Prado, Pedro
Las copas
=co
Año III
Núm. 41
CUADERNOS
QUINCENALES
*>
DE LETRAS
Y CIENCIAS
PEDRO PRADO
Las Copas
^
^Uf!'»%
LIO A. HOY
Dirkccion y Administración
TUCUMAN 692
Buenos Aires
1921
CUADERNOS PUBLICADOS
Año I -^^:- Tomo I
Amado Ñervo Florilegio III Edición
José Ingenieros La moral de Ulises III Ed.
* Alma fuerte Espidas II Edición
* Julio Herrera y Reissig Ópalos II Edición
* Martin Gil Cielo y Tierra
* Ernesto Mario Barreda Canciones para los niños
* Eduardo Talero. Amado Ñervo
Alberto Gerchunoff '. . . . Cuentos de ayer
Leopoldo Lugones .... . Rubén Darío
Florentino Ameghino . . Los cuatro infinitos
Rafael Alberto Arrieta Selección lírica
Vicente A. Salaverri. . La visión optimista
Año II — = ' To m o II
* Fernández Moreno.. y. Versos de Negrita
Joaquín V. González.. Música y danzas nativas
* Rubén Darío Poemas n Edición
Arturo Capdevila La pena monstruosa
* José Enrique Rodó «Joyeles
Arturo Cancela Cacambo II Edición
Armando Donoso Un hombre libre.
* Ricardo Rojas Canciones.
* Roberto J. Pavró Historias de Pago Chico.
* Amado Ñervo Pensando.
* Alfonsina Storni Poesías.
* Edmundo Guibourg. . . Evocaciones.
Año II -= ^ Tomo III
Horacio Quiroga Los Perseguidos.
Enrique Banchs Lecturas.
■■ Mario Bravo. Canciones de la soledad.
* Roberto Gaché Del vestido y del desnudo (II edición)
Carlos Vaz Ferreira . . Ideas y Observaciones.
Poetas Argentinos Antología de | 1.a parte
s„ ,, la Primavera ( 2.a parte
Roberto F. Giusti Anatole France (II edición)
Enrique José Varona. Con el eslabón
Martiniano Leguizamón Tradiciones del Pago
Del fina B. de Gálvez. . Poesías
Luis María Jordán. .. El Príncipe Wamboretá
* Agotados.
^Q
1*1 autor de las breves composiciones de
este cuaderno es uno de los mejores
poetas de Chile. Trabajador infatigable, ha
publicado hasta la fecha los siguientes libros:
«Flores de cardo» (poesías). cLa Casa Aban-
donada» (parábolas y ensayos). «El Llamado
del Mundo* (poemas). «La Reina de Rapa
+Vui» (novela). «Los Pájaros Errantes* (poe-
mas). «Los Diez» (poema). «Ensayos sobre
arquitectura y poesías» y «Alsino» .
Y aunque solamente el libro inicial es de
versos, Prado es sin embargo, ante todo, un
poeta que trabaja con amor de artífice cada
u na de sus páginas.
La mayoría de los poemas de este cuaderno
son inéditos, habiendo sido publicados única-
mente algunos en « Los Diez», revista chilena
que editaba el grupo intelectual así deno-
minado.
Actualmente él poeta tiene en preparación
una novela de costumbres que piensa intitular
"El Juez rural*.
INVOCACIÓN
I /exid, palabra.- puras, Urianas y encendidas, como
ares en un vuelo luminoso. El hálito de mi amor os
torna trémulas. Sois copas qui en la embriaguez de la
emoción se chocan. Un canto, vuestro roce musical des-
pierta. Mas, si escancio el olvido, el amia y la tristeza,
triple licor traslucido y ardiente, vuestros finos cuerpos
impalpables lanzan el suspiro que enmudece a las frági-
les copas que se trizan por recibir, rendidas y tem-
blanco, el calor de los vinos cuando hirvenl
100 Pkdro Prado
LA LÁMPARA
Con mi Lámpara encendida, y abiertas las venta-
nas, amo escribir cuando la noche llega.
Las mariposas, al reclamo de la lámpara, vienen de
los huertos y de los pastales floridos. Vienen y dan-
zan en turno, y se posan sobre las blancas calillas; y
hay un resplandor mayor cuando alguna en la llama,
(•«insumida, muere!
