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Full text of "La Trayectoria de la Revoluciones, ensayos del Ayer, el Hoy y el Manana Espanol"

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LA  TRAYECTORIA 
DE  LAS  REVOLUCIONES 


Es  propiedad. 
Queda  hecho  el  depó- 
sito que  marca  la  Ley. 


Imprento  de  V.  Rico.— Paseo  del  Prado,  30.— MADRID 


"^ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


La  Trayectoria 

DE  LAS 

Revoluciones 

ENSAYOS  DEL  AYER,  EL  HOY 
.Y  EL   MAÑANA  ESPAÑOL 


BIBLIOTECA  HISPANIA 

CID,  4. —MADRID 


CARTA-PRÓLOGO 


Sr.  D.  Miguel  de  Unamuno: 

Mi  querido  amigo:  Me  es  imposible,  sin  un  im- 
pulso de  repulsa  y  de  rebeldía,  recordar  aquellas 
palabras  tan  crueles,  y  sin  embargo  tan  sinteti- 
zadoras  de  todo  un  pensamiento  social,  que  pone 
Mirbeau  en  boca  de  Courtin,  el  personaje  eje  de 
su  atroz  comedia  El  Hogar:  «...Tenga  usted  esto 
bien  presente...  Nada  es  tan  fundamental  parala 
conservación  del  orden  como  callar  el  mal. ..  Tie- 
ne menos  importancia  hacer  el  bien  que  callar  el 
mal...  callar  el  mal...  impedirlo  si  es  posible,  pero 
sobre  todo  callarlo.» 

No  sé  callar  la  verdad  de  lo  que  pienso,  y  por 
eso  pongo  al  frente  de  este  libro  su  nombre  de  us- 
ted como  el  del  maestro.  No  lo  precedo  de  adjeti- 
vos encomiásticos,  puesto  que  no  se  trata  de  una 
obra  de  elogios  ni  de  amables  politiqueos,  sino  de 
unas  páginas  sinceras  de  exposición  de  ideas,  y 
de  estas  mismas  ideas  han  de  desprenderse  los 
elogios  para  quienes  las  encarnan. 

Si  usted  lo  hubiese  querido,  en  vez  de  verse  des- 
pojado de  la  Rectoría  de  nuestra  vieja  y  gloriosa 
Universidad  de  Salamanca,  sería  usted  una  gran 
figura  oficial,  sería  senador,  ministro,  tal  vez  pre- 
sidente del  Senado,  y...  ¿quién  sabe?,  quizás,  qui- 


8 


ANTOxNIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


zas,  presidente  del  Consejo,  todo  ello  con  una  sola 
condición:  la  de  comprometerse  a  no  hacer  nada, 
a  no  pensar  nada,  y  si  lo  pensaba...  a  callárselo. 

En  España  se  da  el  caso  peregrino  de  que  nin- 
guna reforma  implántase  a  tiempo,  cuando  real 
mente  lo  demanda  la  opinión,  sino  cuando  el  uso 
la  ha  consagrado  ya.  Así  resulta  que,  además  de 
perderse  el  efecto  moral,  la  efusión,  el  caloi-  que  la 
haría  fecunda,  viene  a  desatiempo,  atrasada,  y 
cuando  ya  hay  otras  nuevas  que  hacen  sonar  sus 
aldabonazos  en  la  puerta.  Esta  labor  está  enco- 
mendada a  los  liberales^  mientras  que  los  conser- 
vadores ejercen  un  raro  oficio  que,  irrespetuosa- 
mente, calificaríamos  de  trabajo  de  bomberos.  Ni 
los  unos  ni  los  otros  llevan  la  necesaria  prepara- 
ción; viven  en  perpetua  guerra,  unos  asaltando  y 
otros  defendiendo,  carentes  de  tiempo  para  estu- 
diar y  penetrar  en  la  verdadera  entraña  de  los 
problemas. 

Así  han  pasado  estos  años,  que  han  iniciado  la 
transformación  del  mundo,  sin  que  se  den  cuenta 
ni  de  la  actitud  miedosa  del  pueblo  (que,  muy  cas- 
tigado por  las  guerras  coloniales  y  africana,  sen- 
tía el  espanto  de  tener  que  ser  héroe,  no  compren- 
diendo que  en  ser  héroe  estaba  su  liberación  defi- 
nitiva), ni  en  la  arbitraria  délas  clases  conserva- 
doras, que  sentíanse  a  ratos  germanófilas...  sin 
perjuicio  de  estar  entrando  y  saliendo  en  Francia 
y  de  girar  en  la  movible  plataforma  de  su  snobis- 
mo^ hacia  la  causa  aliada,  cuando  las  gentes  de 
primera  línea  mostraron  que  podía  serse  francó- 
filo impunemente. 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  9 


Miremos  ahora  un  poco  hacia  las  cosas  de  Es- 
paña . 

¿Caben  dos  ideales  supremos  en  el  alma  colec- 
tiva de  un  pueblo?  Como  caber,  caben  muchos; 
pero  g-randes,  absolutos,  absorbentes,  creo  que 
no.  Tal  vez  en  momentos  de  un  gran  bienestar, 
de  una  alta  paz  moral  y  material,  los  hombres 
puedan  soñar  con  caminos  diferentes  que  lleven 
a  metas  supremas,  lejanas;  pero,  así  como  ante 
el  lecho  de  un  hijo  adorado  que  se  muere,  la  ma- 
dre devota  y  el  padre  ateo,  sólo  piensan  en  de- 
vol\^erle  la  vida,  ante  la  patria  en  peligro  todos, 
desde  los  más  humildes  y  los  más  miserables  has- 
ta los  más  grandes  y  fuertes,  tienen  que  tener  un 
ideal  común. 

Pero  para  unirse,  para  laborar  juntos,  es  preci- 
so conocerse,  y  en  España  dos  generaciones  per- 
manecen hoscas,  impenetrables,  frente  a  frente, 
en  actitud  hostil.  Los  jóvenes  han  entrado  a  saco 
en  los  prestigios,  no  han  respetado  nada,  no  han 
acatado  nada;  los  viejos,  a  su  vez,  han  tenido  un 
gran  gesto  de  desdén  y  han  negado  talento,  dis 
creción  y  buena  voluntad  a  los  recién  llegados.  Y, 
sin  embargo,  hace  falta  la  experiencia,  el  maduro 
talento  y  la  disciplina,  de  los  unos;  la  acometivi- 
dad, la  sed  de  energía  y  de  acción,  de  los  otros. 

Hay  muertos  que  permanecen  en  pie.  Son  fan- 
toches, que  no  significan  nada  ni  son  nada;  que 
en  un  momento  de  la  Historia,  la  casualidad  o 
misteriosas  conveniencias  colocaron  en  un  lugar 


10 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


y  siguen  ocupándolo.  Pero,  ¿cómo  negar  que  hay 
hombres  que  fueron  sinceros  y  videntes,  que  pre- 
dijeron la  hecatombe  de  nuestras  colonias  y  tra  - 
taron  de  oponerse  ;a  ella  arrancando  de  los  ojqg^ 
de  la  multitud  la  necia  venda  de  optimismo? 
¿Cómo  olvidar  que  más  recientemente  un  hombre 
político  de  la  monarquía,  con  una  gran  posición 
social,  jefe  de  un  partido  que  necesita  del  apo- 
yo del  pueblo,  el  conde  de  Romanones,  se  jugó 
su  popularidad,  su  jefatura  y  casi  casi  su  posi- 
ción so(  ial  para  afirmar  sus  convicciones,  que  la 
realidad  ha  investido  de  importancia  de  viden- 
cias? ¿Por  qué  querer  arrumbarles  a  todos,  anu- 
larles a  todos?  Derribar  lo  que  estorba  y  es^malo  o 
inútil;  pero  dejar  en  pie,  respetar  y  acatar  lo  que 
no  sólo  es  bueno,  sino  es  insustituible.  Recuerdo 
las  palabrss  del  personaje  ibseniano:  «Es  peligro- 
so demoler  una  vieja  torre,  porque  puede  coger- 
nos a  todos  debajo>. 


«Ir  tallando  escalones  en  el  odio»,  quiere  Víctor 
Hugo.  Imagen  maravillosa,  como  todas  las  del 
gran  poeta.  Mas  para  llegar  a  las  alturas  tallando 
escalones  en  el  odio  de  los  otros  es  necesario  que 
este  odio  sea  una  pasión  fuerte  y  magnífica,  que 
la  grandeza  del  odio  de  los  demás  pueda  servir  de 
medida  a  nuestra  propia  grandeza.  Y  el  odio  aquí 
es  como  tantas  otras  cosas:  algo  pequeño,  vul- 
gar; no  es  el  odio  ante  una  gran  idea,  ni  una  con- 
cepción opliesta  a  otra  concepción,  sino  es,  sen- 
cillamente, una  rivalidad  de  campanario,  que  en 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES 


11 


vez  de  luchar  con  grandes  ideas  y  grandes  pode- 
res lucha  arrojando  un  poco  de  barro  de  la  calle. 

La  idiosincrasia  española  presentóse  corno  una 
cosa  curiosa:  casi  nadie  quiere  hacer  nada,  ni 
profundizar  en  áridos  problemas  políticos  o  so- 
ciales, ni  lanzarse  a  peligrosas  iniciativas,  ni  em- 
prender aventuradas  empresas;  pero  si  alguien  lo 
hace,  surgen  inmediatamente  detractores  violen- 
tos, enemigos  solapados,  gentes  que  aplauden 
mientras  ponen  el  obstáculo.  Nadie  aspira  a  ser 
nada:  se  contentan  conque  no  lo  sean  los  demás. 
Hace  el  efecto,  en  general,  la  vida  hispana  de 
una  carrera  en  que  los  corredores  no  se  preocu- 
pasen de  llegar  los  primeros,  sino  de  evitar  que 
llegasen  los  otros. 

Y,  sin  embargo,  toda  la  futura  grandeza  estaría 
en  ser  ellos  mismos,  sin  preocuparse  de  que  fue- 
sen o  no  los  demás.  Y  él  día  en  que  todos  fuesen 
valores  afirmativos,  en  vez  de  valores  negativos, 
marcaría  el  reloj  español  la  primera  hora  de  una 
era  de  poder. 

Optimismo  y  pesimismo  son  igualmente  malsa- 
nos: tener  un  sentido  claro  de  la  realidad.  Ver  las 
cosas  crudamente;  pero  no  para  retroceder  teme- 
rosos ante  ellas,  sino  para  después  de  hecho  el 
examen  de  conciencia  emprender  valerosamente 
el  camino  de  perfección. 

En  nuestro  tiempo  nadie  envejece,  ni  los  indi- 
viduos ni  los  procedimientos,  y  tal  vez  en  eso  está 
uno  de  los  mayores  males.  Uno  de  los  mayores 


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ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


males,  porque  esa  perpetua  juventud  es  una  mix- 
tificación. 

Cuando  se  vive  por  el  mundo,  en  mil  ocasio- 
nes siéntese,  ante  (>-randes  familias  y  grandes 
agrupaciones,  una  gran  sensación  de  paz.  Muje- 
res jóvenes  aún  se  han  resignado  a  envejecer,  y 
en  torno  a  ellas  se  agrupan  las  nuevas  generacio- 
nes. Ellas  tienen  el  respeto;  los  demás,  cada  cual, 
su  derecho.  Y  lo  que  pasa  en  la  familia  pasa  en  la 
política:  hay  grandes  hombres  que  ejercen  una 
autoridad  patriare^,  porque  habiéndose  confor- 
mado con  la  ley  de  la  vida  se  han  apartado  de  la 
lucha,  y  limpios  de  odios  sólo  viven  la  veneración 
y  el  respeto. 

Grandes  odios  y  grandes  fervores  es  el  secreto 
de  la  vitalidad  de  los  pueblos,  porque  significan 
plétora  de  energías,  y  en  esos  grandes  odios  es 
donde  se  pueden  tallar  los  escalones  que  lleven  a 
la  gloria. 

La  mejor  fe  es  la  que  se  tiene  en  la  idea;  des- 
pués, la  que  se  tiene  en  sí  mismo;  la  única  que  no 
nos  es  permitida  es  la  fe  en  la  debilidad  de  los 
otros. 

Según  una  persona  va  hacia  el  triunfo,  una  sen- 
sación glacial  le  rodea.  «Según  subimos  aumenta 
el  frío^>,  dice  también  Víctor  Hugo. 

Pero  no  hay  nada  más  bello  que  escalar  las  ci- 
mas, cuando  en  el  corazón  alienta  la  fe  de  una 
vez  arriba  realizar  la  obra. 

Los  gritos,  los  denuestos,  todo  eso  no  vale 


13 


nada;  recordad  el  prodigioso  cuento  árabe,  que  os 
brinda  una  gran  filosofía,  la  filosofía  de  que  para 
llegar  a  realizar  un  ideal  es  preciso  ser  insensible 
a  todas  lás  violencias  que  puedan  saliros  al  en- 
cuentro. 


Unos  dirán:  «¿Y  a  usted  quién  lo  presenta?» 
Otros  escupirán  denuestos.  Yo  pensaré  siempre 
como  el  personaje  de  Goethe:  «¿Ladran?...  Cabal- 
gamos». 

Este  libro  es  sincero  y  diáfano.  No  tiene  la  pre- 
tensión de  ser  ni  un  evangelio  ni  una  gran  obra 
crítica,  ni  un  libro  de  batalla.  Son,  sencillamente. 
ensayos. 

La  sordera  me  encierra  en  una  cárcel  de  silen- 
cio y  claridad.  Pero  quizás  en  vez  de  golpearme 
la  cabeza  contra  las  paredes  preferiría  haceros 
el  elogio  de  la  sordera.  Para  juzgar  los  aconteci- 
mientos ofrece  tres  ventajas:  que  elimina  el  fac- 
tor ambición,  puesto  que  veda  los  puestos  activos; 
que  los  gestos,  más  difíciles  de  dominar  que  las 
palabras,  adquieren  un  valor  transcendental  (ese 
valor  inteligible  de  los  gestos  en  el  cinematógra- 
fo), y  que  al  perder  los  conceptos  la  música  arru- 
Uadora  de  la  voz  y  tener  que  leerlos  siempre,,  te- 
nemos también  tiempo  de  meditar  en  aquello  que 
nos  dicen^  antes  de  formar  juicio  y  responder 
(sin  contar  con  que  inconscientemente  las  gentes 
sintetizan  y  sólo  nos  dan  lo  más  interesante  de  las 
cosas:  su  esencia). 

Voy,  pues,  a  trasladar  a  estas  páginas,  más  que 


14 


ANTONIO  DE  HOySs  Y  VINENT 


la  historia  o  el  comentario  de  los  hechos  concre- 
tos, sensaciones  casi  instintivas, \3.  atmósfera  que 
ha  habido  en  España  durante  la  última  década, 
las  transformaciones  y  deformaciones,  los  fenó- 
menos atmosféricos. 

* 

Alg"unos  espíritus  pusilánimes,  algunas  almas 
en  cuclillas  se  escandalizarán  de  que  yo  me  atre- 
va a  hablar  de  todo  esto. 

Yo  comprendo  que  se  puede  ser  monárquico  o 
republicano,  imperialista  o  socialista;  lo  que  no 
comprendo  es  que  se  pueda  ser  incondicional  de 
nada  ni  de  nadie.  Hay  algo  por  encima  de  todos 
los  poderes  de  la  tierra:  la  Idea.  Acatamos  el  po- 
der mientras  le  vemos  caminar  hacia  la  realiza- 
ción de  la  idea  que  creemos  la  verdadera;  pero 
incondicionales,  no. 

Sucede  que  todos  los  que  trabajamos,  todos  los 
que  luchamos,  todos  los  que  hacemos  algo,  y  aun 
muchos  que  no  hacen  nada,  hemos  adquirido  el 
feo  vicio  de  pensar.  Nadie  es  incondicional  de 
nada  ni  de  nadie.  Las  deidades  oscuras  e  impla- 
cables han  muerto.  Todos  estamos  prontos  al  sa- 
crificio, al  esfuerzo,  hasta  a  la  muerte;  pero  seré 
ñámente,  «conscientemente».  Queremos  saber  el 
«por  qué»  vamos  al  holocausto,  y  una  vez  sabi- 
do, medir  las  razones,  contrastar  su  justicia,  y  si 
nuestra  conciencia  las  acepta,  entonces  ir  alegre- 
mente. 

Fuera  de  los  políticos,  de  los  sportmans,  de 
las  gentes  que  brillan  y  bullen,  hay  otras  gentes, 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  15 


la  mayolía,  que  trabajan  en  la  penumbra.  Y  cons- 
te que  esto  no  quiere  decir  que  los  que  bullan  no 
valen;  injusto  sería  negar  que  hay  en  la  aristo- 
cracia, por  ejemplo,  grandes  figuras  que  cumplen 
con  su  deber,  y  aun  algunos  que  han  dado  impul- 
so a  la  vida  nacional  con  la  creación  de  indus- 
trias; pero  un  mundo  nuevo  de  militares  que,  en 
vez  de  fumar  y  beber,  dedican  sus  horas  al  estu- 
dio en  un  noble  anhelo  de  engrandecer  a  su  pa- 
tria; de  arquitectos  que  siguen  con  fervor  el  mo- 
vimiento europeo;  de  médicos  dignos  de  competir 
con  los  mejores  de  otros  países;  de  abogados,  de 
artistas,  de  escultores,  ha  nacido  a  la  vida  fuerte 
y  pujante  «a  pesar  de  todo». 

A  todos  estos  hombres,  que  son  todo,  que  pue- 
den hacer  algo,  que  se  desvelan  en  el  trabajo, 
es  inútil  pedirles  que  sean  incondicionales  de  na- 
die. Tienen  un  pensamiento  y  una  conciencia  que 
les  dictarán  sus  leyes. 

Tal  vez  la  salvación  de  España  esté  en  abrir 
puertas  y  ventanas,  en  que  haya  mucho  aire,  mu- 
cha luz,  en  que  se  sepa  lo  que  quiere  cada  uno, 
adónde  va  y  cuál  es  su  bagaje,  y  así  romper  el 
equívoco  asfixiante  y  vivir  una  vida  fuerte  y 
sana . 

Antonio  de  Hoyos  y  Vinent 


INTRODUCCIÓN 


IDEAS  GENERADORAS 


EL  CAUDILLO 

Ser  caudillo  hoy  día  no  es  mandar  ejércitos,  es 
convertirse  en  guía  espiritual,  en  conductor  de 
muchedumbres.  Pero  no  basta  caminar  delante, 
dejándose  empujar,  sino  que  es  preciso  adivi- 
nar—la palabra  no  es  exacta,  pues  sería  mejor 
presentir^  y  mejor  aún  dedicar  -—  Irs  nuevas 
orientaciones  y  encauzarlas  en  sí.  Al  caudillo  no 
le  basta  una  espada:  necesita  una  idea. 

EL  EJE 

Los  hombres,  hablo,  claro  está,  de  los  hombres 
de  talento,  cuando  empiezan  a  vivir,  encuentran 
una  idea,  una  idea  que  encarna  mejor  o  peor  to- 
das sus  demás  ideas,  y  con  ellas  sus  esperanzas, 
sus  zozobras  y  sus  aspiraciones.  Una  vez  hallada, 
se  encariñan  con  ella,  y  desde  entonces  toda  su 
existencia  gira  en  derredor  de  un  eje.  En  los  pue- 
blos en  que  la  vida  es  muy  intensa,  la  velocidad 
giratoria  va  en  aumento  y  cada  vez  es  mayor  el 
círculo  que  templa  y  alumbra  la  vida  de  aquel 


20 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


hombre.  Pero,  por  el  contrario,  en  los  pueblos  de 
existencia  muy  monótona  y  fatigosa,  la  velocidad 
desciende,  el  esfuerzo,  en  disminución  creciente, 
se  hace  nulo,  y  aquella  idea  llega  a  no  ser  ni  ré- 
presentar  nada,  a  convertirse  en  una  mixtifica- 
ción, en  que  los  demás,  por  respeto  a  los  intere- 
ses creados,  aparentan  creer. 

Leyendo  estos  días  las  opiniones  de  los  hom- 
bres políticos  respecto  a  nuestra  situación  actual, 
se  tiene  netamente  esta  sensación  de  la  «idea  eje». 
No  es  que  después  de  hallar  una  idea  que  informe 
sus  vidas  la  han  depurado  y  perfeccionado  para 
aplicarla  luego  a  los  problemas  de  la  realidad, 
no;  es  que  dan  vueltas  en  torno  a  ella,  c¿ida  vez 
con  más  lentitud,  hasta  producir  por  la  inercia  la 
sensación  de  estabilidad. 

LOS  QUE  OYEN  SU  NOMBRE 

Tal  véz  la  mayor  dicha  que  puede  apetecerse 
es  que  aquel  que  oyese  elogiar  todas  las  buenas 
cualidades,  piense,  entre  turbado  y  satisfecho: 
«¡Esto  va  por  mí!» 

¡Ay,  en  cambio,  de  quien  ante  la  condenación 
de  torpezas,  tropelías  y  necedades  créese  en  el 
caso  de  darse  por  ofendido!  Aquél  es  culpable. 


Notas.— 1.^  Tal  vez  leídos  a  la  ligera  estos  capítulos  den  una  sen- 
sación de  incoherencia;  pero  fijando  bien  la  atención  en  ellos,  se  verá 
que  van  reflejando  el  ambiejite  que  han  formado  los  problemas  sin  re- 
solver, como  las  nubes  cargadas  de  electricidad  crean  la  atmósfera 
en  que  se  fragua  la  tempestad,  esa  atmósfera  pesada  y  caliginosa  que 
produce  malestar. 

2.^  Las  citas  son  arbitrarias.  Sin  necesidad  de  recurrir  a  autorida- 
des, expongo  lo  que  pienso,  calculando,  como  Cervantes,  que  no  nece- 
sito que  otros  me  digan  lo  que  yo  sé  decirme  sin  ellos. 


ESTADOS  DE  ESPIRITU 


LA  POLÍTICA,  LA  MORAL  Y  EL  ARTE 


ESTADOS  ESPIRITUALES  QUE 
PRECEDIERON  A  LA  GUERRA 

Lo  primero  que  me  asalta  es  una  duda:  ¿real- 
mente en  lo  más  hondo  de  la  vida  humana  existía 
el  estado  espiritual  a  que  toy  a  referirme,  o  senci- 
llamente era  un  elemento  que,  por  más  denso,  flo- 
taba en  la  superficie?  Las  ideas  deformadoras  de 
la  filosofía,  las  costumbres  que  minaron  los  ci- 
mientos de  la  ética  y  las  modalidades  que  modifi- 
caron la  estética^  sin  contar  las  depravaciones 
políticas  que  socavaron  los  ideales  y  energías  de 
los  pueblos,  ¿existieron  dominándolo  todo,  o  fue- 
ron cosas  superpuestas? 

Hacían  falta  profundos  estudios  comparativo? 
para  averiguar  esto,  un  examen  hondo  y  trans- 
cendental de  causas  y  efectos. 

Que  el  estado  de  descomposición  existió,  es  cosa 
indudable.  No  puede  objetarse  a  ello  que  floreció 
el  arte,  que  acrecentase  la  riqueza,  que  la  ciencia 
triunfó  y  los  pueblos  gozaron  de  un  gran  bienestar. 
Todo  esto,  aunque  parezca  paradójico,  son  sínto- 
mas de  descomposición,  de  un  lento  caminar  ha- 
cia la  ruina.  Los  pueblos  necesitan  unas  ideas 


24 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


fundamentales,  indiscutibles,  para  que  su  vida 
sea  próspera,  saludable,  pero  no  con  la  ficticia 
salud  que  podría  equipararse  a  ese  falso  vigor 
que  proporciona  a  los  individuos  el  uso  de  los  ve- 
nenos estimulantes. 

LA  POLÍTICA 

Las  características  de  la  política  eran  en  el  fon- 
do una  enorme  rapacidad  y  un  escepticismo  frío 
y  demoledor;  en  la  forma  un  maquiavelismo  tea- 
tral, exhibicionista,  muy  para  la  galería. 

La  rapacidad  era  de  dos  clases:  nacional  y  par- 
ticular. Un  hombre  llegado  al  Gobierno  pensaba 
en  primer  lugar  en  engrandecer  su  país,  cosa  que, 
con  una  alta  norma  moral,  hubiese  sido  admira- 
ble, pero  que  tal  como  se  entendía  venía  a  aplicar 
y  ampliar  la  cínica 'idea  famosa:  «Los  negocios 
son  el  dinero  de  los  demás».  Pues  bien:  esta  mis- 
ma teoría  reducida  era  la  que  los  hombres  utili- 
zaban para  sí  mismos. 

La  fraternidad  humana  no  existía,  y  en  cambio 
había  además  latente  un  escepticismo  glacial, 
devastador  de  todas  las  bellas  utopías. 

En  cuanto  al  maquiavelismo,  mostrábase  más 
que  otra  cosa  como  un  juego  sabio,  para  asom- 
brar, algo  así  como  el  que  realizan  esos  prestidi- 
gitadores que  después  de  hacer  misteriosos  expe- 
rimentos explican  su  clave. 

LA  MORAL 

La  moral  sencillamente  no  era  tal.  La  vieja 
ética  de  los  revolucionarios  y  librepensadores  que 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  25 


pretendían  desterrar  a  Dios  y  sustituirle  con  ella, 
parecía  tan  pasada  de  moda  como  los  miriñaques 
o  los  polisones.  Dios  era  un  personaje,  un  rey  o 
emperador  que  se  había  ido  y,  a  quien  no  hacía 
falta  sustituir  para  nada.  • 
No  había  otra  moral  que  la  propia  convenien- 
cia, y  si  los  hombres  no  asesinaban  era  porque  un 
cadáver  conviértese  en  fardo  muy  pesado  en  la 
vida,  y  si  no  robaban  consistía  en  que  habían 
aprendido  que  con  las  actuales  organizaciones 
mundiales  de  la  policía  es  casi  imposible  quedar 
impune,  aparte  de  que  la  cuantía  de  los  robos  no 
pasaba  habitualmente  de  unos  miles  de  pesetas  o 
unos  miles  de  duros...  y  realmente  no  valia  la 
pena. 

EL  ARTE 

El  arte  es  siempre  un  reflejo  del  estado  espiri- 
tual de  la  Humanidad.  El  arte  fué  un  poco  des- 
compuesto y  arbitrario,  pero  gozó  de  un  raro  flo- 
recimiento. Pintores  y  escultores  hicieron  una 
obra  nerviosa,  desigual,  extravagante  a  veces, 
pero  fervorosa,  plena  de  interés  y  de  calor. 

Mas,  de  las  artes,  donde  principalmente  refléja- 
se el  estado  mental  de  los  pueblo^  es  en  la  literatu- 
ra, y  la  literatura  fué  francamente  malsana,  una 
literatura  de  descomposición.  Si  repasamos  la 
obra  novelesca  y  evocamos,  después  de  recordar 
la  máxima  de  Stendhal,  «una  novela  es  un  espejo 
que  paseamos  a  lo  largo  de  un  camino»,  la  galería 
de  personajes  de  Mirbeaú,  de  Regnier,  de  Lo- 
rrain,  de  Rachilde,  de  Binet  Valmar,  pensamos 


26 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


que  el  mundo  entero  era  una  barraca  de  mons- 
truos. Barnum  tenía  la  palabia.  Dejando  de  lado 
la  literatura  novelesca,  si  vamos  a  la  teatral  halla- 
mos que  no  está  en  za^a  con  ella,  y  aun  la  poesía 
también  aparece  contaminada.  Pero  lo  más  extra- 
ordinario es  la  filosofía,  que  da  la  impresión  de 
haber  perdido  su  serenidad  y  reflejar  un  egoísmo 
bárbaro,  un  munuanalismo  acomodaticio  y  un 
vag"o  terror  hacia  ese  abismo  sombrío  y  profundo 
que  se  llama  la  Muerte. 

Efectivamente,  j-unto  a  rotundas  afirmaciones 
de  un  yo  absorbente,  vense  enternecimientos  pue- 
riles, casi  femeninos;  luego  el  tanteo  en  busca  de 
una  fórmula  para  dar  una  razón  de  ser  a  las  in- 
quietudes que  atormentaban  a  las  gentes,  y  todo 
ello  dominado  por  un  oscuro  miedo  a  las  sombras 
y  glaciedades  del  «más  allá». 


LA  ARISTOCRACIA 

SUS  ACTUACIONES  EN  LA  VIDA  POLÍTICA 
Y  SOCIAL  ANTES  DE  LA  GUERRA 

0 

I 

Ante  todo  es  preciso  definir  lo  que  es  aristocra- 
cia. Claro  que  no  vamos  a  admitir  la  acepción  en 
que  tiene  el  vulgo  esa  palabra  (gente  que  ostenta 
títulos  nobiliarios,  da  fiestas,  bailes,  hace  sport), 
pues,  además  de  frivola,  esa  definición  sería  in- 
exacta, puesto  que  existen  infinidad  de  gentes  de 
la  clase  aristocrática  que  no  ponen  los  pies  en  un 
salón  ni  por  casualidad. 

Busquemos  algo  que  nos  aclare  sobre  esto.  No 
tengo  que  ir  muy  lejos:  en  el  prólogo  de  mi  pri- 
mera novela,  Cuestión  de  ambiente ,  la  condesa  de 
Pardo  Bazán,  a  quien  si  de  algo  podríamos  ta- 
char es  de  parcialidad  en  pro,  por  pertenecer  a  la 
«clase»,  y  por  encontrarse  bien  en  ella,  dice,  ha- 
blando de  los  ataques  que  a  la  «buena  sociedad» 
se  dirigen  en  novelas  y  comedias: 

«Acaso  la  solución  del  problema  sea  una  cues- 
tión verbal;  a  menudo  se  discute  sin  término,  por 
no  ponerse  de  acuerdo  respecto  a  la  significación 
de  un  vocablo.  Cuando  los  novelistas  pesimistas 


28 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


dicen  pestes  de  la  «aristocracia»  quizás  no  se  re- 
fieren a  la  «clase  noble  de  una  nación»  (así  la  de- 
fine el  Diccionario  de  la  Academia),  sino  a  la 
buena  sociedad  que,  seg'ún  el  mismo  Diccionario, 
es  «el  conjunto  de  personas  de  uno  y  otro  sexo 
que  se  distinguen  por  su  cultura  y  finos  mo- 
dales. 

Buena  sociedad  no  es  lo  mismo  que  clase  no- 
ble ...» 

Y  más  adelante  sig"ue: 

«Ni  la  buena  sociedad  se  reduce  a  los  aristó- 
cratas de  la  sang're,  ni  basta  serlo  para  formar 
parte  de  ella...» 

Y  concluye: 

«Así,  pues,  lo  bueno  y  malo  que  sobre  ella  se 
escribe  deberá  aplicarse  a  cuantas  clases  sociales 
se  mezclen  en  su  terreno  de  aluvión.» 

Pero  yo,  que  ciertamente  no  he  pecado  nunca 
de  benévolo  con  la  sociedad  entendida  en  ese 
concepto,  voy  a  hablar  de  ella  hoy  en  un  sentido 
más  elevado,  en  un  sentido  absolutamente  impar- 
cial. 

II 

Aristocracia,  en  realidad,  es  selección.  Los  más 
fuertes  y  los  mejores  (en  teoría  ideal,  natural- 
mente, pues  la  realidad  dista  siempre  mucho  de 
«lo  que  debiera  ser»)  .se  colocan  en  las  cumbres; 
después  sus  hijos,  sus  herederos  y  sucesores,  sin 
las  inquietudes  ni  fatigas  de  la  lucha,  van  perfec- 
cionando, afinando,  esenciando  los  g-érmenes  has- 
ta formar  cualidades  y  virtudes  «de  raza».  Li- 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES 


29 


bres  ya  de  las  preocupaciones  de  fortuna  y  en- 
cumbramiento en  que  los  que  batallan  tienen  que 
perder  infinidad  de  energías  y  cometer  fatalmen- 
te mil  pequeñas  miserias  y  vilezas,  que  constitu- 
yen luego  ese  lastre  terrible  que  se  llama  «el  pa- 
sado», y  que  tantas  cosas  grandes,  nobles  y  be- 
llas malogra,  pueden  dedicarse  al  cultivo  del  yo^ 
a  perfeccionarse,  a  fortalecerse,  pero  sin  perder 
de  vista  que  este  esfuerzo  ha  de  aunarse  al  es- 
fuerzo común  de  la  clase,  sacrificando  algo  del 
personal  prestigio,  pensando  que  por  ir  delante, 
por  habitar  las  cumbres,  hay  un  deber  de  «ejem- 
plo», un  deber  de  «impulso»  y  un  deber  de  «con- 
suelo». Ennoblecer  la  clase  para  luego  acrecen- 
tar su  propia  nobleza  perteneciendo  a  ella.  Cuan- 
do los  que  están  arriba  se  relajan,  los  de  abajo 
dejan  de  creer  en  ellas;  cuando  no  se  cree  en 
los  ídolos  se  entra  a  saco  en  el  templo. 

No  puede  pedirse  a  cada  uno  de  los  individuos 
que  integran  una  clase  que  sea  un  héroe,  un  sa- 
bio o  un  mártir;  pero  puede,  sí,  pedírsele  que,  al 
aceptar  las  ventajas,  acepte  también  la  parte  de 
sabiduría,  de  heroísmo  o  de  martirio  que,  como 
representante  de  esa  clase,  le  corresponde. 

Niezsche  da  como  ideal  aristocrático:  «La  ver- 
dadera bondad,  la  nobleza,  la  grandeza  de  alma 
que  nace  de  la  abundancia,  que  no  siembra  para 
recoger,  la  prodigalidad  como  norma  de  la  ver- 
dadera bondad,  3^  como  condición  primera  la  ri- 
queza de  personalidad.»  Esto  es  el  ideal;  ahora 
veamos  la  realidad. 


30 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


III 

Hoy  día  se  vive  muy  de  prisa;  no  es  posible  es- 
perar siglos  para  la  selección.  Luego,  los  medios 
seleccionadores,  o  mejor  dicho,  los  medios  de 
perfeccionamiento  de  la  selección— instrucción, 
viajes,  dominio  en  ciencias,  fortunas,  etc. — ,  es- 
tán al  alcance  de  todo  el  mundo.  Así  que  la  se- 
lección no  puede  hacerse  en  las  razas,  sino  en  los 
individuos.  Además,  las  .actitudes  se  hacen  muy 
varias,  y,  siendo  algunas  veces  antagónicas,  son, 
sin  embargo,  simultáneas.  El  mismo  Nietzschenos 
lo  dice  en  su  libro  sobre  la  voluntad:  falta  el 
«hombre  sintético»;  las  especialidades  van  des- 
apareciendo, y  en  su  lugar  surge  el  hombre  múl- 
tiple, el  hombre  que  pierde  en  energía  lo  que 
gana  en  variedad. 

Este  fenómeno  se  da  en  todas  las  clases  socia- 
les. Hay  aún  algunas  que,  por  conservar  algo  de 
su  disciplina  medioeval,  conservan  con  ella  lo 
que  podríamos  nombrar  «instinto  de  cuerpo», 
como,  por  ejemplo,,  en  el  ejército  o  en  el  clero. 

En  cambio,  es  aún  más  marcado  en  la  clase 
aristocrática;  los  actuales  aristócratas  son  políti- 
cos u  hombres  de  negocios,  diplomáticos  u  inge- 
nieros, «y  además»  aristócratas. 

IV 

Esta  es  la  verdadera  intervención  que  puede 
tener  en  la  política  la  aristocracia,  considerada 
como  tal.  En  el  perpetuo  desnivel,  que  es  ley 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  31 


exista  en  todo  pueblo,  la  misión  de  la  aristocracia 
«ideal»  es  una  misión  directora  y  educadora. 

Su  verdadero  papel  es  poner  el  prestigio  de  sus 
nombres,  de  su  heredada  posición  y  de  su  fortuna 
al  servicio  de  supremos  intereses  de  la  nación  a 
que  pertenece;  es  ser  los  aristócratas  los  prime- 
ros, en  una  guerra  peligrosa,  y  en  atender  a  las 
reivindicaciones  del  proletariado  y  en  toda  obra 
de  cultuia,  energía  o  auxilio  social.  Es  dar  el 
ejemplo  de  sacrificio  en  aras  del  bien  común  para 
exigir  el  mismo  sacrificio  a  los  demás. 


V 

Pero  en  España  la  aristocracia  no  tiene  ni  los 
privilegios  de  la  aristocracia  inglesa  ni  la  igual- 
dad de  que  disfruta  la  francesa.  Tiene  que  luchar 
entre  el  servilismo  de  los  unos  y  la  hostilidad  de 
los  otros  (no  sé  qué  es  peor  a  la  lariva),  y  gasta  la 
mayor  parte  de  sus  energías,  en  defenderse  o  en 
creer  que  se  defiende.  Es  un  factor  de  la  lucha 
política,  y  como  tal  hállase  muy  lejos  de  las  mese- 
tas de  serenidad  ideal  en  que  sus  iniciativas  pue- 
den ser  útiles  y  provechosas.  Encuéntrase  entre  ^ 
el  acatamiento  total  y  absoluto  de  los  unos  y  la 
hostilidad  ciega,  irrazonada,  de  los  otros.  Y  en  fa 
disyuntiva  limítase  a  intentar  ponerse  al  abrigo 
del  peligro  y  evita  lanzarse  en  esas  grandes  bata- 
llas de  la  industria  y  de  los  negocios,  que  son  pre- 
cisamente las  que,  en  el  utilitarismo  de  la  vida 
moderna,  fortalecen  el  organismo  de  las  naciones 
y  las  hace  grandes,  poderosas  y  temibles. 


32 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


Si  en  vez  de  eso  hubiese  una  igualdad  «absolu- 
ta»; si  el  negocio  del  prócer  se  mirase  sin  preven- 
ción como  el  de  cualquier  banquero;  si  no  se  bus- 
casen tampoco  secretas  complicidades  y  sólo  se 
exigiese  que  fuese  diáfano  «legal»,  el  dinero  co- 
rrería fácil,  y  el  dinero  es  hoy  día  alas  naciones 
lo  que  la  sangre  al  cuerpo  humano. 

Los  españoles,  por  un  fenómeno  que  halaga  su 
desidia,  no  desconfían  de  los  que  no  tienen  nada, 
pero  aparentan  desconfiar  de  los  que  lo  tienen. 
Incapaces  del  esfuerzo  para  hacerse  ricos,  no  quie- 
ren que  los  demás  se  lo  hagan  tampoco,  y  como 
el  perro  del  hortelano,  «ni  comen...»  Que  se  hunda 
la  propia  casa,  pero  viendo  desde  los  escombros 
cómo  se  hunde  la  del  vecino.  ¿No  sería  mejor  lu- 
char porque  la  propia  fuese  la  más  firme,  grande 
y  suntuosa? 

VI 

Claro  está  que  una  de  las  cosas  en  que  con  más 
intensidad  tienen  que  reflejarse  las  transforma- 
ciones políticas  de  un  país  es  en  la  economía  del 
mismo. 

Había  antes  una  clase,  la  nobleza,  que  tenía 
vastos  bienes,  una  clase  media  y  un  pueblo,  po- 
bres. El  mundo  de  los  negocios  no  existía;  la  di- 
visión que  refiriéndose  a  tiempos  pasados  leí  hace 
años  en  una  crónica  de  Asorín,  en  «hidalgos»  y 
«ginoveses» ,  prolongábase  aún  el  pasado  siglo.  Sú- 
bitamente los  grandes  descubrimientos  y  la  apli- 
cación de  mil  fuerzas  nuevas  a  la  industria  abrió 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES 


33 


la  esclusa  a  los  magnos  negocios  y  surgió  una 
clase  nueva:  la  plutocracia.  La  vida  moderna  cada 
día  es  más  cara,  las  gentes  tienen  más  necesida- 
des, Icis  clases  proletarias  piden  justas  vindicacio- 
nes y  hace  falta  dinero.  No  basta  tener  grandes 
predios  que  produzcan  una  renta  saneada:  hace 
falta,  repito,  dinero  que  corra,  que  circule,  que 
pase  de  mano  en  mano,  que  haga  a  algunos  ricos  y 
dé  bienestar  a  todos.  Y  para  eso  son  útiles  y  nece- 
sarias las  grandes  empresas  industriales.  Y  claro 
está  que  los  que  manejan  esas  empresas  consti- 
tuirán una  gran  fuerza  social,  quizás  una  de  las 
mayores  existentes  en  el  día,  y  que  va  sustitu- 
yendo a  la  aristocracia. 


VII 

Pero  para  poder  exigir  las  responsabilidades  de 
que  hablo,  y  vuelvo  con  ello  al  comienzo  de  este 
estudio,  hay  el  grande,  el  enorme  inconveniente 
de  una  enfermedad  social,  que,  en  los  pueblos 
como  el  francés,  donde  no  tienen  los  títulos  pom- 
posos y  los  grandes  nombres  influencia,  ni  moral 
ni  material,  en  la  gobernación  del  Estado,  sino 
sólo  efectivamente  teatral  para  las  cosas  más 
banales  de  la  vida,  y  aun  eso  a  condición  de  ir  sos- 
tenidos por  los  grandes  capitales,  carece  de  im- 
portancia, y  que  en  las  naciones  fuertes  como  In- 
glaterra no  existe,  pero  que  en  las  monarquías, 
cual  la  española,  en  que  pueden  los  que  pade- 
cen su  contagio  pesar  sobre  los  destinos  comunes, 
tiene  enorme  transcendencia;  esa  enfermedad  es 


34 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINKNT 


el  snobismo,  que  convierte  a  la  existencia  en  gran 
mundo,  terreno  de  aluvión  propicio  a  la  satisfac- 
ción de  la  vanidad  de  cuantos  tienen  dinero  y  ga- 
nas de  gastarlo  en  hacer  sus  prisioneros  a  quie- 
nes pueden  darles  honras  y  brillos. 

Veamos  un  ejemplo:  España  no  estaba  en  gue- 
rra ni  nadie  pensaba  en  ella  para  nada;  por  lo 
tanto,  las'  damas  enfermeras  de  la  Cruz  Roja  (hay 
que  salvar  la  transcendencia  de  la  institución  en 
sí  misma  y  mirar  tan  sólo  la  manera  efectista  de 
tratarlo)  eran  una  encantadora  inutilidad.  Pero 
había  damas  inglesas  y  francesas  a  quienes  un 
heroico  espíritu  patriótico  había  llevado  a  servir 
así  a  sus  países  respectivos,  nuestras  damas, 
aburridas  por  el  forzoso  encierro  a  que  la  guerra 
las  condenaba  (claro  que  había  excepciones  de 
verdadero  altruismo),  sentaron  plaza  de  enferme- 
ras también. 

¡Ahora  hay  una  gran  ocasión  de  mostrar  esa 
abnegación  y  ese  desdén  al  peligro!  A  ver:  por 
esos  pueblos  de  Dios  faltan  médicos,  practicantes, 
enfermeras...  ¿Quién  quiere  ir? 

Me  alegraté  equivocarme,  pero  creo  que  nadie. 

Y  es  que  el  snobismo  es  una  plaga  española; 
una  plaga  tan  extendida  e  intensa  que,  no  conten- 
ta con  hacer  estragos  en  la  «buena  sociedad», 
contagia  hasta  a  los  hombres  políticos. 

Así,  a  un  pensador,  a  un  luchador  que  ha  pasa- 
do su  existencia  en  la  afirmación  de  una  idea, ven 
su  fortaleza  y  en  su  victoria  definitiva,  apenas  em- 
pieza a  triunfar  de  verdad,  apenas  vese  clara- 
mente que  ninguna  fuerza  podrá  detenerle,  sálele 
al  encuentro  «la  buena  sociedad»,  la  posición,  la 


LA  TRAYECTORIA  DE  XAS  REVOLUCIONES  35 


elegancia,  convertidas  en  sirenas  que  le  atraen 
hacia  los  salones  de  los  alcázares  regios  y  de  los 
palacios  aristocráticos,  donde  se  vuelve,  sencilla- 
mente, «un  cursi».  Y  cuando  retorna  a  la  callees 
un  fantoche  sin  personalidad,  y  su  idea  ha  nau- 
fragado, y  las  gentes  sonríen,  encogiéndose  de 
hombros  y  murmurando:  «¡Bah,  uno  más!» 
El  snobismo  le  mató. 


LA  ARISTOCRACIA  EN  LA  CUERRA 
Y  DESPUÉS  DE  LA  CUERRA 


í 

FRENTE  A  LA  LUCHA 

Si  aun  en  aquellos  pueblos  que,  lanzados  en  el 
horror  de  la  guerra,  y  que  en  ella  se  juegan  qui- 
zá la  vida,  más  que  en  el  presente  doloroso  se 
piensa  en  el  futuro,  ¿cómo  no  pensar  en  él  aquí, 
en  España,  país  que  ha  conseguido  hasta  ahora 
permanecer  alejado  de  la  lucha? 

Efectivamente;  más  representa  para  las  nacio- 
nes beligerantes  el  «mañana»  que' el  «hoy».  El 
ho}^  es  algo  enorme,  importantísimo;  necesitan 
absolutamente  la  victoria;  pero  más  importancia 
aún  que  ese  hoy,  anómalo  y  circunstancial,  es  el 
mañana,  que  puede  llevar  al  bienestar  y  a  la 
grandeza  por  el  espacio  de  algunos  siglos,  o  a  la 
ruina  y  el  aniquilamiento  para  siempre,  que  de- 
terminará una  supremacía  o  una  esclavitud.  Ma- 
yor transcendencia  que  la  victoria  misma  tiene  el 
estado  en  que  queden  los  pueblos  después  de  aca- 
bada la  contienda,  pues  ^el  que  esté  en  mejoi'es 
condiciones  para  una  rápida  reacción  que  le  per- 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  37 


mita  en  plazo  más  breve  el  pleno  juego  de  sus 
energías,  ese  sei  á  el  verdadero  vencedor.  De  una 
batalla  perdida  se  reponen  pronto  las  naciones; 
de  un  Tratado  de  comercio  tardan  mucho  en  re- 
ponerse. Siempre  prácticos  los  ingleses,  asi  lo 
han  comprendido,  y  a  eso  tienden  sus  esfuerzos. 

Dicen  que  España,  si  consigue  escapar  a  los 
riesgos  del  choque,  tendrá  (lo  dudo)  un  poco 
a  delantado  para  su  prosperidad;  pero,  en  cambio, 
no  poseerá  el  entrenamiento  que  los  otros  pueblos, 
acostumbrados  durante  la  lucha  a  dar  un  máxi- 
mum de  su  potencia.  Necesita,  pues,  si  el  día  de 
la  paz  quiere  ocupar  un  lugar  en  el  mundo  que  le 
haga  olvidar  pasados  sinsabores,  poner  en  juego 
todas  sus  energías,  y  aun  así,  todo  el  pueblo 
tendrá  el  gran  contrapeso  para  sus  aspiraciones 
en  que,  no  habiendo  sido  héroe,  no  podrá  pedir 
las  reivindicaciones  que  como  a  tal  puedan  co- 
rresponderle. 

Nadie  que  tome  el  pulso  a  la  vida  española,  na- 
die que  ponga  atención  al  latir  de  su  corazón,  du- 
dará que  estamos  en  un  momento  de  renacimien- 
to. Aquel  indiferentismo  que  precedió  a  las  gue- 
rras coloniales,  y  con  ellas  a  nuestra  tragedia,  va 
olvidándose  como  una  pesadilla. 

La  decadencia  española  llega  a  su  punto  más 
hondo  en  la  guerra  con  los  Estados  Unidos;  des- 
de allí,  donde  era  forzoso  morir  o  reaccionar,  co- 
menzó a  revivir.  No  se  siente  nada  que  sea  muer- 
te, ni  descomposición,  sino  que,  por  el  contrario, 


38 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINKNT 


aunque  tal  vez  no  todo  lo  de  prisa  que  fuese  de 
desear,  se  tiene  la  impresión  de  un  cuerpo  que 
recobra  la  vida. 


Désele  las  vueltas  que  se  quiera,  al  movilizar 
las  fuerzas  que  constituyen  la  sociedad  española, 
debe  atín  contarse  con  la  aristocracia,  puesto  que 
es  uno  de  los  elementos  principales  que  la  inte- 
gran. 

Mas  al  hablar  de  aristocracia  vuelvo  sobre  el 
tema  de  la  necesidad  de  una  distinción  entre  lo 
que  vulgarmente  entiende  la  gente  por  aristocra- 
cia—ese mundo  que  bulle,  que  luce  en  saraos  y 
teatros  y  que  llena  las  crónicas  de  salones— y  la 
verdadera.  Y  sucede  que  esa  agrupación,  de  que 
donosamente  se  burla  el  padre  Coloma  en  sus 
novelas,  y  creo  que  la  cita  es  ortodoxa,  no  es  la 
verdadera  aristocracia.  Claro  que  hay  personas 
de  alto  abolengo  en  ella,  aunque  mezcladas  des- 
proporcionadamente con  otras  de  dudoso  origen 
que  vienen  a  lucir  los  millones  o  la  posición  polí- 
tica. En  cambio  sucede  que  hay  infinidad  de  gran 
des  señores  que  viven  encerrados  en  sus  rinco- 
nes provincianos  o  cuidando  de  sus  fincas. 

Es  útil  y  preciso  que  los  verdaderos  aristócra- 
tas cuiden  de  sus  heredades;  pero  en  la  intensi- 
dad de  la  existencia  actual  no  basta  esto,  no  pue- 
de confinárseles  a  una  misión  campesina,  ni  tam- 
poco a  una  misión  filantrópica,  puesto  que  la 
filantropía  envilece  a  quien  favorece. 

