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MISCELÁNEA.
COLECCIÓN DE ARl'ICULOS,
DISCURSOS, biografías.
IMPRESIONES DE VIAJE,
«
ENSAYOS. ESTUDIOS SOCIALES. EOONOMIOOS. ETC.
POR
B. VICUÑA MACKENNA.
1840.— 187S.
TOMO III.
S A X T 1 A G.0
IMPBENTA DE LA LIBRERÍA DCL UKKCrRIO
Calle de Morandé, N." '^8.
1874.
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DON FRAXfGJ&OO DE AGÜIBRE
EL PRIMER "hereje" QUE HUBO EN CHILE.
Cádizj dicietnbre 13 de 1870.
Entre los millares de preciosos papeles relativos a la
historia de Chile que se pegaban ft mis dedos en un vo«
raz rejistro que hice, cual si me encontrara en las bodas
de CamachOy dentro de las bóvedas del "Archivo de In-
dias", no ha muchos dias, llamóme particularmente la
atención uno de letra nutrida en que se trataba de he-
rejes i de herejías en época contemporánea a la fundación
de nuestra, por escelencia, católica i apostólica Santiago,
no mal llamada la '^Bomade las Indias."
Plísele por tanto aparte. I no pequeño fué mi asombro
al notar que el asunto era ya, en tan tempranos dias, re-
sorte de la intrusa Inquisición i que, para mayor asombro,
hallábase envuelto en la trama uno de los mas altos nom*
bres entre nuestros conquistadores. '
I.
No era a la verdad cuestión en esos pliegos, roídos ya
por el diente de los ^jy^los, ai del bachiller Ovando, natural
— 6 —
de Santiago, ni de la *'pulga chilena," hija de Penco, ni
siquiera de aquel martirizado francés cuya lastunosa vida i
sujplicios contamos no hace mucho, entre incrédulas j entes,
episodios inquisitoriales, si bien característicos, leves de-
lante del personalismo i de la majestad dé la historia.
Nó. Tratábase ahora de un pecado mucho mas trascen-
dental i mas antiguo: era el penitenciado un hombre de mu-
cho mas encumbrada fama.
Pero quien era éste? Quisiera no decirlo porque lo adi-
vinarán nuestros lectores del Mapocho, que a fé no son
tardos en la sospecha.
Mas, como en este caso no habría de ser posible el acier-
to, anticiparemos sin rodeos que la primera víctima del
Santo Oficio entre los prohombres que en los anales de
Chile tienen glorioso asiento, fué no otro que su segundo
gobernador i adelantado don Francisco de Agüirre, aquel
mismo con cuyo nombre se han honrado hasta ac]uí mu-
chas de nuestras jeneraciones, sin sospechar siquiera que
hubiese sido un escomvlgado. . .
II.
1 no se sorprendan de esta novedad los Aguirre de San-
tiago ni los de la Serena, por mas que los hijos de la últi-
ma (siempre espirituales pone-nombres) llamen a los pri-
meros "Aguirre chipipesj'^ apellidándose ellos solos des-
cendientes en línea recta del conquistador, como sin litijio
lo son. No se sorprendan, decimos, porque el fundador de
su casa haya sido un heresiarcn, según la Inquisición, pues
en el escelso criterio de ésta, f uéronlo también i no en aque-
llas lóbregas edades, sino ya entrado en mafiana el presen-
te éiglo de la luz, hombres que hasta aquí han pasado co-
— 1 —
mo dignos de ocupar un asiento al lado de los santos pa-
dres.
I en esta parte querrían^os de uaevo hacer una reticen-
cia i aguijonear asila cariosidad pública^ retardando estos
demmeios postumos, de los que no somos, empero, sino
mansos Torquemada, pues ponemos por hoguera un tinte-
ro de viaje i por tizones únicamente el mango de una plu-
ma. Mas la incorrejible i caramente comprada franqueza
nos hace romper el velo antes de tejerle. Declaramos, en
consecuencia, i con todas las solemnidades del derecho,
que en uno de nuestros armarios, ya empolvados por
larga soledad, quedó un documento auténtico del que re-
sulta que allá por el año de 1809 hablan sido denunciados a
■
la Inquisición de Lima tres caballeros chilenos.
Eran los dos primeros don Juan Martínez de Besas i el
jeneral don Eujenio Cortés i A zúa, jó ven marino ^el última
i que a la sazón navegaba al mando de una corbeta de gue-
rra entre el Callao i Valparaiso. I el tercero ?
De mil, de diez mil, de cien mil la daríamos, a estilo de
adivinanza o penitencia, al mas suspicaz de nuestros pai-
sanos, convencidos que no habria de acertar.
Pues sabéis quien era?
Éralo aquel docto i ascético varón que dejó entre noso-
tros la mas alta i merecida reputación de sabiduría, junto
con el de una timorata piedad que consignó hasta en sus
mas minuciosas leyes i decretos i que se llamó en vida don
Mariano Eqaka.
Sí ; sabedlo, beatos i beatas de mi amada patria, i sépa-
lo también el digno i respetable pero injusto apolojista de
la Inquisición, que no ha mucho enristró lanzas contra los
que la maldecian; sepan que don Mariano Egaña fué uno
de lo3 últimos reos del Santo Oficio de Lima, como Fran-
cisco de Aguirre lo habia sido el primero, doscientos cin-
— 8 —
cuenta afios ánteoL I por qué delito? Asombrétnonos aquí
todavía mas hondamente.
Por haber leído las obras de Zépiza Belarde^ que asi dice
el denuncio orijinal^ escrito por* un clérigo de Santiago*
aca^o por decir Eloísa i Abelardo....
' I este solo dispi^rate de lenguaje prueba dos cosas cu-
riosas i útiles de saber; sea la primera la supina ignoran-
cia de los ajenies del Santo Oficio en Chile i es la segunda
la de que don Mariano Egalla (¿quién lo hubiera jamas
pencado ^) fué hombre que en su mocedad leyó a escondi-
das las epístolas de fuego de la monja infeliz del Paracle-
to
Mai9 e.8 tiempo ^e volver a ni;e|stra historia, que lo dicho
basta por vía de prefacio.
III.
Era Franciscq de Ag^re natural de Talavera de la Rei-
na i de noble alcui:iii^. Ca,steIIano viejo de cuna i de bau-
tizo, es como si ^e llamáramos "cristiano rancio" de esos
como ya van quedando ppcQs en el pervertido mundo. Pe-
ro se habia hallado, no obstante, en el asalto i saco de Ro-
ma, obra no solq de cristianos, i^ino del rei que se llamaba
"católico" entre todps, CQmo hoi se llama también el últi-
mo que la ha asaltado, pues para mentir, los reyes. Condu-
jese,, con todo, en ese lance con tal sobriedad, que mas tar-
de el papa hubo de darle permiso para casarse con una
prima hermana sin pagar dispf^isa. . .Galardón inusitado que
no han obtenido tres siglos justos después de sus suceso-
res, pues tal de éstos conozco yo que por casarse con pri-
ma hermana (¡dulce conyuuda!) hubo de pagar a la cu-
ria de Santiago 285,800 maravedís de buen oro, esto e»,
casi el diea tanto del sueldo que Carlos V otorgó a Diego
* •■
í) —
de Almagro cuando le nombró gobernador de Tumbez. I
aqui diremos de paso que el maravedí no está suprimido
como moneda en España, según es creencia jeneral fuera .
de ella, pues todavia se compra con ella un caramelo mi-
croscópico o un par de nueces, i a mayor abundamiento don
Juan Prim suele pagar sus soldados con ellos: i éstos di-
cen: — "Peores nada!^'
IV.
Joven, si bien ya con hijos, pasó don Francisco a Chile
" i no desnudo, dice, él mismo, en otro documento inédi-
to del Archivo de Indias, como otros suelen venir, sino
con razonable casa de escudero i muchos arreos i armas i
algunos criados i amigos."
Llegó a ser a poco, por esto, no menos que por su inje-
nio i su valor, la segunda persona del reino de Chile, i a
tal punto, que Pedro de Valdivia, cuya preclara sagacidad
han reconocido todos los historiadores, le designó* para
sucesor en su testamento. No lo fué, sin embargo, mas tan
solo porque se le opuso con las armas el mañoso Francisco
Villagra, hasta que don Hurtado de Mendoza, niño en años
pero con la cautela de viejo i con el disimulo de inquisidor,
prendiólos a ambos i los metió en uh buque, rumbo de
Valparaíso al Callao. Entonces fué cuando uno de los dos
Francisco dijo al otro (pues cuál de ellos fuera a (ííenciu
cierta no podemos ahora recordarlo) estas sentidas pala-
bras: — " Lo que son las cosas del mundo, señor don Fran-
cisco, que ayer no cabíamos en todo un reino i hoi cabemos
en una tabla''—
Pasó don Francisco de Aguirre doá años en Lima su-
friendo con motivo de estos caseros disturbios, i a la par con
su émulo, un disfrazado destierro, liasla que por la maña de
— 10 —
un clérigo vino a Villagra desde España la provisión real
tjrre ffirimia Ja diaputa.
£n consecuencia, retírÓBe el gobernador desposeido a
6u ^^casa de Copiapó/' coipo él llama a la Serena, fxodad
que él habia fundado (la segunda en edad de Chile)
al propio tiempo que Valdivia fundaba a Santiago. Verdad
es que en esta empresa última aquel le ayudara poderosa-
mente con su consejo i especialmente con su brazo, pues
si como don Francisco de Aguirre hubo muchos bravos
capitanes en la conquista de Chile, más que él no lo hubo.
De su pujanza es de lo que habla, nos parece, el padre
Ovalle, cuando cuenta que en la primera batalla que los
fundadores de Santiago sostuvieron con los indios del
Mapocho, enristró don Francisco por tan tas horas i con
tal vehemencia la lanza, que concluida la pelea no podia
desasirla de la mano, i hubieron de aserrarle el asta en dos
mitades
V.
Sea como sea, encontrábase don Francisco hacia siete
meses tranquilamente en su '^casade Copiapó," cuando
le llegó mensaje del virei del Peni, conde de Niebla,
para que sin tardanza se trasladase al Tucuman, depen-
dencia a la sazón de Chile, como que por tierras de
aquel se dilataba la via mas acostumbrada de los con-
quistadores para llegar al último.
Hallábase aquella comarca alborotada por los desma-
nes de un tal Juan Pérez Zurita; i como Aguirre hubiese
sido, antes de sus reyertas con Villagra, gobernador de
ella, parecióle al virei que él solo podria traerla de paz.
Aceptó en mala hora don Francisco el nuevo mando
i salió para Santiago del Estero (entonces única ciudad
— 11 -
poblada eu esa banda) con varios de sus hijos, sus deu-
dos, su esposa i un grueso caudal.
Mas, junto con trasmontar los Andes, rodeáronle los
sinsabores. I aquí debemos también advertir que entra-
mos de lleno en la relación inédita i autógrafa que de
él hemos descubierto, pues los breves apuntes que sobre
sus primeros años dejamos consignados no alcanzan mas
autoridad que la de nuestra memoria, mas o menos bue«
na. No tenemos a la mano un solo libro de consulta, i
aun habiéndolo escasearía la libertad i el tienipo.
VI.
Con su llegada a Santiago del Estero comenzaron,
pues, según decíamos, las desventuras del ya entrado
en años conquistador de Chile. Encontró la tierra alzada
de indios enfurecidos, i en una de sus guazarabaa o malo-
nes matáronle un hijo i él mismo salió herido. Envió a
su primojénito (el mas tarde famoso Hexuiando) a fundar
un pueblo en Cachalquis, que era en la dirección de Sal-
ta, i los indios rebelados no lo permitieron. Intentó po-
blar otra ciudad a orillas de un rio, dice el mismo, que
se vacia en el Plata, i desde el cual no se tardaba mas
de treinta o cuarenta dias en descender al océano (por
lo que es de suponer fuera aquel el l^ilcomayo) ; |>ero no
lo consintieron sus propios soldados, que desplegaron con-
su autoridad, sin que se sepa la causa, el pendón de la
tra revuelta. Hicieron cabeza en el motin dos parciales de
Juan Pérez de Zurita, el caudillo desposeído, llamados
Belzocafia i Heredia, famoso apellido el último hasta en
las mas recientes turbulencias de aquel pais, que con ser
el mas hermoso de la América, como tal, no ha tenido
jamas ni un escaso dia de quietud.
— 12 —
VIL
Desde entonces todo fué discordias, traiciones, venalida-
des i asesinatos en derredor del mal hallado gobernador.
Tenia don Francisco un enemigo capital en el presidente
de la Audiencia de Charcas que residia en Chuquisaca i
bajo cuya inmediata jurisdicción el virei de Lima habia
puesto el Tucuman. No dic^ aquel cual fuera la causa del
odio profundo a su persona de parte de dicho majistrado,
de la de su mujer i de otro oidor llamado Aro; mas en una
carta al virei, fechada en Jujui el 8 de octubre de 1569, (que
es uno de los documentos a que hemos hecho referencia)
patentiza que todas sus desgracias tenian raiz en aquel
aborrecimiento.
Con pretesto de ignorar su paradero durante mas de im
afio, los dos oidores nombrados elijieron, en efecto, para
sucederle en el gobierno del Tucumau a un capitán llama-
do Martin de Almendras. I con cargo de relevarle a toda
costal si fuere preciso de matarle (así lo dice Aguirre), le
despacharon con cien hombres, habiendo gastado en su
equipo, i no obstante la desesperada oposición que hicieron
a la empresa los amigos de Aguirre en las Charcas, mas de
cinco mil pesos de oro.
Mas como el intruso gobernador trajera "tan mala inten-
ción, le atajó Dios los pasos," i los indios alzados lo mata-
ron cuando venia de camino.
Soltaron entonces los oidores a Pérez de Zurita de la
cárcel de Chuquisaca, donde le juzgaban por sus primeras
turbulencias, i éste entró por Chile con diez parciales, lla-
mándose a gobernador lej ítimo. El encono de Aguirre habia
subido de punto con estos procedimientos, i a fe que tenia
ra^on. Habla gastado en pacificar la tierra mas de ochenta
- 13 -
mil castellanos de bro, i ahora querían arrebatádsela a su
espada i a sus arcas que los tributos comenza^lmn a Itennr.
Era un conquistador i querían reducirle a subdito de quien
no habia ganado con su sangre ni un palmo de terreno.
Echaba don Francisco la culpa de estas feloníaB a la co-
dicia del presidente de la Audiencia de Charcas (que no nom-
bra) i de su colega. Decia del primero que habiendo 11^-
do hacía nueve años de Guatemala, dónde fué oidor, con
una deuda de cuatro mil pesos, no solo la había pagado,
sino que ya tenia atesorados sesenta mil pesos de sueldos
i cohechos. *' Jueces que esto hacen, esclama don Francisco,
denunciándolos al virei, i lo que luego diré, vea Y. E. bí
son jueces o tiranos.*'
VIII.
I ya que, sin buscarlo, tropezamos con este asunto de
oidores, eterna piedra de escándalo de la era colonial, dire-
mos que el Archivo de Lidias rebosa de documentos que
atestiguan su soberbia, su venalidad, sus despojos i su in*
trusa omnipotencia aun no del todo domada ni por los si-
glos ni por la república. Los procesos por concusiones i
por escándalos contra oidores de Chile son innumerables,
i desde luego viénensenos a la memoría los de don Juan Cal-
vo del Corral i don Ignacio Gallegos por contrabandistas (sic)
i el de don Sancho García i don Juan de la Cueva por li-
bertinos i corruptores desenfrenados de las costumbres^
Eso de "¿quién es ella?" anda siempre metido entre aque-
llas sucias togas, cuya orla era de lei besar humildes, por-
que la mujer i el lucro se sentaban junto con los jueces i
los litigantes bajo el solio de todas las Audiencias.
De temerarias usurpaciones de ajenos bienes hai tam-
bién constancias infinitas en aquel archivo, aun no esplora-
- Í4 -
do por la mano de la justicia, especialmente en cinco grue-
sos legajos que contienen las peticiones i las quejas de los
particulares de Chile al reí. Ni la^ ratería propia solo de vi-
llanos dejaba limpias las manos de aquellos grandes seño*
res del feudalismo judicial. Real orden hemos visto en que
se manda terminantemente al oidor Sánchez de la Barreda .
(que mas de una vez fué presidente interino de Chile) de-
volviese a cierto carrocero un capote de paño de que al
prenderle le habia despojado. En otra ocasión siete herma-
nas, huérfanas i desvalidas, se postran desde tan lejos al
pié del trono i en reverente memorial demandan amparo
contra aquel mismo majistrado, obstinado en despojarlas de
una corta heredad que tenian en Nufloa, porque siendo
aquel su vecino, decia "que no tenia suficientes tierras para
sembrar"... Otro vecino de Santiago jura al rei que un oi-
dor no le ha pagado en once años el canon de la casa que
le arrienda, i a mayor escándalo añade que cuando le pedia
se la entregara, le contestaba enfurecido "que si no sabia
que era oidor". La casa con este solo título era suya, si el
rei o el Consejo de Indias no ponían remedio. I por eso
talvez solia decirme no ha muchos años un amigo mio(que
fué juez i ya murió) que como regla jeneral no pusiese en
carta alguna dirijida a ese jénero de magnates, casa de iis-
ted etc.f porque con esa prueba habrían de quitármela
I asi, en verdad, acontecía con los oidores de antaño en San-
tiago i Chuqnisaca.
L\.
El gobernador Aguirre con las armas en la mano i a ca-
ballo, no era con todo fácil de vencer ni por la espada ni
por la toga. Asi, despreciaba las sentencias de los oidores
vendidos a sus émulos, como uno de sus tenientes colgaba
de la horca a los dos principales alborotadores Belzocaüa
— 15 -
i Heredia. Este era el vivir de esos tiempos, en que se con-
taba por cosa de milagro el que algimo de los conquistado-
res castellanos muriese en 8u cama. De los compañeros de
Pizarro, por lo menos, se cita solo tino, aquel Mausio Sie-
rra Leguisama que jugó el sol de Cuzco en una noche i que
cuidó de asentar en su testamento el raro privilejio de su
reposado fin.
X.
Mas lo que no alcanzaron ni los capitanes de guerra ni
los majistrados mas altamente constituidos, lo obtuvo un
fraile oscuro llamado Francisco Hidalgo, que se llamaba a
sí propio, a despecho del omnipotente gobernador Aguirre,
«vicario del Tucuman," i con cuya aparición en la estrecha
escena de este relato enebramos ya nuestro argumento
principal, un tanto retardado.
Era don Francisco, como hemos visto, hombre de gran
pujanza en las batallas, i esto a porfía lo han ponderado
todos nuestros primitivos cronistas, desde Góngora a Oli-
varez. Pero lo que hasta el reciente hallazgo en el Archivo
de Indias parecía ignorado de todos, es que cu{)ieran en su
mente de soldado pensamientos tan atrevidos para su épo-
ca como eran levantados los brios de su pecho (1).
XI.
En aquellos siglos de creencias duras como la roca en
que labraban la pila bautismal; cuando no era lícito discutir
(1). Después de escrito este estudio ea Cádiz, hemos tenido ocasión
de leer libros arjentinos en que se hace una alusión somera a este asun-
to inquisitorial. Ignoramos el grado de exactitud que alcance aquella,
pero de 1a autenticicbtd de la presente respondemos.
— 16 -
ninguna doctrina, ningún culto, ninguna enseñanza; cuan-
do la sandalia se ostent^a mt^ poderosa que la espada, í
las censuras eclesiástica^ mas temerosas que los rayos del
cielo, encontramos, en efecto, ncS sia admiración, que aquel
soldado de Chile sienta doctrinas tan osadas en materia de
albedrío i disciplina, que lioi mismo, aun entre jente no
ascética, pasarian por demasiadas avanzadas. Sostenia, por
ejemplo, el fundador de la Serena, que la fé bastaba para
salvarse, sin que fuera de gran monta en el camino del cic-
lo cosas como el oir la misa dominical ; el promiscuar de
tiempo en tiempo; el rezar el vespertino rosario; el liacer
trabajar a los indios en los dias de guarda i otras livianda-
des de igual jaez, que si hoi son todavia pecados mas o me-
nos graves, pasaban entonces por abominaciones del in-
fierno.
Pero no era esto solo. Irritado con el vicario Hidalgo, a
quien apellidaba intruso, nombró don Francisco a otro
eclesiástico llamado Payan, para aquel puesto.
I como aquel formase de este desmán raiz para una en-
conosa reyerta, don Francisco se calzó puntos mayores contra
la Iglesia i sus ministros. En respuesta a los reclamos del
vicario depuesto, impúsole como lei el que no pudiese ad-
ministrar los sacramentos, cualquiera que éstos fuesen, sin
su especial permiso, i como el ex- vicario le hiciese ver con
los cánones en la mano que tales facultades solo depen-
dian del Papa, o por lo menos del respectivo obispo, don
Francisco le contestó irritado : — "Que no habia otro Papa
ni otro obispo que él." Esta enonnidad es testual en sus
declaraciones, asi cómo el que en una ocasión dijo que si
en un pueblo hubiese solo un clérigo i un herrero, i fuese
forzado a desterrar uno de los dos, desterraría al clérigo,
por ser el segundo mas útil en la república.
Solia también don Francisco decir juramentos de mu-
— 17 —
clio fuego, aun en la boca de un conquistador, iv.de conti-
nuo referia anédoctas, que si hoi puedan platicarse impu-
nemente en un estrado, pQr aquellos dias olian a Satanás.
De esta índole era la de un gran rezador que el liabia co-
nocido i que se fué al infierno, al paso que de uno que rene-
gaba como un condenado, sabia él de seguro que se habiasal-
vado...Para ponderar la firmeza de sus empeños a los indios
solía ademas decirles "que el cielo i la tierra podrían fal-
tar, pero que su palabra jamas faltaría." Modo de espresar-
se, a la verdad, mas pintoresco que pecaminoso, pero que
entonces podía picar en los labios como el azufre de una
blasfemia. Sabido es que Felipe If no renegó nunca, i su
padre lo mas que osaba decir cuando estaba mui enojado
era ¡Bermejo!
XII.
Mas no es esto todo. Desgraciadamente don Francisco
llevó sus teorías anti-clericales, del dominio aéreo e im-
palpable de los conceptos, al mas grave de los mojico-
nes, i en una de sus controversias con el empecinado
vicario Hidalgo dióle de trompadas o empellones, pues
aunque él no dice lo que fuera, talvez seria lo uno i lo
otro. Por lo menos el adelantado^ confiesa que puso so-
bre el fraile manos violentas, al punto de quedar ipsO'-
fado escomulgado.
I lo mas grave del negocio era que don Francisco no
queria hacer el menor ca^o de la escomunioii. AI contra-
«
rio, como el agraviado vicario lo hiciese ver que se halla-
ba maldito mientras él mismo no levantase el anatema
con su absolución, contestaba aquel a sus amonestaciones
i a sus amenazas, diciéndole testualmente '^|ue las es-
comuniones eran terribles para los hombrecillos, pero no
Mise. TOMO III. 2
— 18 —
para los que como él no las temían/' Asi, el gobernador
del Tiicuman pasó * impenitente dos años, después deau
culpable desacato. I si bien su taima era osada, no ca-
recía de lójica, desde que él misRio sostenia que no
habia en el Tucuman mas Papa ni mas obispo que él.
Lo único que no decía era si era o no infalible.. ••
XTII.
El ofendido fraile buscaba, empero, en silencio la ven-
ganza de sus ultrajes, i al fin la halló. La Santa In-
quisición vino en su ausilio.
Un dia en que el gobernador se habia ausentado de
la capital de su jurisdicción (que era Santiago del Es-
tero) una partida de quince soldados, acaudillada por
un Martin Olguin, sorprendiólo en el cam po i lo arrestó
en nombre i por poder del Santo Oficio. Incontinenti lo
llevaron al pueblo, "donde me metieron, dice el reo,
con tantas ignominias, que me da vergüenza decillo." ¿I
cómo habrían de tratarle de otra suerte si se hallaba esco-
mulgado?
XIV.
Desposeído del mando, presos sus hijos, saqueada su
casa, los satélites de la Santa Hermandad le cargaron
de cadenas, i con grillos en los pies le llevaron a Ohu-
quisaca por la misma senda í con los mismos suplicios
que el inquisidor Amuzquibar impuso un siglo mas tar-
de al desdichado Francisco Moyen.
XV.
Llegado a su destino i entregado a sus jueces, comen-
zaron para el gobernador "hereje i escomulgado" las
— 19 —
mas horribles tribulaciones. El poder civil i el eclesiás-
tico, es decir, la tierra i el cielo, estaban conjurados con-
tra él. De un lado los oidores le echaban su toga al
cuello para estrangularlo: por el otro el obispo, que era
un fraile, acaso del propio claustro del vicario, le pedia
cuenta i retractación de sus blaf emias.
Contra la airada protervia de los primeros puso don
Francisco, aunque ya anciano, pecho varonil i obstinada
resolución. En nada quiso sesgar, i aunque dice que sus
derechos eran tan obvios que una hora habria bastado
para esclarecerlos, peleó con los oidores tres años, ape-
lando de sus iniquidades al virei i gastando en dilijen-
cias mas de treinta mil pesos, suma equivalente a . un
injentísimo candad hoi dia. Su mas encarnizado perse-
guidor era el mencionado Martin Olguin, el mismo que
le habia prendido i que aducia ahora, mediante la abierta
protección de los oidores, títulos suficientes para suce-
derle en el mando. No lo consiguió a la postre, por-
que el viréi amparó los derechos de don Francisco i
al cabo de los aflos ordenó se le restituyese a su go-
bierno.
XVI,
Pero asi como la entereza cívica de don Francisco de
Aguirre resistió incólume a todos los embates de un
largo litijio con enemigos poderosos, asi dobló humilde
la cristiana cerviz ante el sambenito i el pendón de los
inquisidores de Chuquisaca. Era talvez el primer capitán
ihistre, el único adelantado de las Indias que habia sido
llamado hasta entonces a aquel lóbrego i formidable
juicio, (pues la Inquisición hacia a la sazón sus prime-
ros estrenos en esta parte del mundo) i acaso por lo
— 20 —
mismo i por la inutilidad de la obstinación, cedió a la
iglesia todo el terreno de sus doctrinas, sin escluir, co-
mo en breve veremos, la de su infalibilidad papal i
arrojó a los pies del vicario juez i denunciante, todo su
mundano orgullo.
No obstante, i a pesar de su humildad i de su arrepenti-
miento, el castigo de don Francisco fuó grave i ominoso
para un hombre de su clase, de sus años i de sus servicios.
En primer lugar, por lo que respecta al orgullo, debia ha-
cer una abjuración pública i solemne de sus herejías, hin-
cado de rodillas i teniendo un cirio entre las manos. En
segundo lugar, por lo que concernía a la penitencia, se le
impuso un destierro de dos. años.