A veces guardan mis páginas el polvo de oro de sus
alas inquietas, pero más a menudo a ellas se mezcla la
liviana ceniza de alas consumidas!
l.\s Cor.*s l"l
ASÍ FUÉ
EL ORIGEN
PIENSO en mi vida, sigo el hilo de mis recuerdos, y
remontando los años y los años, me afano, in-
átilniente, por dar con e¡ eomienzo de mi conciencia.
; Oh antigua alba inicial ! eme persigo caminando ha-
cia aquel viejo oriente ;oh alba inicial: tñ te alejas
tanto cuanto yo voy en tu busca.
Como un viaje que se prosigue aun cuando la no-
che llegue, yo continúo marchando por un camino que
antes recorriera y que liega y penetra en una obscuri-
dad creciente.
Ya mis ojos no lo ven. ya mi corazón duda de su re-
cuerdo, pero mis pasos lo adivinan y obedecer, y cuan-
do, poco a poco, cu mitad de su recorrido interminable,
comprendo que su nacimiento se pierde en el lejano in-
finito, me produce vértigo el saber, por primera ve/,
(pie yo vengo desde aquel remoto origen, y que, a pe
sar de mi apariencia, soy tan viejo eomo el mundo!
I1 12 Pkdro Pr.ai o
MI MADRE
Cj templo tu último retrato ¡oh madre mía! y te veo
tan joven que pareces mi hermanita menor, dul-
ce y suave; y me asombra comprender que el senti-
miento que me inspiras es un sentimiento paternal.
Yo soy ahora, a pesar de mi juventud que se va, mu-
cho más viejo q¿e tú. Si tu imagen se animara y tú,
desprendiéndote del marco, vinieses hacia mí, yo ali-
saría tus cabellos, besaría tu frente y, manteniendo un
instante tus manos entre las mías, te diría: ¡Anda y
vé a jugar madrecita mía! ¿No oyes a mis hijos? an-
da y vé con ellos.
Yo no te conocí, sin embargo, ahora cuando te evo-
eo, distingo tu memoria como si fuese recuerdo cierto
<'l que mi imaginación conserva .
Yo no te conocí, pero con mis primeras fantasías te
forjé, por eso despiertas en mi corazón un sentimiento
paternal.
Si tú me formastes con tu carne y tu sangre, yo te
he formado con mis pensamientos.
Si tu imagen en esta tarde plácida y alegre, se ani-
mara, como a una niña te llevaría de la mano; adivi-
no cuanto me haría sonreír tu inexperiencia y cuánta
alegría me trajera el saberme hijo de tu ser infan-
til...
Las Copas 1 « >."=>
LOS JUEGOS
EL niño lia jugado sin descanso. La fatiga lo rinde.
Mas, esperad, allí vienen corriendo otros niños, él
i lesea competir con ellos ¿qué hacer? Pues monta a hor-
cajadas en un caballito de palo y sale a la siga rápido
y confiado, lleno de nuevas energías.
Y va más ligero, y los alcanza, y llega más lejos que
todos ellos. A nosotros su triunfo nos asombra; a ellos
nú. Los derrotados dicen: "no es gracia, él viene a ca-
ballo" y él. el vencedor, no está orgulloso de sí mismo,
sino de su veloz corcel.
Ahora el niño es el padre de sus hermanos; luego
es un mendigo; en seguida es un ladrón o un policial,
alternativamente; de nuevo es un ágil caballito que se
funde, sin esfuerzo, en su propio jinete; ya es una lo-
comotora; pronto es un muerto, pero un muerto que
-c aburre y resucita y que cambia de esencia y pasa
d>' un estado a otro, acaso con la certeza de ensayar las
infinitas transformaciones que, en la inconmensurable
existencia del mundo, le aguardan.
He oído exclamar a hombres soñadores: "quisiera vi-
vir la vida de ese labriego, la de ese leñador, la de e-e
marinero". Bien se conoce, al oir estas palabras, quo
la infancia está lejos. Para el niño descaí' es ser.
¡ Ali ! yo \iví solo, ni hermanos ni niños de mi edad.
1 * » 1 Pedro Prado
¡Vías, ¿qué importa cuando se tiene el poder de trans-
formar la apariencia de las cosas .'