En  todas  las  grandes  ciudades,  al  transformar- 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REYOLUCIONES 


39 


se  el  concepto  del  trabajo,  al  dejar  de  ser  obreras 
y  obreros  siervos  de  gleba,  cosas  en  manos  del 
amo,  se  han  preocupado  tratadistas  y  sociólogos 
de  procurar  facilitarles  la  vida.  La  caridad  cris- 
tiana, a  lo  menos  en  la  forma  que  se  venía  prac- 
ticando, no  bastaba;  sucedía  esto  porque,  para 
la  que  la  caridad  sea,  hace  falta  un  cierto  espíritu 
evangélico,  no  sólo  en  quien  la  practica,  sino  en 
quien  la  recibe;  desde  el  momento  que  sustituímos 
a  las  ideas  en  sacrificio  y  agradecimiento,  las  de 
derechos  y  deberes,  la  caridad  ya  no  resuelve 
nada.  Si  examinamos  un  alma  de  mendigo,  halla- 
remos en  ella  una  visión  particular  de  las  cosas, 
una  visión  milenaria  que  acepta  la  idea  de  la  mi- 
seria y  el  sufrimiento  como  un  don  de  la  fatali- 
dad, ante  el  que  no  puede  sublevarse.  Y  así,  ins- 
tintivamente, besará  la  mano  que  le  da  pan,  y  sus 
labios  crispados  de  hambre  y  amoratados  de  frío 
murmurarán  quejumbrosos  un  «¡Dios  se  lo  pa- 
gue!» Es  un  alma  sumisa  de  can.  Y  no  se  me  ob- 
jete que  hay  malos  pobres;  eso  no  quiere  decir 
nada,  sino  que  los  pecados  aullan  en  su  alma  como 
los  lobos  en  la  noche.  El  gesto  de  los  mendicantes 
es  siempre  el  de  los  llagados  que  pintó  Murillo  ten- 
diendo sus  manos  hacia  Santa  Isabel  de  Hungría. 

Pero  volvamos  a  lo  de  antes;  la  vida  se  ha  trans- 
formado y  la  caridad  no  basta  ya.  Más  conscien- 
tes de  sus  derechos,  con  una  noción  más  clara  de 
la  dignidad  humana,  los  que  trabajan  saben  a  lo 
que  tienen  opción,  y  así  Ja  caridad  deprimente  y 
humillante,  que  no  debe  de  ejercerse  sino  con  los 
viejos,  los  enfermos  y  los  impedidos  (y  dejo  vo- 
luntariamente a  los  niños,  porque  el  primer  deber 


40 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


es  enseñarles  las  rutas  para  ser  hombres  fuertes 
e  independientes)  tiene  que  dejar  paso  a  una  no- 
ble confraternidad  humana. 

Por  esto  digo  que  la  misión  de  la  aristocracia  no 
puede  ser  puramente  filantrópica. 

II 

LA  ACTUACIÓN  DE  LA  ARISTO- 
CRACIA  DURANTE  LA  GUERRA 

La  actuación  de  la  aristocracia  española  duran- 
te la  guerra  ha  sido  sencillamente  lamentable. 

Considero  un  error  su  germanofilia  (o,  por  me- 
jor decir,  la  germanofilia  que  ha  padecido  una 
gran  parte  de  ella),  pero  aun  esto  hubiese  sido  le- 
gítimo si  hubiese  sido  realmente  consciente. 

Pero  lo  grave,  lo  intolerable  en  una  clase  que 
pretende  ser  guía  }'  que  tiene  el  deber  moral  de 
serlo,  es  la  necia,  la  idiota  inconsciencia  que  su- 
pone proclamarse  germanófilo  a  todas  horas  y  ne- 
cesitar estar  yendo  cada  ocho  días  a  París  y  cada 
veinticuatro  horasaBiarritz,  vistiéndose  en  Fran- 
cia, recibiendo  todo  de  ella,  no  leyendo  sino  auto- 
res franceses...  y  aun  haciéndose  expulsar,  no 
por  conspirado!',  no  por  espía,  sino  por...  ¡es- 
torbo! 

Estas  gentes  ignoran  a  Alemania,  como  igno- 
ran a  Fi  ancia  e  Inglaterra;  no  han  visto  de  sus 
ciudades  sino  ios  hoteles;  no  'han  saludado  a  sus 
filósofos,  ni  sus  sociólogos,  ni  sus  poetas;  jamás 
se  han  preocupado  de  su  arte  ni  aun  de  su  políti- 
ca, aunque  aparentaban  un  fervor,  casi  místico, 
por  ella. 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  41 


Estas  gentes  admiraban  de  Alemania  no  lo  que 
en  ella  había  de  admirable,  sino  la  fuerza  bruta 
(y  ni  aun  siquiera  por  rudo  entusiasmo),  porque 
creían  que  esa  fuv^rza  bruta  iba  a  servir  para  sab 
var  su  concepto  jesuítico,  acomodaticio  y  egoísta 
de  la  vida. 

Sin  verdadera  fe  religiosa,  esperaban  que  un 
monarca  protestante  sostuviese  su  tinglado  re- 
ligioso social;  incapaces  de  un  real  sentido  monár- 
quico, miran  las  monarquías  como  la  muralla  que 
salvaguarda  sus  vanidades;  sin  una  noción  pura 
de  la  nobleza  y  la  raza,  refúgianse  en  ella  sin  per- 
juicio de  abrir  sus  puertas  a  los  antiguos  merce- 
narios enriquecidos. 

Esa  aristocracia  que  no  es  la  verdadera,  sino 
un  terreno  de  refugio  de  advenedizos  y  snobs,  no 
tiene  fe  ni  en  Dios,  ni  en  sí,  ni  en  los  demás;  pero, 
incapaz  del  esfuerzo  que  supone  hacer  triunfar 
sus  ideas,  del  valor  que  representa  llevarlas  a  la 
calle,  pretende  con  destemplados  gestos  y  agrios 
desdenes  imponerse  a  los  otros. 

Yo  sé  decir  que,  aunque  nunca  discuto  con  ellos 
temas  religiosos,  políticos,  morales  o  internacio- 
nales, como  un  día  cayese  en  la  debilidad  de,  lleno 
del  primer  impulso  de  entusiasino,  anunciar  a 
una  dama  amiga  mía:  «¡Han  ata^í-iido  los  belgas!», 
ella  me  interrogó  muy  interesada:  «¿A  quién?  ¿A 
los  ingleses?» 

No;  yo  creo  que  la  aristocracia  puede  tener  no- 
bles misiones;  que  con  una  preparación  ya  hecha, 
sinn  ecesidad  de  hacerlo  todo,  puede  seguir  siendo 
una  clase  directora,  pero  a  condición  de  que  sea 
consciente...  y  comprensiva,  a  condición  de  no 


42 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


ocultar  su  atrabiliaria  germanofilia  tras  una 
hueca  hispanofilia,  sino  de  pensar  y  saber  la  ra- 
zón de  las  cosas. 

Y  como  si  aun  esto  fuese  poco,  pretende  hablar 
siempre  en  singular.  ¿No  habría  acaso  hondo  sen- 
tido filosófico  en  el  nosotros  de  los  antiguos  reyes? 
Al  decir  esto  parecían  encarnar  a  su  pueblo  todo. 
Nerón  pedía  que  el  pueblo  tuviese  una  sola  cabe- 
za para  cortársela.  Es  necesario  que  la  aristocra- 
cia tenga  muchas  si  no  quiere  que  la  decapiten  fá- 
cilmente. 


LA  ARISTOCRACIA  EN  LA  CALLE 


CAMPAÑAS 

He  leído  los  discursos  de  la  reunión  celebrada 
por  las  derechas  en  el  teatro  de  la  Comedia,  y  no 
me  han  convencido.  He  hallado  en  ellos  tres  co- 
sas:  orgullo,  acritud  e  incomprensión. 

El  pensamiento  en  sí  me  parece  bien;  mal  la 
manera  de  realizarlo.  No  es  modo  de  quitar  pro- 
sélitos a  la  Casa  del  Pueblo  discursear  en  un  tea- 
tro elegante,  ante  damas  aristocráticas,  sino  que 
las  campañas  han  de  hacerse  en  la  calle,  en  ple- 
na luz  y  en  pleno  aire.  Las  ideas  no  son  verdad 
hasta  que  han  resistido  los  vendavales.  El  aire 
es  como  la  piedra  de  toque,  para  el  valor  real  de 
las  ideas.  Un  mitin  en  la  Plaza  de  Toros,  en  el 
frontón,  en  el  circo,  es  más  audaz,  más  peligro- 
so, pero  tiene  una  mayor  transcendencia. 

Ante  el  avance  de  las  izquierdas,  ante  lo  que 
se  les  antoja  el  peligro,  algunos  aristócratas  la- 
boriosos, más  modernos,  más  resueltos,  que  creen 
que  hay  algo  más  que  las  carreras  de  caballos  y 
la  vacuidad  del  vivir  ocioso,  emprenden  una 
campaña.  Bien.  Pero  el  gran  defecto  de  todos  los 
esfuerzos,  no  sólo  de  la  clase  aristocrática,  sino 


44  ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


de  todas  las  clases  españolas,  es  la  intermitencia 
en  el  esfuerzo.  Claro  es  que  en  las  clases  acomo- 
dadas, en  estas  intermitencias  los  espacios  nega- 
tivos son  los  mayores.  No  se  acuerdan  de  Santa 
Bárbai'a  más  que  cuando  truena,  como  se  dice 
vulgarmente. 

Aun  así  3^  todo,  es  de  elogiar.  El  solo  hecho  de 
ir  hacia  el  pueblo  es  reconocei"  su  existencia  y 
confesar  que  de  él  se  recibe  la  fuerza.  Pero  es 
preciso  ir  sin  orgullo  y  sin  acritud.  Sin  orgullo, 
porque  el  orgullo  o  altivez  crea  una  hostilidad 
en  guardia,  una  sorda  rebeldía.  No  hay  que  de- 
cir «soy>,  sino  «somos».  Sin  acritud,  porque  la 
acritud  ref^ele  y  hace  estar  instintivamente  en 
guardia. 

No  ser  depositario  de  las  tablas  de  la  ley,  sino 
un  hombre  más,  que  busca  las  rutas  perdidas. 
Pero,  sobi*e  todo,  hace  falta  un  programa  que 
oponer  a  otro  programa;  ideas  claras  y  solucio- 
nes concretas;  no  pedir  incondicionalidad,  sino 
explicar  diáfanamente  dónde  vamos  y  dónde  que- 
remos llevar  a  los  demás.  Tal  vez  todo  el  se- 
creto de  que  el  carlismo,  pese  a  su  estructura  ar- 
caica, pese  a  que  su  mismo  caudillo  haya  rene- 
gado de  él,  pese  a  todo,  sigue  subsistiendo,  es  ese. 
Encauza  un  pensamiento  y  los  que  comulgan  en 
él  lo  acatan  y  consideran  como  la  solución;  tal 
vez  también  el  secreto  del  derrumbamiento  de  la 
liberal  monarquía  de  Luis  Felipe,  en  Francia,  es- 
tuviese en  ello,  en  que  no  representaba  idea  al- 
guna, ni  pensamiento  alguno. 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  45 


UNA  INTERPRETACIÓN  DE- 
MOCRÁTICA DE  LA  GUERRA 

Para  que  en  un  pueblo  puedan  ser  desterrados 
los  tópicos  heroicos,  para  destruir  el  sentido 
«místico»  de  la  g'uerra,  hácese  necesario  que  ese 
pueblo  teng"a  un  superior  sentido  del  derecho  y 
el  deber,  y  esté  gobernado  por  los  hombres  que 
merezca. 

Ni  Inglaterra  ni  los  Estados  Unidos  han  necesi 
tado  de  «chin-chin»  heroico  para  ir  a  la  lucha,  y 
en  ella  ser  grandes  y  fuertes.  Ni  reivindicado 
nes,  ni  ideales  patrióticos,  ni  entusiasmos  inúti- 
les; la  convicción  de  la  necesidad  de  una  más 
perfecta  organización  del  mundo  y  una  enorme 
serenidad;  he  ahí  todo. 

Ambas  han  enviado  ejércitos  poderosos  a  los 
campos  de  batalla,  pero  los  hombres  que  en  ellos 
formaban  «casi  voluntariamente»,  sólo  estaban 
allí  para  llenar  un  deber  de  ciudadano.  Corríarí 
riesgo  de  morir,  pero  como  lo  corre  el  médico 
en  una  epidemia,  el  aviador  o  el  mecánico  en  una 
fiesta  esportiva;  fuera  de  ello,  tenían  todo  el  bien- 
estar compatible  con  la  vida  de  campana,  y,  ade- 
más, la  seguridad  de  que  los  suyos  estaban  aten- 
didos, no  por  una  caridad  humillante,  sino  por  el 
Estado,  «que  también  cumplía  con  su  deber»;  sa- 
bían que  al  volver  encontrarían  sus  hogares  in- 
tactos y  mejoradas  las  condiciones  de  la  vida,  y, 
por  lo  tanto,  su  esfuerzo  era  «igual,  sereno  y 
consciente». 


46 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


ANTE  UN  MANIFIESTO 

El  Centro  de  Acción  Nobiliaria  me  envía  un 
manifiesto.  Mi  primer  impulso  es  de  asombro. 
Cuando  se  inicia  una  campaña,  parece  primor- 
dial saber  exactamente  lo  que  piensan  aquellas  a 
quienes  nos  diiigimos  en  busca  de  apoyo,  cosa 
realmente  fácil  cuando  un  día  y  otro  lo  hacen 
constar  desde  las  columnas  de  un  diario.  Si  la 
acción  del  Centro  fuera  para  incorporar  la  no- 
bleza al  movimiento  liberal  del  mundo,  para  se- 
ñalarla sus  nuevos  deberes,  el  lugar  que  en  la 
caravana  que  marcha  hacia  el  progreso  ideal  le 
corresponde,  con  fe  y  entusiasmo  prestaría  mi 
ayuda.  Creo  que  en  la  nobleza  española,  bajo  el 
necio  temor  de  algunos  por  cosas  banales,  hay 
mucho,  muchísimo  bueno,  muchísimos  materiales 
.  aprovechables  para  lo  más  sólido  del  nuevo  edi- 
ficio; pero  no  creo  que  sea  el  camino  esas  excita- 
ciones partidistas,  ese  hablarnos  en  nombre  de 
cosas  circunstanciales  en  vez  de  hablarnos  en 
nombre  de  la  Humanidad. 

Díganos  cuáles  son  sus  nuevas  normas  de  vida, 
cómo  van  a  fundir  en  su  crisol  las  aspiraciones 
del  proletariado,  cómo  van  a  aceptar  las  reivin- 
dicaciones justas,  a  adaptarlas  a  las  realidades 
de  la  existencia;  cómo  van  a  componérselas  para 
que  el  trabajo  sea  equilibrado,  llevadero,  posible^ 
para  que  todos  y  todo  sea  lo  que  merezca  y  pue- 
da ser.  Vuelva  los  ojos  a  las  palabras  que  pro- 
nuncia el  rey  de  Inglaterra,  que  espontáneamen- 
te se  hace  cargo  y  ofrece  lo  que  debe  de  ofrecer; 
pero  dejen  en  paz  a  Rousseau,  a  la  Revolución 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  47 


francesa,  y,  sobre  todo,  pongan  sordina  a  sus  pa- 
labras; déjenos  de  «demasías  ominosas,  de  chus- 
mas encanalladas»,  y  hablen  con  la  alta  y  noble 
serenidad  de  quienes  saben  remontarse  por  enci- 
ma de  vulgares  pasiones  de  bandería. 


OTRAS  MODALIDADES  DE  LA 
SOCIEDAD  ESPAÑOLA 


LA  YERNOCRACIA 

Voy  a  hablar  ahora  de  una  plaga  o  enfermedad 
que  existe  en  la  actual  política  española:  la  yer- 
nocracia.  Aunque  no  tiene  conexión  ninguna  con 
la  aristocracia,  tiene  algo  de  caricatura  de  ella, 
y  es  infinitamente  más  peligrosa.  Ninguna  de  las 
razones  que  abonan  la  aristocracia  o  la  plutocra- 
cia abonan  la  existencia  de  su  caricatura,  la  yer- 
nocracia  (uso  el  s^ocablo  como  más  sintético,  aun- 
que no  es  yernocracia  solamente. 

Por  muy  torpe,  obtuso  y  díscolo  que  sea  el  he- 
redero de  un  nombre  aristocrático,  la  educación 
y  el  esfuerzo  de  sus  padres  podrán  sembrar  en  él 
las  suficientes  ideas  de  n  jbleza  para  que  viva  con 
decoro;  en  cuanto  al  sucesor  de  una  gran  fortu- 
na, si  no  la  sabe  manejar,  la  ve  fatalmente  pasai- 
a  otras  manos.  Pei  o  que  un  hombre  haya  tenido 
el  don  de  gobernar  no  es  una  razón  pai'a  que  sus 
hijos  y  yernos  nietos  lo  tengan  también.  Y  lo 
peor  es  que  en  vida  de  su  pariente,  y  guiado  y 
amparado  por  él,  va  escalando  todos  los  puestos, 
y  por  fin,  el  día  en  que  queda  solo  es  inútil  para 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  49 


esfuerzo  personal,  y  rémora  y  obstáculo  para  el 
esfuerzo  de  los  otros. 

Vivimos  en  régimen  de  democracias,  y  justa- 
mente, la  ventaja  de  este  régimen,  ventaja  a 
cambio  de  la  que  puede  perdonársele  no  pocos 
inconvenientes,  es  que  «los  que  valen»  pueden 
llegar.  No  merece  la  pena  vivir  en  una  democra- 
cia, si  abolido  el  poder  personal  del  monarca, 
que  al  fin  y  al  cabo  ligado  a  la  nación  había  de 
desear  su  florecimiento  y  mirar  su  gloria  como 
gloria  propia,  y  compartir  sus  días  fastos  y  ne- 
fastos, este  poder  se  da  a  los  políticos  que,  sin 
perpetuar  sus  virtudes,  pueden  perpetuar  sus  de- 
fectos en  larga  sucesión,  si  a  Marco  Aurelio  su- 
cede Cómodo. 

*   LA  VANIDAD  DE... 
NO  HACER  NADA 

El  robo  del  Museo  del  Prado  ha  puesto  de  ma- 
nifiesto la  inutilidad  de  esos  Patronatos,  vacuos 
y  teatrales,  que  sirven  tan  sólo  para  halagar  la 
vanidad  de  unos  cuantos  señores,  muy  dignos, 
muy  caballerosos,  pero  que  no  entienden  una  pa- 
labra de  lo  que  pretenden  patronar,  y  no  tienen 
ni  tiempo  ni  gana  de  ocuparse  de  ello,  o  lo  que  es 
peor,  que  escudados  en  estos  grandes  nombres 
^in  tacha  y  de  una  honorabilidad  indiscutible, 
unos  cuantos  vividores  mangoneen  a  su  antojo. 

Uno  de  esos  cargos  debiera  presuponer  que  la 
persona  que  los  acepta— seré  discreto  y  no  diré 
los  solicita— entiende  realmente  de  las  materias 
de  que  ha  de  ocuparse,  poseyera,  pues,  capaci- 

4 


50 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


dad  y  estuviese  dispuesta  a  sacrificar  una  parte 
de  su  tiempo,  de  su  trabajo  y  hasta  de  su  dinero, 
si  lo  tiene,  al  deber  que  se  ha  impuesto. 

Pero  una  dirección  y  un  Patronato  como  el  de 
nuestro  Museo...  ¡hombre,  por  Dios!  Un  artista, 
una  de  las  personalidades  de  nuestro  arte,  viejo  y 
enfermo,  pero,  en  fin,  que  puede  pasar  como  una 
figura  decorativa  al  frente.  Otra  figura  más  joven 
que  aspira  a  una  gloria  que  de  seguro  conquista- 
rá, pero  cuya  posesión  le  exige  todo  su  tiempo... 
En  cuanto  a  los  patronos,  grandes  nombres  y  aun 
buenas  voluntades,  y  si  me  apuran  nada,  vulga- 
res culturas;  con  decir  que  algunos  pasan  todo  o 
o  casi  todo  el  año  en  el  extranjero,  y  otros  no  po 
nen  los  pies  en  el  Museo,  está  todo  dicho. 

No;  eso  no  puede  ni  debe  de  ser.  Los  cargos 
están  para  aquellos  que  tengan  capacidad  y  vo- 
luntad de  trabajo.  Los  antiguos  grandes  señores 
a  quienes  dedicaban  libros,  no  los  leían;  pero  a  lo 
menos  pagaban  la  edición.  Ahora,  fuera  del  du- 
que de  Alba  y  algún  otro  muy  raro  prócer,  nin- 
guno hace  nada. 

LA  DIGNIFICACIÓN  DE 
LOS  CARGOS  PÚBLICOS 

Todos  sirven  para  todo.  O  los  hombres  tienen 
un  maravilloso  talento  ecléctico,  o  ios  cargos  son 
cosa  de  juego  que  no  necesit  an  preparación  téc 
nica  ni  aptitudes. 

Hubo  un  tiempo  en  España  en  que  nadie  sabía 
nada  hondo  ni  interesante.  Bastaba  conque  los 
militares  fuesen  valientes;  los  curas,  fanáticos; 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  51 


los  abogados,  elocuentes,  y  los  escritores,  rim- 
bombantes o  ingeniosos.  Hoy,  afortunadamente, 
no  es  así:  todo  el  mundo  estudia,  aprende,  traba- 
ja fervorosamente.  Sólo  los  políticos  son  una  ex- 
cepción. 

Y  sucede  que,  como  los  cargos,  son  para  los 
hombres,  y  no  los  hombres  para  los  cargos,  no 
se  toman  la  molestia  de  prepararse.  ¡Ser  minis- 
tro! He  ahí  el  gran  ideal.  Pero,  entiéndase  bien, 
no  serlo  para  desarrollar  una  doctrina,  ni  para 
realizar  una  obra,  sino  serlo  por  serlo,  por  la  po- 
sición, por  el  poder,  por  el  auto,  los  respetos... 
¿Qué  más  da  serlo  de  Fomento,  que  de  Instruc- 
ción, que  de  Hacienda?  ¡Serlo!  ^ 

Y  así  un  hombre  dice,  al  cesar  en  su  cargo, 
que  era  absurdo  estar  en  la  Dirección  de  Pena- 
les, él,  cuyas  aptitudes  referíanse  a  los  proble- 
mas agrícolas.  Y  aun  en  este  caso  hay  plausible 
franqueza  y  buena  voluntad;  pero  otros  mienten  y 
son  verdaderos  detentadores  de  cargos  públicos. 

LA  COMUNIDAD  ESPIRITUAL 

Una  vez  aún,  y  ésta  con  tan  inusitada  violencia 
que  ha  costado  su  cargo  al  rector,  se  ha  plantea- 
do una  de  las  más  interesantes  cuestiones  univer- 
sitarias: la  de  la  falta  de  espiritual  compenetra- 
ción entre  los  estudiantes  y  sus  profesores,  entre 
éstos  3'  el  rector.  En  realidad,  no  se  trata  sino  de 
uno  de  tantos  problemas  españoles  en  cuyo  fondo 
radican  tres  de  los  venenos  fatales  que  corroen 
los  más  bellos  ideales:  pereza,  egoísmo  y  falta  de 
fe  en  el  porvenir.  Cuando  un  hombre  como  Mi- 


52 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


guel  de  Unamuno  está  al  frente  de  una  Universi- 
dad, hay  que  ver  en  élal  maestro  por  excelencia. 

Bella  cosa  es  ser  maestro;  pero  ser  maestro  no 
es  limitarse  a  enseñar  los  conceptos  de  una  cien- 
cia o  de  un  arte:  ser  maestro  es  moldear  las  al- 
mas de  los  discípulos,  es  reflejarse  en  ellas,  in- 
fundir ideas,  sentimientos,  mostrar  puntos  de  vis- 
ta, hacerles  la  ciencia  asimilable,  identificarse 
con  ellos  y  conseguir  que  ellos  se  identifiquen 
con  él.  La  frase  de  que  la  Pedagogía  «es  un  sa- 
cerdocio» no  es  una  banalidad  cualquiera:  es  una 
realidad,  pues  hácese  preciso  que,  como  en  el  sa- 
cerdocio, se  renuncie  a  los  bienes  del  mundo 
para,  en^cambio,  sentirse  vivir  en  otras  vidas  y 
tener  algo  de  creador.  Para  compensación,  y 
como  premio  al  sacrificio,  el  maestro  que  así  en- 
tienda su  misión  nunca,  nunca  se  sentirá  solo, 
pues  cada  uno  de  sus  discípulos  será  un  hijo  espi- 
ritual, un  hijo  que  le  venere  y  quiera  como  a  ver- 
dadero padre.  Maestro  fué  Cristo,  y  bastaron 
doce  discípulos,  humildes  pescadores,  que  le  ama- 
ban y  creían  en  él,  para  difundir  por  el  mundo  la 
buena  nueva. 

Así  el  maestro  procurará  que  sus  obras  de  tex- 
to sean  fáciles,  útiles,  material  y  moralmente 
asequibles;  en  la  cátedra  será  claro  y  pondrá 
tanto  esfuerzo  en  enseñar  como  el  discípulo  en 
aprender,  y  en  la  vida  será  bondadoso,  acogedor, 
abordable.  Por  su  parte,  los  estudiantes  mirarán 
en  él  al  verdadero  «maestro»  y  sabrán  responder 
a  sus  esfuerzos.  Así  llegaríase  a  lo  que  es  el  ideal 
de  la  vida  universitaria,  a  una  convivencia  per- 
fecta, a  una  existencia  que,  sin  privar  a  los  mu- 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  53 


chachos  de  las  alegrías  de  su  edad,  les  enseñe  a 
encauzar  los  esfuerzos.  Tal  sucedía  antes  de  la 
guerra  en  algunas  Universidades  inglesas,  bel- 
gas y  alemanas,  y  así  debe  de  suceder. 

Conseguido  esto,  río  faltará  sino  un  alto  ideal 
para  todos:  el  noble  ideal  de  hacer  patria;  pero 
no  en  el  sentido  romántico,  sino  en  el  de  labrarse 
un  bienestar  que  sea  una  pieza  armónica  en  el 
mosaico  del  bienestar  nacional,  pensando  con 
una  alteza  de  miras  que  no  excluye  al  egoísmo, 
puesto  que  el  egoísmo  es  humano;  que  cuanto  más 
grande  sea  nuestro  país  más  grandes  seremos 
nosotros  mismos. 

LOS  ESTUDIANTES 

Cuando  recorremos  un  periódico  con  atención; 
cuando,  no  buscando  afanosamente  para  encon- 
trar una  noticia,  sino  leyendo  con  amor  para  ha- 
cernos cargo  realmente,  tratamos  de  desentrañar 
el  sentido  de  cualquier  noticia,  indiferente  al  pa- 
recer, hallamos  que  por  la  fuerza  de  nuestra 
atención  las  noticias  se  abren  como  puertas  en- 
cantadas a  un  sesame  misterioso. 

Curioseando  el  otro  día  en  Heraldo  de  Madrid 
esa  rara  sección  que  se  titula  «La  voz  de  la  ca- 
lle», hallé,  firmada  por  «Muchos  estudiantes>^  una 
carta,  en  que  solicitaban  del  señor  Rodríguez 
Marín,  director  de  la  Biblioteca  Nacional,  unas 
horas  más  de  lectura,  de  modo  que  éstas  no  coin- 
cidiesen con  las  de  clase.  Aunque  (y  esto  me  pa- 
reció intesante,  porque  quita  el  peligro  de  que  el 
deseo  responda  al  mayor  número  de  tiempo  dis- 


54 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


ponible,  por  más  que  también  esto  mismo  sería 
loable)  no  se  sirviesen  a  los  visitantes  «sino  obras 
de  texto». 

No  sé  qué  suerte  habrá  corrido  la  petición;  pero 
quiero  extraer  la  moral  de  la  petición. 

Conforta  el  espíritu  observar  las  nuevas  rutas 
que  si^'ue  la  juventud  española.  Si  vamos  al  Ate- 
neo, a  la  ya.  citada  Biblioteca  Nacional,  a  cual- 
quier Centro  de  cultura,  nos  hallaremos  conque 
una  gran  cantidad  de  jóvenes  ocupan  horas  5^  ho- 
ras los  pupitres.  No  son  los  melenudos  poetas  de 
antaño,  ni  los  bohemios  que,  a  falta  de  sitios  me- 
jores, se  hayan  refugiado  alh':  son  jóvenes  estu- 
diantes de  Medicina,  futuros  abogados,  médicos 
próximos  a  concluir  la  carrera  o  recién  concluida 
ya,  que,  limpios,  correctísimos,  pensando  en  la- 
brarse un  porvenir,  y  tal  vez  en  constituir  un  ho- 
gar, estudian  afanosamente,  consultan  libros, 
examinan  mapas  y  planos,  y  por  todos  los  me- 
dios posibles  procuran  hacerse  una  sólida  cultu- 
ra que  les  sirva,  no  para  engañar  a  un  tribunal 
de  exámenes,  sino  para  practicar  con  aprovecha- 
miento su  carrera. 

Y  es  preciso,  si  los  españoles  queremos  ser 
algo,  que  este  esfuerzo  se  intensifique  aún,  pues 
para  los  demás  pueblos  de  Europa  la  guerra  no 
ha  sido  un  alto,  sino,  por  el  contrario,  una  escue- 
la de  energía,  y  nuestra  futura  prosperidad  está 
en  incorporarnos  a  ellos  sin  el  desgaste  de  la 
guerra,  ya  que  no  quisieron  ir  a  ella. 


LOS  FACTORES  DEL  HEROISMO 
Y  LOS  FACTORES  DE  LA  VICTORIA 


Alejémonos  de  «filias»  y  «fobias»,  remontémo- 
monos  a  regiones  más  claras  y  puras,  donde  se 
respire  mejor,  y  con  un  poco  de  reposo  espiri- 
tual tratemos  de  investigar  la  situación  anímica 
de  España,  apliquémosla  como  un  ácido  las  cir- 
cunstancias de  la  vida  actual  para  ver  hasta  qué 
punto  se  perturba  y  decolora. 

España  no  puede  o  no  quiere— querer  es  po- 
der—intervenir en  la  guerra.  Claro  que  puede  te- 
ner que  intervenir  como  mtervendría  en  una 
pendencia  un  señor  que,  sentado  en  la  mesa  de 
un  café,  viérase  envuelto  en  una  riña  promovida 
por  los  de  la  mesa  contigua;  ,pero  serenamente, 
conscientemente,  con  pleno  dominio  de  su  volun- 
tad, con  clara  conciencia  de  dónde  va,  lo  que 
quiere  y  las  ventajas  que  va  a  obtener,  no  puede 
ir,  según  unos,  porque  no  es  lo  bastante  fuerte 
para  saber  hasta  dónde  ha  de  llegar,  porque  no 
es  lo  suficientemente  consciente,  fría  y  dueña  de 
sí  para  medir  ventajas  e  incoiíivenientes,  según 
otros,  porque  hoy  por  hoy,  relajada  la  disciplina 


56 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


social,  es  incapaz  de  un  movimiento  acorde  en 
que  todos  se  compenetren  hacia  un  solo  fin.  Aun- 
que 3^0  soy  de  los  que  creen  que  debíamos  com- 
partir las  penalidades  de  los  pueblos  hermanos, 
si  queremos  en  la  hora  del  triunfo  ser  admitidos 
a  la  mesa  de  los  vencedores,  es  indudable  que 
para  ello  necesitaríamos  de  una  rápida  e  intensa 
preparación. 

Dice  Ramón  Pérez  de  Avala,  en  sh  interesantí- 
simo libro  Política  y  toros,  recientemente  publica- 
do: «Entiendo  que  está  resuelto  el  problema  políti- 
co cuando  está  planteado  de  común  acuerdo,  aun- 
que las  soluciones  a  él  sean  diversas,  discrepan- 
tes.» En  España  no  sucede  así,  pues,  al  plantear- 
lo, a  cada  uno,  voluntaria  o  involuntariamente, 
se  le  olvida  uno  de  los  factores,  y  así  cada  pro- 
blema es  distinto  del  otro. 


LOS  FACTORES  DE  LA  VICTORIA 

Para  que  un  pueblo  venza,  para  que  sea  gran- 
de y  fuerte,  necesita  un  factor  moral:  fe;  dos  fac- 
tores más:  preparación  y  disciplina.  Pero  existe 
aún  un  factor  que  vale  mucho  más  que  todo  eso, 
un  factor  tan  importante  que  tal  vez  fsea  el  que 
decida  esta  guerra:  la  confianza  en  nuestro  de- 
recho. 

Los  españoles  han  perdido  la  fe;  un  negro  pe- 
simismo, una  visión  lúgubre,  amarga,  desencan- 
tada de  las  cosas,  la  ha  sustituido;  una  visión  que 
rio  es  de  ascetismo  depurador  y  tónico,  sino  de 
descorazonamiento  amargo  y  destructor  de  ener- 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES 


57 


gías;  han  perdido  la  fe  en  Dios  y  en  sí,  y  no  la 
han  concentrado  en  ningún  principio  superior. 

Hubo  un  tiempo  en  que  en  la  vida  el  heroísmo 
lo  era  todo:  bastaba  conque  un  hombre  desen- 
vainara la  tizona  para  dominar  la  tripulación  re- 
belde de  una  escuadra,  o  que  un  capitán  quemase 
sus  naves  para  conquistar  un  imperio  fabuloso, 
o  que  unas  mujeres  se  asomasen  a  las  almenas  de 
un  castillo  para  decidir  la  victoria.  En  aquel  tiem- 
po, el  carácter  español,  rudo,  enérgico,  sobrio, 
recio,  dominó  al  mundo.  En  aquella  leyenda  de 
indomable  valor  se  sustentó  toda  la  fe  que  los  es- 
pañoles pusieron  en  sus  victorias.  Aunque  múlti- 
ples derrotas  vinieron  luego,  fueron  cosas  leja- 
nas; la  situación  de  España  hacía  casi  imposible 
traer  la  guerra  a  su  propio  suelo,  y  como  los  me- 
dios de  comunicación  eran  difíciles,  los  detalles 
llegaban  mal,  esfumados  por  la  distancia.  Ade- 
más perdíanse  países  extraños,  casi  desconoci- 
dos, y  eso...  En  la  guerra  contra  Napoleón  la  vic- 
toria fué  nuestra.  Claro  que  el  heroísmo  hizo  mu- 
cho, muchísimo;  pero  la  casualidad  a5^udó  no 
poco. 

Llegamos  en  el  momento  oportuno,  fuimos  la 
gota  de  agua  que  desbordó  el  vaso,  la  milésima 
de  presión  necesaria  para  acabar  de  derribar  al 
coloso.  Esta  victoria  ayudó  a  mantener  la  fe  he- 
roica. ¡Qué  digo  mantener!  Exaltar,  galvanizar, 
fervorizar.  Luego  las  guerras,  o  fueron  civiles,  y 
no  hubo  sino  oponer  un  hombre  a  otro  hombie,  o 
coloniales,  y  esas  seguían  siendo  lejanas.  Aún  en 
la  guerra  de  Africa  fuimos  heroicos;  todavía  en 
Cuba  y  Filipinas  el  heroísmo  lo  hizo  todo. 


58 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


Pero  surgió  la  guerra  con  los  Estados  Unidos. 
Fué  una  explosión,  no  de  fe,  que  es  cosa  ^vRve,  re- 
concentrada y  silenciosa,  sino  de  entusiasmo  cie- 
go, de  fanfarronería,  de  petulancia.  Como  si  aún 
se  tratase  de  conquistar  un  imperio  azteca,  casi 
quemaron  las  naves;  como  si  fuesen  a  defender 
Avila  contra  las  hordas  agarenas,  creyeron  bas- 
tante con  armar  algarabía  desde  lo  alto  de  las  al- 
menas; como  si  se  tratase  de  conquistar  Granada, 
cada  español  ofreció  no  mudarse  de  camisa.  Un 
Gobierno  culpable  no  tuvo  el  patriótico  valor  de 
decir:  «Vamos  a  la  guerra  porque  lo  pide  el  honor; 
pero  estad  seguros  de  la  inutilidad  del  sacrificio.» 
Y  sonaba  el  «chin  chin»  de  la  marcha  de  CádiB,  y 
los  vivas  vibraban  en  el  aire,  y  se  aplaudía  sin 
tasa,  y  damas  piadosas  colgaban  medallas  del  pe- 
cho de  los  soldados  aún,  cuando  comenzaron  a  lle- 
gar las  nuevas  infaustas  del  desastre,  y  tras  ellas 
la  procesión  de  pálidos  y  amarillos  fantasmas  que 
paseaban  bajo  el  sol  implacable  sus  huesos,  sus 
máculas,  su  miseria  y  sus  harapos.  Entonces  los 
españoles  aprendieron  que  todo  no  eran  guerrillas 
en  el  mundo,  que  para  vencer  hacían  falta  caño- 
nes y  barcos,  y  una  ciencia  de  la  guerra  y  una 
ciencia  de  gobierno.  Al  loco  optimismo  sucedió 
un  pesimismo  trágico,  negro,  absurdo  también; 
a  la  idea  de  que  nadie  podía  vencernos  suplantó 
la  de  que  no  podíamos  vencer  a  nadie.  Como  esas 
personas  muy  nerviosas  que  tras  los  momentos 
de  entusiasmo  caen  en  un  aplanamiento  invenci- 
ble, así  cayó  la  pobre  España  en  una  languidez 
mustia  y  relajadora,  sin  pensar  que  vivía  aún, 
que  la  derrota  podía  ser  una  lección  que  le  lim- 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  59 


piase  de  falsas  ilusiones,  y  que  «en  la  escuela  de 
guerra  de  la  vida  lo  que  no  hace  morir  hace  más 
fuerte». 

LOS  OTROS  FACTORES 

Para  imponerse  por  la  fuerza  de  las  armas  ha- 
cen falta  dos  tactores:  preparación  y  disciplina. 

España  vive,  ¡ya  lo  creo  que  vive!;  su  energía 
acumúlase  de  día  en  día,  sus  resortes  se  hacen  de 
acero,  y  «pese  a  todo»,  cada  hora  aumenta  su  cau- 
dal de  fuerzas.  Hay  algo,  sin  embargo,  que  malo- 
gra esto  en  gran  parte,  y  es  sus  hombres  de  go- 
bierno. No  es  que  no  tengan  talento,  energía, 
buena  voluntad:  es  la  contextura  de  la  vida  polí- 
tica, es  que  necesitan  de  todas  sus  fuerzas  para 
«llegar»,  y  lo  que  es  más  triste,  para  «sostenerse» 
luego. 

Dice  Zimmerman  en  sus  estudios  «La  soledad», 
que  los  hombres,  para  poder  planear  grandes  em- 
piesas,  para  poder  depurar  sus  pensamientos  y 
trazarles  una  vía  de  realización,  necesitan  de  la 
soledad.  Pues  bien:  los  políticos  españoles  no  pue- 
den estar  solos  nunca,  sino  que  forzosamente  han 
de  vivir  rodeados  de  gentes  que  representan  y 
encarnan  mil  pequeñeces  anuladoras. 

En  cuanto  a  la  disciplina  social,  es  mala.  Las 
gentes  no  aceptan  un  pensamiento  y  con  él  una 
norma  de  conducta;  no  quieren  que  su  pensa- 
miento tenga  una  estabilidad  capaz  de  evolucio- 
nar por  altas  y  poderosas  razones,  sino  que  quie- 
ren evolucionar  a  su  antojo,  a  merced  de  su  ca- 
pricho. 


60 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


Así  que,  sin  una  org'anización  que  aproveche 
las  múltiples  energías  de  España,  sin  una  prepa- 
ración intensa  y  sin  una  gran  disciplina,  todo  es 
imposible. 

Tres  años  ha  habido  para  preparar,  aprove- 
chando el  estado  del  mundo,  un  país  rico,  fuerte, 
apto  para  decidir  su  destmo,  y  nada  se  ha  hecho. 
Sonará  la  hora... 

Diciembre,  1917. 


/ 


# 


LA  HORA  DE  ESPAÑA 


El¿  MISTERIOSO  RELOJ  DE  LA  HISTORIA 

En  ese  misterioso  reloj  en  que  la  Historia  va 
señalando  la  hora  de  los  pueblos,  ha  sonado  la  de 
España.  Que  en  cuatro  años  los  g-obernantes,  tor- 
pes o  cobardes,  no  hayan  querido  oiría,  no  signifi- 
ca que  no  haya  sonado.  Ha  sonado  y  han  repica- 
do las  campanas,  y  el  pueblo  español  las  ha  escu- 
chado entre  las  brumas  del  sueño,  las  ha  escu- 
chado vagas  y  confusas,  pero  las  ha  escuchado. 
Sucédele  algo  de  lo  que  a  esas  gentes  que  oyendo 
dormidas  tocar  a  fuego  sueñan  con  un  incendio. 
No  necesitan  sino  despertarse  para  entrar  en  si- 
tuación. 

Otra  vez  marcaron  ya  las  agujas  la  hora  de  Es- 
paña en  el  gran  reloj.  Entonces,  una  mujer,  una 
gran  reina,  a  quien  forzosamente  se  han  de  vol- 
ver los  ojos  al  hablar  de  afirmación  de  nacionali- 
dad, comprendió  tóda  la  importancia  que  aquella 
hora  tenía,  y  un  fuerte  ensueño  de  poder,  de  ex- 
pansión y  de  dominio  ardió  en  su  alma.  Fué  tan 
grande,  tan  grande,  que  lo  fué  quizás  demasiado. 
No  pensó  que  su  vida  era  limitada  y  que  había 
que  contar  «con  los  que  viniesen  después».  Como 


62 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


todos  los  grandes  conquistadores,  creyó  al  tiempo 
su  aliado,  cuando  era  su  enemigo. 

Y  el  pomo  maravilloso  de  las  virtudes  hispanas 
quedó  abierto  y  su  esencia  se  esparció  por  el 
mundo.  Y  las  frágiles  carabelas  que  debieran  ser 
portadoras  de  la  buena  nueva  tornáronse  por  fa- 
tal sortilegio  en  pesados  galeones,  que  con  el  oro 
trajeron  todos  los  vicios  que  habían  de  corroer  la 
vida  española. 


Pero  mientras  España  se  desangraba  por  la 
g'loria  que  estaba  en  ios  campos  de  Italia,  Flan- 
des,  Méjico  y  el  Perú,  y  en  la  molicie  del  dorado 
metal  que  le  hacía  creerse  rica  dejaba  sus  cam- 
pos secarse  y  morir,  tornarse  en  yermo  sus  pra- 
deras y  sus  bosques  en  desierto,  en  Europa  repe- 
tíase el  mito  de  los  atlantes  que  colocaban  mon- 
tañas sobre  montañas  para  escalar  el  cielo,  o  el 
mito  de  la  torre  de  Babel.  El  hombre  olvidó  la 
tierra;  borracho  de  industrialismo,  fuerte  con  las 
armas  de  la  mecánica,  tan  sólo  pensó  én  vencer 
a  la  naturaleza,  en  robarla  su  secreto,  en  anular- 
la, si  eso  era  posible.  Y  la  naturaleza  se  burló  de 
él.  Sin  América,  sin  Asia,  en  Europa  hubiésemos 
muerto  de  hambre.  Todos  los  prodigios  de  la 
ciencia  moderna,  toda  la  habilidad  de  los  sabios 
no  hubiesen  bastado  a  sustituir  esa  tierra  que  di- 
cen Dios  nos  mandó  regar  con  el  sudor  de  nues- 
tras frentes. 

¿Cuál  es,  pues,  la  nueva  ley  que  se  divisa  como 
un  lábaro  de  paz?  La  ley  de  la  tierra.  El  hombre 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  63 


ha  de  volver  a  la  tierra,  ha  de  amarla  y  ha  de  ver 
en  ella  la  madre.  Sin  paz,  todos  esos  prodigiosos 
inventos  que  lucían  en  las  urbes  modernas,  algo 
fabuloso  y  artificial,  son  inútiles.  «El  pan  nuestro 
de  cada  día...» 

Y  en  ese  retorno  a  la  tierra  está  quizás  el  por- 
venir de  España,  está  tal  vez  su  gloria,  su  justifi- 
cación y  su  razón  de  ser. 


Mayo,  1918 


GENTES  Y  COSAS 


LOS  POLÍTICOS 

Se  ha  formado  un  Ministerio  de  notables.  Mau- 
ra, Dato,  Romanones,  Cambó,  Alba... 

Pasado  el  primer  impulso  optimista,  aunque  no 
la  buena  impresión  ni  la  esperanza,  las  gentes 
empiezan  a  preguntarse  qué  van  a  hacer  los 
hombres  que  actualmente  rigen  los  destinos  de 
España.  Sin  ir  más  lejos,  en  El  Sol  encontramos 
un  interesante  artículo  que  estudia  y  trata  de  en- 
contrar las  razones  por  qué  un  pueblo  que  ha  sil- 
bado a  cada  una  de  las  figuras  que  rigen  sus  des- 
tinos, ahora  les  aplaude  y  vitorea  viéndolas  jun- 
tas. Tal  vez  hay  una  razón  más,  aparte  de  las 
aducidas,  y  sea  ésta  que  todos  juntos  le  hacen 
concebir  la  esperanza  de  que  no  se  neutralizarán 
sus  esfuerzos  en  pro  del  bien  general  con  estéri- 
les luchas  de  bandería.  No  basta  que  esos  hom- 
bres resuelvan  cuatro  puntos  concretos;  han  de 
resolver  muchos  más;  ya  que  están,  piecisa  que 
sepan  sacrificarse  y  empleen  sus  energíás  en  en- 
cauzar la  marcha  de  la  nación  hacia  un  floreci- 
miento que  ha  de  tener  expansión  el  día  de  la 
paz. 


I 

LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  65 


Además,  como  se  ha  dejado  que  los  grandes 
problemas  que  agitan  al  mundo  se  acumulen  con 
otros,  pequeños^  pero  importantísimos  para  la  vida 
interna  española  resulta  que  es  preciso  desbrozar 
y  sembrar  a  un  tiempo .  La  mansa  anarqiiía  que  se 
ha  disfrutado  muchos  años;  las  contemporizacio- 
nes, no  con  las  ideas  políticas,  que  deben  respe- 
tarse y  convivir,  sino  con  los  torpes  procedimien- 
tos en  que  el  bien  individual  pretendía  anteponer- 
se al  bien  general;  el  desorden  y  la  indisciplina 
exigían  y  exigen  previamente  una  obra  enérgica. 

Cuando  se  creía  muerta,  en  el  escepticismo  de 
la  vida  moderna,  la  Fatalidad  de  que  hablaban 
los  griegos,  ahí  está,  sólo  que  ha  cambiado  de 
nombre;  ya  no  habla  el  Destino  por  boca  de  la 
Sibila  sentada  sobre  la  piel  de  Pitón;  pero  habla 
por  medios  más  vulgares:  expansiones  territoria- 
les, npcesidad  de  nuevos  mercados  y  nuevas  rutas 
a  la  riqueza,  afinidades  de  pueblós,  incompatibili- 
dades de  ideas  políticas. 

EL  PUEBLO 

Hay  en  el  pueblo  español  una  virtud  que  se 
trueca  fácilmente  en  vicio:  el  entusiasmo.  El  en- 
tusiasmo tiene  mucho  de  físico  y  lleva  apai'ejado 
el  cansancio.  La  misma  tendencia  que  padecemos 
los^españoles  de  enfervorecernos  con  cualquier 
cosa  nos  obliga  a  abandonarnos  luego  en  un  es- 
tado áe  aburrida  amnesia. 

La  huelga  de  brazos  caídos  es  todo  un  símbolo. 

Es  necesario  una  fuerte  disciplina  que  evite  el 
malgaste  de  energías  y  en  cambio  fortalezca  la 


66 


ANTOiNlO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


voluntad  colectiva,  haciendo  de  ella  un  arma,  la 
más  formidable  de  todas  las  armas. 

LA  CORONA 

Cuando  se  habla  del  rey  las  gentes  no  saben 
colocarse  en  las  puras  alturas  de  las  especulacio- 
nes filosóficas.  Yo  no  he  vivido  junto  a  él  y  no  le 
conozco,  pues;  lo  mismo  sucede,  no  sólo  a  la  in- 
mensa mayoría,  sino  a  sus  panegiristas  y  a  sus 
detractores.  Unos  le  ensalzan  hasta  las  nubes  sen- 
cillamente porque  es  el  rey,  otros  le  denigran  por 
la  misma  razón. 

Creo  en  su  buena  voluntad;  un  rey  no  tiene 
otra  gloria  que  la  gloria  de  su  pueblo;  si  su  pue- 
blo es  grande,  lo  será  él;  por  lo  tanto,  hay  que 
prejuzgar  esto.  En  cuanto  a  su  obra,  el  rey  es  jo- 
ven, y  la  obra  de  un  rey  no  puede  juzgarse  hasta 
mucho  tiempo  después  de  muerto.  Así  igual  los 
que  con  una  mal  entendida  fe  monárquica  quieren 
alzarle  ridiculas  estatuas — tienen,  los  que  lo  de- 
seen, muchos  medios  más  útiles  de  servirle;  sin  ir 
más  lejos,  luchando  en  las  elecciones  por  su  cau- 
sa, empleando  la  fuerza  moral  y  el  trabajo  perso- 
nal en  hacerla  triunfar — que  los  que  le  atribu- 
yen culpas  que  no  tiene,  debe  creerse  que  lo  ha- 
cen mirándole  como  a  un  símbolo.  Y  he  aquí 
justamente  otra  de  las  causas  cjel  atraso  de  todas 
las  cosas:  la  cuestión  de  la  forma  de  gobierno. 

Hace  muchos  años  que  se  discute  y  ventila  esto. 
Pero  una  vez  fracasado,  por  culpa  de  sus  hom- 
bres, el  intento 'de  República  y  desechada  la  nue- 
va dinastía,  en  vez  de  girar  perpetuamente  en 


LA  TRAtECTORlA  DE  LAS  REVOLUCIONES 


67 


torno  a  esa  cuestión  valdría  más  luchar  por  la  in- 
corporación de  la  esencia  democrática  a  la  Mo- 
narquía española. 

LAS  CORTES 

Durante  muchos  años,  tal  vez  desde  la  guerra 
de  la  Independencia,  la  labor  de  los  hombres  en 
España  fué  meramente  negativa;  destruir,  sin 
pensar  en  el  peligro  de  que  los  escombros  les  co- 
giesen debajo;  destruir,  para  que  las  ruinas  sir- 
viesen de  pedestal. 

