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Full text of "Las copas"

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Prado,  Pedro 
Las  copas 


=co 


Año  III 


Núm.  41 


CUADERNOS 
QUINCENALES 


*> 


DE  LETRAS 
Y  CIENCIAS 


PEDRO     PRADO 


Las  Copas 


^ 


^Uf!'»% 


LIO  A.  HOY 


Dirkccion  y  Administración 

TUCUMAN   692 

Buenos  Aires 

1921 


CUADERNOS  PUBLICADOS 

Año     I  -^^:-     Tomo    I 

Amado  Ñervo Florilegio  III  Edición 

José  Ingenieros La  moral  de  Ulises  III  Ed. 

*  Alma  fuerte Espidas  II  Edición 

*  Julio  Herrera  y  Reissig  Ópalos  II  Edición 

*  Martin  Gil Cielo  y  Tierra 

*  Ernesto  Mario  Barreda  Canciones  para  los  niños 

*  Eduardo  Talero. Amado  Ñervo 

Alberto  Gerchunoff '. . . .  Cuentos  de  ayer 

Leopoldo  Lugones .... .  Rubén  Darío 

Florentino  Ameghino . .  Los  cuatro  infinitos 

Rafael  Alberto  Arrieta  Selección  lírica 

Vicente  A.  Salaverri. .  La  visión  optimista 

Año    II  —  = '  To m o    II 

*  Fernández  Moreno.. y.  Versos  de  Negrita 
Joaquín  V.  González..  Música  y  danzas  nativas 

*  Rubén  Darío      Poemas  n  Edición 

Arturo  Capdevila La  pena  monstruosa 

*  José  Enrique  Rodó «Joyeles 

Arturo  Cancela Cacambo  II  Edición 

Armando  Donoso Un  hombre  libre. 

*  Ricardo  Rojas Canciones. 

*  Roberto  J.  Pavró Historias  de  Pago  Chico. 

*  Amado  Ñervo Pensando. 

*  Alfonsina  Storni Poesías. 

*  Edmundo  Guibourg. . .  Evocaciones. 

Año     II  -= ^  Tomo    III 

Horacio  Quiroga  Los  Perseguidos. 

Enrique  Banchs Lecturas. 

■■  Mario  Bravo.    Canciones  de  la   soledad. 

*  Roberto  Gaché Del  vestido  y  del  desnudo  (II  edición) 

Carlos  Vaz  Ferreira  . .  Ideas  y  Observaciones. 

Poetas  Argentinos Antología  de        |     1.a  parte 

s„  ,,  la  Primavera      (    2.a  parte 

Roberto  F.  Giusti Anatole  France  (II  edición) 

Enrique  José   Varona.  Con  el  eslabón 

Martiniano Leguizamón  Tradiciones  del  Pago 

Del  fina  B.  de  Gálvez. .  Poesías 

Luis  María  Jordán.   ..  El  Príncipe  Wamboretá 

*  Agotados. 


^Q 


1*1    autor    de    las    breves    composiciones   de 

este    cuaderno    es    uno    de    los    mejores 

poetas   de    Chile.    Trabajador    infatigable,  ha 

publicado  hasta  la  fecha  los  siguientes  libros: 

«Flores  de  cardo»  (poesías).  cLa  Casa  Aban- 
donada» (parábolas  y  ensayos).  «El  Llamado 
del  Mundo*  (poemas).  «La  Reina  de  Rapa 
+Vui»  (novela).  «Los  Pájaros  Errantes*  (poe- 
mas). «Los  Diez»  (poema).  «Ensayos  sobre 
arquitectura  y  poesías»  y  «Alsino» . 

Y  aunque  solamente  el  libro  inicial  es  de 
versos,  Prado  es  sin  embargo,  ante  todo,  un 
poeta  que  trabaja  con  amor  de  artífice  cada 
u na  de  sus  páginas. 

La  mayoría  de  los  poemas  de  este  cuaderno 
son  inéditos,  habiendo  sido  publicados  única- 
mente algunos  en  « Los  Diez»,  revista  chilena 
que  editaba  el  grupo  intelectual  así  deno- 
minado. 

Actualmente  él  poeta  tiene  en  preparación 
una  novela  de  costumbres  que  piensa  intitular 
"El  Juez  rural*. 


INVOCACIÓN 


I  /exid,  palabra.-  puras,  Urianas  y  encendidas,  como 
ares  en  un  vuelo  luminoso.  El  hálito  de  mi  amor  os 
torna  trémulas.  Sois  copas  qui  en  la  embriaguez  de  la 
emoción  se  chocan.  Un  canto,  vuestro  roce  musical  des- 
pierta. Mas,  si  escancio  el  olvido,  el  amia  y  la  tristeza, 
triple  licor  traslucido  y  ardiente,  vuestros  finos  cuerpos 
impalpables  lanzan  el  suspiro  que  enmudece  a  las  frági- 
les copas  que  se  trizan  por  recibir,  rendidas  y  tem- 
blanco,  el  calor  de  los    vinos  cuando  hirvenl 


100  Pkdro   Prado 


LA     LÁMPARA 

Con  mi  Lámpara  encendida,  y  abiertas  las  venta- 
nas, amo  escribir  cuando  la  noche   llega. 

Las  mariposas,  al  reclamo  de  la  lámpara,  vienen  de 
los  huertos  y  de  los  pastales  floridos.  Vienen  y  dan- 
zan en  turno,  y  se  posan  sobre  las  blancas  calillas;  y 
hay  un  resplandor  mayor  cuando  alguna  en  la  llama, 
(•«insumida,  muere! 

A  veces  guardan  mis  páginas  el  polvo  de  oro  de  sus 
alas  inquietas,  pero  más  a  menudo  a  ellas  se  mezcla  la 
liviana   ceniza  de  alas  consumidas! 


l.\s  Cor.*s  l"l 


ASÍ     FUÉ 


EL  ORIGEN 


PIENSO  en  mi  vida,  sigo  el  hilo  de  mis  recuerdos,  y 
remontando    los   años    y    los    años,    me    afano,    in- 
átilniente,  por  dar  con  e¡  eomienzo  de  mi  conciencia. 