Cogía una silla, con ánimo de que representase un
caballo, y ¡cuidado! ya era un caballo; no me ponía al
alcance de sus patas ¡no fuese a ocurrir una desgra-
cia! Cogía otra silla, y era el coche. Y no uno cual-
quiera sino el coche de mi padre. Es verdad que mi
padre a esa hora andaba en su coche por el campo, a
pesar de ello yo andaba en el coche de él. Más como
a la vez era uno solo y eran dos, ni él me veía a mí,
ni yo lo veía a él.
Las riendas para el caballo, podían faltar; pero la
huasca no. Lo azotaba sin piedad. Rápidamente, a
gran trote, salíamos a unos caminos extraños, abier-
tos sobre azuladas lejanías.
Pensaba en mis amigos ausentes, y ya mis amigos
i -'altan dentro del coi he.
— ¿Cómo llegaron Yds. ?
Ellos reían, yo también reía, feliz, al sentirme acom-
pañado.
Atravesábamos por praderes y bosques y tierras de
labor y ríos y colinas. Al cruzar los pequeños pueblos,
con grande algazara, nos d •teníamos a beber.
Las tabernas eran siempre muy distintas, pero, to-
das estaban en el comedor de casa.
I na vez bajé en una de ellas. Yo no sé si ya venía
algo beodo con el vino bellido en las copas vacías, pe-
ro es el caso que al tabernero lo encontró muy pareci-
do a mi padre.
L vs Cop \s
105
-Hola! amigo - Le dije -■ /tiene usted algo que
comer y acaso, también, un vinillo especial? Mis com-
pañeros traen gran sed.
El hombre aquel me quedó mirando eon un asombro
grotesco. Volviendo la eabeza hice un gesto de inte-
ligencia a mis amigos.
— Apure usted -- le dije -- golpeándole cariñosa-
mente las piernas con la huasca.
— Estás loco — me contestó.
Entonces a mí me cogió el asombro y lo quedé ob-
servando, mientras él, a su ve/, me contemplaba in-
tranquilo .
Una gran confusión se hacía en mi pensamiento.
— Pero diga usted, buen hombre ¡ quién es ? «■ Xo es
usted el dueño de esta posada ?
Al oirme sonrió con tristeza y sobresalto, y. tomán-
dome en brazos, me besó con angustia.
— Hijo ¿tienes fiebres, deliras?
— Padre, — le contesté, comprendiendo, al fin. ¿No
ves a mis amigos? vengo viajando. ¿Por qué te extra-
ñas, cuando ya debes saber que tu no representas otra
cosa que lo que yo deseo ?
!()(>
Pkdko Prado
EL HERIDO
LA HERIDA
Perdona, buen amigo; no puedo salir a tu encuen-
tro. Estoy convaleciente de mi herida.
Ven y acércate! Un enfermo, sin inferir agravio,
puede, como un rey, recibir sentado.
Si estrechas la mano exangüe que te alargo, vé poí-
no emocionarte, que tu temblor pasará a mi cuerpo
y en mi herida va a repercutir dolorosamente.
Si por distraerme, después, refieres historias alegres,
ten cuidado, porque también la risa, al agitarme, daña
mi herida abierta.
Has venido a acompañar a un enfermo. Difícil ta-
rea !
I n enfermo es suspicaz y delicado como una donce-
lla. Nunca le hablarás a medida de sus deseos.
Témele, porque tiene ante sí largas horas de insom-
nio enervador para meditar en tus palabras, tus inten-
ciones y tu actitud.
No te quedes silencioso. Furtivamente, cuando mires
por la ventana abierta hacia el jardín, él, que sok
divisa las copas de los árboles y las nubes que pasan.
Las Copas
[01
le observará con una mirada penetrann- preñada de
febriles suposiciones .
Y no le hables largo tiempo. Su debilidad, excitada,
miente un interés, que pronto se consume y vuela
sin cesar de una a otra cosa. Adivina cuales de sus
preguntas debes, dejar sin responder.
Pero que no repare en ello.
Y luego no olvides que el esfuerzo, la emoción, aún
la alegría, todo ahora va y busca su herida abierta.
Amigo, ya me conoces.
Aproxima esa silla y siéntate. Y cuando a nuestra
charla la interrumpan los largos silencios, trata de que
no te sorprenda mirándome.
108 I'm.ko l'inufi
LA PRISIÓN
CiÁx perdido voy. Perdido de mi mismo. Peque-
ños afanes consumen mis fuerzas y el día de mi
juventud.
