ESTABLBCIMIBKTO Tll-OOBÁnCO DB B. BA8EDA.-CA.LLE DE ViLLABBOEL, KÚM. 17 ENSANCHE DB SAN ANTONIO.— BARCELONA.
Año V
SEMANARIO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
ESPAÑA
Un año 12'60 ptas.
Ui> semestre 6'50 •
Número suelto .... 0'25 .
PORTUGAL
suscríción pagadera semanalmente
Cada número. ... 60 reís.
Barcelona 23 de Atril de 1887
CtJBA T PÜEBTO-RICO
Un año 5 pesos oro.
En el resto de América fijan el precio
los señores corresponsales.
EXTRANJERO
ün año 18 pesetea.
ITúm. 225
EL RETRATO DE LA SEÑORA MAYOR (Cuadro de J. Boks)
258
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
SUMARIO
Taxro.— ifadrtd. OaHoM á mt prima, por Fernanflor.— XI te-
Iwtif Jo 6 ti ■— *» de tM i^/btlUmeiile grande», por P. de
Aleinlan OareU.— 1« ■mi'fc <le Capelo (conclusión;, por
Vlacnto BUmw Ibáiei.— Jtwtrta OkiiM;lca. por Alfredo
Oidno.— OmmOo* (aoneto). por Vioente Colorado.— iíum-
tot4p«nlM (pOMia), por Cayetano de Alvear.— £a onice-
■a y «i taraoto Rocela), por Vicente Rira Palacio.— fVtü
(woetoX por Knriqae Franco.— Nuectroa grabados —A
jiifite d» i<f|iw (eontlnoaclún). por Josefa Pujol de Co-
llado.
OaiBADoa.— Kl retrato de la señora mayor.— A orillas del
D»n.— Madrid; Palacio de la Exposición Nacional —Bar-
eeloua: Bendición de la prime» piedra de la fachada de la
Catedral.— Palayes del Volga (dos grabados).— Amor y
Cricket.- Una belleaa de Grata.- nnstres tabernas del
antiguo Londres (tres grabados) . —Barcdorm: Inaugura-
ción de las obras del nneTo palacio de Justicia.— Vidrios
{dotados holandesea.- Xacenas del Bijo Ottawa.
MADRID
CA.I%7./^S .A. TVTT FUTXi/CiA.
! NTRE los acontecimientos literarios de es-
tos días, preciso es señalar dos: el es-
treno de nn nuevo drama de Echegaray
y la lectura dada en el Ateneo por la señora
Pardo de Bazan; — que resulta otro Echegaray
del bello sexo. — Además de esto recuerdo como
casos notables el crimen del paseo de los Olmos
y el próximo debut del actor Coquelin en la
Comedia. Hablaremos, querida prima, de estos
asuntos.
De la última obra de Echegaray La Realidad
y el Delirio, dicese unánimemente lo que de las
anteriores: que es muestra evidentísima de su
genio portentoso, de su estilo y efectismo sub-
yugantes, de su facilidad para la creación tea-
tral, de su arte en confeccionar espléndidos
ropajes con los cuales realzar las figuras escéni-
cas do Calvo y de Vico... y que, al propio tiem-
po, es una obra falsa, convencional é inverosí-
mil. Esta obra siniestra y terrible, ha sido
escrita en un mes, con precipitación febril, y ha
obtenido, en algunas escenas, éxito excepcional,
— dentro de los mismos éxitos de Echegaray.
Vico y Calvo han debido, — como la heroína del
drama, — desmayarse varias veces, tanto ha sido
el incienso quemado ante ellos por todos los
diarios. Se ve que el numen de Echegaray no
decrece, ^que se vigoriza y exalta; esto lo reco-
noce con sus aplausos el público y en sus jui-
cios la prensa; se ve que tiene actores para sus
obras, y actores excepcionales... Y se ve, sin
embargo, que no se acogen ya las producciones
de este autor con aquella estupefacción y aquel
delirio de los primeros, — y no mejores tiempos.
Es que la opinión se ha fijado; es que el talento
de Echegaray ha sido ya clasificado y compren-
dido: el hombre aparece colosal, el autor dra-
mático deficiente; no sé quién ha dicho que
nada hay tan monótono como la repetición de
lo sublime; Echegaray, Calvo y Vico incurren
ya en esta monotonía. Todos ellos son gigantes-
cos; el uno con su estilo y los otros con sus
acentos hasta para dar los buenos días en la
escena, nos ponen el cabello de punta. Com-
prenderás que yo no censuro, que yo admiro,
con sinceridad, á Echegaray, á Vico y á Calvo,
y que me congratulo como el que más de que
nuestro teatro y nuestro siglo los posea... Pero
analizo, busco la explicación de este fenómeno
que consiste en combustionarse en el teatro y
congelarse á la salida, y deduzco de todas mis
reflexiones una cosa, y es que, puesto que el
público se ha transformado, Echegaray debe
también transformarse. Yo creo sinceramente
que si quisiera inventar algún teatro nuevo, dis-
tinto, aunque fuese rompiendo la cartilla tradi-
cional y los usos y costumbres dramáticos, lo
inventaría, y su invención gustaría sobremane-
ra. Por lo menos, mientras el público se aperci-
biese de que no le gustaba, pasarían dos ó tres
años, á cuyo término Echegaray podría inven-
tar otro sistema dramático diferente. No tene-
mos mas que Echegaray, interpretado á perpe-
tuidad por Vico y Calvo; reconozcámoslo de
buena fe y procuremos, al menos, realizar to-
das las posibles combinaciones para obtener la
mayor variedad. Acaso el entusiasmo con que
tod(>s nos hemos acogido al saínete, á la tonadi-
lla y á la pintura de las pasiones y costumbres
populares, proviene del hastio de lo sublime.
Yo no sé lo que hace falta en nuestro teatro
nacional, y aunque lo supiera sería lo mismo,
no sabiendo, como no sabría, realizarlo; pero
hace falta algo; no mejor, sino diferente y nue-
vo. Entretanto descúbrome, con el mismo res-
peto que todos, ante Echegaray, Calvo y
Vico...
Por los diarios tienes ya noticia de la lectura
dada en el Ateneo por una ilustradísima escri-
tora. Dejando aparte el mérito real, — muy
grande por cierto, — de la señora Pardo Bazan,
no puede menos de convenirse en que ha sido
afortunada; desde su primera obra, ha sido re-
conocida por todos como eminentísima por su
talento, su estudio, su critica, su ingenio y su
estilo. No todas las escritoras vivientes de im-
portancia han tenido igual fortuna. ¿Es que
pueden influir en el elogio y en la censura de
una literata su posición social, sus amistades,
su hermosura? Yo no creo que sean extrañas
por completo estas circunstancias al renombre
de la Pardo Bazan. Si lees las descripciones que
los revisteros hacen del aparato físico con que
leyóaquella señora su trabajo sobre La Revolu-
ción y la novela en Rusia, comprenderás que ta-
les atractivos no pueden menos de influir favo-
rablemente en la apreciación de sus talentos in-
teriores. Yo creo que influye mucho en el gusto
que una mujer tiene por ciertos escritores sus
rasgos personales, y conocidos por ella, de pro-
pia vista ó por fotografía; Ayala no podía me-
nos de aumentar la grandiosidad de sus pensa-
mientos y de su estilo con el recuerdo de la
grandiosidad de su figura; Castelar con su no-
ble cabeza, y Moret con su rostro casi bonito,
corroboran el entusiasmo de sus admiradores.
Los hombres somos todavía más sensibles á los
encantos físicos, y rara vez creemos que una
lindísima cantante gorjee mal, ni una cómica
graciosa deshonre la escena. Si la Concepción
Arenal fuese hermosa, tuviese un título y apa-
reciese en los salones, la prensa y la sociedad
hubiesen hecho justicia á sus talentos extraor-
dinarios, á su corazón humanísimo, al espíritu
y forma de sus escritos, tan admirables, como
poco admirados; hasta le hubiesen concedido
otras cualidades de que notoriamente carece.
Pero arrancando de la corona de brillantes que
el éxito ha puesto en las sienes de la autora de
El viaje de novios los que pueden brillar con
el reflejo de su hermosura, queda todavía muy
vistosamente adornada.
No he leído todas las obras de la Pardo Ba-
zan; pero he leído, prima, las que son bastante
para reconocer en ella talento, instrucción y
hermoso lenguaje. Por desgracia, en mi opi-
nión, la Pardo Bazan no es una excepción como
algunos creen; puesto que no es una escritora:
es un escritor más. Literariamente, explora,
describe, analiza y domina con su pensamiento
el mundo de los hombres. Su pluma es viril y
sus adjetivos tienen bigotes. Yo la reconozco,
estimo y saludo por lo tanto como á un literato
que ensancha los dominios del progreso moder-
no; pero tal vez hubiese preferido encontrar en
ella una escritora; que iluminase con el resplan-
dor de su corazón inflamado en dulces senti-
mientos y evaporándose en palabras que fuesen
sonrisas y lágrimas ese mundo inesplorado del
alma de la Kiujer, sólo bien conocido de ella;
y sólo de ella conocido porque sólo lo vive y
puede vivirlo ella. Grande, magnífica es sin
duda la poesía de la Avellaneda; pero unas ve-
ces me hace pensar en Byron y otros, por ejem-
plo, en el marmóreo Nicasio: es un poeta como
ellos; pero cuando leo los versos más sencillos de
la Coronado creo haber encontrado entre la
yerba y las flores el manantial purísimo y fresco
donde calma su sed el caminante que viene de
áspero camino, muerto de calor y ahogado por
el polvo. Los hombres al coger la pluma no po-
demos menos de escribir como varones. Yo de-
searía que las mujeres escribiesen como tales.
|Cuánto aprenderíamos nosotros! ¡Pero general-
mente las mujeres quieren parecer hombres! La
señora Pardo Bazan como escritora, digámoslo
por última vez, gasta barba corrida.
Te convencerás de ello cuando leas su confe-
rencia. Pero antes, como sé que te interesan
ciertos detalles, te diré como vestía la Bazan
en aquella noche. Llevaba un vestido negro,
salpicado de azabaches; un tocado sencillo y se-
vero, la cabeza muy descubierta, los brazos
completamente desnudos. Un ramo de flores ce-
rraba el escote del pecho. Alguien la ha compa-
rado á una musa convertida en Sibila. Ya com-
prendes que un escritor, por muy bien cortado
que lleve el frac y aunque enseñe mucha pe-
chera, sólo podría compararse con un cuervo.
La conferencia duró dos horas. Es la primera:
quedan otras dos. Fué interesante. Señaló el
carácter de la raza eslava diciendo que era pe-
simista, que tenía un culto religioso á la mise-
ria y al dolor. Pereza, fatalismo, inconstancia,
hé aquí los defectos de la raza eslava. Defectos
como ves de mujeres.
El labriego ruso le parece ala escritora prác-
tico y positivo: há menester dos accesorios: mu-
jer y caballo. La boda es la matricula del agri-
cultor; la pareja se incorpora en la gran familia,
en la comunidad agrícola y aquí termina el
idilio. La mujer es un ser inferior Aunque el
labriego ruso la considera independiente, no su-
jeta á padre ni marido ó investida de iguales
derechos que el hombre, aunque si es soltera ó
viuda es cabeza de casa, toma parte en las de-
liberaciones del mir y hasta llega á ejercer en
él funciones de alcalde, semejante consideración
es puramente social; individualmente no goza
de fuero alguno. Dicen los refranes del país que
siete mujeres sólo tienen un alma y que esta
alma es humo. No creo que te satisfagan tam-
poco las teorías matrimoniales de esos labriegos,
mucho menos estando tan en peligro de casarte,
porque ellos dicen también que debe quererse
como al alma á la mujer propia, y varearla,
como al gabán de pieles; la paliza es la sanción
del- contrato. Cada país tiene sus preocupacio-
nes; aquí la paliza suele disolver los matrimo-
nios.
La Pardo Bazan no ha estado en Rusia, y
habla según lo que lia leido; pero el aldeano ruso
no le es completamente extraño. Ha visitado en
Paris á veinte ó treinta paisanos de Smolensko
mordidos por un perro rabioso. Estaban en casa
de Pasteur. «Un viejo, — dice, — me llamó la
atención en particular porque realizaba el tipo
de los patriarcas y podía servir de modelo para
un Abraham ó un Job; ancho cráneo desnudo
en la cima y aureolado de mechones de un
blanco amarillento, extensa barba canosa tam-
bién, facciones esculturales, arcada superciliar
preeminente, ojos emboscados bajo la espesa
ceja. El brazo era como añoso tronco de árbol,
según los nudos y asperezas y el grueso cordaje
de las venas recordaba las raíces. Las manos
enormes, rugosas, leñosas, narraban una vida
de labor, una cohabitación incesante, un true-
que diario de caricias con la madre tierra.» Este
párrafo da perfecta idea del estilo de la Pardo
Bazan y del aspecto verdaderamente bíblico del
labriego ruso anciano. (Nada quiero decirte
cuando esté hidrófobo.)
A la conferencia asistió el Madrid más se-
lecto; los hombres la miraban y las mujeres la
envidiaban. ¡Ser escritora! ¡Y escritora formal-
mente reconocida!
Pero consagremos algunos instantes á una
personalidad brillantísima del teatro francés;
á Coquelin. — Mañana, sábado, debuta en la Co-
media.—Dará cuatro representaciones:
Sábado 16 de Abril. — Un parisién, comedia
en tres actos, de M. Edmond üondinet. La vie,
monólogo de M. Grenet Dancourt, dicho por
M. Coquelin Ainé. Le naufragó, monólogo de
Francois Coppée, dicho por M. Coquelin. L'
Etincelle, comedia en un acto, de M. Pailleron.
Domingo 17 de Abril. — Tartvffe, comedia en
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
259
cinco actos, de Moliere. Les ecrevisses, monólo-
go de M. Jacques Normand, dicho por M. Co-
quelin. Les précieuses ridícuies, comedia en un
acto, de Moliere.
Lunes 18 de Abril. — Le deputé de Bombignac,
comedia en tres actos. Gringoire, comedia en un
acto, de Theodore de Banville.
Martes 19 de Abril. — Le Mariage de Fígaro,
comedia en cinco actos, de Beaumarchais.
Y después se marchará, ensordecido por los
aplausos. Tú le conoces, tú le has admirado y
admiras; nada puedo decirte de él que sea nue-
vo para tí. Un célebre autor poeta parisiense,
cuyas obras representa Coquelin, ha dicho que
«cierto día que Dios había hecho precipitada-
mente una hornada de mortales se apercibió de
que no había hecho ningún comediante; para no
perder tiempo cogió de un rasgo la misma cabe-
za de Moliere solo que por descuido la punta
de la nariz le salió facetieux et folpy que ya son
circunstancias respetables tratándose de una
nariz. Y el mismo escritor dice «que Coquelin
tiene en sus labios el apetito de devorarlo todo:
las flores de la tierra y las estrellas del cielo,
el arte, el amor, todos los oficios, todos los pa-
peles.» Un hombre, en fin, por lo visto, que no
se contenta con vivir menos de mil vidas. De
sus éxitos en Madrid ya te daré noticia.
Y, para terminar, ahí va en algunas lineas,
el fin de una historia. La gente que pasaba ayer
por el paseo de los Olmos, formó corro en tomo
de un cadáver. Era el de Antonio Barreiro, car-
nicero de oficio. Allí se contaba el caso. Había
sido muerto por otro joven, hermano de una
muchacha pretendida por él. So habían encon-
trado y el hermano le había dicho que no insis-
tiese en cortejar á su hermana: no había cedido
Baireiro; brillaron las navajas: Barreiro quedó
muerto allí mismo y el hermano moría luego en
la casa de Socorro.
Eran casi dos niños. Su amor y su odio han
quedado anegados en la misma sangre.
La muchacha debe ser casi una niña también.
¿Podrá verse amada por otro sin estremecerse
de horror?
Adiós prima,
Fernanflob.
-^-
EL TELESCOPIO
EL MUNDO DE LOS INFINITAMENTE GRANDES
Si el microscopio permite al hombre penetrar
los arcanos de un mundo nuevo, agrandando
considerablemente para la vista los seres y las
cosas que se ocultan en las misteriosas sinuosi-
dades de lo infinitamente pequeño, el telesco)no
le ha abierto de par en par las puertas de otro
nuevo mundo, dándolo medios para recorrer la
inmensidad del espacio y pasear su mirada es-
crutadora por las majestuosas regiones de lo
infinitamente grande.
Merced al telescopio, el hombre puede con-
templar, valiéndonos de la bella expresión de
Humboldt, «el orden en la magnificencia y la
magnificencia en el orden.»
Colón de las regiones siderales, el telescopio
ha descubierto multitud de mundos cuya exis-
tencia ni siquiera se sospechaba, y nos ha hecho
ver que esos mundos, obedientes á las leyes de
la vida universal, gravitan en sus órbitas al re-
dedor de otro astro, y conservan, en la variedad
de sus formas, las señales de su común origen.
Api-oximándolos á nosotros, nos ha mostrado en
la superficie de esos globos, fenómenos análogos
á los que la vista contempla en el planeta que
habitamos, haciéndonos concluir que hay otros
mundos que, cual la Tierra, se hallan animados
por el hálito de la vida.
¿En qué época y por quién fué inventado este
maravilloso in.strumento?
Se cita á un tal Porta como el primero que á
fines del siglo xvi indicó la posibilidad de com-
binar dos lentes, una cóncava y otra convexa,
«para ver agrandados y distintos, así los objetos
próximos como los lejanos.»
Pero á quien parece que realmente se debe la
construcción del primer anteojo telescópico, es
á Juan Lippershey, óptico de Midleburgo, que
la llevó á cabo en 1606. Respecto de la manera
cómo el sabio holandés llegó á tan feliz resul-
tado, da el renombrado astrónomo Arago, las
dos versiones siguientes:
Primera.
«Cuenta Jerónimo Sirturo, que un descono-
cido, hombre ó genio, se presentó en casa de
Lippershey, y le encargó varias lentes convexas
y cóncavas. El día convenido fué á buscarlas,
eligió dos, una de cada clase, se las puso delan-
te de un ojo, las separó poco á poco, sin decir
si esta operación tenía por objeto examinar el
trabajo del artista ó cualquiera otro motivo,
pagó y se marchó. Lippershey se puso luego á
imitar lo hecho por el desconocido, observó la
amplificación de los objetos motivada por la
combinación de las dos lentes, adoptólas á los
extremos de un tubo y se apresuró á ofrecer el
nuevo instnimento al príncipe Mauricio de
Nassau.»
Segunda versión:
«Hallándose jugando los hijos de Lippershey
en la tienda de éste, se les ocurrió mirar al
través de dos lentes, una convexa y otra cón-
cava. Y puestos estos cristales á conveniente
distancia, vieron mediante ellos el gallo de la
veleta del campanario de Midleburgo agran-
dado ó sumamente cerca. La sorpresa que los
muchachos experimentaron con este motivo,
llamó la atención de su padre, quien para hacer'
la prueba con más comodidad, puso primera-
mente las lentes en una tablita, y luego las su-
jetó á los extremos de dos tubos capaces de
entrar el uno dentro del otro: desde aquel mo-
mento quedaba descubierto el anteojo.
Como perfeccionadores del invento de Lip-
pershey, se citan, en primer término, á Metieus
y, sobre todo, al inmortal Galileo, que dio nom-
bre á la primera clase de anteojos de larga
vista, al que se conoce con la denominación de
anteojo de Galileo.
Compónese este instrumento de dos partes
esenciales, ó sea de dos sistemas de lentes, co-
locadas en ambos extremos de un tubo. La lente
que se halla más próxima al cuerpo que se exa-
mina, recibe la denominación de objetivo, es por
lo regular biconvexa y produce la imagen in-
vestida. La otra lente, que es la que se adapta
al ojo del observador, se denomina ocular, con-
siste, en último término, en un anteojo de au-
mento ó lente bicóncava, en el anteojo de Gali-
leo, mediante el que se ve la imagen que produce
el objetivo agrandada y derecha.
- Dada á conocer la invención, construyéronse
en gran número anteojos astronómicos, y sólo
de España se hizo á Galileo un pedido de un
centenar de estos tan preciados instrumentos.
(Se concluirá.)
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DQ
262
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
LA MUERTE DE CAFETO
(MEMORIAS DE UN PATRIOTA)
tooaoLDSióii)
Experimenté un agudo dolor en una pierna,
mi vista se oscureció, mis oídos zumbaron, y
sentí por fin caer sobre mi cerebro un velo de
negras sombras.
Poco i poco dejé de escuchar el infernal es-
truendo de la lucha corporal entablada entre
loe dof) ejércitos.
ni
En aquella batalla murió mi amigo Teodoro,
y yo recibí un balazo en una pierna' que me dejó
inútil para siempre.
Quedé cojo y á esta desgracia debí el no for-
mar parte de los últimos ejércitos de la Repú-
blica, ni tampoco de los del Imperio que algunos
años después paseó Bonaparte victoriosos por
todo el mundo.
Establecí mi residencia en París al abando-
nar el hospital y me entregué á. una vida que
no era ni con mucho semejante á la que llevaba
antes de partir para la guerra.
Yo mismo reconocía á todas horas esta dife-
rencia hasta en mis menores actos.
Aquel carácter alegre y ruidoso que me era
peculiar había desaparecido y de continuo me
sentía poseído de una cruel y eterna melan-
colía.
Vivía humildemente, pues mis medios de
existencia eran bastante mezquinos.
Como antes pintaba muestras de tiendas, di-
bujaba grabados para periódicos populares en
los que por lo regular se ridiculizaba á Bona-
parte, y alguna vez llevado de una inocente au-
dacia llegaba á atreverme hasta hacer retratos
que me eran pagados con creces dado su valor
artístico.
Yo seguía siendo im mal artista. Cada día
mi mano era más torpe para el dibujo y los co-
lores al ser trasladados al lienzo por mi pincel,
ora se hacían chillones en los toques luminosos,
ora sucios en los oscuros.
Muchas veces al tomar la paleta y disponer-
me al trabajo no podía menos que acordarme
de Teodoro y de su talento artístico.
Y al refrescarse en mi memoria su trágico
fin' y aquel momento en que le vi caer á mi
lado sin vida, me veía obligado á esconder la
cabeza entre las manos y llorar copiosamente.
PAISAJES DEL VOLQAi UN MONASTERIO.-LAS BARCAS
Una.j noche de invierno al ir á acostarme en
mi pobre camastro, por no sé qué coincidencia
extraña comencé á acordarme de Teodoro y de
sus últimas palabras.
En aquel instante su encargo de pintar un
cuadro que representase los últimos instantes de
Luís XVI, surgió en mi memoria. Yo hasta en-
tonces ignoro por qué motivo nunca había re-
cordado tal encargo.
Aquella noche, dentro de mí sentía algo so-
brenatural y en las sombras que mi pobre faro-
lillo proyectaba sobre los desmantelados muros,
creí entrever el perfil rígido del rostro de Teo-
doro.
Abrí el lecho y me acosté después de apagar
la luz.
En los primeros momentos permanecí inmó-
vil y en la oscuridad que envolvió mi habitación
no distinguí nada.
Esto fué lo que más miedo me causó. Yo es-
peraba algo grande y sobrenatural, pues así
parecía anunciármelo mi estado sobreexcitado
y nervioso.
En aquellos instantes mi escepticismo había
desaparecido y estaba poseído de un temor su-
persticioso.
Todo me asustaba y el roer de la carcoma en
las viejas vigas, esos mil pequeños ruidos que
engendra el silencio de la noche, y hasta las
palpitaciones apresuradas de' mi corazón, eran
causas suficientes para que yo creyese oir pisa-
das de un ser sobrenatural que silencioso é in-
visible se acercaba á mi lecho.
En este estado de sobre.salto mis ojos se ce-
rraron y quedé profundamente dormido.
¡Qué noche! Jamás creo tener otra igual en
la vida.
¿Qué soñé? Ni yo mismo pude explicármelo
á la mañana siguiente.
Mi memoria estaba envuelta en opacos velos
que en vano intenté romper. No recordaba nada,
pero lo cierto es que me levanté nervioso y agi-
tado y que al instante me dispuse para el tra-
bajo.
Arrojé á un rincón aquellas tablas llenas de
pegotes de color que tenia á medio concluir con
destino á varios establecimientos, y me ocupé
en preparar un gran lienzo que hacía tiempo
tenía en mi habitación.
Una hora después me encontraba ante él em-
puñando la paleta, y mi pincel corría sobre su
superficie gris trazando con líneas negruzcas
los contomos de figuras y edificios.
Yo estaba maravillado. Mi mano tenía una se-
gui'idad maestra, y trazaba lineas y curvas artís-
ticas sin sufrir vacilaciones de ninguna especie.
Desde aquel día comenzó para mí una nueva
existencia.
Mi estado físico era anormal y verdadera-
mente sufría en mi interior una enfermedad
desconocida.
Devorado por una fiebre de actividad traba-
jaba sin descanso, y sólo abandonaba mi cuadro
en el reducido tiempo que corría á un figón in-
mediato para saciar mis necesidades.
A excepción de este momento nunca salía de
mi habitación. Por las noches al dormirme creía
percibir algo sobrenatural, me parecia sentir
sobre mi rostro un ligero roce cual de tenues
alas, pero por fin me rendía el sueño y entra-
ba en un mundo fantástico, en el que cual al
día siguiente recordaba con vaguedad haber
visto extraordinarios sucesos.
Conforme fui avanzando en mi obra, aquellas
sensaciones sobrenaturales fuéronse agotando
hasta el punto de que al terminarle recobré mi
carácter propio experimentando una sensación
parecida á la del que despierta de un extraño
sueño.
Por fin mi obra llegó á estar casi terminada.
¡Cuántas cosas sentí durante mi ejecución! Mu-
chas veces al ir á dar una pincelada de efecto
falso que recordaba mis antiguos productos ar-
tísticos, sentía detenido mi biazo por una fuerza
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
263
sobrenatural y otras mi mano era atraída por
ciertos puntos del cuadro en los que faltaban
algunas pinceladas que vinieran á completar la
obra.
Las figuras de ésta fueron poco á poco sur-
giendo del lienzo y por fin un día álos ardientes
rayos del sol pude verle completo.
Cuando desde uno de los extremos de mi
habitación abarqué de una ojeada su con-
junto, no pude reprimir un grito de ad-
miración y entusiasmo.
Allí, frente á mi mirada, estaba repre-
sentado fielmente y con una naturalidad
pasmosa el momento de la muerte de
Luís XVI.
Hubo instante en que me creí presen-
ciando aquel acto , como si fuera un sue-
ño todo el tiempo transcurrido desde
entonces.
Yo veía perfectamente y con el tinte
de la mayor realidad la muchedumbre
abigarrada, las tropas de la República
y las secciones de París arma al brazo,
los tambores redoblando, las casas con
sus ventanas atestadas de gente, el cielo
lleno de nubarrones, y los labios de to-
dos los hombres contraídos como para
dar paso á un grito de triunfo.
Además, contemplaba el relumbrar de
los sables de los gendarmes en derredor
de la guillotina, y sobre el tablado de
ésta se distinguía la cuchilla tinta en
sangre, el cuerpo inerte de Capeta y la
figura fornida y repugnante del verdugo
enseñando la cabeza de aquél á la muche-
dumbre. Este pequeño grupo era la parte
maestra del cuadro. Yo estaba asombrado
de mi obra. Distinguí las gotas de sangre
que titilaban á la punta de la cabellera
del guillotinado y parecía que sus ojos
vidriosos me miraban fijamente.
Yo sentía frío y calor á un tiempo;
veía en mi obra algo sobrenatural que
me causaba espanto.
De repente me estremecí al notar una
cosa de que hasta entonces no me había
apercibido.
El pueblo, los soldados, el verdugo,
todas las figuras de mi cuadro tenían
iguales rasgos fisonómicos.
Aunque diferentes en la expresión to-
dos sus rostros poseían cierto aire como
de familia que les hacía parecidos.
> Mi amigo Teodoro apareció ante mí en
diferentes posiciones y vistiendo diversos
trajes.
Creí que todas las figuras se agitaban
como queriendo desprenderse del cuadro,
y, en un rincón, en el techo, ó no re-
cuerdo dónde, columbré dos ojos claros
y rasgados que me miraban fijamente.
Sentí frío en las entrañas, no pude
resistir aquello, y caí víctima de un des-
vanecimiento.
IV
Jamás volví á pintar luego que acabé
La muerte de Capeta.
Varias veces intenté ejercer el sublime
arte, "pero siempre tuve que desistir. Era,
como de antiguo, el embadurnador de
muestras.
Al contemplar los productos de mi tor-
pe pincel dudaba de que yo fuese el autor
de tan magnífico cuadro.
Y de la misma duda participaban to-
dos mis compañeros en el arte.
Hoy llego á creer, en ciertos momentos, que
aquella gran obra fué tan solo soñada por mi,
y digo esto porque hace muchos años que ha
desaparecido por completo.
En los primeros tiempos del Imperio me la
compró por un precio relativamente módico,
un antiguo jacobino hacendado de provincias.
Pero cuando cayó para siempre Bonaparte y
los aliados se exparcieron por Francia, fué des-
truido el cuadro por unos emigrados realistas
qno se sintieron poseídos de sacra indignación
al conocer el asunto que aquél representaba.
Además, á su dueño le valió el ser fusilado.
¡Que Dios le tenga en santa gloria, y que desde
ésta me perdone, por ser yo, aunque remota-
mente, la causa de su muerte.
Hoy tengo ochenta años y todavía no he
visto en ninguna exposición un cuadro que
pueda igualarse con el mío.
Por eso digo á todos los que quieren oírme
que cuadro como el de La muerte de Capeta solo
se ha pintado uno. Y al decir esto pienso en
Teodoro á quien considero su legitimo autor.
Todo lo cual me vale el que muchísimos me
tengan por loco.
Vicente Blasco IbAí5ez.
AMOR Y CRICKET
REVISTA CIENTÍFICA
Una carta hidrográfica catalana de 1339.— Desincruataclón de
las calderas de vapor.— Causa posible de los terremotos.
— Pollgro de los materiales empleados en los huecos de
los suelos. — Investigaciones sobre la curación de la tuber-
culosis.
De la Revue Scientifique, de París, traducimos
lo siguiente, á propósito de una carta catalana
de 1339:
«La carta catalana de 1375 que posee nues-
tra Biblioteca Nacional , había sido considerada
hasta estos últimos tiempos como el más anti-
guo documento debido á esa escuela, cuando el
pasado año un aficionado parisiense compraba
un portulano sobre vitela, muy bien conservado,
que llevaba en el ángulo superior derecho esta
leyenda:
Hoc opus feoit Angellus Dulceri anno mcccxxxvUij de
mense Augusto in civitate Maiorlcarum.
»Hé ahí, pues, un documento anterior de
treinta y seis años á la carta anónima de 1375,
sobre la cual tiene la doble ventaja de estar ñr
mada y fechada. No solamente es la más anti-
r;
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288
LA ILUSTBACION IBÉRICA
gua carta catalana conocida, sino que no se tiene
noticia de ninguna o^* anterior á ella, como no
sean los portulanos del genovés Pedro Vescon-
■te, no dejando de ser interesante el darse cuen-
ta de la inflaencia que la escuela catalana ha
podido ejercer sobre loS cartógrafos italianos.
EIn todo caso, como el portulano de Dulceri es
de ana exactitud de todo punto notable y las
deformaciones de las costas son imputables á
los errores de la brújula, único instrumento de
obaerración que poseyesen entonces los mari-
nos, queda uno confundido al ver que en una
¿poca tan atrasada se conociese tan bien y, so-
bre todo, se representase tan fielmente las co-
marcas europeas. Más aún: hay en ese portulano
catalin tal grado de habilidad que se ve ense-
guida que ha debido ser precedido de muchos
otros, pues no se llega de una vez á un conoci-
miento tan general, tan profundo y á una segu-
ridad de mano y una exactitud de proporciones
tan maravillosas. Por otra parte, sábese por una
ordenanza que cita Lelewel, que todos los bar-
cos mallorquines debían poseer dos cartas náu-
ticas; de manera que como las marinas catala-
na, valenciana y mallorquína contaban un gran
número de buques, era menester que la produc-
ción cartográfica fuese considerable.
■íNo es menos interesante en esta carta la
evidencia que resulta de las frecuentes relacio-
nes que mantenía la marina mallorquína con
los países del Norte. En efecto: son numero-
sas las ciudades cuyos nombres figuran en las
costas de Suocia, de Noruega, de Inglaterra y
en las costas del Báltico. Pero en ninguna parte
se encuentra más nombres de localidades que
en litoral francés, pertenecientes, la mayor par-
te, á puertos importantes en aquella época, pero
más decaídos en la actualidad. Etaples, Pecamp,
Honfleur, Ouistreham, en la costa normanda. Es
interesante seguir esta nomenclatura en las car-
tas subsiguientes, encontrándosela casi idéntica
en la carta de 1375, lo mismo que en el portu-
lano de Solerí y en las demás cartas catalanas.
»Tales son algunas de las refle.KÍones que ha
comunicado á la Sociedad de Geografía nuestro
colaborador M. Q. Marcel, desenvueltas en una
larga y erudita Memoria que ha enviado á la
Academia de la Historia de Madrid.»
ILUSTRES TABERNAS DEl. ANTIGUO LONDRES: LA DE JORQE.-LA CABEZA DE LA REINA
No hay para qué decir cnanto nos place que
los franceses, tan enamorados de lo suyo cuan-
to desconocedores de lo ajeno, rindan este tri-
buto de justicia al mérito de nuestros antiguos
navegantes.
La adición semanal de 2 kilogramos de azú-
car al agua de alimentación de una caldera tu-
bular de 120 tubos, habría impedido, según
M. Polto, la formación de incrustaciones y aun
habría hecho desprender los depósitos antiguos,
siendo asi que, antes de emplear el azúcar, era
preciso limpiar la caldera á los 45 días de mar-
cha. Con todo, como hace notar la Chemiker
Zeilung al publicar esta noticia, hay que tener
presente que el azúcar, á la temperatura corres-
pondiente á una presión de 4 á 5 atmósferas,
da lugar rápidamente á la formación de ácidos,
especialmente de ácido fórmico, los cuales
corroirían enérgicamente las calderas. Por lo
tanto hay que ir con tiento en el empleo del
azúcar como desincrustante.
*
Entre las innumerables teorías imaginadas
para explicar los terremotos, — y con tanto ma-
yor motivo ahora por haber ocurrido en Francia,
— merece especial mención la que ha expuesto
M. Blavier en el seno de la Academia de Cien-
cias de París. Según dicho snvant puede atri-
buirse la causa de los últimos terremotos á la
formación, desde el invierno excepcional del
año 1879-1880, de un glaciar polar en la región
situada al Norte del Atlántico, comprendiendo
la Groenlandia, la bahía de Baffin y el estre-
cho de Davis. Esta acumulación de hielos en el
Norte del Atlántico tendería á destruir las con-
diciones normales de equilibrio de la porción
de corteza terrestre comprendida entre los me-
ridianos de Nueva- York y París, produciendo
una sobrecarga cuyo efecto, en un momento
dado, debería provocar an ligero doblamiento
del suelo submarino, con fractura local posible,
si existe una línea de menor resistencia, con-
venientemente orientada y á débil distancia.
Ahora bien, dice el autor: basta echar una
ojeada sobre un globo terrestre para reconocer
que existe una línea así hacia el 40" de lati-
tud Norte, en la parte del ^ paralelo atravesado
por el Océano Atlántico, de Eiladelfia á Lisboa,
y por el Mediterráneo en toda su longitud. En
los alrededores, pues, de este paralelo es donde,
bajo la influencia de la indicada causa, debían
producirse las fracturas locales de la corteza
terrestre por las cuales introduciéndose brusca-
mente el agua del mar hasta el núcleo central
en ignición ha provocado las explosiones, cau-
sas inmediatas de los movimientos sísmicos de
los años 1884 y 1887. M. Blavier añade que
de ser exacta sji teoría son de temer nuevas sa-
cudidas á ]o largo de esta zona hasta el día del
deshielo del glaciar polar.
En un estudio sobre La contaminación de los
huecos de nuestras moradas en sus relaciones
con las enfermedades infecciosas publicado en el
tomo XVIII del XeitscriftfürBiologie, ha demos-
trado M. II. Emmerick que se acumulaba una can-
tidad prodigiosa de materia orgánica en los hue-
cos ó senos, (espacios situados bajo los suelos.)
Según dicho autor, no hay en nuestras mora-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
267
das ni á su alrededor ninguna sustancia tan car-
gada de materias orgánicas como la que llena
los senos, siendo la principal causa de ello el
servirse harto á menudo, para colmar los vacíos
que existen bajo los suelos, de materiales de
demolición que están ya saturados y sobresatu-
rados de materias orgánicas. Emmerick evalúa
en 27158 kilogramos la materia orgánica seca
aprisionada de este modo voluntariamente bajo
los suelos de una casa que acababa de ser cons-
truida, y estima que esta materia es equivalente
á la de ¡3.000 cadáveres! Sea lo que fuere de
estas evaluaciones, el autor ha llegado á las
conclusiones siguientes, generalmente adopta-
das por los higienistas:
1." Los escombros procedentes de la demo-
lición son terrenos de cultivo para los gérme-
nes y no deben servir nunca para colmar los
huecos.
2." La arena pura bien lavada puede conta-
minarse rápidamente si el pavi-
mento no es hermético.
3.° Cuando se dejan huecos
los senos, llénanse á la larga
de materias orgánicas.
Un buen seno debe llenar
las condiciones siguientes: ser
ligero, apagar los sonidos, ser
mal conductor del calor, ser im-
permeable al agua y al polvo,
estar exento de materias orgá-
nicas y ser incombustible. (Jus-
tamente lo contrario de lo que
suelen ser aqui).
Para Hartis y Emmerich, el
coke y las cenizas son, como los
escombros, materiales que hay
que rechazar: dan la preferencia
á la arena lavada, recubierta de
una capa de asfalto en la cual
se colocan las piezas de madera
que forman el parquet. Por des-
gracia, la arena lavada cuesta
bastante cara y tiene el incon-
veniente de ser pesada en exce-
so y sobrecargar los techos.
Háse ingeniado, pues, para
encontrar una sustancia que
siendo tan poco putrescible co-
mo la arena, fuese más ligera:
primeramente se pensó en las
escorias de vidrio, pero se echó
de ver que contenían sulfuro de
calcio que, al contacto del ácido
carbónico del aire, desprende
ácido sulfhídrico que ennegrece
las pinturas y despide un olor
desagradable.
Se ha pensado después en la
turba, que es ligera, absorbe y
retiene el vapor de agua y ade-
más constituye un medio asép-
tico: desgraciadamente á la larga se deja pe-
netrar por el polvo por ser muy porosa, y está
lejos de ser incombustible. El arquitecto Cristia-
no Nussbaum ha tenido la idea de emplear la
turba molida con cal; hace una mezcla de 4 á 6
volúmenes de este polvo con un volumen de cal
apagada, desleído el todo en agua hasta la con-
sistencia de una papilla clara la cual se bate
de tiempo en tiempo; al cabo de 24 horas la
pasta es dividida á pedazos que se ponen á se-
car separadamente.
Por otra parte, se ha cerciorado M. Nussbaum
de que esta turba con cal arde muy difícilmente;
que es un medio muy poco favorable á las fer-
mentaciones; que trasmite débilmente el soni-
do y que absorbe y retiene el vapor de agua
tan bien como la turba natural; por lo cual se
presta muy bien para llenar los espacios situa-
dos bajo los suelos. (Revue d' hygiene).
* *
Gracias á la iniciativa del insigne cirujano
ranees M. Verneuil, quedó fundado, hace ya
ttn año, una especie de Instituto, sostenido por
aedio de suscriciones voluntarias, — que el mes
asado ascendían á 54.600 francos, — destinado
á buscar los medios más oportunos para la cu-
ración de la tuberculosis, pensamiento humani-
tario como ninguno ya que la tuberculosis es la
primera plaga que diezma la actual generación.
Los resultados conseguidos hasta ahora por los
investigadores no son, á la verdad, muy brillan-
tes, pero tampoco son de desdeñar, aunque no
fuese más que por lo que orientan la terapéuti-
ca y salvan del escepticismo á que muchos se
habían entregado respecto á la cuestión de la
curación de la tuberculosis.
Vamos á dar cuenta de los principales hechos
comprobados: tenemos, pues, que el Dr. Gosse-
lin (de Caen), ha encontrado que saturando de
iodoformo el organismo de los conejillos de In-
dias impedíase evolucionar los bacilos. Verdad
es que suprimido el tratamiento la tuberculosis
evoluciona y produce rápidamente la muerte,
pero de todas maneras puédese suponer que no
seria poca ventaja en el hombre lograr adorme-
EL CIERVO BLANCO
cer durante muchos meces los bacilos nocivos y
administrar durante este tiempo al enfermo los
reconstituyentes oportunos á fin de ayudarle á
adquirir fuerzas con que luchar victoriosamente
con el mal. A este tratamiento puédese referir
el empleo de inyecciones de éter iodoformado
preconizado por M. Verchese para la curación
de las adenopatias tuberculosas del cuello.
No menos esperanzas dejan entrever las in-
vestigaciones de M. M. Raymon y Arthaud.
Habiendo estos experimentadores administrado
á seis conejos un gramo diario de tanino duran-
te un mes, han visto esterilizarse dos inocula-
ciones de materia tuberculosa hechos á los mis-
mos con tres meses de intervalo.
Administrado también el tanino á ciei'to nú-
mero de tuberculosos se ha observado que los
síntomas presentados por los enfermos mejora-
ban notablemente, sacándose en conclusión, muy
legitima, que el tanino es un poderoso agente
de la medicación antibacilar.
Por desgracia, se han descubierto también al-
gunas particularidades poco halagüeñas; «pues
dos experimentos positivos de inoculación de
esperma de animales tuberculosos, hechos por
M. Daremberg, — dice una nota que tenemos á la
vista,— parecen demostrar que la tuberculosis
es directamente hereditaria en contra de la opi-
nión generalmente admitida de que se nace tu-
berculizable y no tuberculoso.»
Alfredo Opisso.
COMELLA
Si el bermellón, el talco y la tintura
que empleas en tus dramas lo pagases
y á todos cuantos matas costeases
siquiera una modesta sepultura,
cierto estoy de que entonces, por usura
ni el tiempo ni el dinero malgastases,
y honras, vidas y haciendas respetases
escribiendo, aunque mal, con más cordura.
No porque tanta gente te ha aplaudido
tu vanidad á imaginar se atreva
que es el aplauso justo y merecido;
si eso tan sólo te seduce y lleva
es porque eres al globo parecido,
que cuanto más vacío más se eleva.
Vicente Colorado.
RUMBOS OPUESTOS '"
Los dos, con distintos rumbos,
á un mismo punto llegamos;
después de unirnos gran trecho
no es fácil ya separamos.
No es fácil ya separamos,
y opuesto es nuestro camino:
ó yo he de seguir el tuyo,
ó tú has de seguir el mío.
O tú has de seguir el mío,
cuya pendiente es penosa,
ó habré de bajar el tuyo
que hermosas flores alfombran.
Las flores que el tuyo alfombran
llenan tu marcha de encantos,
pero al fin de la jomada
todo se cierra á tu paso.
Todo se cierra á tu paso;
yo al fin del viaje te ofrezco
un espacioso horizonte
y encima u» cielo sereno.
Bajo aquel cielo sereno
gozar podrás, prenda mía,
de ese descanso en el alma
que es el todo de la vida.
El descanso de la vida
no se logra sin trabajos;
si quieres seguir mi rumbo
fuerza es desandar lo andado.
Fuerza es desandar lo andado
para hallar la dicha cierta...
si es que no quieres seguirme,
sea al fin como tú quieras.
¡Sea al fin como tú quieras
y sigamos tu camino,
aunque todos tus errores
tenga que llorar contigo!
Cayetano de Alvear.
• *
(1) Del libro Cantares.
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JESÚS
ARROJANDO A LOS MERCADERES
DEL TEMPLO
— Por Dirck Crabclhs —
EL FARISEO Y EL PUBLICANO
Por Ilfiidrik de Kejzer y CorncHus Kuffuus
GRISALLA
Por
Thlbault de Harlem
EL BAUTISMO
-Por Dirck Crabetbs-
EL SOCORRO DE LEYDEN:
Por Isaac Nioolal y Cornellus Clok
VIDRIOS PINTADOS HOLANDESES
270
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
LA AZUCENA Y EL HURACÁN
APÓLOGO
— cYo soy la azucena
de lánguido talle,
que mece en el valle
el anra sutil.
La brisa que anuncia
la fresca mañana,
me dice «Sultana,
hennosa y gentil.»
«Yo guardo en mi seno
las perlas que llora
la candida aurora
huyendo del sol;
y doy en mi calis
dulcísimo aroma
que el céfiro toma
cruzando veloz.»
— «Yo llevo en mis alas
angustia y espanto,
y sombras y llanto,
terrible huracán.
Yo traigo la muerte
y voy, á mi paso,
sembrando al acaso
miseria y afán.
«Destruyo soberbio
la pobre cabana;
la erguida montaña
temió mi poder.
Del lago me irritan
las blancas espumas,
y en pálidas brumas
86 miran perder.
«Las olas pujantes
del mar proceloso
levanta orgulloso
mi altivo rigor.
Y rujo en los bosques,
y tiembla la tierra,
y el hombre se aterra
y siente el horror.»
— «Te adoro por fuerte,
terrible te amo,
sombrio te llamo,
acércate á mi.
Me arrastra á adorarte
tu inmensa grandeza,
tu noble fiereza
me lleva hasta ti.»
— «Yo adoro, azucena,
tu tierna hermosura,
tu blanda ternura,
tu dulce candor;
y forma mi encanto
la mágica esencia,
que da á tu inocencia
tu místico amor.»
— íPues llega, que espero
tu plácido halago.»
— «Yo llevo el estrago,
amarme, es morir.»
— «Tu amor es mi vida,
tu suerte mi suerte.»
— «Mi amor es la muerte,
mi sino sufrir.»
— «Que pueda yo ufana
mirar á mi amante,
y muera al instante
gozando en mi amor.»
— «A tí me encadenan
ternísimos lazos...
que muera en mis brazos
la candida flor.^
Rugi6 entonces la tormenta,
la tierra gimió de duelo,
y triste y amarillenta
perdióse la luz del cielo.
Y tras de la noche oscura
en la tranquila mañana,
seco se alzó en la llanura
el tallo de la sultana.
Vicente Riva Palacio.
* •
FILIS
La sien ceñida de olorosas flores
y del viento á merced su cabellera,
por el monte desciende á la pradera
la risueña deidad de los pastores.
De su gracia y belleza admiradores,
muchos la acosan porque amarles quiera;
y Filis, con cariño y placentera,
pesares calma sin sentir amores.
Pero un zagal que ilusionado vive
y un «si» pretende de sus labios rojos,
tan extraño carácter no concibe...
Y aunque le causa, por ingrata, enojos,
siempre que Filis en la arena escribe,
con llanto empaña sus azules ojos.
Enrique Franco.
*
NUESTROS GRABADOS
■ L EITRÁTO DI LA SlSORl UAYOB
Cuadro de /. Boki
El autor, de Ambcres, continúa las tradiciones delg¿n<!ro,
tan propio de la escuela flamenca, adaptándolo á los usos y
costumbres contemporáneos. La escena representada encie-
rra un humorismo de buena ley, lo cual, unido á lo acabado
de la ejecución, hace que la obra produzca el mejor efecto.
A OBILLAg DIL DABT
Stoke-Qabriel. -Redes para pescar salmones
Se ha llamado al Dart el Rliin inglés y no ha faltado tam-
poco quien le comparase al Beresina. Con todo, los verda-
deros amantes de sus bellezas niegan una y otra semblanza,
diciendo que el Dart es algo más que eso: es el Dart, en goce
de peculiar y fuerte personalidad. Sea lo que fuere, no cabe
duda en que es un magnifico rio que alcanza, sobre todo, ex-
tremada belleza al cruzar el Devonshire y en el cual se pescan
riquísimos salmones.
UADBID
PALACIO DI LA EXPOSICIÓN NACIONAL
DONDI SI V«R1PI0AEÁ PEÓXIIIAMÍNTI LA DI
BILLAS ÍRTK8
Dibujo de P. V Valor
Este magnifico local fué proyectado por el malogrado ar-
quitecto D. Facundo de la Torrlente, habiéndose encargado
de su dirección, á la muerte del autor, el Sr. D. Emilio
Bolx. La construcción ha corrido á cargo de una casa belga.
De este edificio daremos extensos pormenores una vez
inaugurada la Exposición de Bellas Artes, la cual, como es
sabido, debe celebrarse el próximo Mayo.
BiBClLONA: BINDICIÓ.V DI LA PRIUIBA PIEDBA
DI LA FACHADA DI LA CATEDRAL CON ASISTENCIA DEL
MINISTBO DE GRACIA Y JUSTICIA
El día 10 del actual se inauguraron con gran pompa las
obras de la nueva fachada déla Catedral .
Delante de la puerta principal se construyó un pabellón
cuya plataforma estaba rodeaba por una barandilla calada de
eitllo gótico. En la cubierta se notaban también algunos de-
talles del propio estilo, y, además, destacaba un friso con los
escudos de Cataluña, Bsrcelona, Sao Jorge y Cabildo Cate-
dral. A derecha é Izquierda del pabellón se colocaron algu-
nos mástiles de los que pendían gallardetes y banderas con
los colores nacionales.
En casi todos los balcones que dan frente á la Basílica se
velan colgaduras, ofreciendo un conjunto vistoso.
Cerca las diez salló del Palacio episcopal una numerosa
comitiva en dirección á la Catedral. Figuraban en olla mu-
chos seminaristas, vistiendo sobre-pelllz; la música del Ayun-
tamiento, que tocaba la marcha de loa concelleres; el cabildo
catedral, cuyos Individuos ostentaban el hábito de verano;
el señor ministro de Gracia y Justicia, vestido de uniforme,
y al lado y en pos de éste las principales autoridades, el
Ayuntamiento, la Diputación provincial y numerosas comi-
siones de varios centros de esta ciudad.
En la plaza de la Catedral se habla situado un piquete de
infantería con bandera y música, que al entrar la comitiva
en la iglesia, presentó armas y batió la marcha real, ejecu-
tando el propio himno la banda del Ayuntamiento y la or-
questa y el órgano de la Basílica.
• En aquel momento, dice un periódico, la plaza del tem-
plo ofrecía un aspecto animadísimo. Balcones y azoteas es-
taban cuajados de espectadores, y asi la plaza del templo
como la gradería ó escalera que conduce á la calle de la Co-
rribla, estaban Invadidos por una multitud extraordinaria.
En medio de tanta animación, abriéronse de par en par las
puertas de la Catedral, y los ecos de la orquesta y el órgano,
en el Interior, contrastaban con los de la música Municipal y
la militar, en la calle; completando la animación de aquel
pintoresco cuadro el toque de la campanas entre cuyos soni-
dos retumbaba pausadamente la majestuosa y sonora To-
masa.'
A las doce y media el repique de las campanas anunc iaba
al vecindario que se iba á principiar el ceremonial de Inau-
gurar las obras de la fachada del gótico templo.
Presentóse á la iiuerta principal una procesión en la que
figuraban, á más de las autoridades y corporaciones que for-
maron en la comitiva salida del Palacio episcopal, varios in-
dividuos que llevaban las banderas de Lepanto y de Santa
Eulalia y diferentes reliquias.
Después de entonarse varias preces por el cabildo, dióse
lectura de la Real orden autorizando las obras de la nueva
fachada.
Pronunciaron después palabras alusivas el obispo señor
Cátala, á las que contestó breve y cortesmente el señor mi-
nistro.
Terminada la ceremonia, que fué obra de corta duración,
el cabildo entonó el Te-Deum laudamus y la procesión entró
nuevamente en el templo, regresando después al Palacio
Episcopal la comitiva.
PAI81JI8 DEL VOI.GA
Un monasterio,— Las barcas
Se ha llamado con toda justicia al Volga el Mississippi de
Europa. En las 2.000 millas que tiene de curso suele ofrecer
un espectáculo monótono, aunque sumamente majestuoso. A
largos Intervalos aparece en sus orillas una ciudad, un mo-
nasterio, una aldea, por manera que la más frecuente señal
de vida que suele observarse es las barcas que por él na-
vegan .
AMOS Y OBICKET
Es un buen dibujo que ofrece, además de su belleza in-
trínseca, la demostración de que en nada ha disminuido la
caballeresca adoración de que viene siendo objeto la mujer
desde la Kdad media, pues asi como entonces el vencedor en
un torneo rendía a su dama los trofeos del triunfo, sucede lo
mismo hoy con los vencedores en el cricket, juego muy reco-
mendado por los higienistas.
tTNA BELLEZA DE OBATZ
Dibujo original de Helena Bimbacher
Los dibujos de ese género se recomiendan por si solos,
como el vinillo de Baltasar del Alcázar. ¿A qué teorizar sobre
un buen palmito? Vale más presentar ejemplos de estética
práctica que no venirse con Infundios sobre las relaciones
entre lo verdcuiero, lo bello y lo Aueno, etc., etc..
ILUSTBES TABEBNAS DEL ANTIGUO L0NDBI8
Todas esas tabernas, ó cervecerías, son altamente tipleas,
y se hallan como acantonadas á la otra parte del puente de
Londres, camino de Borough. Por lo general son construc-
ciones de madera, muy bien acondicionadas para su objeto.
BAEOBLONA: INAUGDBACION DI LAS OBRAS DEL NUEVO
PALACIO DE JUSTICIA
Dibujo de Asarla
El día 11 del corriente verificóse la solemne ceremonia de
colocar la primera piedra para la construcción del nuevo Pa-
lacio de Justicia. El solar está enclavado en terrenos del Sa-
lón de San Juan, manzana núm. 14, entre las calles de
Almogávares y Pallara. Los alrededores, ocupados por una
apiñada concurrencia, estaban adornados con escudos y ga-
llardetes.
Verificado el acto, el presidente de la Audiencia D. Maria-
no Diez pronunció un interesante discurso y otro, breve y
oportuno, el señor ministro de Gracia y Justicia.
Es de esperar que asi el frontis de la Catedral como el
nuevo palacio de Justicia no correrán la suerte que otras
proyectadas obras.
VIOBIOS PINTADOS HOLANDESES
Pertenecen esas obras á autores del siglo xvr en cuyo
tiempo empezó, por decirlo así, el principio del ñu de este
arle felizmente restaurado en nuestros días.
Todas las obras de los Crabeths ,de Gonda, eran redonda-
mente buenas. El dibujo es sólido, el color rico, la perspec-
tiva, especialmente en el pai-^aje, muy exacta. No mrnor
mérito ostentan las vidrieras piMtndas por Isaac Nicolal y
í'ornelius Clock, de Leydyn, dibujante y colorista de las
mismas, respectivamente. Hendrik de Keyzer y Cornelius
Kuffens, de Amsterdam, brillan por sus composiciones de
estilo arquitectónico y por s<i amplia factura, y finalmente,
recomiéndase Thihault, de Harlem, por sus vldiieras mono-
cromas y por su acal)ada ejecución.
ESCENA DEL BAJO OTTAWA
Cuando so sale de Santa Ana siguiendo el curso del
Ottawa, no se tarda en llegar "al Lago de las dos morUañns,
frecueutemente agitado por las tempestades y á cuyas oriliHS
se levanta el puebleclllo de Oka. En el punto en que el lago
es más ancho vese la Punta de los ingleses, pintoresco cabo
cerca del cual emergen numerosas ísletas. Toda esta parte
del distrito de Gaspesla (Bajo Canadá) está habitada en su
mayoría por descendientes de los primeros colonos france-
ses, habiéndose continuado sin interrupción algunos anti-
guos usos, tales como, por ejemplo, tas calesas.
*
LA ILUSTEACION IBÉRICA
271
EL PREMIO DE SIEMPRE
(OONTINnACIÓK)
LAS LUCHAS DEL GENIO
Inauguróse desde aquel momento para nues-
tro artista una época de agitación y de ansie-
dad indescriptibles. Una sola idea le dominaba:
hacerse digno de Angiolina, y á conseguirlo
dirigió todos sus esfuerzos.
Merced á fatigosísimas luchas, poniendo en
juego todas las influencias, presentando á Cosme
de Médicis varias de sus obras, y después de
muchos días de agobiadora perplegidad, logró
Andrés ser nombrado uno de los dos artistas
que debían pintar el codiciado cuadro. Su com-
petidor era un artista célebre ya, cuyo nomore
volaba en alas de la fama, y los alientos del
joven debieron sufrir poderosa sacudida, cuando
recibido el nombramiento, se dispuso á medir
sus fuerzas, él, individualidad oscura y casi
desconocida, con un artista por todos ce le-
brado.
Para lograr el triunfo apetecido, competían
en Andrés sus nobles ensueños de siempre y el
amor cada día más poderoso que le inspiraba
Angiolina, amor nutrido en el silencio y la so-
ledad de su reducido estudio. Allí, donde de
memoria había trazado la imagen de su adorada,
elaboraba el plan vastísimo de su obra recu-
rriendo para ello, al inagotable arsenal de su
rica imaginación. El tema propuesto era El
Sermón de la Montaña, y necesitaba nuestro hé-
roe sentir con toda su fuerza la sublimidad del
asunto, para reproducir la figura de Jesús é
interpretar uno de los actos más notables de su
vida.
No sangre, fuego, corría por sus venas, du-
rante el tiempo ¡un año! que necesitara Andrés
para concebir y ejecutar su obra. La fiebre de
la inspiración cubría de intensa palidez sus
mejillas, y por momentos enflaquecía el comba-
tido cuerpo.
¡Oh vosotros los que no sabéis, por fortuna,
lo que son los dfiliquios del alma cuando en la
mezquina tierra quiere aprisionar un reflejo de
la grandeza eterna por medio del arte! ¡vosotros
los que vivís en el mundo ignorando los com-
bates que á todas horas sufre el hijo del genio
cuya mente caldea avasalladora fantasía! ¡los que
disfrutáis sosegada vida en la esfera vulgar y
adocenada, no podéis, no, comprender ni ima-
ginar el tormento que sufren las naturalezas
privilegiadas al luchar entre la realidad de la
existencia y la idealidad del arte, suspendidos
entre el cielo de la gloria y el abismo del ridícu-
lo! para comprenderlo, es necesario sentir lo
que ellos sienten, sufrir con ellos, y concebir
sus mismos ideales, atenaceando el alma y ani-
quilando la indócil materia.
Andrés sufría un combate espantoso que agos-
taba los frágiles resortes de su vida, y puesto
en el empeño, sabiendo toda Tlorencia su auda-
cia de querer competir con un hombre famoso,
no le quedaba más recurso que vencer ó morir
en la contienda, porque de salir derrotado, so
cubría de ridículo, se inhabilitaba para siempre
y perdía el dulce encanto de su existencia, el
amor de Angiolina.
No sólo luchaba por el arte, por su porvenir,
luchaba también por el amor; no le eran permi-
tidos.finalmente, términos medios; debía hacerse
célebre ó desaparecer como soca arista, arras-
trada por el vendabal.
¡Cuántas horas de horrible angustia vio trans-
currir Andrés en la soledad de su estudio! De
mil maneras pensó desarrollar el asunto, y otras
mil rechazó sus propios planes, con desaliento,
considerando mezquina la composición al lado
de la grandiosidad augusta del asunto. Pero el
artista, cuando se halla posesionado' de la ins-
piración hija de Dios, parece adquirir él tam-
bién algo de la divina grandeza. Un día, tras
continuados combates, la frente de ordinario
sombría y tempestuosa de Andrés resplandeció
con celestiales reflejos, trazando con mano se-
gura las primeras lineas de su cuadro. Paulati-
namente fué cubriéndose el lienzo de colores,
cobraron relieve las figuras, movimiento y vida
los semblantes, y pasaban los días, sin que el
abstraído Andrés se separara del lienzo un solo
instante. Cuando la fatiga le rendía y los pin-
celes caían de sus manos, sus ojos, inmensa-
mente abiertos, su mirada calenturienta, no de-
jaban de acariciar la obra soñada en sus deli-
rios de artista.
Terminóse al fin el cuadro, y la continuada
agonía de Andrés tuvo también un término.
¡Respiraba la obra una placidez tan augusta!
Al fondo, divisábanse las costas de Tiro y de
Sidon; una multitud inmensa, acampada al pié
de una montaña, escuchaba absorta las palabras
que como miel dulcísima destilaban los labios
del Salvador. Este, vestido con la blanca túnica
de los profetas, no fijaba sus ojos en el cielo, su
habitual morada, sino posando en la tierra sus
dulces miradas para acariciar á la pobre mul-
titud, ofrecía un conjunto tal de grandeza y
sencillez que atraía con fuerza irresistible. Los
apóstoles, no lejos del Divino Maestro, guar-
daban atentos en su mente la preciosa semilla
del universal amor, para difundirla más tarde
como fruto de bendición por todos los pueblos.
Las puras auras de Galilea parecían agitar la
blanca túnica de Jesús y su hermosa cabellera;
un horizonte sin nubes armonizaba el conjunto
del cuadro. Allá en los cielos asomaba su faz
augusta el Eterno, complaciéndose en las pre-
dicaciones del Hijo amado, y tal era el efecto
fascinador del lienzo, que parecían moverse
las gentes y repercutir por los aires las dulcí-
simas palabras del Redentor: Bienaventurados
los que lloran porque de ellos será él reino de los
cielos.
En todo resplandecía una sencillez, una ver-
dad, una placidez tal, tenían tanta vida las
figuras, tanta armonía el conjunto, que Andrés
al terminar el cuadro y sentir todas sus belle-
zas, olvidando que él era el autor de aquella
maravilla, cayó aturdido, extasiado, fuera de
sí, de rodillas, adorando como un insensato su
propia obra.
Lector benévolo, cuya alma no está quizás
templada para tan fuertes sacudidas é ignoras,
por tu bien, la fuerza avasalladora de semejan-
tes tormentos y alegrías, no te encojas de hom-
bros desdeñosamente al leer estas líneas, ni
llames loco al pobre Andrés. ¡Cierto que era
loco! Pero hay locuras sublimes, y sin ellos
Dante, Milton, el Tasso, Rafael y Miguel Án-
gel, no hubieran dejado su inmortal recuei'do
en la tierra. ¡Ante esas locuras, algunas veces
asoman lágrimas, aun á los ojos más indiferen-
tes, y por ellas las razas legan preciados tim-
bres á sus descendientes, después que murieron
olvidados y pobres, tal vez cubiertos de ridículo
sus infortunados autores!
VI
MALES DEL ALMA
El trabajo sobrehumano llevado á cabo por
Andrés agotó por completo sus fuerzas físicas,
y al terminar el cuadro apoderóse del pobre jo-
ven violentísima calentura, perdiendo toda no-
ción de cuanto á su alrededor acontecía. Dos
solas ideas vagaban sin concierto, pero persis-
tentes siempre entre las brumas agobiadoras de
la calentura; su cuadro, Angiolina.
En tanto, solícitos amigos, por no dejar pa-
sar el plazo señalado, apresuráronse á llevar el
cuadro al palacio de Cosme de Médicis, donde
se hallaba ya el del competidor de Andrés, y
pasáronse los días en medio de la mayor incer-
tidumbre, entregado el artista á su lucha con
la enfermedad, y los amigos á la inquietud por
la suerte que cupiera á la obra,.objeto de tantas
esperanzas.
Junto á la cama del pobre enfermo, congre-
gábanse diariamente los amigos, artistas tam-
bién, y allí, sin que Andrés tuviera conocimien-
to de" lo que pasaba á su alrededor, trasmitíanse
sus impresiones.
Una de las noches que más animada parecía
la tertulia y Andrés daba muestras de mayor
agitación y desasosiego, entablóse á media voz
la siguiente conversación:
—¿Qué noticias corren por la capital, Pietro
amigo?
■ — Pocas de las que á nosotros nos interesan;
las artes duermen indolente sueño, y como acon-
tecimiento de sensación, sólo se habla de la lle-
gada del fastuoso embajador español, por tanto
tiempo esperado.
— I Hola! En este caso nuestras damas ya
tienen digno objeto donde saciar su infatigable
curiosidad.
• — Hasta tal punto, que tú no sabes cuanto se
comentan las frecuentes visitas del gallardo
embajador, á la linda condesa Angiolina.
— Su fausto la habrá deslumhrado.
• — Al contrario, pienso que ella desea deslum-
hrarle á él con su belleza y opulencia, pues esta
noche da un baile que se considera en honor del
noble extranjero.
— Es una coqueta.
— A mí no me entusiasman las mujeres así, y
desgraciado el hombre que en ellas fía.
Abrióse en aquel momento la puerta de la es-
tancia, y en su dintel apareció un joven pálido
y denudado.
— ¿Qtié te pasa, Marcelo? — preguntaron todos.
El recién llegado púsose un dedo sobre los
labios, y luego preguntó á media voz:
— ¿Cómo está?
— Lo mismo que siempre.
Marcelo dirigióse de puntillas al lecho, y vio
efectivamente á Andrés con los ojos cerrados
por la intensidad de la calentura y revolvién-
dose con fatiga.
— ¡Siempre igual! — murmuró.
En todos los semblantes retratóse profunda
pena, porque Andrés era querido sinceramente
por sus amigos. Despviés, estos se sentaron al
rededor de una mesa, disponiéndose á cambiar
sus impresiones en voz baja según costumbre.
— Parece que vienes disgustado, Marcelo,
¿qué te pasa?
— Os traigo una mala noticia.
— ¿Respecto á qué?
— Respecto al cuadro.
— ¡Será posible!
— ¡Y tanto! Acaban de asegurarme que esta
tarde misma, Cosme de Médicis se ha decidido
por el cuadro del rival de Andrés, y que maña-
na se hará piíblica la noticia.
— ¡No puede ser! — dijeron todos con estupe-
facción.— La obra de nuestro amigo es mil veces
mejor que la de su contrincante y saltan á la
vista sus bellezas.
— Pero se han puesto en juego muchas intri-
gas para negar el premio al verdadero mérito.
Andrés, durante el año del plazo, sólo se ha ocu-
pado en pintar el cuadro; el otro, lo ha aprove-
chado también para hacer atmósfera en su favor,
empleando para ello todos los medios de que
dispone la bajeza y la adulación. De suerte que
tiene de su parte á casi todos los magnates flo-
rentinos.
— ¡Qué siempre la fortuna ha de ser para los
intrigantes! ¡Pobre Andrés!
— Yo todavía no lo creo y me permitirás que
haga lo posible para enterarme. Me voj' á ad-
quirir noticias, — dijo uno de los jóvenes.
— Y nosotros te -acompañamos. ¿Qtiién se
queda hoy para velar al enfermo?
— Yo, — dijo Pietro.
— ¡Pues adiós, y ojalá mañana no resulte
cierta la infausta noticia!
Los amigos abandonaron cabizbajos la habi-
tación, y Pietro quedóse solo con el enfermo,
meditando un buen rnto en las consecuencias
que tendría para el pobre artista lo que acababa
de saber.
Transcurrió una hora. Andrés parecía algo
más tranquilo y Pietro hacía inauditos esfuer-
zos para vencer al sueño. El silencio que reina-
ba en la casa no era el más á propósito para
272
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
eetar desvelado, y como el enfermo en aquellos I damente arrellenado en un sillón, se dispuso á
momentos descansaba, al parecer, Pietro, cómo- , permitirse &\gim descauso.
Cuando su igual y tranquila respiración de-
mostraba que dormía, Andrés se incorporó en
ESCENAS DEL BAJO OTTAWA
el lecho con los ojos desmesuradamente abier-
tos, y con presteza se dispuso á vestirse, cui-
dando de no despertar á su compañero. Parecia
animado por sobrenatural lucidez, temblaba
convulsivamente y apenas podía tenerse en pié,
pero á costa de heroicos esfuerzos, logró vestir-
se, dar algunos pasos por la habitación, y luego
salir de ella sin producir el menor ruido.
Piütro doj-mía profundamente.
(Se concluirá.)
Josefa Pujol de Collado.
ttimSTIidMkCNlii, 3(i-3S7,liwi liiiu>,Uitir.— Keterrados losdereebos de propMad artística y iittriríi.— las reclamacíoiies eo Madrid, al representante de esta Casa D. Manuel Plá y Valor, Apodací, 10, V
) INSÉRTESE ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL (
KCTABLSSIMMIITO TlPOSfliFIOO OB B. B&aiOA.— CALLB DB ViLLARROBL, MÚM. 17, BNSAHCHB DB SAM ANTONIO. —BARCELOHA .
SEMANARIO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
Año 7
Barcelona 30 de Abril de 1887
Núm. 226
Con el presente número repartimos el suplemento de modas EL MUNDO DE LAS DAMAs' correspond'
al mes actual
LA PRIMERA BAILARÍN A.(Dlbn)o de SchUUgín)
274
LA ELUSTEACION IBÉRICA
SUMARIO
TUXTO.— Madrid. Caria» d mi i>r<m<i, por Fernanflor.— X la
ttretra va ¡a vencida, por Felipe Mathé.— £( UUtcopio y el
wamdo de ¡ot in/lnitamenU grande» (conclusióu), por P. de
Alcántara García.— /'fcdirot: Jíaximina, por Clariu. —i.n<
Aeadewúa» antigua», por U. González Serrano —Nuestros
grabados . — Bibliografía, por Carlos Mendoza. — Bl premio
de ííemprí (conclusión), por Josefa Pujol de Collado.
GtiBAOOs. — La primera bailarina.— ¿oiufr^t: El colegio de
Kton (dos grabados).- El 3 de Mayo.-San Gerónimo de
la Murta (Barcelona'.— La mezquita tártara de Kazan
(Rusia).— Cabeza de estudio.— La Impedida-La actriz —
IdUlo.— Estudio.— i««Ia<aTa.- Orillas del Deben.
MADRID
O.AJRX.A.S A. iv/rr mrMiA.
jMM representaciones de Coquelin.— El atentado contra Ba-
zaina. —Por qué razón no puede haber desafíos con los to-
reros.
COQUELIN ha dado las representaciones
i^^ anunciadas en el teatro de la Comedia,
^yí No ha presidido buena elección á su cam-
paña. Tartuffe y Les precieuses ridicules, que re-
presentó en una sola noche, dio lugar á que los
espectadores exclamasen , — según cuentan , —
«¡Perfecto!; ¡pero trop deMoliere!y> L'Aventurie-
re, de Augier, que ha dado también, es una obra
anticuadísima. Su campaña ha sido brillante
para él como actor, mas no para su repertorio
ni para su compañía.
Coquelin tiene las cualidades necesarias para
la interpretación de todos los tipos y pasiones,
y, sobre todo, la más preciosa para gustar al
público ilustrado: la naturalidad. Su biógrafo
Amicis dice que cuando Coquelin contaba diez
años, cansado de traer y llevar cestos de pan,
— Su padre tenía una tahona, — dejó el cesto en
•1 suelo y dijo al autor de sus días:
— ¡Papá, quiero ser cómico!
Es posible que el dicho sea cierto, porque
Coquelin es cómico por naturaleza.
Ha sido ya tan descrita, tan elogiada, tan
referida y comentada la vida artística y la es-
cuela de este actor, que nada puedo decirte de
nuevo, sino atenerme á los datos y elogios que
sabes, repitiéndolos y confirmándolos. Como
dice Amicis, la cara de Coquelin es un verda-
dero rostro de histrión antiguo; una caraza an-
cha y llena, de tez amarillenta, en la cual ori-
llan dos ojuelos de garduña, sobre una gran
nariz, vuelta hacia arriba «con petulancia sin
ejemplo.» La boca es grande, los labios grue-
sos, la barba larga y saliente; las mandíbulas,
de león, se dilatan cuando habla con un movi-
miente inquietante. Coquelin es feo y él hace
ostentación de saberlo. Parece que no ha queri-
do hacer nunca papeles que exijan la belleza
personal. En la Galatea, de Mme. Adam, no
aceptó el de Pigmaleón.
— ¿Qué quiere V., — la dijo,- — que me presen-
te yo ante el público con el nombre de Pigma-
león? Míreme V. bien, señora, ¿tengo yo nariz
de griego?
Pero en las tablas la fealdad de Coquelin
desaparece y sólo queda la fisonomía espiritual
de los personajes que representa.
Lo que más ha gustado á nuestro público ha
sido los monólogos, en los cuales ha podido
apreciar todo el arte de los afectos y los tonos,
y la prodigiosa sencillez de su estilo, resultado
de un estudio social incansable. Es un actor de
nna flexibilidad pasmosa, y no hay pasión, ni
acento que no pueda él reflejar y producir con
vida palpitante.
Su compañía es endeble. Mme. Kolb y Mon-
sieur Duchesne se han distinguido; sin embar-
go, Coquelin ha salido ya para Lisboa con su
compañía, y ha prometido que á su regreso de
Portugal dará dos ó tres funciones más. Dará
Don César de Bazan , Mademoiselle de la Seglieie
y Osear ou le mari qui trompe sa femme. Oca-
sión habrá, quizás, de consagrar al cómico fran-
cés otro recuerdo.
No necesito decirte, — puesto que conoces
nuestra sociedad, — que el teatro de la Comedia
ha sido, durante la estancia de Coquelin, el
centro de la moda. Ni en sus noches más bri-
llantes ha reunido el teatro de la Opera concur-
so tan selecto. Un periódico, con este motivo,
se ha lamentado de que nuestra sociedad, tan
solícita para honrar el arte en la persona de un
extranjero, relegue al olvido á nuestros actores,
y que ni en las grandes solemnidades concurra
al teatro Español, tan necesitado de valiosas
protecciones. Tienen razón, prima, los que de-
ploran este apartamiento del gran mundo, que
sólo asiste á la Opera en invierno y á ver co-
medias en italiano y en francés, en la primave-
ra; mas el gusto no se impone. Nuestro gran
mundo encuentra vulgar, ordinario y, lo que es
peor, aburrido, nuestro teatro nacional y nues-
tro repertorio moderno. Por añadidura, esa
misma sociedad se ha dedicado á representar
comedias en teatritos preciosos y ante el bou-
quet de sus relaciones. De este modo se llegará
á formar un público reducido y exquisito de es-
pectadores que no podrá sufrir la atmósfera de
los teatros públicos, ni á los cómicos, sin per-
fumes ingleses, de los dichos teatros. Y la ver-
dad es que en algunos teatrillos íiristocráticos,
como en el de la duquesa de la Torre, se repre-
senta muy bien; y que no cabe duda de que la
buena sociedad es un gran plantel de cómicos
y cómicas. Pero de esto ya te hablaré en otra
carta.
Este mal del teatro español es incurable,
porque, realmente, ningún español cree necesa-
rio que el gobierno subvencione un teatro á
donde el público no iría por eso; puesto que las
obras, probablemente, no se harían mejor que
se hacen, ni los billetes costarían menos caro.
Hay épocas de entusiasmos poéticos, teatrales,
artísticos, en que el honrado burgués hace ver-
sos, no puede pasarse sin ir á los estrenos, y
entre la lectura de la cotización y de las sesio-
nes del Congreso, habla de pintura. Los bur-
gueses de hoy hablan de pintura más que en
otro tiempo, hasta se permiten comprar algún
cuadro, pero no se conmueven ya con los ver-
sos y permanecen impávidos ante los arranques
más estentóreos de Calvo y "Vico. Pedir hoy di-
nero para subvencionar el teatro nacional, pa-
recería ridículo. Se crea lo que hace falta, pero
no lo que nadie echa de menos, lo que está de
más. Nuestra sociedad elegante sólo gusta del
teatro extranjero; nuestro público, sólo del gé-
nero popular, retozón y regenerante.
Otro francés de muy distinta condición é his-
toria ha dado alimento á la curiosidad en estos
días. Me refiero á Luis Hillauraud, viajero de
comercio, autor de una novela; corresponsal de
La Borhelle; el cual ha intentado asesinar al ge-
neral Bazaine. El rendido de Metz vive en una
casa de la calle de Monte Esquinza, esperando
la vuelta de su esposa que está en Méjico. Gra-
cias á su título de corresponsal de La Rochelle,
Luís Hillauraud pudo visitar al general y
cuando estaba con él en conversación, sacó un
estilete asestándole un golpe en la cabeza. El
asesino se retiró, siendo perseguido y detenido
en la calle por varias personas. No intentó huir;
dijo que era el ejecutor de un mandato de Dios
y el vengador de su patria. Hace tiempo que
tenía decidida la muerte de Bazaine; aunque
otros franceses (á los cuales había comunicado
su propósito) le habían desaprobado. Según te-
legramas de esa capital muchos franceses quieren
dar carácter de ciimen político al asesinato del
general; lo cual, después de todo, viene á ser
como elogiarle.
En verdad masque un sectario político, más que
un fanático del patriotismo, parece Luís Hillau-
raud un hombre vulgar. Porque, ¿qué hombre de
sentimientos profundos puede creer suficiente
castigo de la supuesta tra ición de Bazaine la muer-
te? Culpable ó inocente, su vida no debe serle gra-
ta; está condenado á soportarla en tierra extran-
jera; contemplando de lejos el rostro airado é
implacable de la Erancia. Sus campañas en
África, y en España le acreditan de soldado va-
liente; Napoleón le nombra gobernador de Se-
bastopol después del asalto; cuando qu re de-
rribar la República le envía á Méjico, imo el
más hábil y esforzado de sus generak y el
imperio le colma de honores y riquezas ^Fran-
cia confía en él cuando fija los ojos en por-
venir. Llegó un momento, en que Pai. y la
Francia entera creyeron que el único s:/ador
posible del honor nacional era Bazaine; - gran
energía, su consumada habilidad, la feci lidad
de recursos de que había dado muestras. e im-
pusieron á sus mismos enemigos. P< > Ba-
zaine entrega á Metz con sus cien mil ti ense-
res, y Gambetta le acusa ante la Frai :a de
agente de Napoleón y cómplice de Bi.': arck:
toda la Francia se sacude y se levanta ontra
él; todos gozan, acaso, de poder arrojanobre
un solo hombre la vergüenza de todos; Izaine
es juzgado; es condenado á muerte; es inciltado
de esta pena; sufre la prisión en Santa 'arga-
rita y se evade de ella gracias al heroi.io de
su esposa, que le proporciona la fuga y reci-
be en una barca bajo la muralla del ;erte.
Viene á España y en España vegeta, lu ando
tristemente por la reivindicación de su onor
militar, agobiado por el desprecio, por 1. idig-
nación 6 por la piedad de sus compa otas;
cerrados los horizontes de la vida y la fe ¡dad;
porque si es inocente, si su patria es ¡usta
con él sólo le hará justicia la historis .;Qué
puede importarle la vida al general B line?
¿Cómo puede ser castigo librarle de ella 'aré-
ceme, pues, que este Luís Hillauraud > ha
meditado con rencor su crimen. Por 1 tuna
para el asesino la herida de Bazaine < leve.
Ha hecho sensación este suceso, porque Ic' ierto
es que el mariscal tiene muchas simj a s en
Madrid. Se conduce con dignidad en su íStie-
rro. Y luego su esposa, á la cual conoces, ; una
mejicana de gran corazón que da con su llleza
y sus virtudes mayor realce á la desgr: a de
su esposo.
También se ha ocupado la prensa de u inci-
dente curioso: de un desafío concertado ntre
un notable escritor y critico y un afamad tore-
ro. Como el lance no se ha realizado, lugún
inconveniente veo en citar los nombres. S rata
de Peña y Goñi y de Mazzantini. Sur') la
cuestión por un artículo publicado en L' iilin.
Mediaron amigos y, como era natural, coi luyó
el asunto.
Con este motivo se ha discutido si h liera
podido realizarse ese duelo: si un torero t le la
consideración social necesaria para cruz una
espada ó un par de balas con las persc ts á
quienes llamamos personnsí decentes. (F: lilla
sería la definición de lo que son estas pej )nas,
ó de las condiciones que para ser tales pe onas
se requieren). No intentaré 3'0, querida ¡ima,
discutir este punto con la seriedad y el lete-
nimiento que se merece. Lo único que afi aaré
es que los toreros, como clase, me pareC' tan
honrados y nobles como cualquiera y áumás,
si cabe en el sentido caballeresco; pues pre-
sentan el valor, la tradición y el más ' -itizo
sentimiento nacional. Entre los toreros brá,
como hay en todas las clases, unos que ?rán
personas decentes y otros que no lo serái Eso
la opinión lo indica. ¿Cómo es posible ne;r re-
paración por las armas, — siendo justa ¡peti-
ción,— á un hombre estimado por todas h cla-
ses sociales;'ídolo de las multitudes, y al opio
tiempo compañero, comensal y honrosisin con-
vidado á tertulias, palcos y saraos de la isto-
cracia? ¿Qué buen español no estrecha < i or-
gullo la mano de Frascuelo, de Lagarti 6 de
Mazzantini? ¿Si hubiese que abrazar á la itria
en alguna persona, no designaríamos para pre-
sentarla á un torero? ¿El torero no es la pre-
sentación más genuína del espíritu varoij que
anima nuestra historia? ¿El aplauso, el ei que-
cimiento, el frenesí que se apodera de toi i las
clases ante el torero triunfador en el reo idel,
reconoce por causa alguna cualidad ni ción
vergonzosa ni despreciable? No; todos c< side-
ramos que su triunfo se dele al arte y á lí^ran-
deza de alma.
Pero es lo cierto que todo hombre serien 3 mi-
raría mucho antes de aceptar un duelo i un
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
275
irero, que procuraría evitarlo. La razón es muy
mcilla. Como dicen los franceses se bate uno
9J- la qnleria; es decir, por la consideración pú-
lica. Y ahora bien; el público no comprende los
aelos entre im particular y un torero; y por lo
mto los considera una tontería. Falta en uno
e los dos que se baten la necesidad de batirse
ara ser más estimado luego; y ese uno es el
irero. El torero, por serlo, tiene ya cartilla de
ombre de corazón y de arriesgar, sin escrúpu-
is, la vida; esto le hace superior á las ofensas y
autoriza á oirías sin rechazarlas. El público
isulta groseramente á los toreros en ocasiones,
ero no los deshonra. Esos insultos caen sobre
i faz del lidiador como la gota de agua sobre
: hierro caldeado, deslizándose y evaporándo-
í. Sn oficio les coloca, en las cuestiones de
onra, en una situación singular, de la cual no
iieden salir con ventaja, pues al querer cambiar
i estoque del matador por la espada ó por la
istola del duelista, incurren en la frivolidad y
1 el ridiculo. Por su parte el particular que acep-
i un lance con un torero, expone su vida sin la
aica garantía moral que justifica su acción: la
'i que la sociedad considera necesaria esa prue-
a. No; la opinión, cree tan dignísimo á un to-
iro, en materias de honra, como á un escritor ó
a cantante ó un actor ó un aristócrata; lo que
o cree es que haya necesidad de que se bata
n torero. De aquí que no haya jamás semejan-
■s desafíos y de aquí el que no lleguen á reali-
irse nunca los que se inician.
Todo esto te parecerá nn poco raro y hasta
ifícil de entender; pero siendo cierto el hecho
e que la opinión no acepta desafíos entre pir-
culares y toreros, (por casos de su profesión
ública, se entiende), preciso es buscar la expli-
ación de ese fenómeno.
Y con esto concluyo la carta y te deseo como
iempre prosperidades.
Tuyo,
Fernanfi-or.
-*-
\ LA TERCERA VA LA VENCIDA
A. la una...
¡Qué cosa tan grata son los recuerdos de
¡empos más felices!
Por muchos años que pasen, ¡qué frescos se
etratan en la memoria ciertos detalles de nues-
ra vida juvenil!
¡Con qué placer las hacemos revivir en nues-
ra mente aquellas sensaciones suavísimas que
onmovieron nuestro, corazón por vez primera!
Dulces memorias que alientan la esperanza
\' nos hacen más risueño el porvenir. ¡Benditas
íean!...
Hace ya muchos años, siendo niño, pasaba
lurante el verano largas temporadas en el Es-
corial con mi familia.
A pe.sar de mi poca .salud, nada me faltaba
para ser feliz.
Con entera libertad para jugar con otros chi-
cos de mi edad, corría alegremente por aque-
llos sitios deliciosos, bajo los ardientes rayos
de un .sol canicular, y respirando el aire puro
de las montañas, saturado con los aromas del
romero y del tomillo.
El monasterio, esa maravilla del arte, edifi-
cado á fuerza de paciencia por un monarca
sombrío y receloso, era jjara mi tan familiar,
que me sabía de memoria todos sus rincones
como el ciego Cornelio, el famoso cicerone que
lo enseñaba todos los días á los forasteros.
Ni una sola mañana dejaba yo de asistir á la
piOfesiÓH, que así se llamaba á la comitiva de
curiosos y forasteros que recorría el edificio
bajo la guía de aquel ciego bondadoso, que, sin
vista, hacía ver á todos los demás que le se-
guían hasta los detalles más insignificantes de
tanta belleza artística como allí se atesora.
Jiras campestres, paseos por los jardines del
convento, recibir á los viajeros de Madrid que
venían en la diligencia y paraban en la plaza de i prominente y unos ojos tan grandes y tan ne-
Miranda, paseos matinales por los Alamillos, i gros que parecían abismos sin tondo!
etc., etc.; esas eran nuestras distracciones. Por-
que como ya tenía ¡doce años! no consentía bajo
ningún concepto que se prescindiera de mí para
todas aquellas diversiones.
Mi placer favorito, como el de todos los chi-
cos, era echármelas de hombre y perseguir sin
tregua á las niñas de mi edad, entre las cuales
las había bien bonitas.
Pero la que más me llamaba la atención era
Mercedes Z.
¡Alta, delgada, de pálido semblante, labios
gruesos, admirable dentadura, nariz un tanto
¡Qué gracia la suya tan indefinible, qué dis-
tinción en sus modales y qué manos tan blan-
cas, tan largas y tan finas!
Me parece estarla viendo todavía, con su" ves-
tido de muselina blanca, tan sencillo y ele-
gante.
Recuerdo perfectamente que una noche va-
rias familias de nuestro círculo se habían reimi-
do en la Lonja ó esplanada que da frente á la
fachada principal del monasterio: las mucha-
chas idearon vendar sucesivamente los ojos á
los amigos, ponerlos frente á la puerta princi-
•yiSín!^'"'^»- i lili, ^ ,KM ^ . .-fl,'!
pal del monasterio y dejarlos andar en aquella
dirección para divertirse en ver cómo se des-
viaban algunos de su camino, hasta el punto de
ir á parar muy distantes de la puerta, y aun á
veces en sentido contrario, después de muchas
vacilaciones.
¡Cómo habíamos de permitir los chiquillos no
tomar parte también en aquel juego!
Sin andarme con rodeos, me acerqué á la bella
Mercedes y la dije, con el aplomo de un pollo
hecho y derecho:
— ¿Quiere V. vendarme los ojos, y me hará
con ello muy feliz?
Y, ¡oh placer incomparable! sus manos de
nieve rozaron suavemente mi cara, tapó mis ojos
con su pañuelo, me cogió los brazos por detrás,
y dándome una vuelta y un ligero empujón,
me dijo alegremente:
— ¡Presuntuoso! ¡más que presuntuoso! Si
acierta usted con la puerta le doy un beso.
¡Qué emoción tan fuerte la mía! ¡Que no me
tuerza, caramba, por la Virgen ! exclamaba yo
para mis adentros. Y, efectivamente, una flecha
no hubiese hecho su viaje con más derechura
INGLATERRA: EL COLEGIO DE ETON
EL PATIO VIEJO
que yo. Me quité el pañuelo, y ¡oh dicha! la
puerta estaba enfrente de mi.
— Lo prometido es deuda, — dijo una voz de-
trás de mí.
Y la recompeusa me fué otorgada inconli-
r,enfi.
Heaven's gate
Las puertas del paraíso serán menos hermo-
sas que aquellos labios tan puros.
¡Jamás me olvidaré de aquel momento!
II
A. las dos...
Pasaron después los años, y también aque-
llos tiempos dichosos, para nunca volver.
Mis padres me dedicaron á la carrera de las
armas; entré en un colegio militar, y desdo en-
tonces hasta mi salida á oficial del ejército es-
pañol, dejó de ser un chico feliz para convertir-
me en un estudiante desgraciado. Y tanta fué
la dosis de ciencia que me obligaron á tiagar,
que tuve una indigestión intelectual y perdí
hasta la facultad de saludar á las gentes.
Con algunas ilusiones menos y veintiocho
años sobre mis espaldas, ascendí mucho des-
pués á capitán, siendo destinado á uno de los
regimientos de guarnición en Madrid.
Durante el mes de Julio de aquel año, per-
maneció la corte en el Escorial, y le tocó á mi
regimiento prestar allí su servicio.
¡Qué cambio tan grande en aquellos diez y
seis años transcurridos!
(Se continuará.)
Felipe Matiii?;
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278
LA ILUSTBACION IBÉRICA
EL TELESCOPIO
T
EL MUNDO DL LOS INFINITAMENTE GRANDES
( «OBOLOaiÚR)
El anteojo de Galileo fué perfeccionado más
tarde por el más ilustre astrónomo de la época,
Kepler, que reemplazó la lente bicóncava del
ocular por una biconvexa; de aquí que se le
considere como el verdadero y primer inventor,
al menos el descubridor teórico, del anteojo as-
tronómico, tal como se construye al presente y
conforme á las mejoras que en él introdujo el
jesuíta Schucider, que es á quien se debe en
realidad el anteojo de ocular convergente, que
construyó al intento de estudiar las manchas
del sol, que tanto llamaran la atención del gran
Oalileo.
En el anteojo astronómico que resultó por
virtud de la modificación introducida por Kepler
ItoLniwii"-^
INGLATERRA. -EL COLEGIO DE ETON: LA ESCUELA ELEMENTAL
en el de Galileo, la imagen del objeto se ve in-
vertida, puesto que ambas lentes son conver-
gentes, por lo que la del ocular no hace más que
agrandar la que da ya invertida el objetivo.
Esta manera de producir las imágenes es muy
incómoda tratándose de los objetos terrestres,
y de aqui que se ideara por Beita lo que se co-
noce con el nombre de anfetjo terrei^he ó anteojo
de día (en general todos los llamamos de larga
vúta incluso los de noche que usan los marinos),
el cual no es otra cosa, en suma, que el mismo
anteojo astronómico con dos lentes convergen-
tes intercaladas entre el objetivo y el ocular, y
colocadas de modo que produzcan la inversión
de la imagen invertida que da el objetivo.
Con todas estas modificaciones no se habia
llffado aún á obtener el verdadero ieletcopio,
in>^tnimento que difiere del anteojo astronómi-
co, en que su objetivo es en vez de una lente
convergente, un espejo metálico cóncavo que
Ti'i,i también la propieda^l de juntar en una
])( ijiifña imagen brillante los rayos que se re-
flejan en su superficie, cuya imagen os ense-
guida observada á través de un ocular, seme-
jante al de los anteojos, que la amplifica.
La primera aplicación de esta nueva clase de
anteojo, que ideara en 1616 Zucchi, se debe al
astrónomo inglés Gregory, que se valió de dos
espejos, uno grande y otro pequeño y ambos
cóncavos, para obtener la imagen del objeto am-
plificada por el ocular. Ofrecía este sistema
algún inconveniente, tal como la pérdida consi-
derable de luz, y el famo;30 físico Newton con-
siguió evitarlo mediante un espejo con una in-
clinación de 45 grados, que no hace más que
reflejar la imagen, igual á la primera, en una
dirección que resulta en ángulo recto con la de
los rayos de luz ó con el eje del instrumento.
De aqui nació el llamado telescopio de 2\'tutori,
que posteriormente modificaron, con gran ven-
taja para la ciencia astronómica, Herschel y
Foncault, entre otros menos notables.
Considerado el telescopio en general y tal
como se usa al presente para las observaciones
astronómicas, hay que tener en cuenta algunos
términos que á él se refieren.
Se denomina foco el sitio donde se reúnen las
direcciones de los rayos luminosos que partien-
do de un mismo punto, son refractados por las
lentes. Si, como sucede respecto de los astros,
esos rayos incidentes se pueden considerar como
paralelos, recibe aquel el nombre de foco prin-
cipal; á la distancia que media entre el foco y
la lente, se da el nombre de distancia focal. Re-
cordando lo que hemos dicho acerca del objetivo
y el ocular, debemos añadir que del prinioio
dependen principalmente la calidad
de un anteojo y su poder óptico, y que
el segundo puede ser positivo ó nega-
tivo: resulta positivo cuando las dos
lentes que lo constituyen se hallan
dispuestas de modo que se correspon-
dan sus supei-ficies convexas, y es ne-
gativo cuando las dos caras planas de
las mismas están vueltas en dirección
del ojo y entre ellas cae el foco del ob-
jetivo. El ocular se halla adaptado á
un tubo que puede salir y entrar en el
del objetivo, y mediante un botón que
engrana con una barra dentada, puede
variarse la distancia de las lentes y
ponerlas de manera que se vea con toda
claridad la imagen, lo cual se expresa
diciendo que el ocular se pone á foco.
El aumento que producen los teles-
copios, no es otra cosa que la relación
que existe entre el ángulo bajo el cual
se ve directamente el objeto por el ob-
servador, ó sea á simple vista, y el que
es visto á través del anteojo. Esto au-
mento se expresa por diámetros, di-
ciendo que es de tantos como veces es
mayor el segundo ángulo que el pri-
mero. Así, pues, se dice que el anteojo
de Galileo daba un aumento máximo
de 32 diámetros, ó que aumentaba 32
veces el tamaño del objeto tal como se
ve á simple vista. Porque debe tenerse
en cuenta que en el telescopio y en
general, en los anteojos astronómicos,
la imagen es siempre inferior en di-
mensiones al objeto mismo, al contra-
rio de lo que sucede en el microscopio,
que la que produce es siempre mayor
en realidad que el objeto.
Se llama campo del anteojo el espa-
cio circular del cielo que so ve en el
instrumento, y sus dimensiones depen-
den del aumento que éste tenga, el cual
aumento depende á su vez del diáme-
tro y la distancia focal del objetivo:
aquel que tenga mayor diámetro y ma-
yor distancia focal, dará una maj'or
amplificación del objeto, siempre, se
entiende, que reúna buenas condicio-
nes por lo que respecta á la materia
de que esté compuesto, su talla, puli-
mento, etc.
Se cita como uno de los telescopios
más poderosos de los conocidos, el que
construyó Herschel, que contaba 13 metros de
largo, siendo el diámotro del espejo de 1™ 47 y
pesando todo el instrumento 20 quintales anti-
guos; el aumento que se obtenía mediante él
era de 6.000 veces.
Refiriéndose á este telescopio, dice Arago:
«Semejantes dimensiones son enormes com-
paradas con las de los telescopios construidos
hasta entonces; y sin embargo, parecerán mez-
quinas á las jiersonas que hayan oido liablnr di'
un supuesto baile dado en el telescopio di-
Slough. Los que propalaron tal patraña confuir
dieron al astrónomo Herschel con el cervecein
Meux, y un cilindro en el que apenas podía
estar de pié el hombre de menoi' estatura, con
ciertos toneles, tamaños como casas, en los cua-
les se fabrica ó se conserva la cerveza.»
El mi.smo aumento que el telescopio de Hers-
chel da el construido en Irlanda por el inglés
Rosse, si bien sus dimensiones son más colo-
sales que las de aquél, pues mide 17 metros de
distancia focal, teniendo el espejo metálico un
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
279
diámetro de 1™ 83, y un peso todo el aparato
que no baja de 10.400 kilogramos.
Pero dimensiones tan enormes y peso tan
exagerado, dificultan el manejo del instrumento,
por lo que los telescopios más usuales no son
tan grandes. Entre ellos se citan como de los
mayores los de los observatorios de París y de
Puíkova que tienen 30 centímetros de abertura
y 8 metros de distancia focal, y el del observa-
torio de Cambridge (Estados-Unidos), cuya aber-
tura mide 47 centímetros. Marsella tiene uno de
80 centímetros de abertura de los de Eoncault,
con arreglo á cuyo sistema se construía hace
años uno para el observatorio de París, de 1™ 50
de diámetro, además de otro de distinto sistema
que debe medir 18 metros de largo y 76 centí-
meti'os de abertura. Como se ve, no se desiste
de las grandes dimensiones á pesar de los in-
convenientes apuntados.
Como quiera que sea, el telescopio, al venir
en ayuda de la vista, ha mostrado al hombre
las maravillas de un modo que le era descono-
cido y que merced al poder prodigioso de aquel
admirable instrumento, ha salido del misterio
en que le envolvían las distancias infinitamente
grandes que lo separan de nosotros.
Ha hecho más el telescopio. No contento con
revelarnos la existencia de mundos infinitos, la
naturaleza de ellos y los eternos movimientos á
que viven sometidos, ha facilitado el medio de
que tengamos copias exactas y directas de los
astros.
Del mismo modo que hemos visto que se^a
hecho respecto de los descubrimientos del mi-
croscopio, se ha aplicado la. fotografía á los des-
cubrimientos del telescopio, por lo que los úti-
lísimos efectos de aquel arte han podido pasar
del mundo de lo infinitamente pequeño al de lo
infinitamente grande.
Siempre con el auxilio del telescopio, se han
obtenido y se obtienen fotografías tan exactas
como interesantes, del sol y sus manchas, de la
luna y sus montañas y mares, de Saturno y su
anillo, de varios grupos estelares, como los de
las Pléyades, Orion, el Pesebre y Perseo, por
ejemplo (de los que se ha obtenido imágenes de
la 9.' magnitud); y, en fin, de las nebulosas y
hasta de los eclipses y sus particularidades
físicas, se han sacado curiosísimas fotografías,
que permiten estudiar con más minuciosidad y
provecho esos mundos llenos de misterios que
pueblan la inmensidad del espacio.
Tales son los servicios que presta ese prodi-
gioso auxiliar de la vista á que se da el nombre
de telescopio.
Constituyendo de por sí este instrumento una
verdadera maravilla, es origen perenne de ma-
ravillosos descubrimientos, con los que á la vez
que se robustece la ciencia, que merced á ellos
dilata portentosamente sus dominios, el alma se
eleva cada vez más y con mayor conocimiento
de causa á las regiones incomprensibles de lo
infinitamente grande, y se extasía y purifica
llena de inefable gozo en la contemplación del
Creador de todas las cosas.
P. DE Alcántara García.
-*-
LECTURAS
MAXIMINA.— NoTíL» dk Aemíndo PiLiCio (1)
Uno de los deberes más importantes de la crí-
tica en España, en los días que alcanzamos, es
atender con mucho cuidado á distinguir de la
multitud de libi'os de imaginación que se publi-
can, y de los cuáles la gacetilla hace elogios de
apología, aquellos otros que realmente merecen
atención por encerrar algún mérito, y que no
suelen ser tan alabados. Generalmente no coin-
cide el arte de saber hacer libros con el de sa-
(1) Interrumpo la serie de artículos A muchos y á nin-
guno, para hablar hoy de un libro de actualidad. Con el mis-
mo ó análogo motivo haré otro tanto, algunas veces, en ade-
lante. (N. del A.)
ber faire V article, y á juzgar por lo que se ob-
serva y también por lo que la reflexión dice,
suelen estar ambas habilidades en razón inver-
sa. Así, por ejemplo, Pérez Galdós es uno de los
españoles má3 ineptos para dar publicidad y re-
nombre á sus novelas mediante los periódicos.
RUSIA: LA MEZQUITA TARTARAIDE KAZAN
y reconociendo' ¡esta ineptitud que radica en el
sentimiento do la dignidad propia y en el amor
á la dignidad del arte, prefiere pegar un senci-
llo anuncio en La GorrespoudencM, esa esquina,
á ir de redacción en redacción repartiendo to-
mitos y sonrisas y palmadas en el hombro. Se
echa la cuenta de que le cuesta mucho menos
trabajo que esto, escribir un libro bueno que se
vende porque lo es, y que se acredita por lo que
vale, no por lo que de él digan cuatro ó seis pe-
riodistas satisfechos de los miramientos que con
ellos guarda el autor.
La misma Emilia Pardo Bazan, que por ser
dama, y muy activa y ocuparse en muchas cla-
ses de asuntos literarios y tener copiosa corres-
pondencia con publicistas de muchos géneros,
suele encontrar favorable acogida entre los olím-
picos gacetilleros y ver sus libros muy anuncia-
dos, podría quejarse con justicia más de una vez
del silencio de la prensa, sobre todo ahora, que
después de haber publicado su mejor novela, se
encuentra con que sólo hablamos de ella los que
para hacerlo sólo hemos necesitado los impulsos
de una sincera admiración.
Armando Palacio, de quien hoy se trata, gran
enemigo de buscar buenos éxitos por los mis-
mos procedimientos por que se busca en Bspafia
un destino, tampoco tiene nada que agradecer,
en general, á la prensa más traída y llevada,
pues no le basta con tener excelente carácter,
un trato afable, una'modestia muy simpática,
ni con haber dejado el látigo de la critica, para
conjurar los desdenes fingidos ni las pretensio-
nes efectivas de revisteros presumidillos y cen-
sores de ocasión. Palacio, que ya no se mete con
nadie, tiene, sin embargo, enemigos; ahora no se
le aborrece por ser crítico satírico, pero se le
odia por lo que vale.
Muximinn ha obtenido elogios de mucha par-
te de la prensa, es verdad, pero los más fueron
de pacotilla, y el autor hubiera preferido un es-
tudio concienzudo á tantas insulsas alabanzas.
Sin embargo, debo decir que ha habido excep-
ciones; así, por ejemplo, el artículo de José Za-
honero, en La Opinió", merece ser leído, porque
se aparta de lo vulgar sin caer en lo extrava-
gante y prueba conciencia literaria y profundo
sentimiento.
Y en verdad, que pocos libros se prestan como
Mnximina á un análisis detenido y provechoso.
Maxindva es un tlocmutntono sólo para estudiar
la historia iutima, interesante, por cierto, del
talento y del corazón de su autor, sino para ver
algo de lo que aporta á la literatura la nueva
generación, acaso como nota original y carac-
terística.
En el articulo de Zahouero, si bien por el
sistema casi siempre injusto del contraste, se
apunta algo de lo
que principalmente
debe llamar la aten-
ción en este libro.
Ello es, que así el
mérito principal de
la novela como sus
defectos mayores^
revelan la misma
preocupación del
autor, el mismo an-
helo: la absoluta
sinceridad artísti-
ca, tomando por for-
ma la sencillez.
Mucho tiempo
hace que Palacio
vive, como artista,
para este dogma; lo
bueno, sencillo es
la poesía; y sin de-
tenerse ante sacri-
ficios, que juzga
necesarios, mutila
el propio ingenio
consintiendo en
privarse de ciertas
facultades de que
estaba pródiga-
mente dotado por
la naturaleza, pero que él no pree compatibles
con la austeridad de su profesión artística. As-
pira á lo sencillo no como puro dilettante. no como
esteticisia, sino como literato que es además hom-
bre y cree que la moral entra también en la
poesía, y que hay modos de ser poeta mora-
les é inmorales. Lo moral en el arte es ser sin-
cero principalmente, y no hay más modo de
ser sincero (siendo como Palacio) que ser sen-
cillo.
Aquí yo debo advertir que en mi juicio la
sinceridad artística, necesaria en muchos gene-
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282
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
roe, no en todos, en ciertos estilos no en todos,
pero si en los géneros y en los estilos más
elevados y dignos de admiración, no exige siem-
pre la sencillez porque lo complicado y aun lo
retorcido y quintiesenoi^do pueden ser ten since-
ra manifestación del espíritu, como el idilio más
!>encillo que queramos imaginar. Negarle á
Amiel la sinceridad, seria absurdo; y en ese
espíritu lo cvHipMcíUo (comp^ite) es lo natural y
lo característico. — Baudelaire en sus Flores del
mol, no parece sincero ante una observación
que, con el respeto debido á Valera, yo estimo
á mi vez .poco sincera ó superficial; y sin em-
bargo, hay allí la sinceridad de una enferme-
dad, la sinceridad del delirio poético, la since-
ridad de la afectación espontánea si se quiere; la
que encuentra y explica magistralmente en éste
poetA Pablo Bourget.
De modo que, en mi opinión, Palacio obra
como un sabio... bueno proclamando el dogma
de la sinceridad, dado el género de literatura
que cultiva; pero en lo de añadir el dogma
formal de la sencillez, sólo hace bien si se limi-
ta á predicarlo como creencia subjetiva (si vale
decirlo así), aún más, si se limita á predicar y
practicar la sencillez como única forma de la
sinceridad, dado su propio temperamento litera-
rio. Sí, un escritor, como Palacio hoy por hoy,
sólo será sincero siendo sencillo.
La principal belleza de Maximino está en la
sencillez, porque revela como es el alma del
autor en los días en que éste escribe. Una niña
de la aldea que se casa con un periodista ma-
drileño, egoísta que no resulta antipático (y tal
resultado no seria defecto, es claro) porque se
le estudia poco; una descripción superficial
pero en ocasiones bastante sugestiva y traspa-
rente de la vida de un matrimonio joven; una
muerte casi repentina, artísticamente conside-
rada, oportunísima, de mucha belleza; un apren-
dizaje brusco, inopinado, de un ahna vulgar,
que ve en la desgracia, que juzga la mayor de su
vida, algo de lo que importa á la salvación del
alma; esto es, en suma, lo principal de la nove-
la. Hace sentir, hace pensar. A mí me ha hecho
pensar que había acertado al clasificar á Arman-
do Palacio, por síntomas anteriores, entre los
jóvenes que tal vez anuncian una vida nueva.
LA IMPEDIDA (Retrato por Arturo Pond)
En España hay muy pocos, que yo conozca;
González Serrano es uno, Menéndez Pelayo es
otro, 011er y algún catalán más pueden contarse
entre estos; hay algunos otros... pero, en fin,
ahora no importa á mi propósito contar con to-
dos; en Francia haj' muchos más, v. gr., Bour-
get, .1. Lemaitre... en Portugal no faltan... ¿Qué
quiere esta juventud?
No se puede decir á punto fijo; no todos ellos
piden lo mismo en todo: pero hay algo de co-
mún en las -tendencias; podria decirse que se
espera una aurora de poesía espiritual, una vi-
da nueva en que entren por mucho algunas co-
sas santas muy viejas, una filosofía hecha con
el amor de la historia y las esperanzas nuevas
y el respeto de lo averiguado por estas genera-
ciones más cercanas á quien debemos también
mucho respeto... Pero es absurdo dejar que
la pluma corra sobre este asunto del que ape-
nas se podria hablar sin ponerse en ridiculo 6
sin pecar de oscaro en muchas, muchísimas pá-
ginas con.sagrada8 á él exclusivamente.
fj)e qué hablaba? De Maximino, novela para
el corazón de los que lo tienen; libro escrito sin
cuidado en gran parte, donde hay hasta faltas
de sintaxis y citas infieles y episodios de media-
na fuerza y de poco interés, novela donde está
acaso lo peor de Armando Palacio en lo secun-
dario, pero que encierra también lo que ya le
ha dicho á él que era, hasta hoy, su gran marea
de artista, todo lo que va desde la lección de
astronomía hasta el índice. Allí hay alma, pro-
fundidad poética, intereses morales, como diría
Chateaubriand, que inventó la frase.
Si yo tuviera espacio, que no tengo, diria
mucho de lo malo de este libro, que toca á la
obra muerta y asi taparía la boca á los envidio-
sos de Palacio y á los murmuradores, pero ten-
dria que decir mucho más de lo bueno, de lo
muy bueno que no verán acaso ciertos espíri-
tus medianos, en todo, pero que han visto los
sencillos de corazón y los artistas de corazón;
así Maximina ha gustado mucho á las mujeres
honradas y hacendosas, á las que empuñan la
escoba loHi>ábad'»'... y los demás días de la sema-
na y ha gustado mucho también á D. José
Pereda, un hombre que hace obras de caridad
escribiendo.
Clarín.
-*-
LAS ACADEMIAS ANTIGUAS
El origen histórico de la palabra academia,
en su aplicación á las múltiples derivaciones de
la filosofía platónica, se debe al nombre dado
por los atenienses á un paseo plantado de pláta-
nos y olivos, que fué en un principio gimnasio
y que fué después legado á la república por un
contemporáneo de Teseo, llamado Academus.
Al mencionado sitio (cuyas descripciones difie-
ren poco en los escritores que de él se ocupan)
concurría Platón para enseñar filosofía y á él,
pagando especio de tributo á la tradición, si-
guieron asistiendo con frecuencia los tenidos
por discípulos más ó menos fieles del gran siste-
matizador de la dialéctica. De estas coinciden-
cias procede el nombre genérico, que en un
principio se diera á la doctrina de Platón de
filosofía académica, así como de ellas deriva el
nombre de académicos atribuido á los discípu-
los de Platón. Cohonestadas y admitidas en la
historia de la filosofía estas denominaciones, se
comprende dentro de ellas un largo período, de
cuatro siglos, que abraza desde Platón hasta
Antíoco. En él examinan los historiadores de la
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
283
filosofía los más opuestos sistemas, aunque to-
dos ellos manifiestan el tronco común de que di-
manan, á saber, el idealismo platónico. Son muy
escasas las noticias y muy numerosas las con-
jeturas que hay necesidad de hacer para histo-
riar, y aún esto sólo externamente, las conse-
cuencias que so desprenden de la enseñanza
platónica, cuyo completo desarrollo y aun apli-
cación debe referirse á la filosofía alejandrina y
al neo-platonismo que filtra su sustancia doctri-
nal en la información del dogma cris-
tiano. Aristóteles, Diógenes-Laertio y
Cicerón ofrecen datos, siempre incom-
pletos, acerca de las vicisitudes que
sigue la doctrina platónica entre los
llamados académicos. Con inferencias
más ó menos cercanas á la exactitud
señalan los historiadores de la filo-
sofía (V. Ritter), fundados en tales
datos, hasta cinco academias. La pri-
mera academia, llamada antigua, es la
de Platón y sus discípulos inmedia-
tos, aunque no muy fieles, Espencipo
y Xenócrates; la segunda ó media es
la erigida por Arcesilao, fundador del
probabilismo (V. Fouillée. — Histoire
de la Philosophie) ; la tercera ó moder-
na es fa establecida por Cameades,
que recuerda los antiguos sofistas; la
cuarta es la que tenía por jefe áPhi-
lón, y la quinta es la establecida por
Antioco (V. Sextus Emp.) Fragmenta-
rias son las indicaciones que Cicerón
(V. Diálogos del orador, libro III) hace
de los filósofos llamados académicos.
De ellos dice: «Habiendo sido tantos
los discípulos de Sócrates y conser-
vando todos alguna parte de su ense-
ñanza esparcida en tantas y tan va-
riadas discusiones, nacieron de aquí
muchas sectas entre sí discordes, aun-
que todos sus adeptos se llamasen
socráticos y se tuviesen por fieles dis-
cípulos de Sócrates. Y primero fueron
discípulos de Platón, Aristóteles yXe-
nócrates... padre éste de la academia.
Los académicos forman dos escuelas
con un mismo nombre; porque Espen-
cipo, hijo de una hermana de Platón,
Xenócrates, discípulo del mismo Pla-
tón y Polemón y Crantor, que lo fue-
ron de Xenócrates, se diferencian poco
de Aristóteles, que fué, juntamente
con ellos, discípulo de Platón; sólo
difieren mucho en la abundancia y va-
riedad del estilo. Arcesilao, discípulo
de Polemón, fué el primero que de va-
rios diálogos platónicos y razonamien-
tos de Sócrates, dedujo la consecuen-
cia de que no hay certidumbre alguna
en el conocimiento adquirido por los
sentidos ó por el entendimiento, y cuen
tan que con suma gracia en el decir
despreció todo criterio, lo mismo el
de la razón que el de los sentidos, y
faé el primero en reconocer el método
ya usado por Sócrates: no demostrar
loque el mismo pensaba, sino dúsputar
contra la opinión de cualquiera otro.
De aquí nació la nueva academia, en
la cual se distinguió por su divina
prontitud de genio y abundancia de
decir Cameades.»
No hay para qué historiar ni hacer juicio crí-
tico aquí del platonismo, pero aún limitando
nuestro empeño á la historia externa de los dis-
cípulos del divino idealista, no se puede pres-
cindir do consignar una apreciación general,
aplicable por igual á la doctrina de todos los
filósofos académicos. Se bifurca la filosofía
griega después de Platón, en dos direcciones;
la filo.sofía Ari,stotélica y la escuela académica.
Ijos filósofos académicos no pueden ni deben
figurar en el número de los filósofos que han
dado nuevos impulsos á la ciencia, mientras que
Aristóteles, considerado por una crítica super-
ficial como discípulo infiel y aun émulo de Pla-
tón, vive vida inmortal en la historia del pen-
samiento. Los académicos suplen la virtualidad
genial del pensamiento (de que carecen casi por
completo) por una especie de afán excesivo de
erudición, que parece justificar la tradicional
significación de su apelativo puesto que en
efecto hoy mismo se estima que filosofía acadé-
mica (ó de las academias) equivale á pensa-
miento formado por la erudición que no elabo-
rado en virtud de una reflexión propia, intensa
y personal. En la academia antigua, Espencipo
se consagra más á la erudición que al pensa-
miento propio, señalando conexiones á veces ar-
tificiales entre las ciencias más distintas entre
sí y proponiéndose, quizás con más audacia que
aptitud, constituir una historia natural sistemá-
tica, merced á su hipótesis, de las semejanzas
y diferencias. Desvíos parciales, aunque signi-
ficativos, de la enseñanza platónica se notan en
Espencipo, tenido erróneamente por el más fiel
de los discípulos de Platón, en sus reminiscen-
LA ACTRIZ i.De autor dtiüconocidu)
cias pitagóricas y en algunas argucias, á que
era inclinado, sobre la sensación y la unidad
del ser. Más se acentúan aún las fórmulas pita-
góricas en Xenócrates, que pretendía reducir
las ideas filosóficas á razonamientos matemáti-
cos. Los pensadores de la antigua academia,
hambrientos sentados á la mesa del sabio, sin
satisfacer .su apetito con estos malogrados en-
sayos, revelan un síntoma, el de la debilidad de
la fuerza productora de su inteligencia y á la
vez el comienzo de la erudición de la filosofía
(sin exceptuar á Polemón y Crantor). En la se-
gunda ó sea la academia media, cuyo jefe es
Arcesilao, hallamos ya una mayor divergencia
de la enseñanza platónica. Condena toda su
doctrina Arcesilao, repitiendo el aforismo de
Sócrates: «Sólo sé que no sé nada,» y añadiendo
«y aún esto no lo sé de una manera cierta.»
La teoría de lo verosímil y de lo probable es
ya completamente contradictoria del dogmatis-
mo platónico. Arcesilao, con amor á la filosofía
y con marcada preferencia á Platón, es el fun-
dador do un probabilismo con tendencias escép-
ticas. No citan las más antiguas autoridades
obra alguna de Arcesilao, y apenas si existen
datos más concretos acerca del núcleo de su
doctrina que los que dejamos transcritos de Ci-
cerón. Se personifica la tercera academia, la
moderna, en Carneades, que reproduce y exage-
ra el sentido escéptico de Arcesilao y recuerda
los antiguos sofistas hasta el punto que se refie-
re que durante su estancia en Roma pronunció
IDILIO (Dlbujode Alberto Schantooh)
ESTUDIO (Dibujo de Juan VUlnskl)
286
LA ILUSTRACIÓN IBEBICA
dos discursos, uno en pro y otro en contra de
la justicia. En progresivo desacuerdo de la doc-
trina platónica y en combate continuo contra
los estoicos llegó Cameades á extremar el pro-
babilismo de Arcesilao, sin que por otra parte
Sudiera él mismo librarse de la eterna contra-
icción, que le prestaba contrastes inagotables,
para su buen decir. Philón, el jefe de la cuarta
academia, discípulo de Clitómaco como éste lo
fué á su vez de Cameades, pareció inclinarse á
un sentido práctico de la especulación, aunque
repetía el dicho de Cameades, esto es, que ape-
nas si podemos salir de lo verosímil porque no
poseemos medio para distinguir la percepción
verdadera de la falsa. Finalmente Antíoco, fun-
dador de la quinta academia, termina con la as-
piración estéril de conciliar los peripatéticos y
los estoicos con la antigua academia. Después
de la erudición, que enerva la virtualidad de la
reflexión propia, la filosofía académica concluye
con una tendencia ecléctica que es en la historia
del pensamiento síntoma indudable de una de-
cadencia sensible. El escepticismo erudito y la
incertidumbre escéptica; tales parecen ser los
resultados de esta larga trayectoria de la filo-
sofía académica. Ella, sin embargo, prepara ul-
teriores evoluciones del pensamiento, merced á
las cuales se ha de determinar en cierto movi-
miento concurrente para que coincidan al plato-
nismo y el aristotelismo, de cuya recíproca fe-
cundación brotará en siglos fwsteriores la ro-
busta planta de la filosofía cristiana. Pero sin
recurrir á tan lejanos tiempos, repitamos para
concluir que el platonismo no encarna en la fi-
losofía académica, ni por los frutos de ésta, que
valen poco, debe ser aquel estimado; sino que la
dialéctica del divino idealista es verbo que se
hace carne y sal regeneradora en la filosofía
alejandrina y en el neo-platonismo.
U. GoNz.\LEZ Serk.\no.
NUESTROS GRABADOS
k PUHIKA BttLlRIKA
Dibujo de ScUütgm
Todos soo duuuntei en eae dibujo; la prima baUerina por
oflcio y el íleteme*luo por fatalidad congénlta. Sabido es que
la( bailarioaa tienen gran partido entre la alta goma; hay
anchos, en efecto, que no pueden comprender otro talento
qne el de los pies, y en además de muy buen tono frecuentar
el trato de aquellas artistas.
Por otra parte, Justo es reconocer que las bailarinas son
on elemento *(n< qua non en los teatros. ¿Qué seria de tantas
magias y zarzueiis de espectáculo sin el atractivo de las pier-
nas del cuerpo coreográfico? Cuando los autores solo se me-
recen nn iqu¿ bailtl nada me|or que buscar el éxito en la&
plraetaa.
LOXDBK8
■ L COLIGIÓ D( ITOR: If. PATIO TIIJO
LA aSCCSLA tLIMUTAL
Eton, con Hirrow y Rugby, es uno de los tres principales
establecimientos de segunda enseñanza con que cuenta In-
glaterra. No hay que creer, sin embargo, que la educación
qne allí se recibe se parezca en nada á la que se obtiene,—
ó separa par obtener,— en nuestros colegios. -Los Juegos
Tleoen en primer lugar,— decía un profesor de Eton,— los
libros en segundo.» Y asi e>; la ciencia y la cultura del espi-
rito ocupan el último Ingar en la educación inglesa; en cam-
bio, el carácter, el corazón, el valor, la fuerza y la destreza
del cuerpo se llevan los más preferentes cuidados. Tal siste-
ma forma luchadores asi en lo moral como en lo físico, con
todas las ventajas inherentes, pero también con todos los in-
convenientes propios de esta dirección del alma y de! cuerpo.
■ L i 01 MATO
(UM ■■TttBAHISKTOa DI LA HOSOLOA)
OuMáro áe D. VlcenU Patm^roU.—DUmlo de P.y Valor
Ahogado en sangre el heroico levantamiento de Madrid
contra la traidora usurpación napoleónica, creyóse que resta-
blecido el ordtn, en virtud de las promesas de Hurat, cesarla
toda persecución. Un cruel desengaño habla de quitar pronto
«tta falaz llufióo <Á las tres de la tarde,— dice el Insigne To-
icoo,— una vos lúgubre y espantosa comenzó á correr con la
celeridad del rayo. Aflrmibaie que españoles tranquilos ha-
blan sido cogidos por los franceses y arcabuceados junto á
la fuente de la Puerta del Sol y la iglesia de la Soledad, man-
chando con su inocente sangre las gradas del templo. • En
electo: faltando descaradamenteá lo convenido, los franceses
estaban prendiendo á cuantos, fiados en la palabra del gran
duque de Berg, acudían a sus ocupaciones, alegando por pre-
texto qne los detenidos llevaban armas, lo cual era falso,
pues apenas habla quien llevase una uavsja ó unas tijeras...
Muchos fueron pasados por las armas sin dilación y otros
quedaron detenidos en la Casa de Correos y en los cuarteles.
Hablase Instalado en dicha casa, custodiada por el traidor
general Sosti, uua Comisión militar francesa «con aparten-
daa d« tribunal,- dice el antes citado historiador, -mas por
lo común, sin ver á los supuestos reos, sin oirles descargo al-
guno ni defensa, los enviaba un pelotones, unos en pos de
otros, para que pereciesen en el Retiro ó en el Prado. Muchos
llegaban al lugar de su horroroso suplicio ignorantes de su
suerte; y atados de dos en dos, tirando los soldados franceses
sobre el montón, calan ó muertos ó mal heridos, pasando á
enterrarlos cuando todavía algunos palpitaban. Aguardaron
á que pasase el día para aumentar el horror de la trágica es-
cena. Al cabo de veinte años nuestros cabellos se erizan to-
davía ai recordar la triste y silenciosa noche, sólo interrum-
pida por los lastimeros ayes de las desgraciadas victimas y
por el ruido de los fusilazos y del cañón que de cuando en
cuando á lo lejos se oia y resonaba. Recogidos los madrile-
ños á sus hogares lloraban la cruel suerte que habla cabido
ó amenazaba al paciente, al deudo ó al amigo...*
Lúgubre rayó la mañana del siguiente día, apareciendo
cerradas las casas y las tiendas , solitarias las calles y turbado
únicamente el silencio por el paso de las patrullas francesas
que recorrían la villa. Yacían insepultos en la Moncloa mul-
titud de cadáveres y acudieron los deudos á darles cristiano
enterramiento, vigilados por los feroces soldados de Murat.
Esceua tristísima, que con pincel sublimo ha inmortalizado
Palmaron.
8AH aSRÓNIMO DE Li UURTA (BIRCILONa)
Está situado este antiguo monasterio de gerónimos en
término de Badalona, á tri s y medio kilómetros de esta villa,
en una hondonada bastante fragosa formada entre una co-
lina que está encima de Santa Coloma de Gramanet y otra
que viene á ser continuación de la que va hacia Monta-
legre.
La arquitectura de la fábrica no ofrece nada de particular.
Es de un solo alto y de mucha antigüedad. Antes del año 35
estaba rodeado el claustro por una galería de arcos ojivales
levantados sobre un antepecho La iglesia era de una sola
nave, de orden gótico también. Esta ha desaparecido, pero
queda aun bastante de los claustros, subsistiendo también
un severo surtidor que hay en el centro.
Lo más vistoso de este monasterio son sus avenidas y la
posición que ocupa entre altos y hondonadas plantadas de
viñas y árboles, abarcando la mirada desde la playa de Ma-
taré hasta la desembocadura del Llobregat. En la cima de
las montañas sobre que descansa el monasterio, existen dos
viejas ermitas, desde donde se domina todo el llano regado
por el Besos y parte de la marina.
Fué fundado este monasterio en San Pedro de Ribas por
aquel mismo mercader barcelonés Beltrán Nicolau, de quien
hicimos ya referencia al hablar de la Cartuja de Montalegre, y
viviendo aún su fundador (1413) se trasladaron los religiosos
al sitio en que se ve hoy el edificio.
En el patio y á la derecha de la entrada por la parte que
mira al mar, se halla ahora la hospedería, de fábrica moder-
na, y en el mismo frente la ca«ade los colonos. En un ángulo
del monasterio subsiste aún una antigua torre, cuya cúpula
de forma piramidal, fué preciso derribar por haber quedado
agrietada de resullas de haber caldo UQ rayo, siendo susti-
tuida por una terraza.
San Gerónimo de la Murta ha quedado convertido en una
verdadera colonia veraniega deBarcelona, compuesta actual-
mente de veintiséis familias. El edificio es propiedad de don
Juan Bover.
LA MEZQUITA TAErARA US KAZAH (KDSIa)
Hállase asentada esta ciudad á orillas del Volga, algoal
Este de Nljni Novrogod. A pesar de que su aspecto material
es el de una ciudad rusa, por el estilo de Moscou, no se ha
logrado sin embargo borrar su carácler tártaro, ni el recuerdo
de cuando era la capital de uu poderoso reino de aquella na-
cionalidad, que subsistió hasta 1552 en que fué conquistado
por Ivan IV.
OABBZA DB BSTUDIO
Dibujo de Enrique SchtlmartU
Esa cabeza de estudio obliga á quien la ve á entregarse á
un largo estudio de cabeza. Pocas veces se habrá visto, en
efecto, nn busto más Interesante.
LA IMr BDIDA
Retrato por Arturo Pond
LA ACTBIZ
De autor deteonoeldo
Ambas obras figuran en el Museo de South Kenslngtotí,
siendo in original mlstress Wofflngton, célebre actriz que
alcanzó gran renombre á mediados del pasado siglo. El cua-
dro titulado La actriz es de autor desconocido y representa
á la ilustre comedianta en la ñor de su belleza; en cuanto á
La impedida es obra de Arturo Pond, el cual murió poco des-
pués de terminarla (1758).
IDILIO
Dibujo de Alberto Schautteh
No puede Interpretarse más deliciosamente un asunto
como ese. £1 autor ha resucitado el mito de las Nereidas y los
Silvanos, conseiváudole toda la belleza de las creaciones
helénicas: es griego.
BSTUDIO
Dibujo de Juan VUintki
El autor es un distinguido artista de Praga, en cuya ca-
pital es uotabilisimo el florecimieulü que alcanzan asi las
artes como las ciencias. El dibujo de Villnski atestigua un
profundo conocimiento del claro-oscuro y gran dominio so-
bre el modelado.
ORILLAS DBL DBRBN
Es ese un rio que ai atravesar por el Este del condado de
Suffolk, ofrece los más pintorescos puntos de vista, especial-
mente cerca de su desembocadura en el mar del Norte.
-SÍ-
BIBLIOGRAFÍA
Inlimat y Quadrett, por Prancesch Bartrlna.— Barcelona 1887
Una de las ventajas que tienen los poetas ca-
talanes sobre sus hermanos de la España caste-
llana para escribir muy buenas cosas, es el ha-
llarse fuera de la influencia de los astros de
primera magnitud que tanta atracción ejercen
allí sobre sus satélites. No es esto decir que los
vates de por aquí sean todos un dechado de
originalidad, pues harto se ¡mita también, pero
á lo menos el lector tiene el consuelo de no tro-
pezar con los mismos modelos que en Castilla.
Sería cosa verdaderamente insoportable que un
catalán escribiese BodamenU de cap ó Pelüs
poemas.
Mas se acerca, ciertamente, la lírica de Cata-
luña, á la poesía provenzal que no á la otra, de
lo cual sólo cabe decir mes val aixís
Hoy, sin apasionamiento, es preciso recono-
cer que la poesía catalana no atraviesa la es-
pantosa decadencia que la castellana, en prueba
de lo cual, aparecen libros como Intimas y
Qaadrets, llenos de frescura, de espontaneidad y,
lo que no es saco de paja, de buenos versos.
Francisco Bartrina, su autor, es una persona-
lidad; bebe en un vaso chiquito, pero suyo, y es,
además, poeta, verdadero poeta, de esos que sa-
ben descubrir la poesía á la manera que el
imán descubre donde yace el hierro.
En los Quadrets no es la brillantez del colo-
rido lo que más se admira, sino la suavidad de
los toques, la delicadeza de las medias tintas,
la penetrante melancolía de la idea; con todo,
no es esto porque el autor deje de tener más
colores en su paleta; si á mano viene, sabe pin-
tar en rojo sobre fondo negro:
Allá, á las cimas del vell Montseny,
dret ab la manta dait d' un pedrcny
hont tot l'any grunyen los vents del Nort,
sa estesa d' áselas vetlla ferreny
lo carbonayre de Fontde-Cort.
Talment diriau qu' es Llucifer
qUHU fi sa tasca, la uit al ser,
voltat de ñamas y d' espurnali,
badaot las pedras per fe '1 pller
á cops de roca y á cops de malí .
De día 's llca boscatge endins
y esbranca roures y esbranca pins,
deftralejantne per tot-arreu;
si retjat l'eyna pels rochs vehlns
sembla qu' espurniu los Uamps de Den.
El tono general de las composiciones no sue-
lo sor ese, sin embargo: mejor se detiene Bar-
trina ante los asuntos melancólicos que le dan
ocasión á pintar esas figuras doloridas, entre-
vistas en la vaguedad del claro-oscuro:
iNeval Mal racerada
per un' alba esfullada,
una pobreta vella íkU plorant:
r ha atrapat lo malí tcmps, y la nevada
no la deix passá avant.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
287
nilant tot lo de fora,
veu d' un cingle á la vora
fiimejá una barraca depastors:
— iSi 'm volguésslu obrlrl— exclama y plora,
y demnna socors.
Mes ningú se n' apiada...
y vé en tant la vesprada,
alsant lo vent qu' aumenta la fredor;
y segueix la nevada
y tot se va fonent en la foscor.
Como se ve, esto no es copia de nadie, sino
d' aprés nature.
Si en los Quadrefs se mueve al poeta en pleno
objetivismo, resulta sinceramente personal en
las Intimas.
M' apar que la velg encara
1' alcoba en aquella nlt:
de la mare "Is plore escolto
y '1 Sant-Crlsto miro dlns.
Quatre ciris lo Hit voltan
y tú estinellat al mitj...
lOh germá de la meva ánima,
qul 't veu ara y qui t' ha vlsH
Al tombar la matinada
se'n vola ton esperit:
negre núvol tot de sopte,
ta mirada enterbolí.
Sembla avuy... ly fá tans días
que deixares eix mon trlstl
iSense consol, quántas llágrimas!
iSens cumpliment, quánts desitjs!
iQué sol que 'm trobo en la térra
des que t' en 'nares d' aquí!
¡Y ab quina tristor la senda
de la vida vaig seguint!
Nada más sencillo, nada menos aparatoso, y
sin embargo, ¡qué profundo dolor no se revela
en esas líneas! ¡Qué emoción producen! Y si el
que lee conoció á Joaquín y conoce á su herma-
no y sabe el cariño entrañable que los unía,
¡cómo ve en esos gemidos la característica ex-
presión del dolor sentido!
Grande, bien lo sabe el autor de Intimas y
Quadrets. fué la consternación que á todos sus
amigos nos causó la muerte del malogrado Leo-
pardi catalán, pero no podemos menos de sentir
cierto egoísta consuelo al ver que á falta de
las extraordinarias producciones que se espera-
ban de Joaquín podamos experimentar el noble
goce de la poesía sana, viril, humana que se en-
cierra en las páginas, demasiado breves, que
nos hemos permitido analizar.
Poesías de Juan Alcover y Maspons. --Pal-
ma, 1887.
A pesar de que el donoso prólogo puesto á ese
libro por un amigo del autor es capaz de desco-
razonar á cualquier crítico, como yo en este
punto apenas quiero llamarme Pedro, sigo ade-
lante, no sin decir que podría ahorrarme perfec-
tamente mi tarea con sólo reproducir aquí lo
que dice el señor Maura del señor Alcover. Con
todo, es para mí tan grato hallarme con libros
dignos de elogio, — ó si se quiere de otro modo,
con libros que me gusten, — que no puedo resis-
tir al deseo de meterme á guarda-bosques del Ci-
tirón, aunque sin mastín, ni perra podenca, ni
galgo que echarle al autor, antes bien, llenas las
manos de laureles, englantinas, violas y basta
una/or natural.
Mis alabanzas, empero, no han de extenderse
á todas las composiciones que encierra el pri-
moroso librito. Por de pronto, Mi libertad, es una
gallardísima romanza, un homenaje por todo lo
alto á la mujer, un colmo de galantería que no
habrá enamorado que deje de aprenderse de me-
moria, pero en cambio, el Nido, paréceme como
co.sa de lance. ¿A qué imitar el amaneramien-
to del señor Campoamor? En él, quizás, puede
hacer gracia, pero ya al malogrado Revilla le
reventaban las imitaciones de aquellos Pequeños
poemas, que no dudo son gustadísimos, pero sin
implicar por eso que deban gustarles á todos.
Por fortuna, no necesita el señor Alcover es-
cribir silvas filosófico-caseras para agradar: en
ninguna parte aparece más simpático que cuan-
do escribe redondillas por su cuenta.
No puede darse más gallardo desenfado, más
profunda intención que en La lupia, La sortija,
y Don Alvaro ó la fuerza del sino, la segunda
sobre todo.
La influencia de Heine se hace evidente en
La Iravesia; á ser aquel el autor no creo hubiese
aparecido esta composición, traducida al caste-
llano por el señor Llórente, de otra manera que
como lo ha hecho el señor A Icover.
Las Hojas al viento suscitan involuntaria-
mente el recuerdo de los Arabescos, de Joaquín
Bartrina, y en peores fuentes hubiera podido
beber, ciertamente, el nuevo poeta mallorquín,
si no ha sido pura coincidencia. Sepáralos, cier-
tamente, un abismo en cuanto á las tendencias,
pero en punto á agudeza, rivalizan.
Los Apólogos son de lo que no se acostumbra
á leer en este género; hay allí originalidad, in-
tención, gracejo y estilo. No creo pueda pedirse
más.
Por lo que hace á la ejecución artística, — ya
que damos por sentado que pensador y filósofo
lo es en sumo grado el señor Alcover, aunque
con tendencias reaccionarias, — es exquisita, si
por eso se entiende la facultad de cristalizar el
pensamiento en perlas y brillantes, en vez de
hincharlo formando una masa de plata Ruolz,
sin contornos, ni brillo, ni tersura.
Es de esperar que un nuevo tomito de Poesías,
despojado de toda imitación peligrosa y podado
de traducciones de Víctor Hugo, todo Trave-
sías, Sortijas, Apólogos y Dins lo Temple venga
á deleitar á los que en estos tiempos de zarzue-
lones inf ra-bufos y de insulseces novelescas aco-
gen los versos buenos con la fruición del cami-
nante que en medio del desierto se encuentra
con un manantial de agua cristalina.
Carlos Mendoza.
-«-
EL PREMIO DE SIEMPRE
(CONCLUSIÓN)
VII
HONOEES POSTUMOS
Cuando el viento fresco de la noche agitó los
desordenados cabellos de Andrés, sus ideas pa-
recieron esclarecerse algún tanto, cobró nueva
fuerza y exclamó por lo bajo:
— ¿Conque es cierto que mi porvenir des-
aparece como si se hundiera en el abismo de la
desventura? Mi cuadro en el cual cifraba tantas
esperanzas, postergado; mi amor que me soste-
nía en la ruda lucha de la vida, burlado indig-
namente. ¡Oh! ¡No; no puedo creerlo! Si Angio-
lina en realidad me amaba, no me retirará su
cariño por esta deiTota artística, hija de la tor-
pe intriga; yo en'contraré nuevas fuerzas, lucha-
ré más, y algún día conseguiré lo que deseo;
no ser el primer pintor de Florencia, sino del
mundo! Me sobran fuerzas para acometer gran-
des empresas; yo no de.smayo nunca, pero es
preciso adquirir antes la certeza de su amor,
de lo contrario, ¿para qué quiero la vida? Anhe-
lo convencerme de que son una miserable ca-
lumnia los rumores que circulan respecto al
embajador español; quiero saberlo esta noche
misma. ¡Oh Angiolina, en tus manos tienes mi
suerte! ¡Arte ingrato, que mal pagas á tus más
fervientes cultivadores!
Andrés se dirigió á la morada de la condesa,
por cuyas ventanas salían torrentes de luz y
armonía. Saltó fácilmente la verja del jardín é
introdujese en las habitaciones de la planta
baja, y como el criminal que busca donde ocul-
tarse, fué recorriendo con precaución diferentes
aposentos. A sus oídos llegaban de vez en
cuando, dulcemente debilitados, los ecos de la
fiesta, y en un momento dado, que creyó perci-
bir ruido de pasos, y el rumor de cautelosa
conversación, ocultóse precipitadamente en la
penumbra.
Ya era tiempo; la condesa deslumbradora-
mente vestida, se aproximaba del brazo de un
arrogante caballero.
• — Sois muy bella, condesa, — decía el descono-
cido con pasión,- — y cuando os llaméis mi espo-
sa, en España, país clásico de la hermosura,
eclipsaréis la belleza de todas las mujeres.
Angiolina guardó silencio, pero sonrió de un
modo seductor ante tan halagadora idea.
Al pasar junto al sitio donde se hallaba ocul-
to Andrés, detiívose la feliz pareja ante un her-
moso canastillo de flores. La condesa cogió una
de ellas, la más diminuta de todas y la ofreció
graciosamente á su caballero. Éste la prendió
en el pecho, y estrechando la hermosa mano que
se la ofreciera, exclamó con entusiasmo:
— ¡No puedo creer en la dicha que me ofre-
céis, y algunos momentos paréceme que soy ju-
guete de un sueño! ¿Es cierto que consentís en
ser mi esposa, que no nos separaremos nunca y
que soy el único hombre que ha reinado en
vuestro corazón?
— Mi marido fué para mi un padre; el verda-
dero amor del alma, hasta hoy no lo he conocido.
— De suerte que la admiración que desperta-
bais, los adoradores que tenéis en Florencia...
— Pasatiempos nada más, señor embajador,
hasta hoy no me convierto en mujer seria.
Sonriéronse ambos interlocutores y prosi-
guieron su interrumpido camino.
Cuando se hubo perdido en lontananza el
ruido de sus pasos, salió Andrés de su escondi-
te con todos los rasgos de la desesperación pin-
tados en el descompuesto semblante. ¡Todo se
hundía á un mismo tiempo para el desdichado!
Sus sueños de amor y sus esperanzas de gloria,
y aquella naturaleza tierna, esquisita, soñadora,
vióse de repente desposeída de todo ideal, y pe-
sadumbre inmensa rindió el espíritu que antes
se sintiera fuerte para la lucha.
Andrés, ciego por la desesperación, loco de
dolor, y agobiado por la intensa calentura que
le prestara ficticia vida, quiso á todo trance
abandonar aquellas habitaciones, donde respi-
raba envenenada atmósfera y tambaleándose
como un hombre ebrio, se dispuso á ganar el
jardín.
— ¡Quién fía en el amor de la mujer, es un
necio, quien .sueña con la gloria es un insen-
sato!— balbuceaba al alejarse de aquel palacio
funesto.
Al estar en la calle, cuando por última vez
dirigió la triste mirada á aquella casa que an-
tes creía el cielo de su amor, tan profunda de-
sesperación se apoderó de su alma que sintió
algo extraño en su interior, como si se rompie-
ran los frágiles resortes de la vida; nubláronse
sus ojos y cayó desplomado sobre el frío pavi-
mento á tiempo que resonaban en la ancha pla-
za los melodiosos acordes de la orquesta que en
el vecino palacio preludiaba una pavana.
Al día siguiente recogieron de la vía pública,
helado, rígido, el cadáver del desventurado An-
drés. Su muerte, los móviles que le hicieron
abandonar el lecho para correr al palacio de
Angiolina, fueron un misterio para el vulgo,
pero á pesar de que no había hablado nunca
con sus amigos del pacto que celebrara con la
voluble condesa, alguno de ellos sospechó algo
de la verdad, pero no pasó de ser una sos-
pecha.
Mientras se identificaba al día siguiente su
cadáver, circuló con la rapidez del rayo por
toda Florencia, la noticia de que su cuadro
había sido premiado por unanimidad en el con-
curso, predominando en el ánimo de Cosme de
Médicis el verdadero mérito, antes que los
torpes manejos de la intriga.
Entonces, aquella ciudad entusiasta por el
arte é impresionable como ninguna, llevó al pa-
lacio de los Médicis el cuerpo del infortunado
artista. Allí se le cubrió de coronas, se pronun-
ciaron sentidos discursos en su honor y el ten-
tador aparato de la gloria mundana prodigóse
sobre aquellos mortales despojos.
El cuadro de Andrés fué admirado por todos
los florentinos, se le colocó solemnemente en el
templo y el nombre del joven artista lo repitie-
ron hasta la saciedad los mil ecos de la fama.
¡Pobre Andrés! Ya no podía gozar de aquel
triunfo á tanta costa alcanzado; su existencia
breve y azarosa fué un nuevo eslabón de la
ineludible cadena, una etapa del martirio que
sufre el genio, mientras permanece en el mundo.
Los hijos predilectos del arte son naturale-
288
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
zas privilegiadas que sueñan la belleza infinita,
que alguna vez dan forma real á sus sueños,
pero á quienes se recompensa con la más fría
indiferencia.
El amor de la mujer y los halagos de la glo-
ria resultaron igualmente negativos para An-
drés, y sucumbió en la lucha como tantos
otros.
Si hubiera vivido, tal vez la envidia de sus
contemporáneos hubiera buscado defectos en su
obra inmortal; murió, y sólo á este precio pudo
lograr sus ensueños de gloria.
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Angiolina se casó con el embajador español,
no tnvo jamás remordimientos y fué feliz, como
lo son las mujeres coquetas, gozando de los
bienes materiales de la vida.
Es de suponer que el nombre de Andrés no
acudió nunca á su memoria, y le olvidó, como
antes de él fueron olvidados tantos otros ado-
radores.
jPobre Andrés! La soñada gloria, aquella que
debía llenar su alma de inefables emociones,
sólo se reflejó en su tumba.
Tal es el premio que el mundo destina á los
artistas: después de obstinada lucha, sólo con-
siguen la admiración de los hombres cuando
pisan las misteriosa penumbre de la eternidad
con la palma de los mártires.
Josefa Pujol de Collado.
UIDIiSniaM: Cuta, 3tS-367, Rumi liliiu, Uiter.— Reserrados los derechos de propiedad artística j literaria.— Las redamaciones eo Madrid, al representante de esta Casa D, Mainel Plá 7 Valor, Apodaca, 10, 2.°
) INSÉRTESE Ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL (—
BaTAaKdMiBirro^TipoaiiiPico di B. Basboa.— Callb de Villahrobl, húm. 17 ensanche de San Antonio.— Barcelona.
.}o«áúí>,'
.^ÁS^^^
SEMANARIO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
Año V
ESPAÑA
Un año 12'50 ptas.
ÜQ semestre 6'60 »
Número 6ue)to .... 0'25 »
PORTDGAL
suficricióu pagadera somau al mente
Cada uúmero, ... 50 reis.
Barcelona 7 de^ Mayo de 1887
CUBA T PUERTO-RICO
Ua año 5 pesos oro.
Kn el resto de América fijan el precio
los señores corresponsales.
EXTRANJERO
Un año 18 pesetas.
Núm. 227
EN EL GABINETE DEL COLECCIONISTA: UN GRABADO.RARO (Cuadro de Lerche)
290
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
SUMARIO
TsxTO.— JTadrtf. CQrta$ á mtpriaui, por Fernanflor.— ^ la
ttretr* «• la «mcida (contiDuación), por Felipe Matbé.—
StríHa eltmtfíUa, por Alfredo Opls«o. — Vinr de mOagro,
por J. F. Stnmtrtln j Agulrre.— rípoi dt taU», por Rioir-
do J. Jniao.—BOitiognJia, por Carlos Mendoza.— i)oinia
wrre» «ortr. ... por Oaretano de Alvear. — NueaUo* graba-
doc.— Ama wtdatta Jide perdMtla, por Jacinto l«baila.
OaABiooa.- Kn d gabinete del colecclonÍ!>ta: Un grabado ra-
ro.—Retratoi ingiesea antiguos: La reina Isabel y el con-
de de Kaaex.— Dn Cufairón.— Cascada de la Trinidad en
tí monaatecio de Piedra.— PriicaTera.— Dulces momentos.
— KaludlU de pois^e.— Krandaco I.— Los dramits de 8a-
kespcaie: Borneo y Julieta. Romeo j el boticario.— La ló-
enla de Hugo Tan der Goes. —La &mUla del pescador.
MADRID
Jnei j Jurado. — Kl servicio militar obligatorio.— El más fa-
moeo de loa toroa.— En las carreras.— La dama miste-
riosa.
(8TAM06 en vísperas de ser jueces y de ser
soldados.
Seremos soldados y seremos jueces
porque las corrientes de la opinión, como deci-
mos hoy, lo exigen. Si bien lo adviertes, esta es
la verdadera razón del absolutismo y de la de-
mocracia; del miriñaque y de la falda ceñida; de
los melodramas y del sainete. No discutamos .si
tal 6 cual cosa se fundamenta en las leyes de
la naturaleza 6 en las de la moral; lo quieren
casi todos y por lo tanto inevitablemente pasa-
remos por ello.
El público no sigue con grande atención la
discusión del jurado en el Congreso, sabiendo
ya que habrá de votarse; y tampoco discute
consigo mismo si un jurado es más apto para
juzgar á un criminal que lo es un juez de dere-
cho. El público, es decir, la masa de los ciuda-
danos, cree que por mal que lo hagan los jura-
dos lo harán mejor que la justicia histórica, de
la cual está desilusionado. La palabra justicia
pone los pelos de punta al hombre honrado, y
solo encuentra cierta simpatía en el criminal.
El público no busca .sabios ya para jueces; pre-
tiere hombres ignorantes de sano corazón. Qui-
zás la prevención contra los jueces va más allá
de lo justo, pero existe. El jurado en materia
criminal nos parece todavía poco; volveríamos
á los tribunales al aire libre (como existen toda-
vía en Valencia, por ejemplo) para fallar los
asuntos civiles: — ¡Vecino, lea V. estos docu-
mentos y diganos mañana quien tiene razón de
los dos! — Al otro día el vecino da su informe
desposeyendo al verdadero dueño. Ha fallado,
pues, como el juez más histórico posible. Pero,
en fin, se han ahorrado muchísimos gastos. La
vara de la jíisticia fué arrancada ya torcida del
árbol del Paraíso, porque precisamente en ella
solía enroscarse la serpiente. Desde entonces
acá toílos los hombres han tenido afán por en-
derezarla; pero ha tomado vicio y conserva la
forma de la .serpiente susodicha. El gobierno
. actual nos dará, pues, la vara en cuestión á los
simples ciudadanos con la figura de un saca-
corchos; intentemos nosotros un esfuerzo su-
premo y pongámosla recta y lisa como un para-
rayos.
Se ha dicho con razón que un juez es la per-
sona menos á propósito para juzgar; por una
progresión involuntaria é insensible la vista
frecuente de los criminales y el espectáculo
constante del vicio embotan la sensibilidad de
sn corazón y le inducen á ser severo; tiene cos-
tumbre de que los criminales lo nieguen todo,
y cree todo lo que ellos niegan; para el juez la
sospecha es certidumbre; y cualquier circuns-
tancia le confirma en la seguridad que ya tiene.
Su preocupación única es buscar recursos para
que el acusado declare forzosamente el crimen.
Cuanto más iní)cente aparece, le parece á él más
corrido. Se entabla, pues, una lucha entre el
juez y el reo; y el juez concluye por hacer
cuestión de amor propio el probar un delito
imaginario. Tal vez cuando ya la inocencia del
acusado se muestra patentísima, el juez excla-
ma;— ¡Qué contrariedad, resultar inocente en el
momento en que yo me disponía á evidenciar
su crimen! — Tú, querida prima, te encuentras en
París, y habrás seguido con atención el proceso
del crimen de la calle Montaigne. ¿No has ob-
servado algo de lo que te digo?
Así, pues, los que dicen que xm juez está en
condiciones de serlo malo, casi siempre, añaden
que, por el contrario, presenta maj'ores garan-
tías de imparcialidad una reunión de ciudada-
nos sin prevención desfavorable contra el acu-
sado, y que juzgan, no con arreglo á la lej', sino
con arreglo á su conciencia. En un acu.sado, —
se ha dicho, — el juez ve un criminal: el jurado
ve un hombre. El juez, por el constante ejerci-
cio de su cargo es duro; el jurado, temeroso
siempre de la responsabilidad en que puede in-
currir con su conciencia, suele ser blando; mas,
tú, prima, preferirás, y todos los buenos cora-
zones, la compasión á la crueldad. Se dice que
el jurado representa la pasión. Y los jueces, ¿no
tienen pasiones? ¿Y no tienen preocupaciones,
que son peores todavía? ¿No tienen la indiferen-
cia, que aún es peor que la pasión y la preocu-
pación juntas? ¿Qué vota el señor magistrado?
— le preguntaban á uno de ellos, que se había
dormido. — Voto que lo ahorquen, — exclamó. —
¡Señor, se trata de un campo! — ¡Pues que le
sieguen! — Así como el médico se hace insensible
á la muerte de los enfermos que asiste, el juez
lo es á la maj'or ó menor exactitud de sus fallos.
Y no nos hagamos ilusiones; no todos los días
estamos de humor de saludar con afabilidad á
los amigos; ni de discutir con los adversarios;
ni de sufrir al prójimo; ni de hacer justicia. Ni
un juez tiene tiempo material, muchas veces,
para saber lo que debe fallar y lo que falla. La
buena intención le salva con su conciencia y se
contenta con decir: — Me alegraré de haber acer-
tado.— No así el ciudadano pacífico á quien se
le obliga á fallar en una causa. Para él este es
un grave problema; tiene tiempo para estudiar
y meditar este único asunto; desatiende su taller
ó su escritorio ó su farmacia para ilustrarse y
tantear la opinión; — tomando el chocolate se
ihete la sopa por las narices; tomando café sume
sus ojos, — como fascinado, — en aquel negro
abismo; sus noches son inquietas y aún en sue-
ños la tembladora borla de su gorro manifiesta
los horrores de sus pesadillas. Su esposa y sus
hijas concluyen al fin por decirle:--iNo sufras
. tanto; si se nos ha de aparecer por las noches
ese malvado, más vale que votes su absolución!
Y él vota que el malvado es inocente. Al menos,
— dice, en el seno de la familia, explicando su
voto,— si ese criminal tiene un resto de pun-
donor y conducta le compromete á ser de hoy
en adelante un hombre honrado!
Conste que yo no me burlo, Carmen querida,
aunque en la forma sea un poco caprichoso. No
quiero parecerme en esto á D. Francisco Silve-
la, que al impugnar el jurado se ha permitido
reterir anécdotas contra los jurados rurales. Por
muchas que de los jurados quieran decirse se
habrán dicho más de los jueces. En el condenar
con dureza no llegarán los jurados al juez aquel
de quien decía Mazarino: — ¡Es tan buen juez
que se le lleva el diablo de no poder condenar
á las dos partes! — Pues ¿y aquel juez famoso
el cual decía, cuando el criminal era viejo: —
¡Colgadle que ya tendrá hechas muchas! — y si
era joven: — ¡Colgadle para que no haga otras?
— Ni es anécdota despreciable la de cierto señor
que perdió un pleito y al decirle que lo había
perdido por voto unánime del tribunal, replicó:
— ¡Hombre, si los magistrados no han hecho
mas que dormir! ¡querrá V. decir por sueño uná-
nime!— ¡Silencio! — gritaba un presidente de
Sala: — ¡alguaciles, pongan orden! ¡hemos fallado
ya diez causas sin haber oído una siquiera!
¡Ahí ¡La justicia! ¡La justicia con jurado y
con jueces, bajo el absolutismo y bajo la demo-
cracia, es una gran palabra que ha cubierto,
cubre y cubrirá grandes iniquidades! Entre las
del pueblo que juzga con pa.sión y las de los
gobiernos que juzgan por interés optemos por
las del pueblo: la convicción no es la justicia;
pero la sirve de pedestal al menos.
Y como te dije antes, seremos también sol-
dados. Esta reforma trae soliviantadas il las
madres, pensando ya que han de quitarlas A sus
hijos; que sus hijos no podrán concluir .sus ca-
rreras; que ellos tendrán que vivir en un cuartel;
sufrir calores y lluvias, y finalmente, asistir y
morir en las guerras. No por esto la reforma de-
jará de planteai-se, si bien ofrece dificultades
serias. Pero es inevitable. ¿Por qué? ¿porque es
justa? No, aunque justo es defender á la patria con
las armas en la mano y evidente que para este
honor y este deber todos debemos ser iguales.
Es inevitable porque á pesar de los filósofos hu-
manitarios el estado actual de Europa es un esta-
do de paz armada y guerra inminente; lo es por-
que las demás naciones tienen millares ó millo-
nes de soldados, gracias al servicio obligatorio,
y nosotros no podemos tenerlos sino con el mis-
mo procedimiento. Por eso cuando se discute
gravemente cuál sistema es mejor, el antiguo
ó el nuevo, se pierde el tiempo; con decir: —
Señores: dispongámonos á ser conquistados,
si no aparecemos como dispuestos á ser con-
quistadores, — todo estaba ya dicho. Otra co-
rriente de la opinión; otra moda. Los prusia-
nos cuando nace un chiquillo le ponen un casco
en vez de chichonera; cuando ya es un ¡)ollo en
lugar de bastón le regalan un fusil, y cuando
muere le amortajan con el capote de soldado.
¿Qué hacer nosotros si con esos procedimientos
han derrotado á Francia, han hecho estremecer-
se de asombro y de inquietud á Europa? Copiar
el figurín hasta en los vivos y botones. Así,
pues, las madres deben irse preparando á ver
su hogar transformado en cuerpo de gimrdia y
á sus hijos empaquetados en un uniforme.
Después de todo, los que dicen que los jóve-
nes de buena posición no podrían resistir las
fatigas de la guerra como soldados, si bien po-
drían resistirías eomo oficiales, porque no es lo
mismo hacer una marcha con dos an-obas de
peso encima, que hacerla libre de estorbos y
que una cosa es andar á pié y otra ir en jaco propio
ó en bagaje, dicen una gran verdad; pero tam-
bién es cierto que para estos jóvenes habrá
enfermerías. Este servicio regenerará la raza,
y dentro de algún tiempo sólo quedarán en Ma-
drid gentes robustas, capaces de llevar una ca-
tedral sobre los hombros. Algunos salvajes
arrojan al río los niños que nacen enclenques y
los ingleses se contentan con pasearlos casi en
cueros vivos cuando nieva. El sistema obliga-
torio vendrá, pues, á realizar entre nosotros ese
sistema de perfeccionamiento de la raza por
reventación bajo el peso de la mochila: y en el
porvenir no existirá el tipo ya tan fustigado
por los moralistas que se llama sietemesino.
Materialmente no cabe duda que la refonna
de Guerra es más grave que la de Gracia y Jus-
ticia; pues al fin y al cabo al juzgar mal sólo se
perjudica al reo y no al jurado, mientras que el
fusil no se podrá llevar por segunda persona.
Esta ley es terriblemente democrática; y cosa
rara, trae nuevamente á las armas á la aristo-
cracia separada de ellas por el materialismo del
siglo. En los tiempos antiguos los hijos de los
nobles no se hubieran quejado del peso de su
armadura, sino que por el contrario, hubiesen
tenido á honra llevar una muy pesada. Los du-
ques, los condes, los barones eran jefes de la
caballería y marchaban escoltados i)or pajes y
escuderos. Llevíiban casco y coraza, sobro una
cota de malla y otras piezas de acero en brazos
y piernas y escudo y hacha y espada y lanza;
los plebeyos, en cambio, iban muy ligeramente
aunados y libres de peso; como que su misión
era cuidar de los señores, los cuales fácilmente
venían al suelo, — en un choque, — desde su ca-
ballo y no podían rebullirse dentro de tanto
hierro; volverles á poner en la silla, y luego sa-
quear los campos y pueblos vencidoá. Entonces
los que llevaban peso eran los estimados y los
que no le llevaban tan despreciables que cuen-
tan de un rey que ordenó matar parte de su
infantería porque le estorbaba el paso y la vis-
ta. La pólvora concluyó con las armaduras y
LA ILUSTRAOION IBÉRICA
291
con los nobles; se hicieron las guerras con ple-
beyos vestidos de levita, y todo hubiera seguido
bien si la Prusia no hubiese descubierto que el
talento, la erudición, el tener dinero y cual-
quier otro adorno social aprovechan para ser
soldado. El sistema obligatorio concluye con las
clases, uniéndolas en un lazo común, la defensa
de la patria y la destrucción del género hu-
mano.
A otro punto. Los sentimientos fieros del
hombre pueden engrandecerse ante el espec-
táculo de otra fiereza mayor: la de los animales.
Los aficionados á las corridas de toros están
entusiasmados; en la corrida del domingo apare-
ció en la arena el toro, — según dicen más bra-
vo que se ha lidiado desde Carlos IV, — un toro
de Salas que arrancó al salir del toril, derribó
caballos y picadores, despejó la plaza, y herido
por un pica en la médula, sin enemigos á quie-
nes matar, hundía en tierra los cuernos, mugia
y pateaba, muriendo al fin, en un parasismo de
ira desesperada. La inmensa plaza le contem-
plaba con admiración; los toreros con espanto,
y al sacarle muerto un aplauso universal mani-
festó que los espectadores se conceptuaban in-
feriores al toro en grandeza de alma. Se vio allí
xin pueblo despreciado por un animal y admi-
rando y aplaudiendo este desprecio.
Las carreras de caballos han empezado con
vm tiempo feliz, si bien con algunas desgracias.
Un caballo se rompió una pata el primer día, y
un jockey se fracturó un dedo de un pié, al
chocar con un poste.
Los aficionados á los toros, se burlan, con
este motivo, de los anglomanos sensibles que
llaman espectáculo bárbaro á las corridas.
Puede que unos y otros tengan razón, que
ambos espectáculos sean igualmente censura-
bles ó igualmente cultos. A las corridas ó á las
carreras, si ustedes miran bien los palcos ó la
tribuna, verán que concurre siempre una mujer
delgada y pizpireta que no deja ver bien su
rostro porque lo cubre con la blonda de su man-
tilla ó el velo de su sombrero.
Unos la toman por una gran dama, otros por
una horizontal.
Pero sólo la conocen un torero ó un jockey
que al pasar y mirarla con súbita revelación
exclaman palideciendo:
¡Si! ¡es ella! ¡La muerte!
Tuyo,
Fernanplob.
-*-
A LA TERCERA VA LA VENCIDA
(COMTIHDACIÓn)
Aquel círculo de familias distinguidas, redu-
cido, pero selecto, que sin pretensiones de nin-
guna clase pasaban allí la temporada del vera-
no en otro tiempo;, aquella franqueza y discre-
tísima libertad de que gozaban, se perdió por
completo con el prosaico ferrocarril que lleva
al Escorial todos los años una colonia abigarra-
da de forasteros que, esclavos del lujo y del
boato, se aburren soberanamente.
Yo puedo decir, por mi parte, que á nadie
conocí cuando llegué. Sin embargo, mi buen
amigo Carranza me indicó que aún existía allí
un pequeño ^írculo de familias que, guardando
las antiguas tradiciones de aquellos tiempos
felices, se divertían á conciencia, sin cuidarse
de los demás y sin temor al qué dirán.
A la noche siguiente fui presentado á la re-
unión en la Lonja, con todas las formalidades
de ordenanza, y por un capricho de la suerte
se divertían, como antaño, en aquel momento
en vendar los ojos al sexo feo para que acerta-
sen con la puerta principal del monasterio.
Como es natural, se me vino en seguida á la
memoria mi aventura con Mercedes y la mane-
ra con que ésta recompensó mi habilidad para
marchar á ciegas. ¡Lástima, pensaba yo, que no
estuviera aquí también ahora!
Apenas formuló mi pensamiento interiormen-
te, dijo una señorita, en alta voz:
— Por allí viene Mercedes Z.
— ¡Sin su marido! — añadió otra pollita, que
estaba á mi derecha.
¡Qué alegría tan grande inundó toda mi alma!
. Dando la derecha á otra señora de alguna
edad, avanzaba Mercedes, transfigurada por
completo y más hermosa que nunca, pero con
una tristeza indefinible retratada en su sem-
blante.
¡Mi gozo en un pozo! Otro afortunado mor-
tal, más listo que yo, había hecho suya aquella
mujer que tanto me agradaba.
Mi buen amigo Carranza me presentó, di-
ciéndola mi apellido.
Me parece que su nombre de usted no es para
mí desconocido.
— Ya lo creo, señora; como que hace precisa-
mente diez y seis años que jugando en este mis-
mo sitio, como ahora, á vendamos los ojos, tapó
usted misma los míos y premió mi destreza en
acertar con la puerta del monasterio.
— Y estoy dispuesta,— replicó, sonriéndose
apenas, — á repetir la experiencia, suprimiendo,
por supuesto, la recompensa.
Sin esperar un momento más, me aproximé
hacia ella, diciendo:
^
st^LtW/.íT^
LA REINA ISABEL DE INGLATERRA (Retrato por Isaac Oliver)
— El llanto sobre el difunto; ya puede usted
empezar.
De nuevo aquellas manos de raso pusieron la
venda sobre mis ojos, para enderezar mis pasos
hasta la puerta principal del monasterio.
C/legué, me quité el pañuelo, vi que había
acertado con la puerta, y volviéndome hacia
Mercedes, que me había seguido de cerca, dije
con aire contrito:
— Déme V. siquiera el brazo en recom-
pensa.
— Más todavía, amigo mío, pues tengo que
pedirle un señalado favor, que sólo V. puede
hacerme.
— Pídame V. cuanto quiera. Por devolver un
instante la alegría á ese rostro tan hermoso,
soy capaz de perder hasta la vida, que sin us-
ted me es odiosa.
— Mal se conoce, cuando ha dejado V. que
me case con otro hombre.
— Tiene V. razón, Mercedes, y me arrepiento
de ello como de mis pecados... Pero volvamos á
lo que á V. le interesa. ¿Qué desea de mi?
—Pues bien, amigo mío; una ligereza, muy
propia de los poCos años, me hizo admitir, sien-
do soltera, los obsequios de un hombre indigno
de áii cariño. Conociendo á tiempo por fortu-
na, su infame egoísmo, corté las relaciones, sin
conseguir que me devolviera mis cartas.
Hoy, ese hombre villano, á quien tengo un
miedo horrible, me amenaza con entregar el
paquete de cartas á mi marido esta misma no-
che, y si Dios no lo remedia, me pierdo para
siempre.
— No tema V. nada, Mercedes. Suceda lo que
quiera, yo impediré que ese infame sin honor
cometa tal felonía.
Indíqueme V. con una seña cuando so acer-
que, y cueste lo que cueste, se las arrancaré.
— Gracias, amigo mío; pero procure que na-
die lo note, y no se exponga V., por Dios.
Al poco rato se acercó á nosotros un hombre
alto, rubio, elegantemente vestido, y con una
cara impasible, que me fué repulsiva desde el
primer instante.
(Se continuará.)
Felipe Mathé
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294
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
REVISTA científica
Dd raeño, dd enracño, de loa sneño», del donnir, de I>
uiestesi) j de otns oocu sofiollenUs
£s lástima que el autor del Llibre de les set
tdttet, tan ingeniosamente exhumado por el
amigo Coroleu, no viviera en nuestros días, por-
que hubiera podido añadirle un capítulo más
con el titulo de Sdieta del magnetisnu. Hablemos,
pues, de lo que tiene etHhallée á nuestra genera-
ción, conjuntamente con el alto saínete y el cri-
men de la calle de Montaigne.
Trátase de la relación que de sus impresiones
durante la anestesia por el éter, — á cansa de
una operación quirúrgica que hubo de sufrir, —
ha escrito el doctor americano G. Shoemaker;
es un dociunento curioso y que interesará de
fijo á la generalidad de nuestros benévolos lec-
tores.
Cuenta el autor que se dejó eterizar sin difi-
cultad y que «o experimentó ninguna sensación
desagradable al aplicarle el hórrido cucurucho,
— por lo cual no podemos menos de enviarle
nuestra felicitación retrospectiva,— clasificando
enseguida sus recuerdos en tres series, corres-
pondientes á los tres períodos primario, de in-
conciencia y de retomo al esttido consciente, ó
8Í ustedes quieren, conscio.
1.° Periodo inicial. — No se presentó ningiin
fenómeno de excitación. Únicamente recuerda
Mr. Shoemaker que no podía pronunciar una
palabra, pero no por falta de ideación sino ^j<m'
impotencia vocal y que desde el centro partían á
la periferie como una especie de auras. Falta
de movilidad voluntaria. Desaparición del yo.
2.* Fase inconsciente — TSA paciente experi-
mentó dos impresiones: una de ellas visual y la
otra auditiva, consistiendo la primera en dos lí-
neas sin fin, ondulantes, paralelas, que se movían
rápidamente. Las ondas estaban colocadas se-
gún la misma vertical y dirigidas en sentido
inverso, en disposición de cruzarse; su altura
era igual á la distancia que separaba las dos
lineas; éstas se movían sobre un fondo oscuro,
monocromo y parecían compuestas de puntos
muy aproximados, con un movimiento rápido y
regular.— La impresión auditiva consistía en
un sonido constante, parecido al de un torno (1).
Carencia absoluta de pensamientos y emocio-
nes. Conservación del sentido muscular. Aboli-
ción de las sensaciones visuales, auditivas,
olfativas y gustativas. Por lo que hace á la ope-
ración, ejecutada en las fosas nasales, experi-
mentaba el enfermo una desagradabilísima
sensación de distención de la fosa izquierda,
sin dolor positivo. Después, se produjo una sen-
sación casi insoportable en el mismo lado de la
cara, debida sin duda á la acción de una gubia,
con la cual se practicaba una resección de la
parte. ""So era dolor, dice Mr. Shoemaker, sino
peor todavía; la recuerdo como la sensación más
desagradable que haya experimentado yo jamás.
Hubiera hecho cualquier esfuerzo para escapar
de allí, pero me hallaba imposibilitado de mo-
verme... No tenía en aquel momento noción
exacta de mi propia personalidad ó de la del ci-
rujano. Experimentaba, sin embargo, para coro-
nar esta sensación desagradable, el sentimiento
de que una persona en quien había tenido enton-
ces completa fe y á quien había considerado como
un amigo, se aprovechaba de una manera atroz
de mi impotencia absoluta. El efecto mental,
producido de esta suerte, era sencillamente
horrible.»
Hay que, hacer presente, sin embargo, que en
nuestro país, y en casi toda Enrojia, no se em-
plea el éter como anestésico general, no habien-
do notado yo jamás en las muchas operaciones
que he presenciado, que la administración del
cloroformo produjera á los pacientes ninguna
de las impresiones de que habla el autor, aun-
que sí fenómenos de diferente orden, nada
I i I BegOn Mr. Blood, amcrlctno también, las impresionen
Tfnuips y auditivas ezperirntotada» por Mr. Sbcmalcer
too cotutaules en cuautt» se sujetan á la acción anestésica
del éter.
desagradables pasado el periodo de excitación,
especialmente reviviscencias de memoria.
3.° Período de retomo á la concienda. — Des-
aparecen rápidamente, aunque no con instanta-
neidad, las lineas paralelas y el ruido de torno.
El paciente se da cuenta de que hace una ins-
piración profunda, acompañada de una suerte
de ronquido y seguid» de una larga pausa res-
piratoria; el operado tiene perfecta conciencia
de que semejante respiración durante la eteri-
zación indica un estado de narcosis profundo,
vecino de la muerte, pero no siente por ello el
menor cuidado, dominado enteramente por la
curiosidad de lo que ha de sentir ahora.
Durante este período y antes de recobrar
por completo el conocimiento, ocurriéronle mu-
chas ideas curiosas, entre las cuales es digna de
transcribirse la siguiente : «Hallábame muy
profundamente persuadido, dice, de que me ha-
bía sido dado entrever la expresión más senci-
lla, la esencia de la naturaleza de la existencia
humana. Parecíame perfectamente claro que
esas líneas representaban, mejor dicho, eran mi
existencia (como alma) y que las ondas repre-
sentaban mi vida humana ó animal; ó en otros
términos, que las ondas (ó vida animal) consti-
tuían una modificación temporal de una condi-
ción primaria. Las ondas eran á buen seguro
EL CONDE DE EáSEX (llelrato por Isaac ulivirj
muy delicadas y la menor fuerza perturbatriz
podía evidentemente hacerlas desaparecer y no
dejar más que las dos líneas... Parecióme que
era esa una concepción enteramente nueva para
mí y para la humanidad y que era preciso que
yo recordara todo lo que acaecía y lo anotase al
pormenor cuando volviese á la conciencia.
«Había, indudablemente, una onda definida
en el retomo de las diversas fases de la con-
ciencia y resolví fijar las impresiones nuevas á
medida que se fuesen sucediendo y recordarlas.
En un principio no existía duda alguna de que
pudiese ser esto fáellmente realizado, tan claras
me parecían las cosas, pero á medida que me
hacía yo más apto para comprender los fenó-
menos que pasaban en el cuarto, vime de cada
vez menos capaz de recordar lo que tanto había
procurado grabar en mi memoria. Conocía, en-
tonces, que existía una influencia, ó una poten-
cia, de una autoridad absoluta, sentida, pero no
vista, enteramente impersonal , fuera de mí
mismo y de la humanidad. Parecíame esto tan
evidente en aquel entonces como me parece
evidente ahora la existencia de los objetos ma-
teriales que me rodean... En manos de esa po-
tencia, la memoria hacíase impotente, domada
por su influencia formidable. De una manera
firme, inexorable, quedó barrida mi determina-
ción, y no pude á pesar de mis más vigorosos
esfuerzos y mi ardiente deseo, volver á la plena
conciencia con un conocimiento distinto de las
cosas que han sido siempre misterios para el
hombre.»
Esto convencimiento de haber entrevisto fenó-
mfuos misteriosos é incógnitos de qtie da cuen-
ta Mr. Shoemaker es propio de los que se han
encontrado muy cerca de la muerte y han po-
dido después dar cuenta de sus impresiones,
como por ejemplo en el envenenamiento por el
haschich, en los suicidios frustrados por ahorca-
miento ó sumersión, etc. Do todos estos se ha
hablado, por lo cual como documento más nue-
vo y autorizado vamos á copiar el resultado de
un experimento hecho por un amigo de mister
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
295
Shoemaker, el distinguido médico norte-ame-
ricano Holmes; conque, oído á la caja:
«Respiré una vez, — dice, — una dosis bastante
considerable de éter con intento de anotar, asi
que recobrase la conciencia, el pensa-
miento que predominaría en mi espíri-
tu. La potente música de la triunfal
marcha en la nada resonó en mi ce-
rebro y me llenó de un sentimiento de
posibilidades infinitas que por un mo-
mento hizo de mí un arcángel. Desco-
rrióse el velo de la eternidad. La única
gran verdad que está subyacente á
toda la experiencia humana y que es
la llave de todos los misterios que la
filosofía ha tratado vanamente de re-
solver, apareció á mis ojos como una
súbita revelación. Entonces todo fué
claro, y algunas palabras habían ele-
vado mi inteligencia al nivel de la de
un querubín. Cuando volví á mi estado
natural recordé mi determinación y
tambaleando hasta la mesa escribí en
caracteres mal formados, irregulares,
la verdad eterna que "vacilaba todavía
en mi conciencia. Las palabras eran
(los niños pueden sonreír; los sabios
reflexionarán): «Un fuerte olor á tre-
mentina reina por do quier.»
¡Un fuerte olor á trementina! Si hu-
biese dicho que «está oscuro y huele á
queso,» creemos hubiera estado mucho
más en lo cierto, pero en fin, Holmes
asegura que no huele á queso sino á lo
otro y hay que creerle bajo su palabra
de experimentador.
Por lo demás, eso de creerse uno
que ha encontrado la clave que re-
suelve todas las cuestiones, no es pro-
pio, repetimos, de los anestesiados por
el éter. Como hace notar muy bien,
en la Revue rose, un autor que se ocu-
pa en este mismo asunto, lo mismo
sucede á veces en el sueño natural.
«Todo aquel que recuerda algo sus
sueños, — dice el escritor aludido, —
encontrará, ciertamente, en ellos (so-
bre todo si por su profesión forma par-
te de los buscadores de verdad) hechos
análogos. Despiértase á veces con una
impresión indefinible de que se acaba
de leer en un viejo mamotreto una
frase fatídica que lo explica todo ó bien
que en las retortas que se creía mane-
jar acaba de formarse la reacción que
sintetiza todo el saber que se busca.
Recuérdanse á veces las palabras, se
tienen presentes los elementos que
hay que mezclar y en que proporcio-
nes pero como Shoemaker ú Holmes
sólo se posee en realidad una fórmula
vacía de sentido y que no explica
nada, ni aun ella misma. La forma en
que se presenta la verdad buscada
puede variar á lo infinito, en los sue-
ños, según los individuos y según la
profesión... Este sentimiento produce
una viva impresión, muy extraña, que
á veces sólo se disipa lentamente y
con pena.»
La historia registra muchos casos
en que se han tomado por revelaciones
de verdades sobre naturales estas in-
coherentes fantasías, y ahora, puesto
que estamos con las manos en la masa
diremos que M.DelbcBuf.bien conocido
de muchos lectores españoles, acaba
de publicar un curioso trabajo sobre
el inagotable tema de el sueño, del cual
viene á sacarse en conclusión que qui-
zás tendría razón Taine al decir que
todo es alucinación y fantasía en las
percepciones.
Una percepción, en efecto, es actual y la con-
cepción de la misma es /josterior. Por lo mismo
no son simultáneas. Ahora bien; al experimen-
tar una percepción no queda espacio para per-
cibir el objeto y la imagen del objeto en el
mismo sitio anatómico en que es percibida
la impresión original, debiendo atribuirse sen-
cillamente á un hecho de hábito hereditario
y personal la fe en la existencia del objeto
percibido, una vez fuera de su presencia.
Supongamos que estamos soñando: concebi-
mos sin percibir; ¿cómo saber si lo concebido
ha sido percibido ó no? El criterio, se dirá, lo
PRIMAVERA
da el despertar, interrumpiéndose la lógica de
los fenómenos experimentados durmiendo; pero
esa lógica puede ser tan rigurosa que resulte
deficiente el criterio vigil. ¿Acudiremos como
criterio al testimonio de los demás? Puede ser
tan deleznable como el nuestro: ergo, nadie pue-
de jactarse de poseer un criterio científico ab-
soluto; nadie puede decir yo sé esto ó lo otro,
desde el momento en que nos es imposible poder
asegurar si una concepción es resultado de una
percepción 6 si ha brotado sin anteceder una
impresión real percibida.
GQ
K
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298
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
Sigamos. No hay nadie, — ó casi nadie, — que
no sepa hoy dia que inconscientemente adquiri-
mos y conservamos conocimientos que surgen
inopinadamente en forma de n^miniscencias du-
rante el sueño, el hipnotismo y hasta despier-
tos vi""-
La memoria se nos presenta, paes, como con-
$erwidora y reproductora de antiguas nociones y
para explicar el mecanismo de esas formas emi-
t* M. Delb«uf la hipótesis de que existen en
loe órganos centrales de la percepción una serie
de capas su^n^rpuestas sensibilizables, que impre-
sionan, á la manera que sucede con las placas
fotográficas, las sensaciones venidas del exterior,
radicando los sueños en las capas intermedias,
— 6 sea aquellas en que quedau fijadas las im-
presiones de donde dimanan nuestros instintos,
nuestras costumbres \' nuestros recuerdos, —
entre las profundas de los que derivan los
movimientos reflejos, automáticos, de lejano ori-
gen, y las su{)erficiales en la que quedan regis-
trados los fenómenos nuevos de la vida actual.
En suma, tráta.se de una de las aplicaciones
del principio general de la fijación ó conserva-
ción do las fuerzas. La memoria inconsciente,
que aparece á veces en los sueños, es el testi-
monio de que subsisten aún las impresiones
recibidas, las emociones experimentadas, los de-
seos, las alegrías y los desengaños que compo-
nen el tejido de la existencia; capital ignorado
que se lega por herencia y trasmite á los hijos
las cualidades y rasgos de sus padres.
Compárese esta concepción físico-psicológica
con las puerilidades de la vetusta psicología de
los Institutos reducida á explicar los sueños por
la imngiHáriá* y se verá si hay para no sentirse
orgulloso del progreso realizado por los que se
encogen de hombros al oir hablar de meta-física,
de estética y de psicologia á priori.
Alfredo Opisso.
VIVIR DE MILAGRO
Frecuentemente oye uno decir á propósito de
alguna desgracia ó muerte repentina: ¡Válganos
Dios! ¡Vivimos de milagro!
Esta frase que á fuerza de repetirse se ha
hecho vulgar, la oimos siempre como quien oye
una sentencia filosófica sin parar mienten en
que es una p'^rogriillada de las muchas que
oimos decir, y aun decimos inconscientemente á
cada |>aso.
Porque bien mirado, ¿qué es la vida mas que
un milagro continuo"?
Desde el momento que, venimos á este valle
llamado de lágrimas, tal vez porque todos en-
tramos en él llorando, estamos expuestos á una
interminable serie de peligros, que si nos preo-
cuparan, maldito el humor que tendríamos de
vivir.
Porque aparte de las enfermedades que nos
amenazan, las cuales podemos combatir con
ayuda de la ciencia, puede acarreamos la muerte
cualquier causa imprevista. Por ejemplo, el dis-
paro de un arma, una explosión, un descarrila-
miento, un rayo, un veneno, un disgusto y otras
causas más, que sería larga tarea el mencionar.
Pre.scindiendo del hombre, que es el enemigo
mayor de la vida, por el cual estamos condena-
dos todos á una lucha continua que durará
tanto en el mundo como la raza humana: la lu-
cha por la existencia.
En vista de esto, ¿cómo negar que vivimos
de milagro?
Alármanse las gentes al solo anuncio de que
.el cólera asoma su lívido rostro por la frontera;
tiemblan los políticos por el temor de que el
desequilibrio europeo pueda provocar una gue-
rra internacional; asústanse los medrosos ante
(I) ruedo citv como un nnuble aao de «tu remlai<-
ceneiM el hecho >!<! un nottrio cartagenero, aeTucenario,
qoe ooa T'Z cloroformlziilo cuitó con perfecta aflaación
una arla del Tanerfio, de Bowlni, cafa opera habla oído
una lola reí en au Infancia. —A. O.
el espantajo de la revolución y no piensan que
dichas plagas con todos sus horrores, son tan
grandes peligros para la existencia, como, pongo
por caso, una tisis galopante, ó el romperse la
crisma á consecuencia de un tropezón.
¡Cuántos salen ilesos de la batalla, y mueren
á manos de cobardes asesinos!
La historia lo demuestra.
César, vencedor en cien combates, murió en
el Senado, envuelto con su toga, herido por los
puñales de sus enemigos.
La vida que la guerra había respetado, la
cortó con su hoz la traición.
Prim decía en África, que aún no estaba fun-
dida la bala que había de matarle. No se equi-
vocó. Las balas que le respetaron en los Casti-
llejos, no eran las mismas con que años después
cargaron sus trabucos los cobardes asesinos de
la calle del Turco.
La vida, como la célebre espada de Damocles,
pende de un hilo, que un accidente cualquiera,
ó una mano alevosa, puede cortar en un mo-
mento inesperado.
De aquí la frase cortaron el hilo de su existen-
cia, que decimos refiriéndonos á los suicidas.
A propósito. Uno de estos en su testamento,
que era un salivazo arrojado desde el umbral
de la tumba al rostro de la sociedad, escribió la
siguiente máxima:
«La muerte es una letra pagadera á la vista
que nunca es protestada. Los suicidas no hace-
mos más que adelantar el pago.»
A juzgar por el estilo, su autor fué un comer-
ciante.
Si en el orden físico vivimos de milagro, nos
sucede otro tanto en el orden moral.
Porque en España todo vive de este modo.
Las instituciones.
El gobierno.
El país.
No lo duden ustedes.
De la lealtad de cuatro sargentos pende la
vida de las instituciones; del capricho de la vo-
luntad regia la existencia de los gobiernos; de
los desaciertos de éstos, la ruina del país.
En el mundo artístico y literario, sucede lo
propio.
¿Qué más milagro que la vida de la mayoría,
ESTUDIO DE PAISAJE
de los que en España se dedican al cultivo de
las bellas letras por amor al arte?
Bohemio hay que sabe todas las mañanas
donde cenó la noche anterior, — en el supuesto
de que cenara, — pero que ignora donde se des-
ayunará.
De Roberto Robert se cita una ingeniosa frase
que debo reproducir.
A propósito de los famosos saltos deLeotard,
dijo en una reunión de amigos:
— Yo he saltado más que el célebre gim-
nasta.
—¿Usted?
— Sí, señores, yo.
— ¿Es posible?
— He saltado desde la noche de un lunes,
hasta la mañana de un jueves, sin tropezar en
el camino con un solo garbanzo.
En tiempo de Robert, que Tanner, Succi,
Merlati y otros ayunadores célebres, no habían
aún ensayado el problema de vivir sin comer,
lo hecho por el festivo escritor, era un verda-
dero milagro.
A pesar de lo que opinen en contra los parti-
darios del ayuno, yo creo que en nuestro tiempo,
vivir sin alimentarse también lo es.
Y, sin embargo, muchos viven al parecer por
el sistema de Tanner, sin que por eso sufran
novedad en su, para ellos, importante salud.
Observen ustedes esa multitud de cesan-
tes, pretendientes, timadores, vagos de profe-
sión, etc., ete., que á todas horas pulula por la
Puerta del Sol é invade los cafés y sitios con-
curridos. Seres todos ellos sin recursos ni pro-
fesión conocida, su e.'iistoncia es un problema
del cual tienen la clave los agentas de policía.
Infórmense ustedes de éstos y les dirán que
tales vagabundos los unos viven del sable, los
otros del timo, los más de levantar muertos, en
general de milagro.
Los poetas para representar la fragilidad de
la existencia, la han comparado á una vela en-
cendida, que una ráfaga de viento puede com-
prometer. De aquí la frase nuestra vida es un
soplo, que decimos vulgarmente. ¿Saben ustedes
por qué? Porque se apaga.
J. F. Sanmartín y Aguirre.
-*-
TIPOS DE SALÓN
Es joven, goza en los salones fama de ele-
gante, simpatizan con ella todos los jóvenes
que la tratan, y la envidian las de sw sexo.
Sin ser hermosa, ni bonita, tiene muchos
atractivos que la sirven á manera de ingenio-
sos reclamos, pues diariamente aparecen á su
alrededor nuevos pretendientes á su amor.
Su carácte.r es alegre, jovial y re.servado. Su
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
299
corazón, según dejan entrever algunas de sus
manifestaciones, parece de hombre por su in-
sensibilidad, y por su inconstancia nos conven-
cemos que es de mujer.
Como tal, y como joven, posee una imagina-
ción pronta y poderosa que con frecuencia la
hace soñar, á pesar de encontrarse dispierta.
Es irreflexiva y rencorosa, y su irreflexión y
su rencor anuncian respectivamente que no co-
noce muy bien la sociedad, y que la domina el
orgullo, que proviene del amor propio.
Su conversación es agradable y por regla ge-
neral irónica y graciosa, á lo cual
contribuye, muy mucho, una risa
franca, intencionada y provocati-
va, que es su inseparable compa-
ñera. No le gusta hacer uso de fra-
ses rebuscadas y ridiculas metáfo-
ras, pero estima mucho la claridad
en el lenguaje, por lo cual se ex-
presa siempre con palabras de todos
conocidas y con oi-aciones bien de-
terminadas, y procura que los in-
geniosos chistes y abundantes bro-
mas que intercala en la conversa-
ción resulten claras y precisas, y
estén exentas de redundancias y
confusiones.
Por su genio resuelto, animado
y desenfadado, es un elemento muy
importante en las tertulias y sa-
raos, pues comunica á todos su
animación y su buen humor, siquie-
ra sea mientras éstos duren, y sólo
aparentemente.
Critica con sarcasmo, mas no
con ensañamiento, y cuando se bur-
la de alguien lo hace comedida-
mente, pejo recurre á maliciosas
alusiones para producir los mejores
efectos.
En los salones atiende á cuantos
le dirigen la palabra y tiene para
todos contpjitaciones oportunas y
discreteos sutiles.
Le gusta que á su alrededor
haya siempre muchos admiradores,
y como no le agrada acarrearse
enemigos, entretiene á los que tiene
con suma habilidad y prudente co-
quetería sin darles esperanzas, pero
sin quitárselas.
No distingue á ninguno más que
á los demás, y por esto, aquellos
de sus adoradores que llegan á en-
terarse de lo que podemos llamar
su inocente coquetismo, le perdo-
nan esta falta á cambio de su buen
comportamiento.
Observa á todos con mucho des-
caro y fijeza; examinándolos dete-
nidamente con mirada penetrante
y escudriñadora, parece que pre-
tende descubrir sus más resueltos
pensamientos, sus pasiones y sus
deseos; fíjase en todos los detalles
de los trajes, peinados, alhajas y
demás adornos; pone mucha aten-
ción en las conversaciones que se
sostienen á su alrededor, fingien-
do que está distraída, y recorre con la vista y
muy despacio los semblantes de los que hablan,
como si tratara de averiguar hasta qué punto
es cierto lo que dicen é intentara conocer por
sus caras los odios que en el fondo les separa y
las circunstancias que en apariencia les unen
estrechamente, ó deseara convencerse de que
algunos interlocutores aman á determinadas
personas, procurando ocultarlo.
Toca el piano regularmente, y como es más
amiga de la música ligera y juguetona, que
no requiere mucho estudio, que de la seria y
profunda, que exige grandes trabajos, en él
sólo ejecuta piezas de baile, composiciones po-
pularos y aires nacionales de más ó menos
gusto.
Canta únicamente cuando son pocos los
oyentes y éstos de confianza é intimidad. Des-
pués de lo dicho, ya se comprenderá que su gé-
nero de canto predilecto es e\ Jlamevco.
En lo que más se distingue es en el baile, y
especialmente en el vals, que es su danza favo-
rita. Su genio vivo, sus prontos movimientos y
la agilidad de sus pies, contribuyen mucho para
que consiga valsar á la perfección, con la velo-
cidad y destreza que pide el ligero compás de
este baile.
En resumen, es el tipo genuino de la joven
de diez y ocho años, alegre y virtuosa, elegante
sin afectación, reservada y complaciente, indi'
ferente en muchas cosas, en otras insensible,
y, para terminar, dominada algún tanto por las
ideas positivistas de nuestro siglo, pues no se
decide por ninguno de sus adoradores, porque
espera tener uno que le aventaje en fortuna y
posea un titulo nobiliario, con lo cual consegui-
ría lo que su familia y ella han apetecido siem-
pre, unir á sus riquezas más riquezas, é intro-
ducirse en la aristocracia.
Con esto la sociedad olvidaría por completo
que su padre nació pobre y en modesta cuna,
y que, dedicándose al comercio cuando joven,
FRANCISCO I .Escuela de Clouet)
ha llegado á sor millonario por medios que nO
todos juzgan honrosos.
II
Abunda mucho. Habla bastante y piensa po-
co, porque no tiene capacidad suficiente para
pensar mal.
En cuantos sitios se presenta, hace alarde de
una porción de cualidades que no posee, mas
conviene advertir que él cree de buena fe todo
lo contrario.
Es de estatura regular, de cuerpo rechoncho
y mal formado; su cara ovalada, ancha y de ca-
rrillos mofletudos, carece de atractivos; sobre
su disforme nariz apój'anse unos lentes engar-
zados en oro, y tras ellos dos ojos, sin ninguna
expresión, dirigen miradas insolentes y, en apa-
riencia, profundas á cuanto les rodea.
Tiene una carrera literaria. Los estudios que
ha cursado para obtener el titulo de licencia^
do, los ha hecho en doble número de años de
los que marca el reglamento, y se ha logrado
demostrar su svjiciencia en las asignaturas res-
pectivas, se debe á las altas influencias que
para conseguirlo se han puesto en juego.
Posee otro titulo, aunque no académico, y á
él dedica todas sus atenciones y gran parte de
sus rentas, con objeto de ostentarlo ante so-
ciedad con el mayor esplendor posible; es decir,
de manera que éste deslumbre cuanto pueda y
sin atender á que dicho esplendor, más ó me-
nos deslumbrante, perjudica sus intereses, exi-
giendo, como exige, gastos mayores que los que
pueden sostener los de su ya no muj^ grande
capital. No obstante, como está plenamente
convencido de que en la actualidad se ganan
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302
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
todas las voluntades presentándose en la socie-
dad como aristócrata y rico, y no ignora que á
nadie se le ocorre preguntar si efectivamente es
k> último, y menos si tiene ó no talento, si es
honrado ó miserable, gasta sin pensar en el per-
venir }' derrocha sin prever que esto le puede
ocasionar muy desgraciadas consecuencias. Si
alguna vez pasa por su imaginación semejante
idea, en vez de horrorizarse, vanagloriase, por-
que causa admiración y se jacta de humillar á
los pocos é ignorantes hombres que no estiman
ni aprecian más cualidades que la riqueza, el
lujo y la ostentación excesiva.
£n los grandes saraos, en las tertulias de
confianza, es siempre muy digno de estudio.
Si hav baile, él es el bailador infatigable,
que no descansa mientras aquél dura, y, al ter-
minar, todavía está dispuesto á seguir bailan-
do. En el rigodón, se mueve tan acompasada-
mente, que en los movimientos que se repiten
varias veces, pisan sos pies en todas ellas en
los mismos sitios; hace gala de su seriedad,
avanza y retrocede con extremada fineza, y, al
saludar, inclina todo el cuerpo, porque cree que
á mayores reverencias corresponde mayor dis-
tinción. Si se baila vals, aquella mole de carne
que antes nos parecía pesada y casi inamovi-
ble, preséntasenos como cuerpo ligero y de fá-
ciles movimientos, pues lo vemos dar vueltas
con una i^gilidad asombrosa; si nos fijamos en
sa cara creeremos que la tiene barnizada, por-
que está humedecida por copioso sudor, y, al
par que copioso, sucio; veremos que sus mofle-
tes han adquirido un fuerte sonrosado, que se
ha hecho extensivo, aunque con menos intensi-
dad, á las demás partes de su rostro, y obser-
varemos que su respiración acredita una exce-
lente salud en sus pulmones.
Si se juega, es él uno de los jugadores mis
importantes, si se atiende á las posturas que
hace y á lo mucho que habla. Enreda sin cesar
con el dinero que tiene delante, y mueve cons-
tantemente cabeza y brazos en todas direccio-
nes con una ligereza, al parecer, infatigable,
originada por la exaltación de sus nervios. Si
le preguntan cómo le va en el juego, contesta:
«pierdo una porción de pesetas.» Si alguna vez
gana tanto, que los demás llegan á observar su
buena suerte, dice con la mayor tranquilidad:
«gano unos cuantos reales;» pero tiene buen
cuidado de advertir que éstos no llegan á
veinte.
Hablando, pone siempre de manifiesto su
presunción, su ignorancia y su grandísima im-
becilidad. Como pretende cubrir plaza de hom-
bre instruido, en la conversación alardea de in-
teligente, empleando palabras escogidas y poco
oídas, y como él no conoce sus verdaderas sig-
nificaciones, sucede frecuentemente que habla
sin corrección y que su lenguaje se hace ininte-
ligible para la mayoría de sus oyentes. A pesar
de esto, habla muy despacio, con objeto de de-
leitarse oyendo lo que él mismo dice.
Como consecuencia de la afectación que em-
plea en todo, de su no muy cultivada inteligen-
cia, de su petulancia y de su limitadísimo ta-
lento, resulta que es antipático á los que le
tratan y á muchos que sólo lo conocen de vista,
y que su especial carácter le acarrea muchos
odios y muy abundantes desprecios.
En él ven todos representado á un joven
aristócrata, orgulloso, ignorante, amigo de hu-
millar á los demás, charlatán y derrochador; y,
¡)or si no fuese bastante, vislumbran ya su pró-
xima ruina, con lo cual perderá los pocos adep-
tos que tiene en la actualidad.
Ricardo J. Tranzo.
BIBLIOGRAFÍA
OíaiíM peqmeUio; por Jote Kftbonero. -Madrid, 1887
Si no tuviese ya el señor Zahonéro conquis-
tada su reputación de escritor notable daríasela
sin duda alguna el bello libro que acaba de pu-
blicar, ilustrado con lindísimos dibujos de Ur-
nitia. Es una colección de cuentos trabajados
con tanto cuidado en la forma como originali-
dad en el fondo, encerrando todos ellos una dul-
ce filosofía. Los niños saborearán sin duda este
tomito en el cual la brillautoz del estilo .se her-
mana c(m la moralidad é interés de la intención.
*
* *
labro de Madrid y Adrtrleneia de foratlero», por Manuel
Ossorlo y Beruard.— Madrid, 1887
Puede estar seguro todo el que lea un libro
del señor Ossorio que ha de encontrarse con un
buen caudal de ingenio, irreprochable correc-
ción de lenguaje, sanas ideas y curiosísima en-
señanza. Tales son las cualidades que descue-
llan también en el libro de que tratamos, con el
cual se deleitarán sin duda las pei-sonas aman-
tes de la literatura amena y de buena cepa es-
pañola.
* *
BibUoleea X, tomo I.—Areo <r<<.— Madrid, 1887
Con dicho título acaba de inaugurarse en Ma-
drid una publicación de bonitos trabajos en
prosa y verso, de carácter festivo, en la cual co-
laboran escritores tan apreciables como los'se-
ñores Albeniz, Borras, Camacho, Carrillo de
Albonoz, Diego, Letran, Mario (hijo), Martínez
Medina, Pascual, Serrano, etc. El precio de cada
tomo quincenal es el de 75 céntimos de peseta.
Carlos Mendoza.
DONNA VORREI MORIR.
(DE L. STECCHETTI)
Yo quisiera morir, pero extasiado
con tu más puro amor;
verme á lo menos una vez amado
sin sentir el rubor.
De mi agitada vida la pureza
toda poderte dar;
reclinar sobre tu hombro la cabeza...
¡y ya no despertar!
Cayetano de Alvear.
-*-
NUESTROS GRABADOS
IH IL QIBINETI DtL COLICCIOMISTl: UK OBIBÁDO RABO
Cuadro de Lerche
Excelente obrita, ejecutada em anwre y perfecto conoci-
miento del apunto. Los coleccionistas de estampas se me-
recen ser tratados con toda consideración, pues constitu-
yen un gremio respetabilísimo por su formalidad y buen
gusto.
RETRATOS INOLIStS ANTIGUOS
La reina Isabel.— El coruU de E»»ex
Ambos retratos son obra de Isaac Oliver (1656 1017), ar-
tista de nrlsrfn francés, aunque naturalizado en Inglaterra.
Fué discípulo de Zucchero y de Hllliard y no tuvo rival
como miniaturista, por la exquisita dellcade/a de su toque.
En cuanto á los originales de los dos retratos que damos
boy, no hay para qué blogniflarlefi. siendo bien sabido quien
fué la ilustre asesina de Mnrla Estuardo y no menos el favor
de que gozó con ella, de 55 años, el conde de Essez que sólo
contaba 21, hasta que fué dfgolUdo, quirás más por haber-
la llamado vitja (contaba 67 años ala sazón) que no por
conspirar á favor de los puritanos.
ÜN KAKVIRRON
Cuadro de Muñoz Degrain
Dibujo de P. y Valor
A primera vista se revela en esa obra la factura de un gran
maestro, amplia, sólida. La composición es acertadísima por
la armonía y naturalidad que resulta del conjunto y en cuanto
al tema e» de esos que mueven siempre á interés desde el
momento en que se trata de una escena en que interviene
uno de aquellos tipos peculiares á nuestro pais, del cual to-
maron los franceses el tuyo de malamoro». '
CASCA») 01 LA TRINIDAD CK EL UOKA8TESI0 DE PIEDRA
Dibujo de E. Villardell
Está situado el monasterio de Picilra en la margen dere-
cbs de este rio, partido de C'alatayud, en la pendiente de una
sierra que lo defiende de los vientos del Norte. Abunda en
ricos mármoles, tanto q<ie la cerca era toda de dicho mate-
rial en bruto. La antigua laguna de los Argalides donde se
criaban sabrosas truchas, hállase convcrtUlo hoy en parque
de ostricultura. Hay cuatro despeñaderos y una cascada na-
tural, siendo con.siderado este sitio como uno de los más pin-
torescos de Europa. Pertenecía el monasterio i la orden cls-
tercieuse.
PRIMAVERA
Hemos creído necesario poner ese grabado á fln de que
no se pierda la tradición astronómica, según la cual hay una
estación del año llamada asi. Por lo demás, yo he creído
siempre que la primavera no existe sino en la Imaginación
de los poetas,
DOI.CIS UOMKNTOS
Cuadro de A. JioiUini
Esa obra es inspiradisimaj es un poema. Ahí está vivo,
adorable el sentimiento de la maternidad, sorprendido en un
momento de abandono, sin aparato, sin convencionalismo.
El gran mérito de ese cuadro está en que representando >in
asunto risueño, juguetón, impone respeto, y en vez de pro-
ducir una sonrisa sume en la severa meditación que origina
siempre la contemplación de lo augusto.
E3TDD10 DE PAISAJE
Una laguna y á su orilla una haya de sin igual magnifi-
cencia; praderas; las vacas, inmóviles y solemnes, paciendo en
la majestad de la silenciosa campiña... ¿qué más se necesita
para un dibujo que haga recordar las delicias del campo á la
manera que recordaba el Toboso don Quijote al contemplar
las tobosescas tinajas?
FRlNCiaCO I
Eicuela de Clouel
Las obras de Clouet y sus discípulos son Interesantes
como última manifestación del arte castizamente francés,
libre de toda influencia Italiana. Era Clouet discípulo lejano
de Van Eyak por las lecciones de su padre Johan Clouet, fla-
menco. Sus retratos son admirables por lo exactos y verda-
deros, asi como por su maravillosa delicadeza, constituyendo
preciosos monumentos de historia, tan Importantes como las
más estimables crónicas.
En cuanto á Francisco I, no hay para qué decir quien era,
pues todo español se lo tiene sabido ya de sobras.
LOS DRtUAS DE SHAKISPEARE
Romeo y Julieta
Acto II. — Esceha II. — Julieta y Romeo.
(Julieta reaparece en la ventana)
Jhlieta.— íPsst, Romeo, psstl lOh! iQue no tenga yo la
voz del halconero para hacer volver á mi á ese geulil azor
terzuelol La esclavitud tiene la voz enronquecida y no puede
hablar alto; sin eso, penetrarla yo en la caverna donde duer-
me Eco y le pondría su voz aérea más ronca que la mía á
fuerza de hacerle repetir el nombre de Romeo.
Romeo.— MI alma es la que pronuncia mi nombre. iCon
qué dulce timbre argentino resuenan las voces de los aman-
tes durante la noche! Es como la más dulce música para oídos
atentos .
Julieta.— iRomeol
Romeo.— ¡Mi amor!
Julieta.— ¿A qué hora enviaré mañana á saber de ti?
Romeo.— A las nueve.
Julieta. — No dejaré de hacerlo. De aquí i. entonces van
á pasar veinte años. He olvidado porque te había llamado.
Romeo.— Permíteme que permanezca aquí basta que lo
recuerdos.
Julieta.— Lo olvidaré aun, á fln da hacerte quedar, y
no me acordaré más que del amor que tengo por tu com-
pañía.
Romeo.— Y yo me quedaré para hacer que olvides toda-
vía, olvidado yo mismo de que tengo otro alojamiento que
este jardín.
JniiKTA.- Yaes casi de día: quisiera que hubieses partido
y, sin embargo, no más lejos que el pájaro de una loqullla
que le deja alejarse un poco de su mano, semejante á un
pobre preso en sus ligaduras, y que le retiene con un hilo de
plata, tan amorosamente celosa está de su libertad.
Romeo.— Quisiera ser tu pájaro.
Julieta.— Amor mío, yo lo quisiera también; sin embar-
go, te matarla haciéndote demasiadas caricias. iBuenas
nochesl iBuenas noches! La separación es un doloi tan deli-
cioso que diría buenas noches hasta mañana. (Rttiraie dtt
balcón.)
Acto V.— Escena 1.— Romeo y el boticario
Boticario.— ¿Quién llama tan recio?
Rombo.— Ven aquí, amigo. Veo que eres pobre; toma, ahí
van cuarenta ducados; procúrame una dosis dé veneno, un
veneno tan rápido, que asi que se habrá esparcido á través
de mis venas, el desdichado fatigado de la vid* que lo haya
tomado pueda caer muirlo y su alma pueda ser despedida
tan violentamente de su cuerpo como la pólvora rápida, una
vez inflamada, se precipita fuera de las entrañas del fatal
cañón.
Boticario.- Tengo esas mortales drogas, pero hay pena
de muerte en Mantua para el que descubra que las tiene.
Romeo. — iQuél |Te hallas tan desnudo y miserable y te
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
303
da miedo morirl El hambre se aloja en tus mejillas, la nece-
sidad y la indigencia asoman f n tus ojos, el desprecio y la
mendicidad penden en tu espalda, ni el mundo, ni las leyes
del mundo te son amigos; el mundo no promulga leyes que
puedan hacerte rico; por consiguiente, cesa de ser pobre,
viola la ley y toma este oro.
BOTiCAEío.— Mi pobreza es la que consiente, no mi vo-
luntad.
RoMKO.— Pago tu pobreza y no tu voluntad.
Boticario.— Echad eso en cualquier liquido, en el que
queráis, y bebedlo; aunque tuvieseis la fuerza de veinte hom-
bres, eso os despacharla Inmediatamente.
Rojiso.— Hé aquí tu oro; el oro es para las almas de los
hombres un veneno peor y que comete más muerte? execra-
bles en el mundo que no esas pobres drogas que no tienes
permiso de vender. Yo soy el que te vende veneno; tú no me
has vendido ninguno. Adiós; compra manjares y trata de
engordar. Ven, cordial, y no veneno; ven conmigo á la
tumba de Julieta; porque allí es donde haré uso de ti.
(Salen.)
Tales son las dos escenas que con admirable inspiración y
ejecución incomparable ha dibujado Dicksee, el más fiel in-
térprete hasta ahora de la ilustración do Romeo y Julieta, tal
como debe entenderse en el sentido shakespearlano.
LA LOCOB» DS HUGO VAN DBR GOES
Cuadro de Emilio Wauters
Fué Hugo van der Goes uno de aquellos grandes discípu-
los de los van Eyck que tan alto pusieron el nombre de la es-
cuela flamenca en la segunda mitad del siglo xv.
Nació en Gante en 1420 y distinguióse ya desde temprana
edad como excelente artista.
Afectado de honda tristeza por el fallecimiento de su es-
posa, retiróse al monasterio de Rodensdale, cerca de Bruse-
las, donde su tristeza degeneró en locura melancólica. Cada
vez que le sobrevenía un acceso conseguíase calmar al pá-
stente al son de acordada música.
Tal es el asunto en que se ha inspirado el eminente pintor
belga Emilio Wauters, rindiendo así un homenaje de respeto
auna délas írlorias del arte nacional y dejando al par ala pos-
teridad una de las mejores obras de este tiempo.
LA rAUU.M DKI. PISCADOB
Fresco de Puvis de Chavannei
iVáyanle Vdes. con realismos ni zolaismos á M. Puvis de
Chavannesl Creerá de fijo que se le habla en volapuk... Pin-
tar un cuadro que se titule La familia del pescador, no quiere
decir que tenga uno que pintar un pescador y su familia,
sino 1» sintesistipo de todas las familias de todos los pesca-
dores de todo el mundo, en todo el tiempo que ha pasado
desde que se pesca... y Dios sabe cuanto tiempo habrá
de esto, porque antes se pescó,— esto es indudable,— que se
cazó.
En fin, sobre gustos no hay nada escrito; habrá quien
prefiera ver representada una Familia del pescador Á la ma-
nera que las habrá visto en el Serrallo de Tarragona, ó en
Badalona, ó en Cambriis, ó en Málaga, ó en la tierra de don
José M.» de Pereda, mientras otros creerán preferible ver
simbolizada la familia piscatorial como en la noble y majes-
tuosa alegoría de Chavannes. Asi, hay quienes en punto á
lavanderas se fijan mejor en la homérica princesa Nausicaa
que no en la Gervasia del silbadlsimo autor de Renée.
*
ROMA VEDUTTA FEDE PERDUTTA
i'on
JACINTO LABAILA
I
ENRIQUE A FERNANDO
Valencia 16 Agnhio de 1880.
Mi querido Fernando: Hace dos auo.s, dos años
con cola, que dejamos de existir el uno para el
otro, á pesar del cariño que nos unió desde la
infancia, á pesar de haber recorrido en la coro-
nada villa, durante tres lustros consecutivos, la
escala de placeres y dolores, de alegrías y de
angustias, que suben y bajan los jóvenes solte-
ros en ese Pandemónium que se llama Madrid,
cuando gozan de buena salud, de infinitas rela-
ciones y de bolsillo repleto. L^rga es ya la
fecha de no vernos, no hablarnos, ni escribir-
nos.
Desde que me participaste tu boda, y yo te
contesté, remitiéndote por el correo, mi enhora-
buena con cierto burlón retintín tan propio de
los solteros recalcitrantes, como fuiste tú y
como lo he sido yo, hemos abierto tan largo pa-
réntesis á nuestra intimidad y á nuestras confi-
dencias que parece que nuestros vínculos amis-
tosos se hayan desatado de repente, sin culpa
tuya ni mía; tirando de sus cintas, por una par-
te, tu matrimonio, y por otra parte las circuns-
tancias que me rodean, pero tirando estas y
aquel de tal modo, que lograron deshacer el
susodicho lazo, como si antes no hubiera exis-
tido.
Tú has consentido en ello, sin duda porque
inviertes todas tus horas en disfrutar de la
ventura conyugal, y el que es feliz está muy
ocupado para poder pensar en los demás y se
convierte en egoísta, si es cierto que él amor es
un egoísmo de dos, como dijo un escritor, cuyo
nombre no recuerdo en este instante, pero cuya
idea no aparto nunca de mi pensamiento. Con-
sentí yo también, durante dos años, en guardar
tenaz silencio epistolar por un motivo idéntico,
sino igual al tuyo, y es, por haberme dedicado
también á conjugar el verbo amar, pero á conju-
garlo de veras, quiero decir, que aunque después
que tú, he apostatado de las disolventes teorías
que como solteros contumaces profesábamos, y
que voy á buscar por el camino recto la felicidad
que no pudimos encontrar por el camino curvo;
en una palabra, que pienso celebrar el mismo
contrato que tvi celebraste y que bendice y san-
tifica la Iglesia.
No te rías de mí, aunque lo merezco. Al es-
cribirme que, cuando menos lo esperabas, se te
había aparecido en Madrid, bajo la forma de
mujer, el ideal' que ambos perseguíamos inútil-
mente durante quince años y creíamos que sólo
existía en la tierra, en la imaginación de los ado-
lescentes y de los poetas, no pude remediarlo,
te tuve lástima; creí que habías perdido la se-
renidad del juicio que te caracteriza, creí que se
había reblandecido tu masa encefálica y excla-
mé:— ¡Pobre Femando! ¡Se ha vuelto loco! —
¿Quién me había de decir entonces que, dos
años después, encontraría yo también en Va-
lencia otra mujer, trasunto fiel del ideal que
hemos soñado inútilmente durante nuestra ju-
ventud, y que llegaría el instante en que, casi
avergonzado, te había de escribir esta carta,
participándote en ella que voy á cometer lo que
consideraba una locura, y que soy dueño del ca-
riño de un dechado del tipo de la mujer, decha-
do, como nunca le vimos en ninguna de nues-
tras correrías solteriles, como jamás se puso al
alcance del anzuelo de nuestra caña cuando
éramos pescadores hábiles?
Me convenzo, Fernando, de que la galería de
mujeres que pasan seduciendo la vista y fasci-
nando á los solteros no son de la raza de las
que traen la felicidad al hogar doméstico, por-
que ninguna de ellas siente el cariño intenso que
nace de la abnegación y de la pureza de las cos-
tumbres en que la mitad preciosa del género
humano debe educarse desde la cuna; y nos-
otros, buscábamos oro en el doublé, diamantes
de brillo eterno en los diamantes americanos y
claridad de sol en las luces de bengala. La fa-
cilidad de nuestros triunfos debían habernos
abierto los ojos y hacernos comprender que el
castillo que se rinde á las primeras intimacio-
nes es porque está mal defendido, y no tener la
vanidad de atribuir á nuestro valor ó á nuestras
armas una victoria conseguida casi sin lucha.
Tras esta equivocación, que nos proporcionaba
el amor propio, incurríamos en otra de mayor
trascendencia para nuestro porvenir: mediamos
por el mismo rasero á todas las mujeres; porque
desconocíamos á las de la raza superior, creía-
mos que el interés, ó el temperamento, ó la utili-
dad eran las únicas causas que las determinaban
á buscar alianzas masculinas; como numerosos
ejemplos nos lo prueban hasta la evidencia, de
aquí nacía que sólo inspirábamos y sentíamos
amoríos sin trascendencia, caprichos á plazo fijo
y previsto, olvidos á seis meses fecha y sacie-
dades á veces más precoces. Desconocíamos por
completo á la mujer que ama por el único móvil
de amor y que, ciegos, creíamos que no existia,
porque en el mundo ligero, impresionable y ma-
terializado en que estábamos envueltos, no la
veíamos; y éramos tan absurdos que sacábamos
por consecuencia que esa mujer sublime era tan
solo un ideal, sin forma humana en la tierra,
soñado por imaginaciones sedientas de encon-
trar la ventura en este valle de lágrimas.
Tú, te convenciste, sin duda antes que yo,
como lo prueba el salto mortal que diste hace
dos años, salto que me preparo á dar yo dos
años después; y tú estas dotado de carácter in-
dependiente, imperativo y caprichoso, que for-
taleciste, merced á tu posición especial en la
vida. Como falleció tu madre casi al entrar tú
en el mundo, como tu padre expiró durante tu
pubertad, creciste sin el calor que da el cariño
de la familia y estás acostumbrado á no encon-
trar vallas á tu voluntad, pero también al aisla-
miento que producen la ausencia de los afectos.
Por eso no extrañé ayer verte correr conmigo
tras esa mujer soñada, tras esa mujer-cariño,
para llenar el hondo vacío de tu alma; por eso
hoy ya no me sorprende que te ligara el lazo
del matrimonio el día que creíste encontrarla,
como me participaste al noticiarme la celebra-
ción de tu boda.
Yo voy, pues, á imitarte, y por igual motivo.
Sabes que mi carácter es opuesto al tuyo: yo
soy afectuoso, expansivo, de voluntad flexible,
acostumbrado al afecto y á la obediencia de mis
padres, que no perdí hasta llegar á la mayor
edad y que vivieron lo suficiente para inocular-
me el modo de ser que me es propio. Tú, busca-
bas en tu compañera una afección para tí des-
conocida, por eso la deseaste con vehemencia;
yo busco algo que ya conozco y que me llena
de regocijo, á pesar de no conocerle en,toda su
extensión; por eso también febrilmente lo ape-
tezco. Tú has hecho el sacrificio de tu indepen-
dencia en holocausto á ese Díj/.s- ignohis, por
cuya intervención esperaba lograr la dicha; y
yo voy á descorrer el velo de la hermosa esta-
tua de la felicidad cuya belleza me hizo entre-
veer el aire tibio del hogar que me destapó una
de las puntas de ese velo.
Los dos hemos conocido á tiempo que las
sendas extraviadas que recorríamos no condu-
cían á ninguna parte; y emprendemos el camino
real que conduce al verdadero sitio de reposo
de la vida, á donde fueron nuestros padres, á
donde más pronto ó más tarde irán los solteros
más rebeldes. Te confieso con ingenuidad que
ahora me maravillo de haber malgastado los me-
jores años de la juventud en amores transitorios
y de haber rendido culto á tantos ídolos de ba-
rro y no acierto á explicarme porque nos hemos
empeñado tanto tiempo en ser miopes poseyen-
do vista perspicaz.
Huíamos del matrimonio porque nos parecía
que casarse era caer en una trampa; y, por lo
tanto, esquivábamos el trato con las jóvenes do-
tadas de brillantes condiciones para ennoblecer
ese estado, creyendo que para ellas el casamien-
to era una carrera lucrativa y no una necesidad
del corazón.
No he buscado á mi futura esposa; porque,
como acabo de decir, nuestras ideas pretéritas
no nos permitían tratos íntimos con doncellas
aspirantes á recibir el séptimo sacramento,
pero la casualidad se encargó de descubrirme
ese tesoro sin querer y sin sospechar yo que lo
fuera: sin duda estaba de Dios que había de ser
feliz contra mi voluntad y quiso probarme que
nadie debe decir, de esta agua vo beberé, casán-
dome para que sirva de ejemplo á los tercos y á
los lenguaraces.
Sí, mi queiido Fernando; estoy enamorado,
pero enamorado en la extensión romántica de
la palabra, de una hei mesura sin tacha, de do-
tes morales sobresalientes, que me muestra tal
delicadeza y tal intensidad de cariño que sería
un monstruo si no correspondiera como se me-
rece pasión tan pura y al mismo tiempo tan ve-
hemente.
Cuando recibas esta carta habré ingresado ya
en el gremio; y estoy rogando á Dios para que
llegue rápidamente tan apetecido instante.
No seas ingrato y contéstame á vuelta de
correo porque deseo que me des minuciosos de-
talles de la felicidad que debes gozar en tu ma-
trimonio, ya que te lo hizo contraer la mujer
cariñosa y apasionada que deseabas, para que
tu pióspera situación me sirva de ejemplo y
304
iJi ILUSTRAÜION IBÉRICA
Íiueda yo, de este modo, conocer la práctica de
a teoría qae tanto me ilusiona.
Acabo de hacer un auto de fe de varias car-
tas, retratos, trenzas,«etc , de mis pasados ex-
travíos, (tara que uo quede en mi poder ni un
solo recuerdo de la vida solteril, ya que tampo-
co queda eu mi memoria; desde hoy pertenezco
por completo il Rosalía; ella reasume mi pre-
sente y mi porvenir, j-a que concentra eu mí
todas sus alecciones, quiero imitar su conducta.
Todo lo olvido por ella, menos á ti, mi querido
Fernando.
Se debe romper con los afectos del pasado,
cuando no han arraigado en el alma, con las
mujeres casquivanas ó coquetas ó materiales,
á las que nos ligaran el capricho, ó la vanidad
ó el deseo; se puede renunciar á las diversiones
lícitas que complacen á. los hombres libros, pero
LA FAKaiLIA DEL PESCADOR (Ciiuln) de Puvis (le Chavaums)
q'ie pueden traer complicaciones ó serios dis-
giiHtori al seno de la vida conyugal; se debe va-
riar de costumbres y ha.ita de niodo de vivir al
cambiar de estado, en aras de la tranquilidad
doméstica; pero no se debe ni se puede acabar
con las amistades que nacen en la niñez, que
crecen en la adolescencia y desarrollan por
completo en la juventud, amistades como la
nuestra. Volvamos, pues, á anudar el deshecho
lazo. Te doy el ejem|»lo; iuiítamo.
Aunque se dice desde remoto.í tiempos que
hay tres objetos que el hombre no debe liar ¡I
nadi'e, la escopeta, el caballo y la mujer, eso
jamás rezó con nosotros; para nosotros los dos
primeros objetos siempre fueroii bienes comu-
nes, y el tercero, casi, casi; pero desde ahora en
adelante para mí Rosalía y para tí Eli.sa; lü
mujer propia será lo único (¡no en lo siiccmívo
pdseej'emos integra y o.xcliisivaiiinnto cada uno.
Hoy es mi último día de soltero; desde ma-
ñana al amanecer será tu colega eterno,
(Se continuará.)
Enrique.
ttíSSnUM. dtfin, 3SÓ-367, lau idiui, Uitir. — teurridos los derechos de propiedad artística y literaria.— Las reclamaciones en Madrid, al represeitaote de esta Casa D. NaDael l'iá ; Valor, Apodaca, 10, 2.'
) INSÉRTESE ó, NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL (
tKTMMímatammc Tipooninco di B. Bassoa.— Callb di ViLUAiinoBL, núu. 17, snsamchb ob San Antohio.— Barcelona.
SEMANARIO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
Año V
Barcelona 14 de Mayo de 1887
Núm. 228
' ~^*fi^''^^^^v^i^'^^v>^n^iv.'jiri'SJmfjat».iiui^viiiiKm»'9immmmmmmmBm!^
FLORESZSILVESTRES
806
LA ILUSTBACION IBEBICA
SUMARIO
Tbxio.— JfadrW. Caria» á wtt prima , por Ttrouíñot.—A la
MrHra «■ ia «oictda^coDtiDUwlónV por Felipe M«th¿.—
nn*»ea <M eieie, por Vicente Colotado. —Btvittaeienti-
fea, por Alfredo Opino.— JTi oaMjPO Lapa, por R. Hemán-
dM T BanmAdes.— A i»gá, por Joaé M.* de U Torre.—
NiM*tn>«gT«b«doa.— ii<M(ei;rq/Ía, por B. Femándei triar-
te.—Jtma MdHtta/Mkpcntiitía (cootintiaclón), por Jacin-
to LatMüU.
Okabádos.- Flores tilTtctres. — Betrato de una dama.— El
eaatOlo de Lérida.— Los preparativos de la fiesta.— Fres-
floa deeorstlTOa del Mosco de Viena.— La locura del re;
Naboeodonoeor. — Tocados femeninos medievales. — Una
Talada en Tunes.— Paisajes del Btjo OtUwa. El remolca-
dordenaderaa.
MADRID
0-AJRTA.S A. -hsx pur^ar-A.
UNA CAUSA CÉLEBRE
Q^?ESDE haceinuchos días preocupa la aten-
■^jr^l ción pública una causa verdaderamente
K^l^ originalisima cuyas sesiones se celebran
en la sala de lo criminal de esta Audiencia. Pa-
rece una novela jurídica, de las que publica La
Correspondencia en sus folletines, si bien con la
circunstancia de ser más curiosa, pues en estas
novelas el misterio desaparece por fin, y en la
causa en cuestión quizás continúe después del
fallo. Al menos, por hoy, no se explica suficien-
temente en ella el carácter de la procesada, sus
medios de existencia sus verdaderos propósitos
ni las grandes influencias que parecen prote-
gerla y que maniobran en la sombra.
Martina Espinal es soltera, tendrá de 35 á
40 años; nació en un pueblecito de Navarra, per-
tenece á una familia humilde; pero se diría que
ha recibido una educación esmerada. De su
vida nada se sabe, hasta que en el año 1880 en-
tró á servir de doncella en casa del conde de
Torreanaz, senador, ex-consejero de Estado y
académico. En esta casa estuvo dos años, y
fué despedida por la condesa, la cual no la
encontró ya útil para el servicio; mas según
ella, salió por celos de su señora. No vol-
vió á servir en ninguna otra casa, viviendo de
las limosnas con que la socorrían algunas seño-
ras piadosas, la conferencia de San Vicente de
Paul ó diferente» religiosas de varios conven-
tos. Vivía en casa de un librero de lance, pa-
gándole tres duros al principio, mas luego con-
tinuó morando allí gratis. No se dedicaba á
ningún trabajo; salía por la mañana, volvía por
la noche; su ocupación exclusiva era seguir y
perseguir por todos lados al conde de Torrea-
naz, su antiguo amo, del cual decía haber su-
frido declaraciones y requerimientos amorosos
sin haberlos dado oídos, por supuesto. El he-
cho es que no se ha probado la culpabilidad del
conde y que éste se encontraba con Martina en
la calle, en paseos, en teatros, en el Senado, en
el Consejo, en todas partes, á todas horas, sin
dejarle descanso, ni tranquilidad, ni esperanza
de que aquel fantasma desapareciera.
¿Qué deseaba la Martina? El conde, según
ella, la había causado perjuicios con despedirla
de su casa; pedía con este motivo, una fuerte
indemnización. El conde, que se revela en esta
causa hombre de carácter, se negó á ello... En-
tonces la persecución tomó aspecto más grave;
en ocasiones vio á la Martina acompañada de
una vieja y de un hombre joven, y testigos han
declarado que estaban de común acuerdo para
la explotación del negocio. Un día, el conde,
sin embargo, quiso poner término á la persecu-
ción; ofrecía á Martina cierta cantidad, pero al
exigirle recibo, ella se negó á darlo y quedaron
rotas las negociaciones. Entonces el conde puso
en conocimiento de las autoridades la trama de
que era víctima, fué presa Martina y ofreció no
molestar á su antiguo señor; pero ya libre, vol-
vió con mayor empeño á su viejo propósito.
Pero antes de esto, y en cierta época, hizo una
vida de bohemia, recorriendo algunas poblacio-
nes del Norte y varias de la frontera francesa.
Al comenzar el mes de Setiembre del año 1885
estaba en el pueblo de Anaz, partido judicial de
Santoña, en cuyo pueblo tiene ricas propiedades
el conde. Allí le dio albergue el beneficiado de
Santa María de Cerdeyo, antiguo amigo de la
familia de Torreanaz y á él espuso Martina sus
pretensiones para que se las hiciera saber á su
aristocrático amigo. ¿Qué influencias poderosas
contaba Mai'tina para que el beneficiado aten-
diere sus palabras? ¿Con qué elocuencia no le
hablaría cuando no vaciló en turbar el sosiego
y arrostrar la cólera del conde? Este rompió con
el antiguo amigo, y le dijo, por despedida, que
ni daba un solo real, ni le imponían las amena-
zas...
Se recrudeció, pues, la persecución, y tomó
diferente aspecto. El conde empezó á recibir
anónimos, en los cuales se le indicaba como fu-
turo el término de su vida; se le acompañaban
á los anónimos casos de asesinatos horripilan-
tes, entresacados de los periódicos con verdade-
ro esquisitismo. Por añadidura los anónimos
llovieron también sobre los inquilinos de las
casas que el conde posee en las calles del Di-
vino Pastor y San Bernardo de esta corte, no-
ticiándoles que dichas casas iban á ser voladas
con dinamita, lo cual produjo, como es consi-
guiente, la siibita desaparición de los inquilinos
susodichos, con todos sus menesteres estima-
bles. El conde denunció entonces, el hecho á los
tribunales, y el 17 de Mayo viltimo Martina fué
encarcelada como principal responsable en este
singular proceso.
Nombró por defensores suyos á don Nicolás
Salmerón y á don José Cristóbal Sorni. El
conde nombró á don Luis Silvela.
Los que tienen en cuenta la clase de papeles
que se encontraron en casa de Martina Espinal,
atribuyen á ésta un carácter místico que se
aviene mal con ciertas compañías suyas. En su
casa se encontraron borradores de cartas escri-
tas á una señora del convento de Cienpozuelos,
al de la Buena Dicha, á otra señora de la con-
ferencia de San Vicente de Paul, á un volunta-
rio carlista de los que militaron en la última
guerra civil, y se encontró también una oración.
Todo esto se aviene mal con el proyecto de vo-
lar las casas del conde como un medio de per-
suasión y acomodamiento, ¿no es cierto?
Martina al presentarse en la vista, llevaba
hábito. Es bastante agraciada y simpática.
El conde ha sido el primer testigo que ha
declarado. Y convengamos, prima, en que es
bien digno de compasión. Desde luego, — si-
quiera la Martina le acuse de haberla preten-
dido,^-es indudable que no tiene que agrade-
cerla favor alguno, ella misma lo dice. Y se
encuentra de pronto conque por haber despe-
dido á una criada ésta le sigue con gesto ame-
nazador, como una sombra; que á ella se unen
otros espectros no más tranquilizadores; que su
reputación corre en lenguas, pues sus amigos
se aperciben de la persecución; que tal vez su
señora recibe anónimos y duda de su lealtad y
la paz interior se anubla; que se le amenaza in-
directamente con ser desollado vivo y hecho
cuartos; que los inquilinos de su casa vienen á
entregarle los anónimos en que se les advierte
la próxima voladura de sus familias, y, por fin,
que donde quiera que va le acompañan la in-
quietud, la angustia, lo misterioso, lo descono-
cido... ¡Y no basta ser conde, ni hombre influ-
yente ni respetable; una mujer vulgar se le
atraviesa en su camino y dispone de su repu-
tación y su paz y su felicidad pública y domés-
tica por un rencor caprichoso!
En la próxima carta podré decirte la senten-
cia que haya recaído en este proceso, que á la
verdad hoy, — ya lo indiqué al empezar estas lí-
neas,— es objeto de los más.encontrados parece-
res. La figura del conde aparece simpática, mas
la de la Martina se pierde entre sombras que
no ha conseguido desvanecer el juicio público.
Como te digo es personaje á propósito para una
novela de Montepín ó de Gaboriau. Posible es
que así como la primera vez que fué á la cárcel
no quedó convencida de lo conveniente que es
vivir de los recursos de la caridad 6 de su pro-
pio trabajo sino buscarse la vida por el espanto,
insista por tercera vez. El conde, sin cnibaigo,
al llevar á los tribunales este asunto ha dado
muestra de serenidad, de energía y de respeto
y amor á la opinión pública.
Y ahora bien, querida Carmen, apartándonos
del aspecto jurídico de esta cuestión y volvien-
do á ella en su aspecto social se necesita ser
muy desgraciado para verse perseguido por
una doncella que se supone requerida de amo-
res, aquí donde es proverbial que los señoritos
suelen descomedirse con sus sirvientas sin que
jamás el escándalo conturbe las casas. La Me-
negilda de la Gran vía, ese tipo clásico ya de la
criada madrileña, cuando su ama la despide
oye que su señorito la dice:
<Te espero en Eslava
tomando café...»
Al oir estas frases tan llenas de malicia, el
público prorumpe en una carcajada y un aplau-
so. Es que ha visto al señorito de la casa dibu-
jado de cuerpo entero. Es que la pobre ciiada
no solo tiene que cumplir con todas las obliga-
ciones de su atareado oficio sino también dar
oídos á las pérfidas insinuaciones del amo, que
acecha todas las ocasiones de romper las leyes
de la moral bajo el mismo techo que debía ser
recinto de amparo y respeto. ¡Ah! ¡Si todas las
doncellas y criadas de menor cuantía que han
escuchado proposiciones reprobables de labios
de sus amos, se convirtiesen en otras tantas
perseguidoras de ellos! ¡Eigiirate el aspecto fjue
ofrecerían las calles, los espectáculos y todos
los parajes públicos! ¡Cada individuo, bien fuese
alto personaje, bien humilde particular, llevaría
detrás una escolta de su vieja servidumbre que
haría imposible hasta la libre circulación pú-
blica! El defensor del conde, tratando de justi-
ficar la inocencia de su defendido por el hecho
mismo de la persecución, decía: «Señores: yo
no creo que todas las mujeres accedan á este
género de pretensiones, pero sí que todas las
agradecen.» El hecho es que ninguna doncella
suele quejarse de las faltas de respeto, aunque
la Menegilda de la Oran vía nos presente el
verdadero estado de la moral en el hogar do-
méstico.
Suelen clamar los moralistas contra las mu-
jeres que pasean sus vicios por las calles y de-
safian la opinión desvergonzadamente, acusán-
dolas de que corrompen á la sociedad; pero á
decir verdad casi todas ellas han sido corrom-
pidas antes por hombres irreprochables, que las
tuvieron bajo la salvaguardia del honor, en su
misma casa; y que al ofenderlas ofendían, tal
vez, á sus propias mujeres. El ascendiente de
la posición, del dinero, del talento; la facilidad
del día y de la noche ¿quién resiste á esto? Para
resistir sería preciso que las jóvenes que se po-
nen á servir tuviesen una educación do que ca-
recen porque sólo puede tenerse en la holgura;
que sus sentimientos morales se hubiesen forta-
lecido en el seno de una ejemplar familia y que
de libre albedrío pudiesen rechazar el mal y
buscar el bien. Mas la pobreza es ignorante,
abandonada y perezosa; crece entre malos ejem-
plos; sufre la sugestión de quien es más fuerte,
más poderoso, más audaz que ella; no resiste
jamás, porque para resistir es preciso ser va-
liente y la pobreza es toda miedo. En cambio el
rico, el fuerte, el audaz, abusa; y después de
abusar abandona. El señorito de la Menegilda
no debía haber logrado todavía el si cuando la
citaba en el café: los señoritos se avergüenzan,
por regla general, de las caídas de sus víctimas
y las temen á veces después de sacrificadas...
Triunfar y despedir á las Menegildas suele ser
uno. ¡Condenación explícita de la corrupción
secreta del hogar, más considerable y más ver-
gonzosa que la pública, y desconocido origen,
de ella, como he dicho!
Tú que no eres beata, ni gazmoña, ni te asus-
tas de que yo trate cualquier punto de moral
por arriesgado que sea, siendo bien intenciona-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
307
do, me dispensarás estas reflexiones, á propósi-
to de una causa tan famosa. Con tanto más mo-
tivo pueden hacerse, cuanto que no se refieren
á las personas que en ella figuran; siendo res-
petables por su moralidad de costumbres según
del mismo proceso se infiere.
No quiero seguir adelante con mis reflexio-
nes sin embargo: este tema tan lleno de revela-
ciones, de interés, que tan conveniente seria
iluminar y desentrañar; que podría llevar por
titulo La criada y el seüarito, concluiría por pa-
recerte escabroso por bien intencionado que le
encontrases; préstase á un estudio, como deci-
mos hoy, naturalista... Me contento, pues, con
indicar el titulo; y que cada uno haga el articu-
lo en su interior escogiendo los términos con
pinzas, á solas.
Sin más, tuyo affmo.
Feknanflor.
A LA TERCERA VA LA VENCIDA
(roiíTiNDioirtir)
Una rápida mirada de Mercedes me hizo com-
prender que tenía delante de mí al hombre sin
conciencia que se preparaba tranquilamente á
mancillar la honra de una mujer.
— Carolina, — dije, dirigiéndome á una polla
morenita, muy revoltosa, que estaba cerca de
mi; — es preciso que ponga V. la venda á este
señor que acaba de llegar, para que demuestre
su destreza como todos nosotros.
Aquel hombre me miró fijamente como extra-
ñado de mi franqueza; pero las manos de Caro-
lina no le dieron tiempo mas que para dejarse
tapar los ojos.
Cuando empezaba su camino hacia la puerta,
dije á los demás que deseaba darle una broma,
siendo yo su acompañante.
En el momento mismo que le faltaban cinco
pasos para llegar, me acerqué á él rápida-
mente.
— Si en este mismo instante, — le dije con
voz baja, — no me entrega V. el paquete de car-
tas que lleva consigo, le levanto á V. la tapa
de los sesos, como se debe hacer con un villano
sin conciencia.
Aquel hombre tembló ante una amenaza tan
inesperada, y me entregó sin resistencia las
cartas.
Cuando se quitó el pañuelo que cubría sus
ojos, fijó los suyos sobre mí con aire amenaza-
dor, y desapareció de nuestra vista.
A los pocos momentos me acerqué á Merce-
des, y, aprovechando un momento oportuno, le
entregué el paquete misterioso.
— ¡Qué mirada tan expresiva la suya para
darme las gracias!
Como era de presumir, á las dos horas me
buscaban los testigos de aquel hombre, y aque-
lla misma noche, junto á las tapias de la Casa
de ahajo, tuvo lugar el duelo.
El arma elegida fué el florete, y cuando me
vi enfrente de aquel ser tan repulsivo, una nube
de sangre cubrió mis ojos y le acometí rabio-
samente.
El tiraba mejor que yo, pero fué tal la rapi-
dez de mis ataques, y éstos tan vigorosamente
ejecutados, que por fin cayó á mis pies, con el
pecho atravesada de parte á parte.
No era mi intención herirle en aquel sitio,
pero su mala fortuna le hizo perder la vida,
siendo vanos los auxilios que el médico le
prestó.
in
A las tres...
Fué imposible ocultar un lance tan desgra-
ciado, y á la tarde siguiente tuve que abando:
nar aquellos sitios precipitadamente.
Por el pronto, no tuve otra solución que po-
ner tierra por medio, ya que mi contrario re-
sultó ser un personaje político de muchas cam-
panillas y su muerte produjo un escándalo te-
rrible.
Por consejo de mis mejores amigos, trasladé
mis reales al extranjero, estableciéndome, por
fin, en París.
Como abandoné mi puesto, me dieron de baja
en el ejército, como era de presumir, perdiendo
en un solo día una carrera que tantos afanes y
sinsabores me había costado.
Pero todo lo daba yo por bien empleado con
tal de haber sido útil á Mercedes, por la cual
empecé á sentir un amor insensato que embargó
mi alma por completo.
Fueron vanos los esfuerzos cariñosos de al-
gunos amigos para ahuyentar la tristeza cons-
tante que mi situación me causaba, y mi único.
mi solo pensamiento era el objeto de aquel
culto ferviente que rendía mi corazón á la her-
mosa mujer de la cual me separaba un abismo
en aquel entonces.
Su imagen querida nunca se apartaba de mí.
Se me aparecía á todas horas y en todas
partes.
En el cielo y en la tierra, en la luz de la lu-
na y la del sol, en las flores, en todos los obje-
tos que me rodeaban, creía yo ver clavados
siempre en mí aquellos ojos negros, de brillo
incomparable.
Mi sobreexcitación nerviosa llegó á tal ex-
tremo, que resintió profundamente mi salud,
RETRATO DE UNA DAMA, por Wyatt Eaton
cayendo, al cabo, gravísimamente enfermo.
Entre la vida y la muerte permanecí largo
tiempo; pero los incesantes desvelos de mis
amigos, y mi naturaleza de hierro, me sacaron
adelante.
La convalecencia fué larga y trabajosa, tar-
dando dos meses y medio en recuperar mis fuer-
zas por completo.
Mi situación empezó poco á poco á ser pre-
caria y tuve necesidad de buscarme una ocupa-
ción decorosa y lucrativa.
Tan buenas trazas me di para ello, que por
fin me confiaron una teneduría de libros en una
respetable casa de comercio.
Por más empeño que puse en distraerme y
en dominar mi tristeza, no lo pude conseguir, y
cada vez sentía crecer más poderosa dentro del
alma la nostalgia de la patria perdida.
Cuando pasaron dos años en aquel estado,,
comprendí que me sería imposible continuar así
por largo tiempo, y traté de interesar á todos
mis amigos para que gestionasen el indulto.
Un fausto acontecimiento que tuvo lugar en
España por aquellos días, facilitó, afortunada-
mente, un desenlace favorable para el asunto,
y, por fin, llegó el día venturoso en que me
fueron abiertas las fronteras de mi país.
No pude recuperar mi puesto en el ejército,
pero en cambio tuve la dicha incomparable de
contemplar, más puro que nunca, el cielo ale-
gre de mi patria querida.
¡Qué felicidad tan grande para el pobre pros-
cripto, pisar de nuevo la tierra bendita que le
vio nacer!
Jamás he sentido un placer tan inmenso co-
mo el dia que regresó á Madrid, después de mi
destierro. El aire que respiraba me pareció más
puro, el cielo más azul y las calles más alegres
y bulliciosas que nunca.
(Se concluirá.)
Felipe Mathé
LOS PREPARATIVOS DE LA FIESTA (Cua.iro ,le G. fciuli)
310
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
PERCANCES DEL OFICIO
£1 de escritor tiene sns quiebras; no da para
comer, pero, en cambio, ¡qué disgustos oca-
sional
— ¿Ha visto V. El Rábano? — preguntarán al
primero que hallen.
— ¿Qué rábano?
— El periódico.
— No sabia que existiese.
^Tómelo usted.
— ¿Por las hojas?
— Por cualquier parte.
La cuestión es que usted
lo lea.
— ¿Qué dice?
— Que soy un grande
escritor.
—¿Usted?...
— Si, señor; yo mismo.
Tenga V., tenga usted un
ejemplar; iverá V., qué
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Un suelto, un cuadro de costumbres ó una
critica literaria, ¡qué gritería levantan! ¡Qué es-
cándalos produce!
Diga^ V. que Fulano es listo, Mengano un
Cid y Zutano una persona bien educada; y
los aludidos á quienes de fijo se les calum-
nia, se encargarán, libro 6 periódico en mano,
de encarecer los méritos que V. no tiene, en
provecho de los propios que ellos mismos se
suponen.
testilo, qué gracia y qué
humorismo los de Pimien-
to!
— Vamos; será un pi-
miento dulce.
Pero ¿y cuando el pi-
miento es picante, es de-
cir, cuando el escritor de
tantas malas costumbres
y el critico de tantas pési-
mas obras dicen la verdad
á lo8 hBei'os, á los vanos y á los ignorantes?
Entonces es un horror lo que pasa.
Un revistero, pongo por caso, en su afán de
hacer fra.ses más ó menos ingeniosas, escribe un
día, hablando de artes y oficios, algo semejante
á esto:
«El za|)atero es, de todos los artesanos, el más
holgazán^ ha8t% para trabajar se sientan.
_ i'Es rsfcstrero, porque vive de lo que todos
pisan.
«Servil, porque siempre está á los pies de
sus parroquianos.
«Deshonesto, porque comercia en cueros.
»E1 único don que tiene, es el de dar cartón
por suela.»
Estas y otras frases se publican, el periódico
circula j, al día siguiente, el revistero, recibe
mil visitas de otros tantos maestros de obra
prima.
— ¿El señor del Olmo?
— Servidor de usted.
— Pues, venia...
— Siéntese usted.
El zapatero cree que el periodista lo dice
con segunda intención, y contesta con retintín:
— Aunque trabajo sentado, me tengo en pié.
— Como V. quiera.
— Pues, como iba diciendo, venía á que usted
rectificase.
—¿El qué?
— Yo soy zapatero.
— Por muchos años.
—Y, como V. sabe, tenemos que arreglar
cuentas.
— Usted padece una equivocación; yo nada
debo á zapatero alguno.
— No, sino es eso. Vdes., la gente de pluma
saben mucho; pero á mí no hay quien me la dé
¿usted comprende?
— Sino se explica V. más claro...
— ¿No es V. el señor del Olmo?
— El mismo que viste y calza.
— ¡Y vuelta á las indirectas! Pues, ayer, he
visto en el periódico una cosa con su nombre
que... ¡la verdad! me ha ofendido.
— ¿Cómo ha podido ser eso?
—Yo, aunque me esté mal el decirlo, soy za-
patero; y V. ha dicho que soy holgazán, servil,
rastrero y que pongo cartón al calzado, en vez
de suela.
— Yo no conozco á V. y, por tanto, mal puedo
haberle ofendido.
— Usted ha dicho que el zapatero es... .
— Sí, señor; pero el zapatero son todos los
zapateros del mundo, y ninguno en particular.
—Ahora no se trata de los otros; se trata de
mí, que soy del oficio, y es necesario que usted
rectifique diciendo que Juan Lezna es un zapa-
tero honrado y laborioso, que sus botas y zapa-
tos son de un material excelente, que vive en
la calle de tal, número tantos, y que vende el
género á precios económicos.
—Pues pase V. á la administración y pague
el anuncio.
— Es decir, ¿qué V. no rectifica?
— No, señor.
— Entonces, nos veremos.
— Ya nos estamos viendo.
— Le pondré á V. las peras á cuai-to.
— Asi las comeré baratas.
— ¿Se burla usted?
— Puede pensar lo que quiera.
—¡Es que yo!...
—¿Qué?
^¡Nada, hombre, nada! No hay que incomo-
darse por tan poco. Míreme V. á mí, que no soy
rencoroso (;on nadie. ¡Caramba y qué genio! Con
que... lo dicho; y ya sabe V. donde tiene su
casa, y si se le ofrece un par de botas... .
— Sí, señor; tal se van poniendo las cosas, /
que necesitaré unos zapatos con bigoteras ríe
metal.
— ¡De metal!... ¿Para qué?
— Para rectificar con ellos en cuantas perso
ñas se den por aludidas de mis escritos.
Si el zapatero es un remendón literario, 1;
cuestión toma proporciones alarmantes.
El interesado pide, por medio de dos amigos,
rectificación y satisfacción. ^
¿Le ha llamado V. mal poeta? Pues, entiende -
que se ha dudado de su honradez, y exige un
acta en la cual se afirme que es un perfecto ca-
ballero.
¿Ha dicho V. que tiene más ripios que ver-
sos? ¿Qué no escribe en castellano? Pues ve
una alusión en la que se ataca la fidelidad de
su esposa y pide otro documento que atestigüe
el honor de su cónyuge.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
311
Novelistas chirles, líricos memos y dramáti-
cos sin pies ni cabeza, la emprenden con el
crítico, como si éste tuviera la culpa de sus en-
gendros.
El escritor de costumbres se halla á su vez
acosado por todos á quienes animan las malas
pasiones que fustiga.
Día vendrá en que el ratero se dé por ofen-
dido y exija al periodista una reparación, por
denunciar á quien vive honradamente de su
industria.
¡Calma, señores, calma, y el que sienta el
golpe, quéjese de sí mismo!
Recuerden Vdes. las palabras de Fígaro:
«A nadie se ofenderá, á lo menos á sabien-
das; de nadie bosquejaremos retratos; si alguna
caricatura por casualidad se pareciese á al-
guien, en lugar de corregir nosotros el retrato,
aconsejamos al original que se corrija; en su
mano estará, pues, que deje de parecérsele.»
Apliquen Vdes. el cuento.
Vicente Colorado.
-«-
REVISTA CIENTÍFICA
Tratamiento local de la tisis.— La fatiga intelectual de la
infancia. — Sugestibilidad délos niños.
Siguiendo siempre las corrientes de la opinión
pública y puesto que hoy les toca el turno de
moda á los rusos, diremos que ha producido
bastante impresión en el campo médico la Me-
moria leída por el doctor Kremiansky en el
Congreso de Moscou respecto al tratamiento
local de la tisis. M. Kremiansky, con ambición
digna de un paisano de Pedro el Grande, pro-
pónese pura y simplemente curar la tisis como
si se tratara de la sarna, esa enfermedad que
constituye el orgullo de la medicina por ser la
iinica que se cura científicamente como decía
con cierta sorna Claudio Bernard (1). Así, pues,
á la manera que bastan unas cuantas fricciones
de ungüento de azufre sobi-e la piel para librar-
se de la shoking dolencia á que hemos aludido,
basta también obrar directamente sobre los
bronquios y el tejido pulmonar para triunfar de
las criptógamas que dan la tisis, — si es que la
dan, y no son resultado de la mism3,.
«Las sustancias empleadas porM. Kremians-
ky, dice una ilustrada publicación extranjera,
son la anti-fibrina y el aceite de anilina, pro-
ductos mortales para los bacilos de la tubercu-
losis al mismo tiempo que inofensivos para el
hombre. La anti-fibrina, dada al interior, se
descompondría en anilina y en ácido acético; al
propio tiempo podría administrarse también la
anilina en inhalaciones por medio de un apa-
rato construido según el principio del narghilé.
A título de medicación auxiliar, recomiéndase
á los enfermos la dieta acida: limonadas, frutas
acídulas, kéfir, kumiza y polvos de carne, ali-
mentos todos ellos que obrarían por los ácidos
que contienen, tanto como por sus propiedades
nutritivas.
»Esta acción de los ácidos, considerada como
desfavorable á los bacilos de la tuberculosis en
el organismo desde el momento que lo es in
vifro, no deja de ser muy hipotética; con todo,
el antagonismo reconocido entre la tuberculosis
y el ¡irtritismo (ó reumatismo), — caracterizado
éste por una discracia acida, — parece ser un
argumento en favor dé tal teoría.
■>Sea como fuere, M. Kremiansky habría cu-
rado dos tísicos con su método. Este número de
éxitos es muy pobre; pero como se trataba de
enfermos gravemente afectados, merece en rigor
ser tenido en consideración. La poca precisión,
sin embargo, de las dos úiúcas observaciones
referidas por el autor no basta á suplir las in-
suficiencias de su estadística.
»No es esto decir que la idea del tratamiento
(1) LeccUme» de fiíiologia general, traducción castellana
de J, Laeso de 1» Vega, pág 344.
de la tisis pulmonar por aplicaciones medica-
mentosas locales ó inhalaciones deba ser aban-
donada; sino que no hay que atribuirle á
M. Kremiansky la prioridad de la idea: gran nú-
mero de autores han propuesto, en efecto, seme-
jante modo de tratamiento, y los médicos que
cada día envían á sus en-
fermos á respirar el aire
de los pinares, no hacen
otra cosa. Más aún, desde
hace muchos años preco-
niza M. Sandras, en Fran-
cia, las inhalaciones de
aire cargado de vapores
de esencia de trementina
y de alquitrán para el tra-
tamiento de las enferme-
M. Cherbakoff declara que ha registrado nota-
bles mejorías en el estado de sus enfermos.
Pensamos, sin embargo, que esto es lo más que
podría decirse de los enfermos de M. Kremians-
ky , no habiendo pretendido por su parte
M. Sandras obtener otro resultado que el de
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dades de las vías respi-
ratorias, tales como la ti-
sis y la difteria, y ha
imaginado también inha-
ladores muy simplifica-
dos y biberones inspira-
dores que pueden ser de
grande utilidad en el
tratamiento de las enfer-
medades de los niños.
»E1 tratamiento de la
tisis ensayado por M. Cherbakoff, tampoco no
es más nuevo por su parte. Consiste, en efecto,
en inhalaciones de vapores de nafta, medio co-
rrientemente empicado en el Cáucaso desde ha-
ce largo tiempo contra esta enfermedad. Sola-
mente que como es difícil procurarse tíafta pura
el autor se sirve lo más á menudo de inhalacio-
nes do benzina que obran á la vez como narcóti-
cas y como expectorantes. Los resultados de
este tratamiento habrían sido favorables, y
mejorar sensiblemente el estado de los suyos.
»Pero aún reducida á esos términos, la acción
de las inhalaciones de vapores medicamentosos
en el tratamiento de la tisis merece considera-
ción y constituye una preciosa medicación para
las investigaciones experimentales y clínicas.
La detención, ya que no la curación de las en-
fermedades tuberculosas, es más frecuente de
lo que se creía generalmente hace algunos años.
La enfermedad no es una operación de labora-
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314
LA ILUSTEACION IBÉRICA
torio, sino un conflicto entre elementos vivos, y
puede que ciertos medios, poco enérgicos en
apariencia, basten, sin embargo, para facilitar
al organismo el mínimum de fuer¿a que le falta
para salir triunfante de la lucha eu que está
comprometido. » *
de doce años, para consultarme. La niña se
disponía á ir á la escuela y llevaba consigo una
cartera llena de libros. Era alta, pálida y del-
gada. Los músculos de su rostro se agitaban
convulsivamente y no podía tener quietos las
manos ni los pies. Tenía la danza de San Vito,
y además se quejaba de
ima cefalalgia casi cons-
tante con otros ^íintomas
de jierturbaciones nervio-
sas. En el curso de mi
examen roguéla que me
enseñara los libros que
llevaba, los cuales, según
me dijo, había estudiado
lu noche antes y aquella
mañana misma.» Los to-
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". Creemos de altísimo interés, por la triste
aplicación que de ello pue<le hacerse á nuestro
país, reproducir aquí el sensato juicio que acaba
de emitir la misma importante publicación fran-
cesa respecto auna conferenciadada por M. Ham-
mond sobre la exc<,»siva fatiga intelectual que se
inflige actualmente á los niños:
,>Hace poco tiempo, dice el 'sabio neurólogo
(norte-americauo;, una señora me trajo su nieta,
mos que salieron de la
cartera eran una gramá-
tica inglesa, una guía del
estudiante, una aritméti-
ca, una, geografía , una
historia de los Estados-
Unidos, un libro elemen-
tal de astronomía, una
ñsiología é higiene ele-
mentales, un método fran-
cés y un libro de lectura
francesa. Total, nueve materias diferentes. La
niña aprendía sus lecciones entre las tres de la
tarde y las nueve de la mañana, dejando una
hora para la comida, media hora para el al-
muerzo, dos horas para ir á la escuela y vol-
ver, desnudarse por la noche y vestirse por
la mañana, ocho hoi-as para el sueño (míni-
mum insuficiente por otra parte); quedan seis
horas y media para estudiar nueve materias di-
ferentes. «Supongamos ahora, dice M. Ham-
mond, que cualquiera de vosotros, oyentes de
uno ú otro sexo, se retire á un rincón tranquilo,
con su cerebro bien disciplinado y educado y
su espíritu maduro y trate de estudiar durante
seis horas y media nueve asuntos de estudio
que no le sean familiares, ¿encontraríais extraño
que al cabo de este tiempo los asuntos se con-
fundiesen en vuestro espíritu?» Con todo, ese
es el trabajo á que se obliga á los niños, lo
mismo en París que en Nueva- York, sino es ma-
yor aún. ¿Y cuál es el resultado? Es que la ins-
trucción se adquiere á costa de la vida misma
de la víctima; su cerebro, es decir, el manantial
de la vida, paga todos los gastos. Mientras se
extermina aprendiendo, el desarrollo físico pa-
dece, el cerebro mismo se fatiga y las facultades
se esterilizan. ¿Cuántas veces no es este también
el caso, mutatis mutandis de los adolescentes de
nuestros liceos y de nuestras escuelas, los cua-
les á la edad en que el organismo físico tendría
más necesidad de ejercicio, de la vida sana, del
aire libre, permanecen encerrados hora tras
hora, puesta su atención en asuntos difíciles y
numerosos, inclinados sobre un libro ó un cua-
derno y no dejando el estudio mas que para un
aburrido y penoso paseo en un patio desnudo y
triste, verdadero patio de presos? ¿Y quién
sabrá nunca cuántas inteligencias habrá atro-
fiado en germen ese sistema bárbaro, inteligen-
cias nacientes y espontáneas que el método
mismo habrá ahogado?»
Creemos que el asunto se presta á mucha me-
ditación por parte de los que mangonean la ins-
trucción pública. A tal extremo han llegado las
cosas que no parece sino que se quiere que al
salir de la primera enseñanza pueda pretender-
se ya á un sillón en la Academia de Ciencias
— institución que realmente existe en Madrid,
por más que sean poquísimos los que tengan no-
ticia de ella; — y no hablemos del fárrago que se
explica en los Institutos, ni de los programas im-
posibles de las facviltades — Ossa sobre Polion —
porque el que saliese de allí sabiendo todo lo que
tiene obligación dejaría tamañito á Pico de la
Mirándola, á Littré y á Pedro Larousse con to-
dos sus colaboradores.
De la misma publicación de que hemos tradu-
cido lo anteriormente expuesto trasladamos la
siguiente nota, de trascendental importancia,
sobre la sugestibilidad de los niños.
«M. Motet, dice el articulista, ha leído ante
la Academia de Medicina, en su sesión del 12 de
Abril último, una interesantísima comunicación
sobre los falsos testimonios de los niños ante la
justicia. Recordando primeramente cuan conmo-
vedora es la declaración de un niño que cuenta
los pormenores de un crimen, ha referido el au-
tor cierto número de hechos que caracterizan
netamente el estado mental de los niños acusa-
dores y muestra el mecanismo psíquico de sus
falsos testimonios.
»En muchos de esos casos, las acusaciones
más graves no han tenido más objeto que la ne-
cesidad de explicar una escapatoria insignifi-
cante. Unas veces el niño, no sabiendo que res-
ponder á su madre que le interroga, ésta, con
sus preguntas le sugiere toda una historia de
atentado contra el pudor que él retiene y repite
delante de un magistrado; en otros, es otro niño
que, haciendo novillos, se cae al agua y bajo la
influencia de este choque moral que despierta
en él toda una serie de sueños y de temores ima-
ginarios anteriores, organiza todo un drama en
su espíritu y acusa á un individuo de haberle
arrojado al agua. En otros casos son simples
alucinaciones hipnagógicas que se convierten en
punto de partida de una acusación de abusos.
Finalmente un interrogatorio acusador enérgico
parece bastar en otras circiinstancias ¡¡ara de-
terminar en un niño un trabajo de asimilación
inconsciente en virtud del cual va á declararse
culpable el mismo de un crimen que no ha co-
metido ó atestiguar en hechos que nunca ha
visto.
»En todos estos casos reconócese el efecto de
la sugestión ó de la ante-sugestión, que, en el
LA ILUSTRACION^IBERICA
315
cerebro maleable y en vías de organización del
niño, ejercen una influencia exagerada. Ese es,
por otra parte, el origen de la tendencia de los
niños á la imitación, tan fecvmda para el bien;
tan tremenda, por el contrario, para el mal. La
experimentación ha permitido observar que exis-
tían todos los grados entre las sugestiones he-
chas en individuos hipnotizados y las que mu-
chas personas son aptas para recibir en estado
de vigilia. Últimamente, proponíase sacar pro-
vecho de la aptitud para ser hipnotizados que
presentan los niños para hacerles benéficas su-
gestiones desde el punto de vista de la educa-
ción y para corregir ciertas naturalezas parti-
cularmente defectuosas. Pero muy á menudo,
basta decir ó dejar creer á ciertos niños, y aun
á ciertos jóvenes, que se les supone esta ó la
otra cualidad para que se esfuercen en justificar
este buen concepto. Las reprensiones inmereci-
das y los malos tratamientos, medios con de-
masiada frecuencia empleados por educadores
ininteligentes, producen desgraciadamente el
resultado contrario. Desde este punto de vista
podría decirse, en una medida muy general, que
el arte de conducir á los jóvenes consiste senci-
llamente en suponerles tan buenos como se de-
searía que fuesen.
»A1 lado de esta sugestibilidad hay que tener
también en cuenta, para la explicación de los
falsos testimonios de los niños, su afición á lo
maravilloso. «Cuando se trata del niño, — dice
M. Motet, — no hay que olvidar que su tierna
inteligencia está pronta siempre á sorprender el
lado maravilloso de las cosas, que las ficciones
le encantan, que objetiva poderosamente sus
ideas, que consigue con sorprendente facilidad
dar un cuerpo á las ficciones que brotan en su
imaginación; que su instintiva curiosidad, su
necesidad de conocer, por una parte y por otra
la influencia que ejerce sobre él lo que le rodea,
le disponen á aceptar sin comprobación posible
todo lo que le llega de esos orígenes diversos.
En breve no sabe ya lo que le pertenece en pro-
pio, lo que le ha sido sugerido; queda franco de
todo trabajo de análisis, y su memoria, entran-
do sola en juego, le permite reproducir sin va-
riantes un tema qvie ha retenido.» Ahora bien:
contrariamente á lo que se hubiese podido creer
es, precisamente, esta repetición monótona, este
ne varietur, lo que es el signo característico del
falso testimonio automático en el niño. Mientras
que en el adulto son los pormenores contradic-
torios, las declaraciones diferentes las que prue-
ban que hay falso testimonio voluntario y los
magistrados esperan en sus ■ interrogatorios el
momento en que el testigo se contradirá, por el
contrario, la invariabilidad de la declaración de
un niño es lo que debe hacer, poner en guardia
sobre su veracidad. «Cuando el médico perito,
— dice, en conclusión, M. Motet, — después de
muchas visitas, encuentra los mismos términos,
los mismos pormenores; cuando basta ponerle
en camino para oir desarrollarse en su inmuta-
ble sucesión los hechos más graves, puede estar
seguro de que el niño no dice la verdad y que
sustituye, involuntariamente, datos adquiridos
á la manifestación sincera de acontecimientos
en que no habría podido tomar parte.»
Como se ve, el trabajo de M. Motet no sola-
mente ilustra un punto de medicina legal sino
que constituye una importante contribución al
estudio de la psicología del niño.
Alfredo Opisso.
-*-
MI AMIGO LÓPEZ
El coi-reo me trajo una carta cuyo sobrescrito
me causó gran extrañeza, no porque fuese para
mí desconocida aquella letra, sino porque la
persona que me escribía nunca lo había hecho.
Más claro. La carta era del único criado que
tenía mi amigo López.
— ¿Por qué me escribirá él y no López? — me
pregunté.
Siempre que recibimos una carta inesperada,
sin abrirla la damos mil vueltas entre las ma-
nos, leyendo repetidas veces nuestro nombre y
las señas de nuestro domicilio, el sello de la
Administración de correos del punto de partida
y hasta queremos penetrar el contenido de la
epístola á través de los
dobleces que en el rever-
so tiene el sobre.
Algunos llegan al pun-
to de mirar la carta al
trasluz para ver sin duda
si se trasparenta el escri-
to y enterarse así de lo
que se les comunica, cuan-
do más natural sería ras-
gar en seguida la cubier-
Yo le quería como á un hermano y López co-
rrespondía dignamente al afecto que le profe-
saba.
Así que, hice mi maleta, monté en el tren y
al día siguiente me presentó en la casa de cam-
po que cerca de Mujerada poseía mi amigo Ló-
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ta y de este modo la cu-
riosidad quedaría saciada
inmediatamente.
Yo miré y remiré el so-
bre, le di vueltas y vuel-
tas en mis manos en la
inconsciencia de la extra-
ñeza que la carta me cau-
sara, híceme todo género
de preguntas y acabé por
conjeturar los mayores
disparates.
Harto de tantas tonterías rompí el sobre y leí:
«Querido amigo: Estoy muy malo. Me muero
poco á poco. Te escribo por mano de Juan por-
que It, mía no puede ni soportar el peso de la
pluma. Tu amigo, López. i>
Esta carta me produjo mucha tristeza.
López era un buen amigo, generoso hasta la
esplendidez, cariñoso hasta el sacrificio, honra-
do, leal y desinteresado.
I pez y en la cual se iba poco á poco extinguiendo
i aquella existencia en otro tiempo alegre y bu-
lliciosa que siempre estaba proyectando lo que
I al fin jamás llegaba á realizar.
I Cuando López me vio, tendióme su mano
abrasada por la calentura y humedecida por el
sudor y me saludó con un «Buenos días» tan
débil, que me pareció un sarcasmo.
Por la tarde, había, al parecer, experimentado
alguna mejoría. Hizo que Juan le colocase bien
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Ui rolna Felipa (1340)
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Tocado alemán del siglo iv-Turbante-El campanario - IIbuuíii de trus cueruos
Rodete alemán
Tocado Inglés del siglo xv— Tocado alemán, según un cuadro de Mabusio
El último hennin
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TOCADOS FEMENINOS
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SMJiiMitlM
318
LA ILUSTRACIÓN IBEBICA
dofi almohadas para sost«nersé*y se sentó en la
cama.
— ¡Y pensar, — me dijo, — que me muero siendo
el hombre más desgraciado del mundo!
Yo le miré con sorpresa y como buscando ex-
plicación clara á sus enigmáticas palabras.
— Si, — prosiguió, — me muero sin haber sido
enteramente feliz. Dejo la vida pesaroso solo
por una circunstancia que á cualquier espíritu
superficial causaría risa.
Seré más expresivo. Yo he sido joven, ya no
lo soy. Esto que parece una tontería explica
mejor que otra frase discreta mi pensamiento.
He sido joven y queriendo disfrutar de los
goces de la vida, jugué, viajé, me divertí cuanto
pude, donde encontré alguna necesidad me apre-
suré á socorrerla y hastiado de todo, cuando
tuve treinta años pensé seriamente en dea- el
último adiós á aquella existencia agitada... Mi
objeto era bascar una mujer digna de mí y ca-
sarme.
Yo creí que aquello seria la cosa más sencilla
del mundo... ¡Ciián equivocado estaba!... No
porque en la tierra dejara de haber mujeres á
quienes pudiese confiar la custodia del sagrado
fuego de mi hogar, no, sino por otras causas
ajenas en absoluto á este punto de vista bajo el
cual pudiera mirarse la dificultad.
Encaminóme á Francia y las francesas me
parecieron ligeras y superficiales; pasé & Italia
y encontré la vanidad en casi todas aquellas
cabezas de Madonna; en Inglaterra eran dema-
siadas rígidas, las alemanas harto serias, y can-
sado de buscar una mujer, imitando en esto á
Diógenes, temí como el cínico griego hallarla
en lo más inmundo y regresé á mi querida Es-
paña para ver si bajo este cielo azul, iluminado
por los espléndidos rayos de nuestro sol, surgía
¡a belleza que debía cautivar mi alma y colmar
de gozo mi corazón.
Conocí aquí y traté á muchas mujeres. Ru-
bias, morenas, de todas clases.
Me miré en ojos grandes y negros velados
por tupidas pestañas y en ojos azules dentro de
los cuales parecían residenciar los abismos ce-
rúleos.
Oí frases de amor de bocas grandes, media-
nas y pequeñas cuyos labios de grana deman-
daban con incitantes movimientos apasionados
besos.
Estreché talles esbeltos y manos diminutas y
hasta mis pies sirvieron de confidente á otros
enanos como los de Cendrillon.
Y, sin embargo, ninguna de aquellas mujeres
llegó á ser mi esposa.
Creerás que la causa de ello sería que yo
fuese muy descontentadizo ó que ninguna se
asemejara al ideal forjado por mi fantasía. Nada
de eso.
La causa de eso, ¡asómbrate! era que me gus-
taban todas, y con todas no podía casarme.
Esto me desesperaba y juré corregir á la loca
de la casa, á mi imaginación, imponiéndola tra-
bas sin cuento.
Y tanto la corregí que cuando quise recordar
pernocté en los cincuenta años sin haber tra-
tado á otras mujeres.
Y por eso no me casé, y por eso me muero
triste, porque abandono el mundo sin saber lo
que es el matrimonio, la vida con una mujer á
quien se ame y por quien se es amado; ignoran-
do lo que son hijos y lo que es ser abuelo.
Al llegar aquí, López suspiró profundamente.
Yo también me había conmovido.
Hi amigo López se murió á los cincuenta y
cinco años pensando en la mujer que le hubiera
hecho feliz, que era, según él, una muchacha
hija de un coronel de infantería, muy bruto, que
vivía en la calle de Toledo.
Según mis noticias, la tal muchacha se había
puesto muy gorda y estaba casada con un co-
merciante á quien hacía una guerra sin cuartel,
recordando que no en vano era hija de un mi-
litar.
R. Hernández y Bekmúdez.
EL ÁNGEL
EN LA MUERTE DE LA STA. D.« ENRIQUETA FALCÓ
Dios le dijo: ¿"Ves el mundo?
Desciende. Serás mujer.
Y anhelante de placer
cruzó la tierra un segundo.
Viola triste por demás,
y remontando su vuelo
tornó nuevamente al cielo
para no volver jamás.
José M.' de la Torre.
*
NUESTROS GRABADOS
FLOBia BILVIBTBXS
Con buen acuerdo &e ha separado el autor de la tradicio-
nal señorita que va cogiendo flores por el Jardín doméstico
y ha representado en su lugar una poética enamorada de la
verdad que da sus preferencias á lo silvestre sobre lo cuida-
dito y á las plantas acuáticas sobre las cultivadas en arriates
y tiestos Ningún Jardín puede compararse, en efecto, A ese
rincón de bosque donde impera en todo su misterioso encan-
to la Naturaleza.
BtTBlTO DI nRA OÁUk
Por Wyatt Eaton
El autor es un pintor norte-americano, poco amigo de ob-
tener éxitos halagando los gustos vulgares. Su obra es ente-
ramente personal, reflexiva, bien observada, tranquila. Kn
cuanto á su manera vése que Eaton ha estudiado mucho á
Rembrandt, de quien ha tratado de imitar las audacias de la
Inz, aunque quizás en ese cuadro le haya resultado dema-
siado brillante la cara en comparación del resto.
KL ClSTILt.0 DE LÉRIDi
Dibujo de J. Serró Patuat
Está situado este castillo en la cumbre de la montaña en
cuya falda se asienta la población y encierra en su interior la
antigua catedral . Es de lo poco que los continuos bombar-
deos que ha sufrido han dejado en la célebre ciudad teatro
de tantas vicisitudes.
LOS PE«r*B4TlV08 D( L4 KlíSTi
Cuadro de O. Sciuti
No solamente como representación arqueológica sino
como bellísimo estudio de figuras merece este cuadro los
más sinceros elogios. Su contemplación evoca el recuerdo
de aquellas flestas paganas que constituyen una verdadera
humillación para las presentes miserables juergas.
FRISCOS DECORATIVOS DEL MnSBO DE VIEMA
por Hans Makart
El malogrado pintor austríaco dejó en esos frescos una
muestra más de su talento poderoso,— aunque un tanto vul-
gar,—y de su admirable habilidad técnica. Cada uno de los
grandes artistas representados lo está con sumo acierto, apa-
reciendo bien caracterizado el genio del dulce Sanzio, la ad-
mirable maestría de Holbein en el retrato, el luminismo
misterioso de Guillermo van Ryn y la soberbia plenitud de
color de Pedro Pablo.
LA LOOITBA DEL BEY KABQC0D01I080B
Cuadro de Bochegrotu
Entre loa lienzos más curiosos que flguraron en la última
Exposición de Bell is artes de París merece citarse esa extra-
ña y grandiosa composición en la cual su Joven autor ha
sembrado todos los recursos de sus cualidades personales y
originales. Experiméntase siempre honda Impresión ante los
cuadros de M. Rochegrosse, de la cual han podido darse
cuenta ya nuestros lectores por el cuadro déla Jacquerte que
reprodujimos hace poco. Es siempre la misma potencia de
efecto, la misma investigación de detalles curiosos, la misma
preocupación de color, puesto todo el servicio de una ejecu-
ción habilísima y constantemente personal. Era imposible
no detenerse ante esa escena extraordinaria representando
La locura del rey Nabucodonosor que traduce de una mane-
ra tan enérgica y curiosa la espantosa calda de ese rey
soberbio precipitándose desde lo alto de su trono en el fan-
go de una cloaca infecta, donde, durante años, debía expiar
sus crueldades y su orgnllo. Reducido á la condición de las
bestias inmundas, allí yace, pisoteado por un ángel implaca-
ble que se revela bajo la luz de un rayo deslumbrador y que,
espada en mano, preside al castigo del monarca humillado y
Tencldo.
Algunas lineas extractadas de los haglógrafos han pro-
porcionado i M. Rochegrosse el asunto de su Imponente com-
posición. Se comprenderá mejor, después de leído, hasta que
punto el artista las ha traducido fielmente:
■ El Dios Supremo habla otorgado á Nebon-Koudorrl-
Ou^'Or la realeza, la magnificencia y la gloria. Levantaba á
los que quería y humillaba á los que quería. Pero cuando su
corazón se hubo hinchado y su espíritu se endureció hasta el
orgullo, fué precipitado del trono y le fué arrebatada su dig-
nidad. Su corazón se volvió como el de las bestias. La ven-
ganza del Altísimo pesaba sobre sus lomos... Comia yerba y
su cuerpo era humedecido por el roclo del cielo...»
TOGADOS FEMENINOS UEDIEVALBS
Nuestros aplausos á las elegantes del siglo xii. Las seño-
ras se recogían el pelo en dos largas trenzas las cuales rodea-
ban luego con una cinta, abrazando alternativamente las dos
y luego una sola. El grabado referente á esa moda es copla
de un retrato de la reina Adela, esposa de Enrique I de In-
glaterra (.1221) que figura en la catedral de Rochester. Por
aquellos tiempos también era universal la moda de la bar-
hulera.
Mas adelante, en 1335, ocurrlóeeles á las damas de alto co-
pete recogerse las trenzas en ambos lados de la cara dándo-
les una forma como de cuerno de animal; escándalo Justa-
mente anatematizado por los predicadores y moralistas, á
pesar de ser una de las principales pecadoras en tal seutido
la reina Felipa.
Años después, comenzaron á complicarse los peinados
con la adición de adornos extra-capilares, especialmente flo-
res. Sirva de ejemplo la figura sacada del Bautismo de Cristo
de Pietro de la Francesca. Como se ve era un tocado muy
elegante.
En el siglo siguiente comienzan las monstruosidades:
véase el retrato de la condesa d« Arundel (tocadoinglés dtl si-
glo xv)¡ el tocado en forma de mitra (aicmánde la misma cen-
turia), generalmente adoptado por las tudescas; el campana-
rio, moda parisiense, de 14M, y la estrafalaria disposición que
se dio subsiguientemente al velo (moda francesa del siglo xv!,
á dicha época pertenece también el hennin, de metal, en fi-
gura de tres cuernos sobre los cuales se sostenía un volumi-
noso velo; el hmnln sufrió su última transformación en 1470,
según puede verse en el grabado correspondiente, que r(i)re-
senta Margarita de Anjou.
Caldo el feudalismo, sobre cuyas ruinas se levantó la mo-
narquía absoluta (Luis XI en Francia, Eduardo IV en Ingla-
terra, Lorenzo de Mediéis en Italia), quiso saludar la moda
semejante transformación y cesaron aquellos excesos indivi-
dualistas para tomar los peinados un tono más respetuoso y
cortesano; de ahí el turbante, el rodete alemán y el artístico
tocado representado por Mabusio en su Adoración de los
Mogos.
En cambio en Alemania llegaba hasta la demencia la ex-
centricidad de la moda, usándose los Inenarrables trajes que
pueden verse en los Amores de las plantas. Bn Italia, llegada
la época de la decadencia, cayó la moda en los excesos más
idiotas, como se ve en el peinado italiano de á últimos del si-
glo XV.
UNA VELADA EN TÚNEZ
Cuadro de Femando Bredt
Es un delicioso cuadro del Oriente, recomendable asi por
su graciosa composición como por el acertado fondo que da
perfecta idea de una ciudad levantina.
CANADÁ
PAISAJES DEL BAJO OTTAWA
EL BKHOLCADOB DE MADERAS
Los grandes lagos y ríos que hay en el Canadá han hecho
que se empleara mucho el trasporte de maderas por medio
de remolcadores, los cuales toman el nombre especial de
lumbers.
-*-
BIBLIOGRAFÍA
Poesias festivas del Rector de Vatt/ogona, con dibujos de
Pelllcer.— Barcelona, 1887. -Inocente López, editor.
Siempre será bien recibida del público una
reedición esmerada de las poesías de D. Vicente!
García, máxime cuando contribuye á hacerla
más amena la colaboración del celebrado dibu-
jante señor Pellicer Montseny. El señor López
ha prestado un buen servicio á las letras cata-
lanas con la reimpresión de quo hablamos.
*
* *
Diario de un deportado, novela de costumbres, por Antonia
Opisso.— Madrid, 1887
Con esto título acaba de publicar nuestra dis-
tinguida colaboradora una novela que tanto por
el sentimiento con que está escrita como por la
idea que la inspira habrá de añadir un nuevo
lauro á los muchos que tiene ya conseguidos.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
319
El Diario ñe un deportado es una tierna ele-
gía que da ocasión á la autora á desplegar la
delicadeza de su análisis sin excluir por esto el
estudio de caracteres, algunos de los cuales es-
tán trazados con mano maestra, revelando un
verdadero estudio del natural.
B. rERNÁNDEZ IhIARTE.
— *
ROMA VEDUTTA FEDE PERDUTTA
i'on
JACINTO LABAILA
(OOHTlSDACIrtH)
n
FERNANDO Á ENRIQUE
Madrid 1° Setiembre de 1880
Mi querido Enrique: Aprovecho esta ocasión
de haberse ido Elisa á casa de su madre, que
está enferma, para dedicarte una abundante
ración epistolar desde la soledad de mi gabi-
nete, con la sinceridad y con los detalles que
me pides, y que, la antigua y nunca desmentida
amistad que nos une desde la infancia, reclama
justamente de mí.
Ahora que puedo respirar libremente, voy á dar
rienda suelta á todos los pensamientos, á todas
las ideas, que, hace dos años, retengo encade-
nados en el rincón más oculto del cerebro, sin
tomar forma viable ni en el diálogo ni en el
papel á impulsos de la pluma, porque me faltó
hasta hoy una persona de toda mi intimidad á
quien poder comunicárselos, estando como esta-
ba interrumpida nuestra correspondencia, sin
culpa mía ni tuya, por efecto de las circuíflstan-
cias que hemos atravesado, ó hablando con más
propiedad, que nos han atravesado.
En dos años, [qué cambio tan brusco hemos
sufrido! ¡Los dos solteros que galleaban en Ma-
drid en primera linea uncidos y agarrotados
por el yugo del matrimonio! Porque tú ya lo
estarás cuando llegue á tus manos esta carta,
que llegará como los agentes de orden público
en España, demasiado tarde. No me avisaste
con tiempo del mal paso que ibas á dar y no es
ya posible que te desvie del abismo, aunque
tampoco creo que lo sería, si me lo hubieses
participado dos meses antes.
Comprendo que al leer el párrafo anterior te
debes quedar desagradablemente sorprendido,
porque tu carta me convence de que estás lleno
de las engañosas ilusiones que me alucinaron,
haciéndome terminar la vida intranquila del
célibe y que te impulsaron á seguir las huellas
de tu desventurado amigo, al que crees muy
ocupado en la felicidad doméstica que ha debido
proporcionarle la mujer cariñosa y amante, que
fué el sueño dorado de toda nuestra vida.
Cuando te di parte de mi boda, exclamaste
con la seguridad y con el aplomo del que con-
serva la serenidad de la razón: ¡Pobi e Fernando!
¡Se ha vuelto loco! Y cuando esto me escribiste
te tuve por insensato, porque entonces vivía
fuera de la realidad, en el mentido horizonte
que nos finge la fantasía enamorada de un es-
tado de perfección en este picaro mundo; hoy
que he descendido de él y que le contemplo á
sangre fría, comprendo que tu admiración fué
muy cuerda y que el demente he sido yo. No
me digas, pues, que mereces que me ría de tí;
lo utico á que eres acreedor en tu flamante es-
tado es á que te tenga lástima, como debe sen-
tirla el esclavo de dos años por su nuevo com-
pañero de esclavitud.
Tienen razón los italianos, mi querido Enri-
que, Roma vedulta, fede perdulta. Cuando se ve
á la mujer querida por la mañana, por la tarde,
por la noche, á todas horas y esta mujer es sen-
sible, apasionada, vehemente; ¡adiós ilusión!
¡adiós falso cielo! ¡adiós ídolo de oro! La mujer
propia que ha de ser tuya veinticuatro horas
diarias y que te obliga á vivir siempre á su
lado, es como las decoraciones de teatro; de
lejos te deslumhran, pero te aproximas hasta
tocarlas con la nariz y sólo entonces ven tus
ojos brochazos y golpes de colores chillones
que á cierta distancia y combinados con las lu-
ces de gas y de Drumont te encantaron por su
aspecto maravilloso.
¡Qué vergüenza para hombres de mundo tan
corridos como nosotros, tener que confesar que
hemos sido víctimas de esa fantasmagoría de la
vida íntima, que nos seducía con todo el encan-
to de un placer desconocido, con toda la magia
de los sueños de la felicidad!...
Tres días antes de doblar la cerviz al yugo
matrimonial, me encontré en la calle á Eilome-
na, á aquella graciosísima viuda que sostuvo
amoríos con entrambos, aunque en diferentes
épocas. Venía de París y vestía con la deslum-
bradora elegancia que le es peculiar. La di
parte verbalmente de mi próximo enlace y la
invité á asistir á la misa de mi boda; ¿sabes lo
que me contestó? — «Gracias, no quiero ver fu-
silar á nadie.»
La redomada Filomena siempre vio muy lar-
go y muy adentro. Hasta ayer no la volví á en-
contrar. Iba en una elegante berlina. En cuanto
me vio hizo parar el coche. Me aproximé y me
preguntó con viva curiosidad que traslucí en su
fisonomía: — ¿Te prueba el matrimonio? — Fuiste
profeta, — la contesté, — me han fusilado. — Al
oir mi respuesta soltó larga, franca y sonora
carcajada. Yo eché á correr, la berlina me imi-
tó. Sí, Enrique, me han fusilado moralmente.
No creas, por esto, que mi mujer es como yo
no la imaginaba, no. Elisa es un modelo en su
clase, ha recibido buena educación, está dotada
de excelentes sentimientos, enamorada de mí
hasta el extremo de no querer que me separe
nunca de su lado, es tan cariñosa y tan dulce
que con frecuencia derrama lágrimas de cariño,
y tan celosa, que me es imposible salir de casa
sin ella... ¡Hé aquí mi horrible presente y mi
tremendo porvenir! ¡Hé aquí el ideal femenino
encamado en mi propia mujer, que, sin descen-
der del pedestal, me cansa con sus incesantes
caricias y me ahoga con sus interminables
abrazos!
Hay momentos que acuden á mi memoria los
versos que escribiste á Gabriela cuando te fati-
garon sus caricias extremadas:
La esperanza de ayer, hoy es recuerdo;
el placer, es hastio;
el afán , es desvario
y la dulzura empalagosa al fin, etc.
Eilosofía exacta y verdadera arrancada d'
aprés nature, como dicen los franceses. Estoy
pues, mi querido Enrique, empalagado y lo peor
del caso es que no es posible desempalagarme.
Mi mujer ha escrito sobre la portalada de nues-
tro matrimonio el espantoso letrero que escribió
el Dante en la puerta del infierno: Lasciate ogni
speravza voi qui éntrate. Deseaba encontrar en
mi cónyuge cariño, mucho cariño... pero no
tanto!!!
No abrigo ni la esperanza d« reñir con ella
para siempre. Esto es imposible, no por el es-
cándalo que producen semejantes separaciones,
sino por las condiciones especiales de su carác-
ter y las del mío. Figúrate tú que Elisa está
siempre pendiente de mi voz, que se plega á
cuanto me ocurre, que á los ojos de cuantos nos
conocen y nos visitan me hace aparecer como
un marido modelo, que ante la sociedad yo soy
el que manda y ella es la que obedece, pero que
en realidad no es así. No es así; porque me ocurre
ir solo á alguna parte y empieza por decirme
que haga lo que me parezca, pero que piense
que la dejo sola en casa y aburriéndose, que la
tengo poco cariño porque no la quiero llevar
conmigo á donde yo vaya, etc., etc. Yo protesto
diciéndola que la quiero muchísimo, pero que no
por eso debo estar cosido á sus faldas, que eso
es demasiado exigir, etc., etc. Pues bien; mi es-
posa en vez de ofenderse de mis palabras y de
contestarme con tono tan alto ó má.s que el mío,
exclama: «Ya no me quieres, ¡te has cansado
de mí!» y sus ojos son dos ríos de lágrimas, y
como yo conozco que las hace brotar el cariñoso
afecto que me profesa, cedo y no salgo de casa
ó salgo con ella. Me vence siempre llorando;
por eso digo que en realidad ella manda y yo
obedezco; concluyo siempre por hacer su vo-
luntad.
Si en vez de llorar manifestase la fortaleza de
carácter que poseen otras mujeres, replicándome,
queriéndoseme imponer, nada conseguiría de mí,
he dicho mal, conseguiría que á las cuatro ó
cinco réplicas agrias que mediasen entre los dos,
tronásemos por completo y á la cuarta ó quinta
cuestión acabaríamos por separarnos para siem-
pre: conoces bien mi carácter enérgico, indepen-
diente y soberbio, sabes que no puedo sufrir que
se me atrevan; si mi esposa se me atreviese, ¡adiós,
paz del hogar! ¡Adiós estado tranquilo del ma-
trimonio! Pronto terminaría todo. Pero en vez
de atrevérseme, llora y... ¡malditas sean las lá-
grimas de la mujer!.. Como las derrame una es-
posa enamorada eres perdido; no tienes más
remedio que ceder para evitar un cataclismo; no
te queda otro recurso que tascar el freno y aca-
riciarla.
Cuando llora una querida, te ríes; conoces
que rara vez deja de haber un fondo de egoísmo
en su llanto, porque te interesas mucho menos
por ella, porque desde el principio de las rela-
ciones profesas respecto á ella la teoría de á
rey muerto, reí) puesto; pero cuando se trata de
la mujer propia es muy diferente; y mucho más
si la hacen llorar los celos que á cada momento
la asaltan, nacidos de la vida pasada que llevó
el marido, cuando era mariposa y corría por el
jardín de flor en flor, como le sucede á Elisa
respecto á mí; como no lo dudes, le sucederá á
Rosalía contigo.
Nuestra, pasada vida, mi querido Enrique, se
vuelve contra nosotros desde el momento que
nos unce el exclusivo y sacrosanto yugo del ma-
trimonio: en el secreto de la intimidad referimos
á nuestras futuras esposas, cuando las galanteá-
bamos, algún suceso de la serie de aventuras de
nuestra juventud; (lo que acaso las encendió los
deseos de sujetarla hasta entonces voluble vele-
ta de nuestro corazón), y ellas no olvidan ya
nunca que nos hemos paseado en carrera triunfal
por el reino del amor. El temor á que cometa-
mos pecaminosas reincidencias las asalta por
todas partes y sin justo motivo; y hé aquí porque
no nos quieren dejar salir solos de casa, hé aquí
no quieren ni que miremos á las mujeres que
pasan por nuestro lado, como si nuestras mira-
das lanzadas al acaso hubieran de producir un
incendio de cariño en el alma de una transeún-
te que vemos por primera vez y que quizás no
volvamos á encontrar en nuestra vida.
Porque no lo dudes; la esposa enamorada pro-
fesa al esposo cariño tan absoluto que paradla
es indiferente todo lo demás del mundo, 6 ha-
blando con más propiedad, concentra el mundo
en él; pero en cambio, exige que nosotros con-
centremos el mundo en ella: esto, como compren-
des, es un absurdo, porque el corazón del hom-
bre necesita otras expansiones lícitas que no
hacen falta al corazón de la mujer, y de esto ni
se quiere hacer cargo ni se le hará en toda su
vida mi apasionada Elisa.
Puedes comprender ya de lleno mi espanto-
sa situación: el lazo de mi casamiento se ha con-
vertido en cadena, que arrastro penosamente;
las flores del amor, á fuerza de restregármelas
por la nariz, sacan las pinchas y me punzan; la
miel del cariño, prodigada á todas horas, me
produce continuas indigestiones... ¡Ah, Enrique,
cuánto daría porque Elisa me quisiera menos!..
¡Mírate en mi espejo, y tiembla!
Bien sé que cuando recibas esta carta no
darás crédito á mis amarguras conyugales,
porque estarás gozando de la luna de miel y
mientras ésta dure serás muy feliz con tu cari-
ñosísima esposa, como lo fui yo en los primeros
meses; pero esa luna no es eterna, ni siquiera
larga, tiene un cuarto menguante de fatal recor-
dación, y después... se apaga la luz y el cielo se
cubre de negra.s nubes que te sumen en constan-
te oscuridad.
Como sé esto por experiencia te ruego que no
contestes por ahora al fondo de mi epístola; re-
sérvate esa contestación para cuando se cumplan
los dos años de tu matrimonio: sin perjuicio de
3-20
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
lo'qae t« indico escríbeme, pues deseo como tú,
que continúe nuestra interrumpida correspon-
aencia.
No enseñes esta carta á tu mujer, porque si
la lee, me profesará desde ese momento odio á
muerte, y sentiría inspirar semejante pasión á
la esposa de mi amigo más querido.
Cuando me contestes dirige el sobre á mi no-
driza Angustiad Pérez, Costanilla de los Ange-
les, 4: no quiero que mi cónyuge se entere de
que mantengo correspondencia con nadie, porque
esto me proporcionaría un disgusto. No soy due-
ESCENAS DEL BAJO OTTAWA (GANADA) EL REMOLCADOR DE MADERAS
ño ni de cartearme con libertad con un amigo. ' matrimonio al mió, como un suplicio á otro su- i te la desea lo más ligera posible este presidia-
Si he de proceder contigo con lealtad no debo plicio; me concretaré, pues á desearte, que tu | rio de la cárcel matrimonial, que se llama
felicitarte por tu nuevo estado ya que según los esposa te adore menos que me quiere la mía. j
precedentea que me das, debe parecerse tanto tu | Adiós, Enrique, adiós compañero de cadena; | (Se continnará.) Femando.
UlfllBIUCMí: tota, 36S-3(7, Kimi loliiu, Editor.— Rturtidos los dtrwhos dt propiedad artístiu j iítwtrit.— Í4s recJiíDuioDts en Madrid, il reprtseDUiU de tsh Cui D. Miguel Pli j Valor, Apodaea, 10, 2."
) INSÉRTESE Ó NO, NO 8B DEVUELVE NINQUN ORIGINAL (
trtámiMmamnTo TtroaHlnco di B. Basboíl.— Cm.lb de VnxARnoBL, hóm. 17 ihsanchb db San Ahtohiú.— Barcblon*.
Año V
Barcelona 28 de Mayo de 1887
Núm. 230
C3on el presente número repartimos el suplemento de modas EL MUNDO DE LAS DAMAS, correspondiente al mes actual
ARTE Y BELLEZA
6i>6
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
SUMARIO
TixTO.— JTodrid. Carta* A wá ¡trítma, por Fernanflor.— £1
rieUniMa (r«DUnusciAn>, por ViwnteBUscoIbáñes.— £c-
irUlm etatti/tea, por Alfredo Oplsso. — í^cínro»; A muchos y
á mbkgimo (conliniueióu K por Cl&rlu — ¿ns bodat de
Atkmit, por J. Miró Filguera —A oritiat átl Cantibiico
vpoesu), por A. Alcalde y Valladares.—^ Eíi$a (poeslai,
por Vicente de Arana— JBi"6íio¡;ro/ío, por C. M.— Nuestros
grabados . —Jioaui veáutta ftdt perduUa (continuación),
por Jacinto Labaila.
GtáBtoos.— Arte y belleaa.— El arte en casa.— Recuerdos de
las carreras de caballos celebradas eu'Uarceloua.— Mariet-
ta. — Después de la tempestad.— Una ateuclón delicada —
La Cartuja de Londres.- Casa de patos —Una inundación
inminente.- El té de las muñecas.— Los acantilados de
U costa de Crimea.
MADRID
GA.K.TA.S A. 2>CI X> fl I It^C .A.
EN EL MUNDO DEL CRIMEN
iKifiDA Carmen: En Madrid se lee de pre-
ferencia las reseñas del juicio oral de Ar-
chidona. Esta causa excita inmenso inte-
rés por los orígenes del crimen, que son amor,
celos, odio y venganza; por la ilustrada barba-
rie,— si es posible juntar estas palabras, — del
medio empleado por el asesino para consumar
su crimen y por la serenidad excepcional que
demuestra el criminal ante sus acusadores y sus
jueces. No pienso hacer un extracto de esta
causa porque tti le habrás leído ya en los dia-
rios y porque le ha leído ya todo Madrid y toda
España, mas la preocupación general me indica
que mi deber de revistero es hablar en esta cró-
nica de asuntos criminales y trágicos. Mucho
sentiré quitarte el sueño de la noche ó llenár-
telo de espantables visiones... Sirvame de dis-
culpa lo que te digo; cuando todos tienen de-
lante de los ojos espectros sangrientos es inútil
querer distraerlos con frivolidades.
La edad y la experiencia que viene con ella
hacen que el hombre vea con diferentes senti-
mientos al criminal; quiero decir, que si nos-
otros cuando niños y cuando jóvenes, influidos
por laí5 teorías de la moral, de la virtud y del
honor sentimos horror inmenso hacia el reo de
un bárbaro crimen, luego cuando peinamos ca-
nas solemos contemplarle con profundísima com-
pasión. Si primero fué para nosotros un malva-
do y solo un malvado, luego es un infeliz y un
infeliz desdichadísimo. Sin el Código penal no
habría sociedad posible, claro está; mas yo creo
que este Código ha sido hecho para contener
más que para castigar; el castigo llega tarde y ni
corrige ni castiga nada. Lo que hace sí es vigori-
zar en los demás ese sentimiento de aversión
hacia el delito y hacia los delincuentes; senti-
miento noble, sano, depurador de nuestra natu-
raleza, compuesta de una sangre que hierve con
un simple calor, con una simple palabra y de
un aire encerrado que se llama alma y el cual
aire lucha por salir tempestuosamente de sus
recónditos encierros.
Pero ese fuego de las pasiones es tan eficaz
y se prende en el corazón tan fácilmente que el
hombre experimentado se aterra ante el relato
de los crímenes de la pasión como si hubiese
sido él mismo quien le hubiese cometido... ¡Ha
visto en su larga carrera zozobrar tantas con-
vicciones, deshacerse tantas firmezas, oscure-
cerse tantas luminosísimas inteligencias, bo-
rrarse súbitamente tantas virtudes, enloquecer
tantos juicios, transformarse, en fin, tantas na-
turalezas!
Sólo quien no ha vivido muchos años puede
creer que no podrá sentarse en el banquillo del
acusado. Si en el caso de Peris, sólo por su li-
bre voluntad ha podido llegar al crimen, en
otros ciento se llega por la voluntad de los de-
más 6 por un camino desconocido, de accidentes
que distraen y en los cuales nada se ve de es-
pantable basta que de súbito, en el final, se des-
cubre un paraje donde hay sangre y muerte.
No hace mucho tiempo que pasando j'o por una
de las calles extremas de Madrid vi un corro
de gente al lado de una taberna. Me enteraron
del caso. Aquella noche y en aquel figón habían
entrado dos hombres y una mujer, esta última
unida por vínculos estrechos con uno de ellos.
Habían pedido algunas copas y estaban ale-
gres, uno de los hombres quería más vino, el
otro y la mujer no querían que se bebiese más.
— }Eres un roñoso! — dijo el uno. — ¡Vamonos! —
exclamó la mujer levantándose. — ¡Tú te callas,
— repuso el primero dirigiéndose á ella, — ó te
doy un bofetón!^ — ¡Tú á mí! — replicó la mujer;
y sacando una navaja se la clavó en el pecho.
Así viene el crimen, por el camino del placer y
de las alegrías, luminoso y súbito como el rayo.
La pobre naturaleza humana propende tanto á
la fiereza que hasta en sus accesos de compa-
sión puede demostrarla. Muchas veces hemos
visto que algún niño martirizaba á un pájaro
ó á un perro y le hemos advertido que no lo
hiciera. ¿Cómo? Por regla general pegándole un
cachete.
Al hablar de Peris he hablado en la suposi-
ción de que sea criminal; asi aparece con fun-
damento de la causa; mas hay en ella cierto de-
talle que viene á corroborar mis pensamientos.
Uno de los testigos ha manifestado que el
mismo Palomero, — victima de la explosión de
la caja infernal, — le había preguntado donde
hallaría un cartucho de dinamita, con objeto de
colocarlo bajo la habitación de su suegro. Dijo
luego Palomero que lo había preguntado por
broma. Pero al suegro, que sin duda lo supo,
debió parecerle broma pesada. ¿Acaso el víctima
no llegó á ser asesino por haber sido asesinado
antes? ¿Quién sabe lo que hubiera traído el por-
venir?
Si esta suposición te parece irrespetuosa para
la memoria del infeliz Palomero, discúlpame al
considerar que los asesinados no tienen ya per-
sonalidad moral, pues entregados á los tribuna-
les en ellos todo se revela, todo se discute, todo
se publica; siendo lícito aventurar las suposi-
ciones más ÍDJuriosas, pues lo exige la defensa
del reo; y porque no es posible dejar de oir á
los testigos, cuya boca unas veces está henchida
de sinceridad y otras pletórica de maledicen-
cias. ¿Qué no se ha dicho en este juicio? Des-
honrados han quedado todos; victimas y crimi-
nales; y ciertamente que algún asesinado, — si
los muertos tuviesen elección, — preferiría que
le asesinasen otra vez á seguir jífiviendo en el
mundo tal como le han dejado las reparadoras
dilucidaciones de la justicia.
También son entretenidas estas reseñas de
los juicios orales. Las preguntas y respuestas
de los testigos pueden competir con los diálo-
gos más interesantes de los folletines; la tene-
brosidad del crimen se rasga con un chiste ó
con una simpleza de un testigo. Los asesinos
hacen reir á veces. Los presidentes no se des-
deñan, tal vez, de mostrar su ingenio ante el
numeroso concurso; á veces nadie cree que es-
tas carcajadas que se oyen puedan ir á estre-
llarse contra los maderos de un patíbulo. Y, hay
que reírse, en efecto; porque la risa es superior
á la voluntad; está en el alma la cual nos per-
tenece menos que nosotros la pertenecemos. Yo,
querida prima, desafío que haya hombre bas-
tante serio para oir imperturbablemente la
salida de cierto criminal, que indignado por la
declaración de un testigo, — declaración que el
escribano apuntaba solícitamente, exclamó: —
¡Testigo, sois un grosero! Os escupiría á la
cara sino temiese ensuciar al señor escribano.
La serenidad de Peris ha contenido á la
opinión, bastante; porque la enormidad del cri-
men, debía, — ya lo dije, — abrumarle. Es rara la
serenidad; supone un gran carácter. Los crimi-
nales no avezados suelen turbarse en el mo-
mento del crimen, no tan sólo después. Algunos
por su misma turbación se pierden y no le
realizan. Puesto que consulto á mis recuerdos,
recuerdo un hecho, que hace pocos meses ocu-
rrió en Valencia: un grupo de muchachos ro-
deaba á una mujer que pretendía huir de sus
perseguidores. Uno de los chicos, se apartó,
buscó á una pareja y la pareja detuvo á la
mujer. ¿Qué había hecho? Se dirigía hacia la
huerta de Ruzafa con un envoltorio bajo el de-
lantal. Los muchachos se apercibieron de que
ocultaba la mujer un niño recién nacido; por-
que el niño lloraba... Temieron que la mujer
quisiese arrojar la criatura en una de las ace-
quias que por allí corren; la siguieron, la acosa-
ron... la aturdieron. Y entonces, ella, arrastrada
por su mismo delito, en vez de conservar la
criatura, la arrojó sobre un montón de paja;
envuelta en unos trapos; pero viva. Presa,
negó; tardía serenidad; ya estaba perdida.
El semblante de la Verdad es terrible porque
en efecto, él es el solo rostro que aparece siem-
pre sereno, sin esfuerzo; porque de propio sor
es inmutable. La ficción es un estado violento;
una tensión de los nervios q\ie al fin y al cabo
se estiran y aflojan como las cuerdas del arco
siempre armado. El día gasta mucho la con-
ciencia del criminal, porque el día le trae la
visita de los hombres; pero la noche le gasta
más, porque entonces le visita su deseisperación.
Cada prueba que se presenta es una herida que
recibe el criminal; y si el alma qtiiere resistir
siempre, — como el espíritu del soldado en las
batallas, — el cuerpo al fin desfallece y se dobla.
Y llega un momento en que la misma vida no
merece luchar tanto, ni tan penosamente contra
la vindicta de la sociedad, y el criminal dice:
— ¡Sí! Es cierto, soy un asesino; perdonadme ó
matadme. ¿Llegará este momento para Peris?
En el primer instante se creyó que Palome-
ro había preparado él mismo la caja para suici-
darse. Pero luego la opinión, casi unánime, se
fijó en Peris. La opinión es un jurado que no
sentencia; y que si para condenar debe tenerse
en cuenta, debe tenerse más aún para perdonar.
Bien es cierto que son raros los casos en que la
opinión se revela unánimemente contra la sen-
tencia de un tribunal. Esto se ha visto, sin em-
bargo; yo recuerdo también un hecho de esta
especie. Allá, por el año 84, recayó sentencia
en causa de asesinato sobre un vecino de cier-
to pueblo de Murcia; fué condenado y los ve-
cinos del pueblo acudieron al presidente de
la Audiencia, en número de quinientos, para
decirle que el sentenciado era inocente y no po-
día menos de serlo. Ellos estaban dispuestos á
jurarlo asi y á justificarlo donde fuese necesa-
rio; y contra los manifestantes se hallaban los
individuos de la familia de la victima. El pre-
sidente de la Audiencia, conmovido ante aque-
lla ola de la opinión, lloraba como un niño;
pero no podía hacer nada porque la sentencia
se había dictado. Los tribunales le condenaron;
un jurado le hubiese concedido, tal vez, repara-
ción triunfal. — Más aún que el crimen, aterra la
inocencia sentenciada.- — Y al menos en anti-
guas naciones era uso celebrar fiestas públicas
para la proclamación de la inocencia sentencia-
da; pero en las modernas la única reparación
es decir: «Nos hemos equivocado; ya está V. li-
bre: le devolvemos á V. (triste, viejo, cano, sin
ilusiones ni esperanzas) á la consideración par-
ticular de sus amigos.» Yo creo que la sociedad
es muy sobria en las fórmulas con que rehabilita
la inocencia acusada, sentenciada y encarcelada.
No hablo de la inocencia que ha muerto en los
patíbulos: para esas... el cielo.
Veo que esta conversación, como todas las
mías, va siguiendo el curso caprichoso de mi
fantasía, desligándose de mi voluntad... Yo
quise en un principio demostrarte que por
grande que fuere el crimen de un hombre, debe
inspirarnos más lástima que repulsión, porque
los crímenes dimanan de nuestra naturaleza
primitiva, que la cultura social no desbasta
completamente, quedando siempre en el varón
más juicioso alguna veta de la materia misera-
ble primitiva. Dejemos al fiscal (ese señor cuyo
oficio es hacer daño; como definía cierta mujer
de un procesado que buscaba la casa del golilla
para conmoverle) dejemos á los jueces la dolo-
rosa misión de execrar y condenar. Doblemos la
cabeza ante la justicia de la sociedad, terrible
y necesaria... Pero confundamos nosotros en un
LA ILUSTRACIÓN IBER[CA
339
sentimiento de piedad á los muertos y á los ma-
tadores.
¡Ah! querida Carmen, el resumen de todas
las causas, de todos los juicios orales, se expre-
sa casi siempre en ima de estas palabras: ¡Igno-
rancia! ¡Miseria! ¡Locura! ¡Pasión!
Y sobre la fosa de quién obró por ignorancia,
por miseria, por locura ó por pasión los que no
tenemos necesidad de sentenciar sólo debemos
poner este epitafio:
¡Desdichado!
Febnanflor.
-«-
EL VIOLINISTA
(OONTr HOiCIÓN )
— ¡Hola, gran picaro! — le decía siempre al
encontrarle. — Ya sé que tienes una novia muy
hermosa, y por cierto que siento grandes deseos
de conocerla.
— ¡Bali! — contestaba invariablemente. — No
es del todo fea: ya la conocerás más adelante.
Y se veía que al momento procuraba cambiar
de conversación.
— ¿Cuando podré oir alguna cosilla tuya?
A esta pregunta siempre contestaba rubori-
zándose y asegurando que yo estaba en un error,
pues el se limitaba á tocar el violin y no había
compuesto una nota en toda su vida.
Esto no era verdad.
Ricardo era tímido en el trato, mas, á pesar
de ello, se conocía que en su alma tenía un gran
acopio de pasión próxima á desbordarse en al-
guna circunstancia suprema.
Varias veces me propuse verle con más fre-
cuencia; ser su amigo del alma, pero las peri-
pecias de mi vida me separaron de él por lar-
gas épocas.
Un día le encontré en la calle y su aspecto
me causó alguna extrañeza.
No le había visto en muchas semanas y no
pude menos de notar que estaba bastante cam-
biado.
Sus ojos en vez de aquella mirada dulce y
benévola que le era peculiar, tenían una expre-
sión triste y aun algo siniestra.
Andaba contra su costumbre apresurado, y
en sus movimientos se notaba un desembarazo
y una decisión que no le eran propios.
En fin, toda su persona se había despojado
de aquella antigua capa de timidez y encogi-
miento para dejar traslucir algo semejante á
desencanto, ira ó desesperación.
• — Oye, FeHpe; me alegro mucho de encon-
trarte,— dijo en el momento (pie me vio, con
voz que en vano pretendía convertir en tran-
quilo.— Acaba de sucederme una cosa que in-
dudablemente tendrá gran importancia en mi
vida futura. Tú conoces más que yo el mundo
y necesito que me aconsejes.
— Ya noto en tí algo extraño. Pregúntame lo
que quieras que al momento te responderé como
Dios me dé á entender.
— ¿Qué harías tú si una mujer á quien ama-
ras te abandonase por otro?
— ¡Toma! Donosa pregunta. Procuraría olvi-
darla cuanto antes para entregar á otra mi co-
razón.
.^
•^#
EL ARTE EN CASA
Hiedra: escultura en roble.— Maestra de una obra hecha por un alumno de 15 años.— Un entrepa&o en roble
— Así sois todos. ¡Miserables! O no tenéis
corazón ó estáis embrutecidos.
Y tras ese exabrupto Ricardo escapó calle
arriba con paso rápido, mientras que j'o com-
prendiendo el alcance de su pregunta me alejó
en direcciÓQ contraria murmurando:
— ¡Pobre muchacho! De seguro se *ha vuelto
loco.
III
Pasaron no recuerdo si uno ó dos meses sin
que volviera á ver á Ricardo.
Una noche en que me paseaba solo por las
calles de Madrid, no sabiendo qué resolver en-
tre meterme en algún teatro ó pasar la velada
en casa de un amigo, sorprendióme la lluvia
cerca del café en que tocaba Ricardo.
Al momento sucedió lo de siempre. Los tran-
seúntes se guarecieron bajo los arcos de las
puertas, los coches de punto fueron ocupados
en un momento, los ómnibus se llenaron, y yo
que no llevaba paraguas me vi en la espectativa
de tener que arrostrar la ira de las nubes si no
me acogía al elegante establecimiento en que
se hallaba mi amigo.
Tomé esta última resolución y abriendo la
cancela de cristales penetré en el café.
Este presentaba un aspecto deslumbrador.
Los ricos artesonados del techo y las doradas
filigranas do los mures brillaban heridos por
las luces que incesantemente se agitaban en
sus globos de cristal, y los colosales espejos re-
flejaban el conjunto del salón prolongándolo
hasta lo infinito.
De seguro que os extrañaréis de tan analítica
de.ícripción, pero el recuerdo de aquella noche
ha quedado de tal modo grabado en mi memo-
ria, que aún parece que me veo penetrando en
el café.
La lluvia era la causa de que aquel estable-
cimiento de continuo bastante concurrido, se
viera en la tal noche atestado de un público in-
quieto y bullicioso.
Los camareros apenas si lograban abrirse
paso entre la gente que sentada ó de pié se
agrupaba junto á las mesas, y por todas partes
sonaba un prolongado y mortificante ruido que
venía á ser producto de mil distintas conver-
saciones, y en el cual se destacaban las palma-
das de los parroquianos, los saludos cruzados
de una á otra parte del café y el argentino retin-
tín de las cucharillas y los platillos del azúcar.
Así que penetré en el establecimiento, fuíme
directo á la plataforma sobre la que se osten-
taba el piano.
En ella dejaba oir todas las noches Ricardo
las notas de su vioIín, acompañándole un viejo
pianista, verdadero veterano del arte, rutina-
rio y vulgar.
En una mesa situada junto á la plataforma
vi á mi amigo... ¿pero en qué estado?
A no ser porque me llamó, de seguro que
hubiera tardado en reconocerle.
Vosotros habréis leído en las leyendas fan-
tásticas, como algunos paladines después de
muertos, se presentan por la noolie á sus ene-
migos y levantan la celada de su careo, para
dejar ver un rostro enjuto lívido y agujereado
por dos ojos oscuros y fosforecentes.
Pues igual aspecto presentaba aquella noche
la cara dé Ricardo.
Además había adelgazado hasta el punto do
que su traje cayese á pliegues á lo largo del
cuerpo, como demostrando que la fecha de su
nacimiento dotaba de otra época en que su
dueño tenía mejor aspecto físico.
— ¿Qué tienes Ricardo? ¿Qué te ha sucedido?
— dije así que ocupé una silla á su lado.
— He estado enfermo.
— ¡Ah demonio! — exclamó yo entonces recor-
dando la última entrevista que con él tuve y
de la cual mi memoria no conservaba el menor
vestigio. — Ya comprendo. Has estado enfermo
á consecuencia de aquella decepción amorosa
que hace tiempo sufriste.
— Los médicos no han podido conocer mi
enfermedad, y aún como gracias á mi suerte he
salido bien de ella, — contestó mi amigo con en-
tonación seca y nerviosa.
Y luego, como aquel que desea mudar de
tema en su conversación, continuó:
— Llegas á buena hora pues esta noche vas
á conocer una de mis obras musicales.
— ¿Vas á tocarla aquí?
— Dentro de algunos minutos.
— ¿Y á qué se debe tal variación en tu ca-
rácter?
— ¡Qué quieres! he mudado de parecer. Antes
componía para una sola persona y deseaba que
mis cantos fuesen para todos un misterio tan
impenetrable como las pasiones de mi alma...
ahora desgraciadamente voy á componer mú-
sica para todo el mundo.
(Se concluirá.)
Vicente Blasco Ibáñez.
RECUERDOS DE LAS CARRERASDE CABALLOS CELEBRADAS EN BARCELONA
En la plíta. -Salto de obstáculos.-En la pelouíe.— Desfile por la calle de Cortes.
M A Rl ETTA (Cuadro de P. de Raveustefn)
34-2
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
REVISTA científica
Cn» nuera woria <1e lo» terremotos. -Sobre la pneumonía
aguda — Nenmoterapla— Iji morflQomania en los anima-
les.-Propledade* antlépicaa de las esencias.— Accidentes
causados por el mido.— Kl estudio de la mediclua en Ale-
manía. «
En la sesión del 18 de Abril próximo pasa-
do, leyóse en la Academia de Ciencias de París
una interesante comunicación de M. Oppermann
exponiendo una nueva teoría de los terremo-
tos. »Los temblores de tierra, dice un extracto
de dicha sesión, son atribuidos por la mayoría
de los geólogos á la presión que ejerce el vapor
del agua formado, á grandes profundidades ba-
jo el suelo, por las infiltraciones de las aguas
superficiales á través de terrenos permeables ó
agrietados.
»Ahora bien; si el vapor del agua obrase por
simple presión, seria menester para que logra-
se levantar los terrenos que le están superpues-
tos, que estuviese encerrado en cavidades que
presentasen anchas superficies y, en el momen-
to en que ocurriese la ruptura de equilibrio, re-
EL ARTE EN CASA: MISCELÁNEA DE TRABAJOS EN TALLA
sultarian desórdenes muchísimo más graves que
los que acompañan á lo^i terremotos más desas-
trosos. Las sacudidas, á veces violentísimas,
pero á menudo apenas perceptibles, que se ¡¡ro-
ducen siempre en el centro de la región afec-
tada presentan, por el contrario, una grande
analogía con los sacudimientos ocasionados por
la brusca expansión de los cuerpos sólidos ó lí-
quidos transformados súbitamente en cuerpos
gaseosos M. Oppermann cree que son ocasio-
nadas por verdaderas explosiones subterráneas
j>roducifIas por desprendimientos instantáneos
de yapfjr de agua. Añade que, pjira que las con-
diciones de su teoría se encuentren realizadas,
b.-i>ta que la corteza 8ea,j)ermeableó esté agrie-
ta<la ha.sta cierta profundidad y que las rocas
situadas á esta profundidad sean susceptibles
de ser at,ií:MÍ:is yt,r el agua llevada á una tem-
peratura muy elevada, condiciones que no le
parecen inadmisibles.»
M. Oppermann acalia de comjiletar esta ex-
posición (le su teoiia en la siguiente comunica-
ción, inserta (^ii un periódico científico: «En
ciertas regiones trastornadas, dice, })ue(lcn exis-
tir terrenos calcáreos y cavernosos hasta una
profundidad bastante grande. Las cavidades sub-
terráneas que las agitas de infiltración han ido
cavando, pueden, á pesar de les grietas que sólo
dejan pasar el agua y el vapor lenta y difícil-
mente, ser asimilados á recipientes cerrados
conteniendo vapor bajo presión y agua á la
temperatura de ebullición correspondiente.
Esas temperaturas y esas presiones aumentan
de una cavidad á ntra á medida que so va ga-
nando en profundidad. Si dos cavidades en que
las presiones son diferentes acaban por comuni-
car súbitamente entre sí por la ruptura de la
pared que las separaba ó el ensanchamiento de
las grietas que las enlazan una á otra prodú-
cese una descarga brusca en la cavidad en que
la presión era más elevada, y, por consiguiente,
transformación instantánea en vapor de una
parte del agua que contiene, es decir, una ver-
dadera explosión.
»Si se admite un incremento de temperatura
de 1° por 30 metros, el fenómeno puede produ-
cirse ya A profundidades relativamente débiles
de 4.00() á 5.000 metros bajo el suelo.»
Esta teoría parece bastante satisfactoria, por
mas que, á la verdad, nadie sepa nada todavía,
á punto fijo, sobre los terribles fenómenos de
los que tan amtirgos recuerdos guardan nues-
tras provincias del Mediodía, las de S. E. de
Erancia, casi toda Italia y recientemente el va-
lle del Arizonas.
Es importante también, en otro concepto, la
nota dirigida últimamente por el sabio catedrá-
tico Dr. Jaccoud á la misma corporación, rela-
tivamente á una de las causas de la pneumonía
aguda y á uno de los orígenes de los micro-or-
ganismos que la caracterizan. Según M. Jac-
coud, contrariamente á las proposiciones emiti-
das cuando se reconoció que la pulmonía era
una enfermedad con microbios, el enfriamiento
es una de las causas eficaces de esta afección y
la presencia de los pneumococos, sea en los es-
putos, sea en los piilmones, es resultado de una
infección intrínseca, de una auto-infección. Los
pneumococos no han venido de fuera, no han pe-
netrado en el organismo en el momento en que
ha experimentado la acción del frío sino que
existen previamente en el hombre: mientras la
salud es perfecta, son inocentes, pero la pertur-
bación que resulta del enfriamiento permite su
difusión y proliferación.
Dada la justa autoridad de que goza M. Jac-
cond es de excepcional valor su parecer.
Con el título de Neumolerapia: Tratamiento de
las enfermedades del peí ho por la aei'oterapia y
las inhalacioiies acaba de publicar el distinguido
médico de esta capital D. Ernesto Sánchez Co-
mendador un interesante opúsculo relativo á
dicha especialidad terapéutica, en el que hace
gala de sus vastos conocimientos en la materia
y de su competencia en la misma. Realmente el
tratamiento neumático es uno de los que mejo-
res resultados prestan en aquella clase de do-
lencias y aún en algunas más, cuando está bien
dirigido y es convenientemente aplicado, lo cual
no siempre ocurre. El doctor Comendador, cuyo
privilegiado talento y ardiente entusiasmo por
la ciencia le han conquistado un envidiable lu-
gar entre nuestros más acreditados facultativos,
se ha dedicado con incansable perseverancia al
estudio de dicha especialidad, consiguiendo
montar un establecimiento que reúne cuantos
adelantos se han realizado hasta el día.
La humanidad puede estar orgullosa de pe-
garle sus vicios, — ó algunos de ellos cuando
menos, — al resto del reino zoológico. Asi, resul-
ta que en los países donde es costumbre fujuar
opio, no es raro ver entre los fumadores algunos
pobres animales tf'nveitidos en moifinóiiiimos á
consecuencia de su ¡¡ejinuneiicia l.iibitual entro
los vapores opiáceos.
Según L. Jammes, que ha sido testigo de ello
en Concliiiicliiiiu 3' eti Cninboja,— ó Cambodge
que decimos aiioia ios españoles, — ora es un
gato que tiene la costumbre de posarse sobro
la cama de campaiTa mientras su dueño fuma el
opio, ora son un mono ó un perro, en los que, á
menudo se ha querido ensayar un experimento.
Estos animales manifiéstanse de ordintirio tris-
tes ó inclinados á hi melancolía; su fisonomía
denota algo de anómalo como en el hombre mor-
finómano, y duerincn mr.clio más que los otros
animales de su especie. Parecen expciinientar
los mismos efectos que el hombre siendo fáciles
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
343
de comprobar sobre todo en el mono, á causa
quizás de su conformación.
Los indígenas pretenden que el opio produce
efectos maravillosos, aun en los animales más
rebeldes á la domesticidad. M. L. Jammes oyó
hablar de una pantera joven que un mandarín
caniljojano había conseguido domar
y volver de una dulzura extremada
por medio del opio.
que han sido reconocidas como las más activas,
son precisamente las de que se servían los
egipcios.
M. Chamberland no ha conseguido nada con
el empleo de esas esencias en el tratamiento de
los animales á quienes había inoculado el car-
bunco; pero nuevos experimentos, hechos con
otras bacterias patógenag, á las cuales está ex-
puesta sobre todo la especie humana, devolverán
quizás á los perfumes su antigua reputación
para el saneamiento de los locales y objetos de
toda suerte. (Revue Scientífique.)
* *
|,Wl, 'l,
Por largo tiempo, y no sin ra-
zón, la idea del mal olor ha queda-
do asociada á la de infección, y las
prácticas religiosas de la antigüe-
dad, que no eran, en suma, más
que prescripciones higiénicas co-
mo las medidas sanitarias emplea-
das hasta estos últimos tiempos
contra la trasmisión de las enfer-
medades epidémicas, consistían
principalmente en el empleo de per-
fumes. Así es como el incienso que
se quema aún en las iglesias es un
símbolo de purificación. Pero hoy
que los miasmas han tomado cuer-
po en forma de microbios y que la
antisepsis de los «medios» puede
obtenerse con el auxilio de nume-
rosas sustancias microbicidas , de
las cuales algunas distan mucho de
tener un olor agradable, sonriese
uno de buena gana al recuerdo de
nuestras viejas prácticas cuarente-
narias y de sus aromas. Esos perfu-
mes, sin embargo, eran en su ma-
yor parte esencias, y, particular-
mente los egipcios, empleaban las
esencias de canelas para embalsa-
mar sus momias.
Es el caso ahora que M. Cham-
berland, habiéndose dado á bus-
car sustancias antisépticas voláti-
les para remediar á aquella difi-
cultad de la práctica de la desin-
fección que consiste en la necesidad
de llegar á todos los micros-orga-
nismos por un contacto directo con
el agente antiséptico, ha tenido la
idea de emplear esencias de todo
linaje y de investigar, por la ex-
perimentación, el poder esterilizan-
te de los vapores qwe emiten á la
temperatura de 30°.
Los experimentos hechos con la
bacteridia carbonosa han demos-
trado que apenas si entre cerca de
sesenta esencias hay una docena
cuyos vapores no se opongan al
cultivo de este micro-organismo.
Además, aún después de la aera-
ción de los tubos de cultivo, ocho de
éstos, sometidos previamente á va-
pores de esencias diferentes pare-
cieron definitivamente esteriliza-
dos. Estas esencias eran las de an-
gélica, de canela de la China, de
canela de Ceylán n." 1, de canela de
Ceylán n.° 2, de geranio de Fran-
cia, de geranio de Argel, de oréga-
no y de vespetro.
De hecho, los gérmenes de la
bacteridia no habían sido muertos,
y aún mezcladas con el caldo de
cultivo en estado líquido, esas osen-
ciüs, que .son las más activas, no
pi-fiduoen este resultado; pero los
experimontds de M. Chamberland no demues-
tran menos que los vapores de algunas esen-
cias, es decir, los perfumes de las ceremonias
religiosas de la antigüedad y de nuestras viejas
prácticas higiénicas son no solamente desodo-
rantes, sino también desinfectantes suscepti-
bles de ser colocados entre los mejores antisép-
ticos, inmediatamente después del bicloruro de
mercurio y del ácido thímico.
Es curioso notar que las esencias de canela,
Q
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u
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D
a
tn
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M. Burckart-Merian, de Basilea, acaba de
publicar en el Journal de medecine et de chiriir-
yie pratiques de Lausana algunas observaciones
refiriendo una serie de alteraciones auditivas
debidas al ruido agudísimo de los silbatos de
ferrocarriles. M. Beuguier - Corbeau publica
igualmente en dicho periódico la observación
de un hombre en quien ha visto sobrevenir ac-
cidentes de este género. Encontrábase en una
estación, cerca de un tren; resuena un silbido;
un hombre cae como herido por el rayo, rígido,
como un epiléptico. Levántanle; no había poi--
dido el conocimiento, pero el ruido estridente
del silbido mezclado con el ruido de la máqui-
na al desvaporar había determinado un vértigo
de una intensidad formidable que lo había pre-
cipitado al suelo y le había tenido clavado allí
durante toda su duración. «Si el zipizape duia
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346
IJV ILUSTRACIÓN IBÉRICA
al^úu tiempo más, estoy seguro, decía, que me
moría, r El ruido del silbido solo no le producía
ningún efecto; pero su mescolanza con el esca-
pe de vapor le aterraba. Por otra parte, el ruido
del martillo sobre el yunque le había sido en
toílo tiempo insoportable. Esos accidentes ha-
bían empezado cuatro años antes, un día que
un org-anero, amigo suyo, le había hecho la
broma pesada, repiírando un órgano, de meterle
por el oído derecho, mientras se haUaba incli-
nado, un sonido de los más penetrantes; vaciló
del lado izquierdo y estuvo á punto de caer de
una altura de quince pies. Esta vez también, en
la estación, la caída acaeció del lado izquiei-do.
Estos hechos recuerdan los de inhibición re-
velados por Browu-Lequard. Interesan á la hi-
giene y demuestran que habría motivo peu-a no
abusar de esos silbidos que hacen la vecindad
de las estaciones, jmortos y máquinas, de todo
punto insoportable. (Jiei've d hijí/iene).
Mientras en Francia, pero sobre todo en Es-
paña, la opinión pública parece como que quiere
exigir de los gobiernos la mayor facilidad jiara
seguir las profesiones liberales, esi)ecialmente
la medicina, sin tener en cuenta las aptitudes
personales y el hacinamiento de la carrera «esos
dos factores de las medianías y de los desocu-
pados,» la comisión de la asociación de médicos
de Alemania ha enviado á los directores do los
gimnasios ó institutos de segunda enseñanza
del Imperio una circular para recomendarles
vivamente que aparten de la carrera médica á
los alumnos. A esta circular van adjuntos unos
cuadros estadísticos destinados á demostrar la
projioreión entro el niuuero de estudiantes de
medicina que obtienen el derecho de establecer-
se y el número de médicos que mueren ó se re-
tiran cada año. Otros cuadros establecen la
proporción entro el número de médicos y la
cifra, de los estudiantes. Tal manera de proce-
dei-, como dice el periódico en que leemos la
anterior noticia, no puede menos de ser prove-
chosa á los intereses de los estudios y á los del
país, y hay ciertamente en ello un ejemplo que
imitar.
Alfuedo Opisso.
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m
Álr ^^
LA CARIUJA DE LONOliES: EL SALÓN
LECTURAS
A MUCHOS Y A NINGUNO
(COKTIXnACIÓI)
Zola, sin eso que llaman ya todos la fuerza,
no sería un gran revolucionario, un jefe de un
movimiento hondo y extenso. Los naturalistas de
escalera abajo atribuyen el triunfo á la eficacia
de la doctrina, y el triunfo se debe al vigor del
ingenio.
Triste es decirlo, pero entre nosotros, críticos
de talento y capaces de profundizar algo en
fmtHH difíciles y delicadas materias, fían de-
masiado el buen éxito de las obras literarias &
la eficacia del canon, á las reglas de la compo-
sición; y al juzgar los productos artísticos atien-
den mis á la conformidad 6 disconformidad del
resultado con tales propositáis extra-artísticos,
que á la esencia de la producción bella, á la
flor de la poesía.
Yo no quiero citar hoy nombres propios, por-
que aún no estimo oportunas ciertas sorjjresíis,
tal vez desagradables; pero digo, en general.
sin alusiones transparentes, que entre los más
discretos, entre los que más han visto en Espa-
ña en este asunto del arte moderno, hay quien
deja en segundo término el elemento principal,
el de la iaspiración, (lláme.se como se quiera);
y así, se protege á medianías insípidas, y se
mezcla su nombre con el de verdaderos in-
genios, regocijo de las musas como se decía
antes. Y aún más, se han cometido grandes in-
justicias con algunos liliros de Galdos y de Pe-
reda alabándolos poco 6 poniendo á su nivel
otros de autores medianos, tal vez discretos, tal
vez elegantes, pero sin gracia, sin invención,
sin vida original y espontáneo arranque en el
estilo; y todo ello por atender á cotejar novelas
con códigos; por atender á aplicar cánones ar-
bitrarios, por atribuir mérito superior á entida-
des secundarias.
Detrás de la apot,eosÍ8 do la medianía viene la
apoteosis de la nulidad; yo ¡uiabo de leer en los
periódicos elogios descomunales de libros ne-
cios; he leído hace pocas horas uno que se llama
prodigio de arto al aljorto do un ingenio do cre-
tino. ¿Qué ha de suceder? Se alienta al jirimero
que pasa por delante del público á que cultive
la novela, á que contribuya á este renacimiento
de la prosa castellana ¡rayo de Dios en la prosa
y en el renacimiento! ¿Estamos locos, señores?
¿Ustedes olvidan quienes somos, do quienes des-
cendemos? Esos 1 i bracos que á docenas vomita
la imprenta ¿cómo han de ser de la raza de
aquellos otros en que brilló el ingenio español
admirado por todo el mundo?
Aquí no se trata de realismo, ni de clasicis-
mo, ni de romanticismo; aquí se trata de tontos
y majaderos, de si ha de ser tenido por nove-
lista cualquier droguero literario, sin gusto, sin
delicadeza, sin habilidad para medir y compo-
ner, sin tacto para decir y callar, sin sentimien-
to, sin idea Yo recibo docenas de novelas
cada mes...; pues juro que me pongo á leerlas
todas y no puedo terminar ninguna; todas hue-
len á hospicio; entre esos escritores ninguno
sabe escribir, ninguno sabe ver, ni tiene qué
decir, ni en qué pensar... En fin, son los anti-
guos poetastros, disfrazados de prosistas.
Naili dies sine linea; éste es el lema que ha
escogido el autor de Oerminal, y multitud de
LA U.USTUAC10N IBÉRICA
347
escritores de por acá le plagian la conducta y
no dejan día sin emborronar papel. Se com-
prende que haga esto quien puede estar seguro
de la fuerza constante de su genio, ó quien ha
de escribir articulejos para comer ó para cenar,
sin pretensiones de producir materia artística,
(v. gr. un servidor de Vdes.); pero el que sin
las monstruosas facultades de un Hugo ó de
un Zola escribe poesía, en verso ó en prosa,
obra de invención y de composición artística,
éste no debe acogerse al lema copiado, sino pre-
ferir otro que diga, por ejemplo, en vez de
iiullii (lies sine linea, vulla linea sine musa.
Me había propuesto estudiar en esta serie de
artículos los tristes recursos á que se agarran
los pretendidos novelistas para suplir el inge-
nio, y así, pensaba pasar revista al prurito des-
criptivo, á la psicología de prendero, á la imi-
tación fotográfica, al culteranismo de los moder-
nistas sin gramática, á la falsa naturalidad y
sencillez contrahecha, que no son mas que vul-
garidad, absurdo, ignorancia, pobreza de estilo
y de lenguaje;... pero todo esto y lo demás que
cabría examinar en tal asunto, es obra de mu-
cho tiempo. Por desgracia, tal y tal libro de los
que son alabados sin merecerlo, y que por esto
han de exigir que con justicia se les diga cua-
tro frescas, me darán ocasión para sacar á pla-
za todas esas trazas del falso ingenio, que en-
gañan ¡quién lo dijera! á críticos que en otros
puntos han dado prueba de ser discretos y de
no dejarse embaucar.
En vigor, la vida entera será poca cosa para
emplearla en separar el oro del talco.
En otros países cultos apenas hay quien tome
H su cargo esta penosa tarea de negar un día y
otro día títulos de escritor á uno y otro caballe-
ro; jiero es que por ahí fuera tan elemental tra-
bajo lo tiene á su cargo el público mismo, y
además el desarrollo superior que alcanzan otras
manifestaciones de la vida intelectual disminu-
ye en gran parte la concurrencia del vulgo pro-
saico al mercado literario.
En Francia, en Italia, en Inglaterra y en Ale-
mania hay en los estudios de erudición, en los
trabajos de paciencia y atención de los pormeno-
res de las ciencias naturales, sociológicas, histó-
ricas, etc., salidas abundantes para el prurito
intelectual y de publicidad que aqueja á nues-
tra éjjoca; las medianías y aun las nulidades
doctas y trabajadoras, asiduas en el afán de pro-
curarse un pedazo de fama más perecedera de
lo que ellos se figuran, encuentran ancho cam-
po en revistas y bibliotecas y archivos y socie-
dades científicas, en colegios y universidades,
para satisfacer sus apetitos á veces inocentes,
y es más, de estos esfuerzos casi anónimos, de
este montón de sabiduría gris, de esta aglome-
ración indigesta, de este aluvión monótono re-
sulta á la larga algo bueno, un elemento que
ayuda en alguna parte al verdadero sabio, al
inventor verdadero, al hombre científico de pen-
samiento original y fuerte.
Pero entre nosotros toda la fuerza de la masa
reflexiva, del vulgo pensante y decidor, amigo
de repetir y manosear en letras de molde la in-
vención ajena se emplea en las que llaman be-
llas letras, y si no tenemos esos cientos de libros
científicos que en los catálogos de los editores
extranjeros y en las notas de las obras eruditas
se ]>resentan citados en formidable lista, si no
tenemos esa multitud abrumadora de tratados,
ensayos, etc., etc., ofrecemos ya en la novela y
otros géneros órnenos, una triste abundancia
contra la cual es necesario combatir con energía.
(Se (¡ivrlwrn.)
Cl.AUi.v.
LAS BODAS DE ACHMET
La luna llena cairiina solitaria por ol desierto
negro dnl cielo y platea la llanura interminable
del Sahara; blanca, yerma, fría. Como un mon-
tón de ropa sucia, tirada en medio del desierto,
manchan la llanura unas tiendas agrupadas,
aduar perdido en el océano de arena. Con el
vientre pegado al suelo dormitan en el centro
del aduar doce camellos, y junto á un caballo
atado á una estaca vela un árabe acurrucado,
invisible bajo los pliegues de su burdo jaique.
En las tres tiendas descansan los mercaderes,
de camino para el Soldán; en la mayor, se guar-
dan los fardos de alcatifas de Rabat, puñales,
yataganes y sables de Fez; telas compradas á
los francos en Mogador; y sobre uno de los far-
dos duerme Muley, el hijo segundo de Abdallah,
jefe de la caravana, Sidi-Muza, su amigo, y tres
esclavos negros. La segunda tienda la ocupan
dos moros de Tánger, y la tercera está destina-
da al viejo y á sus dos mujeres Fatmah y Zu-
lemah.
El hijo mayor de Abdallah, Achmet, vela por
la seguridad de todos. ¡Quién sabe lo que estará
pensando el bizarro mozo, única vida que anima
la quietud del desierto! Acaso entre el silencio
acudirán á su memoria los recuerdos de los
tiempos pasados; su niñez, mecida por el paso
entrecoitado de los camellos á través de los are-
nales, acariciada por los besos y las Sonrisas de
su madre y dolorida por la tragedia horrenda
que devoró sonrisas y besos. Acaso se le pre-
senta á la memoria aquella tayde, — el sol po-
niente chorreando sangre,— el viejo rugiente en
un arrebato de furor, temblorosos los labios, ce-
rrados los puños, — y la pobre mujer abrazada á
su hijo, retortijado el cuerpo por el terror, con
la mirada velada y suplicante, — luego el viejo
que manotea para arrancarle el pequeño, impo-
tente contra la resistencia de la madre; babean-
do como un perro rabioso, levantando el pió
delcalzo, derribando de una coz en el vientre á
la débil mujer, muerta al poco rato... Esto debe
de recordar Achmet, porque de golpe levanta la
morena cabeza y queda con los ojos clavados en
la tienda del viejo.
Ni el rumor más leve se oj'e; en el cielo ne-
gro y en el suelo claro reposa todo, todo menos
el pensamiento de Achmet, que enciende chis-
ENTRADA A LA CAPILLA
pas en sus pupilas 3* sacude su mano abrazada
á la culata de una pistola. Después, algo surge
de las profundidades del cerebro, que suaviza
su mirada y apacigua los músculos agitados; es
la figura de una mujer, es Eatmah, la esposa de
su padre, acercada á él por el odio al dueño que
la martiriza, á él unida por la pasión que en
ambos brotó como un incendio 4ue lo ha traga-
do todo al mostrar su primera llamarada. Ach-
met lo sintió desparramarse por sus venas, que
le enardecía con ardores nunca sentidos, que le
embriagaba con deseos nunca gozados, que ce-
gaba sus ojos con nieblas tupidas, ondulantes y
vertiginosas, que oprimía su cuerpo y su alma
con mallas apretadas.
Así viajó desde Mogador, al lado del viejo y
de Fatmah; taciturno, febril, desgarrado sin ce-
sar por el odio y por el amor, sintiendo exhalar
de sus entrañas besos y mordiscos, deleitándose
horas enteras en el fingido espectáculo del viejo
tendido á sus pies, y Fatmah desfallecida en
sus brazos...
Mas todo había pasado; y al mirar la luna
llena que caminaba solitaria por el campo negro
del cielo, parecióle que la luz inmaculada pene-
traba en sus ojos, se exparcía con blandura por
los sesos en una oleada consoladora.
De pronto Achmet se echó de bruces en el
suelo y se arrastró en silencio hasta la tienda
de Abdallah; luego, arrastrándose también, se
acercó á la tienda de las mercancías, entró, y
sin alzarse jlevó á fuera en dos viajes dos sacos
de provisiones que empujó hasta el centro del
aduar. Llamó en voz baja á su camello, y cuan-
do le tuvo de rodillas cargóle los dos sacos. Por
un segundo le pareció oir ruido y se echó de
bruces... nada. Acercóse otra vez á la tienda de
su padre y silbó muy quedo, como silban las
serpientes. Al instant* apareció la figura blanca
de Fatmah que mantenía elevada sobre su ca-
beza la tela pringosa y remendada de la tienda
que servía de puerta, y se erguía gallarda, son-
riente para encubrir su zozobra. Pero de repen-
te sintió la mujer una mano ruda que tiraba de
su camisa, ahogó un grito y se lanzó de un salto
al lado de Achmet. Detrás suyo, el viejo Abda-
llah se bamboleó como un borracho, soltó la
mano con que se agarraba á la orilla de la tela,
dio un traspiés y fué á caer recostado en la pa-
red inclinada de la tienda. La luna iluminó su
rostro amoratado, sus ojos vidriosos é inmóviles
que dirigían la mirada idiota á Fatmah petrifi-
cada por el espanto. El viejo no dio un grito, no
articuló una palabra; su lengua saltaba fiené-
tica en el agujero negro de la boca de la que
salía un murmullo gutural y continuo como el
do un chorro de agua.
Achmet cogió á Fatmah poi' un brazo y sin
ver má.s que los ojos negros y lo.s labios húme-
dos y el cuerpo desma3-ado de su amada la atra-
jo sobre su corazón, la besó con delirio en la
boca, apagó su sed. El viejo lo miraba con sus
ojos muertos y murmuraba cosas incompren-
sibles.
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350
LA ILÜSTRACaON IBEBICA
Separóse Achmet de Fatmah para terminar
precipitadamente y sin ruido los preparativos
de marcha; enseguida la subió en el camello,
desató el caballo y á todo correr se alejaron del
aduar. El viejo les miraba con sus ojos muertos,
y murmuraba cosas incomprensibles; y las man-
chas negras del camello y del caballo 8e empe-
queñecían á cada momento hasta disolverse en
los arenales sin fin.
Achmet y Fatmah iban á celebrar sus bodas;
el desierto escondía al mundo sus amores como
la alcoba más recatada.
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Corrían los amantes desalados por la llanura
en busca del pozo rodeado de palmeras, primer
albergue de sus amores. Sólo interrumpían la
planicie montículas de arena, y á lejanas dis-
tancias, osamentas de animales y de hombres,
sobras de los banquetea en que el desierto roe
caravanas enteras. Achmet y Fatmah se embe-
becían en la mutua contemplación; atraídos
uno á otro por las pupilas ardientes, por el
rostro angustiado, mirábanse al fondo ele los
ojos, con la impaciencia del viajero sediento que
á la vista tiene la fuente rumorosa que ha de
saciarle.
Apenas empezó á clarear el día, cuando el
sol a.somó fulgurante sin precederle el all)a, y
los novios continuaban ensimismados su huida.
Al fin exclamó ella con abandono:
— ¡Estoy cansada!
Achmet detuvo el caballo y puso pié á tierra.
El camello se arrodilló y Fatmah se dejó
caer en brazos de su amante. Sentáronse ambos
en la arena; recostáronse en el vientre del ca-
mello y dijo Achmet después de un silencio:
— ¡Qué hermosa eres, mi dicha! ¡Qué dulce es
el habla de tu boca! ¡Qué inefable es la mirada
de tus ojos! ¡Tus labios son más sabrosos que
los dátiles de Tafilete! ¡Tu cara morena es más
esplendente que el sol que nos alumbra! |Tu
cintura de leona es más airosa que la palma de
Egipto! ¡Enrosca tus brazos en torno de mi
cuello! ¡Deja que me cieguen las tinieblas de
tus pupilas, hasta que llegue mi vista al fondo
de estos abismos!...
Volvió la cabeza, interrumpiéndose de golpe ,
y se puso en pié de un salto: adivinaba un peli-
gro. Fijó la vista á lo lejos y maldijo á Dios.
En el horizonte una nubecilla blanca flotaba,
inmóvil. Eran los perseguidores.
La fuga entonces fué desenfrenada, loca.
Achmet clavaba las espuelas en los ijares de
su caballo y se sentía arrastrado por una ira
inmensa que encendía todo su cuerpo; vomitaba
blasfemia.s en voz baja, y buscaba con los ex-
traviados ojos algo que destrozar, alguna vida
que arrancar de cuajo en la llanura desierta.
Las miradas de los enamorados no se encontra-
ban nunca; ella volvía convulsivamente la ca-
beza hacia atrás, acongojada por el terror; él
miraba adelante, con la cabeza baja y los pár-
pados contraídos.