;  Oh  antigua  alba  inicial !  eme  persigo  caminando  ha- 
cia aquel  viejo  oriente  ;oh  alba  inicial:  tñ  te  alejas 
tanto  cuanto  yo  voy  en  tu  busca. 

Como  un  viaje  que  se  prosigue  aun  cuando  la  no- 
che llegue,  yo  continúo  marchando  por  un  camino  que 
antes  recorriera  y  que  liega  y  penetra  en  una  obscuri- 
dad   creciente. 

Ya  mis  ojos  no  lo  ven.  ya  mi  corazón  duda  de  su  re- 
cuerdo,  pero  mis  pasos  lo  adivinan  y  obedecer,  y  cuan- 
do, poco  a  poco,  cu  mitad  de  su  recorrido  interminable, 
comprendo  que  su  nacimiento  se  pierde  en  el  lejano  in- 
finito, me  produce  vértigo  el  saber,  por  primera  ve/, 
(pie  yo  vengo  desde  aquel  remoto  origen,  y  que,  a  pe 
sar   de   mi    apariencia,    soy    tan    viejo    eomo    el    mundo! 


I1 12  Pkdro   Pr.ai  o 


MI      MADRE 


Cj templo  tu  último  retrato  ¡oh  madre  mía!  y  te  veo 
tan  joven  que  pareces  mi  hermanita  menor,  dul- 
ce y  suave;  y  me  asombra  comprender  que  el  senti- 
miento  que  me  inspiras  es  un  sentimiento  paternal. 

Yo  soy  ahora,  a  pesar  de  mi  juventud  que  se  va,  mu- 
cho más  viejo  q¿e  tú.  Si  tu  imagen  se  animara  y  tú, 
desprendiéndote  del  marco,  vinieses  hacia  mí,  yo  ali- 
saría tus  cabellos,  besaría  tu  frente  y,  manteniendo  un 
instante  tus  manos  entre  las  mías,  te  diría:  ¡Anda  y 
vé  a  jugar  madrecita  mía!  ¿No  oyes  a  mis  hijos?  an- 
da y  vé  con  ellos. 

Yo  no  te  conocí,  sin  embargo,  ahora  cuando  te  evo- 
eo,  distingo  tu  memoria  como  si  fuese  recuerdo  cierto 
<'l  que  mi  imaginación  conserva . 

Yo  no  te  conocí,  pero  con  mis  primeras  fantasías  te 
forjé,  por  eso  despiertas  en  mi  corazón  un  sentimiento 
paternal. 

Si  tú  me  formastes  con  tu  carne  y  tu  sangre,  yo  te 
he    formado  con  mis  pensamientos. 

Si  tu  imagen  en  esta  tarde  plácida  y  alegre,  se  ani- 
mara, como  a  una  niña  te  llevaría  de  la  mano;  adivi- 
no cuanto  me  haría  sonreír  tu  inexperiencia  y  cuánta 
alegría  me  trajera  el  saberme  hijo  de  tu  ser  infan- 
til... 


Las  Copas  1 « >."=> 


LOS     JUEGOS 

EL  niño  lia  jugado  sin  descanso.  La  fatiga  lo  rinde. 
Mas,  esperad,  allí  vienen  corriendo  otros  niños,  él 
i  lesea  competir  con  ellos  ¿qué  hacer?  Pues  monta  a  hor- 
cajadas en  un  caballito  de  palo  y  sale  a  la  siga  rápido 
y  confiado,   lleno   de   nuevas   energías. 

Y  va  más  ligero,  y  los  alcanza,  y  llega  más  lejos  que 
todos  ellos.  A  nosotros  su  triunfo  nos  asombra;  a  ellos 
nú.  Los  derrotados  dicen:  "no  es  gracia,  él  viene  a  ca- 
ballo" y  él.  el  vencedor,  no  está  orgulloso  de  sí  mismo, 
sino  de  su  veloz  corcel. 

Ahora  el  niño  es  el  padre  de  sus  hermanos;  luego 
es  un  mendigo;  en  seguida  es  un  ladrón  o  un  policial, 
alternativamente;  de  nuevo  es  un  ágil  caballito  que  se 
funde,  sin  esfuerzo,  en  su  propio  jinete;  ya  es  una  lo- 
comotora; pronto  es  un  muerto,  pero  un  muerto  que 
-c  aburre  y  resucita  y  que  cambia  de  esencia  y  pasa 
d>'  un  estado  a  otro,  acaso  con  la  certeza  de  ensayar  las 
infinitas  transformaciones  que,  en  la  inconmensurable 
existencia    del    mundo,   le   aguardan. 

He  oído  exclamar  a  hombres  soñadores:  "quisiera  vi- 
vir la    vida    de    ese   labriego,    la    de    ese    leñador,    la    de   e-e 

marinero".    Bien  se  conoce,  al   oir  estas   palabras,  quo 

la    infancia    está    lejos.    Para    el    niño    descaí'   es    ser. 
¡  Ali !  yo  \iví  solo,  ni  hermanos  ni  niños  de  mi  edad. 


1  * » 1  Pedro  Prado 

¡Vías,  ¿qué  importa  cuando  se  tiene  el  poder  de  trans- 
formar la  apariencia  de  las  cosas .' 

Cogía  una  silla,  con  ánimo  de  que  representase  un 
caballo,  y  ¡cuidado!  ya  era  un  caballo;  no  me  ponía  al 
alcance  de  sus  patas  ¡no  fuese  a  ocurrir  una  desgra- 
cia! Cogía  otra  silla,  y  era  el  coche.  Y  no  uno  cual- 
quiera sino  el  coche  de  mi  padre.  Es  verdad  que  mi 
padre  a  esa  hora  andaba  en  su  coche  por  el  campo,  a 
pesar  de  ello  yo  andaba  en  el  coche  de  él.  Más  como 
a  la  vez  era  uno  solo  y  eran  dos,  ni  él  me  veía  a  mí, 
ni   yo  lo  veía  a   él. 