.Mas, entre mis bajos menesteres hasta mi llega un
eco conocido, palabras ajenas que penetran seguras y
se asilan romo libres palomas en un palomar de her-
manas prisioneras.
Llega hasta el oscuro retiro de mis deleznables pre-
ocupaciones el aire de una brava y conocida libertad.
Entonces todas mis palomas se inquietan ebrias, y
van y vienen en vuelos rápidos y terribles que las des-
trozan con mayor crueldad que si el pánico se hubiese
apoderado de ellas.
Sangra mi corazón y suplica. Mis manos obedecen
el mandato de mi razón conmovida. Y las puertas se
abren! Como un torbellino de nieve salen en vuelo ver-
tiginoso hasta la última de mis palomas largo tiempo
prisioneras.
Más ¡ ay ! antes de que yo sepa algo con claridad,
desconcertado como ellas, sin saber qué pensar, veo que
vuelven una y otra, y otra, de mis palomas. Veo qu i
vuelven, por fin, todas y S3 quedan en su vieja pri-
sión tan trémulas y desconcertadas, que yo, inmóvil y
perdido, siento que a todos nos gana una inexorable
i listeza !
Las Cvv
LA NOCHE
Olí! noche para el dolor y el pensamiento, tú eres
oscura y pavorosa como una caverna. Corno una
caverna que centuplica en mil ecos profundos los ala-
ridos de la angustia humana. Una de esas insondables
cavernas de aire denso e impuro abiertas al mar que
en las sombras, negro como la tinta, hierve alumbrado
fugazmente por la blancura de las espumas.
Caverna que recoge el estruendo de la batalla de
las olas y presta siniestro amparo a los náufragos de-
solados. Mientras ellos en su s:mo penetran, salen de
las oscuras profundidas. negras, extrañas e incontables
aves (pie apagan las antorchas, azotan los rostros, y los
dejan, presas del terror, inmóviles y perdidos en !;i-
tinieblas.
lid Pedro Prado
EL RECUERDO
Alo largo de la ruta, bajo el cielo ceniciento, busco
un compañero de jornada y llega solícito un lán-
guido recuerdo que el peso del tiempo ha purificado y
hecho cristiano.
Lo acojo con la más honda emoción y le doy vida
con el calor de mi pecho.
Revive así, poco a poco, aquella lejana historia; mas,
como una sierpre que no oivida su veneno, repite paso
a paso su distante y cruel hazaña y por fin una vez
más silba y hiere y hiere!
Hiere en el mismo sitio antaño elegido. Muerde el
reborde de la cruz dejada por una vieja cicatriz. Hin-
ca sus dientes y desgarra y abre nuevamente esa boca
de dolor, enmudecida!
Las < opas
ABANDONADO
Acércate a mí. acércate! Más y más próximo; da-
me tu mano y por mi mano pasa a mi corazón.
Atilinte a mis palabrasi temblorosas que caen en el
aire romo pequeñas embarcaciones desbordantes de
náufragos. Ellas van llenas de mis más puros senti-
mientos.
A.cójelas! Sé, tú, el rezago dé una blanda playa pró-
xima.
Acércate ! Acércate !
Pero ¡ay de mí! si euando tú pases a mi corazón y
mire, desunes, en torno, me encuentre nuevamente solo.
1 12 Pkdro Pr vim>
CREPÚSCULO
CONTEMPLAN mis ojus este crepúsculo con toda el
ansia de los aitos ventanales, cuando reciben su
fulgor y en él se incendian.
Pasa a mis pupilas la última llama del día y, como
cu un horizonte, el sol se hunde en mí y en mí muere.
¡Oh! campiñas olorosas a la tristeza del ángelus, co-
mo vosotras, perfumadas a melancolía, van mi juven-
tud y soledad a esta hora, en que aún no sabemos si
la noche que viene, viene a quedarse para siempre en-
tre nosotros.
I. vs Coi-as 1 1 ~>
LA SENDA
Oh! camino que debo recorrer; vano es para mí tu
panorama cambiante. Imagen que no dejo de ver,
latido que no ee¿o de oir, una obsesión trabaja para mi
pecho. Carcome invisible, mi vida, taladra mi propio cu-
razón .
Pero lie aquí que ias negras nubes sé abren y apa-
rece una claridad azulina en el lejano infinito. Con
cuánta avidez, como ave que escapa, mi mirada por
entre la.- rotas nubes, huye.