Cerradas  las  puertas  que  comunicaban  con  el 
mundo,  prisioneros  en  un  ambiente  pequeño  y 
mísero,  sin  elementos  comparativos  que  sirvie 
sen  de  contraste  a  su  propia  pequeñez,  realizába- 
se el  dicho  vulgar  de  que  «en  tierra  de  ciegos...» 
Nadie  aspiraba  a  ser  un  valor  absoluto,  sino  que 
contentábanse  con  serlo  relativo.  Eran  como  ha- 
bitantes de  una  isla  ignorada,  ignorantes  ellos  a 
su  vez  de  la  existencia  de  los  otros.  Pero  el  mun- 
do no  se  había  detenido  por  eso,  sino  que  la  hu 
manidad  en  marcha  descubría  nuevos  horizon- 
tes, nuevas  fuerzas,  y  con  ellos  derechos  y  debe- 
res. Los  españoles  continuaban  siendo  como  ha- 
bitantes de  una  ciudad  murada  que  perfecciona- 
sen sus  medios  de  defensa  contra  las  catapultas 
y  las  hondas,  mientras  se  inventaban  la  pólvora  y 
las  armas  de  fuego. 

De  la  hecatombe  colonial  las  almas  débiles  o  ru- 
tinarias salieron  vencidas  para  siempre;  pero 
hubo  otras  que  tuvieron  el  valor  de  no  mentirse  ni 
mentir  a  las  demás,  y  emprendieron  una  labor, 


68 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


primero,  de  disciplina,  y  Ineg-o,  de  propaganda. 
España,  aunque  lentamente,  demasiado  lenta- 
mente, mejoraba,  y  con  trabajo  se  iba  incorpo- 
rando al  mundo.  Tal  vez  todo  hubiese  continuado 
así  sin  la  g'uerra:  Pero  la  guerra  hizo  alzarse  a 
los  que  dormían,  andar  a  los  que  permanecían 
quietos,  correr  a  los  que  andaban.  Y  así  llegó 
para  España  el  trance  de  vida  o  muerte  en  que 
está. 

Y  no  vale  en  este  trance  el  egoísta  «¡todo  va 
bien!»  de  los  que  no  quieren  interrumpir  su  diges- 
tión en  quebraderos  de  cabeza,  ni  menos  la  acti- 
tud de  esos  pájaros  australianos  que  creen  que 
con  meter  la  cabeza  bajo  el  ala  el  problema  está 
resuelto,  pues  no  viendo  ellos  el  peligro  deja  él 
mismo  de  existir.  No;  en  las  circunstancias  ac- 
tuales, ante  las  mareas  vivas,  se  puede,  o  resistir 
como  una  roca,  o  aprovechar  la  corriente  para 
acrecentar  la  fuerza  y  la  velocidad,  pei*o  no  de- 
jarse mecer  al  capricho  de  las  olas. 

* 

Tal  vez,  en  la  situación  en  que  está  el  mundo 
entero,  la  gran  solución  sería  una  labor  de  juven- 
tud, de  entusiasmo  y  de  fe.  Caminar  delante  de 
la  revolución,  quitar  de  ella  todo  lo  que  pueda 
haber  de  faccioso,  de  violento,  de  perturbador, 
sustituirla  por  una  evolución;  en  que  se  aceptase 
cuanto  demandan  las  necesidades  sociales  y  el 
progreso  humano. 

¿Por  qué  asustarse  de  unas  Cortes  Constituyen- 
tes? Unas  elecciones  verdad,  con  una  clara,  in- 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  69 


tensa  y  noble  preparación;  unas  elecciones  sin 
suplantaciones  gubernamentales,  pero  emplean- 
do todas  las  energías  en  evitar  que  otros  puedan, 
con  propagandas  de  relumbrón,  con  falsas  pro- 
mesas y  con  mentidos  fervores,  suplantarla  tam- 
poco. No  mentir,  pero  no  dejar  mentir;  apoyarse 
en  la  verdad  y  en  la  propia  conciencia.  Ofiecer 
lo  que  se  pueda  dar,  diciendo  «por  qué  no  se  pue- 
de ir  más  allá»  5^  qué  hay  que  hacer  para  ello,  es 
decir,  un  programa  claro,  conciso,  «leal»;  no  es- 
camotear un  problema  vital  tras  una  parada  tea- 
tral. Y  cuando  esta  sinceridad  resplandeciese, 
cuando  se  viese  que  ciertas  cosas  se  concedían, 
no  en  una  coacción,  sino  en  una  voluntad  de  jus- 
ticia, se  realizaría^el  milagro.  La  «masa  neutra» 
de  que  habló  el  señor  Maura,  los  hombres  honra- 
dos y  de  buena  voluntad,  los  que  estudian,  lu- 
chan, trabajan,  los  militares,  los  ingenieros^  los 
médicos,  los  abogados,  se  pondrían  al  lado  de 
quien  tal  hiciese,  y  España  estaría  salvada. 


EL.  HOY  Y  EL  MAÑANA  DE  LA  VIDA 
ESPAÑOLA 


I 

LA  DISCIPLINA 

Vuelvo  los  ojos  por  doquiera,  buscando  la  ver- 
dad acerca  de  España,  y  me  encuentro  que  el  es- 
tado real  de  nuestro  país  es  muy  floreciente,  a  pe- 
sar déla  enorme  catástrofe  de  que  es  víctima  el 
mundo  en  estos  últimos  tres  años.  Desde  el  de- 
sastre del  98  la  población  se  ha  acrecentado,  el 
trabajo  intensificado,  la  industria  ha  aumentado 
sus  riquezas.  Hay  regiones  muy  prósperas;  otras 
que,  a  pesar  deja  honda  crisis,  sortean  pasmosa- 
mente los  conflictos;  otras  que,  aunque  más  len- 
tamente, van  incorporándose  al  vivir  moderno. 
¿Las  primeras  materias  son  caras?  Nunca  han 
producido  más  las  fábricas  y  talleres.  ¿El  papel 
está  caro.''  Nunca  hubo  tantos  ni  tan  interesantes 
diarios  y  revistas  como  ahora,  ni  los  editores  pu- 
blicaron más  y  mejores  libros.  Los  negocios  han 
perdido  aquel  cariz  netamente  español,  de  juego 
de  azar;  los  hombres  estudian  y  meditan.  Claro 
que  existe  incomodidad,  que  las  subsistencias  son 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  71 


caras,  que  no  hay  todo  el  bienestar  que  fuese  de 
desear  entre  las  clases  trabajadoras;  pero  volva- 
mos los  ojos  a  otros  países,  y  en  vez  de  mentirles 
a  los  de  aquí  falsas  maravillas,  mostrémoles  que 
por  mal  que  estemos  nosotros  siempre  estaremos 
cientos  de  veces  mejor  que  ellos.  Recorramos,  sin 
falsas  patrioterías,  pero  también  sin  convencio- 
nalés  pesimismos,  la  tierra  española,  y  veremos 
por  todas  partes  nacer  nuevas  industrias,  ag*ran- 
darse  las  ciudades,  descubrirse  ocultas  riquezas. 
Madrid  mismo,  ¿no  se  ha  desarrollado  a  nuestra 
vista?  Y  no  se  me  arguya  que  eso  es  riqueza  para 
los  ricos;  no.  Eso  es  riqueza  para  todos.  Claro  que 
hay  miseria;  siempre  la  habrá.  Aun  suponiendo 
que  llegase  un  momento  de  igualdad  absoluta,  al 
cabo  de  un  mes  habría  unos  que  poseerían  más 
que  otros,  y  mientras  el  que  holgase  y  bebiese 
iría  perdiendo,  el  que  fuese  trabajador  y  fuer- 
te acrecentaría  su  bien,  y  así,  al  cabo  de  algún 
tiempo,  la  riqueza  habría  cambiado  de  manos, 
pero  seguiría  habiendo  pobres  y  ricos. 

Y  si  España  se  halla  en  tales  condiciones,  ¿qué 
es  lo  que  la  impide  medrar?,  se  me  preguntará. 
Pues  lisa  y  llanamente,  la  falta  de  disciplina.  Por- 
que no  hay  que  darle  vueltas,  el  pecado  más  es- 
pañol es  ese:  el  de  la  indisciplina. 

En  Espafm  todo«,  grandes  y  pequeños,  están 
dispuestos  a  dar  el  máximum  de  su  energía,  a  lle- 
gar al  sacrificio,  al  martirio,  a  la  muerte,  con  tal 
de  ser  ellos.  Obedecer,  no;  ser  el  eje,  el  caudillo, 
el  director,  la  unidad,  en  una  palabra.  Y  sin  em- 
bargo, la  grandeza  de  un  pueblo  está  integrada 
por  dos  cosas:  un  cerebro  y  un  esfuerzo.  Porque 


72 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


justamente  la  labor  de  ese  cerebro  ha  de  ser  im- 
poner continuidad  y  orden  a  ese  esfuerzo. 

El  secreto  de  la  grandeza  de  los  pueblos  estriba 
en  tres  cosas:  en  querer,  en  saber  lo  que  quiere  y 
en  tener  voluntad  para  perseverar  hasta  el  fin. 

La  guerra  actual  demuestra  mejor  que  nada  el 
valor  de  la  disciplina.  Tal  vez  todo  el  secreto  del 
primer  triunfo  de  los  Imperios  centrales  consistió 
en  su  disciplina;  cuando  los  aliados  fueron  ven- 
^  ciendo  su  indisciplina  moral  fueron  haciéndose 
fuertes  y  temibles. 

II 

LOS  GALEONES  DE  AMÉRICA 

Y  un  día  esta  guerra  acabará  y  los  millones 
que  hay  en  el  mundo,  y  que  nadie  habrá  escondi- 
do bajo  tierra,  saldrán  a  la  superficie,  y  rodará 
el  dinero.  Un  ansia  febril  de  rehacer  lo  que  se 
ha  destruido,  de  engrandecerlo  y  embellecerlo 
de  prisa,  muy  de  prisa,  espoleará  las  voluntades. 
Y  entonces  faltarán  brazos  y  se  buscarán  hom- 
bres. Ese  momento  será  el  momento  peligroso 
para  nuestro  ficticio  esplendor,  no  para  el  real, 
que  corre  debajo  y  que  sinceramente  cree  que  no 
podrá  impedirse  ya,  sino  para  el  otro,  el  floreci- 
miento de  relumbrón. 

Nuestros  hombres,  los  brazos  más  útiles,  parti- 
rán. Pero  esto  que  a  primera  vista  parece  un  mal 
(como  superficialmente  lo  parece  la  emigración  a 
América),  si  sabemos  aprovecharlo  puede  trans- 
formarse en  un  gran  bien.  Esos  españoles  se  ale- 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  73 


jarán  temporalmente,  y,  si  tienen  voluntad,  no 
sólo  hai'án  riquezas,  sino  que  en  la  fiebre  indus- 
trial del  mundo  aprenderán  a  manejarlo,  y  cuan- 
do vuelvan  aquí  la  experiencia  adquirida  les  ser- 
virá para  engrandecer  su  patria.  Aparte  de  esto, 
habrán  llevado  por  la  tierra  la  nueva  de  nuestro 
verdadero  pensar  y  sentir  y  atarán  lazos  de  sim- 
patía y  de  respeto.  Si  alguno  queda  lejos,  será  en 
países  extraños  una  avanzada  de  su  patria.  In- 
glaterra nos  ha  dado  un  alto  ejemplo  de  lo  que 
puede  hacerse. 

Lo  que  es  inadmisible  es  lo  sucedido  en  Améri- 
ca. Al  acordarme  de  los  galeones  cargados  de  oro, 
sumergidos  en  el  fondo  del  mar,  me  parece  un 
símbolo  doloroso.  Todas  aquellas  riquezas  fueron 
estériles,  inútiles,  perjudiciales;  sólo  nos  enseña- 
ron a  dormir  hasta  que  el  ruido  de  la  tormenta 
vino  a  despertarnos.  Un  solo  trozo  de  tierra  cul- 
tivado habría  valido  más  que  todos  ellos. 

El  único  vínculo  que  realmente  une  aún  a  la 
metrópoli  con  sus  hijas  de  allende  los  mares  es 
espiritual:  el  oro  brilla  en  el  fondo  del  mar  como 
un  tesoro  maldito. 


EL  LÍMITE  DEL  DERECHO 


Nuestro  derecho  acaba  donde  comienza  el  de- 
recho de  los  demás.  Esta  sentencia,  que  podi  ía 
firmar  Perog-ruUo,  es,  sin  embargo,  de  ser  tenida 
en  cuenta,  base  de  buen  gobierno. 

Iba  yo  una  de  estas  soleadas  mañanas  pasean- 
do por  los  barrios  bajos;  un  sol  tibio  y  dorado^ 
un  sol  «de  caridad»,  puesto  que  consuela  de  mo- 
mento (e  inutiliza  a  la  larga)  caía  tibio  y  bienhe- 
chor sobre  los  hombres.  En  las  aceras  las  coma- 
dres cosían  y  charlaban  mientras  jugaban  los 
chiquillos,  y  los  transeúntes  veíanse  obligados  a 
caminar  por  el  arroyo,  lleno  de  barro  e  inmundi- 
cias. Si  intentaban  tomar  posesión  de  las  aceras, 
las  gentes  allí  instaladas  protestaban  en  nombre 
de  esa  peregrina  teoría  «la  calle  es  de  todos»,  tan 
mal  aplicada  y  comprendida. 

En  realidad,  la  teoría  de  las  comadres,  amplia- 
da a  todos  los  aspectos  de  la  vida  y  agravada  por 
tratarse  de  gentes  que  tieiien  el  deber  de  dirigir, 
es  la  que  informa  la  idiosincracia  española. 

Que  nos  hallemos  a  gusto  en  una  postura  no 
significa  que  tengamos  derecho  a  ella. 

Yo  creo  que  las  clases  directoras  en  España 
padecen  un  error  de  apreciación  lamentable  y  pe- 
ligroso. La  ley  .inda  de  la  avestruz,  que  por  ta- 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  75 


arse  ella  la  cabeza,  y  no  ver  el  peligro  cree  que 

o  existe,  se  repite  aquí  hasta  lo  infinito. 
Algunas  personas  reprochan  a  los  escritores  la 

udacia  de  ciertos  temas.  ¡Hablar  de  revolución! 
Por  Dios!...  ¿Pero  es  que  por  haber  callado  mi- 

istros,  aristócratas  y  cortesanos  en  Rusia  y 
en  Portugal  evitóse  que  la  revolución  llegase 
al  fin?  No;  es  mejor  hablar,  y  hablar  claro.  El 
ejemplo  de  esos  dos  países  nos  dice  que  las  revo- 
luciones, a  lo  menos  en  bastante  tiempo,  son  de 
bondad  dudosa  pero  nos  dice  también  que  para 
evitarlas  hace  falta  evolucionar  'rápidamente, 
fuertemente,  intensamente,  sin  miedo. 

Tremendas  crisis  se  avecinan  de  seguir  la  gue- 
rra. No  importa  nada  que  en  los  palacios  aristo- 
cráticos, en  los  teatros,  en  los  restaurantes,  en 
los  cafés,  tirite  la  gente  de  frío;  eso  no  tiene 
transcendencia;  no  importa  tampoco  que  pase 
igual  en  casa  de  los  obreros;  si  todos  comparten 
el  mal  con  solidaridad,  la  misma  solidaridad  lle- 
vará la  conformidad  consigo.  Pero  es  preciso  que 
no  cesen  las  industrias,  que  no  se  interrumpa  el 
tráfico  ni  la  comunicación  entre  las  poblaciones, 
ni  nada  que  realmente  afecte  a  la  economía  de 
la  vida  nacional;  es  preciso  que  todos  puedan  es- 
perar «sin  hambre»  mejores  días. 


Maura,  el  ídolo  de  las  clases  conservadoras  (no 
porque  le  compiendan,,  sino  porque  le  creen  sal- 
vaguardia de  las  cosas  que  desean  conservar), 
Maura  ha  lanzado  el  apóstrofe. 


76 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


«Si  mi  VOZ  sale  de  este  recinto  y  llega  a  los  po- 
derosos, vuestro  ejemplo  me  sirva  para  decirles 
que  faltan  abiertamente  a  su  deber.  Y  no  sólo 
que  están  faltando  a  su  deber,  sino  que  son  unos 
suicidas,  pues  no  tienen  en  cuenta  que  sus  títulos, 
su  saber,  su  riqueza,  su  significación,  no  se  les 
han  concedido  para  pasearlos  ni  para  que,  dejan- 
do incumplidos  sus  deberes,  sometan  tan  valiosos 
elementos  a  la  infecundidad.» 

He  aquí  unas  fuertes  y  claras  palabras  de  hom- 
bre que  sabe  decir  la  verdad. 

Ha  llegado  la  hora  de  las  siete  vacas  ñacas  del 
sueño  de  Faraón.  ¿Cómo  luchar?  La  caridad  no 
basta.  Hay  los  viejos  y  los  inútiles,  a  quienes  es 
preciso  amparar;  pero,  fuera  de  ellos,  «la  sopa 
boba»  sólo  cuando,  por  desidia  de  todos,  han  lle- 
gado h».»ras  atroces,  puede  admitirse.  Por  lo  de- 
más, es  desmoralizadora.  Lo  que  hace  falta  es 
una  labor  de  pedagogía,  no  científica,  sino  social: 
crear  trabajo  para  que  no  falte  pan,  crear  rique- 
za para  que  todos  puedan  ser  ricos. 

La  caridad  no  basta.  Hay  momentos  en  la  His- 
toria que  se  precisa  más  que  caridad,  mucho  más 
que  caridad.  Se  precisa  vivir  una  vida  sobria, 
clara,  fuerte,  una  vida  fecunda,  una  vida,  no  de 
renunciamiento,  pero  sí  de  sacrificio.  Las  clases 
sociales,  cuanto  más  altas  están,  cuanto  más  no- 
ble es  su  representación,  más  elevada  misión  tie- 
nen que  cumplir.  Y  esa  misión,  que  es  muy  bella, 
muy  noble,  muy  envidiable,  es  también  una  car- 
ga pesada. 

Quédense  los  fáciles  placeres  para  las  gentes 
de  aluvión  que  no  se  sabe  de  dónde  vienen  ni 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  77 


adonde  van,  que  son  estrellas  fugaces  que  apenas 
vistas  se  apagan,  y  acepten  ellos  su  deber.  Ser 
de  los  elegidos  es  bella  cosa;  pero  también  hay 
que  saberlo  ser. 

Encarnan  abstracciones  muy  altas  y  muy  gran- 
des «que  no  deben  desaparecer»,  son  personifica- 
ciones de  ideas;  pero  por  lo  mismo  no  pueden  to- 
mar la  vida  como  un  juego. 

Hay  que  vivir  sobriamente,  pobremente,  mien- 
tras dure  la  guerra,  conservando  del  lujo  sólo  lo 
que  da  de  comer  a  los  demás,  lo  que  hace  vivir, 
y  aun  eso  hay  que  nacionalizarlo,  que  españoli- 
zarlo. ¿Por  qué,  pongamos  por  ejemplo,  los  auto- 
móviles no  han  de  ser  españoles?  Es  preciso  pro- 
teger la  industria,  pero  téngase  en  cuenta  que 
hay  dos  clases  de  industrias:  las  que  crean  rique- 
za y  las  que  la  atraen.  Las  primeras — fábricas, 
saltos  de  agua,  explotaciones  agrícolas,  ferroca- 
rriles, minas — son  las  interesantes;  las  otras— es- 
taciones de  placer,  juego,  carreras— no  sirven 
para  nada.  Todo  lo  más  son  los  galeones  de  iVmé- 
rica,  que  no  traían  energía,  sino  molicie.  Aparte 
de  que  a  los  seis  meses  de  concluir  la  guerra,  en 
cuanto  haya  un  Dauville,  un.Ostende,  un  Niza, 
todo  eso  se  vendrá  abajo;  los  pajarracos  exóticos 
alzarán  el  vuelo  en  busca  de  más  amplios  hori- 
zontes, y  San  Sebastián  será  las  corridas  de  to- 
ros. Y  las  carreras  lo  que  fueron  cuando  las  or- 
ganizaba tan  sólo  la  española  Sociedad  de  la  Cría 
Caballar.  Si  no,  sonará  la  hora* 

Enero,  1918. 


Nota.— Claro  es  que  nadie  hizo  nada  y  todo  siguió  igual  a  como 
estaba  y  la  hora  va  a  sonar. 


LAS  RESERVAS  DE  ENERGÍAS 


LAS  FUERZAS  VIVAS 

Con  la  actual  vida  española  sucede  algo  real- 
mente extraordinario;  todos  los  elementos  que  in- 
tegran la  economía  nacional  aparecen  en  des- 
composición: la  política,  desquiciada  y  ayuna  de 
esa  noble  disciplina  que  engrandece  a  los  pue- 
blos; el  ejército,  falto  de  la  interior  satisfacción 
necesaria  a  las  grandes  empresas;  el  comercio, 
agobiado  y  restringido  por  onerosos  tributos;  la 
industria,  sufriendo  honda  crisis;  la  navegación, 
comprometida,  y,  en  fin,  la  tierra,  que  es  la  ver- 
dadera riqueza  de  las  naciones,  inculta. 

EL  GRAN  ERROR  DE 
LA  VIDA  ESPAÑOLA 

La  teoría  de  Prat  de  la  Riba,  la  teoría  de  las 
ondas  que,  según  se  van  alejando  del  centro,  van 
agrandándose,  siendo  muy  curiosa  es,  sin  embar- 
go, peligrosa  aplicada  a  la  política  de  un  pueblo, 
y  es  el  gran  mal  de  la  vida  española.  Me  explica- 
ré: si  las  ideas  se  engendran  en  un  alto  círculo 
limitado,  o  sea  en  una  aristocracia  gobernante^ 
tardan  mucho  tiempo  en  llegar  hasta  las  capas 
inferiores  del  pueblo,  es  decir,  hasta  los  verdade- 
ros gobernados,  y  cuando  llegan,  muy  palidecí- 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES 


79 


das  y  deformadas,  ya  en  las  capas  superiores  se 
han  incubado  y  han  surgido  nuevas  ideas,  lo  que 
origina  fatalmente  un  divorcio  entre  directores  y 
dirigidos. 

Parece,  por  el  contrario,  más  natural  que  el 
pueblo,  en  la  evolución  de  sus  necesidades,  de 
sus  deseos  y  de  sus  aspiraciones,  dé  vida  a  ideas 
informes  y  oscuras  que,  bien  por  un  rápido  ascen- 
so a  las  capas  superiores  de  la  sociedad,  bien  por 
encarnarse  en  un  héroe  u  hombre  representativo, 
se  cristalicen  y  hagan  diáfanas  hasta  constituir 
los  credos  informadores  de  la  vida  colectiva. 

Pues  bien:  en  España,  este  sentido,  que  es  el 
verdadero  sentido  de  las  democracias,  se  desco- 
noce o  ignora.  En  España  gobierna  una  aristo- 
cracia; pero  ni  siquiera  vna  verdadera  aristo- 
cracia que  junto  a  grandes  defectos  tiene  gran- 
des ventajas,  sino  una  falsa  aristocracia  política, 
que  es  la  peor  de  todas  las  aristocracias. 

LOS  CAUCES  IDEALES 

Ha}^  cauces  ideales  por  donde,  una  vez  abier- 
tos, deslizase  insensiblemente  la  vida  para  fertili- 
zar esos  simbólicos  jardines  qúe  se  llaman  gran- 
des naciones.  Tales  cauces  han  de  ser  hondos,  lim- 
pios^ de  firme  y  claro  trazado,  sin  obstáculos  que 
enturbien  las  aguas  ni  sinuosidades  que  les  ha- 
gan desbordarse.  Justamente,  los  gobernantes 
que  merecen  el  nombre  de  tales  tienen  la  misión 
de  abrir  esos  cauces,  pero  no  con  la  vista  fija  en 
su  pradera  tan  sólo,  sino  en  los  vastos  campos 
que  las  aguas  han  de  recorrer  después.  Un  esta- 


80 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


dista  no  puede  pensar  sólo  en  «su  momento»,  sino 
que  ha  de  pensar  en  la  serie  inacabable  de  horas 
que  han  de  venir  tras  él.  Puesto  que  la  vida  es 
una  cadena,  hay  que  pensar  en  todos  los  esla- 
bones. 

Lo  primero  que  hacía  falta  es  que  España  se 
bastase  a  si  misma;  la  fertilidad,  variedad  y  ri- 
queza de  su  suelo  haría  que  fuese  así  a  poco  que 
los  españoles  pusiesen  de  su  parte.  Un  país  que 
se  basta  a  sí  mismo  tiene  la  mitad  dé  su  camino 
andado.  Luego,  la  situación  geográfica,  las  va- 
riedades de  clima,  todo,  todo  podría  contribuir  a 
una  posible  grandeza. 

LA  GLORIA  PERSONAL 

Pero  para  todo  esto  sería  preciso  que  entre  las 
dos  glorias,  la  alta  y  noble  gloria  que  corona  des- 
pués de  la  muerte,  y  la  vulgar,  pero  grata  y  pro- 
vechosa, que  proporciona  en  la  vida  honores,  ri- 
quezas y  placeres,  se  optase  por  la  primera  de 
ellas. 

Realmente  la  gloria  de  un  estadista  es  la  gloria 
de  su  pueblo;  digamos  mejor:  la  gloria  de  los 
hombres  se  mide  por  la  gloria  del  pueblo  a  que 
pertenece.  Es  necesario,  sin  embargo,  dar  la  vida 
a  la  obra  para  que  la  obra  sea  digna. 

Algunas  veces,  ante  la  inimitable  belleza  de  un 
viejo  monumento,  pensamos  cómo  sin  medios 
«nudo  ser».  Y  todo  el  secreto  está  ahí,  en  que 
aquellos  hombres  dieron  su  vida  a  su  obra. 


AL  ACABAR  LA  GUERRA 


LA  ENERGÍA,  SUS  CAUSAS  PRODUC- 
TORAS Y  SU  APLICACIÓN  A  LA  REA- 
LIDAD ESPAÑOLA 

PROLEGÓMENOS 

El  interés  de  todos  los  países,  pero  muy  espe- 
cialmente el  interés  de  España,  está  ya  «post 
g-uerra».  Esto  tiene  una  explicación  muy  sencilla. 
Los  demás  pueblos— salvo  los  escasos  que,  como 
el  nuestro,  han  permanecido  neutrales—,  al  aca- 
bar esta  lucha  se  encontrarán  con  una  parte  de 
las  cosas  hechas;  constituirán  grupos  o  núcleps 
que,  si  bien  (aunque  al  principio,  por  las  disposi- 
ciones dictadas,  no  puedan  contraer  alianzas)  es- 
tarán ligados  o  alejados  entre  sí  por  una  mutua 
simpatía  o  antipatía,  y  hasta  por  una  compene- 
tración o  incompatibilidad  de  intereses,  tendrán 
que  obedecer,  sin  embargo,  a  líneas  de  conducta 
generales  para  las  que  han  luchado  juntos;  esto 
no  quiere  decir  que  coincidan  en  todo,  sino  que, 
conservando  su  punto  de  vista  particular,  coinci- 
dirán en  algunas  cosas  fundamentales.  Si  coin- 
cidiesen en  todo,  sería  un  paso  hacia  la  realiza- 
ción de  la  utópica  fraternidad  universal. 

Digo,  pues,  que  los  pocos  neutrales  que  quedan 


84 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


tendrán  que  bastarse  a  si  mismos,  por  lo  menos 
al  principio,  y  se  hallarán  en  situación  parecida 
a  la  de  Robinsón  en  su  isla.  Pero  Robinsón,  en  su 
isla,  para  pasarlo  menos  mal^  tuvo  que  dar  un 
gran  desenvolvimiento  a  su  voluntad,  a  su  ener- 
gía, a  su  ingenio.  Sin  ello  hubiese  caído  en  la  im- 
becilidad o  en  la  animalidad.  Me  parece  absurda 
la  neutralidad.  La  respeto;  pero  si  el  pueblo  espa- 
ñol quiere  convencernos  de  que  al  ser  neutral 
obedecía  a  razonamientos  y  no  a  impulsos,  es 
preciso  que  al  acabar  la  guerra  sepa  bastarse  a  sí 
mismo,  constituir  una  verdadera  personalidad  en 
el  equilibrio  de  los  pueblos.  Para  ello  ha  de  haber 
una  ideología  española,  algo  más  que  el  «pan  y 
toros»,  el  «¡vivan  las  caenas!»,  el  «pan  llevar»,  el 
«trampa  adelante»,  las  hogueras  inquisitoriales 
«para  quemar  ideas»,  los  conjuros  para  alejar  las 
epidemias,  las  rociadas  de  agua  bendita  para  pu- 
rificar el  aire  y  los  desfiles  de  parada  para  tran- 
quilizar los  espíritus. 

LAS  CAUSAS  PRODUC- 
TORAS DE  LA  ENERGÍA 

Las  causas  productoras  de  la  energía  son  de 
dos  clases:  unas  espirituales  y  otras  materiales, 
aunque  en  gran  parte  se  enlazan  y  compenetran 
unas  con  otras. 

Las  espirituales  son  la  fe,  la  voluntad,  la  cons 
tancia,  la  disciplina.  Pero  la  fe  reviste  dos  mane- 
ras absolutamente  diferentes:  una,  la  fe  ciega,  in- 
consciente, que  lo  esperó  todo  de  las  voluntades 
superiores,  y  la  otra,  la  verdadera,  que  consiste 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  85 


en  que  la  fe  que  teng-amos  en  los  demás  «nazca 
déla  fe  que  tenemos  en  nosotros  mismos»;  que 
estemos  tan  seguros  de  nuestra  fuerza  y  de  nues- 
tros derechos;  que  estemos,  por  consecuencia,  se- 
guros de  que  los  otros  no  atentarán  a  ellos. 

Esta  misma  clasificación  puede  aplicarse  a  las 
demás  causas  espirituales,  mu};^  en  especial  a  la 
disciplina,  pues  no  es  igual  obedecer  con  los  ojos 
vendados  que  obedecer  sabiendo  que  nos  llevan 
adonde  queremos  ir. 

Entre  las  causas  materiales  están  el  bienestar, 
la  educación,  cultura  general,  desenvolvimiento 
progresivo  de  energías... 

No  vale  decir:  «¡Vamos  a  crear  escuelas  para 
dentro  de  ocho  años;  cuarteles,  para  dentro  de 
diez!...»  No;  dentro  de  ocho  años  habrá  otra  ge- 
neración de  analfabetos;  dentro  de  diez,  nadie 
sabe  cómo  habrán  de  ser  los  cuarteles.  Es  preci- 
so trabajar  rápida,  violenta,  radicalmente.  Hay 
que  hacer  grandes  sacrificios,  gastar  cuanto  sea 
preciso  gastar,  manejar  el  dinero,  ni  como  el  ta- 
caño pueblerino,  que  deja  a  las  plagas  invadir  su 
tierra  por  no  emplear  unas  pesetas  en  extinguir- 
las, ni  como  el  pródigo  que  tira,  sino  como  el 
hombre  de  negocios  que  sabe  administrarse. 

HACIA  EL  TRIUNFO  DE  LOS 
PRINCIPIOS  LIBERALES 

Es  inútil  que  los  espíritus  pusilánimes,  que  las 
almas  en  cuclillas  protesten  y  se  revuelvan  indig- 
nadas. Una  sola  idea  en  marcha  vale  más,  es  más 
fuerte  que  todos  los  ejércitos.  Para  tomar  Jericó 


86 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


no  hj^o  falta  asaltar  la  ciudad:  bastó  con  hacer 
sonar  las  trompas  siete  días  en  torno  a  ella. 

Triunfen  unos  u  otros,  lo  mismo  da;  la  que,  en 
verdad,  habrá  triunfado  en  esta  guerra,  la  que  ha 
triunfado  ya  es  la  idea  de  la  libertad.  No  sirvió 
que.  al  comenzar  la  lucha,  los  hombres  dijesen 
que  la  emprendían  por  el  predominio  de  una  raza 
o  de  un  pueblo,  por  las  reivindicaciones  patrióti- 
cas o  sociales,  por  el  comercio  o  la  industria.  Una 
idea  ha  ido  apoderándose  de  todos,  dominándoles 
a  todos,  forzándoles  a  todos  a  luchar  por  ella. 
Hace  veinte  siglos,  en  un  rincón  de  Judea,  Cristo 
lanzó  la  idea  de  la  fraternidad,  de  la  igualdad  hu- 
mana. Desde  entonces  la  idea  está  en  marcha.  Ha 
sido  estéril  que  todos  la  hayan  combatido.  Ni  los 
ejércitos  de  los  Césares,  ni  los  de  Barba  Roja,  ni 
los  de  Atila,  ni  la  gloria  de  los  emperadores  y  los 
papas  han  podido  con  ella,  ni  los  que  la  combatían 
en  nombre  de  él,  ni  los  que  encendieron  hogueras, 
ni  los  que  peregrinaron  a  Tierra  Santa  han  logra- 
do matar  esa  idea.  Una  vez  rasgado  el  misterio 
que  velaba  el  espacio,  los  hombres  han  medido  la 
trayectoria  de  los  astros  más  lejanos;  hallada  la 
idea,  nada  ni  nadie  será  a  detenerla. 

Pero  he  aquí  que  dos  grandes  fuerzas  españo- 
las, los  políticos  y  los  aristócratas,  sienten  un  in- 
vencible horror  hacia  la  libertad.  Es  un  horror 
ciego,  irrazonado;  un  horror  miedoso,  que,  no  de- 
jándoles atacarla  a  la  luz  del  sol,  oponer  una  idea 
a  otra  idea,  les  hace  agazaparse  en  la  sombra, 
para  apuñalarla  o  ridiculizai  la. 

Todos  o  casi  todos  nuestros  políticos-— ¿por  qué 
ha  sobrevivido  Ventosa  a  Rodés?-— tienen  una 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  87 


filiación  ultraconservadora,  y  los  que  no  entran 
en  ella  con  fervores  de  neófitos  (la  palabra  neófi- 
to es  demasiado  noble,  y  mejor  cuadraría  la  de 
«parvenúes»).  He  ahí  la  causa  de  que  no  creamos 
en  ellos  y  de  que,  cuando  piden  una  limosna  de 
paciencia,  de  abnegación  y  de  sacrificio,  nos  en- 
cojamos de  hombros  con  desdén.  «¡Hay  que  racio- 
nar la  luz,  el  carbón,  la  gasolina! . ..  ¡Lo  pide  la 
patria!...»  Y  al  día  siguiente  vemos  que  ha  habi- 
do carreras  de  caballos  o  que  han  bendecido  los 
«autos»  en  una  romería.  Entonces  pensamos  que 
lo  que  quieren  es  vencernos  por  la  astucia,  impo- 
nernos algo  que  nos  repugna,  a  traición;  nada 
más. 

No;  la  libertad  está  en  marcha.  El  que  valiere, 
valdrá  en  sí  y  por  sí;  las  nuevas  rutas  del  socialis- 
mo llevan  a  una  alta  tasa  del  trabajo. 


EL  AMBIENTE  ACTUAL 


¿Existe  realmente  un  sumerí^ido  hervor  que 
sube  en  burbujas  a  la  superficie  de  la  vida  espa- 
ñola? ¿Vivimos  «de  verdad»  misteriosas  sacudi- 
das intensas  que  resquebrajan  la  corteza  y  hacen 
surgir  inopinadamente  columnas  de  llamas?  ¿Es 
cierto  el  malestar  español  o  es  una  mixtificación 
que  aprovecha  las  agitaciones  generales  en  todo 
el  mundo? 

Unas  personas,  «las  de  orden>  (¿?),  me  dicen: 
«Todo  está  muy  mal.  Graves  amenazas...»  Otras, 
«los  díscolos,  los  descontentos»,  parodiando  al 
gran  político,  claman:  «¡España  no  tiene  pulso! 
Parece  imposible  que  ante  acontecimientos  como 
los  que  apasionan  a  la  Humanidad... > 

Esforzándome  en  guardar  mi  ecuanimidad 
miro  a  un  lado  y  otro,  observo,  estudio  y  vengo  a 
una  conclusión:  ni  veo  al  señor  de  Guillotín  afi- 
lando su  cuchilla,  ni  creo  que  estemos  en  una  Ar- 
cadia feliz;  más  bien  estamos  en  una  de  esas  ne- 
cias Arcadias  de  guardarropía  en  que  se  incuban 
las  catástrofes. 

En  realidad,  el  problema  español  no  es  proble- 
ma, sino  una  serie  de  problemas,  algunos  endé- 
micos, otros  circunstancialmente  provocados  por 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  89 


las  causas  fortuitas.  Tres  principales  se  destacan: 
el  desnivel  entre  la  pobreza  ambiente  y  la  cares- 
tía de  la  vida;  la  detentación  de  la  dirección  so- 
cial, política  y  moral,  por  una  olig-arquía,  y  el  pro- 
blema catalán. 

El  más  grave  de  todos  ellos  es  el  abaratamien- 
to de  la  vida  y  el  enriquecimiento  del  país.  Para 
abaratar  la  vida  no  hay  sino  una  atención  cons- 
tante y  sostenida  y  una  energía  sin  límites.  El  en- 
riquecimiento es  más  lento,  más  complicado  y 
más  difícif,  requiriendo  un  gran  esfuerzo  en  to- 
dos y  un  formidable  espíritu  de  sacrificio  en  la 
unión  y  en  la  soledad  de  los  españoles.  Igual  al 
enriquecimiento  que  al  facilitamiento  de  la  vida 
opónense  varias  causas,  unas  materiales,  como  la 
pereza  y  desidia  del  carácter  nacional,  la  relativa 
facilidad  que  para  vivir  ofrece  el  clima,  la  so- 
briedad que  viene  cultivándose  hace  siglos...  y 
otras  morales,  como  las  corruptelas  de  la  políti- 
ca, que  para  vivir  necesita  de  complicidades  que 
sólo  puede  hallar  en  otras  corruptelas. 

Más  grave  es  la  barrera  que  se  opone  a  las  evo- 
luciones ideológicas;  es  una  barrera  en  que  no 
hay  sino  vanidades  e  intereses^  y  ahí  justamente 
está  su  peligro.  La  frase  que  he  estampado  al  co- 
mienzo de  estas  líneas,  la  denominación  de  de- 
tentación de  la  dirección  social  por  una  oligar- 
quía, es  la  exacta. 

Se  habla  al  buen  tun  tún,  sin  datos  y  sin  cono- 
cimiento de  causa,  de  la  aristocracia,  de  los  polí- 
ticos, de  la  sociedad...  ¡Pobre  aristocracia!  La 
mitad  de  los  aristócratas  viven  modestamente, 
casi  pobremente,  y  los  gastos  de  representación, 


90 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


de  caridad,  etc.,  etc.,  son  casi  siempre  superiores 
a  sus  fuerzas.  Es  como  los  políticos;  los  de  ver- 
dadera altura  están  en  el  ostracismo.  No,  no  son 
esos.  Los  que  lo  manejan  todo  son  órente  de  alu- 
vión, recién  lleg-ados,  enriquecidos,  aventureros 
más  o  menos  disfrazados,  politicastros,  tertulios 
traidores  de  las  o-randes  figuras,  parientes  medio- 
cres, gentes  que  no  son  nada,  que  no  significan 
nada,  y,  lo  que  es  aún  peor,  que  no  aspiran  a  nada 
más  que  a  «relucir»  (observen  que  no  digo  bri- 
llar, pues  ni  aun  eso  saben).  Cuando  hay  un  ver- 
dadero aristócrata  o  un  verdadero  político,  es  el 
más  discreto,  el  más  mesurado,  el  más  com- 
prensivo. Los  «nuevos»  son  los  que  gritan,  los 
que  apostrofan,  los  que  detonan,  porque  siempre 
ha  sido  de  neófitos  las  intemperancias  y  los 
alardes. 

Es,  pues,  una  oligarquía  snob  y  yernocrática  la 
que  detenta  la  vida  públi-ca,  la  vida  pública,  polí- 
tica, social,  mundana.  Esa  es  la  que,  día  tras  día, 
pide  que  se  «fusile  a  la  canalla  asalariada»,  sin 
perjuicio  de  poner  sus  caudales  a  buen  recaudo... 
por  si  acaso. 

Queda  el  problema  catalán,  el  más  grave,  peli- 
groso y  difícil  de  resolver.  Seamos  justos:  los  ca- 
talanes lo  han  planteado  con  una  gran  serenidad 
y  una  gran  mesura;  el  Gobierno  lo  ha  acogido 
con  la  atención  y  el  respeto  que  merece;  pero  yo 
no  sé  si  es  fatalidad  española  o  si  hay  gentes  in- 
teresadas en  forzar  los  términos  de  la  cuestión;  el 
caso  es  que,  como  si  no  hubiese  enmienda  posible, 
como  si  estuviésemos  condenados  a  una  perpetua 
y  vacua  verborrea,  ya  han  salido  los  consabidos 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  91 


tópicos,  los  lug-ares  comunes,  el  chin-chin  patrió- 
tico, los  vivas  y  los  mueras. 

No;  es  indudable  que  la  idea  de  la  pseudosepa- 
ración  de  Cataluñ^  encuentre  una  opinión  adver- 
sa, que  el  sentimiento  popular  castellano  no  le  es 
propicio,  pero  esa  misma  oposición  hábilmente 
conducida  es  transformable  en  una  corriente  fra- 
ternal de  afecto,  en  una  fusión  de  intereses,  en 
calor  de  afecto,  mientras  que  así,  entre  vivas  y 
mueras,  acabará  por  agriar  y  hacerse  algo  irre- 
mediable. En  la  guerra  hemos  dejado  a  Cataluña 
alejarse  de  nosotros  (de  quince  mil  voluntarios 
que  envió  España,  doce  mil  fueron  catalanes);  en 
la  paz  hemos  desconocido  sus  ideales. 

Hay  que  amarla,  hay  que  escucharla  y  que  res- 
petarla. Es  preciso,  fríam'r-nte,  ecuánimemente, 
enterarse  de  cuáles  son  sus  aspiraciones,  y  bus- 
car las  fórmulas  que  compaginen  todos  los  inte- 
reses «sagrados»,  pues  si  sagrados  son  los  de  Ca- 
taluña, sagrados  son  también  los  de  Castilla,  y 
viceversa. 

Si  echamos  la  llave  al  sepulcro  del  Cid,  es  pre- 
ciso guardar  en  un  armario  la  marcha  de  Cádis, 
Tengamos  en  cuenta  que  los  triunfadores  se  en- 
cuentran siempre,  y  que  nada  hará  más  estrecha 
la  unión  de  Castilla  y  la  tierra  c-atalana  como  una 
comunidad  de  ideas,  de  aspiraciones  e  intereses. 


I 


CONTORNOS  Y  OBSERVACIONES 

LOS  PECADOS  POLÍTICOS 


BUSCANDO  EL  ALMA  ESPAÑOLA 


Cuando  realmente  la  civilización  parecía  con- 
densada  en  una  forma  determinada,  de  la  que  ya 
no  saldría  sino  al  través  de  una  lenta  descompo- 
sición que  le  llevase  en  larga  sucesión  de  años  a 
morir;  cuando  ningún  agenta  extraño  divisábase 
en  el  horizonte,  he  aquí  que  los  pueblos  se  lan- 
zaron unos  contra  otros  prontos  a  destrozarse  en- 
tre sí,  como  los  guerreros  en  el  mito  de  Jason. 

Esta  lucha  entre  gentes  que  pertenecen  a  una 
misma  civilización  tenía  que  traer  forzosamente 
uno  de  dos  resultados:  o  detener  o  transformar. 
O  detener  la  decadencia  o,  purificando  la  atmós- 
fera de  vicios  y  fortaleciendo  virtudes,  transfor- 
mar la  vida.  Esto,  que  en  una  guerra  colonial  no 
tenía  razón  de  ser  y  que  en  una  guerra  entre  dos 
pueblos,  en  que  fatalmente  tenía  que  haber  ven- 
cedores y  vencidos,  era  imposible,  sólo  podía  pa- 
sar en  una  conñagración  mundial. 

Sucede  que  muy  rara  vez  guerras  y  revolucio- 
nes están  hechas  por  los  pueblos;  es  un  pequeño 
núcleo  de  pensadores,  políticos  y  hombres  de  ac- 
ción el  que  pone  las  cosas  en  marcha;  pero  tam- 
bién, una  vez  en  marcha,  las  ideas  llegan  a  las 
capas  más  densas  y  allí  se  hacen  firmes.  Lo  que 


96 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


en  las  alturas  era  teoría,  en  el  pueblo  se  trans- 
forma en  sentimiento;  pierde  entonces  todo  lo 
que  en  ella  hay  de  egoísmo  y  se  metamorfosea 
en  abnegación  y  entusiasmo.  Dice  Gustavo  Le 
Bon  en  su  libro  «Enseñanza  de  la  guerra  eu- 
ropea»: «Es  natural  que  el  alma  individual  sea 
egoísta,  puesto  que  el  individuo  pensó  siempre 
en  sí  mismo;  pero  no  es  menos  natural  que  el 
alma  individual,  exclusivamente  preocupada  de 
la  raza,  lleve  al  individuo  a  sacrificarse  por  los 
intereses  de  ella.» 

*  * 

En  realidad,  bucear  en  el  pasado  de  España  es 
empresa  que  ofrece  dificultades  casi  insupera- 
bles. Es  muy  fácil  rehacer  la  Historia;  pero  ésta 
es  tan  varia  y  compleja,  intervienen  en  ella  ele- 
mentos tan  opuestos  y  antagónicos,  que  extraer 
su  moral  es  algo  que  raya  en  lo  imposible.  Desde 
Pelayo  a  Isabel  la  Católica  (y  falta  saber  si  en 
muchos  de  los  esfuerzos  de  la  Reconquista  hubo 
una  idea  generadora  de  nacionalidad)  no  hizo 
sino  buscar  su  personalidad.  En  la  reina  Católi- 
ca llegó  al  pleno  dominio  de  ella;  pero  quiso  la 
fatalidad  que,  apenas  esbozada  la  idea  española, 
cuando,  libre  de  la  intervención  de  todo  agente 
extraño,  iba  España  «a  ser»,  partiera  el  príncipe 
D.  Juan  a  dormir  sus  ensueños  a  su  tumba  de 
Avila  y  la  reina  doña  Juana  sus  quimeras  de 
amor  a  un  convento  de  Tordesillas. 

Entonces  empezó  para  España  una  vida  azaro- 
za  de  gloria,  de  triunfos,  de  victorias  y  de  con- 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  97 


quistas,  «pero  no  española».  Nada  que  sig-nifica- 
ra  su  verdadera  riqueza  se  cultivó;  nada  que 
fuese  sólido  bienestar,  interior  prosperidad,  evo- 
lución lenta  y  segura;  se  conquistaron  tierras  fa- 
bulosas, los  capitanes  de  sus  ejércitos  triunfaron 
al  través  de  Euiopa,  vinieron  los  galeonos  car- 
gados con  el  oro  de  América;  pero  los  campos 
permanecieron  yermos,  el  Tesoro  exhausto  y  las 
industrias  languidecieron.  Fué  España  como  esos 
banqueros  audaces  que  emprenden  negocios  fan- 
tásticos, que  poseen  fortunas  hiperbólicas,  que 
manejan  millones,  pero  que  en  realidad  no  po- 
seen nada,  y  al  llegar  la  hora  de  la  liquidación 
hacen  bancarrota. 

Sin  embargo,  sucede  que  algunas  veces  se  da 
6Í  curioso  fenómeno  de  que  un  pueblo,  sacudido 
por  grandes  revoluciones  políticas,  sigue  nor- 
malmente su  camino,  y  esto  estriba  en  que  tal 
vez  las  l  evoluciones  y  las  sacudidas  y  convulsio- 
nes violentas  no  son  sino  tanteos  en  busca  de  una 
clara  ruta  y  de  verdaderos  guías.  Después  del 
indudable,  aunque  desordenado  y  mal  encauza- 
do, renacimiento,  sobrevenido  a  raíz  de  la  catás- 
trofe colonial,  no  puede  afirmarse  en  justicia  la 
falta  de  vitalidad  española.  Más  bien  podría  de- 
cirse que  agentes  ajenos  a  la  voluntad  colocaron 
durante  mucho  tiempo  el  ideal  español  fuera  de 
España,  y  de  ahí  una  indiferencia  difícil  de  curar 
ahora.  Al  despertarse  en  el  viejo  solar,  al  día  si- 
guiente de  la  derrota  debió  ver  el  pueblo  español 
que  ya  no  bastaba  con  luchar  allí,  sino  que  para 
vencer  necesitaba  primero  fortalecerse  y  luego 
derrocar  los  obstáculos  alzados  en  siglos  por  los 


98 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


demás,  mientras  él  luchaba  en  luengas  tierras 
batallando  por  locas  utopías. 

Pregúntase  Henri  Bergson:  « Si  cada  uno  de 
nosotros  viviese  una  vida  puramente  individual, 
si  no  hubiese  sociedad  ni  lenguaje,  ¿sabría  nues- 
tra conciencia  sin  punto  de  compa^-ación  darse 
cuenta  de  la  varia  serie  de  estados  internos? 

Pues  bien;  es  aún  más  difícil  hallar  nuestro 
«yo»  cuando,  distraídos  por  las  cosas  externas, 
no  tenemos  tiempo  de  volver  los  ojos  hacia  el 
propio  espíritu.  Claro  que  las  nociones  viven 
obscuras  dentro  de  nosotros,  pero  no  acertamos 
a  percibirlas  si  no  es  con  el  revulsivo  de  un  gran 
dolor  o  de  una  gran  vergüenza. 

Y  llegamos  a  la  situación  actual  de  España. 
T.as  ideas  en  marcha  después  del  desastre  han 
evolucionado  con  rapidez  vertiginosa.  Lo  que  de- 
bió hacerse  en  siglos  se  ha  hecho  en  años,  y  esto 
ha  dado  por  resultado  que  dos  generaciones,  una 
que  no  ha  entrado  aún  en  la  ancianidad  y  la  otra 
apenas  llegada  a  la  madurez,  se  encuentran  fren- 
te a  frente.  Las  dos  representan  valores  estima- 
bles, las  dos  coincidirían  tal  vez  en  algunas  ideas 
generales;  pero  son  incompatibles  respecto  de  los 
procedimientos.  El  pueblo  asiste  curioso,  sin  sa- 
ber mantenerse  en  el  fiel,  con  una  tendencia  a 
admitir  lo  viejo;  «fijándose  atentamente  se  ve  que 
los  pueblos  son  siempre  muy  conservadores»,  dice 
el  ya  citado  Gustave  Le  Bon  en  su  libro  «La  Re- 
volución francesa  y  la  psicología  de  las  revolu- 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES 


99 


cienes».  Pero  si  esto  es  cierto,  también  lo  es  que 
están  prontos  a,  si  los  empujan,  precipitarse  en 
las  violencias  de  los  motines  callejeros.  Falto  está, 
pues,  de  educación  cívica  que  le  enseñe  al  pleno 
uso  de  sus  derechos  y  al  pleno  respeto  de  sus  de- 
beres. 