XV 11.
Tuvo lugar la solemne abjuración del gobernador del
Tucuman, i que lo fué antes de Chile, el 1.** de abril de
1569, ante el obispo de la Plata, cuyo nombre én este mo-
mento nos es desconocido, pues solo se firma en el proto-
colo Frcli Domi7iiciiSj i en presencia de los priores de San-
to Domingo i San Agustin, que lo eran frai Francisco de
la Cruz i frai Luis López. Asistió también el licenciado don
Pedro Herrera, como abogado de la Audiencia, i en todo
actuó en calidad de notario el escribano Juan de Loza.
La abjuración se hizo j)or capítulos, declarando el mis-
mo penitente cada uno de sus errores i herejías i anatema-
tizándolos en seguida con toda la contrición i convenci-
miento del pecador arrepentido.
Llegaron aquellos a catorce en número, i son algunos
de ellos tan curiosos por su fondo o por su fórmula, que a
fin de dar mayor autenticidad a este episodio histórico tan
aprisa recordado, vamos a copiar algunos de ellos al acaso»
— 21 —
He aquí el primero en el orden en que se hallaban en la
Abjuración i copiado con escrupulosa fidelidad.
LA FE.
"Primeramente, digo que dixe i confieso aver dicho que
con sola la fee me pienso salvar lo cual save a erejía ma-
nifiesta i es proposition escandalosa dicha como suena i en
este sentido la abjuro de levi como tal proposition i digo
que la entendí que lo dixe i después acá i agora siendo la
fee acompañada con obras i guardando los mandamientos
de Dios nuestro Señor i mediante los merecimientos de su
pasión."
xviir.
Agregamos ahora algunas de las proposiciones heréticas
i depravadas que el propio penitente abjuró de levi para
recibir la final absolución, teniéndose por entendido que al
elej ir las mas graves, que son siete, o la mitad justa del
total, dejamos a un lado las relativas al ayuno, al precepto
de la misa, al poder para administrar los sacramentos, i
sobre todo dos que versan sobre la castidad sacerdotal,
considerada bajo el punto de vista i con el lenguaje de un
soldado. No era sobre este tema mucho mas pulcro el fun-
dador de la Serena que Pigault Le Brun, o Pablo Luis
Courrier cuando discutían aquella vedada materia en sus
novelas i panfletos.
En cuanto a las ya elejidas, helas aquí, en el mismo or-
den en que fueron estampadas por el notario Juan de
Loza.
— 22 —
XIX
EL PODER TEMPORAL.
"ítem, digo i confieso que dixe que yo era vicario jene-
ral en aquellas provincias, en lo espiritual i temporal^ lo
cual es lierror i erejia como suena i en este sentido la ab-
juro de leoi i digo i confiezo que el Rumo pontífise es vica-
rio jeneral en lo espiritual de cristo nuestro Señor a quien
todos emos deovedeceri estamos subjetos i aver yo dicho
lo contrario fue por ynadbertencia i con poca considcra-
cíon.
XX.
DON FRANCISCO DE AGUIRRE PAPA EX EL TÜCUMA^'.
"ítem, confieso que dixe que no avia otro papa ni obis-
po sino yo; digo que esta Proposición asi dicha es herética
i me hice mas sospechoso de levi en ella por aver dado un
mandamento i pregón para que nadie hablase al vicario, i
confieso que no pude dar el dicho mandamento ni pregón e
abjuro de levi por tal la dicha proposition i entiendo que ni soi
papa ni obispo ni tengo autoridad de ninguno de ellos sino
{faltan palabras por deterioro dd papel) que lo dixe con
enojo que tenia con dicho Vicario e por í|uo los <(iie estaban
debajo de mi gobernación me temesen i respetasen."
XXI.
LAS ESCÜJÍUXIONES.
'*Item, confieso aver dicho que his exsoouinniones eran
terribles para los hombrecillos pero no para mi: confieso
— 23 —
ser herror maniñesto i erejia i me liize sospechoso de esto
de levi. Porque me dexé estar exscomulgado casi dos años,
por aver puesto las manos en un clérigo i que no tenia la
consagración en nada, aunque yo entendia que no estaba
exscomulgado por no aver ávido efusión de sangre.*'
' XXIT.
LOS CLÉRIGOS I LOS HEKREROS.
"ítem, confieso aver dicho que quando en ima Repú-
blica un herrero i un clérigo que si oviese de desterrar el
uno dellos, que antes desterrarla al sacerdote que no al
herrero por ser el sacerdote menos provechoso a la rrepiibli-
ca, laqual es proposition injuriosa al estado sacerdotal i
escandalosa i que save la erejia i en el sentido que causó
escándalo i tiene el savor dicho, la adjuro de levi, lo qual
díxe por el odio particular que tenia con el padre Hidalgo."
XXIII.
L08 RENIEGOS.
^'Item, confieso que dixe que el cielo i la tierra faltarían
pero mis palabras no podrían faltar, lo cual es blasfemia
eretical i confieso averio dicho con arrogcancia hablando
con los yndiós, prescíando de hombre de mi palabra i que
los yndios creyesen que la cumpliria.''
XXIV.
EL REZO I LA SALVACIÓN.
"Ítem, confieso aver dicho que no fiasen mucho en re-
zar que yo conosci un hombre que reqava mucho, i se fué
/
— 1>4 —
al ynfierno i otro rrenegador que se fué al cielo la qual es
proposition que ofende los oídos cristianos i temeraria, pero
bien entiendo que es santa i birtuosa cosa el rezar i que el
renegar i blasfemar de dios es gran maldad i gran ofensa
de dios i asi lo declaro i confieso."
XXV.
Tal fué la humilde abjuración del famoso don Francisco
de Aguirre, el segundo i lejítimo gobernador del católico
Chile. No nos entrometemos a juzgarlos méritos teolójicQs
de aquella, porque en estaparte, como en el juicio de Ho-
yen, dejamos las apreciaciones al albedrío de cada cual.
Pero no deja por esto de ser un espectáculo lleno de no-
vedad i digno del interés de la historia el que presentaba
aquel altivo i esforzado caballero, desceñida ya la vieja
armadura, puesto de rodillas, la cana sien que antes llevara
ufana el casco i el penacho, postrada ahora al suelo, bajos .
los ojos, i aquella mano que no sabia soltar la lanza des-
pués de los combates, empuñando trémula un cirio ama-
rillento I todo por el denuncio de un fraile i la conde-
nación de otro! Episodio es este común sin duda en los
lóbregos anales del pais en que esto escribo, pero que
acaso fué único contra hombre tan encumbrado en la
conquista que los hijos de aquel en libertinas turbas em-
prendieron de la otra parte del mar. No (|ui¿re esto, em-
pero, decir que la cogulla no ejerciera desde temprnno in-
fluencia poderosa en nuestro suelo, i para dejarlo demos-
irado bastará aquí recordar que las consejas i dolamas de
un jesuíta iluso fueron suficientes en la corte para detener
sobre el Biobio la lanza victoriosa de los dos mas ñmiosos
capitanes que militaron en Chile en el siglo XVII, estor-
bando asi que pusieran temprnno fin a la guerra que toda-
— 25 —
via ensangrienta nuestros lindes. Tal fué la obra del pa-
dre Luis de Valdivia contra Alonso de Rivera i Grarcia
Ramón. Tal habia sido también, aunque de diverso jéne-
ro, la del humilde i abofeteado Hidalgo contra é\ poderoso
gobernador de Tucuman...
XXVI.
Alcanzada al fin su absolución i cumplida su dura peni-
tencia por don Francisco de Aguirre, ¿cuál fué la influen-
cia posterior de aquel místico castigo sobre su gobierno i
sobre s!i vida? Harto difícil es determinarlo en este sitio.
Dice él iinicamente en la carta suya ya citada, que los oi-
dores hicieron acumular su juicio eclesiástico por herejías
al que le seguían por sus reyertas con el díscolo Olguin,
favorecido de aquellos. I aunque el viejo capitán castellano
añade en aquel propio documento que esa argucia en el
proceso civil era tan pertinente ^^como un libro de Ama-
dís," resalta en esta comparación mas injenio que verdad,
pues en aquellos años un gobernador escomulgado era poco
menos que un acólito de Lucifer. Así sucedió que cuando
después de tres años de autos i prisiones consiguió salir
doijL Francisco de Chuquisaca en dirección a sus Estados,
los vengativos oidores enviaron por delante seis correen
esparciendo la voz do que "allá iba el henaje/' atreviéiidn-
so hasta insinuar que si alguien le diese de pufialadas haria
en ello una obra meritoria
XXVIL
Don Francisco de Aguirre debia contar en la época en
que tuvieron lugar estos sucesos mui cerca de setenta aflos,
si no mas, pues en la carta ya varias veces mencionada de
' .
— 26 —
1569 dice que hacia treinta i seis años a que servia al rei
en las Indias.
Pedia por esto en ello la confirmación de su gobierno del
Paraguai para él, durante su vida, ^'ya corta,*' i para su
lujo Hernando, mui práctico, según el padre, en todos los
trabajos de la conquista. En cuanto a su título provisorio
de restitución en el gobierno, lo habia recibido en el Valle
de Chichas, donde se marchaba a aguardarlo después de su
abjuración, i con el ánimo de irse a su '*casa de Copiapó,"
si aquel no llegaba, pues en aquel paraje se partían los dos
caminos, hacia Chile i hacia Tucuman. En dirección a este
último iba cuando desde Jujui escribió al virei la carte iné-
dita que junto con las dilijencias de su persecución por el
Santo Oficio nos ha servido para componer este relato.
Tenemos entendido que don Francisco de Aguirre termi-
nó aL fin pacíficamente sus azarosos dias en el gobierno de
Tucuman, pero no le heredó en él su primojénito, pues
Hernando de Aguirre se radicó, así como su descendencia,
en la otra parte dé los Andes, donde con el curso de los
años su "casa de Copiapó'' se convirtió en la risueña i her-
mosa Serena, la Granada de Chile, pues si no tiene su Al-
hambra, posee su rica Vega^ su clitoa perfumado, a su es-
palda, cual un manto, la nieve de altísimas montañas, i,
como fundador, si no un rei moro, como Jíisef-Abul, al
menos un capitán declarado hereje por la Santa Inquisi-
ción.
I ahora se nos ocurre agregar por nuestra cuenta privada
de exhumador de viejos archivos, i al poner punto a este
episodio, que si hubiéramos de firmar como luiestros abue-
los o siquiera como el último gobernador de Chile don
27
Francisco Marco del Pont, Anjel Diaz i Méndez, etc., etc.,
con todos nuestros abolengos, no sería por completo una
usurpación herética añadir el nombre que encabeza esta car-
ta al que hubiera de cerrarla. Pero no será éste, hoi como
antes sino el de las dos primeras sílabas del título de dos
ciudades cuyo amor nos ha llevado a desenterrar su cuna i
en seguida a poner su nombre como nuestro blasón de
pluma. Porque aquí es oportuno declarar, ya que se ha
tratado de abjuraciones i esclarecimientos de conciencia,
que el que esto escribe no se llama ni se ha llamado nunca
''SainUVar.
Ahora, por lo que toca a los hábiles i caritativos cajis-
tas del Merí^üriü, si se les ha ocurrido canonizarme de esa
suerte, habrá sido talvez porque de alguna manera le cons-
ta, que al menos en el almanak de las imprentas de su tie-
rra ha merecido la palma del martirio.
San Val.
LA CUESTIÓN DE BOSQUES
EN CHILE I FRANCIA.
(LA SELVA DE BABNEY.)
APUNTES
DRDICADOS A LA '^SOCIEDAD NACIONAL DE AGKICULTUBA D8 BANTIAQU".
Liíxeil'leS'BainSy junio 30 de 1870.
I.
De las grandes cuestiones económicas que afectan a
Chile, yo he reconocido siempre dos de un orden superior
a todas las demás; éstas son la emigración i la cuestión de
bosques, con una grave diferencia, empero, en favor de la
iiltima: i es la de la que si aquella es un negocio vital de reje-
neracion, de mejoramiento, de porvenir, la cuestión de bos-
ques es un asunto palpitante de conservación, de existencia,
de actualidad, de eminente urjencia. La una puede esperar
los siglos. Para la otra cada año perdido es un desastre.
Los estragos que ha hecho, on efecto, en Chile esa hacha
desoladora que se llama la Ordenanza de mineria, son
— 30 —
imponderables particularmente desde 1 830, en que se co-
menzaron a usar los hornos de reverbero en la fundición
de los metales de cobre. Antes de esa época, las operaciones
de los hoimos de vianga, en los que el fuelle era una parte
esencial del combustible, el consumo de los bosques era
infinitamente pequeño, casi imperceptible, i aun útil en
muchas localidades. Pero el desarrollo de la industria mi-
nera, que se ha más que centuplicado en los últimos cua-
renta años, i los nuevos métodos de esplotacion han cam-
biado en lo absoluto el orden de las cosas.
La ordenaza de minas, fraguada para Méjico, aplicada
a destajo a las demás colonias españolas, i concebida úni-
camente bajo el punto de vista del interés del minero, ha
dej enerado en una verdadera plaga nacional.
El denuncio de bosques ha sido una perseverante fiebre
de los espíritus, cuando no ha sido una fria i sistemática
esplotacion. Hace quince años, cuando resucitó por primera
ve?, la Sociedad de agricultura (que lleva hasta hoi dos entie-
rros i dos resurrecciones) decíamos que ya solo faltaba al
furor de las zavaleras el que denunciaran los árboles de la
Alameda de Santiago. I hoi, como si hubiéramos sido pro-
fetas, lo primero que llama la atención del viajero* que pe-
netra en la capital por la Alameda de Matucana, son las
chimeneas de los hornos de fundición de metales, levanta-
dos, hace poco, a diez varas de los rieles.
Toda la antigua, espléndida i secular vejetacion que ro-
deaba a Santiago i su ameno valle, ha desaparecido: los
•'impenetrables bosques'' de la Dehesa, que la previsión
de Pedro Valdivia legó a la ciudad; las inmensas selvas de
espino de las reducciones indíjenas de Colina i de Lampa;
las llanuras de árboles jigantescos que se estendian al de-
rredor de San Francisco del Monte, cuya villa tuvo por
oríjen una cabana de leñador, todo ha sucumbido al fuego.
— 31 —
El Valle del Mapoclio, considerado con relación a la sil-
vicultura, es un páramo. En el vnlle de Maipo el hacha
destructora no deja un instante de resonar, desde el Man-
zano a San José; mas adentro; hasta las cumbres de Men-
doza... Los denuncios en gran escala han sentado ya sus
reales en el Tinguiririca i en el Teño. En una palabra: el
desierto de Atacama invade ya nuestras provincias centra-
les, o lo que es lo mismo, el desierto es liir mitad de Chile.
I esto sucede en el paÍ8 por escelencia del carbón de pie-
dra i de las maderas mejor reputadas del mundo. Por ma-
nera que Chile, que arrasa sus bosques para echarlos al
fuego, se v^e obligado a importar por millones de pesos la
madera del estranjero, a fin de satisfacer las exijencias de
su industria, I en otro sentido, volviendo la espalda a su
magnífico combustible natural, el pais realiza un doble mal|
destruyendo lo que le es mas precioso conservar i desde-
ñando lo que le es mas útil i productivo consumir. Ahora yo
pregunto : este estado de cosas, que se prolonga ya por el
espacio de medio siglo, ¿es o nó grave? es o nó alarmante?
es digno o nó de urjente remedio?
ir;
Una cosa nos ha salvado, es verdad, hasta el presente :
una semilla benéfica, una simple varilla de mimbre que
ha parecido tener los efectos que se atribuyen a ésta en
los cuentos de hadas: el álamo. No vacilamos en decirlo:
el álamo ha sido una Providencia, una especie de segunda
creación para Chile, para su clima, su feracidad, su hijiene;
aun diríamos su habitabilidad.
No sé dónde hemos leido que los habitantes de Mendoza
iban a erijir una estatua al introductor del álamo en su
comarca, el español Cobo. I sea esto o nó efectivo, ¿ por
— 32 —
qué no harían otro tanto los chilenos con el padre Gtiz-
man?
Los franceses han erijido un monumento (1828) en el
pueblo de Clameoy a Juan Roüvet, el primero que descen-
dió el Sena (1649) con una balsa flotante de leña. Parece-
rá esto ridículo talvez; pero a los que asi piensan solo
les diremos: — Suprimid el álamo de nuestra vejetacion,
i contemplad en seguida desde una eminencia nuestros
valles, i os convencereis que lo que hemos dicho de la
invasión meridional del desierto de Atacama no es una
metáfora sino un paisaje.
TIL
Ya a la verdad que no han faltado voces que ponde-
ren la escelencia de nuestros bosques naturales para
preconizar sus usos industriales i que adviertan los peli-
gros de su destrucción. Desde la época colonial el se-
cretario de la capitanía jeneral don Judas Tadeo Reyes
envió a Espaüa una memoria sobre los bosques de Chi-
le, trabajo escelente, que ha merecido los honores de
ser traducido al ingles por la viajera Graham. Después
Q-ay i mas tarde Philippi, confirmando aquellos datos,
nos han hecho su descripción científica. Un ilustrado
negociante en maderas, el señor Salamanca, nos ha tra-
zado después las ventajas de sus diversas aplicaciones
prácticas. La jonm^ra Sociedad de agricultura (1838)
hizo también un ensayo de lejislaoion contra la Orde-
nanza, pero los intereses mineros la acallaron. Igual suer-
te corrió en el Senado una moción del senador Irarrá-
zaval poco después; una análoga tentativa tuvo oríjen
en \b, segunda Sociedad de agricultura (1858) mediante
la insinuación de un código rural que mellara el filo del
— 33 —
faacba en provecfio del arado. La reciente Esposición
nacional de agricultura publicó diversos trabajos sobre
este mismo i eterno negocio. Por iiltimo, dos honorables
diputados, los señores Echáurren i O valle, en vista de
la seca de 1868, que amenazó ser una repetición de la de
1863, presentaron dos útiles mociones al congreso, diri-
jidas a la conservación de los bosques como elementos
climatolójicos. Pero todo ha quedado allí. El fuego sigue
talando los retoños i las máquinas de descepar arrancan-
do los troncos... No falta sino sembrar de sal los sitias
donde los bosques fueron, como si fueran hoi campos mial-
ditos.
En cambio, la única innovación positiva que hemos
visto introducir en nuestra lejislacion en los últimos años
con relación a los bosques, es una lei que impone dere-
chos de importación a las maderas i al carbón de pie-
dra estranjeros. Por manera que el. efecto de estas dis-
posiciones ha sido aumentar el precio del combustible
nacional para hacer mas difícil su adopción en la industria
minera, al paso que las maderas útiles han subido de
precio, pagando este aumento casi esclusivamente la in-
dustria nacional al estranjero.
TV.
Una situación tan tirante, tan antigua i de tanta tras- *
cendencia no puede menos, entre tanto, de preocupar a
todos los que contemplan con ojos amigos la suerte del
pais, i entro éstos yo pido un humilde lugar. Conducido
hoi por el acaso a im sitio de Europa en que he podido
consagrar alguna atención a este asunto, en el centro
de los montes Vosgos, a dos pasos del Rhin i de la bos-
cosa Alemania, i en nna aldea que rodea en todas direc-
Mlgr. TOMO II T. 8
— 34 —
ciones la magnífica selva llamada del Barney, voi a
trasmitir a mis compatriotas algunos datos i observacio-
nes, que de seguro serán desatendidas, pero que dejarán,
al menos, la satisfacción de un deber cumplido.
V.
La Francia es talvez el pais de Europa en que la silvicul-
tura, es decir, el estudio de la conservación i esplotacion de
los bosques, se encuentra mas adelantada, porque, aunque
aquella es una ciencia reciente, que este pueblo intelijente
ha aprendido en el curso del siglo en las escuelas i en los
bosques de Alemania, puede decirse que la ha aprovechado
mucho mas que sus propios maestros. Veamos cómo.
Los bosques que posee actualmente la Francia, i que pa-
san de un millón i medio de cuadras cuadradas, han tenido
oríjen, o bien en las selvas que sus reyes apartaron para
sus cacerías, como las magníficas de Fontainebleau, de San
Jerman i de Compiegne; o bien en las apropiaciones que la
revolución hizo al Estado de los inmensos dominios del
clero i de la nobleza, o por último, en los bosques que las al-
deas, las ciudades, los cabildos, en fin, (communes) tenían
para su consumo. Así, la selva del Barney, de que debemos
ocuparnos mas especialmente en este estudio, trae su oríjen
de la abadía de Luxeil, cuyos monjes la esplotaron hasta que
fueron desposeídos por la revolución. Fué ésta una
propiedad eclesiástica. El bosque de Boulogne, por ejem-
plo, i el de Vincennes, en la opuesta dirección, eran los
bosques del municipio de París, como el bosqne de la De-
hesa lo filé del de Santiago.
De este triple oríjen vienen las tres grandes clasificacio-
nes modernas de los bosques franceses, esto es, bosques de
la Corona^ bosques del Estado i bosques municipales (de
— 35 —
la commune). Su proporción es la siguiente en hectáreas j
medida que para un efecto convencional i aproximativo,
consideramos como equivalente a nuestra media cuadra.
Bosques de la Corona ,. 67,202 hect.
" del Estado 1.085,566 "
'' Municipales 2.134,005 "
De esto resulta que el total dar los bosques públicos de
Francia asciende, en números redondos, a tres millones i
trescientas mil hectáreas, o sea 1.700,000 cuadras. Los
bosques particulares tienen naturalmente una estension
dos o tres veces superior, pero de éstos no debemos hablar,
pues nuestro propósito se limita a esponer los principios i
las reglas que rijen en la esplotacion de los que son del do-
minio público. Los particulares no hacen sino seguir la
impulsión de aquellos en la administración de sus propios
arbolados. Verdad es también que sobran espíritus estre-
chos que viven aferrados a la roca de la rutina, hasta que
al fin mueren aplastados por ella.
I aún sin salir de la Francia, consideradas en jeneral las
ideas que hoi comienzan a dominar en materia de bosques,
puede decirse que éstos han pasado por las mismas tortu-
ras que entre nosotros. Hace iipénas doscientos años a que
los bosques se talaban en este pais i en el resto de la Eu-
ropa de la misma bárbara manera que hoi impera en Chile^
Verdad es que existían severas ordenanzas desde Felipe
Augusto, aún desde Cario Magno, destinadas a poner las
selvas bajo la protección inmediata de los reyes; pero esas
leyes, vestijios que habian dejado los romanos de su admi-
rable dominación, no bastaban a estorbar la rápida desapa-
rición de los bosques. Solo Col^ert, el hombre que parece
haber hecho los dos tercios de las cosas grandes de esta
— m —
nación, puso un eficaz remedio al mal en sus célebres Or^
ilenanzas de bosques de 1669. Estas eran dirijidas especial*
mente a la protección de los bosques, ni mas ni ménoa co-
mo las ordenanzas que el ministro Galvez hizo confeccionar
un siglo mas tarde para la América eran dirijidas especial-
mente a BU ruina. Las prescripciones del rescripto francés
eran, ala verdad, tan estrictas, que llegaban hasta prohibir
a los particulares la corta de sus árboles sin un permiso
especial i motivado. Por lo demás, establecían la manera
do hacer las cortas {coupes) sucesivas en los bosques, seña-
laban los árboles de preferencia para la marina, establecían
las penas contra las contravenciones, etc., etc.
Pero aunque las ordenanzas de Colbert salvaron los bos-
ques de Francia, la silvicultura, como ciencia i como ad-
ministración, solo data en este pais desde los primeros afios
del siglo. Napoleón fué el primero en poner las selvas del
Estado (1802) bajo una adtninistracion especial e intelí-
jente, como lo habia solicitado el ilustre Buffon en el siglo
precedente. Pero el emperador copió en esto a los alema-
nes, que se hablan entregado hacía ya cerca de un siglo a
un estudio profundo de este ramo de economía tan confor-
me al carácter i a las necesidades de la selvática Germania.
Hartig, el padre de la silvicultura alemana i europea, tiene
hoi una estatua en el bosque de la Faisenena^ cerca de
Darmstadt.
Por fin, en 1827, Carlos X promulgó el célebre Código
de bosques de Francia, que hoi rije casi incólume estos vas-
tos intereses del imperio francés.
Esta rápida ojeada en el pasado no ha sido sin objeto.
Ella demostrará que los males que nosotros padecemos han
tenido precedentes que en cierta manera han sido lójicos e
inevitables, i que en Europa ha reinado la misma ignoran-
cia, la misma imprevisión, ijSfual i funesta prodigalidad a la
— S7
que nosotros hemos desplegado. Nuestra culpa tiene, pues,
hasta aquí sobrada escusa; pero llegará a ser una verdade-
ra calamidad nacional, si no ha de ponerse pronto, niui
pronto, el remedio salvador.
VI.
El gran principio en que descansa la silvicultura fran-
cesa es el de la corta periódica, regular i sistemática de los
bosques, es decir, en la reglamentación de una industria
que en Chile no tiene organización de ningún jénero.
La periodicidad en la corta o esplotacion de los bosques
es la base matriz de la silvicultura francesa. Pero aquella
se hace solo de dos grandes maneras. Son éstas la esplota-
eion que se llama de taülis i la de futaie.
La primera corta consiste en la periodicidad de los cor-
tes a que se somete un bo^-que dado, cada 10, 15 o 25 afios.
£n este caso los lotes designados se cortan por completo i
no se reservan sino los retoños para la reproducción.
La segunda corta consiste, al contrario, en la esplotacion
individual de los grandes árboles, cuando ya han alcanza-
do éstos su plena madurez. En la corta por taiUis se proce-
de, pues, por lotej^ o grandes grupos i en el de futaie solo
por indiiúdiios.
El sistema de taillúíj que llamaríamos de varillaos si no
fuera esta palabra demasiado limitada, se reduce a la esplo-
tacion activa i frecuente de la renovación de los árb jles en
su primer crecimiento. Es, por tanto, la mas jeneral, la que
adoptan todos los particulares, ansiosos siempre de reali-
zar sus productos en el mas breve tiempo posible i para
quienes la espectativa de una esplotacion secular seria un
verdadero imposible.
De osta ^plotapion proq^de casi UA$. lanzadera que sir-
— 38 —
ve al combustible, es decir, la leña de Francia, i en efecto,
se observa que ésta no se compone de rajas, como la nues-
tra, sino de trozos cilindricos que representan un tronco
completo de árbol. Parécenos que el grosor de un poste
ordinario de telégrafo equivale al máximum del crecimien-
to circular que deja a los árboles el sistema de taillis. Por
esto -nosotros le llamaremos en adelante el sistema de rne»
dio grosor.