Y el fondo de la escena se desenvolvía, eter-
namente idéntico. El mar de arena se alargaba
y el oasis nunca aparecía.
— ¡Dame el odre, tengo sed! — dijo Achmet á
Fatmah.
— ¡No hay agua, me la he bebido toda! — res-
|>ondió ella.
Apenas percibida poco antes, la sed se hizo
aguda y dolorosa, le resecaba el paladar y le
daba una angustia incesante. Corrieron mucho •
sin hablarse los amantes, hasta que el mozo vio
los límites del horizonte limpios y rectos.
Entonces el espíritu de Achmet volvió lenta-
mente á la calma.
— Fatmah, á la puesta del sol llegaremos al
oaais; las yerbecillas nos disponen blando lecho,
las palmeras nos saludarán con dulcísimos mur-
murios, el pozo nos envolverá en la húmeda
blandura de su aliento. ¡Un esfuerzo más, mi
vida, que estamos á la puerta del Paraíso!
— ¡No pue<Jo, Achmet, no puedo más! ¡Esta
carrera me tiene rendida!
Y Fatmah se dejó caer al suelo.
Cuantas súplicas, cuantas exhortaciones,
cuantas caricias le prodigó Achmet para ha-
cerla continuar el viaje, mas era inútil. Alar-
gada ella sobre la arena, abierta la boca, ja-
deante el pecho abultado, cerrados los hermosos
ojos no le oía; Aahmet lloraba, rugía, se aga-
chaba sobi-e su amada, daba vueltas á su en-
torno; perplejo, desesperado. Mediodía había
pasado, y era ya seguro que iban á encontrarse
solos, indefensos en el arenal cobijados por las
tinieblas.
Asi transcuriió la tarde, y el sol fué descen-
diendo pausadamente. Las sombras del grupo
se extendieron inmensas por el suelo, y Achmet
vio de pronto proyectadas las figuras desccmu-
nales del camello y del caballo pegados uno á
otro por un terror inexplicable. Miró el sol y lo
vio rasando la tierra, rojo, en medio de una ne-
blina que ponía un nimbo de polvo de oro á su
entorno. Achmet tiró con fuerza del brazo des-
nudo de su amada, y á gritos le dijo:
— ¡Fatmah... anda... la muerte... el simún...
vamos, Fatmah... el simún!
Ella nada respondió; solamente una sonrisa
descorrió sus labios y mostró sus dientecillos
blancos y unidos; una sonrisa descolorida, pa-
ciente, reconocimiento de su impotencia ante la
fatalidad.
Un momento después el sol se había puesto
y nacía á lo lejos un mugido creciente y espan-
toso y una nube sangrienta se elevaba al cielo
y se exparcía á todos los lados. El caballo y el
camello se lanzaron hacía Oriente.
— ¡Fatmah, despierta, levanta la cabeza! ¡Mí-
rame! ¡Vamos á morir, pero mírame y habla!
El mugido era un torrente ati-onador.
Fatmah abrió los ojos.
— ¡No puedo, Achmet, no puedo! ¡Déjame
morir!
Achmet se mesaba los cabellos, se mordía los
labios, quería luchar aún enfurecido contra el
Destino.
Mas una montaña de arena avanzó majestuo-
sa entre la música retumbante del huracán.
Achmet acercó los labios á la boca de Fatmah y
entonces la montaña les envolvió. Él, con el
instinto repulsivo á la muerte, dio un salto,
pero se cegaron sus ojos y cayó. El simún cu-
brió de arena sus cuerpos separados.
Las bodas se consumaron. A los pocos días
una hiena olió sus cuerpos putrefactos y los de-
voró.
En el viaje de regreso á Mogador, Sidi Muza
halló un montón de huesos pulidos. Enredado
en unas vértebras había el saquito que Achmet
había llevado al cuello y metidos en un cráneo
los zarcillos de Fatmah.
Eran ya los amantes dos en uno y uno en
dos.
J. Miró Folguera.
Á ORILLAS DEL CANTÁBRICO
(FRAGMENTO DE UN POEMA INÉDITO)
Del Cantábrico mar hasta la orilla
que bate con sus olas de esmeraldas,
dorado por el alba que en él brilla
extiende un monte sus agrestes faldas,
cual verde cabellera,
que azota con sus ráfagas el viento,
que aquella muda soledad altera,
los árboles gigantes á su aliento
se ven allí flotar, mientras velera
la nave audaz hasta sus pies avanza
rompiendo el manto de la blanca bruma
para buscar un puerto de esperanza
tras de la roca que blanquea la espuma.
Al contemplar del sol á los reflejos,
¡qué de recuerdos á la mente acuden!
aquella inmensidad que allá á lo lejos
los vientos la revuelven y sacuden.
Sobro aquellii granítica montaña
do cambiantes do luz tan ricos flotan
que el agitado mar combate y baña
cuando las olas á sus pies rebotan,
se consorva on sus bosques virginales
la misma sencillez, la paz serena
que tuvieron en tiempos patriarcales,
su cumbre con el cielo se encadena
y hasta su manto azul parece toca,
su sombra sobro ol agua se dibuja
concluyendo su cima en una roca
igual que una pirámide en su aguja.
Allí prados de flores
donde la brisa sus aromas bebe
reflejan con sus múltiples colores
dondo oti'as voces se cuajó la nieve:
sus ¿úricos plumajes
ostenta el ave que su nido clava
en medio de los débiles ramajes
donde empieza su vida y donde acaba.
Sus árboles se cruzan y so enredan
las madre-selvas á sus viejos troncos
donde incrustados con los años quedan:
allí se oyen los roncos
zumbidos del enjambre
de abejas que en revuelto remolino
como acosados lobos por el hambre
buscan donde saciarla en su camino.
La luna con sus rayos macilentos
como ai'royo de plata que serpea
mecido por el soplo de los vientos
¡)arece que gotea
lluvia de perlas en la noclie oscura
que rompo con sus pálidos reflojos
ostentando á la faz de la espesura
una ilusión pintada por espejos.
La selva solitaria
nunca turbada por humana huella,
revelaba en su vida legendaria
la dulce calma aquella
que siguió con su mansión hospitalaria
á los primeros padres que exhalaron
allí de pena su primer suspiro
cuando del santo Edén los arrojaron.
Aquel dulce retiro,
el valle aquel que corta la montaña
y cierran de otras dos, las asperezas,
que el sol jamás con sus fulgores baña
ni penetra en sus bosques de malezas,
bajo el cóncavo centro de una roca
que cobijan encinas seculares,
una casita que en las ramas toca,
que reflejaran en su faz los mares
sino tuviera por detrás y enfrente
el escabroso y empinado monte
que cortando de ocaso hasta oriente
le cierra por do quier el horizonte
se levanta entre flores que las riega
un arroyuelo que con ellas juega.
En esa humilde casa que limita
ol bosque impenetrable en que se encierra,
que parece los restos de una ermita
quizás refugio ayer de aquella tierra,
el venerable anciano que la habita
ajeno de este mundo á los engaños,
que ostenta de su barba entre la nieve
el hondo padecer de largos anos,
con apagada voz y acento breve
llama i, una niña que á la puerta estaba
cuidando sus canarios y jilgueros
y la dijo con pena: — En tí pensaba.
— ¿Qué quieres, padre? — Escucha los postreros
consejos del que á tí tanto te quiere
antes que sucumbir en esta lucha...
— ¿Me vas á hacer llorar? — No, no te altere
la voz de la verdad. — Pues habla. — -Escucha.
A. Alcalde y Vallad.a.res.
-*-
Á ELISA
¡Ay Elisa! ¡Qué mundo tan triste!
¡Qué triste y qué feo!
Cada día que pasa, parece
que más lo aborrezco.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
351
El amor, que yo busco anheloso,
proscripto lo veo;
do quier reina el atroz egoísmo,
hijo del infierno.
Este mundo tan triste, amor mío
dejara contento;
pero en él estás tú, bella Elisa.
Por eso me quedo.
¡Ah! La luz de tus ojos alumbra
el antro más negro;
tu divina presencia embellece
el mundo más feo.
Sin tí, triste sería y oscuro
el más alto cielo;
y contigo, un Edén deleitable
seria el infierno.
¡Oh mi Elisa! ¡Que pueda yo siempre
ver tu rostro bello!
Adorarte es mi único goce;
ningún otro quiero.
VlCENTK DE Ah.\X.A.
BIBLIOGRAFÍA
liiocliQzos, por Tomás CuiDftfího: tomo 111 de la
BiblioUca X.
Contiene este tomito una colección de artícu-
los y cuentos tan amenos y bien intencionados
como suelen ser siempre las producciones del
autor, uno de los escritores españoles más sim-
páticos.
*
* *
Para ler amada, secretos femeniles, por la duquesa Lau-
reana. Traducción castellana por D. Carlos de Ocboa.—
Madrid, 1887.
Es un libro francés por todos sus poros y sin
grandes conexiones con la literatura, constitu-
yendo esencialmente un tratado de cosmetología
para uso de las hijas de Eva. — C. M.
-*-
NUESTROS GRABADOS
ÁKZt Y BILLIZA
El autor ba rodeado á e«a joven de un marco que ar-
moniza perfectamente con el carácter de su belleza, de la
cual permite ingeniosamente formarse cargo el espejo en
que se mira. Es un buen estudio de figura y de accesorios,
perfectamente equilibrados en importancia.
EL ARTE EN CASA
Con el titulo de la Asociación de loe Arles é Industrias en
casa (Home Arts and Industries Association] , se ba consti-
tuido en Inglaterra, por iniciativa particular, una sociedad
destinada á propagar entre los niños de las clases populares
el gusto por los trabajos de arte que pueden practicarse en
caaii, especialmente en materia de talla, repujado, bordado,
estampación de cueros, hilatura á mano, etc., habiéndose
obtenido hasta el presente los más felices resultados, según
las varias muestras que de algunos de los trabajos hechos
reproducimos hoy en nuestras páginas. En muchos distritos
agrícolas funcionan ya las escuelas destinadas á. tan loable
objeto como es el de fomentar un arte para el pueblo, siendo
de notar que se deja libre al alumno para que invente lo qne
mejor le parezca en vez de sujetarle á la copia de modelos,
desenvolviendo asi 6u capacidad constructiva y haciendo que
se inspire en el natural.
BECniBDOS
DE LAS CARRERAS DE CABALLOS CELEBRADAS EN BASCELOHA
LOS días 9, 12 Y 15 DEL CORRIENTE UATO
En la pista.— Salto de obstáculos.
En la pelouse.— Desfile por la calle de Cortes
Dibujo de Asarla
Hicense visibles en este hermoso dibujo los crecientes
progresos de su joven autor, destinado á brillar entre los más
celebrados de nuestros artistas. En el asimto representado
hoy no puede ser mayor la gracia con que están reproduci-
dos los varios episodios de las carreras, género de diversión
que de tal manera ha entrado en las aficioiies barcelonesas
que se ha hecho ya insuficiente la Gran Via para el rápido
desfile de carruajes,
HABIETTA
Cuadro de P. de Raveutttin
Figura idealizada y casi ttmbólica de la flemenqueria tu-
desca: Marietta fuma, bebe, toca la pandereta, jmga á cartas
y reúne, sin duda, otras habilidades no menos graciosas.
Como estudio de figura y alarde de comprensión del ciato-
oscuro es obra muy recomendable.
DESPUÉS DE LA TIUPESTAD
iCuánta elocuencia en ese mudo pairajel Razón de sobras
tenia Millet al decir qne los árboles hablan entre si, por más
que el hombre no comprenda su lenguaje. No parece sino que
«1 aspecto de ese gigante, partido y derribado por un rayo, le
contempla» con pavor sus compañeros y se estremecen aún
al eco de la tempestad.
UNA ATENCIÓN DELICADA
Cuadro de C. Schewcninger
Tratándose de este autor tiene uno por sequío que ha de
encontrarse con caras bonitas hasta la pared de enfrente;
el cuadro ctiya reproduccióu damos hoy no desmiente esta
presunción, mostrándose el elegantísimo artista vienes á la
altura de su reputación de sobresaliente conocedor de los
chirimbolos del siglo xviu y no menos inteligentísimo co-
piador de los buenos palmitos del siglo xix.
LA CARTIJA DE LONDRES
Fs este uno de los monumentos de cuya con«erv«eIAn se
muestran más celosos los arqueólogos y artistas ingleses, por
ser uno de los mejores tipos de la antigua arquitectura gótica
de aquel país. Por lo mismo se ha levantado gran polvareda
cuando se ha tratado ahora de derribarlo, calificando todas
lis persona» de gusto de vancLulismo Inonoelasta tal de-
signio.
CAZA DE PATOS
Cuadro de A. Quillón
Es una obra de atrevida perspectiva, concienzudamente
estudiada. La escena, propia de las costas de Normandla, se
recomienda por su originalidad, resultando en su conjunto un
cuadro de elegante factura y mucho modernismo.
UNA INDNDAOIÓN tNHlIlEKTE.— IL TÉ DI L18 IIDSEOAS
Ambos dibujos están hechos con el más sincero humo-
rismo, revelando un» mano experta en la interpretación de
asuntos Infantiles, manantial inagotable de inspiración cuan-
do se tiene el genio de la Mo-puertiidad,—j dispensen uste-
des lo híbrido del neologismo.
LOS ACANTILADOS DE LA COSTA DE CRIMEA
Constituye este dibujo una preciosa marina, llena de
originalidad y magnidcamente grabada.
Bañada por los dos mares Negro y de Azof, constituye
el antiguo Quersoneso Táurico ó la Táurida, una región llena
de recuerdos gloriosos, pero no por eso menos interesante
bajo el punto de vista comercial. La costa bañada por el mar
Negro es fragosa y acantilada, ofreciendo numerosos puertos
y estando festoneada por multitud de lindas jioblaciones tár-
taras.
ROMA VEDUTTA FEDE PERDUTTA
POR
JACINTO LABAILA
(CONTINUACIÓN)
IV
Fernando á Enrique
Madrid 28 Setiembre 1880.
Mi querido Enrique: Estaba en mi gabinete
después de almorzar, leyendo el libro de máxi-
mas y pensamientos del duque de La Rochefou-
cault, cuando suspendió la lectura la súbita lle-
gada de mi nodriza Angustias, que se internó
en mi cuarto sin anuncio previo, como acostum-
bra. Mi mujer estaba en casa de su madre, que
continúa aún indispuesta, gracias á Dios, pues
merced á su enfermedad puedo respirar y estar
solo algunas horas, libre de la incesante pre-
sencia de mi esposa.
Angustias llegó hasta mí con el semblante
oseo y el ceño fruncido, y casi .sin saludar, me
arrojó sobre la mesa escritorio tu carta cerrada,
diciéndome:
— Otra vez no me encargues semejantes co-
misiones; en mi vida me he ocupado de cosas
tan repugnantes, bien lo sabes.
En vez de contestarle, lancé una carcajada,
que no pude reprimir y que exasperó á mi in-
terlocutora.
— ¡Parece mentira que te haya criado á mis
pechos! — exclamó,- — pero, bien dice el refrán,
«la cabra siempre tira al monte.»
— Pero, Angustias, ¿qué serie de desatinos
estás ensartando? — la dije.
• — No son desatinos, sino verdades de tomo
y lomo... Ya se ve, acostumbrado toda la vida
á vivir entre mujeres picaras, como Dios no
manda, te has olvidado que te casaste hace más
de dos años con una señora, modelo de virtu-
des, que te quiere como no mereces, y sigues
con tus mafias de soltero calaverón, engañando
al ángel que has tenido la suerte de encontrar,
y, lo que es peor, haciéndome á mí tercera de
tus escandalosas aventuras.
Sin poder contener la risa, abrí el sobre de
la carta, que conocí por la letra, y haciendo
leer á mi nodriza el encabezamiento y tu firma,
la dije:
— Esta carta, como ves, no es de mujer; es de
un amigo.
— Si, ya lo veo, — me contestó, — es de Enri-
que, de tu inseparable compañero de picardías.
— Que se casó también, y que es muy dicho-
so, según me escribe, — añadí, después de reco-
rrer rápidamente tu epístola, exhalando hondo
suspiro.
— Perdóname, si sospeché de tí injustamente,
— replicó Angustias; — pero como yo sé por
experiencia que el que malas mañas há tarde
ó nunca las perderá...
— Pues yo las he perdido, desgraciadamente,
— la contesté, interrumpiéndola; — estoy con-
vertido en un maridazo, por la gracia de Dios
y de la Constitución del matrimonio.
— Porque llegara ese caso recé durante mu-
cho tiempo á todos los santos de la corte celes-
tial, y veo con gusto que no fueron sordos á
mi petición, — me respondió Angustias, reco-
brando por completo la tranquilidad.
Hé aquí, pues, mi querido Enrique, uno de
los episodios á qne da margen la tiranía del
amor, que me obliga á soportar, con la resig-
nación de un esclavo el ángel enamorado que
apetecéis para compartir con él la vida íntima
del hogar.
Siento en el alma haberte proporcionado el
primer ligero disgnsto de tu nuevo estado, obli-
gándote, involuntariamente, á entregar mi carta
á Rosalía, que se enteró de mi actual situación,
y que me profesa desde entonces el odio á
muerte que te predigo; repito que lo siento,
pero convendrás conmigo en que la escena á
que dio lugar mi carta debe abrirte los ojos y
hacerte vislumbrar un porvenir... muy próximo
y muy semejante al mío. La pesadilla de tu pa-
sada vida empezó ya á enseñorearse de la ima-
ginación de tu esposa, y será para tí, de hoy
en adelante, la sombra que oscurezca tus ale-
grías, la espina que se clave en tus placeres, la
gota de hiél que caiga continuamente en tu
copa.
Me llamas irreverente porque declaro mi falta
de fe dentro del templo, en el que tú rezas to-
davía; y me acusas de imprudencia porque te
hablo con el corazón en la mano y te digo la
verdad desnuda; pero, ¿cómo he de hablar con-
tigo? ¿Mintiéndote? Eso es indigno de mi carác-
ter, y sería hacer un agravio á la lealtad de
nuestro afecto. ¿Por qué me incitaste á que te
confesara minuciosamente cuanto me ocurriera
en el estado matrimonial? Me preguntaste sin-
ceramente, y sinceramente te respondí. Me
creíste dichoso, y te empeñaste en saber si lo
era; si soy desgraciado, no tienes derecho de
reconvenirme por habértelo participado, por
más que asi chasqueara tus ilusiones respecto á
mi matrimonio y te pusiera en guardia respecto
al tuyo. No es mía la culpa.
Me pides imposibles: que vea las cosas de
otro modo que son, que cambie de carácter, que
no exija del mundo más de lo que me da...
352
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
¿Qnién es capaü de conseguir todo eso? ¡Cómo | te equivocas si crees que la gloria de las pri-
se conoce que eres neófito en la religión del ; meras caricias no se evapora, y que los brazos
matrimonio! ¡Cómo te alucinas crej-endo que su , del amor no to han ile dejar caer, algunos me-
bellisiuio principio no pierde su encanto! ¡Cómo i ses más tarde, en los brazos de la sosería y del
faíitidio! La Rochefoucault, á quien
tanto conoces y admiras, lo dice en
la siguiente máxima, que debes ha-
ber olvidado: «El amor, como el
fuego, no puede subsistir sin mo-
vimiento continuo y acaba de vivir
cuando cesa de esperar 6 de temer. »
Yo no espero lo que esperan la ma-
yoría de los cónyuges desde el mo-
mento de la boda, el regocijo de ser "" '•'
padre, después de tanto tiempo
transcurrido sin conseguirlo,
tengo fundamento para creer que no he de go-
zar de las dulzuras de la paternidad. No temo
que mi esposa me prive del extremado cariño
que me profesa, porque es apasionada y cons-
tante y concentró en mí todos sus deseos y to-
dos sus placeres. Si temiese perder su cariño,
quizás entonces me apasionaría de ella; pero
no, no puede sonreirme siquiera tan halagüeña
esperanza; por lo tanto, el amor tiene que ara
h-ir He tñtir en mi matrimonio, como acertada-
mente opina el moralista francés.
Dices que ayer me harté de independencia y
que hoy me harto de amor, que ambas cosas sou
antitéticas y que en la vida no se puede elegir
otra tercera: pues yo no lo creo asi; creo que,
después del hartazgo del cariño, me volvería á
la vida á respirar con libertad el aire de la inde-
pendencia; creo que, sin penetrar en el circulo
vicioso que hemos recorrido durante nuestro
período de solteros, podría disfrutar de satis-
facciones lícitas y comj)atibles con nuestro es-
tado, que son muchísimo más agradables que
estar sejmltados perennemente entre las cuatro
paredes del domicilio conyugal, como un cartu-
jo en su celda, cuando nuestra educación, nues-
tras costumbres y la vida moderna nos han en-
señado que la sociedad se ha establecido para
el hombre culto y que el casamiento no debe
ser una tumba, sino un santuario ante el que
DO debemos arrodillamos á todas horas ni rezar
continuamente.
Dentro de dos años, mi querido Enrique, ¡len-
sarás como yo, y se apoderará de ti el cansan-
LOS
ACANTILADOS
DE LA COSTA DE
CRIMEA
cío que me entristece. Lo que para nosotros, les
hombres, es monótono y fastidioso, es el bollo
ideal para la mujer, que ama toda su vida y no
puede ser feliz sino inmolando su alma y su
cuerpo eternamente en holocausto del dios Cu-
pido: el hombre nació para brillar en otras es-
feras, para sobresalir y lucrar á la vez fuera
del hogar, desempeñando brillantes y variados
papeles en la comedia liuiuana, según sus incli-
naciones y sus estudios. Hé acjui otra de mis
tristezas. Tú y yo, ricos desdo la cuna por (^1
capricho do la suerte, no pensamos en tiempo
á propósito ser útiles á
la sociedad y á nosotros
mismos, y hemos visto
desvanecer.se nuestra
juventud sin pensar ja-
más en ser hombres (!<■
provecho, deseando úni
camente pasar la oxis
tencia divertida, y ali'
ra que el amor y los pla-
ceres han hecho ol va-
cío en mi alma, es ya tar-
de para crearse por el
esfuerzo propio una po-
sición social que hoy di-
siparía mi fastidio y me
ofrecería goces que ja-
más he saboreado y que
envidio hoy con la vehe-
mencia de mi carácter
im]>ctuoso, porque me
abrirían la ¡)uerta por la
que saldría á descan-
sar de la monotonía de
este estado siempre
igual, sin claro oscuro
ni peripecias.
No insisto más en la
anterior idea, porque,
como es ya irrealizable,
es inútil hacer hincapié
en olla, y aguardo la de-
finitiva carta que sobre
la felicidad de tu matri-
monio me has de escri-
bir dentro de dos años.
Idéntica es nuestra po-
sición; nviestras esposas
son semejantes en apre-
ciar el estado conyugal
y en la índole del cariño
que nos profesan; nues-
tra vida anterior fué la
misma, con insignifi-
cantes diferencias; nos
han pescado con el mis-
mo anzuelo, esto es, con
el cebo de la pasión ver-
dadera que han sabido
lanzarnos dos mujeres;
por lo tanto, debemos
sacar los dos las mis-
mas consecuencias , y si
yo no soy feliz, puedes
irte preparando para no
serlo.
Preciso es cortar aho-
ra nuestra correspon-
dencia, sopona de no
entendemos, ya que aún
es tempi-ano para que
veas en toda su desnu-
dez el estado del matri-
monio; aguardemos á
que sea hora.
No por eso dejará de
quererte y de pensar
muchas veces en tí el
que hoy, como ayer y
como mañana te ha de
profesar el afecto de un hermano,
Femando.
P. D. Mis afectos á Ildefonso Sancho. Acon-
séjale que, si piensa entrar en nuestro gremio,
que se case con mujer que lo considere mucho
y que le quiera poco.
(Se continuará.)
«IBBTIiaél: Cirtei, J6S-3S7. Kimi Itliui, Milor.— Reseriidos los derechos de propiedad artístici j liUraria.— Lis reclamaciones en Madrid, al represeotante de esta Casa D. Maouel Pli y Valor, Apodaca, 10. 2."
) INSÉRTESE O NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL (
■UTAKLSUIMUIItTU riVUUHAVIUO US B. BaSSUA.— OiU.LB 1» VllXAHRUKL, MUM. 17 ««BAMCHK US 8*11 AUTOKIU.— BAHCSLO»*.
SEMANARIO CIENTÍFICO. LITERARIO Y ARTÍSTICO
^VX^^^
Aflo V
Barcelona 4 de Junio de 1887
Núm. 231
DÍA DE LLUVIA
354
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
SUMARIO
Tuto.— Jfodrid. Oarta$ i ■•< prteo, por Fernuiflor.— JMti-
(Um mAr te ttda ^ putblo, por Jocé Z*honero. — iB rtoU-
mttta (eooaioaite), por Vtoente Bluco IbAüe*.— £( dtseu-
tilitlí» MJé^ón, por JOMiuln OlmediUa y Puig.— £i-
MMtcofdt ImjmmNm ttaJumutanot, por A. de Valdcflorei<.
—La» da» mittriat (poesía^, por Tomás Ctmacho.— Coría
de Maria (tngmtnyo de nn poema), por Ketlerico Ortega
de la Parra.— Nueatros grabados.— £oma vtdutta fede ptr-
duUa (coQtinnación), por Jacinto I^balla.
SuBiiKM.- Día de lluvia.— Parénteaii.-forcéioNa: Inaugu-
ración del monomento al general Prlm.— En alia mar.
(KxpoaleMo de Bellas Artes de 18S7).— Caiiudd Paisajes
del Bi^o Otuwa.— Kl teatro Ventura, en el hotel de la
KTrma Sra. dnqaeaa de la Torre.— A punto de dormirse.
—Loa pescadores.- Filomena.— La planchadora.- El len-
tni^* da laa florea. — Veutlmiglia, cerca de la «Comisa.»
MADRID
C-AJITA-S A. lk4T aPRn^A.
Comentarios i un dibujo de eate número. — Apertura de la
Exposición.
\E habia prometido, querida Carmen, escri-
birte algo acerca de las principales actri-
ce.s del teatro Ventura y comprenderás
que debía reservarlo para cuando apareciesen
en esta Ilustración sus retratos. En este nú-
mero puedes verlos.
Los diarios de Madrid han prodigado tantos
elogios á la compañía del teatro Ventura, y es-
pecialmente á dos de sus actrices, á Ventura Se-
rrano y á Rita Luque, que podrían juzgarse
muy exagerados los elogios. Yo participo de la
admiración general y formo en el coro. El salón
del hotel donde vivió el duque de la Torre, ha
sido decorado con un escenario; en el cual algu-
nos individuos de la juventud más brillante de
nuestra sociedad han representado obras diver-
sas en español, y en francés, ya del teatro anti-
guo, ya del moderno; ya dramáticas, ya cómicas.
ÍTan sido estas funciones verdadei-as fiestas en
que el lujo y la elegancia del público completa-
ban la elegancia y primor del teatrito y de la
escena. Yo pudiera llenar algunas columnas con
la descripción de las toalelas que allí se han lu-
cido,— descripción que tú leerías con delicia, —
si yo tuviese la pluma esmaltada de piedras
preciosas de nuestro amigo Gutiérrez Abascal,
que sabe describir un vestido, 6 una diadema,
con palabras que tienen la precisión de la línea,
la brillantez del color, el resplandor de la luz,
la transparencia del cristal, la delicadeza del
encaje, la tersura del oro bruñido y los tonos
cambiantes y profundos del terciopelo. Pero te
autorizo, para que en tu imaginación acumules
riquezas, lujos y pomposidades y revistas con
ellos al público del teatrito de la duquesa de
la Torre; seguro de que tu fantasía no creará
nada más delicioso que estas reuniones, donde
no se llegaba para hablar, bailar y tomar té,
únicjimente, sino en las cuales el público cele-
braba una fiesta del arte y rendía tributo al
talento. Dado que nuestras clases superiores
cuando se ponen el frac 6 el vestido de escote
emplean casi todo el tiempo en las arideces de
la política, en las frivolidades de los cumplidos
6 en las ingeniosidades de la maledicencia, no
cabe duda que el teatrito Ventura es una insti-
tución saludable.
Muchos gentes se admiran de que siendo tan
jóvenes y de familias tan distinguidas, las actri-
ces del teatro Ventura representen como repre-
sentan. Creen que las señoritas de la aristocracia
tienen obligación de ser tontas. Ivlada de eso, es
todo lo contrario. Prescindiendo de que las se-
ñoritas de Madrid son listas de condición, las
de mejor casa suelen ser las más listas. Esto
depende, quizás, de que como ningunas otras
se aleccionan en el arte del disimulo; en que
todo el día se pasan componiendo el rostro y
la voz para no desentonar en las visitas, en la
tertulia, en la meea, en el teatro; rodeadas como
lo están siempre de personas de clase, enfado-
sas para ellas, pero á las cuales deben conside-
raciones. Su educación, por muy descuidada
que sea, es superior á la de la señorita po-
bre; sus lecturas son libros y novelas de los
más ingeniosos escritores franceses y su afán
constante es lucir en todo, en sus trajes y en su
conversación. Cuando una señorita de alta cla-
se tiene disposición; disposición, como suele
decirse, progresa rápidamente: porque está ro-
deada de elementos de progreso y sólo necesita
voluntad para aprovecharlos. Además, en Espa-
ña y en Madrid no sucede lo que en otras na-
ciones y en algunas de nuestras provincias,
aquí las altas clases viven en relación directa
con las demás: sólo se exige al hombre de ta-
lento que tenga un frac para las grandes so-
lemnidades. Los hombres de talento entran en
todos los salones, forman una aristocracia tam-
bién y no hay tertulia ni comida en la cual no
figuren por su propio derecho. Esta creación
prodigiosa del planeta en que vivimos dicen
que se verificó á causa de haber llegado á unir-
se felizmente las moléculas dispersas de la sus-
tancia cósmica á fuerza de estrecharse; de igual
modo las señoritas de Madrid resultan genios
por el constante conversar, por la lectura conti-
-nuada y por 1^ atmósfera que las rodea, artifi-
cial quizás, pero luminosa.
Así, pues, las señoritas de alta clase deben
representar comedias con mayor facilidad que
las de las clases ínfimas; y poseen más notas
de la escala dramática; puesto que están en con-
diciones de observar la sociedad en las clases
que constituyen el teatro moderno, es decir, la
noble y la media; pudiendo observar también
el mundo del saínete con observar las costum-
bres y caracteres de sus criados. En las clases
altas la imaginación de la mujer joven está exci-
tada constantemente; la cuestión es dirigir á
buen propósito esta excitación del pensamiento:
y en vez de que se pierda en frivolas luchas de la
coquetería y del lujo, emplearla en propósitos
titiles ó en el arte.
No por ^0 dejará de admirarnos el raro mé-
rito del teatro Ventura y especialmente de las
dos señoritas que indiqué antes; éstas, sin duda,
tienen condiciones nativas para el teatro y pu-
dieran llegar con el estudio á ser aplaudidas en
verdaderos teatros.
El grabado que va en este número representa
la decoración de Le serment d' Horare; un lindo
juguete de Henri Murger, el poeta y novelador
de la bohemia francesa. Elegantes biombos, al-
mohadones de raso y de peluche recamados de
oro, espléndidos cortinajes, pieles magníficas,
cubriendo el pavimento, guitarras, laudes, pan-
deretas, encajes, flores, daban al escenario el as-
pecto del estudio de un pintor elegante y aris-
tocrático. El conde de Romrée, Venturita Se-
rrano, Clarita Lengo y el señor de Montero
desempeñaron esta obrilla; el director de escena
de este teatro, Carlos Romrée, es un actor dis-
tinguido, que figuraría dignamente en cualquie-
ra de nuestras buenas compañías cómicas; y que
en el género de la comedia de sociedad sigue
las tradiciones de Romea. Discreto en todos
los papeles, ingenioso y fácil en todos ellos, se
ha distinguido mucho en el de americano de Le
sermeni; le desempeñó con una flexibilidad, tin
buen gusto y un aplomo notables. En favor de
su inteligencia hablan los éxitos obtenidos por
la compañía; pues la.s obras han merecido por
sus efectos escénicos y conjunto, elogios muy
justos.
El triunfo más brillante deRitaLuque ha sido
Buenas noches señor don Simón, en la última fiesta
de la temporada. Esta señorita está lejos de ser
una belleza; es un lindo manojo de huesos; sus
facciones no son regulares y pasaría desaperci-
bida en un salón si desde el momento en que
pone su alma en actividad, esa alma no se difun-
diese con maravilloso encanto por sus ojos y por
toda su fisonomía. Tiene una gracia irresistible
en su voz y en sus ademanes; es toda mujer y
mujer delicada, suave, á un tiempo sencilla y
aristocrática. Es de las mujeres cuya belleza no
I se pierde cuando dejamos de contemplarla; por-
que esa belleza no reside en los rasgos de su fi-
sonomía, sino en la gracia movida }' i)icante de
su espíritu (|ne parece habérsenos infiltrado
después de haberla visto y oído. Viéndola re-
presentar, oyéndola cantar, se pierde la noción
del tiempo y del espacio y en aquellas noches
teatrales todos la enviaban en su aplauso el se-
creto mensaje de un amor sin esperanzas. Los
jóvenes llegaban al último grado de la exalta-
ción; los viejos sentían removerse entre la ceni-
za de sus corazones las últimas chispas. Excuso
decirte que yo que no soy ya joven ni todavía
soy anciano me encontraba en un término me-
dio razonable.
Su hermana, la señora de Moreno, como po-
drás juzgar por el retrato, previene favorable-
mente con su gran belleza. Su talento es de ín-
dole diferente al do Rita, si bien tiene condi-
ciones como ella para el género cómico. La voz
de Rita es suave y limpia, la suya es firme y os-
cura; pero la modifica con verdadero talento.
Une á sti heríliosura la inteligencia, y en todos
los papeles merece aplausos.
Clarita Lengo, á quien verás en el grabado
vestida de traje, es actriz modesta de esta com-
pañía. Su distinción, su elegancia, su educación
arti.stica y la preciosidad, en fin, de toda su
persona, son cualidades suficientes para garan-
tizarla la benovolencia del piiblico.
He dejado para el último lugar la dama de la
compañía, Ventura Serrano, marquesa de Caste-
llón. Desde la primera función en que tomó par-
te fué declarada excelente actriz; pero su obra ha
sido La capilla de Lanuzn. Ventura reúne todas
las cualidades que pueden agradar: es bella,
graciosa, esbelta, de fisonomía inteligente y sim-
pática, pero es necesario verla representar La
capilla para comprender que bajo aquella seie-
nidad, compostura y distinción se oculta un co-
razón impetuoso y arde la llama de las pasiones
trágicas. El papel de la novia de Lanuza es
muy difícil porque sólo aparece en la escena
para significar los arrebatos de su amor y de su
desesperación; es un papel en el cual el estudio
del arte no basta, en el cual es preciso abando-
narse al sentimiento. Pues bien, Venturita Se-
rrano entra de súbito en el drama con una ve-
hemencia, con una realidad y al propio tiempo
con un idealismo que no es posible verla y oírla,
sin sentirse proftmdamente emocionado. Un
hombre de Estado, cuya palabra oyen siempre
con respeto los partidos y hasta las naciones,
me decía, después de haberla oído: — ¡Si esta se-
ñorita tiene el corazón tan sensible como aquí
lo parece... será muy desgraciada!
Habrás formado idea por estos retratos de la
compañía del teatro Ventura. Sólo me falta decir-
te que es muy completa, pues cuenta con otros
actores excelentes; entre ellos Federico Luque
hermano de Rita, que realmente tiene madera
de actor, y Crooke, un característico que sabe
decir y accionar y vestirse con mucha naturali-
dad y gracia, y Eernando Fontanar, al que solo
puede reprochársele cierta imitación del estilo
de Calvo, imitación que desluce su verdadero
talento.
Allá para Octubre se reanudarán las funcio-
nes y los éxitos.
Ahora hablemos de la apertura de la Expo-
sición de Bellas Artes. Esta se verifica en un
magnífico edificio que ha surgido, por así decir-
lo, junto al Hipódromo. El palacio de la Indus-
tria y las Artes está situado al norte de la po-
blación, al final del paseo de la Castellana, que
con sus hoteles, sus jardines y sus alamedas,
hermosea la población. El proyecto es debido al
arquitecto D. Fernando de la Torriente, que no
ha podido verlo concluido. El ladrillo blanco y
el encarnado, así como la piedra blanca y gra-
nítica están combinados de manera que dan se-
vero y agradable aspecto á la fachada. Proyec-
tado con cierta grandiosidad las economías han
ido disminuyendo sus pretensiones; pero es un
edificio espacioso y bien ideado. Con el tiempo
se irán construyendo anejos por ambos lados
hasta una extensión de 80.000 metros. No creo
que lleguemos á ver esto nosotros.
Las salas de Bellas Artes tienen luz cenital.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
355
pero son demasiado grandes; convendría divi-
dirlas por biombos.
Se inauguró la Exposición el día 21. Vino la
reina de Aranjuez. A la entrada del edificio es-
peraban los ministros y en la sala de la cúpula
se verificó el acto. Sagasta lucía en su uniforme
la banda de Santa Ana de Rusia, Moret la de
Carlos in, León y Castillo la de la Estrella
Polar de Suecia, Navarro y Rodrigo la de San
Mauricio y San Lázaro, el general Casóla cru-
ces y placa militares, Balaguer otras condeco-
raciones... El ministerio brillaba como nunca.
El acto fué magnifico. Las alumnas del Con-
servatorio entonaron una cantata del maestro
Arrieta, letra de Arnao, que dirigió el maestro
Vázquez; después una composición titulada
Ronde de vuit, instrumentada por el director
del Conservatorio de Bruselas y dirigida por el
maestro Zubiaurre.
Después el ministro de Fomento declaró
abierta la Exposición.
Como ha de ocuparse en La Ilustración
Ibérica de este certamen otro escritor, le dejo
"^íntegras sus impresiones y sus juicios limitán-
dome á manifestar que es numerosísima y que
abundan en ella los cuadros excelentes. De ella
podrás juzgar en algo por tus propios ojos, pues
los dibujantes de La Ilustración preparan ya
la reproducción de muchos.
Sin más por hoy, tuyo,
Feknanflob.
ESTOOIOS SOBRE ik VIOA DEL PUEBLO
(1)
LA REPUDIADA
Antolin fué el primero que se despertó en la
casa; su padre ya había salido al trabajo, su
madre tal vez estuviera durmiendo; el mucha-
cho abrió de un empellón la puerta y sus ojos
parpadearon al ser heridos por la luz del sol;
era ya tai'de y debía de marcharse prestamente
al tejar.
Tenía los sentidos entorpecidos por el sueño
y apenas si acertó á descubrir á la claridad que
penetraba por la puerta, la lata donde su ma-
dre solía dejarle todas las mañanas un mendru-
go de pan y una tajada para el almuerzo; luego
se puso su chaqueta sucia, porque aún hacia
frío, y salió cerrando tras de sí la puerta y si-
guió por los rojizos desmontes á tomar el cami-
no de Chamartín, cuyos pinares verdeaban
oscuramente contrastando con la nieve de la
sierra, bajo un cielo azul despejado y luminoso.
Aquella mañana no se abrió en más de una
hora la puerta del casuco, otros días ya abierta
mucho antes de que Antolin se despertara; ni
se vio á la seña Margarita zarandear la escoba,
ni aparecieron los tres chiquitines que en cami-
silla y descalzos solían corretear por la casa,
saliendo de ella al par que penetraban las galli-
nas picoteando el suelo de ladrillo; faltaba, ade-
más, el tremendo perro que ordinariamente se
hallaba siempre tendido junto á la puerta que
daba al campo.
Ninguna de estas cosas echó de ver Antolin
ó si las echó de ver no le sacaron de su indi-
ferencia estúpida; él no sabía hacer otra cosa
qup comer, dormir, irse al trabajo á sus horas
y cuando más coger alguna que otra vez al más
pequeñuelo de sus hermanos y apretar dulce-
mente su carita con sus ásperas manazas de
bracero, callosas por el azadón. Los sábados
echaba el jornal en el bolsillo del delantal de su
madre y los domingos los pasaba tumbado á la
larga en un pradezuelo cercano ó jugueteando
con el perro.
La seña Margarita no estaba acostada como
habia pensado su hijo, sino antes por el contra-
(1) Se advierte al lector que estos cuadros están exacta-
tni'Ute Cíipitt'loa de hechos rcíiles.
rio, había pasado en vela y fuera de casa toda
la noche y en cuanto á los chiquitines estaban
con una vecina; á las diez de la mañana llegó
la madre de Antolin á su casa; la mujer estaba
pálida y ojerosa y tenía la frente oscurecida
por un ceño adusto muy pronunciado.
Abrió la puerta y entró en la pobre casita
abandonada; allí le acometió el llanto y comen-
zó á sollozar lanzando sordas maldiciones con-
tra el malvado de su marido y contra la bribona
de la cacharrera que había vuelto el juicio á un
padre de familia, á un hombre que hasta enton-
ces hal)ía sido bueno como el pan.
El drama había sido terrible y brutal; su de-
senlace se produjo cuando menos podía espe-
rarse; lo que decía la seña Margarita «cuando
yo estaba más confiada en que todo había aca-
bado.» La noche anterior Aniceto llegó de la
obra, al poco rato llegó Antolin, cenaron, y éste
se echó á dormir; ella acostó á las criaturas y
de pronto Aniceto buscó quimera á su mujer;
ella aguantó, aguantó hasta que no pudo más.
¡Señor, señor, la paciencia de un santo se agota!
Riñeron y Aniceto se fué de la casa... Mil ve-
ces hubiera querido la seña Margarita recibir
un golpe de aquel hombre, antes que verle
abandonar la casa al muy descastado sin ley
ni entrañas.
¡Quién habría de decirla á ella cuando llegó
á Madrid con su marido que éste habría de ha-
cerse tan duro de corazón! Entonces hacia dos
años que so habían casado, no tenían más hijo
PARÉNTESIS
que Antolin que aún se hallaba en mantillas;
habían vivido en buena armonía; ella era una
mocetona de veintiún años, fresca, rozagante,
mostrando al reírse sus blancos dientes y con
los colores de salud en las mejillas; él un aldea-
no tímido, inocentón, recio para el trabajo, sin
otros gustos que los de estar como encantado
junto á su mujer y cuando más echar algvín
domingo una partida de barra y apurar un ja-
rro con los mozos del pueblo. Pero desde el
punto !i hora en que, por los malos años del
campo, tuvieron que venirse á Madrid, el bue-
no de Aniceto fué cambiando que ya no era co-
nocido, llegando hasta el extremo de abando-
narla y á tres criaturas y sin otro socorro que
los tres reales que pudiera ganar Antolin.
Este no había oído la disputa de sus padres
y según pensaba la seña Margarita, ni aún ha-
bía echado de ver por la mañana que se halla-
ba solo en la casa.
— ¡Dios mío. Dios mío! ¡Virgen Santísima del
Cubillo! — exclamaba la seña Margarita sentada
en una banquetilla de pino y estrujando un pa-
ñuelo entre sus manos. — ¡Qué va á sor do mi y
de mis hijos! — y de sus ojos caían las lágrimas
á todo caer.
Lloraba entonces enternecida y amedrentada
y nadie hubiera reconocido en ella la mujer que
una hora antes enronquecida, desgreñada, fu-
riosa, echando espumarajos por la boca, bra-
ceando y descompuesta llenaba de terribles in-
sultos á la cacharrera y al bribón de Aniceto, á
los cuales había ido á buscar á la taberna del
barrio... ¡Oh, y como entonces se cebó injurián-
doles! Depuró su cólera con aquel desahogo; ne
hubo palabra insultante de cuantas ella había
oído á las vecinas cuando peleaban que no sol-
tase en su furia; y eso que la seña Margarita
habia sido siempre modosa, callada y poco ami-
ga do ruidos.
— Miren, miren la seña Margarita qué len-
gua tiene, ¡quién habia de decirlo! — exclamó
seña Eustaquia, la lavandera, al oírla.
(Se continuará.)
José Zahonero.
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LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
EL VIOLINISTA
(roxri.rsioN)
Al decir esto creí que el pobre niucliacho iba
:l llorar, y j-f» que en aquella época era escépti-
co por naturaleza, no pude menos de conmo-
verme al comprender la intención con que ha-
bían sido dichas aquellas palabras.
Ricardo permaneció silencioso durante algu-
nos instAntes , pero pasados éstos, levantóse co-
mo aquel que adopta una resolución y me dijo:
— Perdóname amigo mío si 80_v tan ingrato
contigo. Vienes á verme y no satisfago tus de-
seos: pero agnarda un momento y oirás mi com-
posición.
y después de decir esto, gritó á un vejete
que ocupaba una mesa cercana y que no era
otro que el pianista:
— Cuando V. quiera, don Juan.
— Que impaciente está V. porque el público
oiga su obra. jAllá voy!
Y aquel desecho artistico subió á la plata-
forma acompañado de Ricardo }' se puso á ha-
cer escalas en el teclado mientras que mi amigo
templaba el vioHn.
Yo no pude menos de entristecerme al con-
PAISAJES DEL BAJO OTTAWA
(CANADÁ)
TORRE-ATALAYA, CERCA
DE LACHINE
RUINAS DEL ANTIGUO
CASTILLO
siilcrar que en una ocasión cuino aquella Ri-
cardo abrigalja esperanzas sobre el éxito de su
obra.
Me creía ser el único espectador que en ella
fijaría su oído.
Conozco mucho lo que les sucede á los artis-
tas que tocan en los cafés, — por más eminentes
que sean, — y confieso que nunca he podido
oírles sin pena.
Cuando más se esfuerzan y se exceden por
arrancar á su instrumento notas que lleguen al
rorazón de los oyentes; cuando al ejecutar los
pasajes más difíciles ci-een logrado bu deseo,
escuchan como en la mesa más cercana dos hon-
rados ciudadanos tratan de asuntos mercanti-
les, y más de una vez se sienten oscurecidos
por ]a voz de una carnarero ó la destemplada
de un ciego que atraviesa el café pregonando
sus periódicos.
Aquello es la fiel expresión de la eterna lu-
cha entre el positivismo y ol arte, entre lo ma-
terial y la belleza.
A Ricardo por fortuna no le sucedió nada de
esto en dicha noche.
Tenia entre los habituales parroquianos un
gran número de amigos tan apasionados de su
mérito artístico como yo, y éstos se encargaron
apenas apareció en la platafonna de establecer
en el calé un relativo silencio, con prolongad' s
siseos; á cuya invitación e] público obedeció
con la extrafieza del que aguarda un gran acon-
tecimiento.
Cuando todo esto sucedió ya Ricardo tenia
el violin apoyado en el hombro.
De repente comenzó á tocar acompañado del
piano.
Aquello era la introducción de la obra.
Su construcción artística daba á entender
que no estaba ajustada á los moldes de ningu-
na escuela musical, y sus armonías sembradas
de acordes tenían un tinte sc-
mifantástico y originalísimo.
Los sonidos del violin como
fugaccB diablejos cruzaban por
la atmósfera del café cargada
de humo, y poco á poco iban
creciendo y entrelazándose
caprichosamente para formar
una inspirada y arrebatadora
melodía.
Aquella obra de Ricardo era
toda una historia escrita con
notas.
Un prólogo de idilio y un
final de tragedia encerrados
entre las líneas de la pauta
musical.
Unas veces armonías dulces
y embriagadoras como diálo-
gos de amor ó besos apasio-
nados, otras golpes secos y es-
tridentes semejantes á las
agitaciones de un corazón lle-
no de celos y de continuo
arrastres melancólicos seme-
jantes á gemidos de una alma
desgarrada.
_j El violin á impulsos de la
mano de Ricardo, cantaba una
historia de amor, de dudas y de desesperación.
En el café reinaba el silencio y la atención
más completos y el artista parecía gozarse en
aquel aplauso mudo que tributaban á su obra.
Yo que con la cabeza baja escuchaba como
reconcentrado en mí mismo aquella prodigiosa
composición, alcé varias veces los ojos y vi
como mi amigo irguiendo su enjuta figura so-
bre el entarimado, paseaba satisfecho su mira-
da por el auditorio.
De pronto las cuerdas del violin produjeron
un sonido nervioso (y perdonad la frase) que á
no dudar era extraño á la partitura.
Volví á mirar á Ricardo y su aspecto había
cambiado por completo.
Sus facciones estaban como desencajadas, en
los ojos tenía una expresión
1 infernal y toda su persona de-
mostraba sorpresa y labia á la
vez.
Desde el primer instante
comprendí cjue en el cafó exis-
tía la causa de aquella trans-
formación.
Seguí la dirección de su mi-
rada, y en un rincón vi á una
mujer y un hombre que con-
templándose amorosamente
parecían como olvidados del
mundo y sordos pura aquello
mismo que enloquecía de entu-
siasmo & todos cuantos les ro-
deaban.
Desde el sitio que yo ocu-
paba solo pude ver el rostro
del hombre que por cierto era bastante vulgar.
La mujer estaba de espaldas, mas á pesar de
esto, conocí que era bastante hermosa. Guiado
de un secreto instinto adiviné que aquella mu-
jer no podía ser otra que la antigua amada de
Ricardo.
Este parecía á cada instante como tentado á
bajar de la plataforma, pero la fuerza del deber
le retenía en su sitio y seguía tocando de una
manera tan extraña como desesperada.
En aquellos instantes su alma debía ser un
verdadero infierno.
El fiiror de que se sentía poseído lo descar-
gaba en foimas artísticas sobre el violin y ol
instrumento parecía retorcerse y llorar bajo
aquel arco cjuo agitándose, tan pronto hería
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
359
CANAL
Y ESCLUSAS DE LACHINE
(CANADÁ)
SUS cuerdas sin piedad, como se des-
lizaba sobre ellas suavemente.
De sus entrañas salían en ciertos
momentos desgarradores gemidos, en
otros delicadas armonías, y, en fin,
la obra vino á parecerse á una sere-
nata en la cual alternaban los suspi-
ros del enamorado con los rugidos del
celoso.
A pesar de esto Ricardo no
dejaba en olvido su partitura,
((Oro era tan sobrenatural la ma-
nera de interpretar sus notas y
daba tal matiz á los principales
pasajes, que el bueno de don
Juan, el pianista, volvióse va-
rias veces con espanto y asom-
bro á contemplar á su compañe-
ro, y viendo el poco caso que de
él hacía, continuó el pobre dia-
blo acompañando al violin si
bien con suma dificultad.
Mi amigo seguía viendo con
ojos desencajados aquella pare-
ja que medio oculta en el rincón
se miraba cada vez de más cer-
ca y con mayor arrobamiento.
Hubo un instante en que las
facciones del violinista llega-
ron á adquirir un aspecto que
verdaderamente me alarmó.
Miré al higar objeto de su
atención, y pude ver como los
dos amantes al encontrarse de-
masiado juntos, y aprovechan-
do la distracción de todos los
concurrentes que obedeciendo
al oído tenían fijos sus ojos en
el violinista, se daban un rápi-
do y silencioso beso que fué
para Ricardo como un golpe de
puñal.
Entonces le vi rechinar los
dientes, bajar su frente cubierta
de un sudor frío y pegajoso para
no ver á la amante pareja y
ocuparse al parecer solamente
de su instrumento.
¡Gran Dios! De qué modo to-
có Ricardo desde dicho instan-
te...
Yo no sabiendo lo que me
hacía estreché la mano de un
vecino, algunos concurrentes
sin darse cuenta de ello se le-
vantaron de sus sillas, otros
adelantaron la cabeza como
para oir mejor y en los ojos de
muchas mujeres brilló una
lágrima de tierno entusias-
mo.
Por fin el violin y el piano
dejaron de sonar, y apenas
las últimas notas de aquella
avalancha musical espiraron
en el espacio, un verdadero
trueno de aplausos retumbó
en todo el salón.
Pero estos no duraron mu-
cho, pues todos vieron como
Ricardo al inclinarse para
saludar, vaciló algunos ins-
tantes y cerró los ojos, hasta
que por fin desplomóse sobre
la plataforma.
Yo fui de los primeros que
salté á ella y cogiéndole en
mis brazos pretendí reani-
marle.
Entre los presentes había
un médico que se encargó de
hacernos conocer á todos la
verdad.
Ricardo era un cadáver y
su muerte no se debía más
que al corazón que de repen-
te había dejado de funcio-
nar.
El violin de Ricardo, bas-
tante roto, lo recogí del sue-
lo para colgarlo en mi des-
pacho, donde me recuerda á
todas horas al amigo muerto
de una manera tan extraña.
Fsto es la causa de que yo posea un
violin no sabiendo hacer sonar ningu-
na de sus cuerdas.
Ahora bien, jóvenes casquivanos,
¿qué os ha parecido mi historia?
IV
—¡Chico, famosa comida! Don Feli-
pe es hombre que sabe hacer las cosas
en toda regla.
— Las trufas eran de primera.
— ^Y el champagne magnífico. ^;Qué
me dices de él?
ESCLUSA DEL CANAL
Y
FERROCARRILIDE SANTA ANA
(CANADÁ)
EL TEATRO VENTURA EN EL HOTEL DE LA I
Señorita Ventura Serrano, marquesa de Castellón. — Señora Luque de Moreno.-
L>H¿aESA DE LA TORRE (Dibujo ele P. y Valor)
uque.— Señorita Clara Lengo.— Señor conde de Romrée, director de escena
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
— Que me ha gustado más que la historia.
—Tiene razón. Ya no me acordaba de ella.
Te aseguro que nos ha aburrido á totlos con la
relación. A mi se me ha indigestado el tal
postre.
— Y á mi también. ¡El demonio del hombre
venimos á nosotros con tales paparruchas!
Vicente Bl.\sco IbAñez.
EL DESCUBRIMIENTO DEL FOSFORO
Hé aqui uno de los asuntos cuyo interés uni-
versal se halla fuera de toda duda, }' cuyos de-
talles, sólo del hombre de ciencia conocidos, son
en extremo curiosos y dignos de referirse y ser
puestos «I alc!\nc« de la generalidad.
Nada más importante, en efecto, quo conocer
el origen de las sustancias que á todas horas se
hallan en nuestras manos y pueden como el fós-
foro producir la luz y la muerte, ó lo que es lo
mismo, ser manantial de la vida y causa pode-
rosísima de su destrucción. Tal es el motivo
que nos ha impulsado para dar á conocer en
breves frases el asunto que sirve de epígrafe,
y no desprovisto de interés en nuestro concepto;
para el conjunto de los lectores que deseen co-
nocer un curioso fragmento de la historia de la
ciencia, relacionado con la vida social.
Había transcurrido más de la mitad del si-
glo xvu. Todavía las creencias erróneas déla
antigua alquimia continuaban en vigor y no se
habían dado al olvido muchos de sus quiméricos
ensueños, cuya total desaparición estaba reserva-
da á los últimos años de la pasada centuria con
la creación de la ciencia química que inmortalizó
el gran Lavoisier, cuya figura atravesará las
A PUNTO DE DORMIRSE
generaciones cual claro sol cnyos fulgores no
se apagan. Las condiciones supremas de la hu-
mana ventura sintetizadas en las palabras de
Gífthe, el oro da el poder, vo hay gore yin salwl
jf una larga vida equivale á la inmortalidad,
creían encontrar los que al arte de la alquimia
se entregaban en la \la.m&d& piedra Jilosofal, de
cuyo hallazgo en pos, marchaban llenos de ilu-
sión y fe y prescindiendo de sus erróneos fines
juntaron, sin darse cuenta de ello, el pedestal
donde descansa majestuosa la moderna ciencia
química. En efecto, los múltiples trabajos que
iban encaminados á la transformación del vil
metal en oro, para después emplearle como pre-
cioso medicamento, considerando, según ellos,
que al propio tiempo que proporciona el disfru-
te de los goces materiales, llevaba en si la salud
y la vida, han suministrado á los modernos quí-
micos materiales copiosísimos con que enri-
quecer el arsenal de su ciencia destinada, sin
duda alguna, á prestar señalados servicios so-
ciales.
Al número de estos laboriosísimos soñadores,
para qnjfnfs debe guardar la historia, conside-
rs' liado aprecio y no en manera algu-
na - I inexorable, pertenecía en la ciudad
de Hamburgo el año ItjOO, un comerciante des-
graciado fii .sus empresas mercantiles, llamado
Brandt. itregaba á los trabajos de la
alquimi;i , .sin duda de encontrar en es-
tas investigaciones el desquite de sus malogra-
dos negocios.
Parece ser que el indicado Brandt, se dedica-
ba eu aquella ciudad, con más ó menos trans-
gresión de las leyes, al ejercicio de la medicina
y la farmacia y (jue descubrió en la orina hu-
mana un cuerpo que tenía la propiedad de lucir
en la oscuridad; la etimología de la palabra fós-
foro, (1) (que tal es el nombre del cuerpo descu-
bierto), da á conocer desde luego esta particula-
ridad. De consiguiente es Brandt, el que en lf)tí9
descubrió el fósforo. Pero existen en el referido
descubrimiento algunos detalles dignos de no
pasar desapercibidos.
Parece ser que Juan Kunckel catedrático de
química de la Universidad de Wittemberg que.
mereció las mayores distinciones de los reyes
Federico Guillermo y Carlos XI de Suecia, se
vio obligado á practicar un viaje á Hamburgo,
donde le dijeron que existía un arruinado ne-
gociante llamado Brandt, quien había encon-
trado un cuerpo que en la oscuridad lucía. Tra-
tó inmediatamente Kunckel de conocer el medio
de que se había valido para conseguir su objeto,
pero llegó tarde, pues había vendido su secreto
en 2(X) thalers Qi.OOO reales próximamente) á un
tal KrafiEt y no podía por consiguiente acceder á
(t) De dos griegas 'fu¡i luz y <ft¡itu contlu7,co.
la demanda de Kunckel. Partió éste, pues, de
Hamburgo, sin haber conseguido su objeto y su-
plicó desde Wittemberg repetidas veces á Brandt
que le revelara su secreto, el cual le contestó por
vez postrera, (pie su arte era inspiración divina
y le era de todo punto imposible la revelación.
Vista la ineficacia do todas las gestiones, dedi-
cóse Kunckel á investigar por sí la resolución
del problema y habiendo sabido que empleaba
Brandt, como primera sustancia, enorme canti-
dad de orina, no dudó un instante que había de
ser éste el certero camino para llegar al obje-
to deseado. Efectivamente, según escribe deta-
lladamente Homberg, el procedimiento de que
Kunckel se valía, estaba reducido á una des-
composición por el fuego en una retorta de
gres, de la orina evaporada á sequedad hasta
casi carbonizarla y mezclada con doble de su
peso de arena fina, recibiendo el producto de
esta descomposición en adecuada vasija con
agua.
Esta es, pues, la historia del fósforo, que
puede calificarse del descubrimiento más inte-
resante hecho por la química en el siglo xvii.
La ciencia moderna ha modificado, como es
consiguiente, de un modo notable los procedi-
mientos para obtener el fósforo, y así lo testifi-
can los nombres de Schelle, Margraff, Cary-
Martrand y Wocler, como los importantísimos
trabajos acerca de este cuerpo del inmortal
Berzelius, de Mitscherlich, de Graham, Des-
sains, Marchand, Fischer, Thenard , Henry
Rose, Regnault Schroeter y otros varios que
han intervenido en el estudio del descubri-
miento.
Son también muy dignos de mencionar los
progresos que ha tenido la historia del fósforo
en lo relativo á sus estados alotrópicos.
No debe darse al olvido al tratar del descu-
brimiento del fósforo, el nombre del irlandés
Roberto Boyle que, por alguna ligera aunque
vaga indicación de Kraíít (comprador del secre-
to de Brandt), pudo llegar á conseguir pedazos
del indicado cuerpo hasta del tamaño de gui-
santes, cuyas propiedades, á la perfección des-
cribe, no olvidándose en manera ^alguna de se-
ñalar los peligros que corre el que imprudente-
mente le maneja.
De consiguiente, en resumen, la gloria del
descubrimiento del fósforo pertenece en primer
término á Brandt é inmediatamente después á
Kunckel y á Boyle que aislados por su parte y
á fuerza de constancia y laboriosidad sumas,
con solo un dato llegaron á resolver el intrinca-
do problema.
Pero permaneció todavía algunos años dentro
de las sombras del misterio e] método de obten-
ción del fósforo, temerosos sus autores de que
estuviese en las manos del vulgo, un cuerpo en
cuyo manejo había tantísimo peligro.
Así es que durante mucho tiempo un farma-
céutico de Londres, llamado Hankwir, que po-
seía el secreto, comunicado por Boyle, suminis-
tró á Europa fósforo durante un largo periodo,
por lo que se le denominó fósforo de Inglaterra.
■Por último, Homberg, discípulo do Kunckel,
extrajo el fósforo ante una comisión de la Aca-
demia de ciencias de París, cuyos individuos
Hellot, Dufay, Duhamel y Geoffroy se encarga-
ron más tarde de publicar, como aparece en
17¡)7, con la firma del primero en la Colección
de memorias de esta corporación.
En 1769 Gahn y el eminente químico sueco
Scheele, para cuya memoria serán siempre esca-
sos todos los elogios que sa prodiguen, demos-
traron la presencia del fósforo en los huesos y
más tarde, en nuestros días, hemos visto á los
más notables químicos y médicos de Alemania,
Inglaterra, Francia 3"^ España, ocuparse del estu-
dio do este curioso cuerpo, ya en sus caracteres,
en su acción sobre el organismo, sus aplicacio-
nes para devolver la salud, sus diversos estatlos
denominados alotrópicos, entre los que se halla
el fósforo rojo ó sea fósforo no venenoso, sus
multiplicadas combinaciones, de tanto interés
algunas en el concepto agrícola, etc.
Tal es, pues, la historia de uno de los descu-
brimientos que han atravesado por mayor nú-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
36:^
mero de fases, hasta llegar á ser del domiuio
del público científico; pero puede decirse que
ha sido cual la gota de agua, que sin cesar
sumándose, ha constituido el caudaloso río, re-
presentado en las grandes consecuencias que
se han derivado de su aparición en el horizonte
de los conocimientos humanos.
Joaquín Olmeuilla y Puio.
*
BIBLIOTECAS
DU LOS
PUEBLOS MAHOMETANOS
No siempre estuvieron los musulmanes en el
estado de ignorancia que hoy les vemos. Verdad
es, que Omar dio orden á su teniente Amrú de
quemar todos los libros que componían la se-
gunda biblioteca de Alejandría, pues sabido es
que la primera había sido incendiada acciden-
talmente en tiempos de Julio César, siete siglos
antes. Pero no todos los califas han pensado de
la misma manera que Omar. Los nombres de
Almanzor, Arón, Ab-Reschyd y Almamón, re-
cuerdan una época en que las ciencias y las
letras descuidadas y desconocidas en Europa, se
habían refugiado en Bagdad, donde se enviaron
de Constantinopla hombres exprofesos para tra-
ducir al árabe las mejores obras de los griegos;
donde, en jin, entre las condiciones del tratado
de paz, impuestas por el califa vencedor, figura
la sección de cierta cantidad de libros griegos.
Nosotros tenemos pocas noticias sobre la bi-
blioteca particular de los califas y los numerosos
colegios que ellos habían fundado en Bagdad.
Un solo hecho basta para juzgar de la inmensi-
dad de sus colecciones. Cuando Bagdad fué
tomada por los tártaros, el año 1258, éstos arro-
jaron todos los libros al Tigris, cuyo número era
tan considerable, que formaron una calzada,
sobre la cual pasaban las gentes á pié y las ca-
ballerías.
En Egipto, Mauritania, España, Siria, Bok-
hara, Samarkand y en todas las comarcas some-
tidas al yugo del Corán, los principes rivales ó
va.sallos de los califas, se distinguieron por el
amor á las letras, y fundaron bibliotecas y aca-
demias. La de los califas de Egipto ocupaba
cuarenta salas de su palacio en el Cairo, y con-
tenía más de un mülóri seiscientos mil volúmenes,
entre los cuales se encontraba un gran número
de manuscritos autógrafos. Todos estos libros
eran notables pd* la belleza de caracteres, y
magnificas encuademaciones enriquecidas con
oro, plata y piedras preciosas. Durante los des-
órdenes que señalaron una parte del reinado del
califa Morkanser, hacia el año 1080, e.sta biblio-
teca fué dilapidada por las milicias turcas que
tomaban libros á cuenta de sus sueldos atrasa-
dos. El visir mismo hizo trasportar á su casa la
carga de 25 camellos, á consecuencia de una
autorización que, por 5.000 dinars (50.000 pe-
setas) que le debían, le adjudicaba el valor de
lOO.OOíJ dinars (un millón de pesetas) en libros.
Después del pillaje de la casa de este ministro,
los esclavos tomaron parte de las cubiertas de
los libros para hacerse calzado y quemaron las
hojas. Otros fueron hechos pedazos y perecieron
en las llamas ó las aguas del Nilo, de donde
fueron sacados y llevados á países extranjeros.
El resto permaneció amontonado en montoncitos
sobre los cuales los vientos antojaron una gran
cantidad de arena y de tierra, y formaron varios
montecillos que existieron largo tiempo cerca
del Cairo, y que llamaban colinas de libros.
La biblioteca particular de los califas de
Egipto, fué respetada en esta ocasión; contenía
más de ciento veinte mil volúmenes encuader-
nados, sin contar los que estaban en rústica.
Después del califato de Egipto, todos estos li-
bros fueron vendidos por orden del sultán Sa-
ladin, cuyas virtudes privadas, las cualidades
guerreras y el celo religioso, no eran favorables
á laa letras.
Los árabes, dueños do Españn, hiciei'on en
ella florecer su literatura y sus artes. Los reyes
después del califato de Córdoba, fundaron en
esta ciudad academias y colegios. Uno de ellos,
Ab-Hakem II, no se limitó á llevar á su corte
los hombres más célebres de Oriente, tenía en
África, Egi[)to y Persia, encargados de comprar
y hacer copiar á buen precio, los manuscritos
más preciosos. Su palacio estaba constantemente
abierto á los sabios y literatos. En él había re-
unido una biblioteca de 600.000 volúmenes arre-
glados por orden de materias en diferentes salas.
Algunos fueron enriquecidos con sabias notas
por la misma mano del príncipe. El catálogo
solo formaba 44 volúmenes infolio. En tanto
que la Europa permanecía sumida en las tinie-
blas de la ignorancia, las cortes de Bagdad, el
Cairo, Pez y Córdoba, eran los hogares conser-
vadores de las luces. Dominando los moros en
España sucedió que Gerbert, arzobispo de Reims
y que fué después uno de los papas más ilustres
bajo el nombre de Silvestre II, le obligaron á ir
á aprender la geometría, á riesgo de ser á la
vuelta acusado de bi-ujería, porque trazaba los
ángidos y círculos.
Cuando sobre las ruinas del califato de Cór-
doba, se establecieron en España varias dinas-
tías, los príncipes menos poderosos establecieron
Ijibliotecas en Valencia, Sevilla, Granada, etcé-
tera. De estas se contaban setenta en la Penín-
sula. Todas fueron sucesivamente cogidas y
destniídas por los cristianos españoles, y sus
restos han pasado á la del Escorial.
De todas las bibliotecas ptiblicas de que ha-
blan los autores orientales, la más considerable
era la que los príncipes Amárides habían for-
mado en Trípoli de Siria. Esta se componía de
tres milloves de volúmenes, incluso cincuenta
mil ejemplares del Corán y veinte mil comen-
tarios sobre este'' código religioso, civil y polí-
LOS PESCADORES
tico de los musulmanes. A ella estaba anexa una
academia, la más floreciente que hubo en el
universo. Cien copistas trabajaban todo el año
disfrutando de im buen sueldo, y de ellos había
treinta que no abandonaban el edificio ni de día
ni de noche. Otros estaban encargados especial-
mente de comprar en diversas comarcas las obras
mejores y más raras. Bajo el gobierno de Amá-
rides, Trípoli se había hecho el punto de cita
frendez vovs) de los sabios de todos los países.
Cuando í;sta ciudad cayó en poder de Bertrand,
conde de San Gil, imo de los jefes de las Cru-
zadas (1109), quedaron asombrados los vence-
dores á la vista de tantos libros como encerraba
la biblioteca. Una persona que se encontraba en
la sala donde estaban los ejemplares del Corán,
habiendo tomado varios volúmenes, y que todos
eran de la misma obra, declaró que este edificio
no contenía más que el Corán. Esta declaración
fué causa del embargo de la biblioteca; los cris-
tianos la redujeron á cenizas. Los pocos libros
que se escaparon del incendio, fueron disper-
sados en diferentes países. Ispahan, Schiríiz,
deben haber tenido también bibliotecas reales
muy numerosas, á juzgar por la del sabio Abul-
Casim, Ismael Saheb, Ibu-Abad, la más consi-
derable que jamás ha poseído un particular si
se exceptúa la de M. Bonlard.
No es posible formar.se idea de la riqueza de
la biblioteca imperial de Delhy, por la belleza
de una obra que formaba parte de ella; cuando
la revolución que ha consumado la ruina del
imperio mogol. Este es el ejemplar autógrafo
de la Ayyn Akbery, compuesta y copiada por el
emperador Akbar. Este ejemplar sobre papel
salpicado de oro y ornado de retratos y viñetas,
se vendió por 16.200 francos en la venta de la
biblioteca de Langlés, en 1825.
Ijos turcos otomanos, tártai'os de origen,
menos aficionados al estudio de las ciencias y
las letras que los árabes y los persas, no han
formado jamás tan vastos depósitos de libros.
La biblioteca del serrallo de Constantinopla,
fundada por el sultán Amed III en 1719 y au-
mentada por sus sucesores, puede contener á lo
sumo 15.000 volúmenes y se aumenta conti-
nuamente por consecuencia de las confiscacio-
nes. Hay ademasen ConstantinoiJa doce acade-
mias y otras tantas bibliotecas públicas que
llevan los nombres de Santa Sofía, de los sulta-
nes Mahomet II, Solimán I, Bajazot II, Os-
man III y Abdul-Hamid, de la sultana Validé,
de los grandes visirs Mehemet, Ikinprde, Hi-
brahim Pacha, Eeghih Pacha, etc. Estas bi-
bliotecas colocadas en edificios elegantes, no
contienen más que unos dos mil manuscritos
cada una.
¿Quién creerá hoy que Fez y Marruecos han
sido en la Edad media dos célebres ciudades por
sus bibliotecas y academias? Al presente ofre-
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EL LENGUAJE DE LAS FLORES (Cuadro de Pío Ricoi)
3»ítí
LA ILUSTRACIÓN IBEHllCA
cen los mismos vestigios de ignorancia y de
barbarie que las tribus moros errantes por la
costa y el interior de África.
A. DB Valdkflores.
*
LAS DOS MISERIAS
— ^jDónde vas visión hermosa?
^dónae vas tan adornada
de diamantes y de perlas,
de rabies y esmeraldas?
— Voy al mundo, pues me esperan
con indescriptibles ansias
para que habite palacios
y portentosas moradas.
¿Y tú, sombra negni y triste,
á dónde, di, á dónde marchas
con ese traje de harapos?
— Del mundo también me llaman
para habitar las boardillas
y las míseras cabanas
donde viven en consorcio
la miseria y la desgracia.
— ¡Triste suerte, pobre sombra!
¡me inspiras, por cierto, lástima!
— Y á mí me inspiran desprecio
esas riquísimas galas
con que te adornas, pensando
que me deslumhro al mirarlas.
— ¡Miren, miren la orgullosa!
— ¡Miren, miren la insensata!
— A mí me buscan los ricos,
los príncipes, los monarcas;
me cubren con ricas joyas
y me miman y me halagan...
Si alguna vez con mis gritos
pretendo turbar la calma
que, en apariencia, disfrutan
los que á su lado me llaman,
hácenme gozar delicias
siempre nuevas, siempre gratas,
y con dulces emociones
mis fuertes gritos acallan...
— Yo, en cambio, soy patrimonio
de las personas honradas,
de las que lloran y sufren,
y trabajan, y trabajan
sin obtener de los ricos
las compasivas miradas.
A mí tan solo me encuentran
donde hay hambre, donde hay lágrimas;
mis distracciones no son
cual las tu3'as, variadas,
y mi única ventura
es soñar con esperanzas
que nira vez se realizan...
— ¡Vete de mi lado, hermana,
que me dan horror tus frases
y asco el aliento que exhalas!
— ¡Eres necia, cual los necios
qne te miman y te halagan!
Vete á tus palacios, vete;
yo me voy á mis cabanas
porque el vivir á tu lado
fuera mi mayor desgracia.
Pero escucha: entre nosotras
hay una inmensa distancia;
yo no soy lo que aparento,
tú, con tu apariencia, engañas.
Bajo mis sucios hara])0H
hay oculta una luz clara,
lu7. intensa, luz radiante
que nunca, nunca se apaga
y que es el precioso emblema
del amor y la esperanza;
y bajo el hermoso brillo
de tus deslumbrantes galas
sólo se oculta la sombra,
la inmundicia...
—¡Calla, calla!
qne ya me dice quien eres
la verdad de tus palabras...
— ¡Soy la miseria del cuerpo!
¡tú... la miseria del alma!
Tomás Camacho.
CARTA DE MARÍA ^"
«Por la postrera voz, Marcial querido,
te escribo, y en verdad que no debiera
si no dar nuestro amor tan al olvido
que no mediase ni un adiós siquiera;
ya que así, al parecer, lo ha decidido
el que en la tierra y en el cielo impera.
*No sé cómo expresarte el duro estado
de lucha interna en que me encuentro. Veo
en mi pecho tu amor acrecentado,
cuanto más extinguirlo es mi deseo,
y siento mi cerebro trastornado,
cual se tra.storna ante su juez el reo.
-De un lado, mi conciencia que reclama
de mi sacra promesa el cumplimiento:
de otro, mi corazón, que tanto te ama,
y que mira aumentar cada momento
dentro de si la destructora llama,
sin que logre alumbrar mi pensamiento.
¡Alumbrarlo, Marcial! ¿Qué es lo que digo?
Cuando busco la luz aquí, en mi mente,
y alguna claridad hallar consigo,
elevo á Dios mi súplica ferviente,
como la eleva el infeliz mendigo
que esperó de este mundo inútilmente.
¡Nada soy! ¡Nada valgo! Es esta vida
puente, no más, de otra existencia ignota
que nos es, por lo mismo, tan temida.
Muere una flor, y en breve otra flor brota.
¡Ay! La dicha de amor, interrumpida,
mientras aquí vivimos sigue rota.
¡Qué horror! ¿Te acuerdas? Terminaba el día
y llegaba hasta allí de la campana
la voz que por el aire se esparcía,
y en los recursos de la ciencia humana
más y más la esperanza se perdía;
que al fin la ciencia, como el hombre, es vana.
Era la hora misteriosa y triste
en que la noche avanza presurosa,
y oscuro traje el universo viste:
la hora de la oración, bella y dudosa.
Cuya impresión, que el alma no resiste,
la convierte de impía en religiosa.
Al lado de mi lecho se encontraban
los seres que me dieron la existencia,
y era tal su dolor, tal la violencia
de los sollozos que en su pecho ahogaban,
que sus pálidos rostros retrataban
la desesperación y la demencia.
Mírelos fijamente un breve instante,
y los dos, á la par, se sonrieron
con expresión tan viva y tan amante
que, á pesar de encontrarme agonizante,
mis ojos tiernas lágrimas vertieron
é inundaron con ellas mi semblante.
No sé bien ya lo que pasó. Perdida
por completo en mi pecho la esperanza
de continuar viviendo en esta vida,
vi la cí'leste gloria en lontananza,
y, en su souo, la calma apetecida,
como tras la tormenta la bonanza.
Y soñé que había muerto, y que ceñía
una blanca corona mi cabeza,
y un velo transparente me envolvía
dejando ver mi virginal pureza
que á los ojos de Dios resplandecía
más que á los tuyos luce mi belleza.
Fué un sueño nada más: sueño tirano.
Fué sólo una ilusión, un desvarío
que la fiebre engendró: sueño inhumano
que vino á destrozar el pecho mío,
como destruye el cauce, en el verano,
por la borrasca desbordado, el rio.
(I) Fragmento de un poema de eata nombre.
¡Mas cómo abandonarte, si en mis venas
hierve la juventud, y tengo el pecho
ahogándolo tu amor con sus cadenas!
Tienes razón, Marcial; dalo por hecho.
Al sacerdote le diré mis penas,
y, así, mi voto quedará deshecho.
Me impondrá penitencia. ¡Sea en buen hora!
El mismo Dios se alegrará, sin duda,
de ver esta pasión que me devora,
y acudirá, benéfico, en mi ayuda,
y templará mi sed abrasadora,
y pondrá fin á esta batalla ruda.
¡Y podremos unirnos! Ya me veo
en tus brazos, esposa fiel y amanto,
sin otro pensamiento ni deseo
que el de hacerte feliz. A cada instante
miro tus ojos y en tus ojos leo
que me adoras también, que eres constante.
Y juzgo realizado mi destino;
y me trasporto, con la mente mía,
á las regiones del hogar sagrado
dó se respira el hálito divino;
esa bendita paz que tanto ansia
el generoso corazón honrado...
¡Pero no; no es posible! Indigno fuera
que un alma noble, grande y fervorosa,
romper el sacro lazo pretendiera.
Fuera debilidad ignominiosa:
es preciso luchar, y antes muriera
que no hacer profesión de religiosa.
Siento en mi alma el sacrosanto fuego
de la fe en el Creador, pura y sencilla,
y en sus misterios plácidos me anego.
Miro al Altar, doblada la rodilla,
y á los designios de mi Dios me entrego,
como á la mar y al viento la barquilla.
¿Triunfaré de la mar? ¿Llegaré al puerto?
No acierto á descifrar tan hondo arcano;
que aunque el camino que la fe me ha abierto
para llegar al cielo, es el más llano,
pienso que es escabroso y es incierto;
pues ha de andarlo \m corazón humano.
En fin, adiós Marcial. Si llega el día
— quizás mañana mismo, cuando leas
esta carta que copia al alma mía, —
en que se turbe tu razón y veas
desfallecer tu fe, piensa en María,
y ella disipará tales ideas.»
Federico Ortega de la Parra.
-«-
NUESTROS GRABADOS
Dlá DE LLUVIA
Ese dibujo demuestra singular audacia eu su autor, pues
es realmente un problema técnico el de colocar una figura
en un ambiente que pugna por ocultarla, alterando las li-
neas y estorbando.
Oe todo ha salido triunfante, sin embargo, pudiéndose
ver en esaaefiorlta el símbolo de la actual Ihivlosd, fclay dos-
templada priuiaverii.
FARtNTKSIS
Bien se merecía la pobre niña un rato de dlstra wlóu des-
pués de haberse estado tres horas seguidas estudiando el Mé-
todo. Nada mejor que hojear en el entretanto una Ilustración
con bonitos grabado» y ameno texto, por el estilo de la que
ya saben ustedes .
B4R0IILON*
INiUaDRtCIÓS DÍL UOKUMBNTO iL QgSIlRlL PRIM
Dibujo de Áttrla
Otílebrós") e<tu flesti el 26 del pa-iado Mayo, con Inmensa
afluencia de personas y nii sin algún desbarajuste. La obra se
levanta al extremo del paseo de las Magnolla«, en sitio don-
de confluyen las dos soberbias avenidas formadas por los pa-
sco» de Colón y de la Aduana y el salón y paeeo de San Juanj
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
3íi7
por lo cual resalta sumamente visible. La estatua de Prim,
obra del notable escultor valenciano Sr. D, Luis Puigjener, fun-
dida en los talleres de los señores Comas, se recomienda por
la pureza de sus lineas y vigorosa ejecución asi como los b»jo-
relieves que adornan el pedestal. Este consta de sesenta pie-
zas y es de mármol procedente de las canteras de Masarach
(Gerona). Quizás la estatua resulta algo pequeña dada las di-
mensiones del pedestal, pero sea como quiera es un Prim
muy notable, aunque algo frío.
IXPOSICIÓN MACIONAt, DI BBLLAS ARTES DK 1887
■N ALTA MAR
Cuadro de S. Abril. — Dibujo de P. y Valor
Con este cuadro empezamos la serie de las más notables
obras de la Exposición, que como de costumbre aparece-
rán reproducidas en las páginas de La Ilustración Ibiírjca.
Por hoy sólo diremos que £n olla mar ha llamado po-
derosamente la atención del público, dejando el cuidado do
hacer el juicio critico del mismo al distinguidísimo escritor
encargado de la revista del certamen recién inaugurado en el
magnifico palacio de la prolongación de la Fuente Castellana.
PAISAJES DKI, BíJO OTTAWA (CANADÁ)
Cerca de su desembocadura en el lago de las Dos Monta-
ñas divídese el Ottawa en tres canales, dos de ellos al norte
de Laval y de la isla de Montreal y el otro junto al lago de
San Luis.
El canal de Lachine es el que se forma al Norte de iion-
treal, tomando su nombre del de aquella ciudad, especie de
arrabal de la metrópoli comercial del Canadá. En cuanto al
propio nombre de Lachine, recuerda el propósito délos pri-
meros exploradores empeñados en qne por alli podría pasar-
se al .\sia, y mas concretamente á la Chima, error en que si-
guieron los que fueron en pos de Colón d ¡a» Indias.
Encerrado Montreal dentro una verdadera isla comunica
con el lago Ontario por medio de un ferrocarril que pasa
por Santa Ana, cruzando el lago San Luis por un puente tu-
bular. Todavía subsisten á orillas de este lago las ruinas de
un fuerte-atalaya, construido para defenderse los primeros
exploradores de los ataques de los iroqueses,
IL TIATRO VENTORA
KN IL aOTIL DE LA EXCUA. SRA. DDQCISA DI LA TORRE
Dibujo de Plá y Valor
(Véase la Revista de Fernanflor).
A rUNTO DE DORUIRSE
iDIchosa edad aquella que no conoce las torturas del in-
somniol La niña, cansada de hojear el álbum y sobradamen-
te predispuesta al sueño por lo mullido del asiento, sintióse
poco á poco dominada por invencible modorra y se quedó
dormida, sin hacer caso alguno de las llamativas Imágenes
que contenia el lujoso volumen.
LOS FISGADORES
La escena, tomada del natural, expresa elocuentemente
la vida harto amargada por continuas zozobras de los pobres
pescadores, expuestos á cada salida á no volver al regazo de
la familia; oscuros héroes del trabajo que en aras del amor
á sus hijos no vacilan en arriesgar .su vida en frágiles embar-
caciones. Bien merecen los trabajadores del mar que el arte
les dedique sus más sentidas creaciones.
FILOUENA. — LA PLANCHADORA
Ambos tipos son igualmente simpáticos, cada uno á su
manera, formando una especie de pendant como el de María
y Mnria. No es menos poética, ciertamente, la hacendosa
planchadorcita que la interesante Pilomena, cuyo nombre
ba'ta para revelar sus artísticas aficiones.
EL LENGUAJE DE LAS FLORES
Cuadro de Pió RIcci
Esa obra se recomienda por sí sola. No es que el autor no
se haya metido en dibujos,— pues no se ha metido poco,—
sino que con un asunto casi trivial ha tenido tela para pin-
tar un deliciosisimo lienzo con todo el atractivo que le da
una hermosa dama cuya belleza realza aún más el magnífico
traje de á fines del siglo xvi. En cuanto al galán nos deja bas-
tante indiferentes. Conócese que Pió Ricci lo guardó todo
para la señora.
VINTIMIOLIA, CEBCA OE LA «CORNISA)
Famosa es en todo el universo la carretera que desde
Marsella va á Genova, por la costa.
Pasado Mentón encuéntrase el puente de San Luis que
separa el territorio francés del italiano, el cual opone su pri-
mera barrera en Ventimiglla, en forma de una robusta f.>r-
taleza. La vegetación es alli esplendidísima, adquiriendo,
gracias á las palmeras, un aspecto de todo punto oriental.
ROMA VEDUTTA FECE PERDUTTA
l'Olt
JACINTO LABAILA
(OONTINUACIÓN)
V
ENRIQUE A FERNANDO
Valencia 1." de Setiembre de 1882.
Mi querido Femando: Van ya transcunido.s
con exceso los dos años de mi matrimonio, por
lo que vuelvo á reanudar la correspondencia,
terminado el plazo que me concedieron tus
teorías sobre la materia para ver la verdad
desnuda de la vida conyugal; y debo haberla exa-
minado detenidamente después de alejarme tan-
to de los primeros meses de alucinación amo-
rosa, que constituyen la primera etapa del
estado perfecto en el mundo, como con justicia
alguno.s lo consideran.
Vi claro desde el princiisio y vi lejos: no me
equivoqué al preveer que el matrimonio seria el
manantial de mi felicidad. A pesar de tu ejem-
plo, á pesar de tus predicciones, á pesar de mi
vida pasada, á pesar de todo, he conseguido
realizar los sueños de ventura que hizo brotar
en mi imaginación el amor de Rosalía. Me pa-
rece ahora que malgasté el tiempo hasta el día
de conocerla y que si hubiese tenido esa suerte
quince años antes, podría haber vivido quince
años más unido á ella por el lazo de flores de
su fascinador cariño, porque, Ternando, soy
feliz.
El matrimonio, que para tí es una sátira, para
mí es un idilio, como te anuncié; y tus burlas y
tus ironías, se estrellan, sin producirme daño
alguno, como saetas sin punta sobre mi coraza
de acero.
Estoy tan convencido de que en sociedad y
fuera del afecto del hogar, todo es efímero,
mendaz é ilusorio, que veo con fruición que
llegó el día de despedirme de ese mundo, que
constituyó nuestro encanto durante la juventud
y que hoy me parece un pandemónium, en el
que solo pueden gozar los seres hinchados de
viinidad y de amor propio, siervos del lujo y de
las exigencias mundanas, desprovistos por com-
pleto de las afecciones tiernas del corazón, que
no pueden desarrollarse entre el tumulto de la
vida moderna, ni ante importunos testigos, sino
en el silencio de los propios lares y en la sole-
dad doméstica, y que son las que gozan dos
seres que se compenetran hasta el punto de
constituir una sola voluntad y una sola aspi-
ración.
La independencia, que tanto te ilusiona aún,
seria hoy para mí don inútil, don, que desde
que lo contemplé sin atractivos, abandoné como
abandona su caballo el general que regresa vic-
torioso á sus hogares, después de terminada la
batalla. Si no hay nada en la sociedad que e.xci-
te ya mi interés, ni mi afecto, ni mi curiosidad
siquiera: ¿para qué he de desear una libertad,
que tantas veces convertí en licencia, y que
ahora de nada me había de servir? En cambio
de esa libertad he adquirido la posesión ínte-
gra de un alma y de cuerpo, en los que veo re-
flejarse todos mis deseos, todas mis esperanzas
y todas mis glorias; en cambio he aprendido el
arte del amor por sus legítimos principios y soy
un artista tan aventajíido que gozo de placeres
inefables en la contemplación de mi propia
obra.
El refrán italiano que al casarme me arro-
jaste á la cara como una provocación, quien ve
á Roma pierde la fe, es falso de toda falsedad:
debe entenderse en sentido contrario; debe de-
cirse: quien ve á Boma i-e fortiñca en la fe: óyeme
y verás como no sin fundamento lo croo así. El
artista que no ha ido á estudiar á la capital del
mundo artístico los modelos que allí se conser-
van, á pesar de las revoluciones y del progreso
de los siglos, no adquiere jamás ese quid que se
necesita para descollar y ocupar un primer si-
tio en las altura.s de la Gloria, aunque po.sea
ingenio sobresaliente y esté dotado de grandes
condiciones; por lo tanto, á Roma van todos los
que tienen fe en su porvenir, y salen de la ciu-
dad eterna no solo empapados de ella y llenos
de esperanzas, sino consiguiendo muchas veces
victoriosas reiilidades: pues lo mismo sucede
cuando se trata del amor; el que quiera conocer
su arte y fortificarse en su fe, tiene que ir á
Roma, esto es al matrimonio. El matrimonio es
la consagración del amor. Existe algunas veces
fuera del casamiento, pero entonces siempi-e á
la pasión le falta la aureola con que se ilumina
cuando la bendice la Iglesiii, cuando la solidi-
fica la abnegación mutua y cuando la embelle-
ce la paternidad legítima.
Aunque experimentas estas inconcusas ve.--
dades, te cansas y te hastías del matrimonio,
porque no sabes amai-, porque eres tan desgra-
ciado que llevas dentro de ti tu mayor enemigo,
tu carácter: si eso te sucede con Elisa que siente
por tí el cariño constante, delicado y absorbente
de la esposa honrada, ¿qué te sucedería si hubie-
ras matrimoniado con una mujer sin corazón,
incapaz de quererte, como insensatamente de-
seas? Me hace daño fijanne en la hipótesis de
que Elisa desengañada de ti, al ver que la cupo
en suerte un hombre sin sentimiento, cese de
profesarte el inmerecido afecto que te profesa y
dejándote en libertad para que te entregues á dis-
creción á esa falsa independencia que te seduce,
busque ellaá su vez con que llenar el vacio que
hizo en su alma tu falta de cariño; la mayoría
de las veces que las mujeres resbalan, es por-
que los maridos las empujan.
Reflexiona que el camino que recorres á nin-
gún sitio conveniente puede conducir á tu cón-
yuge: satisfácese con haber logrado lo mejor
que puede conseguir el hombre en el mundo;
el cariño verdadero de una esposa casta. Yo que
soy dueño de igual tesoro, sé apreciarlo; te
aconsejo que lo examines á buena luz y verás
que no hay brillantes en la tierra de luces más
puras; olvida al duque de la Róchefoucauld,
que escribió en tiempos de costumbres corrom-
pidas, en la época de las grandes damas luju-
riosas, que escandilizaron al orbe, en la época
en que la concupiscencia era el tínico móvil de
fvitiles amoríos y de insensatas ambiciones, que
iba condensando la tempestad ti-emebunda que
descargó, causando horrores desconocidos en hi
historia. El amor que muere cuando no teme ó
e.^pera, no es verdadero amor; es solo la fugaz
falsificación de una pasión constante y exclusi-
va, que anonada á todas las demás: tii no amas
á Elisa, si la amases comprenderías la falsedad
de la citada máxima del moralista francés.
Yo amo verdaderamente á Rosalía, porque
estaba sediento de cariño y harto de correr tras
efímeras aventuras, que no conseguían aplaciir
la sed que me consumía; tú, viceversa; avasa-
llándote el alma la imaginación no dejaba bro-
tar en aquella ningún afecto durable y logró
secar en tí el manantial del sentimiento. Te ca-
saste alucinado creyendo de buena fe que sen-
tías una verdadera pasión, porque así te lo hizo
ver el caleidoskopo de tu imaginación; y, luego,
al comprender que tu amor era pura fantasma-
goría, culpas de ello al estado matrimonial,
cuando la culpa es tuya, porque tuya ha sido la
ilusión. Hé aquí porque dice muy bien el sabio
Eontenelle que: «parece que la suerte tenga es-
pecial cuidado en dar éxitos diferentes á los
mismos acontecimientos, sin duda con el propó-
sito de burlarse de la razón humana, que carece
de regla segura para obrar.»
Ejemplos vivos de ese pensamiento son nues-
tros dos matrimonios, de resultado tan distinto,
sobre haberse contraído en idénticas circuns-
tancias, como dices en tu última carta. Tan di-
versas son nuestras situaciones, que vosotros,
según todas las probabilidades, seréis dos, toda
la vida, mientras que nosotros hoy ya somos
tre.<i; me explicaré. Hace tres meses Rosalía dio
á luz una niña hermosísima, si el cariño de pa-
dre no me ciega. ¡No sabes lo que es tener un
hijo! Yo lo ignoraba también, pero por fortuna,
la experiencia me lo enseñó. ¡Es el placer de los
placeres! Es una reproducción de tí mismo, es
otro til, que te sobrevivirá cuando la muerte te
368
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
arrvhate á la vida. Cuando era soltero me pare-
cían insensatos los padres que deliraban por sus
hijos, y ahora comprendo que se haf;¡*'> por ellos
la>< niavores sacrifi»;ios y las más incomprensi-
bles Icx-uras, }K)n|ue rae siento capi^z de unos y
de otras. Cinindo mi Haría llon», la daría la
luna si me la pidiese y yo la pudiera obtener á
costa de mi existencia; cuando mi María ríe,
siento tanto re^joc-ijo como si disfrutase de gra-
tísimo placer; en una palabra, cuando el árbol
del matrimonio da el apetecido finito, puede
asegurarse que se ha conseguido en el mundo
la mayor suma de felicidad jwsible. Pero tú,
eres tan de.sgraciado, que no puedes disfrutar
del placer de la paternidad: acaso, acaso esta
privación es un castigo que te impone la mano
recta de la Providencia.
¿Te acnenlas de Isidora? ¿Te acuciólas de
aquella infeliz que abandonaste al poco tiempo
de saber que estaba en cinta, sin motivo, inven-
tando un pretexto baladí, para evitarte cotnpro-
M»»'rf>«, pretexto que ella no cr-yó, abandono que
yo te afeé y que me opuse á que llevaras á
cabo, en cuanto me declaraste ese propósito?
Pues esa acción, propia de un hombre sin en-
trañas, lia d<'bi(l<i pri>sontiii-se ante tu imngina-
VENTIMIGLIA, CERCA DE LA CORNISA
ción durante los cuatro años de tu matrimonio,
tomando la forma de una nube negra y exten-
diendo bu sombra sobre el cielo de tu concien-
cia; esa acción, cerrándote el paso al placer más
sublime de la vida, — el do obtener do la esposa
frutos de bendición, — impide que reverdezca en
tu pecho la planta ya agostada del cariño: por-
que, no lo dudes, existe en medio de la injusti-
cia del mundo, cierta justicia distributiva que
da á cada cual su merecido, como dije yo en
una de mis novelas, que debes recordar.
Pei'dóname si soy severo contigo, como lo
exige el afecto fraternal
en esta ocasión y mucho
más cuando me diste ha-
ce dos años el ejemplo
do la ruda sinceridad
que hoy uso contigo, al
describirme tus amargu-
ras conyugales y al au-
gurarme igual infortu-
nio al tuyo en mi matri-
monio. No sé qué será
de tí, cuando me deten-
go á reflexionar en la ti-
rantez de tu vida actual;
porque el hombre que
llega á no amar á la
mujer con 1 a que se en-
lazó y vivo esclavizado
{)or el amor dominante
que ésta siente, no sé,
ni cómo ha do poder
suavizar la opresión de
sus cadenas, ni mucho
monos, como ha de po-
der romperlas. Yo, gra-
cias á Dios, adoro lo que
tú abominas, y me incli-
no con gratitud ante el
ídolo que tú quisieras
lanzar del pedestal.
Rosalía, que acaricia
á María mientras te es-
cribo, sentada en mi
gabinete y á mi lado,
deseando conocer el con-
tenido de esta carta que
voy á leerle antes dr
firmarla, con la idea d(
que termine laimpacien
cia (jue la agita y que
rae manifiestan sus ojos,
que es donde acostum-
bro á adivinar sus pen-
samientos y sus deseos.
Ajionas acabo de en-
terar á Rosalía del con-
tenido do la epístola que
te dirijo, depositando
con rapidez en la cuna
á la inocente María, se
ari-qja en mis brazos lie
nándome de besos de
inefable dulzura, y ba-
ñando á la par mi rostro
de lágrimas que el rego-
cijo que recibe hace go-
tear de sus párpados.
Estos momentos valen
más para el hombro qnr
siente una verdadera j);t-
sión que todos los pla-
ceres de una larga vi-
da do libertinaje. Te ln
asegura el que probó
ambas cosas, y te coni
padece, porque ve qm
en tu corazón seco y es
téril jamás brotarán
esas escondidas violetas
que no logra ver flore-
cer la mayoría de los
hombres de mundo.
Deseo tfi conformes,
que, atendiendo á tu
modo de sor, es lo único que debe desearte tu
amigo
Enrique.
(Se concluirá.)
iDmjiSTEltKft: Gww, 365-367. RiaÁi Mm. MiUr.— ieserrídos los íerwhos de propiedid írtístita y liUrarií.— Las reclamaciones en Madrid, al representante de esta Casa D, HaDiiel Plíj Valor, Apodica, 10, 2,'
-) INSÉRTESE Ó NO. NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL (
faTABLaOIMnHTC TlPOORiriCO DI B. BiUBOA.-CilLLI OB ViLLARBOlL, HÚM. 17. IHSiUfCUB OB SAK AKT0KI0.-B*.R0BL0K*.
l^c:..a|lÉ:&^
Año V
Barcelona 11 de Junio de 1887
Núm. 232
EL PRIMER REMOJÓN (.Cuadro de CecUio Van Haanen)
370
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
SUMARIO
Ttxm.—Jlailnd. Oartmt á mi prbma. por Fernanflor.— £«(«-
dlat utn la «Ma d*l putüo (conilouaciún), por JoaéZ*ho-
atn.—Letturat: A mucho» y á «inffHno (conclotlón), por
Clarín.— ünrt'í/o eintijiea, por Alftedo Oplssc— £/popd
TUi, por N. de I e>\'n y Vlic«iro.— Dilímo, por Kicordo J.
C"»Urtaeu. — ,Cii<jio.' por Fr«ncUco Tomás y Eítnich —
Na«lra« gnt»áo».—Sowut vtámttafede perdt¡tta (conclu-
■IAd), por Jacinto LabaiU.
OuaiDOS.— Obtaa de Cecilio Van B<*nen 'cincograbados).
—Bareár»a: Fiesta marítima celebrada por el <Club de
Bccataa» el 2» de Utso.-Xxpotiaón yaeionai de Be'lat
Aru$ de ISST: La pas i palo*. A los plés del Salvador.—
CoModá: VUta de Quebec desde la Cindadela. -Un rallado.
— beapatoria.— Loa oentineUs. — Palabras del comaóo.—
Kl Puente del DiaMo in la 'iirrdrra de EioGotardo.
MADRID
CA-UTA-S A. J>a.I PHIIS^tA.
La mora Bamllt.— La Oranlcr.
.y y O pensaba escribirte nada respecto de la
^J colonia fílipina mientras el Gran certa-
l men no se hubiese inaugurado. Pero la
muerte de la pobre Basalia que ba impresionado
á los corazones sensibles de Madrid me induce
á entrar en este asunt« inás pronto de lo que
imaginaba. Sabrás, pues, si ya no lo sabes, que
hace poco tiempo vinieron á Madrid cuarenta y
tres filipinos representantes de las razas que
pneMan aquellas posesiones nuestras. Los hay
pertenecientes á la población malaya algo civi-
lizados; los hay que corresponden á lo que por
allí llaman igorrotes, gente que vive en el mon-
te, en estado salvaje, pero que al venir & las
poblaciones donde están nuestras autoridades y
donde residen nuestros frailes, suelen adquirir
fácilmente una mediana educación. Loshaj'que
son moros de Joló, y los hay, en fin, de las
propias islas Marianas y Carolinas.
Sus rasgos generales característicos son los
de la raza malaj'a. Color aceitunado, que en al-
gunos llega casi hasta el negro, nariz ancha y
algo aplastada, boca grande, ojos oblicuos y pó-
mulos salientes. Las mujeres tienen cabello muy
abundante y largo, de un negro metálico.
Dirige á los hombres un igorrote muy inteli-
gente, llamado D. Ismael Alsate, el cual habla
español y posee todos los dialectos de su país.
Está condecorado con tres cruces. Este viste le-
vita y sombrero hongo y lleva guantes. Los
demás visten también el traje europeo, que han
aceptado con disgusto, pero en atención á que
los pobres cuando viajaban tenían mucho frío
con BU ropa filipina. Dicen que este Alsate no
sólo se expresa bien en castellano, sino que pa-
rece un verdadero palaciego, pues emplea muy
oportunamente los tratamientos de Excelencia
y Majestad y á todos trata y habla con exqui-
sita cortesanía. Nanea habían oído hablar estos
filipinos de más reyes que del emperador de la
China y tienen grandes deseos de ver por sus
propios ojos que cosa sea una reina.
Sigue al jefe de los igorrotes en importancia
un joven moro aspirante á clatto, que tiene ex-
traordinaria influencia en las tribus de su co-
marca. Puede levantar en armas fácilmente
cuatro ó cinco mil hombres. No necesito decirte
las consideraciones que se le guardarían si aquí
pudiera hacer otro tanto. Es afable, cariñoso,
inteligente y no se quita el puro de entre los
dientes ni en los más graves momentos de su
existencia. Obsequia con cigarros á cuantos le
visitan, inclusas las damas. Cree, sin duda, que
la humanidad ha nacido para fumar y que todo
individuo debe ser una chimenea. Este habla
correctamente el inglés, lengua esencialmente
anti[>opular en España.
El capitán Picio, trae el bastón de gobema-
dorcillo, y bien conoce la importancia que tiene
este símbolo de autoridad, pues no le deja ni
nn solo instante. Es un hombre pegado á un
bastón, como decía Quevedo hablando de cierta
nariz.
Las hembras son jóvenes y algunas agracia-
das. Fuman todas. Son más inteligentes que los
hombres y algunas hablan el castellano. Una
de las Carolinas habla correctament« el inglés
y el español.
La maj'oria de los hombres conoce nuestro
idioma. Se han mostrado muy respetuosos con
todas las personas que les han hecho visitas, y
están muy tranquilos, como gente que sabe les
queremos bien, y debe, por lo tanto, dejarse ad-
mirar con benevolencia por seres inferiores. Es
dudoso, querida prima, yo así lo supongo, que,
á pesar de todo lo que advierten á su alrededor,
nos conceptúen superiores á ellos.
Los moros, -^dando muestra de que no reco-
nocen esa superioridad, — no han querido cam-
biar su traje por el nuestro.
Se les ha «dado á comer arroz, bacalao, car-
nero... Son poco aficionados al pan. Les gustan
los alimentos muy salados j' la carne de cerdo,
aunque en su país este plato origine muchas
enfermedades.
En lo que tieifen más semejanza con nos-
otros, según parece, es en el tocar la guitarra y
en el acompañar al tocador con sus voces. El
día en que llegaron, apenas aliviados do las fa-
tigas del viaje, uno de ellos se puso á cantar
coplas melancólicas que coreaban los demás.
Se les ha visto frecuentar los teatros, obse-
quiados por las empresas; manteniéndose en
actitud dignísima durante la representación,
sin dejar de mirar al escenario ni un momento,
pero sin asombrarse, ni reir, ni conmoverse en
ló más mínimo. Puesto que entienden el estilo
castellano debían entender el sentido de las pa-
labras; pero ¿qué son las palabras, cuando las
ideas y las pasiones que expresan no están en
el cerebro ni en el corazón de quien las oye?
También se les ha visto pasear en carruaje
por las calles, acompañados de personas distin-
guidas y entrar en los cafés y en las tiendas;
mostrándose siempre muy amables, y, al propio
tiempo, muy resistentes á las influencias racia-
les de nuestra sociedad. Seguramente que nos
compadecen; no comprendiendo que una exis
tencia como la nuestra pueda ser divertida. Se
les ha dado camas, tocadores con buenos espe-
jos, cubiertos; pero todo esto no constituye la
felicidad. Buena prueba de ello es que las
damas filipinas desprecian las sillas de Viena,
tan elegantes para el gusto europeo, y se sien-
tan sobre las losas á fumar sus cigarros. ¿Los
refinamientos del lujo, son, tal vez tormentos
verdaderos, aberraciones de la naturaleza á que
nos hemos acostumbrado?
Son muy curiosos, especialmente las mujeres,
lo cual prueba que la curiosidad es como los
pechos, y el cabello largo y la cara limpia re-
quisito universal de la mujer en todos los
países. No todos los hombres somos Adanes;
pero, sí todas las mujeres son Evas.
Y ahora vengamos al triste suceso, motivo de
este preámbulo. En esta expedición vinieron
dos moros, con sus moras correspondientes. Vi-
vían los cuatro en el mismo departamento; sin
comunicarse mucho con los demás. Una de
estas moras se llamaba Basalia, era la más jo-
ven. Había nacido en Joló; tenía treinta años.
El frío de Europa la sentó mal y en Madrid se
agravó su dolencia. Como le sucede á quien
deja su patria, resistió decir su enfermedad á
los extraños, y los otros moros lo resistieron
también; confiando más en el destino que en la
ciencia de nuestros médicos. El hecho es que
Basalia se moría; y cuando Ismael Alsate entró
en el barracón que habitaban los moros en el
Retiro, quiso que no muriese sin bautismo. Los
moros 80 opusieron; ellos tienen su religión;
tienen sus oraciones; Basalia moriría como ha-
bía vivido. Y cuando espiró, su marido Boston
Bason, descolgó un espejo de la pared, desen-
vainó su machete, y puso sobre el cadáver
ambos objetos, así como su lanza y la de su
compañero; que se llama Oto Jadcaqui. Des-
pués de esto inauguraron el festín de la muerte
fumando cigarros é invitando á los guardias
civiles y á las personas que estaban presentes
á chocolate y licores, en celebración del viaje
de Basalia. Reflexiona bien, Carmen, respecto
á la sabiduría de esta gente que ha hecho de
la muerte de las personas queridas motivo do
gozo; muy al contrario de nosotros que concep-
tuamos tener razones fundadas para entriste-
cernos al perderlas. Realmente debemos ale-
grarnos de que los que amamos se vean libres de
las tribulaciones del mundo y gocen ya del
etemal reposo; en vez de lamentar con egoísmo
la soledad y los dolorosos recuerdos que nos
dejan. El cadáver de Basalia fué lavado dos
veces por los moros, y rociado con polvos de
arroz, tapándole la nariz y los oídos, vistiéndolo
de blanco y envolviéndole en un lienzo, blanco
también, de nueve metros. Bien atado después,
fué llevado el cadáver, en un furgón, al cemen-
terio civil dol Este.
Hé aquí el destino de las criaturas. ¿Habría
podido imaginar la pobre joloana que se mori-
ría fuera de su patria? ¿Y que como planta
trasplantada, moriría doblada por el aire, con-
traída por el frío? Ese cuerpo tan amante del
sol yace bajo una tierra que algunas veces cu-
brirá la nieve. ¡Contrastes imposibles de pre-
veor en la vida, secretos que sólo sabemos de
labios do la muerte!
En fin, ella murió, (juerida prima, aun antes
de ser mirada con curiosidad por el público de
Madrid en la Exposición, y la prensa no ha de-
jado de rendirla un singular tributo fúnebre;
pues de resultas de su rhuerte, dura todavía una
polémica entre varios periódicos acerca de si la
mora infeliz debía ó no debió morirse. Los unos
afirman que ella venía expresamente á Madrid
para eso; los otros que su muerte ha sido el pi'i-
mer grave error oficial de la Exposición de Fi-
lipinas.
Puesto que, al fin y al cabo, ella está ya en-
terrada hablemos, si quieres, de otra cosa.
Y hablemos de cosas más agradables. Con
esto mi carta terminará más á tu gusto, sin
duda: hablemos de Juana Granier, la reina de
la opereta. Madrid ha confirmado su reputación
universal; en todas las obras la aplaude con de-
lirio. Verdad es que la Granier os no sólo can-
tante de voz agradabilísima, expresiva, que evo-
ca todas las alegrías en el corazón; sino que os
actriz consumada, y una persona lindísima, llena
de gracia,de coquetería, de atracción irresistible.
Su madre, actriz francesa, solía decir de ella:
«Es una tonta, no sirve para nada.»
En ninguna ocasión ha podido decirse con
más motivo que el amor de madre ciega.
Juana Granier es el ídolo de París y lo es de
Madrid, también, ahora.
Dicen que conserva de mvijer la gran afición
que tienen las niñas. El mejor regalo que puede
hacérsela es una muñeca.
Es vengativa, según parece; poro lindamente
vengativa.
Cuando se dedicó al teatro se dirigió á mon-
sieur Cantin, famoso empresario, y le pidió se-
senta duros al mes por cantar.
— ¡Tienes que comer mucho pan todavía, an-
tes de ganar eso! — le contestó.
A los tres meses, M. Cantin, la ofrecía los
mismos 60 duros.
— ¡No he comido todavía bastante pan!^ — lo
dijo ella.
Pero, ¿á qué contarte anécdotas de la vida
de una celebridad que tú conoces y admiras?
Fernanflor.
-*-
ESTUDIOS SOBRE li VIDA DEL PyEBiO
(OOHTUrVlOIÓH)
¡Por supuesto! |si la mujer estaba ya más que
harta! había venido sufriendo despegos, malos
tratamientos, mayor pobreza de la que hubieía
tenido á no sonsacar los cuartos á su hombrí
la picaronaza de la cacharrera, cuanto hay quo
sufrir, y esto por más de un año, hasta que, al
fin, su marido la abandonaba. No hay leyes ni
justicias en la tierra... ó por lo menos según le
decían todas las vecinas, de nada le servia que
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
371
las hul)iera, porque el juez no podría obligar al
marido sino á que diese alimentos y el marido
con probar que nada ganaba, aunque ganase, ó
con desaparecer, estaba libre del compromiso.
¡Ab! pero cuando se halló sola, ya no pudo con
la pena; no le era dado gastar su dolor vocife-
rando y ultrajando... Lloraba, lloraba angustia-
da; pasaba sus dedos secos y fuertes de lavan-
dera por su cara terrosa y negruzca ya, y luego
crispaba las manos, ó amenazaba á un invisible
enemigo, llevando al cielo sus puños prietos de
rabia para caer de nuevo en su llanto de aflic-
ción profunda.
En esto penetró por la puerta la María, con
los tres niños ya vestidos y que llegaron me-
drosos y asombrados; tenían de cuatro á siete
años, eran dos niñas y un niño.
La María, la vecina que había tenido en su
casa á los niños y los llevaba de nuevo con su
madre, una mujer alta y delgada, con ojos so-
bresaltados y boca sumida, hacía girar aquéllos
de un modo que amedrentaba y movía ésta, al
hablar, como si chupara algo, era sentenciosa y
formal en sus palabras.
La seña María pensaba que su vecina no de-
bía desesperar; el señor Aniceto no tardaría,
según ella, en volver á su casa.
— ¡No, no, si no le quiero ver, si para una mi-
serable puchera que una se come y un mendrugo
que damos... me basto yo! Aún tengo manos,
seña María, — gritaba la seña Margarita, — con
•mi Antolín y yo no se morirán mis hijos de
hambre.
Entonces, olvidando la aflicción que un mo-
mento antes la angustiaba puso empeño en
mostrar que sentía una aversión y un desprecio
tan grande por su marido, que para nada, para
nada había de irle á buscar.
— Si se lo he dicho, se lo he dicho, ha de ver-
se arrastrado por los suelos... y esa bribona, esa
bribona sin vengüenza que quita el padre á es-
tas criaturas de Dios, morirá en la galera... sí,
señora... allí ha de verse...
— Vaya seña Margarita, llévelo con resig-
nación ..
— Y tanto como he de llevarlo, que maldito
lo que ya me importa; les he dicho cuanto que-
ría, y eso sí, tantas veces les vea tantas veces
les saco á la vergüenza; eso sí, seña María, eso
sí, no han de reírse en mi cara de mí...
Y cogiendo en brazos á uno de sus hijos sacó
del cajón de una mesa un peine y se puso á
peinar los enmarañados cabellos de un rubio
de oro del pequeñuelo.
A las doce, cuando llegó Antolín á comer, ya
estaba dispuesto el puchero como todos los días;
al muchacho no le extrañó no ver á su padre;
éste trabajaba en el centro de Madrid y solía
llegar mucho después que su hijo. La seña Mar-
garita extendió una servilleta de recio tejido
sobre la mesita de pino y puso las cucharas de
hierro y de palo, sacó una gran navaja, hizo con
la punta la señal de la cruz sobre el pan y par-
tió éste en cinco pedazos; luego sirvió la sopa;
los pequeños ya estaban sentados.
— ¿Ño esperamos á padre? — preguntó Anto-
lín con su voz ronca y difusa, en el modo de
hablar refunfuñando que le era propio.
— No, no le esperamos, — replicó la seña Mar-
garita.
Antolín no preguntó más y comenzó á comer
tan silenciosamente como de costumbre; des-
pués su madre le sirvió un medio vaso de vino
y él se volvió á su trabajo sin haberse aperci-
bido de nada; por la noche tornó á casa le dio
la cena su madre y el muchacho se echó á
dormir, rendido del rudo trabajo del día.
Tres pasaron y la seña Margarita volvió á
mostrarse tranquila, si bien más afanada y di-
ligente; había tomado sn partido, se echó á
buscar ropa para lavarla y pudo reunir multi-
tud de encargos; esto parecía contentarla, hasta
se creía más satisfecha... ¿Para qué necesitaba
al fin y al cabo á nadie? con su trabajo y el
jomalillo de su hijo vivirían todos. Sacaba su
artesón á la puerta, sentaba sus hijitos al sol y
como si hubiera tenido gran empeño en que las
gentes se apercibiesen de su indiferencia y de
su valor, hablaba y reía con todo el mundo,
hacía e-xtremadas caricias á sus hijos y á veces
cantaba á voz en grito como una mujer que no
tiene asomo de penas en su pecho.
Al cabo de los tres días ya hubo de llegar á
extrañarse algo el bobalicón de Antolín de no
ver á su padi-e.
— Pero, ¿y padre? — preguntó.
— Bueno, hijo, bueno, tan rico y tan contento,
— dijo la seña Margarita, sin que Antolín echa-
ra de ver ni la ironía ni el dejo de despecho
con que había replicado su madre.
Y nadie imaginaría lo que este pobre inocen-
tón hubo de reírse cuando un camarada suyo le
dijo:
— Antolín, ¿y tu padre? ¿Ya hará más de
ocho días que no le ves, verdad? [Pues hijo se
ha ido á casar con la cacharrera!
Como si un hombre pudiera casarse con otra
mujer viviendo la suya... En la ignorancia y
simplicidad ingenua de Antolín aparecía una
noción de justicia muy singular: él no creía
que el delito aquel de abandonar un padre á su
mujer y á sus hijos no estuviera gravemente
penado por las leyes... Por lo demás... él tal voz
no discurría ni aún de este modo; se echó á reir
y tal vez á su manera y sin saber por qué pensó
seriamente en el asunto.
Un año pasó después de la desaparición de
Aniceto. Antolín ya sabía la verdad, y una tar-
de vio á su padre y se acercó á hablarle, pero
el padre le amenazó con pegarle si no se reti-
raba.
En cuanto á echarle de menos... á la verdad
no había mucho por qué, pues la seña Marga-
rita se ganaba casi tanto y aun más que el ma-
CECILIO VAN HAANEN
rido, y á Antolín le habían subido el jomalillo
tres reales más... y algunas veces trabajaba á
destajo, sacando buenos cuartos.
— Anda, el maldito,— decía á veces la seña
Margarita hablando de su marido,- — si aparecie-
ra por aquí le daba con la puerta en la cara...
anda que triunfe y gaste...
¿Le quedaba en el fondo de su alma á Mar-
garita algún despecho al saber que Aniceto iba
los domingos á comer al campo con la cacha-
rrera, y ella y él, según de público se decía,
vivían alegremente, ó bien no disimulaba dolor
alguno y respondiendo al gozo de las mujeres
del pueblo, cuya dicha se cifra en tener pan se-
guro para sus hijos é independencia para ella,
cantaba regocijada á su libertad?
Vaya V. á saberlo.
En cuanto á Antolín unas veces se reía, otras
se quedaba muy triste y sin darse cuenta del
por qué.
— Oiga, madre, — exclamó un día, — yo en
cuanto que vea á padi-e, que ahora trabaja en
la obra del colegio... le traigo por acá.
— ¡Dios te libre! Anda y que se las compon-
ga como quiera; si él viene yo me voy y te dejo.
Antolín se quedó como quien ve visiones;
pero como él sin duda convencido de que por
mucho que quisiera no habría de compr«nder
las cosas, no pensaba mucho tiempo en ellas.
II
Allá por cima de las casas más elevadas del
barrio, se ve el armazón de un atrevido anda-
miaje; los oscuros palos, troncos aún no descor-
tezados, fuertemente unidos por recias ligadu-
ras, vigas y tablas y palos de blanca y amari-
llenta madera.
Bajo aquella trama de tablados y soportes se
veían crecer día por día los muros del nuevo
edificio...
Habría de ser una magnífica obra; multitud
de albañiles con blusas y pantalones blancos
iban y venían por el andamiaje; parecía que
acababan de saltar de la cama y no habían te-
nido tiempo de vestirse; allí resonaba el golpear
y aserrar de los carpinteros; los alegres ruidos
del trabajo, el bullir de los obreros afanados
contentaban la vista y el oído.
CSe concluirá.)
José Zahonero.
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374
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
LECTURAS
A M.UClíOS Y A NINGUNO
(OOSCLDBIÓK)
Citando se es adolescente estudioso y se tiene,
con la candida pedantería propia de la edad,
la noble pasi<Sn ae querer saberlo todo, se busca
por mil partes listas y más listas de libros, ca-
tálogos y notas bibliográficas y se siente el
terror de lo indefinido en presencia de tantas
y tantas hojas de papel impreso, porque se cree
que no se puede ptasar por otro camino que el
de leer todo aquello. Después la reflexión y los
desengaños nos enseñan á despreciar lo más de
cuanto se ha escrito y aprendemos que es uno
de los capítulos más importantes y más difíciles
del arte de estudiai- el que trata de cómo se ha
de escoger la lectura y de cuáles libros se han
de leer dos ó más veces y cuáles ninguna vez.
Esta reacción contra el mare-magnum de letras
de molde sabias puede ir demasiado lejos; asi
que el varón justo debe abstenerse de leer mu-
chas obras que no por eso necesita despreciar.
Esa multitud de tratados que tienen individual-
mente tan escaso mérito, ayudan, sin embargo,
al progreso, como capas de tierra que se van
sobreponiendo en insensible aluvión y llegan á
formar un terreno alto y firme. Pero lo que en
la ciencia es útil es en el arte perjudicial. Una
muchedumbre de novelistas sin ideas propias,
sin inspiración, sin ingenio, sin gusto, no hacen
adelantar un paso á la poesía; lo que necesita
el arte para vivir bien no es una multitud de
escritores, sino un pueblo que sepa ser espec-
tador ó lector, que sepa contemplar y admirar.
El griego fué el pueblo artístico por excelen-
cia porque tuvo grandes creadores y un am-
biente de popularidad para la poesía, no porque
todos los griegos se dedicaran á escribir tra-
gedias ó poemas, ó á sacar de las canteras esta-
tuas ó templos. Hace más por la novela espa-
ñola el que compra un ejemplar de Sotileza ó de
Gloria y lo lee y se calla, ó habla de sus impre-
siones á un amigo, que el que imita sin aptitud
suficiente á Pereda ó á Galdós escribiendo fá-
bulas largas en prosa trivial ó retorcida. Esos
críticos que se dan la enhorabuena porque ven
UNA PELOTERA EN LA CALLE.— LA AGUADORA (Cuadros de C. V«u Uimueu)
que 86 publican cada día más y rnás libros de
imaginación, debieran pensar despacio si lo que
86 le ocurre á la imaginación de un cualquiera
le importa algo al arte. El público español
aprendería algo y serviría algo á la poesía cuan-
do se consagrase á estimar á los pocos, poqui-
gimos escritores buenos que tenemos y á estu-
diarles j' penetrarse de su espíritu; pero nada
aprende ni de nada sirve una masa de lectores
que vaya y venga impulsada por el capricho de
la novedad, por las imposiciom's de la gacetilla
profana y vocinglera repartiendo la atención y
el dinero entre multitud de nulidades, de vul-
garísimos escribientes capaces de convertir en
idiota en pocos años á la raza mejpr dotada
para gustar el encanto de la belleza literaria.
Es natural el prurito de producir obras del
mismo género de las que se admira en los auto-
res favoritos; no todos saben contener esta co-
mezón y son muchos los que se lanzan á escri-
bir guiados sólo por ella ("aunque difícil será
que la vanidad no tome parte también en la re-
solución), p«ro á lo menos en otros países civi-
li^iados ese afán de decir algo sobre la belleza
so desahoga en libros ó artículos de erudición,
ó de crítica, en fin, en comentarios, ya cientí-
ficos, ya de pura fantasía, pero no como aquí
necesariamente en imitaciones y remedos ano-
dinos y ridículos.
Tienen la culpa de esta desventaja nuestra
la ignorancia general y la pereza que nos do-
mina. Ni el público lee más que obras de vaga
y amena literatura, como dioe el Catálogo del
Ateneo de Madrid, ni la nKiyor parte de los que
aquí saben pergeñar cuatro renglones tienen
educación suficiontf^ para emprender trabajos
de comentario científico, de erudición y crítica
verdadera. Asi, á nuestros grandes poetas, se
les ha imitado mucho más que estudiado y
comentado; tenemos, v. gr. continuaciones del
Diablo Mundo y no tenemos un estudio impor-
tante acerca del ingenio de Espronceda. Sucede
á nuestros aficionados lo que al doctor Faustino
de Valera, que se sentía mTiy capaz de inventar
leyes, pero no de estudiar las que habían hecho
otros.
Yo tengo el honor de tratar en continuada y
frecuente correspondencia á varios amantes de
la literatura, franceses y portugueses, jóvene )
inteligentes y entusiásticos los más; pues nott *
en ellos lo que rara vez he visto en sus simi '
lares españoles, un deainteresado amor á la poe
sía, una afición pasha que encanta; afán por
estudiar y penetrar las obras ajenas; no la fiebre
do producir á todo trance. Por ahí fuera, la ju-
ventud estudiosa y bien sentida forma una atmós-
fera propicia al arte; aquí nos quedamos sin aire
á fuerza de echárnosla todos de homl)res de mu-
cho pulmón poético; aquí respiramos en un
cuarto cerrado, estrecho, mezquino, donde se
acumula una multitud de cojisumid<n-es de oxí-
geno.
No, no os asi como se va á un florecimiento
literario; si queréis algo qufe «e parezca á eso
dejad, oh jóvenes ineptos, que escriban los que
saben y vosotros contentaos con llegar, á fuerza
de estudios y meditaciones, á comprender y
.sentir algún día lo que han querido decir los
artistas vei-daderos en las obras que hoy por
hoy son para vosotros letra muerta.
Clarín.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
376
REVISTA científica
Determinacióa práctica de las temperaturas eleradas.— Inte-
resante pnipiedftd del bicromato de potas». Envenena-
miento crónico por el tabaco. - Mistresa Eldrldge, ex-
negra. — La locura en la gente de color. — £pidemia
trapera.— ¡I utdado con la leche... maial
Los Anales industriales describen el proce-
dimiento siguiente, sencillísimo, para la deter-
minación práctica de la temperaturas elevadas,
debido á M. Walrand, ingeniero de minas.
Para reconocer si la temperatura de un horno
es la de la soldadura del hierro, por ejemplo,
suspéndese en el interior de este horno un gan-
cho de hierro de 8 milímetros de diámetro que
se deja durante 21 segundos. Este tiempo se
mide por un péndulo consistente en una simple
varilla provista en una extremidad de un anillo
de suspensión y en la otra de un peso que se
puede ajustar por medio de un tornillo. Arré-
glase este péndulo al principio de cada experi-
mento por medio de un reloj, y aún basta con
un reloj de segundos, sin necesidad de péndulo.
Si se retira el gancho á los 21 segundos y echa
chispas, es señal de que el horno está á una
temperatura conveniente. Aunque este método
no indica la temperatura en unidades absolutas,
da indicaciones suficientes en la práctica.
* *
Además de sus usos industriales, bien cono-
cidos, se ha descubierto recientemente que el
bi-cromato de potasa goza de una propiedad
muy interesante, cual es la de hacer insolubles
en el agua las colas fuertes y la gelatina, de
donde resulta que los artículos de algodón,
lino, seda y otros, y aun los papeles, una vez
barnizados con esta cola hecha insoluble, son
completamente impermeables.
Segiín La Papeterie basta para hacer insolu-
ble la cola ó gelatina añadir al agua que la
mantiene en disolución una parte de bi-cromato
de potasa por cincuenta partes de cola ó de ge-
latijia, en el momento en que tenga que servir,
y operar en plena luz.
Es un hecho reconocido y admitido por todo
el mundo que el abuso del tabaco da lugar á
alteraciones agudas y crónicas de intoxicación
y que estas últimas resultan á veces de suma
gravedad. Pero los desórdenes anatómicos que
caracterizan esta intoxicación son todavía bas-
tante mal conocidos, por ser raro que sobrevenga
la muerte en su consecuencia. M. Eavarger (de
Viena) ha tenido con todo ocasión de observar
una notable degeneración grasienta del corazón
en un sexagenario que fumaba desde largos
años fuertes habanos y en quién esta degenera-
ción no podía explicarse por el alcoholismo ni
por otra causa más que por el abuso del tabaco.
La muerte había sobrevenido á consecuencia de
ana hemorragia debida á una úlcera simple del
estómago y como no había ateroma arterial (1)
M. Favarger atribuye la degeneración del cora-
zón á la estrechez funcional de las arterias coro-
narias (2) y á la isquemia (3) cardiaca conse-
cutiva. Una alteración circulatoria del mismo
mecanismo podría explicar también la formación
de la úlcera estomacal.
En una conferencia dada líltimamente en Vie-
na á propósito de este caso y de hi cual da cuen-
ta la Semaine medicóle, M. Favarger llamó la
atención sobre las diferentes maneras de fumar
y distingue cuatro tipos de fumadores:
1.° ]jOS que tragan el humo; en este caso
la nicotina puede obrar directamente sobre la
mucosa pulmonar y no sobre la mucosa estoma-
cal,— como dice el autor, — puesto que los que
absorben el humo lo inhalan y no lo tragan, se-
gún la expresión corriente, impropia;
2." Los fumadores que se contentan con as-
pirar y en los cuales la acción nociva queda li-
mitada á la faringe y la laringe;
3." Los fumadores que tienen constan te-
(1) Forma de iadaraclóu de las arterias» de aicra, papilla.
(21 Las que nutren el corazón, propias de este órgano.
(3) Uetención de ia circulación arterial.
mente el cigarro entre los labios y que tragan
entonces cierta cantidad de saliva mezclada con
nicotina; en esos puede haber una acción direc-
ta sobre la mucosa estomacal. En fin,
4.° Los fumadores que hacen uso de boqui-
llas insuficientemente entretenidas ó renovadas.
Los medios propios para evitar el nicotismo
crónico consisten, según M. Favarger:
1." En no fumar nunca en ayunas, por ma-
nera que quede reducido el número de cigarros,
que obro la nicotina sobre el estómago lleno y
que pueda aprovecharse la acción anti-nicotínica
del ácido tánico contenido en ciertas bebidas
(vino tinto, café, té).
2.° En no tener el cigarro en la boca de una
manera permanente.
3." En renovar y limpiar á menudo las bo-
quillas, y
4." En hacer alternar los cigarros fuertes
con otros más flojos.
M. Favarger recomienda el ácido tánico (ta-
nino) como el mejor antídoto de la nicotina.
Puédese administrar también el ioduro de pota-
sio, y el opio ha sido dado con éxito contra la
EL ZAPATERO DZ PORTAL (Cuadro de C. Van Haanen)
ambliopia (1) tabácica que resulta de una isque-
mia retiniana comparable á la isquemia cardía-
ca y de la misma naturaleza; finalmente la
atropina es un antídoto fisiológico de la nico-
tina.
Por lo demás, el conferenciante sólo ha acu-
sado la nicotina en la intoxicación tabácica y
no ha tratado de distinguir entre las diversas
sustancias que se encuentran en los tabacos ó
qtie resultan de su combustión y pueden ser
nocivas en diversos grados. Haremos presente,
pues, que los espasmos vasculares atribuidos
por M. Favarger á la nicotina, parecen debidos
en los fumadores, — como han dejado sentado
M. M. Leroy de Mericourt y Pabst, — á productos
emp ¡reumáticos y ciánicos que se forman por la
(1) Debilidad de la vista.
combustión del tabaco. Este obra sobre todo por
la nicotina que contiene en la acción de mascar,
y el envenenamiento que resulta entonces, y
que puede ser muy acentuado cuando se traga
la mascada, tradúcese por hipostenia, vómitos y
cámaras profusas, es decir, por un verdadero
cólera tabácico. (Revue Scienlifiquej .
Cuenta el Journal du commerce de Nueva-
York, que en Howell (Michigan) ha muerto
hace poco una vieja negra que durante su vida
excitó en sumo grado el interés de los médicos
de por allí. La tal mujer, llamada inistress El-
dridge, ha llegado á una edad muy avanzada,
con la particularidad de que hasta los cin-
cuenta años su piel era de un hermoso color de
ébano y partiendo do entonces apareciéronle unas
EXPOSICIÓN NACIONAL
Á LOS PIES DEL SALVADOR (Ci
BELLAS ARTES DE 1887
V. Cntanda.— Dibujo do P. y Valor)
37S
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
placea blaueas del taiuaüo de un duro, que co-
menzaron por las "piernas. Al cabo de muy poco
tiempo oí cuerpo quedó cubierto por entero de
manchas parecidas, hifeta el momento en que toda
la piel apareció Manca como la de una mujer de
la raza cauciisica. Este Cíimbio de color de la piel
no ejerció ninguna influencia en la salud de
esta mujer. Los médicos que la han observado
no encuentran esplicjición posible para motivar
semejante cambio de color, si bien han opinado
unánimemente que no se trataba
de ninguna enfermedad de la .
piel.
Si se confirma, pues, que el
caso de mistress Eldridge no
consiste en un colosal albinis-
mo ó vitiligo, van A ponerse de
mal humor los poligenistas eni
peñados en que los negros han
sido siempre negros y en cam
bio quedará bastante justifica-
da la frase de aquel moreniti'
haitiano que una vez proclama-
da la independencia de su país
mandó poner en sus tarjetas:
Georges, ex negro.
Sin salimos de tan oscura
cuestión diremos ahora, que, se-
gún se lamenta Mr. Buchanan
en el Netc-York Medical Jour-
nal, llega á ser ya alarmante el
número de casos de locura en
la líente de color que vive en la
gran república.
Según dicho señor, á quien
SI no viésemos que escribe en
un colega neo-yorkino tomaría-
mos por un sudista furibundo,
era rarísimo antes de la eman-
cipación el que un negro se vol-
viese loco, de lo cual deduce ló-
gicamente que la herencia, la
predisposición ó el cambio de
clima han debido tener muy poca parte en lo que
está sucediendo desde la victoria de los yankees
sobre el sin par general Lee. Más aún: según ase-
veran muchos y fidedignos viajeros la locura es
cosa muy peregrina entre los negros. Hay, pues,
que buscarle otras causas á ese rápido desarro-
llo de la enagenación mental de que son victi-
mas los individuos nuevamente emancipados.
Parócele evidente á Mr. Buchanan que la li-
bertad y las ventajas de la civilización les han
sido fatales á los negros... Incapaces de refor-
mar sus inclinaciones se han entregado pronta-
mente á todos los excesos, especialmente á los
que á tal extremo de avackissement condujeron
á los Coupeau. Además, la mayor parte de
ellos, incapaces de saberse manejar, de organi-
zar su existencia, han caído en una vi^a mise-
rable. ¡Por vida de Jeff que no dirían mas que
mister Buchanan Jackson Stone-WaU, Johnson,
Beauregard y el obispo Polk!
Lo más gracioso es que en esos negros locos
ó locos negros las tendencias homicidas son las
más comunes, guardándose bien en cambio de
echárselas de suicidas. La demencia, la lipema-
nía, el delirio de las pensecuciones y el delirio
de las grandezas son las formas más ordinarias
que presentan.
Mr. Buchanan piensa que, con el tiempo, po-
drá instruirse suficientemente á los negros, —
como si no tuviésemos bastante trabajo con ci-
vilizar á los blancos, — para infiltrarles las ideas
morales de que carecen ahora casi por comple-
to, poniéndoles así en estado de escapar á las
causas de locura que pesan sobre ellos.
Por desgracia, sabemos todos lo que suelen
sacar los negros de los sermones.
Dej'Miiu-i yíi á los di'.'i';i-ii'iM-iii.i'M lir (Jaiii y
echemos una ojeada á una de tantas miserias
como afligen á la raza de Jafet. Trátase de una
epidemia que se ha desarrollado entre los ope-
rarios encargados do escoger los trapos t-iuploa-
dos en una filbrica de papel de Riga. El primer
caso ocurrió el "¿5 do Abril último y el dia 28
contábanse ya 7 defunciones. Los síntomas seña-
lados son: primeramente, temblores, calor vivo,
malestar general; luego, pérdida del apetito,
cefalalgia, diarrea, pulso débil, tos con e.xpec-
toración moderada. Cuando la terminación debía
ser fatal, descenso de la temperatura, debilidad
crecionte del pulso, clnnosis y colapso. En la
autopsia, rápida descomposición de los tejidos,
derrames en el pericardio, la pleura, el medias-
tino, hinchazón do los ganglios brónquicos y del
bazo. El .señor Ivrannhals encontró tres especies
diferentes de microbios eu la sangre: algunos
so parecían á los que Koch ha encontrado en el
edema; otros estaban dispuestos en hileras y
otros parecían cocci. Donde más había era en el
jiarenquima pulmonar, los bronquios y el teji-
do celular del mediastino. Inyectado el líquido
VISTA DE QUEBEC
DESDE LA CIUDADELA (CANADÁ)
pleural bajo la piel de un perro sobrevino un
edema maligno que ocasionó la muerte á los
tres días. El cultivo de esos productos en el
agar-agar demostró su identidad con los micro-
organismos del edema maligno, de lo cual deduce
M. Krannhals que se trataba de una epidemia
análoga al edema maligno ó carbuncoso.
Se han observado casos análogos en las fila-
turas de lana.
Es de añadir que los traperos dedicados al
escogimiento de trapos suelen padecer también
de una enfermedad especial de la piel de las
manos. ,
Vamos á teniiinar dando la voz de alerta so-
bre los peligros que pueden sobrevenir de la
utilización de los productos obtenidos con la le-
che de las vacas tuberculosas. Resulta, en efecto,
de las investigaciones hecha í por M. V. Galtier
y comunicadas á la Academia de Ciencias de
París en la sesión del 16 de Mayo último, que
los gérmenes de tuberculosis que contiene la le-
che de las vacas tísicas son de temer no tan
solamente cuando este producto se utiliza en es-
tado de crudeza y sin transformación para el
consumo del hombre y alimentación do los ani-
males sino también cnando se emplea en la fa-
bricación de los productos que la industria
lechera saca de ella habitualmente. Estos gér-
menes se conservan en la leche tratada por el
cuajo, en el queso, en el suero y pueden hacer
esos productos 1 1 1
peligrosos como la \
leche de la que se
les ha obtenido. El
hombre puede, muy vcrosí
milmente, inocularse gérme-
nes de tisis tuberculosa con-
sumiendo leche cruda de vaca
tísica, leche cuajada, queso fresco, queso dese-
cado ó salado ó suero preparados con la leche
do las bestias tuberculosas. Las aves de corral
y los animales de la ospecio porcuna, para cuya
alimentación se utiliza en muchas casas do cam-
po el suero procedente de la fabricación de los
quesos, pueden infectarse á su vez cuando, entre
las vacas lecheras, las hay que están afectadas
do tuberculosis, y no es irracional achacar á
esta causa cierto número de tuberculosis do la
gallina ó del cerdo. En consecuencia, está rigu-
rosamente indicado, no solamente apartar del
consumo la leche cruda do las vacas tísicas ó
sospechosas, conviene reservarla CKcIusivamen.
te para la alimentación de los animales después
de sometida precisamente á la ebullición.
^ Alfredo Opisso.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
37y
EL PAPÁ TITÍ
En una velada que se celebró en el [Círculo
Posibilista, conocí ádon Ignacio. Me habían pro-
porcionado billete de invitación para asistir á
aquella solemnidad Hrico-literario-cientíjica y la
casualidad hizo que me sentase á su lado. Él,
como luego supe, tampoco era socio, no por ex-
cusar el pago de la cuota, sino por el profundo
desdén que, aunque republicano, sentía por la
evolución pacifica; se decía revolucionario y...
Pero lugar hay para repetir sus palabras.
El presidente del Círculo, decano de la facul-
tad de ciencias de la ciudad y célebre en toda
la provincia por su sabiduría, pronunciaba el
discurso con que empezó la fiesta. No recuerdo el
tema elegido por el calvo profesor, pero sí que
de cuestiones astronómicas é interestelares tra-
taba éste y que con frecuencia, harto penosa
para el pensamiento de los circunstantes, lan-
zaba de su sapientísima boca cifras enormes.
Alternativa y paralelamente á .su barba, hacía
girar ambos sus dedos índices y extendiendo
luego rápidamente el brazo ó describiendo en el
aire graciosos arcos, pretendía hacer compren-
der la formación de astros nuevos, las fuerzas
centrípeta y centrífuga, los movimientos de ro-
tación, las hipérboles y parábolas... Si solo por
el sentido de la vista me hubiese enterado del
discurso, creyera que el señor presidente había
hecho buena descripción de un castillo de fuegos
artificiales.
Ya dije antes que don Ignacio estaba á mi
lado aquella noche. Pronto comprendí que el
tal debía de tener en tan poco á la ciencia as-
tronómica como al posibilismo. Después de ter-
minar el orador el exordio de su discurso, el
cerebro de don Ignacio no pudo resistir al vacío,
cerráronse sus ojos ante una constelación de
nebulosas, inclinó la cabeza quizás bajo el peso
de un astro trillones de veces mayor que el
nuestro y lanzóse, por fin, á los abismos del
sueño, tal vez en busca de ese infinito lleno de
éter, donde de él hiciera buena provisión porque
ya estaba cansado de comprarle frascos á una
querida suya excesivamente nerviosa. Posible es
también que soñara con espectros, pues muchas
veces los había nombrado el profesor en el cur-
so de su discurso aunque refiriéndose á unos
rnuy distintos de los únicos de que tenía noti-
cias don Ignacio. Éste no despertó hasta que
despertar le hizo un estrepitoso palmoteo con el
que gentes que no comprendieron al orador ó á
quienes el orador había aburrido, premiaban el
discurso, no sé si por bueno ó porque había ter-
minado. Don Ignacio aunque no por estos mo-
tivos aplaudió más fuerte que loe demás y vol-
viéndose á mí, me dijo con convicción: — ¡Muy
bien! — Luego me habló del éter y de su que-
rida.
Como no me he propuesto describir la velada
aquella -en la que la ciencia, la poesía y la mú-
sica, hicieron que las horas se deslizasen rápi-
das para los socios del Círculo y las personas
invitadas ' — así lo escribió al siguiente día un
redactor del Eco Posibilista,— como no ha sido
esa mi intención, repito, con lo dicho basta para
que se sepa en qué circunstancias trabé conoci-
miento con el 2)opd Titi. Ya se verá cómo y
por qué pusieron á don Ignacio mote tan extra-
vagante.
Pasaron días y llegó uno en que mudé de casa
de huéspedes. Grande fué mi asombro cuando á
la hora del almuerzo vi en la- mesa, frente á mí,
á (Ion Ignacio que hablaba mucho y engullía
más, cual si necesitase desalojar de palabras su
liviano cnerpecillo para dar cabida á la gran
cantidad de alimento que como por arte de ma-
gia desaparecía entre sus tan delgados labios
que hubiese creído de goma á juzgar por la fa-
lilidad con que .se estiraban en aquel solemne
acto.
Era don Ignacio do baja estatura y pocas
carnes; sus párpados arrugados, al abrirse con
flojedad como viejo estuche de antigua joya,
dejaban ver unos ojos azules, grandes por lo
redondos y donde parecía estar siempre marca-
do el espanto; hundíasele la carne de las meji-
llas, se le plegaba en arrugas la de la frente y
tenía roja (rojo variable) la piel que cubría la
de los pómulos y nariz; ésta era corva y con su
UN VALLADO
punta parecía sujetar al labio un bigote blanco
y de larguísimas guías que el buen hombre cui-
daba de llevar muy tiesas y engomadas; en el
cuello, á siniestro lado, se le alcanzaba á ver
una mancha ovalada de color oscuro que siem-
pre atribuyó don Ignacio á cierto capricho que,
por un melón, tuvo su madre estando de él (de
don Ignacio) preñada.
Comunmente llevaba el papá Titi traje claro
de americana, camisa de color con cuello vuelto.
corbata roja y en su centro un espolón de gallo
por alfiler, dos pequeñas fichas de dominó á
guisa de gemelos, en los puños de la camisa,
reloj de plata y cadena de nikel y dublé con
una brujulita por dije.
Era estrafalario el tal hombre 'por esencia,
presencia y potencia; es-
trafalario en su manera
de hacer, hablar y men-
tir. Le preguntaban por
ejemplo:
— -¿Cómo estamos,
don Ignacio?
— Gabizmundo y tne-
ditabajo, — respondía él:
cabizbajo y meditabun-
do hubiera dicho cual-
quiera,— porque, queri-
do,— continuaba, — co-
mo nó recibo el dinero
que me han demandar...
¡Oh! El dinero es la me-
dida universal que abar-
ca todas las distancias. Y
no crea usted que me
faltan ahora diez duros
para un amigo como
usted pongo por casa,
digo, por caso; nunca me
han faltado para sacar á
cuahiquiera de un apu-
ro, por eso tengo en Car-
tagena quinientos hom-
bres que se tirarán á
la calle á un grito mío
y... no se tardará mu-
cho; pero yo no adelanto
nunca los acontecimien-
tos. Ahora estoy aquí
porque no me conviene
que me vean por Car-
tagena; mi esposa está
encargada de todos mis
asuntos mineros y revo-
lucionarios.
—¿Pero, es usted ca-
sado?—decían.
— Sí, señor, — replica-
ba don Ignacio, — y con
dos hijos, es decir, ca-
sado con dos hijos, no;
casado con mi mujer y
padre de un churumbel y
de una chavalilla á quie-
nes doy una educación
superior; les he puesto
un maestro de baile que
les enseña por filadelfia
y por lo flamenco; saben
hablar la guitarra y el
piano y tocar en francés
y en caló, digo no, al re-
vés; en fin, que hacen á
pluma y á pelo unos ver-
daderos hemalfloditas
(hermafroditas). No ex-
trañe usted que á pesar
de mi paterfamiliaridá,
me extramure, digo, me
extramilite un poco, por-
que como no tengo cerca
á mi chuleta (costilla) y
los impulsos cardinales
(carnales) no se pueden
contener... ¿Usted no
conoce aquellos versos
de Espronceda sobre la
mujer que dicen asi:
«¿Cuando será que de la loca metite...
»
Continuaba el ridículo don Ignacio ensartan-
do disparatadas mentiras y atribuyendo á Es-
pronceda cosas que jamás pasaron por las
mientes del insigne vate. Pero, ¡cualquiera con-
vencía á don Ignacio de que aquellas indecen-
cias no eran de Espronceda! Él lo había leído
en un librejo que se vendía de ocultis y cosa
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PALABRAS DEL CORAZÓN (Onsarn il« L Miyei i
382
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
qae en letras estti\'iese podría ser clandestina
pero no dejaba por ello de ser infalible pai-a
don Ignacio; tan infalible como el Evangelio
que 8Í nunca fuera' impreso, quizás no habría
sido tenido en mucho por él. A tanto llegaba
su tontería que lo que manuscrito crej'era bala-
di V desabrido, visto por él en las borrosas co-
lumnas de un periódico considerábalo cosa de
gran belleza, sustancia y entretenimiento. j
¿De qué vi\'ia don Ignacio? Xunca lo supe.
¿Qué edad tenia? En su extravagante rostro ei-a
imposible adivinarla. No debía de ser muy jo-
ven y solo con jóvenes se asociaba, especial-
mente con sus compañeros de casa, estudiantes
casi todos y gente anti-universitaria y maleante.
Tres de ellos y don Ignacio eran alabarderos del
teatro Latorre: él tenia más inlluencia con el
jefe de la ruidosa corporación que sus compa-
ñeros va encallecidos en la profesión por la
larga práctica de tres temporadas; en el teatro,
todos los tramoyistas, aposentadores, partiqui-
nos y masas corales lo conocían y trataban;
creo que tenia relaciones, no sé de qué especie,
con la criada de la Masas, célebre tiple, sin ri-
val para lucir las pantorrillas y cantar conto-
neándose en las picarescas operetas de Supe,
Lecoq, Autran, et sir de cmterifi. También por
aquella época varios jóvenes tan incautos como
pervertidos alquilaron uno de los peores pisos
que pudieron hallar en las malas casas de uua de
las peores calles de la ciudad y establecieron
en él un casino anónimo, si casino puede lla-
marse á tres snciiis, pequeñas y casi inhabita-
bles habitaciones mal amuebladas, en las que
se jugaba un poco al tresillo, bastante al golfo,
demasiado al monte, y donde, con frecuencia,
se oia el ruido de las fichas de dominó al arras-
trarse éstas sobre el mármol de una mesa, mo-
vidas diestramente por manos que parecían
querer rascar con ellas la grasicnta roña de
que la piedra solía hacer ostentación, y en aquel
antro donde se templaban al vicio los corazones
estudiantiles, en aquella guardilla agrietada y
con goteras, homo en verano, nevera en invier-
no y siempre llena de humo apestante, allí iba
don Ignacio con frecuencia, siendo considerado
como uno de tantos por los á veces insociables
socios de aquel recreativo lugar; pero él era allí
la nota disonante: las únicas canas que allí ha-
bía eran las de su cabeza... y sus bigotes; habi-
lísimo jugador, manejaba tan galanamente los
naipes como las fichas de dominó y las figuras
del ajedrez; tan diestramente atacaba como de-
fendía en el juego llamado del asalto, y nadie
igualaba su mañosa ligereza en mezclar y dis-
tribuir las cartas.
A hora avanzada de la mañana se levantaba
del lecho don Ignacio si después del alba no se
había acostado; pasaba la tarde en el Circulo
montaraz, nombre con el que el papá. Tul bau-
tizó á la guardilla antedicha; después de comer
iba al teatro en cumplimiento de su obligación
y en busca de la doméstica de la Masas; rarísima
era la calificación que á sus compañeros en alá-
banla y á él propio dio: decía que ellos eran «el
mejor zaguavete de palmípedos que tenía la so-
ciedad de ciánicos españolfs.» Cuando tantas
horas de la noche habían pasado que hasta el
Círculo montaraz cerraba su desvencijada puerta
cual tuerto que cubriendo con su párpado el
lagaño.so ojo se dispone á dormir la borrachera,
cuando no quedaba ni el recurso de ir á comer
rosquillas al homo que hasta más tarde perma-
necía abierto, el de la plaza de Miraluna, en-
tonces, don Ignacio solía acompañar á los más
calaveras de sus co-pupilos á cierta casa donde
en holocausto á Venus y provecho de sus más
descocadas sacerdotisas frecuentemente sacrifi-
caban los imbéciles jóvenes su salud y su dine-
ro; pocas veces para tal culto dejaba don Ignacio
su óbolo; con cínica seriedad se decía padre de
aquellos chicos «á quienes guiaba por la senda
de la virtud;- y no por otra cosa ideó una de las
mujeres, demostrando no poco ingenio, llamar-
le el papá Tin, nombre que al parecer gustaba
mucho á sus adoptivos hijos. t¿ue don Ignacio
había caído en gracia á at^uellos ángeles caídos,
era cosa sabida y tampoco ignoro que cuando
el chistoso carcamal salía del burdel, sacaba
algo de colorete en las arrugas de su rostro y
un insoportable perfume producto de extraña
mezcla de afeites mujeriles, cuando no, un ma-
reante olor de licores, vino, boquerones y queso.
El papá Titi, era, según confesión propia, zo-
rrillista en política, ateo en religión, frascue-
lista en tauromaquia, partidario del amor libre
y de las novelas por entregas, especialmente de
aquellas en que se celebran las criminales faza-
ñas y glorioso agarrotamiento de un bandolero;
muy serio decía que el arte político de don Ma-
nuel era el mejor y que en la arena de la polí-
tica á nadie tocaba (don Ignacio, no don Ma-
nuel) las palmas más que al ilustre proscrito; en
cambio, creía que ninguno representaba mejor
que Frascuelo el verdadero credo taurómaco y
que jamás comulgaría con los lagartijistas que tan
sin razón gustaban de los poco meritorios tropos
de la escuela sevillana.
Aunque don Ignacio no creía en Dios, creía
en San Roque, no sé si por el perro; en su pue-
blo había sido varios años clavario del Santo el
papá Titi y jamás paisano suyo había hecho
ostentar al can mejor ni más grande rosca con
peladillas, en la procesión del día de Gorpus-
Christi; tenía don Ignacio un gozquecillo al que
enseñó muchas habilidades, entre otras, la de
hacer el ejercicio con un bastón cuyo puño fi-
guraba la fiera cabeza de un mastín; sabía el
devoto de San Roque imitar á la perfección el
ladrido y pintar con dos líneas un perro en-
trando en la iglesia: trazaba, para ello, una recta
vertical que podía tomarse por la puerta del
templo alambicando mucho las leyes de la pers-
pectiva y remataba la obra con una curva dibu-
jada junto al extremo inferior de la vertical,
curva que representaba al rabo, única parte de
la integridad perruna que permanecía fuera; se
preciaba el ¿jajJíí Titi de cazador y precióse
siempre de tener los mejores galgos, podencos
y pachones de la península, aunque yo creo, que
esto último, como sus convicciones políticas y su
ateísmo, eran parte de las muchas mentiras que
su lengua tenía el hábito de articular; otra cosa
le quedaba en el pensamiento, si formalmente
su pensamiento se ocupaba en elaborar tales
ideas.
Don Ignacio, como se ha visto, no carecía de
gracia y habilidades; además de las consignadas
merecen mención especial las siguientes: hacer
más de veinte clases de solitarios con los naipes,
arrojar al aire la manzanilla contenida en una
caña y recogerla después en el receptáculo sin
perder ni una gota, construir pipas de sar-
miento para pitillos, puntear gentilmente las
cuerdas de la guitarra, cortar las plumas á un
gallo inglés como es uso que se corten para las
peleas y hacer pasar á un gallo viejo por joven
pollo, sin más que rasparle mucho y varias ve-
ces los espolones endureciéndolos luego con una
mezcla de pólvora y ajo sabiamente combinada.
Gustaba yo del trato de don Ignacio y ser-
víame de agradable solaz su extravagante con-
versación. Cuatro meses habitamos él y yo en la
misma casa y cuando esperaba completar el di-
fícil estudio psicológico que de mi compañero
empecé á hacer aprovechando el espejo de sus
actos para descubrir el hondo perfil de su espíri-
tu, perfil borroso sin duda, me quedé, de la no-
che á la mañana, sin el objeto de mis investi-
gaciones y divertimiento. Tan cierto es que
desapareció de la noche á la mañana, que en
una del mes de Mayo me dijo la patrona, al en-
trarme el chocolate, que en el tren mixto de la
madrugada había salido don Ignacio para Car-
tagena. «¡Ingrato! — pensé.— ¡Marcharse sin des-
pedirse siquiera!...»
Aquí acabaría este artículo si un nuevo de-
talle, concerniente al papá Titi, que averigüé á
los pocos días de su marcha y que me causó in-
dignación y extiañeza, no reclamase de mi al-
gunas líneas. Y era, aunque te cause, lector,
enojo y pesadumbre, causa de la rápida desapa-
rición (llamémosle fuga) de don Ignacio, una
importante letra de cambio falsa que felizmente
negoció el papá Titi. Al relatar los periódicos
el timo, decían que lo había efectuado un sujeto
llamado don Ignacio Vergalacarrearuí y Rica-
coeehea, natural de, no recuerdo qué pueblo, de
la provincia de Guipúzcoa. ¡Vizcaíno! ¿Quién lo
había de pensar?
N. DE Leyva y Vizcarro.
«
DILEMA
¡Qué momento sublime!
Cuando en tranquilas ventm-osas horas,
con la cabeza en el materno seno,
de mil delicias lleno,
mi amante madre preguntóme: — ¿Lloras?
y, con el alma de pasión henchida,
pareció contestarle mi mirada:
— ¡Oh, no te apenes, no, madre querida!
— ¿Qué tienes?— ¡nada, nada!
¡las lágrimas primeras de la vida!
Y, sufriendo también en mi tristeza,
dejando que mi pecho se taladre
del colmo del dolor por la crudeza,
no encuentra hoy ese apoyo mi cabeza
¡ay! que me falta el seno de mi madre.
Mi cerebro se agita,
gime mi pecho, el corazón palpita;
soy mártir de un dilema inextinguible,
porque amar sin vivir es un absurdo
¡y viuir sin amar, \m imposible!
Ricardo J. Catarineu.
¡CIEGO!
¿Por qué humedece mi pupila el llanto?
¿por qué mi ardiente corazón suspira?
— Es ¡ay! que el alma ya apagarse mira
la luz de mi pupila, con espanto
Sólo una vez entre martirio tanto
dulce consuelo bienhechor me inspira,
y es la que grita, si mi aliento espira,
dentro del pecho, con aliento santo:
«El estudio ha iniciado la ceguera
en tus jóvenes ojos, mas no el vicio;
si en sombras la pupila se sumiera;
La Ciencia vino á iluminar tu juicio,
y su luz es más pura y verdadera
que aquella que le diste en sacrificio!»
Francisco Tomas y Estruch.
NUESTROS GRABADOS
OBBIS DE CICILIO YAK HiAdlN
Et primer remojón.— Retrato del autor.— Una pelotera
La aguadora.— El zapatero de portal
M. Cecilio Van Haaneu, desoendlente de una familia ho-
landesa, nació en Vlena en 1844 y comenzó por ser discípulo
de 8u hermano, In.spirado paisajista. Estudió después en la
Academia de la capital austríaca, pasó seis años en Amberes
al lado de Van Lerlus y de Verlat, vivió luego en Londres,
dibujando para las principales Ilustracioiua y, por fln, en el
año 1873 hizo su primer viaje á Venecla, donde Passint ejer-
ció sobre él poderosísima influencia.
Puede decirse que bajo la inspiración de tan insigne artis-
ta remozó completamente Van Haanen los asuntos de aque-
lla ciudad incomparable, prestándoles una originalidad que
forma el principal encanto de sus obras y librándoles en con-
secuencia de la monotonía de que adolecían desde larguísi-
mos años.
Por supuesto que la batta plebe de Venecla ha perdido su
carácter peculiar, pero con todo Van Haanen ha logrado dis-
tinguir todavía los matices casi ya borrados y presentar cada
tipo en particular, con vida propia.
En suma es Van Haanen un pintor personallsimo ocupan-
do uno de los primeros puestos entre los mejores artistas ex-
tranjeros contemporáneos. De algunas do sus obras pueden
formar concepto nuestros favorecedores en vista de los gra-
bados que acompañan el presente número.
BAECILONA: FUSTA UAEITIUA
CELEBRADA POS Et «OLOB DE REGATAS' EL 29 DE MATO
Dibujo de Atarla
Animadísimo estaba nuestro puerto la tarde del día de
Pascua de Pentecostés con motivo de la fiesta que dio el Club
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
883
de Regatas, riéndose el antepuerto, donde se verificaron,
cuajado de lanchas, botes, vaporcUos y el vapor Unión, todos
llenos de gente. En la parte del muelle de Barcelona donde
se halla el Club de Regatas habla un sitio reservado paralas
autoridades y personas que iban provistas de tarjeta. El pun-
to de partida de lus regatas se fijó entre el cañonero Pilar y
el Clnb. En la galería de este se hallaba el jurado.
La salida délas embarcaciones se anunciaba por medio de
un cañonazo. Siete fueron las regatas. En la primera, de em-
barcaciones á la vela, tomaron parte once, alcanzando el pre-
mio de la Reina D.* Cristina la embarcación Pepíío, aunque
no llegó la primera; pero se le concedió dicho premio por la
compensación del tiempo de 1' 7". El segundo premio, con-
sistente en un reloj artístico, lo alcanzó Catalina, y el tercero,
ó sea un magnifico termómetro artístico, Qravina, que hu-
biera ganado el segimdo si no hubiese virado mal. Recorrie-
ron á la vela 10 kilómetros en menos de dos horas.
En la segunda regata tomaron parte tres canoas de doce
remos, alcanzando el premio de la Diputación provincial y
trece medallas de plata la canoa Leonor, y el segundo del
Club de Regatas y trece objetos artísticos, la canoa Oravina.
Aunque para la tercera regata no estaban inscritos en el
programa más que tres vaporcitos remolcadores, fueron, sin
embargo, cuatro los que regatearon, alcanzando el primer
premio de 200 pesetas, de la Asociación de Navieros y Con-
signatarios, el vaporclto Antonieta, y el segundo, de 100 pe-
setas, de la misma Asociación, el Pepita. Obtuvo el núm 3 el
vapOT Enriqueta. A la llegada délos vapores un esquife se
volcó, siendo salvados al instante los tripulantes y auxiliados
en el Club de Regatas. IjOs vapores recorrieron un trayecto
de 8.000 metros.
En la cuarta regata de canoas de recreo no tomaron parte
más qtie dos, recorriendo sólo los 1.500 metros del trsyecto
señalado la Maltaiee, de A . V. B , pues la canoa Aragón, al
poco rato de haber partido, chocó con una de las muchas
embarcaciones particulares que obstruían el paso, y se le
rompió una pala: asi es que el premio lo obtuvo la MoUaise.
Aunque para la quinta regata se inscribieron seis perissoi-
re», no regatearon más que cinco y obtuvo el premio del mi-
nisterio de Marina el periieoire de D. M. J. J.; el segundo,
consistente en un perissoire de regata, el Veremos, del Club
de Regatas, y el tercero, una medalla de plata dorada, el
Chulo, de D. P. Pagés.
En la sexta regata áeíkiffi) de un remo, alcanzó el premio
del Ayuntamiento el esquife Mosquito, del Club de Regatas,
que luchaba con el esquife Hosca.
Sólo dos embarcaciones tomaron parte en la séptima re-
gata, que terminó á las siete y cuarto. Alcanzó el premio de
tres objetos artísticos el yole-gig de dos bayonas, Relámpago,
del Club de Regatas, que regateó con el Rayo.
El tiempo estuvo muy agradable y á propósito para las re-
gatas, pues el viento que reinó al comenzar y que fué favo-
rable para la regata á la vela, cesó á media tarde.
IXPOBICIÓN NICIOMAL DE BI!I.L.>8 1HTI8 DE 1887
LA PiZ i FAi.os, cua.dro de D. A. Amorós
í LOS PIÉ3 DEL SALVADOR, cicodro de D. Vicente Cvianda
Hé aquí en qué términos se expresa respecto á esos dos
lienzos el autorizado critico Sr D. H. Giner de los Ríos:
«...diremos del cuadro del señor Amorós, ia paz d pa-
to* (39), que ha superado la intención con que está hecha la
riña délos chicos en el corral, en medio de tanto público de
mujeres, á la realización del pensamiento. Esto no obsta para
que aplaiidamos algunas de sus bellezas.-
Y refiriéndose al otro:
• El Sr. D. Vicente Cutnnda presenta el episodio de una
matanza de jndioa en la Edad media, bajo el titulo de A loa
pies del Salvador (M6). Un grupo de perseguidores al pié de
un Cristo se entrega A los más brutales actos, tales como el
de clavar la cabeza de un judio en la esquina en que aparece
la imugen del Redentor. No falta sinceridad al artista para la
expresión de su sentimiento, y la tendencia que revela en su
estilo, es plausible. Pero son tales los desdibujos y tamañas
las exageraciones en el toque y en el color, que el cuadro re-
sulta como obra de principiante. Segiiros estamos de que en
brevísimo plazo, por el camino emprendido, llegará el discí-
pulo de la Escuela Nacional de Pintura i la suspirada meta.»
VISTA DE QDEBEC DKaDB LA CIlIDiDKLA (CANADÁ)
Algunas veces hemos hablado ya de la celebrada capital
canadiense; el grabado de hoy, sumamente recomendable
por su inmejorable ejecución, nos ofrece la vista de la ciudad
tomada desde la cindadela, fortaleza que además de servir
para la defensa reúne al mismo tiempo la cualidad de paseo.
DN VALLADO
Tenemos ahí un buen estudio de árboles, trabajo verda-
deramente magistral que denota en su autor la más alta
competencia en semejante clase de asuntos.
ESCAPATORIA
No puede ser más graciosa,— aun á riesgo de salir alguien
hecho gigote,— la escena representando á un tigre que toma
las de Villadiego, no sin enérgica protesta por parte de un co-
lega, un leopardo y un león, escandalizados de la ingratitud
del carnicero para con su domador y empresario. Y el caso no
es tan raro como podría suponerse á primera vista, testigo
sino una buena señora que hace algunos años se encontró
con un tigre al lado en mitad de la calle de Alcalá. La fiera
se habla escabullido bonitamente de la jaula de fcu minagirie
aprovechando aquella oportunidad para echar un vistazo por
la coronada villa y corte. ¿Y quién no recuerda también
la efcapatoria del inolvidable Pizarrilo, devastador de las
cbamartinianas tahonas? Basta los onimales ornan la libirlad,
como diría un filósofo cartesiano, aunque me parece que ya
lo ha dicho alguien.
LOS CENTIMELAS
Mientras la tropa flamenca, ó sea de los flamencos, está
descansando en la floresta, vigilan metidos de pies en el la-
go los centinelas de avanzada, alentosa cualquiera novedad.
La luna proyecta sus rayos á través de las graciosas copas de
las palmeras y de los cactus colosales y el plumaje blanco y
rosado délos flamencos brilla con plateados rtflejos en la cla-
ridad nocturna.
PALABRAS DEL CORAZÓN
Cuadro de L. Meyer
Es una escena hondamente sentida; adivinase que la cosa
es grave y que se trata de algo mas que de pmiUas. Puédese
hacer un cuadro bien elocuente con dos figuras que no
hablan.
EL PUENTE DEL DIABLO BN LA CARRETERA DE SAN GOTARDO
Entro los diversos pasos, — todos los dificilísimos, — por
donde puede penetrarse en Italia á través de los Alpes, es
uno de los más pintorescos el de San Gotardo.
Suponiendo que se venga de Lucerna, la ascensión empie-
za en el pueblecillo de Altorf; el camino toma el aspecto de
una cueva de ciclopes y el ruido de las cascadas va creciendo
de cada momento. Después de mil revueltas distingüese á
una altura prodigiosa un puente de un solo arco arrojado so-
bre el abi«mo; es el célebre Puente del diablo cuya curva atre-
vida se eleva 7.5 pies para dar paso al torrente del Rcuss.
-*-
ROMA VEDUTTA FEDE PERDUTTA
i'on
JACINTO LABAILA
(conclusión)
VI
FERNANDO A ENRIQUE
París 24 Setiembre 1883.
Mi querido Enrique: Como comprenderás por
el punto de la fecha de esta carta, estoy en el
extranjero, pero todavía recibí la tuya en Ma-
drid, antes de venir á Francia.
Dejé á Elisa en casa de su madre, que recu-
peró por fin la salud, y vine solo á esta capital,
desde donde te escribo, para contestar á tú úl-
tima y enterarte del motivo de ausentarme de
la corte.
Tan visible era el estado de aburrimiento en
que me sumió la tiranía amorosa de Elisa, que
para ella no pasaba desapercibido y estaba con-
tinuamente derramando lágrimas, pero ni se
corrige ni consiento en que yo salga á ninguna
parte, y concibe celos insoportables y ridículos,
martirizándome con una sujeción absoluta que
lio me impone su mandato, pero á la que su
llanto me obliga, por no mover un San Quintín,
que atendido mi carácter era igual que cortar
este nudo gordiano, que desatar no puedo ni
creo que podré jamás.
Pues bien; para vivir algunos días con tran-
quilidad y gozar algún tiempo de las ventajas
de la pasada vida, inventé el motivo de venir á
retirar del Banco de Francia algunos miles de
duros que tenía depositados en él, para dedi-
carlos en Madrid á negocios, con la idea de te-
ner alguna ocupación y algún pretexto para po-
der salir de casa sin ir cosido á las faldas de
mi costilla; ésta so opuso al principio, como
puedes suponer, pero yo me cerré á la banda y
la dije agriamente: — «Quiero ir á París, soy
dueño de mi capital, haré de él lo que me con-
venga y esto es lo que me conviene.» — Lloró,
pero consintió al fin, porque estaba en mi de-
recho y tuvo que reconocénnelo, consintió, pero
añadiendo que deseaba acompañamic en el viaje
á Francia. Esta fué nuestra segunda cuestión;
tampoco cedi, porque me iba por separarme de
ella una temporada. Entonces tuvo un ataque
de nervios, jjero yo estaba ya decidido á todo,
y, á pesar del ataque y á pesar de su llanto,
más copioso que de costumbre, la dejé en casa
de su madre y me vine aquí solo, libre, feliz é
independiente.
Me convenció tu última carta de que fui un
falso profeta. Veo con asombro que, aunque eres
hombre de mundo, has retrocedido á tu primera
juventud y me pai-eccs \m colegial al que casan
sus padres, recién salido del colegio, mancebo
que no ha enamorado á otra mujer y que se en-
candila y se deja arrastrar por la primera que
la casualidad arroja en sus brazos á impulsos
de la bendición del sacerdote. ¡Pobre Enrique!
¡Rosalía te ha hechizado! No sé de qué bebedizo
tan poderoso ha podido valerse para convertirte
en maniquí suyo, en corneta de órdenes de sus
deseos. ¡Cuánto más leo y repaso tu epístola,
mayor es mi asombro! ¡Eres feliz de ese modo
y no envidias nada del mundo! A no decírmelo
tú, que eres tan veraz, lo dudaría. ¡Es posible
que seas dichoso por el mismo motivo que causa
ini desventura!...
No eres ya aquel sprit-fort que tuvo la liabi-
lidad de deshancar á un ministro que obtuvo
antes los favores de la interesante viuda Filo-
mena y que cuando fué tuya, abriste una cica-
triz indeleble en un desafío al coronel que se
insolentó con ella, dándole con el sable contun-
dente lección de moral. No, hoy no eres aquel
hombre, eres otro. Te cansaste del mundo y
como un hurón te encierras en tu huronera. Tú,
que pudiste aquilatar el valor del corazón del
bello sexo eii general, te consagras en cuerpo y
alma á una sola mujer, y no solo te olvidas,
sino que reniegas del teatro de tus triunfos.
¿Qué mujer es Rosalía que realiza ese mila-
gro? Según tus informes debe ser de la misma
índole que Elisa, acaso no sea tan hermosa, pero
aunque la venza en belleza, no la aventajará en
cariño. Esto es lo que te seduce como me sedujo
á mí, hasta el extremo de ir con ella al altar;
pero yo estoy ya harto del exceso de pasión,
que digerí en la primera época conyugal y
ahora se me indigesta todos los días; mientras
á tí te sienta perfectamente alimento tan pesa-
do y saca á tu rostro los colores sonrosados de
la salud; no hay duda, pues, de que uno de los
dos vive engañado; si el engañado eres tú, al
monos puedes tener la satisfacción de que el
engaño te proporciona la felicidad; pero si lo
soy yo, además de tocar el violón, sufro la in-
mensa desventaja de ser desventurado.
Atribuyes mi desgracia á no haber nacido
con alma tan sensible como la tuya y á mi ca-
rácter impresionable, ligero é impetuoso, y
hasta sospechas que la naturaleza me castiga
condenándome á no ser padre por abandonar á
una mujer en estado interesante. En cuanto á
las primeras apreciaciones debo decirte que no
es culpa mía haber nacido con las cualidades que
á la suerte plugo concedei-me, por lo tanto no
merezco castigo; y en cuanto á ia jiisticin ¡listri-
butivn, que crees encontrar en que el cielo no
me otorgue frutos de bendición, te contesto, que
si concluí mis relaciones con Isidora por el mo-
tivo que expones, las terminé porque no estaba
yo seguro de ser el único correspondido por
ella, no por ser hombre sin entrañas como acer-
bamente me calificas.
A propósito de Isidora. Ayer me la encontré
en uno de los boulevareb de París convertida en
una rocotle de primera fuerza. Vestía elegante
traje de seda y sombrero no menos elegante y
la acompañaba un criado con librea. Me llamó,
no solo para enterarme del lujo que podía gas-
tar, sino también por saber algo de mí, á quien
no había vuelto á ver desde seis años atrás, sor-
prendida y gozosa de encontrarme en la capital
de Francia, donde ella vive. Estaba hermosísi-
ma y perfumaba el ambiente con las esencias
que se escapaban do su coquetísima toilette.
Poseía coches y el tren de una duquesa. Un
banquero, á la sazón ausente por cierto negocio
importante, era el pagano. Me invitó á comer
con ella en su suntuoso hotel: cediendo á su in-
384
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
yitación y en su compañía, llegué á su inorada
y me senté á su mesa. Entonces supe que el sen-
timiento lie nuestra ruptura fué tan vivo en ella
que malogró el frtito de su vientre; así te lo
digo para repetirte las frases con que Isidora
me anunció aquel acontecimiento.
Me encuentro, pues, en París en el pleno
ejercicio de mis derechos de ciudadano libre; y
comparando esta existencia con la que arrastro
hace cuatro años uncido al yugo de Elisa, de-
duzco de las pruebas que me suministra el ejer-
cicio de esos derechos, que en la independencia
estriba mi felicidad. Convencido de esto, escri-
bí ú mi esposa, hace diez días, la siguiente
carta que te copio á la letra para que te ente-
res de mis firmes propósitos:
«Mi estimada Elisa: Considerando que ya
.salí de la menor edad y que la le\' me autoriza
|)ara no depender de ninguna tutela, y constáu-
dome por una larga práctica de cuatro años que
me vi en la imposibilidad de gozar de la inde-
pendencia lícita que es permitida á todo ciuda-
dano español mayor de veinticinco años, aunque
sea casado; considerando que para que los cón-
yuges se amen no es necesario que se separen
por completo de la sociedad y vivan en absurdo
aislamiento; considerando que el amor propina-
do á todas horas degenera en fastidio y en abu-
rrimiento, como ha degenerado en mí; y que
debo evitar esta fatal consecuencia para poder
retroceder á los primitivos tiempos de nuestro
enlace y volver á gozar de la alegría que en-
tonces disfrutaba; determino que te sujetes á
las siguientes condiciones para volver á hacer
contigo vida común.
» 1 .* Podré tener amigos y tú amigas.
«2.* Estaré siempre en casa á las horas de
almorzar y de comer.
>3.* Saldré y volveré á casa cuando quiera.
• 4." Podré ir á los teatros, á los casinos, á
los cates y á las diversiones honestas que tenga
por conveniente, sin ser reconvenido y sobro
todo sin que llores delante de mi ni te den ata-
ques de nervios.
»5.* Gozarás de la misma independencia
que yo y no serás nunca reconvenida jiorqno
EL PUENTE DEL DIABLO EN LA CARRETERA DE SAN GOTARDO
goces de los mismos derechos de que yo dis-
Irute.
»ü.' y última. Como en la confianza estriba
el veidadero cariño, te querré más de lo que te
he querido, si en lo sucesivo vivimos como te
propongo.
»Si no aceptas las anteriores condii-.iones te
dejaré en Madrid mi^dios de subsistencia y no
volverás á verme porque me iré á América ó al
Congo, huyendo de una esclavitud impropia de
un hombre libre y que ocasiona mi flnsven-
tura.»
La contestación de mi esposa que recibí hace
tres días, fué esta.
«Queridísimo Fernando: Las -e.xigmicias quo
contigo tuvo bien sabes que eran hijas del in-
finito amor que por tí
siente mi alma éariñosa.
Veo quo los hombres
queréis de otro modo y
(\\m sois tan desagrade-
cidos que no sabéis aprc-
eiar lo que vale un afec-
to como el que yo te
consagro. Me disgusta el
programa que me ti-a-
zas do nuestra vida Al-
tura, pero como me ame-
nazas con huir de mí pu-
ra siempre, como si mi
leal cariño te atormenta
se, y como deseo también
por otra parte no causar-
te los involuntarios su-
frimientos que con él te
causé, acepto el progra
ma con todo el dolor de
mi coiazón. Te espera
con los brazos abiertos,
deseando con ansiedad
abrazarte, Elisa.»
Como acabas de sa
ber, mi querido Enrique,
mi esposa pasa por todo,
á lo menos así me lo
promete; alentado por
esta esperanza mañana
tomaré el camino de Ma-
drid y regresaré á mi
hogar abandonado.
No estoy muy seguro
de que cumpla lo pro-
metido, es inás, creo quo
no lo ha de cumplir
cuando me vuelva á te-
ner á su lado; si falta á
su promesa yo no falta-
ré á la mía; estoy resuel-
to á marcharme al fin
del mundo antes que á
morir de una indiges-
tión de cariño de la quo
3'a he sentido varias
veces síntomas alar-
mantes.
Envidio el milagro
que hizo contigo Rosa
lía; Elisa no ha tenido
conmigo semejante po-
der, porque sin duda
mi corazón es de otra
clase que el tuyo; ol
amor propinado á todas
horas es el medicamen-
to que te da la vida
y que á mí me causa la
muerte. Cada uno es
como Dios lo hizo.
Así es por desgracia
tu amigo
Fernnrulo.
--- - VII
CONCI.rSIÓN
Enrique ya no supo
más do Fernando; le es-
cribió varias cartas y no obtuvo contestación á
mnguua do ellas. Es lo probable que esté en
América ó en el Congo.
Enrique disfrutó de perpetua luna de miel.
La felicidad ó la desgracia en el matrimonio
depende de la idiosincrasia de cada uno.
IMUllSIUCitt: Cuta, 3tS-3(7, Imh liliiii, Eütir. — Ktstrra^os l«s dmeiits de propiedad irlístici j liUrsris.— las reclaoiacioDes en Madrid, al representante de esta Casa D. Haauel Plá j Valor, Apodaca, 10, V
) INSÉRTESE Ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL (
BsTASLaananrro^TiPoaiiiFico ob B. Basboa.— Callb os Villarhobi., húm. 17 bhsancue db 8ah Antonio.— Barcelona.
SEMANARIO CIENTÍFICO. LITERARIO Y ARTÍSTICO
Año V
t:i:4'sé&.r^^
Barcelona 18 de Junio de 1887
Núm. 233
UN RAMO DE NARCISOS
386
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
SUMARIO
Turto.— Xa^id. Oartat d wd prima, por Fernanflor. — B
ritüM dM digo, po» Antonio Par^a Serrada.— £rp<Micióa
dt BtaiÁtta <U 1987, pot R. Blanco Asrajo. — £><«diot
uttvtevUaM patNo (copclaslán). por José Zahonero. —
S einm myr». por Antonia Oplsm. — Vertot, por Ricardo
Ctao.—Lteapaia (poesía), por José Jacksoo Veya.— £n
d eawtp» (poesía), por J. Fratos Baesa.— Muestroa graba-
dos.—.4d<m MidáetticM, por Ignacio de QenoTte.
GaiaiDOS.-Dn ramo de nardaos.— El balancín.— £tpo(<etiin
Ifaeimul d» BOUu Arln de 18S7: La TradlcUn. El cadá-
Tsr del goieral Álrarei.- Ofrenda de las Jóvenes romanas
i Lndna.— Las hojas caldas. -El bandolero.— Qtuice:
•Sons le Cap.»— Sn familia.— Ia madre.— En socorro.—
Momento de excitación.— Ahasrero.— Túnel en la carre-
tón d* San Ootatdo.
M ADRl D
C^^fCr^^e .A. 2^1 F-RIls/LA.
AVES, PLANTAS Y FLORES
!a Sociedad Central de Horticultura cele-
Te^ bra sn Exposición anual. Esta vez ha
^^ cambiado de sitio. Lo que en otro tiempo
fué reservado del Retiro, ha sido reservado para
ella. Pocas sociedades han dado muestras de
mayor perseverancia para lograr desarrollo y
alicionados. Hoy esa sociedad es una institución;
las plantas, las flores y las aves tienen su jar-
dín, su palacio, su academia, sn público, sus re-
compensas, sus cronistas: y se imponen á esta
ciudad del positivismo, de la política y de los
mercaderes por su belleza, su delicadeza, su
gracia y su poesía. Admirable cosa es que Ma-
drid, este lugarón de la Mancha, haya cobrado
afición á las plantas y á las flores; aquí fueron
siempre consideradas como una preciosa inutili-
dad digna solo de la mujer joven y romántica.
Hoy, por fin, querida prima, se tiene por útil
cnanto mueve el alma deliciosamente, alejando
de ella los sombríos vapores de una vida llena
de afanes y angustias, de ambiciones y deseos
insaciables; porque es útil, en efecto, cuanto
nos hace volver los ojos á la naturaleza, nuestra
verdadera madre, para buscar en ella frescura
de sentimientos, virginidad de ideas. Aves,
plantas y flores son nuestras amigas, aunque
suelen ser amigas prisioneras; las unas con su
aleteo incesante recrean nuestros ojos hablán-
donos de mundos que ellas pueden dominar con
sus alas; las otras con sus verdores aterciope-
lados y sus palideces del otoño nos dicen que la
vida no es solo esta existencia nuestra de agi-
tado movimiento, sino que también hay seres
organizados que viven y mueren incrustados en
la tierra y en los peñascos mismos; y las flores,
por último, segunda vida de las plantas, hijas
suyas, como nosotros lo somos de nuestras ma-
dres, son la imagen perfecta de la esperanza,
pues son ilusión en un principio por sus colores
y sus aromas, y, más tarde, fruto maduro que
lleva en sus semillas otras flores y frutos en
sucesión interminable. Madrid, sin campo, Ma-
drid, sin rio, sin nada de aquello que parece
marco natural de las flores, Madrid con un clima
fiero, hoy abrasador, de hielo mañana, tendrá
que ser una estafa, una inmensa estufa de plan-
tas para surtir á sus elegantes y á sus damas
de gardenias y de claveles; pero al fin y al
cabo será un palacio de la naturaleza bonita,
ilustrada y presuntuosa: que esto significa la
flora de los cortesanos y la de la Sociedad de
Horticultura.
La Sociedad se ha instalado, pues, en el terre-
no qne comprende la Montaña rusa, la Casa del
pescador y la Capilla románica. Sitio encanta-
dor vario en árboles y frondoso. Las instalacio-
oes lucen mucho alU formando un conjunto vis-
toso.
La portada de la Exposición está formada
por un elegante enverjado de bambúes'decorado
con los escudos de España y de la Sociedad.
Llégase á la Montaña rusa por una espaciosa
calle de laureles. De la Montaña caen dos cas-
cadas que alimentan el lago que la rodea y que
esmalta con sus colores variedad de plstntas
acuáticas y de tulipanes.
La Gasa del pescador ha sido restaurada: for-
ma el pabellón de la Reina y en tomo de la isla
de este pabellón pasean con su majestad natu-
ral cisnes blancos y negros, moviendo con su-
prema elegancia y vanidad sus largos cuellos.
¿Hay algo más gentil que un cisne? Su cuerpo
asemeja un barquichuelo y su cuello una cule-
bra de pluma. El Templo románico tiene delante
una plazoleta de rosas; la flor desestimada por su
abundancia y que si fuese rara valdría un te-
soro. Las estufas siguen la linea formada por
la tapia del Retiro y tienen cristales de colones.
Son dormitorios de rarísimas variedades, vitri-
nas de piedras preciosas que dan perfume.
Frente á las estufas de las plantas más se-
lectas están las jaulas para las aves.
En el centro de una plazoleta que embellecen
los macizos de la duquesa de Alba y del conde
de Montarco, se alza la instalación del Sr. Li-
san de Andrade. Son flores, frutas y hortalizas
petrificadas por medio de un sencillísimo proce-
dimiento. Uvas cogidas hace quince años, flores
arrancadas de su planta hace más de diez pre-
sentan la frescura y los colores de su existencia
natural. Así, pues, los ramos, las coronas, los
adornos de flores son eternos. Comprenderás,
Carmen, que esto inicia una revolución en el
mundo de la gloria, de la escena, del amor y de
los recuerdos. Y hasta de la simple vida bur-
guesa. En la gloria y en la escena porque los
homenajes al talento no serán arrastrados por
la escoba del barrendero, en la calle, ni del mo-
zo entre bastidores; del amor y de los recuerdos
porque la flor recién cortada, fresca y limpísi-
ma, no palidecerá jamás; ni podrá encontrarse
luego, cualquier día, como polvo de aromas, den-
tro de un cajón entre otras cien prendas ajadas.
— Durará más la rosa que el amor. ¡De los ju-
ramentos y las flores sólo las flores serán eter-
nas!—Tú habrás ya visto en los escaparates de
los joyeros de París medallones y pulseras que
son, por decirlo asi, ricos ataúdes de estas lin-
das momias; son preciosos adornos, y el crista-
lito que las guarda las presta un barniz lumi-
noso, de más brillo que el sol mismo. Pero las
cosas no son lo que son; son lo que el pensa-
miento quiere que sean; y el pensamiento nos
habla de la tristeza de la muerte, entristeciendo
los colores de aquella flor. Es maravillosa; como
cuando vivía; pero, es un cadáver, al fin; era un
ser, en otro tiempo; hoy es materia preciosísima
nada más: tenía ayer una existencia misteriosa
que la ligaba por afinidades ciertas con todos
los seres del universo; hoy sólo dice á nuestros
ojos lo que dicen las piedras. No, lo que es, de-
be ser bueno ó malo, — y esto muestra la sabi-
duría de la Providencia y modifica sus apa-
rentes contradicciones; — la flor debe abrirse y
resplandecer y deshacerse como todos los orga-
nismos, esta es su belleza; pues la admiración
que sus colores nos producen auméntase con la
seguridad de su efímera belleza. ¿Por qué mori-
rán las flores? nos preguntamos con dolor. Y
ahora que las vemos eternamente vivas, al pa-
recer, no podemos menos que exclamar: — Se em-
balsaman los colores de una flor; pero no su
alma. ¡Traedme una flor que viva y muera! —
Petrificar las uvas es mayor delito aún. No creo
yo que los borrachos agradezcan el descubri-
miento. Ese líquido petrificador podrá llegar á
ser no menos temido que el petróleo si las so-
ciedades de templanza dan en rociar con él las
viñas.
Pero continúo. Se ha elogiado mucho con ra-
zón la estufa del señor Pastor y Landero. Es
uno de los verdaderos aficionados y entre los
socios de los que han prosperado más la Socie-
dad. Se ha dicho de Rubin.stein, viéndole crear
sus maravillosas armonías, que es un oso ha-
ciendo encaje; de Pastor y Landero, figura va-
ronil, barbudo y resuelto puede decirse que es
un león cogiendo rosas. E insistiré, querida
prima, en esa preocupación de que las flores son
afición de mujeres. Y las mujeres ¿no son ellas
flores también? ¿Hay algo más delicado, más dé-
bil, más tímido, más opuesto á la naturaleza del
hombre? ¿Y se admira alguien de que las muje-
res sean nuestra pasión dominadora? No debe
juzgarse superficialmente de nuestros actos.
Basta leer los libros árabes para saber que los
sultanes más amorosos de la mujer y de la flor
han sido log más guerreadores y hasta los más
crueles. Los verdaderos enemigos de la flor y
de la mujer son los egoístas, los hombres prác-
ticos, los ruines. Por eso me entristece pasear
por Madrid y mirar á los balcones y verlos casi
todos sin tiestos.
Hay rosas y claveles que tienen la altura de
árboles. Un rosal mide cuatro metros. Dicen
que ha sido criado en el balcón del entresuelo
de una casa por un enamorado joven para que
su novia pudiese coger las rosas desde el prin-
cipal. Si dan en criar rosales de este tamaño y
colocarlos en los balcones, el gobierno los apro-
vechará para colocar en ellos los alambres del
teléfono. Sin embargo, no aconsejo á los novios
que críen rosales para quo sus novias cojan la
flor desde otro piso. ¡No suprimáis el placer de
dar la rosa con la propia mano! ¡El gusto es ma-
yor y mayor suele ser también la recompensa!
El presidente de la Sociedad, conde de Mon-
tarco, ha presentado cuarenta clases de naran-
jas. De la naranja puede afirmarse lo mismo
que de la rosa. Su abundancia es un descrédito.
Es precioso por su figura, su color y su gusto.
Un naranjo no es un árbol, simplemente; es una
constelación plantada en un jardín.
También el Ayuntamiento ha presentado algo.
El Ayuntamiento parece uno do esos buenos se-
ñores, gordo, de buena pasta y do raul gusto,
que en todas partes la echan de rumboso y en
todas quedan mal. Lucen sortijas con enormes
solitarios, y al mismo tiempo, les faltan la mi-
tad de los botones en la levita y las botas, y
sus botas deformadas lamentan las ausencias
del betún. Pero, en fin, no puede negarse que
hace algún tiempo el Ayuntamiento se preocupa
mucho del adorno florido de Madrid... Donde
puede, en cualquier rincón, en cualquier cruce
de dos calles, coloca xm tapete de musgo con
algunos pintollos, á modo de bandeja de confi-
tería, que no hay más que ver... En la Exposi-
ción ha presentado un macizo compuesto de
1.300 geráneos, una hermosa colección de pal-
meras y varias muestras de tapicería de flores.
El Instituto agrícola de San Isidro, ha pre-
sentado cereales, hortalizas y legumbres.
El ramio tiene una instalación especial, con
productos de los ensayos practicados en Madrid,
Valencia, Zaragoza y Lérida. Hay lienzos, lanas,
cretonas y batistas tejidos con los filamentos de
esta planta.
La Montaña rusa, era antes una cueva desti-
nada á guardar leña; ha sido transformada en
una gruta preciosa. El conjunto es fantástico;
la luz eléctrica da brillantez deslumbradora á
las estalactitas y estalagmitas; el agua murmu-
ra con el misterio de los abismos: la música se
repite en las toscas paredes con ecos estreme-
cedores, y las damas vestidas con polisón se
creen por un momento ondinas, ninfas, hadas y
bacantes. ¡Tan propia es la ilusión de la natura-
leza subterránea y primitiva!
Es el sitio de cita: Dafnis y Cloe, de última
moda, se encuentran allí por las mañanas ó por
las tardes. No echan de menos los tarros, colo-
dras, flaVitas, pífanos y churumbelas, ofren-
das de pastores, que solían adornar las grutas
de Lesbos, y sólo deploran que no se presten
aquellas apeñasoadas paredes á que se graban
en ellas juramentos y nombres.
Para terminar. En esta Exposición no todo
son aves, plantas y flores. El reclamo favorece
la concurrencia. Con la entrada de por la ma-
ñana, es decir, por una peseta, se obtiene la en-
trada y el derecho de tomar un vaso de leche, —
una taza de café, — ó un puesto en las barcas del
estanque del Retiro.
Llegan, por ejemplo, una joven y una vieja.
—¿Qué quiere usted? — preguntan á la hija. —
¡Yo; un bouquet de rosas!- dice. — ¿Y usted?
■ — ¡Yo; café con leche! — contesta la mamá.
La ilusión y la realidad declarándose ante
un despacho de billetes.
LA ILU8TE,ACI0N IBÉRICA
387
La estadística, dice, que en la Exposición
triunfa la realidad, es decir, el café con leche.
Pero yo iré mañana, y pediré un ramo de
flores, y, — con permiso de tu novio, — te lo en-
viaré á París.
Tuyo,
Fernanflor.
-#-
EL VIOLIN DEL CIEGO
El invierno es muy frío para el que sólo
puede abrigarse con la capa de la miseria.
Esto mismo pensaba el desdichado Fernando
mirando el miserable lecho donde yacía s.u
madre, anciana, más por las enfermedades que
hacía tiempo la arosaban, que por el tiempo que
había vivido.
Una guardilla mal ventilada sin más muebles
que dos desvencijadas sillas de palma, un mal
catre de tijera en el que escondía su vergüenza
algo que debió ser colchón y una mesa de pino
sobre la que agonizaba, más que lucia, una re-
pugnante vela de sebo, es la decoración que nos
sirve de prólogo á este drama.
Sobre aquella sombra de lecho cubierta por
un harapo que en sus tiempos debió ser capote
de monte, y reclinada la cabeza en una almo-
hada sin funda, dormitaba la enferma doña
María de Inestrosa y Campos, madre del antes
rico mayorazgo D. Fernando Colomer é Ines-
trosa.
Heredero, por las leyes de Cataluña, de una
pingüe fortuna, cuando aún carecía de esa
ciencia que se llama muvíJo, Fernando se arrojó
en brazos de los placeres sin pensar ¡insensato!
que el oro se acaba cuando no le con.servan la
previsión ó el trabajo, y como versátil mariposa
quemó sus alas en la deslumbrante luz de la
ostentación.
Su desgraciada madre voló á Madrid, donde
el desdichado había fijado su residencia, con-
fiando en salvarle de la ruina; pero sólo consi-
guió caer con él en la miseria, y después en el
lecho con fiebres cerebrales que por su repeti-
ción eran constante amenaza de su vida.
Acababa de entrar el médico de la Benefi-
cencia Municipal, y había dicho al disipado
hereu:
— Si con este medicamento que le receto y
que ha de tomar esta misma noche no consegui-
mos coitar la fiebre, puede V. contar con la
muerte de esta pobre señora.
— ¡La muerte! — balbuceó Femando espan-
tado.
— Y será lo mejor que pueda sucederle, por-
que de no obrar la fórmula y triunfar la enfer-
medad, si sale con vida será vida sin alma; per-
derá la razón.
Y despidiéndose del joven con una inclina-
ción de cabeza, descendió por la estrecha y mal
alumbrada escalera.
Fernando quedó pensativo y sollozando.
Después se irguió como hombre que toma
una resolución enérgica, y arrojó una mirada en
su derredor.
• — ¡Nada! ¡Ni una hilacha que poder vender ó
empeñar! Y sin embargo, es preciso que yo me
procure lo suficiente para pagar esta receta.
Y volvió á su desaliento.
— Sólo rae quedan cuatro reales que reser-
vaba para comer mañana... ¡Qué importa! Mi
madre antes que todo y sobre todo... Pero, ¿ten-
dré bastante con este dinero? Sí; y si me equi-
vocase iré á pedir la medicina... ¡al hospital!...
No; ¡nunca! Esa palabra abrasa mi garganta...
sofoca mi alma...
Doña María hizo un movimiento.
Femando se precipitó sobre ella y pre-
guntó:
— ¿Qué quieres, madre mía?
— ¡Agua, mucha agua. Femando! Mi lengua
está seca y ardiente, mi frente abrasa...
—Pronto desaparecerá todo eso, madre mía;
voy á traer una medicina que te ha mandado el
doctor, y ya verás, ya verás que pronto estás
buena... muy buena... como yo deseo.
— ¡Ay, hijo mío! ¡Qué ilusiones te forjas!
— ¡No me hables así, madre!
—-¿Acaso... tienes dinero para ella?
Fernando lanzó un suspiro y elevó sus ojos
al cielo con una mirada indecible, mezcla infor-
me de súplica y desesperación.
La enferma vio aquella mirada, y por sus
violadas mejillas resbalaron dos silenciosas lá-
grimas que se evaporaron al contacto de la
fiebre.
En esto llegaron hasta la guardilla las notas
de un violín tañido por mano hábil, y doña
María, queriendo apartar de la imaginación de
su hijo los recuerdos que su pregunta había evo-
cado, le tomó una mano y dijo:
— ¿Oyes, Fernando? ¿Recuerdas de dónde es
eso?
— Sí, madre mía; es Dinorah.
— ¡Y qué bien interpretada!
— Sí; — balbuceó Fernando. — -Debe ser el se-
ñor Rodríguez, nuestro vecino el ciego, que sale
á hacer su colecta.
— ¿Y tú no sales... por... por mí?
— Al momento, madre mía; voy en dos saltos
á la farmacia, y luego aquí... á tu lado... á
esperar anhelante y lleno de esperanza sus
efectos.
E imprimiendo ardiente beso en la frente de
la enferma, el joven se lanzó á la calle á tiempo
que las notas del violín se perdían entre el ruido
de los carruajes.
*
* *
¡Una peseta!
Cuatro costaba la fórmula, y Femando de-
sesperado corría las calles hacía más de una
hora buscando un amigo que le sacase de seme-
jante angustia.
Por fin encontró uno; uno solo, pero casi tan
pobre como él.
Tampoco poseía más que una peseta, y aún
haciendo el sacrificio de darla á su amigo, no
remediaba la situación.
EL BALANCÍN
— ¿Qué hacer. Dios mío, qué hacer? — excla-
maba Fernando retorciéndose las manos con
furor.
• — Una idea me ocurre que puede salvarnos,
— dijo su amigo.
— Habla por caridad.
. — Aquí al lado hay una casa de juego; vamos
á dar dos golpes y tal vez...
— ¡Nunca! ¡Harto dinero he derrochado sobre
el tapete verde!
— Pero ahora no es lo mismo; ahora es para
hacer un bien. Tu madre necesita de esa medi-
cina y todo es lícito para alcanzar su salud.
¡Dios acaso dará suerte al buen hijo!
— ¡Sea! Vamos pronto, que la impaciencia me
mata.
— Te prevengo que hay cucas; ¡cuidado con lo
que haces!
Y entraron en la casa.
Dios protegió al buen hijo... más de lo que
debía, sin duda.
Una hora de juego había acumulado ante él
un gran montón de plata y oro, á su lado una
muchacha morena y desenvuelta le dirigía ar-
dorosas miradas.
Y Fernando jugaba, jugaba siempre olvidado'
de todo, sin reparar que faltaba al más santo
de los deberes.
Al amanecer salía de la casa ebrio de alegría
y de fascinación, llevando en los bolsillos de su
raído chaquet un capital en billetes de Banco,
y rebosándole en el pantalón y chaleco el oro
del juego.
Subió de dos en dos los escalones de su za-
quizamí, entró como loco hasta la cama de la
enferma, y gritó:
— ¡Madre! ¡Madre, ya somos ricos! ¡Ya somos
felices!
Doña María abrió los ojos, paseó por la ha-
bitación una mirada estúpida, y exclamó:
— Sí, es verdad; esta noche á la Opera... á
ver Dinorah, tu favorita... ¡El coche! ¡Que en-
ganchen el coche! ¡Ramón! ¡Juan! ¿Dónde os
habéis metido? ¡Magdalena! ¡Pronto, al to-
cador!
Y lanzando una carcajada horrible cayó sobre
el lecho desvanecida.
Fernando exhaló un grito de rabia y de dolor,
y rodó por el suelo murmurando:
— ¡Loca! ¡Está loca. Dios mío!
(Se concluirá.)
Antonio Pareja Serrada.
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OFRENDA DE LAS JÓVENES ROMANAS Á LUCÍ NA (Cuadro de Elena Coomans)
390
LA ILUSTRACIÓN IBEBICA
EXPOSICIÓN DE BELLAS ARTES
¡CERTAMKN TRIENAI MAYO, 1667
I
Dfispnée de recorridos los salones, tarea no
porque las obras presentadas en esta
exposición son muy numerosas, se adquiere el
convencimiento de que en este certamen no
sobresale del nivel general ninguno de sus
lienzos que por la novedad de su asunto, por su
ejecución primorosa y por otro cúmulo de cir-
cunstancias felices impresiona hondamente y
es la revelación de un pintor de grandes alien-
tos, y de nombre hasta entonces acaso desco-
nocido.
LAS HOJAS CAIDASi— EL BANDOLERO (Cuadro de Arturo Lemon)
Difícil es señalar á que condiciones debe
sujetarse el artista para obtener esa nota inspi-
rada que halla eco en las muchedumbres y se
impone. Si el pintor ha de pedir á la naturaleza
la verdad, y reproducirla en sus cuadros sin
otro adorno, galanura y trascendencia que ella
misma, ó si la ha de embellecer juntando & los
efectos que la observación recoge y el gusto
clasifica y ordena, nn sentimiento, una idea,
algo en fin, que la espiritaalice y levante.
No se puede verdaderamente acerca de este
ponto universalizar, ni establecer concretas teo-
rías, porque es preciso ante todo, tener en
cuenta, que cada país, por sus tradiciones
históricas y artísticas, por singularidades de
temperatura y de suelo, por inclinaciones de
raza, por peculiar educación, y por otros mil
motivos distintos, tiene ideales y aspiraciones
propios, característicos y determinados que in-
fluyen en los actos y fines de la vida, ya políti-
cos, ya científicos, ya artísticos ó de cualquier
otro orden que sean.
Hay además, circunstancias de momento é
influencias de época que igualmente concurren
á modificar estos ideales. En nuestro país, por
ejemplo, una larga tradición artística que res-
pondía al sentimiento religioso que le animó
durante muchos siglos, dio origen á esa admi-
rable pintura mística cuj-as últimas vibracio-
nes de inspiración palpitan todavía en algunas
de las creaciones de los pintores modernos;
pero entiéndase que es más reflejo que luz pro-
pia esta como evocación de lo pasado que en
nuestra pintura contemporánea aparece, porque
dentro de la vida moderna sólo como excepción
pueden presentarse estos fervores religiosos y
estos beatíficos arrobamien-
tosr
Cierto que hace algtinos
años Mercado, Torras, Vera,
Ferrant, y ¡lun el mismo Do-
mingo, á pesar de su marca-
da tendencia naturalista, han
intentado resucitar á imita-
ción de Overbeck y d& otros
artistas alemanes y fran-
ceses el elevado conceptismo
religioso que expresaren en
lo antiguo las escuelas italia-
na, española y flamenca. E.s-
tos esfuerzos ó han sido es-
tériles ó han permanecido
aislados, porque la pintura
religiosa manifiesta en los
últimos tiempos señaladísi-
ma tendencia á naturalizar-
.se, es decii-, á transformarse
de manera que el ideal de.s-
aparece, quedando sólo el
descarnado concepto de lo
real y de lo humano, expre-
sado maravillosamente con
prolija minuciosidad, obser-
vación detenida y estudio se-
rio y profundo de la época y
costumbres, de manera que
el pasaje bíblico ó la esce-
na del nuevo testamento se
convierte, en puridad, de
asunto místico en motivo ade-
cuado para un lienzo de ca-
rácter histórico.
Por este derrotero que el
vigoroso genio naturalista
de Velázquez presintió en su
Jesús muerto en la cruz, han
impulsado á los modernos el
persuasivo Morelli y el con-
cienzudo Munckacsi, y es
ocasión oportuna de observar
que no es esta tendencia aje-
na del todo á los pintores es-
pañoles quo muy reciente-
mente han tratado asuntos
místicos en sus cuadros.
Benlliure y Gil, aventaja-
do discípulo de D. Francis-
co Domingo, presenta en esta
exposición un cuadro de
grandes dimensiones, en el
que pueden verse comproba-
das algunas de las teorías que
dejamos expuestas acerca de
la extraña conjunción de con-
diciones opuestas al parecer
que resultan en los lienzos
de asuntos místicos moder-
namente pintados.
Una tradición poética y
piadosa á la vez refiere qiif
San Almaquio, eremita de
Oriente y mártir valcro.so
que pereció en el Goloseo al querer impedir la
lucha de los gladiadores, vaga desde entonces
por aquellas imponentes ruinas desiertas, en la
noche de Difuntos, seguido de bienaventurados
de todas las épocas entonando el Misereie mei
Deiis.
El asunto no puede ser más religioso, y la
manera de estar concebido es fantástica y so-
brenatural; á pesar de esto, el espectador quo
se para ante aquel lienzo no experimenta enio
ción alguna distraído por lo que pictóricamente
ha resultado allí lo principal, como son los
efectos de luz de luna y reflejos de cirios en-
cendidos, la perspectiva aérea, las dificultades
LA ILUSTRACIÓN IBERICA
391
técnicas que el artista parece que adrede se ha
impuesto para darse la satisfacción de vencer-
las, y otros muchos detalles que avaloran el
cuadro, sin esparcir en él ni un leve soplo de
ese ambiente de sacro idealismo que campea en
las obras de los antiguos maestros inspirados
en fe cristiana, más ardiente y más pura de la
que puede palpitar en los escépticos corazones
de los pintores del día.
Y esto es tanto asi, que en el cuadro de Ben-
lliure, por lo que toca á la idea que le determi-
na, puede, razonadamente, abrigarse la duda de
que aquella composición responda á un senti-
miento religioso, ó sea una sátira del mismo.
Porque aquellos santos escuálidos y demacra-
dos, con las manos levantadas al cielo, los
rostros contraídos de dolor, y los ojos reflejando
la desesperación y el espanto, más parecen
reprobos condenados que celestiales escogidos,
y el conjunto de la composición produce un
QUEBEC: SOUS LE CAP (CANADÁ)
efecto que de trágico y terrible está en el linde
de lo ridículo y lo caricaturesco.
Se podrá, sin duda, objetar que Ja índole
ascética del asunto no permitía representar
aquella cohorte numerosa de santos penitentes
con plácidos y risueños atractivos, pero habrá de
replicarse á esto que si la intención del artista
fué producir un sagrado temor religioso no ha
conseguido su objeto en manera alguna, porque
á su composición le falta aquella grandeza y
amplitud y aquella serenidad que distingue á
dos grandes obras maestras á las que vaga-
mente recuerda: los frescos de Miguel Ángel en
la capilla Sixtina y los de Orcagna en el ce-
menterio de Pisa.
Hay asuntos pictóricos que requieren para
su desarrollo grandes espacios. Por eso el cua-
dro de Benlliuro, mas que la obra definitiva y
acabada, nos parece el boceto de un gran fres-
co. Y de no ser así, no podemos por nuestra
parte considerar á este lienzo en el que recono-
cemos eximias condiciones, sino como una de
esas obras geniales de un artista que no obede-
cen á sistema preconcebido ni se inspiran en
determinado ideal.
Primores de ejecución, maravillas de color y
de luz, aglomeración de brillantes efectos, tona-
lidades felicísimas, alardes de arrojo en lo de
proponerse dificultades para salvarlas con éxi-
to, ninguna de estas y de otras muchas exce-
lentes condiciones hemos de negar al cuadro de
Benlliure, pero sí hemos de vacilar sobre si en
realidad se le ha de incluir por esta obra en el
número de los pintores que en la época moderna
cultivan los asuntos religiosos, 6 si se le ha de
considerar más bien como artista que persigue
por fin único la impresión vigorosa y el des-
lumbrador* efecto, sin otros propósitos y tras-
cendencias.
No se puede otro tanto decir del cuadro de
Sorolla El entierro de Cristo. Inferior al otro
cuanto á primores y habilidades de maestro en
la ejecución, le supera con mucho en idealidad,
poesía y sentimiento. Sorolla en su cuadro es
infinitamente menos pintor que Benlliure, pero
es más místico, está más dentro del género.
Este artista es muy joven y pueden dispensár-
sele las inexperiencias en que incurre, algunas
graves por lo que concierne al dibujo que es
incorrecto en todas las figuras. Todo el cuadro
resulta hecho con timidez; por eso
apenas están acusadas las figuras
envueltas en aquel ambiente azu-
lado con que pretende disimular
la indecisión y vaguedad del lien-
zo, que apenas es otra cosa que
un boceto muy grande.
Simonet en la Decapitación de
San Pablo ha encontrado una no-
ta justa de color, interpretando
admirablemente la luz rompiendo
entre celajes y la que en aureola
rodea la cabeza del apóstol, el
pavimento enlosado y la roja man-
cha que le tiñe de sangre. La
composición es endeble, sobre
todo en el grupo de sacerdotes pa-
ganos y senadores diseminados
sin gusto.
JResurrexit non est Me. Estas pa-
labras que el ángel dijo á las mu-
jeres que según el Evangelio ha-
llaron vacío el sepulcro de Cristo,
cuando al despuntar del día acu-
dieron á visitarle, ha servido de
asunto y de título para el cuadro
pintado por Ruíz Guerrero. Hay
poesía en la entonación y está
sentido el argumento que des-
arrollan las figuras. El dibujo es
endeble y la vaguedad de tintas
motivada á la hora del crepúscu-
lo han servido de pretexto para
descuidar el modelado. La luz
está bien repartida y produce
efecto. La composición resulta
borrosa y abocetada.
Silvela ha presentado La comu-
nión de las vírgenes en las catacum-
bas. Es un cuadro muy estudia-
do, muy correcto, pero escaso de
inventiva artística y de personali-
dad. Alejo Vera trató muy feliz-
mente hace ya diez y seis años
el mismo asunto. Resulta el de
Silvela muy reposado aunque
frío; la perspectiva del fondo está
entendida y aunque hay cierta
monotonía en las figuras, todas
están bien dibujadas. La luz que
desciende del luminar e esparce
suavemente su claridad sobre la
cabeza del sacerdote, que está
bien modelada, y sobre los lienzos
de las talares vestiduras. La crip-
ta que se prolonga á la izquierda
" del cuadro produce la mejor pers-
pectiva y las lucecillas que bri-
llaa en ella tienen mucha ver-
dad.
García Mas ha expuesto un cuadro de gran-
des dimensiones cuyo asunto es repetición del
de Sorolla. Revela este lienzo algunas estima-
bles cualidades en su autor, pero la entonación
es desmayada, el color crudo y el dibujo un
tanto descuidado. Más parece una pintura mo-
ral rechupada por el tiempo que un cuadro que
se acaba de pintar.
Un ^tista ventajosamente conocido en otras
exposiciones, Casanova y Estorach, presenta
este año un lienzo que por su asunto y por su
ejecución ofrece algunas dudas para clasificarlo.
El santo rey Feí-nando III reparte viandas entre
doce pobres. El tema es religioso, pero la ma-
nera de estar desarrollado no revela gran inspi-
ración mística. Un detalle nos ha decidido, sin
embargo, á considerarle como pintura religio-
sa. Nos referimos al nimbo que por encima
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394
LA ILUSTBACION IBÉRICA
de la regia corona circunda la cabeza del santo.
Conocido el a^iunto fliremos de él que está
expresado con verdad admirable, sin amanera-
mientos ni efectismos. £1 dibujo es de la más
pora corrección. Por debajo de la mesa se ven
ios pies desnudos de los pobres, y todos ellos
están tratados con la mayor prolijidad y sin
apartíuse de lo natural ni un momento. Lo
mismo puede decirse de las manos, y en las ca-
beras que acusan igual esmero, es lástima que
no haya procurado el pintor huir de la mono-
tonía. Todas ellas tienen el mismo carácter y
temj>eramento y aun los mismos rasgos de ñ-
sonomia; el artista no se ha tomado el trabajo
de variar de modelo reproduciéndole con insig-
ficantes alteraciones en distintas actitudes.
El color es de buena tinta, sobrio pero ento-
nado. La figura del santo muy hermosa y muy
verdadera sobre todo. Expresa la dignidad de
la realeza y la caritativa virtud, constituyendo
un carácter al par humilde y elevado. Aquel
rostro es ante todo humano, humano hasta lo
vulgar. Ya lo hemos dicho, si una ligera cinta
de luz no descubriese un trazo circular en el
aire á poca altura de la cabeza del monarca,
nadie adivinaría al santo en aquella dulce y
complaciente fisonomía de un hombre de ma-
dura edad y de maneras nobles y cortesanas.
EN FAMILIA
Hasta aquí las obras qne pueden en rigor
clasificarse dentro del grupo de los cuadros más
notables que pertenecientes al género fie pin-
tura religiosa se han presentado en esta última
exposición.
Sobre que de entre todas ellas, no hay una
sola que legítima y genuinamente se ajuste á la
inspiración fervorosa y cristiana que el género
requiere produciendo en el espectador entu-
siasmo de f» y ardores de misticismo, inútil es
insistir después de cuanto dejamos expuesto al
principio de estos apuntes.
Caprichos fantasmagóricos en que los efectos
de luz rebuscados y los extraordinarios agrupa-
raientos tienden á confundir lo inverosímil con
lo divino y sobrenatural; composiciones en las
que á falta de una concepción hondamente idea-
lista se procura transformar la realidad fin-
giendo la poesía del misticismo con vaguedades
de entonación y bellezas decorativas de paisaje;
escenas interpretadas fielmente conservando co-
lor de localidad y sabor de época en pormeno-
res y detalles arqueológicos é indumentarios
pero frías cuanto al reproducir el espíritu reli-
gioso y la sacra unción que debiera reflejarse
en las figuras del drama; traslado verdadera-
mente admirable de la naturaleza, razonado es-
tudio del modelo, primores de dibujo, aciertos
de entonación, todo á servicio de asunto que es
religioso no por sentimiento que palpite en la
obra, sino porque para lucir su experiencia pic-
tórica hubo el artista de tomar el pasaje de la
vida de un santo, por incidental pretexto...
Pero si nada más han acertado á expresar los
pintores referidos cúlpeseles de error en la elec-
ción del camino, no de falta de facultades y de
práctica en el arte difícil que profesan. No es
posible en la agitada vida moderna tan distante
de aquella contemplativa que en los siglos xv,
XVI y aun xvil originó en la arquitectura, en
la pintura y en las letras tantas obras inspira-
das en fe cristiana vivísima y ardiente, no es
posible que el pintor sin renegar de su siglo,
sin abstraerse de cuanto le solicita y rodea y
sin abjurar de su personalidad fabricándose otra
artificial y ficticia, pueda reproducir en sus
lienzos, si á perseguir ideales se lanza, otra cosa
que un concepto amanerado, un pálido reflejo,
una servil imitación ó una creación exótica con
mezcla de condiciones que dificultan clasificarla
con exactitud y atenerse á su estricto alcance y
adecuado sentido.
La ciencia y las artes siguen rumbo distinto.
Ya no es la teología fuente de todos los cono-
cimientos é inspiración constante de todas las
manifestaciones do la belleza; la influencia re-
ligiosa ha desaparecido porque sus ideales no
palpitan en nosotros con el entusiasmo y vigor
que alentaron en los antiguos escritores y pin-
tores místicos. Por eso á pesar del estudio ¡iro-
lijo y de la enérgica voluntad no llegan los
contemporáneos á expresar un concepto que no
han podido asimilarse y que no sienten con la
vehemencia de fe que A Vicente Joanes impulsa-
ba á prepararse al trabajo con la oración y el
ayuno, y á Bartholomeo Angélico movía á éxta-
sis durante el que pintaba de rodillas el rostro
de la Virgen y á Luís Vargas aconsejaba huir
las instigaciones del sensualismo atormentando
la carne con disciplinas, cilicios y austeridades.
Pintores eximios, maestros verdaderos cuanto
al tecnicismo del arte, muchos de los artistas
de que acabamos de hablar se han equivocado
en el concepto, y este error como por la mano
les ha conducido á otros de ejecución en los que
no hubieran de seguro incurrido al seguir más
propias y personales inspiraciones. Pero no se
crea por esto que tan esforzados impulsos por
restaurar una antigua y decadente manifes-
tación del arte que tantos aplausos y brillo al-
canzó en España en otras épocas, no han de ser
estimables y aun dignos de alabanza; pero en-
tiéndase que el límite á este avaloro y á este
aplauso á nuestro entender se ha de buscar en
aquella profunda frase de Edmundo About: «Es
una buena obra pronunciar las últimas palabras
sobre la tumba de un arte que se extingue.»
R. Blanco Asenjo.
-*-
ESTUDIOS SOBRE LA VIDA DEL PUEBLO
(CONCLUSIÓN)
Allí estaba Aniceto trabajando, en el extremo
más elevado, adosando al esquinazo de la fa-
chada unos ladrillos; tenía un cubo de cal al
lado y unos cuantos ladrillos á otro; cogía uno
á uno éstos y los colocaba en el muro como si
fuera un libro que poner en la estantería.
El maestro silbaba con la mayor indiferencia,
mirando á veces distraídamente por cima de los
espesos grupos de casas cuyos tejados domina-
ba al lejano campo; se mantenía en ese asom-
broso descuido del albaflil que juega su vida
más frecuentemente de lo que se cree, y realiza
prodigios de valor, el menor de los cuales ser-
viría á un general para envalentonarse como
un semi Dios del heroísmo.
El cielo estaba despejado y magnifico, el sol
reflejaba en los planos de pizarra, en los crista-
les y en los remates metálicos de las torres...
Mirando hacia abajo... el carro del ladrillo y las
muías, los peones que le descargaban; los veci-
nos de las casas de enfrente, los transeúntes,
en fin, parecían de juguete por lo pequeños que
resultaban á aquella distancia...
— ¿Sabes, Juan, — decía en esto un compañero
de Aniceto á otro que como éstos se hallaban
á la misma altura y no muy separados, — sabes,
Juan, — dijo el uno al otro, — que el Rojillo se
ha caído en la obra de don Mariano?
— ¡Anda con Dios! — replicó Juan como si
oyera la cosa más natural del mundo si bien
por un leve fruncimiento de cejas marcó la se-
riedad y el interés más vivo, y dijo á media
voz. — ¿Pero ha sido de cuidado, Vicente?
— En cuanto á que de cuidao, es de cuidao...
pero no de muerte, según me han dicho... cayó
desde el principal y como un plomo. ¡Es tan
torpe!
— jPara caída buena, la mía! — dijo Juan son-
riéndose, y suspendiendo un momento el trabar
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
395
jo, añadió: — Iba á poner en la obra del marqués
Villarjos una polea, cuando afianzo á unas ta-
blas; el Hiiglao estaba muy firme á lo que pen-
sé... cuando me pareció que una de las tablas
se meneaba para asi como hacia fuera... y de
pronto la condenada hace rig y se parte por la
mesma mitad, — Juan hizo con las manos enye-
sadas un expiesivo ademán y prosiguió con
otros dando todo el relieve posible á su relato
y sin cesar de reirse cada vez más como si con-
tase una chistosa aventura.^ — [Me valga la bula,
chico! Se vence el tablero y ¡zóís! se cae á la
calle... yo me quedé abrazao al poste como á
una cucaña.
Al llegar á esto la risa no le dejó hablar y
Vicente reía también con toda su alma.
— Parecerías una mona, — dijo éste.
— ¡Empingorotao en la puerta, recontra! Mira
tú y á aquella altura, casi la mesma en que es-
tamos, yo me decía: ¡Ahora te escurres Juan y
cuéntaselo á tu abuela que allá te aguarda hace
tiempo! Si me llego á escurrir me estrello hom-
bre... me estrello... Pues mira tú, la suerte mía
fué que se me enredaron los pies con las cuer-
das de unos tablones... que estaban sujetas á
otro palo frontero y de proato ¡patoplum! se me
fué la cabeza y caí, pero quedé dando vueltas y
vueltas sujeto no sé cómo por las cuerdas.
Como una de esas pelotas cautivas que venden,
á los chicos, así quedé... Se me fué el sentido...
y en esto llegaron el Chato, Francisco y el maes-
tro, y me pudieron subir... Si no, ya ves tú que
asi no hubiera estado mucho tiempo; pero por
el balanceo del cuerpo, ó qué sé yo, me di mu-
chos golpes... y luego echaba sangre por ojos,
narices y boca...
Los dos obreros quedaron un momento silen-
ciosos y graves prosiguiendo su trabajo; de
pronto Vicente se espanta y exclama aterrado:
— ¡Señor Aniceto, señor Aniceto!...
No hubo tiempo de comprender bien lo que
ocurría... tras el grito de Vicente se oyó un te-
rrible estruendo, la parte de entablamiento del
andamio que, correspondía á la esquina en que
se hallaba Aniceto se de.sprendió cayendo del
tercer piso sobre las tablas del andamio del se-
gundo y con ellas Aniceto que se quedó des-
mayado y herido en un muslo por uno de los
maderos.
Vicente y Juan miraban con espanto aquella
catástrofe... ¿Habría muerto Aniceto?...
No, no murió; cuando pudieron recogerle se
vio que no había recibido sino dos contusiones
y una herida en una pierna, puede que alguna
grave contusión en la cabeza; tardó en salir del
desmayo y medio atontado le llevaron á la casa
de socorro; al salir de ésta se halló con Marga-
rita á quien un camarada de Aniceto fué á
avisar...
Margarita hecha un mar de lágrimas, decía:
— ¡Ay, Dios mío. Dios mío, y que desgracia
tan grande!... Vamos á llevarle á casa...
Aniceto la miraba como si no la conociese,
había en su mirada una cosa extraña, parecían
sus ojos los de un imbécil...
En un estado de imbecilidad hubo de que-
darse en efecto, á consecuencia de alguna con-
tusión...
En el barrio vive, al lado de la seña Marga-
rita, sostenido por ésta y por Antolin, junto á
los pequeñuelos... con su verdadera familia, en
fin, pero lejos de ella para siempre su alma de
aquel sitio, puesto que tal vez seguía descono-
ciendo á su mujer y á sus hijos... ¡Idiota sin
remedio!
Antolin no acertaba á comprender como su
madre obraba de aquel modo; verdad es que
Antolin comprendía pocas cosas.
La seña Margarita decía á cuantos querían
oiría:
— ¡No me pesa, no, señora, mientras yo tenga
estas manos, nada le faltará á ese desgraciado!
¡Oh alma varonil de las mujeres!
José Zahonero.
EL CLOV^^N NEGRO
ARTÍCULO DE VERANO
Negro no era, al contrario, siempre que apa-
recía en la pista la blancura de su rostro emba-
durnado con dos ó tres capas de albayalde con-
trastaba con las caras de sus compañeros tizna-
das con toda suerte de colores y dibujos.
Se le llamaba el clown negro porque vestía
siempre de este color.
El color del luto y de la tristeza lo había
adoptado Pik, — así se llamaba,— para divertir
á la gente, para formar entre la abigarrada
troupe de payasos.
Su traje no tenia el holgado corte del de sus
compañeros; era un vestido de punto negro ri-
gurosamente ajustado al cuerpo, ceñido á la
cintura por un cinturón charolado y adornado
el cuello con ancha golilla blanca graciosamente
plegada; calzaba guante blanco.
Trewey imitó más tarde el traje de Pik. •
En los bailes infantiles los niños más distin-
guidos concurren copiando el traje de Trewey.
Pik era el clown favorito en cuantos circos
ecuestres se presentaba.
Había recorrido los principales de Europa y
LA MADRE
eran tan frecuentes y continuados sus éxitos
que á tener un átomo de vanidad ó á conocer
la soberbia Pik hubiera podido mirar con des-
dén á las primeras notabilidades artísticas de
su época; pero él no otorgaba importancia al-
guna á los aplausos que el público le prodiga-
ba; al contrario, le afligían profundamente. Te-
nía él un instinto muy delicado y cada vez que *
le aplaudían se consideraba mejor payaso pero
menos hombre; de ahí que sus mayores éxitos
le abrumaran en profunda melancolía.
— ¡Debo ser como ellos! — se decía, — y tal te-
mor le acongojaba extraordinariamente.
Porque Pik con exhibirse en los circos ecues-
tres y hacer juegos malabares y apalearse en
la pista con los otros clowns y tomar parte en
las pantomimas grotescas que éstos organiza-
ban, no era un payaso grosero y vulgarote; era
un pobre hombre á quien su mala suerte había
condenado á la más triste de las condiciones, á
divertir á los demás fingiendo una alegría y un
humor, un olvido de la propia condición que
estaba muy lejos de sentir.
Hacía mucho tiempo que había perdido un
niño de pocos años. A ser español lo hubiera
recuperado con mandar á los secuestradores la
cantidad que le hubiesen exigido, el rescate no
hubiera sido difícil; pero era inglés y á su pobre
niño lo perdió en Londres. En el Reino Unido
los secuestradores son menos populares, pero
en cambio son mucho más crueles que los nues-
tros. De la suerte que cabe á las niñas que des-
apai-econ, non raggionam di lor; cuanto á los
niños pensando lo más piadosamente posible no
es aventurado presumir que pasan á poder de
esas compañías de titiriteros que á fuerza de
repetidos tormentos educan á los infelices para
explotar más tarde la flexibilidad de sus múscu-
los ó su agilidad gimnástica en los principales
circos, donde son muy frecuentes las exhibicio-
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398
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
nes de niños que hacen maravillas en el trape-
cio 6 prodigiosos ejercicios ecuestres. Pik pre-
sintió el porvenir que le esperaba á su hijo y
como era lo único que amaba en el mundo, de-
sesperando de recobrarle decidió hacerse
down.
Estrenóse al poco tiempo de haber perdido á
su Arthur, y siendo mucha la pena que sentía,
desde su primera salida á la piuta adoptó el
traje negro; lo que era una muda manifestación
de duelo fué considerado como un rasgo de
originalidad que el público estimó del mejor
gasto y de ahi que desde su primera salida el
rloicit negro consiguiera notoria celebridad. In-
dudablemente aquel traje se destacaba con sim-
pática severidad entre los chillones y abigarra-
dos que vestía la bulliciosa turba de payasos.
Era una nota triste, pero que cautivaba más
que las otra.s, ruidosas y todas de un mismo
diapasón. >
Hacer reir á la gente es cosa muy fácil, pero
mny desagradable cuando no se tiene un espíritu
vulgar y una inteligencia ruin. Despertar la
atención de un público y dominarle es empresa
más difícil, pero más meritoria aún cuando el
éxito se presenta siempre dudoso. Pik encontró,
sin embargo, el prodigioso secreto y sin descen-
der á la ridículo y chocarrero logi-aba imponerse
por su natural distinción, por la variedad y buen
gusto de sus excentricidades. Era un clown de
gnante blanco. Cuando él aparecía en la pista
sns compañeros parecían más paj'asos.
Su popularidad le hizo pronto famoso, siendo
solicitado para trabajar en los más renombrados
cir(;os. Al igual que las celebridades líricas se
le contrataba por contado número de funciones
y su nombro aparecía en los carteles con gran-
des letras tiradas en oro y varias tintas, y como
se aumentaba el precio de las localidades, na-
turalmente, el público que asistía á sus funcio-
nes era siempre numeroso y distinguido.
Sus éxitos le halagaban poco, era insensible
á ellos. Pik sólo ansiaba recobrar á su hijo; es-
peraba casi lo imposible, y esperando proseguía
el triste en su alegre carrera, á la que transcu-
rridos algunos años acabó por cobrar afición.
Él vivía por el recuerdo de un niño y los ni-
ños son los asiduos concurrentes á los circos,
los admiradores más sinceros y entu.siastas de
los clowns, los que con más espontáneas y ale-
gres risas celebran sus ocurrencias, los que los
imitan en sus juegos y diversiones, los que les
recuerdan con sin igual admiración.
Si no encontraba á su Arthur entre los niños
acróbatas podía descubrirle entre su público y
esta generosa esperanza le alentaba y le hacía
mirar sonriente al público infantil, y los niños
le sonreían á su vez; algunos le llamaban por
su nombre y le arrojaban sus dulces, y Pik,
como el fanático anheloso de oír la voz de Dios,
ftrestaba extraordinaria atención á las voces de
08 niños pero no descubría la que tanto anhe-
laba oir. Los niños son como los pájaros, casi
todos tienen la misma voz; su hijo la tenía más
argentina y sonora; llevaba en sus oídos el eco
lejano del último día que le habló y todavía vi-
braba con armonía inolvidable como arrullo
conmovedor.— ¿Le volveré á ver? — esto se pre-
guntaba de continuo y pregunta que tan abru-
madora incertidnmbre encierra le prestaba sin
igual aliento, heroica resolución, para proseguir
nna carrera tan poco en armonía con el duelo
de su alma.
Y con animosa abnegación continuaba reco-
rriendo circos, visitando diversas capitales y
siendo en todas partes el niño mimado de los
públicos más aristocráticos, y considerado por
sus compañeros con un respeto rayano en ve-
neración, porque donde Pik iba no se maltra-
taba á ningún niño de la compañía; no se les
imponía ni el más ligero castigo.
Pik no había revelado nunca á nadie el triste
secreto que amargaba su existencia, pero cuan-
tos le trataban presentían que el traje del sim-
pático clown ocultaba á un hombre muy des-
graciado y es que el infortunio inmerecido no
hay qne proclamarlo, se revela en elocuentes
manifestaciones^
Habían transcurrido ya muchos años y el
down negro que ocultaba sus canas bajo la tí-
pica peluca de los payasos desesperaba de en-
contrar á su Arthur, que buscaba todavía entre
los niños. Quizás habría muerto y más feliz que
él estaría ya reposando; y esta idea, la más des-
consoladora que puede amparar un padre, le re-
gocijaba dulcemente. Pik era muy parco en son-
reír, y, sin embargo, sólo sonreía cuando se
afirmaba en que su Arthur ya no existía.
Una noche, — era en un circo de Viena, — en
la compañía que trabajaba Pik debutaba una
preciosa niña que debía hacer ejercicios en un
caballo en libertad. Era la vez primera que la
diminuta amazona se presentaba en piiblico, y
esta circunstancia unida al invencible terror
que sentía á las insinuantes advertencias de su
maestro la perturbaban profundamente. Salió á
la arena luciendo un llamativo vestido rosa, bor-
dado de lentejuelas y flecos de oro; su blonda ca-
bellera cuidadosamente rizada cubría sus flacos
y desnudos hombros; su rostro era muy pálido
y sus ojos azules tenían esa vaga tristeza de los
niños prematuramente desgraciados. Salió á la
pista, hizo torpemente algunas piruetas y auxi-
liada por su maestro montó en brioso caballo
árabe de hermosa estampa; el hombre sacudió su
latiguillo y el caballo emprendió acelerada ca-
rrera; iba á efectuarse la suerte de los aros y la
niña fué lanzada al intentar el 'primer salto.
Montó de nuevo; ya no estaba pálida; su carita
estaba cubierta de vivo carmín; al recogerla su
maestro le había hecho sentir una de sus dolo-
rosas caricias que pasó inadvertida para el pú-
blico. De nuevo emprendió su carrera y de nuevo
el caballo la despidió, con tan mala .suerte que
la desdichada cayó exánime en la arena. Llegó
á ella su maestro y ca.sual ó intencionadamente
su látigo cruzó la cara de la pobre niña. Un
grito de indignación partió del público. Pik no
necesitó ver más. Frenético, ciego, delirante, se
arrojó impetuoso contra aquel hombre, le estre-
chó violento entre sus brazos y luchando de-
sesperadamente ambos rodaron por la arena. El
(i',wn negro estaba dramático, eja la vez prime-
ra que un payaso llenaba de terror á un públi-
co. Súbitamente fueron separados aquellos dos
hombres que tan fieramente se maltrataban; al
levantarse Pik dirigió al público una mirada de
estupor, recogió á la niña entre sus brazos y la
besó con amoroso anhelo. La niña no volvía en
sí, y Pik, el clown destinado á hacer reir á la
gente, lloraba. El maestro de equitación tenía el
rostro ensangrentado y fué socorrido. Aquella
misma^ noche fué despedido de la compañía.
Pik compró á la niña y la amó desde aquel día
como hubiera amado á su Arthur.
Abandonó su carrera y consagró todo su ca-
riño y sus cuidados á la que consideraba como
su hija; en su retiro nadie turbó su sosegada
tranquilidad, ni recuerdos tristes ni memorias
amargas. En cuanto á su Arthur nada absolu-
tamente supo; al contrario, siempre ignoró que
la única vez que la fatalidad lo puso en su ca-
mino lo abofeteó cruelmente hasta ensangren-
tarle el rostro.
Antonia Opisso.
-*-
VERSOS
Deja el hombre volar su pensamiento
y de ilusión en ilusión saltando,
de caprichos y antojos, va formando
universos sin fin; ¡raro portento!
¡Tal es su aspiración, que en nn momento
los triunfos adquiridos desdeñando,
de lo ignoto y abstracto, va forjando
cadenas de dolor a! sentimiento!
Siguiendo yo no sé qué extraña estela,
sordo á la voz de la razón que grita,
á los .sueños se entrega sin cautela;
Y en el eterno afán que le concita,
¡hace un mundo del átomo que anhela,
y un átomo del mundo en que palpita!
Ricardo Cano.
LA CAPILLA
Luto, tristeza, agonía;
sala estrecha, negros paños;
un altar. Cristo y María;
una cama, dos escaños
y un crimen que allí se expía.
Una lámpara colgando,
medrosa luz esparciendo;
una campana doblando,
un hombre casi creyendo
y un cura casi llorando.
La lámpara agonizante,
el sacerdote anhelante,
el criminal mudo y fijo
en el pálido semblante
de un antiguo crucifijo.
Imagen del Redentor,
debida al docto cincel,
que le muestra en su dolor
unos labios todo hiél,
unos ojos todo amor.
La fe en la mirada asoma
del reo; nido al fin toma
en .su alma el divino beso,
al sentir su enorme peso
en el lecho se desploma.
¡Todo á la tristeza inspira:
el bronce que el airo hiere,
aquel hombre que delira,
aquella noche que espira
y aquella luz que se muere!
Nada allí muéstrase altivo,
todo es medroso y esquivo:
la muerte en su espacio zumba
y da más miedo esa tumba
porque es la tumba de un vivo.
Allí cede el hombre inerte
y el valor soberbio y fuerte
huye receloso y falso:
¡que está más que en el cadalso,
en la capilla la muerte!
En su recinto fatal
se consuma la sentencia.
¿Dónde hay más duro dogal
que dejar á un criminal
á solas con su conciencia?
Allí es el trance imponente,
la hora triste y peregrina
que se encuentran frente á frente
el infame delincuente
y la justicia divina.
¡De allí al cadalso va en calma!
¡Va de la esperanza en pos, *
y va besando su palma,
porque ya lleva en el alma
y en el pensamiento á Dios!
José Jackson Veya.
-«-
EN EL CAMPO
Goce en hora buena el rico
entre el es¡)lendor que ofusca,
de los alcázares regios
la magnificencia augusta;
goce en buen hora del brillo
que le da su ilustre alcurnia
y en salones suntuosos
sus preciadas joyas luzca,
que yo [)ara mí más quiero,
lejos de tal baraúnda,
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
399
pintada casa de campo
por jarales medio oculta
y cercada de palmeras
y de arroyos que murmuran.
Quiero allí escuchar los trinos
que los jilgueros modulan
en las copas de los alamos
y entre la maleza rústica;
quiero altivos jazmineros
y naranjos que perfuman;
quiero oir, en las colmenas
las abejas cuando zumban,
y en los altos palomares
las palomas que se arrullan.
Allí es la noche más plácida,
y más alegre la luna,
más azul el firmamento
y la alborada más pura;
de allí, como efluvio santo,
se elevan á las alturas
las preces que el labrador
al Sumo Hacedor tributa:
en la primavera hermosa,
cuando desciende la lluvia
y mueve los olivares
y los sembrados fecunda;
en el ardoroso estío,
cuando las pesadas muías
el áspero trillo arrastran
sobre la mies, que tritura;
en el bonancible otoño,
cuando las brisas columpian
de las vides trepadoras
el pomposo ramo de uvas;
y del invierno sombrío
en las noches largas, crudas;
cuando al calor de la lumbre
sus hijos amados junta
y el moreno pan reparte,
quizás duro, amargo nunca.
¡Todo es hermoso en el campo!
en las ciudades más cultas
sufre el hombre decepciones
que el corazón le torturan.
En el campo halla el sosiego
y la paz que el alma busca,
y cada flor que se mueve,
y cada palma que ondula,
le hacen sentir una nota
del himno que la Natura
eleva al cielo, cantando
de Dios la grandeza suma.
J. Erutos Baeza.
-*-
NUESTROS GRABADOS
DN RAMO DI KlBCISOa
Está muy bien esa bella joven con ó sin narcisos, poro ai
autor se la antojó bautizarla con aquel nombre y hay que
respetar su voluntad.
KL BALARCfN
Lindo grabado. Con menos cosas puede hacerse un cua-
dro que merezca una medalla. El autor, escrupuloso hasta
lo sumo, ha dibujado eso con tanto esmero y atención como
si se tratara de simbolizar el equilibrio europeo.
IXP08ICIÓM NACIONAL DK BILLitS ARTES DI 1887
LA TRADICIÓN, escultura de D. Agustín (¿uerol
KL CADÁVER DEL GENERAL ALVAREZ DE CASTRO ANTE EL
PUEBLO DK FIQÜERAS
Cuadro de D. Nicolau Cotanda
Aunque de ambas obras se tratari oportunamente en la
revista de bellas artes que comenzamos á publicar en el pre-
sente número diremos, sin embargo, que la Tradición ha va-
lido á su autor el primer premio de escultura.
En cuanto al cuadro del Sr. Nicolau Cotanda véase lo
que dice de él un distinguido critico:
■Prueba del influjo que ejerce en nuestros tiempos el se-
ñor Pérez Oaldós, es el número de cuadros que toman su
asunto de aquellos célebres episodios nacionales. Hay verda-
dera riqueza de tales cuadros patrióticos, y algunos repeti-
dos. Asi, por ejemplo, nos encontramos otra vez con El cadá-
ver del general Alvarez (564), entendido de manera análoga al
lienzo del Sr, Muñoz Lucens, pintado por el Sr, Nicolau ro-
tonda ^D. Vicente), ya premiado en otras Exposiciones. No
entraremos á describir el argumento, por la semejanza ante-
dicha, y nos limitaremos á alabar lo bien sentido de la esce-
na y lo discretamente ejecutada que está; señalando sólo los
pequeños defectos que se advierten, tales como la falta de
explicación de unas cadenas que cualquiera atribuirla á
puente levadizo, sin que se dé razón de dónde acaban; la re-
petición del modelo que quita variedad é interés á la acción;
el paralelismo de las actitudes y sobre todo el de los estudios
de pies. En realidad, algunas cabezas son más que buenas.»
OFRENDA DE LAS JÓVENES ROMANAS i LDCINA
Cuadro de Elena Coomans
Pocos cuadros tan bonitos como ese conocemos entre la
multitud do los que se refieren á escenas de la vida romana.
La autora ha desplegado en él todos los recursos de su pale-
ta y la gracia de su dibujo, resultando de ello una obra tan
simpática como original.
LAS B0JA8 caídas
Claro está que el refrán de que «á árbol caldo todos
hacen leña,> no puede rezar con los gatos, á pesar de ser
eminentemente ungueados los que tal suelen hacer, pero no
pasa lo mismo con las hojas ..
Este tema ha dado ocasión á preciosísimas inspiraciones
¿no recuerdan ustedes Las hojas secas del desdichado Bec-
quer?
Verdad es que no todos conocen á Becquer; cierto ilustre
canonista debe conocerle seguramente mucho menos que á
sus vacas gallegas.
EL BANDOLERO
Cuadro de A. Leman
Este titulo /ait songer... ¡El bandolerol Si todos fuesen
como ese... Si todos tuviesen siquiera ese tinte estético...
Pero no son precisamente los bandoleros de Arturo Lemon
los que más cuidado dan... Otras ladroneras hay mucho más
seguras y productivas que la carretera real.
QUKEKC: «SOÜS LE CAP-
Llámase asi un viejo barrio situado al pié de la Gran Ba-
tería y de la Universidad de Laval y suspendido sobre uu
hórrido precipicio. Habita allí una población de pura raza
francesa y no deja de ser un sitio bastante pintoresco, pres-
cindiendo de la estrechez y oscuridad en que viven sus mo-
radores.
EN FAMILIA
Ponemos este grabado,— lo confesamos,— como un re-
clamo para 'que los célibes tmpedernidos se apresuren á lla-
mar á las puertas de la Vicaría. Eso da muy halagüeña idea
de lo que es un matrimonio bien avenido siendo bastante
guapa la señora, un buen Juan el marido y dócil la chiquilla.
LA UADRE
»
¡Oh Dios, y que bien está esol. . Sépase que el autor es un
tal Ciarle... como si dijéramos el señor López. Pero no por
eso ha dejado de dibujar un poema mucho más elegante que
otros muchos, pequeño ó grande...
Aquí del aplaudido autor señor N...
La historia de las medres
es la que hay que escribir.
EN SOCORRO. —MOMENTO DE EXCITACIÓN
Ambos dibujos se recomiendan por su excelente ejecución
y por la verdad con que están representadas las respectivas
escenas. Nada más exacto que el salvamento de loa níiufra-
gos por los intrépidos mariueros que tripulan el bote sal-
vavidas, como tampoco cabe mayor fidelidad en la repro-
ducción de ese grupo de jugadores á bolos tan atentos al
resultado de la partida como si se tratara de una empeñada
lucha ajedrecista ó del resultado de una votación en unas
oposiciones formales.
AHASVBRO
Cuadro de K. Kauzik
El autor ha personificado al Judío errante según la tradi-
ción eslava y no cabe negar que le ha prestado un carácter
superiormente terrible.
El tal personaje fué importado á Europa en el siglo xiii
por los frailes de Armenia; á decir verdad, en Oriente no se
le considera como un andarín sempiterno, sino como un cri-
minal cuyo castigo debe durar siempre. Parece que este tipo
reconoce un triple origen, siendo un compuesto del Carta/Uo
quedebe vivir hasta la segunda venida del Mesías, delportero
de Pílalos, alma criminal y condenada y del cazador salvaje,
tipo indo germánico que anda día y noche.
TÚNEL IN LA CARRETERA DE SAN GOTARDO
Pasado el Puente del Diablo, del que hablamos en nuestro
número anterior, y á poca distancia de dicha atrevidísima
fábrica, entra el camino en una gruta ó túnel de 60 metros
de longitud, siempre á orillas del torrente del Reuss. Co-
menzado este túnel en el siglo pasado ha sido considerable-
mente ensanchado en el presente.
*
ADÁN MICKIEWICZ
Siendo tan poco conocido en España cuanto
se refiere á la literatura de los pueblos eslavos,
creemos prestar un verdadero servicio á nues-
tros lectores, presentando á la vista, siquiera
sean breves muestras de uno de los escritores
que indudablemente más la han honrado, y cuyo
nombre resonó poderosamente en Europa, cuan-
do en 1829 acontecimientos políticos favorables
pusieron á los valerosos polacos en armas.
Sin perjuicio de consagrar en otra ocasión
nuestra pluma al célebre Segismundo Krasins-
ki, conocido por el poeta anónimo de Polonia,
adalid, sino creador, del drama político-social,
como también al fogoso Slowacki, apellidado, y
no sin razón, el Byron de su patria, dedicare-
mos hoy todo aquel espacio de que podemos
disponer al ardiente patriota Adán Mickiewicz,
que si constituye con los dos citados la más
bella trinidad poética de Polonia, personifica
en si todas las nobles aspiraciones del pueblo
lituano.
Daremos, pues, someras notas biográficas del
mismo, acompañándolas de alguna de sus com-
posiciones más famosas.
Adán Mickiewicz, el cantor desgraciado, el
vate dolorido de la vencida Polonia, nació
en 1798 en Nowogrodek, pequeña ciudad de
Lituania, de familia ilustre, aunque empobreci-
da por los disturbios que tan frecuentes fueron
en aquel anárquico país.
Recibió su instrucción primaria en la escuela
de su distrito y bajo la dirección de los Padres
Dominicos, quienes inculcaron al joven polaco
la fe religiosa, que tanto debía influir en la
manifestación católica de su talento. Eué nota-
ble en él durante su adolescencia la suma afi-
ción que mostró hacia las ciencias naturales y
físicas, y en especial la química, cuyo conoci-
miento nada superficial se descubre en varios
pasajes de sus obras.
No tardó, con todo, en manifestarse en el
escolar otra afición que debía conducirle á la
posteridad, la de la poesía, escribiendo sus pri-
meros versos casi en la infancia, con motivo de
un incendio ocurrido en su ciudad natal. En
ellos se deja vislumbrar ya algo de su gran
estro futuro.
En 1815 y á los diez y siete años, tuvo oca-
sión de trabar amistad con un compatriota que
debía más tarde ser mártir de su fe política y
de su acendrado amor á la patria. Hablamos de
Tomás Zan, á quien consagra un recuerdo en
Lo.s antepasados.
Mientras cursaba las ciencias físicas y mate-
máticas en Vilna, una pasión arrastró al poeta
hacia la hermana de un amigo suyo; mas ¡oh,
historia vulgar de todos los días! oponíase á su
enlace con ella desigualdad de fortuna; y como
se hiciese necesaria una separación, el pesar
que ello le causó hizo vibrar fuertemente en él
la cuerda de la poesía.
Si el dolor ha sido siempre el despertador
del genio en los grandes poetas, en Mickiewicz
constituye, con el amor de patria, el fondo todo
de su inspiración y propiamente su ideal.
Poco después, habiendo con su amigo Zan
fundado la asociación patriótica de los Filare-
tas, fué disuelta ésta por el gobierno ruso, co-
gidos los papeles de ella y procesados sus
fundadores; pero no habiendo sido posible des-
cubrir el fin político de la misma, volvió á
funcionar más tarde, hasta que una orden ema-
nada de Vilna, intimó á las autoridades de
Kowno á que se apoderasen del poeta y fuese
conducido á la capital de Lituania, donde debía
ser encarcelado. Fué allí acusado de participa-
ción en la sociedad secreta y mientras duró el
proceso vióse reducido á prisión, junto con su
amigo Zan, Kolakowki, Sobolewski y otros
compañeros de estudios, cuyos nombres y cuyos
hechos constan también en la epopeya drama-
^10
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
tica hos OMUpasndos (Zziady). fundada toda ella
en este episodio de su vida.
Antes de pasar adelante liablaremos soinera-
meute de la colección de poesías lírico-narrati-
vas, pertenecientes en su mayoría á los juveni-
les años del poeta y que fueron agrupadas más
tarde bajo el titulo conii'm FA Bonuincero.
Y en verdad que reflejan el candor de la pri-
mera edad, que el frío contacto de la vida tro-
cari más tarde en amargura. En ellas se apode-
ra el cantor de los antiguos neos y costumbres,
supersticiones y creencias de los pueblos eslavos
y teje con elementos tales de la musa popular,
pequeños cuadros alternativamente impregna-
dos de inspiración dulcemente melancólica y de
alegría franca y espontánea. Nacional por lo
que atañe á la elección del sujeto, sigue con
todo las huellas de la escuela alemana en sus
procedimientos, en particular la de Goethe y
Scliiller cuvas baladas nos recuerda á cada
i=^-v
TUNEL
EN LA CARRETERA DE SAN OOTARDO
CERCA DE ANOERMATT
paso, apareciendo ya reflexivo y plástico como
el prim«ro, ya tierno y expansivo como el
segundo, no siendo tampoco extraño á la in-
fluencia de Bnrger, el fatídico cantor de Le-
ñara, cuyo inquieto numen y poderosa fantasía
h^lan por igual feliz transcripción en este libro.
La niufa dtl lago. Las Wíllis, La tumba de Ma-
rín, El caballero y la joven y El tocador de lira,
deben contarse entre las más bellas.
. Una vez procesado no tardó en ser condenado
el poeta á la expatriación y relegado á San Pe-
tersbnrgo, bajo la vigilancia de la policía impe-
rial moscovita.
Fué desde allí donde entonó un himno que
halló en su patria eco, canto precursor de una
revolución y que conmovió á sus conciudada-
nos. Se alude á su
famosa oda A la ju-
ventud, concebida
en el destierro y vo-
lando libre como el
águila, merced á la
poca suspicaz censura rusa, que sólo vio en ella
una audacia de poeta y la dejó circular tranqui-
lamente.
Nada mejor que trascribirla, sirviéndonos
para ello de la versión francesa de Owtrouski
ya que nos está vedado el original.
ODA Á LA JUVENTUD
¡Pueblos sin corazón y sin alma! ¡Pueblos de
esqueletos! ¡Oh, juventud! Préstame tus alas y
emprenderé mi vuelo por sobre el caduco mun-
do hacia el país de las dichosas ilusiones, allí
donde el entusiasmo crea maravillas que reviste
de !a 'flor del pensamiento y del prisma de la
esperanza.
Que incline su arrugada frente al suelo aquel
cuyos cansados ojos ha empañado la edad; que
no ose éste salir del estrecho horizonte que le
señalan sus débiles miradas.
¡Juventud! Emprende tu vuelo por sobre las
llanuras y con la mirada de fuego del sol, de
un polo al otro, mide el Océano de la huma-
nidad.
Allí, bajo tus pies, mira esa masa opaca,
inerte, cubierta de un eterno diluvio de despre-
cio: es la Tierra.
Ve como por sobre
sus fangosas y turbias
aguas sobrenada un ce-
táceo á la vez navio,
piloto y timón, persi-
guiendo á otros cetáceos
menores que él. Tan
pronto se lanza á la
superficie como se sume
en el fondo del mar; ni
busca apoyo en la onda
que le lleva ni la onda
se adhiere á él; mas, de
pronto, se rompe en pe-
dazos contra las peñas.
Fidie supo su vida, na-
die sabe su muerte: éste
es el egoísmo.
¡Oh, juventud! Sólo
me es dulce la copa de
la vida cuando la apuro
con otros; los corazones
unidos por vínculos sa-
grados tienen sólo dere-
cho á abrevarse en el
cielo.
¡Abracémonos, ami-
gos! La felicidad común
es nuestro fin. Fuertes
con nuestra unión é ilu-
minados por el entusias-
mo, abracémonos.
Feliz el que sucumbo
en la carrera engañado
por su noble ardor, por-
que otros siguen en pos
y su cuerpo es un pelda-
ño más hacia la ciudad
de la gloria.
Abracé monos, a m i -
gos;si el camino es peno-
so rudo, y nos disputan
la entrada la bajeza y
la violencia, rechacemos
la violencia con la vio-
lencia y á la bajeza, jó-
venes todavía, aprenda-
mos á vencerla.
El niño que supo en
la cuna aplastar la ca-
beza de hidra, una vez hombre destrozará los
centauros y arrebatará al infierno sus víctimas,
al cielo sus laureles.
Asciende hasta donde nunca llegó la mirada
del hombre; rompe lo que la razón jamás osó
romper. ¡Juventud! Tu vuelo es el del águila y
tu brazo semeja el huracán.
Vamos, espalda contra espalda, formemos la
cadena al rededor del mundo. Concentremos
nuestro pensamiento y nuestras almas en un
rayo.
Sal de tu órbita, viejo mundo, pues vamos á
empujarte hacia nuevos derroteros. Te despoja-
remos de tu añeja corteza y renacerás en la
primavera florida de la vida.
El hielo de los corazones se rompe; las preo-
cupaciones ceden ante la luz. Brilla esplenden-
te, aurora de la independencia, pues que en pos
de tí viene el sol de la libertad.
(Se continuará.) Ignacio de Genovér.
iDIÍJiSTWCtól: Cwut. J6S-367, Rjiói lilíiu, Mitar.— Bínrrides loi knán de propiedid irtíjtic» j lilírari».— las reclinuciones eo Madrid, al represeotante de esta Casa D. MaDuel Plá y Valor, Apodaca, 10, 2.°
-— ) INSÉRTESE Ó NO, NO 8B DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL (
KSTABLSCIMUIITC TlroOKArlCO os 8. BASBDA.— OíU.LB os VlLLAnROgL, KÚM. 17, BNSAMRHS DC 8AM AWTOKIO. — BAROBLOMA..
Año V
Barcelona 25 de Junio de 1887
Núm. 234
Con el presente niimero repartimos el suplemento de modas EL MUNDO DE LAS DAMAS, correspondiente al mes actual
UN SECRETO EN LA NIEVE
402
LA ILUSTBACION IBÉRICA
SUMARIO
Tbtto.— JfadrM. Ckrdu á mi prima, por Femanflor. — A
fffTTr*"^** CarriBo, por Jo»é M.' de U Torre.— £ti)o«<eü«
étMtmArUt d* 1SS7, por R. Bluico Asenjo.— Aviolm
éd eítg» (conclusión), por Antonio Par^a Serrada.—
NiMUToa grabados.- .ádoa Mieümicx (continnaclón), por
Ignado de Genorér.
OBiaADoa.— ün Mcreto en la nieTe.— Palique Interesante.—
Wtirir'r'' Kaeiomat de BtíUu ArU» dt 1SS7: Aves de amor,
flores y espinas.— Kl canal de Suei.— Esculturas de Leone
LeoDl.— Joyas del anliruo arte italiano.— JEzpo«<e<(>n Ha-
I de Bélat Ártu de ISST: La Inrasión de los bárbaros.
I de la Tida de artista.— Lucha desesperada.— Un
Undo tronco.- Interrención Intempestira.— Monte- Car-
io, en Mónaoo.
MADRID
C3A.-RTA.e A. XtOlI F:RIJsa:A.
MADRID. -PARÍS. -LONDRES
[ E ha verificado el concurso de ramos en la
Exposición de floricultura, asistiendo al
acto lo más selecto de Madrid. Con este
motivo algún periódico recuerda que las damas
principales tienen su flor predilecta; la empera-
triz Eugenia gusta de las violetas, y por eso
los imperialistas adornan con esa flor la solapa
del frac; la reina Victoria, emperatriz de las
Indias, suele prender en su traje de viuda un
ramito de no me oltñdes; la emperatriz de Rusia
prefiere la hortensia y la de Austria no se vis-
te de amaztma sin iluminar el oscuro traje con
una rosa de té. — Tú amas sobre todas las flo-
res el blanco jazmín, flor pequeña, odorante,
preciosa; que gusta de subir por los encañados
y que cuando ya no puede subir cae desmaya-
da, como si muriese de la tristeza de no llegar
hasta el cielo.
Estamos en la época de las flores; de las ma-
drugadas y del Retiro, en la, temporada más
poética de Madrid. Sin embargo, los madrileños
no tenemos ya grandes espacios donde pasar-
nos bajo los árboles y en soledad. El Retiro
desaparece, invadido por los edificios, y dentro
de poco no quedará uno de aquellos infinitos
árboles seculares en cuyas altas copas cantaron
los ilustres antepasados de los jilgueros del dia.
Por eso algunos periódicos claman contra el
nuevo atentado que se proyecta en la parte que
ahora se llama Parque de Madrid; alH, según
parece, se trata de construir una- nueva Casa
municipal. Algún diario elogia el proyecto ma-
nifestando cuan grandiosa sería una plaza for-
mada por tres edificios como el Ministerio de la
Guerra, el Banco y el palacio del Municipio...
Pocas cosas dan más perfecta idea de* la falta
de sentido práctico que tenemos como el desti-
no de esos edificios. Ni el Ministerio de la Gue-
rra tiene necesidad de estar en el que ocu-
pa, ni el Banco tenía necesidad de gastar los
millones de sus accionistas en tan suntuosa
construcción, ni hay necesidad de que el Ayun-
tamiento se establezca en un sitio que debe
quedar libre para desahogo de la población
asfixiada. Llevar allí el Ayuntamiento seria
iniciar la completa destrucción del Parque de
la Villa. No es probable que el proyecto pros-
pere, sin embargo; ni el Ayuntamiento tiene
fondos para construir hoy, ni puede pensar en
semejantes construcciones mientras no se reali-
cen reformas de primera necesidad urgentísi-
mas. Todas estas indicaciones de magníficos
edificios en terrenos apartados, suelen nacer
del interés particular; los propietarios de te-
rrenos se ingenian como pueden para que sus
terrenos adquieran más precio y claro está que
las construcciones oficiales dan mucho valor á
los terrenos en que se emplazan. Este proyecto
no pasará de las tímidas indicaciones que en
provecho propio pueden hacer los interesados.
Algo más provechoso é importante era el famo-
so, el descomunal proyecto de la Gran Vía: que
todos creíamos inmediatamente realizable y no
ha dado más resultado, ni parece que deba ya
dar otro, que la popularidad de ese nombre ele-
vado á la más alta fama por los autores de la
popular zarzuela. Los atentados contra el Par-
que de Madrid, que ha sido repartido entre Ex-
posiciones diversas, están ya preocupando al
público que no tendrá, dentro de poco, donde
respirar aire puro, ni refrescar su cuerpo abra-
sado, ni solazar su espíritu angustiado por los
afanes de esta existencia febril y aniquiladora
de los grandes centros. El terrible ciclón que
tronchó gran número de magníficos árboles en
todos nuestros paseos, fué una tempestad pasa-
jera; el lápiz de los arquitectos municipales, es
un ciclón permanente. Será preciso formar una
sociedad patriótica para conservar á Madrid la
poca frescura, el poco espacio, el último retiro
consolador que le queda.
Cuando no hay cosas importantes de que ha-
blar en Madrid, se habla de las que ofrecen in-
terés en otros lados. Los telegramas publicados
ayer y ho}', nos dan cuenta de un extraño acon-
tecimiento ocurrido en esa capital. La señorita
Mercedes Martínez Campos, condesa que fué de
San Antonio hasta que después de un litigio
famoso que no habrás olvidado, anuló el Papa
su casamiento con el hijo de los duques de la
Torre, salió á pasear por El Bosque, en compa-
ñía de su doncella, y no volvió ya del paseo.
La doncella se presentó á los parientes de su
señora; afectando el terror más profundo y di-
ciendo que su señora había sido secuestrada
por una mujer; la cual, cogiéndola do súbito, la
obligó á meterse en un coche; dentro del cual,
la doncella creyó haber visto una persona. El
lugar del atentado estaba desierto; y la escena
fué tan rápida que la doncella no pudo dn)se
cuenta de lo que ocurría... Cuando la se...ra
pidió socorro y ella se lanzó á socorrerla, el co-
che había partido en carrera desesperada.
Unos llaman secuestro á este suceso, otros
rapto, y otros se contentan con calificarlo de
misterio. La mujer que se apoderó de la seño-
rita Mercedes Martínez Campos llevaba el ros-
tro cubierto con un velo. Claro es, — y esto lo
sabrás tú mejor que yo, — que este suceso ha
impresionado vivamente á esa capital: y que
donde mayor sensación produjo fué en la colo-
nia americana. Circulan muchas versiones dife-
rentes. Una de ellas, — y es la que más partida-
rios tiene, — es que doña Mercedes ha querido
romper á toda costa el yugo insoportable de
una criada antigua, — de la cual se habló mucho
en el famoso folleto, — y que ha desaparecido
para casarse con un pretendiente de quién des-
de hace algún tiempo se hablaba. Los que tal
suponen afirman que este aspirante es un titulo
francés, pobre; y se le atribuye participación
en el suceso. — Otra versión: el rapto es obra de
la servidumbre de la robada; do personas á
quién se atribuye grande influencia sobre ella;
las cuales temerosas de perder esa influencia
sobre ella si daba su mano al título francés,
han apelado á tan violento recurso: para sepa-
rarla del pretendiente y para que este renuncie
á ser su esposo.
El Fígaro ha dicho que fué robada por unos
enmascarados. Otro periódico ha indicado la
desaparición de dos antiguos criados de cierta
casa de la alta aristocracia madrileña. Su indi-
cación ha levantado protestas universales. Na-
da tiene de extraño que, en tan original suceso
y dados los antecedentes de los personajes de
que se habla, cada cual se permita imaginar y
decir cosas extraordinarias y fabricar absur-
dos. La policía confía en descubrir pronto la
verdad, y yo creo que así lo realizará; mas
como de todos modos este acontecimiento ha
de ser origen de gran curiosidad y ha de ocu-
par y reocupar mucho á la sociedad de París y
de Madrid, tomo nota de los antecedentes y es-
peraremos los sucesos y las aclaraciones. Hay
personas, — dice algún diario, — que parecen na-
cer destinadas á ser protagonistas de aconteci-
mientos sorprendentes y cuya vida fluctúa en
un vaivén de luchas fantásticas... La señora
doña Mercedes Martínez Campos es de estos
seres... Apenas terminado el célebre proceso que
fijó la atención de la Europa y que tuvo in-
fluencia no sólo en las relaciones de dos gran-
des familias, sino en la política del país y en la
vida de algún famoso hombro de Estado; ape-
nas oscurecido aquel escándalo, vemos figuran-
do ya el mismo nombro en otro suceso noveles-
co, gravísimo, que ofrece incidentes y peripe-
cias interesantísimos. L;i vida do doña Merce-
des Martínez Campos parece ser una novela de
folletinista francés; dividida en partes, no ter-
minará sino con la muerte de los personajes
principales. Dejemos, repito, para otras crónicas
la continuación de este singularísimo aconte-
miento.
Y puesto que hemos salido de Madrid, queri-
da Carmen, no volvamos á él tan pronto; figu-
rémonos que hemos anticipado el verano y que
desde París tomamos el ferrocarril, y luego nos
embarcamos y llegamos, por fin, á Inglaterra.
Londres se dispone á celebrar el jubileo de
su soberana con magnificencia nunca vista. Es-
tos ingleses tan fríos, cuando se entusiasman
se entusiasman con desesperación; como todo el
que después de haberlo reflexionado mucho de-
cide consigo mismo que está en el caso de en-
tusiasmarse.
La reina Victoria nació en 1819 y fué coro-
nada en 1837. Se casó con el principo Alberto,
tres años después. En su matrimonio dio mues-
tras de ser previsora y positiva, como el genio
inglés. Se casó con un hombro quo pudiese ha-
cerla dichosa. Cuando murió el principe Alber-
to, que había sido su consejero y su amigo, dio
muestras de sincero dolor, y durante algunos
años pareció inconsolable. Supo mostrarse sim-
plemente mujer y no reina. Esto gustó mucho
á las clases popularos inglesas, que se gobier-
nan, como las de todos los países, por el cora-
zón. Mas como ella dio en hacer una vida re-
traída, se quejaba el pueblo de que ella no gas-
taba su lista civil en beneficio del trabajo
público. Adqviirió reputación de avaricia. Si
me permites la frase, tratándose de tan gran
reina, era una hormiguita para su casa. No ha-
cía mas que pedir aumentos de dotación para
sus hijos. Ella, en fin, no ponía obstáculos para
gobernar á los partidos que tenían la opinión y
alcanzó renombre de constitucional. El pueblo
inglés la respetaba como un maniquí coronado
en las grandes ocasiones, y fuera de sus ban-
quetes, donde siempre brindaba por su salud,
procuraba olvidarla. A pesar de esto, no se rei-
na siempre con el beneplácito de todos, y en
muchas ocasiones ha sido víctima de atentados.
O'Connor la disparó un pistoletazo, sin herirla.
Otros individuos se habían ocultado para ase-
sinarla en el palacio Buckingan. En 1840
cierto joven de diez y siete años se ocultó on su
tocador, con igual propósito; en fin, en otra
ocasión recibió dos bastonazos en la cabeza.
Todos estos criminales fueron encerrados en
las casas de locos, pues ya sabes que la con-
ciencia inglesa no admite el regicidio. Es una
ficción noble, pero ignoro si los reyes la en-
cuentran beneficiosa para ellos.
Las fiestas del jubileo superarán lo imagina-
do. La procesión cívica partirá de Buckingan
y terminará en la Abadía de Westminster. Se
ha votado un crédito de 20.000 libras para las
obras de recepción. Asusta el niimero de prin-
cipes que asistirá. De todas las partes del mun-
do llegan enviados extraordinarios para rodear
de fausto y prestigio la monarquía inglesa. Las
iluminaciones convertirán á Londres en un
Océano de fuego. Se pagan sumas fabulosas por
un asiento en la carrera de la procesión. Por
una silla veinticinco duros; por una ventana
cuatrocientos, por un balcón hasta quince mil
reales. Un espectáculo que dejará recuerdo es
el que ofrecerán 25.000 ó 30.000 niños reunidos
en Hyde-Park. Esta pollada de angelitos será
obsequiada con té. Cada uno de ellos conserva-
rá, como recuerdo, la taza y el platillo, que tie-
nen dos retratos de la reina"; uno de 1837 y otro
de 1887. Las fiestas proparadas, son admirables
y su relación deslumhra, marea.
Pero... todo tiene alguna sombra en este
mundo; se teme que los fenianos no asistan al
jubileo también, y aporten sus bombas de dina-
mita. El jefe de la policía de Londres ha dis-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
403
puesto que en los días del jubileo se instalen
numerosas ambulancias en todo el trayecto que
ha de recorrer la reina; se ha pedido auxilio al
cuerpo médico militar y de los voluntarios para
dotar de numeroso personal á estas ambulan-
cias. Ya que no sea posible evitar la explosión
de las bombas y (si hay quién las arroje) han de
volar las piernas y los brazos de los curiosos;
que sepan éstos, por lo menos, que hay personal
dispuesto á volver á colocárselos.
Así, pues, estos preparativos de alegres fies-
tas deben ofrecer algo siniestro, y la misma rei-
na en cuyo honor se reúnen tantas maravillas y
tantas multitudes renunciaría si pudiese, quizás,
á subir ese Calvario resplandeciente.
Por un lado vemos á la monarquía absoluta
destruida por las máquinas nihilistas, por otro
los fenianos se disponen á volar también la
monarquía constitucional... Nunca un rey ha
sido menos rey que ahora; pero en cambio ja-
más le ha costado tanto el serlo.
¡Bien haya el átomo viviente, sin aspiracio-
nes ni ambición, limitado á vivir de su trabajo
en la oscuridad sin que su presencia sea notada
del curioso, ni sirva de obstáculo para las aje-
nas ambiciones! ¡El habrá sido dueño del mun-
do, porque lo será de si mismo!
Bajo esta impresión filosófica, transcendental
y modesta, me parece bien concluir mi carta de
hoy.
Tuyo, Feknanplor.
EL LICENCIADO CARRILLO
CUENTO
A MI 8UERI0A TÍA LA SEÑOBA DOÑA ISABEL CABBONÍLL DE LA TORRE
El señor licenciado D. Martín de Carrillo era
hombre de más que mediana edad, cerrado de
barbas y un tantico zambo, lo cual no le impedia
en manera alguna creerse sobrado galán y más
que demasiadamente gallardo y apuesto. Naci-
do en Villarrubia de los Ojos, cursó leyes en
Alcalá y ejercía á la sazón su cargo en la pa-
triarcal Toledo, en donde murmurábase que so-
lía clavar sus uñas más de lo justo en bolsas
clientes y atender muy mucho á sí y muy poco
á la justicia y equidad; pero yo tengo esto por
hablillas de bellacos envidiosos de su buen nom-
bre y valía, y no las creo ni por mientes.
Ello es que el licenciado de mi cuento no me-
draba en la antigua corte goda y vínole la idea
(por cierto en hora menguada) de trasladarse á
Madrid con deseo de establecerse en la Villa y
Corte y ver si el viento de la fortuna soplaba
más bonancible hacia su bolsa, sobrado ética y
lacia, á pesar de lo que decían toledanas mal-
querencias. El tenía en Madrid á un tal fray Fé-
lix Mesejo, muy su amigo, y que lo era bastante
del reverendo fray Luís de Aliaga, aquel monje
de quien corrió la especie de haber escrito con
el pseudónimo de Avellaneda la segunda parte
del Quijote y que era inquisidor general y con-
fesor de la cristianísima majestad de don Feli-
pe III rey de España y de sus Indias.
Digo, pues, que cierto día, ya resuelto nues-
tro don Martín, tomó el camino de la corte en el
coche de canillas (pues muía, Dios te la dé) y pian
pianito, rebozado en la pañosa, la mano en el po-
mo de su espada más mohosa que limpia, pues
á buen hidalgo que era no dejara del cinto la
tizona aunque lo pesaran á oro, llegó á las puer-
tas de la coronada villa cuando ya el sol ocul-
taba su rubia cabellera, quiero decir con esto
que se le venía la noche encima más que á paso.
Detúvose en la puerta de Toledo y entró en
un tenducho, donde mediante algunos marave-
dís refrescó su garganta, pregvmtando con ex-
quisita cortesanía á un mozo con aires de tru-
hán y ratero que en la taberna estaba, las señas
del convento de franciscanos, morada ascética
de fray Félix Mesejo.
Contestóle el picaro mirándole socarrona-
mente:
— Seguirá vuesa merced la calle abajo, torce-
rá á la diestra, luego á la izquierda, llegará por
fin á una plazuela donde hay un retablo con las
benditas Animas...
—¿Y habré llegado?
— No. Entonces puede vuesa merced pregun-
tar, que en Dios y en mi conciencia, que no le
falta la mitad del camino.
El licenciado mandó noramala al chocarrero
y desenfadado galopín. Prometióse que le in-
formaran mejor en otra parte y pagando el gas-
to salió de la taberna echando calle adelante no
sin darse un buen cuento de tropezones contra
los cantos del arroyo, pues era ya noche cerra-
da y él sin ventura no tenía linterna porque no
pensó en ello al abandonar su casa, donde pen-
saba tomar en busca de mueblaje y trebejos si
alcanzaba en la corte lo apetecido.
— Héteme ya, — rezaba entre dientes mientras
caminaba al acaso, — en esta corte donde, segtin
las cartas de mi reverendo amigo, el hacer for-
tuna es cosa de bicoca si uno tiene algo de tra-
vesura y denuedo y buenas aldabas donde co-
gerse. Bien sabe Dios que me escucha que no
soy ni pizca presuntuoso pero piénseme yo que
con mi conocimiento de las humanas letras y
leyes de las Partidas y Justinianas pocos ha-
brá en la corte, sin contar que soy hidalgo y
hombre que lo mismo maneja la pluma que la
espada, aunque esta lUtima há ya diez años que
no la desnudó, y fué si mal no recuerdo, la vez
postrera para purgar de ratas el desván donde
PALIQUE INTERESANTE
hice más víctimas que las huestes del emperador
difunto en Pavía, ó el Santo Oficio en día de
auto.
— ¡Por vida de Sanes! — continuaba, — mala
cosa es en mi ánimo que yo no dé con el conven-
to ni escuche pasar á nadie en torno mío á quien
preguntar, porque por mi fe de hidalgo lo digo,
tengo el estómago exhausto y pez con pez y los
huesos hechos jalea y no se me daría tres higas
en verdad, tener que cenar esperanzas y dormir
al raso si no doy con la santa comunidad de esos
buenos padres.
Esto diciendo vio de repente relumbrar una
luz al volver de una esquina y notó que ardía
ante un retablo y que era un farolillo mortecino.
Parecióle de perlas la ocasión de intentar saber
dónde se hallaba y sí el retablo era ó no el
indicado por el mozo de taberna y acercóse á la
luz. Se descubrió y desrebozó completamente
murmurando do rodillas una fervorosa plegaria
y pidiendo á Dios le sacase del atolladero en
que se encontraba y le encaminase en derechu-
ra al objeto de sus afanes.
Sintió que le tocaban en el hombro con sua-
vidad y volviendo la cabeza vio ante sí una, al
parecer, dama y que no era otra cosa que una
doncella de casa principal; pero pocas ó ningu-
guna de ellas había visto el licenciado, así es
que la tuvo á primera vista por señora linajuda
y encopetada.
— ¿Qué quiere de mi vuesa merced, — dijo el
licenciado deshaciéndose en saludos, — en qué
puedo servirla?
— Puesto que habéis cumplido la señal con-
venida seguidme, — dijo la dama.
Quedóse Carrillo como quien oye á griegos,
mas pensando después que todo el valimiento
que pudiera darle fray Félix sería tortas y pan
pintado con el que la presencia y deseos de la
dama prometían, decidióse á seguirla contra
viento y marea y dijo gallardeándose para pa-
recer orondo y remozado.
(Se concluirá J
José María de la Torre.
-*-
EXPOSICIÓN NACIONAL DE BELLAS ARTES DE 1387
AVES DE AMOR, FLORES Y ESPINAS (Cuadro de Horacio Lengo.-Dlbt(jo de P. y Valor)
EL CANAL DE SUEZ (Dibujo de J. Serra Pausas)
1. Entrada del canal marítimo en el lago Tlmsah.— 2. El Ferdaua.— 3. Entrada de Port-Said.
4. Riberas del lago Meuzaleb.— 5. Esflnge del desierto y pirámide de Cheops
406
LA ILUSTBACION IBÉRICA
EXPOSICIÓN DE BELLAS ARTES
CERTAMEN TRIENAL — MAYO, 1887
n
Los artistas del color y de la luz como los de
la palabra han sentido en nuestro país profun-
damente asi la inspiración religiosa como la
épica produciéndose á la par: las lucubraciones
místicas de Teresa de Jesús y de Fray Luis de
Granada; las vírgenes de Morillo y los ascetas
de Rivera; las personalidades caballerescas y
legendarias del romancero y del teatro, y las sa-
lientes y epigramáticas figuras de las novelas
de Picaros; junto con las maravillosas creacio-
nes de Velázquez que interpreta, &. veces, la
arrogancia vencedora de aquellos conquistado-
res de América y Flandes, y otras guiado de su
genialidad caprichosa y de su apasionado amor
á la naturaleza y la
verdad traslada al
lienzo imágenes cari-
caturescas ó vulgares
y escenas copiadas de
las costumbres senci-
llas y harto groseras
del pueblo.
Pero así como la pintura religiosa ha tocado
á su decadencia, ó por mejor decir, se ha trans-
formado por completo no acertando á expresar
aquel puro idealismo que la fe alentaba, llevan-
do á los asuntos más sobrenaturales el concepto
realista que informa y preside á las manifesta-
ciones del arte en la época contemporánea, el
otro género, ó sea el de la pintura histórica, ha
ganado en importancia y trascendencia hasta el
extremo de apropiarse, on no pocas ocasiones,
asuntos considerados místicos hasta ahora y que
ha hecho suyos al imponerles con su procedi-
miento de rigurosa verdad y de análisis natu-
ralista su sello peculiar y característico.
BUSTO Y GRUPO DE CARLOS V. poi Leoae Leonl, eu el Museo Nacional de Madrid
En su sentido más limitado por cuadro histó-
rico debiera de entenderse tan solo la represen-
tación pictórica de un suceso verdadero acaecido
en época anterior á la en que ha sido pintado;
pero el uso ha admitido bajo esta denominación
la pintura de acontecimientos tomados de la
historia y la de escenas imaginadas que por los
trajes y tipos con que se presentan son recuerdo
también de tiempos pasados y aún la copia de
sucesos contemporáneos de alguna notoriedad é
importancia.
El cuadro de historia se diferencia de todos
los demás por cierto carácter de trascendenta-
lismo del que no puede prescindir el pintor y lo
expresa ya en la parte puramente técnica, como
lo que se relaciona con las dimensiones y el
mayor esmero en el estudio de la composición
y los modelos, ya en otras cualidades más in-
ternas, como la copia fiel de pormenores proli-
jos que concurran á dar exacta idea de la época
que se propuso trasladar ó el sentimiento hu-
mano y trascendental que qnigo que evocase la
contemplación de su lienzo 6 la síntesis filosó-
fica que ideó desprender de la acción pintada,
deduciendo de ella alguna enseñanza, bien di-
rectamente del hecho expuesto con natural sen-
cillez, bien de un concepto más abstracto del
mismo, expresado en los términos generaliza-
dores de la alegoría.
De todos estos recursos empleados con éxito
por los pintores de historia contemporáneos,
hemos de apuntar con orgullo que el más sen-
cillo, el más natural y también el más inspirado
ha sido con principal predilección seguido por
nuestros compatriotas. Ninguno de ellos alar-
deó jamás de la prolija ciencia arqueológica de
Alma Tadema ni del alto conceptismo sintético
y trascendental de Kaulbach; ni la pintura eru-
dita, ni la alegórica, podía en modo alguno in-
teresar á artistas de espíritu fogoso y apasio-
nado, capaces de sentir hondamente un carácter
ó una época y de interpretarla con vigorosa in-
tuición pero no inclinados á heladas disquisi-
(.iones ni menos á ideologías abstractas y tras-
cendentales extrañas á la índole de su espíritu.
Algunas veces, sin embargo, nuestros pinto-
res se han propuesto formular la síntesis de una
época ó expresar el carácter de un pueblo en
un cuadro. En la última Exposición el lienzo
de Luna, Spoliarium, indicaba este empeño, y
en la actual parecen proseguir el mismo propó-
sito el de Villodas, Victoribus Gloria, y el de
Checa, Los Bárbaros en Roma.
Es el primero, el cuadro de un maestro, pero
resaltan en él más las cualidades reflexivas de
la meditación, el gusto y el estudio que los
arranques fogosos do la fantasía y los atrevi-
mientos de la imaginación. El dibujo os de una
pureza clásica sobre todo en la parte de la de-
recha que es donde la composición ha sido más
feliz. La nave y el grupo de figuras sobre ella
repartido son de atildada elegancia helénica. El
paisaje está lleno de luz y poesía. Por detrás
del collado ^ue al caer de la tarde comienza á
envolverse en sombras azuladas, el resplandor
del crepúsculo se extingue y .sus reflejos opali-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
407
nos se dibujan en las aguas verdosas^ mansa-
mente agitadas por la fresca brisa vespertina.
En el perezoso oleaje acaso hay abuso de ento-
naciones verdes. Los lejos son de efecto admi-
rable y están razonados dentro de las leyes de
la perspectiva; pero con todos estas eximias
condiciones la impresión que produce el lienzo
es inferior á la que pudiera prometerse de sus
excelencias y primores. La manera de estar des-
arrollado el asunto es más propio de un cuadro
de caballete que de lienzo de grandes dimen-
siones. De aquí resulta que no obstante su
magnitud el espectador se imagina las figuras
menores de lo que son en realidad. Por otra
parte, procurando el artista subordinar el estilo
al asunto ha empleado cierta manera que podría
calificarse de arcaica, hasta el extremo de que,
el cuadro recién pintado, parece traído de la co-
SAN MIGUEL. -LA VIRGEN ADORANDO AL NIÑO JESÚS. -TOBÍAS Y EL ÁNGEL (Atribniflos al Pcrugino)
LA MADONA DEL TRONO, de Andrés Mantegna
lección antigua de un Museo. No señalaremos
como defecto lo que es condición estimable: sor-
prender é imitar esa -sobriedad y ese reposo de
los grandes maestros; pero importa reconocer
que esa posesión técnica del asunto y esa ma-
nera sabia y erudita cuanto á la ejecución cho-
can no poco con el gusto moderno que más y
más cada día se aparta de los moldes clásicos.
Hemos oído decir á muchos como ponderación
de este cuadro, que podría confundirse con un
original del Veronés, sin comprender que con
tal aplau.so señalaban implícitamente un defecto
capitalísimo en artista de vuelo tan levantado:
la falta de propia inspiración y de genialidad
personal.
Los Bárbaros en Roma, de Checa, es un her-
moso lienzo que tiende,
como el de Villodas, á
sintetizar un gran acon-
tecimiento histórico: la
destrticción del imperio
romano por las hordas
de los pueblos procedentes del Norte. El artista
ha tenido buen cuidado'de no señalar época; su
cuadro representa lo mismo la invasión de los
galos mandados por Brenno, que la de los visi-
godos acaudillados por Alarico. La síntesis se
levanta por cima del hecho histórico; la acción
es real y alegórica á la vez; pero no hace sentir
y pensar en lo que tiene de verdadero y natural
y en lo que encierra de trascendental y com-
pendioso. Aparte de esto el efecto pictórico no
RETRATO DE JOVEN, por Autonello da Messiua
puede resultar más sorprendente. En mañana
tibia y brumosa, á los albores primeros del día
velados por girones de niebla que envuelven en
gasas pálidas y transparentes las lejanías azula-
das de las llanuras del Lacio, como oleaje en-
crespado de inundación que rompe diques y
asalta parapetos y se derrama rugiente y vio-
lenta, avanza y se precipita furiosa una masa
extensísima y compacta de hombres y caballos;
y el espectador se figura oír el golpear del casco
EXPOSICIÓN NACIONAL
LA INVASIÓN DE LOS BARBAROS (Cuadro de D
BELLAS ARTES DE 1887
eca. Medalla de primera clase.— Dibujo de P. y Valor)
410
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
de los corceles sobre las anchas losas del suelo
y que el agda encharcad* que como límpido
cristal entre sus grietas y junturas brilla, se
quiebra y salta salpicando los ijares de aque-
llos caballos que galopan sin freno, y que allá
á lo lejos en dilatada perspectiva el hacina-
miento confuso de millares de invasores se
Í)ierde en columna movida y trepidante sobre
a que destacan el cabrillear confuso de los
cascos y el bélico ondear de las banderas,
fundiéndose en fondo lleno de ambiente hú-
medo y fresco un tanto ensombrecido por las diá-
fanas y blanquecinas opacidades de la niebla.
Algunas incorrecciones de dibujo pudieran
señalarse en las figuras modeladas deprisa, pero
los primores de detalle no se han de exigir tam-
poco á composiciones donde todo se halla supe-
ditado al principal }• exclusivo propósito de hacer
sentir hondamente los arrojos de composición y
tonalidades rápidas, acentuadas y vigorosas. En
aquella masa de airados conquistadores hay
vida, movimiento y pasión y el contrasto que
resulta entre aquel torrente invasor y la apaci-
bilidad temerosa de las vírgenes paganas que
en blancas vestiduras envueltas aparecen entre
las estriadas columnas del templo, está bien
preparado y produce un efecto admirable que
concurre á dramatizar el conjunto.
Abunda entre los notables cuadros de historia
que hay en esta exposición, aquel género sen-
timental, inspirado más que en la realidad de
un hecho histórico en la emoción profunda que
el artista ha sabido hallar en ól; género, que
como antes dij irnos j es muy propio de los pin-
tores españoles que con mayor acierto expresan
una situación dramática y conmovedora ó trazan
ESCENAS DE LA VIDA DE ARTISTA: BALANCEO MÁXIMO
vigorosamente un carácter y una personalidad
que descienden á pormenores sabios y detalla-
dos que determinan una época. Y entre las
obras que por esta índole peculiarisima se seña-
lan, son los más notables los lienzos de Yinie-
gra, Bilbao y Alcázar Tejedor.
La bendición de los oimpog en 1800, del pri-
mero, es un lienzo inspirado directamente en la
naturaleza. El asunto de época es pretexto para
que el pintor Inzca sus habilidades de colorista
y su sensibilidad de poeta. ¿Es un cuadro de
historia 6 es nn cuadro de paisaje? ¿Lo principal
son las figuras y el fondo lo accesorio, ó por el
contrario, lo accesorio son las figuras y el fondo
lo principal? Pero, ¿á qué descender á estas
disquisiciones en busca de una clasificación ri-
gurosa? Ba-ste con saber que en este hermoso
lienzo se halla todo tan relacionado que de nada
puede prescindirse, ni pueden, por lo mismo,
considerarse subordinados á unos elementos los
otros. La impresión que produce es única, ar-
mónica y total.
No es posible sentir más la naturaleza ni ex-
presarla mejor. El suelo tapizado de muelle y
verde alfombra, el cielo vagorosamcnte envuelto
en nieblas grises, diáfanas y de melancólico al-
bor matutinal iluminadas; las lejanías fundién-
dose en suaves tonos azules y sobre este tondo
destacándose las figuras admirablemente em-
pastadas sin contornos duros y modeladas con
delicadeza distinguida. Del conjunto de la com-
posición se desprende como una atmósfera de
luz, de frescura y de tranquilidad que regocija
al ánimo profundamente. Aquel viejo sacerdote
de aldea revestido de capa de tisú do oro,
aquellos monacillos infantiles y retozones, aque-
llas mujeres fervorosas y aquel grupo de hom-
bres de rostros curtidos por las saludables bri-
sas de los campos que con recogimiento severo
y respetuoso presencian la ceremonia rodeando
las vistosas y adornadas andas de la Virgen
emocionan plácida y dulcemente haciéndonos
codiciar aquella atmósfera pura y olorosa que
parece desprenderse del cuadro y orearnos las
mejillas con el aliento suave y perfumado de la
verbena y el tomillo y aquella dulce paz del
espíritu que aquellos rostros reflejan con la sa-
tisfacción de una fe sencilla é inquebrantable y
el reposo de una existencia oscura y modesta
ajena de afanosos cuidados y de insensatas am-
biciones.
El cuadro de Bilbao se titula Idilio y parece
inspirado en la bucólica narración que hizo
Longo de los amores de Cloe y Dafnis. El pas-
torcillo imberbe y juvenil tiene delicadeza y
gracia verdaderamente atenienses y la tierna
doncella de blanco pcplo vestida es flexible
y esbelta como los puros modelos que inspi-
raron á la escultura helénica las ninfas y las
diosas. Los blancos cabritUlos triscan y ramo-
IxA. rLUSTRACION EBERICA
411
nean por entre los frescos troncos de los árbo-
les rebosando savia de primavera, y allá, á lo
lejos, el bosque se dilata cruzado por senda es-
trecha y ondulosa y se pierde el confín del hori-
zonte en pálidas y transparentes nebulosidades
que se funden en las armoniosas gradaciones de
luz de una mañanita de Mayo entoldada, tibia
y olorosa. El césped de un verde muy fresco,
parece húmedo de rocío ó de una de esas lluvias
pasajeras que preceden al buen tiempo; y pre-
sidiendo aquel paraje agreste y solitario como
burlón testigo de la inocente escena de amor
sonríe el busto de'^Pan envuelto entre hojarasca
y es la nota única^ que recuerda al espectador
ir
que la composición pictórica tan tiernamente
sentida y con tanta habilidad ejecutada buscó
la inspiración en clásica leyenda.
Y á proposito de la manera singular y muy
digna de aplauso como ha conseguido este ar-
tista huir en su cuadro de ese convencionalismo
académico por el que otros se hubieran dejado
arrastrar insensiblemente por la índole del
asunto, es conveniente decir que con este lienzo
sucede algo muy parecido con otro del que nos
vamos inmediatamente á ocupar. Esto es, que la
personalidad del artista y su inventiva podero-
sa han sabido comunicar de tal manera el senti-
miento y la originalidad al asunto escogitado, que
han roto con los moldes
del género y se han sali-
do de los límites conoci-
dos por la clasificación.
Si rigurosamente se
atendiera al asunto, el
cuadro de Bilbao había de incluirse en el nú
mero de las obras inspiradas en un sabio y acá
déinico clasicismo; pero su interpretación triun-
fando de las rutinas y preocupaciones ha con-
seguido comunicar á aquella escena de la poesía
antigua tal realidad, interpretando la naturaleza
tan fielmente, que figuras y paisaje que recuer-
dan la Hollada, nos hacen al propio tiempo sen-
tir nuestra propia vida trasladándonos con la
mente á risueñas y apartadas comarcas que á
todos nos parece haber recorrido alguna vez.
Con el cuadro de Alcázar Tejedor Los padres
del celebrante después de la misa nueva, sucede en
otro orden algo muy parecido. Su asunto es sen-
cillo y natural en extremo, pero el sentimiento
que el pincel del artista le ha sabido comunicar,
sus proporciones desusadas en estos asuntos, y
otras circunstancias, ya de ejecución, ya de con-
cepto, si de un lado hacen resaltar en él todos
los caracteres y condiciones del cuadro de gé-
UN SOBRESALTO
LA CUESTIÓN DEL.AJUSTE
¿QUÉISIGNIFICAN ESOS MAMARRACHOS?
ñero, del otro le elevan y ennoblecen haciéndole
digno de figurar en el número do los lienzos de
historia. Porque ya lo hemos dicho, la represen-
tación de una escena de la vida real puede en
ocasiones como esta trascender con sentimiento
tan hondo, tan universal y tan humano, que la
copia de un hecho vulgar se eleva á concepto
generalizador que desarrolle y exprese, no ya
en determinado suceso histórico, sino la historia
de una pasión eterna, de una voluntad perma-
nente ó de una sublime idea.
Alcázar Tejedor ha logrado, con efecto, en su
cuadro pintar con delicadísimo é inspirado sen-
timiento toda la ternura que inunda el corazón
de unos padres sencillos, buenos y creyentes el
día en que contemplan con ojos que el llanto de
la satisfacción anubla, ante el altar que irra-
dia esplendores celestiales, al hijo idolatrado
revestido de la dorada casulla, y á cuyas manos
por vez primera en el misterio de la consagra-
ción Dios bajará en cuerpo y sangre por mila-
groso cumplimiento de promesa divina. Todas
las figuras están primo-
rosamente dibujadas; la
del padre que está en
pié y oculta el rostro en
el pañuelo que oprime
en la mano es la más sen-
tida; la del cura tiene
una naturalidad y una
vida admirables, pero sobre todas las excelen-
cias de la ejecución sobrepuja la felicidad de la
idea con tanta gracia como vigor apreciada.
Un cuadro, que acaso como otro alguno puede
considerarse dentro del género genuinamente
histórico, es el de Martínez Ciibells, Reinar des-
pués de morir. Tiene excelente casta de color y
las figuras principales están muy bien dibu-
jadas. Hay en las de los cortesanos por efecto
de la actitud en que están colocadas algo de
desproporción, resultando cortas y aplastadas.
No había necesidad de acudir al recurso de in-
clinarlas en demasía para expresar en ellas la
sumisión y la repugnancia. La actitud del joven
príncipe es natural y movida, digna la del rey,
y el cadáver de D.' Inés de Castro poetizado y
embellecido hasta donde es posible hacer esto
con miserables despojos de muerte. Están brio-
samente pintadas las telas y ropajes; el tisú
verde y oro del dosel tiene relieve y verdad y
lo mismo puede decirse del raso blanco y las
gasas que encubren y atavían la rígida figura
de la infeliz esposa de Don Pedro I de Portugal.
El saqueo de Roma por los luteranos de Frand-
berg, de Amérigo, es un cuadro cuyo asunto
aunque se refiere á un hecho histórico, ha po-
dido ser tratado con cierta libertad que de-
muestra en su autor viveza de fantasía. Aquella
escena de vandalismo y disolución que el lienzo
representa, al saquear las alhajas de un rico
templo una horda brutal y ebria, revistiéndose
los ornamentos sagrados y atrepellando á las
vírgenes profesas está dramáticamente expre-
sada y sentida. La composición se ha cuidado
con esmero, lo mismo que el dibujo, pero la to-
nalidad resulta algo fría y monótona. El efecto
hubiera sido mayor sino estuvieran todas las
partes del cuadro tratadas de la misma manera.
Las postrimerías de Femando III, el Santo,
de Mattoni, es una composición algo teatral
pero hermosa por los efectos de luz en ella acu-
mulados. Sin duda que hubiera ganado el cua-
dro si se hubiese prodigado con alguna más so-
briedad. La figura del santo rey está muy bien
dibujada; aquel cuerpo, ya inerte, pesa y se
desploma y sus manos crispadas por la agonía
están tratadas con suma delicadeza y primor.
La cabeza del fraile joven arrodillado en primer
término, sosteniendo de uno de los brazos al
rey, tiene admirable expresión de éxtasis faná-
tico y religioso. Las mujeres que hay á la de-
recha son largas y están modeladas con des-
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414
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
cuido. La parspecüva está muy estudiada y
produce efecto y el color es brillante y de buena
casta.
No faltan en esta e:spo9Íción los cuadros his-
tóricos que representan escenas de la antigüe-
dad clásica, siendo de los más notables el de
Gamelo, Tm muerte de Lucano, muy hermoso de
composición y colorido. Aseguran que su autor
apenas cuenta veinte años; á ser asi, podrá á
eete joven aplicarse aquella frase tan repetida
de que empieza por donde muchos acabaron.
A las Jigras, de Silvio Fernández, es un- cua-
dro que revela más esmero y estudio que genio
é inspiración. Las figuras están bien dibujadas,
principalmente las del primer término, pero ca-
recen de la expresión dramática que exige el
•sonto. Aquellos prisioneros se levantan indife-
rentes y lo mismo revelan que son llamados á
derramar su sangre en la arena del Circo, como
que van á ser puestos en libertad. Ni el entu-
siasmo religioso ni el terror humtmo se reflejan
en aquellos seres melancólicos y fríos. Los tér-
minos del cuadro están pintados por el mismo
procedimiento y de aquí resulta algo de enfa-
dosa monotonía.
El cadáver de Agripina, por Montero y Calvo,
ofrece nn desnudo muy bien modelado, está
bien tratada la entonación y el dibujo es co-
rrecto; es falto, sin embargo, de originalidad,
recordando á Rosales en el estilo y en alguna
figura.
Las fiestas á la diosa Flora, de Reina, tiene
efecto de color, pero la perspectiva no está ra-
zonada; el tamaño de las fignra.s no se relaciona
con los términos en que se hallan.
También merece citarse en este género de
pintura Cleopaira y Marco Antonio, por Salinas.
En otro orden es bastante estimable La muerte
del principe de Viana, por Poveda, que tiene
acertados detalles en los ropajes, siendo ende-
ble de dibujo y frío de entonación.
Por último, entre los asuntos históricos de
época que puede considerarse contemporánea,
son excelentes dos cuadros de los hermanos Al-
varez Dumont. El de don César representa la
Dffensa del pulpito en la iglesia de San Affvstín
de Zaragoza, episodio de la guerra de la Inde-
pendencia, pintado con soltura, desenfado y
verdad, sobresaliendo principalmente más por
la composición y casta de color, que por el di-
bujo. Por el contrario, el cuadro de don Euge-
nio Malasnña y su hija, está muy bien dibujado
pero flaqnea en la entonación.
Otro episodio nacional, Gerona: el cadáver de
Áhnrez ile Castro, por Muñoz Lucena, resulta
muy agradable de color; las figuras, sin embar-
go, algo inferiores al paisaje.
R. Blanco Asenjo.
EL VIOLÍN DEL CIEGO
(coaoLDSióa)
II
Un chalet en la Castellana.
Lujurioso jardín lleno de plantas exóticas y
matizados canastillos de geráneos y verbenas,
sobre los que descuellan magníficos grupos de
magnolias, y marmóreas fuentes que arrojan al
espacio el hilo de plata de sus surtidores.
Portero con elegante librea custodia la verja
con remates dorados que sirve de ingreso al
chalet, y en una calle próxima un elegante
lando tirado por dos briosas yeguas do pura
raza, espera indudablemente á su dueño visita
de la casa.
Si preguntamos al portero quién es su habi-
tador, nos responderá con tono enfático: «El se-
ñor D. Femando Colomer é Inestrosa, banquero
acaudalado y próximo conde por matrimonio
con la señora condesa de***.> Si penetramos
en el elegante despacho de éste, encontraremos
á nuestro antiguo conocido de la modesta guar-
dilla, aunque bien cambiado á la verdad.
Femando no es ya, ni mucho menos, el joven
aturdido en cuyo rizado cabello negro enredaba
sus dedos la enferma doña María; á través del
elegante batíu que viste, se adivina un cuerpo
anémico, casi extenuado, no sabemos si por el
dolor físico ó el padecimiento moral, y á pesar
de sus treinta y cinco años, multitud de canas
inundan su cabeza y barba recortada con arre-
glo al gusto de la época.
Prematuras arrugas surcan su frente, y en
sus pálidas mejillas se ven las huellas de tor-
mentos morales, mucho más dolorosos que la
tortura de los músculos que revisten nuestra
envoltura física.
Fernando sufre, y sufre horriblemente.
La locura de doña María, mezcla de mono-
manía religiosa y de persecución, resulta com-
pletamente incurable; cuando su hijo lo recuer-
da, mil horribles remordimientos ivsaltan su
alma, porque comprende que de nada le sirve
la riqueza, aquella terrible noche adquirida, si
la sed del oro le hizo olvidarse do la prescrip-
ción facultativa y el desgraciado augurio se
cumplió exacta y fatalmente.
Y como si una maldición pesase sobre él, en
los momentos en que el goce llama á las puer-
tas de su espíritu como iris de paz de sus dolo-
res, la carcajada histérica de la pobre loca
le vuelve á sumir en sus horribles pensa-
mientos.
*
* *
Llegó la noche; una noche deliciosa de la
primavera en que el cielo aparecía como in-
menso manto de terciopelo tachonado de bri-
llantes.
El chalet, iluminado desde el vestíbulo con
centenares de bombas de cristal que preserva-
ban los mecheros de gas, reflejaba débilmente
sobre el mármol de los pisos y de las paredes
las fugaces sombras de las aristocráticas damas
que, con elegantes vestidos de soirée, apenas
sent^iban el pié sobre la alfombra de terciopelo
que pisaban.
El aristocrático frac se veía confundido entre
los brillantes colores de los uniformes militares;
la severa ropa sacerdotal se destacaba entre los
encajes y sedas de la desenvuelta dama de la
aristocracia; el grave y respetuoso rostro del
magistrado hacía pendant con el perfecto óvalo
de la romántica niña ó el sonriente semblante
del joven militar, y allá, perdido en los salones,
barbotaba ese indefinible ruido de rail animadas
conversaciones, de mil discreteos elegantes á
que dan margen las fiestas de la fortuna.
Fiesta, y no escasa de importancia, es la que
va á celebrarse en la casa de Fernando Co-
lomer.
Aquella noche, y en presencia de gran nú-
mero de convidados, van á firmarse las capitu-
laciones matrimoniales que han de servir de
base á su casamiento con la condesa de Casa-
fuerte. Atendido el estado de la madre del novio
la noble dama ha accedido á que el contrato se
firme en el chalet de su futuro esposo, y allí
está recibiendo á los convidados llena de satis-
facción, y acariciándolos con agradables sonri-
sas y verdadero derroche de ingenio.
El notario acaba de llegar y la ceremonia da
principio con la mayor solemnidad.
Leídas las condiciones estipuladas por los
contrayentes y puesta al pié su firma con las de
los testigos, abandonan todos el salón de honor
y se lanzan en vertiginosa oleada hacia el jar-
dín, en cuyo invernáculo se halla servido un
aristocrático lunch.
Circulan los vinos escanciados por criados
que lucen vistosas libreas; estallan las botellas
de Champagne, hierve su dorado color en las
copas y comienzan los indispensables brindis.
Un joven publicista tiene la palabra, y en
bellísimos períodos pinta á grandes rasgos la
historia del anfitrión, hombre á la moda en
todos los actos de su vida, banquero tan hon-
rado como opulento, y modelo de hijos por lo
q«e ha hecho en favor de su desventurada
madre.
Cual si este recuerdo, expuesto con palabra
llena de elegancia, fuese el recitado de una
ópera, óyese en la calle próxima el sonido de un
violín que toca la plegaria de Dinorah.
Uno de los invitados se acerca á Fernando
que pálido como uu cadáver se ha puesto en
pié, y le dice:
— Mi querido banquero y... conde; ¿nos per-
mitirá su amabilidad y galantería que en el
salón de juegos instalemos un baccarrat?
En vano esperó la contestación.
Colomer, abstraído en un pensamiento que
desgarraba su alma, sólo oía la voz del remor-
dimiento y ni aún se apercibía de la presencia
de sus convidados.
En aquel momento abrióse violentamente una
puerta lateral del invernadero, y doña María
de Inestrosa, con el semblante descompuesto,
desgarradas las ropas y el ceniciento cabello en
desorden, se arrojó en los brazos de su hijo,
exclamando:
— |Protégeme de esos infames que quieren
asesinarme, hijo mío! ¿Concluyó la ceremonia?...
Pues al Real, á oir Dinorah... Va á tocar su
violín el señor Rodríguez, nuestro vecino...
Vamos ¿qué haces? Ve por la medicina y vuelve
pronto.
Y prorumpiendo en horribles carcajadas,
hizo saltar los cristales de una vidriera, y des-
apareció por su hueco entre la maleza del
jardín.
Fernando y los convidados se lanzaron tras
ella.
La pobre loca huía, huía siempre dando gri-
tos y riendo de un modo horrible; Fernando
desapareció.
Dos minutos después el ruido de una deto-
nación espantó á los concurrentes que atrope-
lladamente se dirigieron al despacho de verano
del banquero.
Allí vieron su cadáver tendido sobre la al-
fombra y sobre la mesa una cuartilla de papel
que decía:
«Señor Juez de guardia:
»Moralmonte he muerto á mi madre, jieio no
quiero que el verdugo ponga la mano sobro mí,
y encargo de mi ejecución á otro más inexora-
ble, pero más digno.
»Muero á manos del remordimiento.»
La fiesta degeneró en tragedia, y de ella hoy
no queda más que el recuerdo en la memoria de
un buen amigo, y tal vez la lenta agonía de un
demente tras las rejas de algún manicomio.
Antonio Pareja Serrada.
* ^
NUESTROS GRABADOS
UN SKCBETO EN LA HIXYC
Hé ahí un procedimiento amatorio perfectamente dentro
las condiciones novelescHs. Supongamos que un joven y biza-
rro marino anda enamorado de una muchacha y no se atreve
i declararle su atrevido pensamiento; la dice entonces:—
Cuando mañana al amanecer nos hagamos á la mar, se viene
usted á la playa y una vez nos haya perdido de vista se flja
usted en un dibujo que verá trazado en la nieve, al pié del
sendero tal.— La joven, curiosa, no deja de dirigirse al sitio
manifestado y se encuentra con un corazón del tamaño de
un foque. Nada más gráfico y comprensivo.
PALIQDX INTEBISANTI
Bien claramente se deja entender que no tratan esas dos
señoras de haladles cuestiones de amorcillos sino que la cosa
es algo más honda. ¿Serla «caso que »e estuviesen discutiendo
una jugada de bolsa?
EXPOSICIÓN MACIONAL DE BELLAS ABTX8 DI 1887
AVÍS DE AMOE, FI.OEEB T EgriNAS
Cuadro de J. Horacio Ungo.— Dibujo de P. y Valor
Hé aquí lo que dice de esto cuadro,— entre otros del au-
tor,—el Sr. Glner de los Kios:
•El Sr. Lengo se presenta en esta misma sala sin desmen-
tir sus tradiciones; pero hemos de lamentar, como siempre,
que las extraordinarias dotes de tan genial artista se des-
vanezcan con los defectos á que nos tiene habituados. Los
cuatro lienzos que exhibe ofrecen exactamente los mismos
lunares y las mismas bellc zas de costumbre . Hanrique y Leo-
nora titula sus dos estudios de flores, cachivaches, azulejos,
paños bordados y... palomas. Ya comprenderán nuestros
lectores que Manrique es el pichón y Leonora la pichona. Los
dos palomos, macho y hembra, son dos maravillas de color
y ejecución; pero el resto de las obras son dos modelos tam-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
415
blén de amaneramiento. Las flores huelen á trapo perfoma-
do, y la composición á un artificio tan eonvenoloDal como
Ingrato.
•Los otros dos lienzos que presenta, titulados Rosas y
fiares y espinas acreditan precisamente lo mismo que queda
indicado, y es á saber: la rosa es una vara de capullos entre
los cuales aparecen las cabezas de tres niños, y el segundo
una Hermana de la Caridad, escueta, entre los grupos de secos
tallos de cardos silvestres, ó cosa por el estilo y varas de mal-
vas locas. Es el colmo de lo alambicado y... de lo candido.
El talento y el arte de tan distinguido pintor puesto al ser-
vicio de las extravagancias de una imaginsción descarriada.
Nadie negará á D. Horacio Lengo el titulo de maestro; pero
hay que señalarle á los principiantes como un maestro peli-
groso del cual es preciso huir. El desdichado que lo imite
incurrirá, careciendo de sur condiciones, en la caricatura y
en la cursilería. A él se le puede perdonar, á cambio de sus
revelantes dotes.»
El. CANAL DK 8UKZ
DOmQO de J. Serta Pausas
El lector podrá ver en esos bonitos dibujos algunos de los
principales puntos de vista que ofrece la travesía del canal,
verdadero monumento de la inteligencia y poder del hom-
bre, simbolizados en Lesseps.
ISCnLTDBAS DK LKÜNE LKUNI
Leone Leonl fué el escultor de Carlos V,— no hay para qué
decirlo,— y además el violentísimo rival de Benvenuto Celli-
ni; artista de prodigiosa fecundidad, muy realista (de res, rei)
más metido en política de lo que debiera, ilustrisimo en el
manejo del bronce y grande amigacho del infame Pedro Are-
tiuo,— 2>íviw P. Arretiniís Flagelium Principum, como decían
las medallas acuñadas tn honor de aquel baratero.
Hay en España muchas obras del gran escultor Leone Leo-
nl, dignas del cincel de Miguel Augel; por hoy reproducimos
los dos Carlos V del Museo, pero quien desee conocer de vieu
las restantes no tiene más que darse un paseo por el Escorial
ó ValladoUd.
JOYAS DEL ANTIGUO AETÍ ITALIANO
ArxtoneUo da Messina. — liaiUegna. — Perugino
Eche V. jigos, como decía aquel andaluz...
Supónese que el retrato de Pn joven, por Antonello da
Uessins, es el del propio autor, que sobresalta, efectivamen-
te, en aquel género. El principal timbre de gloria de Anto-
nello no ts, siu embargo, su habilidad como retratista sino
haber importado á Italia (1400) el conocimiento de la pin-
tura al óleo empleada por los Van Eyck. Es, por consiguien-
te, uno de los artistas más meritorios de su tiempo.
Las tres tablas atribuidas al Perugino, —pero quede todas
maneras pertenecen á la escuela umbría,— constituyen otras
tantas obras maestras, eminentes entre las más celebradas
del mundo. No falta quien cree que anda por allí la mano
del sublime discípulo del Perugino, Rafael. Ese tríptico figu-
raba antes en la Cartuja de Pavía.
En cuanto al gran pintor paduano Andrés Mantegna
{14.!l-150'>i diremos que su destino y el papel que desempeñó
le hacen muy semejante ó casi igual al Giotto, con haber na-
cido siglo y medio después. Fué, en efecto, como el ilustre
trecentisia, pastor de ganados en su infancia y más adelante,
habiendo recibido las lecciones del viejo Squarcione, su com-
patriota, revelóse maestro tan precoz como lo había sido
Rafael respecto del Perugino, y más aún, pues fué proclama-
do tal á los diez años, sin contar que fué también tan insigne
grabador como pintor.
EXPOSICIÓN NACIONAL DE BE[.L;IS ARTES DK 1887
LA INVASIÓN DE LOS BÁBBABOS
Cuadro de D. U/piano Checa. — Dibujo de P. y Valor
I, Véase la revista de Bellas Artes del Sr. Blanco Asenjo).
ESCENAS DE LA VIDA DE AHTISTA
A corta diferencia lo mismo pasa en el flamante palacio de
la Industria y de las Artes,— cerca del Hipódromo, — de Ma-
drid, que «n el Salón de París, 6 que en las Qallerys de Lon-
dres. La cuestión de la colocación de los cuadros es un semi-
llero de disgustos. Poco podríamos añadir por nuestra parte,
no siendo del oficio, á lo que tan humorísticamente expresan
nuestros grabaditos, origiutiles de un interesado, y por eso
nos limitamos á decir que no hay mas que hacerse el cargo
de que en todas partes cuecen habas.
LUCHA DESESPEKiDA.— UN LINDO TBONCO
Esa tlucha desesperada» tiene no sabemos si la ventaja ó
el Inconveniente de ser rigurosamente exacta, y de no pare-
cerse en lo más mínimo al rapto del doctor Mirabel (creo que
Saturnino) habiendo acaecido el hecho en la Ilirla, aquella
montañosa región de la co.sta oriental del siempre tempes-
tuoso Adriático. Hallábanse dos niños, uno de trece y otro
de ocho años, paseando una tarde por un hermoso valle
cuando de pronto se lanza sobre el menor un águila real
arrebatándolo entre sus garras. El camarada, entonces, que
iba armado de un robusto y nudoso garrote, sacudióle al
águila un palo á la cabeza, dejándola aturdida, con lo cual la
rapaz dejó caer su pre.sa y escapó por los aires, desde donde
cayó al suelo atravesada por los certeros disparos de un ca-
zador que habla presenciado la escena. El soberbio animal
medía once pies de un extremo á otro de sus alas.
El otro asunto, si menos heroico es mucho más filosófico,
queriendo indicar que desde niños damos la medida de nues-
tros gustos respecto á servir de acémilas ó de amo.
INTERVENCIÓN INTEMPESTIVA
Cuadro de Juan Owidzkiego
No puede estar mejor representado el asunto, ni producir
más dolorosa impresión. La esposa ha sabido que su marido
iba á batirse y con mejor intención que respeto á los deberes
sociales ha acudido á estorbarlo. Mientras el desdichado re-
chaza á su mujer su adversarlo se está mofando de la ridicu-
la escena y sus padrinos le hacen coi o, contemplando desde-
ñosamente al angustiado marido.
No hay para qué decir que el combate se llevará á efecto
y que sucumbirá el esposo, por cargado que esté de razón .
UONTE-CAELO, EN HÓNACO
Según la última estadística, son ya 68 los suicidios lleva-
dos á cabo en este delicioso lugar por jugadores á quienes no
ha sonreído la fortuna, contándose entre las más recientes
victimas una desgraciada compatrlotanuestra llamada la Se-
rafina, infortunada horizontal que se precipitó verticalmente
desde una altura como quien se tira por el viaducto de la
calle de Segovla.
ADÁN MICKIEWICZ
(OONTIKUACIÓN)
Tales palabras debían electrizar á la juven-
tud polonesa, al igual que en nuestra gloriosa
guerra de la Independencia enardecían las es-
trofas guerreras de Quintana para el combate.
En tiempos de opresión nunca falta un Tirteo
cuando alienta la fe. Entonces, en el común in-
fortunio, se sobrepone siempre al desaliento
algtín noble ideal que infunde aquel entusiasmo
que es alma de las grandes acciones y de la
grande poesía.
Más justo será decir que si correspondió ge-
neroso el pueblo á los designios del poeta, pron-
to dieron buena cuenta de la insurrección pola-
ca de 1829 las bayonetas moscovitas y el látigo
del Czar, reinando luego el orden en Varsovia.
Con todo, el patriota y el poeta merecieron
igualmente la simpatía de Pouckine y otros
ilustrados ingenios de Rusia. Nobles amistades
fueron éstas que le vengaron de la persecución
y del destierro.
Más tarde, considerando el soberano peligro-
sa la estancia en San Petersburgo de varios po-
loneses condenados por su patriotismo, disper-
sólos, siendo esta vez relegado nuestro poeta á
Odesa, desde donde junto con varios compa-
triotas emprendió un viaje á las estepas de
Crimea, que le inspiraron una serie de sonetos,
que son los primeros que se han escrito en len-
gua polonesa.
De Odesa pasó á Moscou, y más tarde fijóse
de nuevo en San Petersburgo; con la aquies-
cencia del autócrato ruso, se entiende. Dio des-
de allí á luz su poema Conrado Wallenrod, que
promovió grande entusiasmo, llegando á ser
popular en la tierra de opresión á la vez que en
su patria.
Contiene aquél, bajo la forma de un asunto
sacado de los antiguos anales lituanos, disimu-
lado y rudo ataque contra el gigante imperio
enemigo y un nuevo llamamiento á la insurrec-
ción. Sentido oculto es éste cuya clave podráse
hallar en la divisa que estampa en el poema,
sacándola del astuto y sagaz Machiavelli: bisog-
na essere volpe e leone, — dice el poeta en el fron-
tispicio de la obra, — presentando luego en cada
palabra una alusión patriótica. Bajo el simil
del odio implacable que jura á la orden Teutó-
nica el joven Walter y su refinada venganza,
veremos palpitar todo el odio de los polacos con-
tra Rusia.
Aprovechándose entonces de la admiración
que causó á varios personajes distinguidos la
obra, entre quienes se contaba el célebre poeta
Joukoffskoí, preceptor de la familia imperial,
pidió y obtuvo pasaporte para el extranjero.
De paso en Weimar visitó al patriarca de la
literatura alemana, el gran Goethe que en el
ocaso de su vida residía tranquilamente allí
abrumado de gloria. — Los genios cuando se ha-
llan deben comprenderse; y así fué en efecto.—
Conmovido el anciano ante los infortunios del
profetice bardo y admirador de su gran genio
poético, quiso manifestarle la simpatía, en aq ue-
11a ocasión, que hacia él sentía, y entrególe la
pluma que le había servido para escribir el Faus-
to, pidiéndole á su vez un retrato; y como se ha-
llase el célebre David d' Angers allí presente,
esculpió para la posteridad el estatuario las no-
bles facciones del bardo liutano, á lo que oficioso
correspondió el poeta, traduciendo al francés
para él su bella casida árabe El Fariz, que pre-
sentaremos más adelante con tanto mayor mo-
tivo en cuanto, sobre su relevante mérito, es-
crita por decirlo así de nuevo en francés por el
autor, podrá salir traducida directamente del
original.
Emprende luego el peregrino un viaje á, Italia,
á fin de organizar una legión y libertar con ella
á su patria, cuando llega hasta él el clamoreo
de la Revolución de Julio, que derriba en tres
días el trono de Carlos X; y proveyendo que
Polonia se alzará en breve para sucumbir, com-
pone entonces su bella elegía A una madre po-
lonesa.
En ella su inspiración sombría y melancóli-
ca, aunque atemperada por la resignación, pa-
rece que llora con Jeremías y truena con Tácito
y Juvenal. Jamás, como ha dicho Jorge Sand,
se ha levantado voz más poderosa para cantar
la ruina de un pueblo. Patriota ardiente, ha sa-
bido dar á su poesía, aún quejumbrosa, Mic-
kiewicz, robusto colorido y virilidad sin igual.
Vea á continuación el lector la composición
aludida.
Á UNA MADRE POLONESA
¡Oh, madre polonesa! cuando brilla el rayo
del genio en las pupilas de tu hijo; cuando el
antiguo valor y la antigua arrogancia tejen á
su frente juvenil una aureola; cuando esquivan-
do los juegos de sus compañeros se va hacia el
bardo anciano que entona los cantares de la pa-
tria, y que, baja la frente, escucha pensativo la
historia de sus antepasados; ¡oh, madre polone-
sa! preserva á tu hijo entonces de esos juegos
terribles; antes, póstrate de rodillas ante la
imagen de la Virgen Dolorosa, y contempla la
espada que destroza su seno, porque el destino
vate á herir de un modo tan cruel. Sí, mientras
que la paz florece por el mundo en una alianza
de pueblos, de dogmas y de opiniones está lla-
mado él á sostener combates sin gloria y á mo-
rir... en el martirio, sí, mas sin esperanza de
resurrección. Ordénale, antes, que vaya á medi-
tar en la caverna solitaria tendido sobre la hú-
meda paja; que aspire un vapor fétido, helado;
que comparta allí su lecho con el reptil inmun-
do; que aprenda á encubrir sus alegrías y sus
cóleras, á cavar su pensamiento como un abismo
y hacer que sus palabras sean funestas cual
contagio y misteriosas; que, frío y humilde,
aprenda á fingir cual la serpiente.
El Salvador, entre los hijos de Nazaret, lle-
vaba ya la cruz sobre la que debía salvar el
mundo.
¡Oh, madre polonesa! ¡Cuánto más me com-
placería ver á ese niño jugar con los instrumen-
tos de sus juegos futuros!
Que su mano se acostumbre á la cadena; que
aprenda á llevar el infame chiri-ión; que jamás
palidezca su frente ante el hacha del verdugo
ni su frente se sonroje al aspecto de la cuerda.
Porque, no irá, no, cual los guerreros de otros
tiempos á enarbolar la victoria sobre los muros
de Solima, ni como los soldados de la bandera
tricolor, cavar el surco de la libertad y regarlo
con su sangre. Un tenebroso espía le arrojará
el guante y le será preciso combatir contra un
tribunal perjuro; será la arena del torneo un
calabozo subterráneo, y un enemigo poderoso
su juez y arbitro.
Y una vez vencido, será su monumento fúne-
bre el seco árbol de la horca; su gloria y su in-
mortalidad, las pronto enjugadas lágrimas de
416
LA ILUHTRACION IBÉRICA
tm» mujer y las pláticas nocturnas de sus con-
ciudadanos.
* ♦
Grazina. otra de sus creaciones, épica y de
mayor vuelo, es sencillamente una leyenda ó
conseja popular narrada con todo el candor y
toda la buena fe de los viejos tiempos. Es poe-
sía retrospectiva, si vale decirlo. El duque de
Lituania, esposo de la heroína, sostiene guerra
con los caballeros de la orden Teutónica, fun-
dadores del reino de Prusia, y perece en un
combate. Apodérase entonces de sus arreos y
armas su desesperada viuda, la hermosa Grazi-
na, y animosa venga en sangre enemiga su
mtierte.
Lo que esencialmente distingue ese poemito,
es la grandiosidad y al propio tiempo la senci-
llez que lo asimilan en un todo á los antiguos
cantos de la Edad media. Por su ferocidad y
por su ingenuo sentimiento parece arrancado á
la vieja epopeya de los Nibelungos ó al ciclo de
leyendas primitivas de los Eddas escandina-
vos.
La aflicción en que está sumida su alma de
MONTE-CARLO, EN MONACO
patriota vése reflejada en el sombrío poema
mitad dramático y mitad narrativo Los aniepa-
smhx, obra de coloso, que no ofrece paridad
sino con el portentoso Fuustii de Goethe y el
Mntiftedo de Lord Byron, símbolos los tres, no
abstractos antes llenos de vida, de una idea
grande y antigna como el mundo, la lucha entre
el bifn y el nud.
Al analizar, con sagacidad y espíritu de cri-
tica profunda, que habrán de envidiar muchos
y muy notables talentos masculinos, esta pro-
ducción Jorge Sand, nos parece que se ha
dejado llevar con todo de su entusiasmo, al
darle preferencia sobro las obras del Patriarca
de Weimar y el noble británico. Mas pueden
equitativamente nivelarse, salvo tenor aquellas
sobre el poema, simpático por el patriotismo,
pero en cierto modo nacional del último, la
ventaja de caberles mayor universalidad, ya
que ambos dramatizan una idea general y tras-
cendente sin exclusiva relación á tiempo ni á
lugares.
Así como en Conrado Walleurod y Grazina,
explota Mickiewicz las antiguas tradiciones de
su patria, en ¡.oh nritepusadof, nos trasporta á
la Edad moderna y en plena época contempo-
ránea.
(Se (■(mtinuará.)
Ignacio de Genovér.
AMISbTllCtóJ: Cirla, 3«i-367. RaiÑi Mnliinv Filünr.— Resenidos los derechos de propiedad artística y literaria.— Us reclamacioiies en Madrid, al represeotaíte de esta Casa D. Manuel Plá j Valor, Apodaca, 10,2.'
) INSÉRTESE Ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL (
IIrr*iu.«cii<iBKTo TipoaiiAnco os R. Base»*.— Calls ob Villarroil, hóu. 17 bhsamchb db San Amtohio.— Barcelona.
SEMANARIO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
Año V
Barcelona 2 de Julio de 1887
ÜTúm. 235
LA ORACIÓN
418
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
6UM ARIO
TSZTO.— Jfadrid. Cartas i wd yrimta, por Fernanflor.— C<m-
paaat t pataauu, por A. Péreí G. KleT».-«m«/a eientff-
co, por Alftedo OpUso.— B Heeaeiado CatriUo (conclu-
Ma) , por Joai H.* da U Torre. -B.Socorio (poesU), por
a BaedA.— Noeatros gntmAo:-Ad€m Mietlewia (oontl-
nnaeito), por Ignacio de OenoTér.
euBADoa.-La oración.— Cnrioddad castigada.— £tpo«iet(i«
ílaeioiutl de BeOai Aru$ de 1SS7: El entierro de Cristo. En
«1 puerto. A laa fieras.— La noche.— Árabe.— Una belleza
griega. —|No me arañes I -En tiempo de Tiberio. — La
•dueadón del condesitc— Contemplación interesante.—
MantoD.
M ADRI D
C.A.RTA.S A. 1^1 mil^A.
LA NOVELA DEL RAPTO
^^''^^EO, mi querida Carmen, que no tenéis más
noticia que nosotros respecto del famoso
rapto que aquí llamamos el foU etin t^e
París porque cada día se presenta más compli-
cado, más interesante}' más misterioso. En Ma-
drid no se habla de otra cosa y todo el mundo
lee con avidez los periódicos pensando encon-
trar, al fin, la clave del enigma. Y la tal lectura
de los diarios es para sacar de dudas á cual-
quiera. Pocas veces se han visto referencias
más contradictorias sobre un asunto ocurrido á
la luz del día en uno de los paseos de esa ca-
pital. Entre los datos, sin embargo, que se reci-
ben es curioso lo que se dice del sitio mismo en
que fué robada doña Mercedes. Dicen que se
llama El club de los tronados; es decir que el
rapto se verificó en los mismos reales del ya
famoso Mielvaque, persona tan audaz como tro-
nadísima, según parece. Es aquel punto la re-
nnión de la turba de aventureros que acuden
á París y de todos los parisienses que han dis-
frutado de gran fortuna; que han vivido con lujo
y han sido admiración de París algunos días
y que luego se quedan sin un céntimo y se con-
tentan con ir á ver desfilar el fastuoso cortejo
de la vanidad de que antes formaron parte pen-
sando en que el juego, la estafa ó cualquier otro
azar 6 delito les traerán una restauración bri-
llante. Si se cree lo que afirman algunos perió-
dicos de esa Babilonia, Mielvaque es individuo-
de cierta banda de criminales que se ocupan
preferentemente de buscar herederas ricas para
comprometerlas y casarse con ellas. Mielva-
que es hijo de un humilde curial y entre sus
cómplices hay hijos de albañiles y de cocineras
que llevan títulos nobiliarios postizos. Para dar
este golpe de mano se echó un guante entre los
concurrentes de un café y hubo quien dio veinte
duros y quien solo dio veinte céntimos. Un sas-
tre de la calle de la Faix había hecho ropa fiada
antes del rapto á Mielvaque y á varios de sus
cómplices, con objeto, sin duda, de que pudie-
sen presentarse en tan grave momento decente-
mente. Se cuenta, en fin, cuanto hemos leído en
los novelones por entregas, sin creerlo ni pre-
sumir que jamás pudiese ser realizado; y el tono
de la relación es tan siniestro y sombrío que á
cualquiera se le ponen los pelos de punta con
solo oir los nombres de Mielvaque, Madame
Bon y Rubau Donaden. Se anuncian varios pro-
cesos, varios lances personales; las opiniones
son contradictorias, nadie sabe por qué versión
decidirse, y lo único en que todos convienen
es en que el eHcándalo es mayúsculo; lo será
tal vez más y tendremos folletines para rato.
Los unos decían que doña Mercedes había sido
secuestrada, los otros que robada por su gusto;
los otros que robada contra su voluntad, pero
con aprobación inmediata; para mayor confu-
sión otro diario ha discurrido suponer que doña
Mercedes se fugó bajo la influencia de la su-
gestión mental, que Mielvaque es un magneti-
zador, que la señorita Martínez Campos es una
mujer excesivamente nerviosa y que va y viene
y viaja y firma poderes y se casará por puro
magnetismo. Con solo que realmente esté ena-
morada de Mielvaque se habrán verificado to-
dos esos fenómenos magnéticos, pues el mag-
netismo y amor producen efectos muy seme-
jantes.
El hecho es que doña Mercedes y Mielvaque
salieron de París sin que nadie pudiera ni qui-
siera evitarlo, que pasaron por Bélgica sin que
les detuvieran tampoco, y que se encuentran en
Inglaterra dispuestos, según parece, á casarse.
Hay quien protesta contra el embajador de Es-
paña en esa capital porque no acudió al gobier-
no pidiendo la detención de los fugitivos. El
señor Alvareda no creía deber intervenir en el
asunto; creyó que las relaciones de Mielvaque
y doña Mercedes no afectaban carácter interna-
cional. Los adversarios do Mielvaque juzgan,
sin duda, que hasta los elementos deben negar-
les su concurso.
Puesto que ahora están llenos los escaparates
de las tiendas de fotografías de Eubau y Do-
nadeu, supongo que le conocerás por retrato.
Desde luego, sin conocerle, su nombre está ro-
deado de un prestigio terrible. Todos saben que
trabajó mucho para la anulación del matrimo-
nio de doña Mercedes, dando muestras de una
inteligencia, una firmeza de carácter y una du-
reza en las agresiones verdaderamente admira-
bles. Venció por fin en aquella lucha titánica,
y, según es fama, doña Mercedes le recompensó
dándole cuatro millones y nombrándole su apo-
derado general. No bien supo Rubau lo del
rapto, saltó como una fiera, acusó de secuestra-
dores á los que le habían realizado y salió en
persecución do los fugitivos, excitando con sus
gritos á periodistas, curiales, policianos, diplo-
máticos y hasta los maquinistas de los trenes y
mozos de las estaciones francesas y belgas. Ac-
tivo, desenfrenado, incansable, saltando de un
fiacre á un vagón, do un vagón á un ómnibus,
de un ómnibus á una lancha y á un vapor y pi-
diendo un globo para llegar más pronto, ha
logrado dejar atrás á los personajes de Gabo-
riau, tan felices en perseguir á los criminales
avezados... Por desgracia, clama en vano; las
autoridades de todos los países se aterran qui-
zás de sus voces pero se cruzan de brazos y le
dicen:^ — «Puesto que su propósito de los fugiti-
vos es casarse, nada más honesto, nada más lí-
cito, nada más conforme con la moral de todas
las naciones.» — Pero es que ella no sabe lo qué
se dice ni lo qué se hace, — contesta Eubau y
Donadeu en el colmo de la indignación. — A lo
cual, sin duda, le contestan: — ¡En este país á
casi todas las pasa lo mismol
Y al mismo tiempo salen otros á cortar el
camino de Rubau, y un español, también famo-
so de nombre, escribe una carta y dice: «Rubau
es un buitre inconsolable porque se le escapa la
presa,» y añade; «Si la señorita Martínez Cam-
pos está ahora secuestrada, no habrá hecho más
que cambiar de secuestradores.» Tú te habrás
horrorizado, como nos hemos horrorizado todos,
si has leído estas cosas; porque en medio de
esta confusión espantosa, de este hormiguero
de personajes que se ofenden y se despedazan
hay algo de los hormigueros de verdad en los
cuales dos bandas de hormigas luchan por lle-
var á sus graneros un solo y enorme grano de
trigo.
A todo esto Mielvaque, que ha sido escribien-
te de la Cámara de Diputados, tiene un cuñado
que era cajero de dicha Cámara. El cuñado ha
sido declarado cesante; ya, pues, hay una vícti-
ma; y seguramente todos los parientes de Miel-
vaque que tengan algún destinejo estarán tem-
blando de que se les descubra el parentesco.
Terrible cosa es, en verdad, ser pariente de un
caballero de industria que ejerce por su cuenta
sin consultar sus aventuras, ni por atención,
con sus parientes. Ya ser honrado en este mun-
do es algo difícil; dado que las tentaciones son
continuas; pero ser pariente de hombres honra-
dos, es más difícil todavía. |No basta ya virtud
propia, es preciso la ajena para conservar un
destino! ¡Nuestra cesantía la lleva en el bolsillo
cualquier pariente!
La expedición se compone nada menos que
de siete fugitivos. Se dice que doña Mercedes
viaja enferma. Doña Mercedes firmó en Mont-
morency á favor de Mielvaque un poder gene-
ral para administrar sus bienes. Pero dicen
también que las señas de la persona que firmó
no concuerdan con las de ella. Otro nuevo capí-
tulo de folletín tenebroso en perspectiva.
Pero algo se distingue en la penumbra de
este misterio: al fin, los adversarios de Mielva-
que convienen en decir que doña Mercedes fué
robada contra su voluntad; por eso gritaba, por
eso llamaba ¡cobardes! á sus raptores; pero hoy,
realizado el delito, acepta los hechos consuma-
dos y quiere ser la esposa de su robador. El
amor 6 el escándalo la han vencido. Así es que
al llegar á Douvres se presentaron en la ofici-
na del registro civil y declarándose solteros, pi-
dieron, según la ley inglesa, licencia para con-
traer matrimonio. El jefe del registro lea contes-
tó que según la ley no podían obtener la licencia
de matrimonio sin llevar por lo menos quince
días de residencia en la ciudad. Esto dejó á los
novios desconcertados; la ley no había previsto
el caso en que se encontraban. Mielvaque, que
está en fondos, le dijo al empleado que le daría
cuanto dinero fuera preciso, si los casaba inme-
diatamente. El inglés permaneció inconmovi-
ble... En su consecuencia los novios han decidi-
do esperar el plazo susodicho. ¡Mentira parece
que no haya un país donde casen en el acto!
En esto llegan á Douvres un representante
de la familia Martínez Campos (Rubau Dona-
deu), un oficial de la polii ia francesa y un re-
presentante del consulado de España en Lon-
dres: doña Mercedes y Mielvaque los reciben
en el momento. Doña Mercedes dice: — ¡Están
ustedes equivocados, Mielvaque es el hombre á
quien quiero por marido! — Rubau se queda con-
fuso; y los demás con la boca abierta. Rubau,
luego, quiere demostrar que la señorita Martí-
nez Campos es víctima de un secuestro moral y
material; jjero las autoridades inglesas se nie-
gan á intervenir en el asunto, diciendo: — Aquí
la señorita que es mayor de edad se casa con
quien quiere. — Y Rubau sale prorumpiendo en
terribles voces contra la insensatez de los in-
gleses.
El hermano de la señorita Martínez Campos
y la dama de compañía (Madame Bon) dan por
terminada la campaña, y tristemente se retiran
de la lucha; pero Rubau no es hombre que cede
fácilmente y continúa pidiendo la prisión de
Mielvaque antes de la boda, en la boda y des-
pués de la boda. — Y mientras tantos siguen y
siguen los periódicos de Europa barajando los
personajes do este suceso, divididos en Rubnu-
vislas y Mielv'iquistnf. Estos dicen que doña
Mercedes estaba siendo víctima de una explota-
ción incalificable; que estaba tiranizada por el
matrimonio Bon. Hay quién supone que Rubau
Donadeu tenía el proyecto de casarse con la se-
ñorita Martínez Campos, y que por lo tanto no
ha podido tolerar qae Mielvaque haya sido más
afortunado que él y más listo. Y un sacerdote,
— con quién ha hablado el corresponsal de un
periódico madrileño, — dice que doña Mercedes
estaba dominada por la Bon, y que sólo con
que ésta la mirase temblaba. Vivía cohibida
hasta un extremo que daba lástima; siendo na-
tural que aceptase las proposiciones de Mielva-
que... Pero si has leído Le Ttmps, habrás visto
que el conde de Santovenia ha dicho á uno de
sus redactores: — «Tengo que rectificar el error
en que han incurrido ciertos periódicos respec-
to á mi hermana. Se la describe como una mu-
jer de carácter débil, fácil de dominar y de ima-
ginación novelesca y no es verdad. Mercedes
está dotada de una energía indomable; ninguno
de su familia tuvo jamás ascendiente en su
ánimo. Cuando ha tomado una resolución, es
inútil intentar que desista; porque esa resolu-
ción es irrevocable. En la anulación de su
matrimonio con el conde de San Antonio,
Mercedes no escuchó ni nuestros consejos ni
nuestras súplicas. Quería divorciarse y no la de-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
419
tuvo la perspectiva de un proceso escandaloso. »
Atol a, por lo visto, no se ha detenido tampo-
co en perspectivas.
Pero, no aventuremos opiniones; ni censuras;
ni tomemos partido; ni aumentemos el tumulto
y el escándalo.
A veces, amiga Carmen, los que somos po-
bres nos consolamos de nuestra pobreza viendo
los conflictos, los delitos, los crímenes, las des-
gracias y la infelicidad que suelen traer los mi-
llones.
Acaso doña Mercedes alguna vez en las an-
gustias, ó terrores de este drama, exclamará
mirando al cielo: — ¿Qué he hecho yo, Dios mío,
para ser tan desgraciada?... Y una voz interior
la contestará.
— ¡Ser rica!
Tuyo, Feknanflor.
«
CAMPANAS Y PALOMAS
— Talán, talán... talán, talán...
— Ruuú... ruuú... ruuú...
— Muy buenas, señoras palomas., talán, talán..
¿Ya están Vdes. tomando el sol en el balcon-
cillo del campanario?... Talán, talán..
• — ¡Y que hace una mañana más hermosa que
algarroba madura, señora campana!... Ruuú,
ruuú...
— ¿Y las crías?... Talán, talán...
— Bien gracias, no tardarán en levantarse por-
que en cuanto oyen el alboroto que arma el ba-
dajo de V. doblando: ¡á misa!... ¡á misa!... ¡á
misa! no hay quien las retenga en el nido y co-
mienzan á abrir un pico de á cuarta pidiendo el
desayuno... Ruuú...
— Talán, talán... ¿Ha venido ya el estudiante?
— Ruuú, ruuú... Ya está, libro en mano, junto
al árbol de costumbre.
— Talán, talán... ¿Y el novio de la chica del
ventorro?
— Ruuú, ruuú, ruuú... ¡Pijota! Apenas su ami-
go de V. el sol vino á darle los buenos dias á la
ermita, se plantó ese mozalvete junto al meren-
dero. Ruuú, ruuú, ruuú... |Perdigones!
— Talán, talán.... ¡No juren Vdes. así, hijas,
que al fin son Vdes. inquilinas de esta santa casa,
y no parece bien que nosotras oigamos esas ju-
diadas.
— Ruuú, ruuú... Pero si ese hombre es un mi-
lano de la peor especie y la pobre muchacha
tiene tanta hiél como nuestras crías (¡miren las
campanas hipócritas y no le dan punto de repo-
so al volteo, para que el sol se enamore de ellas
y las bese con sus rayos!)
— Talán, talán... Vamos, vecinitas, no sean us-
tedes murmuradoras (¡estas palomas torcaces
son unas sinvergüenzas!...)
— Ruuú, ruuú... Pues si es verdad. En fin, allá
ellos y hasta luego, esquila, que el corral del
merendero nos llama al almuerzo... ¿Usted
gusta?
— Talán, talán... ¡Muchas gracias y que apro-
veche! Yo voy á dar el tercer toque de misa y
no vuelvo á desplegar el badajo hasta el Án-
gelus.
— Ruuú, ruuú... Pues abur.
— Talán, talán... Adiós.
II
Contaba yo entonces los hermosos veinte
años, tenía muy buena salud y muy poco dine-
ro y con el entusiasmo siempre vivo y el fuego
siempre creciente de la inexperiencia, al modo
que en el corazón la sangre venosa se trans-
forma en arterial para trocarse luego en venosa
y volver á arterial en sucesión continua, na-
cíanme en el alma las ilusiones para morir en
desengaños y resucitar en ilusiones nuevas por
la eterna ley de la vida. Cargábame sobre ma-
nera el bullicio cortesano, andaba muy en tratos,
á la sazón, con los poetas románticos, me co-
deaba con Espronceda impreso ó séase con sus
poemas, y así, con la Metafísica del padre Cefe-
rino bajo el brazo, pues andábame en una li-
laila de licenciatura, me pasaba en mi finca
rural todas las mañanas. Porque yo me las
echaba de rico; y era mi finca rústica, el valle-
cilio que, costero al río, sirve de frondoso ceñi-
dor á la ermita de la Virgen del Puerto. Allí
me esparcía á mis anchas, en mi cuarto imagi-
nario, junto al décimo árbol de la primera calle,
y en la compaña de mis vecinos del piso cuarto,
las campanas y palomas de la torre de la ermi-
ta; los gorriones del segundo, siempre charlando
en las arbóreas copas; y las gallinas del bajo,
aposentadas en la corraliza de un ventorro pró-
ximo. Yo les saludaba á todos, aun sin haberles
pasado tarjeta, con todos me trataba, todos me
conocían y en cuanto los del cuarto me divisa-
ban: Talán, talán... Ruuú, ruuú; ¡ya viene el
estudiante!... decían, y al ruido se asomaban
por entre las ramas de los árboles los inquilinos
del segundo, y pí, pí, pí, pl... pitorreaban; el
estudiante está aquí; en tanto que las gallinas,
mirando por entre los palos de la valla del
corral, cacareaban sin dejarlo: ca, ca, ca, ca, ca,
ca... ¡Venga V. acá!...
Era el ventorro aquel, cercano á la ermita, *
un sucio figón con mal tratado porche de esteras
ante la puerta y un corralillo anexo. Allá á un
lado del porche, leíase en la tapia con garaba-
tosas letras negras: «Se guisa de comer,» pero
en realidad de verdad, lo que para mí se gui-
saba en aquel bodegón que se hubiera antojado
famoso castillo al hidalgo manchego, era, ni
más ni menos, que la propia dicha. Y esta mi
dicha se personificaba en la hija de la ventera,
una muchacha que en la torre de la ermita hu-
biera sido recibida por las palomas como her-
mana, fresca y exuberante de hermosura como
las rosas gansas de Málaga, con un par de ojos
negros que no le cabían en la cara, y una voz
CURIOSIDAD CASTIGADA (Cuadro de Franh Ulrick)
parlera y argentina que traía muertos de envi-
dia á los pájaros.
Aquel diantre de muchacha había concluido
por sorberme el seso; veíala en todas partes con
los ojos del alma; soñaba con ella y su recuerdo
no me dejaba ni á sol ni á sombra. Horas ente-
ras me pasaba mirándola de lejos, desde mi
árbol atisbando los momentos en que traginaba
en sus faenas bajo el porche. Pero toda mi pa-
sión amorosa no rebasaba de semejantes osa-
días, atada por una timidez invencible. Yo
amaba á aquella chica con un cariño dulce y
sosegado, rendíale un culto interno enteramente
platónico, la quería como deben querer las es-
trellas, pero mi ceguera no llegaba hasta el
punto de desconocer de qué modo había que
hablar á aquel ídolo de barro. Y hé ahí el obs-
táculo, pues ni yo entendía jota de trasteos
amorosos por lo chulo, ni me entraba la bazofia
de lo flamenco, ni me daba traza maldita en eso
de conquistar beldades del pueblo.