Dos  generaciones,  en  vez  de  esforzarse  por  en- 
tenderse, opónense  dos  tópicos,  falsos  ambos.  Los 
viejos  se  escudan  en  el  españolismo  y  nos  repro- 
chan el  amor  a  los  aliados  y  la  simpatía  por  las 
ivindicaciones  catalanas.  Pero  el  concepto  así  mi- 
rado se  empequeñece,  se  hace  sinónimo  de  cató- 
lico-clerical y  de  monárquico-dinástico— no  en  el 
alto  sentido  especulativo  de  monarquía—,  se 
hace,  en  fin,  sinónimo  de  germanofilia.  Los  jóve- 
nes hablan  en  cambio  de  una  europeización  hu 
millante  y  servil. 

En  tal  estado  de  cosas,  la  forma  de  gobierno, 
no  teóricamente,  sino  prácticamente,  es  lo  acciden- 
tal. La  monarquía  constitucional  como  forma  de 
regirse  un  pueblo  ofrece  en  i*ealidad  grandes  ven- 
tajas, permaneciendo  tan  lejos  de  la  fácil  descom- 
posición de  los  gobiernos  republicanos  como  de 
las  tiranías  del  absolutismo.  Pero  para  ello  es 
necesario  que  el  constitucionalismo  funcione,  ver- 
daderamente en  una  plena  ponderación  de  pode- 
res, que  el  Parlamento  ejerza  funciones  fiscales  y 
que  los  dos  poderes  se  equilibren  y  contrapesen. 
«No  se  mata  a  los  gobiernos,  sino  se  suicidan 
ellos»  (sigo  citando  a  Le  Bon) 

Ya  que  la  monarquía  constitucional  existe  en 
España,  es  mejor  aceptarla  así,  con  lo  que  se  evi- 
ta el  perpetuo  período  constituyente  y  todas  las 


100 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


sangrientas  luchas  que  por  culpa  de  él  han  des- 
trozado al  país  durante  un  siglo. 


Dos  son  las  maneras  como  puede  un  pueblo  sa- 
cudir la  postración  en  caso  de  hallarse  vencido 
por  ella:  o  con  el  héroe  que  í>uía  o  haciéndolo 
todo  por  sí  mismo.  A  decir  verdad,  los  dos  se  mez- 
clan y  confunden,  pues  la  mayoría  de  las  veces 
el  héroe  no  es  sino  la  encarnación  de  los  anhelos 
de  todo  un  pueblo,  y  a  su  vez  el  pueblo,  dejado  a 
sí  mismo,  acaba  por  buscarse  el  héroe  represen- 
tativo. La  máxima  de  Carlye  «La  historia  de  los 
héroes  es  la  historia  de  la  Humanidad»  sólo  a  la 
inversa  me  parece  rfeal. 

Las  condiciones  de  la  vida  moderna  son  poco 
propicias  al  héroe,  que  necesita,  como  comple- 
mentos, el  bello  gesto,  la  escenografía  y  un  cier- 
to candor  efusivo  lejano  del  análisis  moderno.  Ni 
aun  en  la  epopeya  de  la  guerra  ha  surgido  el  hé- 
roe. Excusado  es  decir  que  en  España  no  apare- 
ce por  ninguna  parte. 

Las  muchedumbres  españolas  no  están  prepa- 
radas para  una  serena  actuación  política.  Hablan- 
do de  la  democracia  griega  (el  modelo  perfecto  de 
las  democracias)  dice  Croiset  cosas  de  aquel  pue- 
blo que  me  parecen  aplicables  al  español: 

«Su  voluntad  era  rápida,  como  su  inteligenci^i. 
Sabian  emprender.  Eran  naturalmente  valientes, 
y  no  retrocedían  ante  un  obstáculo.  Pero  su  natu- 
raleza, a  decir  verdad,  era  inconsecuente  y  lige- 
ra. Su  voluntad  estaba  demasiado  dominada  por 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  101 


SU  imaginación.  Esta,  impresionable  y  móvil,  tan 
pronto  les  sug-ería  nuevas  empresas  como  agran- 
daba a  sus  ojos  la  decepción  recibida.» 

De  ahí,  eii  la  historia  de  Atenas^  los  frecuentes 
pánicos,  los  bruscos  movimientos  de  opinión,  los 
entusiasmos  excesivos  y  las  súbitas  cóleras  y  los 
g-randes  proyectos,  seguidos  de  atroces  descora- 
zonamientos. 

El  pueblo  español  es  con  exceso  impresionable; 
tiene  una  sensibilidad  un  poco  primitiva  que  le 
hace  apto  a  influencias  extrañas,  y  la  maleabili- 
dad exagerada  lleva  a  las  revolucionas  incesan- 
tes, así  como  la  rigidez  excesiva  lleva  a  la  deca- 
dencia. 

Desechado  el  héroe,  que  además  no  existe,  casi 
imposible  la  actuación  directa  de  las  muchedum- 
bres, queda  una  tercera  solución:  un  gobierno  de 
hombres  que,  conociendo  bien  las  diversas  co- 
rrientQS,  un  poco  turbias  e  informes,  de  opinión, 
las  fijen  y  aclaren,  y,  al  mismo  tiempo  que  edu- 
can al  pueblo,  vayan  realizando  su  aspiración 
ideal. 


Hay  un  dicho  vulgar  que  encierra  un  alto  sen- 
tido: «la  unión  hace  la  fuerza».  En  España  no 
existe  sentido  de  solidaridad.  En  nuestra  patria 
pospónese  el  bien  público  al  individual.  Esto,  que 
siempre  sería  grave,  lo  es  mucho  más  porque 
úñense  el  egoísmo  y  la  egolatría.  El  primero  hace 
desear  los  más  altos  puestos;  la  segunda  creerse 
digno  de  usufructarlos. 


102 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


La  idea  de  la  disciplina  es  una  idea  antipática 
al  carácter  español;  pero  tal  vez  estribe  esto  en 
que  se  tiene  un  concepto  erróneo  de  ella.  La  dis- 
ciplina no  está  en  seguir  como  borregos,  sino  en 
saber,  primero,  lo  que  se  desea,  y  luego  en  acep- 
tar los  medios  necesarios  a  ello.  Ciegamente,  in- 
conscientemente, incondicionalmente,  nada.  Con 
pleno  dominio  de  nuestra  voluntad,  sí.  Sin  disci- 
plina es  imposible  que  vivan  las  sociedades. 

«Lo  que  más  sostiene  la  moralidad  (en  el  más 
noble  sentido  de  la  palabra)  entre  los  hombres  es 
una  fuerte  y  clara  disciplina,  disciplina  interior  y 
exterior,  disciplina  de  costumbres,  de  leyes  y  de 
una  fuerte  y  vigorosa  tradición  moral.»  (A.  Croi- 
set:  «Les  Democraties  Antiques>.) 

Nada  de  utopías  fantásticas,  nada  de  bienes  co- 
munales, que  ya  (y  va  de  largo)  Aristóteles  re- 
chazaba en  su  «Política»  como  cosa  imposible; 
pero  sí  la  libertad  de  lucha  y  la  absoluta  igualdad 
para  vencer  en  condiciones  análogas.  Al  mismo 
tiempo,  un  socialismo,  que  fuese  una  fuerza  crea- 
dora en  vez  de  ser  pesada  inercia,  como  es  ahora, 
podría  velar  por  los  intereses  del  proletariado, 
proporcionándole  un  discreto  bienestar. 


CONTORNOS  DE  PROBLEMAS 


LA  MORFINA 

Hace  mucho  tiempo,  desde  antes  del  desastre 
colonial,  los  malos  gobiernos  curan  o,  mejor  di- 
cho, adormecen  los  males  del  pueblo  español  con 
un  procedimiento  parecido  al  de  los  morfinóma- 
nos. Sabido  es  que  los  devotos  de  la  droga,  pasa- 
do el  efecto  de  la  inyección,  vense  acometidos  de 
alternativas  de  cansancio  y  sobreexcitación,  que 
sólo  se  remedia  aumentando  la  dosis,  que  asi  va 
creciendo  hasta  llegar  a  la  mortal. 

En  la  vida  española  pasa  algo  semejante:  la  fa- 
tiga o  el  nerviosismo  acomete,  e  inmediatamente 
se  acude  al  narcótico.  Naturalmente,  el  próximo 
despertar  es  aún  más  violento  y  hay  que  forzar  la 
cantidad. 

EL  LABERINTO  ESPAÑOL 

Mejor  comparación  para  la  vida  de  nuestra  pa- 
tria sería,  sin  embargo,  la  vulgarísima  de  un  la- 
berinto. Como  esas  complicadas  edificaciones  de 
cañas  y  alambres  que  se  ven  en  las  ferias,  y  en 
que  todos  los  paseos  circulares  van  a  parar  a  un 
punto  central,  formando  un  círculo  del  que  es  im- 


1(54 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


posible  salir,  así  en  la  marcha  política  los  malos 
gobiernos^  con  su  indeferencia,  son  culpables  de 
que  los  o'obernados  no  crean  en  ellos  ya  ni  ten- 
;o*an  paciencia  para  esperar,  y  esta  impaciencia  y 
falta  de  fe  impiden  la  obra  y  crean  el  malestar 
que  los  gobernantes  tratan  de  acallar. 

Cada  vez  el  remedio  es  más  apremiante,  cada 
vez  más  necesarias  las  soluciones  radicales  de  los 
problemas.  Hace  falta  o  el  hilo  o  la  Ariadna  ideal 
que  guíe  los  pasos.  Pero  cuando  llega  el  momen- 
to de  poner  remedio  surgen  las  ambiciones  perso- 
nales, y  con  ellas  las  rencillas,  los  odios,  las  in- 
compatibilidades. Si  cuando  los  militares,  «que  te- 
nían razón,  y  cuyas  quejas  eran  justas»,  limitá- 
banse a  pedir,  se  les  hubiese  atendido  en  vez  de 
tratar  de  engañarles  con  buenas  palabras,  no  hu- 
biesen llegado  las  cosas  al  punto  en  que  están;  si 
ahora  mismo,  en  las  nuevas  Cortes,  se  hace  una 
labor  eíicaz,  sin  admitir  imposiciones,  pero  sin  ne- 
cios paliativos;  una  labor  «de  buena  fe»,  hacien- 
do el  vacío  en  derredor  de  quien  trate  de  antepo- 
ner sus  intereses  a  los  patrios,  las  Juntas  milita- 
res y  civiles  no  tendrán  razón  de  ser. 

LOS  DOS  TÉRMINOS 

Ha  habido  algunos  hombres,  pocos,  incondicio- 
nalmente  de  parte  del  ejército;  otros,  pocos  tam- 
bién, que,  ora  con  mesura  y  discretas  palabras, 
ora  con  airada  violencia,  se  han  puesto  en  contra; 
pero  han  dominado  los  que  se  encomendaban  al 
tiempo,  seguros  de  que  el  tiempo  les  daría  la  vic- 
toria, practicando  aquel  dicho  árabe  que  aconse- 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  105 


ja:  «Siéntate  a  la  puerta  de  tu  casa  y  espera  tran- 
quilo a  que  pase  el  cadáver  de  tu  enemigo».  Si  yo 
fuese  el  ejército,  en  esto  último  vería  mi  verdade- 
ro adversario.  El  que  jugándose  su  popularidad  o 
su  simpatía  dice  lo  que  piensa  lealmente,  merece 
respeto.  Es  un  advei^sario  honrado,  al  que  con  ra- 
zones se  puede  convencer.  El  que  sonríe  esperan- 
do la  hora  de  clavar  el  puñal,  ese  es  el  que  ha^y 
que  temer. 

LA  VERDAD  Y  LA  MENTIRA 

Hay  un  juego  que^  como  todos  esos  pasatiem- 
pos, al  parecer^lívianos  e  intranscendentes,  encie- 
rra una  alta  enseñanza  plena  de  filosofía.  Con- 
siste el  tal  juego  en  ir  tejiendo  entre  los  dedos 
con  un  bramante  o  cuerda  .uña  sutil  red;  llega 
ésta  a  hacerse  de  tal  modo  espesa  3^  complicada, 
que  parece  obra  imposible  llegar  a  deshacerla. 
Pero  queda  un  pequeño  cabo  suelto,  y  justamente 
tufando  de  él,  y  como  por  obra  de  magia,  se  des- 
barata la  labor  entera. 

Pues  bien:  con  la  mentira  sucede  algo  semejan 
te;  se  va  trenzando  con  ella  un  complicado  apa- 
rato, se  teje  una  red,  a  una  mentira  sigue  otra 
mayor^  las  cosas  toman  apariencias  de  consisten- 
cia extraordinaria,  y  cuando  más  firme  parece 
todo  la  verdad  tira  del  cabito  suelto  y  no  queda 
nada  de  la  complicada  labor. 

El  único  mal  que  tiene  esto  es  que  las  menaras 
han  de  ser  mayores,  cada  vez;  para  cubrir  una, 
enormidad  hace  falta  otra  más  formidable  aún, 
es  preciso  acumular  mentiras  sobre  mentiras,  y 


106 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


que  el  día  que  todo  se  derrumba,  en  vez  de  res- 
peto y  estima,  no  hay  sino  una  sonrisa  de  desdén. 
Y  si  esto  es  cosa  perjudicial  en  la  vida  del  indivi- 
duo, qué  no  será  en  la  vida  de  los  pueblos. 

En  uno  de  los  más  intensos  e  interesantes  dra- 
mas de  Ibsen,  en  Los  sostenes  de  la  sociedad^  dice 
uno  de  los  personajes  (y  cito  de  memoria):  «Hay 
que  decir  la  verdad:  ¿De  qué  servirá  todo  noble 
esfuerzo  y  todo  impulso  generoso?  La  obra  ado- 
lecerá siempre  de  sus  cimiento^^  de  la  mentira 
vital.» 

Asi,  en  nuestra  política  actual,  ¿por  qué  la 
mentira,  el  disimulo,  el  engaño?  Toda  la  obra  de 
los  gobernantes,  toda  la  buena  voluntad  que  he- 
mos de  suponerles,  adolecerá  siempre  de  la  men- 
tira vital. 

DE  LA  INFRANQUEABLE  BARRE- 
RA DEL  ESCEPTICISMO  ESPAÑOL 

De  todos  los  problemas  que  han  agitado  y  an- 
gustian al  espíritu  español  durante  estos  cuatro 
años,  el  principal  es  el  de  la  guerra. 

Los  pueblos  muy  jóvenes,  para  ser  grandes,  no 
necesitan  sino,  o  una  fe  y  un  caudillo,  o  una  ley; 
los  viejos  son  más  escépticos,  porque  forzosa- 
mente emprendieron  antes  mil  empresas  y  han 
creído  en  mil  leyes,  y  han  sufrido  en  ellas  otros 
tantos  desengaños.  España  es  un  pueblo  viejo 
ya,  y  necesita  para  lanzai'se  por  las  rutas  del 
heroísmo  algo  más  que  platónicos  entusiasmos: 
necesita  un  firme  convencimiento  de  su  conve- 
niencia. 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES 


107 


«Los  individuos  solos— dice  Nietzsche,  en  su 
ensayo  sobre  «La  sociedad  y  el  Estado»— se  sien- 
ten responsables.  Las  colectividades  han  sido 
inventadas  para  hacer  cosas  que  el  individuo  no 
se  atreve  a  hacer...  Porque  las  colectividades  son 
sinceras  y  se  atreven  a  emprender  lo  que  el  hom- 
bre, por  débil,  no  se  atreve  a  realizar.» 

Pero  sucede  que  aquí  justamente  la  colectivi- 
dad es  la  que  no  ha  querido  la  g-uerra,  parte  por 
desencanto,  parte  por  falta  de  fe  en  los  hombres 
que  la  han  conducido  o  pueden  conducirla.  Esto 
que  hubiese  sido  admisible  de  encerrar  una  noble 
y  serena  confesión  de  debilidad,  que  hubiese  po- 
dido respetarse  llevado  con  digna  severidad,  a 
condición  de  que  emplease  esos  años,  no  en  la- 
mentarse, sino  en  fortalecerse^  en  intensificar  su 
vida  al  acorde  de  la  intensificación  de  la  vida 
ajena,  a  condición  de  que  toda  la  energía  ahorra- 
da a  los  campos  de  batalla  fuese  empleada  como 
elemento  de  actividad  para  las  energías  vitales, 
no  lo  es  como  tópico  miedoso,  de  quien  espera  que 
los  que  están  lejos  inutilicen  a  los  que  están  cerca. 

La  guerra,  aunque  esto  parezca  paradójico,  es 
un  gran  factor  de  prosperidad  y  de  civilización.- 
Galvaniza  a  los  pueblos;  purifica,  ennoblece  y 
fortifica  las  ideas,  y  establece  súbitos  intercam- 
bios, y  es,  en  fin,  a  las  naciones  lo  que  ciertas 
enfermedades  a  los  individuos^  que  salen  de  ellas 
más  jóvenes  y  sanos.  Así,  para  que,  mientras  los 
otros  pasaban  por  esta  crisis,  de  que  resurgirán 
mejor,  nosotros  no  quedásemos  momificados  en 
nuestras  «bandas»  de  neutralidad,  por  eso  preci- 
sábase que  activásemos  hasta  un  grado  superla- 


108  ANTOxXlO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


tivo  toda  actividad,  creáramos  industrias,  diése- 
mos impulso  a  la  agricultura,  preparásemos 
nuestra  acción  en  el  futuro  comercio  del  mundo, 
puesto  que  él  había  de  sufrir  el  obligado  que- 
branto de  años  de  cruentas  campañas,  y  así, 
puesto  que,  absurdamente,  aislados  nos  queda- 
mos, que  ese  aislamiento  a  lo  menos  enseñase  a 
bastarnos  a  nosotros  mismos,  sin  perjuicio  de  lue- 
§•0  dejar  la  vieja  política  de  aislamiento;  he  ahí  un 
gran  ideal.  Claro  está  que  esto  exige  que,  al  mis- 
mo tiempo  de  intensificar  la  vida  industrial,  se 
cuiden  de  nuestras  armas  de  defensa,  del  ejército 
y  la  marina,  pues  si  hace  falta  el  dinero  del  co- 
merciante para  sostener  al  soldado,  sin  el  soldado 
ese  dinero  estaría  a  merced  de  cualquier  rapaci- 
dad, a  no  ser  que  una  nueva  y  más  alta  ley  sus- 
tituyese la  bárbara  ley  de  la  guerra.  Es  un  círculo 
fatal. 

Una  nación,  una  vez  llevada  a  cabo  su  obra, 
muere.  Pero  esto  suCvide  sólo  en  el  caso  de  que 
sus  hombres  no  encuentren  una  nuev^a  misión 
que  cumplir.  Claro  está  que  no  siempre  la  misión 
será  de  conquista;  pero  puede  ser  de  influencia 
social.  España  tiene  una  alta  y  nobilísima  misión 
acerca  de  sus  hijas  de  América,  e  intelectual  y 
materialmente  debe  constituirse  en  la  avanzada 
de  Europa  para  Sud  América. 

Lo  que  nos  sucede  es  que  padecemos  atrofia  de 
la  voluntad  y  para  ser  grandes  es  preciso  juntar 
dos  cosas  muy  difíciles:  el  renunciamiento  indivi- 
dual y  la  ambición  colectiva.  Y  aquí  sucede  todo 
lo  contrario:  hay  demasiado  egoísmo  individual  y 
demasiada  indiferencia  colectiva. 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  109 


¿Y  cuál  es  el  remedio?  El  remedio  es  llevar  a  la 
conciencia  de  todos  la  necesidad  del  sacrificio, 
ya  que  no  somos  capaces  de,  en  nuestra  debilidad, 
ser  los  portaestandartes  de  una  moral  de  justicia. 
Hay  que  convencernos  de  que  sembrar  ahora  es 
recoger  mañana;  de  que  si  sabemos  no  sólo  lle- 
var las  circunstancias  presentes  con  entereza, 
sino  sacai'  partido  de  ellas,  vendrán  luego  días 
prósperos.  Los  ricos  deben  procurar,  sacrificán- 
dose ellos,  mejora]-  la  situación  del  pueblo;  el 
pueblo  hacerse  cargo,  los  comerciantes...  Sin 
querer,  me  acuerdo  de  las  crueles  palabras  de 
Quevedo:  «Conciencia  de  mercader  es  como  virgo 
de  cotorra,  que  se  vende  sin  haberse.» 

¿Pero  quién  puede  pedir  ese  sacrificio?  ¿Quién 
tiene  «derecho»  a  pedir  ese  sac-rificio?  Haría  falta 
un  hombre  que  inspirase  confianza  a  todos,  un 
conductor  de  muchedumbres  en  quien  todos  de- 
positasen su  fe.  ¿Dónde  está  ese  hombre? 

Los  conductores  de  pueblos,  si  saben  serlo,  aun- 
que no  inspiren  entusiasmo  llegan  con  los  suyos 
a  la  tierra  de  promisión;  si  son  malos  pastores, 
así  sean  muy  amados,  acaban  o  en  el  desprecio  o 
en  el  odio,  como  el  Conde-Duque  y  el  marqués  de 
Sieteiglesias. 

LA  POPULARIDAD 

Una  de  las  cosas  que  perjudican  al  esfuerzo  del 
español  en  general  es  la  facilidad  en  adquirir  la 
popularidad,  facilidad  sólo  comparable  a  la  que 
hay  para  perderla. 

Aquí  un  hombre  público  hace  cualquier  efíme- 
ra labor  de  relumbrón  o  sencillamente  posee  do- 


110 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


tes  de  personal  simpatía,  e  inmediatamente,  apro- 
vechando la  facilidad  del  genio  español  para  los 
entusiasmos,  conviértese  en  un  héroe  popular. 

Y,  sin  embaro'o,  la  popularidad  es  una  de  las 
cosas  más  peligrosas  que  existen,  pues  para  apli- 
carla a  algo  útil  hace  falta  talento  genial,  y  en 
cambio  inutiliza  toda  idea  que  no  está  acusada 
con  firmes  trazos  en  nuestro  cerebro.  Laborando 
silenciosamente  podemos  ir  madurando  una  idea, 
mejorándola,  quitándola  exageraciones,  apasio- 
namientos, puliéndola,  pesando  el  pro  y  el  contra; 
esa  misma  idea,  entregada  a  la  admiración  de  los 
otros,  buena  o  mala,  hay  que  seguirla  hasta  el 
fin. 

De  aquí  se  deduce  que  la  popularidad  es  alta- 
mente útil  mientras  a  sangre  fría  la  dominamos; 
fatal  cuando,  a  pretexto  de  llevarnos  delante,  nos 
empuja.  En  política  el  respeto  y  la  estima  valen 
siempre  más  que  el  amor. 

El  primer  inconveniente  de  la  popularidad  es 
que  hace  malgastar  el  tiempo.  Después  impide  ese 
silencioso  dialogar  con  nosotros  mismos  en  las 
horas  de  solitaria  meditación,  en  que  nacen  y  se 
fortalecen  las  grandes  casas,  y,  por  fin,  hay  que 
gastar  un  caudal  enorme  de  energías  para  no  de- 
jarse llevar  más  allá  de  donde  se  quiere  ir.  La 
multitud  hace  con  sus  héroes  como  los  niños  con 
sus  juguetes:  comienza  admirándolos  y  acaba  casi 
siempre  queriendo  ver  lo  que  tienen  dentro. 

En  España  los  hombres  son  un  nombre  y  no 
una  idea,  todos  sirven  para  todo;  apenas  comien- 
zan a  destacarse  en  una  labor  útil  han  de  dejarla 
para  pasar  a  otra. 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  1 1 1 


LA  AMARGURA 

De  la  guerra  del  98  quedó  en  el  espíritu  español 
un  gran  sedimento  de  amargura.  Fué  la  banca- 
rrota de  la  mentira  a  que  nuestro  pueblo  se  afe- 
rraba como  a  una  gran  verdad.  Era  la  ilusión  que 
sostenía,  y  hubo  el  español  de  aprender  a  vivir 
sin  ilusión. 

Recuerdo  muy  confusamente  la  catástrofe.  Te- 
nía yo  doce  años.  Estaba  en  Viena,  donde  mi  pa- 
dre era  embajador,  y  aún  tengo  presente  la  an- 
siedad de  la  espera  de  aquellos  convencionales 
telegramas  que  mentían  siempre;  rememoro  la 
tristeza  de  mi  padre.  Después,  ya  en  Madrid,  evo- 
co una  tarde  de  toros,  en  que  llegó  la  noticia  de  la 
derrota  de  Cavite 

Aún  no  estamos  fuertes.  Como  todos  los  con 
valecientes,  tenemos  horas  de  descorazonamiento 
y  de  tedio. 

Todo  el  secreto  de  vencer  o  de  ser  vencidos  está 
en  un  rinconcito  de  nuestra  voluntad.  De  fuera 
no  ha  de  venirnos  la  fuerza.  Para  ser  fuertes, 
como  para  ser  buenos,  como  para  ser  grandes,  no 
hay  sino  querer. 

EL  IMPULSO 

Y,  sin  embargo,  en  estos  momentos,  que  pare- 
cen para  el  resto  de  Europa  de  retroceso,  y  digo 
parecen^  porque,  aunque  al  primer  momento  la 
impresión  sea  de  lo  contrario  cada  nueva  guerra 
es  un  paso  en  el  camino  de  la  civilización,  para 


112 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


nosotros  de  compás  de  espera  (debían  serlo  de 
acopio  de  energías),  haría  falta  que  nuestra  vida 
colectiva  se  intensificase  hasta  un  grado  máximo, 
que  viviésemos  una  vida  de  esfuerzo,  de  trabajo 
y  de  sacrificio,  pero  no  individual,  sino  colectiva; 
que  nos  uniese  una  esperanza  y  un  entusiasmo, 
que  todos  trabajasen' para  la  comunidad  con  un 
mucho  de  entusiasmo  y  con  un  poco  de  abnega- 
ción; que  pensásemos  en  ser  grandes  al  través  de 
la  grandeza  de  nuestra  patria.  Así  no  diriamos 
«todos  son  tan  pobres  y  que  por  comparación  va- 
mos a  ser  ricos  nosotros»,  sino  «España  es  tan 
rica,  tan  grande,  tan  fuerte,  que  vamos  a  sei*  ri- 
cos, grandes  y  fuertes,  porque  somos  españoles» . 

Para  ello  no  precisaría  sino  un  breve  tiempo  de 
sacrificio  y  /le  abnegación;  pedir  mucho  a  nues- 
tros gobernantes;  pero  darles  mucho  y  pensar  que 
por  muy  grandes,  fuertes  y  poderosos  que  sea- 
mos, individualmente,  lo  somos  mucho  más,  si 
representamos  la  fuerza  de  todo  un  pueblo,  y 
aun  infinitamente  más  si  somos  un  pueblo  y  una 
ley. 

EL  ARTE  DE  CONDUCIR 
LAS  MUCHEDUMBRES 

Las  violentas  sacudidas  que  en  Europa  han  he- 
cho rodar  varias  Coronas  ofrecen  ancho  campo 
a  curiosas  y  entretenidas  observaciones. 

Empéñanse  muchos  en  ver  en  la  contienda  ac- 
tual, de  un  lado,  autocracias;  democracias,  de 
otro.  Pero  yo  creo  que  son  más  hondas  las  co- 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES 


113 


rrientes  y  que,  queramos  o  no,  un  profundo  cam- 
bio ha  de  tener  lugar,  en  el  sentido  de  que  cada 
hombre  ha  de  representar,  ante  todo,  «un  hom- 
bre» que,  según  su  inteligencia  y  su  esfuerzo, 
será  un  máximum  o  un  mínimum  de  valor.  Aun- 
que parezca  paradójico,  esta  guerra  ha  venido  a 
salvar  muchas  cosas,  al  parecer  antagónicas, 
pero  en  el  fondo  perfectamente  compatibles. 

Una  de  las  cosas  más  apasionantes  es  el  secre- 
to para  llevar  a  las  multitudes  en  pos  de  sí.  Has- 
ta hace  muy  poco  tiempo  dos  eran  los  métodos: 
uno,  fascinar  a  las  gentes,  cegarlas,  arrastrarlas 
teniendo  una  fe  absoluta  y  sabiendo  infundir  esta 
fe;  el  otro,  dejarse  empujar  aparentando  caminar 
delante,  aunque  éste,  como  el  excesivo  amor  de 
los  reyes,  lleva  casi  siempre  al  patíbulo  (frente  a 
las  figuras  nobles  de  D.  Alvaro  de  Luna  y  de  don 
Rodrigo  Calderón  se  alzan  las  de  la  larga  gale- 
ría de  la  Revolución  francesa  y  la  española  de 
Riego). 

En  realidad,  de  los  dos,  el  primero,  era  el  único 
admisible.  Era  precisa  una  verdadera  fuerza  hip- 
nótica, una  energía  sin  límites;  pero,  sobre  todo, 
la  fe.  Si  ésta  faltaba,  el  caudillo  estaba  irremisi- 
blemente perdido.  Por  haber  vacilado  no  llegó 
Moisés  a  la  tierra  de  promisión.  El  segundo  era 
casi  siempre  inútil,  cuando  no  contraproducente; 
Luis  XVI,  fuerte  en  Versalles,  tal  vez  hubiese 
triunfado;  camino  de  París  iba  camino  de  la  gui- 
llotina. 

Pero  la  Revolución  en  Francia  preparó  el  ad- 
venimiento de  otra  clase  de  ideas.  La  Revolución 
enseñó  que,  además  de  las  fuerzas  seculares  en 


114 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


que  creían  los  hombres,  había  otra  clase  de  fuer- 
za más  grande  y  poderosa  que  ninguna,  que  resi- 
día en  cada  indiv^iduo.  El  día  que  los  caballos  fue- 
sen conscientes  de  su  poder  no  volverían  a  dejar- 
se guiar  por  los  hombres  (aunque  la  imagen  pe- 
que de  atrevida,  es,  sin  embargo,  exacta).  Vió, 
pues,  el  pueblo  que  existía  un  poder  que  tenía  sus 
fuentes  en  la  inteligencia  y  en  la  voluntad;  al  mis- 
mo tiempo  los  excesos  revolucionarios  le  cansa- 
ron, demostrándole  que  aún  no  estaba  en  estado 
de  servirse  de  aquel  poder,  y  entonces  dejó  llegar 
el  Consulado  y  el  Imperio. 

Así  y  todo,  la  simiente  está  echada;  saber  que 
existe  una  cosa  y  dónde  está  nos  pone  a  medio 
camino  de  su  posesión;  lo  demás  es  cuestión  de 
tiempo  y  de  voluntad.  Y  poco  a  poco  el  pueblo 
preparó  el  momento  en  que,  dueño  de  sí  y  perfec- 
tamente consciente,  iba  a  saber  dónde  iba  y  lo 
que  quería.  Sin  embargo,  preparábase  un  obs- 
táculo que  quizá  malograría  el  esfuerzo:  una  me- 
socracia  ambiciosa  y  emprendedora,  aunque  ab- 
solutamente mediocre,  que,  con  todos  los  defec- 
tos del  pueblo,  se  había  también  contaminado  de 
todos  los  vicios  de  la  aristocracia,  sin  poseer  nin- 
guna de  sus  virtudes,  creía  llegada  su  hora  y  es- 
tropeaba con  sus  ambiciones  y  concupiscencias 
todos  los  impulsos  generosos  y  redentores.  ¿Cómo 
hacer?  De  una  parte,  se  había  perdido  la  fe  que 
sostenía  las  viejas  normas;  de  otra,  la  razón  no 
había  sido  sino  un  símbolo  vago  sin  realidad  aún; 
no  había  nada  que  oponerla.  Los  hombres  no  te- 
nían confianza  en  sus  guías;  pero  tampoco  sabían 
caminar  solos.  Pero  ya  ha  sonado  la  hora;  cons- 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES 


115 


cientes,  los  humanos  saben  lo  que  quieren  y 
adonde  van.  La  misión  de  los  que  han  de  guiarles 
es  más  noble  y  más  elevada  que  nunca,  porque  no 
es  el  rebaño  al  que  han  de  conducir  a  un  fin  «ig- 
norado», sino  humanas  consciencias  las  que  han 
de  regentar  hacia  un  ideal  «conocido». 


EL  MALEFICIO  DE  LA  PUERTA 
DEL  SOL 


¡Qué  cosa  más  apasionante,  más  interesante  es 
la  política  cuando  nada  esperamos  de  ella  y  nin- 
•'guna  ventaja  pretendemos  obtener!  ¡Qué  profun- 
da fuente  de  enseñanzas  encierra  si  sabemos 
mirarla  serenos,  desdeñosos  a  sus  ventajas, 
abroquelados  contra  sus  peligros!  Los  filósofos 
hablan  del  amor  mejor  que  los  poetas,  porque  los 
poetas,  por  regla  general,  hablan  para  conven- 
cer y  los  filósofos  para  analizar.  Pues  algo  seme- 
jante sucede  con  la  política:  los  que  están  en  ella, 
los  que  de  ella  todo  lo  esperan  o  todo  lo  temen, 
se  entusiasman,  se  obcecan,  se  ciegan,  y  a  fuer- 
za de  querer  que  una  cosa  sea,  llegan  a  creerse 
que  es  en  realidad.  El  espectáculo  es  para  los 
que  permanecemos  distantes,  para' los  que  nada 
deseamos  ni  esperamos,  para  los  que  con  espí- 
ritu analítico  observamos,  estudiamos,  compa- 
ramos, 

Muy  lejos  del  pensar  de  las  gentes  con  quienes 
convivimos,  sin  compartir  sus  entusiasmos  in- 
conscientes y  convencionales,  ni  menos  con  los 
odios  y  las  iras  con  que  creen  salvaguardiar  a 
lo  que  les  agrada,  con  una  errónea  interpretación 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  117 


del  instinto  de  conservación,  hemos  asistido  a  los 
acontecimientos  políticos  de  estos  últimos  tiem- 
pos, a  las  huelgas  del  1917  y,  sobre  todo,  a  la 
Asamblea  de  parlamentarios  (¿cómo  negar  que 
nuestra  simpatía  estaba  con  ellos?)  y  por  fin  a  la 
huelga  general  del  pasado  Agosto,  a  los  días  de 
la  revolución  en  Madrid  y  después  a  la  repren- 
sión del  Gobierno  conservador. 

En  todos  aquellos  lances  de  la  vida  española 
los  acontecimientos  fueron  destacando  algunas 
personalidades  que  encarnan  las  ideas  y  los  idea- 
les. Cambó,  Besteiro,  Largo  Caballero,  Anguia- 
no,  Saborit;  cada  uno  representaba  algo  frente 
a  las  viejas  políticas  que  no  representaban  nada*. 

Para  una  persona  absolutamente  imparcial  era 
indudable  que  la  huelga  no  era  la  revolución, 
^ino  un  episodio  de  la  revolución,  que  tenia  su 
cabeza  visible  en  la  Asamblea,  y  sus  manifesta- 
ciones en  todas  las  clases  que  integran  el  Esta- 
do. Claro  que  la  violencia  corría  de  parte  del 
pueblo,  pero  eso  no  quita  para  que  la  culpa  fuera 
de  todos.  Vencida  la  revolución,  restablecid  o  el 
orden,  el  Gobierno  tenía  el  deber  de  pacificar  las 
conciencias.  Los  hombres  del  Comité^  sin  más 
culpa  que  los  otros,  en  presidio,  era  un  baldón. 
Todos  pedimos,  no  un  indulto,  sino  su  amnistía. 
Esos  hombres  significaban  un  nuevo  factor  en  la 
política,  y  tenían  el  derecho  de  hacerse  oir,  de 
decirnos  cuáles  eran  las  necesidades,  los  anhe- 
los, los  deseos  y  las  esperanzas  de  la  enorme 
masa  de  opinión  que,  pese  a  quien  pese,  repre- 
sentan. 

Ahora  que  por  primera  vez  había  en  el  Con- 


118 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINKNT 


greso  español  una  minoría  socialista,  íbamos  a 
saber  por  fin  las  verdaderas  orientaciones  de  las 
falang"es  obreras.  Los  acontecimientos  pasados 
se  discutirían  de  buena  fe,  rápidamente,  y  en  se- 
guida se  iría  hacia  las  legislaciones  obreras  que 
mejorarían  la  situación  del  proletariado. 

Y  hemos  esperado  la  palabra  de  esos  hombres, 
la  hemos  esperado  con  ansia  5^  con  miedo,  con 
miedo  de  que  ellos  también  hablasen  con  los  ojos 
fijos  en  la  Puerta  del  Sol. 

Porque  el  gran  pecado,  el  mayor  de  todos,  el 
que  es  síntesis  y  compendio  de  todos  los  demás 
en  la  vida  española,  el  que  ha  inutilizado  todo  ge- 
neroso esfuerzo,  todo  ideal  noble,  toda  iniciativa, 
ha  sido  luchar  con  los  ojos  puestos  en  la  Puerta 
del  Sol.  La  Puerta  del  Sol  es  la  gran  desgracia 
de  nuestra  Patria,  es  el  gusano  que  corroe  las 
energías,  la  mosca  venenosa  que  produce  el  sue- 
ño, el  tónico  que  amodorra;  la  Puerta  del  Sol  es 
la  escuela  de  la  vagancia,  la  cátedra  de  la  pere- 
za, el  jardín  del  olvido.  Y  aquí  pintores,  esculto- 
res, periodistas,  políticos,  viven  con  los  ojos 
puestos  en  la  gran  plaza  madrileña,  se  hacen  ífi 
ilusión  de  que,  triunfantes  allí,  han  triunfado  en 
toda  España,  en  el  mundo  entero,  que  han  venci- 
do al  tiempo  y  al  espacio.  Y  la  Puerta  del  Sol  no 
es  nada  más  que  una  plazuela  de  villorrio,  un  co- 
cherón  de  tranvías,  ^a  Puerta  del  Sol  es  lo  más 
malsano,  deprimente  e  inutilizador  que  existe. 
Gracias  a  ella  nadie  intenta  traer  al  arte,  a  la 
ciencia,  a  la  política,  una  idea  nueva;  gracias  a 
ella  las  gentes  llegan  a  creer  que  como  ellos  no 
ven  otra  cosa,  no  existe  nada  más. 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  119 


■|  Los  políticos  españoles,  desde  que  hace  ya  mu- 
W^cho,  mucho  tiempo,  se  inició  el  desastre,  han  vi- 
vido como  si  ignorasen  el  resto  del  mundo.  Los 
guerreros,  los  viejos  generales  de  la  asonada 
creían  que  con  ser  héroes  en  la  Puerta  del  Sol  lo 
eran  ya  en  el  mundo  entero,  y  que  el  día  que  los 
¡  ,  revoltosos  les  mataban  un  caballo  en  la  gran  pla- 
'  za,  en  París,  en  Londres  y  en  Nueva  York  se 
asombraban  las  gentes.  E  igual  sucedía  con  los 
políticos,  los  artistas  y  los  técnicos.  En  la  Puer- 
ta del  Sol  incubóse  el  desastre  que  hundió  la  es- 
cuadra en  Cavite;  en  el  cocherón  fué  donde  se 
hincharon  los  necios  tópicos  de  nuestra  invulne- 
rabilidad,  cuando  todo  era  un  solo  y  enorme  ta- 
lón de  Aquiles;  allí  se  cultivaron  las  necias  men- 
tiras que  arruinaron  y  desprestigiaron  a  España. 

No,  y  mil  veces  no.  Hay  que  olvidar  la  Puerta 
del  Sol  y  que  vivir  con  el  pensamiento  puesto  en 
Europa,  en  el  mundo  entero;  es  preciso  no  aislar- 
se espiritualmente  de  los  otros.  Y  no  quiero  ha- 
blar con  esto  de  alianzas;  las  alianzas  no  son  una 
cosa  voluntaria  por  completo,  sólo  sirven  para 
plasmar  las  ideas  latentes  en  el  alma  de  los  pue- 
blos. 

Es  preciso  que  esos  hombres  que  están  ahí,  en 
representación  del  pueblo,  encarnen  bien  sus 
anhelos  y,  ahora  que  el  mundo  está  en  plena  re- 
novación, traigan  aquí  las  últimas  y  mejores  le- 
gislaciones de  trabajo,  y  por  medio  de  ideas  úti- 
les nos  incorporen  al  movimiento  mundial, 


VERDAD,  LIBERTAD,  SERENIDAD. 


LA  VERDAD 

Como  en  la  vida  de  los  individuos  hay  en  la 
vida  de  los  pueblos  momentos  en  que  sólo  la  ver- 
dad puede  salvar.  Son  cuando,  por  causa  de  una 
g'ran  sacudida  moral  o  material,  üna  gran  amar- 
gura o  una  í>Tan  vergüenza,  han  hecho  bancarro- 
ta las  ideas  convencionales,  las  mentiras  bellas  y 
los  falsos  oropeles. 

Despiertos  por  el  dolor,  los  pueblos,  antes  de 
arrojarse  hacia  lo  desconocido,  se  detienen  y  pi- 
den la  verdad.  Y  si  se  sabe  darles  esa  verdad;  si 
todos  aceptan  su  parte  de  sacrificio;  si  en  vez  de 
pintar,  ante  los  ojos  dilatados  de  angustia,  un 
mentido  paraíso  se  tiene  la  fuerza  de  espíritu  de 
valerosamente  aceptar  el  panorama  árido  y  yer- 
mo, pero  también  con  serena  energía  la  de  mos- 
trar el  ánimo  de  redención,  entonces  el  pueblo 
confortado  sabe  resignarse  a  su  cruz  y  seguir 
andando  animosamente. 

El  mundo  era  inmenso;  algunos  hombres  tenían 
todos  los  resortes  del  poder  en  su  mano;  y,  sin 
embargo,  la  verd^id  se  abrió  paso;  ¿qué  mucho 
que  ahora  que  el  mundo  es  muy  pequeño  resplan- 
dezca siempre? 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES 


121 


EL  FUEGO 

Desgarrada  Europa  por  cruentas  luchas,  la 
frialdad  de  España,  su  inconsciencia  y  su  frivolo 
regocijo  podrían  compararse  al  de  un  hombre  que, 
habitando  una  casita  rodeada  de  palacios,  al  ver- 
los arder  se  encogiese  de  hombros  murmurando: 
«¡Bah,  cuando  todos  se  hayan  quemado,  mi  casa 
será  la  mejor!»  ¡No!  Es  preciso  primero  precaver- 
se contra  el  fuego  y  luego  pensar  que  los  otros, 
en  las  horas  de  lucha  cruel,  habrán  acumulado 
enormes  energías  y  que,  una  vez  pasadas  las  ho- 
ras de  desesperación,  esas  energías  las  emplea- 
rán en  reconstruir,  evitando  todos  los  defectos 
que  ocasionaron  el  anterior  incendio. 

Limitada  la  intervención  española,  por  cobar- 
día de  unos,  por  pusilanimidad  de  otros,  en  el  ac- 
tual conflicto  a  una  misión  de  caridad,  banal  y 
huera,  todas  nuestras  energías  debieron  encami- 
narse a  construir. 

LA  UNIÓN 

Pero  claro  que  esta  unión  no  podía  ser  un  sacri- 
ficio generoso  de  criterios,  de  ambiciones  y  de 
realidades,  en  aras  de  la  cuquería  de  los  gober- 
nantes, que  parodiaban  el  utilitarismo  del  rei- 
nado de  Luis  Felipe. 

Hubiese  sido  preciso  que  hombres  que  repre- 
sentasen opuestas  y  aun  antagónicas  ideas,  que 
hombres  que  encarnasen  la  voluntad  de  grandes 
núcleos  de  opinión  se  hubiesen  unido  en  generoso 


122 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


sacrificio  haciendo  el  holocausto  de  sus  bienes  a 
un  supremo  bien  nacional.  En  vez  de  eso,  mien- 
tras las  masas  se  entregaban  a  filias  y  fobias,  no 
desde  el  punto  de  vista  español,  sino  por  román- 
tico impulso,  los  gobernantes  se  limitaban  a  «no 
hacer>.  Porque  el  gran  secreto  de  la  política  es- 
pañola es,  en  vez  de  hacer^  evitar  que  deshagan 
los  demás...  Dejar  que  corra  el  tiempo,  que  el 
tiempo  sea  el  punto  de  apoyo... 

LA  PALANCA 

Y  el  punto  de  apoyo  ha  faltado  a  la  palanca  con 
que  los  gobernantes  habrían  de  mover  (muy  des- 
pacio, muy  despacio)  a  España.  En  la  vertigino- 
sa fiebre  de  acontecimientos  falta  tiempo,  hay 
que  improvisarlo  todo,  que  crearlo  todo... 

La  verdadera  preparación  que  requiere  el  sa- 
crificio de  una  generación  entera  es  imposible  ya. 
No  se  puede  esperar  a  que  los  niños  de  hoy  sean 
los  hombres  de  mañana,  sino  que  han  de  ser  hom- 
bres y  niños  a  un  tiempo.  Es  preciso  que  mien- 
tras crean  y  trabajan  se  hagan  una  educación  cí- 
vica, que  lleguen  no  al  conocimiento,  sino  «al  ple- 
no dominio»  de  sus  derechos  y  deberes. 

Aunque  se  crea  lo  contrario,  toda  la  prepara- 
ción filosófica  y  política  de  la  juventud,  desde  el 
98  aquí,  ha  dado  fruto  y  existe  una  ideología  com- 
pleta que  puede  servir  de  base  a  la  renovación, 
tanto  más  cuanto  que  excluye  la  violencia. 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  123 


LA  DEMOCRACIA 

Leyendo  estos  días  atrás  un,  libro  interesantísi- 
mo de  A.  Croíset,  «Les  democraties  antiques», 
pensaba,  al  hallarme  con  las  páginas  en  que  tra- 
ta de  Grecia,  en  la  maravilla  de  aquella  serena 
vida.  Porque,  por  regla  general,  aquí  se  confun- 
de democracia  con  demagogia  (buena  prueba  es 
la  Adolenta  oposición  que  halló  Canalejas).  Para 
la  mayoría  de  los  españoles  acomodados  los  de- 
mócratas son  los  «sans  culotte»^  y  la  democracia 
no  es  ni  puede  ser  eso.  La  democracia  es  la  edu- 
cación ciudadana,  es  el  hombre  dueño  de  sus  de- 
rechos, buscando  su  bienestar  en  el  bienestar  ge- 
neral; no  atrepellando  a  los  otros,  pero  no  deján- 
dose atropellar,  pregonando  su  derecho  a  la  vida 
en  razón  directa  de  su  esfuerzo  y  de  su  intención 

EL  DESARME 

Entre  las  ideas  utópicas  que  acompañan  a  la  de 
la  paz  futura  está  la  del  desarme. 

El  desarme  es  hoy  por  hoy  un  sueño  irrealizable. 
En  Atenas  (y  fatalmente  vuelvo  y  volveré  aún  a 
citar  a  Grecia,  modelo  de  democracias),  existió  el 
ejército:  en  la  paz,  con  funciones  de  policía;  en  la 
guerra,  para  la  defensa  del  territorio.  Todos  fue- 
ron soldados  y  soldados  deben  ser  todos. 

El  ejército,  adecuado  a  las  necesidades  del  país, 
tiene  que  ser  respetado,  considerado  y  disciplina- 
do. Una  fuerza  encargada  de  guardar  todas  las 
demás  fuerzas  de  la  nación.  Un  gobierno  real- 
mente fuerte,  ante  un  movimiento  de  opinión  mi- 


124 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


litai%  debe  examinarlo  serenamente;  si  es  justo ,  re- 
conocerlo con  nobleza  a  la  luz  del  sol;^si  no  lo  es, 
rechazarlo.  Pero  unas  cuantas  reformas  incom- 
pletas sin  plan  ni  norma,  unos  cuantos  millones 
tirados,  no.  El  «¿están  contentos  los  Conchas?», 
pasó  ya;  los  militares  no  quieren  eso. 

LA  AGRICULTURA 

El  secreto  de  la  riqueza  de  un  pueblo  está  en 
que  se  baste  a  sí  mismo  y  que  sea  necesario  a  los 
demás.  Nuestra  Península  es  esencialmente  agrí- 
cola; tiene,  pues,  el  primer  elemento.  Casi  todo  lo 
que  es  necesario  para  la  vida  nacional  lo  hay 
aquí;  lo  que  no  existe  puede  hacerse  que  exista; 
¿por  qué,  pues,  la  penuria?  ¿Los  acaparadores? 
¿Los  neg"ociantes?  Tampoco  ellos  son  sino  una  cir- 
cunstancia. 

El  todo  es  la  falta  de  unidad  en  el  esfuerzo,  la 
falta  de  compenetración  entre  los  directores  y  los 
dirig"idos.  El  dinero  se  gasta  sin  plan  ni  orden; 
cuando  una  cosa  se  comienza,  la  otra  se  ha  inuti- 
lizado ya. 


/ 


MIENTRAS  CORRE  EL  PACTOLO 


No  solamente  una  humana  filosofía  levemente 
irónica,  sino  también  una  profunda  ciencia  de 
gobernar  pueblos  escóndese  bajo  el  aparente  can- 
dor de  los  cuentos  infantiles.  Más,  mucho  más 
arte  de  buen  g"obierno  hay  en  cualquier  cuento  de 
Anderson  o  de  Perrault— y  no  quiero  hablar  de 
los  cuentos  orientales  que  son  fuente  u  origen  de 
todas  las  demostraciones  en  esos  sutiles  tratados 
denominados  «de  política». 

Cuando  oigáis  decir  que  un  político  es  «ma- 
quiavélico», desconfiad  y  pensad  en  seguida  que 
es  «un  pobre  hombre».  Decirse  maquiavélico, 
partidario  de  la  amoralidad  y  la  astucia,  es  aten- 
tar contra  la  astucia  misma.  Hay  además,  en  po- 
lítica, un  principio  que  sus  hombres  olvidan  fá- 
cilmente, y  es  que  desde  el  momento  en  que  un 
político  ha  encontrado  su  «adjetivo»  es  hombre 
muerto.  El  «ilustre  hacendista»,  el  «brillante  ora- 
dor», el  «culto  ex  ministro»...  ¡Patapuf!  ¡Se  aca- 
bó!... La  política  es  el  arte  de  ir  aplicando  y  des- 
envolviendo la  teoría  al  unísono  de  la  vida  de  un 
pueblo.  Y  así,  hombres  que  se  cristalizan  al  cabo 
de  un  poco  de  tiempo,  no  es  sino  un  estorbo. 