Mas ya el viento se levanta, las nub s se cierran
amenazantes, y mi mirada de esperanza queda tías ias
nubes volando perdida.
Oigo nuevamente ei temblor de nú corazón que pal-
pita como un ciervo herido y prisionero. V cuando
llega la terrible certeza de que toda lucha e.s vana,
lloro, más que mi propio dolor, el no ser capaz de so-
brellevarlo v. algún olía, hacer de él mi hermano.
1 1 I Pedro Prauo
SI PUDIERAS..
Heme, por fin, viviendo un instante lucra del tiempo.
Mi cuerpo se aliviana, nu réeuerdo queda ajeno a
da angustia y hasta mi tristeza está libre de dolor.
Perdura ¡oh! infinito instante sin medida: líbrame
del río amargo del tiempo; manténme eomo una hoja
loca que vuela en libertad.
No me dejes caer: sopla de nuevo; llévame contigo
cada vez más alto.
Siento como ia tierra, que abajo aguarda confiada.
tira de mí con todas sus esperanzas.
Ayúdame! A'u! si tú pudieras mantenerme, para
siempre, flotando en este ambiente, pino, liviano y sin
medida . . .
Lis Coi-as
115
SOLEDAD
Me alejé fl • tí oh! mar y, ¡il ir interponiendo dis-
tancia entre tú y yo, fui allegando olvido, arras-
i raudo sensaciones tuyas en desvaneneia. seres que por
debilidad más que tu muerte, tu no ser oreaban.
Por largos días tu ausencia fué, no un mar muerto y
desecado, sino una ignorancia, una inexistencia de ti
¡oh fuerte!
Y a tus playas bajo nuevamente. Frente a las olas
que tú hacia la tierra arrojas, llego como la espuma de
otra ola perdida que la tierra hacia tí , oh mar! envía.
Ávido vengo, renaciendo de mis muertes diarias, sa-
cando el vivir y el morir de unas mismas aguas, de las
que emergen, como tus olas incontables, el tumulto de
mis ciegas acciones.
Al igual de las aves marinas, sobre ana alta roca so-
litaria me retiro y pienso. Y mientras a mi cuerpo lo
bate tu viento impetuoso y mis oídos recogen tu trueno,
mis miradas recorren y luego flotan perezosas en tus
aguas incansables.
Llega, sí, tú animador, y nuevamente existes! Cobras
vida y movimiento; y confusa, como voz de despertar.
nace otra vez tu canto . . .
Mas, ¿por (pié son tan iguales tus olas y tu hori-
I |(¡ 1'hoko Pkado
zonte? ¿tan inmóviles las tocas de entonces y de aho-
rn .' ; tan vencida aquélla y esta arena.'
; Seré capaz de una recreación tan fiel .' Dudo y pre-
siento que tú pudiste ser, mientras yo, lejos de tí, for-
maba con recio olvido, tu inexistencia.
¡Ah! de un golpe empequeñezco cien codos al dudar
de que no soy, en verdad tu animador. Como amante
que regresa ávido, y tríos celos lo poseen y hieren, así
me ocurre a mí ahora, ¡olí mar! así ¡oh múltiples co-
sas del mundo de las que me creí ser causa primor-
dial!
Yo que ardí de fieras esperanzas y frenético y en-
vuelto en el incendio de tus olas azures, canté cual
ninguno, ante el vértice hirviente de tu abismo, la má-
xima belleza (pie atesoras...
No suaves perspectivas, no mansos oleajes, dulces bo-
rregas hechas para caricias femeninas, no así engaño-
so de blandos sentimientos te busqué y preferí.
Sólo por desear crearte magnífico v unánime en ple-
nitud, yo supe de la profundidad de tus cimas inmen-
sas, y vino hacia mí con la revelación de tus tesoros la
única noche entre cien mil en que surgen majestuosos
y flotan un instante todos los barcos que en tí yacen,
transformados por las madreporas en lívidos alcázares.
Sí. rotas mis alas por los vientos extremos, yo vi
aparecer y danzar sobre las olas en delirio, en la ne-
gra e hirviente soledad todos tus mil y mil palacios, lu-
minosos por las aguas fosíoreaafces que al escurrirse, en-
tre la sombra que los pueblan, cantan! Voces inefa-
bles se advinaban bajar a las oscuras profundidades,
Las Copas
117
mientras sobre los barcos desapercibidos se cerraban las
aguas temblorosas eomo labios en que aún perdura el
temblor y la fiebre de los cánticos!