Todos mis convecinos y amigos, campanas,
palomas, pájaros y gallinas fueron quedando
relegados poco menos que al olvido, ante el
astro que los eclipsaba. Y era preciso tomar un
partido; ella no se me había de declarar y el
fuego crecía. Pero aquella su hermosura arro-
gante y provocativa, saturada del airo picaresco
y procaz de la madrileña de la clase baja, á la
vez me incitaba y me daba miedo. Suspiros y
miradas eran papel mojado para semejante moza;
pasé por fin á medios más prácticos y cien
veces intenté entrar en el ventorro, pedir algo
y ponerme al habla con la muchacha, pero las
ciento me dirigía al figón muy decidido, acor-
taba el paso al llegar á él y pasaba por último
de largo, más encarnado que un tomate. Por
más esfuerzos que hice no conseguí comenzar
aquel idilio, sobre el pié forzado de un plato de
caracoles. Yo no sé si la muchacha llegaría á
enterarse del espionaje, y adivinar tal timidez
y sobra tal de holgura del bolsillo de mi cha-
leco, pues á mí hasta los dedos se me antojaban
huéspedes. Una tarde, enardecido como nunca,
acudiendo á toda la suma de energías que hallé
á mano, sofocando mi emoción intensa, muy
tieso y aparentando gran calma, me encaminó
hacia el ventorro y ya cerca vi á la muchacha
que gritaba tatareando un cantar: — Ya se va el
señorito pelao.
Un golpe de sangre me sacudió el rostro;
toda mi energía desapareció en el acto, se me
atragantó la saliva y en un resto de fortaleza
miré de soslayo á aquella mujer, que clavaba
en mí sus ojos con expresión descarada y bur-
lona, como compadeciendo y mofándose á la
vez del tísico y tronado silbante, que no se dig-
naba tomar jamás, ni siquiera media copa. Y
más contrariado que nunca, también pasé de
largo aquella tarde.
(Se concluirá.)
A. PÉREZ G. Nieva.
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422
LA ILUSTEACION IBÉRICA
REVISTA científica
ACCIÓN DEL ACEITE SOBRE LAS OLAS
Por el grandísimo interés del asunto, no va-
cilamos en dedicar hoy todo el espacio de que
podemos disponer á la reproducción integra de
la memoria leída por el "vice-almirante G. Cloué
en la Academia de Ciencias de París el día 6
del corriente. Dice así el sabio general:
«La Academia se ha enterado ya de machas
comunicaciones relativas á la acción del aceite
derramado sobre el mar con objeto de disminuir
el peligroso efecto de las gruesas olas, supri-
miento la rompiente que las corona. Es lo que
nuestros marinos llaman la larga del aceite (le
filage Je I' huile.)
«Desde la última comunicación, recibida en
la sesión del 2 de Enero de 1883, se han multi-
plicado los experimentos y gracias al celo des-
¡ plegado por la oficina hidrográfica de Washing-
' ton, he podido reunir los informes de doscientos
de esos experimentos, hechos ora á bordo de los
buques de navegación de altura, ora con lan-
chas de salvamento, ó, en fin, á la entrada de
diversos puertos de Inglaterra y Escocia.
LA NOCHE (Alegoría de Franz Lester)
> Después de haber hecho un estudio muy
atento de todos esos informes, no vacilo en de-
clarar que la cuestión puedo darse por rosuelta;
creo, pues, necíísario dar la mayor publicidad á
los resultados obtenidos á fin de que esto medio
ríe salvación ce generalice y se trabaje en per-
feccionarlo.
«Por lo mismo que esta importante cuestión
está demasiado descuidada en Francia he re-
clamado el honor de hablarle de ella á la Aca-
demia.
>E1 medio más generalmente empleado á
bordo de los buques para derramar el aceite
con-sistc en un saco de lona fuerte, de una ca-
pacidad aproximadamente de diez litros, que
>c llena de estopa saturada de aceite; complé-
t;i.-i'- vertiendo aceite encima de la estopa, y, es-
tando sólidamente cerrado el saco, se agujerea
su fondo con muchos orificios por medio de una
aguja de coser jarcias. (Jon viento de proa, hu-
yendo ante el temporal, cuando la mar parece
pronta siempre á sepultar el barco, colócase
uno de estos sacos á remolque de cada ángulo
de la popa 6 algo más cerca de la proa.
»5Iucl)o8 capitanes han preferido suspender
los sacos de la proa, en cada serviola, porqvie
el buque, sumergiéndose y rechazando la mar,
extiende la mancha de aceite y ensancha asi el
camino liso donde quedan suprimidas las rom-
pientes.
>Se ha empleado también con éxito el si-
guiente medio: se llena de estopa saturada de
aceite la cubeta de la roda ó branque de la
proa de cada barco y se vierte aceite por enci-
ma ó bien se coloca en la cubeta un barril de
aceite en cuyo fondo se practica un agujero.
»S¡ el buque está á la capa, suspéndese uno
de los pacos descritos más arriba en la serviola
del viento y los otros sacos á lo largo de la borda,
de diez en diez metros de manera que toquen en
el agua en el balanceo. Muchos capitanes han
colocado los sacos á proa, á sotavento, y les ha
ido bien, no tardando la deriva del buque en
hacer pasar el aceite á barlovento.
»Ha ocurrido á muchos barcos poder utilizar
el filage del aceite con viento en popa redondo
y hasta con viento de bolina lo cual les ha pro-
curado la gran ventaja de hacer camino en lu-
gar de perder tiempo permaneciendo á la capa.
«Desde hace muchos años los botes salva-
vidas de la Australia están ejercitados en fran-
quear los arrecifes durante el mal tiempo con
auxilio del aceite que derraman. Lo hacen sin
correr ningún peligro y sin embarcar una gota
de agua: el aceite traza en medio de las rom-
pientes como un camino liso, á cada lado del
cual se estrellan las olas con violencia.
»Se han llevado á cabo salvamentos de tripu-
laciones apuradísimas, durante
una borrasca, por embarcacio-
nes muy pequeñas, sin que ha-
yan corrido el menor peligro;
hallándose los dos barcos al
pairo uno cerca de otro, el acei-
te derramado por el que estaba
á sotavento había formado en-
tre ambos una ancha sábana
plana, ofreciendo toda seguri-
dad á los botes.
«Muchas embarcaciones car-
gadas de gente procedente de
buques abandonados, incendia-
dos ó sumergidos no han debi-
do su salvación sino al aceite
que se había tenido la precau-
ción de embarcar.
«Todos los informes señalan
la maravillosa rapidez con que
el aceite se esparce sobre el mar
y gran número de capitanes
proclaman altamente que la sal-
vación de su buque solo se ha
debido al empleo que han hecho
del aceite para combatir las
rompientes.
«Durante una travesía de
Boston á Londres, el vapor
Sto'kholm-City, encontró una te-
rrible tempestad de Oeste que
levantó las olas á una altura
enorme. Estando el barco con
sus líneas de carga debajo el
agua y con el puente ocupado
por doscientos bueyes, era im-
posible ponerse á la capa y no
quedaba otro recurso que huir;
pero atendida la gruesa mar
que reinaba esta maniobra se
hacía extremadamente peligro-
sa. El capitán resolvió hacer uso
del aceite. Un saco de lona con-
teniendo estopa saturada de
aceite de linaza fué suspendido
en la popa, en cada ángulo. A ca-
da lado, en medio del buque, co-
locáronse otros dos, y las cube-
tas de las rodas de proa se lle-
naron con estopa en la cual se
echó petróleo, de manera que
se escurriese al mar por los
conductos de la roda. El efecto del aceite sobre
las olas pareció ser instantáneo y las más peli-
grosas rompientes quedaron transformadas en
una marejada inofensiva. Durante una corrida
de cerca ciento setenta millas delante la tem-
pestad, no entró á bordo ni una gota de agua.
«Segundo ejemplo: el capitán Bailey, del bu-
que Nehfminh Gihsnp, previendo un huracán
mientras hacía camino viento en proa, con mar
muy gruesa y que aumentaba constantemente
de violencia, tomó dos .sacos de lona de unas
cuatro pintas de cabida (2 lit. 30) cada uno, muy
agujereados y llenos de aceite de marsopla. Los
sacos fueron suspendidos de cada serviola, de
manera que se mojasen en el agua, y el aceite
reveló pronto su presencia en la superficie del
mar produciendo el efecto esperado. Las gran-
des olas que se precipitaban en el surco del na-
vio con sus crestas rompientes y peligrosas y
que elevándose mucho más alto que el buque
parecían deber tragarlo, experimentaban un sú-
bito apaciguamiento al llegar á la sábana lisa
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
423
producida por el aceite. Las crestas desapare-
cían al punto y pasaban impotentes por debajo
el barco, transformándose en largas ondas de
marejada.
«Tenemos ochenta y un informes como estos
de buques que huían con viento de proa.
»Hé aquí un ejemplo del empleo del aceite
estando á la capa:
»E1 buque Emihj WhUney, capitán Rollin,
encontróse el 25 de Agosto de 1866, sorprendi-
do por un huracán. El peligro que corrían
el barco y la tripulación pareció tan gran-
de al capitán que se decidió á hacer uso
del aceite. Estaban á la capa babor amu-
ras; llenáronse tres sacos de lona de una
capacidad de trece litros con aceite de pino
(Pi.iie oil) y después de haberles taladrado
con una aguja de jarcias se les suspendió
en medio de babor, espaciándolos desde de-
lante los obenques de mesana hasta detrás
de los grandes obenques. Los tubos de ser-
viola de proa fueron guarnecidos también
con estopa saturada de aceite. El efecto
sobre el mar fué maravilloso: el peligro,
que era inminente hasta que se comenzó á
derramar aceite, desapareció como por en-
canto; el mar quedó inmediatamente en
gruesa marejada y raramente entró una
gota de agua á bordo mientras se hizo uso
del aceite.
»La mar estaba plana al rededor del bar-
co hasta la distancia de cincuenta yardas
y se podía ver el aceite hasta tres cuartos
de milla á barlovento.
«Tenemos setenta y dos informes de bar-
cos á la capa anunciando los mismos resul-
tados que el que precede.
»Hé aquí un ejemplo muy interesante
del salvamento verificado en el mar en cir-
cunstancias muy difíciles.
»E1 capitán Greenbank, del buque Míi-
rtha Cobh, yendo de Nueva York á Euro-
pa, cuenta lo que sigue: «Durante una de
las fuertes tempestades del invierno últi-
mo tuve la buena suerte de encontrar un
barco en peligro, cuyo capitán me hizo se-
ñas de que se iba á pique, que sus botes
estaban desfondados, y pedía se le sacase
de allí. Los dos barcos navegaban con el
velamen replegado.
sHabía yo perdido mis lanchas grandes;
loa paveses del barco habían sido arrebata-
dos y el puente era barrido por el mar. El
solo bote que me quedaba era una yoyola
de 4" 80. Hallábame bastante perplejo so-
bre lo que había que hacer, pues mi bote- .
cilio no era capaz de afrontar la mar que
teníamos. Esperé muchas horas, confiado
en que la tempestad se calmaría, pero como
se viniera ya encima la noche sin aparien-
cia de mejoramiento, decidime á hacer una
tentativa para salvar la tripulación del
barco que iba á sumergirse. Mi buque iba
cargado de petróleo y tenía yo muchas
mermas en la cala, lo cual calmaba la mar
á lo largo de á bordo cada vez que se daba
á la bomba. Resolví utilizar eso para po-
ner mi yoyola en la mar.
»Hice colocar los dos barcos de través,
el mío á barlovento del naufragado y puse
mi bomba grande en movimiento. Pero vi
que el buque derivaba más aprisa que el
aceite y por más que tuviésemos compara-
tivamente una mar lisa á barlovento, no
obteníamos resultado á sotavento. Dejé llevar-
me y pasando á popa del otro barco, coloqueme
á sotavento lo más cerca posible. Volvieron á
funcionar las bombas grandes y en el mismo
momento vertimos por los canalones el conte-
nido de un barril de aceite de pescado que te-
níamos á bordo. ¡El efecto fué mágico! En al-
gunos minutos, la mar entre los dos buques y
al rededor de ellos, quedó enteramente aplana-
da. Subsistíanlas largas olas de marejada, pero
las volutas y las rompientes habían desapare-
cido y mi yoyola, con tres hombres, no tuvo
dificultad en remontar á sotavento; hizo dos via-
jes y trajo casi toda la tripulación.
»E1 otro buque, entretanto, había remendado
su bote más chico con jarcia, y se había servido
de él para salvar á sus oficiales y al capitán.
Vigilaba yo los bateles con el mayor cuidado,
pero ninguno de ellos embarco agua durante el
viaje, á pesar de que estuviesen enteramente
cargados y de que el mar rompiese furiosamente
en todas direcciones fuera de la pequeña man-
cha encantada en que se encontraban los bu-
ques. Las embarcaciones no sufrieron la menor
avería, ya sea al acercarse, ya sea mientras se
les izaba á bordo. He comprobado también que
no hay tempestad ó mar gruesa que pueda im-
pedir que dos barcos se aproximen de manera
que sea dable transportar sin peligro, con auxi-
lio de botes un número cualquiera de personas,
cuando el barco que está á sotavento sabe hacer
un empleo juicioso del aceite.»
» Es inútil continuar las citas; todos loa infor-
mes (sin excepción) certifican los resultados ma-
ARABE (Estudio de M. Sozariakl)
ravillosos del filage, del aceite; la demostración
no deja nada que desear.
»Hanse empleado todas las variedades de
aceite, con diverso éxito; hasta se han emplea-
do las grasas derretidas de las cocinas y el bar-
niz ordinario; con todo, los aceites de pescado y
en particular los de las focas y marsoplas, han
sido reconocidos superiores. Los aceites minera-
les han resultado demasiado ligeros, aunque
han dado á menudo buenos resultados; final-
mente, ciertos aceites vegetales, como el de
coco, por ejemplo, se cuajan demasiado pronto
en las latitudes frías.
»E1 aceite no es penetrable por el aire ni por
el agua, y la cohesión de sus moléculas es tal
que no se puede transformarlo en lluvia; el
viento no puede hacer presa en él y'esto es sin
duda lo que causa su maravillosa facilidad de
expansión y lo que hace que por delgada que
sea una capa de aceite, impida al viento obrar
sobre la superficie del mar que recubre.
»Hay otras materias que gozan, si bien, — ala
verdad, — en menor grado, de esta propiedad del
aceite, de oponer un formal obstáculo á la des-
agregación de las partículas del líquido marino
bajo la influencia del viento, y por consiguiente
de impedir la formación de las rompientes. Todos
los detritus arrojados de los buques y proceden-
EXPOSICIÓN nación;^
iin|iv'!j¡;i¡|inilii¡;vi\|iii|"!|''|]ri|iil¡i[|i1i!l|ii|||[lll[|]|ii)|i(liii'':
EL ENTIERRO DE CRISTO, cuadro de Joaquín Rorolla,
e: bellas artes de iss?
)n d¡|,loina de honor de segunda niodalla (Dil.i jo do P Valor)
426
LA ILUSTBACION IBERIÜA
tes de las cocinas 6 de las máquinas, todos los
cuerpos que llotan en masa compacta en la su-
perficie del mar 6 muy cerca de su superficie,
producen el mismo resultado.
>Yo lo he comprobado atravesando un banco
de arenques á Hor de agua de cerca una milla
de diámetro: hacía un viento bastante fuerte; la
mau- rompía todo alrededor, pero en manera al-
guna sobre el banco de peces. Otra vez, atrave-
sando un espacio bastante ancho recubierto de
menudos pedazos de hielo apretados entre si y
procedentes de la ruptura de un enorme iceberg
encallado por sesenta metros de agua, he encon-
trado la mar muy bella en medio de aquella es-
pecie de crema, mientras que estaba blanca de
espuma por todas las demás partes.
» Entre las doscientas observaciones cuya rela-
ción tengo, solamente treinta han anotado el con-
sumo de aceite hecho en un tiempo determinado;
el gasto medio de diez y siete buqiies, corriendo
con viento de proa, ha sido de l'ScJ litro de acei-
te por hora, y la de once buques á la capa ha
sido de '270 litros. Finalmente, dos botes sal-
vavidas han gastado 2'75 litros aceite por hora
UNA BELLEZA GRIEGA
»SI nos representamos un buque corriendo con
viento de proa con una rapidez de diez nudos, re-
corriendo asi 18.250 metros por hora y cubriendo
de aceite esta longitud en una anchura de diez
metros con 2'20 litros de aceite solamente, y si se
nota que un litro de aceite representa 110 seg-
mentos de un decímetro cuadrado cada uno por
un milímetro de espesor, se llega á reconocer
que el espesor de esta larga capa de aceite es
de una fracción de milímetro úin Ínfima, que
Bobrpptija cuanto se puede imaginar.
j Encontramos, en efecto, que ese espesor es
de 1 'J()(Ky) de milímetro; apenas si me atrevo
á enunciar esta cifra tan extraordinaria, que da
un valor muy imprevisto á la vieja locución tan
á menudo empleada: se corre como una mancha
de aceite.
»Si se compara el gasto producido por la larga
del aceite con el valor del material preservado; y
sobre todo, si se hace entrar la vida de los
hombres en linea de cuenta, se ve que no hay
que vacilar y que desde ahora la larga del aceite
se impone á todo buque que las olas amenacen
invadir.
»Por otra parte, el gasto de aceite hecho en
estas circunstancias es considerado hoy día
como gruesa avería por los aseguradores que
reintegran su importe.
«Queda, pues, perfectamente demostrado que
es posible garantizarse de los efectos desas-
trosos de la mar gruesa, em])leando el aceite
con inteligencia. Las oían amenazadoras, en vez
de estrellarse vienen á morir al borde de la sá-
bana de aceite, y solamente la marejada, sin
ninguna rompiente, es la que levanta el barco.
»No hay más hoy que perfeccionar el modo
de empleo, segiin las diversas necesidades, y no
dudamos se llegará pronto á métodos tan prác-
ticos como económicos.
«Añadiremos á lo que precede, que ciertos
trabajos hidráulicos, de una ejecución difícil
cuando el mar rompe, tales como construcciones
de diques, escolleras, etc., podrán ser más fáci-
les con el uso del aceito.
> Así, esperamos que el ministro de Marina,
las Cámaras de Comercio y las sociedades de
Salvamento se esforzarán en propagar la larga
del aceite y fomentar su perfeccionamiento.
Vice-almirante, Gf. Gloué.>
Solo nos resta por nuestra parte manifestar
que hemos tenido la mayor complacencia en
traducir la presente comunicación, á riesgo de
haber incurrido en alguna incorrección técnica,
esperando que la gran publicidad que tiene este
periódico servirá para propagar el empleo de un
medio tan recomendado por el autorizadísimo
marino francés.
Alfredo Opisso.
-*-
EL LICENCIADO CARRILLO
(CONCLUSIÓN^
— Vuestra grandeza sea servida de guiar que
á gloria tengo soguilla y á honor y mucho honor
tener tan discreta y hermosa acompañante.
Rió la moza y díjole:
—Galán sois y merecedor de la dicha que se
08 espera.
Y sin más ni más le empujó á un soportal an-
cho que lo era de una casa señorial que en la pla-
zuela había; atravesaron zaguán y zaguanete y
se encaminaron por una escalera, cruzando por
varios salones de alfombrados pisos y todo esto
en medio de tal oscuridad que no desdecía de
las tinieblas por que pasara el bueno de don Mar-
tín al atravesar plazuelas y callizos.
Detuviéronse al fin y díjole la incógnita:
— Espere usarcé que presto saldrá de penas.
Y retiróse, al parecer, dejando á Carrillo sen-
tado sobre blandos cojines.
— ¡Válame una bruja! — decía transportado el
leguleyo. — ¡Suerte como la mía hay pocasl Te-
ner tan buena estrella que dos minutos no más
de estar en una calle han de hacer que damas
de alto copete se enamoren de mí, y si no ¿á
qué introducirme en estos palacios con tan reca-
tado sigilo? ¿A qué mandar esta servidora (pues
así ahora me lo parece) con objeto de atraerme
y reducirme? Y, sin embargo, no fiaría medio
ducado á tal albur ahora que pienso seriamen-
te. ¿Quién sabe si seré objeto de los apetitos
desordenados de alguna dueña rancia como que-
so pasado? Pero no puede ser; desecharé pensa-
mientos tales y debo creer que de esta salgo
lo menos consejero mayor ó cuando más du-
que, pues de menos hizo Dios á Cañete, y si
nombrara persona, de fijo que pudiera indicar á
más de uno de los que más mosquean cerca del
rey nuestro señor... y quédese aquí que peor es
meneallo.
En tales pensamientos abundaba Carrillo
cuando sintió cerca de sí el roce de un vestido
de seda y un olor suavísimo y aromático, escu-
chando á poco las siguientes palabras en tanto
que una mano se apoyaba en la suya:
— Que bueno sois, don Lope, en venir. Os he
mandado una doncella que no os conoce porque
la otra me vende. Deseo evitaros un gran dis-
gusto y no un menor peligro. ¡Salid de Madrid,
os lo suplico, por el amor que me tenéis!
Quedó suspenso don Martin al verse burlado
en sus esperanzas y ya iba á contestar y á co-
meter acaso alguna picardiguela, cuando se oyó
en la estancia fragoroso y terrible ruido y la luz
penetró á torrentes sobre los que así comenza-
ban á departir.
Pasmóse el licenciado y aun se atemorizó ál
ver por su desventura varios hombres armados
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
427
de tizonas y provistos de luces y uno de ellos
que, al parecer, los capitaneaba, ricamente ves-
tido y armado, dijo con una voz que á Carrillo
le pareció más fuerte que disparo de arcabuz:
— ¡Señora! ¡Por fin, os cogí en el hato! ¡Tiem-
po es ya de castigar vuestras canallescas y be-
llacas liviandades!
— ¡Mi esposo! — murmuró la dama y cayó al
suelo sin sentidos.
— ¿Pies para qué os quiero? — dijo don Mar-
tín y lanzóse en medio de la turba con ánimo de
escapar, lo que consiguió, derribando luces y
atrepellando cuerpos no sin recibir un buen
por qué de palos que le brumaron las costillas
y sin correr siete ú ocho calles, pensando ver
tras de sí á los servidores del burlado esposo.
Molido el cuerpo y angustiada el alma detú-
vose, por fin, en cierta calleja maldiciendo el
momento en que por males de sus pecados pres-
tó oídos á doncelliles ofertas que sólo zurriaga-
zos le habían produpido y di jóse para su coleto
tristemente:
— ¡Maldita sea la hora en que quise darla de
galán creyendo labrada mi suerte y seguí men-
tecato á la doncella de esa señora cuyo esposo
y servidores me han calentado y vapuleado el
cuero! ¿Quién me llamaba, pecador mil veces, á
entrometerme en amorosos entretenimientos ni
á fiar de doncellas (que Dios sabe si lo serán)
cuando la premura de mi objeto era encontrar
la comunidad de fianciscanos? ¡Válate Dios que
así me he de mezclar yo más en ajenos asuntos
como hacerme Papa! ¿Y quién me indicará el
convento á estas horas?
Pensando en estas y otras cosas caminaba,
cuando sintió rumor de conversación y alegróse
pensando encontrar quién al convento le enca-
minara.
Distinguió dos bultos al extremo de la calle-
ja y poco después oyó choque de espadas y vio
en la sombra relucir los aceros.
— Van á matarse, — pensó, — solos aquí y sin
que nadie se lo estorbe; eso es inicuo y no lo
consentiré en mis días, — dijo y echóse á correr
nuestro licenciado llegando prontamente á Ja
esquina donde lizaban loa campeones, que eran
un estudiante y un soldado de la guardia tu-
desca. Lanzóse Carrillo en medio de ambos á
peligro de recibir una estocada diciendo á gran-
des voces:
— ¡Teneos, hidalgos, en nombre de Dios! ¿No
veis que os vais á matar? ¡Alto, os digo! ¡Por
mi estrella!
Paráronse entrambos en repartir mandobles
y dijo con voz vinosa el estudiante:
— ¿Es un corchete? Pues ya que es uno solo
mejor las habrá con dos en su contra,- — y arri-
mándose bonitamente á don Martín, le sacudió
entre oreja y oreja media docena de cintarazos
que le dejaron como las mismas hieles, pues ya
vapulado de anterior le supieron á diablos.
— ¡Voto á trescientos! — juró Carrillo perdien-
do la paciencia y tirando del montante, — ¡Qué
me la habéis de pagar, pues no vine yo, por
cierto, á Madrid para no encontrar sino linter-
nazos á diestro y siniestro!
Como si le hubieran temido mucho, dieron los
otros á correr con todas sus piernas.
■ — ¡Eh! — dijo él sin envainar y dándose aires
de matón, — ¡ya corren los valientes! ¡Tanto lu-
char y tan poco esperar, tentado voy de creer
que se batían de mentirijilla!
Pronunciadas estas palabras se vio rodeado
de alguaciles que decían á voz en cuello:
— ¡Este es!
— ¡Uno de los que se batían!
— ¡Aún conserva en la mano la espada!
— ¡A la cárcel de Villa!
— ¡Dése en nombre del rey!
— ¡Señores, señores, — barbotó don Martín
muy asustado, — yo no soy de los contendientes
sino un honrado legista de Toledo...
— ¡Sí, bueno está el legista!
— ¡Cree el rufián que nos engaña!
— Os confesé la verdad y no me haría gra-
cia que por venir á pretender á la corte y po-
ner en paz á dos bellacos, pasara en galeras el
resto de mis días.
Por fin, al cabo de porfiar mucho y de suplicar
aún más, le dejaron libre merced á una buena
vieja que presenció las cosas desde un ventani-
llo y puso los hechos en claro.
— Tan azorado estoy, — díjose Carrillo des-
pués de haber visto alejarse los corchetes, — que
ni me he atrevido á preguntarles el paradero
del convento; pero quizás esta buena anciana
que ha hecho el beneficio de mi salvación, me
dé las señas del sitio.
Y acercándose á la puerta del casucho, que él
creyó morada de la vieja, dio dos golpes reca-
tados.
Apenas dejó caer por vez segunda el aldabón
cuando entreabrióse la puerta y saliendo por
ella un brazo provisto de una estaca le propinó
tal palo que á poco le hunde un hombro, mien-
tras escuchó las siguientes palabras:
- — ¡Voto á tal, don Caco, que ya sé que venís
de acuerdo con mi criado todas las noches á ro-
barme así que duermo y ya me han faltado tres
ropillas y un tahalí, por Jo cual si no os despa-
recéis al punto, juro á Mahoma que os doblo Ja
ración!
Separóse, don Martín, murmurando:
— Está del cielo que yo no he de hablar esta
noche sin que me cierren la boca á garrotazos;
no tendré más recurso que acostarme en el piso
¡NO. ME ARAN ESI
y esperar el día molido y maltrecho como estoy
que parezco uva madura.
Sentóse en un poyo que en la pared estaba y
trató de acomodarse para dormir, pero sintió
voces y vio al fin de la calle relumbrar muchas
antorchas, oyendo al mismo tiempo prolongados
bufidos.
Salióse al centro por ver lo que era y estando
en el arroyo notó que todo aquello se acercaba
más que de prisa.
Pero, ¿cuál no sería su espanto al ver venir
hacia sí un tremendo novillo escapado, sin duda,
de alguna carnicería y seguido de jayanes que
voceaban como energúmenos?
Dióse á correr como alma que lleva el diablo,
atravesó medio Madrid perdiendo la capa y el
chambergo y jadeante como perro en estío llegó
á una casa de una gran plaza y cayó junto al
portal casi sin aliento.
Allí quedó, solo, en silencio el sin ventura.
La res que le seguía y sus perseguidores que*
dáronso yo no sé dónde y él llegó á la plaza sin
saber cómo.
Tranquilizóse un poco, tomó aliento y miró
en torno de sí. Estaba junto á un ruinoso case-
rón de severo aspecto del cual salían de vez en
cuando, como rachas de cefirillo, acordes dulces
y religiosos.
— ¿Qué casa es esta? — preguntó á cierto vi-
llano que pasaba á la sazón.
— El convento de Franciscos, — respondió
aquél alejándose.
Don Martin se agarró á la aldaba como náu-
frago á pecio salvador, y poco después entre-
abierta una mirilla salió por ella una voz gan-
gosa que preguntó:
— ¿Qué es lo que desea, hermano?
— ¿Es aquí el convento de RR. PP. Fran-
ciscos?
— Si, para servir á Dios Nuestro Señor.
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430
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
— ¿Se puede t^er á fray Félix Mesejo?
— ¿Desea verle ncé á estas horas? ¡Sin duda
es algún amigo que viene á dedicarle este re-
cuerdo!
— Abrid, hermano.
— Sea todo por Dios, — dijo el lego abriendo
la puerta.
Atravesóla el licenciado y vióse ante un mo-
tilón con linterna en mano, que le dijo:
— Siga el claustro y vaya á la capilla que allí
satisiaHl su deseo.
Hizolo así y al entrar en la capilla vio al pa-
dre Félix, pero muerto y entre cuatro blando-
nes. Tt>da la comunidad rezaba las preces de di-
funtos.
El licenciado gritó:
— jMalha3-a de mí, ya lo he perdido todo! —
y desmayóse junto al muerto, falto de fuerzas y
casi de vida.
Es fama que el licenciado Carrillo pasó aque-
lla noche en el convento, asistido por los bue-
nos padres y tomóse á Toledo al siguiente día,
donde cuentan las crónicas que murió en paz y
gracia algunos años después, sin haberle repe-
tido el deseo de volver á la corte, donde tan
mal la hubo por su ambición y deseos de medro.
José María de la Torre.
-m-
EL SACORIO
ROMANCE INÉDITO
En pié sobre el duro trillo
de pedernales sembrado;
el látigo por el ^ñento
y las riendas en \a mano;
sobre el semblante de bronce
el sombrero derribado,
y en su novia el pensamiento
y una copla entre los labios,
el trillador Juan Calores
hace girar sus caballos,
sobre el tapiz que combinan
rubias espigas y granos.
La tarde cierra sus luces
tendiendo sobre los campos
largas y vagas siluetas
de montes y campanarios,
y las mozuelas entonces
con las vasijas al lado,
camino van de la fuente,
y va con ellas Rosario.
Ama á esta linda mozuela
el trillador afamado
que en cien parrandas alegres
probó el valor de su brazo,
pero opuestas una y otra
sus familias á casarlos,
la relación impidieron
de los dos enamorados;
y es de ver cómo en la fuente,
en la iglesia, y en el campo,
cambian los dos sus sonrisas
á espaldas del mundo vano;
y cómo aunque en apariencia
nada le dicen sus labios,
sus corazones de fuego
se están de amor abrasando.
* *
Quebrada salta la espiga
cubriendo el suelo empedrado,
V cerca, en la clara fuente,
Ilénanse á chorro los cántaros.
— » ¡Miradlo, es él, Juan Calores! »-
grita el femenino bando,
y al momento se apresura
á ver trillar los caballos.
En tomo át la ancha pi.sta,
entre carreras y saltos,
la mozas una por una
sube el mozuelo á su lado.
A"cada pliegue que el viento
abre en la falda, al rozarlos,
un estallido de risas
alegra rostros y labios.
Si tiembla la moza, hay gritos;
si el mozo la ciñe, aplausos;
y hay estruendo y hay jolgorio
si salen los dos rodando.
Así subiendo una á una
y otra tras otra bajando,
al trillador se le acerca
la que es su dueño adorado;
y pisando el móvil trillo
con pudor y con recato,
mientras cantan las mozuelas
seguidillas al verano
y de amor palpita el mozo
de la joven al contacto,
así le dice al oído
con acento apasionado.
— «Todo lo tengo dispuesto,
padrinos, gente y caballos,
mañana será el sacorio,
que estés, mi bien, preparado.
Al dar las diez en la torre
tras tu corral te esperamos,
sal por la puerta secreta
y corre luego á mis brazos.
El mismo alcalde en persona
será tu depositario;
los padrinos mis amigos;
y el pueblo, los convidados.
Ya sabes donde te espero,
no faltes á lo tratado,
prudencia, fe, disimulo,
y compostura y recato.»
Y en tanto que estas palabras
dice con trémulos labios,
deshácense las gavillas,
hieren las piedras los cascos,
y de la parva crugiente
saltan brillantes rosarios.
II
Con fiestas en la esplanada
anoche en lo lagares,
y el tajo de la vendimia
dejó cortado la tarde.
En torno de los paseros
la gente empieza á alegrase
con el rumor de la copla
que fué despertando el aire.
Sabrosos cuentos se escuchan
y sentencias y refranes,
y donde espira una risa
un chiste palpita y nace.
Al dulce olor de las uvas
se une el grato del vinagre
y al de fuego de la tierra
el de la fronda sonante.
En el pueblo resplandecen
los candiles al cruzarse;
sentadas junto á las puertas
hablan mozas y comadres;
los perros de los cortijos
ladran allá en lo distante,
y en las oscuras laderas,
entre pitas y chumbares,
resplandecen los paseros
bajo los toldos flotantes.
m
En cercano caserío
del pueblo á una legua escasa,
se oye murmullo de gente
que se remueve y prepara.
Es la gente del sacorio
que siendo las nueve dadas,
hacia el pueblo se encamina
en bien precavida marcha.
Y es de ver á Juan Calores
lucir trencillas y randas,
para agradar á la novia
cuando la lleve á las ancas.
Sobre zapato de cuero
bordado de sedas varias,
botín primoroso enseña
que del tobillo le arranca.
Ciñe luego su rodilla
pantalón de rica lana
que arriba corro á ocultarse
.bajo el doblez de la faja.
Chaleco de fina tela
sobre su pecho se clava,
y envuelve su airoso cuerpo
en chaquetilla de pana.
Encima de la pechera
enseña ojetes y tablas,
y bordados, y labores,
y arabescos de puntadas.
Toda su persona brilla
tan vivida como un ascua;
y para fin de su adorno,
sombrero andaluz lo acaba,
con negras moras por fuera
y dentro forro de plata.
El caballo que conduce
con la Crin suelta y rizada,
muestra ceñida la cola
por un vendaje do grana.
Un aguacero de sedas
le cuelga de banda y banda
y á los movibles caireles
une el primor de las mantas.
Subiendo al pretal las manos
y alzando airoso las ancas,
un castellano anda el potro
mejor que pluma lo traza.
Y este conjunto soberbio
hacen completo en la marcha,
la copla que lanza el mozo
y el aire que el potro marca.
Hasta unos quince caballos
en el calvario se paran,
mientras que novio y padrinos
el pueblo arriba adíílantan.
Es de escvichar á las viejas
al divisar gente extraña,
en los cercanos corrillos
sonar el grito de alarma.
Es de ver cómo las mozas
echan números y cabalas
sobre los hombres que cruzan
con tanto rumbo la plaza.
Es de oir á los chiquillos
siguiendo á la cabalgata,
hacer cundir poco á poco
de las personas la entrada.
Cómo á medida que llegan
de Rosario tras la casa
la voz de alerta y aviso
toma cuerpo y se propala.
Pero es inútil que cunda,
Rosario, toda asustada,
con misterio y con sigilo
cruza el corral de su casa;
empuja luego la puerta
que se halla medio entornada,
móntala al punto el padrino
del guapo novio á las ancas,
y á tiempo que tras del muro
suenan gritos y amenazas,
dejando las duras piedras
llenas de chispas doradas,
los caballos se deslizan
como tres negros fantasmas.
— «¡Un sacorio — grita el pueblo, —
es Rosario la que sacan!»
y añade una astuta vieja:
— «¡Cuando yo me lo pensaba!»
• — Que callado lo tenían.
— Dios nos libre de agua mansa.
— Y el padre ¿no habrá sabido?...
— No ha debido saber nada. ^
— ¿Y es Juan Calores el novio?
— El mismo que viste y calza.
— Pero ¡al calvario! señores.
Y hacia el calvario se lanzan,
á punto que el aire vibra
con las primeras descargas.
— « i Vivan los novios ! » — prorumpe
á voces la cabalgata,
y nuevos roncos disparos
se escuchan en la distancia.
Corre el padre de la novia
armado de todas armas
LA ILUSTBAOION IBÉRICA
431
para ocasionar mil muertes
con su plomo y con su rabia;
pero en medio del bullicio
una voz de las que hablan,
poniendo el grito en el cielo
con soma y malicia canta:
«No te canses en seguir
lo que no guardó tu casa,
porque el amor cuando corre
no lo coge ni una bala.»
*
* *
Por la lejana vereda
lucen vivas llamaradas;
i-elinchos dados al viento
unen su estruendo á las salvas;
en los lagares vecinos
los perros brincan y ladran;
toda la gente del pueblo
se baca lenguas de la bazaña,
y allá, entre el rumor confuso
que forma la cabalgata,
el mozo dice á su novia
con voz misteriosa y baja
mientras que el suegro á lo lejos
blasfema, maldice y rabia:
— «¿Me quieres?» — y ella afanosa
responde: — « ¡Con toda el alma! » —
S. Exteda.
NUESTROS GRABADOS
LA ORACIÓN
Es una de las más excelsas facultodes de la razón huma-
na la de poder elevarse al Ideal religioso y una de sus más
nobles ijreemluenclas la de ponerse en comunicación con la
Suprema Omnipotencia. De ahí que la oración sea uua de
las más augustas demostraciones de la humanidad y que
aun en labios de un niño adquiera mejestad.sublime.
CDBIOaiDAD CASTIOADA
Pensata sin duda ti revoltoso can que Iba á pasar un rato
muy divertido echando á rodar la cesta, pero leuál no serla
su terror al verse acometido por aquellos flerlslmos cuanto
suculentos crustáceos á quienes en su perdonable ignorancia
piscatorial calificó Julio Jaoin de cardenale» de los muren lY
cómo le clavabflu aquellas malditas sus robustas pinzas mi-
rándole Irritadas con sus ojos globulososi Creemos que el pe
rro tendrá bastante con esta vez para no volver á cometer
nuevas indiscreciones.
EXPOSICIÓN NACIONAL DX BELLAS ARTES Di 1887
XL IHTIIBKO DI CBISTC— XH BL PDIBTO.— A LAS FIÍKAS
Hé aquí el Juicio que de los cuadros de los Sres. Sorolla,
Martínez Abades y Silvio Fernández escribe el Sr. D. H. Glner
de los Ríos.
• Et entierro de Cristo, de Sorolla (785), encantará de fijo á
la mayor parte de los concurrentes á la Exposición, Encierra
ese algo misteiioso que seduce y á que nos inclinamos con
la devoción que la emoción estética produce.
•Tamolén es una academia á la cual puede aplicarse un
juicio análogo al del otro cuadro que acabamos de mencio-
nar. (1) Sublimase, sin embargo en éste, todo lo que en el
otro se anuncia, y aparte de que los plés y otros pormenores
de las figuras más deben llamarse laudable Intento de dibujo
que efectivo trabajo, el conjunto hace olvidar los lunares
para que la vista goce en aquella ráfaga de oro que corta el
horizonte, y aquel recogimiento que Irresistiblemente con-
mueve. La figura de la Virgen es encantadora y comunica su
dolor al que la contempla, envuelta en la augusta aureola del
martirio moral. Mucho hay que esperar del ya premiado dis-
cípulo del feñor Pradilla,'
Respecto del cuadro del señor Abades, pensionado por la
Diputación de Oviedo, dice: «Llámase En ti ptterio (468). A
primera vista se nota que el pintor no es un artista formado
todavía; pero al propio tiempo Indica dotes muy recomenda-
bles para este género. SI corrige los tonos agrios del colorido
y sigue esmerándose en la corrección de su diseño, la brillan-
tez de que hace gala llegará á constituir el principal gallar-
don de sus obras.
»Dn episodio de la historia antigua romana, A toa fie-
ras (237), retrata D. Silvio Fernández. Redúcese al momento
en que conducen desde los interiores subterráneas del Coli-
seo los que van á ser destinados á pasto de las bestias fero-
ces. El cuadro resulta poco distinguido en la Interpretación
aunque lo ordinario no sea hijo de un estilo realista. Decla-
remos al propio tiempo que no es despreciable el dibujo, por
más que la falta de bulto lo empobrezca. Algunos de los per-
sonajes encontraron una expresión feliz y otros, en que es
más desgraciada, superaron en cambio i los primeros en co-
rrección y en naturalidad. El atractivo del cuadro consiste
especialmente en una entonación agradable, ti bien raya en
opaca.»
LA NOOHX
Alegoría de Franx Letler
Está representada esa alegoría según todas las reglas del
arte y aun de la cii ncia, pues no faltan tampoco sus corres-
pondientes cabezas de papaver somni/erum. Es un cuadro
muy simpático... para los que amamos el dormir sobre todo
el resto de los deleites de esta vida,
Xr«bi
Estudio de M. Sozanski
iMagnlfico morazol Ello es que los sectarios del Profeta
pueden pasarse muy bien del precepto que les impuso prohi-
biéndoles representar jamás la figura humana, puesto que
no hay pintor cristiano que no se pirre por los musulma-
nes, sobre todo desde que Fortuny sacó tanto partido jde
eus Infieles marroquíes.
UNA BELLEZA GRIEGA
La cosa no tendría importancia si se tratara de una griega
contemporánea de Homero ó Anacreonte; sépase, pues, que
esa belleza es moderna, contemporánea; en una palabra, que
á pesar de su atavio y de su escote es una cismática, que ha-
brá oído quizás más de una vez los discursos del señor Tri-
coupls ó del ciudadano Comondouros. Gracias á Dios, no
degenera la roza de las Helenas, Andromacas y Hermiones,
reforzada por sangre catalana y navarra.
|N0 UE araSesI
Es nn bonito grupo, digno de los honores de un cincel ó
cuando menos de unos palillos. La niña es bonita y alegre,
pero el gato no deja de ser también un Interesante tipo.
EN TIEMPO DE TIBERIO
Cuadro de Luis Wiesilowskí
A la verdad, no ha faltado quien opinara que Tiberio no
fué tan malo como se quiere sostener. Durante su rilnado,
como en tiempo de la Revolución francesa, el pueblo sufrió
poco y aún puede decirse que lo pasó muy bien, siendo las
principales victimas los que por su encumbrada posición po-
dían hacerle sombra al tirano. Si fué horrible en muchas
cosas no le cupo poca parte en ello al Senado, llegado al últi-
mo extremo de envilecimiento. En Caprea llevó una vida
modelo de escándalos, no muy diferentes quizás de los que
se cuentan del difunto Luis II de Bavlera. Probablemente es-
tarla chiflado Tiberio, como lo estaba el Wissenbach de
quién hablamos.
El grabado de"hoy representa el momento en que los deu-
dos de los asesinados van á recoger sus cadáveres de las rocas
de Caprea para darles sepultura. El cuadro de Wiesilowfki
llamó mucho la atención y figura en la Academia de San Pe-
tersburgo.
LA EDUCACIÓN DEL 00NDB8IT0
CONTEMPLACIÓN INTERESANTE
Tierna escena la de esa noble madre enseñando á su hijo
y hermoso dibujo el en que está representada. Verdad es que
no le va en zaga el otro, figura gallarda y á quien, al parecer,
debe interesarle no poco el tripulante del bote que surca el
pintoresco rio, según la atención con que se fija en él.
Es esta lindísima población una de las que se encuentran
alo largo de la Comisa. Tiene, como Ñapóles, una doble ba-
hía y es considerada por la templanza de su clima y la belle-
za de su situación como una de las mejores estaciones de
invierno para las personas delicadas de salud. Forma parte
del principado de Monaco.
ADÁN MICKIEWICZ
(1) El campo de San Francisco, del señor üria.
(CONTINDACIÓN)
Aquí da el poeta libre curso á su indignación
y acude ora en su cólera al sarcasmo, ora á la
virulenta imprecación. Mas todo lo reviste de
mágicos colores y en su rica imaginación lo
trasfigura.
Compónese la obra, calificada de Mistmo á
usanza de los antiguos dramas populares, de
cuatro partes. De ellas tres: La velada de los
muertos, Los Mártires y El PresUterio, ostentan
forma dialogada, siendo la del Viaje á Rusia (ó
del destierro) narrativa.
Constituye el primer episodio, uno á manera
de prólogo fantástico, desarrollado en la vasta
escena, por todo el que circula hedor de ca-
dáver.
En la noche de difuntos se reúne el pueblo
en un cementerio; é insiguiendo una antigua
costumbre, se evoca de sus tumbas á los
muertos. A la formidable voz de un mago, apa-
recen unos tras otros los espectros pidiendo
oraciones, hasta que surje, mostrando ancha
herida en el pecho, fatídica la sombra del héroe,
un mancebo que se ha suicidado por amor y
que por decreto del Altísimo cada año ha de
comparecer en idéntico día para renovar su
horrendo crimen.
Adquiere toda la composición en esta parte
un aire de misterio que estremece. Allí hablan
el mundo real y el de los fantasmas; allí se
funden en algo impalpable é incorcópero espec-
tadores, magos, condenados, y, como dice el
coro de la obra, «oscuro está todo y sombrío.»
En Los Mártires, otra de sus partes, presenta
un cuadro de la persecución ejercida contra los
estudiantes de Vilna, en nombre del czar Ale-
jandro. I, por su augusto hermano Constantino
y el inmundo senador Novosieltzoíí, á quien
pinta el poeta con los más negros colores. En el
delineamiento de este carácter y en las escenas
en que nos lo ofrece en acción, manifiesta el
poeta un temple satírico, mezcla de Aristófanes
y de Juvenal, que no le conocíamos ha.sta
ahora; lo azota y expone á la pública ver-
güenza.
Cruel á la vez y cobarde, cortesano grotesco
y disoluto, es la figura de ese Neron-Panurgo,
de un efecto grandioso, acabada.
Son Los Mártires un drama rigurosamente
histórico, para la traza del cual ha bastado re-
ducir á escenas y dialogar Ija Gaceta de las
tropelías moscovitas. Nunca fué más verdad el
dicho de Napoleón Bonaparte: «rascad el ruso
y hallaréis el tártaro. » En él aparece el propio
autor en persona, si bien bajo los nombres de
Conrado y Gustavo indistintamente, al igual que
sus condiscípulos y amigos Tomás Zau, Kola-
kowski, Sobolewski y otros.
Toda la obra es de un interés evidente
y conmovedora por estar escrita en sangre.
Mas entiéndase que no es el interés de que
hablamos el que se funda en el elemento dra-
mático y la trama con más ó menos artificio
desenvuelta, pues, apenas si Ja obra contiene
acción y está toda ella muy descosida; es el in-
terés que despierta el poeta apoderándose del
alma de los lectores al presentar á su vista, la
pluma chupada en el corazón y empapada en
hiél, una serie de escenas donde un grupo de
adolescentes, en aquella feliz edad de candidos
sentimientos en que revolotean cual mariposas
las ilusiones, vénse envueltos en un proceso te-
nebroso y se ofrecen víctimas expiatorias del
grave delito de patriotismo. A una escena paté-
tica en la cárcel, sigúese otra en los salones de
la aristocracia, y asistimos al espectáculo de los
opresores, digeriendo perfectamente en danzas
y festines tanta iniquidad.
Mezcla á todo ello Mickiewicz el elemento
fantástico, que no podía faltar en un poeta esla-
vo, y está perfectamente encajado este en el
drama. Ya los genios del averno y los del cielo
se disputan el alma de Conrado, á quien sumen
unos en la desesperación, mientras los otros cal-
man sus arrebatos. Momentos hay en que, en
sus delirios, llega aquel á blasfemar de Dios:
«Voy alanzar, — dice en un reto soberbio á la
Divinidad, — voy á lanzar mi voz por toda la in-
mensidad del mundo; pero una voz que retum-
bará de generación en generación; diré que no
eres el padre del universo, sino...» é interrumpe
la voz de uno de los demonios: «El czar.»
En otra de sus escenas, atormenta el espíritu
de las tinieblas á su altér ego el senador Novo-
sieltzoii, presentando este cuadro un efecto ori-
ginalísimo en su compuesto de fantástico é
irónico; es, apropiándonos una frase célebre, una
alegría cruel; la burla sangrienta de la mayor
bajeza. Sueña el senador ver, ante una mirada
de desprecio del czar, desvanecidos sus planes
ambiciosos ¡terrible pesadilla para un inmundo
cortesano cual es él! y arrastran la mitad de su
alma los demonios para baquetearle, salvo en-
cerrarla de nuevo en su cuerpo como enpertera
apestada.
432
LA ILUSTRACIÓN LBERICA
Después de haber tkptmtado algo de lo mucho
digno de admiración que contiene el drama, no
nos extenderemos más sobre él, á pesar nuestro,
por no hacer interminables los lilbites de esta
simple noticia.
Más tarde y en el periodo de cnlmn, casóse
el p<i6ta, y templada su inquieta imaginación al
dulce calor de los l»zo8 de familia, adquirió su
genio bajo tan benéfico influjo algo, si vale de-
cirlo, de más positivo; algo más en relación con
la \'ida real. Eesultado de tal estado fué la pu-
blicación de su novela Tadco Súplica, vasto
cuadro de costumbres polacas, referente á los
tiempos del primer imperio, cuando bajo las
promesas falaces de Napoleón, contaba Polonia
recuperar su independencia.
Hablemos también del Lübro de la Dación po-
lonesa, otro pettdant á las prisiones de Silvio
Pellico, que será un día el breviario de ese pue-
blo tan grande como infortunado. La resigna-
ción y el heroísmo tejen inmortal corona en esa
obra al poeta. Rodea á su patria «lo un santo
amor en ella, y para llegar al alma de sus com-
patriotas, abandonando el campo estéril de la
MENTÓN
lucha, habla en pro de la concordia universal,
asignando á Polonia el papel importante que en
la civilización del porvenir ha de desempeñar.
Y este e« un nuevo aspecto de tan peregrino
ingenio. Mas no siempre su corazón de patriota
se contiene; antes de vez en cuando se desborda
y fulmina el anatema. Es un canto de resurrec-
ción entremezclado de gritos y sollozos. Pero
a levante el tono é increpando duramente á
lo« opresores, entone con desesperado acento el
íi
canto de resurrección, ya evoque recuerdos de
gloria patria é incite á sus conciudadanos al
combata pacífico y tenaz de las ideas, ya se
despedace por fin su corazón al contemplar ani-
quilada á su querida Polonia, ó temple el arpa
de Sión sus arrebatos y escape la plegaria de
sus labios, siempre esplendente ó dolorida y
velada en el misterio, aparece á nuestros ojos,
con su misión santa y providencial, esa nación
victima de inmerecidas desgracias y que ha de
arrastrar en pos de sí las simpatías de toda
alma noble y generosa.
La idea que preside á la composición es la
del martirio de Polonia, ofrecido como expia-
ción de los pecados del mundo, la esclavitud y
la impiedad, y cuya redención ha de ser por
los méritos de esa nación católica enclavada
ahora como el Salvador en la cruz.
(Se continuará.) Ignacio de Genovéb.
iklUliTliCKl: Cicla, VH-iH, ltt¿t Mm li\\tt. — flmntim los dírwhos it propiedad irtislicí j lileririi. — lis recÍMícioDes eo Madrid, al reprísealutí de esU Casa D. Haouel l'lá j Valor, Apodaca, 10, 1."
) INSÉRTESE Ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL ( —^ ■ — —
KaTABLCcuiiairro TirooRAnco os B. Basboa.— CAixa og Villahhobl, «úm. 17 ansjuicuB os Sah Amtomió.— BAncBLOMA.
SEMANARIO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
Año V
Barcelona 9 de Julio de 1887
Núm. 236
UN ABUELO (Cuadro de C. Kroubergor)
434
[JV a,C8TRACI0N IBÉRICA
SUMARIO
Texto.— ifodHd. OarUu á mi prúM, por Ftrnanfior.— ¿o
HOrú. por J. Cinnuí». -Compa«<uiíp<ito»«a«(,concluílón),
por A. Pirci O. Vieyt^—Btvita eintijleay por Alfredo
Oplao.— rípM de «lUa. por Ricardo J. Iranio.— ^yer y
tag (poasU), por Vicente de XruíM.—BibliogTaJia, por
Carto* líendox*.— Naeetroe grabados.— Certámenes lite-
rarios.—.4<i<m MiMaría (oontinaaclón), por Ignacio de
GenoTér.
Qkabidos.- Un abnelo.— Kl genio de la fábnla.— fxpomcuta
Saciomal de BdUu ArUt de ÍSS7: El cadáver del general
Airare* de Castro, ante el pueblo de Gerona. Entrada del
emperador Carlos V, en elmonasteriode Vaste.— El jubi-
leo de la reina Victoria, en Londres.- DeeUraciAn de
amor.— Andrajoe TCigarTOs.—Dlbujos decorativos de Wal-
terCraue ^seis grabados).— La casa del Pretor.— La torre
de la Madona en San Bemo.
M ADRl D
OA.IITA.S -A. IwíTI FUIIuIA.
LA EXPOSICIÓN DE FILIPINAS
po será esta carta, seguramente, la última
que te escriba sobre el gran concurso re-
^K, gional de Filipinas, cuya inauguración
ayer se ha verificado, porque hay en este acon-
tecimiento materia sobrada para que converse-
mos muchas veces. Mi carta de hoy se dirige,
tan solo, á darte una ligera idea de los muchos
aspectos interesantes de esta Exposición, que
producirá, sin duda, grandes resultados para
nuestra grandeza futura; puesto que evidencia
á un mismo tiempo el abandono en que siempre
hemos tenido aquellas islas y sus riquezas y
maravillas infinitas. Aquí en España la genera-
lidad no conocía Filipinas sino es por las rela-
ciones más ó menos apócrifas de los empléalos
que volvían cargados con algunos cofres llenos
de onzas, de abanicos de chinos y de pañuelos
bordados. Para nosotros sólo había en Filipinas
oro y disentería. Los gobiernos miraban con
interés esta región privilegiada ala cual podían
enviar á sus parientes y protegidos, á fin de que
se enriqueciesen y enfermasen. Imaginar que
pudiera traerse de Filipinas algo más que oro
y enfermedad, era una ilusión, y, sin embargo,
por causas muy largas de investigar, pero que
han dado resultados felices, nos hemos traído á
Madrid, casi íntegras, las Islas Filipinas con
BU fauna, su flora, sus casas, sus habitantes, su
comercio, su industria, sus supersticiones y su
prosperidad posible y su atraso efectivo. La
Exposición se ha inaugurado, y nos encontra-
mos con una Exposición magna, importante, in-
teresante, pintoresca, útil, divertida, extraordi-
naria, que ha caído en gracia y que se ha puesto
de moda.
Ya iba siendo tiempo, querida prima, de que
se inaugurase; porque hace meses que los pe-
riódicos nos hablaban todos los días de los
trabajos realizados por la comisión y de las
transformaciones del parque de Madrid. Las di-
ficultades crecían á medida que la Exposición
tomaba cuerpo; se aplazó varias veces; y aun
hoy, después de inaugurada, se aplazará, — se-
gún creo, — nuevamente. Dentro de seis ú ocho
días se cerrará hasta Setiembre ú Octubre. Ha
parecido ya demasiada propiedad tenerla abier-
ta con estos calores.
Al llegar á la Exposición nos salió al paso un
igorrote que pidió lumbre para su cigarro á
mi compañero; después que se fué, me dijo mi
amigo: — Este que V. ha visto es un igorrote,
persona en la actualidad muy sensata; pero que
en otro tiempo era antropófago. — No debe ha-
ber perdido del todo la afición, porque he repa-
rado que se le van los ojos tras los hombres y
las sefioras de carnes abundantes y frescas.
La Exposición ha sido instalada en el mismo
local en que hace dos años estuvo la de Minería;
el antiguo recinto de madera ha sido reempla-
zado por una sencilla verja de hierro. En la
parte más elevada y casi central del recinto,
abraza, ahora, otro pabellón, con armadura de
hierro, esbelto y airoso, que debe quedar ya
para adorno de aquella parte del Retiro. Se en-
tra en este pabellón por una escalinata de pie-
dra, que, en su parte inferior, sirve de embar-
cadero para un lago en que se balancean tres ó
cuatro piraguas filipinas. En la estufa hay cerca
de tres mil plantas traídas del Archipiélago, y
no lejos del palacio central están las cigarreras
iiltimamente llegadas de Filipinas que trabajan
sin descanso en la elaboración del tabaco, dando
muestras de su habilidad extraordinaria. Esta
instalación es de ñipa y caña y ha venido de
Manila. Representa una sección de la magnifica
fábrica La Isabela. La planta principal de dicho
edificio consta de un camarín de oreo en que está
la hoja del tabaco, otro denomido camarín de
mándala en que está amontonado el tabaco para
darle una temperatura máxima, hallándose, ade-
más, en esta pieza muestras de tabaco de todas
clases, y otro camarín destinado á taller de ope-
rarlas y que tiene una especie de palco al exte
rior, desde el cual se hace la venta al menudeo
para el público. Es jefe de este taller la indí-
gena Crescencia, maestra de la fábrica de la
Isabela; y trabajan actualmente, Nicolasa, la
escogedora, Agapita, la lorcedora, y Papay, la
expendedora. Todas son jóvenes, y como la no-
toriedad es una belleza en estos tiempos que
alcanzamos, muchos visitadores las dirigen mi-
radas capaces de inflamar la aromática hoja que
con sus ágiíes dedos trabajan. Para completar
este ligero croquis con algún rasgo trascenden-
tal, te diré que la fábrica Isabela elabora iiipn-
sualmente cerca de cuatro millones de cigaiTos y
remite á Europa por cada vapor de la Compañía,
millón y medio de pesetas en tabaco elaborado
y en rama. Esta sección tiene que ser visitada
por el público en grupos reducidos; el piso es
de caña y la caña es frágil aquí como en Fili-
pinas. Tú dirás que te hablo demasiado del ta-
baco, mas aparte de que el tabaco es materia
tan importante en esta Exposición, lo es tam-
bién para el bello sexo del archipiélago, y en
otra sección podrías ver los Chicotes, cigarros
de gran tamaño que allí fuman las mujeres, en-
contrándolos deliciosos para su vida perezosí-
sima. Yo participo de la repugnancia que á tí
te causa imaginarte una mujer fumadora, por
más que yo he reparado que cuando á uno le
gusta una mujer le hace gracia verla jugar con
el chicote entre los dientecillos, y creo que los
dulces labios de la mujer deben conservarse
sin aromas adquiridos para que de ellos no se
alejen las delicadas mariposas del amor que
siempre I09 andan buscando.
Apenas entramos en el campo de la Exposición
fija nuestro interés la ranchería de los igorro-
tes. Esta ranchería es curiosísima. Es la natura-
leza salvaje trasladada al centro de una ciudad
culta. A la derecha de la puerta y colocada so-
bre un largo palo, hay atravesada la calavera
de un caballo. Este signo tiene por objeto ahu-
yentar las enfermedades de la ranchería. A poca
distancia se ve otro palo largo, colocado á un
metro de distancia del primero, cruzado por tres
delgadas cañas, muy afiladas por sus extremos,
y colocadas en forma de X. Estas cañas, según
los indígenas, ahuyentan los espíritus malignos;
las afiladas puntas les impiden entrar en la ran-
chería. La entrada de la ranchería es tortuosa,
con objeto de impedir una sorpresa y la entrada
súbita y número del enemigo. Allí vemos la
casa tribunal y la cárcel. Una escalera rústica
conduce á la sala en que se administra justicia.
En ella hay una silla en la cual se sienta el
gobernadorcillo, único juez competente enjuicies
criminales. Es muy curioso el juramento de los
igorrotes y te voy á referir, por lo tanto, la ma-
nera que tienen de formularle. Todo aquel que
declara ante el gobernadorcillo, sujeta con am-
bos brazos un tambor y una lanza y después de
dar dos vueltas y decir cuanto sepa respecto á
lo que se le pregunta, el juez le dirige el si-
guiente chaparrón de maldiciones: — Si no dices
verdad, que te parta . el rayo, que el caimán te
coma y la luna te trague, y cuando pases por
un río te ahogues. — Parece que los igorrotes
creen, de verdad, que si mienten les ocurrirá
cualqxiier cosa de estas; así es, que no juran en
falso. El juramento es la única prueba en jui-
cio. Después de jurar se corta la cabeza á una
gallina y con la sangre se le hacen al jurador
cruces en los pies, en el pecho y en la cabeza.
Tantos juicios, tantas gallinas muertas; esto es
lo positivo. La cárcel está en la planta baja; y
cosa extraña, á pesar de que sus paredes son de
frágiles cañas, jamás se ha dado el caso de que
se fuguen los detenidos, á los cuales tampoco se
custodia. Verdad es que los ponen en terribles
cepos.
Frente á la casa tribunal hay un abung de
igorrotes, cuya forma es la de una pirámide le
cuatro lados, completamente iguales. Es de ñi-
pa, dando consistencia á las paredes el bambú
y el tronco de palmera que le sirven de base. La
altura del ohiivg es de dos metros y en su inte-
rior, en uno de los rincones, se ven dos cráneos
que proceden de enemigos ó de víctimas. Pare-
ce que los igorrotes,^ — no respondo del hecho, —
han solicitado reemplazarlos por otros de los vi-
sitantes de la Exposición.
La casa de actas ó negritos es sumamente cu-
riosa; está colocada á dos metros de altura sobre
el suelo; su elevación no pasa de la mitad de su
altura; las paredes son de cortezas de árbol y
rechazan las flechas; una techumbre de ñipa
las preserva del agua. Habita esta casa el ne-
grito Tek; en una de las dos habitaciones en
que la casa se divide tiene su petate; la otra
está vacía. Tek vive muy satisfecho y feliz; con-
versa con los visitantes y el dinero que éstos le
dan lo gasta en aguardiente, — como ves que mu-
chos habitantes de esta capital no viven de otra
cosa y se gastan el dinero en lo mismo. — En to-
das las latitudes hay una cosa que une á los
hombres: los vicios.
La casa de los igorrotes está colocada sobre
un elevado árbol: tendrá de base unos dos me-
tros de longitud por un metro de anchura. Esta
pequeña casa, construida con caña y ñipa y
colocada sobre ramas elevadas de árbol, sirve
de albergue y defensa cuando una ranchería es
sitiada: la casa se convierte en fortaleza y últi-
mo y desesperado refugio.
Este cuadro pintoresco se completa por el
lago, que aquí se ramifica y viene á bañar la
madriguera de un enorme reptil: de un caimán.
La comisión hubiese deseado, sin duda, para
mayor color local, que el caimán estuviese vivo;
pero se ha convenido en que la confianza pú-
blica requería un caimán disecado. A pesar de
esto el monstruo es imponente.
Dentro de este recinto saltan en libertad al-
gunos carabaos y varios corzos, todos destina-
dos á usos domésticos en las rancherías de los
igorrotes.
Ahora, si quieres que visitemos las instalacio-
nes , tendremos que pasar rápidamente por
ellas; pues no hay tiempo en unas cuantas ho-
ras para enterarse bien de aquella multitud de
objetos y cosas aglomeradas en las muchas sec-
ciones de la Exposición; y que son como un ín-
dice de la región tan olvidada de España. En
una de ellas podemos ver minerales variadísi-
mos y botellas do aguas termales, planos y car-
tas geográficas y hasta los cráneos de algunos
famosos bandidos; en otra libros, armas, jarro-
nes de bronce, colecciones de piedras, conchas
y caracoles, hamacas, trajes de las comedias
chínicas de Manila, imágenes bordadas en oro
y plata; cuadros y acuarelas de los artistas fili-
pinos , una colección de navajas para reñir
gallos, amuletos encontrados sobre los cadáve-
res de los tusilanes (bandidos) ni más ni menos
que sobre los cadáveres de los tusilanes de
Despeñaperros; salacots, es decir, sombreros de
carey, concha, nito y buntal, con magníficos
adornos; retratos al óleo de célebres asesinos;
infinitas muestras de maderas preciosas.
No dejaría de interesarte en otro departa-
mento, entre otros trajes, el de una mestiza,
consistente en saya de raso grana y negro y
camisa y pañuelo Rangue bordado. Hay una
LA ILUSTEACION IBÉRICA
435
colección de ídolos; pipas, instrumentos musi-
cales, bandejas, chinelas, zapatos de madera y
cuero... Las secciones tercera y cuarta son la
de guerra y marina; trofeos militares y cuanto
se refiere al material de los barcos y al traje y
armamento del ejército. La sección quinta es
florestal: la sexta es la de agricultura; la octava,
la de instrucción pública, ciencias y artes. En
litografías y en fotografías la industria del
archipiélago está bien representada; los objetos
musicales que ocupan dos tiras formando pen-
dant, son de caña y palo, casi todos, y de me-
nos mérito que curiosidad. Hay unos bustos del
general Terreros y del Alcalde de Manila señor
Elizalde, hechos por Vicente Francisco, escul-
tor que ha venido con la colonia, y que no
había cogido un compás ni había hecho ningún
dibujo hasta que llegó á Madrid.
Son muchos los aficionados que presencian la
confección del abacá, producto exclusivo en Fi-
lipinas, que produce al Archipiélago un ingreso
anual de seis millones de pesos y debiera pro-
ducirle, según dicen los industriales, mucho
más.
Pero, dando punto aquí, á esta carta, sólo
añadiré que la Exposición de Filipinas será el
centro de atracción universal para Madrid; y
que este movimiento irreflexivo, al parecer, de la
moda, que hoy simpatiza con un país y una ci-
vilización que ha mirado siempre con agria
extrañeza, influirá en el deseo de conservar,
prosperar y hacer verdadera y eternamente
propiedad nuestra un país espléndido codicia-
do de poderosísimos extranjeros.
Y en verdad que nos ha dado tarde por las
Exposiciones; pero nos ha dado en regla... Ex-
posición de Bellas Artes; Exposición de Horti-
cultura; Exposición de Filipinas; Exposición
regional de Madrid en proyecto...
Después de todo, una exposición es una cáte-
dra donde aprendemos materias especiales, que
nos hubiésemo.s opuesto decididamente á saber
si no se nos enseñasen con pretexto de divertir-
nos.
Las Exposiciones son Escuelas de niños cal-
vos y de niñas con hijos.
Tuyo,
Fernanflor.
-*-
LA NARIZ
Abstraído en profundas meditaciones me ha-
llaba dando pábulo á fantásticas quimeras que
todos los mortales alimentan en sus momentos
de aparente y agobiada inercia, cuando la im-
prevista presencia de un amigo, de quien pudie-
ra decirse con el poeta, érase un hombre á una
nariz pegado, vino á interrumpir mis infructuo-
sos ensueños. En tal disposición de ánimo, se
comprende que, por una de esas excentricida-
des que no quiero calificar, me fijase singular-
mente en la descomunal nariz de mi desde en-
tonces interlocutor, á cuyas preguntas contestaba
automáticamente, embargado por las impresio-
nes asaz ridiculas de tan enorme bicho y abis-
mado en un cúmulo de consideraciones que se
agolparon en mi mente, sin duda para dar apli-
cación plausible á la existencia de ese «biombo
de los rostros y balsopeto de la frente.»
Que aquel individuo de la especie que rese-
ñamos era á todas luces inconmensurable, no
cabe ni por un momento dudarlo; pero al lado
de éste hay otros que por su delicada forma y
admirable disposición son el encanto de quien
los posee, y, en general, todos ya por los seña-
lados servicios que nos prestan , ya por las facul-
tades que revelan se hacen merecedores de la
dedicatoria que encabeza estas líneas.
Desde luego, y tomando la defensa de este
cachito de nuestra humanidad tan generalmen-
te desconsiderado, hemos de empezar por una
imprecación dirigida á aquellos que en sus bri-
llantes y cuasi siempre hiperbólicas descripcio-
nes del palmito, han incurrido en el execrable
olvido de un calificativo expresivo y adecuado
al soberano papel que la nariz desempeña en
esas controvertidas lides.
Sucede con nuestro protagonista lo que en
sociedad al todo de que forma parte; sólo el que
se agita, mueve y da señales de existencia me-
diante el auxilio de sus músculos locomotores y
tal cual exabrupto de la laringe, logra por estos
solos méritos abrirse paso, aún cuando aquellos
movimientos sean automáticos como los del pén-
dulo y sin mas trascendencia que los del rabo
del cualquier cuadrúpedo al azuzarse los imper-
tinentes moscardones.
Si, pues, lejos la nariz de guardar siempre
esta quieta actitud, fuese como sus congéneres
los ojos, de suyo movedizos ó inquietos, á buen
seguro hubiese encontrado dignos apologistas
que le sacaran de la oscuridad en que vive, á
pesar de su exhibición perenne en el día y en la
noche, en verano y en invierno, desafiando lo
mismo los vividos rayos de un sol tropical que
las intempestivas brisas de algunos grados bajo
cero.
Digresiones aparte, siempre resulta ser en
nuestra economía el órgano que en sus funcio
nes determina el más aristocrático de los cinco
sentidos; porque sólo á los que disfrutan de
tiempo y medios para aromatizarse su persona
EL GENIO DE LA FÁBULA (Froatlspicio de una edición de Lafoataiae, según un cuadro de Gustavo Moreaa)
con los perfumes de tocador, les es dable rega-
larse con las placenteras sensaciones del olfato,
pues los demás mortales sólo pueden aprove-
char los desperdicios de aquéllos, si la suerte ó
la desgracia, que todo podría ser, no les propor-
ciona ocasión para gozar tales beneficios en la
naturaleza, al despertar del alba una de las ma-
ñanas de Mayo.
No deja de tener sus inconvenientes y en más
de una ocasión hemos de lamentar sus imperti-
nentes servicios; pero vayase lo uno por lo otro
y á quien Dios se la dé San Pedro se la bendiga.
A este propósito es digna de mención la ob-
servación de un afamado doctor, según el cual
está el olfato mucho más perfeccionado en el
hombre que en la mujer. Esto explica el abuso,
mejor que uso, que éstas últimas hacen de las
esencias, ¡cómo que no las sienten!
En sus relaciones con el gusto (no estético,
por supuesto), puede decirse que ha dado forma
al arte culinario, y con él á esa inmensa falan-
ge de gastrónomos que pueblan el universo.
¡Cuántas veces las consoladoras emociones de
un exquisito y bien condimentado manjar nos
cautivan y obligan á saborearle!
Y hé ahí, pues, por cuan sencillo medio viene
nuestro héroe á ser causa determinante y sostén
de todo un programa político. Por qué, vamos á
ver, ¿qué son esas opíparas comilonas que con
el nombre de thes, lunchs ó banquetes celebran
cuotidianamente nuestros más afamados políti-
cos al uso, sino la parte más importante de su
programa?
Pero donde resalta la verdadera importancia
de la nariz, es en lo que atañe á su forma y dis-
posición exterior, prescindiendo de todo funcio-
namiento como órgano de nuestro ser y aten-
diendo meramente á su influencia que podríamos
calificar de sociológica.
(Se concluirá.)
í. CiaBANA.
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3
B
EL JUBILEO.DE LA REINA VICTORIA EN LONDRES (Dibujo de Asarla)
I.OJ. trompeteros de Estado aguardando la llegada de la reina á la «badla de Westumlster.-Paso do la comitiva regia por la plaza de Waterlóo.-La comitiva atravesando el mue-
ne Victoria, cerca del palacio de WestumUter.-Vlsta general de la fiesta dada i. los niños de las escuelas de Londres en Hyde Park. -Los niño» del Real Colegio Naval de Green-
wlch victoreando ala reina en TrafalgarSquare.
4SS
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
CAMPANAS Y PALOMAS
(£0KCLC8IÓH)
ni
Un dia, aquella mi finca en la que tan buenas
migas hacia con mis inquilinos, y donde, dando
de mano por obra y gracia de Eros al estudio
del ente, me solazaba con romanzas de esquila,
coros de palomas, conciertos de gorriones y dia-
rias melodías de susurros de hojas, vióse inva-
dida por un intruso que, porque se le puso en
las mientes alquiló un árbol contiguo al mío, y
alli trasladó sus muebles, 6 lo que es lo mismo,
un libro que casi nunca abría. Aquella manco-
munidad de bienes que en modo alguno podía
evitar me irritó grandemente y no me digné
entrai" en amistades con mi copropietario de
arboleda.
Al principio no me llamó la atención la con-
ducta de mi nuevo compañero. Llegaba éste,
sentábase unas veces, paseaba otras, de cuando
en cuando ojeaba el libro su amigo y se iba.
Pero muy luego al marcharse tomó la costum-
bre de parar en el ventorrillo; allí se detenía
unos instantes; tomaba una botella de cerveza
y se partía enseguida. Después alargó su visita
DECLARACIÓN DE AMOR (Cnadro de Pió Ricci)
al figón un cuarto de hora; después media, des-
pués horas enteras; después entre él y mi tor-
mento, la preciosa venterilla, se armaron muy
tirados paliques con ruidoso cortejo de alboro-
zadas risas, y por último, mi copropietario de
arboleda puso papeles á su árbol, y se mudó al
figón y en él se pasaba la mañana entera.
Mordióme entonces una sospecha, y con pro-
funda cólera pensé que el quídam aquel no había
tomado cuarto en la arboleda, sino con las avie-
sas intenciones de enamorar también á Ja chica
del figón. Sino que, más listo que yo ó más cur-
tido acaso en las lides del mundo, dejábase de
ini'it¡](-.s rodeos y se encaminaba derecho al bulto,
dici'';iií¡oIo en la fraseología novísima á la moda.
Tal vf /, fué ilusión, tal vez chifladura que vale
lo jiii.>:iiio, pero 8^ me antojó que las hojas como
que susurraban: ¡es su novio!... y que los pája-
ros: pi, pí, pí... decían, ¡es su novio!... y que las
campanas: talán, talán, doblaban: ¡es su novio!
y que ias palomas murmuraban: ruuú, ruuú: ¡es
su novio!
Una vez más Platón quedaba derrotado; una
vez más triunfaba la materia. Aquella mujer
era solo impuro barro; yo la hubiera ofrecido el
néctar coleste pero ella prefería la picante pi-
mienta. ¡Vaya V. con andróminas y espiritua-
lismos á quien sólo entendía de caracoles y
callos! Yo era entonces poco menos que un fue-
go fatuo, embuti<lo de Lamartine hasta los tué-
tanos, y ella era un montón de carne con todas
las palpitaciones y apetitos de la pasión sensual
y ruda. Adiviné la caída y hasta creo que com-
puse no sé qué elegiacos versos, titulados «Las
alas enfangadas» ó cosa así, dedicados in mente
á la graciosa ventera. Y como era natural, au-
mentóse mi timidez y no volví é manifestar mis
ansias amorosas, contentándome con adorar á
mi ídolo, — así lo creía yo,— desde lejos, y á
imaginarme á aquella mujer vaporosa, con los
cabellos sueltos, cubierta de transparentes cen-
dales, y reclinada en una nube, en la cual y en
la compaña de la moza nos remontábamos los
dos por esos espacios infinitos. No han sido años
después risas, sino carcajadas, las que han tro-
nado en mi boca al acordarme de aquellos dis-
paratados deliquios, profesados de buena fe;
entonces es cuando yo creía comenzar mi carrera
literaria porque colaboraba, de higos á peras y
gratis por supuesto, en El Tulipán azul 6 en El
Progreso de la ñmlizañón ó en cualquier perio-
dicucho ó revista por el estilo.
Y así se pasó aquella primavera, y me licen-
cié y comencé á rodar de veras por el mundo.
Pero antes, una mañana, vislumbré el principio
del fin de aquellos amores venteriles. Aquel
día, la viuda, dueña del ventorro, salió muy
tempranito, á lavar sin duda, pues marchóse con
un regular talego de ropa, apoyado sobre la
robusta cadera y sujeto bajo el brazo. Agoni-
zaba el, mes de Mayo y la atmósfera era caloro-
sa y el aire encendido como si el amor soplase
en el ambiente á dos carrillos. Había como flo-
tando en el éter, algo abrumador ó incitante que
despertaba sensualidades dormidas. Diríase que
todos los avechuchos de la arboleda se busca-
ban; que era más tierno el pitido de los pájaros,
más candoroso el arrullo de las palomas.
La puerta de la venteril cocina se hallaba
abierta. Miré y debí de abrir ojos como platos
ante lo que allá adentro se veía. La muchacha,
mi deidad, permanecía de pié, de espaldas y
apoyada en el fogón; el señorito, mi copropie-
tario, le hablaba con animación vivísima. Ella
debía guardar silencio; él la puso ambas manos
en sus hombros; estaban solos los dos en la co-
cina y en la venta. Sólo un gato dormía cerca,
pero los gatos, no siendo Enero, no se cuidan
de estas cosas ni se pagan de ninguna clase de
papeles sociales.
De pronto dejó él de hablar, y con la furia
del torbellino, con la atracción de fuerzas igua-
les, con espontáneo y mutuo arranque, ella y él
unieron sus cuerpos con la dulce cadena de sus
brazos, soldando esta cadena con el tierno re-
mache de un beso. Luego ella, debió advertirle
á él, algo prudente, y él se desasió y cerró la
puerta de la cocina.
IV
— Talaaaán...
— Tolooón...
— Ruuú, ruuú, ruuú... ¿Quién ha muerto, ve-
cinas?
— Talaaaán... ¡La chica del ventorrillo!... Ta-
laaaán... ¡Nada es la vida humana!...
— Tolooón... ¡Ha muerto de un desengaño!...
Tolooón... ¡Todo lo es la vida eterna!...
— Ruuii, ruuú... ¡Algarrobas! ¿Qué dicen uste-
des? Ruuú, ruuú... ¿De modo que el noviajo del
señorito?...
— Talaaán... ¡No ha vuelto á acordarse de ella!
Talaán... ¡Ay de la que se hunde en el fango!...
Talaán..
— Toloón... ¡Ay déla que se mancha las alas!...
Tolooón...
— Ruuú... ¡Lo de siempre!... ¡El milano!... ¡Po-
bres mujeres!... ¡Pobres palomas!... Ruuú...
— Ta'laaán... Tolooón...
A. PÉREZ G. Nieva.
-«-
REVISTA CIENTÍFICA
Propagación del germen dlfterltico.— £1 alcoholismo en la
lactancia.— Modo de evitar la caída de las correas. —Fetos
viejos. — El serrín como medio curativo. — Las ortigas.—
Contra los torpedos.— Un precursor de M. Pasteur. —Mi-
crófono y Teléfono— El methylal.
Vamos á escribir una revista que, al revés
de la anterior, será á hato fin rompus.
Prosiguiendo suí? estudios sobre las vías de
propagación de las grandes enfermedades con-
tagiosas, se ha fijado recientemente M. Tis-
sier en las condiciones que presiden á la difu-
sión del germen difterltico, deduciendo de sus
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
439
investigaciones, comunicadas á la Academia de
Ciencias de París en sesión del 13 de Junio, que
la difteria es una enfermedad eminentemente
infecciosa cuyo germen, trasmitido por interme-
diación de las polvaredas atmosféricas, tiene por
vía de absorción esencial los órganos respira-
torios. El polvo emanado de los estercoleros y
depósitos de trapos ó de paja es particular-
mente sospechoso, por constituir un excelente
medio de cultivo del germen patógeno; los pi-
chones y la volatería parecen
ser los agentes más activos de
la siembra de esos diferentes
medios infecciosos.
Habida en cuenta la autori-
dad de M. Tissier, nada costa-
ría á las autoridades, y menos
aún á los particulares, no echar
en saco roto su descubrimiento.
M. Decaisne ha recogido un
número bastante considerable
de observaciones respecto á ac-
cidentes graves en los niños de
teta, tales como convulsiones,
vómitos, etc., que hacían temer
no comenzase una meningitis,
siendo así que dependían de ex-
cesos alcohólicos á que se ha-
bían entregado las amas de
leche los días precedentes. En
muchas casas las nodrizas nega-
ban haber infringido el higié-
nico precepto de la templanza,
y los papas les hacían coro pon-'
derando su afición al agua pura,
pero una vigilancia discreta ve-
nía á poner después las cosas
en su verdadero punto. Sirvan,
pues, estas maliciosas observa-
ciones de M. Decaisne para re-
frenar un poco la afición de los
autores de los días de los bebés
á entregarlos á éstos al cuidado
de la mamífera tan admirable-
mente descrita por Pérez Galdós
en El Amigo Manso.
*
Según se lee en el Eco de las
minas y de la metalurgia, fran-
cés, entre las causas que hacen
caer las correas de sus poleas
cuando éstas son lanzadas á
gran velocidad, una de las más
importantes es la capa de aire
que se interpone entre las dos
superficies de rozamiento. No
pudiendo este aire escaparse,
causa sobresaltos que pueden
acarrear la caída de la correa.
El remedio consiste en prac-
ticar agujeros á dos ó tres cen-
tímetros entre sí, en toda la su-
perficie de la correa; el aire se
escapa fácilmente y de este mo-
do se obtiene una marcha re-
gular.
Un señor A. G., le manda á
un periódico parisiense la si-
guiente nota: «Habiendo tenido
ocasión de enterarme de la ob-
servación que M. Sappey ha
comunicado á la Academia de
Ciencias (sesión del 27 de Agosto de 1883) res-
pecto á un feto que permaneció cincuenta y seis
años en el vientre de su madre, he recordado
uu hecho de que fui testigo en Í863 en una ca-
cería en las montañas de Bitche.
«Abriendo una corza que acababa de matar,
encontré, donde debía, un corzuelo muerto, com-
pletamente formado y á téimino, con el pelam-
bre moteado de los pequeños de su especie.
Estábamos en Febrero y el trabajo de las corzas
ocurre á fines de Abril ó principios de Mayo;
el feto permanecía, pues allí, hacía ocho ó nueve
meses en un estado de conservación perfecto.
y lo mismo podía ser desde hacía años. El ani-
mal se encontraba en perfecto estado y su an-
dadura, en la montaña, no indicaba absoluta-
mente nada de anormal.
»En mi larga carrera de cazador, no he visto
sino dos veces un hecho semejante, por más que
hayan sido á millares las piezas que, sin levan-
tar mano, haya vaciado de aquella suerte. La
última vez que lo haya visto fué el mes de
Enero del año 1885, pero este último feto,
también á término, estaba endurecido y arru-
gado, mientras que en el primero no era asi.»
*
M. H. O. Thomas acaba de publicar en el
Provincial Medical Journal un trabajo sobre el
serrín como materia de curación. Toma serrín
ordinario, despojado naturalmente de los nume-
rosos fragmentos puntiagudos ó angulosos que
se encuentran á menudo en él; lo humedece con
una materia medicamentosa antiséptica v lo em-
ANDRAJOS Y CIGARROS (Cuadro de Alfredo Kappes)
plea seco ó
Para darle
húmedo, según las circunstancias.
propiedades antisépticas usa ora
el eucahptol y el ácido fénico, 'ora el ácido pi-
roleñoso y el bicloruro de mercurio. En los
casos de fractura complicada el serrín presta
un doble servicio, jmes absorbe los líquidos de
la herida y sirve para mantenerla inmovilidad;
siive de lecho, do soporte á la parte lesionada,'
que descansa en él sin fatiga. M. Thomas em-
plea el serrín para toda clase de heridas y
declara que le va muy bien. Parece, en efecto,
que dicha materia debe presentar propiedades
absorbentes notables; es fácil de manejar y
debe de ser más cómodo reemplazar algunos
puñados empapados en pus y sangre, que no
rehacer un vendaje entero y colocar de nue-
vo uata ó hilas. Teníamos ya la lana y el papel
de madera; he aquí las hilas de lo mismo. (Re-
vue bcientifique.)
* *
Esto de sacar provecho del serrín nos lleva
como por la mano á tratar de otra clase de apro-
vechamientos no menos estupendos de materias
tenidas hasta el presente por perfectamente
mutiles Tal es el caso de las ortigas. «Esta
planta, dice el periódico antes citado, es muy
abundante en esta época; se la puede utilizar
EXPOSICIÓN NACIONAL
ENTRADA DEL EMPERADOR CARLOS V EN EL MONASTERIO D]
BELLAS ARTES DE 1887
luadro de Agrasot, diploma de bouor de segunda medalla (Dibujo de Poiisoda)
442
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
para pasto de los ganados. Fresca 3' muy eco-
nómica anmenta la producción de la leche en
las vacas y las cabras que la consumen, dando
una fuerte proporción de crema y de azúcar.
»Lo8 brotes jóvenes son arrancados )• aban-
donados algún tiempo al airéaseles mezcla con
tres veces sn peso de avena ó de paja y los ani-
males absorben este alimento con avidez, no
sufriendo en manera alguna su boca por la
acción irritante de la ortiga. Los colonos inte-
ligentes buscan mucho el estiércol qne resulta
de esta mezcla y que es excelente para el cul-
tivo.
> Según la Francia agrícola, los volátiles en-
gordan rápidamente cuando se les pone al ré-
gimen de las semillas de ortiga. Estas semillas
dan un aceite de un gusto delicado, recomen-
dado á las madres jóvenes para favorecer la
secreción de la leche y empleado en medicina
como derivativo en ciertas enfermedades.
«Desde tiempo inmemorial fabrican en la
China telas maravillosas tejidas con la hilaza
de la ortiga blanca. Los tejidos que suministra
la ortiga común, son superiores á los que se
obtienen con el lino más bello, y la materia
textil se enría completamente al cabo de una
semana de permanencia en el agua.»
Es de celebrar que las ortigas, hasta el pre-
sente sólo utilizadas por las comadres que ha-
cían con ellas un cocimiento contra las me-
trorragias, hayan resultado unas plantitas tan
estimables y beneficiosas.
,*
Ha sido siempre articulo do fe que un torpe-
do ó un torpedero pueden destruir el mayor aco-
razado si la explosión se produce contra la qui-
lla. Con este objeto se ha tratado de preservar
los buques contra los efectos de los torpederos,
pero no se ha alcanzado por este camino los
mismos progresos que en el perfeccionamiento
de los torpedos; habíase tenido demasiado en
DIBUJOS DECORATIVOS DE WALTER GRANE: LA EDAD ANTIGUA (Papel Imitación de guadamacil)
poco en un principio á esos destructores mi-
núscolos; y ahora sus poderosos efectos han de-
mostrado que hay que contar seriamente con
ellos.
A este objeto ha imaginado M. E. P. de Celis,
de los Angeles, el procedimiento siguiente, des-
tinado á prevenir la aproximación de un barco
submarino: la quilla está perforada por cierto
número de ojos de buey debajo la línea de flo-
tación; se lanza por esas aberturas haces lumi-
nosos muy potentes que iluminan los contomos
del buque y permiten á los vigías señalar la
aproximación de un torpedero, y así es fácil po-
nerle fuera de estado de poder perjudicar antes
de que llegue á la distancia en que sus efectos
serían peligrosos.
Como este modo de protección no cuesta mu-
cho y nunca están de sobra las precauciones, po-
dría aplicarse quizás á nuestro Pelnyo, aprove-
chando la próroga de seis meses que, según
parece, ha pedido la Societé den forges et chan-
tier» para entregar aquel costoso barco.
Digamos otra vez Nihil vovum sub solé con el
Eclesiastés, ya sea Salomón su verdadero autor,
como creemos los católicos fervientes, ya sea
aquel judío bon vivant y pre-volteriano que ase-
gura M. Ernesto Renán. En efecto, resulta aho-
ra que ya antes de que M. Pasteur inventase sus
inoculaciones más ó menos intensivas contra la
hidrofobia se le había ocurrido lo mismo á mon-
sieur .1. B. Salgues, autor de un Traite des er-
reurs el des prejugés, publicado en París en 1810.
« Los carnívoros susceptibles de contraer la
rabia,— escribía aquel sabio del primer imperio,
—son también los tínicos capaces de comunicar-
la. Las especies inocentes que viven de frutos,
de yerbas, de semillas pueden recibirla, pero no
la transmiten, como si la naturaleza hubiese
querido, por esta feliz excepción, recompensar-
les de sus virtudes pacíficas. Este hecho es hoy
día constante, de suerte que seria tal vez posi-
ble enr/mtrnr en esos iininifiles un virus wás dulce
y travsportarli á las espeñes carnívoras como se
trasmite el virus vacuno á las especies susceptibles
de la viruela. %
Prescindiendo de las inexactitudes y candi-
deces del párrafo anterior,- — exhumado por el
Intermediaire des chercheurs et curieux, — no deja
de ser notable la ocurrencia de M. Salgues, rea-
lizada científicamente hoy por el eminente quí-
mico francés.
*
* *
Añadamos ahora que tampoco son nuevas las
palabras micrófono y teléfono, por más flamantes
que sean los instrumentos que conocemos hoy
con aquellos nombres. Según un periódico elec-
tricista de Nueva- York, la palabra micrófono
fué empleada por primera vez en 1827, aplicán-
dose á un instrumento mecánico inventado por
Wheatstone y cuyo objeto era hacer percepti-
bles los sonidos más débiles. En cuanto á la voz
teléfono no se remonta más que á 1845, sién-
dole tlada semejante denominación á un aparato
inventado por el capitán John Taylor, «instru-
mento poderoso destinado á transmitir señales
durante la niebla, con auxilio de sonidos produ-
cidos por el aire comprimido á través de unas
bocinas.» Olvidado el vocablo, empleólo de nue-
vo _^Sudre en 1864, para significar con él un
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
443
sistema de lenguaje musical que había imagi-
nado.
Claro está que la nomenclatura actual es la
más propia y precisa.
*
Los señores Mairet y Combemale han dado
á conocer recientemente sus investigaciones
sobre el nuevo medicamento llamado Methylü,
basándose en los experimentos practicados en
treinta y seis individuos afectados de enagena-
ción mental y atormentados por agitaciones é
insomnios bajo la dependencia de locuras de
forma y naturaleza diferentes. Parece que, sin
producir efecto hipnótico en la locura alcohóli-
ca y en el período inicial de las locuras sim-
ples con agitación nocturna, el methylal presta
en cambio buenos servicios, generalmente, en
el período de estado de estas locuras simples,
así como en los insomnios propios de la demen-
cia simple, de la demencia por ateromasia y
de la demencia paralítica. En todos estos ca-
sos, empero, excepto en el último, se habitúa
prontamente al enfermo y, por lo tanto, deja
de producir efecto.
El methylal ejerce una acción puramente
sommífera; su impresión sobre el cerebro es
pasajera y no produce ninguna depresión; al
despertar, la agitación del paciente es tan in-
tensa como la víspera.
Sea como fuere, sin embargo, será siempre
digno de aprecio todo agente que venga á enri-
quecer la serie de los hipnóticos, tan socorridos
en la práctica, ya que el médico no puede en
muchos casos desempeñar otra misión que la de
componer los dulces medicamentos que apaciguan
los negros dolores, como decía Homero.
Alfredo Opisso.
TIPOS DE SALÓN
III
Le ha llegado el turno al más ingenioso y ne-
cesitado de los que me he propuesto presentar.
Seamos benévolos con él ya que la fortuna ha
dejado de mirarle sumiéndole en una posición
humillante para su orgullo de cortesano.
Consuélese este mortal, hoy desgraciado,
pensando que todavía puede ser feliz.
Triste consuelo en verdad, y más para el
que, como él, no sabe apartarse del muiidanal
ruido y rehuye el más apetecible bienestar si
para alcanzarlo ha de sacrificarse levemente.
Carácter perezoso y displicente, como buen
hijo del Mediodía español, odia con sus cinco
sentidos al trabajo, porque jamás lo ha cultiva-
do y es tal lo enemigo que le tiene, que hasta
leer una novela le causa fatiga insoportable.
Ha nacido con vocación decidida para corre-
tear por los salones que le son accesibles y por
todos los sitios frecuentados por la aristocracia,
y ha avivado aquella vocación, su excesivo de-
seo de ocupar en ésta un lugar preferente.
Mas como á su deseo y blasones no acompa-
ña el dinero que para conseguirlo se necesita,
hoy ve con tristeza que sólo á medias ha lo-
grado lo que con tanto afán apetece y ya de-
sespera poder alcanzarlo.
Dije que lo consiguió á medias, porque con-
EL POETA Y PEGASO (Entrepaño en plombagina .-FIGURA EMBLEMÁTIGA DEL AIRE (Cartón para mosaico)
curre con asiduidad á casi todos los salones en
que se recibe; trata amistosamente á los más
distinguidos proceres, asiste siempre á los es-
pectáculos en que hay que ver ú oir algo nota-
h\e, pasea en los carruajes más lujosos, y,
sin embargo, tiene que limitarse á vestir con
cierta modestia, á economizar en sus vicios
y á ahorrar cuanto lo es posible en todos sus
gastos.
Está pasando por una situación tan peligrosa
que le obliga á valerse del balancín de más di-
fícil manejo, cual es el ingenio, para atrave-
sarla manteniéndose en equilibrio aunque sea
muy dificultoso en tal circunstancia.
De un lado el recuerdo de sus antepasados y
su ingénita vanidad le producen irresistible
atracción hacia el pináculo, para él inconquis-
table, de la aristocracia; de otro, su amor á la
holganza y sus rentas, si buenas para figurar
decentemente en la clase media, insuficientes
para vivir de un modo aristocrático, le precisan
á sostenerse en un punto medio, y para esto,
además de aguzar el ingenio, tiene que confor-
marse á pasar alguna que otra penuria, con las
cuales se aviene muy mal.
Colocado entre estas dificultades y aquellos
sus deseos, preso entre unos y otros, si consigue
satisfacer las que él considera sus más apre-
miantes necesidades, débese á que generalmente
cubre las llamadas primeras, á costa de sus
prójimos.
Por eso dice, con muchísima razón y ocul-
tando que de ello está plenamente convencido,
que si no tuviera amigos no podría vivir.
Así es, en efecto, pues si careciera de éstos
no le sería posible hacer la vida que hoy hace,
y teniendo que renunciar á ella, renunciaría
también de muy buena gana á la existencia.
Porque hay que advertir que no comprende
ésta, sin el cumplimiento (en todo ó en parte)
de los deseos que uno tiene; lógica consecuencia
de su carácter é ideas, las cuales discrepan bae-
r
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LA. CASA DEL PRETOR (Dilujo de Juan. Gthrtf)
4é6
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
tante de las que sostiene la clase á que él, por
nacimiento, pertenece.
Esto no debe causar extrañosa, porque sobre
él han ejercido y ejercen una grande influencia
las teorías modernas con todas sus numerosas
ventajas y no pocos inconvenientes, influj-endo
siempre mAs los últimos.
Dicho queda, que s^gún afírmación suya, la
vida sin la amistad le sería insoportable, y resta
decir como le va en eete mundo en el trato con
sos amigos.
Si á la fortuna puede hacerle cargos porque
no ha sido más pródiga con él, seguramente que
á la amistad no tiene que hacerle ninguno.
A no ser que corresponda á los favores con
ingratitud y á loe obsequios con voluntario ol-
vido.
Pero como no es de los que asi proceden, á
nadie guarda él más reconocimiento que á la
amistad y á los hombres con los cuales está
unido por ella.
Es, pues, estómago agradecido, porque im-
porta saber que, con arreglo al moiiits vivendi
propio, que há tiempo puso en práctica, en su
alimentación gasta muy poco dinero.
En las comidas sigue la costumbre francesa,
es decir, que almuerza cuando el mediodía está
próximo y come á las últimas horas de la tarde.
Cada día de la semana hace esto último en
distinta casa, pero ninguno en la suya.
Según dice son tantas las invitaciones que
para comer tiene que aceptar, que para aten-
derlas todas se ve precisado con frecuencia á
almorzar en la de algún su amigo.
Los días que no sucede así, ó no almuerza ó
lo hace muy frugalmente.
Por las noches, antes de retirarse y cuando
no le han dado té en la casa á que ha asistido,
toma chocolate en cualquier café 6 en el casino.
Y al levantarse por la mañana (muchos días
ya es tarde) no acostumbra á tomar nada.
Esto es lo que se llama vivir á costa de los
amigos.
Si bien es verdad que paga si no con creces,
como puede, estas distinciones.
Y lo hace prestando servicios á granel y
dando pruebas de la más sincera amistad á los
que se muestran tan galantes con él.
A los más íntimos les ayuda en la difícil ta-
rea de hacer los honores de la casa; si dan al-
guna fiesta en sus preparativos; si una excur-
sión campestre á disponerla.
A los que no trata con mucha intimidad, les
pone al corriente de lo que desean saber de otras
casas que él frecuenta; les notifica anticipada-
mente las novedades teatrales y los adula con
la más refinada lisonja.
De este modo deja á todos igualmente satis-
fechos y captándose muchas simpatías llega á
ser un elemento tan importante en las mesas de
BUS conocidos que todos desean ser sus anfi-
triones.
Una de las buenas cualidades que tiene (la
que más aprecian sus amigos) es que no critica
ni murmura de nadie.
Eb poco hablador y en su lenguaje ampuloso,
pero discreto, se descubre totalmente su carác-
ter beatifico á la par que petulante.
De él dicen lenguas viperinas que es un ani-
mal inofensivo.
Por su buena educación y cariñoso trato se
le estima mucho, pues ambas cualidades esca-
sean hasta en la alta clase social.
Por su vanidosa jactancia de aristócrata de
preclara prosapia, se le censura sin acritud,
porque este es su único defecto, ó más bien, su
sola debilidad.
Es, pues, nn individuo muy digno de ser
apreciado, que pasa la vida haciendo servicios
de mayor ó menor importancia á sus amigos de
elevada posición y cobrándoselos en comidas,
paseos en carruaje, palcos de teatro, jiras cam-
pestres y otras frioleras.
RlCABDO J. IrANZO.
AYER Y HOY
-«-
1871-1886
En un bosque, en nn bosque frondosísimo
paseábamos los dos;
ella era hermosa y buena como un ángel,
y la adoraba yo
En purísimo fuego por mí ardía
su virgen corazón;
con dulce voz me dijo: — «¡Qué felices
vamos á ser los dos!»
Con sus rosados dedos, una linda
flor de brezo cogió;
yo vi á la flor de gozo estremecerse,
y envidia tuve yo.
Sonrió como un ángel, y la hermosa
florecilla me dio,
diciéndome: — «Esta flor sea el emblema
de nuestro tierno amor.
»No ama esta bella flor, aunque tan bella,
el mundano rumor;
busca la soledad en sus amores,
como nosotros dos.
»Esta linda y modesta flor del yermo,
¡cómo la quiero yo!
¡Guárdala siempre, y nuestro amor tiernísimo
siempre bendiga Dios!»
Tomé la florecilla, y á los labios
llévela con amor;
de gozo henchido, en el instante mismo
palpitó el corazón.
¡Oh, día inolvidable! ¡Qué dichoso
entonces era yo!
La vida un paraíso parecíame,
y bendecía á Dios.
Angeles parecíanme los hombres,
llenos de ardiente amor,
— ¡Qué buenos son los hombres, yo íecía,
y qué amoroso es Dios!
Fresco como la flor recién nacida
tenía el corazón;
sólo de nombre el odio conocía.
Era yo todo amor.
Pero ¡ay! el mundo, el miserable mundo,
de ella me separó;
desde entonces, perdida la esperanza,
siempre llorando estoy.
El mundo fea cárcel me parece,
la vida me da horror;
y lloro el día infausto en que, ¡oh, desgracia!
al mundo vine yo.
La flor de brezo que amoroso guardo,
ya no tiene color;
la pobre mustia está, cual la esperanza
de mi perdido amor.
Más valiera que nunca ella brotara,
y nunca viera el sol;
y no se viera mustia, mustia y seca,
como la miro yo.
Más me valiera á mí no haber venido
á este mundo traidor;
así el mundo cruel no asesinara
mi desdichado amor.
Vicente de Abana.
^
BIBLIOGRAFÍA
BETAZOS LITERAKIÜS
por D. Joaquín Adau Berued; Huesca, 1887
Contiene esta colección algunas composicio-
nes de valía, mezcladas con otras en que quizás
se transparenta demasiado la imitación de los
maestros favoritos de la mayoría de los versifica-
dores. Generalmente pertenecen al género ama-
torio, si bien donde á mi juicio se muestra mas
original y espontáneo el señor Berned es en las
que habla de las tristezas y aspiraciones del poe-
ta: la Introducción, Mi anhelo, ¡Ya veremos.'
¡Siempre adelante! Sin careta, ¡Oh, la amistad!
Amor imposible, la CCIV, etc.
En cuanto á los epigramas, adolecen casi
todos de un verdor archi-primaveral.
Es de creer que el Sr. Adán Berned, poeta de
brillantes condiciones, dará pronto una mues-
tra formal de lo que puede, ya que las compo-
siciones de que hablamos tienen en su abono
la falta de pretensiones con que están escritas,
así como la manera como lo han sido, según
cuida de indicar el autor.
* *
LA BABIRA T NUETl-YORK. - DC PUKRTU RICO í MlDEIO
por D. Manuel Fernáudcz Juncos; Puerlo Rico, 1887
Ambas obras se leen con singular agrado ó
interesan vivamente, pues aparte de las amenas
descripciones de los lugares visitados y de la
relación de las emociones y lances del viaje,
encierran multitud de retratos de nuestros más
famosos literatos y políticos estudiados en su
vida intima. Así, por ejemplo, nunca hemos
leído nada tan curioso é interesante sobre la
Sra. Pardo Bazan como el capítulo en que el
autor refiere la visita hecha en la Coruña á la
ilustre autora de La Tribuna. Enviamos al dis-
tinguido escritor puertoriqueño nuestra más
cordial enhorabuena, i
Carlos Mendoza.
-*-
NUESTROS GRABADOS
vn abqblo
Cuadro de Kroubergcr
Hermosa obra en el concepto del claro oscuro; expresión
bien hallada y mucha verdad en todo. No se le puede pedir
más á un pintor de abuelos.
IL GENIO DE LA FXBULA
Acuarela de O. Uoreati
Pocos artistas pueden Jactarse como Moreau de ser hijos
de BU tiempo; en sus obras todas se ve que padece del mal
du Hecle, esto es, de la Insaciable sed de analizar y sutilizar
la vida, del afán de qulntesenciarlo todo y de la manía de
perseguir la resolución de los más misteriosos problemas.
Asi no es de extrañar que haya simbolizado tan magistral-
mente el Genio de la fábula, apartándose de los procedimien-
tos de receta hasta ahora en uso. Nada más exquisito que ese
frontispicio representando una mujer seml desnuda, abraza-
da á un busto de Esopo y montada en un fantástico grifo, al
que sirve de heraldo el peroro azul, caro á los soñadores.
IXPOBICrOK NACIONAL DE BELLAS ARTES DE 1887
ENTRADA DEL EUPERADOR CARLOS T
EN EL uuNABTEiiio DE YOST», dc D. Joaquiu Agrosol
EL CADÁVER
DI ÁLVAEEZ DE CASTRO ANTE EL PUEBLO DE GERONA
de D. Tomát Muñoz Lucena
Del primero de eso's dos cuadros, dice el Sr. Giner de los
Ríos:
«No debe negarse que el cuadro está bien pintado, en
cuanto concierne á la factura; pero á hombres de la talla del
señor Agrasot puede exigirle la opinión mayor esfuerzo, si
han de competir sin desmerecer con la juventud que trabaja
con entusiasmo empujando á la generación de los artistas
consumados. El grupo de sacerdotes revestidos, á la derecha
del cuadro, está sentido y dispuesto de manera Intachable;
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
«L JUBILEO DK LA BEIKA TICTOEU KN LONDRES
Sabido es que el 21 del pasado Junio se celebró en la me-
trópoli británica, con no poco júbilo,— y varias piernas rotas,
—el 50» aniversario del reinado de su graciosa majestad Vic-
toria I. Muchos fueron los festejos y hasta excesivo el entu-
siasmo Inglés, por lo cual, en la imposibilidad de dar un
trasunto gráfico de todo, hemos escogido algunos episodios
y tipos bastante característicos de aquella solemnidad mo-
nárquica.
DECLABACIÓN DE AUOR
Cuadro de Pío Rieei
No hay que hacer gran caso de la amenazadora campani-
lla. Se trata del siglo xviii y entre aquellas damas y caballe-
ros no se tenía por gran pecado ios mayores atrevimientos
en galantería, salvo siempre honrosas excepciones.
ANDRiJOS T CIOABKOS
Acuarela de Alfredo Kappea
El eapecíalümo en el arte conduce á raras preferencias.
Hay quienes se dedican á pintar pichones; otros á pintar sol-
dados; Mr. Kappes fe dedica á pintar negros.
Esta vez el personaje es una morena que harta de trabajos
y miserias, ha buscado en el tabaco,-ese consolador ünpar-
ciai de rlcosy pobres,-un lenitivo á suspenillas.
DIBUJOS DECORATIVOS DE WALTER CBANE
Después de haber sido un dibujante de libros como otro
cualquiera, revelóse Walter Crane eminente dibujante de es-
tampaciones en lelas ó papel, asi como gran modelador de
artesonados, entrepaños, etc. Puede verse hoy en nuestras
páginas una colección de muestras de las obras de este
artista.
LA CASA DEL PRETOB
Dibujo de Juan Oehrls
La escena pasa en Alejandría durante la dominación ro-
mana. Un magnate imperial, gastado, fatigado, enervado,
entretiene su displicente ociosidad jugando al ajedrez con
una hermosa liberU, toda Juventud y gracia. En este dibujo
está escrupulosamente estudiado todo lo accesorio, sin que
cato quite que esté magistralmente reproducida la expresión
propia de cada personaje.
LA TORRE DE LA UADONA EN SAN REHO
San Remo, en el golfo de Genova, es un» población que se
distingue especialmente por su benigno clima, lo cual, unido
á su pintoresca situación, ha hecho que muchas personas
pero el género á que responde la concepción de la obra, en-
caja más en el gusto de un Glsbert que en el gusto del dia.i
Hé aquí ahora el Juicio del propio autor sobre El general
Alvarez:
«Como factura, pocos cuadros hay en la Exposición mejor
pintados. El hombre de la capa, el que inclina su cuerpo con
las manos atrás, la cabeza que se asoma en segundo término
cubierta con la montera, la mujer que oculta su rostro en la
mano, todo el grupo, en fin. Izquierdo del cadáver del defen-
sor de Gerona, puede servir de modelo á la mayoría de nues-
tros pintores.
•La precisión de la luz y la composición del cuadro tam-
bién, son prendas estimables de la obra, Hay algo, sin em-
bargo, en este lienzo que no alcanza á llenar el vacio experi-
mentado delante de él, sin que hayamos conseguido descifrar
•n qué consiste este efecto que notamos. Acaso no resulta
patética la escena; tal vez hay un interés de curiosidad más
bien que de respeto hacia el héroe muerto en los semblantea
de los que lo miran; quizás la figura aislada que se recorta
en el fondo, y que es indiferente, disminuye la impresión
dramática. . . no sabemos en qué consiste, pero á fuer de sin-
ceros, confesamos que en el cuadro supera lo admirablemen-
te pintado á la expresión perfecta de la escena; es decir, que
en nuestra pobre opinión, está mejor pintado que sentido.
Puede ser que no estemos en lo Ju.sto, porque siempre teme-
mos equivocarnos; pero consignamos con entera lealtad
nuestro pensamiento. Y cuenta, que esto no disminuye en
lo más mínimo, nuestra creencia de que este cuadro es uno
de los mejores que encierra la Exposición de pintura.»
Digamos ahora que la señora Pardo Bazan ha emitido
un Juicio bastante severo respecto á los cuadros inspirados
en la guerra de la Independencia. -Ninguno de ellos está á
la altura del asunto, -dice en un artículo publicado en fran-
cés en Le» Matinie» Espagnolea.-'Ka.y dos ó tres aceptables,
pero inferiores al sentimiento sublime que pretenden en-
camar.
■Se debe recomendar la prudencia al pintor, lo mismo
que al escritor, y uno y otro deben medir sus fuerzas antes
de cargar con ciertos compromisos, expouléndoKs á confun-
dir los Episodio» Nacionale» de Galdós con la zarzuela Cádiz.
Siento tener que pronunciar un juicio tan duro, pero la vox
populi es cruel de otra suerte y los concurrentes á la Exposi-
ción no se muerden la lengua.»
447
delicadas de salud fuesen á pasar allí el Invierno; esto ha sido
causa de que fuese necesario agrandar el pueblo, habiéndose
edificado numerosos hoteles, muchos de ellos de grandísimo
lujo, y todos muy alegres, como que á San Remo van las
principales majestades de Europa á curarse los consti-
pados.
-*-
CERTÁMENES LITERARIOS
La Academia de Ciencias y Literatura del Liceo, de Mála-
ga, ha publicado el programa del Certamen que se celebrará
próximamente en cicha capital. Hé aquí los temas:
Primer premio. Diploma de honor y titulo de tocio facul-
tativo del Liceo de Málaga, á la composición poética dedicada
á conmemorar el hecho glorioso de la reconquista de Má-
laga.—Segundo premio. Un objeto de arte, á la poesía con li-
bertad de asunto, extensión y metro.-TERCEE premio. Vn
V'tmplar, lujosamente encuadernado y edición también de
lujo, de una importante obra literaria, al Opúsculo sobre la
influencia de la reconquista en el desenvolvimiento de las
ciencias, letras y artes.
Las condiciones son las que generalmente se acostumbran.
Las composiciones deberán remitirse antes del 31 de Julio al
secretario de la Academia, J. Narciso Diaz de Escovar, jalle
de San Juan de Letrán, número 2, Málaga.
También la pintoresca villa de Sitges se prepara á solem-
nizar con un certamen cientlflco y literario, la fiesta mayor,
qne se celebrará el 25 de Agosto próximo. Numerosos son los
premios, como puede verse por el siguiente eetracto:— I. Flor
naíuroi, ala mejor poesía. -11. Una rosa de oro á la mejor
poesía sobre algún suceso, hecho ó tradición gloriosa de la
patria. - III. Un lirio de plata, á la composición en verso que
cante las glorias ó celebre los hechos del ínclito Apóstol már-
tir San Bartolomé.— IV. La historia de Cataluña, por D. Víc-
tor Balaguer, al mejor trabajo en prosa sobre las Causas que
han producido la emigración y la decadencia del comercio en
la costa de Cataluña y sobre los medios de evitarlas.— V. Una
hoja de plata, imitación de pergamino, con letras de oro y
policromadas, á la mejor novellta, colección de leyendas ó
cuadros de costumbres que presenten colorido local déla co-
marca de Silgos. -VI. Un grupo alegórico de píate, á la más
Inspirada Oda al trabajo.— VI[. Un magnifico objeto de arte,
al autor de la poesía lírica más inspirada que al certamen sé
presente.— Vni. Un precioso objeto artiMco, á la mejor Oda
á. Cuba. —IX. Un bronce artístico, con Upiin conmemorativa
de plata, al trabajo que desarrolle mejor el tema: Naturaleza
de los terrenos laborables de Sitges y comarcas limítrofes.
Cultivos Indicados con ventaja en el caso de que alguna pla-
ga destruyese la vIña.-X. Una hermosísima joya artística,
al que con más competencia desenvuelva este tema: ¿El en-
cabezamiento de los vinos es perjudicial á la salud pública?
en caso negativo detállense las condiciones en que puede per-
mitirse.—XI. Un grupo simbólico con los emblemas del Tro-
vador esculpidos en oro y plata, á la mejor colección de can-
ciones populares describiendo en alguna de ellas tipos ó
costumbres del país.— XII. Un bronce artütieo á quien más
inspiradamente celebre en catalán á D. Juan I de Aragón, el
Rey Cazador y amador de la tientlleza.— XIH. Un ejemplar
de la Historia contemporánea, por César Cantú, al trabajo en
prosa que mejor se ocupe en el siguiente tema: Importancia
de la imprenta en los pueblos. Mejoras morales y materiales
que les proporciona.- XIV. Una papelera de piel de Rusia,
que se adjudicará al que presente en verso el mejor cuento mo-
ral.—XV. Una artística plancha de plata y mármol, ofrecida
por la redacción deEl EcodeSitges para recompensar al autor
de la sátira escrita con más inspiración y buen gusto lltera-
rlo.-XVI Y ÚLTIMO. Pna íoyo de plata y oro A la más inge-
niosa composición festiva, genuinamente humorística.
Las composiciones deberán remitirse antes del 5 de Agos-
to, á D. Francisco Huguet, secretarlo de la comisión organi-
zadora del certamen, Sitges (Barcelona).
Todas las composiciones, excepto la XH, podrán estar es-
critas en catalán ó castellano.
-*-
ADÁN MICKIEWICZ
(oontinuaoiOk)
Su estilo bíblico la asimila en un todo á «La
visión de Hebal,» del un día aplaudido y olvi-
dado hoy Ballanclie, el filósofo místico y so-
brado germánico; ofreciendo por igual no pocos
puntos de contacto con las obras del abate La-
ínennais, si anterior la primera á la producción
del poeta polonés evidente imitación las últi-
mas de esa obra tan rica de poesía y de imá-
genes.
Publicóla el autor en París y cuando la co-
lonia de emigrados se agitaba vanamente bajo
la presión de cierto visionario fundador de Ja
pretendida nueva religión del Mesianismo, al
objeto de agruparla bajo una bandera. Para
conseguirlo afea á sus compatriotas el espíritu
de discordia que entre ellos reina y que esteri-
liza toda idea fecunda de patria, imaginando la
sene de Parábolas que matizan la obra y que
destacan como en plácida noche las estrellas
Incítales á que desechen toda idea estrecha de
partido, «pues cada uno de vosotros, dice, lleva
en su alma la semilla de las leyes futuras; tanto
más mejoraréis y engrandeceréis aquélla, tanto
más corregiréis vuestras leyes y extenderéis
los limites de vuestra patria.»
Vamos á entresacar de ese hermoso libro es-
crito bajo la inspiración elevada de un espíritu
de concordia piadosamente evangélico alguna
de sus reflexiones, excusando decir si son ahora
más que nunca de oportunidad.
Se dirige el poeta-moralista á los deste-
rrados.
«Se os dice con frecuencia que estáis entre
las naciones civilizadas y de consiguiente que
justo es os civilicéis. Mas sabed que cuantos os
hablan de civilización no aciertan con el con-
cepto verdadero de esa palabra.
Atended á que civilización, está derivado de
civis, ciudadano, y significa ñvismo. Y se lla-
maba ciudadano al hombre que se consagraba
á la patria, como Sóvola, Curius y Decius; se-
mejante sacrificio era un acto de civismo. Fué,
pues, una virtud pagana menos perfecta que la
virtud cristiana que ordena el sacrificio no sólo
por su patria sino por el hombre. Con todo, esto
era siempre tenido por una virtud.
Pero más tarde y cuando hubo la idolatría
confundido las lenguas, se llamó civilización á
la buena comida y al vestir fastuoso, al có-
modo lecho y espectáculos gratos.
No sólo un cristiano, sino hasta un pagano
de Roma que resucítase y pudiese ver á cuantos
se apellidan hoy civilizados, se indignara y les
preguntara con qué derecho se atreven á arro-
garse un título que deriva únicamente de la pa-
labra civis, ciudadano.
No tanto admirar pues á las naciones que en-
gordan con el bienestar ó que son industriales y
están bien administradas.
_ Por qué, si la nación más opulenta, que come
bien y bebe bien, ha de ser la más estimada,
debierais estimar entre vosotros á los hombres
más corpulentos y robustos. Idénticas cualida-
des pueden poseer las bestias, mas al hombre
otra cosa le es necesaria.
Si las naciones industriales han de ser reputa-
das perfectas, ¿no sobrepuja á todas la honniga
por su industria? Mas al hombre otra cosa le es
necesaria.
Y si las naciones mejor administradas han
de ser reputadas perfectas, ¿dónde habrá mejor
administración que en una colmena? Mas al
hombre otra cosa le es necesaria.
Por qué, la sola civilización digna del hom-
bre es la civilización cristiana.
En 1839; fué llamado á Suiza, Mickiewicz,
para desempeñar la cátedra de Literaturas an-
tiguas que ocupó breve tiempo, trocándola más
tarde por la de los pueblos eslavos, compren-
diendo el polaco, ruso, servio y bohemio. Mere-
ció esta distinción por parte del gobierno de
Luis Felipe, al crearse en el Instituto de Fran-
cia, á propuesta de M. Coussin, la cátedra de
lenguas eslavas que solo duró cuatro años, pues
surgió un conflicto merced á una nota diplomá-
tica de Rusia cambiada con el gobierno francés
referente á ciertas apreciaciones políticas que
se permitía el poeta y que invadían ya sobra
damente en sus lecciones el pacífico campo de
las letras.
Puesto en grave compromiso el Gabinete,
nada creyó mejor que cerrar el curso y salir
con ello de compromisos. A determinación tal
mucho contribuyeron la baja envidia y las intri-
448
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
gas de buena fracción de emigrados poloneses.
Ya en esa época tabia sufrido Mickiewicz la
influencia del Mosianismo que fué para él fatal,
pues sobre los perjuicios que le ocasionó en el
terreno moral y político, oscureció algún tanto
su inteligencia. Desde entonces complacióse en
dar á sus obras un carácter místico extraño é
incomprensible. Defecto es est* de que adole-
cen por punto general los mayores ingenios de
Polonia. Léanse las producciones de concepción
& menudo gi-andiosa y atrevida de Slowacki y
el poeta anónimo, y se verá que todo se envuel-
ve allí en la alegoría y el misterio, siendo for-
zoso en no pocas ocasiones una clave que venga
á dar el sentido oculto que entrañan.
jParticular organización la de ese pueblo es-
lavo! Su historia y su literatura atestiguan á
cada paso la mezcla heterogénea del espíritu
del Nort« reflexivo, profundo, y de influencias
meridionales. Ofrecen un pensamiento velado
entre sombras; un sentimiento que vibra me-
lancólico y tierno, y súbitamente no es raro
que esplendoroso se ilumine el concepto, ha-
ciéndose toda alusión clara y transparente,
como tampoco que se resuelva el llanto en ale-
gría y brote la risa de entre el dolor. En el te-
rreno político les veremos, tenaces en su
actitud hostil contra el opresor, blasonar y
justamente de un valor y constancia á to-
da prueba, y en luchas intestinas y esté-
riles sobre lo que menos debe importar, la
r^. ■; forma de gobierno, pierden lastimosamen-
TORRE UE UA MADONA, EN SAN REMO
te lo que de mayor monta es, la nacionalidad;
aconteciendo con ellos lo consabido de la añeja
fábula de la lechera, que al hacer ceuitillos en el
aire se quedó sin cántaro y sin leche.
Raza fuerte y pensadora, participa en suma
de toda la movilidad y todas las veleidades del
carácter meridional.
Hombre de pasiones violentas Mickiewicz,
sostuvo en París acerba polémica con su cele- '
bre compatriota Slowacki, siendo iniUHos cuan-
tos medios se pusieron en juego para rpconci
liarlos: geniis irritábile vattim. Y en verdad que
entre los dos era el antagonismo inevitable:
poeta de combate el iiltimo, rechazaba indigna-
do cuantas medidas pacificas Mickiewicz pro-
ponía para el triunfo de la causa de Polonia.
Mas no salimos garantes, dada la vanidad del
amor propio, de si originó conflicto semejante
entre dos glorias que debían adorarse, el silen-
cio guardado por el cantor de Grazina tocante
su opuesto rival en el curso de literaturas es-
lavas, por conceptuarle destituido de aquel
perfecto equilibrio y mente sosegada que solo
en su concepto pueden producir obras dura-
deras.
Damos estos detalles por serlo muy curiosos
de historia literaria.
Fué Tadeo Soplica la postrera obra que en
vida publicó el cantor de Wallenrod, en ade-
lante muerto yapara las letras merced, como se
ha dicho, al funesto influjo del Mesianismo.
Una vez llegados á este punto, tenderemos un
velo piadoso sobre los últimos años del escritor,
teniendo en cuenta que nada hay más respetable
que el genio en la adversidad. Baste solo decir,
para terminar, que desempeñó durante algún
tiempo la plaza de bi-
bliotecario del Arsenal,
en París, que dejó va-
cante la muerte de Car-
los Nodier; y siendo
mandado más tarde á
Oriente por el gobierno
francés al objeto de pre-
parar las bases y orga-
nizar las legiones pola-
cas destinadas á comba-
tir en la guerra contra
Rusia, falleció en Cons-
tantinopla y en el mis-
mo año, el de 1855, á los
cincuenta y seis años de
■ su edad, víctima de un
ataque fulminante de
apoplegía.A ello pudo
sin duda contribuir aca-
lorada dLsputa que po-
cos momentos antes sos-
tuvo con varios compa-
triotas que bajo capa de
emigrados y vendidos al
enemigo, fomentaban
secretamente la discor-
dia para con ella con-
seguir la destrucción de
toda esperanza de resu-
rrección para Polonia.
*
Léase ahora su bella
casida oriental , émula
de Mazeppa y fogosa co-
mo la vertiginosa carre-
ra que describe de un
árabe á través del de-
sierto. Podrá estimarse
como un símbolo de ese
pueblo que no ceja ante
los más grandes obs-
táculos, la culpable in-
diferencia de Europa y
las lanzas cosacas, y cu-
yo triunfo será mayor
cuando, como el animo-
so ginete, avergonzada
el águila altanera y des-
trozado el huracán del
desierto irradie en un cielo de gloria y bien-
andanza.
(Se concluirá.) Ignacio de Genovér.
ttmblRACiÜI: Ctnu, 36S-367, Kiaói loliau, Uittr.— Rtunito Ut derechos de propiedid irtistiu j liUrarit.— Us reclamacioDes eo Madrid, al represenUote de esta Casa D. MaDuel Plá j Valor, Apodaca, 10, 2.°
) INSÉRTESE Ó NO, NO 8B DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL ( —
BSTilBLBCIUnilTC TlPOOtUrlCO os B. BASBOA.— CALLB DB ViLLARKOBL,, MÓM. n, BHSAHCHB OB SAN ANTONIO.— BARCBLONA.
SEMANARIO CIENTÍFICO. LITERARIO Y ARTÍSTICO
Año V
Barcelona 16 de Julio de 1887
Núm. 237
PINTURAS NORTE-AMERICANAS: A LA AMBULANCIA (Cuadro de Gilbert Gaul)
450
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
áUM A RIO
Texto.— Jfodrtd. Oartat á wU primux, por F<m*nflor.— Jfu-
jera de la noMia tomtempmánea: Mttjere* de Daudet, por
IU£»el Altsmin.- Jl^iotieníii de Bella» Arte; por R. Blaa-
eo AmoJo.— £« aori» (ooDClatlónt, por J. Cinrana.— ¿a
tattital d* Viryttia. por B. Moralea SinmarUa.-£I Qe-
m(o(po«UX por Eduardo Pato Slurllnei.— Nuestro* gra-
h»á<».—Adam ITieUfwín iooncluslón), por Ignacio de Ge-
Dorér.
Geaiido».— PinturaK norte-americanas (3 grabados).— fqw-
tietón NaeioneU de Be'lai Arte» de 1887: MalaMÜa y su
hija.— El Viático.— Kl arte en Australia (-1 grabados).—
Madrid: Exposición general de las Islas Filipinas.— El
castillo Hoghion iLancashire, Inglaterra), Terraza del
Norte.— Antiguas porcelanas de China (8 grabados .—Loa
dramas de Shakeipeare (2 grabados).— Capilla de Ntra. Se-
ñora de U Goardia. cerca San Remo.
M ADRI D
C^VUTA-S A. lull ■p-RXTsO.A.
SERES INFERIORES
SADRIU se dispersa, 3- los que todavía per-
manecemos aquí, no sabiendo que hacer
nos vamos por las tardes á la ExpoBÍ-
ción de Filipinas. La Exposición, según parece,
seguirá todo el verano, procurando sostener el
interés con fiestas especiales; en las cuales ha-
rán primeras figuras los igorrotes con sus dan-
zas y simulacros. Algún periódico, con este mo-
tivo, dice que la Exposición se va convirtiendo
en un espectácido semejante al que ofrecen en
tiempo de ferias las barracas de los titiriteros,
domadores de fieras y empresarios de salvajes
más 6 menos auténticos. Lo que debiera ser
concurso civilizador se transformará en un circo
más, por lo visto. A eso dirá la comisión que
necesita atraer al público y que hace lo que
hacen los comerciantes de los baratos, los cuales
alquilan algi'in enano y le visten carnavalesca-
mente para que la gente entre en la tienda y
despachar el género. Lo malo es que en la Ex-
posición hay poco género que despachar. L»
gente va porque es más sencillo y económico el
viaje á la Exposición que á las Filipinas, donde
sólo puede irse de empleado del gobierno y con
el laudable propósito de traerse á España hasta
la coleta de los chinos. Pero ya te dije, prima,
en mi carta pasada, que estaba de moda la Ex-
posición y que los Uoves del día son los igorro-
te.s. Estos se han acostumbrado al aplauso, á
las propinas y á dar representaciones de sus
ritos. Ayer mismo se repitió la fiesta inaugural
de sus casas; se mató un cerdo, se roció con su
sangre las viviendas al son de los cánticos sal-
vajes, y en fin, hubo en pleno Retiro una ./«« ja
de negros extraordinaria. Para nadie es dudoso
que el terreno que hoy ocupa la Exposición y
los edificios construidos quedarán destinados á
otras Exposiciones; se incuba la idea de que la
ranchería de salvajes, con sus casas en el aire y
su flora y su fauna, queden definitivamente
afectos al parque de Madrid. El terreno de la
Exposición quedará afecto á las Islas y gober-
nado por su capitán general, del cual, claro está
dependerán también los igorrotes. Si estos sal-
vajes, lo que no es de esperar, son demasiado
sensibles á la civilización y se adulteran, serán
sustituidos por otros legítimos, para que siem-
pre tengamos verdaderos salvajes.
Dejando esto aparte, mi visita de ayer fué
muy entretenida por haberla hecho en compañía
de un amigo mío naturalista y que ha estado en
Filipinas bastante tiempo. Por esta razón nos
fijamos con mayor detenimiento en los animales
vivos y muertos; los que, después de todo, son
la parte expositiva que el público mira siempre
con mayor interés; pues al hombre siempre le
atrae cnanto tiene 6 ha tenido instinto, razón,
alma, vida. Así es que se podrá preguntar al
público de muchas cosas notables y aun extraor-
dinarias de la Exposición, sin que se muestre
enterado de ellas; pero seguramente habrá repa-
rado en los carabaos, en la serpiente viva, en
los murciélagos enormes disecados, en el cráneo
descomunal del caimán, en la colección de ma-
riposas y en otros seres raros ó restos de seres
misteriosos, más ó menos útiles ó funestos. Nos
suelen chocar más aún que las especies desco-
nocidas, las que conocemos si afectan caracteres
6 proporciones diferentes, y ningún animal in-
verosímil no asombra tanto como los murciéla-
gos que tienen cuatro ó cinco palmos de longi-
tud de extremo á extremo ó el cocodrilo, que
después de todo, no es más que una lagartija
excesivamente desarrollada.
Mi amigo el naturalista me decía que en Fi-
lipinas se acostumbra uno á estas exageraciones
de tamaño; que no sólo' existan en loS animales
citados sino en otros muchísimos; me decía que
él habla visto ratas de seis cuartas de largo. Es
de suponer que para estas ratas habrá gatos en
la conveniente proporción.
Pero lo que en este, país clásico del toreo sor-
prende á todos sobremanera es el carabao, espe-
cie de buey que tiene los cuernos puestos del
modo más singular, echados atrá.s, como si no
quisiese caer en la tentación de ofender con
ellos. Mi amigo me habló de este animal larga-
mente y concluyó por hacerle simpático, y cuan-
do tú leas sus muchas cualidades materiales y
morales le concederás también tu estimación.
Es el compañero inseparable del indio, como el
asno ó el burro lo son de nuestros labriegos: le
sirve de medio de locomoción y transporte; su
inteligencia, su actividad, su paciencia, son im-
ponderables; nunca se rinde al trabajo; dejarle
únicamente que en las horas de la siesta se re-
focile en las aguas ó en el cieno de los esteros;
esto le basta para ser dichoso y estimar y ser-
vir plácidamente al amo. Lo mismo come yerba
fresca que seco rastrojo y pudiendo bañarse to-
dos los días goza de admirable salud. En cam-
bio el indio estima su carabao sobre todas las
cosas; le considera como de su propia familia y
suele cogerle la cabeza entre las manos y aca-
riciarle y hasta decirle palabras tiernas al oído,
como si el animal las comprendiera, — que des-
pués de todo, sí las comprende. — Como el penco
del famoso gitano el carabao lee, pero no pro-
nuncia, es decir que obedece á las voces del in-
dio y hasta á sus más leves indicaciones...
Cuando su amo le carga demasiado y teme el
peso vuelve mansamente el hocico y en un pro-
longado mugido expresa que tiene ya carga
suficiente; si su dueño es un chiquillo, una vez
suelto sabe arrodillarse para que éste pueda
subir sobre su lomo, y en todas ocasiones da
muestras de su buen deseo, de su mansedumbre
y de sus cultas maneras. Alguien ha dicho que
la sola familia del indio la constituyen el cara-
bao y el gallo, y, en efecto, el indio, egoísta,
indolente, sólo á estos dos seres prodiga sus
cuidados. Pero, ¡de cuan diferente manera y qué
fines tan distintos! Al carabao le utiliza única-
mente, al gallo lo atiende para destinarle á
matar ó morir en la pelea. Ño hay que enga-
ñarse, sin embargo; á pesar de tener los cuernos
en arco hacia atrás puede herir con ellos y sus
acometidas son mortales. Pero se ve que si es
bueno lo debe á los principios, es decir, á la
educación; porque en estado salvaje es terrible.
Mi amigo me ha referido que un día para li-
brarse de uno de ellos tuvo que subirse á un
árbol; el carabao intentó derribar el tronco dán-
dole sacudidas tremendas y no logrando su pro-
pósito se acostó al pié dispuesto á esperar que
el sabio cayese extenuado por el hambre. Mi
amigo hubiese encontrado allí el fin de sus ex-
ploraciones si no hubiesen pasado por alH otros
carabaos á los cuales se unió el primero des-
pués de un breve consejo que al parecer todos
•celebraron.
Los carabaos de la Exposición son mansísi-
mos; sin duda que extrañan el clima, y que les
parecen mezquinos el río, los .prados, la ran-
chería, y hasta los igorrotes de la Exposición;
pero sin duda también que se resignan al ostra-
cismo viendo que se les atiende, se les mima,
no se les carga el lomo pesadamente y están
rodeados de un público civilizado, porque al su-
perioridad hasta los carabaos la sienten. Quién
sabe si el carabao tiene una misión que llenar
en España; aquí más pronto ó más tarde con-
cluiremos con los toros, nuestras ganaderías no
dan suficiente abasto y tendremos que acudir á
los toros de cuerno vuelto: después de todo si
ellos acometen con daño y tienen testuz donde
clavarles un estoque lo principal del espectácu-
lo ya se obtiene.
Pero más todavía que el carabao atrae la
atención la culebra. Es de Ins que llaman nana
los naturales y boa los españoles. En los prime-
ros días de la Exposición estaba dormida y ha-
ciendo la digestión; pero en estos últimos se ha
sentido algo aliviada del estómago dando seña-
les de vida. Es enorme, tendrá muchos metros
y su grueso, en la parte media, será como la ca-
beza de un hombre. Estaba dormida, como he
dicho, pero si tú la hubieses visto en aquellos
días, sobre haberte asombrado te hubieses en-
tristecido; porque al lado hubieses visto unos
conejillos vivos, que esperaban en la jaula, el
despertar famélico de la serpiente. El contras-
te era punzante; al fin y al cabo todos sabemos
que para que vivan unos es preciso que mue-
ran otros, pero con su aspecto de conejos no
dejaban de ser reos en capilla: espectáculo que
al sentimiento le perturba más que la ejecución
misma. Ayer la serpiente se dilataba perezosa-
mente por la jaula moviendo la cabeza y dos
varas de cuerpo, sin mover el resto entrelazado
como un ovillo; los conejos habían desaparecido
y la comisión oficial de la Exposición debía
estar satisfecha. La jaula es de alambre fuerte,
pero á muchos les parece que debiera serlo más
aún. Se recuerda que el elefante Pizarro rom-
pió un día su jaula y se marchó majestuosa-
mente á una tahona, guiado sin duda, por el
olorcillo de la hornada; rompió las puertas con
la trompa, dispersó los mozos con un par de
narizazos y se engulló el pan del barrio de Sa-
lamanca Cualquier día nos encontraremos
por la calle de Alcalá un gran pedazo de cable
viviente que se dirige á tomar un í¡ocla al des-
pacho de refrescos ingleses.
Filipinas es la tierra de promisión de las ser-
pientes. Los aficionados pueden gozar en la
sección V donde hay muchas especies diseca-
das; unas de bello color azul; otras de los colo-
res del iris; muchas de ellas venenosas; porque
eso sí en tierra y mar, es aquel un país favore-
cido donde las yerbas y las ondas escupen ve-
neno. El mismo aficionado, en la misma sección,
puede variar sus placeres contemplando los es-
queletos de los caimanes y los caimanes ente-
ros.
Desde el caimán hasta la lagartija, la varie-
dad es infinita y una sola tarde pasada en el
campo, debe convertirle á uno en perfecto na-
turalista. Bien es cierto que en Filipinas el la-
garto es animal doméstico; el chacón tiene un
pié de longitud, y se permite modular dos no-
tas con aquellas dos sílabas. Está provisto de
una especie de tentáculos en las extremidades,
con los que se adhiere á los objetos donde se
posa; se alimenta de insectos y por lo tanto se
le encarga la limpieza de la casa. No son los
beneficios positivos que da, sino los que se le
atribuyen su mejor título á la consideración del
indio. Dícese que donde vive este lagarto, no
hay temor á hundimientos por terremoto, y hay
por lo tanto quién hasta se lo lleva, cuando hace
visitas, en el bolsillo.
Pero, en fin, como no quiero dejarte bajo la
impresión de animales tan feos, para concluir
esta carta, te diré, que la vista y el espíritu se
recrean admirando las variadas colecciones do
conchas y de mariposas. Del Archipiélago filipi-
no se conocen ya más de tres mil especies de mo-
luscos notables por sus brillos y sus nácares.
Si todas las creaciones no hablan de la grande-
za de Dios, las conchas y las mariposas nos
hablan de él en un lenguaje de sonrisas; con
palabras de luz y colores.
¿Qué relación puede haber entre las conchas
destinadas á vivir y morir en el fondo de los
mares y las mariposas, esas flores del aire? Pa-
LA ILU8TRA0I0N IBÉRICA
451
rece que son organizaciones de dos creaciones di-
ferentes, y obra de dos diferentes Dioses. Pero
como advertención de que son obras de uno
solo, y de que la vida y el alma son idénticas y
universales, podrías ver allí preciosos insectos
revestidos de vistosas corazas y que no son más
que vidas resguardadas por conchas que les sir-
ven de alas.
Ocasión me parece de suspender esta carta,
quedándonos así suspendidos... entre tierra y
cielo.
Tuyo,
Fernanflor.
-*-
MUJERES DE LA NOVELA CONTEMPORÁNEA
MUJERES DE DAUDET
A Nfíiita.
E,uego á mis lectoras que no se asusten. Ya
sé yo que Daudet es realista ó vatwalüta, que
en eso de motes hay varias opiniones; y que de
un modo ú oti-o, suena mal á los oídos femeni-
nos, desde que un académico dijo de la escuela,
que era «la mano sucia de la literatura.» Pero
vean ustedes lo que son las cosas: los académi-
cos también yerran á lo mejor y por todo lo
alto. Con lo que, habida consideración á la res-
peta,bilidad artística del que dijo aquello del
realismo, digo yo que se equivoca de todo en
todo. Por lo cual, no ya de Daudet, que del
mismo Zola me atrevería yo á escribir, contán-
doles á mis lectoras todo lo bueno y agradable
que hay por aquellas páginas de Les Rougon-
Macquart. y sobre todo lo mucho útil que allí
se encuentra, en punto á caracteres femeninos.
A bien que ahí está D." Emilia Pardo que ha
escrito de Zola y de Flaubert, y no sé yo que
se baya escandalizado.
En Daudet concurre una circunstancia ate-
nuante. De puro sobado ya, da grima el copiar
una vez más el juicio del autor de Una página
de amor acerca del autor Nahuh. Dice Zola que
Daudet está colocado en < el punto exquisito en
que acaba la poesía y empieza la realidad.»
Así, de primera intención pase la fi-ase, á reser-
va de analizar más despacio y en ocasión más
oportuna su alcance y su verdad. Pero lo que
sí es ciertísimo es que Daudet posee cualida-
des que le abrirán «las puertas del hogar do-
méstico, las de la elegante biblioteca de palo de
rosa, adorno del gabinete de las damas,» — que
dice D.' Emilia Pardo, — y que están cerradas
en mucho para Zola. Si esto es completamente
justo, yo no lo diré; pero de que es perfecta-
mente exacto, no cabe duda.
Pues bien; ya tenemos á Daudet en casa, y
vamos á charlar un rato de él.
Es buen colorista, deslumbrador con frecuen-
cia, pero á la vez un magnífico psicólogo. ¡Qué
caiiicteres tan bien definidos, tan penetrados,
macizos, chorreando verdad, imponentes de
vida! En punto á hombres tiene Daudet ejem-
plares preciosísimos. Pero además, por encima
de la dificultad subjetiva de comprender el ele-
mento femenino, de apreciarlo en la realidad
sin engaño ni embustes, ¡qué mujeres las de
Daudet! No crean ustedes que es cualquier cosa
eso de andarse con señoras; son ustedes, mis ex-
celentes amigas, muy duritas de entender, á lo
mejor. Pero Daudet no es rana, créanme, y sabe
estudiar los caracteres y descubrir la nota do-
minante, y fijarla á perfección. Algunos han en-
contrado en Zola algo de monotonía: parece
que todas sus obras tienen algo de igual que
las da un parecido fatigoso. Allá se queden con
su opinión los que tal dicen; pero de fijo que á
Daudet no se le puede aplicar.
De Pttil Chose á Jack, de Jack á El Nabab,
del Nabab á Numa, de Numa á Ln Evangelista
ó Sapho ó Tartarin ó Fromont y Risler, hay
una distancia que las diferencia notablemente.
Son trozos sueltos de la realidad, de los que
cada uno tiene su individualidad propia.
Y allí, en aquellos cuadros de la vida, rebo-
sando color, animación, movimiento, se dibujan
graciosos y enérgicos los contomos adorables
de las mujeres de Daudet. Tienen todas un en-
canto que hace aferrar la memoria á sus silue-
tas, y que no permite el olvido una vez trabado
el conocimiento. Bien que no todas son simpáti-
cas, ni es posible que lo fueran; pero todas ad-
miran.
Ya es la figura de fondo de Camila Pierrotte,
cuya vaguedad seduce á los adolescentes; ya la
madre de Jansoulét, hermoso carácter lleno de
nobleza, que aparece como un rayo de luz en
medio de la desgracia de su hijo; ya la cuñadi-
ta de Numa, cabeza puramente meridional,
impresionable, dulce, tierna é inexperta. Y
también el busto severo de Lina Ebsen, la
evangelista; la imagen dolorida de su madre; la
cabeza melancólica de Felicia Ruys; la figurilla
ligera, bamboleante de Ida; la sombra negra,
temible de Sidonia ó de Sapho.
Pero en lo que luce la especialidad de Dau-
det es en los caracteres simpáticos, los cuadros
rientes, la nota alegre de la vida. En las pági-
nas del Nabab, Mamita cruza activa, satisfecha,
gozosa de su papel do ama de casa, dejando
tras sí un perfume embriagador de poesía. Ella
es la Providencia de la familia, la madre de
sus hermanas, la confidente de Gery, la abima-
ción de aquel hogar pobre, pero satisfecho de su
EL DEVA CAUTIVADO POR LAS PERIS (Cuadro de Siddons Mowbray)
suerte, lleno de paz, de quietud, de alegría
sana, la alegría que dan el trabajo y la concien-
cia tranquila. Educada en el heroísmo diario,
en la abnegación callada, pero noble y positiva
de la dirección del hogar, siendo la maestra de
todos y la ordenadora de todas las casas, Alicia
aparece como la mujer sencilla, natural, sin
afeites de idealismos ni dengosidades, sabiendo
de la vida práctica por propia experiencia y
educiendo de ella poesía, risas, luz, franqueza,
con la satisfacción convencida de la hija de fa-
milia, de la burguesa que ve el mundo de cerca
y se acerca al choque saludable de la realidad.
No hay nada que produzca mejores caracteres,
educaciones más finas, dulzuras más francas y
al mismo tiempo más mimosas, — como cono-
ciendo todas las pequeñas satisfacciones, los
deseos insignificantes, las necesidades nimias
que llevan el contento al alma, que se satisface
de la felicidad oculta del interior de casa, — como
esos hogares tranquilos de la clase media, tra-
bajadora, en que no han entrado aún el afán
plutocrático ni los pujos aristócratas de lujo; y
en que nadie permanece ocioso, repartiéndose
entre todos el trabajo de la casa, preparándose
para la lucha en el exterior, con aquella gim-
nasia sana que bautiza la paciencia de la buena
conformidad y que se manifiesta en el cesto de
ropa que se cose, el puchero que se espuma, la
sala que se barre, los muebles limpios, arregla-
dos, cuidados como reliquias, que os hablan de
mil pequeñas alegrías interiores, de mil escenas
de que fueron testigos, y á veces ¡ay! de algu-
nos seres queridos que se fueron, volando^ hacia
arriba su alma, cayendo á la tierra blanca del
Camposanto su cuerpo, dejándoos en el corazón
una herida que brotará muchas veces lágrimas
sinceras, de las que se derraman en silencio y
á solas y son rocío que consuela y vivifica.
(Se continuará.) Rafael Altamira.
«
EXPOSICIÓN NACIONAL DE BELLAS ARTES DE 1887
MALASAÑA Y SU HIJA, cuadro de Eugenio Alvarez Dumont, tercera medalla (Dibujo do 1'. y Valor)
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464
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
EXPOSICIÓN DE BELLAS ARTES
CERTAMEN TRI ENAL.— MAYO, 1887
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Vulgarizada está la creencia de que entre los
pueblos latinos nunca progresaron gran cosa
ni la pintura de costumbres, ni la llamada im-
propiamente de género, ni el paisaje. No hay
que desconocer, en efecto, que la genialidad pro-
pia de los pueblos meridionales más la lleva á
grandes concepciones sintéticas inspiradas en
el idealismo religioso ó heroico que al análisis
detallado de la vida á diario ejercido sobre las
manifestaciones de la realidad; pero & pesar de
esto, hay en la historia del arte pictórico de Es-
paña, aunque pocos, tan felicísimos ensayos, y,
para hablar con más propiedad, tan consumadas
obras maestras del género que prefiere á la fan-
tasía la verdad y á los primores de una bella
composición la sencillez razonada que ofrece el
natural, que con orgullo podríamos decir que en
calidad, ya que no on número, fácil nos sería
competir con aquellos países que más han so-
bresalido pintando con predilección casi exclu-
siva esta clase de asuntos.
Si como timbres de sus glorias artísticas os-
tentan otras naciones cuadros como La ronda
nocturna. La lección de anatomía del doctor Tulp
y Los síndicos, podemos aquí oponer á las pri-
morosas genialidades de Rembrandt, las no me-
nos originales y brillantes debidas á los pince-
les de Velázquez y Goya, llenos de personali-
dad y empapados de naturalismo. El Esopo, el
Menipo, los Enanos, Las Hilanderas y Los Bo-
rrachos, del famoso Apeles Sevillano, asi como
las Fiestas del Manzanares y Los Volatineros del
pintor de cámara de Carlos IV, son lienzos
que admirablemente representan la vida y las
costumbres de España en dos distintas épo-
cas, y además con tal maestría y espontanei-
dad ejecutados, que con razón so estiman por
joyas de precio incalculable.
Oportuno es además advertir, que bien fuese
por las relaciones constantes que tuvo nuestra
pintura en los siglos xvi y xvii con las escue-
las flamenca y holandesa, bien por un rasgo ca-
EL HADA DE LA RESACA (Cuadro de F. Chuich)
racteristico de raza que también se refleja en
nuestra literatura de aquel tiempo, los pintores
más místicos y más idealistas sentíanse con vio-
lencia solicitados por un amor á la naturaleza y
á la verdad que contrastaba muy singularmente"
con el esplritualismo que informaba y presidía
con imperio absoluto todas sus obras. Así se ve
con frecuencia al soñador Murillo olvidar el
nimbo de oro y nácar en que envuelve los ros-
tros ideales de sus vírgenes, para recrearse en
el modelado enérgico y real de el Aguador de Se-
rvia y de la Gitana, llevando sus complacencias
y aficiones naturalistas hasta el extremo de po-
nerlas al servicio de sus elevadas imaginacio-
nes religiosas y basta el punto de ahogar en sus
ondas materiales su idealización divina, como se
observa en la Santa Isabel y en la Sacra familia
llamada del pajarito.
Por camino análogo ayudaron al progreso de
la pintura de costumbres Zurbarán y Cerezo y
Navarrete y Caxés y muy principalmente el
gran Kibera que para sus modelos de mártires
apóstoles y santos sabia escoger con frecuencia
aquellos andrajosos, sucios, escuálidos, renegri-
dos y traspillados tantas veces descritos por
Cervantes en sus novelas ejemplares y por Que-
vedo al relatar la vida de los industriales del
ampa.
No obstante tales tiadiciones artísticas, lo
cierto es que la pintura de costumbres no ha
alcanzado entre nosotros gran desarrollo, pu-
diendo decirse que á pesar de las felices disposi-
ciones que algunos maestros han manii'e.stado en
ella, no ha llegado á generalizarse como en
otros países.
Los caprichos y genialidades de Goya lleva-
ron á muchos á imitar aquellos cuadros de ma-
jas y toreros, copiando más las exageraciones
y extravagancias que las cualidades excelentes
que en ellos sobresalían. No está lejana la épo-
ca en que nuestros pintores se dedicaban exclu-
sivamente á representar escenas entre moros y
cristianos ó á reproducir los trajes y costum-
bres de principios de siglo por lo que llegaron
á designarse con mucha oportunidad aquellos
lienzos con el nombre de cuadros de casaron.
Requiere la pintura de costumbres condicio-
nes especialisimas y facultades singulares para
su desempeño en el artista que la siga y culti-
ve. Observación meditada y profunda, amor á
la verdad, delicado gusto para escoger y combi-
nar los elementos que ofrece al arte la vida real,
y además un delicado humorismo que sepa ha-
cer i'Bsaltar la nota ya sentimental, ya cómica,
que encierra en sí toda acción humana contem-
poránea.
No hay en esta exposición obras que sol^j'c-
salgan muy principalmente por tales condicio-
nes; pero con todo, en algunas de ellas han sa-
bido sus autores aceicarse bastante á lo que
pudiera considerarse como ideal del género.
En puridad, á la cabeza de los cuadros de esta
exposición dedicados á la pintura de costum-
bres contemporáneas debe señalarse el hermoso
lienzo do Alcázar Tejedor IjOS padres del cele-
brante después de la misa nneva; pero de su exa-
men hemos de prescindir en este momento por
haberlo hecho ya al hablar de los cuadros de
historia, en cuyo grupo le incluimos, teniendo
para hacerlo en cuenta razones especialisimas
que allí dejamos apuntadas.
El Corpus en un pueblo de Cataluña, de Mas y
FondevJla, es un preciosísimo lienzo, lleno de
luz, de ambiente, de verdad y de color de buena
casta. Cuanto á su dibujo es también otra mara-
villa. Las figuras todas están correctamente to-
cadas con una gracia exquisita y una ligereza
notable. Las mujeres agrupadas á la izquierda
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
455
ofrecen xma nota muy jugosa y muy fresca y lo
propio puede decirse del soldado que está de
rodillas en el primer término. La perspectiva
de la calle está bien trazada, el altarcillo en
donde se levanta la rígida figura del Ecce-Homo
está pintado con sobriedad y finura, y las rejas
de las casas junto al primer
término, que son del mejor
gusto, están primorosamente
detalladas. Este cuadro es,
en una palabra, uno de los
que en su género, entre los
demás de esta exposición,
ofrecen una nota de color
más justa y más brillante.
El niño do7-mido, por doña
Antonia Bañuelos y Thoru-
dike, es un hermoso estudio
del natural que sorprende
principalmente por la soltu-
ra y fijeza de aquella pince-
lada que tiene toques felicí-
simos de maestro y que reve-
la una práctica larguísima
del arte, inconcebible cierta-
mente en una mujer. Hay tro-
zos calientes y vigorosos y
atrevimientos geniales dig-
nos del mayor aplauso. Las
carnes muy jugosas y trans-
parentes, los rubios cabellos
tocados con rapidez, seguri-
dad y gracia inimitables, los
extremos con correctísima
precisión dibujados, y toda
la figura empastada con
maestría en el fondo, con el
que se funde en mancha que
acusa los perfiles sin recorte,
señalando con las gradacio-
nes de las tintas las diferen-
cias de los términos. El efec-
to total está buscado con toda
la picardía de un maestro ex-
perimentadísimo pidiendo á
la nota roja del fondo refle-
jos simpáticos y dulces, más
armoniosos y agradables que
ajustados á la verdad senci-
lla y desprovista de este apa-
rato rebuscado y mañoso.
García Hispaleto presen-
ta en esta exposición un lien-
zo que es á nuestro juicio
brillantísima nota de luz y
de color. En cuanto á lo pri-
mero, pocos de los cuadros
exhibidos en el nuevo pala-
cio de la Industria y las Ar-
tes, podríase no ya aventa-
jarlo, pero ni igualarle si-
quiera. Titúlase Una lección,
y representa dos hermosos
niños que han interrumpido
sus juegos para escuchar
atentamente la lectura del
libro que la madre, elegante
y gallarda señora, tiene en-
tre sus manos. El fondo del
cuadro, á la altura de las ca-
bezas de los niños, le consti-
tuye una gran ventana por
donde penetra la luz de un
día despejado y clarísimo.
La diafinidad de aquel am-
biente luminoso y brillante
se esparce y refleja por toda la estancia repar-
tida con sabia y razonada dirección que contri-
buyo á su perfecta tonalidad. Es uno de los
cuadros en que más resalta el estudio del natu-
ral y el deseo de interpretar la verdad sin re-
buscamientos de efectismos amanerados. La
casta de color es española, la pincelada vigorosa
y segura, la entonación caliente.
La madeja se enreda es un capricho delicioso
debido al pincel de Recio y Gil. En parque fron-
dosísimo, engalanado por la frescura y verdor de
la primavera, una joven tendida sobre el césped
ríe provocativamente la torpeza del mancebo que
entre las manos sostiene la madeja distraído en
contemplar las gracias y picaresca actitud de
su compañera, y nada atento al trabajo que se
le ha confiado. Las figuras están dibujadas con
ligereza y corrección; el fondo del jardín, inter-
pretado propiamente, so aleja entre manchas do
sombra y de luz. En el primer término, las ma-
sas de floridos follajes acaso están en demasía
detalladas. Como la entonación general es infe-
rior al dibujo, el cuadro por su asunto y color
tiene algo de tapiz.
SIDNEY EN 1882 (Cuadro de C. Piguenit).— ADELAIDA i,Cuadro de S. Gouldsmilh)
Infortunio, por Teixidor, es una composición
muy melancólica y sentida, dibujada con bas-
tante esmero. El contraste que resulta entre la
figura rugosa y marchita del hombre aviejado
por los padecimientos y la miseria, y la joven
fresca y delicada, aunque apenada y triste, es
muy dramático y conmovedor. La ejecución es
pulcra, fina y eísmerada; acaso esta manera de
hacer en un cuadro de grandes dimensiones re-
sulte nimia y falta de vigor. La entonación
general tiende algo al gris azulado.
El Lavadero en, el Manzanares, por Pérez Va-
lluerca, es un lienzo de admirable efecto, acer-
tado sobre todo en la interpretación de la luz
y muy ajustado á la verdad. El agua ofrece
reflejos vivísimos, acaso más brillantes de lo
que corresponde á la vista del cielo. Las figu-
ras no están exentas de algunas incorrecciones,
pero en toda la composición hay espontaneidad,
frescura, copia acertada y directa del natural
y cierta originalidad personalísima que la dis-
tingue y avalora.
Primavera, por Pelayo, es un paisaje de gran-
des dimensiones que no carece de novedad y
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458
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
de atrevimiento. La nota verde está con arrojo
acometida y dominadas algunas de las dificul-
tades que siempre ofrecen ¡as agrias entonacio-
nes del campo al comenzar lu primavera. Las
figuras muy descuidadas de dibujo
La Gitana, que presenta García Ramos, es
una verdadera maravilla de dibujo y de color.
El brazo izquierdo desnudo es de notable fres-
cura; por debajo de su piel tostada y morena
parece que la sangre palpita y circula; el codo
se sale materialmente del cuadro; las manos
están con esmero y delicadeza modeladas. Lás-
tima que la fisonomía, aunque llena de carácter
y verdad, sea torva y antipática.
Pobres huérfanos, de Alcázar Tejedor, es una
composición sentida y pintada con sobriedad y
soltura. Recuerda por su asunto el lienzo de
Franco ¡Gonsolatrix aflictonim! que expresa la
misma idea y que es también muy estimable,
por la corrección del dibujo y la finura del
color. En este último cuadro están muy senti-
das las figuras de la joven huérfana y de la
hermana de la Caridad que se ven en primer
término. El fondo, dispuesto con guslo y pro-
CASTILLO DE HOCHTON
(Linca^ire, IngUterr»); La Terraza dd
Norte
piedad, abunda en detalles delicados que cou-
ctirren á producir el efecto patético que se
propuso el pintor.
Cordero ha presentado dos cuadro» grandes
que representan Un herrero y Una pescadera.
Los dos tipos tomados indudablemente del na-
tural; pero á pesar del cuidado que ha puesto su
autor en interpretar la verdad, las figuras re-
sultan de un naturalismo un tanto afectado que
las hace muy poco simpáticas.
El Copo, por Blanco Coris, es un cuadro de
dimensiones que se avienen mal con el asunto.
No se sabe si son en él lo principal las figuras
ó el paisaje; los tipos agrupados tienen verdad
j' reflejan con exactitud caracteres locales; pero
adolecen de faltas de dibujo y color. La marina
enorme que forma el fondo del cuadro lucha
con las dificultades que ofrece la magnitud del
lienzo; en tan grandes proporciones no se pue-
den sostener los efectos de la radiante luz me-
ridional sin caer en crudezas de color y en chi-
llonas y falsas entonaciones. En el primer tér-
mino hay una cubeta y otros utensilios pintados
con sobriedad y exactitud.
El Estudio de cabeza, presentado por Saenz y
Saenz, es muy justo de color y está tratado con
valentía y soltura. Otro tanto puede decirse de
La cabeza de labradora que expone Agrasot,
aunque es algo desigual en el dibujo.
R. Blanco Asenjo.
LA NARIZ
(COKCLÜBIÓN)
Para comprender hasta dónde llega esta in-
fluencia, es preciso haber tenido la desdicha de
observar con detención á alguno de esos infeli-
ces que por enfermedad ó accidente so ven pri-
vados en absoluto de la nariz, ¿Háse visto cosa
más repugnante y á la vez más digna de conmi-
seración?
A muchos veremos transitar por las calles,
que por efecto de una do esas dolencias que
minan la existencia, aun el más lego en la ma-
teria, conoce se hallan al borde del sepulcro;
pero ni aun esos arrancan en nosotros la singu-
lar impresión, mezcla de terror y compasión, de
un desnarigndo.
Y aquí la de nuestro popular Que-
vedo:
«Promontorio de la cara,
pirámide del ingenio,
pabellón de las palabras,
zaquizamí del aliento. >
No es preciso verse por completo des-
provisto de nariz para que su importan-
cia se manifieste; basta considerarla en
tal ó cual forma para demostrar su in-
fluencia. Desde luego podemos rotunda-
mente afirmar que no se concibe la be-
lleza de un rostro sin una nariz regular
y correcta; como no se concibe la vida
sin el oxigeno que la sostiene.
Figuraos por un momento una cara
con todas las perfecciones imaginables,
con las proporciones do un todo armó-
nico: si va acompañada de una nariz de-
formo por su magnitud ó por su confi-
guración, ha de reísultar precisamente
una cara fea. Es imposible un rostro
bello, sin su concurso.
¡Cuánto deben, pues, las muchachas
casamenteras cuidar y bendecir su bien
compuesta nariz y cuánto deben agrade-
cerlo las que se han dado en llamar ven-
gadoras, horizontales, etc.!
¡Y, sin embargo, tan descuidada como
siempre se ve, sin que el ingenio huma-
no haya ideado un sencillo preservativo
que la resguarde, por su saliente condi-
ción, de tremendos mogicones con algún
distraído transeúnte!
¡Cuando menos los malayos sino lo
preservan hasta cierto punto la distin-
guen y honran con vistosos anillos pen-
dientes de su punta!
Y en esto precisamente, no hacen
otra cosa que rendir homenaje á quien
lo deben.
La influencia de la nariz en la ex-
presión y hermoseo de las facciones
la conocieron muy bien los egipcios que
dominados por el erróneo concepto que
en materia de penalidad supone la apli-
cación del Talión, castigaban á la mu-
jer adúltera con la pena de cortarle la
nariz; creyendo, y no se equivocaban,
que de esta manera se privaba á la de-
lincuente de entregarse de nuevo á sus
livianos y voluptuosas placeres.
Y los indios hacían más: dada la fa-
cilidad con que por simple yuxtaposi-
ción podía ella recobrarse, debía des-
pués de cortada, ser quemada pública-
mente en im brasero.
Prevención que hoy día los adelantos de la
cirugía han venido á destruir hallando el modo
de reponer la narices mutiladas, valiéndose de
la piel del brazo.
En confirmación de este mismo aserto, que-
daban por el capítulo XXI del Tievítico excluí-
dos del servicio del Altar los liebi-eos que tu-
viesen la nariz chica, enorme ó torcida, atendido
que sólo debían consagrarse á Jeliová las cria-
turas que j)or sus perfecciones eran dignas de
tan elevado servicio.
Por lo demás, es nuestro protagonista tan
pulcro en todas sus cosas, que ha burlado el ar-
tificio de cuantos se devanan los sesos para em-
baucar al prójimo con supercherías de mal gé-
nero; pues,
«ojos y dientes pofctlzos
andan engañamio necios
y la nariz, no consiente
sustitutos ni remiendos, >
La ilustración ibérica
459
Una de las condiciones que la distinguen, es
su grandísima variedad.
Desde el enunciado érase un hombre á una
nariz pegado, como determinando la mayor
magnitud que pueden adquirir, hasta la que
como mínima describe Quevedo en los siguientes
versos:
•Por tu nariz, yo testigo,
pleitean con buen derecho;
por pezón la pide un pecho
y una panza por ombligo.
Y me lía dicho un hablador,
que con justicia y enojo,
la pide por roncha un piojo,
y por cero un contador»,
se nos presentan un cúmulo de formas con tales
caracteres de originalidad en cada una de ellas,
que hace difícil su comprensión en grupos.
Podemos, no obstante afirmar, que por su
rasgo más saliente se denominan aguileñas las
que presentan, á semejanza del pico de estas ra-
paces, una protiiberancia que va aminorándose
hacia los dos extremos como describiendo un
ángulo obtuso, cuyo vértice viene á estar situa-
do en la mitad de su extensión.
Estas narices han sido objeto de especial pre-
dilección por los antiguos, los cuales conside-
rando eran manifestación de un carácter impe-
rioso y de firmes resoluciones, tan apreciado en
aquellas épocas de caudillaje, auguraban en el
que la poseía las esperanzas de un lisonjero
porvenir.
Eran más apreciadas cuando se encorvaban
por una linea dulce é insensible sin trasmisio-
nes bruscas ó fápidas.
Platón la llamaba nariz real, por excelencia,
y Plutarco afirma era aguileña la nariz de Ciro
el Grande; por cuyo motivo se explican sus pro-
digiosas victorias que le valieron la sumisión de
los medos y del Asia Menor^
En otras diferentes formas se nos presenta la
nariz, y podemos ver en cada uno de sus rasgos
más notables, la expresión de tendencias ó in-
clinaciones diversas inherentes al individuo
que los ostenta, viniendo por tal medio á ser un
verdadero espejo del alma.
Es opinión admitida, que las narices rectas y
perpendiculares son evidente indicio de una
constancia varonil.
Si por el contrario describen una linea curva
de gran anchura en el dorso, lo que no sucede
frecuentemente, indica facultades superiores
propias de un genio.
Una nariz muy preeminente acompañada de
una boca salida, anuncia un gran hablador.
Si es puntiaguda denota un carácter fino y
diplomático; en oposición á las redondeadas
que corresponden á los abiertos y francos.
Cuando es pequeña, denota un espíritu tímido.
Si suelta y vibrante con punta algo arremenga-
da, es signo de un carácter violento. Y cuando
corta y achatada, lo es de tendencias ó inclina-
ciones egoístas.
Por fin, la mayor ó menor abertura de las
ventanas nasales corresponde á la indignación
ó cólera del individuo.
Y basta ya de tan nasal materia, pudiendo
darme por dichoso si el lector que haya tenido
paciencia de llegar ha.sta el final me hace el
honor de creer que el autor no es ningún chato.
J. ClITRANA.
I-A CATEDRAL DE ViRGILIA
Ofrecía la vieja catedral á nuestra vista inido
contraste. Mezclados en aparente confusión, dis-
tinguimos en su artística fachada la suave de-
licadeza del orden corintio con toda su riqueza
en los detalles, su minuciosidad en los adornos,
su gracia en los dibujos, su esbeltez en las co-
lumnas, su originalidad en los capiteles cuyas
encorvadas hojas de acanto combinábanse con
.singular elegancia con las talladas ménsulas y
alternados modillones del cornisamento, ocu-
pando los intercolumnios y los espacios limita-
dos por las cornisas, excelentes relieves donde
mostrara su rara habilidad el artista; el orden
romano campeaba sobre el anterior exornando
con mayor riqueza el segundo cuerpo de la fa-
chada, dónde amalgamado con la gentileza del
orden jónico, con sus elegantes volutas en los
ANTIGUAS PORCELANAS DE CHINA
Azucartru; con oruaracntacióu de lirios
capiteles, con sus numerosas molduras en las
comisas, estaba la rica variedad del corintio
engalanando el arco de medio punto abierto en
el muro las cornisas y columnas adosadas á la
fábrica, unido todo á la precisión matemática
peculiar de los romanos y á la severa arquitec-
tura que caracterizó á los dorios. Aquellos cor-
nisamentos pareciéronme arrancados del arco
Vaso cilindrico; en la faja del centro dragones blancos
sobre fondo azul
de Tito; aquellos arcos tra.sportados del foro
pompeyano; aquellas cornisas, de espacioso
atrio; los minuciosos adornos que llenaban los
huecos de las cornisas, parecían mejor delica-
dos bajo-relieves desprendidos del peristilo de
una villa romana; admiré magníficos detalles
copiados sin duda de las suntuosas termas de
Caracalla, de la esbelta columna Antonina, de
la grandiosa villa que edificó Adriano junto á
Tívoli y cuyas inmensas ruinas fueron conside-
radas por arqueólogos é historiadores como los
restos de una gran ciudad; vimos la base ática
en las columnas, el arquitrabe jónico con sus
resaltes, los adornos de las molduras bien em-
pleando las geométricas formas de los dorios,
bien copiando á la naturaleza en las caprichosas
hojas y elegantes flores de arqueados pétalos,
carácter propio de la civilizada Corinto; colum-
natas, fiel trasunto del Partenon y estatuas sa-
cadas del célebre friso que cinceló Fidias en el
templo de Minerva; muros edificados á seme-
janza del de Conon en la acrópolis atenea; el
arte clásico, para abreviar, con sus infinitas va-
riantes reunido en armónico conjunto en la ele-
gante fachada de la catedral de la antiquísima
Virgilia; y como protestando de tanto paganis-
mo y contrastando con la ostentosa ornamenta-
ción románica, ocupan la.s arcadas grupos es-
cultóricos representando unos escenas bíblicas,
otros pasajes de la vida austera de algún santo;
aquí, una bella estatua de esforzado guen-ero
coronado con la aureola de la santidad; más á
la derecha, la figura de místico asceta que di-
jérase modelado por Alonso Cano, allá, á la iz-
quierda, hermosos relieves que retratan en duro
mármol la vida sencilla y poética de la madre
del divino Verbo, y en la cúspide de la artística
pirámide, — forma que afecta la fachada, — co-
rona el grandioso monumento un precioso grupo
de la Asunción de María, reina de los cielos. La
elevada torre, digna de tan singular portada,
ostenta en su tercio inferior el estilo romano;
el tercio medio es graciosa combinación de va-
rios subórdenes griegos caprichosamente ideada
por el artífice; el remate es de severo gusto
moderno, cuya severidad no excluye la majes-
tuosidad de su ornamentación.
¡Hermoso edificio! ¡Soberbia fábrica! Nuestra
calenturienta imaginación evocaba recuerdos de
los clásicos tiempos en que la cultura romana
apoyándose en el arte griego, producía hermo-
sas manifestaciones del genio de los dos más
grandes pueblos de la antigüedad: Grecia,
Roma.
Al penetrar en la histórica catedral por la
puerta que mira al Oriente, — precioso trasunto
de arquitectura greco-latina, — creíamos encon-
trar un suntuoso templo maravilla del orden
romano, fiel copia del que levantó Roma á la
casta Diana en el Aventino entre un montón de
riquísimos palacios y lindo bosquecillo de fron-
dosos laureles, segiin Dionisio nos cuenta. Creía
nuestra fantaseadora imaginación admirar un
templo hecho á semejanza del levantado por los
Tarquines á Júpiter en el Capitolio, en cuyas
tres anchurosas naves dedicadas á Juno Miner-
va y Zeos, retumbaban nutridos cantos de vic-
toria, alegres vivas, exclamaciones de férvido
entusiasmo; de donde salía el primer grito de
guerra que ensordecía de miedo á las naciones
enemigas de Roma, atemorizaba á sus mismos
aliados y enardecía á las viciadas legiones ava-
ras de rico botín; en cuyas columnatas colgá-
banse los trofeos de la guerra y donde deposi-
taba el César los presentes de los extranjeros
pueblos al dios tonante; templo que reedifica
varias veces Roma adornándolo con los bronces
y columnas que trajo Sila de los templos de
Apolo y Júpiter en Delfos y Elide, que rodea
de columnas de mármol del Penthélico labradas
en Atenas, que describe maravillosamente la
elegante pluma de Tácito, deteniéndose hasta
en las ceremonias que precedieron á la coloca-
ción del primer sillar. Pensábamos descubrir
entre la semi-oscuridad que envolvía el interior
de nuestra catedral, el templo de la Concoi'dia
con las estatuas y molduras que pedia Cicerón
á su amigo Ático, de Grecia, con las estriadas
columnas que sostenían su pórtico; pórtico des-
de cuyas gradas se mostraba el Senado al pue-
blo y escuchaba los fulminantes discursos del
tribuno de la Roma republicana. Sospechaba
que íbamos á escudriñar las preciosidades del
fastuoso templo levantado por Claudio Nerón
en la cumbre del Celio, re;edificado por aquel
avaro emperador de la familia Flavia que creyó
haber purificado á la podrida Roma con sus re-
formas; por aquel César enemigo constante del
lujo que gastaba en espléndidas construcciones
el oro del imperio, al propio tiempo que decre-
ANTIGUAS PORCELANAS DE CHINA
Jarro decorado cou inedailouts y arabescos
Vaso, con los -altos Inmortales,» gaerreros
y damas encumbradas
Ornamentación: grotescos y pájaros
Tmo efliii4i1en. con ro«afi
Jarro: en el ..i¡... .11 mandarín recibiendo homeniges
y uuos guerreros en el cuello
LOS DRAMAS DE SHAKESPEARE
Ricardo ii y la IlEI^A (Kicardo ii, acto V, escena l).-DlbuJo de J. Kalston -Wolsey v RnrK,»„„... ,v
I j« UB >>. xuusion. WOLSEY Y BUCKINOHAM (Ehhkjue VIH, acto I, eecena I).-DibiUo de Salomón Hart
462
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
taba un vil impuesto sobre las basuras; por Ves-
pasiano, de cuyo célebre templo quedan en pié
tres columnas y un friso, resto de su pasada mag-
nifícencia. Creíamos admirar un prodigio del arte
clásico y nuestras espe|ttnzas se desvanecieron
al interrogar con avara mirada el santuario,
como las amarillas hojas se desprenden de sus
ramas al soplo del frío cierzo. Donde pensába-
mos vislumbrar un destello de la epicúrea filo-
sofía,— emanación del hedonismo de Arístipo, — ■
reflejado en las creaciones artísticas de artífice
peritísimo, impregnando los esculpidos mármo-
les y trasluciéndose en las talladas piedras las
fíloaóficás aberraciones de la sensual sociedad
latina, encontramos la idea cristiana derivación
del estoicismo de Zenón en lo tocante á su se-
vera moral, con su inmortalidad anímica enun-
ciada por Platón, con sns principios filosóficos
emanados del método socrático; idea encamada
en la austeridad del orden gótico, austeridad
qne apagó nuestra ardorosa sed de clasicismo.
Allá en el exterior, en la fachada, la expresión
pagana avivada por la suntuosidad de su arte;
aquí, en el interior, el ideal cristiano ajeno á
todo fausto, invitando á la oración al recogi-
miento, aquellos desnudos muros, aquellas atre-
vidas bóvedas, sns elegantes ojivas, los ligeros
pilares elevados hasta el arranque del agudo
arco, su sobria exornación que emplea las zar-
padas hojas de cardo y laurel para envolver
áridos capiteles: caracteres todos del gótico or-
den; orden que retrata en sus severas manifes-
taciones el romanticismo de los siglos en que
aparece y se desarrolla.
Tres anchas naves dividían el templo, ocu-
pando su centro la capilla mayor con sus muros
cubiertos de dorada talla gótica profusamente
sembrada de puntiagudos doseles, en cuyo fon-
do aparecía medio borrado antiquísimo retabjo
6 bajo cuyos rosetones distinguíase ruda escul-
tura. Dos colosales lámparas de maciza plata
sostenían multitud de encendidos cirios á cuya
luz brillaba esplendoroso altar donde celebrá-
base en aquel momento mística ceremonia del
culto católico.
El órgano difundía por las espaciosas naves
expresivas notas que repercutían en el muro de-
volviendo torrentes de armonías que se suce-
dían con reposado ritmo; perdíase entre las bó-
vedas un canto dulcísimo mientras le reempla-
zaba otro pujante y sonoro trabándose sus
notas en armoniosa confusión, asemejándose á
continuado coro de querubes que no cesara en
sus alabanzas al Altísimo; un crescendo que
terminó con fortísimos acordes y rugientes so-
nidos dominó el conjunto, (fae poco á poco fué
palideciendo basta extinguirse cual suave susu-
rro entre las nubes de incienso que envolvían,
— amortiguando, — las amarillentas luces del
altar.
Recorrimos el templo ansioso de conocer sus
más notables cosas. Nos detuvimos en el coro,
precioso joya del arte del renacimiento engas-
tada entre severos pilares y graciosas ojivas;
mostraban los anchos sillones de roble, notables
relieves labrados con delicadeza. En el presbi-
terio elevábase preciosa urna de plata en cuyos
ángulos aparecían los evangelistas en pequeñas
estatuillas de rico metal; pareciónos al exami-
nar su labor, trabajada en el décimo-séptimo
siglo. Escudriñamos con detención dos capillas,
modasta la una; exacto modelo del orden gótico
en su mayor apogeo y perfección, la otra; esta,
es minuciosa filigrana ejecutada por pacientísi-
mo artista que amontonó en reducido espacio
todos los primores que brotaron de su cincel: la
])rofu8¡ón de adornos, hojas, aristas cruzadas en
varios sentidos, ligerísimas columnillas, ins-
cripciones formadas por duras y angulosas le-
tras, todo yuxtapuesto, todo en ordenado des-
orden, parecía más bien qne se hubiera arrojado
sobre el muro, ocultándolo enteramente multi-
tud de relieves y dibujos ordenados al azar, de
tal manera, que la severidad de este género de
arquitectura desaparecía bajo tan múltiple ex-
ornación. Según reza gótica inscripción que la
ro<lea á modo de elegante cenefa, fué construida
en el primer tercio del siglo décimo-sexto. Más
reducida la otra capilla, sin ser excesivamente
severa, muestra menos riqueza en su conjunto;
en el centro se destaca de entro las geométricas
aristas y bordones que forman amplísimo arco
que ocupa todo el fondo del altar, un blanco
mármol con amarillas vetas, en el cual admira-
se el nacimiento del Redentor en inimitable re-
lieve.
Testigo de grandes acontecimientos señalados
por la historia fué la catedral de Virgilia, pre-
senciando los sacudimientos que en pasadas
centurias originaron las luchas entre el poder
real y la nobleza y entre ésta y el pueblo. En
ella se reunían las asambleas de los desconte-
tadizos nobles; las losas de su pavimento estre-
mecíanse con frecuencia bajo el peso de cru-
giente annadura, cuando no se regaban con la
sangre de los patricios y plebeyos de la Edad
media; en los sillones del sombrío coro veíase
brillar al lado de la áspera estameña que en-
volvía el macerado cuerpo de un abad, la bru-
ñida coraza de levantisco señor, resaltando entre
pesado arnés y la sencilla franela de cejijunto
dominico, la púrpura, no menos dada á cabil-
deos y conjuras. A veces llenaba sus bóvedas el
pueblo cuando en defensa de las libertades es-
critas en sus códigos, se concertaban en atro-
nador conciliábulo donde con sendos discursos
salpicados de bruscas interrupciones y elocuen-
tes apostrofes, abogaban por el mantenimiento
de sus derechos; que siempre ha tenido la elo-
cuencia sus sacerdotes en las populares masas.
Otras muchas se congregaban en sus naves la
nobleza del reino, el clero, el pueblo, para ele-
var sus preces al Señor en acción de gracias
por haber vencido los ejércitos reales en fortí-
sima batalla al rebelde musulmán, por haberse
librado el reino de asoladora peste, por escapar
el monarca del peligro en que le puso cruel do-
lencia, por varios motivos en suma, resonaban
en el coro los graves versículos de solemne
Te Deum. La coronación de un rey, mezcla de
aparatosa ceremonia religiosa y de cortesanas
fórmulas; el casamiento de jóvenes príncipes
que unían con su suerte la de sus estados; la
jura famosa de apuesto rey, que olvidaba el
respeto á los fueíos de sus vasallos con la mis-
ma presteza que juraba su observancia, eran
razones que movían á juntarse en el histórico
templo confundiéndose ante el altar, los tres
brazos del reino.
Acudían estas ideas á mi cabeza en confuso
revoloteo, mientras observaba el aspecto som-
brío que el interior de la vetusta iglesia ofrecía.
Habíanse apagado las luces; sólo quedaba en
solitario altar triste lámpara cuya luz hacía
más negro su alrededor. El templo estaba de-
sierto, ibanse á cerrar sus puertas y tuvimos
que abandonarlo; nos faltaba recorrer aún la
ciudad dentro de cuyos muros se alzaba tan
hermoso baluarte de la católica fe.
La noche había extendido su negra gasa por
el azul del cielo. Al internarnos por desierta
calleja en busca do nuestro alojamiento, nos
volvimos á saludar á aquel coloso del arte que
tan bellas páginas de la historia guarda entre
sus muros: la silueta de la catedral y los aleros
de los vecinos tejados se dibujaban en el hori-
zonte merced á la débil claridad que por Occi-
dente marcaba la huella de esplendente día.
B. Morales Sanmartín.
EL GENIO
De arpa sonora sobre las cuerdas
dedos de nácar pasando van,
y una armonía celeste y pura
de los metálicos hilos do oro
surge á compás.
Cántico dulce de amantes aves
á aquel concierto se une fugaz;
es el del genio, que aj-es y perlas,
Inces y aromas, entre armonías,
quiere brindar.
Si hay en la tierra divinas flores,
son las que el genio vierte al cruzar
cual nube de oro rápida y leve,
ala de cisne, copo de espuma
y azul raudal.
De aquellas flores la vaga esencia
costó una vida de eterno afán:
¡muertas dulzuras, tronchados sueños,
hondos suspiros, rota esperanza
su sor lee dal
Sobre el sepulcro del bardo muerto
deja coronas la sociedad:
¡ayer espinas ciñó el poeta
que hoy, hecho polvo, duerme de bronce
sueño glacial!
¡Genio divino! tú de la mtierte
las sombras rasgas potente, audaz.
Ante tu nombre se postra el mundo.
¡¡Que sueñe y ore, como tú sueñas
y orando vas!!...
Eduardo Pato Martínez.
-*-
NUESTROS GRABADOS
P.NTUKAS NORTE-AMIIIinANAS
A la ambulancia, cuadro de Gllbert Gaul, es una bella
muestra del talento de su autor, pintor de asuntos militares,
lo cual no deja de constituir una extrañeza en los Estados
unidos. La escena, inspirada en los recuerdos de la guerra
de SíctsKíon, se recomieuda por su exactitud y es muy de
alabar el acierto con que están expresados el cielo y la luí a
la hora del crepúsculo vespertino.
A otro género muy distinto pertenece El Hada de la reta-
ca. Su autor, Mr. Chiirch, cultiva de preferencia los asun-
tos fantásticos, que le dan ocasión á emplear los blriUCOR,
rojos pálidos, pardo-o&curos y lineas verdes y azules á que
es aficionado. El cuadro, cuyo g'abado reproducimos hoy
en nuestras páginas, es un verdadero estudio de olas que el
autor ha sabido am-glar^ sin perjuicio de la verdad, do tal
manera, que sus crestas vienen á formar uu caballo de Nep-
tuno.
En cuanto á Mr. Siddons Mowbray, es un joven pintor
orientalista, de cuyas buenas facultades da testimonio su
cuadro de El Deva (ó espíritu maligno) cautivado por las Pe-
Tíí, asunto inspirado en la mitología peisa.
XXrOglCIÓN NACIONIL DE BELLAS ARTES DE 1887
ualabaSa y su bija
Cuadro de Eugenio Alvarez Dumonl
Dibujo de P. y Valor
La critica ha hecho justicia á este cuadro tributándole
merecidos elogios, y el jurado ha conflrm»do tan unánime
opinión distinguiéndole con una délas codiciadas medallas.
La sublimidad del asunto está dignamente expresada que es
cuanlo cabe decir.
El. V I .í T I c o
Cuadro de Luis Passini
Contrariamente á lo que haría suponer su apellido italia-
no es Luis Passini subdito de S. M. I. Apostólica Francis-
co José. Se sabe que nació en Vlena en 1832, de una familia
de artistas, y que asi que pudo se Instaló en Vcuecia, de cuya
vida moderna se ha hecho el pintor sin rival. Obtuvo la gran
medalla de oro por sus cuadros de género en París y Berlín.
El Viático es una admirable pintura del interior de los Prari,
que respira naturalidad y 8or(>rende por su factura, si bien
recuerda algo la ardil famosa obra maestra de Fortuny.
EU AHTE EN AUSTRALIA
Asi el cuadio de Sydney en 1SS2, como el que representa
una calle de Adelaida, indican excelentes condiciones en sus
autores, los cuales hacen honor á la joven colonia que on tan
pocos años ha sabido crearse hasta un arte propio.
MADRID: EXeOSlCIÓ» GENERAL DE LAS ISLAS FILIPINAS
Nuestros lectores pudieron saborear ya en el pasado nú-
mero la crónica que dedicó á este asunto Fernanfior, por lo
cual nos llmllarcmos é. dar noticia de los asuntos representa-
dos eu nuestro dibujo de hoy:
La Instalación real está establecida en el Pabellón del rey
qne á esto efecto ha sido restaurado y cubierto con una nue-
va cúpula de bronce dorada.
El Paiacio de crioíai,— proyectado por el distinguido ar-
quitecto D. Ricardo Velázquez, á quien se debe la disposi-
ción general del certamen,— es un pabellón elegantísimo que
según escribe un apreclable colega de la corte, tiene la par-
ticularidad de acusar en pequeño espacio el conjunto de mu-
chas épocas.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
463
"Los detalles, añade, pertenecen todos al estilo griego-jó-
nico moderno; pero en cuanto 4 su estructura, obedece á otras
épocas distintas.
•Tiene la disposición de los ábsides en cruceros de la Aus-
trasia. Al dividirse el imperio en las dos partes, la Austrasla
y la Neustrla, correspondió á Carlo-Magno por herencia la
primera y por conquista la segunda.
• En el primero de dichos territorios se desarrolla una ar-
quitectura que se extiende actualmente por Bélgica y las ori-
llas del Rhin, arquitectura que hacia los siglos 3¡ii y xiil to-
ma en sus cruceros la forma que afecta el Pabellón de cristal,
es decir, un crucero con su cúpula sobre planta cuadrada
rodeado de tres ábsides.
•Al mismo tiempo, en parte de la Neustria y sobre todo
en el Centro y Mediodía de Francia, después de muchos en-
sayos se adoptan las bóvedas laterales de medio-caMn, ó en
arbotante, origen de los botareles de las iglesias góticas de
los siglos XIII al XV. en los cuales, por una disposición muy
razonada, las bóvedas laterales sirven de contrarresto ó apo-
yo á la bóveda central y de lo que en España solo tenemos —
aparte de varias pequeñas iglesias de Cataluña— la catedral
de Santiago, uno de los ejemplares más notables de Europa,
• Estos son los principios que el señor Velázquez, de acuer-
do con el carácter de nuestra época, ha logrado armonizar
brillantemente y de manera que por sus elegantes lineas y
por sus esbeltas proporciones sea el Palacio de cristal digno
de Ajar la atención de los Inteligentes.
•Las dimensiones del pabellón son 156 metros de largo
por 38 de ancho.
•Todo está heclio por casas y materiales españoles; el hie-
rro laminado por la casa de Duro, en Asturias, y construido
por B. Asín, de Madrid, con obreros españoles: el zinc por la
Compañía Asturiana, asi como la escalinata y balaustrada
del lago, en el cual ha entrado en su mayor parte cemento
traído de las fábricas de Cataluña; los azulejos proceden de
la fábrica de la Moncloa, demostráodose de este modo que
en España hay elementos para hacer muchas cosas que de
ordinario se encarga fl extranjero.
• El coste total del pabellón asciende á 167.000 pesetas. •
Este palacio está destinado á exposición permanente de
productos filipinos.
La Casa de labranza, de caña y ñipa, consta de cinco pie-
zas á las que se llega por una estrecha escalera.
B^jo un cobertizo que arranca de un costado del edificio,
hay útiles de labranza, descascaritiadoras de arroz, desgrana-
doras, arados, máquinas para la extracción del abacá, carre-
tontsde transporte, cribas, aventadores, objetos de cerámi-
ca, todo primitivo y sin que refleje, siquiera, la idea de los
más elementales adelantos en los procedimientos del
cultivo.
También en este lugar de la Exposición se halla la nueva
máquina para extraer las fibras del abacá, inventada por el
Sr. D. Abelardo Cuesta;— que ha venido de Manila para Ins-
talarla, y que después de repetidas pruebas ha remitido
con gran recomendación la Sociedad Fconómica de aquella
capital.
Por el procedimieñt o del señor Cuesta, la parte carnosa del
abacá, que equivale al 75 por 100 y antes se desperdiciaba
como residuo inútil, es aprovechable ahora para la fabrica-
ción de papel, que resulta de calidad excelente.
Para terminar acompañamos la explicación del plano.
1. Pabellón Central.— 2. Pabellón anexo.— 3. Pabellón para
las tejedoras —4. Casa de labor— 5. Ranchería de los Igo-
rrote?.— 6. Parque de los ciervos.— 7. Estufa para las plan-
tas de Filipinas. - 8. Bajal de la Compañía de Tabacos de Fi-
lipinas.-9. Pabellón Real.— 10. Pabellón de la Comisarla.—
11. Pabellón del Comité Ejecutivo y Oficinas.— 12. ( aseta de
la Guardia Civll.-13. Cafés y fondas.-14. Retretes.— 15. Al-
macenes.
KL CISIILLO DI HOOnn N (LANCASBIIE, ISQLJTIBBl)
TIBRAZi DEL NOBTI
Eftá situado este edificio entre los grandes centros co-
merciales de Presten y Blaekburne y data su fundación del
tiempo de Isabel, conservándose perfectamente sin que na-
die se haya atrevido á profanarlo con modernismos de mal
género.
ANTIUUiS POBCII.jlNia DE CHIN I
La antigua porcelana de China, blauca y azul , fabricada en
Nankin, es uno de los jjroductos artísticos más delicados, ad-
mirables y misteriosos que cabe imaginar, figurando entre
los primeros poseedores de tales tesoros, en Europa, nuestra
doña Juana la Loca (?) y su marido Felipe el Hermoso, el cual
enseñó una copa de China oriental á los Ingleses en un viaje
que hicieron los augustos consortes á Londres el año 1506.
Las porcelanas de China alcanzan hoy un precio fabuloso de-
leitándose los coleccionistas en el material de la pasta, tan
fino, tan homogéneo, tan perfectamente blanco, tan suave al
tacto; en la graciosa y delicada forma de los objetos; en sus
bien terminados bordes y lisa superficie; en aquel azul vivido
y transparente que le da á la porcelana el aspecto de una ága-
ta, en el pulido barniz, en los dibujos de la ornamentación,
etcétera.
Los chinos comparan el matiz azul de sus porcelanas al
del cUlo después de llover y llaman á su loza Mercancía celes-
Ual, en lo cual no dicen por cierto ningún disparate; los in-
gleses la titulan Cerámica fenomenal y los holandeses se vuel-
ven aiin locos con los cachivaches del país del azul, á pesar de
los grandes cargamentos que se llevaron de allá en el si-
glo XVII.
Hay magnificas colecciones en el museo de Bresde y en
los museos de Londres Británico y South Kensingthon, amén
de no pocas que hay en casas particulares. Débese la intro-
ducción de la china en Europa, en grande escala, á los portu-
gueses, aunque ya habla dicho algo sobre ella Marco Polo.
Los fabricantes del Celeste Imperio conservan religiosa-
mente el secreto de la composición de su porcelana, mistifi-
cando como unos chinos á los que quieren sonsacárselo. Con
todo, se ha imitado sus productos admirablemente, y nunca
será bastante llorada la salvaje destrucción ordenada por el
general inglés Hill de la Casa de la China, que, como es sabi-
do, estaba en el Retiro,!y de la cual sallan porcelanas de mé-
rito superior, quizás, á todas las de Europa.
LOS DBIUIS DS SHÁKESPXARK
WOLSKY Y BUCKINOHiM
Londres.— Una antesala del palacio
(Entra el cardenal Wolbey, precedido de algunos servidores
que llevan el capelo y demás insignias; de algunos ouardias
y de DOS sbcretariob con papeles. El Cardenal, al pa-
sar, fija su vista en Bückinohau, y éste le devuelve su mira-
da, ambos con expresión de profundo desdén).
Wolsey.- ¿Y el intendente del duque de Buckingham?
¿Eh? ¿Dónde está su interrogatorio?
PaiuEB secretario.— Helo aqu!, si os place.
Wolsey.- ¿Se halla presto en persona?
Priuer secretario.— SI, plazca á Vuestra Grada.
Wolsey.— Bueno, en este caso sabremos aún más y Buc-
kingham bajará esa mirada altanera. (Salen Wolsey y su co-
mitiva).
BüCKiKGHíM.— E.ie perro de carnicero tiene la boca ve-
nenosa y carezco de poder bastante para abozalarle; por con-
siguiente vale más no despertarle de su sueño. El llbraco de
un mendigo ha podido mas que la sangre de un noble.
(El bey Enbiqde VIII, acto I. escena I).
Ricardo II y la Reída
Londres.— Una calle que conduce á la Torre
La Reika .—¿Debemos estar separados? ¿Debemos dejar-
nos?
El bey Ricardo. -SI, mi amor; tu mano Idebe separarse
de mí mano; tu corazón debe separarse de mi corazón.
La RiciNA. — Desterradnos á los dos y enviad al rey con-
migo.
Northumbebland.- Serla eso muy caritativo, pero poco
político.
La Reina. — Entonces, dejadme Ir con él á donde va.
El bey Ricardo.- Asi es como los dos, llorando juntos,
formamos una misma armonía de dolor. Llora por mi en
Francia, yo lloraré por ti aquí. Vale más estar lejos que no
estar cerca uno de otro, sin estar cerca de una mutua felici-
dad. Anda, cuenta tu camino por tus suspiros; jo contaré el
mió por mis gemidos.
La Reina.— Entonces, el que haga el camino más largo
será el que gemirá más.
El rey Ricardo.— Como el camino es corto, lanzaré dos
suspiros á cada paso y retardaré el viaje con la carga de los
pesares de mi corazón. Vamos, vamos; sea rápido nuestro
cortejo con el pesar, puesto que al casarnos deberá por tau
largo tiempo permanecer con nosotros. Un beso cerrará
nuestros labios y nos separaremos en silencio. Asi es como
te doy mi corazón y te tomo el tuyo. (Se besan).
La ReiNA.-Vuélveme el mlo; serla una triste acción to-
marte el corazón y matarlo. (Bésanse de nuevo). Ahora qu«
he recobrado el mío, parto y voy á tratar de matarlo con un
suspiro .
Kl bey Ricardo. — Distraemos la desgracia con los retar-
dos de esas caricias. Una vez más, adiós; que nuestro dolor
diga el resto. (Salen).
(Ricardo II, acto V, escena I).
CAPILLA de NUESTBA SBSORA DE LA OCABDIA
OEBOA San BEUO
Al pié de antigua torre destinada un tiempo á atalaya
existe una capilla destinada á la Madona Uuxa&áíidella Guar-
dia, por ser esta la misión del edificio cuando se la instaló
allí. Está cerca de Cabo Verde y dominase desde ella una
vasta extensión del Mediterráneo.
ADÁN MICKIEWICZ
(CONOLUaiÓKj
EL FARIZ
iCuáa feliz es el árabe cuando desde lo alto
de una roca lanza su corcel al desierto! ¡Cuando
los pies de su caballo se hincan en la arena con
un sordo ruido semejante al del rojo acero
cuando se templa en el agua! Vedlo cual nada
allá en el árido Océano y rompe las ondas con
su pecho de delfín.
Aprisa, aprisa. Apenas toca la superficie de
la arena, y, más lejos ya, lánzase envuelto en
un torbellino de polvo.
Negro es mi corcel cual tormentosa nube. En
su frente brilla la estrella de la mañana, osten-
ta suelta al viento su crin de avestruz y sus
blancos pies brotan fuego.
Vuela, vuela mi bravo alazán; paso ante mi,
bosques y montañas.
En vano la verde palma me convida con su
amiga sombra y con su fruto; yo me sustraigo
á su dulce hospedaje y avergonzada la palma
huye á lo lejos y se oculta en el oasis parecien-
do con el susurro de sus hojas hacer burla de
mi temeridad.
Las rocas, guardas de la frontera del desierto,
vuelven hacia mí su rostro sombrío y negro, y
repitiendo los ecos de mi galope parecen ame-
nazarme diciendo:
«¡A dónde vas, insensato! Tu cabeza no ha-
llará ya abrigo contra los dardos del sol ni bajo
la palma de verde cabellera, ni bajo la tienda
de blanco seno.
»Allí no hay más que un pabellón, el de los '
cielos, en que, solas, duermen las rocas; en que,
solas, viajan las estrellas.»
Y corro yo más y más; vuelvo los ojos y veo
las rocas huir y ocultarse unas tras otras.
Pero un buitre oyó sus amenazas y juzgando
aprisionarme iácilmente en el desierto, hiende
el aire en persecución mía. Por tres veces, cer-
niéndose, rodea mi cabeza con negra corona y
grita:
«Ya siento, ya siento hedor de un cadáver.
¡Insensato ginete, y, oh pobre corcel! ¿Busca
acaso camino por aquí el ginete? ¿Busca acaso
la yerba por aquí el caballo? Solo el viento ha-
lla aquí su camino y la víbora solo halla aquí
su pasto. No hay más que los cadáveres que
descansen ahí, ni m᧠que los buitres que viajen
por el desierto.»
Y así gritando me amenaza y esgrime sus
garras. Tres veces se hallaron nuestros ojos;
más ¿quién de los dos se atemoiizó? El buitie
fué que huyó aterrado.
Y corro yo más y más; pero cuando volví los
ojos lejos estaba ya el buitre. Suspendido allá
en los cielos, semeja de pronto una mancha ne-
gra, pequeña como el jilguero, luego una mari-
posa, después un insecto, y, al fin^esvanecióse
en el azul del firmamento.
Vuela, vuela mi alazán; rocas y buitres, paso
ante mí.
Mas una nube oyó las amenazas del buitre y
desplegando sus blancas alas sobre el cielo azul
me acomete; y pretendiendo en el éter pasar
por un intrépido ginete cual lo soy yo acá en la
tierra, suspéndese sobre mi cabeza y silba con
el viento esta amenaza:
«¡Dó corres, insensato! Fundirá el rayo del
sol cual cera tu pecho, y ni las nubes disueltas
en lluvia lavarán tu cabeza cubierta de polvo
ardiente: el manso arroyo no te llamará con su
voz argentina y ni una gota de rocío caerá sobre
tí, porque antes no se desprenda ya el árido
viento la habrá devorado.»
Pero en vano es que me amenace, porque
corro yo más y más hasta que rendida la nube
vacila de fatiga. Vedla doblar la cabeza y bus-
car apoyo en las rocas. Y al volver los ojos ya
el ancho horizonte nos separaba. Apercibíla
aún y pude en su faz leer lo que escondía en su
alma: tiñóse en rojo despecho primero, amarilla
luego, palideció de envidia y al ennegrecer su
rostro cual cadáver sepultóse en las rocas.
Vuela, vuela, mi alazán: buitres y nubes, paso
ante mí.
En aquel punto medí el horizonte con mis
ojos, cual si fuera yo el sol y á nadie vi. Aletar-
gada la naturaleza parecía no haber despertado
jamás por la voz del hombre. Los elementos ya-
cían tranquilos á mi alrededor, tal como en una
isla recién descubierta los animales no se asus-
tan ante la primera mirada del hombre.
4B4
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
CAPILLA DE NUESTRA SEÑORA DE LA GUARDIA, CERCA SAN REMO
Pero, ¡oh, Alá! No soy yo aqui el primero. En
nn campo cercado de arena miro brillar gran
comitiva. ¿Serán caminantes, 6, por acaso, sal-
udadores acechando al poVjre viandante? ¡Cuan
Illancos »e ostentan en sus corceles también es-
¡lantosamente blancos! Corro hacia ellos y no
.-c mueven; grito y no me contestan.
|0h, Alá! Cadáveres son. Es una antigua ca-
ravana exhumada del fondo de las arenas por
el viento. Sobre la osamenta de los camellos
están sentados los esqueletos y por las huecas
cavidades donde se asentaron los ojos y por
entre las descarnadas mandíbulas derrámase la
arena, y, amenazadora, parece murmurar estas
palabras:
«|D6 corres, insensato! Deten tu marcha á
tiempo, pues que más
lejos hallarás los hura-
canes.»
Y corro, y corro yo
más }' más. Paso, paso
ante mí, huracanes.
y uno, el más temi-
lile de los agitadores de
África, se pasea solita-
rio por el océano areno-
so y apercibiéndome de
lejos se detiene suspen-
so y enroscándose en sí,
me dice:
«¿Quién es ese vien-
to, de entre mis herma-
nos el más joven, que se
atreve con su mezquina
talla y vacilante vuelo
á penetrar en mis domi-
nios hereditarios?»
Y ruge y se lanza so-
bre mí cual alta pirámi-
de. Reconoce que soy j'o
un mortal y que no cedo
ante él, y furioso en-
tonces hiere con su pié
el suelo y trastorna la
mitad de la Arabia. Me
coge cual agarra el bui-
tre un gorrión y azotán-
dome con sus alas de re-
molino me abrasa en in-
flamado aliento, me lan-
za al aire y me derriba
en tierra.
Salto yo y combato
rompiendo los nudos del
gigantesco torbellino.
Le destrozo, le muerdo,
y tasco con mis dientes
trozos de su arenoso
cuerpo. Quiere ol hura-
cán escapar de entre mis
brazos en forma de co-
lumna y no pudiendo
desasirse rómpese en
surcos. Su cabeza cae di-
suelta en lluvia de polvo
y su enorme cadáver se
extiende á mis pies cual
muro de iina ciudad.
Entonces, respiro yo;
levanto al cielo los ojos,
los fijo con altivez en las
estrellas y todas, todas
fijaron también en mí
.sus ojos, porque solo es-
taba J'O en la inmensi-
dad del Desierto.
¡ Oh , cuan dulce es
respirar aquí con toda
holgura! Al fin respiro
libre y desembarazada-
mente. Todo el aire del
Arabistan no basta á mi
))eoho. ¡Oh, cuan dulce
es mirar desde aquí con
todo el alcance de mi vis-
ta! Mis ojos so engran-
decen, se fortifican y lle-
gan más allá de los lí-
mites del horizonte.
¡Cuándulce es extender
aquí los brazos! Me parece que abrazara con
ellos todo el universo, desde Oriente al ocaso.
Lánzase cupl saeta mi pensamiento, alto, muj'
alto y más todavía hasta tocar el cielo; y cual
sepulta su vida la abeja en ol aguijón que hun-
de, tal yo con mi pensamiento penetro en los
cielos.
Ignacio dk Genovée.
.tOMISISTRACHW; Círta. 36S-3«7, tima lolinu, Editor.— RMírvidos los derechos de propiedad artística y liUraria.— Las reclamaeiones en Madrid, al representante de esta Casa D, Mannel Plá y Valor, Apodaca, 10, 2."
— ) INSÉRTESE Ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL ( : ; : — -'-—
BSTABLSCIMUUTO TlPOOIUFICO ÜB B. BA88DA. — CALLB DE ViLLARROBL, «ÚM. 17 8H8ANCHE DB SAN ANTONIO.— BABCELOKA.
KSPAÑA
Un Ȗo 12'50 ptas.
• __ Uii semestre 6'60 •
AflO V ' Número suelto. . . , 0'25 •
PORTUGAL
sufcrición pagadera scmanalmente
Tarta aümero. ... 50 reis.
SEMANARIO CIENTÍFICO. LITERARIO Y ARTÍSTICO
Barcelona 23 de Julio de 1887
COBA T PUÜRTO-BICO
ün año ...... 5 pesos oro.
En el resto de América fijan el pri cío
los señores corresponsales
EXTRANJEKO
ün año. ...... 18 praetas.
Núm. 238
LA VIDA ARTÍSTICA! EL MODELp EN FUNCIONES
466
ÍJl nJTSTRAOlON IBERTOA
SUMARIO
Tmno.—llmérid. Omitu é má prima, por Ftrnanflor.-iru-
i€ra de la noidn i«iil»li»r«li»wi Muiere* de Daudet (con-
tlnnadÓD), por Rafael MUmln. - Sxpotieló» de Bella»
Arta, por B. Blanco A8enJo.-¿«e(iiriu. BaitdeJoirf, por
t larin.— i>f tttrtttai ottíIm, por Antonia Opisso. — £1 bien
perdido (pomU', por A. Alcalde y Valladares —Xa el
iikOvIota (poeMa), por Ramón Blasco. -i^w/or"-
I y e^úritltptamUu, por Joaquín Olmedüla y Pulg.
— Nncatnii (rabadoa.— .^mor ntleida, por Luis Blasco.
esABiPOf.— iJk vida artística (7 grabados) . — Las Bellas
Arte» en Italia('J grabado»).— &p<Mie«í« Naeionai de BeOa»
Artf de 18S7: Entierro de S*nU Leocadia. -Un bosque
(3 grabadoa).— Obras de Luis Pusiul (3 grabados).— Mo-
ddoe de oamafeoa.— 'Cuando 70 era niño...»— El nuevo
MADRID
O.A.RT.A.S .A. ^a.Z FTíTTs^A.
CARTA DE VERANO
UERiDA Carmen: No hablemos de Madrid
porque en Madrid no ocurre nada intere-
sante; las gentes que suelen dar que ha-
blar están fuera, porque ó son hombres políti-
cos, 6 ricos, 6 elegantes. La curiosidad va donde
van ellos, y los pobres no conseguimos llamar
la atención por más que lo intentemos. No es el
hombre, es la posición lo que atrae las miradas;
la envidia designa las eminencias; para ser ob-
jeto preferente de la opinión siendo pobre es
preciso cometer algún crimen. JPero hasta en
esto loe madri lefios somos poco castizos 3' pres-
tamos nuestro interés con preferencia á los cri-
minales extranjeros. El proceso de Pranzini es
hoy nuestra conversación; ya recordarás sus an-
tecedentes, Pranzini es el asesino de dos mujeres
y de una niña. Una de las mujeres era su que-
rida; la dio muerte por robarla. Es un buen
mozo, acostumbrado á vivir de sus dotes físicas,
deseoso de hacer figura y de gozar, pero sin vo-
luntad para buscar en el trabajo la satisfacción
de sus aspiraciones. El jurado le ha condenado
á muerte sin hacer caso de su constante nega-
tiva ni dejarse imponer por la serenidad asom-
brosa de que ha dado muestras. Durante el
proceso el criminal se ha mostrado tranquilo,
confiado y hasta sonriente. Hoy el terrible por-
venir se ha desplegado ante sus ojos limitado
por la guillotina. El llevar un chaqué nuevo,
una camisa de pechera reluciente, el tomar café
en el café más de moda, el comer un bistec
más en un punto que lo comen otros, el ocupar
una butaca entrando aparatosamente cuando el
telón está alzado, el llevar el pelo arreglado
con tenacillas y las manos con guantes, ¿vale
este calvario maldito de angustias á cuyo fin
nos recibe la Muerte con el sudario de la eterna
deshonra? Debe valerlo, puesto que esta historia
se repite hasta lo infinito, creyendo siempre el
gozador despreocupado, convertido en criminal,
que el ojo de la justicia se distraerá con los en-
gaños que él para salvarse ha preparado.
Gozar, efectivamente, es el objeto de esta so-
ciedad positivista, y por esta razón la sociedad
se divide en dos porciones, la una de hombres
que aceptan el código de la moral y sacrifican
parte de su \'ida para lograr dinero con que dis-
frutar, y la otra en hombres que se dedican á
robar y asesinar á los hombres que trabajan
para gozar con el dinero reunido por ellos.
El derecho al goce viene ya en las antiguas
teorias del derecho á la vida y al trabajo. Sin
meterme en disquisiciones enojosas para tí afir-
maré que esa aspiración se evidencia en esta
época del verano. Puede verse que el comer-
ciante, el empleado, el fabricante que ha traba-
jado febrilmente durante el invierno deja su
representación á un inferior y corre á divertir-
se, sumergiéndose en el regalado placer del
ocio ó buscando entretenimientos que desentu-
mezcan sus miembros y su espíritu; nada le im-
porta derrochar en un mes el dinero fatigosa-
mente recogido en muchos meses; si la vida no
tiene placeres nada significa ni vale; sin el pla-
cer no es aceptable la vida.
Pero hay quienes no pueden obtener el goce
ni con el continuo trabajo porque no pueden
ganar sino lo preciso para la vida diaria, para
sostener su familia, ó sostener sus vicios, que
son sagrados también como verdaderos hijos,
y éstos no pueden ver con calma la despobla-
ción de Madrid cuando llega esta época ni leer
sin indignación las crónicas de los sitios de
baños y de recreo donde los dichosos del mo-
mento se reúnen. No pugnan los desheredados
tan solo por el derecho al trabajo; trabajo ya
lo tienen, pugnan también por el derecho á ve-
ranear. El progreso moral y los deseos del co-
razón humano no reconocen limites.
Tú que te has encontrado en esa gran capital
en 14 de Julio habrás podido apreciar en su
verdadera significación el acto que los republi-
canos rojos han realizado. Habrás visto á París
dividido en dos tendencias: la de los que sos-
tienen el actual orden de cosas y están por la
paz y protestan contra los que quieren volcar
la Francia sobre la Prusia, y la de los que á
nombre de la patria imposibilitan la goberna-
ción del país, y en nombre de la libertad pro-
claman la dictadura de un soldado. En el fondo
de esto, allí no hay más, créelo, Carmen amiga,
que dos bandos; el bando de los que tienen dine-
ro para veranear y de los que no lo tienen para
irse al campo. Invierte los términos y verás la
transformación que se origina en ambas mita-
des: te encontrarás al demagogo, corriendo con
aspecto triunfal á montar en el tren y al bur-
gués de anteño increpándole desde lejos, vesti-
do ya de blusa, con los puños cerrados y gri-
tando:— ¡Viva Boulangerl ¡Muera Grevy!
Pero, ¿á qué seguir en este curso de filosofía
humorística que deja tantos amargores en el
fondo del corazón por mucho azúcar que se le
quiera echar para engañar á los labios? Demos
gracias al destino que nos lia concedido poder
gozar, sino como los más ricos, como los que no
son completamente pobres y resignémonos tam-
bién á veranear para que lejos de Lis grandes
capitales, lleguen á nuestros oídos más amor-
tiguadas las quejas de los que no han podido
salir como nosotros.
El campo tiene de bueno que al aislarnos de
los hombres nos reposa la sangre y las ideas,
contribuyendo á fortalecer en nosotros el ele-
mento físico; principal elemento para la terri-
ble lucha social de los inviernos. Cuanto más
solos y apartados mejor... Si no fuese porque
también le es necesario al cuerpo estar bien ali-
mentado con sustancias fácilmente asimilables
al estómago viciado del hombre de la capital.
Hay quien no puede vivir en el campo por^
que necesita de primera necesidad el cocinero
de Lhardy y tiene que ir, no donde su salud lo
exige sino donde lo reclama su paladar estra-
gado.
Por más que se hable contra la vida del cam-
po siempre este será el gran crisol donde se pu-
rifique la sangre del cortesano y donde este re-
nazca con sus energías primitivas; para adaptar
el campo á sus condiciones de vida gastada el
cortesano ha tenido que confeccionar campos de
virtudes menos eficaces que la naturaleza sal-
vaje y de aquí las estaciones de verano que
son, por decirlo asi, la naturaleza medicinal de
estas generaciones anémicas. Sólo el hombre,
tan desgraciado en la vida normal que conser-
va intactas sus condiciones primitivas: salud y
hambre, puede afrontar impunemente las enér-
gicas caricias del verdadero campo.
Hay nombre civilizado para el cual el campo
es una verdadera novedad y se encuentra en él
como en otro planeta. La tienda, la oficina, la
fábrica, aquí empieza y concluye el mundo para
él. La naturaleza la conoce por conversaciones ó
por algiín libro. El cielo; esta es la parte de la
creación al alcance de todas las fortunas; lo
mismo da ser pobre que rico para mirarle;
para uno y otro es igualmente azul y luminoso,
para todos tiene nubes y pájaros y lluvia y au-
roras boreales y sol y luna y millones de estre-
llas. Y visto nn pedazo de cielo, visto el cielo
en toda su inmensidad; sin que sus colores va-
ríen ni sus astros cambien el encanto de sus lu-
ces. Pero... ¡la tierral... En sus pliegues y re-
pliegues toda es variedad y aquí ríos, allá bos-
ques, allí ciudades, toda se va diferenciando
con especies de árboles, animales, hombres, ar-
tes, filosofías, religiones y placeres.
Los hombres del campo desean venir á la
ciudad y los hombres de la ciudad desean el
campo. En esto hay algo de la nostalgia del
barco primitivo; y según nos vamos haciendo
viejos vamos deseando vivir en el seno de la
naturaleza; aspirar aire puro, ponernos en con-
tacto con las fuerzas vivas de la vida física.
Entonces, después de haber calcinado nuestros
huesos y lacerado nuestras carnes con el fuego
de las pasiones, sentimos violento deseo de re-
constituir carne y huesos y desearíamos buscar
los recónditos lugares donde todo parece sur-
gir y vivir con savia más abundante y con más
poderoso vigor.
En fin, dichoso aquel que puede abrir un pa-
réntesis en la agitación de la vida madrileña y
descansar en cualquier pueblecillo olvidado; li-
bre del ceremonioso trato del hombre culto: el
más temible de todos nuestros semejantes. Si
puedo haré una escapada en este verano y des-
cansaré también por algunos días en el seno
idílico de alguna montaña; ó bajo la cabana de
alguna llanura donde haya paz, soledad y co-
dornices.
Una cosa es ser aficionado á la caza y otra
serlo al campo; el cazador no se preocupa del
panorama que tiene delante, ni se deja impre-
sionar por sus luminosas y fragantes bellezas:
su perro que rastrea, meneando el rabo; la per-
diz, que arranca con estridente vuelo; la liebre,
que salta; el conejo, que se rebulle y refugia
súbitamente en el vivar, esto le preocupa... Sólo
cuando el crepúsculo le niega luz para ajustar
la pieza con el cañón de la escopeta, se sienta
en una piedra y contempla la rojiza faja de luz
que se desvanece. La melancolía de la puesta
del sol no le afecta; le afecta el sentimiento de
que el sol, poniéndose, cierra la caza.
Mas, sin embargo, hay algunas bellezas del
campo; algunas sensaciones que sólo el cazador
las aprecia y las siente con tan sublime grado
de intensidad. Quién no haya sido cazador, no
sabe lo que es sombra de árbol ni agua de
fuente. Un árbol y un manantial que burbujea
debajo son la felicidad suprema de la vida en
las horas de la siesta; cuando el sol de la caní-
cula desciende en lluvia de fuego alborotando
los insectos y los mosquitos de las siembras,
los viñedos, las huertas y los rastrojos: la sen-
sación que entonces sentimos depuesto el som-
brero á un lado, recostados sobre el tronco;
llenando de agua límpida, fresca, el clásico bar-
quichuelo de cuero, apurando con los secos
labios aquel raudal de vida no puede expresar-
se. Sólo puede compararse esta sensación á la
que debió experimentar el cuerpo de Lázaro
cuando sintió que de nuevo le infundían el
alma.
Gozosas son, sin duda, las horas de la maña-
na en el campo; pero las siguen otras fatigosas
por el calor; la retirada es más grata. Se hace
descanso en la huerta, y se discuten los lances
del día; se le exige cuenta estrecha de su con-
ducta al perro, concluyendo por convenir en
que nosotros lo hemos hecho peor todavía: elo-
gia cada cual su habilidad en el tiro, poniéndo-
la galantemente sobre la de su compañero y se
vuelve al pueblo en busca de la cena, y para
discurrir acerca de las novedades que han traí-
do los diarios de Madrid.
Porque eso sí, el cortesano, por mucho aborre-
cimiento que tenga de la capital y de la civili-
zación y de la sociedad y de la política, no
puede menos de hablar de Madrid y de seguir
atentamente sus acontecimientos. Madrid es un
vicio.
Querida prima: mañana son tus días y no po-
dría yo concluir esta carta sin felicitarte. Tie-
nes la fortuna de llevar un nombre que no sólo
es una fiesta en tu casa, sino en toda la Cris
tiandad. En tu casa se celebrará con un ban-
LA n.USTRAOION IBÉRICA
467
quete y con primorosos regalos. Aquí se cele-
brará con algunas corridas de toretes, en que
puede muy bien salir hecho pedazos algún de-
voto. Recibe mi felicitación y prepara tus ora-
ciones.
Siempre tuyo,
Fernanflor.
15 Julio 1887.
*
JiyjERES ÜE LA NOYELÜ CONTEMPORilA
MUJERES DE DAUDET
(OONTINDACIrtN)
Alicia ha tenido todo esto. Por eso sabe vivir
como amiga con De Gery, otorgarle aquella
franqueza que tanto gusta á los hombres honra-
dos, ser su confidenta en los sueños aquellos de
que es Felicia objeto, y por último, amarle,
aceptar su amor que vivió siempre latente y
escondido, que se les impuso, y que ella confie-
sa sin remilgos, como deben decirse esas cosas
cuando se sienten con verdad, tan perfecta-
mente natural y con aquel mismo rubor hermoso
con que Ágata contesta á Daniel en El beso de
la condesa Sabina.
La cojita de Fromont jeune et Bisler ainS, es
digna pareja de Alicia. ¡Qué suavidad de con-
tornos en esa figura, qué luz simpática pero
triste, con la tristeza de la fatalidad física que
allí se impone y de la desgracia social que allí
pesa, irradia de aquel cuerpecito que encierra
un algo hermoso, dulce, enamorado; que es en
la novela de Sidonia, como el reflejo rosado de
la aurora en un horizonte manchado de nubes
sobre el que luce aún otro resplandor simpáti-
co, la mirada sencilla, inexperta de Franz, el
hermano de Risler, que enérgico en todo, no
tuvo ¡ah! la energía de terminar dignamente su
conversación con su cufiada: no la mató! La
muerte de aquella pobre cojita, — modelo pre-
cioso de esta otra niña desgraciada que Zaho-
nero ha dibujado con tanto amore en su última
novela, — os apena terriblemente; parece que
muere el vínico rayo de luz que atraviesa aque-
llas páginas dolorosas. ¡Quedará tan .sólo el
dolor trágico de Risler y el cinismo de Sidonia,
sobre el que pesa, como un grito bíblico, la
maldición profética, desesperada de Planusl
Hay otro libro de Daudet, Jack, que tiene
mucho de epopeya. Es grande, inmenso, com-
plicado como la existencia social; tiene cantos
episódicos que palpitan de vida, derroche de
color, de estudio, de nota local, de realidad en
fin. Es la novela de Daudet que más se asemeja
á las de Zola. Como las del autor de Nana, es
aquella un libro de ironía, de quejidos, de des-
gracia, de penas; y el escenario se ofrece gran-
de, magnífico, comprendiendo en sí el modo de
vivir de miles de individuos, de varios grupos
sociales, de infinitas direcciones de la actividad
humana. En medio de aquel pasar continuo de
gentes y lugares, cada cual en su faena, si-
guiendo su camino, moviéndose en su esfera,
sujetos al medio social en que nacieron, avanza
la existencia dolorosa, triste, de aquel niño
cuya mayor desgracia fué tener por madre á
una mujer de imaginación impresionable, sin
voluntad propia, á merced de aquel egoísta de
D'Argenton que no sé por qué me parece hijo,
pero muy aprovechado, de Delobelle el cómico.
Hay un momento en que Jack cree haber en-
contrado algo de la felicidad, quo se le ofrece
en la figura preciosa, simpática, de aquella niña,
— tan desdichada como él,— en la que deposita
todo su amor. Otra que puede formar al lado de
la cojita de Fromont y Risler. ¡Tú, honradísimo
doctor de Jack, que no sabías reñir sino con tu
caballo á cuenta de ceder siempre á los capri-
chos de tu irracional compañero; tú también
viste como la pobre niña, como el infeliz Jack,
como todos los que leemos la novela del hijo de
Ida, que se abría un horizonte de color de rosa
para aquellos dos seres, desheredados de la
vida, que nacieron sin duda el uno para el otro
.sirviéndose de apoyo mutuo! Sobre la tumba de
Jack, que es la tumba de una víctima del
egoísmo y de la debilidad de los otros, flota,
pálida y amorosa, la figura blanca, etérea de
Cecilia, sonriente con la sonrisa forzada, tran-
quila del dolor que se padece con resignación.
jCuán distinta aquella Ida de Barancy, cria-
tura desdichadísima, huérfana y sin bienes de
educación ni de voluntad, ligera, impresionable,
buenaza por lo mismo que no sabe decidirse, y
á virtud de esto mismo llevando el mal allá
donde quisiera llevar el bien, por pura debili-
dad, pereza del espíritu que no sabe ni se deci-
de á romper los hierros que le sujetan, y que se
contenta de buenos propósitos, prohijados y no
puestos en hecho, coit aquella ligereza que es la
nota más parisién de Idal
Por las páginas, frescas, jóvenes de Le Petit
Chose, vaga también un algo que no tiene cuer-
po, que es como la niebla ideal de los saeños,
como las imágenes que forman y amasan en la
región del aire las imaginaciones plásticas, so-
ñadoras del Mediodía. Son los ojos negros, esa
primera ilusión de todo hombre que tiende por
inclinación sentimental á lo pobre, lo desgracia-
do, lo que padece, lo que necesita apoyo; y más
aún, si él también está solo, débil, falto de una
mano amiga, como lo estaba Daniel en el cole-
gio tétrico, severo, que cerraban las llaves bur-
lonas del señor Viot. Si Daniel Eyssette se
enamora luego de la hija de Pierrotte, es por-
que, cubriendo todas las imperfecciones, todas
las vulgaridades de Camila, brilla aquella luz
que parece venir de lo hondo, del alma, de lo
más último del abismo de ternura de los ojos ne-
gros.
Felicia Ruys, la artista del Nabab, es otra de
LA VIDA ARTÍSTICA: EL ÚLTIMO GRITO
las mujeres de Daudet que más atención merece
y sin duda uno de los tipos mejor trazados. No
se la comprende así de buenas á primeras; hay
que ahondar algo, que leer entre líneas para
sentir conmiseración por aquella mujer, víctima
del desengaño, herida del escepticismo, rotas
sus alas al golpe rudo, brutal, recibido apenas
hizo su entrada en la vida. Felicia no es delin-
cuente; tiene á su favor mil circunstancias ate-
nuantes; y si hubiera muerto á Jenkins, de juro
que ninguno de nuestros modernos jueces, —
que ya van entendiendo algo de psicologías, —
echaría sobre su conciencia jurídica el castigo
de la artista. ¡Oh, de ningún modol El fondo
perenne de asco y tristeza, de spleen y desen-
gaño,— exagerado sin duda por su imaginación
no muy saneada en el conocimiento de la vida
real, que para Felicia es, casi sin excepción, la
vida de cochon et compagnie, que dice la criada
de Pot-Bouille, — es para la amiga de Alicia el
infierno más atroz, la herida más dolorosa que
basta á marchitar todo lo bello, lo bueno, lo
salvador que pueda atravesarse en su existencia.
Felicia no cree apenas en lo bueno porque ape-
nas también si lo ha visto; toda su educación de
niña le lleva á este prejuicio, muy subjetivo.
Por un instante unido al carácter franco, hon-
rado de De Gery, cree que ha de salvarse de su
esclavitud de aburrimiento y de su obsesión del
mal, y aquella ilusión se desvanece, se le va de
entre las manos, ahuyentada por aquella existen-
cia despreocupada que ella misma se crea por
aquel carácter raro, oscuro, que da miedo á
Minerva, mote de taller, de artista, que Felicia
puso á De Gei^. Y sin duda alguna, la ilusión
halagüeña de aquel amor perdido, que la echa
una vez más en el fango, había de ser en la
vida de Felicia acicate del dolor, pena honda y
profunda que solo sabía acallar ahogándola en
cieno.
A pesar de Mamita, Felicia resplandece sim-
pática con la simpatía que infunde la desdicha,
en el gran cuadro humanitario y social que re-
trata la injusticia, la mayor injvsticia que París
ha cometido desde que es París.
También entiende Daudet como son las ma-
dres. Ahí está esa reina de Iliria de Los Reyes
en el destierro, que levanta su talla de heroína
sobre la ruindad miserable del rey Cristian;
siendo lo más noble, lo más sobresaliente de
aquella sátira hermosa, discreta, rica en alu-
siones y en verdad...
(Se continuará.) Rafael Altamira.
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470
LA ILUSTRACIÓN IBEBIOA
EXPOSICIÓN DE BELLAS ARTES
CERTAMEN TRIENAL.— MAVO, 1687
IV
Liscano ofrece un lienzo original de asunto
y acertado de ejecución que titula Cervantes y
sus modelos. En realidad no puede incluirse este
lienzo en el número de los cuadros históricos,
aunque las figuras en él agrupadas visten tra-
jes de hace dos siglos, pero por esta razón no
debe tampoco ser considerado como cuadro de
coetambreii. Es una composición fantástica que
representa al ingenioso autor del Quijote, sen-
tado en el patio de la posada de La Sangre, de
Toledo, donde según la tradición escribió algu-
nas de sus novelas ejemplares, en actitud me-
ditabunda y contemplativa cual si delante de
sus ojos desfilara aquella cohorte numerosa de
personajes por él imaginados, y que el capricho
del pintor ha esparcido en su torno en nume-
rosos grupos. Es cuadro notable principalmente
por su entonación; de dibujo no está á la mis-
ma altura.
A los sesenta años, por Masriera, representa
una mujer anciana, llena de expresión y verdad.
Es una de las notas más justas de color que
LA VIDA ARTÍSTICA
Cabeza de puritano.— De utilidad genoral.
Venus. — Cupido
hay en esta exposición. £1 dibujo excelente v
el fondo originalisimo, venciendo no pocas difi-
cultades de entonación con aquellas manchas
de luz que proyectan en el suelo los rayos del
sol atravesando los tupidas hojas de los ár-
boles.
De este mismo pintor hay otros dos cuadros
no menos estimables: Una bacante, de buen di-
bujo y fina de color, aunque de r-ncamación
demasiado rosada y Jjocura, sentida imagen de
mujer enlutada con un ramo de siemprevivas
que destaca muy briosamente.
Ya volverá, por Llimona y Bniguera, es una
composición originalisima que impresiona por
el notable efecto de luz del fondo que represen-
ta una bahia cuyas tranquilas aguas brillan
con argentinos reflejos.
ün viejo soUeroH, por Jiménez, es un cuadro
Í>recio80 dibujado primorosamente; tiene deta-
ies finísimos como las coles de la huerta, de
ejecución minuciosa y prolija y ricas de color.
I.AS figuras están igualmente cuidadas y ex-
presan la intención epigramática que ha queri-
do comunicarlas el artista.
Los tantos sin hogar, por Alcázar Ruiz, aun-
que incorrecto en el dibujo es un cuadro nota-
ble por la mancha de color, que es justa y razo-
nada.
Costumbres valencianas, por Gasch, ofrece un
fondo de luz agradable y bien entonada; la
composición feliz y las figuras dibujadas con
delicadeza y corrección.
N(i abundan en esta exposición los cuadroK
de costumbres militares puestos tan en boga por
los famosos franceses Detaille y Neiivillo, pero
en este género tan adecuado para expresar una
manifestación muy brillante y animada de la
vida moderna, merece mencionarse á Esteban
á Cusachs y á Barrio.
El primero presenta un lienzo grande que ti-
tula África (1860) y que ofrece el panorama de
la batalla de Tetuán. Es de efecto agradable;
las figuras que son muchas están primorosa-
mente dibujadas y el paisaje tiene mucha verdad.
Cusachs concurre por vez primera á certamen
y con sólo dos cuadritos loj^ra llamar muy po-
derosamente la atención. El primero es Un vi-
va£. En el centro de un bosque de pinos un
f»
J
cuerpo de ejército hace alto. Los oficiales de
alta graduación sentados conferencian sobre las
operaciones; más allá se ven las masas de sol-
dados de artillería y de infantería que descan-
san de las fatigas de la marcha. El paisaje re-
vela inexperiencia, pero en las figuras no se sabe
que admirar más, si los conocimientos técnicos ^^
militares con que están colocados ó su dibujcy >
correcto y elegante y su finisima entonación. En
el campo de maniobras es un lienzo que denota
las mismas condiciones excelentes que el ante\J!
rior para este género de pintura. ^
Barrio ofrece un lindo cuadrito, El toque de
avance. En un bosque de álamos una brigada de
artillería se dispone á extender sus maniobras.
Las figuras están bien dibujadas, el país es á
agradable y el color está manejado con finura, %.
resultando simpático y delicado. -*
En error señaladísimo incurren los que iiii!
ginan que es la pintura de paisaje por su a)
riencia de producción de carácter objetivo, fát*
y expedita concretándose á la habilidad m4,
paciente que inspirada de interpretar la na^Á^
raleza con fidelidad. Pero en manera algun^' **
cede que el artista con sistemática sujeciónSj "ii"' v
elusivamente se limite á reflejar el paisaje qu"»-
tiene por modelo con la precisa y automática sKex-
ceridad de la cámara de fotografía.
Por esto ha dicho muy oportunamente un
ilustrado crítico que: «El aislamiento en que el
paisajista se nos presenta, la obligación quy
contrae de darnos la traducción exacta de laS
sensaciones que ha experimentado y del acto de J
razón que ellas determinan, constituyen la i*
mensa dificultad del paisaje, que sólo tratan/
fortuna organizaciones privilegiadas.» \
Dedúcese de todo esto que el género es n
cisamente todo lo contrario de lo que á primei
vista aparenta, y que para sobresalir en él, acaj
80 necesita el artista más subjetivismo y mayijt^'
esfuerzo de personalidad que en ningún otro;%^
no sin propósito insistimos en esta profunda
cuanto exacta observación.
Muchos años hace que entre nosotros goza dt
merecidísima reputación un maestro eximio qn
supo á maravilla interpretar la naturaleza, tra-
ladándolo al lienzo no con fría exactitud foto
típica sino con inspirado y personal sentimieii
to. Nadie podi-á negar á D. Carlos de Haes 1
gloria de haber elevado á la categoría de escin
la razonada los tanteos pocas veces felices de
Camarón y Villamil; pero su poderosa persoT^a-
lidad artística ha llegado á pesar é impcnerse
sobre sus discípulos de tal modo, que pocos de
ellos han podido desligarse de los procedimien-
tos del maestro, abjurando toda jiersonalidad y
dejándose arrastrar por la cómoda pero fatal
pendiente de las prácticas j)or receta y de los
sistemáticos amaneramientos. Por todas estas
razones, sin duda, en esta exposición no son los
paisajistas de Madrid los que más sobresalen;
llévanles notable ventaja los de Cataluña y Va-
lencia.
Entre dos luces, de Urgel, es un reto á la di-
ficultad de producir perspectiva en una linea
horizontal. El cuadro está casi dividido en dos
mitades; la superior, cielo; tierra la inferior; la
recta que entre ambas se produce sólo está in-
terrumpida por un esbelto contomo de mujer;
el efecto resulta maravilloso. Aquella horizon-
tal se dilata lejos, muy lejos, hasta donde una
ráfaga luminosa señala en el horizonte los pos-
treros albores de una tarde pesada y nebulosa.
Al oscaiectr, por Solas, tiene entonaciones
salientes y está con poesía interpretado el cár-
deno l'iilgiirar del crepúsculo..
Fuente de Motitjuich, por Rusiñol, es de una
admirable precisión casi fotográfica y muy bien
de color. No es, sin embargo, una reproducción
minuciosa del natural desprovista de sentimien-
to. Por el contrario, hay en este paisaje un me-
lancólico abandono que refleja la impresión per-
sonal del artista al contemplarle.
Orillas del Guadalquivir, por García Rodrí-
guez, es un paisaje muy agradable de luz, si
bien ésta más parece propia de Holanda 6 Bél-
gica que de la meridional Andalucía. El cielo
está brumoso, los términos envueltos en opaci-
LA ILUSTRAÜION IBÉRICA
471
dades grises y los contornos muy fundados y
empastados. Las aguas tienen transparencia, y
los troncos de los álamos de la izquieraa ofre-
cen frescas entonaciones. Los primeros térmi-
nos están descuidados, y algunas de las casas
lejanas tocadas con más vigor del que les co-
rrespondiera por la distancia que figuran. Apar-
te de estos ligeros defectos la tonalidad del con-
junto es encantadora.
Son además dignos de mención dos paisajes,
por Marín Baldo, mti}' llenos de luz y pintados
con frescura, aunque con alguna monotonía; El
Llobiegat en (.fono, por Rabada, muy fino de co-
lor; Laguna al rededor del Livdo, por Cabanzon,
en que la naturaleza aparece bien interpretada
y los reflejos del agua reproducidos con fideli-
dad; Alcudia y Puerto Polleniía, paisajes por
O'Neille y Rosiñol, bien de luz aunque con ex-
cesiva minuciosidad ejecutados; otros dos países
por Franco y Cordero de entonaciones suaves y
muy frescas; Movtesclaros, por Sainz, muy fino
y admirablemente interpretada la luz del sol
que hiere de soslayo; Estudio de calle, por Sil-
vela, tabla fina de color y de buena perspectiva
aunque algo nimia de ejecución; La niebla en el
Tiber, caprichosa impresión de luz con notas
muy acertadas, por Espina; Arroyo en la Casa
de Campo y en la Moncloa, por Lhardy. Por úl-
timo, Teixidor expone un lindísimo lienzo, ver-
dadera maravilla de entonación y de color. Re-
presenta la Plaza de Palacio (Barcelona) y el
efecto de llnvia no puede estar mejor interpre-
tado; los reflejos del agua, la bnimosa humedad
que flota en la atmósfera y la envuelve, y los
términos de la perspectiva, muy razonados y
entendidos, hacen de este cuadro una valiosa
joya. Y Laforet presenta la Puerta del Sol en
Toledo de prolija y minuciosa ejecución y acer-
tado de luz y de color.
Hay en esta exposición multitud de marinas,
algunas de mérito relevante y que acusan un
verdadero progreso en esta pintura tan difícil,
sobresaliendo en él los artistas que moran en
nuestras risueñas costas de levante y á diario
observan las alteraciones del diáfano y transpa-
rente Mediterráneo.
Presenta Yusto el Puerto de Vinaroz, efecto
maravilloso, lleno de verdad; el agua, el cielo y
las casas ofrecen la luz y la tonalidad que les
corresponde; el color es fino, delicado, transpa-
rente, y el dibujo correcto.
Meifren se ha revelado como artista de gran-
des y excepcionales condiciones para el cultivo
de este género. ¡Tarde/ y Mal tiempo, expresan
con fidelidad el pavoroso hervir del oleaje y el
violento empuje de la ola, gruesa como liquido
ariete, ruda y destructora. Las entonaciones
azules y verdosas están bien entendidas, y ad-
mirablemente esparcidos los reflejos de la luz
que contribuyen á dar á aquellas masas transpa-
rencia y verdad En ambos cuadros el artista
ha acometido valerosamente enormes dificulta-
des de muchas de las que ha salido victorioso.
Puerto, ofrece una admirable perspectiva.
Cada término tiene su valor expresado con fide-
lidad; en primer término uu malecón inmenso
que ocupa gran parte del lienzo y sobre ól, di-
latándose en extensión prolongadísima, la plani-
cie dilatada de sus muelles hasta perderse en
lejanías envueltas en bruma las torres y edifi-
cios de populosa ciudad; á la izquierda el mar,
con serenidad imponente y tranquila, cierra el
horizonte y confunde sus líneas azuladas y gri-
ses con las plomizas entonaciones del cielo.
LA VIDA ARTÍSTICA: BUENAS NOTICIAS
Entre dos luces, es un lindo paisaje lleno de
reposo y poesía. La tarde cae, y sobre el orien-
te oscurecido el disco de la luna se levanta se-
reno y claro y refleja una plateada arista sobre
la ola que se quiebia mansa y espumosa en la
arena de la playa.
L'is 1 estos de vaafruqio, de Ruiz Luna, están
pintados con verdad admirable. La luz del fon-
do es traslado tidelisimo; la ola que se dobla
verdosa y transparente y en blanca espuma se
parte, tiene movimiento, y los reflejos y transpa
rencias de los primeros términos tienen un vi-
gor extraordinario y acusan observación profun-
da y rápida y acertada ejecución.
En 'alta mar, por khí'ú y Blasco, ofjoce uu
movido oleaje y una entonación subida que in-
terpreta el natnríil á inaravilla; está ejecutada
esta malina con inuclio brio y atrevimiento.
TaiTibién son muy estimables los lienzos que
de este mismo géneio han presentado Morera,
Martínez Abades, Lleonart Campuzano y Muriel.
Cuadros de género, en la acepción en que los
franceses emplean este nombre, es decir, cua-
dros cuyo asunto no es de historia ni de paisa-
je, como retratos, repre.sentación de animales,
utensilios de cocina, flores, frutos, etc., etc., al-
gunos de mérito no escaso registra la exposición
presente.
Merece ante todo citarse el admirable lienzo
de Jiménez y Fernández, En el establo. Aquellos
corderos de tamaño natural están correctamente
dibujados y llenos de movimiento, vida y ex-
presión. En este género tan difícil, que requie-
re una incesante observación del modelo, nadie,
seguramente, aventaja entre nosotros á este
pintor distinguidísimo.
Una señorita, D.* Fernanda Francés, pre-
senta dos cuadritos de Ostras y langostinos con
tanta verdad y delicadeza pintados, que el más
descontentadizo gourmet se sentiría atraído por
ellos. D. Sebastián Gessa ha pintado un her-
moso racimo de uvas que titula Recuerdo de
Sax, con el que podría repetirse el caso que re-
flere la tradición ocuirida con aquella pintura
del antiguo artista Parrasio que con tanta ver-
dad retrató unas uvas que los pajarillos acudían
á picarlas. Son también recomendables los dos
cuadros de la señorita D." María Luisa de la
Riva, Flores y J'rutns y Píxsto de jUtrcs.
R. Bj>anco Asjínjo.
LECTURAS
EAUDELAIRE
I
Hace pocos días publicaba la Revue des Deux
Monden un artículo de uno de sus críticos de
guardia, M. Brunétiére, con el exclusivo y poco
cristiano propósito de arrojar cieno y más cieno
sobre la memoria de un poeta que ha influido
mucho en la actual literatura francesa, y que
tiene multitud de sectarios y hasta podría de-
cirse de adoradores. La diatriba, pues tal era,
del crítico francés me hizo sentir ese especial
disgusto que causa en el alma de quien seria-
mente ama el arte la injusticia do un censor
que se ceba en la fama de un poeta á quien se
deben momentos de solaz, ó alguna visión nueva
de lo bello, ó sugestiones para ideas ó senti- .
mientos, ó cambios fecundos del ánimo.
Ya estaba yo acostumbrado á experimentar
esta clase do emociones con la lectura de este
critico ilustrado que cuando habla de los con-
temporáneos casi siempre parece que se com-
placo en enseñar un mezquino corazón. Que
Bnmétiére tiene algún talento, es indudable;
que ha leído mucho, también; que su análisis
no siempre es superficial y á veces se distingue
por lo sutil, no cabe negarlo, pero pocas veces
deja de ser antipático por las causas que defien-
de, ó mejor, por los enemigos á quien ataca, y
sobre todo por las armas y la táctica que para
atacarlos emplea. Brunétiére es uno de esos es-
critores franceses (hay varios) que se diría que
se complace en una especie de coquetería ma-
ligna para hacerse aborrecer en cuanto critica;
él combate á Carlos Baudelaire principalmente
por su inspiración diabólica, por sus famosas
Flores del mal, pero á él se le podría combatir
por la vena mefistofelica que le asiste cuando
apura los recursos de su erudición, de su estilo
EXPOSICIÓN NACIONAL
ENTIERRO DE SANTA LEOCADIA (Cuadro áe D.
BELLAS ARTES DE 1887
Plá y Gallaitlo, tercera medalla. — Dibujo ile Punsoila)
474
LA ILÜBTRACION IHEBICA
y de 8u dialéctica pank_ demostrar que Zola es
poca cosa, Víctor Hugo un viejo verde indigno
de tanta fama y Baudelnire un pobre diablo
bueno para pasnuu- en la feria literaria á los in-
cautos burgueses que se creen maliciosos y leen
libros nuevos. Conviene insistir en el carácter
del ya afamado critico de la Rei-üta ilt AikIioh
Mh'i'Ios, porque su crédito va siendo grande, el
lugar desde que escribe es eminente y su voto
es repetido como un eco cu muchas partes;
v. gr. en his lucubraciones literarias de nuestro
famoso Cánovas del Castillo, oráciWo á su vez
de media España cuasi-pensante. Cánovas, cuan-
do habla de literatura francesa, y habla á me-
nudo, repite las opiniones y los argumentos,
echándolos á perder un poco con el acento an-
daluz, de M. Brunétiére y de M. Oherbuliez
(Valbert) que le pagan esta deferencia alabán-
dole de tarde en tarde en la revista de más cir-
culación de Francia.
Brunétit're influye, además, en muchos escri-
tores franceses de tercer orden que á su vez in-
fluyen en varios corresponsales (^del orden más
humilde que podemos figurarnos) que mantie-
nen en París algunas ])ublicaciones españolas
populares. La mayor parte de las tonteiíasy de
las injusticias y cavilosidades que se han escri-
to en España contra el naturalismo, se remon-
tan, por tres 6 más derivaciones, á los apasio-
nados ataques que Brunétiére y Valbert dirigie-
ron á Zola y á su escuela. Esto se sabe cuando
se sigue con atención ó interés el movimiento
actual de nuestra literatura llegando á por-
menores que las más de las veces los críticos
solo creen dignos de ser estudiados en los tiem-
pos remotos, es decir, en tiempos en que poco se
LA TARDE
puede saber de seguro respecto á pormenores.
Brunétiére es uno de los capitanes de cierto
prudentismo literario (y pase la palabra, que es
exacta) que seduce á muchos espíritus delicados
y sinceros, pero poco enérgicos, y que merced á
cierta hipocresía innata, en algunos inconscien-
te, causa graves daños al progreso del arte. Este
prudentismo que en Francia ha hecho ya estra-
gOii, también ha entrado en España y combi-
nándose con otras preocupaciones nacionales
no4 amenaza á nosotros con grandes sequías de
ingenio.
Hay muchos aficionados á las letras que vi-
ven en constante recelo temerosos de tomar
gato por liebre, dispuestos á contener los im-
pulsos del propio entusiasmo en cuanto alguien
les advierte de que no es oro tf»do lo que reluce.
Yo confietío que esta clase de lectores me son
profundamente antipáticos, aunque no tan»"
como la ralea de críticos que les sonsacan y <
<;aDdalizan. Arrojar del templo de la .fama -.i
quien no merece ocupar en él un mal rincón si-
quiera, es santa fMnfirfsa, pero regatearle gloria
al que la tiene legitiuui, escatimar aplausos al
gran ingenio, me paree trabajo improductivo y
contrario á la h'^rmosa y grande caridad del
arte. <¡Eh. no admiréis á fulano que es un maja-
dero, como lo pruebo! • esto lo comprendo y lo
aplaudo, pero est^» otro: «¡Eh.no admiréis tanto
á Víctor Hugo que tiene sus defectos; no os
EN VERANO
enamoréis del sol que tiene manchas!» esto no
me lo explico. En estos amigos de matar el en-
tusiasmo y en estos sectarios del p-udentismo
suele obrar la envidia, en los que toman la ini-
ciativa sobre todo; pero también influye mucho
el miedo al ridículo, el terror de encontrarse
admirando como el mísero vulgo lo que no me-
rece tanta admiración. El afán de no ser uno de
tantos, de no confundirse con el populacho lite-
rario obliga á muchos á ser reservados en mate-
ria de alabanzas y gusto.«, y tul lector habrá
que habiendo leído á Baudelairo y habiéndole
encontrado gran originalidad y fuerza, ahora,
advertido por Brunétiére le desprecie y le lla-
mo farsante.
Porque nada menos que eso so p)0|)ono el
critico de la Etvinta de Ambua Manilos; llega á
decir del poeta que es un pobre diablo que ha
escrito muy pocos versos regulares y que no ha
dejado nada nuevo á no .sor una pintura exacta
de las emociones que despierta el sentido del
olfato, el menos espiritual
de los sentidos. A Dios gra-
cias, en esta ocasión Bru-
nétiére exagera tanto su
antipática severidad para
el ingenio reconocido que
la malicia del intento se ha-
ce transparente y el peli-
Kro de la injusticia dismi-
nuye. Su parcialidad se ve
bien claramente cuando di-
ce que Baudelairo escribió
artíí'ulos de critica pictó-
rica como cualquier otro, ni
mejor ni peor que oti-o crí-
tico cualquiera. Eso vale
tanto suponer que los Snl'i-
vea los escriben lo mismo
todos los críticos y aun los
que no lo son; según eso
tanto valen los Salonen del
gran estético de la Enciclo-
pedia como los articulillos
de Wolff, el del Fígaro;
Eugenio Veron vale tanto
como Taine... Pero dejo
esto.
La crítica debe defender
á todos los escritores bue-
nos á (jiiien se pretende ne-
gar la condición de tales,
aunque se trate de aque-
llos por los que no se sien-
te el mayor entusiasmo.
Aún puede añadirse que en
este último caso se da más
pruebas de amor á la jus-
ticia y de entender los de-
l)eres de la misma critica.
Salir á romper lanzas por
las doctrinas y por los autores predilectos no
tiene gran mérito; con ello se obedece á impul-
sos que pueden ser hasta irresistibles. Yo no
tengo á Baudelaire por un poeta de primer or-
den; ni su estilo, ni sus ideas, ni la estructura
(le sus versos siquiera me son simpáticos, en el
sentido exacto de la palabra, pero veo su méri-
to, i-econozco los títulos que puede alegar para
defender el puesto que ha conquistado en el
Pai'naso moderno francés y solo poi- oslo me
decido á escribir, con ocasión del artículo de
Brunétiére, estas impresiones de una segunda
lectura de las Flores del mal, obra que princi-
palmente cita el crítico y que es la más im-
portante del poeta. Sí, he vuelto á leer las
Flores del mal, no con frialdad impasible (que
así no se lee á los poetas) pero sin preocupación
favorable, seguro, por las circunstancias de ser
imparcial; y para mejor lograr mi intento de
obedecer solo á mis emociones y á mi juicio
propio, espontáneo, he prescindido de cnanto he
leído acerca do Baudelairo, y para nada me
acuerdo, v. gr. del estudio de Gautier ni del
luuy notable do Paul Bourget, que recomiendo
á mis lectores.
(Se continuará.)
Cl.AKIN.
-*-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
475
DE ESTRELLAS ARRIBA
Contemplando estaba el excelso patrón de
Madrid como los hijos de la alegre villa y cor-
te celebraban su romería, y tanto le agradaba
aquel pintoresco espectáculo, aquel movimiento
de carruajes, el incesante ir y venir de gentes
y la bulliciosa algazara que armaban los vende-
dores de su veneranda efigie y de las tradicio-
nales rosquillas, que á ser
débil mortal, la emoción
que le embargaba, más de
una vez hubiera arrasado
de lágrimas sus piadosos
ojos; pero los santos están
exentos de penas y el pre-
claro labrador en vez de
llorar, manifestaba su gra-
titud sonriendo con inefa-
ble bondad. A través de las
diamantinas esferas donde
se recogen los astros y se
oculta el sol, seguía admi-
rando con sin igual aten-
ción, los obsequios que le
tributaban los hijos de Ma-
drid.
— ¡Cómo me recuerdan!
— pensaba. — Es altamente
conmovedor ver desde lo
alto como nos veneran en
la tierra... En tanto estuve
entre ellos, ¡qué olvidado
me tuvieron! Sólito araba
en esa pradera; mis bue-
yes eran mis únicos com-
pañeros; mis tristezas y
desdichas jamás tuvieron
consuelo alguno... Pero
Dios es justo, y en cambio
de aquella vida oscura é
ignorada me otorgó los es-
plendores de la inmortali-
dad, y aquí habito entre
coros de arcángeles y serafi-
nes, entre vírgenes y már-
tires que con la luz de su
gracia alimentan las estre-
llas que iluminan el mun-
do. ¡Eso es vivir, porque
aquí el tiempo no se mide
por horas, sino que se acor-
ta disfrutando de las deli-
cias reservadas sólo para
galardón de los escogi-
dos!...
Así discurría, cuando un
varón de simpática presen-
cia vino á distraerle de sus
agradables cabildeos.
— ¿Conque hoy estás de
turno en la tierra? — le pre-
guntó.
— Sí; y por cierto que
quedo muy agradecido á
las demostraciones de apre-
cio que me dispensan los
madrileños, — le contestó. ' —
— Es natural que te ob-
sequien; por algo eres su
patrón.
— Pero el tiempo... ¿comprendes? acaba con
las tradiciones.
— Eso sucede cuando se trata de santos me-
nos populares que nosotros dos; tii y yo seremos
siempre patronos predilectos y queridos; ¿no
ves que traemos fiesta?
— Voluntaria, no de precepto.
— Por eso tiene más fuerza.
— Tú tienes mucho partido; ¿recogerás infini
tas oraciones?
— Regular; lo que recojo son innumerables
promesas. Los retablos que diariamente me pre-
sentan no los puedes tú calcular; ¿cirios? á mi-
llares; ¿azucenas? cuántas producen los jardi-
nes; ¿trenzas? más pelo me han ofrecido, que no
guarda un almacén de peluquero; ¿vestiditos de
raso bordados de oro para el Niño? á cientos;
¿coronas de oro, plata y piedras preciosas? he
perdido ya la cuenta; hasta unas andas de oro
me han prometido; soy yo muy afortunado.
— ¿Y te cumplen cuanto te prometen?
— 8i otorgo lo que me piden, claro está que sí.
— Y, ¿qué te piden, Antonio?
— Cuando tanto me ofrecen, ¿qué quieres que
me pidan?... novio.
— ¿Y tú se lo concedes?
El de Padua titubea un momento antes de
contestar; luego con breve resolución:
— Cuando conviene, claro está que si, — con-
testó.
— ¿Dónde tienes más devotas?
— En España.
— Ni que fueras tú de la tierra.
— ¿Eso qué importa? La que más y que me-
nos, me cree más español que una pandereta.
— Tu negociado es bueno, pero de mucho com-
EN MISA.-VENDEDOR DE LA RIBERA DE ZUCCA (.Acuarelas cle_Luls Paaslnl)
premiso y responsabilidad. Yo no le hubiera
aceptado nunca.
— Pues, ¿no habías de aceptarlo, hermano?
Que dijera eso el de Gonzaga, menos mal; pero
á tí que presides la romería más bulliciosa que
se conoce en España, no te está bien el decirlo.
No es propio de seres celestiales andarnos con
hipocresías.
— Claro está, — interrumpió un gallardo man-
cebo que al acaso acertaba á pasar junto á los
dos contendientes. — De los santos que gozan
popularidad en la tierra vosotros sois los que
representáis la alegría y el buen humor. Cada
uno de nosotros tiene una virtud especial para
obrar prodigios, pero no es propio de varones
justos hacer alardes de vanidad.
— Y tú, ¿qué prodigios obras? — le preguntó
desdeñosamente el patrón de Madrid.
— Eso es, ¿quiéu te conoce en el mundo? —
objetó el de Padua.
— ¿Qué quién me conoce? ¿qué prodigios
obro?— contestó el aludido. — Pues á fe que me
maravilla vuestra ignorancia. Yo no presido ro-
merías, ni verbenas, ni doy novio á las niñas,
pero poseo manantiales que son fuentes de vida
y de salud; yo alivio toda suerte de dolencias y
sirvo por algo más que para divertir á la gente.
¿Vichy? ¿qué son sus ponderados manantiales
comparados con los míos? ¡Aguas de charco! ni
más ni menos.
— Date tono, Hilario, date tono, y habíanos
luego de vanidades,- — repuso San Isidro.
Dibujo oneLUü «u blanco y oro sobre fondo carmesí
V»to de AuLdju
Dibujo ililu^
riiiDKfiY) Manen MAm fimflo nparo oscuro
I'lmilai b'nn'':iH mhn foido sziil
MODELOS DE CAMAFEOS
478
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
— To no le atiendo, — afiadió Antonio.
— ¿Y por qué no le atiendes? — le preguntó
nna agraciada doncella tomando parte en el in-
teresante palique.
— ¿Por qué he de atenderle? Vaya un mérito
salimos con los prodigios que obran sus manan-
tiales.
— Que son maravillosos, — afirmó la Santa. —
Posible es que desdeñéis también los mios; pero
yo oa aseguro que no cambiarla su fama ni por
la de tu verbena, ni por la de la romería de
Isidro. A mi no se me conoce sélo en Madrid;
mi fama es casi universal y de ambos mundos
acuden á mi balneario.
— Miren que bien se explica Águeda, — excla-
mé sin dejarla acabar, un mancebo cuyo garbo
y donaire revelaban su origeu andaluz, — Quien
08 oyera á ti y á Hilario os creería los seres
más alabados, y al fin, es preciso convenir en
que gozarías de una popularidad anfibia; y el
agua, no lo dudéis, es buena, pero no lo mejor
que da la tierra; es preferible el vino, y el más
rico y deleitoso le doy yo. La manzanilla de mi
tierra es lo único que echo de menos aquí arri-
ba, porque no hay néctar que tenga su ambro-
sia, ni liquido alguno que tenga su aroma deli-
cado y su color de topacio fino; sino se me
alcanza como el Padre Santo no ha ordenado que
se ose para la consagración.
Guardaron silencio breves momentos, cuando
nn varón de majestuosa presencia golpeó suave-
mente en el hombro del último que acababa de
hablar, diciéndole:
— Lúcar, paj-ece que no se te quita la nostal-
gia de la tierra; merecerías que el Señor te de-
volviera á ella.
— Hablaban Águeda é Hilario de sus aguas
y recordé yo mi vino y me puse triste, pero ya
pasó.
— ¿Y Antonio de qué hablaba?
— De sus verbenas y de los casamientos que
arregla.
— Empezó Isidro hablando de sus romerías,
— repuso el de Pádua.
— Vaya un palique mundano, — exclamó el re-
cién llegado. — ¿Y así empleáis el tiempo? ¿No es-
taría más conforme que alabarais á Dios? Bueno
fuera que diéramos en recordar lo que en la
tierra somos y podemos. Aquí vendría Lorenzo
recordándonos que os el sepulturero regio, y
serían de oir las historias que podría contamos
desde Felipe II á Alfonso XII. Aquí Juan echa-
ría su párrafo explicándonos por qué le llaman
de Luz, y por qué de las Abadesas, y Jerónimo
podría referirnos lo que alcanza á ver desde las
cumbres de Montserrat, donde su vista abarca
del Cabo de Crens á las Baleares. En España
el que más y el que menos, todos tenemos pri-
vilegios, pero es sobrado atrevimiento hacer
gala de nuestros méritos, cuando la humildad
es la principal virtud que de nosotros se recla-
ma. A no ser así, ¿quién como yo podría ufa-
narse de la fama que en la tierra goza? ¿Qué
son los jardines de Versalles comparados con los
mios? ¿Dónde se reúne una sociedad tan ilustre
como la que en los veranos acude á mi real si-
tio? Yo me rozo solamente con gentes muj' ele-
vadas ¿ infatigables para divertirse. En mis
jardines, ¡cuántas fiestas se improvisan; cuántas
intriguilias se conciertan; qué de snbrosas fábu-
las so comentan! ¿Dónde podría formarse un
rorro qrnnile como el que se reúne á la sombra
de mi delicioso arbolado?¡Qué corro aquél, vál-
game Dios! Si los pajarillos recogieran las pa-
labras que en él se pierden, y entre arrullos y
gorjeos nos las subieran á contar, vaj'a, que con
ser tan santos como somos, capaces seríamos de
jierder nuestra serenidad.
— ¿Y id las sabes? — le preguntó Antonio.
— Cuéntanos algo, — clamaron todos.
— Que no paedo, — repuso el noble santo.
— Decididamente eres tú de los más afortu-
nados de entre nosotros, Ildefonso, — dijo Isidro,
— pero no estaría de más que por precaución á lo
menos, velaras alguna de las estatuas que ador-
nan tus ponderados jardines.
— No mirarlas,- — contestó sentenciosamente
el que faé en vida arzobispo de Toledo.
La "conversación ' fué animándose, y cuando
habla subido algunos grados en calor y color,
con paso resuelto y elegante, desembarazado,
llegó al corro un arrogante mocetón. Espléndida
aureola circundaba su hermosa frente, y su hol-
gado manto de anchas tablas rojas 3' gualdas
que llevaba terciado con muiho garbo, mostra-
ba embozo tricolor.
Al verle sus hermanos no pudieron reprimir
un movimiento de soi-presa y disgusto,
— [Él! — clamaron todos muy quedo.
— Yo, — objetíi el recién llegado con afable
buen humor. — ¿Por qué me miráis tan despa-
voridos? ¿Es que os sentís tamañitos á mi lado?
— Nada tengo que envidiarte, — le contestó
secamente Ildefonso.
— Ni yo, — repuso Antonio.
— Yo estoy contenta con mi suerte, — repuso
Águeda.
— No cambio por la tuya mi fama, — afirmó
Lúcar.
— Nadie me destrona de mi alto sitial, — dijo
á su vez Isidro.— Soy y seré siempre el patrón
de la corte de España.
— ¿Y tú, Hilario, no dices nada? — le pregun-
tó el del manto.
— ¿Por qué, si á tí nadie te puede convencer?
— le contestó.
— ¿Y por qué me habéis de convencer si en
España soy yo arbitro de todas las voluntades
y de todos los corazones? Hoy han sentido un
poco de calor y ya me han aclamado con deli-
rio. De vosotros ¿quién se ha acordado? Va-
mos á ver preguntadles: ¿á qué santo queréis
más; cuál es el que tiene más partido y está
más de moda?
San Ildefonso no contestó, volvió la espalda
y con paso majestuoso fuese á su espléndido
sitial.
Lo mismo hicieron sus hermanos.
El guapetón compañero que acababa de inte-
rrogarles, sonriendo les vio desfilar. Cerró la
noche; las nubes de oro y grana se disolvían en
el éter; y las estrellas que, como á divinos lu-
minares temblaban entre las azules gasas que
fluctúan en el firmamento, escribían en el movi-
miento de sus caprichosos giros, un nombre,
que no se cansaban de apuntar:
San Sebastián.
Antoni.\ On.s.-jo.
-*-
EL BIEN PERDIDO
Si no comprende mi dolor el mundo
ni ya me restan esperanzas hoy
(ide qué me sirven los recuerdos tuyos
si ves que ya me voy?
Ni esa mirada que en tus ojos brota
como sombra que brota en el espejo
en esta desventura ya me importa
pues ya de tí me alejo.
Si un recuerdo ha borrado otros recuerdo.s,
si otra memoria en tus entrañas rueda,
perdida la ilusión para mis sueños
sin tí, ¿ya qué me queda?
Los años que se van y nunca vuelven
se han llevado mi lágrima postrera,
tú te quedas aquí, mas sin que encuentres
quien como yo te quiera.
Y si mañana con ardor palpita
tu hermoso corazón para mi frío,
¿puede importarme su ilusión tardía
después de muerto el mío?
%
Aquellas esperanzas que se fueron
no ha de volverlas tu cariño ya
¿qué valen tus halagos y tus sueños
á un alma que se va?
A. Aix!AM)E Y Valladares.
W-
EN EL ÁLBUM DE CARLOTA,,.
Naciste para amar; coral pulido
son tus ardientes encamados labios,
y tus ojos dos soles donde brilla
de amor el rayo santo.
Tu cintura juncal la gentil palma
que mece el viento al sonreír galano,
y tu acento la nota melodiosa
que vibra en el espacio.
Tus mejillas la flor tímida y bella
que el alma inunda de perfume santo,
por la mano de Dios en tí prendida
como recuerdo grato.
Y al contemplarla yo, pobre poeta,
que en sueños vivo y entre sueños amo,
¡Quién hubiera nacido mariposa!
me digo suspirando.
Ramón Blasco.
-*-
FOSFORESCENCIA Y CALOR DE US PLANTAS
Entre los hechos que la naturaleza nos ofrece
dignos de ser admirados, figuran algunas mani-
festaciones que diversas plantas presentan, muy
propias para fijar la atención, no tan solo del
botánico, sino del que siente interés hacia cuanto
se desarrolla y tiene vida en torno nuestro.
Son, en efecto, tan admirables y raros los he-
chos que la observación ha consignado en va-
rias plantas, que no es posible prescindir de
mencionarlos, en la seguridad de que han de ser
leídos con interés y afición.
Uno de estos tenómenos á que nos referimos,
es la propiedad que algunos vegetales ofrecen
de ser luminosos cuando se lea examina en la
oscuridad más densa.
Es sumamente curioso pasear por un jardín
en las oscuridades de una noche de estío, y ver
que de algunas flores se desprenden luces fu-
gaces é inciertas, para volverse después á re-
producir como los fuegos fatuos, cuyo fenómeno
se observa en determinadas épocas y solo en
contadas plantas. La imaginación, como es na-
tural, dio al principio gran importancia al hecho
y formó fantásticas deducciones en que la poe-
sía y la fábula tomaron no escasa participación.
La primera observación de la luminosidad ó
fosforescencia de las plantas fué hecha por la
hija de un sabio botánico cuyo nombre ha colo-
cado la humanidad en el templo de sus genios
para que pase íntegro á las edades futuras, el
gran Linneo.
En las flores denominadas espuelas de caba-
llero se notó primeramente. Después se mani-
festó en otras varias de color parecido. Más
tarde, lo que se creyó peculiar de algunas pocas
plantas y excepcional por lo tanto, fué genera-
lizándose á otras varias.
Se ha notado que la fosforescencia de las plan-
tas es mayor y se presenta con más facilidad en
los ardorosos calores del verano y cuando la at-
mósfera se encuentra más cargada de electrici-
dad. La sequedad del aire favorece también este
fenómeno singular.
A medida que las observaciones han sido más
minuciosas, se han visto mayor número de
plantas dotadas de esta propiedad. Hay algunos
hongos que la poseen en alto grado, como acon-
tece con la Rizomorfa subterránea y el agárico
del olivo. Se supone que esta fosforescencia
procede de una verdadera combustión, por la
circunstancia de activarse con el oxigeno y anu-
larse en el seno de los gases no respirables. De
todos modos, este fenómeno, que se presenta en
bastantes vegetales y en algunos hasta en sus
zumos, cual sucede en la Euphorbia phosphorea
LA n.USTRACTON IBERIOA
479
del Brasil y en otros en su madera en putrefac-
ción, es muy notable y ha sido asunto de algu-
nas discusiones en fisiología vegetal.
A pesar de que la fosforescencia de las plan-
tas es uno de los fenómenos que han llamado la
atención de gran número de botánicos, no se ha
puesto todavía en evidencia la causa á la cual
se debe tan extraordinario efecto. Las explica-
ciones que hasta ahora se han dado, pueden
considerarse como hipótesis que satisfacen más
ó menos las exigencias científicas, si bien no
exentas de objeciones y reparos.
La temperatura que las plantas ofrecen es
otro de los hechos dignos de llamar la aten.'íión.
Los vegetales tienen temperatura propia, in-
dependiente de los cambios atmosféricos, como
sucede en los animales, lo cual depende sin
duda de la multitud de reacciones que la quí-
mica de la vida origina en el interior de los or-
ganismos.
Se observa plantas que resisten los más in-
tensos fríos y crecen lozanas, dando aromáticas
flores y sabrosos frutos; de igual modo que
otros experimentan las altas y abrasadoras tem-
peraturas de los arenales del Senegal. Plantas
hay que viven constantemente bañadas sus
raices por aguas termales y otras como el abe-
dul y la encina que subsisten en temperaturas
de treinta grados bajo cero.
Además, hay actos vitales en las plantas que
dan lugar á elevación de temperatura como su-
cede con la germinación. Las semillas al desa-
rrollarse para dar origen á un nuevo vegetal,
producen un notable desprendimiento de calor,
como puede poner.se de manifiesto cuando se
examinan los depósitos en que se acumula la
cebada para la fabricación de la cerveza Du-
trochet por medio de un aparato termo-eléctrico,
pudo apreciar en distintas ocasiones aumentos
de temperatura en las plantas relacionadas con
actos diversos de su vida.
Así, en el aro por ejemplo, se eleva su tem-
peratura notablemente en el acto de la fecun-
dación, lo cual es en términos suficientes para
poderse apreciar sin auxilio alguno de termó-
metro.
Hay diferentes plantas cuya temperatui-a se
eleva en horas determinadas del día y las ob-
servaciones en este sentido han de ser de gran
utilidad en el estudio de la fisiología vegetal,
donde aún existen no pocos vacíos y problemas
que esperan solución en el terreno experi-
mental.
Joaquín Olmepiij-a y Püig.
-*-
NUESTROS GRABADOS
Li VIDA AKTfaTlCA
Et motUlo en funciones. ~ El último grito. —Cabeza de puritano.
De utilidad general. — Venu».— Cupido.
Buenas noticias
Estos dibujos constituyen una serie llena de luen humor
respecto á los modelos. Los iniciados en la vida de artista re-
conocerán al punto la exactitud de lo expresado y los que ig-
noran las interioridades de los talleres podrán hacerse cargo
de lo que pasa tocante á aquellos hoy indisponsab'es ele-
mentos de verdad y conciencia.
LAS BBI.I.AS ARTES EN ITALIA
BAILE DE BODAS, cuadro dc Bgisto Lancerotto
LAS LAVANDERAS, cuadro de Aquites Formis
Inspiradas ambas obras en la vida del pueblo bril'nn
Igualmente por su ejecución franca y vigorosa. Es inip(»sible
no aplaudir el impresionismo de buen género deque alardea
el Baile de bodas, asi como la composición bellísima de Las
lavanderas. Cuadro es éste de sabor griego por el magnifico
modelado d^as figuras, la gracia de la^ actitudes y la armo-
nía entre !fl8 diversos elementos de que consta, no parecien-
do sino que Arboles y mujeres viven una misma vida surgida
con igual encantadora fuerza del seno de la Naturaleza.
IXP.)eiCIÓN NACIOMAL DE BELLAS ARTES DK 1887
ENTIERRO DE SANTA LEOCADIA
Cuadro de D. Cecilio Plá y Oallardo, tercera medalla
Dibujo de Ptmsoda
Hé aquí lo que respecto de esta obra escribe el señor Gi-
ner de los Ríos:
«Estamos delante de un cnadro de esos que Impresionan
agradablemente y descansa el ánimo después de vistas las
violentas escenas y los exabruptos de la fantasía. Hay un
tono azulado que se repite en otras telas y que viene á ser
como fórmula convencional de filiación romana, respondiendo
más á la luz peculiar en aquel cielo y en el ambiente de aque-
lla campiña que convencionalismos puramente artificiosos.
Entra de iodos modos en la categoría de lo que se llama una
academia, en la cual algunas de las figuras, sobre todo la del
paño azulado de la derecha, satisface por la bella melancolía
que la envuelve. La del hombre, recorta muy bien sobre el
paisaje, cuyo fondo está bien entendido, especialmente en la
hojarasca del primer plano izquierdo. Todo el cnadro es fino
y vale más que la protagonista . •
UN BOSQUE
La tarde.- En verano
Arabos estudios son notabilísimos: el uno por la elocuen-
te expresión que el autor ha sabido darles á los árboles se-
mi-achloharrados por el calor y el otro por la deliciosa fres-
cura que respira. iQulén pudiera hallarse en esa espesura á
orillas del arroyo que se desliza entre la sombra de los ár-
bolesl
OBRAS DE LUÍS PASSINI
En misa.— Vendedor de la ribera de Zueca.
Un lector del Tasso
En el número anterior dimos ya alguna noticia sobre el
autor de esos cuadros por lo cual no nos queda más que decir
que los tres grabados que se verán hoy pertenecen también
á asuntos de la vida moderna veneciana. En todos ellos se
muestra Passini encantador, delicado y sincero acuarelisla.
MODELOS DE CAMAFEOS
Pnede decirse, que el arte de los camafeos es nn arte redi-
vivo. Por largo tiempo sólo subsistió del mismo un heimoso
recuerdo hasta que casi en nuestros dios ha resucitado con
nuevo esplendor rivalizando sus productos cou ios que en
la antigüedad labraban los grandes artífices del Egipto, la
Siria y sobre todo Grecia. Floreció también en Roma este
ramo, del cual era Nerón,— hombre de fino gnsio,— entusiás-
tico partidario. Consta qne en la antigüedad era cosa corrien-
te la afición á los camafeos, pero vinieron los vándalos y
parece que lo rompieron todo, refugiándose en Biznncio
aquella delicada fabricación, desde donde pasó á Venecia.
Los modelos reproducidos hoy en nuestras páginas son:
un jarro con plantas blancas sobre fondo azul, otro de dibujo
oriental, blanco y oro soire fondo carmesí, una taza con
dibujo chinesco y un medallón con camafeo blanco sobre
fondo negro, obra de los Webb, de Stonrbridge: y un vaso
llamado do Auldjo, el cual tiene la forma que en el arte se lla-
ma de üinochoe, como si dijéramos destinado á servir de jarro
de vino; es una pieza antigua, descubierta en las cercanías
de Ñapóles.
«COANDO YO ERA »lSO...> — KL NUEVO BEBÉ
Son dos dibujos elegantísimos, aunque reñidos entera-
mente con todo «impresionismo.» Una y otra escena res-
piran distinción y son un alarde de lindeza.
El templo del arte es muy grande y hay en él suficientes
capillas donde todos pueden hacer sus devociones con entera
libertad.
*
AMOR SUICIDA
(PÁGINAS DE LA VIDA REAL)
I
Era un sábado del mes de Enero de 1885. El
Casino popular daba aquella noche uno de sus
acostumbrados bailes de sociedad. A las diez
comenzaba la fiesta, que no terminaba hasta la
una de la madrugada. El salón era grande y es-
pacioso, pero esas noches resultaba pequeño; no
había un hueco desocupado ni un asiento vacío.
Verdad es que á estos bailes concurrían todos
los socios, y pocos dejaban de asistir, acompaña-
dos de sus respectivas familias. Sólo una causa
mayor, una desgracia, una ocupación precisa,
pudiera obligar á que un socio faltase á estas
reuniones familiares agradables y económicas,
factor este que entraba por mucho en el éxito
de la fiesta.
Los socios del Canino popular pertenecían á
la clase que gusta divertirse y dispone de esca-
sos medios; gente artesana, dueños de pequeños
talleres, empleados de corto sueldo, en fin, todos
los que no podían permitirse el lujo de íígurar
en las listas de las sociedades y centros recrea-
tivos de cierto nombre.
Por seis reales al mes, que esta era la cuota,
disfrutaban de una biblioteca con cuatro doce-
nas de obras incompletas, de varios periódicos,
de una sala de juego, de veladas literarias, fun-
ciones de teatro y de los conciertos bailables.
Todos estos milagros, que sí lo eran, y muy
grandes, sólo se alcanzaban mediante el con-
curso de muchas cuotas: en las listas figuraban
más de mil socios.
Aquella noche el baile prometía estar anima-
dí.sínio, ofreciendo grandes atractivos á los afi-
cionados á la danza, que allí lo eran todos, ó la
mayor parte.
Las jóvenes asistieron ataviada.s con sus tra-
jes domingueros. El calor era sofocante, la
atmósfera pesada, el movimiento perezoso y
enervante. En medio de aquel mar de cabezas
humanas, á través de un ambiente opaco y
agrisado, los ojos de las jóvenes brillaban mu-
cho más que las tres docenas de mecheros de
gas que había en el salón.
Aqviellos rostros, que rebosaban vida, enar-
decidos por el ritmo de la danza, semejaban
grandes amapolas agitadas por el torbellino del
baile.
Y frente al cuadro de la vida agitada, alegre
y expansiva propio de almas juveniles y apa-
sionadas por la fiesta, ofrecía notable contraste
el cuadro de las madres, cuadro reposado, tran-
quilo y á ratos durmiente. No bailaban. Como
ellas decían, había pasado su tiempo. Allí esta-
ban guardando los pañolones de lana y los
abrigos de estambre de sus hijas entregadas
por completo en brazos del wals ó de la polka.
No todas las jóvenes bailaban. Algunas, con-
tadas, es verdad, gozaban más contemplando el
espectáculo. Entre esas pocas, había una para
la que el baile no ofrecía encantos. Era de ros-
tro redondo, morena de color, ojos grandes y
oscuros, cejas fuertes, cabello negro, labios pro-
nunciados y medio abiertos, por donde escapaba
una continua sonrisa, dejando ver dos hileras
de dientes pequeños, blancos y bien conserva-
dos. No se la podía llamar hermosa, pero sí
atractiva simpática y hasta vistosa.
Muchos fueron los jóvenes que le rogaron
fuera su pareja en el baile. Ninguno vio satis-
fechos sus deseos. Todos obtuvieron igual con-
testación:
— Gracias, no bailo; me duele la cabeza; otra
noche.
Un joven, entre tantos, fué el único que no
se acercó. Colocado á cierta distancia, sus ojos
estaban fijos en la joven. A veces las oleadas
de gente, la marea de los danzantes le arrojaba
lejos de aquel sitio. Apartábase el cuerpo, pero
no la vista, siempre fija en un punto, siempre
atenta á los movimientos de la joven.
Esta no tardó mucho en notar la presencia
del joven y la insistencia de su mirada. No era
coqueta, pero le agradaba llamar la atención.
¿Qué joven, siendo bonita, no gusta de esas
contemplaciones?
Y el joven no era de los que repugnaban. Sin
ser lo que se llama un buen mozo, podía co-
dearse entre los más favorecidos de la natura-
leza. A primera vista, un espíritu observador
descubría sin gian esfuerzo en la mirada del
joven, en sus facciones y en su manera de ser,
que la nota dominante de su carácter no era la
energía, la decisión y una fuerte voluntad. Todo
en él era apacible, sin relieve; era uno de esos
seres guiables, nacidos para la obediencia y ser
esclavos de los caracteres enérgicos, volunta-
riosos y vehementes.
Mas de una vez se cruzaron las miradas de
los jóvenes. La de ella, vigorosa, penetrante,
avasalladora; la de él, tímida, solícita, obedien-
te. Por esto sin duda, se comprendieron pronto.
Dos miradas igualmente intensas, de igual modo
violentas, hubieran chocado y el choque ocasio-
nado la repulsión, el antagonismo. Pero se com-
pletaban tal como eran. Ella había encontrado,
tal vez sin buscarlo, el tipo soñado; él, la mujer
superior, el fuego necesario para poner en mo-
vimiento aquella voluntad sin fuerza, anémica.
480
IJV. ILXTSTRAOION IBÉRICA
Concluye el baile y comeníó la dispersión.
La joven, acompañada de su familia, abandonó
el salón , seguida a cierta distniu'ia por el
galán.
Y sucedió lo de siempre. Al siguiente día el
joven hizo investigaciones y supo cuanto desea-
ba saber.
Luisa, que asi se llamaba la joven, era huér-
c
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fana de padre. La mayor de tres hijas; contaba
veintido« afio8, vivia en compañía de su madre,
viada de un mod«8to empleado. En el barrio
gozaba de buena reputación, considerándola
como una joven bien educada, trabajadora y
no... se le habían conocido novios.
A la muerte de su padre, después de haber
agotado todos los recursos y de ir vendiendo
los mejores muebles y desprenderse de algunas
alhajillas, Luisa determinó reiuediar con su
trabajo las penurias y privaciones de la fa-
milia.
Bordaba perfectamente, tenía gran
habilidad para la costura, y sus tra-
jes, aunque modestos, eran siempre la
envidia de las jóvenes del barrio. Es-
tos conocimientos , resultado de una
educación juiciosa y modesta, fueron
puestos á contribución y no faltó pa-
rroquia y con la parroquia trabajo y
con éste un relativo bienestar, cierto
desahogo, del humilde círculo en que
se desarrollaba la existencia de
Luisa.
Dos eran sus pasiones favoritas: el
trabajo y la lectura. Cuando no traba-
jaba, leía. Las novelas sentimentales,
sencillas y apacibles la encantaban;
con su lectura nutría la inteligencia
y formaba su corazón, siempre abier-
to á las más tiernas y puras emocio-
nes de la vida tranquila y sosegada.
¡Cómo se interesaba por los héroes de
sus novelas! ¡Cuántas veces la sor-
prendía su madre con los ojos húme-
dos por las lágrimas, provocadas por
un pasaje triste ó placentero!
Ijuísa, aparte do todas las cualida-
des que dejamos apuntadas, tenía una
que vale mucho, pero que también sue-
le ser muy peligrosa: la de conocerse
á sí misma, la de apreciar su verda-
dera situación en el mundo.
Por educación, por temperamento,
por ideas, perttmecía á una clase su-
perior; por su estado, quedaba sujeta
á otra clase inferior. No estaba en las
capas más bajas de la sociedad, pero
sí en la que pudiéramos llamar la cla-
se media de los trabajadores, de los
que viven sujetos á un jornal. Situa-
ción llena de peligros y privaciones
y expuesta lo mismo al bien que al
mal, según fueran las impresiones,
las contrariedades, los deseos domi-
nantes.
Nuestra joven conoció pronto la
realidad. No se forjó ilusiones enga-
ñosas, pasajeras, tenues, impalpables.
Su pensamiento se remontaba á más
altas esferas, pero su cuerpo, la mate-
ria, no podía navegar en ese mundo;
pertenecía á una clase y no era posible
salir de ella. Antes que pasar los um-
brales del vicio, se resignó á vivir, á
vegetar entre los suyos, ahogando los
latidos del corazón y renunciando á
desembarcar en la playa hermosa que
había soñado y visto con los ojos de
la fantasía y el deseo.
Su resolución era firmísima, su vo-
luntad inquebrantable. Nada la apar-
taiia de la souda que se había traza-
do. Con pié firme, seguro, sin arrepen-
timiento, cruzaba el camino de la vida,
honesta, tranquila, apacible, sin tem-
pestades aparentes. Con igual vigor,
con la propia energía, habría seguido
el derrotero de la perdición, si ésta
hubiera sido el norte de su existencia.
Carácter enérgico, llegaba al fin sin
volver la cabeza, ni contar la distan-
cia recorrida. .
Conoció á Enrique, adivinó su pen-
samiento y con paso lento, ppro segu-
ro, fué entregándo/e túi cetazón, no
herido hasta entonces por la pasicm ^i^emente
v avasalladora del amor. * ;
\-
(Se continuará.)
ah Blasco.
IMRbTiiUÓI: Cnw, J6Í-367, Ruói Itiiiu, Milor. — Stunidoi los dertcbot de propitdad artótic» j littraria. — Las reclaniacioiiei cd Madrid, al represeDtaDte de esta Casa D. Mainel Plá y Valor, Apodaca, 10, 2.*
-) INSÉRTESE Ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL (-
■STABLBCUIIB» re TIP<>UHXFICI> UK 8. BA8KUA.— CAI.LB UB VilLARHOKI.. NÚM. 17, BMSAMCIIB U8 SAN ANTONIO. — B*Hi;El.<lNA.
Año V
Barcelona 30 de Julio de 1887
Núm. 239
Con el presente número repartimos el suplemento de modas EL MUNDO DE LAS DAMAS, correspondiente al mes actual
UNA PAISAJISTA
482
LA ILUSTKACION IBÉRICA
SUMARIO
Tbxto.— JfodHd. Oartat á wd prima, por Ptinanflor.— Ifu-
iera dt ta •ovda cotUewtporáMta: Utrera de Daudei (con-
Unoadóo), por Kalhel AlUaln.-JBoMa tíenKJUM, por
Al/Irado Oidno. —La apotietá» de pitUtunu y Ktpalia, por
Banlgno P»nol.— La vbtdUa, por R. Hemandes y Berinú
Am.—La eamptma de( iiitfor (poealat , por Pedro Bonec
AloanUriUA.— 5(m«o, por José Sierra y Saarei.— Noestroa
gnbadoa.— ^aior nieidm (oontlniuclón), por Luis Blaico.
SiAiiDoa.— Una palsi^taU. — Dibujo* de Handolfo (aldecott
<6 fratwdoe).— Loa Jugadores.— Kl arresto.— La resigna-
ción.—Do Ótelo de aldea.— HaérCtna.- Los regalos de la
aboellta.— Kl pan nuestro de cada día . .-Recuerdos de
Vullpellach (Gerona).
M ADR I D
aj^-RTA.e A. jyti mnsaiA.
MADRID HIGIÉNICO
¡X esta época del año Madrid ofrece poco
interés al lector de periódicos; porque Ma-
drid viaja, como ahora decimos. Y dar
cuenta de los espectáculos y diversiones es poco
entretenido, pues estos se reíieren á circos
donde repiten sus acostumbrados ejercicios hom-
brea y fieras y á teatrillos donde se pasa re-
vista á todas las actualidades cómicas de la ca-
pital y especialmente del mundo político. En el
jardín del Retiro se canta música italiana y en
el teatro Felipe continúa la Gran Via declarado
espectáculo permanente y obligatorio.
Unos cuantos cólicos, ocurridos simultánea-
mente en diversos barrios, sobresaltaron á la
opinión, que se temió la vuelta de nefastos días.
Los tenientes de alcalde tranquilizaron al ve-
cindario diciéndole que esos cólicos se debían
á la mala calidad de la leche expendida por al-
gunos vendedores y que ellos harían un recono-
cimiento extraordinario de cántaras y vasijas...
Hecho el reconocimiento ha resultado que á lar
verdad la leche no contenía grave adulteración;
antes bien contenía tan solo bicarbonato de sosa,
sustancia favorable para la salud; siquiera no
sea la qne desea comprar en las lecherías el pa-
rroquiano... Resulta, pues, que los que se han
muerto de los cólicos se han muerto sin verda-
dera causa justificada. Hay personas que andan
buscando pretextos para morirse.
La cuestión de la salud pública y la cuestión
de la pública higiene es, por lo tanto, la única
cuestión importante del día; pero este punto es
f)recÍ8amente el que se pone á discusión todos
08 veranos; época en que renacen los insectos,
las moscas, los miasmas, las fiebres y todos los
hálitos, enfermedades y muertes que tenía dor-
midos, entumecidos y desarmados el invierno.
Bajo este punto de vista comprenderás que
el veraneo no tan solo es una ventaja para los
que salen de Madrid sino para los que no pue-
den veranear. Madrid se despeja; y con el gentío
que huye desaparecen muchas causas de males:
cuanto menos bultos más claridad, dice un ada-
gio: cuanta menos población más salud, puede
decirse también.
No parece que haya aumentado la afición á
los baños medicinales; pero aumenta la de sa-
lir de Madrid á exparcir el espíritu. Los higie-
nistas han convencido fácilmente á todo el mun-
do de que nada hay tan favorable al hombre
trabajador como el descanso; al hombre pensa-
dor, como el dejar de pensar; y al ocioso, como
cambiar de teatro de sus ocios. La higiene es
una gran ciencia. Respire V. aire puro; esmé-
rese V. en la limpieza corporal; sea V. sobrio
en comer y beber, pero lo que coma y beba us-
ted que sea fresco y sano; baga V. un ejercicio
suficiente; huya V. de las pasiones; tenga usted
dinero en los momentos en qne lo necesite y vi-
virá V. largos años y será dichoso en esta baja
tierra. — Es una gran ciencia, en verdad. Sólo
la encuentro un punto vulnerable; y es que las
gentes del campo qne no suelen tener nada de
esto, viven, por regla general, más tiempo que
los cortesanos y suelen ser más felices.
Esto de la felicidad parece ser que está en
razón inversa de la posición; por lo cual, en
Madrid hay pocos dichosos; dado que aquí todo
el mundo está lleno de preocupaciones, incluso
los que viven de profesiones mecánicas y, por
lo tanto, debieran ejercitar poco la imaginación.
Pero en Madrid los oficios no son un fin, son
un medio; el artesano no practica su arte con
amor y cariño, por la satisfacción de realizar
un trabajo perfecto, sino que le practica rápi-
damente y sin gusto para emprender otro que
le aguarda: el trabajo para el artesano de Ma-
drid no es elemento de salud, ni de moral, ni
de vida, como los higienistas pregonan, sino ele-
mento de fabricar dinero. Sin que los higienis-
tas se lo recomiendeii al artesano, éste, al mismo
tiempo que trabaja, piensa en el teatrillo, en
el baile, en la función de toros, en la parti-
da de naipes que le aguarda y trabaja febril-
mente, no por entusiasmo, sino por impacien-
cia. Así es que á los artesanos les falta en el
trabajo material la cualidad precisa para que
este trabajo sea higiénico: les falta la serenidad,
el reposo del ánimo.
Por esto, sin duda, los artesanos necesitan
veranear como los que se dedican á profesiones
liberales, y veranean, en efecto; porque el deseo
de vivir en una esfera superior, es el carácter
del hombre en esta época; y esto constituye
po)- sí solo una enfermedad del espíritu que ne-
cesita calmantes. Así es que el veraneo se ha
hecho general y ya nadie se extraña de que ve-
raneen los tenderos, ni los sastres, ni los eba-
nistas, ni los peluqueros, ni los guardias de or-
den público.
La vida se ha metodizado en Madrid y he-
mos convenido en que el verano se destine tan
solo á los pronunciamientos, bastando para ha-
cerlos frente el que se quedo algún ministro.
Los que ejercitamos principalmente las facul-
tades intelectuales, los hombres de Estado, los
empleados, los médicos, los abogados, los litera-
tos, los periodistas, los poetas, los compositores
de música hemos convenido en que hay ciertos
meses en que no se debe pensar. Estos meses
los dedicamos á la nutrición: el cambio de cli-
ma y el descanso devuelve al estómago sus
fuerzas.
Realmente la vida que hacemos en Madrid
es aniquiladora y solo podemos resistirla por
el hábito, que nos hace soportar sin peligro
hasta los venenos. Ponemos en constante tortu-
ra nuestra imaginación y descuidamos los ejer-
cicios corporales; sino se hubiesen inventado
las mesas de billar al rededor de las cuales da-
mos vueltas después de comer, entre inquietud
de una digestión forzada por las pildoras y el
bicarbonato y envueltos en la atmósfera de los
cigarros, concluiríamos por no saber andar ni
mover los brazos. Hay madrileños, — los hom-
bres políticos, los banqueros y otros muchos,^-
que solo andan en coche y cuya ponderada ac-
tividad la deben al tronco de yeguas que les
trasladan de un ministerio á otro. Madrid es
también el centro de los sabios y estos hombres
de la ciencia no comen. Arquímedes no salió de
su meditación ni cuando los enemigos asaltaron
la ciudad: todos los sabios son Arquímedes y
no se preocupan de tan ligeros detalles. Los sa-
bios suelen casarse jóvenes por egoísmo; toman
mujer que se cuide de ellos porque se reconocen
incapaces de cuidarse á sí propios, y ven con
indiferencia los sucesos del hogar doméstico y
apenas se enteran de que les nacen los hijos,
de que se les mueren los parientes y de que
les mudan la casa. Por esta misma razón tam-
poco saben que veranean; van con sus familias
en el tren, viven con ella.s en las fondas y vuel-
ven á Madrid sin haberse enterado de nada...
Los sabios son la execración de los higienistas.
iNadie más propenso á las enfermedades, nadie
menos limpio de cuerpo ni más delicado de es-
píritu!... Un sabio, — dicen los higienistas, — no
puede servir nunca de tipo al hombi'e natural,
que debe ser robusto, colorado, ágil y apto para
todos los ejercicios y placeres de la vida. Si á
los sabios, como digo, no se los llevaran en esta
época, Madrid parecería una Universidad en ve-
rano.
Pero los que abandonan á Madrid no por hi-
giene sino por continuar sus vicios, son los afi-
cionados al bello sexo. Como la mujer es más
aficionada que el hombre á veranear, Madrid
pierde sus más bellos ornamentos; y los diver-
sos puntos en los cuales residen durante Agos-
to 3' Setiembre se convierten en otros tantos
jardines de la galantería. Puedo decirse que el
íiníor es quien más estragos hace en Madrid;
porque siendo esta población eminentemente
intelectual es al propio tiempo excesiva en los
placeres que el Amor brinda. Los hombres pen-
sadores deben sujetar su corazón y sus sentidos
á un método saludable; los entusiasmos de la
pasión solo pueden serle permitidos al rico ocio-
so que vive para sí; mas que no puede tener
influencia, ni pretende tenerla en la marcha in-
telectual de su país. El literato, el escritor, el
erudito, el poeta, el artista, el militar, el hombre
de Estado que no sabe limitar sus afectos, está
perdido: las leyendas de Sansón y de Dalila se
repiten constantemente; y la imaginación y las
fuerzas físicas son devoradas por la llama de la
pasión como hojarasca de pino. Si recuerdas la
historia de los hombres políticos de fama, de
los grandes sabios, de los escritores inmortales
verás que la mujer ha cortado siempre en flor
los grandes talentos y que sólo han llegado á
la madurez aquellos otros que supieron bogar
por los mares de la vida hacia el sol de la
gloria sin atender al canto de las sirenas. Lo
mismo pasó en la antigüedad; los más ilustres
varones fueron sobrios eu amor y reservaron
sus efusiones para la patria; amar con exceso
sólo está reservado á los ignorantes y á los idio-
tas. Ciertamente que los manicomios están lie
nos de sabios que han querido descubrir la di-
rección de los globos y la cuadratura del circulo;
pero abundan más en ellos los que en tiempo
de lluvia no podían ver á las modi.stillas sin
ofrecerlas el paraguas, ni en el buen tiempo sin
decirles un chicoleo.
Por donde se advierte que no sabe uno de
qué mal morirse, pues si la ociosidad es madre
de todos los vicios y, por lo tanto, el cortesano
rico suele sor enamorado, e\¡ hombre pensador
inclinado al estudio y el hombre que batalla
interiormente con las preocupaciones de la vida
gustan de un veneno cuya acción deletérea les
es funesta. El abuso en el ejercicio de las facul-
tades intelectuales reflexivas desorganiza al
hombre, le aisla, le hace misántropo y Rousseau
ya dijo, en cierta ocasión mirándose al espejo:
— «El hombre que piensa es un animal depra-
vado.»— Pero si la manía de pensar es funesta,
como repuso cierto frailo plagiando á Rousseau,
convengamos en que el pensador que veranea
nos favorece difundiendo su depravación por
otras regiones.
El verano es la época de los higienistas: en
invierno se callan' y además nadie les hace caso.
Al llegar estos meses publican memorias y ar-
tículos haciendo responsables á los gobiernos
de la insalubridad pública. Cuando un higienis-
ta grita mucho hay que darle una comisión, con
lo cual se mejoran por lo menos sus condiciones
personales.
Pero el hecho es, prima, que sólo se atiende
á los fundamentos de la higiene cuando suceden
casos como este á que referí en el principio de
esta carta: entonces, durante unos cuantos días,
se despliega un celo admirable; se visitan los
establecimientos que no habían sido visitados
nunca y se procura encontrar un criminal res-
ponsable, que no tenga grandes recomendacio-
nes para hacer un ejemplar fructífero. Por
desgracia los adulteradores perseguidos han te-
nido noticia de la visita; so lian dispuesto á re-
cibirla: los cántaros de leche, — si de estos cán-
taros se trata, — están ordenados, resplandecien-
tes, apetitosos y llenos de un líquido superior
á las condiciones reglamentarias.
Pero en punto á higiene hemos convenido en
que lo más higiénico para todo el mundo, en
este tiempo, es marcharse y cada uno de los in-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
483
cidentes desagradables que ocurren para la sa-
lud pública da por resultado mayor número de
verancadores.
Celso, que era un gran higienista, dijo, que
la mejor medicina era no tomar ninguna: los
cortesanos decimos que la mejor medicina es to-
mar el tren... y le tomamos.
Dispensa esta breve y monótona carta: ella
te dará perfecta idea del Madrid actual: sin
ideas, sin variedad y sin alegría.
Tuyo,
Feknanflor.
MOJERES DE LA Mmk CONTEMPORilA
MUJERES DE DAUDET
I C o N T I N D A e I O N i
Madre es también aquella otra de Jansoulet,
que aparece en dos momentos solemnes de la
novela. En las fiestas del Bey como la mujer de
su casa, ordenadora, arreglada, positiva, verda-
dera ama; en la situación apuradísima del Na-
bab que ve hundirse su diputación y con ella
toda su vida, como la madre cariñosa, sufrida,
que acude á salvar á su hijo, á prestarle apoyo,
á ser su ayuda, y que por una coincidencia que
es de un alto efecto dramático, precipita la caí-
da del Nabab en cuyo corazón sano habla en
aquel momento y se impone la honradez, la ab-
negación por la familia, el respeto á el herma-
no que allá en provincias duerme su estupidez
del vicio, y á la madre que los crió á los dos y
que los ama por igual. A la salida de la cámara
de diputados la figura burguesa, pesada del Na-
bab, y la figurilla arrugada, sin pretensiones,
de su madre, suben cien codos sobre aquella
multitud infame, hambrienta del escándalo y
cortesana de la envidia.
Por ahí aparece igualmente,^ — victima de otra
infamia social que no por ser error deja de ser
infamia, — la mujer del Norte, la madre de Lina
Ebsen la Evangelista. La novela empieza con
lágrimas y acaba en desesperación; es toda ella
un calvario para la pobre madre, que, sin em-
bargo, aparece oscurecida por la figura verdade-
ramente heteróclita en que van mezcladas la
grandeza de la fe, y el error, (el desdichadísimo
error que casi es crimen), del fanatismo, que se
manifiesta en aquella obsesión mística que tie-
ne algo de la fortaleza mormónica, pero que
mata todo cariño, toda afección con el frío ate-
rrador, indiferente de la conducta que se tiene
por buena, por santa. ¡Qué recuerdos de pura
raza española, nacidos de nuestros mejores no-
velistas, nos traen á la memoria Lina Ebsen y
su aristocrática protectora! ¡Ah, D.' Perfecta!
¡ah María Etorza, y la señorita de Lantigua y
Muría JUijipinca!... ¡Qué sueños de amor, qué
felicidades rotas y destrozadas por la misma de-
soladora, implacable preocupación social! El
hombre menos reflexivo, se ve forzado á medi-
tar ante esos cuadros reales, vivientes, que cho-
rrean sangre y lágrimas...
También traen lágrimas y sangre esas dos
mujeres, tan distintas de Lina, que se llaman
Siilotiia y S'ipho. Sidonia es uno de los caracte-
res más perfectamente expresados por Daudet;
están sorprendidos todos los toques decisivos,
reveladores de aquella educación infeliz que
produce la inmoralidad más egoísta, más infa-
me que puede caber. Allí está la honradez de
Risler, la severidad de Planus, la inexperiencia
de Pranz, para hacer resaltar la ingratitud, la
falta aborrecible, maldita, de aquella mujer
ambiciosa, concuspicente y al fin desvergonzada.
¡Ay, niña Sidonia, encumbrada de ayer, como
das el fruto miserable de tu savia envenenada,
intoxicada por la atmósfera de fingimiento, de
vanidad, en que te criaste!
Sapho trae la desgracia por otro lado. Clare-
tie dice que Siipho es «una obra maestra y la
obra maestra de Daudet,» lo cual, salvo el res-
peto al ilustre crítico, es discutible. Quizás sea
la obra más concreta, digámoslo así, más reco-
gida, y en que por lo mismo pueden ser atendi-
das con mayor especialidad todas las partes;
hay esmero, hay esa corrección que se ad-
mira, v. gr., en El idilio de un enfermo, de
Palacio Valdés. Pero que sea lo mejor de Dau-
det, no podemos creerlo. Es algo muy bueno,
pero no es lo superior. Es lo perfecto de Longi-
no, pero no lo más grande.
Aquella adorable Sapho que tiene toda la
gracia, toda flexibilidad, toda la frescura que
falta á Nana, (con algo de la gaité dulzona, ju-
venil de Mimi), lleva en sus abrazos la serie
larga, dolorosa de consecuencias, que producen
la obsesión del placer que mata toda actividad.
Besos deseables los suyos, pero que intoxican
lentamente el ánimo, encadenan la voluntad,
emborrachan y conducen poco á poco al hom-
bre á la regularidad mecánica, brutal de un
mismo estado, monótono, seguido, como el hoci-
car diario de los cerdos en el estercolero. Des-
graciado del que toma en serio los caprichos de
Sapho. A veces ella se agarra con todas sus
fuerzas á uno de esos amores de momento, pa-
rece que en él se detiene, que cambia su lige-
reza por la emoción amorosa de Margarita
Gauthier; pero de repente, vuelve aquella volu-
bilidad de su carácter, aquel revolotear de ma-
riposa, de Jillette; y se va, se va con la risa en
los labios, dejando una víctima más, cuya impu-
tabilidad no puede razonablemente referirse
más que al impresionalismo de la juventud.
Porque Sapho no es una seductora vulgar, un
ángel malo de esos que lucían las novelas ro-
mánticas. Si lleva el mal tras de si, lo lleva
como la generalidad de los humanos; sin saber-
lo, ni creer que lo produce. Su conducta, que se
ha detenido en una de sus primitivas fases, —
el egoísmo, el placer propio, indeliberado con-
traproducente,— se desenvuelve de un modo
iiTeflexivo, sin tener en cuenta los disturbios
que trae á la conducta de los otros. Hay aquí
algo de filosofías muy sutiles en que yo me
detendría de buen grado, si esto, más que una
introducción á las Mujeres de Daudet, fuera un
DIBUJOS DE RANDOLFO CALDECOTT: EL PRIMER AMOR
estudio propio de Sapho. Y es que en Sapho
hay algo más que todo esto. Carga dulce y
ligera en un principio para el estudiante arle-
siano que la conduce á su casa después del
baile, á medida que él va adquiriendo el hábito
de vivir con ella y verla de diario, va también
siendo un peso duro, formidable, que ahoga
bajo su cargazón, pero del cual no se puede pres-
cindir, aunque lentamente va hundiendo, hun-
diendo las fuerzas cansadas, pero tercas (por
una inercia de estados idénticos), en sostener
lo que es su muerte.
Cuando llegada la pasión de Gaussin á su
más alto grado, sacrifica á ella el porvenir, la
felicidad, el cariño de familia, Sapho, por una
inconsecuencia que tiene en el fonde, — y este
es un detalle de preciosa delicadeza, — algo del
sacrificio de una Miggless, y algo de la abnega-
ción ó del consejo de la mujer que ve una
buena acción en el hecho de libertar á uno de
sus esclavos de la voluntad, abandona al pobre
muchacho que se entregaba á ella para siempre.
Es doloroso, inmensamente doloroso, aquel mo-
mento en que Gaussin lee la carta de Sapho á
la luz del sol que filtra por las persianas é ilu-
mina, fuerte y vigoroso, el muelle donde se
balanza el vapor que había de llevarles lejos.
Allí se rompe de pronto toda la ilusión amorosa
del estudiante arlesiano, llega el castigo mayor
y más tremendo de su inexperiencia y de su
pasión; y esto cuando ya no es tiempo, cuando
él lo ha sacrificado todo, ha roto con todo y se
ha hecho inútil para la felicidad honrada que
le preparaban allá arriba. Entonces siente el
peso enorme, abrumador de aquel cuerpo que él
acarició joven y que ahora, con la severidad
moralista de una institutriz mayor de edad, le
destroza el idilio, le habla de deberes... De
deberes, Sapho. Y sin embargo, Sapho sabia de
deberes
La novela de Juan Gaussin es una lección
preciosa, que hace meditar y que puede ser de
provecho en la vida. Tiene algo de la lección
amorosa de Petit Chose; con la enorme diferen-
cia que la señora del principal apenas está dibu-
jada y Sapho es todo un carácter. Ese es su
mayor mérito; no es una mujer de una pieza
como se las forjan los idealistas, si malas, eter-
na y constantemente malas en todos los instan-
tes y acciones de su vida; si buenas, rígidas,
secas, como un precepto de Pascal que se
personaliza y que vive muy lejos de este mun-
do, sin saber nada de influencias externas, de
movimientos psicológicos, de dualismos, de edu-
caciones contradictorias, de aspectos diversos
de la conducta... Sapho es una mujer, prototipo
de las de su clase, que responde á una realidad
y encanta con sus reflejos de vida. Por eso es
rara, voluble, bestial á veces, tierna á momen-
tos, razonable en ocasiones, todo mezclado con
aquella superficialidad de su educación desdi-
chadísima.
(Se concluirá.)
R.\FAEL Altamira.
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LA RESIGNACIÓN (Dibujo de Adolfo LiebscJier)
486
La. ildstbacion ibeeica
REVISTA científica
AciMb <1« ím taBDanton* etoradas tobre el hombre.—
U. editar rU bMBtsibUtdad de la tnb«ratüosls. - JK-
erill— rtcritíi l^pw.- AdmlnblM Tlrlndei del oafé.
Los extraordinaríoe calores qae se dejan sen-
tir este alio dan un interés de «palpitante ac-
taalidad> á la comunicación dirigida reciente-
mente por M. Bonnal á la Academia de Ciencias
de Parra (sesión de 11 de Julio) respecto al me-
canismo de la muerte bajo la acción de las tem-
peraturas excesivamente elevadas.
Dicho sefior ha trabajado más de seis años
en el estudio de esta cuestión, practicando sus
experimentos no in anima vih sino en el hom-
bre, alternativamente colocado en un medio li-
quido, en una estufa seca y en una estufa sa-
turada de vapor; desnudo el cuerpo y con la
cabesa ya dentro ya fuera de la estufa, cui-
dando M. Bonnal de anotar exactamente las
perturbaciones fisiológicas á medida que se iban
presentando. Hé aquí las conclusiones que cree
el autor poder dejar sentadas:
1.* Los experimentos hechos en las estufas,
— concordando en esto con las observaciones
meteorológicas, — demuestran que la vida es
posible en los medios cuya temperatura es su-
peiñor á la del hombre.
2.' La tolerancia para las temperaturas ele-
vadas es mucho mayor en el aire seco que en el
aire saturado de vapor y en los baños de agua.
3.' Por corta que sea la permanencia en un
medio cuya temperatura sea superior á la del
hombre, constantemente se producirá una pér-
dida de peso, en razón directa de la temperatu-
ra del medio y la duración de su permanencia.
4.* Sea cual fuere esta pérdida, restablécese
el peso á las veinticuatro horas; si la dismyíución
ha sido considerable, la secreción urinaria será
casi nula durante este intervalo, no reapare-
ciendo hasta haberse reintegrado el organismo
en su peso normal. Esta supresión de la orina
es uno de los elementos de compensación, á
la cual contribuye también el aumento de las
bebidas.
5." Cuanto más elevada sea la temperatura
del medio y más larga la peraianencia, tanto
mayor será la intensidad de las perturbaciones
fisiológicas sobrevenidas en el ser viviente su-
jeto á dicha acción. Con todo, estas alteraciones
serán más graves, — en igualdad del resto de las
circunstancias, — en el baño de agua y el baño
saturado de vapor que no en la estufa seca. La
sudación provocada por ésta cesa al salir del
baño, mientras que la acarreada por el baño de
aire caliente y hi'imedo ó por el baño de agua
caliente persiste á veces una hora después de
haber salido.
6.' No hay orden constante en la aparición
DIBUJOS DE R. CALDECOTT: CARRERA DE CABALLOS
de los desórdenes: ora se presenta primeramente
la dificultad de la respiración, ora la aceleración
del pulso. Hay que advertir que no concuerdan
siempre la frecuencia de pulso con la frecuen-
cia de la respiración. La elevación fiel calor ani-
mal no se presenta nunca como fenómeno inicial.
1 .' La evaporación influye poco en la tole-
rancia para las altas temperaturas, á pesar de
ser tanto más abundante el sudor cuanto más
apremiante es el peligro.
ü.* Parece estar fuera de duda que la muer-
te es el resultado directo de la lesión del siste-
ma nervioso gran simpático, regulador de todas
las funciones indispensables del mantenimiento
de la vida.
9.' De lo cual se sigue que en las fiebres
agudas la elevación de la temperatura es un
tiulo y no una causa; en una palabra, la hiper-
termia no es más que un síntoma.
10.* El empleo de los baños en algunas de
dichas fiebres,— sobre to<Io en la tifoidea,— debe
solamente su eficacia á la acción directa que
ejerce Hobre el sistema nervioso.
No hay para qué encarecer la trascendencia
quí- tienen algunas dí> f-stas conclusiones, ente-
ramente contrarias á lo que se venia creyendo
según las aserciones de Claudio Bemard. Decía,
en efecto, este inmortal fisiólogo, que la pérdida
de { eso es mayor después de un baño en la es-
tola seca que no en un baño de agua caliente ó
de aire caliente y húmedo, y Bonnal sostiene
lo contrario. Resulta también, según el novel
experimentador, que los accidentes nerviosos
provocados por los baños calientes y en par-
ticular la aceleración del pulso y de la respira-
ción aparecen antes de que la temperatura cen-
tral haya experimentado la menor elevación, lo
cual, caso de ser cierto, probaría, contrariamen-
te á otra afirmación del gran sabio antes nom-
brado, que los desórdenes respiratorios y circu-
latorios no dependen del calentamiento de los
centros nerviosos, de la propia manera que otros
accidentes tampoco dependen del calentamiento
de la fibra muscular.
*
« *
Atento siempre M. Galtier á la investigación
de la trasmisibilidad de la tuberculosis al hom-
bre por conducto de los animales, se ha fijado
recientemente en dos cuestiones, á cual más
inteiesante, que demuestran su sagacidad en el
descubrimiento de las pistas tisiógenas.
Refiérese la primera al empleo de la sangre
fresca en la clarificación de los vinos, en sus
relaciones con el peligro indicado más arriba, y
sobre ejtte particular ha adquirido M. Galtier
la convicción de que el virus tuberculoso resiste
durante cierto tiempo á la acción del alcohol,
según habla afirmado ya anteriormente el
doctor H. Martin. El viras tuberculoso puede
conservar, por lo tanto, su actividad así en las
mezclas de alcohol y agua como en los vinos de
diversos grados de alcohol. Verdad es que el
peligro á que se expone á los consumidores
vendiéndoles vino clarificado con sangre fresca
de animales tuberculosos es de corta duración,
pero esto no quita que cualquiera pueda tuber-
culizarse bebiendo vino en el período durante el
cual el virus no ha perdido todavía su actividad.
La segunda cuestión versa sobre las desgra-
cias ocasionables por las materias tuberculosas
aun después de su calentamiento, desecación,
contacto con el agua, salazón, congelación, pu-
trefacción, etc., resultando que el virus referido
está dotado de un poder de resistencia tan
grande que puede conservar su actividad en las
aguas, en las superficies putrefactas y bajo las
mayores variaciones do temperatura y lo mismo
si las sustancias tuberculosas han sufrido la
congelación que la desecación. Teniendo pre-
sente por otra parte que los enfermos excretan
cantidades considerables de materia virulenta no
solo con sus productos de secreción patológica
sino mezcladas también con otros de secreción
normal, so comprenderá el cuidado con que debe
prevenirse la diseminación de dichas excrecio-
nes. Por ejemplo, una vaca tísica puede conta-
minar el agua de un abrevadero; un conejo
puede expulsar con su estiércol cierta cantidad
de virus, etc.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
487
De ahí la conveniencia de desinfectar los lo-
cales ocupados por los animales tuberculosos y
de cuidar que no infecten á los que se albergan
con ellos.
*■'■*
Si M. Galtier se convierte en vigilante cen-
tinela para dar la voz de alerta contra las insi-
diosas vías por donde puede introducirse la
enfermedad puesta en solfa por Verdi, Herr
Kraus, ea cambio, nos tranquiliza respecto á
los riesgos que podemos correr bebiendo agua
infestada de microbios malignos. Este ilustre
sabio ha tenido curiosidad de saber qué se ha-
cían las bacterias patógenas que pueden hallar-
se en suspensión en las aguas destinadas á los
usos alimenticios. «Las muestras de agua em-
pleadas, dice una nota inserta en un importante
periódico, eran de tres procedencias distintas,
destinadas todas á la alimentación de la ciudad
de Munich. El experimentador, que cuidó de no
esterilizar su agua y mantenerla á una tempe-
ratura de cerca de 10° C. á fin de permanecer
en condiciones normales medias, llegó al impre-
visto resultado de que las bacterias patógenas,
mezcladas con agua de pozo ó de manantial,
desaparecen lo más tarde en el espacio de
algunos días. El vibrión del cólera al cabo de
veinticuatro horas, el bacilo del carbunco al
cabo de tres días, el bacilo de la fiebre tifoidea
al cabo de seis. Este resultado se obtiene con
igual rapidez así en el agua más pura como en
las aguas más ó menos contaminadas, y esta
destrucción de los micro-organismos peligrosos
se operaría mediante los microbios inofensivos,
habitantes vulgares de las aguas, sin que la
constitución química de éstos tenga nada que
ver en ello.
«Ciertamente que estos resultados tienen ne-
cesidad de ser comprobados, porque sin ser del
todo contrarios á la opinión, hoy día predomi-
nante, de los que consideran las aguas potables
como el vehículo único de propagación de las
epidemias de fiebre tifoidea y de cólera, intro-
ducen sin embargo cierto número de dificulta-
des en la explicación de la marcha de las epi-
demias, y los partidarios de las ideas de Pet-
tenkofer, que quiere que sea el aire el que
transporta los gérmenes morbosos abandona-
dos por las aguas, cuando descienden las capas
subterráneas, podrían reivindicar en su pro-
vecho los experimentos de M. Kraus.»
Nada más verosímil que la explicación dada
por el autor para explicar la desaparición de
los microbios dañinos. Es indudable que entre
esos ínfimos vegetalillos debe reinar la misma
guerra que en el resto de la creación, y si los
microbios vulgares tienen más recursos para
sostener la lucha por la vida que no los distin-
guidos perecerán éstos fatalmente.
DIBUJOS DE R. CALDECOTT: ¡HURRA!
Generalizando la frase de que «algo tendrá
el agua cuando la bendicen,» podríamos decir
que algo tendrá el café cuando tantos devotos
cuenta, y en efecto, de cada día aparece dotado
de nuevas y más maravillosas propiedades.
Véase lo que se ha descubierto ahora: «La in-
fusión de café, se lee en la Eevue Sñeii tifique,
de la cual traducimos estos párrafos, es dada
por los médicos en cierto número de enferme-
dades (jue presentan síntomas de adinamia pro-
nunciada, y especialmente en el curso de la
fiebre tifoidea, en cuyo caso se obtienen exce-
lentes efectos. Esos efectos eran atribuidos,
hasta e.stos últimos tiempos, ala acción especial,
excitante y tónica de la cafeína sobre el siste-
ma nervioso, pero i-ecientes investigaciones
tienden á establecer que no e.s esa la sola acción
terapéutica del café.
«Ya en 1885 dio á conocer M. Oppler la pro-
f)iedad interesante que presenta dicho agente
do imiiedir, hasta cierto punto, el desenvolvi-
miento de los microorganismos en las sustan-
cias snsceptiljles de putrificarse. Después, es-
tudiando M. Sucksdorff la acción del café y
del té sobre las Itacterias parásitas de los in-
lestinos del hombre, demostró que las infusiones
lio esas plantas podían quedar expuestas libre-
mente al aire sin cubrii-se de moho ni dar lugar,
como es de regla para los infusos en general,
á un desarrollo considerable de bacterias.
»M. Heim, finalmente, acaba de publicar los
resultados de una serie de investigaciones más
precisas hechas sobre el mismo asunto, y que
tienden también á establecer la realidad de las
propiedades antisépticas del café tostado. El
método del autor ha consistido, sea en añadir
un infuso de café á un cultivo de microbios en
plena evolución, sea en ensayar cultiros de di-
versos microbios en medios gelatinizados, adi-
cionados anticipadamente con una infusión de
café al 10 por 100.
»EI bacilo del cólera es el que ha manifestado
más claramente su repugnancia por el café.
Ciertamente que seria oportuno hacer parecidas
investigaciones con la infusión de té, tan am-
jjliamente empleada, y no sin éxito, en el tra-
tamiento del cólera. Los esporos de la bacteria
carbonosa han muerto igualmente en un medio
adicionado con café al cabo de dos días. El
efecto ha sido más poderoso con la cafeína
á 0'5 por 100, que ha detenido completamente
el desenvolvimiento de los microorganismos
del pus.
»En pi-esencia de tales resultados puédese
lamentar que las investigaciones no hayan re-
caído en mayor número de oiganismos patóge-
nos, particularmente en el de la fiebre tifoidea,
peio sea como fuere, autorizan al autor á em-
plear el cafó como antiséptico de primer empleo,
cuando no se tiene oti-a cosa á mano, por ejem-
plo, en un campo de batalla. Con todo, hay que
tener cuidado de no servirse de café en polvo,
el cual puesto en suspensión en agua ó gelatina
no parece ejercer ninguna influencia antisép-
tica fuera de sus puntos de contacto inme-
diatos.»
¡Honor, pues, á esta infusión paradisíaca que
después de haber contribuido en tanta escala
al progreso de la civilización y al desarrollo
de la oratoria y de haber prestado tan buenos
servicios en el tratamiento de las quebraduras,
de la fiebre tifoidea y de los envenenamientos
por el opio se nos aparece como un anti-coléri-
co irresistible y un antiséptico deliciosamente
grato al olfato!
Alfredo Opisso.
LA E.\POSICION DE PINTL'RAS I ESPAÑA
Cuando el ánima, fatigada de tanto poner su
atención en las cosas mínimas de lo presente,
vuelve los ojos á lo ideal ansiando ver el iris de
la esperanza en los cielos del arte y la poesía,
no puede menos de lamentar los extravíos de
la humana inteligencia, que abren un abismo
entre la verdad esencialmente positiva y la rea-
o
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ci
O
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O
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490
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
lidad harto groeera del momento. Esta radical
separación de las cosas* eternas y las cosas efí-
meras, destruyendo la armonía qne debe existir
eo la sociedad, hace del hombre au ente desni-
velado y ciego, que hoy se exalta hasta el mar-
tirio por el amor de una mala causa y mañana
se hunde en el lodazal de todas las concupis-
cencias.
No fundará nada sólido y duradero el hom-
bre, ni realizará cumplidamente sos altos des-
tinos, si no procura hermanar las nobles ton-
dencias del alma y las justas necesidades de la
camal naturaleza, esto es, fomentar 4 un tiempo
los intereses materiales y los intelectuales, lo
útil y lo bello, lo que nos sustenta y lo que nos
ennoblece.
Sugiérenos estas reflexiones la Exposición de
pinturas, cuyas consecuencias pueden ser muy
gloriosas 6 muy lamentables para la patria, se-
gún sea el comportamiento de la nación para
con los artistas que la han ofrecido los frutos
de su ingenio.
Siempre ha contado España entre sus hijos
buen número de artistas eminentes que, cu-
briéndola de gloria, han extendido su fama por
el mundo. Podrán las especulaciones científicas
ó los principios filosóficos haber tenido pocos y
medianos sacerdotes en nuestro pueblo; tal vez
se ha interrumpido en determinadas épocas la
serie de nuestros talentos militares; pero no hay
una página en nuestra historia que no conserve
un nombre famoso en el arte ó la poesía. En la
época presente, sobre todo, en que la filosofía
de la historia, las grandes invenciones de la
ciencia y los pro;^resos de la industria han
abierto ancho campo á las manifestaciones del
arte, nótase un aumento de afición, ó mejor un
entusiasmo, que promete más lustre y esplen-
dor para lo venidero. La verdad de esta afirma-
ción, discutible hace unos pocos años, se lia
hecho evidente en la actual Exposición de pin-
turas.
La Entrada de Ion bárbaros en Roma, de Che-
ca, magnífica interpretación de dos civilizacio-
nes, una que se hunde y otra que se levanta;
La Naumaquia, de Villodas, que pinta la gloria
de los antiguos luchadores con estimable co-
rrección y acierto; La t:isión del Goloseo, apoteo-
sis del martirio llena de poesía y grandeza; La
muerte de Lucano, lienzo en que parécenos ver
la elegancia griega y la austeridad romana jun-
tamente; estos cuadros y muchos más cuyo mé-
rito es notorio, manifiestan el fervor de nuestros
jóvenes pintores, lo vasto de su ingenio y su
nobilísimo propósito de levantar la patria á la
cumbre más alta de la gloria. Nos dan á cono-
cer igualmente cuan infundada es la nota de
escepticismo y corrupción que algunos insen-
satos echan sobre nuestra juventud. Además de
la fe que denota el haber vencido las inmensas
DIBUJOS DE R. CALDECOTT: ESTUDIO ORIGINAL PARA EL «BRACEBRIDQE HALL> EL COMBATE EN LA VILLA VERDE
dificultades que opone la pobreza á la inspira-
ción para realizar obras como las citadas, ¿no
se advierte en esos cuadros un vigor excepcio-
nal de inteligencia y pasión y una madurez de
juicio más propios de una raza viril que de
gente escéptica y corrompida?
Los asuntos de los cuadros de importancia, en
su maj'or parte, están tomados de la historia de
la antigua Roma, pero esto, que pudiera atribuir-
se á estancamiento 6 retroceso en el arte, es, por
el contrario, un adelanto digno de alabanza. IjOS
hechos de la antigüedad que, bien interpreta-
dos, enseñan mucho á los hombrea, y sobre
todo en éfKK-as de transición como la presente,
bao llegado á nuestros días desfigurados por la
ignorancia ó la malicia, y por caminos torcidos.
Limpiar la historia de los errores que la empa-
ñan, de la parcialidad que 1» falsea y de la in-
cf»nexión que la destroza, es un deber del eru-
dito, del filósofo, del literato, como es deber del
artista y del poeta presentar al pueblo estas lu-
cubraciones de los sabios, siempre indigestas
para las multitudes, en formas salientes que
impresionen más al corazón y la fantasía que á
la inteligencia.
No hay que decir que han comprendido per-
fectamente este deber nuestros artistas y que se
han mostrado por extremo celosos en su cum-
plimiento. Como revel idores, se han inspirado
en la verdad de la historia y en la pureza de
las ideas; como artistas, han consumido el tiem-
po y el dinero en provecho del arte; como pa-
triotas, han presentado sus obras al examen
nacional, esperando más bien admiración que
recompensa.
Ahora bien, ¿ha correspondido la nación
cumplidamente al generoso entusiasmo de esos
jóvenes pintores?
Si las obras presentadas en la Exposición
fueran por su tamaño apropiadas á los salones
particulares, es muy posible que la iniciativa
individual hubiera resuelto el problema com-
prando los cuadros á sus autores; pero tal como
son, no pueden adquirirse, para darles destino
conveniente, sino por el Estado. El Estado, es-
cudándose con la escasez del Tesoro, ha creído
cumplir bien adquiriendo á bajo precio algunas
obras. No queremos discutir, porque no se dis-
cute con cuerpos sin alma, si el Estado ha he-
cho lo que puede y debe en este asunto (para lo
bueno siempre falta dinero cuando no hay vo-
luntad) pero la nación, de la que deben ser
hijos predilectos los que tanto la honran, ¿cómo
ha premiado los esfuerzos de sus hijos en la
ocasión presente?...
No basta el aplauso, no basta el laurel. El
artista no escatima el dinero ni el trabajo ni la
salud cuando añade un timbre más á la gloria
de su patria, no titubea en consumir en el fuego
de la inspiración su hacienda y su vida. Tiene
hijos, madre, esposa, acaso es un joven enamo-
rado de lo ideal á la vez que de la virgen pro-
metida. En esos cuadros que admira el público
y que cubre de aplausos, está depositado todo,
el porvenir de los hijos, la esperanza de la es-
posa, el anhelo de la madre, la sonrisa de la
mujer amada y el beso de la gloria; todo esto,
que aletea como una promesa en el corazón del
artista, puede realizarse con el aplauso y la
justa recompensa ó desvanecerse al soplo frío
de la indiferencia nacional. No es esto solo; Es-
paña, grande en otro tiempo gracias al valor de
su brazo, y despreciada hoy por las demás na-
ciones, necesita hombres ilustres que la enal-
tezcan con sus talentos, que la vuelvan al anti-
guo prestigio, no por medio de la fuerza brutal,
sino por méritos de la inteligencia. Si mata en
flor esos ingenios, no es solamente homicida,
sino suicida, porque destruye su propia y nece-
saria regeneración.
¡Y no, no cuidará ese árbol florido lo bastante
para que fructifiquel... ¿Por qué? Por lo que de-
cimos en el comienzo de este trabajo: porque
ha separado radicalraento lo verdadero por
esencia de la realidad accidental y variable. Así,
mientras llueve el dinero para construir plazas
de toros que embrutecen á las muchedumbres,
falta para fomentar las bellas artes y las bellas
letras; las academias de pintura carecen de lo
necesario y aun del correspondiente decoro, los
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
491
poetas mueren en la sombra y los artistas tie-
nen que sacar sus obras gloriosas de la miseria
y de la nada.
Tal vez la humanidad, harta de divagaciones
fantásticas, cae, por reacción natural, en el
opuesto extremo, y de aquí su predilección por
las cosas positivas y su menosprecio de las idea-
les. Lejos de nuestro ánimo censurar en absolu-
to este movimiento de las almas, que tiene su
objeto y su ley; pero es lamentable lo extre-
mado de tal criterio, que nos precipita en un
materialismo práctico, cuyo término indefectible
es la corrupción y la muerte.
Ocúpese en buen hora España en cultivar sus
campos, en aumentar el número de sus fábricas
y talleres, entregúese á las diversiones honestas
y aun á los juegos que acrecientan su vigor fí-
sico, honre á los héroes del trabajo manual que
nos traen la riqueza y la abundancia, pero no
olvide á los que la ilustran con su sabiduría, la
hermosean con sus artísticas producciones b la
ennoblecen con su poderosa inspiración. Una,
en fin, en intimo consorcio lo intelectual y lo
material, como están unidos el alma y el cuerpo,
y tendrá riquezas y sólida y brillante fama.
¡Que el trabajo material puede hacer ricos á
los pueblos, pero sólo el ingenio los hace
grandes I
Benigno Pallol.
LA VIUDITA
No se trata de la que Bretón de los Herreros
nos presentó en una de sus geniales produccio-
nes, sino de otra cuya historia pública, y digo
pública, porque la secreta aún permanece oculta
tras el impenetrable misterio de lo desconocido.
cuya historia pública me refirió un amigo mío.
Era aquella mujer una de las viudas más
hermosas que alumbró con sus rayos el sol de
nuestro cielo azul; una mujer bellísima que apa-
reció un día en el Retiro tendida indolente-
mente en lujoso landeau.
Pero su belleza era una belleza rara, una be-
lleza inmóvil, si la frase es permitida por lo grá-
ficamente que expresa el pensamiento.
La sonrisa de aquella mujer parecía un rayo
de luna iluminando una estatua de nieve.
Todos miráronla al principio con curiosidad
no exenta de admiración y algunos corrieron
en pos de ella para tributarla los honores de la
adulación buscando el agradecimiento que es el
peldaño inmediato del amor.
Pero ella confundía en una igual indiferencia
á sus adoradores, sin dejarles entrever la más
ligera esperanza de que lograrían ablandar su
corazón.
UN ÓTELO DE ALDEA (Cuadro de John White)
Hubo locos que apelaron á la amenaza ó al
suicidio, otros prosiguieron el asedio con la
constancia de un estoico y cuando ya la fiebre
había descendido y los cerebros no estaban ma-
leados por la sangre y los corazones iban amor-
tiguando la precipitación de sus latidos, la her-
mosa viuda dejó caer su mano tan blanca como
fría sobre la de uno de sus adoradores más apa-
sionados.
La embriaguez del triunfo conseguido, á poco
le produce la muerte; tan imposible le parecía
que la hermosa viuda se hubiese dignado des-
cender hasta él.
Su dicha fué muy envidiada por los prete-
ridos.
Los periódicos anunciaron el enlace de los
jóvenes y se dispuso lo necesario para que la
ceremonia revistiera toda la brillantez que el
caso requería.
La víspera de celebrarse la boda él habló á
su amada con infantil regocijo de la felicidad
que la Providencia le había otorgado al conce-
derle mujer tan bella y virtuosa y arrodillán-
dose á sus plantas la demostró lo intenso de su
cariño en transportes de sincera alegría.
De pronto la viuda acercóse á él y con gran
dificultad, como si fuese aquello la revelación
de un horrible secreto, balbuceó en su oído al-
gunas palabras que le dejaron mudo de asom-
bro.
Pero aquello pasó con la fugacidad de un re-
lámpago... Alzó los hombros con indiferencia y
estrechando entre las suyas las manos de su
prometida salió de la casa para ultimar los de-
talles de la ceremonia.
Al día siguiente se verificó la boda.
Trascurrió un año. La joven conservaba sus
antiguos encantos de sueño crepuscular. En
cambio el marido, pletórico antes de salud y de
vida, tornábase cada día más pálido y triste
como si una enfermedad que nadie comprendía
le minara sordamente.
Sin embargo, el matrimonio continuaba más
unido que nunca: ella era para él más afectuosa
y dulce cada día, y este interés lo pagaba él
con pruebas de respeto y de cariño.
Poco después él dejó de existir.
Aquel infausto día la viuda dio señales del
horrible dolor que torturó su corazón amante, y
á pesar de las advertencias y consejos de los
amigos, siguió á pié el cortejo fúnebre hasta el
cementerio y allí en la tumba abierta para re-
cibir el cadáver cortó sus cabellos más finos y
brillantes que las hebras de la seda y los arrojó
sobre el ataúd como demostración irrecusable
de su pena por la muerte del ser querido.
El desenlace misterioso de este matrimonio
al parecer feliz, añadió atractivos inexplicables
á la belleza de la joven y una verdadera lluvia
de adoradores giraba en derredor suyo, como
satélites atraídos por la magia de su hermo-
sura.
Durante una no interrumpida sucesión de
días la bella permaneció insensible á todas las
declaraciones cual si las negras tocas que real-
zaban sus encantos, fuesen la coraza en que se
estrellasen los dardos de las pasiones mundanas.
Pero el tiempo y la juventud se sobrepusie-
ron á los cálculos de la razón egoísta y como la
primera vez la viuda eligió al más enamorado
de los que la asediaban, para que borrase el
recuerdo de los que le habían precedido en su
corazón.
No fué menos afortunada esta segunda unión
que la primera.
La recién casada conservábase tan bella y
sonriente como una mañana de primavera y su
marido hacíala objeto de idolátrica adoración.
Al cabo de algunos meses, circuló por Ma-
drid un rumor á que nadie quería dar entero
crédito.
El nuevo esposo de la viudita, sin duda en
un acceso de locura, se había saltado de un tiro
la tapa de los sesos.
— ¿Ha sido suicidio? — preguntaban unos.
— Tal vez un accidente casual, — replicaban
otros.
Pero en realidad nadie sabía la verdadera
causa de la desgracia.
La triste y desconsolada viuda siguió por se-
" -ív" -■
DIBUJOS DE RANOOLFO CALDECOTT; ESTUDIO DE MONTERI A. -ESTUDIO ORIGINAL PARA .BRACEBRIDCE HALL:
LA BODA DE ALDEA
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LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
ganda vea el eululado carro fúnebre de su ma-
rido, cuya caja iba cubierta por las flores que
ella depositara regándolas con sus lágrimas, y
al bajar el féretro al fondo del sepulcro ella se
cortó su luenga cabellera y la arrojó allí para
que fuese enterrada con el ser amado.
Hubo entonces una tregua entre sus fanáti-
cos, cada uno de los cuales se hacia preguntas
mentales para inquirir el enigma de una tan
extraña existencia y la única consideración que
se lea ocurría dejábalos indecisos y vagamente
inquietos.
En voz muy baja se cuchicheaba, pero tan
quedo que nunca las frases murmuradoras lle-
garon á oídos de la que las originara y si ella
las escuchó, ó despreciólas ó acalló el disgusto
que le cansaran ma-
tándolas con la más-
cara de la indiferen-
cia.
Unos amigos apar-
tároniíe poco á poco de
su lado y los otros por
el contrario parecieron
más solícitos admira-
dores de la extraña
beldad pero sin ambi-
cionar un puesto que
calificaron de peligro-
so.
Y ella proseguía so-
berbia, indiferente,
sin oir nada , sin nada
entender de lo que en
tomo suyo acaecía.
Entre sus adulado-
res vio á un joven, ca-
si un niño, é hizo pre-
sa en su corazón. Él
pretendió resistir pero
fué en vano: al fin ca-
yó subyugado como
otros antes que él ha-
bían caído ante aque-
lla mujer de sonreír
triste, de cabellos ne-
gros y de manos blan-
cas y frías como el
mármol.
Algunas semanas
después estaban casa-
dos.
Su luna de miel fué
más pálida que la de
sus antecesores, era
una luna cubierta por
nubes negras hechas
jirones.
Comenzaron á circu-
lar historias extraor-
dinarias... Decíase que
los vecinos habían oí-
do ruido de reyertas nocturnas, gritos de do-
lor, golpes de muebles destrozados... Pero la
imaginación se forja siempre fantasías inverosí-
miles cuando de asuntos misteriosos se trata y
no puede darse crédito á lo que cada cual no vea
con sus propios ojos.
Además en bu exterior nada revelaban los
recién casados que viniese á confirmar los ru-
mores del vulgo necio. La joven mostrábase
siempre afectuosa para su marido y éste respe-
tuoso y dulce para con su mujer.
De pronto él desapareció y se dijo que había
partido para lejanas tierras de donde nunca ha
regresado.
¿Se había vuelto loco?.. ¿Quiso con la fuga evi-
tar un desenlace á que la fatalidad le precipita-
ba? ¿Rompió acaso con la huida las cláusulas
de un contrato misterioso libremente aceptado?
Nadie lo sabe ni es posible que se sepa.
La viuda no se mostró ni sorprendida ni
alarmada por esta peripecia tal vez prevista.
Se contentó con entablar una demanda de
divorcio, cuya resolución depende actualmente
del romano pontífice.
Pero la enigmática viudita ha sido abando-
nada por todo el mundo.
Algunos la contemplan desde lejos y admiran
la blancura de su cutis que se destaca con enér-
gico relieve de sus negras tocas y cuando la
hermosa fija su mirada en la multitud más de
un caballero cierra los ojos estremecido por un
terror pánico.
Esta mujer, cuyo amor parece inmortal, que
no ama y sin embargo desea ser amada, ¿en-
contrará, al fin, el hombre capaz de romper el
encanto que la envuelve y de domar el invisi-
ble/a/«in que existe tras de ese velo tupido de
una existencia en que se halla escrita la frase
del Dante: Lasdate ogni speranzaf
R. Hernández y Bermúdez
HUÉRFANA (Cuadro de T. Kennlngton)
LA CAMPANA DEL LUGAR
A MI QUERIDA AMIGA MARÍA T. ANDRIANI
I
Poco á poco se extinguía
el claro sol del estío:
la hermosa tarde moría,
mientras la luna lucía
reflejándose en el río.
. Soplaba la brisa suave
de aromas mil saturada,
llevando hasta tu morada,
el postrer canto del ave,
las notas de la enramada.
En el cielo azul, prendida
del lucero vespertino
la luz clara y encendida,
para alumbrar mi camino
como antorcha bendecida.
Tú, de pié, triste y llorosa,
contemplabas silenciosa,
tras los hierros de una roja,
aquella senda tortuosa
que entre las flores se aleja.
En tanto que yo, angustiado,
me alejaba de tu lado
lleno el corazón de enojos,
por no verme retratado
en el cielo de tus ojos.
Páreme un instante lejos;
la noche el campo invadía;
del último albor del día
á los tenues reflejos
te mandaba el alma mía.
Un adiós tierno y profundo
lleno de inmenso dolor,
como adiós del moribundo
que al abandonar el mundo
deja una prenda de amor.
Tu blanca mano agitaba
el pañuelo que oprimía,
que á lo lejos parecía
ave tierna que volaba
buscando la selva umbría.
Cediendo al negro destino,
y atrás dejando á mí hermosa
triste, afligida y llorosa,
torné á emprender el camino
por la senda tortuosa.
Cerró la noche nublada;
la aldea, lejos, callada
dormía tranquilamente,
en el prado floreciente
en donde fué levantada.
Todo estaba silencioso,
sólo á intervalos se ola
la hoja seca que caía,
6 el murmullo cadencioso
de la fuente que corría
Entre el lecho de verdura
de la selva perfumada,
ó alguna nota callada
que 'dulcemente murmura
entre la verde enramada.
De pronto creí escuchar
un triste, son, vago, incierto,
de lúgubre resonar;
era que tocaba á muerto
la campana del lugar.
Detuve el paso un instante;
mi corazón anhelante,
— vuelve atrás, — me repetía,
y el deber dijo, — adelante, —
y yo moría, moría.
Huyendo desalentado
de aquel triste son, lanzado
para aumentar mi aflicción,
y que la ausencia ha grabado
en mi pobre corazón.
II
Pasaron algunos años
de triste melancolía,
y al oscurecer de un día,
cargado de desengaños
hacia la aldea volvía.
Nunca en la tierra he sentido
en los años que he vivido
tal gozo en mi corazón,
ni jamás tanto he sufrido
como en aquella ocasión.
Mi pensamiento volaba
hacia el pueblo solitario
donde mi amor me aguardaba,
mientras la vista fijaba
en el negro campanario.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
495
Oprimido el corazón,
temía á cada momento
escuchar aquel acento
de triste y lúgubre son,
que aún vive en mi pensamiento.
Ansiaba verte asomada
tras la reja, enamorada
agitando tu pañuelo
en los celajes del cielo,
saludando mi llegada.
Mas no estabas, no, no estabas
ni amorosa me mirabas
como el día en que partí.
¡Ay, porque no me esperabas!
¡porque no estabas allí!
No lo sé. Solo recuerdo
que al atravesar el rio,
sentí un frío, sí, un frío,
que aún hoy cuando de él me acuerdo
me estremezco á pesar mío.
Detuve el paso un instante;
miré hacia el pueblo anhelante;
y al pensar en tu amor santo,
inundó mi pecho amante
mezcla de risa y de llanto.
Dispuesto estaba á marchar
dejando el valle desierto
y en el pueblo penetrar,
cuando oí tocar á muerto
la campana del lugar
Ay, no sé lo que sentí
cuando el viento trajo á mí
aquel triste son, no sé,
solo sé que me lancé
hacia el pueblo en que nací.
Ciego, loco, atravesaba
el llano y la selva umbría,
el crepiísculo espiraba,
y la campana gemía,
y yo corría y lloraba.
Llegué por fin, pregunté
al primero que encontré
que al verme me conoció,
y nada me respondió
y nada saber logré.
De pronto vi con espanto
un entierro que pasaba,
y escuché su triste canto
que entre luces y entre llanto
lentamente se alejaba.
Me acerqué con paso fuerte,
llegué hasta la abierta caja,
y al mirar tu cuerpo inerte
envuelto en blanca mortaja,
sentí el frío de la muerte.
Lanzó un agudo gemido
mi corazón destrozado,
al mirar mi amor perdido
y el cuerpo rodó rendido
junto al tuyo inanimado...
Torné al fin de mi desmayo,
cuando el purpurino rayo
del sol, teñía las hojas
que agitaba rumorosas
la fresca brisa de Mayo.
Desde entonces sin ventura
y entre nubes de amargura,
paso el tiempo con enojos,
regando tu sepultura
con el llanto de mis ojos.
Y retirado en mi hogar,
que hoy miro triste y desierto,
llora el alma sin cesar,
cuando oigo á tocar á muerto
la campana del lugar.
Pedro Bonkt Alcantakilla.
: *
SONETO
Tan grande es el amor que por tí siento,
que sólo pienso en tí, Carmen querida;
bendigo con tu amor la triste vida
cuando de ti no aparto el pensamiento.
Mas si un disgusto leve, un sentimiento
la memoria de ti deja extinguida,
ansioso quiero ver interrumpida
la existencia, que amé solo un momento.
Maldigo entonces de mi aciaga suerte,
desprecio altivo el enojoso mundo
y espero suspirando por la muerte;
Mas, ¡oh, dicha feliz! que sólo al verte
se trueca en calma mi dolor profundo
y ya mi dicha estriba en no perderte.
José Sierra y Suarez.
-*-
NUESTROS GRABADOS
VSá. paisuistá
No hay nada que decir respecto á las aficiones de esa se-
ñora, ya que cualquier pasatiempo es preferible á que una
Joven se dedique á manosear el piano. Sin embargo hay que
hacer notar que toda pintora por excelente que se la supon-
ga, no pasa de ser un número más en la legión de discípulos
de Apeles que pululan y repululan con progresión formida-
ble en los países sobresaturados de civilización. No ponemos
en duda que e.s de muy buen tono dedicarse á la acuarela, al
pastel, al mismo óleo, etc., etc.; pero siempre resulta una
obra que en nada se distingue do la de un artista del sexo
feo. El insigne Rafraelli, pintor fi-ancés que sabe donde tiene
la mano derecha y asi maneja el pincel como la pluma, escri-
bió no hace mucho acerca de esto y partiendo del principio
de que toda mujer es enemiga ioaplacable de sus congéneres
exponía la idea de que nada más propio para dar á conocer
el talento personal de una jíven, como pintora, que dedicar-
se á la caricatura mujeril, especialidad en que le e.s Imposll.le
entender jota á ningún hijo de Adán, ó Adán padre, poseídos
como estamos todos de una verdadera imposibilidad de des-
cubrir los ridiculos de una hija de Eva. Como se ve, trátase
de una rama del arte que, si se nos permitiera dislocar la me-
táfora como suelen hacer los oradores del Congreso, diríamos
que permanece inédita todavía, con lo cual entrarla en esce-
na un nuevo elemento y podrían lucir su habilidad muchas
Angélicas Kauffmann que tienen que contentarse ahora con
pintar floreros ó imitar á Lengo.
DIBCJOS DE RANDOIFO CJLDÍCOTT
Este malogrado artista pintor, escultor y dibujante era
uno de los más populares de Inglaterra, reuniendo una por-
ción de cualidades que hacían de él un Aumorisía especial.
Brillaba sobre todo como incomparable dibujante de cacerías
y demás géneros de sport donde figurasen caballos y perros,
en medio de sus risas sabia conservarfe delicado y poético,
embelleciendo su visión mejor que afeándola, comentándolo
todo con bondad y expresándolo con claridad poderosa.
Destinado en un principio á la Banca, no tardó en com-
prender que no le llamaba Dios por el camino de los Rost-
childs y abandonó el pupitre del escritorio por la cartera
del artista. Dióse á conocer primeramente en el Punch, estu-
vo luego en el taller del escultor Dalou y aprendió á pintar
en las escuelas fundadas en Londres por M. Slade. Ilustró
después muchos libros y dedicóse con ardor á dibujar escenas
de la vida elegante del siglo pasado en Inglaterra, con el ti.
tulo de Bracebridge Hall, parte de las cuales riguran hoy en
nuestras páginas. Trabajó mucho pata el Graphic y habiendo
hecho un viaje á los Kstados-Unidos por encargo de dicho
periódico á fin de estudiar las costumbres del Sur, sorpren-
dióle la muerte en San Agustín, La Florida, el 12 de Febrero
del pasado año.