El, procedimiento defutaie, es, al contrario, el gran ar-
bitrio adoptado en la esplotacion de los bosques públicos,
porque no hallándose el Estado rodeado de las ezijencias
diarias del simple particular, i no siendo, por otra parte,
sino un mero usufructuario del bien procomunal, puede
entregarse a operaciones de larga duración sin cuidarse de
los años ni aun de los siglos. La gran necesidad, la gran
tarea, i sobre todo, el gran deber del Estado, es conservar.
El pais, su clima, su salubridad, su industria, su labranza?
su vida misma necesitan el mantenimiento eterno de esos
manantiales de fecundidad i de respiración que se llaman
bosques, verdaderos pulmones del universo, i por tanto, el
mantenerlos mas o menos intactos, derivando de ellos un
provecho intelijente i cuantioso, lié aquí toda su misión. Hé
aquí la silvicultura de la Francia.
Los famosos bosques de Fontainebleau i de Compiegne
se esplotan hoi (así como todos los demás de la Corona)
por este solo principio. La selva del Barney, cuyos árboles
seculares hacen grata sombra a nuestros paseos de ciida
dia, está rejida por el mismo principio. A su derredor, sin
embargo, los cortes por taillis se hallan todavía en pleno
vigor en los bosques de los particulares i aun en los de la
commune o municipalidad de Luxeil.
El bosque de Boulogne, antes de ser consagrado a trans-
formarse en el mas hermoso paseo público de Europa, se
— 39
esplotaba de la misma manera, como que era mía propiedad
municipal destinada a surtir de leña a la ciudad.
El sistema de /wto/^ constituye, portante, la gran esplota-
cion de los bosques franceses, i por su naturaleza, en oposi-
ción al principio de la esplotacion en taillis^ nosotros lo de-
nominaríamos el sistema del grosor entero.
VIL
I no se tema por esto que la silvicultura sea una ardua
ciencia, ni una práctica misteriosa. Todo lo contrario. Los
bosques nacen, viven, crecen, se multiplican, se reproducen
al infinito por sí solos. Todo lo que necesitan es que el sol
caliente su savia. Todo lo que exijen es que los respete la
sierra i el machete.
Sucede aun en muchos casos que la lejanía del hombre
i de sus necesidades trae prosperidad i crecimiento a las
selvas. Asi, nada es mas común en estas montañas en que
hoi habito, que encontrar ruinas de esas poblaciones ro-
manas que, dispersadas por el azote de Dios, como todavía
se llama a Atila en estos parajes, permitieron que los siglos
cubriesen sus fragmentos con espesas sombras. En las
guerras con los ingleses durante el siglo XV, era un dicho
popular en Francia que los sajones, '^hablan traido los
bosques,'' porque éstos crecían en las soledades que aque-
lla causaba. No de otra manera Osorno fué encontrando
en la densidad de un bosque, i otro bosque mas espeso to-
davía marca el sitio de la antigua Villarica.
Los procedimientos de la silvicultura'práctica son, pues,
en estremo sencillos. Vamos a decir en lo que consisten.
Tan pronto como un bosque cualquiera es entregado al
brazo de la administración, el primer trabajo que se em-
prende después de su mensura i de la clasificación de su
— 40 —
terreno i de sus esencias^ es decir, de las diferentes clases de
madera de sus árboles, etc., se divide aquel en cruz por dos
grandes calzadas o caminos {(ranchees) que tienen una
anchura de 15 a 20 metros. De esta manera la selva que-
da separada en cuatro grandes cuarteles o bosques diferep-
tes. Estos se subdividen a su vez por caminos de menores
proporciones ; i en seguida se practican otras subdivisio-
nes mas prolijas, si la naturaleza de la selva, la mayor
facilidad de los acarreos, la mejor vijilancia de los guarda-
bosques u otras circunstancias lo exijen.
Este sistema es análogo para cualquiera de los dos
grandes procedimientos de conservación: el sistema del
medio grosor (taillis) o el del grosor entero (fuiaie), por-
que es una operación puramente topográfica i económica.
Lo demostraremos con un ejemplo.
La selva del Barney, que está a la puerta de nuestra
habitación, mide 322 hectáreas i se halla dividida por dos
grandes caminos trasversales que por lo común sirven a
los paseos en carruaje de la tarde i la mañana. En seguida,
los cuatro grandes grupos que aquellos aislan, a su vez, es-
tan subdivididos en diez cuarteles de ocho hectáreas o cuatro
cuadras cada uno, de manera que todo el bosque tiene
cuarenta cuarteles. Ahora bien, hemos dicho (|ue esta selva
se esplotaba por el sistema deftiiaie, esto es, mediante la
estraccion individual de sus grandes arboles, i por con-
siguiente, la prolija demarcación que dejamos señalada
se ha practicado solo parala conveniencia de la estrnccion,
de la vijilancia, déla comodidad del público, etc.
Pero supongamos que se la quisiese esplotar en tailUi.
Entótíces solo habría que establecer los períodos de años
en que deberían hacerse las cortas sucesivas. Es decir, si
éstas eran de 10, de 15 o de 25 años (cuyo último plazo es
el máximun l&te jeneral) la selva se dividiría en 10, 15 o
— -41 —
26 cuarteles numerados, i de éstos se iria cortando uno
sucesivamente en pos del otro, cada año, por manera que
cuando Ja sierra llegase al lote man. 25, por ejemplo, ya
el niim. 1 estaría de nuevo en disposición de ser esplotado,
pues contaría veinticinco años de edad desde su primera
corta.
Sa re por usto que las operaciones de la cmisei'vacion i
beneficio de los bosques son sumamente fáciles de com-
prender i de ejecutar. I aqui introduciremos algunos tér-
minos técnicos que conviene conocer por lo que cada uno
significa. Asiy por ejemplo, se dice que un bosque está
amenagé, cuando se halla sometido a un tratamiento cual-
quiera de esplotaciou. De otra manera se entiende que es
un bosque salvaje o en estado natural. La capacidad de
esplotaciou, o lo que es lo mismo, la cantidad de madera
que puede producir un bosque en una época dada, (dire-
mos cada año) se llama la possibüUé del bosque. A los
períodos de años que se fijan para su esplotacion se les
da el nombre de revoluciones^ i por xiltimo, a la esplotacion
misma se la conoce solo con la denominación de coupes o
cortes. •
Dijimos también que estas últimas se hallaban concen-
tradas en las dos grandes denominaciones de taiílis i de
jutaic que dejamos recordadas; pero es preciso tener pre-
sente que éstíis son solo relativas a la esplotacion. Kn
cuanto al muénaijement^ o tratamiento peculiar de un bos-
que, según su localidad, en llano o montaña, la naturaleza
de su suelo o de sus esencias, su edad, el uso a que se des-
tiuu su madera, etc., hai varias coi//?^5 subalternas, jque
i^tt llaman claras (claires) o sombrías (sombres) según el
espesor que se deja a los grupos de árboles, coupe de
régéfíércjLtioñ^ cuando se corta solo los árboles inútiles, po-
dridos o que no se desea con8er78(npor:eiiaiqQÍer'H(it>tivo
— 42 -
coupe de conversión cuando un bosque o parte de él esplo-
tadoen taillis se convierte enfutaie] coupe d' ensemencement^
cuando se va dejando de trecho en trecho árboles ya for-
mados con el destino de que sus glándulas sirvan a la re-
plantacion de los terrenos adyacentes, i por último, coupes
definitives^ que son aquelhis que constituyen propiamente
la esplotacion de bosques de que nos ocupamos. Como cada
cual comprenderá, todas estas diferentes maneras de amé-
nager un bosque pueden practicarse a la vez i simultánea-
mente en un terreno dado. Son como la siembra, la apol-
ca, el riego, la poda etc., de nuestras arboledas.
Sin salir a mas de diez cuadras de los alrededores de
J iUxeil, pueden encontrarse en vigor unos en pos de otros
todos estos procedimientos, presentando cada uno un paisa-
je diferente.
Añadamos aqui que los árboles que predominan esclusi-
vamente en la selva de Barney son la encina i la haya;
la primera sombría i majestuosa, con su tronco oscuro
i nudoso cubierto de musgo secular; la otra, al contrario,
elegante i esbelta, ostentando su tallo blanquizco i un follaje
no del todo diferente del de nuestros peumos. Los grandes
grupos de encinas son particularmente admirabes, porque
estos árboles, que viven siglos de siglos, solo se esplotan
cuando han cumplido 105 años, que es el período de su
mas robusta juventud. Algunos de estos jigantes inspiran
una verdadera veneración, como la llamada de Faramundo
en el bosque de Fontainebleau, a la que se atribuye una
existencia de catorce siglos. Al caer la tarde la majestad
de estos sitios llena el alma de una vaga tristeza i tras-
porta la imajinacion a aquellas edades primitivas de la
humanidad en que las selvas eran las únicas ciudades que
habitaban las errantes tribus. Allí estaban sus mansio-
nes, sus talleres, sus templos, sus cementerios, sus dioseá.
— 43 -
Cuántas veces nos ha traído a la memoria el arbolado
del Bamey aquellas selvas de la Galla romana tan admi-
rablemente descritas por Chateaubriand en sus Mártires!
Difícil es ciertamente el trasmitir con la pluma estas im-
presiones ; pero los que alguna vez vieron en Chile aquella
magnífica decoración del incomparable pincel de Giorgi
en el primer acto de la No)Dia^ representando una selva
sagrada de los Druidas, podrán formarse idea de la gran-
diosidad dé su aspecto natural.
Pero dejando suspendida a la copa de los árboles, como
la lira babilónica, la ociosa poesia, recordaremos en este
lugar, que con las sencillas operaciones de conservación
que dejamos recordadas, la Francia no solo mantiene en
pié las mas hermosas selvas de Europa, sino que después
de haber dado provechosa ocupación a millares de sus
brazos, obtiene una renta anual de 40 millones de fran-
cos, de los que al menos 30 millones son un provecho
líquido.
VIII.
Ha llegado el oportuno momento de dar a conocer cómo
está organizado el personal de la administración de bos-
ques en Francia, i esto es lo que vamos a emprender
con el código de bosque (Code forestier) de 1827 a la
vista.
Desde luego todos los bosques del Estado están some-
tidos a la dirección suprema del Ministerio de Hacienda^
asi como los que pertenecen esclusivamente a la corona
de;)enden del ministro de la inaison de Vempereur. Estos
son bosques de Napoleón III. El los esplota, él los man-
tiene. Agreguemos que su selva favorita es la de Com-
piegne, como la de Fontainebleau era la de Francisco I
i la de San Jerman de Luis XIV. •
— lé-
pero mas inmediatamente la administración de los
bosques del Estado depende de una dirección jeneral^ cuya
oficina habrá visto muchas veces el que se dirija en Pa-
rís, al bosque de Boulogne en el ángulo formado por
las calles de Rivolí i del Luxemburgo. El director
jeneral, que es hoi di a un señor Fase, antiguo empleado
de hacienda, tiene un sueldo de 25 mil francos, i toda
la oficina central exije anualmente un desembolso de
219,600 francos.
En seguida se hallan diseminadas en el vasto territo-
rio de la Francia, i en medio de sus 89 ^apartamentos,
otras oficinas principales que tienen el nombre apropia-
do de Conservaciones. De ésta existen hoi dia 32, com-
prendiendo una la Córcega. El sueldo de los conser-
vadores varia de 8 a 12,000 francos, según sus años de
servicio.
A los conservadores siguen en rango los inspectoj*es^
i de éstos hai unos 175 en todo el territorio, con sueldos
variables de 4 a 6,000 francos. Los sub-inspectores, que
son en doble o triple número a los últimos, «alcanzan
emolumentos de 2,600 a 3,400 francos. No es necesario
decir que a cada conservación i a cada iaspecciojí i suh-
inspección está afectada una porción de bosques públi-
cos, sea del Estado, de la Corona o de la Comuna. Es-
tas últimas pagan a la administración de bosques un 20
por ciento de sus productos líquidos como compensa-
ción de los trabajos de conservación de aquellos. La
consey'vacion en que se encuentra el bosque del Barney
lleva el número 32, i abraza todo el departamento del
alto Saoua.
Los conservadores, inspectores i sub-inspectores, forman,
se puede decir, la plana mayor del personal administrati-
vo de losibosques. £1 ejército 6e compone do los guardas
— 45 -
jetwcUes i de los guarda-bosques. De éstos lioi algunos mi-
llares en Francia, i son por lo jeneral clases retí-
radas del ejército o hijos i nietos de antiguos guardas, en
cuyas familias aquellas funciones se han ido trasmitiendo
junto coa el hogar durante muchas jeneraciones. Sus suel-
dos varian de 400 a 700 francos, pero tienen casa costeada
por el Estado, media cuadra de terreno de siembra, dere-
cho a cierta cantidad de leña, pasto i otras garantícts.
Todas estas denominaciones se derivan del Código de
bosques de 1827. En cuanto a la del grand-veneuTj que
era antes un altisonante título de la corte, no pasa hoi de
un recuerdo de la heráldica de los romances.
IX.
Loa conservadores, inspectores, guarda bosque, etc., del
dia están a la verdad mui lejos de la pompa i de la ociosidad
de los palacios. Al contrario, como todos los montafleses,
tienen hábitos sinceramente democráticos, sin dejar por
esto de ser personas de mucha consideración. No hace
muchas mañanas encontré, en efecto, en una de las aveni-
das del Bamey una cuadrilla de hombres de blusa, que
traian colgando a la espalda una mochila de cuero. A su
cabeza marchaba un anciano en mangas de camisa, con su
pelo i barbas completamente blancos. Eran aquellos ua
grupo de guarda bosques que bajaban de las montaftas de
los Vosgos, con sus sacos de proviciones ya vacios. £1 an-
ciano que los presidia, i que caminaba a pié, como los de-
mas, era el conservador del departamento del alto Saona^
M. Maguira, caballero de la Lejion de honor i ciudadano de
alta respetabilidad en el departamento.
£n cuanto a sus subalternos de la localidad en que es-
cribo, son personas de la mejor educación i de una amabi-
— 46 —
lidad llana i afable, de la que me es grato dar testimonio.
El subrinspector de Luxeil, M. Cósard, es un joven de 34
afios, antiguo alumno de la escuela de bosques de Nancji
i a su exelente voluntad para servirme debo una buena par-
te del material de estos apuntes. Diré también una palabra
sobre el guarda bosque del Bamey, M. Desray, que el sub-
inspector ha puesto completamente a mis órdenes por un
despacho escrito.
M. Desray es un antiguo sarjento de artillería, hombre
de 50 afios, lleno de ajilidad, de intelijencia i do esa poli-
tesse francaise que rara vez se desmiente, aun en las clases
mas humildes de este país. Tiene una casita confortable de
ladrillo i teja; la dilijencia de su mujer, una buena paisa-
na del Franco-Condado, la ha rodeado de un rústico jar-
jin, i en la media cuadra de terreno que le concede la lei,
se ve una amena chácara de papas, arvejas i fréjoles inter-
polados con lotes de pasto, de avena i de trigo, todo por
supuesto en miniatura. La sociedad habitual del guarda
bosque es un tanto ruda pero en estremo simpática. Com*
pónese aquella, por lo común, de dos o tres mujeres de la
vecindad i otros tantos paisanos, que llegan por la tarde,
después de las faenas, haciendo resonar sus sabots de palo
de haya i que después de una cordial salutación se sientan
al fresco en grandes silletas de totora. Yo suelo ser uno
de los del corrillo, i naturalmente se habla mucho de Fran-
cia i de Chile. Pero hasta aquí no he podido quitar de la
cabeza de madame Desray que dChile» sea un distinto país
del (cIUinoisD, porque teniendo una hermana establecida en
aquel estado de la América, i encontrándose Chile tam-
bién en la América, el Illinois i Chile son la misma cosa...
Uno de los mas vivos deseos de madama guarda bosque
es oirme hablar americano, para saber como habla su her-
mana. A este efecto le he prometido que una de estas tar-
— 47 —
des le llevaría a mi mujer, i entonces será tal vez la vez
prímera en que las encinas del Bartiey escuchen la lengua
de Chile- Ulinois.
Por lo demás,. M. Desray es el único guarda bosque del
Barney; él, armado de su martillo i de su cuchillo de
monte, lo recorre todos los días en diterentes direcciones,
aprehende a los ladrones de leüa i a los infractores de la
prohibición de la caza, atiende a la replantacion de los ár-
boles en los sitios en que faltan (a cuyo fin mantiene un
almacigo vivo en el centro del bosque), i por último, pre-
side a las diversas operaciones de la esplotacion. £s admi-
rable el orden en que este simple funcionario, cuyo sueldo
no alcanza a 130 pesos al año, mantiene todo lo relativo a
8u destino. Para todo tiene papeles i formularios impresos,
debde el plano topográfico del bosque hasta los autos ca-
beza de proceso (procés verbal) de los delitos que se come-
ten contra los bosques, i los que tan minuciosamente pres-
cribe i detalla con sus penas el código respectivo. El
guarda-bosque, ademas de sus numerosos documentos
impresos, conserva un cuaderno de órdenes jenerales en
que copia todas las que recibe de sus jefes. Recorriendo
las que rejistra el libro de M. Desray, me hacia gracia
observar que el inspector o sub-inspectores emplean inva-
riablemente, aun para los casos mas insignificantes, la
gravedad de las fórmulas i las reglas de la mas grave cor-
tesía. Asi hai muchas órdenes que comienzan por la frase
J'ai rhanneur de decir a usted que haga cortar tal árbol o
J^ai rhonneur de pedirle su martillo de bosque, etc. Deta-
lle esencialmente francés.
Haremos también notar, a propósito de las funciones
del guarda bosque, que la cuarta parte de los delitos con-
tra la propiedad que se perpetran en Francia, atectan a los
bosques, i esto se concibe por la impunidad que se cree
— 48 -
encontrar entre las sombras, por las miserias de las jen tea
de campo^ que necesita calentarse en las fríjidas noches
del invierno, i mas qué todo por esa invencible propensión
de todas las clases i de todos los países, que persuade de
que robar al Estado no es robar. I de aquí es que ha sido
preciso inventar dos palabras distintas para estas dos cla-
ses de sujetos: la de ladrón i la de contrabandista.
£1 código de 1827 prevée* todos los casos i los castiga
con prisión, según el grosor del árbol derribado, según el
peso de la carga de leña, o según la manera de ejecutar la
estraccion, esto es, si a lomo de bestia, en carreta de uno
o dos caballos, etc. Por una lei posterior se ha permitido
conmutar la prisión en multas, i de éstas saca el Eitadb
unos cien mil francos todos los años. Para los efectos (le
la persecución de los delitos de bosques, los inspectores
tienen atribuciones de fiscales, es decir, que ellos acusan
a nombre del Estado, citan testigos, alegan i piden los
castigos conforme al Código. Para todos estos efectos, la
corte correccional de Yesoul, capital de este departamen-
to, celebra una audiencia de bosques todos los meses. A
ella asisten todos los que tienen frió o gustan de comer lie-
bres i perdices antes del otoño. I de estos últimos no
son pocos, me parece los que lioi dia corren riesgo, pues
cuotidianamente veo que sirven en los hoteles de Lu-
xeil, algunas (icfrutas prohibidas.JS) Advertiremos aqui so-
bre este particular que los guarda bosques persiguen
con mas afición a los branconiers (cazadores furtivos), que
a los miserables que hurtan un atado de maleza^ i son
aquellos los mas formidables enemigos del guarda, porque
andan armados i suelen matarlos en las reyertas, o por
venganzas de otro jénero. La selva de Bamey está arren-
dada durante la estación de la caza, (que comienza en se-
tiembre i concluye en marzo), ü tres hacendados de los
-- 40 -
alrededores de Luxeil que pagan 180 francos pot la tem-
porada i tienen el derecho de amutf hasta ocho escope*
tas. El arriendo del derecho esclusivo de caza en los bos-
ques del Estado, produce al erario cerca de un millón de
francos cada año, i por supuesto en esta suma no está
comprendido el permiso jeneral de caza, que se vende en
toda la Francia por simias mucho mayores.
X.
Hemos recordado hace poco la escuela de bosques ele
Nancy, i antes de abandonar estos detalles sobre el perso^
flÉ(4e la administración florestal de Francia consagrare-
nKOB a aquella una palabra.
La escuela de Nancy fué fundada en 1824 en imitación
de las de Alemania, i en especial de la famosa de Tharand,
c^rca de Dresde, que tuvimos la fortuna de visitar hace
quince años. En ella solo se admite jóvenes robustos, en*
tre la edad de 18 i 22 años, que tengan adelantados varios
conocimientos especiales, principalmente las matemáticas
•
teóricas, el dibajo i el idioma alemán. Ademas, deben pa-
gar una pensión de 1500 francos. Los cursos duran dos
aftos i en ellos se enseñan por seis profesores la historia
natural, la lejislacion, las matemáticas aplicadas, la econo-
mía i la agricultura, todo con relación a la silvicultura.
También se enseña allí la literatura, pero solo como un
adorno de la intelijencia.
La Qicuela de Nancy ha suministrado la mayor parte de
lo« inspectores i sub-inspectores de los bosques de Francia,
pues sus alumnos entran al concluir sus cursos en servicio
vBCtivo con el grado de guardas jeneralesj del que luego as-
cienden a sub-inspeotores.
Bl penúltimo año salieron de la escuela en estas condi-
MIAC. TOMO III. 4
. ¿
_ 00 -
clones 26 alumnos, i en el pasado 69. Esta es la única
escuela de bosques de Francluí i aqui advertiremos que en
la Alemania hai talvez cerca de cien establecimientos de
ese j enero.
La Rusia ba planteado uno considerable bajo un pié mi-
litar en San Petersburgo, i hasta la España ha abierto
no hace muchos años una escuela práctica en Yillaviciosa.
XI.
Véanlos ahora cómo la administración de bosques pro-
ceda- en sus diversas faenas de conservación i esplotacion.
Apenas termina el invierno, el conservador de cada dis-
trito se pone en movimiento con todo su personal, i su
primera operación es determinar la posibilidad o propor-
ciones de la corta definitiva que debe hacerse en el próxí-
mo invierno, por un empresario particular i a virtud de
una venta pública. Esa posibilidad se determina según que
la corta sea en iaillis o en futaie en el primer caso, por
medio del cubaje de los macizos de árboles, para lo cual
existen instrumentos a propósito i particularmente tablas
de crecimiento^ trabajadas por los pacientes alemanes. Se-
gún éf^tas, se puede averiguar casi con certidumbre la can«
tidad de madera que rendirá cada año el* desarrollo de una
hectárea de tal esencia (pino, encina, haya, etc.) dada la na-
turaleza del terreno, su esposicion al sol, etc.
En el caso de esplotacion por grandes masas de árboles
(futaie)^ se procede al señalamiento individual de éstos por
medio de un martillo, que todo funcionario de los bosques
lleva precisamente a su cintura dentro de una vaina de
cuero. El martillo es el signo distintivo del hombre de las
selvas como el fusil lo es del soldado, el frac del diplomá-
tico i la cogulla del fraile.
--- 51 —
Tiene aquel en una estremidad, marcaduB de relieve, las
inicíales del ca?iseri?adoi* (C), del inspectat" (I), etc., i en
la otra una especie de huchuela afilada. Con ésta sacan una
astilla de corteza al árbol, i con otro golpe en el terso al-
veolo del tronco imprimen la respectiva señal. Esta opera-
ción se llama baliver, i se cree es de un oríjen romano por-
que el alto empleado de los bosques tenia entre ellos un
nombre análogo.
Una yez señalada la posibilidad respectiva de cada bos-
que, dentro de una consei^adon^ i marcados los árboles que
han de reservarse, i que el martillo de la administración
ha hecho en cierta manera sagrados, se procede a formar
los avalúos de las cortas que deben ponerse en un dia dado
a la competencia del pilblico.
Para esto se imprime en un cuaderno parecido a los
de nne^ivo^ presuptiestos todos los detalles de cada corta i
se publican avisos con im mes de anticipación. La adjudi-
cación tiene* entonces lugar ante el prefecto, el conserva*
dor, el tesorero departamental i otros funcionarios, que han
de ocurrir a la ceremonia de gran parada, i con el traje
bordado de plata que es propio de la administración de
bosques.
La venta se hace ftl ycibaisy es decir, a la rebaja, i no
por pujasy como en los remates ordinarios, a fin de evitar
la» coaliciones, palos blancos i otras maniobras de los inte*
resadoi^ I^a venta al rabaU se practica fijando una canti-
dad mayor que la del avalúo pericial, i en seguida el pre-
gonero va bajando hasta que uno de los postores, (jeneral-
mente un comerciante en maderas o en lefia) dice^^ prend$^
i entonces queda hecha la adjudicación.
Debo a la bondad del sub-inspector de Luxeil el poder
citar un ejemplo práctico de cómo tuvo lugar el afio pasa*
do la venta al rabdts de la selva del Barney.
r>*>
La avaluación del corte en/utaie era de 14,800 francos
i constaba de 843 árboles, de los que 680 eran encinas i
163 hayas. Las primeras debian producir 627 metros cú-
bicos de madera i las últimas 125. La adjudicación se pu«
so en la cifra de 20,000 francos (pues el avalúo verdadero
se mantiene reservado), i las bajas llegaron hasta 15,200
francos, es decir, 400 francos mas del avalúo secreto. Esto
probará la esactitud de los cálculos de la administración i
de la esperiencia de los compradores. Por lo demás, éste
se ha hecho un negocio matemático como casi todos los
negocios europeos.
Desde el momento de la adjudicación, que tiene lugar
en setiembre, el rematante es dueño ya del lote de selva o
de los árboles marcados que debe esplotar, i la aministra-
cion, por su parte, le ofrece todo jénero de facilidades, sin
descuidar por esto ni la mas leve precaución de seguridad
para la conservación del bosque i para el pago del precio
del remate, que se verifica por trimestres. La esplotacion se
hace durante el invierno cuando los árboles están desnudos
i abundan los trabajadores. Es condición indispensable la
de que toda la corta esté hecha i estraida del bosque en el
próximo mes de abril, cuando comienza la primavera.
Por lo demás, el rematante se sujeta a un programa de
condiciones, que con el nombre de cahier de chargesy se le
entrega, mediante imacorta remuneración. Se ejecuta, em-
pero, en tan gran número estos contratos en todo el terri-
torio de la Francia, que los derechos de adjudicación de
bosques producen mas do 50 mil pesos cada año. (1)
(1) Teng'o en mi poder estos docamentos, asi como los mejores testos
de BÍlvioultura francesa. Se n estos los de Parado i el de Lorenz, funda-
dor e^ie último de la escuela de Nancj i ambos sus directores. Escnsado
es que afiada el que estos papeles están a la disposición de la Sociedad
— 53 —
XII.