¿Me escuchas? Así, con mis voces, iba creando tu ín-
tima esencia privativa.
Yo que le redimí del agua y te di la conciencia de
un Dios: yo que te puse mil veces encima de mí propio,
no en tu orgullo indómito gozaba, no en verte redimi-
do de entre las ciegas cosas, sino en saber que eras
creación de mí mismo. Yo tu ordenador, el que iba
revelándote, yo que venía de hacerte resucitar de entre
los muertos. . .
Xo más lejos de mi propia sangre estaban de mí, tus
aguas; no diverso a mis voces, tu discurso: nada tuyo
que pudiese vivir en clara y audaz independencia!
De tí propio -qué venía a quedar entre mis cantos?
En mí vivías como en propio lecho, tus olas corrían
por mis venas , y tu enérgica tristeza era mi tristeza
viril !
Para mí ya no fuiste sino extensión d< mi pertenen-
cia, nunca más allá de mis fronteras! Y hoy? De mí
necesitas! Creado fuiste y por siempre serás!
Desposeído ¡ay! me sé del mundo entero. Del mun-
do antes muerto al que insuflé el ritmo de mis voces,
que en él quedó circulando como el latido de una san-
are eterna!
1 1 8 Pedro Ph \ do
LIBERTAD
Dormido estaba, inconsciente vivía, rendido, oscuro,
silencioso. Quemado por el estío agobiador, dor-
mía en la alta noche. Bajo los árboles mustios, las ra-
mas pendientes y quietas, en el aire negro de aquella
paz de derrota, soñaba.
¡ Oh ! vida demasiado fuerte, licor que no te detie-
nes en la alegría y a la embriaguez arrastras; llama
que de alumbrar no te satisfaces, y consumes el madero
que te alienta. ¡Oh vida! por vivirte morimos.
Lejos de mí y lejos de mi conciencia brillaban las
blancas estrellas de la noche. La fatiga ceñía mi cuer-
po como una malla precisa, modelando uno a uno mis
miembros.
Yo era semejante ai luchador herido que se desangra
silenciosamente , mientras gravita sobre él el enorme
peso de su escudo inútil.
Atados mi voz, mis brazos y mis piernas en los trá-
gicos sueños impotentes, la vida danzaba en torno mío
como un divino ofrecimiento.
Ciudades en fiesta ardían en medio de las azules no-
ches estivales. La alegría del mundo rozaba indiferen-
te con su túnica liviana mis labios que, mudos, im-
ploraban .
L>s Copas U9
Mujeres divinas se ofrecían sin leraor ante mis ojos,
y sus miradas, como aves que vuelan lentas al cargai
las pajuelas de los nidos, sonreían llenas de plenitud
por encontrarse en esa edad de madurez, que es una
cumbre desde donde todo se ofreee fácil como un des-
eenso.
Mas, sus miradas atravesaban mi cuerpo como si
fuese una porción de aire indeterminado. Se detenían
antes o después; pero nunca en el sitio en que yo me
encontraba inmóvil v prisionero como un árbol.
\'n grupo de guerreros, orgullosos en sus cabalgadu-
ras, pasaron custodiando el botín arrebatado a pueblos
vencidos. Los cascos de sus corceles hirieron mi cuer-
po impotente.
Invisible a todos, y todos visibles para mí. Divisaba
la alegría, el amor y la abundancia, y allá en lo alto,
como la luna olvidada, oculta por ias luces de la ciu-
dad, veía brillar el porvenir de Dios.
Más ¡oh! supremo instante: en sueños presentí que
soñando me encontraba. ¡Oh! libérrima alegría: saber
n nuestro sueño que soñamos!
Ningún deseo entonces sobreviene de querer desper-
tar. Fogosa y encendida libertad nos cubre y nos pro-
tege, y todo deseo insatisfecho acuda solícito, buscando
saciarse sin vallas ni temores.
;Ah! si yo, despierto como estoy, mas tranquilo y
confiado como un sonámbulo, tuviese la repentina y
profunda certidumbre de saber, mientras vivo, que no
es sino la vida la que sueño!
120 Pedro Ph \i'<>
¡ < >h libertad! tú serías mía; serías la consejera tic
luis múltiples deseos, de estos deseos confusos y tris-
ees» j hambrientos de amor.