Las  riendas  para  el  caballo,  podían  faltar;  pero  la 
huasca  no.  Lo  azotaba  sin  piedad.  Rápidamente,  a 
gran  trote,  salíamos  a  unos  caminos  extraños,  abier- 
tos  sobre   azuladas   lejanías. 

Pensaba  en  mis  amigos  ausentes,  y  ya  mis  amigos 
i  -'altan   dentro   del    coi  he. 

— ¿Cómo   llegaron    Yds.  ? 

Ellos  reían,  yo  también  reía,  feliz,  al  sentirme  acom- 
pañado. 

Atravesábamos  por  praderes  y  bosques  y  tierras  de 
labor  y  ríos  y  colinas.  Al  cruzar  los  pequeños  pueblos, 
con  grande  algazara,  nos  d  •teníamos  a  beber. 

Las  tabernas  eran  siempre  muy  distintas,  pero,  to- 
das  estaban   en  el   comedor  de   casa. 

I  na  vez  bajé  en  una  de  ellas.  Yo  no  sé  si  ya  venía 
algo  beodo  con  el  vino  bellido  en  las  copas  vacías,  pe- 
ro es  el  caso  que  al  tabernero  lo  encontró  muy  pareci- 
do a    mi    padre. 


L  vs  Cop  \s 


105 


-Hola!  amigo  -  Le  dije  -■  /tiene  usted  algo  que 
comer  y  acaso,  también,  un  vinillo  especial?  Mis  com- 
pañeros traen   gran  sed. 

El  hombre  aquel  me  quedó  mirando  eon  un  asombro 
grotesco.  Volviendo  la  eabeza  hice  un  gesto  de  inte- 
ligencia   a    mis   amigos. 

— Apure  usted  --  le  dije  --  golpeándole  cariñosa- 
mente   las   piernas   con    la    huasca. 

— Estás  loco  —  me  contestó. 

Entonces  a  mí  me  cogió  el  asombro  y  lo  quedé  ob- 
servando, mientras  él,  a  su  ve/,  me  contemplaba  in- 
tranquilo . 

Una  gran  confusión  se  hacía  en  mi  pensamiento. 

— Pero  diga  usted,  buen  hombre  ¡  quién  es  ?  «■  Xo  es 
usted   el   dueño   de   esta   posada  ? 

Al  oirme  sonrió  con  tristeza  y  sobresalto,  y.  tomán- 
dome  en   brazos,   me   besó   con   angustia. 

— Hijo  ¿tienes  fiebres,  deliras? 

— Padre, — le  contesté,  comprendiendo,  al  fin.  ¿No 
ves  a  mis  amigos?  vengo  viajando.  ¿Por  qué  te  extra- 
ñas, cuando  ya  debes  saber  que  tu  no  representas  otra 
cosa  que  lo  que  yo  deseo  ? 


!()(> 


Pkdko    Prado 


EL     HERIDO 


LA  HERIDA 

Perdona,  buen  amigo;  no  puedo  salir  a  tu  encuen- 
tro.   Estoy  convaleciente  de  mi   herida. 

Ven  y  acércate!  Un  enfermo,  sin  inferir  agravio, 
puede,  como   un   rey,  recibir  sentado. 

Si  estrechas  la  mano  exangüe  que  te  alargo,  vé  poí- 
no emocionarte,  que  tu  temblor  pasará  a  mi  cuerpo 
y   en   mi   herida    va   a   repercutir   dolorosamente. 

Si  por  distraerme,  después,  refieres  historias  alegres, 
ten  cuidado,  porque  también  la  risa,  al  agitarme,  daña 
mi  herida  abierta. 

Has  venido  a  acompañar  a  un  enfermo.  Difícil  ta- 
rea ! 

I  n  enfermo  es  suspicaz  y  delicado  como  una  donce- 
lla.   Nunca   le  hablarás  a  medida  de  sus  deseos. 

Témele,  porque  tiene  ante  sí  largas  horas  de  insom- 
nio enervador  para  meditar  en  tus  palabras,  tus  inten- 
ciones y  tu  actitud. 

No  te  quedes  silencioso.  Furtivamente,  cuando  mires 
por  la  ventana  abierta  hacia  el  jardín,  él,  que  sok 
divisa  las  copas  de  los  árboles  y  las  nubes  que  pasan. 


Las  Copas 


[01 


le    observará    con    una    mirada    penetrann-    preñada    de 
febriles  suposiciones . 

Y  no  le  hables  largo  tiempo.  Su  debilidad,  excitada, 
miente  un  interés,  que  pronto  se  consume  y  vuela 
sin  cesar  de  una  a  otra  cosa.  Adivina  cuales  de  sus 
preguntas   debes,   dejar   sin   responder. 

Pero  que  no  repare  en  ello. 

Y  luego  no  olvides  que  el  esfuerzo,  la  emoción,  aún 
la  alegría,  todo  ahora  va  y  busca  su  herida  abierta. 

Amigo,  ya  me  conoces. 

Aproxima  esa  silla  y  siéntate.  Y  cuando  a  nuestra 
charla  la  interrumpan  los  largos  silencios,  trata  de  que 
no   te   sorprenda   mirándome. 


108  I'm.ko    l'inufi 


LA     PRISIÓN 

CiÁx  perdido  voy.  Perdido  de  mi  mismo.  Peque- 
ños afanes  consumen  mis  fuerzas  y  el  día  de  mi 
juventud. 