126 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


Pues  bueno:  todo  esto  viene  a  que  voy  a  contar 
un  cuento  y  a  aplicarlo  a  la  vida  española. 

Erase  una  vez  un  matrimonio  pobre  y  no  resig- 
nado con  su  suerte.  Incapaces  marido  y  mujer  de 
salir  al  encuentro  de  la  suerte,  lamentábanse 
perpetuamente  de  que  la  suerte  no  viniese  al 
suyo.  En  las  largas  veladas  invernales,  junto  a 
la  lumbre,  ni  muy  espléndida  ni  muy  sostenida, 
alternaban  la  inútil  y  nociva  tarea  de  hacer  cas- 
tillos en  el  aire  con  las  monótonas  jeremiadas. 
¡Qué  feliz  era  el  vecino,  a  quien  había  caído  una 
herencia  como  llovida  del  cielo!  ¡Qué  dichosa  la 
mujer  del  tendero,  a  quien  tocara  la  lotería!...  Y 
así  las  horas  y  las  horas... 

Un  día...  Había  hecho  un  frío  muy  intenso;  ne- 
vaba; el  huracán  soplaba  en  la  chimenea,  y  fuera 
aullaban  los  lobos,  a  quienes  el  hambre  ahuyen- 
taba de  la  montaña.  Por  variar,  el  matrimonio 
hablaba  del  eterno  tema:  ¡Si  yo  pudiese  salir  de 
esta  miseria!— gemía  el  marido.— ¡Si  me  fuese 
dado  elegir  tres  cosas!— suspiraba  la  mujer. 

De  improviso  sonó  un  chasquido,  y  ante  sus 
asombrados  ojos  apareció  un  hada  o  dama  bien- 
hechora—algunos pretenden  que  una  salaman- 
dra—que se  encaró  con  ellos. 

—He  escuchado  vuestros  ruegos,  y  vengo  a  fa- 
voreceros. Podéis  elegir  tres  cosas.  Las  tres  pri- 
meras que  solicitéis  os  serán  concedidas. 

Y  tras  tan  gratas  y  prometedoras  palabras,  se 
fundió  en  la  llama,  pues  sabido  es  que  las  sala- 
mandras son  los  espíritus  del  fuego. 

Perplejos,  patitiesos  y  boquiabiertos  quedáron- 
se los  cónyuges  ante  tan  peregrino  y  desusado 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  l27 


lance,  y  acto  continuo  pusiéronse  a  discutir  qué 
requerirían  de  la  generosidad  de  aquella  buena 
(de  buenísima  parecía  poder  calificársele,  aunque 
por  los  acontecimientos  sobrevenidos  luego  vió- 
se  que  era  más  sabia  que  la  mismísima  Viviana, 
que  de  Merlín  recibiera  su  ciencia)  señora.  Tres 
cosas  podían  solicitar,  y  resultaba  ahora  que, 
bien  mirado,  había  seis  apetecibles:  riqueza,  po- 
der, salud,  honores,  belleza  y  juventud. 

Así,  mientras  la  mujer  aferrábase  a  la  fortuna, 
la  belleza  y  los  honores,  el  marido  pensaba  en  la 
salud  y  el  poder,  como  en  cosas  harto  apetitosas. 

—La  riqueza— decía  ella— nos  ti*aerá  todo  lo 
demás. 

— Sí,  sí— objetaba  él~.  Y  te  da  una  parálisis  o 
un  reuma  crónico,  y  no  te  puedes  mover. 

En  tan  transcendental  polémica  corría  el  tiem- 
po que  era  un  gusto,  y  llegó  un  momento  en  que, 
pese  a  su  ensimismamiento,  sintieron  hambre. 
El  primero  en  experimentar  sus  molestias  fué  el 
marido,  que,  sin  pensar  en  el  alcance  de  lo  que 
iba  a  decir,  suspiró: 

—  ¡Quisiera  tener  aquí  una  morcilla  bien 
asada!... 

Y  dicho  y  hecho:  ante  ellos  surgió  una  fuente 
de  plata  en  que  dormía  el  suculento  comestible. 

—  ¡Burro!,  ¡animalote!,  ¡idiota! — apostrofó  la 
mujer,  llena  de  ira — .  ¡Pero  no  ves  lo  que  has  he- 
cho! Has  desperdiciado  uno  de  los  dones  del  hada. 
¡Merecías  que  te  saliese  en  la  nariz!  ¡Ojalá  fuese 
así! 

Igual  que  el  anterior  deseo,  sucedió  con  éste,  y 
el  apéndice  nasal  del  infortunado  enriquecióse 


128 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


I 


del  más  raro  adorno  que  viesen  jamás  ojos  mor- 
tales. 

Y  no  quedó  nada  que  hacer,  sino  pedir  a  la  ma- 
drina que  retirase  aquel  motivo  decorativo,  que  al 
mismísimo  rey  de  las  islas  Sandwich  parecería 
excesivo.  Fué  inútil  que  la  mujer  deseara  rique- 
zas y  ofreciérale  los  más  costosos  y  abigarrados 
ringorrangos  para  ocultar  aquello;  el  marido  ne- 
góse tenaz. 

Así,  después  de  pasar  la  fortuna  por  su  mano, 
quedáronse  igual  qtie  antes. 

Pues  bien:  con  España  no  debe  suceder  una  cosa 
así;  es  preciso  que  eí  Pactólo  que  corre  por  ella 
ahora  haga  algo  más  que  «pasar»:  que  cree  y 
fecunde. 

Viajando  estos  días  por  el  norte  de  la  Penínsu- 
la he  observado  cosas  harto  curiosas.  Llegaba  a 
un  pueblo  y  veía  campos  resecos  y  desolados. 
Condolido  interrogaba,  y  la  respuesta  era  poco 
más  o  menos  la  misma: 

—  La  cosecha  se  ha  perdido,  pero,  ¡bah!,  hay 
mucho  dinero  ahora  por  aquí. 

No  basta;  es  necesario,  imprescindible,  que  ese 
dinero  no  esté  aquí  como  en  una  cuenta  corrien- 
te, sino  que  «produzca»,  que  haga  nacer  indus- 
trias, crearse  fábricas,  granjas  modelos,  ferroca- 
rriles, bancos. 

Mucho  antes  de  que  los  Estados  Unidos  entra- 
sen en  la  contienda  mundial,  pedía  yo  en  La  Se- 
mana estrechas  alianzas  políticas  y  comerciales 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  129 


con  ellos,  porque  les  creía  admirables  maestros 
en  el  arte  de  crear  riqueza. 

Para  España,  desgraciadamente,  lo  que  suceda 
durante  la  guerra  no  tiene  más  que  un  interés  que 
va  «postguerra».  El  día  que  todo  acabe  es  nues- 
tro deber  ser  ricos,  pero  no  a  la  manera  de  los  hi- 
dalgos clásicos  que,  mirando  a  mengua  el  contar, 
tiraban  el  dinero  hoy,  para  espolvorearse  la  bar- 
ba con  migas  y  parecer  ahitos  mañana,  sino  como 
el  comerciante  que  sabe  hacer  que  su  dinero  fruc- 
tifique y  se  multiplique. 

No  en  comprar  más  panes  y  más  peces,  sino  en 
el  bíblico  milagro  de  los  panes  y  los  peces  está  el 
secreto  de  la  fortuna  de  los  pueblos. 


9 


PLANTEAMIENTO  DE  PROBLEMAS 


EN  BUSCA  DE  LA  SE- 
RENIDAD NECESARIA 

En  vez  de  ocuparse  de  política  menuda,  de  am- 
biciones particulares  y  de  personalismos,  dicen 
las  gentes,  precísase  que  los  hombres  políticos 
planteen  los  grandes  problemas  de  la  vida  nacio- 
nal y  los  resuelvan  en  una  noble  emulación  de  ab- 
negaciones. ¡Admirable!  Pero...  ¿cómo? 

El  primero  y  principal  defecto  de  nuestra  polí- 
tica es  que  hay  un  gran  problema  planteado  hace 
mucho  tiempo  y  que  no  acaba  de  resolverse  nun- 
ca. El  ideal  sería  que  se  resolviese  pacíficamente, 
sin  necesidad  de  las  sacudidas  y  violencias  de 
una  revolución;  mas  parece  ley  fatal  que  no  se 
vaya  a  las  cosas  hasta  que  sea  inútil  ya  ir  a  ellas, 
como  no  fué  en  Francia  la  Corte  de  Versalles  a 
París  hasta  que  tuvo  que  hacer  el  viaje  entre  pi- 
cas, ni  se  concedió  la  autonomía  a  nuestras  colo- 
nias hasta  que  estaban  perdidas. 

Ese  problema,  resuelto  en  el  fondo  en  todos  los 
países  antes  de  la  guerra,  en  ella  han  encontrado 
su  resolución  oficial,  digámoslo  así,  y  es  la  mag- 
na lucha  entre  las  ideas  liberales  y  las  conserva- 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  131 


doras,  y  el  triunfo  y  completo  predominio  de  las 
primeras  sobre  las  últimas. 

El  mundo  entero  ha  caído  del  lado  de  la  liber- 
tad. Habían  de  ganar  en  absoluto,  completa,  ro- 
tundamente la  guerra  los  centrales  3^  pese  a  todo, 
la  «Libertad»  (así,  con  mayúscula)  quedaría  ven- 
cedora. Ni  Alemania,  ni  iVustria,  ni  claro  es  que 
muchísimo  menos  Rusia,  sucediese  lo  que  suce- 
diese, volverían  a  ser  lo  que  fueron.  No  en  balde 
•las  multitudes  aprenden  e1  valor  de  su  poder;  una 
vez  api-endido,  ni  retroceden  ya  ni  renuncian  a  él. 
Podráse,  en  un  momento  dado,  oprimírseles  con 
soldados  y  cañones,  pero  pronto  volverán  a  sa- 
cudir el  yugo. 

Y  aqui  en  España  sucede  al  revés;  no  sé  qué 
maleficio  hay  en  los  salones  de  la  Presidencia  del 
Consejo;  no  sé  qué  veneno  infiltrador  llevan  las 
ca,sacas  ministeriales,  que,  al  poco  tiempo  de  ser 
ministro  un  hombre  político,  conviértese  en  atroz- 
mente conservador,  conservador  agresivo,  vio- 
lento, casi  casi  doblado  de  inquisidor. 

¿Por  qué  no  ha  de  ser  la  Monarquía  española 
moderna  y  liberal  como  es  la  italiana,  pongamos 
por  modelo?  ¿Por  qué,  en  evitación  de  los  grandes 
males  que  producen  los  sacudimientos  sociales, 
no  se  ha  de  ir  francamente,  claramente,  lealmen- 
te,  hacia  la  Libertad? 

¡Pero  si  el  mismo  Sr.  Maura,  su  talento,  con 
su  voluntad  formidable,  con  su  rectitud  indiscuti- 
ble, es  de  abolengo  netamente  liberal!  ¡Si  podría 
ser  el  gran  definidor,  desde  cualquier  alto  lugar, 
dejando  la  aplicación  a  los  otros,  puesto  que  en 
él  hay  escrúpulos  casi  de  místico! 


132 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


Cuando  el  Sr.  Rodés  fué  ministro,  las  gentes  y 
los  órganos  de  opinión  por  ellas  clamaban  con 
alegría  un  poco  pueril:  «¡Un  republicano  ministro 
del  rey!»  Y  yo  pensaba  que  hubiese  sido  gran 
cosa  si  llegase  a  ministro  para,  pensando  en  la 
circuustancialidad  de  las  formas  de  gobierno,  des- 
arrollar con  la  Monarquía  su  programa  republi- 
cano; pero  no  para  dejárselo  a  las  puertas  de  la 
cámara  regia  a  cambio  de  que  unas  damas  aris- 
tocráticas le  saludasen  en  el  Tiro  de  Pichón  con 
la  misma  sonrisa  con  que  saludarían  al  diablo  al 
encontrarlo  en  la  sala  del  «troneto»  del  Vaticanr.. 

Decía  el  Sr.  Alba  en  su  discurso  que  los  ojos  y 
el  corazón  se  le  iban  tras  de  las  izquierdas  el  día 
de  la  retirada.  Y  ¿por  qué  no  les  hizo  caso?  ¿Qué 
veneno  le  habían  dado  para,  en  vez  de  optar  en 
estos  momentos  decisivos  por  las  claras  orienta- 
ciones liberales  e  impulsar  a  ellas  la  política  es- 
pañola, dejar  que  se  orientase  en  sentido  mucho 
más  que  conservador,  pues  está  imbuido  de  un 
conservadorismo  tanto  peor  cuanto  que  se  abro- 
quela en  moldes  liberales? 

El  problema  del  liberalismo  es  el  primero  a  re- 
solver; después  de  él  surgen  otros  no  menos  gra- 
ves y  transcendentales,  de  que  depende  todo  el 
futuro  de  España. 

EL  NACIONALISMO  CATALÁN 

Es  inadmisible  la  cobardía  de  escamotear  a  la 
opinión  uno  de  los  más  graves  y  transcendentales 
problemas  presentes:  el  del  nacionalismo  catalán. 
Por  el  contrario,  es  preciso  abordarlo  claramen- 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  133 


te,  noblemente,  serenamente.  No  puede  admitirse 
que  suceda  como  sucedió  en  otros  casos,  donde 
todos  los  días  se  anunciaba  que  el  enfermo  seguía 
sin  novedad,  hasta  que  un  día  ¡se  anunciaba  que 
se  había  muerto...! 

Cualquiera  que  sepa  pensar  un  poco^  al  leer 
todo  lo  que  en  Europa  está  sucediendo,  pero  más 
aún  la  respuesta  del  presidente  Wilson  a  Austria, 
comprendería  inmediatamente  que  había  de  re- 
crudecerse la  cuestión  catalana. 

Claro  es  también,  para  cualquiera  que  posea 
claridad  de  juicio,  que  esa  división  del  viejo  con- 
tinente en  minúsculos  Estados  es  cosa  incidental, 
interina,  sólo  viable  en  tanto  se  vuelvan  a  unir  los 
pueblos  con  lazos  más  justos  y  equitativos,  o  sea 
«se  asocien»,  en  vez  de  estar  dominados  unos  por 
otros.  Y  cualquiera,  ante  la  geografía  europea, 
comprenderá  que  Cataluña  es  España.  Pero  Ca- 
taluña tiene  derecho  a  que  se  le  oiga  y  se  le  escu- 
che, a  que  se  haga  justicia  con  ella,  a  tener  (igual 
que  deben  tener  Vizcaya  y  Navarra  y  Asturias...) 
voz  y  voto  para  que  no  se  la  co.nduzca  por  derro- 
terros  que  no  quieren  ir.  Y  esto  es  lo  que  el  go- 
bierno o  gobiernos  que  vengan  tienen  el  deber 
de  hacer  lealmente  y  serenamente. 

LA  EMIGRACIÓN  DE  LA 
VIDA  HACIA  EL  NORTE 

Aún  hay  más;  con  mirar  un  mapa  del  mundo  se 
oteará  un  nuevo  peligro  en  el  horizonte.  Fuera  de 
las  ideas  existen  causas  materiales  que  influyen 
decisivamente  en  la  marcha  de  las  luchas  huma- 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


ñas;  durante  mucho  tiempo,  razones  climatológ"i- 
cas  mantuvieron  a  la  humanidad  en  determina- 
das latitudes;  pero  según  la  civilización  facilitó  la 
vida  suprimiendo  obstáculos,  la  vida  comenzó  a 
remontar  hacia  el  Norte,  precisamente  porque, 
borrados  los  inconvenientes,  quedaban  las  ven- 
tajas, de  la  cual  la  principal  era  que  la  misma 
clara  dureza  del  clima  contribuía  a  la  fortaleza 
espiritual,  al  desenv^olvimiento  de  la  energía.  Pues 
bien;  ganada  esta  guerra  por  los  Estados  Unidos, 
siendo  Inglaterra  después  la  que  menos  daño  haya 
sufrido,  y  siendo  las  rutas  del  Norte  las  más  bre- 
ves, es  probable  que  intensifiquen  la  vida  allí  mien- 
tras se  aduerme  en  complicidad  con  la  natural  pe- 
reza en  el  Sur. 

Piénsese  salir  al  encuentro  de  esto;  los  latinos 
no  pueden  contentarse  con  el  romántico  galar- 
dón; han  de  revivir  en  la  futura  vida  de  trabajo 
y  riqueza;  pero,  sobre  todo,  nosotros,  colocados 
en  un  extremo,  o  quedaremos  borrados  o  hemos 
de  ñorecer  como  los  más,  siendo,  no  sólo  el  puente 
espiritual  para  la  América  del  Sur,  sino  la  gran 
metrópoli  comercial. 

No  existe  verdadera  riqueza  sin  competencia,  y 
así  debemos  ir  a  la  creación  de  una  vasta  zona 
comercial  iberoamericana,  oponiendo  fuerzas  a 
fuerzas,  aunque  tropecemos  con  la  desidia,  la  pe- 
reza y  la  falta  de  disciplina  de  España  y  de  las 
Repúblicas  de  origen  español,  mucho  más  que 
con  la  oposición  de  las  potencias  norteñas,  que, 
seguramente,  aun  por  propio  interés,  más  ayuda- 
rían que  estorbarían. 


il 


LAS  ESTRIDENCIAS 


En  estas  páginas  van  las 
notas  estridentes,  morales  y 
materiales;  las  que  han  dado 
los  de  arriba  y  los  de  abajo; 
van  el  odio  y  la  incompren- 
sión, el  orgullo,  que  al  ligar 
ahoga;  la  rebeldía,  que  al 
arrollar  mata. 


LA  MADRE  DE  LAS  REVOLUCIONES 


(BUCEANDO  EN  LA  HISTORIA) 

FIGURAS 

No  he  hallado  aún  ninguna  historia  de  la  Re- 
volución francesa  que  me  satisfaga  por  completo. 
Todas  las  que  he  Igído  hasta  ahora  me  han  pare- 
cido, además  de  parciales,  banales  a  más  no  po- 
der. Ninguna  ahonda;  las  hay  todavía  que  dan 
una  impresión  de  la  ideología  y  del  ambiente;  nin- 
guna bucea  en  la  psicología  de  los  personajes. 

Tres  elementos  hay  en  una  revolución:  las 
ideas,  que  es  el  principal,  las  ideas  que  contando 
con  el  punto  de  apoyo  de  la  voluntad  podrían 
considerarse  como  la  palanca  capaz  de  mover  el 
mundo;  el  ambiente,  cosa  casual  y  fortuita,  pues 
que  un  invierno  muy  crudo,  una  gran  sequía,  una 
guerra  o  una  epidemia  pueden  producir  el  males- 
tar pn.picio  (aunque  sin  otros  elementos  desgra- 
naríase  en  motines  sin  método,  sin  disciplina  y 
sin  utilidad),  y  las  figuras. 

Las  figuras  de  una  revolución  son  todo  en  ella; 
las  figuras  son  la  encarnación  de  una  idea,  el  alto 
símbolo,  la  voluntad,  consciente.  Son  de  dos  cla- 
ses: las  que  representan  las  ideas  nuevas,  las  fór- 


140 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


muías  que  van  al  asalto  y  las  que  defienden  los 
reductos.  El  triunfo.no  depende  nunca  de  la  aco- 
metividad de  las  primeras,  sino  de  la  pasibilidad, 
necedad  y  torpeza  de  las  segundas.  Dícese  vul- 
garmente que  Dios  ciega  a  quien  quiere  peder; 
no  sé,  pero  que  se  ciega  es  indudable.  Así  comete 
torpeza  sobre  torpeza,  equivocación  sobre  equi- 
vocación. 

En  la  Revolución  francesa  los  hombres  de  ella, 
enamorados  de  ideas  muy  grandes  y  muy  bellas 
y  aprovechando  las  circustancias  y  la  estupidez 
de  los  guardianes,  incapaces  de  administrar  con 
habilidad  las  aguas  para  hacerlas  fertilizadoras, 
abrieron  las  esclusas.  La  corriente  empujó,  im- 
petuosa y  ciega,  sus  barcos,  hízoles  naufragar  a 
la  mayoría,  perecer  a  casi  todos,  y  siguió  así  has- 
ta que  una  mano  férrea  cerró  otra  esclusa.  En- 
tonces el  nivel  de  las  aguas  fué  bajando  y  hallóse 
el  terreno  fertilizado. 

Veamos  alguna  de  las  figuras  de  esa  Revolu- 
ción, y  puesto  que  hemos  quedado  en  que  las  re- 
voluciones más  las  hacen  los  que  defienden  que 
los  que  atacan,  dejemos  los  héroes  del  pueblo 
sanguinarios  y  crueles,  dejemos  los  sans  culotte 
paseando  cabezas  en  la  punta  de  las  picas,  y  va- 
mos con  ellos. 

EL  REY. 

He  leído  este  verano  una  nueva  historia  de  la 
Revolución.  Es  una  historia  relamida,  gemidora, 
muy  modosa  y  propicia  a  escandalizarse,  llena  de 
una  ternura  monjil  y  afectada  por  las  víctimas . 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  141 


Hasta  ahora,  en  unas  había  yo  hallado  todo  su- 
peditado a  la  pintura  de  los  fondos — fondos  ver- 
des, jugosos  y  pastoriles  del  Trianón,  fondos 
ocres,  con  llamas  de  incendio  reflejadas  en  espe- 
jos de  cobre,  fondos  luctuosos  en  malva  y  gris 
velados  por  negros  crespones—;  en  otras  las 
ideas,  su  desarrollo  y  gestación;  en  otras,  en  ñn, 
retratos.  En  ésta  he  hallado  una  defensa  entu- 
siasta y  almibarada  de  los  caídos,  invectivas  de 
solterona  espantada  contra  los  hombres  de  la  Re- 
volución. Monseñor  Daphauloup,  en  un  prólogo 
inacabable,  dice  que  jamás  tuvo  tan  claramente 
la  visión  de  que  el  infortunado  Luis  XVI  fué  un 
santo  y  un  mártir.  La  primera  objeción  que  se  me 
ocurre  es  que  esto  no  es  cierto,  pues  si  mártir  y 
santo  hubiese  sido  estaría  canonizado  a  estas  ho- 
ras por  la  Iglesia,  que  buenas  ganas  tendría  de 
elló. 

No.  Luis  XVI  como  hombre  fué  un  infeliz  sin 
importancia:  como  rey,  una  calamidad.  Entre  su 
abulia  miedosa  y  el  orgulloso  «el  Estado  soy  yo» 
de  Luis  XIV,  o  el  egoísta  «después  de  mí  el  di- 
luvio», preferibles  eran  estos  dos,  pues  siquiera 
denotaban  voluntad  y  perspicacia. 

Luis  XVI  fué  un  pobre  hombre  sin  talento  y  sin 
resolución;  fué  un  mal  rey.  En  cuanto  a  su  pueblo 
dejó  que  lo  esquilmasen  y  lo  llevasen  hasta  el  últi- 
mo grado  de  miseria  y  de  desesperación;  conven- 
cido de  sus  derechos,  dió  lugar  a  que  todos  los  pi- 
soteasen por  miedo  a  una  algarada  callejera;  des- 
pués de  aceptar  el  sacrificio  de  sus  amigos,  aban- 
dónabales  en  la  brecha  por  un  ridículo  escrúpulo 
de  conciencia;  creyente  fervoroso,  permitió  ata- 


142 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


car  y  desterrar  su  relíg^ión,  contentándose  con 
una  devoción  fetichista,  como  si  una  piedad  de 
monjita  provinciana  bastase  al  rey  cristianísimo. 
Ni  una  sola  idea  brillante,  ni  un  gran  gesto,  ni  un 
juicio  sereno,  digno  de  pasar  a  la  Historia;  entre- 
túvose en  tiquis-miquis  de  caridad,  casera  de  me- 
nudos intereses  sentimentales,  que  no  servían 
sino  para  comprometer  a  aquellos  a  quienes  que- 
ría honrar. 

Las  jornades  de  Versalles  y  de  las  Tallerías, 
las  de  la  fuga  de  Verennes,  las  de  la  Convención 
y  las  del  Temple  fueron  un  desastre  de  vulgari- 
dad, pusilanimidad  y  torpeza. 

Ni  aun  la  serenidad  ante  la  muerte  pudo  redi- 
mirle, pues  algunas  veces,  ante  el  peligro,  los  más 
cobardes  son  héroes. 

Las  virtudes  de  un  rey,  su  manera  de  ser  ciu- 
dadano, esposo,  padre,  ami^o,  difieren  en  abso- 
luto de  las  que  corresponden  a  otro  cualquier 
hombre. 

LA  REINA 

No  creo  en  los  vicios  y  pecados  de  Marie  Anto- 
ntette,  no  creo  en  las  infamias  que  el  pueblo  atri- 
buyó a  la  austriaca^  pero  no  creo  tampoco  en  las 
virtudes  excelsas  de  la  reina  de  Francia.  La  en- 
cuentro orgullosa,  fría  y  dura. 

El  dolor  es  la  gran  escuela  y  la  lanceta  que 
hace  la  disección  de  los  corazones.  Paso  a  paso 
he  seguido  su  vida.  En  la  prosperidad  fué  altiva, 
incomprensiva  y  banal.  Sus  amigas  mismas,  la 
Lamballe,  tan  gentil  y  tan  vacua^  y  la  Polignac, 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  143 


más  resuelta,  nos  dicen  de  su  nivel  moral.  En  su 
calvario  le  faltó  impulso  de  generosidad  y  nobleza 
de  resignación.  Limitóse  apostrofar,  quejarse  y 
protestar,  siempre  desde  lo  alto,  igual  en  el  trono 
que  en  la  guillotina,  sin  humanizarse  nunca,  sin 
abandonar  la  mueca  de  desdén  glacial,  y  al  mis- 
mo tiempo  sin  tener  la  medida  del  gesto  regio. 
Estuvo  a  punto  de  abandonar  al  rey  a  su  suerte, 
y  siempffe  aceptó  los  sacrificios  como  algo  a  que 
tenía  derecho.  Fué  inconsciente,  altiva  y  fría. 

EL  DELFÍN 

No  sé,  fuera  de  la  ternura  que  cualquier  niño 
doliente  inspira,  dónde  han  hallado  los  escritores 
esa  inextinguible  fuente  de  ternura  para  el  Del- 
fín, Yo,  por  mí,  sé  asegurar  que  he  leído  su  his- 
toria muchas  veces  con  verdadero  afán  de  ver 
destacarse  el  alma  de  selección,  precoz  y  noble  de 
Luis  XVII,  y  no  lo  he  podido  lograr. 

Fueron  brutales,  inicuos,  crueles  con  él;  pero  a 
mí ,  en  esa  horrenda  prueba  a  que  le  sometió  el 
destino,  se  me  aparece  como  un  niño  despótico, 
rabioso,  enfermizo,  lleno  de  taras,  decidido  a  no 
ceder,  a  ser  mudo,  hostil,  inerte,  y  en  su  ternura 
no  veo  sino  esa  ternura,  por  el  mimo,  de  todos 
los  niños  enfermizos. 

HADAME  ROYAL 

La  hija  de  Luis  XVI  es  la  más  antipática  de 
esas  figuras.  El  cautiverio  no  pareció  dolerle  mu- 
cho; la  muerte  de  sus  padres  y  el  martirio  de  su 
hermano  la  dejaron  serena.  Para  aquellos  admi- 


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ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


rabies  servidores  que  les  daban  la  vida  en  holo- 
causto, que  por  ellos  se  jugaban  la  libertad,  la 
paz  y  hasta  la  cabeza,  no  tuvo  sino  una  condes- 
cendencia desdeñosa;  por  los  amigos  que  emplea- 
ban su  energía  y  su  astucia  en  endulzar  su  cauti- 
verio, para  los  amigos  que  en  las  horas  atroces 
de  la  revolución  les  fueron  fieles,  una  atención 
formulista  de  princesa,  como  si  fuera  ella  la  que 
habría  de  consolarles.  Coronó  su  drama  aceptan- 
do cobardemente  de  la  revolución,  que  mató  a  los 
suyos,  un  trousseaux,  y  luego,  y  en  salvo,  devol- 
viéndolo. 
El  dolor  no  le  enseñó  nada . 

MADAME  ELISABET 

Pero  en  el  cuadro  de  familia  hay  una  gran  figu- 
ra: madame  Elisabet. 

La  tía  del  rey  supo  ser  princesa  y  supo  ser  san- 
ta. Con  abnegación  siguió  la  suerte  de  los  suyos; 
con  fe  y  amor  les  alentó;  con  resignación  aceptó 
su  cfuz;  sin  abdicar  ni  un  momento  de  su  digni- 
dad supo  morir.  Fué  una  niujer  admirable. 


ATENTADOS  POLITICOS 


CANOVAS-CANALEJAS,  EL  31  DE  MAYO, 
BARCELONA. 

LA  VIOLENCIA  COMO  ARMA  Y  COMO  ESCO- 
LLO EN  EL  LIBRE  DESENVOLVIMIENTO 
DE  LA  VIDA  ACTUAL  DE  LOS  PUEBLOS. 

Cuando  un  hombre  ha  sido  obstáculo  para  lo 
que  una  parte  de  la  opinión  española  concep- 
tuaba justo,  no  se  le  ha  opuesto  una  idea  ante  la 
que  tuviese  que  darse  por  vencido,  sino  que  se  ha 
encomendado  a  la  violencia  su  eliminación. 

Los  atentados  criminales,  en  la  marcha  políti- 
ca de  los  pueblos,  han  existido  siempre  y,  sin  em- 
bargo, son  una  cosa  esencialmente  moderna. 
Como  la  práctica  no  es  sino  la  adaptación  de  la 
teoría  a  la  realidad,  estudiemos  la  teoría.  La  his- 
toria se  repite  y  los  hechos  al  través  de  los  siglos 
tienen  una  extraña  semejanza  para  los  observa- 
dores superficiales.  Y  digo  para  los  observadores 
superficiales,  porque  si  penetramos  en  la  verdade- 
ra entraña  de  las  cosas,  veremos  qué  inmenso 
abismo  separa  unos  de  otros  y  cuán  diversas  co- 
rrientes de  ideas  y  sentimientos  produce  y,  aun 
cuando  sea  un  drama  que  cueste  la  vida  a  un 

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ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


hombre  o  una  hecatombe  que  acabe  con  una  mul- 
titud, tiene  ante  la  Historia  más  importancia  que 
la  de  la  transformación  que  en  el  orden  de  ideas 
y  con  él  en  la  dirección  de  la  Humanidad  produ- 
ce. Es  como  un  bloque  de  piedra  que  se  desploma 
en  un  río:  sólo  puede  tenerse  en  cuenta  cuando 
obstruye  el  cauce,  traza  un  camino  o  desvía  la 
corriente. 

Los  hombres  han  encarnado  siempre  las  ideas 
y  he  ahí  justamente  su  fuerza;  pero  la  diferencia 
es  que  antes  las  encarnaban  inconscientemente  y 
ahora  tienen  conciencia  de  ello. 

Desde  César  aquí,  los  crímenes  políticos  (salvo 
cuestiones  de  detalle,  como  armas,  facilidad,  im- 
punidad, etc.),  no  han  variado  gran  cosa,  pero  en 
cambio  su  transcendencia  social  es  inmensamente 
mayor,  hasta  el  punto  que  para  la  marcha  de  una 
nación  reviste  mayor  importancia  hoy  día  el  ase- 
sinato de  un  jefe  político,  que  pudo  revestir  en  la 
antigüedad  el  de  un  emperador,  dueño  de  los  des- 
tinos del  mundo. 

Los  hombres  son  hoy  día  más  y  menos  repre- 
sentativos a  la  vez.  Voy  a  tratar  de  razonar  esta 
contradicción.  Antiguamente,  un  rey,  un  prínci- 
pe o  un  caudillo  encarnaban  en  sí  un  símbolo,  el 
símbolo  de  la  fuerza  y  el  poder;  en  cambio  hoy 
día  un  hombre"''representa  una  idea.  Antes  come- 
tíase un  crimen  para  suplantar  a  un  soberano:  el 
que  se  se  sentaba  en  el  trono  o  el  que  empuñaba 
las  riendas  del  Poder  era  otro,  otros  los  favoritos, 
los  funcionarios,  los  protegidos,  otras  las  queri- 
das..., pero  el  orden  de  ideas  no  variaba.  Al  en- 
cargarse de  la  gobernación  de  un  pueblo  admitía- 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  147 


se  las  mismas  ideas  y  procedimientos  del  monar- 
ca que  acababa  de  desaparecer.  Y  si  cambiaban, 
hacía  íalta  siglos  para  la  evolución.  Hoy  en  día 
no;  hoy  en  día  cuando  un  hombre  llega  a  las  cum- 
bres, posee  su  ideología,  un  criterio  fijo,  obe- 
deciendo al  cual  trata  de  modificar  la  dirección 
de  la  multitud.  Por  esto  al  hacerle  desaparecer 
no  es  el  individuo  el  que  se  borra  sino  un  factor 
en  la  evolución  de  los  pueblos. 

Algunas  veces  siento  anhelos  de  contemplar  las 
cosas  desde  muy  lejos,  desde  una  de  esas  altas 
cumbres  donde  toda  serenidad  tiene  su  asiento, 
que  se  llaman  «lo  por  venir»,  de  juzgar  cómo, 
por  fantástico  sortilegio,  me  fuese  dado  vivir  y 
sobrevivir  al  acontecimiento  que  me  preocupa. 
Siento  entonces  cómo  la  luz  de  un  gran  sol  de  ver- 
dad y  en  una  determinación  de  valores  se  me  pre- 
sentan todas  las  cosas  con  diafanidad  cristalina, 
libres  de  prejuicios  y  preocupaciones,  tal  y  como 
son,  colocado  más  allá  del  bien  y  del  mal. 

Ante  los  atentados  personales,  ante  las  trage- 
dias del  anarquismo,  que  van  teniendo  raras  con- 
comitancias con  otras  tragedias  políticas  que  sur- 
gen en  los  pueblos  meridionales,  esta  impresión 
se  cristaliza.  Y  conste  que  digo  los  pueblos  me- 
ridionales e  intencionadamente  suprimo  Rusia, 
porque  para  mi  modo  de  ver,  en  el  inmenso  im- 
perio son  otras  las  causas  y  otros  los  caracteres 
de  la  lucha. 

Cuando  el  horror,  la  lástima,  la  simpatía,  la  cu  ■ 


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ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


riosiclad  van  ca3^endo  en  la  nada,  y  desligado  de 
toda  noción  política,  de  todo  personal  sentir,  ais- 
lado en  el  mundo  imaginativo,  intento  juzgar,  una 
pregunta  surge  ante  mí:  ¿es  útil  para  un  ideal  de- 
fender el  asesinato  del  que  encarna  el  ideal  con- 
trario? Y,  no  mi  conciencia,  puesto  que  nada  tiene 
que  ver  en  ello  la  conciencia— simple  vacilación 
ante  el  pecado  o  temor  a  las  consecuencias  del 
pecado  cometido—sino  mi  razón,  me  da  la  res- 
puesta escueta,  contundente:  no. 

Hay  en  primer  lugar  algunas  razones  de  justi- 
cia. Empieza  porque  es  de  suponer  que  los  yerros 
de  un  monarca — igual  da  presidente  de  República 
o  jefe  de  Gobierno  y  aun  todos  los  que  se  lanzan 
hasta  el  sacrificio  en  defensa  de  una  idea— son  in- 
voluntarios. Ligada  su  suerte  a  la  de  un  Estado 
o  un  partido,  el  bien  de  éste  es  su  propio  bien,  y 
queriéndolo  quiere  indirectamente  el  suyo.  Apar- 
te de  esto,  raro  será  el  soberano  en  cuya  alma 
no  haya  vivido  una  quimera  de  gloria,  quimera 
que  el  atavismo,  la  educación  y  el  ambiente  ali- 
mentan. Si  se  equivoca  es,  pues,  involuntaria- 
mente, y  la  muerte  es  demasiado  castigo  para  un 
pecado  involuntario.  Hay  también  razones  de  con- 
ciencia; así,  por  ejemplo,  para  condenar  es  preci- 
so estar  limpio  de  culpa,  y,  como  afirmó  el  trágico 
inglés,  ¿quién  habrá  que  en  justicia  merezca  es- 
capar de  ser  azotado?  Pero  como  en  política  la 
justicia  y  la  conciencia  son  cosas  muy  relativas, 
dejémoslas  de  lado  y  vamos  a  otras  razones,  aque- 
llas que  en  realidad  pueden  abonar  la  utilidad  o 
o  inutilidad  del  atentado  para  el  fin  político  a  que 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  149 


Ante  todo,  suprimir  o  intentar  suprimir  violen- 
tamente a  una  persona  no  es  vencerla.  O  se  libra 
del  atentado,  y  entonces  su  importancia  acrece  en 
razón  directa  de  la  importancia  del  mismo,  y  en- 
tonces para  vencer  dispone^  además  de  las  armas 
que  poseía  anteriormente,  de  otras  sentimentales 
—sacrificio,  valor  personal,  bello  gesto— que  obran 
con  gran  eficacia  sobre  la  inconsciencia  de  las 
multitudes,  o  bien  perece  en  el  ataque  y  deja  en 
pos  de  si  sus  ideas,  ideas  que  aisladas  de  la  per- 
sonalidad, y  por  tanto  de  las  debilidades  y  flaque- 
zas inherentes  a  toda  personalidad  humana,  se  en- 
grandecen y  hacen  indestructibles.  Hay  que  lu- 
char entonces  con  un  muerto,  y  los  muertos  son 
los  más  formidables  enemigos .  Tratar  de  borrar 
violentamente  a  una  persona  es  declararse  impo- 
tente para  vencerla,  y  no  circunstancial,  sino  de- 
finitivamente, es  el  reconocimiento  de  su  fuerza  y 
de  nuestra  debilidad.  Los  pueblos  grandes,  fuer- 
tes, conscientes  de  su  poder  y  seguros  de  si  mis- 
mos, no  necesitan  apelar  a  la  violencia  para  li- 
brarse de  una  persona  o  de  una  institución  que 
les  sea  odiosa:  bástales  «con  querer»  y  manifes- 
tarse serenos,  firmes  y  unidos  en  el  ejercicio  de 
sus  derechos  políticos. 

Claro  que  al  hablar  de  derechos  políticos  me 
refiero  a  los  pueblos  libres  y  que  tienen  concien- 
cia de  sus  derechos.  (Tener  conciencia  de  los  de- 
rechos es  tenerla  también  de  los  deberes.) 

Para  que  los  atentados  personales  sean  posibles 
es  preciso  que  haya  un  ambiente  propicio,  que 
los  gérmenes  morbosos  que  desvían  las  ideas  del 
criminal  estén  en  la  atmósfera.  Hay  en  estos  he- 


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ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


ches  mucho  de  vanidad  enfermiza,  de  exhibicio- 
nismo. El  autor  de  ellos  sueña  con  ser  un  reden- 
tor, un  héroe,  un  libertador  que  con  riesgo  de  su 
vida  ha  cristalizado  en  un  hecho,  que  seguramen- 
te le  cuesta  la  existencia,  los  anhelos  de  un  pue- 
blo. Si,  por  el  contrario,  tiene  la  seguridad  de  que 
el  hecho  merecerá  la  pública  reprobación  y  de 
que  el  anatema  de,  no  digo  una  nación,  sino  toda 
la  humanidad,  caerá  sobre  su  cabeza,  de  que  no 
sólo  nadie  le  mirará  como  a  paladín  de  una  buena 
causa,  sino  que  será  considerado  por  todos  como 
un  criminal  vulgar,  y  de  que  desposeído  de  toda 
aureola  heroica  será  juzgado  como  cualquier  de- 
lincuente entre  el  silencio  de  las  gentes,  se  mirará 
mucho  antes  de  cometer  el  delito.  En  este  senti- 
do, tal  vez  los  griegos  estuvieron  en  lo  firme  al 
prohibir  que  el  nombre  del  incendiario  del  tiempo 
de  los  Delfos  fuese  pronunciado. 

Recurrir  a  los  atentados  es  en  un  pueblo,  como 
ya  lo  he  dicho,  señal  de  ineducación  política.  Los 
pueblos  más  adelantados  del  mundo  están  libres 
o  casi  libres  de  ellos. 

Hay  otra  razón  importantísima  que  rechaza 
esas  agresiones  como  arma  que  hace  triunfar  una 
idea.  En  el  mundo  es  preciso  fiar  más  en  los  ye- 
rros de  los  otros  que  en  nuestros  aciertos  propios, 
en  sus  vicios  que  en  nuestras  virtudes,  ya  que  tan 
grandes  pueden  ser  los  unos  y  tan  pequeñas  han 
de  ser  forzosamente  las  otras.  Más  daño  hacen  a 
una  monarquía  los  desvarios  de  un  rey  que  todos 
los  regicidas  habidos  y  por  haber.  Además,  queda 
la  heroicidad  del  bello  gesto  ante  la  muerte,  pa- 
trimonio de  los  reyes. 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  151 


En  toda  heroicidad  hay  algo  de  teatral .  La  mi- 
tad de  los  héroes  son  héroes  por  fuerza,  porque 
las  miradas  fijas  en  ellos  les  hacen  serlo,  y  quizás 
/  ninguno  eíi  la  soledad  realizaría  hazaña  que  re- 
basase los  límites  de  las  que  en  defensa  propia  les 
dictase  el  instinto  de  conservación. 

Los  monarcas  (léase  jefes  de  Estado)  viven  in- 
conscientemente para  la  galería  y  poseen  innato 
el  sentido  del  ademán  glorioso.  En  el  momento 
del  peligro  olvidan  que  son  hombres  y  recuerdan 
que  son  reyes,  que  los  anhelos  (favorables  o  ad- 
versos) de  su  pueblaestán  cifrados  en  ellos  y  que 
las  miradas  del  mundo  permanecen  fijas  en  su 
gesto  supremo,  y  son  heroicos.. 

La  historia  es  mujer,  y  la  mirada  de  una  mujer 
hace  héroe  a  un  hombre. 

Y  aún  queda  la  razón  suprema  en  contra.  La 
muerte  es  el  Jordán  que  borra  los  pecados  del 
mundo;  la  sangre  es  el  óleo  santo  que  unge  a  los 
emperadores  y  los  consagra  eternos;  la  sangre  es 
la  escritura  imborrable  en  el  libro  de  la  vida;  la 
sangre  es  el  filtro  que  cristaliza  nuestras  glorias; 
si  César  no  hubiese  muerto  en  el  Senado,  tal  vez 
manchado  de  vicios  y  bajezas  humanas,  hubiese 
sido  vergüenza  del  pueblo  romano;  si  Napoleón 
hubiese  perecido  en  Waterlóo,  soñaríamos  con 
que  de  vivir  hubiese  ganado  la  batalla. 

Sin  sangre  el  cristianismo  hubiese  muerto  como 
una  planta  agostada;  sin  sangre  hubiese  palide- 
cido la  púrpura  imperial. 

Y  así,  si  los  hombres  confían  el  logro  de  sus 
ideales  a  un  bravo  asesino,  se  exponen  a  que  el 
gesto  de  una  pobre  madre  que  tiende  los  brazos 


152  ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


para  defender  a  su  hijo,  salve  un  trono,  o  la  arro- 
gancia de  un  hombre  odiado  prosterne  a  la  mul- 
titud, y  entonces  el  crimen,  además  de  bárbaro, 
de  cruel,  será  inútil. 


MÁS  DE  LA  VIOLENCIA 


En  la  vida  política  de  los  pueblos,  al  través  de 
las  páginas  de  la  Historia,  los  hechos  se  repiten, 
son  fatalmente  semejantes,  y  apenas  si  en  la  mar- 
cha ascensional  de  la  Humanidad  han  conseguido 
los  hombres  infundirlas  levísimas  variantes.  Las 
tiranías  han  sido  permanentemente  iguales,  e 
iguales  también  las  rebeldías;  diríase,  por  el  con- 
trario, que  se  ha  retrocedido,  pues  mientras  qué 
la  democrática  Grecia  se  contentaba  con  bort  ar 
del  Poder  a  aquellos  gobernantes  con  la  concien- 
cia entenebrecida  de  horrendos  crímenes,  en  ple- 
no siglo  xvm  fueron  a  la  guillotina  gentes  cuya 
culpa  era  refleja,  y  ahora  mismo  el  ex  zar  de  Ru- 
sia pagó  un  pecado  que,  más  que  de  otra  cosa, 
fué  de  debilidad. 

(-Cuál  puede  considerarse  la  utilidad  de  la  vio- 
lencia puesta  al  servicio  de  una  idea?  Diré  since- 
ramente que  ninguna. 

La  violencia  no  significa,  en  realidad,  sino  fal- 
ta de  confianza  en  nosotros  mismos,  falta  de  fe  en 
nuestras  razones.  Cuanto  más  dueños  somos  del 
razonamiento,  cuando  más  creídos  en  nuestra  fir- 
meza, menos  necesidad  tenemos  de  usar  de  ges- 
tos contundentes.  Las  gentes  muy  dueñas  de  sí 


154 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


mismas,  muy  impuestas  en  sus  convicciones,  no 
necesitan  despeñarse  por  los  senderos  de  la  ira: 
manejan  la  dialéctica,  la  ironía,  el  desdén,  el  ges- 
to parsimonioso,  la  sonrisa.  En  cambio,  los  espí- 
ritus rudos  y  primitivos  gritan,  se  exaltan,  gesti- 
culan, peroran,  creen  sustituir  la  razón,  que  sien- 
ten que  les  falta,  con  los  ademanes  descompues- 
tos. Algo  de  esto  pasa  también  con  la  alegría: 
mientras  los  seres  muy  cultivados  apenas  la  de- 
jan entrever  en  una  leve  sonrisa  y  un  brillar  de 
las  pupilas,  las  gentes  primitivas  necesitan  reir  a 
carcajadas,  gritar,  hacer  grandes  gestos  inútiles, 
dar  palmadas  amicales,  abrazos  efusivos. 

El  pueblo  más  liberal  y  consciente  de  sus  dere- 
chos antes  de  la  guerra,  el  inglés,  era  frío,  seve- 
ro, metódico  y  muy  dueño  de  sí  mismo. 

Dice  Le  Bon,  en  su  libro  Las  democracias  anti- 
guas^ que  casi  siempre  las  revoluciones  son  pre- 
cipitadas por  la  torpe  intemperancia  de  los  tira- 
nos. Encierra  esto  una  verdad  grandísima,  pues 
igual  gobiernos  que  pueblos,  apenas  realizado  el 
primer  gesto  de  violencia,  empiezan  a  declinar 
para  morir;  los  unos  van  hacia  la  revolución;  los 
otros  hacia  el  imperio  de  las  autocracias. 


RECORRIENDO  LAS  ETAPAS 
DE  LA  REVOLUCIÓN 


EL  REGIMEN  DE  MINORIDAD 


Una  de  las  principales  rémoras  con  que  trope- 
zó siempre  la  vida  española  fué  la  indecisión,  una 
a  manera  de  falta  de  continuidad  en  el  esfuerzo, 
de  clara  y  definida  orientación  que  diese  a  la  po- 
lítica y  al  desenvolvimiento  general  de  la  vida 
uniformidad  y  progresiva  rapidez.  La  política  es- 
pañola caminó  perennemente  desordenada,  por 
sacudimientos  en  vez  de  por  un  lento  y  seguro 
avance;  el  progreso,*  cuando  lo  hubo,  fué  una  se- 
rie de  saltos  en  las  tinieblas,  y  claro  es  que,  aun- 
que mejoraran  las  cosas,  quedaron  invariable- 
mente abismos  por  llenar. 

Esta  manera,  que  el  carácter  o  la  vitalidad  im- 
pusieron, tuvo  su  representación  durante  la  Edad 
Media  en  las  las  minoridades.  Apenas  un  rey  ha- 
cía algo  que  fuera  un  valor  efectivo  en  la  Histo- 
ria, venía  a  heredarla  un  hijo,  niño  en  cuya  tute- 
la parientes  y  servidores  hacían  mangas  y  capi- 
rotes. Y  si  algunas  veces,  tal  en  las  minorías,  tal 
en  las  de  Fernando  IV  y  Alfonso  XI,  surgía  un 
espíritu  extraordinario  como  el  de  doña  Maña  de 
Molina,  en  cambio  otras  suscitábanse  luchas  esté- 
riles y  aniquiladoras,  como  las  de  los  Castros  y 
los  Laras  en  tiempos  de  Alfonso  VIII. 


158 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


En  la  Edad  Moderna,  a  las  minorías  (sin  que 
faltase  una  tan  desastrosa  como  la  de  Carlos  II 
«el  Hechizado»)  sucedieron  los  validos  y  los  go- 
biernos interinos. 

Pensaba  yo  este  verano  ante  la  tumba  del  prín- 
cipe don  Juan,  en  Avila,  cuál  hubiera  sido  el  des- 
tino de  España  si  el  hijo  de  Isabel  de  Castilla  hu- 
biese vivido  y  la  corona  ceñido  sus  sienes  en  vez 
de  ir  a  las  del  extranjero  príncipe  hermoso  y  a  las 
de  la  reina  loca  de  amor. 

La  muerte  no  lo  quiso  así  y  fueron,  primero, 
las  regencias,  y  luego,  los  reyes  débiles  que  abdi- 
caron su  autoridad  en  los  validos.  Contra  unas 
y  otros  alzáronse  nobles  y  plebeyos:  unos  con 
desatentadas  ambiciones;  otros  en  defensa  de 
franquicias  y  privilegios,  todos  fiados  en  la  falta 
de  «autoridad  moral»  de  aquellos  con  quienes  te- 
nían que  habérselas. 

* 

Porque  bien  miradas  las  cosas,  tanto  validos 
como  gobiernos  interinos  adolecen  de  ausencia  de 
garantía^  de  firmeza  en  las  ideas.  Es  muy  difícil 
detener  a  quien  marcha  en  línea  recta;  pero  muy 
fácil  a  quien  camina  con  miedosos  tanteos. 

Régimen  de  minoría  podría  ser  sinónimo  de  fal- 
ta de  autoridad,  de  energía  y,  «sobre  todo»,  de 
unidad  de  pensamiento. 