Al despreciar el engañoso juego da las sombras que
me rodean, nunca olvidaría que cosas ilusorias pueden
darnos una alegría real.
Seguro de que las angustias y dolores de los sueños
no persisten al despertar, quedaría imperturbable a los
obstáculos, mudo a las amenazas, sonriente a las heri-
das. Y proseguiría satisfaciendo tranquilamente mis
deseos, confiado en la hora del despertar definitivo:
cuando brillase para mi, fría y real, el alba d • la muer-
te liberadora.
I.\s COI'AS \'¿\
LA TORRE DE LOS DIEZ
LA TORRE
Lejos de las ciudades populosas y de los alegres
puertos; distante de la paz de las aldeas y de las
mansiones solitarias de los misántropos; sin tierra que
cultivar; sin siervos que proteger; sin ambiciones de
dominio ni orgullo de ser enseñanza, ejemplo o guía :
sobre un enorme y abrupto peñón que ha recibido du-
rante cien siglos el ataque del mar y la esperanza de
sus prodigiosas lejanías, se elevará tranquila, aislada y
libre la roja Torre de Los Diez.
\22 I'fhro Pk'ínii
LA BANDERA
ARRIBA, sobrepasando Ja terraza y el muro horadado
de las campanas, un mástil solitario ofrecerá a to-
dos los vientos ia enorme bandera de púrpura cruzada
por el oro de una equis.
Puede el mástil erguirse recto como un pararrayos,
o curvarse gimiendo como un arco colosal, cuando !<>
requiera la mano del viento; pero jamás será abatida
esa bandern . Como si la torre albergase una fiesta per-
petua, día y noche flameará sobre sus muros, tal como
una llama inagotable.
Y antes de que el tropel rugiente de ios ensordecedo-
res huraean?s haya despedazado el último girón a las
jarcias, cien veces, todos los que hasta ella levanten loa
ojos, la verán encarnar en infinitas transformaciones.
Primero se envolverá sobre sí misma, derecha y del-
gada como un vastago que en su carmín anuncia la
primavera; lentamente, en seguida, se abrirá cóncava
y temblorosa como una corola gigantesca; después, des-
mayada y lánguida, entrará en un reposo pleno de ril
mo contenido; al insinuarse de nuevo el invisible paso
de los anhelos del viento, sobre la seda nacerá el cal"
frío de todos los caprichos imaginables: danzará con
los mismos giros de la flotante clámide de una extraña
bailarina; batirá acompasadamente el aire como el pa-
L\s Cofas
1 25
ñu^lo de las despedidas} será voluble como el ansia, >
con la misma avidez se tenderá hacia ei oriente, luego
al septentrión, y uno en pos de otro, con igual energía,
señalará todos los infinitos caminos de la rosa de los
vientos.
Mas, cuando se alce cálido y repentino el anuncio de
la tempestad, extendida de golpe como un ala inmensa
ebria de vuelo, soberbia de esfuerzo y furiosa y rebra-
mante de impotencia, desgarrará para volar la seda de
su cuerpo, y estremecida y poderosa, como una lengua
que desata una ignota y repentina pasión, llena de una
alegría abrumadora, obedecerá al viento de tempestad
que le enseñe a cantar, libertarse y morir.
I 2 l l'l' DKQ l'if \l>n
LAS CAMPANAS
La tono alta y obscura como un faro abandonado.
entrará en la noche hasta confundirse con ella.
Ningún navegante, da los perdidos en la sombra, en-
contrará en su invisible silueta rumbo de esperanza ni
anuncio verdadero.
Solamente un vuelo de campanas cruzará sobre las
gavias rotas en ia hora trágica de los naufragios.
Como aves de tempestad, S3 oirán pasar, lejanos o
próximos, los tañidos dolientes.
Y cuando los náufragos, abandonados entre las olas,
sientan ya el amargo de las aguas negras y misteriosas,
algunas campanas sonarán para ellos como sonaban las
de sus pueblos lejanos a la hora del ángelus; otras re-
cordarán los repiques de gloria y de fiesta del día inolvi-
dable cuando toda la ciudad natal recibió empavesada
a sus hijos vencedores; mas, [odas, antes de que se hun-
dan para siempre, cantarán puras y diáfanas, tal co-
mo sólo habían cantado unas risueñas campanas en aque-
lla mañana luminosa de sus bodas distantes.