.Mas,  entre  mis  bajos  menesteres  hasta  mi  llega  un 
eco  conocido,  palabras  ajenas  que  penetran  seguras  y 
se  asilan  romo  libres  palomas  en  un  palomar  de  her- 
manas  prisioneras. 

Llega  hasta  el  oscuro  retiro  de  mis  deleznables  pre- 
ocupaciones  el  aire  de  una  brava  y  conocida  libertad. 

Entonces  todas  mis  palomas  se  inquietan  ebrias,  y 
van  y  vienen  en  vuelos  rápidos  y  terribles  que  las  des- 
trozan con  mayor  crueldad  que  si  el  pánico  se  hubiese 
apoderado  de  ellas. 

Sangra  mi  corazón  y  suplica.  Mis  manos  obedecen 
el  mandato  de  mi  razón  conmovida.  Y  las  puertas  se 
abren!  Como  un  torbellino  de  nieve  salen  en  vuelo  ver- 
tiginoso hasta  la  última  de  mis  palomas  largo  tiempo 
prisioneras. 

Más  ¡  ay !  antes  de  que  yo  sepa  algo  con  claridad, 
desconcertado  como  ellas,  sin  saber  qué  pensar,  veo  que 
vuelven  una  y  otra,  y  otra,  de  mis  palomas.  Veo  qu  i 
vuelven,  por  fin,  todas  y  S3  quedan  en  su  vieja  pri- 
sión tan  trémulas  y  desconcertadas,  que  yo,  inmóvil  y 
perdido,  siento  que  a  todos  nos  gana  una  inexorable 
i  listeza ! 


Las  Cvv 


LA     NOCHE 

Olí!  noche  para  el  dolor  y  el  pensamiento,  tú  eres 
oscura  y  pavorosa  como  una  caverna.  Corno  una 
caverna  que  centuplica  en  mil  ecos  profundos  los  ala- 
ridos de  la  angustia  humana.   Una  de  esas  insondables 

cavernas  de  aire  denso  e  impuro  abiertas  al  mar  que 
en  las  sombras,  negro  como  la  tinta,  hierve  alumbrado 
fugazmente  por  la  blancura   de  las  espumas. 

Caverna  que  recoge  el  estruendo  de  la  batalla  de 
las  olas  y  presta  siniestro  amparo  a  los  náufragos  de- 
solados. Mientras  ellos  en  su  s:mo  penetran,  salen  de 
las  oscuras  profundidas.  negras,  extrañas  e  incontables 
aves  (pie  apagan  las  antorchas,  azotan  los  rostros,  y  los 
dejan,  presas  del  terror,  inmóviles  y  perdidos  en  !;i- 
tinieblas. 


lid  Pedro  Prado 


EL     RECUERDO 

Alo  largo  de  la  ruta,  bajo  el  cielo  ceniciento,  busco 
un  compañero  de  jornada  y  llega  solícito  un  lán- 
guido recuerdo  que  el  peso  del  tiempo  ha  purificado  y 
hecho  cristiano. 

Lo  acojo  con  la  más  honda  emoción  y  le  doy  vida 
con  el  calor  de  mi  pecho. 

Revive  así,  poco  a  poco,  aquella  lejana  historia;  mas, 
como  una  sierpre  que  no  oivida  su  veneno,  repite  paso 
a  paso  su  distante  y  cruel  hazaña  y  por  fin  una  vez 
más  silba  y  hiere  y  hiere! 

Hiere  en  el  mismo  sitio  antaño  elegido.  Muerde  el 
reborde  de  la  cruz  dejada  por  una  vieja  cicatriz.  Hin- 
ca sus  dientes  y  desgarra  y  abre  nuevamente  esa  boca 
de  dolor,   enmudecida! 


Las  <  opas 


ABANDONADO 

Acércate  a  mí.  acércate!  Más  y   más  próximo;   da- 
me tu  mano  y  por  mi  mano  pasa  a  mi  corazón. 

Atilinte  a  mis  palabrasi  temblorosas  que  caen  en  el 
aire  romo  pequeñas  embarcaciones  desbordantes  de 
náufragos.  Ellas  van  llenas  de  mis  más  puros  senti- 
mientos. 

A.cójelas!  Sé,  tú,  el  rezago  dé  una  blanda  playa  pró- 
xima. 

Acércate !   Acércate ! 

Pero  ¡ay  de  mí!  si  euando  tú  pases  a  mi  corazón  y 
mire,  desunes,  en  torno,  me  encuentre  nuevamente  solo. 


1 12  Pkdro  Pr  vim> 


CREPÚSCULO 


CONTEMPLAN  mis  ojus  este  crepúsculo  con  toda  el 
ansia  de  los  aitos  ventanales,  cuando  reciben  su 
fulgor  y  en  él  se  incendian. 

Pasa  a  mis  pupilas  la  última  llama  del  día  y,  como 
cu   un  horizonte,  el  sol  se  hunde  en  mí  y  en  mí  muere. 

¡Oh!  campiñas  olorosas  a  la  tristeza  del  ángelus,  co- 
mo vosotras,  perfumadas  a  melancolía,  van  mi  juven- 
tud y  soledad  a  esta  hora,  en  que  aún  no  sabemos  si 
la  noche  que  viene,  viene  a  quedarse  para  siempre  en- 
tre  nosotros. 


I.  vs   Coi-as  1 1  ~> 


LA     SENDA 

Oh!  camino  que  debo  recorrer;  vano  es  para  mí  tu 
panorama  cambiante.  Imagen  que  no  dejo  de  ver, 
latido  que  no  ee¿o  de  oir,  una  obsesión  trabaja  para  mi 
pecho.  Carcome  invisible,  mi  vida,  taladra  mi  propio  cu- 
razón  . 

Pero  lie  aquí  que  ias  negras  nubes  sé  abren  y  apa- 
rece una  claridad  azulina  en  el  lejano  infinito.  Con 
cuánta  avidez,  como  ave  que  escapa,  mi  mirada  por 
entre   la.-    rotas   nubes,    huye. 