En los momentos en que escribo, la cosecha de los bos-
ques de Francia está pues ya hecha i los árboles converti-
dos en mil artefactos irán en breve a diseminarse en toda
la superficie del globo. La operación a que están entrega-
dos en este momento los empleados de cada conservación,
etí la preparación de la cosecha del año venidero. Por esto,
solo se encuentran en los caminos partidas de guarda-
bosques que van a la montaña a haliver o amartillar los ár-
boles. Dentro de los bosques no se ve un solo árbol caido.
Apenas quei^an algunos montones de leña que cada dia es-
traen en sus carretas los campesinos. Por una costumbre
tradicional de los bosques de la comuna deben suministrar
a cada padre de familia uno de estos montones, que aqui lla-
man tas y i que varian en espesor de uno a dos metros cú-
bicos. La distribución se hace a la suerte, i mediante el
Nacional de AgricnlturUj a quien dedico estos apuutcs, así como el có-
digo de bosques comentado por Cnrasson (edición de 1828) i hi obra
majistral sobre bosques» escrita en alemán (6 vs.)^ por Paester, profesor
de la escuela de Tharand en Sajonía. Estas dos últimas obras quedaron
en |K)der del secretario de la Sociedad en Santiago. A las personas que
deseen adquirir solo ideas jenerales sobre la silvicultura euro^iea nos
permitimos recomendar los escelentes artículos publicados en 1862 en
la jRevísta de Ambos Mundos \íot M. Jules Clavé, i que después se han
reunido en un libro que tiene por título EUides sur Véconomie furestiere.
— Guillaumin — París, 1862.
Se publica también en París una revista de la silvicultura francesa
que no carece de im])ortancíay i existe una numerosa Sociedad Jhrestiere,
Compónese ésta de muchos centenares de propietarios cuyo presidente,
en su carácter individual, es el ministro del interior M. Chevandier de
Valdrdme. La sociedad celebra reuniones mensuales desde noviembre a
abril, i las cuotas anuales de sus miembros bou solo de doce francos
(tres pesos).
— 54 -
pago de una erogación de 5 tVs. por cada casa, mientras
que el precio del to varia de 10 a 15 frs. Pero suele suce-
der que hai algunos de aquellos tan miserables, que los
vecinos prefieren no usar de su privilejio, cuando sacan un
mal número, i esto es lo que ha sucedido mas de una vez
al patrón de la casa que habito. Por lo demás, esta prácti-
ca es evidentemente feudal i mui poco equitativa. Los ha-
l)¡tante!4 de la annuna han sido también privados por el
uÓDKio del uso de los pastos i ramo?ieo de los bosques, por-
que las yerbas i las hojas caldas constituyen el abono na-
tural de los terrenos. Hoi, sin embargo, en vista de la te-
rrible sequia que- aflije a la Francia i por un privilejio es-
]>ecial, se ha abierto al pastoreo de los animales todos los
bosques del Estado, i aun se trata de hacer otro tanto con
los de la corona por haberlo solicitado así varios diputados.
Con este motivo acaba de publicarse un interesante fo-
lleto por un fabricante del departamento del Bajo Rhin
(uno de los mas boscosos de Francia) M. Alfred Golden-
berg, con el título de De/i devoirs de VEtat envers les popii-
lations fm^esiieres, i en él se desarrolla una considerable
reacción contra la escesiva tirantez del código de bosques
que priva a las comunas boscosas de los derechos de pasta-
je, ramoneo, lefia seca, recolección de hojas para los esta-
blos i los abonos, et^. El conocido escritor M. lí. About,
en un notable artículo titulado: /.<? Paysan et fes Forets,
apoya estas ideas, porque, en verdad, al menos un ciertos
distritos, el rigor de las prohibiciones i>arece tan inconside-
rado como nuestro escesivo abandono.
Xlll.
Pero no se crea que aun mediante todos los eí»fuerzos de
economía ¡ previsión que dejamos lijcramento r cordados,
— nr> —
alcance la Francia la satisfacción de todas sus necesidadeíí
domésticas o industriales, con relación a los productos leño-
sos. En 1858, por ejemplo, i aunque la producción de solo
los bosques del Estado ascendió a la suma de 37.304,327
frs., los mercados interiores se vieron obligados a im-
portar madera hasta por la suma casi fabulosa de
179.400,000 frs. La esportacion propia equivalia solo a la
sesta parte de esta cifra. En ese año fué esta de 34.800,000
francos.
Tenemos a la vista un estado completo recien publicado
de la internación i esportacion de la madera en Fraucia des-
de 1827 hasta 1868, i notamos que aquella ha subido de
cinco en cinco años en la proporción al menos de 10 millo-
nes de francos. En los últimos diez años, el incremento lia
sido mas rápido. En 1859, por ejemplo, subió de 83.700,000
francos que habia sido su monto en 1858, a 106.200,000
francos o cerca de 23 millones. En 1866, subió de 150 mi-
llones a 180 millones, o sea un aumento de 30 millones de
francos en uu solo año.
Para darse cuenta de este enorme consumo i de su rápi-
do crecimiento, bastará tener presente que solo en obras
de ferrocarriles se han invertido hasta 1860 cerca de dos
millones de metros cúbicos de madera, i el consumo anual
no bajaba hasta ese año de 180 mil. Hoi estas cifras se han»
|)or lómenos, triplicado, bien que el admirable descubrimien-
to del Dr. Bouchiére sobre la infiltración metálica de las ma-
deras, que hoi se halla en pleno vigor, haya proporcionado,
según una investigación oficial que se practicó en 1847, un
inmenso ahorro en el empleo de éstas. Para introducir en
Chile este procedimiento (que consiste en reemplazar la sa-
via de la madera con una disolución de sulfato dé cobre, lo
que le da una duración casi indefinida) pidieron un privi-
lejio esolnsivo en Santiago, hace mas de 20 años, el actual
— 1.6 -
presidente de la república arj entina i el injeniero francés
Eucher Henry; pero entendemos que la negociación no
obtuvo resultados o no se planteó. Desde algunos años va-
ri ns sociedades esplotadoras de bosques han comprado bu
)>rivilejio al descubridor mediante la remuneración de 3
francos por cada metro cúbico de madera preparada, de
suerte que la renta de aquel debe ser enorme.
Mas, volviendo al consumo jeneral de la madera, resulta
({ue en la sola ciudad de Paris el valor de las industrias
que tenian aquel artículo como materia primitiva (la carro-
ceriq, mueblería, construcción de edificios, etc.) ascendía
anualmente a 101 millones de francos. En este cómputo la
carpintería estaba representada en un 20 por ciento, la oa*
rrocería en 16 por ciento, la construcción de edificios en
un 9 i la mueblería solo en un 8. Pero en los 23 años co-
rridos hasta aqui, esos valores naturalmente han tripli*
cado. Otro tanto deberemos observar de los obreros em-
pleados en esa industria que en 1857 eran 35 mil i hoi
pasaran de cien mil, no siendo menos de 10 o 15 mil los
empleados en la carrocería. Verdad es que eso i mas ha de
necesitar aquella, pues, nos consta que im solo comisionista
envió a Chile, es decir, a Santiago, en el año pasado nn
menos de 96 carruajes de lujo que representaban al menos
el trabajo de mil obreros i un valor de medio millón de
francos.
Uno de los mas grandes consumos de Paris, como lo
habrá notado el que haya residido en esa capital en sus frí-
jidos inviernos, es el de la leña, empleada como calorífera
i combustible doméstico. Nada es mas curioso que visitar
esas inmensas barracas de leña en que ésta, apilada en ver-
daderas montañas i en trozos uniformes de nn metro de
largo sobrepasa los techos de las casas de cinco o seis pisos.
Mas curioso que esto es todavia el método de cunducciop
— i)í —
que se emplea para este combustible a lo largo del Sena i
de todos sus afluentes. En la mayor parte de éstos la lefia,
una vez cortada, es arrojada a la ventura en las corrientes,
i solo cuando ha flotado veinte o treinta leguas, se la vuel-
ve a recojer. Hai para esto puertos especiales de lefia, como
el de Clamecy (en el departamento del Niévre) i Saint
Dizier (en el de la Marne). En estos se hacen las acumu-
laciones i se forman las balsas enormes que los paseantes
por los malecones del Sena ven llegar a cada hora, atrave-
sando lentamente los grandes arcos de sus puentes. Antes
dijimos que al primer balseador del Sena, Juan Rouber,
los habitantes de Clamecy, su patria, le han erijido un
monumento.
XIV.
En vista de todo esto, la Francia no solo se ha visto
obligada a aménager la mayor parte de sus bosques públi-
cos, tarea que prosigue infatigablemente todavía su admi-
nistración especial, sino que desde 1827 la lei ha prohibido
la roza de los bosques particulares sino en virtud de un
permiso previo. I tan limitado es esto, que desde 1828 so-
lo se han rozado 430,000 hectáreas en todo el territorio
francés. El último año la roza no ha pasado de 5 mil hec-
táreas i el año que mayor desarrollo lia alcanzad*) ( I8<>1 )
no ha pasado de 21,798 hectáreas. Aun lial ciertos panijes
en ()ue no solo la tala sino la apertura de caminos está
absolutamente prohibida en los bosques particulares. Esto
tiene lugar principalmente a lo largo de las fronteras de
Francia que tocan a no menos de 48 departamentos. De
manera que solo por necesidades o mas bien por temores
puramente militares, se calcula que aquella disposición im-
pone a la industria francesa una pérdida anual (por via de
- — 58 —
lucro cesante) de mas de veinte millones de francos. I esta
duma desde 1827, en que se promulgó el código de bos-
ques, hasta la fecha, equívaldria a tantos millones como ha-
bría costado una guerra prolougada para defender esas
mismas fronteras.
XV.
Desde 1860 la Francia, preocupada siempre con la insu-
ficiencia de sus bosques, ha adoptado por una lei especial
un nuevo sistema que demostrará de cuan vital importan-
cia s^ considera en estos países la conservación de aque-
llos. Tal es la replan tacion {rebmemeiit) forzosa de selvas
artificiales en los lugares que la administración sefiala.
I con tal eficacia se ha procedido a esto, que en el mis-
mo afto en que la lei fué dictada, se plantaron 5,550 hectá-
reas de árboles, se reconocieron para el mismo fin 15,000
otras, se establecieron 250 almacigos i varias casas de di-
sección (sécheries) para las semillas. Se podrá tener idea
del desarrollo inmenso que ha tomado en los últimos años
esta operación, bajo el impulso intelijente del Estado, en
vista de una sola casa /or^é^ííéív. La de Cordiér (situada en
Bermay, departamento del líure) ocupa con sus almacigan
sesenta cuadras de terrenos i vende sus plantas por cientos
i por miles de millones. Una de las mejores casas de seca
de semilla es la de Keller en Darmstudt (Alemania), i se
le puede dirijir pedidos por las cantidades i clases que ?e
quiera.
Hé aquí, pues, u lo que ha llegado la Francia, el paia de
la conservación por escelencia de la industria florestal — a
imponer por una lei a las jeneraciones presentes i venide-
ras la reparación del daño que la neglijencia i la inipreri-
— 50 —
«ion (le sus mayores causó al clima i a la producción del
pais.
Según la lei de 1860, el reboisemeiit es forzoso i constitu-
ye ipsofacto el caso de espropiacion por causa de utilidad
pública en los terrenos que la administración señala como
mas a propósito para ejecutar las replantaciones.
Hé aquí como so procede:
Klejido el lugar i medido por los empleados de la con-
servación respectiva, se cita al propietario, con interven-
ción <le la anioridad municipal, i se le conmina atin deque
dentro de cierto espacio de tiempo proceda a la plantación.
A este tin se le oirecen todas las facilidades posibles,
>emillas. Iierrannentus. tmbajadores espertos, todo a pre-
cios módicos. Pero si el propietario se resiste, se le espro-
I'ia incontinenti, se le i)aga en dinero el valor del terreno i
la administración procede a hacer la plantación de su cuen-
ta. El propietíirio despojado tiene, sin embargo, el plazo de
cinco años para rescatar su suelo, sea pagando en dinero
el valor del bosque artificial, sea cediendo una parte de és-
te al Estado.
El principal objeto de esta gran medida administrativa
no ha sido, con todo, el aumento en la producción de los
liosques, sino mas bien razones de climatolojia, dirijidas a
la protección de las fuentes naturales de los rios i a evitar
la.s terribles inundaciones que éstos suelen producir, como
las c|ue tuvieron lugar hace ocho o diez años en el Rí'kIh-
no.
Se ha demostrado, en efecto, que los bosques, en los ca-
sos de fuertes aluviones, obran como verdaderas esponjas
r|ue absorben las aguas en su follaje, en sus raices, en sus
capas vejetales de hojas acunmladas por los años, de mane-
i*aque aquellos, no solo son los grandes conservatinvefi ^'x-
no los mas exactos regtdadorei de la luimedad i de las co-
— tío —
mentes que dejan escapar lentamente de sus flancos poro-
sos.
Pero cuando los bosques han desaparecido de las laderas
agrias i desnudas, las aguas de las lluvias se precipitan con
todo su peso en los cauces, i de aquí las grandes desvasta-
ciones de las súbitas creces.
Tan evidente son estos fenómenos, que lioi mismo lee-
mos en una correspondencia de la Independencia belga
datada en la capital de la Suiza el 16 de junio, que el con-
sejo jeneral de este país, que se ha llamado enfáticamente
la "comarca de las montañas'* va a solicitar del congreso
federal una revisión de la constitución para introducir en
ella el principio de la replantacion forzosa de bosques, ba-
jo las mismas bases que se reconocen en Francia. Algunos
cantones suizos se han hecho ya casi inhabitables por los
desastres de los aluviones, a causa de la tala de los bosques.
En Inglaterra, aun en la selvática Escocia, el espíritu in-
dividual ha suplido ya a estas exijencias, i un solo propie-
tario, el duque de Athol ha plantado no menos de veinte
mil cuadras de bosques de pinos en sus vastos estados de la
antigua Caledonia. El agrónomo francés Lavergne afírnuí
en su magnífica obra sobre la agricultura inglesa que esos
bosques presentan ya una belleza que nada tiene que envi-
diar a las selvas reales de Fontainebleau o San Jerraan.
¿Se creerá todo esto en Chile? Hace algunos años don
Luis Sada propuso hacer una gran plantación artificial de
coniferos (pinos, abetos etc.,) en las serranias de Ovarle;
pero todos se imajinaron que esto era simplemente el de-
lirio de un insano. No lo pensarán así nuestros hijos i
nuestros nietos cuando la dura necesidad les obligue a preo-
cuparse de la reparación de males que la barbarie, (así lo
decimos con toda sinceridad ) la barbarie de los hábitos i
la incuria dé la lei pertíiite ejecutar hoi dia, hora por hora.
-< 61 —
XVI.
Otro ejemplo sumamente interesante de la plantación de
bosques artificiales es el muí conocido de las Ljandes o are-
nales de Burdeos, i en jeneral de todo el departamento li-
toral de la Jironda. Sabido es de todos que esos médanos
inmensos i movedizos, no solo no produciun basta princi*
pios de este siglo, una sola hebra Sé yerba, sino que inva-
dian gradualmente con sus arenas los terrenos del interior,
a punto de haber ya sepultado varias aldeas, cuyos campa-
narios se divisan apenas, perdidos entre aquellas. Pero
desde que un simple agrónomo llamado Bremontel, uu ver-
dadero benefactor de la humanidad, tuvo la idea de sem-
brar en esos desiertos unas cuantas pinas de plantas conífe-*
ras, ¡cuan inmensa transformación ha ocurrido! El depar-
tamento 4^ las Laudes es hoi dia uno de los mas ricos de
Francia, pues sus inmensos piñales producen no solo esce-
lentes maderas sino el mejor alquitrán del mundo. £1 ren-
dimiento por hectárea de esta última sustancia, según Clavé,
es de 166 frs. dejando un provecho líquido de 44 frs., fruto
de la arena. Ademas, ya comienza a sembrarse en los anti-
guos médanos, abonados por las hojas, la humedad, etc.,
grandes cantidades de cereales duros, como el centeno, i
todo esto ejecutado en el espacio de cincuenta años es ver-
daderamente maravilloso. Cuando hace algunos meses pene-
trábamos en el rio Jironda veíamos a su embocadura diver-
sos bosquesdo piñales de mediana estatura cuyas raices ba-
ñaban casi las olas de la marea; i habian personas jóvenes a
)x)rdo que habian conocido en su niñez esas playas solo como
un desierto africano. I en vista de estos milagros tan sencillos
del arte i de la naturaleza, pensaba yo en la locura que hi-
cieron mis compatriotas en aiTojar un medio millón de pe-
— «2 —
:>os al mar abandonando la línea va tneeutada del ferroca-
rril de Santiago con el pretesto de las arenas movedizas de
la costa.
Está averiguado que el producto medio de los bosques
de Francia es de 27 frs, por hectárea, lo que equivaldría
entre nosotros a 10 frs. por cuadra. Pero nosotros sacamos
la cuenta de otra manera, i en vez de una renta éter*
na, preferimos una docena de carretadas de leña i en se-
gtiidaun páramo.
XVII.
No condluiremos estos apuntes sin decir.una palabra so-
bre alguno de los pcoductos mas considerables de la espío*
tacion de los bosques en Francia, el carbón, las cortezas
de curtiembre, la industria de los corchos, ttc.
El carbón de lefia es usado en Francia casi eschittyamen-
te en la industria, i en particular en la fundición del fiécco.
Como combustible doméstico, esjeneralmente reemplazado
por el carbón de piedra, cuya sustancia se quemaba en Pa*
ris en 1815 solo hasta la cantidad de 600,000 quintales.
Hoi sube a varios millones de igual medida. Respecto de
la preparación del fierro, se reconocerá la importancia del
combustible vejetal comparando el precio de aquel cuando
se le ha fundido con coke i cuando con carbón. En el pri-
mer caso, el fierro vale 27 frs., i en el segundo 42 frs. 30
céntimos o cerca del doble. En su elavoracion se procede
mas o menos como en los parajes de Chile en que esta in-
dustria se halla adelantada, es decir, se quema el combus-
tible en pilas que tienen la forma de un cono truncado con
una abertura en el centro por la cual se escapa el aire. La
selva del Barney está llena de manchas negras que demues-
tran el wtio de los hornos de carbón en el último invierno.
— tís —
Jeiierahuente hc fabrica éste por cuenta de Iob rematantes
de la selva para venderlo en las fábricas vecinas. Su cali-
dad aparente parece inmejorable, con nn tinte blanquizco i
brillante que le da cierto aspecto metalizo; pero no sabría-
mos decir si en sus condiciones intrínsecas es superior al
de Chile. No dejará de parecer curiosa la circunstancia de
que el gobierno francés estimula la producción del carbón
vejetal con la mira de obtener una producción de fierro dul-
ce suficiente para la constante fabricación do sus armas de
guerra. ¡ Triste detalle ! El célebre economista Wolowsky
ha declarado que la Francia necesita tener siempre a la ma-
no 30 mil toneladas de fierro maleable, pues, es este el pe-
so exacto que necesita un ejército de un millón de hom-
bres
Respecto de las cortezas empleadas en las afamadas cur-
tiembres de Francia, no tenemos posibilidad de cerciorai*-
nos de que haya ninguna superior alas nuestras, el peu-
mo i e\ lingue en especial. Lo que es evidente es que los
cueros de Francia son los primeros del mundo. Cuando se
dice cuero francés se dice todo. En Francia, i especialmen-
te en Inglaterra, se fabrica también una gran catidad del
cuero llamado de Btisia, que lejos de venir de este país, se
hnpoi'ta aun a él, pues es solo un nombre de oríjen i de co-
mercio. La particularidad de esta preparación consiste en
la esencia de ciertas cortezas de sauce mui odoríferas que
se emplean en su curtiembre.
En cuanto a los corchos, es sabido que su mayor pro-
cedencia depende de las rej iones del mediodia de Francia i
de Espafia, el país clásico del alcornoque^ o árbol del cor-
cho. Esta es una especie de encina enana, con una corteza
berrugosa i áspera, que se arranca para dejar venir una
nueva en el interior. A los 10 años se rebana ésta en tiras
lonjitudinales. del ancho que seda jeneralment-e al corcho,
— «4 —
i en seguida se eorta i se redondea éste poi medio de ci-
lindros. La Francia ha encontrado una gran fuente de ri-
queza en los bosques de Arjel, esplotando allí aquella sus-
tancia por medio de concesiones de 40 años hechas a los
industriales. Existen en ese país cerca de 280 mil hectá-
reas de alcornoques, i ya en 1861 habia 80,000 arrendadas
por un 10 por ciento del producto líquido el primer año i
un 15 en los restantes. Así, la colonia producía en este so-
lo ramo i por ese tiempo mas de 6 millones de francos.
Hoi el producto debe haber duplicado.
XVIII.
Unas cuantas cifras por mayor antes de terminar.
Como la administración de bosques en Francia es una
especie de gobierno en miniatura, tiene también su presu-
puesto como el gobierno jeneral, su cuenta de inversión,
su tesorería propia. I de los últunos documentos vijentes
vamos a estractar algunos datos de actualidad.
El producto calculado de los bosques del estado en el
año vijente (1870) alcanza a 41.450,000 frs., i entre sus
diversas partidas figuran las siguientes:
Corten deñniüvoH (futaie) 35.000,000 francos.
Cortes diversos (taillis) 2.720,000 "
Indemnización por las maderas
cedidas al ministerio de mari-
na (1) 2.000000
(1) La madera casi escluRÍvamente empleada por la marina francesa
m la encina, i su consumo anual pasa de cien mil metros cúbicos. Los
ing^leses emplean de preferencia para sus construcciones navales el tic
do la India i el acajou o caoba de Honduras.
Los ferrocarriles emplean también iinicamente la encina para los dnr«
mienten, pero después del invento ya recordado del doctor Labourebiér;
la bava i otrsK e$ffneiaB son sostituidas i se alcanza la misma dnraoion.
— 65 —
Indemnización de 20 por ciento
pagada por las comunas por la
conservación de sus bosques..,. 1.300,000
Arriendo de los bosques para la
■ caza 840;000
Multas i conmutaciones en dine-
ro 255,000
Estraccion de piedras, hojas para
abonos, etc 65,000
u
(C
((
((
Al presente este cálculo de entradas se halla cargado por
dos presupuestos, uno ordinario i el otro estraordinario. El
primero asciende a 11.152,617 francos i se descompone en
las grandes cifras siguientes:
Personal de la administración 4.982,017 "
Material id. id 3.849,000 '*
Gastos diversos 1.949,000 "
En cuanto al presupuesto estraordinario del presente
año, asciende a 3.500,000 francos i está esclusivamen-
te consagrado a la mejora de los bosques, esto es, dos
millones a caminos, un millón para la plantación artificial
de bosques i medio millón para enpastar las monta-
fias. (1).
(1) La construcción de caminos para la cómoda estraccion de las ma-
deras es sin duda la parte principal i mas dispendiosa de la süricultura.
En los paises que carecen de vias fluviales, sea rios o canales, el trans-
porte de los grandes árboles exije casi insuperables esfuerzos. Como
muestra de éstos, nos bastaní decir que ciertos pinos de Córceg'a, em-
pleados como masteleros en las construcciones navales de Tolón, se ad-
judican en las faldas de las montañas solo por dos francos la pieza, i se
▼enden en el arsenal en dos mil. "¿Cuánto podríi valer, este árbol?'*
preguntaba yo en 1866 aun paisano de Valdivia, contemplando unher-
HISC. TOMO III. 5
— 66 —
Nada nos ha parecido, pues, mas elocuente que el agru-
painrento de estas cifras para poner en evidencia a los ojos
de nuestros compatriotas, lo que es la silvicultura france-
sa, objeto esclusivo de estos apuntes.
XIX.
Ahora, llegando ya a poner término a este rápido exa-
men sobre la silvicultura europea ¿qué nos queda por de-
cir respecto de la nuestra? Pero tenemos nosotros süvicuU
tura? Poseemos siquiera bosques públicos y es decir, del Es-
tado o de las municipalidades, escepto el bosque de arraya-
nes i cipreses de la Quinta normal, i el bosque futuro del
campo de Marte?
I en vista de esto, ¿qué tenemos que hacer? ¿Vamos a
pedir imposibles? Vamos a acumular estériles reproches
contraía incuria del gobierno, a insistir sobre la eterna de-
sidia de los particulares ? De ninguna manera. Esto seria
recurrir al arbitrio de todos los empíricos: a los gritos.
Lo que pedimos al gobierno es únicamente que obtenga
del Congreso, con el carácter de urjente^ wjentísima, la
sanción de cualquiera de los proyectos de protección pro^
visoria de los bosques que se presentaron en la pasada le-
jislatura, i que en seguida envié una persona competente
a estudiar en Francia i en Alemania la silvicultura práctica
en sus diversas aplicaciones. No se han enviado aprendi-
moso roble en la montaña de Ang^acliíllas. '^Un real!'' fué su contesta*
cíon. I no hace muchos dias, viajando {>or his laderas do la Selva Negra
que domina el Rhin, la gran artería fluvial de Europa, el postillón que
me conducía me aseguraba que unos pobres troncos de pino que estaban
cortados a lo largo del camino valían |>orlo menos 30 francos cada uno.
Toda la cuestión en materia de esplotacion de bosques es el trasporte, es
decir, los caminos.
— 67 —
i
ees de pintores, de militares, de injenieros, de frailes? Pues
con cien veces mayor razón envíese a Europa en comisión
uno o dos jóvenes laboriosos e intelijentes, o, por lo me-
nos, contrátese para que se traslade al país alguno de los
treinta alumnos de la escuela de Nancy que cada año sa-
len a vivir en los bosques con su sueldo miserable de 200
a 300 francos.
¿Quémenos puede pe(|irse?
Confesamos que nodi^os mismos habíamos tenido la
intención de hacer de esto el asunto de una sencilla moción
lejislativa, aprovechando el lejítimo aunque pasajero entu-
siasmo que despertó la última Esposicion nacional de
agricultura. Pero en vista de una leve refleccion, desisti-
mos. El congreso de Chile se habia convertido (permítase
la espresion a uno que tiene la cabeza llena de bosques) en
un verdadero almacigo de palabras. La cosecha debia ser
pues adecuada, ballico, ortigas i un poco de trigo fallo:
gransas para el pueblo, que hace seis años no ve aprobada
una sola lei útil, un solo pensamiento fecundo. Por esto
desistimos.
Respecto de la Sociedad nacional de agriculturai* nues-
tras pretensiones son todavía mas livianas. ¿ No conserva,
alguno de sus honorables miembros, por via de milagroi
algún estenso bosque que rozar? Pues nuestra peticiones
la de que no lo roce. Que lo deje en pié algunos años toda-
vía, protejiéndolo con todos los brazos de sus colegas con.
tra algún intruso denuncio^ i que una vez conservado así,
la sociedad de agricultura lo someta, a guisa de ensayo, a
la sencillísima esplotacion, cuyos caracteres mas salientes
hemos recordado, i aguarde la vuelta de unos pocos años
para constatar sus resultados prácticos.