L08 JUOADÍIRKS
Cuadro de Claudio Mfyer
No se merecen á la verdad esos tahúres un cuadro tan
hermoso, tan lleno de expresión y vida; excelente obra que
hace honor á la escuela de Munich.
IL ARR18T0
Cuadro de Juito Girardet.
Trátase de un realista contra el cuál dictó el Comité de
Salvación Pública mandato de prisión. Está muy bien repre-
sentado todo, asi el lugar de la escena, evidentemente aristo-
crático, como el sentimiento de cada personaje. Época terri-
ble aquella, aunque más peligrosa para los que hablan figura-
do ó figuraban ó querían figurar en política que no para l&s
clases poco acomodadas ó indiferentes.
LA RE8IOMACIÓN
Dibujo de Adolfo Liebseher.
Respira esa obra la melancolía dulce que caracteriza este
sentimiento en la raza eslava. El ángel de la resignación con-
cebido por Liebscher es ciertamente tal como debe aparecer-
se al espíritu de un hombre como ese anciano en cuyo rostrt»
venerable se ve pintado el cansancio de una porfiada lucha
por la vida.
DN OTKLo Dx ÁLitiíA, cuadro de John Whitt. — huérfana,
cuadro de T. KenningUm.
El Oíeto es una obra pintada con delicada nimiedad, por
más que no sea muy propio el titulo con que la ha bautizado
el autor; en cuanto á la Huérfana es sinceramente patética,
sin sentimentalismo, toda verdad.
LOS RKOALOS DS LA ABUKLITA.— XL PAN NUISTRO
DE CADA DIa...
El primer dibujo es bonito y gracioso como exige el asun-
to, mientras El pan nuestro de cada día se recomienda por la
profunda emoción que suscitan en el ánimo esas dos figuras
transfiguradas por la oración, graves, solemnes en medio de
BU humildad.
RECUERDOS DE VDLLPELLACH (QERONA)
Dibujo de S. Padres
Creemos que nuestros lectores verán con gusto los apuntes
de esa pintoresca población que figuran hoy en nuestras pági-
nas. Inmediato á la Bisbal y ocupando una posición muy
ventajosa en el Ampurdán reúne Vuüpellach condiciones
para progresar rápidamente, gracias al tranvía que pasa por
su término municipal.
-*-
AMOR SUICIDA
(PÁGINASDE LA VIDA REAL)
(rONTlNÜAOION)
Los dos jóvenes no tardaron en comunicarse
sus impresiones y deseos. Sus corazones latían
á impulsos de igual pasión. Creció el cariño,
fué en aumento el amor, pero no sin contrarie-
dades, sin lucha, sin disgustos.
La madre de Luisa no aprobaba las relacio-
nes. En los primeros días, cuando la cosa no
parecía tener importancia, disimuló; creyó que
el noviazgo no sería nada, un puro pasatiempo.
Pero cuando vio que la marea crecía, que la
ola iba subiendo, que el tibio calorcillo de los
primeros días se convertía en fuego abrasador,
conoció el daño y quiso poner remedio: era
tarde. Harto conocía el carácter de Luisa. Afron-
tar de frente la cuestión, oponerse cara á cara
á esas relaciones, era avivar más la llama, echar
leña al fuego. Puso en práctica otro procedi-
miento.
Averiguó quien era Enrique. No le fué difícil
conocer todo lo que deseaba. Supo que nunca
había conocido á su padre, y, según se decía,
era el fruto de una pasión mundana. En cuanto
á su conducta, los informes fueron satisfacto-
rios. Enrique era lo que se llama un buen mu-
chacho, amigo de sus amigos y dócil como la
cera. No fueron tan satisfactorios los datos re-
cogidos respecto á los medios de fortuna. El
joven era pobre, su madre no poseía nada. Vivía
á expensas de una familia amiga, en tanto que
el hijo desempeñaba una modesta plaza en un
escritorio de comercio. Su carácter apocado, sin
energía, sin resolución, se notaba en todas las
manifestaciones de la vida. Había tenido tres ó
cuatro colocaciones sin prosperar en ninguna,
sin adelantar. Esta falta de fijeza, esta volubli-
dad y apocamiento le habían perjudicado mucho.
A los veinticuatro años apenas si ganaba lo
necesario para mantenerse.
En cambio, no faltaban ilusiones. Todo lo
fiaba al acaso, á la suerte. Lo imprevisto, lo
4m
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
inementdo tenían pan Enrique grandes encan-
tos. La lotería, una herencia de parientes leja-
nísimos, ana colocación brillante, eran sus temas
favoritos, medios todos de mejorar de fortuna.
En ellos fiaba, seguro de salir de la situación
modesta en que se hallaba, no por el trabajo y
la actividad, sino por 'el esfuerzo de su fantasía,
sin contar para nada con la voluntad, con el
firme propósito de trabajar en favor de sus ade-
lantos, de su mejora.
La madre de Luisa conocía todos esos ante-
cedentes. No aspiraba á un yerno rico, pode-
roso, pero tampoco deseaba el que Luisa se ca-
sase con un hombre de las circunstancias de
Enrique, de porvenir in-
cierto, dudoso.
Luisa apreciaba per-
fectamente la situación
pero no quería ceder á
las observaciones de su
madre. Había entregado
su corazón á Enrique
y no retrocedía ante los
obstáculos. Cuando su
madre tocaba este pun-
to, cuando de un modo
indirecto planteaba de
nuevo el problema de la
vida del joven, la con-
testación de Luisa era
siempre la misma:
— De él, ó de nadie.
Si en la tierra no pode-
mos ser felices, lo sere-
mos en el cielo, en cual-
quier parte.
Estas escenas se re-
petían todos los días.
Las palabras de Luisa
eran descargas eléctri-
cas que agitaban i. la
infeliz madre, cuyos
ojos, trabajados por el
dolor, no estaban nunca
SOCOS.
A medida que el tiem-
po avanzaba, la discu-
sión tomaba formas más
agrias, violentas, tem-
pestuosas. La calma
había desaparecido de
aquella casa, antes tran-
quila y sosegada. La
situación se hacía difí-
cil, insostenible. Un día
la tempestad estalló con
violencia; era el hura-
cáa de la pasión, la tor-
menta desencadenada
que conmovía hasta las
más tenues fibras de
aquellos aeree.
Después de la lucha, de la agitación y de las
lágrimas derramadas, Serenáronse los espíritu.s,
pero sólo en la apaneucja. La calma reinaba en
la superficie, en la corj^za de aquellos corazo-
nes. En el fondo el daño era grande, intenso el
dolor, violenta la desesperación.
Luisa fué la primea en poner fin á la discu-
sión. Disimuló y Presentóse como resignada.
Creyó su madre que había obtenido un triunfo.
¡Vana ilusión!
La crisis esteba latente. Aquella noche la en-
trevista de los dos amantes decidió la suerte de
ambos. Luisa cont¿ ^ Enrique todo lo ocurrido.
Terminó diciendo:
—¿Qué hacemoa? La situación es insosteni-
ble, esto no pued« g^guir así.
—Ten calma, Luisa, — contestó Enrique.—
Tal vez dentro de poco cambie la situación y
a«í todo será fácil. Verás como tu madre no se
opone á la boda, que yo deseo más que la salud.
— ¡La boda! Sí, ese seria el término natural
de esta lucha. Pero, ¿es posible por ahora? No,
bien lo sabes. No estamos en condiciones de al-
canzar lo que otros alcanzan.
— Es cierto, pero, ¿no podemos esperar algún
tiempo más? ¿Hemos de ser tan desgraciados
que no consigamos romper el círculo de hierro
que nos aprisiona?
— [Esperar! Lo de siempre. Hace tiempo que
abrigamos esa esperanza, pero todo es en vano.
¡Ay, Enrique! ¡Qué desgracia la nuestra! ¡Por
todas partes la noche sombría! ¡no hay una luz
amiga que nos guíe, que nos ampare! ¿Y á esto
llaman vivir? ¿No es preferible la muerte?
RECUERDOS DE VULLPELLACH (GERONA) Dlhujo de S. Padrós.
Entrada al pueblo. -2. Ceroaolag Oel pueblo, por donde pasa el tranvía del Bajo Ampnr-
Notable torre y plaza— 4. Árboles de 1« riera — 5. Iglesia y cementerio
dan.
— ¿Quién habla de morir? Lucharemos, y si
tú quieres, abandonaremos la ciudad, iremos á
Barcelona, á Madrid, á cualquier parte. Tal vez
así mejore la suerte.
■ — ¡Cómo! ¡Una fuga! ¡Jamás! Prefiero morir.
Ya sabes mi resolución y de nuevo te la repito.
De mi casa solo saldré para dos sitios: á la igle-
sia 6 al cementerio.
— Pero Luisa mía, reflexiona, ten calma, no
te agites ¿No ves que con ese dolor aumentas
mi desesperación y me haces odiosa la vida?
— ¿Te es odiosa la vida? — preguntó nervio-
samente la joven.- — A mi también. ¿Qué porve-
nir nos espera en este mundo? ¿Acaso hay ale-
gría para nosotros? ¡Morir, sí, ose es el único
remedio! ¡Con la muerte todo acaba, todo con-
cluye! ¿Quieres morir, Enrique mío?
— ¡Tú estás loca, deliras, Luisa! Desecha esas
ideas, aparía de tu pensamiento semejante preo-
cupación.
— ¡Que estoy loca, es verdad! ¡Loca por que-
rerte, loca por amarte como no te mereces, sí,
tienes razón, deliro! En cambio tú, estás tran-
quilo, sosegado. ¿No es verdad que me amas
mucho? Las pruebas son grandes. ¡No tienes
corazón! ¡Eres... un cobarde...!
— jPor Dios, Luisa, no prosigas! ¡Te amo con
delirio, bien lo sabes! ¡Eres el único ser que
adoro en este mundo! ¡Sin tí, nada; contigo,
todo! Pero lo que propones, lo que acabas de
decirme, es una locura. Reflexiona que la situa-
ción no es tan desesperada como tú la imagi-
nas, no es satisfactoria, pero, ¿acaso no puede
tener remedio?
— ¡Remedio! Sí, en la muerte.
La conversación de los dos jóvenes siguió
triste. Cruzaron algunas palabras más y se des-
pidieron. Ni Luisa ni Enrique consiguieron
dormir. Aquélla, aferrada á la idea del suicidio;
éste, sin valor para luchar de frente buscando
medios de mejorar la situación. Los dos en lu-
cha perenne contra el destino que por caminos
diversos les impelía hacia un mismo punto.
Pasaron algunos días. Luisa siempre hablan-
do sobre el mismo tema. Tanto se aficionó con
la idea de la muerte, que llegó por fin á fami-
liarizarse con ella. Hablaba del suicidio como
la cosa más natural del mundo, como si efecti-
vamente hubiera sido creado para dar solución
á muchas dolencias del cuerpo y del espíritu.
Y Enrique iba contaminándose de ese entusias-
mo. Al principio procuraba desechar tan som-
bríos pensamientos. Luego ya los discutía,
y más tarde , hasta llegaba á reconocerlos
como buenos y convenientes en las crisis supre-
mas.
Un incidente vino á remachar el clavo. En-
rique quedó sin colocación. Su principal hizo
suspensión de pagos y el escritorio fué cerrado.
La situación era grave, violenta. En otros mo-
mentos no hubiera tenido gran importancia,
pero en aquéllos sí que la tenia y muchísima.
Enrique buscó nueva colocación. No consiguió
ninguna. En todas partes había sobra de perso-
nal. Nuestro joven servia también para poco; el
círculo de su acción era reducidísimo, limitado.
Este nuevo golpe fué terrible para Luisa. Lo
que al principio era una idea débil, sin fuerza,
tomó grandes proporciones, creciendo en su es-
píritu á medida que la situación se agravaba y
los caminos desaparecían á la vista de la jo-
ven. Por todas partes veía negruras, por todas
partes la noche eterna, inacabable. ¡Qué días
más tristes! El cuerpo y el espíritu abatidos,
trabajados, desechos con el sufrimiento, con el
insomio, con la pesadilla de la muerte. ¡Siempre
esta idea! Se había aferrado en el corazón de
Luisa y no había medio de arrancársela.
En una de esas crisis, en aquellos momentos
que los dos amantes se lamentaban de su acia-
ga suerte y Luisa insistía una vez más en su
idea de la muerte, ocurrió im hecho que tuvo
gran influencia. Un joven estudiante, cansado
de luchar contra la miseria, se había suicidado.
El suceso fué descrito con mucho lujo de deta-
lles por los periódicos de la noche.
Luisa compró uno de esos periódicos. En fa-
milia, durante la velada, leyó el relato con voz
segura y entonada. Un espíritu observador ha-
bría notado que á medida que avanzaba en la
lectura, iba en aumento la excitación nerviosa,
intranquila. La mirada buscaba en las pausas de
la relación, la de Enrique, incierta, vaga, move-
diza. Cuando concluyó la lectura los dos jóve-
nes se miraron, una misma idea relampagueó
en sus ojos; una ola de pasión, de conformidad,
se desbordó de aquellas cabezas. Ni una pala-
bra, ni la más ligera frase siguió á esa evolu-
ción del espíritu. ¿Estaban conformes? ¿Habla
triunfado Luisa?
(He continuará.)
Luís Blasco.
MUBIUCM: fata, }(!»-I(7, Inñ Muí, Nitor— RiserTidos ioi derechos de propiedad irtistiu j iiterarit.— Us recianiacioaes en Madrid, al represeotaott de esta Casa D. MaDoel Piá j Valor, Apodaca, 10, 2.°
■■ ) INSÉRTESE ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL ( •
KTfuoimwrro Tipooninoo db B. Ba«boa.— Callb db Viixajirobl, móm. 17 bhsanchb db S&m Antomió.— Barcblom*.
SEMANARIO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
Afio V
Barcelona 6 de Agosto de 1887
Núm. 240
PALABRAS DE AMOR
498
LA n.U8TRACI0N IBÉRICA
SUMARIO
Tbtto.— JTodrid. Ovdu d «< prima, por Femanflor.— Zo-
!■<<■, por Aiic«l CoeUo de Torres. —Mulera de la novela
MalBaparAMO.- Mujere» de I>a<i<l«<concluslóii), por Ra&el
ÁltMmii*.— Mxpotieió» de BtUat Artee, por R. Blanco
Amojo.—Luitade La V'aUicre, por Cario* Meodoza.— Nues-
tro* crabadoa.—.! Tertta (poesiai, por José M.* de la
Torre.— .it Avnudm (soneto), por A. Alcalde y Valladares.
—Amor tiieida (conclusión), por Luis Blasco.
SBABiDoa.— Palabras de amor.— Jayiaterra: kl castillo de
Hatfield, visto desde el parque. —Jfadrid. Exposición ge-
neral de Filipinas (2 grabados) . —Joyas del arte italiano
antiguo '5 grabados! .—Luisa de La Valliere— Van-Dyck
(S grabadoa).— Bn ai eoro.— Velando al niúo.
MADRID
OA.K.T J^e .A. I>CI FHUsOlA.
EL ALCOHOLIZADO
L'ESTO que no se habla ni se escribe más
qne del alcohol, permíteme que dedique
esta carta al asunto del día; pero como
no es cosa de enviarte un artículo industrial, voy
á enviarte una relación entresacada de mis re-
cuerdos; relación que si tiene mucho de cientí-
fica, tiene algo de amenidad por sus tintes dra-
máticos.
No hace macho tiempm qne me encontré en
la calle á cierto amigo mío, distinguido médico
y grande aficionado i, la poesía. De estos médicos
poetas haj' muchos; la medicina debieía ser ad-
mitida como décima Musa; en cambio he notado
que los farmacéuticos no cultivan el arte de
Apolo; misterios que se escapan á la perspica-
cia de los mortales. Ello es que, como te digo,
me encontré al amigo en cuestión el cual, desde
Inégo, me manifestó deseos de leerme una com-
posición para que le diese mi voto... No es cosa
de ponerse á recitar versos en la calle... El culto
de la poesía es ya vergonzoso y requiere prac-
ticarse en secreto... No sucedía esto ett los tiem-
pos de Espronceda y Zorrilla, en que era de
buen tono mostrarse versificador y poeta; pero
entonces se llevaba el pelo largo y ahora se
estila llevarle corto; entonces se leían los versos
á la luz del farol de la esquina, escaso de aceite,
y hoy las calles están iluminadas por la luz es-
pléndida de la electricidad... ¡Todo cambia! Sin
embargo, se hacen versos todavía. Mi amigo,
por lo tanto, me rogó que entrásemos en un ca-
fetín cercano donde podríamos él, leer, y yo es-
cuchar su composición con el debido recogi-
miento. Así lo hicimos.
El cafetín estaba oscuro y sólo vimos al en-
trar algunas sombras que parecían reposar de-
lante de algunas mesas... Por fin nos dirigimos
hacia un rincón hasta el cual llegaba el rayo
luminoso de una ventana entornada, rayo que
parecía preparado y dispuesto para caer fan^s-
ticamente sobre el blanco papel á que mi amigo
debía dar lectura... Pedimos una botella de cer-
veza por pedir algo, y mi amigo sacó de su bol-
sillo sus flamantes versos.
Pero antes de dar lectura un incidente nos
distrajo por algún tiempo, y este incidente cons-
tituye mi carta. Destacándose por negro en la
entrada, como un insecto negro sobre un ascua,
aparecía un hombre de contomos extraños; hon-
go torcido y desformado; corta levitilla; panta-
lones cortísimos con flecos, de puro raídos; ^e-
qnefio de estatura y grueso. La sombra entró
en el café, confundiéndose en la atmósfera gris
y desapareciendo detrás de una columna; pero
reapareció Inégo y vino á tomar posesión de una
mesa colocada en frente de nosotros. Aquí, ya,
fijó sos ojos en mi amigo y no pudo di.simular
un movimiento de disgusto. Algo así como tur-
bación de vergüenza. Pero le vimos encogerse
de hombros, casi imperceptiblemente, y después
de bajarse el ala del hongo como para ocultar
sacara, dar las dos clásicas palmadas de rigor.
— ¿Le conoces? — pregunté yo á mi amigo. —
Vaya si le conozco, — me contestó. — Hemos sido
compañeros de colegio; nos hemos tratado luego
bastante en sus tiempos de prosperidad y he
sido su médico asistiéndole gratis hasta hace
un año en que le abandoné como cosa perdida.
Es un alcoholizado... Ahora verás lo que pide...
No necesito esperar á que se lo traigan para
decírtelo... Aguardiente.
En efecto, el mozo llegó con un servicio com-
puesto de dos copas y dos botellas; una de las
copas y una de las botellas chica. El del hongo
le hizo seña que dejase todo sobre la mesa y se
fuese. Cogió la botella chica y se sirvió...
Aunque había elegido un sitio oscuro, se le
veía lo bastante para juzgar de su persona. Des-
de luego se comprendía que aquel hombre no
debía tener oficio ni beneficio, sino que pordio-
seaba para gastar el dinero en aguardiente. Su
rostro tenía el color de la púrpura; su piel es-
taba llena de granos; fijaba sus ojos saltones en
la copa llena, con profunda mirada, como quien
registra los misterios de un abismo; y sus ma-
nos puestas sobre el mármol, con las palmas
abiertas, como si apoyase en ellas su cuerpo
trémulo, temblaban con el temblorcillo de un
resorte sutil de acero. Al principio nos miraba
con el rabo del ojo, para ver si le observába-
mos; pero á medida que fué tomando copas,
dejó de observamos y se consagró exclusiva-
mente á gozar las íntimas y enérgicas sensacio-
nes de la bebida. Su rostro se encendió más
aún; sus ojos brillaron con extrañas luces, y
desabrochándose la levitilla, y dejándonos ver
su lacia camisa, respiró á sus anchas, con an-
helo y con ruido; como si dentro de su pecho
sintiese un fuego que le regenerase y le consu-
miese al propio tiempo. Después, tendió atrás
su hongo, reclinó sn cabeza sobre el rojo res-
paldo del diván, y se quedó, al parecer, dormi-
do, con la boca abierta, los ojos entontados, con
un gesto de placer y de angustia que iluminaba
y entenebrecía por intervalos su abotargada
faz y que me repugnaba y espantaba y entris-
tecía...
Pues ahí donde le ves, — me dijo mi amigo, —
pertenece á una familia aristocrática, y ha teni-
do una gran fortuna y ha sido espejo de galanes
y de caballeros. El juego y las mujeres conclu-
yeron con su dinero y su salud; encontrándose
sin medios para vivir, sin hábitos de trabajo, y
sin valor para luchar contra el destino se dio al
coñac, á la ginebra, y por fin al aguardiente,
que es lo más barato. No hubiere tenido valor
para suicidarse con un revólver; pero lo tiene
para suicidarse con una botella. En la primera
crisis que tuvo, la naturaleza se rebeló contra
la muerte; él se asustó y me envió un recado,
invocando nuestra antigua amistad para que le
asistiera. Fui á su guardilla; y le encontré ten-
dido sobre un jergón; en una pieza donde no
había más que una mesa, dos sillas y unas cin-
cuenta botellas y fra.scos vacíos... Al ver aquel
aparato no había que preguntar la enfermedad
del huésped, y en efecto; apenas entré el tem-
blor de las manos que quiso tenderme; el tarta-
mudeo de su voz, apenas inteligible; la vague-
dad de su mirada... confirmaron mis noticias y
mis sospechas. — ¡Qué tienes, hombre, qué tienes!
— le dije. El, debió ver en mí la imagen de su
pasado, cuando tenía en sus manos, en su cora-
zón y en su inteligencia un porvenir lleno de
placeres honrados, y volvió la cara para que no
viese quizás el rojo de su rubor cubriendo el
rojo de su abotargado semblante;... pero con su
mano derecha me señalaba el rincón en que es-
taban las vacías botellas. — Eso no será nada, —
le contesté, — ¡si quieres enmendarte! Ahora es
preciso que te cures, y luego que dejes la bebi-
da y que trabajes. Ya veremos de buscarte una
ocupación decente; porque no es digno de un
hombre como tú, nacido de padres nobles, vivir
de las migajas del ganancioso del garito ni de
la piedad del amigo que compartió tu riqueza
en otro tiempo... Veamos ¿qué sientes? — ¡Ahí —
me contestó él, — tengo en la cabeza un hormi-
guero que busca salida y que no acierta á salir
por los oídos; el vértigo se apodera de mi, y
tengo que retener mi cabeza con las manos por-
que quiere separarse de mi cuerpo y girar por
el cuarto; algunas veces, según dice mi portera,
que me asiste, me quedo embebecido, estúpido,
como un niño; y oigo á quien no veo y si veo no
oigo. ¡Sobre todo, las noches! ¡qué noches! Por
eso te he llamado; que no quería llamarte poi
nada de este mundo, á tí que has sido siempre
mi amigo de verdad. ¡Qué noches! Mientras la
luz de la tarde entra por ese ventanillo, la luz
es una protección que me defiende de mis pen-
samientos y de mis dolores; pero cuando la
sombra lo invade todo, entonces la luz parece
que se refugia en mi cerebro y surgen de él vi-
siones espantables que me atosigan, que me en-
loquecen y transportan á un lugar donde la
atmósfera hierve en átomos de fuego, que rae
abrasan al respirar y que ulceran mi pecho y
le llenan de suprema angustia. Entonces, en la
oscuridad, pugno por arrastrarme, agarrándome
con las uñas á las baldosas y por llegar hasta
una de esas botellas y apurarla para avivar más
y más el fuego interior y para morir abrasado
más pronto. Pero el aguardiente me quema,
como sin rescoldo, sin acabarme y mi único ali-
vio es retorcerme dando gritos.— El aspecto de
este desgraciado, al referirme las terribles alu-
cinaciones de sus noches, era espantoso: explica-
ba el por qué mientras podía andar se le veía
hasta la salida del sol rondando por las calles
y por los cafés, donde hubiese luz, donde hubie-
se gente que ahuyentase el mundo de fantasmas
que le asediaban en la soledad y en las tinieblas.
Aquella noche me quedé con él y yo creo qup
el bálsamo del bienestar que las buenas accio-
nes llevan consigo; el placer de ver que aún la
amistad existía en el mundo modificó, más que
mis recetas, las crisis porque pa.saba... Tres días
después, ya restablecido, le tracé un plan higié-
nico salvador: le proporcioné algunos recursos
y le di esperanzas de que encontraría para él
una colocación.
A la otra semana la portera, esta vez por
cuenta propia, vino á buscarme. Su huésped
había vuelto á beber y le habían repetido los
ataques. Fui de nuevo y confieso que esta vez,
de mala gana. La portera me había indicado los
síntomas de la enfermedad que eran de los del
delirium tremens. Su huésped no tenía apetito,
y ella no había podido hacer que comiese; cada
día estaba más temblón; cada día dormía menos
y siempre con sueños poblados de visiones. Sus
agitaciones eran furiosas y había intentado sui-
cidarse deslizándose por el ventanillo de su
guardilla. Le puse en curación; hice que toma-
se baños tibios, prolongados; acudí al opio para
calmar sus nervios; y al cabo de ocho días, pudo
dormir, comer, darme las gracias con efusión...
y continuar bebiendo aguardiente. Esta vez, — le
dije, — me despido definitivamente de ti; tengo
la seguridad de que mis cuidados y mis adver-
tencias serán inútiles; el alcohol no solo ha
consumido tu cuerpo, sino tu alma; no eres tan
solo un hombre enfermo; ore.s un hombre des-
preciable...— Al oir estas duras frases, pronun-
ciadas por mí como un remedio heroico, se echó
á llorar como un niño y besándome las manos,
exclamó: — ¡No, no! no lo soy; pero lo sería si
no escuchase tus palabras y si no correspondiese
á tu cariño y á tu generosidad. Ven á verme
para animarme; porque la lucha es dura y ne-
cesito de tí... ¡Si me dejas solo temo ser vencido!
— Procura no serlo, — repuse, — ¡porque la derro-
ta es la locura y la parálisis! — Pocos días des-
pués fui á visitarle y al entrar en la casa pre-
gunté á la portera.— ¿Que tal estáV — No suba
usted, — me contestó, — está perdido, acaba de ti-
rarme una botella. — Subí sin embargo, y encon-
trando cerrada la puerta llamé repetidas veces.
Al fin sentí pasos y una voz sorda preguntó: —
¿Quién es? — Soy yo, abre. — ¿Tú? ¿tú? — y la
puerta se abrió; pero antes de que yo hubiese
podido entrar, volvió á cerrarla después de ha-
berme escupido el rostro. — ¡Miserable! — excla-
mé golpeando á la puerta con indignación...
Pero me detuve aterrado y compasivo; porque
sentí como un cuerpo que caía y rebotaba den-
tro de la habitación lanzando risotadas y au-
llidos. Desde entonces, ya lo ves, no nos cono-
cemos.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
499
Confieso, prima, que esta relación me Labia
puesto los pelos de punta y que tenia fijos los
ojos en aquel beodo durmiente con sentimiento
de repugnancia, de horror y compasión profun-
dísimo. El alcoholizado, en tanto, habla ido esti-
rando el cuerpo, había dejado caer sus brazos
á plomo y solo el continuo temblor de sus ma-
nos colgantes indicaba que vivía...
— Pero, á otra cosa hemos venido, — exclamó
mi médico-poeta. — Y desdoblando el papel y dis-
poniéndose á leer, me dijo á guisa de prepara-
ción:— Ya sabes que 3^0 soy poeta clásico, grie-
go, que soy el poeta de los madrigales y de los
idilios; oj'e pues: — A Filis, poema en verso suel-
to. La escena pasa en la Arcadia.
Te hago gracia del poema querida prima. Ni
podría darte razón de aquellos versos. Yo no
dejaba de mirar al alcoholizado.
Fernanflor.
-*-
ZORAIDA
TRADICIÓN GRANADINA
El año 1482 fué de infortunio para los moros
granadinos.
El odio de muerte que desde algún tiempo se
profesaban los zegries y abencerrajes no reco-
nocía límites.
Este odio tenía su origen justificado.
Dos años antes regía el territorio Ali-Abul-
Hasan, casado con dos mujeres, su prima Aixa
y una cristiana llamada D." Isabel de Solis, hija
del gobernador de Martos, que fué hecha cauti-
va en un asalto; tan bella como la antigua He-
lena y no menos fatal á loa granadinos, que
la deidad griega lo fué para los troyanos. Envi-
diosa Aixa de las galantes preferencias que por
sus virtudes el monarca concedía á la cristiana
y temiendo que en la sacesión del trono los hi-
jos de ésta iban á ser preferidos á los suyos
propios, constituyó un partido poderoso á cuya
cabeza púsose la tribu de los zegries. En tanto,
los beniserrajb abencerrajes, colocándose al lado
de doña Isabel, protestaron de aquel bárbaro
atentado con las armas en la mano.
Así las cosas, tanto el palacio como la ciudad
trocáronse eif un campo de batalla y la sangre
corría á torrentes por las calles, sin que la au-
toridad de Ali-Abul-Hasan fuese respetada por
ambos bandos que en encarnizadas luchas, con-
sumían las últimas fuerzas del ya amenazado
reino.
Con el advenimiento al solio de un primogé-
nito de Aixa, llamado Aben-Abdallah 6 Boabdil,
quien destronó á su padre, reaviváronse más y
más los odios no extinguidos y los disturbios se
sucedían con más fuerza en la turbulenta Gra-
nada.
Boabdil, hombre de carácter déspota é ins-
tintos crueles y encizañado por su celosa madre,
INGLATERRA: EL CASTILLO DE HATFIELD VISTO DESDE EL PARQUE
juró exterminar á los que habían hecho armas
contra su causa, esperando una ocasión que le
favoreciese para llevar á cabo su venganza.
Una figura delicadísima se destaca de este
sangriento reinado, cuyo nombre recuerda gus-
tosa la tradición. Esa figura es Zoraida, la her-
mo.sa musulmana, de melancólico mirar, ojos de
fuego y cutis aterciopelado; la bella sultana,
cuyo recuerdo guardan las crónicas granadinas
juntamente con el de su esposo el rey Boabdil.
La influencia de Zoraida en algunos hechos
(que algunos historiadore-i desmienten) dio mar-
gen & la leyenda que no.s ocupa y que el pueblo
siempre fie!, ha conseguido trasmitir hasta nos-
otros.
Hé aquí la leyenda:
11
Era una noche escura y fría como el desen-
gaño y tiiste como el remordimiento.
Todo callaba en las calles de Granada que
parecía dormir un sueño pesaroso.
Sólo de cuando en cuando se percibía un li-
gero rumor.
Era el graznido de algún ave nocturna, que
anidaba en las grietas de algún viejo minarete.
Granada, la más bella de las ciudades musul-
manas, la virgen sarracena, tenía un aspecto
sombrío.
Pero la oscuridad que en la ciudad reinaba,
era mayor, si cabe, en una revuelta calle donde
se alzaba esbelta y majestuosa la casa de Aben-
Amet, noble abencerraje, á cuya nobleza de
sangre acompañaba la de sus sentimientos.
Los más ancianos le respetaban por su talento
y sabio criterio.
Aquella noche, pues, se habían congregado
los más nobles mahometanos de la ciudad en
aquella casa. Sus ardientes miradas y la calma
forzada y poco natural que reinaba en la lujosa
estancia, demostraban bien á las claras que se
trataba de algo grave.
Este silencio fué interrumpido con la presen-
cia de Aben; todas las miradas se dirigieron al
abencerraje, quien después de saludar cortes-
mente á los circunstantes que se preparaban
para no perder ni una frase de las que iban á
salir de sus labios, tomó así la palabra:
— Una razón poderosa me ha obligado á lla-
mar á mi casa á la nobleza granadina y pedirla
que delibere á cerca de la conducta que en ade-
lante debemos seguir; los numerosos abusos del
monarca, que joven y sin experiencia, pretende
anatematizamos con su tiranía, conducen, mejor
dicho, precipitan á Granada á un abismo. Lejos
de escuchar nuestros consejos, nos retira su
amistad y es sordo á nuestras súplicas. Los di-
ferentes bandos en que está dividido el territo-
rio, con sus sangrientas luchas, aminoran con-
siderablemente nuestras fuerzas, y el día, quizás
no lejano, que las huestes cristianas aparezcan
ante nuestros muros, no podremos rechazarlos
y el estandarte del Crucificado triunfará, para
vergüenza nuestra, de la media luna. Hó aquí
el motivo de mi llamamiento; ahora consultad
con vuestra razón lo que debemos hacer.
Un asentimiento general sucedió á las últimas
palabras de Aben quien tras una breve pausa
continuó:
— El pueblo, que sieriipre se deja conducir
por el que más le halaga, defiende á quien co-
rrompido por los vicios y placeres olvida torpe-
mente los asuntos del gobierno, que hoy más
que nunca merecen ser tratados. ¡Unámonos,
pues, nobles abencerrajes, no nos separemos sin
antes trazar el camino que hemos de seguir y
morir si preciso fuese, como saben morir los de
nuestra raza, demostrando á Boabdil que á pesar
del odio que le inspiramos le defendemos y li-
bramos de la vergüenza!
En. todos los rostros se pintaba el efecto que
habían causado las últimas palabras de Aben;
todos parecían abrazar sus consejos excepto uno
de los más ancianos, que como no participando
del asentimiento general, continuaba cabizbajo
y meditabundo. Luego levantándose de su asien-
to cuando se hubo restablecido el silencio, ex-
clamó con acento poco extenso pero cada vez
más enérgico;
(Se continuará.)
Ángel Coello de Torres.
-*-
MADRID: EXPOSICIÓN GENERAL DE FILIPINAS Dlbuju deP. y Vulor
1. C««s trlbiuial.-2. C»b de Tlnqulanen.-S. (asa de negritos en la isla de Negros. -4. Alligau, casa para guarecerse en caso de guerra con otias tribus.
6. Ou* al eatllo de Um que w constrareo en lot dlitrltof P. X. de Lepanto Boatoa y B laquet y eajella ua local .'para loscráaeo.tde las yictlmas.— 6. Vista general de la rancharla de Igorrotes
M
ADRID: EXPOSICIÓN GENERAL DE FILIPINAS-HABITANTES DE LA RANCHERÍA (Dümjo de P. y Valor)
502
LA ILUSTILAGION IBEBIGA
MlUERIS ñ LA mu CONTEMPORÁNEA
MUJERES OE OAUOET
(OOBCLOSlAír)
Igual realidad que resplandece en SapMo hay
en esas otras figuras, delicadas, tiernas como
el recnerdo de la feli-
cidad perdida, de la
mujer de Noma, la ma-
dre de Daniel Eysset-
te, la viejecita de Fro-
mont y Risler... y en
las imágmee terrible-
mente verdaderas, mi-
serables de la barone-
sa María, la señora
Afchiu, la hermana del
tamborilero, la chiqui-
lla querida de Numa y
otras y otras chorii a n
do la podredumbii' 6
la acidez de sos pasio-
nes, de sus tempera-
mentos viciados, de sns
manías, de su os^is^
mo... Aqui tambiii <
rre vigoroso, fuerte,
trazando lineas grue-
sas que ponen como de relieve las figuras, el
lápiz fidelísimo á la realidad, — (la realidad
plena de la vida que rie á veces y en mucho
flora 6 se espuma de rabia,) — del privilegiado
novelista de Jack.
Zola, en cuyas obras maravilla ese tono enér-
gico del color, esa valentía que pone en las
notas oscuras, en las sombras, eu las manchas
grandes, lucientes, deslumbradoras, — ^tanto que
á veces da en lo alegórico 6 á lo menos en alge
de la epopeya 6 en los cuadros prototipicos,
escapándosu un tanto algo de las figuras docu-
mentales,—tiene también y muy á menudo mati-
ces delicados, sones dulcísimos, casi idilios y
hasta carcajadas francas, alegres y con más
frecuencia alegrías melancólicas bien lejanas
de ese pesimismo que
le han echado encima
como característica de
sus obras, — y que si es
algo es el pesimismo
del predicador que pin-
ta la corrupción no ya
del vicio, sino de la ac-
ción directa é indirec-
ta de mil causas socia-
les que tienen en mu-
cho la culpa, incons-
ciente ó no provenida
á lo mejor, de muchas
lacerías humanas. En
Pot-Bouille, una de las
pinturas más descar-
nadas de Zola, tanto
que hiela con su frío
del mal, hay aquella
María, víctima (que no
criminal) del género
LA ANUNCIACIÓN ^Cuadro de Fra FUippo Lippi)
LA ANUNCIACIÓN {.Umdiu Uü Culu Cnvelii,
LA VlKGbN ADORANDO AL NIÑO JESÚS (CUH.Iru ilc IVlIdJiíulo)
de vida á qne la han mijetado las ridiculeces
de sas padres y la pobreza de carácter de su
marido, junto á la eancación torcida, pésima,
en ctiya atmósfera ahogadora fué creciendo.
Sólo os momento levanta el novelista el velo
que cobre la desgracia moral de aquella mujer,
mijeta por preoctipaciones de los otros; pero
es lo bastante para ver en los ojos de ella la
tristeza de la pena oculta, de los recuerdos
doloroaos y para hacerla nimpátira á los nues-
tros. Por alli se descubre también, y mejor
!>:■ adivina, un hogar que vive en el aislamien-
U) de toda aquella miseria hourqeoiHe, con la
felicidad de la vida honrada. Madamo Cam-
pardon es buena á su modo, y su pobreza de
espíritu da lástima; no sé por qué me recuerda
el chiquillo de una novela de Dickens, sofocado
de buena voluntad bajo el peso continuo, abru-
mador del muñeco de su hermano, autócrata en
pañales de aquella existencia esclava pero que
sonríe á su esclavitud. ¿Y Gervasia en la pri-
mera época de su casamiento con Coupeau; y la
pobre niña martirizada por el abuelo Bijard, y
la madre de Camilo, el de Teresa Maquiti , y otras
más, existencias doloridas (jue gimen bajo el
látigo de la fuerza, ó francamente alegres,
trabajadoras, bordeando las dificultades de la
ludia social con buen ánimo y tiniieza de
alma?
Ya vendrá k historia de todu.s ellas, que es
la mejor defensa de Zola y el mejor reproche á
los que hacen del ilustre novelista un anatómico
rígido, clínico afanoso, enamorado de lo malo
sólo porque es malo, y amigo antes del crimi-
nal que de la víctima. No son fríos, fatales de-
lincuentes ' todos los personajes de Zola; antes
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
503
son desgraciados, víctimas de la herencia física
y del medio social.
Ahora leed á Daudet. Zola es hermoso, cau-
tiva al artista, al verdadero artista robusto de
alma, que bebe la belleza á grandes tragos;
pero deja una impresión dolorosa, algo de
amargor en los labios y de lágrimas en los ojos
á la vista de tantas miserias como hay en los
hombres; bien así como resulta de un artículo
estadístico sobre el pauperismo, ó también algo
parecido á la dejadez, á la especie de desilusión
y cuando menos de temor prudente que queda
en el ánimo amigo de la verdad, luego que la
lectura de la Introducción á la Sociología de
Spencer, pongo por caso, le ha mostrado los
mil inconvenientes con que tropezará en sus es-
peculaciones. Se llega á dudar del remedio; lo
cual no es malo, porque lleva á duplicar las
fuerzas y los esfuerzos.
Daudet también, sin destrozar la realidad, nos
habla de lo malo; pero menos severo, algo más in-
dulgente con la sociedad que Zola, y en todo caso
falto de la idea sistemática que guia al autor de
Nana en sus novelas, prodiga más los cuadros de
luz, las notas alegres, sanamente optimistas que
nos reconcilian con la vida. «Daudet, — dice Emi-
lia Pai'do Bazán, — consuela, refresca y divierte
«1 espíritu, sin echar mano de embustes y patra-
ñas como los idealistas, con solo la magia de su
amorosa condición y simpático carácter... Es su
talento de índole femenina, no por lo endeble,
sino por lo gracioso y atractivo.»
Y por eso, sin duda, pinta esas figuras de
mujer," tan adorables, cuyo recuerdo vivo no os
abandona nunca, desde el momento en que tu-
visteis la feliz idea de trabar con ellas conoci-
miento, amistad firme, duradera; ó enemiga
franca, \-iviente, como si hubieseis de acusarlas
mañana mismo ante el tribunal de las justicias
sociales.
Eaiael Altamira.
EXPOSICIÓN DE BELLAS ARTES
CERTAMEN TRIENAI MAYO, 1887
V
Es la acuarela un género lleno de dificulta-
des de ejecución y cuyos resultados no recom-
pensan bastante los esfuerzos que cuestan los
muchos obstáculos que ofrece á vencer. Tiene,
sin embargo, por su especial índole y manera,
aceptación en la época presente. No puede des-
arrollarse en grandes dimensiones y esto facili-
ta su transporte y acomodo; además la rapidez
con que se trabaja hace de ella un género de
pintura adecuado á los gustos del siglo, en que
la vida se agita vertiginosa, y en que la varie-
dad de emociones es preferida á su intensidad y
duración.
Como objetivo artístico, el acuarelista se pro-
pone imitar el efecto de los vigorosos toques
del óleo, y de aquí, que los enemigos de este
género de pintura, hayan sostenido varias veces
que no tiene ra^ón de ser, puesto que es un gé-
nero que como aspiración suprema se propone
la semejanza con otro.
Verdad es que, como dice Calonne, en esta
pintur.a «el efecto carece de energía siempre;
Ja perspectiva de transparencia; los primeros
términos de solidez y los lejos de confusión,
siendo en ella casi imposible el reflejo del sol,
tan apreciado por los paisistas.» Sin embargo,
por verdad que haya en tales apreciaciones,
tampoco se ha de desconocer que la acuarela es
un género útilísimo en casos determinados,
prestando á los artistas grandes servicios por
sus condiciones de rapidez y frescura que la
hacen preciosa para estudios del natural y para
expresar una composición y apuntar sobre el
papel un pensamiento original ó una impresión
fugitiva
Muchos de los pintores antiguos han emplea-
do este procedimiento para bosquejar sus com-
posiciones; pero en realidad la manera que
tenían de hacerlo era muy diferente de la de
nuestros artistas del día. La mayor parte de las
veces no se valían más que de una sola tinta, y
cuando aplicaban todos los colores no lo hacían
con fluidez y ligereza, tomándoles su pasta y
produciendo de este modo un trabajo prolijo
LA NATIVIDAD (.Cuadi o de Pic-ru della Fr..ut;i;sca)
EL MARTIRIO DE SAN SEBASTIÁN
(Cuadro de Antonio Pollajuolo;
muy parecido al de la miniatura sobre marfil ó
al de la iluminación á la manera do los pacien-
tísimos artistas que estofaban las letras primo-
rosas de los códices de la Edad media.
El primero que entre nosotros aprende el
procedimiento originalísimo de este género es-
pecial, característico de la pintura inglesa, es
Eortuny. La sociedad que se fundó en Londres
en 1804, cou el título de Sociefy of painters in
water coloursyqne en 1823 construyó la galería
Pall-Mall, destinada á la Exposición de acuare-
las, llevó bien pronto á París la clave del mis-
terioso procedimiento, enseñada por el inglés
Bonnington y por el célebre Gericault. Si no
con especialidad, con el acierto
de su genio, cultivaron por en-
tonces este género Paul Delaro-
che, Delacroix, Deveria, Des-
camps y Meissonier. En esta
época llegó á París Fortuny,
aprendió lo que puede llamarse
mecánica del procedimiento,
pero no siguió otra escuela que
la de su poderosa y personalísi-
ma originalidad.
Al lado de Eortuny, cuya vi-
da artística y también cuyo ge-
nio le colocan algo alejado de
España, llevándole no pocas ve-
ces á romper con las gloriosas
tradiciones de nuestra manera
nacional, conservando única-
mente, como con acierto apunta
Teófilo Gautier, el recuerdo de
la picante ligereza de Goya, lle-
na de gracia y brillantez, co-
menzaron á conquistar reputa-
ción entre nosotros como acua-
relistas Pérez de Castro y don
Ricardo Madrazo, cundiendo
así, aunque lentamente, la afi-
ción á un género que como opor-
tunamente dice el señor Tubino:
«no se adapta á nuestro carác-
ter y á las exigencias de nues-
tro temperamento y de nuestros
gustos.»
Ya en tiempos muy posterio-
res, hacia el año 1874, en el
estudio del señor Díaz Carreño
comenzaron á reunirse algunos
jóvenes pintores deseosos de
practicar la acuarela, y allí pue-
de decirse nacieron los funda-
mentos de la Sociedad de acuare-
listas que ha celebrado exposi-
ciones muy brillantes, á las que
han concurrido con notabilísi-
mos trabajos: Pradilla, Plasen-
cia, Madrazo, Pellicer, Hispale-
to, Morera y otros muchos.
En la presente Exposición,
no se han presentado gran nú-
mero de acuarelas, pero entre
las que hay, pueden señalarse
algunas como muy excelentes.
De todas ellas, merecen dis-
tinción principalísima las pre-
sentadas por Fabrés. Un ladrón
y La Calumniada, son dos figu-
ras dibujadas muy correctamen-
te, llenas de verdad, y sobre to-
do, con la frescura y ligereza de
color que es condició» tan esti-
mable en este género. Las ropas
están apuntadas con gracia y
gusto y los detalles de indumen-
taria revelan estudio prolijo y
minucioso. Los paisajes que pre-
senta este artista son muy infe-
riores á las figuras; con todo
Recuerdos de Llinás, está muy
sentido aunque es algo desigual
en la ejecución. Lo mejor que
tiene es el cielo, transparente y
lleno de luz; la tierra, en los pri-
meros términos sobre todo, no
está tan bien interpretada.
La copia que de un fresco de la Academia de
San Lúeas en Roma, de Rafael de Urbino, pre-
senta Araujo, ofrece una interpretación muy
exacta y feliz del original del gran maestio ita-
liano. En ella se conserva su estilo y genialidad,
y la transparencia del color muy diluido en agua
y puesto con rapidez, soltura y seguridad ex-
presa á maravilla la ligereza, tersura y brillan-
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LUlSA DE LA VALLIERE EN EL CONVENTO DI
CARMELITAS (Cuadro del profesor Emmanuel de Bussche)
506
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
tez del fiasco. Es una acuarela de estudio muy
digna de examen detenido y de aplauso. Cante
tondo es una figura de gitano muy característi-
ca, pintada con gracia y soltura y en la que,
aparte de Jos méritos como acuarelista, resaltan
las excelentes condicione-s de pintor de costum-
bres que en ocasiones repetidas tiene revelado
el señor Ai-aujo.
VI
Largamente ha debatido la critica si la es-
cultura, como manifestaci<Sn artística, es o no
adecuada á la representación de la vida moder-
na, estando conformes los más en asentir que
por su carácter idealista no puede adaptarse
bien á las necesidades y gastos de nuestro
tiempo.
Alcanzó la estatuaria su florecimiento mayor
en aquel pueblo que más alto ideal llegó á te-
ner de la naturaleza humana, hasta el punto de
considerarla confundida con la divinidad, de la
que el héroe semidiós era un reflejo. Esto ele-
vadísimo concepto antropomórfico imprimió en
la escultura helénica un sello do grandioso
ideali.smo, del que no se ha podido despojar á
través de los siglos, según unos por lo difícil
que son de romper las trabas do una rutinaria
tradición, y según otros, por ul)soluta imposilii-
lidad de expi-esar con la fría palidez del már-
mol otra cosa que conceptos generalizadores y
elevados de las pasiones y movimientos del
espíritu.
Contra esta última opinión, que es la más ge-
neralizada, oponen sus contrarios la doctrina de
que á todas las artes puede y debe llevarse el
naturalismo moderno, y en nombre de él comba-
RETKATO DE VAN-DYCK, POR EL MISMO
ten con encarnizamiento las teorías que llaman
académicas. En tanto, los impugnadores del
realismo en la escultura, dicen que por loa limi-
tados medios de expresión con que esta cuenta,
es de necesidad que se atienda á algo más que
á reproducir la naturaleza conservando sus pro-
porciones fidelísimaraente; y este algo es el
concepto idealista que desarrollaron los egip-
cios, loe griegos, los góticos y aun los mismos
' escoltores del Renacimiento, según las creen-
cias, supersticiones ó gustos de sus épocas res-
pectivas.
No hemos de pretender dilucidar esta cues-
ón; autoridad y espacio nos faltan para ello;
'■ro aunque de pasada, apuntaremos un hecho
ndiscutible que los idealistas invocan á favor
'■<: BUS argumentos. Las más felices tentativas
',". los artistas por libertar á este arte de la es-
iJavitud clásica en que ha vivido, no han llegado
á reproducirla naturaleza en sus exactas y ver-
daderas proporciones. Las estatuas de tamaño
natural que han salido de los estudios de los
escultores modernos, si se han limitado á repro-
ducir el modelo, no han excedido en mucho á
las excelencias del vaciado. En cambio, aquellas
producciones en que la vida moderna palpita
con mayor verdad, todas han sido ejecutadas en
tamaño menor que el natural.
Tiempo hace que estas dos corrientes opues-
tas comparten la inspiración de los escultores
en todos los países, y nuestros compatriotas
que no han permanecido indiferentes á la lucha,
vienen manifestando en sus producciones el in-
flujo de las dos escuelas. Y bien puede decirse,
que lo mismo en la escultura que en las otras
artes, los españoles se han señalado siempre
por su predilección por la verdad vigorosamen-
te expresada, aun en aquellas concepciones que
se inspiraron en el más ideal y exagerado mis-
ticismo. Las imágenes (^ne con destino al culto
tallaron los cinceles de Berruguete, Gregorio
Hernández, Cano y Montañés, ofrecen detalles
que revelan un sentimiento muy vivo y profun-
do del natural y una nobilísima tendencia á
expresarlo con franca sinceridad, que no vacila
ni ante el temor de degenerar en la vulgaridad
6 la crudeza.
Lo que por poderosa intuición presentían
entonces aquellos grandes maestros, hoy más
razonadamente procuran gran número de nues-
tros escultores contemporáneos. Hace bastantes
años, que Novas presentó su estatua del Torero
moribundo, anunciando una revolución en uu
arte que hnbia entre nosotros vivido hasta en-
tonces encerrado en moldes académicos, siquie-
ra fuesen liábilmento adaptados por el cincel
inimitable en gusto y corrección de Sabino Me-
dina. Desde entonces la juventud sigriió con
entusiasmo por la nueva senda y en esta E.xpo-
sición de 1S87 son mucha.s las obras que se
inspiran en la tendencia naturalista moderna.
Querol, joven discípulo déla escuela de Bellas
Artes de Barcelona que es en la que se lian for-
mado la mayoría de nuestros escultores más no-
tables, presenta un grupo originalisimo en }'eso
que titula La Tradinón. Una aticiana mujer re-
fiere á dos nietezuelos historias de tiempos an-
tiguos. Sobre su hombro un cuervo aposado pa-
rece dictar á su oído el lúgubre relato de la
matanza horrible cuya memoria parece invocar
con su siniestro aleteo. El sim-
bolismo que representa estq
grupo es hermoso, aunque en
realidad un pocQ oscuramente
expresado. Quiere el escultor
darnos á entender que la abue-
la refiere á los niños la rota de
Carlomagno en su retirada de
lioncesvalles, y la imagina-
ción tiene que hacer un peque-
ño esfuerzo para sujetarse á
tal convencionalismo, porque
lo cierto es que la anciana lo
mismo podía contar á los pe-
queños cuentos maravillosos
de endriagos y encantamien-
tos, duendes y aparecidos. A
parte de estsc vaguedad de ex-
presión, defecto general de to-
do simbolismo, la producción
artísticamente considerada es
digna del mayor elogio. El
grupo está bien compuesto y
las figuras de los niños tienen
mucha naturalidad y están ad-
mirablemente tratadas. La vie-
ja ofrece un modelado primo-
roso destacando en feliz con-
traste sus formas angulosas y
desecadas con las suaves cur-
vas de los niños cuyas carnes
aparecen flexibles, jugosas y
frescas.
El vencido de hoy y vencedor
de mañana, por el mismo artis-
ta, es una estatua que acusa
estudio anatómico y esmero en
la interpretación del desnudo
y que más que La Tradición se
resiente del conceptismo ideal
(jue pretende expresar y que
es aquí más emblemático y os-
curo.
Benlliure concurre á este
certamen con una magnífica estatua enyeso, de
Ribera, el gran pintor valenciano. Es una obra
llena de vigor, de inspiración y de carácter. La
cabeza del fogoso creador de tantas imágenes
de santos y ascetas llenos de vida, de realidad y
de expresión, revela su genio enérgico y fecun-
do. La actitud y apostura de su cuerpo corres-
ponde en todo al ardor que alentaba á aquel
grande y , privilegiado espíritu. No se puede
imaginar á Ribera de otro modo, ni so lo puede
representar mejor. Los que dicen que su figura
tiene algo de afectada y teatral desconocen las
condiciones de su carácter y su personalidad
tan felizmente interpretados en la estatua
¡Al agua! por el mismo, es un precioso grupo
en mármol que en primores de ejecución y en
detalles concienzudos tomados del natural, es de
lo más exquisito que se admira en la Exposi-
ción. Una niña pretende arrojar al baño á su
hermano menor que se resiste con rabia cómica.
Ambas figuras están llenas de vida y movimien-
to. La niña tiene una cara dulce é inocente y en
sus labios se pliega una sonrisa que por su ros-
tro infantil se exparce como adivinación instin-
tiva del amor maternal. El niño expresa coraje,
y su crispatura rígida y ner\riosa aparece pro-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
507
porcionada al esfuerzo de repulsión que repre-
senta liacer aquel tierno y desnudo cuerpeci-
11o. Pesa de veras el travieso y mal humorado
muchacho y se adivina que la niña tiene que
contrarrestar cor. el empleo de todas sus fuerzas
aquella tenaz aversión. Las carnes son flexibles,
tiernas y palpitantes y las manos sobre todo,
son de un modelado muy fino.
ynsillo y Ternández, joven escultor sevilla-
no, se revela en esta Exposición como un artis-
ta de mucho porvenir. 8u «rupo, en yeso, de
grandes proporciones. La primm-a cviilieiidn, es
un estudio muy aventajado del desnudo. La idea
que ha inspirado la composición es bella y real
al mismo tiempo. Dos tiernos infantes disputan
en el seno de la madre cuál de ambos se ha de
apoderar del pecho.
Gandarias concurre á esta Exposición con
muchas obras, estimables todas, pero en las que,
por lo general, ha presidido más que el deseo
de expresar una alta inspiración artística el de
colocarse al nivel de los gustos vulgares y res-
ponder á las exigencias del comercio. El amor
y el interés, estatua en mármol, es su producción
de más empeño; y aunque la idea no resulta
muy clara, las carnes están ejecutadas con un
esmero acaso demasiado prolijo. Otro tanto pue-
de decirse del busto de Japonesa, tratado por el
mismo procedimiento que hace más fino y sim-
pático que grandioso. En el grupo de León y
águila hay mayor grandeza, pero el asunto no
puede ni interesar ni conmover, porque en es-
cultura todo lo que no sea la reproducción de la
figura humana no resulta dramático jamás.
Los dos Vallmitjana concurren á la actual Ex-
posición con producciones dignas de citarse.
San Juan en el desierto, por don Agapito, revela
inspiración y logra felizmente unir á la majes-
tad y grandeza del asunto religioso, una opor-
tuna tendencia naturalista cuanto á la ejecución
así en el conjunto como en los detalles. El León.
en yeso, acusa estudio del natural y no poca
maestría en la ejecución que además es sobria y
severa.
Don Venancio Vallmitjana, padre y maestro
del anterior, presenta La niña en la silla, de ad-
mirable naturalidad y ajustándose á interpretar
fidelísimamente la gracia infantil y movida de
un modelo muy lindo y delicado. La belleza do-
minando la fuerza, el bajo-relieve de Santa Te-
resa y la estatua de Cupido, son obras que reve-
lan igualmente á un habilísimo y experimentado
maestro.
La mejor elección, estatua en barro cocido, por
Broces; tiene mucha originalidad y está ejecu-
tada con ligereza que no se aparta de la correc-
ción.
Las hijas del Cid, por Díaz Sánchez, revelan
mucho estudio del natural. Ambas son dos her-
mosas figuras bien razonadas, pero demasiado
frías de expresión. Acaso á lo dramático del
asunto hubiera convenido huir de ciertas afec-
taciones clásicas.
Jesús discutiendo con los doctores, por Fol güe-
ras Doiztua; se resiente de algo de amanera-
miento en la actitud del divino niño, cuya
figura no ofrece la sublime tranquilidad que co-
rre.sponde á su naturaleza superior.
Ultima cena de Jesús con los apóstoles, grupo
tallado en madera, por San Martín de la Serna;
no carece de merecimiento artístico, pero el ta-
maño en que se ha ejecutado empequeñece el
asunto. Hay, además, en la manera de estar con-
cebido, poca espontaneidad, no ofreciendo dife-
rencias notables con los mucho.s maestros que
en pintura y escultura han tratado el tema has-
ta la saciedad.
Leónidas en el paso de las Termopilas, por
Han Martin Aguiló, es un estimable modelado
de Academia, pero que lo mismo puede repie-
seutar al indomable espartano que á otro héroe
cualquiera.
El vaso decorado, estilo de Renacimiento,
por Sánchez, es muy elegante y rico de orna-
mentación y está con delicadeza y gusto ejecu-
tado.
De grabado en hueco merecen mención muy
especial el Retrato de S. M. la Reina, por Maura,
preciso en el dibujo, de claro oscuro muy suave;
y la Flor valenciana, por Ponce.
VII
Mas por completar estos apuntes, reducidos á
escasas dimensiones porque sólo en el espacio
de voluminoso libro hubiésemos logrado com-
pleto desarrollo, hemos de enumerar, finalmen-
te, algunos de los proyectos de arquitectura más
notables que se han presentado en esta Expo-
sición.
Ofrece esta clase de trabajos dos aspectos di-
ferentes bajo los que pueden examinarse. Uno
técnico relacionado con los conocimientos espe-
LA MARQUESA BALBi DE GENOVA (.Retrato por Vui-Dyck)
cialísimos que requiere arte que precisa á más
de la ardiente inspiración genial el auxilio me-
ditado y frío de la ciencia; otro plástico referen-
te á los procedimientos de la ejecución que han
sido empleados para trasladar al bastidor de pa-
pel la expresión gráfica y detallada de la inven-
ción arquitectónica. Una crítica elevada no
puede seguramente prescindir de estos dos ele-
mentos que de tal manera se completan y con-
funden en este arte, que bien puede decirse, casi
constituyen uno solo.
Esta consideración nos impide descender á un
examen prolijo circunstanciado y doctrinal de
obras que no estaraos autorizados á criticar por
carecer de conocimientos especiales suficientes.
A lo más podríamos, en aquella parte artística
que se refiere al concepto estético, emitir nues-
tra opinión; pero tal juicio no alcanzaría otro
valor que el de una impresión personal acerca
del gusto revelado por el proyectista ó sobre su
mayor ó menor acierto en el dibujo, el lavado á
la tinta de China ó la acuarela.
Por las razones expuestas no hemos de hacer
otra cosa al ocuparnos de esta sección, que citar
de pasada los principales estudios presentados
en esta Exposición, pero sin descender á discu-
tir sus cualidades.
Del malogrado arquitecto, D. Manuel Antonio
Capo, se contemplan siete bastidores del Pro-
yecto de restaurarión del casón del Retiro, todos
notables por su dibujo. En las fachadas predo-
mina el estilo dórico y las hace severas y senci-
llas al prestarlas su sobria y elegante correc-
ción.
El proye lo de un mohumeiitu á los Iliyes Ca-
tólicos, por D. Luís María Cabello y Lapiedra,
ofrece un suntuoso conjunto formado por cuati-o
escalinatas de acceso con estatuas, un basamen-
to con otras estatuas
ecuestres y una co-
lumna adornada aca-
so con demasiada
profusión, que ter-
mina en un capitel
corintio. El águila
coronada que usaron
como timbre heráldi-
co los Reyes Católi-
cos, aparece sobre el
abaco.
Don Juan Bautis-
ta Cámara y Cámara,
ofrece un curioso
Proyecto de monumen-
to para el centro de la
Puerta dtl Si,l. Pare-
ce que ajustándose
al precepto de Hora-
cio ha querido unir á
lo útil lo bello, en los
dos cuerpos que for-
man el trazado. El
primero se destina
á sala de espera
de tranvías, despa-
cho de billetes de es-
pectáculos, etc. El se-
gundo es una torre
con reloj de cuatro
esferas, barómetro,
termómetro, señal de
hora meridiana y
grandes medallones
con bustos de los pre-
claros hijos de la vi-
lla y de los monarcas
que más la engran-
decieron. El estilo á
que pertenece este
proyecto es del Re-
nacimiento conserva-
do con mayor pureza
y gusto en la parte
baja que en la torre
que resulta pesada.
Don Antonio Ar-
ráez y Floyo, pre-
senta dos acuarelas
que constituyen un esmerado estudio de Inte-
rior de un salón árabe. Mereciendo también ser
citados:
Don José Esteve y López, por su proyecto de
baldaquino para la iglesia de San Miguel de Je-
rez; D. Adolfo García Cabezas, por el Monumen-
to á la memoria del Excmo. Señor Marqués de
Comillas; D. José Grasses y Riera, por sus pro-
yectos de Monumento á Colón, Manicomio-modelo,
Imprenta Nacional y Casa para la sociedad La
Equitativa; el Cuadro de mosaico, por D. José
Huertas y Domínguez y el modelo en madera
del Puente del Rey en Madrid, por D. Antolín
Ramón Alonso.
R. Blanco Asenjo.
*
LUISA DE LA VALLIERE
Sabida es la contestación de aquel estudian-
te,— más asiduo lector sin duda de las novelas
de Alejandro Dumas que no de los Elementos
z
te
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O
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X
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a:
<
ü
O
j
<
Q
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Q
510
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
de Historia UniversaJ, ad usttm de los mucha-
chos de segunda ensefianía, — quien, preguntedo
por BU catedr&tioo sobre cual había sido la me-
jor conquista de Luis XIV respondió con el
aplomo que presta una arraigada convicción: —
Mademoiselle de La YalUere.
No porque la tal mademoiselle valga gran
cosa, á nuestro modo de ver, sino por la curio-
sidad que despierta su nombre, nos creemos en
el caso de tener que dar algunos breves apun-
tes sobre su vida y milagros.
Nació Tjouise de la BaumeLt Blanc La Valiie-
te en aquella reijion di Turena, de que se hace
lenguas en los Hugonotes la reina Margarita y
donde, como dice Brunétiére, ~se reflejan á lo
largo del rio ^el Loira\ en un agua límpida y
perezosa los palacios de los favoritos y las fa-
voritas de nuestros reyes,» es decir, de los
suyos.
Era muy niña todavía Luisita cuando leyó
en la comisa de la chimenea de la quinta donde
vivía un letrero con esta inscripción: nAd prin-
cipem, ut ad ignem, amor indissolutus,* que en
cristiano, según le explicarían á ella, si es que
no se lo hizo explicar, significa^ <A1 principe,
como al fuego del altar, amor indisoluble.» No
cayó, por lo visto, en saco roto el latinajo.
Apenas había abandonado la La Valliei-e sus
muñecas, cuando su madre la metió á palaciega,
figurando en la cortecilla, bastante cursi, de las
princesitas de segundo ó tercer orden alojadas
en el castillo de Blois, desde donde ascendió á
camarista 6 camarera,- — no recordamos bien
como debe decirse,- — de madama Enriqueta,
hija de Carlos I de Inglaterra, calabaceada por
Luis XIV en sus pretensiones de compartir el
regio tálamo nupcial y casada ahora con Mon-
sieur. hermano del monarca. No tuvieron incon-
veniente, sin embargo, el rey 3' su cuñada, en
pegársela á dicho Monsieur, con gravísimo es-
cándalo de la corte, decidiéndose para cubrir el
expediente que Luis XIV aparentaría hacer la
corte á alguna dama de su hermana política, la
cual dama serviría así de ch'indellier (b Poñuelo
hlauro), desempeñando sucesivamente tan hon-
roso cargo las señoritas de Pons y de Cheme-
rault y finalmente la de La Valliere (1661),
sin que al parecer se la importara á ninguna
de ellas un comino que su cortejo tuviese una
honrada y amantisima esposa que se llamaba
María Teresa de Austria, hermana del rey de
España.
El rey estableció á la La Valliere en un pabe-
Uoncito del jardín del Palais-Royal, donde na-
ció un niño (l(í63) que fué inscrito con el nom-
bre de Carlos, hijo de M. de Lincourt y de ma-
demoiselle Elisabeth de Beux. (Jomo se ve «las
rosas pasaron tan correctamente como es posi-
ble en la irregularidad,» dice Brunétiére. Este
niño murió al poco tiempo.
En 16ti4 el rey, sin respeto á su madre ni á
su mujer 1 ¡pobres reinas españolas!) se permi-
tió presentarle á Ana de Austria (la reina ma-
dre) á la I.^ Valliere, desvergüenza que afectó
tanto á María Teresa que por causa de ello
"cayó peligrosamente enferma de indignación y
de <^lo8.>
Nuevo alumbramiento en 1065, en el Hotel
Bríon. A este recién nacido le pusieron Felipe
y declararon ser hijo de un Francisco Ders.sy y
una Margarita Bernard.
La favorita, sin embargo, tenía muchos ene-
migos pí)rqne en honor á la verdad no explota-
ba al rey ni para sí ni para los demás. Indeira.
Todos los cortesanos estaban contestes en afir-
mar que aquella odalisca tgá'ait le métier.n sin
contar qne no ¡«ocas palaciegas se daban literal-
mente á todos los diablos por no poder suplan-
tar á la novelera combleza que se contentaba
con amar á palo seco. E^to no impidió, sin em-
bargo, que en 166(5 tuviese que recurrirse á las
luces de la ciencia obstétrica con ocasión de
otro fausto acontecimiento, esto es, la venida al
mando de la futura princesa de Conti, legitima-
da al año siguiente, al paso que la madre reci-
bía el título de duquesa de Vaujours. Hubo
quien se escandalizó de semejante legitimación,
pero á la verdad, los precedentes le autorizaban
á hacerlo á Luis XTV. ¿Acaso Enrique IV no
había hecho una porción de veces lo mismo?
Llegó 1667 }' el rey dejó plantificada á la La
Valliere para enamoi-arse de la Montéspan, á
pesar de estar pró.xinia la pobre mademoiselle
á darle un nuevo y cuarto hijo. Pero lo terrible
del caso es que Luís XIV se permitió dudar
por mucho tiempo sobre si el futuro conde de
Vennandois etait de lui. La infoliz Luisa no
pudo resistir aquel abandono y ¿resolvió meter-
se monja? no, señor; resolvió servir de tapadera
á los amores del rey y de la Montespan, avi-
niéndose á desempeñar tan insigne cargo du-
rante la friolera de seis años y apadrinando á
varios bastardos de su antiguo amante y la nue-
va favorita.
Y no se crea que la apeada concubina se es-
tuviese lloriqueando y dirigiese versos á la Luna
explicándole sus cuitas, sino que era uno de los
más esplendorosos astros de Versalles y gasta-
ba y triunfaba y seguía las diversiones y se
daba todo el tono de una duquesa, como era,
importándosele un ardite que algún precursor de
Echegaray pudiese bautizarla con el título, en
femenino, de uno desús más aplaudidos dramas.
M. Brunétiére no puede menos de reconocer
que en todo esto que el rey parece avoir manqué
cruellement de delicatesse; lui rappelaü trop dure-
mettt ce qn' elle avait etéjadis; efectivamente, era
muy poca delicadeza decirle á la pobre duquesa
que no era más que la femme de chambre de la
Montespan.
Desdenes, humillaciones y burlas no impe-
dían sin embargo que la ex-favorita fuese muy
á gusto en el machito y así hubiera llegado á
vieja á no haber tenido la suerte de que un ma-
riscal de Francia, amigo suyo, le aconsejara que
se metiera monja, haciendo que se entregara en
manos del P. César, del Carmen Descalzo, va-
rón ejemplar y celebrado director espiritual. El
mariscal, impertérrito en su piadosa tarea, hizo
que su amiga fuese también á visitar á las Car-
melitas Mayores (lea Grandes C(irmelite'<), y
finalmente la catequizó para que fuese á confe-
renciar con el Águila de Meaux.
La Montespan puso el grito en el cielo al sa-
ber que su antecesora quería entrar en un con-
vento. Esto era como señalarle el camino cuando
el rey la despidiera como había hecho con ella,
pero por fin, prevaleció la determinación de la
La Valliere, la cual el 20 de Abril de 1674 fué
á hacer la visita de despedida al Maitre, como
le llamaba aún.
Dos meses después tomaba el hábito, corrien-
do el sermón á cargo del obispo de Aix, y al
año siguiente hacía profesión con el nombre de
Sor Luisa de la Misericordia, siendo el predica-
dor Bossuet, que según raadame de Sevigné no
estuvo tan divino como la gente se había figu-
rado. A pesar de las maceraciones á que dicen
se entregaba, no puede (asegurarse que le pro-
bara mal á Sor Luisa la vida monástica, pues
vivió todavía treinta y seis años.
Como se ve, no hay para qué hacer de la La
Valliere una heroína de novela; si es verdad que
quiso sincera y desinteresadamente á Luís XIV
todo el mérito que esto puede tener queda oscu-
recido por su vergonzoso papel entre la Montes-
pan y el monarca. Más que cualquiera de esas
favoritas valia la española María Teresa, espo-
sa que Luis XIV no se merecía.
Pocas veces, ni en Francia ni en parte algu-
na, veremos un bardaje á quien deba agrade-
cerse ningún bien; piedra de escándalo para los
ciudadanos, solo acarrean de.sgracias y suscitan
vergonzosas emulaciones; pocas pueden conser-
var su dignidad, si nunca la tuvieron, y una
vez arrojadas del pedestal de su ignominioso
encumbramiento, no vacilan á guisa de la La
Valliere en figurar como criadas de sus suceso-
ras ó en convertirse como la Pompadour en
proxenetas reales. Mucho daño han acarreado
los novelistas sin ciencia ni escrúpulos que han
presentado con simpáticos colores el papel de
esas mujeres. Siempre las Blancas de Borbón
valdrán mil veces más que las Marías de Pa-
dilla.
Carlos Mendoza.
NUESTROS GRABADOS
PALIBIU8 DE JlllOB.— EN EL OOBO.— TELiMOO ÁL KlSO
Tres dibujos lauy simpáticos, finameute grahadus. Mode-
lo de belleza escoltural la joven qne cree escuchar palabras
(le amor y no es que lo crea sino que realmente algo, simbo-
Uzado audazmente por el autor en un angelito, le esta ha-
blando al oído; piadosa escena la de esas jóvenes cantando
á coro y en el coro las nlabanzns del Señor y delicadísima
creación la de esa joven madre que, atenta á su trabajo, no
se separa, sin embargo, del lado del eufermlto, presta á pro-
digarle sus cuidados .
Dados tres asuntos como esos y desempeñados con el sen-
timiento y habilidad con que aparecen, no hay más que decir
sino que tout eat pour le mieux.
mOLlTEBRl: ELGASTILLODE HATFIELD TISTO DESDI
EL PABQUa
Este edificio, como tantísimos otros, data del reinado isn-
bellno, en cuya époc'i, pintorescamente hab'audo, alcanzó el
colmo de la perfección la arquitectura doméstica inglesa,
uniendo á la solidez del ojival, modificado por la elegancia
italiana, cierto sello comjortable propio del país. Puede de-
cirse que de entonces data la Idea del home li/e ó vida casera,
tan característica del sajón. Todas aquellas construcciones
están dispuestas de modo que son muy abrigadas en invierno
y ft-escas en verano. Además de esto, hay espacio para que se
den libre carrera las artes decorativas, gracias al mobiliario,
á las chimeneas monumentales, á las grandes escaleras, á los
parques, etc.
Este castillo situado en el Hertfordshlre es propiedad ac-
tualmente del marqués de Salisbury.
HADBID: EXPOSICIÓN GENERAL DI FILIPINAS
La ranchería formada en la Exposición del Retiro para
ofrecer una idea de lo que es un poblado de Igorrotes está
detrás del Pabellón real, en la parte baja del Parque, rodea-
da por la ria y cercada por una valla de cañizos.
Llama la atención desde luego la casa construida sobre el
tronco y en el arranque del ramaje de un pino, lonstrui-
clones muy usuales entre los naturales de las montañas de
Luzón y á la« que se sube, no por una escalera de mano,
como la colocada en la que hay en la Exposición, sino sim-
plemente por un tronco de árbol con hendiduras, en Ids que
se apoyan los habitantes del casi aéreo edificio.
Otra de las construcciones viene á ser un chozo circular
destinado á necrópolis; es dtcir, á lugar destinado á la con-
servación de los cráneos de los fallecidos, pues los igorrotes
decapitan á sus muertos, queman el cuerpo y maceran las
cabezas, que se depositan cu esta forma en la especie de pan-
teón general que reseñamos.
El edificio más importante es el que flirura la casa Ayun-
tamiento ó tiibunal, sin que por ello se dlfereucie notable
mente de los demás.
Como todas estas casas están montadas sobre puntales que
separan su piso inferior un metro, por lo menos del suelo, la
del tribunal tiene destinado aquel espacio á cárcel, con la
particularidad de que sus paredes son de ligeras cañas. Claro
es que los criminales encerrados en aquel recinto se evadi-
rían sin la menor dificultad, sino se les sometiera á precau-
ciones más cuidadosas, consistiendo la principal en sujetar-
los á uu largo cepo que Imposibilita casi por completo todo
movimiento del detenido.
Un detalle curioso. Conservan adosado al tronco de uu
árbol, el cráneo del cerdo que sacrificaron y se comieron
cuando la fiesta de que tanto hablaron los periódicos, ha-
biéndole colocado, pendiente de las mandíbulas, dos trozos
de madera recortada en extrañas curvas que afectan signos
masónicos.
En una cerca inmediata á la ranchería hay varias espe
cies de los animales domésticos generalmente utilizados por
los Igorrotes.
En el otro grabado figuran los tipos diversos que habitan
en la ranchería; nada más oportuno ciertamente cuando tan-
tos de ellos van desfilando haci-i la Eternidad.
JOTAS DEL ARTE ITULIiNO ANTIODO
Fra Lippo Ltppi.—Piero della Franeesca. — PuUajuolo
Cario Ctiveltí
Figurau todos esos tesoros en la Galería Nacional de Lon-
dres y son otras tantas páginas de subidísimo valor en la his-
toria del arte.
Píero della Francefica es uno de aiuellos artistas deío pia-
dosa Umbría que no abandonaron su carácter de talos para
hacerse fiorentlnos, es decir, paganos. Sus obras respirdii la
más Ingenua religiosidad y resplandecen por sus peregrinas
cualidades técnicas. Fué Piero uno de los primeros italianos
que hicieron uso de la pintura al óleo y con ello gran cono-
cedor de la anatomía , de la perspectiva, - cuya ciencia mejoró
con la aplicación de la geometría,— y del clsro-oscuro, tan-
to que se adelantó á su tiempo. No brillaba menos en la in
vención que en el color, armonioso, finísimo. Es muy esti-
mado este autor como pintor concienzudo; M. Paul Mantz ha
dicho de él que se habla creado mn paraíso umbrío. •
La obra cuya reproducción puede verse en estas j>áglnBs,
da Idea del profundo conocimiento dd insigne artista en
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
511
el modelado, en la disposición de los paños y en la variedad
de las expresiones. Ofrece mucbo Interés también esta Nati-
vidad por damos en ella el pintor el fiel trasunto de las gen-
tes de su época, como estudio heclio del natural, siendo las
figuras otros tantos retratos. Además de esto, no caben sino
elogios por la belleza del paisaje, verdadero alarde de pers-
pectiva, y por la delicada manera con que están representa-
dos el buey y el asno del establo y las avecillas que pian en
torno del divino infante.
Esa escuela umbría, tan enamorada de la Idea, tan since-
ramente religiosa y á la cual debió Rafael el encanto de su
dulce manera de sentir las Madonas, goza hoy de gran predi-
camento, bastando decir que el cuadro de que hablamos fué
comprado por los ingleses el año 1874 en 2.415 libras ester-
linas.
PoUajuoki del siglo xv, como el anterior, era florentino;
grande innovador, maestro en muchas artes, inventor, apa-
sionado por la anatomía y la perspectiva. Como otros muchos
excelentes escultores y pintores, habla comenzado por ser
platero. Pintó muy bien al óleo, cuyo secreto traído á Italia
por Antonello da Messina, fué uno de los primeros en cono-
cer. Su color es poco brillante, pero exacto; en cambio en el
claro-oscuro es admirable. Tampoco sobresale en la compo-
sición, por resultar apiñadas las figuras, si bien cada una de
ellas está en su sitio, presentando todas las más variadas ac-
titudes y brillando por su acertada expresión.
Cario Crivelli, contemporáneo de los dos anteriores, ocupó
un lugar dlstluguldlslmo en aquella admirable generación
que floreció después que el Giotto hubo regenerado el arte.
Nació en Veuecia á principios del siglo xv y se formó en la
esencia del Squarcione, de Padua. Su Ántmciaeión, aparte de
en mérito artístico, es obra curiosísima por la aoundanda de
detalles referentes á los trajes, muebles y arquitectura de la
época.
¿Quién no conoce las extraordinarias aventuras del car-
melitano frá Filippino Lippi, asimismo del siglo xv? Puesto
por «US padres en nn convento cuando solamente contaba
ocho años escapóse de allí al poco tiempo y fué hecho escla-
vo por los berberiscos; empero, habiendo pintado el retrato
del corsario que le apresara, dióle estela libertad. De regreso
a Florencia, su patria, fuese á pintar al monaíterio de reli-
giosas de Sauta Margarita y robó á una de ellas, de la cual
tuvo un hijo, al cual trasmitió su nombre y su arte. Como
pintor brilla por la magnificencia de sus composiciones, por
su color Jugosísimo y por la vida, alegría y vigor de sus figu-
ras, rompiendo asi con las tradiciones divinamente idealis-
tas del Beato Angélico. Con todo, en sus últimos tiempos
mostróse impregnado del más sincero fervor religioso, per-
teneciendo á esta época la Anunciación, tan sentida' como
bella de color y ricamente ornamentada. Es obra al temple.
LDfSA DK Lí VALLIIEE EN (L CONVINTO DK LiS GAtUELITAS
Cuadro del profesor Einmanuel de Bussche
^Véase el articnlo).
VAK-DYCK
Sir Anlony VanDyck, como llaman los Ingleses al que
los italianos conocen con el nombre de il piUore cavalieresco,
es indudablemente uno de los artistas más simpáticos, á la
manera de Rafael ó de Mozart, con quienes tiene más de un
punto de contacto. Comenzaremos á dar cuenta de lasobras
que reproducimos hoy en estas páginas, por su Retraía; hé
aqui algunos de sus principales rasgos biográficos:
Nació en Amberes en 1559 y fué discípulo y émulo de Ru-
bens; aventajó á éste como retratista, y mostróse inferior á
él en el arte de componer un cuadro y en el vigor de la eje-
cución; con todo, como vivió poco, no es posible decir hasta
dónde hubiera llegado. Decir de VanDyck que era un mo-
delo de distinción, es repetir lo que todos saben; fué además
de seductora presencia, muy amable, galanteador y afortu-
nado. Por eso murió á los 42 años, habiendo alcanzado el
honor, él, hijo de un pobre mercader de paños, de casarse con
la sobrina de la duquesa de Montrose, perteneciente á la más
encopetada aristocracia de Inglaterra.
Sus amorosas aventuras no impidieron, sin embargo, que
fuese un trabajador incansable; en esta parte compite con
Rubens, pues si no ha dejado tantos cuadros como éste, hay
que tener en cuenta que vivió veintiún años menos. Madrid,
Londres, Amberes, Gante, Malinas, Courtray, San Peters-
burgo, Viena, Paris, Dresde, Munich y otras Chpitales poseen
ya en sus museos públicos, ya en sus iglesias, gran número
de lienzos de Van-Dyck, además de no pocos que figuran en
las galerías particulares.
No satisfecho todavía con la enseñanza adquirida en el
taller del gran Pedro Pablo, hizo un viaje á Italia donde du-
rante cinco años estudió con entusiasmo las obras maestras
de los venecianos y pintó algunos de sus más famosos re-
tratos.
Volvió á Inglaterra en 1032 y llegó á su apogeo como pin-
tor sin rival en gracia, hechizo y refinada distinción, tratán-
dose del género que hemos dicho, al parque brillaba como
uno de los principales ornamentos de aquella Corte tau fas-
tuosa y elegante.
Quieren explicar algunos la exquisita seusibilidad, el/emi-
ntsmo, por decirlo asi, de este pintor, suponiendo que here-
darla tal cualidad, no de su padre el rico mercader Francisco
Van-Dyck, sino de su madre María Cuypera, que, á lo que se
dice, era mujer de refinada cultura y sumo gusto, con sus
dejos de interesante melancolía.
Declamos que tenia Van-Dyck más de un contacto con
Rafael y Mozart y asi es, habida en cuenta la precocidad de
que, como estos dos genios, dio muestras. Ya en 1609 dejaba
asombrado á su primer maestro Uendrlck Van Balen y dos
años después entraba en el taller de Rubens, quien fué para
él siempre el mejor y más desinteresado amigo.
Casado con la noble señora que hemos citado antes, mu-
rió Van-Dyck (1^41) dejando una bonita fortuna, 15.000 libras
esterlinas, lo cual en juicio de algunos basta para desmentir
los cargos que se le hacen de haber sido un derrochador. Y
en efecto, el argumento no puede ser más convincente.
Los magníficos grabados, copia de cuadros de Van-Dyck
que acompañamos con este número son, además de dicho su
retrato:
La Marqueta Balbí de Qénova, radiante de simpática be-
lleza, retrato verdaderamente suntuoso, de sólida ejecución;
La dama y ti niño, resumen de la feliz influencia de Rubens
sobre su discípulo, donde brillan conjuntamente la vivacidad
del gran flamenco y la melancólica gracia propia del autor;
Didalo i Icaro, concepción feliz, en la cual no cabe llegar
más allá en punto al modelado de las dos figuras; y flnalmen-
te Enriqueta María, el mejor retrato que se hizo nunca de la
infortunada esposa de Carlos I Estuardo.
A TERESA
Si una flor, pidió mi vida
para esenciar sus amores
fuiste tú, prenda querida,
la flor más bella y pulida
que puede hallarse entre flores.
Si fui buscando una estrella
para alumbrar mi camino
y afirmar en él mi huella,
fuiste tú, la pura y bella
lumbre que vio mi destino.
Si cruzando el ancho mar
la tabla de salvación
pude un punto reclatnar
me la dio tu corazón
con su firmeza sin par.
Y si con heroico anhelo
quise al emporio ascender
para desgarrar su velo,
tú me mostrastes ese cielo,
siendo diosa y no mujer.
José M.' de la Torre.
AL HURACÁN
Tú, que el espacio cruzas turbulento
y el polvo en nubes con tu soplo arrojas,
que arrancas á los árboles sus hojas
y haces volar las piedras con tu aliento.
Que estremeces las torres en su asiento,
y al templo de sus cúpulas despojas
que le empañas al sol sus tintas rojas
y dentro del volcán rujes violento.
Que el proceloso mar rompes silbando
en tanto que con imijetu exterminas
las naves en las rocas estrellando;
En medio de las rápidas mudanzas
con que siembras estragos y ruinas
¿Qué has hecho de mis pobres esperatizas?
A. Alcalde y Valladares.
■ ^.
AMOR SUICIDA
(PÁGINAS DE LA VIDA REAL)
(CONTINUACIÓN)
II
A la mañana siguiente Luisa abandonó .su
casa. Fué en busca de Enrique. Ella planteó
con resolución y valentía el problema de la
vida. Arrastró al joven, que sin ftierzas para
luchar, sin voluntad propia, conformóse al fin
con las ideas de su amante.
Los dos iibandonaron la ciudad. Durante el
día recorrieron los más pintorescos pueblos que
forma la huerta de Valencia. Llegaron hasta
Burjasot y junto á una cruz de piedra que mar-
ca los limites del término, hicieron alto. Sentá-
ronse en los escalones que forman la base que
sostiene el signo de la redención. Allí, en medio
de la más completa soledad, sin más testigos
que la cruz, juraron quitarse la vida fijando un
plazo cortísimo, algunas horas.
La resolución era inquebrantable. A fin de
evitar el que sus familias pudieran estorbar se-
mejante determinación, acordaron no volver á
Valencia hasta la noche, pasándola en una po-
sada.
Ya estaban encendidos los faroles del gas
cuando entraban en la ciudad.
— ¿A dónde vamos? — preguntó Luisa.
— Donde tú quieras.
— Lo mejor sería buscar una posada poco
frecuentada.
— ¿Quieres ir á la posada de la Maza? Es la
más cercana y la menos vigilada.
■ — Tiene, según dicen, muy mala reputación,
— dijo Luisa después de un momento de duda,
■ — pero si no hay otro remedio marchemos á
ella. Cuanto más pronto mejor.
Elegido el sitio dirigiéronse á él. Pronto lle-
garon á la posada, situada en una calle solitaria.
Esta posada, que en realidad ya no tiene de
tal más que el nombre, les ofreció albergue se-
guro aquella noche. El posadero, hombre que
conocía bien el oficio, no era indiscreto con sus
huéspedes. Entregábales la llave del cuarto, re-
cibía el importe del hospedaje y I^aus Deo.
El cuarto que ocuparon los jóvenes estaba si-
tuado en el piso principal. Era de los más es-
paciosos y mejor amueblados. Una mesa toda
manchada, seis sillas de Vitoria medio desven-
cijada.* y una cama con dos colchones duros y
unas sábanas que en algún tiempo debieron es-
tar limpias.
La joven, una vez dentro de la habitación,
dejóse caer en una silla, en tanto que Enrique
pedía papel para escribir una carta. Luego se
sentó sobre la cama. Así permanecieron largo
rato.
Luisa levantóse de la silla, colocó otra frente
á la mesa, alumbrada por un quinqué de petró-
leo, y dijo:
— Anda, siéntate y escribe la carta.
Enrique obedeció casi maquinalmente. Cogió
la pluma y estuvo largo espacio pensando «ómo
daría principio á la carta.
— ¿Pero, qué haces, hombre, que no escribes?
¡Parece que estás muertol
— Es que no sé cómo principiar.
— Escribe, yo dictaré, — respondió con pala-
bra segura la joven.
«Señor juez:
»No se culpe á nadie de nuestras muertes.
Las contrariedades de la vida nos conducen á
ese fin. ¡Dios tenga misericordia de nosotros!»
— Eirma.
El joven escribió: Enrique Vilar.
Luisa cogió la pluma y con mano segura y
letra clara puso su nombre: Luisa Campos.
• — Ahora escribe el sobre.
«Al señor juez del distrito.»
— ¿No escribimos á tu madre y á la mía?—
preguntó Enrique.
— ¿Para qué? No es necesario. Mañana sa-
brán la noticia. Ya se consolarán, si es que
pueden hallar paz y consuelo en la tierra.
Un silencio profundo siguió á la redacción de
la carta. ¿Qué experimentaban en aquel mo-
mento los dos jóvenes? El acto que acababan de
realizar era el testamento y éste sólo se otorga,
genei-almente, cuando la muerte se avecina.
Por más voluntad que habían demostrado, des-
pués de escrita la carta dirigida al juez, la rea-
lidad se presentó ante ellos, desnuda, y tal vez
entonces sondearon con miedo el abismo abier-
to á sus pies.
Enrique y Luisa sumiéronse en profundas
meditaciones. El sentado frente á la cabecera y
512
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
sojetaiido oon las memos la cabeaa, y ella sen-
tada en una silla y con la cabeza caída y apo-
yada en la mano izquierda. En esta actitud per-
tnauecierou toda la noche.
Pero las horas pasaban. En el reloj de la ca-
tedral dieron las tros. IjUÍsu oyó los acompasa-
dos golpes de la gran campana y se levantó de
la silla.
LA REINA MARtA ENRIQUETA iIlclr«lo por Vau-Dyck)
— Ejiriqne, — dijo acercándose al joven, — va-
mos, ya es hora.
El novio, medio aletargado, alzó la cabeza y
fijó sus ojos en Luisa. La luz del quinqué ape-
nas alumbraba la sala. Enrique estaba pálido,
convulso, nervioso. En aquel supremo instante
se presentó en su imaginación la realidad, des-
nuda, sin atavíos; realidad horrible, inmensa y
cuyo desenlace eran dos cadáveres. La emoción
fué terrible. Vibraron todos sus nervios, brota-
ron las lágrimas y se arrojó en los brazos de
Luisa exclamando:
— ]Que desgraciados somos, bien mío! ¿Por
qué no hemos de ser dichosos como lo son las
demás criaturas?
y oprimía sobre su pecho á la joven que no
esta Da menos agitada y llorosa que su prome-
tido.
Abrazados y llorando permanecieron largo
tiempo. Los sollozos confundíanse con los besos;
besos puros, pero ardientes como el hierro en-
rojecido. Cada beso era un escape de vida, de
fuego y de pasión.
— ¡Bien mío, luz de mis ojos, abrázame fuerte,
más fuerte! — decía la joven. — ¡Muera en tus
brazos, Enrique querido!
— ¡Deja que bese por última vez las lágrimas
de tus ojos, Luisa idolatrada!... ¡Maldita sea
nuestra suerte! ¡Vivir, sí, vivir para tí fué mi
sueño! [No llores, corazón mío! ¡Nena mía, mí-
rame, abre los ojos, no me robes tus miradas!
— No me aflijo, no. Lloro, sí, porque vamos á
gozar de la dicha eterna. En el otro mundo se-
remos felices, dichosos. Nuestras almas vola-
rán al cielo, no lo dudes, Enrique mío. Allá nos
espera la ventura, la calma, un eterno gozar;
aquí, en la tierra, lucha, desesperación, contra-
riedades, miserias, lágrimas, un dolor eterno
¡Repite que me amas mucho, que siempre me
has querido como yo te quiero, bien mío! ¡Júra-
melo por la salud de tu alma, por la memoria
de tu padre!
— ¡Sí, te lo juro, ángel mío! Tú sola eres mi
consuelo. Tienes razón. Sí, la muerte no es más
que el camino para el otro mundo. Marchemos
á él, busquemos allí la felicidad que Dios nos ha
negado en la tierra...
Abrazados, los ojos convertidos en ríos, la
fiebre de la desesperación atacando sus cuerpos
y la voz ronca, afónica. En esta actitud perma-
necieron cerca de una hora. Sonaron las cuatro.
Luisa fué la primera en poner término á la
escena. Las fuerzas iban faltando, la debilidad
se apoderaba de aquellos cuerpos.
— Vamos, Enrique, — dijo la joven con la re-
solución y energía propias de su carácter.
— Si, marchemos, pero dame un abrazo más.
Otro...
De nuevo se confundieron y chocaron sus la-
bios, brotando esos besos tras los que el alma
sale hecha pedazos, convertida en jirones.
Abandonaron la posada. Las calles estaban
solitarias, desiertas, oscuras. Habíanse retirado
los vigilantes nocturnos y el día se anunciaba
con esa claridad pálida, incolora, que va alum-
brando primero el horizonte, luego las azoteas
y terrados de los edificios para descender des-
pués al fondo de las calles, disipando las últi-
mas negruras de la noche y preparando el rei-
nado de la luz, la llegada del sol con sus
calientes y dorados rayos.
Tomaron la dirección de la Alameda. Allí se
habían consumado muchos suicidios. El sitio
convidaba á poner fin á la vida.
Alguno que otro transeúnte madrugador se
fijó en la pareja. Distinguió los cuerpos, la si-
lueta de dos seres, pero no penetró en el fondo
do aquellos corazones. Había escasa luz y no
podia leerse en sus rostros, el fuego de la de-
sesperación que se alimentaba y crecía con vio-
lencia en las cabezas tempetuosas de Luisa y
Enrique.
Sin hablar una sola palabra llegaron al puen-
te del Real. Al otro extremo estaba el paseo;
la distancia ora corta, el fin de la lucha se acer-
caba, el día adelantaba rápidamente en su ca-
rrera.
Algunas carretas cargadas de hortalizas cru-
zaban el puente en dirección á la ciudad. Sobre
las cestas repletas de coles, lechugas, calabazas
y patatas, iban los conductores de los vehícu-
los, soñolientos, sin fijarse en la pareja.
(Se concluirá.)
Lnis Blasco.
MIIÜSIIICM: {*(«, 3(&-3(7. Rimi Itliui, Uitir.— Siunuioi Im dertehos dt propitdad irtíttica j liUrarít.— Lu rwluiuíoDU en Madrid, al npresentante de esta Casa D. MaDiiel Plá y Valor, ApodaM, 10, 2.*
■ — ) INSÉRTESE Ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL ( —
ggTÁBUKiUiímTO TlrOOHknOO DB B. BAaiOA.— CAIXB OB VlLLAUtOBL, VtU. 17, BHM.HCHB OB SAH AKTOHIO.— BAIICBLOH&.
SEMANARIO CIENTÍFICO. LITERARIO Y ARTÍSTICO
Año V
Barcelona 13 de Agosto de 1887
Núm. 241
LA VELADA
¿-11
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
Sumario
Tbzto.— JíodHd. Cartat á mí prima, por Fenutuflor.— Zo-
Tvida (contlniiMil6n\ por An^ Coello de Torres.— ^ mor
tmeUm ^eondosiáD), por Lau Blñaoo.—ljtetura». Baude-
iatrt (eopttBO«clánK por Clarín.— La romería, por Alfonso
Piras Ni«Tm.—fitMüyrcrAa, por Culos Mendou . — N neetroe
(nlMdos. — ¿oU», por Próspero Merlmée (traducción
d« A. O.)
GuBiDO*.— La Telada. — Ptntnras sobre esmalte (tres graba'
dos).— JCqwfMita Kaeiomúí d* BtOat Arte* de 1887: |A'
BCT»! — Darld y Saúl.— Bronces rosos (dos grabados).—
Rerale.— Cnalmuersoenelbosqne.— Un gracioso.— B<jo
los árboles.— iSalrada! -El regreso de las bateas. -Cristi-
na, dnqoesa de Milán.
MADRID
c.A.»,x>^8 .A. 2.CX fxiix»j:.a.
LOS DUELOS
ÜERIDA Oannen: Aquí leemos con avidez,
todos los días, los despachos telegráfi-
cos, ¡mra saber si se ha verificado ya el
dnelo entre Boulanger y Ferry. Por fortuna
este duelo experimenta algún retraso y los due-
los que se discuten rara vez se realizan. Las
palabras dichas contra el general Boulanger
por Ferry, no son tan graves que exijan un
dnolo á muerte y los padrinos de Ferry hacen
bien tratando de que se cubra el honor sin cubrir
un cadáver. Este duelo, públicamente concerta-
do, públicamente discutido, demuestra hasta
qué punto llega la manía de los lances en Pa-
rís; y de los lances que no resuelven nada; por-
que si el dnelo entre aquellos dos hombres po-
líticos se realiza, ninguno de ellos ganará ni
perderá en la consideración pública: Boulanger
no necesita este duelo para que todos sepamos
que es un militar bizarro; y Ferry ni aceptán-
dolo ni rechazándolo dejará de ser para todos
nn hombre de Estado respetable y serio.
Mas en ese París se ha perdido el juicio por
completo. Todos sabemos que el duelo está en
las costumbres modernas y que no se reforman
en un día las costumbres. No ya los duelistas,
personas tan formales como el mismo Guizot
dicen que una infinidad de insultos y de abusos
y de vejaciones se cometerían en la sociedad
sin que los jueces pudiesen remediarlas si allí
donde hubiese un hombre de corazón no hubie-
se una justicia apreciadora de esas ofensas que
se levantase á protestar contra ellas esgrimien-
do una espada ó disparando una pistola. Esta
justicia individual mantiene la urbanidad de
las relaciones .sociales y además ampara el ho-
nor sagrado de la familia. Pero en la actuali-
dad se baten ahí por cualquier cosa; por una
palabra equívoca, por un gesto, por una mirada
y sobre todo, porque se hable del lance en los
diarios. No hace mucho tiempo que los france-
ses, para batirse, tenían que pasar la frontera, y
los periódicos daban cuenta de los lances con
ciertas precauciones y publicando tan solo las
iniciales de los combatientes; hoy se publica la
noticia de las condiciones del desafío, sitio y
hora en que se verificará sin pasar la raya in-
ternacional; y se dan los nombres de los testi-
gos que le disponen. Lo mismo que si se tra-
tase de una boda 6 de solemnizar un aniver-
sario.
No hay razón contra la moda y, por lo tanto,
inútiles son las reflexiones de las pfírsonas sen-
satas; en épocas en que se estima la notoriedad
sobre todo, se busca ésta por todos los medios
y ea más fácil insultar á uno y batirse con él
que descubrir la piedra filosofal ó la dirección
de los globos. Hay hombres célebres, en Fran-
cia, que no serían n«da si no hubiesen sido
duelistas y cuya celebridad está sostenida por
la espada. Quien arriesga su vida excita siem-
Í>re la admiración, pues no puede negarse que
a vida es el más precioso tesoro del hombre;
las mujeres mismas, que parece debierais sen-
tir horror por los duelistas, no dejáis de admi-
rarlos; y os sentís fascinadas por sus bárbaros
y crueles alardes y lejos de huir con espanto
de sus caricias, caéis desvanecidas de amor
entre sus terribles bj-azos. M. Paul de Casag-
nac, uno de los espadachines más famosos de
Francia, es buen ejemplo de ello. Las damas
de la sociedad francesa le adoraban según pa-
rece.
Y por cierto que también los diarios de esa
capital nos hablan de un lance en proyecto que
no se ha verificado por oponerse á ello el desa-
fiado; que no es otro sino el citado M. Casag-
nac. Este, después de haber tenido innume-
rables desafíos, ha decidido no batirse y hacerse
hombre formal. Su contrincante le niega este
derecho bajo el pretexto de que después de haber
molestado á todo el mundo para ll.evarle al te-
rreno, poi-que á él entonces le entretenía este
juego, no tiene ahora derecho á retirarse por-
que haya engordado, adquirido fincas y rentas,
y entrado en el período de una madurez exqui-
sita y confortable. Estos famosos matasietes
cuando llegan á cierta edad, en que reconocen
su desventaja física y en que no sienten la ne-
cesidad de aumentar su reputación, se dedican
á padrinos de los demás duelistas y á jueces de
los tribunales de honor. Por regla general son
los mejores arregladores de los lances y M. Ca-
sagnac tiene an-eglados muchos; los padrinos
malos son los nuevos; los que no han presen-
ciado lances y necesitan darse la emoción de
ver como dos estimables personas se ponen el
pellejo como una criba. Los despachos telegráfi-
cos nos han dicho que acerca de la situación
creada por los padrinos de Ferry, negándose á
aceptar las condiciones propuestas por los de
Boulanger, se consultaría la opinión de M. Ana-
tole de la Forge. Este M. Anatole de la Forge
es otra celebridad de la espada, al cual se nom-
bra juez por su reputación de hombre de honor.
Pues casi todos los lances que se le consultan
se resuelven pacíficamente; y el de Ferry con
toda seguridad no se realizaría de nombrársele
arbitro. Y es que verdaderamente el duelo es
mejor para aceptado que para recomendado á
los demás. Hay gallardía en exponer la .propia
existencia, sin motivo; hay falta de corazón en
exponer la vida de otro hombre sin justifica-
ción evidentísima.
El lance de Boulanger y de Ferry, de verifi-
carse, sería á pistola. Entre los militares y paisa-
nos suelen ser á pistola los desafíos porque se su-
pone á los militares maestros en el arma blanca.
Pero esto agrava las consecuencias del desafío,
cuando no las hace ridiculas. En un duelo á pis-
tola no suele haber término medio; ó resulta
gravemente herido uno por lo menos de los ad-
versarios ó los dos vuelven del terreno tan sa-
nos y tan frescos. No se comprende que se vaya
al terreno sin motivo ni que se vuelva sin él.
Lo peor es que el público, por quién la mayoría
de los combatientes se bate, no queda contento
y los actores en cambio han pasado las amar-
guras que lleva consigo un duelo á muerte. El
momento más terrible de los duelos no es el
momento en que se verifican, cuando nos encon-
tramos enfrente del adversario; allí se obedece
automáticamente y no se tiene ya conciencia de
lo que se hace; el momento t,errible es el de la
noche que precede al duelo cuando solita-
riamente pe mide el peligro y se despide uno
de todos los afectos ó intereses que le ligan al
mundo; cuando la conciencia nos dice que hemos
provocado sin razón quizás y quo vamos á s&r
justamente muertos ó injustamente asesinos.
Por esta razón las dilaciones en los lances
son crueldades; y por esta razón los lances
que se dilatan no se verifican.
Aquí en España, los duelos .son por fortuna
muy poco frecuentes. La mayoría de los perio-
distas se mueren sin haberse batido. Primero
porque realmente los españoles somos mesura-
dos en las formas y después porque no busca-
mos la notoriedad por medio del escándalo. Un
periodista español necesita ingenio é intención;
pero no necesita saber tirar á las armas. Apenas
hay un periodista español que sepa coger una
espada ni derribar un muñeco de un balazo, á
diez pasos. Esto constituye la más hermosa igual-
dad en los lances: los sablazos y las balas van
por donde Dios quiere; los que verdaderamente
están amenazados de muerte son los padrinos.
En Francia suelen verificarse los desafíos á
espada, porque el duelo es una costumbre y la
ma3'oria de la sociedad está preparada para olios
en las salas de armas; aquí nos batimos al .sable
porque este combate es más irregular y franco.
El sable tiene la ventaja de qtie no suele ser
mortal ni ridículo. Sus heridas espantan mucho
y se curan pronto; mas la hoja fina de la espada,
sin enrojecer la camisa deja seco á un hombre.
Aquí donde, como digo, casi nadie tira al
arma blanca; menos aún se maneja la pistola.
Así la mayoría de los duelos á pistola terminan
con la reconciliación de los dos adversarios sa-
tisfechos é incólumes. Hace algún tiempo fui
padrino en uno de estos lances que te referiré
en su sencillez, porque puede servir de patrón;
siendo como es semejante al noventa por ciento
de los desafíos á pistola. Se trataba de dos jó-
venes conocidos entre los cuales habían media-
do palabras descorteses con motivo de un inci-
dente de juego. Uno de ellos era tirador de espa-
da; se convino en que el duelo sería á ])istola;
cambiándose cuatro balas. Nos habíamos reuni-
do los cuatro padrinos y desde luego conveni-
mos en que debíamos hacer cuanto fuese posible
para evitar una catástrofe. Convenimos en qm
los adversarios so colocarían á treinta pasos; y
que dispararían á la voz de mando. Uno de los
padrinos propuso que disparasen á cincuenta
pasos de distancia; pero le hicimos considerar
que en esas condiciones corríamos nosotros más
riesgo que ellos, por distantes que nos colocáse-
mos. Al segundo disparo los adversarios avan
zarían cinco pasos, si les agradaba. Los desafíos
á la voz de mando se verifican de esta manera:
puestos los dos adversarios uno enfrente de otro
el testigo director del combate dice: — ¡Atención!
¡fuego! ¡una, dos, tres! — y al decir ¡tres! deben
sonar los pistoletazos como si fuese uno solo.
Ni antes ni después; cualqxiier error en esto...
no vale. Como entre los padi-inos había un co-
ronel, persona respetable por su profesión y su
edad, á este le confiamos la dirección del com-
bate. Después nos ocupamos en buscar armas
y terreno. Un amigo mío me prestó una sober
bia caja de pistolas, que había comprado exclu
sivamente con objeto de prestarla. — Puedo us-
ted llevarla con tranquilidad, — me dijo tri.ste-
mente, — han servido ya en cinco lances, sin que
hayan matado ni herido á nadie. Si como espero,
nada ocurre en este otro, tendré que reemplazar-
la, ¡porque la verdad no parecen instrumentos
de muerte, sino de vida! — Sellamos la caja de
las pistolas para no abrirla ya más que en el te-
rreno.
El terreno elegido por nosotros era entre los
dos Carabancheles; ningún objeto material, nin-
gún árbol, ninguna mata podía servir de guía
para los disparos.
A la mañana siguiente llegamos al sitio, y
echamos suertes para ver que lugar debían ocu-
par los combatientes; procurando que no les
diese en la cara ni el sol ni el viento. Les pei-
mitimos que conservasen sus gabancillos; des
pues de habernos asegurado por nosotros mis-
mos, con decoro, que no conservaban la cartera,
ni el portamonedas, ni el reloj, ni objeto ningu-
no que pudiese detener una bala. Les dijimos
que podían levantarse el cuello de la levita á
fin de disimular el de la camisa; que facilitaba
la pimtería.
Yo cargué las armas en presencia de loa
otros testigos; disparando primero una cápsula
para probar que estaban corrientes las chime-
neas; y luego un tiro de pólvora sola, para lim-
piarlas.
Después entregamos las pistolas á los com-
batientes.— ¡Atención! ¡una, dos, tres! — Sonaron
los dos tiros.
Las pistolas habían correspondido á sus tra-
diciones. Los dos adversarios se alzaban impá-
vidos y mudos entre la ligera nube de humo
que el viento desvanecía.
^¡Señores! ¡El honor está satisfechol^dijo
uno de los padrinos, — ¡podemos dar por concluí-
do el lance!
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
515
— |No! — exclamó yo, — el acta de las c'bndi-
ciones del duelo está firmada, y en ella se es-
tipula que deben .cruzarse cuatro balas... ¡Es
preciso cumplir la convenido!
Vueltas á cargar las pistolas y dada de nue-
vo la voz de mando, sonaron otra vez los dos
tiros. Ambos habían avanzado heroicamente la
distancia permitida.
Y ambos continuaban admirablemente bue-
nos.
— Señores, — dijo uno de los padrinos, — nin-
guno de Vds. necesitaba de esta prueba para
ver universalmente reconocida su caballerosi-
dad; pero esto mismo aumenta el valor de su
noble conducta... Señores... ¡las manos!
Uno y otro extendieron la mano derecha y se
las estrecharon con efusión. Habían sido ami-
gos y volvían á serlo con mayor entusiasmo que
nunca.
Muchas veces hablan del peligro con que les
amenazaron las balas de aquellas pistolas.
Ignoran que las balas no les podían hacer
daño, porque en vez de meterlas en los cañones
de las pistolas me las metía yo en los bolsillos.
Mas excuso decirte que en el acta que redac-
tamos los testigos aquella misma noche, se hizo
una relación del suceso ya que no verídica, es-
pantable.
Tuyo siempre,
Fernanflor.
ZORAIDA
TRADICIÓN GRANADINA
(OOHTIKnACIÓK)
— Nada podré refutar de lo expuesto por
Aben. Su noble corazón que nunca conoció la
maldad ni -la venganza, no le dicta otras razo-
nes que las que ha expuesto; yo también, no-
bles sarracenos, sería de su misma opinión sino
conociese las malvadas intenciones de Boabdil,
cuyo ideal es perdernos, encizañando al pueblo
para nuestro exterminio. Creedlo, si hasta ahora
no ha obrado así, es porque la ocasión no le ha
favorecido, pero en adelante la buscará con más
encono y sino la inventará.
• — Te engañas, venerable Abul, — exclamó
Aben dirigiéndose al que acababa de hablar, —
el monarca, cuya temprana edad no le hace es-
cuchar más voz que la de sus locas pasiones,
no osará poner sus manos sobre nosotros, harto
sabe que no lo permitiríamos...
Estas últimas palabras fueron de repente in-
terrumpidas por un ligero rumor producido en
una de las estancias contiguas.
Todos los circunstantes llevaron sus diestras
á las damasquinadas empuñaduras de sus al-
fanjes, temiendo una traición de Boabdil, pero
una exclamación do sorpresa al mismo tiempo
que de júbilo salió de todos labios.
— ¡Zoraida!
Era, en efecto, la bella sultana, pero ¿cómo
se explicaba su presencia en aquella casa y á
tales horas?
Ya iba Aben á interrogarla, cuando aquella
con dulcísimo acento y voz un poco entrecor-
tada por la emoción.
— ¡Vengo á salvaros! — exclamó. — Un venga-
tivo zegri ha participado á Boabdil que cons-
pirabais contra él y en este momento se prepara
á enviaros sus feroces guardias para que le pre-
senten vuestras cabezas.
— ¡Miserables! — exclamó uno de los que la
escuchaban, no pudiéndose contener.
— Ya os lo decía yo y no me creíais, — repetía
el anciano Abul con voz ahogada por la ira.
Todos se levantaron instintivamente y en sus
semblantes rebosaba la cólera y la indignación,
excepción hecha de Aben, cuyo semblante no
había sufrido la más ligera alteración, que tra-
taba de apaciguar los exaltados ánimos de todos
los circunstantes.
— Calma, amigos míos, mucha calma, — les
decía, y dirigiéndose luego á Zoraida que en
tanto sollozaba. — Tú parte, señora, — la dijo, —
aquí el peligro te amenaza y serías victima del
furor de tu esposo.
— ¡Oh, no! — prorumpió la hermosa sarrace-
na.— Yo me postraré á sus pies y obtendré
vuestro perdón.
— ^¡Eso nunca! — se atrevió á decir otro de los
nobles, — prefiramos mil veces la muerte antes
que rebajarnos á ese tirano.
De pronto abrióse la puerta de la estancia y
apareció un esclavo que aproximándose á Aben
le dijo:
— Señor, un emisario de Boabdil tiene gran
empeño en verte, pues dice tiene que comuni-
carte un asunto urgente.
—Mi casa está siempre abierta para quien
venga en nombre del rey, — se apresuró á con-
testar el caudillo.
A poco penetraba en aquella lujosa cámara
un favorito de Boabdil llamado Said, de su
misma edad y de instintos tan crueles, que
después de dirigir á los nobles sarracenos una
mirada de odio y venganza, que éstos no com-
prendieroUj tomó así la palabra con un tono de
mentido respeto:
— Si mi señor, vuestro rey, no estuviese con-
vencido de la fidelidad y nobleza que os distin-
guen, no me hubiese enviado á vosotros. Harto
sabe que ahora más que nunca necesita vuestros
consejos, pues la situación de Granada empeora
á medida que mayor número de plazas se rin-
den á los cristianos. Ya sus numerosas huestes
se hallan cerca de nuestro reino y Boabdil que
quiere ser vuestro amigo, os reclama para que
unidos rechacemos al invasor.
— ¡Basta! — exclamó Aben, — ve y di á Boabdil
que también somos sus amigos, y para que Gra-
PINTURAS SOBRE ESMALTE
nada se rinda es preciso que antes que la ciudad
pise el cristiano nuestros cuerpos.
— Con tu venia parto, Aben, — dijo saludando
Said, — Allah os guarde.
Al partir una sonrisa infernal se dibujó en
sus labios.
Todos los señores se disponían á abandonar
la casa de Aben, cuando éste les interrumpió
diciéndoles:
— Amigos míos, confiad en el rey; nos ha
brindado su amistad y en momentos tan ciíticos
no hemos de negarle la nuestra ni abandonarle,
pues sería abandonar á nosotros mismos. Qui-
zás se haya convencido de su loca conducta.
¡Allah le guíe!
De todos los labios salieron palabras de asen-
timiento y adhesión á lo dicho por Aben.
Poco después los principales jeques de la ciu-
dad que se habían reunido en aquella casa se
retiraban; con ellos iba también la bella Zorai-
da sumida al parecer en pensamientos que ale-
targaban su espíritu, como nuncio seguro de la
tormenta que más tarde había de estallar.
Después todo volvió á quedar en silencio.
in
Al amanecer del siguiente día, una desusada
animación se notaba en los alrededores del re-
gio alcázar que hoy conocemos por la Alham-
bra. Numerosos cortejos de nobles abencerrajes
seguidos de sus servidores, luciendo sus más
preciadas joyas, llamaban justamente la aten-
ción de los habitantes de la ciudad, que no se
daban cuenta de lo extraordinario de aquella
fiesta.
Luego se supo que el rey se había reconcilia-
do con los nobles y que éstos iban á jurarle fi-
delidad.
Pero casi al mismo tiempo de esto, una esce-
na horrible tenía lugar en una de las más
lujosas cámaras del alcázar, donde á medida
que los desprevenidos caballeros llegaban, hom-
bres feroces y desalmados se arrojaban con
furor sobre aquéllos, dándoles alevosa muerte
sin que pudiesen defenderse ni exhalar un
grito.
Cuando hubo concluido aquella horrible car-
nicería, Boabdil penetró en aquella sangrienta
estancia y paseando una sedienta mirada por
aquellos amoratados rostros , cuyos vidriosos
ojos cubiertos por el vejo de la muerte, parecían
pedir á Allah justicia contra los hombrea, ex-
clamó:
(Se continuará.)
Ángel Coello de Torres:
EXPOSICIÓN NACIONAL DE BELLAS ARTES DE 18S7
¡AL AGUA I «»nltur«{de Mariéuio BenUlur». (Dibulo de P. y Valor)
DAVID Y SAÚL (Cuaih-u de Julio Kr,_.ii!jerjsj
518
LA ILÜBTBACION IBÉRICA
AMOR SUICIDA
(PAGINAS DE LA VIDA REAL)
(C0XCLD8IÓII)
Ésta craz6 el puente y entró en el paseo. Sin
pronunciar una frase y
como si obedeciesen á
nna misma idea, toma-
ron la calle de la ií-
qnierda llamada el
Plantío.
|Y estaba hermosa
aquella mañana! La te-
nue claridad del dia que
llegaba hacía resaltar
los botones dorados de
los naranjos, destacán-
dose sobre un fondo os-
curo. Los arcos forma-
dos por los cipreses, se-
mejaban en aquella hora
las ojivas de algún an-
tiguo claustro gótico, re-
cortando el horizonte
con sus lineas curvas
y ondulantes. Los maci-
zos de rosales parecían
una inmensa maceta en
la que crecían arbustos,
cuyas ramas figuraban
los brazos de fantásticos
seres.
El ambiente era deli-
cioso, enervante. La vio-
leta, como invisible pe-
betero, perfuma la atr
mósfera con su olor
fuerte, que casi llegaba
á dominar el que despe-
dían las cenicientas ilo-
recillas de los helio-
tropos.
La soledad era completa, el si-
lencio profundo. Todo dormía en
aquel momento. La naturaleza
apenas despertaba perezosamente
del sueño de la noche. Las hojas
de los árboles descansaban lán-
guidas y caídas, el viento no las
agitaba; reinaba tranquilidad, si,
pero la tranquilidad material.
En cambio, una tormenta mo-
ral, grande, intensa y horripilan-
te se desencadenaba en los cere-
bros de los dos novios, que con
paso acelerado marchaban bajo un
toldo de follaje, en busca de la
muerte.
Cogidos de la mano y agitados
por fuertes y continuas convul-
siones nerviosas, llegaron á un
perjueño parterre. Allí se detu-
vieron, miráronse y sin pronun-
ciar una sola palabra, sin articu-
lar nna frase, se comprendieron:
aquel era el sitio.
En verdad que es el más pin-
toresco y poético del paseo. Por
todas partes rodeado de naran-
jos y grandes rosales. En uno de
los lados un pequeño pabellón
con puertas y ventanas pintadas
de verde, respirando aire campes-
tre; en el centro y colocada sobre
un canastillo de rosas y claveles,
la estatua de Flora, labrada en bronc
blanco mármol, ya alumbrado por
la luz naciente; en tomo de la
plazoleta rAsticos bancos de pie-
dra, mojados por la fresca humedad de la
noche.
Tomaron asiento en uno de los primeros
banctH. Sobre xus cabr-zas el cielo purísimo;
detrás, un inmenso rosal; frpnte, la diofía de las
flores, del amor, y á los pies, alfombra de hojas
desprendidas de los árboles...
La luz bañaba todos los objetos. El pabellón,
los naranjos, los rosales, la estatua y los bancos
destacábanse de las tinieblas. El horizonte es-
taba teñido por rojiza claridad que descendía
pausadamente sobre Luisa y Enrique, aumen-
tando la palidez de sus rostros y el fuego de sus
miradas. Envueltos por aquella luz matinal, que
no es posible querer más!... ¡Perdóname, Enri-
que mío! jNo es verdad que me perdonas, que
no me odias, que me quieres mucho, muchí-
simo?
—¡Sí, idolatrada mía! ¡En este momento soy
feliz, dichoso, pero lo seria más, mucho más si
pudiéramos vivir tran-
quilos!
— ¿Te arrepientes?—
exclamó la joven. — Si
tienes miedo, si te falta
el valor déjame el re-
wólver y marcha, yo
moriré sola pero te
ruego que no me olvi-
des, que llores sobre mi
cuerpo, Enrique amado.
— ¡Perdón Luisa! Es-
toy resuelto. Sé que co-
metemos una locura,
que somos unos cobar-
des, sí, no lo dudes, co-
bardes, porque no he-
mos sabido luchar.
La joven por única-
contestación se arrojó
en los brazos de su no-
vio. El llanto brotó por
última vez de aquellos
ojos, se abrazaron con
efusión, con delirio. Es-
taban ebrios, locos. Do-
minado Enrique por
fuerte excitación sacó
un pequeño rowólver.
— Dispara, — exclamó
Luisa, — no tengas mie-
do... Enrique... volemos
al cielo... dispara y ter-
mine pronto esta lucha...
Dios nos espera te
amo...
Enrique apuntó el cañón del
rewólver sobre la sien izquierda
de Luisa, que estaba sentada á
su derecha. Al recibir la joven la
impresión del arma cerró los ojos,
cruzó el brazo por la cintura de
Enrique y con toda la pasión de
su alma, dijo:
— Te am...
No pudo concluir la frase...
Sonó un tiro, luego un beso sobre
la ensangrentada frente de Luisa
y después otro tiro...
En aquel instante los paj arillos
saludaban con sus Megres trinos
la llegada del dia: los primeros
rayos del sol disiparon las lU timas
sombras de la noche.
Luis Bla.soo.
ES RUSOS: LA BOMBA. -UN CIRCASIANO Y SU NOVIA
(Grupos de M. üratchoff^
representaba la aurora de la vida, los dos
amantes permanecieron silenciosos, los ojos fijos
en la inmensidad. En aquel momento se consi-
deraban felices. f;Sofíabaii en la dicha que les
esperaba en el otro mundo? ¡Quién sabe!
— ¡Enrique, — dijo la joven con voz muy dé-
bil,— perdóname, yo te he conducido á esta si-
tuación!... ¡Pero te quiero tanto, tanto, que ya
LECTURAS
BAUDELAIRE
( CONTINUACH'lN )
II
Tómase en estos tiempos la
opinión por ciencia, decía un clá-
sico español; y bien puede asegu-
rarse que esa mala costumbre de
hace siglos signe prevaleciendo^
porque la mayor parte de los au.
tores que pretenden enseñar algo^
nos dan por ciencia lo que opinan. En materia
de critica literaria esto es lo corriente, y se llega
á tal extremo, con el atrevimiento á que conv¡.
dan la aparente libertad del gusto y la vaguedad
y anarquía de las doctrinas estéticas, que mu-
chos preceptistas y críticos no vacilan en predi-
car como dogmasy reglas aprensiones subjetivas,
preferencias personales que no llegan siquiera
LA ILUSTRAOION IBÉRICA
519
á la categoría de opiniones racionalmente ad-
quiridas y de una verdad probable. Es claro que
la crítica en nuestros días no puede todavía, —
ignoro si podrá más adelante, — llamarse cientí-
fica en la vigorosa acepción de la palabra; pero
sí puede tener ciertas condiciones que le den un
valor objetivo, garantías de imparcialidad y mé-
todo, elevándola á la altura, en punto á sus cuali-
dades de conocimiento reflexivo, á que llegan
otras doctrinas, como v. gr., la sociología, la eco-
nomía, la filosofía del derecho, etc. etc., que tam-
poco son rigorosamente ciencia, aunque los más
así las llamen. Pues tal carácter semicientífico,
si puede hablarse así, no lo tiene la critica lite-
raria en la mayor parte de los escrito-
res de este género, aún los más alabados,
porque con el escepticismo que en tales
asuntos reina (y el poco celo que en rea-
lidad se muestra por aclarar este orden
de conocimientos) los más avisados, no
los más ingenuos, juzgan que es prefe-
rible manifestar originalidad y fuerza
de ideas, exquisito y dificilísimo gusto,
que procurar un criterio general que
pueda ser norma común, por todos,
grandes y pequeños, reconocida y aca-
tada. Si á esta tendencia se añade el
justificarla, por lo que toca á la actua-
lidad, el estado de crisis en que hoy
vive toda filosofía y toda ciencia antro-
pológica especialmente, y el espíritu de
independencia que en toda clase de lec-
tores y aficionados predomina, hay mo-
tivo suficiente para comprender que los
críticos más despiertos aspiran más que
á crear una verdadera ciencia de apli-
cación á sugerir ideas y emociones con
la propia genialidad; mas esto puede to-
lerarse en los pocos que confiesan, di-
rectamente ó de otro modo, su propósito,
no en los que insisten en que su opi-
nión, su preferencia, su giisto subjetivo,
es regla, es dogma, es ciencia. Entre es-
tos últimos se puede contar á los más,
incluyendo á los mejores; entre los otros
figura Renán, v. gr., con su famosa y
fecundísima teoría del dialoguismo, y su
criterio amplio y comprensivo, asi en
historia como en filosofía, como en arte,
y figuran también algunos jóvenes fran-
ceses que cual Paul Bourget y Jules
Lemaitre, predican y practican análoga
doctrina y crítica, la critica sugestiva.
Ya se sabe que la critica de Paul Bour-
get es más que otra cosa, estudio, expe-
rimento psicológico; pues la de Lemai-
tre, sobre todo en su propósito, tiende
á la expansión, á aumentar la facultad
de ver y de admirar, y á ejercitar esta
potencia de expresar la emoción, de re-
flejar la idea adquirida que es al critico
de buena cepa lo que la visión directa é
inmediata de lo bello natural á la inspi-
ración del artista. Sí, hay un n.odo de
crítica, podría decirse un modo de arte,
que el espectador sensible é inteligente
puede querer, y consiste en una especie
do producción refleja; el espectador es
aquí como una placa nueva, como un
í^co; así como los rayos del sol arran-
caba vibraciones que parecían quejidos
estatua famosa de Egipto, así en el crítico de
este género el entusiasmo producido por la
contemplación de lo bello arranca una manera
de _ comentario, de crítica expansiva, benévola
(en la acepción más noble de la palabra) opti-
mista, que hace ver más que ve el espectador
frío y pasivo, y expresar bien con elocuencia lo
que se admira y .se siento. La crítica de este
modo, — que no es la única legitima, ni siquiera
la más necesaria, — hay que tenerla como lo que
es, no hay ([ue atribuirla pretensiones dogmá-
ticas que no tiene, y con esta advertencia puede
dejársele ser subjetiva, personalísima, cuasi-lí-
rica, que no por eso dejará de ser útil, no to-
mándola por lo que no es ni quiere ser. En este
sentido ha examinado el citador Lemaitre el
último drama de Renán, v. gr., y los discursos
de Dumas y Leconte de Lisie acerca de Víctor
Hugo y un drama de Tolstoi que á él le parece
sublime y á ciertos corresponsales rusos se les
antoja obra grandiosa pero tétrica y dispa-
ratada.
La critica que no tiene disculpa, la que no
puede menos de hacer daño es la que sin ser
menos Subjetiva pretende representar la rigu-
rosa aplicación de una regla, de un canon cien-
tífico á las obras del arte, la que no se inspira
en el entusiasmo, sino en la prevención, la que
lejos de querer ver mucho, todo lo que hay se
tapa un ojo, ó mira por un tubo, la que no quie-
re ser lince sino miope voluntario. La crítica
que Brunetiére usa generalmente, la que ha em-
pleado ahora al juzgar á Baudelaire es de esta
clase; detestable como ella sola.
Después de haber leído por segunda vez Las
flores del mal, me parece imposible que un hom-
bre de seso y de buena fe diga que allí no hay
más que vulgaridades. Al leer ahora ese libro
"me proponía no sólo estudiar la obra de Baude-
laire sino penetrar los motivos que con ocasión
de esa obra pudo tener Brunetiére para decir lo
que dijo; he ido buscando las huellas de la vul-
garidad, de la petulancia, de los cien defectos
que el crítico ha ido señalando, y este propósito
mío me hizo ver la gran injusticia que había
REVERIE (uundro de Salomón J. Solomon)
la
en leer así á un hombre como Baudelaire. Le-
yéndole con esa intención, con esa prevención
retórica, fría, maligna, no se le puede entender
siquiera, entender, digo, así, al pié de la letra,
ni penetrar todo su sentido y sentimiento, que
para eso so necesita mucho más. Es más, hay
verso.s en Las flores del mal, en que parece que
el autor adivina á esa clase de lectores secos,
ciegos y sordos, para el caso verdaderos idio-
tas; más de una vez se vuelve contra ellos, ora
displicente, cjra melancólico, ya airado, ya com-
pa.sivo.
Así, por ejemplo, en su poesía CXXXIII,
I edición definitiva, pág. ¡WT) que es como el
prólogo de la parte especialmente titulada: Flo-
res del mal, dice de este modo (1).
(1) NI me alrevo á traducir, ni el lector de estos artícu-
los debe necesitarlo.
EPIGRAPHE POüR UN LIVRK CONDAMNÉ
Lecteur paisible et bucoUque,
Sobre et naif homme de bien,
Jette ce llvre saturnlen,
Orgiaqne et melancoliqne.
Si tu n' as fait.ta rhétorique
Chéz .Satán, le rüsé doyen.
J'-'tte! tu n'y comprendrais rien,
Ou tu me croirais histerique.
Mais si, sans se laisser charmer,
Ton osil sait plonger dans les gonfifres.
Lis mol, pour apprendre á m' aimer;
Ame curieuse qui souiftes
Et vas cherchant ton paradis,
Plains-moil. . . Binen. . . je te maudisi
(Se continuará.)
Clarín.
■«-
UN ALMUERZO Eü
IQUE (Dibujo de Eavel)
■y¿'j,
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
31. A. üOls/IERIA.
EL VIENTO Y LOS ROBLES
— ¡Buenas tardes, señores
agallas!
— ¡ Llévele el demo-
nio!... ¡Cómesele han pe-
gado las rachas!...
— Crean Vdes. que no
cesaba de acordarme del
robledal y bien he soplado
esta mañana por despa-
char pronto, pero no he
podido venir antes...
^Pnes nos ha hecho
V. pasar un rato con su
tardanza que ya se mere-
cia que le sacudiéramos
de firme con nuestras po-
rras... Pensamos que se
había V. enfumiscado y
que no quería refrescar los
campiños de la romería.
— ¡Que disparate!... ¡Lo
menos he volado sesenta
nudos por segundo para
llegar á tiempo á la fies-
ta!... Y no lo tomen uste-
des por adulación pero ya
estaba yo rabiando por
silbar entre sus frondas
y orear sus umbrías...
Además no podía faltar
sin quedar por un viento
sucio, pues he prometido
á la ermita venir á ou-.
dearle sus gallardetes y
banderolas. Pero hace
días di racha de honor á
unas gabarras amigas, de
hincharles las velas para
que hoy mismo tomasen
puerto y hé ahí la causa
de mi retraso.
— Ya está V. buen ai-
re... De fijo andarán en
el asunto algunas mona-
das de olas de plata...
— Se engañan ustedes...
Nada tengo que ver ahora
con oleajes. Hay mar bella
para algunos meses...
— En fin, se fastidió el
bochorno; ya está usted
entre nosotros.
— De lo que me alegro
mucho... Y ¿que tal cariz
presenta la romería? ¿Ha
acudido mucha gente?
— ¡Desde el mediodía
están afluyendo romeros
al robledal y de arriba,
de la cúspide del cerro
bajan unos rumores de
colmena que aturden!...
¡crea V. que tenemos las
copas como locas!...
— Entonces me voy á
la carrera que ya echarán
de menos mis ráfagas las
flámulas de la ermita...
Hasta luego, robles.
— Vaya el frescachón
enhorabuena y divertirse.
EL MI-KMIIXO
DE LOH MAIZALES
! ¡Beso á Vdes. las
riamos una buena batibarbas por pellizcarnos
los botones de fuego de nuestras panizas, que
no se han hecho pura bocas de sátiro, sino para
labios de ninfa!... jVaj'a una bullanga que se
trae el aura, del robledal!... ¡A la verdad que
para los maíces aco.stumbrados á hablar callan-
— (Hola!... El viento va
hacia la romería y se de-
tiene á besamos los cogollos. ¡Qué gusto da
mecerse y que suave frescura se siente ahora eu
las mazorcas! ¡Eh... pasad de largo aforragaitas,
campesinos soeces, y respetad el sueño de las
napeas qne duermen la siesta entre nuestros
tallos y bajo el toldo de nuestros penachos bor-
dados de hilillos de oro!... ¡Lo que es como con-
táramos con brazos como los robles, ya os da-
PINTURAS SOBRE ESMALTE: ENTREPAÑO DECORATIVO
dito, á susurros, es bien molesta la vecindad de
esos árboles, siempí-e de jolgorio y romeríal...
¡Diantre con Agosto y que alegre lo gasta!...
Alalá-aa. Lo dicho, el coro se acerca, la oigía se
viene en busca del misterio de nuestros abanicos.
LO QUE CHARLAN LAS SENDAS
No hagáis caso del camino real, romeros, la
carretera es uua cursi presumida, que porque
la vean no va sino por ciertos sitios... Seguid-
nos á nosotras. Las veredas no respetamos
lugares y tan pronto nos metemos por los tú-
neles del robledal, como escalamos los altoza-
nos, como culebreamos cerro arriba... ¡Pero, es
claro, la carretera la han hecho los hombres y
y como á nosotras nos suele trazar el callo de
la vaca!... ¡Ea! venid, hundámonos en los maí-
ces; atravesemos el mar de sus hojas. En esta
urdimbre de plumas vegetales sólo se oyen
rumores; aquí exhala el viento sus quejas y
suspiros cuando las olas le desdeñan.
El aire es fresco y acre, huele á húmedo; es
que costeamos el mar. Se acabaron los maíces.
Mirad á la izquierda; la ría so interna ciñendo
la tierra porque sabe que le han recomendado
baños de ola. Allí los heléchos de la orilla y las
ondas, los eternos amantes cambian sus cari-
cias todos los días en las horas de amor de la
marea. Subamos por las estribaciones de la de-
recha. ¿Queríais paisajes? Pues ahí tenéis hasta
perderse de vista las falanjes de melancólicos
pinos que lloran resina y se amontonan ofendi-
dos porque los castaños, sin importarles un
ardite tal tristeza, no dejan de jugar á los bo-
los con sus frutos... Ved más allá qué nube de
jazmines, que todo esencia viven á fuerza del
yodo que el mar les presta y ved que contor-
siones les hacen las vides vecinas, en son de
burla..
¡Ea! se acabaron juegos de luz, lontananzas y
reflejos... Deslicémonos por esta calleja entre
tapiales coronados de parra... Si no fuéramos á
la romería nos daríamos un paseo por esas sen-
das compañeras que cubren con un mosaico de
líneas, la alfombra de musgo de ese puebleci-
to... Allí no hay calles; las casas han debido
caer del cielo y se han desparramado por el
terreno.... ¡Santiguaos!... Pasamos por ante la
imagen- de Nuestra Señora con Jesús muerto
sobre las rodillas y ambos labrados en la piedra
de una cruz... Elgrupo es deforme pero la pie-
dad que lo levantó es sublime... ¡Como este hay
muchos en el país!...
Las encrucijadas se quedan atrás; hemos
llegado á la entrada del túnel; el robledal co-
mienza; por entre los árboles se distinguen á
lo lejos jirones de panorama; cabrilleos de ría;
tonos verdes de campiña; manchas azules de
montañas... ¡Dios nos dé que dar, hermano!...
¡Dios le socorra! ¡Son los pobres que brotan á
lo largo de nosotras como las flores de trébol;
el odio recubierto con la máscara de la hipo-
cresía; la miseria sin pudores.
— Aquél es una pura llaga... este carece de
remos... el de más allá se arrastra como una
culebra; son las guerrillas de la fiesta; el cor-
tejo de todas las romerías; un paso más y
topamos á la ermita.
EL SEÑOR DE TONEL
— ¡Alto!... ¡Soy la avanzada de la romería!...
Aquí se paga el derecho do peaje... Nadie pase
sm acercar la conca á mi espita que yo regalo
la alegría...
— ülu... glu... glu... ¡Eh!... Venid acá, devo-
tos; yo os daré rosarios de chispeantes rubíes...
Formad la rueda, bebedores, mientras yo des-
canso sobre la desuncida carreta á la sombra
de la vela marina que me han puesto de toldo...
Oye, gaitero, corónala de pámpanos á la gaita...
Tú, el del violín, pasa de largo, que con tus
chirridos se me avinagra el peleón... Tan, tan,
tan... La campana tiene ronquera; decidle que
venga á remojarse el badajo con un trinquis...
¡A la salud del santo!... No amorriñarse, rapa-
ces... ¡Acercaos y cmiiinad el codo, mozas; yo
os encenderé la sangre! ¡Soy el alma do la
fiesta!... ¡Viva Baco y viva el placer y corra el
vino hasta que so tina de púrpura la ría! ¡Mue-
ra el agua!
J.A voz DE LA ESQUILA
Talán... talán... talán... talán... ¡Estoy loca
de contento!... ¡Que elegante me han puesto á
mi ermita querida!... ¡Apenas si le han clavado
LA ILUSTBACION'IBERICA
523
en el alero banderolas, flámulas y gallardetes!...
Eh, romeros, que esta santa casa se lia colgado
de seda y ha encendido todas sus velas para
recibiros... ¡Acudid con vuestras ofrendas!... ¡El
santo os espera para bendeciros!... Un padre
nuestro y enseguida á estirar las piernas al son
de la gaita... Talán... talán... talán... talán...
Viento, lleva mi voz en tus alas hasta las ba-
rrancas más lejanas. ¡Tengo hoy unas ganas de
repiqvietearl ¡Ño me canso de tañer!... ¿Se les
figurará á esos pájaros que por mucho que pi-
torreen van á poder más que la esquila?... ¡Sí,
pues á quien alborote con más fuerza!... Talán...
talán... talán... talán... Muchas gracias señor
sol, por haber asistido á la fiesta... ¡Hola, los
palilleros vienen á bailar la danza de costum-
bre delante de la ermita!... ¡Famosos sombreros
de copa, con lazos y ramas, me gastan!... Ta-
lán... talán... llegad, mujeres, llegad á cumplir
los votos que hicisteis cuando la última borras-
ca cogió á vuestros maridos mar adentro...
¡Viva la romería!... Talán... talán... ¡Viva San
Roque!...
(Se concluirá.)
Alfonso Pérez Nieva.
BIBLIOGRAFÍA
HíRKQf A8, estudios de critica Inductiva sobre asuntos
españoles, por Pompeyo Gener. — Barcelona, 1887.
La amistad que me une con el autor de este
libro no habrá de ser parte, espero, á impedir
que mi juicio sea tan desapasionado como si se
tratara de otro cualquier escritor. En ciertos
pasajes de. sus obras, especialmente al tratar
de «lo que es una nación,» me ha gustado ma-
cho;|en cambio, en otras^me ha producido una im-
presión tanto más penosa en cuanto el autor de-
muestra poseer brillantes dotes de estilista.
Comenzaré, pues, lamentándome de que ha-
biendo escrito Gener un libro que podía ser
leído con agrado por toda clase de personas y
validóse de un método que cuando menos tie-
ne aquí el mérito de la novedad, se haya creí-
do en el caso de mostrarse extrañamente agre-
sivo al tratar de ciertos hechos de nuestra his-
toria" y de ciertos particulares de nuestra
manera de ser actual, haciéndose eco de las
exageraciones é inexactitudes que sobre España
es costumbre leer en la mayoría de los escrito-
res transpirenaicos. Este parti-pris, seguramen-
te involuntario, afea su libro, lo hace antipático
y será causa de qvie en justa correspondencia
se le nieguen quizás las excelentes condiciones
que le distinguen como escritor lleno de nervio
y elocuencia. Podía haber dicho lo mismo, — es
PINTURAS SOBRE ESMALTE: RETABLO
decir, lo mismo no, algo parecido, — ponderando
menos las envidiabilísimas cualidades, virtudes,
seducciones, talentos, glorias, ventajas, fortunas,
maravillas y suculencias de los franceses, y mos-
trándose un poco más benévolo con España.
Comprendo que París ha de ejercer una fasci-
nación iiTesistible en quien como Gener está
dotado de la más ardiente pasión por el pro-
greso intelectual y material; comprendo que
aquella capital admirable le haya seducido
hasta parecerle el bello ideal de un literato ó
de un artista y que el trato con las eminencias
con quienes se codea le haya hecho creer que
no cabía mayor felicidad en el mundo; pero era
preciso que este justo amor y entusiasmo por
lo de Parí.s no fuera á costa de deprimir dema-
siado á España, lo cual irrita tanto más en
cuanto se ve claro que en muchas cosas repite
el autor lo que han dicho otros sin conocer
bastante la materia, ó por lo menos sin haberla
ahondado lo suficiente.
¿Cómo en su talento clai-i.simo, en su don de
gentes, en su cualidad de mortdain no compren-
dió Gener que no tenía que dirigirse á un pú-
blico español en el tono que lo hace? ¿Cómo
él, avisado antropólogo, no echó de ver que á un
pueblo tan bilioso como este no hay que irri-
tarle la bilis para que entre en razón, sino todo
lo contrario?
Creo yo que andaluces, catalanes, madrile-
ños, editores y mastroquets le perdonarían aún
á Gener tout le mal qu' ü en dit si no hubiese
tenido la fatal ocurrencia de hacer que la ne-
grura de su cuadro resaltara sobre el fondo
color de rosa y lila de la sociedad parisiense.
Es cierto que todo español habla mal de Espa-
ña, pero no es para decir que sea mejor lo
francés, ni lo italiano ni lo sueco. Yo cuando
me he encontrado en el extranjero, he dichoque
era español con todo el énfasis que hubiese
dicho siglos atrás: Givis romanvs ium. Al fin y
al cabo, á falta de otras cualidades, el mundo
entero nos reconoce como maestros en gloria é
hidalguía, y por más que Napoleón I fuese un
grande hombre, aquí le dimos el primer pun-
tapié que le hizo perder su fama de vencedor
infalible. Como estoy cierto también se lo da-
ríamos á otros si probaran de amilizarnos & la
fuerza.
Pero volvamos á París. Gener, con la riqueza
de sus imágenes y su lenguaje vivido y expre-
sivo, se empeña en pintarnos aquello como un
paraíso, como si fuese Jauja para los mozos
hechos á pluma y á pelo,- — quiero decir á plu-
mas y pinceles, — y sin embargo no es preciso
ser un houlevardier ni estar muy metido. f/t^ws le
■mouvement para saber que allí cuecen habas lo
mismo que en Madrid y que muchos escritores
tienen que ayudarse con destinillos para ir
pasando esta triste vida. No es preciso conocer
los más recónditos misterios, los más inescru-
tables dessous de la vida literaria para saber
que en aquel centro que se titula modestamente
á si mismo la capUale de la lamiere á la manera
que sus profesores científicos se apellidan, sans
vergogne, des savants, hay también al lado de au-
tores millonarios como Hugo, Dumas, Sardou,
Zola, Daudety el pobre Ohnet, otros no poco esti-
mables que se están comiendo los codos. ¿Pues
acaso Gustavo Planche, el critico de la Itevue
des Devx Mondes, no estaba en la mayor mise-
ria y pedía un sillón entre los Inmortales para
cobrar los 2-5 duros de honorarios que devengan
todos los meses? ¿No se ahorcó Gerardo de Ner-
val, por no tener dinero? ¿No murió casi de
hambre el delicadísimo Hegesippo Mqreau?¿No
se queja Armando de Pontmartín de la insopor-
table petar dería de Murger? (1). Mas de cuatro
notabilidades académicas mungent de la vache
enragée según cuidan de revelarnos los reporters,
y más de ocho poetas murmuran allí mismo
donde falleció Gilbert:
Au banquet de la vie, infortoné convite.
Je suis tard arrlvé...
Los Asilos de noche recogen no pocos hommes
de lettres y aun cierta vez fué á parar allí todo
un ex-prel'ecto del Seize-Mai. Sábese que Teófilo
Gautier apenas si ganaba para cubrir sus
gastos, y no era nada derrochador. Paul Feval
murió en un asilo. Asegúrase que Alberic Sé-
gond no estaba siempre al corriente de su
terme. Flaubert, dans l'embarras, recibió un de-
licado obsequio de madame Pelouze al invitarle
(1) Leh Jeudis de Madame Charbonneau.
UN GRACIOSO (Cuadro <l£ A, Kozakicwicz)
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ID
bJ
O
X
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o
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co
526
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
A escribir en su palacio de Chenonceaux un poema
hidrológico. Datos son estos bastantes á demos-
trar que París no es todo Jauja para los escri-
tores, y que en esta parte la pobretería ilustrada
de Madrid puede sin falsa modestia donner le
jNuá la íparisién.s sin que por eso falten en la
corte otros que pueden darse aires bastante pa-
recidos á un Wolff, un Veron y demás escrito-
res bien pagados.
¿Y qué diremos de los artistas? Ciertamente
que Meissonier, Henner, Cabanel, Duran, son
unos Fúcares, pero ¿olvidaremos la paupérrima
sitnación de Millet? ¿No hay en el patio de la
escuela de bellas artes un Mercurio sin brazo,
de Briant, que atestigua que aquel miembro le
falta por haberse helado el barro del original
la noche horrible en que el escultor pereoió de
frío en su buhardilla?La prensa parlanchina ha
cuidado de pregonar que Puvis de Chavannes
gana poquísimo: Gleyre ganaba menos todavía
segi'jn explica Taine; Tassaert, muerto hace
poco, era conocido 6 explotado casi únicamen-
te por Dumatt, y supongo que á muchos que no
son Gleyres ni Chavannes ni Tassaerts les pa-
sará lo mismo. Hay ciertamente una aristocra-
cia artística y literaria que gana mucho, pero la
inmensa mayoría es de creer que no tiene cuen-
tas corrientes con el Banco.
Pero dejo esto, escrito sin otra intención que
rebajar un poco el tono excesivamente sonro-
sado del Pai-ís de Gener, y entro en otra clase
de consideraciones.
EL REGRESO DE LAS BARCAS
Sin duda que el método empleado por Taine
procura á veces mny satisfactorias explicacio-
nes, pero como todos los hiatemas peca de falso,
y así no es de extrañar que de vez en cuando,
en vez de una demostración matemática le resul-
te un verdadero cien pies, por ejemplo el Jjafon-
taine y ahora el Napoleón. Témeme que así al
hablar de Madrid como al tratar de Cataluña,
se haya apoyado Gener en pocos datos, 6 por
mejor decir en datos incompletos; la tentativa,
sin embargo, es meritoria como tendencia, y
ojalá sirviera de patrón para historiar el arte y
la ciencia en España.
No me convence el que la altitud de 650 me-
tros sobre el nivel del mar y la aridez de los
alrededores de la corte sean causa suficiente
para que allí no pueda cultivarse la ciencia.
Arenales áridos habrá difícilmente tan pocos
como los que rodean á Berlín, y en punto á
elevación, otras localidades hay en Europa que
están mucho más altas que la corte de Felipe II-
Sin embargo, no puede decirse que sean impro-
pias para el cultivo y desenvolvimiento de la
ciencia (1).
Eso de querer explicar el genio de un país
por la configuración del suelo y la alimentación
de los habitantes no es, sin embargo, cosa
nueva, y antes de que Taine lo elevara á siste-
ma de crítica, habíalo ya empleado Montes-
quieu. Y, sin embargo, el estudio de tales con-
diciones puede dar á lo más un conocimiento
vago de los caracteres generales de una raza;
pero no de lo que constituye sus rasgos típicos.
(1) La meseta do Valdai en la Rusia Central (Moicou,
NIJuI ÑoTgnrod); las llanura» clmbro-ftermáulcap; la« moa-
tañaa calcdonlanas y las colina» del Uerby en Escocia; la
tegUm HcroinioCar|iata(Frai.conia, Bohemia, Alta Hungría.
Transilvanla); la Teg\6a de los Alpe», (Bavlera, mesetas del
Píamente); meseta de la región de la Franela oceánica
(cuenca* del Sena, del Lolre, y del Carona), á 400 600 metros
«obre el nivel del mor.
Son causas primeras muy vagas, y difícil sería
decidir porque Estreinadura ha dado Corteses
y Pizarros, porque de Navarra han salido tan-
tos músicos y qué tuvo que ver Zaragoza con
la vocación de Goya.
Más influencia atribuyo á la herencia y á las
causas segundas, como son los fenómenos socia-
les, las costumbres, las tradiciones, y de estas
cosas no son responsables muchas veces el clima
ni la altitud, porque si, por ejemplo, en España
ha habido largos siglos de guerra que han des-
arrollado las condiciones belicosas de sus mora-
dores, no tienen la culpa el suelo ni la alimen-
tación , sino la codicia de los cartagineses,
romanos, árabes, etc. Si queda alguna sangre
israelita en ciertas comarcas, no tiene la culpa
el suelo de que Vespasiano y Adriano enviasen
aquí á los judíos que expulsaron de .lerusalón;
si España tuvo que combatir en las dunas de
los Países Bajos, tampoco fué por gusto sino
para dominar la insurrección de aquella gento;
si fuimos á Italia á derrotar franceses tampoco
tiene la culpa el clima sino las circunstancias
políticas que lo motivaron; si civilizamos la
América, fué porque nos tocó desempeñar este
papel como hubiera tocado á Francia ó Ingla-
terra si hubiesen tenido la gloria de descubrir
un Nuevo Mundo. Estos factores ethicos son de
todo punto independientes de las condiciones
telúricas.
En cuanto á la alimentación , protestará
conmigo la mayor parte de la gente de letras
de que influya algo en escribir bien el ser un
gourmet. Probablemente en España debe de ser
contraproducente un régimen demasiado nutri-
tivo, pues no parece que de los conventos donde
se comía exquisitamente de rejas adentro, nos
hayan legado muy portentosas obras, ni se ha
dejado conocer tampoco hasta ahora la influen-
cia de Fornos en la literatura; á lo menos no se
ha demostrado gran cosa en la oratoria de los
padres de la patria. Nuestros mejores libros es-
tán escritos, según se lee ó dicen los reporters,
en ocasiones bien poco propicias para regodear-
se con lo exquisito de los platos. Es cosa
delicada, sin embargo, entrar en este asunto,
pues á nadie le gusta que en vida digan de él
que fulano no cenó
cuando concluyó tal libro.
Podemos afirmar, sm embargo, que Becquer
ha dejado obras imperecederas, sin haber tenido
nunca fama de gastrónomo, y que Inza, — un
Tanner, — inventó más Nouvelles á la maine que
todos los Máscaras de bronce hehergées en el Con-
tinental. ¿Qué más? Voltaire era un vegetariano
impecable.
Ni tampoco apelan en París á los auxilios de
un buen cocinero para hacer lo que el alcalde le
mandaba al senyor Ganons. La serpiente verde
es la gran musa de la generalidad; hay quienes
se atosigan de café, ni faltará tampoco de fijo
quien como Alfredo de Musset, — si creemos al
libelista Mericourt,— sólo acierte á escribir ren-
glones cortos con el peñascaró al lado y una
barbiana delante en traje de Friné en el Areó-
pagO. ¡Medrados estaríamos con que sólo pudie-
sen escribir cosas buenas los estómagos satisfe-
chos! Claro está que el ideal de un literato es
aquella áurea mediocritas de Horacio, pero si no
es posible ¿qué le vamos á hacer? No es esto
decir, que como el Carnioli de Dálila ó tomando
en serio una paradoja del ingeniosísimo don
Juan Valora, pretenda que los artistas deban
pasar hambres y los literatos escribir de balde;
pero sí me parece excesivo que se quiera hacer
depender para nada la inteligencia del régi-
men dietético. -Estas cuestiones se prestan á
exageracione.s que es preciso evitar, lo cual me
recuerda aquello de que «sin fósforo no hay
pensamiento,» lo cual es una mentecatería y un
aserto falso. Alguien, sin embargo, tomó al pió
de la If tra el aforismo y le preguntó al célebre
Mark Twain, qué clase de pescados ó moluscos
podría comer.
— Creo que bastará con que en cada almuerzo
os hagáis servir un par de ballenas de mediano
tamaño, — contestóle el humorista americano,
LA ILUSTRACIÓN rBEMCA
527
confundiendo, es verdad, lastimosamente un
mamífero cou un pez.
No estoy, pues, con Gener al suponer que las
causas de la decadencia de la literatura madri-
leña dependan de la altitud de la corte sobre el
nivel del mar, ni de la aridez del suelo, ni del
abuso de n;arbanzos, gazpachos, callos y baca-
lao. Cuando á uno le falta fósforo, ni aunque
se aluiorzai-a las dos ballenas de Mark Twain
le serviría de nada para escribir. . un soneto.
Habla el autor de la literatura castellana en
el siglo XIX é incurre á mi juicio en varias
equivocaciones, amén de pasar por alto algu-
nos hechos sumamente favorables al buen con-
cepto de nuestras actuales letras.
En primer lugar la escuela liberal no surgió
después de la invasión francesa. Ya á últimos
del pasado siglo hubo en Madrid un complot
para proclamar la república y se contaban va-
rios escritores como D. Juan Nicasio Gallego,
Cienfuegos, Jovellanos, Quintana, etc., decidi-
damente liberales; no hay para qué decir que en
las Cortes de Cádiz brillaron muchos oradores.
Tampoco estoy conforme en que el clasicismo
no arraigara aquí; arraigó cuando iban las co-
rrientes por aquella parte (Meléndez Valdés,
Moratín) y desapareció cuando nos reimporta-
ron de Francia el romanticismo. En cambio dice
excelentemente Gener cuando señálalos defectos
de que adolecía esta última literatura.
Tampoco me parece justo atribuir á la revo-
lución de Setiembre la gloria de haber empo-
llado una porción de talentazos, pues á mi juicio
y por más extraña que pueda parecer mi opi-
nión, creo que esto data del advenimiento al po-
der del partido moderado en 1844 y no porque el
partido moderado tuviese una varita mágica
para hacer que los tontos se volviesen discretos
sino porque suele suceder que después de un
período de agitación viene otro de recogimiento
favorable al cultivo de las ciencias y las artes y
aquí nos encontrábamos al día siguiente de
Vergara. Rivero, Canalejas, Castelar, Pi, Sal-
merón, Campoamor, Valera, Lorenzana, son
de mucho anteriores á la gloriosa y no cabe ne-
gar que el conde de San Luís fué un Mecenas
como ha habido pocos. ¿Qué m4s? Allá por los
años 57 ó 58, ¿no hizo un ingeniero (creo sería
ingeniero) llamado D. Manuel María de Azofra
la exposición del positivismo de Comte en su
discurso de recepción en la Academia de Cien-
cias? Por lo demás es la verdad, por desgracia,
que los mejores autores dramáticos que hemos
tenido han sido reaccionarios, — como lo son tam-
bién en Francia (Augier, Sardón). Verdad que
después de la revolución han aparecido Eche-
garay, Galdós, Revilla, Alas y algunos otros
menos conocidos, que cita el autor, descuidándo-
se en cambio déla señora Pardo Bazan, Fernán-
dez Flores, Pereda, Palacio Valdés, Labra, etc.
pero es fácil que lo mismo hubiesen brillado
gobernando González Brabo que en república ó
bajo la ecuación Cánovas=Sagasta (1).
Empréndela Gener con los andaluces, y á fe
que no tiene nada que envidiarles en punto á
imaginación, y dice de ellos poco menos lo que
Daudet de sus paisanos; sin embargo, es impo-
ble prescindir de los andaluces, — que no son tan
Tartarines como á primera vista podría suponer-
se,— y además no todos ellos pueden compren-
derse bajo una sola rúbrica étnica. Alarcón,
verbi-gracia, caracterizó con mucha gracia á las
granadinas diciendo que no son andaluzas de
profesión. Mendizábal, Narváez, Rivero, verda-
deros hombres de Estado, eran de allí. Pero si
los andaluces son una calamidad como informa-
dores políticos y literarios, resulta que no hace-
mos sino estar igual que Francia donde el Midi
ha conquistado el Norte y, sin embargo,
ni han temblado las esferas... etc.
Pues, vaya, que en tiempo de la república go-
bernaron algunos paisanos de Gener y míos, y
[Dios nos asista! En cuanto á Prim, fué para mí
un andaluz de Cataluña y hacía bien en creerse
de la raza de los Guzmanes.
He de exponer ahora la extrañeza que me ha
causado la afirmación de Gener de que aquí hay
el prurito de imitar el estilo de los escritores del
siglo de oro, imitadores á su vez, según el au-
tor de Heregias de los autores italianos (¡No,
pardiez, que Hurtado de Mendoza, Granada,
León, Teresa de Jesús y demás aludidos ha-
cían da se.) No sé ver eso; conozco sí algu-
nos bien intencionados escritores catalanes y
mallorquines que todavía creen se debe ser pu-
rista, pero la generalidad, ¡buena está para an-
darse con imitaciones! Precisamente si de algo
se peca es de tener demasiado presente lo que
escriben en el Fígaro y Gil Blas Millaud y
A. Sylvestre, más que de seguir las huellas de
nuestros olvidadísimos autores del siglo xví.
Pero aparte de esto hay que reconocer que se
trabaja hoy el castellano y se perfecciona y se
enriquece como nunca se haya hecho, introdu-
ciéndose en él, ya que no catalanismos, frases y
modismos populares de todas las provincias en
que se habla aquella lengua (Pereda, Alas, Pa-
lacio, los autores andaluces;) en cuanto á la
Academia buen respeto se la guarda con los
Escalados y Bachilleres de Osuna que la van
saliendo. Con todo, no crea el señor Gener
que cuando les conviene á los madrileños no
hagan uso de ciertas palabras catalanas: repase
los periódicos por Navidad y se encontrará con
tortells, butifarra, etc. Cacahuet, pebre, nena, es-
tán admitidos de hace tiempo; sin duda no en-
contrarán á faltar nuestra dulcísima anyoranqa,
que algún orador grandilocuente ha pretendido,
sin embargo, sustituir con la feísima de iñor.
(Se continuará.)
Carlos Mendoza.
NUESTROS GRABADOS
íl, Eu prueba (\e que algo vale la actual literatura caste-
Unna htisle decir que algunas novelas de D. .Juan Valen* han
sido Iradueldfls al fran(:¿«i y al inglé.s; en esta última lengua
varias de Galdí'ts y la Regenta, de Alas; al ruso algunaa de
Palacio Valdés y al alemán La Quinlanmies, de Barrlonuevo.
LA VCLÁDA. — BAJO LOS ABBOLKS . — [SALVADA!
Recomiéndase el primer grabado por la hábil distribución
de la luz y lo simpático del asunto, pues nada más simpático,
en efecto, que una escena de familia, dulce y apacible. Bajo
los árboles, es un dibujo de verano: una figura de niña
á la cual sirven de marco el césped y el follaje. Finalmente.
/Salvada/ constituye un homenaje de admiración al heroísmo
de una señora llamada Miss Laurence, la cual en las calles de
San Diego de California libró á una niña expuesta al peligro
que expresa el grabado.
PISTÜBAS 80BRK ESMALTE
Este arte es antiquísimo, pues fué conocido de los griegos
y etruscos, de los egipcios del tiempo de los Tolomeos, de los
chinos, y más adelante de los bizantinos, rusos, persas, ita-
lianos, irlandeses y franceses. Hoy día puede decirse, sin
embargo, que se ha localizado en Limoges, Battersea, Cantón
y Yeddo, datando de este siglo el descubrimiento hecho por
los japoneses del arte del esmalte sobre porcelana.
Los Simpson, de Battersea, monopolizan hoy, puede de-
cirse, el arte de la pintura en esmalte sobre metales, del cual
damos algunas muestras .
IXPOSICIÓN HACIOIIAL DK BULLAS ARTES DE 1887
|tL AODAl
EicuUura de D. Mariano BenlUure.— -Dibujo de P. y Valor
•El número 764 , titulado /Al agua/— dice el señor Gi-
ner de los Ríos,— es un lindísimo grupo en mármol lleno de
gracia, de finura y de Intención. La hermanita mayor pugna
por bañar al pequeñuelo en las ondas. La expresión de ambas
cabezas es felicísima y ofrecen un contraste tan señalado
como encantador. Si nos fuéramos á det»ner á enumerar
las bellezas de ejecución del rico mármol, nos extenderíamos
más de lo que consienten estas revistas.
■Contentémonos, pues, con aplaudir también incondicio-
nalmente esta obra.»
DAVID Y SADL
Cuadro de Julio Kronbergs
Ungido rey Saúl por el profeta Samuel no tardó en de-
mostrar que estaba poco dispuesto á consentir que el altar
dominase al trono. De ahi que cesaran las relaciones entre
el teócrata y el monarca y que Samuel buscase otro rey que
fuera de más fácil manejo. Por divina inspiración fijóse en-
tonces en el pastorcito David, hijo de Ital, apresurándose á
ungirle como habia hecho antes con Saúl, pero sin que este
llegase á traslucirlo.
Hizo el candidato de Samuel sus primeras armas matando
i Goliat, terrible filisteo, lo cual despertó el entusiasmo de
los hebreos que comenzaron á cantar coplas en las que com-
parando lo hecho por el rey y el pastorcito se decia que éste
habia tenido la dicha de matar diez veces más gente que no
aquél. Estas canciones debían irritar naturalmente á Saúl,
que era sí desobediente, bravo y valeroso, por lo cual no
tiene nada de extraño que desde entonces no mirase con muy
buenos ojos al afortunado hondero; así fué que un día en
que le díó un ataque de melancolía, á lo cual estaba muy
sujeto^ David como de costumbre fué llamado para que to"
case la cítara delante de él, y cuando más sosegado parecía
encontrarse el real enfermo, tiróle éste la lanza con ánimo
de traspasarle, lo cual afortunadamente no consiguió. El fu-
turo poeta del Miserere debió de hacerse, sin embargo, el
desentendido ó achacar la acción del rey á un acto de locura,
pues al poco tiempo fué su yerno.
Meses después suicidábase Saúl por no sobrevivir á una
derrota que habla experimentado por parte de los filisteos;
David fué proclamado rey por la tribu de Judá pero las otras
once eligieron á Isboset, cuarto hijo del difunto monarca.
Encendióse la guerra civil que duró 7 años y por fin, asesina-
do Isboset por los mercenarios, quedó triunfante David, el
cual, muy justamente, mandó matar á los asesinos de su ad-
versario y cuñado.
BRON0I8 BVSOB
No parece que los escultores rusos tengan grande afición
al desnudo, antes al contrario, es su fuerte todo lo que sean
trajes con muchos repliegues, caídas, dobleces, arrugas, etcé-
tera. De ahi su afición á los asuntos de caza, batallas y cuan-
to permite hacer alarde de ruaianistno y puede ser tratado
realísticamente.
BKVERtK
Cuadro de Salomón J. Salomón
Vése en el autor de esa obra un pintor cuidadoso de la
expresión, enemigo de lo fácil y dado á los toques vigorosos
y atrevidos, aun á riesgo de parecer duro ó confuso. La figu-
ra aparece con esto llena de originalidad y resulta verdade-
ramente interesante, por más que haya algo que decir res-
pecto á la especie de belleza que indudablemente encontrarán
muchos en el rostro de la embebecida señora.
UN ALMUERZO EN EL BOSQUE
Dibujo (le Ravtl
PerfectlsimamentP: esas escenas de almuerzos y comidas
campestres solazan el espíritu presinlnudo la familia b^ij" un
aspecto risueño y atractivo. Sin apelar á groseros incentivos,
sin más que representar la verdad amable y ius ta lógrase dar
cima Á una obra embelesadora, como esa que ofrecemos
hoy.
UN ORACIOSO
Cuadro de A. Kozakitwicz
Hay muchos estúpidos que se entregan á la gracia que le
vemos hacer á ese tirolés, sin importárseles un ardite que
puedan dejarle ciega á su víctima. Y sin embargo, nada más
fácil que descubrir al autor de semejante hazaña: ba.sta pen-
sar en cual es el amigo más bruto que uno tiene, si es hom-
bre, ó en el novio más idiota si se trata del bello sexo.
EL REGRESO DI LAS BAB0A8
Es este un espectáculo siempre interesantísimo, no sólo
bajo el punto de vista gastronómico, sino también en el con-
cepto artístico. Por lo mismo nada más socorrido para tema
de una marina que reproducirlo en una buena acuarela ó en
un dibujo. ,
CBISTINa, duquesa de MILÁN
Retrato por Holbein
Al punto se compiende que ese retrato es obra de un gran
maestro, y á la verdad, quizás en este género no le llega
nadie á Holbein, á no ser nuestro Velázquez que, natural-
mente, le aventaja.
Esta Cristina, duquesa de Milán, era la viuda de Francis-
co Sforza, la cual, á la muerte de su maildo, fuese á vivir á
la corte del Regente de los Países-Bajos. Enrique VIH, que
acababa de perder A su tercera mujer Juana Seymour, parece
que pensó en reemplazarla con ella, pero no hubo de ser asi,
enamorado del retrato que le envió Holbein de la horrorosa
Ana de Cleves convertida por el pintor en una Venus.
*
LOKIS
pon mOSPERO Ii^EEIiiavrEE
— Teodoro, — dijo el señor profesor Witem-
bach; — tened la bondad de darme ese cuaderno
forrado de pergamino, en el segundo estante,
encima del secreter; no este, sino el otro, en oc-
tavo menor. Ahí es donde he reunido todas las
notas de mi diario de 18(i6, á lo menos las que
se refieren al conde Szemioth.
El profesor se caló los anteojos, y en medio
del más profundo silencio leyó lo que sigue:
LOKIS,
con este proverbio lituano por epígrafe:
Miszka su Lokiu,
Abu du tokiu. (1)
(1) Los dos forman pareja; literalmente, Miguel con
Lokis, ambos los mismos. Michaelium cum Lokide, ambo (dúo)
ipsissimi.
52«
LA ILUSTRACIÓN IBKKICA
Cnando apareció t'H Londres la primera tra-
ducción do las Sagradas Escrituras en lengua
lituana, publiqué eu la Gaceta deniijiva y Hiera-
«Til de Kteuigsberg un ai'tjcxilo en el cual, aun-
que haciendo plena justicia á los esfuerzos del
docto intérprete y á las piadosas intenciones de
la Sociedad bíblica, creí deber señalar algunos
ligeros errores, permitiéndome, además, mani-
CRISTINA, DUQUESA DE MILÁN (Eetcsto por Holbein)
festar que esta versión podía aprovechar sola-
m«>te á una ptute de las poblaciones lituanas,
pues el dialecto de que en ella se hace uso es di-
fícilmente inteligible á los habitantes de los
distritos donde se habla la lengua jomatUca, vul-
garmente llamada ^'«iMíía, quiero decir, eu el pa-
latinado de Sainogicia, lengua que se aproxima
al sánscrito más aún, tal vez, que el alto lituano.
Esta observación, á pesar de las críticas furi-
bundas que me valió por parto de cierto profe-
sor bien conocido en la universidad de Dorpat,
ilustró á los honorables individuosi del consejo
de administración de la Sociedad bíblica, el
cual no vaciló en hacerme la lisonjera oferta
de dirigir y vigilar la redacción del Evangelio
de San Mateo en samogicio. Hallábame yo en-
tonces harto ocupado en mis estudios sobre las
lenguas transuralianas para emprendió- un tra-
bajo más extenso que hubiera comprendido los
cuatro Evangelios. Aplazando, ¡lues, mi matri-
monio con la señorita Gertrudis Weber, mar-
chóme á Kowno (Kaunas), con intención de re-
coger todos los monumentos lingüísticos impre-
sos ó manuscritos en lengua jinuda que pudiese
procurarme, sin descuidar, por supuesto, las poe-
sías populares, (í(/iíios, y las narraciones ó leyen-
das, pasakof!, que me proporcionarían documen-
tos para un vocabulario joma'itico, trabajo que de-
bía preceder necesariamente al de la traducción.
Habíanme dado una carta de recomendación
para el joven conde Miguel Szemiotli, cuyo pu-
dre, á lo que se me aseguraba, había poseído el
famoso Calerhismus Simoqüicus del Padre La-
wicki, tan raro, que ha llegado á ponerse en
duda su propia existencia, especialmente por el
profesor de Dorpat á quien acabo de hacer alu-
sión. Encontrábase en su biblioteca, según cier-
tos datos que me habían proporcionado, una
vieja colección de dainos así como poesías en len-
gua prusiana antigua. Habiendo escrito al conde
Szemioth para exponerle el objeto de mi visita,
apresuróse á contestarme dirigiéndome la más
amable invitación para que fuese á pasar en su
castillo de Medintiltas todo el tiemjjo que exi-
giesen mis investigaciones. Terminaba su carta
diciéndome de la manera más graciosa que se
jactaba de hablar el jmudo casi tan bien como
sus colonos y que se consideraría dichoso con
añadir sus esfuerzos á los míos para una em-
presa que calificaba de grande é interesante.
Lo mismo que algunos de los más ricos pro-
pietarios de la Lituania profesaba la religión
evangélica, de la cual tengo el honor de ser
ministro. Habíanme prevenido ya que el conde
no estaba exento de cierta extrañeza de carác-
ter, muy hospitalario por otra parte, amigo de
las ciencias y de las letras y particularmente be-
névolo para aquellos que las cultivaban. Partí,
pues, para Medintiltas.
En la escalinata del castillo fui recibido por
el mayordomo del conde, que me condujo al mo-
mento al aposento preparado para alojarme.
— El señor conde, — me dijo, — está desola-
do por no poder comer hoy con el señor profe-
sor. Se halla atormentado por la jaqueca, enfer-
medad á que, por desgracia, está algo sujeto.
Si el señor profesor no desea se le sirva en su
cuarto comerá con el señor doctor Erceber, mé-
dico de la señora condesa. La mesa estará pues-
ta dentro una hora; no se hace toilette. Si el se-
ñor profesor tiene órdenes que dar, aquí está el
timbre. — Retiróse dirigiéndome un profundo
saludo.
El aposento era vasto, estaba bien amuebla-
do, adornado de espejos y dorados, con vistas
por un lado al jardín, ó, por mejor decir, al
parque del castillo, y por otro al gran patio de
honor. A pesar do la advertencia: «no se hace
toilette,^) creí deber sacar del baúl mi ropa ne-
gra. Estábame en mangas de camisa, ocupado
en desdoblar mi ligero equipo, cuando el ruido
de un carruaje me atrajo á la ventana que daba
al patio. Acababa de entrar una bella calesa en
la cual iban una señora de luto, un caballero y
una mujer vestida como las labradoras litua-
nas, pero tan alta y tan fuerte que en un prin-
cipio estuve tentado de tomarla por un hombre
disfrazado.
(Se continuará.) Traducción de A. O.
iraiUSniGMl: Cirtii, 3SS-367, laiM IoIíbu, Editor. — ReserTidu los deraelios de propiedad irtístiu j literaria.— Us reclaioacioiies eo Madrid, al represeotaote de esta Casa D. Manuel Plá y Valor, Apodaca, 10, 2.'
) INSÉRTESE ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL (
gTAIlUfilMWIITO TlPOORÁFICO DI B. B&aBDA.— GAIXB OB VILLAKROBI., HÚM. 17 gMSANCHB DE SAN AMTOHIÓ.— BARCBLOHA.
SEMANARIO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
't'^^Crííi
Año V
Barcelona 20 de Agosto de 1887
Núm. 242
IRENE (Cabeza de estudio de J. Zeuisek)
530
LA ILÜBTRACnON IBKllIOA
Sy MARIO
Tbxto. — Madrid, OarUu á mi pHan, por FernMiflor.— 26-
roMoO-onUniiaciAn'.por Angd Cocllo de Torres. -Tfm-
p»ptréido,i>or Aatouia Opino. -taroMCria loonclusión),
por Alfonao Peres NienL— Btbiúvnr/Ho, por Culos Meo-
dota.-Sutfbso* (pocsU<, por Luis del Cft&lio y Miranda.
— Nowtros grabados. - Loleú (oODtlaoación ) , por Próspero
llerim«« ( iradaodf^a de A. 0.^
GsK i DOS. — Irrne — K«enas de la Tida de artista (dnco gra-
bados >.— Los dramts de Shakespeare (dos grabado*).— Un
coorlerto musical eu el paUcio Clerld de Milán.— Frank
Dickwe (cuatro grabados) — Un retrato eu 1S06.— La nuera
facbada de la catedral de Florencia.- El emperador Mixi-
triHaoo Tislundo el taller de Alberto Dnrero.
MADRID
O.A.R'T.A.S A. Zk/CI F-RITi^ A.
DEL PERIODISMO MODERNO
rACE muchos dias que solo preocupa la
atención pública el conflicto entre el ge-
neral Salamanca y El Éesumen. Breve-
mente voy á referirte como ha surgido, ya que
no pneda indicarte aún como habrá de terminar.
El gpnoia! Salaui;m'a y p1 redactor d« aquel
diario, Gutiérrez Abascal, t>e eiicontiabau eu el
Real sitio de San Ildefonso, el primero para
axtintos oficiales, el segundo para llenar su mi-
sión de repórter. Ambos almorzaban con otros
huéspedes en el hotf-1 Europeo; se habló del
nuevo mandó del general y dijo éste que su
misión era difícil, que la Isla estaba en situa-
ción deplorable, que pensaba plantear ciertas
reformas contra viento y marea, que organiza-
ría la Isla en previsión de la lucha con el fili-
busterísmo y de conflictos internacionales; que
según la opinión pública hay funcionarios en
Cuba que mandan sumas á hombres importan-
tes de Madrid y que él no lo toleraría, y, en fin,
que el ministro de Ultramar era un ministro
deplorable. Gutiérrez Abascal dio cuenta de esta
conversación en su periódico y claro es que ta-
les revelaciones cayeron como una bomba en
el campo ministerial y fueron leídas con sor-
presa por cuantos leen diarios en Madrid. Se
creyó que á consecuencia de este incidente sur-
giría un conflicto gravísimo, pues el ministro
de ultramar no podia quedar bajo el peso de
aquellas censuras, pero el general Salamanca ha
desautorizado las declaraciones que se le atri-
buían, diciendo que la conversación había sido
confidencial y reservada. Por su parte Gutié-
rrez Abascal y la redacción de El Resume» no
se ha conformado con que pueda tener carácter
de reserva una conversación habida entre hués-
pedes en una mesa redonda. De aqui artículos
qne se han publicado en todos los periódicos,
cada cual según los intereses y sentimientos de
sus autores; de aqui una vivísima espectación,
una agitación extraordinaria en los círculos po-
líticos, variedad de juicios y opiniones, augu-
rios de próxima ruina gubernamental y de aquí
en fin, el nombre de El Resumen durante mu-
chos días en todos los labios, en toda la prensa,
en todo Madrid y en toda España. Pero no todo
ha sido mido que se desvanece al desvanecerse
la.s palabras; á la desautorización del general
Salamanca, Gutiérrez Abascal contestó con un
cartel de desafio, al cartel replicó el general
con un telegrama, diciendo que nombraría dos
padrinos, y un hijo del general, capitán de ar-
tillería, escribió una carta al director del diario
reformista D. Augusto Figueroa, de resultas de
cuyo escrito, éste y el capitán se batieron ayer
á pistola. Ha resultado herido, no de gravedad
por fortuna, el distinguido periodista... El ge-
neral llegó anoche á Madrid y hoy se verificará
la entrevista de sus padrinos con los de Gutié-
rrez Abascal... Ya que hoy no pneda indicarte
el final del resultado de esta cuestión magna,
no dejaré de comunicártele en mi carta próxima.
Unos opinan qne el duelo se verificará, otros
qne no, cada uno da razones que parecen con-
¿uyentes.
Deseo que se encuentren términos decorosos
para resolver pacíficamente la cuestión. Pres-
cindiendo de que los sentimientos de humani-
dad justifican este deseo mió creo que la conser-
vación de estos dos hombres le importa al país.
El general Salamanca puede reconstituir las
simpatías que ha perdido de sobremesa, reali-
zando en Cuba su gran campaña á favor de la
moralidad; y Gutiérrez Abascal es una perso-
nalidad importantísima del periodismo, que
trae á la prensa iniciativa, un estilo terso, el re-
flejo de todas las elegancias de la sociedad; te-
soros de ideas y de lenguaje. Creo que serás de
mi opinión como lectora constante que eres de
sus primorosos trabajos.
Dejando aparte este incidente entretengamos
el tiempo en algunas consideraciones que de él
se derivan; la informadón es hoy el alimento
principal de los periódicos; y realmente solo de
ella viven. La parte política de un diario no
basta ya para fijar el interés de los lectores y
para que ese diario viva de la suscrición. Basta
observar que los diarios revolucionarios, los
cuales tienen, sin duda, numerosísimos adeptos,
viven con dificultad y en la escasez. En otros
tiempos el entusiasmo político sostenía muchos
periódicos, y el ciudadano solo admitía en la
casa el periódico de sus propias ideas; lioy de-
jamos extinguirse el periódico de nuestras ¡deas
y no.-< suscribimos á otro que cumpla mejor la
misión de euterainos de lo que pasa en el mun-
do; no solo en nuestro partido. Este nioviiiiiento
á favor del repniterismo se inició en la Revolu-
ción; pues entonces .se sucedieron rápidamente
importantísimos acoiiteoimioiitos; entre ellos las
guerras civiles; después el desprestigio en qne
cayeron los hombres políticos, atentos solo al
interés personal, que se manifestaron dispues-
tos á gobernar con cualquiera iu.>5titución ó
cualquier doctrina, hizo que la atención pública
se fijase en los asuntos de carácter general, en
los nacionales y en todo aquello que pudiese
satisfacer al espíritu avivado por los elementos
de progreso, científicos é industriales, que la
Revolución habla traído. La política y los hom-
bres políticos han caldo en desprecio y hoy si
algún resorte gubernamental conmueve al país
es la promesa de reformas administrativas. Fue-
ra de este ideal solo existe para el lector de
periódicos un aliciente; la narración diaria de
los acontecimientos públicos; de la vida social;
la historia y semblanzas de los personajes im-
portantes; la crónica de los espectáculos y la
chismografía de las tertulias y salones.
Los dos periódicos de más circulación de Ma-
drid, son La Correspondencia y El Imparcial,
según el timbre, y como se ve son periódicos
bastante indefinidos. La Correspondencia es mi-
nisterial siempre, y El Imparcial, dentro del
criterio democrático lo es cuantas veces puede
serlo; ahora bien, nada hay más antipático á
todo buen español que los diarios que elogian á
los gobiernos... Pero transige con La Correspon-
dencia porque este periódico, antes que ningu-
no le enseñó á saborear el deleite de la noticia
y lee El Imparcial porque no es posible estar al
tanto de la vida internacional sin leer su mag-
nifico servicio telegráfico,, y porque El Impar-
cial diaria, lenta, calladamente, pero con una
persistencia infatigable, publica artículos inten-
cionados, serios y hábiles que favorecen á todos
los intereses comerciales, industriales, perma-
nentes del país y á todas las clases, pulsando
constantemente la nota patriótica, teniendo
siempre en la pluma la palabra moralidad y
predicando sensatez y templanza. Asi como
quien lee La Correspondencia todas las noches
es difícil que no tenga la relativa satisfacción
de encontrarse entre los muertos algún conoci-
do, asi quien lee El Imparcial, sea empleado,
médico, carabinero, canónigo ó vendedor de za-
patillas, encuentra de cuando en cuando un ar-
ticulo en el cual se piden mejoras y provechos
para su honrada clase.
El periódico sin partido, el periódico para
todos, el periódico de los grandes ideales nacio-
nales y de las pequeneces interesantes del día
es el periódico tipo, el periódico que reclama
hoy la opinión y que por unas causas ó por
otras no ha podido realizarse; este periódico de-
berla consagrarse al elemento neutro del país,
á los indiferentes, á los desilusionados y á los
aborrecedores de la política, es decir, á casi to-
dos los españoles del día. Ante la grande abun-
dancia de periódicos que tenemos, se cree que
no es posible fundar más periódicos; es un
error (puedes decírselo á tu señor padre que me
defendía esa tesis no hace mucho tiempo); la
mayor parte do los periódicos que hoy existen
hacen bulto, pero no hacen falta; el día en que
apareciere un diario sinceramente dedicado á
reconstituir y unificar los sentimientos naciona-
les dentro de la libertad y que de consuno y en
dos grandes movimientos llevase al minuto la
cuenta corriente de todos los acontecimientos
universales y entre los descansos de la actuali-
dad, que priva sobre todo, sistemáticamente,
con amplitud y patriotismo, realizase grandes
campañas en favor de la agricultura, del co-
mercio, de la industria; entregando esta misión
no á sus ledactores sino á las ilustraciones más
notorias del país, ese día los lectores de los pe-
riódicos de hoy afluirían al nuevo órgano de la
opinión; al diario que más legítimamente la re-
presentarla. No perderla ese periódico; perde-
rían los existentes. Antes, se necesitaba años
para popularizar un diario; hoy se puede lo-
grar popularizarle en poco tiempo. Lo que se
necesita es medios grandes, inmensos de publi-
cidad para satisfacer la ansiedad del público en
los acontecimientos; es decir, que lo que se ne-
cesita es mucho dinero, con que establecer ese
periódico.
Que el éxito se consigue hoy pronto lo de-
muestra el diario de que vengo ocupándome: El
Resumen. Es. uno de los periódicos más recientes
y sin embargo no le hay ya de mayor crédito en
lo que se refiere á la información política y so-
cial, á la discreción en la elección de asuntos
siempre interesantes y literariamente tratados;
en la frescura, en la amenidad, en la oportuni-
dad, en la gracia, en la energía y caballero.sidad
quizás exageradas, con que defiende sus opinio-
nes, juicios y afirmaciones. El Resumen ha traí-
do al periodismo nueva savia; lo ha refrescado;
es un periódico que tiene chir,; es el lion del día.
Respira todo él, entusiasmo por el periodismo;
horror á lo vulgar; es moderno; esencialmente
moderno. Sobre todo le caracteriza el nervio
periodístico con que fácilmente realiza el supre-
mo trabajo del arte: casi todos los periódicos
esperan con los brazos cruzados á que vengan
los acontecimientos; como algunos moros espe-
ran á la montaña; si llegan los aprovechan ó los
pierden según sus facultades ó el azar. El Re-
sumen no aguarda los acontecimientos, loi crea.
En estas dos semanas ha creado tres ó cuatro,
de los cuales el último ha tenido y tiene reso-
nancia inmensa. Basta leer los diarios para ver
que el David de la prensa se ha impuesto y
que los gigantes han tenido al fin que abrirle
paso, cederle asiento en la primera fila, hacerle
coro, secundar sus propósitos, propagar sus
glorias y abrumarle con sus admiraciones.
Por desgracia El Resumen tiene un pecado
original, que le impide ser el periódico de mis
imaginaciones; el gran periódico de que está
necesitado este país. El Resumen es órgano de
un partido; por mejor decir, de dos medios par-
tidos. Los hombres políticos, llámense como se
llamen, son funestos para la vida de los perió-
dicos. Y es de notar que cuanto más importan-
tes son les abruman más. Nada tiene de extra-
ño; no se puede llegar al puerto nadando con
un par de balas de cañón bajo los brazos, y se
puede llegar con un par de calabazas.
Pero veo, querida prima, que mi sangre de
viejo periodista se ha encendido hablando de
las muchas experiencias del oficio y que debes
encontrar esta carta poco divertida. Admite
como disculpa el que siempre es interesante
cuanto se refiere á este organismo poderoso del
siglo XIX, á la prensa; que es el libro de todas
las casas, el consejero de todas las familias, el
lA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
631
festejado!- inagotable del espíritu, el amigo es-
perado con ansiedad todos los días, que escla-
rece y vivifica nuestra conciencia.
Lo que caracteriza á nuestra sociedad es el
periódico; y la libertad y la justicia, no podrán
desaparecer completamente mientras el exista...
Hablar del incidente Salamanca sin hablar
del periodismo y de El Resumen, no hubiera sido
posible. Quedamos, pues, en que merezco dis-
culpa.
Tuyo,
Pebnanflor.
-*-
ZORAIDA
TRADICIÓN GRANADINA
(OOSTINÜACIÓK)
— Veniais á rendirme homenaje y ya veis
como en pago os he librado del yago del cris-
tiano. Con vuestra sangre habéis sellado el
trato que hace horas os propuse; después de
todo habéis demostrado ser leales y buenos va-
sallos. ¡Madre mía, puedes estar satisfecha de
mi conducta, porque gracias á mí estás ven-
gada!
Y dirigiéndose á uno de los verdugos que le
contemplaba absorto:
— ¿Y Aben? — le preguntó.
— Señor, es el único que ha faltado á la cita.
— ]Ah, miserable! — exclamó el burlado mo-
narca reconcentrando su ira. — ¡Algún traidor
me ha vendido revelándole mis planes de ven-
ganza y ese traidor no ha podido ser otro que
Zoraida; sí, si... ella ha sido. ¡Yo ahogaré en
sangre la pasión que le inspira ese perro moro!
Y saliendo de aquel recinto, volvió á sus ha-
bitaciones llena la mente de tenebrosos pensa-
mientos.
IV
La noche era serena y tranquila.
Todo callaba en los frondosos jardines del
Generalife; aquella calma por lo muelle y vo-
luptuosa parecía invitar á los placeres del
amor.
Sin embargo, como no gozando de aquella
esplendidez de la naturaleza, permítasenos la
frase, dos sombras esbeltas y hermosas perma-
necían meditabundas, sentada una sobre florido
banco de verdura y arrodillada la otra á sus
pies, como sumidas en profundos pensamientos.
Aquellas sombras eran Zoraida y su esclava
favorita Zulema.
De cuando en cuando la bella sultana alzaba
sus hermosos ojos al cielo y un leve suspiro
salla de sus labios.
— ¡Oh, no es posible, señora, — la decía Zule-
ma,— no es posible que exista quien pueda abo-
rrecerte. Tú, cuyas virtudes admiran á Grana-
da; tú, cuya hermosura envidian los ángeles y
los huríes; tú, cuyo nombre es tan dulce que
jiarece una bendición del poderoso Allah, ca-
yendo snljre la tierra como un rocío de miseri-
í:ordia; tú, que pareces haber nacido para ins-
pirar amor y i'ospeto y formada por ángeles que
te mecieron en SQS brazos y se extasiaron en
tus graciosas sonrisas, debes alejar fuera de tí
eses temores que embargan tu espíritu y entris-
tecen tu alma.
— No, Znlema, — prorumpió dulcemente su
señora, — no sé que lúgubres ideas cruzan mi ce-
rebro y por más que pretendo desecharlas vuel-
ven otra vez con más empeño. Todo cuanto me
rodea, en medio de su belleza, parece hablar de
mi desgracia. Hasta el viento que azota mi me-
jilla silba tristemente y produce al pasar junto
á mí un gemido de dolor. Estas ideas me hacen
sufrir mucho y cuando vuelvo en mí de ese le-
targo, hallo mi rostro humedecido de lágrimas.
— No prosigas, señora, — repetía Zulema so-
llozando,— no laceres el corazón de tu pobre es-
clava con tus tristes palabras, hijas tan solo de
tu sobrescitada imaginación.
Aún no se había extinguido el eco de estas
x'iltimas palabras, cuando saliendo de entre las
espesas ramas del jardín, apareció un caballero
vestido con el airoso traje de los nobles sarra-
cenos, quien acercándose á la esposa de Boab-
dil que aún no se había repuesto de su terror,
la dijo respetuosamente:
— Señora, perdóname si oculto tras esas ra-
mas he sorprendido el secreto de tu desventura;
perdona mi atrevimiento de llegar hasta aquí
.sin tu permiso, pero á tí debo la vida y creo
altamente justo por tí sacrificarla.
— ¡Oh, Aben! — se apresuró á exclamar la
sultana así que hubo reconocido al abencerraje.
• — ¿ignoras, acaso, tu inminente peligro al per-
manecer aquí por más tiempo? ¡Huye, te lo
ruego!...
— Si así obrase sería ingrato é indigno de la
clase á que pertenezco. Partamos, señora.
— Es imposible, Aben.
— Considera que vengo reventando caballos
para llegar á tiempo de que ese miserable no
sacie su cólera en tí que eres inocente.
— Además, la fuga no es posible. Estamos
rodeados de guardias que á la menor impruden-
cia nos descubrirían.
— No importa. Mi acero se encargaría de
franquearnos el paso.
— ¡Ah perro! — gritó de entre el verde follaje
una voz dura enronquecida por la ira, y antes
que Aben se apercibiese de ello apareció Boab-
dil con las facciones trastornadas por el odio
que no pudo menos de exhalar un grito de ale-
gría al pasear sus miradas por Aben y Zoraida.
— Ahora, — decía aquél aparentando una cal-
ma que estaba muy lejos de sentir, — no podréis
negarme vuestra traición. Ya veis que os he
sorprendido consumando el más infame de los
delitos.
— ¡Mientes! — se apresuró á exclamar Aben.
— ¿Aún te atreves á negarme tu infamia?
— Es que te probaré que no existe.
— ¡Yo también probaré á ese pueblo que me
aborrece pero me teme, mi justicia, arrojándole
tu cabeza para escarmiento de traidores!
— Ahora comprendo la trama que nos has
urdido. ¡Malvado!
—Respeta á tu rey.
— Un tirano como íú es indigno de llamarse
así. Demasiado sabes que el pueblo, tu antiguo
UN BANQUETE DE PINTORES EN EL SIGLO XVIII
amigo, te odia de muerte cansado ya de tus in-
cesantes crímenes, y que el poder de que tanto
te vanaglorias, hoy sólo se reduce á un puñado
de hombres tan viles como tú.
— ¡Miserable!
— ¡Modera tus insultos si no quieres trabar
conocimiento con el alfanje de un noble!
— ¡Tú!... — se atrevió á decir Boabdil expre-
sando con esta frase tal cantidad de desprecio
que Aben iba á lanzarse sobre aquél para exter-
minarle, cuando se vio de repente asido de las
espalda,s por brazos de hierro que tenazmente
le .sujetaban ó impedían movimiento alguno.
Hubo un momento de lucha.
Merced á la luna, vióse brillar en el aire la
reluciente hoja de un puñal que .se hundió en el
pecho de uno de los cuerpos fuertemente enla-
zados; á poco se oyó un ¡ay! débil, muy débil...
y uno de los dos «ayo pesadamente sobre el
césped.
Boabdil quedaba libre de su enemigo.
Entonces clavando su ansiosa mirada en el
cuerpo del desgraciado Aben cuyos cárdenos
labios parecían moverse aún para recriminar la
conducta de su rey, exclamó:
— ¡Tanto peor para tí! Habías contraído con-
migo una deuda sagrada y tú mismo has venido
á pagarla.
Y dirigiéndose á su malvado secuaz:
— A no haber sido por tí, Said, — le dijo, —
este hombre me hubiese arrancado la vida.
Una sonrisa obtuvo por toda contestación del
verdugo, como hombre acostumbrado á tales es-
cenas.
Hubo una breve pausa, tras de la cual, el
monarca apartando la vista de Aben y diri-
giéndola á Zoraida que desde su aparición per-
manecía abrazada fuertemente á su esclava me-
dio muertas de terror, y haciéndola volver en sí
de su desmayo.
—¡Tú prepárate á morir! — la dijo, — la ta-
maña ofensa que me has inferido no la puedes
borrar sino con tu sangre. ¡Mujer maldita!
— j Venga la muerte!- — exclamó resueltamente
Zoraida, — la prefiero á ser esposa de un rey co-
barde é inhumano que apela á la traición porque
no confia con sus fuerzas y su valor; de un rey
miserable que por sujetar la corona á sus sie-
nes, próxima á desprendérsele, la ha manchado
con sangre noble y leal, tan villanamente derra-
mada. ¡El poderoso Allah, qae presencia tus abo-
minables acciones, no dejará impunes tus crí-
menes! En sueños he visto á un rey cobarde y
cruel, corrompido por los vicios, odiado de su
pueblo, que en el momento de ver cercada su
plaza, no contando con fuerzas suficientes, tuvo
que cederla al enemigo, llevando á cabo la má-i
vergonzosa rendición. Pues bien, ¡ese rey eies
tú y esa ciudad Granadal...
Y Zoraida volvió á caer desfallecida en bra-
zos de su esclava.
Boabdil, cuyas anteriores palabras lejos de
atemorizarle, por lo terrible que encerraban, le
exasperaron mucho más, exclamó:
—¡A no temer una rebelión de ese pueblo
que la ama tanto, mi cuchillo acabaría con su
existencia que tanto odio; pero mañana haré
patente su delito que nuestra ley tan duramen-
te castiga y entonces... el mismo pueblo será
el primero en pedirme su cabeza!
(Se concluirá.) Ángel Coello de Torres-
LOS DRAMAS DE SHAKESPEARE
W»nrick ktwsa /» tlend» del tej (Eíbiíiiíi VI, parW UI, acto IV, escena lU).— KosaUnda, CeUa y Tonchstone (CoKO gustéis, acto n, escena lU)
534
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
TIEMPO PERDIDO
Hace pocos días nno de los ]>eríódicos más
populares de la corte y más leídos de España,
publicaba el siguiente saelto:
«Según datos estadísticos, en el mes anterior
han recibido el grado de licenciado en derecho
620 jóvenes. Es
decir, 620 nue-
vos abogados,
qae con los siete
mil que se supo-
ne hay en Es-
paña sin coloca-
ción, sin pleitos,
ó pasando una
viaa de priva-
ciones, represen-
ta una cifra bien
desconsoladora
para los que con
verdadero afán
se dedican á se-
guir una^carrera
larga, penosa y
tan poco útil.
>Mene8ter es
que los padres
ó encargados de
los jóvenes esco-
lares que están
en disposición
de pasar á estu-
dios mayores en
Setiembre pró-
ximo, reflexio-
nen bien y me-
diten por la práctica de los hechos, el por-
venir que espera á los que se dedican á la
carrera de las leyes, después de gastar un
capital que por término medio asciende á
tres mil duros, y de emplear en estudios los
mejores años de la vida del hombre.»
En un país como el nuestro donde las no-
ticias frivolas y pueriles logran fijar la
atención, el suelto que antecede habrá pa-
sado desapercibido, y la provechosa adver-
tencia que encierra se perderá en el vacío
de la más unánime indiferencia.
Llegará Setiembre y nuestras Universi-
dades se verán invadidas por centenares de
jóvenes tan sobrados de ilusiones, como
faltos de experiencia y de sentido práctico.
A tenerlo, no sacrificarían su inteligencia
en el estudio de carreras tan infructuosas
como los hechos han demostrado que lo son
hoy las leyes y la medicina; sobran miles
de médicos, sobran miles de abogados; fiar
el porvenir en el ejercicio de estas profe-
siones es abandonarlo al azar. En nuestras
costumbres impera siempre el espíritu de
imitación, y este error inveterado es lo sólo
(¡ne justifica la deplorable preferencia que
los jóvenes escolares dan á las dos carre-
ras que más desastroso porvenir les ofre-
cen. Fulano ó Zutano cursa leyes, es preci-
so matricularse para leyes; el hijo de tal ó
cual es médico, entonces es irremediable
estudiar medicina. Así se discurre, así se
obra; después los resultados son siempre
desconsoladores, pero lógicos é inevitables.
E» preciso convencerse y persuadirse de
que el tiempo que se emplea en el estudio
• le las dos citadas carreras es tiempo perdido, á
menos que el estudiante sea hijo ó deudo de un
letrado ó de un médico, y cuente con el apo-
yo de los suyos para el ejercicio de su pro-
fesión ¿Es verosímil presumir que en la familia
donde haj- un enfermo se llame para consultarle
A un joven que acaba de licenciarse? ¿y no es
má« aventurado todavía sujjoner que los que
tienen que litigar encomienden la salvación de
HO» intereses á un abogado novel? En ambos
casos se basca siempre una celebridad de la
medicina ó del foro, á un hombre de fama y de
reconocida experiencia, y la fama y la reputa-
ción DO se adquieren en un día, son fruto de lar-
gos años, de continuas vigilias, de muchas
amarguras y de repetidos desengaños. Antes de
obtenerla es preciso sufrir y trabajar mucho, y
con mucho trabajar son contados los que llegan
al deseado término. A veces se da el raro fenó-
meno de ver llegar á la cumbre de su profesión
á jóvenes recién salidos de las aulas; estos
casos no son los más frecuentes, son excepcio-
nes contadas que se deben más al favoritismo y
á la suerte que á las condiciones del agraciado.
Dentro de his clases un sobresaliente valdrá
mucho, fuera de ellas es una nota negativa,
para obtener un modesto destino, que es todo lo
que 1 uede prometerse un joven doctor en am-
bos derechos; le será de más eficacia una reco-
mendación de un buen padrino, que todas las
notas, diplomas y medallas que pueda mostrar.
Es verdaderamente deplorable que aquí se
desoigan siempre los buenos consejos, las adver-
tencias desinteresadas, y se abandone lo prác-
tico y positivo para correr en pos de lo vano y
artificioso. Si alguno de esos siete mil seiscientos
veinte abogados y otros tantos médicos que han
visto defraudadas las generosas y tentadoras
DESPUÉS DEL BANQUETE
FRANK DICKSEE
Indlvidao de la. Real Academia de Pintura de Londres
ilusiones de su juventud, en su lorzoso vagar
frecuentasen algunos de nuestros j)rincipales
centros industriales, agrícolas ó manufacture-
ros, comprendería cuan torpe anduvo en la
elección de carrera, al ver que la gran mayoría
del personal facultativo de los indicados cen-
tros es extranjero por no haber en nuestra
patria número suficiente de jóvenes hábiles para
el desempeño de aquellos cargos, que por lo
regular, son espléndidamente retribuidos.
[Qué de tristes reflexiones sugiere una visita
á una de esas grandiosas fábricas que aun en
su heroica agonía son nuestro orgullo y nuestra
vanagloria! Allí se ven congregados centenares
de obreros españoles, española es la sociedad ó
compañía propietaria de la fábrica, y español
alguno de los ingenieros y maquinistas, pero
los encargados de la conservación de la maqui-
naria, los directores de pintados, los químicos y
demás empleados facultativos son franceses,
ingleses ó alemanes. Allí están con su blusa
azul las más de las veces; dirigiendo á nuestros
obreros y perfeccionando nuestras manufactu-
ras. Educados en una escuela práctica y prove-
chosa, han conocido cuáles eran las tendencias
de nuestro siglo, y se han dedicado á los estu-
dios que más seguro y holgado porvenir les
ofrecían. Y si del personal pasamos al material,
veremos más sólidamente confirmada nuestra
suposición. Contamos hoy con algunas fundi-
ciones montadas á la última perfección, pero
por causas que desconocemos y que no es de
nuestra incumbencia averiguar, es incalculable
el número de máquinas, prensas y demás artefac-
tos que anualmente nos importan de otros paí-
ses. ¿Por qué? Porque por desagradable que sea
declararlo, los estudios mecánicos no están aquí á
la altura debida, no se les cultiva con la prefe-
rencia que me-
recen, se les con-
sidera como es-
tudios secunda-
rios; porque
nuestros escola-
res creen que la
*-'?- ^' patente de sa6?o
;^^5v ^ sólo se consigue
cursando leyes
ó medicina y las
pretensiones
ahogan las más
de las veces
los impulsos de la reflexión.
Si prescindiendo de la industria nos fija-
mos en la agricultura, veremos que todas
las casas no ya de fama, sino medianamen-
te conocidas que se dedican á la elabora-
ción de vinos, cuentan con su correspon-
diente composeur de vins. Dan al francés un
sueldo magnífico, participación en las ven-
tas, pero él, en cambio, con el- auxilio de
algunos bocoyes de alcohol obra maravi-
llas con la vendimia recogida. En la pro-
vincia de Tarragona, son innumerables
las familias francesas que se dedican al
arreglo de los vinos. Reus, en algunas épo-
cas del año parece una colonia extranjera,
tantos son los que acuden á su mercado, y
ya en su plaza se convienen con los vini-
cultores para componer sus caldos. La com-
posición y clarificación de vinos, es una
industria completamente desconocida en
nuestro país y sin embargo, es una de las
que más ])ingües resultados ofrece.
Poco queda ya para explotar, pero algo
puede hacerse todavía; la industria y la
agricultura pasan crisis terribles, espanto-
sas, pero no se las puede aniquilar porque
son las grandes arterias de la vida de los
pueblos; después de épocas calamitosas su-
ceden épocas de reacción y prosperidad, y
las fuerzas no quebrantadas se rehacen, y
su potencia se revela con más grandiosidad
y vigor; pero do las carreras literarias, ¡qué
puede esperarse! Esa cifra imponente de
siete mil seiscientos veinte abogados holgan-
do por la fuerza de la razón, ¿no es el iná.s
expresivo de profimdis que imeáe entonarsf!
á las carreras citadas? No se necesita una inte-
ligencia muy hábil para convencerse de olio,
pero mostrar á nuestra juventud tales inconve-
nientes es perder á sabiendas un tiempo precio
so. A nuestros jóvenes escolares, tan entusias
tas, tan ricos en ilusiones, tan vehementes y
soñadores, les falta espíritu práctico, criterio
rej)OKacio; carecen del don de saber pensai-, si'
deslumbian ante lo que más brilla, sin dote
nerse en averiguar si los destellos j);u'ten de
fino ó grosero' metal. Y es lógico que asi sea;
son innumerables los niños (luc ú los doce ó
trece años terminan su bachillerato, y á esa
edad no tiene el individuo ni condiciones, ni la
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
535
reflexión debida para acordar su porvenir. ¡Qué
sabe él del mundo! ¡qué de la vida! ¡qué, nnal-
mente, dónde se encierra el bien y el mal! pero
le han asegurado tantas veces que es un prodi-
gio de talento, que fundadamente se consi-
dera el Menéndez Pelayo del porvenir, el
genio destinado á ser el asombro de las au-
las de la Universidad. Y con tales aspiracio-
nes, ¿cómo ha de fijarse en analizar cuál
es la carrera, arte ú oficio que mejor ase-
gure su suerte? Un genio no puede ser in-
dustrial, ni andar entre máquinas y balas de
algodón, lana ó papel; y mucho menos tra-
tar con vendimiadores y arreglar por propia
mano los caldos que se extraen de las cepas;
cada cual en su esfera, y asi discurriendo
claro está que las leyes son el bello ideal de
todos los niños llamados inteligentes.
Pero si los errores de una niñez presun-
tuosa se justifican, no tiene disculpa que las
familias secunden sus descabelladas decisio-
nes, y no tan solamente las secunden, sino
que muchas veces las alienten; el bello ideal
de muchos, de muchísimos padres es ver á
sus hijos togados á los veinte años.
¡Qué afán para anticiparles inevitables
amarguras y los más abrumadores desen-
cantos!
Antonia Opisho.
arriba, que el coitar el aire enardece la sangre
y colorea las mejillas. Venid á hacer una visita
á las copas de los robles.
El violin del ciego. — Tirirín... tirirín... rim...
-.*-
i-.u^ i^oas/a:EEi± A.
(CONCLDSlrtN)
EN PLENA FIESTA
Lns moscas. — Hu... hu... hu... ¡Buen atra-
cón nos vamos á dar esta tarde!... ¡Vaya unas
barricadas de frutas!... ¡Con tal que escape-
mos de los pescozones!... hu... hu... hu... Fue-
ra de aquí, menesterosos; en la romería no
se permiten más
moscas que nos-
otras... ¡A ellos, r——-T— .---—==!=*„*- T--:.~^
compañeras, que
no quede uno!...
Las ostras. —
¡Eh!... ¿Quién nos
sorbe?... Vengan
acá, señores. Nos-
otras encerramos
entre nuestras
conchas el sabor
del Océano y so-
mos la aristocra-
cia de los maris-
cos... ¡Eh!... ¡Vaya
la gloria del pala-
dar!... Para antes
de la leche...
El cascajo —
¿Quién quiere me-
tralla?... ¡Aquí de
las muelas valien-
tes!... ¡Ande la
fruta con cora-
za!... ¡A los vete-
ranos de los ár-
boles!...
Las urracas. —
¿Qué alborotado-
res son estos ve-
cinos! Nosotras
pertenecemos á la
familia más dulce
y delicada y ape-
nas si decimos es-
ta miel es nues-
tra. Somos la pera
de la nostalgia y en cuanto nos alejamos de las
campiñas nativas nos da mal de corazón y se
nos pica la carne.
El columpio. — Soy la imagen de la fortuna;
yo llevo á las gentes de un envión para luego
hundirlas otra vez en el polvo... Muchachas,
gaba, de joven, en mi caja tantos sueños de glo-
ria verme precisado á ir mendigando de aldea
en aldea!... ¡Una limosna para el violin de las
romerías!
La charanga. — Pan... tapatán... chin...
chin... tarariro... riro... riro... ¿Conque no
sueno, eh?... Pues hoy me van á oir hasta
los sordos; voy á aturdir el robledal á trom-
petazos. Que sepa la banda del pueblo de
abajo que á mi lo que me sobran son corne-
tines y platillos. Chicas, á bailar una haba-
nera. ¿Qué no llevo compás? Mejor, mis ins-
trumentos no tienen por que sujetarse á la
batuta de nadie.
Los árboles. — Cada uno de nosotros sirve
de frondoso dosel á un altar de Baco. ¡Y
qué observantes de la liturgia son sus devo-
tos!... ¡Qué humedad se siente en el tronco!...
¡Si nos están regando con vino!
El sol poniente. — ¡Toldos, sombrillas, pa-
ñuelos, que sé yo cuantos chismes para li-
brarse de mis rayos y si yo no me doy una
vuelta por la romería se lleva todo su luci-
miento el más mínimo chubasco!... ¡Yo pres-
to al conjunto reflejos de oro, abrillanto la
tierra, charolo ol musgo, luciendo las fron-
das, esparzo la alegría por todas partes y
nadie me ofrece un trago para que me refres-
que!... ¡Son muy ingratos los hombres!
Un cohete. — Chiris... pum... Queden uste-
des con Dios; yo me subo con las estrellas.
Para eso gasto manojos de chispas. Yo he
nacido para escalar la altura, para vivir en el
espacio, entre constelaciones. Abajo no soy
comprendido y á lo mejor me disparo fuera
de tiempo. Y cargo con culpas que no me-
rezco si tengo la desgracia de chamuscar á
alguien...
El musgo — ¡Cómo me están poniendo de
manchones y chafaduras!... ¡Y yo que estaba
tan aterciopelado y reluciente!... ¡Cualquiera
conoce ahora la alfombra del robledal con se-
mejante lluvia de cascara, conchas de ma-
risco y mondaduras de frutos!...
LA
KL
GAITA
T.\.MBOKIL
armonía. -HISTORIA DE AMOR (Cuadros de Frank Dloksee)
rim... ¡No sé cómo arreglarme para que no se
note que me faltan dos cuerdas!... ¡Atención, se-
ñoras y caballeros, que va mi dueño á improvi-
sar coplas á cada una de las muchachas presen-
tes... Por supuesto que más ganas tengo de
llorar que de pioducir sonidos. ¡Y yo que alber-
Lalarala... lala-
lalá... lalalá... la-
lalalalo ¡Eh,
muchachos!... ¡La
muñeira os lla-
ma! ¡Venid en tor-
no mío que yo
soy la melancolía
hija de las rías!...
¡Coged á las mo-
zas, formad la
rueda, describid
vuestras graves y
graciosas figu-
ras!... Entregaos
al baile de la tie-
rra que desecha
la morriña del
alma...
— Marque V. el
compás cou los
palillos, rompa-
ñero.
— Pan... pan...
pan... Por mí no
ha de quedar, pe-
ro, mire V., pai-
sana; la gente jo-
ven prefiere el
agarradiño y so
va á danzar al son
déla charanga...
— No importa,
amigo, ya verá
usted en cuanto nos oigan como acuden; mis
notas vibran en el corazón de los gallegos con
la irresistible simpatía con que los recuerdos
llaman á las esperanzas.
— La encuentro á V. boj' muy melaucólita...
— Yo soy de natural taciturno; mis sonidos
UN RETRATO EN
ladro de J. Rougier)
538
LA ILUSTRACaON IB£BIGA
tienen U tristeza de 1m brumas; cada uno de
mis ecos es un suspiro, pero hoy me siento más
triste porque me acuerdo de los que allende los
mares, lejos de la tierra, soñando con la rome-
ría, pedirán al viento que les lleve en sus ráfa-
gas algún recuerdo de las rías á cuyo arrullo
nacieron...
— Encargúeselo á la brisa.
— Ya me ha prometido transportar á los pai-
sanos los ecos de mi ñielle. Dentro de unas ho-
ras tendrán allí un recuerdo de su gaita...
— ¡Ea! pues, déjese de nostalgias y suelte de
esa boca una explosión de escalas, que ya
mozos y mozas forman la rueda para la
danza. ¡Que no se diga que la charanga nos
puede!... Pan... pan... pauí... Sacúdeme bien
el parche, tamborilero...
LA INVASIÓN DE LAS SOMBKAB
Vaira, la luz del faro titila ya como una
estrella perdida en el espacio; es la hora
en que las nereidas salen del mar, á pa-
sear á la orilla y aun baja del cerro tin ru-
mor de titiritaina que aturde.
¡Ea! empezaremos á borrar contomos y
H disfuminar paisajes... Basta de juegos de
sol y de cabrilleos de rayos entre las ho-
jas... A mi me agradan más las siluetas...
Bien, el valle se queda envuelto en la pe-
numbra y sumido en el misterio... Vamo-
nos al robledal...
Cada mochuelo á su olivo; se acabó la
bulla que la noche se viene encima... Aquí
es preciso estender mi oscuridad á toda
prisa; levantaré la niebla... Vaya, romeros,
á la ciudad y á vuestras aldeas que ya es-
tán las encrucijadas como boca de lobo...
Xada. nada, hoy no sale la luna... ¡Gra-
cias á Dios que me van dejando á solas en-
tre mis robles!...
r/)8 ÚLTIMOS KCOfci
£1 aura de la noche. — Pan... pan... putapan...
]>an... pan... pan... paan... Ya se pierde el gol-
peto del tamboril... ya se debilita por la distan-
cia... ya no se oye... Lalalá... laralá... laaa...
laaa... Hola, todavía la gaita por las barrancas...
¡Qué melancólico es su tañido!... ¡Parece que
envía al robledal el primer suspiro de la ausen-
cia!... A... lalalá.. á lalalá... ¡E¿os gritos salen
de entre los maíces!... ¡El coro final de la rome-
ría!... ¡Son los campesinos que tornan por las
sendas, á las aldeas!... Tlin... tlin... tlin... Las
tartanas del señorío que vuelve de la fiesta, por
la carretera... Tacos, temos y roces; la postrera
oración á Baco; el último trago bajo el porche
de la venta que se halla al paso... Bueno, ya no
se escuchan en el campo más que los rumores
de la oscuridad... el puerto lia encendido todas
sus laces y la ciudad todos sus faroles... Pues
yo también me voy á dormir á la bahía... ¡Que
usted descanse, robledal y hasta la romería pró-
xima!...
Alkonbo Pébez Nieva.
mostraban ellas y ellos y algo más eran que ru-
dos soldadotes. Por su parte bien sabían los
pueblos donde les apretaba el zapato y por esto
en vez de la lepra del feudalismo y de las cos-
tumbres serviles que eran su consecuencia y
se dejan todavía sentir en Francia, levantában-
se aquí los libres municipios y había Cides que
les hacían jurar de rodillas á los reyes. Que los
califas eran unos soberanos ilustradísimos, mu-
cho más que los reyes cristianos, dicen los no-
vísimos historiadores, pero con ser nuestros
monarcas unos tontos, creaban el estilo que
^^?\
bibliografía
HtmtaÍA», eslaiUo» de crillc» iDdncltv* xohre «iinat»*
españole», por PomperoOener.— Barcelona, 1887.
(coiTiacAOióa)
Al encontrarse como sub-título del capítulo
D" la 'le -niUnrifi itti'-i-mnl el epígrafe De la inci-
rUiztición de E paTtn, no puede menos, franca-
mente, el lector, de dar un salto. C est trop f'-rt;
I ' ent ezageré, como dice Daudet que dicen los
<\f\ Midi. No hay nada que pueda titularse de
<*!«? modo; España es desde remotos siglos un
país civilizadísimo; lo era ya, en parte, cuando
vinieron los fenicios. Claro está que ijo sosten-
dré aquí que los reyes asturianos, leoneses, cas-
tellanos, aragoneses y navarros fuesen unos
Sénecas, pero, ¡pardiez! que bien civilizados se
¿QUÉ SB DICE DE NUbVO?
UNA SITUACIÓN ELEVAUA
llamó Jovellanos agluriano. ganaban batallas á
los sabios moros y levantaban esa.s catedrales
que desafian en gentileza y atrevimiento á las
más ponderadas de Europa. ¡Ay, que el mal no
dimana de lo que sucedió entonces, sino de lo que
sucedió cuando se acabó la guerra! Vino Car-
los V, y ya que no debía tener ningún quebra-
dero de cabeza por causa de los sarracenos, dio
en la flor de querer ser emperador de Alemania,
inaugurando aquella política funesta y gloriosa
de la cuál no creo yo sea licito al pueblo espa-
ñol renegar y maldecir, pue.s la nación acabó
por hacerse perfectamente solidaria de sus re-
yes. Al fin y al cabo no tuvimos nosotros la
culpa de contar ant^s que Francia con reyes
que soñasen con la monarquía universal y así
como Francia se enorgullece con su Luís XIV
y su Napoleón, ¿por qué hemos nosotros, rein-
cidiendo en defectos progresistas, de echar pes-
tes del escurialense y de su padre?
Traza Gener, con el colorido brillantísimo
que e.s uno de sus rasgos peculiares, un retrato
del Duque de Alba, que le envidiaria el más
furibundo protestante. Realmente, no tengo pa-
ciencia para aguantar lo que del duque y de
su prodigioso ejército escribe el autor; en malas
fuentes ha bebido cuando tan gravemente les
maltrata. Ni las tropas que mandaba el de
Alba eran pillería, ni lo.s flamencos y holande-
ses tenían absolutamente nada de interesantes.
¿Cómo, al contrario, no sentirse orgulloso
de ser español al recordar aquella campa-
ña memorable? ¿No tendremos siquiera
una frase de admiración para quién como
el Duque de Alba atravesó los Alpes cual
lo hicieran antes Aníbal y después Napo-
león? ¿Y á qué viene afirmar que aquel
ejército marchaba á Flandes ansioso de bo-
tín, ávido de pillaje, cuando era tanta la se-
veridad de la disciplina, que el Duque man-
dó ahorcar por el camino á un arcabucero
de á caballo, por haber robado con otros
dos unos carneros á un villano? Y gracias
que el Duque de Lorena consiguió fuesen
perdonados aquel par.
Sin duda que no fueron todo lo correc-
tas que hubiera sido de desear las muertes
de Egmont y Horn, pero estaba en las cos-
.' tumbres de la época obrar de aquel modo;
^ peor fué lo que, siglos después, hizo Napo-
león con el duque de Enghien. Tanto pon-
derar la crueldad de los españoles hace sa-
lir de sus casillas á cualquiera. Pues ¿y
las bárbaras salvajadas de los franceses
en el Palatinado? ¿Y las atrocidades de los
ejércitos de Napoleón en Madrid, Córdoba
Rioseco, Uclés y Tarragona? ¿Y la muerte
de Alvarez de Castro? También los france-
ses saben dejar memoria amarga de su paso.
¿Era más de alabar la conducta infame de
Catalina de Médicis y sus hijos, ora favore-
ciendo á los protestantes, ora alentando á los
católicos para acabar por degollar á los prime-
ros la noche de San Bartolomé en un momento
de cobarde miedo y vender luego á los segundos
dejando que los calvinistas volviesen á levantar
calDeza? Felipe II tenia cuando menos el mérito
de la sinceridad. Los católicos sabían que po-
dían estar tranquilos y que el rey no jugaría
con dos barajas como Carlos IX de Valois. Por
lo ¿emás, la rebelión de los Paises-Bajos solo
reconocía por causa la ambición de Guillermo
de Nassau y bajo mano la envidia de Inglate-
rra; en cuanto á crueldad, eran modelo de ello
todos los que peleaban contra España.
Si el Duque de Alba fué duro, ellos hubieran
sido feroces si los hubiesen dado lugar, y aún
asi, demasiadas atrocidades cometieron con
nuestros bizarrísimos soldados. Quédese para
Sardón pintar unos españoles «de fantasía» en
su dramón de Patrie. La verdad histórica es
una cosa, y la farsa teatral es otra.
Así es que me pesa extraordinariamente que
Gener haya caído en la mala tentación de pin-
tarnos un Duque de Alba y unos españoles de
ópera, feroces, sanguinarios, deshonestos, hez
de las naciones. No eran eso; eran un puñado
de valientes que hicieron lo que jamás hubieran
imaginado ser factible Napoleón y la Grande
Armée y que tenían de su parte la razón contra
los enemigos. El motivo del levantamiento fué
la ambición de unos cuantos nobles que desea-
ban librarse de la soberanía del rey de España
para convertirse en amos; lo de la Inquisición
y el diezmo no pasaba de un pretexto. ¿Qué
más inquisición que la saña con que se persi-
guieron después Vueriatios y Cocceyanos?
¿Ni qué comparación tiene lo que allí hicie-
ron nuestros bravos tercios con lo que hicieron
los franceses en tiempo de Luis XIV? Y sin
embargo nadie habla de ello. Pero ya que tan
callado se tiene, vayan aquí algunas de las
amenidades que cuenta Basnage en bus Annales
des Provinres Unies:
«Las dos villas de Swammerdam y de Bode-
grave, compuestas de seiscientas casas, fueron
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
539
reducidas á ceniza... Creían cumplir con un
deber de religión (los soldados de Conde y Ture-
na), destruyendo las iglesias de los herejes sin
exceptuar ninguna... Cerraban en las casas al
padre y la madre con sus hijos para extinguir
de un golpe á una familia; y cuando se movie-
ron las cenizas y las piedras de las casas se ha-
llaron una infinidad de cuerpos medio consu-
midos y los hijos quemados en los
brazos de aquellos ó aquellas que les
dieron el ser. Una madre ciega á
causa de su decrepitud fué muerta
en presencia de cuatro hijos que le
asistían, teniendo su tumba como
ellos en las llamas que les redujeron
á cenizas... El príncipe de Orange que
llegó á aquellos lugares dos días des-
pués, halló una multitud de niños
con los brazos y las piernas cortadas
y otros cuerpos mutilados, que dejó
algún tiempo sin enterrar para que
los viesen los pasajeros y aprendie-
sen lo que debían esperar de los fran-
ceses. Los soldados se divertían en
coger á aquellas inocentes criaturas
por los pies, arrojarles al aire y re-
cibirles después en la punta de las
picas ó de las espadas... Violaban á
las hijas á la vista de las madres, á
las mujeres delante de los maridos...
La avaricia unida á la crueldad ani-
maba á los oficiales al par que el sol-
dado; colgaban á los hombres de las
chimeneas de sus casas encendien-
do en ellas un gran fuego para que
ahogándoles y quemándoles el humo
de la hoguera y la llama les obligase
á descubrir el oro que poseían y
que muchas veces no poseían... Des-
pojaron de sus vestidos á las mujeres
y á las jóvenes violadas, echándolas
desnudas al campo en donde pere-
cían de frío... A otras, después de
cortarles los pechos, les echaban pi-
mienta, cal y algunas veces pólvora,
aplicándoles fuego para hacerlas mo-
rir más cruelmente. Uno de aquellos .
infames que en Bodegrave había co-
metido la inhumanidad de cortar los
pechos á una señora en el momento
del parto, poniéndole luego pimienta,
murió en el hospital de Nimega en
un acceso de locura producido por
los remordimientos de conciencia...
A un barquero le clavaron las manos
al mástil de su nave, violando á su
mujer en su presencia... Ni aún se
respetaron los cadáveres; dos que
llevaban á enterrar fueron despoja-
dos de sus mortajas... > Esto pasaba
en el año de gracia de 1670 y lo ha-
cían los franceses. f;Es lícito por lo
tanto cuando se tiene una historia
así ó se defiende á los que la tienen,
venir á hablar de la rabia esp'iñolaf
/^Cuando todos sus detractores juntos
valdrán un Requesens, un D. Juan
de Austria, un marqués de SpínolaV ."_'
Los franceses, sin embargo, erre que "-'?:
erre con nuestro fero'e duc d' Alhe, y ^^
dale que dale con el Tribunal de San-
are que jamás nadie llamó así sino
(jue tenía poi- verdadero nombre l^e
(Jo)iseil des Troublea [sicj.
«Lo que los aventureros españo-
les hicieron en América, esto ya no
se puede describir...» dice Gener... y es ver-
dad: no parece que simples hombres de natu-
i'aleza mortal pudiesen realizar aquellas empre-
sas admirables. ¿Acaso es preferible lo que los
ingleses han liecho en la Australia, los yan-
kces con los Pieles Rojas y, según Pedro
Lotti, los franceses en el Tonkin? ¿Es pre-
ferible lo que Pelissier hacía en la Argelia?
Pues todo lo que estos han hecho no tiene ex-
cusa hallándonos en pleno siglo xix mientras
que juzgando los acontecimientos, según el es-
píritu de los tiempos, y teniendo presente el
principio de la relatividad, se explican, justifi-
can y disculpan todos los abusos que cometieran
nuestro portentoso D. Eemando Cortés y nues-
tro bizarrísimo Pizarro.
De que nos viniesen de América galeones
cargados de plata y oro, — que los ingleses pro-
curaban quitarnos y nos quitaban á veces fal-
tando al séptimo mandamiento, — deduce Gener
que nuestros antepasados se acostumbraron á
la holganza viviendo del presupuesto; que á
causa de la monarquía universal «el español
adquirió una altanería y un énfasis insoporta-
ble;» que el trabajo manual fué despreciado,
(como si en Francia fuesen muy considerados
los ■)oliiriers) y que aquí no mandaban más que
los frailes. Es verdad todo esto, poro no estaba
^i^m.
LA NUEVA FACHADA DE LA CATbDRAL DE FLURtNCIA
en lo posible que sucediese de otra suerte. Es-
paña no es un país rico como Francia, y ya c|ue
quisimos tener gloria hubimos de pagarla cara;
fuimos pobres, ignorantes, pero á mucha honra.
Figúrese Gener que las guerras napoleónicas
hubiesen durado tres ó cuatro siglos, y hubié-
ramos visto cómo quedaba Francia, — que harto
mal quedó al caer el coloso. Después, sin em-
bargo, nos despedimos de las guerras y ya la
nación volvió á prosperar rápidamente. En
suma, la decadencia de España alcanzó única-
mente los reinados de Felipe IV y Carlos 11, y
sin embargo, ya se vio á la muerte del Hechizado
si quedaba todavía esfuerzo bastante para sos-
tener la larga guerra que trajo consigo la pro-
"clamación de Felipe V. Todas las naciones han
tenido épocas así y las hay que desaparecen
del mapa como la poderosísima república de Ve-
necia, Polonia, la Suecia de Gustavo Adolfo y
la Francia de Napoleón , mientras España ha-
brá de figurar en él eternamente. España po-
bre, embrute¡ ido , milagrera, atrasada, sin sabios
ni literatos de punta, triunfó en Bailen y con-
venció á Prusia, al Austria, á Inglaterra, á Ru-
s
m
3
O
X
>
O)
-'Tt-íHEWÍWSr
:-^iiK;L^-:^.^'^"'T:ig5av--'^?^>via'i?:f-e^vv-.'
542
LA ILUSTRACIÓN IBERIOA
sia, á Alemuiia... j;á Francia de que los solda-
dos de Napoleón no eran invencibles. Bailen es
el verdadero Waterlóo.
Es que es imposible aplicar á cada nación
un criterio igual para juzgar de la mejor ma-
nera que cumple sus fines y de las necesidades
que más estima satisfacer; Gener traza un cua-
dro verdaderamente beatifico del papel desem-
peiUdo por Francia en medio de la civilización
europea; pues bien, España tiene cumplida ya su
misión: echó de Europa á los moros, añadió un
Nuevo Mundo al mundo antiguo }• dio el ejem-
plo de sacrificarse por una idea," nada más que
por una idea; no importa si errónea ó acertada.
Y entramos ahora en lo más delicado del
asunto, esto es, en la pintura que traza Gener
de nuestro actual estado; trozo elocuentísimo,
sintesis magistral, conmovedor relato, pero que
¡ay! tiene el inconveniente de parecer un ar-
ticulo del Fígaro traducido al español, pues
todo lo que alli se dice es lo que les dicen los
San Pablos del boulevard á los atenienses del
Sena; todo excepto que falta mucha ciencia y
sobra religión.
Yo voy á decir ahora una heregia peor que
todas las de Gener y es, que España hace tiem-
po, desde Felipe V, que no es EÍspaña, sino una
parodia del francés. Cuanto puede decirse con-
tra nosotros debe decírsele primeramente á
Francia. Nos bastábamos y sobrábamos para
todo mientras hubo dinastias nacionales, y aún
mientras reinaron los Austrias, consolándonos
la idea de que si agonizamos con Carlos IF, fui-
mos los dueños del mundo en tiempo del empe-
rador; pero no parecimos ya los mismos desde
que vino Anjou. Nos iluntramn, pero desfigu-
rándonos. Creo que si hubiese triunfado Car-
los I II, estaríamos más adelantados aun que aho-
ra, y no nos hubiéramos parecido tanto á los
franceses.
Este culto á Francia nos ha hecho imitarles
en todo á nuestros vecinos, siendo así que no
tenemos bastante esprit para conseguirlo. ¿De
qué viene todo el mal de España? De no tener
nunca un buen gobierno. ¿Y de qué viene no
tener nunca un buen gobierno? De hacer siem-
pre lo que hace Francia. Dice Gener: tenía-
mos la Constitución de Cádiz y nos la quitaron.
¿Quién? El duque de Angulema, para que no al-
borotáramos el cotarro. ¿Qué han sido los minis-
terios desde el año 23 hasta hace poco sino mi-
nisterios traducidos del francés? ¿Y son acaso
otra cosa nuestras leyes y nuestras cocinas y
nuestras comedias? Por desgracia de España,
Madrid es una especie de capital de prefectura,
Barcelona un Marsella sin la Cannebiere, y Na-
valcamero un Carpentras.
Aquí no nos atrevemos con los curas, y de
ello se lamenta naturalmente el autor de Here-
gln», pero en Francia se atreven... para hacer
luego la peregrinación á Canossa. «Lo único
que se generaliza aquí muy fácilmente, dice
Gener, es la milagrería religiosa ó de otra es-
pecie... Siempre las turbas marchan detrás de
los doctores ffarrido. Las novelas sangrientas,
los drama.s espeluznantes, lo mismo que los ro-
mances de ciego en que se narran mil crímenes,
sigaen aún privando. En el fondo, el pueblo
siempre pide ¡máx rahalloi! La sangre le satis-
face y le embriaga... Aunque se digan liberales
los jefes de los partidos españoles, siguen man-
dando á lo califa ..> Pero, ¿sabremos dónde vivi-
mos? ¿Quién ha inventado Lourdes y la Salette?
¿Dónde operan los Geraudel, así de botica como
de panachef ¿Dónde y para quién se escribió
Jerónimo Paturotf ¿De qué país son oriundos
los más espantables mamarrachistas melodramá-
ticos? ¿Es en las Salesas donde se arremolinan
las turbas burguesas y semi-aristocráticas para
asistir á la vista de la causa de Pranzini? La
gente, es verdad, no puede pedir allí, — por
dicha, — «ti* caballo», pero permítase que tengan
ese gusto y veremos si les dejan atrás á los
españoles taurófilos. Y en política, ¿qué hacen
más sino lo que luego vemos parodiar aquí?
Oportunismo y posibilismo allá se van; y ya que
estoy con las manos en la masa, me permitiré,
de pasada, la irreverencia de protestar de la
frase atribuida á cierto orador, de quien dicen
que hablando de Boulanger hizo esta frase: ^<Le
conozco; es un general español.-/ A la verdad,
no veo la tostada. Thermidor fué antes que el
'6 de Enero y Brumario antes que Sagunto.
¿Qué más da decir pronunciamiento que coup
d' Et'it? Pero vuelvo al señor Gener.
Sabemos por él que en la política española
«predomina hoy un espíritu de personalismo
asqueroso...» Concedido, pero ¿lo será menos el
que tiene por expresión En révenant de la r'vue?
Y si predomina, ¿á qué lo debemos más que á
la inti-oducción impremeditada, extemporánea
del parlamentarismo francés? Aquí se lleva
siempre la palma el que tiene buen pico; pero
esa es una de tantas gracias del sistema exótico
á que estamos sujetos desde que los doceañistas
se permitieron querer regalarnos lo que no sa-
bían como nos probaría. Los charlatanes llegan
á serlo todo en este país, pero es muy probable
que el Conrart famoso por su sileiice prudent,
no sería hoy, — si resucitara al cabo de dos si-
glos,— ministro en ningún gabinete de su país.
Gener, sin embargo, enamorado de su teoría
etnológica, atribuye este hecho, refiriéndose á
España, á la psicología semítica. ¡Qué semí-
tico, ni qué niño muerto! Atribuyalo á la psico-
logía parlamentarista, si mala en Francia, aquí
peor. Cuando en España se hace política nacio-
nal, se hace bien. Díganlo las Carolinas; dígalo
Vega Armijo cuando fué embajador en París
el año 74; digalo la expedición á Méjico; dígalo
Lytton Bulwer; dígalo el año 35; digalo el año 8.
En nada de ello tuvo parte, sin embargo, el par-
lamentarismo ni los inmortelles principéis de 89.
«Un evolucionista (en política) es aquí rara
flfws...» Me resigno á reconocer la superioridad
evolucionista de los tan ponderados franceses:
desde 1789 acá hemos tenido en España: Car-
los IV, Fernando VII, Isabel II, Amadeo, la
república Alfonso XII y Alfonso XIII, mien-
tras que en Francia han tenido el gusto de ver
desfilar á Luís XVI, la primera república. Na-
poleón I (dos veces). Luís XVIII, Carlos X,
Luís Felipe, la segunda república, Napoleón III
y la tercera república; eso sin contar las dicta-
duras. Mientras aquí hemos tenido las constitu-
ciones del año 12, del año 36, del 45, del 69 y
del 76, allí se han regido por las de 1791, 1/93,
1795, 1799, 1802, 180 1, 1814, 1815, 1830,
1848, 1852, 1870 y la actual; ¿y para qué? para
estar quizás en vísperas de una vuelta á la
de 1830. Esto es ya más que evolucionar; es te-
ner la danza de San Vito. |Y qué de incompren-
sibles retractaciones! La legitimidad, la repú-
blica. Napoleón, vuelta á la legitimidad, vuelta
á Napoleón, la legitimidad otra vez, la semi-
legitimidad, otra vez república, otra vez Napo-
león, república otra vez y de nuevo la semi-
legitimidad en puerta. ]Que manera de se de-
menerí Pero cuando menos ¿ha conducido á
algo tanto cambiar de postura? No veo franca-
mente que esté más consolidada la república en
Francia de lo que puede estarlo un adorno
prendido con alfileres. Claro está que me trae
sin cuidado lo que les pueda pasar á los france-
ses; pero he íjuerido entrar en esas comparacio-
nes para hacer ver que la evolución en política
es como dar vueltas á una noria. ¿Evolucionó
mucho Víctor Manuel para comerse toda la
Italia? ¿Ha sido evolución la unidad alemana?
¿Evolucionarán los rusos para tener una consti-
tución? ¿Vendrán por evolución la Commune ó
la SociaU?
»Por un caso de atavismo de raza, el fondo
africano que en las provincias transibéricas de-
jaran los sarracenos, reaparece de nuevo con
gran fuerza, y esto es señal y prueba de nues-
tro aserto, de lo que muchas de las comarcas
españolas, son refractarias á la civilización
occidental moderna (sic).i> ¿Pero acaso única-
mente hay en España razas impropias para la
gobernación del país? ¿No dicen los ingleses
que los irlandeses no sirven porque son celtas?
¿No se quejan los franceses de sus Roumestan
y los piamonteses de los napolitanos?
(Se concluirá.)
Carlos Mendoza.
SUTILEZAS
Cuando mi larga epístola concluya,
— ponía Laura, en carta á su futuro, —
segura quedaré de que no arguya
nadie, jamás, que te engañé; lo juro.
Mujer de chispa, Laura, fué poniendo
los pequeños defectos que tenía,
con insistencia algunos, presumiendo
que así el galán más gracia enüoutraria.
Concluyó su obra de arte (que lo era
por la intención y el excesivo esmero)
pero |ay! que fué á coger la salvadera
y, ¡zas! sobre el papel vertió el tintero.
Claro es, las faltas y las culpas leves
por un borrón atroz fueron cubiertas.
¿Sabes lo que hizo Laura? Si te atreves
piensa un rato y contesta á ver si aciertas.
— Rompió, quemó la carta.
—No.
— ¡Increíble!
— ¿Qué hizo, pues?
— Pues obrar con mucho tino
Aclarando el borrón, la hizo legible
y con él fué la carta á su destino.
Así quedó la joven más contenta,
pues qué, — Si bien el paso es arriesgado,
— dijo después, — no temo nueva afrenta,
pues ahora es verdad lo que he jurado.
Y cuentan que el galán, hombre de mundo
estuvo tonto ó se pasó de listo
al contestar:- — Mi amor es más profundo
aún, pues no me engañas, entá visto.
Luís DEL Cañizo y Miranda.
NUESTROS GRABADOS
IBKNE
Cabesa de estudio de Joeé Ztnttek
Es un buen tipo de eslava (con e minúscula, por supues-
to>, y con decir enlava claro está que se dice también una
arrogante moz i. Por eso tan fiol-m^nte se les debe tener afi-
ción á esos buenos rus()B que no pueden sufrir á los tudes-
cos. Y en cuanto á buenas munhaoh'S y e^posis fieles y labo-
riosas no hay tampoco más que pedir siendo todas ellas unius
hembras de corazón muy gordo.
ESCUNAS DK LA VID* DE ARTISTA
Los banquetea acsdémicos han adelantado mucho en In-
glaterra desde 1771 al actual año de gracia. Entonces algu-
nos ilustres individuos de aquella corporación se contenta-
ban con reunirse en la taberna de San Albano, figurando en
las modestas ágapas hombres como Sir Josué Reynolds, que
era el que presidia siempre, Horacio Walpole, Jonhsou,
Goldsmith, etc. Hoy las cosas se hacen mucho más en grande
y cuando el jubileo de la reina Victoria el banquete de la
Real Academia de Pintura fué de ordago, como puede verse
por el grabado.
Las otras viñetas son: un orador oficial, hablando desde
la tribuna de la Academia; una conversación entre artistas y
un caprichoso fin de fiesta.
LOS DRAMAS DE SHAKESPEARE
WAEWICK ATAOl LA TIENDA DEL REY
El campo de Eduardo, cerca de Warwlck
Entran Wabwiok, Clíriroi, Oxford, Souerbit y sus tropas.
Warwick.— Hé aqnf su tienda, y ved, hé aquí su guardia.
iValor, mis señores! O nos sale bien ahora ó nunca. Seguid-
me tan solamente y Eduardo es nuestro.
Primer centinela.— ¿Quién vive?
Segundo centinela.— Alto, ó mueres.
(Warwick y los otros gritan todos: iWaewickI iWarwickI y se
arrojan sobre los centinelas que huyen gritando: I* las ah-
UAsI lA LAS ARUABI Warwick y los otros les ptrsiguen.—
En seguida, al son del tambor y de la:i trompetas Warwick
y los otros vuelven á entrar triiyeniio al Ruy Eduardo dt
bala, sentado en un sillón. Vése d Olocester y Hastino
que huyen).
SouERSET.— ¿Quiénes son los que huyen?
Wabwiok.— Ricardo y Hastlngs; dejadles huir; hé aquí al
duque.
E(, BEY Eduardo. — lEl duquel ¿Qué quleie decir esto,
Warwlch? La última vez que nos hemos separado, me has
llamado rey .
Warwick.— SI; pero las cosas han cambiado.
(Enrique VI, parte III, acto IV, escena III).
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
543
BOSALINOi, CELIA Y TOUCHSTONI
El bosque de las Ardeuas
Entran Rosalinda en traje de paje, Cília en traje de pastora
y TODCHSTONIE.
Cmií .— Os ruego que uno de vosotros veya á preguntar-
le á aquel hombre que está allá abajo si quiere por oro dar-
nos un poco de alimento; me siento casi morir.
ToL'CHSTONK. — iHola, palurdo!
Rosalinda. — Paz, loco, que no es de tu parentela.
roEIKO. — ¿Quién llama?
ToüOHSTON».— Gentes mucho más altas que vos, caba-
llero .
CoEiNO.— Sin duda, pues de no ser asi bien miserables.
Rosalinda.— Paz, repilo. Buenns lardes, amigo.
CORiKo.— Buenas tardes, mi gentil señor, como toda la
compañía.
Rosalinda.— Te ruego, pastor, que si por oro ó por hu-
manidad se puede obtener un albergue en este lugar desierto,
nos conduzcas á nlguua parte donde podumos comer y des-
cansar; pues tenemos aqui una niña extraordinariamente
zarandeada por el viaje y que se desmaya de necesidad.
COBINo.— Ui bello señor, la compadezco y desearla más
aún por ella que por mi, que mi fortuna me peimitiese so-
correrla mas de lo que puedo; pero soy el pastor de otro y no
esquilo los carneros que llevo á apacentar. Mi amo es de un
carácter caprichoso y áspero y se inquieta poco de encontrar
< 1 camino del cielo practicando la hospitalidad; por otra par-
te su cabana, sus ganados y sus pastos están ahora en venta, y
en nuestra choza, á causa de su ausencia, no hay á esta hora
nada que podáis comer; pero, venid, veréis lo que hay, y con
mi recomendación seréis bien recibidos.
(Como oüstbis, acto II, escena IV).
UK OOHOIIBTO MUSICAL KN KL FALACIO CLKEICI DI UILAN
Cuadro de Luis Sorio
El palacio Olericl de Milán, donde se halla instalado ac-
tualmente el Tribunal civil, es un edificio de estilo rococú
que no presenta ninguna particularidad en cuanto á arqui-
tectura, pero cuyo interior constituye un ejemplar de los
más espléndidos de ornamentación del siglo pssado, obra, y
aun puede decirse que obra maestra, de Juan Bautista Tié-
polo.
Entre los artistas milaneses esta celebre sala rierici fué
por mucho tiempo un motivo de variaciones de colorido,
como el Carnaval de Venfcia es un tema de variaciones para
piano y violin iuLcnfado por todos los virtuoH, quizás no se
daba el caso de un solo anií^la milanés que no hubiere hecho
uno 6 más estudios de esta sala, que es una maravilla de co-
loración.
No escapó del contagio el distinguido pintor veronés Lui-
gi Sorio, establecido desde hace alguuos años en la capital
lombarda, habiendo hecho de la sala Clerici el cuadro cuyo
grabado damos hoy. Hapoblado la sala con un concierto mu-
sical, un quinteto. La composición no há menester de expli-
caciones: el tema está desenvuelto con tanta evidencia en las
figuras que cada una de ellas parece que esté hablando. Se-
ñalemos, sin embargo, el garbo y la soltura en la disposición
de los personajes, la bella distribución de la escena, la eenia-
lidad de la iignorma que canta, figura verdaderamente gra-
ciosa que recuerda de un modo singular una del pintor belga
Wilhems vulgarizada por el grabado. Si la fidelidad del traje
no está muy observada en el de las mujeres es esta una licen-
cia artística ampliamente compensada por su linda cara.
CUADROS DB FRAÍiK DICKSEES
Este celebradjsirao pintor, verdadera coqueluche de los
aficionados londinenses, nsció en la metrópoli británica el
día 27 de Noviembre de 1853. Fué en su ulñez discípulo de
un hermano y un tío tuyos é ingresó luego en las escuelas
de la Real Academia
En 1872 obtuvo medalla de plata por un dibujo del anti-
guo y en 1873 medalla de oro por un cuadro bíblico. A raíz
d« esto, diljujó para los Magazincs de Cassell y el Qraphic,
asi como muchos Cfirtooes decuralivos.
Su cuadro Armmia dio gran golpe en 1877; ilustró luego
la edición de lujo de la Evangelina do Cassell. Finalmente,
en 1881 fué nombradi) Individuo de la Real Academia.
Mr. Frank iJicksee es un píul<tr originalislmo en su con-
cepcióu, maestro en vencer las más arduas cuestiones técni-
cas y sumamente personal en su colo(ido, que en todo caso
puede recordar únicamente el de los venecianos. No se pare-
ce á nadie por haberlo sacado todo de su propio fondo y
hay po30s que sepan expresar con laiito senlimiento y poesía
los asuntos que concibe.
UN REÍ RATO KN 1805
Cuadro de J. Rougier
Tenemos este cuadro por obra perfecta y acabada. No
cabe en efecto mejor comprensión del asunto, mayor discre-
ción en expresarlo y más cumplida ejecución en su desempe-
ño. Es una verdadera página de historia del arte. No se com-
prende de otra manera como debía ser un taller en el Primer
Imperio. Todo rebosa en color de época; las figuras son una
evocación, ios accesorios están reproducidos con fidelidad
escrupulosísima y la luz aparece distribuida con exquisito
acierto.
Es una obra agradabilísima, que el grabado ha reprodu-
cido superiormente.
LA NUEVA rACMADA DI LA CATEIlKAL DI PLUBENCIA
Lo mismo que otre s muchas catedrales, la de Florencia ca-
recía de fachada. El peregrino Duomo, obra de Arnolfo y del
divino Giotto, estaba sin concluir. Después de muchas ten-
tativas y vacilaciones durante siglos, dtcidióse, por fin, en
el año 1862 abrir un concurso, siendo aceptados en 1867 los
planos de De Fabri; este arquitecto, sin embargo, no pudo
ver su proyecto realizado, pues murió en 1883.
En el trabajo de escultura han tomado parte los más céle-
bres estatuarios de Florencia. El público inteligente está
conteste en conceder que la nueva fachada empareja perfec-
tamente con el resto, constituyendo una acertada obra de
arquitectura ojival italiana; rica, colorida, majestuosa y
Unda.
EL lUPEBADOB HAXIHILIAllO
VISITANDO EL Taller di albebto dubebo
Acuarela de Sir Jame» Linton
Siendo el autor presidente del Seal Instituto de Ácuartíis-
tas de Londres, claro está que debía dar una obra de primer
orden y asi ha sido en el cuadro histórico, presentado en la
exposición que se está celebrando actualmente en los salones
de aquella sociedad. Trátase de una obra en que aparecen
llenos de vida y nobleza multitud de famosos personajes del
siglo XVI estudiados maglstralmente y reproducidos con toda
su personalidad caracterisllca. El cuadro tiene todo el sabor
de época apetecible y sin embargo ostenta un carácter de
modemUmo que le distingue de las antiguas rutinarias com-
posiciones de historia
-*-
LOKIS
I>OIl I>ROSI»EB.O I«a:EIlIlví:ÉE
(OOSTINOAOIÓN)
Bajó la primera: otras dos mujeres, no me-
nos robustas en apariencia, estaban ya en la
escalinata. El caballero se inclinó hacia la
dama enlutada y con gran sorpresa mía de-
sató un ancho cinturón de cuero que la retenía
en su puesto en la calesa. Noté que aquella da-
ma tenia largos cabellos blancos en desorden y
que sus ojos, desmesuradamente abiertos, pare-
cían inanimados: semejaba una figura de cera.
Después de haberla desatado, su compañero la
dirigió la palabra, sombrero en mano, con mu-
cho respeto, pero ella no pareció prestarle la
menor atención. Entonces se volvió hacia las
criadas haciéndoles una ligera señal de cabeza.
Al momento las tres mujeres cogieron á la da-
ma de luto, y, á despecho de sus esfuerzos para
agarrarse á la calesa, la levantaron como una
pluma y la llevaron al interior del castillo.
Esta escena tenia por testigos muchos servido-
res de la casa que parecían no ver en ello nada
de particular. El hombre que había dirigido la
operación sacó el reloj y preguntó si se comería
pronto.
— Dentro un cuarto de hora, señor doctor, —
le respondieron.
No me costó trabajo adivinar que veía al doc-
tor Eroeber y que la dama de luto era la conde-
sa. Por su edad, deduje era la madre del conde
Szemioth y las precauciones tomadas para con
ella anunciaban suficientemente que estaba alte-
rada su razón.
Algunos instantes después, el doctor entró
en mi cuarto.
— Hallándose indispuesto el señor conde, —
me dijo, — véome obligado á presentarme yo
mismo al señor profesor. El doctor Froeber, en
lo que pueda serviros. Encantado de conocer á
un sabio cuyo mérito les consta á todos los que
leen la Gaceta científica y literaria de Kcenigs-
berg ¿Queréis que se ponga ya la mesa?
Respondí lo mejor que pude á sus cumplidos
y le dije que si era ya tiempo de pasar al come-
dor estaba pronto á seguirle.
Asi que entramos en dicha estancia un maes-
tre-sala nos presentó, según la costumbre del
Norte, una bandeja de plata conteniendo licores
y algunos entremeses salados y fuertemente sa-
zonados con especias, propios para excitar el
apetito.
— Permitidme, señor profesor, — díjome el
doctor, — que os recomiende, en mi calidad de
médico, un vaso de esta starka, verdadero aguar-
diente de Cognac, desde hace cuarenta años en
el barril. Es la madre de los licores. Tomad una
anchoa de Drontheim; nada más eficaz para
abrir y preparar el tubo digestivo, órgano de
los más importantes... Y ahora, á la mesa ¿Por
qué no hablaríamos en alemán? Sois de Kwnigs-
berg, yo de Meme!, pero he estudiado en lena.
De esta suerte estaremos más libres y los cria-
dos, que no saben más que el polaco y el ruso,
no nos entenderán.
Comimos primeramente en silencio; después,
luego de haber tomado un primer vaso de vino
de Madera, pregunté al doctor si el conde se
veía molestado frecuentemente por la indispo-
sición que nos privaba aquel día de su pre-
sencia.
— Sí y no,— respondió el doctor; — eso depen-
de de las excursiones que hace.
— ¿Cómo es eso?
— Cuando toma por el camino de Rosienie,
por ejemplo, vuelve con la jaqueca y de un hu-
mor feroz.
— He ido á Rosienie y, sin embargo, no me
ha ocurrido semejante accidente.
— Eso depende, señor profesor, — respondió
él riendo, — de que vos no andáis enamorado.
Suspiré pensando en la señorita Gertrudis
Weber.
— ¿Vive en Rosienie, pues, la novia del se-
ñor conde?
■ — Sí; en las cercanías. ¿Novia?... No sé si lo
es. ¡Una descarada coqueta! Le hará perder la
cabeza, como le ha sucedido á su madre.
— En efecto, ¿creo que la señora condesa
está... enferma?
— ¡Loca, mi querido señor, loca! Y el maj-or
loco soy yo por haber venido aquí.
— Esperemos que vuestros buenos cuidados
le devolverán la salud.
El doctor meneó la cabeza examinando con
atención el color de un vaso de vino de Bur-
deos que tenía en la mano.
— Tal como me veis, señor profesor, era yo
cirujano mayor en el regimiento de Ivaluga. En
Sebastopol estábamos de la mañana á la noche
cortando brazos y piernas; no hablo de las bom-
bas que nos llegaban como las moscas á un ca-
ballo desollado; pues bien; mal alojado, mal ali-
mentado como estaba yo entonces, no me fasti-
diaba como aquí donde cómo y bebo de lo mejor,
donde estoy instalado como un príncipe y paga-
do como un médico de cámara... Pero ¡la libertad,
mi querido señor! ¡Figuraos que con ese diablo
de mujer no tiene uno un momento suyo!
— ¿Hace mucho tiempo está confiada á vues-
tra experimentada práctica?
— Cerca dos años; pero hace veintisiete á lo
menos que está loca, desde antes del nacimien-
to del conde. ¿No os han contado eso ni en Ro-
sienie ni en Kowno? Cid, pues, porque es un
caso sobre el cual quiero escribir un día un ar-
ticulo para el Diario Médico de San Peterfhurgo.
. Está loca de miedo...
— ¿De miedo? ¿Cómo es posible?
— De un miedo que tuvo. Es de la familia de
los Keystut... ¡Oh, en esta casa no se hacen ma-
trimonios desiguales!... Aquí descendemos de
Gedymin... Pues, como íbamos diciendo, señor
profesor, tres días... ó dos días después de su
matrimonio, que se celebró en este castillo en
que comemos, (¡á vuestra salud!)... el conde, el
padre de éste, se fué á caza. Nuestras damas
lituanas son amazonas, como ya sabéis. La con-
desa va también á la cacería... Se queda atrás
ó se adelanta á los monteros... yo no sé... ¡Bue-
no! De pronto el conde ve llegar á galope ten-
dido al lacayuelo cosaco de la condesa, un chi-
co de doce á catorce años.^ — Amo, — dice, — un
oso se lleva á la condesa. — ¿Dónde es eso? —
544
LA ILU8TRA()I0N IBÉRICA
dice el oonde. — ^Por allí, — responde el cosaqm-
llo. — Toda la montería acude al lugar que de-
signa; ¡nada de condesa! De un lado un caballo
estrangulado, de otro nn capote de pieles hecho
trizas. Búscase, dase una batida por el bosque
en todos sentidos. Finalmente, un montero gri-
ta:— ¡Allá el oso! — En efecto el oso atravesaba
un raso, arrastrando siempre á la condesa, sin
duda para ir & devorarla á sus anchas en algún
matorral, porque esos animales todo lo sacrifi-
can á la boca. Gustan, como los frailes, de co-
mer tranquilos. Casado hacia dos días, el conde
EL BRINDIS DEL BANQUETE CELEBRADO EN LA REAL ACADEMIA DE PINTURA DE LONDRES
en celebración del 50" auíTersario de la reina Victoria
era muy caballeresco; quería arrojarse sobre el
ooo, cachillo de monte en mano; pero, mi queri-
do señor, un oso de Lituania no se deja aguje-
rear como un ciervo. Por dicha, el port¿-arcabu2
del conde, un picaro bastante bellaco, borracho
aquel día hasta no distinguir un conejo de un
corzo, hizo fuego con su carabina á más de cien
pasos, sin cuidarse de saber si la bala daría en
la bestia ó en la mujer... Pero... por algo se
dice que hay un Dios para los borrachos... Si
no llega á acertar...
(Se contimiará.J Traducción de A. O.
iBlUSniaM: teta, U%-U1, lam liliut, UHu. — Rtuntdoi los deruiíos de propiedad artística j literaria.— Las redamaciones en Madrid, al representante de esta Casa D. Manuel Plá ; Valor, Apodaca, 10, 2.°
— — ) INSÉRTESE Ó NO, NO 8E DEVUELVE NINGÚN ORIOINAL (-
bTABLBGIUUWTU TlrOaniFICO DI B. BAMmDA..—CALÍM OK VOJJLRROBL, KÚM. 17 SMSAKCBB DB SAH AHTOHIÓ.— BARCBLOMÍI.
SEMANARIO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
Año V
Barcelona 27 de Agosto de 1887
Núm. 243
Con el presente número repartimos el suplemento de modas EL MUNDO DE LAS DAMAS, correspondiente al mes actual
ROMANZA ESPAÑOLA (C uadro de H. Muhltbalcr)
546
LA ILUSTBACION IBÉRICA
SUMARIO
Tuto. — Madrid. Carta» á mi prima, por Femanflor. — Jíe-
CTMrdM, por Felipe Utthé. — Zoraida (conclusl<^n\ por
Ancd CoeUo de Tome—duvitr, por Joaquín Olmedilla y
Puls.— üOHeffnt/te (condiulón), por Carlos Mendota. -
Al d ékamtto de JB<m MüIUt SaneJktx ^potsla), por Vicen-
te de Anua.— £a imjlntticia del idilio (poeela), por José
>lana de la Torre— Naestroe grabados.— ¿oU* loontlnua-
cMn), por Próspero Merimée (ttaduoeióo de A. O.)
OxBiDOS. — Romanía española — Un p»ile»¡e— Madrid:— Ex
potieión gentrai de PíUpinat: La tabacalera.— £z;>o«{cMa
Xaeional de Bettat ArU$ de 18S7: Leónidas en el paso de
las Te^n(^pilas. -Bellagio, en el lago de Como —El casti-
llo de Sermione, en el lago de Garda. —Apuntes de la Ha-
bana.—Ciillerooats (dos grabadoa).— Guantes históricos.—
De conquista.— Abetos.
MADRID
CA-RTA-S A. T^X PRIIi/tA.
Jl^o prometido es deuda y yo prometí lefe-
<f|l^ rirte cual fuese el término de la cuestión
-»=-. Abascal-Salamanca; cuestión que ha va-
riado de aspecto, y que todavía es la preferente
de los diarios 3' de los círculos políticos. Reuni-
dos los padrinos del general Salamanca y los
del redactor de El Rtsúnten, manifestaron aqué-
llos que no procedía en su concepto, ni dar
satisfacción, ni dar reparación en el terreno.
Los padrinos del señor Abascal, se dirigieron,
entonces, nuevamente, al general Salamanca
pidiéndole el nombramiento de nuevos repre-
sentantes, pues, la reclamación quedaba en pié.
El general contestó d esta carta sometiendo el
asunto á una Junta ó Tribunal de honor. En
efecto, designó siete generales, encomendando
á su juicio la resolución del incidente. Este
consejo decidió, que dada la alta jerarquía y el
cargo importante con que se halla revestido el
general Salamanca y considerando el preceden-
te funesto que establecería el que las más eleva-
das representaciones del Estado se viesen obli-
gadas á contravenir las leyes del reino y
descender á dirimir cuestiones con todo el que
censurase sus actos, aparte de otras varias con-
sideraciones, debía aplazarse la resolución de
este asunto hasta que cambiadas las circuns-
tancias y bien recapacitados los hechos, pueda
tener lugar la reparación que debe corres-
ponder.
Los generales que firmaban este dictamen
son: Martínez Campos, O'Ryan, Golfín, Lasso,
Obregon, Muñoz y Mantilla.
Los padrinos del señor Abascal no reconocie-
ron autoridad á este fallo por ser de un tribu-
nal que se había formado sin anuencia suya y
devolvieron á su apadrinado su libertad de
acción.
A esta carta contestó el distinguido periodis-
ta con otra en que ha sido muy elogiada, por la
nobleza y elevación de sus sentimientos. Cier-
tamente que no podía él aceptar el aplazamien-
to que se proponía por un consejo nombrado
sin acuerdo suyo; pero entrar en el camino de
nuevas agresiones habría sido considerado por
la opinión pública coDio un alarde de fanfarro-
nería. El señor Abascal dio por terminada la
cuestión, entregando el juicio supremo de la
cuestión al único tribunal que no puede ser re-
chazado por nadie, al tribunal de la opinión,
compuesto de todas las clases, de todos los co-
razones y de todas las conciencias.
Era esta una encrespada cuestión, en la cual
estaban mezcladas opiniones é intereses ajenos
á la personalidad del señor Abascal, y los par-
tidos jK)líticos tenían puesta en ella sus espe-
ranzas ó la veían crecer con temor. Represen-
taba un conflicto gravísimo para el gobierno,
pues, no cabe duda que el general no puede ir
á í 'uba con su anterior prestigio; pero no cabe
tampoco la esperanza de que permanezca en el par-
tido fusionista si se le releva del mando. A pe-
sar de que han transcurrido muchos días desde
que se inició y se resolvió esta cuestión, aún es
un misterio si saldrá ó no para Cuba el general.
Un incidente insignificante, al parecer, la pre-
sencia de un escritor en el comedor del Hotel
Europeo de la Granja, ha mantenido la espec-
tación pública durante esta época del verano
en que la política duerme y ha suscitado un
problema, tal vez de vida ó muerte para el mi-
nisterio.
No se ha conocido desde hace mucho tiempo
un incidente que haya preocupado y preocupe
tanto á Madrid y sírvame esta consideración do
disculpa por haberme extendido, más quo de
costumbre, en una materia relacionada con la
política.
La vida madrileña está fuera de Madrid, y
aquí hablamos poco de las cosas de esta villa y
algo de San Sebastián, donde está la reina; de
Cádiz, donde Moret inaugura la Exposición ma-
rítima y de otros puntos donde veranea y se di-
vierte la gepte.
La supresión del juego en el Casino de San
Sebastián, es el suceso más culminante de la
temporada. Una de estas mañanas el juez .se ha
presentado en aquel magnífico edificio y ha to-
mado posesión de la mesa del treinta y cuarenta,
de la del ferrocarril, y de los caballitos; ha
hecho encerrar todos estos muebles en otra ha-
bitación, cuyas puertas ha sellado. No contento
con esto ha detenido al director del Círculo de
Recreo del Casino y á otros banqueros.
Según dicen, di hecho ha causado grande sen-
sación entre los socios del Casino, y especial-
mente entre las señoras, las cuales se muestran
más aficionadas aún que los hombres á estos
juegos de azar, que unen al encanto del acaso
circunstancias pintorescas como los caballitos y
el ferrocarril. Los juegos de cartas tienen un
interés vivísimo, pero no se ve llegar la suerte,
sino que ésta se revela de súbito con un cam-
bio de cartas; en aquellos juegos la suerte tiene
un punto fijo de arranque, se la ve ponerse en
movimiento correr, acercarse, tocar el punto en
que hemos puesto nuestro dinero y quedarse en
él ó pasar. Positivamente dentro de la emoción,
que está en la pérdida ó en lo ganancia, hay
más accidentes, más amenidad en estos juegos
donde las figuras se mueven y corren y se paran
como si fuesen vivientes. Si el hombre más en-
tero, prefiere las emociones súbitas, violentas,
definitivas; la mujer, gusta de prepararse á sen-
tir, y á sentir gradualmente.
Esto aparte de que la mujer tiene al juego
más afición que el hombre. Su imaginación op-
timista la pinta siempre fácil el enriquecimien-
to; el dinero, para ella, significa todos los goces
de la vanidad 3' del lujo; sus grandes pasiones
3' sus nervios son más excitables que los del
hombre. Los jugadores suelen ser incorregibles;
el vicio los domina y suelen morir reclinando la
calva cabeza sobre el tapete verde; pero hay en
ellos sentimientos que pueden equilibrar y ven-
cer esta gran pasión; el amor, la política, la
guerra, la literatura, las ciencias, las artes... La
mujer no tiene estos grandes contrapesos, y
cuando es viciosa se hunde, se anega, se pierde
para siempre en el vicio. El único argumento
serio contra la libertad del juego, es que si las
mujeres pudiesen entrar en los establecimientos
de monte y ruleta, pronto la ruina de las fami-
lias vendría por la mujer. Yo creo que había-
mos de ver hasta mujeres, apuntando, al mismo
tiempo que daban el pecho á su niño.
La prohibición del juego en San Sebastián no
sólo ha causado sorpresa en aquella población,
sino en toda España, porque al fin y al cabo
cuando se vio construir un edificio tan excepcio-
nal todo el mundo discurrió que no podría sos-
tenerse sin acudir al juego; y que había, por lo
tanto, esperanza de que el juego fuese tolerado.
En un principio, al decir de los diarios, el ojo
de la justicia no quiso fijarse en aquel centro;
mas según parece, algunas personas conocidas
de la sociedad madrileña han perdido gruesas
cantidades; el escándalo ha sido mayúsculo y,
por fin, se han restablecido los fueros de la mo-
ralidad. Algunos- dicen que los rigores de la
moralidad se harán sentir únicamente mientras
la reina Doña Cristina se encuentre en San Se-
bastián.
Todo esto significa, en mi opinión, lo contra-
rio de lo que parece significar; significa que va-
mos cada vez más seguros á la tolerancia del
juego y que si ésta no es completa consiste en
que al fin y al cabo el juego es un delito pena-
do en el Código. El juego y el duelo son delitos
que dan origen todos los días á las mismas con-
tradicciones; la sociedad lo practica y lo tiene
por lícito, sin que nadie conceptúe deshonrado
á quien es perseguido por jugador ó duelista.
Los jueces juegan y se baten. Hay que refor-
mar las costumbres ó el C«')digo. Ya ustedes
comprenden cuál cosa es más fácil.
Las costumbres, efectivamente, son difíciles
de reformar. En vano los iinpufínadores de las
corridas de toros claman por la supresión de
este espectáculo bárbaro; los niños empiezan ju-
gando al toro delante de la puerta de su casa;
luego se ensayan en los novillos del pueblo; más
tarde, si no torean, quieren, por lo menos, ver
como torean los demás. Los toros no se acaban
ni los toreros tampoco; el lunes pasado se veri-
ficó en la plaza de Madrid una corrida que ha
hecho época; la cuadrilla era un plantel de ni-
ños, pero de niños muy decididos, con aires de
hombres y algunos de los cuáles hasta se per-
miten ya fumar un cigarro. Se lidiaban seis be-
cerros de dos años, y capitaneaban la cuadrilla
dos mataorcitos llamados, en el mundo torero,
Faico y Minuto. Tendrá el que más doce años.
Lo mismo fué salir á la plaza y dar el paseo,
que todo el público se entusiasmó viendo tanta
desenvoltura y tanta gracia. Alguien se entris-
teció creyendo presenciar una escena del circo ro-
mano y que los niños decían: ¡Los que van á mo-
rir te saludan! Pero nada de eso; los chiquitines
debían salir ilesos de la lucha con las fieras. Los
mataon iioa se portaron; aunque los becerros eran
de intención, los despacharoa magistralmente,
empinándose sobre las puntas de los pies para
buscarles la cruz. Esta corrida no ha tenido gran-
de importancia por ella misma; pero la tiene como
promesa de un nuevo contingente de admirables
toreros. Lagartijo 3' Frascuelo no son los últi-
mos matadores; así lo han reconocido cuantos vie-
ron á Faico y á Minuto arrojar delante del toro la
chichonera y rematarle con verdadero genio tau-
romáquico. No hubo en esta corrida desgracias,
aunque pudo haberlas por haberse originado un
incidente natural entre toreros de sus años. Los
espadas se dieron de cachetes sobre discrepan-
cias del arte, ni más ni menos que suele ocu-
rrir entre chicos cuando no se reparte bien la
fruta de la merienda.
Más grave ha resultado otra corrida celebra-
da en un pueblo cercano: en Leganés. Se lidia-
ban novillos para celebrar la fiesta del pueblo;
ya se sabe que en los pueblos bajan á la plaza
todos los concurrentes y echan su capa, como les
place; fiando únicamente su salvación en sus
piernas. Esta vez los novillos dejaron muertos
ó heridos á tres de los que bajaron ; por lo cual
todos han convenido en que no hay como Lega-
nés para dejar bien puesto el nombre en las
festividades. La prensa madrileña se conduele
de que junto á la capital de España se den es-
pectáculos de barbarie semejante y alguien ha
dicho que el África no empieza en los Pirineos
sino en la puerta de Toledo... Hay exageración
en esta frase, pero es el hecho que Madrid pare-
ce una gran ciudad aislada en medio de un desier-
to, donde sólo hay aduares. Entristécese el áni-
mo al salir de su radio municipal y ver tanta
aridez, tanta casuca, tanto chicuelo sucio y des-
nudo, incuria y rudeza tan primitivas. Hace
tiempo que se tiene el propósito do agregar es-
tos pueblos al de Madrid, sin duda con objeto
de ver si aumentándoles las contribuciones se
van ilustrando.
El tiempo ha cambiado de súbito; á los exce-
sivos calores ha sucedido un fresco desagrada-
ble. Nos figuramos que los veraneadores empe-
zarán á dar por concluido el verano. Entre esa
masa de gente que huye de Madrid por moda
sólo se espera un pretexto para volver: los via-
¡ jes de la corte retendrán, sin embargo, en pro-
LA ILUSTRAOION IBÉRICA
' 547
vincias á lo más exquisito de la sociedad.
Entre tanto aquí sólo concurrimos á un teatro
y á un circo: al teatro Felipe y al circo Hipó-
dromo. Los jardines parece que han terminado
ya su magnífica temporada de ópeía á peseta.
Los cantantes siguen cantando; pero seria cosa
de ir á oírles de capa.
En el circo Hipódromo debutó ayer la troupe
Alfred; tres señoritas vestidas de verde y otros
tres individuos vestidos de varios colores. Son
campanólogos: con intermedios de bofetada lim-
pia. El público aplaude la música de las señori-
tas; pero lo que verdaderamente le conmueve
son las bofetadas.
Tuyo,
Feknanflob.
RECUERDOS
LA GUERRA
Negocios importantes me detuvieron en Ma-
drid algún tiempo más del que tenía calculado.
Por otra parte, aquella vida, agitada y alegre,
tan llena para mi de encantos, me cautivó de
tal modo, que no encontraba nunca el momento
oportuno para emprender mi viaje de regreso.
Por fin, lo que mi voluntad retrasaba con pla-
cer, lo adelantaron tristemente los acontecimien-
tos, cuando menos lo esperaba.
Ultrajes inferidos á nuestro honor nacional,
torcidos amaños de la diplomacia y explosiojes
irresistibles del sentimiento patrio, hicieron la
guerra inevitable.
Mis haciendas estaban enclavadas cerca de la
frontera, y no tuve más remedio que salir de la
corte á toda prisa, con odjeto de poner á salvo
mis intereses, en caso de necesidad.
No pasaron muchos días, cuando ya empezaron
á circular noticias alarmantes. El enemigo se
acercaba rápidamente á la frontera, y se hizo, por
lo tanto, insostenible mi permanencia en el case-
río de Faente^daras. Tomé, pues, la prudente re-
solución de abandonarlo, recogiendo ante todo
cuanto me fué posible , dada la premura del
caso. Dejé en la casa solamente, á mi antiguo
criado Guillermo, con la orden terminante de en-
tregarla á las llamas, antes que consentir su
ocupación por la soldadesca iavasora.
Aquella misma tarde recibí el aviso de que
UN PAISAJE
numerosas fuerzas de nuestro ejército llegarían
aquella noche á la cercana población de B..., y
decidí marchar á ella sin pérdida de momento.
Cuando llegué, ya estaba ocupada militarmente
por la división de vanguardia. El general que la
mandaba, á quien me presenté enseguida, estuvo
mu3' deferente conmigo, y me permitió marchar
agrogndo á su cuartel general, todo el tiempo
que tuviera por conveniente confórmele supliqué.
La curiosidad, el entusiasmo que yo sentía en
aquellos momentos, y mi juvenil afán de ir en,
busca de aventuras, me determinaron á seguir
por algún tiempo las primeras peripecias de la
campaña.
Durante la noche, cayó sobre la ciudad una
espesa niebla, cuya frialdad penetraba hasta los
huesos.
Al romper el día, emprendieron la marcha tres
escuadrones de caballería, encargados de pres-
tar el importantísimo servicio de exploración.
Aquel silencioso desfile, más que de ginetes,
semejaba sombría procesión de vagos fantasmas,
engendrados por el hálito impuro de la niebla;
figuras de formas indecisas, que se desvanecieran
entre la densa bruma, volviendo á los senos mis-
teriosos de donde brotaron.
Estos escuadrones formaban la primera parte
de la vanguardia, «esencialmente móvil elástica
y divisible, que exploia, reconoce, tantea, avan-
za y persigue al enemigo , ó cede y desaparece,
según los casos,» la que vela por la seguridad de
la columna, á quien precede para orientarla, ace-
chando los movimientos é intenciones del enemi-
go y manteniendo el contacto con la extrema van-
guardia ó punta, que marcha detrás á la distancia
de un kilómetro poco más.
Detrás de la extrema vanguardia, compuesta
de cuatro compañías de infantería, una sección
de ingenieros, y los carros y acémilas correspon-
dientes, marchaba el grueso déla vanguardia, con
una batería de seis piezas, un batallón de infan-
tería, las ambulancias anexas y la reserva de la
batería.
Después, seguía el grueso de la división (á
cuya cabeza marchaba el general con su escolta),
formando uti total de seis batallones de infante-
ría, dos baterías, las ambulancias, parque móvil,
divisionario, con dos columnas de municiones
para artillería y parque de útiles divisionario,
con las fuerzas de ingenieros que no marchaban
en vanguardia
A la cola de la división, iban los bagajes y
detrás la retaguardia, compuesta de dos compa-
ñías de infantería y una sección de caba-
llería.
Por último, á una distancia más considerable.
para no entorpecer en lo más mínimo la libertad
de acción de los elementos de combate, marchaba
el convoy de subsistencias con sus escoltas.
Aquellas unidades orgánicas, que formaban la
división, avanzaban con las distancias más con-
venientes para que, moviéndose todas con amplia
libertad, sin estorbarse unas á otras, y dispues-
tas siempre para el combate, pudieran, una vez
abvertida la presencia del enemigo, adoptar sus
posiciones de despliegue con tiempo y espacio su-
ficientes para reforzar oportuna y rápidamente
las fuerzas que iniciaran la acción.
Como cosa de hora y media después del pri-
mer descanso, y al descender por una cuesta su-
mamente larga y tortuosa que bordeaba la lade-
ra de un monte, recuerdo perfectamente que la
niebla empezó á elevarse, poco á poco, vencida
por las ardientes caricias del sol. Entre los jiro-
nes de aquella densa bruma, que la brisa empu-
jaba aquí y allá, se distinguían en ciertos momen-
tos las filas de soldados que marchaban y el
relucir de sus armas, semejando los anillos de
una enorme serpiente que ondulase entre gasas
flotantes de vapor.
(Se continuará.)
Felipe Mathé
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EXPOSICIÓN NACIONAL DE BELLAS ARTES DE 1887
LEÓNIDAS EN EL PASO DE LAS TERMOPILAS (Busto por Miguel Ángel TriUes.-Dlbujo de P. y Valor)
550
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
ZORAIDA
TRADICIÓN GRANADINA
(COÜOLCSIÓH
V
Tras este tenebroso plan de venganza, se ale-
jó de aquellos hermosos jardines, que una vez
más había convertido en mudos testigos de su
infamia, seguido de su fiel amigo Said, no sin
antes dirigir xuia mirada de odio á Aben y Zo-
raida.
Al dia siguiente y asi que el pueblo se hubo
enterado de las infames acusaciones dirigidas
á su sultana por Boabdil y de sn próxima muer-
te, se amotinó, pidiendo á voces por las calles
la libertad de Zoraida.
El rey se mesaba los cabellos con desespera-
ción viendo que su plan tau bien fraguado,
se deshacía como un terrón de azi\car en un
vaso de agua, su castillo de naipes venía al
suelo.
No se encontraba con suficientes fuerzas para
ahogar aquella rebelión, que había tomado ya
un aspecto imponente, ni tampoco quería, acce-
diendo al mandato de sus subditos, soltar su
victima, que aborrecía ahora más que nunca.
Hallábase sumido en profundas meditaciones,
no acertando qué resolución tomar, cuando á la
caída de la tarde de aquel mismo dia, llegó la
solución de aquella duda.
BELLAGIO
BN EL LAGO
DE COMO
Un caballero cristiano, i)rocedcnte de Lo ja,
plaza recientemente conquistada á los sarrace-
nos, le trajo un mensaje de su señor el rey Don
Femando, en el cual se declaraba protector de
Zoraida y le proponía que ya que tenía decre-
tada su muerte, cuatro de sus guerreros lucha-
sen á buena lid con cuatro de los del cristiano
y el premio de los vencedores fuese la vida de
la saltana, añadiendo que caso de aceptar el
desafío, señalase punto donde efectuarse, día y
hora.
Al recibir este mensaje Boabdil no pudo
ocultar su alegría. Confiaba ciegamente con los
sayos y no vacilaba en creer que obtendría la
victoria y con ella la muerte de su esposa, sin
exponerse á las iras del pueblo.
Caando hnbo tenninaao la lectura, exclamó
dirigiéndose al mensajero:
— Acepto el reto. Mañana á las cuatro de la
tarde esperarán mis guerreros á los vuestros en
la Fuente del Pino. Si trascurrido ese plazo no
se presentasen, la cabeza de Zoraida rodará por
el suelo.
Luego que hubo partido el cristiano, dio las
órdenes convenientes y todo quedó dispuesto
para el siguiente día.
VI
Desde las primeras horas de la tarde, se ha-
llaba completamente cuajado de gente el em-
polvado camino que conducía al lugar del de-
safío, que caminaba presurosa como temiendo
llegar tarde.
A medida que la muchedumbre llegaba, pro-
rumpía en dos gritos, uno de odio encerrando
una maldición dirigido á Boabdil y otro de
amor y simpatía á Zoraida.
Todas las miradas eran dirigidas al punto
ocupado por ésta, en cuyo hermoso rostro se
reflejaba el más acerbo dolor; sentada sobre rico
estrado esperaba ansiosa la llegada de sus no-
bles defensores.
Ya había trascurrido más de una hora sin
que éstos apareciesen y en el fondo de todos
los pechos empezaba á renacer la desconfianza.
Boabdil se sonreía con la sola idea de .su
venganza. .*
Era feliz, porque para ciertos caracteres, vale
tanto la venganza como la felicidad.
Por fin se oyeron vibrar en el aire cuatro so-
noras campanadas.
Era la hora fijada para la lucha.
Zoraida permanecía inmóvil como una esta-
tua de mármol, sin que las e.xclamaciones de
dolor de los circunstantes la hiciesen salir de
aquel ensimismamiento y se diese cuenta de lo
terrible de su situación.
¿Esperaba aún?
Si así lo creía, pronto
debía convencerse de lo
contrario, pues el tirano
daba ya orden de que fue-
se trasladada al tablado
que al efecto se había
construido para su ejecu-
ción.
Zoraida, el ídolo de
Granada, el ángel que
había enviado Allah por
su misericordia á la tie-
rra, iba á expiar el gran
crimen de haber tenido
buenos sentimientos.
Pero esta orden fué de
repente interrumpida por
atronadores gritos de la
multitud , especialmente
de la que se hallaba junto
al camino que conducía á
Loja.
Todos como impulsados
por una fuerza extraor-
dinaria se trasladaron al
punto señalado por aque-
lla.
El mismo rey se ade-
lantó, temiendo una in-
vasión de los cristianos.
Pero la nube de polvo que impedía reconocer
el grupo que en vertiginosa carrera se aproxi-
maba, se disipó y bien pronto cuatro caballeros
luciendo sus más ricas armaduras y blandiendo
sus bien templadas lanzas, hacían caracolear
sus briosos corceles ante el monarca sarraceno
que mudo y absorto les contemplaba.
De aquel numeroso público, compuesto casi
en su totalidad de sarracenos, contra lo que al
parecer debía suceder, todas las simpatías es-
taban de parte de los cristianos, pues el carác-
ter feroz y cruel de Boabdil le habían hecho
aborrecible de sus subditos, mientras que las
virtudes y el noble corazón de su esposa la ha-
cían amada y respetada de todos. Hé aquí la
causa de que los granadinos deseasen la derro-
ta de los suyos.
En esto llegó el momento del combate.
Los ocho adversarios, colocados cuatro en-
frente de los otros cuatro dii-igíanse odiosas
miradas.
Entonces uno de los caballeros cristianos se
adelantó á Boabdil y le dijo con tono despre-
ciativo:
— Es poco un moro para mí. Yo me batiré
uno á uno con los cuatro.
Luego que hubo obtenido del rey la afirma-
tiva respuesta, hizo retirar á los señores que le
acompañaban y esperó tranquilo y sereno la
señal para la lucha.
La tradición asegura que este generoso y va-
liente guerrero, lo fué D. Diego de Lara, cuyo
arriesgado valor y grandes proezas, le hablan-
hecho célebre en la corte de D. Fernando III
el Santo.
Zoraida bajando la cabeza y cerrando los
ojos para no presenciar aquella sangrienta es-
cena, temblaba por el apuesto caballero que en
aquel momento iba á combatir por librarla de
la tiranía de su malvado esposo.
LA ILUSTRACIÓN LBEttlCA
551
Por fin Boabdil, levantándose de su asiento,
hizo la señal, á cuya voz los caballos de uno de
los sarracenos y el del cristiano partiendo á un
tiempo á escape, chocaron produciendo un ho-
rrible estrépito. A poco oyóse un ronco grito y
uno de los dos ginetes cayó al suelo como he-
rido por un rayo.
La multitud reconoció en el vencedor al cris-
tiano á quien vitoreó con crecientes muestras
de júbilo.
Este apenas se rehizo un poco y esperó otro
de sus tres restantes adversarios.
Nueva señal de Boabdil que ya empezaba á
desconfiar de la victoria y otro sarraceno que
tras breve lucha mordió el polvo.
Entonces el rey prorumpió en una maldición
que el eco aterrado no se atre-
vió á repetir y temiendo que la
victoria ftiese más grande ven-
ciendo á los únicos guerreros
que le quedaban, dio por termi-
nado el combate, prometiendo á
los caballeros cristianos respetar
en un todo la vida de la sul-
tana.
Pero éstos que conocían las
malvadas intenciones de aquél,
le exigieron que les entregase
á Zoraida, añadiendo que no se
fiaban de su promesa.
Más tarde partían al campo
cristiano los cuatro enviados de
Don Femando, llevando consi-
go la hermosa sultana, cuya
partida tanto lloró el pueblo
granadino.
Añade la tradición que poco
después recibió las aguas del
bautismo acompañando durante
toda su vida á los reyes católi-
cos á cuya generosidad debía
la existencia.
Si alguna vez pasáis por Gra-
nada y visitáis el hermoso pa-
lacio del Generalife, admiraréis
en uno de sus graciosos y mag-
níficos patios llamado de los ci-
preses, uno de estos árboles^
que por su colosal magnitud,
sobresale considerablemente de
los demás y que el vulgo cono-
ce por el ciprés de la reina. Este
nombre se refiere á la leyenda,
pues al pié de su corpulento
tronco se hallaba sentada la be-
lla sultana, aconsejando á Aben
huyese, en el momento de ser
sorprendidos por el cruel Boab-
dil.
Por las noches, cuando todo
está en silencio, aún parece va-
gar en derredor de ese ciprés,
la sombra del infortunado bien-
hechor de Zoraida, mirando á
Granada con aire de triunfo y llorando la pér-
dida de la hermosa ciudad.
Angkl Coeli.o de Torkks.
aptitud por parte del que aspira á tan señalada
henra. Pero cambiar el aspecto de una ciencia,
darla giro nuevo, hacer en ella singularísimos
y sorprendentes adelantos, rodearla de nuevos
datos, iluminar con la luz desprendida de una
inteligencia clara, los profundos arcanos, hasta
entonces vedados á la generalidad, sólo es pro-
pio del que merece llevar sobre sus sienes la
corona inmortal del genio.
Jorge Cuvier, que ha merecido con justicia
ser conocido con el nombre de Aristóteles del
siglo XIX, nació en el año 17()9 en Montbeliard,
en el seno de una familia protestante. En el
establecimiento denominado Academia Carolina
de Stuttgard, fué donde comenzó sus estudios,
iniciándose en el conocimiento de la lengua y
literatura alemanas. Ue la misma academia han
salido eminentes literatos, siendo de advertir
que es uno de los sitios donde mejor se conoce
y con más afición se estudia la literatura espa-
ñola.
Todavía muy joven empezó á dedicarse Cu-
vier al profesorado, poniéndose al frente de un
colegio particular en Normandía, cuyo cargo
estuvo desempeñando por espacio de diez años,
hasta que empezó el estudio de la historia na-
tural.
El sabio agrónomo Tessier, fué quien tuvo la
gloria de ver el alcance de su gran talento y
observar que sus ideas se hallaban muy por
cima de las que producen las vulgares inteli-
gencias; asi es que no bien le hubo visitado en
EL. CASTILLO DE SERMIONE, EN EL LAGO DE GARDA
-*-
CTJ^sTIEIi
En el limpio horizonte, donde se dibujan
como en cuadro fantástico, los glorio.sos recuer-
dos de los genios, descubrimos claramente las
huellas de uno de esos individuos pertenecientes
á la egregia raza de los titanes, que han pasa-
do por el mundo para admirar con los raros
prodigios de su fecundo ingenio. Llegar en una
especialidad de los conocimientos humanos á
la cima de la misma, dominarla y poseerla has-
ta el punto de poder fructíferamente enseñarla,
es difícil, pero á toda hora lo vemos repetido,
con tal de que haya aplicación asidua y regular
modesto retiro, cuando pudo observar las pri-
meras llamaradas de aquel getiio y no se enga-
ñó, ciertamente, al presentir las grandes espe-
ranzas que encerraba el germen de una futura
vegetación, cuya lozanía y esplendor había de
ser la admiración de su tiempo. Fué llamado á
París, á consecuencia de los informes de Tessier
en 1795, donde con mayor espacio para tender
los altos vuelos de su inteligencia, se dio rápi-
damente á conocer con sii palabra y con su
pluma. Sus lecciones públicas de historia natu-
i-al dadas en el Colegio de Francia, comenzaron
á formar el pedestal de su reputación científica.
Supo, en efecto, presentar e.stos conocimientos,
que se hallaban hasta entonces en estado de
lamentable atraso, con sorprendente novedad y
revestidos de grandísima importancia, demos-
trando el inmenso interés que encierran.
La cátedra de anatomía comparada, fué una
de las que con más brillantez explicó en el co-
legio de Francia y era, á no dudarlo, la espe-
cialidad á que más se prestaba su talento sinté-
tico. En esta clase de estudio es donde se ofrece
vasto campo al filósofo, para descender desde la
humana organización, hasta las más sencillas
manifestaciones de la vida de los seres, para
examinar que nada huelga en la naturaleza,
que obedece todo á inmutables leyes sabiamen-
te dictadas.
Uno de los grandes servicios prestados á la
ciencia por Cuvier es su clasificación zoológica.
Llenas de imperfecciones y sin satisfacer las
exigencias de los adelantos del saber, las cono-
cidas hasta su época, no podía menos de llamar
profundamente la atención el nuevo método
dado á conocer por el gran naturalista, en tér-
minos que todavía sirve hoy de base á muchas
clasificacione.s modernas, que no son otra cosa
sino las ideas de Cuvier, modificadas más ó me-
nos j)rofundaniente y tal vez con éxito dudoso.
Como resultado de sus grandes conocimientos
en anatomía comparada, llegó á ser profundo
geólogo y á tener singular aptitud para el co-
nocimiento de los fósiles. Muchas veces se en-
APUNTES DE LA
"l^
(Dibujo de VehilJ
554
LA. ILUSTBACIOM lB£aiUA
contraba un fragmento cualquiera de uu nuiínal
cuya especie había desaparecido largo tiempo
antes, de la faz de la tierra, á consecuencia de
algún cataclismo ocurrido en ésta. En este caso,
recogía cuidadosamente Cxivier aquel aparen-
temente despreciable resto y con su imaginación
iba reconstruyendo el animal entero, caminando
por una serie do inducciones lógicas, debidas á
sus profundos conocimientos en anatomía com-
parada y i. su singular talento para este linaje
de estudios, donde alcanzó con justicia tan alto
renombre. La exactitud de sus juicios, se com-
probó en muchas ocasiones , cuando al poco
tiempo se encontraba el animal en su totalidad
y se podía observar la identidad con el que Cu-
vier había dibujado, adivinando á la naturaleza
y sorprendiéndola en sus secretos, llegando á
resultados verdaderamente maravillosos. Esta
singular aptitud, le dio imperecedero renombre
entre propios y extraños, citándose como ejem-
de Calderón, la espada de Gonzalo de Córdoba
y la inteligencia de Newton. Cambiad las apti-
tudes de estas individualidades y habréis des-
cendido del reino de los encantos producidos
por los genios que admiraron el mundo, á la
triste realidad de las medianías. ¡Feliz aquel
que llega á. las cimas donde se cierne el genio,
en una de esas manifestaciones, sin pretender
Ja universalidad, imposible en la humana razón,
imposible en la naturaleza, imposible en cuanto
nuestra mente concibe!
Cuvier también repre-
sentó su papel en el mun-
do político. En tiempo de
la restauración fué Con-
sejero de Estado en 1814
y Par de Francia en 1831.
No desmintió en estos
puestos, las altas dotes
de capacidad que poseía,
habiendo desempeñado en
diversas comisiones car-
gos importantes , donde
demostró su idoneidad.
Acúsasele, sin embar-
go, de haber sostenido en
la tribuna algunas leyes
impopulares; pero si lle-
vaban el sello de convic-
ción profunda y en su
sentir contribuían al bien-
estar general, no debe
desmerecer en lo más mí-
nimo porque no halagara
las pasiones de la muche-
dumbre, que muchas ve-
ces no suelen estar ente-
ramente acomodadas á la
justicia.
De todos modos, en los
cargos ajenos á la ciencia
que desempeñó, dejó mar-
cadas imperecederas hue-
llas de aptitud y probi-
dad.
Cuvier murió en París
en 18o2. Su nombre ha
pasado á las edades futu-
ras con sobrada justicia.
Sus ideas serán la inex-
tinguible luz que siempre
alumbrará las espinosas
vías de la ciencia y su
figura se verá siempre ra-
diante, por densas que
sean las nubes que ocul-
ten tan refulgente sol.
J. Olmedilla y Puig.
CULLERCOATS: LA PLAYA AL ANOCHECER
pío de prodigio en los pronósticos científicos.
Fara estas deducciones se valia de lo que lla-
maba ley de correlación de las formas y subor-
dinación de caracteres; pero estas leyes por
otra inteligencia aplicadas, no producían ni con
mucho los brillantes resultados que su privile-
giado ingenio realizaba.
Diferentes obras ha legado Cuvier á la pos-
teridad, entre las que figuran sus Lecciones de
anatomía comparada, en cinco tomos, cuya pu-
blicación tuvo lugar de 1800 á 180.5 y premia-
da por el Instituto de Francia; El reino animal,
disiritmido según m organización, publicada
en 1810, en cuatro tomos; Investigaciones sobre
los huesos fósiles, precedidas de un dircurso so-
bre las revoluciones del globo, de 1821 á 1824;
Historia natural de los peces, en dos tomos, escri-
bió asimismo multitud de Memorias que leyó
en el Instituto de Francia, de donde era miem-
bro, y diversidad de artículos en el Diccionario
de Ciencias naturales y Biografía universal. Sin
embargo, Cuvier, no rayó como escritor, á la
altura que en otros conceptos. La naturaleza no
concede por igual tan eminentes dotes, y es
indudable que cuando con largueza otorga al-
guna sobresaliente cualidad, es siempre á ex-
pensas de la deficiencia de las otras. No es
posible reunir en un mismo individuo la pluma
bibliografía
HiRiofiB, estudios de critica in-
ductiva sobre asuntos españo-
les, por Pompeyo Gener.— Bar-
celona, 1887.
(CONCI.ÜSIÓIC)
Truena luego Gener
contra los toros.
Aquí entusiasman las
corridas (si bien no á to-
dos, ni siquiera á la mayor parte), pero es
como en Inglaterra las regatas y las carreras de
caballos, como en Francia los espectáculos de
parade, como en Alemania la música de Wagner,
como en Eusia las fiestas en la nieve. Se di-
vierte uno con los espectáculos del país, y esas
corridas de toros no son sarracenas ni berebe-
res, sino mucho, infinitamente, más antiguas,
contemporáneas de los primeros pobladores de
nuestra patria.
Gener incurre en un defecto gravísimo al
querer que seamos culpables de todo, como si
en el extranjero no se hiciese lo mismo, ó por
mejor decir, como si aquí supiéramos hacer otra
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
555
cosa que imitar al extranjero. Aquí lo Jiamenco
nos entontece y degrada, pero ¿qué es lo ña-
menco sino una variante de los géneros poüsard,
faubouriev, canaille, etc., etc., inventados en
París? ¿Qué diferencia hay entre Paulus y Juan
Breva (q. D. h.)?
«... chulos, majos, cantos guturales monóto-
nos y fúnebres, repiqueteos de pies y contor-
siones erótico-epilépticas, bailes dignos de los
< 'ándalas de la India, castañuelas, guitarras;
palabras, costumbres y actos de gitano, hé aquí
lo que priva, hé aquí lo que se oye, se ve y se
halla por todas partes y se apoya desde lo más
alto...^^ ¿Escribe Genor sobre España ó sobre
Francia? Chulón, majos... Cualquiera podría tra-
ducir, sino fuese hacerles una ofensa á aquellas
clases, souteneurs, voi/ous; cantos guturales, monó-
tonos... esto sí, es español, pues los franceses
son refractarios á la música; contorsiones erótico-
epilépticas, ¿no es eso el cancán? Bailes dignos
de los Cándalas de la India, castañuelas, guita-
rras. ¿Pues no se baila allí la farandola y se ha
bailado la sarabande y no se sirven acaso del tam-
bourin y el calumets Costumbres y actos de gitanos...
¡Oh, tierra de los Rougon-Macquart y délas Sa-
fes, cuanto ciegas á los espíritus más perspicuos!
«España está paralizada por una necrosis
producida por la sangre de razas inferiores
como la Semítica, la Berber y la Mogólica, y
por el espurgo que en sus razas fuertes hizo la
Inquisición y el Trono, seleccionando todos los
que pensaban, dejando apenas como residuo
más que fanáticos, serviles é imbéciles. La
compresión de la inteligencia ha producido aquí
una parálisis agitante. Del Sud al Ebro, los
efectos son terribles; en Madrid la alteración
morbosa es tal, que casi todo el organismo es
un cuerpo extraño al general organismo euro-
peo.» Pues, señor, que le traduzcan á Gener su
libro en francés y buen puñado de honra nos
habrá echado á los ojos de Europa. En primer
lugar, ninguna '<necrosis» (enfermedad de los
huesos) paraliza nada y no vemos que España
sea la única que pueda quejarse de los judíos,
no habiéndose presentado todavía el caso de
que un Albert Drumont, escriba un pendant á
su France Juive. Sangre árabe si la hay, pero
no es tan mala sangre como quieren decir algu-
nos y sobre todo produce unos ojos negros de'
valencianas y andaluzas, que no hay más que
pedir. Con algo ha de pagarse la superioridad
de la belleza de nuestras mujeres sobre las del
resto de Europa. En cuanto á la sangre mogola,
más claro, los gitanos, no tenemos aquí su ex-
clusiva: en Francia pueden estudiarse los ca-
gáis, en Alemania hay millares de gitanos; en
Bohemia ¿cuántos no habrá? y en Rusia... no
digamos si habrá mogoles de ambos sexos. Pero
en todas partes ejercen, sin duda, los hijos de
Faraón mayor influencia que aquí donde son
mirados con verdadera repulsión por la inmen-
sa mayoría. En cuanto al espurgo de inteligen-
cias que hizo la Inquisición es una idea exage-
rada, y remito al lector el discurso que pronunció
don Juan Valera, contestando á algunas vul-
garidades progresistas que dijo el señor Núñez
de Arce al ingresar en la Academia. Natural-
mente que hubiera valido mucho más que no
hubiese existido aquí la Inquifiición, pero aún
concediendo que efectivamente fué un tribunal
bárbaro y cruel, — aunque no más cruel ni bár-
baro que otios que funcionaban en la Alemania
protestante y en la Francia de los Valois y los
Borbones, — algo quedó y no toda la gente de
buen entendimiento pereció en el quemadero.
Mientras la Inquisición quemaba protestantes
' florecían aquí Mariana, Cervantes, Velázquez y
Quevedo. Tengo yo para mí que una de las
causas que más contribuyeron á la despoblación
y decadencia intelectual de España fué, no la
Inquisición, sino el descubrimiento de América,
ya que todos querían marcharse allí á hacer
fortuna.
Prosiguiendo en su impetuosa rharge á fund de
traiii, afirma Gener que en las provincias de
Levante /el antiguo sedimento que en su san-
gre dejaran los cartagineses, los fenicios y aun
los israelitas, se pone de manifíesto dominando
casi todas las manifestaciones de la vida.» Per-
mítaseme que ponga aquí los puntos sobre las
Íes y que haga uso del evangélico precepto
del suum ci<igiie. En primer lugar, no fueron las
provincias de Levante, ó por mejor decir, las
de aquende el Ebro, las que más explotaban
los fenicios y los cartagineses. Es verdad que
Indibil y Mandonio, ilergetas, parece estuvieron
emparentados con la familia de Aníbal, pero no
tiene comparación con la parentela que tenia
este en Andalucía por parte de su mujer, — una
chica de Cazlona. Cádiz, Carteya (¿Algeciras?),
Málaga, Abdera, Martes, Adra, ¿La Corana?
Sevilla y Córdoba son de fundación fenicia,
pero no corresponden al Este. En cambio, ¿por
qué no habla Gener de la sangre griega ó ro-
mana que corre abundantísima por las venas, — -
incontestablemente, — de muchos vecinos del
litoral mediterráneo? ¿Por qué no mienta aquel
(010 de cvidades griegos que figura en el reper-
torio de imágenes de Castelar? Pues si uno se
fija en los rasgos de la gente de Rosas, de
Villafranca, de Villanueva, de Denia y otras
localidades comprendidas entre Cartagena y
Cap de Creus, ó íes toma por griegos ó yo, como
cierto ex-ministro famosísimo, no sé qué estatua»
es la de la Venus de Milo. Y Tarragona se
conserva romana todavía, y también su campo,
CULLERCOATS: EL ARRABAL
y Aragón y gran parte del centro, ostentan aún
aquel carácter celtibero que cuenta en su pasa-
do lealtades como Numancia y Calahorra.
¡Gitanos, gitanos!... ¡Ah! Yo bien sé que hay
mucha gitanería en España, pero por desgracia
los que la constituyen son en su mayoría no
mogoles sino aryas... No me dan cuidado á mí
las gitanadas de los payéis, sino las de otros...
Por desgracia se puedo ser traidor y judío y
malvado constituyendo un lindísimo ejemplar
de la raza caucásica.
Y vuelvo á lo mismo: nuestros actuales vi-
cios no tienen nada que ver con nuestra filia-
ción. Estamos infectados por contacto, conta-
giados por imitación; somos unos plagiarios de
lo que vemos hacer en el extranjero; nuestras
malas cualidades no son innatas, pero sino se
pone remedio las trasmitiremos por herencia y
nuestro antiguo carácter nacional acabará por
quedar definitivamente falseado. El autor apro-
vecha la ocasión para decir que á Cataluña le
fué tan ricamente cuando estuvo anexionada á
Francia... Tan ricamente le fué, en efecto, y
tanto cariño les cobraron los catalanes á los
franceses, que cuando se dijo iba á venir aquí
un rey de París hasta las piedras se levantaron
contra él.
«Aherrojada Cataluña» y no sabiendo qué ha-
cerse se dedicó al comercio, como si jamás hu-
biera hecho otra cosa; como si la corona de
Aragón hubiese tenido más objetivo que una
política comercial; como si los catalanes no es-
tuviesen destinados por su situación en el mapa
á ser comerciantes, como lo son los marselleses
y los genoveses y los griegos. «La feroz tiranía
política que pesó sobre el catalán durante siglo
y medio, contribuyó á que fuera asemejándose
al judío...» Así, así: las cosas claras; somos unos
judíos los catalanes; aquí nadie es judío más
que el que sabe decir setzejutjes; no lo son los
que insertan anuncios en los periódicos de Ma-
drid proporcionando colocaciones de dinero al
40 por KM); no lo son los usureros valencianos,
andaluces, castellanos, leoneses y gallegos que
arruinan con sus estafas á la agricultura; no
son judías las las...; el señor Gener nos arroja
este pedazo de honra á los catalanes; como que
aquí todos somos unos chuetas.
^_ A A ^ ^.
Guintes de OUvtrio Cri mwell
Guantes usados por «1 re; Carlos I en la batalli de Worc«íter
(3 de Setiembre de 1661)
Guantes de cabrtllIU cou lüa puáoa bordados
7 franjeados de plata. (Inglés. Siglo ZTii)
* j'V-
V
Gnaotei de cabritilla con lúa puAoa
bordado* en oro j plata. (Inglés. Siglo irn)
Guante de slr Kdumilu Denny
(Época de Jacobo I de Inglaterra)
GUANTES HISTÓRICOS
558
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
Ebos catalanes judaizados por el naitarismo
soB loa héroes del Bruch, de Grerona, de la gue-
rra de loa aiete aftoa, de la guerra de África y
de Poigeardá; esos mercachifles son nuestros
inaignee poetas y prosistas, pintores, esculto-
res, arquitectos y músicos. ¿Y cómo no protestar
de lo que dice Gener de Catalufla, — Mori;eau de
bravoure que se apresuró á trasladar á sus co-
lumnas un periódico madrileño de gran circula-
ción no muy aficionado á nuestra tierra? La
falsificación, la sofisticación, el abuso, el agio,
la cicatería tenderil, ¿son propios únicamente
de Cataluña? ¿No sucede eso en las restantes
regiones de España, de Europa, del mundo en-
tero? ¿Pues acaso los falsificadores, los soñsti-
cadores y demás gente ruin y horteríl hace más
que copiar lo que sabe se hace en el extranjero?
¿Quién opera todas las matráfulas que se hacen
con nuestros vinos? Pues no son españoles los
que lo hacen. ¿De dónde se copió el horrible cri-
men de la calle de Moneada? ¿De dónde nos ha
venido la fiebre de la Bolsa? ¿A qué lengua per-
tenece la expresiva calificación de ápre au gain?
Picaros ha habido siempre en España y los ha-
brá hasta la consumación de los siglos, pero ¿es
el picaro un producto exclusivamente nacional?
¡Traficantes los catalanes! Lo son, mucho, ¿pero
no lo son los franceses, los ingleses, los italia-
nos, los alemanes, los griegos, los noruegos, los
suecos, los austríacos, los portugueses, lo.s ru-
sos y la república de San Marino y los yankees
y los patagones? ¿Se quiere que como el burro
de la fábula confesemos ser nosotros los culpa-
bles únicos exclamando:
ifíkl en U tenUciODi iComl dil trigol
No hay que esforzarse mucho para compren-
der que el autor de Heregías ha reducido á caso
particular lo que es carácter general de la so-
ciedad moderna. ¡Pero si hasta la fraseología
nos viene del extranjero! Reclamo, Barnuní,
carnet, anuncio, Buis i ¿Sabe Gener por qué le
parece más desarrollado el embuste en Barce-
lona que en otras partes? Porque aquí vivimos
más que en otras partes á lo extranjero y las
necesidades y ambiciones son mayores que en
otras localidades del interior.
cHacer negocio en Cataluña es sinónimo de
engañar á aquel con quien se trata...» ¿Y sólo
en Cataluña? Pues yo creía que Alejandro Da-
mas, el hijo, habia definido los negocios dicien-
do en francés: tLes a ff aires... c' estV argent d"
antrui.t Ya confiesa Gener que en todas partes
cuecen habas, pero añadiendo que lo que en la
América del Norte, Inglaterra, Alemania, y RN
MKSOR ORADO (\) en Francia es defecto, en Bar-
celona es virtud. Esto es injustísimo: ¿acaso no
es una máxima norte-americana aquello de: Haz
dinero honradamente si puedes, y iino puedes haz
dinernf ¿Y qué hacen nuestros tenderos sino
vender todo lo sofisticado que les envían de
Alemania? ¿Y cómo se quiere que suscriba na-
die el aserto de Gener de que en Francia es
donde menos se defrauda y sofistica, cuando no
hay día que los periódicos parisienses no se que-
jen amargamente de comerlo y beberlo todo so-
fisticado, malo y caro? Temo que Gener haya
tomado demasiado por lo serio la incurable
vanidad de nuestros vecinos, queriendo ser en
todo los primeros y los mejores.
Descarga enseguida el autor furiosos golpes
contra los editores barceloneses y repite... loqué
dirán en París de los suyos, no pocos escritores.
Tengo para mi, sin embargo, que dado el estado de
cultura de nuestro país, los editores de Barcelona
merecen unaestataaen su grande mayoría, ya que
contribuyen más que nadie al adelanto español.
Por lo demás, dichos señores no hacen masque
continuar la trailición gloriosa de la imprenta
barcelonesa, en todo tiempo importantísima en
España; la tradición de los Cormellas, los Cava-
lleria, los Sapera, los Barceló, los Torner, los
Bergnes, los Piferrer, los 01 i veres, los Gorchs.
Todos sabemos que lo que les echa en cara Gener
á los editores de por aquí dista mucho de po-
der aplicarse á la colectividad. Barcelona es
un gran mercado literario, es un verdadero foco
desde donde se irradia la ilustración por toda
España y la América latina, y algo bueno, óp-
timo, exquisito saldrá de aquí cuando casi todos
los principales autores españoles tratan satis-
fechísimos con los editores barceloneses.
Respecto lo que dice Gener del ramo de los
alcoholes, léase cualquier artículo de periódico
francés sobre los mastroquets ó taberneros.
Todo lo que opina sobre España el autor de He-
regias, puede sintetizarse en este párrafo: «¿Qué
se puede esperar de una nación que estil forma-
da por la convergencia de razas tan desemejan-
tes, tan separadas como la aria, con sus dos va-
riantes germánica y latina, ■ y la semítica, y la
presemítica y la mogólica, más que ese curioso
fenómeno de la sociología, esa evolución extra-
ña, ya aquí empezada, en que se va de la barba-
rie á la decadencia, sin pasar ni siquiera por la
penumbra de la civilización?» A esto responde-
ré que lo que hay en España son vascos, iberos,
celtas y celtíberos, fundamentalmente, con mu-
cha sangre griega y romana. Los cartagineses
estuvieron aquí poco tiempo y los judíos, tengo
para mi, (jue se cruzaron- poco; verdad que que-
da mucho elemento morisco, pero éste acabará
por extinguirse, ya que ninguna condición tiene
para imponerse. En cuanto á los gitanos forman
una cantidad negligeable. El mal de España no
viene de raza; viene principalmente de haberse
querido adaptar precipitadamente el modo de
vivir extranjero y de haberse creado una admi-
nistración inepta. Somos pobres y queremos
parecer ricos; al añejo ideal de Dios, Patria y
Rey ha reemplazado al de Duros, Pesetas y Rea-
les y lo mismo el alpujarreño de morisca estirpe
que el montañés catalán de estirpe ibera, el
celtíbero de Aragón que el celta de Asturias, el
vasco de Bilbao que el balear de Palma todos á
una sufren la infección característica del si-
glo XIX, la fiebre del oro, la sed de la riqueza.
No, no es culpa de la raza la inmoralidad que
corroe este país, como todos los demás, sin ex-
cepción: esculpa del estado general del mundo
civilizado, de la vida que es preciso llevar, con-
secuencia ineludible de la marcha de los tiem-
pos; es que aquí la lucha por la vida tiene que
ser más áspera todavía que en el extranjero á
cau-ia del menor botín que hay que disputar y
de haber derribado las revoluciones todas las
barreras que antes contenían las concupiscen-
cias.
Cree Gener que con una dictadura científica
é higiénica que desasnara á los indoctos; con al-
gunas otras medidas de diverso linaje, entre las
cuales, cosa extraña, se cuenta el servicio mili-
tar obligatorio; con la evolución hacia el siste-
ma federativo y una discreta protección, convir-
giendo todo ello á modificar las condiciones
climatológicas, atmosféricas y económicas del
país se lograría hacer de España una tierra habi-
table. Yo celebraría mucho que pudiese ser eso,
pero por de pronto permítaseme que desconfíe
de las dictaduras de los sabios, de las virtudes
del servicio militar obligatorio y de toda refor-
ma política. Creo yo que para cortar de raíz el
mal que corroe á nuestra patria, esto es, la ad-
ministración detestabilísima que tenemos, sería
precisa otra dictadura; la dictadura del Tribu-
nal Supremo. Moralizada la administración por
la guardia civil todo marcharla bien y bro-
tarían por do quiera fuentes de prosperidad. En
cuanto á volvernos sabios no lo tengo por
muy interesante, siendo preferible á'mi ver el
progreso moral que no otro cualquiera. El día
que saliese aquí un nuevo Saint-Just «decretan-
do la virtud por el hacha del verdugo,» Espa-
ña sería un oasis. No suspiro yo por ninguna
forma de gobierno ni creo capaz á ninguna de
ellas de mejorar nuestra situación mientras no
venga quien imponga por la fuerza el patriotis-
mo y la moralidad, aunque fuese organizando
una Santa Hermandad de nuevo cuño.
Sueño yo con una España orgullosa de su
historia, proteccionista, prohibicionista si con-
viene, castiza; una España que no admitiese
nada del extranjero ya que en el extranjero no
nos admiten nada nuestro; una España que rei-
vindicase su pasado, que se diese leyes ema-
nadas de su modo de ser y no copiadas de las
que hacen otros; monarquía, federación, repú-
blica progresista ó república atrasada les seria
igual á los que ambicionan ver bien administra-
da á nuestra patria. Todo el remedio está en ha-
cer administraHón y que en vez de tantos ejem-
plos de inmoralidad triunfante, en todos los te-
rrenos viera el país castigado duramente al que
se olvidara de sus deberes.
Aquí termino este largo articulo. La amistad
que rae une con Gener es bastante elevada y
ajena á todo compadrazgo para que no se altere
en lo más mínimo por haber discutido su libro,
constándole además que mi independencia, sin
que me pese, llega hasta la sauvagerie.
Caklos Mendoza.
EN EL AB.\N1G0 ÜE ELISA MÍR SÁNCHEZ
¡Airecillo que oreas los rizos
de la bella Elisa,
y en su boca á su aliento te mezclas!
¡Yo te tengo envidia!
Llégate á sus oídos y díle:
— «¡Bellísima Elisa!
Sé dichosa. Fulgure en tu rostro
perenne sonrisa.»
Vicente de Abana.
LA INFLUENCIA DEL IDILIO
Tiene mi amigo Gaspar
relaciones con Clarita,
la muchacha más bonita
que ustedes pueden hallar.
Es una rubia hechicera,
una perla... un serafín...
es una chiquilla, en fin,
que para mí la quisiera.
Un día los dos amantes
como nunca enamorados
se vieron del mundo aislados
sólo por breves instantes.
—¡Un .beso, Clara querida!
— dijo Gaspar con pasión.
Ella se alzó del sillón
ruborosa y ofendida.
Gaspar, que es chico resuelto,
quiso besar á su amada
y... sufrió una bofetada
de aquellas... de cuello vuelto.
Pasó un mes. Gaspar y Clara
se encuentran en un salón;
la suegra está en un rincón
y en los chicos no repara.
Yo no sé qué pasaría
ni sé qué estaban hablando
más sé que de vez en cuando
Clarita al novio decía:
— No quiero, lo dije ya:
eso es faltarme al respeto;
anda chico, estáte quieto
que nos verá la mamá.
*
* *
Pasó tiempo. Cierto día,
por una espesa enramada,
iba Gaspar con su amada
que amorosa sonreía.
Entre hojarascas y flores
y de su cariño en pos
se hallaron solos los dos
murmurando sus amores.
LA ILUSTEACION IBERIOA
559
¿Qué hizo la joven pareja?
¿Qué hablaron? ¿Qué se dijeron?
¿Los escrúpulos vencieron?
¿Venció de Gaspar la queja?
¡No le pondría en el poti-o!
Porque al salir del sotillo
tenia Clara un carrillo
más encamado que el otro.
José M.' de la Torre.
NUESTROS GRABADOS
BOUANZi KSFiKOLA
Cuadro de H. Muhllhaler
Este es, ni más, ni menos, el tltnlo qne le ha puesto el
autor á ese su cnadro. Si la modelo es ó no española, nos
guardaremos bien de asegurarlo, pero, en fin, ya que el se-
ñor Muhltbaler nos la da por tal, no vemos inconveniente
alguno en que le conceda nacionalidad entre nuestras hurles,
con destino á la clase de andaluzas linfáticas.
UN PAISAJE.— ÓBITOS
Por más que les parezca imposible á los que sudan y se
asñxian á la temperatura de 43° á la sombra, ello es que ese
paisaje y esos abetos existen en alguna parte y hay quienes
los han visto, en Sevray-sur- Valláis... lOh, gentes felices, que
pueden creer en la sabiduría inflnita que ha hecho pasar los
ríos por debajo de los puentes y ha criado abetos para que
den sombra á los blmanosl
UADBID: IIPOSICIÓN OINISAL DC rlLlPINAB
LA TABAOaLBBA
Dibujo de P. y Valor
La Compañía general de tabscos de Filipinas hizo cons-
truir una casa de ñipa y caña con destino á la Exposición, y
es la que se ve hoy en ti Betiro. El objeto de dicha sociedad
fué, dice un periódico, presentar, en reducidas proporciones,
una sección de su magnifica fábrica LaJIorde la Isabela,
La planta principal de dicho? edificio consta de un cama-
rín de oreo, en que se tiende 1» hoja del tabaco; otro denomi-
nado camarín de mándala en que, amontonado el tabaco se
le da una temperatura máxima, con la aplicación de un apa-
rato termométrico, de ió á 60 grados centígrados, hallándose
además, en esta pit'za, muestras de todas las clases de tabaco;
otro camarín destinado á taller de operarlas y que al frente
,de la puerta de entrada, tiene al exterior, el expendio, espe-
, ele de palco desde el cual se hace la venta al menudeo para
el público transeúnte.
EXPOSICIÓN NACIONAL DI BELLAS ABTES DE 1887
LEÓNIDAS EN EL PASO DE LAS TEBUÓPILAS
Busto por Miguel Ángel Trilles.— Medalla de tercera clase
Dibujo de P. y Valor
Llamó justamente la atención esta obra por la pureza del
modelado y la acertada expresión del personaje en la ocasión
en qne ha sido representado; el Jurado le dio la merecida re-
compensa que habrá de alentar á su distinguido autor á con-
tinuar la carrera tan brillantemente emprendida.
LOS LáOOS ITALItSOS
El castillo de Sermione, en el lago de Barda
Bellugio, en el lago de Como
En el extremo Sur del lago de Garda, entre Peschiera y
Desensaño levántase el curioso promontorio llamado la Ptña
de Sermione, ó sea la antigua Sirmio, residencia de Catulo.
Elcattillo, cuyas pintorescas ruinas admira hoy el viajero, es
obra del siglo xiii. En su mayor extensión está ocupado
Sermione por olivares, cultivados con suma perfección y dis-
puestos con tal arte que forman un verdadero jardín.
El lago de Garda es la mas importante de las grandes
masas de agua que se extienden en las vertientes de los Al-
pes Rétlcos; tiene once leguas de largo, una de ancho por la
parte del Norte y cuatro por la del Sur, y su profundidad que
es muy variable, es de unos 300 metros en su máximun. El
lago de Garda es famoso, además de su belleza, por la varie-
dad y el gran número de peces que cría.
Se puede ir directamente en ferrocarril desde este lago
al de Como, el cual tiene una legua de ancho por seis de
largo y recibe más de sesenta corriente. Hé aquí, en que tér-
minos se expresa Taine al hablar de este delicioso sitio: «Por
la mañana,— dice, — se toma el vaporcfto que da la vuelta al
lago y todo el día, sin fatiga, sin pensamiento, se nada en
una copa de luz. Las orillas están sembradas de aldeas blan-
cas que vienen á meter sus plés en el agua; las montañas
bajan suavemente y su pirámide está poblada hasta mitad
de la ladera; olivos pálidos, moreras de cabeza redonda es-
calónanse sobre los mamelones; quintas de recreo orladas de
bellas umbrías, bajan sus terrazas en grada basta la playa.
En Bellagío, mirtos, limoneros, parterres de flores forman
ramilletes blancos ó purpúreos entre las dos ramas azuladas
del lago; pero al hundirse hacia el Norte el paisaje se hace
grande y severo; sus montes se yerguen y se pelan; las frac-
turas rígidas do la roca primitiva, las crestas dentelladas
blancas de nieve, las largas torrenteras donde duermen vie-
jas capas de escarcha, abollan ó surcan con sus intrincamien-
tos la cúpula uniforme del cielo. Muchas altas montañas
parecen baluartes colocados en círculo; el lago era antes un
glaciar y el frotamiento de sus paredes ha lentamente roldo
y redondeado las pendientes. En esas gargantas Inhospitala-
rias, ningún verdor ó huella de vida; cesase de sentirse en la
tierra habitada, se está en el mimdo mineral, anterior al
hombre, en un planeta desnudo donde los solos huéspedes
son el aire, la piedra y el agua; una grande agua, hija de las
nieves eternas, al rededor de ella una asamblea de montañas
graves que remojan sus pies en su azur, detrás, una segun-
da hilera de picos blanqueados, más salvajes y más primiti-
vos todavía, como un círculo superior de dioses gigantes,—
todos inmóviles, y sin embargo, todos diferentes, tan ex-
presivos y tan variados como fisonomías humanas, pero
revestidos con un caliente tinte aterciopelado por el aire
vaporoso y la distancia, pacíficos en el goce de su magnífica
eternidad. El viento habla cesado, y el gran luminar del
cielo, por encima del horizonte cerrado, flameaba con toda
su fuerza. El azul del lago se hacía más profundo; al rededor
del barco ondulaciones de terciopelo hinchábanse y bajá-
banse sin cesar, y en los huecos, entre las fajas azuladas,
el sol alargaba otras bandas movedizas, como una seda ama-
rilla salpicada de centellas. •
APUNTES DE LA HABA>4A
Dibujo de J. Vehil
Figuran estos apuntes diversos lugares y perspectivas de
la que un tiempo era llamada la capital de la rica ÁntiUa: la
entrada por debajo el castillo del Morro, la vista general, el
paseo de la India, etc.
OULLKBCOATS
Laplaya al afiochecer.—El arrabal
Alguna vez hemos hablado ya de esta pintoresca pobla-
ción de pescadores, asentada en la costa del mar del Norte,
en el Northumberland, cerca la desembocadura del Tyne.
En esta época de calores debe estar muy fresco aquello, y
de más de uno puedo asegurar que se marchatia allí, si no se
lo impidiese. . . lo que á tantos otros que se asan como él en-
tre los 36» y 44° latitud Norte.
QUANTEB BISTÓBI008
Bien puede decirse que es este adminiculo un lujo que va
de capa calda á impulsos de la oleada democrática, etc.
Claro está que los guantes no desaparecerán nunca y serán
usados siempre por cuantos pertenezcan á la glifa, como
dice ya intrépidamente la ¡owU/e barcelonesa, pero por más
que se haga no volverán á lucir para las queirotecas aquellos
días en que constituían costosísimos objetos de arte, con
bordaduras en plata, oro y piedras preciosas, con guarnicio-
nes de encajes, con botonaduras de esmalte, con leyendas y
emblemas en las entradas; guantes preciosos confeccionados
con terciopelo carmesí, raso verde y otros tejidos caros; per-
fumados, ricos, verdaderamente señoriles. Boy las cosas han
cambiado y reina en la guantería la más desesperante uni-
formidad .
DE CONQUISTA
OiíOdro de O. Rilter de Cuzzardi
Parece que el buen militar se las há con una fortaleza con-
tra la cual nada pueden ^las estratagemas. La plaza es muy
fuerte y lo más probable será que tengaque levantar el sitio.
Por lo demás, el pintor se ha equivocado de vestuai-io, pues
no puede darse mayor modernismo que el del palmito de la
chica, con aquellos ojazos que están diciendo: ¡Te veol
-*-
LOKIS
POR I»IlOSI»EIlO IwíEERrRaÉE
(OONTIKnACIÓH)
— ¿Y mató el oso?
■ — Lo dejó tieso. No hay como los borrachos
para esos golpes. Hay, también, balas predesti-
nadas, señor profesor. Tenemos aquí hechiceros
que las venden á precios módicos... La condesa
estaba muy arañada, sin conocimiento, no hajr
para qué decirlo, con una pierna quebrada. Llé-
vansela, vuelve en si, pero la razón se había ido.
La conducen á San Petersburgo. Gran junta:
cuatro médicos emperifollados con toda clase
de condecoraciones. Dicen: — La señora conde-
sa está en cinta; es probable que su alumbra-
miento determinará una crisis favorable. Tén-
gasela en sitio donde haya buenos aires, en el
campo, suero, codeina... — Les dan cien rublos
á cada uno. Nueve meses después la condesa
da á luz un chico bien constituido, pero ¿y la
crisis favorable? ¡Mucho que sí! Eedoblamiento
de rabia. El conde le muestra su hijo. Esto no
deja nunca de producir efecto... en las novelas.
— ¡Mátalo! ¡Matad la bestia! — esto es lo que
dice; á poco no le retuerce el pescuezo. Desde
entonces, alternativas de locura estúpida ó de
n^ania furiosa. Tuerte propensión al suicidio.
Hay que atarla para hacer que la dé el aire;
son menester tres vigorosas criadas para suje-
tarla. Sin embargo, señor profesor, fijaos en
este hecho: cuando he agotado mis latines con
ella sin conseguir que me obedezca, tengo un
medio para calmarla. La amenazo con cortarla
los cabellos... Antaño, creo, los tenia hermosí-
simos. ¡La coquetería! hé ahí el último senti-
miento humano que ha subsistido. ¿No es esto
chocante? Si pudiese «instrumentarla» á mi
antojo, quizás la curaría.
— ¿Cómo es eso?
— Moliéndola á palos. Yo he curado de esta
suerte á veinte lugareños de una aldea donde
se había declarado esa curiosa locura rusa, el
aullido (1); una mujer comienza á aullar, su co-
madre aulla. Al cabo de tres días toda la aldea
aulla. A fuerza de sacudirles el polvo, he salido
con la mía. Coged una tranca y se amansan. El
conde no ha querido que lo ensayase.
— ¿Pues qué? ¿Queríais que consintiese en
vuestro abominable tratamiento?
— ¡Oh! ¡Pero si ha conocido tan poco á su
madre, y además, era por su bien! Mas, decidme,
señor profesor, ¿hubierais creído nunca que el
miedo pudiese hacer perder la razón?
— La situación déla condesa era espantosa...
¡Encontrarse entre las garras de un animal
tan feroz!
— Pues bien; su hijo no se lo parece. Aún no
hace un año se ha encontrado exactamente en
la misma situación, y gracias á su sangre fría,
salió del trance á maravilla.
— ¿De las garras de un oso?
— De una osa, y la mayor que se haya visto
desde hace largo tiempo. El conde quiso atacar-
la, chuzo en mano. ¡Bah! De un revés echa á
rodar el chuzo, agarra al señor conde y le de-
rriba tan fácilmente como volcaría yo esta bo-
tella. El, con astucia, se hace el mortecino... La
osa le huele, le huele, y luego en vez de despe-
dazarle le lame. Tuvo serenidad bastante para
no menearse y ella siguió su camino.
— La osa creyó que estaba muerto. Efectiva-
mente; he oído decir que esos animales no se
comen los cadáveres.
— Hay que creerlo y abstenerse de hacer de
ello el experimento personal; pero, á propósito
de miedo, dejadme contaros una historia de Se-
bastopol. Estábamos cinco ó seis al rededor de
una jarra de cerveza que acababan de traernos
detrás de la ambulancia del famoso baluarte
número 5. El centinela grita: — ¡Bomba! — Nos
echamos todos boca abajo; no, no todos, un tal...
pero es inútil decir su nombre... un joven ofi-
cial que acababa de llegarnos se quedó en pié,
teniendo el vaso lleno, hasta el momento que re-
ventó la bomba. Llevóse la cabeza de mi pobre
camarada Andrés Speranski, bravo muchacho, y
rompió la jarra; felizmente estaba casi vacia.
Cuando nos levantamos después de la explosión,
vemos en medio de la humareda á nuestro ami-
go que se echaba al coleto el último trago de su
cerveza, como si nada hubiera pasado. Creímosle
un héroe. Al día siguiente encuentro al capitán
Gedeonhof , que salía del hospital, y me dice:
— «Hoy cómo con vosotros y para celebrar mi
alta, pago el champagne.»— Nos sentamos á
la mesa; el oficialillo de la cerveza estaba tam-
bién allí. No se esperaba el champagne. Desta-
pan una botella cerca de él. ¡Paf! El corcho le
da en la sien. Da un grito y se pone malo. Creo
que mi héroe había tenido una medrana del de-
monio la primera vez y que si había bebido su
cerveza en vez de resguardarse era porque había
perdido la cabeza y no le quedaba más que un
movimiento maquinal del cual no tenía concien-
cia. En efecto, señor profesor; la máquina hu-
mana...
(1) Llámase en Rusia á la poseída, «no ou/tadoro, klik-
oucba, cuya raíz es klik, clamor, aullido.
56Ü
LA ILUSTRACIÓN IBERIÜA
— Señor doctor,-*-dijo un criado entrando en
la sala,— la Jdanova dice que la señora condesa
no quiere comer.
— ¡El diablo se la lleve! — refunfuñó el doc-
tor.— Ya voy. Cuando la habré hecho engullir
á mi diablesa, señor profesor, podremos, si os
tiene que ser agradable, podremos hacer una
partidita de preferencia ó de dcuratchki, ¿eh?
Exprésele mi sentimiento por mi ignorancia
y cuando se fué á ver á su enferma volvime á
mi cuarto y escribí á la señorita Gertrudis.
n
La noche era calurosa y habia dejado abierta
la ventana- que daba al parque. Escrita mi carta
y no teniendo ningunas ganas de dormir me
ABETOS
puse á repasar los verbos irregulares lituanos y
á buscar en el sánscrito las causas de sus dife-
rentes irregularidades. En medio de este traba-
jo que me tenía absorto, fué violentamente agi-
tado un árbol bastante próximo á mi ventana. Oí
crugir las ramas secas y parecióme que algún
animal muy pesado trataba de encaramarse en
él. Prpocupado aún con las historias de osos
que me había contado el doctor, levánteme, no
sin cierta emoción, y á algunos pies de mi ven-
tana, en el follaje del árbol, distinguí una ca-
beza humana, iluminada de lleno por la luz de
mi lámpara. La aparición
no duró más que un ins-
tante, pero el brillo singu-
lar de los ojos que se en-
contraron con mi mirada
impresionóme más de lo que
podría decir. Di involun-
tariamente un paso atrás;
luego, corrí á la ventana,
y, con tono severo, p.-eguiité
al intruso qué quería. Él,
sin embargo, bajó á toda
])risa, y cogiendo.se de una
gruesa rama dejóse colgar
y después caer á tierra, y
desapareció al momento.
Llamé; entró un criado.
Contóle lo que acababa de
pasar.
— El señor profesor se
habrá engañado, sin duda.
— Estoy seguro de lo que
digo, — repliqué. — Temo
que no haya un ladrón en
el parque.
— ¡Lnposible, .señorito!
— Entonces, ¿es alguien
de la casa?
El criado abrió un palmo
de ojos sin responderme.
Por fin, me preguntó si te-
nia que mandarle algo. Dí-
jele que cerrara la ventana
y me acosté.
Dormí muy bien sin so-
fiar con osos ni con ladro-
nes.í Por la mañana, aca-
baba de vestirme, cuando
llamaron á mi puerta. Abrí
y me encontré en presencia
de un guapo y arrogante
mozo cubierto con una bata
boukhara y teniendo en la
mano una larga pipa turca.
— Vengo á pediros mil
perdones, señor profesor,
— dijo, — de haber acogido
tan mal á un huésped como
vos. Soy el conde Szemioth.
Apresuróme á contestar,
que tenía, por el contrario,
que darle humildemente las
gracias por su magnífica
hospitalidad, y preguntólo
si Se veía ya libre de su ja-
queca.
— Casi del todo, — dijo. —
Hasta una nueva crisis, —
añadió con expresión de
t risteza. — ¿Os encontráis
*olerablemente aquí? Que-
red acordaros de que estáis
entre los bárbaros. No hay
que ser exigente en Samo-
gicia.
Aseguróle que me encon-
traba á cuerpo de rey. Ha-
blAndole, no podía evitar
que mi vista se fijase en él
con una curiosidad que yo
mismo encontraba impertinente. Su mirada te-
nía algo de extraño que me recordaba á pesar
mío la del hombre que la víspera había trepado
en el árbol... ¿pero cómo puede ser, me decía
yo, que el señor conde Szemioth se encarame á
los árboles de noche?
(Se amtiv liará.)
Traducción de A. O.
limSTIiCiOl: Ctnii, 3t¡j-Jti7, Üutii Itliiu, UiUr.— KesíriadM ios dereclios de propiedad arlisiica j lileraria.— Las m\mumr^ eo Madrid, al represeotaDle de esla Casa D. JlaDuel l'lá j Valor, Apodacj, 10, 2.*
— ) INSÉRTESB Ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL (
KsTAaLBcnnBirro TiroaKÁvtoo db B. Basidü..— Callb di Villarkoii., múm. 17, aKSAHCHB pb S&r ^tohio.— Barcbloh&.
SEMANARIO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
V\<Ȓ\'^
Año V
Barcelona 3 de Setiembre de 1887
Núm. 244
EL FAVORITO (Cuadro de J. Uinkadowlck)
562
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
S\l MARIO
TaxTO.— Madrid. Carta» á «< prima, por Fenwnflor.— Jíe-
I (eontinuicióD) , por Felipe ilaibé.—Dttde d moni-
•, por U. MutlDei BirrioniieTo.— £1 hijo dH rtgi-
•, por Federico Urrech*. — SxpMieión wutriUma de
GMb, por Patrocinio dv Bic<laM.-/fi> ta almal (poesU),
por F. MarUnei Ocoico.— Maestros grabados.— £oJbi« (con-
ilnoación), por Próspero ll«rtin<« (trsduooióa de A. O.^
GsiBtDOS— El farorilo.— Espejismo.— £jcp<Mici(Hi «uiriMina
<iK«Titac<a(M< (k Cddi*: El córtelo oflclsl rlaltaodo los pa-
ballones después del acto de apertura.— ifodrtd. Expoti-
tUm temeral d* FiUpmat: Usos j ooetumbres.— SI lago de
Como (dos grabados).— Baile de trajes.— /iti;(a«rra.' El pa-
lacio dd H<rdwlek (dnco grat>sdos).-E.\tátaa colosal de
Santo Tomás. — B^o las lilas.
M ADRl D
nj^^Tj^e A. 1^1 FKiJsaiA.
TEATROS Y CIRCOS
ÍMPIEZAN á circular por los diarios noticias
teatrales referentes á la próxima tempo-
rada; hé aquí los actores que probable-
mente trabajarán en Madrid y los teatros en
qae tendremos ocasión de aplaudirles: al Espa-
ñol vendrán Vico y Calvo; á la Comedia vuelve
Mario, y con él según todas las probabilidades
la Mendoza Tenorio; en la Zarzuela cantarán la
Cortés de Pedral y la Soler Di-Franco, en uuión
de Bergés, Soler y Subirá; en Lara veremos
este año á Lujan; en Apolo figura una compa-
ñía linca, de la cual forman parte la Hijosa y
Morales; en Variedades cuya compañía tradi-
cional se ha disaelto, representarán obras popu-
lares la Lucia Pastor y los Mesejos; tomarán
posesión de Eslava Julio Ruiz y Escriu; en
Price, como en los anteriores teatros, se canta-
rán obras alegres; y en Martin y en Novedades
habrá coros de chalas y literatura más ó menos
flamenca.
La temporada se presenta como la anterior;
difícil para la dramática seria: muy repleta de
traducciones francesas y abundantísima para
los que prefieren á las concepciones filosóficas
y á lo.s conflictos del sentimiento la franca y
alborotada ri.sa de los saineteros.
Cada vez se hace mas difícil formar una bue-
na compañía dramática que restaure las glorias
tradicionales de la escena española 3' cada día
se maestra la escena más desierta de autores
que escriban para el público literario; en cam-
bio el teatro como recreo de una hora, como
sustitución del cafó, la tertulia y la taberna va
ensanchando sus dominios asombrosamente.
Decididamente el público no busca emocio-
nes en el teatro, basca solo placer, olvido de las
penas.
Ha quedado, paes, el teatro reducido á dos
cosas; á los dramas terroríficos de Echegaray
que todo el mundo aplaude, admira, elogia y no
vnelver á ver y la» revistas de circunstancias,
crítica y chismografía escénica, especie de ga-
cetilla declamada y cantada, que no merece
iguales {>onderacione8, pero á las cuales el pú-
blico vuelve una vez y ciento hasta saberlas de
memoria.
Es una literatura que completa, por decirlo
asi, el tipo del madrileño castizo; éste tiene de
día el espectáculo de los toros; pero sus noches
estaban desiertas; ni Ayala, ni Tamayo, ni Eche-
garay, ni Cano, podían llenarlas... Una reacción
feliz hacia la España de D. Ramón de la Cruz
y una desdichada traslación del periodismo polí-
tico á la escena han venido á llenar esas noches.
Y ha suceílido lo que necesariamente debía
suceílen la pequeña literatura se ha tragado á
la grande, porque la pequeña está en la índole
de nuestro pueblo y la grande no. En tiempo
de Calderón y Lope de Vega los sentimientos
fundamentales de un teatro eran los del pueblo;
pero hoy que no tenemos sentimientos funda-
mentales ningunos, el pueblo se hastía pronto
de lo que no responde á las condiciones tradicio-
nales de su carácter. La espada y el crucifijo
han pasado, pero la guitarra no ha pasado ai\n;
y de padres á hijos se ha trasmitido como el
mejor alivio para desahogar el pecho. Siempre
hay un corro allí donde se canta una seguidilla,
pero si queréis despejar de gente un local, em-
pezad á leer un poema épico.
Como esta afición á la seguidilla y á la gui-
tarra nos viene de los primeros años, entende-
mos bien su lenguaje y acudimos á él como á
los gritos maternos. Además y por semejante
razón, somos aptos para copiar, remedar ó in-
terpretar lo chulesco en su verdadero carácter,
espíritu y gracia, mientras que difícilmente po-
demos elevarnos A la interpretación de senti-
mientos y personajes de otras nacionalidades,
de otras razas que no conocemos por la vida real
sino por la lectura de los libros. Así, pues, ve-
mos surgir cada día actores y actorcillos cómi-
cos, populares, castizos, de cuerpo y alma de
guri/xi, que traen toda la sal del arroyo sin que
les cueste esfuerzo verterla porque la tienen de
nacimiento. Casi todos los actores cómicos tan
queridos del público, verdaderas celebridades y
que llenan sus teatritos, no son propiamente ar-
tistas ni cómicos, sou Fulano de tal, hombre gra-
cioso por que sí, que hace gracia por lo mismo, y
que aunque quisiera no podría dejar de hacerla.
Cualquiera que sea el personaje que represen-
tan, son ellos y nada mas; su presencia, natu-
ralmente cómica, basta para producir efecto; en
la calle, sin hablar, nos hacen reir y solo cuan-
do se mueran dejarán de ser graciosos. Es que
Dios les ha concedido el don de un gesto, de un
falsete, de un desequilibrio físico cualquiera
ante el cual no es posible guardar compostura
ni seriedad. De esta nota repetida hasta el infi-
nito viven; porque la repetición en lo cómico no
es como en lo sublime; si en lo sublime produce
la monotonía, en lo cómico despierta siempre la
hilaridad.
Si vemos tanto teatrillo pequeño que prospe-
ra y si en todos esos teatrillos vemos compañías
relativamente aceptables y actores con reputa-
ción de notabilísimos, es porque, nacidos en ol
pueblo, educados en el café, connaturalizados
con las patronas de las casas de huéspedes, las
chulas y los toreros dominan el género que
representan. Al representar las obras de su re-
pertorio no fingen: viven su propia vida.
Por el contrario los actores de los grandes
teatros, los artistas llamados á representar las
concepciones superiores del talento necesitan
como primera condición transformarse de ca-
rácter, de actitudes y hasta de figura, adoptan-
do las de personajes cuyo mundo tal vez no
conocen. Tantas obras, tantas creaciones distin-
tas tienen que interpretar, fundamentadas no
en lo risible, grotesco y ridículo, sino en senti-
mientos íntimos difíciles de traducir y de expre-
sar por sus delicadísimos matices.
Y hé aquí de lo que realmente estamos nece-
sitados en ei teatro: de actores que nos repre-
senten hombres yno muñecos trágicos ó simples
caricaturas. Tenemos actores que dicen, gesti-
culan , accionan y andan admirablemente el
drama estentóreo y los tenemos que dan quince
y raya á los ratas originales; pero no los tene-
mos para interpretar comedias ó dramas en que
los personajes no sean energúmenos ó chi-
flados.
Si no es un drama de Echegaray no he visto
anunciada ninguna otra obra original, y la
temporada futura correrá sin grandes acciden-
tes. Lastimoso es el estado de la literatura dra-
mática; nacida del gran decaimiento de espíritu
en que están los autores. Los autores que aspi-
ran á triunfos solemnes y trascendentales no
saben qué dirección dar á sus producciones; el
público no les indica ningún camino por el cual
puedan marchar gloriosamente; un camino sin
Pobres chicas, sin Ratas, y sin música do Val-
verde y Chueca. La nota tremenda está gastada
y el público la tolera sólo en Echegaray, por-
que esta personalidad, síntesis de muchas cua-
lidades prodigiosas, le infunde supersticioso
respeto.
Al leer las listas de obras y de actores que
presentan las empresas se imagina uno que vol-
verán parala zarzuela sus buenos tiempos; pero
ya está visto que todos estos teatros que inten-
tan fijar al público con la música española
burguesa, honrada, honesta, tan apartada de la
ópera como de la tonadilla, vienen á dar en la
opereta parisiense 6 descienden hasta el cante.
Al fin y al cabo todo el Madrid que no ha ve-
raneado ha oído todas las noches, por una pe-
seta, en el jardín del Retiro, la mejor música de
los maestros italianos y alemanes. Pensar en la
resurrección de la zarzuela es pensar hoy en
que vuelvan los pantalones con trabillas y el
brasero.
Estamos muy lejos de aquellos tiempos en
que sólo podían aspirar á los laureles dramá-
ticos muy contados autores; y estos ya de reco-
nocido talento. Hoy el número de autores que
triunfan, es infinito, y casi puede asegurarse
una cosa, aunque parezca broma, y es que los
más famosos son los más desconocidos. En
efecto, si pregunta V. en cualquier sociedad el
nombre del autor de una pieza que lleva cien
representaciones, no encuentra V. quien se lo
diga. El teatro es de los pequeños y á la verdad
que ya era tiempo; siglos hacía que era de los
grandes.
Mas no censuremos este aspecto do nuestro
teatro; tengamos en cuenta, prima, que los que
van á estos teatrillos no irían al Español de
ningún modo; parte porque no entienden la
literatura seria; parte porque los precios de los
grandes teatros no están á su alcance. Además
si los autores de primer orden elevan el es-
píritu de sus contemporáneos, los autorcillos
populares están haciendo una obra meritoria:
impedir la completa disolución de la nacionali-
dad española.
He hablado de los precios de algunos teatros
y ciertamente que no hay motivo para criticar
los precios del Español ni de la Comedia cuan-
do vemos á nuestra sociedad elegante dar un
duro por una silla de Price en los días de
moda; siendo así que allí solamente se ve hacer
títeres.
Imposible parece que se pague tan caro el
aburrimiento. Algunos clown.s cuyo mérito prin-
cipal consiste en dar y recibir pescozones; al-
guna pantomima que hace reir á los hebés y
algunos ejercicios en el trapecio, ni más ni me-
nos arriesgados que los que siempre hemos
visto; hé aquí Price. Sólo, realmente, ofrece un
espectáculo interesante, y por su naturaleza
siempre nuevo, Mr. Seeth, el domador de leo-
nes, cuya despedida se ha verificado ayer.
Mr. Seeth es un hombre joven, alto, de gallarda
figura, que muestra en sus actitudes tener con
ciencia de la importancia de su trabajo y del
efecto que su valor produce en el público. No
puede menos de mirársele con cierto respeto,
como á un hombre cuyo trágico fin está pre-
visto y será inmediato. En su jaula hay leones
de varias edades y de varios caracteres, sin
duda. Algunos son ya viejos; dóciles, están acos-
tumbrados á su voz, se rinden á ella cariñosa-
mente, y más que leones diríase que son jjerros
de Terranova. A éstos los coge, les abre las
fauces, les trae y los lleva arrastrándolos, sin
que ellos muestren enojo jji cólera. Hay otros,
más jóvenes, rebeldes aún, pero temerosos ' del
hierro y del látigo; que obedecen con ceño y se
resignan difícilmente á los varios ejercicios que
el domador les impone; y otros, por fin, hay
también, que obedecen; pero con rugidos de fu-
ror, alargando hacia el domador sus cuellos me-
lenudos, abriendo feroces la ancha boca y esti-
rando la garra y dando zarpazos que algunas
veces casi llegan á tocar la diestra amenazadora
de Mr. Seeth... Pero todos estos leones, cuando
él lo quiere, se acuestan, se alzan, se ponen de
pies, saltan sobre su cabeza, pasan bajo sus
piernas, trazan curvas y círculos correctos, re-
ciben ef fuego de los pistoletazos que les dispa-
ra, y siempre amenazadores y obedientes, siem-
pre hacen temblar y horrorizarse al público sin
estremecer ni turbar á su domador ni un solo
momento.