Mas  ya  el  viento  se  levanta,  las  nub  s  se  cierran 
amenazantes,  y  mi  mirada  de  esperanza  queda  tías  ias 
nubes   volando    perdida. 

Oigo  nuevamente  ei  temblor  de  nú  corazón  que  pal- 
pita como  un  ciervo  herido  y  prisionero.  V  cuando 
llega  la  terrible  certeza  de  que  toda  lucha  e.s  vana, 
lloro,  más  que  mi  propio  dolor,  el  no  ser  capaz  de  so- 
brellevarlo v.   algún   olía,   hacer  de  él   mi  hermano. 


1 1  I  Pedro  Prauo 


SI      PUDIERAS.. 


Heme,  por  fin,  viviendo  un  instante  lucra  del  tiempo. 
Mi  cuerpo  se  aliviana,  nu  réeuerdo  queda  ajeno  a 
da  angustia  y  hasta  mi  tristeza  está  libre  de  dolor. 

Perdura  ¡oh!  infinito  instante  sin  medida:  líbrame 
del  río  amargo  del  tiempo;  manténme  eomo  una  hoja 
loca  que  vuela  en  libertad. 

No  me  dejes  caer:  sopla  de  nuevo;  llévame  contigo 
cada  vez  más  alto. 

Siento  como  ia  tierra,  que  abajo  aguarda  confiada. 
tira   de   mí  con  todas  sus  esperanzas. 

Ayúdame!  A'u!  si  tú  pudieras  mantenerme,  para 
siempre,  flotando  en  este  ambiente,  pino,  liviano  y  sin 
medida .  .  . 


Lis  Coi-as 


115 


SOLEDAD 


Me  alejé  fl  •  tí  oh!  mar  y,  ¡il  ir  interponiendo  dis- 
tancia entre  tú  y  yo,  fui  allegando  olvido,  arras- 
i  raudo  sensaciones  tuyas  en  desvaneneia.  seres  que  por 
debilidad  más  que  tu  muerte,  tu  no  ser  oreaban. 

Por  largos  días  tu  ausencia  fué,  no  un  mar  muerto  y 
desecado,  sino  una  ignorancia,  una  inexistencia  de  ti 
¡oh  fuerte! 

Y  a  tus  playas  bajo  nuevamente.  Frente  a  las  olas 
que  tú  hacia  la  tierra  arrojas,  llego  como  la  espuma  de 
otra  ola  perdida  que  la  tierra  hacia  tí  ,  oh  mar!  envía. 

Ávido  vengo,  renaciendo  de  mis  muertes  diarias,  sa- 
cando el  vivir  y  el  morir  de  unas  mismas  aguas,  de  las 
que  emergen,  como  tus  olas  incontables,  el  tumulto  de 
mis  ciegas  acciones. 

Al  igual  de  las  aves  marinas,  sobre  ana  alta  roca  so- 
litaria me  retiro  y  pienso.  Y  mientras  a  mi  cuerpo  lo 
bate  tu  viento  impetuoso  y  mis  oídos  recogen  tu  trueno, 
mis  miradas  recorren  y  luego  flotan  perezosas  en  tus 
aguas  incansables. 

Llega,  sí,  tú  animador,  y  nuevamente  existes!  Cobras 
vida  y  movimiento;  y  confusa,  como  voz  de  despertar. 
nace  otra   vez  tu   canto . . . 

Mas,   ¿por  (pié   son    tan   iguales  tus   olas  y   tu   hori- 


I  |(¡  1'hoko   Pkado 

zonte?  ¿tan  inmóviles  las  tocas  de  entonces  y  de  aho- 
rn  .'  ;  tan  vencida  aquélla  y  esta  arena.' 

;  Seré  capaz  de  una  recreación  tan  fiel .'  Dudo  y  pre- 
siento que  tú  pudiste  ser,  mientras  yo,  lejos  de  tí,  for- 
maba con  recio  olvido,  tu  inexistencia. 

¡Ah!  de  un  golpe  empequeñezco  cien  codos  al  dudar 
de  que  no  soy,  en  verdad  tu  animador.  Como  amante 
que  regresa  ávido,  y  tríos  celos  lo  poseen  y  hieren,  así 
me  ocurre  a  mí  ahora,  ¡olí  mar!  así  ¡oh  múltiples  co- 
sas del  mundo  de  las  que  me  creí  ser  causa  primor- 
dial! 

Yo  que  ardí  de  fieras  esperanzas  y  frenético  y  en- 
vuelto en  el  incendio  de  tus  olas  azures,  canté  cual 
ninguno,  ante  el  vértice  hirviente  de  tu  abismo,  la  má- 
xima   belleza   (pie   atesoras... 

No  suaves  perspectivas,  no  mansos  oleajes,  dulces  bo- 
rregas hechas  para  caricias  femeninas,  no  así  engaño- 
so   de    blandos    sentimientos    te    busqué    y    preferí. 

Sólo  por  desear  crearte  magnífico  v  unánime  en  ple- 
nitud, yo  supe  de  la  profundidad  de  tus  cimas  inmen- 
sas, y  vino  hacia  mí  con  la  revelación  de  tus  tesoros  la 
única  noche  entre  cien  mil  en  que  surgen  majestuosos 
y  flotan  un  instante  todos  los  barcos  que  en  tí  yacen, 
transformados  por  las  madreporas  en  lívidos  alcázares. 

Sí.  rotas  mis  alas  por  los  vientos  extremos,  yo  vi 
aparecer  y  danzar  sobre  las  olas  en  delirio,  en  la  ne- 
gra e  hirviente  soledad  todos  tus  mil  y  mil  palacios,  lu- 
minosos por  las  aguas  fosíoreaafces  que  al  escurrirse,  en- 
tre la  sombra  que  los  pueblan,  cantan!  Voces  inefa- 
bles   se    advinaban    bajar    a    las    oscuras    profundidades, 


Las   Copas 


117 


mientras  sobre  los  barcos  desapercibidos  se  cerraban  las 
aguas  temblorosas  eomo  labios  en   que  aún   perdura   el 

temblor  y  la  fiebre  de  los  cánticos! 