Pero si ni aun esto es dable obtener, tenemos todavía
un consejo que ofrecer a nuestros honorables colegas. Si
y
I
— 68 —
ya el hacha o el fuego de las talas ha arrebatado a sus
campos todos sus árboles i si las máquinas de descepar han
Hecho lo demás, adopte la sociedad un último arbitrio. Ha-
ga el denuncio de un monte en el nombre del porvenir, i
déjelo asi relegado en la falda de alguna montaña para las
jeneraciones o los siglos venideros.
I sin mas que esto, estamos persuadidos de que el que
tal emprenda con el curso de los tiempos será declarado
como Hartig en Alemania i Bremoñtel en Francia, un ver-
dadero benefactor del pueblo. Este es nuestro consqo.
XX.
Tenemos nosotros un espiritual amigo que hoi habita en
Paris i que en materia de consejos ha sostenido siempre la
sabia máxima de que para que aquellos se reciban de buen
grado, han de ser "la mitad en palabras i la mitad en pía-
ta." Bien querría yo hacer el milagro de convertir mi con-
sejo, en un "consejo de oro.'' Pero al menos cada cual paga
en la moneda de que le es mas fácil disponer, i por mi par-
te, a falta de plata, dejo pagada la mitad de mi consejo en
tinta.
Ahora, recíbanlo o nó mis paisanos, me quedará al me-
nos la satisfacción de que no tendré jamas el derecho de
cobrarles los intereses.
RECUERDOS DE CÁDIZ.
Cádiz, diciembre 14 de 1870.
I.
Como Sevilla guarda en suntuosas bóvedas los grandes
recuerdos i los arcanos no menos preciosos de la América,
asi Cádiz parece conservar en cada mansión, en cada mu-
ro, en cada acera la estampa viva de famosos seres, hijos
de aquella, i cuyo nombre corre ya enlazado a nuestra his-
toria en sus mas prestijiosas pajinas.
Era Cádiz , en la edad colonial, lo que son hoi Liverpool,
Southampton, el Havre, Hamburgo, Burdeos, Lisboa,
Amberes, todos los puertos en fin de lá Europa occidental
reunidos, para los viajeros que doblando el Cabo de Hor-
nos, hecho su testamento i confiada su alma a Dios i a las
ánimas, osaban venir al Viejo Mundo en demanda de un
gran litijio o de un oscuro pergamino.
Pero tuvo también esta ciudad el para nosotros raro
privilejio de haber dado albergue en horas de solemne
trascendencia, si bien con suerte varia, a los espíritus mas
levantados de nuestra rejeneracion política i civil.
— 70 —
Parécenos todavía, en efecto, ver al pasar por la peque-
ña plaza de la Candelaria, en el centro de la ciudad,
que asoma a los umbrales de la espléndida morada del
conde del Maule, don Nicolás de la Cruz, un joven de Me-
tro sanguíneo pero plácido i abierto, desaliñado el viejo i
pobre traje, roto el calzado (histórico) i con la impresión
del tedio i de la ira marcada en sus facciones, como si para
él este pueblo, entonces tan bullicioso i opulento, fuera
solo una cárcel.
Llamábase ese mancebo Bernardo Riqudme^ el mismo
que quince años mas tarde fuera un libertador esclarecido,
bajo el nombre de Bernardo O'Higgins, pupilo entonces
del magnate chileno arriba nombrado, que solo le dítba
techo i sustento, a virtud de ríjidas instrucciones pater-
nales.
Su preclaro projenitor habia residido también en este
pueblo hacía medio siglo, pobre i oscuro como él, para subir
en seguida al mas alto trono de las Indias.
En otra dirección muéstrase todavía la casa en que el
infeliz jeneral Solano, acusado falsamente de traidor, fué
despedazado por turbas enfurecidas (1808), a la vista de
su propia guardia desarmada. Mandaba ésta un oficial de
rostro atezado i mirada de águila que era a la sazón capi-
tán, que un año mas tarde fué teniente coronel en los cam-
pos de Bailen, i a la vuelta dedos lustros, jeneralísimo en
los de Maipo, a las puertas de Santiago. ¿ Quién no ha re-
conocido a San Martin?
Por último, tal cual se mostraba entonces, sombrío, ais-
lado, azotados todos sus muros por el mar, se ostenta aun
el castillo de Santa Catalina, en cuyos calabozos un joven
húsar espiaba los primeros destellos asomados a su frente
de ese destino de gloria i libertad, de jénio i desvarios que
terminaron en el patíbulo de Mendoza.. •
— 71 —
La sombra de don José Miguel Carrera parece vagar
todavía, cautiva de una sospeclia, por las lóbregas galerías
de liquella fortaleza.
I 98Í, en un solo grupo casi contemporáneo, se presen-
tan a nuestra memoria al primer golpe del recuerdo, las
tres mas grandes figuras militares de nuestra emancipa-
ción: O'Higgins, San Martin, Carrera!
I no era esto obra del acaso, porque en los comienzos
del presente siglo, Cádiz, antes que Buenos Aires i Santia-
go, antes que Caracas i Quito, fué el lejano pero candente
laboratorio de aquella trasformacion sublime cuya primera
chispa prendió aqui para ir a iluminar nuestro cielo con
lampos de eterna luz. Fué aqui donde Miranda reunió sus
primeros adeptos, fué aquí donde se organizó la primera
Iqjiaj de cuya obra tenebrosa pero audaz nació simultáneo
en todo el Nuevo Mundo el año X.
De aqui fué también de donde partieron, bajo la inspira-
ción i el consejo de aquel hombre superior, el canónigo
Fretes del Paraguai, el arjentino don Florencio Terrada, el
guayaquilefio Bejárano, i don Bernardo O'Higgins, por fin,
que liabiasido su reciente discípulo en loscolejios de Lon-
dres. I ¡triste coincidencia! Aquel mismo hombre de tan
grandes pensamientos, pero en cuya ejecución no supo
mostrarse a la altura del jénio puesto a prueba, vino a es-
piar jiqui su amor a la libertad, aherrojado, escarnecido co-
mo un presidario, roido por el hambre i el desamparo en
un húmedo pasadizo de la Carraca (el antiguo arsenal do
Cádiz) en cuyo cementerio sus huesos fueron arrojados.
El mártir de la revolución americana puso de esta suerte
su cabeza sobre el ara que habia servido a la propaganda
del apóstol...
Cádiz está, pues, poblado de esas espirituales reminis-
cencias que cautivan el alma a la materia, sea ésta una ro-
— ya-
ca perdida en el océano, sea la olvidada lápida de una se-
pultura. I para Chile, en especial, su nombre está ligado
tan íntimamente en el pasado, como lo está, por ejemplo,
en el dia el del mas bello i el mas poderoso de sus puertos
a su vida venidera. En otra parte hemos dicho que Cádiz
fué durante el coloniaje el Valparaiso de aquel reino.
Casi a su vista, en verdad, pereció peleando como un .
héroe aquel marqués de Baldes, pacificador de Chile en el
siglo XVII, i que viniendo de sus mares no consintió en
rendir la nave que montaba a un enemigo superior en fuer-
zas. I aqui también, al mando de un bote armado de un
cañón, inició su carrera de gloria i de singular ventara
otro marino cuya vida guardamos todavia no solo como un .
recuerdo sino como un trofeo. En las aguas de Cádiz fué
donde el almirante Blanco comenzó a aprender (durante
el bloqueo de 1810) el uso del lanza-fuego a cuyo relámpa-
go arrió mas tarde su bandera la María Isabel i su convoi.
Aqui también tomó su asiento, al lado de Jovellanos i de
Arguelles, el primer diputado de Chile don Joaquín Ferr
nandez Leiva, que tuvo siquiera el mérito (insigne i hon-
roso hoi dia) de ser un diputado mudo.... Al menos las
actas de las cortes de 1811 consignan su nombre solo para
apuntar su voto.
I por qué desdeñaríamos en esta galería de memorias,
que se presentan a nuestra pluma como por un efecto de
miraje a medida que corre en el papel, ¿por qué desdeña-
ríamos la del honrado patricio cuya mansión era el centro
común de la escasa i privilejiada emigración chilena en
aquellos años? Don Nicolás de la Cruz era, a la verdad,
algo mas que im capitalista adocenado. Su pupilo don Ber-
nardo O'Higgins le acusa en sus cartas infantiles de terco
i "sicatero;" pero ¿qué estudiante en el mundo no encuen-
tra tal en esa edad al arreglado tutor?
4
— 78 -
Desde luego, el conde del Maule no era simplemente un
mercader. Viajaba, i escribia su impresiones; i de éstas na-
da menos nos dejó quince voliimenes. Estudiaba i traducía
a Molina, cuya edición española hizo a su costa. Hombre de
injente caudal, no lo invertia todo en añil i en azúcar mos-
cobada, pues fué un decidido protector de las artes, al mé-
*
nos como guardoso de sus mejores obras. Su casa (la que
es hoi Banco de Cádiz ^ 12, plaza de la Candelaria) era un
palacio, i este palacio era un museo. Habia traido de Ita-
lia i acumulado en España la mejor galería de pinturas
que a lá Fazon existia en Cádiz. Su biblioteca i su moneta-
rio no tenian tampoco rival en este pueblo, con la circuns-
tancia, no indigna de consignarse, que el mayor número
■ de sus libros eran obras en francés i en italiano. Fuera del
abate Molina^ ¿ habia ent/5nces en todo el orbe seis chilenos
capaces de darse ese raro lujo?
Existe todavía, ya octojenario, el paciente cajista (don
Manuel Bosch) que compuso los volúmenes del conde, mas
numerosos que las arenas del mar, i recuerda aun, como si
fuera hoi, cuando entre enormes rumas de barbas de cobre
(que era entonces el comercio de los Cru?, don Juan Ma-
nuel, don Vicente i el conde) iba cada mañana a correjir
las itídijestas pruebas. Recuerda también el anciano tipó-
grafo onán suntuoso era el memye del procer del Maule, su
cortesanía en los saludos, ¿ i por qué no decirlo también en
abono de la infantil veracidad de nuestro mas ilustre liber-
tador? su supina mezquindad. Otro tanto aparece de las
cartas que escribió al abate Molina cuando éste con su can-
dor de ánjel le habló de anticiparle el valor de su pasaje a
Chile.
La memoria del cajista gaditano respecto del conde chi-
leno no alcanza, empero, sino hasta el año de 1823, en que
se le vio parapetarse tras de una trinchera fabricada ^n la
^ "s
a:
— 74 -
puerta de su casa, contra las bombas de los franceses de
Angulema. Debió morir [)oco después, i su inmensa fortu-
na se la comió a dos carrillos su hijo político Aimerich
(cuyo padre fué jeneral de América i gobernador de Cádiz)
pues el conde se casó ya viejo i tuvo solo una heredera.
Entre las numerosas fincas que poseyó don Nicolás en
Cádiz nótase todavia en la calle de Doblones (llamada asi
talvez por los que él tenia i es sin duda la que el ingles
Ford llamó calle del conde del Maule) ima casa, el núm. 18,
cuya portada es tan grande como las de Santiago i que por
tener una Ci'uz esculpida en su moldura parecería haber
sido edificada por aquel a principios de este siglo o fines
del pasado.
Esto es cuanto hemos podido indagar en este pueblo
olvidadizo sobre la persona del traductor de Molina. En
cuanto a sus ideas, si bien fué siempre un acrisolado espa-
ñol, un verdadero godo (causa talvez del poco interés con
que hasta aquí su nombre ha sido mirado por nosotros)
basta leer las pajinas de sus Viajes que ha consagrado a
dilucidar sus teorías comerciales, para darse cuenta de que
no solo era un hombre ilustrado, en su época, sino un es-
píritu liberal i adelantado en todo, menos en la bolsa. Aho-
ra por lo que respecta a su godismo^ no nos parece que fue-
ra* del carácter hidrofóbico que solian t^ner las animosida-
des de los americanos peninsulares en esos aflos. Al menos
en una colección de cartas que de él tenemos, dirijidas al
abate Molina desde 1814 a 17, cuando aquel meditaba su
regreso a Chile, no se nota ninguna frase destempleda, i sí
solo el cristiano deseo de que cesasen aquellas turbu-
lencias.
Fué también en Cádiz (cuando Cádiz era el Paris de los
chilenos) donde ocurrió el lance de aquel paisano nuestro,
a quien habiéndole cabido únicamente decir en una come-
;v
— 76 —
dia de aficionados estas solas palabras que completaban un
verso — Aquí las luces están!, olvidóse el infeliz de su papel
al punto de que entrando trémulo en la escena solo atinó
a decir — Aqui están las dos velas... ¡1 otros chilenos euro-
peos que sin ser en comedias ni en cosas de por ver las han
dicho tales i tan grandes !
Todo en Cádiz recuerda a las Indias, i de tal manera,
que así como se ha dicho que el África comienza en los Piri-
neos, asi podría decirse que la Améríca colonial comenzaba
en el muelle de piedras de aquel puerto. Desde allí la es-
tatua del patrón de ellas (San Francisco Javier) erijida so-
bre una columna en 1735, parece bendecirlas a través de
los mares.
Pero aun en la edad presente, Cádiz ha querido guardar
una pajina siquiera de la vida de aquellos famosos puertos
del Mar del Sur que durante un siglo cabal (1718 — 1820)
fueron los tributarios de su opulencia. En una pequeña
plaza de forma lonjitudinal i sombreada de árboles que se
ve no lejos de la playa del gran océano i que antes llamá-
base Plaza de la Cruz de la Ve7*dad, léese en efecto escul-
pida en mármol la siguiente inscripción: — "En honorífico
recuerdo de las glaiHas de la Escuadra Española en el Pa-
cífico se acordó por el Municipio dar a esta plaza el nom-
bre de Méndez Nuñez — ^junio 15 de 1866."
Dijimos que esta plaza se llamaba antes de la Cruz de la
Verdad, i por tanto es preciso convenir que la alteración
que han hecho en su nombre los crédulos gaditanos no es
del todo desautorizada, pues ¿cuándo fué mejor crucificada
la verdad?
Tal es Cádiz histórico i americano.
— 76 —
II.
Demos ahora un corto paseo por la ciudad moderna i es-
pañola rancia (linico carácter que hoi le queda), i entien-
da el lector que si benévolo nos sigue, no ha de fatigarle
con esceso la jornada, porque de continuo i a paso de hom-
bre que medita o que se aburre, le solemos dar una vuel-
ta completa en hora i cuarto, por reloj.
Cádiz, la que el dulce Anacreonte llamó la bienaventu-
rada^ Estando el descanso del sol i nuestro compatriota
Cruz la Alejandría de occidente^ se halla, como la esperanza
humana, situada en la estremidad de una roca i rodeada
por las olas i las tempestades. Es por esto una ciudad ro-
mántica, como son todas las cosas del mar; pero es tam-
bién tristísima, como las cosas que carecen de salida.
Tiene en verdad su planta la forma de un embudo,
cuya parte mas angosta fuera la puerta de tierra^ que
abriéndose sobre la dilatadísima calzada de San Fernando^
sirve de entrada i salida a todo lo que va i viene del conti-
nente. Cerrada la puerta de tierra^ Cádiz es una cárcel o un
embudo del cual no hai mas posible salida que echarse
al agua....
Por lo demás, es una ciudad hermosa, admirablemente
edificada, con calles rectas, con casas elevadísimas, un pa-
vimiento como no lo tiene ninguna otra ciudad de Europa
i que recuerda el admirable de Puebla de los Anjeles en
Méjico, con alamedas, jardines, malecones espaciosos sobre
el mar en todo su circuito, i por fin, una docena de plazas,
algunas en miniatura i otras que, como la de San Antonio
i la de 3íina, con sus cúpulas azules i su suelo de bruñido
basalto, traen a la memoria la de San Marcos de Venecia,
— 77-^
de la que Napoleón dijo era digna de tener por techumbre
el eielo. En su aspecto jeneral i como golpe de vista, Cá-
diz ofrece un espetáculo sumamente agradable, imájen a la
vez de Montevideo i de Lima, de aquel por la estrechez i
elevación de sus calles, de la última por sus balcones vo-
lados de rail formas i de mil colores, i siempre defendidos
por moriscas celosías.
I a pesar de todo esto i de su coquetería arquitectónica,
Cádiz es tan diminuto, que cabria desahogado en el recin-
to de nuestro Campo de Marte, i aun le quedaría espa-
cio para una línea de playa en torno de su grandiosa
bahia.
Cádiz, estrechado por las olas, ha crecido solo para arri-
ba; i visto desde la distancia con sus altísimas casas de azo-
tea, que corona casi sin escepcion un mirador de forma ca-
prichosa, podria compararse a una ninfa del mar, que,
sorprendida en su baño, deja flotar al viento sus vestiduras
i su húmeda cabellera.
Hacia cualquier rumbo que la ciudad vuelva su frente
ha de vérsela sumerjida en el agua.
"Navio de piedra" la llama por esto un célebre novelis-
ta andaluz.
Por esto, asi como a Washington, por su absurdo, pre-
tencioso e inmenso plano, se la ha llamado la "ciudad de
las grandes distancias,'' a Cádiz sin figura se le podria de-
nominar la "ciudad de los jemes," porque sus mas dilata-
das líneas de proyección podrían irse midiendo con la pal-
ma de la mano o la de los pies. •
£s en esta parte una residencia sumamente cómoda (si
bien inmensamente triste^ para quien llega de los eternos
laberintos de Paris, de Londres i aun de los de Córdova i
Sevilla, en las calles de cuyas últimas, parecidas al hilo de
un volantin después de la chañadura, suele suceder que se
— 78 —
vuelve al punto de partida creyendo marchar hacia el
opuesto.
Tal, por ejemplo, ha de acontecerle al que recorra la calle
de los Siete Rincones (sic) en la primera de estas dos ciu-
dades i en la de las Siete Revueltas de la segunda. Cádiz,
por el contrario, no solo está tirada a cordel, sino que en
ella, a cualquier parte que uno desea acercarse, no se va,
sino que se llega. Todo está a tantos trancos, como en San-
tiago decimos a tantas cuadras i en Londres a tantas le-
guas.
Se nos figura por esto que la ciudad toda qs una sola
casa; i cuando uno la recorre, parécele ir atravesando pa-
trios, corredores i pasadizos, i de tal manera, que cuando
se ha llegado a los arrabales, figúrase uno hallarse en el
lavadero
Las casas son de cinco i seis pisos, sin contar el mira^
dovj que casi a ninguna hace falta; pero, como las de Sevi-
lla, tienen irremediablemente zaguán en un patio pequeño
i encantador, porque éste es casi siempre de mármol i está
adornado de macetones, flores o plantas tropicales. Estos
patios son los salones de los gaditanos en el verano, por-
que los cubren en alto con un telón i allí pasan i reciben
todo el dia. En el invierno son sus jardines.
Las plantas preferidas son los plátanos i los cactus, cu-
yos liltimos se tienen en tal estimación, que la pieza cen-
tral del palacio de San Telmo en Sevilla, restaurada con
esquisito lujo por su propietario el duque de Montpensier,
es un enorme quisco bruto como los que hai por millones
de millones en nuestros cerros.
Cádiz tiene otra belleza mas: la de la noche, porque ade-
mas del cielo diáfano que le regala su vecindad del África,
de la que no dista treinta leguas, es la ciudad de Europa
mejor iluminada que conozco. Sus innumerables faroles de
— 79 —
gas se reflejan en las bruñidas paredes de los edificios, en
sus celosias frescamente pintadas i hasta en el granito de
sus compactos adoquines i aceras.
Otro atractivo peculiar de esta roca del océano es el silen-
cio. En el Cádiz moderno se siente solo en una hora, i disemi-
nado por todas sus calles, el bullicio que atolondra a Valpa-
raíso desde que el cañón de San Antonio anuncia el alba.
Después de esa hora, como no ruedan coches sino por aca-
so, ni carretones sino por escepcion, solo se escucha el
arrullo de las olas que azotan el espeso malecón de cal i
ladrillo que sirve de orla a toda la ciudad. Cádiz por el
oido. es la Venecia del Atlántico, como por su vista pare-
cería, según dijimos, el elegante consorcio de Lima i de
Montevideo.
III.
Hai otra peculiaridad de Cádiz que no podríamos omitir
en esta carta esencialmente casera, pues tenemos dicho que
Cádiz es una casa: tales son sus didcerías^ superiores en
mucho a las afamadas de Sevilla, i a las que solo le aven-
tajan una o dos de Madrid. Cada cien pasos, en cualquiera
dirección que se marche, ha de haber por lo menos una de
éstas, que aquí llaman conjiterias i que un amigo de mi ni-
ñez llamaba simplemente tentaciones, por lo que, en cada
ocasión que pasaba por su puerta, habia de cerrar los ojos
i preguntarnos : ¿pasamos? para volver a abrirlos cuando
ya el ambiente de los '^alfajores calientitos" se hubiese
evaporado. . .
No ostentan estos puestos ninguna pretensión esterior
como los de Paris, en que todo es cristales, mármoles i
cartuchos recamados de oro. Aquí el rei i el juez es el ol-
fato. Sendas canastas i bandejas sobre un mostrador, i lúe-
-80-
go el taller, las mesas, el uslero i los hornos tflhM^centes
por una vidriera, en la pieza vecina; he aquí todo^ mena-
je de estas tentaciones gaditanas.
Las que mas se consumen son \oñ. merengues. Estos son
baratísimos; porque siendo tres veces mas grandes que los
de la Antonina^ valen cada uno dos cuartos^ o sea el centa-
vo de Chile. Asi, la diaria devoracion parece fabulosa. Ca-
nasta por canasta los van sacando del horno, i asi se van
acabando sin llegar a enfriarse . Como en Lima los tama-'
les i en Chile las hwnitas, el merengue es aquí el bocado
menudo del pobre, i por esto es curioso ver como van en-
trando aquellos a las confiterías, cual camino de hormigas,,
i arrojando cada cual un cobre en el platillo, engullen la
blanda pasta i luego la bañan con un colmado vaso, de los
que hai al menos media docena siempre rebosando. Tras
el mostrador se ve una inmensa tina de agua destilada pa-
ra surtirlos.
Después de los merengues, lo que mas abunda son los
camotes pasados en almíbar, mui abundantes en España^
con el nombre de batatas de Malaga. Los sirven calientes,
como los primeros, pero su consumo es mucho mas limi-
tado, .porque su precio es desproporcionadamente capricho-
so, como lo es por lo regalar todo lo que concierne a su
nombre i a su índole....
He visto tambieiL algunos tristes huevos-chimbos, porque
aunque se ha contado que el oidor de Chile, Basso i Berri
dio la receta de ellos a Fernando VII, debió este Vitelio
amasado en Calígula morir con el secreto, pues lo hacen
hoi sin almendras a caballo, que es lo que constituye el
chimbeo del manjar, desde que chimbo en indio quiere decir
"ir a caballo"'. Tampoco hacen hojarascas ni coronillas,
bien que a nosotros no nos hagan falta las primeras (sobre
todo con figura humana) i en cuanto a las últimas, don
— 81 —
Juan P9tn ha fabricado no pocas en estos liltimos dos
años Por una de ellas, nada menos, están revolcándo-
se en un charco de saugre desde hace seis meses, alemanes
i franceses.
Es cosa también curiosa que aquí no se conozca el alfu'
jor en la pasta que nosotros le gustamos, pues su forma i
su composición parece haber huido con sus introductores
los árabes, autores en España de todo lo que significa pro-
greso, comodidad i manjares, desde la "almohada" hasta el
"almofrej,'' desde el "almud" al "almirez."
También nos ha llamado la atención, i esto no solo en
Cádiz sino en toda la pastoril Andalucía, la suma escasez
de leche i de sus industrias. No se come ni se conoce aquí,
ni en Sevilla, ni en Córdoba otra mantequilla que la salada
inglesa que usan los vapores del Pacífico (que con su pan
se la coman) i que aquí llaman mantequilla de Flandes. En
Madrid mismo, como por regalo, se obtiene una nata insí-
pida, pero blanca, fabricada en Asturias, único punto de to-
da la Península en que se ejerce tan sencilla industria. En
cuanto a la leche de consumo diario, la traen a Cádiz por
mar de varios puntos déla costa; pero, como cosa que vie-
;ne por agua, llega a las tazas con unos bautizos verdadera-
mente impios. Contra esta penuria no queda otro recurso
en la ciudad que las cabras, cuyos rebaños pasan por las
calles i malecones devorando cascaras i basuras. De esta
suerte en ciertas horas del dia, Cádiz parece una caprera^
como la que sirve de trono al libertador de Italia.
IV.
Tal es Cádiz como ciudad. Como bahia es espléndida,
con la pintoresca particularidad de que los buques, cuando
entran en demanda de su fondeadero o salen al océano, pa-
MISC. TOMO III, 6
— 82 —
san aquella en revista desde el faro a la puerta de tierra pa-
ra irse a estramuros, o como si dijéramos, en medio del
campo, quedando el puerto a espaldas del apiílado caserío.
Desde nuestro balcón de la Alameda de Apodaca estamos
vieiido pasar hora por hora la flotilla de lanchas i goleti-
llas que navegan el cabotaje, i que salen i entran por el
mismo rumbo de los antiguos galeones i navios de rejistro.
Uno o dos vapores de remolque o costaneros suelen cruzar
también escoltando a aquellas, que a esto ha quedado re-
ducido el poder marítimo de la nación que echó a las tem-
pestades "la grande annada.^^
La decadencia de Cádiz es visible i lastimosa. Aquella
humilde caleta de pescadores delante de cuyas chozas lar-
gaban los galeones del Cabo de Hornos su cansada cadena,
para pedir víveres con un cañonazo insolente, hoi ha reco-
jido en esos mares electro que su antigua señora ha per-
dido en los de esta parte del mundo, siendo de notar que
Cádiz i Valparaíso ofrecen una situación jeográfica i mer-
cantil de notable semejanza, pues ambas están situadas a
la puerta de un vasto continente, después de un cabo i de
un estrecho que da acceso a otro mar. I cuánto han cam-
biado los tiempos! Presentación auténtica hemos visto de
un simple capitán de infantería relegado en la guarnición
de esta plaza de guerra, que de rodillas pedia al rei, hace de
ello apenas un siglo, revocase su nombramiento de gober-
nador de Valparaíso, donde entonces no habia sino un
"castillo arruinado por temblores." ¿Qué capitán de Es-
paña no querría hoi gobernar esos escombros ?