La fuerza de Mr. Seeth está en su actitud y
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
563
en su mirada. Los leones le miran y bajan los
ojos; le ven que no tiembla y tiemblan. ¡Des-
graciado de Mr. Seeth el día en que sus pasos
vacilen y sus ojos se turben!
No hace mucho tiempo los diarios dieron
noticia de la muerte de Agop. Este hércules
fué el ayudante de Nouma-Hawa, la célebre do-
madora; con ella compartía el cuidado de su
colección de leones. Un día se echó de menos
al ayudante, y habiendo preguntado á Nouma-
Hawa por él, ella dio varias razones que dis-
culpaban su ausencia; pero añadió: — «Agop,
de todos modos, concluirá mal; les ha tomado
miedo á los leones; yo se lo he' conocido y ellos
deben habeilo conocido también. Si no deja este
oficio morirá en él. Nuestro secreto es fácil de
adivinar; consiste en no tener miedo. No se
doma á los leones; se presenta uno á ellos; deci-
dida, impávidamente, la primera vez. Entonces
se aterran y retroceden. Están vencidos. Agop
se ha puesto á temblar dentro de la jaula; los
leones lo han visto; y además grita demasiado;
no tiene bravura sino fanfarronería, y eso no
basta. Cuando un domador empieza a temblar,
ó se retira ó muere.» En efecto, Agop no se re-
tiró y murió destrozado en la jaula.
Esta teoría es exacta porque se ha visto que
han entrado en la jaula de los leones personas
que ellos no conocían, habiendo podido retirar-
se incólumes.
Una de las leonas de Mr. Seeth deja en Ma-
drid algunos leoncillos; varios de estos fueron
rifados y otros han sido adquiridos por algu-
nas damas de las que frecuentan el jardín del
Buen Retiro y que les llevan en brazos como
falderos. Parecen perritos, así de pronto, pero
luego se ve que son nietos de los reyes del
desierto.
— ¿Qué piensa V. hacer con el león cuan-
do crezca? — le preguntaron á una do aquellas
damas.
• — Encargarle de recibir á mis acreedores.
Es novelesco, bonito y elegante, tener un
león; pero no debe ser grato preguntar por los
niños de la casa y oir por respuesta:
— ¿Sabe V. lo que ha pasado? pues nada, que
Sultán se los ha comido.
Pero todos estos leones tienen asegurada su
jubilación; los comprará el ayuntamiento para
terror de las nodrizas y bebés que pasean por el
Parque de Madrid.
Y se podrá repetir el caso de aquel niño que
viendo en la Casa de Fieras el antiguo león,
viejo, flacucho, anémico, de ojos tristes, insen-
sible á las palabras y las injurias de los extra-
ños, exclamó:
—¿Mamá... este león... es el de España?
Tuyo,
Fernanflor.
m— ■
RECUERDOS
(OONTINnACIÓN)
Por fin, el astro del día quedó triunfante en
la lucha. El azul purísimo del cielo inundó con
su radiante esplendor el horizonte. Los rasgados
cortinajes de la niebla se perdieron lentamente en
el espacio, y allá, al final de aquella larguísima
pendiente, y á derecha é izquierda de la carre-
tera que blanqueaba entre verdes prados y árbo-
les frondosos, se divisaron los primeros jinetes
de la vanguardia exploradora, seguidos á distan-
cia de la línea avanzada de patrullas, que pre-
cedían á la segunda línea de secciones de con-
tacto, y más cerca el grueso de la fuerza restante
de caballería, que marchaba por la carretera.
í'íí'^^S^
ESPEJISMO (Acuarela de C. Combes)
¡Hermo.so espectáculo que nunca olvidaré!
Aquellos jinete.s lejanos que marchaban á la ca-
beza de todas las fuerzas de la división, eran,
por decirlo así, los ojos penetrantes de aquel or-
ganismo de combate que habían de señalamos la
presencia del enemigo.
Según pude entender, por noticias cogidas al
vuelo, operábamos en combinación con las fuer-
zas de otra división, que se dirigían por nuestro
flanco izquierdo, para verificar su enlace con la
nuestra en aquel mismo día. Con este motivo, se
proctiraba mantener expeditas las comunicacio-
nes entre ambas, destacando al propio tiempo
exploradores por nuestro flanco derecho, que po-
día ser el más amenazado, prestando también la
infantería el penosísimo servicio de flanqueo, y
formando unos y otros, 'con los e.xploradores de
la vanguardia, una cortina lejana é impenetra-
ble al enemigo que garantizaba la seguridad de
la columna.
Indudablemente se debían tener algxinas no-
ticias recientes de la proximidad del enemigo,
porque se redoblaban las precauciones cada
vez más. A cosa de las doce de la mañana, un
oficial de la vanguardia exploradora, seguido de
un ordenanza, avanzó á la carrera hasta nos-
otro.s para dar aviso al general de la presencia del
enemigo, que se había divisado á lo lejos, y dar-
lo los primeros detalles vistos respecto á su fuer-
za y dirección . A los diez minutos , empezamos
á percibir débilmente los primeros disparos de
nuestros jinetes, que señalaban el avance del
ejército contrario. El general se adelantó al ga-
lope hasta la meseta de una colina, situada á la
izquierda de la carretera, para observar desde
allí los movimientos del enemigo y tomar las
primeras disposiciones para el combate.
Confieso con franqueza que en aquellos mo-
mentos angustiosos, sentí correr por todo mi
cuerpo una cosa extraña; muy parecida al mie-
do; que por fortuna desapareció en seguida ante
la admiración que me produjo la grandiosidad
del espectáculo.
La caballería exploradora desplegó sus flan-
queos, adelantó sus patrullas y continuó su
marcha, arrollando con bravura las descubiertas
enemigas, hasta que, encontrando una serie re-
sistencia , formó en orden de combate , tomando
posiciones, mientras fueron llegando las fuerzas
de infantería de vanguardia que, apoyándose en
aquel primer escalón, desplegaron sus guerrillas
formando su línea de sostenes y reservas, y rom-
piendo un vivo fuego de fusilería contra las nu-
merosas avanzadas contrarias.
La batería de vanguardia, dejando la carre-
tera, enderezó su marcha rápidamente hacia la
colina ocupada por el cuartel general.
Envuelta en un torbellino de polvo, llegó cer-
ca de la posición, desplegó en batería, avanzó las
piezas á brazo, colocándolas en punto convenien-
te, y rompió sus fuegos contra las líneas ene-
migas.
En el mismo instante en que nuestras piezas
se emplazaron en batería, coronaba sus posicio-
nes la artillería enemiga. Pero, iniciaron las
nuestras el fuego, con tal acierto y buena fortu-
na, que sus proyectiles empezaron á caer entre
las piezas contrarias, antes que éstas nos causa-
ran daño alguno.
Desde la cima de aquella meseta pude distin-
guir á mi placer, en los primeros momentos, los
puntos que ocupaba el enemigo y las posiciones
sucesivas que nuestras tropas tomaban en su rá-
pido despliegue. Cuando ya la lucha se había ge-
neralizado algo más, el humo de la pólvora me
ocultó las peripecias del combate, y el estrépito
incesante del cañón me ensordeció por com-
pleto.
II
EL MIEDO
Las granadas enemigas empezaron á causar
bastantes bajas entre nosotros, y, á decir verdad,
me arrepentí como de mis pecados, en aquella
ocasión, de haberme metido donde no me llama-
ban, y encontrarme en trance tan apurado. Algo
de esto debió leer en mi semblante el general,
cuando una de las veces que volvió la cabeza para
dar una orden, me preguntó si quería encargar-
me de organizar á retaguardia un hospital de
sangre, poniendo á mi disposición las ambulan
cias sanitarias.
Con mil amores, mejor dicho, con doscientos
millones de amores, acepté la proposición, tanto
más, cuanto que la casualidad quiso favorecerme
dejando libre á nuestra derecha, y á mi parecer
fuera del alcance del fuego enemigo, mi caserío
de Fuentesdaras. Un ayudante me condujo fue-
ra de aquel infierno, me presentó al jefe de Sa-
nidad, y al cabo de hora y media instalé en mi
propia casa un cómodo hospital de sangre, enar-
bolando sobre el tejado más alto una gallarda
bandera blanca, con su cruz roja, que decía á
voz en grito: ¡Aquí no se debo tirar! Esto no im-
pidió que algunas granadas enemigas tocaran en
el edificio, pero sin causar desgracias ni daños
considerables.
(Se concluirá.)
Felipe Mathé
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566
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
DESDE EL MANICOMIO
(Mtmólogo r«pr«sentnbU sin camisa d* ftmrsaj
Ka copu
Esta que escribo á vuela pluma y sólo para
que tú la leas, me está pare-
ciendo que ha de llamar mu-
cho la atención de las gen-
te*, porque se dinln mirán-
doa©, burla burlando, con
risas 7 lástimas:
—Oh^e, ¿no ves? ¡La carta
de un loco!
Si yo no te tuviera aún
respeto, diría que la loca
eree tú; pero loca de remata;
tan loca, que tratas de vol-
verme el sentido y se lo has
de volver á todo el mundo,
hasta se lo volverás á ese.
Pero no quiero hablar aquí
ahora de tu sentido ni del
mío, sino explicar muy claro
el por qué la gente leerá mi
carta, la comentará después,
é irá de este al otro lado con
el documento y con mi nom-
bre de boca en boca, cuando
es la verdad que sólo está la
carta para ti escrita, sin quf>
ningún humano 6 divino,
que para mi es igual, debiera
traslucir, en su Wda mortal
6 eterna, la noticia de que te
escribieron y de que fui yo.
Cierto es que nadie debía
traslucirlo, pero como la lo-
cura mía la has causado tú,
y gusta al verdugo enseñar
el tomillo con que agarrota
y el hacha con que cercena,
por esa misma causa tú can-
tarás á grito |)elado, para
que los sordos te oigan, que
yo te escribí una carta, y que
en ella te dije lo de más acá
y lo de más allá, queriendo
demostrar así que mi locura
es de remate y locura sin
cura... ¡Ay, Dios mió! ¿Por
qué me duele el alma pen-
sando en que tus angelicales
dulzuras de otros días se
convirtieron en odio contra
mí, cuando si es verdad que
me volví loco fué por tu ca-
riño!... ¡Loco!... ¡Loco yo, que
tan cuerdamente expreso mis
ideas!... ¡Loco yo, que vivo
en este palacio encantado de
piedras preciosas y de co-
lumnas de orol...
¿Tú no has visto mi pala-
cio? Yo te lo describiría aquí
con BUS pelos y señales... ¡ya
ves qu»'í barbaridad, qué ex-
rrav;i^';iiiria! df-cirque un pa-
l;i<¡.i tifiK; jK-los. En fin, vos-
1 1 s, \<)H (^e estáis en f\ uso
. ..I.iil de la razón, lo decís asi,
y no e« posible que Un loco
lo diga mejor que un cuerdo.
Te describiría, pues, mi
palacio con sus i)elos y se-
ñales, si yo supiese que ibas
á comprender la explicación;
porque tengo la seguridad
de que, lacrimosa y compungida, y ocultando
la risa que por dentro te retozara, ocuparíaste
en pensar que un loco solamente puede escri-
bir locuras y no de fijar el ¡)en8amiento mesu-
rado y afanoso para entender «i alguno cuerdo
encontrabas en lo qne el demente dijera... ¡Ay,
santa de mi Hlmal... iSienijire que i*; voy á de-
cir santa me acuerdo de los demonios y viene
á mis labios la palabra: «¡maldita!» Pero, ¡qué
quieres, ángel de mi corazón!... Siempre están
mis labios próximos á acogerse á la santidad,
antes que al infierno. ¡Si hubiese alguno que
me pudiera definir lo que tienes tú de culebra
y lo que tienes de ángel!... Se me figura en oca-
siones que te veo la cola de escamas, con ani-
llos azules, que me aprietan, que me están aho-
O
LE
gando, y las alas do nro refulgentes, que me
acarician, haciéndome aire en el rostro, un aire-
cilio perfumado y mareador, como aquel de la
primera rosa que deshojamos juntos.
A tí no, ¡á mi madre! á mi madre, que es más
buena que tú, á esa es á quien yo debía contar
mis alegrías... porque yo estoy alegre, ¿lo sa-
bes? Yo estoy alegre, y no me desmientas que-
riéndome probar lo contrario y diciéndome que
sufro, porque seria capaz do destrozarme ol co-
razón con las uñas, de rabia de quererte tanto.
Si j'o estoy alegre, ¿por qué has de negarlo tú?
No, no... ¡madre de mi alma! que ella me ha
vuelto el juicio; ¡dile que nol ¡Que yo estoy
contento, que huya de mis insomnios, que yo
no la vea, que me ahoga!... ¡Madre, madre, quo
me ahoga!... Pero, ¿no ves? ¡Si es que me aho-
ga la risa!... ¡Y dices que no estoy alegro!...
Tengo yo un palacio... verás; pero procura no
enterarte, ¡ay, no!... que te adoro aún, 3' no
quiero que te mueras; porque te morirás, ¿tú
sabes? ¡Habrás do morirte despacito, muy des-
pacito, asi como la envidia se va agarrando al
corazón! Pero no quiero que te mueras. ¡Pobre-
cita! ¡Tienes los ojos tan dulces! ¡Si vieras tú
como parece que me miran muchos ojos, mu-
chos, iguales quo los tuj'os, en las noches apa-
cibles, cuando está el cielo cuajado de estrellas!
jNo, no te mueras nunca! ¡Eres la mujer que yo
había separado de las otras, para poner en tus
entrañas mis hijos, unos niños y ilnas niñas
con los cabellos dorados y los ojos azules, ves-
tiditos de seda blanca y con alas do hojas de
flores muy tenues, muy finas, muy suaves, como
para que pudieran volar y venir á este jialacio
ecr-antado, que hice yo, de piedras preciosas y
de columnas de oro!
Es grande mi palacio, grande como ninguno
de esos de la tierra mezquina; lo he construido
sobre le veleta de la torre que hay en el jardín
del manicomio; por este motivo, gira mi palacio
á todos vientos; es un gran espectáculo, variadí-
simo siempre, el que desde sus miradores se
distingue; estos miradores fueron labrados, de
mi orden superior, por un artífice que vestía
hopalanda azul y bonete rojo; son las maderas
de un árbol que yo sembré, cuando pasaba to-
davía por cuerdo; están tachonadas con grana-
tes, perlas y záfiros. No diré cómo están las
habitpciones del palacio disitribuídas, porque
sería de muj' difícil comprensión para un míse-
ro cuerdo, pero sí haré constar, para asombro
de quien mi carta lea, que tengo por habitacio-
nes en el alcázar, un ciólo, una mazmorra, una
casa de locos, una guardilla, un infierno y un
limbo.
La habitación del cielo es para meterme en
ella, cuando me doy á pensar en tí; la mazmo-
rra, para cuando me dedico á indagar lo negro
que de pronto se pondría tu corazón puesto
que así me matas y tan divino era; enciérrome
en la guardilla, al pensar en las causas de
tu abandono; caigo en el infierno de cabeza, al
recordar todas las bondades tuyas, sin expli-
carme el motivo de tu súbito horror á un cari-
ño por el que tantos sacrificios hacías; es el
limbo para pensar en tus inocencias, tus casti-
dades, tus rubores, y la casa de locos... es la
tuya.
En mi sala del cielo he mandado colgar un
columpio: es el columpio una bella concha de
nácar fina; la fileteé de diamantes, recordando
el brillo de tus ojos; sostiénese la concha como
tú te sostenías al amarme, con dos hilos muy te-
nues, uno de lágrimas y otrf de ilusiones; com-
paro á esa concha contigo, ¡pobre amada mía!
¡algo grande jicsó sobi-e ti, y aipiollos hilos mis-
teriosos de ilusiones y lágrimas se hicieron pe-
dazos! ¡Quo misterio más triste la evolución
tuya!... Por e.so yo me columpio siempn! metido
en mi r.oncha, pensando en tu carácter y viendo
á mis pies, do rodillas, la corte grandiosa de
damas, pajes, escuderos, monos y demás gente
menuda que tengo bajo mi santa autoridad.
Mis favoritos, los que gobiernan mi palacio,
mi pensamiento y mi corazón, son tros: un ge-
nio, un ángo! y una sirena. En las tardes pláci-
das de estío, cuando el sol va declinando .suave-
mente y susurran las brisas dulces quejas de las
quo yo te contaba al oído en un tiempo en que
tú solías llorar de emoción oyéndome; cuando
allá lejos miro las olas del mar estrellarse blan-
damente sobre los guijarros y las arenas do la
playa, rodéeme entonces de mis favoritos, en-
ciendo los hilos de mi columpio, on llamaradas
de pasión y alegría, iluminase la concha con los
colores del iris, y con cierta original batuta que
hice yo con la canilla de un muerto, dirijo la
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
567
gran sinfonía monstruosa de mundos que esta-
llan, rayos que vibran, planetas que chocan,
infernal baraúnda donde sacude la serpiente su
larga cola, ruge ol león, el tigre brama y vuelan
por los espacios sobre mi cabeza con aleteo que
trepida como el rugido de las tempestades, en-
driagos y alimañas feroces; todo lo cual sale de
mi cerebro atropelladamente cuando toco j'o en
él con la punta de la varita de la virtud. Decli-
na en esto la tarde, llega la noche, surge la
luna, doy una orden á mi genio favorito, saca
una llave de acero dura como mi constancia y
brillante como tu artificio; sube el genio en mis
hombros, abre una puertecita que tengo en la
mollera y entonces... ¡Oh! De mi meollo que pa-
rece una caja de rapé, esperando las puntas del
índice y pulgar de cualquier sujeto, sale humo,
mucho humo, después unas llamitas azuladas y
tú al fin, vestida de blanco, igual que aquellos
niños de tus entrañas, de ojos azules y cabellera
blonda. ¡Tú eres, sí, santa de mi alma, tú eres,
y yo me hinco de rodillas y te rezo y te imploro
y te pido perdón y tú sonríes y yo beso llorando
la túnica flotante que te envuelve! ¡Te veo allí,
con sonrisa de ángel triste, resignada, llorosa,
desbandado el cabello en señal de luto, humilde,
buena, con los divinos ojos de mi corazón alza-
dos al cielo, las manos cruzadas en ademán de
súplica, la carita pálida como de muerta y tie-
nes flores en las manos y corona blanca en la
frente, todo niveo, poético, emanando suave
perfume de gloria, entre nubéculas que flotan
como el incienso y la ilusión... y nos metemos en
la concha del columpio, nacarada y con filos de
diamantes y vamos columpiándonos embebidos
en dulces gozos, teniendo como arrullo de nues-
tro embeleso pvirisimo de amor, aquella gran
sinfonía tremenda do mundos que estallan, ra-
yos que vibran... hasta que. los hilos del colum-
pio se parten, la concha se hunde, nos estrella-
mos y abur Perico.
Otras veces, hago que surja el mar delante
de mí; veo sus olas azules, con ráfagas de oro,
de los reflejos del sol, y plomizas con los tonos
de las nubes; las olas cantan dulce melodía,
como aquellos gorjeos tuyos entonados en mi
oído, y yo vuelo mientras tanto por los aires
sobre el mar arrullador, y vuelo solo porque
procuro alejar á mis favoritos. El genio enca-
rámase en una peña; se monta el ángel en una
nube y la sirena se tira al mar, y va entre las
aguas, sonriente y divina, con aquella hermo-
sura fantástica y aterradora, como la que tii
tienes. ¡Es una sirena creada por tu modelo!
Escóndese do pronto entre las aguas, flota allí
con suavidad, culebrea diestramente y deslum-
hra la vista un esplendor, — como el de tus ojos,
— que brota de aquel medio cuerpo suyo de
escamas.
Yo vuelo y sigo por los aires; llevo en una
mano mi palacio, para cuando qtiiera sentarme
á descansar en un columpio de la sala del cielo,
y en la otra mano, la última carta tuya, que
me parece, — aunque ol símil lo creas tonto, —
un altar socavado.
Deténgome á lo mejor en las alturas; y al
momento, sin que yo lo ordene porque ya están
acostumbrados, el genio dicta desde la roca, el
ángel escribe con pluma de oro en el cielo, y la
sirena canta en el fondo de los mares. ¡Cuántas
lágrimas! ¡Cuántas amarguras! ¡Cuántas pasio-
nes veo yo en esos cantos populares, quejum-
brosos y dulces; ardientes como el beso meridio-
nal; agudos como la daga milanesa; rítmicos y
fantásticos como canción morisca; rumorosos y
embriagantes como las brisas perfumadas do
Ivaconia; esos cantos de tu país, ¡el país do los
viejos castillas romanos! ¡Las mezquitas mo-
ras! ¡Las catedrales cristianas!
Sigue la sirena cantando mientras yo no le
ordene otra cosa. Si pienso cu tu corazón y en mi
constancia,
•Agilita que cae— cae,
cécate ya en donde brotes,
que es mentira que la piedra
^o ablande á fuerza de golpes.»
Cuando se fija mi pensamiento ardoroso en
la situación horrible de que tú murieses sin yo
estar á tu lado; sin yo velar tus noches de deli-
rio, de rodillas ante tu cama; sin yo cerrar tus
ojos después de muerta. ¡Dios mío!
• lEl dl>i que tú te mueras
que guarden el cementerlol
Ño quiero estar en presidio
por profanar á los muertos.»
También tengo celos; también me acomete
de tarde en tarde, algo así, como desesperación y
vértigo de horrores; algo que metaliza mi voz
para que se convierta en rugido vibrante;
¡pienso en mi madre! ¡En tí! ¡En que hay otros
hombres!
EL LAGO DE COMO: TORNO
Si como ráfaga de centella ilumina mi ima-
ginación el recuerdo de la noche que pasaste
por mi lado, tranquila y dichosa, la vez primeru
que te vi después de tu abandono, tiene enton-
ces la copla algo de lúgubre y sollozante:
■ iCuando pasó por mi lado
la vio de reír la gente,
y un poquito más arriba
cayó muerta de repeiitel»
■ fulebrilias tengo, imadrel
liadas al corazón.
Yo la quiero y quiere á otro...
iArráncamelas, por Diosl»
Un día, yo no sé cómo
cantó la sirena, pero me
hizo mucho daño, mu-
cho, santa de mi vida;
no puedo definir lo que
encontraba en sus can-
ciones. ¡Ay, qué marti-
rio! Yo no tenía ya de-
seos ningunos; cesé de
dar vuelos; tan distraí-
do iba, que por poco si
caigo al mar al encoger
un ala; estuve en una de
las habitaciones de mi
palacio y me puse más
triste todavía; era esta
habitación la de la casa
de locos.
Tu padre, adusto el
ceño y paseándose con
las manos cruzaditas
atrás:
— Ya ves que no es
posible que á él te unas,
es un asesino; ha incen-
diado y ha matado; el
otro día se comió de un
golpe media docena de
muchachitos que iban al
colegio agarrados de la
mano; por cierto que
uno de ellos, que no
sabía bien la lección, la
iba repasando cuando
cayó al estómago.
Tu mamá, abanicán-
dose con mucha fuerza:
— ¡Qué sería de tí, con
un hombre que se come
á los niños crudos cuan-
do van á la escuela y
todo!
Tu hermana, muy se-
ria, muy ceremoniosa:
— ¡Vaya con la niña!
¡Querer á un hombre
que para quitarse el
sombrero, lo coge por
el lado y no por el fren-
te! ¡Que se ha dejado
el bigote y se afeita la
barba! ¡Que al sentarse
un día, dobló el cuerpo
un poco!... ¡Vamos, mu-
jer, no seas loca!
El gato:
— Miau... Miau; que
equivale á decir: nada;
que ese hombre no te
conviene.
El perro:
— Guá... guá, que se
traduce. — Niña, evite-
mos un disgusto.
Cuando yo vi la ma-
nera que tenían todos
de acosarte porque me
odiaras, salí muy triste;
por eso me hacía tal
impresión el canto de la
sirena.
— Cállate, — la dije de mal humor.
— No me da la gana, — repuso la traidora, — •
y con liviano movimiento, se hundió en el mar:
sacó luego la cabeza y el busto, llenos de perlas
y espumas y siguió cantando la muy bribona:
Cuando me muera, te pido,
por Dios que me des un beso,
para que no esié en la caja
penando después de muerto.
BAILE DE TEAJ
iro de Schweninger)
570
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
Detda qua tú no me qnteres
mi eoniiAn es «F mar;
qoa las pesai cual las olas
unas Tleoen y otras van.
Al Udilo del orgnllo
Kembraron el sentimiento:
lloraban allí las Botes. ..
y nació tu primer beso.
Hice yo de tu cariño
barco para navegar;
era muy chiquito el barco
y naufragó eu alta mar.
Sotidrillos de la tierra
son las flof«s cuando brotan;
y son lo« snupiroe tuyos
*;üu^pii os de muitea-iocaí
Quisiera yo publicar
coMliss que están gnsrdadas.
escribiéndolai cou.san^re
eu las nieves de tu cara.
Lo que yo Inch* y sufri
para darte el primer beso,
lo tiene Dios «puntado,
con rayitas eu el cielo.
Al Padre Santo, mi crimen,
llorando le confesé;
y el Padre Santo me düo
que te matara otra vez.
¡Ah, pérfida sirena, como se burlaba y se
burla aún de mi corazón llagado! Desde el día
qne se rebeló contra mi autoridad, no deja de
atontarme un minuto con sus coplas, que yo no
sé de dónde saca, porque al ángel le he roto la
pluma para que no escriba y le ha cortado la
lengua al genio para que no hable. Yo tengo
que oiría y me desespero, me vuelvo loco, no;
la sirena dice esas cosas, de envidia que tiene á
INGLATERRA. -tL PALACIO Db HARUWICK; ÁNGULO DE LA GALERÍA DE PINTURAS
la muchacbita de corona de flores' en la frente
de cara umarilia y suave como las hojas de los
lirios; de manos cruzadas que piden á Dios mise-
ricordia por mí. Xo tengas tú cuidado, sirena in-
fame; huyes constantemente, zambulléndote en
el agua }• cantando; huye.s y haces bien, porque
como te coja, te doy ahogadiUo, por meterte en
camisa de once varas. Quedáronse para mi con-
solación el genio y el ángel, — un par de buenos
chicos. — Cuando después de mis furias, voy
entrando en calma, y me da por el sentimiento,
y se me encoge el corazón ante la idea de aque-
llas dulces horas de amor bendito, como yo
estoy loco y los locos no lloran, digo al ángel
qne llore mis penas. Y al ver sns lágrimas
me alivio mucho, porque me acuerdo de la Vir-
gen y me acu'-nlo de Dios.
El genio se dedica á otras faenas.
Le da betún á mis botas.
M. Martínm Bakhionlkvo.
■ «
EL HIJO DEL REGIMIENTO
Vivaqueamos sobre el llano de Albatera, que
nos había costado diez horas de combate y mil
seiscientas bajas entre muertos y heridos, y en-
tre el cendal de la noche se rompía la oscuri-
dad aquí y allá por las hogueras que encendían
las compañías para condimentar el rancho. ¡Ran-
cho melancólico comido entre las tristezas de la
derrota y la fiebre de la revancha!
El coronel, el comandante y tres capitanes
paseaban cerca, llegándose de vez en cuando al
fuego que habíamos encendido y restregándose
las manos amoratadas por el frío. Luego seguían
su paseo y se alejaban, oyéndose de vez en
cuando la voz un poco cascada, pero dura, del
coronel Pozazal que decía:
— ¡Si no se hubiese retrasado la caballería!...
La caballería se había retrasado, efectivamen-
te, *bien por culpa suya ó por imprevisión del
cuartel general; lo cierto era que cuando el cuar-
to regimiento del segundo cuerpo empezó á fla-
quear diezmado por la artillcrín, esperó iiii'is de
media hora á que llegara, 3' cuando ya jiasó
como una tempostiid de hombres, do caballos y
de hierro, la derrota era inevitable. Formamos
en batalla poco después para ser revistados por
el general en jefe, y no recuerdo haber visto
nunca palidez semejante en rostro humano, como
la que cubrió el del acartonado coronel Pozazal
cuando el general en jefe dijo señalando con el
sable desenvainado hacia el cuarto regimiento,
inmóvil á pocos pasos, aquellas memorables pa-
labras:
— ¡Mañana veremos lo que hace ese regimien-
to, coronel!
Se vería; no hubo un solo soldado que no se
sintiese avergonzado de oir al general, ni quien
no creyese humillantes las sonrisitas burlonas
de los oficialetes del Estado mayor. El coronel
estuvo callado hasta que el general hubo pasa-
do, y luego dio un golpe iracundo con el puño
del sable sobre la perilla de la montura, y re-
volvió el caballo hacia nosotros, exclamando con
acento enérgico:
— ¡Mañana se verá, muchachos! ¡rompan filas!
Rompimos filas y como se echaba á más an-
dar la noche vivaqueamos allí mismo. Estába-
mos helados hasta los huesos, y entre los de
la primera compañía hicimos una hoguera, en
derredor de la cual nos sentamos con los capo-
tes subidos por cima del cogote. La plana ma-
yor se había metido en la tienda del coronel, y
en el silencio de la triste noche de los vencidos
sólo se oían los alertas de la primera línea. De
vez en cuando pasaban los sanitarios con una
camilla en dirección de la aldehuela de Escuer-
navacas, donde estaba el hospital de sangre,
casi á doscientos pasos de nosotros.
Con tres troncos se improvisó la cocina, y de
ellos fué colgado el perol en el que fué echando
las patatas mondadas el esclarecido Madrépo-
ra, á quien llamábamos así por un ramo de san-
gre que tenia en el carrillo derecho. Tenía el tal
primorosas manos para toda clase de condimen-
tos, hasta el punto de que nos lo envidiaran las
demás compañías del cuarto regimiento, y solo
él podía hacemos agradable el rancho después
de las palabras del general en jefe.
Sobre las patatas cayeron los granos de arroz
y el tocino añejo, y hasta una docena de pimien-
tos que el sargento Monzón había sacado, no se
supo de dónde. Y entre la lluvia finísima ó in-
sistente, sacudidos por el viento frío que sopló
aquella noche sobre el llano de Albatera, comi-
mos el rancho que había de damos fvierzas para
que el general viera al día siguiente lo que sa-
bía hacer el cuarto regimiento del segundo cuer-
po de ejército.
II
¡Ay, hondos pensamientos del vivaqueo antes
de la pelea, y cómo y con qué ímpetu surgieron
la noche aquella en íoscserebros de los vencidos
del cuarto regimiento!
Aquél no acabará de digerir las patatas que
come, éste no acabará en paz el sueño que co-
mienza al tibio resplandor del fuego del vivac,
y ninguno de nosotros podría decir ahora que
mañana no concluirá la jornada en el hospita-
lillo de Escuernavacas. Él problema de la muer-
te se presenta entonces por modo más punzan-
te, y los alientos se abaten y las energías se
desploman. En el wañnvn veremos del general
en jefe había para todo el regimiento algo más
terrible que la dura verdad: la incertiduinbre.
Comían también en la tienda del coronel,
cuando do pronto oímos la voz enérgica de éste
que decía:
— ¡Madi'épora! ¡uno aquí enseguidiil
Corrimos seis ó siete. En el fondo de la tien-
da se agrupaban los oficiales en torno del
abanderado, que sostenía en los brazos un chi-
quillo medio envuelto en una manta. ¿De dónde
había salido aquel monigote rollizo y coloradote
que se mordía los ¡)uños llorando desesperada-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
571
mente? Probablemente lo habría llevado alguna
desdichada de Esciiernavacas, y la oficialidad
sintió el llanto desde la tienda.
El coronel Pozazal, con el bigote erizado por
el mal humor, entregó el chicuelo á Madrépora
y le dijo:
— Llévate eso y encárgate de ello, que ahora
irá el pater á echarle el agua.
Nos volvimos al vivac con aquel rollo de car-
ne que seguía protestando contra su nueva fa-
milia. Madrépora, tan hábil en guisar el coti-
diano rancho no sabía acallar gimoteos de recién
nacido, y no hubo poder humano que consolase
4 aquel caballero. Cuando vino el padre Manza-
neque, capellán del regimiento, y lo bautizó en
un verbo, empezaban á romper por cima de las
tierras de Escuernavacas los primeros estreme-
cimientos de la luz del nuevo día. Madrépora
había encontrado un cuartillo de leche no sé en
dónde, y, por medio de un ingenioso artificio
terminado en un tubito de goma que le habían
facilitado en la sanidad, acallaba el hambre fe-
roz de Marcialillo, que este era el nombre del
sin ventura apadrinado por el regimiento.
Cuando á las cinco de la mañana se tocó ge-
nerala y empezaron A, formar las compañías,
iban pasando todos, oficiales y soldados, por de-
lante del vivac ])ara ver al nene que en tan
mala ocasión se había incorporado, jiero dormía
profundamente bajo la manta de Madrépora y
no hizo movimiento alguno que indicase su de-
' seo de entablar relaciones con el regimiento, ni
aún con el coronel que estuvo tres veces á verle.
A las ocho rompió las nubes un pálido rayo
de sol, y como si ímbiese encendido 1^ pólvora
del primer cañonazo pasó una granada sobre el
regimiento, enterrándose á cincuenta pasos de
Escuernavacas.
III
A la primera luz del gran día empezó á hor-
miguear el ejército sobro el mojado llano de Al-
batera, y ya á las ochó media recibía el regi-
miento orden de situarse, costase lo que costase,
en la cima del cabezo de Aguzahoces. Empren-
dimos la marcha; el coronel iba á nuestro flanco
izquierdo, por donde venía el fuego de cañón,
tieso y serio en el caballo, como hombre que
llevaba comprometida su honra y la de su regi-
miento. Cada veinte pasos nos costaba una baja,
como que la batería de Aguzahoces disparaba
sobre la masa del regimiento cada tres segun-
dos. Detrás venían los sanitarios y la música,
y en su centro el gran Madrépora con el moni-
gote en brazos, hecho éste un mar de llanto y
como protestando contra aquel estrépito, que no
era de su gusto. El coronel soltaba un taco á
cada baja, y pasaba de vanguardia á retaguar-
dia gritando á los oficiales:
— ¡Más aprisa, con mil demonios!
Más fácil era decirlo que hacerlo. Cada vez
que arriba saltaba el fogonazo, se detenía el re-
gimiento instintivamente, caía uno, ó más y lue-
go seguía. Llegamos por fin: en el reducto había
cuatro compañías de zapadores además del ser-
vicio de las piezas, y fuimos recibidos con una
descarga cerrada. Entonces se convirtió en sed
de vencer y vengarse el natural instinto de con-
servación. El tocjuc di^ ataquo corrió por las
cornetas de las compañías como la chisiia por el
reguero de la pólvora, y dejando á un lado pri-
mores de táctica el regimiento todo solo fué un
desbordo de ira, un conjunto de desesperacio-
nes individuales deseoso de caer sobre el cabezo
de Aguzahoces, y exterminar á cuantos en el
reducto estaban.
Cuer])0 acuerpo se entabló la lucha, trabán-
dose los combatientes sobre las agudas piedras
y los abandonados cañones, hirviendo el todo
en interjecciones enérgicas y toques de corneta
desesperados. Entre aquella confusión tremenda
vi la música sobre el parapeto, y entre el humo
al coronel sobre su caballo con el sal)le roto, el
ros echado atrás, iracundo, soberbio de valor,
rajando, hendiendo, abriéndose paso con heroico
esfuerzo.
Aquello no acababa... A mi lado vi de pronto
á un hombre con un lio informe en el brazo iz-
quierdo y el sable de un artillero en la diestra,
el gran Madrépora que se batía como cada hijo
de vecino, con la borrachera de la lucha en el
corazón. Me vio: iba muy embarazado con el
fardo del brazo izquierdo, y me gritó:
— ¡Eh! Jte encargas del monigote"?
Y estuvo á punto de arrojarme el bulto. En-
medio del horrendo hervor de aquellos momen-
tos vi al monigote llorar espantosamente, sacu-
dido por los movimientos bruscos que el gran
Madrépora tenia que imprimir á su cuerpo. Fué
clareando al fin el cabezo de Aguzahoces; los
artilleros y el resto de las cuatro compañías
bí, jaban en denota por las laderas, en busca de
la retaguardia de Escueriiavacas en que caño-
neaba aún la artillería enemiga, y el coronel
Pozazal, mandaba tocar alto. Llevó el viento
los últimos jirones de humo, y cuando pudimos
contarnos faltaron más de cien hombres, poro
se había visto de lo que era capaz el cuarto re-
gimiento.
IV
Por la noche el vivac se trasladó á Aguzaho-
ces. ¡Qué bien sabían con la victoria aquellas
patatas que pelaba Madrépora, dando de tanto
en tanto descanso á la faena para arrimar á la
hambrienta boca de Marcialillo el tubo de goma
que le habían dado en la sanidad! El monigote
callaba y chupaba, el coronel paseaba como la
noche anterior, sin culpar de nada á la caballe-
ría, y lo que quedaba del cuarto regimiento en
torno de las hogueras recordaba aquel curiosí-
simo cuadro que todos habían visto en Aguza-
hoces, el que formaba Madrépora llevando bajo
el brazo izquierdo al hijo del regimiento que
lloraba su bautismo de fuego, y en el derecho
un sable de artillería que subía y bajaba ani-
mado por la embriaguez de la pelea.
Federico Urbecha.
INGLATERRA.-EL PALACIO DE HARDWICK: GALERÍA DE PINTURAS
EXPOSiCIÓN MARÍTIMA DE CÁDIZ
El día 15 de Agosto, marcado para la aper-
tura oficial de la Exposición, encontró sin aca-
bar las instalaciones más importantes de la
misma y sin haber terminado la colocación de
los aparatos para la luz eléctrica.
Esto sucede en todas partes y no debe ser
motivo de crítica, explotado por la pasión polí-
tica, lo que ha ocurrido en Cádiz, pues, no cabe
en lo posible el encerrar, dentro de una fecha
inmutable, trabajos que no siendo de una sola
localidad, no pueden precisarse.
La mayoría de los expositores envían con re-
traso sus objetos; los obreros no pueden ultimar
inesperados detalles, y hasta las empresas obli-
gadas á plazo fijo, no cumplen por retraso
inevitable de fuerza mayor.
La espera de quince ó treinta días para ver
terminada una Exposición de esta importancia,
no vale la pena de ser tenida en cuenta, pues,
mucho más largas han sido las sufridas en Pa-
rís, Viena y Madrid, y nadie les ha dado impor-
tancia.
Hé aquí el motivo de que L.\ Ilustración
Ibérica, que nos ha favorecido confiándonos el
encargo de ser sus cronistas de la Exposición,
no haya tenido antes la primei a revista, porque
deseábamos que ella fuese como el prólogo de
estas crónicas, que seguirán con la descripcii i
detallad?, del magnífico local é instalaciones de
la Exposición.
Desde 1.° de Setiembre comenzará nuestra
misión, y entre tanto y como noticias que han
de enlazar con las descripciones, completándo-
las, describiremos la apertura oficial de la Ex-
posición mai ítima, importantísima por la solem-
nidad que ha revestido y por los altos personajes
que han asistido á ella.
Los sonoros cañonazos de las escuadras ex-
tranjeras saludando á la plaza, dieron á conocer
la proximidad de las fiestas, y fueron motivo
de curiosidad é interés para todos los gadi-
tanos.
El día 13 de Agoslo fondeaba en este puerto
la escuadra inglesa, al mando del duque de
Edimburgo, ?.om poniéndose de los buques Ale-
xnndie, Temernire, Thunderer, JJrendnought,
Golnsoiis, Agammenon y Sarprisse.
El Alexandre es un acorazado de tres palos
y 9.940 toneladas de desplazamiento; su andar
es 16 millas, el espesor máximo de su coraza
30) milímetros. Monta 12 cañones, 10 de
25 centímetros y 2 do 30.
Lleva á bordo cuatro aparatos para lanzar
torpedos, colocados fuera del agua á popa y
proa.
El Temeraire tiene un andar de 14'65 millas;
ESTATUA COLOSAL DE SANTO TOMÁS (Escultura de Eugenio Uaccsgnani)
INGLATERRA. -EL PALACIO DE HARDWICK: UNA ANTECÁMARA. -FACHADA DEL PALACIO
574
LA ILU8TIIACI0N IBÉRICA
monta ocho cafi<)he8 y su arboladura y torres
son á barbeta, su faja tiene de espesor máxi-
mo 254 milímetros.
En las torres de popa y proa monta dos caño-
nes de 25 toneladas.
Lleva, como el anterior, aparatos lanza-torpe-
deros.
El Tkunderer es un acorazado de cuatro caño-
nes, sin arboladura, con dos torres giratorias;
anda 12'''> millas. El espesor de su coraza es
de SO'5 milímetros.
Además de estas magníficos buques, que han
prestado animación y vida á nuestra de conti-
nuo solitaria bahía, se esperaban otros, entre
ellos el transporte Hería, fondeado en Gibraltar
y el cañonero Seout procedente del mismo sitio.
£1 acorazado italiano Duilin, su comandante
el duque de Genova, llegó también el día 13,
trayendo á su bordo al príncipe de la casa de
Saboya.
Este soberbio monitor tiene un palo única-
mente, dos chimeneas y 11.000 toneladas de
desplazamiento. Lleva doce cañones, dos torres
blindadas, y una tripulación compuesta de cua-
trocientos veintiocho hombres.
Tiene además una cosa extraordinaria, y que
no sabemos la tenga ningún otro buque del
mundo; un dique en la parte de popa, que con-
tiene un torpedero, el cual, en oaso de necesidad,
abiertas las compuertas é inundando el dique,
sale flotando al mar, á cuyo nivel se encuentra.
Inmediatamente que estos buques llegó el
cañonero portugués Zaife que lleva cuatro ca-
ñones y 100 tripulantes.
El día 14 llegó el acorazado francés Courbet,
de gallardo porte, la corbeta de guerra alemana
Ariadne y un buque norteamericano que se ha-
llaba en la bahía, y que fué autorizado por su
gobierno para representar en el acto de la aper-
tura á su nación.
Completábase tan notable linea de buques de
guerra anclados en el canal, con nuestra her-
mosa Numnncia, la Blanca y la Navnrra.
El día 14 llegó el Excmo. Sr. D. Segismundo
Moret y Prendergast, ministro de Estado, para
asistir al acto de apertura, y con él llegaron el
señor Aguilera, sub-secretario de Hacienda, se-
cretario particular, diputado provincial señor
España y dos taquígrafos.
En la noche del 14 dio el duque de Edimbur-
go un banquete á bordo á las autoridades ma-
rítimas civiles y militares de Cádiz, que fué
admirable por la suntuosidad y buen gusto des-
plegados por el ilustre Príncipe.
La mesa, colocada sobre cubierta, lucia una
suntuosa vagilla, y un valioso adorno en cen-
tros corb«t7/e y jarrones de oro y plata, formados
por elegantísimos modelos de barcos, con tan
delicados detalles y tal riqueza intrínseca que
puede afirmai'se causaron el asombro de los in-
vitados.
Una música formada por un sexteto de cuer-
da tocaba á lo lejos delicados trozos de ópera,
que el principe, como notable artista que es,
había elegido sin duda.
Asistieron el capitán general del Departa-
INGLATERRA: RUINAS DEL ANTIGUO CASTILLO DE HARDWICK
mente señor Montojo, el del distrito señor Pola-
vieja, el alcalde de Cádiz, el gobernador y al-
gunos otros personajes.
Desde el día 15 por la mañana Cádiz tomó
un aspecto de fiesta que se revelaba en su ex-
traordinaria animación.
Una misa de campaña, celebrada en el glasis
de Puerta de Tierra, llevó más de ocho mil per-
sonas á e-ste bello sitio rodeado por el mar.
A las dos de la tarde comenzaron las músicas
á recorrer las calles, dirigiéndose á la Exposi-
ción, seguidas de un inmenso gentío.
En la casa Aduana y en la Capitanía del
Puerto fueron reuniéndose los convidados, sien-
do recibidos los principes de Edimburgo y de
Genova con los honores correspondientes.
En un tren exprés salió el cortejo en el cual
iban, además de las mencionadas personas rea-
lea, el capitán general de Andalucía, señor Po-
lavieja, el capitán general del Departamento
maritimo de Cádiz señor Montojo, el gobernador
civil Sr. Alvarez Osorio, el gobernador militar
«eñor Fuentes, el presidente de la Diputación
señor del Toro fdon Cayetano), diputados pro-
vincialeí!, el alcalde de Cádiz señor del Toro
(don Enrique;, el capitán del Puerto señor Ale-
mán, representantes de las Diputaciones pro-
vinciales y de varios Ayuntamientos, corres-
pon.sales de la prensa madrileña y andaluza,
comandantes de los buques surtos en bahía,
presidentes de la Audiencia, de las Academias
y Centros literarios, fiscales, abogados, emplea-
dos de Hacienda, facultad de Medicina, jueces
municipales y cuanto tiene en la localidad
representación ó cargo de importancia.
El señor ministro de Estado presidía este
brillante cortejo en el cual brillaban los uni-
formes y las placas á los últimos rayos del sol.
Llegada la comitiva al suntuoso salón de ac-
tos, el señor del Toro iniciador y alma de la
Exposición, leyó su bien escrito discurso, enu-
merando las dificultades vencidas para realizar
las' obras y el estado de estas, así como los re-
sultados ventajosos que se proponía.
El señor Moret encareció al dirigir al público
su palabra después del discurso del presidente
de la Diputación, las ventajas que estos concur-
sos producen á los pueblo.s, y declaró abierto el
certamen en nombre de S. M.
Seguidamente el cortejo recorrió las instala-
ciones, volviendo al tren para asistir al banque-
te con que obsequiaba á sus huéspedes la Pro-
vincia.
Su Alteza el duque de Edimburgo volvió á
bordo, levando anclas por haber recibido avisos
de Gibraltar.
El banquete fué notable pronunciándose
brindis entusiastas.
Aquella noche había función fie gala en el
teatro Principal, que estuvo brillantísima.
El 16 almuerzo en el Ayuntamiento de ciento
cuarenta cubiertos, en el cual pronunció el se-
ñor Moret su anunciado discurso con declara-
ciones políticas, que no tuvo otras que la decla-
ración de pertenecer la herencia del poder á los
conservadores.
El orador estuvo inspirado, siendo muy aplau-
dido.
El Courbet, el Duilio y la Numancia han ofre-
cido brillantes bailes á bordo, á la alta sociedad
gaditana, que lian sido brillantísimos.
La Diputación provincial, ó mejor dicho los
diputados, puesto quo lo costean de su bol.sillo
particular, han obsequiado á los corre.sponsales
de la prensa con un banquete delicadísimo en
un bello sitio de la Exposición.
Y por último, el Casino Gaditano La obse-
quiado á 8. A. el duque de Genova, en recipro-
cidad de los obsequios recibidos en Italia por
nuestros marinos, con un baile verdaderamente
regio.
Hé aquí en resumen las grandes fiestas de
apertura; las revistas de la Exposición comenza-
rán desde primero Setiembre, para cuya fíí.'lia
estará terminado el arreglo de las instalacio-
Patrocinio de Biedma.
— üí— — —
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
ÍES TU ALMA!...
Sobre el cáliz purísimo de un lirio
que columpia la brisa,
temblorosa una perla de rocío
á su vaivén oscila.
Es tu alma, tan pura cual la gota
que al lirio imprime un beso,
es tu alma uncida al dulce halago,
de mi amoroso anhelo.
r. Martínez Orozco.
-*-
NUESTROS GRABADOS
IL PiVOEITO
Cuadro de J. Umkadowick
No todos fiarían en la lealtad de e^a amiga de los gato?, ó
por mejor decir, de su gato en particular, teniendo prefeute
que una fiimpalía tan extrema por un animalito de aquellas
circunstancias, implica un carócler decididamente felino. No
negará nadie que las mujeres de cabeza gatifurme son adora-
bles por esto solo, pero de lejos; de lo contrario es exponer-
se á que a lo mejor le suelten á uno un zarpazo.
KSPPjr.-MO
Actiarda de C. Combes
No deja de ser una ocurrencia muy original piular un cua-
dro representando los Efectos del eipejiamo tn tí Bogan, pero
si se tiene en cuenta que el hutor es un australiiino, lacxtra-
ñeza se hace ya menor. Sea como fuere, se ve que M Combes
siente profundamente la naturaleza y sabe pintar lindas
cosas.
EXPOSICIÓN UlKfTIHl INTEENICIONAL DK CiDIZ
ILCORTEJO OFICIAL
VISITANDO LOS PABKLI.ONiES DKSPUÉá OBI, ACTO D« APERTURA
SK Vi Kl, B\KR10 Di SíN SIVÍRISO Y U» Piüíl.l.ÓN
Dibujo de Asarta
(Véase el articulo de D." Patrocinio de Biedma).
UAUBIO; EXPOSICIÓN GENERAL DE FILIPINAS
BALA 2 •— UaOS Y CUSTUUBRES
Dibujo de P. y Valor
En esta sala, notable por los Interesantísimos objetos en
ella depositados, puede el visitante formarse cargo de las in-
terioridades de la vida filipina.
Además do los modelos de casasy de lrnjes, cuelgan de las
paredes panoplias con armaduras, rodelas y salacots de mo-
ros, conteuieudo seis de ellos equipos completos de Igorrotes.
Hay, además, en doce palomillas adosadas al muro, gran
variedad do tampipis ó cestos del país, bitaos ó bandejas de
mimbre'^, cestas de labor y otros objetos de la misma mate-
ria y de uso doméstico, pipas, etc.
EL LAGO DE COUO
Una calle en Varenna. — Torno
Kn nuestro número snteiior hablamos con alguna exten-
sión de este lago. Diremos ahora que la vieja ciudad de Va-
renna ocupa el centro de su margen oriental, en medio de
unas montañas de todo punto selváticas, pero no por eso
menos encantadoras. Todo el terreno labrantío está plantado
de viñas; hay también muchos cipreses, un castillo arruina-
do, una cascada de 900 pies y cuantos a- cosorios pueden de-
searse en un paisaje romántico.
En cuanto á Tomo, tiene de linda todo lo que Varenna de
triste; ocupa la extremidad meridional del lago.
B4ILB DE TRAJES*
Cuadro de Schwenívger
A U legua se echa do ver que no podía ser otro el autor,
verdadero especialista en materia de pintar mujert.s hermo-
sísimas, ataviadas á manera del siglo xviii.
inglaterbi: el palacio de bardwick
Ocupa esta quinta una bonita situación en el condado de
Derby, siendo muy reuombrada por su belleza arquitectóni-
ca, su riqueza en obras de arte y sobre todo por sus recuer-
dos históricos como centro general de operaciones del famo-
so Robín Ilood.
El actual edificio fué comenzado en 1.Í90 y terminado
en 1.5117, perteneciendo por lo tauto, á la era isabellna. Perte-
nece hoy por herencia á la familia Cavendish.
ESTATUA COLOSAL DE SANTO TOUiS
Escultura de Eugenio Maccagnani
Figurará en breve esta obra, si es que no figura ya, en
unión con los once apóstoles restantes, en la Oschoda de la
iglesia de San Pablo extramuros, en Roma.
El buen Santo Tomás, célebre por su proverbial Increduli-
dad, era algo arquitecto, por cuyo motivo el escultor le ha
figurado con dos robustas escuadras en la mano. La expresión
está profundamente estudiada y se ve qu^ el santo era hom-
bre muy meditabundo y quizás un tantico demasiado mate-
mático. En cuanto á la indumentaria no cube más holga-
do ropaje viéndose que al señor Maccagnoni no le duelen
prendas.
Es obra que ha sido muy celebrada por los inteligentes
de la capital.
BAJO LAS LILAS ,
Dibujo de A. Hopkins
El autor, hombre de gusto, ha evitado el convencionalis-
mo que suele notarse siempre en cuanto entran las supradi-
chas flores en escena (exceptuemos, sin embargo, la bellísima
novela de Ouida; Un ramo de lilaej. Tenemos, pues, que Hop-
kins ha lespetado escropulosamente la naturaleza y ha dibu-
jado una figura de carne y hueso, aunque algo linfática, en
vez de componer una romanza.
-*-
LOKIS
T»OR PROSPERO li^EEUrMÉE
(CONTINUAOIÓK)
Tenía la frente alta y bien desarrollada, aun-
que algo estrecha. Sus facciones eran de una
gran regularidad; solamente los ojos estaban
juntos, y me pareció que de una glándula la-
grimal á otra no había el sitio de un ojo, como
exige el canon de los escultores griegos. Su mi-
rada era penetrante. Nuestros ojosse encontra-
ban muchas veces á pesar nuestro y los desviá-
bamos uno y otro con cierto embarazo. De
pronto el conde echándose á reir exclamó:
— ¡Me habéis reconocido!
— ¿Reconocido?
— Si, me habéis sorprendido ayer haciendo
el guilopo.
— ¡Oh! ¡Señor conde!...
— Había pasado todo el día muy molesto, en-
cerrado en mi gabinete. Por la noche, encon-
trándome-mejor, me he paseado por el jardín.
He visto luz en vuestro cuarto y he cedido á
un movimiento de curiosidad... Habría debido
anunciarme y presentarme, pero la situación era
tan ridicula... me dio vergüenza y huí... ¿Me
perdonáis haberos distraído en medio de vues-
tros trabajos?
Todo eso decíalo con un tono que quería ser
chancero, pero se ruborizaba y evidentemente
no se encontraba á gusto. Hice cuanto dependía
de mí para persuadirle de que no había guar-
dado ninguna mala impresión de esta primera
entrevista, y para cortar pronto aquel asunto
pregúntele si era cierto que poseía el Catecismo
Samogicio del padre Lawicki.
— Puede que si, pero á deciros verdad no co-
nozco gran cosa la biblioteca de mi padre. Gus-
taba él de los libros viejos y de las rarezas. Yo
no leo casi más que obras modernas; con todo,
buscaremos, señor profesor. ¿Queréis, pues, que
leamos el Evangelio en jmudo?
— ¿No pensáis, acaso, señor conde, que una
traducción de las Escrituras en la lengua de
este país no sea una cosa muy de desear?
— Sin duda, pero si queréis pei'mitirme una
pequeña observación os diré que entre las gen-
tes que no saben otra lengua que el jmudo no
hay uno solo que sepa leer.
— Puede ser, pero yo le pido á vuecencia el
permiso de hacerle notar que la mayor dificul-
tad para aprender á leer, es la falta de libros.
Cuando los campesinos samogicios tendrán un
texto impreso querrán verle y aprenderán á
leer. Esto es lo que les ha pasado á muchos sal-
vajes... no es que yo quiera aplicar este califica-
tivo á los habitantes de este país... Por otra parte,
• — añadí, — ¿no es cosa deplorable que una len-
gua desaparezca sin dejar huellas? Desde hace
treinta años, el prusiano es una lengua muerta.
La última persona que sabía el cómico ha
muerto el otro día...
— ¡Tristel — interrumpió el conde. — Alejandro
de Humboldt le contaba á mi padre que había
conocido en América un papagayo que era el
único que sabía algunas palabras de la lengua
de una tribu hoy día enteramente destruida por
la viruela. ¿Queréis permitir que traigan el té
aquí?
Mientras tomábamos el té, la conversación
recayó sobre la lengua jmuda. El conde censu-
raba la manera como los alemanes han impreso
el lituano, y tenía razón.
— Vuestro alfabeto, — decía, — no conviene á
nuestra lengua. No tenéis ni nuestra J, ni nues-
tra L, ni nuestra Y, ni nuestra É. Tengo una
colección de doínos publicada el año pasado en
Koenigsberg y me cuesta todas las penas del
mundo adivinar las palabras, tan extrañamente
desfiguradas están.
— ¿Vuecencia habla sin duda de los daínos
de Lessner?
— Si. Es poesía bien ramplona, ¿verdad?
• — Puede que se hubiese encontrado algo me-
jor. Convengo en que, tal como es, esa colección
no tiene sino un interés puramente filológico;
pero creo que buscando bien se lograría recoger
flores más suaves entre vuestras poesías popu-
lares.
— ¡Ay! Mucho lo dudo, á posar de todo mi
patriotismo.
— Hace algunas semanas me han regalado en
Wilno una balada verdaderamente bella, y ade-
más histórica... La poesía es notable... ¿Me per-
mitiríais leérosla? La tengo en mi cartera.
— Con mucho gusto.
Hundióse en un sillón después de haberme
pedido permiso para fumar.
— No comprendo la poesía más que fumando,
—dijo.
■ — Esa se intitula: Los tres hijos de Bodrys.
— ¿Los tres hijos de Bodrys? — exclamó el
conde con un gesto de sorpresa.
• — Sí, Bodrys, vuecencia (1) lo sabe mejor que
yo, es un personaje histórico.
El conde me miraba fijamente con su mirada
singular. Algo de indefinible, á la vez tímido y
bravio, que producía una impresión casi penosa
cuando no se estaba acostumbrado á ello. Apre-
súreme á leer para escapar de aquellos ojos.
«Los tres hijos de Bodrys.
»En el patio de su castillo, el viejo Bodrys
llama á sus tres hijos, tres verdaderos lituanos
como él. Díjoles: Hijos, dadles pienso á vuestros
caballos de guerra, aprestad las sillas, afilad
vuestros sables y vuestras jabalinas.
»Dicen que en Wilno se ha declarado la gue-
rra contra los tres rincones del mundo. Olgerd
marchará contra los rusos, Skirghello contra
nuestros vecinos los polacos, Keystut caerá so-
bre los teutones (2).
»Sois jóvenes, fuertes, atrevidos, id á comba-
tir. ¡Que los dioses de la Lituania os protejan!
Este año no saldré á campaña, pero puedo daros
un consejo. Sois tres; tres caminos se abren ante
vosotros.
»Que uno de vosotros acompañe á Olgerd á
Rusia, á orillas del lago limen, bajo los muros
de Novgorod. Las pieles de armiño, las telas
brochadas, hállanse allí á granel. En casa de
los mercaderes tantos rublos como témpanos pii
el río.
»Que el segundo siga á Keystut en su cabal-
gata, ¡que haga trizas la morralla porta-cruz!
El ámbar, allí, es la arena de la mar; sus paños,
por su lustre y sus colores, son sin iguales. Hay
rubíes en las vestiduras de sus sacerdotes.
»Que el tercero pase elNiemen con Skirghello.
Al otro lado encontrará viles ajjeros de labran-
za. En desquite, podrá escoger buenas lanzas,
fuertes broqueles, y me traerá una nuera.
«Las hijas de Polonia, hijos, son las más be-
llas de nuestras cautivas. ¡.Juguetonas como ga-
tas, blancas como la natiila! Bajo sus negras
pestañas sus ojos brillan como dos estrellas.
«Cuando yo era joven, hace medio siglo, he
traído de Polonia una bella cautiva que i'ué mi
mujer. ¡Desde largo tiempo ya no existe, pero
(1) Siatelstvo, vuestro brillo luminoso; es el titulo que se
da á un conde.
(2) Los caballeros de la orden teutónica.
576
LA ILUSTKAUION UiíSElCA
no puedo mirar hacia este lado del hogar sin
pensar en ella!
>Da su bendición á los jóvenes, que estón
armados ya y A caballo. Parten; viene el otoño,
después el invierno... No vuelven. Ya el viejo
Bodrys los tiene por muertos.
»Viene una fermenta de nieve; un caballero
se acerca cubriendo con su burka (1) negra al-
gún precioso bulto. — Es un saco dice Bodrys.
¿Está lleno de rublos de Novgorod? — No, padre,
os traigo una nuera de Polonia.
»En medio de una tormenta de nieve, un ca-
ballero se acerca y su burka se hincha sobre
algún fardo precioso. — ¿Qué es eso, hijo? ¿Ám-
bar amarillo de Alemania? — No, padre, os trai-
go una nuera de Polonia.
BAJO LAS LILAS (Dll)UJo de Arlhur Uopklns)
»La nieve cae en ráfagas; un caballero se
adelanta ocultando bajo su burka algún fardo
(1) Capa de fieltro.
precioso... Pero antes de que Laya enseñado .su
botíu, Hodrys ha convidado á sus amigos á una
tercera boda.»
(Se cmtinmrá.) Traducción de A. O.
AílBISmOOl: Citlii, J6S-Í67, Eiwi liliiu, Mitor.— Reurridos los derechs de propiedad artística j literaria.— Las reclamaciones en Madrid, al representante de esta Casa D. Maniel Pl» j Yalor, Apodaca, 10, 2 '
) INSÉRTESE ó NO, NO 8E DEVUELVB NINOUN ORIGINAL (-
BnAMLMCUáíMtlTO TlíOORlncO DI B. BASSOA.— CAI.LB OB VlLiARHOBL, KÚM. 17 EXaAMCHB DE SAK AUTOMIÓ.— BARCBLOKA.
SEMANARIO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
Año V
Barcelona 10 de Setiembre de 1887
Núm. 245
UNA BELLA LECTORA (Cuadro A. Mukarowsky)
578
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
SUMARIO
»
Tuto.— Madrid. Carlat á wd prima, por Pemanflot.— (/■
idflf* «iUMa, por Vicente Blasco Ibiñes. — Reeuerdot
(eoodiMiAa), por Felipe Mathé.— Jí«rú(a cicittviea, por
AlAvdo Optsso.—Bibtíogra/ia, por Carlos Mendosa. — Lat
ftmat dt coco, por }o94 Marta de la Torre. -Nuectroe gra-
héáiM.—Lokit (oonUnuaclAn), por Próspero Uerlmée (ua-
dueelAn de A. 0.>
Okabidos.— Una bella lectora. —Verona (cuatro grabados) —
Eifoiieiin imaritima interMUkmal de Cádiz (>1os graba-
do*).—Kl aortilegio.— Aguas tranquilas.— Combate do to-
T«a eo al CoUaeo. —Madrid. Expotieiin generalde FiUpñuu:
Inslalaci6ncentral.Pabe'lón real.— Cogiendo flores. —Can-
toa pladosoi. -Loi Alpes: de^le MouteGeneroso, Junto al
lago de Lugano.
M ADRI D
GJ^-RTA^a A. 2.CI -P-RXI^ A.
EL AMOR V EL PATÍBULO
I^OR fin han ejecutado á Pranzini, el famoso
asesino de tres mujeres. El presidente de
la República francesa, aunque se haya
mostrado siempre dispuesto á la clemencia, no
ha creído que en esta ocasión debía conceder
indulto; ha dilatado, sí, la ejecución para mani-
festar, sin duda, que no entregaba el reo á la
vindicta pública, sin completa convicción de
que era culpable y también sin grande senti-
miejto propio. Grevy, tm verdadero burgués,
ha preferido siempre perdonar á derramar san-
gre; no quiere que el espectro de un inocente
ajusticiado inqiiiete el sueño de sus pacíficas
noches. A pesar de esto la sombra de Pranzini
habrá turbado el reposo dal presidente en la
noche del día en que fué ejecutado el famoso
criminal y la borla de su gorro de dormir se
agitaría al compás de las inquietudes de la con-
ciencia. Matar por robar y hacer matar por ha-
ber robado, son cosas diferentes en la aprecia-
ción de los hombres; pero al fin y al cabo
dan resultados idénticos; suman, igualmente, ca-
diveres.
Esta causa de Pranzini, respecto de la cual
me haces algunas observaciones en tu última
carta, ha sido en verdad famosa entre las famo-
sas; y ha tenido un carácter especial: tratábase
de uno de esos hombres de hermosa presencia y
de las condiciones físicas más atractivas para
las mujeres. Si pudo vivir con algún desahogo
y entregado á los placeres; si en algunos mo-
mentos entrevio un porvenir risueño para sus
ambiciones de goces materiales, lo debió á las
mujeres seducidas por la gallardía de su perso-
na; fué bascado por ellas, vivió de su amor y
estuvo ¿ punto de realizar un gran matrimonio.
En momentos difíciles la necesidad de sostener
su falsa existencia le llevó á cometer un horro-
roso crimen... Y, sin embargo,— como tú me
dices en tu carta,— ni después de ese crimen le
ha abandonado el amor de las mujeres. En su
prisitn han ido á llevarle amor, esperanza, con-
suelo, cartas, ramos, obsequios de mujeres á
quienes ha enamorado no ya su figura, puesto
que no le conocían, sino la relación de sus ante-
riores conquistas y de sus mismos crímenes.
Agasajar á un asesino, á un asesino que mata
por robar, y que mata mujeres, es un agasajo
que indica en quienes lo hacen una perversión
moral espantable. ¡Cnántas débiles mujeres hay,
— por lo visto, — que de no ser débiles, esta-
rían en presidio!
Uno de los aspectos curiosos de esta causa ha
sido la polémica entablada públicamente en un
diario francés, respecto de si madame Sabatier
había procedido bien 6 mal declarando contra
su amante. Si madame Sabatier no declara
contra él, Pranzini se hubiese salvado. Pues
bien resulta de esta polémica, — tú lo sabes, —
que la mujer parisiense censura la conducta de
madame Sabatier. La mujer parisiense dice
que ella no le amaba, sin duda; que de haberle
amado jamás hubiese salido de sus labios una
palabra de acusación. Los fundamentos de este
juicio de las mujeres no carecen de lógica, ad-
mitiendo la realidad de esa emoción del alma
que se llama amor. Los hombres, — dicen las
mujeres que han tomado parte en la polémica,
— razonan porque no aman y encuentran por lo
tanto bella la resolución de madame Sabatier,
entregando al verdugo la cabeza de Pranzini.
Quien ama no razona; madame Sabatier temió;
si hubiese amado no hubiese sentido miedo ante
su amante; el miedo es un egoísmo y quien ama
no es egoísta. Cuando se ama no hay tiempo
para pensar en uno mismo, ni en el porvenir.
Se puede ser cobarde ante la persona á quien se
ama; este sentimiento es una prueba más de
amor; pero se tiene valor hasta el heroísmo
cuando se trata de salvar al objeto querido. Si
el amor es más fuerte que la muerte misma,
como se lee en la Imitación de Cristo, ¿cómo no
lo será más que la conciencia? Se dirá que el
amor no vive sin la estimación; esas son pala-
bras vacías que la realidad de la vida desmiente
de continuo; Bossuet lo ha dicho y otros lo dije-
ron antes: Se ama sin saber cómo ni por qué
y se deja de amar por igual motivo. No se
arranca del pecho el amor porque un hombre
haya cometido un crimen; acaso se le ama más
todavía; sintiendo la necesidad de protegerle. El
amor no tiene remordimientos. Sólo habla la
conciencia cuando el corazón se calla.
Estas y otras son las razones de las mujeres
de París que han dado su opinión por escrito; y
de ello resulta, según ha indicado un escritor,
que el bello sexo está, por lo visto, en desacuer-
do con la moral del Código; que á juzgar por las
leyes del corazón femenino los hombres no so-,
mos justos; no conocemos las leyes del amor; no
amamos.
Lo que es cierto de todo punto es que Pran-
zini no ha encontrado simpatías mas que entre
las mujeres, y que estas simpatías casi casi han
tenido carácter de una m'&nifestación por lo nu-
merosas. Claro es que en ese París, como capi-
tal que es, por así decirlo, de las capitales de
Europa, están reunidos los caracteres y tempe-
ramentos femeniles más extraños, más enfermos
y más extraordinarios; mujeres que cansadas de
amar hombres, poseedoras de sus derechos civi-
les, encuentran atractivos en la figura de un cri-
minal engrandecido por las reseñas jurídicas de
los diarios; mujeres que nacieron para ser fieras
y que en un criminal espantoso encuentran su
idéntica naturaleza; mujeres extraordinarias de
perturbado espíritu que aman á un sentenciado
á muerte por ser amor imposible.
No creas, sin embargo, que todas las que opi-
nan de ese modo pertenecen á la sociedad des-
moralizada de París. La mujeres toda imagina-
ción y sentimiento; es toda amor y piedad; los
crímenes la aterran, pero los criminales la fas-
cinan cuando tienen alguna cualidad eminente;
su belleza, su entereza, su corazón sensible...
Hay además una circunstancia fácil de notar;
los hombres abandonan 4 sus amigos cuando les
condenan á prisión; las mujeres no abandonan
á sus amantes; se las ve llegar á la cárcel, con
alimentos, con cigarros, con flores, con un obse-
quio cualquiera; y más que con esto con sem-
blante triste, que sólo se ilumina cuando apa-
rece el preso, para que éste se consuele á su vez
con ese reflejo de alegría.
Muchas veces he pensado que lo más triste
para quién está en la cárcel no es la desnudez
de la prisión, ni la soledad^ ni la pérdida de la
estimación de las gentes, ni la desesperanza de
los bienes soñados; lo más triste es la oscuridad
que deja la mujer, la novia, la querida, la hija,
al terminar la hora de la visita; oscuridad llena
de la ausencia de esos cariños, de esos encan-
tos, de esas poesías, que brotan en palabras y
en besos de los labios de la mujer. En buen hora
que se retiren de la reja los hombres, el padre,
los hermanos, los amigos; todos ellos han ido
allí á recordar el crimen ó el delito, á refunfu-
ñar consejos tardíos, á discutir sobre trámites
de la causa, á distraer el ánimo, quizás, con no-
ticias de la política, de inventos, de negocios,
de espectáculos, de fiestas y de las desgracias y
felicidades ajenas; pero al retirarse las mujeres
se van con ellas más que consejos, noticias y
recuerdos; porque ellas hablan, sólo á su preso
de una vida, un mundo y un porvenir en los cua-
les no aparece un reproche, donde él puede vi-
vir sin rubor, donde se le disculpa, se le pro-
clama inocente y se le devuelve á la libertad, á
la luz y al aire amplísimos de los espacios. Le
hablan de cariño, de amor, de un corazón que
comparte con él sus amarguras; que no puede
ser feliz mientras él no lo sea; que responde fue-
ra de las murallas de la cárcel al latido de su
corazón en las prisiones, y le dicen que no está
preso del todo, puesto que la mitad de su tris-
teza estil fuera, entre las alegrías del mundo.
¡No, no hay preso desgraciado, mientras pueda
llegar á la reja de su cárcel, de cuando en cuan-
do, una mujer; compadezcamos sólo al que está
condenado para siempre á sftlo ver el duro ros-
tro y á oir, tan sólo, la bronca voz de los hom-
bres!
Entre los asesinos famosos que han interesa-
do á Madrid, vive todavía uno que fué senten-
ciado á muerte y que empezó á dar síntomas de
locura poco después de ser encerrado en una
celda. Era hombre conocido y estimado y su
crimen se relacionó con rencores personales. Yo
fui á visitar la cárcel y pude verle en su celda,
y entré en ella acompañado de una de las da-
mas más celebradas por su hermosura en Ma-
drid, la cual había solicitado verle por curio-
sidad.
Cuando entramos en la celda el criminal, que
estaba sentado, alzó los ojos, volviéndolos á ba-
jar instantáneamente: aquella dama le dirigió
la palabra sin recibir contestación; sin que él
alzase los ojos; entonces ella se le acercó y le
tomó una mano, que él abandonó como sino tu-
viese movimiento; y la dama, en fin, para verle,
con esa intrepidez que tienen las mujeres, le puso
la mano en la frente y le echó atrás la cabeza
para verle bien la cara, y quizás también para
que él se la viese á ella. El preso la miró y ce-
rró los ojos. Salimos de allí y yo, al salir, discu-
rría entre mí si lo que había visto en aquella
mujer era valor, era piedad ó era un amor na-
ciente. Y aquella noche cuando me revolvía en
mi cama para conciliar el sueño no pude menos
de recordar al preso que estaría en la celda
despierto, dejando vagar sus ojos enloquecidos
por la negrura de la oscuridad y viendo en ella
destacarse como una aureola la figura de una
mujer de belleza espléndida, que se le acerca-
ba, y le dirigía palabras suaves y le tocaba en
la frente con sus dedos de ángel, y que so eva-
poraba luego dejándole mayor desesperación en
el alma, como la visión de un amor imposible
que huye al extender hacia ella las manos man-
chadas de sangre.
Si las mujeres de París han dado el espec-
táculo á que antes me referí, el buen pueblo ha
dado otro muy distinto. Algunos días antes de
la ejecución el sitio en que ésta debía verificar-
se estaba ocupado por inmensa concurrencia, y
la multitud se divertía en improvisar canciones
contra Pranzini. No tiene esto nada de extraño:
en todos los países donde se ejecuta á los reos
públicamente el día de la ejecución es fiesta: se
celebra la romet ia del patíbulo. Sin embargo, si
hemos de creer lo que dicen los periódicos in-
gleses, en Londres, aunque se ejecuta dentro de
la prisión, los alrededores de ésta se cubren
igualmente de muchedumbre. Hace pocos días
fué colgado en la prisión de Newgate un asesi-
no, Lipspi; el público acudió, contentándose con
mirar las paredes de la cárcel y suponer, con-
sultando el reloj, lo que dentro está pasando.
Mirar á una pared detrás de la cual se ajusticia
es ver algo. La multitud ya que no pudo hacer
otra cosa tributó una ovación al verdugo, le pi-
dió detalles y le acompañó á su casa como se
acompaña al héroe triunfador.
Todo esto podrá ser lógico más es repugnan-
te, y no ha faltado quien proponga que las eje-
cuciones no se hagan en las ciudades y pueblos,
sino en parajes desiertos. Yo creo que este sería
un gran medio de poblar esos parajes, pues, no
faltarían quienes construirían casas allí para
tener asegurado sitio.
Los periódicos nos han dicho también que
LA ILU8TRA0I0N IBÉRICA
579
Pranzini leía en su prisión, con preferencia, li-
bros de viajes. Según parece la biblioteca de la
prisión se compone de ese género de obras en
su mayor parte. No deja de ser curioso que se
le ofrezca irónicamente al criminal la descrip-
ción pintoresca de un mundo que está en víspe-
ras de abandonar.
La sociedad es muy complaciente; no tan sólo
proporciona libros amenos, sino que regala en el
día de la ejecución los platos más selectos: el
reo puede elegir sus platos favoritos; algunos
aceptan el obsequio hasta con gratitud por cir-
cunstancias especiales; hé aquí uno de esos ca-
sos que citaré, para concluir esta carta con un
chiste, aunque sea un chiste verdaderamente
patibulario.
El director de la cárcel. — Antes de ir al patí-
bulo, ¿quiere V. tomar algo?
El reo. — Sí, señor; quisiera un plato de alme-
jas: me gustan con delirio y no las tomo nunca
porque siempre se me indigestan...
El director. — Comprendido; seguramente que
hoy no le harán á V. daño.
(Histórico).
Tuyo,
Fernanflor.
*
UN IDILIO NIHILISTA
Cuando Alejandro se despertó, tuvo un ligero
sobresalto.
Abrió los ojos, incorporóse sobre la cama, y
contempló con asombro aquella estancia que le
era desconocida.
Poco á poco la realidad fué disipando las
nieblas que el sueño había amontonado sobre
su cerebro, y conoció (jue ya no se hallaba en
el tren, sino en el cuarto de la modesta posada.
Su cuerpo se hallaba todavía resentido por el
largo viaje, y en sus oídos zumbaban el ronco
silbido de la locomotora, el trepidar de los va-
gones, los chasquidos de las ruedas y el mur-
mullo producido por la.s insulsas conversaciones
de los compañeros de viaje.
Su mirada soñolienta y nublada paseóse rá-
pidamente por todos los rincones del mezquino
cuarto.
Alejandro, la noche anterior, no había tenido
tiempo para fijarse en aquél, pues apenas se en-
contró solo, tiendióse rendido sobre la cama, y
á los pocos momentos fué presa del sueño.
La habitación que ocupaba el joven no se
diferenciaba en nada de las de todas las posa-
das rusas.
El techo, el pavimento y las paredes eran de
madera reforzada con argamasa, y la estancia
sólo recibía la luz á través de una irregular y
mezquina ventana con vidrieras compuestas de
cristales de diferentes colores.
Los muebles eran escasos y malos; una cama
de álamo vieja y desvencijada, dos taburetes de
la misma madera, y un arcén lleno de compos-
turas y clavos, que lo mismo podía servir para
guardar objetos que como mesa ó confidente.
Las paredes estaban desnudas de todo ador-
no, y sólo en un rincón y apegado con engrudo,
veíase el retrato del Czar grotescamente pintar-
rojeado y envuelto en el tradicional manto
imperial.
Todo este aspecto que presentaba la habita-
ción, lo abarcó Alejandro de una sola ojeada.
Después permaneció inmóvil sobre la cama,
hasta que comprendiendo por la luz que atrave-
saba las vidrieras, que debía ser algo tarde,
levantóse de aquélla de un salto.
El joven habíase acostado sin desnudarse la
noche anterior, y presentaba un aspecto muy
digno de descripción.
Vestía un traje que en Rusia podía llamarse
mixto, pues se componía de prendas elegantes
y prendas rústicas que parecían desdecir de su
porte distinguido.
Usaba reloj, y su camisa era tan blanca y
fina como la del primer elegante de San Peters-
burgo, pero en cambio su traje era de paño de
tejido grosero, y sus pantalones se escondían
dentro de unas altas botas claveteadas, de grue-
sas suelas y como hechas de encargo para pisar
las nieves de los campos.
Sobre el arcón veíase una gorra felpuda y
un abrigo de pieles de los que usan los campe-
sinos y que reciben el nombre de tulupa.
lia figura de Alejandro era también extraña
y mixta.
Su cuerpo era robusto, su estatura más que
regular, bajo los pliegues de su traje se delata-
ban músculos rectos y poderosos, y toda su per-
sona respiraba fuerza y energía.
A primera vista parecía vulgar, pero con una
poca observación, se conocía que aquel cuerpo
encerraba algo grande, algo superior.
Su vista producía el mismo efecto que una
caja sencilla de cartón dentro de la cual com-
prendemos existen ricas alhajas.
Aquella cabeza bien puesta sobre los hom-
bros, y cuyos principales detalles eran una
luenga barba rojiza y esa nariz pequeña que
parece patrimonio de la raza eslava, nada expre-
saba de continuo; era la cabeza de un hombre
vulgar, pero en ciertos momentos sus ojos azu-
lados que de continuo tenían una expresión fría
é indiferente, dejaban escapar como fugaz re-
VERONA: ÁBSIDE DE LA IGLESIA DE SANTA ANASTASIA
lámpago una mirada sublime y avasalladora,
de esas que sólo son propias de los vencedores
ó los mártires.
Era generalmente, un joven severo, grave, y
de pocas palabras, pero en determinadas cir-
cunstancias se despojaba de su frialdad, y apa-
recía momentáneamente con la grandiosidad del
apóstol y la firmeza del fanático.
Con esto creemos haber descrito á Alejan-
dro.
Después que éste saltó de la cama al suelo,
púsose á pasear pensativo por la estancia como
aquel que procura orientarse por entre un dé-
dalo de suposiciones y pensamientos.
Por algún tiempo permaneció abismado en
sus meditaciones, hasta que dos golpes dados
con alguna suavidad en la puerta le sacaran de
su abstracción.
Alejandro al oírlos quedóse sorprendido, pero
inmediatamente descorrió el cerrojo de la puerta
que se abrió, apareciendo en el dintel un hom-
bre alto, casi hercúleo y de feo rostro, coronado
por una crespa ó inculta cabellera.
El joven le reconoció al momento; era el mozo
de la posada, la noche anterior le había condu-
cido al cuarto que ahora ocupaba.
— Señor, — dijo con voz áspera que en vano
intentaba dulcificar, — son las once de la maña-
na y como no os levantabais...
Y mientras esto decía, el sirviente fijaba con
insolencia su torcida mirada en Alejandro, como
si pretendiera adivinarle sus más recónditos se-
cretos.
— Gracias, — contestó el joven. — Eres un
buen muchacho; venías á despertarme y te
agradezco la intención.
— Indudablemente habréis dormido bien, se-
ñor Alejandro.
— ¿Cómo sabéis mi nombre?
— La policía lo sabe todo. Esta mañana ha
venido un comisario á inquirir si verdadera-
mente estáis alojado aquí.
— Se conoce que esto está muy vigilado.
— Bastante: y áan así, esos picaros nihilistas
atentan á cada instante contra la vida del Czar
nuestro muy amado padre.
(Se continuará) Vicente Blasco IbáSez.
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582
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
RECUERDOS
(OOXOLDaiólt)
Por espacio de ciiatro horas, siguió en toda
su fueraa el ruido utronador de la pelea; des-
pués poco á poco se fué alejando, hasta perder-
se en lontananza sus últimos ecos, muy cerca ya
del anochecer.
Mucho trabajo tuvimos aquella tarde, pues
no cesaban de llegar heridos desde el campo de
batalla; pero gracias á las buenas condiciones
del local empleado, y á la incansable actividad
de los médicos y practicantes de Sanidad, fueron
divinamente atendidos aquellos desgraciados.
Por un joven oficial de caballería, que vino á
la caida de la tarde con órdenes para el jefe de
Sanidad, supimos con inmenso placer que la
victoria había coronado los heroicos esfuerzos
de nuestros bravos soldados, y que el enemigo
emprendía su retirada en toda la línea, con un
orden admirable y uq valor á toda prueba.
Para cumplimentar las órdenes recibidas, y
escoltados por fuerzas de infantería, destinadas
al efecto, emprendimos la marcha hacia van-
guardia, para recoger todos los heridos que que-
daban todavía sobre el teatro de la lucha.
Toda aquella noche duró para nosotros tan
EL SORTILEGIO ^Cuadro de John CoUier)
triste tarea. Ejércitos mil de pálidas estrellas
tachonaban la bóveda celeste, irradiando en el
éter oleadas infinitas de suavísima luz, que ve-
nían á morir con dulce ritmo sobre la tierra hu-
medecida del rocío.
Perfume» embriagadores se elevaban al cielo
desde el humilde cáliz de las flores silvestres.
Rumores lejanos confundían sus ondas allá eu
el espacio, formando á cada instante el susurro
misterioso del silencio. Silencio tanto más terri-
ble, porque era el de la muerte. Allí dormían el
sueño de los héroes, los cadáveres insepultos
de muclioa soldados, que horas antes, estaban
llenos de vida y juventud.
¡Pobre» madres, que esperarán quizá el sus-
pirado regreso de aquellos pedazos de su pro-
pio corazón! ¡En vano, un día y otro día, mira-
rán con esperanza secreta la blanca senda que
conduce á la aldea, ¡>ara divisar á lo lejos un
bnltí», uniforme militar que anuncie la vuelta
deseada de huh hijos! ¡Quién saín!, si alguna sin
ventura verá llegar j)or sarcasmo de la suerte,
ql mismo que t«nga la tríste misión de entregar
en sus manos las ensangrentadas reliquias de
aquel que, cumplienSo un sagrado deber para
con la patria, encontró gloriosa muerte sobre el
campo del honor!
Felices al cabo, en cierto modo, los que tienen
quien les llore. ¡Cuántos hay, en cambio, que
encuentran tumba ignorada en el fondo de un
barranco, sin que nadie derrame una lágrima
por ellos, ui la patria agradezca su noble sacri-
ficio! El soldado, esa figura tan noble, tan sen-
cilla y tan grande á la par, merece que todo el
que lo encuentre en su camino, se quite el som-
brero hasta los pies en señal de respeto y ad-
miración. Despreciable será el hombre que no
respete en el soldado, la personificación más
pura de la patria, el prototipo más acabado de
la abnegación y el desinterés.
Así filosofaba yo en aquellos tristes mpmen-
tos y pensaba al propio tiempo, cuan difícil es
la noble misión de los jefes y oficiales de todas
armas, tanto en la paz como en la guerra. En
la paz, educar al soldado y adiestrarle para el
combate; administrar sus haberes, atenderle y
cuidarle con aquel tact/) y constancia que tanta
paciencia requieren.
En campaña, aplicar los principios enseña-
dos, acostumbrar y connaturalizar al soldado
con los peligros, infundiéndole una ciega con-
fianza en los que mandan, y economizar, por fin,
con inteligencia y serenidad las vidas preciosas
de aquellos seres que la patria les confía, para
tener después la satisfacción más grande, el
orgullo más noble, el placer más cumplido y
hermoso de todos los placeres, cual es el devol-
verlos á los amantes brazos de sus madres, cu-
biertos, sí, de cicatrices pero llenos de vida y
juventud para que puedan ser el amparo de su
vejez.
¡Cuánta injusticia y cuánto egoísmo! Durante
la paz, nadie ve en los militares más que el di-
nero que cuestan á la nación; pero no tionen en
cuenta los sacrificios, las penalidades, los sufri-
mientos y privaciones que pasan en campaña,
las vidas que se pierden, las heridas toj ribles
que reciben, la miseria quizá que les aguarda
y otras mil contrariedades de todo género á que
está sujeta la vida azarosa del militar. No se
cansen, no, los que cegados por una pasión in-
concebible, miran con prevención aquello mis-
mo que tanto debieran dignificar. Tanto tiempo
como duren las discordias y miserias de los
hombres, durará también la guerra y la necesi-
dad de los ejércitos permanentes.
Porque el ejército ha sido siempre y será, la
fuerza á la orden del derecho, el sostén incon-
trastable del honor nacional. Cada gota de san-
gre que derrama el soldado sobre el campo de
batalla, es semilla fecunda y maravillosa de
grandes virtudes y de elocuentes ejemplos, dig-
nos siempre de imitar.
Si todos los ciudadanos fueran soldados y pa-
garan á la patria una vez sola, tan justo y no-
ble tributo, sabrían como yo sé las espinas y
abrojos de que está sembrada la carrera de las
armas.
III
PEDKO PONCK
Recuerdo perfectamente que, entre los mu-
chos cadáveres que vieron mis ojos durante
aquella noche, ninguno me causó tanta impre-
sión como el de un pobre soldado de cazadores,
que tenía el pecho atravesado de un bayonetazo.
Su cuerpo estaba tendido de esjjaldas sobre la
yerba, los brazos abiertos, la cabeza caida hacia
atrás y salpicado de sangre su uniforme.
Su rostro varonil conservaba todavía una ex-
presión amenazadora. Al verlo, se formaba uno
la idea de aquel hombre, lleno de vida, cargan-
do á la bayoneta con sus demás compañeros y
detenido en su carrera, de improviso, por el arma
homicida que le dio gloriosa muerte.
El sargento primero, comandante del pelotón
que nos ayudaba en tan fúnebre tarea, recono-
ció perfectamente al pobre soldado, por ser de
su misma compañía y paisano suyo. Me dijo
que se llamaba Pedro Ponce, que era hijo de
una pobre viuda llamada Constanza Venegas
que, sola en el mundo y habiendo disfrutado en
otro tiempo de una posición desahogada, no
tenía al presente otros recursos ni más amparo
que aquel hijo querido á quien idolatraba con
pasión. Registradas sus ropas por el sargento,
se le encontró la última carta que había recibi-
do de su madre. Carta conmovedora que hizo
asomar las lágrimas á mis ojos y acariciar eu
seguida un proyecto que bien pronto realicé.
El sitio en que el pobre Pedro Ponce perdió
su vida era un oasin en miniatura. Arboles frou-
dosos cubrían con su verde pabellón una peque-
ña pradera, cuyas suaves pendientes esmaltaban
flores silvestres. Un limpio manantial, brotando
en su parte más alta, formaba en su vertiente
un arroyo que, saltando bullidor de piedra en
piedra, producía un murmullo delicioso.
Muy cerca del manantial, y junto al tronco
de un añoso roljle, abrimos una zanja profunda,
en la cual depositamos el cuerpo de aquel va-
liente. Una cruz de madera coronaba aquella
humilde sepultura, como recuerdo á su me-
moria,
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
583
A los dos días, una persona de toda mi con-
fianza salió con dirección al pueblo de Z..., para
dar á la pobre Constanza la infausta nueva de
la muerte de su hijo y con el encargo expreso
de traérsela á mi casa, para que viviera en lo
sucesivo bajo mi amparo.
Su entrevista conmigo fué dolorosa en ex-
tremo. «Estoy sola en el mundo,» me dijo sollo-
zando. «Yo también señora, le contesté, y por
eso será V. mi segunda madre, y así tendrá
otro hijo á quien amar, no tan bueno como Pe-
dro, pero dispuesto siempre á enjugar sus lá-
grimas y á endulzar sus muchas penas.»
Todos los días, al amanecer, emprendía aque-
lla pobre mujer su caminata, para rezar sobre
el sepulcro de su hijo. Nunca faltaron en la
tosca cruz frescas flores que la adornaran.
¡Pobre madre! No bastaron dulces reflexiones,
cuidados incesantes y cariñosos consuelos. Su-
cedió lo que debía suceder. Una hermosa maña-
na del mes de Mayo, alarmado por su tardanza,
salí á buscarla en el sitio de costumbre. Allí,
sobre la cruz arrodillada, la sorprendió sin duda
la muerte. ¡Murió de pena la infeliz! No quise
separar aquellos seres que vivieron siempre
juntos, y previas las formalidades necesarias,
conseguí autorización para enterrarla al lado
de su hijo.
La campaña fué bastante breve, gracias á la
bravura de nuestro ejército, y la paz, con sus
rientes resplandores, devolvió la tranquilidad
y el sosiego á todos los habitantes de aquella
comarca, tan digna de mejor suerte.
Cuando mis muchas ocupaciones me permi-
tieron poner en orden los asuntos de mi casa,
fué mi primer cuidado reemplazar la cruz de
madera bajo la cual reposa el pobre soldado,
por otra más grande de mármol, que se eleva
gallardamente sobre un elegante pedestal: «Pe-
dro Ponce, muerto en el campo del honor. Su
madre, Constanza Venegas, descansa junto á él.»
Este fué el epitafio que hice grabar en la
cruz como memoria de aquellas dos almas que
la muerte separó por breve plazo.
¡Ckiántos años han pasado desde entonces!
Aquel agreste lugar, tan solitario entonces,
es ahora el punto de cita obligado de todos los
habitantes comarcanos, siempre que se trata de
alguna expedición de caza, romería ó cualquiera
otra diversión. Los recién casados nunca dejan
de beber en su limpio manantial, porque es
fama que sus aguas dan la felicidad. Ni hay un
prado más alegi-e que aquel para bailar las za-
galas y aldeanos al compás del tamboril.
Durante el invierno, es el sitio elegido por
los ancianos para tomar el sol, que lo inunda
con sus rayos todo el día.
Las tardes del estío, son más frescas cuando
se pasan bajo la sombra de aquellos árboles
frondosos. Entre sus ramas cantan mejor sus
tiernas endechas los ruiseñores en las noches
serenas. Las brisas de la mañana, al pasar en-
tre los miles de gayombas que allí crecen, se
saturan con sus perfumes para llevarlos lejos
en sus plácidas ondas. Allí la naturaleza ente-
ra parece regocijarse derramando á manos llenas
sus más preciados dones, y es que, en aquel sitio
bajo la cruz de mármol, está la tumba ilel solda-
do que murió por la patria. La tierra, salpicada
un tiempo con su sangre generosa, palpita des-
de entonces de alegría y se viste con sus galas
más brillantes.
¡Dichoso yo, si un día, cuando los años coro-
nen de nieve mi cabeza, puedo descansar sobre
las gradas de aquella cruz bendita y esperar
tranquilamente la hora venturosa de mi muerte!
Fklipe Mathé.
-*-
REVISTA científica
A vípo á lo8 tf-ncdores de billetes de lianco, — TranquiUzado-
rap noticias respecto á ]a extinción del calor del sol.—
El eclipse del \'.< de Agosto. — ("ontra el hipo.— i uidado
con la cocaina.— La futura sub-humanldad.— Utilización
del veneno de los crótalos.
A pesar de lo poco que nos interesa á la in-
mensa mayoría de los españoles, no quiero pri-
varme de dar á conocer á los que no lo sepan
todavía, que parece haberse descubierto el medio
de reconocer indefectiblemente los billetes de
Banco falsos, obra de misericordia debida á un
austríaco. «Cuando se mira en el estereoscopio,
— dice M. Georges Petit, — dos billetes de Ban-
co legítimos, las dos imágenes se confunden y
no se ve mas que una cuyas partes todas están
en un mismo plano. Si, por el contrario, se colo-
can dos billetes que no proceden de la misma
plancha, las dos imágenes no se recubren ya
exactamente, pues aun en el supuesto de la imi-
tación más perfecta, la forma y la posición de
los caracteres y otros pormenores presentan
siempre algunas diferencias que en el estereos-
copio aparecen distintamente, puesto que las
partes desemejantes no se presentan ya en un
mismo plano y se destacan una de otra en el es-
pacio formando relieve. De ahí se sigue que
para comprobar la autenticidad de un billete
dudoso basta confrontarlo con un billete legiti-
mo en un estereoscopio de las dimensiones que
se quiera; el menor desdoblamiento de la ima-
gen denuncia inmediatamente la falsificación.
AGUAS TRANQUILAS i (uadio de A. En^)
»Este mismo medio servirla para reconocer
las imitaciones de valores, de impresos anti-
guos, etc. Más aún: si este procedimiento es sus-
ceptible de mostrarl%al mismo falsario la im-
perfección de su imitación, no le facilita en
cambio indicación alguna que le permita recti-
ficar su grabado y realizar una reproducción
absolutamente fiel. Este medio de comprobación
no exige ningiín conocimiento especial, ni mani-
pulaciones químicas que podrían deteriorar la
pieza examinada, y además es aplicable con gran
rapidez; no es, pues, un descubrimiento inte-
resante tan sólo teóricamente, sino que puede
emplearse en todas las oficinas financieras, en
el curso de las operaciones diarias.»
Por mi parte, sólo cuidaré de avisar á los que
hagan uso del estereoscopio, que tengan cuidado
de que el billete que sirva de tipo de compara-
ción sea legítimo á fin de evitarse el disgusto
de un industrial de aquí, que comprobando en
aquel aparato los billetes buenos con uno falso
que le servía de muestra, rehusaba los primeros
y admitía únicamente los segundos.
* *
En una de las últimas sesiones de la Institut
ción Real de Londres, ha vuelto á abordar
sir W. Thompson, la cuestión de la conservación
de la energía solar y ha desenvuelto la hipóte-
sis de Helmhrotz que atribuye el calor del sol
al trabajo de condensación progresiva de su
masa bajo la influencia del enfriamiento. La
tasa actual de la irradiación solar, equivalente
á 78.000 caballos de vapor por metro cuadrado,
puede explicarse por una contracción del radio
solar que alcanza anualmente 35 metros y co-
rresponde á un diez milésimo de este radio
cada 2.000 años. Suponiendo que la irradiación
haya permanecido constante durante doscientos-
mil años, tendríamos que admitir, partiendo de
esta hipótesis, que el radio solar ha disminuido
de entonces acá en 1 por 100. Este cálculo no
puede evidentemente ser aplicado, ya en el pa-
sado, ya en lo porvenir, más que á períodos de
tiempo considerables, puesto que el trabajo de
la contracción depende de la densidad y varía,
en consecuencia, con ella. Teniendo en cuenta
esta variación se ha calculado que la contrac-
ción del radio solar, desde un valor cuatro v
COMBATE DE TOROS EN
IREO (Cuadro de A. Wagner)
586
LA ILD8TBACI0N IBÉRICA
ees superior á 8U valor actual, ha podido sumi-
nistrar IóAXO millones de años de calor; su
contracción hasta un valor dos veces más débil
que el valor presente puede suministrar aún
veinte millones de años de calor. Es de notar
que esta última contracción es un limite extre-
mo, puesto que implica una densidad del sol
once veces superior á la del agua, densidad in-
compatible con la idea de una retracción ope-
rada bajo la influencia de un enfriamiento.
Por otra parte, la disminución de la superficie
irradiante con temperatura decreciente, supone
una irradiación igualmente decreciente, y por lo
tanto, inferior á la irradiación actual. Así,
Newcomb, partidario de esta teoría, admite que
el papel del sol, para mantener Jas condiciones
actuales de la vida en la superficie de la tierra,
tiene limitado su porvenir á unos diez millones
de años. '^
Estos cálculos están basados en la hipótesis
sencilla de una densidad uniforme (1 ,4) de la
masa solar. De hecho, es probable que esta den-
sidad vaya creciendo hacia el centro, pero esto
no invalida en nada las conclusiones de New-
comb relativas á la fijación del valor límite del
período activo del astro. Por otra parte, las in-
vestigaciones recientes del profesor Langley,
han conducido á multiplicar por 1 ,7 las cifras de
Pouillet relativas á la irradiación solar que han
servido en esos cálculos (la potencia por metro
cuadrado sube asi á 138.000 caballos). Desde
este momento, los veinte millones de años se re-
VERONA: PIAZZA DEI.SICNORI
dncen á doce, y si tiene en cuenta el acrecenta-
miento de densidad de que se ha hablado más
arriba, así cerno la posibilidad de variación de la
constante solar en el pasado, parece racional li-
mitar la acción del sol á veinte millones de años ^
en el pasado y á cinco ó seis millones en lo por-
venir. (Ciel et Terre).
*
Al dar cuenta M. Jansenn, en la sesión celer
brada por la Academia de Ciencias de París
el 22 de Agosto último, del eclipse de sol del
día 19 del mismo, manifestó que, según las no-
ticias llegadas hasta entonces de los observato-
rios, los resultados habían sido casi negativos á
causa del estado del cielo casi en todas partes
nubloso. .Sin embargo, en la estación de Petrows-
ka, M. üla.ssnapp pudo sacar dos dibujos y tres
fotografías de la corona; M. Stanoiewitch ha
obtenido en el espectro las lineas de la corona
y sacado fotografías; M. Kononowitch, de Odes-
sa, ha obtenido un espectro completo de la co-
rona.
En la estación de Jdrgewitz, orilla derecha
del Volga, protuberancias observadas, corona no
visible.
Como mot de la fin, añadió M. Janssen, que en
Berlín algunos bromistas de mal género (mau-
vais plaisants), habían pegado un anuncio en las
esquinas, diciendo, que en vista del mal tiempo
el eclipse quedaba aplazado para el domingo si-
guiente.
Ya dijo Hipócrates en sus Aforismos que el
estornudo provocado por el cosquilleo de la
mucosa nasa) detiene el hipo, y el médico Ery-
ximaco, en un Diálogo de Platón, cita igualmen-
te este hecho, de lo cual deduciría ciertamente
Gedeon la grande antigüedad que tiene el hipo.
Nadie, á causa del lamentable abandono en que
yacen hoj' los Aforismos de Hipócrates y de lo
poco leídos que son los Diálogos de Platón se
acordaba ya de esto, cuando M. Gibson, dis-
tinguido médico edimburgués, dedicóse á estu-
diar de nuevo la cuestión, corroborando en un
todo los asertos del anciano de Cos y del elocuen-
te Eryximaco, y no solo lo corrobora, sino que
afirma no ser necesario siquiera el estornudo bas-
tando con un simple cosquilleo de la pituitaria.
Ténganlo entendido, pues, los que se ven su-
jetos con frecuencia á aquel molesto espasmo.
*
* *
Ya ha comparecido el inevitable tío Paco con
su correspondiente rebaja, de la cual ha sido
objeto ahora la famosa cuanto cara rocaiva. Hé
aquí lo que se lee, efectivamente en la Revue
Scientifique del 20 del pasado: '<Según mister
.1. ]$. Mathieu, en un articulo publicado por la
Auslralohian Medical Gazzette de Sydney ¿n. 9,
vol. VI, 15 Junio 1887), la cocaína, que tanto
ruido está metiendo desde há poco, sería un me-
dicamento bastante peligroso, al cual le serían
imputables ya cierto número de accidentes. Sin
hablar del triste y ruidoso caso de Kolomnine,
que se suicidio el año último después de haber
creído que la muerte de una de sus operadas
era debida á la cocaína, hay casos auténticos
muy claros en que la cocaína ha producido gra-
ves perturbaciones. Así W. U. Long, ha tenido
un enfermo cuya laringe embadurnó con una
solución de cocaína; los síntomas morbosos se
disiparon, pero al cabo de tres ó cuatro horas
el paciente estaba inconscio, con pulso rápido y
anestesia profunda, y finalmente se detuvo la
respiración y la vida con ella. F. M. Thomas ha
notado un caso de muerte por la cocaína en una
señora que se trataba un dolor de muelas con
aquella sustancia. Myerhausen, Schwarzbach,
Bockl, Ziem, Litten, Newmann y
otros más han observado casos en
que la cocaína, sin acarrear la
muerte, ha producido graves des-
órdenes. Según el autor americano,
la cocainomanía hace progresos
considerables y los médicos que han
observado casos de ellas están con-
testes en señalar sus graves incon-
venientes.»
*
* *
M. Víctor Meunier, cuyas cróni-
cas científicas en el Rappel son mo-
delo de originalidad, acaba de pu-
blicar un libro que en nada desdice
de sus cualidades como revistero:
titúlase El porvenir de las especies,
los animales perfectibles, rótulo que
no da exacta idea, sin embargo, del
contenido, puesto que debería decir
de la (sperie simiana, por mal nom-
bre, monos.
M. Meunier, dai-winista acérrimo,
dice que espera convencer al lector
de que, gracias á los monos, la so-
ciedad habrá conquistado su dicha,
después de haber conquistado la
naturaleza, gracia al jierro. ¡Con qué
elocuencia insiste en la importancia
que podría tener para nosotros los
humanos la domesticación de los
monos! Ellos serían jardineros y en tal con-
cepto manejarían el azadón ó la podadera, tira-
rían de la carretilla, sacarían agua, regarían las
legumbres ó las flores, darían á la bomba; se les
dedicaría al servicio doméstico, como mozos de
campo y plaza y les veríamos darles el pienso á
las caballerías y echarles el grano á las galli-
nas; adiestrados en el oficio de ayuda de cámara
cepillarían nuestros vestidos, nos darían á las
botas betún, harían las camas, barrerían los
cuartos, encenderían fuego, servirían la me-
sa, etc. ¡Dominguito y Cangreja á las órdenes
del tío de los sobrinos del capitán ürant! Final-
mente, M. Víctor Meunier descubre aún la po-
sibilidad de que se les pudiese dedicar á pin-
ches de cocina lavando platos, mondando pata-
tas, etc..
Verdad es que en todo eso queda muy corto
M. Meunier si se comparan sus aspiraciones en
cuanto á los monos con lo que de las monas
escribe el sabio escritor belga M. Houzou el cual
afirma que "las hembras (las orangatanas, chim-
pazesas y demás señoras de la alta monería) po-
drían emplearse en cuidar á los niños, y aun
harían unas excelentes nodrizas por ser sil leche
muy rica en manteca, de la cual contiene un
10 por 100.»
Bien examinada la cosa, ¡quién sabe, sin em-
bargo, si esa sub-humanidad que trata de crear
M. Meunier no llegará á .ser un hecho! Ya en
el Bra.sil se ha hecho el ensayo de confiar á los
monos, bajo la inmediata vigilancia de un ca-
pataz bimano, los trabajos de la recolección del
lino, dando al parecer brillantes resultados; más
aún, de la habilidad de los monos como funcio-
narios públicos de esos que pasan la vida em-
borronando jjapelotes da fe y crédito M. Ijeon
Gozlan en su filosófica fantasía titulada: Las
emociones de un chino, con la ventaja de que pro-
bablemente no irregularizarian ni filtrarían
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
587
tanto como á esos de quienes se viene hablan-
do desde Cádiz... á Holguin, con escala en la
coronada villa.
*
* ■■i'
El último remedio contra la fiebre tifoidea
¿saben mis lectores cuál es? Pues, de fijo, no
acertarían en cien años: es el veneno de las ser-
pientes de cascabel. Asi lo asegura á lo menos
M. Drysdale, que lo recomienda mucho en las
calenturas perniciosas y en la susodicha fiebre,
á la dosis de una gota cada dos horas, de una
solución acuosa al 1 por 100, pudiendo emplear-
se también en todas las enfermedades caracte-
rizadas por grande postración.
Todo el toque está ahora en que s^ legítima
la ponzoña cascabelina que venda» los botica-
rios y no se dé el caso de repetir la farce de
Barbey d' Aurevilly, cuando habiéndole pre-
guntado una buena mujer por la causa de apa-
recer cerrada un día una farma-
cia exclamó, suponiendo que el
dueño había sido detenido:
— ¡El miserable falsificaba los
venenos!
Alfredo Opisso.
*
bibliografía
Noticia de la vida y e«oritns de D. Manuel
Milá y Fontanals que en la sesión públi-
ca de 10 de Abril de 1SS7, dedicada por
la Real Academia de Buenas Letras de
Barcelona á honrar su memoria leyó
D. Joaquin Rubio y Ors. — Barcelo-
na, 1887.
No he podido vencer el pro-
fundo desaliento que se ha apo-
derado de mi ánimo al aoabar de
leer ese libro. ¡Cuan pobres so-
mos los de ahora! ¡Qué charco de
ranas ese en que gritamos! Da
voz de aquellos hombres, rarísi-
mos, que nos quedan de la gene-
ración del año 30, resuena, com-
parada con nuestros brutales graz-
nidos, como la del ruiseñor; su
vuelo equiparado con el nuestro,
plebeyísimos gorriones, es el del
águila.
Milá, Piferrer, Roca, Balmes, Aribau, Qua-
drado. Rubio, nombres respetabilísimos, nom-
bres venerandos; voces, cuyo acento impone.
No, mil veces no; nunca valdremos lo que ellos;
ni el mismo Menéndez Peí ayo, ese asombro,
les llegará á alcanzar. Son como profetas, son
los grandes descubridores, los sumos maestros;
los Eddison sublimes de lo bello; los Schliemann
de la olvidada poesía popular. Su escuela podrá
ser incompatible con las tendencias de hoy,
pero está edificada en tan alta cumbre que des-
de ella deben sonreírse al ver nuestros esfuerzos
para derrocarles.
¡Qué modo de hablar ó de escribir el suyo!
Esa Noticia es una humillación para nuestros
flamantes estilistas. ¡Qué majestad, qué noble-
za, qué serenidad olímpica! A nuestros secos
renglones responden con los meandros y ara-
bescos de las grandes arquitecturas. Los de hoy
construímos con piedra artificial casas de cinco
pisos para alquilar, y ellos levantan palacios
cuyo único material es el mámiol de Paros.
Comprendo que nos desdeñasen si vivieran y
que no se avengan con nosotros los que sobre-
viven: ellos son colosos, nosotros raquíticos en-
gendros;.' ellos, gentil-hombres, nosotros ruda
plebe; ellos, los que sólo se alimentaban con la
médula de los leones, los que á costa de paciencia
subieron hasta la cima y desde allí lo divisaron
todo; nosotros indiferentes comensales de vulga-
rísimo restaurant, que hacemos el viaje por don-
de nos llevan, no por donde queremos ir.
Quizás haya quien encuentre sobrada solem-
nidad en ese estilo que en la ocasión presente
no quiero llamar académico porque se ve que es
sincero, pero á mi ver es el único que conviene
hablando de Milá y Fontanals, doctísimo varón
...moína lu rjue cíUbré
y de quien, lo confieso, apenas si he leído algu-
nos articulejos y La Gomplanta d' en Guillen;
con todo tenía yo formado alta idea de él por. lo
que me decía Joaquín María Bartrina, con quien
estaba, según trazas, en buenas relaciones.
En cambio constábame que el señor Rubio y
Ors, el Gayter de' Llobregaf, había sido el ver-
dadero promovedor del renacimiento de la poe-
sía catalana y de los Juegos Florales, mérito pa-
gado con la ingratitud imperdonable de no
haberse acordado nunca de él para presidirlos
hasta hace dos ó tres años, obrando dignamente
con rechazar entonces el tardío honor.
Esa Noticia es un monumento legado á la pos-
teridad. El autor, maestro en el uso del lengua-
je castellano, hace gala de su completa posesión
del mismo, sin trascender al lec-
tor la sospecha del menor esfuer-
zo en la gallardísima audacia de
las construcciones; sale, se remon-
ta, va de una parte á otra, gira, revolotea y
cuando se le cree desconcertado y sin rumbo
vuelve á caer de pies, allá, allá lejos, siguiendo
su camino. Es de los escritores que se ciernen,
no de los que se arrastran.
Sus juicios sobre las múltiples producciones
del panegirizado pueden parecer sobrado con-
cienzudos dada la escasa importancia de las más,
pero como esto sirve para que el señor Rubio
escriba algunos párrafos ge pasa por la insigni-.
fioancia del asunto en gracia de la hermosura
de la forma.
No creo yo que Milá sobreviva en la memo-
ria del vulgo á la reputación de que gozó du-
rante su gloriosa carrera; sus tratados doctri-
nales, á lo que veo por lo que de ellos dice el
VERONA
FRISO DEL PORTAL DEL PALACIO
6ANMICHELI
señor Rubio, no son para dar satisfacción á los
problemas modernamente planteados; la erudi-
ción no es bastante para imponerse á la común
creencia y al viciamiento de la opinión del vul-
go: nadie se allanará, — fuera de Cataluña, — á
darle importancia á la literatura lemosina his-
tórica y de cada vez se descuidará más el estu-
dio de la poesía heroico-popular castellana. Es
como Menéndez Pelayo al empeñarse en decir
que aquellos cuantos jesuítas españoles que es-
cribieron del bello ideal el pasado siglo, pueden
representar algo en la historia de la estética.
Nosotros, los del vulgo, somos reacios á cuan-
to sea hacernos modificar las ideas re(;ues, como
dicen los franceses.
• Lo verdaderamente deleitoso y útilísimo para
todos que contiene el discurso del señor Rubio,
— ya iiue he dicho que en cuanto á la forma es
una maravilla todo él, — es el cuadro que tra-
za del renacimiento literario en Cataluña, par-
tiendo de la fundación de El Europeo. A falta
de Memorias nos quedan esas páginas (23 á 69)
para saber la historia del movimiento literario
en esta ciudad de los Condes, desde el año 24 á
los últimos de su cuarta década, desde cuya fe-
cha acá les es ya suficientemente conocidoj á
todos lo que se ha venido haciendo.
Con la Noticia sobre el famoso catedrático de
literatura de nuestra facultad de Filosofía y
Letras ha puesto, creo, el señor Rubio, el sello
á su eminente reputación como cultivador de
las bellas letras. No me importa el abismo que
me separa de sus ideas y tendencias. Trátase de
un hombre que se granjea la admiración y el
respeto por su alteza de miras, sus relevantísi-
mos méritos y su. pericia literaria y esto basta
para inclinarse ante él, como ante un dechado
de escritores y maestros.
Carlos Me.vdoza.
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LA.S YEMx\S DE COCO
'CUENTO DE REPOSTERÍA^
Amalia era una joven preciosa.
Una muchacha de aquellas que llaman la
atención de los Tenorios, más ó menos apalea-
dos por las iras paternas, y que producen en
los simples mortales ese deseo, casto y vivo al
mismo tiempo, que obliga á decirles al paso:
«¡Ole! ¡Bendita sea tu gracia!» sin repararen
las consecuencias desastrosas y desgarradoras
que puede sufrir á veces cierto sitio de los pan-
talones pertenecientes al chicoleador.
Pero el verdadero entusiasmo en nada re-
para.
Pepito era un chico acostumbrado á las con-
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LA ILUSTBAdON IBS&IGA
qoütas. Malas lenguas decían qiie 'tenia cara
de mochuelo; total porque el pobre muchacho
tenia los ojos redondos como pesetas eolumna-
rias y la nariz algo parecida á nn saca-tapones;
pero esto no impide ser amado por las hermo-
sas, por aquello de que: .^El hombre y el oso...»
Pero, vengamos al asunto.
Era ana noche fría del invierno aterido, co-
■M> dijo Núñez de Arce, y lo extraño seria que
ea invierno fuesen las^noches calientes; pero
no nos metamos con los genios. Pepe salía del
teatro apurando la colilla de un cigarro puro.
Amalia, con el manguito en la boca, preser-
vándola del frío y tragando alguno de ios pelos
por inadvertencia. Se vieron y se amaron.
¿Quién es capaz de adivinar la penetración
de una mirada, aunque proceda de unos ojos
amocLuelados?
El la siguió hasta la casa donde desapareció
ella.
VERONA: MAUSOLEO DE MASTINO II
La joven salió al balcón, y él se acercó i-ápi-
damente á la acera, diciendo con frase arreba-
tada:
—¡Señorita! jYo la amo á usted!
La contestación fué un ladrillazo que le bru-
mo las costillas.
Pepe no llevaba los lentes poestos.
La persona á quien se había declarado era
nn teniente de carabineros que vivía en el se-
gundo piso.
II
Trascurrieron varios días que Pepe pasó en
el lecho del dolor aplicándose cataplasmas de
linaza y llamando en la soledad con enamora-
das voces á 8u amante. Pero, ¡ayl no acudió na-
die más que la portera, mujer cuyos bigotes en-
vidiaba Pepe en sus horas de solaz ó de abu-
rrimiento.
Y pasaron días y días.
Pepe se puso algo mejor y se lanzó á la calle
renqueando algún tanto, pero dispuesto si era
preciso á morir por su amor y hasta recibir otro
cantazo en el último extremo.
Llegó á la calle de la pasada tragedia. Miró
y vio en el piso principal á el ídolo de sus
amores que bordaba unas zapatillas mame-
lucas.
Entonces Pepe llevaba puestos los lentes.
Ella le soni'ió intensamente, como diría iV -
rez^ Escrich.
El llevó la mano á sus labios para enviarla
un beso, pero en aquel momento silbó un chi-
quillo que pasaba y la joven impuso silencio á
Pepe llevando el dedo á los labios, pues no le
gustaban los novios filarmónicos.
Se citaron para las diez de la noche por la
escolera.
Esto tiene sus peligros.
¡Oh, jóvenes, las del peinado en forma de
sorbete, las de las faldas escurridas, las de im-
presionable corazón! No habléis nunca con el
novio por la escalera.
Los hombrea son muy malos, muy granujas,
y el que no tiene empacho en no pagar cuen-
tas al sastre, al sombrerero y á la patrona, ¿có-
mo queréis que pague cuentas del honor ultra-
jado? Han perdido la costumbre, por molesta.
Pero no divaguemos.
Pepe acudió á la cita. Todo lo que había Iti-
do en las novelas de á cuartillo de á real la en-
trega respecto á los celos y al amor, con sus ]ah!
y ¡oh! inclusive, se lo dijo á su Amalia en un pe-
riquete. Ella se abandonó candidamente á aquel
amor de niña, pero Pepe no abusó; era iin caba-
llero. Además, le dolía aún bastante el ladri-
llazo, y no estaba para bromas.
La boda quedó concertada entre los chicos.
Pepe decidió casarse con Amalia, á pesar de
todo. Aquel espaldarazo sui generis era un bau-
tismo de moraduras, y Pepito era supersti-
cios<>.
Pero Amalia era golosa en extremo. Todas
las noches traía Pepe una librita de dulces que
le costaba disputar á los agujas de portal, pues
el enamorado mancebo vivía en las afueras; ca-
ramelos, bombones ó pitisús quo Amalia engu-
llía, pareciéndole muy dulce el amor de su Pe-
pito. ¡Claro! ¡Como que unos días sabía á almí-
bar y otro á caramelos de los Alpes!
III
Llegó el suspirado día de pedir la mano.
No sé por qué se dice esto de pedir la mano.
El novio, cuando llega e.se día, ha tomado la
mano y algunas cosas más; pero do algo ha de
servir la metáfora.
Pepito trajo aquella noche dos libras de ye-
mas de coco.
Hay que advertir que por la tarde había co-
mido, en compañía de su amada, una buena por-
ción de limoncillos.
A Amalia,
3!, no le gustaban las
¡rara avis!,
yemas.
La hora de entrar en casa se acercaba, y no
era cosa de entrar con las yemas en la mano á
pedir la idem, pues hubiera creído la mamá que
el futuro llevara los postres á prevención, y
por muy enamorado que se esté no le da A na-
die por llevar cucuruchos á la suegra (como 110
contengan bola municipal).
Tampoco podía meter en ningún bolsillo car-
tucho tan enorme, porque le hubieran negado
el enlace con la niña, so pretexto de su salud,
poniendo un plazo hasta la estirpación del tu-
mor que ostentaba el yerno. .
En resumen, Pepito se comió todas las ye-
mas.
— A los pies de V., señora.
— Beso... Siéntese usted.
— Pues yo venía sobre...
— ¿Sobre quién?
— No, no señora, á pié; pero venía á pedir
á usted...
— No tengo suelto.
— No... ¡Av!... Yo amo... ¡Ayl... Y sufro...
jAy!...
— Ya se conoce; está V. pálido.
— Su hija de usted... ¡Ay!...
Pepito comenzaba asentir en su vientre todos
los cocoteros de la América del Sud y el calor
tropical que madura tan apetecidos frutos.
— Pero acabe V., — chilló doña Nicanora.
— Señora, lo que yo quisiera es poder empe-
zar, pero delante de señoras es imposible.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
591
— ¡Tenga V. ánimo!
— Pues bien... ¡Yo estoy enamorado de
Amalial...
— Me parece...
— ¡Si supiera V. lo que siento aquí!...
— -¡Caballero!... ¡Inmediatamente, salga usted
de mi casa!
— Pero, señora...
— ¡Fuera!....
Pepe salió abroncado, y atravesó diez calles
como una avalancha, murmurando:
— Más vale asi.
Al dia siguiente recibió una carta, concebida
en estos términos:
«Sr. D. José Lechoncillo.
«Supondrá V. que la boda es imposible. Tuvo
usted la avilantez de señalar su barriga para
indicar el apasionamiento de su amor, y mi ma-
má no quiere un yerno que tenga el corazón en
el hipocondrio.
B. S. M.
Amalia.y
Pepe no volvió á acercarse á una confitería
en todos los días de su existencia.
José M.' de la Torre.
*
NUESTROS GRABADOS
UNA BCLf.Á I.ÍCTORA
Cuadro de A. Mukarowgky
¿Qné leerá esa ele(?»nte señor», que tanta «tención está
presi.aiido al libro? Vaya V. á sahcr, pero es ¡nrtndable, dada
la discreción qne revela su som' Innte, que no debe leerni
uno de esos tomos que huelen á pomada de una legua, ni
tampoco de esos otros que huelen á otra cosa, por (jemplo,
iH Terre del lmpondera»>le Zola. Ofenderla.se de fl.)o la señora
si se encontrase con aquellas violaciones de nonagenailas
por arrapiezos de diez y seis años y aquellas interjecciones
intraducibies de... no quiero decir el mote que le pone Zola;
como, ya qne no sintiese tales Indignaciones, dlsgustarlase
de fijo con la prosa rococó y opoponacada de los novelistas
de boudoir.
riEONi
De-spués de haber sido plaza importantísima en la anti-
bgüedad romana y durante los siglos medlo-evales, vése hoy
Verona reducida á triste y solitaria ciudad de provincia,
orno tantas otras que después de una grande prosperidad
^acen ahora en lamentable decaimiento.
Lo que no ha podido perder, sin embargo, es el recuerdo
i sus pasadas grandevas: nada mis pintoresco, por ejemplo
gue su Pimía dei Signori, verdadera decoración de una pla-
L Italiana en pleno siglo xr, con su campanlle, su palacio
flel Renacimiento, su espléndida ornamentación, sus sopor-
ales, estiltuas, templetes, surtidores, etc.
Las numerosas iglesias que contiene (la Catedral, San
eno, San Fermo, Santa Anastasia, etc.), son de un estilo
articular llamado lombardo, intermedio entre el estilo ita-
liano y el estilo gótico, «como si los artistas latinos y los ár-
ala» germánicos, dice Taine, hubiesen venido á acordar y
l^bocar sus Ideas en un mismo edificio; pero la obra es since-
a, y como en todos los monumentos de una edad primitiva,
atente en ellos la viva invención de u¿ espíritu que se
febre.i
Santa Anasta.sia es un verdadero museo de escultura des-
fle los siglos en que volvía á estar aún en mantillas haxta su
Itrlunfante plenitud, observándose igual gradación en su es-
Itilo arquitectónico donde se echa de ver la arcada romana
|«|ne desaparece para dar lugar á la ogiva gótica.
Kl más curioso monumento de Verona es, sin embargo,
W recinto enrejado cerca de Santa María donde están las
|tnmbas de los Escallgeros, los antiguos soberanos de la clu-
, entre las cuales es una de las más bellas la de Mastlno II,
(ue no parece sino un joyel labrado por delicado orífice.
La casa de Sanmlcheii, escultor insigne que floreció á úl-
Itlmosdel siglo xv es un ejemplar de hermosa arquitectura
del Renacimiento, del más puro clasicismo.
IXPOBICIÓir UABfTIUA INTIRHACIOHAL Dg CÁDIZ
Dibujo de Aaarta
En el pasado número pudieron leer nuestros favorecedo-
res la reseña debida á la Sra. D." Patrocinio de Biedmn, de
i inauguración de la Exposición gaditana á la cual hacen re-
ierencia nuestros grabados de hoy: dicha eminenta escritora
ontlnnará favoreciéndonos con sus artículos, á los cuales
'irán usl mismo de ilustración otros dibt^oa.
It. SOaTII.EQIO
Cuadro de John CoUier
El <honorable« autor de esa obra ha querido acumular en
ella toda suerte de dificultades técnicas para demostrar su
poderosa facilidad en vencerlas, al mismo tiempo que daba
una prueba de su originalidad poética escogiendo y represen-
tando por tan interesante manera un asunto lleno de belleza
extraña. No en balde goza John CoUler de una reputación
de primer orden.
AGOIS TRANQUILAS
Cuadro de A. East
Recomiéndase este pintor por sus eminentes cualidades
de colorista, su fino sentido de lo pintoresco en la composi-
ción y la sobria unidad que imprime á los elementos de sus
paisajes. Entiende Bast que el que se dedica á la especialidad
en que él es maestro no debe reducirse á ser un mero trasla-
dador, un simple transcriptor de los hechos literales de la
naturaleza sino un Intérprete de los mismos á los cuales im-
prime su personalidad, según la manera como se reflejan en
su espíritu.
Esta es la buena escuela, muy superior sin duda á la de
los amanuenses del campo.
COUBATK Die TOROS EN El, COLISEO
Cuadro de A. Wagner
¡ Vivan los beítiarioal exclamarla sin duda el buen pueblo
romano al verá esos gladiadores habiéndoselas con el terrible
jarameño. No se nos venga, pues, á culpar por nuestra afi-
ción á los toros (si bien suplico á ustedes se sirvan no contar-
me en «1 número) ya que el pueblo-rey era tan aficionado ó
más que los contemporáneos de Sentimientof y Sobaquillo i
las luchas taurinas.
Y ahora, viniendo á nuestro ¿rabado, diremos que forma
una de las más hermosas páginas de esa serie admirable en
que Wagner viene representando las grandes manifestacio-
nes de la vida romana en tiempo del imperio.
MADRID: EXPOSICIÓN GENERAL Dg FILIPINAS
INSTALACIÓN CEN1RAL.— PABELLÓN RIAL
Continuando en nuestro propósito de dar á conocer en
toda su extensión laimportunllslma exposición Filipina, da-
mos hoy la vista de la Instalación central y el Pabellón Seal,
según las fotografías remitidas por nuestro celoso correspon-
sal artístico en Madrid.
Dicha instalación ocupa la nave central del Palacio de Ex-
posiciones del Retiro, que fué inaugurado con la de Minería,
pudlendo decirse que a'li está la exposición exacta de la ver-
dadera riqueza del Archiplélffgo.
La Sociedad Económica de Manila ha marcado el pentá-
gono que sirve de base á la gallarda pirámide de primorosas
maderas, remate de la instalación, con las palabras Tabaco,
Abacá, Algodón, Café y Azúcar, productos que, en primer tér-
mino, constituyen el manantial verdaderamente Inagotable
de riqueza en nuestras Filipinas y de algunos de los cuales,
— con pesar lo decimos, — hace la Península con relación á
los demás países, una Importación relativamente exigua,
según los datos comparativos consignados por la Sociedad en
la misma instalación.
La prensa periódica de Manila, ha concurrido i la Expo-
sición con dos Instalaciones: una de El Diario de Xanüa y
otra de El Comercio, presentando este último una sección de
su Imprenta.
Adornan los lienzos de la Sala buen número de lienzos al
óleo, acuarelas, fotografías y litografías dorilhiando entre
las pinturas la representación de tipos del país y de paisajes,
reflejo estos últimos de la vegetación exuberante y del cali-
ginoso clima de aquellas regiones.
En dos caballetes presenta D, Rafael Pérez los planos de
su espaciosa fábrica para aserrar maderas, con máquinas mo-
tores de vapor, talleres y dependencias correspondientes, per-
fectamente marcados.
Como tendencia del gusto en el arte filipino, merece exa-
minarse un biombo de madera tallada de una manera primo-
rosa, pero de Incorrecto y caprichoso dibujo de estilo Ja-
ponés.
En este género de trabajos son notables el Cuadro de
honor, expuesto por el Ateneo municipal, mosaico de madera
con l>ellos medallones de talla y una sección de artesonado,
también de ricas maderas y que en dibujo y delicadeza de
ejecución puede compptir con loa trabajos más notables co-
nocidos de los artistas de los siglos xv y xvi.
En escultura hay cosas verdaderamente extraordinarias
por la valentía que en los autores revelan, y en muchas cosas
por la corecclón de lineas y la bien sentida expresión de las
figuras.
Corresponde á este número una Dolorota, tamaño natu-
ral labrada en el tronco de un árbol, sin preparación alguna,
por dos aficionados, padre é hijo naturales de Santa Cruz,
provincia de la Laguna.
En cuanto al Pabellón del Rey, dijimos ya que habla sido
restaurado y cubierto con una nueva cúpula de bronce do-
rado.
COGIENDO FLORES.— CANTOS PIADOSOS
Son dos dibujos que Impresionan suavemente, cosa que
ya es menester en estos dias de escándalo y desorden artísti-
cos. Y no se diga que no sean verdaderos y reales asi los ti-
pos como los asuntos en que aparecen representadas, pues
liO se tienen esas excelentes jóvenes la culpa de que no den
con ellas los que solo van á la rastra de lo que pasa en
Rognes.
LOS ALPIS
DESDE UONTE-OENEROSO, JUNTO AL LAGO DE lUOA.NO
Escasamente conocido hasta hace pocos años se ha hecho
hoy Monte-Generoso una estación veraniega frecuentada por
innumerables viajeros que encuentran en el magnifico esta-
blecimiento allí levantado confortable hospitalidad y purísi-
mo aire. Su cima se eleva á 5 561 plés sobre el nivel del mar,
gozándose desde aquellas alturas del espléndido panorama
de los Altos Alpes, sin contar la deliciosa vista del lago de
Lugano, de cuya belleza puede formarse idea fijándose en
nuestro grabado, verdaderamente precioso.
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LOKIS
I»OH FHÓSPEHO I^ERIIVIÉE
(OONTINU AC ION)
— ¡BraVo, señor profesor! — exclamó el conde,
— pronunciáis el jmudo á maravilla; pero, ¿quién
os ha comunicado esta linda daína?
— Una señorita con la cual tuve el honor de
trabar conocimiento en Wilno, en casa de la
princesa Katazyna Pa^.
— ¿Y se llama?
— La pniiiia Iwinska.
— La señorita lulka! (1), — exclamó el conde.
— ¡Que loquilla! ¡Habría debido adivinarlo! Mi
querido profesor, sabéis el jmudo y todas las
lenguas sabias -y habéis leído todos los libros
viejos, pero os habéis dejado mistificar por una
chiquilla que no ha leído más que novelas. Os
ha traducido en jmudo más ó menos correcto,
una de las lindas baladas de Mi^kiewicz, que
no habéis leído porque no es mucho más vieja
que yo. Si lo deseáis, voy á enseñárosla en po-
laco, ó si preferís una excelente traducción rusa
os daré Pouchkine.
Confieso que quedé todo confviso. ¡"Qué alegría
para el profesor de Dorpat si hubiese publicado
como original la daína de los hijos de Bodrys!
En lugar de divertirse con mi embarazo el
conde, con exquisita cortesía, se apresuró á des-
viar la conversación.
— ¿Así, pues, — dijo, — conocéis á la señorita
lulka?
— He tenido el honor de serle presentado.
— ¿Y qué pensáis de ella? Sed franco.
• — Es una señorita muy amable.
— Os place decirlo así.
— Muy linda.
-¿Eh?
— ¡Cómo! ¿No tiene los más hermosos ojos
del mundo?
—Sí...
— Una piel de una blancura verdaderamente
extraordinaria Recuerdo un ^hazel persa
donde un amante celebra la finura de la piel
de su querida. «Cuando bebe vino rojo,- — dice,
— se le ve pasar á lo largo de su garganta.» La
panna Iwinska me ha hecho pensar en estos
versos persas.
— Puede que la señorita lulka presente este
fenómeno, pero no sé muy bien si tiene sangre
en las venas... No tiene corazón... ¡Es blanca
como la nieve y fría como ella!
Levantóse y se paseó algún tiempo por el
cuarto sin hablar, á lo que me parecía, para
ocultar su emoción; después, deteniéndose de
pronto dijo:
— Dispensad... Hablábamos, creo, de poesías
populares...
— En efecto, señor conde...
—Hay que convenir, con todo, que ha'tradu-
cido muy lindamente áMÍ9kiewicz... «Juguetona
como una gata, blanca como la natilla...sus ojos
brillan como dos estrellas...» Es su retrato. ¿No
os parece?
-Enteramente, señor conde.
(I) Juliana.
fif>'>
L\ ILUKTKACION UiERIOA
—Y en cuanto * esa picardía... muy fuera de
lugar, siu duda... la pobre se fastidia en casa
de una tia vieja... Lleva una vida de convento.
— En Wilno frecuentaba la sociedad. La he
visto en un baile dado por los oficiales del re-
gimiento do. .
— ¡Ah! Sí... Oficialillos jóvenes; hé ahí la so-
ciedad que le conviene... Éeir con éste, imirmu-
rar con aquél, coquetear con todos... f;tiueréis
ver la biblioteca de mi padre,' señor pro-
fesor?
Seguile hasta una magnífica galería donde ha-
maravillas. ¿Mf
LOS ALPES
MONTE-GENEROSO
JUNTO AL LAGO DE LUGANO
bia mucho» libro» bien encuadernados, pero ra-
ramente abiertos según pude juzgar por el pol-
vo que cubría «us lomo». ¡Imagínese mi gozo
cuando uno de lo» primero» velámenes que sa-
qué del armario se encontró ser el Caterhwmus
Siitogtlii:ui! No pude reprimir un grito de ale-
gría. Menester que una especie de misteriosa
atracción ejerza bu influencia sin saberlo nos-
otros... El conde tomó el libro y después de ha-
berlo hojeado negligentemente, escribió en las
guardas: Al señor profesor Wittembarh, ofrecido
por Miguel Szemioth: No podría expresar yo
aquí los transportes de mi reconocimiento, y
prometime mentalmente que después de mi
muerte este libro precioso sería el ornamento de
la biblioteca de la universidad en que obtuve
mis gpados.
— Podéis considerar esta biblioteca como vues-
tro gabinete de trabajo, — me dijo el. conde. —
Nunca os estorbarán.
III
Al día siguiente, después del almuerzo, el con-
de me propuso dar un paseo. Tratábase de visi-
tar un kapaa (así llaman los lituanos á los tú-
mulos á que dan los rusos el nombre de Kour-
qátie) muy célebre en ol país, porque antaño los
poetas y los brujos, que era todo uno, se reunían
allí en ciertas ocasiones solemnes.
Tengo, — me dijo, — un caballo muy manso
que ofreceros; siento no poder llevaros en ca-
lesa, pero á la verdad el camino por donde de-
bemos meternos no es nada
propio para carruajes.
Hubiera preferido quedar-
me en la biblioteca tomando
apuntes, pero no. creí deber
expresar otro deseo que el de
mi generoso huésped, y, así,
aceptó. Los caballos nos es-
peraban al pió de la gradi-
nata; en el patio, un lacayo
tenía sujeto á un perro con
un lazo. El conde se detuvo
un momento y volviéndose á
mi exclamó:
— Señor profesor, ¿sois co-
nocedor en materia de po-
rros?
— Muy poco, excelentísimn
señor.
— La Starosta de Zorany,
donde tengo unas tierras, mo
envía este faldero del cual
se cuentan
permitís que lo vea?
Llamó al lacayo, que le
trajo el porro. Era un animal
muy bello, ramiliarizado ya
con aquel hombre el perro
saltaba alegremente y pare-
cía lleno de ardor, pero al
llegar á algunos pasos del
conde puso el labo entre piei-
nas, retrocedió y pareció he-
lido de un terror súbito. El
conde le acarició, lo cual le
hizo aullar de una manera la-
mentable, y después de ha-
berlo mirado algún tiempo
con ojos de inteligente, dijo:
— Creo será bueno. Ten-
gan cuidado con él, — después
de lo cual montó á caballo.
— Señor profesor,— me dijo el conde asi que
estuvimos en la avenida del castillo, — acabáis de
ver el miedo de ese perro. He querido que fue-
seis testigo do ello con vuestros propios ojos,,. ^
En vuestra cualidad de sabio debéis de explicar
los enigmas... ¿Por qué los animales tienen mie-
do de mí?
—A la verdad, señor conde, me dispensáis el
honor de tomarme por un Edipo. No soy más
que un pobre profesor de lingüística compara-
da. Podría ser...
—Notad,— interrumpió él,— que no les pego
nunca á los caballos ni á los perros. Tendría es-
crúpulos de darle un latigazo á un pobre ani-
mal que cometo una tontería sin saberlo. Y sin
embargo, no podríais creer la aversión que ins-
piro á los caballos y á los perros. Para que se
me acostumbren, me es menester doble trabajo
y doble tiempo que otro cualquiera. Ved, no
me ha costado poco aquietar ese caballo que
montáis; ahora es manso como un cordero.
—Creo, señor conde, que los animales son
fisonomistas y que descubren enseguida si la
persona que los ve por primera vez siente ó no
siente gusto por ellos. Sospecho que no amáis
á los animales más (¡no por los servicios que os
prestan; al contrario, algunas personas tienen
una parcialidad natural ()or ciertas bestias, que
lo echan de ver al momento. Por lo que á mi
toca, siento desde niño una predilección instin-
tiva por los gatos. Raramente huyen cuando
me acerco para acariciarles; jamás me ha araña-
do ningún gato.
(Se amHnuará.) Traducción de A, O.
i611ibIIÍAU«.\; (Mm, J6í-3(i7, Üim IoIiiu. MiUtr,— kewfvjdoj los dereclios de prupiedid arliiticj j lil«riiria,-Us reclaoiaciiiiies en MM, al r«|ires(!DUiile de esla Casa 11. Manuel l'lá j Valor, Apodata, H), ^
_) INSÉRTESE Ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL (
g^...->^.««rr« Ti.nañLwim n« R. RíMmBí.-CujM DB VlUJUlKOBL, IfÚM. 17, BHgAMCIUI DI SAK AKTOmO.-BARCBI.OHA.
^N<»S"\V^
Año V
Barcelona 17 de Setiembre de 1887
Núm. 246
SW^-^-^PWBB
UN CONDOTTIERE (Cuadro de F. Lei^tlion)
594
LA ILÜSTBACION IBÉRICA
SUMARIO
Tazto.— JfodKd. Carta* 4 wd prima, por Fernanflor.— [7ii
idflf* aOilWa (OOoUnoaelóD), por Vioeate Blasco Ibiñex.
—Ittpilittém mávtrfil dt Barctiona, por Antonia üpisso.
— /.«elm*, pac Clartn. — B eentatario de la rrconquMa en
Málaga, fot F. Martmei BarhoQuero.— Maestros gratta-
dot.— £aU< (oontlnoación), por Prtepero Marimée (traduc-
tíón de A. O.)
OuBiooa.— Dn CODdotUere. — Tarde tranquila. — Ifodrid.
Iftlfftff"- Qmtnl de fitípituu: Sala de la sección 7.*—
OamMo de Uro.— Kl rtc— La cascada. —Gente alegre.—
OeKanso.—Hlgh Ufe.— Iconografía pictórica. —De vera-
neo.—Ir por lana...— Setiembre.— Isola-Bella, en el lago
lUror.
MADRID
OJk.SlT.A.S .A. I.£I ^K-UyOlA.
VINIENDO A LA CORTE
8TA mañana he llegado del Escorial donde
he pasado algunos días; he venido en el
tren de Francia, y, por lo tanto, en com-
pañía de alganos distinguidos veraneadores. La
conversación del camino puede servir de cró-
nica madrileña. Cuando entré en el coche, sólo
faltaba por llenar un asiento y le tomé j'o, desde
luego; después dirigí una mirada de exploración
á los demás asientos. A mi lado se encontraba
un buen señor de buen porte, que debió ser
guapo en tiempo de Narvaez; de grandes bigo-
tes escandalosamente negros. En frente de
nosotros había un viajero y una viajera, matri-
monio, sin duda, como podía inferirse del aire
satisfecho de la una y del aire resignado del
otro. Ella era una jamona de buen color; nai-iz
respingada, boca pequeña, colorada y sonriente;
los ojos chicos y trapisondistas; el pié lindísimo
y calzado con primor. En los otros asientos figu-
raban: un joven de barba negra y ojos árabes;
tez morena y actitudes resueltas; hombre de la
sociedad, sin duda; un caballero alto delgado,
canoso, con gafas de oro, vestido de negro, salvo
la gorra que era de dril blanco, y un jovencillo
del color y la inquietud de una ardilla... Dejo
para último lugar la más interesante persona,
colocada junto á una de las ventanillas: una
linda joven como de veinte años, puesta con la
más aristocrática sencillez; toda de gris oscuro;
lo cual iU& de perlas á su cutis blanquísimo y
á sus cabellos de oro. En ella se fijaron mis ojos
con más detenimiento que se habían fijado en
mis otros compañeros; lo cual no debe extra-
fiarse, porque lo mismo que yo, el buen mozo
de otros tiempos, el caballero de la barba negra,
el señor de la gorra blanca y el joven ardillesco,
no la quitaban ojo, deslumhrados por la aureola
de su belleza. Ella, en cambio, miraba distraí-
damente, al parecer, á través del vidrio, dejan-
do vagar sos miradas por las cortaduras de los
montes y vrllecillos. El único viajero que pare-
cía insensible á sus encantos era el esposo de la
jamona; éste parecía tener bastante y aún dema-
siado recreo con su señora; sus ojos de victima
no se levantaban del suelo; cuanto á su lado pa-
saba, pasaba, sin duda, como no realizado en
presencia suya. Pero ella no quería, sin duda,
que la atención universal se reconcentrase en la
joven rabia y hablaba sin cesar, haciendo ges-
tecillos muy monos, dirigiéndose á los circuns-
tantes con cualquier motivo y encontrando siem-
pre manera de que todos se fijaran en su pe-
queña mano y en su brevísimo pié. Los hombres,
al fin y al cabo somos como los toros; acudimos
donde nos llaman; y todos estuvimos al fin pen-
dientes de los labios de aquella coquetísima se-
ñora. Esta dirigía con preferencia sus miradas
y sos palabras al caballero de la barba negra
sin descuidar del todo al pollo bermejizo. Un
movimiento rápido, interrogativo, la servía para
retener de cuando en cuando, la atención del
maduro individuo encapemzado de blanco. Al
entrar yo encontró un oyente más; un nuevo co-
razón que conquistar por dos horas: los prime-
meros cinco minutos de su conversación los de-
dicó,— puedes creerlo, prima, — á mi insignifi-
cante persona.
— ¡Oh, es una vida imposible, — decía, — créan-
lo ustedes! Eso no es veranear; Biarritz es un
pequeño Madrid, donde la etiqueta es más rigu-
rosa todavía. Después de un invierno en que
una hn tenido que vestirse casi todas las noches
para ir al teatro Real, á las Embajadas, á casa
del duque de A... y de la marquesa de B...; lle-
gar á una estación de baños para disfrutar de
las frescas brisas, de la holgura en el vestir,
de la libertad y abandono de la vida campestre
y encontrarse de nuevo encerrada en las arma-
duras de tul y de encaje de las grandes modis-
tas. ¡Oh! ¡Esto no es vivir; no volveré á Biarritz
otro año; quiero el verano natural, sencillo, sil-
vestre, poético, diferente en su todo del invierno
cortesano; quiero andar y vestir y vivir suelta-
mente, sin composturas y aderezos fatigosos y
nada sanos. Las que como yo no son ya unas po-
llitas insustanciales... (Y dirigió una mirada á
la rubita de la portezuela).
— Señora, — exclamó el caballero de la gorra
blanca pensando que sus gafas le daban autori-
dad para arriesgar un requiebro sin exposición
personal, — usted si no os una pollita... lo pa-
rece.
(El esposo alzó la cabeza y los ojos lentamen-
te y dirigió al de las gafas una mirada de com-
pasión que era un poema).
— Mil gracias, mil gracias, — prosiguió ella;
— así es, que vuelvo á Madrid con placer para
descansar de este viaje, y prepararme á la cam-
paña de invierno... ¡Qué invierno se presenta!
Saben Vdes. que al decir de los astrónomos
será un invierno de horribles fríos... Y |cuánto
lo siento! las que por razón de nuestros com-
promisos de sociedad tenemos que lucir el es-
cote....
Y al decir esto, se pasó las manos desde los
hombros á la cintura, para dar más elocuencia
á la frase.
Siguió un momento de silencio, en que todos
nos quedamos entregados á nuestras reflexiones.
— Los teatros, — dijo al fin el pollo, — no pro-
meten ofrecer grande interés este año; ¡hay tan
pocas obras originales! Ya no hay autores. ¡Ya
no hay cómicos! Por fortuna nos quedan los
teatros chicos; literatura y música retozona que
alegra el ánimo; ahora se acaba de estrenar en
Felipe, Los efectos de la Gran Via, y según di-
cen, es una obra llena de situaciones cómicas,
de chistes, de sal. Es una obra contia el género
flamenco que lo consolida para siempre. Sobre
todo ¡el concertante de los Hugonotes, con vis-
tas á la jota de los Ratas! como ha dicho un
diario. ¡Tendrá que oir eso! Yo, en cuanto lle-
gue, lo primero que hago es encargar billete
para la noche.
— ¡Yo también deseo ver esa obra! — exclamó
la señora.
— Pues, si quiere V. que le encargue un pal-
co...— repuso el pollo.
La conversación se hizo general y terciamos
todos en ella menos la joven rubia y el esposo
de la jamona. Una y otro evitaban sin duda, por
distintos motivos, tomar parte en aquella revis-
ta de los sucesos del verano y de los que ocu-
rrían en Madrid. Y en la joven tenía mérito,
porque el viejo Tenorio que á mi lado estaba y
el caballero de la barba negra, no perdían oca-
sión para conseguir de ella una mi.'-ada y una
frase.
El pollo sacó del bolsillo un Imparcial que
había comprado en la estación. A medida que
encontraba una noticia de interés la publicaba
y hacia los comentarios oportunos. — ¡Señores!
Esto no puede leerse con indiferencia, — excla-
mó.— Oigan ustedes. «En las primeras horas
de la madrugada se arrojó ayer por el viaducto
un joven de diez y ocho años.» ¿Comprenden
ustedes esto? En cuanto á mí, tengo algunos
sños más y todavía no se me ha ocurrido hacer
tal cosa.
— No habrá V. amado sin éxito, — contestó la
jamona.
— He sido bastante dichoso, señora, pero no
I he dejado de sentir á veces inmensos vacíos en
mi corazón. Y qué cosas pasan en Madrid; y
todos los días. ¡Otro infeliz á quien le han dado
por cartuchos de monedas do oro media docena
de cartuchos de perdigones! j^Ientira parece que
en este siglo pueda engañarse á nadie!
— Y no se engaña, en efecto, á ninguno: es
uno mismo quien se engaña. La perspicacia del
timador consiste en adivinar al tonto y salir á
su encuentro. El tonto, como el orador, nace, no
se hace.
— ¡Qué monotonía! En este Madrid todos los
días, lo repito, pasa lo mismo. «Anoche el guar-
dia de seguridad n." 175 encontró entre un mon-
tón de trapos y plumas que había en la calle
de Lope de Vega, esquina á la de San Agustín,
el cadáver de una niña recién nacida.» ¡Qué
madres!
— ¡Qué padres! dirá usted, — replicó la jamo-
na;— porque si Vdes. no desamparasen á las jó-
venes que seducen...
• — Pero oigan ustedes... Esto sí que es curio-
so. «.Un crimen por cinco céntimos.» El relato es
largo; le abreviaré: Dos jóvenes estudiantes, el
que más de diez y ocho años, jugaban á un jue-
go que llaman el Inglés; uno de ellos se guardó
un perro chico, que juzgó pertenecorle y se
marchaba con él; mas el compañero sacó una
navajita y le hirió con ella por la espalda, de-
jándole en la carne, parte de la hoja; el otro se
volvió, con un compás le atravesó el pulmón;
este joven del pulmón atravesado ha muerto y
su matador está muy grave.
— ¡Hé ahí, — exclamó el señor de la gorra
blanca, — hé ahí destruidas en un momento dos
vidas preciosas que debieran quizás haber sido
útiles á la patria!... Sin ese accidente súbito, no
entrevisto, ¿quién puede decir lo que esos dos
jóvenes hubieran llegado á ser, lo que hubieran
influido en los destinos de su patria? La juven-
tud de hoy día, — prosiguió, — es una juven-
tud inquieta, nerviosa, enfermiza, sin freno,
que no resiste al despotismo de las pasiones;
sólo se oyen suicidios y asesinatos en que figu-
ran niños que no saben lo que es vivir todavía.
Conocen la vida como si fuesen ancianos, y
desencantados sin gozarla, no temen la muerte,
como estos. ¿No, es cierto caballero? (dirigién-
dose al ex-buen mozo de los bigotes teñidos.)
— No lea V. esas noticias tan terroríficas, —
dijo el caballero de la barba negra; — esta se-
ñora (y señaló á la joven rubia) estimará, sin
duda, que se la eviten impresiones desagrada-
bles.
— ¡Oh, en la vida! — exclamó el pollo doblan-
do El Imparcial, — no hay más remedio que
mezclar lo agrio con lo dulce; pero realmente
no quisiera yo turbar la imaginación de ningu-
na flama, y mucho menos de nuestra distingui-
da y bolHsima compañera.
Un movimiento de cabeza como para dar las
gracias y ocultar el rubor , fué la única contes-
tación de la rubia.
— También parece que Lujan, el célebre gra-
cioso de Variedades, no ha gustado en Lara;
jaula nueva, pájaro muerto; se ha dicho. ¡Claro!
cada teatro tiene su público y aparte de esto,
las condiciones de espacio y decorado influyen
hasta en el lucimiento de la persona. Además los
actores descuellan ó se anulan relativamente á
la importancia de sus compañeros. Una pintura
gana ó pierde según el marco en que so la colo-
ca: al actor le pasa lo mismo. Y no solo al actor;
á todos los artistas, músicos, cantantes, escrito-
res. Para brillar siempre cualquiera que sea el
medio en que nos exhibimos, necesitamos ser
genios.
— Aseguro á Vdes., — dijo la jamona, — que
estoy aterrada con la repetición de los incen-
dios en los teatros. Tanto que...
— ¿Renunciará V. á ir?
— No; pero consultaré á mi modista para ver
si puede hacerme vestidos incombustibles.
En este momento el señor de la gorra blanca
se levantó; miró por el vidrio y dijo: — Señores,
por fin... ya llegamos. El tren se acercaba á
la estación, refrenando su marcha. Cada cual
cogió sus maletillas y paquetes y poniéndose
en pié, aguardó el ansiado momento.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
595
Los mozos abrieron las portezuelas, y nos
despedimos rápidamente unos de otros. Todos
dirigimos una última mirada á la joven rubia,
que se despidió de todos con un movimiento
de cabeza.
— ¡Aquí! ¡aqui está Laura! — exclamó una voz
juvenil, y señalaba á nuestra silenciosa compa-
ñera.
Una niña y dos señoras se acercaron y la re-
cibieron en sus brazos, con señales de grande
alegría. Después se alejaron hablando con ella...
¡Pero hablando por señas!
— ¡Es muda! — exclamó la jamona, volviéndo-
se hacia su marido.
— Pues á no ser muda, mujer, — advirtió éste
con sosiego, — ¿hubiese callado?
Conque, adiós prima, y si no encuentras
interesante esta carta, te ruego lo atribuyas be-
névolamente al poco interés que realmente
ofrece Madrid todavía.
Tuyo,
Pernanflor.
UN IDILIO NIHILISTA
(OOUTINOiOIrtm
Alejandro, al escuchar esto, se inclinó con
respeto siguiendo la conducta del sirviente, y
luego éste continuó;
— Aquí se sabe todo. ¿Creéis que no se os
conoce? Hace algunas horas he sabido por la
policía que 08 llamáis Alejandro Ischerkassy,
que sois alumno de la escuela de ingenieros de
Moseow y que habéis venido á San Petersbur-
go enviado por vuestros profesores para estu-
diar no sé qué adelantos mecánicos.
Alejandro, al escuchar esto, inmutóse por un
momento, pero luego volvió á aparecer sereno
y frío, y sonriendo con benevolencia dijo á su
interlocutor:
— ¡Por vida del diablo que sabéis mucho!
— Ya os lo dije; aqui lo sabemos todo.
Después de estas palabras los dos quedaron
silenciosos como aquel que no sabe qué decir.
El sirviente aprovechó aquella pausa para exa-
minar á Alejandro á su gusto, y después, como
aquel que procura acabar con una situación
enojosa, dijo por fin:
— ¿Vais á salir?
— Inmediatamente.
— Pues abrigaos bien; desde muy temprano
que está nevando.
Una vez dichas estas palabras el sirviente
juzgó ya como terminada la conversación, é in-
clinándose, desapareció en el fondo de una os-
cura galería de madera.
Alejandro, al quedarse solo, se dirigió al
arcón y cogiendo la gorra se la caló hasta las
cejas después de envolverse en su talupa.
Al mismo tiempo que hacía esto, murmuraba
con acento reconcentrado:
— ¡En buen sitio estoy! Este criado induda-
blemente es de la policía y ha venido á verme
sólo por examinarme y ver si podía inquirir
algo de nuevo. Lo he conocido en su manera
TARDE TRANQUILA
de mirar, y en sus palabras melosas en la for-
ma y amenazantes en el fondo. ¡Maldito país en
el que cada sirviente es un espía! Pero... resig-
némonos. ¿A qué posada ú hotel iré de San Pe-
tersburgo que no me suceda lo mismo?
Y Alejandro diciendo esto echó una última
ojeada á la estancia y salió de ella cerrando la
puerta cuidadosamente.
II
Cuando salió á la calle sus pies se hundieron
en la nieve.
Un veló blanco y movible se cernía á impul-
sos de frío viento sobrfe la ciudad y el pavimen-
to de ésta; los tejados de las casas y las casi
esféricas cúpulas de los templos y palacios,
aparecían cubiertos de gruesa capa de nieve
que por momentos iba engrosando.
Alejandro detúvose como para orientarse al-
gunos instantes, y en este tiempo su gorra co-
menzó á vestirse de blanco y hasta algunos
copos vinieron á enredarse en su luenga y ru-
bicunda barba. •
Por fin subióse hasta las orejas el cuello de
la tulupi, metióse las manos en los bolsillos y
comenzó á andar rápidamente casi pegado á
las paredes y con dirección á las afueras de la
ciudad
Poca gente transitaba á aquellas horas por
las calles. Como la nevada era fuerte, nadie se
atrevía á andar á pié por ellas y sólo de vez en
cuando, rápido como una exhalación, pasaba
algún trineo arrastrado por caballos que al
correr arrojaban espesas columnas de vapor
por las narices.
Alejandro, además de esto veía á cada instan-
te, guarecidos bajo el alero de un tejado ó el
portal de una casa, polizontes de grandes bigo-
tes y con la galoneada gorra culada hasta los
ojos, que al pasar le dirigían miradas escruta-
doras.
El joven estudiante apenas si se fijaba en el
aspecto que las calles presentaban y atento so-
lamente á la nieve que sin cesar caía, corría
más bien que andaba procurando siempre eva-
dir los hoyos y malos pasos en los que un hom-
bre podía hundirse hasta los hombros.
De este modo, al poco tiempo Alejandro
llegó á una calle de los arrabales en la que las
casas no eran abundantes ni ostentosas.
Apenas dio por ella algunos pasos, comenzó
á mirar con atención las casas de ambos lados
mientras murmuraba:
— Por aquí debe estar la que busco.
Y durante algún rato continuó en sus pes-
quizas, hasta que, por fin, paróse frente á una
casita de dos pisos que debía tener á las espal-
das jardín, á juzgar por algunos álamos que
cubiertos de nieve se asomaban balanceándose
por detrás del tejado.
— Aquí es, — murmuró Alejandro, y asiendo
el aldabón que adornaba la puerta, dio con él
dos fuertes golpes y aguardó trazando con el
pié figuras caprichosas sobre la alfombra de
nieve.
No tardaron en abrir. El portón giró dando
fuertes chirridos y tras él hizo su aparición
una viejecita con la cara risueña y amoratada
á fuerza de ser roja y vistiendo el traje propio
de las campesinas rusas.
— ¿A quién buscáis joven? — dijo con voz
melosa.
— Al profesor Martens.
■ — Aquí vive; aunque en este momento está
como siempre ocupado, subid joven y le veréis.
Alejandro atravesó el portal al oir tal invi-
tación y junto con la vieja subió por una estre-
cha escalera, al fin de la cual, se encontró con
una reducida estancia apenas amueblada.
La vieja acercóse á una puerta y dando en
ella dos golpecitos con la palma de la mano,
dijo con voz respetuosa:
— ¿Señor?
— ¿Quién es? — contestó desde dentro una
voz áspera y de acento desabrido.
— Un joven que os busca.
—Adelante.
Alejandro entonces empujó la puerta y pene-
tró en la estancia.
Esta era de grandes dimensiones, ocupaba
casi todo el piso superior del edificio.
(Se continuará) Vicente Blasco Ibáñez.
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698
LA HiUSTRACION IBÉRICA
EXPOSICIÓN UNIVERSAL DE BARCELONA
su EMPLAZAMIENTO
El 8 de Abril de 1888, Barcelona inaugurará
la primera Exposición Universal que se habrá ce-
lebrado en el país. La idea de verificar el gran
concurso partió de la iniciativa particulai-, y
aunque sus patrocinadores estaban inspirados
en los mejores propósitos y deslumbrados por
generoso optimismo, el plan fué acogido con
frialdad por unos, con indiferencia por otros y
con gran reserva por todos. La prensa local
alentó con sn incondicional adhesión la nacien-
te idea; algún periódico de Madrid tuvo frases
de encomio y de consideración para la capital
de Cataluña, alentándola con sn aplauso en su
atrevido y arriesgado propósito; pero como las
empresas más grandiosas son las que por lógica
natural tropiezan siempre con mayores dificul-
tades para su desarrollo, no era desconfianza ni
pesimismo presumir que, dada la paralización
de nuestra industria y la tremenda crisis que
atravesamos, el resultado del concurso .proyec-
tado sería deficiente é inferior á nuestra impor-
tancia fabril é industrial.
Sin embargo, empezaron las edificaciones en
el sitio designado para su emplazamiento; se in-
vitó á las potencias extranjeras, y las que res-
pondieron al llamamiento organizaron las de-
bidas comisiones y sus comisarios regios se
trasladaron á esta ciudad, eligiendo los terrenos
necesarios para levantar las correspondientes
instalaciones. Todo andaba, pero muy de espa-
cio, muy lentamente, como caminan los seres dé-
biles y enfermizos y el que ha de encontrar la
muerte al término de su jornada. Desde luego se
comprendió no ya que era imposible inaugurar
la Exposición el 1.° del año actual, sino seguir
adelante; por otra parte, las edificaciones que se
levantaban no guardaban relación con el fin á
que se las destinaba; les faltaba perspectiva,
holgura y grandiosidad. Como pabellones auxi-
liares hubieran resultado muy bellos y elegan-
tes; como gran palacio, era imposible admitirlos
sin comprometer seriamente el éxito de la Ex-
posición.
Motivos eran estos más que suficientes para
que nuestras autoridades locales se preocuparan
para decidir de la suerte de lo que tan vital in-
terés entrañaba para sus administrados, y pues-
tos de acuerdo con el concesionario, convinieron
en que la Exposición se verificaría bajo los aus-
EL RIO
picios del municipio, dando de esta suerte al
concurso el debido carácter oficial. La cuestión
se presenta, pues, bajo una forma totalmente
distinta, y lo que en un principio se acogió con
indiferencia y frialdad, se mira hoy con verda-
dera simpatía, con halagadora confianza.
La cantidad prestada por el Estaño, per-
mitirá la indemnización reclamada por el con-
cesionario y deshacer algo de lo hecho; el
resto se llevará á cabo con fondos locales y per-
mitirá emplear hasta tres mil operarios en las
nuevas obras que se estAn practicando y cuyo
primer plano ha sufrido importantes transfor-
maciones, que han de redundar muy favorable-
mente en el buen efecto de la Exposición.
Ninguna idea nos pareció nunca tan descabe-
llada y desastrosa como la de colocar la entrada
de la Exposición en el sitio donde en un princi-
pio se acordó. No se necesitan, ciertamente, de
grandes conocimientos técnicos para compren-
der que un lugar destinado á ser visitado por
millares de personas debe emplazarse en un si-
tio espacioso, sin estorbos que obstruyan la
circulación de los carruajes, ni pongan en cons-
tante peligro á los concurrentes de á pié; debe
tener ú su frente nna ancha plaza 6 una espla-
nada, que á la par que facilite la cómoda afluen-
cia de los visitantes, permita descubrir el edi-
ficio en toda su grandiosidad y en toda la
elegancia de su forma. Y, ¿dónde se había em-
plazado el edificio destinado á cuerpo principal
de la edificaeiónV ala entrada del Parque, junto
á una verja que más lo encarcelaba que le ser-
via de adorno, frente á la curva de los tranvías
de circunvalación, teniendo á su derecha el fe-
rrocarril de Francia cuyo tráfico es continuo é
inmediato á la Aduana, donde es holgado ase-
gurar que el movimiento de carros es incesante,
do manera que por delante de la entrada prin-
cipal de la Exposición hubieran desfilado conti-
nuamente tranvías, ómniVjus, coches, carro.s y
toda suerte de vehículos destinados á trans-
portes.
Reciente está todavía el recuerdo de la inau-
guración del monumento erigido á la memoria
-del general Prim, levantado á la entrada misma
de la Exposición: ¿qué pasó aquella tarde? El
sitio era insuficiente para contener á la multi-
tud que esperaba la llegada de la comitiva ofi-
cial. Cuando ésta llegó, apenas si encontró sitio
donde colocarse; todo había sido invadido: asal-
tada la valla que separaba el sitio reservado á
los invitados, la ola de seres impacientes, gru-
ñones, ansiosos siempre de presenciar espec-
táculos nuevos, se había de.sbordado: los carrua-
jes no consiguieron lograr la entrada al Parque,
sino dando una vuelta tremenda, y la confusión
y el desbarajuste fueron tales, que la mayor parte
de los invitados se retiraron sin haber visto la
estatua del legendario caudillo catalán. El des-
orden de aquella tarde, en parte se justifica; la
muchedumbre era inmensa y no podía desple-
garse cual debía; á la derecha tenía el ferro-
carril de Francia, y á la izquierda las casas del
Paseo de la Aduana; no podía avanzar porque
se lo impedía la verja que circunda el Parque,
ni retroceder, porque se lo impedía la circula-
ción de los carruajes, ¿qué debía hacer enton-
ces? sencillamente lo que hizo: invadirlo todo,
y posesionarse donde mejor le cuadrara, y don-
de más probabilidades tuviese de verlo y oírlo
todo. Y lo acontecido el día de la inauguración
del citado monumento se hubiera repetido tal
vez en mayores proporciones en cuantas fiestas
se hubiesen organizado en la futura Exposición,
pero según se desprende de los últimos acuer-
dos tomados por quienes corresponde, el nuevo
plano conforme al que se hacen las obras, colo-
ca la entrada principal en el Salón de San Juan,
sitio inmejorable y que reúne las condiciones
más apetecibles para dar á la edificación toda
la holgura y grandiosidad necesarias. Una par-
to del Salón inmediato á la Ronda de San Pe-
dro, formará una espaciosa plaza vestíbulo, en.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
599
la que se levantará un gran arco central de
diez metros de altura. Este arco tiene proyec-
tadas sus grandiosas dovelas formadas por los
escudos de las principales ciudades de la na-
ción, campeando en la clave el escudo de Espa-
ña. Coronarán el arco una serie de frisos, bajo-
relieves y esgrafiados de efecto y lo flanquearán
cuatro torres de original dibujo, que recordarán
las puertas de las antiguas ciudades muradas.
Acabarán de cerrar el Salón de San Juan, unas
vallas de barro cocido decoradas con calados y
dos anchurosas entradas para la gente de á pié,
coronadas por estandartes y colosales leyeres.
Todo esto está mejor pensado que lo que en
un principio se acordó, y podrá dar una idea
más aproximada de lo que aquí puede ha-
cerse.
A los dos lados del Salón de San Juan se le-
vantan ya, además de los pabellones al aire li-
bre, dos grandiosos edificios. Uno de ellos es el
palacio de Bellas Artes que medirá 100 metros
de largo por tjO de ancho. El salón central para
conciertos 00 metros de largo por 30 de ancho.
En este salón se colocará el órgano eléctrico
que construye el señor Amezua. Al rededor del
salón se desarrollarán con luces en las facha-
das y zenitales las galerías de exposición de
todo lo concerniente á las Bellas Artes. Habrá
dos grandes pórticos y anchas escaleras para
entrar en el palacio.
El otro edificio será el destinado á mostrar
todos los adelantos de la electricidad. Tendrá
de largo 80 metros. Se entrará en el palacio por
un arco monumental con graderías y coronado
por un faro de hierro para luz eléctrica de cua-
renta metros de altura.
A la entrada de los jardines á mano derecha,
se establecerá un gran café-restaurant. El estilo
adoptado para este edificio recuerda las anti-
guas construcciones del país, y del mediodía
de Europa en el siglo XV. La obra será de ladri-
llo crudo con grandes frisos de mayólicas re-
cordando la llamada alfarería hiwpsiio-árabe de
reflejos metálicos. Las dimensiones de esta obra
son de más de 1.6CX) metros de edificio, y otros
tantos de terrenos anexos para jardines, bos-
quecillos, parterres, etc.
El Museo Martorell, se trata de utilizarlo
para exposición de objetos de arte retrospec-
tivo.
Se terminará el umbráculo destinándolo á
plantas, flores y otros objetos análogos, ensan-
chándolo considerablemente.
El llamado Gran Palacio de la Industria, que
en forma de abanico se estaba construyendo, se
terminará introduciendo en su construcción al-
gunas reformas. La gran nave central de cua-
renta metros de ancho tendrá su armadura de
hierro. En esta nave se subirá á un puente de
hierro por el que se salvará las líneas del fe-
rrocarril de Tarragona á Barcelona y Francia
y el Paseo del Cementerio para pasar á los te-
rrenos del fuerte de Don Carlos donde se cons-
truyen algunos pabellones. El puente de hierro,
que ha ofrecido construirlo la Maquinista Te-
rrestre y Marítima, tendrá dos escaleras combi-
nadas con dos grandes marquesinas, para subir
y bajar por ambos extremos. En el centro del
jniente, y correspondiendo al Paseo del Cemen-
terio, habrá un pabellón que servirá de mirador
y saloncito de descan.so. La playa inmediata al
fuerte de Don Carlos se destina para exposición
marítima.
Entre los pabellones anexos habrá uno 11a-
LA
CASCADA
mado de León XIH para la exposición de obje-
tos destinados al culto.
Los espacios sin edificar se destinarán á jar-
dinería, habiendo ofrecido el hábil director de
los jardines municipales señor Oliva, presentar
un conjunto que ofrezca verdadera novedad.
Finalmente, los dos edificios construidos en
la avenida donde se halla el monumento del ge-
neral Prim, es posible que se desmonten y se
levanten en el paseo de Pujadas. No hay uni-
dad de opiniones sobre este acuerdo, pues, que
algunos periódicos han asegurado que queda-
rían como auxiliares del resto de la Exposición.
Como construcciones secundarias podrían dejar-
las donde están, ya que su vista embellece el
Paseo de la Aduana, y por otra parte, no está la
fecha .señalada ¡lara la apertura tan lejos, que
no reclame toda la preferencia para construir en
vez de pensar en derribar.
Antonia. Opisso.
-*-
LECTURAS
BAUDELAIRE
m
Bien se puede asegurar que al crítico de la
Revista de Arribos Mundos le importa poco la mal-
dición de un poeta difunto, y que la prefiere á
ser tenido por «lector apacible y bucólico, so-
brio y candoroso hombre de bien,» pero yo no
estaba en el primer caso, y sobre todo, vi pron-
to que no podría juzgar con imparcialidad á
Baudelaire, si cerraba ojos y oídos á los señales
secretos que. en sus versos gritan y hacen ges-
tos para que pueda comprendérsele.
Así pues, prefei'í seguir el camino de esa
que antes llamaba crítica sujestiva, sin preten-
der, por supuesto, acercarme á ella en sus exce-
lencias activas, pero sí en la facultad de sentir
y admirar, en el prurito de querer ver todo lo
que había en las misteriosas ñores del mal.
GENTE ALEGRE (
m^mÉfmtfftáía^^^^ím
B F. Andreotti)
602
LA ILUSTRACIÓN IB£RIGA
No hace lalt* advertir, que ni en este, ni en
caso alguno de este orden, la admiración, la po-
tencia de simpatía, significa ceguera, apasiona-
miento. Pero ¿qué duda cabe, que en la crítica
de arte lo primero es enterur>,e, comprender?
Y comprender la poesía es claro que no consiste
sólo en descifrar sus elementos intelectuales,
sino que hay que penetrar más adentro, en la
flor del alma poética; por eso ha habido, hay y
seguirá habiendo tantos críticos muy sesudos,
muy instruidos, muy perspicaces, que al hablar
de ios poetas desbarran lastimosamente.
El crítico de poesía necesita ser... ¿cómo lo
diré yo? ecléctico en sentimiento y un poco
tamliién en ideas. Julio Simón acaba de decir,
juzgando á su maestro Coiisin, que todo ecléc-
tico en filosofía, cae, sin querer, en el sincretis-
mo; que la personalidad del crítico ecléctico á
fuerza de querer penetrar las ideas ajenas y
conciliar las de unos y otros pierde su propia
esencia, deja de ser tal personalidad. No discu-
tiré aquí (ni tampoco admito por completo) la
opinión del ilustre pensador francés por lo que
respecta á la filosofía, pero si me atrevo ¡í sos-
tener que en poesía no hay crítico verdadero,
sino es capaz de ese acto de abnegación que
consiste en prescindir de si mismo, en procurar,
hasta donde quepa infiltrarse en el alma del
poeta, ponerse eii su lugar. Sólo así se le puede
entender del todo y juzgar con justicia verda-
dera.
Leyendo á Baudelaire segunda vez, he senti-
DESCANbO
do muchas veces repugnancias instintivas; aquí
y allí herían mi fe y el amor que la tengo, fraseS
precisas, afirmaciones crudas, que provocaban
por su rudeza y franca tirantez la controversia,
la oposición agria dé mi espíritu. La reflexión
me hacia advertir bien pronto que era inopor-
tuna la intervención de mi subjetividad (aquí
sí que hay sujeto) y la conciencia literaria, que
también la hay literaria, me gritaba que en aquel
punto mi cometido era buscar dentro de mí las
ideas y sentimientos que pudiesen simpatizar con
lao ideas y sentimientos del poeta. Y aquí, aun-
que sea alargando estas filosofías, es necesario
abrir una digresión para explicar como se puede,
sin caer en indiferentismo, ni en escepticismo,
ponente en el lugar de quien no opina como nos-
otros. I^a frase, más sobada que estudiada en todo
•su alcance, del cómico latino: Homo sum, etc.,
quiere decir también que el hombre es \virtual-
mente semejante á todos los hombres, que puede,
en buanto espíritu, por la naturaleza discreta de
éste, colocarse en todas las situaciones sin ne-
cesidad de tomarlas para sí definitivamente; así,
el ateo pHerie figurarse loque sienten y piensan
los deístas, y el creyente sabe cuales son los ar-
gumentos en que se funda el ateo, y comprende
su alcance y pueda figurarse, sentir de un modo
pasajero, lo que el ateo debe de sentir con rela-
ción á la causa primera, á la Providencia, y al
último fin racional de la vida. Yo, leyendo i
Leopardi, he podido ser ateo en el sentido de
penetrarme del e.stado de ánimo que guiaba al
poeta al escribir, por ejemplo, las tristezas que
le cuenta á la luna el pobre pastor de Asia; le-
yendo á Shelley, he podido, aunque con mayor di-
ficultad por parecerme menos natural el ateísmo
del vate inglés, he podido comprender aquel
anarquismo teológico y hasta leer las terribles y
á su modo sublimes blasfemias contra Jesús; con-
tra Jesús que en mi insignificante sentir es el
que ha de saJvar al mundo, si este tiene arreglo.
Confieso que el esfuerzo tenía que ser grande...
y lo fué; Jesús, es, para, mí, la más alta imagen
del amor y la belleza ideal y el poeta inglés se
lo figuraba como tirano, traidor, antipático, so-
berbio en su humildad, ladino en su grandeza,
como se pueden figurar al general de los jesuítas
algunos progresistas bonachones; el contraste
no podía ser mayor, y, sin embargo, á fuerza de
abstracción y abnegación sujetiva, prescAiidiendo
de mí, llegué á penetrar la idea del Gristófobo y
á ver la grandeza de su poesía...
No cabe duda, soy hombre y nada de lo hu-
mano me es por completo extraño, por mi cere-
bro puede pasar todo lo que á otros les hace
creer de modo distinto que yo creo; si asi no
fuera no habría Esquiles, no habría Shakespea-
res, no habría arte de imitación psicológica...
ni habría verdadera crítica artística tampoco,
puede decirse. Hoy todavía siguen diciendo ne-
cedades y torpezas contra Víctor Hugo muchas
personas, porque no son capaces de ser hugóli-
eos como ellos dicen en son de censura.
Schopenhauer ha dicho que no se debe estu-
diar á los grandes pensadores en las exposicio-
nes que hacen de sus ideas los historiadores de
sistemas; él lo dice porque un espíritu mediano
no puede jamás ser intérprete fiel de un genio;
y esto es verdad. Pero además, la máxima del
gran pesimista es buena porque los expositores
no suelen cuidarse .do anular su personalidad
ante la del hombre cuya idea quieren reflejar;
no se cuidan de ser, ó no saben ser, sangre de
su sangre; y así se observa que después de ha-
ber estudiado en los economistas, por ejemplo,
la teoría de Adam Smith, al leer á éste en su
propio libro, nos encontramos con la novedad
de un Smith desconocido, y lo mismo sucede
con Spinoza en filosofía (con éste más que en
todos) y con Kant, etc., etc.
En la crítica, la de buen propósito, debe ha-
ber su religión del deber y en esta religión su
misticismo y este misticismo consisto en tras-
portarse al alma del artista.
Es claro que este es el ideal; después se hace
lo que se puede; pero no tengo duda que la jus-
ticia absoluta de la censura sólo se dará allí
donde se dé completa esa trasformación' desea-
da. El asunto se presta á muchas más conside-
raciones y aclaraciones y casi casi las pide; pero
aquí ya serían excesivas. Como última adver-
tencia diré que es también claro que la crítica
es así cuando se trata de verdaderos genios ó de
grandes talentos por lo menos; para los tontos
y necios que se meten á poetas el mejor trato es
el de cuerda; esto es evidente. ¿Y Baudelaire?
— dirá algún partidario del método. — Baudelai-
re también necesita que nos pongamos en su
lugar. Y, sin esto, puede parecemos un presti-
digitador de ideas, y un diablo de feria. Su sar
tanismo á un espíritu fuerte que está decidido
á no dejarse embaucar se le antojará un cuadro
diabólico dibujado con fósforos sobre la pared
en la oscuridad.
Como también cabe ponerse en la situación
de M. Brunetiere (con alguna incomodidad)
me figuro perfectamente lo pobre diablo que al
crítico francés le puede parecer el autor de las
Flores del Mal.
Del cual ofrezco á Vdes. hablar en adelante
directamente, sin más digresiones... que las ne-
cesarias.
f.S'e rmitinunrá.)
Clarín.
EL CENTENARIO DE LA RECOliOlllSTA
1" de Setiembre.
Señor director de La Ilustración Ibérica.
Mi querido amigo: Cumplo la palabra d(! escri-
bir á V. algo sobre los festejos que con motivo
del centenario de la reconquista se acaban de
celebrar en Málaga, con ostentación á que, di-
cho sea con verdad, no está acostumbrado este
noble país, por la prudente sabiduría del nunca
bien alabado y reverenciado municipio. Dejo,
pues, por algunos instantes, la ímproba tarea
de llenar las miríadas de cuartillas, para su
obra sobre el bandolerismo, IjOS grandes aimi-
>(«/es, y tendrán los lectores de La Ilu.stüach'iN
una reseña que resultará tal vez deficiente por
el poco espacio y el poco tiempo de que dispon-
go, pero que haré con alegría... ¡Se trata de
LA ILÜ8TEACI0N IBÉRICA
603
este hermoso país donde he nacido; el país cu-
yas flores de todas las épocas, embriagantes de
perfumes, inspiraron mis primeros versos: el de
las noches claras y apacibles, donde la luna
inspira amores; donde las olas del mar cantan
idilios; donde sufrí las primeras amarguras;
donde está mi madre; donde centellea el sol con
las ráfagas de los ojos, — grandes y negros como
abismos, — de la pálida virgen engañosa, visión
y locura del poeta.
¡Y V. no sabe amigo mío, en cuanto número
y de qué calidad son las vírgenes que hermo-
sean estos días las calles del malacitano pueblol
Jamás han visto los asombrados ojos hermosu-
ras tan perfectas, que no en baldOi^habla la fama
de las mujeres de aquí, y con las mujeres, del
vino, y de la valentía de los hombres; pero de
esto último no quiero hablar yo.
Entusiasmaba ver entre la multitud aquellos
semblantes lindos de expresión curiosa, oído
atento y ojos avizores; sí que esta vez han teni-
do,— ¡Dios sea loadol — alguna cosa de mérito y
ostentación en que recrearse. Dianas, magnífi-
cas vistas de fuegos artificiales, exposiciones de
plantas y flores, de arte retrospectivo, de labo-
res de mujer, certamen literario, procesiones de
asombroso lujo, función religiosa en la catedral,
cabalgata histórica, certamen musical, corridas
de toros extraordinarias, regatas, iluminaciones,
retretas militares el delirio, la locura; ha
sido durante algunos días un desbordamiento
sin limites; las calles de la población animadí-
simas en cualquier día no festivo del año, lo es-
tuvieron ahora hasta el punto de ser ya el trán-
sito imposible con la inmensidad de los foraste-
ros de que venían cargados los trenes de Gra-
nada, de Córdoba, de Sevilla, de Cádiz y de
todos los pueblos de la provincia de Málaga
particularmente.
*
* *
El dia 19 empezaron los festejos con las re-
tretas militares que recorrían los sitios más cén-
tricos; hubo después función solemnísima en la
catedral á la que asistían autoridades y corpo-
raciones y donde predicó el obispo, diciendo
muy buenas cosas que no son para repetidas;
en la Alameda se llevó á cabo la primera vela-
da, presentando un magnífico golpe de vista
aquella grandiosa bóveda de luz que cubría
como aureola de fuego las veinte mil almas que
en el paseo y sus inmediaciones estaban reu-
nidas.
A las doce y media de la mañana del día si-
guiente se inauguró con gran solemnidad la
Exposición de Artes retrospectivas, concurrien-
do lo más distinguido de la sociedad malague-
ña; presentáronse cuadros hermosísimos de to-
das las escuelas y objetos prehistóricos de mu-
cho valor en la parte de cerámica y numismática.
En la tarde de este mismo día fué sacada en
procesión solemne la Virgen de la Victoria; las
calles estaban adornadas de colgaduras y vis-
tosos gallardetes; en todas partes lucían flores,
de todos lados emanaban perfumes; el barrio
hallábase como en sus mejores tiempos de es-
plendor y lozanía. Removíase en la calle la
multitud, las mozuelas pasaban contoneándose,
con muchos colorines y todas con su bosque de
claveles en la cabeza; las echaban requiebros
los mozos; los aguadores aturdían con sus gri-
tos, reían unos, cuchicheaban otros; la doble hi-
lera de sillas ocupábase formando acá y acullá
grandes corros; partía de aquellos corros tenue
rumor, como aleteo de la malicia, el abrir y cerrar
de abanicos, las risitas graciosas, las carcaja-
das, el comentario, el secreto, el arrastrar de
pies, el arrastrar de faldas y la conversación de
tal ó cual enamoradísima pareja;' confundíase
el olor J,rasminante de las viznagas de los ven-
dedores, empinándose descaradotas sobre la
verde penca, con el de los jazmines y heliotropos
puestos en los aguaduchos y los lirios y nardos
que en puntiagudas varas hacían presente á los
galanes las rapacillas andrajosas; y allí entre
aquellos numerosos grupos de hombres, de mu-
jeres, de flores, de sedas, ombahsamado todo como
por una nube de incienso, centelleaban alguna
vez como fuego fatuo los brillantes ojos de la
engañosa virgen.
El día 21 fué en la Plaza de Toros el certa-
men musical entre las tres bandas militares in-
glesas que llegaron en el vapor Hecla, conocido
aquí por haber estado en nuestro puerto con la
escuadra mandada por el duque de Edimburgo;
también han concurrido á este certamen, la
banda española del regimiento de Borbón; la de
cazadores de Cuba, venida para ello de Grana-
da; la de Infantería de Marina, de Cartagena, y
la de Bomberos, de Málaga; como los días an-
teriores, la afluencia de gente fué espantosa;
hubo este día recepción en el Ayuntamiento,
lunch pai'a los invitados, bombo y platillo y casa
por la vea^ana. Como aquí se caminó de sor-
presa agradable en otra más agradable todavía,
el 22 fué inaugurada en el gran patio del Semi-
nario la Exposición de plantas y también hubo
otro nuevo motivo de juelga con el concierto
dado por las bandas españolas é inglesas en la
Plaza de Toros. Siguieron el día 24 los fuegos
artificiales, originalísimos, como jamás se vieron
en Málaga, y con un gentío inmenso. El cer-
tamen literario que también se celebró esté día
en El Liceo, revistió un carácter de verdadera
solemnidad; fué la concurrencia tan nume-
rosa como escogida; figuraban en ella, el obis-
po, el secretario del gobierno civil, y comisio-
nes de Madrid,^ de provincias y de la prensa
local.
La sociedad El Liceo, es muy antigua y la
más notable de Málaga; se dan en sus espacio-
sos salones conciertos, bailes, y con mucha fre-
cuencia solemnes fiestas literarias; El Liceo
protege las artes en todas sus manifestaciones
con un ahinco merecedor de aplauso sincero;
tiene pintores pensionados en Roma, manda
músicos á Bruselas, y convoca á los escritores
á certámenes literarios, animándoles con la ad-
judicación de vistosos premios. El día á que me
voy á referir, ha sido uno de los más animados
de El Liceo; la entrada del local obstruíase por
la aglomeración de gente. Aquel famoso Sena-
dillo, donde tantos hombres de valer, muertos
ya unos, y en lo más alto de la cumbre social
otros, derrocharon pródigamente las primeras
chispas de su ingenio; aquel famoso Sena'HVo,
hoy decorado regiamente con hermosísimos lien-
zos de Martínez de la Vega, Ocon, Muñoz De-
grain y otros pintores también notables, estaba
invadido por una turba de caballeros formando
calle para dar paso á ellas. Parecía el salón de
sesiones un ascua de oro, — y valga por esta vez
lo estúpido de la comparación; — quien haya
asistido á esta fiesta, tuvo ocasión de compren-
der hasta dónde llegan las palpitantes irradia-
ciones de hermosura, de luz y de alegría de las
mujeres de por aquí; podrá alguno tacharme de
pródigo cuando á ellas me refiero; pero, ¿quién,
aunque vaya de prisa, no ha de inclinarse á
oler una flor cuando es hermosa? Creyérase al
tender la mirada por aquel salón, que estaba
uno metido en sueño fantástico y voluptuoso,
leyendo en los semblantes bellísimos de aque-
llas mujeres, inteligencia, malicia y sentimiento;
percibíanse esos rumores y esos perfumes impo-
sibles de desterrar donde hay mujeres en pro-
fusión, y mujeres elegantes; ese perfume de
hembra y ese rumor de rasos y de sederías que
enardece el pensamiento, llevándole á recón-
ditas esferas, donde parecen estallar besos y
suspiros; perfumes y rumores gratos que embe-
lesan y fascinan, haciendo bullir también la
sangre hirviente, como á la contemplación de
aquellas arrogancias de la mujer meridional; la
hermosura severa de la forma y mundana á la
vez, con el desnudo de los brazos, del pecho,
de la garganta; las correctísimas facciones, la
morbidez, el esplendor, en mezcolanza especia-
Goloftedo Kneller (Grabado de Fioqoet>
Juan Wildens (Según Vaú-Dyck)
Fe-lro P*l.lo Rubeiis (Segiin Van-Dyck)
AntonUí Francisco Van dei Meulen (Qrabadojje Ficquet)
Joaa Vas.iRDTnim (Grabado le Flcquet,
Santiago Antonio Artaud (Grabado de Flcquet)
CONOCRAFIA PICTÓRICA: RETRATOS DE GRANDES Y PEQUEÑOS MAESTROS
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O
2-
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Ii)
D
606
LA ILÜBTRACION IBEEICA
lisimm para más complemento con la cultora de
la sociedad moderna.
i Una lucida orquesta dirigida por el señor
Zambelli, dice un periódico, dio principio al
acto, ejecutando con maestría la Marcha de las
ttutorrkas niniero uno, de Meyerbeer.
»EI discurso inaugural del Sr. D. Manuel ;
Casado y Sánch^ de Castilla, fué notable por
su fbnaa, y por la multitud de curiosos datos
en él acumulados, acerca de poetas uiulagueños
desde tiempos pasados hasta nue4$tros dias. Es-
tas eruditas noticias iban matizadas oon opor-
tunas apreciaciones criticas sobre el mérito y
tendencias de cada uno de los escritoi-es que en
Málaga vierou la luz.
» A la palabra clara j' reposada del Sr. Casado
y Sáuchez de Castilla, sucediíS un nutrido aplauso,
que fué general manifestación del gusto con que
la concurrencia había escuchado su discurso.»
Las regatas, el concierto en el mar y la se-
gunda y tercera velada, estuvieron también bri-
llantísimos, como igualmente la Exposición de
Bellas Artes, donde, entre otras cosas de mucho
mérito, había unas hojas del álbum del Papa.
3r>^
•;t;vf-*-«3
SETIEMBRE
La cabalgata histórica que salió por segunda
vez el día 30, dejará indudablemente recuerdo
extraño é imperecedero en todas las imaginacio-
nes. Terminaron al fin los festejos, con la corri-
da extraordinaria de Miuras.
En la Exposición de plantas, han sido pre-
miados; D. Juan López, con dos medallas de
oro, una de plata y medalla de honor; Mitjana,
con medalla de oro por sus notables colecciones
de locacias; con varias medallas de plata los se-
ñores Chamusset, Ficrado, Larios y Loring.
En las regatas han sido premiados los seño-
res Herrera, Vázquez, Vega y Serrano; la dis-
tancia que debían recorrer los barcos que to-
maron parte en el concurso, se había fijado en
dos mil metros entre ¡da y vuelta.
Del certamen musical, resultaron con un pre-
mio de mi! pesetas, la banda de Infantería de
Harina; otra de dos mil pesetas, la de bomberos
municipales de Málaga; otro de mil quinientas
la del regimiento de Granada, y otro de mil,
una de las inglesas.
En el certamen literario fué declarado desier-
to el primer premio.
Don Clemente García, obtuvo el segundo ex-
traordinario, ofrecido por S. A. la infanta doña
Isabel, y el tercero, D. Fernando Mayoral.
Di ya fin, de mi reseña, amigo director, con
esos últimos apuntes; son las ocho de la noche,
á las ocho y media, me embarcaré para uno de
los pueblos próximos, punto do partida, donde
empezarán de firme mis trabajos de investiga-
ción para nuestro libro: al dejar este país, don-
de sólo he permanecido algunas horas, al ver
allá lejos las luces de la ciudad, como multitud
de pupilas en gigantesca órbita, suspiraré se-
guramente, recordando el donaire, la gracia, el
frasear, la muda sonrisa, los charlatanes ojos,
el atavío, la arrogante apostura y la emanación
en fin, impalpable, de luz divina y fuego huma-
no de la mujer meridional, cadena inquebran-
table que afianza en soberano conjunto la le-
gendaria majestad de la matrona que proconiza
el arte helénico y la sutil malicia de la uadalu-
za, envolviéndose todo en una atmósfera exu-
berante, de oleada de sol, aroma de nardos y
claveles y músicas extrañas; toda una acumu-
lación que adquiere forma, allá en lo profundo
de nuestro cerebro con el lúbrico pliegue de la
mantilla macarena, y la nota triste, prolongada
é infinita, de mocetón de robusto pecho, que on
la noche misteriosa rompió por carceleras, al
quejumbroso y lánguido puntear de la guitarra.
M. Martínez Barrionuevo.
* '■
NUESTROS GRABADOS
UN CONDOTTIEhE
Cuadro de F. Leiglhon
Mo hay para qué decir quién es Sir Frederlck Lelgthon,
Blendo, como es, universal la reputación del Presidente do
la Real Academia de Pintura de Londres. Ese CondoUiere,
sin embargo, puede añadir todavía algo á la gloria del ilus-
tre pintor inglés que lia hecho gala en él de su buen gusto,
color y gracia, por cuyas cualidades se ha distinguido siem-
pre Sir Frederlck con preferencia á otras más viriles. Con
todo, esta vez ha pintado una cabeza perfectamente vigoro-
sa, que uo desdice del admirable tratamiento de la armadu-
ra y de los paños.
TABDI TBAKQniLA. — EL BfO
Mi prosa, rebelde á hacer ninguna clase de competencia
á las artes del diseño, me priva de describir como se merecen
esos dos paisajes... Sólo acierto á decir que se me va el alma
tras ellos. |0h delicia, ver salir la luna y rielarse en el tran-
quilo espejo de una laguna en medio de agreste vegetación
ó bien bogar por laa serenas aguas de un rio manso, encajo-
nado entre risueñas orillas, bajo un cielo plácido!... (etcéte-
ra, etcétera).
UáDRID: EXPOSIOION OBNBRAL DE FILIPINAS
Conliuuando la serie de nuestros grabados sobre la im-
portantísima Exposición del Retiro, damos hoy la vista de
una de las salas déla sección séptima, una de las más nota-
bles, donde además de varios curiosos modelos de barcos, fi-
guran también modelos de carruajes del pais y ejemplares de
Qaile», Duqueeai y Carromato», coches usuales en Filipinas; es-
tantes con magnificas muestras de finos y ricos tejidos y telas
primorosamente bordadas; muebles de madera de tiarra ex-
quisitamente tallados; panoplias, muestras de cordelería etc.
OAHBIO DE TIKO
La escena representa el momento en que, llegando el ca-
rruaje á la mitad del camino que deben hacer los que van á
celebrar la alegre jira, relévanse los caballos. La cosa está
expresada con animación y buen gusto formando un grupo
verdaderamente pintoresco.
LA CASCADA
iQué bonita es siempre una cascadal ¿verdad? Ya les digo
á Vdes. que de buena gana preferirla yo estarme como ese ciu-
dadano, tumbado cabe la orilla, que no tener ocasión de ail-
mlrar á todas horas la do nuestro Parque, i pesar do lo mu-
cho que se parece al Cliateau d' eau de Marsella y de lo que so
parece este á la Fontana ífovi de Roma. lOh, la Naturalezal
Nada más bello que un arroyo que, después de haber llovi-
do, va Sondóse aires de rio, metiendo ruido, saltando por las
rocas, etc., etc. Ese grabado me recuerda la riera del Con-
gost, en \aa Inmediaciones de la Garrlga, cuando se la antoja
venir crecida, 6 por mejor decir, cuando se les antoja á las
nubes hacer que crezca.
OENTE ALEORE
Cuairo de F. Andreottl
Bien comidos y bien bebidos, un tanto alegrillos y mien-
tras llega la hora de tirarle de la oreja á Jorge, los nobles ca-
balleros tienen á bien hacerles la corte á las maritornes de la
casa, liadas y nada hurañas jóvenes, fogueadas ya en tales
aventuras. Todo loque el asunto hubiera podido ofrecer de
vulgar queda salvado con la elegante indumentaria del si-
glo xvii.
DEBOlBSO
Escena tratada con naturalidad y gracia. El dibujante ha
consiguldo indicar bien los sentimientos de cada peisonflje,
y, además de esto, los ha Interprutado hábilmente (á los per-
sonajes) iinndoles todo el color que ambicionan los que sola-
mente emplean blituco y negio.
IIIOH-LIFI
A primera vista se comprende que la elegante señorita
no las tiene tollas consigo, en atención á lo que la dice el no-
vio y más aún por lo que efctarán dlclindo aquel par que es-
tán hablando allí junto á la puerta. La situación está'.muy
bien expresada y se ve que el autor entiende al dedillo la
vida de la gente distinguida.
IGONOQRArÍA PICTÓRICA
una de lasj obras que todo bibliófilo decente' pagarla á
peso de oro es, sin duda, la colección de Vidas de pintores
LA rLUSTRACION IBÉRICA
607
flamencos, alemanes y holandeses publicada pov M. Jean
Baptiste Bescamps, professeur de peinture á V Academie de
Deasin de Rotten (17C1\ oou retratos de los autores biografia-
dos, según los originales de Van-Dyck ó el propio pintor, co-
piados por Eysen y grabados por Ficquet, Gaillard y Sorni-
que. ¡Qué satisfacción, por lo tanto, para nosotros, el poder
dar hoy los facsímiles de seis deliciosos retratitos en mluia-
tura grabados por Ficquet que avaloran la obra de Des-
campsl
Y ahora, ahí van las correspondientes explicaciones, ^\
bien, claro está que no diré nada sobre Rubens ya que todos
mis lectores deben de estar más que ahitos de oir hablar de
él y de leer artículos y gacetillas y ponderativos discursos
sobre su genio verdaderamente portentoso, sin contar lo
mucho que en estas mismas páginas he dicho yo del mismo.
Sea, pues, el primero, Antonio Francisco Van der Meulen,
en cuya peluca no hay más que fijarse para comprender todo
lo que podía dar de si; fué el último pintor flamenco,— es de-
cir, flamenco de Flandes,— y su papel artístico se redujo á ser
una especie de historiógrafo que pintaba todos los pormeno-
res y menudencias de la vida de Luís XIV.
Juan Wildens fué un apreciable paisajista, disclpnlo de
Rubens: es poco interesante.
Godofredo Knelier, natural de Lubeck y discípulo de
Rembrandt, retrató á todas las mujeres bonitas de las cortes
de Carlos 11 y. Jorge I de Inglaterra.
Juan Antonio Arlaud, ginebrino, descolló como miniatu-
rista y floreció entre los años 1688 y 1743. Tuvo el honor de
figurar entre los mejores amigos de Newton. Pintó una Leda
que escandalizó horrorosamente á los pudibundos calvinis-
tas sus paisanos (cosa muy natura] sabiendo que en 1729 lanzá-
base en Suiza el anatema sobre el que se atrevía á pintar del
desnudo) y brilló como admirable retratista. «11 se mettait
sans facón, et cepcudant d' un ton tres modeste, au premier
rang parmi les plus grands peintres> dice Descamps con ad-
mirable naivtté.
En cuanto á Huyfum (1C82-1749) fué el último holandés;
tiénesele poi incomparable pintor de canagtitla», vosos de flo-
re», etc. SI alguno de mis lectores posee algún florero de
Huysum, puede venderlo, si quiere, á peso de billetes de
Banco,— de los gordos, por supuc sto. Téngase entendido, sin
emlMrgo, que sus cuadritos eran casi microscópicos.
DK TIBáNIO.— IB FOB USA...
Los dos dibujos son muy agradables, con la particnla-
Tidad de representar el segundo un hecho absolutamente
histórico; si, señores: dos pavos reales pusieron en vergon-
zosa fuga á un gatazo que se habla acercado con las más si-
niestras intenciones respecto al pobre pavito; la cosa, según
Informes fiJedignos, ha pasado en una quinta de Escocia,
este verano.
En cuanto á los dos niños que bien resgnardaditosdel sol
se están en ese banco descansando do las fatigas del cricket^
¿quién no los envidiará y querrá al mismo tiempo?
SKTlKUBaiC
Podrían decirse muchas cosas excelentes sobre este mes,
pero cuando pienso que cumplo yo en uno de sus días la
edad de... ihorrorl ino quieran Vdes. saberlo! no me quedan
ganas de pensar en nada más.
Pero, Señor, ¿por qué ha de llegar nunca el mes de Se-
tiembre? ¿Por qué ha do consentir el Dios de las misericor-
dias que me venga á mi ese mes, á guisa de acreedor inopor-
tuno, á cobrarme un año más?
Ya comí»renderán Vdes. que cuando áimo le van quedan-
do pocos y tiene que darlos es una triste gracia y, por lo
tanto, maldita la que me hacen á mí, setembriuo irremedia-
ble, todas las bellezas de este mes ecléctico, bincrélico, anfi-
bio, mestizo, labominabiel
IS0LA-BEI.I,i, IN XL LlOO UAYOB
Hemos hablado do cascadas, ríos, Ugos, flores, árboles,
campos de verdura y otras cosas ejwidem furfuris, y ya han
visto Vdes. que no he acertado á dar idea de lo que son en
sí y del efecto que producen. Los lectores van á desquitarse
ahora de mi sequedad naturalista con este maravilloso trozo
de Taino que va á dejarles deslumhrados:
• Al salir el sol se toma una barca y se atraviesa el Isgo en
el vapor transparente de la mañana. Es ancho como un bra-
zo de mar y las ligeras ondas, de un azul plomizo, lucen dé-
bilmente La niebla vaga envuelve el cielo y el agua con su
grkalia. Por grados, se adelgaza, echa á volar y en sus ma-
llas más raras siéntese filtrar la bella luz y el buen calor. Así
se camina durante dos horas en la suavidad monótona y
blanda del aire semiciaro, agitado por la brisa 3omo por los
golpecitos de un abanico de plumas; después, se forma una
abertura y no se percibe alrededor de si más que azur y luz,
—alrededor de si, el agua, semejante á una gran tela de ter-
ciopelo arrugado, — encima, el cielo, liso como una concha
de záfiro ardiente. Sin embargo, surge un punto blanco, se
acrecienta, se destaca: es la Isola-Madre, encerrada en sus
terrazas; la ola bate sus grandes baldosas azuladas y salpica
de humedad sus follajes lustrosos. Desembárcase: en las pare-
des del reborde, áloes de hojas macizas, higueras de la India
de largas raquetas callentsn al sol su vegetación tropical;
alamedaí de limoneros contornean lo largo de los terraple-
nes y sus frutos verdes ó amarillos se pegan contra los can-
tos de las rocas. Cuatro pisos de liiladas van asi sobreponién-
dose bajo un tocado de plantas 'preciosas. En la cima, la isla
es un copo de verdura que comba por encima del agua sus
macizos de follajes, laureles, encinas, plátanos, granados,
árboles exóticos, glicinias en flor, matorrales de azaleas des-
plegadas. Marchase rodeado de frescura y de perfumes; nadie,
excepto un guardián. La isla está desierta y parece esperar
á un joven príncipe y á una joven hada para cobijar sus
esponsales. Tapizada toda de finos céspedes y de árboles flo-
ridos, no es más sino un bello ramillete matinal, rosa,
blanco, violeta, al rededor del cual voltean las abejas; sus
praderas inmaculadas están sembradas de primaveras y de
anémonas; los pavos reales y los faisanes pasean por ellas
pacificamente sus vestidos de oro, estrellados de ojos ó barni-
zados de púrpura, soberanos Indiscutídos en un pueblo de
pajarillos que saltean y se responden.
>Yo no era capaz de sentir las obras calculadas de la ar-
quitectura, sobre todo las formas contorneadas y la orna-
mentación artificial de los últimos siglos. Las diez terrazas
abovedadas de Isola-Bella, sus grutas de rocalla, sus aposen-
tos cubiertos de cuadros y poblados de curiosidades, sus es-
tanques, sus Juegos de agua, me han parecido acompasados
y me han dejado frío. Yo miraba la costa occidental, que
está en frente, escarpada y toda verde y que parece verdade-
ramente hecha para el placer de ios ojos. Las altas y paeifi
cas montañas se yergueu allí con toda su talla y se tiene
prisa por ir á sentarse en sus céspedes. Praderas inclinadas,
de una frescura incomparable, revisten las primeras pendien-
tes. Los narcisos, los euforbios, las florecilias purpurinas
cunden por todos los huecos; los miosotis, por polladas,
abren sus ojillos de azur y sus cabezas tiemblan en el rezumo
de los manantiales; vése afluir de lo alto millares de hilitos
que saltan y se cruzan; cascadas graciosas derraman sobre la
yerba su lluvia de perlas, y arroyos de diamantes, recogiendo
todas esas aguas fugitivas, corren á vaciarlas en el lago. Aquí
y allá, sobre todas esas frescuras y todos esos rumoremos
muestrau las encinas el lustre de su verdura nueva y suben
de piso en piso hasta que al fiu desaparece la altura bajo sus
filas y en la cima queda barreado el cielo por la columnata
indeterminada de un bosque. En lo bajo, el lago extiende
su azur uniforme en una bordadura de arena blanca.»
¿Eh, qué tal esa descripción? lEso si que es una orgia de
colorí
-*-
LOKIS
(OONTINnAOIÓH)
— Es muy posible, — dijo el conde.— En efec-
to, no tengo lo que se llama gusto por los anima-
les... No valen gran cosa más que los hombres...
Os conduzco, señor profesor, á un bosque donde
á esta hora existe floreciente el imperio de las
bestias, la matecznik, la gran matriz, la gran fá-
brica de los seres. Sí; según nuestras tradicio-
nes nacionales nadie ha sondeado todavía sus
profundidades, nadie ha podido llegar al centro
de esos bosques y de esos lagunajos, excepto, por
supuesto, los señores poetas y los brujos que
penetran en todas partes. Allí viven en repú-
blica los animales... ó bajo un gobierno consti-
tucional; no puedo decir cual de los dos. Los
leones, los osos, los antas, los joubrs, que son
nuestros urus, todos viven en la mejor armonía.
El mammouth, que se ha conservado allí, goza
de una muy grande consideración. Creo es el re-
postero mayor. Tienen una policía muy severa
y cuando encuentran alguna bestia viciosa la
procesan y la destierran. Cae entonces de la fie-
bre en el mal ardiente y se ve obligada á aven-
turarse en el país de los hombres. Pocas esca-
pan (1).
— Curiosísima leyenda, — exclamé yo, — pero,
señor conde, habláis del urus; ese noble animal
que César ha descrito en sus Comeiitarius y que
los reyes merovingios cazaban en el bosque de
Compiegne ¿existe realmente aún en Lituania,
como así he oído decir?
— Seguramente. Mi padre mató por si mismo
un joubr, con permiso del gobierno por supues-
to. Habéis podido ver su cabeza en la sala gran-
de. Pero yo no los he visto nunca; creo que los
joubrs son muy raros. En cambio tenemos aquí
lobos y osos á granel. Por un encuentro posible
con alguno de esos señores me he llevado este
(lí Véase Maríre Tadto de Mifkicvlcz; La Polonia cau-
tiva, de M. Callos Edmond.
instrumento — (enseñaba una tchekhole (1) circa-
siana que llevaba en bandolera) — y mi groom
lleva en el arzón una carabina de dos cañones.
Comenzamos á internarnos en el bosque. Pron-
to el sendero angostísimo que seguíamos des-
apareció. A cada instante nos veíamos obligados
á dar la vuelta al rededor de árboles enor-
mes cuyas ramas bajas nos barreaban el paso.
Algunos, muertos de vejez y derribados, nos
presentaban como un baluarte coronado por una
línea de caballos de frisia imposible de fran-
quear. En otras partes encontrábamos ciénagas
profundas cubiertas de nenúfares y de lentiscos
de agua. Mas lejos veíamos claras cuya yerba
brillaba como esmeraldas; pero desgraciado del
que se aventurase, porque esta rica y engañosa
vegetación oculta de ordinario sumideros de
fango donde caballo y caballero desaparecerían
para siempre... Las dificultades del camino ha-
bían interrumpido nuestra conversación. Yo ci-
fré todos mis cuidados en seguir al conde ad-
mirando la imperturbable sagacidad con que me
guiaba sin brújula y encontraba siempre la di-
rección ideal que era menester seguir para lle-
gar al Kapas. Era evidente que había cazado
durante largo tiempo en estos bosques silvestres.
Por fin, distinguimos el túmulo en el centro
de una ancha calva. Era muy elevado, y es-
taba rodeado de un foso muy reconocible toda-
vía á pesar de los brezos y los desprendimien-
tos. Parece que se habían hecho ya escavaciones
allí. En la cúspide noté los restos de una cons-
trucción de piedras, algunas de las cuales apa-
recían calcinadas. Una cantidad notable de ce-
nizas mezcladas con carbones y aquí y allí
cascos de cacharrerías groseras atestiguaban
que se había encendido fuego en el vértice
del túmulo durante un considerable espacio de
tiempo. Si hay que dar fe á las tradiciones vulga-
res habríanse celebrado otras veces sacrificios
humanos en los Kapas; pero no hay ca^i ninguna
religión extinguida á la que no se haya impvi-
tado esos ritos abominables, y dudo que pudie-
se justificarse semejante opinión respectó á los
antiguos lituanos, mediante testimonios histó-
ricos.
Bajamos del túmulo el conde y yo para reco-
ger nuestros caballos, que habíamos dejado á la
otra parte del foso, cuando vimos aproximarse
hacia nosotros á una vieja que se apoyaba en un
palo y tenía una cesta en la mano.
— Mis buenos señores, — nos dijo reuniéndose
con nosotros, — quered hacerme una candad, por
el amor de Dios. Dadme con que pueda mercar
un vaso de aguardiente para recalentar mi pobre
cuerpo.
El conde le echó una moneda do plata y le
preguntó que hacía en el bosque, tan lejos de
todo lugar habitado. Por toda respuesta mos-
tróle su cesta, que estaba llena de setas.
Por más que mis conocimientos en botánica
sean muy escasos, parecióme que muchas de
aquellas setas pertenecían á especies vene-
nosas.
— Buena mujer, — le dije, — espero no pensáis
en comeros esto.
— Mi buen señor, — respondió la vieja con una
sonrisa triste, — los pobres comen todo lo que el
buen Dios les da. .
— No conocéis nuestros estómagos lituanos,—
repuso el conde.- — Están forrados de hoja de
lata. Estos campesinos comen todas las setas que
encuentran, y no por eso dejan de probarles per-
fectamente.
— Impedidle cuando menos que pruebe el
agnrirus necator que veo en su cesta, — ex-
clamé.
Y extendí la mano para coger una seta de
las más venenosas, pero la vieja retiró viva-
mente la cesta.
— ¡Ten cuidado! — dijo en tono de espanto; —
están guardados... ¡Pirkunn! ¡Pirkuvs!
Pirkuns, digámoslo de paso, es el nombre sa-
mogicio de la divinidad que los rusos llaman
Perune; es el Júpiter Timante de los eslavos. Si
sorprendido quedé al oirle á la vieja invocar
(1; Caja de fusil circasiano.
608
LA ILUSTRACIÓN IBEIUCA
un dios del paganismo, mucho más lo fui al ver
<)ue las setas se levantaban. La cabeza negra
de una serpiente salió de entre ellas y se elevó
un pié á lo menos fuera de la cesta. Di un salto
atrás y el conde escupió por sobre el hombro se-
gún la costumbre supei-sticiosa de los eslavos
que creen desviar así los maleficios, á ejemplo de
los antiguos romanos. La vieja dejó la cesta
en tierra, acurrucóse á un lado y después con
la mano extendida hacia la serpiente pronunció
algunas palabras ininteligibles que tenían las
trazas de un encantamiento. La serpiente per-
^
maneció inmóvil durante un minuto y después
enroscándose al rededor del brazo descarnado
de la vieja desapareció en la manga de su sa-
yal de piel de carnero que con una mala cami-
bOLA-BELLA, EN EL LAGO MAYOR
sa, componía, creo, todo el traje de esta Circe
lituana. La vieja nos miraba con una sonrisita
de triunfo, como un escamoteador que acaba do
ejecutar una suerte difícil. Había en su fisono-
mía esa mezcla de astucia y de estupidez que no
es rara en los pretendidos brujos, en su mayoría
tontos y bribones á la vez
(Se continuará.) Traducción de A. O.
iWlibllUtlOÍ; CtrtM, 36»-3ti7, Kaiti Itiiiu, EdiUr. — fituntiles lo» derechos de propiedad irtíslica j literiri».— L« redíuaciones en Madrid, íI represeütante de esta Casa D. Mainel l'lá j Valor, Apodaca, 10, 2.'
) INSÉRTESE Ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL ( —
KSTABLBCIUIBITO TlPOelÚFICO OB B. BASBDA.— CiUXa DI VlLU^HKOBL, ntU. 17 BHSAMCBE DB SXK AKTONIÓ.— BaRCBLOMA.
SEMANARIO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
Año V
espaSa
ÜQ año. ...... 12'50 ptas.
Dn semestre 6*60 »
Número suelto .... 0'26 >
PORTUGAL
Buscrición pagadera semanalmente
Oarta número. . . . fiO reis.
Barcelona 24 de Setierntre de 1887
CUBA T PUERTO-RICO
Un año 5 pesos oro.
En el resto de América fijan el precio
los señores corresponsales.
extrMKro
Un año. . . . W . . IS pesetas.
Núm. 247
R. ATCHÉ, DISTINGUIDO ESCULTOR BARCELONÉS (Dibujo de Miró)
610
LA ILUSTRACIÓN IBEBJGA
SUMARIO
Tuto.— JfotMd. OaHtu á mi prima, por Femanflor.— (/*
tdüto urtWtfn leonUnuaeión), por Vicente Bluoo Ibáñei.
—SetUla einH/Ua, por Al&edo Ofltto.—Mxpotielin ma-
rutas de Oidit, por Patrocinio de Blednut. - Lecíurtu, por
dsrlii.— Kaestroe grabedoe.— Hoy (sone>o<, por Vicenta
BiTS FalMtío.—Loki* icontinuación), por Próspero Merl-
Bie (traducción de A. O.)
Sbaiaooi.— R. Atché —Venas atraída por las Gradas.— Jía-
drid: tigiotíeién NaeUmal de BtUat Arta de 1887. Comba-
te hmtico en el pulpito de la iglesia de Sau Agustín, en
Zaracosa. — Madrid: Bzpoeieiin gtnerol de füipina*. Fa-
chada del Pabellón central. Usos y adornos de igorrotes.
— Cerimlca coreana (cinco grabados i.— Después de la ba-
talla.—Italia: Pallanxa, en el Lago Mayor. —£ipo«4ción
nortttaa <iif<niae<i>iui< de Cádií idos grabados). — Des-
acradable eoooentro.— Alegre pareja.— Francia: (Jaimper.
MADRID
CA.R7.A.S A. 2.^1 F-RIJíJl A,
MADRID SE DIVIERTE
UKRIDA Carmen: Hoy se abre el abono
del teatro Real; la compañía que actua-
rá en la próxima temporada es la si-
guiente: Directores de orquesta: Campanini,
Mancinelli y Pérez. — Primas donnas sopranos:
señoras Bruschi-Chiatti , De -Veré, Gárgano,
Lizárraga, Patti-Nicolini, Pérez y Tetrazzini. —
Primas donnas raezzo-sopranos y contraltos: se-
ñoras Fabri y Pasqua. — Comprimarias: señoras
Garrido y GassuU. — Primeros tenores: señores
De-Lucia, Gianrini, Marconi, Signoretti, Stagno
y Tamagno. — Primeros barítonos: señores Bian-
chi , Blanchart y Vaselli. — Primeros bajos:
señore.s Silvestri, Uetam y Verdaguer. — Bajo
cantante: Ponzini. — Bajo cómico: señor Balde-
lli. — Si bien no ha podido ultimarse el contrato
con Masini, la empresa cree poder contar
con él.
Entre otras óperas se pondrán las siguientes:
Ugonotli, Profeta, Roberto ü Diavolo, Africana,
Stella del Nord, Gioconda, Gitglielmo Tell, Me-
fixtófele. Romeo é Giuliettn, Saffo, Jone, Ebrea.
También se tiene el propósito de poner en
escena las óperas nuevas del maestro Bizet,
Carmen y Pescatori di Perle, y la del maestro
Wagner // Voséelo fantasma .
La apertura de la temporada se verificará en
los primeros días del mes de Octubre.
Esta es, pues, la fecha en que debe encon-
trarse en Madrid toda la buena sociedad: y esa
función inaugural es el principio del invierno
elegante. En esa noche de inauguración se es-
trenan las toaletas que se han traído de París
en los baúles de viaje y que se han pasado,
por supuesto, de contrabando. Hay señora
que para no pagar derechos se viste en la fron-
tera su traje de baile y entra en España esco-
tada y con sombrero. Las ingeniosidades, los
recursos y hasta los delitos á que las señoras
acuden para pasar gratis sus galas, son innume-
rables; generalmente hacen cómplices á todos
sus compañeros de wagón, repartiendo entre
ellos un guardarropa. ¡Qué satisfacción cuando
se ha logrado pasar la frontera sin pagar los
derechos correspondientes! Somos contrabandis-
tas de raza.
Como es natural se ha procurado tranquilizar
á los abonados, en los cuales han puesto miedo
las recientes desgracias de los incendios ocurrí-
dos en otros teatros. El subsecretario de Ha-
cienda y el arquitecto del ministerio han visita-
do el Real para examinar las obras realizadas.
Quedaron muy satisfechos de todas ellas y
especialmente de la prueba del telón de agua;
la iumerisa cortina liquida innundó casi instan-
táneamente el escenario; de haber estado allí
cantando la compañía ni un sólo artista se hu-
biera salvado. El público no debe, pues, temer
el incendio en este teatro, sino llevar á pre-
vención un salva-vidas para las inundaciones.
El gobernador, j>or su parte, se dispone á
ordenar que los teatros estén alumbrados con
lúa eléctrica, y que se realicen en ellos otras
convenientes mejoras. Todo esto, en verdad, se
hace con el propósito de tranquilizar al públi-
co; los teatros de Madrid tienen tales condicio-
nes que no habrá salvación para los que se
encuentren dentro de ellos, si estalla un incen-
dio. Hechos en épocas de menos temor al fuego,
no sirven para esta en que frecuentes siniestros
aterrorizan al público. Para garantizar en lo
posible la vida del espectador sería preciso que
los teatros fuesen edificios aislados; y que en
un momento dado, el teatro, — paredes y techo,
— pudiese desaparecer, dejando al público como
en la mitad del campo, sin obstáculo para co-
rrer. No basta que se hagan incombustibles las
decoraciones, ni que haya muchas puertas, ni
que estas sean muy anchas, ni que al exterior
se coloque un balconaje corrido por el cual
pueda descenderse, ni que se apliquen á la fa-
chada escalas infinitas, siempre dispuestas á
recibir al despavorido; el público se reventaría
en las puertas, se arrojaría por el balconaje y
se despeñaría por las escalas desde que suene
la voz de ¡fuego! Lo que mata no es el fuego,
sino el pánico; los espectadores se alzan á una;
buscan la salida todos al mismo tiempo, y como
no es posible que todos pasen, se estancan to-
dos. Se siente la necesidad de huir, perdiendo
la conciencia de los peligros de la fuga, y evi-
tando sólo el que se teme. Quien huye del fue-
go, no vacila en arrojarse desde un piso tercero,
como quien huye de una espada desnuda no
vacila en arrojarse dentro de una hoguera. Es
que en nuestra imaginación la muerte ha toma-
do una forma determinada y sólo bajo ella nos
aterra.
Mas ya comprenderás, prima, que no es posi-
ble construir dentro del casco de Madrid edifi-
cios aislados para teatros, porque el terreno
vale mucho, y hasta hoy no se ha descubierto
ese teatro de piezas que automáticamente pu-
diera desarmarse. Por lo tanto, hay que elegir
entre la afición á la comedia y la probabilidad,
más ó menos remota, de achicharrarse. Para
un madrileño de pura raza no cabe dudar; la
vida no merece la pena si hemos do arrastrarla
con tristeza, en el hogar doméstico, ó entre cua-
tro amigos, por la noche, sin acudir á esos
centros de luz espléndida, de animación encan-
tadora, en la cual las artes nos ofrecen sus es-
pirituales placeres; la mayoría de las gentes no
sabría lo que pasa en el mundo sino fuese al
teatro, donde le cuentan algo de las vidas aje-
nas y le ofrecen un espejo de la sociedad, algo
empañado. No sería posible suprimir el teatro;
en todas las casas se representarían comedias.
El hombre, disgustado de su propia historia,
gusta de inventar otras á su capricho y no con-
tento del papel que le ha tocado en este mundo
gusta de representar otros diferentes. ¿Quién
es aquel que reconociéndose sin condiciones para
vivir, dichosamente, su propia vida no se cree
capaz de interpretar y realizar otros tipos de su
imaginación? Dicen que de músico y de poeta
todos tenemos un poco. Pues todos tenemos tam-
bién algo de autores y de actores de comedias.
En las preocupaciones de la vida, pensando en
el porvenir, ¿cuántos argumentos, escenas, si-
tuaciones, enlaces y desenlaces no formamos
para llevar los acontecimientos al término de
nuestro deseo? Y respecto á ser actores, ¿quién
no ha representado cien papeles desde que tuvo
uso de razón, logrando con habilidad engañar
al público? .
Mas hasta hoy, — volviendo á los peligros de
un incendio en los teatros, — todo se reduce al
ensanche de las puertas; á que las puertas sean
de corredera; á que las puertas estén francas y
á que el público sepa,^ — mediante muchos letre-
ros,— donde están las puertas. Estos letreros,
por cierto, que indican la salida (así como los
bomberos, de uniforme, que aguardan, á la vis-
ta del público, el estallido de las llamas) sólo
pueden tranquilizamos relativamente. Debería
darse á cada espectador una bata incombustible,
una careta de vidrio y una bomba manuable.
En una de mis últimas cartas te dije que no
se anunciaban obras dramáticas de importan-
cia; leo en un diario que Núñez de Arce ha es-
crito una comedia, en prosa, la cual quizás se
represente en el Español. Supongo que se refie-
re á una producción del insigne poeta, de que
el año pasado te hablé y de la cual no es pre-
ciso anticipar elogios; obra de gran realismo,
escrita con sobriedad, con energía, sin efectis-
mos, clásica como el bronce. Mucho deseamos
los aficionados á esta difícil literatura ver re-
presentada esa obra; mas yo no tengo grandes
esperanzas de que así sea.
Puesto que hablo de Núñez de Arce, debo ha-
blar de los preparativos que se hacen para reci-
bir á los individuos del Congreso literario y ar-
tístico internacional que vengan á Madrid con
objeto de celebrar las sesiones correspondientes
á su décima reunión. Organizado por la Aso-
ciación literaria y artística internacional, este
congreso que tanto ha contribuido á la defensa
de la propiedad intelectual y 3I establecimiento
de relaciones regulares entre las sociedades li-
terarias y los escritores de todos los países, ha
verificado sus anteriores reuniones, la primera
en París, presidida por Víctor Hugor; la segun-
da, en Londres, por los presidentes de la So-
ciedad de literatos de Francia y la Asociación
literaria internacional y el conde de Lesseps;
la tercera en Lisboa, por el rey de Portugal;
la cuarta en Viena, por el gobierno austríaco; la
quinta en Roma, por el rey de Italia; la sexta
en Amsterdam, por el gobierno; la .séptima en
Bruselas, por S. M. el rey de lo.s belgas y su
Consejo de ministros; la octava en Amberes,
por el jefe del gabinete belga, y la novena en
Ginebra, por Mr. Numa Droz, Vice-presidente
del Consejo de la Confederación Helvética. La
décima reunión se verificará, como he dicho, en
Madrid, del 8 al 15 de Octubre próximo, bajo el
patronato y la presidencia del Consejo de mi-
nistros. Núñez de Arce, presidente de la Aso-
ciación de escritores y artistas españoles, tra-
baja con el entu.siasmo patriótico que todos le
reconocemos por el mayor brillo de esta gran
solemnidad.
El programa de las tareas de este congreso
es el siguiente: — De la uniformidad en cuanto
á la duración de la propiedad literaria de todos
los países. — De la asimilación del derecho de
traducción al derecho de reproducción. — ¿La
lectura en público de una obra literaria, depen-
de, como la representación teatral, del derecho
del autor? — ¿Las obras del arte arquitectónico,
deben gozar de la misma protección que las de-
más obras de la inteligencia? — Del derecho de
ésta y del derecho de crítica. — Del dominio pú-
blico en materia teatral. — Cervantes y su in-
fluencia en la literatura de todos los pueblos.
— Nombramiento de los individuos del comité
de honor; elección de los miembros del comité
ejecutivo. — Y noveno: Proposiciones diversas.
Como ves el programa es vario, amenísimo,
y trascendental. Espero que tú, cuando leas las
discusiones de este congreso, encontrarás mate-
ria interesante para tu pensamiento, que no es
el do una marisabidilla, pero que no es el de
una joven frivola, tan sólo curiosa de las nove-
lerías de la moda.
Se ha inaugurado el teatro de Eslava, dedi-
cado al saínete y á la música ligera; y el día
'22 del corriente se inaugurarán las funciones de
Variedades, el pequeño y clásico rincón escéni-
co en el cual recuerdo yo haber visto represen-
tar á Julián Romea La cruz del matrimonio y
Los soldados de plomo. ¡Lo que ha variado el
teatro y los actores y el público, desde entonces!
El principal atractivo de este teatrillo será la
Lucía Pastor, la creadora de Menegilda, la cria-
da de la Gran Vía, la pobre chi-ca. Es joven,
no es bella, pero sí graciosísima; dice y canta y
baila con sin igual donaire; uniendo al carácter
popular de los tipos que representa algo muy
personal y muy distinguido. Sus desgarros son
realistas sin ser groseros; y si no tiene condi-
ciones j)ara ser una actriz do verdad, tiene las
suficientes para ser algo más que una cantatriz
de café cantante trasplantada al teatro. Hay en
ella sentimiento personal de decoro y sentimien-
to del arte. Por desgracia el género que exclu-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
611
sivamente cultiva tiene exigencias lamentables;
el público natural de ese género se satisface
difícilmente con el grano de sal menudo y con
delicadezas de artista; pide y exige más al ar-
tista cada día, hasta que se ve ya perfectamen-
te encanallado. Esta es la historia de muchos
actores y actrices que han interpretado el géne-
ro popular con la discreción natural en los ta-
lentos selectos: su juventud ha inspirado espe-
ranzas; más uno tras otro han ido perdiendo su
delicadeza, su esmalte, para transformarse ellos
en payasos y ellas en cancanistas y cantaoras.
Anoche viendo bailar á la Lucía Pastor las se-
guidillas de la Oran Vía, y extremar más y más
sus graciosísimos movimientos para correspon-
der al insistente y entusiasta aplauso del públi-
co, me pareció ver á la pobre mariposa que vue-
la y revuela deslumbrada al rededor de la vivida
lámpara. Esa preciosa discreción, esa sencillez
tan señorita de que la Lucía Pastor ha sabido
acompañarse hasta hoy en las tablas, debe con-
servarla como un brillante precioso; pasado el
límite, no triunfará ya; habrá siempre otras ac-
trices que hagan mayores sacrificios para fana-
tizar á los públicos groseros.
Pronunciado este sermoncito, digno de Mani-
ni en los Efectos de la Gran Vía, sólo me resta
suplicar á la Pastor vea en él un homenaje de
simpatía y terminar mi carta besándote los pies,
como es uso y costumbre de españoles galantes.
Tuyo,
Pbrnanflok.
UN IDILIO NIHILISTA
(00KTIHDÍ016H)
Las paredes desaparecían tras colosales es-
tantes y armarios, los primeros llenos de libros
de diversos tamaños, los segundos de botes, re-
domas é instrumentos de física de todas clases.
Sobre el lienzo de pared frontero á la puerta
destacábanse en lo alto dos grandes retratos
con marco negro y sencillo y en la parte baja
una gran mesa cubierta de papeles, junto á la
cual estaba sentado un hombre envuelto en una
vieja bata acolchada y hundiendo sus pies en
una tupida piel de oso.
VENUS ATRAÍDA POR LAS GRACIAS (Grabado de FrancescoIBartolozzi)
El resto de la estancia estaba adornado con
algunos sillones, y una estufa de hierro llena
de encendido carbón.
Apenas Alejandro entró, el hombre púsose á
examinarle detenidamente, y al cabo de algún
tiempo le dijo:
—¿Quién sois?
Entonces el estudiante avanzó hasta llegar
junto á la mesa, y una vez allí, trazó con la
diestra en el espacio algunos signos extraños á
los que el hombre contestó de igual modo.
— ¿Eres entonces el que espero? — dijo éste
con tono de cariñosa confianza.
— El mismo.
— Tienes buena presencia, y se conoce en tu
aspecto que eres hombre capaz de grandes em-
presas ¿Cómo te llamas?
— Alejandro Ischerkassy.
— ¿Que edad tienes?
— Veintisiete años.
— Joven, muy temprano has entrado en ne-
gocios por los que se arriesga la cabeza; pero
se ve en ti, decisión y arrojo, y esto basta. La
sangre joven es la encargada de libertar á Rusia,
y tú puedes hacer mucho por tu patria; acuér-
date que te lo dice el profesor Martens. ¿Eres
del mismo Moscow?
• — No; soy de Troitza; y si vivo en Moscow,
es porque pertenezco á la escuela de ingenieros.
En mi ciudad natal vive mi madre, vieja y sola.
guerra con
los
— ¿No tienes padre?
— No; murió cuando la última
Turquía en la batalla de Plewna.
--Un víctima más de la ambición de
Czares.
Tras estas palabras el estudiante y el profe-
sor quedaron meditabundos, hasta que por fin
éste último dijo saliendo de su abstracción.
— ¿No te han dado nada para mí nuestros
hermanos de Moscow?
— Una carta, tomadla.
El profesor tomó el papel que le entregaba
Alejandro, y desdoblándolo púsose á leerlo des-
pués de hacer á éste una señal para que se sen-
tara.
El estudiante obedeció, y mientras Martens
leía púsose á examinarle con ahinco.
Era un hombre verdaderamente extraño. Per-
tenecía á esa clase de seres humanos, cuyo
físico con.serva reminiscencias de alguna raza
zoológica, pucis en su rostro tenía todas las
lineas y detalles suficientes para confundirle
con Tin león viejo.
Su frente era pequeña y deprimida, su nariz
mezquina, aplastada y latente á cada instante,
sus ojos pequeñuelos y rojizos, y para comple-
tar la semejanza, su cabellera era larga y de
un rojo sucio, y sus bigotes ásperos cerdosos y
erizados.
Era la fiel representación de un león el sabio
profesor Martens, pero de un león viejo pues su
cabeza, en más de una parte, estaba calva cre-
ciéndole la cabellera en mechones aislados, y
sus ojos de continuo brillaban con el reluciente
fuego de la cuartana.
Su cuerpo era pequeño pero robusto, y sus
miembros dejaban adivinar bajo la rugosa piel
un tejido completo de nervios y tendones rígi-
dos como las cuerdas de un buque, y capaces de
desarrollar en supremos momentos una fuer-
za bestial y sobrehumana.
Alejandro contemplaba con • cierto respeto y
admiración supersticiosa aquel hombre extraño
y original.
Adivinaba en él un carácter de hierro, y una
voluntad absoluta capaz de arrollar los más
terribles obstáculos y llevar á cabo las más in-
concebibles audacias.
Aquel hombre debía ser inquebrantable en
el logro de sus deseos; ó realizar lo imaginado,
ó morir.
Mientras Alejandro contemplaba el profesor
Martens y reflexionaba sobre su carácter, éste
acabó de leer la carta, y dejándola sobre la mesa
dijo al estudiante:
(Se continuará) Vicente Blasco Ibáñez.
-*-
EXPOSICIÓN NACIONAL DE BELLAS ARTES DE 1887
COMBATE HEROICO EN EL PÜLF.TO DE LA IGLESIA DE SAN ACUSTIN. EN ZARAGOZA (.809)
(ItoUlU de tercera clMe.-Cu«dro de D. CéBar Alvarez Duaont. -Dibujo de P. y Valor)
4"
^
MADRID.-EXPOSICION GENERAL DE FILIPINAS
FACHADA DEL PABELLÓN CENTRAL.-U80S Y ADORNOS DE IGORROTES, SALA 2.«. (De fotografía)
614
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
REVISTA CIENTÍFICA
DEL YESO... Y OTROS EXCESOS
Es preciso no solamente que los vinos no
contengan alcohol amílico, ni fuschina, ni sales
de plomo, ni veneno alguno, sino que aun el
mismo yeso con que se suele adicionarles para
darles color é impedir su alteración, no exceda
de cierta cantidad muy ligera. En Francia se
ha dictado una circular fijando en dos gramos
por litro la cantidad de yeso tolerada; los quí-
micos, de concierto con los cosecheros, han que-
rido demostrar que sea á la dosis que se quiera
el yeso no produce el menor perjuicio, pero los
médicos han salido demostrando que sí es noci-
vo á la salud el pasar de aquella dosis. Sobre
; todo, el informe de M. Marty, catedrático del
¡ Val de Grace, es & todas luces concluyente. El
autor, escarmentado en cabeza propia, cuenta
lo siguiente:
Gozaba dicho señor de la más perfecta salud
cuando sin causa apreciable sintióse molestado,
al cabo de una hora de haber comido, por gas-
tralgias con calambres de estómago, sequedad
en las fauces, cólicos y evacuaciones semi-liqui-
das, sin que en tres semanas que se estuvo me-
dicando desaparecieran aquellos desagradables
síntomas. Tuvo entonces la idea de renunciar
CERÁMICA COREANA: LOZA AMARILLA Y F)GURAS PARDAS
LOZA DE PIEDRA
al vino v beber nada más que agua y al punto
cesó toda incomodidad. Sin embargo, como esto
de beber agua es bueno mejor para anacoretas
que para catedráticos de medicina, M. Marty,
al cabo de cuatro días de hidropotismo, se de-
cidió á beber cerveza, encontrándose muy bien
con el cambio. Así pasaron dos semanas y aba-
rrido ya de brutolados (así se llaman los prepa-
rados de cerveza, de la palabra griega ^bxov),
reddit ad vomitum, es decir, volvió al vino, rea-
pareciendo inmediatamente los desórdenes di-
gestivos. Es de advertir que M. Marty, catedrá-
tico de química aplicada á la medicina legal,
ea el autor del procedimiento clásico del dosado
del yeso en el vino; analiza su mouto, del cual
se creía seguro, y encuentra 3a^-, 862 de solfar
to neutro de potasa por litro (1). Reemplaza
entonces el vino por una cantidad igual de
agua alcoholizada al 11 por ciento, con más
2*"'-, 50 de sulfato neutro de potasa por litro, y
á los dos días desaparecen todos los trastornos.
A los quince días altera M. Marty la composi-
ción del líquido llevando á Sk""-, 82 de sulfato
neutro de potasa la dosis de esta sal y al cabo
de once días de emplear este brevaje es tal el
malestar, que se ve obligado el autor á suspen-
der el experimento, que repetido después dos ó
tres veces dio el mismo resultado.
(1) El yeio precipita el ácido tartárico del tartrato de po-
tasa del vlDO, de donde resulta sulfato ácido de potasa en di-
■oladón.
Desde entonces considera M. Marty la dosis
de dos gramos como el máximum de tolerancia
admisible. Los defensores del enyesado, erudi-
tos ellos, parece que salieron con un texto de
Plinio probando que ya en tiempo de este na-
turalista se hacía uso del tal yeso, pero no
faltó quien, compulsando la cita, descubrió que
se callaban lo mejor, y es que Plinio, después
de decir que, en efecto, se enyesaban los vinos
en su tiempo, añade: «En cuanto á los vinos en
que hay raspaduras de mármol ó de yeso, son
de temer, aun para las personas más robustas.
Los latinos llamaban á esta sofisticación: crá-
pula.»
Téngase entendido, pues, y en vista de la
importancia del asunto, sigamos hablando de
lo mismo.
*
* *
No es sólo en los hospitales donde pueden
verse innumerables victimas del alcohol: de se-
guro que abundan todavía más en las cárceles,
y no pocos yacen en los cementerios, fallecidos
de muerte violenta por mano de un alcoholi-
zado.
Nada más edificante sobre este particular que
el informe leído recientemente en la Sociedad
de Medicina pública é higiene profesional de
París respecto á los productos que se emplean
en el comercio para falsificar los vinos, aguar-
dientes, etc. Esto.s productos son generalmente
para los vinos, los aceites de vino, — francés y
alemán, — y el aceite esencial de heces de vino.
Segiin M. Girard, químico distinguido que
ha sido el que consiguió retirar dichos produc-
tos de las combinaciones artificiales en que en-
traban, el aceite esencial de heces de vino pro-
cede de la oxidación, mediante el ácido nítrico,
del aceite de coco, de la manteca de vaca, del
aceite de resina y de algunos otros cuerpos gra-
sos; gracias al agua fuerte se obtienen de ellos
ácidos capróico, caprilico y cáprico los cuales
eterificados bajo presión con alcoholes metílico,
etílico, amílico, propílico, etc., producen éteres
de agradable perfume y tan fuertes que basta
con una mínima cantidad para darle el bouquet
á un gran volumen de alcohol.
Por lo que hace á los aguardientes, coñac.
LA ILUSTIIACION IBÉRICA
615
rom y otros análogos, hay que decir que la
composición de los bouquefs es á veces inofen-
siva, pero esto nada importa desde el momento
en que son malos ya de por sí tales líquidos,
como fabricados exclusivamente con alcoholes
de industria, cuyo mal gusto enmascaran dichos
bouquefs. En cuanto á los licores, no solamente
son tóxicos por el alcohol que les sirve de base
sino también por los bouquets con que se les sa-
zona, eminentemente venenosos.
¿Y qué diremos de los vinos artificiales, de
ese escandaloso tráfico de cuyos estragos pueden
dar razón diariamente los médicosV Comenzóse
por el mnage, pero pronto se prescindió de esto
valiéndose de materias puramente artificiales y
dándose el bouquet con los aceites de vino.
Ahora bien: vamos á ver qué efectos produ-
cen esos aceites: inyectados seis centímetros
cúbicos de aceite de vino francés ó alemán en
la vena safena externa de varios perros de diez
á once kilogramos de peso, perecieron en menos
de una hora después de haber presentado sínto-
mas de excitación meníngea y desórdenes car-
dio-respiratorios terminados por asfixia. En la
autopsia, entre otras alteraciones, se vio una
inyección difusa de las meninges y el cerebro.
Los experimentadores M. M. Laborde y Mag-
uan quisieron luego comparar con la acción del
alcohol de vino la de los alcoholes industriales
y obtuvieron estos resultados: hicieron ingerir
á un perro 50 gramos de alcohol de vino del
Rosellón, á otro 50 gramos de alcohol de remo-
lacha y á un tercero 50 gramos de alcohol de
maíz, los tres á 50." por adición de agua; el pe-
rro primero presentó apenas algunas ligeras de
embriaguez, pero los otros dos cayeron en estu-
por, mostráronse doloridos exhalando lastime-
ros gritos y notóse que les temblaban las pier
ñas y que la temperatura había descendido un
grado, perdiendo además uno y otro el apetito
durante 24 horas.
Con el alcohol etílico, procedente de los tres
que se emplearon, vióse que los tres perros
presentaban, sin excepción, pérdida de movi-
miento y sensibilidad, prueba evidente de que
el alcohol, aun el etílico, es tóxico. Empero,
nada más terrible ' que los efectos producidos
por los residuos de la depuración de dichos
tres alcoholes: 50 gramos de residuos de al-
cohol de maíz ó de remolacha, adicionados con
parte igual de agua, acarrean tal irritación de
estómago que sobrevienen vómitos sanguino-
lentos.
No se crea, sin embargo, que los alcoholes de
industria contengan solamente alcoholes etíli-
co, propílico, butílico y amílico, sino que se
saca también de ellos la sustancia llamada />jW-
dina, enérgico veneno que, á la dosis conve-
niente, se emplea en medicina contra la disnea,
y un cuerpo conocido con el nombre de fur-
furol.
Este furfurol, ó aldeido piromúcico, encuéntra-
se especialmente en los alcoholes de semillas, de
avena, de centeno, de cebada y parece producir-
se á expensas del salvado; es un líquido inco-
loro, que echa olor á esencia de canela ó á esen-
cia de almendras amargas y que no hierve á
meno.s de 16 2°. Su estudio experimental ha re-
velado ciertas particularidades de la patología
alcohólica, pues, mientras algunos médicos es-
coceses é irlandeses ponían en la lista de los
síntomas del alcoholismo agudo por el aguar-
diente la existencia de ataques epilépticos, los
franceses decían que solo se presentaban en el
alcoholismo por el agenjo los bitters y el ver-
mut. La contradicción queda explicada ahora
sabiendo que la inyección venosa de dos centí-
metros cúbicos de furfurol en perros de seis
á ocho kilogramos, ha provocado violentos ata-
ques epilépticos.
Y, sin embargo, por mucho que se sepa res-
pecto á alcoholes de industria, no pasa día
sin que so descubra un nuevo gazapo: así es
que habiéndosele ocurrido hace pocas .semanas
á M. Pouchet analizar un titulado rom de Ja-
maica se encontró con que no solamente conte-
nia alcoholes metílico, isopropílico, alílico y amí-
lico sino también tres aldeídos (acetal, metilal y
acetona) y productos aromáticos del grupo de
los alcanfores.
¡Cuánta diferencia entre esos abominables lí-
quidos de hoy y los licores de antaño, simple y
honrado producto de la destilación de alcoholes
de vino conteniendo en disolución las diversas
sustancias aromáticas que les caracterizaban!
Hoy nadie piensa en tales antiguallas: no se
destila nada; se pone un poco de esencia en pre-
sencia de los alcoholes, se añade una mezcla
azucarada, y buenas noches. No importa que la
esencia pueda ser un veneno formidable; la
LOZA GRIB.-LOZA OSCURA
cuestión es hacer negocio. El^ie no quiera que
no beba.
Pero nadie ó casi nadie quiere privarse de
echar una copita y de ahí que el temerario afi-
cionado á la serpiente verde ingiera con la esen-
cia de agenjo un convulsivante enérgico; de
ahí que el devoto del vermut y del bitter que
creerá tal vez regalarse con esencias de ulma-
ría y de Oaulteria procumbens trague aldeído
salicílico y salicílato de metilo, ambos no me-
nos convulsivantes que la esencia de agenjo; de
ahí que el que siente flaqueza por el noyó se
exponga á un tétanos con los cinco gramos por
litro que suele contener de benzonitrilo y de
aldeído benzoico y de ahí que tantos borrachi-
nes sucumban de repente sin que la autopsia re-
DESPUÉS
BATALLA
618
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
vele otra lesión que «parecer el corazón tetani-
lEado.
Véase, pnee, si son graves los estragos que
dimanan del industrialismo alcohólico; si aún
el alcohol mejor y más puro es veneno aterra-
dor ¿qué no resultará de esos venenos de los
Borgias con que la homicida concupiscencia
de traficantes sin entrañas fabrica vinos, aguar-
dientes y licores? Hace diez y siete años que
á propósito del vinage, — procedimiento inocen-
te, sin embargo, comparado con los abomina-
bles procedimientos de nuestros envenenado-
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res de hoy (1), — decía M. Bergeron: «Todo está
( I ) El vinage conaliite en U adición de derla cantidad de
alcotiol ■! vino; hecho en la tina y cuando el vino conserva to-
d4rlaun re^tod*^ fermentación no tiene UHda de nocivo, antes
ijienet necesario para c<»na»'rvarclert'>s caldos, feneabezamienr
to): pero no se trata de eno, sino de adicionnrle el alc^)bol al
vino en el mnmeotode cosnmir'w éste, lo cual es una prac-
tica peligrosa, puei no es ya cacillón de conservar nada sino
de hacer pnaibl* la adlcióD de agua y la mezcla con un vino
fuerte en color, reaulundo de ello que la aoci6n del mosto
•M viñado e* la misma qne la del alcohol ordinario diluido á
12* ó 15*.
gritando á nuestro alrededor que el alcoholis-
mo nos gana y va á desbordarnos: la natali-
dad que disminuye; la debilidad congénita que
se hace más frecuente de cada día en los niños de
la clase obrera; el raquitismo que rellena nues-
tros hospitales de niños; el ni'imero creciente
de los casos de epilepsia congénita ó adquiri-
da, de idiotismo y de tantos estados neuropáti-
eos diversos, tristes resultados de fecundacio-
nes realizadas en la embriaguez; la tisis pul-
monar multiplicando sus estragos, mientras que
la enagenación mental paga al alcoholismo un
tributo de cada año más elevado.»
¿Qué no podría decir ahora el ilustre médi-
co? La enagenación mental progresa horrible-
mente, pero con la fatalidad de ocasionar á veces
dos víctimas en vez de una, ya que el alcohol
amílico, por ejemplo, está probado que engen-
dra la locura homicida, y de ahí tantas muer-
tes al salir de la taberna. Además de esto, es de
notar que se ven muchos más casos que antes
de esa espantosa enfermedad llamada gnvgrena
dePotf, originada por la degeneración que en las
arterias produce el alcoholismo; por otra parte,
los desdichados que se encuentran bajo el influ-
jo de semejante envenenamiento vénse privados
de beneficiarse con los descubrimientos que la
medicina viene realizando sin cesar; sus enfer-
medades así del resorte médico como del quiru-
rígico son refractarias á las ventajas de que
gozan los demás y para colmo de infortunio no
reza con ellos el admirable método curativo de
la hidrofobia practicado por M. Pasteur; el al-
cohólico está condenado á morir si le muerde
un animal rabioso.
Por desgracia, si hasta hace poco había po-
dido alardear nuestra nación de ser un modelo
de sobriedad y templanza, no es así ahora; la
embriaguez adquiere proporciones alarmantes
y el alcoholismo hace ya de las suyas. Los tra-
tados de comercio han dado entrada á los alco-
holes de industria y ya el vino que bebemos es
español en cuanto al nombre, alemán ó ruso en
cuanto á los efectos. Conviene, pues, que resista-
mos todos y culpa será nuestra sino salimos en
bien de la demanda. El Código Penal prevé sa-
biamente el caso de que nos den veneno por
vino (Tit. V, cap. II, art. 356) y recientemente
los tribunales le han proporcionado un año de
presidio á un industrial. Este es el camino.
Alí'REDO Opissc).
■^-
EXPOSiCIÓN MARÍTIMA DE CÁDIZ
Para que la comprensión de los detalles sea
más fácil, envío á La Ilustración Ibérica un
plano de emplazamiento de las obras, que si
Ijien ha sufrido alguna alteración por amplia-
ciones hechas en las mismas, precisa con exac-
titud la situación que ocupan.
Nada más hermoso que este rincón de tierra
que hace pocos meses era olvidado arenal bati-
do por las olas y que se ha convertido, gracias
al trabajo y á la inteligencia, palancas que re-
mueven el mundo, en centro bellísimo de la in-
dustria y de las artes.
Para obtener este resultado se han tenido
que hacer explanaciones importantísimas, oca-
sionándose un movimiento de tierras que no
bajará de treinta á cuarenta mil metros cúbicos.
Al nivelar estos terrenos se han encontrado
preciosos restos arqueológicos de los cuales se
han ocupado la prensa y la Academia de la
Historia, reconociendo origen egipcio á las jo-
yas descubiertas.
Que este sitio tiene raíces de antiguas gene-
raciones, es cosa indudable, pues los desmontes
que se hicieron para tender las lineas férreas
que la cruzan, descubrieron valiosos objetos.
Esta empresa comenzó el muro de contención
y desmontes, que completados hoy por las obras
de la Exposición dan una planicie próximamen-
te de un kilómetro.
Las grandes obras hechas por la empresa de
Lacasaigne, que da nombre al muelle, enterra-
ron algunos millones de francos en estas aguas
levantando un muro circular, de nn metro de es-
pesor, que convirtió en dársena los 4(X).000 me-
tros cuadrados que robó al Océano para dese-
carlo convirtiéndolo en diques, caños, muelle y
cuanto tan vasto proyecto necesitaba para reali-
zar sus planes.
Abandonadas esas obras, quedaron entrega-
das al mar como uno de tantos despojos de la
LA ILUSTRACTON IBÉRICA
619
ambición humana, y el mar comenzó su obra de
destrucción, combatiendo, como toda fuerza li-
bre, el peso que se le impone.
Cuando surgió el proyecto de la Exposición,
el pensamiento fluctuó entre plantearla aquí,
utilizando lo hecho, ó en el extremo de Punta-
les, que con astilleros, muelle y amplio barrio
marino viene á ser un pueblo independiente,
más bien que un barrio de Cádiz de donde dista
unas tres millas.
Venció discretamente la idea de el sitio que
ocupa, más cercano de la capital, más bello y
más práctico, y mediante un contrato privado
con los herederos de Lacasaigne, que se consi-
deran dueños de las semi arruinadas obras,
la Diputación provincial tuvo el derecho de
utilizarlas, llenando con esto el inteligente ar-
tista más que arquitecto D. Amadeo Rodríguez,
su plan de ofrecer en la construcción tantos re-
creos marítimos como terrestres, según convie-
ne á un certamen que para la marina se hace.
Salvando el deterioro del muro y muelle que
forma la dársena, ha utilizado el primero como
paseo, simulando una galería con barandal de
hierro en medio del mar; el segundo como pabe-
llón marítimo cubierto de lona, como la cubier-
ta de un barco, y con escalas á la parte libre
del mar y al interior de la dársena.
En este muelle se ha establecido un resfau-
rant abundante y delicadamente servido, que
ofrece uno de los sitios más gratos de recreo en
la Exposición.
Avanzando la solidificación del terreno en la
orilla, se ha roto la línea del polígono irregular
que forma el lago, creando una pequeña penín-
sula cuya curvatura se rompe en siete extremos
rodeados de agua y unidos entre sí por una ba-
laustrada con escalas para el embarque.
Son los siete pabellones radiales terminados
en forma de barco con un saliente que ofrece
un cómodo mirador.
El efecto de este radio de pabellones es sin-
gularmente bello y original, formando su semi-
círculo en lo interior una plaza, la de la Mari-
na, en forma de herradura que se cierra con el
gran pabellón de actos que es el central.
Esta plaza tiene en el centro una especie de
tribuna para la música, imitando el puente de
un buque con su arboladura completa.
Los jardines á la inglesa formados en su sue-
lo, al rededor de este templete, afectan figura de
anclas y atributos de marina: son de muy buen
efecto.
Como después de dar una idea general de la/
Exposición, enviaré detalles de sus pabellones
y lo que contienen, suprimo en esta los datos
que correspondan á cada uno de ellos para que
ocupen su lugar correspondiente.
Creemos que no sea esta advertencia del todo
inútil, pues podría extrañarse que pasáramos á
través de pabellones y paseos sin fijarnos en
sus detalles.
Cruzando el gran pabellón central por sus
dos puertas con gradería de piedra, que marcan
con elegantes líneas como un vestíbulo del sa-
lón en cada uno de sus extremos, salimos á la
€>^í>/^
PLANO DE EMPLAZAMIENTO DE LA EXPOSICIÓN MARÍTIMA DE CÁDIZ
EXPLICACIÓN.— 1. Muro cercado de la dársena.— 2. Pabellones— 3. Pabellón angular para maquinaria.— 4. PabelloneB laterales.— 5. Pabellón de autoridades.—
6. Bazares —7. Entrada por la Alameda de San Severiano.— 8. Plaza central para instalación al aire libre.— 9 y 10. Entrada*.— 11. Muelle Lacasaigne. A. Plaza
de la Marina. B. Plaza de Cádiz. C. Avenidas.
plaza de Cádiz, en cuyo centro se alza una mo-
numental fuente, coronada por una matrona que
ostenta los atributos de la marina y la indus-
tria.
Al rededor de esta hermosa plaza se extien-
den los siguientes pabellones: el de Bellas Ar-
tes, con una á modo de rotonda y dos anchas
alas, paralelo con el gran pabellón central que
cité antes.
El de la provincia, á la derecha, de majestuo-
sa amplitud, y al cual se une como anexo ó im-
provisado el pequeño pabellón marroquí; el de
la compañía Trasatlántica, preciosa obra que
merece detenida descripción; á la izquierda, co-
locándonos en el de Bellas Artes, dando frente
al mar y rompiendo la línea irregular que for-
man, el gran pabellón de máquinas, obra de
atrevida concepción que se prolonga hacia la
avenida del ferrocarril, es decir, hacia el sitio
llamado Punta de la Vaca, cuyo montículo, des-
montado en parte, ofrece una eminencia de ad-
mirable vista, en la cual se construye de mate-
rial y sólidamente el pabellón de autoridades,
por haber adquirido la Diputación en propiedad
este terreno al particular que lo poseía.
En el espacio que media entre el pabellón de
máquinas, el pabellón monstruo, como suelen
decir aquí á esa soberbia bóveda libre de todo
apoyo, se alza una torro de carbón de piedra,
formada por la compañía Trasatlántica, con ar-
mazón de madera y escalera interior que penni-
te subir á la gran lucerna de cristales de colo-
res, iluminada en su interior con potente foco
eléctrico y coronada de un para-rayos.
Esta torre es de un efecto singular, con su
negrura bruñida y brillante, su esbelta y airosa
forma y su luminoso faro de bronce y cristal,
hasta el cual puede subirse, dominando, con
unos ocho metros de altura, todos los edificios
de la Exposición.
Hay además un pabellón pequeño destinado
á oficinas, que se llama modelo porque fué el pri-
mero que con este objeto se construyó.
No tiene nada de particular, ni presta armo-
nía al conjunto, pues queda algo aislado.
Siguiendo por este lado hallaremos una am-
plia avenida, en la cual se han colocado, con
mejor ó peor gusto, y como cosa extra-oficial en
la Exposición, cafés y restaurant, uno de ellos
en la eminencia de la Punta de la Vaca, junto al
pabellón de autoridades, de muy buen efecto,
por su estilo árabe.
En lo que pudiéramos llamar entrada á la
Exposición por esta avenida, y donde se alza un
kiosko para despacho de billetes, se ha levantado
un escenario de madera, cerrando un espacio cu-
bierto de lona para el pueblo; es un teatro gratis.
Volviendo á repasar la plaza de Cádiz, ó de-
jándola á un lado y siguiendo al borde de la lí-
nea férrea, nos encontramos en la monumental
puerta de entrada, en la puerta central, á cuyo
lado en otro kiosko se expenden las entradas
(á una peseta).
Si para verlo todo, en vez de seguir al centro
nos dirigimos á la Avenida de la Indu.stria, her-
mosa calle que cierra por un lado un muro con
baranda de hierro sobre el mar, que se enlaza
al muro y balaustrada que hemos descrito al
ocupamos de los pabellones radiales, salientes
al lago, y que termina en las bonitas casas del
barrio de San Severiano, rodeadas de jardines,
perdidas entre sus masas de verdura, pues la
fortificación no permite que se eleven.
En esta avenida se han colocado tiendas de
juguetes, bazares, casitas y una tienda ó pabe-
llón de madera del Ayuntamiento, que se colo-
ca en la Velada de los Angeles.
La bajada de carruajes, desde el puente de
hierro que se extiende sobre el ferrocarril, es
cómoda y amplia, así como el sitio en que éstos
se colocan.
Asombra pensar el improbo trabajo que su-
ponen estos desmontes, estos rellenos, esta ni-
velación de terrenos montuosos convertidos en
planicie extensísima, rodeada, en la linea de las
aguas, de sólidas balaustradas que se abren en
escalas de embarque.
Parece un cuento de hadas al contemplar,
allí donde nada existía, aquella agrupación de
elegantes edificios, tan rápidamente levantados;
aquella dársena, que dejaba escapar sus aguas
por la carcomida muralla, conservándolas para
la navegación, gracias al barco-puerta que la
cierra; aquellas lanchas engalanadas con faro-
lillos de colores, cruzando las dormidas aguas
del lago en todas direcciones; el muelle de hie-
rro, tantos años solitario, iluminado y visitado
como lugar de recreo; todo este espacio, toda
este paisaje detallándose enérgicamente bajo la
oleada de la luz eléctrica que la envuelve, lo
baña en reflejos azulados con tal precisión, que
merecen un sincero aplauso los ingenieros elec-
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622
LA ILUSTRACIÓN IBEBICA
tricistas Sr. R. E. Crompton y Compañía (Lon-
dres y Chelmsfordl. y los empresarios en
Cádis señores Mac Pherson y Webb, según
creemos.
Imagínense ahora los lectores que nada cues-
ta, una vez en el local de la Exposición, y con
su entrada correspondiente, el pasear por el
lago en lanchas venecianas, el oir las músicas,
presenciar las regatas y asistir como asiste la
mavor parte del público á sus conciertos, bailes
y festejos, y comprenderán que debe ser muy
atractivo el sitio descrito para pasar un rato
agradable.
Hay además mucho que admirar y de ello
nos ocuparemos en los números siguientes.
P.\TROCINIO DE BiKDMA.
LECTU RAS
BAUDELAIRE
IV
No cabe duda que á la fama actual de Baude-
laire le hubiese convenido que hace algunos
años no se hubiese hablado tanto de él, y que
por parte de admiradores y de adversarios hu-
biera habido menos exageración. Cuando apa-
reció su obra se le tuvo por más satánvo que es;
hoy la impresión general de un lector atento,
despreocupado y wuvo será que... Baudelaire
no debe parecer tan espantoso á los timora-
tos ni tan sublime á los que admiran en él lo
que llaman algunos estéticos, como Vischer,
el sublime de la mala voluntad. Gracias á esas
exageraciones, los críticos y lectores amigos de
rectificar entusiasmos ajenos pueden seguir,
y seguirán, con ciertos aires de justicia, la sen-
da que Brunétiere les señala; y sí, más pru-
dentes que él, no extreman el juicio displicente,
influirán en la opinión general y el crédito de
nuestro poeta bajará un poco. Pero, pasando
tiempo, cuando ya nadie se acuerde de la perse-
cución ni de la apoteosis. Las Jlores del mal
quedarán á la altura que deben estar, entre los
buenos libros de la verdadera poesía francesa
de este siglo, como obra de arte en que se pue-
den admirar mucho primores.
Acompañan á la edición definitiva de Las
flores del mal á más de una larga Noticia de Teó-
filo Gautier, tan interesante, variada y pinto-
resca como descosida é incompleta, varias car-
tas y artículos dedicados al libro cuyo apéndice
forman. Los artículos son de Thierry (Eduar-
do), F. Dulamon, Barbey d' Aurevilly y Carlos
Asselineau respectivamente; el artículo de Asse-
lineau es el más largo, el más importante el de
Barbey d' Aurevilly que, como suele, pinta
el ingenio y el carácter de Baudelaire con pa-
radojas, antítesis é ideas raras, pero siempre
elocuente y nervioso. El panegirista del héroe
del dandysmo es también el que más exagera,
y dando al libro una trascendencia moral que
siempre buscan primero que todo los escritores
de sus ideas, los católicos ra-lvales, llamé-
mosles así, contribuye Barbey d' Aurevilly no
Í)0C0 á dislocar la cuestión critica y á llenar al
ector bonachón de aprensiones de olor á azufre,
si bien Barbey cree olfatear delrdi del azufre
incienso. Acaba el elegante y originalísimo es-
critor católico diciendo que después de seme-
jante libro. Los flores del mal, no le queda al
autor otro camino que hacerse cristiano... ó pe-
garse un tiro. Como se ve, esto no es crítica de
arte; aquí se considera Las flores del mal como
un documento para la salvación, como nnavto, no
como pura representación bella. Algo parecido
hacen en un sentido ó en otro, los demás críti-
cos citados, así como los autores de las cartas
que son, para sendas epístolas, Sainte-Beuve,
A. de Custine y Emilio Deschamps, el cual,
lleno de entusiasmo escribe además una de-
fensa de Las flores del mal, en verso que parece
prosa. Es claro que la carta de Sainte-Beuve
tiene más miga que toda la demás prosa que
acompaña al libro; aquí «e nota. ya. ene justo m¿dio
de admiración, que es lo que conviene á Baude-
laire, pero aún el perspicaz y algo ladino autor
de Volupté habla más del alcance moral de estas
poesías que de su valor intrínseco de obras de
arte.
En general, la critica, antes y ahora no ha
hecho casi más, respecto de este libro que fué
piedra de escándalo, que estudiar su trascen-
dencia, ya con relación á la sociedad, ya con
relación al alma del autor.. Y uno de los aspec-
tos exti'a técnicos que con más insistencia se ha
tratado es el de la porción de sinceridad que
habrá ó no habrá en Las flores del mal; aún hace
pocos días que incidentalmente un ilustre escri-
tor español, espejo de críticos, el gran Valora,
hablaba con burla y tedio de la pose de Bau-
delaire.
Y ya está soltada la palabra: la pose, es de-
cir, la afectación, la comedia, una postura re-
buscada para hacerse interesante; esto es lo
que más se le echa en rostro.
Como puede ver cualquiera, todos estos
críticos que se salen del libro para penetrar las
intenciones del autor, sus probables flaquezas,
y para estudiar las consecuencias sociales y
morales de sus afirmaciones ó de su ejemplo, ya
las defiendan, ya las ataquen, dejan á un lado
la cuestión propiamente crítica.
Este defecto es generalísimo en la censura mo-
derna. Flaubert se quejaba de él enérgicamente
en sus confidencias epistolares con Jorge Sand;
Heine, como Flaubert, como Zola, como tantos
otros, fué víctima del mismo procedimiento. Un
hombre de tanto talento como Gervinus, el fa-
moso historiador de nuestro siglo, juzga al
gran poeta del Reisebilder con el criterio bajo,
interesado y mezquino de un prosaico y vulgar
hombre de Estado, metido á censor de artistas;
y aún Gervinus tiene la disculpa de que él
atiende, por razón de su objeto general, á la
trascendencia social de la obra del poeta; Ein-
rich y tantos otros, sin tal disculpa, incurren
en el mismo defecto.
Hace pocos días Anatolio France en un dis-
paratado articulo chiuvinista condenaba la últi-
ma novela de Zola (no terminada) en nombre
|de los reclutas rurales de Francia!
Pues á todos estos críticos artistas, ó que de
tales presumen, les da una lección buena un
señor alemán, un ex-ministro, Scháfle, que ja-
más tuvo pretensiones de dilettante ni de ar-
tista, que se contenta con ser gran sociólogo y
economista; y dice el tal, en una obra muy
larga, muy pesada y muy importante acerca del
organismo de la sociedad que la literatura tiene
dos aspectos que no deben confundirse nunca,
(y que casi siempre se confunden) el social y el
técnico; y que la historia y la crítica tienen
que ser muy diferentes, en las letras, según se
trate de uno ú otro concepto. Nunca se insistirá
bastante en tan grande y trascendental verdad.
Así como no sirven para filósofos ni para críti-
cos de filosofía los que admiten ó desoxhan
teorías y sistemas no por su fuerza racional
sino por las consecuencias morales ó inmorales,
alegres ó tristes, de orden ó de desorden social
que las teorías y sistemas traigan ó parezca que
traen consigo, así es mal crítico de arte el que
juzga una obra de bella literatura por las in-
tenciones del autor, por la oportunidad social,
por el alcance moral, etc., etc.
Y si algún autor hay que más que todos re-
chace por su índole este modo de crítica mez-
clada, impura, es justamente Baudelaire.
Era el tal, como hace notar bien Gautier, muy
amigo de metafísicas, razonaba mucho sus pro-
cedimientos, y tenía hasta para sus paradojas y
sentimientos originalísimos toda una teoría in-
trincada y sutil. Para Baudelaire no era la poe-
sía expresión inmediata y fiel del estado del
alma, porque esto no era arte según él; no había
aquí la creación singular en que consiste la in-
vención poética; muchos dicen que el gran poeta
expresa su gran pasión, y Baudelaire negaba
esto. Oigámosle á él mismo:
«El principio de la poesía es, estricta y sim-
plemente, la aspiración humana á una belleza
superior, y la manifestación de este principio
está en un entusiasmo, una elevación del alma.
del todo independiente de la pasión, que es la em-
briaguez del corazón y de la verdad que es el
alimento de la razón. Porque la pasión es cosa
natural, hasta demasiado natural para no intro-
ducir un tono que hiere, discordante, en el do-
minio de la belleza pura; demasiado familiar y
demasiado violenta para no escandalizar á los
puros Deseos, á las graciosas Melancolías y á las
nobles Desesperaciones que habitan las regio-
nes sobrenaturales de la poesía. »
Claramente se ve en estas palabras, como en
otras muchas que no copio, que poeta semejante
no se retrata en sus versos tal como es, porque
esto repugna á sus ideas de artista; dará de sí
mismo aquello que sirve para el elemento ideal,
puramente poético, no la pasión familiar, en
toda su rudeza de verdad psicológica y fisiológi-
ca, que él cree ajena á la vida poético-literaria.
Tendrá razón ó no, pero no se tratado eso, sino
de comprender que hay injusticia en considerar
al autor de Las flores del mal como un poseur,
que quiere hacernos creer que padece lo que no
padece. No, él no tiene interés en engañarnos; es
absurdo ir á pedirle cuentas de sus acciones con
relación á sus versos. El no dice que él, vecino
de París, sea así, aquel poeta que canta las le-
tanías del diablo; figurémonos que es otro, ó que
se trata de un gran monólogo dramático, ¿y
qué? ¿Está bien ó está mal? ¿Ha producido ilu-
sión ó no? Esta es la cuestión. No se diga que
allí hay amaneramiento y falsedad porque se
haya averiguado que el autor no responde per-
sonalmente con sus pasiones de aquellos versos;
si se averigua que el poeta no ha sentido aque-
llo como artista, porque lo dice mal, porque son
inverosímiles los efectos, de mal gusto, violento
humanamente falso aquel lirismo, entonces s.(
podrá criticar. Pero esto no puede decirlo nadie
que sea sincero. Figurándonos un hombre en
las condiciones en que el poeta se pone, toda
aquella poesía es tan natural como el misticis-
mo de Lamartine ó la desesperación clásica de
Leopardi.
Que se trata de un espíritu complicado, de un
estilista que aspira á la novedad y á la fuerza
original porque sólo así cree que puede haber
armonía entre su idea y su forma, es indudable.
Pero, ¿y eso qué? Las almas complicadas, los
estilistas refinados, ¿no son producto tan natu-
ral como los Virgilios y los Bernardino de
Saint-Pierre? Nuestro enrevesado y graciosí-
simo D. Juan Valora es tan de carne y hueso
como el Sr. D. Manuel J. Quintana, el cual admi-
to que es un monumento nacional, pero á condi-
ción de que se me conceda que es un monumento
monolítico; de una sola pieza y sin juegos. Ad-
mito que un hombre sea sincero sintiendo el fu-
ror pimpleo en vista de que una expedición es-
pañola va á propagar la vacuna en América
bajo la dirección de D. Francisco Balmis.
Pero admítase también que puede ser sincero el
poeta ([ue quiere asuntos nuevos y formas nue-
vas y busca y rebusca y encuentra algo original
ó inaudito en sus pensares de pensares, como
dice D.° Emilia Pardo Bazan; en su espíritu
y en su temperamento de artista refinado, na-
cido en el centro de una sociedad compleja, ri-
quísima en experiencia, que tiene el cerebro ex-
citadísimo por grandes gastos nerviosos y que
ve más que vio nunca el mundo y siente espe-
cies de dolores, sino nuevos renovados y com-
plicados hasta lo infinito. En suma, llámese al
poeta de esta sociedad decadente, si tanto nos
pagamos de palabras, pero déjesele cantar, con
el mismo derecho con que á otros se les deja
imitar directamente el no ensayado canto de las
aves.
(Se continuará.)
Clarín.
-*-
NUESTROS GRABADOS
EL laOOLTOa B. ÁTOMÍ
Uno de los artistas que más reaombre han alcanzado en
esta capital es el representado en el bello retrato hecho por
el señor Miró. El seíior Atché, cuyo Mal ladrón\i: proporcionó
enridiable nombradla, ha dado una nneva prueba de su ta
LA ILUSTIIAOION IBÉRICA
623
lento modelando el Colón que, vaciado en bronce, debe figu-
rar en el monumento que se está levantando en la plaza de
la Paz.
YENca atraída pob las gkacias
Cuadro de Angélica Kauffmann; grabado de F. Bartolozzi
Angélica Kauífmann puede ser considerada como la prime-
ra mujer que ha conseguido ocupar un lugar eminente en la
pintura, ya como retratista, ya en asuntos de historia; con
todo, no serla Justo pasar en silencio otra Angélica que vivía
en Tarragona á últimos del siglo xv y á la cual se deben las
preciosas miniaturas de los libros de coro de aquella catedral
insigne.
Pagado este tributo á nuestra compatriota, diremos que
Angélica Kauffmana fué dlsclpula de Mengs, podiendo asegu-
rarse que fué su digna y única continuadora. Era Angélica ce-
lebradl*lma no solamente por su talento artístico sino por su
vivo Ingenio, su gracia y su afabilidad. Fué el Ídolo de Slr
Josué Reyuolds y sufrió un cruel desengaño por parte de un
aventurero que titulándose conde de Hom resultó ser un vi-
llano que aspiraba tan solamente á explotar su renombre.
En lugar de entregarse á la desesperación procuró Angéli-
ca deshacerse de aquel marido-pegote pasándole una pensión
á condición de que se largase, y libre de nuevo dedicóse con
más ardor que nunca al cultivo de su arte pintando al
óleo, y á veces al pastel, numerosos retratos, notabilísimos
por su graciosa composición, correcto dibujo y sobre todo
excelente gusto, hasta el punto de resultarle quizás demasia-
do bellas cuantas figuras hacia surgir con su pincel de hada,
— discfpula de Mengs. Tal era, sin embargo, la corriente de
la época. Los hombresdeblan ser tan bonitos que pareciesen
mujeres disfrazadas.
La fama de Angélica como pintora decorativa se extendió
á no tardar por París, Munich, Vlena, Berlín, Madrid y Lon-
dres; los grabadores se esmeraban á porfía en reproducir sus
obras y los Artífices en faenzas, porcelanas, esmaltes, etc., co-
piaban en sus obras las creaciones de la bellísima pintora.
Por nuestro grabado de hoy puede comprenderse el cuidado
que ponían los grabadores en transcribir los cuadros de An-
gélica y cuanto no debía ser la estima en que se les tenía
cuando se dedicaban á reproducirlos con su buril hombres
tan insigne.» como Francesco Bartolozzi, Ryland, Hurke, etc.
Generalmente tomaba Angélica por asunto temas mitoló-
gicos, -pues era gran couocfdora de la clásica antigüedad y
no tenían secreto.» paradla Homero, Virgilio, Horacio ni Ovi-
dio,—aunque alguna vez trató también de asuntos contem-
poráneos, entre tilos algunos inspirados por el Viuje Senti-
mental de Slerne.
Angélica pasó en Roma los últimos años de su vida, que-
dando su memoria como el de una artista insigne y una mu-
jer encantadora.
MADRID: IXPOSinirtN NACIÜNAI. DR BULLAS ARTÍS OH 1887
combatí híbóico kn el Pulpito di la iolesia de
SAN aOU:3T1N, EN ZABAOOZA (1809)
(Cuadro dt D. César Alvaret Dunumi.— Dibujo de P. y Valor)
Pocos hechos pueden prestar tnnta Inspiración á un artis-
ta como aquella admirable defensa que hizo Zaragoza en 1809,
De ahí que nc hayan faltado en la pasada exposición bastan-
tes cuadros sobre aquellos heroicos acontecimientos, siendo
uno de los más notables el del Sr. Alvarez Dumont (don
César), verdadera especialidad en tales obras, y cuyo mérito
ha premiado el Jurado con una medalla de tercesa clase .
MADRID: EXPOSICIÓN GENERAL DE FILIPINAS
FACHADA DEL PABELLÓN CENTRAL. —USOS Y ADORNOS DE
IQORBOTES
Sala tegunda (De fotografía)
Continuamos hoy la serie de nuestros grabados sobre la
Exposición de Filipinas con dos bellísimas reproducciones:
la una del Pabellón Central, notable obra arquitectónica en
la cual se celebró y» ^la Exnoslción de Minería y la penúlti-
ma Exposición de Bellas Artes, y la otra de la Sala 2." donde
en elegante disposición figuran curiosos instrumentos, uten-
silios, armas y adornos de los igorrotes.
CERÁMICA COREANA
Los productos de la Corea han adquirido modernamente
grande estimación, hasta el punto de considerárseles nada
inferiores á los de el Japón y la f hlna. De ellos pueden verse
diversos ejemplares, reproducidos en nuestros grabados de
hoy, siendo de admirar en todos la originalidad de su orna-
mentación en esmalte, el buen gusto de la forma y la delica-
deza del trabajo.
DESPÜÍa DE LA BATALLA
Triste espectáculo ciertamente el de un campo de batalla
terminada la lucha, pero más triste todavía el aspecto del
mar después de un combate naval. Buques incendiados, ex-
plosiones, la lucha con las olas, la desesperación de los que
no logran sostenerse á flote, todo esto produce un efecto in-
comparatilemente siniestro que hace desear sean de cada
día menos frecuentes esas horrorosas luchas.
ITALIA: PALLANZA, EN EL LAGO HATOR
El principal atractivo de Pallanza consiste en sus jardines
de azaleas y rhodondendrones y sus magníficos bosques de
coniferas, cuya vegetación favorece grandemente lo delicioso
de su clima. Está situada esta ciudad cerca de las islas Bo-
rromeas y ocupa una situación sumamente pintoresca al pié
de los Alpes.
exposición marítima internacional de cádiz
plano de emplazamiento
Pabellón de maquinas v restaurant de mokante
interior del pabellón de máquinas
(Véase el articulo de D." Patrocinio de Biedma) .
DESAGRADABLE ENCUENTRO.— ALEGRE PAREJA
Endiablada casualidad la de toparse con una pantera en
el preciso momento de hallarse el valiente cazador suspendido
sobre el abismo. Es de esperar, sin embargo, que el rifle del
intrépido joven dará buena cuenta de la fiera que en tan cri-
tica situación le cierra el paso. Según parece, tales tropiezos
no son del todo raros en las abruptas montañas del Ken-
tucky.
Forma vivo contraste con la anterior escena la que se ve
representada en el otro grabado, cuadro Infantil lleno de ver-
dad y gracia.
FRANCIA: QUIMPER
Capital del departamento de Pinisterre y puerto Impor-
tante situado en la confluencia del Odet con el Benaudet, que
comunican con el Océano mediante un canal, es Qnlmper
una de las más antiguas y pintorescas ciudades de Francia.
Rodéanla en parte antiquísimas murallas y torres; la catedral,
de estilo gótico florido restaurada por VloUet le Duc,~ es pre-
ciosa; las construcciones modernas han sido dirigidas de ma-
nera que armonicen con la parte antigua y en esta pueden
verse aún hoy, perfectamente conservadas, las tradicionales
costumbres de los primitivos habitantes, hasta el punto de
que quizás en ninguna parte se conserva con tanta pureza
como allí el verdadero tipo bretón.
* •
No de lo porvenir entre la densa
sombra, con que se vela impenetrable,
te finjas con empeño infatigable
la pena atroz ó la desgracia inmensa.
No del pasado la terrible ofensa
llames á nueva vida; que indomable,,
al recuerdo de tiempo miserable
oponga el corazón tenaz defensa.
Pasó el ayer, llevóse su quebranto;
el mañana no llega todavía:
¿por qué lo que no existe causa espanto?
No oprima al corazón la fantasia,
que en esta vida de dolor y llanto
le basta su pesar á cada día.
Vicente Riva Palacio.
LOKIS
I»OR PRÓSPEHO l«^EIlTI«a:ÉE
(continuación)
— Hó aquí, — me dijo el conde en alemán, —
una muestra de color local; una hechicera que fas-
cina una serpiente, al pié de un Kapas, en pre-
sencia de un sabio profesor y de un ignorante
gentilhombre lituano. Esto haría un lindo asun-
to de cuadro de género para vuestro compatrio-
ta Knauss... ¿Tenéis ganas de haceros decir la
buenaventura?... Se os presenta ahora una bella
ocasión.
Respondile que me guardaría muy mucho de
fomentar semej an tes prácticas . — Prefiero , —
añadí, — preguntarle si sabe algo sobre la curio-
sa tradición de que me habéis hablado. — Buena
mujer, — dije á la vieja, — ¿no has oído hablar
de un cantón do este bosque donde las bestias
viven en comunidad, ignorando el imperio del
hombre?
La vieja hizo una señal de cabeza afirmativa
y con una risita mitad necia, mitad maligna,
dijo:
— De allí vengo. Las bestias han perdido su
rey. Nolle, el león, ha muerto; las bestias van
á elegir otro rey. Ve allí, tú serás rey quizás.
— ¿Qué dices tú por ahí, abuela? — exclamó
el conde, partiéndose de risa. — ¿Sabes bien con
quién estás hablando? ¿No sabes, pues, que el
señor es... (¿cómo diablos se dice un profesor en
jmudo?) que el señor es un gran sabio, un pozo
de ciencia, un wai'delotef (1)
Miróle entonces la vieja con atención.
— Anduve errada, — dijo; — tú eres quien de-
bería ir allá abajo. Tú serás su rey, no él; eres
alto, fuerte, tienes garras y dientes...
— ¿Qué me decís de esos epigramas que nos
lanza? — me dijo el conde. — ¿Sabes tú el cami-
no, abuelita? — le preguntó.
Ella le indicó con la mano una parte de la
selva.
— ¿Conque sí? — repuso el conde. — Y el pan-
tano, ¿cómo te las compones para atravesarlo?
Sabed, señor profesor, que hacia la parte que
ella indica hay un pantano infranqueable, un
lago de fango líquido cubierto de yerba verde.
El año pasado, un ciervo, al que herí, se arrojó
á ese diablo de ciénaga. Víle hundirse lenta-
mente, lentamente... Al cabo de dos minutos no
veía ya más que su cuerna; pronto desapareció
del todo y dos perros míos con él.
—Pero yo no ando pesada, — dijo la vieja con
mofa.
— Creo que atraviesas la charca sin ningún
trabajo, montada en un palo de escoba.
Un relámpago de cólera brilló en los ojos de
la vieja.
— Mi buen señor, — dijo tomando de nuevo
el tono arrastrado y gangoso de los mendigos,
— ¿no tendríais una pipa de tabaco que darle
á una pobre mujer? Harías mejor, — añadió ba-
jando la voz, — en buscar el paso de la ciénaga
que no en ir á Dowghielly.
— |Dowghielly! — exclamó el conde sonro-
jándose.— ¿Qué quieres decir con eso?
No pude menos de notar que esta palabra
producía en él un efecto singular. Hallábase
evidentemente embarazado; bajó la cabeza y á
fin de ocultar su turbación dióse mucho trabajo
con abrir su tabaquera, suspendida del pomo
de su cuchillo de monte.
— No, no vayas á Dowghielly,- — repuso la
vieja. — La palomita blanca no es para tí. ¿No
es verdad, Pirkuns? — En este momento la ca-
beza de la serpiente salió por el cuello del
viejo sayal y se alargó hasta el oído de su due-
ña. El reptil, amaestrado sin duda en aquel ma-
nejo, movía las mandíbulas como si hablase. —
Me dice que tengo razón, — añadió la vieja.
El conde le puso en la mano un puñado de
tabaco.
■ — ¿Me conoces? — le preguntó.
— No, mi buen señor.
— Soy el propietario de Medintiltas. Ven á
verme uno de estos días. Te daré tabaco y
aguardiente.
La vieja le besó la mano y se alejó á grandes
pasos. En un instante la hubimos perdido de
vista. El conde permaneció pensativo, anudan-
do y desanudando los cordones de la tabaque-
ra, sin saber gran cosa lo que se hacía.
• — Señor profesor, — me dijo al cabo de un ra-
to de silencio bastante largo, — vais á burlaros
de mí. Esa vieja bribona me conoce más de lo
que pretende, y el camino que acaba de indicar-
me... Después de todo, no hay nada que sea
muy sorprendente en todo eso. Soy tan conoci-
do en el país como el lobo blanco. La tunante
me ha visto más de una vez camino del castillo
de Dowghielly. Hay allí una señorita casadera
y de ahí ha deducido que yo debía de andar
enamorado de ella... Quizás algún lindo mozo
le habrá dado unto para que me anunciase si-
niestra aventura... Todo eso salta á los ojos;
sin embargo... á pesar mío, sus palabras me
han impresionado. Casi estoy asustado... Os
reís y tenéis razón... La verdad es que yo tenía
proyectado ir á pedir de comer al castillo de
Dowghielly, y ahora, titubeo... ¡Soy un grandí-
simo loco! Veamos, señor profesor, decidid vos
mismo. ¿Iremos?
(1^ Mala traducción de la palabra profesor. Los wavlelo-
tes eran los bardos lituanos.
624
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
— Me guanlaririnny mucho de formar opinión I bailes. El conde púsose prestamente en la silla
sobre esto. En materia de casorio no doy nunca y soltando las riendas exclamó:
mí consejo. — El caballo escogerá por nosotros.
HnhiRinos Uegndo va donde dejamos los ca- El caballo no titubeó; entró sobi-e la marcha
en una vereda que después de muchas vueltas
iba ;l parar á una calzada, y esta calzada con-
ducía A Dowíihielly. Media hora después está-
bamos en la srafünata del castillo.
Al raido que hicieron nuestros caballos, una
lihda cabeza rubia mostróse en una ventana
entaydoa cortinas. Reconocí & la pérfida traduc-
tora de Mii.kíewicz.
— Sed bienvenido, — dijo.^No podíais llegar
más á propósito, conde Szemioth. Acaban de
FRANCIA: QUIMPER
traerme un traje de París. No vais á conocerme,
tan bonita.
Cerráronse las cortinas. Subiendo las gradas,
decía el conde entre dientes:
— Seguramente no es por mi cara por lo que
estrenaba ese traje...
Presentóme á madame Dowghiello, la tía de
la panna Iwniska, que me recibió muy afable-
mente, y me habló de mis últimos artículos en
la Gaceta científica y literaria ae Koenisberg.
(Se continuará.) Traducción de A. O.
iDMüHSTUClOl: C»rtti, J65-367, Btwi Mtliiu, MHor.— Resenidoj los derwhos de propiedad írtística j liUraria.— Las reclamaciones en Madrid, ai representante d« esta Cas» D. lianiil Pü j Valor, Apoíaca, 10, 2.'
i ) INSÉRTESE Ó NO. NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL (
CVTASLBCnaBIITC TirOSHinOO DB B. BAÍBDA.— CAIJ-B DB VILLAIWOBI., tlÚU. 17. BHiilltCHB DB Sak Aktomio.-Barcblom*.
SEMANARIO CIENTÍFICO. LITERARIO Y ARTÍSTICO
Año V
Barcelona 1.° de Octutre de 1887
Núm. 248
Con el presente numero repartimos el suplemento de modas EL, MUNDO DE LAS DAMAS, correspondiente al mes anterior.
DO ROSAS
626
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
SUMARIO
Taxto.— Madrid. OarUu <X mi prima, por Fernaoflor.— I7it
idflteaOflMa (eoniinuiciOD>, por Vicente Blacco Ilxiñei.
— JB iigiifti tatfao, por Benutdo Morales isui.yarlln.—
B amar mgét líalam, por U. Qonnleí iemao.-Hitoria
dt dM iMta«, por OoreeUo.-S proyectado pataeio dil Qo-
bien» eM( dt Bartdoma, por O.— Nuestros grabado*.—^
wU «Muin (poesía I, por Kxequiel Solana. —LoM» contlnua-
cióDi, por Prteparo Merlmée (tradnrción de A. O.)
6*AaiDos.— Cogiendo rosas — Mistress Antoinette Sterliog.
—Bilbao, numinaoióii del pueute del Areual, la noche
del 12 de Setiembre, al regresar de Forlugalete S. H. la
reina Begente. —MáUiita. Las fiestas del Centenario de la
Rectmqnlsta: Moros y pajes.— Paisaje. -Lagano y Monte
Salratore.— Tipos japoneses. — ApaiiclóD Inesperada.—
Una declaración.— San SebastUn: La Concha.— Un euue-
aoto.—Verona: Portal de la iglesia de San Zeno— Sala de
foiaar en la Sociedad de artistas de Londres, eu Nuwmaa
Stimt.
MADRID
CA.IITA.S -A. ÍSiII milalA.
EN LAS FERIAS
UERIDA Carmen: no se suprime la feria
por respeto á las tradiciones populares,
mas se la sitúa en sitio apartado; allá en
la calle de Alfonso XII, están los puestos de
quincalla vieja, los montones de libros, las
prenderías de desecho que constituyen la feria
actual de Madrid. Los aficionados á gangas van
con la esperanza de encontrar algún objeto útil
ó raro entre aquella escoria de los mundos en
que han vivido nuestros abuelos y nuestros pa-
dres. No es fácil volver sin tristeza de aquel ce-
menterio de ilusiones, de aquel bazar de desen-
gaños... Pero del tondo de esta tristeza, si el
curioso visitador no es un egoísta, siente nacer
un gran consuelo... ¡El mvvdo marcha! y si las
ferias desaparecen abandonadas de los cortesa-
nos, e« porque todo Madrid es una feria de no-
vedades, es porque las Exposiciones han venido
á ser las verdaderas ferias del Madrid moderno.
De todos modos, démonos una vuelta por ese
Hastro improvisado, seamos madrileños de raza,
visitemos la ermita de San Isidro en Mayo, co-
mamos buñuelos en todos los santos y registre-
mos los tenderetes de las ferias al llegar á San
Mateo. Por fortuna la feria viene cuando Ma-
drid no suele ofrecer grandes atractivos; los que
se fueron á veranear no todo.? han vuelto; los
que han venido, descansan de sus varias expe-
diciones; el sol y la lluvia luchan por reinar
soberanamente, y el cielo toma el aspecto de los
nublados de Escocia; si habíamos de pasear pin
entretener con ideas nuestra imaginación, pa-
searemos entre las ruinas del pasado, de tantas
enseñanzas para el presente.
Declaro, desde luego, que cuando voy á la fe-
ria me detengo de preferencia ante los monto-
nes de libros y ante las prenderías donde hay
cuadros viejos. En una y otra cosa hemos va-
riado mucho: en imprenta y en pintura. Estos
dos artículos bastarán para alimentar las ferias
de los siglos, porque las máquinas no cesan de
arrojar papel impreso, y cada día se revelan
una docena de pintores más.
Al ver que de continuo se escriben y se im-
primen nuevos libros sobre materias de que
tanto se ha escrito é impreso, se pregunta uno
cómo se compondrá el aficionado para aprender
lo correspondiente á una sola ciencia, con tanto
más motivo cuanto que la mitad de los libros
están escritos para demostrar la inutilidad de
los anteriores. Un sabio no se tomaría la moles-
tia de investigar la naturaleza ni la historia,
sino lo animase el propósito de desacreditar á
otro sabio. Además, en las ciencias como en las
artes, en los usos sociales, como en los simples
figurines de las modistas hay modas, y los sis-
temas y los métodos filosóficos y científicos pa-
san y vuelven sin más razón que la de haber
cumplido ya tu tiempo. En ese montón de libros
tan diferentes, apenas si hay una docena de
ideas, confeccionadas con estilos diversos, de
las cuales la lógica de los unos y la imaginación
de los otros han logrado sacar páginas y pági-
nas. Esas doce ideas todos las poseemos, por-
que todos hemos tenido ocasión de leerlas algu-
na vez; pero se nos han confundido y extravia-
do entre t&nta y tanta palabrería como se vie le
agrupando en tomo de ellas. No sé quién ha di-
cho que las verdades de este mundo caben en
un papel de cigarrillo, cierto; los errores, las
mentiras, son las que no caben en todo el papel
elaborado ni por fabricar. Ante esta considera-
ción se ve cuan difícil es llegar á la posesión de
la sabiduría por el estudio, y cuan inútil ir lí la
feria y comprar libros. Verdad es qué, general-
mente, los libros que compran los que van á la
feria no corren el peligro de ser hojeados; des-
pués de un brevísimo examen de la portada,
pasan á la biblioteca á vivir en el eterno repo-
so. No se suele ir á la feria por libros modernos
sino por libros que han leído los que ya no
existen. Sus rótulos son, pues, verdaderos epita-
fios.
De las pinturas no puede decirse lo mismo.
Estas se leen á la primera mirada: y por eso hay
tanta afición á la pintura; es ilustración que se
adquiere sin fatiga. Pero esto no puede decirse'
en absoluto de los lienzos y cobres do la feria;
porque suelen estar ennegrecidos por el tiempo
ó restaurados lamentablemente; y el aficionado,
que siempre busca raros hallazgos, cree ver
tras la negrura y los repintes el pincel de ,un
Velázquez ó de un Durero. Es incalculable el
número de cuadros viejos que se han comprado
y se compran á sabiendas de que son malos y
nada más que por si resultaran buenos. Allí,
sobre todo, donde hay un niño ó un borrego,
por confuso que aparezca, nadie deja de adivi-
nar un Murillo. Las ferias del porvenir nos
ofrecerán grandes desengaños en materia de
pintura; porque veremos á que bajo precio se
dan las obras de muchos autores hoy de moda,
por las cuales se pagan cantidades fabulosas.
Su ihic habrá pasado; otros intérpretes del gus-
to público habrán venido á enriquecerse; y por
otra parte, los tonos brillantísimos, aquel lou-
quet de colores que deslumhra á los aficionados
se habrán desvanecido rápidamente al enran-
ciarse el lienzo. Los cuadros modernos son es-
pléndidos de color como el día, pero en este dia
la noche se hace muy pronto. De los cuadros
modernos sólo resistirán los que estén bien
compuestos y bien dibujados. ¡Tan pocos!
Pero no podemos, Carmen, recorrer la feria
si hacemos reflexiones tan dilatadas con cual-
quier motivo.
En los trajes, ¡qué cambio tan grande! Re-
cuerdo cuando yo era joven y visitaba la feria:
¡qué miriñaques allí colgados! ¡Qué vestidos de
cola tan larga! La mujer es un pájaro que varía
constantemente de pluma, y hay que convenir
en que los años pasados estaba ridicula y en
este (cualquier año que sea) está encantadora.
Es por lo tanto el traje una preocupación. Mas
¿no hemos visto que también la ciencia y el
arte son preocupaciones? Por fortuna camina-
mos á la simplificación del traje: las mujeres
vestirán dentro de poco como los hombres y en
las ferias del porvenir no habrá faldas, ni capo-
tas, ni mantillas.
También ha progresado la industria, desde
hace cuarenta años, enormemente. Nos conven-
cemos de ello cuando nos miramos en este es-
pejillode Juna borrosa, que nos infla un carrillo
como si tuviésemos dolor do muelas, que nos
alarga el rostro ó que nos le ensancha según
los caprichos del vidrio y del azogue. Hoy, es-
tas lunas pequeñas, van casi de balde y sólo
tienen precio las que adornan los establecimien-
tos de lujo; los cafés, las tiendas de novedades
y que son verdaderas paredes de cristal, y di-
gamos otro tanto de los demás adornos de las
habitaciones; en otro tiempo sólo había dos cla-
ses: los muy buenos, construidos para los pala-
cios, y los de pacotilla construidos para todas
las demás casas; hoy, que existen los potenta-
dos, que hay clases intermedias, y que gastan
lujo los pobres, en cada calle hay un magnífico
establecimiento de tirolés repleto de inutilida-
des brillantes. ¿Dónde habrán de ir estos dese-
chos sino es á la calle de Alfonso XII, por
ahora y á las Ventas del Espíritu Santo, dentro
de algunos años?
¡Ah! te aseguro que alguna vez no puedo
menos de conmoverme en la feria, reparando
alguno de esos objetos que están destinados á
desaparecer sin reemplazo. Ayer mismo vi en-
tre varios cachivaches y telas un morrión de
miliciano nacional. No pude menos de llevarme
la mano al sombrero y saludar A la sombra
gloriosa de la Libertad, que representaba. Re-
presentaba la fe, el entusiasmo, la abnegación
política. Nada de esto existe. Tal vez porque ya
no hay necesidad de que exista. Pero me vino
á la imaginación el tiempo aquel en que al gri-
to santo los honrados tenderos se asomaban al
balcón inquietos y decían ¡Ya se arma! y cogían
la escopeta y bajaban á la calle y ayudaban á
levantar barricadas y disparaban balazo limpio
contra la tropa sin saber á punto fijo por qué
disparaban, cegados por hu horror á la tiranía.
Todo eso pasó; morrión, entusiasmo, barricadas,
tiranos; y en las ferias del porvenir no habrá
chacó especial que recuerde la burguesía de
hoy; porque nuestros burgueses no renuncian, en
las grandes solemnidades, al sombrero de copa.
Tampoco abundarán en las ferias del porve-
nir los quinqués, como vemos hoy en las pren-
derías; porque la luz eléctrica, que imita la
luna y que dibuja tan deliciosamente los obje-
tos con su vigorosa sombra, iluminará nuestros
hogares como hoy ilumina los establecimientos
públicos. Ya casi no se encuentra un velón de
mecheros, ni en la feria.
Pero en cambio, una chaquetilla de torero
viene á recordarnos que el tiempo es ineficaz
contra la índole de nuestro genio; que todo
cambia menos nuestro carácter; que somos tore-
ros y lo seremos en todos los siglos.
No quiero enumerar las infinitas vejeces que
ayer vi; y las consideraciones, lastimosas unas,
llenas de esperanzas otras, que me ocurrieron;
pero sí te referiré mi última iinjiresión cuando
dejaba la calle de Alfonso XII; impresión la
más triste de todas, sin consuelo en el futuro;
para mí, al menos.
No era un objeto, sino una persona, lo que
vi; lleva un nombre conocido, un nombre que
ha sido famoso. Se trata do una mujer. Es hoy
baja, gruesa, colorada, con un vientre chino, de
andar torpe, de aspecto vulgar; vestía un traje
de colores chillones y llevaba un sombrero ri-
dículo, que parecía un calesín lleno de flores.
No era posible ver semejante tipo sin risa.
Y sin embargo, hace veinte años cuando me
presentaron á ella, era el encanto y el asombro
de Madrid; era una joven esbelta de un talle
ideal, de un cutis como la hoja de una rosa, el
primor de los primores en el vestir, la reunión
de todas las gracias en su figura, en su aire, en
toda su persona.
Al verla allí en la feria parecía que venía
ella en representación de la mujer y de la her-
mosura para demostrar que entre todas las ve-
jeces y todas las antiguallas y todos los dese-
chos, el más triste es el de la mujer que se avieja.
Tú dirás que esto que digo, sobre ser injusto
no es galante; pero debes considerar que yo no
puedo referirme á mujeres de tus gracias y de
tus condiciones morales; pues si la hermosura de
la línea, puede sufrir detrimento, no debe clasi-
ficarse en la categoría de vejez el encanto del
ingenio y de las virtudes.
Esta aclaración eS suficiente para desarrugar
tu ceño y el de todas aquellas que siendo esbel-
tas han engordado y siendo jóvenes son an-
cianas.
Tuyo, pues, Fernán flor.
-*-
UN IDILIO NIHILISTA
'flOMTIKDiOIÓm
— Ya he recibido antes que ésta, otra misiva
en que me hablaban de ti anunciándome tu lle-
gada. Según dicen eres muy entendido en me-
cánica.
— He ganado la medalla de honor en la es-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
627
cuela de ingenieros, y mis profesores aseguran
que tengo mucha facilidad para la invención.
— Eso es lo que yo necesito, ó más bien lo
que necesita nuestra gran asociación. Las ten-
tativas contra el Czar se repiten, y ninguna
produce éxito. Los compañeros te envían para
que juntos inventemos algo que corone pronto
nuestra obra.
— Estoy dispuesto á todo.
— Poco te toca hacer. Yo tengo lo principal,
lo que destruye, el alma de lo que pulveriza;
tú has de inventar lo que dirige, el cuerpo que
lo contenga. Trabaja joven, trabaja, que tu in-
vento unido al mío atraerá la libertad sobre la
Rusia, y será causa del triunfo de nuestros her-
manos. Alejandro II ya murió destruido por
nuestras bombas, es preciso que su hijo sufra
igual suerte.
El profesor quedóse pensativo algunos ins-
tantes y luego murmuró:
— ¡La bomba! ¡la bomba! Esto no respira
nada de genio. La bomba es tan mezquina como
la ignorancia; por lo voluminosa atrae las mira-
das de la policía, y los efectos que produce son
limitados. Y luego la pólvora, lo que ya cono-
cían los frailes del siglo xiv, lo que antes co-
nocieron los árabes y los chinos, ¡bha!... una
antigualla; mi invento, solamente mi invento,
puede producir magníficos resultados.
Y al decir esto la voz de Martens fué subien-
do de punto, hasta que saliendo de su abstrac-
ción le dijo así al estudiante.
— ¿Sabes tú lo que me ha costado de inventar
ese nuevo elemento de muerte? Yo soñaba con
una sustancia explosiva cuya menor cantidad
fuera capaz de derrumbar una ciudad entera;
era mi deseo constante, era mi preocupación
fija. ¿Cuántas vigilias me ha costado el realizar
mi ilusión? ¿Cuántas noches he pasado junto al
mortero combinando las sustancias más diver-
sas para encontrar mi apetecido invento? Mu-
chos ratos de desaliento he tenido que sufrir al
experimentar las dificultades de lo desconocido,
pero he vuelto mi pensamiento á la Rusia, ho
pensado en los tiranos que esclavizan al pueblo,
y mi esperanza ha renacido para con la fe del
iluminado, emprender otra vez mi trabajo hasta
que el cansancio ha rendido mis fuerzas. Hoy
tengo .ya realizado mi proyecto; poseo el ele-
mento para destrozar á nuestro, enemigo y aun
si es necesario al palacio que habita. ¡Joven!
trabaja tú ahora, envuelve mi invento en otro
tuyo y la victoria será nuestra, pues la patria
nos deberá su salvación.
Y el viejo profesor al decir todo esto, gesti-
culaba como un energúmeno y agitaba sus bra-
zos en el espacio presa de febril excitación.
Alejandro le contemplaba con respeto, pues
el fanatismo de aquel hombre le admiraba pro-
fundamente.
Martens apenas cesó de hablar levantóse de
su sillón, y abrió un pequeño armario que tras
éste había, artificiosamente oculto en la pared.
Algunos frascos correctamente alineados so-
bre las tablas del armario, aparecieron ante los
ojos del estudiante.
— Mira esto, — dijo el profesor, — Todos los
frascos contienen sustancias más ó menos ex-
plosivas. Tenerlos junto á mí es lo que me ale-
gra, pues son mis mejores amigos. Aquí hay
pólvora y dinamita de todas clases, y sobre to-
do aquí guardo mi preciosísimo invento.
Y al decir esto, el viejo cogió un bote de
hierro de regulares dimensiones que colocó cui-
dadosamente sobre la mesa.
— ¿Ves esto? — continuó. — Es muy pequeño,
y sin embargo si lo arrojara con fuerza sobre el
suelo, tú y yo seríamos pulverizados, la casa se
fraccionaría hasta lo infinito, toda la calle su-
friría igual suerte y más de la mitad de San
Petersburgo caería deshecho en ruinas.
El viejo al decir esto estaba verdaderamente
espantoso. Sus ojuelos brillaban alegres y sus
garras se estremecían como á impulsos del
placer.
El estudiante no se sintió conmovido á la
vista de aquel terrible bote, y sólo le dirigió
una fría mirada de curiosidad.
—Eres un valiente, — dijo Martvuis. — Otro
hombre en tu lugar se hubiera estremecido de
horror y miedo.
— Maestro, — contestó Alejandro con voz gra-
ve y reposada,- — la vista de ese frasco no me
causa pavor sino alegría, pues me parece que
dentro de él oigo tañer la campana que anuncia
la última hora de Czares. Grande es vuestro in-
vento según decís, y yo os juro por Dios que
supuesto necesitáis de mí, procuraré auxiliaros
con todos mis conocimientos.
— Así se contesta joven. ¿Cuándo piensas po-
nerte al trabajo?
—Ahora mismo; vuestras palabras han des-
pertado mi entusiasmo, y en este instante me
encuentro capaz de resolver los más difíciles
problemas.
— Retírate pues; pero antes recuerda lo que
te he dicho. Lo que necesitamos es una máqui-
na casi imperceptible. Que pueda esconderse
en la palma de la mano, y que sin embargo en
ciertos instantes lance rayos destructores. Algo
semejante á la víbora que permanece escondida
entre las hojas de la flor, y que de repente clava
su lengua ponzoñosa en el incauto que se acer-
ca. ¿Podrás reunir en tu invento tales circuns-
tancias?
— Confío en que sí, maestro.
MISTRESS ANTOINETTE STERLING
— ¿En dónde vives?
— En una posada, en la que sin duda me vi-
gilan desde que llegué.
— Ten mucho cuidado.
— Hace ya tiempo que esquivo las sagacida-
des de la policía.
— ^Anda, pues, y que el Señor marche con-
tigo.
El profesor Martens al decir esto, volvió á
coger el terrible bote y después de encerrarlo
en el armario secreto, se dispuso á acompíiñar
al joven hasta la puerta.
Cuando ambos se encontraron á la mitad de
la estancia, el viejo cogió á Alejandro y le dijo
en tono de consejo.
— Joven; si sientes desaliento piensa sólo en
la sublime misión que tus hermanos te han en-
cargado, y la fe y el entusiasmo volverán á ti.
Si la debilidad se apodera de tu inteligencia,
acuérdate de este viejo y de mis santos patro-
nos.
Y Martens al decir esto señaló los dos gran-
des retratos que se ostentaban frente á la puerta.
— ¿Quiénes son esos? — preguntó Alejandro.
— Son dos grandes hombres que no vacilaron
en hacer caer la cabeza de un rey para labrar
la dicha de su patria. Son Dánton y Robespie-
rre.
Tras esto los dos callaron, y silenciosos enca-
mináronse á la puerta; pero al llegar junto á
ella se abrió, penetrando en la estancia una
joven cuidadosamente abrigada, y llevando to-
davía sobre el sombrero algunos copos de nieve.
— ¡Buenos días padre! — dijo al entrar. — Ven-
go del anfiteatro anatómico, y mi amiga Olga
me ha conducido en su trineo hasta aquí.
La joven fué á continuar hablando pero al
notar la presencia de Alejandro callóse como
avergonzada y bajó los ojos.
El viejo Martens se sonrió y haciendo en el
espacio la misteriosa seña, dijo á su hija.
— Es un amigo.
(Se continuará) Vicente Bt.asco Ib.4íNEZ
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630
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
EL IMPERIO LATINO
(BOCETO HISTÓRICO)
il MÍgi eirii«isÍM i iispin^ pU D. Jo» Aitnio Mu
Lee últimos destellos de la idea pagana bri-
llaban en el ocaso de su historia con pálidas
tintas, mientras se alzaba como radiante astro
por Oriente el Cristianismo, augurando su poé-
tica alborada la profunda transformación que
ante la aparición de la unidad divina en el
mundo filosófico-religioso, sofrió la historia de
la humanidad.
La vieja capital del imperio tenia socavados
sus cimientos.
Roma habíase apropiado la filosofía de los
pueblos á quienes convirtió en provincias su-
yas. Los dioses de las naciones que gemían en-
cadenados bajo su avasalladora planta, estaban
junto á los dioses patrios en el Capitolio; los
ciudadanos quemaban incienso en muchos alta-
res, ofrecían sacrificios á muchas divinidades y
no creían en ninguna ó se mofaban de ellas en
los públicos parajes; natural consecuencia de la
confusión que envolvía en sus postrimerías á,
aquel mimdo decrépito. La mujer que conser-
vara el pudor que la contuvo á )a orilla misma
del inmenso mar donde se agitaba encenagada
la sensual sociedad latina, se inclinaba y creía
ciega en las doctrinas que mejoraban la condi-
ción de sus hijos y la suya propia, atrayendo el
consuelo al aturdido espíritu, idealizando la
terrena vida. Los ciudadanos renegaban de sus
derechos, que los convertían en esclavos de los
caprichos de un César cruel y voluntarioso;
ningún deber tenia exacto cumplimiento; nin-
gún derecho estaba garantido; los preceptos
jurídicos que tan alta colocaran á Roma sobre
las naciones bárbaras sus rivales, se fundían
con los absurdos mandatos y lúbricos deseos de
un emperador imbécil. El Senado dormita y la
inquieta guardia pretoriana legisla y adjudica
la pvirpura al mejor postor. La moral de Séneca
y de Epicteto fué sustituida por la infame sáti-
ra. La literatura cayó al servicio de la adula-
ción. Las ciencias se eocondiau tías la vana
charlateneria, la argolla del esclavo ó el necio
empirismo. La sociedad antigua estaba desqui-
ciada; nueva» costumbres habían de regene-
rarla. Roma, señora del mundo, era esclava de
sus vicios.
A toda ciencia ofrecía su lugar; á todos ma-
les saludables remedios; poseía para todos los
vicios antídotos eficaces; á todo contratiempo
oponía alegre esperanza; para toda pesadumbre
tenia consuelo; la doctrina iluminada más in-
tensamente desde el martirio del Gólgotha. El
trono del César tiembla. Apréstase á la lucha y
opone ementa resistencia á aquella idea sutil
que lo penetraba y reformaba todo, amenazando
á las podridas instituciones políticas á la apa-
ratosa é inútil religión, á las impuras costum-
bres.— Pero asi como en sombría noche se
dibuja rápido el contorno de plomiza nube,
al centelleo de eléctrica chispa fugitiva en el
espacio, asi la oposición del j)ol ¡teísmo al cris-
tianismo fué rápida; que la historia cuenta por
breves los trabajosos momentos que resuelven
una idea trascendental.
Llegan á Roma en violentas oleadas las
ideas que inundaron el Asia antigua, — vertidas
con la mágica palabra de Jesús de Nazaret, —
chocando terriblemente con el carcomido dique
opuesto por los pontífices y emperadores. Los
sacerdotes fueron arrancados de la húmeda ca-
tacumba y arrojados al circo; centenares de
cristianos son confundidos con los esclavos en
la ergástula; las vírgenes eran pisoteadas por
las fieras, y desgarradas sus blancas vestiduras
y delicadas carnes por aquellas salvajes bestias.
El César no contenia su regocijo ante el des-
trozo de tanto «enemigo» y el pueblo aplaudía
el nuevo espectáculo que le proporcionara el
miedo ruin del emperador. Los cuerpos de los
mártires fueron la envoltura de la sublime idea;
la misma majestad imperial partía la corteza y
germinaba la semilla. Aparece Roma durante
esta crisis teñida por la sangre que de tanto
mártir corrió por las vías públicas, llenando los
arroyos y salpicando los mármoles de los pala-
cios y pórticos, de los anfiteatros y templos,
agitándose entre ellos frenético conjunto de
siniestras figuras, como á través de rojo cristal
ó sangriento gasa. La resistencia al cristianis-
mo fué la última sacudida del imperial régimen;
fué la resistencia de unas leyes á otras leyes,
■de una religión á otra religión, de unas costum-
bres á otras; costumbres de la vieja generación
que zozobraba en el mar de sus desdichas á la
generación nueva animada por salutífera savia;
de un mundo caduco, — á quien sólo quedaba
aliento para prosternarse ante sus hermosos
ídolos, y sensible solo á la materia, — á otro
mundo preñado de nuevos ideales, que le hun-
día de recia patada en la sima que abriera con
sus errores. Y era natural. El augusto señor
inventa groseros placeres y presta asilo en sus
palacios al vicio. Necesitábamos para referir el
inconcebible lujo de que rodeaban á sus ban-
quetes y contar todos los desórdenes que con-
sentían y aún regulaban la ley y la religión; las
palabras de Elio Lampridio, y la pluma de Sa-
íustio para pintar la corrupción de la gran ciu-
dad. Los circos, repletos de ceñudos senadores
y graves ciudadanos que pedían entre furiosos
gritos: más juegos; y corría la sangre del em-
brutecido gladiador tiñendo el áurea arena,
confundiéndose su ronco estertor y el chocar de
sus armas con los rugidos do fiera que so revol-
ca en sangrientos despojos, lanzados ]>or la
civilizada Roma. Apenas retirado el cadáver
del atleta, apenas cubiertos los charcos de san-
gre, otra fiera humana se dirigía al palco impe-
rial, murmuraba aquellas palabras, — expresión
exacta de la historia del imperio,^ — «Ave, Cé-
sar...» y corría á solazar con su agonía á lu
ciudad que disponía á su antojo del mundo y
dictaba sus leyes á la humana raza. Las asque-
rosas «Lupercalias,» las arrebatadas «Bacana-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
63i
les» que legó la Etruria, las «Saturnalias,» los
«Ludí compitalitios» que restableció cruelmen-
te Tarquino, los «Ludí natalitios» con que el
emperador celebraba sus días, con luchas de
gladiadores, y arrojando miles de esclavos á las
fieras, y las «Naumaquias,» en lasque tanto se
prodigaba la sangre humana, eran las fiestas
con que procuraba distraer el ánimo y conse-
guir el agrado de sus dioses aquel pueblo idio-
ta. Llegó al ejército la corrupción, invadiendo
las legiones la holganza; el soldado romano
perdió su ardimiento y noble valor y fué venci-
do. La filosofía trastornó las ideas que aún
flotaban sobre el cieno de aquella moribvinda
sociedad, influyendo en el general decaimiento
las absurdas teorías importadas de las naciones
helénicas; las doctrinas de los escépticos, de los
cínicos, de los epicúreos, todas cayeron en
Roma como en lugar propio, pasando por el ta-
miz del goce.
La oposición entre estos caracteres de vida
del imperio latino y los de la naciente sociedad
cristiana, es uno de los más bruscos contrastes
que nos ofrece la historia en su largo camino.
El recogimiento y la oración eran el reverso del
extremado refinamiento en los placeres. Eleva-
ban piadosos cánticos al Dios creador los cris-
tianos durante sus sobrias y sencillas comidas.
mientras en el espléndido banquete del senador
ó del cónsul se oían entre las continuas libacio-
nes y los chasquidos de asquerosos besos, ebrias
carcajadas é impúdicas frases. El fausto de las
viciadas ciudades paganas aparecía humillado
por la pobreza evangélica; las ricas vestiduras
de las orgullosas matronas y afeminados caba-
lleros hundidos en la pereza, por las sencillas
telas de las vírgenes ocupadas en las domésti-
cas labores. La sociedad conyugal aparece sen-
tada sobre sus propias bases. Regulan las rela-
ciones de los hombres leyes más humanas é
igualitarias. Al aparatoso rito, al repugnante
sacrificio, suceden en la oscura catacumba, en
LUGANO Y MONTE SALV ATORE
solitario bosque, ante humilde altar las sencillas
prácticas religiosas, austera representación de
la unidad divina que trascendía á todos los ór-
denes y aspectos de la vida, á todo sistema de
conocimiento, á toda ciencia (1). A la obscena
liturgia sustituye la inocente fiesta de la Pas-
cua con que celebran la resurrección del Maes-
tro, en el grandioso momento de abrirse en flor
las variadas especies vegetales para recibir el
amoroso beso del polen que fecundiza y con-
vierte en dulces jugos las hermosas coloracio-
nes de lo.s pétalos; que el culto de la Naturaleza
(1) l.ospfigsnos carecían del Ideftlismo religioso que ca-
ractetizrt á ios iniciados en las doctrinas de Jesús, á quienes
bastaba la sencilla adoración de un Dios «uno» en quién fir-
menjente creisn. De aquí las complicadas ceremonias de la
re igirtn ;>agana; y de aqui que cuandfi estas fórmulas ya no
saiii-raciHn á su voluble carnctcr, iuventaseu otras y otras,
buscando la variedad hasta en lascivas y torpes prácticas que
de lodo se amparaba aquella sociedad falta de primordial
idea. Su arte espléndido y magnifico, trasunto de hermosos
modelos, comparado con las rígidas y hasta rudas creaciones
místicas del arte de los jirimitivos cristiano» y de los artistas
del comienzo de la Kdad media, conlirmun nuestra opinión.
es el culto de Dios, y toda vida es reflejo de la
sabia y divina disposición y' semejanza de nues-
tro organismo y de las trasformaciones de la
idea dentro del humano encierro, las metamor-
fosis y mudanzas de la vida vegetal. Aquel cú-
mulo de epicúreos no paraba mientes en tan
sencillas cosas y no hubiera disimulado su bur-
lona sonrisa ó escéptica carcajada ante quien le
enseñase la intercesión del Ser omnipotente
desde las revoluciones cósmicas de la materia,
hasta los vitales movimientos del arbusto ele-
gante y de la .simple criptógama, y desde la
vida sencilla del trasparente infusorio que mues-
tra al examen microscópico las más graves fun-
ciones de su fisiología, hasta la organización
complicadísima de un ser superior. Verdad es
que no entendían el lengtiaje del espíritu.
Pasados los tiempos tormentosos para los
cristianos de los primeros siglos y purificada la
fe en el crisol del martirio, arraigóse el cristia-
nismo con HÓlidns ataduras en el alma humana.
— contribuyendo á ello eficacísimameote la mu-
jer, ser más inclinado á los dulces sentimientos
del corazón, — saturándose de los preceptos que
resbalaron antes sobre los pórfidos de los tem-
plos, sobre las bibliotecas, -sobre los cerebros
idólatras embotados por la continua diversión.
Surgen tras las legiones de los mártires los filó-
sofos sosteniendo el Verbo, si bien de sus meta-
físicas sutilezas y al deseo de conciliar las nue-
vas y antiguas máximas filosóficas, nacen las
herejías.
Un gran acontecimiento viene á terminar la
obra comenzada.
Avalanchas de bárbaros destrozan el suelo
itálico y amenazan á Roma. Los habitantes de
las ciudades incendiadas aún piden licencia para
abrir el teatro y el circo, ó yacen totalmente
ebrios en el triclinium, al lado de espléndida
mesa, impotentes para tomar la espada. Con-
fúndense los ayes de los soldados heridos en la
defensa de la ciudad, con los bramidos de la
muchedumbre que llena los circos. El imj erio
era un inmenso festín que los bárbaros convir-
m-:
ÍE8ES
634
LA ILÜSTHACION IBÉRICA
tieron en colosal hoguera. Un papa, un santo
detiene con la dnizara de su acento, á las tur-
bas irruptoras que intentaban asolar otra vez á
Roma.
Aquellos hijos de los bosques, alejados de las
montañas en cuyos riscos estaban pegadas sus
tradiciones; apartados de los ásperos desfilade-
ros donde resonaban potentes sus inspirados
himnos de guerra, de las sagradas lagañas y de
los seculares bosques cuyos troncos y ramas im-
pregnados estaban de las fórmulas de su senci-
lla religión; separados de las intrincadas selvas
donde el ruido del torrente que se despeña se
junta al murmullo de la lej'enda fantaseada por
los siglos y repetida por unas generaciones á
otras, conservan aún sus pensamientos vírgenes
y sus costumbres puras. Vislumbran claros ho-
rizontes y la luz vivísima que indica el camino
á su sencillo espíritu; un débil esfuerEO arranca
la duda, repercute en el corazón el sentimiento
religioso, aparece Dios en claro concepto, hun-
den la frente en el polvo de sus victorias y se
abrazan á los toscos brazos de la cruz que se
alza sobre los escombros humeantes de la civi-
lización antigua.
Bernardo Morales San Martín.
-♦-
APARICIÓN INESPbRAOA
EL AMOR SEGÚN PLATÓN
Pocos filósofos se han ocupado directamente
del amor como objeto propio de la especulación
reflexiva. En toda la antigüedad apenas si se ha-
lla más que Platón que, en su diálogo El Ban-
qutte, á través de mitos y símbolos, hace una des-
cripción del amor y de sus diferentes clases para
concluir exaltando, con la sencilla ingenuidad
de la enseñanza socrática, el amor á lo bello y á
lo bueno.
Aunque puede parecer que su doctrina sólo
tiene interés histórico, no está demás advertir
que la sustancia intelectual del Platonismo late
y vive al presente en el aspiritualismo cristia-
no, que informa la civilización europea; de
(inerte qne, prescindiendo de la vestidura exte-
rior y aun de las trasformaciones inherentes á
la acción continua del tiempo, todavía la teoría
platónica del amor con«titn3'e sedimento histó-
rico en nuestro pen.saraiento y energía viva en
nuestro corazón. Equivale por tanto el análisis
del diálogo platónico (El Banquete) á algo más
que una reminiscencia ó cnriosidad erudita; to-
davía el común pensar y sentir de las gentes
debe encontrar en las teorías de El Banquete algo
que puede servir de precedente y guía á muchos
de los complejísimos afectos que se agitan en
el fondo del corazón humano.
Cada uno de los que intervienen en el diálogo
El Banquete habla desde su punto de vista espe-
cialísimo, resultando de este modo una descrip-
ción de las evoluciones y distintas fases de este
sentimiento, Fcdro habla como un joven y con-
sidera la pasión del amor; Pausanias es el
hombre maduro que lo trata con la experiencia
propia de su edad; Erixímaco se explica como
médico; Aristófanes, poeta cómico, expone, con
apariencias festivas, pensamientos profundos;
Agaton añade sus entusiasmos poéticos á los
juveniles del primer interlocutor y por último
Sócrates, con lenguaje inspirado expone la teoría
platónica del amor por la eficacia del amor á lo
bello y á ]o bueno, que es la verdad vivida ó
practicada.
Para Pedro es principio moral que inspira
horror al vicio y emulación por la'virtud el amor,
el dios más antiguo, el más augusto y el más
capaz de hacer al hombre virtuoso y feliz duran-
te la vida y después de la muerte. Como Pedro
siente y se expresa la juventud cuándo suma é
identifica todos sus deseos y su existencia entera
con la pasión del ¿imor. Tal ha sido y tal será el
amor para la juventud, sin que, á posar de que
cambien los elementos intelectuales, los alicien-
tes sensibles ó los móviles internos, se altere el
fondo constitutivo del sentimiento amoroso con-
siderado como la pasión que hace rebasar las
fuentes de la vida. Si á veces no se entienden las
gentes ni nos entendemos cuando hablamos del
amor os porque varía el punto de mira y aun la
intensidad del sentimiento con el proceso del
tiempo; es porque, como ha dicho nuestro gran
poeta Campoamor (Doloni, Coxas de la edadj:
—No enltcndo tu «mor, Lucia.
- NI yo vuestros desengaños.
—Y es porque la suerte impia
puso entre tu alma y la mía
el yerto mar de los años.
Pausanias, segundo interlocutor de diálogo,
declara que el amor no camina sin Venus, es de-
cir, que no se explica sin la belleza. Existen dos
Venus: la una antigua, hija del cielo y que no
tiene madre, es Venus Urania ó celeste; la otra
más joven, hija de Júpiter y Dione, es la Ve-
nus terrestre ó popular. Las dos almas que des-
cribe el doctor de la, leyenda, Fausto, simbolizan
la misma idea y constituyen reminiscencia de
las dos Venus del diálago platónico. Dos clases
de amor corresponden á las dos Venus, el prime-
ro, sensual y brutal, sólo se dirige á los sentidos,
es un amor vergonzoso y que es necesario evitar;
el otro amor, guiado por la inteligencia, se dirige
al sexo que más participa de ella, al sexo mascu-
lino. El amante debe amar el alma y en el alma
la virtud, elemento á la vez psicológico y moral
que depura la pasión y que constituye el tradi-
cionalismo llamado amor puro y platónico.
Interpretado primero como desviación del
atractivo sexual ó del instinto genesiaco y cual
tendencia á la unión carnal de individuos del
mismo sexo, mancha indeleble en el cielo divino
de la cultura griega, fué depurado más tarde
este símbolo por el espiritualismo cristiano, que
le concibió como el amor puro é ideal, libre de
toda unión carnal y origen á su vez de todo
amor místico. Actualmente, en labora que corre,
la indagación psicológica, ayudada por las expe-
riencias fisiológicas, comprueba que en el hom-
bre todo es psico-físico y que el arrobamiento y
deliquio del místico equivalen á la espiritualiza-
ción de determinadas impresiones materiales
(éxtasis del iluminado, alucinación del poseído,
ilusiones del sonámbulo, etc), y que por tanto no
existe el amor platónico en el estricto sentido
de la palabra.
Nuevas perspectivas ofrece á la meditación
Erixímaco, que considera el amor como principio
universal. Estima el amor como la unión y ar-
monía de los contrarios (ley de contraste que han
puesto á contribución los poetas todos como ma-
teria inagotable de sus inspiraciones) y así dice
que está en los elementos, puesto que es preciso
el acuerdo de lo seco y de lo húmedo, de lo calien-
te y de lo frío, naturalmente contrarios, para pro-
ducir una temperatura regidar y agradable;
combinación igual á la de los sonidos musicales
opuestos, grave y agudo, lleno y tenue. Lo mis-
mo puede decirse del ritmo de la poesía, de la
regularidad de las estaciones, etc.
Gfethe ha resumido esta fórmula «unión de
los contrarios» en una sola frase, condensando lo
íntimo y esencial del amor y á la vez su índole
inefable en todo aquello que posee el sentimien-
to de irreducible al análisis intelectual. El amor
es para Gcethe principio universal de vida que
se traduce en afinidad electiva. Frente uno á
otro dos cuerpos que no poseen afinidad electiva,
pueden hallarse constantemente en contacto y
solo constituirán una juxta-posición ó agregación
mecánica inerte y sin vida que no dará de sí
ninguna nueva formación, ningún efecto diná-
mico ó resultado vivo; si por el contrario poseen
afinidad electiva se unirán para producir bellas
y fecundas y siempre nuevas manifestaciones do
su existencia y de su vida; que por esto se ha
dicho siempre en sentido recto y figurado que
«es el amor fuente de la vida.» Este quimisiiio
moral que no explica (por la naturaleza inefa-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
635
ble del sentimieuto irreducible por completo á
análisis intelectual) porque un hombre ama á
una mujer que prefiere á todas las demás y no
á otra, y á la inversa, es lo que se denomina
usualmente la corriente secreta de la simpatía,
que si se inicia en una inclinación, evoluciona y
concluye en el amor.
Después de Erixímaco habla Aristófanes, que
en la aparencia se opone y realmente confirma
la idea de aquel. «Unión de los contrarios» ha-
bía definido el amor Erixímaco y Aristófanes
dice que es «unión de los semejantes.» Es eviden-
te que los contrarios se unen en algo semejante
y este punto de vista nuevo, que en realidad
confirma el anterior, es el que examina el poeta
cómico y lo explica con el mito de los avdróginnit.
Eran los andróginos dobles, unidos por el ombli-
go, con cuatro brazos, cuatro piernas, dos sem-
blantes en una misma cabeza, opuestos el uno al
otro y vueltos de espalda, dobles los órganos de
la generación y colocados del lado del semblan-
te por bajo de la espalda. Al sentir amor el uno
por el otro, engendraban sus semejantes, dejan-
do caer- la semilla en la tierra como las cigarras,
Júpiter resolvió dividir estos andróginos, hacien-
do de uno dos y desde entonces la generación
se hizo mediante la unión del varón con la
hembra.
Reproducido se halla este mito por algunos
naturalistas y filósofos alemanes (Oken y Krau-
se) al considerar el cuerpo del hombre y de la
mujer como dos mitades que al abrazarse recons-
tituyen el todo íntegro y completo, del cual
primitivamente proceden. Admitido se halla
también por la sabiduría popular cuando estima
varón y mujer respectivamente como las medias
naranjas que se completan de modo recíproco;
Al término del diálogo, todos se disponen á
oir á Sócrates, que considera el amor ser inter-
medio entre el mortal y el inmortal, un demo-
nio, cuya función propia consiste en servir de
intérprete entre los dioses y los hombres, lle-
vando de la tierra al cielo los votos y el ho-
menaje de los mortales y del cielo á la tierra
las voluntades y beneficios de los dioses. Hijo
el amor del dios de la abundancia Posos y de
la pobreza Penia, tiene por aspiración final lo
bello y el bien. Ama lo bello el que desea po-
seerlo y producirlo para perpetuarlo; el que as-
pira á la inmortalidad, enamorándose, en una
gradual evolución, de la belleza del cuerpo pri-
mero, de la del alma después y finalmente de
la superior que es la de la inteligencia. — Queda
así elevada la teoría del amor á su más alto y
superior sentido moral, pues, en último término
para Sócrates y Platón el amor, sublimado y
depurado de la escoria de la pasión, es el amor
de lo bello y de lo bueno, identificados con la
verdad.
Ya se puede colegir por la exposición de
esta teoría cuanto ha influido la poderosa intui-
ción del filósofo griego en la manera de ser con-
cebido y aun sentido el poderoso afecto del
amor en todo el largo trayecto de la cultura
cristiano-europea. Podrá apreciarse el eco de la
doctrina platónica, recordando que hasta los
mitos, con que da relieve y plasticidad á sus
ideas, persisten como emblemas vivos á través
de las transformaciones y cambios que fe,
creencias y aspiraciones han .sufrido.
U. González Serrano.
-*-
HISTORIA DE DOS NOTAS
Kl jilmn es un ncnrde
ílcltrnzón y <-l s< nti*
miento.
(Kl Autob.í
Nacieron en pobre, sí, pero grande y hon-
rado aposento; habían sido arrancadas de un
miserable vioHn con más nños que agujeros y
hendiduras tenía.
Al elevarse en el espacio, decían:
— ¡Oh, Dios mío! Comenzamos ya á vivir...
— Tan pobres hemos nacido que nadie for-
mará con nosotras acorde alguno; nuestro oi'i-
gen es despreciable.
— Pues qué, ¿acaso nuestro origen turbará
nuestra dicha?... Somos puras... hemos sido
concebidas por una inteligencia sublime.
Vagando y subiendo iban las infelices notas
traspasando todo cuanto se oponía á su paso.
II
Tanto ascendieron, que Dios las llamó y
dijo:
— Mirad, pobres é infortunadas notas, os voy
á dar un consejo: idos otra vez á la tierra, bus-
cad un alma pura y naciente, penetrad en ella
y formad la base de un corazón modelo, de una
imaginación ardiente, de una inteligencia artís-
tica, en fin. Os cabrá la satisfacción de haber
sido vosotras causa de aquel portento de belle-
za... no viviréis errantes...
1 — ¡Ah, Dios mío! Seríamos arrojadas en el
pentagrama.
— No, queridas; hay en el hombre' un amor
que nace con él, que no es para nadie y es para
todos; pues bien: así hay en los músicos unas
notas, íuente de las demás, notas que quedan
UNA DECLARACIÓN
siempre en el alma, notas que no son para tal ó
cual pentagrama, sino para todos los del Uni-
verso... Andad, pues, idos y sed felices.
— Así sea, querido Padre.
Diciendo esto en incomparable dúo, las notas
se fueron; llegaron otra vez á la tierra y posá-
ronse en el tiernísimo cerebro de un niño aca-
bado de nacer.
¿Habrán sido felices?
ni
Pasaron años.
El niño, desarrollado ya, y convertido en
hombre, fué uno de *los mejores músicos de su
tiempo, y murió después de haber terminado
una preciosa composición, que dejó extraordi-
nario recuerdo entre sus contemporáneos y des-
cendientes.
IV
Las notas, á la muerte del notable músico,
vagaron algún tiempo sobre este valle de risas
y lágrimas, y volvieron suspirando á dar á Dios
la bella nueva de haber conseguido su ob-
jeto.
— ¿Y el alma de que formabais parte? — les
interrogó el Sabio de los sabios.
— Estamos confundidas en ella.
Al decir esto, sonó en el espacio una melodía
que hubieran envidiado los ángeles cuando co-
rren por la inmensidad en concierto mágico.
— Yo soy la nota de su sentimiento.
• — Yo la de su razón.
Oyóse un beso en sublimes acordes, como los
que bullen un momento en la imaginación de
un músico, y no vuelven jamás, acordes que no
es posible trasladar al papel.
Dios las condujo, y
V
Nuestra vista humana no alcanza más. Gra-
cias si tal vio.
CORCELIO.
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638
LA EL-USTRACION IBEBICA
E PROYECTADO PALACIO
GOBIERNO CIVIL DE BARCELONA
Hemoe tenido ocasión de ver, antes de ser re-
mitidos á Madrid, los planos de las obras de re-
forma y ensanche del edificio conocido hoy por
la Aduama y no podemos menos de felicitar á
nuestra dignísima primera autoridad civil, ex-
celentísimo Sr. D. Luís Antúuez, por su inicia-
tiva y fortuna al dar forma al pensamiento de
convertir aquella hoy deteriorada fábrica en un
magnifico palacio donde estarán centralizadas
todas las dependencias de Gobernación y To-
mento, con no poca comodidad del público y
ventaja del buen servicio. Desalojadas de allí
la Delegación de Hacienda y la Aduana y en-
sanchada su capacidad con los 16.(X)0 palmos de
terreno obtenidos avanzando hasta la Huea que
ocupaba el ex-Palacio Real resultará una obra
verdaderamente monumental, que honrará á
Barcelona, á pesar de lo cual y gracias al incan-
sable empeño puesto por el señor Aotúnez en
su realización podrá ser muy pronto un hecho
sin el menor gravamen para nadie.
Los arquitectos señores D. Salvador Vinyals
VERONA: PORTAL DE LA IGLESIA DE SAN ZENO
y D. José Domenech y Estapé, secundando los
levantados propósitos del señor gobernador han
desarrollado admirablemente el pensamiento de
convertir la actual Aduana en lo que las necesi-
dades modernas exigen que sean un Gobierno
Civil de la importancia del de Barcelona; res-
petando la típica arquitectura exterior de la
Adnana han reformado la actual distribución
interior de la más feliz manera, al objeto de
que puedan tener holgada cabida allí todas, ab-
solutamente todas las oficinas y servicios del
ramo y no sólo esto, sino que en determinados
casos no pueda desearse más suntuoso local
para grandes recepciones etc., etc.
El señor Antúnez cuyo mando en esta pro-
vincia se recordará siempre con rarísima satis-
facción, ha añadido un nuevo motivo á los mu-
chos que tienen los barceloneses, sin distinción
de partidos, para felicitarse de tener á su frente
tan excelente antoridad, así como para felici-
tarle nna vez más por su brillante gestión y fe-
cunda iniciativa.
O.
NUESTROS GRABADOS
COSICHDO ROSAS
Es «Uta una ocupación de las más agradables, pero que de
cada día se va perdiendo más en las ciudades, donde todo se
compra hecho desde el amor hasta los ramilletes. En cuanto
■1 grabado es lindísimo y la protagonista un modelo de
suave belleza.
HISTKISS ARTOrKlTTI BTIBMKO
Trátase de una famosa cantante, muy popular en Inglate-
rra. Nacida en Norte América, de una familia de ilustre abo-
lengo, es actualmente esposa amante y madre cariñnsisImB,
no desdeñando por los lisonjeros haliigos de la gloria, las
dulzuras det hogar, vi^g que como artista dramática, descue-
lla como conceltista, y posee una voz de contralto verda-
deramente notable. Ks bella, tiene talento y viste con tal
sencillez, que casi nunca se la ve usar Joyas; siendo sus pre-
dilectos adornos loa violetas naturales.
BII.B40: ii.nurmcidV dil pdinti del arkicil
LA KOCIIS DEL 12 DE BETIEUIIKI , AL REOSESAB DI
PORTCOALETI 8. ». LA KEIKA RIOENTE
Dibujo de Atatla, tegún un apunte del señor D, J. liartituz
Hé aquí en qué términos describe el distinguido periodista
D. Miguel Moya, la iluminación de la ría de Bilbao en la
ocasión dtada más arriba:
«Imposible Imaginarse nada semejante, ni hay medios de
describirlo. Todos confesaban no haber presenciado Jamás
nada igual. Muchos decían que puede hacerse uu viaje desde
Madrid solamente por ver el espectáculo.
Los más eruditos recordaban que las famosas fiestas de las
bodas del l>ux de Veuocla, doblan ser algo semejante.
Puede decirse que desde Portugalete hasta el puente
nuevo de Bilbao, habia más de cuatro millonea de luces.
La falúa de la reina tenia algo de la aristocrática góndola
veueciaua y algo también de los antiguos navios reales. Se
llama l'úcai/a ,■ tiene una hermosa cámara alfombrada de
terciopelo doude pueden colocarse varias butacas. Va tripu-
lada por veinte remeros.
Cuaudo sall(^ de Portugalete era ya de noche; una noche
tibia y serena.
Los balcones de las casas que tienen vistas al mar, estaban
adornados con colgaduras y lucían preciosos farolillos. Eu la
ría centenares de barquillas con banderas. Iluminábanse
también las lauchas, de las que parllau sin cesar bombas y
cohetes.
En el muelle agolpábanse para ver la comitiva millares
de personas. ¡Qué auimacióul ¡Qué ruldol
La derecha del camino de Portugalete ofrecía un aspecto
sorprendente. Las fábricas cou sus hornos enceudldos, sus
embarcaderos cubiertos de arcos Iluminados por caprichosos
Juegos de luz. La izquierda, camino Arenas, velase ilumina-
do en su linea de 14 kilómetros por faroles de los carruajes
particulares y coches tranvías.
Los altos hornos encendidos daban al cuadro mágico
aspecto, üuo de los sopletes de la fábricade acero de Ibarra,
iluminaba la ría como si fuera un poderoso foco de luz
eléctrica
En la Orconera aparecía hecho en cerilla el escudo de
España tan primoroso que semejaba uu bordado sobre ter-
ciopelo ó una obra de Incrustaciones de Eibar. Fué miy
aplaudido.
Todos los vapores anclados en la ría estaban Iluminados:
todos saludaban con cohetes, bengalas, bombas y otros fue-
gos ariiflciales.
Cerca de Bilbao llamaban mucho la atención las Uuml ili-
ciones de la fábrica de petróleo de Fourcade, del asilo de San
Mames, la Universidad católica, el palacio de Ibarra y otros
edificios particulares.
Los muelles estaban ocupados por Inmenso gentío.
Imposible describir el aspecto de Bilbao al regreso de la
comitiva. Los puentes aparecían dibujados con distintos
colores; uno rojo, otro verde, otro azul. El Parque de artille-
ría, el Club Náutico y algunas casas particulares eran como
de luces de colores.
En ambas orillas estaban pue.- tos todos los farolillos que
se utilizaron en las tiestas de Jubileo de la reina Victoria.
A las nueve de la noche verlflcábase el desembarque.
Bilbao conservará eterna memoria de esta fiesta asombro-
sa, que sería imposible en ninguna otra ciudad de Espaua.
Cuantos la han presenciado diccu unánimes que será dificil
ver algo semejaute. »
uAlaoa: las fiestas del centenario de la reconquista
uoros y pajes
Dibujo de Asarla, según las fotogra/ias
Brillante aspecto presentaba la cabalgata histórica repre-
sentando la entrada de los Reyes Católicos en Málaga, que
en la tarde del 19 del pasado Agosto recorrió las calles de
aquella dudad: -Injo y ostentación como eu una comedia de
m«gla,' decía el Sr. D. E. de Palacio.
Bandas de soldados, moros cautivos, el clero, la corte,
palafreneros, un catapulta y bombardas formaban el cortejo,
que presentaba un aspecto deslumbrador y en extremo bello.
Las lucientes armaduras, los vistosos plumeros, ondulando
sobre brillantes cascos, las dalmáticas, sobrevestes y bien
guarnecidos toneletes, las lorigas, calzas, cotas, adnrgas,
guanteletes, mandobles, cimitarras, turbantes, alquiceles,
pendones, ballestas y venablos, que trocaban los hombres
del siglo XIX en valerosos adalides del siglo xv, parecía una
de esas escenas descritas en los cuentos fantásticos.
Los jóvenes de la sociedad mal>igneñ i más distinguida
vestían de capitanes y magnates.
La ciudad toda engalanada .
Esto es el campo cuando se le mira sin ánimos de ver eu
él nada más que un teatro de incestos, violaciones, borra-
cheras y demás ameni'lades atfson'intes. Al descubrir un rincón
como ese, -que es de todo punto auléiitlco— piensa uno mejor
en ondinas y silvanos que no en moustruosos y repuLrtiaules
campesinos y antes croe oír resouar la fiauta de Pan que no
aquellos sonidos «cAocAríwff, que son ai parecer la última pa-
labrad^ cierto fabricante de novelas.
LDOANO Y .MONTE 8A1.V1TORB
Tiene el lago de Liig^mo cinco leguas de longitud yior una
anchura media de media legua y se halla á 285 metros de
elevación sobre el nivel del mar y á 58 sobre el lago Mayor,
en el cual desagua. Aunque Lugano es una ciudad suiza,
capital del cantón de Tesino, tiene todo el aspecto de una
población italiana, apareciendo, vista desde orillas del lago,
rodeada de Jardines, viñedos y elegantes casas de campo.
IxA. ILU8TBACI0N IBÉRICA
639
TIPOS JAPOMESIB
D€ fotografía
Creemos que nuestros lectores verán con el mayor gusto
estas bellas reproducciones que dan á conocer en toda su
exactitud las maneras'y tipos de la gente del Japón.
APABICIÓV INKSPIRjtD\
Las dos señoras iban de paseo c<iandn una de ellas se sin-
tió repentinamente Indispuesta; aqui de la otra dando giitos
de socorro, y en efecto, apareció cierto cabnliero que se
dedicaba asimismo á VHgar por aquellos andurriales. Empero
¿cuál no sería la confusión de las dos expedicionarias cuan-
do reconocieron en el lecién llegado al hombre con quien
más enemistadas estaban por cuestión de una herencia? Él,
sin embargo, no reveló ia menor acritud y aun ¿quién sabe
si de aquella hecha el pleito no quedarla arreglado, transi-
giéudose todo mediante un casamiento?
El dibujo es muy bonito y revela perfectamente la situa-
ción de cada personaje.
CNA DICLARACIÓN
Linda escena, que agradará seguramente á cuantos cole-
gas de los protagonistas la vean, y aun á aquellos que ha-
biendo dejado ya de serlo, recuerdan, sin embargo, los dias
felices en que hacían declaraciones.
SAN SEBASTIAN: iA CONCHA
Dthujo de P. y Valor
Al pié del monte Orgullo y semejante á una náyade que
acabase de surgir de las profundidades del mar, aparece á los
ojos del viajero, bellísima, nítida, risueña la ciudad de San
Sebastián.
Celebrada siempre por la hermosura y regularidad de sus
calles, ha Ido en estos últimos tiempos convirtiéndose la ca-
pital guipuzcoana de preciosa bonboniere t n suntuosa estación
balnearia, gracias á su incomparable playa de la Concha, pu-
diendo asegurarse hoy que existen en Europa pocas ciudades
que puedan eomp»rar^e eu San Sebastiáu como centro de
animación y agradable sitio donde pasar el verano.
UN KNTEEaCTO
Estamos en el teatro de San Jaime, uno de los más aristo-
cráticos de Londres; puede figurarse el lector que cada uno
de esos señores es, cuando menos, millonario, director de
un periódico ó colega de Mr. Parnell; ¡txcustz du pe«/ La con-
signa de preseutarse de rigurosa etiqueta se cumple Inexo-
rablemente y de ahí que la sala aparezca siempre hecha una
ascua de Oi o. En cuanto á lo que representarán ahí proba-
blemente no valdrá la pena de escucharlo, pues si los ingle-
ses son, como creo yo, los primeros novelistas del mundo, en
cuanto á autores dramáticos están todavía peor que nosotros
que ts, cieilameute, todo lo mal que se puede estar.
VKRONa : PÜI{T.«I. 1)K I.A IGLESIA UK S^N ZBNO
Es la más curiosa de cuantas iglesias contiene la ciudad;
coinenziida por uu hijo de Carlomfigno y restaurada por el
emperador alemán Otón I, data, siu embargo, en su mayor
parte, del siglo xii. Ese portal, que se remonta á los prime-
ros tiempos de la construcción del templo, es un notabili
simo ejemplar de la barbarie en que había caído la escultura
("urante la decadencia cariovlngla y las invasiones húngaras.