¿Me  escuchas?  Así,  con  mis  voces,  iba  creando  tu  ín- 
tima  esencia  privativa. 

Yo  que  le  redimí  del  agua  y  te  di  la  conciencia  de 
un  Dios:  yo  que  te  puse  mil  veces  encima  de  mí  propio, 
no  en  tu  orgullo  indómito  gozaba,  no  en  verte  redimi- 
do de  entre  las  ciegas  cosas,  sino  en  saber  que  eras 
creación  de  mí  mismo.  Yo  tu  ordenador,  el  que  iba 
revelándote,  yo  que  venía  de  hacerte  resucitar  de  entre 
los  muertos.  .  . 

Xo  más  lejos  de  mi  propia  sangre  estaban  de  mí,  tus 
aguas;  no  diverso  a  mis  voces,  tu  discurso:  nada  tuyo 
que  pudiese  vivir  en  clara  y  audaz  independencia! 

De  tí  propio  -qué  venía  a  quedar  entre  mis  cantos? 
En  mí  vivías  como  en  propio  lecho,  tus  olas  corrían 
por  mis  venas  ,  y  tu  enérgica  tristeza  era  mi  tristeza 
viril ! 

Para  mí  ya  no  fuiste  sino  extensión  d<  mi  pertenen- 
cia, nunca  más  allá  de  mis  fronteras!  Y  hoy?  De  mí 
necesitas!   Creado  fuiste  y  por  siempre  serás! 

Desposeído  ¡ay!  me  sé  del  mundo  entero.  Del  mun- 
do antes  muerto  al  que  insuflé  el  ritmo  de  mis  voces, 
que  en  él  quedó  circulando  como  el  latido  de  una  san- 
are eterna! 


1 1 8  Pedro  Ph \ do 


LIBERTAD 

Dormido  estaba,  inconsciente  vivía,  rendido,  oscuro, 
silencioso.  Quemado  por  el  estío  agobiador,  dor- 
mía en  la  alta  noche.  Bajo  los  árboles  mustios,  las  ra- 
mas pendientes  y  quietas,  en  el  aire  negro  de  aquella 
paz  de  derrota,  soñaba. 

¡  Oh !  vida  demasiado  fuerte,  licor  que  no  te  detie- 
nes en  la  alegría  y  a  la  embriaguez  arrastras;  llama 
que  de  alumbrar  no  te  satisfaces,  y  consumes  el  madero 
que  te  alienta.    ¡Oh  vida!  por  vivirte  morimos. 

Lejos  de  mí  y  lejos  de  mi  conciencia  brillaban  las 
blancas  estrellas  de  la  noche.  La  fatiga  ceñía  mi  cuer- 
po como  una  malla  precisa,  modelando  uno  a  uno  mis 
miembros. 

Yo  era  semejante  ai  luchador  herido  que  se  desangra 
silenciosamente ,  mientras  gravita  sobre  él  el  enorme 
peso  de  su  escudo  inútil. 

Atados  mi  voz,  mis  brazos  y  mis  piernas  en  los  trá- 
gicos sueños  impotentes,  la  vida  danzaba  en  torno  mío 
como  un   divino   ofrecimiento. 

Ciudades  en  fiesta  ardían  en  medio  de  las  azules  no- 
ches estivales.  La  alegría  del  mundo  rozaba  indiferen- 
te con  su  túnica  liviana  mis  labios  que,  mudos,  im- 
ploraban . 


L>s  Copas  U9 

Mujeres  divinas  se  ofrecían  sin  leraor  ante  mis  ojos, 
y  sus  miradas,  como  aves  que  vuelan  lentas  al  cargai 
las  pajuelas  de  los  nidos,  sonreían  llenas  de  plenitud 
por  encontrarse  en  esa  edad  de  madurez,  que  es  una 
cumbre  desde  donde  todo  se  ofreee  fácil  como  un  des- 
eenso. 

Mas,  sus  miradas  atravesaban  mi  cuerpo  como  si 
fuese  una  porción  de  aire  indeterminado.  Se  detenían 
antes  o  después;  pero  nunca  en  el  sitio  en  que  yo  me 
encontraba  inmóvil   v  prisionero  como  un  árbol. 

\'n  grupo  de  guerreros,  orgullosos  en  sus  cabalgadu- 
ras, pasaron  custodiando  el  botín  arrebatado  a  pueblos 
vencidos.  Los  cascos  de  sus  corceles  hirieron  mi  cuer- 
po impotente. 

Invisible  a  todos,  y  todos  visibles  para  mí.  Divisaba 
la  alegría,  el  amor  y  la  abundancia,  y  allá  en  lo  alto, 
como  la  luna  olvidada,  oculta  por  ias  luces  de  la  ciu- 
dad, veía  brillar  el  porvenir  de  Dios. 

Más   ¡oh!   supremo   instante:   en   sueños    presentí   que 
soñando  me  encontraba.    ¡Oh!   libérrima   alegría:    saber 
n   nuestro  sueño  que  soñamos! 

Ningún  deseo  entonces  sobreviene  de  querer  desper- 
tar. Fogosa  y  encendida  libertad  nos  cubre  y  nos  pro- 
tege, y  todo  deseo  insatisfecho  acuda  solícito,  buscando 
saciarse   sin   vallas   ni   temores. 

;Ah!  si  yo,  despierto  como  estoy,  mas  tranquilo  y 
confiado  como  un  sonámbulo,  tuviese  la  repentina  y 
profunda  certidumbre  de  saber,  mientras  vivo,  que  no 
es  sino   la   vida  la  que  sueño! 