En  este  sentido  todo  el  siglo  xix  fué  un  conti- 
nuado régimen  de  minoría  en  España.  Las  fuer- 
zas no  se  encaminaron  a  procurar  un  engrande- 
cimiento nacional,  sino  a  dilucidar  «quién  tenía 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES 


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razón»  y  «quién  tenía  derecho».  Y  mientras,  la 
nave  sin  timón  caminaba  al  naufragio. 

Después  del  desastroso  reinado  de  doña  Isabel  II 
y  de  una  absurda  revolución  sin  ideas,  sin  pre- 
paración moral  y  sin  disciplina,  una  revolución 
de  motines  callejeros  en  que,  fuera  de  muy  con- 
tadas personas,  nadie  sabía  adónde  iba  ni  a  qué, 
vino  un  rey  joven,  valeroso,  españolísimo  e  inte- 
ligente, educado  en  la  admirable  escuela  del  des- 
tierro. Y  la  fatalidad  cortó  su  vida  en  flor.  Doña 
María  Cristina  fué  fuerte  y  enérgica.  Injusto  será 
quien  atribuya  a  la  política  de  la  regencia  la  pér- 
dida de  las  colonias;  se  perdieron  porque  tenían 
que  perderse,  porque  hacía  siglos  venía  prepa- 
rándose la  catástrofe,  porque,  perdida  una,  esta- 
ban todas  perdidas.  Doña  María  Cristina,  aislada 
por  una  absurda  política  que  le  había  precedido 
con  mucho,  en  un  rincón  de  Europa,  rodeada  de 
fuerzas  hostiles^  sólo  con  la  rigidez  austera  y  gra- 
ve de  su  vida,  remedió  en  lo  posible  el  desastre. 
Dos  hombres  la  ayudaron:  Cánovas  y  Sagasta. 

Dos  hombres  también  representan  corrientes 
vivas  de  opinión  al  comenzar  el  reinado  de  don 
Alfonso  XIII:  Canalejas  y  Maura. 

Y  he  aquí  que,  validos  tal  vez  de  que  los  reyes 
constitucionales  cada  vez  han  de  mezclarse  me- 
nos en  la  política^  los  hombres  públicos,  elimina- 
dos esos  dos,  se  lanzan  a  luchas  absurdas,  des- 
tructoras. 

En  el  momento  en  que  se  decida  la  suerte  del 
mundo,  cuando  España,  después  de  su  catástrofe 
resucita  milagrosamente,  y  las  industrias,  «pese 
a  todo»,  florecen,  y  una  nueva  generación,  fuer- 


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ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


te,  trabajadora,  inteligente,  llena  de  bríos  y  de 
deseos  de  redención,  entra  en  el  palenque;  cuando 
cada  hora  que  pasa  es  una  fuerza  enorme  que 
puede  resolver  problemas  vitales  y  cada  día  que 
transcurre  vale  por  años,  y  todos  tienen  en  su 
mano  hacer  fuerza  sobre  la  palanca  que  Arquíme- 
des  pedía  para  remover  el  mundo,  los  partidos 
políticos  se  deshacen  en  intestinas  luchas  por  je- 
faturas que,  sin  un  real  valor  en  los  que  las 
conquistan,  nada  valen  ni  significan.  Luchar  en- 
tre sí,  ¿para  qué?  Acuérdense  nuestros  directores 
de  cómo  venció  Jasón  a  los  gigantes,  haciéndoles 
destronarse  los  unos  a  los  otros. 

No;  el  régimen  de  cataplasmas,  parches  y  bele- 
ños, como  medio,  no  de  remediar,  sino  de  ador- 
mecer, no  sirve  ya.  Hacen  falta  gentes  que  go- 
biernen de  verdad,  que  nos  digan  dónde  van  y 
dónde  nos  llevan,  que  no  sean  pastores  de  borre- 
gos, sino  caudillos  de  un  pueblo  fuerte  que  por 
encima  de  todo  quiere  vivir. 


LAS  IDEAS  NUEVAS 


LAS  PERSONAS 

Como  las  burbujas  que  desde  el  fondo  del  vaso 
suben  a  la  superficie  y  estallan  allí,  muchas  co- 
sas que  parecían  pequeños  puntitos  opacos  suben 
a  la  superficie  de  la  vida  española  y  allí  explotan. 
Y  en  esta  súbita  y  no  presentida  efervescencia 
ideas  que  nos  hacían  el  efecto  de  pequeños  glo- 
bos de  cristal  se  rompen/ 

Una  de  las  cosas  que  están  en  crisis  son  los  par- 
tidos políticos.  Toda  la  máquina  de  nuestra  polí- 
tica fué  creada  a  base  de  una  enorme  fuerza:  la 
voluntad  de  Cánovas.  D.  Antonio  Cánovas,  en 
vez  de  erigirse  en  dictador,  como  hubiese  hecho 
quien  tuviese  menos  genio  político  que  él,  com- 
prendió que  las  dictaduras  tarde  o  temprano  caen 
por  su  propio  peso,  y  buscó  otra  fuerza,  paralela 
a  la  suya,  capaz  de  desarrollar  las  ideas  que  no 
pudiese  desarrollar  él;  esta  fuerza  fué  Sagasta. 
Puestas  así  de  acuerdo  dos  poderosas  inteligen- 
cias, abarcaron  cada  una  de  ellas  enormes  exten- 
siones de  pensamientos  y  de  acciones,  y  bastaron 
para  la  sencillez  de  la  vida  española,  aunque  in- 
curriendo a  veces  en  pecados  tan  enormes  como 
el  de  aislamiento  internacional . 


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ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


Pero  desaparecieron  las  dos  poderosas  ener- 
gías con  su  eclecticismo  ideológico;  el  nivel  de  los 
que  les  sucedieron  descendió  y  al  mismo  tiempo, 
con  notoria  desproporción,  subió  el  nivel  intelec- 
tual y  moral  de  los  que  habían  de  obedecer  o  de- 
jarse guiar,  y  surgió,  claro  es,  la  disolución  de 
los  partidos  políticos,  una  disolución  oculta,  que 
muy  rara  vez  sale  al  exterior,  pero  que  los  mina 
y  corroe . 

Este  vicio  no  es  sólo  cosa  de  los  partidos  gober- 
nantes, sino  que  es  un  mal  nacional  de  muy  difí- 
cil remedio;  mal  que  ataca  a  las  diversas  regio- 
nes también,  como  ataca  a  todos  los  organismos 
de  la  vida  nacional.  Falta  cohesión,  y,  al  faltar, 
falta  fuerza;  un  ideal  común  y  una  fe  común:  he 
ahí  lo  que  hace  grandes  a  los  pueblos;  pero  esta 
fe  y  este  ideal  no  pueden  ser  un  renunciamiento, 
sino  han  de  ser  una  fusión. 

Los  dos  grandes  partidos,  pues,  hoy  en  día  no 
pueden  coexistir  con  la  vieja  composición;  pero 
pueden  darse,  en  cambio,  organismos  integra- 
dos por  todas  las  personas  que  en  lo  fundamental 
piensan  lo  mismo,  aunque  cada  una  represente 
un  orden  determinado.  Entonces,  lentamente, 
cada  uno  de  esos  hombres  podría  ir  desenvolvien- 
do su  pensamiento,  aportando  su  esfuerzo,  se 
gún  el  estado  de  la  nación  lo  exigiese,  y  las  Cor- 
tes del  reino,  unas  Cortes  «verdad»,  establecerían 
la  necesaria  armonía  entre  los  hombres  de  buena 
voluntad.  Nadie  sería  en  política  nada  porque  se 
llamase  Fulano  de  Tal  y  fuese  hijo  de  su  padre, 
sino  porque  representaba  una  idea,  una  teoría  o 
una  solución. 


REVOLUCIÓN,  NO; 
EVOLUCIÓN  INTENSIVA 

Subiendo  a  la  cumbre  de  las  más  puras  especu- 
laciones y  contemplando  desde  allí  lo  que  pasa  en 
España,  vemos,  sin  prejuicios  de  ideas  determi- 
nadas de  ninguna  clase,  que  aquí  una  revolución 
a  la  manera  de  la  francesa  no  tiene  sino  muy  en 
último  caso,  y  tras  difíciles  condiciones,  razón 
posible  de  ser. 

Una  revolución  como  la  que  derribó  la  monar- 
quía de  Luis  XVI  necesita  una  honda  prepara- 
ción ideológica;  aquello  no  fué  derrocar  un  régi- 
men, ni  cambiar  un  orden  de  cosas;  fué  algo  más 
profundo:  remover,  arrancar  y  replantar  toda 
una  vida  con  ideas,  creencias,  derechos  y  debe- 
res. La  revolución  francesa  tuvo  una  larga  e  in- 
tensa gestación.  Antes  de  ella  nacieron  sistemas 
filosóficos,  se  iniciaron  corrientes  de  ideas,  se  de- 
finieron claramente  odios,  repulsas  y  aspiracio- 
nes, y  así,  el  movimiento  no  hizo  sino  cristalizar 
todo  esto.  Por  eso,  pese  a  los  procedimientos  atro- 
ces, subsistió;  porque  era  algo  y  significaba  algo. 
Tal  vez  en  esto  estriban  los  fracasos  de  cuantas 
revoluciones  han  venido  después,  excepción  de  la 
italiana  (que  revolución  fué  también),  que  les  fal- 
taba el  alma  colectiva  que  alentó  en  la  francesa. 


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ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


Aquí  no  hemos  tenido  ni  nuestro  Voltaire,  ni 
nuestro  Rousseau;  «Cándido»  y  la  «Enciclopedia» 
no  han  llegado,  tal  vez,  porque  no  eran  necesa- 
rios. Y  aun  las  imprecaciones  apocalípticas  del 
gran  Costa ,  más  se  referían  a  un  estado  general 
de  la  raza  que  a  una  forma  de  gobernación.  En 
nuestro  actual  régimen  político  caben  todas  las 
ideas  y  todos  los  procedimientos,  y  no  hay  refor- 
ma, por  audaz  que  sea,  que  no  pueda  acoplarse 
a  él. 

Sin  embargo,  siéntese  intenso  malestar;  pero  es 
una  cuestión  de  procedimientos  más  que  de  doc- 
trina, y  a  la  purificación  de  esos  procedimientos 
y  a  la  intensificación  de  la  vida  española  es  a  lo 
que  han  de  tender  los  esfuerzos  de  todos. 

*  * 

Hubo  un  hombre  de  talento  que  habló  de  «la 
revolución  desde  arriba».  Lo  que  entonces  pare- 
ció una  frase,  los  acontecimientos  han  venido  a 
demostrar  que  era  una  videncia.  Maura  quería 
purificar  la  vida  española,  desterrar  la  politique- 
ría andante,  elevar  los  espíritus  y  unificar  los  es- 
fuerzos . 

Pero  el  gran  estadista,  en  su  entusiasmo  de 
apóstol,  se  alejó  de  la  realidad,  y  junto  con  las 
grandes  reformas  quiso  simultanear  las  peque- 
ñas; y  sucedió  que,  aquí  que  las  cosas  más  trans- 
cendentales pasan  con  un  encogimiento  de  hom- 
bros; aquí  donde  el  pueblo  supo  el  desastre  de 
Cavite  al  salir  de  los  toros  sin  sentir  ni  remordi- 
miento ni  vergüenza,  las  cosas  pequeñas  son  pre- 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  1Ó5 


cisamente  las  que  tienen  importancia ,  y  las  me- 
didas de  Maura  levantaron  protestas  clamorosas. 
Entonces  los  politicastros  de  oficio,  los  chirles  y 
barateros  de  la  política,  aprovecharon  el  motín. 
Maura  cayó  y  la  obra  quedó  inacabada. 

Pues  bien;  esta  obra  debió  ser  maravillosa.  Pri- 
mero, cinco  años  con  los  conservadores,  de  puri- 
ficar, limpiar,  encauzar  y  acumular  energías.  El 
Ejército  y  la  Marina,  atendidos  como  merecen, 
dentro  de  la  modestia  de  la  vida  española,  todos 
los  elementos  que  necesitan  para  su  desenvolvi- 
miento, sin  régimen  de  excepciones,  pero  con  jus- 
ticia y  amor;  la  industria  y  el  comercio,  ampara- 
dos y  ateíjdidos,  y  firme  y  clara  orientación,  en 
las  cuestiones  exteriores . 

Durante  este  período  el  partido  liberal,  un  enor- 
me partido  en  que  cabían  desde  el  conservadoris- 
mb  ladino,  vacuo  y  pamplinero  de  García  Prieto 
al  radicalismo  de  Lerroux ,  se  hubiera  fortalecido 
y'preparado  su  programa  de  transcendentales  re- 
formas sociales.  Una  vez  llegado  su  turno  hu- 
biera emprendido  esas  reformas  serena  y  n  >ble- 
mente  hasta  Degar  a  un  socialismo  sensato  y  pre- 
sidido por  gran  alteza  de  miras. 

Si  esos  dos  grandes  partidos  se  hubiesen  crea- 
do, hoy  día  los  patriotas  sabrían  dónde  ir  y  dónde 
poner  su  confianza;  unos  estarían  con  él,  y  los 
otros,  los  que  simpatizamos  con  las  ideas  libera- 
les, en  el  campo  de  enfrente. 


166 


Las  lentitudes  y  convencionalismos  de  la  vida 
política  de  España  son  descorazonadores.  Llegan 
a  ser  tales,  que  recuerdan  esos  juegos  en  que  los 
niños  se  tapan  la  cabe/a  con  un  tapete  para  que 
no  les  conozca  su  papá. 

Aquí  cuando  surge  un  gran  talento  no  llega  a 
tiempo  de  desenvolver  sus  energías;  ha  de  gas- 
tarse primero,  para  arribar  cansado  y,  muchas 
veces,  sin  fuerzas.  En  cambio  cualquier  nulidad 
más  o  menos  dorada  llega.  Así  se  da  el  caso  en 
un  hombre,  persona  dignísima  personalmente  y 
de  gran  simpatía,  que  sin  más  título  que  haber 
sido  satélite  de  un  astro  de  primera  magnitud 
—  el  cero  que  necesita  la  unidad—,  quiso  ser  y 
fué,  dejando  tras  de  sí  tan  sólo  una  estela  de  iro- 
nía. He  ahí  todo  un  símbolo  de  nuestra  política. 


Cuando  estalló  la  guerra  europea,  España, 
puesto  que  se  decía  consciente  de  su  falta  abso- 
luta de  preparación  para  tomar  parte  en  la  con- 
tienda, debió,  desde  el  primer  día,  dedicarse  a  una 
intensificación  de  su  vida,  una  mtensificación  lle- 
vada hasta  la  fiebre.  Decía  yo  que  el  gran  peli- 
gro para  los  neutrales  es  que  mientras  los  beli- 
gerantes habían  llegado  al  máximum  de  su  es- 
fuerzo ellos  seguían  en  la  medida  anterior  a  la 
lucha.  En  vez  de  «ir  viviendo>,  las  energías  de 
todos  debieron  encaminarse  a  una  fortaleza  pa- 
triótica. Mas  limitáronse  a  murmurar  como  siem 
pre:  «¡Ya  es  tarde!»  ¡Y  no  es  tarde  nunca!  Los 
pueblos,  como  los  individuos,  llevan  en  sí  mis- 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  167 


mos  el  germen  de  su  fuerza  y  mientras  subsiste 
estarán  a  tiempo  para  ser  fuertes. 

Claro  que  para  esto  hubiera  sido  necesario  ol- 
vidar ambiciones,  envidias  y  rencillas,  renunciar 
al  placer,  vivir  sólo  para  la  grandeza  de  nuestra 
Patria.  Y  este  sacrificio  ha  de  ser  forzosamente 
consciente;  sacrificarse,  sí;  pero  sabiendo  por  qué 
nos'sacrificamos. 

Revolución,  pues,  no;  por  lo  menos  si  es  dable 
evitarla.  Las  revoluciones  sin  un  alto  credo  espi- 
ritual son  nocivas,  y  aquí  ese  alto  credo  no  exis- 
te. Pero  intensificación  evolutiva,  eso  sí.  Es  pre- 
ciso que  todo  se  transforme  para  dar  la  mayor 
suma  posible  de  energía  dejando  la  mayor  utili- 
dad. Los  políticos  han  de  ser  los  administradores 
del  bien  público,  no  sus  caprichosos  dueños;  el 
pueblo,  a  su  vez,  tiene  que  aceptar  una  discipli- 
na, y  en  cuanto  a  los  ricos,  tienen  altísima  misión 
que  cumplir:  la  de  convertir  sus  riquezas  en  fuen- 
te de  prosperidad  para  todos,  en  río  de  oro  que 
después  de  llenar  sus  acequias  riegue  los  campos 
de  los  demás,  sus  riquezas.  Nada  de  campos  ocio- 
sos, ni  de  abandonados  palacios,  ni  de  predios  in- 
útiles, ni  de  cazaderos  dedicados  al  recreo  de 
unos  pocos,  Ser  rico  debe  integrar,  trabajar  más 
que  esos  pobres. 

El  bienestar  y  la  grandeza  de  un  pueblo  está 
en  sentir  alto,  pensar  hondo,  respetarse  y  saber 
conocerse. 


ANTE  LA  REVOLUCION 


Me  he  quedado  en  Madrid.  Todos  los  míos  se 
han  ido  al  Norte;  las  í>-entes  pudientes,  la  aristo- 
cracia, la  banca,  los  políticos,  emigran  también 
hacia  las  playas;  el  calor  empezó  la  expulsión; 
los  anuncios  de  revolución  acabaron  de  apresu- 
rarla. Bajo  un  sol  de  fuego,  cobijado  por  un  cie- 
lo implacable,  la  ciudad  tiene  un  aspecto  rudo  y 
áspero,  alegre,  con  una  alegría  casi  africana;  no 
ha}^  medias  tintas,  ni  gamas  de  color,  azul  añil, 
blanco,  amarillo  siena,  verde  metálico,  cobre.  Las 
gentes  elegantes,  las  modas  arbitrarias  de  una 
afectación  muy  natural^  se  han  ido,  y  la  tempe- 
ratura misma  favorece  una  arbitrariedad  que  i'e- 
cuerdo  los  sans  eulotte  y  las  damas  de  los  merca- 
dos que  invadían  las  Tullerías.  Hace  un  calor 
denso  y  pegajoso,  una  atmósfera  espesa  plana 
sobre  todas  las  cosas,  atmósfera  de  revolución, 

¡La  revolución!  Confieso  que  no  me  escalofría; 
acostumbrado  a  trabajar  muchas  horas,  a  estu- 
diar siempre,  a  ser  yo  mismo,  en  vez  de  un  nom- 
bre o  un  título  que  lleve  a  una  persona  oculta  de- 
trás (como  los  gigantes  y  cabezudos  de  las  ferias 
llevaban  dentro  un  hombre  mucho  más  pequeño 
que  ellos),  las  revoluciones  no  me  aterran,  en  la 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  169 


convicción  fatalista  de  creer  que  quien  valga 
valdrá  de  todos  modos,  y  que,  quien  no,  aunque 
\  les  den  los  tesoros  de  Aladino  y  el  poder  de  Au- 
g-usto  o  de  Carlos  V,  acabará  con  todo  ello.  No 
sólo  no  me  espantan,  sino  que  me  inspiran  un  in- 
terés apasionado;  no  es  curiosidad,  es  algo  mucho 
más  noble  y  sereno,  es  la  figuración  imaginativa 
de  las  rutas  ^'deales  y  el  estudio  de  los  esfuerzos 
de  los  hombres  por  encaminarse  a  ellas,  mas  las 
deformaciones  de  su  espíritu  en  esta  lucha.  Una 
revolución  tiene  siempre  en  su  fondo  una  idea  ge- 
nerosa de  justicia;  ahora  que  los  hombres,  en  su 
egoísmo,  saben  deformarla  para  ponerla  al  ser- 
vicio de  sus  malas  pasiones. 

Es  incuestionable  que  en  el  fondo  de  toda  sa- 
cudida social  hay  una  idea  ^grande;  lo  que  sucede 
es  que  unas  veces  los  hombres  saben  extraerla 
de  las  tinieblas  o  ella  resplandece  por  sus  propias 
fuerzas  y  otras  queda  oculta  por  el  barro  de  las 
bajas  pasiones  o  se  encoge  y  se  hace  casi  invi- 
sible. 

Me  he  quedado  en  Madrid  y  llevo  una  vida  sen- 
cilla e  intensa  de  hombre  de  trabajo.  Fuera  de  las 
horas  del  sueño  o  de  una  o  dos  en  que  despacho 
mi  correspondencia,  no  paro  en  mi  casa;  trabajo 
en  el  Ateneo,  en  el  periódico  o  en  la  Biblioteca 
Nacional;  como  en  cafés  o  restaurants  económi- 
cos; voy  y  vengo  y  me  mezclo  con  la  multitud. 
Pese  a  la  dificultad  material  que  opone  mi  sorde- 
ra, gentes  desconocidas  me  hablan  del  periódico, 


170 


de  mis  libros,  de  la  política.  Alguna  vez  hay  una 
alarma  y  corren  las  gentes,  mientras  bajan  apre- 
suradamente los  cierres  metálicos  de  los  comer- 
cios; otras  dicen  que  suenan  descargas  de  fusile- 
ría hacia  los  Cuatro  Caminos;  algunas  cae  una 
pedrada  en  el  tranvía . 

* 

*  * 

Es  una  verdad  que  el  mayor  enemigo  de  las  re- 
voluciones es  el  sentido  conservador  de  los  pue- 
blos. Veamos. 

Los  militares  no  quieren  la  revolución;  la  ofi- 
cialidad, pese  a  su  abierta  rebeldía  en  las  Juntas 
de  Defensa,  se  han  puesto  incondicionalmente  de 
parte  del  Poder;  los  soldados  obedecen.  Aunque 
el  pueblo  pretende  fraternizar  con  ellos,  aunque 
las  mujeres  les  apostrofan,  recordándoles  que 
han  sido  sus  madres  y  serán  sus  esposas  (las  es- 
cenas del  puente  de  Toledo  y  del  de  Vallecas  re- 
cuerdan las  Cándidas  estampas  de  la  revolución 
del  68),  obedecen. 

Muchos  obreros  no  quieren  ir  a  la  huelga;  los 
tranviarios  siguen  en  su  puesto  y  muéstranse  sa- 
tisfechos y  aun  orgullosos  de  alternar  con  los  je- 
fes del  ejército;  mal  que  bien,  ningún  servicio  se 
paraliza. 

El  Gobierno  hace  poco;  deja  hacer  a  las  gen- 
tes, y  fuera  de  alguna  antipática  medida,  como 
la  de  los  policías  voluntarios,  no  muestra  gestos 
demasiado  bruscos. 

Pienso,  sin  querer,  que  un  pueblo  que  se  iden- 
tifica con  sus  hombres  de  gobierno  en  una  cues- 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES 


171 


tión  de  la  importancia  de  la  neutralidad  no  es  apto 
para  hacer  una  revolución. 


Esto  me  lleva  a  meditar  sobre  la  cuestión  in- 
ternacional. 

No  el  pueblo,  el  proletariado,  los  socialistas,  la 
democracia,  se  equivoca  al  no  querer  intervenir, 
al  encogerse  de  hombros  ante  las  palabras  Justi- 
cia, Libertad,  Derecho,  Es  torpe  y  necio  creer 
que  se  ventilan  sólo  los  intereses  materiales  de 
Francia  o  Inglaterra  en  esta  contienda;  se  venti- 
la algo  mucho  más  transcendental:  el  porvenir  de 
los  pueblos. 

Me  explicaré.  Las  naciones  en  guerra  hacen  de 
sus  hombres  héroes,  y  Yo  que  es  más,  héroes  cons- 
cientes. Esos  hombres  saben  lo  que  se  espera  de 
ellos,  lo  que  su  esfuerzo  representa  pai  a  su  pa- 
tria, los  intereses  que  les  están  encomendados; 
cuando  vuelvan,  ¿cómo  hacer  que  se  contenten 
con  un  jornal  de  tres  francos  para  mal  comer? 
Habrá  que  asegurarles  la  independencia  y  el 
bienestar  a  que  tienen  derecho . 

En  España,  ni  el  pueblo,  ni  la  clase  media,  ni 
las  clases  directoras  (aristocracia,  plutocracia, 
políticos,  con  contadas  excepciones),  quieren  la 
guerra  por  miedo  y  por  egoísmo.  El  pueblo  espa- 
ñol era  invencible;  así  se  lo  dijeron  hace  mucho 
tiempo,  siglos,  cuando  el  sol  no  se  ponía  en  sus 
dominios;  luego  fué  grande  a  semejanza  de  los 
hovos  mayores  cuanto  más  tierra  se  les  quita;  en 
lá  guerra  de  la  Independencia  fué  sólo  la  gota  de 


172  ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


agua  que  hizo  desbordar  el  vaso;  pero  venció... 
ayudado,  claro  es,  del  ejército  regular  inglés.  Y 
llegaron  las  guerras  coloniales,  la  lucha  con  los 
Estados  Unidos,  la  atroz  lección  de  la  realidad 
que  venía  a  demostrar  que  el  chin-chin  patrióti- 
co, los  gritos  e  improperios  con  que  los  antiguos 
se  enardecían  en  el  combate,  tal  vez  servían  para 
escalar  una  muralla  o  para  una  lucha  cuerpo  a 
cuerpo,  pero  no  tenían  poder  frente  a  los  barcos 
modernos  y  los  potentes  cañones.  Y  vino  la  reac- 
ción; de  creerse  por  todos  invencibles  pasaron  a 
creerse  incapaces  de  vencer  a  nadie.  Como  una 
bestezuela  muy  castigada,  el  pueblo  español 
huye  del  peligro^  donde  cree  que  no  hay  wSino  bal 
dón,  vergüenza,  ignominia,  cuando  tal  vez  está 
la  Libertad  y  la  Justicia. 

En  cuanto  a  las  clases  directoras,  conténtanse 
con  acumular  su  oro,  ese  oro  que  tal  vez  no  val- 
ga nada  luego;  mientras,  la  mesocracia  participe 
de  muchas  deformaciones  espirituales. 

Y  no  piensa  el  pueblo  que.  algún  día  tal  vez,  su 
cobardía  sea  como  una  muralla  de  granito  que  le 
cierre  las  soleadas  rutas  por  donde  los  pueblos 
victoriosos  caminaran  a  las  Jericó  prometidas; 
ni  los  ricos  que  quizá  hayan,  como  en  dantesco 
suplicio,  de  roer  su  oro,  en  tanto  contemplan  con 
ansiosas  miradas  los  frutos  amontonados  sobre  la 
mesa  del  festín  para  los  que  padecieron  hambre  y 
sed  de  justicia. 

Sólo  los  intelectuales  viven  la  guerra;  se  entu- 
siasman, sufren,  siguen  palpitantes  la  lucha. 
¿Quién  sabe  si  llegarán  al  otro  lado  y  las  aguas 
del  mar  Rojo  se  cerrarán  tras  ellos,  separándoles 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  173 


de  las  muchedumbres  cautivas  de  su  ambición  y 
su  cobardía? 

No  se  siente  bün  la  revolución.  Es  algo  sórdido 
y  premioso;  algo  hecho  sin  verdadera  fe  ni  ver- 
dadera resolución;  una  serie  de  gfolpes  en  vago, 
de  atentados  frustrados,  de  intentos  tímidos.  Hay, 
claro  es,  víctimas,  mártires  y  héroes,  pero...  fal- 
ta el  impulso  ardiente  y  arrollador,  el  torrente  de 
fuego  que  devasta  y  fructifica ,  el  entusiasmo 
ciego,  falta  eso,  la  fe.  Parece  que  todos,  al  comen- 
zar, se  dan  por  vencidos  de  antemano. 

Esta  noche,  a  las  tres,  hemos  ido  al  Depósito 
de  cadáveres.  Había  once  sobre  las  mesas  con  ba- 
lazos en  el  pecho,  en  el  vientre,  en  la  cabeza.  Uno 
tenía  los  ojos  abiertos  y  parecííi  mirarnos. 


Agosto  1917. 


AGUA  PASADA. 


DIÁLOGO  ENTRE  EL  CÁN- 
DIDO   Y    EL  ESCÉPTICO 

El  Cándido, — No,  no  me  cite  usted  ni  ha  la  Ro- 
chefecaud  ni  a  Nietzsche. 

El  escéptico.—^i  a  Carlyle,  ni  a  Macaulay,  ni  a 
nadie  en  suma;  que  en  esto  de  las  citas  me  acuer- 
do fatalmente  de  Cervantes  y  de  su  Don  Quijote 
(y  pido  excusa,  aunque  sólo  sea  en  gracia  de  lo 
española  y  oportuna  de  la  mención,  por  incurrir 
en  el  mismo  vicio  que  vitupero),  y  no  necesito  an- 
dar buscando  autores  que  me  digan  lo  que  yo  me 
sé  decir  sin  ellos.  La  vida... 

El  Cándido.— \^di  vida,  si  la  quita  usted  los  gran- 
des ideales... 

El  escéptico.—tV  cuáles  son  esos  grandes  idea- 
les?... ¿El  lema  de  la  República  francesa?  ¿Liber- 
tad, igualdad,  fraternidad?  ¡Bah!  La  libertad  hu- 
mana ¡está  restringida  por  tantas  cosas!...  La 
igualdad  es  imposible,  pues  siempre  habrá  inteli- 
gentes y  necios,  valientes  y  cobardes;  en  cuanto 
a  la  fraternidad  impuesta  con  dinamita... 

El  Cándido.  — [O^onienáo  a  las  más  bellas  uto- 
pías ese  frío  escepticismo! 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  175 


El  escépttco. — No;  en  esas  utopías,  como  en  to- 
das, hay  una  parte  realizable;  pero  para  aplicar- 
la es  preciso  hombres  de  buena  fe,  sin  ambiciones 
ni  miras  personales;  hombres  que  se  contenten 
con  ser  lo  más  noble  y  más  grande  que  le  es  dado 
ser  a  un  humano:  hombre  representativo.  Lo  que 
no  es  admisible  es  esas  grandes  utopías  en  ma- 
nos de  políticos  que  se  han  nutrido  superficial- 
mente en  Maquiavelo. .. 

El  candido.— Y ,  sin  embargo,  Maquiavelo  es  su 
autor  de  ustedes... 

El  escép tico.. -—No;  como  dudamos  de  los  hom- 
bres, aceptamos  sus  teorías;  pero  créame:  cuanto 
más  escépticos,  en  mejores  condiciones  estamos 
para  cr^er  cuando  hay  en  qué. 
'  El  Cándido.— ¿Entonces  en  las  revoluciones  no 
es  dado  creer? 

El  escéptico. —\No  había  de  ser!  Pero  las  revo- 
luciones no  pueden  ser  una  algarada  callejera 
para  oponer  una  oligarquía  a  otra  oligarquía  (y 
aquí  vendría  como  anillo  al  dedo  aquello  de  «más 
válelo  malo  conocido...»).  Una  revolución  hoy 
día  no  puede  ser  eso,  no;  el  mismo  Melquíades 
Alvarez  afirmaba  que  lo  circunstancial  es  la  for- 
ma de  gobierno.  Una  revolución  tiene  que  ser 
hoy  día  algo  más  hondo  y  fuerte:  que  ser  una 
evolución  intensiva.  Hay,  lo  primero,  que  educar 
al  pueblo,  enseñarle  sus  derechos  y  deberes,  dar- 
le la  plena  conciencia  de  sí  mismo,  y  obtenido 
esto,  que  es  una  labor  ímproba  de  años,  mostrar- 
le los  caminos.  Entonces  lo  que  ha  de  ser  será. 
Pero  todos  sabrán  adonde  van  y  lo  qué  quieren. 


176  ANTONIO  DE  HOYO!S  Y  VJNENT 


El  Cándido.— Fox  lo  que  veo  duda  usted  de 
nuestros  hombres  de  gobierno. 

El  escéptico.—Rn  politica  hay  partidos  que  son 
la  unidad  seguida  de  ceros  y  otros  que  son  el  cero 
seguido  de  unidades.  Aunque  en  teoría  sea  mejor 
lo  segundo,  en  la  práctica  es  siempre  mejor  lo 
primero. 

El  Cándido.— usted  descorazonador.  Según 
se  deduce  de  sus  palabras,  estamos  condenados 
a  permanecer  petrificados... 

El  escéptico.  -No,  no;  pero  lo  que  sí  es  necesa- 
rio es  no  gastar  nuestras  energías,  nuestras  fuer- 
zas y  nuestra  sangre  en  oponer  políticos  a  políti- 
cos cuando  hay  tanta  cosa  transcendental  que  las 
reclama.  Créame  usted,  vuelvo  a  decirle:  aquel 
que  sin  ambiciones  personales  tremolara  una  ver- 
dadera bandera  de  reforma  la  vería  triunfar. 


Septiembre  1917. 


AL  PASAR 


No  hay  fuerza  individual  capaz 
de  cambiar  los  elementos  y  de 
prever  los  acontecimientos  que 
nacen  de  la  naturaleza  de  las  cir- 
cunstancias.—Emile  Ollivier. 

AL  COMENZAR 

Cuando  por  causas  subterráneas  la  vida  de  los 
pueblos  lánzase  vertiginosamente  por  nuevos 
cauces,  es  preciso  ir  registrando  sus  diversos  mo^ 
vimientos  para  orientarse  hacia  una  clara  con- 
cepción del  nuevo  vivir.  La  labor  de  los  gober- 
nantes ha  de  ser  entonces,  no  la  de  oponerse  a  las 
nuevas  fuerzas,  puesto  que,  además  de  inútil,  có- 
rrese el  peligro  de  hacerlas  desbordar,  sino  en- 
cauzarlas, convirtiendo  en  energía  creadora  lo 
que  de  no  ser  así  puede  degenerar  en  destructora 
avalancha. 

Nada  más  interesante  en  estos  casos  que  obser- 
var la  psicología  de  las  muchedumbres,  puesto 
que  es  sabido  que  al  fundirse  en  la  masa  común 
la  psicología  del  individuo  se  borra  o  transforma 
para  f úndirse  en  la  psicología  común  y  dar  la  nor- 
ma del  sentir  colectivo.  Lo  que  los  hombres  no 
saben  o  no  osan  hacer  por  sí  solos  lo  hacen  en 
comunidad. 


12 


178 


Vamos,  pues,  a  ver  pasar  la  manifestación,  pro 
presos  de  Cartagena,  la  manifestación  que  pue- 
de dar  la  norma,  el  espíritu  sereno,  llenos  de 
imparcialidad. 

LA  MULTITUD 

Hace  un  día  maravilloso  de  sol.  Un  cielo  im- 
placable (puede  que  algunas  gentes  frivolas  ha- 
yan murmurado  al  levantarse:  «¡Qué  hermoso  día 
de  carreras!»)  cobija  la  ciudad.  Nunca  mejor  el 
adjetivo  implacable.  Este  bello  día,  después  de 
tantos  bellos  días,  anuncia,  con  la  sequía  el  ham- 
bre, un  aumento  de  miseria,  la  traición  de  la  Na- 
turaleza, que  no  quiere  ayudar  tampoco. 

Una  multitud  densa,  compacta,  pero  serena, 
consciente,  va  reuniéndose  en  la  plaza  de  Cáno- 
vas. Es  interesante  estudiar  su  composición.  Hay 
los  caudillos  de  siempre,  alg'unos  de  los  antiguos 
trabajadores,  díscolos  o  descontentos,  que  corres- 
ponden, en  el  elemento  obrero,  a  lo  que  la  mayo- 
ría de  nuestros  políticos  en  la  clase  directora; 
pero  domina  un  elemento  intelectual  que  va  des- 
de los  catedráticos  del  Instituto  Libre  de  Ense- 
ñanza y  los  profesores  de  la  Residencia  de  Estu- 
diantes, hasta  los  obreros  nuevos— los  que  en  sus 
ratos  de  ocio  acuden  a  la  Biblioteca  Nacional,  a 
los  Centros  particulares  de  cultura,  a  las  confe- 
rencias, leen,  estudian,  se  apasionan— ,  pasando 
por  fuertes  mentalidades  qufe  hasta  hace  poco 
sentían  una  repugnancia  intensa  por  la  política. 
Ante  todos  estos  hombres  jóvenes,  trabajadores 
y  fervorosos,  se  piensa  involuntariamente  en  las 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES 


179 


palabras  de  Taine,  refiriéndose  a  la  Revolución 
francesa:  «Por  anticipado  y  sin  quererlo  cada  ge- 
neración lleva  en  sí  misma  su  destino.» 

Vense  también  muchas  damas,  serias,  algunas 
de  edad  ya,  poseídas  todas  de  un  noble  deber 
ciudadano. 

EL  AMBIENTE 

Hay,  en  primer  lugar,  un  gran  fervor  cordial 
por  los  presos  de  Cartagena.  Es  justo;  de  los  que 
ellos  defendieron  merecen  bien;  de  los  demás  res- 
peto. El  delito  político  es  respetable  siempre.  En 
la  lucha  se  puede  abatir  al  adversario;  pasada  ya, 
hay  que  tener  un  gesto,  mejor  que  de  piedad,  de 
noble  deferencia.  No  se  debe  «perdonar»,  sino  «ol- 
vidar». Y  esos  hombres  sabios,  cultos,  que  se  die- 
ron en  un  ideal  bueno  o  malo,  pero  ideal  político 
y  social,  vistiendo  el  uniforme  infamante,  son  un 
baldón.  La  ley  venció:  razón  de  más  para  que  el 
olvido  borre  ahora. 

Pero  hay  también  una  gran  seriedad  ciudada- 
na, una  seguridad  en  la  «posesión  del  derecho», 
nueva  en  España.  Nada  de  tumultos  casi  burles- 
cos, nada  de  movimientos  nerviosos  e  inconscien- 
tes; esos  hombres  ejercen  un  deber  y  un  derecho, 
y  «lo  saben». 

LOS  HÉROES 

Los  aplausos  de  la  multitud  van  a  los  más  ra- 
dicales, a  los  más  audaces.  Marcelino  Domingo, 
Pablo  Iglesias... 


180 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


Es  natural  que  así  sea;  las  muchedumbres  no 
pueden  sentir  los  matices,  necesitan  las  ideas 
fuertes  y  las  transparentes  representaciones.  Los 
gobernantes  son  los  llamados  a  enseñar  que  las 
¡deas  pueden  vivir  en  otra  atmósfera  que  la  de 
las  fraguas. 

,  DESFILANDO 

La  enorme  ola  sube  hasta  Recoletos  y  la  Cas- 
tellana, llenando  por  completo  el  amplio  paseo. 
Tal  vez  algún  hombre  político  tras  de  sus  venta- 
nas meditara  en  lo  que  eso  significa,  y  pensara 
que  hay  que  aprovechar  las  enseñanzas. 

Llegó  la  manifestación  ante  la  estatua  de  Cas- 
telar.  Sus  hombres  van  a  hablar... 

25  Novicmb.e  1917. 


SERENIDAD 


Cuéntanos  Croiset  cómo  después  del  destierro 
de  los  Pisistratidas,  aquellos  de  sus  parientes  que 
no  estaban  asociados  a  su  poder  fueron  respeta- 
dos, y  cómo,  pese  al  horror  de  sus  crímenes,  el 
Consejo  de  los  Treinta,  tan  sólo  fué  condenado  al 
destierro. 

Sucesos  muy  dolorosos  han  agitado  a  España 
este  verano.  El  orden- ha  vencido  y  la  ley  se  ha 
cumplido;  ha  sonado  la  hora  de  perdonar.  Hay 
que  tachar  esas  páginas;  si  algo  había  de  justo  en 
las  aspiraciones  que  se  expresaron  mal,  recoger- 
lo; lo  demás  borrarlo  con  una  gran  piedad  que 
borre  a  la  vez  el  odio,  la  rebeldía,  el  sordo  ren- 
cor, y  que,  haciendo  olvidar,  aúne  todos  los  es- 
fuerzos. Y  es  preciso  sobre  todo  respetar  la  Idea 
y  oir  la  palabra  de  los  hombres  libres  y  justos. 
Hay  que  recordar  las  palabras  de  Tolstoi:  «Ni 
millones  de  pesos,  ni  millones  de  soldados^  ni 
guerras,  ni  revoluciones  pueden  hacer  lo  que 
un  hómbre  libre  cuando  dice  aquello  que  cree 
justo.» 


HACIA  LA  PAZ  Y  LA  JUSTICIA 


EL  COMIENZO  DE  LA  OBRA 

Hay  gestos  violentos  que  si  no  pueden  justifi- 
carse pueden  buscar  una  disculpa  en  el  aturdi- 
miento de  un  momento  de  peligro.  Lo  que  ya  no 
admite,  ni  aun  siquiera  disculpa,  es  la  perseve- 
rancia en  el  error,  tanto  más,  cuanto  que  se  refie- 
re a  gentes  que  además  de  su  representación  ciu- 
dadana, tienen  una  representación  qiie  podíamos 
llamar  «representativa». 

Cuando  los  que,  alejados  de  la  cosa  pública, 
contemplábamos  los  sucesos  con  serena  nobleza 
de  miras  y  absoluta  imparcialidad,  decíamos  que 
era  un  absurdo,  un  baldón  y  una  enormidad  la 
presencia  en  Cartagena  del  Comité  de  la  huel- 
ga, se  nos  acusaba  de  revolucionarios,  de  rebel- 
des, de  arbitrarios,  y,  sin  embargo,- no  pedíamos 
más  que  una  justicia  que  pacificando  los  ánimos^ 
redundaría  en  bien  de  todos,  como  han  acabado 
por  reconocer  las  Cortes  del  Reino  y  el  Gobierno 
de  S.  M. 

EL  PRINCIPIO 
DE  AUTORIDAD 

Lo  que  venía  sucediendo  en  España  desde  hace 
mucho  tiempo,  es  que  no  existía  un  verdadero 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  183 


Gobierno  capaz  de  navegar  por  las  aguas  de  la 
vida  nacional  en  una  dirección  determinada  e  im- 
primiendo con  firme  pulso  al  timón  de  la  nave 
simbólica  la  orientación  querida;  sino  que  débiles, 
sin  verdadero  prestigio,  sin  una  visión  clara  y 
neta  de  las  cosas,  o  lo  que  es  peor,  sin  fuerzas 
para  dominarlas  si  realmente  la  tenían,  los  Go- 
biernos daban  saltos  incongruentes  y  pasaban  de 
todas  las  claudicaciones,  las  cobardías  y  las  ab- 
dicaciones, a  los  más  absurdos  y  desatentados 
gestos  de  violencia . 

No  hay  nada  que  nos  haga  afrontar  las  cosas 
con  serenidad  como  el  sentimiento  de  nuestra 
fuerza.  Y  ese  sentimiento  era  justamente  lo  que 
faltaba  a  los  gobernantes;  en  vez  de  prevenir  con 
una  sobria  aplicación  de  la  ley,  trataban  de  evi- 
tar con  una  a  modo  de  captación  de  conciencias, 
un  soborno  espiritual  y  material,  que,  claro  es,  a 
la  larga  no  daba  resultado.  Y  luego,  cuando  la 
tormenta  escallaba,  entonces  venga  repartir  palos 
de  ciego. 

EL  TIEMPO  PERDIDO 

Tres  años  largos,  tres  años  que  pudieron  ser 
como  las  vacas  gordas  del  sueño  de  Faraón,  per- 
diéronse neciamente  en  discutir  filias  y  fobias  y 
en  tratar  de  suavizar  asperezas.  No  hubo  ningún 
José,  y  así,  mientras  se  disputaba  por  dónde  ha- 
bía de  pasar  la  Fortuna,  la  Fortuna  pasaba  de 
largo,  como  en  el  cuento: 

«Pues,  señor,  érase  una  vez  un  hombre  que, 
ambicioso  y  ladino,  supo  que  la  Fortuna  había  de 


184 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


pasar  a  una  hora  determinada  por  un  campo  de 
flores  y  decidió,  con  las  más  bellas,  fragantes  y 
olorosas,  preparar  un  ramo  para  captar  su  volun- 
tad. Pero  sucedió  que  mientras  él  inclinábase 
para  coger  las  flores,  la  diosa  pasó  de  largo,  y  al 
incorporarse  él,  tan  sólo  consiguió  ver  la  sombra 
que  se  alejaba  * 

LA  COBARDÍA  CULPABLE 

En  realidad,  la  cobardía  de  los  hombres  políti 
eos,  su  miedo  a  lesionar  intereses,  su  espanto  ante 
la  más  leve  protesta,  ha  sido  la  causante  de  todo. 
Algo  de  lo  que  se  va  a  hacer  ahora  con  la  nacio- 
nalización de  la  flota  mercante,  debióse  hacer 
desde  el  comieiizo  con  muchas  cosas.  En  vez  del 
Comité  debían  haber  ido  a  la  cárcel  infinidad  de 
industriales,  de  comerciantes,  de  acaparadores, 
de  detentadores  del  bien  público.  Justo,  muy  justo 
que  al  amparo  de  las  circunstancias  se  hayan  he- 
cho grandes  fortunas,  son  riquezas  que  redundan 
en  bien  de  todos;  pero  este  derecho  a  enriquecer- 
se «debe  de  tener  el  Hmite  del  bien  público»;  enri- 
quecerse, sí,  pero  sin  hacer  la  vida  imposible  a  los 
demás.  Y  justamente  este  límite  es  el  que  estaban 
en  el  deber  de  señalar  los  Gobiernos.  Por  encima 
del  interés  individual  ha  de  estar  siempre  el  inte- 
rés nacional,  como  por  encima  de  éste  está  el  in- 
terés humano,  en  las  rarísimas  ocasiones  en  que 
es  realmente  el  interés  humano. 

El  primer  deber  de  los  hombres  que  manejaban 
las  riendas  de  la  gobernación  era  hacer  la  vida 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES 


185 


posible  a  todos.  Si  para  ello  había  que  lesionar  in- 
tereses particulares,  lesionándolos. 

Hubiérase  visto  entonces  cómo  no  era  posible 
organizar  una  huelga  con  éxito.  El  bienestar  es  la 
mejor  garantía  del  orden. 

LOS  PRESOS  DE  CARTAGENA 

Han  Helgado  los  presos  de  Cartagena.  Son  hom- 
bres que  valen,  y  que  valen  mucho.  En  la  prisión 
les  ha  acompañado,  no  sólo  el  entusiasmo  de  los 
suyos,  sino  la  simpatía  de  todos  los  que  trabaja- 
mos y  no  miramos  las  cosas  superficialmente 
Han  contraído,  pues,  una  gran  deuda,  pero,  no 
una  deuda  de  estridencias,  sino  de  labor  honda, 
intensa,  en  pro  de  los  obreros,  haciendo  sus  aspi- 
raciones compatibles  con  otras  aspiraciones  que 
sólo  en  utopía  pueden  desáparecer,  para  que  haya 
riqueza  para  todos,  bienestar  para  todos  y...  tra- 
bajo para  todos.  • 


LOS  CABALLOS  BLANCOS 
DE  ROMERSHOLM 


Existe  un  fuerte  drama  ibseniano  de  un  obscuro 
e  intrincado  simbolo.  Es  el  caso  que  en  un  viejo 
dominio  noruego,  colocado  al  otro  lado  de  los 
fiords^  vive  una  familia  embrujada  (hantee  sería 
más  exacto,  en  el  gráfico  del  idioma  francés)  de 
un  raro  maleficio  destructor  de  iniciativas  y  de 
energías.  No  se  sabe,  a  decir  verdad,  ^^i  el  malefi- 
cio está  en  las  casas  o  sencillamente  en  el  espíri- 
tu de  aquellas  gentes.  Sin  embargo,  bien  sean 
reales  fantasmas  o  sólo  condensaciones  en  imá- 
genes de  fenómenos  imaginativos,  es  el  caso  que 
cada  vez  que  una  desgracia  se  cierne  sobre  ellas 
aparécenseles  unos  misteriosos  caballos,  los  ca- 
ballos blancos  de  Romershólm,  a  manera  de  pre- 
sagio. 

Rápidamente  desfilan  ante  mí  los  viejos  mitos 
en  que  figura  el  noble  bruto  que  los  hombres  es- 
clavizaron. ¿Porqué  los  caballos,  tan  bellos  y  se- 
renos, han  conservado  ese  valor  de  obscuro  pre- 
sagio? Tal  vez  estriba  en  una  rudimentaria  ver- 
dad: la  verdad  de  que  al  querer  los  hombres  for- 
zar la  naturaleza  a  servirles  se  vuelve  contra 
ellos.  Cuando  los  hombres  han  querido  esclavi- 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES 


187 


zar  el  suelo,  el  suelo  se  ha  hecho  árido  y  estéril; 
cuando  han  robado  su  terreno  al  mar,  el  mar  se 
ha  precipitado  rugiendo  sobre  ellos  y  los  ha  ane- 
gado; cuando  han  impuesto  su  yugo  a  las  bes- 
tias, una  misteriosa  fuerza  pareció  radicar  en 
ellas.  Desde  la  torre  de  Babel  a  las  alas  de  Icaro, 
desde  las  montañas  de  los  Atlantes  a  la  ciudad  de 
Is,  siempre  que  ios  humanos  han  querido  someter 
las  leyes  naturales  a  su  vanidad  han  perecido. 

Cuando  una  monarquía  está  amenazada  de  rui- 
na, siempre  indefectiblemente  hay  como  una  lla- 
marada de  lujo,  de  fasto,  de  riqueza,  y  en  esa  luz, 
que  es  algo  como  la  luz  fantasmagórica  de  Ro- 
mersholm,  aparecen  los  caballos.  No  podemos 
imaginarnos  los  prolegómenos  de  la  Revolución 
francesa  sin  el  galopar  de  jinetes  en  las  fiestas 
cinegéticas  de  Luis  XIV,  sin  las  carrozas  de  las 
paradas  de  Luis  XV  y  Luis  XVI;  ni  la  derrota 
del  Imperio,  sin  las  carretelas  a  la  D'Aumontde 
Eugenia  de  Montijo,  sin  los  desfiles  hacia  Longs- 
champs,  sin  las  carreras  de  caballos;  ni  la  caída 
déla  monarquía  portuguesa,  sin  las  carreras  de 
caballos  y  sin  los  caballitos. 

Si  yo  fuese  ministro  de  un  rey  imaginario  en 
un  país  donde  los  hombres  de  buena  voluntad  pu- 
diesen decir  la  verdad  le  diría:  «Señor:  descon- 
fiad de  los  caballos  blancos  de  Romersholm.  Los 
caballos  están  para  labrar  la  tierra,  para  facili- 
tar la  vida,  para  servir  a  la  industria  y  al  comer- 
cio; cuando  corren,  cuando  son  sólo  bestias  de 
lujo,  tienen  algo  de  maléfico.» 