SALA DE FUUAB EN LA SOCIEDAD DE ARTISTAS DE LONDRES
EN NEWMAN STREET
Más que por la importancia del asunto descuella este gra-
bado como obra de arte singularmente notable, ya que cons-
tituye un dibujo de primer orden, lleno de color y luz. El
fautor quiso rendir, sin duda, un tributo de admiración á sus
compañeros de fumar reproduciendo el aspecto del salón
con tanto esmero y brillantez como si se tratase de un di-
bujo destinado á la posteridad.
A MI MADRE
¡Madre! ¡Madre mil vece.s! ¡Madre mía,
que cariñosa un día
me adormiste en tu cómodo regazo!
¡Madre llena de amor, que en tu embeleso
me diste un dulce beso
de tu lado al partir, y un fuerte abrazo!
Oye la débil voz de tu hijo ausente
que .sabe balbuciente
¡madre! clamar como cuando era niño;
oye el eco vibrar de mis canciones
con santas efusiones
de ternura, de paz y de cariño.
Pero madre... no sé ya cómo canto
cuando me arraso en llanto,
y todo, de tí ausente, encuentro frío,
ni cómo puedo hallar voz tierna y pura
no oyendo la dulzura
con que sabes decir: — ¡Dulce hijo mió!
Porque nada yo encuentro, nada, madre,
que á mis delicias cuadre
ni me dé más ventura y alta palma,
que el oírte exclamar con regocijo
tan cariñosa, — ¡Hijo! —
para decirte yo: — ¡Madre del alma!
¡Hijo mío! y ¡ay madre!... Dos palabras
con que mi dicha labras
teniéndolas continuo en nuestros labios
que nos llevan de amor hasta el exceso
y el plácido embeleso
ni los grandes, comprenden, ni los sabios.
¿Qué es del hombre sin madre cariñosa
que angélica reposa
los fantásticos sueños de la mente?
¿Cómo el hombre hallar puede paz cumplida
sino ha visto en su vida
tiernos labios posar sobre su frente?
[Ay, huérfano infeliz! Huérfano triste
que en otro tiempo viste
recogiendo una madre tus suspiros,
y hoy solo... solo ya, te hallas cual ave
sin nido, que no sabe
hacia dónde tender sus raudos giros.
Huérfano... ¡Ay! En tu dolor me espantas
cuando la voz levantas
clamando «madre, madre,» en tus dolores,
y no ves una madre que volando
se acerque y derramando
sobre tí la efusión de sus amores...
¡Cuánto soy yo feliz! ¡Cuánto dichoso
al llamar cariñoso
«madre, madre,» en mi triste desconsuelo
y verla que se acerca tan precisa
con su blanda sonrisa
vertiendo en mí raudales de consuelo!
¡Oh Dios!... Pues que la ves en el ocaso
de la vida, su paso
casi inseguro, con tu mano guia,
conservádmela. ¡Cielos! mientras tanto
que yo en mi pobre canto
.mil veces la bendigo ¡oh madre mía!
EzEQUiEL Solana.
-*
LOKIS
(CONTINUACIÓN)
— El señor profesor, — dijo el conde, — viene á
quejárseos de la señorita Juliana que le ha he-
cho una mala pasada.
— Es una niña, señor profesor, hay que per-
donárselo. A menudo me desespera con sus
locuras. A los diez y seis años era yo más razo-
nable que no lo es ella á veinte; pero en el fondo
es una buena muchacha y posee cualidades só-
lidas. Es buena música, pinta divinamente
flores, habla igualmente bien el francés, el ale-
mán y el italiano... Borda...
— ¡Y hace versos jmudos! — añadió el conde
riendo.
— ¡Es incapaz de ello! — exclamó madame
Dowghiello á quien hubo que explicarle la tra-
vesura de su sobrina.
Madame Dowghiello era instruida y conocía
las antigüedades de su país. Su conversación
me agradó singularmente. Leía mucho nuestras
revistas alemanas y tenía nociones muy sanas
sobre la lingüística. Confieso que no me di
cuenta del tiempo que la señorita Iwinska
tardó en vestirse, pero pareció largo al conde
Szemioth, que se levantaba, volvía á sentarse,
miraba á la ventana y tecleteaba con sus dedos
en los cristales como un hombre que pierde la
paciencia.
Por fin, al cabo de tres cuartos de hora, apa-
reció, seguida de su aya francesa, la señorita
Juliana, llevando con gracia y aplomo un traje
cuya descripción exigiría conocimientos muy
superiores á los míos.
— ¿No estoy bonita? — preguntó al conde, vol-
viéndose lentamente sobre sí misma para que
pudiese verla de todos lados. — No nos miraba
ni al conde ni á mí; miraba su traje.
— ¡Cómo, lulka! — dijo madame Dowghiello,
— ¿no le das los buenos días al señor profesor,
que está muy quejoso de tí?
— ¡Ah! ¡Señorprofesor! — exclamó ella con una
muequecita encantadora. — ¿Pues, qué he hecho
yo de malo? ¿Por ventura queréis ponerme en
penitencia?
— Nosotros seríamos los que nos pondríamos
si nos privásemos de vuestra presencia, seño-
rita,— le respondí. — Estoy muy lejos de que-
jarme, antes al contrario, me felicito de haber
sabido, gracias á vos, que la musa lituana re-
nace más brillante que nunca.
Ella bajó la cabeza y poniéndose las manos
delante la cara, teniendo cuidado de no des-
arreglarse el peinado, exclamó:
— Perdonadme, no volveré á hacerlo más, —
con el tono de un niño que acaba de robar unos
dulces.
— No os perdonaré, querida Pañi, — le dije,
— hasta que ha3'áis cumplido cierta promesa
que tuvisteis á bien hacerme en Wilno, en casa
de la princesa Katazyna Paf.
— ^¿Qué promesa? — dijo ella levantando la ca-
beza y riendo.
— ¿Lo habéis olvidado ya? Me prometisteis
que si volvíamos á encontramos en Samogicia
me haríais ver cierta danza del país de la cual
contabais maravillas.
— ¡Ah! ¡La rosalka! Estoy deliciosa en ella,
y hé ahí, justamente, el hombre que me conviene.
Corrió á una mesa donde había cuadernos de
música, hojeó precipitadamente uno, lo puso en
el pupitre de su piano y volviéndose á su aya
dijo:
— Tened, cara amiga, allegro presto. — Y tocó
ella misma, sin sentarse, el ritonielo para indi-
car el movimiento. — Venid aquí, conde Miguel,
sois demasiado lituano para no bailar bien la
rosalka... pero, bailad como un campesino ¿en-
tendéis?
Madame Dowghiello insinuó una reprensión,
pero en vano. El conde y yo insistimos. El te-
nía sus razones, puesto que su papel en este
paso no era de los más agradables, como se verá
pronto. El aya, después de algunos ensayos,
dijo que creía poder tocar esta especie de vals,
por extraño que fuese, y la señorita Iwinska,
después de haber apartado algunas sillas y una
mesa que hubieran podido estorbarla, cogió á
su caballero por el pescuezo y le condujo en
medio del salón.
— Sabed, señor profesor, que yo soy una
rosalka, para serviros. — Hizo una gran cortesía.
— Upa rosalka es una ninfa de las aguas. Hay
una en todas esas charcas llenas de agua negra
que embellecen nuestros bosques. ¡No os acer-
quéis á ellas! La rosalka sale, más linda aún
que yo, si esto es posible; se os lleva al fon-
do, donde según todas las apariencias, se os
zampa ..
— ¡Una verdadera sirena! — exclamé yo.
— El, — continuó la señorita Iwinska, seña-
lando al conde Szemioth, — es un joven pescador,
muy botarate, que se expone á mis garras, y yo,
para hacer durar el placer, voy á fascinarle
bailando un poco á su alrededor... ¡Ah! Pero
para hacerlo bien me sería menester un sara-
fan (1). ¡Qué lástima! Tendréis á bien excusar
este traje que no tiene carácter, color local...
¡Oh! Y llevo zapatos... Imposible bailar la ro-
salka con zapatos... ¡Y aun, con tacones!
Levantó su vestido y sacudiendo con mu-
cha gracia su lindo piececillo, á riesgo de
enseñar un poco la pierna, arrojó su zapato al
extremo del salón. El otro siguió al primero, y
ella quedó sobre el parquet con sus medias de
— Todo está á punto, — dijo al aya, y empezó
la danza.
La rosalka gira y regira al rededor de su ca-
ballero; él extiende los brazos para alcanzarla;
ella pasa por debajo de ély^se le escapa. Eso es
(1) Traje de las labradoras, sin corpino.
&40
LA ILUifEBAGION IBÉRICA
mny gracioso, y la música tiene movimiento y
originalidad. La fignra termina cuando el caba-
llero, creyendo coger á la rosalka para darle un
beso, da ella nn salto, le pega en la espalda y
cae él á sus pies como muerto... Pero el conde
improvisó una variante, que fué coger á la p¡-
carilla en sus brazos y darla contante y sonan-
te un beso. La señorita Iwinska lanzó un ligero
grito, se ruborizó mucho y fué á caer en un sofá
con aire enfadado, quejándose de que la hubiese
oprimido como un oso, que no era más. Vi que
la comparación no le gustó al conde, porque le
recordaba una desgracia de familia; su frente
se oscureció. En cuanto á mí, dlle vivamente
las gracias á la señorita Iwinska y prodigué
elogios á su danza, que me pareció tener un ca-
rácter de todo punto antiguo, recordándome las
danzas sagradas de los griegos. Puí interrum-
SALA DE FUMAR EN LA SOCIEDAD D ARTISTAS DE LONDRES, NEWMAN-STREET
pido por un criado anunciando al general y la
princesa Velíaminof. La señorita Iwinska dio
un brinco desde el sofá á sus zapatos, hundió
en ellos precipitadamente sob piececitos y co-
rió al encuentro de la princesa á quien hizo
ana tras otra dos profundas cortesías. Noté que
á cada una de ellas enderezaba mañosamente el
empeine de sus zapatos. El general traía dos
edecanes, y como nosotros venía á pedir de
comer. En cualquier otro país pienso que una
ama de casa se hubiera visto algo embarazada
para recibir á la vez á seis huéspedes, y con
buen apetito; pero es tanta la abundancia y
hospitalidad de las casas lituanas que la comida
no se retardó, me figuro, ni media hora siquiera.
Únicamente había hartos pasteles calientes y
fríos.
(Se continuará.) Traducción de A. O.
iBIDUSIliaill: brtii, 3SS-3(7, Eaaíi Itliut, Uittr. — StstrTaili» los derechos de propiedad artística ; literaria.— Las reclanacioDes en Madrid, al represeotaoU de esta Casa D, Haogel Plá j Valor, Apodaea, 10, 2.'
) INSÉRTESE Ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL (
KitTABLsciMiBirro TiPoaiUnco os B. Bassoa.— Caixb db Viujumou., húm. 17 utsiutCHB db Sah áktohió.— Bahcbloma.
SEMANARIO CIENTÍFICO. LITERARIO Y ARTÍSTICO
s>?s\C!'
Año V
Barcelona 8 de Octubre de 1887
Nmn. 249
DAMA VIENESA
642
LA ILUSTr^ACION IBÉRICA
SUMARIO
Tkxtu.— Ifadrid. Ctariu á mi prima, por Femanflor.— IM tdt-
Im mUKite (eontiniuaión), por Vicente Blasco Ibáñei.—
JSipatMd» wtariHma de Cádiz, por Patrocinio de Bledma.
—Bbeio, por J. F. ««nm«rHn y Aguiíre.— fíMío^rq/io.
por Carlos Mendoia.— JCmdtjra (poeaia), por Cayetano de
Airear.— N'uestioB (Trabados.— JfiMrfo (poesía), por Enri-
que Goniáleí Qnesada.— ¿otü (continuación), por Pnte-
pero Mcrlmée (traduoción de A. O.)
GuaAOos. —Dama vienesa.— £90«<cii(i> de Beliat Arle» de Pa-
rit lie 1887: Herodlas. -ffilMo. Festejos con motivo del
viaje de la real familia (dos grabados).- Recuerdos del
último rey de Baviera (tres grabados).— podrid: Expon-
riin general dr Filipina» (cuatro grabados).— El canal.—
Madrid. Expotieión Naeioital de BeOa» Arte* de 1887: ITi-
mavera.— Jfíi/apa. Tjis Qeslas del Tentenario de la Rcoon-
qoiatk: Reyes de armas y peones cristianos.— Expulsada.
—Calle Jorge, en HalifaT (Kueva Escocia).
MADRID
C>^.I%T.A.S .A. IkfZ I>T<.n^ A.
RECUERDOS DEL TEATRO REAL
E ANANA sábado se inaugurará la tempo-
rada del regio coliseo, con la ópera de
gran espectáculo Ugonotti, en la que ha-
rán sn debut la Tetrazzini, Marconi, Giannini y
Blanchart, tomando parte además las señoras
Fabri, De- Veré, Gassull y Garrido y los señores
Uetam, Silvestri, etc.
El maestro Mancinelli dirigirá la orquesta.
La ópera del Real y los toros son los espec-
táculos que atraen á nuestra sociedad y que les
obligan á dejar sus residencias de verano. Ayer
los trenes venían ilenos de viajeros, cuyo pro-
pósito era asi.stir á la corrida en que tomaría la
alternativa Guerrita; boy por la mañana ha-
brán llegado los últimos abonados del Real que
.salieron con pretexto del calor. Y en verdad
que si quieren tomar el fresco , no necesitan
quedai-se en el Norte de España, ni en el Me-
diodia de Francia. Madrid, á estas horas, le
ofrece á cualquiera sus más fulminantes pul-
monías.
Todo pasa para el cortesano menos el teatro
Real; iba yo á decir menos la música, pero esto
j'a no es tan evidente. Es el edificio, como punto
de cita, como escaparate de la hermosura, de la
elegancia, de la riqueza de la vanidad, lo que
atrae; lo que fascina. Es preciso que concurra-
mos á este sitio, preferentemente, si no quere-
mos vernos borrados de la lista de las notorie-.
dades. Caro es, sin duda, el teatro Real, pero
tan^^ién da utilidades preciosas; á la bella y al
elegante, y al rico y al vano, les da campo
donde triunfar, donde ser admirados, en el cual
pueden resplandecer como primoroso engar-
ce. Frecuentemente censuramos á los que salen
de sa esfera, á los que sacrifican su escaso
dinero, que debieran emplear en cosas útiles,
para obtener una consideración debida sólo á
esas vanas apariencias... ¿Pero es que el hombre
á quien hace dichoso la consideración obtenida
por esas apariencias fingidas, no goza tanto con
su dicha como aquel á quien da el mundo úni-
camente la consideración que le debe de toda
realidad? Goza tanto y más todavía. Mas, puesto
que no la merece. El ser cursi, cuando siéndolo
se cree no serlo, es nn manantial de profundísi-
mas satisfacciones.
Así, pues, no es la música, no es la ópera, no
es el arte, lo que al teatro Real nos lleva. Es
un fursiliumo espléndido; allí vamos todos por
algo brillante y falso que no llevamos con nos-
otros mismos, qne sólo podemos adquirir ba-
ñándonos en aquella atmósfera dorada.
¿Cómo podrían vivir antes las gentes sin
ópera y sin teatro Real? Esto se preguntan mu-
chas y muchos elegantes. Madrid mismo no se
comprende sin su teatro italiano. Han pasado
las instituciones y cuando él ha quedado de-
sierto, los gobiernos, lo mismo los de lu monar-
quía que los de la lepi'iblica, han dicho: «¡El
vacio del teatro Real nos deshonra en el mundo
civilizado!» }' le han concedido subvención y le
han llenado de burgueses, vestidos de limpio.
El teatro Real es inexpugnable; es más que una
institución; es un aforismo. Representa el honor
de la capital de España. Se puede destruir un
edificio, pero no demolir una frase.
Su misma ya respetable antigüedad lo de-
muestra; aunque es cierto que en fundarle se
invirtió casi tanto tiempo como lleva de efecti-
vidad artística. ¡Gran constancia solemos poner
en aquellas obras de que esperamos mero de-
leite! Ya sabes que entre las ideas in<is pertina-
ces de nuestro catolicismo sin mácula está lu
de fundar una catedral nueva, flamante, debida
completamente á la iniciativa de los madrile-
ños... Relaciona los siglos que lleva Madrid de
ser pueblo católico y verás que no se ha dado
gran prisa en realizar tan loable propósito. En
cambio la ópera, en España, data, — si hemos de
creer á Signorelli, — de fines del siglo pasado.
No parece que sea tan nueva; ya Carlos II, —
según otra opinión, — se casó con música italia-
na; pero ello es que Madrid contaba con dos
teatros nuevos, bajo los auspicios de Isabel de
Farnesio y que la idea de un teatro magnifico
para ella debía ser la pesadilla constante de
nuestros reyes. La afición de los reyes aseguró
la afición universal de este pueblo; que de ellos
ha recibido siempre órdenes, modas y aficiones.
Los madrileños somos aficionados artificiales;
aquí no hemos podido aclimatar la zarzuela, ni
podremos jamás aclimatar la ópera española
Bajo este punto de vista nos distinguimos de
h)8 barceloneses que sostienen compañías de
ópera de primera importancia, sin que su ciu-
dad sea trono de reyes, ni centro de gobernar,
ni pretenda regir al mundo de la elegancia y la
vanidad. Esta afición de los catalanes hacía
que el mismo Rossini la cita.se, como verdadera
ciudad de la música, y cuando había compuesto
una ópera solía decir: ¡Esto se cantará desde,
Barcelona á Petersburgo! Al hablar de Madrid
en este caso Rossini diría, sin duda: ¡Los en-
treactos de esta ópera harán furor en Madrid!
Porque entre los filarmónicos de nuestro teatro
Real lo más interesante, lo que ellos aman, es
los entreactos.
He dicho antes que se tardó mucho tiempo
en construir el teatro Real, y que la persisten-
cia en la obra manifiesta el empeño que pone-
mos en los monumentos de nuestro placer. En
efecto, prima, en 1818, nada menos, se emjxzó á
abrir la zanja del teatro de Oriente bajo la di-
rección del arquitecto D. Antonio López Agua-
do y no se inauguró hasta el 19 de Noviembre
de 1850, en celebridad de ser los días de la rei-
na. Se inauguró con La Favontn, habiéndose
reunido lo mejorcito de los cantantes de Euro-
pa, para mayor brillantez de solemnidad tan es-
perada.
Mientras tanto que el teatro se alzaba desde
las zanjas hasta el techo, habían batallado en
Madrid y sobre España la política y la literatu-
ra, reformando las instituciones, las costumbres
y los trajes. El pueblo había sido esclavo y ha-
bía sido soberano, la Inquisición había desapa-
recido, los franceses habían entrado, había muer-
to Riego, se había representado La pnta de
cnlrra y estaba para inaugurarse el ferrocarril de
Aranjuez. Carlistas y liberales se despedazaban
en la península con el simple objeto de que sus
jefes se reuniesen después, de frac y guante
blanco, en los pasillos del teatro y aplaudiesen
juntos el genio de los compositores y la voz de
los cantantes italianos. Pero mejor que por es-
tas citas cronológicas entenderás bien el gran
espacio de tiempo que duró la edificación del
Real si consideras que las damas reunidas, por
curiosidad, á ver las zanjas del futuro coliseo,
vestían saya de alepín con fleco de cordonería
de media vara, con golpes y hombreras, toquilla
de tul, mantilla de punto redondo, media do
seda calada y zapatos de raso. Por supuesto, lu-
cían la famosa peineta. ¿Qué tal? mírate y com-
para tu traje. Cientos de figurines han mediado
desde entonces, pasando por aquellos miriña-
ques y aquellas cocas y aquellos peinados á la
Fuoco que embellecieron los años inaugurales
de la Opera y de los cuales vagamente me acuer-
do, encontrando que también con ellos las mu-
jeres estaban guapas y la música conmovía los
corazones.
Verdad es que si los figurines han variado
mucho desde 1818, también los precios de las
localidades han variado desde la inauguración
del teatro. Entonces las butacas ó lunetas cos-
taban veinticuatro reales en el despacho; un
palco platea costaba cien.
Ahora que tanto preocupan los incendios
en los teatros, vemos que también les preocupa-
ba á los arquitectos del Real, pues ellos esta-
blecieron en los descansos de las estaciones ge-
nerales unos registros de agua formados de una
pila de piedra berroqueña con su grifo y surti-
dero correspondiente, cincuenta varas de man-
guera con su pitón y cuatro valdes de lona. El
agua debía surgir por todos los ángulos del edi-
ficio. Ignoro si estos aparatos están útiles hoy
en día, pero sí sabemos que se les ha comple-
mentado con el famoso telón de agua, promesa
deliciosa de un nuevo Diluvio.
Sin embargo, cuando la inauguración del tea-
tro no se habían limitado las precauciones á lo
referido. Las mangas necesitaban mangueros y
á este fin se había creado un cuerpo de bombe-
ros especiales, compuesto de ciento cuarenta
hombres. Y, ¡sabia previsión! como no todos los
días de función habría fuego en el edificio, los
ciento cuarenta hombres debían servir en las
comparsas con el sueldo que por este concepto
les correspondiera, cobrando sólo como tales
bomberos en los momentos extraordinarios; es
decir, cuando ardiese el edificio. ¡Qué diferencia
entre el antiguo corista y el de hoy! Aquél bajo
su traje de época, bajo su dalmática ó su hábito
de fraile, llevaba los instrumentos salvadores
de su*'profesión y parecía decir al abonado: ¡Es-
cucha confiado, que yo velo por lí! ¡No era un ■
pimple comparsa, era un protector, era un pa-
dre! Verdad es que se corría el riesgo de que
un comparsa incendiase con el hachón los bas-
tidores, sólo para demostrar al público lo bien
que sabía luego apagarle.
El propósito de los fundadores del teatro era
que se vendiesen flores en el mismo edificio y
estableció una tienda. Creyeron que entre las
flores y las notas hay armonía misteriosa, pero
evidente. Luego la tienda se ha dividido y tras-
formado en cestos y cacharros que llevan las
floreras convirtiendo las butacas y los palcos
en florestas que se mueven y que hablan. Tam-
bién se estableció una tienda de anteojos. Los
acomodadores se lian apoderado hoy de este co-
mercio importante. ¿Qué hubiera sido de la in-
vención de los teatros sin la de los anteojos?
En los teatros de la antigüedad, ¿cuántas her-
mosuras, cuántas escenas interesantes, no fueron
perdidas para muchos por no haberse descu-
bierto este remedio de los ojos?
Y se estableció también una tienda de guantes.
Había gentes que no se compraban guantes por
si acaso se suspendía la función; y filarmónicos
que insultados por otros de diversas opiniones
no podían airojarles al rostro un guante por no
llevarlos ni en las manos ni en el bolsillo. Y me-
nos cogidos entre los resortes del gibux, como
ahora se estila; era aquella la época del frac
azul y del frac verde y del frac de color de pasa
y de la anarquía de los fraques; y se acompaña-
ba de la chistera felpuda y reluciente, abollable
pero sin resortes.
¡Ah! está demostrado que las cosas cuanto
más sólidas y cuanto más durables parecen du-
ran menos; aún triunfan en el teatro Real las
primeras notas que los cantantes exhalaron; aún
La Farniita ncs enloquece, y por ella vive y
vivirá Gayane; en tanto que las mujeres encan-
tadoras y los hombres presuntuosos ó importan-
tes del teatro Real se desmoronan y que el edi-
ficio mismo se grietea y desvencija. ¡Espíritus
prosaicos, hombres prácticos, materialistas, bur-
gueses, construid algo más fuerte, más sólido,
más permanente que una nota, un verso, una
frase; que un sentimiento y una idea!
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
643
Creo que después de este reto valiente & los
seres vulgares puedo coucluir esta carta, y que
hasta debo concluirla forzosamente.
Hasta otra, pues, querida Carmen.
Tuyo,
Ternanflor.
UN IDILIO NIHILISTA
(continuación)
Entonces la joven levantó la cabeza y miran-
do gravemente al estudiante, repitió la seña á
lo que éste contestó.
El profesor cogió las manos de ambos jóve-
nes y díjoles asi respectivamente:
— Esta es mi hija Catya, alumna de la escue-
la de Medicina. Alejandro Ischerkassy, eminen-
te mecánico al que aguardábamos hace días. Y
ahora que ya os conocéis, — continuó el viejo, —
daos el beso fraternal.
Catya al oir esto presentó su frente á Ale-
jandro que ceremoniosamente estampó en ella
un tímido beso.
Después el joven se dispuso á salir.
— Adiós hermanos, — dijo inclinándose de un
modo extraño.
— Que pronto te veamos por aquí y no olvi-
des mis encargos, — contestó el profesor.
Y éste y su hija acompañaron hasta la esca-
lera á Alejandro, que atravesando la puerta de
la calle desapareció.
ni
Cuando Alejandro penetró en su habitación
de la posada, arrojó su tulupa y la gorra al suelo,
y se pasó las manos por la frente como aquel
que pretende arrancar de su pensamiento una
preocupación.
A pesar del frío y de la nieve, su rostro esta-
ba sudoroso y tenía todo el aspecto del que esti
sufriendo una penosa gestación cerebral.
El joven estudiante estaba excitado por las
palabras del viejo Martens.
El profesor había mezclado en su habitual
frialdad una gran dosis de entusiasmo, y Ale-
jandro á impulsos de éste agitaba su cerebro
con oleadas de pensamiento, y buscaba aún en
los últimos rincones de su imaginación el medio
de inventar aquella diminuta máquina que sir-
viera como de complemento á la sustancia ex-
plosiva de Martens.
El deseo de ser útil á sus hermanos le domi-
naba; además se sentía víctima de otra preocu-
pación.
Catya le había impresionado bastante.
Alejandro era un hombre completamente
virgen de las pasiones de la juventud.
Primeramente los estudios, y después las
cuestiones nihilistas habían absorbido toda su
existencia.
Alejandro nunca había sido joven. •
A todos los que con él hablaban les causaba
gran extrañeza aquel rostro fresco y lozano, que
jamás se descomponía á impulsos dé una son-
risa.
Sus amores habían sido los libros y la mecá-
nica, y toda su correspondencia cariñosa se
había limitado á las cartas que de vez en cuando
remitía á su madre.
Amaba una sola cosa, la Rusia, pero con
un amor fanático y tranquilo, con un amor se-
mejante en sus fines, al del médico que amputa
un miembro al cliente con objeto de salvarle de
la muerte.
Catya, la hija de Martens, como antes hemos
dicho, produjo alguna impresión en el ánimo
de Alejandro.
Este .se extrañaba verdaderamente de aquello.
Se decía interiormente que ora una niñada im-
propia de hombres serios, poro de continuo veía
en su memoria con los ojos del pensamiento
aquel rostro hermoso aunque grave, aquellos
ojos azules y profundos, aquella cabellera rubia
y reluciente, y sobre todo aquella frente tersa
cuya fina piel había rozado con los labios.
Aquel pensamiento era el que le preocupaba
fuertemente, borrando al mismo tiempo de su
imaginación parte de la actividad desplegada
para encontrar el apetecido invento mecánico.
Alejandro luchaba interiormente para despo-
jarse de aquel i'ecuerdo que le impedía encon-
trar la forma de la máquina que deseaba
Martens. Por fin, llamando en su auxilio las
palabras de éste que aún vibraban en su oído,
pudo lograr la victoria.
Acordóse de Rusia, del Czar y de sus herma-
nos de asociación, y la imagen de Catya borró-
se por completo de su memoria.
Lleno de fe púsose á pensar en el futuro in-
vento, y para ensimismarse mejor y concentrar
sus facultades en la misma idea, sentóse sobre
el viejo arcón y apoyó su cabeza entre las
manos.
Largo tiempo permaneció así, y su cerebro
trabajó sin cesar á impulsos del deseo.
Todos los sistemas mecánicos desfilaron ante
su pensamiento acompañados de un verdadero
EXPOSICIÓN DE BELLAS ARTES DE PARÍS DE 1887: HERODÍAS (Cuadro de Hermer)
ejército de muelles, tomillos, espirales y engra-
najes.
De vez en cuando el joven se acordaba del
viejo profesor, y del recuerdo de éste pasaba al
de su hija; pero apenas esto sucedía, llamaba
en su auxilio á las ideas patrióticas y la mecá-
nica volvía á presentarse con toda su esplendi-
dez.
Alejandro hacía trabajar mucho á su pensa-
miento.
Las venas de su frente se hinchaban como
bajo el poder de una idea secreta, y sus sienes
latían cual si no pudieran resistir las agitacio-
nes continuas del cerebro.
Por fin, el rostro del joven se iluminó con
una expresión do alegría que no llegó á conver-
tirse en sonrisa, y sus ojos brillaron con el gozo
del sabio que ha encontrado la solución de un
problema.
Alejandro había <lado con el invento destina-
do á satisfacer los deseos de Martens.
Entonces su pensamiento completamente li-
bre de las meditaciones científicas volvió á fi-
jnrse en la hija de aquél.
El estudiante llegó á asustarse de esto.
— ¿Estaré yo enamorado? — se preguntó con
extrañeza.
Y luego como para disipar el sobresalto que
esta misma pregunta le causaba, murmuró:
— Vamonos á comer; estos pensamientos no
son más que delirios, hijos de la debilidad de
estómago y de la fatiga intelectual.
Y Alejandro después de decir esto salió de
la habitación y siguió á lo largo de la galería
hasta llegar al comedor de la posada.
El profesor Martens experimentó una verda-
dera alegría, cuando al día siguiente Alejandro
con su elocuencia razonadora y su lógica incon-
testable le fué explicando el mecanismo de su
invento, y demostrando sus infinitas ventajas.
— ¡Bravo! joven, — dijo el viejo entusiasma-
do.— Así se trabaja; tu máquina es inimitable,
lo que demuestra que posees las cualidades de
los hombres eminentes que cuando trabajan lo
hacen todo pronto y bien. En celebración de tu
invento quédate hoy á comer con nosotros.
(Sl:>. rontinuar^) Vti'kxte Blasco IbAxkz.
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646
LA ILUSTRACIÓN IBEllICA
EXPOSICIÓN MARÍTIMA DE CÁDIZ
Los lectores de La Ilustración Ibérica sa-
ben ya que en la primera explanada, 6 sea en
la plaza de Cátdiz, se alzan los pabellones de la
Provincia, de Bellas Artes, el Modelo 6 de ofi-
cinas, que fué el primero que se construyó y
que no responde á ninguna utilidad, y el que
acaba de terminar en estos días la Compañía
Trasatlántica, el más notable de todos sin gé-
nero alguno de duda.
En segundo término y fuera del radio com-
prendido en la plaza, se re el monstruo, destina-
do á las máquinas, de sesenta y cinco metros de
largo y veintiséis de ancho.
Su forma resulta achatada y vetusta en el
exterior, pero su bóveda con su atrevida curva,
sin base aparente, sorprende en lo interior y es
objeto de elogios para el arquitecto D. Amadeo
Rodríguez su bien calculada resistencia.
Cumpliendo el dicho francés al más s-fñnr ma-
yor honor, ó el nuestro más gráfico todavía, no-
bleza obliga, voj' á invertir el orden numérico
empezando la descripción de los pabellones por
el de la opulenta compañía naviera que fundó
el honrado hijo del pueblo y digno comerciante
D. Antonio López, primer marqués de Comillas.
RECUERDOS DEL
LA CARROZA REAL ESPERA
He podido procurarme para La Ilustración
una preciosa fotografía del señor Rocafull, que
copia con precisión artística uno de los frentes
del pabellón de la Trasatlántica, el principal,
puesto que forma el centro, y en la misma vista
se admira el elegante faro de carbón descrito
por mí en la anterior Revista y que como ya les
dije es una de las instalaciones más notables
por sn graciosa originalidad. '
El cuidado exquisito con que La Ilustra-
CIÓK presenta sus grabados, respetando los me-
nores detalles, hará que sea éste uno de los más
bellos de los consagrados á la Exposición Mari-
tima.
La extensión del pabellón de la Compafiia es
de ochenta metros por catorce; el interior seme-
ja la cámara de un barco.
Sn estilo, arábigo, con sus vivos colores y sus
graciosas columnas, sns floridos adornos y sus
pintados frisos es de un efecto verdaderamente
encantador.
Las escalinatas de mármol y la ligera linea
ULTIMO REY DE BAVIERA
NDO EN EL PALACIO DE LINDERHOF
de verdura de un jardín que parece una guir-
nalda, le dan un aspecto bello y sólido al par
que rico.
Aunque aparecen armonizando el conjunto
grandes ventanas celosías, son figuradas en el
exterior, modeladas con cemento hidráulico,
pero tan primorosamente pintadas, que parecen
calar al interior, trasparentando su media luz.
La techumbre está cubierta de tejas france-
sas sujetas por alambrado de zinc, alternando
en la torrecilla con otras esmaltadas, de barro
catalán.
El pabellón central está coronado por una
elegante cúpula de estilo mudejar, que se eleva
hasta diez y seis metros, con toda la graciosa
esbeltez del minarete de unr sultana.
Las rotondas poligonales de los extremos, si-
guiendo la idea general marítima de la obra,
semejan la popa de un barco miradas desde el
interior; completando el efecto las barandas que
cierran la galería entoldada que rodea el pabe-
llón.
El pavimento de madera, las lumbreras de
madera calada que reciben la luz como la cáma-
ra de los buques, las pinturas de aquellos tes-
teros con cartas geográficas que marcan los de-
rroteros recorridos por los vapores de la Com-
pañía, y el nombre de los buques trazado en los
pintados frisos, completan el efecto óptico y
dan una elevada idea del buen gusto, la inteli-
gencia artística y la esplendidez que ha presi-
dido á la construcción de tan preciosa obra.
Antes de pasar adelante diremos, que las
obras fueron proyectadas por el distinguido ar-
quitecto Sr. García Cabezas, continuadas en
ausencia de éste, por el ingeniero señor Arri-
gunaga, decoradas por el señor Grinial-
di y pintadas per los señores Ripoll y
Argelí.
Merecen sinceras felicitaciones por el
alto sentido estético de que han dado
pruebas, pues han sabido unir á lo mo-
vido, gracioso, elegante y vistosísimo
del estilo árabe-español, lo sobrio, lo se-
rio, lo severo del genero marítimo á que
se dedicaba, consiguiendo en su conjun-
^ to perfecta unidad entre las dos tenden-
^^. cias, armonía completa entre el objeto y
" --- la obra.
La Compañía Trasatlántica ha inver-
tido unas ochenta mil pesetas en esta
lujosa instalación, y Cádiz debe agrade-
cerle la generosidad con que ha proce-
dido, no permitiendo que la provincia le
ofreciese un local para exponer sus efec-
tos navales, sino corriendo ella con todos
los gastos y con todas las contingencias.
Veamos ahora cómo responde á su
justa fama en el concurso á la Exposi-
ción.
Sobre un trofeo formado de atributos
marítimos y de banderas de la Compa-
ñía, se colocará en breve el busto del
honrado fundador de esta casa comer-
cial, el trabajador incansable, el espíritu
emprendedor por excelencia, el que sa-
liendo del puerto de Cádiz con una onza
de oro por todo capital, guardada en el
pico de un pañuelo, supo volver con
más millones que gramos de oro lleva-
ba, crear barcos, fundar compañías y
dotar á su patria de valiosos elementos
de riqueza.
El busto de D. Antonio López, de
grata memoria, no está aún terminado.
Como presididos por el fundadoi-, se
exhiben allí los modelos de los vapores
A. López, Ciudad de Cádiz, Patricio de
Satustregui, Ciudad de Santander, Cata-
luña, Alfonso XII, Isla de Luzón, Vizca-
ya, Méndez Núñez, Pasages, M. L. Vi-
llaverde, el remolcador A. López y un
aparato salvavidas qvie se combina con
los bancos de á bordo, inventado por el
ingeniero señor Arrigunaga.
I-.I modelo del dique de esta casa pre-
sentado en madera, no nos parece que
estáá la altura de las demás obras, pero
ofrece exacta idea de su construcción.
Los muebles destinados á decorar los vapo-
res correos construidos en los talleres de la
Compañía, han sabido unir lo cómodo á lo útil,
lo práctico á lo bello, y mesas, taburetes, sillo-
nes y divanes, responden á las necesidades del
buen gusto, no menos que á los del sitio á que
se destinan.
Muy notables piezas mecánicas construidas
en el dique de la casa, se exhiben en el pabe-
llón; dos émbolos de bombas de aire y circula-
ción, una máquina de pistón con bomba, tubos
de cobre, coginetes, sunchos de mastelero, tor-
nillos, grilletes* de hierro, tubos ventiladores,
ventanillos circulatorios y otras mil cosas que
sin detallarlas -se adivinan por los inteligentes
tratándose de fundiciones marítimas, y que los
que no lo somos ni recordamos ni comprendemos.
Compases, lanza cabos, salvavidas, lonas, cá-
ñamos en diversos cabos fabricado todo en esta
región y cuantos tejidos utiliza la marinería
para sus trabajos y maniobras.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
(147
Entre la diversidad de objetos que no detallo,
porque como los lectores comprenderán me fal-
tan los coQocimientos especiales que para ello
se requieren, y prefiero anunciarlos en globo
á suscribir un trabajo ajeno, se hallan luces del
sistema Holmés para naufragios, mecauismos
para que el eje de la hélice no se detenga con
la máquina apagada, sales y carboues, proyec-
tos y modelos que deben ser estudiados deteni-
damente porque revelan profundos estudios y
notables conocimientos.
La Compañía Tabacalera de Filipinas exhibe
en elegante instalación muestras de tabacos del
archipiélago, desde la rama de ancha y sedosa
hoja y la rama de seco y pelado tronco, hasta
las elaboraciones más lujosas y perfectas.
El pabellón se adorna con grandes cuadros
que copian vapores de la Compañía sobre las
aguas del mar.
AHÍ se ven el primer buque de la casa, el
grano de arena de la imponente montaña, Ge-
neral Armero, y uno de los más modernos ajus-
tado á los adelantos de la ciencia, el A. Lójiez.
El Guipázco i también se admira desplegando
al navegar su majestuosa grandeza.
No hay que decir si el pabellón está bien ser-
vido sabiendo que corre á. cargo de la empresa
naviera, cuyos representantes y empleados en
Cádiz, por su tacto, su cortesía y su inteligen-
cia, contribuyen á las altas consideraciones que
la casa obtiene de todas las clases sociales.
Iluminado con luz eléctrica, es continuamente
visitado por la noche, luciendo aún mis que con
la cernida luz del sol que ilumina los calados de
su techumbre en el día, sus dorados y colores.
La sociedad gaditana tiene unánimes elogios
para esta obra que honra á sus dueños, y no
menos que á la población en que se muestra.
Su construcción está preparada para que pue-
da sin deterioro trasladarse á otro punto.
Sobre un armazón de hierro se ha adoptado
la forma del tablero con cemento, y como al
moldearse lleva oculto el alambrado que lo une,
su separación es muy fácil así como la de las
lumbreras de madera y cristal y la techumbre.
Es, pues, probable, que tan hermosa muestra
de la riqueza de esta empresa, luzca en otra Ex-
posición ó quede como lujoso monumento de
adorno en los sitios en que la Compañía tiene
establecido un centro industrial.
Digno es de ser conocido y admirado por los
inteligentes tan brillante trofeo del trabajo y
de la inteligencia nacional.
Como es natural, el pabellón se engalana con
las banderas que cubren sus barcos; las de Cá-
diz, Barcelona, Santander, Habana, Puerto
Rico, Manila, Coruña y Alicante, ocupando la
cúpula central la de la casa.
Continuaremos la descripción de los pabello-
nes mencionados en otros artículos, pues este
RECUERDOS DEL ÚLTIMO REY DE BAVIERA: CARROZA DE GALA DEL REY LUÍS II
se hace demasiado largo, si bien he dicho poco
para dar á conocer el pabellón de la Compañía
Trasatlántica, verdadera joya de nuestra Expo-
sición.
Patrocinio de Biedma.
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EL b:bso
El beso es la manifestación externa del sen-
timiento.
Desde Eva hasta la última mujer la humani-
dad está enlazada por una serie de ósculos, que
terminará sólo el día en que desaparezca la raza
humana de la faz del planeta.
Un conjunto de observaciones críticas sobre
esta materia constituiría un estudio curioso que
tendría sus apasionados:
La fisiología del beso.
Hay besos puros como los de la inocencia.
Tiernos como los del cariño maternal.
Apasionados como los del amor.
De fuego como los de la voluptuosidad.
Tristes como los de despedida.
E interesados como los del vicio.
Campoamor, en una de sus bellísimas dolo-
ras ha definido el beso.
Según él:
•Eu la mejilla es bondad,
en los ojos ilitaión,
en la frente majestad,
y entre los labios pasión.»
Arólas, el poeta de las sultanas y de los se-
rrallos, que bajo el hábito talar del escolapio,
escondía un corazón de fuego, ha sublimado el
beso en sus inspiradas composiciones. Estas no
son versos, son lluvia de besos, que se escapan
de unos labios voluptuosos en forma de estrofas
y que queman los ojos de los lectores.
En todo idilio de amor el primer beso es la
parte más culminante del mismo. ¿Y cómo no,
si la impresión del primer beso no se borra ja-
más de la mejilla de la mujer enamorada? La
poesía popular lo dice:
«Dos besos tengo en el alma
que no se apartan de mi;
el último de mi madre
y el primero que te di.»
Consecuencia: ¿Queréis adelantar camino para
vencer á una mujer enamorada? Besadla.
Los labios son los conductores del beso. Sin
embargo, no es el roce de éstos en la mejilla de
la persona amada lo que constituye en absolu-
to la acción de besar. También los ojos se be-
san. ¡Cuánta voluptuosidad adivinamos muchas
veces en las miradas de dos personas de distin-
to sexo, á quienes las exigencias sociales con-
tiene dentro de los limites del decoro y de la
prudencia!
El beso es el sueño dorado de la juventud.
Cuando las ilusiones bullen en la mente y la
sangre hierve en las venas, en todas partes pa-
rece que se percibe el melodioso rumor de alas
y besos de que nos habla Bécquer. Y es natu-
ral que asi suceda. La mujer atrae al hombre
como el imán al acero. De esta recíproca atrac-
ción nace el beso, explosión sensual de dos al-
mas gemelas que se compenetran, y de cuya
unión, según la bella frase de Jorge Sand, re-
sulta el solo bien que existe en la tierra: la feli-
cidad."
De aquí que el primer beso de la mujer ama-
da, hablando vulgarmente, conduzca al hombre
al séptimo nelo, suponiendo que existan siete
cielos como los orientales opinan.
A propósito: mi amigo Constantino Gil, es-
tuvo feliz al sintetizar en el siguiente terceto el
pensamiento primordial de su inspirado soneto,
El primer beso:
«No, no tuvo el segundo tal encanto,
por bermoso Señor que el cielo sea,
después do verlo ya no será tanto.»
Tiene razón. Tratándose de besos amorosos
el primero es el mejor. Nunca como aquí se pue-
de aplicar aquella opinión de Cervantes, de que
jamás segundas partes fueron buenas. Por su-
puesto, tan buenas como la primera.
MADRID.- EXPOSICIÓN GENERAL DE FILIPINAS: SECCIÓN .» HISTORIA NATURAL. -ÍDOLOS IGORROTES
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660
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
Et beso maternal por lo mismo que es más
desinteresado, es el m¿s afectuoso. Es, si se me
permite la expresión, el colmo del beso. La fra-
se m^ lo romería á bes'>s, que oímos comunmente
en boca de las madres en medio de su salvajis-
mo antropógrafo, tiene %lgo de mlrnAnhle, que
es imposible desconoc-^r. Frutos los hijos de sus
vientres, en la locura de su caritto, quisieran al
besarlos hac^r lo que ciertos animales con los
sayos: comérselos.
De aquí la fábula de la madre que en la de-
meacia de su cariSo mordía á su hijo, dando
esto motivo para que el autor pusiese en boca
del infantil p'trsonaje, ¿ guisa de moraleja, aquel
coQocido verso:
• El nriüo que mnerJc no us cariño.»
£1 beso que en todos tiempos ha sido demos-
tración de amor y fraternidad, entre los hom-
bres se empleaba en la antigüedad como saludo.
«Dios te guarde maestro,» dijo el traidor dis-
cípulo, imprimiendo el ósculo de paz en la
mejilla del divino Jesús, al mismo tiempo que
lo entregaba al furor de sus encarnizados ene-
migos. Este ósculo que ha pasado á la poste-
ridad con el nombre del beno (U Jai la, uo es
el úqíco que la historia registra en sus anales.
Sin hacer alardes de erudición y concretándome
á nuestros tiempos, las mujeres que tanto abu-
san de los besos, imprimiéndolos á pares en los
rostros de sus amigas, bajo la dulce caricia de
la amistad, esconden muchas veces el acíbar de
la perfidia. ¡Sus carihoios ósculos no son otra
cosa que otros tantos besos de Judas!...
Reminiscencia de la antigüedad que ha pues-
to en uso la veleidosa moda; en Francia el beso
reviste una de las fases del saludo. Allí, sin es-
cándalo de nadie, se besan públicamente las
personas de diferente se.xo. El caballero estam-
pa en la frente de las señoras un ósculo, sin otro
peligro que ensuciarse los labios con los polvos
de arroz con quo éstas embadurnan sus rostros.
Las españolas, que por mojigatería ó por pudor
son refractarias á e,sta costumbre, en materia do
besos van, sin embargo, mucho más allá que las
france.sas. Xo se dejan besar por nosotros los
caballeros; pero nos besan frecuentemente... las
manos. Verdad es que este beso ficticio es una
de las vanas fórmulas sociales que empleamos
para el trato de gentes, y que por lo mismo es
un beso sin consecuencias.
Hablando de fórmulas no puedo menos que
criticar las de las recepciones oficiales, llama-
das vulgarmente besani'Viofi. En ellas, cuando es
BAVIERA: EL CASTILLO VIEJO DE HOHBNSCHWANGAU
un capitán general el que las preside, el beso
no aparece. Los concurrentes desfilan saludan-
do con una ligera inclinación de cabeza por de-
lante de la autoridad militar, y con esto termina
la ceremonia que sería ridicula si no resultara
tonta.
Otra de las fórmulas sociales que tienen rela-
ción con el asunto de que me ocupo, es la del
besa bis manos, que los españoles usamos en los
actos de la vida pública para dirigirnos por es-
crito á determinadas personas. Veces hay que
las empleamos para saludar á nuestros más odia-
dos enemigos, conformándonos con el refrán, de
que manos besa el hombre que quisiera ver cor-
tadas.
No desea tal cosa al tener el honor de besar
laa de los lectores de este artículo.
J. F. Sanmartín y Aquibbe.
♦
BIB LIOGR AFÍ A
~> \i,i-i . i,> -^(LDiVAB, novela española, \Mr .M Mnrllnoz
Rarrlonnero.— Madrid, 1*)7.
Como alguna otra novela que lleva la misma
firma, desenvuélvese esta con la unidad y gra-
dación de un drama; es de aquellas produc-
ciones que transportadas al teatro, según acos-
tumbran hacer los franceses, alcanzaría proba-
blemente grande éxito, si no fuese porque la
atrevidísima tesis desarrollada por el autor se
opondría á ello; ha hecho perfectamente, por lo
tanto el señor Barrionuevo en dar la forma de
libro á lo que, de otra manera, hubiera sido
una brillante creación escénica.
Esta vez no se trata de un delicado análisis
como en la QuintañoneK, sino de un conflicto
verdaderamente terrible, tanto, que á pesar de
ir vestidos los personajes de la manera más
copurchif, posible y de tratarse de banqueros y
parroquianas de Worth, es imposible no recor-
dar las tragedias griegas. Por fortuna, el autor,
hace aparecer á lo último un deus ex machina
que lo arregla todo, quedando en condiciones
de una excelente comedia lo que amenazaba to-
mar proporciones de tragedia fatídica, ó cuan-
do menos de drama de Alejandro Dumas ó
Víctor Hugo.
Seduce como siempre el estilo abundante,
empas'elado, del señor Barrionuevo, la prodigiosa
cantidad de luz derramada sobre todos lo.s pai-
sajes descritos y la peregrina facultad que tiene
en rasguear los más sutiles estados psicológi-
cos, como si se hubiese reencarnado en él la
potencia de un antiguo místico. Los tipos,
como sujetos al servicio de un argumento»
concebido á priori, no pueden calificarse de co-
piados de la realidad , según sucede, por ejem-
plo, con- todos los que aparecen en la colección
de El Padre Eterno; sin embargo, Juanita, la
doncella, es muy de carne y hueso.
En suma, el Sr. Martínez Barrionuevo, ha
añadido un hermoso sillar más al edificio de la
novela española, que tal carácter tiene, y muy
castizo, su última producción.
, Literomanías (1) es el título que le ha puesto
el escritor almeriense D. A. Martínez Duimo-
vich á una colección de artículos, en su mayoría
referentes á asuntos literarios. No hay ninguno
de ellos que no sea notabilísimo en su género,
revelando la vasta erudición del autor y su
sana crítica. Aun en asuntos tan gastados
como los que tienen por objeto La Mujer, apa-
rece el autor nuevo y ameno, derramando á
manos llenas citas y textos de los detractores
y apologistas del bello sexo, especialmente de
antiguos autores españoles.
Mucho ganarían, ciertamente, no pocos escri-
tores con leer, ó por mejor decir, estudiar, el
libro del ilustrado autor do Literoinani'is, por
(1) Almería,
impresión.
1887.— Klegaiito tomo eu 8.", <lo e.\(;olc?ite
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
651
o cual lo recomendamos vivamente á cuantos
se interesan por nuestras letras.
Flores de muehtü t poemas mínimos, ]ior D. Luís Kam de
Viu.— Zaragoza, 1.%S7.
Grande satisfacción, ya que uo nos atreve-
mos á decir sorpresa, nos ha cansado la lectura
de este libro de versos. Trátase de un poeta
verdadero, original cuando quiere, delicadísimo
siempre. ¿Qué más podemos decir sino que el
señor Eam do Viu puede parangonarse, sin te-
mor de aparecer muy inferior á su lado, con Béc-
quer, Selgas, Bartrina y Heine? Y para que no
se nos tache de apasionados por el señor barón
de Hervás, ahí van las pruebas al canto, citando
al azar:
Díganme lo qiio quisieren,
pero yo me echo á reir
cuando oigo á alguno decir:
¡pobres de los que se mueren!
¡(.'álculo necio y fallido!
si allí sufren los que están
¡de tantos como se van
alguno hubiera venido!
—El dia que me muera, ¡ldolo,"mlol
¿me escribirás al cielo alguna 'carta?
—No; vida de mi vida
iporque iré yo á llevártela!
Yo queria olvidarte y fui corrieudo
á beber en la fuente del olvido;
pero el agua sirvió ¡para olvidarme
de que habia bebido!
Sentado al pié de una cruz
que hay al borde de una foKa
envuelto en una mortaja
y con la guitarra rota,
un esqueleto atrevido
su triste canción entona;
todos los demás difuntos
se la sabon'de memriria
y niugiaio á flor de tierra
su cal va cabeza asoma;
ini ciprés del cementerio
me la ha contado en ])ersoua;
oíd la canción del muerto;
la canción que ríe y llora:
IT
■ Margarita de mi muerto
me quisiste y me olvidaste,
¡me has dicho que si me muero
vas á venir á buscarme!
¡veu... ven... te daré uu abrazo
de costillas y falanjes;
EL CANAL
*r-«^
en las cuencas de mis ojos
aiin hay luz para mirarte
y arrinconado en el pecho,
frío, negruzco y sin sangre,
aún baila con agonía
un colgajo miserable
de aquel corazón que tuve
para que tú lo pisases!
¡nunca vienes!... ¡Margarita'
¡me quisiste!... ¡me olvidaste!
¡pobres muertos!... ¡pobres muertos!
¡ijá... jáü ¡Requieiícantin paceí
Para colmo de alabanzas diremos que aún
en la imitación de los pequeños poemas de Don
Ramón de Campoamor aparece el Sr. Eam de
Viu personal y sincero. Felitémonos todos los
españoles: ya casi llega á una docena el niíme-
ro de nuestros buenos vates entre castellanos,
catalanes, valencianos, asturianos, gallegos, ma-
llorquines, aragoneses y andaluces.
*
* *
Tres uris hermanas
colección de poesías originales de los señores Saine de la
Maza, Laguna y liasallo.— Harcelona, 1887.
No se nos hubiera extrañado que en lugar
del rótulo musical puesto á este tomito le hu-
biesen intitulado sus autores Las tres violetas.
Son, en efecto, poesías modestas, si vale admi-
tir este género, pero que por lo mismo se leen
con agrado, recomendándose además por no
salirse de las formas generales, sin tratar de le-
medar á nadie, cualidad excelente en todo poeta.
Por lo que hemos podido comprender, nos ha
parecido que en la lira de cada uno de los tres
autores suena con más intensidad una cuerda
especial: sobresale el Sr. Sainz de la Maza en
la expresión de los sentimientos tiernos ; el se-
ñor Laguna se revela instintivamente filosófico
y el señor Basallo forma decididamente entre los
poetas amatorios, formando un bonito acorde.
Leer un libro de versos y encontrarse con que
están compuestos como Dios manda y procuran
grata impresión, es, sin duda, un caso que no se
produce muy frecuentemente, por lo cual bien
merecen un aplauso los autores de Trffi liras her-
manas.
Carlos Mendoza.
MENDIGA
(UE L. STECCHETTI)
Terminado el festín, la mesa alzada,
salía yo al acaso,
cuando encontré en el fango arrodillada
una niña á mi paso.
Las ropas desceñidas y andrajosas,
pálida y balbuciente,
imploraba con manos temblorosas
la piedad de la gente.
Arrojando en su falda una limosna
dije á la pordiosera:
— «Corre ¡infeliz! y hacia tu madre torna,
¡quizá llora y te espera!»
Una errante sonrisa, de pasada
plegó su labio yerto,
y fijando en el cielo la mirada
dijo: — «¡Mi madre ha muerto!»
Dijo: — «Mi madre ha muerto, el hambre aterra,
la estación es muy cruda;
¡Nadie en mí piensa ya sobre la tierra,
huerfanita y desnuda!..»
Fuerza es sin duda que el dolor nos venza
viendo al mene.steroso;
yo, ante miseria tal, sentí vergüenza
de ser casi dichoso.
Cayetano de Alveáh.
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654
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
NUESTROS GRABADOS
DAMA TIXNKSA
Según opina nn experimoitado ethólogo, en tin ramillete
de mnierta enropaas la rienesa logrará siempre brillar entre
laa primera! por su he^so y distinoito, de todo punto pro-
pios. MéDos nsarrada que la inglesa, menos artifloial que la
partéense (parece que las demás francesas no cuentan), ge-
neralmente linda, á T«ces graciosa y siempre oon mucho cAiV,
ti«il««« sotm todo en su elemento en medio de un salón,
donde puede ludr sn ingenio un tanto mordaz y su aptlttid
para no d^Jar escapar nada de lo que pasa.
El tipo dixta mucho de ser sencillo, fundiéndose en él la
idealista húngara, la sensual eslava, la práctica alemana, la
apasionada Italiana y la lánguida oriental, siendo además, por
•doaaeióa, más inglesas que francesas las interesadas. Como
■igno paitienlar, delw atribuírselas una pericia sin igual en
Io« ralseü y un entusiasmo loco por los placeres de Torp<il<K>-
re en general. Después de esto viene una ardiente aflción al
teatro, os decir, á roprosentar comedias. Todo lo cual supone
mucho lujo eu ol vestir, y en efecto, se viste admirablemouto
allí. Kn suma, que ú aquellas buouas señoras los gusta di-
vertirse on grande Vioua es el l'arls do Alemauia y (luizás
vensa á i>.ste en la hogomonta do la moda europea.
HKKODl.VB
(\/(ií/rü <tr Iffiuifr
Viva impresión produjo este íiV/uo cu la pasada Expo
sición do Bellas Artos do Taris, ó Salón, como dicen olios, á
l^esar do que son muchos los salones. No hablemos de sus
cualidades técnicas, maravillusas como todo lo que sale dol
pincel de Henner; no es preciso esto para admirar la audacia
del artista plautaudo una figura de escarlata sobre foudo
nef^o (uo todo han de ser gammas amarillas), ni para quedar
absorto ante el relieve que forma la pálida Herodias sobro
aquella roja vestidura, que tau sabiauícute armoniza cou su
expresión. Cansado sin duda Henner de oirse llamar el pintor
de los ex']UÍtito9 aziiíe!*, tomó por el atajo y doslurabró con esa
brillante Herodias, digna sueosora rio las Salomés del Ticia-
no y de H. Reguault.
BILBAO
KK9TKJ0.1 OON MOTIVO IIKL VIAJK US LA KEAL FAMILIA
ILIWINAOIÓN 1)K LA RÍA POK LA PAKTK 1)K LA SKNDKJA
ARCOS DEL AYUNTAMIÜNTO T I.A DIPUTACIÓN
Dibujos de Asarla, según fotoij rafia y apuntas
Ya en el núuiero anterior puiiierdii eutenirse nuestros
lectores, por las referencias del señor .Moya, de las fanliisticas
iiumiuacionos con que la rica, espléndida y culta Bilbao qui-
so hacer fastuoso alarde de los grandes elementos con que
cueuta al recibir digna y respetuosamente á S. S. M. M. y
X. A. Hoy damos otro grabado representando la iluminación
de la ria por la parte de la Sondeja y además los dos arcos
ievautados por ol Ayuntamiento y la D:putacióu, de muy
buen gusto ambos y á propósito para que pudiera lucir la
bonita eomiiinación de luces que ostentaban por la noche.
EXPU LSA DA (Cuadro de Blandford Fletcher)
KKCCKBDOS DKL CX.TDIO BEY DK BAVIKBV
rnrrvfje de gala—CmHUo viejo de llnheiuehwnngrm
En Linderhof
Por una singular repercusión histórica hemos visto repe-
tido en nuestros días el fenómeno de un Nerón, un Caracalla,
nn Heliogábalo dñendo la corona real en imo de los estados
de .Uemanla; tal fué el rey Luis II, sobre cuya memoria si no
pesan las atrocidades cometidas por aquellos soberanos no
es por cierto por falta de haberlas concebido, sino por no ha-
ber habido quien quisiese obedecer las órdenes de su eje-
cución. Redúcese el caso simplemente á un delirio de las
grandezas; Luis II quería hacer lo que LuU XIV, lo que I>o-
hengrin, etc., etc.; y muy serio construía palacios y hacia
que unos cisne<i tirasen de un esquife y se rodeaba de pom-
pas como si realmente se tratase de aquellos personajes.
■xromciós orüebál dr filipinas en kl parque
DB MADBID
VUnwUlo» dométtleot.—Arma» i Ídolo» igorrote».— Interior de la
tección í.» (Hitlorla NalurcU) De/otografla
E» cnrlnsLslma la sección especial en que flgiiran la ma-
yoría de lo-í utensilios «loniésticos, armas é Ídolos filipinos é
Igorrote*.
En armas abundan numerosos y notables ejemplares,
viéndose en las panoplias colecciones magnlflcas de crtK$,
li'inf. IrilibnHrM, caboM, enmpilnnei, cotas de malla, salacots
(aomlireroa ó capacetes), etc. siendo de oro y plata los ador-
nos de la* armas, con puños de ébano y carabao, y do ca-
ray los adornos de los capa<
Los ídolos Igorrotes son de
cuanto á los utenstllr>s preseol
tico que les hace dignos <le estm
yotablllstma es también la ^
loria Xatund. Vése allí una magaldífc colección de coleópte-
lera, y algunos de oro. En
«los cierto carácter ortls-
ón 5.* destinada á la His-
ros entro los cuales se admiran varios ejemplares del Bicho-
hoja, que son muy raros.
Entre la familia de los ortópteros hay una sección especial
que presenta todas las varie.lados y transformaciones do la
langosta, insecto que constituye un manjar delicado para la
masa general de la raza indígena filipina.
La colección de mariposas (Lepidópteros) es p'reclosa, ad-
mirándose en ella muchos ejemplares tan raros como bellos.
La colección de Insectos consta de más de 2.000 ejem-
plares.
También la de pescados y crustáceos es numerosa é inte-
resante, figurando entre los últimos varios enormes cangre-
jos de mar y algunos cangrejos llamados vulgarmente peces-
cacerolas por la semejanza de su forma con aquel utensilio
de cocina.
YA herl)ario es soberbio, constando de 4.000 números. La
flora natural está coleccionarla en un muestrario que forma
muchos volúmenes encarpetados.
El Museo de Historia Natural de Madrid ha exhibido, eu
una magnifica Instalación que ocupa el centro do la Sala,
cuanto do más notable posee perteneciente al reino animal
procedente de nuestras posesiones de (iceunía.
Eñ la parte inferior de las vitrinas hay curiosas coleccio-
nes do madréporas y piezas esqueléticas.
Los que hayan oído hablar de la renombrada sopa do ni-
dos de iiolondrinnt y quieren conocer esteraro articulo do co-
mercio, pueden examinar lo contenido en varios frascos de
cristal, colocados en el primer ángulo izquierdo de la .Sala.
KL CANAL
;lx) que no daria cualquier verdadero amante de la natu-
raleza, ó limitando extraordinariamente el concepto, del
campo, por tener ese canal á su vera! De alguien sé decir que
preferirla v\v\t ahí que no en una de esas casas que se hacen
ahora eu los erumncttes, con piedra artificial, y portero.
maillud: kxposición nacional de bkllas artes dk 1.ss7
primaví;ra
Cuadro de Eduardo Pelayo; medalla de segunda dase
Dibujo (le P. y Valor
Hé aquí el juicio que ha merecido dicha obra al Sr. Giner
de los Kios, á quien, como de costumbre, recurrimos en esta
materia:
• Primavera, original de D. Eduardo Polayo Fernández,
discípulo del eminente Sala. Elegancia y distinción, entona-
ción y colorido, atrevimiento digno do artista, son las pri-
meras cualidades que se admiran al contemplar el cuadro.
Sobre una mancha excesivamente verde, en un cami)0 don-
do no penetra la luz ni que se vea una sola ráfaga de
cielo, al pié do maravilloso árbol por bajo de cuya extensa
rama parece percibirse la fresca aura del primer des]ierliir
de la naturaleza, juguetear uii niño y una niña do la época
clásica, ceñida la cabeza de roja cinta ella y él coronado do
verde yedra. El abandono con que el pintor ha querido colo-
carlos ha dado como consecuencia que el brazo izquierdo de
la niña se confunda á primera vista con la piorna iziiuierdtt
de él. Acaso uo sea esto el solo defecto de <libujo, porque nin-
guno do los dos brazos de la niña deben citarse como mode-
lo; pero aparte de este lunar, que salla á los ojos anie tanta
belleza, es sin disputa uno de los mejores cuadros que la
Exposición encierra la obra del señor Pelayo. Si de aiiul ]>ii-
sáramos á estudiar la verdad y la sencillez al propio tiempo,
si nos detuviéramos á considerar la manera de eslar piula-
dos tirsos y panderetas, que dan carácter y animación al
lienzo, cansaríamos al lector á fuerza de aplaudir incesante-
mente. La Primavera, del discípulo de Sala, es nna verdadera
resurrección del arte, que, gracias al maestrazo citado, ,se ha
abierto en nuestra pintura contemporánea. Sigan ose cami-
no los que Bíonten verdadera vocación, en la seguridad de
acertar y de conquistar laureles."
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
655
MÁLAGA
LAS FIESTAS DEL CENTENABIO DE LA RECONQUISTA
REYES DE ARUAS Y PEONES CRISTIANOS
THbujo de Asaría, según fotografía
Véase el iiúmero anterior.
EXPULSADA
Cuadro de Blandford Flctcher
La ]>obre inquiliiia ha sido lanzada á la calle en virtud de
la providencia de ovicción decretada por el juez. Grave es-
cáudalü, terrible vergüenza (contra la cual, entre paréntesis,
se ha formado en París una humanitaria sociedad llamada
de los Demenagements á la cloche de bois); la pobre viuda tiene
que abandonar su casa entre los cuchicheos y la curiosidad
délos vecinos, dejando allí dentro todo su ajuar. Nada más
triste que su íisonomía consternada, como no sea la inocente
placidez de la pobre niña.
Ciertamente que lílandtbrd ha retratado de una manera
implacable el brutal desahucio de la pobre viuda.
CALLE JORGfE, EN HALIFAX, NUEVA ESCOCIA
Forma la Nueva Escocia, península unida al Canadá, un
gobierno jíenoral como el de dicha colonia autónoma. La ca"
pital es Halifax, muy bon'ta, de construcción regular, pero
con los edirtcios cu su mayor parte de madera. Es importante
sobre todo por su comercio, pues recibe anualmente más de
cinco mil buques, que exportan por valor de unos tres millo-
nes de duros, cereales, maderas, pez y trementina.
^ .
MUERTO
Raudo volando mi pensamiento
buscando goces, dichas sin cuento
cruza el espacio...
¡Aprisa, aprisa! No te detengas
que ya estás cerca; no te entretengas;
¡no tan despacio!
II
Qué ¿ya vacilas desfallecido?
¡ay, pensamiento! ¿qué ha entorpecido
tu raudo vuelo?
¿No ves la dicha cuan cerca se halla?
¡anda otro poco! ¡por Dios, acalla
mi loco anhelo!
III
¡Ay! ya no puedes; ya desfalleces;
¿por qué vacilas y así entorpeces
tu rumbo cierto?...
¡Triste destino del ser humano!
Cuando la dicha se encuentra á mano
te rindes... ¡muerto!
Enrique González y Quesada
LOKIS
FOTÍ I'IIOSI'EKO i*j:Eniasa^EE
(continuación)
IV
La comida fué muy alegre. El general nos
dio pormenores muy interesantes sobre las len-
guas que se hablan en el Caucase, algunas de
las cuales son aryas y otras turanins, por más
que entre los diferentes pueblos haya una nota-
ble confoí'midad de usos y costumbres. Vime
obligado yo también á hablar de mis viajes, á
causa de que habiéndome el conde Szemioth fe-
licitado por la manera cómo montaba á caballo,
diciendo que no se había encontrado nunca con
ministro ni profesor alguno que pudiobe hacer
tan expeditamente un trecho cual el que acabá-
bamos de correr, debí explicarle cómo, encarga-
do por la Sociedad bíblica de un trabajo sobre
los charrúas, había pasado tres años y medio en
la república del Uruguay, casi siempre á caballo
y viviendo en las pampas entre los indios. Este
fué el motivo que me llevó á contar como ha-
biendo estado tres días extraviado en aquellas
llanuras sin fin, sin tener víveres ni agua, me ha-
bía visto obligado á hacer como los gauchan que
me acompañaban, es decir, á sangrar á mi caba-
llo y beber su sangre.
Todas las señoras prorumpieron en un grito
de horror. El general hizo observar que los cal-
mukos usaban de igual recurso en parecidas
contingencias. El conde me preguntó qué tal
me había parecido aquella bebida.
— Moralmente , — respondí , — me repugnaba
mucho, pero físicamente la encontré muy bue-
na, y á ella debo el honor de poder comer hoy
aquí Muchos europeos, quiero decir, blancos,
que han vivido largo tiempo con los indios se
acostumbran á ella y aun llegan á tomarle gus-
to. Mi excelente amigo D. Fructuoso Rivero,
presidente de la república, deja pasar raramen-
te la ocasión de satisfacerlo. Acuerdóme que un
día, yendo al Congreso, de gran uniforme, pasó
por delante de un rancho donde sangraban á un
potro. Detúvose y bajó del caballo para pedir un
chupón, un sorbo, después de lo cual pronunció
uno de sus más elocuentes discursos.
— Pues es un horrible monstruo vuestro pre-
sidente,— exclamó la señorita Iwinska.
— Perdonadme, querida Pañi,— le dije, — es
un hombre muy distinguido, de un talento su-
perior. Habla maravillosamente muchas len-
guas indias muy difíciles, sobre todo el cha-
rrúa, á causa de las innumerables formas que
toma el verbo, según su régimen directo ó in-
directo y aun según las relaciones sociales exis-
tentes entre las personas que lo hablan.
Iba á dar algunos pormenores bastante cu-
riosos sobre el mecanismo del verbo chnrruo,
pero el conde me interrumpió para preguntar-
me dónde era menester sangrar á los caballos
cuando se quería beber su sangre.
— Por el amor de Dios, mi caro profesor, —
exclamó la señorita Iwinska con aire de terror
cómico, — no se lo digáis. Es hombre capaz de
matar toda su caballeriza y de comérsenos á
nosotros mismos cuando no tenga más caballos.
Con esta salida, levantáronle las señoras de
la mesa, riendo, para ir á preparar el té y el
café, en tanto que nosotros fumábamos. Al cabo
de un rato enviaron del salón á que fuese
allí el señor general. Todos queríamos seguirle,
pero se nos dijo que las señoras no querían más
que un solo hombre á la vez. Pronto oímos en
el salón grandes carcajadas y palmoteos.
^La señora lulka hace alguna de las suyas,
— dijo el conde.
Vinieron después á pedir por él; nuevas ri-
sas, nuevos aplausos. Tocóme en seguida el tur-
no. Cuando entré en el salón, todos los semblan-
tes habían cobrado un aspecto de gravedad que
no era de muy buen agüero. Me esperaba algu-
na guasa.
— Señor profesor, — me dijo el general con
su tono más ceremonioso, — estas señoras pre-
tenden que hemos dado demasiada acogida á su
champagne y no quieren admitirnos á su lado
hasta después de hecha una prueba. Trátase de
ir con los ojos vendados desde el lenti-o de este
salón á la pared, y tocarla con el dedo. Ya veis
que la cosa es muy sencilla; basta marchar de-
recho. ¿Estáis en el caso de observar la línea
recta?
— Así pienso, señor general.
Al punto la señorita Iwinska me echó un pa-
ñuelo sobre los ojos y apretó con toda su fuer-
za por detrás.
— Estáis en medio del salón, — dijo, — exten-
ded la mano... ¡Gueno! Apuesto á que no tocáis
la pared.
— ¡Adelante, marchen! — dijo el general.
No había más que dar cinco ó seis pasos.
Adelanté muy lentamente, persuadido de que
encontraría alguna cuerda ó taburete, traidora-
mente colocado en mi camino para hacerme tro-
pezar. Oí risas ahogadas que aumentaban mi
embarazo. Por fin, creíame estar ya enteramen-
te á tocar la pared, cuando mi dedo, que exten-
día yo hacia adelante, entró de pronto en algo
de Irlo y de viscoso. Hice una mueca y di un
salto atrás, que hizo estallar de risa á todos los
circunstantes. Arranqué mi venda y vi cerca de
mí á la señorita Iwinska que tenía un tarro de
miel donde había metido yo el dedo, creyendo
tocar la pared. Consolóme al ver que los dos
edecanes pasaban por la misma prueba, sin sa-
lir mejor librados que yo.
Durante el resto de la velada la señorita
Iwinska no cesó de dar libre rienda á su humor
juguetón. Siempre burlona, siempre traviesa,
tomaba ora al uno, oía al otro por o! jeto de sus
bromas. Noté, sin embargo, que se dirigía más
á menudo al conde que, debo decirlo, no se en-
fadaba nunca, y aun parecía encontrar gusto
en sus soflamas. Al contrario, cuando se las
había con algunos de los edecanes, fruncía el
ceño y veía brillar sus ojos con aquel fuego
sombrío que en realidad tenía algo de pavoro-
so. «Juguetona como una gata y blanca como
la natilla.» Parecíame que al escribir este verso
Mi^kiewicz había querido hacer el retrato de la
panna Iwinska.
Retíramenos bastante tarde. En muchas
grandes casas lituanas vése una vajilla de
plata magnífica, bellos muebles, tapices de
Persia preciosos, y no hay, como en nuestra
querida Alemania , buenas camas de pluma
que ofrecer á un huésped fatigado. Rico ó po-
bre, gentilhombre ó paisano, un eslavo sabe
dormir bien sobre una tabla. El castillo de Dow-
ghielly no formaba excepción á esta regla ge-
neral. En el cuarto donde se nos condujo al
conde y á mi no había más que dos sofás forra-
dos de tafilete. Esto no me asustaba mucho,
pues en mis viajes habíame acostado á menudo
sobre la tierra desnuda, y me burlé un poco de
las exclamaciones del conde respecto á la falta
de civilización de sus compatriotas. Un criado
vino á sacarnos las botas y nos dio batas y pan-
tuflos. El conde, después de haberse quitado la
ropa de encima, pa.seóse por algún tiempo en
silencio, y después, deteniéndose ante el sofá
en que me había yo extendido ya, me dijo:
■ — ¿Qué pensáis de lulka?
— La encuentro encantadora.
— Sí; pero... ¡muy coqueta! ¿Creéis que real-
mente guste de aquel capitanete rubio?
— ¿El edecán? ¿Cómo puedo yo saberlo?
— Es un fatuo... . debe, pues, agradar á las
mujeres.
— Niego la conclusión, señor conde. ¿Queréis
que os diga la verdad? La señorita Iwinska
pieni-a mucho más en agradar al conde Sze-
mioth que á todos los edecanes del ejército.
Ruborizóse sin contestarme, pero me pareció
que mis palabras le habían ocasionado un pla-
cer muy sensible. Paseóse aún durante algún
tiempo más sin hablar, hasta que mirando su
reloj exclamó:
— A fe que haríamos bien en dormir porque
es muy tarde.
Tomó su fusil y el cuchillo de caza, que ha-
bían llevado á nuestro cuarto, y los puso en un
armario del cvial retiró la llav?.
— ¿Queréis guardarla? — me dijo, entregándo-
mela, con gran sorpresa mía. — Podría olvidar-
la. Seguramente tenéis más memoria que yo.
— El mejor medio de no olvidar vuestras ar-
mas,— le dije, — sería ponerlas sobre esta mesa
cerca de vuestro sofá.
— No... Ved, hablando francamente, no me
gusta tener armas cerca de mí cuando duermo...
Y la razón, hela aquí. Cuando estaba yo en los
húsares de Grodno, dormí un día en un cuaito
con un camarada; mi pistolas estaban sobre una
silla, cerca de mi. Por la noche despertóme una
detonación. Encontróme con vina pistola en la
mano; había hecho fuego y la bala había papa-
do á dos pulgadas de la cabeza de mi camaia-
da... No he podido recordar nunca el sueño que
había tenido.
Esta anécdota me inquietó algo. Estaba yo
bien seguro de no tener bala alguna en la cabe-
za, pero cuando me fijé en la elevada estatura,
en la comijlexión hercúlea de mi compañero,
656
LA ILUSTEACION IBÉRICA
en SBS brazos nervudos cubiertos de un vello
negro, no pude dejar de reconocer que se halla-
ba perfectamente en estado de estrangularme
con sus manos, si tenía un mal sueño. Con todo,
gtiaixieme bien de revelarle la menor inquietud;
únicamente coloqué una luz sobre una silla,
cerca de mi sofá y me puse á leer el Catecismo
de Lawieki, que me había yo traído. El conde
me dio las buenas noches, extendióse sobre el
sofá y se volvió cinco ó seis veces; por fin pare-
ció adormecerse, por más que se hubiese hecho
un ovillo, como el amante de Horacio que, en-
cerrado en un cofre, toca 8u cabeza con sus ro-
dillas replegadas:
Tarpi cianeas in arca,
Contractam geolbiu ungaa caput
De vez en cuando suspiraba con fuerza, deja-
ba oir una especie de estertor nervioso que yo
atribuía á la extraña posición que había toma-
do para dormir. Una hora, tal vez, transcurrió
de esta suerte. Adormecíme yo á mi vez. Cerré
mi libro y disponíame á colocarme lo mejor que
pudiese en mi lecho, cuando una risa extraña
de mi vecino me hizo estremecer. Miré al con-
de. Tenía los ojos cerrados; todo su cuerpo tem-
bloteaba y de sus labios entreabiertos escapá-
banse algunas palabras apenas articuladas.
— jMuy fresca!... ¡muy blanca!... El profesor
no sabe fo qué se dice... £1 caballo no vale nar
da... ¡Vaya un bocado!...
Después mordió con furia la almohada en
que descansaba la cabeza, y al mismo tiempo
lanzó un rugido tan fuerte, que se dispertó.
Por lo que á mi hace, permanecí inmóvil en
CALLE JORGE
EN
HALIFAX
(NUEVA ESCOCIA)
mi sofá é hice como que dormía. Obsérvele, sin
embargo. Sentóse, frotóse los ojos, suspiró tris-
temente y permaneció más de una hora sin
cambiar de postura, absorbido, á lo que parecía,
en sus reflexiones. Sin embargo, no las tenia yo
todas conmigo y me prometí interiormente no
acostarme nunca al lado del señor conde. A la
larga, sin embargo, la fatiga triunf?) de la in-
quietud y cuando entraron por la mañana en
nuestro cuarto, dormíamos uno y otro profun-
damente.
(¡Se wntinmrá.) Traducción de A. O.
llWRSniClM: Cmm, :6&-3<7, loéi bliui, Uit«r.— Reurrados los derechos de propiedad artística j liUraria.— Las reclanaciones en Madrid, al represeDtaote de tsU Casi D. larnel Pli j Vtltr, Apodací, 10, 2.*
= ) INSÉRTESE Ó NO. NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL (
tmLMMcamwMTO TiPooRinoo oa B. Basboa.— Caixb di ViujutnosL, icúm. 17, sHSiUfaHB os Sax aktonio.— Barcbloha.
SEMANARIO CIENTÍFICO. LITERARIO Y ARTÍSTICO
'«V^
Año V
Barcelona 15 de Octubre de 1887
Nlun. 250
SIN HOGAR (Cuadio de Stanhope Vorbes)
u>^
LA ILÜSTEACION IBÉRICA
SUMARIO
Tioio.— líadrid. Oariat á wk prima, por Fvrau¡ñoi.— Vn idi-
Oe uikiUtta (oontinoaeión), por Vicente Blasco Ibáfiex.—
Anrúta cúaM/lca, por Alft«do Opisso. — I<>í rírgot, por
Joaquín Borda.— XaaitnM grabadoa.— .imor (poesía), por
Tiecnte Biva Palacio.— £otit (continuación), por Próspe-
ro M«rimé« (tiadnooión de A. O.)
Q%tMAi)oa.—La$ BtUa» Arla e» Agtattrra (tres grabados).—
ApotMifa d< BéUaAftadeÜMrl* <U 1887 (dos grabados).
— Expofieión maritima intenmeitmal de Cádtt; Fachada
principal del pabellón de la TraaatUntioa.— ITadríd. Ex-
potieti» gaterat de /Wpiwu.— Obsequio á la novia el dl4
de sn eomplea&os.— Dort.— El Museo de South Kenslng-
t*n (tras grabados).— Impresiones de un corresponsal ar-
tístico especial inglés.- iYniptom.- FesUiJos con motivo
4«1 Tii0« da.S..& K. X. y A. A.
MADRID
en Madrid. — Madrid conquistado por tus extran-
jeros.— Las cigarreras
UKRIPA mía: ¡Qué tiempos aquellos en que
hablábamos de América, el país del oro
y de la China, el país de los abanicos,
como se habla hoy de algunos planetasl Pero
los tiempos han cambiado y los españoles de
hoy, mientras toman el chocolate, hablan, opi-
nan V fallan de los asuntos de Oi'iente y de Ma-
rruecoa, como si se tratase de sus negocios par-
Mculares. Un tenedor de papel se cree con dere-
cho á regir la conducta de Bisniarck ó de Grevy,
Snesto que esta conducta influye en la subida ó
escenso de los fondos y al leer un telegrama
suele exclamar lleno de indignación: ¡Este hom-
bre (}' habla del emperador de Alemania) me
perjudica!
Se comprende, pues, que los madrileños, y
especialmente los hombres políticos, los diplo-
máticos, los militares y los que gastan babuchas
en vez de gastar zapatillas estén preocupados
o«n la enfermedad del sultán de Marruecos y
con el movimiento de tropas españolas. Parece
que vamos á tener otra guerra civil, como ha
llamado no sé quién á nuestras guerras con los
moros, y que nos preparamos á otra conquista
«le África. Marruecos es un viejo que agoniza en
el desierto y en tomo suj-o revolotean enormes
pájaros con plumaje de águila que en realidad
sólo son cuervos... Si el emperador muere, todos
esos rapaces pretenderán devorarlo, y nosotros
debemos procurar que no se le coman todo. Es
otra complicación sobre la de Europa, donde
Alemania é Italia en estos momentos tratan de
impedir que Rusia llegue hasta Constantinopla
y convierta el Mediterráneo en lago suyo, donde
no hay diplomático que no tenga ante los ojos
el mapa y no esté pensando la nueva forma que
convendrá dar al caprichoso dibujo de las na-
ciones: No cal)e duda que nos preparamos á
grandes acontecimientos, que el miedo refrena,
pero que el impulso está dado; que se concier-
tan finalmente, las voluntades, se urden las úl-
timas intrigas, se fírman los últimos pactos y
se repartfln mentalmente los futuros despojos.
jAy de los débiles!
Nosotros no queremos parecerlo y el gobierno
dispone tropas y las dirige al Mediodía y las
hará j)a.sar el Estrecho tan pronto como alguna
otra nación muestre excesiva impaciencia. El
sultán, entre la vida y la muerte, recréase tal
vez en sus momentos lúcidos pensando en que
las naciones le harán magníficos y sangrientos
funerales.
Si has leído el libro de Amicis titulado Ma-
rruecos, habrás dedicado algún recuerdo de
simpatía al emperador; cuando Amicis le vio,
dice que era el más hermoso y simpático joven
qne puede brillar en la fantasía de una odalis-
ca. Cierto que tú no lo eres, mas yo sé bien que
para juzgar de la gallardía y hermosura de un
emperador, y hasta de un moro vulgar y plebe-
yo, no es preciso haber nacido entre la Morería;
un hombre alto y esbelto, de ojos grandes y sua-
ves, de nariz aguileña, de rostro moreno perfec-
tamente ovalado y contomado por barba negra,
de nobilísimo rostro bañado por tintas de suave
tristeza, aquí como en París y como en Marrue-
cos se lleva la voluntad y el corazón y los iniVs
sanos principios de las damas y de las mujeres.
Y más si viene con el jaique blanco de pura
nieve y el turbante bien puesto y descubierto
por la caída capucha y sobre un hermoso y blan-
quísimo caballo con artísticos arreos en que bri-
llan los colores y el oro.
Cuando el escritor italiano nos describe como
vio á Muley-Hassan entre el apiñado circulo de
su séquito, comprendemos bien lo que es un sul-
tán y lo que es su imperio. Todos los ojos se fija-
ban en él, no se oía respirar; sólo se veían ros-
tros inmóviles en actitud de profinida venera-
ción. Dos moros con trémula mano le espanta-
ban las moscas, de los pies; otro de cuando en
cuando le pasaba la mano por el borde del jai-
que como para purificarlo del contacto del aire;
un cuarto sirviente, en actitud de sagrado i'es-
peto, acariciaba la grupa del caballo; y el que
tenía el altísimo quitasol que le servia de do-
sel, bajaba los ojos, inmóvil como una estatua,
como si estuviese confuso y anonadado por la
solemnidad de su cargo.— ¡No parecía un mo-
narca sino un Dios!— dice Amicis.
Pero es un hombre; nos lo prueba la historia
novelesca de su enfermedad tal como corre en
Tánger, en las conversaciones privadas, menos
respetuosas que las ceremonias palaciegas. Las
hermosuras del Harem pertenecen á las fami-
lias nobles del imperio; mas hay una, venida de
tierra extranjera, que excede á todas en gracia,
en distinción, en lealtad y belleza. Es circasia-
na, blanca y profesa en secreto la religión de
Cristo. El sultán tiene un hijo de ella; un hijo
de cinco años. Por el hijo y la madre tiene ol-
vidados á sus demás hijos; á sus otras esposas.
El amor, el rencor, la envidia, la ambición han
llenado el Harem de pensamientos de muerte;
antes que ver al emperador esclavo de una ex-
tranjera las sultanas quieren verle muerto...
El emperador lo sospecha y teme. Con frecuen-
cia hace que prueben su comida unos cuantos
negritos que tiene para este delicado experi-
mento y que hasta hoy por fortuna se han dado
el trato más exquisito de Marruecos... Pero el
caso es que mientras los negritos engordan el
emperador enflaquece; un veneno lento parece
que vá pudriendo su sangre; un veneno qne ya
toma el aspecto de un tifus, ya de otras inextin-
guibles fiebres; "y el imperio teme y el sultán
se extingue y las naciones se inquietan y nues-
tro gobierno cree que ha llegado la ocasión de
que el Estrecho de Gibraltar no sea mas que un
rio divisor de España.
De todo esto ¿qué resultará? Si el emperador
muere, algunas correrías, tal vez, en las tierras
moras fronterizas; un considerable aumento de
generales en la Guía y una gran abundancia
de espingardas y gumías en el Rastro. No
tengo fe en el genio de las victorias, ni menos
en el semblante de Sagasta. El rostro de Sa-
gasta es moruno y lo son su carácter y costum-
bres. Convengamos en que nos pasa algo de lo
que ocurre en Marruecos: allí una cristiana,
disfrazada de odalisca, gobierna al imperio; aquí
un moro, de sombrero de copa, se ha posesiona-
do del gobierno.
Pero nada más de política, ni de guerra, ni
de alusiones personales; entremos en asuntos
diferentes, si bien debemos continuar hablando
de asuntos extranjeros al hablar de los nues-
tros.
En otra carta hablé ya del Congreso literario
internacional que se dispone. El programa está
redactado. Hele aquí.
Día 8. — Inauguración oficial del Congreso en
el paraninfo de la Universidad. (Irán función
de gala en el teatro Real. Día 9. — Expedición
á Toledo; y en esta ciudad almuerzo servido
por Lhardy. Día 10. — Velada literaria en el
Ateneo. Día 11. — Gran banqueteen el salón
del Conservatorio, ofrecido por la Asociación
de Escritores y Artistas. Día 12.- — Corrida de
toros; en atención á que los congresistas ex-
tranjeros han manifestado vivos deseos de pre-
senciarla, para formar, sin duda, verdadera
opinión respecto de esta fiesta llamada bárba-
ra. Día lo. — Expedición al Escorial, dirigida y
costeada por la Diputación provincial de Ma-
di-id, y almuerzo en el monasterio, de doscien-
tos cubiertos. (Según parece todos los platos
de este banquete pertenecerán exclusivamente
á la cocina española... ¡Desgraciados.'). Día 14.
— Almuerzo servido por Pomos en el palacio
municipal y costeado por el Ayuntamiento.
(Como aquí no tenemos negritos catadores, los
alguaciles de la Corporación con sus trajes del
siglo xvii probarán los platos). Por la noche
representación extraordinaria en el teatro Es-
pañol. Vico y Calvo representarán El Alcalde
de Zalamea. Día 15, — Ijos ilustres congresistas
se dirigirán procesionalmente á la plaza de las
Cortes y en ella y en nombre de todos los paí-
ses representados depositarán coronas sobre el
pedestal de la estatua de Cervantes. Además,
harán colocar en el zócalo una placa expresiva
de que todas las literaturas rinden fervoroso
tributo de admiración al insigne autor de El
Quijote.
Se habla de una recepción en Palacio y de
otros diferentes almuerzos. Los congresistas
extranjeros que han llegado y deben llegar, son
setenta y ocho. Se disponen treinta ó cuarenta
sepulturas perpetuas en la Necrópolis, contando
con la eficacia de las indigestiones.
Diez y seis congresistas vienen custodiados
por sus esposas. Aunque en Madrid no se tiene
respeto al honor conyugal y tras de cada es-
quina hay un grupo de Tenorios dispuestos á
un rapto, es de esperar que en esta ocasión las
señoras extranjeras encuentren en nosotros
artistas, eruditos y filósofos en vez de bandidos
generosos y torerros.
Parece que Julio Simón no vendrá, porque
un médico extranjero residente en Madrid le ha
escrito que desista del viaje; pues corren aquí
uiuciuis pulmonías. Julio Simón tiene ochenta
y cuatro años; á esta edad, lo que precisamente
lo empieza á faltar á uno es aire.
De todas estas fiestas ya te hablaré en mis
próximas cartas, querida prima.
Hoy, para concluir, y para concluir con algo,
verdaderamente español, sin mezcla de extran-
jerismo; con algo no sólo castizo sino madri-
leño, te diré que ayer se insurreccionaron las
operarías de la fábrica de tabacos; con motivo
de algunas disposicionesde la Compañía Tabaca-
lera. La razón de esto alboroto es que, según
dicen, cada día ganan menos dinero con su tra-
bajo. El gobernador, duque de Frías, quiso apa-
ciguarlas, y le tiraron un pedazo de carbón,
que le dio en el sombrero. Pedían á grito heri-
do la cabeza del señor ('amacho, director de la
Sociedad, allí presente, sin que fuese posible
conseguir que se desprendiese de ella el intere-
sado. El conserje del establecimiento, en vista
de esto y recordando la natural influencia que
ejerce en el ánimo de las cigarreras en los
tiempos normales, se adelantó ¡I parlamentar
lleno del mejor espíritu. — ¡Quítese V. de ahí,
so mandria! — le dijeron. Y él se quitó, en efec-
to, realizando una de las retiradas máa famosas.
Si se hubiese tratado de obreros, hubiera corri-
do la sangre, pero se trataba de inujeres y se
dejó correr el tiempo. Al fin el señor Camacho
aseguró su cabeza capitulando y las cigarreras
volvieron & trabajar. Aquellas lenguas abomi-
nables que habían azotado el rostro do la auto-
ridad con palabras que escaldarían la lengua de
los demonios, articularon bien pronto alegres
canciones.. I^as cigarreras son fuego y humo...
como los cigarros.
Tuyo,
Eernanflou.
UN IDILIO NIHILISTA
(continuación)
IV
Alejandro acogió con alegría la invitación
del profesor.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
(i59
La esperanza de ver á Catya, le causaba una
secreta alegría.
Su imaginación, después de despojarse de las
preocupaciones mecánicas, sólo trabajaba á im-
pulsos de una sola idea.
El joven estudiante había sufrido en la no-
che anterior una completa transformación.
Durmiendo había soñado, cosa impropia de
su temperamento nada afecto á la preponderan-
cia nerviosa.
En sueños había visto á Catya caminando
sobre nubes, rodeada la cabeza do luminosa au-
reola y tal como él habíase figurado siempi'e la
imagen de la futura Rusia, en sus momentos
de fiebre revolucionaria.
Cuando la hija de Martens vino de la escue-
la de medicina y le dirigió un saludo, el joven
sintió que .su cuerpo se estremecía.
Ya no quiso dudar más; aquellas sensaciones
le eran desconocidas y comprendió que debían
formar aquel afecto que muchas veces había
llegado á sus oídos con el nombre de amor.
Mientras permaneció en la mesa, solo se ocu-
pó en mirar de vez en cuando á Cayta sin pro-
nunciar palabra alguna.
Martens, en cambio, se encargaba de llevar
la parte principal de la conversación y habla-
ba sin ce.sar de la nación y del Czar, y forjaba
planes tan llenos de entusiasmo, como bárbaros
y sangrientos.
Alejandro en tanto se sentía como en otra
vida.
El corazón parecía quererle saltar del pecho,
su cerebro estaba como envuelto en nubes de
color de rosa, las palabras de Martens (á quien
no atendía) sonaban en su oído como músi-
ca incompren.siblo 3' deliciosa y no se ocupaba
más que en fijar sus ojos en el hermoso y gra-
ve rostro de Catj'a.
Esta permanecía impasible ante las niiradas
di^l estudiante, pero éste, que algunas veces ba-
jal)a el rostro como avergonzado por tal impa-
sibilidad, la sorprendió en dos ó tres ocasiones
con los ojos fijos en él.
Cuando terminó la comida, el viejo Mar-
tens se levantó y dijo á los dos jóvenes:
— Bajad al jardín; el aire de la tarde os será
de provecho. Yo, en tanto, voy á repasar los
diseños que éste me ha entregado de su má-
quina.
Catya y Alejandro bajaron al jardín.
Este era sombrío y melancólico. Lo compo-
nían algunos álamos de secular altura y el sue-
lo estaba cubierto por un muzgo oscuro y tu-
pido.
En el centro del jardín alzábase una estatua
bastante deteriorada, representando á Esparta-
co rompiendo las cadenas de la esclavitud; es-
tatua que el viento y las lluvias se había encar-
gado de cubrir de un moho verdoso.
Los dos jóvenes dieron algunos paseos por
el jardín y su conversación versó sobre los
males de la patria y los grandes trabajos que
todavía se habían de llevar á cabo para colocar
á ésta á la altura del resto de Europa.
Pero á pesar de la gravedad del asunto, los
dos al hablar se miraban y Catya parecía haber
depuesto parte de su serenidad.
Aquellas miradas fueron comprendidas por
los dos
Lo que unos amantes de raza latina hubieran
encerrado en fra.ses ardientes y en suspiros lán-
guidos, aquellos hijos del Norte lo expresaban
en miradas intensas aunque tranquilas.
Estas equivalieron á una declaración de amor.
Desdo aquel momento Alejandro y Catya se
consideraron como amantes, sin decirse una
sola palabra que declarase su pasión.
Hablaron do mil distintos asuntos, atravesa-
ron varias veces en distintas direcciones el jar-
din y por fin llegó un instante en que cesaron
en su conversación, parándose para mirarse
con esa perplejidad del que queriendo decir
una cosa se siente cohibido interiormente.
En aquel instante el sol rompiendo los nu-
barrones plomizos que se amontonaban en el
cielo, derramó una luz pálida y amarillenta
sobre el jardín.
Catya y Alejandro se miraron silenciosos du-
rante un buen rato, hasta (jue, |)or fin, la i)r¡-
mera, como herida de una conmoción interior,
arrojóse sobre el joven y apoderándose de una
de las manos de éste, dijo con una voz apasio-
nada que no parecía propia de su carácter.
— ¿Me amáis mucho, Alejandro?
— Hasta la muerte, — contestó el estudiante.
Y al decir esto levantó la mano como para
tomar por testigo de sus palabras al sol, que
les envolvía con sus hilillos de oro, á través de
las nieblas del cielo y de los árboles del jardín.
Desde aquella tarde Alejandro no cesó de
acudir un solo día á casa de Martens.
El viejo profesor tenia de continuo ocasión
para hablar con él de su tema favorito y ense-
ñarle á cada instante aquel armario secreto que
tan terribles efectos guardaba.
Alejandro había sufrido un cambio radical
en su carácter, reemplazando su antigua saga-
cidad con una continua distracción.
El amor le había ensimismado y cuando to-
das las tardes salla de su vivienda con direc-
ción á la casa de Martens, no lograba reparar
en que le seguía un hombre que no era otro que
el criado de la posada.
El joven estudiante estaba cada vez más ena-
morado de Catya.
¡Qué momentos de felicidad experimentaba
Alejandro!
Mientras el profesor estudiaba en su biblio-
teca, él con sn amada del brazo, se paseaba por
EXPOSICIÓN DE BELLAS ARTES DE PARtS: EL AMOR VENCEDOR
(Cuadro de Bouguereau)
el jardín, embriagándose con la luz de aquellos
ojos y el sonido de aquella voz grave y argen-
tina á un tiempo.
La elevación de ideas de Catya, su refinado
idealismo, y aquel amor á la Rusia causaban
grande impresión en el alma del estudiante,
quién á cada momento descubría nuevos tesoros
ocultos en el interior de su amada.
— ¡Qué tardes tan felices!
En algunos instantes Alejandro y Catya se
olvidaban de su patria, circunstancia verdade-
ramente extraordinaria.
Muchas veces los dos perdiendo su habitual
seriedad corrían por entre los árboles, otras so
sentaban en un banco de j)iedra al pié de la es-
tatua de Espartaco, y allí contemplando el sol
poniente ó las nieblas de la noche, cantaban á
media voz y en delicioso coro un himno revolu-
cionario compuesto por un poeta nihilista amigo
de Alejandro.
Los días eran entonces muy cortos para éste,
pues sólo los pasaba en la contemplación ó re-
cuerdo de Catya.
Poco á poco iba olvidándose de todo, y sólo
alguna vez el recuerdo de sus amigos y de la
misión que le habían confiado asaltaba fugaz-
mente su imaginación; así es que quedó sor-
prendido cuando una tarde en que, como de cos-
tumbre, se paseaba con Catya por el jardín, le
llamó Martens para decirle:
— Joven; el momento de que terminemos por
completo nuestro invento se acerca. Sin decirte
nada encargué á un herrero de la asociación
que forjase las piececitas de tu máquina con
arreglo al diseño que me diste, y hoy las tengo
en mi poder.
Y al decir esto, el viejo enseñó al estudiante
un papel que contenía unos pedacitos de hierro
de diversas formas.
Alejandro al verlos se sintió poseído -de su
curiosidad de mecánico, y púsose á examinarlos
con detención.
— Esto está mal, — dijo por fiu. — El herrero
ha trabajado las piezas burdamente y es preciso
pulirlas para qiie engranen.
— ¿Cuándo piensas montar la maquinilla?
— Esta noche misma. En mi equipaje tengo
herramientas para ello.
— Hazlo pues. Mañana la cargaremos con la
sustancia de mi invención, y podré presentarla
al comité ejecutivo de la asociación. Pierde
cuidado que no tardará mucho á ser arrojada
por un brazo robusto á los mismos pies del
Czar.
(Se continuará) Vicente Blasco Ibáñez.
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MADRID.-EXPOSICIÓN GENERAL DE FILIPINAS
Edificio donde están instalados los telares.— Despacho de tabacos en In instalación de la Compañía.— Operarías de dicha instalación.— Tejedoras. (Dibujo de P. y Valor.)
662
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
REVISTA científica
PREHISTORIA ESPAÑOLA
Con el titulo de Les ages ]n-ehisto)-%ques de
r £spagfie et au Bortugal ha salido á luz recien-
tement* en París (Reinwald, editor) una im-
portante obra debida al distinguido antropólogo
francés M. E. Cartailhac, director de la revista
MateríaHX pour F hisloire primitive de T homme.
Es un trabajo interesantísimo, liccho con gran
conciencia y digno de los que aquí debemos al
saber de los señores D. Casiano del Pnido, "Vi-
lanova, Tubino, Mac-Pherson, Sales Perrer, An -
ton, Góngora, etc., con el aditamento de ir
encabezado con un prólogo del ilustre Quatre-
fages, quien no vacila en afirmar la existencia
del hombre terciario en Europa Mucho asegu-
rar es, pero en fin, basta que lo diga Quatrefa-
ges para que cualquiera deba tenerlo por artícu-
lo de fe (de fe científica). Otros, sin embargo,
se rebelan contra la idea de que en la época
terciaria ha.ya existido la familia hominiana
(Broca") y atribuyen los objetos labrados, de los
cuales se deduce la mano inteligente que les dio
forma, á un ser antropoide, llevando alguno su
atrevimiento hasta llamarle antropopiteco, pala-
EL SUENO DE JESÚS (Cuadro do Deschampe)
bra 'que tradnciremoH libremente por... tiimo
salrio. Cada uno fallará según mejor le parezca.
Mucho más seguro es lo que puede decirse
respecto á la época cuaternaria (1). Ya en 1850
el inolvidable D. Casiano del Prado descubrió
en los altos de San Isidro del Campo la existen-
(1) Para máí fácil comprensión de lo que va á seguir di-
remos <iuc U íp(Ka cualtmariu se divide prehistóricamente
co tres periodos: del mammulh, de tranñción y dol reno, en
cnyo* reepectlTOs tiempos colocan los geólogos los hombres
de la rara de (Jantladl, (•) CroUaotion, y Fur/ooz (del nombre
de laa tres localidades de WnrtcmlHjrg, Francia y Bélgica en
que fueron encontrados lips cráneos correspondientes). Ar-
ffutijlógicaninitt, la época cuaternaria comi>rendc el primer
iieriodo de la iWod dé Piedra, dividida en l'alcoHlir.a ó de la
pjednt tallada y HecHHca ó de la pie<lra pulimentada, perte-
n«cl«nt« esta ya á la época Moderna.
La Edad Neolítica precede, arqueológicamente, á la de los
Metala* la cual se divide i su vez en Edad dd Bronce y Eilad
dd UUrro, siendo puramente accidentales la alad del oro y
la edad de la piala, anterior á todas las de los demis me-
tale*.
cía de muchos silex que formaban una punta
lanceolada, de igual tipo que los conocidos con
el nombre de sílex de Saint-Acheid (1). Otros sí-
lex, del tipo de los de la Madeleine (2), fueron
descubiertos á su vez por M. L. Lartet en las
grutas de Peña la Miel, cerca de Nieva de Ca-
meros, en Altamira, cerca de Santander y en Se-
rinyá, Gerona, (:«G5 á 18M). Merece señalarse
el hecho de que en parte alguna se hayan en-
contrado restos de reno, cuyo animal no pasa-
ría por lo visto de la vertiente francesa de los
Pirineos. Por consiguiente no roza con nos-
otros la división que lleva el nombre de aquel
rumiante.
Además de esta particularidad, nótase tam-
bién otra más singular todavía que dicha ausen-
(•) Be llama también de Neanderthal, por haberse oxhu-
maoü tmo igual en «ata localidad, cerca de Dusseldorf, I'ru-
da, «D xm terreno de aluviones cuaternarios, f'on to<lo
como «ate do se descubrió baaU 1856 y el de Canstadt lo fué
ya en 1700, algunos le llaman de este primer modo.
(1) Subdivisión de !a edad paleolítica ó de la piedra ta-
llada, correspondiente al periodo del mammuth y del nivel
bajo de los ríos, es decir, al mis antiguo de la época cuater-
naria.
(2) Sub-división de la misma edad, correspondiente al
nivel alto de los ríos, ó sea li la época del reno. Es el iiitimo
periodo de la época cuaternaria, después del cual viene ya
la ¿poca moderna.
cia y es que los restos humanos que se han
podido descubrir hasta ahora en los terrenos
cuaternarios de la península, excepto uno de
Gibraltar, y los de Zarauz, respectivamente
pertenecientes á la raza de Neanderthal y Cro-
Magnon, deben considerarse como propios del
homlire de Furfooz, el mismo á quien se atri-
buye la paternidad de esos misteriosos monu-
mentos megaliticos llamados dolineries, mvnhirvs,
ringleras, cromlechs, jñedras hamholeanfes , cami-
nos cubiertos, wrraglios, talayots, etc. (1).
Sin embargo, en Mugem (Portugal) han apa-
recido en unas antiquísimas sepulturas restos
que presentan algunos rasgos comunes con los
del hombre de Cro-Magnon o de Zarauz, si bien
M. Cartailhac les hace bastante más modernos,
creyéndolos del período neolítico. Juntamente
con dichos restos fueron descubiertos grandes
montones de conchas de moluscos, huesos de
mamíferos y aves y esqueletos de pescados, no
distinguiéndose indicio alguno de haber sido
roídos, lo cual hace presumir que aquellos hom-
bres no poseían perros domesticados, siendo
así que en los kiokkeniodingos, contemporáneos
de las sepulturas de Mugem, se observan se-
ñales de haber habido perros. «Esto parece in-
dicar, dice M. Quatrefages, que el Norte y el
Mediodía de Europa han sido ocupados en
aquellos remotos tiempos per dos poblaciones
distintas, si es que no por dos razas diferentes,
de las cuales solamente una había comenzado á
resolver el gran problema de la domesticación
de los animales.»
Otra particularidad de las estaciones neolíti-
cas de España es que en su mayoría parecen
haber estado establecidas al aire libre y no en
grutas ó cavernas, lo cual no quiere decir que
éstas no existan también en bastante número.
Entre ellas es digna de mención la Cueva ló-
brega de Sierra Cebollera, explorada muchas
veces' por M. Luís Lartet, que ha encontrado
allí huesos de ciervo, de corzo, y con más abun-
dancia otros de buey, de cabra y de jabalí; con
todo, «el rasgo más curioso de esta caverna,
dice M. Cartailhac, es la presencia de restos
bastantes numerosos de un animal del género
imrro, notablemente distinto del lobo, del cha-
cal y dol zorro, por caracteres dentarios que
parecen denotar instintos aún más carnívoros.
No puede decidirse si este animal había expe-
rimentado también la influencia de la domesti-
cación.» Algunos han presumido si este desco-
nocido animal no sería quizás el Ctwn2)rimaímis.
Respecto á industria, recogió allí M. Lartet
agujas, punzones y pulimeatadores de hueso, y
vajilla hecha á mano y cocida al aire libi'o. «Los
cacharros, dice M. Zaborowski, aunque de fa-
bricación muy sencilla, están adornados ya
con auxilio de entalladuras ó aplicaciones de
franjas de arcilla, ya mediante impresiones he-
chas con un punzón de hueso ó un pedazo de
madera, y sobre todo con los dedos y las uñas,
impresiones que forman vend illas entrecruza-
das, como se las ha observado también en la
cerámica de los palafitos ;dellago Fimon, en Ita-
lia.» Resulta, pues, que dichos restos correspon-
den al.///í/í/ del período neolítico.
Otra caverna notable es la llamacla Cueva de
la Mujer (Granada) estudiada por el señor
Mac-Plierson, y convertida en sepultura des
pues de haber servido de habitación. Fué nota-
ble el hallazgo de un fragmento de barro en el
cual el señor Mac-Pherson observó representada
una imagen solar, en forma de rostro humano.
Entre multitud de restos parecidos á los de la
Cueva lóbrega recogióse también un botón de
piedra y mi brazalete hecho con una pechina.
Abundan también las cuevas neolíticas en el
Peñón de Gibraltar; pero lo importantísimo es
que allí se encontró un cráneo del tipo del de
Neanderthal, lo cual no obsta para que en vez
de llevar un nombre español se llame desgra-
(1) Esta idea do la no existoncia de restos del liouiliic^ cU
Cro-Magnon fuera do lo» cráneos de Zaniuz cslii eu iMnilrii
dicción, sin cmtiargo, con lo observado por algunos iinlrn
geólogos espuüolcfi quo además de tt<iuclIos liun enc<)ulnicl<i
otros en distintas localidades de ('astilla, Asturias y Anda-
lucia.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
mt
ciadamente el cráneo de Forhe-s' Qtcarry. Dicho
cráneo presenta los siguientes caracteres: «Las
arcadas superciliares forman una salida consi-
derable; sus órbitas enormes son casi redondas;
las fosas nasales muy dilatadas; la cara ancha
y prognata(l); la frente, muy huida.» (/abo-
rowski). Fué encontrado en una ganga muy
espesa y adhereute y es contemporáneo de los
silex descubiertos en San Isidro porD. Casiano
del Prado. Allí vivirían aquellos salvajes ho-
rribles, bestiales, en compañía del mammuth y
del grande oso de las cavernas. Lo que no sa-
bemos hasta qué punto puede admitirse, es el
aserto del gran Quatrefages cuando dice que
ha encontrado algunos rasgos sueltos del crá-
neo do Gibraltar (ó de Forbes' Quarry) en la
población moderna de la península, pues es
imposible formarse idea de lo feo y simiano de
los tales cráneos.
Mucha.s otras grutas han sido reconocidas,
pertenecientes á la época cuaternaria, siendo
una de las más notables la del Pnrpalló, en
el Monduber (Gandía). Además se ha descubier-
to también un taller de silex en Arguilla y
dos campos atrincherados, uno en España
(Mola de Chert) y otro en Portugal, aparecien-
do en ellos varias hachas de diorita y basalto,
utensilios de hue.so y restos de manjares; buey,
ciervo, cabra, caballo, lobo, conejo, pero sobre
todo, de cerdo.
Aparte de estas cuecas-habitaciones, tene-
mos tambiÓQ aquí muchas cuevas-sepulturas de
la Edad neolítica, especialmente en la provin-
cia de Granada, siendo entre éstas la más dig-
na de mención la Cuera de los Murciélagos, no-
tabilísima por la perfección industrial de los
LA DAMA DE SHALOTT (Cuadro de Peter Macuab)
TARDE UE ESTÍO (Cuadro de Hennesay)
objetos encontrados en ella: hachas pulimenta-
das, huesos labrados, etc.; pero sobre todo, lo ver-
daderamente pasmoso, dado que tratamos del pe-
ríodo neolítico, es una diadema de oro, fragmen-
tos de tejidos variados y recamados, un gorro,
unas sandalias, y una bolsa do esparto y una
cuchara de palo, tan bien conservados, que al-
gunos de estos objetos parecen recientes. En otra
gruta, también neolítica, se ven grabados en las
paredes el sol y la luna, el arco y las flechas, es-
padas, árboles, muñecos, etc.
Después de las grutas sepulcrales naturales,
es caso de decir que también las hay en Espa-
ña construidas ])or mano del hombre, consti-
tuyendo antiquísimas obras arquitectónicas que
debieron de preceder inmediatamente á la
edificación de los monumentos megalíticos.
Muchos son los de esta clase que van descu-
briéndose en nuestra nación, no siendo pocas
(1) Esto es, en que el maxilar superior y los dientes de
la misma arcada se dirigen oblicuamente hacia adelante
y abajo, mientras el maxilar y dientes inferiores van hac-la
adalante y arriba.
las j)iedras dolménicas que se encuentran en
diversos puntos, á lo cual hay que agregar el
magnífico camino cubierto de Antequera, sin
olvidar los tahii/ofs baleáricos, algunos de los
cuales so levantan en medio de un cromlech ó
círculo de piedras.
El principal interés de la arqueología espa-
ñola prehistórica estriba, no obstante, en la mu-
cha luz que arroja sobre los orígenes de la me-
talurgia. Parece fuera de duda que aquí se
explotaron ya las minas de cobre (en estado de
sulfuro, de cobre oxidulado y de cobre carbona-
tado) desde los últimos tiempos del periodo
neolítico, en abono de cuya opinión están los pe-
sados martillos de diorita y cuarzita que se han
encontrado, entre otras en las minas de Cerro
Muriano (Córdoba) y el Milagro (cerca de Cova-
donga). Más aún: en esta última se ha encontra-
do también un instrumento hecho de asta de
ciervo, parecido al de que se servían los mine-
ros de la época de la piedra pulimentada para
la extracción del pedernal. Por manera que en
España tenemos una Edad que no conocieron
otros países: la Edad del cobre, anterior á la del
Bronce. Encuéntranse aquí, en efecto, bastantes
hachas de cobre puro, sin una sola partícula de
estaño, de forma parecida á las hachas de pe-
dernal. Hay datos para presumir que oran ex-
portadas par.1 toda Europa, y en cuanto á que el
centro de la fabricación estaba aquí, demués-
tranlo los moldes encontrados, en que eran va-
ciadas dichas Lachas. En cuanto al estaño es
indudable que la mayor parte del que se em-
pleaba para hacer bronce se sacaba de nuestras
famosas islas Cassiteridas, el país del estaño,
por excelencia, pero sin que en un principio se
les ocurriese á los indígenas amalgamarlo con
el cobre.
En cuanto á restos de la Edad del Bronce, se
conocen pocos, fuera de algunas sepulturas 6
urnas funerarias; probablemente fueron destruí-
dos en las largas guerras de que ha sido teatro
¡a península ó bien permanecerán ignorados
todavía. Es de creer también que muchos obje-
tos de dicho metal serían fundidos para aprove-
charse de su valor. Con todo, cuando se conoció
aquí el bronce, teniendo tan á mano sus dos
componentes, convirtióse España en un impor-
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LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
tautisiiuo centro que proveía de hachan al 8iul-
este de Francia y el Sur de Inglattirra; así lo
índica el que Isuj hachas encontradas en dichas
loca!idade~s pertenezcan al mismo modelo quo
las de aquí.
Respecto á la Edtui del hierro cabe decir lo
mismo que do la anterior; tenemos poco, aunque
muy interesante, consistiendo generalmente en
sable» de hoja encorvada ú ondulada, con el
pomo representando con frecuencia un perñl
de cabeza de caballo.
Finalmente, se han descubierto también entre
los monumentos prehistóricos de la península
algunas ruinas de pueblos y fortalezas que se
cree pertenecen al siglo VIII 6 IX antes de nues-
tra Era y serían por lo tanto contemporáneas de
la introducción del hierro. En cuanto & las fa-
mosas estatuas del üerrn ih Ins Santos, ¿qué
puede opinarse de ellas? ¿Son godas como creen
muchos apoyándose en su semejanza con las
Kaimmi/a bahy (muñecas de piedra) de la Ru-
sia Meridional, ó bien como cree M. Oartailhac
datarían áe \?i. Edad ikl Bronce? T)\1[q,\\ as pro--
nunciarse sobre el particular.
Concluiremos este breve análisis diciendo
algo sobre la hoy todavía oscura ethnologia pe-
ninsular. Sabido es que la opinión general se
inclina á creer que los primeros pobladores ywo-
tohhstóricos do España fueron los Vascos é Ibe-
ros, procedentes los primeros de las mesetas de
Pamir, y los segundos de la U/cria situada al
Sur del Cáucllso y al Este de la Cólquida. No
falta, empero, quiou upiíio quo no vinieron del
Asia los Vascos, sino quo éstos son ni más ni
menos que los famosos Atlantes y vinieron del
Norte del África. En tal caso, ol pueblo vasco
no seria proto, sino prehistórico, de la raza de
Cro-Magnou, representada en ('auarias por los
Guanciios y en África por los Bereberes. Los
caracteres crauianos de los vascos han sido, en
efecto, referidos por Broca á los de aquella raza
y aun viene á probar más que estaban ya aquí
dichos vascos en el segundo período do la época
cuaternaria, ó sea en la Edad Paleolítica, el he-
cho de que las palabras hacha, jñqnetn, cuchi-
llo, tenaza tienen en su lengua ¡)or raíz común
una palabra que signilica piedra.
La descripción que los antiguos nos han de-
^4i
DORT (Cuadro do Turner)
jado de los iberos (color atezado, cabellos ne-
gros abundantes y rizados, estatura corta, ági-
les, sufridos, fieles y devotos á sus jefes) parece
diferenciarlos de los vascos, pero al lado de
esta distinción presentan un rasgo común con
aquellos, y es la costumbre, (según dicen, segui-
da todavía hoy en la montaña de Santander),
de ocupar el marido el lugar de su mujer du-
rante el puerperio. No empece ejito, sin embar-
go, á que sea evidentísima la diferencia entre
vascos é íberos; aquéllos, en efecto, acantonados
en el Norte y algo al Nordeste, tienen el cráneo
volaminoso, me.iaticéfalo, (1) la cara ortognata,
('£) tuerte, vigoro.sa, enérgica, mientras los íberos,
(Centro, Mediodía y Estej son dolicocéfalos, Q'>)
no muy ortognatos, de semblante fino, gracioso
y delicado. Ea indudable su filiación aryay por
lo mismo su origen asiático.
En cuanto á los celtas, otra raza protohistóri-
ca, acantonada especialmente en Galicia y Por-
tugal, es de creer que siendo aryas también
fuesen muy parecidos á los íberos, habiendo
resultado del cruzamiento de ambos pueblos el
de los celtíberos. Por supuesto que todas estas
razas han debido, en el transcurso de los siglos
e.xperimentar notables cambios, si bien sin per-
der nnncael sello particular de sn origen.
Alfredo Opisbo.
(l) lie csljeza aproximadamente re<b>nda.
'2) Úfente* poco obHcaoa hacia adelante.
(■t) Cabeza oralada, con Im dUmetroa longitudinal y
tranarenal en U ptapoteiím 9: 7.
LOS CIEGOS
Seres bien desgraciados por cierto. Los de
nacimiento ¿qué idoa tendrán de este mundo?
¿qué de sus cosas? ¿qué reflexiones no surgirán
en el fondo de su mente? Pero por más que se en-
simismen, que cavilen, que se devanen los sesos
en pensar qué será el mundo, qué el cielo, qué
el sol, qué el mar... qué todo... ¿cómo poder sa-
berlo? ¿cómo adivinarlo?
Sucede que á uno le explican un objeto que
no ha visto, una ciudad, por ejemplo; por medio
de esas explicaciones, se forma una idea de lo
que es la ciudad explicada, pero llega á irá ella
y se encuentra con que es muy diferente de como
él la había creído.
Esto mismo pasará á los ciegos. Por muchos
cálculos que se hagan, no podrán formarse idea
exacta de las cosas.
Pero lo que de ningún modo pueden com-
prender es la luz, colores, sombras, reflejos,
perspectivas, etc.
Explicar qué es ol día á un ciego, que para él
sólo existe una eterna noche, es tiempo perdido.
Con los colores pasa lo mismo. ¿(Jué ¡dea ten-
drán de lo líquido? El agua, por ejemplo, ¿qué
les parecerá? ¿Y el cielo? Si á nosotros que le
vemos, nos admira, nos asombra, no nos sabe-
mos dar explicación de tal prodigio ¿cómo com-
prenderlo quien no lo ve?
Pero ¿no podrá ser que en ensueños vean.
luz, colores y demás? Pues mientras dormimos
¿qué somos nosotros sino ciegos? Y tantas cosas
que jamás hemos visto se nos representan... Su-
ceden cosas tan raras con los sueños...
Todo cuanto toquen, despertará en ellos
ideas, reflexiones bien extrañas; palparan y re-
palparán el objeto para querer acertar como
es; so engolfarán en un mar de revueltas y en-
contradas deduciones.
¡De qué extrañas, do quó fantásticas, de qué
vanas quimeras, estaiá poblada la imaginación
de un ciogo! Cuántos absurdos, cuántas invero-
similitudes la darán juego.
En medio de sus continuas abstracciones,
cuando so desate una formidable tempestad,
¿qué efecto les harán los (espantosos truenos?
¿Qué idea se foi'marán de tan pavorosos ruidos?
Se sentirán sobrecogidos de miedo; creerán que
todas aquellas enormes montañas que les han
explicado se asientan en la tierra, se derrumban
bajo su peso y que van á morir sepultados en-
tre las ruinas del odificio.y las montañas, ó tal
vez quo aquello otro, que tanihión les han dicho
existe allá arriba, el cielo, se desploma .soljre la
tierra; ó quizás que es llegado aquel tremendo
tranco on que todo ha do oscilar, de chocar, de
quedar deshecho.
¡Pobres ciegos! Privados de ver las obras
maravillosas de la creación, ¿qué encantos tiene
para vosotros la Naturaleza? Ese cielo tan be-
llo, no sabéis cómo es. No podéis contemplar
ese hermoso sol que nos alumbra, esa majes-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
667
tuosa y pálida luna que vierte tan suave y me-
lancólica luz, que extasía y embelesa á los que
fijan sus miradas en ella; las estrellas con sus
incesantes y arrobadores centelleos, no despier-
tan en vosotros ningún afecto; la luz, los múlti-
ples y hermosos cambiantes que produce, no
os deslumbran.
¿Qué os im|)orta que al llegar la primavera,
reverdezca el fértil suelo de los campos, se
adorne el prado, el jardín de las más ricas ga-
las de la Naturaleza, estén frondosos y lozanos
los árboles y todo alegre y sonriente, sino lo
podéis ver?
Esos paisajes, esas encantadoras perspectivas
que nos sorprenden y admiran ogradableraente,
ni os admiran, ni os sorprenden á vosotros.
Esos bellos é imponentes espectáculos, los
crepúsculos de la mañana y de la tarde que tan
profundamente conmueven nuestra alma, no po-
déis contemplarlos.
¡Oh! ¡Qué desconsoladora situación la vues-
tra! ¡Qué de tristes reflexiones sugieren al pen-
sar en ella! El espíritu desfallece, se intoxica
el ánimo, so siente oprimido el corazón.
Ante nuestros ojos se nos presentan las más
espantosas tinieblas y como para hacer mayor
la ilusión ciérransenos los ojos; del fondo de
esas tinieblas surgen especie de sombras; som-
bras inm' nsas como grandes borrones que man-
chan y entristecen ese cuadro harto tétrico de
por si; en seguida confundiéndose con las som-
bras, como átomos de fuego que van poco á
"^N...
LONDRES: MUSEO DE SOUTH KENSINGTON
ENTRADAS PRINCIPALES.-ENTRADA AL DEPARTAMENTO DE LAS COLECCIONES PRECIOSAS. -PROYECTO DE FACHADA
poco tomando fantástico cuerpo, formas exage-
radas y que no podemos precisar qué semejan;
luego visiones las más raras, las más absurdas
que puede imaginarse, fantasmas lo más incon-
cebibles; y al cabo sombras otra vez, tinieblas
impenetrables.
Condenados á vivir en tanta oscuridad sin
esperanza de poder ver nada de lo que les ro-
dea, de lo que se cierne sobre sus cabezas, han
de sufrir por fuerza horrililemente; mucho más
que aquellos que han tenido la desgracia de
quedarse ciegos después de su infancia, porque
todo lo comprenderán perfectamente, porque
pueden distraerse con los relatos de las cosas y
sucesos que acaezcan, mientras que los de naci-
rainnto que nada han visto, no podrán compren-
der tan fácilmente lo que se les refiera. Por otra
parte, cA vehemente deseo de conocer lo que les
rodea, les mortificará lo que no es decible. No
tenemos para comprender esto, más que fijarnos
en el interés que todo lo desconocido des-
pierta en nosotros. ¿Pues, cuánto más no des-
pertará en ellos que nada, absolutamente nada
conocen?
Con estos seres desgraciados, sí que no reza
aquello de «á todo se acostumbra uno.» A un
ciego no puede dejarlo de mortificar la idea de
no poder ver aquello que sabe existe.
Una cosa hay, sin embargo, que está tan al
alcance de ellos como del nuestro. Y es que esa
cosanose ve, sosiente; no es hecha para recrear
la vista, os sólo para deleitar el alma, para ha-
blarla en un lenguaje tan dulce, tan tierno, tan
divino, que la impregna de gratos goces, de
sentimientos delicadísimos.
Y creemos será aún más sentida, hallará más
eco en el alma de un ciego, porque privado de
toda dulce afección que produce Ja contempla-
ción de lo bello, abismado siempre en el fondo
de su conciencia en medio de tranquila quietud
la música obrará tales efectos en su alma, la
conmoverá, la elevará do tal modo, le hará sen-
tir tales sensaciones que le embriague en delei-
tosísimos goces.
Las sentidísimas notas de la música, sus di-
vinos conceptos, ese lenguaje misterioso, vago
é indefinido, se apoderará del alma del ciego y
le hablará de algo no comprensible, de algo tan
dulce, tan elevado, que le tenga absorto, que le
hechice, que le extasíe.
Mientras oiga la música no sufrirá, porque se
disipará toda nube de tristeza, toda amargura
de su corazón. Pero ¡ah! en cuanto cese ¡qué
desencanto! será mayor el abatimiento, le pare-
cerá mayor su aislamiento, su desgracia, sus
angustias; so sumirá otra vez en hondas ti-iste-
zas, en hondas cavilaciones.
Siempre lo mismo; tinieblas y más tinieblas;
su cerebro á vueltas queriendo desentrañar,
queriendo ver claro aquello que ve oscuro, oscu-
Apnntaa del baila
IMPRESIONES DE UN CORRESPONSAL ARTÍSTICO "ESPECIAL" INGLÉS
Ijft pipa de paz
PAMPLONA
FESTEJOS CON MOTIVO DEL VIAJE DE S. S. M.M. V A. A.: PUERTA DE LA TACONERA.-ILUMINACION DEL PASEO DE VALENCIA
670
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
rísimo; infructuosas fodas sus conjeturas, todas
sus cavilacionejj, todos sus devanetis. ¡Triste
estado el suj'o! Nosotros los que no uos halla-
mos lo mismo, no podemos comprenderlo.
Joaquín Borda.
NUESTROS GRABADOS
LAS BILLAS ÁBTK8 KX INOLATEKBA
SK BOCAK, tuadro df Furftí».— tarde de iSTto, de Bnintiti/
LA DAHA DE SHALOTT, dt MoCmib
EnouirluuMlo incesantemente sns limites el arte, ha teni-
do qne desaparecer la rígida linea de i^epaTaclAn que lieslln-
daba anle« )a pintura de ñgwTa de la pintura de paisajo, lia-
l>ii>ndo snifrido un nuevo Rénero mixto que puede titularse y
5* titula, paisaje ron ftifnra«.
.V e<Io linaje eonvpondc de tolo pnnlo el cuadro de
Stautii»|io Korl»es Sin Am/or. estando t«»íl*> i'l liM^ue de su oUra
en la representación de ima flgiiia en plena atmósfera, eos»
rara pora los antiguos, qne no sabían, al parecer, que el aire
era materia pimiablr. Esto es lo c|ue el autor ha conseguido.
|iresentando una Hgura en rabal rclaciiVn con las condiciones
de luz y aire ambientes, niét<Mlu que implica la absteurióii
•le tóala superfluidad, como tendiendo especialmeiilo li la
prtHluccif'm de una iw/irr'Wóii única.
I'aia alraniar esto, ha piulado Korlies una ciuno prfwesión
de raj^bandos acaudillados por la patéllra flgiira de la mu-
jer T el niño, en medio de empinada y polvorosa carreteril.
l*na atmósfera gris, plateada, difusa, propia de tinii larde
de otoño, acenttía vaporosamente las dlsliinclas, produrieii
do una Impresión de admirable fuerza y veracidad, sin qne á
pesar de esto resulte una obra de fastidioso realismo fotognt-
Aro, poas por cao entra el elemento artjstlco que sal>c prestar
acento, ccdor local y sentimiento á lo representado, elegirlos
acoesorioe oportunos y tra-sladarlo todo con estilo propio.
Ciran eos» es, ciertamente, llevar el arle á tal extremo de
perfección.
No menos notable es la obra de Hcnnessy, artista Inde-
pendiente oomo pocos y grait devoto también de la madre
Naturaleza. Su paisaje, lluraiiuulo por la vaga claridad del
crepúsculo vespertino en misteriosa fitsión con los brillantes
rayos de la luna, causa singular Impresión, muy poética y
sin emlfargo, muy exacta; muy sutil. Iiiipreguada del infini-
to, y con esto, perfectamente moderna, aull convencional,
nnlHrníirta. en el sentido ñno y exacto de esta palabra. No se
trata pan nada de las Rogncs.
Distinto enteramente de los dos anteriores es el cuadro de
Macnab, inspirado en nn episodio del poema de Tennyson,
tn dama lir íihaíott. conocido ya en Espai'ia por el dibujo de
Poré. Aquí bogamos como la pobre señora en pleno rio ultra-
idealista, lo cual no Implica qne asi el poema como el cua-
dro sean dos preciosas obras, y aún hubiera hecho mal el
pintor en interpretar de otra suerte la poética tragedia.
EXPOSICIÓN DE BELLAS ARTES DR PARfS DE 1887
EL AHOR TESCEDOR, cuodro de Ilouflnrreau
EL sceSo de iBSta, de Detehamp»
Aunque se trata de una simple pintnra decorativa, ad-
viértese al momento la mano ilustre que ha trazado las dos
figuras fie £/ amor vencedor. Es una obra }*erfecta, llena de
gracia y dlgnidail; una verdadera joya.
No diremos otro tanto de El ititrño fU Jem*. DIccse que el
autor M. 1.. Deschamps, quiso inspirarse en los pintores reli-
giosos españoles, y para elU» amonttmó tonos terrosos, oscn-
t<n y lo llenó KmIo de sombras y de personajes desarra¡iados.
El hombre cn«rla halier hecho dii Vclázi¡nez el da Rhcrn, y
naturalmente, le sucedió lo que á todo francés que quiere
meter haxa en cosas de España, esto es, que no dló pié con
bola.
Exposición MARÍTIMA IHTKRKACIOKAl DE CXDIZ
rACRlDA PRIKCIPAL DRL PARELLÓX DR LA TBASATLXHTICA
Dibujo de Amríit
teifíin fiítitfimjm excluJtíeaitw.ntc tlejtílnnda n
La IlcstrarKir IbÜrica
Veas«; en el númerr> anterior el articulo de nuestra emi-
nente colaboradora 1) » Patrocinio de Bledma.
MADRID: RXrOSICIÓX nKXKRAL DE rlLIPIHAg
Dibujo de P. y Valor
Damos hoy varias repro Incciones de interesantes particu-
laridades de la Exposición filipiua, eu virtiKi de los cuales
podrá venirse en eonocimient» de la elegancia del edificio
donde están instalados los telares asi como de los ill versos ti-
pos de tC!)edoras j cigarreras oceánicas,
OBSEqrio A La xovia el dIa dk st; ri vplkaiíoh
f'uttdro de. P. Soulaerolz, fUMiiujai'lo artiita JUtrentíno
I'n tema gentil, gracia en la elección ilo los tipos de las
fi/nras, gnst<i seúrtril en la c^imposiclón. los trajes y el fondo
cilocan esta obra del celeiirado pintor tfMcano entre los bue-
nos «templares del género de pintura de trajes históricos.
Una de las condiciones más btiscadas y más propias de
este linaje de piíiuira es el no proilueir impresiones Irisles
ó desagradtttties o «ntiitátteas y esla cualidad es eseneial en
el cuaiiro <iue roprodueimos; la novia es de ttftrainado rostro,
de estielto y ele.íanto tulle, alta, garriila; del novio... so uos
impiírla poco cómo i>uede ser. En cuanto á la estancia no
calHi mayor resalo ni riqueza. Estamos en invierno y si el
brasero callenta el ambiente, el amor I iene hechos nn vol-
cán los corazones. I.a joven, inipacienla por probar el collar
de perlas, regalo del prometido esposo, mirase al espejo lia-
clendo más monerías que Margarita cuando canta el mano-
seado vals de las Joyas y el novio, ¿qué ha do hacer?
Pues, pensar en apresurar todo lo posible la boda.
dort
Cuadro de Tiirner
Es Wllliam Turner (1773-1851) el más célebre, sino el más
ilustre, de los pintores ingleses cuyo nombre ha pasado ya á
la historia Nadie como él ha sido tan elogiado, ni ha tenido
tampoco tamos detractores. Decían sus sedarlos que en su
propia personalidad se jiuilaban Claudio de l,orena, el l'usi-
uo y .Silvalor llosa, mientras que sus enemigos aseguraban
Htítí era un piutamoints.
La verdad es que fué un paisajista excelente en sus bue-
nos tiempos, hasta <iue llevado del driiioiiiu del orgullo, cayó
en los nuiyores excesos luituralislas, acabando sus dias en
tina casa de orates. A tal extremo llegó su maula, lo que
llamaba la imitación de la naturaleza, no siendo más qne
una serie de indecencias, que los pinlores. por huir de él, ca-
yeron eu el extremo opuesto y se hicieron ¡jn-ra/ueliitun, po-
niéndose á su cabeza el famoso Muíais, vuelto hoy al redil de
la sana naturaleza.
El cuadro representando la vista de Dorl es, sin embargo,
una de las hermosas obras que pintó Turner eu el pleno goce
de sus facultades intelectuales, brillando sobre todo i)ür la
maravillosa limpidez del agua y la mágica interpretación de
la atmósfera dorada.
EL Mcseo dk soüth kknsinqton
No corresponde ciertamente á la incomparable preciosi-
dad de este establecimiento lo que cxlcriormente presenta.
pues ni sus humildísimas fachadas, ni sus miserables entra-
das, ui la meztiuindad de sus patíos y zaguanes están en
consonancia cou lo que se guarda en las salas. Más de un
curios»» ha sufrido un verdadero íh^fiptiuiíituneiit al encon-
trarse con qne el famosísimo .Soj/í// Kmniiiiiton Mitsenm era
aquella agUiineraclóu de editíelos ramidones, rodeailos i>or
un mal vallado de madera de ruralaspecto.
No ]>odia durar jjor lo tanto semejante estado de cosas y
asi venciendo la ris inertia propia de todo establecimiento
burocrático, ha conseguido el público inglés que .se acordara
la consfrncción de una nueva fachada üitcfcfttivn de la impor-
tancia del Musco, y es la que habrá visto ya el lector, junta-
mente con los dos grabados que demuestran la inconcebible
humildad exterior de aquel grandiosísimo centro.
IMCUKSIONKS l>K UN CORRK.SPO\S.\L .\RTÍ.STrrO ftKSl'ECI.\L»
INGLES
Cualquier dibujante puedo recibir, cuando menos so lo
figura, el eucargo de trasladarse á tal ó cual parte para en-
viar unos apuntes de lo que está allí ocurriendo, ó ha ocurri-
do: una inauguración, una solemnidad monárquica 6 repu-
blicana, un siniestro, etc., etc.; y esto fué lo que le pasó á
mister Ilarry Furniss, á quien comisionaron para (luc manda-
se unos apuntes de lo que viese de notable en los condados do
Irlanda, teatro de las hazañas de los lores ingleses contra los
infelices colonos naturales de la Verde Erin.
Con ojo atento fijóse, pues, en lo más culminante que so
presentase á su escrutadora indagación, y asi, con mano fir-
mo y pulso rápido dibujó La ¡lipu <li; paz, modelo de costum-
bres irlandesas. Y creyendo que había eunijilirto ya bastante
por lo que respecta al pueblo, marchoso á I lahvay doude
unos oradores pronunciaban elocuentes discursos en favor
del bilí de Mr. Oladstone. I'or desgracia, el artista no pudo
ver más de lo que dibujó, de modo <iue cualquiera creerá que
al orador aquel lo faltaba la cabeza.
Dando por terminada yu su misión, regresó misler l'ur-
nlss á sus iialrios lares, recogiendo de paso algunos apnnti's.
Asi, jior ejemplo. Inmortalizó en su cartera, |iara ser trasla-
liado á las columnas de los jieriódicos, varios tipos de un
Itmlatiranl miiiómieo de Edimburgo, sin descuiílarse del en-
tusiasta fundador del siipradicho establecimiento que se
ofreció galantemente á servirle de «i»/, palabra que dejamos
en inglés por la facilidad de su traducción.
De pronto recil>e Ilarry un tolegrania urgentísimo, previ-
niéndolo s<! trasladase á Llveriiool, donde los liberales debían
celebrar un gran meeling electoral. Corre alii nuestro artista,
IKiro píir desgracia el meeting se habla celebrado ya; era pre-
ciso, sin embargo, mandar -dibujado del natural» el retrato
del candidato; el artista so presenta en su casa, le hace
l)rosentc su deseo de mearle, y el digno político se está toda
la noche en posición oraloria, .sostenido por la esperanza do
que aparezca su itera efigie, en el Oraphie. ó el lUunlraled Lon-
don .Vcm;« ó 1,.\ Ilustración Ibírica
Corriendo por la ciudad la noticia do la llegada de un
•Cí»rrcsponsal artístico enpeeial' llueven soljre él Invitaciones
decidiéndose por asistir á un baile que se daba «¡u nn mani-
comio. Disfrazóse do Plnel, sin duda para hacerse simpático
á los concurrontes, y una vez metido on la danza, pudo con-
tar treinta María Kstuard!>s, cincuenta Margaritas, treinta y
ocho Faustos, cincuenta ramilleteras, nueve Porcias, tres
clowns, sois toreros, siete sastres, treinta y cinco (Helias. -
treinta y ilos Desdémonas y algiuios más do imposible clasifi-
cación, sobresaliendo» lui soberbio Duque de Tork.
Nuestro artista copió rápidamente algunos tipos del baile
y ya iba á salir cuando se encontró cou un fotógrafo que iba
á lo mismo. Ilieiérouso. al momeuto, grandes amigos, y el
fotógrafo le encargó hieieso un retrato do cierto caballero
según la fotografía que le exhibió. Mr. Furniss, coucienznd<»
en todo, nos presenta ahora un estudio comparativo de las
transformaciones del original. Y aquí cierra la cartera ile sus
apuntes, terminada ya su misión de corresponsal artístico
e'tpecial.
PAMPLONA
FESTEJOS COM MOTIVO DEL VIAJE DE S.S. II. M. Y A. A.
La Puerta de la Taconcra, una de las seis que tienen las
imirallas de Pamplona, y da paso al magnifico paseo de
aquel nombre, fué adornada elegantemente por la guarni-
ción con trofeos militares, siguiendo el proyocto trazado por
el gobernador militar señor marques de Villa Antonia. Este,
por motivo de su cargo y siguienclo la trarlieií'm, ¡luso eu
manos do la Keina, Regente, las llaves de la idaza al enliur
S. M. por dicha puerta. El aspecto era muy bonito, á lo tnie
dicen y mucha la animación.
No era menos vistoso, sin embargo, el del J\íseo (fe Valeii-
ein. tal como oslaba preparado pura la iliuuínación. La foto-
grafía reproilui'ida en nnesiro grabado está lomada desde la
salida do la Plaza de la ('onstituclón á dicho paseo, en el án-
gulo mismo en que está situado el palacio provincial que ha
servido de alojamiento á S.S. M. M.
Este paseo de Valencia es uno de los pijutos más bellos do
Pamplona, y hace dos ó tres años ha sido reformado, cons-
truyendo eu el centro nn magnífico boulQvard «luo puedo
competir con los de otras poblaciones de mucha mayor im-
p<»rlancia. Todos están contestes eu que el asitecto que pro
sentaba el día de la entrada do S.S. M.M. y A. A., en plena llu-.
minacit'in, al paso de la retreta, era deslumbrador.
El -tí'fo levantado por la guarnición en la Plaza (le la ConHi-
turi(jn, esquina á la calle de la Chapiíela. está tomado do la
parte de la plaza. Descansa sobre cuatro colunuias y la baso
de cada una la componen cuatro cañones sobro los que van
unas grandes cajas de guerra y encima pabellones de fusiles.
Todo él está adornado de trofeos bélicos, formando un agra-
dable conjnnío.
-f
AMOR
En una fresca mañana
y por la vega florida,
alegre y entretenida
canta una linda serrana:
• — «Tengo un amor tan callado
tan puro, tan inocente,
como la mansa corriente
que se desliza en el prado.
Jamás de los sinsabores
llegó la triste amargura
& turbar su linfa pura
sobre su lecho de flores.
Y con tan amante prisa
corren sus ondas suaves,
que ni las oyen las aves,
ni las alcanza la brisa.
No enluta noche importuna,
sus encantos virginales,
oue entre sus limpios cristales
quiebra sus rayod la luna.
Amo con tan dulce calma,
que no sé por darlo nombre,
si soy el alma do un hombre
(S él es alma de mi alma.
Con oso amor so engalana
orgulloso el pocho mío,
como gota de roció
con el sol de la mañana.
Y ni la nube del celo
turba la luz de mi vida,
ni cruza vaga y perdida
la sospecha en nuestro cielo.
De la tarde misteriosa
á. los últimos fulgores,
le cuento yo mis amores
á la encina y á la rosa,
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
G71
Y voy alegre y parlera,
como loca en mi contento,
y digo mi pensamiento
al bosque y á la pradera;
Con el aura que suspira,
con la fuente que murmura,
con el ave que en la altura
en circulo inmenso gira.
Con la leda mariposa,
con el celaje flotante,
con todo, mando á mi amante
una memoria dichosa.
Y me habla de él, el aroma
que desde los valles sube,
y me hablan la blanca nube
y el gemir de la paloma.
Y me habla en el Occidente'
el rico manto de gualda
y la alfombra de esmeralda
por donde cruza el torrente.
Dice su nombre á mi oído
la brisa con dulce anhelo,
y yo por causarla celo
repito el nombre querido.
Entonces de gozo llena,
sin que tal encanto cese,
porque la brisa le bese
grabo ese nombre en la arena.
Y cuando de allí me alejo,
vuelvo á mirar con ternura, .
que al irme se me figura
que hago mal porque le dejo.
Paso noche de contento
contemplando las estrellas,
pues miro escrita con ellas
su cifra en el fiímamento.
Y en inocente deseo
tanto mi ilusión se exalta,
que si una estrella me falta
me parece que la veo.
Y así pasa mi existencia
tan dulce, tan sosegada,
que vive el alma embriagada
de amor con tan pura esencia.
Y este amor es tan callado,
tan tierno y tan inocente
como la limpia corriente
que se desliza en el prado. »
Vicente Riva Palacio.
*-
LOKIS
I>OR PRÓSPERO OVCEIIII^^EE
(continuación)
VI
Después del almuerzo volvimos á Medintil-
tas. Allí, como encontrase al doctor Froeber
solo, le dije que creía que el conde estuviese
enfermo, que tenía sueños horribles, que era,
quizás, sonámbulo y que podía ser peligroso en
tal estado.
— Me he apercibido de todo eso, — me dijo el
médico. — Con una organización atlética es ner-
vioso como una mujer bonita, Quizás tiene eso
de su madre... Ha sido endiabladamente mala
esta mafíuna... Yo no creía gran cosa en histo-
rias de miedos y de antojos de mujeres en cinta,
pero lo cierto es que la condesa es maniaca y
la manía es trasmisible por la sangre...
— Pero el conde, — repliqué yo, — es perfecta-
mente razonable; tiene un criterio muy justo,
es instruido, mucho más de lo que yo me figura-
ba, os lo confieso; gusta de leer...
- — Conformes, conformes , mi querido señor,
pero es á menudo muy extraño. Se encierra, á
veces, durante muchos días; con frecuencia ron-
da por la noche; lee libros increíbles... metafí-
sica alemana... fisiología ¿qué sé yo? Ayer mis-
mo le llegó un bulto de Leipzig. ¿Queréis que
hablemos claro? un Hércules tiene necesidad
de una Hebe. Hay aquí aldeanas muy lindas..
El sábado por la noche, después del baño, se
las tomaría por princesas. No hay ninguna que
no se sintiese orgullosa de distraer á monseñor.
A su edad, yo... ¡lléveme el diablo! Pero, no, no
tiene ninguna querida, no se casa y hace mal.
Le sería menester un derivativo.
Como el materialismo grosero del doctor me
chocase hasta el último extremo, terminé brus-
camente la plática diciéndole que hacía votos
porque el conde Szemioth encontrase una es-
posa digna de él. A la verdad, no dejé de sor-
prenderme de la afición que supe tenía el conde
á los estudios filosóficos. Aquel oficial de húsa-
res, aquel cazador apasionado leyendo metafísi-
ca alemana y ocupándose en fisiología, vamos,
que esto trastornaba mis ideas. El doctor había
dicho la verdad, sin embargo, y desde el día si-
guiente pude adquirir la prueba de ello.
— ¿Cómo 08 explicáis vos, señor profesor,—
me dijo bruscamente al acabar de comer — cómo
os explicáis vos la dualidad ó duplicidad de
nuestra naturaleza?...
Y como echase de ver que no le comprendía
yo perfectamente, repuso:
— ¿No os habéis encontrado alguna vez en
lo alto de una torre ó bien al borde de un pre-
cipicio experimentando á la vez la tentación de
arrojaros al vacío y un sentimiento de terror
absolutamente contrario?
— Esto puede explicarse por causas de todo
punto físicas, — dijo el doctor. — Primero; la fa-
tiga que se experimenta después de una mar-
cha ascensional determina un aflujo de sangre
al cerebro que...
— Dejemos eso de la sangre, doctor, — excla
mó el conde con impaciencia, — y tomemos otro
ejemplo. Tenéis un arma de fuego cargada.
Vuestro mejor amigo está allí. Se os ocurre la
¡dea de meterle una bala en la cabeza. Abrigáis
el más profundo horror por un asesinato, y sin
embargo, en ello estáis pensando. Creo, seño-
res, que si todos los pensamientos que nos vie-
nen á la cabeza en el espacio de una hora
creo que si todos vuestros pensamientos, señor
profesor, á quien tengo por un sabio, estu-
viesen escritos, formarían un tomo en folio,
puede ser, en vista del cual no habría abogado
que no pleitease con feliz éxito nuestra inhabi-
litación, ni juez que no os metiese en la cárcel ó
en una casa de locos.
— Ese juez, señor conde, no me condenaría
seguramente por haber buscado esta mañana,
durante más de una hora, la ley misteriosa en
virtud de la cual los verbos eslavos toman un
sentido futuro combinándose con una preposi-
ción; pero si por ventura se me hubiese ocurrido
algún otro pensamiento ¿qué prueba podría
aducirse contra mí? No soy dueño de mis pen-
samientos más de lo que lo soy de los acciden-
tes exteriores que me los sugieren. De que surja
un pensamiento en mí, no puede deducirse un
oomienzo de ejecución, ni aún una resolución.
Jamás he tenido la idea de matar á nadie; pero
si se me ocurriese el pensamiento de un asesi-
nato ¿acaso no está mi razón allí para apar-
tarlo?
— Habláis de la razón muy á vuestras an-
chas; pero ¿está siempre allí, como decís, para
dirigirnos? Para que la razón hable y se haga
obedecer, es menester la reflexión, es decir,
tiempo y sangre fría. ¿Se tiene siempre el uno
y la otra? En un combate veo que me llega una
bala que rebota, me desvío y descubro á mi
amigo, por quien habría dado mi vida, si hubie-
se tenido j'o tiempo de reflexionar...
Traté de hablarle de nuestros deberes como
hombres y como cristianos, de la necesidad en
que estamos de imitar al guerrero de la Escri-
tura, siempre presto al combate; en fin, le hice
ver quo luchando sin cesar contra nuestras pa-
siones adquiríamos fuerzas nuevas para debi-
litarlas y dominarlas. No conseguí, creo, más
que reducirle al silencio, mas no parecía con-
vencido.
Permanecí todavía unos diez días en el casti-
llo. Hice otra visita á Dowghielly, pero no
pernoctamos allí. Lo mismo que la primera vez
mostróse la señorita Iwinska traviesa y niña
mimada. Ejercía sobre el conde una especie de
fascinación y no me quedaba ninguna duda de
que andaba muy enamorado de ella. Sin embar-
go, conocía muy bien sus defectos y no se forma-
ba ilusiones Sabía que era coqueta, frivola, indi-
ferente á todo lo que no fuese para ella una di-
versión. A menudo echaba yo de ver que el con-
de sufría interiormente, sabiendo que era tan
poco razonable, pero así que ella le hacia algún
melindre olvidábalo todo y su semblante se ilu-
minaba y radiaba de alegría.
Quiso llevarme por la última vez á Dowghie-
lly, la víspera de mi partida, quizás para que me
quedase yo hablando con la tía mientras él iba
á pasear por el jardín con la sobrina; pero tenía
yo mucho que hacer y así excúseme, sin atender
á su insistfincia. Volvió á comer, por más que
nos hubiese dicho que no le esperásemos. Pú-
sose á la mesa y no pudo probar bocado. Du-
rante toda la comida estuvo sombrío y de mal
humor. De vez en cuando sus cejas se juntaban
y sus ojos tomaban una expresión siniestra.
Cuando el doctor salió para ir á ver á la conde-
sa, el conde me siguió á mi cuarto y me di; o
cuanto tenía en el corazón.
— Me arrepiento mucho, — exclamó, — de ha-
beros dejado para ir á ver á esa loquilla que se
burla de mí y no gusta más que de caras nuevas,
pero, felizmente, todo acabó ya entre nosotros;
me he ido profundamente disgustado y no vol-
veré á verla jamás...
Paseóse algún tiempo á lo largo y á lo ancho
del cuarto, según su costumbre, y después re-
puso:
— ¿Habéis creído quizás que estaba enamora-
do de ella? Es lo que piensa ese imbécil de
doctor. No; no la he amado nunca. Su ci«ra ri-
sueña me agradaba. Su piel blanca, me daba
placer de ver... Hé ahí todo lo que hay de bueno
en ella.!, la piel sobre todo. Sesos, nada. Nunca
he visto en Iwinska más que una linda muñeca,
buena para mirarla cuando uno se fastidia ó no
tiene un libro nuevo... Sin duda que cabe decir
que es una belleza... ¡Su piel es maravillosa!...
señor profesor ¿la sangre que hay bajo esa piel
debe ser mejor que la de un caballo? ¿Qué pen-
sáis vos?
Echóse á reir á carcajadas, pero aquella risa
hacía daño al oiría.
Despedíme de él al día siguiente para ir á
continuar mis exploraciones en el Norte del Pa-
latinado.
VII
Duraron cerca dos meses y puedo decir que
no quedó ninguna aldea en Samogicia donde no
me haya detenido y haya recogido algunos do-
cumentos. Séame permitido aprovechar esta
ocasión para dar las gracias á los habitantes de
aque;la provincia, y en particular á los señores
eclesiásticos, por el concurso verdaderamente
solicito que dispen.saron á mis investigaciones y
las excelentes contribuciones con que han enri-
quecido mi diccionario.
Después de una permanencia de una semana
en Swazlé, proponíame ir á embarcarme en-
Klaypeda (puerto que nosotros llamamos Me-
mel) para regresar á mi casa, cuando recibí del
conde Szemioth la siguiente carta, que me trajo
uno de sus cazadores:
«Señor profesor:
»Permitidme que os escriba en alemán. To-
davía cometería más solecismos si os escribiese
en jmudo, y perderíais toda consideración para
conmigo. No sé si tenéis ya mucha, y la noticia
que voy á comunicaros no la aumentará cier-
tamente. Sin más preámbulos, me caso, y ja
672
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
adivinaréis con quién. Júpiter serie de ¡os jura-
mentos de Iw enamorados. Asi hace Pirkuns,
nuestro Júpiter samogicio. Con la señorita Ju-
liana Ivriuska es, pues, con la que me caso el ocho
del mes próximo. Seríais el más amable de los
hombres si vinieseis para asistir á la ceremonia.
Todos los aldeanos de Medintiltas y lugares
circunvecinos vendrán á casa á comerse algunos
bueyes é innumerables cerdos y cuando estarán
ebrios bailarán en aquel prado, á la derecha de
la avenida que ya sabéis. Veréis trajes y cos-
tumbres dignos de vuesti-a observación. Me dis-
pensai'éis el maj'or placer y á Juliana también.
Añadiré que vuestra negativa nos dejaría en el
más triste embarazo. Sabéis que pertenezco á la
comunión evangélica, lo mismo que mi novia, y
es el caso que nuestro ministro que vive á
treinta leguas, se halla imposibilitado por la
gota y asi me he atrevido á esperar que que-
rréis oficiar bueuamente en su lugar. Creedme,
mi querido prcrfesor, vuestro afectisimo
Miguel Szcmioth.»
A lo último de la carta, en forma de post-data,
PAMPLONA: ARCO LEVANTADO POR LA GUARNICIÓN
una mano femenina bastante linda había añadi-
do en jmudo:
»Yo, musa de la Lituania, escribo en jmudo.
Miguel es un impertinente en dudar de vuestra
aprobación. No podía darse otra que yo, que en
efecto soy bastante loca, para querer á un mu-
chacho como él. Veréis, señor profesor, el 8 del
mes próximo, una novia bastante chic. Esto no es
imado, sino francés. Por supuesto que no iréis á
caer en distracciones durante la ceremonia.»
Ni la carta ni la post-data me gustaron. Pa-
recióme que los novios demostraban una ligere-
za imperdonable en ocasión tan solemne. Sin
embargo ¿cómo negarme? Confesaré, además,
que el espectáculo anunciado no dejaba de dar-
me tentaciones. Según todas las apariencias,
entre el gran número de gentil-hombres que se
reunirían en el castillo de Medintiltas no deja-
ría de encontrar personas instruidas que me
facilitarían útiles noticias. Mi glosario jmudo
era muy rico, pero el sentido de cierto número
de palabras aprendidas de boca de groseros
campesinos, quedaba envuelto todavía para mi
en una oscuridad relativa. Todas esas conside-
raciones reunidas tuvieron bastante fuerza para
obligarme á acceder á la demanda del conde y
le respondí que en la madrugada del 8 estaría
en Medintiltas. ¡Cuánto tuve ocasión de arre-
pentirme!
(Se concluirá.) Traducción de A. O.
lillIIISTUan; brtii, I6S-J67, Rimi loliiu, Mitor.— Reserridos los derechos de propiedad artístia j literaria.— ^,as reclamaciones en Madrid, al represéntame de esta Casa D. Manuel Plá y Valor, Apodaca, 10, 1"
) INSÉRTESE Ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL (
laTABLICUaBHTO TlPOORlIlCO DB B. BASIOA.— CAÍ.UI OB VlIXARROBL, HÚII. 17 BH8AMCHB DB SAI! AHTOHIO.— BAHCBLOHA.
SEMANARIO CIENTÍFICO. LITERARIO Y ARTÍSTICO
~s?Xl\N^
Año V
Barcelona 22 de Octubre de 1887
Núm. 251
UNA AMAZONA EN PELIGRO (Dibujo de A. Tuolt)
674
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
SUM ARI O
Tmo.— Madrid. Ourtat á mi prima, por Femanflor.— Dn idi-
Ho niMüitla (oontinuacián), por Vicente Blasco Ibiñes.— .
La rolda <k iot Aq^ por Antonia Opiaso.— Lec/unu, por
CUrln.— X« in/btUoMieiUe pequeño a cauta de lo í^/biitatnen-
te graitde, por Rufino Blanco y Sánchez.— Bibliografía, por
Carlos Mendoia,— Nuestros grabados.— Xa noche (poesía),
por J. Adán Bemed.— LoU« (conclusión), por Próspero
Merimée (traducción de A. O.)
Gbabádos.— Una amaxona en peligro.— £1 lindero del bos-
que.-Jíailrtd. íxpotieián general de Pilipinat (dos graba-
dos).—Ifadrid: Sesión Inaugural del Congreso Literario
Internacional en el paraninfo de la Universidad el dia 8
del corriente.— Pastores árabes.— Regreso del campo.— La
Madona del gran Duque.— Italia: 1m -ciudad» de Asoló. La
Bocea, Asoló.— lAdiea Georgiana y Enriqueta Spencer.
— Lady Rushont y su niño.— La nuera Susana.— Beati
possidentas.
M ADRI D
CA.IITA.S .A. IhCX FRU-flCA.
CONGRESO LITERARIO INTERNACIONAL
I estas cartas, mi querida prima, fuesen
■i,.^-. dirigidas exclusivamente á tu linda per-
sona, ciertamente que no dedicaría la de
hoy á un asunto tan serio como el Congreso de
que se trata; pero si la dedicatoria de ellas te
corresponde , compartes su lectura con miles y
miles de curiosos que no tienen tus gustos ni
aficiones. De cuando en cuando no está mal ser
grave, proceder formalmente y consignar en
este libro, si ameno útil, los adelantos, los pro-
gresos del siglo. Las sesiones de este Congreso
son interesantes, han de influir en nuestra le-
gislación literaria... Consignémoslas, pues. Ya
vendrán días en que podamos recobrar nuestra
risa y volar con ligeras alas sobre campos de
amenidad, más grato para los frivolos y los in-
diferentes.
Te diré que han venido á este Congreso los
señores: Louis Ulbach, Jules Lermina, Paul
Lermina, Jules Simón, C. Ebeling, E. Ebeling,
A. Ocampo, Eschenauer, Clunet, Mermilliod,
Knighton, Pouillet, Cottin, Dubief, Henri Du-
bief, Le Soudier, Wan Werman, Mans, De Pre-
lle, C. Barry, H. Turot, Cattreux, Ch. Simón,
Von Batz, E. Marbeau, B. Fray, A. Lefeuvre,
Vantray, A. Marie, Kugelmann, Laurent, Che-
Ilard, Le Barazer, Lionel Nunés, Louis Ratis-
bonne , Lyon Caen , Oppert, Justal , Moret,
P. A. Sedger, Damaré, Leveque, Mack, Van
Humbeck, Paul Fournier, Chaumat, Dillens,
Crepin, Francfor, Nast, Beu, La Fontaine, Bour-
geois, Colin, Gornard, Chantréau, Hetzel, Mic-
kiewitz, Pelletier, Wintgens, Pille y otros va-
rios de distintas naciones, que no recuerdo. Algu-
nos han traído á sus señoras; pero debo decirte
que nadie ha sabido aquí nada de ellas, lo cual
habla en favor de su discreción, pues siempre
es buena la mujer que ni mal ni bien da que
decir. Entre todos cuantos han venido, merecen
lagar preferente, y todos se lo hemos concedido,
Messieurs Julio Simón y Luís Ulbach. Estos
han llevado principalmente, la voz en las sesiones
y banquetes; para éstos han sido las gacetillas
entusiastas y los brindis y los ¡vivas! y los abra-
zos. Julio Simón, es hombre de edad; su voz es
débil, apenas se le oye; pero todos sabemos que
es una celebridad justificada, que su talento es
inmenso, que nada puede decir que no merezca
elogio y por lo tanto aunque no se le oiga, siem-
pre se le aplaude. Pero vamos al caso, porque
yo, aunque quiera ser formal, siempre me en-
trego á ligerezas deplorables...
La inauguración de las sesiones tuvo efecto
en el paraninfo de la Universidad, ante un pú-
blico de damas elegantes y de caballeros vesti-
dos de etiqueta. Banderas francesas, españolas,
austríacas, italianas, alegraban los ojos. Las
señoras recibieron bouquets como en las fiestas
del gran mundo, y se hubiera dicho que la gen-
te se reunía con el solo propósito de verse una
vez más; como suele verse en Madrid y en los
teatros, todos los días. Sabes que al presidente
del Consejo de ministros se le ha muerto su se-
ñor padre; esta desgracia le impidió presidir el
acto; le presidió el ministro de Estado, Moret,
charlador elocuente de bonitas palabras. Ofre-
ció dar buena acogida á los acuerdos del Con-
greso; siempre de acuerdo con los gobiernos de
los demás países. La propiedad literaria, según
el ministro, está más alta que cualquier otro
linaje de propiedad, porque ni reconoce limites
ni fronteras. (Por esto es tan difícil, sin duda,
vigilarla).
Después habló el presidente de la Asociación
de Escritores y Artistas, Núñez de Arce. Lanzó
graves censuras contra los libreros del Sud de
América y les llamó piratas literarios. Es uno
de los autores más explotados y, por lo tanto,
con más razón para estar indignado y dolorido;
su discurso, pues, fué una maldición y una
queja.
Habló Mr. Ulbach y fué muy aplaudido. Es
orador ingenioso como es escritor espiritual. Se
le aplaudió con justicia, si bien debo manifes-
tar que su destino, de todos modos, era ser
aplaudido. Habló el señor Calzado (el ministro
de Hacienda del posibilismo) y hablaron otros
varios extranjeros que fueron galantes y breves.
Esto fué el día 8. Al siguiente los congresis-
tas tomaban el tren de Toledo en número de
sesenta; visitaban la Puerta del Sol, el Cristo
de la Luz, el Hospital de Tavera, los Reyes,
Santa María la Blanca, el Tránsito; almorzaban
y se dirigían á la Catedral y al Alcázar. Brin-
daron el gobernador, Mr. Ulbach, Núñez de
Arce... Los extranjeros se mostraron sorprendi-
dos ante aquella ciudad que parece la momia
de otro siglo conservada bajo un fanal. ¡Aquí
se comprende á los moros! — debieron decirse, —
y se justifica que esta gente se haya solivianta-
do en cuanto lia sabido la enfermedad del em-
perador de Marruecos.
La velada del Ateneo, el día 10, fué brillan-
te: Núñez de Arce pronuncia otro discurso de
bienvenida; el conde de Morphy, en represen-
tación de la sección de Bellas Artes, un dis-
curso en francés, y en nombre de otras seccio-
nes hablaron los Sres. Daearrete, Villaverde y
Silvela... Leyeron poesías Fernández González,
Zorrilla, Campoamor... [Aplausos, aplausos y
aplausosl
La segunda sesión del Congreso se celebró el
día 1 1 . Se discuten y aprueban varios puntos,
entre ellos, que los derechos de propiedad de-
ben pertenecer sólo á los herederos, durante el
plazo que la ley establezca; que la traducción
debe asimilarse á la reproducción. A este acto
asisten menos señoras que el primer día; las
damas han visto en el primero, que los sabios
de otras naciones, como los de España, suelen
ser maduros, calvos y sólo sensibles á los en-
cantos de la controversia científica. Nada tienen
pues, que hacer en el Congreso
Por la noche la Asociación de escritores y
artistas ofreció á los congresistas extranjeros
un banquete en el salón del Conservatorio. Voy
á insertar el menú porque desde hace algún
tiempo la prensa juzga indispensable decir á sus
lectores los riquísimos platos que hubieran po-
dido comer en el caso de haber sido convidados.
¡En estos tiempos de positivismo un memí no
es una lista de manjares; es un verdadero pro-
grama! El meml es la aspiración universal; el
cocinero representa la independencia, la consi-
deración, la estimación pública; quien tiene co-
cinero, quien tiene menú, es respetable y respe-
tado. ¡Dime lo que comes y te diré quien eres!
Pero, ¡no! ¡no quiero seguir esa costumbre, ni
rendir semejante homenaje á los fondistas! El
menú del banquete fué selecto; arréglalo tú á
tú placer, pues que de ello entiendes, si te agra-
da. Innumerables discursos cayeron como ora-
ciones fúnebres sobre las pérdreaux rotis. Brin-
daron nacionales y extranjeros; el primero que
habló fué Núñez de Arce, á quien ha hecho
orador el patriotismo. Y habló Julio Simón, el
respetado hombre público, brindando por los
descendientes del Cid Campeador. ¡Ah! Los des-
cendientes del Cid Campeador en aquel momen-
to batallaban en sus platos respectivos de hari-
cots panachés. ¡La raza degenera mucho! Antes
de que la reunión se disolviera Manuel del Pa-
lacio leyó el siguiente soneto, el cual copio por
que este manjar es plato que sabe hoy tan bien
como ayer, y que nada pierde fuera del ban-
quete:
DON QUIJOTE Y SANCHO PANZA
.\ los extranjeros del Congreso Literario Internacional
Noble, valiente, soñador, honrado,
geueroso y cortés basta el exceso,
capaz de dar la vida por un beso
á una mnjer de rostro amondongado,
reverso es don Quijote del criado
egoísta y malsín, falso y travieso,
que obra y discurro con prudencia y seso
sin que ínsulas ni amor le den cuidado.
ünóspedes, permitiil que os lolicite;
y si ya en vuestras tierras hoy distantes
nos recordáis por cnerdos ó por locos,
decid á quien saberlo solicite
que habéis visto en la patria de Cervantes
Quijotes á granel; Sanchos muy pocos.
Entremos de nuevo en el Ateneo puesto que
se celebra la tercera sesión. Ya no son las da-
mas las únicas que abandonan los placeres
de la inteligencia; muchos caballeros de otros
días también faltan. Quizás los banquetes han
producido numerosas indigestiones. Pero los
que asisten hablan y escuchan con fé, convenci-
dos de que realizarán una obra buena. Esta se-
sión fué fecunda. Decidióse que en toda obra el
derecho de crítica implica el derecho de cita;
que toda referencia hecha con ocasión de ense-
ñanza es lícita; que la cita, en todo otro caso,
hasta con la citación del nombre del autor,
constitny* violación de su derecho sino ha sido
autorizada; que el hecho de que la citación nun-
ca ocasione perjuicio para el autor, no impide
que él pueda ejercitar su derecho y que la lec-
tura en público, de una obra literaria, debo
quedar subordinada á la autorización del autor.
Cuarta sesión. Proposiciones aprobadas: 1."
Las obras arquitectónicas deben gozar de la
misma protección que las obras literarias ó de
las bellas artes. 2." El autor de un proyecto de
una obra original de arquitectura es el único
autorizado para la ejecución ó construcción y
reproducción en fotografías ó grabados. 3." El
autor de un monumento de arquitectura no
puede oponerse á su reproducción por medio de
dibujos ó fotografías, cuando no se reproduzca
más que una parte. 4." Hecha entrega de una
obra, su dueño queda autorizado á introducir
en ella cuantas reformas crea necesarias, como
para su demolición, si así lo estima, siempre
que no exista contrato en que se convenga lo
contrario.
Como ves; un loable espíritu de transacción
y benevolencia ha reinado en estas sesiones:
¡todo se aprueba!
El banquete que ayer se celebró en el Esco-
rial fué agasajo de la diputación de la provin-
cia. Los invitados ñieron recibidos en el Real
sitio con el himno de la Marsellesa. ¡Las som-
bras de Garlos V y de Felipe II debieron agra-
decer también el obsequio! Se trataba de un
almuerzo y de un almuerzo á la española. ¡Brin-
dis y brindis! Ovaciones consiguientes; versos
de Manuel Palacio, y discursos de Julio Simón,
de Castelar y del P. Valdés, director del Cole-
gio. El de este agustino tué notable. Enumeró
los servicios prestados por la Orden á la civili-
zación de España; recordó que Fray Luis de
León fué agustino; recordó también que fué
agustino el gran autor de la Espwña Sagrada,
el padre Florez; que á la Orden perteneció el
sabio autor de la Flora Filipina, padre Blanco;
y que un fraile, el padre Marchena, descubrió
en Colón al descubridor de un nuevo mundo.
Muchos de los invitados solicitaron inmediata-
mente una plaza de agustino.
Un acto político se realizó en este banquete,
tal lo juzgan, al menos, los adversarios de Cas-
telar. Este gran orador brindó por los jefes de
todos los Estados y entre ellos por la Reina
Regente. El dio á entender que brindaba por
ella para brindar luego con mayor libertad en
honor del presidente de la República francesa.
Quizás no estuvo todo lo discreto que debiera.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
676
Bien es cierto qae la discreción sólo habla en
ayunas.
Hoy, viernes, sesión en honor de Cervantes,
y mañana se verificará la coronación del autor
de El Quijote, en la plaza de las Cortes y en su
estatua. Las representaciones de los distintos
países que han venido al Congreso depositarán
coronas en el pedestal y descubrirán el velo de
nna lápida de mármol negro conmemorativa del
hecho.
La corrida de toros se celebrará esta tarde,
la juerga, 6 sea fiesta flamenca, mañana sábado,
en el teatro de la Alhambra. Se cantará soleares,
peteneras , malagueñas , guajiras ; se bailará
tangos, sevillanas, alegrías, El Vito; y todos los
bailes del clasicismo gitano con las reformas
consiguientes al progreso de la civilización. Los
derechos de la propiedad literaria recibirán así
una consagración popular y ruidosa. Como estas
fiestas corresponden al género de las que no
debe presenciar una mujer que estime su repu-
tación, se permitirá que las señoras concurran
dfr máscara; ocasión que aprovecharán sin duda
todas las que quieran pasar por mujeres decen-
tes. Ignoro lo que ocurrirá en la fiesta de ma-
ñana; pero recuerdo que cuando vinieron los
periodistas italianos se les ofreció otra juerga;
que terminó antes de la completa realización de
su programa; porque de seguir se hubiese agre-
gado á éste una pieza más ¡El Rosario de la
Aurora!
Si no ocurre nuevo extraordinario en este
asunto, pienso dar por concluido cuanto se refie-
re al Congreso internacional científico y lite-
rario...
Si me preguntas cuáles serán los resultados
de este acontecimiento, te diré que, en mi con-
cepto, ni serán grandes ni serán rápidos, pero
que siempre redundará en beneficio de los lite-
ratos, ya que no de las letras; pues las letras y
los literatos en esta ocasión están reñidos.
Tuyo siempre,
Fernanflob
-*-
UN IDILIO NIHILISTA
(OOKTIHnAOIÓK)
Aquella misma noche al retirarse Alejandro
á su posada, llevaba en los bolsillos de la tulupa
las piezas de su invento.
Cuando salió de casa de Martens no reparó
EL LINDERO DEL BOSQUE (Cuadro de David Cox)
en dos hombres que estaban medio ocultos en
un portal inmediato.
Eran el mozo de la posada y un capitán de
policía.
— Ahí va nuestro hombre, — dijo éste al ver
á Alejandro. — Procura espiarle esta noche y
avisarme si ves en él algo de extraño. Yo aguar-
daré con algunos agentes á la puerta de la posada.
— ¿Se han confirmado las sospechas capitán?
— Sí. Esta mañana uno de los nuestros ha
visto al herrero Kotzebue, sospechoso de nihi-
lismo, forjar unos hierrecillos con destino al
profesor Martens. Este se sabe ya cierto que
pertenece á la misteriosa asociación lo mismo
que su hija, y es casi tan seguro que el estu-
diante Ischerkassy también es nihilista. De la
amistad de un estudiante de mecánica y de un
químico eminente, que no aman al Czar, ¿puede
resultar otra cosa que una máquina infernal?
— Decís bien, capitán.
— Ve pues á vigilar á tu huésped y no olvi-
des en caso extraordinario de que abajo estoy yo.
V
Apenas Alejandro entró en su cuarto y cerró
cuidadosamente la puerta, abrió el viejo arcón
que contenía su equipaje, y sacó algunas herra-
mientas con las que se dispuso á trabajar.
Puso sobre la cama el papel que contenía las
piezas de su invento, y comenzó á limarlas y á
ajustarías unas con otras con sin igual cuidado.
La tarea era difícil. Las piececitas se escapa-
ban á cada instante por entre los gruesos dedos
de Alejandro, y éste tenía que hacer grandes
esfuerzos de habilidad para conseguir realizar
su trabajo.
El estudiante estaba entregado por completo
á aquella tarea que absorbía toda su atención.
De otro modo hubiera notado que la puerta se
movía como si sobre ella se apoyara algún cuer-
po humano.
Sin duda, el criado de la posada le estaba es-
piando por el agujero de la cerradura.
Alejandro no percibió aquel detalle, y siguió
trabajando con ardor durante una media hora.
En este espacio de tiempo la diminuta ma-
quinilla fué tomando forma poco á poco, y sus
piezas y engranajes uniéndose unos á otros.
Poco faltaba ya para que Alejandro acabase
de arreglarla cuando sucedió una cosa que hizo
cambiar por completo la escena.
La cerradura de la puerta crugió como si en
ella hubiesen introducido una llave; el estu-
diante al apercibirse de ello, de un salto se co-
locó en el centro de la estancia, y aquella por
fin se abrió dejando ver sobre el dintel al mozo
de la posada y á un grupo de hombres con uni-
forme militar.
Alejandro dióse inmediatamente cuenta de
la situación. Conoció que era la policía que
venía á prenderlo, y no estando dispuesto á en-
tregarse, metió la mano en uno de los bolsillos
del pantalón y sacó un revólver, y apuntó con
él á uno de los polizontes que llevaba insignias
de capitán.
— Daos preso en nombre del Czar, — dijo éste
con voz enérgica; y al mismo tiempo arrojóse
sobre el estudiante que con el deseo de defen-
derse disparaba su revólver.
El capitán al arrojarse sobre el nihilista des-
vió el brazo de éste, y la bala fué á clavarse en
el techo.
Alejandro no pudo ya resistirse.
(Se concluirá) Vicente Blasco Ibáñez.
MADRID.-EXPOSICIÓN GENERAL DE FILIPINAS
PIPAS DE BARRO, ALHAJEROS Y OARQOTEROS IQORROTES.-INTERIOR DE LA SECCIÓN 6.»
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LA ILUSTEACION IBÉRICA
LA caída de las HOJAS
El campo tan alegre y animado hace pocas
semanas va cobrando su fisonomía ordinaria. El
Otoño ha dejado sentir su primera caricia, y al
contacto de su frío heso se han agotado las bri-
llantes galas que eran peregrino ornamento de
la campiña. Los árboles han empezado á des-
nudarse y las golondrinas mundanas han re-
gresado á sus cuarteles de invierno en busca de
calor y abrigo. Las quintas y casas de recreo
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van quedándose solas, abandonadas; los que
todavía moran en ellas, esperando recobrar la
salud perrlida, son golondrinas de las que cabe
decir, escui «0 volverán.
Se acabaron las alegres jiras; las bulliciosas
expediciones; los animados días de la vendimia;
las romerías á venerada ermita, y las merien-
das á tal 6 cual fuente de celebridad más ó me-
nos auténtica. El velo otoñal envuelve al cam-
po entre sus melancAlicos pliegues, y la desola-
ción sucede á la actividad generadora de la
Datn raleza.
Ya han caído las primeras hojas. ¡Cuan breve
ha sido su vida! Nacieron á los halago.s de la
brisa primaveral; el sol canicular las hiere con
sus rayos de oro, y al azotarlas el grarizo con
sus dedos de perlas, les da violenta y prematu-
ra muerte. Luego, basta el más leve soplo de
aire para separarlas del árbol que las dio vida.
Al caer se juntan con otras hojas y al arras-
trarlas el viento en su vertiginosa carrera, pa-
rece que se cuentan entre sí la poética leyenda
de su corta y dulce vida.'
Las que cobijaron á su sombra millares de
pájaros que en las noches estivales y al clarear
la aurora saludaron á la naturaleza con el him-
no melodioso de sus arrullos y gorjeos; las que
recibieron la visita de cuantos seres alados
pueblan los aires y llevan en sus diáfanas alas
las brillantes transparencias de las piedras pre-
ciosas; las que fueron testigos de pintorescas
escenas y de idilios delicadísimos, ruedan en
fatigosa carrera entre el lodo y el polvo, por
anchos arenales é interminables sendas, yendo
al fin á parar á inmundo montón de escom-
bros ó á alimentar la mísera fogata de pobrísi-
mo hogar.
Algunos poetas han hablado del concierto de
las hojas. No sé si realmente cantan, ni si bro-
tan armonías de sus sentidos clamoreos, pero
es indudable que al encontrarse con sus herma-
nas de infortunio, se refieran sus alegrías pasa-
das y sus tristezas presentes, y como á buenas,
se consuelan y confortan unas á otras.
Nada tan natural como que después de los
correspondientes saludos y presentaciones se
entable entre ellas el siguiente diálago:
— ¡Quién nos había de decir á lo que ven-
dríamos á parar! — dice una hoja muy pequeñi-
ta y delicadamente recortada. — ¡Yo que he
visto el cielo tan de cerca, verme confundida
con el polvo i Era mi padre un soberbio roble
que daba fama y celebridad á una fuente de la
comarca. Todos los días de fiesta venía la gen-
te moza del lugar á bailar á nuestro alrededor;
¡cuántas promesas oímos! ¡cuánto perjurio pre-
senciamos! son los hombres muy olvidadizos y
las mujeres muy mudables; entre nosotras hay
más formalidad. Una tarde, siempre lo recuer-
do con pena, bailaba sin compás ni concierto
una pareja muy bizarra. Era ella morena, de
ojos muy negros y hechiceros, boca sonrien-
te, y expresión traidora en su divino rostro.
Iba más bien fajada que envuelta en su paño-
lón de Manila, que por llevarlo fuertemente
arrollado á la cintura guardaba mal su recato,
ya que dejaba al descijbierto su garganta y el
nacimiento de su pecho; pero el descuido era
secundario ya que él, apenas si fijaba los ojos
en su agraciada pareja; con avidez buscaba al-
go; algo que indudablemente le traía á mal
traer. Yo le miré atentamente; á través de su
faja se dibujaba la linea ^igida de una navaja;
llamé la atención á mis hermanas y todas nos
agitamos nerviosamente presintiendo una ca-
tástrofe. No se hizo esperar. A los pocos mo-
mentos llegaba un mozo de agradable presen-
cia, cambió algunas palabras con ella y él no
necesitó más: echó mano á su navaja, la enar-
boló furioso, la acerada hoja brilló en lo alto con
siniestros fulgores, hundiéndose instantánea-
mente en la garganta de aquella mujer. Un
caño de sangre brotó de su garganta de nieve;
fué la nota roja de una lucha muda, tenaz y
obstinada; la firma que echaban los celos al
término de un funesto amor. Aquella tarde aca-
bó la fiesta entre lágrimas y gritos de desespe-
ración, pero al llegar el domingo inmediato la
mayor alegría reinó en nuestro derredor. ¡He
sido muy feliz! He vivido entre las caricias del
céfiro, y los arrullos de los pajarillos; las auras
matinales me enviaban chispas de diamantes,
y el crepúsculo nocturno me mecía entre sus
gasas de color de rosa. Ahora, ya me veis; man-
chada de lodo y rodando infatigable á merced
del viento. ¡Por qué me abandonó mi padre!
¡por qué me dejó caer!
— Yo, — añade otra, — no he dado celebridad á
fuente alguna, pero he visto muchísima agua:
nací á la margen de un río; mi padre fué un
chopo. De noche y de día contemplaba el cielo
y me miraba en el río: mis noches ¡cuan bellas
y poéticas eran! yo veía dos cielos, uno azul en
lo alto, uno argentado abajo y ambos tachona-
dos de estrellas. A nuestra sombra no se cobi-
jaron millares de pájaros; se refugiaba alguna
ve/ extraviado ruiseñor y ¡ay! ¡qué arrobadores
y vibrantes eran sus incomparables cantos que
el eco repetía con fidelidad pasmosa! También
me acariciaba la brisa y me envolvían las infla-
madas gasas crepusculares, pero mi dicha esta-
ba en mi retiro, en mi olvidada soledad. Yo
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
679
había sido criada para contemplar eternamente
lo infinito; condenarme á morir entre polvo y
barro, es una muerte muy injusta, muy cruel.
— No era yo menos feliz que vosotras, — objeta
una tercera. — Yo me he criado en un bosque
pero no me ha faltado compañía. Jilgueros y
ruiseñores anidaban entre nosotros; bandas de
mariposas nos transportaban en sus peregrinas
alas los perfumes más delicados y suaves que
arrebataban á las más exquisitas flores. Yo
amaba tiernamente á un pájaro; no era un
ruiseñor, pues aun cuando por el arpa di-
vina que llevan en sus gargantas sean los
querubines del bosque, son muy feos, y mi
amado era un pajarillo de suave plumaje
y alas de oro ¡Me contó su historia! Lo
guardaba tina niña encerrado en preciosa
jaula. Era un palacio en miniatura. Tenía
tacitas de cristal para el agua y el alpiste,
baño con espejo en el fondo, caprichosos
columpios para mecerse y un árbol con ra-
mas doradas para saltar. Pero estaba preso,
y no podía tender el vuelo; veía el cielo,
este cielo tan ancho y hermoso que nos co-
bija; pero lo veía á través de los hilos de
oro de su lujosa cárcel. Estaba muy triste.
Un día con su pico logró romper uno de
los alambres de la jaula, hizo un esfuerzo
y ganó el espacio; rendido de fatiga llegó
á mi; en una de sus alas tenía una mancha
roja: parecía un rubí engarzado en oro; era
que el pobre venía herido: nos entrelaza-
mos algunas hojas, formamos un nido y
prestamos seguro asilo al doliente cantor.
¡Cuánto agradeció nuestros cuidados!
Prometió no abandonarnos más, y en efec-
to, siempre permaneció entre nosotras. Sal-
taba de rama en rama, y cuando tendía su
vuelo en el espacio parecía un punto de oro
perdiéndose en la inmensidad. Yo me agi-
taba convulsa, le miraba tristemente cre-
yendo que le iba á perder, pero pronto re-
cobraba la calma, instantáneamente des-
cendía á mí.
— No temas, — me decía, — yo no te aban-
donaré nunca, solo canto, vivo y aliento
para tí.
Yo le amaba también, pero hace pocas
semanas que en tanto él estaba nadando
por los aires, pasó el céfiro y con voz ten-
tadora me preguntó: — ¿No te cansas de es-
tar siempre sujeta á la misma rama? — Y
huyó ligero, y yo temblé indecisa.
Volvió al día siguiente y dio á su acento
inefable dulzura. — Si quieres venir conmigo —
me dijo, — verás flores de incomparable hermo-
sura, y ríos que parecen lagos de plata; yo te
llevaré en mis alas que son inmensas y de be-
lleza imponente. — Y huyó veloz y á mí me agi-
taron extraños y desconocidos deseos.
Me habló el pájaro de oro y le escuché indi-
ferente. Aquella noche estuve muy inquieta; es-
'peraba con ansia infinita la llegada del día, y el
día llegó, y el céfiro repitió su visita.
— ¡Vacilas todavía! — me preguntó, — ¿qué te
detiene? mira que llega el invierno y vá á tra-
tarte con mucha crueldad. Yo te llevaré siem-
pre entre mis alas y te mostraré lo que desde
este árbol jamás alcanzarás ver. — Y huyó lige-
ro; y yo vacilé, pero caí
— También á mí me engañó, — exclama otra
hoja amarilla de ira, — y el Ingrato no me cum-
plió ni una sola de sus promesas; á cada instan-
te le veo pasar, y apenas si me mira. Cuando le
digo ¡llévame! me arrastra; cuando le pido el
cumplimiento de sus promesas huye veloz lle-
vando en su compañía á otras hojas menos be-
llas pero más felices que yo
Al recordar sus dichas pasadas las hojas le-
vantan triste clamoreo; diriase que se conjuran
para desafiar al céfiro, que las atiende con irri-
tante desdén. Cuando fatigadas por su charla
guardan unánime silencio, el céfiro, con voz
majestuosa que aprendió de su padre el hura-
cán, les dice: — ¿Queréis que os lleve? pues bien,
os llevaré. — Y agita sus gigantescas alas y las
pobres hojas ruedan en vertiginosa confusión.
Ya no llegan juntas al mismo término; á cada
sacudida del monstruo que las arrastra se sepa-
ran para no reunirse jamás. Y las que nacieron
elevadas hasta jugar con las nubes, mueren
tristes y confundidas con la nada; como mueren
las más hermosas esperanzas de la vida.
Antonia Opisso.
LECTURAS
BAUDELAIRE
V
Así como del poeta de Recanati se dijo con
razón que, á pesar de ser su musa la muerte, no
estaban sus versos llenos de esqueletos ni del
aparato terrorífico, pero vulgar, de los
cementerios; sé puede decir de Bau-
delaire que, aun admitiendo que sea el
poeta satánico por excelencia, no hue-
len mucho sus Flores del mal á azufre,
ni la imagen del diablo y los paisajes
infernales abundan en sus cuadros
breves, sobrios y vigorosos. Débese
esto á que es el tal satanismo más psi-
cológico que físico. Aunque á fuer de
buen poeta y de poeta moderno influido por el
orientalismo reciente que trasforma la meta-
física en paisajes, Baudelaire piensa y canta
pintando, pronto se ve que no se trata de un
jjarnasiano más, á pesar de la admiración y el
respeto que C4autier le merece; y no es difícil
descubrir en estas poesías cortas y de aparien-
cia plástica el predominio del elemento psicoló-
gico. En estos poemas que las más veces no
se llaman sonetos sólo por un escrúpulo de téc-
nica, poemas que en tres, cuatro ó pocas más
estrofas consisten casi siempre, no se ve el arte
del esmalte que con delicado amore cultivaba el
autor de Espirita; ni siquiera esa clásica lige-
reza y gracia epicúrea de los Estudios latinos de
Leconte de Lisie; Baudelaire, puede decirse.
RECRESO DEL CAMPO
siempre escribe para "el alma, y'' para el alma
espiritual, distinta del cuerpo y hasta separada
de la materia por sublinies misteriosos abismos.
No trabaja el camafeo por el camafeo; puede
decirse que son sus versos medallas de metales
preciosos que conmemoran momentos solemnes
del corazón ó de la conciencia del poeta. Se pa-
rece á los poetas de su tiempo y de su país por
los primores del estilo poético que tiende á la
forma escultural, pero no se le puede colocar entre
las almas serenas y las que por tales quieren
pasar, que prescinden del fondo moral de la
vida y sólo quieren que sirva para la poesía el
bello aparecer, la trasparente representación sin
sustancia. No hay una sola poesía propiamente
horaciana en toda la colección, ni siquiera
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682
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
cuando canta el vino; bien se puede decir que
el fino de Bandelaire es triste, por lo menos
demasiado filosófico para verdaderos bebedo-
res... £1 altua del vino se llama la primera
poesía que á este asunto ae dedica, y puede de-
cirse que es socialista y teológica; pues que en
las aficiones de Horacio hace pensar en las exce-
lencias del vino... según el Evangelio. Así,
dice:
C«r j' éptonve uoe Joie inmense qaand Je tombo
I>atu le gosier d* un homme ua' ¡nir sts trafaux
En toi je lombeni, régetale ambroisie,
Grain precieui jeté par 1" i'temcl Scmeur,
Pour que de notro amoiir naisse la poesie
Qni jaiUtra vers l>ieu comme uno raro flenr!..
El vino místico, si valiera hablar asi, es la
nota constante de Baudelaire; la belleza física,
el placer extremado hasta el dolor y la extrava-
gancia, la orgía diabólica con dejos espiritua-
les, con mementos que se repiten como ritonie-
líos de canción; algo como la escena de la
venganza de Lucrecia, segiin Víctor Hugo, el
cántico de las bacanales con un ¿podo del Dies
inr...
Aunque Baudelaire al definir, describiéndola,
la Belleza, dice:
Je tr6ne dans 1' azur commo un sphlnx incomprls;
J' uiiis ntt ctriir de neige i. la blancheur des cignes;
Je hni» te mouremeiit qtii deptact le? li(pie.t;
Et jamáis je ne pleura ct jamáis je no ris,
no hay que tomarle por uno de esos impasi-
bles que aborrecen en el movimiento la revela-
ción de la fuerza y la sustancia; Baudelaire es
romántico en el alto sentido que da á la' palabra
Richter en su Introducción á la Estética; es
poeta de movimiento, del claire de tune moral,
del drama interior, de la indecible vaguedad en
que necesariamente quedan los interesantes fe-
nómenos de la profunda vida psíquica. Sin em-
bargo, no se olvide lo dicho en el articulo
anterior respecto de las ideas de nuestro autor
acerca de la diferencia entre la poesía y la pa-
sión y la verdad; recordando lo entonces copia-
do de las opiniones de Baudelaire se resuelve
mejor la aparente antinomia y al mismo tiempo
se limita, en lo justo, este concepto general del
espíritu del poeta. Sí, en las poesías de Baude-
laire hay cierta serenidad, casi casi impasibili-
ITALIA: LA «CIUDAD» DE ASOLÓ
dad, formal, que se debe á la creencia del autor
tocante á la naturaleza del arte... y además á
sus opiniones y experiencia respecto del proce-
dimiento técnico. Dice:
Je hais le monvement qnl deplace les lignes,
pero esto no se habla con el alma de la poesía
misma, se refiere á lo exterior, á la composición
poética, quiere decir que se prefiere lo que
llamaba antes la tendencia escultórica, el ritmo
inmóvil, al que le basta el espacio, que no nece-
sita combinarse con el tiempo, que encuentra
en la variedad sucesiva una especie de abdica-
ción, de flaqueza. Pero esto reza con la forma
de la poesía, no llega al alma del arte, que está
fuera del alcance de tales categorías; el espíri-
tu finito inmóvil, no significa nada, no puede
ser, como no aspire á cualquier especie de pan-
teísmo 6 nirvanismo, completamente antipático
al genio de Baudelaire.
Ño cabe duda, el movimiento que él hace
odiar á la belleza es el formal, el del material
artístico; quiere decir que la poesía ha de ex-
presarse, siendo á su gusto, en determinado
espacio, con sencillez, sin complicaciones retó-
ricas que hagan de la estrofa discurso, del estro
elocuencia; sin furor pimpleo, sin arrebato líri-
co, sin desorden pindáríco, sin complejidad ro-
mántica (aquí ya lo romántico es otra cosa, se
trata del romanticismo formal de las razas sep-
tentrionales).
En Baudelaire no hay, porque su poética las
rechaza, las amplificaciones y paráfrasis de Víc-
tor Hugo, los largos discursos líricos de Lamar-
tine ni aún el abandono perezoso y dulce de Mus-
set que deja al capricho de la musa las propor-
ciones de sus cantos. Baudelaire todo lo tiene
dispuesto en número, peso y medida de antemano,
y cuando la obra no resulta por completo con-
forme al ante-proyecto, no queda satisfecho de
ella.
Como el cuadro ha de ser pequeño, el dibujo
sencillo, las líneas armoniosas, serenas y de ex-
presión muy intensa, pues con pocos trozos tiene
que representar mucha idea, es claro que el arte
de la composición es para tal poeta cosa impor-
tantísima, muy difícil; no se deja al azar nada,
no vale cambiar de postura, saltar de un asunto
á otro, recurrir al arrebato lírico para acabar
de fijar la imagen que no salió completa en su
primera expresión; y por todo esto hay que tra-
bajar el verso como un material precioso que no
puede desperdiciarse en tentativas y aproxima-
ciones. De aquí el estilo de Baudelaire que le
acerca, en parte, á los verdaderos parnasianos;
pero nada de esto trasciende de la f jrma; y asi
como podría decirse que la mayor parte de los
poetas franceses modernos son una especie de
escuela jónica poética, de Baudelaire se puede
asegurar que respecto de la esencia de su poe-
sía, es metafísico, idealista. Por no hacer esta
distinción indispensable entre el estilo y el pen-
samiento de nuestro autor, algunos críticos le
colocan entre los realistas; así v. gr. el marqués
de Custine creyendo contradecir las ideas y la
escuela de Baudelaire, escribe: «Ya ve V., caba-
llero, que no soy realista,» á lo que contesta el
poeta en una nota: «Ni yo tampoco.»
Baudelaire ha hecho en la lírica algo de lo
que riaubert emprendió en la novela, solo que
dentro de los límites que el género le señalaba,
es á saber: comunicar á la obra la especial co-
rrección que nace de la impasibilidad del.autor,
impasibilidad que en la novela puede llegar y
llega á cierta impersonalidad relativa, (1)
pero que en la lírica no puede pasar de deter-
minada serenidad y como abnegación que per-
mite al poeta separar el elemento artístico, el
valor genérico y desinteresado, del puramente
individual y apasionado que, según Baudelaire
(1) Respect» de la impasibilidad del mismo Flaubert
véase las objeciones muy fundadas de M. Félix Frank on su
<iu»tave Flaubert d' áurea des docurfients mtinitsinedites. 1887.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
688
(entiéndase), es ajeno á la poesía verdadera.
Pero, como se ve, también esta serenidad, esta
inmovilidad de la belleza artística se refiere al
poema qne es la forma de la poesía, no á las ideas
y sentimientos del poeta. Todavía estamos aquí
en el elemento expresivo, no en el sustancial de la
poesía En el alma de los versos de Baudelaire
no encontraremos la filosofía indiana de Lecon-
te de Lisie, no encontraremos la adoración del
Midi, roi des etés, la idolatría de la siesta ecua-
torial en que la maza de fuego
del mediodía aniquila el pen-
samiento, la fuerza de mo-
verse, hasta el querer vivir;
en este punto Baudelaire á
quien tanto se ha acusado de
sacrificarlo todo á la nove-
dad, á la originalidad, es bien
poco nuevo, es uno de tantos
poetas cristianos, — en el lato
sentido que la palabra tiene
aplicada al arte como lo en-
tiende nuestro poeta, — preo-
cupados con la lucha del al-
ma y del cuerpo, de Dios y
del diablo. Esta falta de no-
vedad,— que no es por cierto
un defecto, — la ha notado á
su modo M. Brunetiére, al
decir , creyendo descubrir
algo, que, después de todo,
lo que abunda en el fondo de
las Flores del mal son los
grandes lugares comunes de
la filosofía y de la moral, las
ideas generales, etc., etc.
M. Brunetiére echa en cara
á Baudelaire lo mismo que
él y otros desdeñan en Víctor
Hugo, las ideas generales. Y
es que estos críticos que true-
nan un día y otro contra el
decadentismo y los outrancis-
tas son los menos fuertes, los
de estómago más averiado,
los más incapaces de elevarse
á las grandes ideas, sencillas ó complicadas,
entre las cuales ignoran ellos que está el saber
tolerar y comprender y penetrar las decadencias,
los sutilismos nerviosos. Así, Víctor Hugo, el
poeta de una piedra, el poeta profeta, el de las
idea.s generales supo comprender y admirar á los
Groncourt, el colmo de lo complicado y deliques-
cente.
Tan poco nueva y tan poco retorcida y alam-
bicada es en lo esencial la poesía de las Flores
del mal, que si hubiéramos de resumir en dos
palabras, más gráficas que exactas, la índole de
este poeta podríamos decir:
Baudelaire es cuasi maniqueo.
Expliqúese por qué y cómo.
nuestra morena haciendo que cuidaba las mace-
tas de sus balcones.
Hacía ya lo menos una hora que un pollo
almibarado, que en la jerga madrileña se llama
un sietemesino, estaba paseándose por la acera
de enfrente y dirigiendo amorosas miradas á
los balcones de las macetas. Por fin (como dijo
la otra) sonó la falleba, y la opulenta morena
apareció dispuesta á regar las flores y á culti-
var simultáneamente el amor que, dactilogra-
fiando, la brindaba el pisaverde. Yo permanecí
indiferente en la apariencia ante aquel tiroteo
amoroso, porque no me gusta cortar el arrullo
de los jóvenes atortelados; pero en realidad me
quedé pensando, al ver la desigualdad estética
de la enamorada pareja, en que la mayor parte
de las mujeres bonitas se casan con un ente
ridiculo La culpa de esto la tuvo, sin duda
alguna, la diosa del Amor, que, siendo la más
hermosa de todas las hembras, hizo la tontería
(Se continuará).
LO INFINITAMENTE PEQUEÑO
ES CAUSA^DE LO INFINITAMENTE GRANDE
Clarín.
< ARTICULO SIN TRASCENDENCIA )
Una tarde del mes de Agosto de 1884 estaba
yo esperando el fresco vespertino en el balcón de
mi despacho. Esto no tiene absolutamente nada
de particular. Pero sobre mi cuarto vivía una mo-
rena clara, guapísima, lo eual es algo más intere-
sante. Tendría unos veinte años, era de buena es-
tatura, de ro.stro perfecto, ojos relampagueantes,
brazos apretados y redondos, y los contornos
de su bien proporcionado busto parecían los de
la Venus de Mirlo, que dijo un orador parla-
mentario. Su pié gordito y pequeño (¡no faltaba
más!) se lucía habitualmente dentro del enre-
jado zapato Margarita. Era, en fin, una chica
tan bien templada para el amor como el divino
arco de Cupido. Los ratos de ocio los pasaba
de casarse con el más feo y más cojo de todos
los dioses.
Mi vecina, sin cuidarse de quien estaba de-
bajo, (censurable costumbre de los que se en-
cuentran arriba), empezó á regar, mientras que
su corazón, dispuesto como ningún otro para
amar, se volatilizaba por los finísimos sensuales
poros de su transparente y jamás hollado cutis
al fuego de las miradas del joven galanteador.
Pero cuando más descuidada estaba la doncella,
dos hermosísimas gotas de agua caj'eron sobre
el puño izquierdo de mi camisa. Me parece que
el suceso se puede calificar de infinitamente
pequeño, y más si se le compara con las ubérri-
mas lluvias procedentes de otros balcones ó se
le parangona con otras tragedias de la his-
toria.
Pero aquellas gotas habían caído de una ma-
nera particular: habían descendido besándose,
porque, al estrellarse en el almidonado puño,
quedaron en íntimo contacto como dos circun-
ferencias tangentes por fuera. Miré las gotas
un momento y, sin querer, pensé en el día aquel
en que Paolo y Erancesca ya no leyeron más, y
hasta llegué á figurarme si aquellas gotas serian
una indirecta que me tiraba la Naturaleza para
que imitásemos mi superior vecinita y yo aquel
amoroso consorcio, previa la pasada por la
calle de la Pasa, y prescindiendo ambos del
irresistible petrimetre, que hacía el oso desde
la acera de enfrente.
Miró después al cielo, esto es, al balcón, para
ver si aquellas gotitas eran del prosaico Lozoya
ó eran dos poéticas fugitivas perlas arrancadas
por la emoción de los ojos de la morena, cuando
comprendí por la turbación de su semblante
LA NUEVA SUSANA (Cuadio^de; Arturo Moradei)
686
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
qne la hermosa jardinera había notado su des-
cuido. Ub apostrofe mío hubiera bastado en
aquel critico momento para desconcertarla; pero
haciéndome cargo de la situación y sabiendo
cuánto agradecen las mujeres que se las libre
del ridículo, me contenté con limpiarme filosó-
ficamente las gotas y con mudarme al otro bal-
cón, donde en fuerza de pensar en ellas y en
laa buenas prendas de mi vecina, operándose
en mi alma un cambio, debido á cierto procedi-
miento químico muy practicado en la juventud,
vine á caer en un estado muy parecido al del
enamoramiento.
*
Al día siguiente encontré & mi vecina con su
madre en el tranvía; me pidió mil perdones por
las gotitas de agua y me dio las gracias por mi
excesiva cortesía. Yo la dirigí una insinuante
reticencia referente al pipiólo del día anterior.
y me dijo que había roto con él la noche antes
en los Jardinillos del Buen Retiro. Luego la
conté laparticalar caída de las gotitas de agua y
la interpretación que ye la había dado. Ella lo
riómuchoymedio año después... nos casábamos
Queda demostrado que lo infinitamente pe-
queño (la caída de dos gotas de agua), puede
ser causa de lo infinitamente grande (el matri-
monio).
NoT.\.- Desde que Vdes. han visto las estre-
llas, leyendo este articulejo de entretiempo, no
he dicho palabra de verdad. Ni yo soy casado,
ni Cristo que lo fundó. Únicamente lo de las
gotas es cierto. Palabra.
RüFixo Blanco y Sánchez.
BIBLIOGRAFÍA
FoUetot nirrariot: m.— Apolo íh Pífo»; (Interview) por
Clarín (Leopoldo Alas).— Madrid, 1887.
La aparición de un libro del autor de La Me-
genta es siempre para los verdaderos amigos de
las letras motivo de extraordinario regocijo,
pues ya se sabe que, además de aprenderse mu-
"ho allí, va á saborearse un estilo tan exquisito
como un nido de golondrinas para un gastróno-
mo chino ó un trozo de Renán para quien es de-
voto del autor de la Ahbesse de Jouarre. Y otra
cosa se sabe también y es, que tratándose de
Clarín el libro mejor es siempre el último, regla
de que no se aparta Apolo en Pafos.
Habrá ciertamente algunos, en especial los
aludidos, que no serán sin duda de este pa-
recer, pero claro está que constituirán una exi-
gua minoría; el público que no tiene por que
hacer causa común con los interesados, gozará
y se embelesará con la elocuentísima doctrina
y elevada crítica de Clarín, que ha puesto por
marco de su pintoresca interview una greca que
en nada cede á la de los Diálogos platonianos y
renanianos.
Vibran en esta obrita diferentes cuerdas y si
la de la sátira es á veces tan estridente que es-
carabajea el oído, en cambio, cuando suena la
divinamente armoniosa de Apolo, esto es, el
discurso á Clio, siéntese un arrobamiento inefa-
ble como cuando la expresión humana llega
hasta la sablimidad.
El simbolismo de Apolo en Pafos es muy trans-
parente y lo entenderán todos, siendo digno aca-
bamiento del libro la magnifica evocación de
San Pablo, secunilttm Les Apotres. La cosa tie-
ne mucha miga, digna de la espléndida corteza
en qae se halla envuelta.
Las letras españolas deben estar orgullosas
de contar con un crítico como D. Leopoldo
Alaíi.
Carlos Mendoza.
NUESTROS GRABADOS
UNA 1M.120NA KN FEUGKU
Dibujo (le Á. Tuct
iM oiultiicimí tiene sus |>ercancos, lo mismo <iiie ln mar-
rlia li pió. |Hiro por lo geiieral más gravo» que los que esta-
mos ttxinieslits á sufrir los <nie ouaudo miis vamos en tranvía.
Tuclí, con liitcuclón más maliciosa que compasiva, ha ht'oho
un lindísimo dibujo do la aventura acaecida á cierta amazo-
na que, á iu> ser por la oportima y heroica intervención de
un )>ol>re muchacho, Dios sabe dónde hubiera dado con sus
huesos, después do introducir el pánico en una manada de
gansos y do habor alborotado todo el lugar.
LAS BILLAS ABTK8 KN IMOLATKBBA
LIXDRRO DEI. HüSQUK, ciínrfro <ie I)<irí<l Coi
i'ASTORBS .íkarks. ciiailri) (le II'. Mullir
Pertenecen ambos artistas á la escuela de Biirmlugham,
ciudad que no contentándose con ser uu gran centro fabril,
aspira tumbiéu á fígurtir entre las más cultas y amigas de las
artes. Co.t se distingue (>omo excelente paisajista, muy hábil
en la observación y expresión de la naturale/,a, segVín puede
verse en el Lindero dd boftiiíw, mientras que MuUer sobresale
en combinar la realidad cou la poesía, dedicándose con pre-
ferencia á los asuntos orientales.
ILAUKID: KXPOSICION OENERAt, !)K FII.II'INAS
Pipa» de barro, alhajeros y gargotero» igurrutes.—IiUeriur de hi
. sección fl.»
Constituye una curiosa instalación la que contieno las pi-
pas y demás utensilios y artículos de uso comiín entre los
igorrotes, revelándose en ellos un arte especial y digno de es-
tudio.
En cuanto á la sala C." es un verdadero alarde de la pro-
ducción de nuestro .\rchipiélago filipino, especialmente en
punto á algodones, maderas de construcción, tabaco, plan-
tas textiles, etc.
UADRID
8ESIÓN INAUOUBAL DBL CONQBKSO LITERARIO INTERNACIONAL
EN EL PARANINFO DE LA UNIVERSIDAD
EL día 8 DEL CORRIENTE
Dibujo de P. y Valor
Con brillante aparato se Inauguró, en la fecha indicada
más arriba, el Congreso Literario Internacional, con nsistcn-
cia de unos setenta y dos literatos extranjeros y muchos
más de nuestro pais, figurando entre los primeros, entre
otros, MM. Luis l'lbach, Lermina, Pouillet, Opperl, llatis-
bonne, í'lunet. Caen, Muzet, Peltier, etc., franceses; Ocam-
po, portugués; Knigliton y Cheling, ingleses; Wintgens, ex-
ministro de Justicia de Holanda; Cattreujc, belga; Chellard,
hiingaro y otros distinguidos literatos.
Las sesiones siguientes se han celebrado en el Ateneo,
conquíslándose numerosos aplausos al lado de M.M. .Julio
.Simón, Ulbach, Lermina, Oppert, Caen, etc., los señores
Danvila, Fablé, Tolosa Latour, Echegaray, Dacarrete, Cal-
zado y en general cuantos tomaron parte en los debates.
Respecto á la conveniencia del oljjeto del Congreso, hay
mucho que decir y no están acordes todas las opiniones.
REOREgO DEL CAMPO
La gente qne se ha dado la gran vida en sus quintas y en
los establecimientos balnearios, regresa ya á sus casas; el in-
vierno se echa encima y la permanencia en medio de las de-
licias campestres se hace ya impítsible. Pasan mtichos coches
por las carreteras y la gente sale á la puerta de sus casas
para ver aquellos carruajes tan lujosos ocupados por las ele-
gantes damas y caballeros que han pasado libres de calor
y de ingleses los rigores del verano.
I.A MADONA DEL ORAN DUQUE
Cuadro de Rafael
Admírase esta Morlona en el palacio Pitti de Florencia y
rociI)e su nombre de la especial [)redile('ción en que la tenía
el Gran Duque Kematido III (17íiü) el cual la llevaba siempre
consigo cimndo viajatm— y de ahí que se llame también la
Madona del vlaggio,—y la dirigía sus oraciones mañana y
tarde. Es una de las obras más sencillas que hayan surgido
del pincel rafaolosco. Vista solamente hasta poco más de
medio cuerpo y soljre un fí)iulo de retrato, oprime contra su
seno al bambino, chiquitin y risueño. Bajos los ojos, liumli-
de la postura y severo el traje, es tan modesta, lan virginal,
tJín angélica que bien podía llevársela el bueno de Fernan-
do III, como hacían los antiguos con sus penates, y ci>locar
la en su oratorio entre las reliquias de sus santos patronos.
Situada cu las cercanías de Pádua constituye .\solo mejor
lua cindadela que una ciudad, como tiene la pretensión do
llamarse. Desfie la altura en que está colocada, divlsanso las
vetustas ciipuias de la antigua corte de los Ezzelinns y aún
pue<lon colimibrarse los campanarios de Venecia. Habla allí
antes nn suntuoso convento de monjes armenios, que los
graua<Ieros de Napoleón I tuvieron la gracia de incendiar.
UEDALLONES DE ANOÜLICA KAUPFUANN
Kn nuestro número 247 dimos ya noticia de esta pintora
insigne, á lo cual añadiremos hoy que esos medallones en
que aparecen retratadas las hermanas Spencer y lady Riis-
hout y su niño, dan ]>erfecla idea do la moda del siglo xviii,
mucho meuíts hipócrita (lue la del nuestro en punto á es-
cotes.
LA NUEVA SUSANA
Cuadro de Arturo Moradei
Como habrá visto el lector, esa Susana no va en manera
alguna vestida según pintan á la otra, lo cual demuestra que
los modernos no somos tan pornográlicos, como quieren de-
cir. Nucítra Susana, en consecuencia, no tiene tanto motivo
para escandalizarse y enfadarse de que dos vejestorios la asal-
ten con expresiones ardientes do luia pasión que más que se-
nil podría llamarse postuma. Uno de los dos Adonis rezaga'
dos, exjíresa el violento ardor de la llama qne lo constime'
cou acento lleno tle juvenil dulzura y de adoración admira-
tiva, mientras que el otro seductor mira á la uifia con ojos
como si quisiera devorarla, lo cual transforma su cara en
semblante de repugnante bestia. La chica se ríe de tales ho-
menajes y proctira poner á salvo su palmito, que es la parte
más amenazada de los arrumacos de los dos Tenorios osiü-
cados y les echa á los grotescos Lovelaces una copa de
cierto vinillo que debe ser pasablemente amílico
Moradei, valiente artista y profesor notabilísimo, se dis-
tingue por uo parecerse á nadie en el género, y su Niteva Su-
mna figiua con honor en el Museo Pisani de Florencia, des-
tinado únicamente á albergar las mejores obras del arte ita-
liano contemporáneo.
BEATI P0S8IDENTES
Cuadro de Br.ard
Si una familia de honrados mirlos ha conseguido gracias
á sus cuidados hacerse un nido confortable en lo más abriga-
dito y sólido de un árbol y viene un lirón y so mete allí, ya
sabe la respuesta que lo espera: —lieati posnidcntes, les con-
testará el cuadrúpedo; la posesión es casi una propiedad, y
en fin, que nadie me echa ya de aquí.
Cualquier español puedo comprender la pena de los po-
bres mirlos al pensar en Gibraltar.
LA NOCHE
La noche se acerca tendiendo su velo;
las nubes semejan girones de tul
y triste y sombrío paréceme el cielo
conforme va huyendo su límpido azul.
Ocultas las aves, marchitas las flores,
parece que todo respira pavor.
La mente recuerda sucesos peores
y el hombre que adora recuerda su amor.
¡Silencio en el cielo!... ¡silencio en la tierra!
¡Silencio doquiera que puedas mirar!
Arriba... ¡grandezas! ¡un algo que aterra!
Abajo... ¿quién sabe?... ¡Misterios, pesar!
¡Qué triste está el mundo! el cielo ¡qué her-
¡El viento murmura con fúnebre .son! [moso!
¡Moviendo las hojas del árbol frondoso
semeja las nota.s de triste canción!
Los miles de estrellas, que vagan errantes
cruzando la esfera de algún día en pos...
semejan cascadas de ricos brillantes
que pródiga arroja la mano do Dios.
¡El mundo dormido, callado y en calma,
de sombras cubierto, sin bello ai'rebol!
¡Algún ser sufriendo, pues paz no halla el
.si al inundo no bajan los rayos del sol! [alma.
TI
¡Qué bella es la noche callada y serena!
¡Qué bien goza el alma tan dulce quietud!
¡En ella tan sólo mitigo mi pona
pulsando, afanoso, mi pobre laúd!
Paréceme hermoso el mundo do habito,
las penas se calman, se ahuyenta el dolor
y veo en el negro sombrío infinito
la inmensa grandeza que tiene el Señor.
• Comprendo que existe la dicha en la tierra;
que puedo algún día gozar un placer;
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
687
la calma renace y... [ya no me aterra
ni un triste recuerdo del hórrido ayer!
¡Bien hayas, pues, noche callada y serena!
¡Tú siempre me mandas un rayo de luz
que calma mis males, mi llanto y mi pena!
¡¡Bendito mil veces tu negro capuz!!
J. Adán Berned.
-*-
LOKIS
I»OH mÓSFEHO 1»IERI1^EB
(conclusión)
vin
Al entrar en la avenida del castillo distinguí
gran número de señoras y caballeros, en traje
de mañana, agrupados en la gradinata ó circu-
lando por las alamedas del parque. El patio
estaba lleno de aldeanos vestidos con sus trajes
de los domingos. El castillo tenia un aire de
fiesta; por todas partes flores, guirnaldas, ban-
deras y festones. El mayordomo me condujo al
cuarto que me habían preparado en el entre-
suelo, pidiéndome le perdonase si no podía ofre-
cerme otro mejor, pero había tanta gente en el
castillo que había sido imposible conservarme
el aposento que yo ocupara durante mi pri-
mera estancia, destinado ahora á la señora del
mariscal de la nobleza; mi nuevo cuarto, por
otra parte, era muy bonito, dando vistas al
parque y situado debajo del departamento del
conde. Vestíme corriendo para la ceremonia; me
puse los hábitos, pero ni el conde ni la condesa
parecían. El conde había ido á buscarla á Dow-
ghielly. Desde mucho tiempo habrían debido
haber llegado, pero la toilette de una novia no
es cuestión de poca monta y el doctor advertía
á los convidados que, no debiendo verificarse el
almuerzo hasta después del servicio religioso,
los apetitos demasiado impacientes harían bien
en tomar sus precauciones en cierto buffet
guarnecido de pasteles y toda suerte de lico-
res. Noté en esta ocasión cuanto excita la ma-
ledicencia el esperar: dos madres de lindas
señoritas invitadas á la fiesta no acababan de
desatarse en epigramas contra la desposada.
Era ya más de medio día cuando una salva
de morteretes y escopetazos señaló la llegada,
y un momento después entraba en la avenida
una carretela de gala, arrastrada por cuatro
magníficos caballos. Por la espuma que cubría
su pecho era fácil ver que no debía achacárseles
el retardo. No había en la carretela más que la
desposada, madame Dowghiello y el conde.
Bajó éste y dio la mano á madame Dowghiello.
La señorita Iwinska, con un movimiento lleno
de gracia y de coquetería infantil, hizo ademán
de querer ocultarse bajo su chai para sustraerse
á las miradas curiosas que la rodeaban por to-
das partes. Sin embargo, púsose en pié en la
carretela é iba á tomar la mano del conde cuan-
do los caballos de las varas, asustados quizás
por la lluvia de flores que los aldeanos lanza-
ban á la novia, ó experimentando tal vez aquel
extrañe terror que el conde Szemioth inspiraba
á los animales, se encabritaron bufando; una
rueda chocó con el recantón, al pié de la gradi-
nata, y pudo creerse por un momento que iba á
ocurrir un accidente. La señorita Iwinska dejó
escapar un ligero grito... Pronto quedamos
tranquilizados. El conde, cogiéndola en sus bra-
zos, llevóla hasta lo alto de la gradinata tan
fácilmente como si no hubiese llevado más que
una paloma. Aplaudimos todos su destreza y su
galantería caballeresca. Los aldeanos lanzaban
vivas formidables; la desposada, toda sonroja-
da, reía y temblaba á la vez. El conde, que no
parecía en manera alguna presuroso por desem-
barazarse de su encantadora carga, semejaba
triunfar mostrándola á la multitud que le ro-
deaba...
De pronto una mujer de elevada estatura, pá-
lida, flaca, con los vestidos en desorden, los ca-
bellos esparcidos y todas las facciones contrai-
das por el terror, apareció en lo alto de la
gradinata, sin que nadie pudiese saber de dónde
venía.
— ¡Al oso! — gritaba con voz aguda; — ¡al oso!
¡escopetas! ¡Se lleva á una mujer! ¡Matadlo!
¡Fuego! ¡fuego!
Era la condesa. La llegada de la novia había
atraído á todo el mundo á la gradinata, al pa-
tio, ó á las ventanas del castillo. Las mismas
mujeres que vigilaban á la pobre loca habían
olvidado su consigna; se había escapado y sin
ser observada de nadie había llegado hasta en
medio de nosotros. Fué una escena muy penosa.
Hubo necesidad de llevársela á pesar de sus
gritos y de su resistencia. Muchos convidados
no conocían su enfermedad. Debió dárseles ex-
plicaciones. Cuchicheóse por largo tiempo en
voz baja. Todos los semblantes se habían en-
tristecido.
— ¡Mal presagio!- -decían los supersticiosos,
y el número de ellos es grande en Lituania.
Entretanto, la señorita Iwinska pidió cinco
minutos para hacer su toilette y ponerse el velo
de desposada, operación que duró una hora lar-
ga. Era más de lo que era menester para que
las personas que ignoraban la enfermedad de la
condesa supiesen la causa y los pormenores.
Por fin, la desposada apareció magníficamen-
te ataviada y cubierta de diamantes. Su tía la
presentó á todos los invitados y cuando llegó
el momento de pasar á la capilla, con gran sor-
presa mía, madame Dowghiello aplicó un bofe-
tón á la mejilla de su sobrina, bastante fuerte
para hacer que se volviesen los que hubiesen
podido estar distraídos. Este bofetón fué recibi-
do con la resignación más perfecta y nadie pa-
reció sorprenderse de ello; solamente un hom-
bre vestido de negro escribió algo en un papel
que había traído y algunos de los asistentes pu-
sieron en él su firma con el aire más indiferen-
te. No supe hasta el fin de la ceremonia la clave
del enigma. Si lo hubiese adivinado no hubiese
dejado yo de levantarme con toda la fuerza de
mi sagrado ministerio contra esa odiosa prácti-
ca, la cual tiene por objeto dejar entablado un
caso de divorcio simulando que el matrimonio
solo ha tenido efecto á causa de violencia mate-
rial ejercida contra una de las partes contra-
tantes.
Después del servicio religioso creí de mi de-
ber dirigir la palabra á la joven pareja, tratan-
do de poner ante sus ojos la gravedad y santi-
dad del lazo que acababa de unirles, y como me
dolía aún la post-data impertinente de la señori-
ta Iwinska, recordóle que entraba en una vida
nueva, no acompañada ya de diversiones y go-
ces juveniles sino llena de deberes serios y de
graves pruebas. Parecióme que esta partd de
mi alocución produjo mucho efecto en ía recién
casada, asi como en todas las personas que
comprendían el alemán.
Salvas de armas de fuego y gritos de alegría
acogieron al cortejo al salir de la capilla, des-
pués de lo cual se pasó al comedor. El banquete
era magnífico y los apetitos muy aguzados; pri-
mero no se oyó otro ruido que el de los cuchillos
y tenedores, pero pronto con auxilio de los vinos
de Champagne y de Hungría comenzóse á ha-
blar, á reir y hasta á gritar. Brindóse con entu-
siasmo á la salud de la recién casada. Apenas
acababan de sentarse cuando un viejo pane de
bigotes blancos se puso en pié y con voz formi-
dable dijo:
— Veo con dolor que nuestras viejas costum-
bres se van perdiendo. Nunca nuestros padres
hubieran enviado este «toast» con vasos de
cristal. Bebíamos en el zapato de la novia, y
hasta en su bota, porque en mi tiempo las damas
llevaban botas de tafilete rojo. Mostremos, ami-
gos, que somos aún verdaderos lituanos. Y tú,
señora, dígnate darme tu zapato.
La novia le respondió ruborizándose, con una
risita ahogada:
— Ven á tomarlo, caballero... pero no te de-
volveré el brindis en tu bota.
El pa7ie no se lo hizo repetir dos veces; pú-
sose galantemente de rodillas, quitó un zapatito
de raso blanco con tacón rojo, lo llenó de vino
de Champagne y bebió tan aprisa y diestramen-
te que únicamente la mitad se le derramó por
el traje. El zapato pasó de mano en mano y to-
dos los hombres bebieron en él, aunque no sin
trabajo. El viejo gentil-hombre reclamó el zapa-
to como una reliquia preciosa y madame Dow-
ghiello hizo avisar á una camarera para que
viniese á reparar el desorden de la toilette de su
sobrina.
Este «toast» fué seguido de muchos otros y
pronto los convidados se mostraron tan ruidosos
que no me pareció conveniente permanecer por
más tiempo entre ellos. Me escapé de la mesa
sin que nadie parase atención en mí y fui á
respirar el aire fuera del castillo; pero allí en-
contré también un espectáculo poco edificante.
Los criados y los aldeanos que habían bebido
cerveza y aguardiente á discreción, estaban ya
ebrios en su mayoría. Había habido disputas y
cabezas rotas. Acá y acullá, en el prado, algu-
nos borrachos se revolcaban privados de senti-
do y el aspecto general de la fiesta tenia mucho
de un campo de batalla. Hubiera tenido curio-
sidad de ver de cerca los bailes populares, pero
la mayor parte estaban dirigidos por gitanas
desvergonzadas y no creí que me sentase bien
aventurarme en aquella barabúnda. Volvíme,
pues, á mi cuarto, leí un rato, después me des-
nudé y dormíme pronto.
Cuando me desperté el reloj del castillo daba
las tres. La noche era clara por más que la luna
estuviese algo velada por una ligera bruma.
Traté de dormir de nuevo, pero sin conseguirlo.
Según mi costumbre en semejante ocasión qui-
se coger un libro y estudiar, pero no pude en-
contrar las cerillas á mi alcance. Me levantó é
iba á tientas por mi cuarto cuando un cuerpo
opaco, muy gordo, pasó por delante de mi ven-
tana y cayó con un ruido sordo en el jardín. Mi
primera impresión fué que era un hombre y
creí que alguno de nuestros borrachos no se
hubiese caído por la ventana. Abrí la mía y
miré. No vi nada. Encendí por fin mi bujía y
volviéndome á la cama repasé mi glosario hasta
el momento que me trajeron el té.
A las once me fui al salón donde encontré
muchos ojos soñolientos y semblantes ajados;
supe, en efecto, que se habían levantado muy
tarde de la mesa. Ni el conde ni la joven conde-
sa habían parecido todavía. A las once y media,
después de muchas bromas de mal género, co-
menzóse á murmurar, por lo bajo en un princi-
pio, y después ya sin rebozo. El doctor Froeber
tomó bajo su responsabilidad el encargo de en-
viar al ayuda de cámara del conde á llamar á
la puerta de su amo. Al cabo de un cuarto de
hora este hombre volvió á bajar, y un poco emo-
cionado, refirió al doctor Froeber que había lla-
mado más de doce veces, sin obtener respuesta.
Conferenciamos madame Dowghiello, el doctor
y yo. La inquietud del ayuda de cámara se me
había pegado. Subimos los tres con él. Delante
la puerta encontramos á la camarera de la jo-
ven condesa, muy asustada, asegurándonos que
alguna desgracia debía haber ocurrido, porque
la ventana de la señorita estaba abierta de par
en par. Recordé con terror aquel cuerpo pesado
que había caído delante de mi ventana. Llama-
mos á grandes golpes. Nadie respondía. Por
fin, el ayuda de cámara trajo una barra de hie-
rro y echamos la puerta abajo... ¡No! El valor
me falta para describir el espectáculo que se
ofreció ante nuestros ojos. La joven condesa
yacía extendida, muerta sobre su cama, con la
cara horriblemente lacerada, la garganta abier-
ta, inundada de sangre. El conde había desapa-
recido, y nadie después ha sabido noticias de él.
El doctor examinó la horrible herida de la
joven.
— No es una hoja de acero, — exclamó, — la
que ha causado esta herida... ¡Es una morde-
dura!...
IX
El profesor cerró su libro y miró el fuego
con aire pensativo.
— ¿Y está acabada la historia?^preguntó
Adelaida.
688
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
— ¡Acabada! — respondió el profesor con voz
— No es un nombre de hombre, — dijo el pro-
láenbre I íesor... — Veamos, Teodoro, ¿comprendéis vos lo
Pero. — repuso ella,— ¿por qué la habéis in- ! que quiere decir Lokis?
titulado Jjokisf Ni uno solo de los personajes se —Ni una palabra. , , , , ■■
llama asi. ~"^' estuvieseis bien penetrado de la ley de
transíormación del sánscrito al lituano habriais
reconocido en lokis el sánscrito arkcha ó ricks-
cha. Se llama lokis en lituano al animal que los
griegos han llamado SfíXToc, los latinos ursits y
los alemanes bfir.
Ya comprendéis ahora mi epígrafe:
Miszka su Lokiu
Abu, du tokiu.
Sabéis que en la novela del Zorro el oso se
llama damp Brun. Entre los eslavos se le llama
BBATI POSSIDENTE8 (Cuadro de Beard)
Miguel, Miszka en lituano, y este apodo reem-
plaza casi siempre el nombre genérico lokis. Así
es como los francesas han olvidado su vocablo
neo-latino de goupil b gorpil (1) para sustituirle el
de rmard (1). Os citaría muchos otros ejemplos.
Pero Adelaida hizo notar que era tarde y nos
separamos.
Traducción de A. O,
(1) Raposa, zorra, como en cattdán guirieu, zorra.
(1) Corresponde al castellano vulpeja y ol catalán guiUa.
ttimsmOM: Cífttí, 365-367, Euói MoliDas. EdiUr.— RMerfidos los derechos de propiedad artística j literaria.- Las reclamacioDes en Madrid, al representante de esta Casa D. Manael Pláy Valor, Apodaca, 10, 2.*
— .) INSÉRTESE Ó NO, NO SE DEVUELVE NINOUN ORIGINAL (
BrrABLWBMUMTO TlPOalUrlGO di B. BASBDA.-CAIXB di VUJUUUtOBI., KÚtí. 17. BHSAHaHB DB Sak Amtokio.-Bíhoblokí.
SEMANARIO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
Año V
Barcelona 29 de Octubre de 1887
Núm. 252
Cohl el presente número repartimos el suplemento de modas EL MUNDO DE LAS DAMAS, correspondiente al mes actual
M. JULIO SIMÓN (Dibujo da P. y Valor, según fotografía)
690
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
SUMARIO
TtXTO.— Madrid. Oartat á mi prima, por Femanflor.— £2 dnt-
wMX de ¡a pomfirw, por J. QASser. — Exposición nuititima de
Oádit, pra Patrocinio de Biedma.— ;£ame»(a&<<« equivoca-
dametl por A. Sánebei Férei.— £< momtmatUt de Cuauthe-
Moe, t» Mijieo.—B prtmio de la codicia (poesía), por José
Iftlgo Homero.— Nuestro! grabados.— [/n idilio nihilista,
(eaneluiiónX por Vicenta Blasco Ibáñex.
SmiBAOOS.— Mr. Julio 8iinón.— Fatal noticia.— Jf^tco.- Monu-
mento TotiTO i Cnautbemoc.— ifadrid. HomensO^ tributa-
do i Cervantes por la •Association litteraire et artistique
Internationale,» la tarde del IS del corriente.— Un taller
de señoras, en París (dos grabados).— Margarita y Mefis-
tófeles llamados á la escena.— La conmemoración de los
difimtos.— Una curiosa.— Singular encuentro.— (Acciden-
te!— La enamorada.— La misericordiosa.— Teatro de Dru-
ry Laiue, de Ixmdres.— Un casamiento en la HighUfe.
M ADRI D
CA.RTA.S A. TiO-X ■p-RJlsa.A.
LOS QUE PASEAN
ÍL otoño es la estación más agradable de
Madrid; por eso es la estación del paseo
y de los paseos. Todavía están verdes los
árboles, todavía entre el verde centellean algu-
nas flores; todavía el cielo está raso y azul como
ana turquesa y todavía el sol tiene calor para
vigorizar nuestra sangre. Así es, que los ma-
drileños sólo piensan en robar al trabajo algu-
nas horas y pasear. Luego vendrán los días en
que la inclemencia de la atmósfera nos encerra-
rá en nuestro hogar, en los ministerios, en los
talleres, en los estudios, en los escritorios, en
las fábricas, y en que esta dulce estación no
habrá dejado otro recuerdo que el rumor de las
hojas secas arremolinadas en torno de los des-
nudos troncos.
Dejemos, pues, para otro día, hablar de los
sucesos del momento, que tampoco tienen hoy
interés general y paseémonos también y demos
cnenta de nuestras observaciones,^querida pri-
ma,— observaciones sencillas, que pueden hacer
todos, porque ¿quién es tan desventurado que
no pasea? Algunos, sin duda; aquéllos sobrecar-
gados de trabajo, aquéllos que sufren enferme-
dad, aquéllos que su delito retiene en un cala-
bozo, aquéllos también que la misantropía en-
cierra en su casa acompañados de sus negros
pensamientos-
Madrid, en verano, no tiene más paseo que el
Retiro; en otoño todo despoblado le sirve de
tal. No es la tierra, no es la vegetación lo que
bascamos, buscamos el sol, sus rayos de vida,
su Inz que es toda alegría y esperanza. Así es,
que la población se difunde por cien parajes
distintos, esparciéndose como se esparcen los
granos de una granada cuando se abre en peda-
zos. Cada uno piensa en la retirada y quiere
volver tempranito, porque ya los crepúsculos
8on terribles y apenas caído el sol hace falta la
capa, y quien no la tiene tirita. El otoño es la
época complementaria de la actividad vegetati-
va, de la sazón de las frutas azucaradas y oleo-
sas, de la madurez de los frutos, pero es tam-
bién la época de las humedades, que paralizan
los miembros del cuerpo, de los catarros bron-
quiales, de los reumatismos, de las hidropesías,
y en estos días la muerte no se da reposo y jzis!
¡zas! sacude su guadaña con más furor que en
el estío y en el invierno, sobre todo, contra los
tísicos, los niños y los viejos. ¡Hay que cuidar-
se! Y para cuidarse hay que pasear, pero con
método, con precaución, pensando siempre en
que todo es bueno y todo es malo, y que el uso
DO es el aboso.
Hay, pues, que pasear, á ciertas horas, con
cierto paso, y para volver, ya lo he dicho, á
cierta hora.
Paseando, se abisma uno en sus pensamientos
6 86 distrae en adivinar los pensamientos de los
que pasean. Es curioso, sin duda, ver como des-
filan delante de nosotros, como se cruzan, pasa
y repasan gentes y gentes que no hemos visto
jamás, que no hemos de volver á ver nunca y
sorprender en sus fisonomías la nota de alegría
6 de tristeza de sus vidas, teniendo cada cual,
como tiene todo hombre, una historia, una
ambición, un ideal, un misterio ó un millar de
misterios.
Algunos paseantes no se inquietan, sin em-
bargo, por observar á los demás. Son los que
pasean por higiene. Estos han llenado su mi-
sión perfectamente, cuando han puesto en ac-
ción y han dejado suaves los músculos extenso-
res y flexores de los muslos y de las pantorri-
llas, del tronco y de la espalda. Merecen ser
imitados porque son los únicos que paseun por
principios. Si el terreno es llano, dejan al cuer-
po marchar naturalmente; si ascienden, buscan
el equilibrio inclinando el peiho; si bajan, in-
clinan la masa sacro-espinal, y descienden á pa-
sos cortos. El suelo liso, el pedregoso, el que
está cubierto de césped, el que se dilata ser-
peando entre árboles, el que está revestido de
losas le merecen estudios especiales y andan so-
bre ellas con diferente pié, con maj'or ó menor
rapidez y hasta con distinta fisonomía. Pasear
es una cosa, y otra saber cómo se pasea. Y el
paseador higiénico se ve recompensado de su
tarea por el paseo mismo; que quien posee una
ciencia y la cultiva, en cultivarla lleva su me-
jor entretenimiento y lauro. El paseante higié-
nico suele pasear solo, porque si se reúne con
algún otro de su misma afición no halla medio
de quedar satisfecho; lo que es higiénico para el
uno es perjudicial para otro y hasta en el subir
ó bajar las cuestas,- — cosa tan al alcance, teó-
ricamente, de todos los que anda», — discrepan
á matarse.
Mas no debe juzgarse de quien va solo que
pasea por higiene. No; hay solitarios que se
pierden tristemente como una línea negra, por-
que no tienen amigos, porque no han tenido
tiempo de buscar á cualquiera de este nombre,
6 porque les gusta saborear ellos solos, en si-
lencio, el aroma de sentimientos y de ideas que
se alza de la naturaleza, aun en los desiertos,
para quien sabe sentirla. Este paseador apro-
vecha la calma de la tarde, su amparador aisla-
miento para registrar su alma por dentro y po-
ner sus miserias y sus fortunas en contacto del
aire y de la luz y hasta de Dios; pues no parece
sino que los recuerdos, las ilusiones, los sufri-
mientos y las dichas, necesitan orearse de cuan-
do en cuando; curarse de ese moho que las envi-
lece en el fondo del pecho y en la sociedad,
donde el tesoro de nuestra vida debemos ocul-
tarlo. Meditar en pleno campo, entre una
atmósfera límpida, midiendo nuestra pequenez
con las inconmensurables grandezas que nos
envuelven, da resignación, da calma para sufrir
y para esperar. El corazón humano es como las
arpas cólicas; el aire basta para arrancarle ar-
monías en las soledades.
Si un hombre pasea solo, casi siempre es un
hombre desgraciado. El gozo quiere comunica-
ción; es alborotador; necesita que se acompañe
y se le envidie. El dichoso siempre tiene com-
pañía porque la dicha le llama. En cambio son
pestilenciales el dolor y la tristeza. ¡Abrid paso
á un desdichado! ¡Si queréis consolarle él sabrá
contagiaros de su desdicha!
Pero, en fin, se pasea con los amigos; tristes ó
alegres. Entonces, ¿de qué se habla? De lo que
habla el hombre siempre: de sí propio. Es decir
que cada uno de los paseantes habla de su per-
sona, de sus pasiones, de sus intereses, de lo
que le pasa. Y es un trenzado continuo de dos
conversaciones; porque cada cual sólo busca la
atención del otro; y si escucha lo ajeno, alguna
vez, es por tener derecho para replicar con lo
suyo. Más ó menos sosegada, toda conversación
entre dos es una lucha; porque es un asalto cor-
tés de dos egoísmos. ¿Qué nos importan lo bue-
no ni lo malo de los otros? Pero... ¿Habrá hom-
bre tan sin entrañas que no se alegre ó se aflija
con lo que á nosotros nos pasa? Por lo tanto, —
Carmen amiga, — siempre que veas pasear jun-
tos á dos, debes decirte:— ¡Ahí va un víctima! —
¿Quién? ¡el más tímido; el mejor educíido; el
más ¡lobre! ¡El que no se atreve á imponerse y
esciicha! — Los que pasean juntos, suelen ser de
la misma profesión, ó por lo menos ligados por
el mismo interés; retirados que so recuentan
sus campañas; estudiantes que se comunican
sus conquistas; cómicos que disputan sobre
quién es más amado del público; escritores y
poetas que se leen y recitan su prosa y sus
versos.
Más felices que ellos seguramente son otras
parejas. A gran distancia de la familia se en-
golfan en apasionada conversación: son novios.
Aquí, al aire libre, como en la ciudad, en el
salón y en el gabinete encuentran temas de
inagotables conversaciones. El ingenio, es, sin
duda, manantial de palabras; sabe inventar sen-
timientos, engaña tal vez, pero al fin sécase;
el corazón no deja de manar jamás, y cuando iic
tiene palabras que decir, repite las mismas. No
es la palabra es el acento lo que busca el amoi-,
y en su lenguaje la sintaxis tiene menos impor-
tancia que la ortografía. El secreto de esta gran-
de elocuencia no se puede descubrir; porque los
enamorados, como los pájaros, cuando sienten
ruido ó veti que alguno se acerca, se callan:
¡hay que enamorarse para hablar y para ser
oído de este modo! No insisto en ello, prima, ¿á
que tratar de explicarte yo como tú paseas?
Mas á distancia de esta pareja, como he di-
cho, va la familia; otra pareja, que no es de es-
poso y esposa, encontramos tal vez. Son aman-
tes: ella seguramente delinque, ál pasear, él, sin
duda desprecia las conveniencias sociales; pues
no está bien pasear con mujer que no sea la
propia. Su conversación es muy distinta; inte-
rrumpida por muchos accidentes; algunos de
enojo. El le trata como dueño; ella responde
como fiera domesticada que atisba la ocasión de
dar un zarpazo, sobre seguro, al domador. Se
hablaron tanto en otro tiempo que les queda
poco que decirse. El panal destina ya sus últi-
mas gotas de miel: tal vez el año que viene, por
ese mismo sitio, les veremos pasar... pero pasar,
á él con una, y á ella, con otro.
¿Y por qué hemos de figurarnos que toda pa-
reja es criminal? ¿No se pasea con la esposa,
con \i. mujer, con la parienta? Sí: paseo; indife-
rente, práctico, en que el uno para el otro es
objeto, es cosa, es simbolismo. Se habla de los
hijos, cuando se tienen, de economías, del mal
propio y del bien ajeno. La humanidad se ha
conjurado contra ellos dos; siendo así que el
mundo ha sido, indubitablemente, creado para
ellos. Mas á decir verdad hablan poco, sus pa-
labras son breves, largos sus silencios; él suele
adelantarse distraído; ella se queda detrás entre
resignada y colérica. Juntos viven, juntos se-
guirán; á ratos se quieren; á ratos se odian y
solo están unidos en realidad contra el pró-
jimo.
A veces una pollada les precede. Las niñeras
van á retaguardia. El ejército avanza haciendo
retroceder ó desviarse á los demás paseantes;
que vuelven la cabeza para mirar aquel hormi-
guero de grandes sombreros con lazos y plumas
de colores. La infancia tiene el don de la gracia.
No es don de la especie humana, lo es de todo
ser con vida; porque, asi como el niño, es el
gato joven que se empina y se atusa y da vuel-
tas como si se devanara, y lo es el buche pe-
ludo y deforme, que brinca y retoza con gallar-
dísimos movimientos; y lo es el leoncillo, que
parece un faldero y deja para luego su feroz y
espantoso semblante. Para entretener las penas,
se recomienda ver correr el agua ó flamear la
leña; pero mejor se entretiene viendo jugar los
niños; resúmenes vivientes de cuanto hay de
atractivo en los movimientos del hombre y en
los de las flores, los peces y los pájaros.
Hay otras variedades de gentes que se en-
cuentran en el paseo. Una de ellas es el que
lleva á pasear su perro; suele serperro de caza,
ó de lanas, ó algún mastín agalgado y corpu-
lento, de estos plomizos que hoy están de moda.
Claro que el perro es el amo; y que los dueños
podrían poner en el collar, como Lamartine: ¡Le
pertenezco! Pero salvo el perro de caza amado
por ser instrumento de utilidad ó de placer, los
demás son signos vivientes de la misantropía
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
691
de sus dueños. Se quiere al perro, pero no se le
pasea cuando quedan en el mundo afecciones.
¡Todo perro es un lazarillo!
También se ve dos mujeres que pasean jun-
tas, quién sabe; dos casadas, dos viudas, qui-
zás dos horizontales, como abi dicen y como
también decimos aquí. De todas maneras no
cabe duda, dos mujeres solas hablan del hom-
bre, hablan de amor, de perfidias ajenas ó pro-
pias.
He hablado de los que pasean á pié, en aten-
ción á que así paseamos casi todos. Pasear en
coche, pasear á caballo es recreo de los podero-
sos, de los escogidos.
Los paseantes de estos días van, pues, á re-
coger los postreros rayos de un sol de verano,
á ver caer las hojas y amarillear la verdura de
los árboles y los campos. Las canas de la na-
turaleza son amarillas.
Y estos paseos otoñales se cierran con uno
más triste que todos los del año, con el paseo á
los cementerios. Al llegar Noviembre, Madrid
envía por delante mozos, criados, lacayos con
blandones, cruces, lápidas, coronas, enrique-
ciendo á las Funerarias con su ostentoso dolor;
y luego, cuando llega el día sagrado forma cor-
dones vivientes en los caminos, hacia los Cam-
pos santos, donde descansan los huesos de aque-
llos que tanto amaba, que no creyó olvidar
jamás y que recuerda, efectivamente, en este
día.
A pié...
A caballo...
En coche...'
También se pasea en hombros de los sepul-
tureros.
Se sale de la ciudad. ¡Detrás, todo; porque
detrás dejamos la vida!
Delante, el Cementerio. ¡Nadal ¿Nada?
¡Quién sabe!
Tuyo, prima,
Fernanflor
EL ANIMA DE LA CONDESA
Era mi amigo Santiago hombre serio, escaso
de palabras, pero de ideas extravagantes. Siem-
pre con la pipa en la boca y el jarro de vino en
la mesa, se le encontraba en la taberna de los
Tres- Osos, solo y envuelto perpetuamente en una
atmósfera de humo de tabaco que salía de su boca
como de un tejar; su mirada extraviada daba ca-
lofríos y sus grandes ojos verdes, cuyas pupilas,
se dilataban sobremanera, prestaban á su fisono-
mía un aspecto sarcástico y lúgubre.
Es el caso que, una noche de invierno de
18**, lo encontré en la taberna acurrucado en un
rincón oscuro, delante de una mesa grasienta,
mientras al lado opuesto discutían alegremente
otras tres personas, el herrero Daniel, su sobri-
no Federico y el sastre Ignacio, vecinos de Vila-
mós y hombres honrados entre los más impor-
tantes del lugar.
Era tarde ya; habían dado las once hacía rato;
la nieve no cesaba de caer; de cuando en cuan-
do un soplo glacial de ventisco azotaba la venta-
na dejando en ella una fina capa blanca que se
derretía en breve al contacto del calor de la ha-
bitación; en el exterior no se oía más sino el
ruido de la tempestad y los aullidos de los lobos.
— Mala noche, — dijo después de un momento
de silencio el sastre Ignacio.
— Y mal invierno, — contestó su sobrino Fe-
derico;— la miseria es espantosa y los lobos
hambrientos se aproximan ya á la morada
del hombre.
— ¡Ay del viajero que se encuentre en cami-
no!...
Un nuevo silencio sucedió á estas palabras;
de repente se oyó como una risa lúgubre, una
carcajada siniestra; Santiago levantó su cabeza
y escuchó ansioso; el ruido cesó pronto y el cu-cú
tocó doce horas con su timbre monótono: mi ami-
go se levantó sobresaltado con los ojos desmesu-
radamente abiertos y con el dedo indicando el
reloj . . . ; mas todo sonido se había extinguido y
no oíase mas que el invariable tic-tac del cu-cú.
— ¿La habéis visto? — exclamó con acento extra-
ño-— ¿Quién? — preguntamos en coro. — ¿No la
habéis visto, — continuó,— con su antorcha en-
cendida y sus huesudas manos?
— Vamos, Santiago, — le dijo el herrero, — mi-
ra que todo esto son alucinaciones y visiones
fantásticas; conque déjalo y ponte á conversar
con nosotros.
— Tenéis razón, — dijo él adelantándose, y lle-
nando su vaso en nuestro cántaro de vino, lo
llevó á su boca, pero preso súbitamente de un
temblor nervioso dejó caer al suelo la copa y
su contenido, fijando tenazmente sus ojos en un
lado oscuro de la sala.
— Pero, ¿qué to pasa? — le preguntó el sastre
Ignacio; — ¿otra vez revolotean en tu espíritu
esas temerosas ideas?
— ¿Y ahora no la habéis visto? — volvió á ¡)re-
guntar él, en tanto que sentíamos su cuerpo tem-
blar y sus dientes chocar unos contra otros; — es
ella... sí, es ella.
— Vamos, triste soñador — exclamé sonriendo,
no sin que un vago espanto me hiciera tarta-
mudear,— esta es otra de tus extrañas visiones;
bebamos, y que el divino licor rechace de tu ce-
rebro estas ideas lúgubres.
— Bebamos, — contestaron todos, y en un ins-
tante los vasos se apuraron, pero sin que la fuer-
za del líquido pudiese quitar de entre nosotros
la tristeza que invadía nuestros ánimos.
De repente la voz grave del herrero se dejó
oir:
— Pues, ¿qué sucedió?— preguntó á Santiago.
Lo extraño de esta interrogación, lanzada así
á boca de jarro, nos hizo estremecer.
— ¿Queréis saberlo?— -contestó él, agitado,
coordinando así la respuesta con la incompren-
sible pregunta.
FATAL NOTICIA
— Sí, — exclamamos todos, sin comprender si-
quiera el sentido de nuestras palabras.
-^Es horrible, — contestó el, — escuchad; — y
lanzando otra vez á la pared una mirada fugaz,
empezó en estos términos:
— Era yo en mi juventud, cazador furtivo en
los dominios del conde de Canejar, cuyo castillo
situado en lo alto de un pico de los Pirineos,
dominaba un precipicio de espantosa profun-
didad.
Era el conde un viejo de cuerpo temblón, roí-
do por los años y los excesos, pero de mirada
viva y nerviosos movimientos; decíase de él si
era alquimista y en efecto pasaba todo el día
en un aposento situado en lo alto del castillo
flanqueado por una garita, buscando recetas in-
verosímiles en abultados y viejos in-folios para
componer ó engendrar, según decía, la piedra
filosofal.
El castillo ora un edificio macizo, cuyas pare-
des amarillentas denotaban su vejez mientras
ventanas ojivales recordábanlos antiguos tiem-
pos de la caballería; suspendido sobre el borde
del abismo, confundíase su lienzo posterior con
la roca del precipicio, formando con esta ima
sola línea recta que se prolongaba hasta el fondo
del valle, cortada solamente en su longitud por
una estrecha cornisa, que unía entre sí las esca-
sas ventanas del castillo abiertas todas según
un mismo plano horizontal.
Contábanse entre los vasallos y los labradores
del país varias leyendas sobre el castillo; en-
tre otras había una que me había llamado mu-
cho la atención por ser la que más se aproxima-
ba á lo natural; según ella la esposa del actual
conde, muerta desde unos veinticinco años, ha-
bía sido una mujer esbelta, de facciones gra-
ciosas y correctas, pero de carácter extraño,
maligno y nada simpático, aficionada á cien-
cias ocultas, siempre pensativa y meditabunda.
En aquellos tiempos frecuentaba el castillo un
arrogante caballero que tenía con la condesa
Inés interminables conversaciones; su tez more-
na, su cara barbuda y sus ojos de lince atesti-
guaban un ser sobrenatural; y entre las viejas
que le habían visto se decía que era el mismísi-
mo demonio y que olía á azufre.
Una noche, decía la leyenda, vino el caballero
montado sobre un hermoso corcel, negro como
la tenebrosa noche; ató su caballo á un árbol
del valle y desapareció en las sombras del cas-
tillo; algunos minutos después dieron las doce
y al último toque la garita de lo alto del alcázar
se iluminó con un gran resplandor fugaz y se
distinguieron en ella dos sombras enlazadas;
después la oscuridad se hizo más profunda; la
puerta de entrada crugió sobre sus goznes en-
mohecidos y dos sombras salieron del ¿astillo
corriendo hacia el caballo que relinchaba en
el valle; soltáronle las riendas y el corcel em-
prendió una espantosa carrera, iluminando su
paso con el fulgor de sus ojos que desprendían
chispas de fuego.
(Se concluirá.) J. Gasseb.
MÉJICO: MONUMENTO VOTIVO Á CUAUTHEMOC (QUATIMOCIN)
Proyecto de Frauciico M. Jiménez, ingeniero mejicano.— Dibujo de Aaarta, aegún fotogiaña
MADRID: HOMENAJE Tf?IBUTADO A CERVANTES POR LA ASSOCIATION LITTERAIRE ET ARTI8TIQUE INTERNATIONALE
LA TARDE DEL 15 DEL CORRIENTE (Dibujo do F. y Valor)
694
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
EXPOSICIÓN MARÍTIMA DE CÁDIZ
Hemos quedado con nuestros lectores en el
Pabellón de la Compañía Trasatlántica, her-
mosa obra que revela por si sola toda la impor-
tancia de esta rica empresa naviera, y
vamos á continuar la descripción de
las instalaciones que adornan y rodean
la llamada plaza de Cádiz, si bien á
grande:^ rasgos, pues una detallada
resefia de cuanto encierran ocuparía
largo espacio, y necesitaría más tiem-
po del que nos es dado disponer.
A la derecha de la mencionada pla-
za, cuya izquierda como recordarán los
lectores ocupa el pabellón que on
nuestro anterior artículo hemos inten-
tado dar á conocer, se alza el de la
Provincia, uno de los más bellos é
importantes de los catorce en que se
snbdivide la obra.
Este pabellón tiene 60 metros de
largo por 14 de ancho.
La entrada la forma una escalinata
de piedra terminada en una graciosa
rotonda saliente, especie de vestíbulo
interior para dar acceso al gran salón.
Esta rotonda se corona con una cii-
pula tan airosa como todas estas lin-
das construcciones, que si bien son
hechas con materiales ligeros, tenien-
do en cuenta la efímera duración que
necesitan para llenar su objeto, son
modelos de buen gusto, de novedad y
de arte, con sus elegantes decorados,
sus gallardas líneas y su variedad so-
bria }' graciosa, dentro de la unidad
del plan de edificación, y de las nece-
sidades de estos edificios.
El cuerpo central saliente de que
hablábamos, está sencillamente ador-
nado con algunos
muebles que permi-
ten el descanso, y
ligeras instalacio-
nes en el centro que
más parecen ador-
nos de un gabinete
particular.
El salón revela
ya con sos instala-
ciones variadísimas
que lo ocupan por
completo, el objeto
para el ctial ha sido
formado.
La provincia ex-
hibe allí sus pro-
ductos industriales
agrarios y manu-
factureros.
No hay gran
abundancia en lo
que se expone ni
gran novedad tam-
poco, pero es curio-
so 6 interesante por
la variedad de pro-
ductos y objetos que
prueban dos cosas
con su muda elo-
cuencia: que la pro-
vincia de Cádiz es
rica en elementos
proj»¡08, pero es in-
dolente y no los uti-
liza.
Sus tejidos tienen
la misma forma que
tendrían probablemente en la época del buen
rey Carlos IV.
Pf fiadas mantas de lana pura; cobertores no
más ligeros que ellas; fuertes lonas, algodones
de ruda aplicación; capotes igualmente fuertes,
irresistibles, probablemente, para los hombres
de la moderna generación, han enviado Graza-
]om«, Fbriqne, y algún otro pueblo de la sierra.
Corchos^ en pequeña cantidad; maderas en
colecciones no muy ricas; mármoles en la misma
proporción, objetos de hierro, lata y madera,
muebles, sin novedad alguna, más ó menos be-
llos, pero en la forma corriente; bordados de
algún mérito, pianos, máquinas de coser, mues-
UN TALLER DE SEÑORAS, EN PARIS
M. CHAPLIN ELIGIENDO LOS MODELOS.-LA CLASE TRABAJANDO
tras de licores, y pequeños objetos que no vale
la pena de describirlos.
Entre estas menudencias se destaca la pre-
ciosa instalación de barajas de la gran fábrica
de Olea,, tan célebre en su género.
En ella se admira desde la más vulgar y co-
rriente marca, hasta la más fina y selecta.
Expone además el activo industrial sus ele-
gantes litografías, y las medallas que ha obte-
nido en otras exposiciones, lo cual prueba que
se ha hecho justicia á su mérito.
La conocida casa de Luis Colomina muestra
entre cristales sus ricos abanicos, con vitelas de
valiosas pinturas firmadas por nombres ilustres
en el arte, caprichosos abanicos de ma-
deras finas con la vista de la exposi-
ción á vuelo de pájaro grabada en ma-
dera, otros de carey y plumas, de éba-
no y figuras /í7»icn('«s bordadas en su
vitela, de marfil y encaje, lo más rico,
en fin, que en este género de adorno
femenino se conoce.
Barcelona tiene allí muestras de
cintas y tejidos, Vizcaya media docena
de objetos pequeñísimos de sus famo-
sas incrustaciones de oro en hierro, y
casi todos los pueblos de la provincia
han traído cereales, que en realidad
no tienen mérito extraordinario, y aun
muchos no llegan ni al ordinario en
tamaño ó belleza, pues garbanzos, ha-
bas, bellotas, nueces, almendras, miel,
aceites, que por cierto no presentan ni
la limpieza ni el color de los de Cór-
doba, los mejores de Andalucía; sal,
trigo, maíz y otras especies de menor
cuantía, no salen de lo vulgar y co-
rriente ni llaman de modo algvmo la
atención en este lugar.
Doloroso es que de tan pobre ma-
nera dé á conocer la provincia sus pro-
ducciones, pues según todos afirman
tiene elementos para ofrecer muestras
más ricas, pero la verdad es que si los
tiene no los luce.
Casi á la entrada, y como rico ador-
no d^ la rotonda central, expone la
conocida casa vinícola de la señora
Viuda de Ruíz de Mier, de Jerez, sus
riquísimos vinos.
Sus marcas son
^ tan conocidas que
no hay necesidad
de citarlas, y la fi-
nura y delicadeza
de sus caldos honra
la industria viníco-
la de esta provin-
cia, contribuyendo
á su fama.
En esbelta pirá-
mide so agrupan
las botellas que se-
mejan en 8X1 color
topacios líquidos,
oro derretido y ru-
bíes disueltos, que
dan á conocer los
tesoros que encie-
rran las bodegas
de la señora Viiida
de Ruíz de Mier.
Al rededor de
este pabellón se
abren balcones de
antepecho, adorna-
dos con severas cor-
tinas de muy buen
efecto, y en el friso
que forma su ador-
no exterior se leen
todos los nombres
de los pueblos de
la provincia que
han contribuido
con sus donativos
á los gustos del cer-
tamen.
Unido á él, adosado al muro y á la altura de
los primeros huecos, pequeño y pintado con esos
vivos colores del gusto árabe, se replega, más
bien que se levanta, el pabellón marroquí, pin-
tado por los mismos africanos que expenden en
él sus mercancías.
El efecto que hace aquel apéndice raquítico,
en la elegante construcción antes descrita, no
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
695
es muy estético, pero resulta original con sus
vivas pinturas, sus columnillas separando los
cristales de sus ajimeces, que más que ventanas
son escaparates de sus mercancías, y los curio-
sos objetos con que lo exornan.
Imposible parece que en tan reduído espacio
se encierre tanta preciosidad como la que se
aglomera en el pabellón marroquí, verdadero
juguete entre aquellas severas construcciones.
Telas bordadas de una manera bellísima,
almohadones recamados de oro, cortinas per-
sas, divanes, taburetes pintados con esos vivos
colores que recuerdan las paredes de la Alham-
bra, ó con incrustaciones de maderas riquísi-
mas formando caprichosos dibujos.
Armas antiguas y modernas, puñales damas-
quinados, monturas árabes de gran lujo, muy
semejantes en la forma á las que, como remi-
niscencia de su dominio en España, usa el pue-
blo andaluz, con ancho estribo calado y bridas
de terciopelo.
Perfumes, joyas, tapices, tejidos de capricho-
sos dibujos, todo se amontona allí, se confunde,
brilla á la luz de lámparas rarísimas que tras-
parentan sus reflejos por vidrios de colores, y
forman un tono fantástico y original.
Para completar el efecto, los moros con sus
membrudas piernas desnudas, sus tostados ros-
tros rodeados por el blanco turbante, y los bra-
zos descubiertos ofrecían á los curiosos tacitas
de té hecho por ellos, mezcladas con aromáticas
yerbas, y que tienen por un aperitivo de gran
fuerza.
Puedo certificar que no sabe mal, pues invi-
tada por el señor ministro de Estado, en cuya
compañía asistí al pabellón, para aceptar el ob-
sequio que nos ofrecía el señor Cónsul de Espa-
ña en Tánger, bebí una diminuta taza de té que
encontré muy agradable, si bien demasiado
dulce.
El señor Lazuna, que es el Cónsul mencio-
nado, nos e.xplicó con su natural amabilidad los
ingredientes que entraban en la confección del
brebaje, pero como supongo que los lectores de
La Ilustración prefieren el té á la inglesa, es
decir, limpio y amargo, no me detengo á des-
cribir los detalles.
De los asistentes á este obsequio fueron po-
cos los que lo probaron, y entre los que no se
atrevieron á arrostrar lo desconocido estaba el
señor Moret y creo que el señor Toro, presiden-
te de la Diputación, que prefirieron oir cantar
una extraña balada árabe, de dulce cadencia, al
compás de unos pobres instrumentos que decían
ser guzla, violin y viola, amén de algún otro de
forma extravagante cuyo nombre no recuerdo.
Los méritos repiten el concierto y el té que
nos dieron para obsequiarnos, siempre que lo
paguen los visitantes, por lo cual no deja de
estar animada la pequeña tiendecilla, pero no
por eso son favorables los resultados á sus in-
tereses: venden poco y tienen frío, pues la es-
tación va muy avanzada y las humedades del
Océano están muy lejos de parecerse á los ar-
dores de los africanos desiertos.
Como ganancia, como negocio, creo que todos
siguen la misma suerte, pues no creemos que
haya compradores para los géneros expuestos.
Como ya le he dado noticias del gran pabe-
llón de máquinas, el monstruo, de gigantesca
bóveda en el cual sólo hay algunas máquinas,
modelos de barcos, instalaciones de carbón, las
máquinas para la luz eléctrica, muestras de
maderas para construcciones, el esqueleto de
una ballena, y algunos otros objetos y el pabe-
llón modelo destinado á oficinas no requiere
descripción alguna, pues nada encierra que in-
terese al pi'iblico, continuaremos la descripción
de los que rodean la plaza de Cádiz con el de
Bellas Artes, que cierra el círculo en cuyo cen-
tro se eleva la fuente die cuya escultura les dije
en mis primeros artículos que no ofrecía nada
de extraordinario, sino las dimensiones, pudien-
do ser apreciada más bien por el tamaño que
por el mérito artístico.
Aunque no hay en este pabellón mucho bue-
no ni mucho nuevo, no sería posible pasar por
él sin detenerse á saludar siquiera á los auto-
res que lo han honrado con sus cuadros, y por
eso me han de permitir que deje su descripción,
asi como la del gran pabellón central, destina-
do á las fiestas, para el artículo siguiente, pa-
sando después á la plaza de la Marina, y dando
cuenta de sus pabellones radiales, del de auto-
ridades y antigüedades, con lo cual, y con ano-
tar como resumen el acto de la distribución de
los premios que tendrá lugar en breve, habré
terminado mi honrosa misión de cronista del
certamen gaditano en una de nuestras más po-
pulares al par que ilustradas publicaciones.
desempeñada por mí con gran complacencia,
aunque, sin duda, con poco acierto.
Patrocinio de Biedma.
— «
¡LAMENTABLES EQUIVOCACIONES!
/Qidil me dicimt homines? preguntaba cierto
humanista á un su amigo que fué á visitarle
muy de mañana. — No he venido á eso, — contes-
MARGARITA Y MEFISTÓFELES LLAMADOS Á LA ESCENA
taba sencillamente el interpelado, y en efecto
resultó que había ido á pedirle cinco duros, co-
mo lo hizo en claro y correcto castellano.
Cuando Julio Simón, Luis Ulbach y otros
distinguidos literatos franceses, hasta ayer hués-
pedes nuestros, echasen de ver que para feste-
jarlos, á nuestro modo, los traíamos de acá para
allá, de banquete en banquete, de corrida de to-
ros en jíter^ffit /rtmewm, dirían, y si no lo dijeron
por exceso de galantería, pensarían: no vinimos
á eso.
No vinieron á eso ciertamente: el fin princi-
pal de su viaje era, todos lo sabemos aunque
parece que todos lo olvidasen, celebrar un
Congreso literario: todo lo que no fuese eso era
ajeno á los motivos de su venida.
Santo y muy bueno que aprovechásemos la es-
tancia aquí de estos estimadísimos compañeros
de profesión, de estos queridos hermanos en las
letras, para manifestarles nuestro cariño y nues-
tra admiración; pero sin mortificarles, sin obli-
garles á concurrir con precipitación á teatros y
fondas, á vestir constantemente de etiqueta, á
viajar cuando necesitaban descanso, pues uno
de los deberes más rudimentarios de la hospita-
lidad, es causar al huésped las menos moles-
tias posibles: y, á poder ser, no causarle nin-
guna.
Y justamente este deber elemental fué el que
parecían haber puesto en completo olvido los
que imaginaron el programa de las fiestas que,
sin ofender á nadie, me pareció desde su prin-
cipio poco acertado.
Y no se me diga que los literatos franceses
deseaban conocer nuestras costumbres, estudiar
nuestros espectáculos, visitar nuestros monu-
mentos, porque yo podría contestar primera-
mente, que no había tal deseo, ni podía haberlo
y segundamente que aun en el supuesto de que
lo hubiera habido no fueron los medios discurrí-
o
o
25
2
ÍS
S
O
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o
o-
z
o
c!
O
00
o
LA rLUSTEACION IBÉRICA
doe los más adecuados para satisfacer ese
deseo.
Los literatos de la república vecina han ve-
nido á España, é insisto en esto porque es ar-
gumento capitalísimo, para celebrar un Congre-
so literario; para discutir puntos de interés
común á todos los escritores; para llegar, si
puede llegarse, á conclusiones que, en su día,
tomen en cuenta los legisladores de los distin-
tos países en el Congreso representados, cuan-
do formulen tratados int«rnaciouales de propie-
dad literaria ó dicten leyes sobre los derechos
de autores y traductores.
Todos esos dignísimos viajeros y congresistas
tienen entendimiento sobrado para no compren-
der que no se estudia en un par de semanas un
país como el nuestro. Si ellos hubiesen conce-
bido el pensamiento de conocer á España, no
habrían dedicado á tan corto espacio un estudio
que exige largo tiempo y suma atención.
Por eso digo que no son, no podían ser tales,
por entonces, los deseos de los escritores que
nos visitaron y á los cuales di de todo cora-
zón la bienvenida. Y eso es lo más satisfacto-
rio que puedo admitirse porque, eu otro caso,
¿de dónde han sacado los 'organizadores de
los festejos que nuestras costumbres sean ce-
lebrar banquetes á ^diario, «omer en Lhardy,
UNA CURIOSA
y acudir al teatro de la Alhambra á presenciar
funciones de catite y l/aile flamencos?
Muy de veras, muy sinceramente deploraría
yo mortificar el amor propio de alguno de mis
colegas. Dios que ve, á lo que por ahí dicen, el
fondo de los corazones, sabe que no hay en el
mío, ni intención aviesa, ni mala voluntad para
nadie: no sé, no quiero saberlo, á quien corres-
ponde la paternidad del programa, pero nadie
que lo medite un poco, el mismo autor inclusi-
ve, dejará de recondcer que no lo habría dis-
currido menos á propósito si lo hubiese consul-
tado con el mismisimo Enemigo.
Paso por la solemne inauguración: aquel ac-
to estaba en carácter y parecía lógico que fuera
un tanto ceremonioso, si bien yo no habría exi-
gido el traje de etiqueta; ni había para qué exi-
girlo. El frac, la corbata blanca, el gran uni-
forme, la banda y las cruces más parecen cosas
propias de recepciones palaciegas ó de aristo-
cráticos «alones, que de una fiesta de escritores.
Ahí debía de creerlo el insigne Julio Simón
cuando se presentó en el paraninfo de chaquet
y con hongo.
¿Puede admitirse, puede sospecharse siquie-
ra, que el famoso escritor francés intentó, al
presentarse con ese traje, alardear de despreo-
cupado, demostrar su desdén hacia la exigencia
del trato social? No, segurauíente.
Sucedió lo que era natural que sucediese, que
nadie .se cuidó de avisarle que los directores de
la funcicn habían dispuesto que se concurriera
á ella con el traje mismo que sirve para concu-
rrir á los bailes de la alia (¡orna (dicho sea con
perdón) y presumió que entre compañeros, más
aún, entre hermanos era muy admisible aquel
trajo. Fuera de esa circunstancia del frac y del
uniforme que dio carácter aparatoso y tono tea-
tral al acto, ya he dicho que la sesión inaugu-
ral estuvo, á mi modo do ver, perfectamente
dentro de las condiciones del acontecimiento li-
terario. Fuera de esto y de las sesiones del
Congreso que se celebraron en el Ateneo, en-
tiendo que todo lo demás fué una continua eqiii-
vocación.
Habría podido comprenderse un banquete de
despedida, banquete modesto; función fraternal
ofrecida por escritores españoles á escritores
franceses: nada más.
¡Pero una función en el Real! ¿Para qué? ¡Y
de galal... Y lo que es más triste, con el teatro
casi desierto.
]Una función de cante y baile flamenco! ¡Fi
done! ¿Son por ventura esas costumbres nues-
tras?
Entiéndase bien que lo que yo censuro, es el
carácter colectivo y aun oficial do tales festejos.
Castelar cumpliendo deberes de cortesía y
correspondiendo á exigencias de la amistad par-
ticular, ha acompañado á Julio Simón en su ex-
pedición á Toledo, lo ha servido de cicerone
para visitaj- los museos, le ha hecho conocer
establecimientos artísticos y bibliotecas que me-
recen conocerse; perfectamente: eso está dentro
de lo correcto; que Núñez de Arce hubiese hecho
algo parecido con Ulbach; que tal ó cual perio-
dista español, aprovechando ratos de vagar que
los trabajos del Congreso dejasen, hubiese en-
señado á cual ó tal periodista francés algo de
lo que en Madrid hay más ó monos digno de
verse, nada habría tenido de extraño; ni eso ha-
bía de ser oficial, ni eso había de figurar en el
programa, ni habría constado en la historia de
este viaje.
En resumen, las cosas se dispusieron de tal
suerte que son pocas las fiestas que tuvieron, ni
aun remotamente, carácter literario y que aún
á esas pocas pudieron concurrir contadísimos
escritores.
Creo, por lo tanto, que en esta ocasión los
que organizaron estas fiestas pasaron una serie
de lamentables equivocaciones.
¡Que Dios no se lo tome en cuenta!
A. S.\NCHEZ Pkrkz.
-*-
EL MONUMENTO DE CUAUTHEMOC
EDsr :]vcÉ JICO
Conserva el pueblo mejicano grato recuerdo
del lUtimo de sus emperadores aztecas, y á fe
que pocos soberanos pueden ofrecer una historia
tan ilustre y trágica como la del desgraciado
monarca que vio fenecer con él la gloriosa di-
nastía fundada por Tenoch en lo27. Vamos á
grandes rasgos á reseñar su vida, así como á
dar cuenta del monumento levantado á su me-
moria, extractando, casi al pió de la letra, lo
contenido en el precioso folleto publicado por
el escritor mejicano D. Francisco Sosa, ya que
por su extensión no podamos insertarlo íntegro.
Cuauthemoc, según el testimonio de Bernal
Díaz del Castillo, que le conoció muy de cerca,
era al subir al trono, joven como de veinticinco
años de edad, bien gentil hombre para ser indio,
y que se hizo temer de tal manera, que todos los
suyos temblaban de él. Celebróse su coronación
en uno de los últimos días del mes de Enero —
entre el 25 y el 29— de 1.021.
^Bajo más siniestros auspicios no ha empuña-
do el cetro soberano alguno: llevaba él por
nombre Cuauthemoc, es decir. Agíala que d&icen-
dió, y ceñía á su frente la corona imperial en
aquellos días aciagos, cuando el imperio se des-
moronaba por la traición de sus hijos y la espada
del conquistador. «Subir entonces á rey, — dice el
historiador Orozoo y Berra, — no era para gozar
las lisonjas de palacio, sino para arrostrar los
peligros del campamento; bajo el manto real se
cobijaban la destrucción y la muerte... Fué el
|)rimero que so rebeló contia el embrutecido
Moctezuma; el primero que alzó la voz y la mano
para escarnecer y herir al mal ciudadano; iden-
tificó su suerte con la de la i)atria, resuelto á
pelear hasta el último trance. La peste diezma-
ba la ciudad, arrancándole sus mejores orna-
mentos; no importaba, los vivos sabían seguir
el ejemplo de los muertos.»
En tales momentos. Cortés, repuesto ya de la
trágica jornada do la Noche triste, y después de
haber llevado á cabo varias conquistas impor-
tantes, resolvió venir á poner cerco á la gran
metrópoli mejicana, con poderoso ejército.
Cuauthemoc, sabedor de todos los pasos del
conquistador, hacia esfuerzos sobrehumanos por
preparar la defensa de la capital de su imperio.
Palmo á palmo defendió valerosamente la
ciudad, y cuando vio perdida la parte meridio.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
699
nal de ésta, reconcentró todos sus elementos de
guerra en Tlaltelolco, donde hizo frente por largo
tiempo á los rigores del hambre, á la peste y á
la superioridad de las armas de fuego y de la
táctica europea, rechazando con indómito brío
cuantas proposiciones de paz le hicieron los
sitiadores.
Quiso su infausta suerte que tanta abnegación
y tanto patriotismo no fuesen coronados por la
victoria, y el 13 de Agosto de 1521, después de
más de sesenta días de asedio, lograron los es-
pañoles ver destruido el último baluarte que les
oponían los defensores de la independencia me-
jicana.
Cierto es que la figura de Cuauthemoc apare-
cería cubierta de más esplendente gloria, si
cabe, sin la fuga que emprendió dicho día y que
dándose la mueHe al disparar su última flecha,
habría puesto digno remate á una vida heroica,
ejemplo del más acendrado patriotismo, empero
vuelve á agigantarse ante nuestros ojos, cuando
ya en su derrota, revela ser el tipo de la caba-
llerosidad azteca, en el instante en que detiene
el brazo de sus remeros al ver preparadas las
ballestas y los arcabuces de los que le perse-
guían, diciendo: «No me tiren, que yo soy el
rey de Méjico y desta tierra, y lo que ruego es
que no me llegues á mi mujer ni á mis hijos, ni
á ninguna mujer, ni á ninguna cosa de las que
aquí traigo, sino que me tomes á mí y me lleves
á Malinche.»
Cuauthemoc al constituirse prisionero por
evitar la muerte de las mujeres que llevaba en
su fuga, no era indigno del respeto de los sol-
dados de la nación que se ha preciado siempre
de hidalga, y cuyos hijos han combatido por su
Dios, por su rey y por su dama.
Sabido es el horrible episodio ocurrido durante
el cautiverio del infortunado emperador azteca.
¿Por qué ha de registrar la historia aquel tris-
tísimo suceso?
Cuauthemoc permaneció en la prisión desde
el infausto 13 de Agosto de 1521, hasta que
Cortés emprendió su expedición á las Hibueras
llevándole consigo, porque no quería dejar tras
de sí personaje de tal importancia. En el cami-
no, pretextándose que conspiraba el prisionero
por reconquistar su poder, fué ahorcado en el
pueblo de Teotitlac, á 28 de Febrero de 1524.
¡Así pereció, como vil criminal, el héroe de
cien combates, el que llegó á la sublimidad en
la defensa de su patrial ¡Honremos todos su
memoria!
*
* *
Veamos ahora si corresponde á. la grandeza
del héroe la grandeza del monumento de que
hablamos.
Sobre un gran basamento cuadrado que con-
tiene en dos de sus caras dos de las escenas más
culminaiites de la vida de Cuauthemoc, la de su
entrevista con Cortés, ya prisionero, y la del
tormento, y en las restantes las inscripciones
alusivas, se levanta un templo en el que están
depositadas, en trofeos, las armas de los caudi-
llos que pelearon y sucumbieron en la gloriosa
defensa de su patria. El plinto ó zócalo de este
templo, con sus inscripciones jeroglíficas, sim-
boliza la unión de los reinos aliados y depen-
dientes del imperio, que lucharon contra los
conquistadores, y el remate es un pedestal que
soporta la estatua de Cuauthemoc. Este es el
coniunto.
El gran basamento de planta cuadrada, sobre
el cual se eleva el monumento, presenta, con
ligeras variantes, la forma y la disposición de
los palacios de Mitla: cuatro contrafuertes en
los ángulos, compuestos, cada uno, de tres gran-
des piedras salientes, dejan un espacio entrante
en cada una de las caras, que se han llenado
con bajo-relieves y lápidas de bronce. La del
espacio del frente contiene la inscripción si-
guiente:
A LA MKMOKIA DK CUAUTHKMOC Y DE I.DS (lUERRKROS
liUK COMBATIERON HEROICAMENTE KN DEFENSA BE SU PATRIA
MDXXI
La lápida del espacio posterior, al Poniente,
recuerda las fechas relativas á la erección del
monumento. Dice así:
ORDENARON LA ERECCIÓN DE ESTE MONUMENTO
rORI'IRIO DÍAZ PRESIDENTE DK LA REPÚBLICA
Y
VICENTE RiVA PALACIO SECRETARIO DE EO.MENTO
MDCCCLXXVII
ERIGIÓSE POR MANDATO
DE MANUEL GONZÁLEZ PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA
Y SU SECRETARIO DE FOMENTO CARLOS PACHECO
MDCCCLXXXIII
En el espacio que mira al Norte, hay un bajo-
relieve que tiene por asunto la prisión de Cuaut-
hemoc. Este aparece revestido con todas sus
insignias reales, tomando el mango del puñal
que lleva al cinto Cortés, y en el momento de
pronunciar las palabras: Toma este puñal y má-
tame con él. Mide cuatro metros ocho centímetros
de largo, por uno cuarenta y seis de alto. Las
figuras de que se compone tienen un metro
treinta y tres centímetros de altura.
El bajo-relieve que mira al Sur, representa á
Cuauthemoc en el tormento y en el instante
en que lanza al señor de Tlacopan aquella dura
y elocuente pregunta de ¿Estoy en aUjim (Ideitc
ó hañof Sus medidas son en todo iguales á las
del anterior.
La parte superior de este basamento, es como
la de los palacios de Mitla; en sus ángulos
lleva grandes piedras y cada costado está divi-
dido en tres tableros decorados con una orna-
mentación delicada y especial.
El cuerpo medio, que se levanta inmediata-
SINGULAR ENCUENTRO
mente sobre este gran basamento, se compone
de un zócalo de forma ligeramente piramidal,
con un tablero en cada cara, llevando en cada
uno de ellos inscrito uno de los nombres de los
reyes aliados que tan esforzadamente pelearon
al lado de Cuauthemoc; Cuitlahuac, Coanacoch,
Cacama, Tetepanquetzal. Este zócalo es muy
sencillo, y enteramente desprovisto de decora-
ción, y sirve para presentar un intermedio
tranquilo que sostiene la parte superior, en que
la ornamentación es bastante profusa.
Cuatro grupos, de tres columnas cada vino,
se levantan sobre este zócalo en sus ángulos,
separados entre sí por entrepaños cortados por
nichos ó entradas, en que se han colocado tro-
feos de bronce, formados con las armas, pendo-
nes é insignias que usaban y distinguían á cada
uno de los soberanos de los reinos cuyos nom-
bres están inscritos en el zócalo.
(Se concluirá^
EL PREMIO DE LA CODICIA
El águila triunfal, reina del viento,
cruza el espacio con el loco anhelo
de llegar al empíreo firmamento
y vivir en los ámbitos del cielo;
buscando su ambición otro aposento,
sube fugaz con incansable vuelo,
y, próxima á colmar tanto heroísmo,
pierde la vida, cayendo en el abismo.
El hombre sigue tras la dicha avaro,
cual águila, también con ligereza
buscando la opulencia, que es su faro,
donde sueña vivir con la grandeza,'
donde el oro será el mejor amparo
y libre se verá de la pobreza,
y no feliz en la encumbrada altura
consume su ambición la sepultura.
José Iñigo Romeko.
¡ACCIDENTEI (Ercnltum por D. Mariano BenUlnre.-DlbnJo do P. y Valor)
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702
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
NUESTROS GRABADOS
JCUO SIliOK
DOtt^jo de P. y Valor
Sin ánimas da qoczer «maltecer á nadie á costa de otro,
creo qne rabe aaegniar que la prime» figura de Fnvnda es
hoy en día el ilustre repúbliro qne rió suceder á su go-
liiemo el del Spí*f Mai. No importa que no desempeñe papel
alguno en la política activa: natiic pueblo medir su importan-
cia ctm la suya, ni disputarle su influencia en el mundo lite-
rario y filooóSeo.
Julio Simón es uno de los hombres más ilustres qne ha
producido Francia en el corriente siglo y es una verdadera
lástima que se haya presciudido do un liberal tan conse-
cuente como t\ y de nn carácter tan elevado como el suyo
para la gestión de la cusa publica en los diez últimos aüos.
Filósofo, economista, literato, gobernante, orador, ¡irimux
Ínter pare*, es una venlrttiera gloria francesa, digna de ser
envidiada por Kiiropu.
VATAL NOTICIA
El coso era para eso y aun para más. I^ nturdlda doncella
acaba do decirle á su señorita que so nciiba do recibir la
noticia dol fallecimiento do su novio... il^omcuila desgracial
I>o menos quo puedo hacer la interesada es, uaturalmoiite,
desmayarse do veras.
MÍJICO: MONüMRNTO VOTIVO .i. OIHUTHKMO» ( UUATIMOCIN )
EH KI. PASKO DG LA RKFORMA
Proyecto <U Fnincisro M. JimiUitz, hiíifníero viejicaiw
Dibujo (if A.iuría , t^et/ñn futnt/rtt/iu
(Véase el articulo dedicado á esto asunto.)
HOUENAJS TEIBÜTADO A CIIBTANTÍS
POR LA ■
A830CIATI0II LITTKBAIRg ET ARTISTIQUÍ INTERNATIONALE
LA TARDK PEL IS DEL CORRIENTE
Dibujo tte P. y Valor
Celebróse este acto tan halagüeño para el pueblo español
en medio del mayor entusiasmo, aunque no tal vez sin al-
gún barullo que huliiera podido evitarse facilmenle á ser
más previsoras las autori<lades de la villa.
. Formada la comitiva en el Ateneo, dice un periódico,
marchaban on primor término dos earriiajcs descubiertds,
qne eonduoían las cortmas.
El cortejo subió por la callo del Prado, descubriéndose
los manifestantes ante la estatua du Calderón de la Barca.
En la pla/.a dol Ángel incoriuiráronso los estndianlos,
marchando al freiito do cada facultad los respectivos estan-
dartes que lucieron cuando el centenario del inmortal autor
de 1^(1 vitta es .tiu^íto.
1m manifesliición, al llegar li la plaza de las Corles so
componía seguramente do unas dos mil personas.
Con dificultad los que la presidian pudieron llegar al i>ié
de la estatua, pues los agentes de orden público escaseaban
tanto, que no pudieron evitar quo muchos penetrasen on el
jardinillo.
Sin embargo, el tumulto creció cuaudo el señor Vázquez
y algún otro que, coutituldo eu autoridad, debieran haber
procurado mautenor el orden, hicieron señas para quo so
franciuoasen las iiuortas: la avalancha fué terrible; atrojie-
Uósc á las señoras e.-ilraiijoi'us destruyéronse las plantas y
TEATRO DE DRURY LAÑE, DE LONDRES
Los cuatro lailrones, pantomima sacada de un cuento de las Mil y una jioc/ies.— Ali-Baba y su hermano Cassim
los qne tenían la misión de dirigir la palabra viéronse ro-
deados de gente levantisca y sin educación.
A duras penas pudieron colocarse al rededor del monu-
mento los estandartes de las facultades y descubrir el señor
Nnñez de Arce una lápida do marmol negro que colocada en
el pedestal, dice eu letras doradas lo siguiente:
A CervanUfi, la Aaociación LUeraría y Arlistica iTUemacional,
Mr. I'lbach, en nombre de ésta, depositó- una magnlflca
corona «le hoja-n de laurel y encina, con cintas de los colores
nacionales de h'rancia, y pronunció elocuentes frases en honor
de Cervantes, ilustre antepasado de la gran familia literaria.
Mr. liati-ilionue, con vigorosa entunacióu, dló lectura de
una iiispira/la poesía á Cervantes, quo fué acogida con entu-
siastas aplausos.
cú|Mdc al Sr. Núñez de Arce la honra de representar al
gobierno italiano y á la Asn<;iaclóu de la prensa, cuya coro-
na osteutalta unidos loa colores de las banderas de Italia y
Kspaña.
A continuación Mr. Kingthon, presidente de la Sociedad
de Artistas de Límdres, presentó una corona, eu cuyas cintas,
azules y rojos, se lela: A tribuir Jrom KinjUmd, to Cervantc.
l>ijo algunas fra<<es en inglés, ensacando la importancia
de nqit'-lla «■<;remonía,
•Mr I liiirl.;s Ii:ifz, fundador de la Socieda<l de Escritores y
.\rii«!iir di: .Mj<_'Mii<iB, recitó en alemán los versos que ala
in<:m..rla d.; < .rv.iiitc» escribió en el álbum que se entregará
á |ji .\-i^:ii(ión <lc li>critore)i y Artistas.
Kii ili.rt se felicita del honor do haber venido á España
I>aru saludar á Cervantes, á .Murillo y á Calileróu, parcciéu-
«lole que Allwrto Durcro, su gran artista, lo invita á quo no
dejo on España »u corazón, como acontece á todos 1<« que
la han vlaIla<lo.
Mr. Cattreux depositó una corona en nombre do Bélgica,
y Mr. Cellar otra fiel periódico luingaro Haiin-Prath llirhtp.
arabos pronnnciurou discretas frases, <iue fueron, como los
anteriores discursos, muy aplaudidas.
l'or último, Mr. W. Wiutgens, exministro de Justicia de
Holanda, al ofrecer la corona de su pais, dijo que lo hacia
en nombre de la nación holandesa, do un puoldo amigo de
España, que en sus colonias orientales y occidentales tiene
intereses idénticos,' un poco desconocidos hoy por las gran-
des potencias, y que gustoso contribuía al homenaje rendi-
do al genio literario de España.
Como era imposible contener i la muchedumbre que á
cada míimento, y sin que nadie se lo impidiese, estrechaba
el pequeño circulo formado al pié do la estatua, el Sr. Núñez
do Arce se vio precisado á dar por termiiuiilo el acto, propo-
niendo un viva á las imciones alli reiireseniadas.
Kepitiéronse 1í!S vítores, y á las cuatro y media ya la pla-
za de las Cortes habla recobrado su aspecto ordinario.
Parece quo entre loa vivas quo se dieron, los hubo tam
biéu algún tanto inesperados, por ejemplo: /I7»rt .Snnc//«.'
¡Vira Tiirfíui'i!
Efectos do la Omn Vía.
i:n taller de sb.ñokas, en i-arIm
-V. Chaptin rJigirndo ios 7noddu9.—La clase trabajando
Calle de Lísbojmr, número 2.'), en el Parque Monceau hay
una gran casa que bien ]>uede calificarse do Tcmpln del Arte;
en ella habita y tiene su taller M. Chaplln, cuyas lecciones
acuden a lomar muchas y selectas señoritas de l'arls y de
otras partes l'or allí han pasado las celebradas pintoras .Ma-
deleinc I,eniaire, Loul.so Abbema, Ileiiriette lirowno, la
señorita de Itañuelos y no pocas dmiuesas y marquesas quo
exponen sus cuaflros bajo un j>8eudónimo. ■
El maestro observa, critica, dirige y se muestra feroz-
mente seco. Un Pas mal ó un Bien observé caldos de sus labios
equivalen á un elogio su])erIativo.
Es (pie allí se trabaja de veras y se aprende mucho.
margarita y mefistiifklks llamados a la escena
No se trata do la ópera, sino de un drama. Ese Meflstófo-
les es el célebre actor inglés Mr. Ifenry Irwing y ella es Miss
Edeu Terry, consumada actriz. Ambos trabajan en el /-,*/-
ceiiiih de Londres, preciosísimo teatro donde las obras de
Shakespeare son representadas al polo, de mm manera per-
fecta, lo mismo en cinmto á hi iiilcrpretución de los i)crso-
najes <pie respecto al decorado.
El i>úblico inglés os tan especial que agiuiiila y luisla
aidaude mi drama sacado del poema de (iocthe.
No hay para qué decir <iiie la escena reproducida en nues-
tro grabado, es la de la cárcel.
LA CONMEMORACIÓN DK LOS DIFUNTOS
Dibujo (le (lause
Es un bello dibujo, al iiiadumente concebido. Parece, en
efecto, tjne cansa mucha más impresión ver á una persona
sola recordar la pérdiila do un ser amado, que no eueonlrar-
se con veinte ó treinta mil ciudadanos que van allí á derra-
mar una lágrima y á admirar, de paso, el lujo do los pan-
teones y el buen gusto do las coronas de última moda. El
dolor es discreto.
UNA CURIOSA
Bien se conoce iiue esa señora desciicUa sobro todo por
su prurito de enterarse do lo que no le importa. Probable-
mente será cuestión <le alguna amorosa jiareja (pie va do ]>a-
seo por aquellas playas. Dios nos libre á todos de semejantes
observadores.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
703
SINGULAB EHCÜENTKO
La cosa ocurrió entre Ñapóles y Capri. El vaporcito reco-
rría aquellas preciosas costas llevando á bordo buen niimero
de touristes deseosos de admirar aquel sin par paisaje y allí
se encontraron ella y él, que Dios sabe los años se hablan
perdido de vista. Nada como los viajes para proporcionarle
á uno las más inesperadas sorpresas.
lACCIDENTEl
Escii/tvra par J>. Marínno liaiUñire
Pertenece hoy esta preciosa cscultüira en bronce, que figu-
ró en la Exposición celebrada en Madrid el año 1S84, al señor
duque de Fernán Núñez. Representa, como se ve, un mona-
guillo que se ha abrasado los dedos en el incensario y le arro-
ja,llevándose la mano ó. la hoca, figura ingeniosa y agrada-
ble que constituye una de las más celel>radas creaciones del
insigne artista valenciano.
LA ENAMORADA. — LA MISERICORDIOSA
Ambas figuras son lindísimas y simi)átioas, rejircsentando
los dos sentimientos más propios de la mujer: la piedad, y el
amor. No pueden estar mejor encamados, ciertamente, tan
dulces atributos que en esas dos jóvenes, modelo de suave
belleza.
«LOS CUATRO LADRONES» KN EL TEATRO DRIRY LAINE
DE LONDRES
ALI I1AHA V SU HERMANO OASSIM
No se dirá que tratándose de una simple pantomima no
sean espléndidos los ingleses. Con buen acuerdo creyeron los
autores que podia sacarse un excelente iiartido de las Mil y
una ncchtff (sin mistificaciones) y do ahí que se les ocurriese
echar mano del cuento de Los cuatro ladnmes, presentándolo
en escena con todo el aparato que requiere su interesante
argumouto.
I:N CASAMIENTO EN LA HIGH-LIFE
No hay para qué explicar esa boda, bastando ver el gra-
bado para comprender que se trata de gentes de 7íí/pa. La
novia, como todas, aparece radiante de belleza y satisfac-
ción y el novio, como todos, un tanto corrido y un algo preo-
cupado.
Por muchos años puedan disfrutar de una esplendorosa
luna de miel.
. -JL .
UN IDILIO NIHILISTA
(conclusión)
Sintióse agarrado por un sinnúmero de bra-
zos que le arrojaron bruscamente al suelo, para
atarle de manos, y hacerle salir á empellones
de la estancia.
Al salir vio una cosa que le hizo experimen-
tar una fuerte conmoción.
El capitán tenia entre sus manos, la maqui-
nilla que él había dejado sobre el lecho, y mur-
raba:
— No andaba yo desorientado en mis sospe-
chas. ¡Una máquina infernal! Me lo imaginé
desde el primer instante. Este es el mecánico
que la construye, falta ahora el químico que la
llena. Conduzcamos á este joven al cuartel y
después iremos en busca del viejo nihilista.
A las once de la noche, el profesor Martens
estaba en su biblioteca leyendo el periódico
clandestino de la asociación, cuando sonó un
golpe de aldabón en la puerta de la calle.
— A estas horas, — murmuró el viejo, — no
puede ser más que algún compañero que me ne-
cesita. Mi sirviente Iwana se encargará de
abrirle.
Y abandonó la lectura para aguardar al re-
cién llegado. Pasaron algunos instantes sin que
nada viniese á turbar el silencio de la noche,
hasta que de pronto la escalera de madera que
conducía á la biblioteca desde el piso bajo, co-
menzó á conmoverse con un buen número de
fuertes pisada.s.
Aquello alarmó á Martens, pues al momento
pudo conocer que eran muchos los que subían.
Levantándose del sillón, fué á abrir la puer-
ta de la biblioteca, y apenas esto hizo cuando
vio ante si los fieros rostros y los chacos de los
agentes de policía.
• — ¿Qué queréis señores? — dijo el profesor
bastante sorprendido.
— En nombre del Czar daos preso, — contestó
adelantándose el capitán.
— ¿Y qué motivo hay para ello?
■ — E.stáis acusado de maquinar contra la vida
df I aiiiailo Padre. Tenemos prueba de ello.
Al oir esto el viejo Martens transformóse por
completo. Sus terribles ojuelos centellearon, su
roja melena se erizó, y en la actitud de la fiera
que se dispone á la defensa, fué retrocediendo
hasta llegar á su mesa de estudio.
— Dejaos de resistencias, — dijo el capitán. —
Venimos dispuestos á reduciros á prisión como
á Alejandro Ischerkassy, y además á registrar
vuestra casa para ver si damos con cierta sus-
tancia explosiva, con la que sin duda pretende-
ríais cargar la máquina de vuestro amigo el
mecánico.
Y al decir esto, los agentes de policía prece-
didos por su jefe, penetraron hasta la mitad de
la estancia, revólver en mano y apuntando á
Martens.
Este al oir las últimas palabras del capitán
y ver que con los suyos avanzaba en actitud
hostil, trasformóse basta adquirir un aspecto
horrible.
- — ¡Cómo miserables! — gritó con voz ronca. —
¿Queréis apoderaros de mi invento? Esto es im-
posible. Me cuesta muchas inquietudes y desve-
los, y no sois vosotros los destinados á apode-
rarse de él. Además es mi alegría, es mi medio
de alcanzar la gloria. ¡Ay de aquel de vosotros
que pretenda apoderarse de mi invento!
Y el viejo al hablar así gesticulaba como un
energúmeno, y agitaba furiosamente los brazos
que á la luz de una mezquina lámpara que alum-
braba la estancia, semejaban garras de un enor-
me pulpo dispuestas á enroscarse.
Los agentes de policía sin hacer caso de sus
palabras, y fiados en la superioridad numérica,
avanzaron dispuestos á apoderarse del viejo á
viva fuerza.
Entonces éste gritó con voz potente:
— ¡Cobardes! Me atacáis viéndome solo y des-
armado, pero vais á ver como se defiende un
hombre4e ciencia. ¿Queréis conocer mi invento?
pues voy á cumplir vuestro deseo. Disponeos á
volar por el espacio en compañía de medio San ■
Petersburgo.
Y el viejo al decir esto tocó el resorte ocul-
to en la pared, y abalanzóse al armario secreto
que se abiió rápidamente.
El capitán al ver los numerosos frascos y re-
domas que aquel contenia, comprendió la inten-
ción del profesor, vio que éste iba á coger uno
de los botes, temió por su vida y la de muchos
y oprimiendo el gatillo de su revólver hizo fue-
go sobre Martens.
Las paredes se conmovieron con el ruido de
la denotación, y el profesor dando un rugido
cayó muerto con la cabeza destrozada sobre la
piel de oso que cubría el pavimento junto á la
mesa.
Apenas esto sucedió, oyóse un grito dado al
otro extremo de la casa, y á los pocos instantes
una mujer medio desnuda penetró corriendo en
la estancia. i
Era la hija de Martens. Al ver el cadáver y
la sangre de su padre, su rostro perdió su grave
dulzura para animarse con la feroz expresión
propia del que le dio el ser; y con acento des-
garrador exclamó:
— ¡Asesinos! ¡Miserables!
Después como si se ahogara por momentos,
su pecho se agitó rápidamente, y por fin esta-
llando en sollozos cayó de rodillas junto al ca-
dáver de su padre, al que se abrazó fuertemente.
Entonces el capitán acercóse á ella, y ponién-
dole sobre uno de los hombros su tosca mano,
dijo con acento frío.
— Catya Martens, pertenecéis á la asociación
nihili.sta y sois cómplice del atentado que aquí
en vuestia casa se preparaba contra el Czar.
Sois por lo tanto enemiga del orden. Vestios y
seguidme.
VI
— ¡Cuan tristes son las llanuras de Siberia!
La mano de Dios parece que ha trazado sobre
ellas el signo de la esterilidad para proporcio-
nar á Rusia un infierno en el que pueda hacer
sufrir eternamente á los desterrados moscovitas
y polacos.
El cielo de continuo deja caer sobre gran
parte de ellas una nube de nieve.
No parece sino que los espíritus de los infe-
lices cuyos esqueletos yacen sobre las frías es-
tepas siberianas, derraman sin cesar lágrimas
escondidos tras las brumas del espacio sobre el
teatro de su martirio.
En Siberia todo es simbólico hasta la noche.
Su eternidad tiene cierta semejanza con las
ilusiones del desterrado, y sus auroras boreales
rojas y encendidas, recuerdan la sangre que
arrancan de las espaldas de los condenados los
golpes del cosaco.
En una dilatada llanura del departamento
de Irkutsk el más estéril y miserable de Sibe-
ria, álzase un grupo de cabanas mezquinas y
ruinosas, que habitan un corto número de de-
portados de ambos sexos.
Es una verdadera madriguera de seres olvi-
dados del mundo y embrutecidos por el aisla-
miento, que en algunos instantes recordando su
vida pasada lloran lágrimas de desesperación 6
profieren palabras de rabia y venganza.
Una tarde en que por rara casualidad, el cielo
estaba despejado, la tierra seca, y lucía en el
espacio un sol débil y amarillento; una mujer
sentada á la puerta de una de las chozas dejaba
vagar sus miradas por la amplia llanura cuyos
limites se confundían allá á lo lejos con el ho-
rizonte.
Era joven, y sin embargo su rostro estaba
envejecido prematuramente por el dolor y la
fatiga.
Sus ojos de un azul oscuro y hermoso brilla-
ban con la luz de una fiebre interior; sus miem-
bros estaban sumamente enflaquecidos, y á pesar
del viejo traje de pieles con que se cubría, su
cuerpo tirritaba continuamente.
La mujer permanecía inmóvil, y al ver su
mirada distraída podia asegurarse que su espí-
ritu no estaba en Siberia sino que en alas del
recuerdo volaba hacia la querida patria.
De pronto la joven dejó de pasear sus ojos
vagamente por el espacio, y los fijó en un punto
negro que apareció en el horizonte y fué poco
á poco creciendo hasta convertirse en una
mancha que se destacó sobre el cielo envuelta
en nubes de polvo.
Aquello debía ser una caravana que marcha-
ba á paso bastante acelerado.
Al mismo tiempo que la mujer, apercibiéron-
se de la novedad los demás habitantes de las
cabanas, y en las puertas de éstas aparecieron
algunos seres desharapados y con el sello
indeleble de la miseria marcado en tíido su
cuerpo.
Cuando transcurrió un buen espacio de tiem-
po, la caravana acercóse hasta el punto de que
pudiera verse el aspecto de los que la compo-
nían.
Era una conducción de presos que atados
unos con otros marchaban bajo la vigilancia de
un escuadroncillo de cosacos que hacían cara-
colear en derredor de ellos sus feos y velludos
caballos.
La vista de la caravana produjo un penoso
efecto en los habitantes de las chozas.
Eran infelices deportados que iban á sufrir
una suerte tan teirible como la de ellos.
A los pocos instantes la triste comitiva llegó
á la miserable colonia y continuó su marcha
sin descansar.
La mujer fijaba su vista con ansiedad en
aquellos infelices que por entre las largas lan-
zas de los cosacos desfilaron junto á ella.
Vio jóvenes y viejos que á pesar de las fati-
gas de la marcha y de las cadenas que arras-
traban tenían un continente noble, firme y de-
cisivo como queriendo demostrar que no les
arredraba la sentencia del Czar.
La joven de repente dio un grito. Acababa
de fijarse en un hombre que á pesar' de no ser
viejo tenia la cabellera y barba casi blanca, y
que la miraba con ternura y cariño.
— ¡Alejandro! — gritó la mujer con alegría.
■ — ¡Catya querida! — contestó aquél en el mis-
mo tono.
Y los dos al hablar asi, hicieron un moví-
704
LA ELUSTRACION IBÉRICA
miento como para abalanzarse el uno sobre los
brazos de la otra. *
Alejandro intentó separarse de la caravana
arrastrando al compañero al cual iba unido por
fuerte cadena, pero en el mismo instante un
cosaco le dio en la cabeza dos fuertes golpes
con el regatón de su lanza, y el joven con ade-
mán resignado continuó marchando entre los
presos, no sin antes dirigir á Catya una tierna
mirada de despedida.
Esta, sin fuerzas para sostenerse, tuvo que
¿.apoyarse con su compañera para no caer.
—¿A dónde van?— le preguntó con ansioso
acento.
—Creo que á trabajar en las minas de azogue,
l/atya entonces se pnao á llorar contemplan-
UN CASAMIENTO EN LA HIÜH-LIFE
do la caravana que ya se alejaba de la colonia.
La infeliz comprendía el misterio terrible
contenido en aquellas palabras.
Son tantas las fatigas que se sufren, y la na-
turaleza del trabajo en dichas minas, que nin-
guno de los infelices á quienes se condena á
funcionar en ellas, vive más allá de dos años.
Vicente Blasco Ibáñez.
irnmm: brta, í6i-367. Kmíi IiIibu, Edittr.— ReieríidM los deretlio! de propiedtd jrtísti» j litorií.— Us reclimwioiies eo Madrid, al represenUDte de esU Casa D. Hagiiel Pli j Valor, ipodtea, 10, 2."
'. ) INSÉRTESE Ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL ( -
íteTABUIOlMaKTO TlPOORincO OE B. B*«BD*..-CAU,« D> VlLLAÜBOllZrKÓM. 17 .KaARCBI DI 8*irAKTOKW.-BAHC8LOHA.
SEMANARIO CIENTÍFICO. LITERARIO Y ARTÍSTICO
Año V
Barcelona 5 de Noviembre de 1887
Uúm. 253
¿VENDRÁ?
706
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
SUMARIO
TsxTO. — JCodrtd. Cartat á mi prima, por FemanSor.— £1 dnt-
Mo dt la eoadoa (condniión), por J. Gamer.—Ltctvrat,
por Cluln.— B mimitmaUo áe Cwnthaaoc, en Mijico (cod-
diuión).— entona de nota, por A. Sancha Férei.— i2f 9«tM-
«X, por Joaé lí.*de U Torre.— A>«(nukíM pAacbtu (poesía),
por Abrahun Goimloo.— Noestnia grabados.— Sin tartta
(poeaia), por J. Adán Bemed.— £<i primem copa de cfiam-
pagae. por Bemaido Honüea Sanmartín.
GB4BAD08.— ¿Vendril?— El Támesls (siete grabados).— Jfa-
árid: Expotieián gmrmi de í^/ípína».— Veneciana.— El in-
Tierno de la coatnrera.- El último viaje.— Flores á la en-
feímitiu — De voelta del mercado.— Cabeza de estudio.
MADRID
CA.RT-A.S A. J^I FK.TÍ>a.A.
La mi^er del hombre de Bitado.- Las dos Cármenes.— El buok
maten ha muerto.— Los teatros.
OPUESTO que signes con atención, sin duda,
Br^ cuantos sucesos ocurren en la buena so
vív ciedad, en la cual tienes tantas amigas,
sabrás que la boda de D. Antonio Cánovas es
ya indudable: ayer tarde se celebraron sus es-
ponsales con la señorita D.' Joaquina Osma,
hija de los marqueses de la Puent.e y Sotoma-
yor. Pocos matrimonios han sido tan debatidos
como este por el públiso, llamado á dar su opi-
nión puesto que se trata de un hombre de Es-
tado; hombre que se juzga con derecho á refor-
mar las leyes del país, á influir en la vida so-
cial y átm particular de sus conciudadanos y
que por lo tanto no puede menos de ser juzgado
á su vez libremente por ellos. La verdad es que
nadie había creído qu»Cánovas se casase, pues
se le conceptuaba tan solo enamorado del poder.
Su edad le daba por incombustible y por temero-
so de nuevos y profundos cambios en su vida pri-
vada. Se sabia que cuando era ministro tenía de
sobra con las atenciones públicas y que cuando
bajaba del poder, su biblioteca, sus antigüedades,
sus trabajos literarios le ofrecían gustoso manan-
tial de suaves placeres. Mas en vano el corazón
se cubre del moho del estudio y de la política
si tiene la costumbre de amar; y ha pasado
siempre Cánovas por galante con el bello sexo
y por sensible á la hermosura y gentileza. De
esto es dechado, según parece, la señorita de
Osma, á la cual sus amigos elogian por discreta,
ilu.strada y revestida de todos los adornos aris-
tocráticos, sin que encuentren censura en ella
si no es cierta noble altivez que cuadra bien á
las matronas; que no sienta graciosamente en la
juventud. De todos modos era considerada la
señorita de Osma como difícil para el amor y
como despreciadora de relevantes caballeros;
el talento de Cánovas, su autoridad, su gran
prestigio, han rendido un corazón que se había
mostrado inaccesible á los atractivos vulgares.
Esta es la opinión, al menos, de los que no pue-
den comprender que una señorita ioven aún,
admirable y admirada, quiera con verdadero
amor á un hombre madurísimo, no solo en los
negocios de Estado sino en los años del vivir;
pues tantos ha vivido. Yo, sin embargo, no ten-
go en este punto determinada opinión; sabiendo
como sé que si el amor en el mundo salvaje
entra por los ojos, en el mundo civilizado suele
entrar con la misma ingenuidad, con el mismo
vigor, y con mayor permanencia, por los oídos.
Cierto que la figura material de Cánovas no
puede sostener comparación con su figura polí-
tica; mas hay un refrán español respecto del
amor que nos dice ser siempre hermosísimo
aquello que se ama. En fin, prima, dejándonos
de este linaje de consideraciones (lícitas desde
luego, pero quizás impertinentes) ello es que se
casa irremisiblemente el gran conservador, el
monstruo, el hombre civil que resume las glo-
rias y los errores de la restauración. Mas no:
quiero decirte aún algo de lo que dicen sus
amigos: de lo que murmuran, de lo que temen
de resultas de este matrimonio.
Un quidam se casa y este acto sólo tiene con-
secuencias para su familia y para la familia de
su mujer; pero cuaudo se casa un jefe de parti-
do toda la organización interior de este partido
se transtorna. Viviendo como viven casi todos
los españoles de lo que se llama un padrino,
puedes figurarte los que vivirán de la sombra
de Cánovas. A congraciarse con él, á conservar
su protección, sus amistades, sus simpatías de-
dica su existencia la mayor parte de los conser-
vadores. Casi todos ellos, después de muchos
años de afección sincera, de servicios y de adula-
ciones se creían ya eternamente amparados por
la costumbre que él tiene de distinguirlos y fa-
vorecerlos... De pronto tantos años de favoritis-
mo se oscurecen ante la nueva luz que irradia
en el hogar doméstico. Una hermosa mujer
aparece y el hombre de Estado no puede menos
de anteponer los deseos de esta mujer á los
suyos propios. Un poder oculto, irresponsable,
podrá dirigir desde hoy el partido, si gusta de
dirigirle; y así como hubo de conquistar la son-
risa de Cánovas, hay que conquistar ahora otra
más dulce. Por más que no se tome en cuenta
la influencia de la esposa (y de otras mujeres
con menos títulos amadas) es lo cierto que en
la política española tiene decidida influencia.
Para convencerse de ello basta leer con asidui-
dad los periódicos: los cuales, en ocasiones gra-
ves denuncian más ó menos claramente el do-
minio de la deidad misteriosa. En tiempo de
Narvaez, en el de O'Donnell, en el de Serrano,
en el de Sagasta, en todos tiempos no se han
podido explicar ciertos sucesos, ciertos nombra-
mientos, ciertos negocios, si no es buscando
nombres femeninos para ellos. Nadie ha estam-
pado esos nombres en letras de molde; pero
han corrido de boca en boca por las tertulias,
en el salón de ccnferencias, en los cafés y se
han hecho en cierto modo populares y se les ha
impuesto la única responsabilidad que puede
caer sobre la mujer en política: el juicio secre-
to de las conciencias. Sin duda que una in-
fluencia más viene á la política y debemos todos
pedir al cielo que la señora de Cánovas sea lo
que puede y debe ser en esta España; una musa
del bien, de la candad, de la clemencia, un am-
paro de todos los propósitos generosos. Después
de todo debemos pensar que cuando una joven
de altas prendas decide compartir su pacífica
vida con la vida agitada' del hombre público, no
ha pensado tan sólo en la egoí.sta satisfacción
de su cariño sino en los grandes beneficios que
podrá derramar con solo abrir los labios.
Y porque no digas que me ha dado por echar-
la de serio en asunto de amores, cuando sólo
debía cumplir deberes de cronista, te daré al-
gún detalle de los dichos. Se han celebrado en
el suntuoso hotel que los padres de la novia
tienen en el Paseo de la Ca.stcllana. Estaban
presentes el obispo do Madrid, el vicario señor
Pando, el notario y sus curiales; éstos últimos
de frac y do corbata blanca; los señores Eldua-
yen, Silvela, Toreno y algunas personas de las
familias. Después de la firma del contrato, los
convidados pasaron al comedor. La novia ves-
tía magnífico traje color violeta con pasamane-
ría de oro, luciendo pendientes de magníficas
perlas. Como es costumbre, después de firmar
el novio hizo presente á su novia, de una alhaja
preciosa, — una peineta de brillantes.
Todavía no han sido expuestos los regalos
que han recibido y reciben los novios; y el irous-
seau, como decimos ahora, la cmiasliUn, como
decíamos antes, no ha llegado aún de París. La
reina Isabel ha regalado al señor Cínovas una
pulsera de brillantes, y algunos de sus correli-
gionarios otras joyas. Se cuenta un sucedido in-
teresante, relativo al agasajo jjóstumo de uno de
sus amigos. Pocos días hace que murió en Ma-
drid un paisano del señor <;ánovas, el señor
don E. Díaz. Cuando ya la vida le iba faltando
y parecía que no debían preocuparle las cosas
de este mundo, llamó á su esposa y la dijo: «Te
pido que le envíes á Cánovas un recuerdo mío
para su boda y le digas que con él le envío todo
mi cariño y mi admiración de paisano desde el
borde de la tumba.» Pasado el novenario la
viuda compró un precioso juego de té, de oro,
cumpliendo asi el encafgo de su moribundo es-
poso. Hé aquí un juego de té que parece des-
tinado á no sentir jamás el calor del agua hir-
viendo. Hajf en él algo que debe producir ideas
tiernas, pero tristes; no me sería posible coger
una de esas tazas sin creer que tocaba un cuer-
po material; ni ver alzarse el aromoso vapor
sin creer que era el espíritti de un alma. Pero
este recuerdo de una gratitud que florece más
brillante que nunca con el soplo de la muerte,
habrá seguramente conmovido al señor Cáno-
vas, más que los recuerdos de los dichosos.
Se ha dicho que la Reina Regente había ofre-
cido al señor Cánovas un título de Castilla con
grandeza de España y que él lo había rechaza-
do; diciendo que no pensaba cambiar por nin-
gún honor su apellido. Es un acto de vanidad
disculpable.
Pasemos, querida Carmen, á otro asunto; á
un verdadero conflicto teatral, resumido en tu
mismo nombre. Se le llama el conflicto de las
dos Cármenes. Ya tienes noticia de la famosa
partitura de Bizet. Se estrenó en la Opera Có-
mica de París, en 1<S75. Su éxito fué regular
nada más. El pobre Bizet, que tenia conciencia
de haber hecho una obra bella, se entristeció
y murió desalentado á los pocos meses del es-
treno. Tenía entonces treinta y siete años. Des-
pués se representó en Alemania, Inglaterra,
Italia y América; allí fué muy aplaudida y el
público francés gustando entonces sus bellezas
la declaró por una de sus óperas predilectas. El
empresario de la Zarzuela, Ducazcal, imaginó
dar esta obra; mas, según parece, el empresario
del Real había comprado la exclusiva para las
representaciones en Madrid; Ducazcal no se dio
por vencido, contrató igualmente el derecho de
representar la partitura en Mallorca y en las
pi'ovináas de España y como Madrid es provin-
cia, se creyó autorizado para anunciar el estre-
no. El conflicto surgió; grave, ruidoso, general,
en que han intervenido é intervioiieii los jueces,
el gobernador... todo el mundo; dando ocasión
á que se hable de pleitos y desafios. El hecho
es que el estreno debió verificarse ayer, y que
no se verificó. Sea en la Zarzuela, sea en el
Real, habrá de cantarse esta opereta: y el con-
flicto surgido será vivo aliciente para el dicho-
so teatro que estrene la ópera. Yo no conozco
esta partitura; dicen que en el primer acto son
notables la marcha de pito?, coreada por los
chiquillos en el relevo de la guardia; el coro de
fumadoras, una habanera cantada por Carmen;
el dúo entre Micaela y Jo.cé; el coro de las ci-
garieras y sobre todo la escena de la seducción
entie la gitana y José. Se elogia, del segundo
acto, la canción y danza bohemia; la salida del
matador Joselillo; el dúo de Carmen y José y la
canción de Carmen al son de la relicta militar,
que se oye á lo lejos. Viere luego el acto teice-
ro con su trio de gitanas echando las caitas, en
que Carmen sabe que la espera la muerte á
manos de José; y el entreacto del cuarto, tam-
bién españolísimo, y la marcha con la salida de
las cuadrillas y la terrible escena final entre
Carmen y José. Tú y todos los lectores de La
Ij,ustrA(:i(')N Ibérica conocéis la novela de que
está sacada la ópera.
El cielo se ha vestido de gala para festejar
las Carreras de Caballos; pero han estado más
desanimadas que otras veces. Algunos periódi-
cos atribuyen parte de esta desanimación á que
han sido suprimidos los Ijoohmakers, y A. que,
por lo tanto, el hettiiuj se reduce á las apuestas
mutuas. El hetUvfj es, por decirlo asi, la Bolsa
de las Carreras y los hookmakers eran los agen-
tes de cambio. Su oficio consistía en apostar
contra todos los caballos ganando así, ó per-
diendo las diferencias entre el caballo vencedor y
los perdidosos. El bookmaker iba con su librito
en la mano apuntando sus apuestas, á fin de
evitar equivocaciones y controversias, sirviendo
este libro de documento para los cobros y ¡¡agos.
En Inglaterra y en Erancia esta profesión es
importantísima y lucrativa: aquí dio lugar á
cien conflictos que han originado la supresión.
Parece que había lookmakers que hacían lo mis-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
707
mo que algunos bolñstas: jugaban á cobrar y no
pagar. Con este sistema no es posible consolidar
las instituciones y el bookmaker ha caído entre
los aplausos de sus ingleses.
En el teatro de la Comedia se ha estrenado
un juguete cómico en tres actos: Por meterse á
redentor. Sabes que no asisto á los teatros á
causa de la muerte reciente de mi hermano po-
lítico: mas leo en crónica de autor justificado
que la última producción del hermano de Don
José, es un disparate gracioso, entretenido, de
versificación fácil y bonita, lleno de frases, des-
cripciones y conceptos; de viveza, de movimien-
to y de luz. Se ha elogiado mucho el carácter de
la protagonista, Trinidad, viuda hermosa y ga-
llarda, de carácter inquieto; turbulento casi;
mujer decidora, vivaracha, donosa, mareante, en
fin, una viuda como alguna que tú sobradamente
conoces.
En el Español, Vico representa obras del tea-
tro antiguo. En los demás teatros impera el saí-
nete y la canción española con su falda de per-
cal y su pañolón de Manila.
Tuyo,
-*-
Fernanfloe.
EL ANIMA DE LA CONDESA
(conclusión)
Las dos sombras eran el diablo y la condesa
que había huido llevándose con ella toda la for-
tuna del conde.
Desde aquella noche, cuando la campana de la
torre da el último toque de las doce, en el cas-
tillo se ve el ánima de la condesa dibujarse en
las paredes y encerrarse en la garita.
Los remordimientos carcomen su conciencia y
aunque las llamas del infierno atormentan su
alma, busca todavía los hechizos de Satanás
para devolver al conde la fortuna que le ro-
bara.
Hé aquí la leyenda que me había contado
Samuel el labrador y cuyas peripecias servían
siempre de tema á nuestras conversaciones.
El bueno del campesino enfadábase al oírme
tratar de cuentos sus relatos hasta que, enfada-
do, me dijo un día en voz severa:
— Quedaos esta noche en mi casa, veréis el
ánima de la condesa.
Sea por curiosidad, sea por bravata, acepté
y la misma noche entraba en casa de Samuel
resuelto á aclarar todas mis dudas y confundir
las ridiculas supersticiones de mi compañero.
Acurrucados al rededor del hogar en cuyo
centro quemaba un grueso tronco de encina,
oímos dar las once.
En estas horas fantásticas el espíritu revolo-
tea siempre sobre un mar de ilusiones; fijos los
ojos en la llama del hogar cuyas lenguas de fue-
go lamían el tronco de encina, para enroscarse
después chisporroteando por la chimenea, veía
en cada una de ellas las grotescas formas de
unos seres sobrenaturales y en volviendo la
mirada hacia la pared oscura parecíame ver
bailar allí toda una legión de inmundos sátiros
y de gnomos endemoniados.
En el silencio de la noche se oyen á veces
misterio.sos susurros que no pueden explicarse
ni definirse y á los cuales la imaginación presta
siempre sus más extravagantes ilusiones; en un
instante todo un drama se desarrolla en el cere-
tro con sus cuadros sangrientos y sus momentos
terribles.
A la mañana siguiente todo ha desaparecido;
era una puerta que crujía, una veleta que gira-
ba, un perro que gruñía..., y el drama entero
se vaporiza...
Las once y media tocando en el reloj nos hi-
cieron volver á la realidad.
— Se aproxima la hora, — dijo Samuel, —
vamos.
Hacía una noche parecida á esta; la nieve
caía á copos y el cierzo silbaba entre los peñas-
cos de la montaña; caminábamos deprisa, bien
envueltos en nuestros abrigos y la cabeza llena
de visiones inverosímiles; con el espíritu preocu-
pado de este modo llegamos en frente del casti-
llo que destacaba su negra silueta en lo alto
mismo del precipicio.
Todo era tristeza, todo eran tinieblas; resuel-
tos á no llegar más lejos nos escondimos detrás
del tronco de un árbol y esperamos allí los acon-
tecimientos, no sin que una sonrisa burlona vi-
niese de vez en cuando á iluminar mi rostro.
En medio de un sepulcral silencio, el reloj
del castillo dio las doce con su poderosa voz
metálica.
Cuando el último toque hubo retumbado en-
tre los ecos de la montaña, la ventana de la cá-
mara de la condesa, conservada religiosamente,
se abrió de par en par y una sombra blanca,
la misma de esta noche, apareció de pié en ella
sosteniendo en sus manos una antorcha en-
cendida.
— ¿Veis el ánima? — me dijo mi compattoro.
Más bien muerto que vivo reconocí en el
fantasma las facciones do la condesa Inesilla,
cuyo retrato adornaba la sala de honor del cas-
tillo, pero vieja ya y de cabellos rivalizando en
blancura con la nieve.
Con paso seguro la sombra se adelantó hacia
la cornisa, resbaladiza en extremo por la capa
helada que la cubría, y sin la menor emoción
empezó á caminar lentamente por ella; su cuer-
po, suspendido sobre el abismo, dibujaba su
sombra fantástica en la pared y á sus pies el
vacío abría ya su boquerón anchuroso para tra-
gar á su víctima; al llegar á la ventana de la ga-
rita, se suspendió con las manos, abalanzóse un
momento, y saltó en la habitación donde el
conde pasaba todo el día; un instante después
un intenso fulgor iluminaba el cuarto y en él
aparecía á intervalos una sombra que corría de
un lado á otro: «Ved, — me _dijo en voz baja
EL TÁMESIS: PUENTE DE NUnHEAM
mi compañero, — está conjurando á Satanás.»
Mi lengua estaba pegada al paladar. «Vamo-
nos» dije aturdidoy medio loco, y miré por última
vez la ventana para asegurarme de si no sería
una visión; pero no, la luz brillaba en la garita
cambiando á instantes de color; ora de verde á
amarilla, de pálida á sangrienta; ora un momen-
to oscurecida por un humo negro y compacto.
En toda la noche no pude cerrar los ojos y
con indecible satisfacción vi aparecer en los
vidrios de la ventana el blanquecino fulgor del
alba matutina; todo el día registré inútilmente
los escondites y las cuevas del castillo; en el
cuarto de la condesa busqué huellas de pasos,
todo fué infructuoso; en el realce la nieve que
había caído había borrado los rastros; me creí
juguete de una alucinación.
A la noche siguiente, estando solo en mi cuar-
to, hice un esfuerzo de valor, y entreabriendo
mi ventana esperó la hora fantástica; dieron las
diez, las once y por fin las doce; describir lo que
en este momento sentía en mí, es imposible; mis
piernas flaqueaban, mi corazón latía con violen-
cia y mis ojos espantados hacíanme ver legiones
enteras de personajes infernales...
De repente, el reflejo de una luz iluminó mi
cuarto... el fantasma blanco y su antorcha pa-
saron delante de mi ventana... era ella; sin
detenerse continuó su camino; sacando fuerzas
de flaqueza abrí silenciosamente mi ventana y
asomando la cabeza vi su perfil alejándose á lo
largo de la pared. «Inés, — grité, — Inés, ¿dón-
de vas?...» Con grande espanto mío, el fan-
tasma se estremeció y la antorcha escapóse de
sus manos; después, en medio de la tenebrosa
oscuridad, un grito desgarrador atravesó el es-
pacio y una sombra blanca pasó en el vacío en-
tre mí y el precipicio; los cabellos se me eriza-
ron de horror. |Qué pesadillal... Dudé de mis
ojos y volví á mirar el fondo del despeñadero;
]allí todo era blanco, todo era nieve!...
A la mañana siguiente los campesinos en-
contraron en el precipicio el cadáver de una
mujer que reconocieron por ser el de una vieja
loca que se llamaba Ruth; contábase que se la
veía salir cada noche con una antorcha en la
mano internándose en la montaña y refunfuñan-
do palabras extrañas.
Su muerte se atribuyó á la vejez ó al frío, ó
á la miseria; nadie sospechó el crimen, nadie
indicó el asesino... nadie, sino ella...
Y con el dedo indicaba Santiago el ángulo de
la pared donde se destacaba el perfil del fantas-
ma cuya sombra, esta vez, veíamos todos con su
traje blanco, sus pies desnudos y su sonrisa sar-
cástica.
De repente, apagó la antorcha y desapare-
ció... Dimos á nuestro lado un prolongado sus-
piro; Santiago, pálido como la nieve, presenta-
ba su faz rígida, inerte... Estaba muerto.
Al día siguiente mientras que doblabau las
campanas, acompañamos á su última morada el
cadáver del cazador Santiago, muerto la víspera
de una repentina congestión cerebral.
J. Gasser.
-*-
MADRID. EXPOSICIÓN GENERAL DB FILIPINAS (Dibvgo de P. y Valor)
Pabellón d«l Jurado.— Una calla éal pneblo indio de banliago.— Iglotia del miíano.- Pabellón flotante para pasear por el lago.— Casa tribunal ó ayuntamiento dil pueblo antedicho
VENECIANA (Cnadro de Giacomo Parretto)
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LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
LECTU RAS
BAUDBLAIRB
VI
La idea del diablo trae consigo su contraria,
la idea de Dios. Es, ni más ni menos, la famosa
fórmula de Fichte: menos A ( — A) supone A.
Sin embargo, hay que distinguir, el demonio,
el verdadero, quiero decir, el Ángel rebelde, el
tentador, no es en rigor contrario de Dios, no
es una negación coordinada, sino subordinada;
ni la negación satánica es negación de ser, sino
de ser de un modo determinado (de ser bien) ni
la tradición ni el dogma suponen en Luz-
bel caído un dios malo, sino una potestad
angélica rebelde, un elemento fíiiito: en
soma, para el creyente, el mal es inferior
al biejí; Dios, el bien, lo es todo, y el m^il
DO, no es más que un limite.
Por lo cual á los que siguen la idea bí-
blica DO se les puede acusar de nihilismo
metafísico, ni tampoco de verdadero pesimismo,
á pesar de todas las amargiu-as de Salomón y
de toda la triste experiencia de la Imitación de
Cristo. Considerando esta subordinación del mal,
el más famoso y elocuente filósofo cristiano llegó
á la teoría heterodoxa del fin del mal, de la ab-
solución del Diablo. La iglesia ha tomado otro
camino, y sin hacer infinito y absoluto al de-
monio, dio al mal en la eternidad de las penas,
en la eternidad del infierno y de la rebelión dia-
bólica, un carácter extraño, misterioso que hace
que se den, en cierto modo, la mano (sobre to-
do, por lo que toca á los sentimientos que nacen
de una creencia) el cristianismo vulgar y el
maniqueismo. Es claro que esa eternidad no es
la eternidad rigurosamente hablando en buena
metafísica, no es superior al tiempo, sino la
perpetuidad del tiempo mismo, el tiempo sin
fin, pero no sin principio. El mal comenzó, pero
DO acabará, no acabará porque no acabarán ni
el diablo, ni el infierno.
Sean ó no contradictorios la metafísica nece-
saria del monoteísmo y el dogma del infierno
con todas sus premisas y consecuencias, lo
cierto es que, con lógica ó sin ella, pensadores
y poetas que apoyan sus ideas y sus sentimien-
tos en tales doctrinas y tradiciones están menos
lejos del maniqueismo de lo que ellos suelen fi-
gurarse. San Agustín, que había sido maniqueo,
atribuye su conversión á la ley de Cristo á una
intervención directa de lo divino, pero mi-
rado el fenómeno humanamente, cabe pensar
que el antiguo maniqueo no estaba tan mal pre-
parado como podía parecer para este cambio.
En muchos puntos del dogma, de la tradición,
de la moral cristiana (llamo así aquí á la doc-
trÍDA históricamente tenida por derivación
Datural de la ensefianza y ejemplo de Jesús, en
las varias sectas) se puede ver que al mal, al
poder del infierno se le da un valor cuasi-injini-
to, si se puede hablar así; ni más ni menos que
en algunas de las doctrinas que admiten la
principal idea del maniqueismo, los dos princi
pios superiores y en lucha del bien y del mal.
EL TÁMESIS
NACIMIENTO DEL RIO
aquél acaba por vencerá éste, ya sea definitiva-
mente ó para renovarse la guerra. La contradic-
ción del espíritu y del cuerpo, la necesidad de
la Redención, las tentaciones del desierto y
cien y cien derivaciones doctrinales y morales
é históricas del cristianismo histórico, crean esa
especie de dualismo que trasciende al fin á la
misma metafísica y que hace considerar con
horror el panteísmo á la Iglesia, que, sin embar-
go, cuenta entre sus santos á San Pablo y á
San Anselmo, y áFenelon entre sus lumbreras.
La separación entre Dios y el mundo, la dife-
rencia esencial entre finito é infinito, el dualis-
mo, en fin, que es inherente al monoteísmo, se-
gún es generalmente admitido, da á la negación
diabólica, con mito ó sin él, como elemento sim-
bólico ó histórico ó puramente metafísico, como
quiera, un valor que el mal no puede tener en
la idea propiamente monista, unitaria en que
infinito y finito no están separados sino mera-
mente distinguidos.
Nadie extrañe estas reflexiones un tanto me-
tafísicas tratándose de penetrar el verdadero
fondo de la idea poética de Baudelaire; en el
comentario de tal poeta, menos que on caso al-
guno, deben parecer impertinentes tales excur-
siones. Todo lo dicho importa para aplicarlo á
las Flores del mal. Por de pronto se ve que no
se trata de un poeta propiamente ateo, es deciri
de un poeta desligado de la cuestión de las
cuestiones, de la preocupación magna de la vida
racional; no se trata de uno de esos cantores de
lo relativo, que hacen con las ideas primeras y
los sentimientos fundamentales lo que cierto
positivismo con la metafísica: dejarlas en el tin-
tero; no, no es un poeta de los que podrian lla-
marse agnósticos, no empieza por lo limitado,
por lo contingente, no es de los que saben des-
cansar en el aire apoyando la planta con entera
confianza en las vanas apariencias de los fenó-
menos como tales, sin atención á lo que sea su
esencia; por lo que decía al principio de este ar-
tículo, la inspiración satánica de las Flores del
mal supone la realidad afirmada, el reconoci-
miento y la conciencia estética de lo
infinito y de lo absoluto; sin esto no
habría derecho para llamar diablo al
diablo, ni mal al mal, ni se les po-
dría atribuir á las tinieblas todo su
horror que nace de la conciencia de
la luz. Es claro que Baudelaire no es
poeta teosófico, ni místico, ni siquiera
teológico, por más que la forma li-
teraria de sus versos, el material es-
tético, por decirlo así, se refiere á
veces directamente á determinadas
creencias y tradiciones religiosas his-
tóricas y bien conocidas; la metafí-
sica positiva de las Flores del mal
más bien se ve por oposición.
Mas puede decirse; esta especie
de selección del mal que en tantos
poetas modernos se encuentra, en
un respecto ó en otro, nace en gene-
ral de que lo.'^ más de ellos, sépanlo
ó no, están impregnados de ese
mismo dualismo, algunos á pesar de
las apariencias panteísticas de sus
poesías, apariencias que son una imi-
tación externa del orientalismo. Po-
dría haber hombres desesperados,
tristes hasta la muerte, misántropos,
pero no habría poetas pesimistas si
el mal no fuera materia poética, si
no pudiera atribuírsele cierta sus-
tantividad que es exigida para que
haya objeto de gran poesía, verda-
dera belleza; y esta sustantividad y
como dignidad estética del mal, sólo
cabe en civilizaciones y creencias en
que predomina el dualismo, en que el mono-
teísmo tiene esas que, por lo menos, parecen
confusiones cuando no contradicciones, en que
al mal se le reconocen derechos de belige-
rante, categoría metafísica casi igual al bien,
igual en muchas cosas, grandeza suficiente como
contraste; hasta el punto que la mayor paite de
los panegíricos cristianos, históricos, teológicos
y poéticos se fundan principalmente en la com-
paración del dolor sufrido, del mal superado, de
cuya magnitud se hace nacer la sublimidad del
esfuerzo triunfante y de la victoria. En la esté-
tica derivada de estas ideas más ó menos direc-
ta y voluntariamente, han descubierto autores
insignes el sublime de la mala voluntad, negado
por otros, si más ortodoxo.s formalmente, me-
nos inspirados en el profundo sentido de ese
dualismo, cuyas consecuencias estéticas confir-
man la tal doctrina del mal sublime. Entre los
poetas modernos ha sido y sigue siendo muy
frecuente cantar á Caín y algunos poetizan su
rebeldía y hasta le dan el mejor papel en la
contienda, ya haciéndole digno de profunda
compasión, ya dando relieve poético á la ener-
gía de su voluntad, como hace, v. gr., Leconte
de Lisie. Nada de esto cabría ni en símbolos ni
en poesía directamente metafísica y moral si el
mal no fuese una especie de potencia superior,
á lo maniqueo, si el mal sólo fuese un límite,
una sombra, un menos tanto, nada positivo en
suma. Tanta poesía pesimista y sobre todo esta
que su forma paradógica dice cantar y adorar
el mal por mal, sólo cabe en condiciones reli-
giosas y poéticas en que el mal es un ángel,
caído, si, pero ángel al cabo, y ángel que, se-
gún el modo de entender muchos la justicia y la
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
711
idea de Dios, está siendo víctima de una injus-
ticia eterna, 6 por lo menos es el vencido en
una lucha desigual infinitamente. Sería un con-
trasentido el poeta blasfemo, el poeta satánico
allí donde no hubiese esa especie de maniqueis-
mo estético originado en doctrinas aunque mo-
noteistas, dualistas y, repito, sino contradicto-
rias confusas.
Es claro que para Baudelaire es el diablo
símbolo y nada más, pero en el fondo la cues-
tión es la misma que si creyera en su valor
real, histórico; no habrá demonio ni infierno,
pero hay un mal prepotente, con cualidades
divinas; ubicuo, eterno, que lo llena todo, que
se extiende por el infinito espacio y desciende á
ocupar el fondo más recóndito de las almas;
llamándose, allí donde están las raíces de la
vida consciente, remordimiento. Esto cree Bau-
delaire y esto siente (al menos el Baudelaire
poeta, el sujeto supuesto, artístico, de sus poe-
sías) y de aquí nace la seriedad de las Flores
del mal, su valor más real y profundo. Todo lo
demás podrá ser apariencia, amaneramiento si
se quiere, coquetería de poeta, recurso de retó-
rico, habilidad de sofista, pero queda de
fondo sólido, como vigor poético de que se
nutre toda la vegetación de tantas flores ar-
tísticas, esa amargura del mal poderoso, ine-
vitable, triunfante; y después de haber visto
esto en Baudelaire sería absurdo calificarle
de frivolo poseur ó confundirle con los poetas
indiferentistas, que aman la realidad por la
apariencia, la vida por las formas y que res-
pecto de la sustancia de las cosas han llegado
á una serenidad de apatía absoluta, ó á la .
desesperación aniquiladora que da aquel re-
sultado y pide lo que pide y canta el poeta
del Midi, roi des etés, que busca, como va in-
dicado, en el sol, centro de la vida, la nada
de la conciencia, á fuerza de olas de calor
que aplasten el pensamiento.
No; Baudelaire, no sólo es metafisico, no
sólo se muestra preocupado con los intere-
ses de la vida, sino que es nervioso, siente
con viveza los dolores reales y no lo oculta,
ni niega la importancia del dolor, y por con-
secuencia implícita la importancia, la reali-
dad de su contrario, de la dicha y de su fun-
damento real, el bien. Baudelaire asusta, en-
tristece, horroriza si se quiere, pero no
inspira la desesperación nihilista de tantos y
tantos poetas modernos que, por uno ú otro
camino, llegan á esa región de la estética
que llamaba antes el agnosticismo poético,
donde podrá haber á veces una ráfaga de
íntima, dulcísima ternura, que refresque un
punto el alma ahogada de sed, pero donde lo ~
constante es el tormento inefable de una con-
ciencia que fisiológicamente no busca su
muerte y que se afana por entrar en la vida
á fuerza de reconcentrarse en sí misma. Pero
el que quiere vivir y crea en la realidad, son
menos horribles las Flores del mal con todas
sus trágicas apariencias, que esa venenosa flor
de loto, trasplantada de Oriente, en cuyo cáliz
se respira el amor de una nada imposible.
(Se continuará).
Clarín.
-*-
EL MONUMENTO DE CUAUTHEMOC
ElSr ÍVIEJICO
(conclusión)
Las columnas -están tomadas de las paredes
que aún e.\isten en Tula, cuya forma extraña y
di.stínta do todos los restos que se conocen déla
arquitectura tolteca, encierran gran belleza y
revelan un sentimiento filosófico y delicado. La
ornamentación de los entrepaños está tomada
de la que existe en otros de los restos de Tula. El
cornisamento que sostiene estos grupos de co-
lumnas, está compuesto según los modelos de
las cornisas do los palacios de Uxmal y el Pa-
lenque, ornamentado en sus distintas partes,
con detalles tomados de los mismos palacios, y
su friso con los escudos, trajes de guerra y ar-
mas de combato, que usaban los guerreros del
Anáhuac.
Una grada ó escalón sirve de intermedio en-
tre la cornisa y el pedestal superior, llevando
los cuatro frentes decorados con ornatos que se
han tomado de los restos de una columna, que
existe también en Tula, y que por la forma pura
y esbelta, aún pudiera confundirse con delica-
das grecas del arte clásico.
En el pedestal superior, que es el sostén de
la estatua, se ha procurado conservar el carác-
ter del estilo, con su ornamentación
apropiada, decorando su capitel con
sus colgantes en los ángulos y nudos
de víboras, acusando su forma. El ta-
blero del frente lleva en el bajo-relieve
el jeroglífico de Cüauthemoc, tal
como lo representaban los aztecas:
«Águila que descendió;» una águila
desciende á tocar con su pico la hue-
lla de un pié humano.
La estatua que remata el monu-
mento, representa á Cüauthemoc en ,
traje de guerra; corona su cabeza la diadema
y el penacho de plumas, signos de su elevada
categoría; su pecho cubierto con la coraza de
algodón y en sus hombros sostenido el manto:
su actitud es la de esperar al enemigo para el
combate; empuñando en su diestra la macana y
con la ¡siniestra apoyado en su escudo.
Todo el monumento se levanta sobre un zóca-
lo octagonal: ocho pedestales salientes en cua-
tro de los lados, que corresponden á las frontes
del basamento, encierran las escalinatas que
dan acceso y sobre ellos descansan leopardos
DORCHESTER
que guardan las entradas. Un ornato decora la
faja superior de este zócalo, tomado de uno
de los detalles de las ruinas de Mitla. En este
zócalo se adoptó la lorma octagonal,, para que
sirviera la transición entre la cuadrada del
monumento y la circular de la glorieta del Pa-
seo de la Reforma, en que ^e ha erigido, que
compuesta de líneas rectas, hará que no se
pierda el carácter del estilo. Cada uno de los
leopardos tiene dos metros de largo.
El monumento se ha construido con piedra
de una cantera de las inmediaciones de Puebla,
de tez fina y bastante pulida, de una dureza
semejante á la de la chiluca y de un color gris
verdoso que completa el carácter de la arqui-
tectura. La estatua, bajo-relieves é inscripcio-
nes, fueron ejecutados en bronco de arte.
La descripción que precede es la misma que
el malogrado autor del monumento presentó al
Jurado.
De su simple lectura se desprende, que la
obra de arte que nos ocupa está llamada, no
solamente á perpetuar la memoria de las proe-
zas del último de los emperadores aztecas, sino
la arquitectura genuinamente nacional meji-
cana. Creyó el señor Jiménez, con admirable
acierto, que era un
verdadero contra-
sentido,— así lo ex- .
presó él mismo, —
colocar la estatua
de un héroe azteca,
sobre un monumen-
to griego, romano,
gótico ó de cual-
quier otro estilo,
que proviniera de
clima, costumbres
y civilización enteramente distintos, y com-
prendió también la conveniencia de un renaci-
miento que pusiera de manifiesto lo que fué el
arte en Méjico antes de la conquista española
El señor Jiménez quiso dar, y dio en verdad, el
primer paso en pro de ese renacimiento de la
arquitectura antigua del país, anhelando enca-
minar á los artistas mejicanos al estudio de un
estilo nacional apropiado, en que entrasen como
elementos, detalles tan hermosos y delicados
como los que ostentan las grandiosas ruinas de
Tula, Mitla, Uxmal, el Palenque y otras, que
han despertado y despiertan todavía la admi-
ración y el entusiasmo de los más ilustrados via-
jeros, y que revelan un arte adelantado por todo
extremo y una gran delicadeza de sentimiento.
La primera piedra del monumento fué colo-
cada el día 5 de Mayo de 1878. Circunstancias
que no es del caso referir impidieron que la
obra quedase terminada con la prontitud que el
Gobierno deseaba, y á causa de este retardo no
cupo al autor del proyecto la satisfacción de
ver convertida en magnífica realidad la mejor
''■'■y. ^'-*
EL INVIERNO DE LA C
lERA (Cuadro de E. Trionfi)
714
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
y más querida de sus concepciones, pues le sor-
prendió la muerte el 17 de Abril de 1884 cuan-
do más risueñas esperanzas de porvenir y de !
gloria henchian sn corazón.
C<^>nt¡iuióse, por muerte del señor Jiménez,
la construcción bajo las órdenes del señor In-
geniero Arquitecto del Palacio Nacional don
Itamón Agea, y celebróse un contrato entre el
señor Ministro de Fomento, general D. Carlos
Pacheco, y el reputado artista D. Miguel Nore-
ña, profesor de escultura en la Escuela Nacional
de Bellas Artes, quién, como el señor Jiménez,
puso gran empeño, fructuosamente por dicha,
en que fuesen fundidos y cincelados en Méjico
los bronces todos de este monumento Nacional,
como son mejicanas las piedras de que está
formado.
A fin de que el lector posea la mayor suma
de datos respecto al monumento, y para que el
menos entendido pueda formarse idea de la
riqueza de la ornamentación, vamos á poner en
seguida el peso, en kilogramos, de los bronces,
y el coste total del monumento.
La estatua 2.301
Los líos bajo-relieves 2.ííóy
Los ocho iBopanlos 2.761
Los trofeos l.lWi
Las dos lápUlus 1.611
Kl IViso 920
La decoración del pedestal. . . 460
Estas cifras forman un total de once mil nove-
cientos ocho kilogramos de bronce.
Las cantidades gastadas desde el comienzo
de la obra hasta su conclusión, ascienden á
duros 97.!'14 21 céntimos.
Fué inaugurado este monumento el día 21 de
Agosto último.
* —
AUTORES DE NOTA
■ No lo creo.
Varios periódicos lo han asegurado, ¿pero
quién se fia de lo que loa periódicos aseguran?
ÜU>|.Sjv«w.V.v\2í:^
MONTE SINODUM Y ESCLUSA DE DAY
Hoy dicen una cosa y mañana dirán todo lo
contrario.
No tienen ellos la culpa: el noticiero (repórter
como ahora se dice), no discute lo que le cuen-
tan; va y viene, vuelve y torna, corre de ceca en
meca y de zoca en colodra para averiguar lo
que sucede ó lo que puede suceder, ó lo que es
probable que spceda, y toma notas de todo, y en
cnanto le dicen, levanta acta y como se lo conta-
ron lo cuenta al lector; sin perjuicio de contár-
selo de distinta manera al día siguiente, si de
distinta manera se lo cuentan á él.