Como Sevilla, perdida en los recodos de un rio, debió su
opulencia al monopolio de las Jlotas de ludias, asi Cádiz
inauguró su reino en el ancho mar con los navios de rejis"
tro en 1718, llegando al colmo de su prosperidad con el co-
mercio libre en 1783.
— 83 —
Según Adolfo de Castro, actual secretario del ayunta-
miento de Cádiz i su mas acreditado historiador (porque
es preciso decir aqui que cada uno de estos pueblos de la
bahía de Cádiz: Rota, Jerez, Chiclana, Medina Sidonia,
etc., tienen cada uno no solo una historia sino muchas, i
la primera al menos una docena) entraron en oro i plata a
Cádiz 15 millones de pesos en 1732, i cuarenta años des-
pués (1776) llegaba el doble, o sea 30 millones.
Todo esto venia de Indias en los navios de Rejistro.
El comercio libre^ que fué la tercera faz del tráfico de
América con la madre patria después de \^ flotas i rqü"
tj'oSj duplicó estos mismos valores en diez afíos. Cuenta
nuestro paisano don Nicolás de la Cruz, opulento consig-
natario a la sazón en Cádiz, que en 1784 entraron en la
plaza 55 millones i medio de pesos tan solo en oro i plata,
lo que llevó a Cádiz al colmo de su apojeo, convirtiéndolo
en el primer mercado monetario del mundo. Pero de ese
esceso súbito i mal equilibrado de prosperidad arrancó
también su decadencia, porque sucedió a sus mercaderes
con los fardos lo que a nuestros hacendados con los cos-
tales. Creyeron que aquellos no necesitaban para trocarse
en talegas sino el ser embarcados, i asi remitieron, por
ejemplo, a Lima, cuya internación estaba tasada en seis
millones de pesos anuales, mercaderías por valor de trein-
ta! seis millones. Tuvo esto lugar en 1786, i el resultado
fué de tan grande estancamiento, que en el siguiente exis-
tian paralizados en los almacenes de la aduana de Cádiz
40 millones de pesos en mercaderías i otros 40 en los de
los particulares. De aquí las famosas quiebras de Cádiz^
que subieron a mas de 20 millones, i de aquí también el
que nuestros paisanos sacaran sus necesidades corpóreas
de mal año. El de 1786 fué el (cafio magnoD de nuestras
damas, que cambiaron las bayetas de Castilla por los bro-
— 84 —
cados de Sevilla i Murcia, al paso que entro nuestros abue-
loSy hasta los mestros de escuela se tercialian con ampuloso
orgullo la capa del rico pa&o de Segovia.
V.
Lo que es hoi, Cádiz mira con tristeza las ruinas de su
grandioso pasado en las olas que azotan sus desiertos mu-
ros, como antes le trajeraii raudales de oro. El barrio de
San Carlos, construido a mediados del pasado siglo, yace
hoi desierto, con sus vastos almacenes convertidos en cua-
dras o en talleres de nimias. industrias. Su surjidero recibe
apenas un centenar de cascos de cabotaje, mientras que los
mástiles de las naves de alto bordo se divisan por entre
los pigmeos de aquellos como las raras encinas que el
hacha del leñador suele dejar de pié en la tala de los bos-
ques.
No tenemos ala vista ninguna hoja estadística. Pero un
solo hecho pondrá en evidencia tan colosal decrepitud.
Siendo España una nación de 16.000,000 de habitantes i
Cádiz una de las puertas principales para entrar o salir de
su territorio, solo parte de la liltima un tren de pasajeros
hacia el interior, i esto en las altas horas de la noche. Este
tren, que sale de Cádiz a las cinco de la mafiana, llega a
Sevilla a las diez, a Córdoba a la una i solo penetra en Ma-
drid a la madrugada siguiente, después de recorrer en lo
mas fríjido de la noche las gargantas de la Sierra Morena
i las interminables llanuras de la helada Mancha. Anoche,
el tren correo ha llegado de Madrid con nueve horas de
atraso, atajado por las nieves.
Ocúrresenos en esta parte que talvez va a causar enojo
a algún español amigo esta lijera crítica carrilana; pero
acaso deberá deponerlo cuando oiga la declaración sincera
— 85 —
que aquí hacemos, de habernos admirado de los grandes
progresos que en estos diez últimos aflos ha hecho la Pe-
nínsula en la construcción de sus vías férreas. Consuélelo
también, si mas no sea por vía de represalias, la lectura
del siguiente parraíito con que el señor don José Jil i
Montaña da cuenta en su Historia de los ferrocan^les^ pu-
blicada en Barcelona en 1866, de lo que eran los de Chile
hasta esa fecha. Dice así :
cChile tiene hace años en esplotacion la corta línea de
Santiago a Yalparaiso, lonjitud 49 kilómetros^ cuya estación
destruyeron los fuegos de la escuadra española en el «bom-
bardeo que últimamente se vio obligada a hacer sobre
aquella ciudad.
(tHace tiempo que se formó otra compañía para construir
un ferrocarril entre la capital i la ciudad de Jolea (sic),
situada al sur sobre el rio Merlo (sic), i cuya estension se-
gún el proyecto era de 220 kilómetros.»
I con esto damos hoi punto a nuestra accidentada escur-
sion por Cádiz, que si el lector se siente fatigado, no lo es-
tá menos el viajero.
DISCURSO.
PRONUNCIADO EN LA CÁMARA DE DIPUTADOS EL 2 DK
NOVIEMBRE DE 1867 SOBRE EL VERDADERO CARÁCTER
DE LA GUERRA CHILENO-EVPASOLA.
Ya que está de Dios que en todos estos debates sobre la
guerra haya de salir a la palestra el nombre del ex-ajente
confidencial de Chile en los Estados-Unidos, me será per-
mitido hacer algunas observaciones ni discurso que acaba
de pronunciar el Honorable Diputado por Copiapó, espe-
cialmente acerca de las alusiones personales que en él ha
hecho.
Ha dicho Su Señoría que los buques que yo traje de Es-
tados-Unidos eran malos. Esta es la costumbre de Su Se-
ñoría. Pero olvida Su Señoría que cuando esos buques se
adquirieron, el gobierno estaba comprando a precio de oro
el Antonio Varas^ buque carbonero, que garantizaba en mas
de cien mil pesos el uso del Paquete de Maulen vapor de
barra, i usaba en servicios de guerra al Independencia^ re-
molcador de bahía. Olvida Su Sc^ñoría que entonces se pa-
gaba a un subido precio (20 ooO,(K)0 pesos mensuales) el
servicio do los pocos baniuichuelcs dg va[>or que se encon-
traban en nuestras (*oRtas. Por último, olvida que esos bu-
ques vcnian cargados do cañones para nuestra defensa.
— 88 —
Pero sobre esto de buques no quiero seguir hablando.
Dos gruesos volúmenes que en pocos dias mas estarán a
disposición del público me cuesta ya el defenderlos.
Sin embargo, debo confesar que no sabría decir si estoi
mas contento con que los encuentren malos que si les hu-
bieran parecido formidables. El Dunderberg era en verdad
el máximum de todo lo terrible que podíamos haber traido.
Ahora bien, acabo de leer en un diario de Paris, que los
franceses están descontentos con él, i que es preciso recons-
truirlo. Ahora ¿qué habrían dicho los chilenos si yo les
hubiese enviado ese buque comprado en tres millones i cu-
yo gasto de conservación anual habría sido talvez de otro
millón? — Habrían dicho que esa habria sido una impruden-
cia, una estralimitacion de facultades i me habrían abru-
mado con acusaciones. Estoi, pues, mas contento con que
los encuentren simplemente malos.
Respecto de lo que ha dicho el Honorable señor Gallo
con relación al Idaho^ no hai contradicción de ningún jé-
ñero entre mis recomendaciones i mis censuras del buque,
como voi a demostrarlo.
Cuando llegué a Estados-Unidos estaba este buque en
construcción. Su dueño el señor Forbes, me llevó a verlo
i me hizo presente que se estaba construyendo bajo un
nuevo sistema, que iba a introducir una revolución en e^
mundo mecánico. Yo le dije: "Apure usted los trabajos,
i veremos si con las remesas de dinero que me hagan, po-
demos entrar en algún arreglo simplemente.*'
Al fin el buque se sometió a la prueba. Como era natu-
ral, desde que se hablaba de un nuevo principio en maquina-
ria, habia mucha escitacion en los círculos navales de Nue-
va York. El buque tenia una apariencia tentadora, por-
que en realidad era hermosísimo. Sus mástiles eran de una
altura oístraordiiiacia ; su fuerza poderosa; en upa palabra,
— so-
por su aspecto era un buque de primer orden. En estas cir-
cunstancias escribí al señor Encargado de Negocios en
Washington, indicándole que era menester hacer los mayo-
res sacrificios para adquirir este buque, porque creia en esa
época que su adquisición era inmensamente valiosa; i yo
mismo estaba dispuesto a embarcarme en él.
Después de haberlo probado entre Sandy-Hook i la bo-
ca del Delaware, resultó que la máquina estaba construida
por un principio equivocado, que era sumamente complica-
da i que el andar del buque no pasaba de ocho i media mi-
llas.
No contento con estas noticias, me fui al arsenal, i me
acerqué al capitán que mandaba el buque, el célebre Wor-
den. Después de haber hablado largamente, supe que, a
juicio de él i de otras personas, el buque era mui distinto
de lo que al principio se creia; que le faltaba poder a la
máquina; que era, en fin, como se decía, un verdadero chas-
cOy i que siendo la maquinaria mui complicada, una vez ro-
ta una pieza seria mui difícil componerla, a no ser por el
mismo injeniero que la habia hecho i en arsenales a propó-
sito que nosotros no tenemos.
Todos estos antecedentes me hicieron, como era natu-
ral, formar una idea enteramente contraria a la que habia
concebido al principio, hasta convencerme de que bajo nin-
gún aspecto convenia la adquisición de este buque.
La relación minuciosa qne he hecho respecto del IJaho^
creo habrá convencido al Honorable señor Diputado por
Copiapó de que no hai contradicción alguna entre mis re-
comendaciones i censuras respecto de este buque.
I a propósito de la prisa con que el honorable preopi-
nante habría deseado ver en nuestras aguas una poderosa
escuadra chilena, permítame la Cámara recordarlo dos he-
chos históricos recientes. líl primero es el (jue los listados-
— 90 —
Unidos vieron pasar un año después de rotas las hostilida-
des con el sur para poder presentar a la rebelión un com-r
bate naval. Es el segundo que, al estallar la guerra civil,
el punto objetivo de los partidos contendientes estaba en el
fuerte Sumter donde el Gobierno tenia su bandera i su po-
der. Pues bien, apesar de esto, el Gobierno no pudo, no
tuvo elementos con que socorrer ese fuerte i fué bombar-
deado i tomado por' Beauregard. I si los Estados-Unidos
en sus playas, en su propia casa, no pudieron evitar el bom-
bardeo de sus propias fortalezas, ¿cómo hacer cargos al
Gobierno de Chile porque no tenia medios para impedir el
de Valparaíso seis meses después de comenzada la guerra
i a tres mil leguas de distancia de todo recurso posible?
I entiéndase, señor, que yo no me presento aquí como
defensor del Gobierno. Nada menos que eso. Soi indepen-
diente porque nací tal, i toda la vida lo he sido. En mu-
chas cosas no he participado de la opinión del Gobierno, i
lo he censurado con franqueza comenzando por decir mi
juicio a los mismos hombres cuyos errores no aceptaba.
Respecto de esta misma guerra soi el primero en confesar
que el Gobierno no la ha hecho conforme a mis ideas pro-
pias i según los impulsos a que yo habria obedecido, según
mi carácter i mi corazón. Pero con la misma franqueza de-
claro que en mi conciencia el Gobierno ha hecho la guerra
enteramente al sabor del pais i que éste está mui contento
de que así haya sucedido.
I a este propósito, i mientras escuchaba el notable dis-
curso del Honorable señor Di]>iitad() por Copiapó, el indi-
ferentismo glacial de la (--amara me confirmaba en uiiaob-
servíicionque ya antes habia hecho sobre el juicio público de
esa guerra, i es la de quo ésta ya es una cosa muerta, de otros
tiempos, de la que gusta el público (XMiparse como del cadá-
ver de Maximiliano o del suicidio de Pareja. I digo esto
— 91 —
porque el Honorable señor Diputado por Copiapó tiene de-
recho para ser oído con interés en este recinto; 1.** porque
tiene antecedentes para ello, i 2.° porque el lenguaje que
suele usar para con sus colegas es bastante vivo para des-
pertar sus susceptibilidades.
En la última sesión, el Honorable señor Ministro de la
Guerra rompió el velo de los misterios en esta cuestión tan
reservada de la guerra. I me congratulo de ello, porque si
yo manifiesto todo mi pensamiento no se dirá que es indis-
creción mia, porque como Dios me dio la lengua para mi
corazón, nsi como a mis paisanos para su negocio, no ha
faltado quien llame indiscreción mi franqueza. Hace pocos
dias, decia a uno de mis colegas de esta Cámara i de la Uni-
versidad, que estábamos cambiando los papeles, pues ya la
guerra solo daba materia para un tema universitario, pero
no ptura polémicas, interpelaciones, etc., etc. Yo a lo menos
he dado el ejemplo con dos volúmenes (Risas)
De todos modos, señores, si la guerra vuelve, será pre-
ciso dividirla en guerra nueva i en guerra vieja, así
como nuestros abuelos dividieron las épocas separadas
por la guerra de la Independa en pat)ña vi^a i patria
nueva.
Voi, pues, a entrar en el fondo, ya no vedado, de est a
guerra de otro tiempo. Pero antes se me permitirá lamen-
tar que el Honorable señor Diputado por Copiapó haya
invocado en este recinto el nombre del traidor Pezet. Tal
nombre se ha hecho el emblema del vilipendio en la Amé-
rica; i me duele, señor, que la voz do un chileno lo profiera
como una comparación arrojada al rostro del Gobierno de
Chile. Testigo de los supremos esfuerzos, (esfuerzos mora-
les, es verdad, porque otros no le era dable hacer) del Go-
bierno, para llevar la guerra a un fin glorioso, baria
traición a mi deber i a mi conciencia si consintiera en no
— 02 —
rechazar tan cruel injusticia inferida a su indisputable, a su
noble patriotismo.
Entro, pues, en el fondo de la cuestión de guerra para
probar lo que antes dije que, si el Gobierno no babia hecho
la guerra a mi gusto ni al do los Honorables señores Dipu-
tados de la izquierda, lo habia hecho mui al gusto del pais.
Para llegar a este resultado desarrollaré algunas apre-
ciaciones un tanto filosóficas.
En 1865, habia llegado Chile al apojeo de uno de los
mas grandes ensayos que ajitan a las sociedades modernas:
el ensayo del crédito.
£1 pais estaba apasionado de su éxito. En todas partes
surjian instituciones de créditos. Dos jóvenes oscuros que,
me consta, siguieron un litijio en Londres para que un de-
positario infiel les devolviera unas cien libras esterlinas,
único recurso que tenian para pagar su pasaje a Qhile,
fundaron una institución de crédito que en poco tienapo
contó diez o doce millones de capital. Me refiero al "Por-
venir de las Familias". Otro especulador particular acu-
mulaba una fortuna colosal con los solos recursos del cré-
dito individual. — La Caja Hipotecaria vendia con elevados
premios sus billetes. — Se creaba dos meses antes de la
guerra el Banco Nacional, i habia una verdadera puja por
disputarse la repartición de sus diez millones. Habia un
hecho mas característico. Innumerables casas de prendas,
el banco del pobre, invadían todas las ciudades de Chile.
En fin, no se hablaba sino de bancos, de industria, de fer-
rocarriles, de privilejios esclusivos; i esta misma Cámara
se veia obligada a consagrar al menos una sesión por sema-
na al despacho de ese jénero de asuntos.
En estas mismas circunstancias se presentó de improvi-
so Pareja.
¿ I qué sucedió ?
— 93 —
Para espresar en esta parte mí pensamiento en todo su
alcance me será permitido recordar, comparar i sobre todo
definir esta guerra i las otras guerras que ba sostenido la
República.
¿Cuál fué, en verdad, el carácter de la guerra de la In-
dependencia? — El de una repulsión del enemigo que inva-
día nuestro suelo. — ¿I qué necesitó el pais i el Gobierno
para llevarla aun término grandioso? ¿Necesitó solda-
dos? — Pues los tuvo i de tal manera que el Jeneral Carre-
ra, un mes después de haber desembarcado el primer Pa-
reja en San Vicente, llegaba a Talca con doce mil hombres
de los que tuvo que devolver, a sus casas, cinco mil. ¿Ne-
cesitaba oficiales ? — Pues la juventud de la República en
masa se ciñó la espada. £n Cliillan moria un Q-amero; en
Talca otro noble hermano suyo; en San Carlos, Cruz; en
fin, cada batalla de la República era el luto de una de nues-
tras familias patricias. — -¿Necesitaba vestuario? — Lo co-
sían las matronas i sus hijas. — Necesitaba dinero ? — Cons-
ta del diario del Jeneral Carrera que en los ocho meses
que mandó el ejército, el soldado fué pagado de su prest
integro de diez pesos sin que se viera obligado a pelear
con poncho í sin zapatos, como se cree por el vulgo =
555,000 pesos se enviaron al ejército en esos ocho meses.
I tengo frescos esos recuerdos, pues estoi corrijiendo las
pruebas de las Memorias de las primeras campañas de Chi-
le, de las que hoi se hace una nueva edición.
I en aquellos tiempos Chile era pobre, por mas que
nuestros abuelos asoleasen su plata en cueros. (Risas).
¡Ojalá hoi la asoleasen también porque así se sabria quien
la tenia i quien nó ! Mas hoi basta un pequeño cofre en un
banco para contener la fortuna de todos los chilenos.
I a este propósito el Honorable señor Diputado por Chi-
llan, cuya ausencia lamento doblemente por el dolor que
— 94. —
le postra i porque nos hallamos privados de sus luces, lle-
vado en las alas de su rica fantasía, nos aseguraba que el
pais había dado veinte millones al Gobierno, porque este
era el monto de nuestra deuda. Pero es preciso decir la verdad
tal como es, señor. En Chile nadie cree dar sino ?m6ir cuan-
do se traen cuatro, seis o diez millones de Inglaterra. Los
chilenos son mui positivos. — Esta plata queda en casa, se
dicen, i la reciben con alborozo. Pero si se trata de la pla-
ta que está en la casa, es mui distinto. Recuérdese si no lo
que pasaba con la contribución de cinco millones. Se ha-
blíiba hasta de revolución; pero un mes después vino el
empréstito Morgan, i todos palmetearon las manos. El di-
nero venia de fuera. Era para todos una lluvia de oro: el'
lodo que esa lluvia deja es para que lo pisen los hijos i los
nietos.
Perdóneme la Cámara esta manera franca i casi familiar
de espresarme. No estoi con humor de hacer elocuencia.
El señor Lastarria. — Cualquier lenguaje es bueno
cuando se dice la verdad, pero no para asegurar hechos
inexactos.
El señor Vicuña Mackenna (Continuando). — No se
presuma tampoco que en esto hago la menor ofensa a mi
patria. Mui lejos de eso, i en esto creo ser harto conocido;
conozco a mi patria, la amo i la admiro. Ninguna mas be-
lla, mas grande, mas noble, mas jenerosa. Pero esplico un
hecho filosófico, hago presente que Chile en 1865 pasaba
por una gran crisis, común en la vida de los pueblos, cri-
sis de que felicito a mi patria, aun hoi mismo si no ha
de caer en deplorables exajeraciones.
Chile, lejos, pues, de haber dado dinero al Gobierno, lo
ha recibido de él, i los diez millones empréstito Morgan
esplican el fenómeno de que al concluir de hecho la guerra,
es decir, en junio del presente año, aparecieran en depósi-
— 96 —
to en los bancos de la capital, once millones de pesos,
cuando al dia siguiente de comenzada la guerra de hecho
no liabia ni para los gastos de plaza.
En la guerra de la Independencia, el pais queríala guer-
ra, i dio hi gobierno todo lo que esa guerra exijia según su
índole: le dio soldados, dinero, héroes.
I tan cierto era que el pais quería esa guerra, que por-
que Carrera no espulsó a Pareja en ocho meses, la Junta
destituyó a Carrera; i porque la Junta dejó perder a Talca
en esos mismos dias, el pueblo depuso a la Junta i nombró
dictador a Lastra; i porque éste aceptó el armisticio de
Gainza, el pueblo volvió a . deponerlo, nombrando otra
vez dictador a Carrera que llegaba prófugo a la capital.
Eso hace un pais que quiere la guerra, i si Chile hubie-
ra querido la guerra que le trajo el segundo Pareja i no
creyera que el Gobierno cumplía su voluntad, ese Cl-obier-
no habria corrido la suerte de los Gobiernos de 1814.
Siguió la campaña libertadora del Perú, i fué preciso
improvisar una escuadra salida de las espumas del mar,
segim la elocuente espresion de García Beyes, i esa escua-
dra se improvisó. Se compraron dos inchimanes viejos i
|)odridos que se llamaron la Lautaro i el San Martin^ bu-
ques que nunca navegaron sino con cuatro, seis o mas pies
de agua en sus bodegas. Pero como entonces no habia crí-
ticos ni almirantes de tierra firme. Lord Cochrane tomaba
con ellos, la víspera de irse a pique, una vez a la Esmeral-
da i otra vez las fortalezas de Valdivia. — Pero he dicho
mal, habia también entonces críticos, como los hai hoi, i
esos fueron los que llamaron loco a Lord Cochrane; i digo
esto para consuelo de los que están llamados a no dar gus-
to a las jantes sensatas de esta tierra.
Surjió después la guerra de la confederación Perú-boli-
viana. No se si el pais queria esa guerra como las anterio-
— .96 —
res. Pero la quiso un solo hombre, el ilustre Portales; i esa
guerra se llevó a cabo. Portales necesitó buques i se los
quito previamente al enemigo. No juzgo el hecho; descu-
bro solo los rasgos prominentes del carácter nacional de
que Portales era un emblema tallado en bronce. Se pidie-
ron soldados, i la juventud de Santiago corrió a las armas
i nos dio una victoria toda suya en Matucana. Cayó en la
balanza de los destinos de Chile el cadáver de Portales, la
mas grande figura de nuestra era; i su peso no fué bastan-
te a atajar esa guerra que es preciso creer que se hizo na*
cional i que coronaron espléndidas victorias. Se ha visto,
pues, que en todas las guerras que el pais ha querido, ha
tenido i ha dado todo lo que necesitaba.
Ahora ha llegado el caso de definir nuestra difunta guer-
ra i de compararla.
¿ De qué carácter era esa guerra ? — Era simplemente, en
vista de la sorpresa i de la indefensión en que vivíamos,
una guerra de material de guerra, guerra de madera, de
fierro, de pólvora, de balas, de planchas de blindaje.
I bien! ¿Con qué se adquiría todo esto? Solo con dine-
ro, con mucho dinero, i sobre todo con dinero dado en el
acto mismo de la declaración de esa guerra. El dilema era
éste: ¿Habia plata? Luego habia guerra. ¿No la habla?
Luego no habia guerra. En una palabra, guerra i oro eran
una sola cosa.
¿I dio el pais ese oro?
Esto es lo que varaos a estudiar, no en los brillantes ar-
canos de la fantasía, sino en la realidad práctica de los he-
chos. No pretendo yo darme aire de previsor ni de hombre
de Estado. Soi un simple ciudadano que está hablando a
su pais con la pura lealtad do su conciencia, i no tengo
mas pretensión que la de que se diga alguna vez la verdad
en medio de tanta ociosa declamación. Pero por lo mismo,
. — 97 —
creo convenierite revelar a la Honorable Cámara los si-
guientes hechos:
Al dia siguiente de declarada la guerra, fui a ver a mi
Honorable amigo el señor Covarrúbias, Ministro entonces
de Relaciones Esteriores, i le sometí un plan para organi-
zar comisiones de subsidios i de empréstitos en todo el pais.
El plan fué aprobado; i la comisión central de que fui nom-
brado secretario, se instaló en los salones de la Secretaria
de esta misma Honorable Cámara, cuyos empleados ofre-
cieron noblemente sus servicios.
Componíase esa comisión de las mas alias nombradlas
de la República, los ilustres Jenerales Blanco i Búlnes, los
señores Montt i Varas, i todos llenaron dignamente su de-
ber. Cada dia asistían por turno a presenciar las colectas
de la patria. El primer dia nos halagó el resultado. Se sus-
cribieron por empréstitos i donativos 50 o 60 mil pesos.
El segundo dia, la suma bajó a la mitad; al tercero ya no
fué casi nadie.
Pero lo mas característico i que mas hace a mi propósi-
to es averiguar quiénes eran los que asi llevaban sus ofren-
das. ¿ Eran los ricos, los grandes capitalistas, los hombres
que tenian a la sociedad toda preocupada con las empresas
del crédito? — Nó, jamas vi a ninguno, i aun creo que en
esos dias hasta evitaban pasar por la plazuela de este edi-
ficio.
Los que llegaron a suscribirse eran, pues, o padres de
familia cargados de hijos, ,entre los cuales me complazco
en recordar al respetable señor Matta, padre del Honora-
ble señor Diputado por Copiapó, quien trajo una gruesa
suma en billetes del Banco Hipotecario.
El señor Matta (interrumpiendo). Eso no es exacto,
sefior Secretario; fueron su señora i sus hijos.
El señor ViCUña Mackeima {continuando): — Re-
MISC. T. III. 7
— 98 —
cnerdo también entre esos nobles ciudadanos al Honora-
ble seílor Diputado por la Union i al Honorable señor Co-
varrúbias que se suscribió con diez mil pesos.