120  Pedro  Ph  \i'<> 

¡  <  >h  libertad!  tú  serías  mía;  serías  la  consejera  tic 
luis  múltiples  deseos,  de  estos  deseos  confusos  y  tris- 
ees»  j   hambrientos  de  amor. 

Al  despreciar  el  engañoso  juego  da  las  sombras  que 

me  rodean,  nunca   olvidaría  que  cosas  ilusorias   pueden 
darnos  una  alegría   real. 

Seguro  de  que  las  angustias  y  dolores  de  los  sueños 
no  persisten  al  despertar,  quedaría  imperturbable  a  los 
obstáculos,  mudo  a  las  amenazas,  sonriente  a  las  heri- 
das. Y  proseguiría  satisfaciendo  tranquilamente  mis 
deseos,  confiado  en  la  hora  del  despertar  definitivo: 
cuando  brillase  para  mi,  fría  y  real,  el  alba  d  •  la  muer- 
te  liberadora. 


I.\s    COI'AS  \'¿\ 


LA    TORRE   DE   LOS    DIEZ 


LA  TORRE 


Lejos  de  las  ciudades  populosas  y  de  los  alegres 
puertos;  distante  de  la  paz  de  las  aldeas  y  de  las 
mansiones  solitarias  de  los  misántropos;  sin  tierra  que 
cultivar;  sin  siervos  que  proteger;  sin  ambiciones  de 
dominio  ni  orgullo  de  ser  enseñanza,  ejemplo  o  guía : 
sobre  un  enorme  y  abrupto  peñón  que  ha  recibido  du- 
rante cien  siglos  el  ataque  del  mar  y  la  esperanza  de 
sus  prodigiosas  lejanías,  se  elevará  tranquila,  aislada  y 
libre  la  roja  Torre  de  Los  Diez. 


\22  I'fhro    Pk'ínii 


LA      BANDERA 


ARRIBA,  sobrepasando  Ja  terraza  y  el  muro  horadado 
de  las  campanas,  un  mástil  solitario  ofrecerá  a  to- 
dos los  vientos  ia  enorme  bandera  de  púrpura  cruzada 
por  el  oro  de  una  equis. 

Puede  el  mástil  erguirse  recto  como  un  pararrayos, 
o  curvarse  gimiendo  como  un  arco  colosal,  cuando  !<> 
requiera  la  mano  del  viento;  pero  jamás  será  abatida 
esa  bandern .  Como  si  la  torre  albergase  una  fiesta  per- 
petua, día  y  noche  flameará  sobre  sus  muros,  tal  como 
una  llama  inagotable. 

Y  antes  de  que  el  tropel  rugiente  de  ios  ensordecedo- 
res huraean?s  haya  despedazado  el  último  girón  a  las 
jarcias,  cien  veces,  todos  los  que  hasta  ella  levanten  loa 
ojos,  la  verán  encarnar  en  infinitas  transformaciones. 

Primero  se  envolverá  sobre  sí  misma,  derecha  y  del- 
gada como  un  vastago  que  en  su  carmín  anuncia  la 
primavera;  lentamente,  en  seguida,  se  abrirá  cóncava 
y  temblorosa  como  una  corola  gigantesca;  después,  des- 
mayada y  lánguida,  entrará  en  un  reposo  pleno  de  ril 
mo  contenido;  al  insinuarse  de  nuevo  el  invisible  paso 
de  los  anhelos  del  viento,  sobre  la  seda  nacerá  el  cal" 
frío  de  todos  los  caprichos  imaginables:  danzará  con 
los  mismos  giros  de  la  flotante  clámide  de  una  extraña 
bailarina;  batirá  acompasadamente  el   aire  como  el  pa- 


L\s  Cofas 


1 25 


ñu^lo  de  las  despedidas}  será  voluble  como  el  ansia,  > 
con  la  misma  avidez  se  tenderá  hacia  ei  oriente,  luego 
al  septentrión,  y  uno  en  pos  de  otro,  con  igual  energía, 
señalará  todos  los  infinitos   caminos  de   la   rosa  de  los 

vientos. 

Mas,  cuando  se  alce  cálido  y  repentino  el  anuncio  de 
la  tempestad,  extendida  de  golpe  como  un  ala  inmensa 
ebria  de  vuelo,  soberbia  de  esfuerzo  y  furiosa  y  rebra- 
mante de  impotencia,  desgarrará  para  volar  la  seda  de 
su  cuerpo,  y  estremecida  y  poderosa,  como  una  lengua 
que  desata  una  ignota  y  repentina  pasión,  llena  de  una 
alegría  abrumadora,  obedecerá  al  viento  de  tempestad 
que  le  enseñe  a  cantar,  libertarse  y  morir. 


I  2  l  l'l'  DKQ    l'if  \l>n 


LAS     CAMPANAS 


La  tono  alta  y  obscura  como  un  faro  abandonado. 
entrará  en   la  noche  hasta  confundirse  con  ella. 

Ningún  navegante,  da  los  perdidos  en  la  sombra,  en- 
contrará en  su  invisible  silueta  rumbo  de  esperanza  ni 
anuncio  verdadero. 

Solamente  un  vuelo  de  campanas  cruzará  sobre  las 
gavias  rotas  en  ia  hora  trágica  de  los  naufragios. 

Como  aves  de  tempestad,  S3  oirán  pasar,  lejanos  o 
próximos,   los   tañidos  dolientes. 

Y  cuando  los  náufragos,  abandonados  entre  las  olas, 
sientan  ya  el  amargo  de  las  aguas  negras  y  misteriosas, 
algunas  campanas  sonarán  para  ellos  como  sonaban  las 
de  sus  pueblos  lejanos  a  la  hora  del  ángelus;  otras  re- 
cordarán los  repiques  de  gloria  y  de  fiesta  del  día  inolvi- 
dable cuando  toda  la  ciudad  natal  recibió  empavesada 
a  sus  hijos  vencedores;  mas,  [odas,  antes  de  que  se  hun- 
dan para  siempre,  cantarán  puras  y  diáfanas,  tal  co- 
mo sólo  habían  cantado  unas  risueñas  campanas  en  aque- 
lla   mañana    luminosa   de   sus   bodas   distantes. 