La curiosidad del lector es insaciable; no hay
salvación para el periódico sino le da alimento
y el alimento preferido es el que nombramos
de pocos años á esta parte información.
Pero voy al caso.
En varios periódicos he visto la noticia de
que los eminentes actores señores Vico y Calvo
(6 vice-versa), empresarios del teatro Español
de Madrid, han solicitado del Excmo. Ayunta-
miento de esta villa coronada y todo, permiso
para poner en escena en el mencionado co-
liseo arreglos 6 traducciones de obras extran-
jeras.
Bueno será advertir por si los lectores lo igno-
ran, que el teatro Español es propiedad del
•nunicipio de Madrid, el cual lo cede gratuita-
mente, si bien con determinadas condiciones, á
los empresarios. Entre «isas condiciones, rela-
cionadas en su mayor parte con las circunstan-
cias artísticas de la compañía y con la conser-
vación y mejoramiento del edificio, existe una
en virtud de la cual no puede ser representada
en el teatro que deberían llamar municipal,
ninguna obra que ko sea original española.
Esta cláusula es la que pretenden los señores
Calvo y Vico, según los periódicos han conta-
do, que se anule ahora por el Ayuntamiento.
y esos mismos periódicos dicen, además, que
las razones en que se funda tan extraña solici-
tud es el retraimiento en que están los autores
de nota.
Por eso dije al comenzar, y por eso repito
ahora: no lo creo.
¿Y cómo había de creerlo?
Rafael Calvo y Antonio Vico son no sola-
mente artistas de mucho mérito, sino hombres
muy sensatos y personas de excelente educa
ción,. y sean cuales fueren sus desees de lucro,
de.seos muy legales y aun respetables, y sean
cuales fueren sus opiniones acerca de cada uno
de los autores dramáticos en activo, opiniones
de mucho peso sin duda, no se habrían permi-
tido extender propia auctoritate patentes de
autores de nota, para concedérsela á unos y ne-
gársela á otros, descontentando á los más, sin
haber contentado á los menos.
Es posible, — todo es posible, — que en el seno
de la confianza, departiendo con algún amigo
cariñoso hayan manifestado su disgusto por la
escasez de obras dramáticas de verdadero méri-
to; y hasta es posible que hayan indicado lo
conveniente que sería, para ocurrir á esa inopia,
tener autorización para representar el repertorio
extranjero, el francés cuando menos; pero no ha
pasado de ahí; me atrevería á jurarlj.
La pretensión, si he de exponer la verdad, no
me parece descabellada; pero la queja si me
parece injusta.
Lamentarse de que los autores dramáticos
producen poco, es tener mucho deseo de la-
mentarse. Pocos días hace inauguró sus tareas
la compañía que ha de funcionar en el teatro de
la Comedia de Madrid; la empresa consideró
conveniente publicar con el elenco de la ctyn-
pañía una lista de los autores con cuyas pro-
ducciones contaba; el número de esos autores
pasaba de treinta; y es de advertir que, bien
por. olvido, bien porque no se hayan ofrecido á
la empresa, ya por otras causas que desconozco
y que en realidad importan poco, han dejado de
incluirse en la lista nombres de poetas cómicos
muy conocidos y muy celebrados.
Abiertos están constantemente durante la
temporada cómica, hace ya algunos años, ocho
teatrillos de función por hora y son pocas las
semanas que funcionan sin que en cada uno
de esos teatros se verifique algún estreno.
El número de obras nuevas que esto supone
no hay para qué decirlo; con dificultad podrá
hallarse un período en nuestra historia en que
se haya producido más para el teatro.
(iQue hay entre eso mucho malo?
Es verdad; ¡pues podría no haberlo!
Eso sí que sería milagro; pero tam-
bién se encuentra algo bueno; rara es
la temporada al cabo de la cual no
han aparecido media docena de obras
muy aceptables; pues, dicho se está,
que las de primer orden no se dan
todos los años. A que el número
de obras buenas sea más escaso con-
tribuye, á más de la natural dificultad
de producir trabajos de mérito, la
circunstancia de hallarse nuestra li-
teratura, y muy especialmente la dra-
mática, en un período de crisis; crisis,
cuya solución no es fácil prever y
que obliga á los autores á caminar
con paso inseguro, tanteando el te-
rreno, deteniéndose ante los obstácu-
los imprevistos, haciendo ensayos y
realizando tentativas con el propó-
sito de descubrir los nuevos derrote-
ros, si los hubiere, por que han de
marchar desembarazadamente y sin
miedo los autores de mañana.
Es verdad que la mayor parte de
los autores nombrados en los carte-
les del teatro de la Comedia y los que
creando obras propias 6 arreglando
ajenos trabajos surten y abastecen los tea-
trillos por horas, no cultivan el género á que
los actores Calvo y Vico se dedican prefe-
rentemente; pero bien se' comprende que siendo
tantos como son los poetas cómicos, no han de
faltar (y no faltan en efecto) autores dramáti-
cos. Esto sin contar con que no se comprende
que del teatro nombrado Español, esté siste-
máticamente proscripto el género cómico; ni la
comedia culta, ni la comedia de figurón, ni la
tonadilla, ni el saínete, ni nada de eso que evo-
ca los gloriosos recuerdos de Tirso y de Morete,
de Moratín, de Bretón, do Vega, de Narciso
Serra, tienen hoy cabida en el teatro del Ayun-
tamiento de Madrid.
Para este viaje, — como el vulgo dice, — no
se necesitan alforjas; para este resultado no
valía la pena de que el Municipio fuera em-
presario de teatros ni tampoco alquilador de
locales.
Y esta proscripción del género cómico es
tanto menos justificable, cuanto más cierto es que
en la compañía de los señores Vico y Calvo
hay elementos para formar un excelente cuadro
cómico; Vico ha demostrado én más do una
ocasión que en ese género sabe y puedo hacer
tanto como en el drama; Ricardo Calvo es un
excelente actor cómico; Donato Jiménez carac-
teriza como pocos los tipos cómicos, y no hablo
de Mariano Fernández porque es de sobra cono-
cido; ni hablo tampoco de las actrices, porque
debo terminar y porque considero innecesario
decir lo evidente, es á saber, que todas sin
excepción, podrán ser por circunstancias espe-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
715
cíales deficientes en el drama; pero representan
con gracejo y naturalidad la comedia.
Es claro que arrojado este género y arroja-
do definitivamente de aquel paraiso; cerradas
sus puertas á piedra y lodo á todo lo que no sea
drama trágico, queda muy reducido y resulta
muy limitado el número de autores que para el
teatro español pueden escribir; así y todo, y sin
contar con esos que están retraídos y que por el
hecho de estarlo les parecen mejores al público
y á las empresas, pues siempre parece mejor lo
que se nos niega que lo que se nos ofrece,
escriben hoy dramas Echegaray, Leopoldo Cano
y Valentín Gómez, entre los conocidos y acep-
tados por el público; y los escriben también
muchos jóvenes desconocidos hoy como lo fue-
ron en su día García Gutiérrez y Hartzen-
busch, Adelardo Ayala y Eugenio Selles.
¿Se pretenderá que los autores dramáticos
empiezen su carrera con la segunda obra?
Si no es esto lo que se quiere, justo es reco-
nocer que se quiere algo más difícil todavía,
que los autores nuevos sean todos de la talla de
Shakespeare ó de Schiller ó que sus obras de
principiante sean como Hamlet ó El Rey Lear,
como Guillenno Tell ó Don Carlos.
Si las empresas para decidirse á representar
una obra dan en exigir tales condiciones, fuerza
será que cierren sus teatros ad perpetuitatem y
que esperen para abrirlos á que caiga qué hacer,
porque Shakespeares y Schillers no nacen todos
los días; ni siquiera todos los siglos.
Concluyo, pues, como había principiado, di-
ciendo que he oído y he leído eso de la solicitud
de los empresarios del teatro Español, pero no
lo creo.
A. SÁNCHEZ PÉREZ.
-*-
REQUIESCAT
El día de difuntos es día de reflexiones.
Y no por el Memento homo, porque si estu-
viéramos acordándonos siempre de que nos
hemos de morir, no tendríamos tiempo de pen-
sar en otras cosas importantes como pagar al
casero, al sastre, etc.; fechas todas tan terribles
como el día de la muerte, por lo menos.
Es quizás el día de difuntos el más á propó-
sito para filosofar, no sobre la instabilidad de
las cosas humanas y la brevedad de la vida,
sino sobre el temple de alma y carácter de cada
hijo de vecino.
Los cementerios son visitados por gran niíi-
mero de gentes que llenas de dolor y de recogi-
miento acuden á emborracharse sobre los ve-
nerables restos de sus mayores.
Algún estudiante de Anatomía oculta bajo
la capa, rápidamente, un hueso recogido de
algún rincón y se marcha después á su casa
lleno de alborozo, colocando sobre los libros
polvorientos el peroné de algún cobrador de
contribuciones ó las mandíbulas de algún guar-
da nocturno muerto en el campo del honor.
Algunos papas llevan sus hijos á la mansión
de los muertos y los nenes se pasan la tarde
leyendo todas las lápidas que encuentran á
mano y preguntando al autor de sus días:
— Papá, ¿tú le conocistea?
— ¿A quién?
• — A D. Nicomedes Manzano.
• — No, hijo mío. ¿Por qué me lo preguntas?
— Por si era pariente del otro Manzano, ese
señor que viene á ver á la mamá cuando tú te
marchas.
Otros padres obligan á sus hijos á que con-
templen la tumba do sus abuelas.
— ¿Os acordáis de la abuelita Leona, hijos
míos?
— Sí, papá; yo me acuerdo de aquel día que
te rompió la palangana en la cabeza.
— ¡Oh! ]Eraun ángel!
—¿Y no la veremos más?
— Afortunadamente... digo, que afortunada-
mente está ya en el cielo.
— ¡Pobrecita!
— Allí goza de la presencia divina; rezad
porque no salga jamás de allí.
— ¿Los muertos se aparecen, papá?
— Algunas veces; yo siempre creo que tengo
delante á vuestra abuelita materna.
— ¡Ay, si se me apareciese á mí! ¡Qué miedo
tendría!
— No te asustes, monin, llamaríamos á la
guardia.
Por todas partes se ven recuerdos cariñosos,
coronas, cirios, flores artificiales y demás uten-
silios de guardarropía fúnebre.
Sobre una lápida negra hay una corona con
inmensas cintas en las que hay escrita esta
frase: «Al más idolatrado de los esposos,» coro-
na puesta por una viuda que se casó á los dos
meses con un amigo de su difunto marido.
Los panteones están llenos de paños y gasas
de alquiler y rodeados de lacayos con ciriales
encendidos en sus manos enguantadas.
CORINC, DESDE TOLL-GATE.— 1,A BARCA DE MUULSFURO
El respeto de aquellos sirvientes á las ceni-
zas de los nobles antepasados de sus dueños,
es proverbial.
— Oye, Manolo, ¿conociste tú á la señora?
— Sí, era puerca. Dios la haya amparado.
— ¿No te daba propinas?
— ¡Cál ni ^or pienso; cuando no tenía listo el
cocho me ponía tres dias de multa.
— i Vaya una cursil!
— Oye Pepe, ¿hasta cuando estaremos aquí?
— Hasta la noche.
— ¡liediós! ¡Qué lata! ¡Y á mí me está esperan-
do la Rita!
— ¡Y á mí la Remedio!
— ¡Aviados estamos!
Etcétera, etc.
La invasión de los campo-santos en este día
es una manifestación religiosa que toma el
pueblo á risa y diversión, como las procesiones.
¿Y es que ya no hay alma? ¿Es que ya no exis-
te el sentimiento?
Sí; afortunadamente no está el mundo tan
pervertido como quieren los misántropos pre-
sentarlo á nuestra vista.
En la nebulosa tarde de este día de Noviem-
bre en que doblan las campanas, en que bulli-
cioso el pueblo se traslada en peregrinación á
las Sacramentales y en que la gente noble no
sale por la tarde á paseo temiendo el qité dirán
y va por la noche al Español á ver á Calvo en
D. Juan Tenorio, hay muchos corazones que no
laten sino para el ser perdido.
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718
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
Si penetramos^ en alguna oseara buhardilla
podríamos contemplar cuadros horribles carga-
dos de esas tintas sombrías cuyo color se am;isa
con las lágrimas. Alguna madre y sus hijas
jóvenes y hermosas, libran honrada lucha con-
tra la miseria cosiendo sin descanso mientras
que en un rincón del cuarto miserable, brilla
una lucecita en un vaso de agua cubierta por
una ligera linea de aceite. Aquellas mujeres no
van al cementerio. No sabrán, sin duda, en que
rincón descansan los pobres huesos de aquel
qne las amó con toda su alma, del padre que
murió víctima del trabajo que llenó su vida,
por mantenerlas}' verlas felices, pero acarician
su espíritu con el recuerdo y con el trabajo, la
más sacrosanta de las oraciones.
Aquella luz pálida y triste es un beso conti-
nuo enviado al alma del que murió.
Algún día del año en que el cementerio está
solitario, en que no hay bulla ni gresca, porque
no es el día consagrado para acordarse de los
muertos, suele verse algiin joven elegante que
sin cuidar sus pantalones que sepulta en el
barro, permanece de rodillas delante de una
lápida llorando desesperadamente en aquella
soledad donde no puede ser criticado por nadie.
En la blanca piedra hay escrito un nombre de
mujer y esta frase entre dos signos de admira-
ción en forma de lágrima:
¡MURIÓ Á LOS VEINTE AÑOs!
Para todos estos seres no necesita la iglesia
tocar campanas ni deshojar siemprevivas ni
autorizar un día al cabo de trescientos sesenta
y cinco con objeto do que sea el día del dolor
ojicidl.
Para quien amó de veras, todo el año es día
de difuntos.
José M.' DE LA ToRRB
POST NUBILA PH^BUS
Roncas las campanas
doblaban á muerto,
la gente escalaba
las gradas del templo,
LA "BOMBA" EN LAS BARGES
y en nn catafalco
qne había en el centro,
rodeado de negros crespones
se alzaba un féretro.
Lloraba la niña
lloraba en silencio,
por el frío cadáver que duerme
el último sueño,-
y sus tristes ojos
clavando en el cielo
parecía querían pedirle
la vida del muerto.
¡Aún latente de aquellas escenas
conservo el recuerdo!
¡Aún parece que veo sus lágrimas
surcar sus mejillas, correr por su cuello!
¡Aún escucho las tiernas palabras,
qne al darle consuelo,
me decían: ¡en vano te cansas,
marió mi esperanza, vivir mis no puedo!
Pasaron los meses,
y al año no entero,
otra vez á los aires lanzaban
los roncas campauas, metálico acento,
y otra vez la gente
escalando el templo,
contemplaba con vista piadosa
rodeado de flores un blanco féretro.
¡Que amores tan grandesl
¡Que amores aquellos
que al romperse en la tierra se unían
por siempre en el cielo!
Los cuerpos hallaron
en la tumba reposo y silencio,
mas sus almas volaron, y ahora
á través del espacio infinito
felices las veo.
Abbaham Guimbao
NUESTROS GRABADOS
¿TENDRÁ?
Kealmeiilo tin Imsque es lugar sumamente á propAsito
para halilar de amores, ya que no muy ciVmodo; la polire Jo-
ven fué más puntual que no el galán, como »uce<le casi
siempre, y está e«]>eranilo ahora su Uegaila fiííurándose á
(Mula momento oir el ruido de sus pasos. iQuién sabe, sin
cmhargo, si el gran bergante habrá tenido pereza y creerá
qno las mañanitas asi de Abril como de Novlemliru son
más buenas de dormir que de pascar!
KL TÁUK.Sia
Toma su origen el Támcsis en el condado de Glocester, al
Oeste de Oxford, en un delicioso paisaje y dirigiéndose hacia
el Este baña los alrededores de la famosa ciudad universita-
ria, entre cuyo término y Abingdon se vos las Jlarges, trozo
en que se celebran las regatas estudiantiles.
Siguiendo río abajo vese el puente do Nunheam y en las
orillas numerosos castillos y abadías góticas, medio ocultas
entre frondosos bosques y jardines.
Pasudo Abingdon aparece Little Wittenham, desde donde
se divisa Dorchester y al lado opuesto el Monte Binodum, en
cuyo inulto el Isis desemboca en el Támesls. Viene luego
Monlsford donde antiguamente habla una barca para i>asar
el rio y después de dejar atrás Streatley aparece la torro nor-
nmnda de (ioriiig, punto /iiial de nuestra exiieilición por
hoy.
MADÍUD. KXPOMríT(')N (¡KNMRAI, PK VILITINAS
Sabido es que en el Retiro se ha levantado nn puchlecito
á estilo de los de Filipinas, pudiendo verse en nuestro gra-
bado de hoy algtmos do los edificios qne contiene. Todo el re-
cinto <iue(lurá convertido en mtiseo permanente de las C<»lo-
nias y será, sin duda, una de las cosas más instructivas y
[irovuchosas que el viajero encontrará en Madrid.
El día 17 del pasado se celebró en dicha Exposición, bajo
la i)residencia de S. .M. la Reina Regente, la distribución de
premios, <;uyo lu'imero ascendió al no escaso de íí4s.
VENECtiNA
Cuadro de Qiacomo Farrctlo
Ahí tenemos lo que en el lenguaje popular veneciano se
llama una /aíícr, esto es, una vecina del HcytícredíCasU'tln. Re-
diicese el cuadro á uiui madre que para darle gusto al chicuelo
acomoda en su jaula á un X)Obre pajarito, motivo que basta
para hacer lui buen apinite con el seilo característico de nn
tipo y de ini traje. El motivo ha salido bien: el cuadro es
original y simi)ático y ese muchachito robusto, con la cabe-
za al rapo y el cuello taurino, moverá, sin duda, á lástima á
otras madres que lo compadecerán.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
719
EL INVIEEHO DE LA COSTUKKEA
Cuadro de E. Trimifl
El invierno de la costurera pertenece a la categoría de
obras de pintura que se proponen la demostración sensible
de alguna tesis social. En esa se ve expuesta la dura existen-
cia de la vida de nuestras artesanas. Esta ha trabajado todo
el día anterior y toda la noche en su frío cuartito, no te-
niendo para defenderse del rigor invernal más que un mise-
ro braserillo. El alba ha sorprendido á la laboriosa niña
pegada todavía á la costura y no ha tenido piedad de ella
concediéndola algún descanso, que la pobre se ha negado ri-
gurosamente durante casi veinticuatro horas. La vela arde
aún y su luz cesa de iluminar, vencida por la de los primeros
albores. Ciertamente que no todas las costureras pasan asi el
invierno, pero sí esa, que es bella y honrada. Basta mirar su
semblante, lleno de sentimiento y aflicción.
EL ÚLTIMO VIAJK
Cuadro de Bartlett
El autor ha representado con exquisita sensibilidad la
conducción del cadáver del niño de unos pobres pescadores
de Irlanda al próximo cementerio situado, como sucede mu-
chas veces en aquella costa, en algún cercano islote. Las
íiguras están muy bien agrupadas y la perspectiva aérea apa-
rece perfectamente estudiada.
FLORES A LA ENFERMITA.— DE VUELTA DEL MEBCADO
No cabe más delicado obsequio que traerle flores á la po-
bre niña privada de esparcir su ánimo por el ameno campo.
Sin duda que tendrá en mucho el recuerdo de su buena ami-
ga y le será deudora de haber sentido en su alma una ráfaga
de alegría.
Dulce es, asimismo, la figiu-a de la pobre marinera que de
vuelta á casa va sacando muy preocupada la cuenta de lo
que ha gastado. La vida es dura para ella y cada moneda de
esas representa una exposición de la vida de su padre y her-
manos.
CABEZA DE ESTUDIO
Es una buena cabeza, tan venerable como magistralmente
dibujada. Hé ahí un hombre en quien, según todas las pro-
babilidades, nadie se fijará al encontrarle por la calle y, sin
embargo, tomado por su cuenta por un mozo aprovechado da
materia á una obra bellísima. Tal es el poder del arte.
SIN CARETA
iii
Aparentando una dicha
y vina calma que no siento,
paso á los ojos del mundo
por feliz y satisfecho.
Muchos envidian mi suerte
pues con los versos divierto,
¡y ríen con mis Retazos
mientras yo lloro con ellos!
Si es verdad que por mis labios
la sonrisa vagar dejo,
haj' un infierno de ideas
muy tristes en mi cerebro.
Y demostrando alegrías
que me destrozan el pecho
¡es mi vida triste senda ■
de llanto y de sufrimiento!
Mas no temas que demuestre
los pesares que padezco,
pues cuando el poeta sufre
sabe sufrir en silencio,
y verter fibras del alma
en sus armónicos versos,
los cuales, ya que no gloria,
por lo menos dan consuelo.
¡No saldrá, pues, de mis labios
ni una queja, ni un lamento!
¡En las orgias del mundo
no tienen las penas eco!
¿Qué buscas, mundo? ¿que cante?
¡pues cantar mucho prometo!
Broto la risa á mis labios
y ruja el pesar adentro.
Mártir soy de mi destino
y en la lucha que sostengo,
si no la gloria del mundo
¡quizás halle la del cielo!
J. Adán Bekned.
LA PRIMERA COPA DE CHAMPAGNE
(1) Del libro Retuzoí literarios, recientemente publicado.
Había invitado el general á comer á todos sus
amigos en una preciosa quinta de su pertenen-
cia, enclavada en un magnífico jardín, — mezcla
de umbrío bosque, mezcla de variado inverna-
dero,— donde solemnizaba el día para él más
alegre y feliz del año: el día del cumpleaños de
su hija. Contábase entre los invitados mi fami-
lia. Mi padre, deudo cercano del general y par-
tícipe de sus contratiempos y bienandanzas,
vióse obligado á excusar su asistencia por un
reciente luto. — «Mándame pues á tu rapaz,» —
contestóle el general.
Me presenté en casa mi tío cuando ya los
convidados llenaban sus salones. Los criados
cruzábanse en todas direcciones terminando los
preparativos. En un salón un corro de curiosos
sostenía animado diálogo delante de un sober-
bio cuadro adquirido recientemente en París
por el dueñ« de la casa; sostenían unos que la
frescura del color superaba al dibujo; opinaban
otros que el trazado de la figura era correctísi-
mo. En la biblioteca, unos graves señores co-
mentaban el último discurso del jefe de la opo-
sición monárquica, mientras hojeaban otros li-
bros y revistas, tendidos en ancho diván ó aco-
modados en mullida poltrona; oíanse los acordes
del piano medio ahogados por un continuado
murmullo, en un salón inmediato. Todo era bu-
llicio, todo indicaba franca alegría. Atravesé
aquel laberinto dejando á un lado y otro perga-
míneas mamas, inquietas niñas, irreprochables
lazos anudados al rededor de almidonados cue-
llos, severa levita, lacio frac; me interné en la
casa, recorrí todos sus salones y al cabo hallé
al general cumplimentando á los recién llega-
dos y dictando órdenes. Dióme un abrazo y me
dijo que encontraría á su hija en el comedor, á
donde me dirigí en seguida.
Eia mi prima una niña aún y ya se mostraba
la radiante hermosura que más tarde la había
de convertir en acabado tipo de la mujer griega.
Mi familia y la de mi prima acariciaban risue-
ños proyectos para lo venidero, concertados an-
tes de partir para el cielo la esposa del general.
Era yo muy joven; no rebasaba los quince años
y ya era todo lo enamoradizo y apasionado que
amenazaba ser después. Estudiaba á la sazón,
rudimentos de literatura y bellas artes; la mú-
sica y la escultura eran mis agradables espar-
cimientos ; el Ars amandi mi diccionario y mi
primita Gabriela mi encanto.
La encontré en el comedor ocupada en llenar
los bolsillos de sus diminutas amigas, de golo-
sinas; nos dimos un fuerte abrazo, después del
cual la entregué una lujosa caja con varios re-
galos de mi madre. Dirigióme rudas reconven-
ciones por mi tardanza y á vuelta de mil pre-
guntas y después de zarandearme lindamente,
colocó con sus rosados dedos en mi boca un
dulce que me apresuré á engullir y escapamos
al salón. El sarao estaba en su apogeo. Gabriela
me arrastró y mi espíritu dócil siempre se dejó
arrastrar; envueltos por la turba danzante bai-
lamos hasta rendirnos, charlamos sin tasa ni
medida hasta que nos escabullimos y nos baja-
mos al jardín.
Vo recuerdo si la Primavera con sus verdes
galas y sus flores ó el Otoño con sus cuajados
frutos, engalanaban y vestían á la Naturaleza;
recuerdo tan solo que el jardín era fondo bellí-
simo donde resaltaba esplendente la hermosura
de Gabriela. Lo recorrimos contándonos nues-
tras penas y congojas y nuestras alegrías. Ora
nos deteníamos á escuchar el canto de un jil-
guero cuyos melódicos trinos bien podían ser
de regocijo 6 tristeza; ora nos intrincábamos en
espeso rosal donde á cambio de sangriento ara-
ñazo salía con las manos repletas de encendidas
rosas que colocaba en sus trenzas Gabriela, ayu-
dándole yo en tan grata faena, ó bien nos re-
clinábamos en rústico asiento hasta donde lle-
gaba el rumor del beso de la brisa á las sutiles
hojas y el ruido del arroyo. Así anduvimos largo
rato.
Nos dirigimos luego á una ancha plazoleta
rodeada de magnolias, donde iba á servirse el
espléndido banquete con que mi tío celebraba
los días de su hija. No tardó en desbordarse por
las escalinatas y avenidas del jardín la muche-
dumbre que pisaba antes la alfombra de los sa-
lones, dirigiéndose á donde estábamos nosotros.
Nos acercamos á rústicas mesas y dio principio
la comida. El recuerdo de aquella tarde desapa-
recerá difícilmente de mi memoria.
Sordas detonaciones, el ruido de hirviente lí-
quido que se precipita en ruidosa cascada y el
débil quejido del cristal al chocar con el cristal,
me indicó que el Champagne hacía su escanda-
losa entrada entre nosotros abandonando su
frágil encierro.
Mi tío puso en mi mano transparente copa de
tallado cristal que afectaba eraciosa forma
pompeyana, rebosante del dorado é inquieto lí-
quido en el que fijé medio espantado mis ojos.
Parecióme que levísima hurí había derramado
en mi copa misterioso licor que iba á conver-
tirme en apuesto caballero, en héroe de los fan-
tásticos cuentos que recitaba mi madre al dor-
mirme en su regazo.
Mi entrada en el mundo iba á sancionarse
con una rociada da Champagne. ¡Donoso bau-
tismo!
Aproximé la ancha copa á mis labios y bebí
con calma como si intentara apurar todo el mis-
terio encerrado en aquellas inquietas burbujas
que del fondo subían en bulliciosa carrera á
la superficie, pegándose á mis trémulos labios
y produciéndome una nerviosa sensación que
parecía invitarme á escudriñar los ignorados
placeres de aquel licor de hadas. Dejé la copa
sobre el blanco mantel; una pálida gota que
quedara en el borde, resbaló vertiginosa por
el limpio cristal; germen sin duda de multitud
de quiméricos pensamientos, se evaporaba tris-
te y sola.
Un fresco rocío compenetró todo mi ser...
Luego sentí una suave conmoción que trasportó
el pensamiento á insondables regiones. Dirigí
mi vista en derredor. Los ojos tristes de Ga-
briela despedían ahora violentos chispazos que
repercutían en mi alma con sacudimientos com-
parables á una descarga de una botella de Ley-
den. Dentro de mi cabeza parecía agitarse en
turbulenta ebullición ígneo líquido. El aire te-
nía un exceso de oxígeno que consumían rápi-
damente mis agitados pulmones. Mis ojos abier-
tos desmesuradamente alcanzaban á ver lejos,
muy lejos. El cielo era más inmenso, más infi-
nito: las blancas nubes que se destacaban de su
fondo azul, las convertía mi fiebre en alados
querubes entre los que volaba mi alma desnuda
de su mísera vestidura ó modificaba sus con-
tornos mi intranquilo espíritu trasformándolas
en confusa aglomeración de silenciosas estatuas
cuyas actitudes convenían á desenfrenada ba-
canal. Encendíanse los rosados pétalos y abría-
se el cerrado botón de la flor difundiendo bal-
sámico éter. Las plantas que rastreaban por el
suelo erguíanse, alargaban sus tallos y aprisio-
naban al nudoso tronco enrollándose en él y
subiendo, subiendo siempre. Reverdecían las
pálidas hojas y enderezábase el mustio tallo; de
los secos y rígidos troncos (imagen de la muer-
te) brotaban blandas yemas (señal de vida) que
con su crecimiento daban nuevas ramas llenas
de vivida y potente fuerza. Los elevados vege-
tales celebraban sus amorosas uniones en soli-
taria región, anunciadas por resonante trino de
indiscreto ruiseñor. La tierra regada por nutri-
da savia que corría invisible por el ligero surco,
prestaba calor á todo, y todo seguía la arreba-
tada corriente de una rápida vida, de un acele-
rado movimiento.
Sentíme locuaz. Prescindí de mi alrededor y
desaté mi lengua antes torpe. Los tiernos con-
ceptos seguían á las enamoradas frases; un to-
rrente de palabras seguía á otro torrente de ex-
clamaciones de júbilo; amontoné ideas sobre
ideas, pensamientos tras pensamientos brotados
de la pintada corola, prestados por el céfiro,
inspirados por el arrullo misterioso del ave.
720
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
Cogió Gabriela mi braao y nos perdimos en
la espesura del jardín. Una orquesta oculta en-
tre la enramada esparcía tristes compases de
sencilla gavota. Comencé á atar mis desorde-
nadas ideas.
Nos dirigimos á la quinta. Inclinados sobre la
balaustrada de una hermosa galería y tibia-
mente alumbrados por el triste satélite que apa-
recía entre los copudos árboles, recordamos mi
delirio. Gabriela me repetía que nunca oyó tan-
tas lindezas de mis labios, con las que podría
un poeta, decía, formar abultada colección de
madrigales.
*
* *
Ha pasado mucho tiempo. Gabriela ha ocu-
CABEZA DE ESTUDIO
pado su puesto entre los célicos querubes que I Risas de sátiros, carcajadas que chocaban en
rodean al Señor. Murió y se llevó muchas al- ! mi oído , chasquidos de besos , espumoso y
mas con la suya. I transparente líquido que me azotó el rostro,
furiosa danza, infernal orquesta cuya batuta
He va«lto á beber Champagne.
blandía Lucifer...
Hé aquí la confusa idea que guardó mi ato-
londrado cerebro de mi segunda copa de Cham-
pagne.
Beknakdo Morales Sanmartín.
ItUUSTUaH: tetei, >CS-3(7, Ei»i Itliut, Editor.— Ruirridos los derechos de propiedad artlstiu j liUnría.— Las redanaeiones eo Madrid, al rtpresenUtU de tsU Casa D. Mantl Plá j Ytlor, Áp«daea, 10, 2/
— ) IN8ÉRTE8B ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL (
l»l«ll 11 IMHmn TlroaniFIGO DB B. BAMEDX. — CALLB DB TILUUUIOU., MÚM. 17 BMa&KOHB DB Sah Amtomió. — Barcbloha.
Vs?iV
SEMANARIO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
Año V
Barcelona 12 de noviembre de 1887
Núm. 254
V
TIPO MADRILEÑO
722
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
SUMARIO
TtXTO.— Madrid. Carta» d wti prima, por FernMiflor.— Oso
Tomaua, por Manad Amor Mellan.— RnMa cientiftca.
por Alfredo Opisso.— Los cwnUticct, por Joaquín Olmedl-
Uk y Pnlg.— £1 púMieo, por A. Sáncbex Pétet.—At mor
ipoesl»), por José M.« de la Torre. -Xa acultura en/re Io«
riMigodo*, por Eduardo Soler. — Nuestros grabados.— £/
tleátar de la$ ptrlai (leyenda árabe), por Juan Garcla-
Gajena Alxugaray.
r<BA]uoos.-Tipo madrileño.— londrw: Palacio de Meoklen-
burgo: El vestíbulo. Cristales grabados. Salón. Salón visto
de frente. Vajilla antigua de plata.— Expotición de Bella»
Arte» de Parí»; talón de 1887. Después del desaflo. Mer-
cado de otoño. Moiart.— iHiri»; Mu»eo del Louvre. La Ve-
nus agachada. La Venus agachada, en la galería.— Baile
•le niños.— Tewkesbury— Napoleón y Josefina.— i.'ipo«i"-
riá» general de FUipinaf. Instalación de la boa. Interior
ilel Palacio de Cristal. Animales y plHDta.s. — Floristas
ri.inrtníl.* -Ro.loi"-
MADRI D
0»»r'^&s 4 ss&l ^sis%8k
El aniversario del Don Juan de Mozart.— Uillauraud y Ba-
zaine.— La mejor virtud el vicio.— El pedestal de Bizet es
una pandereta.— La gran victoria de Sobert Peel.
^SABRÁS, mi quenda pruna, que esta noche se
•ip conmemora en el Teatro Real el aniversario
de la primera representación del Don Juan de
Mozart : Madrid rinde también al gran composi-
tor el tributo que ya le han rendido las demás
capitales de Europa. En Mozart puede afirmar-
se que se da honor á la música misma, pues él
nació ya músico : á los cuatro años extendía las
inanitas sobre el piano de su padre, arrancando
dulces melodías; y las primeras tempestades
<lel genio estallaron debajo de su chichonera.
Wagner, que no ha sido deferente con sus cole-
gas, ha declarado que Mozart puede considerar-
.se como la encamación del arte lírico. Mi
opinión, al lado de este juicio ilustre, debe
parecer ridicula. Me limito, pues, á plagiar la
frase del gran maestro. Por cierto que hay du-
das respecto de la fecha en que realmente fué
puesto en escena el Don Juan. Unos dicen que
se estrenó en 4 de noviembre, otros que en
29 de octubre, de 1787. Algunos más eruditos
que yo en materias musicales han renunciado á
esclarecer este punto: sería presunción intentar
resolverlo. Extraña, sin embargo, que sea tan
difícil saber lo cierto respecto de un espectácu-
lo presenciado por tantas personas, y de tan
grande resonancia. La versión mitológica nos
presenta desnuda á la verdad : en aquellos tiem-
pos qtiizás paseara sin traje, pero hace algunos
siglos que va tan encapotada que no es posible
conocerla. La misma publicidad que la precede
y la rodea sirve de mayor confusión. Hoy día la
verdad cambia tanto de trajes que no es posible
seguirla en su camino. Por falta de datos no
pudo escribirse la historia en otro tiempo: por
datos excesivos no podrá escribirse en el porve-
nir, ¿Quién podrá discernir lo verdadero de lo
falso entre el fárrago periodístico de nuestros
días? Poco hace que un diario animciaba el es-
treno de una obra liricodramática, elogiando y
censurando á los autores y á los actores. Era
de admirar la precisión de los detalles, que sig-
nificaban la atención del espectador crítico. Se-
mejante estivno, sin embargo, no había tenido
efecto. De los móviles y razones de los perso-
najes políticos y de sus actos no es posible tam-
poco formar idea, porque la prensa, segiín sus
opiniones, les supone excelentes ó perversos.
Los historiadores del porvenir, mareados entre
tanto periódico, documento, memorias, folletos,
grabados y caricaturas, decidirán inventarla
para ser verídicos, como se ha hecho hasta hoy.
No hay tal historia: sólo hay novelas en que
f.ara figurar es preciso ser ya cadáver.
Sin embargo, el general Bazaine no ha nece-
sitado serlo panx figurar en alguna. Verdad es
que, i-especto de su proceder militar y do sus
responsabilidades, tampoco, aun viviendo él, he-
mos podido saber gran cosa. Hillauraud, cuyo
proceso ha empezado á verse aj^er, pretende es-
tar en lo cierto: Bazaine es un traidor, y por eso
quiso matarle. Hillauraud es joven; tiene veinti-
siete años; ni es alto ni es bajo; su rostro es
agradable, finas sus facciones, la mirada vivísi-
ma cuando se exalta. Su bigote, rubio, está re-
torcido con esmero; el cuidado de su cabeza de-
nota costxmíbres de tocador, y su traje ciertas
pretensiones. Ayer asistió de levita negra, y el
clac de seda debajo del brazo. Ya te hablé de
este asesinato cuando Hillauraud intentó come-
terle. Ayer confirmó loque sabíamos: declaró que
la idea de asesinar á Bazaine nació en él al re-
cibirse en París la noticia de la rendición de
Metz; que consultó su propósito con el presiden-
te de la Liga de Patriotas y con algunos otros
personajes, entre los cuales figura Sarah Ber-
nard, y es ciertamente e.xtraño que consultase á
Sarah no tratándose de una comedia. Hillauravul
entiende poco el castellano, lo cual le fué de uti-
, lidad en esta ocasión, pues no le hubiera pare-
! cido bien su biografía hecha por su defensor.
Para éste su defendido no pasa de ser una cria-
tura tratada con rigor por la Naturaleza: es un
mentecato de cuerpo entero, enamorado en su
juventud, sin esperanza, de una andaluza; que
por no ser^-ir no sirvió ni para quinto; y que se
desquitó de su falta de buen sentido entregán-
dose á las mayores estravagancias patrióticas.
El defensor hizo un análisis del libro de Hillau-
raud titulado Amores de un viajero, cuya portada
lleva, en primer ténnino, el retrato del autor
encerrado en un marco que sostienen dos ange-
litos. El piiblico quedó convencido, en efecto,
de que el general Bazaine, después de su in-
mensa desgracia de Metz, había estado á punto
de sufrir otra casi tan grande: ser asesinado por
un majadero. No ha concluido el proceso, mas
el público ha dado ya por tenninado el inciden-
te. Es uno de esos hechos cuya importancia di-
mana de matar ó de errar el golpe: es sublimo,
quizás, en el primer caso; es simplemente ri-
dículo en el segundo. El mariscal Bazaine se
presentó en el estrado, apoyándose en una mu-
leta y con el auxilio de un criado suyo y de un
hujier de la Audiencia. Su aspecto impresionó al
público. — ¡Infame! — le gritó Hillauraud cuando
le vio llegar. — ¡Infame! — ¡Pobre general! ¿Habrá
mayor desgracia? iCondenado á expiai- los erro-
res de un imperio y las derrotas de una nación,
todavía los asesinos se creen con derecho á lan-
zarle una maldición á la frente!
Pasemos á otro asunto: y puesto que tú has
tenido siempre el vicio de jugar á la lotería, voy
á participarte una innovación trascendental que
respecto de este juego apareció ayer en la Gace-
ta. Fernández Bremón publicó, no hace mucho
tiempo, en El Liberal, una serie de artículos ti-
tulada La lotería moderna se ha hecho antigua.
La reforma del ministro de Hacienda está de
acuerdo con el pensamiento de Fernández Bro-
men. El Ministro no discute la moralidad de la
renta: él opina como cierto ministro francés que
dijo en ocasión parecida: «Dadme una virtud
que me produzca lo que este vicio, y suprimo la
lotería.» Puesto que nadie discurre virtudes
productivas, y en vista de que nada sale tan
caro como las virtudes, el ministro quiere que
del vicio se dimanen los menos vicios posibles
simplificando el procedimiento, á fin de que el
sorteo adquiera mayor claridad y sea de com-
probación fácil. Se establece, pues, el sistema de
irradiación... Se sustituye el bolaje y material
antiguo por cinco juegos de bolas nada más.
Habrá cinco globos marcados con estas inscrip-
ciones: unidades, decenas, centenas, unidades
de millar, decenas de millar. Estarán expuestos
en un cuadro los cinco juegos de diez bolas para
que el público vea que están completos, y se in-
troducirán públicamente en los globos respecti-
vos para extraer de cada uno la unidad, decena
y demás! cifras que compongan el premio ma-
yor, colocándose éstos en un cuadro, que será la
lista abreviada y completa de los premios. Las
cifi'a.s que queden en los globos se volverán pú-
blicanionto iU cuadro do su procedencia, llenán-
dose con bolas negras los huecos de las premia-
das, como comprobante de la operación. La lista
do los premios so telegrafiará sencilla é inme-
diatamente á todas partes. Por ahora este pro-
cedimiento se ensayará una sola vez al mes. Si
el público no .se retrae del juego, quedará defi-
nitivamente adoptado: si el público ama la ruti-
na..., el gobierno continuará siendo rotinario.
¿Qué sucederá? El sistema de combinaciones á
que se presta la reforma en cuestión no és co-
nocida, y esto es un inconveniente. Hasta es di-
fícil comprender la ventaja de este método no
presenciando las operaciones: no todos pueden
ordenar en su imaginación bolas y cifras sin
que su cabeza so convierta en un verdadero bom-
bo; poro nuestro público es tan novelero que
quiero que el jirimor sorteo especial que se ve-
rifique dé grande rendimiento al Estado. Mas,
seguramente, como no os posible dar un premio
á cada billete ó décimo vendido, aquellos á quie-
nes no les toque la suerte dii'án que el sistema
innovador es altamente perjudicial é infausto.
De todas maneras, hoy por hoy tienes á todo
Madrid preocupado con el decreto y procurando
explicarse el sisteina de irradiación, que irra-
diará todo lo que se quiera, pero que sólo para
los matemáticos resulta, de primera intención,
sencillísimo y claro.
Me veo en la precisión do dar un salto atrás,
de volver á la crónica musical, para decirte quo
al fin y al cabo se ha estrenado Carmen en el
Teatro de la Zarzuela. Las peripecias del con-
flicto entro la Zarzuela y el Real, habían lleva-
do á la primera representación público inmenso.
Como sucede en estos casos, unos iban dispues-
tos á darlo todo por bueno, y oti'os á darlo por
malo todo. El libro ha sido trasplantado á la es-
cena española por Liern, que debe haber encon-
trado difícil hacer hablar en e.spafiol á las figu-
ras do abanico dibujadas por Moilhac y Haleyy.
Respecto de la miisica, reina el más armonioso
desorden entro los críticos. Ijos linos dicen quo
osta ópera jamás so aclimatará en España, por-
que resalta la inverosimilitud de los tipos y la
música no tiono tampoco carácter local; otros
afirman quo nuestro pViblico gustará, en otras
representacion,es, las bellezas de esta partitu-
ra, semejante al tabaco y á la cerveza en el
amargor primero y en su creciente dulzura.
La ejecución como puedes comprender: cuanto
mejor la música, menos buenos son los que no son
buenos cantantes. La obra ha sido puesta con
verdadero lujo. En fin, Carmen durará larguí-
simo tiempo en escena; que no en balde han
intervenido en ella editores del país y extranje-
ros, los ministros, los embajadores, los abogados
y los procuradores. Yo, por mí, deseo que dure
tanto... como durará el pleito.
Han terminado las carreras do caballos con
la do ayer. La tarde estaba fría y ventosa, el
cielo nublado, las tribunas desiertas, el pueblo
ausente, los jockeijs resentidos, los caballos mus-
tios, y pudieron contarse media docena de seño-
ras de osas que sueñan para su tumba con este
epitafio: «Murió por vivir á la inglesa.» Una
docena do sportmen, un mail coach, dos breaks,
cuatro landaux, y una mañuela. La primera ca-
rrera fué la más notable. Se corría el premio del
Ferrocarril del Norte: 1,500 pesetas. Distancia,
1,000 metros. Sólo corrió Robert Peel, de Qo-
bral, quo lo ganó disputándoselo á sí mismo.
En casi todos los teatros de Madrid conti-
núan las representaciones de Don Juan Tenorio.
Han empozado los ensayos del nuevo drama de
Echegaray, que se representará en el Español.
En la Comedia se anuncia una comedia de Ple-
guezuelo...
¡Y se lian secado las lágrimas de los que
fueron á llorar en los cementerios el día de Di-
funtos, y se han consumido los blandones que
ante las sepulturas se encendieron, y el viento
menea tristemente en la soledad las coronas d(!
trapo colgadas en las cnicos do mármol y de
hierro!...
Fernanflor
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
UNA ROMANZA
723
PRIMERA PARTE
Angfliiia era una joven encautailura: con-
taba á la sazón veinte años, y era el objeto
obligado (le las con versaciones de todos los
jóvenes y de la envidia de las muchachas
casaderas ile Valdesar. Era Angelina de es-
tatura más bien alta que baja, pero no tan
alta que constituyese esto un defecto, no: su
estatura se habla fijado en ese término medio
en que las mujeres traspasan los límites de
!o regular sin penetrar en los do lo exage-
lado. A esta clase pertenecía la estatura de
Angelina. A pesar de ser ésta un tanto del-
gada, esta circunstancia parecía aumentar
l-a pureza y corrección de las fonnas y sus
líneas: sus ojos eran grandes, negros, y des-
pedían, en vez de miradas, relámpagos, de
amor que abrasaban los corazones de los
mancebos de Valdesar.
Estos envidiaban con toda su alma á
Fi'rmín por ser, al parecer, el preferido por
Angelina. Y ya que de Fermín tenemos que
ocuparnos, haremos su retrato á grandes
rasgos.
Contaría I'ermín hasta veinticinco años
de edad; era de alta estatura, de fuerte com-
]ilexión, sano de color, rabio, con ancha y des-
pejada frente que parecía irradiar inteligen-
cia, así como su mirada: pertenecía Fermín á
una de las más distinguidas familias de Val-
desar; era constante en sus empresas; estaba
locamente enamorado de Angelina; y con es-
tfis detalles terminamos estos rasguños con
pietensiones de retrato de Fennín.
Ya saltemos que éste amaba á Angelina;
sabemos que estaba enamorado de ella como
nn loco: ahora bien: ¿le amaba también ellaV
Así al menos lo creía el venturoso Fermín y
todo el pueljlo lo creía. ¡Pues no! ¿Qué signifi-
caban entonces aquellas tan tiernas miradas que
se dirigían, que no parecía sino que iba el alma
envuelta en ellas? ¿Qué expresaban si no? ¿Qué
querían decir todos aquellos cuchi-
cheos cuando, acompañados de la
venerable mamá de Angelina, cam-
j)aba la amai-telada pareja por .sus
respetos en el paseo de Valdesar?
Porque hay que notar que Angeli-
na parecía no prestar oído sino á lo
rpie Fermín decía: para él era toda
ojos y oído. ¿Qué extraño es, pues,
que todos los mancebos de Valde-
sar envidiasen á Fermín?
Un detalle para completar el le-
trato de Angelina.
Al decir de cuantos la habían
oído cantar, tenía una bonita voz de
sopi-ano, que, bien cultivada, sería
un prodigio.
Pero en Valdesar, cf)mo en tan-
tos otros pueblos de poca importan-
cia, no había verdaderos y buenos
maestros de música.
Y la voz de Angelina, entretanto,
aqueUa voz que bien cultivada y
educada sería un prodigio al docii-
de los que en Valdesar campaban
por peritos en materia musical, per-
manecía sin cultivo por falta de un
buen jardinero.
II
Valdesar es un pueblo eminente-
mente caritativo.
Xo hfiy desgracia que no procure aliviar y en-
dulzar en cuanto pueda.
Por eso, cuando los pueblos andaluces se vie-
jón castigadips por los terremotos, el Casino de
CH^^mO DG aHDDEjájIl^
l'iiiiricrlo i favor de laí líctlmas de lo.< Itrremeios,
\í\ nortie M I.) de marzo de IS8Ó.
PROGRAMA
!■ 1! 1 .M ri I! .\ 1>.\1ÍTK
Tanda ¡le va/sen por laorcjuesta. (Struims.)
V,\ Juguete eómico-lírlco en un iw.Ui
LOS CARBONEROS
Jiupeüdca huuf/uya. (Listz.)
II pensicr sta negli oogeti, aria de la ópera
uHFEO. (Haydn.)
SEOUXDA l'.^UTI';
Pizzicato de Sylvia. (L. Déllbes.)
Vorrei moriré, rbmaiiza. (P. Tostl.)
Moraymu, capricho instrumental. (Küpi-
nosa.)
Lectura de poesías.
,^
ü las ocho y madia.
p-
LONDRES: PALACIO DE MECKLENBURGO
EL VESTÍBULO
Valdesar hizo un llamamiento á todos los veci-
nos del pueblo para que contribuyesen á aliviar
tamaña desgracia pagando la peseta de entra-
PALACIO DE MECKLENBURGO
CRISTALES GRABADOS
da en el concierto benéfico ijue se organi-
zaba.
El programa, repartido con profusión en es-
quelas color rosa, decía A la letra:
No citaba el programa, los nombres de los
ejecutantes, ni á nosotros nos importa gran
cosa.
I)ecíase de público que Angelina estaba
encargada de las romanzas de Haydn y Tos-
ti, y que Fennín se había comprometido á
leer una poesía. Fermín era medio poeta des-
de que se había enamorado.
¿Qué enamorado no es poeta?
ni
Llegó la noche del concierto.
El Casino de Valdesar rebosaba de gente.
Bien que con poca se llenaba el elegante
Casino.
Este era más elegante que vasto.
El salón tenía la fonna de nn rectángulo. Sus
paredes estaban forradas de papel rojo con flores
de oro. Pendían del techo cuatro lámparas de
cristales, en los cuales la luz se que-
braba en mil cambiantes. Los pies
de los asistentes se hundían en una
mullida alfombra de rica labor. En
el fondo se destacaba el escenario,
muy pintarrajeado con simbólicas
figuras su telón de boca. Todo irra-
diaba luz. Parecía que el salón del
Casino era sólo un vasto foco; ha-
bíasele declarado, aquella noche y
en aquel salón, guerra sin cuartel á
la sombra.
Y como si esto no bastase, los
ojos de las valdesareñas despedían,
según fi'ase de Fermín,
niyf.s de luz que el sol envídíaria.
La sala, pues, estaba deslum-
brante de luz y repleta de hermo-
suras «que eran la gala de aquel re-
cinto, » como diría al día siguiente
un gacetillero cursi.
IV
Alzóse el telón de boca, en el
cual se destacaban en un grupo las
nueve musas confundidas en estre-
cho abrazo, y dio principio la fun-
ción concierto.
Una orquesta formada por ocho
socios que así eran músicos como
modestos , pues ni una ni otra cosa
eran , ejecutaron con ensañamiento una tanda
de valses del inmoi-tal Strauss.
M.\NUEi, Amok Meil.vx
(Se cariítiiiuará)
EXPOSICIÓN DE BELLAS ARTES DE PARÍS: SALÓN DE 1887
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MERCADO DE OTOÑO (cuadro de V. Ciilbert)
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7-2r.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
REVISTA CIENTÍFICA
ililIlTiA ^-,
' úuniUa .i lU' iiizM - Incouvenleute del
■aiurii (1 Müiroo, - KometiioK contraía
«Hace algunos años, — dice la Beviie Scientifi-
que, — un sabio inglés, Mr. Galton, daba á cono-
cer que era posible obtener el tipo puro de una
familia, y hasta de una raza, superponiendo los
retratos de cierto número de individuos pert-ene-
cientes á esta familia ó á esta i-aza, y no teniendo
encnentasino los rasgoscomunes, queexperimon-
Pero si se colocan delante del olijetivo, sucesiva-
mente, veinte retratos del mismo tnmnño, repre-
sentando individuos de mía inismn familia, se
obtendrá una imagen en la cual ninguno de los
rasgos aocidontales que modrlicaii el tipo habrá
podido qiu'dar lijado, sino que, al contrario, apa-
recerán únicamente las facciones comunes carac-
terísticas (le esto tipo, que constituyen lo que se
llama comunmente el aire de familiti, y que esta-
rán superpuestas.
sTal es el principio: hó aquí ahora de qué
manera ha -ealizado su aplieacién el autor. Dos
! operaciones distintas se necesitan: 1.°, obten-
ción de los reti-atos que deben concurrir á la
I lodiu-ción del tipo; '2.", producción de esto
tipo. En realidad, cuando se trata del
tipo de ima familia, bastan, amplia-
mente, cinco ó sois retratos. Re-
unidos entonces los individuos
en el taller del fotógrafo, fija-
se la posición del sitio de colo-
cación y del
aparato, en la
situncióiulpps-
PALACIO DE MEKCLENBURGO: SALÓN
>^EI cliché conuní (l(>licní llevar el tipo que se
busca.
»M. Batut habla de la emoción que e.xpoi'i-
mentaba al v<^r apaiecer, á la pálida luz del la-
boratorio, aquella figura impersonal, aquel re-
ti-ato del desconocido, en el que se encuentra una
])asmosa semejanza con ciertos modelos que han
servido para la operación y un notalile aire de
familia con todos. Y, pormenor digno de te-
nerse en cuenta, lo más á menudo, el retrato
tipo es más regular, más helio que ninguno de
los que han sei-vido para formarlo. Borrados los
accidentes individuales, queda una especie de
retrato ideal, cuyas líneas .son siempre arnui-
ninsas.
»Por lo demás, el autor ha variado sus opera-
ciones. Así, en tal familia ha tomado por separa-
do el tipo femenino y el tipo masculino, y des-
pués ha reunido estos dos tipos {)ara obtener
una tercera imagen: el tipo general de la fami-
lia. No hubiera dejado de ser curioso observai-
si este último reti-ato era idéntico al que s(^
obtenía haciendo desfilar por dolante del objeti-
vo todos los modelos, hombi'es y mujei-es, en
una sola posición.»
Fácil es entrever el alcance de los i-esultados
(pie puede proporcionar este método y los servi-
cios que es capaz de prestar á la etnogiafia, y aun
quizás á la misma psicología, ya que con auxilio
de estas fotografías puede descubrirse la fisono-
mía esencial, verdadera, de tal ó cual personaje
histórico, según ha hecho Mr. Galton con el hijo
de Filipo y la hermosa mamá de Cesaj'ión. D(!
esta manera podríamos poner acordes tantos pin-
tores que han interjtretado cada uno á su mane-
ra un modelo, presentándolo ya como un sej-
ilustre, ya como un pin-o zascíindil al estilo de
tantos como andan por ahí.
Después de haber ¡)reconizado en este mismo
sitio las ventajas del filaíje de l'hnüe ó la larga
del aceite, como nos pei'mitinios traducir, bueno
será informa)' ahora de algún )ieligro que parece
1i-ae consigo aquel cómodo si.stema de tenei- bue-
na niai'. Parece, en efecto, según dice la (rnzzette
(réogrdplñqne, (pie dicho medio de apaciguar las
olas es conocido ha muchos años de los pesca-
dores, pero que muchos se abstienen • de em-
j)learlo por lo temible rjue es pai'a las embarca-
ciones pequeñas que podrían encontrarse en el
surco del buque que hubiese hecho uso del acei-
te, puesto que á la calma absoluta sucede repen-
tinamente una agitación más violenta aún de las
olas, y esto constituye un inmenso peligro al
cual el buque sorprendido está á menudo en la
imposibilidad de escapar. (Consideración de al-
gún valoi- ciei-t-amente, y que no parece se les
haya ocurrido prever y estudiar á los preconiza-
dos del filage de l'huile.
taban así como un refuerzo natural y dibujaban
una fisonomía general que presentaba á veces
más semejanza con cada uno de los modelos que
no la que éstos presentaban mutuamente entre
HÍ. Procediendo en virtud de este orden de ideas,
había obtenido Mr. Galton un Alejandro Magno,
.según seis medallas del Museo Británico, que
lo r(;i)resentaban en diferentes edades, y una
Clerqtutra, según cinco documentos. Esta Cleo-
patra era aún mucho más seductora que cada
una de las imágenes elementales.
> Pensaba también Mr. Galton que se podría
í-iiiplear la fotografía para obtener, de una ma-
\¡i-\H mucho más cierta todavía, dichos tipos de
r.-iz;i ó de familia. M. A. Batut ha amparado
,..;(;, jíjoa; y ]og rcsultados que ha obtenido, gra-
i técnica ingeniosa, son, á la verdad,
>s interesantes hechos para alentarle en
la u-iitativa.
El principio que ha guiado á M. Batut es el
Dada la necesidad de cierto tiemi^o de
; ó colocación (pose) para obtener una
imagen fotográfica, si un individuo se coloca en
las condiciones de una posición que necesite se-
senta segundos y sólo está tres, esto es, un i|2o
(le la duración mínima, no se obtendrá imagen.
tar todo á punto para el primer individuo ; su-
cédense los siguientes en la misma posición, que
debe ser siempre de cara, corrigiéndose las des-
igualdades de estatura de los modelos mediante
los movimientos de un taburete de piano que
sirve de asiento. Las pruebas son tomadas al
doble para cada modelo.
»Para la obtención del tipo se toma una prue-
ba cuyos ojos se taladran con un alfiler fino,
exactamente en el punto visual. Colocándola
bajo un calibre de cristal sin pulimento, y estan-
do la imagen en contacto con dicho cristal, se
marcan en éste dos puntos negros, con la punta
de un lápiz, á través de los do."^ agujeros que so
han practicado en los ojos. Colócase después su-
cesivamente cada una de las pniebas bajo el
calibre, y mirando por trasparencia se hacen
coincidir loa puntos visuales con los dos puntos
negros trazados. Seguidamente, coi-tadas todas
las pruebas en esta posición, según los bordes
del cristal, se las pega en cartulinas de la misma
dimensión, en un punto idéntico determinado
por un artificio cualquiera, y las cartulinas son
colocadas, por fin, en un cuadro fijo ad hoc para
ser sometidas á la pose durante un número co-
nocido de segundos.
Conocedor M. Skinner, médico naval, de los
efectos del mareo, después de refle,xiouar mucho
sobre la naturaleza de este horroroso sufrimien-
to ha creído, por fin, haber encontrado su re-
medio.
«Considerando la naupatia, — dice un periódi-
co,— como resultado de un descenso de la presión
sanguínea arterial, descenso que estaría á su vez
bajo la (hípondencia de una excitación del gran
simpático abdominal y de una suerte do inhil)i-
ción riífleja cuj'a excitación sería el punto de
partida, lia tenido la idea de apelar á medica
montos capaces de realzar la jiresión sanguínea,
y ha empleado 3a la cafeína, ya la atropina y la
estricnina maridadas. »
Estando la absorción gastrointestinal suspen-
dida durante el mareo, estas sustancias deben
ser administradas por la vía hipodérmica. Hé
aquí la fórmula que propone el autor en una
nota publicada en La, Semaine Medícale: sulfato
de atropina, 0'04; sulfata) de estricnina, 0'04; agua
de monta, 40 gramos.
Se practica una inyección subcut;lnea de un
gramo de esta solución que contiene un milígi'a- ^
mo de cada uno de los alcaloides.
(
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
727
Si al cabo de dos horas de la primera inyec-
ción el enfermo no se siente ya curado, puede
inyectarse otro gramo de la mezcla, sin ir ya más
lejos por aqnel día. Pai-a un niño de dos años
debe emplearse la sexta parte de la dosis in-
dicada.
M. Skinner pretende haber obtenido á me-
niido efectos sorprendentes de esta medicación,
apareciendo la curación á los pocos momentos
do hecha la puntura. La cafeína, administrada
por el mismo método, le proporcionó también
buenos resultados. Hé aquí la fórmula: ca-
feína, 4 gramos; salicitato de sosa, 3 gra-
mos; aciia destilada, cantidad suficiente
para V centímetros cúbicos.
Iu> úctese un centímetro cúbico de esta
solución, ó sea 30 centigramos de cafeína.
Parece también que una mezcla de co-
caína, cafeína y atropina produciría asimis-
mo buenos resultados. Todas estas medica-
ciones, tratándose de una naupatia simple,
producen cuando menos una satisfactoria
mejoría y casi siempre la curación. En cuan-
to á los inconvenientes que pueden presen-
tar no son de mucha cuenta: un poco de
sequedad en las fauces, ambliopía pasajera,
algún dolor en el sitio de la inyección.
A su vez M. E. Regnault ha puesto á
contribvición, con el mismo objeto, la famo-
sa cocaína: la solución debe ser algo con-
centrada, al décimo, administrándose ya
por la vía hipodérmica, ya en bebida, á la
dosis de 10 á 13 centigramos de cocaína;
dosis que nos parece muy atrevida. M. Reg-
nault piensa que en tal caso la cocaína obra
anestesiando el estómago, como haría con
la piel. Pero una cosa es la piel y otra el
estómago, y ya, hace algunas semanas, di-
mos noticia de los peligi'os que traía consi-
go el empleo del supradiclio alcaloide.
Constante la medicina en buscar reme-
dios para la difteria, hase preconizado en
estos últimos meses dos que parece deberán
prestar buenos servicios, á saber: el ácido
o.xálico y el doral.
El padrino del primero es el doctor Cor-
niUeau quien dice haber curado en Angers
diez y siete diftéricos, enti'e diez y ocho,
nada más que dando al enfermito, cada dos
horas desde el principio del mal, una cucharada
de la siguiente solución: Acido oxálico, un gra-
mo y medio; infuso de te, 120 gramos; jarabede
corteza de naranjas agrias, 30 gramos. Algunos
médicos españolf^s cuentan también maravillas
de este tratamiento, si lúen lo han ampliado con
pulverizaciones de una solución de sublimado
corrosivo al milésimo, buena alimentación y una
medicación eminentemente tónica.
El otro remedio ha sido pi-esentado por M.Mer-
cier, de Besanzón. Este dice que en cuarenta y
ocho horas cura infaliblemente la difteria me-
<liante la administración de jarabe de doral, al
vigésimo, por cucharadas de 2, 3 ó 5 gramos, se-
gún la edad, cada media hora. La mejoría apare-
ce á las veinticuatro horas. Cviración, un 95 por
ciento.
Este método no presenta ningún inconvenien-
te, y parece bastante racional, dado que el do-
ral, en ciertos casos, manifiesta una acción an-
tiséptica, superiíjr quizá á la del mismo ácido
fénico. Hace bastantes años se empleó ya dicho
agente, no precisamente al interior, pero sí en
solución concentrada, para aplicaciones locales,
en esta misma enfermedad.
Alfredo Opisso
LOS COSMÉTICOS
tratado de encubrirlos, aun cuando no hayan
conseguido su deseo sino á medias, ó les haya
acarreado, en ocasiones, enfermedades graves,
sin tener en cuenta que
arrojar la cara importa,
que el espejo uo hay por qué.
La caída del cabello, la cana que asoma inopor-
tuna, la piel arrugada, el diente que desaparece,
son hechos que tratan de ocultarse, como si por
ello no hubieran de existir. Pero, como afirma
.^.1*
constituye el blanco de Kremer, el cual comu-
nica á la piel un hermoso color alabastrino, pero
ejerce una acción perniciosa, sobre todo cuando
el uso se prolonga indefinidamente. Además
presenta el inconveniente de ennegrecerse en el
momento de ponerse bajo la influencia de las
emanaciones del hidrógeno sulfurado, como su-
cede con el gas del alumbrado cuando está im-
puro. No ha sido raro ver muchas señoras, en
teatros donde había fugas de gas, completamen-
te ennegrecidas á consecuencia del sulfuro de
Es ya muy antiguo el uso de sustancias des-
tinadas á cubrir la piel para ocultar los estragos
del tiempo. Siempre han existido personas que,
mal avenidas con los deterioros de los años, han
con ra-
zón un
higienista
eminente, son
vanos los cla-
mores del hombre de
ciencia contra el uso
de los cosméticos en sus
múltiples formas , pues
tal es la fuerza de la cos-
tumbre, que ha llegado á
constitiiir una ley, eñ tér-
minos que sólo prohibe la
higiene aquellos que des-
de luego son perjudiciales, tolerando los inofen-
sivos.
Los griegos y romanos hacían bastante uso
de los cosméticos, sobre todo en tiempo de su
decadencia, y muchos de los que empleaban no
han llegado hasta nosotros. Gritón de Atenas y
la reina Cleopatra dicen que escribieron trata-
dos sobre este asunto.
Son en gran número las sustancias que se em-
plean en el concepto de cosméticos, y en esta
parte delje la higiene á la química no escaso nú-
mero de datos para establecer sus afirmacio-
nes.
Como absorbentes, se emplean varios ¡jolvos
constituidos por el almidón ó el arroz aromati-
zados con esencias. Estos son los únicos que
puede consentir la higiene, puesto que otros son
altamente perjudiciales. Así sucede, por ejem-
plo, con el albayalde ó carbonato de plomo, que,
mezclado con manteca de vaca y cera virgen,
PALACIO DE MECKLENBURGO: EL SALÓN VISTO DE FRENTE
plomo formado á expensas del súlfido hídrico
procedente del gas del alumbrado.
También se usa, para blanquear la piel, el
subnitrato de bismuto, que es el nitrato bismú-
tico tribásico ó magisterio de bismuto; y aun
cuando por sí solo es inofensivo, debe emplearse
con precaución, porque va casi siempre acompa-
ñado de pequeñas cantidades de arsénico blanco
(ácido arsenioso).
El sistema piloso es y ha sido siempre objeto
de gran número de cosméticos. Ya para suavi-
zar, cambiar de color, desaparecer ó aumentar
el cabello, fonnan los cosméticos mi inmenso
catálogo, donde la charlatanería ha tenido no
escasos representantes. Para teñir el pelo se
usan, por lo común, preparados de plata: mu-
chas veces el mismo nitrato de plata en disohi-
ción. La llamada Agua de China está formada
por una mezcla de los nitratos argéntico y mer-
cúrico, ambos en disolución concentrada. Tam-
RAII F nF Nl^
■i>l«it»j—i^
i (dibujo (le Vj. KaA^el )
730
hién usan el artilicio de jieuiaj-se pruuero con
¡•fino de plomo y lavar después el ]>elo con una
infusión de hojas de nojial, asi como el de pasar,
pi>r cima del cabello, jabón que contenga negro
de humo; pero estos ju-ocedimientos tienen el
inconveniente de que sus efectos son muy poco
duraderos.
Los perjuicios o<-asionados por las prepara-
ciones de que forma parte el plomo, han sido
desgraciadamente compi-obados jx)r aquellas
personas que los han empleado con profusión,
como los artistas dramáticos.
El charlatanismo ha designado con pomposos
nombres infinidad de sustancias coraprendidiis
T.A ILUSTRACIÓN IBÉRICA
alcohol á sesenta grados, y se filtra ti-nscurridas
cuarenta y ocho horas.
Resumiendo, debe decirse de los cosméticos
que, en genei-al, son iuiitiles ó perjudiciales. La
ficticia belleza que proporcionan es -A expensas
de la tersura de la piel ó de k salud del indivi-
duo. Forzoso es convencei-se de que la henuo-
sura natural no es posible imitarla, y los efectos
producidos por el artificio sustituyendo á la na-
turaleza, semejan mucho i'i los que lesultan de
los pálidos reflejos de las luces que la industria
humana pi-oduce, comparados con los deslum-
brantes resplandores del astro del día.
T>os mejores y verdaderos cosméticos son la
PALACIO
DE MECKLENBURGO
VAJILLA ANTIGUA DE PLATA
en el grupo de los cosméticos y cuj'os efectos
son más ó menos perniciosos, pero que no han
[Ktdido menos de atraer la atención vulgar, como
sucede con los denominados Leche viryinal, Gre-
tna de belleza, Agiui de Nimn, Tesoro de la boca,
Pomada de las sultanas, Toalla de la diosa Ve-
nus, etc. Así es que, para dar á la piel la colora-
ción que ha perdido con la edad, ó la tersura
propia sólo de los juveniles años, usan diversi-
dad de mezclas, en cuya composición no nos de-
tenemos por ser impropia de este lugar.
En Judea, en Egipto, en Grecia y en Roma,
las mujeres se pintaban las cejas y las pestañas,
y se coloreaban los labios para aumentar «u be-
lleza y llamar la atención. Se han encontrado
también estas costumbres hasta en los pueblos
.salvajes del Asia y del África, como también en
las extensas regiones americanas; lo cual pnieba
que los defectos de la humanidad son iguales,
cnalquiera que sea el país que se considere.
I>as aguas aromáticas que se emplean como
lí.-in/tico son asimismo en gran número. La más
üf.uír-.íhnenUi usada es el agua de Colonia, que
e« ana disolución en alcohol de diferentes esen-
cia», y ctwo empleo no es perjudicial. Una bue-
na fórmula para su preparación es la siguiente;
esencia de l>ergamota, limón y cidra, cuatro jiar-
tes; de canela, una; de espliego, dos; de azahar
y !• ' -i; de mil flores, cuatro; alcohol de
iii'l :]ta; y alcohol de noventa grados,
cuair«j<i<nt<.s ochenta. Se mezclan estas sustan-
cias, y se tienen en contacto por espacio de seis
días, trascurridos los cuales puede rebajarse el
limpieza, la buena aplicación de los preceptos
higiénicos y la templanza en todos los actos do
la vida.
Joaquín Olmedilla y Pino
EL PUBLICO
PÚBLICO, m. Conjunto de las
personas que partícípaa de
íinas mismas aficiones ó con
preferencia concurren li de-
terminado lugar. II Conjunto
de las persona.s reunidas en
determinado lugar para asis-
tirá un espectáculo) 6 con cual-
quiera otro fin semejante.
(La Academia EspaFiola.)
Sucede al público lo que sucede á todos los
poderosos de la tierra, y hasta me figuro que del
cielo: los que más le deprimen cuando no pueden
oírles son los que más le adulan cuando se ha-
llan en su presencia; y no exceptúo de esta re-
gla general al Fénix de los ingenios, al insigne
autor de La Estrella de Sevilla, de La Dama boba
y de tantas obras inmortales, que para el públi-
co escribía, que solicitaba su indulgencia, que
mendigaba su aplauso, que solía llamarle Senado
ilustre y decía después que era justo
liablarle en necio para darle gusto.
Porque, si Ijien dijo eso hablando del vulgo,
sabido es que, para los poetas, vulgf) y público
son una misma cosa.
El público es para los autores una especie de
comodín sobre (juien descargar todas las respon-
sabilidades y á (juien achacar todas las culpas.
Es á manera de galeoto inconsciente, del cual
echan mano los autores para explicar los des-
aciertos en que ellos incurren, así como sancio-
nar los éxitos felices que logran.
— Pero ¡hombre! — se pregunta á un autor
discreto, á un escritor culto, que ha escrito algo
chavacano y ciu-si; — pero ¡hombre! V., persona
do buen gusto, de gran cultura y paladar deli-
cado, ¿se atreve á dar con su nombre trabajos
tan de brocha gorda?
■Amigo mío, — contestará, — el gusto del pú-
Idiro va por ahí, y el gusto dol público
se impone. El paga, pai-a él se escribe,
él concede ó niega su aprobación, y no
liav sino escribir así ó renunciar re-
sueltamente á escribir.
¡ Pobre público ! Bueno y muy bueno
es que tengas anchas espaldas para so-
l)ortar el jiesado fardo que sobre ellas
echan.
¡ Válgame Dios ! (si quisiera valerme)
¡y cómo te ponen de inculto, de estú-
pido, de e.xtraviado, de qué sé yo! Y
todo para disculpar los extravíos, la es-
tupidez y la ineptitud de muchos qne
escriben como podrían freír buñuelos.
Y no es lo malo qne digan eso y eso
piensen los que son incapaces de con-
cebir un pensamiento trascendental y
darle forma y desarrollo artísticos: lo
malo es que esa opinión se extiende'^ y
se generaliza, y llega á ser considera-
da como axioma hasta por personas
doctas y de inteligencia clara é ilustra-
ción probada y reconocida.
—El gusto del púljlico se encuentra
estragado,^dicen muy convencidos; —
las aficiones del público van por derro-
teros de perdición: lo extravagante, lo
chavacano, lo tosco, es lo que ahora
priva; chist^ groseros, actitudes lúbri-
cas, exhibiciones escandalosas, inmo-
ralidades y torpezas: esto os lo que
constituye hoy el arsenal de los i'ccur-
sos escénicos. Aquella delicadeza de
sentimientos, aquellos epigramas finos,
saladísimos y agudos; aquella situación
hábilmente preparada, aquellos inge-
niosos y animados diálogos; todo eso
ha desaparecido y no hay medio de que
reaparezca: si algún autor pretendiera
resucitarlo, el público lo rechazaría. El público
de hoy no quiere delicadezas ni ingenio: sólo
quiere chocarrerías y desvergüenza.
E pur si muove... y, sin embargo, el público,
hoy como ayer, aplaude lo bueno y lo celebra, y
sabe estimarlo y lo saborea.
Es cierto, muy cierto, que el gusto del públi-
co ha experimentado modificaciones importan-
tes: ¿cómo no si en ol trascurso del tiempo se
modifica todo y todo se trasforma? Trasformado
está el gusto del público: es verdad; poro no en
el sentido en que por lo general se cree. Preci-
samente es en sentido contrario.
El gusto del público es hoy mucho más deli-
cado que era antes. Su juicio ha madurado, su
cultura es mayor, y mayor, por consiguiente, su
exigencia.
El gusto, lejos de haberse estragado, se ha
depurado y es más exquisito que era hace algvi-
nos años; y esto es lo racional y esto es lo lógi-
co: pensar otra cosa sería cegar los ojos á la luz,
desconocer y negar la ley del progreso. Cuando
todo adelanta, cuando se perfecciona todo, ¿va
á ser el gusto del público lo único que retroceda
y empeore? ¡Oh! No: esto no podría suceder ni
sucede.
Ijo que sucede aquí es que vemos y tocamos
los efectos y no hemos atinado con las causas:
para explicamos aquéllos señalamos éstas, y en
eso está la equivocación. Porque la muchedum-
bre llena todas las noches los teatrillos de fun-
ciones por horas y no concurro sino muy de tarde
en tardo á los teatros en que se le dan funciones
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
731
serias, queremos creer que la toudencia del pú-
l)l¡co va extraviada, y que busca lo malo en voz
de buscar lo bueno. Es un error.
El nivel intelectual del país ha silbido inncho.
Concretando estas reflexiones á Madrid, bien
puede asegurarse que las nueve décimas partes
de los que hoy concurren al teatro, y allí gozan
y en él disfrutan, pertenecen á las masas cuyos
representantes, hará treinta ó cuarenta años, no
sabían lo que era una representación teatral.
No somos aún muy viejos los que hemos co-
nocido en Madrid dos ó tres teatros solamente:
El Frincipe, Jji Cruz y El Instituto; que con ser
tan escasos en niimero, y con tener, por lo co-
mún, excelentes compañías, estaban casi siem-
pre vacíos. En Madrid no había entonces público
bastante para sostener dos teatros, que perma-
necían cerrados la mayor parte del año, y en
que, aun en la corta temporada teatral, no se
daba función diaria.
Desde aquella época á esta, ¡qué diferencia!
En Madrid existen hoy, casi constantemente
abiertos, doce teatros; y para todos hay público,
V en todos se ve animación, y á todos va la con-
currencia cuando una obra gusta y logra cele-
bi'idad.
Esos espectadores que concurren á los teatros
(le á real no son público arrebatado á los teatros
formales, sino todo lo contrario: forman un pú-
blico que ahora comienza á frecuentar esos si-
tios, que poco á poco tomará afición al arte, y
(pie mañana, depurado su gusto, no se satisfai-á
con juguetillos insustanciales y habrá menester
de alimento espiritiud más nutritivo.
Pei-o así como el parroquiano de la tabei-na .'ío
ha elevado á espectador de los teatros pequeños,
el antiguo concurrente, por extraordinario, á la
i-epresentación de comedias y dramas, se ha edu-
cado más y es más -exigente: para satisfacei-le
lioy, ])ara llenar sus aspiraciones, para respon-
dei- á sus deseos, se necesita algo más que una
docena de quintillas bien escritas por el poeta y
bien recitadas por -el cómico; y como dai'le una
ccjsa buena no es tan fácil hoy como ayer lo era;
como á veces el poeta se empeña en echarlas de
])adre maestro, y de predicador, y de consejero
jjara el público, que no necesita consejos, ni
gusta: de sermones, ni busca maestros, y que
suele- saber más que el pretendido maestro; ocu-
rre que, en ocasiones, ese mismo público, entre
pasar tres ó cuatro horas escuchando algo que él
tiene sabido de sobra y que le quieren dar como
cosa nueva, y distraer el ánimo viendo alguno
de esbs disparates que cuando menos provocan
la risa, opta por esto último.
Esto no quiere decir que su gusto esté estra-
gado: significa solamente que no le sirven el ali-
mento exquisito que necesita; y á- falta de él, y
en espera de que llegue, pasa el rato como pue-
de y lo menos mal que puede.
Esta es la verdad, y de ello se convencerán
los autores cuando estudien mucho, lo bastante
para ponerse, por lo menos, á la misma altura
que la generalidad del público, y escriba,!! obras
(liguas de un público inteligente é instruido;
más inteligente y más instruido, y por lo tanto
más exigente, que el de la primera mitad de
e.ste siglo.
A. SÁNCHEZ Pérez
AL MAR
LA ESCÜLTUBA ENTRE LOS
Cuando te miro en hoi-as de tormenta
rugiendo con fui'oi-,
me pareces el alma de u!i celoso
que su dicha perdió;
y si te miro en horas de molicie
inundado de sol,
gigantesca esmeralda me pareces
del anillo de Dios!
Jusí; M.a m: i. a 'rdHKi;
I. .Monumentos funerarios.— il. La eruz y el Cristo.—
III. San Juan de Baños.
I. Desciibrense en bastante número (1) se-
pulcros pertenecientes á la civilización visigoda,
MOZART (estatua por Barrías)
K.Kl'OSrCIDN l>K ItKÍ.I.AS ARTKS I)K l'ARÍS: SAL(>N UK 1SS7
debiendo tenei-se por tales algunos que, despo-
jados de omanientaciói! y labrados con no escasa
i'udez'a, han sido considei'ados de más i-emota
antigüedad. Por
testimonios es-
critos consta la
existencia de los
sarcófagos exen-
tos. Puede in-
ducirse la de los
murales fundán-
dose en la prác-
tica de colgar so-
bre los de los
santos, mártires
y otros hombi'es
insignes , palo-
mas y coronas,
lo cual no podría
hacerse sin fijar
las cadenas en
los puntos cen-
ti-ales del intradós del arco; pero confirma la
conjetura el que se conserven actualmente, como
únicos ejemplos de sepulcros murales, á la vez
que del ai-to latiiiobizantino, dos que .se hallan
en ol que fué monasterio de Nuestra Señora de
Covadonga, erigido en 740 j)or Alfonso el Cat<>-
lico. Estos sepulcros contuvieron los cadáveres
de los primeros abades, y hoy en uno está el
del primer marqués de Pidal, descansando la
caja sobre tros leones (1).
En León (Catedr.: claustro) haj' incrustados
en los muros algunos sepulcros pertenecientes á
su primitiva basílica, Santa María de Regla.
También eii Oviedo (Museo), procedentíis del
monasterio de la Vega, y en Salamanca (Cate-
dral vieja) además del i-elieve de su claustro
leutien-o del Salvadoi-).
Siendo pocas las losas sepulci-ales que cono-
cemos, debe meucionai-se la del presbítero Cris-
pin, descubierta por el señor Amador en la ba-
sílica destruida de Guarrazar, del viil, que
ostenta una cruz griega encerrada en un círcu-
lo (2). Descripción niás detallada ha merecido
la piedra sepulcral de San Honorato, sucesor de
San Isidoro, existente en Sevilla. (Bibliot. Co-
lombina: muro de la escalera) (8). Es una tapa
de sepulcro con extensa inscripción y ornatos,
algunos profundamente tallados. Debe ser del Vil
siglo, en que coniienzan los visigodos, -aunque
tímidamente, á alterar el alfabeto romano que
adoptaran.
En la pai-te inferior de sus tres casas coi-i-e
una orla, formada de dobles ángulos agudos
ligados entre sí, á manera de una cinta de
puntos: estas fajas dejan espacio enti'e ellas pai'a
otra de la misma figura, pero siendo los lados
del ángulo mucho más cortos. En las casas late-
i'ales después de la orla hay espacios que ocupan
cuatro círculos (dos con una flor de ocho pótalos
ovalados agudos: dos con floi-es i-adiadas, cuyos
i-ayos, que nacen de un botón central, se inclinan
todos hacia la derocha). Separa los cuatro cíi'cn-
los una flor colocada en medio de dos ramos
hoiizontales. «Desde la línea en que tennina
este onia1;o está la piedra profundamente tallada
en toda su extensión, produciendo un dibujo que
resulta de la conibinación de una faja horizontal
lie circunferencias tangentes, á la que coi-ta la
inmediata superioi', de modo que las de esta
segunda son secantes á las de la primera, y así
sucesivamente en las demás. Esta fonna una
serie de flores de cuatro pétalos, que destacan
sobre el fondo que se vació al trazai' las circun-
ferencias. »
En general la ejecución es vigorosa; pei-o no
esiuei'ada ni sujeta á trazos geométricos, lo cual
pi'oduce desigualdad en las formas.
Los rasgos bizantinos de esta piedra son:
a, las líneas quebi'adas de ángulos agudos igua-
les, paralelas entre sí (conio en la corona votiva
de Recesvinto hallada en Guarrazar); 6, las cir-
cunferencias que llevan figuras inscritas ó flores
(como en dicha corona y en su remate colgante,
. en el fragmento de la piedra túmulo del VI,
1 en el Museo de Sevilla y en la iglesia de Teoto-
! eos, Constantinopla).
I En el Museo citado de Sevilla está la lápida
.\iiinili.r di-lcs Hk." .1 Viis is¡j íh anliíj.. I, púg. 239.
TEWKESBURY
de Octavio, del vi, cuyo emblema es latino
(1) Descripción detallada: pág. 240. Diseños en loa mona-
vientos arquUecítmicos.
(•2) Mayores detalles en el Arte latino-bizantino del mismo
autor.
(3) Boutelón: Rev. de Fil : Sevil., ni,.pág, 439.
/-^^^J^LMO^lzár
NAPOLEÓN Y JOSEFINA (cuadro de Eleuterio PagUano)
EXPOSICIÓN GENERAL DE FILIPINAS
INSTALACIÓN DE LA BOA. -INTERIOR DEL PALACIO DE CRISTAL.-ANIM ALES Y PLANTAS. (Dibujo de 1'. y ValoiJ
734
I.A ILUSTRACIÓN IBÉRICA
1,1a crwí y á cada lado un ave que se dirige al
centro, como se ve eu las Cat-acumbas) .
II. f;Conoci6 la Iglesia visipcKla la cruz y el
irucitijo? La antigüedad de aquélla es más re-
mota que la de éste i^li. La de fonua latina está
representada en las más antiguas descripciones
sepulcrales, y en un monumento que se supone
ser del siglo 1. Esa i-epivsentación eu inscrip-
ciones sepidcrales se multiplica desde el hallaz-
go de la verdadei-a cruz por Santa Elena, i;iadre
«le Constantino, especialmente en el v. A esta
forma de cruz sigue la llamada tnomimen-
tal, que af»rece por vez primera en las Catfl-
cumlja« del cemen-
terio Ponciauo, en
pI siglo vni. Por lo
que hace á España,
la cniz triiuifante,
con uua corona que
circunscribe el mo-
nograma de Cristo,
y dos palomassobre
los lu-azos, se ve en
el sarcófago de Va-
lencia, hoy en el
Museo Anpieoló-
gico.
Los visigodos- po-
nen la cruz en las
monedas; pero jjor
la influencia proce-
dente de Bizancio,
adoptan la croz
griega, de cuyo tipo
e» la famosa de los
Angeles ó de Alfon-
so el Casto, guar-
dada en Oviedo (Ca-
tedral.)
Pero la existen-
cia del crucifijo en
aquellos siglos, es
de más difícil prue-
ba, y, por lo que
hace á España, pw -
de negarse, f Ají:
rior al siglo \i,
dice el Sr. Assas,
no hay imagen de
Jesucristo en la
cruz, <lc uso gen'
ral; pues el grati
del Museo Kircher,
«■n Roma , del si-
glo III, que repre-
senta un personaje
cnicifijado, con ca-
beza de asno (los
cristianos eran in-
culpados por los pa-
ganos de ser ado-
radores del asno
sUvestre ú onagro), aunque coutuviera la ima-
gen de Jesucristo, como deduce el P. Garucci
Cll crodfixo graffito, 1857), no demuestra la
frecuencia del uso de la imagen, que hay que
fijar en el Vi; mencionando San Gregorio de
Toufs uno pintado de este siglo, en Narbona, y
siendo el del tesoro deJIonza, procedente de
Snn Oi-.jTí.nr, »■! Magno, del vil.
La iijjrisintación de Jesucristo desde el VI
en Occidente, s*" hace primero bajo la figura
de cordero, luego en persona (cabeza ó l)UHto,
;,ero no cnicificado;, más tarde de ambos modos,
iiidi-^rint.-inifiite. Aun en el X, el falso concilio
•'.' iiopla in Trullo (952) manda se
p"' . 'gen human» de Jfsufristo en lugar
del cordero.
En Esfjafia Habido e.s 411.- <1 concilio de Ili-
Ijeriu, del iv, estableció en aljsoluto la pro-
hibición de que hubiera pinturas en las iglesias,
con el intento de prevenir la idolatría, tan arrai-
gada en las costumbres, que aun en el VII
habían de condenarla los concilios de Tole-
do III y Xn, reproduciendo la prohibición anti-
gua del iliberitano. Sólo se pintaban ángeles.
Pero de imágenes de Jesucristo no se tiene no-
ticia, conjeturando que las más antiguas no re-
montan niiís allá del x i^Godoy).
III. Divididos se hallan los ¡lareceres sobre
el arte que se muestia en la iglesia de San Juan
de Baños, tal como hoy la conocemos; divei-sidad
antigua entre nuestros arqueólogos, como puede
verse en el Caveda. En esa iglesia e.\iste actual-
mente ima estatua de mármol blanco, que debió
estar dorada y j)intada, imagen de San Juan
Bautista. Descn'bela el Sr. Rada (2\ diciendo
NUESTROS GRABADOS
TIPO MADRILKSo
/.líTS-i'OHS rtí íííiíís Barcflotic
une anfUiíouífe att tfint bruñí, etc.?
FLORISTAS ROMANAS (<:ua.lio ile I'oyiiUj <
que SU parte posterior está sin modelar y es
plana, como si sirviera la estatua para adosarse
á un muro; por Ib cual, más bien parece alto re-
lieve. La cabeza es del tipo con que los escul-
tores romanos representaron á Júpiter, falta de
expi-esión ideal, como obra del arte pagano, y,
por lo mismo, ejecutada según sus bvienas má-
ximas. Las piernas están modeladas con más
descuido: son delgadas, rígidas, simétricas en
su disposición y fonnas, y su dibujo en los extre-
mos es defectuoso. En esto, como en ser la mano
iz<|uiorda uiayoi- que la derecha y con movi-
niienfo demasiado violento, se observa la com-
pleta decadencia del ai-te.
Esta í-statua es la más impoi-tante visigoda,
ya que por su falta de idealismo no puede ser
obra do la edad media y que su placidez y tran-
quilidad acusan la influencia pagana. Siendo
así, es pi-ueba de que la estatuaiúa fué conocida
de los visigodos, contra lo que se ha repetido.
Eduakdo S01.KK
.1; (..,.■
.VdJ!. ttp '
f-'cmarulo
la fTiiz y dtí crucifijo tu Kiípnfiit;
'•'«(lámina»). Awui»; CruHfiJo ile \
lüj Mut. e»p. ilt: imtifi., 1.
KsH madrileña representa, sin duda, el tipo d« gitlilu,
pero no esta expresado eon la fogosidad inic reiiuiere su
inlcresante argumento. Con todo, es- muy l.onita y no deja
de ofreeer un aspeeto bastante picante vista asi. Proliahle-
mente las cosas deben verse de distinto modo según quien
las mira, y asi se comprende ijue cuando vienen extranjeros
11 visitarnos descnlirtni
las cosas niásestupeudns
del orbe.
I.ONDKKS: Kl. I'AI.ACIO
UK MECKLKNBllKiO
Ociijia este pahu-io el
número 4(5 de la calle de
su nombre, siendo pro-
piedad actualmente del
opulento mejicano se-
ñor Sala, que lo ha con-
vertido en un precioso
museo , llevado de su
depurado gusto de co-
leccionista. Pueden ver-
se en este número la dis-
posición de algunas
piezas y varias de la-s
rarezas artísticas alli
conservadas.
EXPOSICIÓN
US BELLAS AHTKS UE l'ARÍS
SALÓN DE 1887
Es M. Julio Bretón
un incorregible idealis-
ta, lo cual no quita que
sus paisajes sean paga-
dos á peso de oro y cons-
tituyan la admiración
de los inteligentes , asi
por el conocimiento de
la perspectiva aérea co-
mo por el modelado de
las figuras, y lo mismo
por la luodeimidad del
sentimiento que por la
gracia idílica de sus es-
cenas. Huen testigo es
de ello A campo travietta.
Le «oír de M. Duez es
una vasta tela destinada
á contener tres vatras
que pacen en medio de
un paisaje todo verde,
que contrasta con el tono
entre violeta y lila del
iiuir que sirve de fondo
al cuadro. Ks un lienzo
decorativo muy armo-
nioso por la atinada su-
perposición de las dos
musas de colores violentos. No cabe negar que la obra respira
cierta grandiosidad y misterio que la hace muy agradable.
I'or diferentes mares navegan M. Gilbert con su Marche
¡iautomne, suculento poema realista que pide á voces una
cocinera que so encargue al momento de guisar una gibelotíc:
y M. Sicard, que en Después del desafio puede alabarse de ha-
ber añadido tina elocuente página más á La morale en actíon.
En cuanto á la estatuita de Mozart por M. C. Barrios, es
verdaderamente sorprendente, y por ella merece mil pláce-
mes su autor. Bien se ve que el eminente escultor quiso
echar alil el resto.
I.A -VENi:.-! A(iACHAÜAi UEÍ, I.OUVHK
Kue deseui)ierla esta Venus en Viena del I^elfinado (Fran.
cia), y al decir 1'chks hablamos como habla la generalidad,
pues nada prueba que represente efectivamente tal dlvini-
da<l, siendo meramente un tórmino convencional para de-
signar una hembra de notable hermosura. En realidad se
trata de tnia mujer absolutamente terrenal, digna de medir-
se, á pesar de su humilde esfera, eon las famosas Venus de
Milo y de Mediéis: una obra natvraliiita, pero llena de en-
canto, de dulzura y de suavidad.
IIAILE DK NlSOS
Dibujo de E. Ravel
Como dibujo no hay más que pedir: es cosa buena. Kcs-
liecto al asunto, hay mnclio que decir, pues andan muy divi
didas las opiniones acerca de la coreografía infantil.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
736
TE«KESBUBY
Es esta una antigua ciudad del condado de Glocestor, la
cual, á pesar del trascurso de los tiempos y de formar par-
te de la iudiistrialísima y progresiva Inglaterra, no parece
querer salirse de su paso, apareciendo hoy tal como se la
vela en los buenos tiempos de la edad media.
La verdad es que, con sus viejas constrttcciones ojivales y
lii i>rolunda tranquilidad en qtie vegeta, ni envidiada ui en-
vidiosa, parece que no lo pasa del todo mal, apareciendo
más original y tipica que las demás ciudades que han que-
rido trasformarse y no han hecho más que volverse monó-
tonas.
NAPOLEÓN Y JOSEFINA
Cuadro de E. Pariliano
Napoleón no í'ué un Bizco del líorge, como opina Tain^-,
ni un San Vicente de Puul, como qiiiso decir el malogrado
Alberto Duruy: fué, sin duda, hombre de gran talento, pero
no le libró esto de tocar muchas veces el violón como el lil-
timo ministro deMadrid. Así, nada más disparatado é inicuf>
que su divorcio. ¡Fragilidad, tu nombre es... Napoleón!
¡Pensar que el brutal marido aquél era el mismísimo general
Bonaparte que desde Egipto le escribía á la viuda Be&uhar-
nais, á la hechicera criolla, á la discretísima y gentil Jose-
fina, las cartas más admirables, más arrebatadas, más fogo-
.«as, más sentidas, más enloquecedoras, que podría forjar el
mismo Víctor Hugol Todo lo olvidó, sin embargo, para ca
sarse con María Luisa de Austria, verdadera alma de cántaro
si las ha habido nunca.
EXPOSICIÓN GENERAL UE FILIPINAS
Finalizamos hoy la serie de nuestros grabados sobre la
interesantísima Exposición celebrada en el Parque de Me.-
drid, con la reprodución del interior del Palacio de Cristal,
del cual hablamos ya anteriormente. La curiosa instalación
de la serpiente boa y algunos ejemplares de la fauna filipina
completan el bello dibujo, que, como todos los anteriores,
creemos habrá llamado la atención de nuestros lectores por
su artística ejecución.
FLOKISTA.S ROMANAS
Cuadro de Poynter
Pintura brillante y perfectamente acabada. La luz está
distribuida con laudable exactitud, el grupo de figurases
excelente en punto á expresión y ademanes, y los ropajes y
mármoles están reproducidos con fina realidad.
Es un cuadro muy gracioso, cuyo arcaísmo no pasa de
los limites de la discreción.
RODOPE
Busto en bronce por llarry Hatea
IJistínguese esta escultura por la elegante distinción del
estilo asi como por la delicadeza del modelado. Es una figu-
ra dulce y bella, que expresa sentidamente el carácter
del tipo.
-'íp'
EL ALCÁZAR DE LAS PERLAS
LEYENDA ÁRABE
ORIGINAL DK
Juan Garcia-Goysna Alzugaray
El sol, como una lámpara de fuego, centellea
esplendoroso sobre la.s blancas ctipulas de la
Sierra de Nieve, envolviéndola en su flotante
ti'inica de oro. La vega, sumergida en vm mar do
luz, se estremece de placer á los besos de la
mañana, agitando al soplo de las embriagadoras
auras su palpitante seno, que levanta, en olas de
esmeraldas y topacios, sus yerljas y sus mieses,
como oriental odalisca perezosamente reclinada
sobre las ricas alcatifas de colores de un diván
damasquino. La Alhambra, con sus cien torres
coronadas de adarves y atalayas, resplandece
sobre la colina roja, despidiendo deslumbradores
relámpagos que sobre ella se enroscan como
blancas nubes de encaje donde se retorcieran
los rayos de una tempestad de fuego sin poder
atravesar el toldo de verdura de sus espesos
bosques; y la torre de la Vela, soberbia y orgu-
ilosa, cf)ionada de plateadas nubes, y rompiendo
celajes de grana y amaranto, se yergue en sus
gigantescos inui'os sobre esa atmósfera de nácar
impregnada de esencias, sonidos y matices in-
comprensibles, que rodea á la perla de occidente
como fanal de vistosísimos cristales donde con-
densa sus misteriosos amores.
Apoyados en el marmóreo alféizar de uno de
los calados ajimeces de la torre, discurren dos
personas en animada plática. En los rasgados y
tranquilos ojos de uua de ellas reluce toda'la
augusta calma de la majestad y el poderío: en
las negras y profundas pupilas de la otra brillan
las liuninosas ráfagas de la pasión y el genio. Al
fresco soplo de las brisas matinales se ve flotar
levemente el sayo negro y la toca verde, entre-
rioso de aquellas encantadas torres, mansión do
famosísimos alcaides, que relatan las árabes le-
yendas, 80 abre un esbelto arco donde campea
la ojiva con toda su ligera vaguedad, ofreciendo
entrada á la vistosa estancia donde platican Al-
hamar y Azhuna. Sus espléndidas paredes, fes-
toneadas do hermosos azulejos de mil colores, de
riquísimos calados por donde resbala la luz de
la mai~iana, despiden deslumbradoras chispas
que semejan el magnífico incendio de un castillo
de bengalas. Una mesa con tablero de ágata y
pies de oro se ostenta en el centro, cubierta de
RODOPE (busto en bronce por Harry Hatea)
lazada de hilos de gruesas perlas, que orna la
tostada frente de los hijos del Hegiaz, junto al
blanco turbante y el sencillo albornoz de los
maghrebins. ¿Por qué extraño capricho de la
suerte se hallan unidos en íntimo concierto la
enseña de la gloria con la del trabajo? Uno es
el poderoso emir Dohamed Ben-Alhamar, el am-
paro de los pobres, el consuelo de los afligidos,
el protector de los sabios y artistas; y el otro
Azhuna, líl famoso arquitecto, el hábil artífice,
el que, hijo de una esclava, humilde como el pue-
blo en cuyos i'iltimos peldaños se meció su cuna,
supo elevarse hasta la altura del emir, protegido
por -Alá, que encendió en su ancha frente esa
chispa misteriosa, pero infinita, que se llama
idea. Ocupan una de las ricas estancias de la
famosa torre.
Atravesando su angosta puerta, al oriente de
la fortisima Alcazaba, sus oscuros corredores y
su estrecha y toi'tuosa escalera alumbrada por
rendijas que le dan el aspecto sombrío y miste-
revueltas hojas de finísimo papel de hilo donde
destacan los ligeros trozos de geométricas figu-
ras, enlazadas ya en sutiles y vaporosos giros
como palacios de hadas, ya en robustas y sober-
bias líneas como alcázares de hierro. A su lado,
un diván, vestido de recamada seda azul turquí
como sus largos flecos, convida al descanso con
sus blancos almohadones bordados de oro. Desde
su estrecho ajimez de mármol se contempla todo
el oriente de la colina roja, con sus seculares
bosques y sus murmuradoras cascadas, con sus
fastuosos jardines y stis altivas fortificaciones.
A las plantas de la Vela, y á la manera de ancho
coro, se dilata la Alcazaba, alfombrada de fra-
gantes flores que embalsaman el aire, de bos-
ques de palmeras que sacuden sus penachos de
oro, de hermosísimos naranjos que columpian
sus sazonados frutos color grana en tomo de una
riquísima fuente alabastrina, de una de esas
raras joyas árabes trabajadas'contra los precep-
tos de la ley muslímica. La cuadrada taza, de
736
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
mármol blanco de Macael, sostiene un estrecho
saltador que derrama en ella las brillantes olas
de límpida agua procedente del profundo aljibe
recostado junto i la pendient* rampa que con-
duce á la Vela. En la pared extema de la fuente
cuatro leones
á luio de sus extremos. Después la Alhainbra,
con sus tupidos bosques de plateados álamos,
con sus pendientes coronadas do floridos almen-
dros; de un lado toí'res bermejas, con sus rojos
muros y la puerta de Bib-el-Aujar, sobre ol ba-
vega, como rico chai indiano de múltiples mati-
ces, con sus huertos y sus cármenes, sus cortijos
y sus sierras, sus olivares y sus viñedos; y, por
todas partes circuida de misteriosos sonidos y
deleitosas esencias, Granada, «el verjel amení-
simo donde las
despedazan á
otros tantos ve-
nados, y alre-
dedor de ellos
se desliza ima
faja de menu-
dísimas labo-
res con un le-
trero cúfico
glorificando á
Alá. Enfrente,
la toiTe Que-
brada con sus
tristes mazmo-
rras, y la del
Homenaje con
sus sombrías
salas, sirven
de avanzadas á
una hilera de
almenas y to-
rreones que
• ierran la Al-
razaba entre
sus mtiros de
granito. De-
trás^ de éstos
se percibe el
cubo semicir-
cular que sirve
de entrada al
interior de la
Armería. A la
derecha ondu-
lan los adar-
ves, hermosea-
dos con visto-
sos jardines
llenos de salta-
doras fuentes,
de naranjos }'
limoneros que
aroman la at-
mósfera con su
azahar y cu-
bren las pare-
des con BUS
verduras, de
graciosos tem-
pletes, forma-
dos por entre-
lazados arbus-
tos y guirnal-
das de jazmi-
nes y rosales,
con asientos
de piedra. Más
lejos, tras los
ovalados arcos
que conducen
á la fortaleza,
la ancha plaza
de los aljibes,
«nbierta de ci-
prcses, aloes y
nopales, te-
jiendo frescas
írnitas y triun-
fales arcos, vis-
tosos canasti-
llos y espléndi-
dos paV)ellone«,
se extiende, co-
mo rica entra-
da del miraV>, que se levanta con su ajimez de dos
arcos, sus delgadas columnas, sus airosos capi-
teles, sos cinceladas fajas de cintas y de flores,
EXPOSICIÓN DE BELLAS ARTES DE PARÍS: SALÓN DE|!887
A CAMPO TRAVIESA (cuadro ile Juluí Bretón)
LA TARDE (cimdro du Uuer)
rrio de los üoiiielu.s, coa .su doVjle guardia; de
otro el Dauro abarcando como una faja de plata
los contomos de la hermosa colina; enfrente la
frutas se suce-
den sin inte-
rnipciónydon-
de 60 encan-
tan las criatu-
ras» (1). A la
izquierda se
yergue el Al-
baicín, con sus
misteriosas
moradas, nidos
de amores y
delicias; con
su alcázar re-
gio, con su ca-
sa de moneda,
con su mezqui-
ta suntuosa. A
su lado se
arrastra la Ca-
dima , oscura
colmena del
infatigable he-
breo. Junto á
ésta se extien-
do la Alcazaba
Cidid, con sus
dos barrios de
tejedores y
mercaderes,
con su Ilajeriz
ó del deleite,
tachonado d e
frondosos cár-
menes, de ame-
nos jardines,
de espesos ár-
boles, de puras
aguas á quie-
nes da grata
sombra el odo-
rífero avella-
no; con su
puerta de El-
veira, entrada
al barrio del
Zenete, donde
pregonan los
Beni - Zcnctas
sus hazañosos
hechos contra
las huesjtes
cristianas. Y
entre la Al-
hambra y el
Dauro, que se
desliza bajo
sus arcos ára-
bes, pendiente
como guarida
(le gamuzas,
Muror y la An-
t oqueruela
destacan sus
humildes 'ca-
sas, pobres , y
sencillas como
sus modestos
habitantes. To-
do esto espec-
táculo grandio-
so, todo este
panorama sor-
prendente, flo-
ta envuelto en los destellos de la mañana ante
las vagas miradas del emir y del artista.
(1) Abu-Abdalla, historiador árabe. (Se continuará.)
IDIRBTIinÓJ: r«rtí», 3Í5-J6T. Eanói Xoiiíai. fdit/ir.-BMcrtados los lifrofliM df prn[iip(lad arlístira t litfraria. -Las rcrlamanonfs en Madrid, al representante do esta tasa, D. Mann»! Pía y Valor Apodaca, 10, 2."
-^ INSÉRTESE Ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL )■«- ■ —
Edtablkcijiiíkto TiPOMTocnXrico vk La Ilustración Ibérica: Vau.k dk Cortkh, n."" MS y Sfi7. — HARCKI.ONA
SEMANARIO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
Vl'.<>.S*>s
Año V
Barcelona 19 de noviembre de 1887
Núm. 266
TERRIBLE COLABORADOR (cuadro de J. Mukaruwsky)
738
TA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
SUMARIO
Tuno.— JVadríd. Cartai á mi prima, por Femanflor.— (/na
nmamta (continuación), por Manuel AmorMt>ilán.— £0
inMmitamfnti pequeño et roiiía dt lo injlnitamentt: grande
:ii: culo sin traacendencis), por Rufino Blanco y Sánchez.
Umoret póttuimot, por -Vntonia Opisso.— Jí» Itvt Hubfs,
por V. Colorado. — OfrtoiiKn eietUi/leo, titerario y artístico
dei •Ateneo Catino Obrero- de raíoiota,- Nuestros graba-
dos. —B aleózar de bu pertai (lejrenda árabe) (continua-
ción), por Juan Garcla^joyena .Ufugaray.
Ueasádos.- i Terrible colalwrador!'— £<u Bellaé Artes en In-
glatem: La Pa*. Dos cnerdas para un arco. Salvamento.
la tarde. Concierto de invierno. Dehesa.— Ofcro» de Nieo-
Ut Puñno: La mujer adúltera. El Diluvio. Pastores de
AifáiA.— Siena: Plaza del Mercado. Candelabro de bron-
ce. Loggta del Casino de Nobili. Candelabro. Interior do
la Catedral. San Domenlco y la Catedral vistos desde la
muralla.— Museo de Birmingham. -María Antonieta sa-
liendo del Temple para ser conducida alcadalso.— Des-
poja del baño.
MADRI D
P»r'^»s 4 s%l psiiE»,»
LA VIRUELA
fl'ERlD.\ Carmen: Al dar ayer cuenta un re-
vistero de salones de que en la función del
teatro Real brillaban por su ausencia muchas
elegantes damas, atribula su falta nada menos
que á estar dichas señoras recientemente vacu-
nadas, y, por lo tanto, recogidas en su hogar al
cuidado de su belleza. En efecto, la viruela reina
en Madrid, y, como es natural, se preocupan de
sus estragos principalmente los que son padres
y las que son hermosas. Si quieres saber lo
que vale ser bella, es decir, lo que vale el don
que tú por nacimiento tienes, pregiintaselo á las
feas: sólo éstas son dignas apreciadoras del va-
lor incalculable de la hermosura.
A nada ni nadie tiene que temer una mujer
hermosa si no es & la viruela. Llena está la his-
toria de relatos en que se nos presenta á la mu-
jer, humilde por su cana, remontada luego á las
mayores cúspides por la sola virtud de sus en-
cantos... ¿A qué citar los nombres de reyes, de
varonea ilustres, de sabios profundísimos, todos
ellos rendidos al prodigioso imán de una mujer
bella? Aqniles, Pirro, Temistocles, Alejandro,
César, Augusto, Antonio, Severo, David, Salo-
món, Anibal, Atila... ¡el feroz Atila! cuantos
vieron postrado el mundo á sus pies; ¿no se cre-
yeron felices al postrarse ellos delante de una
mujer encantadora, quizás no virtuosa, quizás
impura cortesana? De Alarico, rey de los godos
y vencedor de Europa, se cuenta que, enamora-
do de Pintia, rebajábase al extremo de limpiarle
el calzado. Pero, ¿qué digo, ' rebajarse? ¿Habría
ser más dichoso que él cuando se inclinaba so-
bre el diminuto borceguí de su amante y pen-
saba que era todavía holgada cárcel del pie que
á capricho le guiaba? No hay poder, no hay
resistencia contra la hermosura; y todos los días
vemos que los más altos destinos se conceden á
la influencia de la mujer, que los jueces no dejan
torcer la vara de la justicia por manos fuertes,
pero si por manos blandas; y que el vicio, si tie-
ne lindo semblante, se lleva las consideraciones
y los honore« y las riquezas que debieran co-
rresponder tan sólo á la virtud. «¿Quién es ella?»
se ha dicho siempre, buscando la explicación de
los conflictos entre hombres... ¿Quién es ella?
¿Quién ha de ser? ¡Una mujer hermosa!
Jamás hubo leyes contra la hermosura. Allá
en la remota Grecia se vio que los más ilustres,
sapientes y esforzados varones se reunían en la
tíTttilií. íle las pecadoras y allí trataban los asun-
Um de Kstado, y allí se decidían la paz y la gue-
rra. Creia.se que al dar la naturaleza la hermo-
stira imfKinia un rey; porque si todo el Universo
demuf'Stra el poder divino, más lo demuestra la
belleza, ef|uil¡brio de las perfecciones creada.'j
por Dios; y ante la hermostira deponían aquellos
filósofos su moral, los guerreros su audacia, los
sabios su ciencia, y su voluntad todos... Aunque
viciosa, la hermosui-a resplandecía, desluiubraba,
y todos acudían como acuden las mariposas á la
luz: felices cuando sus alas se al)rasan en ella.
Desde los días do Grecia los siglos se han |)aro-
cido, pasando por Niñón de Lenclós y llegando
á este, en que podéis i-egistrar los libros del per-
sonal de los ministerios paia convenceros de que
muchos de los disfrutadores del presupuesto de-
ben su dicha, más que al mérito, al iiiflnjo ile las
mujeres bonitas.
¡Ay! ¡Infeliz de la qiie nace hermosa! — dijo el
poeta. — No es cierto: ¡dichosa ella! Verá rendidos
á sus plantas á los hombres; los verá llegar con
ramos, con joyas, con escrituras de hoteles que
ellos les ceden; con herencias cuantiosas... ¿Qué
les piden en cambio? ¿Talento, instrucción, cora-
zón bueno y sentido? ¿Ni siquiera corresponden-
cia de amor?... ¡Nada de eso! Una mirada... Algo
que les conceda preferencia sobre los demás
hombres, que, por serlo, deben estar envidiosos
ya de semejante dicha. Nada les parece bastante
para merecer el más pequeño valor; y si es pre-
ciso arrostrar peligro de muerte, se. batirán por
una flor, por un gesto, por una mirada, y recibi-
rán en el cuerpo un palmo de hierro, una onza
de plomo, una cuchillada feroz... ¡Agradar á las
hermosas! ¡Esta es la misión, y el deseo, y la es-
peranza, y la felicidad de los hombres! El día en
que la hermosura no hace palpitar ya con dulce
calor nuestro corazón, ¿para qué la vida? ¿para
qué los desasosiegos, y los trabajos, y los delitos,
y los crímenes que á veces cometemos? ¡Oh, her-
mosura! Sólo los cadáveres pueden ser insensi-
bles á tu poder; y los cadáveres tienen su sitio
marcado: el sepulcro.
Y es terrible cosa verse objeto de todos los
halagos, de todas las preferencias, de todas las
adoraciones, y de la noche á la mañana, después
de una fiebre, enconti-arse con que han desapa-
recido tan agradables rendimientos, y la vida
grata, y la espeíanza, y-la felicidad con ellos.
Ayer se acostó la hermosa con los ojos resplan-
decientes tras las pestañas larguísimas, y el cutis
terso como el raso y el nácar, y todo el semblante
hecho de nieve y rosas ó de claveles y azuce-
nas... y luego, al levantarse y acercarse al es-
pejo, tan adulador siempre (el mejor amigo que
ella tenía), ve, ¡cielo santo! ¡desnudos los ojos, el
cutis cuajado de hoyitos, el atractivo y prestigio
de otro tiempo desaparecido para siempre! Si al-
guna mujer piensa en el suicidio, es entonces;
porque ser mujer y no ser hermosa, motivo es de
odiar la vida; pero haberlo sido y dejar de serlo,
es morir para la dicha sin el descanso de la
muerte.
Se comprende, pues, que las damas de nuestra
sociedad hayan enviado por el médico en cuanto
han visto las proporciones que toma la epidemia,
y que no asistan al teatro Real ni á los sitios de
recreo en unos días. Al fin y al cabo los hombros
tienen mil caminos para llegar á Jos honores, á
la fortuna y á la consideración púlilica. Un hom-
bi'e que se vacuna por temor á que su rostro
quede desfigurado, parece ridículo; pero ollas
tienen todo su capital en su cara, y en olla su
talento y sus probabilidades de gozar de los bie-
nes del mundo.
Pero no todas las que faltan en los teatros por
estar recientemente vacunadas son hermosas:
yo sé de alguna que se ha vacunado siendo como
es muy fea. Se sacrifica á una ilusión; se cree
hermosa. ¡Desgraciada! ¡Las viruelas podrían
mejorar su rostro al variarle!
En todas las calamidades públicas hay algu-
nos inocentes sacrificados. Los inocentes que
han sufrido esta vez, como otras muchas, son
los pavos, que pensaban entrar en Madrid, reco-
rrer la población y atravesarla triunfalmente
entre los comentarios envidiosos de los tran-
seúntes y hacer vida de turistas antes do expirar
bajo el cuchillo de. las cocineras en la época,
para ellos infausta, del nacimiento del Señor.
Sí; no podrán entrar este año tampoco en Ma-
drid: tendrán que acampar á gran distancia y
esperar allí, vergonzosamente, á que vayan los
parroquianos, y les tienten la pluma, y les cojan
á peso por bajo de las alas, y les pongan mil
defectos que no tienen; como es natural qiie los
jionga quien llega tras de largo viaje, cansado,
de mal liumoi-, para comprar lo que compró
siempre á la jjuorta de casa, guiado en bullicio-
sa banda por el mismo pavero. Así os que la in-
dustria de estas augustas aves disminuye de
año (íu año y hay pavos que alcanzan edad fa-
bulosa; lo cual no sucedía antes, pues siendo
menos los compradores y no teniéndolo asi pre-
sente los jjavos, inclinados al acrecentamiento
de la familia, quédanse muchos por colocar; cosa,
es cierto, satisfactoria para ellos bajo el punto
de vista de la carne; pero realmente depresiva,
dado que conservan la vida por la desconfianza
del público. Si esto sigue así, el pavo será de-
clarado animal dañino y perseguido como las
fieras en las selvas y en los bosques, á los cua-
les tendrá que emigi-ar no encontrando protec-
ción on los corrales.
Y los periódicos, no contentos con marcar de
infamia el pavo, han indicado con su dedo de
maldición al coche de alquiler. En los simones,
han dicho, suelen ser trasladados á los hospita-
les los atacados de viruela que no tienen fortu-
na para infestar sus jiropios hogares: ¡ no eiiti'éis
en los coches de alquiler! Y, en efecto, ya las gen-
tes miran á esos vehículos como mirarían á otras
tantas ambulantes cajas de Pandora. Realmente,
un coche de alquiler no debe' ser ocupado por
quienes á todas horas piensen en la conserva-
ción de su vida. Hay que olvidar la mísera con-
dición humana para entrar en esos cajones don-
de se acomodan y se revuelven y dejan el aliento
y el contacto de sus cuerpos los enfermos de las
infinitas enfermedades de Madrid; y además
donde dejan su vida los heridos recogidos en la
calle, y los suicidas que con notoria falta de de-
licadeza so saltan la tapa de los sesos allí don-
de perjudican á un industrial honrado on vez de
quitarse la vida más correctamente fuera de la
población y sin perjuicio de tercero...
Así es que se ve circular ahora por las calles
de Madrid más número de coches con la tabjilla ,
en alto que circulaban de costumbre; y los co-
cheros llevan en su rostro impreso el desdén que
les inspira el temor público; y los mismos exte-
nuados jamelgos que arrastran el cajón con rue-
das alzan la cabeza y nos miran con hinchados
ojos como preguntándonos dónde se ha ido la
industria, el tráfico, el movimiento, la alegría de
la corte.
En fin, en las tertulias, en todas las casas, se
habla preferentemente de la epidemia variolosa;
y el Madrid que no se ocupa en la política, en
los negocios, en cualquiera de las actividades
que nos absorben las veinticuatro horas, habla
siempre de eso; porque, tantas personas, tantas
preguntas y respuestas sobre lo mismo: ya se
ve: ¿dónde no hay niños? ¿dónde no hay ma-
dres? Es, acaso, en la sola ocasión en que la
mujer deja de pensar en su rostro para temer
en otro; quiere y adora; es el embeleso de una
mujer, la niña fea y rara y hasta deforme que
ha nacido así por_ crueldad de la Naturaleza;
pero si nació con la tez de rosa, ¿por qué hemos
de ver á la pobrecilla perder su tci-sura, perder
su encanto, perder aquella gracia de que estaban
suspensos todos? La viruela es el terror de las
mujeres: mucho más dcí las madres.
Si os de temer en todas las casas las viruelas,
dispénsame que te indique, sin escrúpulos, que
lo es mayor aún en aquellas donde se recoge el
vicio. Estas viven de la hermosura, única dis-
culpa de su caída y esperanza de obtener reden-
ción: cuando en ellas entra la viruela, entriste-
ciendo y borrando los atrayentes rostros, entra
el hambre, la desesperación, el delito, el crimen,
el hospital ó el presidio; porque mujeres sin
instrucción, sin sentido moi'al, sin honor y sin
poder tenerlo ya nunca, ¿qué han de hacer sino
rodar entre el desprecio y la indiferencia de sus
amantes de ayer, como rueda la escoria de los
festines y opulencias de Madrid bajo el escobón
de los l)arrenderos?
jAli, querida prima! La conclusión de esta
carta, como la de casi todas, es triste; ¡jorque
demuestra que hasta en las enfermedades los ri-
LA ILUSTEAOION IBÉRICA
739
cossonj)rivilegiados... Todavía, lamujer hermosa
que pierde sus encantos, puede encontrar amor,
respeto, glorias en el mundo, si tiene riquezas:
la viruela fatal, incurable, que destruye el pre-
sente y el porvenir, es la pobreza... Para ésta sí
que no hay aguas, ni pomadas, ni polvos, ni con-
suelo.
Y basta por hoy... Despidiéndome de ti en la
esperanza de asuntos más agradables para otro
día.
Tuyo,
Fernanflor
-;¡e-
Faltaríamos á im deber de cortesía si desde
las columnas de La Ilustración Ibérica no
enviáramos al Sr. D. Antonio Fernández Duro,
dignísimo Administrador de Correos que por es-
pacio de algunos años ha sido de esta provincia,
la expresión de nuestro sentimiento por su
traslación á Cádiz. Empleado justiciero, inteli-
gente, incansable en el cumplimiento de su de-
ber, deferente con cuantos se le acercaban y ce-
loso de mejorar constantemente el servicio, dé-
bense á su iniciativa multitud de beneficiosos
adelantos que harán se recuerde con el mayor
agrado el tiempo que ha estado en Barcelona al
frente de las oficinas postales; pudiendo estar
convencido el Sr. Fernández Duro de las mu-
chas simpatías que deja en esta capital.
-^•■f-
UNA ROMANZA
(coxtixuación)
Aquella música dulce, lánguida y hermosa
como el amor, parecía, por semejantes artistas
iuterpretada, los ecos de una cencerril sere-
nata...
Tornóse á alzar el telón, y ¡aquí fué Troya!
¡Desdichados Carboneros! ¡Rióme yo de Julio
Ruiz y de todos los actores que en tal obra so-
bresalen! ¡Tamañitos se quedarían al lado de los
aficionados de Valdesar, que, con más preten-
siones que talento, despedazan tan chispeante
juguete! Un carbonero que no sabía sino mos-
trar sus manos tiznadas y poner los ojos en blan-
co y dar gritos; una carbonera señorita, más lim-
pia que una patena y más acicalada que miedo-
sa, y que lo era bastante; un chulo y una chu-
la que... pero, gracias á Dios, cayó á tiempo el
telón cuando ya los ánimos de los espectadores
se hallaban en \'ías de sublevarse...
Sucedióse luego la Rapsodia húngara, de
Listz, que pasó casi desapercibida..., y hétenos
aquí que Angelina se presenta en el palco escé-
nico, y es saludada con una nutrida salva de
aplausos.
Y por Dios que bien se lo merecía.
Porque, eso sí, Angelina estaba encantadora.
Ceñía su esbelto cuerpo un hei-moso vestido
de seda blanco, brillante el corpino y mate la
falda, cuajada materialmente de encajes y bor-
dados.
Su semblante se tiñó, al calor de los aplausos,
con los matices del rubor.
Sentóse al piano un apuesto mancebo que la
acompañaba en este instiiimento, y empezó An-
gelina á cantar con hermosa voz, aunque no falta
de timidez, el aria
II pensier stá nerjli oggetí. . .
Esta aria, de una ópera desgraciadamente
inédita, es una maravilla musical: rebosan sus
notas dulzura y armonía, y al escucharla no
puede el oyente embelesado menos de lamentar
que se hayan perdido para siempre muchos nú-
meros de una ópera del inmortal Haydn.
Ignoramos si los valdesareños se habrán he-
cho semejantes reflexiones: lo que sí sabemos
es que pronto logró Angelina disipar la timidez
que la poseía, y de su garganta salió una her-
mosa cascada de bellísimas notas, de incompa-
rables armonías, que el público escuchaba arro-
bado...
_ Pero cuando la admiración de éste no recono-
ció límites, y se desbordó en estruendosos aplau-
sos y bravos, fué al oir cantar á Angelina
Angelina se portó como todos esperaban.
Mejor tal vez. Todo el mundo (valdesareño)
decía:
— Nuestra diva ha cantado divinamente.
Cuando al terminar la romanza, Angelina, del
brazo de uno de los socios del Casino, penetró
en su palco, vio en primer término, en él, á Fer-
LA PAZ (estatua por Onslow Ford)
E 'I tneschino avvinto al piede
serba un laccio e non lo sá.
¡Bravo!
— ¡Bravísimo!
— ¡Excelente!
Ni la Nilsson!
— ¡Es un ángel!
—¡Ni la Patti!
Estas exclamaciones, que brotaron espontá-
neas al calor del entusiasmo, eran ahogadas por
los aplausos.
Pero cuanto dejamos reseñado fueron tortas
y pan pintado si se compara con la ovación que
recibió la diva en la segunda parte del progra-
ma, al cantar la romanza Vorrei moriré.
Esta página musical, de las más inspiradas
de Paolo Tosti, parece el quejido de un alma
moribunda que va á alzar su vuelo...
mín, que con fuerza le estrechó una mano al
tiempo mismo que con la que le quedaba libre
se enjugó una furtiva y traidora lágrima.
— ¡Luego os tocará á vosotros! — le dijo Ange-
lina.
— Sí, — repuso Fermín. — En cuanto terminen
Morayma.
VI
Llegó su turno á Fermín, y, con voz temblona
por la emoción, leyó un soneto que empezaba
A vosotras, mujeres seductoras,
que encanto y gala sois de este recinto...
Manuel Amor Meilán
(Se continuará)
LAS BELLAS ARTES EN INGLATERRA
DOS CUERDAS PARA UN ARCQ cuadro de John l'ettie)
SALVAMENTO ( cuadro de H. Gandy
OBRAS DE NICOLÁS PUSINO
LA MUJER ADULTERA
EL DILUVIO
742
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
LO INFINITIIMEIITE PEQUEÍO
ES CAUSA DE LO INFINITAMENTE GRANDE
Ai;lÍiIM> SIV I I! VSCKN'DKNlM vi
Una tardo del anterior verano estaba j'o es-
perando el fresco vespertino en el balcón de
mi despacho. Esto no tiene absolutamente nada
de particular. Pero sobre mi cuarto vivía una
morena clara guapísima, lo cual es algo msís in-
teresante. Tendría unos veinte años, ei-a de
buena estatura, de rosti-o perfecto, ojos relam-
|>agueantes, brazos apretados y redondos, y los
contornos de su bien proporcionado busto pare-
cían los de la Venus de Mirlo, que dijo un orador
parlamentario. Su pie gordito y pequeño (¡no
faltaba más ! ) se lucia habitualmente dentro del
enrejado zapato Margarita. Eni, en fin, una chi-
ca tan bien templada para el amor como el di-
vino arco de Cupido. Los ratos de ocio los ])asaba
nuestra morena haciendo que cuidaba las mace-
tas de sos balcones.
simas gotAs de agua cayenm sobre el puño iz-
quierdo do mi camisii. Me pai-eco que el suceso
í^ puede calificar de infinitañieiito pequeño, y
miis si se le compara con las ubérrimas lluvias
procedentes de otros balcones, ó se le parangona
con otras tragedias de la historia.
Pero aquellas gotas habían caído de una ma-
nera particular: habían descendido besándose,
porque, al estrellarse en el almidonado puño,
quedaron en último contacto como dos circunfe-
rencias tangentes por fuera. Mué las gotas un
momento y, sin querer, pensé en el día aquel en
que Paolo y Francesca ya no leyeron más, y hasta
llegué á figurarme si aquellas gotas serían una
indirectjyque me tiraba la Naturaleza para que
imitásemos, mi superior vecinita y yo, aquel amo-
roso consorcio, jirevia la pasada por la callo de
la Pasa, y prescindiendo ambos del irresistible
petimetre que hacía «el oso desde la acera de
enfrente.
Miré después al cielo, esto es, al balcón, para
ver si aquellas gotitas eran del prosaico Lozoya
ó eran dos poéticas ftigitivas perlas arrancadas
por la emoción de los ojos de la morena, cuando
OBRAS DE NICOLÁS PUSINO: PASTORES DE ARCADIA
Hacia j'a lo menos media hora que un pollo
almibarado, que en la jerga madrileña so llama
un sietemesino, estaba paseándose por la acera
de enfrente y dirigiendo amorosas miradas á los
balcones de l¡is macetas. Por fin (como dijo la
otra) sonó la falleba, y la opulenta morena apa-
reció dispuesta á regar las flores y á cultivar
BÍmnltáneamente el amor que dactilografiando
le brindaba el pisaverde. Yo permanecí indife-
rente en la apariencia ante aquel tiroteo amoroso, '
porque no me gusta cortar el arrullo de los jó-
venes atortolados; pero en realidad me quedé
pensando,, al ver la desigualdad estética de la
enamorada pareja, en que la mayor parte de las
mujeres bonitas se casan con un ente ridículo.
La culna de esto la tuvo, sin duda alguna, la
diosa del Amor, que, siendo la más hermosa de
toílas las hembras, hizo la tontería de casarse
con el más f<x) y más cojo de todos los dioses.
Mi vecina, sin cuidarse de quien estaba debajo
(censTirable costumbre de los que se encuentran
arrilja), empezó á regar, mientras que su cora-
zón, dispuesto como ninguno otro para amar, se
volatilizaba, por los finísimos sensuales poros de
su trasparente y jamás hollado cutis, al fuego de
las miradas del joven galanteador. Pero cuando
más descuidada estaba la doncella, dos hermosí-
comprendí, por la turljación de .su semblante, que
la hennosa jardinera había notado su descuido.
Un apóstrofo mío hubiera bastado en aq\iel crí-
tico momento para desconcertarla; poro, hacién-
dome cargo de la situación y sabiondo cuanto
agradecen las mujeres que se las libre del ridícu-
lo, rae contenté con limpiarme filosóficamente
las gotas y con mudarme al otro balcón, donde
en fuerza de pensar en ellas y en las buenas
prendas de mi vecina, operándose en mi alma un
cambio, debido á cierto procedimiento químico
muy practicado en la juventud, vine á caer en
un estado muy parecido al del enamoramiento.
* *
Al día siguiente encontré á mi vecina con su
madre en el tranvía, me pidió mil perdones por
las gotitas de agua y me dio las gracias por mi
excesiva cortesía. Yo le dirigí una insinuante
reticencia referente al pipiólo del día anterior,
y me dijo que había roto con él, la noche anttís,
en los Jardinillos del Buen Retiro. Luego le
conté la particular caída de las gotitas de agua
y la interpretación que yo le había dado. Ella lo
rió mucho, y medio año después... nos casába-
mos.
Queda demostrado que lo infinitamente j)eq\íe^
ño (la caída de dos gotas de agua) es causa de'
lo infinitamente grande (el matrimonio).
NOTA. Desde que ustedes han visto las es-
trellas leyendo este articulejo de entretiempo, no
he dicho palabra de verdad: ni el autor es casa-
do, ni Cristo que lo fundó. Pero lo de las gotas
es cierto: palabra.
Rufino Bl.\nco y Sánchez
-f-
HONORES POSTUMOS
Loable ha sido en todo tiempo la eostiuubi-i-
de los pueblos que han perpetuado el recuerdo
de hechos gloriosos y los nombres de sus hijos
más esclarecidos, legando en modestas lápidas
ó en soberbios monumentos sn memoria á la pos-
teridad. Tan excepcional honor contadas veces
se otorga á i-aíz de un suceso memorable ó del
fallecimiento de alguna notabilidad: se deja que
el trascurso del tiempo legitime la fama con-
quistada, y que al sucederso las geiiei-a-
ciones sean ellas las que con tm aduíira-
ción concedan, á los que fueron, los bono-
ros de la inmortalidad.
Si recorremos las páginas de nuestra
brillante historia ó registramos las de
nuestra incomparable literatura, en cada
una de la j)r¡mera encontraremos el nom-
bro de algún héroe ó de algún mártir, y
en la segunda un genio ó un espíritu le-
velador que admirar. Sobran, en amljas,
personalidades extraordinarias que, por
su heroísmo las unas y su soberano saber
las otras, se salen del marco de lo natu-
ral; sus nombres llenan el mundo, carac-
terizan y dan esplendor á una época; pei-o
no hay que buscarles más que en su me-
moria, que, do otra suerte, rai'os son los
que han pasado á la posteridad.
Débese este aparente olvido á las pro-
fundas i)ei'turbac¡ones que durante lar-
gos siglos han agitado á nuestro país. En
épocas calamitosas, cuando continuadas
guerras asolan á los pueblos, no hay qur
buscar quienes glorifiquen lo pasado, ya
que saber pelear es lo único que se ense-
ña á los hombres. España, con sus pro-
longadas guerras, ¿qué podía hacer? Segar
en flor la juventud de infinitas generacio-
nes, privar que germinase en todo cerebro
otra idea qiie no fuese la de guerrear, y
acumular en sug monasterios y templos
los trofeos conquistados á los enemigos,
avivando de esta suerte el fanatismo de
sus huestes. Así trascurrieron algunos si-
glos; y al llegar el actual, entre los arre-
boles de la más ponderada civilización,
en vez de la paz apetecida estalla la tremenda
guei'ra de la Independencia, dándonos más hé-
roes cuya memoria honrar, pero enervando nues-
tras fuerzas, ahogando todo entusiasmo que no
fuese luchar y morir por la patria y por su inte-
gridad.
Afortunadamente desde la terminación de, la
última guerra civil disfrutamos de una paz rela-
tiva: esta venturosa circunstancia, al par qui-
lla contribuido al desenvolvimiento de las artes
y de las letras, ha prestado ocasión para que si"
pagara á algunas de nuestras eminencias el tri
buto qué la posteridad les debía.
La erección de monumentos á celebridades
pasadas y contempoi-áneas ha sido objeto jirc-
ferente de los principaloís municipios de la na-
ción. De ahí que en pocos años se hayan inau-
gurado el de varias celebridades, y que, desde
Espartero á Zumalacárregui, la mayor parte dit
los caudillos de nuestras nefastas discordias ha-
yan obtenido el galardón que á los escogidos re-
sei-vala posteridad.
Uno de los más bellos y artísticos es induda-
blemente el que Madrid ha dedicado á Colón. La
pureza do sus líneas, lo primoroso de sus cala-
dos y la atrevida esbeltez de su construcción,
le hacen acreedor á ser considerado como imo de
A
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
743
los moniinientos mejores de nuestra época. No es
tan recomendable el do Calderón, y mucho menos
el de Isabel la Católica, si es í|ue pue-
de ser considerado como tal lo que
en realidad no es más que un grupo
de ornamentación: para monumen-
to le falta majestad, más soltura en
los detalles, y, sobre todo, más gran-
deza en la concepción. Es bastante
aceptable el del marqués del Due-
ro, que, como estatua ecuestre, es
de lo mejor que se ha modelado.
Barcelona no ha demostrado me-
nos actividad que Madrid en la
erección de monumentos, y se jus-
tifica su afán, ya que la Providen-
cia no ha sido avara con Cataluña
para otorgarle hijos que la han hon-
rado, no tan sólo en la guei'ra, sino
en todos los ramos del saber huma-
no. Sin embargo, quien hubiese
asistido á la inauguración de uno
de sus .primeros monumentos Jiu-
biera creído todo lo contrario. No
lo dedicabíi á ningimo de sus anti-
guos caudillos ni de sus esclareci-
dos vates; no perpetuaba el nombie
de Casanova, el denodado defensor
de sus venerandos ftieros, ni lo eri-
gía á los mártires que con él pere-
cieron; no era un tributo pagado á
los héroes de Gerona ni al invicto
defensor de la inmortal ciudad; no
le recordaba ninguna pej-sonalidad
moderna, ni Balmes, ni Permanyer,
ni aun Madoz: era el monumento
de... ¡el señor López! Un señor muy
afortunado en sus negocios, et voi-
la toiit.
Por mucho que uno se devane los sesos,
es difícil que encuentre lógica justificación
que le demuestre lo contrario. Nada,
absolutamente nada, le debe Barce-
lona al señor López; además de que
el honor á su memoria dispensado,
lo hemos dicho ya, cuando no se otor-
ga á un caudillo muerto en el cam-
po de honor, es preciso que sea la pos-
teridad la que lo conceda: los amigos
y la familia no son jueces imparciales
ni competentes. Nunca hemos sabido
(ni nos hemos preocupado para saber-
lo) de qué cerebro brotó la idea de tal
panteón, que, si fué mala en su origen,
se llevó á cabo de la manera más des-
dichada. Levantar un monumento en
medio de la plaza de los Encantes es
bastante epigramático; y colocar la fi-
gura del naviero vuelta de espaldas al
mar, contemplando á los vendedores
de objetos de lance, es más epigramá-
tico todavía. Se dijo que se había he-
cho así para que no diese la espalda á
la ciudad condal: ¡cuánta precaución!
Del mal el menos si sus autores hu-
biesen regalado á la ciudad un monu-
mento notable, artístico, digno de ad-
miración; pero bien se echa de ver que
su objeto principal ñié hacer un señor
López de bronce, y lo hicieron agigan-
tado, colosal, completo. A pesar de to-
do, estamos seguros de que si por arte
de magia, al igual del Comendador, la
citada estatua pudiese descender una
noche de su pedestal, atrepellando
aquellos farolillos primitivos dignos del
tiempo de Saljatini, echaba á correr y
hasta llegar á Comillas no paraba, y
allí, naturalmente, le harían una gran-
de ovación.
Posteriores al mencionado se inau-
guraron: el de Roger de Lauria, una
gloria nacional indiscutible; el de don
Bueuaventui-a Carlos Aribau, primer
campeón de la literatura regional; y el
de Prim, el caudillo legendario de la
tierra, que personifica como ninguno las fases
más notables de iiuestra tormentosa época. Pró-
ximamente se inaugurarán: tU dn Clavé, finida- i sui^gro, i^l señor López; y, Hnalinent<', la próxi.
dor de los coros populares; el de Giiell y Feírer, | ma primavera quedará terminado el de Colón,
SIENA: PLAZA DEL MERCADO
notabilísimo hacendista é infatigable piopaga-
dor de los adelantos industriales, timbres que
SIENA: CANDELABRO DE BRONCE
le hacen más acreedor á la fama postuma que
los que autorizaron la erección del de su con-
cuya grandiosidad y magnificencia serán dig-
nas del objeto á que se le destina.
Pocos nombres como los que deja-
mos consignados han pasado á la pos-
teridad con más brillante aureola. Qui-
zás nunca sospecharon conseguirla y
abandonaron la vida abrumados por
los mayores desencantos; pero las proe-
zas de los unos y la sabiduría de los
otros les han sobrevivido, y la inmor-
talidad los ha grabado en su libro de
oro.
¡La inmortalidad! ¡Cuan hermosa es
la legítimamente conquistada! ¡Cómo
se suavizan las amarguras de la vida
ante la idea de que el nombre que se
lleva subsistirá á la combatida y oscu-
ra existencia! Ganar un nombre: hé
ahí la más noble y disculpable de las
ambiciones.
Es fama que el mayor tormento que
abrumaba al desventurado hijo de Na-
poleón III en su destieiTO era la idea
de que podía morir sin legar un re-
cuerdo de su paso por el mundo. El
papel do pretendiente á un trono es
bastante desairado, y más después de
los desastres de Estrasburgo Sedán y
Metz. Para ganar la voluntad de Fran-
cia, debía recoger la corona que su
padre perdió en Sedán, y esto no era
posible; pero joven, animado de levan-
tados propósitos, esperaba una oportu-
nidad para revelarse, si no como prin-
cipe, como soldado: de ahí que, apenas
I , el Reino Unido declaró la guerra al
« Zululand, manifestara su decidido pro-
pósito de incorporarse al ejército in-
Y partió con sus tropas, dejó á su
madre, se alejó de Francia, y... ¡halló
la muerte donde buscó la gloria! Si no
nnirió como héroe, haj' algo de conmo-
vedor martirio en su prematura muerte;
y los mártires, si no de la inmortalidad,
son dignos de respetuosa veneración.
El que nació destinado á ocupar el
trono de Francia, murió en la más espantosa de
las soledades, sorprendido por unos salvajes que
GALERÍA DE PINTURAS Y SALÓN INDUSTRIAL
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LÁMPARA DE PLATA DORADA DEL SIGLO XVI
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LLAVES ALEMANAS DEL SIGLO XVI
BIRMINGHAM
746
LA 1LTT8TRACI0N IBÉRICA
i»n sus a/afXiuas ic ((iiit;ín>i\ ia vida. f^Quó (h'Ii-
sjuia, si fMiisó, el ilcstii^ir.ilo principe, aJ sentir el
tíeix» a;ii(|ue de sus af;n^siu-esV Qnia'i en hi esti-e-
11a funesta que pr«>si(lo la suerte de los Bonapar-
tes; qiiizii en el dolor de su madre; Tal voz pen-
só en Francia y su recucixlo endulzó su amarga
a^^nía.
I-i gloria dificilmeiití' es conquistada por el
que la busca, ya que la más legitima é inaprecia-
ble sólo á la posteridad le es dado otorgarla.
■ Eso es, cuando los héroes duermen el sueño
tu'mo; cuando los grandes .nulos 1i:in acal.ado
de batallar y sufrir!
-vNIOMA VlplSSd
EN LAS NUBES
I..O que voy ú referir sucedió en la colonia
inglesa del sur do África, en tiempo de la guerra
con los zulús.
John, viajero infatigable, llegó en aqnel eu-
SIENA: LOCGIA DEL CASINO DE NOBILI
tonces á dicho punto con objeto de completar,
algunas investigaciones científicas sobre botá-
nica y zoología.
Llevaba consigo innumerables aparatos de
óptica, topográficos, etc., y con ellos un inmenso
globo en el cual hizo diferentes ascensiones para
reconocer aquella zona, imposible de visitar por
tierra, dadas las tribus salvajes que la habi-
tal>an y cuya ferocidad había acrecentado la
guerra.
A los pocos días de establecerse en el Cabo,
eomenz/) sus experimentos con gran fortima.
''• " '• sii-vió del globo, su complemento
■- - '■ y, en varias tardes, le vieron me-
«•is(^ .-imente en los aire» manejando
xm \avu de cobre dorado, en todas direc-
lione».
Los salvajes tnilardii iiu'nihnente de dar con
el aeronauta en tierra: John, con indiferencia
británica, prosiguió sus ti'al)ajos sin preocuparse
de lo que pasaba de nubes abajo.
Una tarde, célebre entre los habitantes del
Cabo por lo que en ella pasó, una señora exce-
sivamente gniesa, que rivalizaba en volumen
con el globo de John, y que era mujer de un
oficial del ejército inglés, solicitó del excéntrico
.sabio que le dispensara el honor de acompañai'le
en su viaje celestial.
John, contra su costumbre, consintió sin me-
ditar el pi-o y el contra, y á la hora señalada el
globo se elevó en los, aires, conduciendo á tan
original pareja.
El día era delicioso, el cielo estaba des])ojado
y el viento en calma.
— A estas alturas, — dijo la dama,— os de te-
mer que el mundo se nos vaya de entre los
pies.
— Poco so perdería, — susurró John.
De pronto se levantó un viento sur qno. inter-
nó al globo, rápidamente, en territorio enemigo.
— ¡Diablo! ¡No había contado con esto!
— r^Qué ocurreV
— Casi nada: marchamos
ú vuelo de golondrina por el
país zulú.
— ¿Hay peligro?
— Pudiera haberlo ; pero
tranquilícese usted: antes de
una hora el viento habrá cam-
biado y nos devolverá al pun-
to de partida. Conozco per-
fectamente su condición
nuidable, y estoy harto acos-
tumbrado á sus bromas para
que ya puedan hacerme efec-
to alguno.
Una flecha que se clavó en
los mimbres de la barca aérea
intei'iumpió á John.
— ¿Qué es esto? — pregun-
tó )a dama con sobresalto.
— El correo zvilú, que nos
avisa que estamos demasiado
, cerca de sus tiros. Arrojemos
lastre: es una operación muy
divertida. Sírvase usted de
la lente 3^ obsei-ve.
Al propio tiempo arrojó en
el es¡)acio dos grandes sacos
de arena.
— A juzgar por los gestos
que hacen, deben estar fti-
riosos.
— La cosa no es para me-
nos, señora. Desde mi prime-
ra ascensión están deses-
perados porque no logran
cazaj-me; yo, en cambio, con
mi buena puntería, como us-
ted acaba de ver en este ins-
tante, suelo aplastar los sesos
á unos cuantos cada día.
— ¡Si cayésemos en su po-
der!
— Nos comerían.
— ¡Qué horror!
— Somos un manjar deli-
cioso para ellos.
A la dama le temblarou las carnes.
Otra flecha les obligó á desalojar los sacos
restantes.
— ¡John!
— Señora.
— El globo desciende.
El aeronauta vació la 1,'aiquilla desprendién-
dose de sus queridos instrumentos científicos;
pero viendo que el globo no ascendía, comenzó
á desnudarse.
— ¿Qué hace usted?
— Quitar peso.
— ¡Ah, todo es inútil!
— Imíteme usted, señora.
— ¡John!
— Imíteme usted, ó estamos perdidos.
—Pero...
— Nada (le palabras; la vida de ustoii exige
ese sacrificio. Si (>s (|ue no |)refiere...
I^a dama, volviéndose de espaldas á John, se
desnudó, murmurando:
— ¡Si al menos hubiera anochecido!
Como, á pesar de tales exti'emos, el globo si-
guiera bajando, y una nueva flecha viniese á
SIENA: CANDELABRO
enredarse en el tinglado de cuerdas, Jhon sus-
pendió de una de ellas á la dama, }', asiéndose
de otra, cortó las restantes, desprendiéndose en
el acto la barquilla.
El globo subió rápidamente un buen trecho,
se columpió inmóvil en el espacio unos instan-
tes y...
— i John!
— Señoi-a.
— ¿Descendemos?
—Sí.
— ¿Qué hacer ahora?
— Seguir arrojando.
— ¿Qué?
— He tomado mi resolución. Dentro de unos
minutos el viento cambiará: es preciso que tenga
usted paciencia y espere.
— ¿(^ué prí^tende usted?
— Cuando haya el viento cambiado, i'egresai'á
usted al CJabo; una vez allí, tire de este coi'dón
con intermitencia, xma vez cada diez segundos:
la válvula irá de este modo dando paso al gas,
lentamente, y descenderá á tierra sin sentirlo.
Si no quiere pi-esentarse en la colonia tan ligeiu
de vestidos, hágase usted un manto de la tela
del globo: esto basta para satisfacer el pudor.
— ¡Nunca, John, nunca! No consiento su ge-
neroso saci'ifi...
La dama no concluyó, ó, ])or jnejoi' decir, aca-
bó en nn sínco])e al ver lanzarse en el es|,:i(¡o
al magnánimo Joiin.
Cuando aquélla se dio cuenta de sí, vióse
rodeada de los suyos.
—¿y John?
Después de terminada la guerra fué canjeado
como pi'isionei-o. Un gmpo de árboles, (\\w h'
recibió en su api'etado follaje, le había salvado
la vida.
V. COLIIKADO
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
747
CERTAMEN CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
«Ateneo Casino Obrero» de Valencia
Esta benemérita oorporaeión, que tanto oontribuye al
envidiable grado de enltnra que alcan/a la hermosa capital
valenciana, celebrará el 1» de diciembre próximo un certa-
men, de cuya importancia podrá formarse cargo por el si-
guiente programa:
PREMIOS ORDINARIOS
1° Un bronck artístico al mejor busto en barro y tamaño
natural, de un valenciano ilustre y ya fallecido.
2. o Un objeto db arte al autor de la mejor composición
musical de carácter sacro, para tiple y coro de niñas y niños,
con acompañamiento de sexteto de cuerda y piano.
PREfflOS EXTRAORDINARIOS
1." Un objeto de arte, regalo del Excmo. Ayuntamiento,
al autor de la mejor Memoria sobre el siguiente tema: Seña-
lar, entre las industrias que actualmente se ejercen en Valencia,
la que el autor Juzgue más importante, haciendo el estudio de
ella é indicando los medios y manera de procurar su mayor
desarrollo, asegurando su porvenir.
2.» Otro objeto de arte, regalo de la Excma. Diputa-
ción Provincial, al autor del mejor trabajo sobre el siguiente
punto: Estudio del estado moral, iktclectual y económico que
alcanzan las clases trabajadoras de ^'alencia. Medios prácticos
que debieran emplearse para mejorar diclto estado.
3.» Medalt,a de plata de mírito de la «Real Sociedad
Económica de Amigos del País,' al autor del mejor trabajo
en el que se estudien: 1.*^ La organización de una escuela de
artes y oficios en general.— 2.° La que seria conveniente con
arreglo á nuestras necesidades. —'i." Los medios para estable-
cerla en Valencia, haciéndose cargo de la posibilidad de apro-
vechar los recursos de los antiguos gremios.
4.» Un objeto de arte, premio de la sociedad Lo Rat-
Penat, al autor del mejor trabajo, escrito en castellano ó
lemosfn, acerca del siguiente tema: El estudio y cultivo de las
diferentes lenguas de origen latino, ¿pueden perjudicar al pro-
greso y perfección de la lengua castellanaf
5.9 Una PLUMA DE PLATA DORADA, CU forma de caduceo,
regalo del socio protector D. Estanislao García Monfort, al
que trate mejor el asunto siguiente: Siendo conveniente y ne- "
cesarla la armonía entre el capital y el trabajo, ¿qué medios
prácticos deberían emplearse por ambos elementos de la produc-
ción para dar á dicha armonía la mayor estabilidad posible!
La ereacit'm de las Cámaras de Comercio, ¿podrá facilitar la
citada armonio.^ ¿Qué debieran hacer para conseguirlof
6." Un escritorio y pluma de bronce y marfil, regalo
del socio protector D. Gonzalo Julián, al mejor estudio refe-
rente á esta proposición; Cansas permanentes ó transitorias
que han podido ocasionar la prematura desaparición de la -
mayor parle de las sociedades cooperativas que en Valencia se
establecieron. Qué debiera hacerse para fomentar la creación de
dichas sociedades y asegurar en lo posible su existencia.
Todos los trabajos que se presenten optando á premio
habrán de ser originales é inéditos.
Los premios se concederán no sólo al mérito' relativo,
.sino al absoluto.
Podrán concederse accésits.
Todos los trabajos podrán presentarse en la secretaría del
Ateneo Casino Obrero, calle de Ruzafa, núm. 19, Valencia,
hasta la,s doce de la noche del día 30 de noviembre próximo.
La forma de presentación de los trabajos será la acostum-
brada en estos casos.
Los trabajos que resulten premiados quedarán de pro-
piedad del Ateneo Casino Obrero.
Los autores que alcancen los premios ordinarios, que son
los ofrecidos por el Ateneo Casino Obrero, obtendrán además
e! titulo de socios de mérito de dicha corporación.
SIENA: INTERIOR DE LA CATEDRAL
NUESTROS GRABADOS
¡TERRIBLE COLABORADOR!
Cuadro de J. Mukarowsky
Era una obra maestra, ó, cuando menos, así lo creía su
modesto autor. ¿Qué duda había en que en la próxima Ex-
posición se calzaría medalla de primera clase? Así estaban
las cosas cuando acertó á penetrar en el taller un Apeles en
agraz, que sin encomendarse á Dios ni al diablo, ni mucho
menos pedirle su consentimiento al artista, ¡zis, zas!, bro-
chazo por aquí, retoque por allá, puso aquello perdido, ¡com-
pletamente perdido! haciendo funciones de critico de bellas
artes. Y sin embargo... ¿quién sabe si los manes de Velázquez
y Rubens no le quedarían agradecidos al Omar ese?...
LAS BELLAS ARTES'EN INGLATERRA
La Exposición que se está celebrando actualmente en
Grosvenor abunda en cuadros muy notables, especialmente
en paisajes y naturaleza viva.
M. Arturo Lemón presenta una Tarde, en cuyo primer tér-
mino figura un grupo de caballos, que viene á consolidar su
fama de admirable colorista y cumplido pintor de animales.
Celébrase en gran manera la luz del sol poniente, la armonía
de los tonos y la exactitud del follaje.
El académico Pettie ha presentado un cuadro lleno de Im.
mour, brillantemente pintado: Dos cuerdas para un arco (de
SIENA: SAN DOMENICO Y LA CATEDRAL VISTOS DESDE LA MURALLA
violfn, se entiende); i>recioso irio del siglo XVIII en sus pos-
trimerías.
M. Noble (habent sua fata nomina) ha pintado una colec-
ción de Nobles y un pajaríllo que son una bendición de Dios.
Si cuesta más trabajo de lo que se cree hinchar un perro, la
dificultad es mucao mayor tratándose de pintarlo.
Dehesa, ó, por mejor decir, Establecimiento de remonta,
por A. Parsons: estilo distinguidísimo; muy bien impresio-
nado; color ari.ionioso y originalidad en la composición.
Salvamento: mucha elegauciayhabilidad, aunque defecto
es algo frío. M. Gandy es un pintor de porcelanas y no pue-
de olvidar sus hábitos decorativos.
Eu punto á escultura es digna de los mayores elogios la
Paz, de M. Onslow Ford, por su gracioso modelado y bonita
invención.
Como se ve, la nebulosa Albión hace progresos en la^ finas
artes, como dicen ellos hablando con grosero utilitarismo.
OBRAS DEL PUSINO
Nuestros lectores x>odrán recordar lo que acerca de este
pintor insigne dijimos en el núm. 178, p. 351,. Hoy damos la
reproducción, bellísimamente grabada, de tres de sus más
reputados cuadros, verdaderas páginas de arte que liacen
formar completa idea de lixs grandes cualidades que poseía
el egregio pintor, que ni por un momento dejaba de reve-
larse tan profundo filósofo como creador inspirado.
Esta"ciudad. antigua rival de Florencia y de Hsa, está si-
tuada casi en el centro de Toscana, en
medio de una montuosa comarca. Re-
ferir su historia, especialmente duran-
te la Edad media, que es cuando llegó
al apogeo de suesp'endor, serlaengol-
farse en un mareiiiagnum intermina-
ble: baste decir <¡ue fué quizás la más
turbulenta repnj jJiquilla italiana, me-
reciendo que el candoroso cronista
francés De ^Jomines dijera de ella ; La
'éicle se gouverne plus follement que vi-
lie d'Itálie.
Cosa notable, sin embargo, por la
contradicción que envuelve: en aque-
lla viciosísima capital florecía un arte
apacible , contemplativo , refinado .
místico: aquellos guerreros brutales
convertíanse en sensitivas al pensar
en la Madona; y sus pintores, en vez
de tomar sus asuntos en el medio am-
biente, lanzábanse á las etéreas regio-
nes y no hacían más que representar
los dogmas con tierra de su país, ber-
mellón, azul de ultramar, etc.
Ya en el remoto siglo xii había allí
un pintor ilustre, Guido, del propio
m,odo que había Cimabue en Floren-
cia. Sus obras ofrecen visibles remi-
niscencias bizantinas, como las ofre-
ce San Domenico, que es el templo
donde figuran. Vienen después Marga-
ritone. Matteo, Duccio, los hermanos
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LA ILUSTBACION IBEBICA
Lorensettl, Sano di Pietro, Memml, Taddeo, Bartolo, Raúl,
Decraftimi, Peniií!, ele., propiamente sieneses todos ellos,
sentimentales, detallados, delicadísimos en el colorido, como
si se tratase de miniaturas eu rez de frescos.
rna ciudad quecontabacon tan ilustre esencia de pintura
habla de presentar necesariamente otras manirestaclones ar-
tísticas correlativas; y vemos, en efecto, adquirir admirable
vnelo á la arqnilectura, que levanta edificios ta:i soberbios
como la Catedral (1189), San Domenlco, el Pala^:o Pubtieo,
nachas logffie y fuentes, etc. La escoltara fué cultivada con
brillante éxito por CozíarelU, Agnolo, Agostino, Jacopo
della Qnerrla, etc. Una verdadera especialidad slenesafüé la
de la talla en madera, sobresaliendo también en In melalls-
terta, como pue<le verse por los candelabros que reproduci-
mos en nuestros ^ra)>ados.
V- MUSEO OK BmiilHaBAli
Sejjún manifestamos ya en uno de nuesin»s uiiimos nú-
meros, es muy Importante el movlmlenlo artístico que se
observa eu la manufacturera ciudad de Binuingham. Incan-
sables las corporaciones populares de aquel centro en favo-
recer por todos los medios el cultivo de las bellas artes, han
destinado parte de las Casas Consistoriales á Valeria ariisti-
I — Vuelve en ti, Azhuna; recobra el ánimo de
tus mejores días, vuelve & llamar & tu poderosa
' inspiración, y la finísima hoja de tu tenue cincel
i volverá á crear esos misteriosos mundos que
: brotan esplendentes á los golpes de tu temblo-
: rosa mano.
1 — No puedo, emir, no puedo. En vano golpeo
i mis sienes con el cerrado puño; en vano llamó á
los genios de la noche invoca,ndo el relámpago
j de una idea que ilumine mi tenebroso cerebro;
en vano invoco á Alá pidiéndole aliento con
; que continuar mi interrumpida obra: la impo-
1 tencia, la eterna impotencia de la forma para
encerrar en líneas, en colores, los destellos do
la idea, me cierra el paso con su espada de
fuego.
— ¡Oh, artista! ¿Cuándo el rayo dejó de ondear
en el seno de la nube?
• — ¡Nunca, oh, emir! pero el rayo necesita que
la nube se abra para centellear á la mirada de
los mortales.
LA TARDE (cuailr.j de .\. l.fmón)
ea, siendo notabilísimos los objetos allí coleccionados, parte
de los cnales reproducimos hoy en nuestras páginas.
había aictometa
íialiexdo del temple paka seb cosoucida al cadalso
Cuadro de Laly
Kl autor, uno de los mas reputados arilstas franceses, ha
1 razado una verdadera página de historia, llena de vida é in-
tención. Figuras y lugar están estudiados profundamente, y
u primera vista se forma cargo uno del carácter q>ic deblO
revestir el supremo Instante de abandonar la Infortunada
reina el sombrio Temple para Ir á expiar en la guillotina el
delito de haber nacido bajo la más funesta estrella.
DESPCliS DEL BAÜO
Cuadro de Favretio
Cuadro lleno de grada y aun de picardía. No se trata de
ninguna duquesa, por lo que revelan los botltos y el mobi-
liario; pero DO por eso deja de ser la Interesada una real
moza. Loa accesorios están hábilmente dispuestos para ha-
cer resaltar las gracias de la niña, que de seguro debe que-
jarse de sn potería cuando no parece sino que la criara Dios
para pisar alfombras y comer ÍUsanes á pasto.
EL ALCÁZAR DE LAS PERLAS
LEYENDA ARABE
OEI'ilüAL IIK
Jiii 6arc(a-Go)ina Alzugany
(COBTIXCACIÓH)
Pero ninguno de ellos se fija en los prodigio-
sos dones de la exuberante naturaleza que los
en^^^elve. Mudos y abstraídos, interrumpida la
animada plática que sostuvieran, permanecen
silenciosos, dejando percibir los secretos impul-
sos de sti mente por el continuo agitai-se de su
[lecho. El emir es el primero en reanudar el sus-
pendido diálogo.
— ¡Oh, artífice! ¿Es que quieres tesoros con
que saciar tu ambiciónV Habla y te colmaré de
espléndidas riquezas. ¿Es que anhelas hermosas
vírgenes de alabastrino pecho que te embria-
guen en voluptuosos amores? Dilo y te abriré
mi harem para que escojas las más bellas. ¿Es
que deseas mi corona de oro como emblema de
tu poder sobre Granada? Pronuncia una frase,
y mi soberbio alcázar, que corona al Albaicín,
recibirá bajo sus leves arcos al nuevo emir de
la perla de occidente.
-^No, Alhamar: no apetezco tesoros, vírgenes
ni imperios: me has colmado de sobradas mer-
cedes, y sólo tu amistad ansio.
— ¿ Por qué , pues , no acceder á mis de-
seos?
— Bien quisiera, emir; pero en las sombras
de mi inteligencia no queda un rayo más de luz
que poder escanciar en esta colina.
^— Busca, busca, y tu perseverancia te hará
encontrar inagotables veneros.
— ¿Crees que no busco? Diera lo que me queda
de vida por conseguir dar forma á algo desco-
nocido que se agita entre las tinieblas de mi
frente; pero lucho en vano. Alá no lo quiere:
ciimplase la voluntad de Alá.
— Escucha, Azhuna, y no te dejes llevar de
la desgracia. Corría, á la sazón, el año 634 de la
Hégira. Córdoba, Sevilla y Murcia caían á los
golpes del cristiano para no volver á levantarse
de sus tumbas; las taifas del Islam, errantes y
desordenadas, vagaban por las costas del Medi-
terráneo, y el poeta de Ronda sollozaba en sus
sentidos versos: «Nuestras mezquitas se han
trasformado en iglesias y sólo se ven en ella
cruces y campanas. Nuestros almimbares y san-
tuarios, aunque de duro é insensible leño, se
anegan en lágrimas y gimen por nuestro infor-
tunio» (1). Sobre las humeantes ruinas de nues-
tros rotos imperios, sólo una blanca sombra,
escondida eu un rincón de nuestra decadente
grandeza, .se alzaba majestuosa como las frentes
creadas por Alá para los grandes hechos. Era
Granada, con su cielo de encajes, sus campos
siempre verdes y sus doncellas hermosas «como
el sol cuando nace vertiendo corales y ru-
bíes» (2). Era la hora de Almagrib de una tarde
de las de la luna de Regeb, una de las tres de
Ajiar; el sol bajaba lentamente á sepultarse tras
la negra cumbre de sierra Elveira, y las som-
bras iban poco á poco envolviendo el espíritu en
la pesadez del sueño. Yo descansaba bajo el
fresco follaje do uno do los bosques do la colina
roja, y mi potro pacía la húmeda hierba á su al-
bedrío. Necesitaba estar solo para descansar de
las emociones del día.
Aquella mañana habían rezado en todas las
mezquitas la chotbn acostumbrada por mi pro-
clamación al emirato, y aquella tarde habíanme
obsequiado los nobles grana-
dinos con vistosos juegos de
cañas y sortijas. Bajo. los co-
¡nidos álamos donde daba li-
bertad á mis confusas ideas,
me adormecí un instante á las
caricias de los aromados céfi-
ros. Sobre mi cabeza se abrió
la verde bóveda que formaban
los árboles al enlazar sus fron-
dosas ramas, una brillante cla-
ridad ofuscó mis pupilas , y
Gabriel, el mensajero de Alá,
murmuró en mi oído:
— ¡Oh, Muamad! El Clemen-
tísimo se complace en ti; tú
oros la tínica columna del Is-
lam; á ti es dado congregar los
dispersos creyentes en derre-
dor de tu trono: únete al hijo
del trabajo, do hondas y ne-
gras pupilas, y la colina roja
te dará su nombre do Alhamar.
Aléjate de los ignorantes y
teme ser contado entre ellos.
I.^n dcrvís .sale por sí mismo
fuera de las olas. Un sabio saca
también á los demás. Nada en
'el mundo te tenga adherido á
sí, excepto la ciencia. Sé docto ó discípulo de los
doctos, ó á lo menos amigo de la sabiduría (8).
Desperté azorado y me encontré solo. La
noche avanzaba con su túnica de estrellas, y la
luna dibujaba caprichosas figuras al atravesar
las hojas do los frondosos álamos. Monté mi
corcel blanco y me dirigí á la ciudad. A la en-
trada del barrio de los Gómeles te encontré pen-
sativo, con la vista vuelta á la colina de que
bajaba. Vestías el traje de los hijos del trabajo;
tus ojos oran negros y proñmdos. Me acordé del
sueño y te pregunté: — ¿Qué contemplas? — Un
alcázar, — me contestaste. — ¿Dónde? — En la co-
lina roj a. — Volví lacabeza, pero nada distinguí. —
No veo nada, — te dije. — ¡Oh! No es extraño, —
repusiste; — ¡quién sabe si estará condenado ano
serviste por mortales ojos! — Pues ¿no está en
la colina roja? — En ella la pondría si tal fuese la
voluntad de Alá. — Pues ¿dónde está ahora? —
exclamé admirado. — Aquí, — murmuraste con voz
sorda, golpeándote la frente con furiosa demen-
cia.— jOh! Este es el elegido de Alá, — pensé yo
entonces; y desde aquel instante te brindé mi
afecto. Tu cincel de oro, pulsado por tu diestra
en los vértigos de la inspiración, ha hecho bro-
tar á la vida los más ricos tesoros de esta ciudad
de nácar. Tú has creado mi oriental alcázar, la
joya del Albaicín, con sus cien patios poblados
de ligerisimas columnas como indico bosque de
palmeras seculares, con sus escondidos retretes,
sus voluptuosas alhamíes y sus frescos baños.
Til has dado aliento á suntuosas mezquitas de
vaporosos minaretes y filigranados arcos. Tú has
cnnstniído soberbios observatorios, desde donde
(1) Abii llckiiSaleli.
(2) Wem,
(3) Corán, cap. Limbos.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
pueden sorprenderse los más leves movimientos
de los astros que ruedan en su malla de éter. Tu
has encerrado todos los tesoros de la ciencia en
inmensas academias sobre la vega desparrama-
das como soberbias atalayas de la humana sa-
biduría. Tú lias arrancado á la Sierra de Nieve,
á la de Elveira y á Macael sus más hermosos
jaspes, sus marinóles más ricos, sus más escon-
didas piedras para engarzar con ellas un collar
de brillantes á la garganta alabastrina de la
oriental Granada; y tú, como el genio de sus
campos, la has circuido con esa muralla roja do
diez y nueve arcos que la rodea como luciente
cinturón de fuego. Tu destino, ¡oh, Azhuna! está
sujeto á mi destino: yo soy la mina que arroja
sus toscos metales; tú eres el joyero que los con-
viertes, con el soplo de tu inspiración, en mara-
villosísimas alhajas. Estamos unidos por la vo-
luntad de Alá; somos la única roijusta piedra
del Islam, en Occidente. ¿Dejarás, ¡oh, artista!
que el soplo de la desolación descienda sobre
nosotros?
Dice Alhamar, é, inclinando su tostada frente
sobre el pecho, espera en silencio la respuesta.
Azhuna, que ha ido grabando en su alma las
palabras del emir, yergue su cabeza altiva, arro-
jando de sus ojos dos rayos de fuego, y con
acento conmovido exclama:
— Mi cincel de oro ha labrado los más encan-
tadores cármenes del Avellano y del Genil. En
mi frente han surgido, como engendros de la
calentura, los más sutiles minaretes y las más
soberbias atalayas. Yo me he elevado, desde hijo
de una esclava, á la cumbre de tu grandeza. Y
sin embargo, yo, ¡oh, emir poderosísimo!, rompo
ante ti mi cincel de oro y lo arrojo á tus plantas
como signo de humillación y de impotencia. Un
día me viste pensativo sobre la colina roja, con-
templando imaginario lo que en las nebulosidades
de mi ardiente fantasía había concebido. Me
diste medios con que poder realizarlo, y hoy, que
toco al término de mis afanes, me declaro pe-
queño para concluirlo. Tú has estudiado todos
esos dibujos, débiles imágenes de todas estas
obras. Yo he ido acumulando sobre la colina
roja cuanto de sublime puede concebir el arte,
cuantas grandezas puede soñar la imaginación
más prodigiosa: fortísimos torreones, gigantes-
cos arcos, toda una obra de titanes que engalana
la Naturaleza con sus más ricos ardores. Yo he
encerrado dentro de este inmenso hacinamiento
de moles, radas y ásperas por fuera, cuanto las
hadas pueden desear para sus estancias miste-
riosas; yo he robado á las grutas sus estalacti-
tas de cristales para adornar los techos de estas
salas; yo he arrebatado al encaje sus diáfanas
figuras para esculpirlas en los relieves de estos
arcos; yo he bebido los inmensos colores de las
yerbas para teñir con ellos los calados de estas
paradas; yo he amontonado jardines sobre jar-
dines, filigranas sobre filigranas; yo he combi-
nado la brillantez del oro, los reflejos de la púr-
pura y las titilaciones del nácar; yo he arranca-
do su secreto á los laberínticos dibujos de los
chales indios; yo he enlazado figuras geométri-
cas con signos cabalísticos; y yo me he atrevido,
faltando á las leyes del Profeta, á inciiistar se-
res animados en los pilones de esa fuente; para
formarte estuche de zafiros donde encerraras
esos bosques. Yo, alentado por tus amistosas
pláticas, he creado lo que el hombre no pudo ni
aun .soñar, y que más se debe á tu magnificen-
cia que á mi inspiración. Yo he vivido, por es-
pacio de treinta lunas, en el seno de esta torre,
velando noche y día el sueño de mis obras, como
ellas velarán mañana el sueño de las tuyas. Mas,
¡oh, emir!, terminada está mi obra. Yo había so-
ñado, en esas horas de la locura del arte, formar
tu alcázar regio, digno remate de mis ilusiones
y digna cúpula de tu Granada. Ese alcázar lo
había yo entrevisto entre veladcs tules la noche
que te conocí. Sus contornos fantásticos flotan
í-n mi mentí! como rico enjambre de aterciopela-
das mariposas. Pero tantas veces como mi mano
ha querido darle forma, otras tantas la idña, re-
lielde á sujet^irse á los límites de la línea, me ha
ofu.scado con su l)rillaiite luz: sólo Alá, el Ex-
celso, el Clementísimo, pudo crearlos luminosos
orbes del caos en que nadaban. Yo le siento, le
siento aquí, en mi frente, bullir y mofarse de
mi mezquindad, y sólo tus consuelos y 'las mi-
radas de una virgen de uegras trenzas y lángui-
das pupilas han podido librarme de perder el
juicio. Yo he velado noches enteras sobre las
sagradas páginas del Corán, impregnándome en
las sutiles esencias de sus brillantes imágenes.
Yo he soñado un alcázar suntuoso, un alcázar
de perlas donde, como en el paraíso prometido
á los creyentes, no se sienta ni el frío ni el calor,
la sombra se extienda por los jardines, y las ra-
mas se doblen ofreciendo sus frutos; alcázar re-
camado de vistosos y mullidos cojines, de cáli-
ces de plata y lámparas de cristal, en cuyos
patios salten blancas fuentes, cerca de las que
jueguen las sultanas al son de perpetuas melo-
— Pues bien, ¡oh, Alhamar! Yo he estudiado
las grandes obras do todas las naciones, y á su
descripción han vibrado mis ¡deas como vibran
las notas en las cuerdas de una guzla. El artista,
como el ave, necesita de todos los efluvios de la
creación para impregnar en ellos, ésta sus can-
tos, aquél sus concepciones. Necesita visitar el
Oriente y el Occidente, el Septentrión y el Me-
diodía, con todas sus catedrales cristianas, sus
mezquitas muslímicas, sus sinagogas hebreas,
sus templos griegos, sus palacios y sus ciudades;
necesito empaparme en el espíritu de todos los
cultos, en los destellos de todas las escuelas, en
los misterios de todas las artes; y yo ofrezco á
tu grandeza construirte un alcázar como nunca
soñaron los genios celestiales ni los paganos
dioses. Acaso, ¡oh, emir!, me taches de demente;
CONCIERTO DE INVIERNO (cuadro de J. S. Noble)
días, y donde el agua corra en fugitivas gotas
semejantes á desparramadas perlas. Un alcázar
imagen de los cielos entrevistos por el Profeta
en su ascensión, con gradas de oro y plata, con
edificios de esmeraldas j rubíes, con estancias
de hierro y de zafiros, pero más sutiles, más
diáfanas que las gozadas por Mahoma, pues to-
das estas bellezas habían de estar copiadas en
sus caladas paredes con hábiles figuras, con ex-
traños giros que, sin ser la realidad, la supera-
sen. Un alcázar, en fin, digno del sétimo firma-
mento, compuesto todo de clarísima luz, tenue,
impalpable, pero resplandeciente, fascinadora.
Esto es lo que mi pecho ansia; esto es lo que mi
cerebro siente, quemándose en sus llamas; y esto
es lo que mi torpe mano no puede dibujar.
- ¡Oh, Azhuna, para mí más preciado que el
tesoro más rico: busca, busca un medio de cons-
truirme ese alcázar, y te regalo mis ciudades!
— Emir, tú sabes que las riquezas no me ofus-
can ni el poderío me ensoberbece. Para mí es tu
amistad como el sol para las flores: sin sus i-ayos
no pudieran abrir sus perfumados cálices. Ya he
buscado, he buscado, y sólo existe un medio,
pero medio de imposible realización.
— Habla, habla: ¿qué hay imposible para que
se cumplan los designios de Alá? Responde; tu
amigo lo suplica; tu señor lo manda.
mas ¿qué es el arte sino la sublime locura del
espíritu?
— No, Azhuna; tu cráneo ,no está enfermo:
está poseído por la llama de la inspiración. Ten-
go tesoros suficientes para que emprendas tu
viaje; y hoy qvie mi pueblo celebra con zambras
y regocijos la pascua de Alfitra á la salida del
Ramadán, no debe entristecerse el artífice famoso
de mi espléndida corte de artistas y de sabios.
Parte y torna con el joyel de mi toca, con el flo-
rón de mi diadema.
— Sólo Alá es vencedor, ¡oh, emir!, como pre-
gona tu escudo; pero por él te juro qvie, si vuelvo,
te traeré tu regio alcázar de las perlas grabado
en mi cerebro. Por ti, Alhamar, se envanece
Granada de llamarse la Damasco de Occidente;
tú proteges al sabio y al artista, tú das consuelo
al pobre y fiestas á tus pueblos; tu corte es corte
de poetas, y en ti encuentra pródiga hospita-
lidad el extranjero. Alá, que es justo, recom-
pensará tus beneficios.
— ^Parte, parte, mi artista más preciado, y
Alá te ayude en tvi divina empresa.
Sale el artista de la rica estancia, y el emú-
vuelve á apoyarse en el marmóreo alféizar
del ajimez á contemplar los perfiles de su
Alhambra, satisfecho do sus gloriosas accio-
nes.
752
LA ILUSTRACIÓN EBEEICA
II I incoherentes frases, j' sn blanco albornoz ondula
Azhuua desciende jwnsativo por k.^ t:.-i.> .-,.« á impulsos de sti rápida marcha.
bosques de la Alhambi-a. En su mente íe apitan | —¡Oh, si: ac|*ii está, aqnl, en los pliegues de
fin se cumplen mis ensueños de artista. ¡Oh!
Pero ¿j' mi virgen de negras trenzas y lánguidas
pupilas? ¡Tendré que abandonarla! ¡Acaso otro
O
m
X
m
(O
>
)a» idea» y en su pecho rugen laa pamones. Bri- | mi cninoo, ose alcázar prodigioso, ése alcázar de
lian en sus i<y,-i r^ifügas de alegría con destellos las perlas que prometí á Alliainar! ¡El viaje, mi
de tri.steza; .-^ii.s labios, entreabiertos, mumniran ] peregrinación ú todos los ámbitos d(^l mtuido! Al
musliin cautive su j)echo duraulo mi pnilnngada
.¡ni
ausencia!
ÍSc ajnltnnarü)
Mi!«IMSTl;.lC10.V: («rtrt. 5&.)-367. hmit ««lina», dilnr.-KMenadi.s \m i\m'\m dr |.rii|iinl;i(l an-slim v lihiaiia. -I,;is rKlaiiiarioiin cu ílailrid, al iT|irraciilaiit.c do esta casa,». Maniid l'la j Valor: Apodara .10 1°
_jH( INSÉRTESE Ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL )t< •
EOTABi.BrmtnuTO tpi-'.i irf."«iifKo dk La Ilustración Ibérica: dux D« Cobtks, h.»« 866 y 367. - BABCBLONA
r
ÍiD)i¿.lI\"
SEMANARIO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
Año V
Barcelona 26 de noviembre de 1887
Núm. 256
Adveiítenc'ia : Un incidente ocurrido al entrar en máquina el número 11 de El Mundo de las Damas nos obliga á aplazar su reparto
hasta la próxima semana.
EN LAS PROPIAS BARBAS (cuadro de V. Broaiok)
AL ILUSTRACIÓN IBÉRICA
SUMARIO
TmxTO.— JTodrid. CarUu á mi primo, por FcmanSor.— [Tno
rwumm (conUnaacIón), por Mannel Amor Mellan.— Oto-
roMUa , por A. Pareja 8erT«da. — Lectura». Baudrlaire
(eoncloaión), por Oailii. —£ibliogr<tfia, por Carlos Men-
dosa.—Nnestros grabados.— £1 alcázar de Uu peria» (le-
yenda árabes ( continuación > . por Juan Garcia-Goyena
Aliucarav.
Grabados.— En las propias barbas.— Retrato de una joven.
-Gnemesey: Entrada á Saint Plcrre Port.— Por el rio.—
En grave aprieto.— ^oya* del arte forentino antiguo Cristo
rodeado de ángeles en medio de los bienaventuradlos. I^
batalla de San Egidio— La despe<Ud8.— Keproducción en
facsímile de los tapices de Bayeux— I>a defensa de la ino-
cencia.—Bordadoras de los Balkanes.— I^ costa de Geno-
va.—Spczxia: Porto Venere —ün cubil de jabalíes en el
bos»iuf de Fontainebleau.
M ADRl D
€?»r%a.a 4 sbl p
r-ks^ik
La boda. - Frascuelo herí do. -EchagOe. Teatros
§L fin, querida prima, se ha verificado la
boda del Sr. Cánovas del Castillo. Hé aquí
la descripción del traje de la desposada : creo
qne entre todos los detalles de la fiesta es el
que más encantará tu ánimo. Vestía la Si-ta. de
Osnia lui traje de terciopelo blanco labrado, y
guarnecido de encajes, regalo del novio; y so-
bre el abierto cuerpo del vestido la rama de ho-
jas de 3edra que D, Antonio Cánovas le ofre-
ciera entre otros presentes : la rama venía
arrancando del hombro izquierdo y caía sobro
el puntiagudo peto. Tres hilos de perlas, que
los marqueses de la Puente habían puesto en la
canastilla de su hija, lucían su irisado orienta
sobre el hennoso busto; y su gallarda cabeza
sostenía una diadema, estilo del primer Impe-
rio, entre cu\-os soberbios brillantes asomaban
las flores de azahar... Largo y magnífico velo
de encaje completaba esta toilette, digna (dice
el cronista de quien tomo esta pintura) de la
prometida de un Nabab. La ceremonia fué bre-
ve : el obispo de Madrid-Alcalá, revestido de
pontifical, ofició en el acto, pronunciando des-
pués una sencilla plática, que, también al de-
cir de las gentes, conmovió á todos cuantos
la escucharon. Inútil será decir quiénes a.sistie-
ron á este acontecimiento excepcional : puedes
figurártelo. A las diez y media de la noche los
recién casados fueron á Palacio á presentar sus
respetos á la reina; después volvieron al hotel
de los padres de la novia; y por término natu-
ral, á eso de las doce, entraron en la casa del
Sr. Cánovas, donde los dejaremos hasta que los
sucesos traigan sus nombres otra vez envueltos
en el rumor de otras cien actualidades... Pero
no : ya qne de esto hablo, quiero decirte algo de
la casa del Sr. Cánovas del Castillo. Según las
descripciones, es un verdadero museo de arte y
de antigüedades : tapices, esculturas, porcela-
nas de totlas épocas, pinturas antiguas de raro
mérit/», grabados de Morghen, ediciones curio-
BÍsinias, cíilecciones de armas... Y es, soljre
toflo, magnífica por su caudal la biblioteca;
templo de retiro, en el cual se confortaba y con-
forta el gnm ministro conservador en los tiem-
pí>8 depriinent<!S y lacrimosos. Debemos confe-
sar que esta biblioteca no ha «ido una habitación
más para el Sr. Cánovas, como lo seria para la
generalidad de los hombres políticos... Y para
terminíir definitivamente la historia de esté ca-
samiento ex(;epcional, te rfíferiré la última ver-
sión de esta leyenda, (pie le da visos de idi-
lio. Cánovas estaba enamorado de la Srta. do
Osma desde hace veinte años (ella tiene treinta
y dos nada más), y durante todo ese tiempo le
ha dedicado las poesías amorosas que ha escrito.
La ha conquistado á fuerza de endecasílabos.
A no dudar, despué.y '!<• este suceso, ninguno
otro piu-íle parangonarríi- en renonancia win la
desventurada cogida de Frascuelo. Lidiaba éste
uno de los toros que se corrian á beneficio de
una sociedad formada para ilustración de los
obreros... La corrida tenía ya mala sombra, se-
gi\n decían los aficionados, pues se había sus-
pendido ju-imoramente... Frascuelo se dispuso á
matar el toro, pero éste embistió de súbito y pa-
seó al espada en los cuernos. Cuando Frascuelo
caj'ó en tierra, herido como estaba, se levantó,
y, poniéndose en facha, dio una estocada al toro,
cou ira, con furia; estocada do desprecio y de
vergüenza. No pudo rematar la suerte y salió
para la enfenneria. Puedes figurarte la ansie-
dad, el terror del público; el tumulto que so ori-
ginó, y las contradictorias versiones que convir-
tieron aquel sitio en un horno de gritos, pre-
guntas, respuestas, augurios y confusiones. Sin
duda para desviar la atención de este aconteci-
mieiite, un torero, El Behé, se dejó coger por otra
fiera y esto, en efecto, distrajo á la muchedum-
bre de la cogida principal y grave. Desptiós
hubo lo que haj' siempre en estos casos: la plaza
de Santo Domingo, donde vive Frascuelo, se lle-
nó de gente; las listas que se pusieron en el
portal se llenaron de firmas; las bandejas de
tarjetas y telegramas ; los periódicos de sueltos
lúgubres y encomiásticos; Madrid fué cubierto
por una nube de tristeza moral y se creyó que
desaparecería . para siempre uno de los genios
más esplendorosos del toreo. En estos días sola-
mente de Frascuelo se hablaba. Algunos que
firmaban en la lista expi-esaban su deseo no sólo
de que se restableciera, sino de que toreara pron-
to. Suponían (y esto es grande elogio del cora-
zón que suponen en Frascuelo), que apenas éste
se restableciera volvería por otra cornada. Con-
sidera tú, prima, que es preciso, en efecto, tener
un alma de espíritu más que humano para sentir
repetirse tamaños accidentes y seguir entre-
gando, la carne, destrozada y mal unida, á la có-
lera del toro. Yo comprendo que conforme se
van repitiendo las heridas el cuerpo se estre-
mezca más , los ojos se sientan más turbios, la
resolución más indecisa, y falte, en suma, la segu-
ridad, la confianza, el aplomo de aquellos tore-
ros afortunados en el arte que han lidiado siem-
pre sin el más ligero zurcido en su pintoresco
traje... Asi debe ser y así será sin duda; mas el
torero, como el soldado, no puede retirarse sin
desdoro; y si puede cortarse la coleta cuando
llegan los años canos, ó cuando tras de muchas
campañas afortunadas se ha hecho una grande
hacienda, no puede hacerlo sin desdoro al día
siguiente de haberle dicho el médico ; / Ya es V.
hombre.' Frascuelo estará restablecido muy pron-
to, se anunciará su nombre en los carteles, y el
público acudirá con avidez áver su querido gla-
diador, y espiar en su apostura, en su gesto, en
el color de su rostro, en su mirada, en la quie-
tud ó el temblor do su mano el estado de su co-
razón, el mayor temple ó decrecimiento de su
bravura. ¡Pobre Frascuelo si el pueblo le ve
dudar y estremecerse, cerrar los ojos, volver la
cabeza, temer, en fin, cuando se lance sobre el
toro ! Frascuelo se acahó, tiene miedo, dirían en-
tonces con aire desdeñoso los que tiemblan en la
calle cuando ven pasar algún buey con cencerro...
Y tendrán derecho para decirlo: han comprado
por algunos reales el derecho de que los acto-
res de la gran fiesta mueran, si es preciso, con
augusta dignidad. Ciertamente que las ocasio-
nes y la consideración y el fanatismo que conce-
demos á los espadas no tiene explicación moral
posible; mas como el hombre no se compone tan
sólo de espíritu, sino también de materia, esta
materia sensible, temerosa, de que estamos for-
mados, nos dice, con sus movimientos de terror
ante el peligro, que el matar toros es oficio
singular y áspero. Yo encuentro ilógico, sin
embargo, que el entusiasmo del pueblo por los
toreros crezca en i-elación de las cogidas que
tienen, y que su bello ideal, por lo visto, sea lui
torero armado en piezas como los esqueletos...
El gran torero, sin duda, es el que sabe ser ven-
cedor sin ser jamás vencido. Do lo contrario no
se debe considerar la tauromaquia como un arte,
sino como una lucha. Y, como lucha personal,
¡qué vergonzosa para el homlire! [Tna cnadrilla
entera, muchos hombres á pie y á caballo con
capas y con lanzas y con espadas para distraer-
le y rendir la bravura natui'al de un toro, y
después, ya turbado, desangrado, y aturdido, to-
davía con otros engaños herirle y matarle... No:
en todo incluso en las barbaries hay algo qu(>
las embellece, y ese algo es el arte: es el espiri
tu dominando siempre sobre la fuei-za, inutili-
zándola y desarmándola, i Al más artista, pues,
al nunca cogido, le corresponden las ovaciones:
al que sin arte cae herido le correspondo la
lástima !
Pero, en fin, quei'ida prima, j'a hemos habla-
do bastante de este asunto inagotable, al cual
habnís prestado alguna atención, sin duda, por-
que, como buena española, tienes todavía on tu
armaiüo la mantilla blanca y la peineta de los
fiestas nacionales... Tratemos ahora de otra des-
gracia, cuya resonancia es infinitamente menoi'
que la de Frascuelo... Me refiero á la enferme-
dad del general Echagüe, victima de una \tu\-
monia, y de verdadera gravedad en estos mo-
mentos.
El general Echagüe no puede ser bien aprecia-
do más que por los viejos y por los que hemos oído
contar á los viejos las campañas de la guerra civil.
.El general Echagüe fué uno de los oficiales más
bravos del ejército liberal, y al oir la relación de
sus proezas nos parece oir relaciones de leyen-
das. Sin duda que el ponerse delante de los toros
os brava cosa; pero el batirse durante años casi
todos los días, entre tempestades de balas y cru-
zados de bayonetas, tiene también su mérito.
Aquel oficial era de aquellos cuya existencia no
se comprendía sino por vii-tud de alguna protec-
ción mágica. Como él hubo otros muchos generales
cuyos hechos heroicos desconocemos también, y
que han cobi-ado personalidad en la política des-
pués que no tuvieron campaña de guerra. Entre
éstos podemos citar á los doce hombres de corazón,
y entre estos doce al general Echagüe. Hace mu-
cho tiempo que, más que general, es cortesano,
palaciego, hombre de sociedad, bajo el cual sólo
sus antiguos amigos pueden conocer al oficial de
chapelgorris. Déspiiés de la muerte de Don Al-
fonso, dejó de ser comandante general de ala-
barderos, puesto sujeto á término reglamentario;
y dicen que la muerte del rey le impresionó mu-
cho. Los viejos son pesimistas: sin darse cuenta
de ello, en todo lo que ven morir sienten su pro-
pia muerte, y al sentir concluírseles la vida creen
que se concluye toda la vida del mundo. No es
así: los hombres pasan y la humanidad prosigue
su camino. Lo qvie hay, en verdad, sensible, es que
la sociedad y la patria tengan en menos la muerte
de un soldado glorioso, cuya espada trazó felices
caminos á las ideas liberales, que la muerte de un
gallardo lidiador de reses, actor de feroces re-
creos.
Aparte de esto, en el mundo de la literatura y
de la escena (placer más espiritual seguramente)
las novedades más recientes son dos saínetes re-
presentados anoche, uno de ellos titulado Laspro-
jñnas; otro titulado Sereno. El primero se debe al
señor don Fiacro Iráyzoz; el segundo al señor
Sánchez Pastor. No he visto este segundo saí-
nete, que la pi-ensa elogia manifestando que per-
tenece al número de los mejores. Hay un sereno
chismoso y enti-ometido, una niña j)ogadiza. y
enamoi-ada, un sietemesino audaz, contra su ca-
rácter; una vecina guapa qne lamenta las ausen-
cias de un marido atareado, y un barbero pusi-
lánime. Parece que con estos elementos ha hecho
el Sr. Sánchez Pastor un cuadrito preciosísimo.
Del otro saínete. Las propinas, sí. puedo ha-
blar. Un portero ha encontrado la manera de ex-
plotar á todos los cabezas de familia de Madrid.
Con el libro de las doscientas mil señas en la
mano escribe á todos los vecinos un anónimo en
que les manifiesta que su honra j)adece, y que
en tal portería se les dará explicaciones. El no
da explicaciones sino á quien le da dinero. El
devuelve á todos la tranquilidad; jiero se en-
cuentra en grave riesgo de perder la suya, pues
no todos se dan por satisfechos. Al concluir el
saínete sabemos que precisamente él ha citado,
entre otros, al mismo amante de su mujer, el
cual de prfif)iiia casi está para des|)acharlo.
Hay en todo este saínete una frescura, una
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
755
novedad, una gracia para decir cultisimamente
los chistes inás arriesgados, que algunos de ellos
nos recordaron el arte supremo de Bretón. «¡Hé
aquí una nueva musa cómica!» nos dijimos, com-
placiéndonos en saborear aquel delicioso postre.
Decididamente somos saineteros. Más vale así:
ya que en las regiones superiores no aparezcan
nuevos genios, que en el piso bajo de nuestra
literatura dramática encontremos nuevos inge-
nios cada día.
Y sin más, tuyo
Feenanflor
"op-
UNA ROMANZA
(continuación)
Eso si: el soneto no era un modelo de inspira-
ción ni corrección literaria, pero s(? aplaudió, y
desde aquella noche Fermín quedó bautizado
con el adjetivo de j>oete valdesareTw.
Y cuando se retiraron todos los asistentes á
sus respectivos domicilios, iban tarareando la
romanza Vorrei moriré, y sospechamos si las mo-
léculas de aire de Valdesar se convertirían aque-
lla noche en notas de Paolo Tosti.
SEGUNDA PARTE
El vizconde de Malafama era uno de los per-
sonajes de Valdesar. Su influencifv era mucha
para con los prohombres del partido que á la
sazón regía los destinos de la patria. Había sido
elegido dos veces diputado nuestro vizconde, y
se prometía serlo la tercera... Estonces sino un
detalle de poca importancia para nosotros, que
no hemos de votarle ni asistir á su votación.
Pasemos, pues, adelante, y prosigamos el curso
de nuestra historia.
n
A la mañana siguiente de la velada presen-
tóse, vestido á la gran etiqueta, como diría un
traductor chirle, en casa de Angelina.
Hallábanse en ella ésta y su madre, con la
que vivía.
La escena que allí tuvo lugar la tomaría un
autor dramático para un primer acto de expo-
sición:
El vizconde. — Señoras...
La madre de Angelina. — ¡Oh, señor vizconde!
(Con ridiculas cortesías.) Tunto honor...
El vizc. — El honor es mío al venir á saludar
en su hija una ftitura gloria valdesareña.
Angelina. — Muchas gracias.
El vizc. — No las merece: es sólo plena justi-
cia á su artístico mérito. ¿Han leído ustedes El
Eco de hoyV
Angelina y su madre. — ¡No!
El vizc. — Oigan ustedes y juzguen. (Lee.) «En
el conciei-to celebrado anoche en el Casino de
Valdesar á beneficio de las victimas de Andalu-
cía, básenos revelado una futura gloria de esta
hermosa ciudad. Nos referimos á la señorita An-
gelina C..., que, asi en el aria II pensier sta negli
oggeti como en la romanza Vorrey moriré, puso
de relieve sus excepcionales dotes de artista.
Creemos que si la señorita C... no se duerme so-
bre los laureles anoche conquistados y estudia
con entusiasmo y fe, llegará á ser una de nues-
tras primeras estrellas en el arteUrico.» Y bien:
¿qué dicen ustedes á esto?
Ángel. — ¡Bah! El revistero no peca de duro...
El vizc. — No: si esta es la opinión de toda
Valdesar. Créame visted, Angelina; á usted le
hacía falta un año de Conservatorio...
La madre. — Pero nosotras...
El vizc. — ¿Qué va usted á decir?
La nuidre. — Que no podemos...
El vizc. — Cornfi quieran si.
La madre. — ¿Y basta querer?
El vizc. — Querer es poder, señora. Si ustedes
quieren, yo me encargo...
La madre. — ¿De qué?
El vizc. — Do procurarles un medio de sidisis-
tencia en Madrid.
La madre (con dignidad). — ¿Sacrificarse usted
por nosotras?
¡Jamás!
El vizc. — No me han entendido ustedes.
La madre. — Expliqúese usted, pues.
El vizc. — A eso voy.
No desconocen ustedes cuánta es mi influen-
cia en la Diputación de la provincia.
Ángel. — Mucha.
El vizc. — Pues bien: yo, el vizconde de Mala-
¡ Nada de eso !
Comprendo perfectamente que es un proyecto
mío, que tienen ustedes que madurarlo mucho.
Yo expongo la idea.
Ustedes la meditarán.
III
Y resultado de aquella meditación fué que no
era para desechado el generoso ofrecimiento del
vizconde ex diputado, y decidieron aceptarlo,
como así se lo dijeron al de Malafama.
No tuvo éste más tiempo que hablar con unos
y otros diputados para que' la pensión le fuese
concedida á Angelina, á la cual todos la señala-
ban como una futura étoile del arte lírico.
RETRATO DE UNA JOVEN (por G. Clausen)
fama, puedo hacer que se otorgue á ustedes una
subvención para qvie la señorita Angelina conti-
núe sus estudios en el Conservatorio de Madrid.
La mad. — ¡Ah! Eso es diferente ya...
El vizc. — ¡Y tan diferente! ¡Pues qué, seño-
ras! ¿Me juzgarían ustedes capaz de...?
La mad. — Usted dispense, pero...
El vizc. — Nada tengo de qué dispensarles.
Por el contrario, comprendo perfectamente
que me lie explicado mal, ó por lo menos no he
sabido exponer mi pensamiento como debiera
haberlo hecho; y así...
Conque ustedes decidirán. Yo tendría una
verdadera satisfacción y un orgullo muy legiti-
mo en poder decir algún día, que en la medida
de mis fuerzas he contribuido á hacer de Ange-
lina una grande artista.
Ang. — Muchas gracias por su buen deseo, se-
ñor vizconde...
Pero usted comprenderá perfectamente que
no es éste asunto para tomarlo á barato, y...
El vizc. — Ni yo tampoco ¡ líbreme Dios de se-
mejante pretensión! voy aponer á ustedes, como
vulgarmente se dice, una espada al pecho.
¡Juzgúese del dolor de Fermín al tener que
resignarse á una forzosa separación i
Y decimos forzosa porque la vocación de An-
gelina era decidida.
Y Fermín, en cambio, era pobre para im
viaje de tal empeño entre los vecinos de Valde-
sar, y no podía pedir subvención de ninguna es-
pecie.
I Ya se ve !
¡El no era ninguna maravilla artística!
¡Nadie le había señalado como una étoile!
¡No le habían llamado Gayarre, ni siquiei-a
Gayarrini !
Fermín se desesperaba y dábase á todos los
diablos.
¡Ahí era nada!
¡ Separarse del ser adorado por nosotros con
verdadera pasión !
Femiín recordó la noche de la famosa vela-
da, velada de tan fatales resultados para su
amor, y la maldecía desde lo más íntimo de su
corazón.
Manukl Amor Meilán
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758
T.A ILUSTRACIÓN IBÉRICA
GIOVANETTA
Las meraiadas españolas al mando del Gran
Capitiln Gonzalo de Córdoba ocupaban militar-
mente el reino de Ñapóles, y á la lucha tenaz
de sangrienta guerra habíase sucedido una paz
risueña qne, aunque cimentada en ruinas, no
dejaba de ser deseada por italianos y espa-
ñoles.
Ñapóles en aquellos tiempos era la ciudad de
la orgia y el nido predilecto del amor.
Fiestas contiiniadas, galanteos y amoríos, se-
renatas y torneos, hacían de la ciudad un nuevo
janlin de Annida, entre cuyas frondas se me-
llaban las espadas toledanas y enmohecían las
moharras de aquellas terribles lanzas que la
católica Isabel arrojara poco tiempo antes contra
la Hor de las tro|)as árabes.
Alguna vemh'ttii, algún resentimiento, se sol-
ventaba en las sombras de la noche, y no era
ciilunma de humo ijuc se elcvaliti del \ f.'^ubid y
la dorada cintji qne el .sol ponií'nto tUlmjaba en
el mal', cuando un grupo compuesto de cuatro
caballeros penetró bajo el emparrado del pórti-
co, }•, dando golpes sobre la mesa con el pomo de
sus puñales, gritóle con toda la fuerza do sus
jóvenes plumones:
—¡Aquí, maese Gambai-delli! ¡Pronto, ó te mo-
lemos los huesos á palos!
Gambardelli compuso lo mejor que pudo su
fisonomía, dándole el aire de complacencia, y
acudió al llamamiento haciendo mil zalemas al
tiempo que decía:
— ¡Oh, Excelencias! ¿Qué se dignan orde-
narme?
— Necesitamos tina buena botella de lacrima,
un pastel de liebre de los que tanta fama os han
conquistado, más otro par de botellas del más
añejo y más puro que guardes entre tus vinos.
— Al momento, monseñor Hugo de Alenza,
flor y nata de los alféreces españoles.
— ¡Bravo, maese! — contestó otro de los co-
mensales.— Así sabéis sei-vir un delicado plato
Joyas del arte fiorentino antiguo
Cristo rodeado de ángeles en medio de los bienaventurados (cuadro de Fra Angélico)
raro oir después del toque de queda el chasquido
de los aceros que tras la esquina de una calle-
juela ventilaban cuestiones de amor ó de juego,
alumbrados por el farolillo agonizante del humi-
lladero de alguna Madona, ó el ahogado grito
del que caía ante el puñal de los rufianes, ávi-
do» del oro que guardaba una escarcela, ó de
la joj-a que brillaba en el pecho del noble.
Si al día siguiente no se hubiese visto levan-
tar el cadáver, ó lavar la .sangre que .salpicaba
los muros de las casas donde el ti'ágico suceso
habíase desarrollado, nadie creería que en aque-
lla hermosa ciudad, donde á todas hoi-as sonaba
el bandolín del trovador y el alegre murmullo
de las danzas, la muerte silenciosa cobraba su
tributo entre el ocaéo y el orto del sol.
Entre las hosterías que de más fama gozaban
en Ñapóles por aquella época, había una situada
en lo que hoy es el puerto y que, en descomunal
muestra llena de adornos de colores, exhibía una
figura (jue asi ¡)odía representar un gato como
un león ú otro animal fantástico, bajo el cual la
mano del pintor había trazado el siguiente rótu-
lo en tinta roja: La gata blanca. Hostería del
gignor Francesco Gambardelli.
La gata blanca era, no sólo el punto donde se
servían mejores licores y comidas, sino el sitio
de reunión que frecuentaba la nobleza de los
tercios españoles, gente que bebía bien y pagaba
mejor. Por esta causa el signar Gambardelli, que
usaba este antenombre por pertenecer, según él
afirmaba, á una noble y antigua casa de Roma,
no consentía que pisaran su establecimiento ni
los soldados de los tercios, ni los pescadores de
la rada, ni la multitud de condotieri que pulu-
laba por todas partes ofreciendo al mejor postor
la hoja de su espada ó la punta de su puñal.
Sentado se encontraba el buen hostelero á la
puerta de su establecimiento viendo la negra
como retener nombres en vuestra asombrosa
memoria. Y para que en adelante guardéis uno
más, sabed que este bravo capitán que nos acom-
paña es el noble y rico señor de Aleándote, niies-
tro querido compañero y amigo D. Eernán Al-
varez de Toledo.
— ¡Oh, Excelencia! — volvió á decir Gambar-
delli haciendo una profunda reverencia.
— Pronto, maese: esas botellas y ese pastel,
que nos morimos de hambie, — dijo Hugo de
Alenza.
Gambardelli desapareció, mientras un doncel,
casi un niño, que no obstante su poca edad
lucía en su pecho la cadena de caballero, decía
á D. Fernán:
— ¿Y qué os parece la ciudad, amigo mío?
— Admirable, querido Gome, admirable. Y
ahora que de esto se habla, he de contaros un
suceso que me ocuitíó anoche por andar de calle
en calle sin conocer la población.
— ¡Contad, contad! — gritaron todos agrupán-
dose cuanto podían á la mesa.
— No sé deciros dónde, ni la hora precisa:
sentía ardor en las sienes, la cabeza pesada,
quizás por el calor del camino, ó por haberla
traído desde Milán encerrada en la maldita gar-
zota, que Dios confunda; y pocas ganas do acos-
tarme sin haber visto algo de esta famosa Ni'»-
poles, de quien tanto haljía oído hablar. La hora
de la ffieda había sonado hacía tiempo, cuando al
volver de una calle me encohtré detenido por
dos rufianes que espada en mano me exigían ali-
gerase mi bolsa y aumentase el peso de la suya.
Me hice á un lado, desnudé el acero y cerré
contra ellos repartiendo cintarazos; mas los que
yo había creído dos so convirtieron en sois, y
en Dios y en mi ánimo que me hnV)ieran dado
un mal rato si, aVjriéndoso do pronto una puerta
que me resguardaba la espalda, no me hubiera
sentido ari'astrado al iiitoi'ioi' y \'isto cerrarso
ante luis ojos sus postigos.
Trémula luz, qiuv brotaba de una lámpara de
cobre puesta sobro un bloque de piedra, me hizo
apreciar mi situación y los detalles del sitio
donde me encontraba.
Ei'a una cueva, ima verdadera cueva; habi-
tada, no por duendes y trasgos, sino por una be-
llísima niña que, medio sumida en éxtasis, fijaba
en mí sus ojos de fuego.
Aquella hada, aquella delicada mozuela, me
había salvado, y traté de pagar su generosa ac-
ción entregándole el joyel de mi gorra.
— Guardad, señor caballero, — me dijo en una
graciosa jerga italoespañola, — esa joya qiie me
deshonraría y acaso os deshonrase. No necesito
de nada, ni con J03'as se pagan todos los ser-
vicios.
—Sin embargo, me habéis salvado de una
muerto cierta...
— He cumplido con mi dobor.
— Creed, niña, que mi gratitud no tendrá lí-
mites; pero dignaos aceptar...
— Lo primero sí, con orgullo: lo segundo de
ningún modo.
— Decidme al menos vuestro nombre, y sepa
j'o de una vez á quién he de llamar en mis re-
cuerdos.
— Soy Giovanetta, señor; Juanita, como decís
en vuestro idioma.
— Pues bien, Juanita: sois adorable:..
— Una pobre niña nacida enti'e el fango do
las calles, sin patria, sin hogar... una floi- que
pasa y se deshoja bajo el pie de cualquiera.
— ¿Tan pobre sois?
— ¡Oh, no tanto! Es verdad que vivo de mi
trabajo, ora vendiendo pescados por las calles
do Ñapólos, ora cantando por las hosterías, ora
sirviendo á las damas como camarista... pero
tengo una riqueza inmensa: mi honradez.
— ¿Sois española?
— No lo sé: ¿y vos?
— Si: soy paje de vm caballero e.spañol, y me
llamo Fortún.
Comprenderéis, mis queridos amigos, el por
qué de mi inocente mentira: necesito apoderarme
del corazón de Juanita, y siendo noble y caba-
llero rebajaría mi nivel hasta olsnj'o, ó le haría
aspirar á ima unión imposible.
— ¡Qué bueno debo ser eso de vivir en gran-
des palacios, Fortun! — me dijo.
— ¿Lo desearíais? — pregunté.
— Sí y no: sí, por ostfTf al lado vuestro... no,
porque... porque estoy mejor aquí en esta pobre
cueva que la caridad me da como virginal ca-
marín.
" Os hago gracia del rosto de la escena: manos
que se osti'ochan, promesas que se cruzan, chi-
rrido de una puerta que se abre, y un beso ro-
bado en la mejilla más tersa, más fresca y más
linda que ol pillo do Fortun, paje de un gran
caballero, pudo soñar en su vida.-
— ¡Bravo, D. Fernán! — gritó Alenza.
— ¡Admirable! — contostaron otros.
— ¡Os propongo una copa do lacrima á la me-
moria do Giovanetta! — exclamó ol adolescente
D. Gome do Quirós.
— Sea como gustéis, mis amigos.
Y llenando las copas, levantó la suya Alenza
de Toledo, diciendo entono solemne:
Por la hermosa Giovanetta!
• — ¡A su salud! -
-gritaron todos; mientras Gam-
bardelli murmuraba:
— ¡Pobre niña! ¡Ha ido á meterse en las
fauces del lobo!
ragazza!
Yo velaré
por
la hermosa
II
Giovanetta continúa su vida errante, por las
calles de Ñapóles; poro ni on sus mejillas luco
aquel aterciopelado carmín que hacia la desespe-
ración de las elegantes napolitanas, ni sus ras-
gados ojos negros sustentan aquella mirada viva,
penetrante, que á un tiom|)o causaba delirio do
poseerla y temor de recibii'la.
Sombras del alma, las más tristes, las más
negras de todas las sombras, han tendido por
debajo de aquellas órbitas el violado círculo de
las penas, y la infeliz ragazza doblega su ciutura,
aiiíxís tan esbelta, como se dobla el tieino mim-
bre ante la brisa más tenue.
Ya se lo decía Ganabardelli:
— Desconfia, Giovanetta: nada hay en el
mundo más malicioso que un paje, ni menos
consecuente que un escudero.
Pero la inocente niña medía á su amanto por
su propio corazón, y creía en Fortún como las
almas sencillas creen lo que se desea hacerles
creer.
Por fin cayó do sus ojos la venda.
El enamorado Fortún era un noble español
de la más alta alcurnia, y la puertecita de la
callejuela no volvió á abrirse más para él.
Giovanetta palideció 3' cayó enferma.
^;Qué flor delicada no se marchita y muPre
cuando falta á su raíz el jugo que le da vidaV
Luchó su enérgica naturaleza contra la enfer-
medad, y logró vencerla... pefo ¡ay! ¡dejando
su ponzoña en el corazón!
Siete meses, siete siglos pasaron pai'a ella sin
haber visto aquella imagen que veneraba en el
fondo de su alma, el objeto de su inextinguible
amor. Fernán, ó Fortún, como ella le llamaba á
svis solas, habíala olvidado como cosa qvie pasa,
como hoja de árbol que arrastra el viento.
Ün día llegó á La gata blanca á ofrecer á
Gambardelli unos pescados, y allí oyó vaga-
mente rumores que sin saber por qué. se clavaron
en su pecho como agudas espadas.
Munnurábase por los bebedores acerca de un
misterioso crimen cometido la noche antes en la
persona de un caballero español que liabía caído
al pie de luia reja acribillado á puñaladas. De-
cíase que el herido era objeto preferente de las
atenciones de una alta dama, y que un rival des-
deñado había preparado contra él una vendetta
terrible. Se hablaba de heridas incurables, do
armas envenenadas, y Giovanetta salió de la
hostería decidida á saberlo todo.
Cándida y sencilla, tenía en su corazón todas
las supersticiones, todas las creencias de la
época y del país, y pronto adoptó su partido.
En el promedio de la montaña que corona el
cráter del volcán habitaba una hechicera, una
maga cuya fama era universal: la tenebrosa
cueva que de refugio le servía era visitada con
frecuencia, 3'a por el mísero pescador de la ba.
hia, ya por el encopetado magnate de la Chiagia,
y á ella se diiigió llena de fe y con su alma an-
helante de esperanza.
La maga era una anciana que, á juzgar por
restos que el tiempo había respetado, debía ha-
ber poseído excepcional belleza. Sophora era
judía, y nadie podía decii- de dónde había ve-
nido, quién la iniciara en los secretos de la ma-
gia, ni cómo ó cuándo había elegido su habita-
ción en la montaña.
— Sephora, — le dijo Giovanetta; — he venido
á consultarte un asunto de grande interés para
ini; pero soy pobre...
—Habla.
- Es el ca.so que no podré pagar tu trabajo.
— Y ¿qué te importa si te digo que hables,
niña mía'?
Giovanetta creyó de buen augvirio las pala-
bras de la vieja, y, dejándose llevar de un pri-
mer impulso, coi-rió hacia ella, abrazóse á su
cuello, é imprimió sonoro beso en sus mejillas.
La maga, sorprendida, dejó oir un suspiro
profundísimo, mezcla de satisfacción cumplida
y de dolor por largo tiempo contenido, y to-
mando entre las suyas las manos de la joven
exclamó:
— ¡Me has besado! Has besado á la maldita,
á la repugnante judía (jue todo el mundo des-
precia, que todo paje apalea... ¡Bendita seas por
siempre y para siempre! Cuéntame tus cuitas,
nada me ocultes: quizás pueda servirte en algo.
— Pues bien, Sephora: necesito que me digas
quién fué herido anoche al pie de una reja.
Sejjhora murmuró ininteligibles palabras, avi-
vó la llama de moi-ibunda hoguera que á su lado
vacilaba, ji contestó:
— D. Feí-nán Alvarez de Toledo, ó el escudero
Fortún.
Giovanetta exhaló un supremo grito de an-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
gustia, y llevándose la mano al corazón friiUr.
— ¡Más aún! ¡Más, Sephora, por cuanto ames,
por cuanto hayas amado en el mundo!
— Cayó bajo el puñal de un asesino cuando
esperaba la cita de su prometida esposa la con-
desa de Castiglioni.
— ¡Oh!... Sigue.
— El puñal estaba envenenado, y es muy di-
fícil que sane de sus heridas.
— ¿Por qué, SephoraV
— Porque para ello es preciso que una per-
sona que le ame mucho, que no tenga mancha
alguna en su pureza, se decida á hacer en su
obsequio un precioso sacrificio.
—¿Cuál?
— Es preciso que deje correr su sangre unos
cuantos minutos; qu en viuagí e fuerte disuelva
una perla negra; y, mezclada esta disolución con
aquella sangre, la infiltre gota á gota en las he-
ridas.
759
estallaba; y no obstante su continuado trabajo
ni se le ocurría una idea, ni acertaba á coordinar
un pensamiento.
De pronto so irguió.
A poca distancia resonaban las espuelas de
un caballero.
— Mi vida es poco, muy poco, por la suya...
¡Ha.sta mi honra... sí! ¡Hasta mi honra! - dijo.
Y salió al encuentro del desconocido, inten-
tando, aunque con poca seguridad, hablarle el
lenguaje del amor.
El caballero la oyó primero con indiferencia,
después con lástima y más tarde con interés.
Sobre su mano desnuda había caído una can-
dente lágrima... jNo de la Magdalena que se
arrepiente, sino 'de la mártir que muere!
La llevó delante de un farolillo que aliimliraba
á una imagen de la Madona, y allí, con exquisito
tacto, hízole confesar el por qué de aquella lii-
grima.
Joyas del arte florentino antiguo; La batalla de San Egidio (cuadro de Fiiolo rcello)
— ¡Gracias, Sephora! ¡Que Dios te guarde y
pague tu consejo!
— ¿Dónde vas, mi querida Giovanetta?
— A cumplir con mi deber, — exclamó la
pobre niña corriendo hacia la falda de la mon-
taña.
Y jadeante, cubierta de sudor, con sus des-
nudos pies llagados por las asperezas de las
i-ocas, llegó á La. cjata blanca, llamó á Gambar-
delli y le hizo la confidencia de sil extraña
visita.
El buen hostelero era supersticioso como todo
italiano, y creyó á ojos cerrados en la eficacia
de esta medicina; mas existía una dificultad in-
superable, y era la falta de dinero. Comprai' una
jifrla, y una perla negra, era casi tentar un im-
posible, por lo cual aconsejó á la desolada Gio-
vanetta que creyese un sueño cuanto había
pasado y dejase á D. l'ernán en brazos do su
suerte.
No obtuvo contestación.
La niña había salido de la hostería y volaba
hacia la ciudad en busca de lo que no podía en-
contrar.
Dos días anduvo errante de calle en calle, de
puei'ta en puerta, implorando una limosna, un
préstamo, un dogal de esclavittid, cualquier cosa
que le diese el oro que necesitaba, y sólo con-
siguió juntar iin miserable puñado do la moneda
más ínfima. Para mayor tormento suyo había
visto en la cristalera de un judío magin'ficas
perlas negras, por la menor de las cuales le
pedían seis doblas de oro, é, incitada á su vista
como al hidrópico. incita el- agua, su delirio ha-
bía Uegado al último ex'tremo.
Llegó la noche del tercer día, día de fiestas y
de algazara en la población.
Giovanetta, medio tendida en el hueco de una
puerta, oprimía entre sus níanos el cráneo, que
Momentos después Giovanetta oprimía entre
sus manos aquellas doblas que le eran tan que-
ridas, y respiraba sintiéndose pura y sin man-
cha.
Y en la soledad de su mísero albergue, ha-
ciendo de bisturí una tijera y de cirujano su
propio corazón, abrióse una vena, y, al compás
de la sangre que caía en un vaso, sus ojos se
entornaron y rodó sobre el suelo desmayada.
¿Qué pasó después?
Gambardelli, que la vigilaba, la encontró espi-
rante, vendó su herida, la reanimó con el calor
de su tabardo, y al día siguiente Giovanetta ve-
laba al moribundo D. Fernán y le administraba
la medicina de la maga del Vesubio.
Y D. Fernán curó, quizás por efecto de aque-
lla droga á tanta costa comprada, quizás debido
á su robusta naturaleza; pero al ver á su lado á
la infeliz abandonada, al saber por Gambardelli
el secreto que Giovanetta le había ocultado á
pesar de sus ruegos y aun de sus amenazas,
tomó su partido, y un día, en que la napolitana
preparaba su cesto para salir* al mercado en
busca de trabajo, numeroso cortejo de pajes y
escuderos llegó á su puerta precediendo á los
ilustres vai'ones españoles á quienes hemos pre-
sentado al principio de esta leyenda, los cuales
en ricas bandejas de oro traían soberbias pre-
seas y regalos.
Tras de ellos, llevando á un lado á Gambaí'-
delli y al otro al noble Quirós, como su más in-
timo, apareció Fernán Alvarez de Toledo, con-
yaleciente aún de su penosa enfermedad.
Alenza se adelantó á la puerta, descubrió su
cabeza y dijo á Giovanetta:
— Permitid, señora, que como indigno em-
bajador de tin ilustre amigo os pida para él
la honra de concederle vuestra mano do e.s-
pcfsa.
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03
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7H-2
Giovauetta le miraba^tóuita y sin acertar á
pronmiciar nna sílaba.
Fernán Alvarez llegó hasta ella, la tomó de
la mano y dijo:
— Til sangre se ha mezcladlo con la mia: ¿que-
mis separarla de mis venas? ¿Neganis á Fortiiu
el esouilero la dicha de llamarte su esposa?
— Xo soy digna de vos, caballero; estoy man-
chada del vicio...
— ¡Jnro á Dios que no! — gritó Alenza llevan-
do su mano á la cruz de la espada: — Yo fui,
señora, quien
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
por maullos de sus ¡ispectos ú la categoría de
las obras que estudia Lombroso en los casos te-
ratológicos que ofi-ecen la grafomanía como
campo de observación. Si esto puede parecer
exagerado respecto de algunos partidarios de la
nueva escuela, uo lo es ni siquiera en apariencia
tocante á muchos de ellos. El simbolismo no es
la exageración de la poesía de Baudelaire, como
pretende algún crítico francés: es sencillamen-
te, y sin más que dejar en salvo el talento de
algún simbolista que no se sab« por |quó capri-
nes, como los mismos titiriteros que, auto una
competencia desconsoladora, se entregan á la
desesperación del salto mortal y del equilibrio
iniposil)le, y llegan á inventar modos inauditos
para colgar la vida de un cabello, y acaban por
cortar el cabello. Los literatos que buscan á toda
costa el buen éxito, hacen eso, ya se sabe; pero
la gi'acia de la critica consiste en distinguir en-
tre el j)olire diablo que btisca un pedazo de pan
dando dos vueltas por los aires y el escritor ver-
dadero que obedece, al marchar por camino
desusado , á
os dio las do-
blas aquella
noche, y ni
el menor há-
lito de im-
pureza som
breó vuestra
frente.
Lloraba en-
tretanto Gio-
vanetta, y Al
varez de To-
ledo había
caído á sus
pies, mien-
tras en su fa-
vor interce-
dían Quin'is y
Gambardelli.
La niña
abandonada cayó por fin en
sus hrsizo.s, murmurando:
— ¡ Perdonadme , señor \
dueño mío!
— ¡Perdóname t«, alma de
mi alma, que durante tanto
tiempo haya tenido ciegos mis
ojos! Condesa de Castiglioni:
rica eres, y nada hiciste j)or
mí; Giovanetta: pobre eras, y
mo diste cuanto podías darme,
tu sangre. (Juisiste ajmrar el
CJtliz del sacrificio apelando pe r
mi vida á la deshonra... ¡Qué
menos puedo hacer que dar
honra y vida por Giovanetta!
A. Pabria Serrad.x
^,
LECTURAS
REPRODUCCIÓN EN FACSÍMILE DE LOS TAPICES DE BAYEUX
El rey Haroldo, jefe de los ingleses, y sus compañeros cabalgan hacia la iglesia de Boshiam
De cómo el rey Haroldo
navegando por la mar,
del conde Cuy
llegó á las tierras
BAUDELAIRE
(1)
(COXCLDRIi
De cómo el rey Haroldo recibe juramento á Guillermo y parte para Inglaterra
Al antor de las Flores del mal se le quiere
hacer res|Kmsable, en gran part<í, de los extra-
víos de los famosos simbolistas que hacen en la
actualidad algún ruido desde París; pero seme-
jante acusación es de todo punto infmulada,
como puede ver el que se tome el trabajo de
mirar de cerca lo que pretenden y hacen los
siniU>listas, que llegan al absurdo grotesco á
las primeras de cambio. Ningún hombre de
gran talento, de vigorosa originalidad verdade-
ra, puede ser cómplice de semejantfís extrava-
gancias, donde lo que más se luce es una apti-
tud singular para la incoherencia lógica, que
viene á ser la manía fija. El simbolismo ha lle-
gado, en poder de algunos de sus más ardientes
defensores, á lo mismo que llegó entre nosotros
el famoso Estrada, el del Fish/n y los Pentacrós-
ticos, y á donde llegó Passanante en Italia, y á
donde acaso llegue también el Sr. Camila si "in-
siste en disolver el universo en pareados de
arte ateoor y mayor. El simlMÜsmo pertenece
'P Hn el «rticiilo anterior ntim. 253, te deben rectificar
' • (mjtlMta, en vez de Im-
' ;i vez <lc; pftr entrar en la
l'ara fX (¡tir (¡ulrrr.
cho insiste en serlo, una payasada tétrica, que
inquieta, que marea, producto de algunos inge-
nios mediocres y de muchos nulos. Estos últi-
mos no sólo están en mayoría en tal secta, sino
que dan el tono á la retórica nueva y le hacen
tomar un aspecto de charada, logogrifo y labe-
rinto poético, que denuncia desde luego el arte
del matoide de pluma. En otro articulo, indepen-
diente de éstos, pienso hablar del simbolismo
para decir de él lo poco bueno que se puede de-
cir y lo mucho malo que merece, y por eso no
insisto ahora en demostrar mi ruda censura.
Pero importa desde luego hacer constar que
sólo espíritus muy limitados, que confunden la
originalidad con el prurito ridículo y grotesco
de la novedad llamativa y tintanuirresque, pue-
den sostener que es responsable de las parado-
jas é hipérboles, sofismas y disparates de cier-
tos jóvenes, la extraña personalidad literaria
que revelan las Flores iM mal, digna de sor en-
tendida por quien no atiendo á lo nuevo y ori-
ginal por absurdo y atrevido, pero tampoco lo
desprecia por su novedad y atrevimiento mis-
mos. Ya se sabe que en nuestros tiempos mul-
titud de autores aspiran á llamar la atencién
por medio de rarezas y esfuerzos y dislocacio-
su tempera-
mento extra-
ordinario y
de caracteres
singulares,
no á las su-
gestiones del
hambre ó de
la vanaglo-
ria... En Bau-
delaire se
puede leer
entre líneas
toda una me-
tafísica ; por
lo menos hay
allí un poe-
ta que ve y
siente á su
m o d o los
fundamentales principios
de la realidad en cuanto com-
pete á nuestra vida: hace pen-
sar en cosas grandes, nos con-
mueve piMÍundamentrO y nos
lleva á las regiones de los en-
sueños graves y á los domi-
nios de esa idealidail que está
por encima de las diferencias
de idealismos y realismos, que
es necesario ambiento do todo
espíritu que no esté adoi'ine-
cido por el vicio más bajo ó la
ignorancia más grosera. Des-
pués de leer las Flores del mal,
cualquier hombre de regular
sentido y de buena fe declara
que ha estado comunicando
poéticamente con un espíritu
elevado, con una conciencia de
las escogidas.
Se ven los defectos del pen-
sador, del artista; se reconoce
que no es desapasionado, que
no tiene la abnegación estéti-
ca entre los dones de, su inge-
nio, ipie mira el mundo á tra-
vés del egoísmo; se nota, en la
manera de exornar las visiones
poéticas, cierta monotonía que
nace delvigoroso sistemado producir siempre, en
breves poesías plásticas, cuadros y más cuadros,
ya psicológicos, j'a naturales, ya compuestos; se
echa de monos algo de lo que nos dan con ex-
ceso po(!tas anteriores, en que la poesía dege-.
ñera en discurso, y la corriente rítmica se des-
borda y llega á causar otra monotonía: la de las
pamjias inundadas; se advierte que no pídsa
muchas cuerdas el autor de tantos y tantos mo-
delos de corrección y exactitud, de concisión y
facilidad graciosa; jiei'o á pesar de tales sorpresas,
y aun de otras, subsiste siempre la idea de que
se ha tenido enfrente á uno de los pocos seme-
jantes que tenían algo nuevo por contarnos y
que sabían decirlo de mía manera agradable,
original y ¡)ropia.
En cambio, en tantos y tantos poetas medio-
cres como se presentan con ciertas sorpresas de
lenguaje y tal ó cual sofisma estético más ó
menos recalentado, en vano buscamos una sus-
tancia que revele el hombre notable, el pensador
original, fuerte, ó el alma que ha pasado por
sentimientos de vigor extraoi'dinario ó de una
ternura excepcional y comunicativa: muchachos
y más muchachos, masó menos listos, todos llenos
de esas ventajas que la vida refinada de ci(n-tos
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
763
centres facilitii á cu;ilqHÍcríi, iiivi'iitaii iiovediules
vulgares, pusino.s de un día, uuitoria pai'ii el
hastio del siguiente; y eso es todo.
Asi como Zola no es responsable de las me-
nudencias insulsas, ó soeces ó groseras, que nos
han contado tantos y tantos prosistas moderní-
simos franceses y españoles, Baud'elaire no es
tampoco responsable de las caricaturas que con
intención ó sin ella se han hecho de su manera
y de la índole de su ingenio.
Hoy no cabe hacerle ascos
por sus atrevimientos, pues
en este punto multitud de es-
critores en verso y en prosa le
han dejado atrás; sus admira-
dores tampoco deben recomen-
darle por las excelencias do
sus paradojas de idea y de ex-
presión, pues también en esto
le han puesto algunos el pie
delante: hoy Baudelaire sigue
siendo digno de ser leído, por-
que su nota característica lle-
ga al corazón y embelesa ol
sentido como los otros grandes
autores que nunca fueron ad-
mirados por sorprendentes,
extraños y excéntricos. Cuan-
do una medianía discurre al-
guna diablura inaudita, otra
medianía mlís diabólica viene
á haberle pasar á la categoría
de un alma de Dios anticuada
merced al descubrimiento de
alguna otra zapateta artística.
Esto sucedo hoy con simbolis-
tas, disidentes, instnunentis-
tas, prerafaelLstas, csteticistas,
deliquescentes, etcétera, etc.:
la extiavagancia borra la ex-
travagancia. Pero á Baudelai-
re no hay que colocarle entre
esa clase de inventores: hay
que penetrar en su obra pres-
cindiendo de ciertos reclamos
de la crítica amiga, de los pa-
sajes subrayados por sectarios
y enemigos; hay que ver en
él aquel dolor cierto de una
convicción educada en su es-
piritualismo ci-istiano y meti-
da en un cuerpo que es un
pólipo de sensualidad: convic-
ción trabajada por la duda
como cuitado espíritu moder-
no, y en la que hay especiales
aptitudes (y como tendencias
morbosas) para el alambica-
miento ergotista, para el entu-
siasmo ideológico; tormento
oculto de muchas almas sin-
ceras y muy seriamente preo-
cupadas coa las grandes in-
cógnitas de la vida.
Diré, en fin, por vía de re-
sumen: Baudelaire no es tanto
como ha querido Gauss, pero
es mucho más de lo que dice
Brunetiere. No es el primer
simbolista, sino un poeta ori-
ginal cuyo temperamento pro-
dujo una poesía nerviosa, vi-
brada, lacónica, plástica, pero no alucinada, ni
materialista, ni indiferente. En la forma, lo que
parece característico es la aspiración á lo correcto,
sencillo; la línea pura en breve espacio: todo lo
contrario del desorden pindárico }' de la elocuen-
cia lírica. En el alma de esta poesía de las Flo-
res del mal, lo que resalta e.s el contraste de un
espíritu cristiano, por lo menos idealista, con un
sensualismo apasionado, sutil y un tanto enfer-
mizo, que vive entre compenetradas metafísicas,
por decirlo así, y que representa todo lo contrario
de la- pacífica voluptuosidad poética de Horacio,
dentro de la sensualidad misma. La agudeza
nerviosa de sentido y de entendimiento de Bau-
delaire habrá podido ser incentivo y sugestión
para que apareciesen las alucinaciones simbolis-
tas; pero no hay que confundir las Flores del
mal con las Jlorcs de trapo que algunos nos quie-
ren hacer tomar por el colmo del arto de los jar-
dines poéticos. La distinción importa dejarla
consignada no tanto por lo que haya de malsano,
retorcido, forzado y decadente ep el simbolismo,
cuanto por evitar la confusión de clases. Una
cosa es el talento do un i)oeta muy notable, y
otra cosa la habilidad de las medianías, que
deben más de la mitad del valor de sus ocurren-
REPRODUCCIÓN EN FACSÍMILE DE LOS TAPICES DE BAYEUX
De cómo Haroldo regresa á Inglaterra trayendo'el cuerpo del rey Eduardo
La coronación de Haroldo. -Los homrqes admiran su gloria.
El rey Haroldo en su trono recibe la noticia de la expedición del duque
Guillermo contra Inglaterra
Desembarco del duque Guillermo en Pevensey
La batalla de Hastings
cias al medio en que viven, á la atmósfera lite-
raria de París, que produce casi sin necesidad
de aprender, como en germinación espontánea,
versos y prosas alambicados, quinta esencia de
la fiebre intelectual; algo que es en la vida del
aite como es á los perfiímes acumulados en un
almacén el olor que resrdta de la mezcla de todos
ellos; algo que á la larga molesta, da náuseas y
es incompatible con el apetito de manjares sanos
y fuertes. Clarín
T
BIBLIOGRAFÍA
Bajo la parra, por D. Salvador Rueda, -Madrid
Muchas veces me he dado á pensar: ¿cómo
escribirían Cervantes ó Quevedo si por imposi-
ble milagro resucitaran? ¿qué dirían al leer lo
que hoy sale de la ]>luma do los Ruedas, Pico-
nes, Abascales y demás estilistas que, obede-
ciendo más ó menos conscientemente (conscia-
mente decía Sánchez Ruano) al impulso de el
Tjunático, han trasformado casi por completo el
carácter del habla castellana, iiaciéndola tan
dúctil, precisa, matizada y colorida como el fran-
cés de Gautier ó el italiano de Edmundo de Ami-
cisV Yo no sé si esto os castizamente español,
pero no me cabe duda que es
lindísimo.
No parece sino que dando
completamente al olvido á Ve-
lázquez y Hurtado do Mendo-
za, á Murillo y Fray Luis de
León, á Alonso Cano y Santa
Teresa, á Ribera y Calderón, á
Zurbarán y Tirso, al Greco y
D. Francisco de Quevedo,
nuestros escritores han queri-
do rivalizar con Foi-tuny, Sala,
Domingo y Villegas, enviando
á paseo á los rancios represen-
tantes del carácter español tal
como ora en los tiempos clási-
cos de nuestra buena literatu-
ra y nuestras artes.
Pero no hablábamos do eso,
sino de Bajo la parra, y así
comenzaremos diciendo que no
vaya nadie á creer que el se-
ñor Rueda se esté allí porque
estén verdes, sino por gusto,
por inclinación, cosa natuial
dada su modestia (no excesi-
va, sino de muy buen ver), y
por ser mucho mejores sus ver-
sos y cuentos y artículos que
no las mejores uvas... y sus
productos inmediatos.
Puede el lector figurarse,
por lo tanto, que Bajo la parra
constituye un preciosísimo
cesto de racimos acompañado
de una bandeja de cañitas; y
si se me permitiera la compa-
ración vitícolo-literaria, diría
que los sonetos constituyen
unos arrogantes moscateles ;
que los romances son de la me-
jor cepa de Málaga; que las
poesías cortas hacen soñar con
las uvas negras, relucientes,
como las pintaba Murillo Bra-
cho; que el Canto de Noche
Buena da un' mareíto por el
estilo del Jerez seco, y que el
Festín de los esqueletos produce
inia sensación análoga á la de
un exceso de amontillado. Creo
que los inteligentes compren-
(lerán lo que quiero decir; pero
en caso contrario nada cuesta
leer á Rueda y comparar des-
pués... mediante el cuarto sen-
tido corporal.
Si los versos del autor es-
tán exquisitamente cincelados
y forman como variados y
bien contorneados granos,
su prosa aparece como poesía
estrujada, donde con poco trabajo podría resta-
blecerse la prístina morfología poética. Aquello
es la anarquía del color, la fermentación del éter
vínico, la explosión de todo el espíritu. ¡Envi-
diable riqueza ! j Rarísima generosidad ! ¡ Orgía de
color, de matices, de ingenio y de luz ! ¡ Prodiga-
lidad de talento! La prosa aquella chisporrotea
rompiéndose en miríadas de burbujas que pro-
ducen un cosquilleo, no precisamente en la nariz,
como el Champagne... de Reus, sino en el cere-
bro. Aim cierto Vaso de agua que intercala el
autor en su libro, más parece de agua de Colonia
que no de la que viene del Lozoya y demás ríos
serviciales. Y, sin embargo, ¡ironía déla frase!
á pesar de tan espirituosas cualidades, no pare-
ce sino que el nombre que mejor cuadraría á
EN DEFENSA DE LA INOCENCIA (cuadro de C. Guzzardl)
BORDADORAS DE LOS BALKANES (cuadro de P. Zltelbach)
766
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
osos cuadrítos seria el de acnarelas. Y lo son cier-
tamente, pero con notable predominio de los to-
nos fuerte*, y sin que en la gama de los colo-
res entren niAs que el rojo y el anaranjado.
¡Gran colorista tenemos en el 8r. Rueda!
jGran cosechero del mejor vino literario! Es,
sin duda altruna. el Meissonier de las escenas
andaluzas.
Carlos Mendoza
-40í-
NUESTROS GRABADOS
EN LAS PRI>PUS BARBAS
CHOdro df y. Bmtiet
Sin necesidad de remontarnos al dglo xvi, puede darse por
tentado que ocurren cada día argumetUot como el de ese
caadro. ; Duérmase V., sino, teniendo chicas casaderas y
JOYAS DKL ABTK KLÜRKNTISO .iKTlCilK)
Fra An^élieo.—I'aolo Unllo
Figuran estas dos obras en In r.Hlerla Siicional de lA)ndrcs,
Fra .angélico, que vivió del 1387 iil H.Vi, heredó las tradieio-
nesdela antigua religiosa de Oiotlo, superándole, sin em-
bargo, en mistiea suavidad y adorable eandor. La Kexarrfc-
ciÓH, que reprodueinios hoy en nuestras páginas, puede dar
perfecta idea de su manera de componer y dibujar, aunque
i no de su celeste colorido.
[ En cuanto á Paoío Ucello, représenla mejor como ciertas
tendencias eientlHcas y realistas. Fué, con Pietro della Fran-
cesa, uno de los primeros en estudiar la perspectiva, figuran-
dii rtitrnamenle al lado de los mas ilustres Ireniilistns.
LA DKSrKDlDA
Cuadro de Pió Kicci
El principal objeto del pintor bien se ve que fué lucirse
haciendo alarde de sus eouocimienlos y habilidad en la in-
' dumentarin. La escena está presentada con muy agradables
¡ accesorios, y en cuanto á los personajes poco hay que decir
I de ellos como no sea que hubiera sido preferible verle la
LA COSTA DE (JÉNOVA. — l'OKTO VKNKRK
Nada más hermoso que aquella costa de mármol, que lla-
man los italianos Rivicra di Levante., ha henmisa rada de la
Spezzia estii resguardada por los dos promontorios de Leri<'i
y Porto Venere, el cual se eleva 500 metros sobre el nivel del
mar, gozándose en él de un espectáculo sin igual: efectiva-
mente, bajo él se ve desplegarse el ancho golfo de Genova
con sus ensenadas y caprichosos recortes; más allá los .Ape-
ninos destacándose con variados colores sobre el fondo azul
del cielo: detrás el gran faro de Genova, y á la derecha el mar
inmenso. La montaña en si misma, abrupta y desolada, se-
meja un paisaje de Salvator Rosa.
l'N CCBIL Í)K JARAI.ÍKS KN KI. itOHQUK DK
roNTAINKIU.KAU
Para tuto nada falte en a<iuel portentoso bosque de Fon-
tainebleau, que es una de las mejores cosas que tienen los
franceses, hay también jabalíes, que, sin cuidado alguno por
la persecución que pudieran hacerles los cazadores, viven en
las asperezas de Mont d' Ussy, prestando subido color local
al imponente paisaje.
COSTA De GENOVA
frecuenundo su casa los novios de la« mismas! El santo
varón del papá no pudo resistir la lectura del libróte, y el
íueño cerró «tis párpados. Xada más inmoralmente natural
que los chicos cambiaran un beso á hurtadillas, perdiendo
todo respeto á las lairbazaa del pobre señor, el cual, ala
verdad, es ej primer responsable del delictuoso ósculo.
scTBATo DK iniA jonK (aautreta de G. Clamen).— kktbáoí. á
luiKT PIKBKB PORT, otTKBUBsrT: (acuarela de £■ Hayet)
I^ primera de estas obras es una visible imitación de Bas-
lien Lepase. El modelado es enteramente igual al del malo-
grado pintor del Idilio rúttieo, lo mismo que la luz y los
tono* rerdes, brillantislmos, del fondo. En punto á vida y
■enUmiento oo desmerece tampoco de los del maestro, y á fe
que pocos pudiera escoger (lansen más dignos de admira-
ción.
En la segunda acuarela, de grandes proporciones, muís-
traae Mr. Hajres diligente y simpático observador de la for-
ma, color y movimiento de las olas y del efecto general
atmosférico: todo está profundamente estudiado, como no
IK^dla menos de ser tratándose de la Isla Inmortalizada dos
reces por Víctor Hugo, primeramente por su estancia en
Onemcsey y después por su exquisito ArchipiHago de la
Mancha. La acuarela va adquiriendo de día en día mayores
vuelos, siendo ya un proeedimicntu qne cuenta, entre sus
enlUradorea, verdaderos clásicos. Nacida al calor de los gus-
tos modernos, supone una habilidad técnica eminente, por
lo cual se hacen >-islblcs los menores defectos. Inglaterra
puede citarse como uno de loa patses donde se cultiva con
mejor éxito.
K\ UBAVK SPKIKTO l'OK t.L BÍO
^<' digamos qne sea muy agradable emoción la de vene
tK>r nn fnrtoso bisonte, y gracias si la victima
I bastante para asirse de una rama y hurlar de
. >d hieho. En cambio, la diversión de darse una
■ .reí rio en un lojleclllo, tiene la desventaja de
tod los excursión Islas á algiín remojón, no menos
qne una comalia IH: donde se sigue que no
cara á ella, pues en cuanto á caras de hombre las damos
todas por vistas.
BKPBOnUCCIÓN EN FAC8ÍMILE DE LO.S TAPICE» DE BAYEUX
Una asociación de señoras inglesas, hábiles en el bordado,
tomó á su cargo reproducir en facsímile los preciosos ta-
pices, relativos al rey Haroldo, que se gtiardan en la Catedral
de Bayeux; y habiendo salido brillantemente airosas de su
empresa, figuran hoy dichos bordados en el Museo de South-
Kcnsington.
Respecto al asunto, diremos que, muerto sin dejar sucesión
Eduardo el Confesor, último rey de raza sajona, nombró
para sucederle en el trono de Inglaterra á Guillermo, sépti-
mo duque de Normandla; pero el inglés Haroldo, hijo del
conde Godwin, opuso al derecho del normando la elección
de los grandes de su nación, y se preparó á la defen.sa. La
batalla que se dio en Hastings fué terrible, y en ella poreció
el desgraciado Haroldo, á quien por lo mismo no puede
confundirse en manera alguna con Haroldo el Normando, su-
puesto que era Haroldo el Sajón.
r.t> DKKEN8A DE LA INOCENCIA
Cuadró de Q. Guzzardi
¿ Á qué ijondcrar la franqueza, la alegría de ese cuadro si
cualquiera siente dibujarse una sonrisa en su cara al verlo,
aunque no sea más que en blanco y negro? Cuadro apetito-
so, bello, lleno de gracia y de originalidad, es el que ha eje-
cutado Guzzardi, que por lo visto no entiende menos de
rollizas chicos que de escorzos y otras zarandajas.
BOROAOOBAH HE LOS BALKANKS
Cuadro de B. Ztíelbach
\a composición de esta obra es no poco atrevida como
cuestión de perspectiva, amén de lo cual facilita hacer gala
del colorido. En cuanto a esos turcas se recomiendan por
sns hermosos ojo» Ai< gacela, asi como por la aplicación que
deniinatran á la labor. El autor, Zltelbach, es un distingui-
do profesor de )u escuela de .Munich, reputado sobre todo
como orientalista.
EL ALCÁZAR DE LAS PERLAS
LEYENDA ÁRABE
ORIGINAL DE
Juan García-Goyena Alzugaray
(CONTINUACIÓN)
Dice, y, raudo como el relámpago que cruza el
seno de las nubes, desciende las empinadas cues-
tas que conducen al arco de Bib-el-Aujar, atra-
viesa el maravilloso recinto de la colina roja, y
sale al barrio de los Gómeles. A los pocos pasos
se detiene, presa de agitación extraña. En una
angosta callejuela que á su diestra se retuerce,
so levanta el suntuoso palacio do Almanzor, fa-
moso caudillo cuyos hechos narra el pueblo en
romances y cantares. Aquel palacio es una de
las más ricas obras del inspirado artífice. Con-
templa breves momentos los ligerisimos calados
de sus abiertos ajimeces, los vagos contornos de
su extenso patio, circuido de fuentes y jardines
que se entrevén tras los tenues y enlazados hie-
rros de una fantástica cancela, y, lanzando un
débil suspiro, sigue su descenso por la agria
cuesta.
De las próximas calles desemboca, como olas
de un mar de fuego, una confusa muchedumbre
de hombres y mujeres, de niños y de ancianos,
donde todas las clases sociales se mezclan en
abigarrado conjunto. A los besos del sol brillan
los anchos alquiceles de los esclavos africanos;
los trajes de púrpura y de oro de los pajes; los
bronceados bustos de los etiopes; las sedosas
túnicas de las nobles moras, cuyos hermosos
rostros, asomando tras un velo de trasparente
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
767
gasa, aumentan su belleza y encienden el deseo;
los corvos alfanjes del caudillo envuelto en su
caftán de colores; la piel lustrosa del potro cor-
dobés, engalanado de ricos jaeces y orgulloso de
sostener sobre su lomo á su noble dueño con su
eminente adarga, su bonete recamado de topa-
cios, su escudo de oro, su traje de brocado y sus
vistosos motes; las sencillas túnicas de lino y los
turbantes blancos de los hijos del trabajo; todo
en extraña mezcla, en revuelta confusión, sin
orden ni concierto; bajan la áspera cuesta de los
Gómeles, perdiéndose en la
ancha plaza que á su término
se abre, plaza que es la in-
. mensa bóveda de un gigante
puente tendido sobre el Dau-
ro, que baña sus extremos
con sus arenas de oro, y en
ella se corren toros, se jue-
gan cañas, se celebran tor-
neos y sortijas. Es la cele-
bración de la pascua de Alfi-
tra, y el pueblo granadino se
entrega á regocijos públicos.
Baja con la muchedumbre
Azhuna, embargado por sus
meditaciones, de las que le
sacan á intervalos los saludos
do los caudillos y las miradas
de las doncellas; desemboca
en la plaza, y hace esfuerzos
insuperables para atravesar
la inmensa valla humana que
le separa del Zacatín. De tc-
dos los lados de la ciudad
convergen oleadas de cabezas
que cantan y que gritan en
desaforado estrépito. Allí so
mezclan y confur^den todas
las tribus, todas las razas que
en Granada anidan, aborta-
das por svis extensos bamos.
Parece que sus setenta mil
casas han arrojado de su seno
á sus cuatrocientos mil habi-
tantes para que se reúnan en
aquel recinto. Ni cuando los
muezzines congregan desde
los leves minaretes de sus
cien mezquitas á los bravos
caudillos para salir en algara
contra las cristianas huestes
se pueblan las calles de la
ciudad de la muchedumbre
que se agita en el interior de
la plaza. Infinidad de voces
de sonidos discordes estre-
mecen el aire. En el centro,
una legión de bayaderas al-
zan sus torneados brazos y
columpian su cuerpo en los
lánguidos giros de las moris-
cas danzas. Ancianos de bar-
ba blanca , de mugrientas
tocas y de almaizares raídos,
entretienen al pueblo con
sus «uriosos juegos de cubiletes ó los destem-
plados ecos do sus negras guitarras; callejeros
astrólogos hebraicos recaudan algunas misera-
bles monedas, fruto del trabajo de sus supuestas
adivinaciones; apuestos mancebos hacen caraco-
lear sus ágiles y engalanados corceles bajo los
calados ajimeces de sus damas, cubiertos de her-
mosísimos semblantes, con pestañas do raso,
nacarado cutis y ojos de fuego; infinitas cuadri-
llas de alegres mozos y desenvueltas doncellas
recorren aquel recinto del placer tañendo melo-
diosas guzlas, entonando suaves cantos y repar-
tiendo amores y suspiros; de todos los ajimeces
y de todas las esquinas, mozos y doncellas, vír-
genes y ancianos, derraman esencias olorosas y
perfumadas flores, arrojan naranjas color grana
y limones color oro, sazonados frutos y vistosas
cintas, en contagiosa locura de alegi'ia; y judíos
y muzárabes, zenetes y zegríes, ahnoravides y
gómeles, almohades y zauhagas, artistas y sa-
l»ioH, mercaderes y alfaquíes, todos se confunden
en aquel Víutiginoso remolino de danzas y do
voces, de chistes f de risas. Al cabo de infinitos
esfuerzos, de sofocantes apreturas, logra Azhuna
llegar hasta la esquina del estreclio Zacatín,
echa una última mirada sobre aquel océano de
placeres y se interna en la solitaria calle.
Es el Zacatín el nervio de Granada, la l)use de
sus grandezas y el pedestal de sus glorias; asilo
del comercio de toda la tierra, emporio de todas
las naciones, envidia de todos los pueblos. Coro-
nan sus extremos, por un lado, la plaza que aca-
ba de dejar Azhuna; por el otro, la puerta de
espigas; junto á un forjador de armas, donde
brillan corvos alfanjes damasquinos de inusitado
p(!So, largas cimitarras de un templo irresistible,
cotas do malla tan ligeras como impenetrables,
jacerinas y broqueles duros y tersos como el
diamante, se destaca el bazar de un relojerf) con
sus relojes de arena y sus clepsidras, entro las
que descuella una curiosa máquina con ruedas
dentadas que se enlazan tras una esfera de co-
lores cubierta do arábigas cifras; lindando con
una fundición de hierro, cuya fragua arroja car-
Bib-Rambla, cantada por los poetas como teatro
de cien justas, corridas de caballos y amorosos
galanteos. A derecha ó izquierda, cerrando su
angosto pavimento embaldosado, se levantan es-
pléndidos bazares donde se hacinan en desorden
riquezas infinitas: á un lado, hábiles joyeros os-
tentan, en sus ricos escaparates, como lagos de
diáfana pedrería, alliajas de oro y plata, retorci-
dos brazaletes de esmeraldas, diademas de topa-
cios, collares de perlas, joyeles de rubíes en
cuyas tersas facetas se quiebra la luz produ-
ciendo relámpagos de cien colores, titilaciones
de infinitos giros quo chispean como invisibles
mariposas de rutilantes alas; á otro, expertos
cinceladores ofrecen al pi'iblico ricos jarrones de
bellísima porcelana, caprichosas lámparas de
alabastro, rarísimos búcaros de los más precia-
dos metales, elegantes pebeteros de las más ex-
trañas figuras, donde suavísimo buril dejó gra-
badas flores de loto enroscándose en troncos <le
]5almeras, erguidos cedros meciéndose sobre
tranquilas ondas, haces de mieses y manojos de
PORTO VENERE, SPEZZIA
denas llamaradas como el cráter de un volcán,
se vislumbran los talleres de un tejedor, donde
cuelgan riquísimos tapices blancos, fastuosas
alfombras de terciopelo, cómodos cojines de
raso, hermosos pabellones de Uno y seda, imi-
tando en sus dibujos todos los prodigiosos mo-
saicos de las telas indias; y largos tubos cilin-
dricos por donde el astrólogo percibe los tenues
movimientos de los astros; y raras yerbas donde
el médico encuentra virtudes desconocidas; y
preciosas brujidas, más caras al navegante que
el fulgor do una estrella en noche borrascosa; y
ligerísimas hojas de papel de hilo, de seda y al-
godón, donde el poeta vierte sus sadenciosaa
rimas; y preciosos manuscritos de ciencias y de
ai-tes donde se dilata el humano entendimiento;
y extraños instrumentos de física y de alquimia;
retortas y sopletes, astrolabios y tablas geomé-
tricas: sublimes descubrimientos, la mayor parte
ignorados de las demás naciones, se encierran
misteriosos en los bazares del Zacatín, que, cnmo
estuche de mármol, los contiene.
res
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
En él se intorua Azhuua, siempre absorto en
BUS confusos pensamientos: ilistñudo con sus
propias ideas, llega hasta el cancel de hierro de
la famosa Al-kaiseria, cnj'o estrecho pero esbelto
estalactíticos de la bóveda de sti vestíbulo; las
ajaracas, lazos é inscripciones de sus paredes
de concha, que hacen de este alcázar una de las
más elegantes obras de la ciudad morisca, y en
cuyos retretes misteriosos suenan todavía
rumor de zambras, bailes y festines: arran-
can al árabe alarife otro suspiro y le ha-
cen pi-osegiiir su marcha con más celeri-
dad. Atraviesa el enverjado arco de la
Al-kaiseria. Se interna en aquel laberinto
de calles estrechas y tortuosas, llenas de
árabes bazares donde ofrecen sus belle-
zas sedas y alfombras, preciosas telas y
trasparentes encajes, curtidas pieles y
suavísimo cáñamo: todo producto de la
granadina vega; todo trabajado en la ciu-
dad de las mil torres; todo salido de la
fábrica de tapices del Albaicín, de los te-
lares de tejidos de la Alcazaba; de los ta-
lleres de ciu-tidos del arco de Bib-Elveira.
Como hombre acostumbrado á recorrer
aquellos callejones, sin número, pero que
todos ellos cabrían en el estrecho seuo del
Zacatín, Azhuna, después de rodear cien
veces las estrechas calles, se detiene jun-
to al cancel de una caíía. Da tres palma-
das, y, como si esperasen su venida, una
esclava negra le con-
duce al interior del
.edificio. Atravesando
un patio, cuya tosca
ñiente saltí\dora da
frescura á cuatro dé-
biles nai-anjoíy otros
tantos limoneros, le-
vanta la esclava uu
UN CUBIL DE jabalíes EN EL BOSQUE DE FONTAINEBLEAU
íiii.i >.- ii.-.'.uii ii >-iiir"- ••! Iiue<.(r de dos magnilt-
if» Ijazares. , Enfrente de la puerta kb ve nna
angosta, de que forma part« un puente por
He pa«a al edificio destinado á la guardia
•ida vega. Fija Azhuna la mirada
nt^'K iab^ires, primorosa obra de
- . :. . I K! :^MM i\p entrada y sus ador-
no., .li- i.ii¡;,,ht,^ ■■ t;, ,,..; los caprichosos grupos
p(-.saili) tuiíiz listoneado de oro y con flecos de
seda, único signo do lujo de una sencilla estan-
cia. Todo en ella revela al mercader avaro de
riquezas y desnudo de pompas. Las blancas
paredes, como los lisos ajimeces, sólo se hallan
adornadas por una ancha cenefa de toscos azu-
lejos; del techo pende una lámpara do alabastro;
en un modest/) búcaro crecen dos varas do vei-des
tulipanes; alfombra el su(>lo, hninilde cstí^ra de
cáñamo; y algunos divanes de blanco lino rodean
una mesa primorosamente tejida con hojas do
palma.
Penetra Azluina en la modesta estancia, y,
como poseído de extraño sentimiento, detiene el
paso, fijando la mirada en uno de los divanes.
¿Qué ve de extraordinario que apenas á respirar
se atreve? ¡Ah, sí! Muellemente recostada sobro
un cojín de raso, con las hermosas trenzas,
negras como el ébano, flotantes sobre los blan-
cos hombros; con la mirada vaga y distraída
nadando en el espacio, los mórbidos brazos cru-
zados sobi-e el agitado /seno, y cubierta de una
blanca túnica cuyas mangas rematan en dos
brazaletes de oro, y su garganta en un collar de
amuléticos zafiros; una doncella, hermosa como
las mañanas de abril, blanca como la corona de
espuma do la Sierra de Nieve, pura como las
cristalinas aguas de la sagrada ñiente do Sem-
sem, ondula en ese mundo de los espíritus
donde las almas se unen y los corazones se
besan. Al entrar Azhuna, aunque su jnipila no
puede notar su'presoncia en la estancia, quizás
por esa atracción magnética de determinados
cuerpos que los maestros árabes explican en las
cien academias de la vega, la joven siente correr
por sus nervios ligero estremecimiento, vuelv<!
la cara, y sus ojos, fijos en los ojos del artista,
se dicen ese cúmulo de cosas que sólo sabe ex-
presar una mirada.
— ¡Azhuna! — murmura la niña con acento
tembloroso, mientras su semblante so tiñe con
las rosas del rubor.
— ¡Sobeya! — exclama el artista con apasio-
sionado acento, yendo á sentarse en el blando
cojín que la doncella le ofrece
á los pies de su diván.
— Vienes ' agitado y tus la-
bios tiemblan, ¡oh, Azhuna!
¿Qué ocasiona tus pesares? —
dice la niña con voz didce y
halagadora.
—¡Qué ocasiona mis pesa-
res!— repite el alarife con ex-
])resión sombría. — Tu amor y
mi pequenez.
— Di más bien tu gloria, pre-
gonada por todos los ecos de la
ciudad granadina.
— ¡Mi gloria, mi gloria! Men-
guada grandeza si ha de esta-
cionarse en la mitad de mi ca-
mino! Tú, Sobeya, has sido la
luz de la esperanza en la noche
de mi espíritu; tú me has dado
fuerzas para superar los obstá-
culos que á mi obra se oponían.
«Trabaja, estudia,» me contes-
tabas cuando, desesperado de
mi inspiración, arrojaba el cin-
cel, impotente y miserable.
Gracias á tus dulces palabras,
la obra está concluida y hoy
Alhamar ha podido embelesar-
se en el espectáculo de su co-
lina roja. Pero ¡ay, que la cú-
pula de mis trabajos, ese so-
berbio alcázar que había de ser
como el joye. do su turbante
regio, se niega á que grabo sus
contornos en la dura piedra,
temeroso de empequeñecerse
al tomar forma! Tú, como la
voz de mi conciencia, esperando siempre, me
dijiste: «Viaja, recorre el mundo, atraviesa los
mares, salva las montañas, y esa idea brotará á
la vida.» El poderoso emir ha dispuesto mi
viaje, y mañana habré de separarme do mi ilu-
sión más rica, do la virgen de mis sueños, de
Sobeya la de los negros bucles, ¿(/emprendes
aliora mi tristeza? (Hr rontínuará)
wp
íBIRBTUCNI: CkIm, 36»-36/. iUmíi Mni, editor. - [írMrTadoi! Im dcmlmit ilf prnpiíMlad urtíslica v literaria. - \m ri^< hiniacioiifs en Madrid, al ri'|iri!si!iitaril.c de esta casa, D. Maiiael Ha y Valor: Apodara .10 ,2.'
X INSÉRTESE Ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL )!<-
EniBUCiiUBVTo TiPOUTOOBirico DI La naatración Ibérica : Caluí de Costes, n.<» 365 y 3C7. — BAKCBLONA
SEMANARIO CIENTÍFICO. LITERARIO Y ARTÍSTICO
Año V
Barcelona 3 de diciembre de 1887
Núm. 257
EN CASA DEL FOTÓGRAFO (cuadro de J. Mukarowsky)
LA ILUíJlüAOlON IBÉRICA
SUMARIO
TiXTO.— JTodHd. Carta» á m¡ prima, por Femanflor.— Uiía
roaMiua (continnaclón), por Jfanncl Amor Meilán.— Jt*!-
peticiám MariUwta yodimal de Cádiz, por Patrocinio de
Biedm».— .4 Concha (poesía), por RaniiSn García.— A'í al-
foeil rtffio, por R. lleniánJex Bcrmúdcx.— Sesíán Jorro»-
«ara, por A. Sanche» Pérex. —Nuestros grabados.— £í oí-
titar deku perUu (leyenda árabe) (continuación), por
Juan Garcla-Gojcna Alzngaray.
UKAKÁDOS.-En casa del fotógrafo. -On'Uot drf lüSír: Todi.
Fratta. En Perusa. En Ctttá di Castello. Pieve di San Ste-
fano.— El bordado decorativo en Inglaterra.— Nerón ante
el cadárer de su madre Agripina.— Floralia.— Dania y ca-
ballero—Entre flores.— El viejo Uovador.— La Anuncia-
ción.—El bosque de Fontaincbleau. -La Lagtina,- cerca de
Bellecrolx.
M ADRl D
C?as%9k8 4 s*,^ p:cizn%
Fechas memorables. - Lo<i hombres necesarios. -
Ministro y embajador. — Entierro del general
Bcha^Qe.' Crquijo. Sin vacuna. Los teatros. -
La lotería.
{w X la últliua carta tuya que he recibido me
'."T^. jiiiitas mil}' alnnnado con los sucesos de
Pai¡.s ú tu señor padre, mi respetable amigo,
hasta el punto de que me dices haber mos-
trado él deseos de venirse con todos vos-
otros i\ Madrid, visto que por aqiii hay la tran-
quilidad que pensabais encontrar en ese gran
pueblo. Asi son las cosas de este mundo, queri-
tla prima: no es posible ni remediar el pasado,
ni gozar del presente, ni adivinar el porvenir.
A la muerte del rey creíais que España sería
nn caos, y creíais que Francia garantizaría me-
jor vuestro reposo. Hoy no es posible j'a formar
almanaques políticos. En otro tiempo, los pue-
blos bajo instituciones sólidas y universalmento
acatadas; reglamentada la sociedad en clcses y
categorías reconocidas por todos; cuando los
hombres creían de buena fe qtie la Divinidad se
mezclaba en la dirección de la política, de la
justicia y de las riquezas; cuando el rico tenía
seguridad de serlo siempre, y el pobre sabía re-
signarse á no dejar de serlo nunca; podía augu-
rarse la marcha de las naciones y de los indivi-
duos: el rey seria heredado por el principe; el
rico por el primogénito; el criado moriría en la
casa de su señor; el pobre en el hospital, exha-
lando ayes, pero sin exhalar ni un reproche...
Mas hoy, que los vientos de libertad han tras-
tomado aquella organización tan cómoda para
los que se encontra.ban en las alturas; ni nadie
tiene seguridad de continuar siendo rey, ni rico,
ni dichoso, ni puede decir como entonces: «sé
que viviré y moriré tranquilo; » pues el antago-
nismo do las ambiciones, de los intereses y de
las ideas nos han simiido en agitadísima anar-
quía. Pot eso tu padre qtiiere volver á España,
que consideraba presa de fatal locura, dejando
á esa Francia, cuj'o genio positivista, prudente,
reflexivo, patriótico, nos ha elogiado tanteas
veces... A creerle, París arde, y dentro de poco-
la Europa entera será invadida por las llamas
de su incendio.
¡Quien 8al>e! Puede qtie su temor sea exage-
rado: se asusta fácilmente quien, como tu señor
I)ai)ú, ni oye una voz más alta que otra ni puede
diir' lir un capón con trufas... Cierto que mon-
hieur Grevj', el venerable anciano que tantas
pruebas tiene dadas de sensatez y de patriotis-
mo, se ha visto en la necesidad de hacer dimi-
sión de la presidencia, entregando el país á lo
desconocido; pero las naciones son como los in-
dividuos, que jjor instinto se resisten á perecer,
" suelen encontrar grandes fuerzas para
■s resoluciones en los momentos solemnes.
.^i quiere convencerse de ello tu señor padre,
no tiene más sino recordar la fecha de hoy, 25
'• I viembre, ,-' ' . de la muerte de don
.'..: .;.io XII. J, iiiado suceso se consi-
deró por los monárquicos como el fin de la mo-
narquía, por los republicanos como, el comienzo
de la repi\blica; por todos como la inaugttración
de mi periodo de turbulencias. En el real pala-
cio quedaba una mujer joven, extranjera, casi
ignorante de nuestra lengua y de nuestras cos-
tnmbres; escasamente conocedora de nuestros
partidos y hombres de Estado... Fácil S(>ria dorri-
ijarla si acaso ella tenía valor para resistir al mie-
do... Pues al cabo de dos años es la verdad que
esa señora está más firme en el trono que pudo
estai-lo jamás su esposo; que los partidos do la
Revolución están deshechos, y que el país, can-
sado de los hombres políticos, ávido de libertad
y de orden, se contenta con un gobierno que le
ofrezca libertades, y fulmina sus iras, como tu
señor padre, contra todos y cada uno de los per-
turbadores. D. Alfonso XII, aquel monarca tan
necesario, ha sido reemplazado, no tan sólo en el
trono, sino en los corazones de los monárquicos,
por un chiquitín que ni se tiene en pie todavía,
y que ha sosegado más el país con su vestidito
de blancos encajes que D. Alfonso con su unifor-
me de capitán general. Si D. Alfonso volvióse
hoy del otro mundo, sin duda que haría dicho-
sos á los que le amaron por su persona, mas sus
propios cortesanos le dirían: «Señor: ¡V. M. nos
honra demasiado con haber venido!» ¿Seria po-
sible de otra manera que progresase el mundo ?
Los altos puestos de la Gobernación de un pue-
blo no son muchos, y el pueblo es muy grande y
se encuentra siempre un salvador en su fondo.
Si queréis convenceros con nuevos ejemplos de
que no hay hombres necesarios, dejad la fecha
de hoy y recordad la de mañana, 26. Dos años
hace también que murió el duque de la Torre,
el intrépido soldado; el hombre que representó
dignamente á la nación en el periodo revolucio-
nario; aquel que muchas veces, con sólo llevar
la mano á la rienda de su caballo, vio en armas
detrás de él, para seguirle, á todo el ejército...
Era la esperanza de la libertad y de la nueva
revolución... Murió, y en estos años nadie le lia
recordado, ni en los periódicos ni en las conver-
saciones. Si volviese á la vida, sus cori-oHgiona-
rios de otro ticsmpo no se andarían con cumpli-
dos : desde luego, sin dejarle ir á besar la mano
del rey niño, le cogían y le enterraban do nuevo.
Y es, amiga Carmen, y está demostrado, que
todos los tiempos son para sus hombres, y que,
en todas las situaciones creadas, lo que existe,
por el mero hecho de existir, es mucho mejor
que lo pasado.
También se muestra pesaroso tu padre de que
Albareda haya dejado de ser embajador en
París, donde tantas simpatías conquistó, y de
que haya sido reemplazado por León y Castillo,
cuyos méritos, para olitener este puesto han
consistido en no gobernar ni poco ni mucho en
el ministerio do la Gobernación. Debo decirte
que á León y Castillo se le trata por sus amigos
mucho peor de lo que merece. Precisamente
porque no ha servido para ministro do la políti-
ca, cargo para el cual so necesita ser algo más
que gordo y calvo, puede ser un excelente em-
bajador en concepto de algunos. Pero los hom-
bres de partido no tienen compasión; y aquellos
que cuando pronunciaba discursos estentóreos
en las Cortes coreaban sus detonantes párrafos
con aplausos, hoy le despiden con desdén y con
risas. Debemos compadecerle: buscando la paz
que no encontraba en su re\nielto departamento,
cambió con Albareda y buscó la calma en la em-
bajada; pero de pronto los franceses se hacen
españoles, y León y Castillo se encuentra de em-
Vjajador cerca de S. M. el Caos. En el fondo es
una buena persona; su aspecto, como veréis, dig-
no del mismo Celeste Imperio; y debemos espe-
rar que obtendrá simpatías.
El general Echagiie, de quien te habló en mi
carta anterior, ha muerto. Ayer vi pasar su en-
tierro. El féretro, desde el sitio en que estaba
depositado, fué conducido hasta la puerta de la
casa mort,uoria en hombros do sus tres hijos, de
dos ayudantes del general, y do un antiguo
criado de la casa. Este detallo tenía mucho de
solemne y sentido á un tiempo, y conmovía. Iba
cubierto el féretro con tin paño negro, y sobre
él la leopoldina, la espada y el bastón. Fué lle-
vado, durante Iji carrera, por seis soldados de
Sabo3'a, que se relevaban. Grande acompaña-
miento, como era natural. Al llegar á la esta-
ción del Norte, fué depositado el atat'id en itn
ftirgón donde ya estaban los despojos mortales
de la señora D.» Mercedes Méndez Vigo y Oso-
rio, que fué, en vida, esposa de Echagüe, y que
hablan sido exhumados poi- la mañana en el ce-
montorio general del Sur. Los restos de los qus
en vida fueron modelo de esposos descansarán
eternamente en el cementerio nuevo do la ciu-
dad de San Seliastián.
Hace pocos días murió Zabálburu, uno do los
banqueros más opulentos de Madrid; y hoy so
encuentra gravísimamente enfermo el marqués
de ITrquijo, nombre que todavía más que el de
Zabálburu resume el dinero acrecentado por las
sabias y persistentes combinaciones del dinero.
No es Urquijo uno de esos capitalistas que des-
lumbran con la resonancia de sus operaciones ni
el constante reclamo de los periódicos; no ha
creído necesario, como otros capitalistas, des-
lumhrar á los tontos con la enumeración conti-
nua de sus millones; pero aquí donde hay millo-
narios que contratan servicios de cientos de
millones, y bajo su palabra no encontrarían
quien les pre.stase cinco duros, la palabra do
ITrquijo es pai'a todos más seria, más honrada,
más verdad que los mismos millones. Ha hecho
mucho bien sin aparato, y es, en fin, la perso-
nificación del mundo viejo de la banca.
Cuando se tiene noticia de que uno de estos
millonarios está en peligro de muerte, se viene
á la memoria la frase de aquel banquero que en el
entierro de uno de sus consocios decía: « ¡De qué
sirve el dinero si no sirve para comprar la vida!
Hé aquí el consuelo de la pobreza: llegará un día
en que pordioseros y millonarios formaremos
una misma compañía bajo la razón social de
¡Polvo y Nada!
Los diarios censuran á las corporaciones ofi-
ciales porque su descuidó es causa, dicen, de
la excesiva moi*tandad de niños. Parece que la
linfa vacuna empleada estaba en mal estado, y
parece que también escasea la linfa. Lo que sí
hay son mesas construidas para la operación co-
rrespondiente. A las madres que llevan sus ni-
ños les dicen: «No hay vacuna; pero ya ve usted
que todo está preparado para cuando la haya.»
Por desgracia la muerte no se satisface con bue-
nas palabras, y los carpinteros de las pompas
fúnebres no se dan abasto para consti-uir cajitas.
Es triste pasear por las afueras de Madrid en la
parte de los cementerios. Es el desfile de la ni-
ñez madrileña. Y si es cierto que un solo hom-
bre, en un momento dado, por su saber, su valor,
su carácter, puede cambiar los destinos del mun-
do, ¿no hubiera sido muy distinto de lo que será
el porvenir de España si no hubiese muerto
alguno de esos niños? Vemos que no so puede
dar un paso, ni evocar un recuerdo, ni escribir
una palabra, sin que un problema misterioso so-
licite nuestro pensamiento y lo preocupe.
La comisión de propaganda de la Exposición
Regional de Madrid ha nombrado un jurado,
compuesto de los señores D. Federico Madrazo,
D. Bernardo Rico, D. Casto Plasencia y don
Eduardo Berruete, para que juzguen los proyec-
tos de cartel de la Exposición. Véase la impor-
tancia que ha tomado el simple anuncio de un
concurso cualquiera. En otro tiempo un letrei-o
sencillo bastaba para decir al jiúblico la novedad
que se le preparaba. Se notó que el público va
por la calle distraído, fijándose en lo que reluce
ó en lo que levanta estrépito, y se pensó en atraer
sus miradas. Esforzando la nota cada vez más,
hemos llegado á los carteles de colores con figu-
ras al cromo, de tamaño natural. Es, sin duda,
tin procedimiento caro, pero vistosísimo, agra-
dable, que da notoriedad, grandeza y hace respe-
table y de magnitud el acontecimiento. Como el
gusto por el arte y en el arte se ha difundido
mucho, se ha juzgado preciso que los carteles
de las corridas extraordinarias de toros, los de
ferias y deExposicioiies estén hechos ])or verda-
d(^ros artistas, poniendo ya éstos su vanidad en
lui cartel como lo jjonen en un cuadro de certa-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
771
mon aa-tístico. Acaso el premio de honor que no
se concede en las Exposiciones de Bellas Artes
se concederá por mío de esos espléndidos carte-
les que llenan una fachada. El público, siempre
supersticioso, juzga do las cosas por sus comien-
zos, y según le parezca el cai-tel juzgai'á do la
Exposición Regional.
En Price se ha estrenado una zai-zuela en tres
actos titulada Doña Blanca de Navarra, que ha
obtenido grande éxito á pesar del género á que
pertenece. Su autor es D. Ramón Ramírez, tipó-
grafo honrado y laborioso, que roba horas al
descanso pai-a dedicarlas al cultivo de las letras.
Asi lo he leído en La Oiiinión. En Variedades
ha merecido también los aplausos del público
Fruta prohibida, cuj'o título basta para saber
que se trata de la mujei' del pi-ójimo. En el
Teatio Real continúan los triimfos de Tamagno.-
Fermín daba vneltas en su imaginación á este
p(ínsamiento, y no le hallaba satisfactoria so-
lución.
Al fin, y tras de mucho cavilar, debió decir
¡Eureka! con el sabio...
Había hallado la solución á problema al pare-
cer irresoluble.
IV
Había sido confirmado Fermín en el título de
poeta en la famosa velada de Valdesar.
El recuerdo de esta confirmación fué la chispa
que había de hacer bi-otar el fuego.
— \\o iré también á Madrid! — se dijo. — ¡No
pediré subvenciones: sólo pediré se me costee el
viaje ! Pudiera bien hacerlo mi familia, pero sé
que no me dejarían partir y se negarían. De este
gencias hallaban protección y sabían nbriise
paso (en lo cual bien pudiera equivocarse .
Eu fin, á Madrid iba.
Uno de sus máá dorados sueñoB se trocaba en
hermosa realidad.
Ocho meses después, logrado su objeto, partía
también Fermín para la villa y corto de las
Españas.
TERCERA PARTE
Aquellos ocho meses de ausencia habían sido
para Fermín ocho mortales eternidades.
Habíale escrito innumerables veces, pero en
todas ellas había tenido por única respuesta la
callada.
¿No era ésto más que suficiente para deses-
perar á un enamorado como Fermín, y poeta por
más señas?
¿A qué atribuir este silencio por parte de
Angelina V
Estamos á fin de noviem-
bre, y por lo tanto los madri-
leños empiezan á pensar en
la lotería de Navidad. Es de-
cir, que todos empezamos á
ser ricos. Lo xinico bueno que
tiene la lotería es que au-
menta la riqueza pública en
proporciones extraordina-
i'ias: millares do. capitalistas
están pensando ya en el em-
pleo que darán á su dinero
cuando lo cobren. Verdad es
que casi todos estos banque-
ros se presentarán en quieljra
sin haber llegado á tener los fondos; pero sin
el juego de la lotería no sería posible fonnar
esos castillos en el aire, que pue'den ser verdade-
ros castillos sobre tierra.
Hablando, hace pocos días, con un amigo,
acerca de si al juimei- sorteo de loten'a por irra-
diación acudirían los jugadores como al sorteo
ahora en uso, me contestó: — Más todavía: acu-
dirán los que juegan hoy y todos los qvie han
dejado de jugar porque no les caía. La suerte
debe caml)iar cambiado el sistema.
Por cierto, que le ha caído la lotería á cierto
jvigador... que se había muerto la víspera del
sorteo. No ha sido posible encontrar entro sus
¡)apeles el billete premiado. Dinero para (Afondo
perdido de la lotería.
Porque hay muchos, pero muchos, que jue-
gan, les cae y no cobran.
Estos son los verdaderos jugadores: juegan
por jugar.
¡Poetas!
Tuyo,
Fernanflor
ORILLAS DEL TIBER: TODI
-■■^e-
UNA ROMANZA
(continuación)
— i Es seguro ! — so decía el desesperado man-
cebo.— ¡El triunfo de aquella noche la ha engreí-
do! i Se cree una mujer superior! Es decir, que
mi amor peligra... ¿Cómo atender á su socorro V
otro modo varía la cuestión por completo: yo soy
el que me impongo.
Con tal pensamiento se tranquilizó un poco
el ánimo de Fermín.
¡Vaya xma noche la de despedida de los dos
enamorados !
Fermín prometió á Angelina ir pronto á unir-
se en Madrid á ella y su madre.
Angelina, poi' su parte, le prometió no olvidar-
le en la ausencia.
¡ Cuesta tan poco el prometer !
Más tranquilo ya Fermín, regresó á su casa...
¡cerca del amanecer!...
Sin sentirlo se le habían deslizado las horas
de una manei'a vertiginosa ante la reja de An-
gelina.
Ésta debía partir al día siguiente en el tren
que salía á las dos de la tarde. ,
Creemos excusado manifestar:
Primero: Que Fermín no cerró los ojos aquella
madrugada, atormentado por los recuerdos de
su amor y más aún por sus temores.
Segiuido: Que Angelina tampoco pudo conci-
liar el sueño. ¿Era el amor lo que se lo impe-
día? ¿Era su anhelado viaje?
Y tercero: Que el conde de Malafama acom-
pañó á Madrid á Angelina y su madre.
Angelina iba provista de una Qula oficial, de
los caminos de hierro y una Onía de Madrid, é
imaginábase á la villa y corte una población in-
mensa, un inmenso hormiguero (en lo cual bien
pudiera no equivocarse), donde todas las inteli-
¿Era que no vivía ya- en el cuarto tercero de
la calle de la Paz, adonde Fermín le dirigía
todas sus cartas?
¿Era que tal le abstraía la vida madrileña que
le impedía pensar en otra cosa?
¿O, por desgracia, su desamor á Fermín era
tan grande que sólo desprecio le inspirasen las
epístolas del apasionado mancebo, en cada ima
de las cuales le juraba veinte veces su infinito
amor?
Ante las dos primeras suposiciones transigía
un tanto el ánimo de Fermín, pero ante la últi-
ma se revelaba, sintiendo su corazón herido mor-
talmente.
Al fin, pronto iba á salir de dudas...
Ya se dirige á Madrid...
Va á ver á Angelina...
Pero ¡qué lento marchaba el maldito tren!...
n
Las primeras palabras, después de atravesar
la cuesta de San Vicente, ftieron para preguntar
por la calle de la Paz.
El mozo de cordel que le conducía su equipa-
je le contestó:
— No está muy lejos, señorito. En cuanto lle-
guemos á la Puerta del Sol, un paso...
— ¿Y está muy lejos... eso?
—¿El qué?
-La Puerta del Sol.
Manuel Amok Meilán
(Ke continuará)
EL BORDADO DECORATIVO EN INGLATERRA
EncEOe genovés con nudos: punto -á gropo-
EncEiJe para almohada, de estilo ita'ian
Bordado Inglés de estambre: modelo de hojas de berza
Encaje para almohada, de estilo italiano
Encaje para almohada, de estilo Italiano
Antiguo encaje Italiano: redecilla ó greca
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IxA. ILUSTRACIÓN IBEIUGA
EKPOSiClON marítima NACIOHAL DE CÁDIZ
Quedamos con nuestros apreciables lectores á
la puerta, puede decirse, del pabellón de Bellas
Artes, ante el pArtico formado por una especie
de marquesina que da entrada, á una rotonda
central, ni espaciosa ni bella, paso de las dos
naves que se extienden i\ derecha ó izquiei-da.
Mide este pabellón liO metros de larjío por
10 de ancho, y su estilo es igual ó muy pare-
cido al de los ya descritos, si bien su ador-
no se reiluce á cuadros que lo cubren y iV unas
urnas muy feas en el centro, que, como vitrinas
de cocina, encierran algunas menudencias en
labores de niñas de colegios 6 escuelas, que no
vale la pena de nombrar y que no tienen allí
sitio adwuado, pues no' pertenecen á lo que se
entiende por belleza artística.
rocha, so encuentra el hernioso cuadro de Sal-
vador V¡ni(>gra, joven pintor gaditano, premiado
en la Exposición Nacional con medalla de pri-
mei-a clase. La bendición del campo es una sen-
cilla y tierna escena cam|)estre do fines del
siglo xviii ó piincipios del xix, t.!in delicada-
mente sentida y con tanta gallaniia expresada,
que realiza eso renlü^mo del arte que es la su-
prema belleza.
Amanece en un sitio fresco y perfumado por
esa menuda vegetación que viste el suelo de
aterciopelado tJipiz: la luz es una maravilla de
esplendo!'; el espacio vibra con los reflejos del
sol, que dora, sin duda, el horizonte en que se
levanta sobre nubes de escíirlatív.
El paisaje, que no tiene ni árboles ni montes,
sino una llanui-a cubierta de verdes matas y
finas hierbeciüas, no refracta esos rayos, pero
los deja adivinar en la ti-asparencia de su cielo.
ORILLAS DELTIBER: FRATTA
Preparada la techumbre para dar luz á los
cuadros, y ocidtos los lisos y desnudos muros
con los lienzos á que dio valor el pincel, sólo de
éstos podemos ocupamos; pues sea por falta de
tiempo, ó por estar, desde Itiego, destinados
estos salones á la exhibición muda y fría de los
cuadros, ha hecho que su adorno sea tan escaso
que ni siquiera está enlosado el pavimento, y
nnas cuantas sillas de hierro forman su mobi-
liario.
El arte lo llena todo y se enseñorea de aque-
llas frías salas donde encontró humilde t«mplo
para recibir el culto de sus admiradores.
En la sección central, de que ya he hablado,
como rotonda preparada para recibimiento, se
mtie.stran dibujos al lápiz y á la pluma, grabados
planos y trabajos caligráficos que no carecen de
mérito, pero sin revelar nada extraordinario en
su composición.
Debo consignar, antes de pasar adelante, que
en esta esjxicie de ojeada sobre la Exposición,
escrita expresamente para La Ilustración
Ikérica, y por encargo suyo, no me es posible
hacer un minucioso trabajo de clasificación de
los objetos de que doy noticia, ni una descrip-
ción completa, pues ocuparía mucho más espacio
del que me está destinado, y necesitaría dar á
estos artíctilofl profundidad y dimensiones que
no caben en su forma ni cumplen á su objeto.
Como ojeada, me ocuparé tan sólo de lo más
notable, sin que pueda tener motivo, el que apa-
rezca olvidado, para creer que sea preconcebido
desdén ó calculada indiferencia; pues, sin predi-
lección particular por ninguno, por instinto
artístico me son todos igualmente simpáticos,
puesto que revelan un triunfo de la voluntad
inteligente sobre la vulgar inercia que enmohece
el sentido estético genuino en nuestro pueblo.
Ocupando el frente del pabellón en el ala de-
Sencillos aldeanos acompafian la imagen de
la Virgen, y presencian con curiosidad la cere-
monia de la bendición rodeando al sacerdote que
la verifica.
El color y el ambiento de este cuadro son ini-
mitables; y aquí, donde el cielo tiene los mismos
tonos de enérgica poesía, parece aún más bello,
puesto que se encuentra más verdad on su be-
lleza.
Hay otros varios cuadros y dibujos de esto
joven artista, que pertenece á una distinguida
familia gaditana en la cual tiene el arto valiosos
y apasionados representantes; pero de ellos no
me ocupo por las razones antes expuestas.
Ruiz de Luna, el melancólico pintor de las
soledades del mar, tiene algunos bellos lienzos,
y entre ellos el que ha sido premiado en la Ex-
posición de Madrid con medsilla de segunda
clase: Restos de un naufragio.
En la orilla de un islote desierto se estrella
un trozo del barco destrozado por la toiTnenta y
arrojado por las olas como despojo de la tem-
pestad pasada.
El cielo tiene los tonos grises que le impri-
mieron las nubes, y el mar copia su color som-
brío con aterradora verdad.
Para disipar esta triste impresión están pró-
ximos los cuadritos do Cabral Bejarano, de Se-
villa: tan bellos, tan correctos, de tal realismo y
de tan graciosa intención, que con su colorido
brillante y su dibujo severo tomarianse por mi-
niaturas ampliadas de los J)uenos tiempos de la
escuela francesa.
Hay algunos retratos qtie so darán por muy
satisfechos con que no so los nombre, así como
los retratados por muy favorecidos con que no
se les conozca.
Los eternos tipos jlamencos: la mujer morena
de mirada dura y cabello negrísimo, con el pa-
ñuelo de flecos y las flores en la cabeza, sin (jui'
ofrezca ninguno do estos tipos la menor novedad.
Hay flores menos bellas que los modelos,
aunque no dejan do tener frescura y color las
de la Rosa, de Sevilla, así como delicada traspa-
rencia las de Aguinaya.
En asuntos religiosos hay varios lienzos nota-
bles, y entre ellos se destacan originales de" Mu-
rillo, Zurbarán y Esquivel, como oi-namento de
la sala; pues ellos hace mucho tiempo que reci-
bieron, de la opinión pública, premio digne.) de su
mérito.
Hay inniunerables marinas, algunas nuiy be-
llas; cuadros de género graciosos é intenciona-
dos, entre otros un húsar beatíficamente dor-
mido, del joven mudito Federico Godoy, una
esperanza del arte gaditano, que no habla, pero
siente.
Una señora, que firma con el nombro de Ah-
selnia, ha enviado de París dos
lienzos: uno alegórico de las ai'-
tes, y el otro mitológico.
El colorido es brillante, tal
vez con exceso; el dibujo es bue-
no, pero hay ^ilgo de rigidez en
las líneas y de dureza en los con-
toiTlOS.
Juno es más una mujer que
una diosa; y como su cara no tie-
ne la belleza alegre y radiante
de la hija de Saturno, y más pa-
i-ece preocupada en disgustos
terrestres que absorta en céli-
cas meditaciones, no ha gustado
mucho, ni á los inteligentes ni á
los profanos.
Paisajes hay muchos también,
caprichos, estudios , copias de
monumentos árabes , tipos, co-
pias de cuadros célebres, frute-
ros, asuntos históricos, y cuanto
constituye una amplia galería
pictórica en la cual presentan
sus trabajos más de doscientos
autores.
Por lo dicho coniprenderán
los lectores que el pabellón de
Bellas Artes contiene muchas
obras de mérito y presta atrac-
tivo á la Exposición.
Como el pabellón está á la entrada, cerrando,
como ya dijimos, el frente de la plaza de Cádiz,
es muy visitado, siendo punto de descanso para
muchas personas que gozan con admirar rejiosa-
damente las creaciones del genio.
De noche se ilumina eléctricamente, y esta
azulada luz no hace perder nada á las junturas,
antes bien les presta belleza suavizando sus
matices.
El pabellón de Antkj üedades no puede, en
realidad, llamarse así, pues se reduce á una ¡)0--
queña caseta do madera recostada sobre el mon-
tecillo que sirve do base al precioso pabellón
pompeyano que construye con sólidos mate-
riales y en tei-reno propio la Excma. Diputación
Provincial.
En esta caseta se muestran los valiosos restos
de oti-as razas y otros tiempos, hallados en los
desmontes hechos en estos terrenos para cons-
truir los edificios de la Exposición.
Allí está v\ magnifico sepulcro de niánuol que
se supone de origen fenicio, conteniendo en su
interior el esqueleto de un hombre de grande es-
tatura; y en la parto siqierior de lo que forma la
tapa ó cubierta de esta gran caja mortuoria, un
bajo relieve á manera de retrato del que fué su
dueño y poseedor, con luenga barba y esos ador-
nos egipcios que prestan á las cabezas de aque-
lla raza sacerdotal aspecto y majestuosa apa-
riencia.
Allí hay monedas de antigüedad extraordi-
naria, restos de vasos y lacrimatorios, joyas de
oro purísimo que sirvieron para el uso de aque-
llas mujeres cuyos huesos petrificados se amon-
tonan sin orden, y otras que adornaron, á no
dudar, las manos de aquellos fuertes varones
cuyos huesos aun se conservan entre aquellos
restos; anillos con sello egipcio, que tienen gra-
LA ITLUSTRACION IBÉRICA
775
bado el escarabajo simbólico eu movediza piedla,
de tal modo engastada en el aro que la voltea,
que su trabajo constituye una maravilla del arte-
antiguo.
Ánforas, restos de lámparas, granos de oro y
ámbar rojo que sin duda formaron vistosos co-
llares; y una verdadera curiosidad arqueológica:
los trozos de hueso perforados y prepai'ados
como los tubos de una flauta, y que sin duda
acompañaron al sepulcro á su dueño como pren-
da de gran estima, por haber formado la tuba ó
tibia, instrumento musical importado por los
egipcios y usado por los romanos y por los car-
tagineses.
En este departamento se muestran también,
entre los objetos prehistóricos que hemos men-
cionado, clavos de cobre, hallados sin el menor
deterioro en el interior de las sepulturas; peda-
zos de vidrio, irisados por la acción mineral du-
rante los siglos que han permanecido en las
entrañas de la tierra; y aros de oro que han
debido pertenecer á niñas fallecidas en la pri-
mera edad y enterradas con ellos.
Además de estas curiosidades arqueológicas,
hay allí históricas y gloriosas banderas, rotas
bajo el peso de los años, pero honradas con re-
cuerdos del valor español.
ídolos chinos, más curiosos que notables;
muebles viejos, pues no tienen valor de época ó
de arte, con algún mérito, pero sin interés para
su contemplación ni su estudio.
En el mismo caso están algunas labores anti-
guas y algunas urnas cinerarias.
Aunque, como dejo dicho, esta caseta carece
de adornos y de belleza, los objetos que encierra
son dignos de estudio y admiración como restos
de otras razas, de otras épocas, de otras civili-
zaciones.
¡Hé aquí esos huesos petrificados y rotos,
enti'e los cuales brillaban intactas y limpias las
joyas de oro con que engalanaron su carne, y
I pie llevaron sobre la materia muerta al seno de
la tierra!
Han pasado los siglos destruyendo cuanto
formó al hombre, y han respetado esos trofeos
de su vanidad, semejantes á los que hoy le ador-
nan... ¡La civilización no ha podido desterrar
lo inútil, 'porque la humanidad será siempre
esclava de las mismas miserias, víctima de las
mismas debilidades!...
El arte moderno y el arte retrospectivo han
llenado este artículo, y tengo que dejar para los
siguientes la descripción de los pabellones ra-
diales y la noticia del gran pabellón central.
Patrocinio de Biedma
-T~
Á CONCHA
Brillante cascada de oro
tus iiibios rizos semejan
si por tu cuello y espalda
libremente juguetean
cuando Favonio los mece
y cuando Febo los besa;
ó nulie afiligranada
que por los espacios raeda
cual las locas ilusiones
de soñadores poetas;
ó bien sutil redecilla,
tejida con áureas hebras,
en la que mis pensamientos
y mis miradas se enredan;
y luego, si los recoges
y prendes en tu cabeza
y dejas al descubierto
tus homijros de blanca perla,
rubio manojo de espigas,
que el sol estival orea,
sobre un lecho de jazipines,
de nardos y de azucenas.
EL ALGUACIL REGIO
(episodio histókico)
La frecuencia con que se repetían las reyertas,
por cuestiones amoi-osas unas veces, y otras por
asuntos de índole distinta, traían á mal traer,
no sólo á los alcaldes de casa y corte de la villa
coronada, sino también á los alcaldes de ronda
y demás gente de justicia, pues nunca los cau-
santes de las desgracias que acaecían eran cogi-
dos por los vigilantes alguaciles, á pesar de sus
desvelos por conseguirlo, para que el Santo Tri-
bunal de la Inquisición hiciera en uno el escar-
miento de todos los espadachines que eu abun-
dancia salían, como murciélagos, por las noches,
en busca de aventuras.
Eamón Gak(Ía
México, 1886
ORILLAS DEL TIBER: EN PERUSA
El rey, que, según frase de un embajador,
«tenia el sol por sombrero,» andaba disgustado
con las quejas que á sus oídos llegaban de con-
tinuo sobre el sinnúmero de muertos que todos
los días eran cogidos de las calles; y cuando en
cierta ocasión supo que uno de ellos era un gran
servidor y fiel vasallo suyo, la indignación del
rey prudente alcanzó su colmo, y mandando lla-
mar al alcalde corregidor le dijo:.
— Veo con pesar que mis pragmáticas sobre
el duelo no se acatan y que la desobediencia no
se castiga; y si en adelante no ponéis remedio en
ello, yo haré de modo que se cumpla lo mandado,
pese á vos y á vuestros alguaciles.
— Señor, — replicó humildemente el aludido, —
no es culpa nuestra que por cuestiones persona-
les riñan dos caballeros y que el uno mate -al
otro, y mucho menos que el asesino deje de ser
preso, pues ellos munca se rinden á la justicia,
antes bien, la agreden por sí mismos ó auxilia-
dos por otros que siempre están propicios á co-
rrer á la autoridad. En muchas ocasiones ha
habido alguaciles muertos, y en la mayor parte
los heridos son en gran número.
— Porque sólo tendréis cobardes, — replicó el
rey con enojo.
— Señor, también los hay valientes, y pruebas
mil han dado de serlo, — dijo algo picado el co-
rregidor.
El rey quedó un momento pensativo, y al cabo
de buen rato repuso:
— Puesto que hay reñidores tan esforzados al
par que desobedientes á mis mandatos, y algua-
ciles tan poeo cuidadosos de defenderlos, yo os
enviaré un hombre á quien no lo importa nada
combatir contra veinte al mismo tiempo. El nue-
vo alguacil que os recomiendo eetará mañana
por la noche en la puerta del convento de San
Agustín: colocadlo en una de las rondas princi-
pales.
Dicho esto, Don Felipe despidió al malhumo-
rado alcalde, no sin hacerle nuevas advertencias
para en adelante.
A la hora prefijada por el rey ya estaba en el
Mentidero el nuevo alguacil aguardando á la
ronda de que debía él fomiar parte; y llegada
que fué ésta, todos so pusieron en camino por
las tortuosas calles de la coronada villa.
Aquella noche el cídendario anunciaba luna y
el alumbrado había sido suprimido; pero las
nubes, siendo de j)arecer contrario al del alma-
naque, se interpusieron, matando la luz, sin duda
por imitar al municipio, y dejaron á Madrid en
oscuridad completa.
Sólo en alguna que otra callejuela, débil lám-
para de aceite, iluminando el retablo de imagen
venerada, hacía mayor la densidad de las tinie-
blas en lo restante de la calle, é imposible cami-
nar á derechas ni á zurdas.
Ya llevaba la ronda buena parte de la noche
andando á tinieblas, sin que novedad alguna hu-
biese encontrado que pusiera á prueba el valor
del nuevo alguacil, cuando de pronto oyó la ronda
el raido de aceros que chocaban. Al volver de
una esquina dio con dos combatientes que pelea-
ban á la luz de un retablo, y al gritar el alcalde
de ronda «¡Ténganse á la justicia!,» sólo le con-
testó el «¡Dios me valga!» de uno de los reñido-
res, que caía al suelo atravesado por la espada
de su rival.
El nuevo alguacil arremetió con el vencedor
para aprehenderle; poro éste, diestro en el ma-
nejo del arma que blandía, volvióse á los de la
ronda y comenzó con ellos á cintarazos y estoca-
das, que, á no huir muchos, alguno quedara aUí
muerto.
Únicamente el novel alguacil resistió el em-
puje con singular denuedo, haciendo frente al
matador, y entre ambos trabóse reñida lucha, eu
que demostraron ser valientes y maestros en el
arte de manejar la espada.
Duró bastante el combate, y el alguacü nuevo
veíase amenazado de sucumbir presto, pues la
fatiga le cansaba.
El matador tiró una estocada al corchete, y,
cuando ya iba á herirle en el pecho, el embozo
que ocultaba la cara del alguacil cayó, dejando
al descubierto su rostro.
El agresor, al verle á la claridad proyectada
por la lámpara, hincóse en el suelo de rodillas,
y, presentando su acero al alguacil, le dijo:
— Sólo al rey me rindo, señor.
— ¿Y por qué no al adversario?
— Porque V. M. representa la fuerza del de-
recho.
Los otros alguaciles, testigos de esta escena,
acercáronse con curiosidad, y, al reconocer al rey
prudente en el alguacü nuevo, quedaron mudos
de asombro.
— Llevad preso á este caballero, — di joles re-
cogiendo al vencido la espada.
El caballero, que no era otro que el conde do
Sástago, fué desterrado á los pocos días poi-
orden del rey.
Y Don Felipe 11 se convenció de que no era
tan fácil como creía ser simple alguacü en los
tiempos de su glorioso reinado.
E. Hernández Bermúdez
-f ~
SESIÓN BORRASCOSA
Definid y no disputaréis, dijo... yo no recuerdo
quién lo dijo, pero sé que lo ha dicho alguien:
Platón ó Descartes, Pitágoras ú Orti y Lara.
Tanto monta: dado por éste ó por aquél, por ése
ó por el otro, el consejo me parece excelente.
Por haberlo puesto en olvido, y tal vez por
haberlo desdeñado, celebraron no hace muchas
noches una sesión viva, animada, y casi casj bo-
rrascosa, los señores académicos de la Española.
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T-A TT.rSTRAOTON TBERTCA
Suiwngo, lector do Ai alma, quo nada imovo
t* diré si t<» iliffo de cátiio la Academia de la
Leugiia está encargada de adjudicar un premio
de cinco mil jH-.-ietas al aut<>r de la mejor obra
dramática estrenada en todo el corriente año en
uno de los teatros de España. Sigo suponiendo
que no deísconoces la procedencia de esos mil
Ȓuros con que ha de ser recompensado un poeta
dramático español. El pi-emio, fué acordado por
la reina regente, D.» María (.Vistina, y ha de
ser adjudicailo ¡K>r la corporación doctisima, que
solire limpitir. Jijar y dar esplendor, dan'i, por
esta vez. Dios mediaut*, hxs cinco mil pesetas.
Como el año de gracia i^que maldito si la ha
tenido^ de 1SS7 está en sus postrimerías, como
qnien dice (y como quien no dice), los señores
■S^
ORILLAS DELTIBER: EN CITTÁ DI CASTELLO
de la calle de Valverde han creido del caso ir
preparando la» cosas á fin de que esto novísimo
juicio de Paria, en que varios poetas harán de
diosas, la Acaílemia será el hijo de Priarao y la
manzana los veint-e mil reales de vellón, so pre-
sente con todo el aparato que su argumento re-
quiere.
Indicóse primeramente la conveniencia de
establecer qne el año de que se trataba era año
civil, no temporada cómica ni año económico;
indic/i.se también alguna otra cosa de poca im-
IK»rt;incia, relativa al procedimiento para cumplir
de la mejor manera posible el honroso encargo
recibido; y en esto y en lootro hubo completa una-
nimidad de pareceres. Hasta aquí, es decir, hasta i
allí, ilja todo perfectamente. Pero le ocurre á í
uno de los congregados preguntar: — ¿Se han pe- !
flido ya ejemplares de las obras dramáticas es- \
trf-na'las en los teatros de provinciasV — Y aquí |
fué Troya.
— -¿Cómo 8c entiende? — gritó uno. — En este
.CMiicurso solamente han de ser admitidas las
cíiui'-'üas ó los dramas estrenados ea Madrid.
— Xo veo la razón, — replicó otro. — ¿Por ven-
tura no haj' más teatros en España que los
teatros de Madrid?
— No loa hay.
— Sí lo.s hay.
— Rej>ito que no.
— ^Insisto en quo si.
Y sobre si los poetas dramáticos de provin-
cias j)ueden ó no pueden optar al premio consa-
bido, armóse no lloja zalagarda t^dicho sea sin
ofensa de la Academia).
No faltó quien dijese, en lenguaje académico,
por de contado, y no con el estilo ramplón y
chavacano, como mío, que j'o uso eu el relato:
— Ya veo á dónde van á parar los que preten-
den quo concurran á este certamen los escritores
provinciales: tratan nada monos que do fomen-
tar el funesto movimiento regional ¡sta que re-
nace á fines del siglo xix como si pretendiera
hacernos retroceder á épocas de vei-gouzosa re-
cordación. Aquí se quie-
_ re autorizar, con un acto
_-=~ solemne de la Academia
=-^"^ Española, el renacimien-
to de las literaturas re-
gionales, sobre todo el
de la literatura catala-
na. Eso no debemos ha-
cerlo nosotros: eso no
puede hacerlo la corpo-
ración que es legislado-
ra en materias de len-
guaje. Este acto tendría
una significación y un
alcance en que es pre-
ciso que nos fijemos, y
haría caer sobre nos-
otros responsabilidades
tremendas; como que
nada menos seria que
sancionar oficialmente
una tendencia que los en-
cargados de unificar el
habla castellana no te-
nemos más remedio que
condenar. Podrían pre-
sentarse al concurso
obras catalanas, obras
gallegas, obras valencia-
nas, obras éuskaras:
¿quieren Vds. hacer el
favor de decirme quién
de nosotros tendría com-
petencia para juzgar tra-
bajos escritos en idio-
mas (ó dialectos ) que
casi ninguno de los pre-
sentes conoce ni com-
prende?
Y, como sucede en ca-
sos parecidos, la discu-
sión se extravió lastimo-
samente: la observación
provocaba una réplica;
la réplica daba origen á
una contrarréplica; ésta motivaba una roctifica-
ción;y laluchaexcitaba los ánimos, y la excitación
convertía en agresivos á los más templados, y á
la frase viva seguían las palabras acres... y el cón-
clave resultó dividido. Opinaban los unos que el
regionalismo debía combatirse enérgicamente;
sostenían los otros que era un hecho con el cual
era preciso conformarse... y no sé cómo, aunque
sí sé que con mucha dificultad, el presidente
logró encauzar un tanto la controversia, con que
tomaron los académicos á discutir si los autores
dramáticos gallegos, catalanes, andaluces ó va-
lencianos, podrían estar admitidos á concurso
para él caso concreto de que se trataba. Opina-
ron que sí, y sostuvieron su opinión, Balaguer,
Silvela, Menéndez Pelayo, Pidal y algunos
otros: defendieron que no, Núñez de Arce, Ca-
ñete, el marqués de Molins y alguno más. Citan-
do el punto se dio por suficientemente discutido,
fu* puesto á votiición, y la opinión sostenida
por Balaguer, por Pida!, por Menéndez Pelayo
y por Silvela, resultó con mayoría.
Quedó, pues, resuelto, gracias á la eficaz in-
tervención de esa señora Academia, quo Cata-
luña y Galicia, que las Provincias Vascongadas
y Valencia, pertenecen á España. No fué poca
suerte.
Y aquí entra la aplicación del aforismo, ó lo
que sea, con quo van encabezadas estas líneas.
No soy autoridad para defender «i para comba-
tir el renacimiento literario regionalista: á mí,
dicho sea en confianza, no me parece mal. Pero
esto no os del caso: parezca bien ó parezca mal,
téngase por beneficioso ó por funesto, la señora
Academia no era, á la sazón, la llamada á dilu-
cidarlo, ni aun á discutirlo. La i-eiua regente les
había encargado de adjudicar un premio á la
mejor obra dramática representada durante el
año en uno de los teatros de España: nada más,
nada menos.
No competía á la corporación juzgar el acto
de la reina; no tenía para qué extrañar si el
acto era político ó no lo era; no le correspondía
aquilatar las ventajas ó los inconvenientes de la
resolución adoptada... Su deber, en cuanto aca-
demia, era acatarla y cumplirla.
Para hacerlo así, debieran comenzar definien-
do lo que entendían por España; y como segu-
ramente habrían incluido eu España á Cataluña
y Galicia, á Valencia 3^ Andalucía, no habrían
disputado.
Qiie era lo que me proponía demostrar.
He dicho.
A. SÁNCHKZ PlíUEZ
-f-
NUESTROS GRABADOS
KX OSA 1)EI. KOTl'lfiRAFO
Cuadro de J. Miikaroiraki/
Buen cuadro de género: expresiones perfectamente sor-
prentiidus en el oportuno momento, maestría en la disposi-
ción de los planos, habilidad en la reproducción de los
paños, factura elegante y asunto sinipátieo. No se puedo
pedir más al autor, relativamente á esta obra.
ORILLAS DKL TIBER
Remontando el curso del lio desde Bagnorea á sus fuen-
tes y pasado ya Orvielo, descúbrese en medio de un paisaje
encantador la antigua ciudad de Todi. Vienen luego Fratta,
Perusa, Clttá di Castello, y Pieve di San Stefano; cada una
de las cuales se recomienda por alguna particularidad nota-
ble: San Stéfano por su bonita situación al pie de los Apeni-
nos; Citlá di Castello por sus viejos palacios y sus recuerdos
de cuando imperaba allí la terrible familia Vitelli; Perusa
por ser ilustre cuna de la escuda umbría, su magnifico Cam-
bio, sus viejas fuentes y su proximidad á Asis, la ciudad de
San Francisco; Fratta, finalmente, por sus grandiosos con-
ventos y la risueña perspectiva que desde el pueblo se
descubre.
EL BORDADO DECORATIVO EN INGLATERRA
V
Parece ser que la historia del encaje se remonta li muy
respetable antigüedad, sabiéndose que era cultivado brillan-
temente en Asirla, Egipto, Chipre, Rodas, Creta y demás
islas griegas, acabando hoy día por ser practicado mejor que
en ninguna parte en Turquía, donde so hacen, en efecto,
primorosiLS tapicerías.
El bordado estuvo en gran predicamento, durante el si-
glo XVI, en Italia y España, desde donde se propagó á los
demás países de Occidente, trasfonnándose bajo el reinado
de Luis XIV, en cuya época fueron sustituidos los dibujos
geométricos por otros Horcados
Fueron celebres, á últimos del siglo xvi, los bordados es-
pañoles en cadmela, brillando hoy dia Manila por sus pa-
ñuelos bordados, inimitables.
Actualmente parece haberse despertado en Inglaterra
grande afición á resucitar los antiguos modelos.
EXPOSICIÓN NACIONAL DE BELLAS ARTES DE 1887
NERÓN ANTE EL CADÁVER DE SU MADRE AORIl'INA
Obra postuma de
ARTURO MONTERO Y CALVO. (Medalla dc 2.» clase)
Dibujo de P. y Valor
.Nerón ante el cadáver de m madre Ai/ripina. El horrible
pasaje de la Vida de loe doce Césares, de Siietonio, en que se
da cuenta do las tentativas de Nerón para asesinar á su
madre, y en (lue su relata la forma en iiue por fin se deshizo
de Agripina el cruel tirano, ha animado la paleta del pre-
miado ])intor D. Arturo Montero y Calvo para producir la
magnifica obra que lleva el número 532. Aparece on el cua-
LA n.üSTRACION IBÉRICA
77'.!
dro Agripina muerta, tendida en el lecho. Nerón levanta ul
paño que cubre el cadáver de su madre, ora para recrearse
con brutal complaceucia en las bellezas de la que le dio el
ser, ora para censurar los defectos que la Naturaleza marcó
en aquellas esculturales formas, como artista que juzga un
modelo, impasible y fríamente. Aduladores cortesanos con-
templan de otra parte aquella mujer, con sensualidad senil
uno de ellos, con cierto temor los demás, no sabiendo cómo
expresar sus impresiones de manera que sean pratas á los
oídos de aquel que ba pasado á la historia como personifi-
cación rojínjínante de Iodos los vicios y pervei^sidades.
"El artista ha pintado su obra con la sobriedad de un
maestro, dentro de la rica tradición del incomparable Rosa-
les. Y todos los defectos que piulieran señalarse deben atri-
buirse á que el tiempo y la sahul le faltaron al instante de
dar las últimas pinceladas.
-Severa y correcta en general la ejecucií'm, estudiadas
ante la verdad aquellas cabezas y aquellas figuras romanas,
cada una de ellas vale en inspiración y en forma lo que un
boceto admirable puede valer. Sentida la obra y connatura-
lizado el pintor con el pensamiento de la misma, ha señala-
do en cada personaje los sentimientos que le corresponden
y la impresión que deben causar. La pasta de color, la ma-
nera de n^anchar el cuadro, el estilo sincero que resplande-
ce en él, el esmero con que ha estudiado aquel tricUnio, sin
entretenerse en lo que no es principal en la obra, como por
ejemplo el fondo; la hennosa cabeza que recuerda el busto
clásico de Cicerón, hasta la dureza con que están acusadas
algunas líneas, y el soberbio tapiz, en fin, que cubre el suelo;
todíXín el cuadro revela un artista de condiciones excep-
cionales, llamado á conquistar en la serie de nuestros pin-
tores una significación análoga á la del autor de la Muerte
(le Lucrecia..."
En tan calurosos términos de admiración se ocupaba el
Sr. D. Hermenegildo Giner de los Ríos del cuadro de Agri-
pina. ¡Quién tenía que decir que el malogrado autorno había
de experimentar el consuelo de ver aplaudida y premiada
su grande obra ! Llevada acabo en medio de las mayores
dificultades, minada la existencia de Montero y Calvo por
cniel é implacable enfermedad, sorprendióle la muerte
cuando el Jurado otorgaba al pintor una segunda medalla...
Extinguióse aquella vida preciosa, y el alma del malogrado
artista vallisoletano fué á reunirse con la del gran Rosales,
á qTiien hubiera, ciertamente, reemplazado.
FLORALIA
Dibujo de A. Trcniin
Está muy bien eso, á pesar de su desenfrenado carácter
alegórico, como estarán bien siempre líis flores pintadas con
primor, y las niñas bonitas reproducidas von nmore. Déjense
Vds., pues, de querer que el arte sea nada más que la fiel y
exacta reproducción de la Naturaleza, ó, si no lo quieren
asi, la Naturaleza reproducida fiel y exactamente, ó, de otra
manera, la fidelidad y exactitud en la reproducción de la
Naturaleza; y consintamos en que esos intrépidos fantasis-
tas nos presenten cuadros de flores y niñas bonitas y ange-
litos imaginarios.
KL líOHliUK DK I'ONTAINKKLBAU: -LA LAOUNA'-
líellecroix es una elevada y solitaria meseta, peñascosa
en uiras partes, y en otras cubierta de arbustos. A)>undau en
ella las laguna'^, siendo muy pintoresca la que por antono-
masia llaman la Mare.
EL ALCÁZAR DE LAS PERLAS
LEYENDA ÁRABE
UKICINAr, UK
Juan García-Goyena ilzugaray
(continuación)
— ¡Oh, Azliuna! — prorrumpe la niña, mientras
sus ojos se arrebolan de trasparentes lágrimas,
brillantes como el rocío de la aurora en el cáliz
do de su deliquio emijriagador á los ainautoK.
— ¡Mi padre! — mliriuura Sobeya volviendo de
su éxtasis de gloría.
— ¡Abu-Hasán! — repit-e Azhuna saliendo con
la niña al encuentro del comerciante.
Entra éste rodeado do una turba de jiWonfs
y ancianos, vestidos con infinita variedad de
trajes y liablaiido innúmeros idiomas; posa sus
labios en la tx^i'sa frente do Sobeya, que fugaz
como un lelámpago desaparece d(! la vista de
los exti-anjeros, lanzando una mirada de cariño
al pensativo Azhuna; éste sabida al mercader y
sus acompañantes como á antiguos conocidos, y
se "sienta en el diván que acaba de abandonar
Sobeya. Abu-Hasán, el más famoso mercader de
la Al-kaiseria, se coloca junto á la mesa de
palma, y los demás le rodean confundiendo sus
voces en acalorada discusión.
¡Quién no siente conmovida su alma al ver
aquella extraña mezcla de todos los dialectos.
ORILLAS DEL TIBER
PIEVE DI SAN STEFANO
DAMA Y CABALLEIÍO. - KNTRE FLORES
I,a llama, muy experta ella en semejantes achaques, tiene
que abotonarle los guantes al eaballcro antes de presentar-
se en el salón de baile. Promete la muchacha.
kntre flores es un bellísimo dibujo. «Falso, mentiroso, im-
posible,- dirán algunos; y, sin embargo, para quien siente la
Naturaleza y los niños, «xactlsimo y... casi vulgar.
KI. VIEJO TROVADOR
Cuadro de F. Gcllí
K.sf)S pnadrí)s de caballete, en que el autor puede hacer
gala de tftdas sus buenas cualidades técnicas sin necesidad
de romperse mucho la cabeza en busca de quintesenciados
argumentos, son hoy en día muy del gusto del público, que,
si en el teatro se deleita con las Menegildas, se complace
también en recrearse ante cuadros y dibujos en que apare-
cen la-s bonitas mozas de posada, el soldado fanfarrón, el
viejo verde, el alegre jugador y demás tipos que sirven de
pretexto para pintar un cuadrito bonitillo al alcance de las
fortunas modestas y á propósito para figurar en los gabine-
tití>s, saloncitos, y comcdorcitos hoy en uso.
I.A ANUNCIACIÓN
Jlajo relieve de Andrea della Robbia
Admírase esta preciosa escultura en una {uñeta que está
sobre la puerta de la sacristía de la iglesia del Hospital de
los Inocentes, de Florencia. Un jarro de antigua formaf en el
cual crece un simbólico lirio, separa á la Virgen del ángel
anunciiulor. I.,a purísima doncella está concebida con tanto
idealismo como pudiera hacerlo el mismo Rafael. Un lindo
coro de ángeles sirve de orla á la escena mística. Andrea,
como su hermano Lucca, era uno de los artistas del siglo xv
que á'más alto grado llevaron la perfección de la escultura,
reco)ncndándí)se todas sus obras así jtor su gracia como por
la pureza del modelado.
de las flores. — ¿Quién te sostendrá en tu marcha
cuando decaigan las ilusiones de tu pecho?
¿Quién compartirá contigo las fatigas del viaje,
y quién ¡ay de mi! tne consolará en tu ausencia?
— ¡Oh, Sobeya! Y á Azhuna ¿quién podrá con-
solarle?
— Tu esposa, — exclama ' la doncella en voz
baja, rozando el oído de su amante con sus rojos
labios.
Una infinita sacudida de placer hace vibrar
los nervios de Azhuna, que le dice, mientras
bebe su aliento:
— ¿Me acompañaría mi esposa en mi larga
peregrinación?
Un sí débil, impalpable, como el beso de las
auras, deja escapar la niña, mientras su rostro
se trasfigura de felicidad y amor. Sus manos
caen lentamente entre las manos de Azhuna, que
las estrecha con pasión; su cabeza se apoya vo-
luptuosa sobre el hombro de su amante; sus ojos,
entornados, arrojan tenues ráfagas de fuego en
los ojos del artífice; y sus labios, entreabiertos,
parecen ofrecer algo divino á los sedientos la-
bios de su compañero, que baja su cabeza y liba j
en ellos el azahar de la vida, más grato que el
que roban las abejas para elaborar sus mieles.
El sol, rompiendo el vidrio del blanco ajimez, les
manda su rayo, envolviéndoles en un lecho de
luz, y el ángel de los amores inunda de m¡st(>r¡os
la silenciosa estancia.
— ¡El mercader se aproxima! — grita la negra
esclava levantando el pesado tapiz del arco que
da entrada al misterioso retrete y arrancan-
do todas las razas, de todos los cultos, en ami-
gable consorcio, rodeando la mesa del trabajo!
Aquí el anciano Abraham, joyero hebreo, con-
versa con pausado acento con Mohamed, el
fundidor turco; allá Polo, el navegante geno-
vés, discute con Baktishua, el tapicero persa;
Ilonain, tejedor sirio, habla con Rogerio, cince-
lador provenzal: y Kasirí, el instrumentista
árabe; y Fernán Pérez, el ebanista casteOano; y
Lahorre, el indio explotador de perlas del golfo de
Ormuz; y Goula, el curtidor francés; y Attafsin,
el herbolario egipcio; y otros cien de cien países;
platican en tomo de Abu-Hasán, el mercader
granadino más famoso por sus encajes y sus
telas. Y en la pequeña estancia se confunden
los giros provenzales con las dicciones semí-
ticas, el rico veneciano con el fastuoso árabe, el
copto y el francés, el castellano y el hebreo,
como genuina imagen de la torre de Babel, pin-
tada en el Corán cristiano. Y toda aquella in-
mensa muchedumbre, retiñida \\n día en la ciudad
común, en la comercial Granada, para h.acer
acopio de sus mercaderías, y que mañana se
derramará, como las hojas del árbol al soplo del
viento, en numerosas caravanas, por las abrasa-
das regiones del África, por las asiáticas ciuda-
des ó por los pueblos, bárbaros de Europa, hoy
en derredor de Abu-Hasán, qvie en medio de
ellos ostenta en gnieso manuscrito el Libro fie
negociaciones delmadrileño Abul-Casin, discuten
con animadas voces las ideas en él vertidas.
— ¿Qué nación podrá competir en grandeza
con la perla de Occidente, con la oriental Cii-a-
nada?— exclama Abu-Hasán haciendo vibrar su
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EL VIEJO TROVADOR (cuadro de F. Gelli
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
\..E sobre las de 1(* tumultuosos exti-aujeros.
— Tendrá Cachemir sus swLis, Katuy sus cedros,
OmiHZ sus jM'rlns; po<lnV envaueeei-se el genovés
de sus Imjeies, el turco de sus perfuuies, el cas-
tellano de sus catedrales, el pivvenzal de sus
artistas; pero en Granada se condensa todo. En
olla se reuueu los productos de todos los pue-
l)los, las riquezas de todas las ciudades. Málaga
y Almería, Calahonda y Adra, reciben en sus
puertos uierenderes de las más apartadas regio-
nes y despiden de ellos sus más envidiadas
nuTcaucias, La vega produce virtuosas y nro-
iiuitiras yerbas que sirven para la salud del
cuerpo y la embriaguez de los sentidos. Alfom-
bras sirias, tapices persas, telas inilias, metales
pi-eciosisimos, tejidos prodigiosos, abortan uues-
EL BORDADO DECORATIVO EN INGLATERRA
REPRODUCCIÓN DE UN ANTIGUO ENCAJE VENECIANO
tras extensas fábricas y nuestras profundas
minas. Tenemos alcázares suntuosos, erguidos
ob.servatorios, incomparables academias, esplén-
didos Ijazares donde ofrecer al mundo entero
cuanto pueda desear la imaginación más soña-
dora. Os hemos dado la brújula para que podáis
surcar los flilatados mares; hemos creado el
papfU para que la ¡dea, impalpable y luminosa,
no sea nlfaga de viento que pase sin dejar rastro
de su existencia. Tenemos poetas que cantan
nuestras gloria.s, sabios que las aumentan y
alarifes que nos traigan á la tierm todas las
hermosuras del jjaraiso. Nombraflme un comer-
ciante de otro ¡¡ueblo que haya logrado lo que
Abul-Cosin, autor de esta obra, la árnica en Eu-
lopa, á pi'>Mir de hacer mil lunas que fuó escrita,
y os regalo la alfombra más preciada de mis dos
bazarí's.
Prolongado silencio acoge las últimas palabras
del mercader, que pasea una mirada de orgullo
Hobro los rostros de los extranjeros, la para en
Azhuna y prosigue de nuevo:
— Ahí tenéis otra prueba de mis palabras:
;.'iué ciudad puede envanecerse de tan inspirado
.'vrtista como Azhuna?
Todos vuelven la mirada al cojín donde se
rícuesta el alarife, y éste con acento entrecor-
tado murmura:
— ¡Oh, extranjeros! La bendición de Alá des-
cienda sobre vuestras casas colmándolas de be-
neticios. Granada, la de los ricos niinaietes, os
brinda con su generosa liospitalidad: ¿la nega-
réis al granadino que visite vuestras tierras?
Mi cincel de oro ya no vibra al fuego de la ins-
piración; mi idea, que ha absorbido todos los
jugos de estos campos, necesita nuevos hori-
zontes donde tender las alas. Parto, pues, á re-
correr la tierra de levante á ocaso, á visitar
vuestras ciudades, á atravesar vuestros desier-
tos y vuestros bosques: ¿negaréis al peregrino
el apoj'O de vuestros conocimientos?
Cien negaciones repetidas contestan á Azhii-
na, que recibo promesas de cartas y de itinera-
rios para su ]ironto viaje.
— Y ahora ¡oh tú, Abu-Hasán! escucha, —
prosigue el artífice. — Ti\ posees un tesoro sólo
comparable con el del
paraíso del Profeta. Yo
te pido por esposa á
tu hija, la virgen ^de
las negras trenzas de
y las lánguidas pupi-
las: ¿me dejarás vagar
errante y sin su divino
apoyo en la penosa
marcha que tengo que
emprender?
- — Mucho vale tesoro
tan preciado, Azhuna;
pero tus acciones te ha-
cen digno do ella.
Se despiden los ex-
tranjeros y todos salen,
á tiempo que Sobeya
aparece ruborosa en el
calado arco, y Abu-Ha-
sán estrecha entre sus
brazos á la doncella y
el artista, sellando de
este modo la felicidad
de sus amores.
III
La tarde va cayendo.
El sol arroja sus últi-
mos chispazos sobre la
negra cumbre de Sie-
rra Elvcira, envolvien-
do en la poética lan-
guidez del crepúsculo
los hermosos contomos
de la vega.
Por la ribera del Ge-
nil , como abrumados
por una larga camina-
ta, se acercan á Gra-
nada dos personas á
paso lento y con la frente inclinada bajo la
pesadumbre de amargas ideas. El es un hom-
bre de cabello entrecano como las primeras
estribaciones de la Sierra de Nievo, en que
los copos blancos y las peñas negras forman ad-
mirable contraste. Sus ojos, de proñmda mirada,
despiden fuego, pero fuego de cólera y de in-
dignación: la cólera del genio luchando con los
límites de la realidad. Ella es hermosa como la
luz del alba después de una noche oscura. Su
tez, tostada por los ardientes rayos del sol,
brilla como la rosa á los besos del día. Sus ojos,
lángtiidos y tristes, se fijan en la tierra, y sus
negras trenzas flotan desceñidas sobre el tosco
lino de .su túnica blanca. El camina, envuelto en
su áspero albornoz, del brazo de ella, y ambos
apoyados en gruesas varas do espino de agudas
puntas.
—No puedo mas, Sobeya, — dice el hombre
dejándose caer junto al robusto tronco de un
olivo.
— Descansa, Azhuna, — dice ella sentándose á
su lado.
— ¡Ya ves mi desventura! ¡Cómo decirle á Al-
hamar que ha sido infructuoso mi viaje!
- — Espera, Azhuna, espera: ¿quién concibe
los designios de Alá?
— <i Espera, espera;^' esa palabra me vienes re-
pitiendo desde que empezamos nuestra peregri-
nación; con ella has sostenido mi espíritu du-
rante nuestro viaje; tú has sido el ángel de la
esperanza que ha iluminado mi carrera; y, sin
embargo, nada has conseguido. ■
— Aun no es tardo, esposo mío, y ¿(luién
sabe?... No sé qué extraño presentimiento me
dice qtie al cabo lograrás tus deseos.
— ¡Ah, Sobe^'a. Tu caiiño te engaña. Te has
unido á mi en la hora de las penas, y tu tíVlamo
nupcial se ha trasfonnado en un lecho do
zíirzas.
— No, Azhuna: no desesperes todavía. Yo he
oído decir á los astrólogos que cada espíritu está
sujeto por una helu-a de oro á uno do osos as-
tros que en el es|)acio ruedan. No sé qué extra-
ña prodilección me hace á mi fijai' los ojos en
el lucero de la tarde, el más hermoso y el más
resplandeciente. Mírale, mírale flotar sobro la
Alhambra como el rico diamante de un esplén-
dido joyel. Siempre que le miro me parece, como
ahora, que en su centro palpitan huninosos ca-
racteres anibigos que, impalpables y misterio-
sos, me dicen: «Espera, espera.»
— ¡Oh, esposa mía! ¡He esperado ya tanto
tiempo! Cuarenta lunas han flotado sobre el haz
de la tierra desde que abandonamos á Granada
en busca de ese prodigioso alcázar que prometí
á Alhamar; cuarenta lunas destinadas á recorrer
todas las regiones de la tierra. Hemos atrave-
sado inmensos mares, espesos bosques, altas
montañas, mortíferos desiertos; hemos visto so-
berbias ciudades, i)nperios poderosos; he estu-
diado todos los cultos, todas las artes, todas las
escuelas; aiit(>. nuestros ojos han pasado todas
las grandezas del mundo, todas sus miseiüas; y
nada he conseguido.
¿Te acuerdas? Era en Grecia, en la ciudad
de los sueños. Atenas levantaba sus prodigiosas
ruinas, sumergidas en un lago de luz. La colina
del Museo, los peñascos del Arcópago, del Fénix
y el Licaltcto, el montecillo Auquesmo y las
alturas del Estadio, chisjieaban majestuosos,
como ajorcas do oro cuyos destellos so vertían
en el hilo do perlas que formaba la corriente del
Iliso. El Partonón, los templos de Júpiter
Olímpico, Minei-va y Baco, con sus dóricos tri-
glifos, sus esbeltas columnas estriadas sobre
escalinatas de mármol, columnas donde se com-
pendia toda la gravedad del dórico con la lige-
reza del corintio; sus dos frisos esculpidos y sus
dos frontones elegantes, sus bajos relieves cince-
lados ]ior Praxiteles y Fidias; se erguían es-
plendentes, brindándonos un mundo de ilusiones
y reuniendo en su alabastrino seno la sencillez,
la fuerza y la elegancia. Las altas y tornaso-
ladas crestas del Acrópolis y del Hiineto refle-
jaban sus' rayos de oro sobre la Academia, ro-
deada de sepulcros. Y sus frescos bosquecillos
de olivos, el Píreo meciéndose en un lecho de
algas y de espumas, Salamina brotando como
Venus del fondo de los mares, las cumbres del
Citeron y del Icaro; parecían poblados todavía
de nereidas _y tritones, de centauros y do náya-
des. Yo pasaba horas y horas estudiando aque-
llas bellezas de donde sacar un rayo de luz que
alumbrara mi cerebro; yo, desobedeciendo la ley
muslímica, copié sus torneadas estatuas, donde
el cuerpo humano se inmortaliza con todos sus
esplendores; mi cincel dio vida á desgastados
rosetones, plintos y molduras; arrancó sus se-
cretos á los adornos jónicos, ligeros y flexibles,
del templo do Erecteo; sorprendió sus grandezas
á las famosas cariátides del Pandroseo; y sin
embaj'go, ni una estela, ni una ráfaga, ni un
átomo de fuego hizo brotar mi diestra ¡i aquellos
tersos mái'moles; la forma, siempre^ la forma,
bella, esplendente, pero limitada, finita, apri-
sionaba á la idea, oprimiéndola y aniquilándola.
¿Te acuerdas? Era en Italia, la nación délos
papas y de los cesares. Nicolás de Pisa trazaba
la silueta de San Antonio de Pádua; Alejan-
dro IV convocaba á la cristiandad para que ayu-
dara al artista. Se elevaban las gigantes cúpulaí-
del templo, besadas por el rayo do la luna, qu(
las bañaba do misteriosa claridad. Sus caladas
agujas se perdían en las plateadas nubes de un
espacio de soda, y en sus altivas torres dormían
las campanas de hierro, como las aves en el
fondo de sus nidos. Sus sombríos claustros, sus
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
T.s:',
ojivales ventanas, sus arcadas góticas y sus al-
tares fie jaspe, convidaban á la meditación y al
estudio En el recinto cristiano, yo, apoyado en
una de sus soberbias columnas, escuchaba las
palabras de Nicolás de Pisa, que al mismo tiem-
po que hablaba, y como si quisiera dar idea de
su pasmosa actividad, daba los últimos retoques
á una de sus prodigiosas estatuas.
— ¡Oh,Azhuna!— medecia;— túvienesáestudiar
en el corazón cristiano el símbolo de la belleza,
cuando la revolución más grande ha estremecido
sus entrañas. La arquitectura bizantina, miste-
riosa y terrible como el dios del Sinai, emblema
sombrío de la unidad de estilo, de la impenetra-
bilidad de las ideas, de lo absoluto velado para
los profanos ojos, del sacerdocio deificado, de la
teocracia ensobei-becida, del pontificado sujetan-
do al mundo con sus cadenas de hierro, acaba de
hundirse para siempre en
las cavernas del olvido al
golpe de maza de la arqui-
tectura gótica. Obligado
desde niño á estremecerme
bajo los místicos terrores
de las estatuas bizantinas,
cinceladas bajo las horri-
bles vibraciones del juicio
universal, mi razón se opri-
mía agobiada por la idea de
raza, de dogma, de mito, de
Dios centelleando entre
tempestades y vértigos. Las
cruzadas es el titán que la
derriba en tierra. Los pue-
blos ¡iresienten su grande-
za, la libertad bate sus alas,
y la ojiva, coino diadema
de espléndidos fulgores, es-
cribe en los modernos edi-
ficios: «Igualdad, pueblo,
hombre. » La arquitectura
bizantina es el tenebroso li-
bro que sólo el sacerdote
puede descifrar; es la sumi-
sión de la forma y la muer-
te de la idea, la conserva-
ción de tradicionales lineas
y el odio al progreso. La
arquitectura gótica es la
originalidad, el progreso, la
opulencia, el movimiento perpetuo, la variedad
en fin, con todas .sus bellezas.
-^-jOh, maestro! — dije yo entonces, trémulo de
placer, á Nicolás; — enséñame esas maravillas: eso
es lo que busco por toda la tierra, sin haberlo en-
contrado todavía.
— Mira, — me contestó el artista desgarrando el
tid que ocultaba los contomos de la estatua que
estaba modelando; — mira, — volvió á añadir, seña-
lándome las naves del templo en que estábamos.
La estatua era una virgen de incomparal)le her-
mosura; el templo ei-a una obra de maravillosa
grandeza. — f;Ves? — me dijo. — He procurado
condensar en esta virgen las dos artes: la que
nace y la que muere. La mística expresión de su
rostro es la idea, que anima la rigidez del mánnol;
los griegos contornos do .su cuerpo, donde se ven
correr las azuladas venas tras la trasparencia de
su pálida epidermis, es la forma flotando, exube-
rante y rica, y envolviendo en un velo de encaje
al pensamiento. ^;Ves'r' He procurado encerrar en
este templo la severidad cristiana, la idea reli-
giosa; pero no al Dios de la venganza, sino al
Dios de la clemencia; y he grabado las austeras
lineas de la grandeza en cúpulas y frisos, en co-
lumnas y bóvedas; pero he querido darle rico
estuche donde el pensamiento se envolviera como
en ima túnica de raso, y la ojiva, campeando atre-
vida y elegante en todos los ai'cos y en todas las
paredes, le han dado amplia fonna, varia y
suntuosa con que jjoder ataviarse. Y este no es
más que el principio. A toda grandeza caída se
le debe rendir ol último ti-ibuto de respeto, que
es lo que yo hago; pero día vendrá en que la
arquitectura gótica, libre y sin trabas, rompei'á
para siempre con las inflexibles reglas que aun
le abruman.
Calló el maestro, y mi vista errante corrió por
las ojivas de la iglesia, pero sólo vislumbró en
tomo la idea y la forma queriendo equililirarse.
— No es esto lo que bu.sco, — nmrmuró des-
esperado:— yo anhelo la idea j)ura, sin trabas ni
limites, encarnando en la forma, forma sujeta á
ella; que en vez de su señora, ni siquiera de su
compañera, sea su esclava, pero esclava esplén-
dida, luminosa como el cuerpo de una huré,
dije.
Estrechó la mano de Nicolás de Pisa, y salí
de San Antonio escuchando la voz del maestro,
que mirándome con lástima decía: — Está loCo:
— y volvió á su trabajo.
¿Te acuerdas, oh Sobeya? Era en París. La
catedral llamada de Nuestra Señora desdoblaba
á nuestra vista sus inmensas profundidades. Su
gigante puerta ornada de simbólicas figuras,
sus cinco pisos sobrepuestos y terminando en
santa permaneció muda á nuestro anhelo. Cór-
dolia, con su maravillosa mezquita, fué la única
qxie hizo latir de admiración nuestros corazones.
¡Oh, Soboyal Allí te contemplé poseída de éxta-
sis infinitos. Sus cien columnas, sus abiertos
arcos, sus caladas paredes, sus letreros cúficos,
conmovieron mis ideas; la grandeza do Alá
centelleó en mis ojos; pero no ora afjuello lo que
se;itía latir en mi cerebro. Recordé las regaladas
termas de Agripina de la ciudad cesárea, su
derruido circo, sus alcázares grandiosos, por el
tiempo derrumbados; los comparé con la gran
Aljama de Sevilla, uní sus lineas con la mezqui-
ta cordoliesa, abierta á mis miradas, y, al conjun-
to entre místico y profano de aquella mezcla, me
pareció ver surgir los contornos del deseado al-
cázar: dibujé sus confundidos i-asgos, lo puse lo
que tenía de libro de piedra Nuestra Señora de
LA ANUNCIACIÓN (bsjo relieve de Andrea della Robbia)
dos negras y macizas torres con ocho pesadísi-
mas campanas, la tranquila majestad del con-
junto, su infinito interior con su enorme coloso
San Cristóbal, con su altar gótico atestado de
urnas y relicarios; le asemejan á uno de esos
monstruos apocalípticos que rugen en las entra-
ñas de la visión terrible del apóstol de Cristo.
Inmenso libro de granito donde se ve escrita
toda una epopeya, yo aprendí á comprender sus
cifras y repasé página por página su colo.sal vo-
lumen. Vi algo, flotó en mi mente una idea lu-
minosa: la de que un solo hombre no es bastan-
te para escribir una epopeya, y lloré, lloré de
amargura de impotencia. Tú, como siempre, mur-
muraste en mi oído tuamnlética frase: «Espera;»
y proseguimos nuestra marcha. Visitamos el
Egipto con sus terribles misterios, con sus es-
finges monstruosas, con .sus gigantescas pirámi-
des, con sus oscuros geroglíficos; y sólo la ma-
teria, la materia hecha diosa, apareció ante
nosotros, y huímos, huímos de las tentaciones
de la carne. La India, con su naturaleza potentí-
sima, se abrió ante nuestros pasos, deslizando
sus subterráneas pagodas, sus monstruosos ele-
fantes, sus deformes ídolos evocados de las
salvajes hojas de los Vehdas; y como ol pájaro,
que espantado corre de la horrible fascinación
de la serpiente, así corrimos nosotros á ocultar-
nos de la atracción del monstruo. Jerusalén,
centro común del cristiano, del hebreo y del
árabe, nos acogió en su regazo; las aguas del
Jordán refrescaron nuestros labios, Sión nos dio
la sombra de sus cedros; Belén nos recordó la
grandeza de Abraham; ol Santo Sepulcro, con
sus dos naves, su rotonda do diez y siete colum-
nas, ya ligeras, ya pesadas, pero todas de des-
proporcionado tamaño, nos ofi-eció gratos recuer-
dos del mensajero de Mahoma; mas la ciudad
Pai'ís, la variedad griega }• la grandeza indica;
pero fué en vano. Sólo una deforme masa donde
todas las arquitectura»; se abrazaban, salió de
mi trabajo. No era preciso crear un estüo nue-
vo, fugaz, tenue, impalpable, aereo como los
sueños del espíritu, j)ara que mi pensamiento
tomara vida. Pero no pude crearlo: En vano me'
golpeé la frente, en vano martiricé la idea: mi
ideal, en el fondo del cráneo, se roía, se reía con
estridente carcajada que percibía mi oído, mo-
fándose do mi... Y aquí rae tienes: volvemos á
Granada, tú siempre gritándome: í Espera,^ .vyo
siempre vencido en esta lucha imposible. Ha-
blaba con razón Nicolás de Pisa en San Anto-
nio. ¡Azhuna está demente!
— No: no estás demente, Azhuna, — dice Sobe-
ya conteniendo las lágrimas que lirillan en sus
pestañas de raso. — Tú encontrarás el nuevo es-
tilo que necesitas para croar tu alcázar; tú has
admirado á los más hábiles artistas de los pue-
blos que hemos visitado con un solo rasgo de
tu cincel de oro; todos han visto en ti un genio,
y todos respetaron al artista granadino. Cada
alcázar de los cien que has dibujado en te viaje,
serviría de inmortal gloria al más famoso aiiífi-
ce: ¿por qué no pi-esentar uno de ellos al pode-
roso emirV
— Porque en mi frente late algo grandioso
que nadie ha concebido; porque }'o prometí un
alcázar de perlas, digno de la grandeza .de Alá,
donde imprimiera todas las delicias del paraíso
de Mahoma,
— Espei-a, espera, — dice Sobeya inclinando la
frente sobie el pecho. Y enmudece, mientras
Azhuna extiende su mii-ada sobre la extensa
vega.
Ante él se dilata ésta con todos sus encantos:
cortijos, cármenes y huertos se pierden en todas
784
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
direcciones, escondidos en un océano de verdu-
ra; bosques de olivos }• nogales, de frescos ála-
mos y ásperas moreras, entre sabanas de mieses
V de "flores, de verbas y de cañas, ondulan mis-
vantan, y en las que salen y entran estudiantes
y maestros; mientras rechinan los carros carga-
dos de vei-dura, abre el arado anchos surcos en
el suelo y los campesinos y trabajadores \'uelven
púsculo. El sol, sobro la cumbre de Sierra El-
velra, lanza sus niils hermosos resplandores para
ocultarse en la ciudad morisca: fija en él su
errante mjrada Azhuna, y, loco, trasportado, lan-
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Uriosojí, bañados por la corrient<; del Genil, que
an bifurca en cien canales aliicrtos en las tierras
á HUH aldeas. Granada, erifrentfí, levanta sus al-
menas coronadas de atalayas, sus mil torres y
za un grito de admiración y de entusiasmo, des-
garrador, inconccliible.
(Se continuará)
|)ara su fecundo riego; anchos caminos conducen sus ligeros minaretes, sus neos arcos y su pro-
á las cien academia» que en sus jardines se le- | digiosa A]haml)ra, alumbrada por la luz del cre-
i|)|i!(l!n°Ul'IÓ)i: ftrta, 8í»-Jfi. ÍIMI Mim, editor. -ReMrrwloi luis dfrwliim it prnpifíiatl ariíilif» » lidraria. - \m rorl.iiwirimii's cu «iiili id. iil i(')ii vm^iiIimiIc (!t! cslii rasii . i». Maiiiiil i'la y Valor: Aidata
~ ^ '■ ^ INSÉRTESE Ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL )i<é '
.10 I"
EsTABLBCiMiiSTO TirouToaUvicu DK La Ilustración Ibérica: Calle db Coetís, n."" 365 y 367. —BARCELONA
SEMANARIO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
Año V
Barcelona 10 de diciembre de 1887
Núm. 268
YENDO A MISA
7S()
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
SUMARIO
Tkxto. — Madrid. Cartas á mi prima, por Femanflor. — CMa
fowamo (continuación), por Manuel Amor Meilán.— A<-
ritia eientifea, por Alflr«iIo Opisso.— fufli/eí inagoKMc^
(poesía), por Tomás Camacho. —Daarregloí, por A. Sán-
chei Péreí — K üUimo pato, por Carlos Felices Andújar.
Lux Mienta (poesía), por Juan Menéndez Pldal. —Nuestros
grabados.— £1 atcdtar de la» perla» (leyenda árabe) (con-
tinuación ), por Juan Garcla-Goyena Alxugaray .
GRABjiDOS.— Yendo á misa.— Antii^uis piedras esculpidas de
In«IaU-rTa — Kl guardián de la ropa.— Flcsla infantil.—
Castillo de Hoghton.— Amor al arte.— /j-pcwirtón A'orío-
nal de BeUat Áriet de ISST: Puesta de sol.— Asi estarás más
bonita, mamá.— Antiguos aldabones venecianos. —Casti-
llo de Bastings.
MADRI D
Castak* 4
ps&sft»
La crisis de París.— En el Senado.-
Espafiol. — Tamagno.
-El Teatro
3S telegramas nos anuncian cada día nna
nueva fase de la crisis presidencial france-
sa, dándonos idea del espantoso remolino forma-
do en tomo de Mr. Grevy por las pasiones. El
tan sólo aparece sereno, tratando de conjurar
las tempestades que amenazan, más que su pre-
sidencia, la república. Los que conocemos el
carácter francés nos admiramos de que el pue-
blo de París se limite á pasear por los buleva-
res cantando la Marsellesa: esperábamos barri-
cadas, sangre, voladoras de barrios, y universal
incendio... Es que el carácter francés ha cam-
biado mncho desde el año terrible; que á todos
los sentimientos de Francia se impone hoy
tino: el patriotismo. Para Francia todas las cues-
tiones interiores tienen repercusión en Prusia, y
sobre todas ellas está la revancha. AUi los hom-
bres que aspiran á la presidencia de la repú-
blica son muchos; allí los partidos se odian y se
combaten; allí el populacho, como siempre, apro-
vecharía cualquier momento propicio para sa-
quear al burgués y proclamar la anarquía...
Pero, en medio de una situación política que
parece favorecer las ambiciones revoluciona-
rias, todos ven de lejos el adusto ceño de Bi.s-
mark, la mirada penetrante y fija de Moltke, la
impasible y augusta faz de Guillermo, que espe-
ran el momento de la lucha civil y del caos para
completar la obra de exterminio que no realiza-
ron plenamente cuando lo creyeron. Y el espec-
tro de Francia vencida, y la esperanza luminosa
de otra Francia reconquistadora, mitiga las am-
biciones de los políticos, sosiega las fracciones,
encalma las muchedumbres y hace dudar y
temer á todos. Sin Guillermo, sin Bismark, sin
Moltke enfrente, París hubiese arrastrado por
las calles á Grevy, quizás, á estas horas. Vere-
mos como termina esta crisis. Debemos creer,
sin embargo, que, como no se termine por la
razón sino por el miedo, lo que se establezca
será transitorio.
Aunque hemos de convenir, prima, en que lo
transitorio suele durar más que lo permanente.
Si quieres convencerte de eUo, puedes trasla-
darte con la imaginación al palacio del Senado,
en el cual abrió ayer la reina regente la legis-
latura de 1887. Es verdad que la abrió sin
entusiasmo público, pero también sin odios ni
protestas. Hasta, si quieres, con respeto y ver-
daderas simpatías. ¡ Quién lo hubiera pensado !
¡La misma circunstancia de ser considerada
transitoria su regencia, se convierte en garan-
tía de su estabilidad! ¡Sus enemigos confían en
el tiempo, y ella lo aprovecha disfrutándolo I
En el salón se había colocado un magnífico
dosel de terciopelo encamado bordado de oro,
que fué del Estamento de Proceres; y, en vez
del sillón antiguo, se pusieron dos más peque-
ños: uno para la reina; el otro para el niño rey.
Se había procurado dar á este acto extraor-
dinaria importancia; y además, realmente, ofrece
un bonito conjunto artístico ver á una mujer y
á un nifio dando permiso para discutir y votar á
tantos hombres con barbas... Las damas, que van
siempre donde va la Corte, llenaban los pasillos
y casi el salón... Como es natural, abimdaban los
uniformes, y aquello parecía un hormiguero de
insectos de colores ó un remolino do piedras
preciosas. La reina llevaba traje de raso negro,
con delantera cubierta de encajes; el manto era
también de negro raso, y llevaba la cola el ma-
yordomo do semana, Sr. Ortega Morejón. Esto
de llevar la cola del manto de una reina debe
ser cosa difícil, porque hay que improvisar las
actitudes, que deben ser á un tiempo nobles y
humildes. Los mayordomos de semana se ensa-
yarán, sin duda, en sus casas, con la cola del
vestido de cualquier persona de su familia; pero
luego los accidentes sobrevienen, y aquel ma-
yordomo que lleva con graciosa sencillez sobre
el brazo la falda de su esposa, se inmuta y atu-
rrulla cuando le entregan la de una princesa.