Por  más  que,  acogiéndose  a  la  lógica,  todo  con- 
sista en  que,  tras  esos  alardes  de  lujo  y  vanidad, 


188 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


hay  siempre  agazapados  aventureros  de  vastos 
planes,  vividores,  hombres  sin  conciencia,  mer- 
caderes que  igual  trafican  en  apuestas  que  con 
coronas,  con  rancios  apellidos  y  vanidades  de 
advenedizos;  y  reyes,  aristócratas  y  snobs^  les 
sirven  de  pantalla  para  sus  sucias  combinaciones 
financieras. 


t 


ORÍGENES  Y  DESARROLLO 
DE  LAS  REVOLUCIONES 


I 

EL  PRESENTE  ESPAÑOL 

Mientras  los  acontecimientos  se  precipitan  en 
el  mundo,  España  dormita.  No  digo,  obsérvese, 
duerme,  sino  dormita;  la  subconsciencia  está 
alerta,  casi  sensible,  en  una  vaga  percepción  de 
los  acontecimientos  exteriores;  de  vez  en  cuando 
el  país  despierta,  hay  una  leve  sacudida,  y  vuel- 
ve a  dormitar. 

La  situación  de  España  no  es  buena;  pero  esto 
no  quiere  decir  que  sea  francamente  mala;  es  pre- 
caria la  situación  de  un  pueblo  que  ha  sufrido  tre- 
mendas y  dolorosas  sacudidas,  que  no  ha  pereci- 
do en  ellas,  pero  que  no  ha  sacado  tampoco  ese 
florecer  de  salud  y  de  energías  que  sigue  a  cier- 
tas graves  enfermedades.  España  necesitaría,  no 
una  revolución  en  el  sentido  violento  de  la  pala- 
bra, sino  una  fuerte  intensificación  de  sus  ener- 
gías. 

Lo  primero  es  hacerse  cargo  de  su  verdadera 
situación,  conformarse  a  ser  por  ahora  un  pueblo 
débil,  pero  no  resignarse,  sino  una  vez  hecho 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


el  balance  de  valores,  esforzarse  por  acumular 
sus  fuerzas  y  tenderlas  hacia  un  fin  nacional,  te- 
niendo en  cuenta  que  ese  esfuerzo  y  la  prosperi- 
dad que  le  siga  no  pueden  ser  una  pieza  suelta, 
sino  que  ha  de  encajar  en  el  mosaico  de  la  pros- 
peridad universal.  Vivir  en  el  presente  con  los 
ojos  puestos  en  el  porvenir.  El  sueño  de  la  Bella 
Durmiente  del  Bosque  es,  en  la  existencia  moder- 
na, alg-o  irrealizable. 

Para  todo  eso  es  imprescindible  una  amplia, 
fuerte  y  seria  orientación  liberal;  digámoslo  me- 
jor, más  rotunda  y  claramente,  socialista.  Nada 
de  gestos  teatrales,  nada  del  príncipe  que  da  me- 
dia capa  al  pobre  (manera  de  que  pasen  frío  el 
pobre  y  el  príncipe),  nada  de  esas  bondades  del 
gran  señor  que  ayuda  a  la  mendiga  a  cargar  el 
haz  de  leña,  nada  de  rasgos;  lo  que  precisase  es 
dar  al  pobre  los  medios  de  dejar  de  serlo,  facili- 
tar, humanizar  y  hacer  productivo  el  trabajo. 

Sucede,  desgraciadamente,  en  nuestra  Patria, 
que  subsiste  algo  del  espíritu  inquisitorial  en  las 
clases  directoras.  Claro  está  que  esto  no  ha  de  in- 
terpretarse puerilmente,  ni  tampoco  vulgarmen- 
te, sino  en  el  sentido  de  que  subsiste  la  violencia 
espiritual,  la  ira  honda  e  incomprensiva,  la  obs- 
cura idea  de  que  se  tiene  razón,  y  una  vez  tenien- 
do razón,  todos  los  medios  son  buenos  para  impo- 
nerla. 

El  gran  defecto  de  las  clases  directoras  es  aquí 
incomprensión:  la  negativa,  no  sólo  a  hacerse 
cargo,  sino  a  escuchar  las  razones  que  los  demás 
aducen  para  convencer.  Yo  recuerdo  los  días  en 
que  al  pobre  Canalejas  (sin  perjuicio  de  conside- 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  191 


rarle  luego  como  el  salvador)  y  esto  hase  repetido 
ahora  en  la  cuestión  internacional  con  Román  o - 
nes,  se  le  hacía  la  cruz,  como  al  diablo,  y  se  pre- 
tendía hundir,  a  fuerza  de  ridículo,  a  los  que  le 
seguían;  recuerdo,  y  bien  reciente  está  el  tiempo 
en  que  Cambó  (que  ahora  es  justamente  cuando, 
en  su  conservadorismo,  va  camino  del  fracaso), 
cuando  Cambó,  repito  (que  ellos,  claro  está,  igno- 
raban), comenzaba  por  el  vulgo  de  levita  a  desta- 
carse de  la  Asamblea  de  parlamentarios,  los  de- 
nuestos arrojados  sobre  él  y  aquél  considerarlo 
como  un  hombre  muy  peligroso.  No;  no  basta 
taparse  la  cabeza  para  no  ver  la  marcha  de  las 
cosas...,  porque  además  se  corre  el  peligro  de 
que  al  volver  a  mirar  se  haya  perdido  la  noción 
de  dónde  se  está. 

Es  lo  más  terrible  aquí  eso,  la  oposición  de  una 
negativa  irrazonada  a  una  verdad  en  marcha.  Se 
comprende  que  se  oponga  todo  un  sistema  moial, 
político  y  filosófico  (como  en  Alemania;  y  ser  ésta 
la  única  entre  sus  aliados  que  resiste  aún,  de- 
muestra que  cuando  realmente  hay  fuerzas,  aun 
arbitrarias  y  deformes,  que  oponer  a  fuerzas,  se 
puede  luchar,  aunque  al  final  se  derrumbe  uno); 
pero  lo  que  es  necio  es  oponer  una  anatema,  que 
ya  no  tiene  ni  aun  fuerza  moral,  a  la  realidad  de 
unas  afirmaciones.  Decir  «¡esa  gentuza!»,  «¡esos 
bandidos!»,  «¡esos  sinvergüenzas!»,  sin  saber  silo 
son  o  no,  es  grande  yerro.  Tal  vez  entre  ellos  los 
haya,  como  en  todas  partes:  pero  también  hay 
hombres  dignos,  sabios,  honrados  y  de  buena  vo- 
luntad. 

Desde  los  más  altos  a  los  más  bajos  han  de  con- 


192  ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


vencerse  que  no,  que  la  vida  ha  cambiado,  que  es 
necesario,  si  no  se  tiene  el  valor  y  la  fuerza  de  ir 
alegremente  al  cambio,  resignarse  a  él;  que  si 
(usemos  un  lenguaje  místico  que  les  es  familiar) 
no  tienen  alma  para  la  contricción,  han  de  refu 
giarse  en  la  atrición. 

E  igual  sucede  con  los  hombres  políticos;  pocos, 
muy  pocos  del  actual  régimen  se  salvan;  los  que 
hayan  tenido  la  clara  visión  futura  nada  más. 
Dentro  de  un  mes,  el  gran  Gobierno  que  ha  de 
emprender  la  reforma  de  España  habrá  de  adve- 
nir. Igual  da  que  sea  un  gobierno  de  eminencias 
que  un  gobierno  de  hombres  oscuros  e  insignifi- 
cantes; su  grandeza  está  en  la  obra  que  realiza. 
Maura  (al  neg'ar  la  posibilidad  de  la  reforma 
constitucional),  pese  a  su  enorme  talento  y  a  su 
gran  probidad  y  autoridad,  con  Cambó,  sería  la 
revolución  a  plazo  fijo;  el  triunfo  de  las  izcjuier- 
das,  con  Melquíades,  Romanones,  Besteiro,  sería 
la  afirmación  de  la  monarquía  sobre  los  nuevos 
principios  democráticos,  la  evolución  pacífica  de 
España  sin  necesidad  de  la  revolución. 

ALGO  DEL  ORIGEN  DE 
LAS  REVOLUCIONES 

La  primera  causa  de  una  revolución  es  vulgar, 
prosaica:  el  malestar  material  del  pueblo.  Las  re- 
voluciones no  estallan  nunca  en  los  pueblos  victo- 
riosos como  no  sea  a  la  inversa,  es  decir,  con 
orientaciones  conservadoras.  Si  se  hubiese  hecho 
una  paz  sin  vencedores  ni  vencidos,  probablemen- 
te Europa  entera  hubiera  visto  la  revolución  (ex- 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  193 


ceptuando  tal  vez  Alemania,  donde  la  férrea  dis 
ciplina  la  hubiese  sostenido). 

Una  vez  producido  el  estado  de  malestar,  que- 
dan dos  caminos  que  seguir:  o  resistir  la  ola  por 
el  hierro  y  por  el  fuego,  y  es  probable  que  tarde 
o  temprano  venza  el  empuje  popular,  o  bien  ha- 
cerse cargo  de  la  justicia,  y  con  un  formidable  es- 
píritu de  abnegación,  con  una  buena  fe  sin  límites, 
pero  serenamente,  enérgicamente,  ponerse  al 
frente  del  movimiento  y  realizar  desde  el  Gobier- 
no la  honda  transformación  social  que  el  pueblo 
requiere . 

¿Se  acuerda  el  Sr.  Maura  de  la  revolución  desde 
arriba? 

II 

LA  TRAYECTORIA 

Cuando,  víctima  de  grandes  padecimientos  físi 
eos,  un  hombre  yace  en  el  lecho  del  dolor,  incons- 
cientemente busca  cambiar  de  postura,  hallando 
en  ello  un  alivio  y,  desde  luego,  la  esperanza  de, 
en  cada  nueva  que 'adopte,  descubrir  el  lenitivo. 
Si  se  deja  llevar  de  esta  impresión ,  su  nerviosidad 
va  en  crescendo,  y  llega  un  momento  de  tremenda 
sobreexcitación,  que  acaba  por  dar  al  traste  con 
él.  Pero  SI  en  vez  de  los  remedios  que  pueden  cu- 
rarle se  le  dan  calmantes,  tras  cada  nuevo  sopor 
la  exaltación  aumenta;  si  se  le  sujeta  por  la  fuer- 
za, pueden  ser  tales  sus  sacudidas  que  rompa  las 
ligaduras.  Igual  que  con  el  dolor  físico  sucede 
con  el  moral:  parece  que  encontramos  consuelo 


194 


ANTONIO  D)L  HOYOS  Y  VINENT 


en  pasear  y  en  agitarnos,  en  trasladarnos  de  un  í 
lado  para  otro.  / 
A  los  pueblos  sucédeles  como  a  las  personas:  \ 
cuando  se  encuentran  en  un  momento  de  males- 
tar, necesitan  los  sacudimientos,  las  convulsiones  f 
violentas,  que  dan  al  traste  con  lo  que  ellos  con-  í 
sideran  causa  directa  de  su  malestar,  y  que  tal  | 
vez  no  sea  sino  cristalización  del  malestar  mismo.  í 


LOS  ANTIGUOS  PERSAS 

El  famoso  discurso  que  comenzaba:  «Era  cos- 
tumbre de  los  antiguos  persas  pasar  tres  días  en 
la  anarquía  a  la  muerte  de  un  rey,  para  que  el 
ejemplo  de  robos,  incendios  y  asesinatos...»,  dis- 
curso que  dió  lugar  a  la  denominación  de  «Per- 
sas» con  que  bautizaron  a  una  fracción  de  la  Cá- 
mara española,  tenía,  bajo  su  pomposa  teatrali- 
dad, un  fondo  de  verdad  en  la  aplicación  y  una 
rara  exactitud  de  percepción. 

No  sólo  en  España,  sino  en  todos  los  pueblos 
puede  haber  momentos  en  que  forzosamente  se 
arrojen  en  la  anarquía.  Estas  crisis,  como  las 
guerras  y  como  algunas  enfermedades,  a  la  larga 
son  ventajosas,  y,  vueltas  ya  las  cosas  a  su  cau- 
ce, marcan  un  paso  en  la  historia  de  los  Estados. 

Sin  embargo,  para  que  lleguen  naturalmente, 
y  no  provocadas  por  bastardas  ambiciones,  ha- 
cen faltan  circunstancias  desesperadas,  y  hasta 
que  los  gobernantes,  en  vez  de  aferrarse  a  la  vio- 
lencia, como  el  único  medio  de  gobierno,  sientan 
y  comprendan  los  dolores  y  necesidades  de  su 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  195 


pueblo  y  los  compartan  con  él,  para  que  puedan 
solucionarse  pacíficamente  las  cosas. 

EL  ORTO  Y  EL  CÉNIT 

Una  revolución  empieza  a  señalarse  casi  siem- 
pre del  mismo  modo.  Hay  cierta  luz  que  no  se 
sabe  de  dónde  procede,  que  alumbra  todas  las 
cosas  con  livores  que  los  deforman  y  ensombre- 
cen. Sacudidas  de  malestar,  nerviosidades,  rápi- 
dos cambios  de  Gobierno  en  busca  del  definiti- 
vo..., que  llega  siempre  tarde,,  pues  mientras  se 
buscan  soluciones  intermedias  para  no  ir  a  él, 
deja  el  mismo  de  ser  una  solución. 

Una  vez  en  el  cénit,  la  revolución  estalla,  y  en- 
tonces toda  precaución  es  inútil,  y  lo  más  a  que 
puede  aspirarse  es  a  ayudarla  a  resolverse,  a 
abreviarla. 

EL  APÓSTOL  Y  EL  CAUDILLO 

Es  indudable  que  en  toda  revolución  ha  de  ha- 
ber forzosamente  un  apóstol  y  un  caudillo. 

El  caudillo  es  sencillamente  producto  de  los 
entusiasmos  y  de  los  ardores,  de  los  amores  y  de 
los  odios  populares.  Pero  el  apóstol  (que  en  el  co- 
rrer del  tiempo  va  transformándose  en  un  esta- 
dista sencillamente),  ha  de  saber  adónde  va  y 
adónde  lleva  a  los  demás. 

El  apóstol,  para  ir  serenamente  a  una  revolu- 
ción, ha  de  saber,  no  sólo  su  ideal  de  él,  sino  el 
ideal  del  pueblo  que  va  a  conducir,  y  buscar  la 
fórmula  para  que  sean  compatibles  y  yiables. 


1% 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


LA  IDEA  I 

La  gran  fuerza  de  la  revolución  francesa  fué  ! 
su  preparación  ideológica.  No  se  arguya  que  en  ! 
Rusia  también  la  ha  habido.  Es  imposible  compa-  ' 
rar  una  cosa  con  otra.  En  Rusia,  en  primer  lu- 
gar, la  ideología  ha  sido  más  vaga,  más  literaria, 
menos  claramentg  definida,  impregnada  de  un 
pseudomisticismo  enfermizo  lleno  de  resignacio- 
nes y  de  éxtasis  visionarios. 

El  gran  mal  de  las  revoluciones  actuales  es  que 
no  está  marcado  con  rectitud  su  objeto,  que  no 
se  sabe  cuál  es  el  avance  mínimo  ni  cuál  es  el 
avance  máximo  que  van  a  señalar  en  la  vida  ma- 
terial y  moral  de  la  humanidad. 


PARENTESIS  CASI  CONSERVADOR 


LIQUIDACIÓN  DE  LA  REVOLUCIÓN 
I 

CAUSAS  Y  OBJETIVOS 

Una  revolución  puede  tener  dos  clases  de  obje- 
tivos: uno  obscuro,  confuso,  que  en  las  mismas 
vicisitudes  de  la  revolución  se  va  especificando, 
y  otro  claro  y  definido.  En  el  primer  caso,  si  es 
sólo  un  anhelo  de  cambio  provocado  por  profun- 
do malestar,  si  la  revolución  va  sin  normas,  sin 
ritmo  y,  lo  que  es  más  grave,  sin  meta  definida, 
lleva  casi  siempre  fatalmente  a  la  anarquía;  en 
el  segundo,  cuando  las  causas  son  claras,  el  ca- 
minar lento  y  el  objetivo  claro,  si  hay  sensatez 
en  las  unas  y  energías  en  los  otros,  detiénese  una 
vez  conseguido  el  objeto  y  puede  ser  un  paso  be- 
neficioso en  la  historia  de  un  pueblo. 

Sería  necio  y  pueril  negar  que  desde  el  mes  de 
julio  de  1917  España  ha  cruzado  por  un  período 
revolucionario,  una  revolución  serena,  clara,  con 
metas  marcadas  de  antemano,  eso  sí;  pero  una 
revolución  que  ha  sacudido  el  fundamento  de  mu- 
chas cosas,  ha  hecho  caer  algunas  y  ha  fortale- 
cido otras. 

Hay  varias  causas:  una  eficiente,  las  otras  de- 


200 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


rivadas  de  ella.  La  causa  eficiente  es  la  guerra 
europea.  En  nuestros  tiempos  una  guerra  no  es 
como  en  la  antigüedad,  que  en  metáfora  podemos 
decir  que  se  contemplaba  la  batalla  tranquila- 
mente desde  los  muros  de  una  ciudad.  Ahora  una 
guerra  cambia  el  orden  de  todas  las  cosas;  hasta 
los  países  más  lejanos  llegan  las  consecuencias 
de  la  tragedia;  la  vida  moderna  es  muy  intensa  y 
multiforme  y,  por  lo  tanto,  las  necesidades  muy 
complejas.  Aunque  en  esta  lucha  se  prepare  una 
era  de  esplendor  industrial  y  comercial,  por  el 
momento  hondísima  crisis  pone  todo  en  peligro. 
Claro  que  estas  condiciones  no  son  sólo  de  índole 
material,  sino  también  moral. 

España,  aunque  suavizadas,  viene  padeciendo 
desde  hace  cuatro  años  estas  consecuencias  eco- 
nómicamente. Ha  faltado  habilidad  y  prontitud 
en  los  Gobiernos  para  remediarlas,  valor  cívico 
para  anunciarlas  con  tiempo  y  predisponer  4os 
espíritus  al  sacrificio.  Han  hecho  como  esos  ami- 
gos oficiosos  que,  sabiendo  al  hijo  en  trance  de 
muerte,  en  vez  de  llevar  a  la  madre  a  su  cabece- 
ra, la  preparan  un  día  y  otro.  Las  consecuencias, 
pues,  del  conflicto  europeo  llegaban,  y  el  males- 
tar cundía. 

Moralmente,  por  lógica  evolución,  ganen  unos  * 
u  otros  o  no  gane  ninguno,  esta  guerra  tiene  que 
ser,  en  el  caming  ascensional  de  la  Humanidad, 
un  paso  hacia  el  acto  de  la  libertad.  Ya  durante 
ella  Inglaterra  (y  no  cito  Rusia,  donde  la  sacudi- 
da es  con  exceso  violenta)  y  aun  Alemania  se 
han  hecho  más  liberales.  Aunque  triunfase,  que 
no  triunfará  el  imperialismo  germánico,  la  liber- 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  201 


tad  triunfaría  dentro  de  él.  Los  partidos  políticos 
españoles,  y  con  ellos  la  política  entera,  cerrábase 
a  nuevas  normas  y  acogíase  a  las  antiguas  en  sus 
treinta  o  cuarenta  años,  y  téngase  presente  que  en 
la  vida  moderna  años  valen  lo  que  en  la  antigua 
siglos. 
Estas  eran  las  causas. 

LOS  EFECTOS 

Eü  el  intenso  malestar  de  la  vida  nacional  ha- 
bía que  hallar  soluciones  concretas.  El  Ejército, 
que  había  pasado  lleno  de  heroísmo  por  la  catás- 
trofe colonial,  sin  una  queja  ni  una  protesta,  fati- 
gábase de  ver  lo  estéril  de  sus  esfuerzos.  Los  bu- 
rócratas ya  no  eran  los  oficinistas  soñolientos  y 
perezosos  de  antaño,  sino  hombres  que  trabaja- 
ban con  fe,  y  ansiaban  mejorar.  El  pueblo,  por  su 
parte,  leía,  aprendía,  se  ilustraba.  Claro  que  algo 
se  transformaba  también  la  política;  pero  iba  de- 
masiado despacio;  había  un  visible  desnivel  entre 
la  marcha  de  los  unos  y  los  otros, 

Y  en  tal  situación,  ¿qué  hacer?  Las  viejas  revo- 
luciones habían  dejado  demasiado  desengañado 
al  pueblo,  habían  defraudado  con  exceso  sus  es- 
peranzas; los  hombres  que  encauzaban  la  rebeldía 
no  ofrecían  bastantes  garantías  —  para  arrastrar 
a  las  muchedumores  hace  falta  la  fe,  algo  que  es 
como  una  luz  que  reverbera  en  torno  a  las  figu- 
ras — ,  se  les  veía  demasiado  pagados  de  cosas  có 
modas  y  fáciles,  demasiado  preocupados  por  el 
orden,  sin  ese  ciego  impulso,  sin  ese  loco  entu- 
siasmo que  no  sabe  dónde  va,  pero  que  arrastra 


20? 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


a  las  multitudes,  demasiado  frías,  herméticas, 
prudentes  y  calculadoras.  En  tales  condiciones, 
en  vez  de  una  revolución  violenta  era  mejor  una 
evolución  rápida,  enérgica,  eficaz,  que,  respetán- 
dolo todo,  obligáralo  a  renovarse.  Y  avanzó  la 
revolución  fuerte,  serena,  irresistible.  Fueron  las 
Juntas,  la  Asamblea  de  parlamentarios...  Aquello 
era  algo  nuevo,  espontáneo,  pese  a  tal  cual  ro- 
mántica concomitancia  que  se  trataba  de  estable- 
cer... El  «Juego  de  pelota,  la  Convención...»  ¡Bah! 
En  4a  vida  de  la  Humanidad,  como  en  la  de  los 
individuos,  las  cosas  no  se  repiten,  todo  envejece 
y  se  deforma. 


LOS  DOS  PRIMEROS  EFECTOS 

El  primer  resultado,  después  de  hacer  sentir 
que  bajo  la  calma  chicha  había  hondas  corrientes 
de  inquietud,  fué  atajar  la  marcha  de  la  vieja  po- 
lítica, evitando  unas  elecciones  que  dieran  por 
resultado  Cortes  iguales  a  las  anteriores.  Fueron 
peores^  pero  justamente  en  ello  estaba  la  salva- 
ción. En  segundo,  la  formación  de  un  Ministerio, 
caótico  y  absurdo,  pero  que  por  su  insignificancia 
misma  llevaba  en  sí  los  gérmenes  de  unas  Cortes 
que,  por  lo  varias  y  fragmentarias,  encerraban  a 
su  vez  por  corolario  una  obligada  encauzación  de 
la  vida  política  hacia  la  acción  por  el  ideal,  en  vez 
de  por  un  sentido  de  conveniencia  partidista. 
Cuando  todos  los  hombres  piensan  igual  se  ponen 
de  acuerdo  para  repartirse  la  res;  cuando  cada 
uno  pugna  en  su  pensar  con  el  otro,  sacrifican  la 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONEís 


203 


res  en  un  ideal  común,  más  alto  que  el  ideal  indi- 
Tidual. 

Este  Ministerio  era,  usando  de  un  tópico  vul- 
gar, un  arca  de  Noé. 

II 

EL  ARCA  DE  NOÉ 

Decía  yo  que  el  primer  Ministerio  renovador 
era  un  a  modo  de  arca  de  Noé,  y  voy  a  expli- 
carme. 

El  Sr.  García  Prieto,  al  encargarse  de  formar 
Gobierno  tropezó  con  la  dificultad  de  que,  bien 
fuese  porque  él  no  aceptaba  los  programas  com- 
pletos, bien  por  otra  causa  cualquiera^  los  que  ha- 
bían provocado  directa  o  indirectamente  la  situa- 
ción negábanse  a  compartir  las  responsabilida- 
des de  su  resolución.  Hizo  lo  que  le  dejaron  hacer 
(poco)  y  llevó  al  nuevo  Gobierno,  con  el  Sr.  La 
Cierva,  representantes  de  la  intelectualidad,  de 
la  severidad  moral,  de  la  política  de  altura,  de  la 
oratoria  pomposamente  castelariana,  un  poco  de 
todo  formando  un  conjunto  que  carecía  de  homo- 
geneidad y,  al  mismo  tiempo,  de  heterogeneidad 
bastante  para  en  el  contrapeso  hallar  el  equili- 
brio. 

Eje  de  este  Ministerio  era  el  Sr.  La  Cierva.  El 
político  conservador  es  un  hombre  de  altísimo  va- 
ler, de  actividad  extraordinaria,  de  múltiples  y 
provechosas  iniciativas,  de  laboriosidad  infatiga- 
ble,  es  uno  de  los  grandes  valores  políticos  espa- 
ñoles; pero  para  desarrollar  sus  planes  en  mo- 


204 


ANTONIO  DH  HOYOS  Y  VINENT 


mentos  de  serenidad,  de  esfuerzo  común,  cuando 
hay  ese  acuerdo  tácito  entre  todos  los  elementos 
que  integran  la  nación.  Y  precisamente  sobrevi- 
no su  advenimiento  en  unas  circunstancias  difici- 
lísimas, cuando,  muy  justamente  por  cierto,  notá- 
base el  malestar  general.  Eran  días  en  que  ningu- 
nos intereses  podían  anteponerse  a  otros,  para  no 
ponerlos  en  pugna  ni  crear  antipatías  e  incompa- 
tibilidades. En  tal  condición,  el  Sr.  La  Cierva,  de 
ser  algo,  debió  de  ser  presidente  del  Consejo;  pero 
no  al  final,  con  una  dictadura  militar,  sino  desde 
el  primer  día. 

MÁS  EFECTOS 

Ya  he  dicho  que  los  primeros  resultados  fueron 
alejar  del  Poder  los  viejos  partidos  turnantes, 
demostrando  que  a  la  vitalidad  de  los  pueblos  in- 
teresan otros  problemas  además  de  los  que  entra- 
ña la  lucha  entre  los  principios  liberales  y  conser- 
vadores. Durante  mucho  tiempo  en  España  los 
Gobiernos  han  caído  j  se  han  levantado  por  la 
enseñanza  laica  y  la  secularización  de  los  cemen- 
terios, y  la  vida  ha  venido  a  demostrar  que  había 
problemas  de  fortificaciones,  de  armamentos,  de 
transportes,  de  subsistencias,  industriales  y  co- 
merciales, que  merecían  obtener  tanta  atención, 
por  lo  menos,  y,  por  lo  tanto,  tener  hombres  que 
los  representasen. 

Luego,  el  segundo  efecto  fué  la  formación  del 
Ministerio  que  hiciese  unas  elecciones  «verdad» 
para  reunir  las  Cortes  de  la  renovación.  Si  dijé- 
semos que  las  tales  elecciones  fueron  muy  lim- 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  205 


pias^  mentiríamos  a  sabiendas.  Fueron  absurdas; 
multitud  de  corruptelas  florecieron;  sobre  todo  el 
dinero,  que  se  vió  verter  a  manos  llenas,  manci- 
llólas. 

Más  sucedió  que,  una  vez  reunidas  las  Cortes, 
nadie  podía  gobernar  con  ellas,  que  era  precisa- 
mente lo  necesario  p  ira  que  en  esfuerzo  patrióti- 
co gobernasen  todos.  Y  con  esto  llegamos  a  la 
fase  más  difícil  de  la  mansa  revolución  que,  burla 
burlando,  hemos  vivido  en  España. 

EL  GRAN  GOBIERNO 

Nadie  podía  formar  Gabinete.  Unos  «no  po- 
dían», otros  no  podían  sin  disolver  las  nonnatas 
Cortes,  que  eia  como  no  poder  tampoco.  Un  enor- 
me desbarajuste  reinaba  por  tódas  partes,  y  hubo 
un  momento  en  que  la  revolución  tocó  esa  divi- 
soria que  la  separa  cuando  aun  con  eufemismo 
puede  llamársele  evolución,  a  cuando  en  plena 
calle  se  precipita  en  el  desorden  y  la  anarquía. 
Entonces  fué  cuando  una  noche  los  reporteros 
vieron  abrirse  las  puertas  del  regio  alcázar  y  su- 
pieron la  noticia  que  el  pueblo,  silencioso  horas 
antes  cuando  la  apertura  del  Parlamento ,  con  un 
silencio  hosco  ante  el  palatino  desfile  de  carro- 
zas, acogió  con  gritos  de  entusiasma  y  manifés- 
taciones  de  júbilo. 

Pero  al  mismo  tiempo  partía  para  Murcia  el  se- 
ñor La  Cierva,  llevándose  la  incógnita  de  si  su 
ida  era  la  vuelta  a  la  normalidad  o  la  revolución 
triunfante. 

Claro  que  hasta  ahora  nada  se  podía  hacer  más 


206 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


que  restablecer  el  orden  necesario  para  gobernar, 
suprimir  ese  estado  de  inquietud  en  que  algunk 
responsabilidad  cabe  a  la  Prensa,  pues  si  bien  es 
verdad  que  los  Gobiernos,  como  los  industriales, 
necesitan  del  reclamo,  si  ese  reclamo  consiste  en 
anunciar  la  quiebra,  la  inutilización  de  las  exis- 
tencias y  otras  catástrofes,  más  perjudicíi  que 
ayuda,  y  volver  a  normalizar  los  servicios;  pero 
es  preciso  tener  en  cuenta  que  el  mal  está  muy 
adelantado,  el  remedio  es  urgente  y  hay  que  ser 
rápido  y  acertauo. 

III 

Son  tan  varias  y  graves  las  consecuencias  de 
la  revolución  por  que  pasó  España  el  verano 
de  1917,  que,  no  ya  con  lo  dicho,  sino  ni  aun  con 
mucho  más  quedará  agotado  el  filón.  Sin  embar- 
go, a  una  de  las  que  quiero  referirme  es  preciso 
atribuirle  toda  la  enorme  importancia  que  en  rea- 
lidad tiene;  hablo  de  la  constitución  de  la  minoría 
socialista. 

Los  republicanos  tienen  un  ideal:  el  cambio  de 
régimen;  los  socialistas,  otro:  la  mejora  de  las 
condiciones  de  la  clase  obrera.  Estos  dos  ideales 
no  son  antagónicos,  pero  tampoco  son  semejan- 
tes. Puede  haber  un  momento  en  que  a  los  repu- 
blicanos les  convenga  provocar  un  malestar  pro- 
picio a  las  agitaciones;  a  los  socialistas,  lo  que 
les  interesa,  sobre  todo,  es  buscar  una  buena  le- 
gislación obrera,  un  Gobierno  que  la  aplique  enér- 
gicamente y  nuevas  concesiones  que  constante- 
te  se  renueven. 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES 


207 


Puestas  las  cosas  así,  claro  que  los  socialistas 
podrán  secundar  a  los  republicanos  en  cuanto  su. 
actuación  tenga  de  dinámica,  pero  no  pueden  se- 
guirles lo  mismo  en  lo  que  tenga  de  estática,  de 
obstruccionista^  como  no  sea  frente  a  un  Gobier- 
no que  pretenda  retroceder. 

Ahora  hay  una  minoría  socialista,  una  minoría 
que  a  la  clase  obrera  no  puede  serle  sospechosa, 
puesto  que  en  holocausto  a  ella  ha  padecido  per- 
secución; por  lo  tanto,  está  capacitada  para  hacer 
labor  de  fijación  de  unas  verdaderas  bases  obre- 
ras que  sintetizasen  las  aspiraciones  de  las  clases 
trabajadoras. 


Abril,  1918. 


i 


POR  TIERRAS  DE  RENOVACION 


14 


I 


LO  QUE  SE  PIENSA  EN  MADRID 
DE  CATALUÑA  Y  SUS  HOMBRES 

LOS  VERDADEROS  LAZOS 

Algunas  veces  leyendo  los  periódicos  catala- 
nes que  tratan  del  centralismo,  y  los  madrileños 
que  divagan  sobre  la  cuestión  catalana,  sonrío 
con  la  misma  amargura  que  cuando  veo  esas  ne- 
cias soflamas  que  nos  dicen  de  la  fraternidad 
hispanoamericana,  de  la  comunidad  de  lenguas 
y  creencias  y  otros  vulgares  tópicos  con  que 
atruenan  a  diario.  Y  siento  esa  amargura,  no 
porque  crea  imposible  esa  fraternidad,  ni  me- 
nos porque  no  me  parezca  de  altísima  utilidad 
moral  y  material,  sino  porque,  así  entendida,  me 
hace  el  efecto  de  un  taparrabos  para,  con  hueras 
y  pomposas  vaciedades,  encubrir  los  politicastros 
profesionales  que  posponen  sus  intereses  a  los  de 
la  nación,  bastardas  e  inconfesables  ambiciones. 

Las  uniones  de  pueblos  no  pueden  hacerse  con 
banderolas,  arcos  triun%les,  percalinas,  discur- 
sos, músicas  y  estrofas  de  poetas.  Eso  es  muy  bo- 
nito; la  parte  decorativa,  como  si  dijésemos,  tal 
vez  útil  también  para  despertar  el  entusiasmo, 
pero  el  entusiasmo  es  efímero:  del  entusiasmo  no 


212  ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


se  vive,  y  si  lia  de  servir  de  algo,  hay  que  apro- 
vecharlo. La  vida  moderna  es  muy  prosaica,  y 
los  pueblos,  como  los  individuos,  necesitan  vivir. 
Existe  un  comercio,  una  industria;  éstos  necesi- 
tan de  los  productos  del  suelo,  de  la  riqueza  del 
subsuelo,  de  las  fuerzas  naturales;  de  un  Ejérci- 
to y  una  Marina  que  los  haga  respetar;  de  un  Go- 
bierno, en  fin,  que  sepa  administrar  sus  intereses. 
América  podrá  preferirnos  sentimentalmente  y 
aun  darnos  la  primacía  siempre  que  nuestros  pro- 
ductos sean,  por  lo  menos^  tan  buenos  como  los 
de  los  otros  pueblos;  pero  lo  que  no  hará  de  segu- 
ro es  perjudicarse  por  razones  románticas.  Ese 
falso  comercio  que  vivía  de  nuestras  colonias, 
gracias  a  aranceles  de  favor,  y  que  tanto  contri- 
buyó a  tres  factores  de  nuestra  ruina— la  antipa- 
tía extranjera  que  veía  con  malos  ojos  una  com- 
petencia injusta,  la  idea  de  nuestros  coloniales  de 
que  la  metrópoli  les  explotaba  dificultándoles  la 
vida  y,  sobre  todo,  la  pereza  del  comercio  espa- 
ñol que  se  acostumbró  a  dormirse  en  una  ganan- 
cia, que  si  bien  era  muy  mediocre,  en  cambio  se 
obtenía  sin  trabajo— no  puede  darse  ya,  y  si  nues- 
tra Patria  quiere  conquistar  mercados  ha  de  ser 
por  la  bondad  de  sus  productos.  Claro  que  no  se 
ha  de  caer  tampoco  en  el  extremo  contrario  de 
denigrar  todo  lo  nuestro  por  el  solo  hecho  de  que 
es  nuestro,  pues  entonces  se  va  aún  más  rápida- 
mente a  la  ruina  y  a  la  disolución. 

No  es  justo,  lógico  ni  natural  que  Cataluña 
vuelva  los  ojos  con  desvío  de  la  madre  España; 
pero  tampoco  es  justo,  lógico  ni  natural  que  sea 
una  víctima;  lo  que  necesite,  en  España  lo  ha  de 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES 


213 


buscar;  pero,  a  su  vez,  todos  deben  procurar  que 
lo  halle  con  la  certeza  de  que  los  intereses,  no 
sólo  son  compatibles,  sino  que  se  completan.  No 
hay  nada  mejor  para  mantener  la  paz  que  ^1 
bienestar  y  la  satisfacción.  No  puedo  olvidar  las 
palabras  de  Shakespeare  en  su  «Julio  César»: 
«Dadme  hombres  gordos,  orondos  y  satisfechos; 
sólo  los  flacos  son  peligrosos.  > 

Creo  que  en  los  rozamientos  de  Cataluña  y  Ma- 
drid—y tomo  a  Madrid  como  representación — 
hay  mucho  de  mala  fe  y  de  ambiciones  misera- 
bles a  cuenta  de  los  hombres  de  uno  y  otro  lado. 
Castilla  no  sabe  bien  todo  lo  que  vale  Cataluña, 
como  aquélla  no  conoce  el  tesoro  de  fe,  de  amor 
y  de  entusiasmo  que  guarda  ésta. 

Los  políticos  de  uno  y  otro  lado  témense  mu- 
tuamente, piensan  tal  vez  que  es  mejor  ser  cabe- 
za de  ratón  que  cola  de  león,  y  no  son  capaces  de 
meditar  en  que  mejor  que  cabeza  de  ratón  es  ser 
cabesa  de  león,  y  que  la  manera  de  llegar  a  esto 
es  el  engrandecimiento  del  pueblo  a  que  perte- 
necen. 

¿Qué  se  piensa  en  Madrid  de  los  políticos,  de  los 
artistas,  de  los  escritores,  de  los  industriales  ca- 
talanes? Si  un  catalán  realmente  atento  a  los  lati- 
dos de  la  opinión  hubiese  estado  aquí  cuando  las 
últimas  crisis,  hubiese  sacado  la  consoladora  con- 
clusión de  que  los  políticos  catalanes  están  teni- 
dos en  altísima  estima,  de  que  hay  una  gran  fe  en 


214 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


ellos  y  de  que  son  acogidos  con  fraternal  confian- 
za, como  lo  que  son,  como  españoles. 

Cuando  constituyóse  el  Gobierno  García  Prieto, 
fué  impresión  unánime:  «No  hay  más  que  tres  va- 
lores verdaderos  en  él:  La  Cierva,  Rodés  y  Ven- 
tosa*. Luego  al  ser  llamado  por  el  rey  el  Sr.  Cam- 
bó, todo  el  mundo  lo  encontró  bien,  lógico,  natu- 
ral y  manifestáronse  confiados  en  que  su  consejo 
sería  útil  y  contribuiría  a  resolver  la  cuestión. 

Los  políticos  catalanes  son  tenidos  por  hom- 
bres que  traen  a  la  lucha  una  gran  preparación, 
cultura,  conocimiento  de  los  problemas  funda- 
mentales, orientación  moderna... 

Por  los  escritores  tiénese  en  nuestro  mundo  li- 
terario gran  respeto,  en  muchas  ocasiones  hasta 
entusiasmo;  los  pintores  semran  como  de  los  más 
modernos... 

¿Qué  falta,  pues?  ¡Qué  se  opone  a  una  perfecta 
compenetración!. . . 


II 


AMANECER  IDEAL 

LUZ 

He  salido  de  Madrid  una  tarde  atrozmente  fría 
y  lluviosa;  después  de  la  crueldad  de  una  falsa 
primavera  que  hacía  tenderse,  a  las  nubes  erran- 
tes, los  puños  crispados,  e  interrogar  los  ojos  an- 
siosos al  cielo  implacable,  ha  surgido  de  improvi- 
so el  invierno  crudo,  feroz,  amenazador.  Tras  el 
sol  cruel,  tras  la  tibia  máscara  de  acogedora  bon- 
dad, el  cierzo  helado  silbará  sobre  las  yermas  es- 
tepas de  la  madre  Castilla.  Gentes  trágicas  en  su 
resignación  esperarán  a  la  sombra  de  las  piedras 
milenarias,  cruzadas  de  brazos,  que  una  deidad  im 
placable  tenga  piedad  de  ellas,  y  eñ  sus  ojos,  des- 
lumbrados  por  la  trágica  magnificencia  de  las  ho- 
gueras castellanas— hogueras  de  fe,  de  heroísmo, 
de  lealtad—,  que  son  como  grandes  fogatas  en  la 
desolación  del  yermo,  se  encenderán  alternativa- 
mente chispazos  de  ira  o  de  esperanza. 

He  salido  de  Madrid  bajo  la  angustiosa  impre- 
sión de  estas  últimas  noches  en  las  tinieblas,  de 
este  ambiente  de  perenne  sobresalto  en  que  cada 
día  era  una  nueva  amenaza  de  escasez.  La  torpe- 
za del  Municipio,  que,  tras  incautarse  de  la  Fá- 
brica del  Gas,  en  vez  de  hacer  que  el  ensayo  de 


216 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


municipalización  de  servicios,  gracias  a  una  fuer- 
te preparación,  fuese  un  éxito,  ha  dejado  la  ciu- 
dad a  obscui  as;  la  torpeza  de  los  hombres  que  en 
cuatro  años  no  han  sabido  precaver  todo,  incluso 
la  inepta  estulticia  de  las  gentes  que  se  divierten, 
no  porque  estén  seguros  «de  vencer  al  mañana, 
sino  porque  no  piensan  en  él»,  nos  arroja  de  la 
ciudad  encantadora  que  debiera  ser  un  riente  pa- 
raíso. 

Me  duermo,  y  al  despertarme  me  encuentro  con 
el  sol  que  brilla  en  un  cielo  azul,  mientras  el  tren 
corre  por  una  ruta  peregrina  bordeando  el  mar. 
Hay  en  el  paisaje  ahora  un  bienestar,  una  con- 
fianza, una  sensación  de  lucha,  la  sensación  de 
que  el  hombre  ha  vencido  por  fin,  de  que  no  tie- 
ne que  esperar,  los  ojos  angustiados  en  el  cielo, 
que  misteriosas  deidades  ce  apiaden  de  él. 

Fábricas^  pueblos  ricos,  grandes  cultivos,  ciu 
dades  que  se  adivinan  opulentas. 

La  voluntad  es  dueña. 

LA  ENTRAÑA  DEL  PROBLEMA 

Cualquiera  que  venga  aquí,  por  muy  lego  que 
sea,  si  no  trae  la  decisión  hecha  de  los  enfoca- 
mientos  románticos,  si  no  se  ha  propuesto  usar  de 
los  grandes  tópicos  para  ocultar  las  pequeñas 
verdades  que  forman  el  tejido  de  la  vida,  se  da 
cuenta  en  seguida  de  la  verdadera  entraña  del 
problema.  No  se  trata,  en  realidad,  del  conflicto 
de  las  nacionalidades,  ni  de  la  lucha  de  regiones, 
ni  de  hostilidades,  ni  de  idiomas,  ni  de  objetivos 
sentimentales,  aunque  claro  que  todo  ello  inter- 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  217 


viene  y  lo  ennoblece  todo;  trátase  de  algo  más 
vulgar  y  pedestre,  pero  tan  transcendental  en  la 
vida  moderna  que  ha  bastado  a  desencadenar  la 
guerra  mundial,  a  asolar  el  mundo  y  a  volver  la 
Humanidad  a  los  tiempos  de  Atila:  el  problema 
económico. 

Aquí  respiran  bienestar  por  todas  partes;  los 
restaurantes  están  llenos,  los  teatros  de  bote  en 
bote,  los  cafés  colmados,  los  tranvías  en  el  com- 
pleto, los  hoteles  rebosando  gente.  Autos  mag- 
níficos de  alquiler  llevan,  no  desocupados  seño- 
ritos gritadores  a  la  Bombilla,  sino  gentes  qu'e 
van  a 'alguna  parte.  Una  plétora  de  población, 
de  riqueza,  de  comercio,  de  industria;  un  bienes- 
tar relativo,  pero  general;  una  ausencia  de  po- 
bres... Claro  que  también  hay  diversiones,  mu- 
chas d* versiones,  .infinitamente  más  diversiones 
que  ahí;  pero  son  para  gentes  de  fuera,  son  como 
eran  en  París,  para  que  dejen  su  dinero  los  foras- 
teros, y  no  como  en  la  villa  y  corte,  una  estúpida 
parada  de  vanidades  para  arruinarse  los  indíge- 
nas con  parodias  de  elegancia  mundial. 

Sé  que  algunos  dirán  que  tengo  una  visión 
harto  poco  generosa  de  las  cosas;  no.  Tengo  la 
visión  verdad. 

Pues  bien;  no  de  la  pobreza  de  España,  sino  de 
la  desidia  de  España,  de  la  indiferencia  de  Espa- 
ña, de  la  falta  de  voluntad  de  España  es  de  lo 
que  protesta,  en  el  fondo,  su  hija  rica  y  florecien- 
te; como  protesta  Bilbao,  y  protestará  Valencia, 
y  Sevilla,  y  La  Coruña, 


218 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


LA  APRECIACIÓN  DE  VALORES 

Aquí  hay  una  menos  convencional  apreciación 
de  valores;  no  se  juzga  por  simpatía,  ni  por  in- 
conscientes corrientes  de  opinión,  ni  por  impul- 
sos. Aquí  el  que  vale,  vale;  el  que  no,  no. 

Políticos,  artistas,  literatos,  músicos,  han  de 
significar  algo  nuevo,  han  de  hacer  algo.  Donde 
mejor  se  aprecia  es  en  el  teatro,  en  que  los 
aplausos  son  más  parcos  y,  sobre  todo,  más 
conscientes. 

La  «consciencia»:  he  ahí  la  gran  característica 
de  esta  vida  que,  con  la  bilbaína,  son  las  más 
próximas,  no  a  la  europeización  (que  es  un  tópi- 
co necio),  sino  a  la  modernidad,  en  el  respeto  de 
la  tradición,  pero  en  la  transformación  de  la  di- 
námica espiritual. 

Barcelona,  Diciembre  1917. 


III 


COBARDÍA  Y  PETULANCIA 

IGNORAR 

Más  que  por  grandes  causas,  más  que  por  una 
incompatibilidad  efectiva,  tienen  las  hostilidades, 
que  muchas  veces  se  truecan  en  odios,  lo  mismo 
en  los  pueblos  que  en  los  individuos,  su  origen 
en  la  ignorancia  y  aun  en  la  incomprensión.  El 
silencio  es  el  mejor  incubador  de  antipatías. 

Hay  que  conocerse  para  amarse;  hay  que  apren- 
der a  perdonar  y  a  estimar.  El  desconocimiento 
es  la  escuela  de  odios. 

LA  MESETA  CASTE- 
LLANA Y  CATALUÑA 

Puramente,  en  las  altas  cumbres  de  las  especu- 
laciones, Castilla  es  como  el  arca  de  la  alianza 
que  encierra  la  vieja  ley  de  amor  de  todos  los 
pueblos  que  integran  España;  Cataluña  es  la  hija 
emprendedora  que  halló  en  el  mar  azul  nuevos 
derroteros  y  abordó  a  las  orillas  de  las  tierras  de 
promisión. 

En  la  realidad,  Castilla  representa  mucho  de 
noble,  de  grande,  de  alto,  de  venerable;  pero  re- 
presenta también  el  «centralismo»,  que  en  sí  po- 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


dría  ser  bueno  quizás,  pero  que  sus  hombres  de- 
forman y  emponzoñan;  3^  Cataluña  encarna  el 
«regionalismo»,  que  al  i^y-ual  quizás  fuera  bueno 
también,  pero  que  sus  hombres  deforman  al  igual 
de  aquéllos. 

En  varias  ocasiones,  hablando  con  gentes  eii 
Madrid,  nos  dicen:  «¡Bah!  Esto  es  cosa  muerta. 
Donde  hay  que  ver  movimiento  y  vida  es  en  Bar- 
celona. Aquí  se  eterniza  uno  sin  utilidad...»  Y  tal 
vez  todo  el  fundamento  de  la  afirmación  está  en 
la  pesadez  burocrática  para  resolver  un  expe 
diente.  O  bien  en  Barcelona  nos  murmuran  con- 
fidencialmente: «¿Barcelona?  ¡Un  horror!  Aquí  la 
gente  no  es  servicial,  ni  amable,  ni  cordial...» 
Cuando  el  secreto  está  en  que  un  portero  grose- 
ro no  ha  querido  manipular  un  ascensor,  o  un  ca 
mareio  malhumorado  ha  servido  mal. 

LOS  CULPABLES 

¿Quiénes  tienen  la  culpa?  La  misión  de  los  hom- 
bres públicos  es  encauzar  ias  corrientes  de  opi- 
nión, los  anhelos  de  la  multitud  y  «realizarlos»; 
pero  también  «rectificarlos»  cuando  son  equivo- 
cados, no  violentamente  y  contra  la  voluntad  del 
pueblo,  sino  abriéndole  los  ojos,  enseñándole, 
mostrándole  su  error. 

El  pueblo  vive  engañado  siempre:  engañado 
cuando  se  le  dice  que  España  debe  de  ser  un  pa- 
raíso, y  engañado  cuando  se  le  afirma  que  se  ha 
hecho  todo  lo  necesario  para  evitar  la  crisis  ac- 
tual; igual  en  todo. 

Y  Castilla  y  Cataluña  se  desconocen.  AUí,  unos 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  221 


hombres  egoístas,  bien  avenidos  con  mangonear, 
hacen  como  que  creen  en  terribles  furias,  en  odios 
de  razas,  en  inabordables  fortalezas;  aquí,  otros 
hombres  hablan  pomposamente  de  éuropeización, 
de  modernidad... 

No  habría  sino  hacer  caer  las  máscaras  y  em- 
pujar a  los  dos  pueblos,  uno  en  brazos  del  otro, 
y  luego  fraternalmente  repartirse  los  deberes  y 
los  derechos. 

¡Conocerse!  He  ahí  el  gran  sesame.  Cuando 
Dios  quiso  evitar  que  los  hombres  escalasen  el 
cielo  no  tuvo  sino  que  confundir  las  lenguas, 
hacer  que  no  pudiesen  entenderse. 

COBARDÍA  Y  PETULANCIA 

Ser  europeo  no  es  nada;  ser  catalán  es  poco,  no 
moralmente,  que  es  Cataluña  región  de  altos  y 
nobles  valores,  sino  materialmente.  La  guerra 
actual  ha  demostrado  la  imposibilidad  de  inde- 
pendencia de  las  pequeñas  nacionalidades.  Ser 
españoles  de  una  España  grande  y  fuerte,  que 
sea  como  una  avanzada  sobre  los  horizontes  nue- 
vos. Y  dentro  de  esa  nación  poderosa  poj'  su  ejér- 
cito, su  marina  y  su  comercio,  ser  cada  uno  lo 
que  es. 