Las Copas
i 25
LA CONTEMPLACIÓN
Nubes solemnes, jamás terminaréis de pasar y pa-
sar; albatros y aves poderosas del océano, siem-
pre alguno de vosotros estará voltejeando ante la vista.
Contemplados, desde la elevada terraza de la torre.
nunca, en vosotras, lejanías cenicientas, faltarán viaje-
ros que vayan, convertidos en hormigas, trepando a la-
nosos los caminos soülarios.
En la época de los barbechos, con embeleso nuestros
oídos adivinarán el ruido blando de los arados, cuando
abran la tierra al grave y manso paso de los bueyes.
Xo importa, entonces, que estéis próximos o dis-
tantes, ¡oh! labradores; siempre nuestro corazón oirá
-o juzgado vuestros imaginarios cantos.
Xo temáais permanecer silenciosos o lanzar a los
vientos maldiciones y amenazas; no os preocupéis de
que vuestro paso sea firme ni vuestra actitud altiva.;
como quiera que vayáis, a la distancia, siempre os vere-
mos llenos de una noble apariencia : y sean las que fue-
sen vuestras palabras, o la causa de vuestro mutismo,
sólo oiremos una dulce melodía que se eleva y os en-
vuelve.
Navios imperceptibles, rumbo al Asia, que cruzaréis
bordeando la línea del horizonte; mayor tiempo ¡pie las
paviolas os seguirán nuestras miradas y fantasías.
126 Pedro Prado
Por grandes que vayuri a ser vuestras venturas, siem-
pre ¡serán débiles ante el encanto que para vuestros des-
tinos vamos a soñar.
Rseultarán pequeñas ias cargas y escasos sus valo-
res ante la abundancia, la variedad, la riqueza y la
hermosura indescriptible de lo que en vuestras calas
vamos a depositar.
Ningún atractivo tendrán las más hermosas mujeres;
banales serán sus ardientes amores, pálido el sol de
fuego y monótonos los paisajes lujuriosos, comparados
con las deliciosas maravillas que en vuestra ruta cree-
remos que van a ofrecer a los viajeros, ávidos siempre
de cosas indefinidas.
Cielo, mar y tierra, todos en torno de la torre iréis
abiertos !
Seres risueños o mendigos; acciones nobles, torpes o
sórdidas; campos estériles; dunas temibles, bosques lle-
nos de porvenir, todos, desde la alta torre seréis igual-
mente hermosos para nosotros. Como si la vida fuese
una fiesta, sólo os presentaréis ataviados con la belleza
que escondíais.
Ningún accidente quebrará la armonía imperturbable.
Y sin esfuerzo, nuestros pensamientos y nuestras voces
se alzarán para alabar la causa y el origen del mun-
do, y la plácida alegría interminable que fluye de su
contemplación !
Las Cor
LA SOMBRA
Desde lo alto de ia forre el que allí siempre vele
maravillado verá que cada día al nacer el sol, del
cielo de occidente donde aún queda un resto de la no-
che, y desde el seno del mar vendrá, débil y extenso has-
ta el pie de la torre, un camino de sombra.
Ascenderá el sol para ir en su gran vuelo. Pero el
resto de la noche agazapado ai pie de la torre, enco-
giéndose y dando vuelta, jamás será visto por el sol.
Y aun cuando el sol, seguro de haber cumplido su
diaria tarea, se empurpure como un rey, y descienda en
el mar, el resto de la noche anterior, que la torre ha
protegido, se estirará creciendo más y más. Y cada
vez con mayor rapidez irá por sobre las praderas, por
sobre los árboles y las casas que encuentre a su paso,
los rebasará y saltando nuevamente al campo libre ya
débil y desvaneciéndose, aún tendrá fuerzas para em-
prender, recto, la ascención de las montañas de orien-
te. Y en el mismo instante, en que tras las cumbres, la
nueva noche inocente asome, él le hará entrega del mis-
terioso secreto que la noche anterior le confiara.
I ¡orno una inmensa aguja, la torre, en los claros días.
con hilos de sombra tejerá entre las noches de nu<
vida !
Año III = Tomo IV
Juan B. Justo Ideas sobre Historia
Benito Lynch El pozo
Rubén Darío Páginas Olvidadas
Emilio Berisso Reminiscencias
Pedro Prado . . Las Copas
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«097 Las copas
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