En la primera^ semana se juntaron apenas cien mil pesos,
i confieso a la !p!onorable Cámara que cuando el Honorable
señor Covárrúbias me llamó para enviarme a Estados
Unidos,, el rubor que me cansaba esa decepción fué uno
de los impulsos que mas me movieron a buscar en otra
csftira el servicio de mi país. I sobre este particuar diré
mas todavía, porque* los hombres de bien no tienen jamas
])oi: que ocultar la verdad, .ni parte de la verdad. Soi el
>Á\\\w'\'^i\V^\.\ ' .;ííí: ' í.fíi '\\\ l>.¿'^
primero ey reconoiqer la intelijencia, la probidad i el espí-
ritu altamente laborioso del Honorable señor Ministro de
Hacienda. Mas, como al estallar la ffuerra se manifesta-
ron resistencias contra su administración entre los círculos
mas poderosos del -comercio,; a los q|ie liabia lastimado su
reciente reforma, manifesté ttombien en aquella conferen-
cia íí\ Honorable señor Covarriibias la ventaja qué ofrece-
ría al país en aquel sentido la reorganización del Gabi-
nete^
Hoi, sin pmbarffo, me lie convencido dé que en aquella
resistencia liabia solo un pretexto. Si hubiésemos resuci-
tado a Colbert o encargado a Europa a 3astiat para ese
puesto, habrían sido, también recliazados. Todos, eran
igualmente malos si pedián plata. Pero si la Honorable
Cámara no está aun convencida de cuan cierta es mi teo-
ría, voi a recordarle un hecho que disipará hasta las dudas
de los JUoiipraWes seíjpres Dipntado^ por Copiap
Me refiero al corsario Atacama, que s^lió al corso de las
hnajinaciones en los primeros dias ¡de la guerra. E|*i|i Iji
empresa favorita de tpdos. Se llamaba. neapocio: i como
tal, yo mismo creí (j[U6 iba atener éxito. En mi carácter
de ¡secretario d^ la co9iisÍQU ^Q^bsidio^» mQ creía con
. I I
»• í i/
— 99 -
derecho de interpelar a los capitalistas i pedirles sus cuo-
tas: — "Hombre! me contestaban todos, siestoi ya embar-
cado en el corsario Atacama.^^
Ahora bien : dos meses después, se presentó en Xueva-
York el capitán Willson para echar sobre la España el
terrible Atacama. ¿I sabéis cuánto llevó de Chile para
aquella empresa, en dinero entregado por el Honorable
Diputado señor jgrallo? Asombraos! — diez i nueve mil qui-
nientos pesos en una letra sobre Inglaterra.
Ahora bien, el Alabama habia costado millón i medio
de pesos ; se habia necesitado para armarlo la complicidad
de la Inglaterra; i solo pudo entrar en operaciones dos
años después de/3omenzada la guerra del norte. Entre tanto
solo diez i nueve mil quinientos pesos se habían reunido
para el Atacama o Alabama chileno...
Imajínese entonces la Honorable Cámara a lo que que-
dtiria reducido el famoso corsario, en el que tantos se ha-
bian embarcado!
En estos hechos los Honorables señores Diputados por
Copiapó figuran no solo como actores, sino como victimas.
El señor Matta. — Nó señor Secretai'io.
El señor GbIIo. — Haré una rectificación, si me lo per-
mite Su Señoría.
El señor Vicuña Mackeima (Secretario.)— Con
mucho gusto.
El señor Gallo. — Para el corsario Atacama se reunie-
ron en Santiago el primer día mas de cien mil pesos, i
ciertas consideraciones venidas de lo alto hicieron separarse
a los suscritores.
El señor Vicuña Mackeima (Secretario).— No sé
cómo sea eso, cuando el Gobierno ha probado que su idea
era hacer una guerra tremenda. Me admira i me sorpren-
de que el Gobierno haya podido influir en contra de esa
— 100 —
idea, cuando precisamente fué temerario en sus proyectos
sobre corsarios, kepartió patentes por todo el mundo, i
en el solo correo de Washington hai un paquete de ellas
que el señor Asta-Buruaga no quiso sacar por ahorrar
ochenta pesos de franqueo; i este atrevimiento para pro-
mover el corso i el intento sobre los buques peruanos son
hechos que, a mi entender, jamas se han liecho valer para
demostrar con cuánto corazón i valentía entró el Gobier-
no en la guerra contra España.
■
El señor Gallo* — A pesar de que soi adversario de
los señores Ministros, no ([uiero recordar ese hecho, i su-
plico a Su Señoría que guarde silencio sobre él. Sabe Su
Señoría lo que hai sobre eso?
El señor ViCUña Mackenna (Secretario.)— Loque
a mí me consta es todo personal; i la empresa, como lo
sabrá luego el país con todos sus detalles, fracasó cuando
poníamos el pié en los buques espedicionarios.
Prosiguiendo ahora con la teoría que he sentado, confíe-
so que hai en pié un grave i serio cargo que hacer al Go-
bierno en esta guerra. En verdad, es el único cargo que
yo le hago. El Gobierno jamas tuvo miedo a los españo-
les, pero tuvo miedo a algo que es mas temible que los
godos. Tuvo miedo al bolsillo de los chilenos. Esta fué su
mas grave e irreparable falta. Tuvo el miedo de Portales,
ese miedo que se convirtió en proverbio desde que lo tuvo
aquel hombre tan superior i que tiraba su plata a la reco^
jida. (Risas) Verdad es que fué el único temor que tuvo,
i lo único que respetó en su carrera.
Pero seamos francos, señores. En ese miedo todos fue-
ron cómplices. Cuando leíamos el boletin del cobarde in-
cendio de nuestras naves en Caldera ¿no se levantaban diez,
veinte voces en este mismo recinto \)avíi pedir a mi honora-
ble amigo Diputado entonces por Putaendo i hoi Ministro
- 101 —
de Relaciones Exteriores el instantáneo retiro de su mo-
ción para confiscar los bienes délos españoles? Pese e^
país, pese la Cámara estas reflexiones i diga después cada
cual con la mano en su corazón, si el pais queria o nó la
guerra. I ¿quiénes fueron los que mas se opusieron a la
confiscación?
El señor Matt&. — Nosotros, e hicimos bien!
El señor Vicuña Mackenna. (Secretario.)— Ahora
comprendo lo que Su Señoría decia en una de las sesiones
pasadas, que el mejor medio de hacer la guerra era el
buen derecho
El señor Matta. — Cuando me llegue mi turno, probaré
lo que hai.
Bl señor ViCUña Mackeima (Secretario.) — Recuer-
do que hai un proyecto sobre armamento del país, i no sé
cómo se pueda conciliar ese proyecto de defensa i arma-
mento en que creo que Su Señoría pretendia armar hasta
a las mujeres (liisas).
El señor Matta. — Basta con los hombres.
El señor Vicuña Mackenna (Secretario.) — Yo no
satirizo a nadie. Lo íjue digo os obra de mi franqueza o
de mi indiscreción; i sobre esta cuestión del dinero, per-
mítaseme añadir algunas revelaciones personales sobre
este pánico que inspira a tocios la plata de los chilenos.
Mi sucesor en Estados Unidos, mi digno i querido ami-
go don Maximiano Errázuriz quería comprar 60 cnilones
para Valpaniiso, de los que solo 10 eran de gran calibre,
de esos que mas gustan en mi país por el calibre,
(Risas) ; pero pedian por ellos novecientos mil pesos, i
esto le quitaba el sueño.
"¿Q"é dirán de mí, me decia, en la íntima confianza
que nos une desde la niñez, si mando 60 cañones por un
millón de pesos?" I yo lo alentaba para que los enviase i
— 102 —
diese satisfacción a su patriotismo. ' 'Mandólos, le decia,
porque serán perfectamente recibidos; tú eres vice-presi-
dente del Banco Nacional, hermano de un Ministro, hijo
de un candidato a la presidencia, i sobre todo, eres sobri-
no del Arzobispo/* {Grandes risas. — Intennipcion por al-
gunas instantes.)
No se ria la Honorable Cámara, yo también he sido so-
britio de Arzobispo, i sé lo bueno que es ese parentesco
en nuestra tierra. — {Risas).
I bien, pues, vinieron los cañones, i no hubo sino aplau-
sos para mi digno amigo. Pero en cuanto a mí, que habia
mandado cuatro buques, cuarenta cañones e infínidad de
otros recursos por un valor igual, dijeron: — "¡Cosas de
literato! ¡cosas de loco!" Porque entre nosotros, señor,
¿quién no sabe que loco i literato son una misma cosa?
Los tres Honorables, señores Diputados que se sientan al
estremo derecho podrán decir si es o no cierto que a los li-
teratos se les llama locos.
El señor LaStaiTÍa — No es cierto; yo soi literato i no
me tengo por loco.
El señor Vicuña Mackenna (Secretario.)— Pero a
Su Señoría lo creen loco i a mí también. — {Risas).
Lo que a su señoría le debe consolar es que a Manuel
Rodríguez, a don Diego Portales i a los Carreras también
los llamaban locos
El señor Lastarria. — No tengo nada de común con
esos señores.
El señor ViCUña Mackenna (Secretario.— Otro he-
cho, señor. Ha muerto hace poco, en un aposento solitario,
en una ciudad de provincia en Francia, un alto funciona-
rio del país. Si tuvo algunos defectos como hombre públi-
co, su tumba recien cerrada reclama induljeucia. Pero na-
die podrá negar al señor Carvallo esa acrisolada, esa mi-
— 103 —
nuciosa honradez que hace la gloria de los hombres públi-
cos de nuestra patria. Pues bien, señor, yo tengo la con-
ciencia de que el señor Carvallo ha muerto en gran manera
víctima de ese suplicio sin nombre que le imponía la
situación que los chilenos crearon a todos sus ajentes en
el estranjero. Urjido por el Grobierno para mandar recur-
sos de todo jénero, mendigando empréstitos en los bancos
de Londres i en la mas absoluta impotencia, teniendo
siempre delante de sí el recuerdo de este terrible Fisco de
4[)hile, que produce también apoplejías i da la muerte como
cualquiera otro veneno Señor, aquí se ha leido una
orden del 10 de octubre de 1865, en que se piden fusiles
al señor Carvallo, i yo tengo notas del señor Carvallo del
5 de enero del 66 en que nos dice que ci;ucemos los brazos
i que va a pedir a Chile plata para fusiles. Esa era la con-
dición en que todos nos hallábamos. Se decia que el país
quería la guerra, cuando la guerra solo podia venirle de
donde nosotros nos hallábamos.
Una revelación mas para concluir, i óigala la Cámara
con toda su atención
Es una revelación íntima, pero ha llegado el momento
de que el país la escuciie.
Señor, para hacer mi viaje a Chile tuve que ocurrir,
oidlo bien! a ]ti Iwiosiial Don Maximiano Errázuriz me
presto cuatrocientos pesos de su peculio })ara pagar mi
pasaje i el del joven que me servia de secretario i a quien
yo no podia abandonar. En Panamá, el capitán AVilson
me facilitó otros doscientos pesos para un viaje hasta Li-
nui, i aquí el señor Martínez me suministró seiscientos
pesos bolivianos, que a mi llegada a Chile, el Gobierno
tuvo la jenerosidad de perdonármelos, sí, de perdonáníie-
los, porque en estos casos es preciso decir las palabras sin
disfraz de ningún jénero.
— 104 —
Así, pue8, llegué a mí patria, donde por un adelanto
que pagaron de mi sueldo en esta Cámara, se me retuvo
hasta ahora pocos meses la cuarta parte, es decir, la parte
embargable de mi sueldo, a título de incompatibilidad de
sueldos, lo que cito en honor del tesoro de Chile i en el propio
mió. I mientras esto sucedía, sefior, voces infames se le-
vantaban del fango contra mi inmaculado nombre.
Esas revelaciones son la única respuesta que se levanta
de mi conciencia, i por cierto que no necesito de ptra.
Ademas abrigo la profunda i antigua convicción de que si
los servicios constituyen el mérito de los hombres, una so-
la cosa los enaltece i los consagra: — la calumnia!
ESTUDIO DEL LATÍN EN CHILE
I su ABOLICIÓN (1).
^'Se trata nada menos que de dirijir la juventud por
el sendero de las luces o por el de la ignorancia, por el
de la libertad o el de la servidumbre."— (^i^on Jo»é
Miguel Infante» Artículos sobre la abolición del latin^
insertos eji el Valdiviano Federal del 1.® de junio de
1834;.
''Lo que yo propongo consiste en quitar al latin su
carácter de estudio obligatorio i jeneral. Este idioma,
como el griego, debería ser cursado en clases especiales
solo por aquellos que voluntariamente quisieran bacerlo
para perfeccionar sus conocimientos literarios. Estos
serian precisamente los pocos que • ahora aprovechan
entre tantos que pierden su tiempo de una manera mi-
serable." (Gr- V. Amunáfegui. Discurso de incorpo-
raciofi en la Facultad de Humanidades en 1857, sobre
la abolición del latin.)
Señor Decano :
Tengo el honor de elevar a manos de Ud. el informe so-
bre la abolición del estudio obligatorio i jeneral del Latin,
para c uya redacción se sirvió Ud. comisionarme en la se-
sión del 7 del corriente.
(1) El presente estudio, reproducido en los Anales de la Universidad
de 1865, ñié presentado a la Facultad de Humanidades el 14 de abril
de ese afio, a consecuencia de una indicación que el autor hubia hecho en
— 106 —
No siendo posible que mis opiniones se uniformaran
con la de los señores rectores del Seminario i del Instituto
Nacional, a que tuve la honra de ser asociado por Ud., pre-
sento mi informe por separado, como me permití esjíre-
sarlo en la citada sesión.
Partidario decidido déla ma^ amplia libertad para la
educación pública, no parecerá estraflo que desde luego me
pronuncie de la manera mas terminante contra el estudio
forzoso de una lengua que, por mas bellezas que contenga,
son éstas en sí mismas bellezas muertas, incomprensibles a
la inmensa mayoría de las clases que estudian, i por tanto,
no viene a ser aquella en realidad sino una reliquia de si-
glos remotos, sostenida basta aquí solo por la preocupación
o el esclusivismo aristocrático de los cuerpos docentes de la
enseñanza.
Para sostener una opinión tan justa, tan sensata i tan
equitativa (por mas que a muchos paresca en dema&ia
avanzada) i sobre todo, tan verdadera i tan práctica, bien
conozco que hai que arrostrar de frente las preocupaciones
arraigadas i el fanatismo que esas preocupaciones han
infundido aun en los espíritus mas perspicaces i adelanta-
dos. Pero en breves palabras voi a tratar de poner en pa-
el seno de aqaella unn semana /intes proponiendo la abolición formal del
latin como estudio obligatorio i jeneral. £1 digno decano en ésa época
de la Facultad de humanidades don DomiLgó Santa Maria, nombró en
consecuencia una coipision compuesta de los rectores del Instituto Na-
cional i del Seminario de Santiago (D. Diego Barros Arana i don Jom-
quin Larrain Gaiidarillas) i el autor, pam informar sobre aquella indi-
(iicacion. Como resultado i habiendo disentido el autor de la opinión
do sus honorables colegas presentó su dictamen en este escrito que re-
produjo la prensa diaria con e) 9\gmenie t\t\í\o— Informe jyresentado
a lii Universidad-de Chile sobre la aboÜnon del ei^Utdw obligatorio i jene^
ral del latin por B, Vicuña Mackenna .
— 107 —
rangon las ventajas que se atribuyen a este estudio, i los
profundos i lamentables males que en realidad produce en
nuestra sociedad, considerada como una comunidad iu-
telijente i cómo una asociación libre i democrática.
11.
Los defensores del Latin, entre los que figuran en el
seno de nuestra honorable Facultad de una manera cons-
picua, el digno rector del Seminario, encargado de infor-
mar también sobre la materia, alegan particularmente tres
razones en pro del sostenimiento de aquella lengua
muerta.
Estas son :
1.* Que es una lengua ^^'a.
2.* Que es una lengua madre.
3.' Que es una lengua í^tós/ca.
Vamos a ocuparnos levemente de estas razones, único
apoyo que se encuentra a un estudio vetusto i aborrecido,
aunque en realidad bien poco dicen a su favor, puesto que
se refieren a justificarlo solo por el mérito relativo de su
pasado. Mas adelante entraremos en el terreno propio que
hemos elejido para la impugnación directa de ese ramo de
la enseñanza moderna.
III.
Que el Latin fué la mas bella lengua de la antigüedad,
nadie podrá negarlo; que en los siglos bárbaros sir\'¡ó para
mantener intacta la tradición del saber humano, brillando en
]a oscuridad de los tiempos como una antorcha divina de luz i
de ciencia, es otra verdad acatada por todos; i por último,
que su estudio se hacia indispensable a nuestros mayores
— 108 —
por lo mismo que toda la ciencia kiimana estaba resumida
en aquella lengua secular i sapientísima, es otra verdad que
está al alcance aun de los ignorantes.
No ha sido, pues, estraño que el Latin se adoptase en
todos los países cultos hasta fines del último siglo, no solo
como una lengua Jija, sino como una lengua-tipo. Era, se
puedo decir así, la cartilla de la enseñanza humana en cual-
quier sentido que se le considerase, i por esto se estudiaba
con preferencia a todo idioma i aun al idioma nacional de
cada pueblo. En realidad, el Latin era la única lengua de
los estudios no solo clásicos, jurídicos, médicos i teolóji-
cos, sino aun de los elementales i de las matemáticas mis-
mas, cuyas últimas todavia conservan algunos vestijios de
su pasada intervención.
Así, en Chile, antes de 1810, todo se aprendía en Latin.
El primer libro que se ponia en manos de un niño, des-
pués del silabario, era el Arte esplicado de Lehrija. Estu-
diábase en seguida el Kempis, las fábulas de Fedro, el
compendio de la Instituta, las epístolas i oraciones de Ci-
cerón, i por último los tres poetas favoritos Virjilio, Hora-
cio i Ovidio. Todo esto constituía la latinidad propia. Ve-
nia en pos el estudio de la filosofía en Latin, según los
testos del abate Parra, de Altieri i especialmente del Lug-
dunense, aparte de que la lójica era enseñada por las sú-
mulas de los catedráticos i el testo Latino de Port-Royal.
Pasábase mas adelante al estudio de la jurisprudencia
española que se hacia por completo en Latin, pues aun-
que los espositores peninsulares liubiesen escrito sus obras
en ambas lenguas, como Gregorio López, o estuviesen
aquellas traducidas, habia de preferirse el Latin. Aun las
leves nociones de derecho público que entonces se ense-
ñaban en nuestras aulas tenian por testo único el tratado
de juris etjitstitia de Santo Tomás. De la teolojía i cano.
— 109 —
nes no hai que hacer mención porque este estudio aglome-
raba todas las eminencias del Latin siendo la base de la
ensefSanza el Bulaño Magno^ i el espositor favorito el car-
denal de Luca, que escribió sobre cánones algunos treinta
vohimenes en folio, todos, por su puesto, en Latin.
No era, pues, raro que entonces el Latin se considerase
como lengua fija, sino lo que es mas como lengua única.
Era el idioma de los sabios i de los santos, como hoi ha
pasado a ser el de los mártires.... El Latin era el monopolio
de las grandes intelijencias coloniales, el patrimonio esclu-
sivo de la Real Universidad de San Felipe.
El castellano, al contrario, pasaba como una lengua vul-
gar, plebeya, casi revolucionaria, porque tendia alnivela-
miento de clases por el uso de una lengua común: Los la-
tinviias eran entonces en Chile lo que Arago ha sido des-
pués en Francia, Humboldt en Alemania i lo que habia
sido Newton en Inglaterra i Galileo en Italia: eran la
cúspide del edificio social por la intelijencia i el saber in-
finitos.
Nadie era mas grande que ellos en toda ciencia, divina
o humana, porque ellos eran los dueños linicos de la llave
de toda luz, de toda verdad, de todo conocimiento. Así,
los hermanos Lujan, que fueron catedráticos de don José
Miguel Carrera i de don Manuel Rodríguez, de don Diego
Portales i de don Manuel Renjifo (todos los que supieron
tanto de Latin como saben hoi, con una docena escasa de
escepciones, todos los miembros de la Universidad de Chi-
le) el clérígo González, el padre Basaguchasciia, i sobre
todos, el poeta latino, don Bartolo Mujica, fueron en su
época las luminarias de la sabiduría entre nosotros porque
ellos solo sabian Latin i ellos solo lo enseñaban.
I sin embargo, ¡qué injenios aquellos para comprender
a Tácito i a Lucano, a Virjilio i a Horacio! Léanse sus
— lio —
escritos i se abismará el lector del único fruto de su erudi-
ción latina, a saber, de su inmensurable pedantería. Como
modelo puede citarse la rej)resentacion que por el presi-
dente Elio hizo, reclamando el gobierno de Chile, en 1811,
uno de los dos Lujan i que publica el señor Barros Arana
en los documentos de su Historia jenerál.
"Ser latinista^ decíamos a este propósito, hace siete
años, (1858) en un escrito dirijido contra el Latin, i que
por lo menos probará la sinceridad de nuestras antiguas
convicciones, ser latinista constituía en verdad, en la era
colonial una ambición aparte i encumbrado, tanto i tan dis-
putada acaso como es lioi dia la d^ los decanatos de nues-
tra Universidad. Les latinistas llevaban el timón de la Re-
pública de las letras. El criterio, el gusto reinante, el pres-
tijio literario les pertenecia casi completamente haciendo
de él un hinchado monopolio'*.
¿Pero que sucedió apenas vino la revolución que nos
ha transformado do rebailo en pueblo, a golpear el muro
del pasado, haciendo brotar, con su rudo martillo, torren-
tes de luz por cada una de sus rietas derribadas? Que el La-
. tin fué uno de los primeros eslabcmes del oscurantismo co-
lonial que la libertad tronchó entre sus manos. Al crearse,
en efecto, el Instituto Nacional bajo la planta revoluciona-
ria que se le dio en 1813, la Junta de gobierno ordenó por
un decreto, que hizo circular como un aviso consolador a
los padres de familia, que los estudios que antes se hadan
en latín se cursasen en adelante en la leiigua española. (1)
(1) ^'Se previene, decia esta disposición superior, que los estudios de
mn temáticas, física, elementos de iójica, economía política, leyes reales,
anatomía i todos los demás que se puedan sin perjudicar la carrera
eclesiástica, i la necesidad que liai de muchas profesiones de ocurrir a
autores latinos, se veriñcarán en castellano''. (Monitor AraucanOy núm.
36, del 6 de julio de 1813).
— 111 —
Hábia en este solo acto una medida profundamente sub-
versiva i rejoneradora. Se echaba al suelo uno de los ído-
los del pasado abriendo nuevos horizontes a la enseñanza
ahogada por el manto universitario del monopolio. Debió,
pues, ser aquel un dia de profundo duelo para la Real
Universidad de San Felipe. El Latín era tratado por la
novel revolución con un atrevimiento inaudito. ¿Qué iba
a ser de los antiguos maestros, de Parra, del cardenal de
Luca i del insigne Gregorio López? El Latin, venerado
por los siglos, se consideraba ahora por los revolucionarios
de América, como una vetustez inútil, como una de las
carcomas que existian anidadas en el viejo edificio de la
monarquía colonial. En una palabra, puede decirse con
propiedad que, mediante la rehabilitación del castellano,
operada por aquel decreto memorable, el Latin era decla-
rado (jodo i aquel venia a ser la lengua de la patria. I tan
cierto era esto que cuando entraron los Talaveras a San-
tiago, el Instituto fué mandado cerrar como una reforma
abominable (según lo espresó la Caceta de gobierno de
esa época), i los doctores Lujan volvieron de nuevo a su
trono para reinar desde su cima como dos lumbreras del
injenio humano, entre San Bruno i Marcó del Pont.
Hé aquí, pues, la breve historia del estudio del latin co-
mo lengua jija^ o mas bien, como lengua universal entre
nosotros.
IV.
Pero bajo el concepto mismo de lengua jija que se le
atribuye como un mérito por sus panejeristas, considerán-
dola de esta sw^vi^ lengua inamovible e inalterable (caracte-
res que no sabemos cuanto pueden valer en la edad de in-
finito progreso en que vivimos), no vacilamos en afirmar
— 112 —
que aun ese calificativo no es del todo exacto, i aun mas,
que en el dia esa fijeza está alterada por accidentes que
destruyen aun la ventaja que podría atribuírsele como ima
lengua-tipo i jejieral.
Decíamos que el Latín no es en estricto rigor de análi-
sis, una lengua fija^ porque precisamente ha tenido todos
los accidentes de desarrollo, mudanza i perfeccionamiento
que constituyen la formación de todos los idiomas. Naci-
do del bárbaro etriisco i del culto griego, mezclado después
con los dialectos salvajes de los invasores del Norte, puede
decirse que su fijeza se limita a la época de los grandes
poetas i de los historiadores cesáreos, que nos han conser-
vado la memoria do la degradación de un pueblo que ya
nada tenia que enseñar u los que lioi viven de elementos
enteramente diversos.
¿ Pero qué idioma-romance, preguntamos a nuestro tur-
no, no posee ese mismo período de fijeza? Adóptese por
ejemplo, el castellano de Cervantes, i se tendrá una época
fija del español, como lo han puesto en mayor evidencia
con sus eruditas anotaciones Lista, Clemencin i otros co-
mentadores. Otro tanto podria decirse del italiano de Dan-
te, del ingles en tiempo de Shakespeare, del francés de
Corneille i de Racine, de todas las lenguas vivas, en fin,
que el jenio moderno ha convertido en clásicas. Esos esti-
los, hijos de una gran época o de un gran injenio, forman
por sí solos un idioma completo, fijo, inamovible, inmuta-
ble, si se quiere hacer de todos estos defectos im mérito, pues
es evidente que un idioma que no cambia, no progresa, i
sino progresa, no se perfecciona, i se hace por consiguiente
un idioma muerto, inútil, inadecuado enteramente u la
época profundamente marcada por el sello de una acción
perpetua e infinita en que vivimos. I en esta parte, ténga-
se por entendido que abrigamos idéntica opinión a la del
— 113 —
mas insigne hablista que reconoce la América, autor de una
gramática castellana que se ha hecho testo universal de esa
lengua i miembro de la Academia Española^ encargado es-
pecialmente de velar por la pureza de aquella. Hablamos
del señor don Andrés Bello, quien no acepta como un mé-
rito la^^'^^a de un idioma porque no acepta la condenación
a la esterilidad que se le impondria por este camino i, al
contrario, reconoce las positivas ventajas que cada lengua
adquiere con su desarrollo gradual, con la apropiación ín-
telijente de las palabras de otras lenguas, al punto que
aquel iminente publicista está dispuesto a reconocer los
galicismos mismos (el pecado que mas exita la ira de los
puristas), qfle, como los de Larra, por ejemplo, han sido
parte a dar mas gracia i soltura a la antigua lengua de Cas-
tilla.
En otro sentido, la'fijeza ponderada del Latin está nota-
blemente alterada por la diferente manera como se pronun-
cian las vocales en los idiomas vivos, de lo que resulta que
apenas podrían entenderse, no diré dos hombres, sino dos
sabios hablando aquella lengua, a menos que recurrieran a
la escritura como dos sordo-mudos. Acaso no de otra suer-
te conversó Lord Byron en el idioma de Virjilio con los
frailes portugueses de Cintra en sus peregrinaciones por
el Mediodia de Europa que nos ha contado él mismo. —
De manera, pues, que la fijeza del Latin, considerada fi-
lolójica e históricamente, no ha podido existir, i es solo de
una utilidad nominal, respecto de su mérito como emblema
universal de lenguaje para el jénero humano, fuera de que
éste lo ha repudiado ya i)or completo en este sentido, adop-
tando de preferencia el Francés, como el mas apropiado
para las relaciones internacionales de los países i aun para
el comercio entre los individuos de todas las razas i de to-
das las lenguas.