Barcelona,  Enero  1918. 


IV 


EL  REY  DEBE  DE  VENIR 


EL  TACTO  DE  CODOS 

Los  grandes  cerebros  y  las  grandes  voluntades 
aspiran  a  dominar  el  mundo;  los  pensamientos 
mediocres  se  contentan  con  un  dominio  local, 
mejor  dicho,  con  una  ficción  de  dominio;  con,  no 
sabiendo  lo  que  pasa  más  allá  de  los  límites  de  la 
aldea,  creer  que  no  pasa  nada,  y,  por  ende,  que, 
mandando  en  ella,  se  manda  en  el  mundo  entero. 

Asombra,  maravilla  y  causa  envidia  la  labor 
de  un  estadista  inglés  o  francés  (hay  que  incluir 
entre  ellos  a  Venizelos,  que  tuvo  la  misma  visión 
amplia  y  profunda  de  las  cosas  y  el  secreto  de 
mover  la  voluntad  de  un  pueblo  en  una  dirección 
que  puede  ser  su  grandeza),  al  preparar  ante  su 
mesa  de  trabajo  la  enorme  máquina  de  la  política 
actual  y  forjar  un  nuevo  mundo. 

Sucede  que  junto  a  fuertes  cerebros,  junto  a  un 
Silvela,  un  Maura,  un  Lerroux,  un  Cierva,  un 
Cambó,  un  Mella,  ha  habido  otros  hombres  en  la 
política  centralista  cuyo  afán  ha  sido  aislar  la 
meseta  de  Cataluña,  porque,  no  sintiéndose  capa- 
ces de  gobernar  a  todos,  querían  gobernar  a  al- 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  223 


gunos.  A  SU  vez,  en  Cataluña  había  otros  hom- 
bres interesados  en  no  dejar  que  los  centrales 
viniesen  a  establecer  corrientes  de  amor,  de  sim- 
patía y  de  interés.  Ambos  bandos  ejercían  el  tacto 
de  codos;  aquéllos,  para  no  dejar  entrar;  éstos, 
para  cerrar  otro  círculo  igual. 

LA  CONSCIENCIA  DE  CIUDADANÍA 

Y,  sin  embargo,  Cataluña  es  un  gran  pueblo. 
Al  igual  que  en  Madrid,  en  Barcelona  se  sienten, 
claro  es,  las  consecuencias  de  la  carestía  de  sub- 
sistencias. No  estamos  a  oscuras,  ni  hay  que  ir 
en  patrullas  desde  las  dos  de  la  mañana,  ni  cie- 
rran los  cafés  para  economizar  luz  de  un  modo 
ridículo,  ni  quitan  los  autos,  ni  ninguna  de  esas 
puerilidades  que  deshonran  a  una  ciudad;  pero 
todo  está  muy  caro  y  las  mismas  tasas  no  resuel- 
ven nada.  Suponer  que  España  podía  librarse  de 
las  consecuencias  de  la  guerra  era  un  absurdo. 
Desde  el  principio  los  Gobiernos  debieron  pedir 
o  imponer  el  sacrificio  de  todos,  y  al  mismo  tiem- 
po intensificar  la  producción  en  campos,  minas  y 
fábricas,  aumentar  los  fletes,  las  vías  férreas,  los 
medios  de  transportes,  en  fin. 

Bueno;  pero  lo  interesante  para  mi  tesis  es  la 
manera  de  comportarse  de  estas  gentes.  Las  mu- 
jeres, un  día,  y  otro  y  otro,  insisten  en  su  protes- 
ta. Cuando  van  por  la  calle,  hacen  a  las  damas 
incorporarse  a  ellas,  porque  la  carestía  a  todas 
perjudica  y  todas  están  obligadas  a  sumarse  a  la 
protesta. 


224 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


Fuera  de  lo  que  hay  de  violento  en  esta  actitud, 
que  tiene,  claro  es,  los  inconvenientes  de  toda  re- 
belión, en  su  constancia  y  en  su  energía  hay  una 
o^ran  conciencia  civica.  Saben  que  tienen  derecho 
y  reclaman  justicia. 


EL  REY  DEBE  DE  VENIR 

El  rey  debe  de  venir  a  Barcelona.  Pero  no  debe  de 
venir  de  una  vez  y  para  unos  días,  enviaje  oficial, 
que  nada  enseña  y  causa  gastos  y  tra':ajos  a  él  y 
a  los  demás,  sino  como  rey  de  España,  que  como 
tal  es  conde  de  Barcelona.  Y  o  estos  títulos  pom- 
posos no  son  nada  o,  aun  en  el  supuesto  de  que 
sean  sólo  una  representación  están  óbligados  a 
prestar  su  concurso  a  toda  empresa  generosa. 

El  rey  debiera  pasar  dos  tres  meses  al  año  en 
esta  ciudad  admirable.  O  el  título  de  conde  de 
Barcelona  no  es  más  que  una  fantasía,  como  el 
obispado  de  Sión,  o  el  de  Potosí,  o  el  Reino  de 
Jerusalén,  o  el  rey  tiene  el  deber  de  venir. 

Cataluña  representa  una  parte  importantísima 
de  la  economía  nacional;  sus  aspiraciones  y  de- 
seos deben  de  ser  sagrados  para  el  Estado  ¡hay 
respecto  a  ellos  planteado  un  problema  más  gra- 
ve de  lo  que  se  cree!  El  rey  ha  hablado  ya  con 
políticos  catalanes;  aquí,  en  su  ambiente,  serían 
más  francos  y  le  ayudarían  a  buscar  las  solucio- 
nes a  los  altos  problemas. 

Pero  es  más;  la  presencia  del  jefe  del  Estado 
haría  atmósfera  en  las  altas  capas  de  la  vida  so- 
cial y  la  teoría  amada  por  Prat  de  la  Riba,  de  que 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  225 


nos  habla  Royo  Villanova  en  el  prólogo  de  su  in- 
teresantísima traducción,  se  cumpliría. 

«Comienzan— dice  el  maestro— por  los  círculos 
superiores  de  la  vida  nacional,  y  después  irradian 
en  ondas  concéntricas,  hasta  las  capas  sociales 
más  profundas,  que  son  también  las  más  fuerte- 
mente apegadas  a  las  costumbres,  las  más  resuel- 
tamente contrarias  a  la  innovación,  a  la  mu- 
danza.» 


15 


V 


LA  NACIONALIDAD  CATALANA 

IDEAS  Y  COMENTARIOS 

Mientras  el  tren  me  traía  desde  la  tibieza  medi- 
terránea de  la  Ciudad  Condaf,  turbada  ahora  por 
la  revuelta,  hacia  la  aridez  glacial  y  adusta,  pero 
tan  esforzada  y  noble,  de  la  meseta  ( astellana, 
leía  yo  el  libro  de  Prat  de  la  Riba,  admirablemen- 
te traducido  por  Antonio  Royo  Villanova,  «La 
nacionalidad  catalana».  Leíalo  con  fervorosa 
atención,  recreándome  en  algunas  concepciones 
de  alta  belleza,  como  aquella  en  que  el  maestro 
expone  los  elementos  que  constituyen  una  nacio- 
nalidad, o  tratando  de  extraer  la  filosofía  de  otras 
para  aplicarla  al  momento  actual. 

He  ahí  el  «bloc»  de  notas  que  me  ha  sugerido  la 
lectura. 

EL  PENSAMIENTO  DE  LA  REINA 

La  reina  Isabel  de  Castilla  fué  una  gran  capa- 
cidad política.  ¡Quién  sabe  si  en  su  castillo  de  la 
Mota  soñó  con  el  Estado-Imperio  de  que  nos  habla 
Prat  de  la  Riba!  Pero,  en  un  nivel  más  modesto, 
es  indudable  que  aquel  viril  cerebro  de  mujer,  al 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES 


227 


ver  relajada  la  justicia,  pisoteado  el  derecho,  le- 
vantisco el  pueblo  e  insolente  la  nobleza,  pensó, 
después  de  reconquistada  España,  en  formar  una 
sola  nación  fuerte  y  unida.  Varias  nacionalida- 
des, tal  y  como  las  explica  Prat  de  la  Riba,  con 
idioma,  legislación,  caracteres  étnicos  y  arte  pro- 
pio, existían  simultáneamente,  y  quiso  fundirlas 
en  una. 

Aquel  gran  pensamiento  debía  seguramente 
completarse  con  una  segunda  parte,  que  tenía  que 
ser,  no  el  dominio  de  una  región  sobre  las  otras, 
sino  la  fusión  de  todas  en  una  sola  «nación»  nue- 
va que  reuniese  los  caracteres  de  los  pueblos  in- 
tegrantes. 

DEFORMACIÓN  DEL  PEN- 
SAMIENTO DE  LA  REINA 

Pero  por  un  extraño  capricho  del  Destino  pre- 
cipitáronse los  acontecimientos.  Vino  primero  el 
descubrimiento  de  América,  y  la  idea  amplióse 
hasta  no  coger  en  el  espacio  de  una  vida  humana, 
y  entonces  cometió  el  error  de  que  le  acusa  el 
pensador  catalán,  el  error  de,  en  vez  de  amasar- 
las todas,  dejar  al  castellano  como  dominador. 

«Cuando  se  constituyó  la  nacionalidad  españo- 
la—dice Prat  de  la  Riba—,  si  la  actividad  política 
fuese  un  producto  del  Estado,  los  nuevos  gober- 
nantes hubieran  desarrollado  una  política  nueva. 
Al  Estado  español  correspondía  política  espa- 
ñola.» 

Tras  la  reina  vinieron  Juana  la  Loca  y  el  rey 
Hermoso,  y  después  el  Imperio  mundial  de  Car- 


228  ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


los  V,  uno  de  los  ensayos  del  gran  Imperio,  que 
cita  el  autor.  Y  ya  el  pensamiento  perdióse  defini- 
tivamente y  el  Estado  no  fué  más  que  un  gabine- 
te político  y  militar  que  pretendía  regir  los  desti- 
nos del  mundo. 


s 

FELIPE  II  Y  MADRID 

Algo  de  la  idea  de  la  reina  recogió  Felipe  11. 
Pero  algo  violentado,  exasperado,  llevado  hasta 
el  fanatismo.  Y  así,  separado  ya  el  Imperio  ale- 
mán, trató  de  imponerse  en  Flandes  por  el  hierro 
y  por  el  fuego. 

'  La  elección  de  Madrid  para  capital  representa- 
ba una  resultante  de  ese  pensamiento:  era  crear 
una  capital  que  fuese  la  realización  de  la  idea 
abstracta  de  capital  de  un  Estado. 

Toledo,  Sevilla,  Barcelona,  Valladolid,  Burgos, 
tenían  fisonomía  propia,  representaban  algo  y  no 
podía  ser;  por  eso  eligió  el  rey  adusto  a  Madrid. 


DESPUÉS... 

Aquí  viene  la  interesantísima  explicación  que 
da  el  político  catalán  de  la  convivencia  de  dos 
impulsos  que  dasen  simultáneamente  en  círculos 
concéntricos.  Según  él,  en  las  cumbres  nacen  las  j 
grandes  ideas  y  los  grandes  ideales,  pero  van  ex- 
tendiéndose lentamente  a  los  círculos  mayores,  y] 
por  eso,  cuando  las  clases  más  bajas  olvidaban  el] 
ideal  catalán,  en  las  superiores  vencía  éste. 

El  caso  es  que  un  movimiento  fuerte  y  cons- 
ciente hízose  en  Cataluña. 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  229 


CAUSAS  Y  EFECTOS 

«La  causa,  pues— habla  el  apóstol  de  la  nacio- 
nalidad catalana—,  de  tan  continuas  desintegra- 
ciones, el  obstáculo  que  detiene  siglos  el  creci- 
miento del  Estado,  la  rémora  que  estorba  la  evo- 
lución progresiva  de  las  formas  políticas  hacia 
las  soluciones  universales,  es  la  dominación  de 
una  nacionalidad  sobre  las  otras  en  los  Imperios. 
Quitemos  esta  causa  de  disolución,  hagamos  que 
las  nacionalidades  vivan  dentro  del  Estado-Impe- 
rio con  los  mismos  derechos,  asociadas  en  vez  de 
dominadas  y  sujetas,  y  acabarán  los  antagonis- 
mos irreductibles,  las  repulsiones  de  las  unas  por 
las  otras,  las  mcompatibilidades  de  convivencia, 
generadoras  de  todos  los  separatismos.» 

Hasta  aquí  el  paladín  de  la  causa  catalana. 
Ahora  bien;  ¿cómo  hacer?  La  vida  ha  traído  gran- 
des enseñanzas  a  todos:  a  Cataluña,  el  fracaso 
de  los  pequeños  estados  arrollados  por  la  fuerza 
de  ios  grandes;  a  los  Gobiernos  españoles,  la 
afirmación  de  una  Cataluña  rica,  próspera,  fuer- 
te, que  tiene  derecho  a  hacerse  oir,  a  que  se  atien- 
da a  sus  aspiraciones.  Probar  la  aventura  de  las 
confederaciones  es  largo,  difícil  y  peligroso;  aun 
suponiendo  a  Cataluña  preparada,  otras  regiones 
no  lo  están  y  había  que  emprender  entonces  su 
educación...  Esto  además  de  infinitos  obstáculos, 
que  pedirían  un  libro  entero  para  su  exposición . 

¿Por  qué  no  volver  al  pensamiento  inicial?  ¿Por 
qué  no  intentar  fundirnos  todos  en  una  gran  «na- 
ción», en  que  cada  cual  tenga  la  merecida  pre- 


230 


ponderancia?  Así  a  lo  menos  se  podría  esperar, 
pero  esperar  andando.  Que  los  catalanes  inter- 
vengan activamente  en  la  política  general,  que 
pesen  con  sus  puntos  de  mira,  que  en  vez  de  des- 
confiar haya  fe  y  amor  y  que  todos,  después  de 
estos  momentos  difíciles,  busquen  las  nuevas  pau- 
tas ideales. 


LOS  HOMBRES  ANTE  EL  DESTINO 


LOS  HOMBRES  Y  LOS  PUEBLOS 


Ante  las  frases  hechas,  las  locuciones  vulga- 
res y  los  lugares  comunes  que  afirman  que  «cadii 
pueblo»  tiene  los  hombres  que  merece,  me  deten- 
go un  momento  perplejo,  intrigado  por  la  rara 
adivinación  que  suelen  contener  los  adagios  de 
la  sabiduría  popular,  y  sin  querer  me  formulo 
una  pregunta:  ¿son  los  hombres  los  que  crean  los 
pueblos  y  por  ende  las  corrientes  de  ideas,  los 
grandes  impulsos  sentimentales  o  volutivos,  las 
epopeyas  heroicas  o  los  grandes  desplomamien- 
tos,  o  por  el  Contrario  son  los  pueblos  los  que 
crean  a  los  hombres?  (Claro  está  que  aquí  «hom- 
bre» es  sinónimo  de  héroe,  de  caudillo,  de  após- 
tol o  de  gobernante.) 

Én  realidad,  los  héroes  y  los  grandes  hombres 
son  seres  de  una  sensibilidad  infinitamente  más 
delicada  3^  compleja  que  percibe  «un  algo»  que 
flota  en  el  ambiente  y  lo  encarnan  en  sí,  quizás 
inconscientemente  tomando  por  impulsos  propios 
lo  que  en  realidad  es  impulso  de  un  pueblo  ente- 
ro, cristalización  de  ideales,  de  esperanzas  y  de 
deseos  de  millones  de  hombres.  Cientos  de  gene- 
raciones han  preparado  su  obra,  y  cientos  de  ge- 
neraciones han  de  perfeccionarla  aún;  cientos  de 


234 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


cerebros  han  sufrido  de  la  idea  a  que  no  conse- 
guían dar  forma,  hasta  que  el  sér  privilegiado 
que  por  misteriosas  combinaciones  de  la  Natura- 
leza posee  un  cerebro  más  sensible,  una  volun- 
tad más  recia  o  una  energía  más  desarrollada, 
crea  la  idea,  emprende  la  obra  o  da  cima  a  la 
empresa. 

Dice  Maeterlink,  hablando  en  su  libro  «La 
Muerte»  del  misterio  de  los  médiums  y  de  la  pro- 
bada clarividencia  con  que  leen  en  nuestras  vi- 
das cosas  que  nosotros  mismos  hemos  olvidado, 
j  de  su  torpeza  en  cambio  cuando  se  trata  de  sa- 
ber algo  del  más  allá^  que  tal  vez  consista  en 
que  se  hallen  dotados  de  una  extraña  facultad 
receptiva  que  les  haga  sentir  la  presencia  en 
nuestro  cerebro  de  recuerdos  confusos  que  están 
allí  como  podría  estar  un  montón  de  cartas  en  el 
fondo  de  un  cajón,  ignorando  nosotros  su  exis- 
tencia sin  que  por  eso  deje  de  estar.  Y  así  cuando 
perdemos  un  objeto  sabemos  donde  se  encuentra, 
pero  sabiéndolo  inconscientemente  no  podemos 
dar  forma  al  pensamiento  hasta  que  por  cualquier 
motivo  brota  como  un  chispazo. 

Pues  bien:  al  igual  que  estos  médiums  y  debe  de. 
haber  hombres  que  su  espíritu  de  receptibilidad 
extraordinario  convierte  en  héroes  encarnando 
los  deseos  y  los  impulsos  que  palpitan  en  el  alma 
de  grandes  masas  de  hombres  y  que,  sin  embar- 
go, ellos  no  aciertan  a  crear.  Tal  vez  en  las  exal- 
taciones de  los  locos  haya  también  algo  de  esto, 
pero  desordenado,  inacorde.  Falta  la  disciplina  y 
la  voluntad  reguladoras.  Porque  al  fin  y  al  cabo, 
la  única  diferencia  entre  un  loco  que  se  cree  em- 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  235 


perador  y  un  emperador  real,  consiste  en  que 
mientras  el  uno  tiene  en  su  mano  elementos  para 
desenvolver  sus  iniciativas,  el  segundo  se  agita 
en  el  vacio. 

Es  indudable  que  cuestiones  de  clima,  de  ali- 
mentación y  de  benevolencia  u  hostilidad  de  la 
Naturaleza  influyen  sobre  el  individuo:  pues  es- 
tas mismas  condiciones  mezcladas  y  confundidas 
con  otras  de  índole  moral,  como  por  ejemplo,  li- 
bertad o  cautiverio,  exaltación  producida  por  la 
victoria  o  depresión  originada  en  la  derrota,  ne- 
cesidad de  expansión  comercial,  etc.,  etc.,  dan 
lugar  a  estados  de  ánimo  que  flotan  en  el  am- 
biente, que  vibran  en  un  pueblo  o  en  una  raza  y 
que  de  pronto,  por  circunstancias  que  permane- 
cen obscuras  para  nosotros,  encarnan  en  un  hom- 
bre y  hacen  de  él,  el  Patriarca,  el  Apóstol,  el  Cau- 
dillo o  el  hombie  de  Estado. 

Hay  una  razón  más  para  creer  que  los  hombres 
representativos  son  realmente  producto  de  las 
ideas  y  sentimientos  de  los  pueblos,  y  es  la  faci- 
lidad con  que  éstos  se  amoldan  a  sus  deseos  e  im- 
pulsos, y  la  naturalidad  exenta  de  asombro  con 
que  les  aceptan.  Efectivamente,  si  fuesen  figuras 
aisladas,  si  fuesen  seres  extraordinarios  desliga- 
dos del  querer  y  sentir  de  los  demás,  la  multitud 
les  contemplaría  entre  horrorizada  y  asombrada, 
y  su  esfuerzo  ofrecería  el  mismo  espectáculo  en- 
tre terrible  e  imponente  que  ofrecería  ahora  un 
monstruo  antidiluviaao  surgiendo  de  improviso 
del  fondo  del  mar,  y  se  perdería  igualmente. 

Si  examinamos  todos  los  hombres  verdadera- 
mente grandes  que  en  el  mundo  han  sido,  veré- 


236  ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


mos  cuán  cierta  es  esta  hipótesis.  Dejemos  a  un 
lado  romanos,  gTÍeg"os  y  fenicios. 

Pongamos  a  un  lado  también  el  viejo  Oriente, 
aunque  sus  creencias  convendrían  mejor  a  nues- 
tra sensibilidad  que  el  Olimpo  (Buda  está  infinita- 
mente más  cerca  de  Jesucristo  que  Júpiter),  pero 
para  tomarlo  de  ejemplo,  hacían  falta  disquisi- 
ciones demasiado  eruditas,  y  vamos  a  fijarnos  en 
un  pueblo  tipo,  en  el  pueblo  de  Israel. 

Para  nuestro  ejemplo,  basta  tomar  como  punto 
de  partida  el  cautiverio.  El  pueblo  judío  en  el 
cautiverio  fué  laborando  un  gran  impulso,  un 
ansia  enorme  de  libertad.  Es  cosa  cierta  que 
mientras  los  pueblos  en  la  victoria  y  la  riqueza 
se  encanallan,  los  pueblos  en  la  opresión  y  el  do- 
lor se  purifican,  se  engrandecen  y  se  preparan 
inconscientemente  a  magnas  empresas.  La  idea 
de  la  religión  y  de  la  patria,  con  su  obligado  cor- 
tejo de  ideas  de  honor,  de  deber,  de  sacrificio, 
pierden  todo  lo  que  tienen  de  convencional  y  se 
convierten  en  lo  único  g'rande  que  existe:  en  un 
«Ideal». 

El  pueblo  judío  que,  en  sus  días  de  esplendor, 
rióse  de  los  profetas  o  los  arrojó  al  agua,  en  el 
cautiverio  creyó  en  ellos  e  hizo  de  sus  palabras 
la  promesa  ideal.  Y  un  día  las  ideas  latentes  en 
el  cerebro  de  todo  un  pueblo,  y  los  sentimientos 
palpitantes  en  su  corazón,  encarnaron  en  un  hom- 
bre: Moisés. 

Moisés  fué  el  héroe  que  les  sacó  de  la  servi- 
dumbre y  les  llevó  al  través  del  desierto;  pero  li- 
bres ya,  perdido  el  temor  a  recaer  bajo  el  yugo 
extranjero,  sonó  la  hora  en  que  su  energía  dis- 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES 


•237 


tendióse  3^  los  vínculos  que  los  ataban  a  su  caudi- 
llo se  relajaron;  las  sobrias  y  ásperas  virtudes  que 
eran  buenas  para  sostener  el  ánimo  en  la  adversi- 
dad, hacíanse  demasiado  áridas  para  la  hora  de 
la  liberación;  el  pueblo  vaciló;  por  sugestión  na- 
tural el  mismo  Moisés  llegó  a  dudar  y  no  vió  la 
tierra  de  Promisión...  Los  judíos,  por  impulso  ad- 
quirido llegaron  a  ella,  pero  la  duda  latente  un 
momento  en  todo  el  pueblo  había  roto  la  miste- 
riosa corriente  dé  energía  que  le  ligaba  a  su  jefe. 

Mas  el  pueblo  de  Israel  esperaba  al  Mesías; 
profetas  y  patriarcas  habíanlo  anunciado;  sin  em- 
bargo,  rota  la  disciplina  y  entibiada  la  fe  en  la 
molicie  y  el  bienestar,  las  clases  altas  no  necesi- 
taban su  venida;  pero  había  un  bajo  pueblo  que 
lloraba,  que  sufría,  que  padecía  «hambre  y  sed  de 
justicia»,  un  pueblo  de  «pequeños»,  de  «pobres  de 
espíritu,  de  humildes,  de  miserables,  que  eran  cle- 
mentes», porque  necesitaban  de  clemencia  ellos 
mismos.  Y  ese  pueblo  esperaba  ansiosamente  al 
Redentor,  y  sin  saberlo  preparaba  su  venida. 
Cada  acontecimiento,  cada  detalle,  cada  cosa  im- 
prevista, era  un  paso  más  que  corroboraba  su 
idea.  Y  llegó.  Su  vida  entera,  su  existencia  admi- 
rable, maravillosa,  obedeció  hora  por  hora,  etapa 
por  etapa,  a  las  viejas  profecías.  Su  filosofía,  su 
doctrina,  de  una  dulzura  sin  límites,  fué  la  satis- 
facción de  los  anhelos  de  todos  los  que  sufrían. 
Los  augurios  de  los  profetas  pesaron  siempre 
sobre  El,  sobre  sus  amigos  y  sobre  sus  eneniigos. 
Si  éstos  no  hubiesen  dudado,  las  profecías  no  se 
hubiesen  cumplido;  pero  al  igual  que  los  discípu- 
los dudaron  en  algunos  instantes,  los  sacerdotes 


238 


y  los  fariseos  dudaron  también  en  ocasiones  su- 
premas; temieron;  el  «¿y  si  fuera?»  alzóse  obscu- 
ramente en  su  conciencia  e  inconscientemente,  en 
los  momentos  álgidos,  obedecieron  a  las  profe- 
cías. Cristo  sübió  al  Calvario  sellando  con  su 
san,í^re  la  doctrina  que  c  ubría  los  anhelos  de  to- 
dos los  que  sufrían. 

Si  fuésemos  examinando  la'historia  de  todos  los 
héroes  o  grandes  hombres  que  en  el  mundo  han 
sido,  veríamos  que  siempre  han  encarnado  un 
anhelo  flotante  en  el  ambiente;  cuando  no  ha  sido 
así,  su  vida  ha  tenido  mucho  de  los  angustiosos 
movimientos  de  un  pájaro  bajo  la  campana  de 
una  máquina  neumática  para  hacer  el  vacío. 

Mahoma  unió  todos  los  pueblos  que  tenían  un 
impulso  común;  Lutero  encarnó  un  espíritu  de  se- 
veridad e  independencia  flotante  en  el  ambiente; 
Cisneros  fué  la  afirmación-  orguUosa  de  la  raza 
que,  libertada  \^a  del  yugo,  necesitaba,  fortaleci- 
da por  ocho  siglos  de  incesante  lucha,  expansio- 
narse; Machia  velo  poseyó  el  sutil  y  complicado 
espíritu  florentino.  V  si  bien  la  historia  del  ma- 
yor de  los  héroes  de  los  tiempos  modernos,  en  la 
prodigiosa  epopeya  napoleónica,  hay  algo  de  ana- 
crónico y  al  parecer  estéril,  algo  de  los  movi- 
mientos del  monstruo  antidiluviano  de  que  hablá- 
bamos antes,  si  paramos  bien  la  atención  en  ello, 
veremos  que  su  esfuerzo  cambió  la  faz  de  Euro- 
pa, e  hizo  que  todas  las  simientes  dispersadas  en 
el  turbulento  azar  de  la  Revolución  francesa,  las 
simientes  de  la  libertad,  igualdad  y  fraternidad, 
fructificaran  en  cada  pueblo  según  sus  necesida- 
des y  deseos,  que  modificó  el  mapa,  borrando 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  239 


los  pequeños  Estados  imposibles  en  el  desenvol- 
vimiento de  la  vida  moderna.  Así  hizo  de  Italia 
un  reino;  convirtió  en  constitucional  la  Monar- 
quía española;  renovó  Suecia  y  Noruega,  e  hizo 
que  a  la  larga,  Prusia  se  convirtiera  en  un  im- 
perio. Sólo  Inglaterra  y  Rusia,  en  que  «no  había 
atmósfera  favorable»,  se  resistieron. 

Para  las  grandes  empresas  (y  creo  que  se  hacen 
los  héroes  para  las  empresas  y  no  las  empresas 
para  los  héroes)  hace  falta  una  fe  y  un  ideal.  Los 
pueblos  para  vencer  necesitan  una  fe  y  una  espe- 
ranza; sin  ellas  vejetan,  se  relajan,  decaen. 

PRESTIGIOS  REALES  Y  PRES- 
TIGIOS CONVENCIONALES 

¿Qué  representan  los  grandes  hombres,  los 
prestigios,  en  una  palabra,  en  el  desenvolvimien- 
to de  la  vida  española?  Y  nos  encontramos  con- 
que hay  «prestigios  reales»  y  «prestigios  conven- 
cionales»,  y  se  da  el  raro  fenómeno  de  que  mien- 
tras, por  conveniencias  de  la  política,  en  los  pres- 
tigios reales  todos  o  casi  todos  aparentan  no 
creer,  en  cambio  todos  se  apresuran  a  rendir  pú- 
blicamente pleitesía  a  los  prestigios  convenciona- 
les. Sucede  también  así,  quizás,  porque  los  pres- 
tigios reales  son  la  unidad  seguida  de  ceros,  de 
que  nos  habla  Netzsche,  3-  los  convencionales,  por 
el  contrario,  son  ellos  los  ceros,  y  las  unidades  los 
que  les  siguen,  y  que,  tal  vez  por  ser  el  cero,  que 
sin  estorbar  sírveles  de  paliativo  para  poder  con- 
vivir entre  sí,  le  eligieron.  Hay  por  eso  que  tener 


240 


en  cuenta  la  fuerza  de  los  que  son  verdaderos 
prestigios;  pero  no  se  puede  prescindir  de  los  que 
lo  son  porque  representan  una  suma  de  prestigios 
o  sencillamente  una  idea,  una  tendencia  o  la  reli- 
quia de  algo  que  fué. 

Recuerdo  que,  muy  joven  aún,  comiendo  una 
noche  en  casa  de  cierta  dama  que  gustaba  de  re- 
unir hombres  políticos  a  su  mesa,  uno  de  ellos 
hablaba,  hablaba...  y  hasta  decía  muchas  tonte- 
rías. Los  demás  escuchaban  sonriendo  irónicos, 
con  esa  comprensión  de  los  grandes  mundanos. 
A  mi  lado,  un  alto  político  se  reía  y  en  voz  baja 
comentaba  mordazmente.  Pero  al  otro  día  .sentí 
asombro  al  ver  cómo  en  un  órgano  de  publicidad 
de  altísima  historia  se  enaltecía  al  hablador,  y  mi 
asombro  rayó  en  estupefacción  cuando  ocho  días 
después  fué  ministro.  Y  como  en  mi  candor  inte- 
rrogase al  gran  político,  éste  me  aclaró:  «No  es 
a  él  a  quien  han  hecho  ministro,  sino  a  lo  que  él 
representa.» 

Así  aprendí  lo  que  eran  los  prestigios  conven- 
cionales. 


HOMBRES  DE  ACCIÓN 
Y  HOMBRES  DE  ESTUDIO 

Hay  en  España,  como  en  toda  gran  nación,  dos 
clases  de  hombres  de  talento.  Unos,  los  que  viven 
para  una  labor  admirable,  una  labor  que  honra  y 
enaltece  a  un  pueblo,  pero  que  carece  de  utilidad 
práctica;  otros,  los  que  poseen  un  talento  de  crea- 
dores. Es  decir,  que  hay  hombres  con  talento  es- 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  241 


tático  y  con  talento  dinámico.  Pero  hete  aquí  que 
hemos  dado  en  la  flor  de  aparentar  la  creencia  de 
que  un  hombre  que  no  ha  ganado  una  batalla,  no 
ha  triunfado  en  la  tribuna  o  en  el  foro,  no  ha  pin- 
tado un  cuadro  o  escrito  un  admirable  libro,  no 
tiene  un  gran  talento.  Es  un  concepto  muy  meri- 
dional de  las  cosas,  pero  absolutamente  erróneo 
y  nocivo. 

¿Y  el  talento  de  organizar?  Un  hombre  puede 
no  saber  escribir  una  mala  crónica,  y  ser  un  crea- 
dor admirable,  un  organizador  perfecto,  y  a  la 
larga,  su  labor,  menos  brillante  para  él,  es  de 
enorme  utilidad,  porque,  encauzando  la  fuerza 
desordenada  de  los  otros,  la  han  aplicado  a  un 
fin  útil. 

Casi  nunca  los  grandes  artistas  ni  los  grandes 
sabios  han  sabido  organizarse  ni  organizar  su 
arte  y  su  ciencia.  Colón  no  fué  un  sabio:  fué  un 
aventurero  genial.  Admiremos,  pues,  a  los  hom- 
bres de  acción,  que  con  su  iniciativa  y  su  valor 
son  los  verdaderos  conductores  de  pueblos.  De- 
jemos, pues,  el  estúpido  prejuicio  que  aparenta 
desdeñarlos  y  tengamos  el  valor  de  admirarlos. 


LA  POPULARIDAD 

Una  de  las  cosas  que  perjudican  al  esfuerzo  del 
español  en  general  es  la  facilidad  en  adquirir  la 
popularidad,  facilidad  sólo  comparable  a  la  que 
hay  para  perderla. 

Aquí  un  hombre  público  hace  cualquier  efíme- 
ra labor  de  relumbrón  o  sencillamente  posee  do- 
ló 


242 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


tes  de  personal  simpatía,  e  inmediatamente,  apro- 
vechando la  facilidad  del  o:enio  español  para  los 
entusiasmos,  conviértese  en  un  héroe  popular. 

Y,  sin  embar^^o,  la  popularidad  es  una  de  las 
cosas  más  peligrosas  que  existen,  pues  para  apli 
caria  a  algo  útil  hace  falta  talento  genial,  y  en 
cambio  inutiliza  toda  idea  que  no  está  acusada 
con  firmes  trazos  en  nuestro  cerebro.  Laborando 
silenciosamente  podemos  ir  madurando  una  idea; 
mejorándola,  quitándola  exageraciones,  apasio- 
namientos, puliéndola,  pesando  el  pro  y  el  con- 
tra; esa  misma  idea,  entregada  a  la  admiración 
de  los  otros,  buena  o  mala,  hay  que  seguirla  has- 
ta el  fin. 

De  aquí  se  deduce  que  la  popularidad  es  alta- 
mente útil  mientras  a  sangre  fría  la  dominamos; 
fatal  cuando,  a  pretexto  de  llevarnos  delante, 
nos  sobrepuja.  En  política,  el  respeto  y  la  estima 
valen  siempre  más  que  el  amor. 

El  primer  inconveniente  de  la  popularidad  es 
que  hace  malgastar  el  tiempo.  Después  impide 
ese  silencioso  dialogar  con  nosotros  mismos  en 
las  horas  de  solitaria  meditación,  en  que  nacen  y 
se  fortalecen  las  grandes  cosas,  y  por  fin,  hay 
que  gastar  un  caudal  enorme  de  energías  para 
no  dejarse  llevar  más  allá  de  donde  se  quiere  ir. 
La  multitud  hace  con  sus  héroes  como  los  niños 
con  sus  juguetes:  comienza  admirándolos  y  aca- 
ba casi  siempre  queriendo  ver  lo  que  tienen 
dentro. 

En  España  los  hombres  son  un  nombre,  y  no 
una  idea;  todos  sirven  para  todo;  apenas  comien 
zan  a  destacarse  en  una  labor  útil  han  dje  dejarla 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES  243 


para  pasar  a  otra.  Y  en  realidad,  ¿qué  importa 
ser  alcalde  o  ministro,  director  general  o  emba- 
jador? El  que  realmente  valga  ennoblecerá  el  lu- 
gar que  ocupe  y  podrá  decir  que  en  cualquier  si- 
tio en  que  él  esté  allí  estará  la  cabecera. 


DEL  DESTINO  DE  LOS  HOMBRES 

Como  Icaro,  cada  vez  que  volamos  hacia  el  sol, 
la  cera  de  nuestras  alas  se  funde  y  volvemos  a 
caer.  ¡La  verdad!  ¡El  secreto  de  las  fuerzas  que 
Hgen  la  marcha  de  la  Humanidad!  ¿Quién  conse- 
guirá penetrar  el  arcano,  quién  alzar  el  velo, 
quién  descifrar  la  clave  del  por  quéP  El  Destino, 
la  Fatalidad,  el  anakee...  Nunca,  nunca  sabremos 
en  qué  misteriosas  regiones  se  incuba  lo  que  ha  de 
ser.  Es  inútil  que  un  hombre  de  recia  voluntad, 
de  extraordinario  talento,  de  rara  energía,  se  pro- 
ponga llegar,  convertirse  en  el  árbitro;  será  todo 
lo  más  una  medianía  con  apariencias  geniales, 
una  hábil,  una  portentosa  mixtificación;  pero  no 
será  de  verdad,  no  pesará  en  la  suerte  del  mundo 
como  no  sea  de  una  manera  negativa.  Para  que 
un  hombre  llegue,  para  que  influya  en  la  marcha 
futura  de  la  Humanidad ,  no  hace  falta  que  sea 
genial,  que  .  posea  la  sabiduría  de  Salomón,  los 
ejércitos  de  Xerxes,  la  fuerza  de  Hércules,  el  va- 
lor de  Aquiles;  basta  con  que  exista  latente  una 
idea  en  el  ambiente  y  que  acierte  a  encausar  esa 
idea. 


244 


ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


No  existe,  hoy  por  hoy,  hombre  cuyo  destino 
sea  más  bello,  más  grande,  más  fuerte  y  mag-nífi- 
co  que  Wilson.  Ni  las  águilas,  ni  los  unicornios, 
ni  los  leones,  ni  los  astros,  pueden  equipararse  a 
este  trabajador  burgués,  modesto,  casi  insignifi- 
cante, que,  con  su  sonrisa  irónica,  brota  de  la  obs- 
curidad, y  el  anónimo  para  encauzar  una  idea 
magnífica,  una  fuerte  evolución  de  la  Humani- 
dad,  y  luego  volver  a  una  calma  monótona,  en  que 
reelerá  sus  libros  parásitos,  y  cultivará  las  flores 
de  su  jardín.  ,Y,  sin  embargo,  este  hombre  insig- 
nificante, que  ni  es  rico,  ni  fuerte,  ni  brillante,  ni 
poderoso,  por  sí  manda  sobre  todos  los  ejércitos 
de  la  tierra,  sobre  las  flotas  que  surcan  el  mar, 
sobre  los  millones  acumulados  por  et  trabajo,  so- 
bre las  dinastías  que  pusieron  siglos  en  ser  glo- 
riosas. Un  solo  gesto  de  su  mano,  una  sola  pala- 
bra sería  bastante  para  detener  millones  de  hom- 
bres en  marcha,  para  hacer  callar  los  cañones  y 
apagar  incendios ;  otro  gesto  u  otra  palabra  los 
precipitaría  unos  sobre  otros  en  huracanes  de  hie- 
rro; barrería  el  mundo  con  olas  de  plomo  y  haría 
que  el  fuego  calcinase  la  tierra .  Bastaría  que  él 
quisiera  para  que  el  oro  corriese  a  ríos,  enrique- 
ciendo y  fructificando  al  mundo,  o  para  que  se 
ocultara  en  los  subterráneos,  haciendo  que  el 
hambre  y  la  miseria  comenzaran  su  reinado. 
Ni  Alejandro,  ni  César,  ni  Atila,  ni  Napoleón, 
"  podrían  parangonarse  con  él;  ellos  representan 
tan  sólo  una  voluntad,  un  cerebro  y  una  energía, 
mientras  que  Wilson  encarna  una  Idea,  una  de 
esas  ideas  que  marcan  una  era  para  la  Humani- 
dad. Haría  falta  ir  hasta  Bhuda,  hasta  Confucio, 


LA  TRAYECTORIA  DE  LAS  REVOLUCIONES 


245 


hasta  Cristo,  hasta  Mahoma  o  hasta  Lutero  para 
hallar  algo  semejante.  Porque  la  obra  de  los  con- 
quistadores es  algo  sin  otro  valor  que  el  de  fuer- 
za, y  una  obra  así  tiene  el  más  alto,  el  único  valor 
real,  el  de  la  Idea. 

Durante  los  primeros  años  de  guerra  no  apare- 
cía por  parte  alguna  el  pensamiento  que  había  de 
perdurar.  Veíanse  debatirse  desesperadamente 
intereses,  ambiciones,  desquites,  ansias  domina- 
doras, pero  nada  más.  Alguna  vez  aparecían  los 
tópicos  de  libertad  y  de  justicia,  pero  más  asi  como 
un  tópico,  como  una  razón  de  ser,  que  como  algo 
real.  Poco  a  poco,  sin  embargo,  se  iban  aclaran- 
do, haciéndolas  más  luminosas  y  transparentes, 
La  llegada  de  los  Estados  Unidos  las  destacó 
más  aún.  Pero  el  odio  de  los  dos  bandos  perdura- 
ba, se  exasperaba  con  la  lucha;  cuando  al  sonar 
las  primeras  palabras  de  paz  los  ideales  resplan- 
decieron, lo  vencieron  todo,  lo  invadieron  todo. 

Yo  creo  que  ni  el  mismo  Wilson  tuvo  tiempo  de 
apercibirse  de  ello,  que  algo  más  poderoso  que  su 
pensamiento  y  que  su  voluntad,  que  algo  que  en 
el  viejo  mundo  creyente  se  hubiera  llamado  Je- 
hová  o  el  Espíritu  Santo,  dictó  sus  palabras.  Y 
cuando  pudo  darse  cuenta  estaban  escritos  en  el 
libro  de  oro  de  los  destinos  del  mundo. 

Y  fueron  como  unos  nuevos  y  prodigiosos  «Man- 
damientos»: 

«No  dictará  una  nación  por  la  sola  ley  de  su 


-4()  ANTONIO  DE  HOYOS  Y  VINENT 


fuerza  el  destino  de  pueblos  sobre  que  no  tiene 
derecho  alguno. > 

«No  serán  libres  las  naciones  fuertes  de  oprimir 
a  las  débiles.» 

«No  serán  los  pueblos  o^obernados  por  una  fuer- 
za arbitraria,  sino  por  su  propia  voluntad.» 

«No  habrá  una  ley  injusta  que  ampare  al  fuer- 
te y  oprima  al  débil.» 

«Habrá  una  ley  común  que  obligue  al  respeto 
de  los  derechos  comunes.» 

Yo  escribí  hace  seis  u  ocho  meses  en  el  prólogo 
de  mi  traducción  de  «Las  frecuentaciones  de 
Mauricio»:  «No  creo  que  la  decadencia  por  que 
resbalaba  el  mundo  antes  de  1914  haya  concluí- 
do;  esas  cosas  se  sienten  en  el  ambiente,  y  aquí 
no  se  siente  el  fin.  Más  bien  la  guerra  será  un 
alto  muy  breve.  La  ideología  es  la  misma...» 

Pues  bien;  ahora  sí,  ahora  «se  siente»  que  el 
mundo  entero  va  a  evolucionar,  a  transformarse; 
que  la  idea  de  la  libertad  va  a  purificarlo  por  fin. 
Y  a  Wilson  ha  cabido  esa  gloria. 

Y  todo  el  poder,  el  poder  maravilloso,  el  poder 
moral  que  residió  en  los  Papas,  cuando  los  Papas 
sabían  ser  jueces  anatematizadores  o  mártires 
perseguidos,  y  en  los  reyes,  en  la  hora  en  que, 
ungidos  por  el  mismo  Dios,  verles  implicaba  mo- 
rir, está  en  las  manos  de  este  hombre  insignifi- 
cante que,  en  vez  del  anillo  del  Pescador  o  del 
cetro,  maneja  un  bastón  burgués,  y  en  vez  de  la 
tiara  o  la  corona  de  los  reyes  santos,  cubre  su  ca- 
beza con  un  hongo  vulgar. 


FIN 


BIBLIOTECA  HISPANIA 

 ^  

OBRAS  PUBLICADAS 

COLECCIÓN  HISPANO  AMERICANA 

Pesetas 

Primera  parte  de  la  Historia  del  Perú^ 
por  Diego  Fernández,  el  Palentino,  to- 
mos I  y  II,  cada  volumen  en  4.®.   7,50 

Corona  Mexicana —Historia  de  los  Motezu- 
mas,  por  el  P.  Diego  Luis  de  Motezu- 
ma,  en  4.^,  512  páginas   7,50 

COLECCIÓN  ROSA  PARA  LAS  FAMILIAS 

Genoveva,  novela,  por  Alfonso  de  Lamartine, 

378  páginas  en  8.^   3,00 

La  Leyenda  Dorada  (Vidas  de  Santos),  por 
Jacobo  de  Vorágine,  tomos  I  y  II,  cada 
volumen   3,00 


SECCIÓN  GENERAL 

Lámparas  votivas,  poesías,  por  Francisco 

Villaespesa   3,00 

Como  buitres. . . ,  por  Manuel  Linares  Rivas.  3,00 
La  fuerza  del  maU  por  Manuel  Linares  Rivas  3,50 
Obras  completas,  por  Manuel  Linares  Rivas. 
Tomo  I:  La  Cizaña,  Aire  de  fuera,  Por- 
que si,  —  Tomo  II:  El  Abolengo,  María 


Pesetas 


Victoria.  Lo  posible. —  Tomo  III:  La  es- 
tirpe de  Júpiter,  Cuando  ellas  quieren.,.. 
En  cuarto  creciente.— Tomo  IV:  La  divi- 
na palabra,  Bodas  de  plata.  —Tomo  V: 

Aíloransas,  El  ídolo,  Clavito,  cada  tomo.  3,50 

lapices  viejos,  por  Eduardo  Marquina   3,50 

Frente  al  mar,  por  José  López  Pinillos  (Par- 

meno)   3,00 

Coplas,  por  Luis  de  Tapia   2,50 

Don  José  de  Espronceda:  su  época,  su  vida 

y  sus  obras,  por  José  Cáscales  Muñoz. . .  4,00 
La  Política  de  Capa  y  Espada,  por  Eugenio 

Sellés   5,00 

La  Negra,  por  Pedro  de  Répide   1,00 

El  horror  de  morir,  por  Antonio  de  Hoyos 

yVinent   1,00 

La  Garra  (tercera  edición),  por  Manuel  Li- 
nares Rivas.   3,00 

Barrio  Latino,  por  Federico  García  Sanchíz.  3,00 
La  espuma  del  champagne,  por  Manuel  Li- 
nares Rivas   3,50 

La  guerra  palpitante   3,00 

Una  mancha  de  sangre,  por  Joaquín  Belda.  1,50 
El  Monstruo,  por  Antonio  de  Hoyos  y  Vinent.  3,00 
La  Cocina  racional,  por  Magdalena  S.  Fuen- 
tes  3,00 

Mi  Venus,  por  Joaquín  Dicenta   1,00 

Fantasmas,  por  Manuel  Linares  Rivas   3,00 

Fatal  dilema,  por  Abel  Botelho,  tomos  I  y  II, 

cada  volumen   2,50 

Años  de  miseria  y  de  risa,  por  Eduardo  Za- 

macois   3,50 

Presentimiento,  "^orV^&Vi^rdiO  Zamacois   1,50 

La  Leona  de  Castilla,  por  Francisco  Villa- 
espesa,  v   3,50 

El  Paraíso  de  los  solteros,  por  Andrés  Gon- 
zález Blanco   1,00 


Pesetas 


Al  son  de  la  guitarra,  por  Federico  García 


Sanchíz......   2,00 

Toninadas,  por  Manuel  Linares  Rivas   3,50 

Una  vida  ejemplar,  ipor  Diego  San  José-  . .  1,50 

La  enemiga,  por  Darío  Nicodemi  : . .  3,50 

El  oscuro  dominio,  por  Antonio  de  Hoyos  y 

Vinent   1.00 

En  camisa  rosa,  por  Felipe  Trigo   3,50 

El  crimen  de  Avellaneda,  por  Atanasio  Ri- 

vero   3,v50 

Al  margen  de  la  vida,  por  Baldomcro  Ar- 
gente  2,00 

Más  chulo  que  un  ocho,  por  Joaquín  Belda. .  1,00 
Rosalía  Castro,  por  Augusto  González  Be- 
sada   2,50 

Los  cascabeles  de  Madama  Locura,  por  An 

tonio  de  Hoyos  y  Vinent   3,50 

Los  Lázaros,  por  Abel  Botelho   3,50 

Las  noches  del  Botánico,  por  Joaquín  Belda.  2,00 
Como  hormigas...,  por  Manuel  Linares  Ri- 
vas  3,00 

El  caso  clínico,  por  Antonio  de  Hoyos  3^ 

Vinent   0,^^") 

/esús  que  vuelve,  por  Ángel  Guimerá   3,50 

La  mujer  española,  por  S.  y  J.  Álvarez 

Quintero   1,00 

La  Procesión  del  Santo  Entierro,  por  Anto- 
nio de  Hoyos  y  Vinent   0,95 

La  Providencia  al  quite,  por  ELgenio  Noel.  3,v50 
Terra  incógnita,  por  el  Marqués  de  Cor- 
tina..  1,50 

Memorias  de  un  suicida,  por  Joaquín  Belda.  2,00 
Campoamoriana,  por  A.  Ferreira  d' Al- 

meida   1,50 

Los  toreros  de  invierno,  por  Antonio  de  Ho- 
yos y  Vinent   0,95 

Las  chicas  de  Terpsicore,  por  Joaquín  Belda .  3,50 


Pesetas 


La  dolor  osa  pasión,  por  Antonio  de  Hoyos 


yVinent   0,95 

EL  secreto  de  la  sabiduría,  por  Rafael  Can- 
sinos-Assens   1,50 

Las  zarcas  del  camino,  por  Manuel  Linares 

Rivas   3,50 

El  conde  de  Val  moreda,  por  Manuel  Lina- 
res Rivas   3,00 

Un  pollito  <^bíen^,  por  ^oaquín  Belda   1,00 

La  Coquito  {\,^  edición),  por  Joaquín  Belda.  3,50 
El  martirio  de  San  Sebastián,  por  Antonio 

de  Hoyos  y  Vinent   0,95 

La  atroz  aventura,  por  Antonio  de  Hoyos  y 

Vinent   0,95 

Cada  uno  a  lo  suyo     por  Manuel  Linares 

Rivas   1,00 

Traviatismo  agudo,  por  Joaquín  Belda   2,00 

Las  frecuentaciones  de  Mauricio^  por  Anto- 
nio de  Hoyos  y  Vinent   3,00 

El  hombre  que  vendió  su  cuerpo  al  diablo, 

por  Antonio  de  Hoyos  y  Vinent.   0,95 

El  árbol  genealógico ,  por  Antonio  de  Hoyos 

y  Vinent   3,50 

La  diosa  razón,  por  Joaquín  Belda   3,50 

Ninfas  y  sátiros,  por  Alvaro  Retana   3,00 

En  cuerpo  y  alma,  por  Manuel  Linares  Ri- 
vas  2,00 

La  zarpa  de  la  esfinge,  por  Antonio  de  Ho- 
yos y  Vinent   0,95 

La  trayectoria  de  las  revoluciones,  por  An- 
tonio de  Hoyos  y  Vinent   2,50 


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