La reina ceñía una diadema de brillantes de
forma etrusca, y lucía un collar de brillantes con
hUos diagonales y un sobrepelo, de brillantes
también, rematado por una gruesa perla. Lle-
vaba en el lado izquierdo las insignias de todas
las órdenes á que pertenece, y le caía desde la
cabeza un largo velo de tul negro, recuerdo de
su viudez y de su tristeza; emblema quizás de
sus temores en el porvenir.
A su derecha marchaba la nodriza, vestida de
terciopelo encarnado, Uevando en sus brazos al
rey niño vestido de blanco.
Después leyó el discurso que le entregó el
presidente del Consejo de Ministros, y en el cual
se dice, en resumen, que, si ciertamente no esta-
mos del todo bien, como á él se le deje tranquilo
es indudable que llegaremos á estar mejor.
Ya consignado este acto inaugural tan impor-
tante, me parece que verás con gusto hablemos
de otros asuntos. El más trascendental me pa-
rece la clausura definitiva del Teatro Español.
De la noche á la mañana, cuando menos lo espe-
rábamos, se anunció que las funciones no podían
continuar, pues el teatro amenazaba ruina. Al-
gunos dicen que había ya empezado á desmoro-
narse por el escenario... Ya no era posible con-
tinuar representando sin la Unción dentro del
edificio.
Vico y Calvo se han encontrado de pronto sin
teatro, y parece que se trasladarán al salón de
la Alhambra, de malas condiciones para una
compañía importante como la suya. También se
dice, con visos de formalidad, que darán dos
funciones por semana en el Teatro de la Ópera,
teatro á su vez demasiado importante para co-
medias y dramas. Yo recuerdo haber visto algu-
nas representaciones de obras literarias en aquel
teatro; y si bien desde algunos palcos y algunas
filas de butacas se goza de la representación en
sus accidentes necesarios, desde las otras loca-
lidades se cree ver una representación de fan-
toches. El drama, y la comedia especialmente,
necesita detalles, finezas, que completan el efec-
to, sin los cuales los tipos resultan angulosos y
fcs frases meros sonidos. Nada de esto puede
conservarse en el Teatro Real, donde hay que
representar para que resulte á gran distancia.
Los actores son figuras que necesitan marcos
propios, y esto lo hemos visto ya repetidas ve-
ces. Poco hace, un actor popularisimo, el primero
de los graciosos quizá para el vulgo, el manan-
tial de la risa, el que con sólo salir de entre bas-
tidores salvaba un juguete, se trasladó á otro
teatro un poco más importante, donde suelo con-
currir otro público algo más distinguido. El
desencanto fué grande: alli el gracioso no en-
contraba la nota cómica que debía herir al audi-
torio, el manantial de la risa se había enturbia-
do, y el actor y los espectadores, desconcertados,
comprendían al fin que los actores son plantas
de estufa que no se trasplantan sin peligro.
Trescientos diez y nueve años hacía que se
había dado la primera función en el Teatro Es-
pañol: en 21 de mayo de 1567 se estableció la
Cofradía de la Soledad, cofundadora de los co-
rrales ó teatros de la Craz y el Principe, y en 5
de mayo del año siguiente se dio en éste la pri-
mera representación dramática. En el siglo XVii,
en que ya el corral de la Pacheca tenía forma
de teatro, la entrada al patio costaba un real, y
allí se revolvían, en confusa muchedumbre, ple-
beyos, nobles, clérigos y frailes. Los aposentos
se disfrutaban en virtvid de privilegios varios.
En la cazuela se arremolinaban las mujeres, y,
excusado es decir el guirigay que se armaría
frecuentemente con tantas mujeres juntas y
solas. Tenia el alojero sitio destinado para la
aloja, refresco compuesto de aguamiel y espe-
cias; y este sitio se convirtió después en palco
de la autoridad, que antes tenía su asiento en
pleno escenario. Dábanse los saínetes y entre
meses, no como fin de fiesta, sino entre las jor-
nadas ó actos de las comedias. Así se represen-
taron las obras admirables de Calderón, Alarcón,
Lope de Vega, Tirso, Morete, Rojas Solis y
otros.
El Teatro Español fué destruido casi comple-
tamente en 1804. Abrióse de nuevo á mediados
de 1806, reedificado según los planos de ViUa-
nueva, y pasando á él los actores que trabajaban
en el de los Caños del Peral, que estaba en la que
hoy es plaza de Isabel II. Quintana, el Duque de
Rivas, Bretón, Gil y Zarate, Hartzembuscli,
García Gutiérrez, Zorrilla y Ventura de la Vega,
hicieron florecer magníficamente aquella escena.
En 1849 se restauró el Teatro del Príncipe y
fué declarado Teatro Español, bajo los auspicios
de San Luis, que, odioso á los partidos liberales,
encuentra simpatía, sin embargo, para ellos, en
la división y espontaneidad con que favoreció
á los literatos.
Los periódicos recuerdan que desde aquella
época el Teatro Español había venido deslu-
ciéndose de su antiguo brillo hasta caer en la
literatura más grotesca, y en la exhibición de
mujeres merluzas. El Ayuntamiento, á quien
correspondía el cuidado de velar por las letras
dramáticas, se contentaba con asistir desde su
palco á las funciones buenas ó malas, y los con-
cejales tenían por mejor empresario aquel que
más generosamente repartía los billetes. Los
billetes de teatro, en Madrid, pueblo de gente
alegre y liviana, son más estimados que el dine-
ro, y allí donde hay un Catón irreductible está
su esposa capaz de entregar á cien Catones por
un palco. El del Teatro Español era una tribu-
na del Ayuntamiento, donde fijamente se encon-
traba á los concejales que no asistían á las sesio-
des; y alli tenían que ir á buscarles, pagando su.s
entradas, los que traían asuntos de limpieza
pública, alcantarillas y adoquines y demás ser-
vicios públicos. Esto ha contribuido á sostener
algo el teatro.
La decadencia del Español era grande: poco
á poco había ido perdiendo consideración. Los
días de moda concluyeron de matarle; porque se
hizo moda no ir los demás días. Únicamente
cuando se estrenaba alguna obra de Echegaray
ó de Cano acudía el público, más bien á luchar
que á recrearse... Los pequeños teatros han con-
cluido por llevarse el público que paga, y el
Teatro Español moría del tifus. Querida prima,
entre bastidores se Uama tifus á la gente que
asiste gratis.
Al desaparecer el Teatro Español, los actores,
los autores y gran número de aficionados, piden
que se levante un nuevo edificio para el arte, y
que sea el Gobierno quien lo costee y lo reorga-
ganice. Me parece pronto para discutirse este
asunto ni dar opinión definitiva. En Madrid
esta cuestión del Teatro Español es importantí-
sima y habrá que tratarla.
Lo primero que hay que saber es si hay ac-
tores, autores, público, dinero y Gobierno.
Para terminar esta revista me parece bien
decirte que Tamagno ha manifestado vivos
deseos de tomar parte, antes de abandonar á
Madrid, en una función cuyos productos se des-
tinen á aliviar las necesidades de los meneste-
rosos. Con este objeto se ha organizado para esta
noche, en el Real, una función á favor de la Be-
neficencia Domiciliaria y de las tiendas asilo.
Algún resultado dará, aunque estas funcio-
nes no suelen atraer al público elegante, que
tiene otras formas de socorrer al pobre, ó que,
realmente, después de haber pagado el abono y
LA ILUSTlíACION IBÉRICA
787
los trajes y el coche y los guantes que exige
la ópera, se queda en disposición de ser benefi-
ciado y socoi'rido... Mas, produzca lo que pro-
duzca, llega oportunamente; porque la miseria
en Madrid aumenta con el invierno, y el frío de
estos días es horrible.
i El frío y el hambre ! ¡ Qué diferente hubiera
sido el discurso de la corona si ellos lo hubiesen
redactado !
Tuyo,
Feenanflor
_^,-
UNA ROMANZA
(CONTINUACIÓN)
— No, sefiorito. ¿Ve usted? Estamos en la
plaza de Oriente... Este es el palacio Real, la
octava maravilla del mímelo: así
lo llaman algunos. Ahora no
tenemos sino cruzar la plaza,
y la calle del Arenal, que no
es gran cosa de larga, y esta-
remos en la gran Puerta del
Sol.
Fermín, al revés que tantos
otros forasteros, no se detuvo
ni un instante ante las suntuo-
sidades que el cicerone le in-
dicaba: sólo tenía pensamiento
para una idea.
Llegar cuanto antes al nú-
mero 35 de la calle de la Paz.
Y al fin llegó, como todo lle-
ga en este mundo.
in
Penetró en el zaguán bus-
cando la escalera, cuando de la
portería salió una voz cascada
que preguntó:
— ¿Qué desea usted, seño-
rito?
En Valdesar no se conocen
las poi-terías.
Por lo tanto causó tal pre-
gunta no poca extrañeza á
Permin.
— ¿Por quién pregunta us-
ted?
— Por la señorita Angelina B
— No, señor. ;^ j,
— ¿Cómo que no?
— ¡Si lo sabré yo! Lo digo á usted que no
vive aquí.
Y en seguida Fermín le enjaretó á la vieja por-
tera todas cuantas señas y detalles podía darle
de Angelina.
— No, señor: ya le he dicho á usted que no
vive aquí.
— Pero ¿vivió?
— No lo sé. ¡ Pegotes como estos provincianos!
Fermín decidióse, pues, antes de hallar á An-
gelina, por buscar un alojamiento.
— Hallólo, en fin, en la calle Mayor y junto á
la de Coloreros.
IV
ría la debutante. Éstas eran Niniche, El lucero
del alba, y la romanza Vorrei moriré en el inter-
medio dol primero al segundo acto de la opere-
ta Niniche.
Mudo de asombro quedó Fermín viendo aquel
cuadro...
Ya sabía dónde encontrar á Angelina.
¡Iba á verla aquella noche misma!
Pero ¿por qué aquel día era tan largo?
Llegó la noche.
El salón de Eslava estaba lleno de gente, ávida
de juzgar á la nueva actriz.
Fermín pudo lograrse una butaca de primera
fila, lo que no fué poca fortuna.
Cuando penetró en aquella sala, casi cua-
drada, y vio la numerosa concurrencia que pa-
Cuando
couplets:
cantó Angelina aquellos célebres
Un sietemesino
que peidló el destino...
Fonnín sintió que toda su sangre afloia á su
cerebro...
Parecíale ima alusión personal.
Y Angelina ¡ los cantaba con un aire tan pi-
caresco !
La aplaudieron mucho, con entusiasmo.
¡ Aquellas palmadas eran saetas que iban á
clavarse en el corazón do Fermín !
Cayó el telón...
Manuel Amok Meilán
(Se concluirá)
ANTIGUAS PIEDRAS ESCULPIDAS DE INGLATERRA: TAPA DE UN SARCÓFAGO, EN WIRKSWORTH
¿Vive aquí?
En vano anduvo todo el día errante por las
calles de Madrid como si esperase, al doblar de
una esquina, toparse de manos á boca con su
deseada Angelina.
En uno de estos paseos, agitado y cansado
ya, detúvose en la Puerta del Sol en uno de los
apeaderf)S de los tranvías.
Casi al lado tenía Fermín uno de los carteles
anunciadores.
Como distraído, dejó vagar por él su mirada,
cuando de pronto todo su cuerpo se estremeció...
Había visto Feí-mín un anuncio que decía:
Tí:atro Eslava
I)et)iit (lo la primera tiple Señorita Angelina B...
Y luego á continuación las obras que ejecuta-
recía haberse dado allí cita, Fermín sintió ce-
los...
¡Celos, sí!
Toda aquella gente reuníase allí para ver á
su Angelina.
Fermín, entretanto, estaba en un potro.
Alzóse, al fin, el telón.
Apareció, recreando los ojos de los espectado-
res, el coro de bañistas... ¡Y que las había gua-
pas, y que estaban interesantes con los brazos
desnudos y casi lo mismo sus cuerpos!
— ¿Se presentará así Angelina? — pregimtá-
base Fermín. Y luego, contestándose él mismo,
se decía:
— No, no puede ser. ¡ Eso sería una indecen-
cia, y ella no es así !
Al fin salió Niniche (Angelina) del brazo del
príncipe Cornisky...
Fermín la devoraba con los ojos...
Angelina lo vio y la sorpresa le hubiera arran-
cado un grito á no hallarse ante un público y
por la primera vez.
Limitóse, pues, á manifestar su emoción por
medio de un rubor muy vivo...
En la sala no se oían sino alabanzas de su
hermosura.
— ¡Qué hermosa es! — decían muchos.
— ¡ Veremos si es tan buena actriz como her-
mosa mujer! — decían otros.
Ya repuesta del susto, Angelina lució sus
grandes facultades para la escena.
En Valdesar la habían comparado con la
Patti y la Nilson.
En Madrid la comparaban con la escultural
Juana Pastor y la graciosa Mariquita Montes...
-Ob-
Hemos tenido el gusto de recibir la Mesa re-
vuelta en que el inteligente fundidor de esta
capital D. Ceferino Gorchs da muestra de los
feUces resultados obtenidos en su loable empeño
de dotar á la tipografía española del carácter
conocido por bastardilla, en sustitución de las
letras inglesa, redondilla, itálica, etc., todas
ellas incomparablemente inferiores al carácter
español tal como lo cultivaba Iturzaeta. El se-
ñor Gorchs, con un patriotismo que le hon-
ra, ha conseguido que el grabado y fundición
de los nuevos y hermosos tipos se hiciese en
España y en su propio establecimiento; por
manera que su elaboración constituye un pro-
ducto eminentemente nacional, desde el grabado
de los punzones á la fundición de los carac-
teres.
Con el nuevo carácter tipográfico creemos se
dará por terminado el empleo de las letras exóti-
cas que hasta ahora habían servido para la impre-
sión imitada del manuscrito, no sólo por ser mu-
chísimo más hermoso, sino por resultar más
económico, ya que tiene menos perfiles que la
escritura inglesa, por ejemplo, y es menos fácil
de deteriorarse.
Unimos nuestra felicitación sincera á las mu-
chas que ha recibido el Sr. Gorchs, deseándole
la recompensa de que tan digno es por sus des-
velos en fav.or del adelanto tipográfico de nues-
tra nación.
--¥'
ANTIGUAS PIEDrtAS ESCULPIDAS DE INGLATERRA
LA CRUZ DE GOSFORTH " ' '—' >'-'J«*'.^.'*.-u-.íví»->.'i.«v
Cara anterior y posterior
Fragmento de un capitel de San Andrés
Fragmento de la cruz de Gosforth
Las cruces de Ilkley
La cruz de Whalley
La cruz de Leeds
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790
REVISTA CIENTÍFICA
Lm átomos.— El icido fluorhídrico en el treUmlcnto de la
tisis.— Un nuevo antiséptico. — La medicina del porve-
nir.—Reroluelonarismo de M. de Freyclnet — Un nuevo
antidoto de la rabia.— Agua, pues.— Aviso i los falsifica-
dores de la leche.
Al crear el qtiímico Dalton su famosa y hoy
tríonfante teoría atómica, qne no hay para qué
explicar aqni, bastando con saber este nombre,
v^ase, para hacerla comprender ásus alumnos,
de tinas esterillas de madera que le servían para
representar las combinaciones de dichos compo-
nentes. De ahí que, preguntado un estudiante
qné eran átomos, respondiese muy serio: «Son
unas bolitas de madera inventadas por el señor
Dalton. >
No son ciertamente los átomos bolitas de ma-
dera; pero tampoco cabe deber imaginarlos como
infinitesimales, indivisibles, inenarrables. Asi,
Bues, ya en 1865 Loschmidt, químico vienes,
egó á la conclusión de que un átomo de oxigeno
L.\ Il.USTRAOION IBÉRICA
El jtrocedimieiito empleado por los doctorea
Michaux y Soiler consiste en someter al pa-
. ciente ¡I una sesioncita de una hora diaria en
una cámara de li metros cúbicos de capacidad,
cuyo aire está saturado del susodicho ácido fluor-
hídrico; la cual saturación se obtiene haciendo
pasar, con auxilio de una bomba, una corriente
de aire por un bocal de gutapercha quo contieno
300 gramos de agua destilada y 1(X) gramos
del expresado ácido. Las dosis de éste deben,
naturalmente, variar según los enfermos, pues
ya se sabe hoy día que no existen enferme-
dades, sino pacientes. Así, pues, para los tí-
sicos que no están muy malos puede llegarse á
20 litros por metro ciibico; pero los que están
muy quebrantados no pueden resistir más quo
10, y eso después de hacer pasar la corriente do
aire fluorhidrizado por un segundo frasco lava-
dor. La saturación debe renovarse al cabo de un
cuarto de hora, pues desaparece muy rápida-
mente.
Según M. Garcin, con este procedimiento las
quintas de tos se hacen mucho menos frecuentes.
6 de ázoe tiene un diámetro de un diezmiUonési-
mo de centímetro; pero como, aun con auxilio del
más poderoso microscopio, sólo podemos distin-
guir la cuarentamilésima parte de un centímetro,
de ahi que, para formamos cargo de las dimensio-
nes que tiene un átomo, nos veamos precisados á
imaginar qie en una cajita cúbica de un centí-
metro cada lado, llena de aire, caben de sesenta
á cien millones de átomos de oxígeno ó ázoe.
Algunos años más adelante sir William Tom-
son perfeccionó el procedimiento de Loschmidt,
y haUó que la distancia entre los centros de mo-
lécolas contiguas varía entre una cinco y una
mil millonésima parte de centímetro. Represen-
tando esto gráficamente, supongamos que una
gota de agua se va hinchando hasta ser del ta-
maño de la Tierra: la rugosidad de esta masa
variaría entre la que ofrecen tin montón de per-
digones y nn montón de bolos.
Clifford emplea otra comparación. Sabiendo
que nuestros actuales microscopios aumentan de
seis á ocho mil veces la visión de un objeto, si
el microbio más diminuto que podemos percibir
pudiese ver á su vez en el microscopio, alcan-
zaría á distinguir los átomos.
* 4>
Demos gracias al cielo por deparamos diaria-
mente un nuevo remedio contra la terrible tisis.
La última moda nos viene de la fábrica de cris-
tales de Baccarat. Trátase del (¡horresco refe-
rens!) ácido fluorhídrico: ni más ni menos que
del atrocísimo y tremebundísimo ácido fluorhí-
drico. ¡Como si se tratara de grabar vidrios!
CASTILLO DE HOCHTON
la expectoración aparece modificada, aumenta ol
apetito, desaparecen los sudores nocturnos y los
bacilos se hacen de cada día más raros, no se seg-
mentan y acaban por desaparecer enteramente
de las secreciones.
Está muy bien; pero eso de matar los bacilos
con ácido fluorhídrico me recuerda aquella mo-
raleja de no sé quién:
Un sabio en las Provincias Vascongadas
se mataba las pulgas á pedradas...
*
* *
Si no estamos por el empleo del ácido fluorhí-
drico, no negamos, sin embargo, que algunos
compuestos do flúor pueden prostar buenos sor-
vicioscomo antisépticos. Eso se deduce, en efecto,
de una comunicación dirigida por M. William
Thomson, citado más arriba, á la Asociación
Británica. Buscaba dicho químico una sustancia
antiséptica poderosa que no fuese tóxica, no se
volatilizara y resistiese á la oxidación. Ensayó
diversos preparados en pasta de harina y en
pedazos de carne cortados menudamente y hu-
medecidos con agua, y al fin halló que el fluosi-
licato de sodio realizaba casi todas las condiciones
apetecidas, pues no es venenoso, no despide mal
olor y se disuelve en la proporción de 0'61 por
100 de agua.
El sabor es ligeramente salino: aplicando la
solución á una herida, no produce ningún signo
de irritación: su poder antiséptico os superior á
la ordinaria solución de sublimado corrosivo al
milésimo: créese que podría utilizarse en la con-
servación de las carnes y que haría un buen
düsodorauto. Baste decir, en uboiio de su iaucui-
dad, quo perjudica menos la yerba qvie no el
agua salada. Obtiénose el fluosilicato do sodio del
espato flúor y do la cresolita.
En disoluciones como la do que acabamos de
hablar estriba, sin duda alguna, el porvenir de
la medicina; puesto que, reconocida la multitud
de enfermedades infecciosas ó de microbios qne
existen, nada más»uatural que atacar dicha cau-
sa. Lo que hay es que es imposible matar los mi-
crobios, so pena de llevarse juntamente al enfer-
mo; pero no parece sea preciso llegai- ¡I tal extre-
mo, bastando capearlos, ó, para hablar científica-
mente, poner trabas á su desenvolvimiento y
evolución, y sobre todo á sus secreciones de
ptomaínas tóxicas.
Cualquiera tiene el derecho de asustai'se al
pensar en el inmenso estudio que requioi'O la
realización de este programa; pero, ú Dios gra-
cias, no faltan héroes ou el campo de la ciencia
capaces de resolver todos los
problemas. A este número per-
tenecen los Sres. Charrin y Ro-
ger, los cuales han descubierto,
después de concienzudos expe-
rimentos, que el aire confinado
y el oxígeno puro, asi como el
sublimado y el sulfuro negro de
mercurio, impiden la formación
de secreciones de materia colo-
rante en ciertos microbios (el m.
piocianógeno de Gessard, y otro
que se encuentra en el intestino
del conejo). Las dosis varían, se-
giin se trate de impedir la secre-
ción ó de detener la evolución
del microparásito: para lo pi'i-
mero bastan 5 gramos de sulfu-
ro negro do mercurio ó 3 centi-
gramos de sublimado por litro;
mientras quo para lo segundo no
basta ni con KX) gramos de sul-
furo negro por litro, aunque si
con 4 centigramos de sublima-
do. Lo importante, sin embargo,
parece ser que los microbios no
segreguen materias colorantes.
El sabio catedrático M. Bou-
chard lia hecho á su vez experi-
mentos con el naftol, hallando que
esta sustancia detiene la secreción do la mateiia
colorante del microbio piocianógeno á la dosis
de 0'4() gramos por 100, y estorba la evolución
del mismo á la dosis de 0'66 gramos. Igual so
observa tratándose del otro microbio que hemos
dicho.
«Resulta de estos experimentos, — dice una
revista, — que de una manera general, partiendo
de la dosis mínima de un antiséptico capaz de
impedir toda vida de un microorganismo, se
puede disminuir esta dosis una tercera parte, y
aun una mitad, y por lo tanto disminuir un ter-
cio ó la mitad la acción nociva quo podría, ejercer
sobre el enfermo el antiséptico empleado, con-
servando con todo, sobre el agente infeccioso que
se combato, una influencia considerable. Para
realizar una enfermedad infecciosa no basta, en
efecto, introducir en un cuerpo vivo un agento
patógeno, sino que es menester, además, que este
agente se desarrolle en él, y pueda funcionar, ya
que se admite, en proporciones variables, el pa-
pel desempeñado por los productos de los mi-
crobios. Un simple retardo en el desenvolvi-
miento ó funcionamiento, retardo que podrá ser
obtenido mediante una ligera dosis, sería jiues,
como la clínica ha demostrado ya, muy útil al
enfermo. »
*
* *
M. de Freycinet, que, como todos saben, es
no solamente hombre político, sino ingeniero
do caminos, y de los más distinguidos, ha em-
pleado sus ocios de presidente del Consejo de
Ministros tratando de llevar á cabo una tremenda
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
791
revolución en el terreno de las Unidades cientí-
ficas, tan bella y completamente estudiadas por
mi estimado amigo D. Federico Cajal en el libro
que lleva aquel título. Quiere, pues, M. de Frey-
cinet, que en lugar de metros, gramos, litros, etc.,
se adopte la siguiente base:
La unidad de longitud es la longitud de la
velocidad adquirida, al cabo de un segundo de
tiempo medio, por un cuerpo que cae libremente
en el vacío, en París. Esta unidad engendra una
unidad usual igual al i |ioo ó á 0'98 metros apro-
ximadamente.
La unidad de volumen es el cubo cuyo lado
es el 1 |ioo de la unidad de longitud, ó sea 0'94
litro, aproximadamente.
La unidad de masa es la masa do agua
(á 4°'!) contenida en la unidad de volumen.
La unidad de peso es el peso de la unidad de
' masa, en París.
La unidad de fuei-za es igual á la unidad de
peso.
Las otras unidades se deducen de las ante-
riores.
Los dos caracteres distintivos del nuevo siste-
ma son: primero, que la unidad de longitud está
tomada del fenómeno dinámico en vez de estar
arbitrariamente escogida, h priori, entre las lon-
gitudes terrestres; segundo, que la unidad de
masa es la masa de unidad de peso, en vez de
ser ocho veces esta masa.
Cree M. de Freycinet que con ese nuevo siste-
ma se obtendrían sensibles ventajas, además de
proceder de un orden de ideas más racional que
el actual sistema métrico.
En algo han de entretenerse los ingenieros
ilustrados cuando no ocupan las poltronas minis-
teriales.
*
* *
Quizás no sea preciso dentro de poco someterse
á las inoculaciones de médula de conejo rabioso
para librarse de la rabia. En este sentido trabaja
M. Peyraud, el cual tiene confianza de que con
inyecciones de esencia de tanaceto se logrará el
mismo resultado, ya que con las mismas se ha
conseguido evitar que estallase la rabia en va-
rios conejos á quienes se había inoculado previa-
mente el virus rábico.
*
* *
Por más que sea dar un disgusto á los viti-
cultores y taberneros, ello es que carta canta, ó,
lo que es igual, que estadística en mano se puede
demostrar que vale mucho más no beber vino
que beberlo. Así lo han comprendido las socie-
dades de seguros de Inglaterra, las cuales tienen
dos tarifas, según se trata de bebedores de agua
ó de bebedores de vino, siendo para éstos mucho
más crecida, como más expuestos á morirse. La
Sceptre Ufe assurance llega hasta el extremo de
no admitir á ningún tratante en vino.
En una estadística, de la que resultó haber
1 ,(XX) defunciones por 64,441 personas de vein-
ticinco á sesenta y cinco años, se contaban 2,205
defunciones de mozos de tabernas y posadas,
1,465 de fondistas y comerciantes de cerveza,
y 1,361 de cerveceros; mientras que aparecían
solamente 701 de agricultores, 631 de colonos y
ganaderos y 556 de pastores y ministros. De don-
de resulta que los que por su profesión están
más inclinados á beber vino mueren en cantidad
cuatro veces mayor que las clases más sobrias.
La compañía Victoria hace constar que en el
espacio de dos años, en la sección de templanza,
había habido solamente 20'3 reclamaciones, mien-
tras que en la sección general ascendían á 33'2
por IfXJ. De ahí que pueda deducirse que las
personas abstinentes viven seis años más que
las aficionadas al mosto.
Según cálculos, mueren alano, en Inglaterra y
País de Gales, 40,000 alcohólicos, siendo la po-
blación de 27 millones. En París, después de la
tisis, el alcoholismo es la enfermedad que oca-
siona más víctimas.
M. Parkett ha demostrado á su vez que es un
sofisma la idea de que las bebidas alcohólicas son
útiles á los que se dedican á trabajos fatigosos.
Al contrario: el alcohol disminuye la capacidad
para los trabajos^de largo empuje. En suma, que
bebiendo agua pura puede uno prometerse hacer
la competencia á M. Chevrent. '
*
* *
Los numerosos falsificadores de la leche pue-
den agarrarse á esta noticia como á un clavo
ardiendo: el iodo puro no tino de azul el almi-
dón, por más que hasta ahora todo el mundo lo
hubiese pensado así. M. Meylins, químico ale-
mán, dice, en efecto, que para obtener dicha co-
loración es indispensable la presencia del ácido
iodhídrico ó de un ioduro soluble.
pilililIBi»"" ■■■■■lililí MiililllllilliiillllMIIIÍl^^^^^^^^^^^
DESARREGLOS
CASTILLO DE HOGHTON
ARCO DE ENTRADA Á LAS CABALLERIZAS
No hay, pues, más que darle iodo puro al en-
cargado de analizar la leche almidonada, y so
fastidia.
Alfredo Opisso
_^-
FUENTES INAGOTABLES
— De los ojos que lloran
tristes pesares,
¿cuáles vierten más lágrimas?
— Los de una madre:
los de una madre,
que son ¡ay. Dios! dos fuentes
inagotables.
La mía, al despedimos
hace tres años,
triste, desconsolada,
quedó llorando.
Quedo llorando...
¡Todavía sus lágrimas
no se han secado !
Tomás Camacho
Suponía yo perfectamente al suponer que los
Sres. Calvo y Vico, empresarios del Teatro Es-
pañol, de Madrid, aun puesto el caso de que
hubieran solicitado de esta Corporación Muni-
cipal permiso para poner en escena traduccio-
nes ó arreglos del teatro extranjero, no habrían
fundado su solicitud en el retraimiento de los
autores de nota. Resulta ahora, efectivamente,
que no sólo se equivocaban los que les atribuye-
ron tales razonamientos, sino que padecieron
igual equivocación los que hablaron de aquellas
pretensiones. Ni Vico ni Calvo han pensado si-
quiera en pedir la derogación de cláusula algu-
na de su contrato de arrenda-
miento: representarán obras
originales y harán muy bien; y
yo les aseguro que no han de
faltarles dramas.
Pero no bien se ha desmen-
tido la noticia á que yo no quise
dar crédito, aparece en las co-
lumnas de los periódicos otra
que, por desgracia, me parece
más verosímil. Dicen, los que
suelen estar bien informados en
asuntos de entre bastidores, que
un escritor dramático muy cono-
cido está arreglando la obra fran-
cesa Wzelle Nitouche, á fin de
que sea representada en el Tea-
tro de la Comedia, y que el
principal papel se encomendará
á una actriz muy joven, verda-
dera esperanza del arte escénico
español, que ya ha demostrado
felicísima disposición para obras
de esa índole.
Cito de memoria : no respon-
do, por consiguiente, de que mis
palabras sean reproducción lite-
ral de la noticia; pero estoy se-
guro de que, en sustancia, es
eso mismo lo que en la noticia
se dice.
Se nos ofrece, pues, como es-
peranza halagadora y como alta
novedad (passez le mot), una an-
tigualla de la descocada y cha-
vacana musa francesa; antigua-
lla que han paseado por casi
todos los teatros de Europa y
de América la Judie, la Granier,
la Theo, y algunas otras actrices
del mismo género, aunque de
menos popularidad que las tres
citadas.
Y pregunto yo: ¿qué vana
ganar nuestro público, nuestra
literatura, nuestras actrices, ni aun nuestros
empresarios, con que se pretenda aclimatar á la
escena española esa planta exótica, que todos
conocemos?
No me explico ese afán inmoderado de algu-
nos escritores españoles de traducir ó arreglar
(como ahora se dice, aunque sin permiso de la
Academia) todo lo que el teatro francés produ-
ce, bueno ó malo, razonable ó absurdo.
No soy, por sistema, enemigo de las traduc-
ciones, mucho menos si las obras traducidas son
buenas y las traducciones están bien hechas.
Creo, sí, que la tarea del traductor es dificilísi-
ma, máxime cuando se trata de una obra dramá-
tica; pero no por eso condeno en absoluto y sin
excepción todas las traducciones.
Creo que cuando se traduce á Schiller, por
ejemplo, se presta un verdadero servicio al arte
dramático, que no tiene patria ni siglo, que es
de todos los países y de todas las épocas. Admi-
to que se procure dar á conocer á nuestro públi-
co las obras de Sardou, las de Dumas, y sobre
todo las de Augier (que por cierto es de quien
menos se traduce). Acepto hasta las traduccio-
nes de obras de Labiche, de Gondinet, y alguna
otra del mismo género. Pero ¿á qué traernos
chocarrerías de teatros de boulevard, en que po
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O.
794
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
casualidad se tropieza con algtma situación có-
mica ó con algún clí5st<> ingenioso; chiste y si-
tuación que en la mayor parte de los casos no
son nuevos, y en muchos casos no son decentes?
M'zeüe Xáouche, por ejemplo, es un hatajo de
desatinos, mal zurcidos y peor hilvanados, con
que se da pretexto á determinadas actrices para
lucir su desenvoltura, tal vez su gracia pura-
mente parisiense, casi siempre sus encantos de
forma...; cosas todas que agradan allá en París
á los que presumen de calaveras, á los viejos
verdes y á 'las (Umi-mondaines; que nos agradan
por acá (ó fingimos que nos agradan) cuando la
Judie ó la Granier cantan los couplets, que la ma-
voría del público no entiende, 6 adoptan actitu-
des que en una actriz española no tolerarían se-
guramente esos mismos que las aplauden en las
celtbridades extranjeras.
Tengo por seguro que WzeUe Nitouche será,
para el autor del arreglo y para los actores que
la representen, un fracaso; para la
empresa que acepte la obra, un mal
negocio ; para el público aficionado
á esos espectáculos afrancesados,
un gran desencanto; para nues-
tro teatro nacional, una gran ver-
güenza.
Y no se me diga, como en otras
ocasiones me ha dicho alguno, que
debo respetar la libertad del tra-
ductor si halla más cómodo y más
sencillo procurar lucro y buscar
utilidades recomponiendo obras
ajenas que discurriendo mucho para
inventarlas propias, porque nada
hay en lo que digo que sea contra-
rio á ese derecho. Yo no solicito
que los cuerpos colegisladores vo-
ten una ley prohibiendo la traduc-
ción; no deseo que se imponga pena
grave ni leve al que traslade al
teatro español majaderías y- estul-
ticias de otros teatros, como si aquí
no tuviésemos muy suficiente con
las nuestras ; no predico la destruc-
ción y el extenninio de los que per-
vierten el gusto del público y corrompen la afición
de las midtitudes con patochadas indecorosas
importadas del Mabille de hace veinticinco
años; respeto la libertad que los que lo hacen
tienen para hacerlo : respétese la que yo tengo
para sentirlo y deplorarlo.
No exageremos las ideas de libertad ajena
hasta el ponto de privamos de la libertad
propia.
Los traductores están en su derecho vertien-
do al español todo lo malo que se produce en
Francia: convenido. Yo estoy en el mío censu-
rando con todas mis fuerzas á los que lo
vierten.
Y en paz.
A. SÁNCHEZ Pérez
madre? Mentira, mentira; no lo eres... Habla: di
que no, )iorque te mato... te mato... ¿No ves que
me asfixio, que mo falta aire, sangre, vonganzaV...
¿No ves que el infierno se ha desatado aquí den-
tro... en el pecho... junto á mi alnia, que se ostil
quemando?
El que asi hablaba llamábase D. Juan Pona-
fiera. Era un hombro de irnos sesenta años do
edad, alto, delgado, pálido, ligeramente encor-
vado por el peso del dolor y de los años. Escasos
mechones de cabello .blanco, atraídos mañosa-
mente hacia adelante adornaban su cabeza; su
frente estaba sureada de profundas arrugas, y
en la contracción de su boca se veían señales
claras de sufrimiento. Nadie que le tratara podía
sustraerse á la fascinación que ejercía la mirada
brillante, profunda é investigadora de sus ojos
negros, sombríamente negros; y su temperamen-
to nervioso, juntamente con los años, le hacían
irascible y descontentadizo hasta el pimto de no
'--i-.T
EL ULTIMO PASO
— ¡Carmen!... ¡Carmen!... ¿Dónde estás?... ¡Mal-
dición! ¡Se ha fugado; se ha fugado arrojando
sobre mi cabeza todo el peso del deshonor, man-
chando mis canas con el cieno de la ignomnia
y de la vergüenza!... ¡Imposible, imposible! ¡EUa
no era mala!... ¡Carmen!... ¡Carmen!...
— ¡Por Dios, hombre! No te entregues de ese
modo á la desesperación. El mal puede remediar-
se: él no se niega...
— ¡Calla, monstruo! Tuya es la culpa, tuya
sólo; y te he de hacer pedazos con mis uñas,
porque me ahogo de rabia, de pena, de... no sé
de qué, pero me ahogo. Siento deseos de aplas-
tar, de triturar algo entre mis manos, aunque
ese: algo fuera mi mismo corazón... Tú, mujer,
serpiente, demonio, tú eres la causa de todo lo
que ocurre; tú, que con tu necio orgullo, con tus
infames consejos, has vertido el veneno en su
espíritu limpio de toda mancha. ¿Y eres sn
CASTILLO DE HOCHTON: ESCALERA DEL REY JACOBO
poder contrariárselo en nada sin vorse expuesto
á sufrir la explosión de su carácter agrio y quis-
quilloso.
La educación severa que recibió en su juven-
tud hizo de D. Juan un idólatra del honor.
Jamás perdonó ofensa alguna que al honor se
refiriera; y aunque no era vengativo por instin-
to, guardaba en el fondo de su alma toda acción,
toda frase que pusiera en peligro la inmaculada
limpieza de lo que constituía su religión y su
culto.
La otra interlocutora, D.» María de Ariza, es-
posa de D. Juan, era una señora como de cua-
renta y cinco años. Aun conservaba en su rostro
las señales de su pasada hermosura, adivinándo-
se, en el esmero con que trataba el arreglo de su
persona, que, á pesar de su edad, no perdía la
presimción de aparecer bella.
Dominada de un orgullo tan desmedido como
.injustificado, alentando una ambición sin lími-
tes, se rebelaba contra su humilde condición,
pretendiendo romper la oscuridad en que vivía.
Jamás daba un paso que no ñiera encaminado á
este fin, sin perdonar medio alguno para ver
realizado aquel sueño de grandeza, aquel cons-
tante afán que formaba todo el anhelo de su vida.
Del matrimonio de D." María con D. Juan
nació una hija, á la que dedicaron todos sus cui-
dados y todo su cariño. Nunca hija alguna ha
sido tratada con más tierna solicitud que lo
fué Berta (éste era su nombre), y jamás hubo
padres que prodigaran más dulces atenciones al
hijo que es sangre de su sangre y vida de su
vida.
Al calor de estas caricias fué creciendo Berta,
desplegando una belleza extraordinaria y mani-
festando una ternura incomparable.
Solicitada y atraída por los opuestos caracte-
res de sus padres en su educación, su carácter
llevó algo de ambos sin confundirse con ningu-
no en un principio. Más tarde, la influencia del
trato continuado por la madre manifestóse en
Berta, y al llegar á mujer fué en lo moral la
copia fiel do la que la había llevado en su
seno.
Por su angelical hermosura, Berta atraía las
miradas de todos, y más de im corazón quedó
cautivo en las redes de sus encantos. Apareció,
en el mundo, radiante como un astro, y hubo de
deslumhrar á todo el que, admirado, se detuvo
á contemplar la luz de sus ojos.
Entre los muchos que solicitaron el cariño de
la hermosa hija de D. Juan Peñafiera, sólo
Emilio Villafría, joven distinguido y rico, tuvo
la suerte de alcanzarlo. No quiere esto decir que
Berta le amara, no: jamás su corazón había sen-
tido nada por él; pero los consejos de doña
María lo decidieron á aceptar aquellas relacio-
nes como único medio, según ésta, para salir de
la oscuridad y entrar en otra vida más llena de
deleites y de encantos.
Los dos amantes mantuvieron su amor á la
sombra de la de Ariza, que lo patrocinaba, ins-
pirando á su hija todos los medios de seducción
que creía necesarios para encadenar á Emilio
con los lazos de la pasión.
Doña María quería á su hija entrañablemente,
y sería, por lo tanto, disculpable que deseara
para ella una posición brillante; pero esta ambi-
ción no era de todo punto desinteresada: había
algo de egoísmo en sus aspiraciones: también á
ella le gustaba brillar, y ya sonreía de placer
ante la idea de verse reclinada indolentemente
en cómodo carruaje, admirada por su esplendor
y envidiada por su fortuna. De este modo fué
filtrando en el alma de Berta el veneno del inte-
rés, que llegó á dominar por completo sus sen-
timientos y sus ideas.
Aquella semilla de malos consejos debía pro-
ducir su cosecha de vergüenzas y la produjo.
— No debo dejar, — se decía Berta, — que un
día, cansado de mí, me abandone. Hay que rete-
nerle: hay que hacer que se case conmigo.
¿Cómo?... Esta es la cuestión. Veamos... Esto
es: ya está resuelto. Huyendo con él no hay
miedo á que se mo escape.
Y así lo hizo.
Una mañana, antes que el sol asomara su
rubia faz por entre el manto azul de los cielos,
Berta salía de la casa paterna y huía en un
coche, á todo correr de sus caballos, sin sospe-
char que aquel lodo que los nobles brutos hacían
saltar, en su can-era, del suelo mojado, iba á
manchar la honrada frente del anciano que había
de llorar con lágrimas de sangre la ingratitud
del ser que de su ser formó.
Cuando D. Juan notó la ausencia de su hija,
la buscó por todas partes, desesperado, loco, en
medio de una agitación espantosa que hacía
retemblar los nervios de su cuerpo, los átomos
de su carne.
En esta situación le encontramos al principio
de este artículo, apostrofando duramente á su
esposa y ahogándose en un mar de apalabras,
que salían á borbotones de sus labios, impelidas
por la ira, por la pena, por la desesperación.
No buscaba soluciones al conflicto: ¡era inú-
til I i no las hubiera encontrado ! Él sólo veía su
nombre arrastrado por el suelo; su honor, su
inmaculado honor, cubierto de ignominia; á su
Berta... su hija... su único cariño, perdida para
siempre y deshonrándole; y al pensar todo esto,
sentía en su cuerpo algo así como desgarramien-
to do carnes, como si le arrancaran el corazón,
destrozándole sin piedad. Veía que el cielo se
había desatado, derramando para él penas infi-
nitas, de las que nada sabía sino que dolían
mucho.
— ¡No! ¡Sino lo creo! ¡Si no puedo creerlo! —
exclamaba el desventurado padre. — Tener una
hija, poner en ella todo el cariño que cabe en el
pecho, condensar en su amor toda el alma, con-
fiarle la honra limpia do un anciano próximo á
hundirse en el sepulcro sin más patrimonio que
su nombre; ¡y que esta hija cometa la más negra
do las ingratitudes arrojando el fango de sus
vicios sobre la fronte de su padre!... ¡Jamás el
infierno ha escondido en su seno monstruo se-
mejante! ¡Y es mi hija... mi hija!... Cuanto hay
de santo desde el cielo á la tierra ha de horrori-
h.\ ti:üstra('T()n ibérica
7'.).')
zarse hoy ante el crimen que lloro, (jiie IKiio
con lágrimas de sangre, de liiel, de veneno.
— Yo no soy culpable, — balbuceaba doña
María sollozando. — ¡No te complazcas en des-
trozarme el alma! Yo no le aconsejé eso, no:
ella sola fué... ella sola. ¡Ali! Si supieras...
— No: ya sé bastante... Sé que estoy deshon-
rado... ¿Quieres que sepa más? Yo creía tenor
una hija buena, santa, pura; y era mentira...
¡ mentira ! Por eso siento rabia que me abrasa, y
pena que me ahoga; porque no mato como me
matan, porque no destrozo como me destrozan.
¡Ven!... ¡Habla! ¿ Hay un dolor mayor que el mío
sobre la tierra, aunque el sol se apagara para
siempre y el infierno se desbordara sobre nos-
otros en oleadas de fuego?
Don Juan calló: llevóse ambas manos al pecho
cual si quisiera apagar los latidos del corazón,
y dejóse caer anonadado sobre una silla. El es-
fuerzo de su actividad mental le había debilita-
do, y se sumergió en una especie de letargo que
tenía algo de terrible.
De cuando en cuando sus labios se entreabrían
ligeramente, dejando escapar frases incomple-
tas, palabras vagas é incoherentes, que seme-
jaban ayes y amenazas, lamentos y rugidos.
Poco á poco aquellos sonidos apagados fueron
tomando cuerpo, uniéndose, estrechándose, con-
fundiéndose como si se replegaran en sí mismos;
y aquellas voces formaron palabras; y aquellas
palabras formaron frases, que bien pronto vibra-
ron en el aire con un rumor monótono y acom-
pasado, como un zumbido sordo y continuo,
como ruido de hojas secas que se mueven arras-
tradas por el viento entre polvo y escoria.
— ¡ Dios mío, Dios mío ! ¡ Esto es demasiado !
Este golpe me ha herido en mitad del alma.
Cruzan por mi cabeza ideas terribles, ideas de
venganza que no puedo desechar, y veo aquí
dentro... en el cerebro, manchas de sangre que
me ciegan, que me atraen; ansias de matar que
me consumen. ¡Lejos, lejos de mí, espectros en-
sangrentados! ¡No me arrojéis al crimen!... ¡Ya
que han manchado mi frente no quiero manchar
mi alma! ¡Idos!... ¡Idos!...
D. Juan estaba horrible. Los músculos de
su cara se haljían contraído visiblemente, sus
labios estaban manchados por una espuma ama-
rillenta, y sus ojos, inyectados en sangre y casi
fuera de las órbitas, giraban como los de un loco,
sin sostener la mirada en parte alguna. Un tem-
blor convulsivo recorría su cuerpo, y, en su de-
lirio, el infeliz Peñafiera pasaba su crispada
mano por la frente, cual si quisiera arrancar
de su cerebro las lúgubres ¡deas que le ator-
mentaban.
Una ráfaga de viento chocó con los balcones
de la habitación, y con ella llegó hasta lo alto
un murmullo pesado y sordo como un fuerte
oleaje, del que se escapaban vibrantes y acom-
pasados gritos salvajes, aullidos de rabia,
imprecaciones, amenazas, lamentos; y todo mez-
clado, confundido, semejaba un inmenso her-
videro, algo asi como una gran bocanada de
desesperación que subía de la calle envuelta
entre los repliegues de la niebla.
Esta espantosa gritería era producida por una
gran masa de gente que cnizaba en aquel mo-
mento bajo los balcones de la casa de nuestro
héroe. La muchedumbre avanzaba atropellada-
mente, y de ella se escapaban palabras que eran
rugidos y se extendían clamando contra una
gran injusticia de un hombre, contra una gran
infamia que respiraba por todas partes ignomi-
nia y vergüenza.
— ¡Vivan las Carolinas! ¡Viva España! — se
oía. Y este grito llenaba el espacio con sus ecos.
Era el león q\ie, agitándose, enseñaba las garras
para advertir qne no dormía.
— ¡Ah! — dijo D. Juan, con alegría salvaje, al
escuchar los gritos. — También yo siento ira en
el pecho y veneno en el alma. Voy con vos-
otros.
— ¿Dónde vas, dónde vas? — exclamó doña
María intentando detenerle.
— Aparta, déjame. Hay que ahogar esta pena
infinita que siento en clamores de rabia... ¿lo
entiendes? de rabia...
Y be piecipiu'i por la eucalei'd, desatinado
y loco.
La gritería de la calle era cada v<!z mayor.
El pueblo entero de Madrid, respondiendo á su
gloriosa historia, protestaba, en nombre del dere-
cho, do los ataques bárbaros de la fuerza. Aque-
llo era el ruido del torrente que va creciendo
sin cesar, invadiéndolo todo y esparciéndose
por la extensión sin límites.
Y de todos los labios, de todas las almas, se
escapaba un solo grito, como una salutación á
la patria agraviada:
— ¡ Vivan las Carolinas ! ¡ Viva España !
Poco después de lo dicho, un grupo de curio-
sos contemplaba, en la calle del Príncipe, el
— ¡Si ya va.s uiujurando!
No digas eso.
— ¡Madre mía del alma:
dame otro beso !
— No temas nada.
—Por ti y por Juan lo siento,
madre adorada.
*
* *
— ¿Qué ruido suena, madre?
— Los rondadores:
es sábado, y cortejan
á sus amores.
— ¿La voz de Juan no escuchas
entre esos cantos?
—Alguna igual te engaña,
porque ¡son tantos!
— No, madre mía...
¡Y el pérfido juraba
que me quería !
*
* *
CASTILLO DE HOGHTON: BONITO REMATE
cadáver de un hombre tendido sobi-e las frías
losas de la acera. Tenía una profunda herida en
la región occipital, y, según afirmación del má-
dico que en aquel instante le estaba reconocien-
do, había muerto de una caída.
Aquel hombre era D. Juan Peñafiera. Su
frente, aquella frente cuya limpieza tanto había
procurado en vida, quedó salpicada del lodo de
la calle al chocar su cabeza contra las duras
piedras; y aquel chasquido que so produjo al
romperse los huesos de su cráneo, tenía todas
las notas de una maldición.
Carlos Felices Andújar
-'¡f'
LUX /ETERNA
— Aulla un perro, madre,
junto á la puerta:
¡ en cuanto aclare el día
ya estaré muerta I
— Sabe que estoy muriendo...
¡No, no me quiere!
¡ Qué triste se ve el mundo
cuando se muere!
— Mírame ; abre los ojos :
es mi deseo...
— Madre : dentro del alma
¡ qué claro veo !
Si quiero alzarlos,
negras sombras, muy negras,
me hacen bajarlos.
*
* *
— ¡Madre mía del alma,
la muerte es cierta:
vuelve á gañir el perro
junto á la puerta!
¡ Qué sola, madre mía,
vas á quedarte!
¿Quién en tu desamparo
va á con.solarte!...
Madre querida:
tan sólo por ti siento
perder la vida.
*
* *
¿Quién trenzará amorosa
tus nobles canas,
sentada al sol contigo
por las mañanas;
y quién hasta la tarde,
bajo el castaño,
al par de ti cosiendo,
pasará el año !
¡ Años enteros
con mis recuerdos sólo
por compañeros !
Al amor de la lumbre
buscando abrigo,
creerás, estando sola,
que estás conmigo:
recuerdos importunos
de mis canciones
fingirán en tu oído
débiles sones;
¡eco apagado
del canto de la dicha
que se ha alejado !
*
* *
Juan vendrá, cOmo todos,
á verme muerta:
no le dejes que pase
de aquella puerta.
Dile que ya muriendo
sentí su canto ;
que ni muerta oir quiero
su necio llanto ;
que ame á Dolores...
que á mí me basta, madre,
que tú me llores.
Vísteme de mortaja
la ropa toda
que en el arca tenia
para mi boda;
ASÍ ESTARAS MAS BONITA, MAMÁ (cuadro de K. Sl,li.worlh
ANTIGUOS ALDABONES VENECIANOS
Palazzo Longo
Palazzo Maffeti
MODERNO Ponte de Barcaioll
Palazzo Ottobon
Palazzo Grimanl
798
LA ILU8TRACIO1N IBÉRICA
y después mfe me hubieres
amortajado,
quítame estos corales
que Juan me ha dado,
por que no crea
que aun he muerto queriéndole,
ctiando me vea.
Vendrán todas las mozas,
menos Dolores,
á poner en mis andas
cintas y flores:,
sin ella vendrán todas
al cuarto mío
por besar en mi rostro
ya duro y frió...
Madre : si muero,
sin su beso y su cinta
marchar no quiero.
Dile, madre del alma,
que la perdono ;
que olvide también ella
su injusto encono ;
que vo siempre la quise
mas que á ninguna;
que no hul)o de mi parte
traición alguna:
que va le olvido...
Y ¡ qué culpa yo tuve
si él me ha querido! —
En los robles oscuros
solloza el viento:
se apagan las estrellas
del firmamento ;
el río entre los álamos
reluce y pasa ;
ni crujir una viga
se oye en la casa;
la candileja,
que ardió toda la noche,
de lucir deju.
*
* *
Suenan dulces tonadas,
risas y bulla;
la niña da un su.spiro,
y el perro aulla...
Al volver de la ronda
los rondadores,
murió la pobre niña
soñando amores.
Cuando moría,
en las cumbres lejanas
amanecía.
Juan Mexé.ndez Pidal
T
NUESTROS GRABADOS
TEXDO í HISA
Excelente teñorita, que no contentándose con ser bonita,
eletsanle, 7, «obre todo, joven, »e nos revela también como
ferroroca creyente yendo á mlaa á la lejana iglesia del pue-
blo, lin temor á la nicre que alfombra los caminos. Es, sin
dada, una circunstancia que aumenta mucho el intrínseco
ralor de la simpática niña, que, á lo que se re, tiene el cora-
zón no menos bello que el rostro.
AmavÁB ntDtÁB racotriDAS dc ikolátkbba
La enu de Ootforth, cuya altura es de 14 pies, se conser-
va en el Moaeo de Houlh Ken-ilngton. En la cara posterior
eita representado el hórrido poder del diablo, y en la ante-
rior el triunfo del cristianismo. El fragmento de la misma
cnu qne damos por separado, «s una alegoría del propio
triunfo, en la cual un peí vence á la serpiente.
La cna de Lttdt, también en dicho Museo, data del tiem-
po del rey Canuto el Grande (kIkI'i xi).
La iapa del tareó/ago de Wlrksworth, es el resto más im-
portante de srqultectnra cristiana que se encuentra en In-
glaterra. En ella catán toscamente representadas diferentes
eacenaa de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo.
La cruz de WhaUey pertenece al género de las llamadas
erucf» de San AgutUn. Es Igual á la que se ve en el mausoleo
de Gala Placidia, en Itávcna. Hervía dc mojón para Indicnr
lo» limites del monasterio á que i)crtcnecln.
Las crueee de llkley, de 8 pies de altura , figuraban en el
Calvario de dicha localidad. Son anteriores á la época
normanda.
Los fragmentos existentes en la iglesia de San Andrés,
obispado dc Anokliuid, pcrteuofon al tiempo dc Guillermo
el ronquistador. Su ejecución es tan grosera como llena de
buenas intenciones; pero son notables por constituir una
buena muestra del estilo normando en su primera época.
EL GUARDIÁN BK LA ROPA.— FIESTA INFANTIL
Dos dibujos bien diferentes como asunto, aunque igual-
mente recomendables por su gracia. Kada más cómico que
la formalidad con que el buen can guarda hi ropa de su amo
mienlriui ésto lonuv un baño de placer, y nada más suave-
mente sentido que esc coro de niños, en cuyos semblantes so
relleja la más pura alegría. Es una verdadera fiesta, eu la
cual no se ve ningi'in rostro triste ni anublado por los pun-
saulcs cuidados dc la vida.
KL CASTILLO DK HÜGHTON
Está situado este paliu'lo en el condado de Lancashire,
cerca de l'reston, en medio dc un delicioso paisaje, y consti-
CASTILLO DE HOGHTON; EL MOLINO
luye lina importante página de la historia del arte inglés en
aquella para ellos felicísima época de Isabel I. Todo respira
alU esplendidez y opulencia de gran señor, cuando cada
morada de barón constituía una verdadera corte por no
estar tan centralizada como hoy la vida en las capitales.
Pertenece al baronet que lleva su titulo.
AMOR AL ARTE
Cuadro de Richter
No importa que vaya vestida de corto todavía esa mujer-
clta para comprender que es una futura artista ó cuando
menos una amatrice de convicción. Vese reflejada en su ros-
tro la sagrada llama del amor á la belleza, mientras brilla
en sus ojos el destello de una inteligencia grave y honda. Es
un tipo muy bien estudiado, que se aparta dc lo vulgar.
ExroHICIÓN NACIONAL DE BELLAS ARTES DE 1887
rniSTA DI SOL
Marina del Sr. Qartner, dibujo de P.y Valor
líe aqui en qne términos se expresa el Sr. Ginerde los Ríos
(D. Hermenegildo), respecto á la marina expuesta por el dis-
tinguido artista malagueño:
•El pintor premiado en otras Exposiciones nacionales é
internacionales ha sabido 8ori>render el momento más feliz
de las aguas i)ara que su obra no parezca extraña á los qne
desconozcian el punto de donde están tomada.s; poique uno
de los graves inconveniente» con que lucha el pintor de mn-
riníut ("strlba en la ignorancia de una gran parte del público,
por cuya razón neccMÍIa huir de la reproducción del mar en
moincntoM ran»8, de esos desentonados, cuyo desabrimiento
no parece imlural, á rnenos que el ojo esté acostumbrado á
cont<;mplar los extravagantes cambios de las ondas. La 7Ha-
rina del Kr. Garlncr, en tono gris, luce por el fondo <iue la
anima con los últimos rayos del sol poniente, dorando las
aguas con cambiantes de ópalo.»
AHÍ EgTARAR UAH BONITA, MAMA
Cuailro de F. Skipworth
ConfesemoH ingenuamente, señores, que si alguien no ha
lograílo formarse verdadera idea de lo qne deben ser las hu-
ríes del l'aralso de Mahoma, ena mujer t)astarla para que lo
Imaginara con creces. Por lo tanto, está dc más que la niña
quiera aumentur los hechizos de mamá mediante el cmi>leo
del lápiz riKÍgím, pues más mágico que la interesada no lo
son todos los lápices del mundo.
ANTIGUOS ALDABONES VENECIANOS
l'no de los más notables caracteres de Venecia ha sido la
ininlerrn pelón con que se han cultivado allí las arles, lo mis-
mo la arquitectura que la pintura, que la escultura, la nic-
talisterla, etc., á pesar de todas las vicisitudes i>or que haya
podido atravesar. Nos fijaremos hoy en los aldabones dc sus
palacios, ramo que no tiene poco que admirar.
Siempre gozaron, efectivamente, de gran fama los fundi-
dores en bronce venecianos, y no se esmeraron poco en la
fundición de los aldabones; tanto, que muchos de éstos figu'
ran hoy en las colecciones extranjeras. Con todo, en el Musco
Cívico pueden verse todos los que hablan en 1758, copiados á
la acuarela por Grevembroch. .\llí aparecen las obras do los
más egregios Battaori, BatticoU é Battioli de la serenísima
república.
Los aldabones propiamente diehos se llanmtian battaori,
y entre ellos merecen especial mención los de los palacios
Mafifcti y Ponte de Barcaioli. Los que tenían la forma anu"
lar se llamaban caiJipanrllc, como era, por ejemplo, el lia'
mador del palacio Ottobon (después Alejandro VIII, papa).
Fáltale, sin embargo, el círculo. Campanelle son también los
llamadores del palacio Grímani y del palacio Longo.
Sin duda son estos aldabones unos lindísimos modelos do
cerrajería decorativa.
EL CASTILLO DE HASTINGS
Grandes recuerdos evoca este sitio, teatro de la sangrienta
batalla que decidió la dominación de los nonnandos en In-
glaterra. VaHtatttm fiiit, dicen las crónicas hablando del cas-
tillo; lo cual indica cuan poco quedó del último baluarte eu
que el rey llaroldo sostenía su derecho. Hoy (1 irrisión dc la
suerte !) IIa.st¡ngs se encuentra en el foco del mayor movi-
miento comercial de Inglaterra, entre Portsmouth y Marga-
te; y donde un tiempo resonó el fragor del combate cutre
normandos y sajones, sólo se percibe el ronco silbido de las
locomotoras y el rumor del tráfico comercial.
-^-
EL ALCÁZAR DE LAS PERLAS.
LEYENDA ÁRABE
ORKIINAL 1)B
Juan García-Goyena Alzugaray
(CONTINUACIÓN)
— ¡AlH está! ¡Allí está! — grita el alarife, levan-
tándose poseído de horrible vértifío y señalando
á la Sierra de Nieve, que ti'as la Alhambra se
destaca. Sobeya, aterrada, se alza también y
mira en dirección del dedo de su esposo. Un es-
pectáculo sublime surge ante sn vista.
Los picachos de la sierra contunden sus líneas
con las blancas nubes del espacio como si fueran
nuevas nubes. Estas se arremolinan, bañadas por
la luz crepusculai- de los i-ayos solares, en fan-
tásticas figuras de imposible descripción: el con-
junto os un hacinamiento de cúpulas y minare-
tes, de encajes y de espumas, de flecos de oro y
azules pabellones. Columnas suntuosas, pero li-
geras y flexibles, sostienen el remate de arcos
de herradura, amplios, magníficos como las fle-
xiones de la primera nota de un órgano cristiano
que luego se abriera en dos ecos perpendiculares
que bajaran vibrando á esconderse en las entra-
ñas de la tierra; una hilera de dobles ajimeces
sobre cornisas do grapos estalactíticos, formados
á manera que los de las gotas de agua, de chis-
pas de luz, bañan en mar do fuego las caladas
paredes de grandiosas estancias de oro; sober-
bios patios, con deslumbrantes tazas y marmó-
reos canales por donde el agua cristalina con-
duce la frescura y el aroma de espléndidos jar-
dines alas más escondidas alhamíes, se confunden
abrazados, mezclando en sus vertiginosos giros
los rayos que desprenden sus pavimentos de
alabastro, sus fuentes de jaspe, sus paredes de
azulejos y mosaico, y sus aéreos templetes de
filigrana. El todo es un alcázar de inconcebible
grandeza: su estilo no se parece á ningún estilo;
su arquitectura es extraña á toda otra arqviitec-
tura; en ésta la idea engendra al edificio: la idea
corre, como las venas por el cuerpo, en cúficos
letreros, en arábigas cifras, por todos los nervios
del alcázar, ondulando, arrastrándose por la tie-
rra, levantándose al cielo, enlazándose inscrip-
ciones con insci'ipciones, trozos de poesías con
suras coránicos, flotando en la magnífica obra el
verbo, el pensamiento, la idea, con sus ráfagas lu-
minosas, con su espíritu infinito. La formaos es-
pléndida, augusta, como los moi-tales nunca la
han soñado, y, sin embargo, no es más que la es-
clava de la idea.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
799
— ¡Haber corrido tanto teniéndolo tan cerca! —
murmuraba Azhuna.— ¡Haber estudiado la tie-
rra sin dirigir una mirada al cielo, torpe de mí,
cuando sólo en el cielo podía hallarse la realiza-
ción de mis sueños!
Su mano corre, corre vertiginosa trazando en
el papel las lineas del alcázar, y dibuja un patio
eos vistosas galerías, con un jaspeado estanque,
con ideales bellezas, y copia una sala majestuo-
sa, sólida, grandiosa, cubierta de ajimeces y co-
lumnas como nunca ftté soñada. Siente latir la
inspiración en el cerebro; vibra su espíritu en la
vertiginosa armonía del arte; su pulso traza, ner-
vioso y ardiente, las magníficas líneas; y de su
cabeza, impregnada en la atmósfera de lo infini-
to, brota un raudal de fuego. Empieza una se-
gunda estancia; las valientes combinaciones de
caprichosos trazos surgen á los golpes de su
mano; ya empieza á dibujarse uno de los lige-
ros arcos que á sus extremos se ostentan; cuan-
do el sol, hundiéndose de pronto en las entrañas
de Sierra Elveira, envuelve á la vega en las som-
bras de la noche. Una mirada de infinita des-
esperación brota de las negras pupilas de Azhu-
na, que, rompiendo el dibujo que tiene entre las
manos, se deja caer de nuevo junto al añoso oli-
vo. Sobeya, recogiendo los dos dibujos completos
que ha trazado el artista, murmura en su oído:
— No me engañó el lucero de la tarde: ya pue-
des presentarte á Alhamar con el principio de
tu obra. Alá nos protege: espera.
IV
La colina roja vibra como una guzla de la que
cien manos arrancaran á un tiempo cien notas
distintas. Por todas sus cuestas, por todos sus
bosques, por todos sus arcos, se precipita una in-
mensa muchedumbre, deseosa de llegar á la Al-
hambra á contemplar la nueva maravilla.
A la salida de su Alcazaba, frente á la torre de
la Vela y del Homenaje, asomada como la Ar-
mería sobre la corriente del Dauro, de la que le
separa un espeso bosque de álamos brillantes
como la seda, á un lado de la plaza de los Alji-
bes, se levanta una nueva torre, cuyo exterior,
monótono, severo y sencillo, no ostenta ningún
signo de riqueza; y, sin embargo, aquella es la
joya de Alhamar, aquel es el nuevo portento de
Granada, aquel es el alcázar de las perlas.
La plaza de los Aljibes presenta un aspecto
animadísimo. En ella se han levantado, para la
magnífica obra, fábricas donde se hace flexible el
estuco, talleres donde se confeccionan colores y
pinceles, laboratorios donde se liquida el oro y
se segrega la púrpura. Una legión de obreros de
la vecina villa de Comarech, los más hábiles para
tejer mosaicos y arabescos, corren en todas di-
recciones, unos machacando piedra, otros puli-
mentando jaspe, muchos suavizando las oqueda-
des del mármol: piedra, jaspe y mármol arrancado
á las próximas sierras de Nieve, Macael y El-
veira, y subidas á la Alhambra en pesadísimos
carros, para cuyo paso se han abierto calles en
sus espesos bosques. Todo Granada, curioso y
anhelante, se apiña en tomo de la nueva torre,
donde sólo se permite entrar á los obreros y ar-
tífices, defendida por la guardia etíope del palacio
de Alhamar. En su interior se escucha ese sordo
ruido que produce una colmena. Obreros con
trozos de estuco, con paletas y cinceles, atravie-
san el patio; el emir, el mismo emir, el poderoso
Alhamar, se confunde entre ellos, ayudándoles
con su trabajo, alentándoles con sus palabras; y
Azhuna, el inspirado alarife, sobre un andamio,
acaba de retocar una cenefa, recibiendo sus des-
leídas pinturas, su cincel de oro y sus pinceles
de gamuza de manos de Sobeya, la de los bucles
negros, que por merced del emir acompaña á
su esposo.
Está Azhuna pálido y trasfigurado; sus ojos
vierten llamas, y su cuerpo se estremece en mis-
teriosas ondulaciones; el flotante albornoz y el
blanco turbante hacen resaltar su rostro con ese
color mate de la vigilia y el trabajo; su mano
corre sobre los adornos do las paredes, trazando
líneas, haciendo ondear fajas, esculpiendo letre-
ros do extraños giros, de brillantes colores; el
vértigo del arte se agita en su cerebro, y tiem-
blan sus labios, nerviosos y sedientos.
— ¡Ya está! ¡Ya está! ¡Terminó al fin! — excla-
ma descendiendo del andamio. — ¡Aire! ¡Aire! —
murmura arrastrando á Sobeya fuera del recin-
to. La muchedumbre, al verle salir demacrado
y ardiente, se abre con dolor y respeto para de-
jarles paso, y el artista y la niña se pierden entre
los frondosos bosques.
Y pasa el tiempo, y la torre permanece muda.
La multitud comienza á impacientarse, y un ru-
mor sordo y confuso, como el de las olas rizadas
por el viento, se levanta en la Alhambra. Al fin
la guardia etíope se replega á los lados del arco
de entrada, y la cancela que lo obstruye, ondean-
do sus riquísimas labores, queda abierta. La mu-
chedumbre se arroja en el amplio, hueco, y, api
nada y revuelta, se derrama en su interior. Un
grito inmenso, infinito, que llega hasta la lejana
alameda donde pasea Azhuna, haciéndole estre-
de vivísimos colores, con sus seis puertas circu-
lares á cada uno de sus lados y con sus aéreos
ajimeces calados por las hadas. A un lado, entre
dos tazas de mármol donde salta el agua bulli-
dora, y de cuyo seno salen dos canales blancos y
lucientes que conducen las ondas al estanque, se
dibuja éste, verde como la esmeralda y rodeado
de un cerco de marfil. En su seno se agitan pe-
ces de colores, y á sus lados dos paredes de ci-
preses y arrayanes con un canal que les lleva
fecundo riego. El pavimento del patio es de losas
blancas, brillantes y tersas como límpidos espe-
jos, extraídas de las canteras de Macael. El sol,
al titilar sobro ellas, les arranca hermosas chis-
pas que incendian sus contornos con polvo de
zafiros. Enfrente de la entrada se alza otra ga-
lería de finísimo encaje como la primera; y en
olla un arco, formado de nubes del cielo y dia-
mantes de la tierra, da acceso á una sala como
nunca fué soñada por la fantasía.
^4
CASTILL0:DE H0GHT0N|: PATIO
mecer de felicidad, se dilata por todos los ámbi-
tos de la colina roja. El espectáculo no puede ser
más sorprendente.
El patio de los arrayanes, esa creación de los
genios que en un rapto de éxtasis le dieron vida,
se presenta á las miradas como un cuento de ha-
das de una fantástica leyenda oriental. El arco
de entrada, uno de esos magníficos arcos de he-
rradura que sólo ostenta la arquitectura árabe,
sostenido por dos machones y coronado por tres
ajimeces que le hacen más ligero, ostentando sus
graciosos adornos de estuco, se levanta bajo una
elegante galería de finísimas labores. En los tes-
teros de eUa, dos nichos ovalados, con ricos ar-
cos sostenidos por columnas de mármol, con re-
ciiadros guarnecidos de leves fajas con letras y
con flores, destacan sus huecos, coronados de ce-
nefas que figuran diminutas galerías con colum-
mitas que sostienen triángulos curvilíneos, arcos
estrellados y ligeros escudos. Sigtie una ventana
adornada de hojas y carteles; corre encima una
cenefa que sostiene la bóveda ornada de labores
estalactíticas; y de los arcos que sostienen esta
galería de entrada, pintada de adornos azules y
encarnados sobre los que ondean inscripciones
cuyas arábigas cifras son de oro, bajan ocho jas-
peadas cohimnas como gigantes cimientos que
la sostienen. Después se divisa el patio con sus
dos paredes adornadas por un zócalo de azulejos
Nueve arcos formando medias lunas la dividen
en nueve apartamientos con sus ligeros ajime-
ces y sus deslumbradoras columnas; las paredes,
de sutUisimos alicatados, son un confuso haci-
namiento de escudos, fajas, adornos y letreros
repitiendo en signos cúficos, en caracteres afri-
canos, en cifras arábigas, en todas direcciones y
de todos modos, entre poéticas estrofas y reli-
giosas suras: «JVb hay más vencedor que Alá.» Su
artesonado sienta sobre una cornisa figurando
galería de exquisitas labores; y su techumbre,
embutida de piezas de madera de diverso color,
blancas, doradas ó azules, que forman círculos,
coronas y estrellas, es la imagen más divina de
la celeste bóveda, tachonada por esas misterio-
sas lámparas de las serenas noches. Vistosos
arcos dan entrada á escondidas alhamíes veladas
por la gasa del sueño y los amores, y en la mag-
nífica estancia se respira esa grandeza que da el
fausto del trono y el vértigo de la majestad. Su
pavimento, de riquísimo alabastro, hace resaltar
la grandiosidad de la sala, y sobre el pavimento
se yerguen soberbias todas las grandezas de
Granada.
De los vistosos arcos penden, ocultando las
próximas alhamíes, costosísimos tapices rojos.
En el arco de entrada empiezan dos hueras
de feroces guerreros africanos de negro rostro
que contrasta con los vivísimos coloi-es de las
800
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
parces y con la blafica refracción del pavimen-
to. En medio de la estancia, Alhamar, con su am-
plio sayo negro, su verde toca y su corona de
oro tachonada de perlas y diamantes, recibe en
pie á su pueblo, con la sonrisa en los labios y el
cariño en los ojos. Al lado del emir desplega su
hermosura Aixa, la favori-
ta de su alma, muellemente
reclinada en un cojin de
raso, en\'uelta en su blanca
túnica de seda, haciendo re-
saltar la blancura de su
cuello entre la rutilante ti-
tilación de su collar de per-
las. Detrás de Aixa las de-
más mujeres del emir, be-
llas y esplendentes como las
hijas de Granada, y detrás
de éstas las esclavas, con
canastillos de flores y fras-
cos de esencias. Cuatro ri-
cos pebeteros de oro des-
piden sus aromas en los
ángulos de la estancia. Por
los abiertos ajimeces pene-
tran las brisas de los cer-
canos bosques y los deste-
llos del sol, fijo en su conit.
A los lados de Alhamar, su
corte de poetas, de artistas
y de sabios da más rico bri-
llo á la grandiosa recepción;
ante él su pueblo, su que-
rido pueblo, por el que se
afana y se desvela, le acla-
ma }' le bendice; j' lodean
do las paredes como esta-
tuas empotrad"a8 en su
Ijrillante estuco, infinidad
de pajes sostienen pendon-
cillos rojos, tomados de oro
como BUS bordados vesti-
dos.
La alegría brilla en todos
lo» semblantes, y Alhamar
se extasía en tan espléndi-
do espectáculo. Sin embar-
go, á veces ráfagas de tris-
teza anublan sus ojos. ¿Qué
le falta? El genio de su cor-
te, el inspirado alarife,
Azhuna. Hace un movi-
miento de impaciencia, y,
dirigiéndose á los pajes que
le rodean, exclama:
— ¡Id, id volando! ¡Bus-
cad por toda mi ciudad mo-
risca al creador de estos
portentos, al que le corres-
j>oude la gloria de la fiesta,
y traedlo!
Ya los pajes se disponen
á salir, cuando un estreme-
cimiento extraño conmueve á la apiñada muche-
dumbre, que se separa en dos gigantes filas.
Apoyado siempre en el brazo de Sobeya, to-
davía más pálido y tembloroso que á su salida,
se adelanta Azhuna hasta inclinarse ante Alha-
mar. Guarda la multitud profundo silencio por
no perder una silaba de las palabras de su ar-
tista míls preciado.
— ¡Oh, emir! — dice Azhuna. — Ya se cumplie-
ron los designios de Alá. Recorrí la tierra en
busca del alcázar que flotaba en mi cerebro, y la
1 i<-rra si; mostró silenciosa á mis afanes. Dirigí
una sola mirada al cielo, y él me otorgó en un
in.stante lo que aquélla me haliía negado en tanto
tiempo. Un crfípúsculo maravilloso me hizo ver
la imagen de mis sueños: fui á copiarla, y, hun-
ili6ii<l'iHf el sol tras la cumbre de Sierra Elveira,
sólo me dejó el dibujo de dos estancias. Volví
(.Li-as tardes, pero el portento no se reprodujo.
¡Oh, emir! Mi cincel ha hecho brotar los prime-
ros rayos del alcázar de las perlas que te pro-
metí en mi locura. Por Alá te juro que el alcázar
brotará completo sobre la colina roja. Mira por
el arco de esos ajimeces los picos de esa sierra
formada por nubes del cielo. Es la Sierra de Nie-
la inspiración, vuelvo á atravesar por medio de
la apiñada mucheduinbro, que conmovida se in-
clina ante su paso.
V
La brillante luz de una lámpara de altibas-
tro arroja sus destollos en una de las mis-
teriosas alhamíes de la sala do Comarech,
iluminando el pálido semblante de Alhamar,
que, mni-ibundo, se recuesta sobro los rojos
cojines do un diván de raso. Su corte de sa-
bios y poetas rodea silenciosa su lochp de
muerte; sus mujeres y sus esclavas sollozan
en la estancia próxima; y á sus pies Aixa,
la esposa favorita, velados ¡por las lágrimas
sus hermosos ojos, se sienta en un cojin,
cuidadosa á sus más leves caprichos.
(Se conrliiirñ)
CASTILLO
ve, siempre en-
vuelta en su es-
tuche de plata.
¿No será hermo-
so un crepúsculo
desde la cumbre
de esos pinos ?
Siento en mi
frente el sagrado
fuego de la inspi-
ración; mis ideas
laten como ráfagas de lo infinito; mis venas ar-
den con el soplo de Alá. ¡Alhamar, Alhamar! Yo
concluiré este alcázar de las perlas. Ven, Sobe-
ya, mi ángel do la esperanza: mira cómo nos son-
ríe de amor, deseosa de abrirnos sus misterios, la
Sierra de Nievo. ¡Oh, Granada! Yo coronaré tu
frente con la diadema de los dioses.
Y Azhima, arrojando de sus ojos la llama de
tí H ANUÍS ALHlACLNEü U£l
Printemps
Pídase
El /HABNinCO ALBUHI ILUSTRADO redac-
tado en i:siiañol o en Fi-ancés, encer-
rando a54 qrabwioís Inótlilos de Ves-
tidos, Comerciónos, Artículos para
Señoras, Trajes para Caballeros y Niños
ela. como también la nomenclatura de
todos los tejidos de Scderi:is, Lanerías,
Indianas, l'añcrlas, Telas de lillo, eta,
eta; que
Aeaba de salir i luz
y que remilinios GRATIS Y FRANCO a
quien nos la pida en caria fran(4ueada
dlrijlda ii
ly/IM. JULES JALUZOT & C>E
á París
se envían Igualmente gratis, las
muestras de todos los tejidos de com-
ponen los Inmensos surtidos del I'UIN-
TE.Ml'S (Hspecincarnos bien las clases y
preclo.s).
Casas do reexpedición en IRUN (Es-
paña) y HENDAYA (Francia).
Todo pedido, cuyo valor llegue h
50 pesetas, es expedido Ubre 'le portes
contra desembolso, ó sea a pa.iar al
recibir la mercancía, A cuanuler esta-
ción del Kerro-'larril, medíanle un
recargo de 5 0;0 sobre el total de la fac-
tura ó Ubre de portea y da derechos de
aduana medíanlo el de 20 0;n.
Nuestras Casas de reexpedición de
Iruii y llcndaya eslAn especialmente
encargadas do las formalidades de la
Aituana y de la reexpedición de los
bultos, que llegan siempre ai pumo de
destino sin necesidad de que nuestros
parroquianos se cuiden de nada.
LOS GKANDiCS ALMACENF.S
DEL PRimTEMPS DE parís
NO TIENEN SUCURSALES
ni ea Francia, ni en España
iíilllíLSTIi.'.t \ñ: lirrin, 3^-367. Ramóii ícliiia», diUr.- Üeserrados los d«r«h«s de \m)¡wM iiriííticii j liUr;iriii. -I.as rediiimicimiM cu Madrid, al represoHlante (fe (»U tai!a,D. Manuel Fia J Valor: ipcdata .10 ,2."
__^ .^^ INSÉRTESE Ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL )•< ~~ZIZZIIIZZ
'■ ESTAiLiciiuiliTO TiPOUTOOUnco Dx La Ilustración n>érioa: Calm d« Coktes, n.»» 866 y 867. - BAECia.ONA
*"" "m
SEMANARIO CIENTÍFICO. LITERARIO Y ARTÍSTICO
Año V
Barcelona 17 de diciembre de 1887
Núm. 259
SANTA GENOVE VA (cuadro de C. Sprague Pearce)
KXPOHiriÓN IIK líKLLAS ARTES DK PARÍS DB 1887
802
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
SUMARIO
Tktto.— Madrid. Carta» i mi prima; por Femanflor.— Tna
muiua(conc]asIón), por Manuel Amor Mellan.— Ko y
tú (poesía), por Vicente Rlva Palacio.— B premio gor-
do, por Vicente Blanco Tbáüex. — Ltcturai. Paul Bour-
fftt- 1» últiwta nótela; por aarln. — La felieidad (poesía),
por Joat G«I1 Boflll.- Ilisloria» eatUjerat. Menutriat de
M» temetjo: por Alfonso Pérex Nieva. — La eonetón drf
■Mnaero (poesía), por F. Martines Orosco.— ^( despedirla
(poesía), por Manuel del Palacio. -Knestros grabados.—
JB aleátar de lat perla» (leyenda árabe) (conclusión), por
Joan Garcla<}o7ena Alzugaray.
GUBABOS. — Expoticiím de Bella» Arte» de Parí» de 1887:
Santa GenoTera. Una audiencia de Rlcbelien. La hija
del colono. En octubre. En las terrazas: Argel.— Ofrroí de
SmUio Wamtert: Marta de Borgoña Implorando de los bur-
gomaestres de Gante el perdón de los consejeros Hugonet
y Bnmberconrt. Estudio.- Numismática Inglesa.— La an-
dón.—Una cornada.— Julieta y Romeo.— Ollses burlando
á PoUfemo.— Paisaje.— Isla de los Mergos, en la costa de
Gales.
MADRI D
Pascas 4 s&i psis»»
Perspectivas.— En la Asamblea de la Liga Agraria.
- El Teatro Español. -Stagno. Galeote.
bien: á pesar de que ha termmado en esa
la crisis presidencial, dando los pai-tidos
republicanos muestras notables de sensatez y
patriotismo, ¿tu padre insiste en volver á Es-
paña y se aplaza tu boda para que pueda cele-
brarse en Madrid? Me dices que los vientos de
Rusia no son favorables á la paz; que Europa
está muy trabajada por la diplomacia; que la
cuestión de Oriente se renueva siempre dos ó
tres meses antes de la primavera, y, en fin, que
la guerra inevitable estallará tarde ó temprano
y que España es la nación de Europa más indi-
cada para ver la bárbara función, tranquilamen-
te, desde un palco. Yo también creo que este
malestar incesante ha de tener un ténnino. Las
naciones europeas aumentan sus armamentos,
siendo asi que ya no pueden sobrellevar tan
enormes gastos. La guerra se ha hecho siempre
con dinero: más hoy que nunca, en que el valor
personal supone poco, y los ministros de Hacien-
da, más que los de Guerra, declaran la paz im-
posible. Entre tanto que la situación se despeja,
disponed vuestro viaje y llegad á Madrid en la
ocasión más propicia, cuando se sirva en la mesa
de vuestro hogar, Ueno ahora de soledad y polvo,
el castizo pavo. Mientras continúo dándote cuenta
de los sucesos de Madrid para completar con
mis cartas la correspondencia del año.
Si tu padre hubiese querido anticipar el viaje,
hubiese podido asistir á las reuniones de la
Asamblea de la Liga Agraria, poniendo sus mu-
chos conocimientos al servicio del progreso agii-
cultor y del mejoramiento de la situación lasti-
mosa por que atraviesan los labradores. No se
trataba en este congreso de hacer discursos, y
por esa razón en la primer conferencia se acordó
que sólo hablase cada orador diez minutos. No
se cumplió la decisión, naturalmente. La situa-
ción de la agricultura puedo resumirse en estas
palabras de uno de los individuos de la Liga:
cYo, señores, soy el primer labrador de una
comarca, y, por lo tanto, el primer pobre.» Esta
afirmación fué saludada con risas, porque, eso si,
el estado de los agricultores es muy precario,
pero se han reído en las sesiones de lo lindo.
Aqui en España, donde casi todos los hombres
de las ciudades cultivamos la oratoria, no puedo
menos de existir la hilaridad, sin ofensa, cuanto
se dice con sencillez, sinceridad y en lenguaje y
tono vulgares. Este mismo labrador decía: «La
agricultura es el padre, la industria el hijo y el
comercio el nieto. » No sé si á tu padre le habrán
parecido bien, sin embargo, las protestas reite-
radas que se han hecho en la Asamblea contra
los rentistas. Ya sabes que el ministro de Ha-
cienda imaginó ochar contribución al papel, y
que se armó en Madrid tal escándalo quo fué
necesario desistir del proyecto. Claro está que
los agricultores han de opinar como opinaba el
ministro. Uno de ellos no sólo pedia que pagase
contribución el papel, sino que también la paga-
sen los bolsistas. ¡Cinco céntimos por cada ope-
ración! «Yo tengo, — decía, — una finca de re-
gadío, buena, de primera (aquí todos se ríen do
la presunción del terrateniente), y si la quiero
vender no encuentro comprador, mientras que el
papel lo encuentra en el momento. » Convenga-
mos en que hay justicia en estas consideracio-
nes. Lamaj'oria ha protestado contra el impuesto
de consvimos, el impuesto contra los pobres, el
impuesto de los motines; otro dijo que la agri-
cultura debía tributar el 12 por 100; otros pidie-
ron la supresión de los impuestos sobre las car-
nes y el pan, y el representante de Fuente Saúco
dijo algo sublime como el alcalde de Móstoles,
pues dijo: «¡Fuente Saúco, para la regeneración
agrictiltora marchará á la cabeza de España ! »
Ya comprendes que así debe de ser, pues aquel
pueblo es la tierra clásica de los garbanzos, y
los garbanzos son la sangre, el nervio, la inteli-
gencia y el valor de nuestra patria.
Natural era que los labradores no tratasen
bien á los empleados, que tanta parte se lle-
van de lo recaudado por contribuciones; sin que
faltase quien pusiese la mira más alta. Entre
ellos aparece un labrador de capa parda, el cual,
así vestido, se dirige á todos para decirles, con
extraña soltura, que allí representan á diez y
ocho millones de pobres que vienen á pedir li-
mosna al rey; que es preciso tener en cuenta
que el hombre se familiariza con todo, hasta
con el crimen... menos con el hambre... Y reha-
ciendo para su capa burda la frase de Napoleón
ante las pirámides, exclama: «¡Nos contemplan
quince millones de labradores que esperan de
nosotros su regeneración!» Ni dijo esto sólo:
afirmó que hay demasiado ejército, que la casa
real es muy costosa... Y hubiese dicho más si
no se le hubiera pre\ienido quo cosas tan opor-
tunas en aquella ocasión... no venían á cuento.
El buen hombro debió reflexionar entonces que
en este país es difícil el arreglo de las dificulta-
des, porque lo único respetable y .sagrado que
hay es el abuso. También quiso el desdichado
tirar im pellizco á nuestra madre la Iglesia...
Excusado es decir que todos le gritaron: «¡A tu
capa!» Y el hombre se embozó en ella majestuo-
samente como César, y dijo para su paño: «¡Bo-
nito discurso y bonito viaje habernos hecho!»
Otro labrador, viendo que, si ciertas cumbres
son inexplorables, puede llevarse el beneficio
de la contribución á otras, recordó que Mazan-
tini y Gayarre cobraban cantidades fabulosas
sin pagar ningún impuesto.
No cabe duda que la Asamblea de la Liga
pone de manifiesto, con sus reclamaciones y
entre sus risas, el agobiamiento de la agricultu-
ra y las causas probables do una revolución
económica, quizás, que sustituya con las armas
en la mano á las turbas que antiguamente re-
clamaban derechos políticos. El país productor
cree que le faltan medios materiales de vida, y
habrá que dárselos ó discurrii' algunas prome-
sas con que entretener su hambre. Cuando un
enfermo se ve asistido por celebridades eminen-
tes de la ciencia sin mejorar en su estado, pide
nuevos medios y nuevas medicinas... Preciso es
traer otros, aunque sean peores, y recetarles
más drogas, resulten lo que resxdtar pudieren.
Ahí, pues, creo que algo ha de obtener la Asam-
blea. Su causa en el fondo es justa; pero tiene
en contra el interés de los mismos que han de
acordar el bien. Los políticos ni son labradores
ni industriales ni comerciantes: son rentistas.
Tiene también en su contra, la agiácultura, que
la contribución sobre ella puede hacerse efecti-
va, y los ministros de Hacienda van siempre
donde puede haber dinero, sin otras preocupa-
ciones. Pero se ha metido mucho ruido, se ha
hecho mucho bulto, y se decidirá algo... Por lo
menos se cambiará de nombre á las contrilmcio-
nes, por si, disfrazándolas, el labrador no las
conoce. Es el sistema que se ha seguido en Es-
paña con cierto éxito: mientras se discute y se
experimenta mía contribución... se paga.
Es también la Asamblea una prueba más de
que el espíritu de Asociación se desarrolla en
España, nación refractaria siempre á ese espí-
ritu por falta de costumbres políticas y de genio
industrial y comerciador. Aquí se cuenta con
todo el mundo para todo ; mas en realidad no se
puede contar con nadie para nada. Los hombres
que forman una clase se ocupan en ver como
pueden arruinar al compañero en vez de ayu-
darle con provecho propio.
Después de lo útil lo dulce: hablemos del
Teatro Español, tema preferente de las conver-
saciones en los círculos literarios, en los salo-
nes y en las tertulias. El Ayuntamiento parece
insistir en la conservación del edificio primitivo.
Ha sido reconocido éste por diversas comisiones
de arquitectos, opinando todas ellas que el tea-
tro requiere la demolición; pero los concejales
no se resignan á que el Teatro Español desapa-
rezca. De todas maneras, el viejo edificio, des-
quiciado por tantas ovaciones, ha muerto para
el público, y no será posible abrirlo de nuevo
con Ligeras recomposiciones, porque nadie querrá
ir á un teatro que se hunde. Hay quo pensar en
construir otro. Y como esto es difícil, se trabaja
en unir los esfuerzos y las voluntades. Hace
algún tiempo se habló de que un ministro demó-
crata, el Sr. Montero Ríos, era precisamente quien
había redactado un proyecto creando algo pare-
cido á la Casa de Moliere, de París: cayó el mi-
nistro y nadie se acordó del asunto; mas hoy
parece que se trata de llevar á la realidad aquel
propósito.
Se ha dicho que Calvo y Vico pensaban ir á
provincias, y que este año tendríamos quo pa-
sarnos en Madrid sin aquellos eminentes acto-
res. No parece ser cierta la noticia. Dichos
señores no piensan ausentarse en tanto que les
sea posible organizar aquí decorosamente las
representaciones de su compañía. Trabajan mu-
cho para la reconstrucción del teatro nacional;
y si se les da esperanzas de que habrá teatro,
se resignarán á ocupar el de la Princesa, coliseo
muy bonito, mas apartado; y que el público ha
mirado siempre, sin motivo quizás, con preven-
ción desdeñosa.
Ayer se verificó la presentación del tenor
Stagno en el Real. Vuelve de Sud América,
donde ha hecho una larga y brillantísima cam-
paña. Se presentó con su ópera favorita, el Mo-
herto, que es también la ópera favorita de los
madrileños. Sabido es lo que pasa con los teno-
res : cada uno de ellos tiene sus apasionados,
que elevan su admiración á un culto. Stagno
tiene inmensas simpatías en Madrid, y el Real
anoche era una excepcional solemnidad, una
maravillosa fiesta. Stagno vuelve en el pleno
uso de sus facultades, con las pocas notas que
tenía manejadas mejor aún que entonces. No es
posible hacer más con menos. Los aplausos, los
bravos, las llamadas á la escena, se sucedieron
sin interrupción desde el acto tercero.
Madrid toma su aspecto ^e diciembre : los pe-
riódicos vienen llenos de anuncios; los tenderos
renuevan sus géneros; los vendedores de bille-
tes de lotería pregonan los del sorteo de Navi-
dad; todos los madrileños llevan con resigna-
ción las desventuras del pasado y las inquietudes
del presente pensando en la redención de la po-
breza y del trabajo por el premio grande.
Antes de concluir esta carta quiero dar por
concluida una historia terrible cuyos principios
viste en esta Ilustración hace mucho tiempo:
me refiero á la causa de Galeote. La Academia
do Medicina ha resuelto ya el expediente de
locura del extraño presbítero, confirmando la
opinión de los peritos Sres. Simarro, Escuder y
Vera. Galeote tiene la manía de la persecución.
Será recluido en el manicomio de Leganés. Allí
concluirá perseguido á su vez por los remordi-
mientos si en sus momentos lúcidos se le pre-
senta la sombra del obispo de Madrid, sangrien-
ta y horrible.
Después de todo, la humanidad, la Iglesia,
han ganado mucho con esta declaración. Que
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
803
haya un enfermo más, entristece; pero esto no
exige tangre.
Y basta por hoy.
Tuyo,
Feenanflok
"T"
UNA ROMANZA
(CONCLUSIÓN)
VI
Durante el entreacto ¡qué de comentarios!
Los pasillos del teatro todo eran circuios de
chismografía.
Maldijo la hora en que vino á Madrid, renegó
del día en que había conocido á Angelina, y...
Pero ¿por qué no podía alejar de sus oídos
las notas delicadísimas de la romanza de Tosti?...
EPÍLOaO
AI día siguiente se leía en la CJorre^ondencia
de España:
« Anoche se ha suicidado, disparándose un tiro
de revólver debajo de la barba y quedando muer-
to instantáneamente, un joven recién llegado á
Madrid, que habitaba en la calle Mayor número...
donde Uevó á cabo su fatal propósito. Decíase
que el suicida se llamaba Fermín Z... y que era
natural de Valdesar. Ignóranse los móviles que
le indujeron á tomar tan fatal resolución.»
Nada más.
Pero so alza radioso en el oriente,
puro, brillante, esplendoroso, el sol;
y ave, y viajero, y flor, ven dulcemente
las tintas de arrebol.
Yo soy la flor aprisionada y muerta,
yo soy el ave que perdió la luz,
yo soy viajero en la región desierta:
puro sol eres tú.
Vicente Riva Palacio
MARROQUÍ (estudio por E. Wauters)
ALDEANO DE ERNZEN boceto por E. Wauters)
— ¡Es hehnosa!
— ¡ Escultural !
— I Y tiene bonita voz!
— ¡Y mucha gracia!
— ¡Y gran desenfado!
— ¡ Hace una Niniche deliciosa !
— ¡Como que es una verdadera Niniche!
— ¿Qué dice usted?
— La protege, según se cuenta, el conde de
Malafama.
— Serán habladurías.
— Dícese que él le paga todos sus gastos; que
ella vive con gran boato en un principal de la
calle de la Montera.
— Pues ¿cómo se dedica al teatro?
— Dícese que es esa su natural inclinación.
— De cualquier modo, nos hemos ganado una
buena actriz.
— I Es verdad! Eso es lo que importa...
¡Desdichado Fermín! ¿Para qué fuiste al
debut?
VII
Alzóse de nuevo el telón, y Angelina cantó la
romanza Vorrei moriré con tal gusto y tal sen-
timiento que pocas veces se promovió en el
teatro Eslava tanto alboroto, tanto entusiasmo.
— ¡ Y que sea una horizontal! — decían muchos
al bajarse el telón. — ¡Parece mentira!
Fermín se retiró á su casa con el corazón he-
rido...
Media docena de líneas en un periódico noti-
ciero, de las cuales nadie se acordó media hora
después de haberlas leído.
Tal fué la despedida que el mundo dio al des-
esperado Fermín.
Manuel Amoe Meilán
— r —
YO Y TÚ
Entre la blanca nieve aprisionada
y de la noche en el temido horror,
sola, sin esperanza, abandonada,
lloró la pobre flor.
Bajo el negro crespón de la tormenta
con que se entolda el cielo de zafir
y en la noche terrible que amedrenta,
creyó el ave morir.
Perdido y solo entre la selva umbría,
sin una estrella que su luz le dé,
triste viajero que perdió la gula,
piensa morir también.
_*-
Entre los artistas que más honor hacen á Es-
paña en el extranjero, cuéntase el inspirado y
hábU pintor y escultor barcelonés D. Victoriano
Codina y Langlin, bien conocido por sus siem-
pre celebradas obras, tan concienzudas como
difíciles. Gratísima ha sido, por lo tanto, la satis-
facción que nos ha cabido al ver de nuevo pro-
ducciones suyas en esta capital, puesto que el
Sr. Codina vive en Londres, donde ejerce su
noble arte; y no menos viva nuestra admiración
ahora que antes. Trátase de unas preciosas
pinturas al óleo, representando antiguos tapi-
ces, verdadero trompe I' oeil, que es cuanto puede
decirse en su elogio.
La tarea que se impuso el Sr. Codina Lan-
glin no podía ser más ímproba, pues represen-
taba miiltitud de arduos problemas que vencer;
pero de todas las dificultades ha salido victo-
rioso, haciendo gala juntamente de su feliz in-
vención y de la consumada habilidad técnica
que siempre le ha caracterizado.
El numeroso público que ha acudido á la
Lonja á admirar dichos trabajos, ha hecho los
más calurosos elogios de nuestro compatriota,
por lo cual le felicitamos, al par que al señor
marqués de Camps , afortunado poseedor de
aquellos hermosísimos y envidiables lienzos pin-
tados por encargo suyo.
UNA AUDIENCIA DE RICHELIEU (cuadro de Walter Oay)
EXPOSICIÓN DE BELLAS AETES DB PAEfa DE 1887
Marfa de BorgoRa implorando de los burgomaestres de Gante el perdón de los consejeros
Hugonet y Humberoourt (cuadro de Emilio Wauters)
NUMISMÁTICA INGLESA
I, 'J. — l'iiNlljIIH lili C.HIII.MITII (S!:;.,S7l))
:! 4.-«lt(IAT DIC KIIITAUIIO I (1272-1:¡07)
'), 8. — I'KNlyUK DE UI.'TIIRÜO
7.— GROS DE KN1¡1i;i;k V
(reverse)
8, — GIÍOS DE ENRIQUE Vil
(reverso)
0. — REVERSO DE UN CUÑO
EU[SARETHANO
1:). MEDIA CORONA
DEL TIEMPO DE CEOMWEI.L
ll.— roIloNA DK CARLOS II
12. -MEDIA CORONA DE GUILLERMO III 1;!. — SOllKRANO DK CARL(
IG. — REAL DE .lACOBO VI DE ESCOCIA
OS 11 14.— ELORÍN VIEJO (reverso) 1.5.— doble florín de nuevo cuño (reverso)
17.— GROS DE BURDEOS
DE EDUARDO I
18— OROS DE ENRIQUE V II), 20.— MEDIA CORONA DE ENRIQUE VIII 21.— .SOBERANO DE ENEIQUB VII
NOBLE DE ENRIQUE Vil
2o. — GIÍOAT DE ENRIQUE VII 21. — MEDIA CORONA DE NUEVO CUÑO 2r). — PIEZA DE DltS GUINEAS 28.- CHELÍN DE NUEVO CDÑO 27. — NOBLE DE ENRIQUE Vlfl
(reverso) dk nuevo cüSo (reverso) (reveiso) (reverso)
28.— «SPDKLA KÜEVA DE JAOOBO I 29.— DOBLE GUINEA DE LA REINA ANA
(reverso) (anverso)
30.— cuSo DE ISABSr,
(anverso)
31.— OEOAT DE MARfA 1
(anverso)
32 — FLORfS DOBI.I DK HTIVO OTTSO
(onveno)
806
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
EL PREMIO GORDO
Jacinto apuró el último sorbo de café que
conteiiia la taza, chupó furiosamente su cigarro,
y luego púsose á contarme la siguiente historia:
(Lector, aquí acaba el prólogo.)
Conviért.ete en Dios, y dale á un hombre todo
el talento }• la fortuna posibles en este mundo.
De seguro que se alegrará mu(^o; pero la tal
alegría uo aerA. ni un trasunto pálido do lo que
~ - "'ria si por Navidad le cayesen en el bolsillo
^ • duros envueltos en un billete de lo-
tería.
Es preciso haber experimentado tal sorpresa
j>;ira comprender el gozo que uno siente al en-
contrarse de pronto con un millón, y pasar de la
categoría de jíordido á la de millonario, aunque
nada más sea en singular.
¡Ay, amigo mió! Yo me estremezco todavía
cuando recuerdo lo que experimentó al ver que
era poseedor de una parte decimal del premio
gordo.
Aquello significaba tanto para mí, como para
el náufrago que, montado en un madero distin-
gue entre las brumas la cercana costa.
Después de la abstinencia, la hartiu-a.
Luego de los frecuent-es ratos de melancolía,
la alegre existencia del hombre que, siendo jo-
ven, tiene mucho dinero.
Aquel billete premiado ostentaba para mí, es-
crito en caracteres invisibles, im nuevo método
de vida.
Abandono completo de la misera casa de hués-
~, con su catre desvencijado y sus comidas
~ ->s y estramWticas.
Renuncia de la vida aventurera y bohémica.
Abstención de dar sablazos á nadie.
Y, sobre todo, casarme con mi Gabriela, con
aquel ángel de luz á quien debía el ser poseedor
de la tal cantidad.
Ella me había sugerido la idea de comprar el
décimo ahora jiremiado; y á sus muchos rosarios
razados por la noche en la cama, y á hurtadillas
(le la mamá, debía sin duda los favores de la
fortuna, tan pródiga para conmigo.
Ni un solo instante se me ocurrió el olvidarla
al encontrarme millonario.
— ^Amigo mío, — me dije: — Gabriela es una po-
bre chica que te ha querido Siendo tú un mu-
chacho de vida poco ejemplar. Nada más justo
que darle tu mano ahora que eres rico y puedes
hacer su felicidad.
Y fui corriendo á casa de mi novia para par-
ticiparle la noticia.
Hubo lo que era de esperar al conocerla junto
con mi demanda fnatrimoníal.
Desmayo de la niña, lágrimas de la mamá,
abrazos del padre, y después sonrisas cariñosas
de todos, y en especial de Gabriela.
¡Pobre chica! En toda su vida gozó tanta feli-
cidad como en aquel instante.
Yo tampoco creo haberme encontrado nunca
tan alegre, y...
Vamos, me falta poco para llorar cuando re-
cuerflo aquel momento.
II
A los quince días nos casamos.
Y nuestro casamiento fué propio de un hom-
bre que posee 50,000 duros.
Gran convite, chispeantes brindis, amorosos
'•pitalamios y borracheras de Champagne. De
V"]'> esto hubo en nuestra boda.
Dcsiiués Gabriela y yo partimos para París el
riii.siiio (lia, pues para seguir las costumbres de
la iriíxla es preciso encerrar las mejores escenas
de la luna de miel en un coche de primera.
De París pasamos á Italia, y allí permaneci-
mos bastante tiempo, gastando mucho y divir-
tiéudonos como yo nunca había podido ima-
ginar.
Cuando volvimos á nuestra patria, ¡qué feliz
y portentoso cambio se había operado entre las
muchas personas que yo conozco!
Todos me trataban como á un hombre nuevo,
y nadie parecía acordarse de aquel muchacho
que algunos meses antes apenas si se dignaban
saludar.
En esto tal vez influiría el diferente aspecto
que yo presentaba.
Verdaderamente debía estar desconocido.
Antes vestía miserablemente, pagaba un pu-
pilaje de ocho reales, y necesitaba valerme de
mil artes pai-a subsistir.
Mientras que ahora poseía coches, seguía las
modas y siempre teuia dinero dispuesto á satis-
facer las necesidades do los amigos.
Comprendí, además, por ciertas manifestacio-
nes, que mi talento había sufrido un rápido des-
arrollo sin darme yo cuenta de ello.
Aquellos misinos periódicos en cuyas redac-
ciones había .sufrido sonrojos men(iigando la
ESTUDIO, por EmUio Wauters
publicación de mis obras, ahora daban á luz
pomposas gacetillas, en las que se me llamaba
eminente publicista, ilustre literato y armonioso
poeta; y en los cafés, cuando, rodeado de los ami-
gos, soltaba alguna majadería, todos aplaudían
á coro, y no faltaban muchos que decían por lo
bajo, si bien procurando que yo les oyera:
— Este Jacinto tiene un talento asombroso.
En fin, amigo mío, que yo era otro hombre,
porque mi personalidad pesaba, sin duda, más en
la opinión de la gente con el aditamento de mis
50,000 duros, que, dicho sea de paso, gastaba
muy aprisa.
También en Gabriela habíase efectuado un
cambio trascendental que noté yo sólo.
Mi mujer me amaba: ésto lo sabia yo de una
manera cierta, y buena prueba de ello me había
dado durante la época de nuestros galanteos.
Pero, á los pocos meses de casada, su cariño
enfrióse bastante, y dejó muchas veces de ocu-
parse de mí para fijar toda su atención en las
modas y esas otras materias fútiles á que tan
aficionadas son las mujeres.
Gabriela, al ser rica, deseaba brillar tanto
como sus nuevas amigas de la alta sociedad; y
esto, unido á que aquéllas no vivían muy unidas
á sus cónyuges, hacía que mi mujer, por espíritu
de imitación, propio del que está alejado de su
esfera, no fuese tan apasionada conmigo como
antes.
Yo deseaba una vida alegre y llena de como-
didades, pero libre de las tiránicas obligaciones
del gran mundo.
Mi esposa, por el contrario, amaba la etiqueta,
y las ridiculas ceremonias sociales formaban su
principal encanto.
Esta diferencia de aficiones producía un li-
gero enfriamiento en nuestro trato, y era causa
de que Gabriela me considerase, allá en su in-
terior, Como un hombre basto y desprovisto de
toda elegancia.
Yo debía haber previsto loa resultadoa de tal
diversidad de pareceres; pero, por desgracia, no
pensé en ellos, y, antes al contrario, asentí á to-
das las peticiones que me hizo mi esposa.
Y di en mi casa bailes y reuniones, á los que
concurrieron la flor y nata de la elegancia, y
sucedió que
Pero no anticipemos los sucesos, como dicen
los novelistas.
m
¡Qué aspecto tan brillante ofrecía mi casa en
las noches de bailes! Porque yo daba bailes y
gastaba como un Rostchildt, creyendo que el
millón no llegaría nunca á agotarse.
Aquello era un* torbellino de negros fracs y
blancos vestidos de encajes meciéndose al com-
pás de las arrebatadora.s notas de Stra\is.
¡Y qué hermosos y confortables eran mis sa-
lones!
En ellos había invertido gran parte de mi for-
tuna y todos los recursos de mi imaginación, que
ya sabes no es nada pobre en punto á fantasía.
Mi casa la frecuentaban aquellas noches los
principales personajes de Madrid, y no era ex-
traño ver en ella á los embajadores de las prin-
cipales potencias, á los títulos más apergamina-
dos (en sentido metafórico), y aun de vez en
cuando á algún ministro de la corona.
Nadie se acordaba do la posición que algunos
años antes ocupábamos Gabriela y yo, y todos
acudían á mis bailes, ansiosos de divertirse tanto
en el salón como en el buffet.
La verdad es que yo era el que nieno^ gozaba
en las tales noches.
Mis convidados se paseaban por toda la casa
hacían cuanto era de su gusto y no se acordaban
del dueño para nada.
Rara era la noche en que no me presentaban
cuatro ó cinco caballeros que, después de los sa-
ludos y cumplimientos de costumbre, se metían
en los salones con la seguridad del que pisa te-
rreno propio, y no volvían tan sólo la cabeza
cuando yo pasaba alguna vez por su lado.
En tanto, este infeliz tenía que ir haciendo el
dominguillo por los corrillos de las damas, pre-
guntando á los jóvenes si se divertían y echando
flores á las mamas, algunas de las cuales podían
ya por poco servirme de abuelas.
Te digo que aquello era tan enojoso pava mí,
que mil veces hubiera suprimido los bailes á no
ser por Gabriela, que los tenia como artículo de
perentoria necesidad.
Ella sí que se divertía. Constantemente estaba
rodeada de un sinnúmero de adoradores, y la
infame se sonreía al escuchar sus amables ter-
nezas.
Mil veces estuve tentado de emprender á ca-
chetes con aquellos sietemesinos pegajosos; pero
siempre me detenia pensando que usaba frac, y
que con tal prenda, y en un salón de baile, es
preciso desprenderse de ciertas proocupaciones
que se sienten cuando es uno pobre y tiene co-
razón.
Una noche en que el salón principal de mi
casa estaba cual nunca deslumbrador, albergan-
do ese todo Madrid tan zarandeado por los revis-
teros elegantes, tuve que decir no recuerdo qué
cosa á mi mujer, que en aquellos instantes no se
encontraba en el baile.
Preguntó á los criados y no supieron contes-
tarme, hasta que por fin me decidí á buscarla yo
mismo, encaminándome á su tocador después de
recorrer los principales aposentos do la casa.
Abrí la puerta con un llavín que yo poseía, y
no pude menos de proferir \ina blasfemia al ver
á mi Gabriela abrazada á un elegante que por
entonces era el hombre de moda y el favorito de
las damas.
La infame aprovechaba aquellas horas de con-
fusión para avistarse con su amante, pues el
resto del día lo pasaba siempre á mi lado.
Al contemplar aquella escena, mi sangre se
enardeció; mi carácter, fiero é indomable, rompió
las trabas sociales que hacía tiempo le oprimían;
y, faltándome armas, agarré con fuerza colosal
una pesada silla, y, ciego de furor, púseme á dar
golpes á diestro y siniestro.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
807
Después yo no sé ciertamente lo que sucedió.
Sólo recuerdo que al poco rato penetró mucha
gente en el tocador, que me arrancaron la silla
de las manos, y que aquellos buenos señores se
empeñaron en demostrarme que un hombre bien
educado ha de reglamentar sus sentimientos y
vengarse con todos los requisitos que exige la
buena sociedad.
Nombró padrinos, recibí una tarjeta, y el
amante de mi mujer se retiró con la cabeza des-
calabrada.
El escándalo fué completo, y todo el mundo
tuvo noticias de mi deshonra, á la que benévola-
mente adjudicó el nombre de chistosa aventura.
La luz del día me sorprendió sentado en mi
despacho y con la cabeza apoyada sobre las
manos.
Durante las muchas horas que permanecí en
tal posición, hice las siguientes reflexiones:
Que la falta de mi mujer era debida al des-
lumbramiento producido por los esplendores de
una esfera á la que no estaba habituada.
Que Gabriela y yo hubiéramos sido más feli-
ces siendo menos ricos y ocupando una modesta
posición.
Que ella tal vez no hubiera empañado mi ho-
nor á ser yo un empleado de poco sueldo, impo-
sibilitado de dar en su casa bailes y thes dan-
sanis.
Y que, en su consecuencia, la culpa de todo
la tenía aquel maldito premio gordo que tanto
había trastornado la carrera de mi existencia, y
que para poco había venido á servirme, pues por
efecto de los bailes y otros caprichos de mi mu-
jer su cantidad estaba bastante mermada.
IV
La mañana era fría y lluviosa.
A pesar de esto, yo me encontraba tras las
tapias del cementerio con una pistola en la mano,
y teniendo á veinticinco pasos de distancia al
amante de mi esposa, armado de igual modo.
íbamos á saber de parte de quién estaba la
razón, y para ello erigíamos en tribunal á un par
de pistolas.
¡Famosos jueces!
El duelo, merced á mis instigaciones y á los
buenos deseos de algunos amigos, tenía mucho
de bestial.
Los primeros disparos debían hacerse á vein-
ticinco pasos de distancia, y después podíamos
avanzar hasta agujereamos el pellejo á quema-
rropa.
Los padrinos hicieron la señal; y yo, ansioso
de dar muerte á mi enemigo, disparé, sin lograr
mi objeto.
El elegante permaneció inmóvil, sin que mi
bala le causara el menor daño, y luego avanzó
hasta ponerme en el pecho el cañón de su pis-
tola.
Yo estaba desarmado, y, como al mismo tiempo
veía en el rostro de mi rival señales de hostili-
dad, no pude menos que sentir miedo.
Mis piernas flaquearon, mi frente se inundó
pe sudor, y, considerando que aquello era un
asesinato á mansalva, mi instinto se sublevó y
me dispuse á arrojarme sobre mi enemigo.
Pero en el mismo instante sonó una espantosa
detonación, y sentí mi pecho atravesado por la
bala
— ¡Alto ahí! — dije cuando mi amigo Jacinto
Uegó á semejante punto de su narración. — Yo
no comulgo con ruedas de molino, y no puedes
hacerme creer que es posible se salve un hombre
en un lance tal como tú lo describes.
— Aguárdate un poco, — contestó mi amigo, —
y te convencerás de la veracidad de mis pa-
labras.
Apenas sonó el tiro y sentí la herida, cuando
me encontré en la casa de huéspedes que habi-
to, sentado ante mi humilde mesa.
— ¿Cómo puede ser eso?
— Ya sabes que yo (según decís todos) tengo
una imaginación fabril, y que de continuo sueño
despierto, hasta paseando por las calles. Pues
bien: todo lo que te he relatado no era más que
un cúmulo do sucesos creados j)or mi fantasía
en un momento. Aquel día era víspera do Noche-
buena, ó sea el destinado para contemplar algu-
nas alegrías é infinitas decepciones.
Yo, instigado por mi novia Gabriela (que ya
te enseñaré cualquier día), había tomado un dé-
cimo de billete con la esperanza de lograr con la
lotería el medio de casarme pronto con ella.
¿Querrás creer que cuando mi patrona me dio
el suplemento que contenía los primeros números
premiados no tuve gran interés en leerlos?
llega ahora á la edad de la madurez intelectual,
y uno también de los pocos á quien ya la fama
distingue entre los muchos que en pasmosa y
acaso alarmante concurrencia acuden hoy á lu-
char por la vida del renombre literario. Pensaba
consagrar muchas cuartillas á estudiar el carác-
ter singular de este escritor y sus tendencias;
pero por varios motivos reduzco el proyecto, al
realizarlo, á pocas é incompletas observaciones.
La principal causa por que prescindo de su estu-
dio extenso consiste en que el eminente critico
LA AFICIÓN
En aquellos instantes hasta sentía miedo por
si me había tocado el premio gordo.
Tal efecto hicieron en mí las fantasías que
había producido mi cerebro soñando despierto.
Vicente Blanco Ibáñez
'sp
LECTURAS
PAUL BOURGET
su ÚLTIMA NOVELA
Hace tiempo que tengo propósito de escri-
bir algo acerca de este publicista francés, que
es uno de los más notables de la generación que
D. Juan Valora anunciaba, no ha mucho, en tíaó
de sus excelentes artículos de la Revista de Es-
paña, el propósito de dedicar uno de sus traba-
jos literarios próximos á Paul Bourget. Me ha-
lagó que tan perspicuo ingenio hubiera coinci-
dido con este humilde aficionado al detener la
atención singularmente, entre los varios escrito-
res franceses de la nueva generación, en el autor
de los Ensayos psicológicos y el Cruel enigma; pero
al mismo tiempo pensé que era casi un . deber
de cortesía, y un buen consejo de la prudencia,
esperar á que el maestro hablase, 6, por lo me-
nos, no tratar con mucho detenimiento asunto
que él ha de tocar, según promete.
Por otra parte, cuando yo formé tal propósito,
Paul Bourget, aunque ya muy apreciado por
algunos, no era estimado en todo lo que vale
por la generalidad de los críticos y lectores, y
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810
había algmuí novedad^- cierta conveniencia del
art«i en propagar sus méritos. Hoy ya no sucede
lo mismo: Bourget es uno de los escritores que
estiUi de nimia en París, y puede decirse, por
consiguiente, que eu todo el mundo litei-ario.
Confieso que, para mi, hablar de un Bourget no
famoso todavía, cuj-os méritos no hubiesen sido
objeto de la atención de muchos, hubiera sido
más agradable tarea, de mayor incentivo, que
hacer coro á los aplausos generales.
Y esto, principalmente, porque hay muchos,
entre los que elogian, tal vez 5'a demasiado, al
notable critico y novelista, que
no lo hacen con muy buena in-
tención, sino con la muy da'ñada
de molestar, si tanto pueden, á
otros escritores de mucho crédi-
to, cuya gloria pretenden ellos
oscurecer con el incienso tribu-
tado al nuevo Ídolo que todavía
no ha llegado á crearse las ene-
mistades de la envidia, especie
de óxido de que no puede librar-
se jamás el talento expuesto por
largo tiempo al aire libre. El
mismo Paul Bourget habla en
su última novela , Metisonges,
principal asunto de este articu-
lo, de varias épocas de la vida
literaria, y una de ellas dice que
es aquella en que se sale de la
oscuridad y se recibe público
homenaje de admiración por
parte de los que hacen del escri-
tor nuevo y de su fama arma do
cómbate contra la gloria de los
autores ya eminentes. No cabe
duda, aunque el hecho sea muy
triste, que, así como el elector
ateniense negaba su voto á Aris-
tides porque ya estaba cansa-
do de su virtud, muchos críticos
y lectores se llegan á cansar de
los buenos literatos, y votan con-
tra ellos, y hablan de su deca-
dencia á troche y moche, ponien-
do todos los conatos de su ac-
tividad en buscar un hombre
nuevo, un ingenio de reciente
fuerza, que oftisque al otro y lo
relegue al olvido.
Entre los enemigos de Zola,
por ejemplo, se nota el prurito
de elevar á todas horas, y sin
limites, á Guy de Maupassant
y á Paul Bourget.
^Este, discreto como ¡kmxjs, y
al parecer hombre seriamente
moitil, toma, unte semejante
campaña, una actitud que le
honra: ni deja de saborear la
gloria con que se le brinda, por-
que tiene la conciencia de que,
por sus propios méritos, la tiene gíinada; ni tam-
poco se deja engañar por la mala intención que
quiere, con miras bastardas, colocarle hasta por
encima de sus maestros.
No: Bourget no es un maestro todavía; y así
lo reconoce él indirectamente en el pasaje de
Mensonges antes citado, y en otro en que, ha-
blando de su protagonista de Vinñ, se queja de-
licada y amargamente de las rivalidades que te-
men los grandes escritores en el admirador de
siempre que ambicionaba, á lo sumo, llevarle el
laurel de una primera victoria como homenaje
de admiración y cariño al genio, cada vez más
venerado.
Sea como quiera, entre los que elogian hoy
sin tasa al autor de Andrés Cornelis hay mu-
chos que ni son capaces de comprenderle, y no
pocos que se equivocan, ó fingen equivocarse,
considerándole á mayor altura como novelista
que en cuanto crítico, cuando lo cierto es que su
personalidad literaria se destaca principalmen-
te con originalidad y fuerza en esa especie de
crítica sentimental-filosófica donde se encuen-
tran muchas novedades recónditas y un verda-
dero encanto.
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
Yo he conocido A Paul Bourget como critico
antes que como artista. Cruel enigma, primera
novela suya que loi, entró en mi cerebro cuando
ya me habían impresionado vivamente aquellos
estudios psicológicos, dedicados á muchas de
las más insignes figuras de la literatura fran-
cesa de este siglo. Aunque eu la novela de Bour-
get he visto también notas nuevas y una tenden-
cia privilegiada, para mí sumamente simpática,
declaro que el primer libro de impresiones de
este autor me produjo menos emoción y me sugi-
rió menos ideas que su primer libro de crítico.
LA HIJA DEL COLONO (cuadro de Isttbul Guntaer
KXPUSICIÓN UK BELLAS ARTES DE PARÍS DE 1887
Es claro que digo primero, en uno y otro caso,
refiriéndome á mis Lecturas, no á su producción.
Como en Francia no hay ahora ningún críti-
co de excepcional valor en materia de literatura
amena, crítico de actualidades literarias quiero
decir, no habría á quien mortificar poniéndole
enfrente á Bourget; pero no sucedía esto en la
novela: aquí varios autores eminentes podían ver
un rival en el maestro javen, y por este lado arrimó
el hombro la mala intención de muchos escritores.
En Francia pasa lo mismo que en España: hay
mucha gente do pluma envidiosa, llena de ma-
las pasiones. Esto, que no se echa de ver estu-
diando aquella literatura á vista de pájaro, se
llega á penetrar cuando un día y otro se apli-
ca la atención á la vida de las letras menudas, al
camino diario del arte literario en aquel pueblo,
que, queramos ó no, tanto nos hace pensar en él
á todos. La diferencia está en que allí los malva-
dos de los periódicos tienen ó mucho, ó por lo
menos algo, de talento, y los similares de aquí
ó tienen poco 6 no tienen ninguno. Dejemos esto
y volvamos á Bourget.
No es fácil separar en él, ni hay por qué en
rigor, el crítico del artista. El mismo habla, en
su última novela, de la índole del moderno ar-
tista que siempre tiene dentro de sí un crítico,
y generalmente la cultura correspondiente á este
último. No podría decir semejante cosa de los
autores españoles, que generalmente no tienen
dentro de si ni un crítico, ni medio; ni menos
podría decirlo de la cultura adecuada que suele
faltar entre nosotros, no sólo á los artistas, sino
también á los críticos. Pero, en fin, hay mucho
de cierto en esta observación si se trata de
esciitores franceses, ingleses, alemanes, etcé-
tera. Yo me atrevo á añadir que se nota cierta
tendencia en apreciar más y más cada vez la
crítica y el arte. No sólo es el artista el que va
necesitando ser algo crítico: también el crítico
tiende á ser algo art,ista. Ejemplo de esto son,
por citar á pocos: en Inglaterra la ya ilustre
Vernon Lee (Violeta Paget), crítico eminente y
novelista ya notable, gracias á Miss Brown (de
que hablaré probablemente á los lectores de La
Ilustración Irérica); en Italia G. A. Cesáreo,
poeta inspiradísimo y crítico distinguido; en
Francia nuestro autor y Julio Lemaitre, que es-
cribe también de crítica artísticamente; y en Por-
tugal un eminente poeta, Anthero do Quental,
profundo y elegante crítico.
Y ha de tenerse cuenta que esta inclinación
de la crítica actual, que ahora señalo, no nece-
sita mostrarse en versos y novelas ó en dramas
(como los del critico italiano Gubernatis), sino
que, sin salir del terreno de la crítica, puedo el
escritor de este orden, y esto se observa en mu-
chos de estos días, procurar que su obra sea
artística, no sólo en la forma, sino por el fondo,
por la índole especial del ingenio y de todo el
espíritu del critico mismo. Detengámonos algo
más en este pimto, que valdrá tanto como estu-
diar el carácter más importante en el talento
de P. Bourget.
(Se coniinuará)
Clarín
_^_
LA FELICIDAD
0)
Lector: hé aquí una palabra
que todo el mundo pronuncia,
y á pesar de los pesares,
es su realidad nula.
Por obtenerla los hombres
con vil egoísmo luchan.
I Pocos son los que la obtienen!
¡De cuántos ella se burla!
Yo la he visto muchas veces
con la cabecita oculta
entre míseros pañales,
en pobrísima casucha,
sin que nadie haya notado
la encantadora figura
de esta diosa codiciada
que el hombre sin cesar busca.
Es tan tímida la pobre,
si se quiere, tan adusta,
que en cuanto la vishimbramos
de domicilio ya muda;
y es el vacío tan grande
que produce con su fuga,
que á llenarlo no bastara
un porvenir de ventura.
Corre, pues, de casa .en casa,
sin que el cansancio la aturda:
ya desciende hasta el abismo,
ya se remonta á la altura,
ya se detiene al instante,
ya vertiginosa cruza,
sin hacer caso, impasible,
por entre agitada turba.
(1) De un libro, próxini') li publicarse, intitulado MU
primeros verto».
LA ILUSTEACION IBÉRICA
K11
Al verla tan inconstaute,
tan rígida, taciturna,
me he dirigido mil veces
esta CTiriosa pregunta:
— ¿Q,ué es la felicidad? ¿Qué es?
¿Es acaso una locura? —
Y he oído una vocecita,
entre argentina y profunda,
que ha proferido á mi oído
esta verdad inconcusa:
— Vecinita soy del Cielo;
mi bien la Verdad Augusta:
he descendido á la tierra
entre el temor y la duda.
Al ver que no me comprenden
en esta región inmunda,
volaré otra vez al Cielo,
mi santa patria y mi cTina.
Allí rae encontrará el hombre
que en esta mansión perjura
haya ajustado sus actos
de Dios á la norma justa. —
Se apagó la vocecita
de aquella divina Musa
que enloquecía mi tímpano
con armónica dulzura.
¡Gran Dios! Ya comprendo,-dije-
porque, errante, vagabunda,
corre así de casa en casa,
sin cobijarse en ninguna:
¡Es que tiene en el Empíreo
su santa patria y su cuna!
Allí la encontrará el hombre
que muera libre de culpa. —
José Galí Bofill
"T^
HISTORIAS CALLEJERAS
Con este título acaba de dar á luz el dis-
tinguido escritor Sr. Pérez Nieva una pre-
ciosa colección de artículos cuyo asunto
Indica ya su titulo, creyendo que nuestros
lectores leerán con el mayor gusto el si-
guiente, que hemos escogido al azar, pues
lodos son igualmente deliciosos;
grieta del alminar que me sirve de domicilio! Mo
voy á echar un chillido con mi novia. ¡ Si me en-
contrase al vuelo algún mosquito, se lo llevaría
de regalo!...
22 de abril. — Mi última noche de soltero: ma-
ñana entregaré mi pata á la venceja que me tie-
ne sorbido el buche. Estoy muy de veras enamo-
rado, bien que ella es una pájara hasta la punta
de la pluma, con un diminuto pico y un cuerpo
del más hermoso negro pavonado que se ha vis-
to. Chillen lo que quieran los vencejos camastro-
nes, nuestra misión es algo más que la eterna
pitanza de insectos.
¡ Qué de ilusiones acarician mi corazón en este
instante ! i Ya me veo en nuestra grieta del cam-
chi, chi!... Lancé yo de mi garganta una de chi-
llidos que aturdía; y al oirlos el chico del sacris-
tán, que le daba al bronce, comenzó á gritar á
voz en cuello: «¡Padre, ya estamos en Primavera,
yahan venidolos vencejos!...» Mi pájara engorda
que es un gusto, y no somos nosotros los únicos
que trasformamos la torre en un idilio, que por
abajo, en un cuarto principal, hay un balcón con
persiana verde, jaulas con pájaros, macetas, una
muchacha guapísima, sobrina del cura, y un
mozo que le hace guiños desde la plaza. Por la
noche suben hasta nuestra teja susurros de sus-
piros, palabras de amor, ecos de cantares, acor-
des de guitarra y olor á rosas. Todo está verde
y en flor. ¡Qué delicia de tierra y que luna de miel!
EN OCTUBRE (cuadro de Ridgway Knigth).— K.vposicióN de bullas artes db parís dk 1887
MEMORIAS DE UN VENCEJO
3 (Je ahril. — Se han aprobado los presupties-
tos del Sahara: el desierto tiene ya seguros su
crédito de secura y su consignación de huraca-
nes; y, sin embargo, no nos vamos. Yo no sé qué
diantre hacemos aún en África: todo bicho vi-
viente se ha largado en busca de fresco, menos
nosotros. Y el sol debe estar furioso por nuestra
tardanza en emigrar, porque nos sacude cada
rayazo que nos dobla.
7 de abril. — Ayer hemos tenido noticias de
España. Ha estado enferma la Primavera con
unas nubes malignas quo le salieron y que de-
generaron en muy pertinaces lluvias; pero ya se
encuentra mejor, y pronto se presentará en pú-
blico. Se preparan grandes fiestas para cuando
salga: el tiempo ha mandado retocar el azul del
cielo, y toda la tierra se alfombrará, cuando pase
la señora, de tapices de musgo bordados con ro-
sas tempranas.
9 de abril. — Más noticias. Todos nuestros ve-
cinos de invierno se alojan ya en sus fincas de
verano. Las tórtolas, tan cursis y románticas
como siempre, no paran de arrullarse y pito-
rrearse ternezas; las codornices alborotan con su
golpeteo por los sombrados; y las golondrinas,
acometidas del hormiguillo de ordinario, no ce-
san un punto en su vuelo, y todo se les vuelve
ir y venir desde la campiña al campanario y des-
de el campanario á la campiña, i Y nosotros aquí,
asándonos como unos sosos!...
TS de ahril. — Ni el aguzanieves más frío sería
capaz de dormir hoy en mi alcoba. ¡ Vaya una
noche ardiente y vaya un calor que hace en esta
panario andaluz, alojado en el vano do una teja,
respirando el aire embalsamado de tomillo, y ce-
nándome, á la luz de la luna, en la compaña de
mi venceja, la más sabrosa mosca borriquera que
picó á jumento nacido ! j Adiós por ahora, suelo
africano de las invernadas y de las noches cáli-
das, testigo de tantas voladas á los resinosos
dragoneros y á los euforbios, parientes de la ci-
cuta!...
25 de abril. — ¡Mala mosca le urgue al que no
dispuso el viaje días antes con tiempo sereno!...
¡ Vaya una noche de novios!... ¡Ni siquiera he-
mos podido cambiar mi pájara y yo un mal pico-
tazo! ¡Me pesan las alas como si_de plomo fueran,
y las llevo empapadas hasta no más! ¡Nos ha
cogido, al pasar el Estrecho, un chubasco de
todos los demonios! ¡Ya hemos visto algún
barco, ya, que nos hubiera prestado refugio en
el velamen; pero como no podemos abatir el vue-
lo en cualquier parte, so pena de no levantamos
más!... No he visto nublado más espeso ni cerra-
zón más negra. Las mangas de viento nos arras-
traban mar adentro y nos envolvían en remolinos
de aire hasta atontarnos; el aluvión de la lluvia
nos cegaba y nos aturdía con un rugir incesante,
y hemos tenido que atravesar á tientas las nu-
bes, helándonos los huesos. Ya me venteaba yo
algo por las gaviotas. No sé cómo no me he que-
dado viudo en el lance, porque en lo más recio
se sintió acometida de un síncope mi pájara.
4 de mayo. — Vuelvo á reanudar mis apuntes
después de unos días de descanso. ¡ Qué hermo-
so despertar el del siguiente á nuestra llegada !
Me alojo en el campanario de todos los veranos;
y estaba yo lavándom el piqco con rocío, cuando
empezó á tocar la esuüa eá misada alba... ¡Chi,
14 de mayo. — Vuelvo á mis memorias, que no
puedo seguir con la asiduidad de antes por mis
deberes de casado. Mi pájara se encuentra en
estado interesante, y, según me aconseja nuestro
médico, un gurriato muy listo, es conveniente
que la saque á que haga ejercicio y vuele mucho,
porque luego no habrá lugar á ello.
30 de mayo. — El sol se ha puesto hoy echan-
do chispas, rayos y truenos; y la luna ha salido
llorando y ha entrado en su cuai-to convertida
en un mar de lágrimas. ¡ Valiente tormenta ! Gra-
cias á que todavía mi pájara no está para dar á
luz, porque, si no, buenas iban á resultar las crías
de tristones.
13 de junio. — San Antonio. Empiezan su rei-
nado las azucenas y los mosquitos, de los que
nos hemos dado un atracón soberbio. El estado
de mi consorte se acentúa. Pronto seré padre.
24 de junio. — San Juan. El campanario ha
estado hoy loco: parecía que iba á volar la es-
quila de tanto darle al badajo: no ha parado en
todo el día. Las chicas del pueblo han venido
anoche á lavarse á la fuente de la plaza para
hermosearse con el agua que el Santo bendice.
Hoy ha habido función de iglesia, con misa ma-
yor y órgano, y luego se corrieron novillos, y
salió la procesión, y se ha bailado, y ha tocado la
charanga del pueblo, j todo se vuelven guitarras
y bailoteo y bulla y algazara, y el sol ha tomado
también parte, y dicen que dicen que hoy estre-
naba los rayos de verano. Por cierto que no creí
que pudiera continuar estos apuntes, porque en
señal de júbilo andaban los hombres á escopeta-
zos y por poco me alcanza uno.
3 de julio.~~]Chi, chi, chi!... ¡Albricias!... Ya
tiene mi especie tres servidores más á quien
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LA ILUSTEACION IBÉRICA
mandar, tres robustos vencejillos que se están
tiwlo el dia alborotando y con el pico abierto pa-
ra que les echen alimento. Hemos celebrado el
natalicio con un banquete de moscones tan ex-
quisito, que nos ha sabido á poco.
JO de julio. — Estamos en pleno verano. No se
oyen otros ecos que canturias de segadores y re-
luichos de pares. El grano se ha puesto amari-
llo como el oro. Todo en cielo y tierra es luminoso
y caliente; todo respira vigor y vida; la Natura-
leza suda riquezas jwr todos sus poi-os. Ahora
andamos muy en peligro con los chicos, que nos
largan cada pedrada... Son unos desagradecidos
los hombres, cuando nosotros somos los que ve-
lamos por la limpieza del gazpacho comiéndonos
las moscas.
16 de julio. — La Virgen del Carmen. Hoy han
hecho mis chicos un pinito: han tendido el vuelo
y han atrapado por sí solos una mosca. Estoy,
pues, tranquilo por su porvenir: no se morirán
de hambre.
Sirvióme un bot« de cuna,
y una á una
se disputan el mecer
las olas del mar, que suena
en la arena,
la cuna de un pobre sor.
Cuando tranquilo gemía,
yo dormía
al son do su murmurar;
y cuando rugía hirviente,
inconscieut*
me enseñó on él á rozar.
Eran mis juegos, nadando
ir cruzando
la mar en que moriré,
y buscar bajo, en el fondo
negro y hondo,
la piedra que antes tiré.
EN LAS TERRAZAS: ARGEL (caadrn de F. A. Biidgmann)
IZrOSICIÓK OK BELIJIB AKTKS DE FARfS DR 1887
25 de julio. — No hay más remedio que partir:
mis chicos son ya unos mocitos y tienen que ma-
tricularse en árabe. ¡Abandonar tanta ventura!
¡Cómo ha de ser! Todo por los hijos. Dentro de
unos días nos marcharemos: continuaré mis me-
morias en nuestra costa africana.
El último adiós, pnes, á este país, y hasta el
verano que viene.
Y no hasta el estío próximo, sino para siem-
pre, fué eate adiós del vencejo de los apuntes.
Todos los pájaros se fueron, y él se quedó col-
gando, sin vida, del anzuelo oculto en una
pluma que revolaba al extremo de larga cafia er-
guida sobre el tejado del campanario, y que,
puesta allí por los chicos para atraparle, tomó el
incauto vencejo por alguna sabrosa mosca.
Alfo.nso Pérkz Nieva
LA CANCIÓN DEL MARINERO
Nací de las espumadas
azuladas
olas del hirviente mar,
y será mi mayor suerte
si á mi muerte
puedo á su seno tomar.
Las olas fueron amantes
que constantes
me guardan aun puro amor;
siempre fieles, no son ellas
cual las bellas
que nos olvidan mejor.
Si borrascas sufrió el alma,
siempre en calma
me ofreció el mar su amistad;
y alzando en mi barca el vuelo,
el consuelo
encontré en su inmensidad.
¿Para qué quiero yo hermosos
y lujosos
palacios en que habitar
si mil astros brilladores
sus fulgores
prestan á mi casa el mar?
¿Para qué quiero yo el oro
si un tesoro
me ofrece para vivir?
Ni ¿para qué más arrullo
que el murmullo
de las olas al morir?
¿Por qué do gloria el anhelo
si hasta el cielo
me eleva en el temporal?
Ni ¿quién me da en muerto asilo
tan tranquilo
cual sus bancos de coral?
Nací de las espumadas
azuladas
olas del hirviente mar,
y será mi mayor suerte
si á mi muerte
puedo á su seno tornar.
F. Martínez Orozco
•2P
AL DESPEDIRLA
Si allá donde te llevo tu destino
vives tranquila plácida y feliz;
si amas y te aman como tú mereces...
¡olvídate de mi!
Si el pesar ó la duda te atormentan
y tus floi-es marchitas ves moiir;
si vuelves al pasado la memoria...
¡ acuérdate de mí !
Manukl del Palacio
T
NUESTROS GRABADOS
LOS PINTORES NORTEAMERICANOS EN LA EXPOSICIÓN
[de BELLAS ARTES DE FARlS DE 1887
(WaUer Gay, Sprague-Pearce, Ridgway-Kmgth, Isabel Gard-
ner, F. Brídgmann)
Todos estos pintores han representado estimalile papel en
el Salón del corriente año, no dlslingiiiéndose gran cosa de
los artistas parisienses.
La señorita Gardner, en su Filie du fermier, ha demostra-
do saber imitar magistralmente á Bouguereau y Jnles Lefeb-
vre, grandes dibujantes, aunque las malas lenguas les califi-
can de un tantico amanerados. Sin embargo, venga siempre
de ahí,
Ridgway-Knigtb, autor de £ji octubre, presenta con este
cuadro un certificado de ser aprovechado discípulo del rea-
lista Lhermitle y de M. Jules Bretón, con algún más senti-
miento del que suelen gastar estos dos autores.
La Santa Genoveva de Sprague-Pearce manifiesta en su
concepción y ejecución que se trata de un émulo de Hastien
Lepage, autor de cierta Juana de Arco sumamente parecida.
Verdad es que hubiera podido el joven pintor yankee ena-
morarse de otro modelo algo peor.
Bridgmann, siempre correcto, y con frecuencia convencio-
nal, se acuerda también, como siempre, más de lo que de-
biera, de (¡eróme en su fase oriental.
Delaroche aparece redivivo en la persona de Walter Gay
autor de Utia audiencia de Richelieu.
Por manera qne, en tratándose de la mayoría do los pin-
tores norteamericanos, bien puede decirse que son unos cuan-
tos pintores franceses más.
OBRAS DE EMILIO WAUTERS
Treinta y dos años contaba solamente el insigne pintor
bruselés cuando dio á conocer su María de liorgoña ante los
burgomaestres de Gante, que le dio \mi versal renombre. Siete
años han pasado desde entonces, y no ha trascurrido casi
ningtmo de ellos sin que una nueva obra, celebrada con en-
tusiasmo, haya venido á acrecentar su fama. Por lo tanto,
no está tan perdida como quieren decir algunos laptjiíura de
historia, que es el género que con preferencia cultiva Emilio
\V antera. Retirado Gallait (recientemente fallecido) de la vida
activa, quedó Wauters reconocido como jefe de la moderna
esencia flamenca, tanto por la habilidad ("e su técnica como
por la elevación de sus creaciones.
Nacido en 18-18, dio desde joven, nuestro autor, señaladas
muestras de su pasión por el arte, en virtud de lo cual entró
en el taller de Portaels, que dejó luego para trasladarse i
París, donde recibió las lecciones de Gcróme. La batalla de
Hastings, que pintó entonces, hizo concebir sobre él las más
lisonjeras esperanzas.
En 1868 hizo un viaje á Italia en compañía de M. Godc-
charlc, hijo del famoso escultor, de cuya época data Lanave
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
•815
mayor de San Marcos de Venena, que so apresuró a adquirir
el rey do los belgas, si bien no se concedió al autor la pri-
mera medalla, como todos creían. El ministro trató do in-
demnizar á Wauters encargándole un viaje á Oriente.
El cuadro de María de Borgoña implorando de loa burgo-
maestres de Gante el perdón de Ilugonet y Humbercourt, pre-
sentado en la Exposición de Bruselas de 1870, hizo furor, lo
mismo allí que en Londres, donde figuró después, siendo
considerado como la obra más importante de la escuela bel-
ga. Adquiriólo el soberano de este país para el Museo de
Lieja, donde figura. Vino después (1872) La locura de Hugo
van der Goes, conocido ya de los lectores de La Ilustración
Ibérica, y causó protunda sensación. Otorgóse al autor me-
dalla de oro, juntamente con la gran cruz de la orden de
Leopoldo, y el Estado se apresuró á adquirir el cuadro. El
Ayuntamiento de Bruselas le encargó el decorado de la esca-
lera de los Leones del Hotel de Ville, para la cual pintó, al
fresco, dos grandes cuadros históricos, y puede decirse que
desde entonces han llovido sobre Wauters las mayores y más
pingües distinciones. En 1875 obtuvo segunda medalla en el
SaZún de París, y en la Exposición Internacional de 1878 le
concedió el jurado francés medalla de honor, recibiendo al
poco tiempo la credencial de caballero de la Legión. . . del
mismo nombre. ¿Qué más? Nombróle correspondiente suyo
la Real Academia de Bellas Artes de Madrid, honor digno
siempre de estimarse, dada la formalidad que preside cons-
tantemente en los actos de la antigua Academia de San Fer-
nando.
Al año siguiente alcanzaba Wauters, en la Exposición In-
ternacional de Munich,' medalla de honor por algunos retratos
de cuerpo entero, y en 1880 recibía en Bruselas la visita de
Munliaczy, que «iba á tributar homenaje al genio del joven
artista. ■ En 1883 obtiene medalla de honor en el Salón de
Berlín.
Como dato curioso para apreciar la tela que gasta Wau-
tepí en sus cuadros, cosa que tanto asusta á algunos, diremos
que se admira en Bruselas un Cairo y las orillas del Nilo
(pintado en vista de los estudios, bocetos, apuntes, tabli-
llas, etc., que hizo en su viaje de 1868), que mide 380 pies de
largo por 49 de alto. Esta vasta obra fué expuesta tam-
bién en Viena, Munich y La Haya, siendo la admiración de
todos.
Wauters admira, sobre todos los pintores, á Velázquez, en
cuya compañía coloca en seguida a Van Dyck y Franz Hals:
esta es su trinidad artística. Con todo, sus preferencias
están por España, que conoce y admira como pocos. En
sus excursiones ha llegado hasta Marruecos , y de sus
estudios aUl pueden verse en este número dos preciosos
apuntes.
La rapidez con que Wauters pinta sus obras es extraordi-
naria, bastándole pocos minutos para hacer un retrato al
lápiz, como sucede con los árabes que acompañamos, cuya
facüidad no obsta para que jamás proceda á comenzar una
obra sin tener hechos los bocetos de todo lo que debe entrar
en ella.
Tal es, á grandes rasgos, la biografía del famoso y afor-
tunado pintor belga.
NUMISMÁTICA INGLESA
tras que las medias coronas están inspiradas en el doUar del
mismo reinado, que ostentad collar de la orden do San Jor-
ge. En los dobles guineas nuevas figura en el reverso San
Jorge matando el dragón. Algo simplificado, sirve el mismo
modelo de reverso á los nuevos chelines.
Los cuños de Enrique VIII eran admirables (véaso el noble).
y lo mismo los de Eduardo VI, María ó Isabel, decayendo en
tiempo de Jacobo I.
Finalmente, y para que haya para todos los gustos, puedo
el lector comparar lasfaeies de cuatro reinas, Ana, Isabel,
María y Victoria, á ver cuál le parece mejor, aunque los in-
gleses cuidan de gritar que ninguna como la de su actual
graciosa soberana.
En suma, que los Ingleses, gran gente para recoger mo-
nedas, no han sabido inventar nada nuevo para las que acu-
ñan ahora, debiéndose contentar, como dicen ellos, con new
coinsfor oíd (cuños nuevos para cosas viejas).
LA AFICIÓN
Ese mocito promete arrinconar en breve la escoba del
barrendero para lanzarse a otro género de |ocupaciones más
busca de bellezas ya conccbldaa, que no hay máa que comen-
tar según la genial disposición do codaortUita.
ULIHBS BUULANBO k POLirüHO
Cuadro de Wütiam Tamcr
IJe regreso Illisos a su reino do Itoca, sufrió, cí)mo e» sa-
bido, mil penalidades, que cuenta el buen Homero en au
Odisea, más interesante, sin duda, que la Iliada, ya <iue no
pueda comparársele en sublimidad y belleza.
Una de las aventuras más memorables fué lado Polifcmo.
Arrojado por una tempestad á la isla de Sicilia, donde aquel
ciclope, hijo de Neptuno, tenia su morada en lóbrega caver-
na, quedó Ulises prisionero del gigantozo, en compañía do
sus infortunados compañeros. El monstruo (que, repetimos,
tenia un solo ojo), so alimentaba únicamente de carne hu-
mana. Preguntóle Polifemo á Ulises por su nombre, y el pru-
dente padre de Telémaco respondió que se llamaba Nadie.
Estaba entonces el gigante haciendo la digestión de un gran
banquete de bípedos implumes, y se durmió: tanto serta cl
exceso de comida. Ulises, entonces, ¿qué haceV Va y le saca el
méámm
MV ■ \
•y^ '.!,fí^,
PAISAJE (dibujo de Speed)
Con ocasión de haberse decretado en la Gran Bretaña una
nueva acuñación de monedas, á propósito del jubileo de la
reina Victoria, y de no brillar precisamente por su originali-
dad, andan harto disgustados los numismáticos ingleses, lau-
datores temporís acti en materia de la estética de la pecunia.
De ahí que hayan puesto á contribución los monetarios, en-
tusiasmándose con los antiguos cuños y entregándolos á la
comparación del público. Como es materia muy interesante
eso de los ochavos, diremos algunas palabras sobre las mo-
nedas que aparecen hoy en blanco y negro en estas pá-
ginas.
El penique de Geolnoth es del tiempo de los sajones, y se
llama así del nombre de un arzobispo de Canterbury. Pre-
senta muchas reminiscencias bizantinas, y la inscripción está
vigorosamente grabada.
El gioat (valor 4peniques)deEduardo I es de estilo gótico.
En el gros de Enrique V, en vez do aparecer en el reverso
la cruz y la corona, está reemplazada ésta por flores de lis.
En las monedas de Enrique VII aparecen leopardos alter-
nando con flores de lis. En las median coronas de Cromwell
se ven emees de San Andrés y San Jorge mezcladas con las
barras puritanas.
En la restauración de los Estuardos las coronas apare-
cen llenas de emblemas reales y monogramas monárqui-
cos. (C. S.) Han servido de tipo para el nuevo fiorin doble. El
real de Jacobo VI estuvo en uso en la América inglesa.
Al advenimiento de Guillermo III suprímense las inicia-
les del monarca para dar lugar á las flores de lis, que en
tiempo de la reina Ana alternaron con las rosas.
Es notable el soberano de Carlos II por reemplazarse en él
los caracteres góticos con los caracteres romanos. El gros do
Burdeos, de Eduardo I y Enrique V, han servido, en el con-
cepto heráldico, de modelo para la acuñación de las nuevas
piezas de á 2 florines.
Los aficionados á la ciencia heráldica podrán deleitarse
estudiando por su parte la rosa de los Tudors. (Soberano,
noble y groat de Enrique VII.)
Los dobles florines de nuevo cuño son imitaciones, en
cuanto al reverso, de laa medias coronas de Jorge UI, mien-
apropiado a sus gustos. Bien se echa de ver que no ha nacido
para figurar como plaza subalterna en el ramo do la odilidad;
pues quien tan aplicado se muestra que aprovecha el menor
rato do descanso para no olvidar las lecciones de escritura
aprendidas en la escuela municipal, da señales de albergar
aspiraciones que no siempre se ven, por fortuna, defrau-
dadas.
UNA CORNADA
Cuadro de Amadeo Morot
Es esto pintor uno de los más notables de Francia por su
maestría en materia de caballos. Testigo de ello es La ba-
talla de Reischoffen, expuesta en el último Salón, verda-
dero alarde do escorzos y toda clase de diabluras eaballls-
ticas.
Esta vez se ha dignado Morot ocuparse en un asunto es-
pañol, agradable pretexto para hacer algunas variaciones
sobro su tema favorito. Su cuadro corre parejas, en punto á
color local, con tantas otras obras francesas referentes á
España; pero, de todos modos, sólo merece elogios por la
valentía de escorzo de la media peseta, mucho más acertada
que no la del bravo jarameño.
Morot es un pintor que cuando menos tiene el don de la
originalidad. Su Cornada es un bonito cuadro filosófico de
costumbres españolas, viéndose confundidos en un solo sen-
timiento al viejo, la chula, la niña de corto, el rata, la fia-
menca, el diputado y hasta el francés, bien caracterizado
por su monóculo.
KOMEO Y JULIETA
Cuadro de Becher
Nunca se cansará el arte de inspirarse en las obras del
Piran William, y especialmente en Borneo, para producir obras
y más obras llenas de sentimiento. La música, la pintura, la
escultura, acuden á la inmortal creación shakespeariana en
ojo único que tenia, metiéndole un tizón. Cualquiera puede
figurarse los tremendos berridos que darla PoUfomo al verse
ciego. Acudieron los demás de la "Oficina, (término clásico);
y como al preguntarle que quién lo había herido respondie-
se ¡Nadiel, tuviéronle por guillao. Polifemo, furioso, juró
que no por eso dejarían de pagársela, y, cogiendo un enorme
peñasco, colocóse á la boca de la caverna donde tenía guar-
dados los prisioneros y el ganado, la cual boca estaba dis-
puesta de manera que las reses sólo podían salir de una en
una, y tenían que pasar precisamente por entre sus piernas.
Ulises, sin embargo, que ora hombro de mucho pesquis, or-
denó que los cautivos so colocasen bajo el vientre de las bes-
tias, y asi lograron escapar, dejando á Polifemo con un ojo
menos y un palmo de narices más.
Tal es el asunto en que se inspiró William Tumor (1775-
1851) para pintar el magnifico cuadro que reproducimos hoy
en nuestras páginas, y respecto al cual es poca toda ponde-
ración.
PAISAJE
Dibujo de Speed
Es esta una ilustración admirable, de un sentimiento na-
turalista tan profundo, que no parece sino que está inspirada
en el culto á la madre tierra. La humedad del agua y de la
vegetación se hace como palpable; todo respira solemne cal-
ma, soledad, aislamiento; cielo y suelo se unen en un mismo
tono desoladamonte bello; los pinos melancólicos parecen
entenderse con los devastados abedules, mientras las areno-
sas colinas aspiran con delicia las emanaciones de la laguna.
ISLA DS LOS MERGOS, EN LA COSTA DE GALES
Está situada al este de la Isla de Anglesey, que forma por
sí sola un condado. Es muy reducida, y apenas contiene ha-
bitantes desdo que cesó el contrabando, campando aUl, cu
cambio, por sus respetos, las ratas, conejos y demás gente
amiga de la tranquilidad.
816
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
EL ALCÁZAR DE LAS PERLAS
LEYENDA ÁRABE
ORiniSAL DI
Jiii 6ir(i(-6i}iii lliígiri;
(COSCLVSlAN)
Loe dos más famosos médicos de Granada ob-
servan su semblante, man-
dándole tisanas de virtuo-
sas yerbas.
£1 cadi de la mezquita
lee en voz alta una página
del Corán, en la que im-
primió el profeta los pre-
mios celestiales reserx'ados
al creyente. El emir, como
abismado en la sagrada lec-
tura, parece meditar, pero
á intervalos, y como si sus
ideas tuvieran otra causa,
levanta délñlmente la cabe-
za y pregunta:
— No ha vuelto todavía?
Un signo negativo es la
contestación de Aixa, y el
emir vuelvo de nuevo á en-
tornar los párpados.
Así pasa una hora sin
que interrumpa el silencio
de la estancia otro ruido
que el de la agitada respi-
ración de Alhamar y los
suspiros de sus angustia-
dos vasallos. De pronto
sordo rumor de voces se
escucha en la inmedia-
ta sala. Vuelve á abrir los
ojos el enfermo y dice á
Aixa:
— ¿Qué es eso?
Corre ésta á enterarse, y
al volver exclama:
— Es Sobej'a, que, des-
encajada y loca, quiere Ho-
gar á ti.
— Que pase, que pase, —
murmura Alhamar con tem-
bloroso acento.
Pocos instantes dcspué.s
está Sobeya junto al mori-
bundo; pero no es la Sobe-
ya de lánguidas pupilas y
(■al)ello de ébano. Sus lar-
gas trenzas se han tomado
lilancas, y sus dulces ojos
brillantes y extraviados.
Profundo estremecimiento
recorre el (iiirnn de Al-
hamar.
-¿Qué ... .„.., .^,.1.-
ya? ¿En dos lunas puede
• fectuarse esa trasforma-
ción ?
Poro ¡ay!, que al decir
esto se contempla asimismo pronto á atravesar
el jmente de Al-Ssirat, ose misterioso puente
tan ancho jiara el bueno como estrecho para el
malo, y munuura triste-mente:
— ¡Ah, sil ¡Yo también me he trasformado! Y
Azhnna,— sigue, dirigiéndose á Sobeya, — ¿dónde
í*stáV ¿í¿ué ha sido de él? Yo creí verle una no-
che en que, al fulgor de los luceros, brilló una
hoguera roja en uno de los picos de la Sierra de
Nieve. A los destellos de la lumbre me pareció
ver flotar su alljomoz blanco, casi confundido
con los copos de la sierra.
Una estridente carcajada es toda la respuesta
de la desdichada loca, que le alarga un papel
que oprime entre sus dedos. Lo coge Alhamar,
y con ardiente mano lo des<lobla. Un grito de
admiración se escapa do sus labios. Todos se
aproximan, y el emir les dice:
— Miradlo, mii-adlo: sólo Azhuna puede haber
hecho este dibujo. Alcázar de las perlas dice
encima, y debajo se destacan las habitaciones
que han de terminar este edificio. Es una aglo-
meración de nubes sobre espumas do mares; es
una lluvia de estrellas sobre un lecho do flores.
Este es el paraíso del profeta. ¡Oh! Ni él ni yo
ISLA DE LOS MERGOS
EN
COSTA DE GALES
lo veremos. El exti-avío
de esa mnJRr nos anun-
cia su fin: debía haberlo
adivinado al ver que el
mío se api-oxinia. Otros
levantarán el alcáza
maravilloso sobre estos
dibujos: sení espléndido,
grandioso; pero no como
latía en el cerebro do mi
artista, porque él ora el
genio de la Alhambra.
He visto su obra, y pue-
do morir tranquilo. La
voluntad de Alá nos unió
en la tierra, y olla nos ofrece
en el paraíso. ¡Oh, mi Granada! Alhamar y
Azhuna te hicieron grande : pide á Alá que re-
coja sus espíritus.
El emir espira. Todos los presentes so arrojan
sollozando sobre su cuerpo, mientras Sobeya,
lanzando horribles carcajadas, huye del palacio,
y entre los bosques de álamos que rodean á la
Alhambra se escucha su dulce voz que grita:
— ¡Espera! ¡Espera!
-^5^
GRANDES ALMACENES DEL
Printemps
Pídase
El rñAGNinCO ÁLBUM ILUSTRADO rcdac-
tailo en lispañol ó en Ki-aiicés, oncer-
ranüo 554 (jralxulos InéOilos de Ves-
tlilos, Coiifeccloiios, jM-liculos para
Si'ñoras, Trajes para Caballeras y Nlfios
ela, como lainhlen la nomencialura de
lüdiis los lojidos de Sederías, l.aiieriaiS,
Indianas, l'añerlas, Telas de liilo, ela,
Acia de salir á luz
Y une reniliinios GRATIS Y FRANCO h
quien nos la pida en caria frainjueada
dirijlda k
MM. JULES JALUZOT & C>E
A París
Se envían Igualmente gralls, las
nnueslras de todos Uis tejidos de com-
ponen los Ininenso.s .snriidos del I'UIN-
TUMl'S (Kspecincarnüs bien las clases y
precios).
casas de reexpedición en IRUN (Hs-
paña) y HENDAYA (Krancia).
Todo pedidlo, cuyo valor llegue íi
50 péselas, es expedido lihre ''e portes
conira deseiiiliolso, ó sea a pa^ar al
recii)ir la mercancía, A cualquier esla-
cion del l'orro-Carrll, mediante un
recarg.i <le ."i O/O sobre el tolal úc la fac-
tura ó Hbí-e de portea y de derechos de
aduana mediante el de 2:> O/il.
Nuestras Casas de reexpedición de
Irun y Ilendaya esl^n especialmente
encargadas de las formalidades de la
Aduana y do la reexpedición de los
bultos, que llegan siempre al punto do
destino sin necosiilad de que nuestros
parroquianos se cuiden de nada.
LOS GKAND.CS ALMACKNIÍS
DEL PmiWTEMPSDii parís
NO TIENEN SUCURSALES
ni en Francia, ni en España
6 'T'D
un mismo sitio
iHliní!TlíiCIÜ)l: Ort», 3fó-S67. baói leliut, ediUr.-RíMnadoi los ikreflioii de propiedad artíitica y liUraris. -Las reclamación»!! en Madrid, al representante de esta ca»a,D. Manuel Pía j Valor: ipodaca .10 ,2."
HK INSÉRTESE Ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL )*-$
tmttiMCiiimiro tipolitoorívico de La Ilustración Ibérioa : Cai,i,k dí Cortkb, k.°" 366 y .S67. — BARCKIX)NA
SEMANARIO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
'^^^A^
Año V
Barcelona 24 de diciembre de 1887
Núm. 260
1 jüLjiiLiiiiiMnsq«ww^W!m^nRp
MARÍA DE BORGOÑA JURANDO RESPETAR LOS DERECHOS DEL COMÚN DE BRUSELAS
(cuadro da Emilio Wauters) ,
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
SUMARIO
Ttxro.— Madrid. Carla* á mi prima; por Fern»naor.--Erpo-
tició» marUima nacional de Cádit. por IVítrociino (3c BUhí-
in»- - Silaetas borrofot, por Antonia Opisso. - .líadrtd
frirola. por J. F. Sanmartiu y Ajrilrre.— ,/'o6rf niAo' (poe-
íi«), por Tomás Camucho— .Ya/uro. por B. Morales San
'íiAiXln.— DefniHítit del niiiwr (poosla). por A. Schindlcr.-
KI pjntoiiirao y d <irí«u<di>mo. por U. Goniálpí Serrano.
- A'aeatrM fnbetdos- —El prisionero. Kptfodio» <ie la guerra
de la Indepemdeneia; por Ángel Coello de Torres.
OKASADua.- VarU de Boisoña Jnmndo respetar los dere-
cho» del común do Bruselas. —M Sadi-Camot, actunl pre-
sidente de la repúMica francesa. —Vidrieras del siglo xvf.
— lííM dramas de Shakespeare. — Palario tie iíecílenburíio
(Lomdret) El estudio. El aynilante general. Grupo de es-
talullas. Encuademaciones especiales Thackcray. Lady
s. ..li va. — Ctirso de pintura.— La lección del perro.— Fio-
ralia ( flestas á la diosa Flora).— Á orillas del Piiri - ('.•
mentarlos. —las cueras de Tenby ( País de Gales
M ADRI D
PskK'kikci 4 sai pxrim%
Terminan las se)!one3 de la Liga. — Hoyano. — El
general San Rom&n — Las vacacionea.-"La bru-
ja.--En las ventas del Espíritu Santo. -En la
cArcel modelo. -61,000 duros de limo8na.~LoB
banquetea.
tERIDi
déla]
7ERIDA Carmen: Han terminado las sesiones
i Liiga Agraria, y puedes decir á tu señor
padre, que tanto interés demuestra por eUas,
que podían haber terminado mejor... Vinieron
los mártires y los victimas de la agricultura con
el propósito de enseñar á los madrileños cómo
se aprovecha el tiempo, sin entregarse á las dis-
quisiciones impertinentes y á los arrebatos cla-
morosos de los oradores del Ateneo y de las
Cámaras... Así es que empezaron por fijar en
diez minutos la máxima duración de los discur-
so». Pues bien, muchos oradores, si el presi-
dente no les cierra la boca con la mano, están
perorando todavía.
Al.)U8o, en verdad, disculpable; porque labra-
dor hay que se ha pasado toda su vida lamen-
tando los errores ajenos y condoliéndose de no
poder esclarecer los temas agrícolas en cual-
quier congreso... y al encontrarse, inopinada-
mente, con una tribuna para declarar sus pen-
samientos, no encuentra modo de callarse sin
haber vaciado el saco por completo. En resu-
men, todos piden lo mismo: que el Estado haga
economías y que les ajrude. El presupuesto se
ha venido abajo, y por añadidura se necesita
dar á la agricultura más dinero. Excusado es
decirte que el mucho pedir excusa el dar, y que
el Gobierno so considera dichoso de que le pidan
demasiado... Sin embargo, es lo cierto que todas
las |>rovincias han, enviado numerosa represen-
tación y unido sus ayes en una protesta desor-
denada, pero inmensa; y algo habrá que hacer y
algo se hará...
Resumió el debate, por aclamación universal,
el Sr. Moj'ano, aquel famoso reaccionario de
áspera corteza y excelente fondo á quien ha dado
simpatías generales la terquedad política, que
no me atrevo á decir consecuencia. Es una espe-
cie de Ruiz Zorrilla del moderantismo; y como
no se ha retirado, sino que lo han retirado de
la escena sus amigos, es el más respetable de
nuestros fósiles. Y de aquí puede observarse que
el mercantilismo de los políticos ha llegado á
t.-í! [i'iTit'i, que basta que cualquiera de ellos
lidad para que le sean perdonados
-. para que se le deifique. El Sr.' Mo-
; ■' -■ : T;i por SUS ideas un pasado fu-
.. . ■ .I i;ui.-: jiopular, no obstante, que la ma-
yoría de los dem^Kiratas. La cualidad más rara
entre nuestros hombres políticos es el carácter.
La síntesis de su discurso fué que ningún país
'iebe gastar más dinero del que tiene: reflexión
íxtensiva, como comprenderás, á los simples
particulares.
En la víspera misma de ir á pronunciar un
discurso, cuando so consideraba lleno de vida y
más necesitaba do cllu, ha muerto una do las
figuras distinguidas de. nuestra sociedad: el te-
niente general D. Eduardo Fernández San Ro-
mán, á quien supongo conocías do vista. Perte-
necía á cierta clase militar que podríamos llamar
generales civiles. En sus primeros años, cuando
fué subalterno, se batió bien, como todos los ofi-
ciales que tienen pundonor; pero su educación,
sus gustes, las condiciones de su agradabilísima
figura, su don de gentes, sus aficiones literarias,
le llamaron luego al mundo de la conversación,
de los galanteos, del arte y de la política. Su
carrera fué muy rápida: á los treinta y cinco
años or:i general. Se afilió al partido moderado;
estudió las necesidades del ejército, su organi-
zación, su historia, y le consagró brillantes pá-
ginas. Si los generales de foscos bigotes y do
empolvado uniforme veían con entrecejo sus rá-
pidos progresos, no por eso dejaban de recono-
cor, en aquel atildado j' exquisito burócrata, gran
instrucción, gran talento, amorá la tropa y cons-
tante propósito do su engrandecimiento. Ha sido
director de iiifantería; ha desempeñado varias
capitanías generales; no quiso reconocer á don
Amadeo; creció grandemente en honores cuando
la restaurtieión; viejísimo como era, daba idea
de haber sido galán y galante en su juventud;
escribía libros y los poseía de raro valor y mérito;
poseía también inapreciables autógrafos... No
deja ningún vacio en la política: uno si en la
literatura militar. Yo le traté algo en casa de
María Buschental, centro de la sociedad anti-
gua, presente y venidera, no pudiendo resis-
tirme á la simpatía de su ingenio suave, su
cultísimo lenguaje y su distinción suprema.
El general ha legado á la Academia do la
Lengua un autógrafo de Cervantes: una carta
dirigida por el autor del Quijote al conde de
Lomos dándole gracias por una limosna. A la
Academia de la Historia le deja un autógrafo
de Cristóbal Colón. ¡Colón y Cervantes! ¡Dos
desgraciados para la vida: dos venturosos des-
pués de la muerte !
Ha empezado el fin de año, y todos nos preo-
cupamos de trabajar lo monos posible, porque
la tradición nos dice que en esta época tenemos
derecho á descansar. De esta opinión son, espe-
cialmente, los diputados y los estudiantes. Y
por cierto que unos y otros harían necesarias
profundas reformas en el Parlamento y en las
universidades, si aquí se investigase el espíritu
de las cosas en vez de seguir la rutina. Ni los
diputados ni los estudiantes me parecen muy
necesarios. Los primeros debían tener el derecho
de votar desde sus casas sin asistir á las discu-
siones; y los segundos pudieran muy bien excu-
sar su asistencia á las cátedras y quedarse on
sus pueblos, contestando desde allí, por tolégra-
,fo, á las preguntas de los e.\aininador((s. Ni hay
universidades ni hay parlamentos, en i-eajidad:
sólo hay los sitios en que dobieivi haberlos.
Ciertamente que es lo más cniel del mundo
traerse aquí con falsas promesas de ilustración
á la juventud de las provincias para que ella
no estudio más que la esgrima del paraguas en
compañía de las modistas, y la del taco del billar
al juego de la treinta y una y do carambolas.
Los muchachos, sin duda, quedan muy agrade-
cidos á la institución, como que, gracias á ella,
conocen la corte y todos sus agradables peligros;
mas las familias, que desde los pueblos les en-
vían el dinero recogido con tantos afanes, no
es de suponer queden satisfechas. En fin: ¿qué
no vale la Uusión del labrador que envía su
hijo á que busque en los libros la riqueza que
él ha sabido procurarse sin ellos? En la discu-
sión de la Asamblea de la Liga, se ha dicho mu-
cho bueno, sin duda; pero no se ha dicho que
el atraso de la agricultura se debo on parte á
que los mismos labradores la niegan á sus hijos:
el hijo del cosechero viene á estudiar medicina,
y el del labrador á estudiar derecho.
Los estudiantes se niegan á entrar en clase,
y los profesores, sólo por el buen parecer, no
lea dan la razón, j)ues saben que explicarles en
diciembre es explicación perdida... Ni ¿á qué
estudiar tampoco? Luego en quince días se
puedo ganar el curso. Yo recuerdo mis buenos
tiempos de estudiante y las angustias que pasó
cuando fui á oxaiuinarmo do matomáticas: tenía
yo la convicción do que no sabia ni dividir deci-
males, y el tribunal me dirigió preguntas capri-
chosas que hubiesen hecho palidecer al mismo
Arquimodos. Hub(í entonces do disculpai-mo do
contestar, manifestando que la majestad del tri-
bunal nio imponía. Salí afligido ]ior mi dosgacia-
poro el bedel me dijo luego: — i Está V. aproba;
do! — ^¡El tribunal premiaba mi timidez y mi
modestia !
Se ha estrenado, en el Teatro de la Zarzuela,
una en tres actos, letra do Ramos Carrión, mú-
sica de Chapí, la cual venía anunciada como un
acontecimiento literario y musical. En realidad,
despojada de sus pretensiones, es una zarzuela
do gracioso que hace reir al buen pueblo. El se-
ñor Chapí ha querido manifestar sus condicio-
nes de compositor serio; ofrecernos un argu-
mento más en favor do la ópera española.
Pasemos de la ficción á la realidad nueva-
mente. Anteayer, on uno de los merenderos de
las ventas del Espíritu Santo, se verificó un do-
ble suicidio. Cierto joven acababa de caer sol-
dado, y so lo había manifestado á su novia, di-
ciéndole que debían separarse y que dudaba él
de que fuese constante á su amor mientras él
estuviese en el servicio. Tanta fué su insisten-
cia en la duda, que su novia lo propuso que se
mataran los dos. El llevaba una ])istola do dos
cañones en el bolsillo: disparó un tiro on la sien
á su novia, y luego volvió la pistola contra su
pocho. La muchacha quedó muerta, y él graví-
simamonto herido. Podrán los varones cristia-
nos y do ánimo entero encontrai' risible esto
suicidio, diciendo que no os valor sino siin¡)loza
matarse do tal modo; poro ello os que la genera-
lidad do las gentes leen con profunda emoción
estas historias. Es humanitario, sin duda, com-
batir ol suicidio con el ridículo; poro los senti-
mientos se imponen siempre, y aparecerá divi-
nizado siempre para la mtiltitud quien se (luita
la vida por amor, quien la pierdo por el honor,
por la gloria, por la patria y por otros ideales
que, como ideales, no son, si so analizan, más
quo ilusiones. La pasión no so combate con pa-
labras, ni gacetillas duras, que ni siento siquie-
ra quien las escribe: á la pasión so lo deja libro
el camino como á la locura; sin elogio, pero con
piedad y lágrimas. Los que han íimado alguna
vez, han entrevisto la posibilidad del crimen y
del suicidio: ol amor va seguido de txídos los bie-
nes y de todos los males. La figura del quinto
no es simpática on este suceso ; pero lo os y lo
será siempre la de ella, quo profiere morir á
vivir sospechada. Yo no sé por qué hemos de
reimos en la realidad de lo que tan furiosamen-
te aplaudimos en el teatro. Por lo demás, no creo
que esta pareja tonga muchos imitadores : estas
simplezas salen muy caras. Así, pues, ya quo no
arrojemos flores sobre estos cadáveres, cubrá-
moslos con un paño negro en señal de respeto.
Otra noticia que parece arrancada al reper-
torio de las novelas de folletín. Parece imposible
quo un preso de la cárcel modelo intento esca-
par si no por medio del soborno: tal es la cár-
cel y de tal modo so encuentra guardado. Pues
no señor: uno de ellos ha estado para realizar su
intento. Había empezado por separar algunos
ladriüos do la ventana con objeto de separar
fácilmente los hierros. Del esterillo colocado
bajo el colchón había tejido una cuerda de lü me-
tros; del palanganero había hecho un gancho,
y de los alambres de los timbres y madera do las
rinconeras otros útiles para escalar los muros
de los patios. Fué sorprendido momentos antes
de la fuga. Un pensamiento constante y todas
las facultades del alma y del cuerpo consagrados
á realizarlo pueden mucho; y, después de todo,
se ve que los reclusos necesitan dedicarse á
cualquier cosa en su soledad. Algunos se entre-
tienen en contar el número de sus pasos en con-
tinuo ir y venir; otros cazan arañas y las domes-
tican; otros ilustran ratones y conejos; algunos
se dedican á trabajos tan com[)licados como in-
útiles. ¿No es, por lo tanto, más práctico que in-
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
819
viertan eso tiempo, esa paciencia, en prepararse
lo que más ansian, la libertad?
En la Carrera de San Jerónimo, delante de la
casa de la marquesa de Miratlores, suele haber
gran número de carruajes, á ciertas horas, que
indican se reúne allí la sociedad. En efecto: aUl
se han reunido muchas damas para tratar de
asuntos referentes á la peregrinación á Roma.
Dichas señoras han reunido 51,000 duros y se
los han enviado al papa. El papa es, por su mi-
nisterio, el rey de los pobres. Es una limosna
digna de un rey.
Se abusa de los banquetes: detrás del cele-
brado en honor de Villodas viene el de Luna,
cuyo cuadro del Senado, Jja batalla de Lepanto,
pasa desapercibido. A todo éxito, ya merecido,
ya no logrado, le sigue un reclamo de cierto nú-
mero de cubiertos.
Bien es cierto que estos reclamos son el bello
ideal del género; pues son agradables, útiles,
ruidosos y los impone á la modestia de un autor
el entusiasmo de los amigos.
Tuyo,
Fernán FLOR
"T"
Con feliz é-xito se verificó el 5 del corriente
la botadura al agua de la cañonera construida
en el arsenal civil del Sr. Wolgemuth, cuyo
establecimiento hace ciertamente honor á Bar-
celona.
Dicha cañonera mide 24 metros de eslora en
la flotación, 3'90 manga fuera cuadernas y 2' 10
puntal. El casco está enteramente construido de
plancha de acoro Martin Siemens galvanizada;
dividida en cinco compartimentos estancos; lleva
doble fondo celular y pañol de municiones con
cubierta metálica estanca. Llevará una máquina
de triple expansión, la primera do este sistema
construida en España, de la fuerza de 350 ca-
ballos indicados.
La caldera es de tipo locomotora modificado
j)or la casa Wolgemuth, con regreso de llama
y aparato tubular calentador de agua do alimen-
tación. Está construida con plancha de acero;
lleva tubos de latón y ha sido ensayada á
18 atmósferas, debiendo trabajar á la presión
de 10'5. El andar de la cañonera, .según con-
trato, será de 13 i|2 millas con tiro forzado, que
se obtiene por medio de un poderoso venti-
lador.
Este buque montará un cañón de acero de
9 centímetros y llevará veinte hombres de trijju-
lación.
Felicitamos al ingeniero Sr. Wolgemuth, que
ha acreditado una vez más la importancia de su
establecimiento, del cual han salido ya impor-
tantísimas obras.
mmiW Mi^ÍTiM\ HAC'ONAL DE CÁDIZ
Los siete pabellones radiales que avanzan ha-
cia el mar en forma de barcos enclavados en la
orilla, y cuya disposición nuestros lectores re-
cordarán sin duda (pues La Ilustración tuvo
la atención de ofrecerles grabado, en el centro
de uno de mis artículos, del plano de desplaza-
miento que, para mayor comprensión de mis in-
dicaciones, remití á su ilustrado editor), puede
decirse que son los que constituyen en realidad
la Exposición Marítima, pues en su mayoría es-
tán destinados á la marina y objetos que con el
mar se relacionan.
El armazón de estos pabellones es de hierro;
y aunque su forma no revela diferencias esen-
ciales en el si.stema, al cual se ajusta todo el
plan de construcción, tienen de novedad la pe-
queña península saliente al mar, á la cual da
acceso la puerta con que termina el pabellón,
abierta hacia el pequeño mirador que imita, á lo
lejos y sin detalles, la proa de un barco.
Nada hay que decir de su decorado. Estos pa-
bellones no tienen otro que las instalaciones en
ellos colocadas: la misma ligereza de materiales,
idéntica soltura de líneas, iguales recursos de
construcción forman todos los edificios que ve-
nimos describiendo.
La unidad del proyecto no permite la varie-
dad en los detalles, y excepto la mayor ó menor
elegancia del adorao, según el destino que se
haya dado al local, no cambia en ninguno de
ellos el sistema gracioso, libre, adecuado y ligero,
que tanto puede recordar el género arábigo en
sus esbeltas pilastras, calados frisos y airosas
cúpulas, como reflejar la fantasía de nuestra
época, en que, sin someterse á un género, toma
lo más bello de cada uno para satisfacer su ca-
prichoso afán de innovaciones.
Bueno es consignar, para significar el triunfo
de la voluntad sobre la Naturaleza, que el terre-
no en que asientan estos pabellones sus fuertes
M. SADI-CARNOT
ACTUAL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA FRANCESA
(Según fotografla de M. P. Anthony et Compagnle de París)
cimientos ha sido robado al mar, asi como la
bella plaza de la Marina, que les sirve de' ves-
tíbulo.
El largo de estos pabellones es de 30 metros,
10 de ancho y 11 de alto.
El primero de estos pabellones está dedicado
á la exposición délos objetos que la humanitaria
Sociedad de Salvamento de Naufragio acumula
para llevar á cabo, en un caso dado, su humani-
taria obra.
No son muchos los objetos, ni nada de ex-
traordinario hay en ellos; pero tienen tan alto
fin, que no»atraen para observarlos con cuidado
y recordarlos con la veneración que inspira todo
■aquello que al bien se consagra.
Un bote salvavidas, construido en Londres
con fondos de la testamentaria del caritativo pa-
tricio Diego F. Montañés, que lleva este nombre;
herramientas, cabos, remos, timones, lanzaca-
bos, carro para trasladar estos objetos y un li-
gero esquife inglés, llenan este pabellón, con otro
bote salvavidas de gran mérito, según los inte-
ligentes, que ha construido con elementos pro-
pios el Centro Obrero de San Femando; el cual
ha demostrado, en las pruebas á que ha sido so-
metido en la dársena, que es insumergible, re-
uniendo las condiciones, esenciales para su utUi- (Se conduirA)
dad, de conservarse estable después de tener la
cubierta inundada de agua por los golpes de mar
6 por la tempestad, de serle fácil y rápida la
evacuación del agua embarcada, y de levantarse
espontáneamente y volver á su primitiva posi-
ción, sin deterioro algjnno, cuando las olas lo
hundan entro los remolinos de su furia.
Sabido es que estos botes, cuyo solo nomlire
de salvavidas es de resonancias simpáticas en
el fondo de todo corazón caritativo, no so lanzan
al mar sino cuando el peligro amenaza y la exis-
tencia do los náufragos se halla en peligro.
Para llenar su cometido han de reunir condi-
ciones excepcionales de resistencia y ligereza;
para lo cual hay que adoptar sistemas distintos
á los que se siguen en los otros barcos.
Las cajas do aire comprimido y de corcho des-
menuzado con que se ocu-
, pan sus huecos, 6 sea el
I volumen libre desde la
cubierta á la regala, son,
al mismo tiempo que ele-
mento de flotación para
los casos ya indicados,
sostén del náufrago ó ma-
rinero en el momento de
zozobrar el bote y en tan-
to que se repone á su es-
tado.
El Centro Obrero de
San Femando ha sido
premiado con verdadera
justicia por este trabajo,
que denota sus estudios y
conocimientos en la ma-
teria.
El segundo de estos
edificios está destinado á
los objetos de pesca, y
contiene curiosos ejem-
plares de redes, anzuelos,
aparejos, palangres, bo-
yas, nasas, y cuanto cons-
tituye un elemento para
la industria pesquera, tan
descuidada desgraciada-
mente en nuestra penín-
sula; sin que los inteli-
gentes encuentren aUl
grandes novedades ni im-
portantes mejoras.
Hay un modelo de al-
madraba que ocupa mu-
cho sitio y vale poco, á
pesar de la nimiedad de
sus detalles.
Más novedad tiene el
modelo del barco vivero,
que será estudiado con
interés el día en que los
españoles se decidan á
explotar la riqueza de sus mares cultivando la
ostricultura y piscicultura: mina de oro que la
indolencia del pueblo y la desconfianza de las
clases ricas deja improductiva.
Es éste uno de los pabeüones más interesan-
tes bajo el punto de vista de la utUidad práctica;
pues, si bien no ofrece revelaciones, contiene
enseñanzas para la pesca que son muy dignas
de estudio.
Completan su instalación ejemplares de tor-
tugas, esponjas; todo el periodo embrionario del
salmón en frascos perfectamente preparados,
así como varios mariscos completos ó en frag-
mentos; huevos de carey; modelos de fábricas de
salazón y conservas; libros que tratan de la le-
gislación é industria sobre la pesca, con otras
mil curiosidades que con ella se relacionan; for-
mando una rica exhibición que ha debido ser es-
tudiada con afán por los que á ella se dedican,
si es que nuestro pueblo prefiere la enseñanza á
la rutina; cosa que no está muy clara y probada
todavía.
El tercero de los radiales está destinado á
modelos de buques, aparatos, armas, máquinas
y objetos de Filipinas.
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822
La ilustración ibérica
SILUETAS BORROSAS
El afiu i ^^7 uioa á su término; se apioximu
su última hora; un paso más que avance ya no
le deja tiempo para recordar su historia, porque
la vida se le habrá escapado de entre las manos.
Sus días han trascurrido en medio do la indife-
rencia general: le vamos A perder, y damos en
recordar lo que vale lo que perdemos; y es que
la última hora es el momento de los prodigios;
sus minutos valen más que años enteros; sus se-
gundos se nos antojan eternidades de luz.
una nueva producción del insigne autor de O lo-
cura ó santidad parece devolverle la vida, comu-
nicarle nuevo aliento y vigor; pero las esperanzas
ceden pronto y los resultados demuestran que
las obras del Sr. Echegaray producen á nuestra
decadente escena el efecto de una pila eléctrica
aplicada á un cuerpo paralitico: al influjo de la
corriente los miembros parecen recobrar su fle-
xibilidad y vigor; pero, apenas ésta se corta, ol
cuerpo cae mAs extenuado cuanto más violenta
fué la sacudida que le consiguió reanimar.
¿A qué tal fenómeno? ¿Nos faltan autores?
No. Para regocijo de las letras viven el ilustre
autor del Drama Nuem y los Sres. Núñez de
Arce y Echega-
PALACIO DE MECKLENBURCO (LONDRES)
ray. ¿Nos faltan
actores? Tampo-
co. Con una ab-
negación digna
del mejor elogio
los Sres. Calvo y
Vico, con los ac-
tores de sus res-
¡)ectivas compa-
ñías, formaron
un cuadi'O acaba-
do, digno de ac-
tuar como actua-
ba, en el clásico
y hoy ruinoso
teatro de la calle
del Principe.
¿Por qué, pues,
el público se re-
trae? ¿Por qiié
no escriben los
autores? ¿Por
qué muere el tea-
tro de la muerte
más triste que le
es dado, esto es.
EL ESTUDIO
Los acontecimientos más culminantes del año
que espira, j'a sólo se reflejan como siluetas bo-
rrosas prontas á hundirse y á ser olvidadas para
siempre: han pertenecido al orden pacífico y no
han dejado huella de su paso.
Se han celebrado diversas exposiciones. La
trienal de Bellas Artes ha sido regidar; la de flo-
ricultura, como de flores, de belleza y oportuni-
dad momentáneas; la filipina un pasatiempo va-
riado y agradable por la novedad, pero de nin-
gún resultado práctico ni positivo, que es lo que
hay que buscar en esta clase de exposiciones.
Los productos filipinos tienen poca aplicación
en nuestro país, si se exceptúa el abacá, que se
ha ensayado con feliz éxito en algunas embar-
caciones. Los filipinos se surten, por lo regular,
de productos del Japón y de la India inglesa, y,
desde hace pocos años, de productos europeos.
Sus frutos y maderas sí que podrían competir
ventajosamente con los que producen las Anti-
llas; pero el subido precio que ha alcanzado el
giro del archipiélago sobre las plazas de Europa
dificulta toda operación y hace imposible la
prosperidad de aíjuellas apartadas provincias.
Entre el sinnúmero de obras nuevas literarias
que se han publicado, hay algunas de subido
mérito é indiscutible valor; pero en medio de
ese noble y brillante alarde de la fuerza intelec-
tual descuella una nota triste, desconsoladora,
que viene á convertir en realidad lo que era un
vago temor es la que corresponde al teatro na-
cional. El que por su brillante pasado debería
ocupar el sitio más eminente y marchar á la van-
guardia de las letras, es el que queda vencido y
rezagado, el que desfallece á cada nuevo esfuer-
zo que intenta. De vez en cuando el estreno de
EL .AYUDANTE GENERAL
entre la in-
diferencia
general ?
¿Por qué los
saineteros y
traductores
son hoy los
únicos cam-
peones de la
escena? ¡Sai-
neteros y
traductores!
Ni podían
venir á más
los unos, ni
á descender
á menos la
otra. Digna
08 de prefe-
rente atención esta circunstancia; y cuando pró-
ximamente se reúnan los señores académicos de
la Española para dar cumplimiento al bondadoso
deseo de S. M. la reina Regento, al examinar
las obras estrenadas este año, ante las vacieda-
des y soserías que entre lo poco bueno que juz-
guen enconttarán, no estaría de más que, velando
cual deben por el buen nombre de nuestra lite-
ratura, buscaran las causas de la decadencia del
teatro nacional y los medios para devolverle su
perdido esplendor.
Cádiz ha celebrado su exposición; y aunque
sus autores la denominaron marítima, han figu-
rado en ella, además de artefactos marítimos,
diversos ramos de las artes y la industria. De-
bido á la iniciativa deD."* Patrocinio do Biedma,
celebró lia propia ciudad un Congreso dedicado
á la infancia; asunto simpático y digno de las
generosas idoa.s de la distinguida escritora que
lo organizó. Finalmente, Madrid, con motivo del
Congreso Literario últimamente celebrado en la
viUa y corto, ha recibido la visita de yarias no-
tabilidades extranjeras. Nuestras eminencias
literarias recibieron á sus Iméf-pedes con la hi-
dalguía y esplendidez que les es habitual: los
extranjeros, en cambio, al volver á sus respecti-
vas naciones, han hablado y escrito de España
con la fidelidad que los extranjeros suelen ha-
cerlo. Mr. Ulbach, particularmente, os el que se
ha revelado mejor enterado.
Otros acontecimientos de orden más secun-
dario han alternado con los que acabamos de in-
dicar. Unidos forman un conjunto iVío y desco-
lorido, incapaces de prestar asunto ni interés á
una revista; lo que nos obliga ú buscar fuera de
casa lo que en la propia nos falta.
El jubileo de la reina Victoria de Inglaterra
fué el suceso culminante de mayo último. Difí-
cilmente monarca alguno vio i-eunido en trrno
suyo cortejo igual de testas coronadas y prínci-
pes, que á porfía la agasajaron con espléndidos
presentes. Londres recordará siempre las fiestas
del jubileo de su reina; no precisamente por la
ostentosa magnificencia en ollas desplegada, sino
por un fenómeno muyextraordinaiio en el Reino
Unido: aquellos días hizo sol. Dejó la reina
momentáneamente sus tocas de viuda, y el cielo
disolvió sus eternas nubes: ambos se mostraron
con esplendorosas coronas, de pedrerías la una
y de luz el otro, para engalanarse; los dos se hi-
cieron violencia. Al i-ecobrar sus oscuras galas se
sintieron felices, porque volvieron á su centro.
Enera el jubileo de la coronación de la men-
cionada soberana la nota más brillante del año
si sus esplendores no palidecieran comparados
con los preparativos que vienen haciéndose para
celebrar el do Su Santidad. No son sólo los
reyes, sino el mundo entero el que manda sus
dones al Vaticano^ para demos-
trar su adhesión al soberano
pontífice. La exposición que se
organiza en Roma será notable
bajo todos conceptos, no sólo
por la cantidad, sino por el va-
lor de los objetos en ella ateso-
rados. Cuanio puede desear y
pedir la más refinada exigencia,
tendrá en ella cabida. Encajes,
piedras preciosas, cuadros y es-
culturas, armas de todas las
épocas, objetos de arte de todas
clases, caballos y leones (pre-
sente del sultán ) , vestiduras
eclesiásticas recamadas do oro,
cruces de metales diversos, cin-
tas bordadas, libros primorosa-
mente encuadernados y labores
de exquisito mérito, estarán ex-
puestos en las galerías al efecto
construidas. Esta exposición
será un imevo aliciente para vi-
sitar la Ciudad Eterna, que á
los atractivos naturales que po-
see podrá añadir ol que le ofre-
ce la universal piedad. La fies-
ta del jubileo sacerdotal de
León XIII se celebrará el día
de la Circuncisión del Señor: el
Será la puerta de oro que abrirá
l.o de enero,
paso al año 1888.
Alemania no ha dado juego este año, y mejor
es así.
¡Erancia!... Francia, siempre la misma, lleva
en su corazón una herida muy sangrienta; y la
más leve contrariedad, el incidente más insig-
nificante, le arranca un ¡ayl de dolor, un grito
de desesperación; lo produce una de esas crisis
que ponen en peligro la existencia. El negocio
de unas cuantas cruces la ha sacado de quicio:
¡quién sabe si presintió que se le habían sustraído
mapas ó planos de sus defensas! Ello es que por
un incidente secundario y falto de importancia
ha logrado poner en conmoción á Europa en-
tera. El honorable Mr. Grevy so ha visto pre-
cisado á dimitir. Su yerno resultaba más ó me-
LA ILIIRTRArTON TTÍF.:i{Tí'A
nos comprometido en el épouvantable ajf'airc, y la
opinión pública reclamaba que ol presidente
rompiese toda relación con el ciüpable. ¡Exigen-
cia vana! Mr. Grovy ama, ante todo y Sobre todo,
á su hija Alicia: por ella se ha sacrificado ante
sus electores; sólo por ella ha dimitido del pri-
mer puesto do la nación. Dejar el hermoso pala-
cio del Elíseo; despojarse de su alta investidura;
sentir la ingratitud de les amigos de la víspera;
comprometer la fama de una vida acrisolada en
los últimos año.s do la existencia: todo, todo lo
había comprendido Mr. Grevy y se había sentido
con fuerza y valor para soportarlo. Privarse un
día de la compañía de su hija es lo que no había
comprendido el ex presidente; es lo único que no
había tenido ánimo para ensayar.
Grevy, más que un gran político, es un gran
hombre de bien. En el retiro de su palacio de
la avenida de lena, ó en su hermoso castillo de
Mont-sous-Vaudrey, cuando los recuerdos de los
últimos sucesos amarguen su pacifica existencia,
el único lenitivo que le calmará será la idea de
haber cumplido cual lo hubiera hecho el mejor
de los padres.
Grevy debe admirar, pero no debe compren-
der, á Guzmán el Bueno.
Antonia Opisso
El doctor Garrido fué, duraulí; algún tiempo, el
hombre do moda do Madrid. Los periódicos fes-
tivos reproducían su caricatura; las cuaj-tas pla-
nas de los serios so llenaban por completo con
los anuncios de su farmacia; los («scolares le acla-
maban públicamente á la salida do los toros.
V^erídicamente hablando, pocos personajes polí-
ticos han logrado ovaciones como las de que ol
doctor era objeto, ni conseguido una populaiidad
más extraordinaria. Pero su estrella, como la do
todos los grandes hombres, debía un día eclip-
sarse. El j)ueblo de Madrid, veleidoso por natu-
raleza, fué cansándose de aquel juguete que le
habla entretenido dixrante algún tiempo, y trató
de reemplazarlo con otro nue-
vo. Esta decepción, hija de la
frivolidad madrileña, lejos de
perjudicar al doctor,
redundó en su bene-
ficio, porque lo que ^'
perdió en
popula-
ridad lo
éxito posible. Y es ponjue en Madrid, por más
que la moda procuro extranjerizar las costum-
bres do nuestra aristocracia, los tipo» popula-
res gustan á todo el mundo. Tal vez esto sea
otra fase de la frivolidad que critico. Cuando s'
estrenó La Gran Vía no hubo casa en que w
hallara eco la caución de la protagonista. L •
pobre chica fué cantada lo mismo ou el boudoir
que en la boardilla: sobro todo, entro las coci
ñeras tuvo gran resonancia. Con razón califií ■
discretamente, la ingeniosa pluma do Fcmanfloi
á la popular zarzuela, de nmrselksa de las criada.--
Pero muy pronto, entre el frivolo público (1<
Madrid, se inició una reacción que quiero hacer
MADRID FRIVOLO
Generalmente tachamos á los
franceses de frivolos; y, sin em-
bargo, después que el de París,
no conozco yo pueblo más frivolo
que el madrileño-.
Y al decir pueblo no me refiero
á la última clase social de la po-
blación, sino al conjunto de ésta,
empezando por el primer título
de Castilla y concluyendo en el
último barrendero, sin eliminar,
por supuesto, á la bui'guesa clase
media.
Bien estudiadas, todas las cla-
ses que comprende la inmensa
población de Madrid resultan fri-
volas.
Usando de la gráfica frase de
Enrique Gaspar, Madrid es un
niTio grande al que hay que entre-
tener con juguetes para satisfa-
cer sus momentáneos caprichos,
y que, como á los niños mimados,
es ])reciso renovárselos oportuna-
mente, á fin do evitar que, al can-
sarse de los que le entretienen, en
un instante de mal humor no aca-
be por romperlos.
De aquí el que Madrid saque
de la nada personas y cosas para
ponerlas un día en moda, y luego
hundirlas otra vez en la nada, de
donde nunca debieron salir.
No exagero.
Todos ustedes recuerdan la inmensa popula-
ridad que en poco tiempo alcanzó años atrás el
doctor Garrido. ¿Quién era el doctor? Para los
hombres de ciencia un charlatán que, á fuerza de
anunciar en los periódicos los específicos de su
fai-macia, trataba de evidenciarse poniendo la
medicina en ridículo; para el vulgo un loco de
atar, á quien no so debía hacer ningún caso; para
los positivistas un sprit-fort, un verdadero hom-
bre práctico, que, convencido de que la publicidad
es el alma del .siglo xix, desechando preocupa-
ciones de clase, se atrevía á prodigarse bombos
públicamente, con el objeto de llamar la atención
y crearse una clientela.
Para un pueblo frivolo como el de Madrid el
caso era tan nuevo, tan original, que el descono-
cido doctor, recién llegado desde un oscuro rin-
cón de provincia al centro de la cultura española
como un redentor de la humanidad doliente, as-
cendió á la categoría de las celebridades, por
más que su celebridad tuviese mucho de cómica.
ganó en crédito. Dejó
de ser un personaje de
relumbrón, para conver-
tirse, ante el público
sensato, en lo que nun-
ca dejó de ser desde que
abrió su botica: un far-
macéiitico más del res-
petable gremio de la
corte. El Madrid frivo-
lo olvidó á su ídolo para
sustituirlo por el perro Paco, doTia Baldomera,
los apóstoles, la Lolilla y otros personajes de este
jaez, puestos en moda por la prensa periódica,
que, aunque parezca mentira, destina en sus co-
lumnas un lugar preferente á estas cosas super-
ficiales. Los desahuciados, al parecer, no han
olvidado al doctor, que continúa, según la frase
que se ha hecho popular, siempre en su farmacia,
repartiendo la salud á cambio do billetes de
banco.
En el orden de las cosas frivolas que entre-
tienen al pueblo de Madrid, hoy le toca el turno
á los ratas. Cuando los autores de La Gran Vía
escribieron esta popularísima zarzuela, nunca
pudieron soñar el éxito colosal que había de ob-
tener. El secreto de este éxito, aparte de la lige-
reza de la música, que se presta á ser cantada
por labios populares, más que en el argumento
de la obra, que no existe, estriba en los tipos
madrilems que en ella aparecen. Supriman us-
tedes del libro la Menegilda y los ratas, y no hay
PALACIO DE MECKLENBURGO
(LONDRES)
GRUPO DE ESTATUITAS
notar. La Menegilda, que tanto éxito había al-
canzado, hasta el punto de que su imagen fuese
reproducida en revistas y hojas callejeras, quedó
relegada á segundo lugar: los ratas ocuparon el
suyo. Bastó que ciertos jóvenes de buen tono
aceptasen por disfraz, ol pasado Carnaval, los
trajes de los típicos tomadores, para que su po-
pularidad fuese en aumento. Desde entonces los
ratas (y no hablo ahora de los que ejercen libre-
mente su industria en los sitios públicos) se ven
en todas partes. Hay ratas de hiscuit en los es-
caparates de los bazares de objetos artísticos,
ratas ceniceros, ratas rompecabezas, un perió-
dico político titulado Los Ratas, una novela con
el mismo titulo; sin contar el inmenso número
de ratas que pueden ver ustedes si tienen la pa-
ciencia de fijarse en las revistas cómicas ilus-
tradas con monos, en muchas de las cuales se
destacan las negras siluetas de los cacos sobre
el fondo blanco del papel, como un cebo para
pescar compradores. No se puede llevar miis allá
la exageración ni el colmo de la frivolidad. Los
extranjeros que nos juzguen por e.stas exterio-
ridades ridiculas nos creerán infxmdadamente
un pueblo de timadores.
He nombrado las revistas cómicas, y en nada
tanto como en estas publicaciones se demuestra
la frivolidad de Madrid. Vergonzoso es decirlo:
mientras la prensa científica arrastra una lán-
CURSO DE PINTL
(guacliíi de E. Ravel)
s-j«
r.A ILUSTRACIÓN IBÉRICA
guida existencia 6 vi\* de las subvenciones oti-
ciales, la festiva se nuiltiplica hasta el infinito,
debido al espiritu de imitación que reina de un
modo imperioso on las costumbi-cs nu\drileñas.
Y, al censurar esto, no piensen ustedes que yo
condeno en absoluto esto género de revistas,
que, como t»Klas las cosas, en la medida de lo
justo tieneo su i^azón de ser. Lo que critico es el
abuso que de ellas se hace, contribuyendo en
gran manera á que la juventud se apasione i>or
las cosas frivolas en perjuicio de las serias y
trascondentides parj\ el por\'enir do nuestro país.
Desde que el peregrino ingenio de ilanuel Ma-
toses fundó El Hundo Cómico, hasta las horas
presentes, seria larga la lista de los semanarios
que, cortados con el mismo patrón, han apare-
cido, y que se sostienen con más 6 menos éxito.
De ellos uno sigue las buenas tradiciones del
primitivo: el que, con la colaboración de los me-
jorcitos autores en el
género, dirige Sinesio
Delgado. Totlos uste-
des conocen su título:
iladriii Cómico.
Lo mismo que de la
prensa cómica debo de-
cir de la que á si mi.s-
ma se llama iliístradn
porque adorna sus pá-
ginas con láminas de
pésimo gusto. No le
l>asta al Madrid frivo-
lo el que los periódicos
noticieros reseñen dia-
riamente con sus pelos
y señales ocurrencias
ó cosas más ó menos
dignas de ser conoci-
das. Necesita más: que
el grabado acuda en
ayuda del texto para
tener una idea más
exacta de los sucesos.
¡Trabajo perdido! En
esta clase de láminas
la verdad nunca apa-
rece. Los modestos ar-
tistas que las dibujan
se han trazado una nor-
ma para todos los su-
cesos que tienen el en-
cargo de ilustrar, y de
ella no hay quien los
saque. ¿Se trata de un
crimen cometido en
Valencia ? Pues con
dibujar al asesino vis-
tiendo blancos zara-
güelles (camalels) sa-
lón del paso. El criminal os un valenciano, y, por
más que esta prenda de vestir esté en completo
desuso en el antiguo reino de Valencia, hay que
presentarlo con el traje típico del país. Si en vez
de valenciano es un catalán, nada más fácil: con
unos calzones cortos que ajusten á la rodilla y
un gorro de lana llenan el expediente. Nos que-
jamos los españoles de que los franceses nos
presenten en caricatura cuando tratan de cos-
tumbres y usos de nuestro país, y, no obstante,
pasamos [)or alto el que entre nosotros existan
personas tan candidas ó frivolas que no com-
j)rendan, 6 no quieran comprender, que los di-
bujantes de dichas publicaciones las hacen co-
mulgar con ruedas de molino. Pero f;qué extraño
i-.^ esto cuando en la Puerta del Sol, los días de
corrida, venden los chicuelos como pan bendito
la hoja extraordinaria con los nombres y retratos
i\i: Lis toros que .se han de lidiar por la tarde?
Cen.-iuro á Madrid, no por espíritu provincial,
sino pftrque, como esymñol, me duele que la ca-
pital de la nación sea presa de la anemia moral
que revelan las frivolidades que he puesto de
relieve }• que van tomando carta de naturaleza
en algunas provincias. Sin embargo, cuando re-
cnerdo que el Madrid frivolo, objeto de mi sátira,
es el Madrid caritativo, que presta socorros para
atender á las víctimas de los terremotos é inun-
daciones; el Madrid patriótico, que protesta no-
blemente como un solo liombic i-uaiulo el ex-
tranjero trata de arrebatarnos, con nuestra honra,
un jíedazo de nuestro suelo; el Madrid generoso
y noble, que impi'ovisa ruidosas manifestaciones
para imploi-ar de los poderos del Estado la vida
del brigadiej N'illacamjja; pienso (jno el pueblo
que consoiva todas esas grandes virtudes, aun
da pruebas de virilidad, y estil, por lo tanto, lla-
mado á realizar grandes hechos dignos de los
muy heroicos ([uo registra en su historia.
Por supuesto, si estas demostraciones no son
nuevas fases de su frivolidad.
Porque en este caso exclamaré como Dante:
Lascinte ogni speranzn.
J. F. S.\NM.\UTÍN Y AíiUIRRK
"•3p-
PALACIO
ENCU
DE MECKLENBURGO (LONDRES)
ADERNACIONES ESPECIALES;
¡POBRE NIÑO!
Solo, triste y harapiento,
por una callo marchaba,
y sti manita alargaba
cuando con débil acento
la caridad imploraba.
Un hombre rico pasó
muy deprisa, muy deprisa:
el niño, así que le vio,
un ochavo lo pidió
con hechicera sonrisa.
y aunque caso no lo hacía,
el niño tras él seguía,
y con lastimero grito:
— jUn ochavo! — repetía; —
¡un ochavo, señorito! —
El rico, al ver, enfadado,
que el niño sigue pidiendo,
le rechaza do su lado,
y el infeliz, resignado,
aléjase sonriendo...
¡Pobre víctima inocente
de alguna pasión mundana!
Hoy es ángel sonriente:
mañana... tal vez mañana
será infame delincuente.
Pues, criado en la vagancia
desde la más tierna infancia,
sin padi-os, sin protectores,
será su misma ignorancia
la causa de sus errores.
Y perderá la dulzura
de su angelical sonrisa,
recorriendo, en su locura,
del vicio la senda impura
muy deprisa, miay doprisa.
Tomás Camamio
NATURA
I
El cielo, limpio de nubes, ostentaba toda la
belleza de su infinito azul. Sólo en occidente
algunas difusas manchas envolvían y mitigaban
al ardiente sol, como mitigase potente luz ence-
rrada en una bomba de cristal mate.
La campiña, magnifica, luciendo sus galas
con excesiva plenitud, como las lucen los vege-
tales en fecundo agosto. Acá y acullá blancas
alquerías y lindos pueblecillos unidos por torren-
tes de arbolado y cascadas de verdor. Estrechas
cintas de agua culebrean en el fondo de las ace-
quias, orladas de revueltas brozas, sencillas
plantas y alguna flor silvestre que cabecea al
soplo del ligero vientecillo, como manteniendo
mvido departimiento, expresado por misteriosos
balanceos, con su hermana la simple campanilla,
que asoma entre las violetas que coronan la ori-
lla opuesta. Barbechos que aguardan la mano
del rústico; huertas recién sembradas; campos
húmedos aún por el último riego; ordenadas
plantaciones de frutales; viveros dibujados con
todo el arte y la paciencia del tostado campesi-
no; piramidales montones de coloreados frutos
al pie del árbol que antes los sustentara y ense-
ñara en sus ramas y entre sus hojas, como ata-
viada lugareña muestra sus rústicos encantos;
original espantajo puesto por la previsión del
labriego para juego de las menudas aves; espa-
ciosas granjas y pintorescos caseríos, rodeados
de copudos álamos cuya colosal estatura y os-
curo color resalta del verde vivo de las hortali-
zas; son otros tantos trazos del cuadro.
En el fondo la ciudad, con sus torres y cam-
panarios, sus chimeneas y stis altos edificios. En
un extremo una gallarda encina confunde su
silueta con la cúpula de una lejana iglesia. Más
allá aparece recostada sobre el brumoso cielo de
occidente la áspera cordillera que rodea al valle
formado por la vega que divide el río deslizán-
dose por la llanura. Una inmensa cadena de
pueblos se extiende desdo el norte hasta unirse
con la ciudad en el último término, dejando á
un lado el grandioso monasterio que á la dere-
cha de nuestro dibujo se alza majestuoso; baña-
do todo, el campo y la ciudad, los pequeños
bosques y alquerías, huertas y sembrados, por
impalpables átomos do oro que derrama con su
luz el lánguido sol, al par que infinita poesía.
Hundido en esta dorada bruma, adivinase un
pequeño lugar por el escueto campanario ó his-
tórica torre que asoman su cabeza en aquel her-
moso natifragio de la Naturaleza en el océano
de la poesía.
Limitan el paisaje, por el norte, indistinta
aglomeración de huertos de es[)léndido follaje,
tras los que asoma histórico castillo asentado en
las cumbres de unos montes; por el sur, á no
estar cubierto por cenicientos nubarrones amon-
tonados en informes masas, vanguardia sin duda
de recia tempestad, veríanse adelantar sobro el
mar los peñascos del cabo; á nuestras espaldas
el mar, extendido en ancha faja de movible
líquido que refleja el platísado de escamoso pez,
ó el azulado fondo de submarina gruta, i-efugio
de graciosa ondina. La playa sigue las ondula-
ciones del mar, estrechándose al pasar entre un
montón de barracas y casuchas plantadas capri-
chosamente por una
tribu de pescadores.
Unas barcas de pes-
ca vienen presurosas
á la playa. Eran el res-
to de las que antes del
día corrieron al mar á
robarle una porción de
sus viscosos habitan-
tes, y, terminada su
faena formaban en
desigual linea, hundi-
da su quilla en la hú-
meda arena, donde
acudían á morir en al-
borotada cascada de
espuma, ó en quieto
remanso, las azules
ondas.
II
La niebla, que en- palacio
vuelve como áurea DE mecklenburgo
gasa al efervescente thackeray
planeta, pierdo su bri-
llantez, tornándose
más densa, más opaca. Los objetos absorben
el iris que los circunda, y el cielo se oscure-
ce, tomando un pesado tinte plomizo. El sol
ya no derrama luz y colores en nuestra paleta.
Las nubes que nos ocultaban un extremo del
paisaje ascienden pausadamente, empujadas por
otras más amenazadoras y feas, corriéndose
sobre el cielo como una oscura cortina. Cambia
la dirección del viento, soplando enormes boca-
nadas caldeadas en los hornos de los espacios
celestes, seguidas de una compacta masa de va-
pores de colosal dimensión y terrible color inde-
finible, trazando contornos diabólicos, despro-
porcionadas figuras y lineas espantosas, cam-
biando y pasando del matiz rojo al gris, y al
amarillo, y al ceniza; avanza el aquelarre con
gigantesca velocidad, y barre todo montón de
nubes. Parecía aquello un desplome celeste que
fuera á inundar la tierra y al paisaje descrito,
hermoso aún con sus oscuros y tristes tonos.
Una columna de aire (visible por el polvo que
arrastra y por las tremendas bofetadas que re-
parte, en su carrera veloz, á los altos árboles y
á las techumbres de los edificios) se levanta
furiosa en devastador huracán en donde giran,
barajándose, hojas... leves partículas... átomos...
seres invisibles y microscópicos, que, agitándose
convulsos en el espacio, son trasportados á in-
conmensurables distancias en aquel viaje origi-
nal. Troncha aquel torbellino de extraños giros
cuanto á su paso aparece; lánzase sobre la playa
y se extiende sobre el mar, cuyas aguas tran-
quilas se agitan hasta desatarse en revueltas
oleadas que se desmenuzan con sus violentos
choques; intérnase, húndese en alta mar el tem-
poral, y deja un cielo negro y espeso... Una
gruesa gota se marca con redonda mancha en
la caldeada tierra, que la absorbe rápida. Cae
otra con sonoro golpe sobre la lustrosa hoja de
un nogal; y luego otra... hasta que se rompen
los nudos que sujetan á fortisimo aguacero y
tremenda granizada. Lejano tableteo anuncia la
venida de las eléctricas nubes; un débil relám-
pago precede á remoto trueno. Cae más espesa
el agua. Los árboles se agitan con fuerza, como
enorme gigante se sacudiera su mojada melena,
enmarañada por el viento y la lluvia. El grani-
zo, que menudea, y los relámpagos más encen-
didos, se hacen dueños de los espacios. Brilla
un rayo, abriéndose veloz paso entre masas de
agua y vapores, y parte á un joven arbusto, que
cae sobre la carbonizada arena. Se precipita en
el turbio mar una exhalación, mientras corren
otras señalando curvas y quebradas líneas, como
ígneas grietas en que ae abriera el cielo. Los
disformes vegetales se inclinan y levantan fu-
riosos queriendo romper las tenazas que sujetan
LA n.USTRACION IBÉRICA
sus i-aíces á la tierra, que tiembla y se estro
mece como aviso do un próximo estallido del
planeta. Culebrea un rayo sobre parda nube,
como colosal látigo de fuego cuyo chasquido re-
china en los oídos de los asustados habitantes
del valle, que contemplan la tormenta con hú-
medos ojos y trémulos labios, elevando sin duda,
con el pensamiento, una plegaria á las infinitas
alturas.
III
Asi estuvo la Naturaleza enojada largas ho-
ras, enseñando la divina sublimidad á través
de su tormentosa crisis.
Luego... disminuye por grados insensibles al
vendaval. No azota la Uuvia tan recio. El núcleo
de la borrasca se aleja y desaparece en el mar
como por enorme escotillón. Palidecen los ruidos
y los reflejos eléctricos, que de vez en cuando
iluminan con vistoso color rosáceo una gran
mancha gris levantada sobre las aguas, última
huella de la tempestad. Contesta un proñuido
murmullo á cada cambio de color. El agua so
esparce en casi invisible lluvia. El cielo queda
cubierto de sucios celajes acumulados capricho-
samente, brillando entre sus groseras soldaduras
un trozo de clarísimo azul.
El abochornado sol yace en su ocaso, arropado
con negruzcas nubes. Las montañas del fondo
se borran del paisaje y desaparecen con los últi-
mos señales del día. Precipítanse las sombras
arrastrando sus largas vestiduras de espesos
pliegues desde el oriente, y con ellas la noche,
huyendo, sin duda. Je la tormenta que por allí
caminara. Los árboles y los irregulares edifi-
.H27
i:.l illa, ij... . ,M[M /.ii luiuiDNoy u«tí.\iant<;, aca-
ba en fría noche.
Oyense los silbidos do una bandada de acuá-
ticas aves que pasan á grande altura, retomando
á los nidos que abandonaron mcidrosas, en las
cercanas lagunas, al ¡.riinor indicio del fiero tur-
bión.
Coagúlanse Ioh sombras y se extingue todo
signo de vida.
B. MoiíALKs San Martín
-1?-
DEFmiCIÓN DEL AMOR
Es el amor un sueño de ventura;
es mentido ideal que desvanece ;
es un engaño que verdad parece;
es brilladora luz que poco dura.
Es un vértigo dulce que depui-a ;
es ilusión que el desengaño ofrece ;
es filtro que consume y enloquece;
es origen fatal de desventura.
Es un fuego que agosta nuestra frente ;
es esperanza que la dicha inquieta;
es un edén que el corazón adora.
Es bien que sólo finge nuestra mente;
es un delirio que al dolor sujeta;
es... un recuerdo por que el alma llora.
A. SCHINDLER
palacio de mecklenburgo (LONDRES
LADY SODIVA
cios fingen oscuras siluetas de enormes seres
que en solitaria ronda recorren los campos, ya
dormidos en el regazo de la noche. Si Natura,
en este momento, encendiera una de sus miste-
riosas luces, las flores y plantas, el abundante
follaje del arbusto y la esparcida hojarasca, apa-
recieran cuajados de luminosos brillantes y en-
garzados en cristalinos rubís, cuyas varias com-
binaciones y quebradas de luz dieran fantástico
aspecto á aquella nocturna visión...
El mar aun so rebulle en continuo mugido, y
fresca brisa orea el paisaje, lanzando lejos la
menuda lluvia.
IV
Atraviesa los montones de negras tintas que
manchan la alta bóveda, la amortiguada luz de
algún astro.
EL PLATONISMO
Y EL
ARISTOTELISMO
No se concibe hoj'
hombre culto, sea la
que quiera la rama del
arte ó de la ciencia
que merezca su prefe-
rencia, si no ■ ha em-
prendido una larga pe-
regrinación intelectual
á la culta Grecia. Fue-
ra fácil señalar, desde
los comienzos de la
ciencia y de la filoso-
fía moderna hasta sus
manifestaciones noví-
simas, cómo y por qué
procedimientos la sus-
tancia intelectual del
saber griego nutre y
vivifica el pensamiento
contemporáneo. En
todo el mundo culto
representan Platón y
Aristóteles el pasado
del espíritu humano de
que está lleno el pre-
sente, sin que sea óbice, para hallar latente en
el saber novísimo la influencia de ambos, la su-
perficial consideración histórica que ha estima-
do antitéticas las direcciones de Platón y Aris-
tóteles.
Platón y Aristóteles se completan; y ambos,
unidos á su incomparable maestro Sócrates,
constituyen el siglo de oro de la filosofía griega.
Y que se completan y no se oponen ó bifurcan
cual si fueran dos ríos que, naciendo de fuente
común, corrieran por cauces diferentes, se com-
prueba observando únicamente el génesis y pro-
ceso de sus doctrinas fundamentales, que ponen
de relieve su parentesco íntimo.
Sócrates es el primero que ha profe.sado la
doctrina de que toda ciencia y toda actividad
moral (idénticas para él en su origen y en su
término, equiparando por tal razón el virtuoso 3'
UA LECCIÓN DEL PERRO. (Tun.lro de M. RaMIHEZ, cxislchle un el .\fnseo Kaeional de rintnra.)
Üiliiijo de P. y Valor
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u.
83(t
LA ILUSTUACIÜN IBLUICA
el 8ab¡o>, deben proceder del conoamiento de lo
MHiirrsfi/ ^principio iniis expresamente formu-
lado después por sus discípulos cuando afir-
maban: XiilUí Jluriorum scientia); exiponeia que
se esforzó en cumplir por medio del método epa-
gógico ^wluciendo con la Mayéntica la verdad del
ejeR-icio del pensamiento).
Ifnial convicción sirve de punto de partida á
la dialéctica platónica, donde lo univei-sal cons-
tituye el asunto inmediato de la intuición obje-
tiva ^'idea^. Si Sócratí-s había afirmado que úni-
camente el conocimiento del concepto constituye
la ciencia verdadera (psicolof^ía del sistema),
Platón dice que la ¡dea (ó el ser del concepto)
es el único ser real y verdadero (ontologia del
sistema).
Aristóteles es, en el fondo, fiel á este princi-
pio, aunque combata la teoría platónica de las
ideas. Pam Aristóteles también la forma ó el
concepto es la realidad de las cosiis: la forma
siempre el mismo sentido aplicadas á pensadores
distintos y á épocas diferentes, no se puede des-
conocer que si Ajistóteles combate la teoría pla-
tónica de las ideas es precisamente entendiendo
que las ideas no pueden ser verdaderaníento lo
sustancial y lo real si se conciben separadas de
las cosas. Contra aquella opuesta representación
hay que afirmar con Lango que Aristóteles con-
serva una estrecha dependencia del sistema pla-
i tónico, y que el aristotelismo, sin hablar de sus
j internas contradicciones, uno A la apariencia,
sólo á la apariencia del empirismo, todas las
faltas de la concepción soeráticoplatónica; faltas
que alteran en su origen la indagación empírica,
como en parte lo reconocen Trendelenbourg y
Encken, neoaiistotólicos alemanes.
Después de exponer sus doctrinas filosóficas,
cuidó Aristóteles de sistematizar todas las cien-
cias en su tiempo existentes, buscando en la
diversidad do lo que existe la unidad y estabi-
aqueUa misma savia doctrinal. Teniendo en
cuenta estas consideraciones, y sin exagerar la
distinción innegable entre la dialéctica y el or-
ganon, como lo hace Vaclierot, se concibe fácil-
mente que dentro de "cierto límite y grado so
puedo afirmar que es Aristóteles un Platón in-
vertido.
U. GoNZ.ú.EZ Seuu.\no
-r
NUESTROS GRABADOS
A ORILLAS DEL DART
pura, la forma en si y para si, el acto primero
y más perfecto, el del pensamiento, la inteli-
gencia, libre de todo objeto exterior y concen-
trada en sí misma, es el sfer absolutamente real
(lógica del sistema).
íx> que distingue á Aristóteles de Platón
(cuya distinción se ha convertido precipitada-
mente en o[)Osición total) es únicamente su opi-
nión acerca de la relación de la forma intelectual
con el fenómeno sensible y con lo que existe en
el fondo de los fenómenos como substratum ó
materia. Según Platón, la idea separada de las
cosa.s existe por sí, y la materia de las cosas,
extraña á las ideas, está desprovista de realidad
(constituye el no ser), y sólo la obtiene por su
participaíúón de las ideas. Inversamente para
Aristóteles la forma está en las cosas mismas,
en cuanto el elemento material posee cierta pre-
disposición para recibir la forma, resultando que
la materia (el no-ser de Platón) constituye la
fjosiljilidad del ser. Materia y forma tienen el
mismo contenido, pero de dos maneras diferen-
tes. Aunque en este punto concreto la doctrina
p<¡ripatética contradice la teoría de las ideas de
Platón, Aristóteles permanece fiel al principio
general de la filosofía de sus maestros Sócrates
y Platón, y entiende con ellos que la ciencia
verdadera no puede ser más que la ciencia de
las ideas.
Debe cesar, pues, la preocupación de algunos
comentadores cuando afirman que Platón es el
representante del idealismo n priori, y Aristó-
teles del procetlimiento empírico a posterv/ri;
porque, aparte de que las palabras no tienen
lidad que Platón concebía fuera de las cosas y
en la contemplación de las ideas. Aristóteles se
atenía al saber de su tiempo, y estaba conven-
cido de que con aquel saber bastaba para j-esolver
toda cuestión. Precisamente porque Aristóteles
tenía una concepción del mundo tan exclusiva,
porque se movía con tanta seguridad en el
círculo estrecho que se había trazado, pudo sor
preferentemente el maestro y guía de filosofía
de la edad media, mientras que los tiempos mo-
dernos, con tendencias al progreso y á la inno-
vación, han tenido que romper el yugo y las
trabas de su sistema.
Más conservador que Platón y Sócrates, Aris-
tóteles se cohonesta mejor con la tradición, con
la opinión del vulgo, con las ideas consagradas
por el lenguaje, siendo el filósofo siempre prefe-
rido en las esc\ielas y más comentado por los
instintos conservadores. Así se ha podido decir
con razón, del plat/)ní.smo, que había ¡ireparado
las vías á la moral cristiana y al dogma, sin que
gloria igual pueda atribuirse á Aristóteles; y si
más tarde, en la edad media, la Europa lo ha
aceptado como maestro, no ha pensado más que
en preguntarlo la forma según la cual debía
aprender y estudiar.
Platón ha sido siempre un iniciador y un guia,
según prueba la misma doctrina de San Agus-
tín. Aristí^teles, conocido después, ha sido utili-
zado para dar forma á rosiiltados ya obtenidos:
representii, pues, el primero, la savia doctrinal
que del helenismo se asimila la dogmática cris-
tiana; y el se.ginido la dirección formalista con
que se extiende, en la catolización del mundo,
MAItlA DK IlOKtJONA JUKANDO RKSl'KTAn l.ns ]>I':|ÍKC1!<)S DKL
COMÚN DK KHr.SKI.AS
Cxíadro de Emilio Wautcrs
Es uno de los dos frescos que en nuestro número anterior
dijimos habla pintado AVauters para la Escalera de lo» leoites
del Hotel de Ville de Bruselas.
Respecto al asunto del cuadro,
diremos que María de Ilorgoña, hija
de Carlos el Temerario, fué la espo-
sa del emperador de Alemania Ma-
ximiliano de Austria, y abiiela, por
lo tanto, de nuestro gran Carlos V.
Tan pobre era el buen Maximiliano
• que, cuando se casó, Maria tuvo qtie
comprarle vestidos nuevos para que
se presentara con decencia.
M. .SABI-CARNOT, ACTUAL rRKSIDKNTK
DR I.A REPÚBLICA FHANCKSA
^eiliin folnfjrnfia de }f. P. Anthony
el i'onipaiinie
Ifi, buiílevard Moiüiiia^trc
Ks esa, al decir suyo, la mejor fo-
tografía que se ha hecho de M. Car-
nnt; y ahora, viniendo á este, nos
limitaremos á manifestar que supo-
nemos enterados á nuestros amables
lectores de la l>iograffft que del nue-
vo presidente han traído todos los
jícriódicos.
VIDKIEKAS DKI, .SIOI.O XVI
Al hablar de vidrieras del .si-
glo XVI, entiéndese que se trata p<ir
excelencia de las que pintaron los fla-
mencos; los cuales, recogiendo la
tradición gótica, llevaron su arte al
más alto punto de esplendor que al-
canzó en el Kenacimiento, realizan-
do inmensos progresos respecto á
sus antecesores.
La inílucncia de jlos flamencos se
dejó sentir en Italia, entre cuyos pintores do vidrios figura
Boticelli, autor de In« vidrieras de la Cartuja de Florencia
a.sí como en Francia, viéndose hennosas vidrieras de colo-
res, en la catedral de Kuan, inspiradas en el gusto de los ar-
tistas de los Países P.ajos.
Kn Alemania puede decirse que había comunidad de
gusto con Flandcs, y asi lo demuestran las obras que se ad-
miran en diversas capitales; dando en este número, como
una de las más notables, la que se admira en el ]>ahicio de
San Jorge de Hannover.
LOS DRAMAS PE .SHAKESPEARE
EL l'KlSCirE ENBIQUE Y POIN.S
Un cuarto en la taberna de la Cabeza del o'o
/■;nnV;«í.- Bergante, Falstaff y los demás ladrones están
ahí llamando. ¿Te parece si varaos a divertirnos?
Poín«.— Yalo creo: como unos crickelH, muchacho. Pero
dime: ¿qué género de broma es eso que estás haciendo con
el mozo de la taberna?
(Kl rey Enrique IV, acto H, escena IV)
ENHIQIIE V y CATALINA BE FRANCIA
Troyes. -Una cámara del palacio del rey de Francia
í;nrí(/«e.— Bella y bellísima Catalina: i querríais dispensar
á un soldado la gracia de enseñarle palabras que sean dignas
de penetrar en el oído de una dama, y de defender ante su
gentil corazón la causa de su amor?
CaínKna.— Vuestra majestad se burlará de mi, sin duda;
pero yo no sé hablar inglés.
Enrique. — \0\\, bella Catalina! Si queréis amarme sólida
mente con vuestro corazón francés, feliz sería al oíros con-
fesar vuestro amor en lengua inglesa Incorrecta. ¡Do yon
llke me, Catalina ?
Catalina. ^Pardonnez-moy: yo no piíedo decir lo que es
eso íle like me.
(El rey Enrique V, acto II, escena V)
LA ILUSTRACIÓN IBEKICA
PALACIO DK MKCKLENIIUKGO: LONDBKS
Dijimos ya que este palacio lleno de preciosidades perte-
necía hoy al opulento capitalista mejicano Sr. Sala. En
el presente número pueden verse diversas reproducciones
de las obras de arte que hay alli acumuladas : una estatua
de Thackeray, el bien conocido autor del Libro de los .Snofts,
por Mr. Bobera; ricas encuademaciones, el estudio, esta-
tuitas, etc., etc. El at/udanle pencral es un hurcait que
realiza la última palabra en materia á facilidad para clasi-
ficar y guardar papeles; mueble envidiable ciertamente para
más de cuatro.
CURSO DB PINTURA
Guacha de E. Ravel
i Véase cuántas marinera»! Lo que hay es que quizás nin-
puna de ellas serla capaz do rivalizar con el autor en punto
á emborronar i)apel, porque miren Vds. que hacer una
guacha con semejante asunto es empeño más que arduo; y,
sin embargo, no cabe mayor brillantez que la que se admira
en el desempeño de esa obra.
LA LRCCIÓN DEL PERRO
Cuadro de N. Ramírez, existente en el Museo Nacional de
Pintura. — Dibujo de P. y Valor
Recomiéndase este cuadro por sus concienzudas condi-
ciones técnicas, ya que no por la importancia del asunto,
por^más que no deja de ser muy ingeniosa la idea que ha
informado la obra. Hoy ese género de asuntos ha pasado á
ser moneda corriente, y puede decirse que la materia esta
apurada ya.
EXPOSICIÓN NACIONAL DE BELLAS ARTES DE 1887
FLORALIA (FIESTAS A LA DIOSA FLORA)
Cuadro de D. A. Reina Manescau (medalla de tercera clase)
Dibujo de P. y Valor
íle aquí en qué términos se expresa el Sr. Giner de los
Ríos (D. II.) respecto á este lienzo: -En conjunto agrada la
escena clásica descrita por el pintor malagueño con tanto
cariño como minuciosidad; pero cuando se examina deteni-
damente la obra, saltan á la contemplación algunos lunares,
entre los que descuella la falta de seguridad en ejecutar el
pensamiento. Con efecto: el menos observador puede notar
la indecisión con que el discípulo del Sr. Martínez Vega co-
loca las figuras, vacilando antes de decidirse. So adivinan
estas dudas por las incorrecciones del dibujo y el temor con
que están tratadas algunas tintas. Por lo demás, aunque
alguien más exigente marcaría errores de perspectiva, no
debe amontonarse tanto 'pero en lienzo de tan indiscutible
mérito. El mayor encanto de Floralia es la poesía que res-
pira la acción de las mujeres que ofrecen los clásicos hime-
neos & la diosa, y la hermosura y elegancia del grupo de las
que se aproximan al ara. Una observación, para concluir, que
hacemos todos los profanos y que no he hallado desmentida
en la Exposición: no hay un solo tapiz, en ningún cuadro, en
que no haya tropezado alguno de los personajes, dejando su
correspondiente arruga, su correspondiente boquilla y su
correspondiente doblez.-
A ORILLAS DEL DART
Pocos pueblos habrá que hagan tanto caso de sus ríos
como la nebulosa Albión, donde no parece sino que se cree
todavía que las orillas de sus Táraesis, Dartes y Avons están
pobladas de ondinas y dríadas. La verdad es, sin embargo,
que la mayor parte de ellos son muy poéticos; lo cual, dada
la pasión que sienten los ingleses por las bellezas naturales,
hace que se comprenda su afición. Entre los ríos más^ cele-
brados figura el Dart, en el Devonshlre, al cual llaman los
britanos el Rhin inglés.
COUENTABIOS
El asunto es tan original como simpático, siendo un bo-
nito estudio de costumbres populares. Nada más natural que
el interesante coloquio que sostienen los dos arrapiezos, muy
engolfados en disquisiciones acerca del verdadero sentido
del carlelón, revelando con ello su marcada preferencia por
las bellas letras.
LAS CUEVAS DE TENBV, PAÍS DE HALES
Tenby es una ciudad lindísima, la mejor situada de__todo
el país de Gales, aunque muy decaída de su antiguo esplen-
dor. Consérvanse todavía los restos de un antiguo castillo.
Son notables las cuevas marinas de su costa. Pertenece al
condado de Pembroke, al sur del principado.
-^-
EL PRISIONERO
EPJHOUIO UB LA CUEUKA DK LA INDEPENDENCIA
I
El día 28 ác. junio de 1814 amaneció esplen-
dente y magnífico.
Los primerizos rayos del candente sol, for-
mando en el horizonte una ancha faja do fuego,
empezaban á disipar la bruma cenicienta quo
envolvía los viejos torreones do Tarragona.
El campo, que pocos meses antes tanta san-
gre había tragado, sonreía ahora ostentando los
dulcísimos placeres de una naturaleza sosegada
y feliz.
Apenas habrían pasado dos meses desde que
la paz reinaba en España.
La guerra de la Independencia, la epopeya de
nuestro siglo, había terminado completamente.
Ya el último de los generales de Napoleón
había traspuesto el Pirineo; ya no quedaba en
mo indescriptible desde la Corunn hasta Gerona,
desde San Sebastián á Cádiz.
11
En la mailaiia del citado día, dos jóvenes do
veinte á veinticinco años, do gallarda figura, y
cuyo porte demostraba la clase acomo<la(Jaá quo
pertenecían, paseaban por la orilla derecha del
Francoli, como sumidos en honda meditación.
Se echaba de ver en arabos una tristeza, al
par que tranquila, profunda.
De pronto uno de ellos, al pasar por cierto
recodo que forma la misma orilla, y como ú
COMEN TARIOS
territorio español ni un solo soldado extranjero.
¡Nuestra desgraciada y hambrienta nación
respiraba al fin libremente!
Jamás se prepararon abrazos más cordiales;
jamás el patriotismo se dispuso á estallar por
medio de más espontáneas demostraciones.
El esforzado guerrillero abandonaba las armas
y se dedicaba de nuevo á sus trabajos cotidia-
nos, consolándose de haber perdido á padres,
hijos y hermanos con tal de haber defendido y
conservado el pais en que les vio nacer y morir.
Los templos, tanto tiempo profanados, se
abrían de nuevo á los fieles para dar gracias á
Dios por la victoria y conmemorar santamente
los difuntos.
Los cánticos populares estremecían otra vez
el viento.
Todo era, en fin, patético alborozo y entusias-
1,500 metros de Tarragona, se quitó el sombre-
ro religiosamente y se santiguó.
— Por fuerza aquí ha debido suceder alguna
desgracia, — dijo interrumpiéndole el que le
acompañaba.
— ¿Cómo? ¡Til sabes...!
— No sé más sino que te he sorprendido mur-
murando una oración, y esto me demuestra quo
este sitio ha debido serte fatal.
— No te equivocas, .¡ni buen amigo. Esas va-
gas ondas son mudos testigos... ¡Dios les tendrá,
sin duda alguna, al lado de los mártires y de lo.-;
héroes!...
—La mañana está hermosa, y est« sitio me
parece ameno y muy á propósito para que des-
cansemos de nuestro paseo y me relates lo ocii
rrido aqtü.
— No tengo inconveniente, en darte á conocer
832
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
los ponneuorps de la triste escena (q«& hoy pi"e-
cisainent*» hace ti-es años tuvo lu{íar\ auiKjne te
|)reveiijri> que son dfiíulolt' domasiaJo foroz...
— Ya sabes lo triste qvto fué parív nuestra que-
rida Tai-ragona el 28 lie junio de ISll. Bien
presentas teiienios en nuestra ¡uinfí'"iK^'it'>» l!>«
ciaste como yo; no jjudiste ajueciar todo el ho-
rror de la toma de nuestra ciudad.
No viste morir en tliez lioi'as r),(KKI ciudadanos
indefensos, r),0(H) víctimas que ya no podían de-
fender ni el hogar, ni la vida, ni la honra...
No viste á la soldadesca desenfrenada, en su
horrible embriague^í de vino y sangre, pasear
enhiestos, en las puntas d(! sus bayonetas, á los
tiernos infantes, arrancados villanamente del
])echo de sus madres... No viste A las débiles
mujei'cs sufi'ir los más atroces y viles idtraj((S...
No viste el saqueo y profanación de nuestros
templos..; ¡No viste, en fin, tres días do luto y
de horror!
AN(jKL CoKLLü IJE TOKKES
(Se concluirá)
LAS CUEVAS DE TENBY PAÍS DE GALES
— No imjiorta: quiero Hal)erlos.
— Pues escucha y estremécete.
Y, traH una breve pausa, empez/j su narración
llf'J Tllfldít Kl (riIlCTlíí''
escenas que, hasta ayer puede decirs(^, se suce-
dieron sin interrupción: escenas de inconcebible
barVjarie. Sin endtargo, tú te hallabas jirisionoro
desde el asalto del 4 de mavo y no las ))resen-
gránoes alhiácenís del
Printemps
Pídase
El MAGNIFICO ALBU/H ILUSTRADO redac-
tado en Kspañol ó en Francés, encer-
raiido 554 ui-ahados Inédlios de Ves-
tidos, Coureccloties, Artículos para
Sonoras, Trajes para Caballeros y Niños
ela. como laiiiDlen la nonienclaliira de
lodüs los lejidiis de Sederías, Lanerías,
Indianas, l'añerlas, Telas de lulo, eta,
ela; que
Aeaba de salir á luz
Y que remitimos B^A TIS Y FRANCO a
quien nos la pida en carta franqueada
dirljiíla íi
MM. JULES JALUZOT i 0'^
á Paria
Se envían Igualmente gratis, las
muestras de todos los tejidos de com-
ponen uis Inuiensos surtidos del l'HlN-
TE.Ml'S (lisiiecincarnos bien las clases y
precios;).
Casas de reexpedición en IRUN (Es-
paña) y HENDAYA (ITancla).
Todo pedido, cuyo valor llegue á
50 pesetas, es expedido Ubre <le vortes
conlra desembolso, ó sea A payar al
recibir la uK^rcancla, k cualquier esta-
ción del Ferro-Carril, mediante un
recargcp de 5 0/0 sobre el lolai de la fac-
tura ó libra d» portas y de derecho» d«
aduana luodlante el de 2a 0/0.
Nuestras Casas de reexpedición de
irun y llendaya están especialmente
encargadas de las formalidades de la
Aduana y de la reexpedición de los
bultos, que llegan siempre ai punió de
destino .sin necesidad de que nuestros
parroquianos se cuiden de nada.
LOS GKANDIÍS ALMACENES
DKL PZIIIVITEIVIPS »ll PARÍS
NO TIENEN SUCURSALES
ni ea Francia, ni en España
ii)ll.\líiTI¡UIO.H: tifiiM. ;i6.>367. Banói loiiiiiu, «ütflr.-Rmrvadííii Ion díTMhoii de propiedad arlíiilita j literaria. -Las reciaDiatiitiitiii en Madrid, al rcpresentank de csla casa,D. Manuel Pía j Valor: Ipodaca, 10, 2.°
->. INSÉRTESE Ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL )hS- '■
EsTABiJtciHiKNTU TiroLiTOORÁJ'ico DI La nustraoión Ibórioa: Callx di Cobtks, n.<" 366 y 367. — BABCBLONA
brííí^.x
SEMANARIO CIENTÍFICO. LITERARIO Y ARTÍSTICO
Año V
Barcelona 31 de diciembre de 1887
Núm. 261
ADVERTENCIA.— Cumpliendo lo ofrecido á nuestros suscritores, recibirán con el Jiresente número la magnífica oleografía Conversión del
duque de Gandía, copia del admirable cuadro del Sr. Moreno Carbonero, premiado con primera medalla en la penúltima Exposición Nacional de
Bellas Artes. Nuestros favorecedores podrán convencerse de que el obseqviio que les hacemos es digno de ellos, habiendo procurado pot nuestra
parte que el traliajo salido de nuestros talleres nada tuviese que envidiar á lo mejor que se hace, no ya en España, sino en el extranjero.
ESTUDIO DE PAISAJE DE INVIERNO
834
LA ILUSTRACIÓN LBERIOA
SUMARIO
Tuto.— ifodrU. Carta» d mi prima; por Fernanflor.— MU
eanUtra (poesía), por Enrique TTexas.—Ezpotieión marí-
tima aaooNoI de Oidiz (conclusiAn), por ratroclnio de
Biedma. — ¿«furo». Paut Bourget : <u última novela (con-
closlAn); por Cluln— Pregunta (poesía), por Manuel del
Palacio.— wi un cigarro (poesía), por A. Schindler.--Vufí-
in* gnútadot—EX priríonero. Kpitodio* de la guerra de la
IndepcndoKia (conclusión); por Augel Coello de Torres.
GCikaADOs.- Estudio de paisaje de invlemo.— San Francisco
de Sales.— Basílica de San I\>dro en Roma. -Marina. —
Santa Cbantal (Juana Freniyot , baronesa de Rabutin
Chantal).— Madame de Sevifmé.— Margarita.— Z.o)!fl pas-
tera, comedia de Fleteher.— Como guttéit, comedia de Sha-
kespeare.—La llegada de la carroza. — Terminada la faena.
—La catedral de Lnneburgo.
MADRI D
€«it^»o 4 s%i piíixm,«k
última carta
fCERiDA Carmen: Supongo que esta, ini iil-
tima carta de año y última también de
nuestra correspondencia, t« encontrará en París
to<lavia. Te en\'ío, pues, con ella, mi felicitación
de Pascuas, sin perjuicio de reiterarla cuando
lleguéis á esta corte. «Año nuevo, vida nueva.»
Seguramente que para ti ha de ser verdad el
refrán, puesto que, al cambiar París por Madrid,
cambiarás de cuanto constituyen las necesida-
des y los gustos de la eicistencia.
Llegarás á Madrid en la época en que nuestra
ciudad ofrece im aspecto de animación extraor-
dinaria. Al concluirse el año parece que todos
nos apresuramos á gozar, como si temiésemos
que se nos concluyese también la -viád..
Los fríos, retrasados, vienen crueles, y muchos
que se disponían á brindar en el banquete de
Navidad han sentido helarse la voz en sus la-
bios. Gran número de muertes súbitas han lle-
nado de espanto el dichoso hogar de las familias.
Entre los que han muerto de esta manera
recordamos á Chao, nombre que tiene simpático
encanto para todos los que éramos jóvenes hace
veinte años. Es el nombre de un esforzado, cons-
tante y honradísimo luchador de la democracia.
Nadie ha discutido el mérito de Chao como es-
critor, ni su lealtad como político: no ha dejado
antipatías ni odios, y no sólo su partido y sus
amigos, sino todos los menos liberales, le han
llorado como suyo. Era ejemplo de esos escasos
hombres políticos que no fundan sus medros en
el advenimiento al poder de sus correligiona-
rios, sino en el trabajo personal y en su activi-
dad, útil á su país más que á ellos mismos. Ha
sido fundador de gran número de revistas y pe-
riódicos, trabajando en ellos infatigablemente
para difundir el espíritu de la revolución. Poco
antes de morir daba sus instrucciones para la
publicación del nuevo periódico republicano La
Justicia, que aparecerá el L» de enero próximo.
Eduardo Chao había sido ministro de Fomen-
to. Su modestia era sincera, de esas tan de ver-
dad que todo el mundo respeta. Ayer tarde sus
amigos acompañaron su cadáver al cementerio
civil del Este, en el cual se le ha dado tierra,
respetando asi las ideas de toda su vida.
Puesto que los cronistas nos vemos obligados
á pasar sin transición de los asuntos tristes á
los asuntos alegres, escojamos algunos que, sin
tener tristeza, puedan tener simpatía. Ayer se
reunieron gran número de personas distinguidas
de la sociedad en casa de una hermosísima se-
ñora, la cual les había invitado para un te, que
ella denominaba «el te de los juguetes.» Le daba
este nombre porque todo el vasto y magnífico
salón estaba lleno de juguetes regalados á la
dama, ó comprados por ella, para los niños po-
bres. En esta época del año en que los opulentos
de la tierra buscan para sus hijos no sólo aque-
llos manjares y golosinas más exquisitos, sino
los recreos de los ojos y del espíritu más inge-
niosos y complicados, el hijo del pobre no suele
tener, entre sxis dedos j-ertos, ni pan ni jugue-
tes. El pan, sin embaj-go, suele darse, porque
todos nos enternecemos del hambre material, y
porque nuestra conciencia nos reprocha los gas-
tos excesivos con que en estos días halagamos
nuestra gula...; pero ¿quién piensa en la necesi-
dad de nutrir con alimento espiritual al niño del
pobre, en darle alegría? Resignase éste á ver
en manos del niño rico una invención curiosa
que le deslumhra con sus colores y con su ex-
traño movimiento; pero surge en su corazón, sin
que lo pueda remediar, la envidia y el deseo del
robo. ¡Menos niños han robado alimoutos que
aleluyas, estampas y juguetes!
La bondad de los corazones ha hecho vulgar
en otros países lo que en España es una origi-
nalidad todavía. Allí se croe que cuando uno
es dichoso deben serlo todos, y se hace lo posi-
ble para que los demás lo sean. Un diplomático
del Norte, invitado ai te de que hablo, nos contó
que en Noruega es tradición procurar, no tan
sólo la felicidad de los hombres, sino la de los
animales. Sé que ha de gustar este relato á tu
alma sencilla, y voy á referirte esa tradición tal
como allí se practica. Allí se cree que no tan
sólo los niños tienen derecho á gozar de las
bondades hospitalarias, sino que lo tienen de
igual modo los pájaros. Duiante la mañana del
25 de diciembre, el jefe de la familia sube al
tejado llevando una enonne gavilla de trigo,
que coloca en lo alto, abandonándola, para que
sirva de festín de Navidad á los desdichados
huéspedes del aire, hambrientos y transidos de
frío, que pían de dolor sobre las ramas de los
árboles, cargadas do nieve. Entonces el viento
va esparciendo la gavilla; caen los granos sobre
las techumbres; acuden los pájaros, revuelan y
corretean, sacian su apetito, alegran con sus
cantos la tristeza del silencio y recompensan la
caridad del hombre con el coro do su gratitud,
que en niidosos sonidos entra por los boquetas
de los graneros y do las chimeneas y so con-
funde con el canto de las mujeres y de los
niños.
Es una costumbre encantadora que reahnente
sólo puede practicarse en los pueblos. En Ma-
drid, sin embargo, hay pájaros en los jardines
del interior y de las afueras, con quienes po-
dríamos ser galantes. Mas, sí señor, \ para galan-
terías estamos ! Si vas á las plazuelas en estos
días, no ves más que ristras y ristras de alon-
dras, y en los escaparates de las tabernas se ha
hecho gala colocar sobre una enorme fuente
de loza una pirámide colosal de calandrias.
En los momentos en que escribo esta carta
se decide la suerte de infinito número do espa-
ñoles: quiero decirte que se está verificando el
sorteo de la lotería. Ahora hay un número in-
menso de gentes dichosas, porque son gentes
que tienen esperanza de serlo: dentro de algu-
nas horas los felices serán muy pocos, y encon-
traremos por las calles rostros desconsolados y
miradas tristes. Pero de todas maneras el día
está espléndido, azul la atmósfera, el sol pálido,
pero sin velos; y la multitud llena las calles in-
vadiendo las tiendas para vaciarlas de provisio-
nes. Hay que hacer estas compras marchando á
pie, porque no hay modo de tomar el tranvía,
sin el cual ya no sabemos ir de aquí para allá
los cortesanos. En Madrid las empresas de los
tranvías han obtenido tantos beneficios, que
cada día se proyecta uno nuevo; y dentro de
poco los que no puedan ó no quieran subir en
ellos tendrán que andar por los tejados. Así es
que so ha verificado en la opinión un movi-
miento contra la creación do nuevos trazados
por el interior de la ciudad.
Un diario dice que la extensión de las líneas
que se explotan hoy en Madrid es de 38 y
medio kilómetros. Para el servicio de viajeros
reúne, entre todas las empresas, 220 coches de
diferentes clases, y para el arrastre y tracción
de este material tienen, por término medio, sois
caballerías por cada coche; de modo que se
emplean en el arrastre 1,320 caballerías, cuye
sostén cuesta á las empresas 2 pesetas diarias
cada una, contando atalajes y arreos. El perso-
nal de estas empresas pasa de 1,000 individuos.
Es lástima que al darnos estos datos no nos
tengan dicho lo que el pueblo madrileño gasta
hoy en tranvía; pero yo he hablado con perso-
nas competentes, las cuales suponen que gasta
por lo menos 30,009 reales.
Y has de sabor, prima, que no todos los días
son iguales para el tranvía. En los domingos la
recaudación aumenta mucho: las mujeres y los
niños so suelen quedar en casa los días de tra-
bajo. La recaudación de los lunes es superior á
la de los otros días de trabajo; y el martes, y
sobre todo el viernes, son los días en que se re-
cauda menos. ¿Qué te parece? ¿Tendremos bien
arraigada en nuestro corazón y en nuestro espí-
ritu la superstición cuando no queremos viajar
en tales días, ni siquiera en un carruaje tan li-
bre de riesgos, tan seguro? Consolémonos con
que, según dicen, en todas las naciones ilustra-
das pasa lo mismo.
Las variaciones atmosféricas sé reflejan en las
cajas de las empresas con fidelidad. CJalcúlase
que un súbito chaparrón les vale dos ó tres mil
reales. La lluvia, duiante algunas horas, es fa-
tal para la recaudación: pero, si continúa algu-
nos días, es favorable. Los ingresos signen el
movimiento del termómetro: suben con el calor,
bajan con el frío. El viento es causa de descenso
tan activo como el frío, y más á veces.
Al considerar el númei-o de accidentes que
ocurren por el movimiento de los tranvías, se
ve que son menos que pueden ser -con el uso de
otros carruajes; pero de mayor gravedad. Los
nuevos instrumentos del trabajo son más segu-
ros que los antiguos, pero más terribles. Es ley
del progreso.
Se cree que la mayoría de personas que le-
sultan heridas al apearse, son los que no saben
bajar cuando el coche anda; es lo contrario: la
mayoría de los heridos tiene costumbre de arro-
jaise al piso. La confianza engendra el peligro;
por la misma razón ocurren más atropellos en
los parajes anchos que en los estrechos.
De todos modos, como te he dicho, encontra-
rás las caUes entretejidas de carriles; el Ayun-
tamiento lleno de proyectos de otros nuevos
tranvías, y á los zapateros poniendo el grito en
el cielo porque ya no venden zapatos.
No estamos, sin embargo, satisfechos los que
deseamos trasladamos rápida y cómodamente
de un punto al otro; y se ha celebrado en el
hotel inglés un banquete para celebrar la cons-
titución legal de la Sociedad del globo dirigible,
invención del Sr. Cazorla. Esta sociedad cuenta
con gran número de socios. El Sr. Cazorla es
modesto oficial del ejército; es además, natural-
mente, hábil mecánico y autor de otros muchos
inventos muy celebrados. A los brindis relató
alguna parte de la historia de su nueva inven-
ción, afirmando que en mayo próximo recorrerá
los espacios su globo dirigible por el aire com-
primido, y que él ira dentro. ¿Será un nuevo
mártir ó un nuevo triunfador de la ciencia? Lo
que sí puede afirmarse, es que esta vez la em-
presa de la dirección de los globos no ha encon-
trado en España la desconfianza do otros tiem-
pos: se acogió sin risa de piedad este proyecto,
y se le ha dado singular apoyo. Es que los años
pasan, gastando con su lima suave las pieocupa-
ciones, y es que cada civilización tiene su locura
contagiosa. Se encontraban locos en el siglo
diez y seis para embarcarse en las naves de
Colón y Cortés; ahora se encuentran para ex-
plorar el infinito y conquistar el cielo. Conven-
gamos en que el brindis de Cazorla termine bien
el año, y ¡ojalá que, al concluir 1888, la Sociedad
del globo dirigible escandalice los espacios inex-
plorados con los taponazos de las botellas de
champagne celebrando La noche buena al globo!
Fin literario de año: se ha estrenado ayer La
Chiclanera, otro juguete flamenco; esta noche se
estrena en Apolo el apropósifco en tres cuadros.
Champagne, Manzanilla y Feleón, de l'elipo Pé-
rez, el autor de la celebérrima Gran Via.
¡Bonito año se nos presenta! ¡Hijo de una
cantadora y de un rata !
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
Termina el año y termina esta corresponden-
cia. No dejes, sin embargo, de pasar tus ojos
cariñosamente por mis futuras revistas, á las
cuales procuraré siempre llevar la sinceridad
y rectitud que tú has reconocido siempre en
estas cartas.
¡ Mil y mil felicidades, y una vez más adiós !
FlíRNANKLOK
MIS CANTARES
ron este titulo v. rá en breve la luz piiblira nn Inmito
original cíe! inspiradísimo y delicado poeta don Enrif|ue
Fre .as de Sabator. Mientra-i llega la oeasión de oeuparnos
detenidamente en dieluí obra, ofrecemos á nuestros lectores
lina muestra de los Cantares, suficiente para dar á co-
nocer el carácter de tan sentidas poesías.
La riqueza que me queda
no temo que me la roben:
es una conciencia limpia
y un buen sueño por la noche.
Tus promesas amorosas
repíteme veces ciento;
pero así... muy callandito,
que no se las lleve el viento...
Bueno es el pan de Castilla
y no es malo el pan de Francia;
pero el que sabe mejor
es el pan que uno se gana.
Sudores me dan de muerte
cuando sales tan bonita
y voy viendo tantos ojos,
tantos ojos que te miran.
El modo de escarmentar
que tiene el género humano
consiste en mirar la piedra
después de haber tropezado.
No miro si es malo el mundo,
sino si soy bueno yo;
que muchos le llaman malo
y aun lo merecen peor.
Si quieres niña medir
todo el amor de tu amante,
mira si estando contigo
le estorba mucho tu madre.
Si me muero antes que tú
teniendo cerca tu rostro,
no ha de haber poder humano
que me haga cerrar los ojos.
Bendigo á Dios que me niega
la felicidad aquí.
A ser posible la dicha
¡qué horrible fuera morir!
Enrique Fbexas
EXPOSICIÓN MARÍTIMA NACIONAL DE CÁDIZ
(CÜNCLOSIÓN)
Curioso es observar esos modelos, que revelan
las condiciones especiales de la navegación en
aquellos mares, y que no podrían dejar sus cos-
tas , según denota su apariencia de escasa resis-
tencia.
Úñense á los objetos marítimos algunos otros
originales de aquel país, tales como abanicos, ar-
mas, filigranas, grabados, figuras antiguas forma-
das en la raíz de un árbol, idoliUos chinos tan
feos como inútiles, con una gran colección de mo-
delos de buques, de los cuales la importante casa
comercial de los Sres. Haynes ha presentado do-
ce; cinco el Sr. Romero, constructor de la Co-
rtina; varios la importante casa inglesa de Thom-
som; otros de Tánger, con varios filipinos.
La casa de Haynes presenta, además, un
acuario con el modelo ó proyecto de salvación
de un buque sumergido, que resulta más intere-
sante porque el aparato que se copla ha servido
ya, con felices resultados, para salvar el vapor
Primer üarreras.
Con un modelo de buque corsario hay tambiéu
dos cárabos marroquíes.
El modelo del -famoso cazatorpederos Des-
tructor también ha sido presentado por los seño-
res Haynes.
Modelos de máquinas y aparatos hay pocos, y
no tieneii nada de extraordinario que sea digno
de mención e.special.
El cuarto, destinado á la marina de gufirra,
es, sin duda alguna, y bajo el punto de vista del
objeto de la Exposición, el más importante de
estos pabellones.
El arsenal de la Carraca, gloriosa obra de
Carlos III, destinada á sor como el fecundo seno
de la patria donde la ciencia y la industria pre-
paren lu gestación laboriosa de esos hijos pre-
SAN FRANCISCO DE SALES
dilectos de nuestra gloria que defienden en los
mares el honor que representan, prueba bien, con
lo que expone, que si sus fuerzas se debilitan
jíor el abandono de los gobiernos, no pierde sus
condiciones creadoras y constructoras que acre-
ditan su valia.
Los magníficos cañones Hontoria, los Plasen-
cia, objeto de admiración de cuantos los obser-
van; máquinas, escalas, anclas, bombas, cilindros
de vapor, campanas, faroles, ruedas para timón
y cuantos objetos se acumulan en un barco de
guerra, se ofrecen con admirable perfección al
estudio de los inteligentes.
En cuanto á vestiduras de la marinería, el
concienzudo contratista Sr. Lahera demuestra
su buena calidad y excelente confección expo-
niendo ropas de las que usan generalmente.
A ambos lados de la puerta de entrada, sobre
bancos de construcción especial, se hallan va-
rios botes del arsenal, pertenecientes, algunos
de ellos, á los cruceros en construcción, cuyos
modelos se admiran en el interior.
Muéstrase también, en linda caja que forma
una vitrina, la hermosa bandera del crucero
Reina Regente, bordada con gran primor por la
augusta madre de D. Alfonso XIII.
Los arsenales del Ferrol y Cartagena han
enviado también notables modelos, y el Obser-
vatorio de San Femando aparatos de gran mé-
rito y valor; entre otros, dos con imán, artificial
el uno y natural el otro.
Este pabellón hace honor á la marina espa-
ñola por la brillantez que revela cu su estado,
y ha sido objeto do elogios justísimos do cuantos
lo han visitado.
El quinta pudiera decirse que es el ni
menU) do éste, pues está destinado & h,
clones de tejidos y efectos navales: jarcias, lonas,
cotonías, gomas elásticas, conservas que puedo
decirse constituyen el mercado de á bordo, lico-
res, calabrotes, espartos, crin vegetal para el
relleno do las colchonetas, cordelería, volas y
una colección de peces disocados que no carece
de int<írés para la curiosidad, si bien no llega
á constituir un elemento de estudio, pues ni es
completa, ni el disecado es de lo más selecto.
En este pabellón exponen las casas de Barce-
lona quo á continuación cito: Garriga, goma
elástii-a y lana; y Martí, goma y gutaper-
cha.
El sexto, destinado á conser-
vas, harinas, chocolates, azúcar,
mantecas , vinos , pescados en
salazón y en lata, dulces, galle-
tas, embutidos, café, sardinas
prensadas, aguardientes, medi-
camentos y jabones, no ofrece
nada de particular, si bien hay
instalaciones muy vistosas y
adornadas.
El séptimo y último de los
pabellones radiales que venimos
describiendo, está destinado ex-
clusivamente á los vinos, y pue-
de decirse que lo llenan las ri-
cas proiucciones de esta pro-
vincia.
Jerez, Sanlúcar, Chiclana, el
Puerto de Santa María, Arcos,
Prado del Rey, la Línea, Graza-
lema, Conil, Espera, Alcalá do
los Gazules y Cádiz, concurren
con sus caldos; ocupando hon-
roso lugar á su lado Córdoba,
Málaga y Oviedo, que han man-
dado notables vinos.
Las instalaciones son capri-
chosas y ricas. Hay una que
semeja un fuerte cuyos proyec-
tiles son botellas de todos tama-
ños, y los amenazantes cañones
los de estos elementos de la in-
dustria vinícola, que más bien
dan que quitan vidas.
Otras semejan el lagar (on
todos los artefactos en miniatu-
ra. Otras, en fin, sencillos etu-
geres donde lucen su limpio co-
lor los vinos que las botellas contienen.
Hemos terminado la ojeada descriptiva de
estos pabellones, y debemos hacer constar, antes
de pasar á otro asimto en otro artículo, que he-
mos tomado la numeración oficial, es decir, la
que le da una guia que de la Exposición se ha
publicado (pues catálogo aún no se ha hecho), la
cual comienza á contar de izquierda á derecha,
contra lo que han hecho todos los cronistas, que
han contado de derecha á izquierda.
Hacemos esta advertencia porque podría re-
sultar confusión para el que recordase haber
leído, por ejemplo, que el pabellón número m«o
estaba destinado á vinos, siendo así que ahora
se le dice que el que tiene tal destino es el nú-
mero siete.
Este es un detalle sin importancia; pero la
tiene, y mucha, el que no haya podido el visi-
tador proveerse de un catálogo á su tiempo para
salir de dudas, buscar lo que necesitase conocer,
ó exponer su juicio con conocimiento de causa;
pues no es fácil recorrerlo todo, apreciarlo todo
ni entenderlo todo, resultando incompleta toda
reseña.
Esto obedece á la falta de tiempo, y se ha
salvado en parte por algunos expositores que
han pi'.blicado folletos ó noticias referentes á la
parte que les interesaba.
Otros nos han enviado datos á los correspon-
sales para facilitarnos el conocimiento de su
asunto; y otros, en fin, se han constituido en
cicerones de los curiosos, ilustrando con sus no-
ticias la comprensión.
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I.A ITiUSTRAnON TRElItrA
Así li:\ resillado que todos hemos qnedado
perfectainont« convencidos de que el cjvtáloíío
no ha sido de gran necesidad, y el que todavía
quiera estudiar este asunto encontrar.i sufi-
cientes datos en la notable guia que pubUca
el Sr. Gautier.
El gran pabellón central, que ha sido desti-
nado á las fiestas y actos de la Exposición, es
un hermoso salón de 80 metros de longitud por
10 de latitud en los extremos y 12 en la parte
central, que termina por ambos lados en dos
graciosos templetes de calada cúpula que le sir-
ven de vestíbulos; pues, abriendo sobre tres es-
tolones de piedra, le dan comunicación con las
p)í«as de la Marina y de Cádiz.
Las amplias persianas que dan frescura y
traí'parencia al salón,
dejando filtrarse la luz
en blancas líneas, pare-
cen sei-vir de pedestal á
los dibujos luminosos
que perfila en reflejos el
friso calado que corre
sobre los arcos de las
puertas y ventanas. Se
apoyan sobre un muro
saliente al exterior que
forma la base de ese es-
belto y gracioso edificio,
cuyas líneas sueltas y
elegantes, sus arcos, sus
cúpulas, sus ligeras pi-
lastras, su estilo de ara-
bescas remembranzas,
parecen incitar al placer
animado y vi «faz para el
cual se formó, pues sólo
ecos de fiestas, aromas
y armonías han resona-
do y se han perdido bajo
sus bóvedas.
El decorado de este
salón es de gran efecto;
el artesonado que for-
man los recuadros y pin-
turas de la bóveda, muy
bello; las marinas que
adornan los medios pun-
tos que separan el salón
central de los pabello-
nes poligonales de los
extremos, muy bien pen-
sadas y sentidas; el ta-
pizado de las paredes,
imitación de enero con
relieves metálicos y
adornos marítimos en el
cas, lau plazas y la dársena couuniznbau á ins-
pirar recelos por la humedad, y era necesario
sostener la animación on aquellos sitios.
La temporada de ópera tuvo noches muy ani-
madas, entro otras aquella en que concurrió al
teatro su A. R. é I. el archiduque de Austria,
Carlos Esteban, hermano de S. M. la reina re-
gente, que ocupó, muy complacido, un palio
originalísimo, que se formó, con otro igual pai-a
su acompañamiento, aprovechando un saliente
de la rotonda que servía de intermedio entro el
primer pabellón, en el cual estaba el escenario,
y el salón central, convertido en teatro.
Muy difícil era llenar tan espacioso salón, y,
sin embargo, se vio Ueno muchas voces de ele-
gante y distinguida concurrencia que, desbor-
^^^^^..■
Santa chantal
(Juana Fremyot, baronesa de Rabutln Chantal)
mismo genero, encua-
drados en marcos de tela
roja con medias cuñas doradas, de muy buen
gusto }' de elegante propiedad.
El suelo de mosaico en madera; las cortinas,
ricas y bellas, graciosamente colocadas con lam-
breqiiines de gusto árabe.
Lámparas eléctricas de centenares de luces
con campanitas de cristal rojo y amarillo en el
centro y los extremos; jardineras llenas de
plantas y flores, y sillas alemanas en amplios
círculos, rodeando la plataforma central que
ocupaba la presidencia en los actos oficiales, ó
los artistas en los conciertos y bailes.
Cuando se llevó allí la ópera, en la cual toma-
ba píirte la célebre diva Blanca Donadlo, el
salón que vamos describiendo sufrió alguna va-
riación.
La pared que cerraba el último pabellón de
la izquierda, entrando por la plaza de Cádiz,
fué destruida, y en aquel lado se colocó la parte
central del escenario, donde se representaba
para el pueblo al aire libre, arreglando con cor-
tinas la parte que en amplio arco formaba la
embocadura del improvisado teatro.
Las sillas se numeraron y unieron por medio
de barras de hierro en compacta formación, y el
pabellón de la derecha, aislado por un muro de
cortinas, quedó destinado á restaurant.
No fué del gusto de todos este arreglo; pero
el otoño ee acercaba, las noches se hacían fres-
dándose en aquel iluminado local en busca de
frescura y animación, se dirigía á las plazas,
los pabellones abiertos y la dársena, serena y
tranquila como si las aguas reposasen con el
descanso de la noche, en cuyas escalas espera-
ban ligeras embarcaciones que trasladaban á los
paseantes al restaurant colocado en el muelle de
hierro que levantó la empresa de Lucasaigne, y
que cierra y termina las obras; ó bien se pasea-
ban por aquel sereno lago entre poéticos reflejos
de luces venecianas que iluminaban aguas y
siluetas marcadas sobre aquella planicie líquida
é inmóvil.
Este recreo no aumentaba los gastos de la
excursión, pues la Exposición pagaba las lan-
chas que estaban á disposición de sus visi-
tantes.
Del efecto mágico de la dársena Iluminada
en las noches del estío, ha quedado memoria, y
muy bella por cierto, pues el laureado pintor don
Salvador Viniegra tomó una vista que ha rega-
lado al presidente de la Diputación y organiza-
dor de tan bellas fiestas venecianas, D.Cayetano
del Toro.
Los que no eran aficionados á la dulce y
triste soledad del mar, solían buscar solaz para
su espíritu y fuerzas para su estómago en los
reslaurants y cafés que en ambas avenidas les
atraían, y fuera de ellos en los clásicos vento-
rrillos do Puerta de Tierra, donde se encuentra
sustanciosa cocina, vinos buenos y mariscos
frescos.
El café árabe, gracioso templete situado en
una eminencia que dominaba perfectamente el
panorama de la Exposición; el café andaluz, y
otros varios con denominaciones menos nota-
bles; ofrecían muy buen servicio y eran dignos
de mejor suerte, pues todos han sufrido grandes
pérdidas, pero que eran muchos y no había pú-
blico para todos. ¡Apenas si hubiera bastado
para Ihiiiar uno solo dejándole utilidad !
Perdiendo ó no perdiendo, el caso es que for-
maban un elemento de animación y un recreo
de la vista y el oído; pues los cantares andalu-
ces, las mú.sicas, el movimiento de los que hacia
ellos se dirigían, y las luces y adornos que osten-
taban, completaban la ilusión óptica de la noche
en la Exposición, y embellecían el paisaje fan-
tástico que sus gallardos edificios, sus plazas,
fuentes, plantas y estatuas dibujaban bajo el
foco eléctrico sobre la sombra azulada de la ori-
lla del Océano.
Los conciertos vespertinos no tuvieron tantas
simpatías como los nocturnos, por más que no
les faltase animación á estos sitios y se reuniese
en ellos escogida eoncuirencia.
Las fiestas más notables y trascendentales
que en el salón que venimos describiendo, y con
lo cual damos fin á nuestra tarea, han tenido
lugai, lian sido: la celebrada para el certamen
do la Academia Gaditana de Ciencias y Artes,
y la de la clausura oficial de la Exposición para
el reparto de premios.
En el primero, el secretario, D. Juan de Bur-
gos, leyó una bien escrita memoria dando
cuenta de los trabajos de la Academia durante
el año, y del resultado del brillante cei-tamen
por ella iniciado, para el cual lian ofrecido mag-
níficos premios SS. MM. la reina regente y su
augusto hijo D. Alfonso XIII, su A. R. la in-
fanta D." Isabel, y varias coi-poraciones y per-
sonajes distinguidos.
Algunos de estos premios no han sido adju-
dicados, quedando para o'rj certamen convo-
cado }'n; y los que lo han sido han galardonado
notabilísimos trabajos científicos, que ¡)rueban
la importancia de estos actos por el estímulo
que ejercen sobre las inteligencias.
El último acto oficial celebrado en este sun-
tuoso local ha sido el reparto de premios de la
Exposición, verificado el día 30 de octubre.
Una concurrencia inmensa, pero nunca tanto
como el día de su apertura, se apresuraba á
tc:r.í-.r sitio en el salón para presenciar la cere-
monia.
Este día, como el de la inauguración, no hubo
billetes de pago, sino invitaciones; siendo éstas
tan numerosas que gráficamente podía decirse
que estaba allí todo Cádiz.
El presidente, Sr. del Toro, ocupó el sillón
central de la plataforma, teniendo á su lado re-
presentaciones de la Marina, el Ayuntamiento
y la Diputación, así como varias personas dis-
tinguidas.
Dio comienzo el acto con la lectura do una
memoria escrita por el Excmo. señor presidente
de la Diputación, D. Cayetano del Toro, dando
cuenta de los trabajos realizados y de los resul-
tados obtenidos, exponiendo que creía de gran-
dísima influencia para esta región la manifesta-
ción hecha del estado de su riqueza y productos,
así como de su industria.
Lamentó también que no hulneran concurrido
otras casas fabriles é industriales, pues estos
palenques del verdadero mérito son un valioso
elemento de propaganda y un medio de mejora-
miento y progreso por el concurso y la emu-
lación.
Anunció que se habían concedido grandes di-
plomas de honor á la Marina de guerra espa-
ñola, á la Compañía Trasatlántica, y al Museo
Nacional de Pesca.
Diplomas de honor al señor marqués de Co-
millas; Compañía General de Tabacos de Fi-
lipinas; Concierto Salinero de San Fernando; don
Amadeo Rodríguez, arquitecto de la Exposición;
señora viuda de Santa Cruz, por sus esencias;
liA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
839
Sr. D. Carlos Pairó y C.» (de Barcelona), por
sus redes mecánicas; sucesores de Fabra y Por-
tabella (de Barcelona), por sus hilos y redes;
á D. Gonzalo Hontoria, por sus cañones; á don
Pedro Torres, por sus instrumentos náuticos;
á D. Rafael Monleón, por sus acuarelas; y á la
Junta del Museo Arqueológico de Cádiz, por los
objetos expuestos.
Menciones honoríficas hay treinta, casi todas
á corporaciones de la provincia, centros y socie-
dades, con algunas personalidades que ocupan
u^n puesto oficial, ó que han contribuido con su
esfuerzo al certamen.
Votos de gracias y diplomas de cooperación,
hay cinco personales y los dedicados á los ayun-
tamientos que no estaban incluidos en la men-
ción anterior.
Medallas de oro se han concedido muchas, y
muchísimas de plata, pues se ha sustituido por
ellas las menciones honoríficas.
Como en la memoria, que se repartió improsa,
se detalla el objeto al indicar el premio en sus
distintas secciones, seria necesario, para indicar
el número exacto de unas y de otras, un minu-
cioso trabajo que no creo de interés para La
lLtiSTR.\ciÓN Ibérica no pudiendo unir á. él,
por su mucha extensión, el nombre del expositor
y el objeto premiado.
En realidad el Jurado ha estado e^spléndido,
pues apenas habrá un concurrente al certamen
que pueda considerarse desairado.
Esto es digno de loa, y no lo digo en son de
censura, pues sólo por arrostrar las molestias y
gastos que origina el presentarse en uno de
estos concursos merece un premio que aliente
á los que vacilan en imitarle.
Felicitando á todos los premiados, réstame
dar las gracias á la empresa de este digno pe-
riódico ilustrado por haberme honrado con la
comisión de llevar á sus selectas páginas la des-
cripción de la Exposición Marítima gaditana,
así como á los benévolos lectores que hayan
tenido la paciencia de leer mis desaliñados ar-
tículos.
Patrocinio de Biedma
Cádiz, 1.S.S7
^Qjf-
LECTURAS
PAUL BOURGET
su ÚLTIMA NOVELA
(CONCI-USlrtN)
II
Entre la multitud, pues tal puede llamarse,
de escritores nuevos que invaden en la actuali-
dad las letras francesas, haciéndose competencia
por conquistar la atención del público universal,
no tardó en distinguirse Paul Bourget como crí-
tico ó ensayista; y no ciertamente por el raro
hallazgo de una manera, de una teoría estética,
de un procedimiento; ni por extremar moda li-
teraria alguna, ni por dar un salto atrás*á lo
Rossetti ó Gabriel d' Annunzio, ni por blasfemar
como Richepin, ó ponerse malo en verso como
Rollinat y tantos otros. La honda simpatía que
sugiere bien pronto la lectura de cualquier libro
de P. Bourget, nace de las cualidades funda-
mentales de su espíritu artístico, no de elemen-
tos formales ó de tal ó cual prurito estético. Cier-
to es que también hay originalidad y sello per-
sonal en aquella elegancia y delicadeza del
estilo, en la suave insinuación con que el psicó-
logo y moralista que hay dentro de este critico
poeta se mete en el alma del lector como un con-
fesor discreto; pero lo que más le distingue y
hace apreciar, querer estaba por decir, es lo que
á través de sus obras se ve en su corazón y en svi
cabeza. P. Bourget, mejor que ningún escritor
de los jóvenes, tan bien como el que más por lo
menos, representa en la literatura y en la filoso-
fía esa tendencia saludable que, sin pretender
significar una reacción contra la ciencia positi-
vista ó positiva (según se entienda), ni contra la
literatui-a realista, materialista, verista ó sime-
ra, ó como quiera decirse, se coloca con ánimo
imparcial en neutralidad no sospechosa; y en
nombre del sentido moral, del sentido común
y de otros varios sentidos buenos, procura dar
á cada uno lo suyo, combato sin pasión las exa-
geraciones de todos, y, sin olvidar que no hay
más vida posible que la del presente, buscando
el porvenir respeta en el pasado todo lo grande,
y entre lo grande escoge lo sublimo que nos
ofrece la historia como elemento moral no gas-
tado, con una actualidad perenne que lo hace
útil acaso para remediar en parto, aliviar por lo
menos, ciertas males de nuestros días. Volver
los ojos atrás con espíritu reaccionario, con odio
de lo presente, es género de orgullo, tal vez de
mala índole en muchos de los que tal hacen;
pero pensar que todo hemos de hacerlo nosotros
y nuestros descendientes, que no hay nada, en
lo que se da por muei-to y puede no estarlo, que
MADAME DE SEVIGNE
sirva para hoy, y acaso para siempre, es género
de ligereza, de vanidad y de apasionamiento,
que suele encontrarse aún en espíritus que
pasan por muy circunspectos, serios, cautos y
profundos. Cualquier estudio de P. Bourget,
aimque tenga apariencias de pesimismo tibio,
resignado, suave, lleva consigo cierto consuelo
y fortaleza : siempre le acompaña un cuidado
atento y solícito del bien moral, un respeto ja-
más declamatorio de la ley ética, una constante
alusión implícita, como pudorosa podría decirse,
al santo deber, que necesariamente ha de tener
un fundamento metafísico, sagrado, por recóndito
que sea. Pero, con todo esto, no hay nada en
Bourget que signifique borrar lo vivido, desan-
dar lo andado, condenar la historia reciente (ab-
surdo aun más notorio que condenar la remota);
no hay nada en él do ese lirismo retrógrado, que
á veces es poético, pero casi siempre injustí) é
infecundo, ligado muy á menudo con malas cau-
sas, lleno de prodigios en los más, superficial
en su filosofía, vago y deficiente en sus propósi-
tos. Por lo mismo tiene más fuerza la lección
sana y espiritual del muy discreto autor de
Cruel enigma. Un maestro, á quien él casi adora,
Alejandro Dumas hijo, produce, en mi sentir,
menos efecto con su misión moral ostensible, á
veces ostentosa, si no menos sincera, fundada en
menos firme terreno, dependiente de ideas más
discutibles, y sin ese poder de que antes habla-
lia, .-íiu esas n'liciMKius y referenciati sobreen-
tendidas que dan á la doctrina, en Paul Bourget,
la eficacia do un singular encanto. Dumas no
sólo ostenta, sino que hasta declama su moralis-
mo; y prescindiendo de que es demasiado ca-
suista á veces, y como tal un poco improvisador
y algo caprichoso en punto á los deberes y su
fundamento, la forma polémica que suele esco-
ger, en liliros y en dramas, le lleva más lejos y
le hace tomar armas que, si lo sirven para lucir
el ingenio y defender su cuerpo, no aprovechan
tanto á la noble causa que en muchas ocasio-
nes sustenta. P. Bourget, á quien como literato
no me atreveré yo á igualar con Alejandro Du-
mas, en el aspecto de que trato lo aventaja,
pues no aventura paradojas, ni menos predica,
ni provoca la contradicción , ni improvisa
teorías, casos apurados y salidas extraordina-
rias. No pretende tener una especie de Ninfa
Egeria moral, como parece que pretende su maes-
tro; y (lo que importa antee que
todo), más pensador que el dra-
maturgo, más estudioso y más
filósofo, en suma, no apoya su
morolismo en tan discutidas ba-
ses metafísicas como Dumas,
que se contenta en este punto,
sin ver que se escurre, con lo co-
rriente, con lo más admitido por
los más; pero sin reparar que es
lo menos probado, lo menos re-
flexionado, lo más expuesto á un
cataclismo. Basta ver, por ejem-
plo, lo que Dumas escribía, no
ha mucho, para combatir el ni-
hilismo estético y moral de Le-
conte de Lisie. ¡ Cuánta gracia,
qué soltura, qué precisión y
relieve plástico en los argumen-
tos ! Pero, al fin y al cabo, ¡ qué
falta de seguridad, qué falta de
justicia, y casi casi qué falta de
seriedad ! No : no son optimistas
á lo Dumas los que han de ven-
cer al pesimismo hoy triunfante.
Pero, dejando paralelos, diré
que Bourget no sólo es moralis-
ta, sino muy perspicaz psicólogo,
no menos en su crítica que en
sus novelas.
Aunque para mí vale más, por
ahora, como crítico que como ncv
velista, es evidente que en este
último concepto tiene gran ori-
ginalidad y cualidades raras y
preciosas; así como también se
ha de decir que su renombre
actual más lo debe á sus no-
velas que á sus ensayos de crítica psicológi-
ca. Si yo escribiera en esta ocasión una sem-
blanza completa de Bourget , llamarían mi
atención particularmente sus estudios acerca de
Renán, Dumas, Flaubert, Stendhal, Baudelaire,
Amiel , Taine , etc. , que son su obra más im-
portante, uno de los trabajos de crítica más
profundos y sugestivos de la moderna literatura
francesa; pero no siendo mi propósito, hoy por
hoy, más que decir cuatro palabras acerca del
autor de Mensonges y acerca de este libro, no
me detengo en materia que, si bien me solicita,
no es del momento.
La primera novela de Bourget que fué acogi-
da con gran aplauso, y que no sé si es también
la primera que escribió (1), fué Cruel enigma. En
ella hay elementos parecidos á los que componen
Mensonges; pero esta semejanza está más bien
en la superficie. Se trata, en imo y otro caso, del
amor puro de un joven que, en medio de París y
sus grandes corrupciones, vive no más para el
alma, y sólo siente sus heridas; pero hay gran-
des diferencias, no sólo en la vida exterior, sino
en el fondo del espíritu de Hubert Liavran y de
Rene Vincy, como también hay distancia de
(1) L' irreparable, Deuxiéme amour, Pro/U» perdut, forman
un tomo en prosa que no he leído. Deben de ser novela» cor-
tas. P. Bourget, poeta notable también, publicó, ante» d»
Cruel enigma, tres tomos de versos: Xo ri4 inquiete, Edel, Let
aveux.
es
D
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ÜC
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A ILUSTRACIÓN UÍERICA
Mme. deSauve á Mine.»Moniiiitvs, y luuolia liis-
tancia, sin que deje tampoco de babor aniilogías
por lo que se refiere á lajs repetidas rehiciones
con Liavran y Vincy. Más es: tenemos en Cntel
fnignM una niadro lunante, delicada, que bace la
guerra á la pasión fatal do su hijo, 3- en Mentiras
tenemos una hermana - madre que representa
paj)el muy parecido; como oti-os pei-sonajes se-
cundarios ofrecen semejanzas, si no en los carac-
teres, en sus relaciones cxm el protagonista. Pero,
de todas suertes, nada de esto acusa falta de in-
vención, pobreza de fantasía, aunque si la tenden-
exact-a y siuceiii, 110 temo caer 0:1 lufjurc's coum-
ues ni correr por camino ti-iilado. No busca la
novedad, este escritor, en el asunto, sino en la
frescura y fuerza espontánea do su corazón y
de su tiilento.
Sin que yo le coloque entro los grandes no-
velistas del día, ni le crea capius de copiai- cua-
dros tan ricos y complejos, plásticos y poéticos,
como los de íilgunos maestros, me atrevo á ase-
giu"ar que la sencillez de sus composiciones no
revela falta de imaginación ni medios de ex-
presión artística, sino el propósito de mantener
PERICOT Y AMARILIS (de la comedia La fiel pastora
cia predominante, por ahora, á estudiar casos
psicológicos de un orden en que los recuerdos y
cierta observación inmediata 6 experiencia pro-
pia pueden dar al autor documentos segaros y
conocidos profundamente. Después de Gruel
enigma aparecieron Crimen de amor, muy leída y
comentada, y Andrés Cornelis, que fué llamado
el Hamlel del día, no para igualarle al de Sha-
kespeare, que tan feo y absurdo le parece á Sar-
dón, sino por la semejanza del asimto entre la
novela de Bonrget y el drama inmortal. Yo he
leído, además, una novelita del ilustre crítico,
titulada, si no recuerdo mal. Carrera de ohs-
tóculog, y también en ella se trata del amor pu-
rísimo de un joven, aquí casi un adolescente,
héroe por amor.
Sí, el amor, y el amor hondo, el amor, si no
platónico tampoco exclusivamente sensual, es
hasta ahora el tema constante de este novelista,
que, seguro de llevar al asunto una nota original,
bien sentida, y observación propia, fecunda.
la novela psicológica, para la que tiene singu-
lares dotes, y mantenerla en la forma y en los
procedimientos que hoy deben emplearse en
i ella. El cariño de este autor á Stendhal y á Du-
! mas explica esta predilección del novelista.
' Según la murmuración literaria, esa tendencia
de P. Bourget le ha valido que algún maes-
j tro del arte francés haya dicho de ól: «Ese Paul
I Bourget... es un Ohnet disfrazado de filósofo.»
La frase es injusta si se debo entender que
Ohnet (á quien yo no he leído) es un mal
' escritor, un hombre vulgar que gana dinero
; escribiendo para las masas; porque lo cierto es,
que P. Bourget, sin que merezca ser colocado,
' hoy por hoy, á la altura de Zola, ni aun á la
de Daudet y Goncort, es un filósofo sin disfraz
y un novelista á quion el vulgo no ha de en-
contrar mucha gracia ni mucha variedad, pero
que será siempre considerado como verdadero
artista por los que tienen hábito de juzgar de
tales materias.
Y ahora hablemos do Mensonges exclusiva-
mente.
III
A Paul Bourgot se le ha censurado la predi-
lección con que trata la vida del gran mundo, y
la especie de deleite que encuentra en describir
la decoración de eso brillante y lujoso teatro, con
todos sus muebles de refinado gusto, sus capri-
chosos bibelots, y con la tiránica ley de sus mo-
das. El mismo Lemaítre, que en un artículo
hermoso y lleno de buena voluntad y de profun-
da enseñanza trataba con singular cariño las
obras de Bourget, desentrañando con admirable
jjoi'spicacia sus méritos más recónditos, al lle-
gar á este punto, con sonrisa benévola, se burla
un si es no es de la afición al lujo y á la highlife
que se respira, puede decirse, en las novelas de
su colega. En efecto : lo mismo en Cruel enigma
que en Carrera de obstáculos, que en Crimen de
amar, se nota ese prurito. Pues bien: Mensonges,
quo es una reincidencia, nos explica la causa de
esto fenómeno observado por la crítica, y nos la
explica de modo bien original y con muy elo-
cuente ejemplo. En Mentiras debe do babor algo
de autobiografía, lo mismo que en Cruel enigma,
ó por lo menos cierto lirismo de estudio; algo
como una autoanatomia psicológica, á la que no
hay más remedio que recurrir cuando se quiere
ahondar de veras en la observación y experien-
cia artísticas. Reno Vincy nos hace ver con su
historia, sobre todo, con su entrada en la socio-
dad aristocrática de París, las causas del dile-
tantismo mondain de su autor. Vincy joven,
poeta verdadero, de la honrada y oscura clase
media, que parece tener vinculada la prosa de
la vida, por lo menos en el ambiente en que se
mueve, da á la escena una comedia en un acto
y en verso, Le Sigishée, algo así como Le Fas-
sant de Coppée por lo que mira al éxito. Al día
siguiente ol nombre de Vincy es famoso en Pa-
rís: el sueño do la ambición juvenil comienza á
i-ealizarse, pero su complemento tiene quo ser
el goce material de la gloria, la entrada triunfal
en el mundo de la elegancia y de la riqueza,
donde toda comodidad tiene su asiento; donde
el bienestar, el lujo, las formas exquisitas, espe-
cio de selección de selecciones sociales, son
como un dulce acompañamiento musical de la
vida que la trasporta á cierta idealidad tangi-
ble; donde la misma voluptuosidad, hasta en
sus tendencias menos puras, toma un tinte de
aparente delicadeza. Vincy vive en un rincón
2)rovinciano de París con su hermana Emilia,
quo es para él segunda madre, tan amoi'osa
como la perdida, y con el marido de Emilia, hu-
milde profesor libre ó pasante de lecciones á do-
micilio; excelente varón resignado con su suer-
te, que consisto en corregir temas y tolerar que
su esposa quiera más á Renato que á él. En el
modesto cuarto de estudio de Roñé no faltan
ciertos atractivos de ose similar del lujo creado
por el buen gusto y por una mano que interpre-
ta con sus aliños un amor apasionado; pero lo
demás que rodea á Vincy todo es prosa, á lo
menos todo lo que se vo: la prosa irremediable
de la pobi'eza casi universal. Rosalía, una joven
á quien on secreto Vincy, antes de ser célebre,
se ha declarado, y que le quiere con alma y
vida, no es prosa por su corazón ni en sus ojos
bellos, pero es prosa en el traje, prosa on el
hogar, prosa por la calle en que vive, prosa por
la madre que tiene ; una de esas madres que
tan bien pinta nuestro Luis Tabeada, quo casi
ocultan la belleza íntima de sus virtudes do-
mésticas y de su amor á los hijos bajo un cú-
mulo de egoísmos familiares opresores y anti-
páticos, de pretensiones ridiculas, de ínfulas
cursis; el ama de su casa, en fin, que represen-
ta Jíiejor quo cualquier otra aquella necesaria
molestia de que habla el cómico latino. Para sa-
car al autor del Sigwbée de esta oscuridad pro-
saica, de este limbo de los pobres, sirve su ami-
go y protector Claudio Larchor, literato distin-
guido, autor de dramas demasiado parecidos á
los de Dumas hijo, hombre de mundo, esclavo
por amor de una actriz tan célebre como dea-
LA II.asTEACION IBÉRICA
843
moralizada, Colette Rigaud, personaje que por
sí solo vale una novela, y en cuyo estudio Paul
Bourget lia empleado esta vez acaso los más de-
licados ])inceles de los muy sutile.s y primoro-
sos con que sabe retratar almas. Á los que nie-
gan que la novela pueda ser un modo (á su
modo) do estudiar ciencia social, les invito á pe-
netrar bien el carácter de Claudio Larcher, y
de fijo verán en él precioso documento para ex-
plicarse el cómo y el por qué de muchos de los
fenómenos extraños que hoy ofrece la literatura
francesa.
La entrada de Vincy en el gran mundo es
toda una solemmdad para la familia, y con su
descrijíción comienza la novela. Una dama rusa,
la condesa Komof, es la primera que recibe en
sus salones al joven poeta cuya comedia famosa
va á representarse aquella noche en el teatro
casero de la gran señora cosmopolita.
Y aquí «es donde el autor, con mucha origina-
lidad y fuerza, pinta y explica
el efecto proftmdo que causa en
el alma del artista, del poeta, la
impresión de respirar por vez
primera en la atmósfera del lujo
refinado; y no sólo esto, sino el
especial encanto que sigue te-
niendo para él esta vida excep-
cional, que por sus apariencias
tiene trazas do un oasis de poe-
sía en el desierto de la prosa
real que por todas paites nos
rodea. Ya Mme. Stael hablaba
de la facilidad con que la corte
hace del poeta un palaciego; j'a
en los tiempos de Augusto se
resistía á la seducción de ' sus
corrosivas, pero elegantes, sua-
ves corrupciones, un Antistio
Labeon, un jurisconsulto; y más
tai de seguían la tradición puri-
tana de la república, ariscos,
pero fieles á la libertad, un Tra-
seas y sus contertulios. Mas los
poetas, los más y los mejores,
sucumbían al encanto; y olvi-
dando la memoria y el ejemplo
de Novio en lucha con los pode-
rosa.-i, Horacio, Virgilio, Ovidio,
los mejores, entregaban la cer-
vi:', al yugo de flores, como en
tantas otras cortes tantos y tan-
tos poetas también vivieron al
amparo de reyes y grandes, por-
que necesitaba su temperamen-
to la tibia atmósfera de los sa-
lones, la vida cortesana, con *
toda su fraseología de elegan-
cia, buen gusto, trato exquisito,
comodidades voluptuosas y artísticas, esplendo-
res y lujos poéticos.
Si en nuestro tiempo, por mil causas, es ya
imposible una corte de Luis XIV ó de Felipe IV
( y muchos lo lamentan ) ; si no cabe negar que
el mejor ingenio se ha hecho liberal, y, sobre
todo, independiente, y ya no caben las debilida-
des cortesanas, simpáticas acaso, pero nocivas,
de un Hacine; no dejan los nervios de seguir
siendo nervios, y el artista delicado y soñador,
tiende, aunque sea de lejos y prefiriendo el ostra-
cismo á la humillación, tiende á la patria natural
de sus ensueños, á la vida de apariencias bellas,
donde el espíritu encuentra las necesidades más
humildes y precisas, satisfechas sin que él traba-
je, y puede consagrarse libre de la gleba, á culti-
var la flor del alma, la santa imaginación, sin que
le importe mucho que el fondo de aquella existen-
cia, fácil, sugestiva de visiones hermosas, encie-
rre la universal flaqueza, muchos males, mayo-
res por el mismo contraste con la apariencia
dulce, amorosa, refinada en sus atractivos. Es
más : de este mismo contraste saca tal vez el ar-
tista nuevo placer, por el efecto mismo de la
;antítesis.
En el mundo de la grandeza lo peor son los
personajes, y de ellos recibe el artista que entra
■en tales regiones el primer soplo del desencan-
to. Esas damas hermosas, de inefable gracia, de
misterioso atractivo, que habrían de ser cifra
de la gloria; que son, por lo que parece, la joya
propia y digna de tan lujoso estuche, debieran,
se dice el soñador, sentir, pensar y hablar mejor
que las pobres mujeres pobres: el escenario pa-
rece que obliga á grandeza de espíritu, á dis-
tinción de alma que corresponde á la distin-
ción real de maneras, costumbres, etc., etc y
el observador nota pronto que no es así; que
no sólo en el fondo no hay virtud y belleza mo-
ral, sino que la vulgaridad, la necedad , viven
casi siempre entremezcladas en tan suntuosas
regiones: ¡qué lástima!— Tolstoi, como indica
con gran perspicacia Emilia Pardo Eazá:i, fué
uno de los autores que mejor pintaron la vida
mundana, del gran mundo como decimos por
acá; y esto se debe, á mi juicio, no sólo á las
circunstancias que facilitaron en él este estudio,
circunstancia que en otros escritores (aunque
no muchos) han concurrido: se debe priucipal-
Mme. Moraiaes y ,le \ incy llenan la novela;
y el estudio magistral de esa mujer pérfida c««¡
din saberlo, fruto amargo (ocaso irresjjonsable
del veneno que destila) do costumbres ó insti-
tuciones viciadas, sirve para mostrarnos las eta-
pas de,l tormento por (jue va pasando el alma
Cándida y entusiástica del pobre autor del Si-
gisbée.
Es claro que prescindo en este rapidísimo
análisis (más rápido j)or motivos que no depen-
den de mi voluntad) de muchos elementos de
esta novela, como v. gr. la muy bien observada
y dibujada figura de Desforges, el egoísta me-
tódico, que economiza el placer, especie de Har-
pagóndel edonismo; así como dejo aparte muchas
observaciones incidentales de gran mérito y que
han contribuido al buen éxito del libro. El hilo
de lo reseñado va por donde dejo indicado... ¿Y
el fin? Vincy, desengañado del amor que pa-
recía el que él buscaba y era el más ruin, el
ORLANDO: ADIÓS, SEÑOR MELANCOLÍA (Como gustéis, acto II, escena 3.»)
mente á que Tolstoi, aristócrata y artista, pudo
observar como^ nadie toda la profunda tris-
teza del contraste, no entre el fondo malo y la
apariencia bella, sino entre la decoración her-
mosa, clásica, singular en su belleza y grande-
za, y la pequenez de los espíritus que gozan, por
azar del nacimiento y otros azares, del privile-
gio de habitar como naturales señores en este
mundo único, excepcional, que sólo el alma del
artista seria digno de habitar y poseer. Tolstoi,
poeta y aristócrata, no entra en la ley general, tan
bien señalada por Bourget, que hace que el no-
ble y el grande, nacidos en el lujo, en la vida del
privilegio del placer, de la elegancia exterior,
de todos los esplendores materiales, no pueda
por falta de imaginación, y por á gasto del ttso
sobre todo, sentir ni apenas comprobar las ven-
tajas de su posición y la hermosura del mundo
aparte en que viven.
En la novela de Bourget es, á mi juicio, lo
principal, el estudio de este fenómeno socioló-
gico: la adaptación del espíritu del poeta al am-
biente del gran mundo; las luchas que nacen de
semejante empeño. El autor, que no ha querido
escribir largo, aunque alude aquí y allí á dife-
rentes aspectos de este campo de observación,
concrétase en seguida á una de las principales
seducciones que el poeta encuentra en este mun-
do para él encantado: al amor. Los amores de
más degradante, ¿á dónde volverá los ojos? A la
muerte. Se suicida; pero el autor no le deja mo-
rir: le deja mal herido, con vagas esperanzas de
recobrar la vida. En tanto, sin acercarse á su
lecho, trasporta el final de la acción á la calle,
dond^ Claudio Larcher, el iniciador, el semi-
artista perdido irremisiblemente, no por el grati
mundo sólo, sino más todavía por esa vida itUer-
lope de cierta clase de escritores, pintores, et-
cétera, etc., de Paris, encuentra al sacerdote
cristiano, al abate Faconet, director del colegio
de San Andrés y tío materno del mísero Vincy.
Este personaje, que al principio de la novela
no había hecho más que aparecer incidental-
mente, aquí viene á representar un papel tal vez
simbólico, sin dejar de ser verosímil su presen-
cia, y natural y lógica toda su intervención en el
fondo del libro. Es el caso que, en medio de los
refinamientos sensuales y también int«lectuales
de Paris que ha pintado el autor, viene esta no-
ble y hermosa figura, como refresco de esperan-
za, con su austeridad nada aparatosa, con su
puro ideal, que es ni más ni menos'la fe de Cris-
to. El P. Faconet opina que «Francia necesita
talentos cristianos. » La última palabra de esta
novela no es un hecho frío y mudo de la reali-
dad, ni es un rasgo pesimista: es un aliento de
ciei-ta vaga esperanza. El P. Faconet, al frente
de una escuela, preparando la juventud de ma-
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846
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
fiana y predicando cdhtra, 6 más bien sobre, to-
dos los alambicamientos de la vida parisiense
la austera religión del deber y la amable reli-
gión de Jesns, es, sin duda, una figura que
qmere dejar el autor en primera linea y como
im efecto intencional y de contraste. ¿Senl la
idea de P. Bourget que la sed de belleza y de
verdad ideal que el artista busca no pueda en-
contrarse en la quinta esencia de la cultura mo-
derna, representada por el París intelectual,
elegante, artístico, sino que ha de remontarse ol
espíritu, no con tendencia reaccionaria, pero si
con amor histórico, á la fuente pura, acaso mal
estudiada \x)r unos }• por otros hasta hoy, á la
fuente pura del sublime cristianismo? Aunque
algo puede haber de esto, confieso que me han
disgustado las afirmaciones demasiado rotundas,
poco prudentes por lo rudas y terminantes, de
cierto critico francés, más idealista y alborota-
dor que proñindo y caritativo con los contrarios,
Mr. de Chautavoine, el cual, precipitándose y
exagerando, y, en suma, echando á perder mu-
chas ooeas buenas, atribuye á P. Bourget, por
causa de su novela Mentiras y de su clérigo Fa-
conet^ nada menos que la misión de un nuevo
Chateaubriand, y hasta se atreve á esperar,
para dentro de poco tiempo, otro Genio del Cris-
tianisnw.
Lo que puede asegurarse es que P. Bourget
siente y comprende tan bien como el primero
todo el sentido y la idea de la vida espiritual y
sensual moderna en su expresión más refinada,
segtin es en ciertos círculos de París j' de otros
pocos centros; y á pesar de esto, y con la nos-
talgia de una patria ideal que no existe en Pa-
rís y sus similares, busca otro ambiente, y como
que olfatea por el camino del deber austero, de
la abnegación sublime, siguiendo acaso, quiéralo
ó no, el rastro de la Cruz.
Clarín
ORLANDO (Como gustéis, comedia de Shakespeare)
PREGUNTA
Si cosas muy diferentes
máscara y semblante son ;
si jamás el artificio
con el arte se igualó ;
si entre la sombra y el cuei-po
media una distancia atroz,
y es distinto un reloj de oro
de nn reloj de similor,
annqne de la misma fábrica
Á UN CIGARRO
¡Qué rubio! ¡Qué lustroso! ¡Qué bien hecho!
i Con qué placer inmenso lo consumo 1
i Cuánto gozo al mirar subir el humo
en blancas espirales hacia el techo !
i Qué contento me pone, y satisfecho,
el sentir en mis labios su acre zumo !
Si me dan un cigarro, me lo fumo:
si me lo ofrecen, ¡nunca lo desecho!
Fumando, mi cansancio se disipa: >
/.A
(hilíA^
CUw
PERSONAJES DE LA COMEDIA .COMO GUSTÉIS-
hayan salido los dos;
¿por qué se empeñan algunos
en fundir en un crisol
la mundana hipocresía
y la santa devoción V
Manuel dkl Palacio
fumando, hasta ol fastidio se me cura;
y fumo puro, y de papel, y en pipa.
De gustos, es el gusto más completo
fumarse un buen cigarro, i Y si se apura!...
¡Dadme un cigarro y os haré un soneto!
A. ScilINULKIl
NUESTROS GRABADOS
KSTrniO DK PA1SA.7K I)K INVIKRNO
Quien siente venladero niiior e', He no se arredra ante
el frío, ni ante el calor, de la cusí ! irepidez da muestra esa
simpática pintora. El sitio es á propósito para trazar un bo-
ceto que contenga la nota car ictoristica de aciuella playa, y
la elegante artista se dispone li sentarse allí y reproducir eu
su lit.ro de apuntes el mel;.nc íleo y solitario paisaje.
SANTA CIIANTAL, SAN FRANCIl-CO DK SAI.KS Y UADA.MB UK
SKVIQNiS
Hija de eonfesióii de San Francisco de Sales, obispo do
(iénova, fué Santa Juana Fremyot una de las más ejem-
plares monjas quo (lorceieron en el siglo xvir, habiendo
fundado Infinidad de conventos en su país y en Saboya. Per-
teneció á la orden de la» visitandlnas. Casada en su juventud
con el barón de Rabutin Chantal, fué abtiela de madame
de Sevigné, la marqiiixc des marquüea é incomparable es-
critora.
KOMA: t.A IlASll.lCA DK SAN PKDKÜ
Dibujo de P. y Valor
I.a celebración del jubileo sacerdotal de S. S. el papa
León XIII, da interés de actiuilidad al insigne monumento,
centro del orbe cristiano. No consienten los estrechos limites
de que podemos disponer dar una descripción detallada del
incomparable templo, por lo cual deberemos contentamos
con decir lo principal.
Fueron echados los cimientos en tiempo de Nicolás V.
Julio II activó sobremanera los trabajos y León X tuvo la
gloria de dejarlo casi concluido. Los arquitectos directores
fueron sucesivamente Sangallo, Rafael, Miguel Ángel, autor
este til timo de la asombrosa ciípula, Vignola y Santiago
della Porta.
Lo primero que llama la atención al entrar en la Basilica
es el sepulcro de San Pedro, donde arden continuamente,
noche y dia, ciento doce lámparas. Cerca de alli esta la capi-
lla della l'iela, poema en mármol, cincelado por el Buo-
narrotl.
El altar luayor se eleva en el centro de la iglesia, y desde
alli puede admirarse el interior de la cíipula, con sus treinta
y dos pilll.^t^as de orden corintio, sostenida por cimtro pi-
lares.
liO miis particular de la gran Basílica es que, al ver fuera
la inmensa multitud que se dispone á penetrar en ella, pa-
rece que no van á tener cabida tantos seres humanos, y una
vez dentro aparece el templo como si estuviese desierto.
El (lia de Año Nuevo se verificaba antes la gran procesión
presidida por el papa, que iba en su litera, sostenida por
veinte personas, vestido de blanco y arrodillado ante su re-
clinatorio. Esta procesión desfilaba bajo los pórticos de la
pbi/.ii, y era uno de los espectáculos más sublimes que cabla
presenciar.
MARINA
Dibujo de G. Aitnrfa
Los lectores de La ImsTitACióN Ihírica
conocen bien las siempre bellas é insi>iradas
obras de nuestro joven colaborador artístico
que de cada día va adquiriendo más lison
Jera nombradla. A uu dibujo eorrectisimo, á
un sentido justo y poético del colorido y á
un talento de composición no muy comtin,
reúne el Sr. Asarta el más ardiente entusias-
mo por el arte, estudiando incansablemente
la Naturaleza, y prometiendo, al llegar á su
madurez, ser uno de nuestros más renom-
brados artistas. El grabado que hoy damos
es buena prueba de lo que decimos, siendo
una de las mejores Marinas que ha dibujado
el autor.
MARGARITA
Dibujo de T. Mayerhofer
No cabe mayor distinción que la que en
medio de su sencillez revela esa Margarita;
es im tipo muy felizmente acertado, que reú-
ne, á la candidez simbolizada en un nombre,
la más acabada representación de la belleza
meridional.
KSCKMAS CAMPESTRES EN EL TEATRO :
•COMO OUSTlilS,» COMEDIA DE SHAKESPEARE;
•LA FIEL PASTORA,» COMEDIA DE PLKTCHER
Ambas comedias vienen representándose
cada verano, desde hace algunos años, en un
teatro al aire libre construido ad hoc, en Com-
be (Rarrey) . Cuando se levanta un edificio para
representar en él únicamente Como qusUis y
ha fltl pastora, puede calcularse con qué acabada perfección
no aparecerán dichas obras puestas en escena. Verdad es que
todo ea poco tratándose de comedias como las quo decimos.
Véase en qué términos se expresa Teófilo Gautier hablando
de Como gusli'is: .Leyendo esta pieza extraña, siéntese uno
trasportado á uu UMindo desconocido, del cual se tiene, sin
embargo, alguna vaga reminiscencia. No se sabe ya si se
LA ILUaTltAClOM iBElilUA
está vivo ó se está muerto, si se sueña 6 se está despierto,
Graciosas figuras os sonríen dulcemente, y os dirigen, al
pasar, un amistoso saludo; os sentís conmovido y turbado
á su vista, como si á la vuelta de un camino os topaseis de
pronto con vuestro ideal... Manan las fuentes murmurando
quejas medio ahogadas; el viento menea los viejos árboles
de la antigua selva sobre la cabeza del anciano duque des-
terrado, con suspiros compasivos; y cuando Santiago el me-
lancólico deja caer al agua, con las hojas del sauce, sus
filosóficas quereDas, pareceos que sois vos mismo quien ha-
bláis, y que el pensamiento más secreto y más oscuro de
vuestro corazón se revela y se ilumina.
»lOh, joven hijo del bravo caballero Roldan-des-Bois,
tan maltratado por la suerte ! No puedo contenerme de estar
celoso de ti: tú tienes aún un servidor ñel: el buen Adán,
cuya vejez es tan lozana bajo la nieve de sus cabellos. Estás
desterrado, pero á lo menos lo has sido después de haber
luchado y triunfado; tu malvado hermano te ha arrebatado
tu hacienda toda, pero Rosalinda te da la cadena de su
cuello; eres pobre, pero eres amado; abandonas tu patria,
pero la hija de tu perseguidor te sigue más allá de los
mares ..»
En cuanto á la pastoral de Eletcher, es mucho menos
conocida Su autor vivió en tiempo de
Isabel y fué deán de Peterborough.
I,A I.I,Kr..4l>A DE L\ CARROZA
TERMINADA LA KAEXA
¡Qué espectáculo se ofrecía á mi vista encada
calle!
Las casas derribadas, y muchas de ellas ar-
diendo, mostrando sus huecos humeantes como
ojos infernales. Aquí y allá montones de cadá-
veres horrorosamente magullados ó medio inhu-
mados entre los escombros.
En muchos de ellos reconocí á seres queridos,
amigos de la niñez, que habían sido víctimas de
su valor y arrojo.
Sin embai-go, no me detuve.
Mis sentidos, lanzados salvajemente á los ex-
tremos del más febril delirio, no me permitían
conocer claramente el lugar donde me encon-
traba: sólo sé que andaba sin descanso, ora
arrastrándome por tierra en los puntos do mayor
peligro, ora pisando cuerpos, yertos unos y con
movimiento otros.
Poco después me hallaba fuera de Tarra-
gona.
S47
presa y procuré agazaparme lo mejor que pude
entre unas piedras y allí esperar.
A poco vi aparecer, por entre aquellos árboles,
un grupo confuso que se aproximaba pausada-
mente.
Yo no i)od¡a ser visto, porque, á más de ser
casi de noche, e.staba perfectamente oculto.
Mi curiosidad era cada vez mayor.
Desde luego supuse, por las risas y algunas
voces sueltas, que se trataba de franceses de
buen humor que vendrían de conmemorar al-
guna hizafm; pero, conforme el grupo llegaba
hasta mí, creía oir sollozos comprimidos y sus-
piros ahogados.
La mucha oscuridad que reinaba no me per-
mitió salir do dudas hasta que ol grupo pasaba
á dos pasos de mi escondite.
Entonces todo lo comprendí.
Un inerme anciano y un tienio niño eran con-
ducidos prisioneros de guerra á Tarragona por
Lindos dibujos, sobre todo muy bien
dibujados. Xa llegada de la carrosa es una
feliz inspiración, que constituiría, sin du-
da, agradabilísima sorpresa para los niñ( s
que so hallaren presentes en la fiesta. En
Terminada la faena presenta el autor un
nuevo aspecto de la bondad de los gatos,
ahora plácidamente juguetones si antes
tan laboriosos.
LA CATEDRAL DE LU.S'EBIJRGO
Luneburgo, á orillas del Hmouan, en el
ex-reino de Hannover, es estación princi-
pal en la linea de Hannover á Ilamburgo.
El caserío es muy antiguo, y la catedral
muy notable por su hermosa aguja.
'^
EL PEíSÍOraO
Episodio de la guerra de la Independencia
(conclusión)
¡Yo lo vi todo! Vi la matanza
y el amor confundidos con el ro-
bo y la embriaguez... Vi asesinar ^
flacas mujeres é inennes ancia
nos...
No hubo casa que no fuese sa-
queada, ciudadano que no fuese
blanco de las más bárbaras inju-
rias, ni respeto para lo divino, ni cuusineracion
para lo humano.
En aquel mismo día, de infausta memoria,
perdí á mis padres y á mis hermanos: sólo yo
pude salvarme no sé cómo.
Sin embargo, fui herido de la mano derecha,
y, por lo tanto, inútil para la lid.
Asi es que, rendido por la fatiga, manando de
mi herida abundante sangre, y postrado por el
hambre y la sed, tuve que refugiarme en una
casa que á la sazón hallé deshabitada.
Yo debía permanecer en aquella casa hasta
entrada la noche, para que, valiéndome de la
oscuridad, pudiese salir de Tarragona.
Esto pensé, y esto decididamente llevé á
cabo.
Tan pronto como la noche empezó á extender
sus negras alas sobre el horizonte, salí á la calle.
Apenas había andado diez pasos, cuando me
detuve.
Tan brutales escenas había presenciado, que
la sola idea de ser descubierto por algún soldado
extranjero me ateirorizaba.
Pero, en fin, venciendo mi repugnancia, y en-
comendándome de todo corazón al Todopodero-
so, continué mi marcha con resolución.
El trayecto desde la calle del Arco de Santa
Tecla, en una de cuyas casas me había refugiado,
hasta las afueras de la población, fué feliz y sin
ningún incidente.
ORLANDO,;.(Como gustéis, comedia de Shakespeare)
(Me había salvado!
Una vez en el campo, me dirigí hacia este
punto, que consideré el más seguro para no ser
visto.
Yo había atado un lienzo á mi mano, y la he-
rida ya no me molestaba tanto.
Hubo, pues, un momento en que, no pudiendo
mi cuerpo resistir más, tuve que sentarme, mejor
dicho, dejarme caer, sobre un montón de pie-
dras.
Entonces empecé á reflexionar lo triste de mi
situación.
En aquel momento acudían á mi mente las
escenas más dulces de la niñez, cuando me ha-
llaba rodeado de los seres más amados, de mis
padres y de mis hermanos...
¡Todos habían muerto!
No obstante, les envidiaba.
¡Dichosos ellos mil veces, que han perecido
por la patria, que han conqxiistado la gloria por
haber muerto en el puesto del honor! ¡Desgracia-
do yo, que vivo después de perderlos!
De pronto un ronco rumor, acompañado de
fuertes carcajadas, llegando hasta mis oídos, me
hizo salir del ensimismamiento en que me ha-
llaba.
Mi primer intento fué alejarme de este sitio;
pero, temiendo que mis pasos pudieran vender-
me, y, por otra parto, deseoso de saber qué sig-
nificaba aquello á tales horas, renuncié á la em-
dos imperiales que, según supe después, habían
encontrado á aquellos infelices huyendo de nues-
tra ciudad en la madrugada del mismo día.
Movía á compasión la vista de aquellos des-
graciados, medio vestidos, los rostros irasfigura-
dos, la mirada sin brillo, el paso inseguro y los
hombros y espaldas llenos de heridas que sus
verdugos les hacían con las puntas de sus bayo-
netas para hacerles andar más de prisa.
Al llegar frente á donde yo me hallaba, se
detuvieron, exclamando el pobre anciano con
voz tan débil que apenas se le oía:
— ¡Mátenme ustedes... por Dios... buenos mili-
tares!... ¡Quiero morir pronto!... ¡No hagan sufrir
más á esta pobre criatura!...
— ¡Calla, didón, canalla! — le decían aquellos
en su idioma, dándole golpes y haciéndole andar.
El que había maltratado al español, decía
después:
— Mañana serán fusilados estos miserables,
dando con esto un escarmiento á los que no se
hayan rendido todavía á nuestras banderas.
— Y nosotros, al entregarlos esta noche, al-
canzaremos una cruz, — añadió el otro soldado.
— Y seremos distinguidos de nuestros jefes.
— Yo, por mi parte, puedo asegurar que estos
bribones van á tener la cidpa de que nos as-
ciendan...
Y una brutal carcajada celebró el dicharacho.
En tanto, las infelices víctimas oían tau atroz
848
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
diálogo con la impasibilidad del mártir que
a^arda con alegría lii miiertt' para descansar.
Los dos dirigíanse dulces miradas y lloraban
amargamente.
Eran dos almas que se despedían en caio imm-
do para volverse á ver etema-
moute cu el otro.
— ¡Ea, perros, andad de prisa
si no queréis que os rompa la
crismal^grit¿ con voz ronca uno
de loe franceses.
— ¡Sí... ustedes son njny bue-
nos y no me harán sufrir mAs!
¡Mátenme por favor!— exclamaba
el infeliz viejo con voz que con-
movía á una piedra. — ¿No les da
lástima ese pobre niño que viene
arrastrándose, muñéndose?...
En efecto: la pobre criatura era
\nctima dt» una interna fielirp íin«
le consumía por moment' -
Parecía un espectro.
— Mejor seria que dejásemos á
ese rapazuelo en libertad, — dijo
el otro extranjero, qne parecía ha-
berle conmovido el estado del des-
graciado joven; — pues la verdad
es que está moribundo y no va á
poder llegar á Tarragona.
— El buen militar no debe en-
ternecerse nunca, y tú parece que
deshonras en este momento, con
tu buen corazón, el uniforme que
vistes, — respondió el que había
Uevailo siempre la iniciativa de la
crueldad, el que hacia andar á los
prisioneros á fuerza de bayon^
tazos.
Después continuó:
— ¡Vaya, vaya! Basta de con-
templaciones. ¡Adelante!
Y vohnó á herir las espaldas de
aquellos infelices.
— Compañero, — dijo el que de-
fendía á éstos; — ¿qué hacemos con
esa pobre criatura?
— Ahora verás. ¡Es muy sen-
cUlo!
Y sin darme tiempo, no digo á
prever, sino á evitar sus movi-
mientos, descerrajó un tiro sobre
el corazón del mártir.
Jamás me he considerado hé-
roe, ni mucho menos; pero es lo
cierto que en aquel momento no
temía á la muerte ni á la catás-
trofe que acababa de presenciar.
Verdad es que el heroísmo,
como hijo del momento y conse-
cuencia de la inspiración, no
reconoce clase ni sexo; razón por
la cual suele encontrarse algunas
veces en los cobardes y en las
mujeres.
— ¡Prosigiie! — exclamó el que
escuchaba absorto el relato.
— Pues bien: entonces no me
pude contener: había presenciado
ana infamia, y mis sentimientos
estallaron en un grito de suprema
indignación.
Quise evitar á todo trance qne
se repitiese la misma escena con
el venerable anciano.
Di un salto pro<ligioHO, y, lanzándome sobre
el soldado que había h<-<:ho fuego, le arrebaté el
fusil por un movimiento brusco que aquél no
pudo prevenir, y descargué sobre su cabeza tan
f' - con la culata, que cayó al suelo sin
díi j. o á exhalar ni un gemido.
El otro extranjero, sorprendido por mi rápida
afíiTn<-f ¡da v >'''meroBO dc segoír 1& mísma suerte
qne su compañero, huyó precipitadamente hacia
Tarragona.
¡Quedábamos libres!
Pero mis esfnei-zos por salvar al pobre ancia-
no fueron inútiles.
III
Aquel lance me costó una gravo í^ufennedad,
de la cual aun no lie logrado reponerme, —
concluyó el joven, levantándose de su asiento, —
y todavía, cuando paso por este sitio después
de la puesta del sol, to confieso quo tengo que
acelerar el paso, pues se me representa, con to-
dos sus detalles, aquella horrorosa escena.
. Poco después se despedían cariñosamente
ambos amigos.
Habían llorado juntos.
Jamás olvidaron ninguno de los dos la aven-
tura de el prisionero.
Ángel Coello de Torres
LA CATEDRAL DE LUNEBUKCO
Casi al mismo tiomj)0 que yo derribaba al
soldado, caía él exánime al suelo.
Al caer me lanzó una tierna mirada, como
dándome gracias por mi acción.
Después comprendí la causa de su repentina
muerte.
Y es que el prisionero pocos momentos antes
asesinado á su yista era... ¡su hijo!!!
GñÁMOíS áLIHáCENES DEL
PriDtemps
Pídase
Kl UAGNIFICO áLBUHI ILUSTñADO redac-
tado en Español ó en Francés, encer-
rando 554 grabados Inéditos de ves-
tidos. Confecciones, Artículos para
Señoras, Trajes para Caballeros y Niños
eta, como también la nomenclalura de
todos los tejidos de Sederías, Lanerías,
Indianas, Pañerías, Telas de Hilo, eta,
eta; que
Acaba de salir á loz
Y que remitimos SñATIS r FñáNCO i.
quien nos la pida en cart^ franqueada
dirijida á
MM. JULES JALUZOT t Ci^
á París
se envían leualmente gratis, las
muestras de todos los tejidos de com-
ponen los lnnlen^50S surtidos del l'KlN-
TE.MPS (Especlllcarnos bien las clases y
precios).
Casas dc reexpedición en DRün (Es-
paña) y HENDATA (Franela).
Todo pedido, cuyo valor llegue t
M pesetas, es eipeilldo liWe <*« portes
conira desembolso, ó sea K pa^ar al
recibir la mercancía, á cualquier esta-
ción del Ferro-Carril, mediante un
recargo de 5 0/0 sobre el total de la fac-
tura ó Ubre da porte» y de derecho» d»
«duapa mediante el de ?5 0¿Q.
Nuestras Casas de reexpedición de
irun y uendaya están especialmente
encargadas de las formalidades de la
Aduana y de la reexpedición de los
bultos, que llegan siempre al punto de
desuno sin necesidad de que nuestros
parroquianos se cuiden de nada.
LOS GRANDKS ALMACENKS
Hl PRIHITEMPS n parís
NO TIENEN SUCURSALES
ni en Francia, ni en España
IDIi.VlSTBlCiÓS: Cirtíi, »5-M7. baú Itliui, ediUiL - Ktwrradw \m derecboi de propiedad arü«ti(a y literaria. - Lai redamacionei en Madrid, al reprenentante de eita cana , D. Manuel Pía y Valor: ipodaca, 10, V
\ ♦< INSÉRTESE Ó NO, NO SE DEVUELVE NINGÚN ORIGINAL
yt<-
EariiLcoufuno TiPouToeaAnoo oi La Iloatraolón n>órioa: Calle di Cobtes. k.»' 365 v 367. — BAECBLONA
ÍNDICE ALFABÉTICO
DE LOS AUTORES QUE HAN COLABORADO EN ESTE TOMO
— ooc-
Adán Berued (José). — La noche, pág. C36. — Sin careta,
pág. 719.
Alcalde Valladares (.Antonio).— X orillas del Cantábrico,
3o0.— El bien perdido, i'i. —Al huracán, 311.
Altamira (Kafael).— .Wiyeres de Dawlet, AM, 467, 487, .502.
Alvear (Cayetano ie).—Ru,nibos opuestos, 267.— Vorrei mori-
ré, •i02. — yfendiga. 6.)1.
Amor Mailán (Manuel). — Una romanza, 723, 739, 75.5, 771,
7S7, 60:i.
Arana (Vicente de). — A Elisa, Sif).— Ayer y hoy, tío.— En
un abanico, 558.
Baeza (J. Frutos).— En el campo, 398.
Barbauy (José).— Intimas, Ul.— Modelo, 159.
Bellmont (V.)—Fakmes, 94.
Biedma (D.» Patrocinio áe).— Exposición Marítima de Cádiz,
•571, 618, 6W, 694, 774, 819, 835.
Blanco Asenjo (Ricardo).— Exposición de Bellas Artes, 390
4Ü6, 451, 470, .503.
Blanco y Sánchez (Kufliio). — Lo infinitamente gran-
de &., 683.
Blasco (Luis).— ^mor suicida, 479, 495, 511, 518.
Blasco (Ramón).— íín un álbum, 478.
Blasco Ibáñez (Vicente).— .4 ilaria, «i.— Episodio mater-
nal, 90. -Líí muerte de Capeta, 195, 210, 213, 262.— Bi violi-
nista, 323, 339, 3.58.- [/■« idilio nihilista, 579, 595, 611, 636,
643, 6.58, 675, ~0'i.— El premio gordo, 806.
Bonet y Alcantarilla (Pedro).— La campana del lugar, 494.
Borda (..Joaquín). —ios ciegos, 666.
Borrá3 (losé).— ¿A qué saben los besosf 31.— Loco de amor, 174.
Camacho (Tomis). — Las ilusiones, 46. — Las dos miserias,
'iüi}. —Fuentes inagotables, 791.— Pobre niño, 826.
Cano (Carlos). — í/nají no más, 39.— Oros son triunfos, 79.—
El amor de los amores, 153.
Cano (Ricardo). — Kersos, 174, 398.
Cañizo y Miranda (Luis del).— Sutilezas, 512.
Castelar (Emilio).— Filosofia de la historia, 6.
Catarinen (Ricardo J.)— Egoísmo, IW.— Poesía, 200.— Dile-
ma, 332.
Olarana (.}.)— La nariz, 435, 4.58.
Clarín, (Leopoldo Alas).— lect(JRA9: Los Pazos de Ulloa.lO,
86.— .4 muchos y á ninguno, 135, 1.50, 182, 215, 216, 346, 374.
—Maximina, 2T).—Baudelaire, 471, 518, 595, 622, 674, 710,
762.— Paiíí Bourget, 807, 839.
Cosllo de Torres (Ángel).— Zoroido, 499, 515, 531, 550.— Eí
prisionero, 831, 847.
Colorado (Vicente).— En el andamio, 21 . — Maeerañones y
ayunos. 218. — Lo que dicen los libros, 259. — Cornelia, 267.—
Percances del ojicio, 310.— En las nubes, 746.
Coroelio. —Historia de dos notas, 631.
Cruz (.San .Juan de la). — Sobre el salmo "Super flumina,» 227.
Eacobar (Fray Luis de). — Qlosa del ■'Miserere," 235.
Fel¡C33 Andújar (Carlos).— Eí último paso, 794.
Fernanflor.— Carias d mi prima, todos los números.
Flores García (Francisco).— La moneda de la suerte, 167.
Franco CEnrique).- La muerte de Jesiis, 221.— A Enriqueta,
2ói.— Filis, 270.
Frexas de Sabater (Enrique).— Jtfíscaníore», «85.
Qalí Boflll (José).— La/dicifia'í, 810.
García (P. de Alcántara). -El telescopio, 239, 278.
García (Ramón).-.! Concha, lir>.
García Goyena y Alzugaray (Juan).— Ei alcázar de tas
perlas, 735, 7.50. 7li6, 779, 798, 816.
Gasser (J.)— Eí ánimo de la condesa, 091, 707.
Qenové (Ignacio áe).—Adán Mickiewicz, 399, 415, 431
447, 463.
Góngora (D. Luis de).— .Soncio, 227.
González y Quesada (Enrique).— 3fucrto, 6.55.
González Serrano (Urbano).- Lo absurdo, 11.— Las acade-
mias antiguas, 2i2.— El amor, según Platin, 691. —Elplalo-
nismo y c. ■iristotelismo, 827.
Gras y KUas (Francisco).— La Fuente de los Currutacos, 15,
31, 47, 63, 79, 95, 111, 127, 143, 159, 175, 190.
Guimbao (.\.braham) —Post nubila Phmbus, 718.
Hernández y Bermiidez (Ricardo).- .Ifi amigo López, 315.
—La viudita, 491.— Ei alguacil regio, 11b.
Iñigo Romero (José).— Éi premio de la codicia, 699.
Iranzo (Ricardo). — í/n ca.'itillo en el aire, 94. — Dos cartas, 219.
— Tipos de saíl()^, 298, 443. •
Jaokson Veyan (José). — La capilla, 393.
Jáuregui (D. Juan de).— Canción á la redención humana, 235.
Labaila (Jacinto).—^ nn artista, 143.— Ee, Esperanza y Ca-
ridad, 11b.— Roma veduta, fede perduta, 303, 319, 335', 351,
367, 333.
Marqués (Antonio J.)— La desposada del rey, 202.
Martínez Barrioauevo (Manuel).— íJcsde el manicomio,
5^6.— Ei centenario de la reconquista, en Málaga, 602.
Martínez Orozco (F.)— Es tu alma, 51b.— La canción del
marinero, 814.
Mathé (Felipe).— yl ia tercera va la vencida, 275, 291, 307, 326.
-Recuerdos, 547, 563, 582.
Mendoza (Carlos).— iíí6iiot)ra/ías, 107, 126, 190, 2S6, 302, 318,
351, 466, 523, 538, 554, 587, 650, 686, 763.— Diona de Poitiers,
247.— Luisa de la Valliere, 507.
Menéndez Pidal (Juan) — L«j; asíerno, 795.
Merimée (Próspero). —Loíis (traducción de A. O.), 527,
543, 559, 575, 591, 607, 623, 639, 655, 071, 889.
Miró y Folguera (José). — Los ocho cuartos y el niño muer-
to, lio. — Las bodas de Ácmet, 347.
Morales San Martín (B rrnardo).- La catedral de Virgilia,
\bO,—El imperio latino, 630. — La primera copa de champag-
ne, 119.— Natura, 826.
OlmsdiUa y Puíg (J)aquín).— XnííceííeTiíes históricos sobre
el chocolate, 111.— Descubrimiento del fósforo, 369. — Fosfo-
rescencia y calor de las plantas, 478. — Cuvier, 551. — Los cos-
méticos, 727.
Opisso (Alfredo).— Keuisía Científica, 7, 22, 42, 54, 71, 87, 102,
118, 135, 1.51, 166, 198, 214, 263, 294, 311, 342, 375, 422, 433,
486, 563, 614, 662, 726, 790.
Opisso (Antonia).— .4nii¿/(í/os y presagios, Sñ.^ Notas musi-
cales, 122. — To'io el mundo, 182. — La religión de Cristo, 239.
— .4iíroras boreales, 330.— Ei clown negro, 395.— /)e estrellas
arriba, Aló. — Tiempo perdido, 531. — Exposición Universalde
Barcelona, 598.— La caída de tas hoja», 67».- líonore» pó»
tumos, 1\2.—Hlluelwi borrosa', 822.
Ortega de la Parra (Kcdcrico).— Corta de María. 800.
Palacio (.Manuel de). -Aguinaldo, 14. -^lí detpedlrta, 814.—
Pregunta, 816.
Pallól (IkMilíno).— La exposición de Pinturai y Rtpana., 487.
Pareja Serrada (Antonio).— Eí violin del ciego, 387, 414.—
tíiovanrtta, 758.
Pato Martínez (Eduardo).— Eipenio, 402.
Paaarrubia (Fernando) -Can/are», 200.
Peres Neva (Alfonso).— Ei regalo de reyes, ÍS.— Campana»
y P'i'nnm, 419, 418.— La Romería, 522, 5,35.— Jícraoríojí de
un vencejo, 811.
Pinto Delgado (Moseh Juan).— Primero íomcTUoci*» de Je-
remías, 234.
Pujol de Collado (Josefa).— Ei premio de siempre, 207, 223,
2.55, 271, 2.Í7.
Riva Palacio (Vicente),— Lo noche de la muerte, il— Albo-
rada, 126.— Ei Escorial, U2.—Las plegarlas, 174. — tin re-
cuerdo, 222.— La azucena y el huracán, '¿70.— Hoy, 623.—
Amor, fuO.— Yo y tú, 813.
Rodríguez de la Torre (Teodoro) —TtM ojos, 2.54.
Rueda (Salvador). — Eí monólogo del viento, liO. -Mútica
lejana, 187. -Eí sacarlo, 430.
Sáaobez Pérez (Antonio).— Los listos, 10.— Perico Aniibón.
bb— Lamentables equivocaciones, GOÓ.— Autores de nota, 714.
— Eí público, 730. — Sesión borrascosa, 775. — Desarreglo»,
791.
Sanmartín y Aguirre (J. F.) -Alfombra, estera y ladrillo.
llü. -Necesidades, Iñó. — Vivir de milagro, 298. — Casa y
pesca. 321.— El beso. tUl.— Madrid frivolo, 823.
Schlndler.— De/inición del amor, 827.— X un cigarro, 846.
Solana (Ezequiel). — Ternesos, 158.— .4!ini y mayo, 254.— .4
mí madre, 639.
Soler (Eduardo).— La escultura entre los visigodos, 731.
Swetcbine (Madame).— La resignación cristiana, 230.
Tomá3 y Eitruch (Francisco). — Ciíi/o, 3.82.
Tomás S'ilvany (Juan).— La casa de Pedro López, 3, 19, 35,
50, 67, 83, 99, 115, 131, 147, 163, 179, 198.
Torre (José Jíaria de la). — Los parientes de ella, 19&.— Frag-
mento.—El Talismán, 126. — La noche de piñata, lb4. — lCeffir,
100. —El ángel, 318.- Ei íicenciatío Carrillo, 403, 427.— A
Teresa, .511. -Lo influencia del idilio. .558.— ios yema» de
coco, bSl .—Kequiescat, 11b.— Al mar, 731.
Valdeflores (A. de).— Bibliotecas mahometanas, 363.
Vallejo (.Mariano).— /IftcrtJoí, 222.
Veja (Fray Félix Lope dg.).—A la cruz á cuestas, 227.—
Soneto, 233.
Villasaudino (Alfonso Álvarez de).— A la Virgen, 230.
Tjbeda ((Cancionero de).— Romances, 238.
Urrecba (Federico). — El hijo del regimiento, 570.
Iráyzoz (Fiacro).— Por ío reja, 3.34.
Zahonero (José).— La repudiada, 3.55, 370, 391.
•** Tipos militares, 183.
••* Monumento ó Cuahutemoc, en México, 698, 711.
ÍNDICE ALFABÉTICO DE LOS GRABADOS QUE ADORNAN ESTE TOMO
;♦>♦;*<♦>—>—
A campo traviesa 736
A la ambulancia 449
A las fieras "421
A los píes del Salvador 376
A punto de dormir. . . . . 362
Abanicos venecianos del siglo xviir. . 53
Ahdul Ramán, emir del Afganistán. . 141
Abetos. . 560
About (Edmundo) 122
Abuelo (el) 433
¡Accidente! 700
Actriz (la) 284
Adelaida (ciudad de) 4.84
Adiós 189
Adoración de la cruz 229
Afición (la) 807
Agnas tranquilas 533
Ahasvero 397
iAI agua! 515
Alberto Dnrero en Véncela. 2^0
Aldabones venecianos 797
Alegre paisaje 621
Almuerzo en el bosque 520
Alpes (los) 59i
Amazona en peligro 673
Amor al arte 792
■ vencedor 6.59
. y Criket 263
Amores 321
Andrajos y cigarros 43!t
Ángel de la Guarda (el) 13
' tiimales como elemento decorativo
(los) 179
ntiguas piedras esculpidas de Ingla-
i^rra T.87
'. Tiuneiación (la). 108 (dos), 502 (.los) y 783
Árabe 433
Aranjuéz ("palacio de) 324
Aparición inesperada 634
Ausencia 535
Arresto (el) 484
Arte asirlo 195 y 199
Arte fenicio 211, 214 y 215
Arte persa 247
Arte en casa 339 y 342
Arte y belleza 337
Asi estarás más bonita, mamá. . . 796
Asoló 682 y 68 ¡
Atché (el escultor R.) 609
Atenas.— Ruinas del Panteón. . 112
Atención delicada 3-44
Aves de amor, flores y espinas. . 402
Audiencia de Richelieu (una>.. . . 804
Badajoz (puente de) 26
Bacón (sir Nataniel) 70
Baile de bodas 467
» de niños 728
de trajes 568
Bajo los árboles 525
. los tilos 576
Balancín (el) 387
Bandolero (el) 390
Barcelona . — Teatro Principal . — La
Qran-Via 84
Barcelona— Bendición de la primera
piedra de la ntieva fachada de la
Catedral 261
Barcelona. —La nieve 13 i y 133
> Puerto 156
• Inauguración de las obras
del nuevo Palacio de Justicia. . 267
Barcelona.— Carreras de caballos.. . 340
• Inauguración del monu-
mento á l'rim 350
Baroi.''i.jna.— Fiesta marítima d?l Club
de regatas 372
BartriySafo 328
Basílica de San Pedro en Roma. . . 836
Beati possidentes 688
Bellagio 6.50
Bella lectora (una) 577
Belleza de Praga 3
• del siglo ,\vr 212
de Gratz 264
• griega 426
Berlín 168
Biblia de Gutenberg 17
Bilbao.— Festejos con motivo del viaje
de la real familia. . 628, 646 y 445
Birmingham (Museo de) 744
Bordados americanos. . . 218, 219 y 224
decorativos 772 y 732
Bordadoras de los Balkanes. . . . 765
Borrachos (los) 140
Botadura del acorazado Pelayo. . . 148
Bronces rusos 518
Buzón (el) 209
Cabeza de estudio 280
720
Cadáver de Alvarez de Castro ante el
pueblo de Figueras 388
Cadáver de Alvarez de Castro ante el
pueblo de Cíertma 436
Cádiz.— Exposición Marítima, 664, 580,
581, 619, 620 y 660
Callejuela de Roma antigua. ... 7
('arabio de tiro 597
Camino á través del bosque. . . . 192
del Calvario 240
Canadá (vistas y escenas del), 252, 272,
320, 336, 8.58, 3.59, 378, 391 y 6-56
Canal de Suez 405
651
Cantadores españoles 120
Cantos piadoso-^ 539
Carlos V.—Busio y grupo 4ü6
Carnaval (el) 116
Carnot(M. Sadi) 819
Cartomancera ^b
Casa del Pretor 415
Casamiento en la high-life. . . • 704
Cascada de la Trinidad (Monasterio de
Piedra) 293
Cascada 599
Castillo de Ilatfleld 499
de Hogthon, 458, 790, 791, 794.
795, 798 799 y 808
Caza de patos 348
Centinelas -ÍSO
Cerámica coreana 614 y 615
César Horgia abandonando el Vaticano 200
Cogiendo flores >5S9
rosas 625
Coimbra (universidad de). 188
Combate heroico en el púlpiío li'-i r\ni-
vento de San .\gustln, de Zaragoza. 612
Combate de toros en el Coliseo. . . 584
Comentarios 831
Como el pez en el agua 24
Concierto de invierno 751
» musical 5.33
Condottiere 593
(Conmemoración de los difuntos. . . 696
Coustrucción de una casa. . . . 202
Contemplíición 194
• interesante. . . . 429
Córdoba (Entrada por el puente). . . 164
Cornada (tnia) 808
Costa de Crimea 352
• de Genova "'"'6
Cramer (sir Francis). . . . . . 71
Cristina, duquesa de Milán. . . . -'28
Cristo en el pilar. '. -32
Cromwell en casa de Millón. . . . 208
(Retm'o) 70
Cuando yo era niño 477
(Cubil de Jabalíes '6*
Cuevas de Tenby '332
(Cullercoats 23, 51, 554 y ■>»
Cupido y Psiquis 131
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lindero del bosque.
Lindo tronco. .
Locura de Nabucodonosor.
Londres. —Puerta de las caballerizas del
Temple
Catedral de San Pablo. .
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• Ilustres taberna». . . 266
Cartuja 316
Jubileo de la reina.
Museo de Sontb KensinK
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i^ucrecla.
Lucrecia Donali
Lucha desesperaiiu
Lugano
I.ni.iifi.-InValücrc
la carroza. .
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Madre defendiendo el cuerpo de su hijo.
.Madrid. Palacio de la Exposición Na-
ció..,.!
ición de Filipina*. 455
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• Sealón inaugural del Con-
greso Literario
• Homenajea Cervantes..
Málaga.— Centenario de la Reconquis-
ta. 619
Maliutaúa y su hija
.Mañana en Amslerdam (una). .
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M.'rsrRrit». ....
■ zurita y MoHstívfeles ('.'.'5
_M.i!i:i .\iitonieia 62
saliendo del Temple. 748
Maria Enriqueta (reina) 512
Mariette 341
Marina 837
Marquesa Balbi de Genova. . . . 507
Murtir de amor 76
Martirio de San Sebastian 503
Maternidad (la) 20
Matrona romana 29
MaxinilUano visitando el taller de Al-
iKTtoDurero 511
Mausoleo de llalmes 124
MecklciümrRO (palacio de), en Lon-
dres. 723, 726, 727 729, 822, 823, 826 y 827
Mi^jieo: Monumento a C^authenioc. . 692
Mejor libro (el) 128
-Mentor 432
Merendó de otoño 724
Mesas de arte . 204
Metttlisteria norteamericana. ... 77
Mezquita tártara de Kazan. . 279
Miller (C. K.) 83
Misericordiosa (la) 701
Modas de antaño. . . . . . . 157
Motielos de camafeos. . .' . . . 476
Moisés 109
Moliere 138
Molino 333
Momento de peligro 39
de excitación 396
Monjas rezando 203
Monte-Cario 416
Moscou: El Kremlin. . . . 135, 150 y 160
Mozarl 731
Mujer de Tnrquino el Soberbio (la). . 104
Mujeres alemanas después de la batalla
de Agua Sextia 213
Murcia; Una calle 144
Musco Helénico de Cambridge. . . 246
Nadeje 101
Napoleón y Josefina 732
Natividad .503
Neal (David). 203
Nelle Iluxley 166
Nerón ante el cadáver de Agripina. . 773
Nido abandonado 186
Nieta (la) 2.56
Niké de Samotracia 48
Niza (terremoto de) 180
I No me arañes ! 427
Noche (la) 422
Novia de mármol (la) 441
Nuevo bebé (el) 477
Nueva Susana (la) 685
Numismática inglesa 805
Obras de Angélica Kaulfmann. .611 y 684
de Emilio Wauters. . 305, 802,
803, 804, 806 y 817
■ de Nicolás Pusino. . . . 741 y 742
Obsequio a la novia 614
Ofrenda de las jóvenes romanas áLucina. 3.S9
Oración (la) 417
Oráculo 32
Orillas del Dnrt 245 y 830
Orillas del Deben 288
Orillas del Mosa 67
Orillas del Támesls. . 707,710,711,
714, 715 y 718
Orillas del Ter 245
Orillas del Tíber. . 77.1, 774, 775, 778 y 779
Padre Eterno sosteniendo el cuerpo de
su Divino Hijo (el) 536
Paisajes. . . . 167, 187, 547, 630 y 815
' de Australia 147
Paisajes ingleses 86
Paisajes del Volga 2C2
Paisajista (una) 4H1
Pajabrasde amor 498
Palabras del corazón 381
Palique interesante 403
Pullanzana 618
Pamplona.— Festejos con motivo del
viaje reglo 669 y 672
Pan nuestro de cada día (el). .
Paréntesis 855
París en tiempo de la Revolución. . 325,
326, 327, 330, 331 y .334
Museo del Louvre 725
Pasmo de Sicilia 228
Pa-stores áralies 678
Paz (la) 739
Paz a palos 323
Pelotera en la calle 37 1
Perigot y Amarilis 842
Pesí;adores (los) 363
Pexcador (el) 36
Pinturas sobre esmalte. 515, 622 y 523
Plafón decorativo 22
Planchadora 364
Por el río 7.57
Porcelana cliina 459 y 460
Porto Venere. ....... 767
Preparativos de la fiesta 309
Primavera 295
652
Primer remojón (el) 869
Primera bailarina 273
Puente del diablo en San Ootardo. 384
Puesta de sol 793
taya.
Qnimper. . . /. (.24
Hamo de narcisos (el) 385
Recolectores de algas marinas. . . 10
Recuerdos de Lilis 11 de Bavicra. 646, 647 y6.50
Regalo de la abuelUa (el) 493
Regreso de los barcos .526
del campo 679
Resignación 485
Reto (el) 6
Ketrato de la señora mayor, . 257
Relraloen 1806 (un). -
Reunión de patronos de un asilo. . . 189
Reverle 519
Rio (el) 598
Río San Jnaii S5-
Rodolfo de Uabsbnrgo destruye la ciu-
dad de Rambrilter 321
Rodopc 735
Roma antigua 5-1, 55, 58 y 59
Komanza española 545 '
> sin palabras 42
Romeo y Julieta 812
Salvada í>25-
San Francisco de Sales 835
San Jerónimo de la Murtra. . 277
San Miguel 503.
San Remo (vista de) 464
San Sebastian (vista de) 636
Santlcv (Carlos) 161
Sania Cbantal 838-
Santo Tomás 572
Savonarola 172
Secreto en la nieve 401
Sermioue 551
Setiembre 606
Sevigné (Madame de; 839
Sevilla: una calle 74
Sha Joan saliendo de la mezquita de
Delhi. 20a
Sidney 4.55
Siena 743, 746 y 747
Simón (Julio) 689-
Sin hogar 057
Singular encuentro 699
Solitario 250-
Sorpresa 32$
Sortilegio 582
Sterling (MIsstress Antolnette). . . 627
Sueño de Carlos IX 50
Sueño de Jesús 662
Taller (el) 13»
■ de señoras en Paris. . . . 694
Tapices de liayeux 762 y 763
Tarde.(la) 474, 730 y 75»
Tarde .le sol 261
» de estío 663
» tranquila ,595
Te quiero luncho 197
Te de las muñecas 347
Teatro Ventura 474
■ de Drury Lanc 702
Terminada la faena 845
Terrible colaborador 737
Tewkesbiiry 731
Tipo madrileño 722
Tipos japoneses 032
" militares 181
Tobías y el Ángel 407
Tocados femeninos del siglo xv. . 93 y 816
del siglo xviil. .... 61
Toledo.— Puente de Alcántara. . . 16
> Alcázar 52
• Interior de la iglesia del Trán-
sito 64
Toledo.— Incendio del Alcázar. . . 68
» Escalera del mismo. ... 85
Torno (vista del 507
Torre de la Madona 4-18
Tradición (la) 392
Trajes de .-El gran Mogol... . . . 136
Tres de Mayo lel) 276
Tiinel de San Gotardo 400
(Tlises burlando á Polifemo. . . . 813
111 limo canto 196
Ultima escena de Hamiet 8
Ultimo -viaje 716
Vallado 379
Van Dyck 506
Van Ilaaneix (el pintor) 371
Varena 566
Velada 513
en Túnez 317
Velando al niño .508
¿Vendrá? 705
Vendedor veneciano 475
Veneciana 709
Venlimiglia 308
Verona 579, 586, 587, 590 y 638
Vestido de la abuelita (el) .... 221
Viatico (el) 4.52
Vidrieras antiguas.. . 130, 134, 269 y 820
Viejecitos en casa 28
Viejo enamorado 105
» trovador 781
Vienesa 641
Virgen adorando al niño Jesús (la). . 407
Vírgenes locas (las) 33
Vol taire 129
Vullpellach 496
Yendo á misa 786
Zapatero de portal 375
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60
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