Las  Copas 


i  25 


LA     CONTEMPLACIÓN 


Nubes  solemnes,  jamás  terminaréis  de  pasar  y  pa- 
sar; albatros  y  aves  poderosas  del  océano,  siem- 
pre alguno  de  vosotros  estará  voltejeando  ante  la  vista. 

Contemplados,  desde  la  elevada  terraza  de  la  torre. 
nunca,  en  vosotras,  lejanías  cenicientas,  faltarán  viaje- 
ros que  vayan,  convertidos  en  hormigas,  trepando  a  la- 
nosos los  caminos  soülarios. 

En  la  época  de  los  barbechos,  con  embeleso  nuestros 
oídos  adivinarán  el  ruido  blando  de  los  arados,  cuando 
abran  la  tierra  al  grave  y  manso  paso  de  los  bueyes. 

Xo  importa,  entonces,  que  estéis  próximos  o  dis- 
tantes, ¡oh!  labradores;  siempre  nuestro  corazón  oirá 
-o juzgado   vuestros  imaginarios  cantos. 

Xo  temáais  permanecer  silenciosos  o  lanzar  a  los 
vientos  maldiciones  y  amenazas;  no  os  preocupéis  de 
que  vuestro  paso  sea  firme  ni  vuestra  actitud  altiva.; 
como  quiera  que  vayáis,  a  la  distancia,  siempre  os  vere- 
mos llenos  de  una  noble  apariencia :  y  sean  las  que  fue- 
sen vuestras  palabras,  o  la  causa  de  vuestro  mutismo, 
sólo  oiremos  una  dulce  melodía  que  se  eleva  y  os  en- 
vuelve. 

Navios  imperceptibles,  rumbo  al  Asia,  que  cruzaréis 
bordeando  la  línea  del  horizonte;  mayor  tiempo  ¡pie  las 
paviolas  os  seguirán  nuestras  miradas  y  fantasías. 


126  Pedro  Prado 

Por  grandes  que  vayuri  a  ser  vuestras  venturas,  siem- 
pre ¡serán  débiles  ante  el  encanto  que  para  vuestros  des- 
tinos vamos  a  soñar. 

Rseultarán  pequeñas  ias  cargas  y  escasos  sus  valo- 
res ante  la  abundancia,  la  variedad,  la  riqueza  y  la 
hermosura  indescriptible  de  lo  que  en  vuestras  calas 
vamos  a  depositar. 

Ningún  atractivo  tendrán  las  más  hermosas  mujeres; 
banales  serán  sus  ardientes  amores,  pálido  el  sol  de 
fuego  y  monótonos  los  paisajes  lujuriosos,  comparados 
con  las  deliciosas  maravillas  que  en  vuestra  ruta  cree- 
remos que  van  a  ofrecer  a  los  viajeros,  ávidos  siempre 
de  cosas  indefinidas. 

Cielo,  mar  y  tierra,  todos  en  torno  de  la  torre  iréis 
abiertos ! 

Seres  risueños  o  mendigos;  acciones  nobles,  torpes  o 
sórdidas;  campos  estériles;  dunas  temibles,  bosques  lle- 
nos de  porvenir,  todos,  desde  la  alta  torre  seréis  igual- 
mente hermosos  para  nosotros.  Como  si  la  vida  fuese 
una  fiesta,  sólo  os  presentaréis  ataviados  con  la  belleza 
que  escondíais. 

Ningún  accidente  quebrará  la  armonía  imperturbable. 
Y  sin  esfuerzo,  nuestros  pensamientos  y  nuestras  voces 
se  alzarán  para  alabar  la  causa  y  el  origen  del  mun- 
do, y  la  plácida  alegría  interminable  que  fluye  de  su 
contemplación ! 


Las   Cor 


LA     SOMBRA 


Desde  lo  alto  de  ia  forre  el  que  allí  siempre  vele 
maravillado  verá  que  cada  día  al  nacer  el  sol,  del 
cielo  de  occidente  donde  aún  queda  un  resto  de  la  no- 
che, y  desde  el  seno  del  mar  vendrá,  débil  y  extenso  has- 
ta el  pie  de  la  torre,  un  camino  de  sombra. 

Ascenderá  el  sol  para  ir  en  su  gran  vuelo.  Pero  el 
resto  de  la  noche  agazapado  ai  pie  de  la  torre,  enco- 
giéndose y  dando  vuelta,  jamás  será  visto  por  el  sol. 

Y  aun  cuando  el  sol,  seguro  de  haber  cumplido  su 
diaria  tarea,  se  empurpure  como  un  rey,  y  descienda  en 
el  mar,  el  resto  de  la  noche  anterior,  que  la  torre  ha 
protegido,  se  estirará  creciendo  más  y  más.  Y  cada 
vez  con  mayor  rapidez  irá  por  sobre  las  praderas,  por 
sobre  los  árboles  y  las  casas  que  encuentre  a  su  paso, 
los  rebasará  y  saltando  nuevamente  al  campo  libre  ya 
débil  y  desvaneciéndose,  aún  tendrá  fuerzas  para  em- 
prender, recto,  la  ascención  de  las  montañas  de  orien- 
te. Y  en  el  mismo  instante,  en  que  tras  las  cumbres,  la 
nueva  noche  inocente  asome,  él  le  hará  entrega  del  mis- 
terioso secreto  que  la  noche  anterior  le  confiara. 

I  ¡orno  una  inmensa  aguja,  la  torre,  en  los  claros  días. 
con   hilos  de  sombra  tejerá  entre  las  noches  de  nu< 
vida ! 


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