MI8C. TOMO III. 8
>*
— 114 —
V.
Examinemos ahora el Latín bajo el segundo aspecto en
que lo presentan sus admiradores, es decir, como idioma
madre.
Madre han tenido todas las cosas del mundo, en el sen-
tido de que nada de lo que existe ha dejado de tener una
causa productora. Pero de tal principio no podemos dedu-
cir que sea indispensable el estudio del Latin, porque de él
se ha derivado el español^ a menos que, siendo ló jicos, afir-
másemos al mimo tiempo que era preciso estudiad, por ejem-
plo, la Alquimia o la Nigromancia para aprender la Quí-
mica moderna.
Por otra parte, el Latin reconoce como fuente matriz al
Etrusco i al Griego, i como éstos proceden en definitiva de
la lengua sanscripta, madre común de todos los idiomas
clásicos i romances, resulta que en rigor de principios, la
maternidad sucesiva de todos los idiomas habría de condu-
cirnos a una segunda edición de la torre de Babel.
Pero aun hai mas que decir sobre este particular con re-
ferencia a las fuentes del Español. Don Lorenzo de Her-
vas en su Catálogo de las lenguas sostiene que la verdade-
ra i jenuina raiz del Español, o lo que es lo mismo, su fon-
gua madre es el Vascicensej i la comprueba con sin número
de datos en el tomo 6.** de su erudita obra. Al mismo tiem-
po el doctor don Bernardo de Alderete, esforzado partida-
rio del Latin, publicaba hace dos siglos (Deloríjen iprínci"
pió de la lengua castellana, 1674) un catálogo estenso de las
voces árabes que hacian parte integrante del idioma Espa-
ñol, legado de los moros, que habia modificado en gran
manei;^ el antiguo i semi- bárbaro Castellano, herencia
— 115 —
a su vez de los godos, los vascos o celtas, i de los roma-
nos.
Por manera, pues, que si hubiera de ser razón para es-
tudiar Latín el de que es lengua madre del Español, con
mas justicia, con mayor lójica i acaso con mayor útílidad,
debieran estudiarse también el Árabe i el Vascuense, ma-
dres putativas también de aquel.
Seria, por consiguiente, en vista de lo que dejamos es-
puesto, ardua cuestión de erudicclon filolójica el resolver
cual de los idiomas muertos deberla adoptarse como len-
gua madre. ¿Qué razón habria, en consecuencia, para no
preferir el GTriego al Latin, puesto que en el concepto de loa
que conocen ambos idiomas aquel es mas antiguo, mas ri-
co, mas armonioso, mas semejante sobre todo al nuestro
por la amplitud de sus vocales i de sus diptongos? Mui
marcada preferencia se da en la Universidad de Inglaterra
i de Estados-Unidos al estudio del G-riego por los concep-
tos que acabo de apuntar; i en realidad, el Latin parece
caer dia por dia en desuso, no solo por el tedio con que
sus apasionados han conseguido le miren los que pasan por
el tormento de estudiarlo, sino por lasp mayores ventajas
que proporciona el estudio del Griego. Este último, al me-
nos, posee la recomendación práctica de hablarse todavia,
si bien mui alterado (como era indispensable sucediese),
en un pais que pertenece a la comunidad civilizada del
universo. La reciente traducción de Homero por lord Der-
by i la espléndida acojida que le han hecho los clásicos de
Inglaterra ha venido a poner de manifiesto, a última hora,
el triunfo decisivo del Griego sobre el Latin, al menos co-
mo la espresion mas acabada de la cultura clásica.
Antes de pasar adelante tenemos, sin embargo, que rec-
tificar un error respecto del uso actual del Latin como len-
guaje social.
— 116 —
Existe un pais, i es país americano, donde se habla to-
davia Tjatin, como en la Grecia moderna se habla la lengua
de Demóstenes, i ese pais es el Paraguay. Ahí no hai, de?-
pues del Dr. Francia, hombre mas grande que don Anto-
nio Nebrija. Los jesuítas, con su sistema de avasallarlo to-
do por la ignorancia, creando una educación ficticia i em-
brutecedora, no encontraron mejor arbitrio para idiotizar
a los indios de las antiguas misiones que enseñarles el La-
tín, i así nada hai mas común en el dia que encontrar el
«Antonio NebrisensisD en las cabanas de los habitantes mas
humildes del Paraguay, muchos de los que leen correcta-
mente Latin, i no solo no saben leer, sino aun ni hablar
el español, es decir, su idioma verdadero. Otra comarca de
América existe también que se ha hecho notable por la
adhesión de sus hijos al Latin, la ciudad de Córdoba del
Tucuman (cuya famosa Universidad colonial, rival de la
antigua nuestra, pe conserva todavía) ; i es fama que no
hai suplicio mayor que la conversación de un cordobés
instruido, á no ser, que se trate de oir el aleogato dé un
abogado de aquel foro porque entonces el suplicio es mucho
mayor. •
La verdad es que tratándose de idiomas, apenas puede
decirse que una lengua es madíe de otra lengua, porque
éstas en definitiva no son sino el compuesto i la agrega-
ción de muchas otras primitivas que han ido aglomerán-
dose, talvez para descomponerse mas tarde, como sucede
con el Griego que se habla hoi en Atenas i el Latin que
se usa en la Asunción.
Lo que parece mas acertado i mas lójico afirmar, es que
el Latin fué el molde en que se vació el primitivo Castella-
no. I una vez fundido éste i alcanzado todo su esplendor mas
tarde ¿qué hai de mas justo que relegar aquel, junto con
su gloría, a su época, i conservarlo, con respeto si se quie-
— 117 —
re, en la enseñanza superior de los clásicos, ni mas ni me-
nos como se guardan en un Museo los moldes en que se
han vaciado las grandes obras de artes fundidas en me-
tales ?
VI.
Entrando ahora en el tercer atributo que hemos señala-
do como uno de sus caracteres mas especiales, no puede
negarse que el mas noble atractivo del I «atin es el ser una
lengua clásica, o lo que es lo mismo, la espresion de una
gran era de cultura i de refinamiento intelectual. ¿Pero
acaso por esto es menos clásico el Español, la mas rica i
harmoniosa de las lenguas romances ? ¿ Valen mas por ven-
tura las Biografías de Comelio Nepote que las Vidas de
los castellanos ilustres de Quintana? ¿Las obras de Jove-
llanos, de Lista, de Mora, de Duran, de Larra mismo,
apesar de los galicismos de la educación franqeBa del últi-
mo, no son capaces por sí solas de formar, no diré el gus-
to de un individuo sino de una escuela, de una época ? ¿ I
no sucide otro tanto en el italiano con Dante i el Tasso,
en el ingles con Shakespeare i Pope, en el alemán con
Goethe i Schiller, en el francés con los grandes autores de
los últimos siglos, desde Montaigne a Voltaire, todos esos
grandes fundadores del gusto clásico moderno, mui supe-
rior por cierto al ya descolorido i anticuado clasisismo de
los autiguos, que solo mui pocos injénios pueden compren-
der en el dia ?
•
Tan cierto es lo que aseveramos que el mismo señor Be-
llo, el mas respetable i convencido defensor del Latín an^
tíguo (el moderno que se enseña en Chile podria propia-
mente llamarse lengua latina?) no lo echaría tanto de menos
o talvez prescindiría de él enteramente, si hubiera de ser
— 118 —
reemplazado por el estudio de los clásicos modernos. <í Al-
guna fuerza, dice él mismo en la polémica que sostuvo
con Infante en 1834 (Araucano núm. 184) i aludien-
do al reemplazo del estudio dfel Latin por el de las lenguas
vivas, alguna fuerza, pudiera hacernos este argumento, si
viéramos que al paso que desaparece de entre nosotros el
Latin, se cultivasen la lenguas estranjeras; que en lugar de
Virjilio o Quinto Curcio andaba en las manos de los jóve-
nes, Milton, Robertson, Racine o Sismondi. Pero no es así :
desaparece el Latiu i no vemos qué lo reemplace.!)
«La mayor parte de nuestros estudiantes (añade el se-
ñor Amunátegui en su memoria citada en el segundo epí-
grafe de este escrito, haciendo mas práctica la cuestión i
mas tanjible la diferencia entre la literatura latina i la es-
pañola) la mayor parte de nuestros estudiantes conoce ape-
nas el Quijote, mui pocos son los que han leido a Ercilla,
el poeta historiador de la conquista de Chile; casi todos
ellos solo saben que ha existido Garcilazo, León, Herrera,
Granada, Hurtado de Mendoza, Calderón, Lope de Vega,
Quevedo, Jovellanos, Lista. Todos estos autores que de-
bieran ser para ellos como amigos íntimos, como huéspe-
des habituales de la casa, le son tan familiares como los
poetas de la India o de la Persia.»
I luego concluye con la siguiente amarga interrogación
que envuelve una verdad mas amarga todavía; — «¿Qué
estraño es entonces que hablemos jerigonza en vez de cas-
tellano ?D
No milita, pues, ninguna razón especial que haga prefe-
rible el Latin sobre el estudio de los clásicos modernos.
Al contrario, inmensa ventaja alcanzan los últimos (como
se ha reconocido en Francia, mandándose estudiar especial-
mente sus grandes autores en las Universidades), no solo
porque están los últimos mas al alcance de nuestra época,
— 119 —
de la índole peculiar de nuestras razas i de nuestras nacio-
nalidades, sino porque son a la vez idiomas clásicos e idio-
mas vivos, es decir, lenguas de aplicación, de utilidad, emi-
nentemente prácticas i por Consecuencia mil veces mas
eficaces para despertar i embellecer la intelijencia.
Por otra parte, no solo los mas famosos escritores sino
todos los clásicos griegos i latinos han sido traducidos a
idiomas vivos, existiendo colecciones uniformes de sus es-
critos que los ponen al alcance de todos, como sucede con
la célebre colección de Nizard i otros que tienen a la vez
el testo antiguo i la traducción moderna a la vista, con no-
tas i correcciones que mejoran muchas veces a aquellos.
VII.
Aquí encuentra apropiada cabida un argumento que se
ha levantado también con mano poderosa en favor del La-
tín. Se ha dicho de esta lengua (haciendo en nuestro con-
cepto un mérito de su principal defecto que es su dificul-
tad) que por lo mismo que es un idioma sin uso, complicado
i en gran manera abstracto, es el mejor medio de preparar
las intelijencias tiernas al arduo ejercicio del saber, i hale
llamado por esto el ilustrado señor Larrain Grandarillas
en el discurso de su incorporación a la facultad de huma-
nidades en 1863 lajimnacia déla intelijencia.
Mas, nosotros estamos mui lejos de aceptar esta estrafia
manera de preparar el espíritu para las carreras del saber
humano. Parécenos que la razón aconseja un procedimien-
to del todo contrario, pues el entendimiento del hombre,
como su cuerpo, necesita un cultivo gradual que le permi-
ta su libre desarrollo. Es precisamente ese error la causa
del odio profundo que despierta el estudio del Latin en la
\ — 120 —
juventud educanda i la razón también de su completa este-
rilidad para el adelanto de las letras en Chile. Al contrario,
podría asegurarse con la esperiencia de cada dia i un cúmu-
lo inmenso de pruebas, que el Latin es el mas serio obstá-
culo a todo progreso intelectual en la República, como lo
demostraremos mas adelante, i es por esto c:por odio a este
enemigo formidable, dice el señor Cifuentes en una Memo-
ria que publicó en el periódico i?oc^ de Febrero en 18631' ,
que acaba de reproducir el Independiente^ es por esto, por
lo que muchos estudiantes aunque hayan nacido úún felices
disposiciones para la abogacía u otras profesiones, se enro-
lan ahora entre los cursantes de mate máticas^ huyendo del
Latin, a la manera de aquel cacique de Cuba que no quiso
ir al cielo por no estar allí al lado de los espafioles.D
Hé ahí la sincera i justificada opinión de un joven ilus-
trado i que no podrá ser sospechoso de parcialidad contra
el estudio de aquella lengua, pues ha ocupado la mayor
parte de su vida en enseñarla.
Mas en esta parte nosotros vamos aun mas lejos toda-
via (aun concediendo que sea bueno el sistema que im-
pugnamos), i sostenemos que los clásicos modernos i en
particular el Alemán que ofrece tantas semejanzas con
el Latin, especialmente en sus construcciones i en la decli-
nación de sus nombres, son mucho mas poderosos resortes
para ejercitarlas intelijencias jóvenes que el Latin mismo.
I la razón es evidente, porque se trata de lenguas activas i
poderosas, queestáni ae puede decir, como antorchas vivas
delante de nuestros ojos, reflejando en sí ipismas todo el
movimiento que nos rodea. El espíritu obra entonces por
comparación, que está probadp es el medio inductivo mas
eficaz i poderoso para herir las facultades mentales de la
niñez, i no por las reminiscencias puramente abstraiútas,
vagas, casi inintelijibles que ofrece el estudio del Latin, fan-
— 121 —
tasma solitario del pasado que está espantando con su mor*
t^ a en las puertas del saber todo progreso i todo movi-
miento rejenerador.
Pero aun hai mas que decir sobre este antagonismo de
los idiomas muertos i los modernos respecto de su manera
de obrar en el espíritu, i no vacilamos en apoyar, con el
* ejemplo de Benjamín Franklin a la \ista, que los estudios
de lenguas modernas facilitan el aprendizaje posterior del
Latin, mucho mas de lo que éste prepara el conocimiento
de aqudlM. La razón de este procedimiento aparecerá evi-
dente desde que se comprenda que a la edad que se enseña
el Latín, nadie es capaz do comprenderlo en su verdadera
índole, pues se entra en él como en el vacío, sin ningún jé-
nero de guia, sin ningún elemento ausiliar de comparación,
mientras que, educada yá la mente con el aprendizaje de
los idiomas vivos, se puede adquirir con mas facilidad i
comprender mas rápidamente él carácter especial de las len-
guas antiguas. Por esto cuenta Franklin, que después de
im aüo de estudio preliminar, abandonó con tedio el apren-
dizaje del Latin; mas cuando hubo adquirido el uso del
Francés, del Italiano i del Español, no solo se hizo capaz
de aquella lengua sino que por la primera vez gozó de sus
encantos.
VIIL
Nos falta todavía otros argumentes que recorrer de los
pocos que vamos ya encontrando de pié en apoyo del Latin.
Dícesc i con razón, (pie los mas luminosos jénios que han
desarrollado en las letras humanas desde Dante a Bacine
han sido ünitadores de los poetas latinos o han bebido sus
mejores inspiraciones eu las fuentes clásicas de Ih antigüe-
dad. Ni por um momento negamos tan indisputable verdad^
MI8C. TOMO III.
— 122 —
¿pero será por esto justo, será sensato, será siquiera racio-
nal que por la esperanza de obtener en nuestros paí-
ses noveles una o dos eminencias en la literatura nacional,
un poeta tan grande como Milton, por ejemplo, o un his-
toriador tan profundo como Gibbon, hayamos de saciifi-
(jar a millares con un estudio forzoso i jeneral las inteli-
jencias mediocres destinadas a servir las carreras mas vul-
gares de la sociedad? Este es, empero, el argumento mas
poderoso que se ha alzado en favor del Latin, i sin embar-
go, véase a que absurdo, o mas bien, a qué abismo nos con-
duce. En 1834 el señor Infante, haciendo la estadística de
los alumnos que en el Instituto Nacional se dedicaban al
estudio de los idiomas, nos refiere que existían ciento ochen-
ta cursando Latin, seis el francés, tres el Ingles, i ninguno
el Español. Por manera que en aquellos tiempos sallan los
jóvenes de los colej ios recitando de memoria una oda de
Horacio, i a la vez conjugando el español con las termi-
aciones en iz i en ey^ que son las mas usuales de nuestra
tierra.
Mas alarmante es todavia la estadística presentada por el
señor Amunátegui en su prolija memoria citada. En 1857
habia en la República 1293 estudiantes de Latin, i de éstos,
dice el mismo autor, (ísolo dos o tres individuos aprove-
chados produce cada año el plan de estudios actual.»
¿Necesita este último dato algún j enero de comenta-
rios?
Una consideración final, o mas bien, un recuerdo se nos
permitirá, sin embargo, a este respecto, porque también es
apunte de estadística intelectual. ¿Cuáles de nuestros mas
lucidos ipopidares escritores supo jamas Latin desde García
Reyes a Lastarria, desde Val lejos a Alberto Blest Gana? I
los que lo saben, para qué lo aprovechan en las letras? Hubo
entre nosotros mi injenio brillante i malogrado que perdi-
— 123 —
mos cuando era todavía una esperanza. Llamábase Juan Be-
llo. Era hijo del primer clásico americano i su discípulo,
hermano al mismo tiempo del autor de la mejor Gramática
Latina (^nocida enti-e nosotros, i, por iiltimo, profesor de
latinidad él mismo, pues fué él quien puso a nuestra j enera-
»
cion el Epítome i el Virjilioen las manos. Ahora bien, ¿cuál
escritor chileno ha pecado mas contra los clásicos que este
mismo hijo de los poetas antiguos que no sacó mas fruto de
su estudio i de su enseñanza que hacerse un atrevido i bri-
llante innovador?
I en Europa, en esas naciones que los adoradores del La-
tín se complacen en citar como profundamente civilizadas
porque tienen no el culto sino la idolatría de su idioma favo-
rito, ¿ quiénes, empero, han sido los grandes rejeneradores
del lenguaje? Sabia Latin íiquel pobre carnicero del Avon,
Guillermo Shakespeare, a quien ^ culto Voltaire llamó bár-
baro^ acaso por esa misma ignorancia, fuente riquísima de su
jenio poderoso i orijinal? I quién sino ese bárbaro ha tras-
formado i dado mayor esplendor al antiguo i rudo dialecto
de los sajones i con vertí dolo en una de las lenguas mas dul-
ces, mas cultas i mas clásicas del linaje humano? Sabia La-
tin Juan Jacobo Rousseau, el padre de todos los grandes es-
critores modernos de Francia desde Chateaubriand a Lamar-
tine ? Sabia por último latin el soldado de Lepanto, aquel a
quien sus compatriotas han levantado una estatua como al
primer escritor de la lengua castellana ?
No ix)dria mas bien decirse, en vista de la historia litera-
ria de todos los paises, que cuanto ha producido el Latin son
irnos pocos buenos imitadores, pálidos reflejos de una litera-
tura muerta, que ya no se aviene a nuefítros gustos i a nues-
tras aspu'aciones ? I no podria decirse, ademas, que para pro-
ducir esos estudios mi traductor como DeUlle, im crítico co-
mo Laharpe, o un moralista como La Bruyere, o im poeta
— 124 —
tan fino i delicado como Lafontaine, el Latin había hecho
brotar a millares de las aulas los majaderos i los pedantes,
autores de cien cargas de camellos de libros Latinos ? I no
podría decirse también que los verdaderos jenios del lengua-
je son los que han podido arrancarse a aquella tutela, o mas
bien, a aquella tiranía, como los escritores que hemos cita-
do? Una prueba de ello i aun de cierto burlón desden, cree-
mos nos ofrece el último de aquellos, cuando en el prólogo
de su obra, monumento inmortal del idioma castellano, con
su inimitable gracia, haciendo mofa de los pedantes latinos
que plagaban entonces el mundo, de las letras, nos dice: «En
lo de citar en las márjenes de los libros autores de donde
sacáredes las sentencias i dichos que pusiéredes en vuestra
historia, no hai mas sino hacer de manera quQ yengan a pe-
lo algimas sentencias o latines que vos sepáis de memoria,
o a lo menos que os cuesten poco trabajo el buscallas como
será poner tratando de libertad i cautiverio. — nonbenepro
tolo libertas benditur aiiro. — I luego en el márjen citar a
Horacio o quien lo dijo.»
«Si la lengua Latina fuese la fuente de los conocimien-
tos, esclamaba a este mismo propósito don José Miguel In-
fante en 1834 (probando la esterilidad de su estudio para el
injenio) ¿quiénes lo habrían poseido mejor que nuestros
abuelos cuyos estudios eran todos en ese idioma ? Sin embar-
go, en su saber estaba ceñido, si puede decirse así, ala igno-
rancia de todo.»
Sí; decimos a nuestro tuno, los latinistas ya murieron
para nosotros. El Latin es una momia que en vano se pre-
tende ataviar con los ropajes fascinadores de una eterna ju-
ventud. Su imperio pasó. Nuestra época tan profundamen-
te diversa de la de los Césares, necesita otro alimento, otros
estímulos, diversa vida, mas dilatados horizontes, una ac-
doii mas fecundai poderosa, i por esto es que solo la liber-
— 126 —
tadenjendra grandes concepciones i produce seres privilejia-
dos, mientras que la rutina apenas da a luz enanos raquíti-
cos, condenados a perecer a influjos de la rutina misma. Un
profesor de Latin en el dia es un semejante que inspira un
sentimiento de aprecio mui parecido al de la compasión. Su
saber se mira en cierta manera como esas industrias lúgu-
bres que se han adoptado últimamente entre nosotros i que
el vulgo designa con el Aombre de «cajoneros de muertos....»
Enseñan una cosa triste, yetusta, muerta ya i sepultada en
la fosa de los siglos !
I sin embargo, hace pocos años a que ese mismo ser (el
catedrático de Latinidad) era la lumbrera mas alta i la es-
presion mas acabada de la civilización en nuestro pueblo!
IX.
Hasta aquí hágaos considerado el Latin con relación a sí
mismo i respecto de las vehtajas que se le atribuyen por sus
partidarios para la educación jeneral.
Vamos a ocupamos ahora de los resultados prácticos de
su enseñanza.
Punto es éste que felizmente ha sido debatido con gran
acopio de datos i razonamientos por varios ilustrados profe-
sores i escritores públicos de Chile, como los señores Amu-
nátegiü i Cifuentes que hemos citado i el gran patriota don
José Miguel Infante, cuyo amor puro i jeneroso por la ju-
ventud fué el mas noble timbre de los últimos años de su
vida. A él cupo la honra de asestar el primer golpe como
mandatario en 1813 i como escritor en 1834, contra la ab-
surda i)ero respetabilísima preocupación que habia hecho
del Latin el monopolio de toda la educación pública, i aun-
que su voz sensata fué ahogada en la última época, quedó
por lo menos abierto el palenque de la discusión, i tanto se
— 126 —
ha progresado en los treinta aflos corridos desde entonces,
tan activa ha sido la propaganda moral contra el sistema
antiguo i tan profunda la convicción creada por la esperien-
cia a este respecto, que hoi al primer anuncio de ima nueva
cruzada contra la rutina de la enseñanza, la prensa toda del
pais ha levantado una voz unánime contra el estudio forzo-
so del Latm.
En esta parte nos bastarla por tanto, remitirnos a los
trabajos que dejamos señalados, especialmente ala lumino-
sa memoria del señor Amunátegui que se rejistra en los
Anales de la Universidad del mes de julio de 1857; pero
queremos consignar aquí algunas breves consideraciones que
pueden contribuir a dar mas solidez a la brillante doctrina
de libertad en la enseñanza que a propósito de la abolición
del Latin sostienen hoi dia con rara unanimidad los diarios
de Valparaíso i de la capital.
X.
Desde luego, el principal defecto práctico que encontra-
mos al Latin, es el monopolio que su estudio crea en favor
de sí mismo. El Latin es la carcoma sorda, que introduci-
da por la sutileza escolástica en la mente de los alumnos»
devora en ella todos los jérmenes de los demás estudios
liberales. Siendo un ramo en estremo difícil, abstracto, ab-
Borvedor, i que, a mas, se encuentran repartido en un perío-
do de seis años, equivalente a la mitad exacta del tiempo
asignado a las carreras profesionales, se liace ])or sí solo un
estudio privilejiado i es la preocui)acion jefe de los espíritus
que se educan. De aquí viene que todos los demás ramos mas
sencillos i provechosos del curso de Humanidades padecen
un menoscabo considerable, i los jóvenes educandos se ven
obligados a descuidar el aprendizaje de la Historia, de la
— 127 —
Jeografía, de los idiomas vivosi de la Literatura i de otras
clases inñnitamente mas amenas, mas útiles i mas apropia-
das a su edad e intelijencia, por declinar los indij estos cua-
dros de los nombres o aprender de memoria las intermina-
bles listas de los verbos irregulares de la Gramática latina,
fuera de los destructores esfuerzos que exije el estudio de la
sintaxis, a la que se pretenden ahora agregar nuevos textos,
capaces por sí solos de descalabrar la intelijencia mas robus-
ta i de absorver los años mas lozanos del espíritu.
XI.
De aquí viene otro mal mayor, i es que, como sucede en
todo monopolio, se ha creado para el Latin una especie de
prestijio aristocrático que daña directamente el estudio de las
ciencias aplicadas i de la instrucción liberal entre nosotros.
Se ha hecho esa lengua la puerta inevitable de todas las car-
reras, especialmente de la abogacía, i de aquí resulta que
todos los padres de familia, influidos por sus propias preo-
cupaciones, obligan a sus hijos a estudiar Latin para ad-
quirir el codiciado diploma de abogado, enseñándoles a
desdeñar desde su infancia toda otra profesión liberal. El re-
bultado definitivo de este sistema está a la vista de todos, i
es tal el exeso del mal que su misma intensidad comienza a
correjirlo, pues en el dia ha llegado a ser tan excesivo el
numero de los abogados, que la profesión declina de una
manera asombrosa, haciéndose ya un oficio de segundo or-
den, que no da ni pan para la casa, ni valimiento social, ni
honra siquiera a los dueños de ese título, que hace medio
siglo era la meta de las mas altas ambiciones entre nuestros
abuelos.
Tan verdadero i arraigado es ciertamente el funesto pre-
dominio que ha alcanzado el Latin en nuestro sistema de en-
9tñKDZñ profesional "que, dice un joven profesor de este ra-
mo (el señor Cifiíentes), la voz comun de los alumnos, con el
maravilloso instinto que les acompaña en sus denominacio-
nes, i como si el Latin fuera el único ramo que se estudiase^
ha clasificado a los estudiantes en solo dos categorías: latinos
i matemáticos.^^
Ahora, con relación a los privilejios aristocráticos que ese
estudio crea en nuestra República, oigamos la palabra fran-
ca de uno de sus mas convencidos i ardientes admiradores,
el señor prebendado Larrain, en su discurso universitario ya
citado. "No las haria (dice délas clases del curso de Hiuna-
nidades, o lo que es lo mismo, del Latin, a que se refiere es-
pecialmente su Memoria) , no las haria mui accesibles a las
clases bajas de la sociedad. ¿ Qué gana el país con que los hijos
de los campesinos i de los artesauos abandonen la condición en
que los lux colocado la Providencia, para convertirlos las mas
veces en ociosos pedantes que se avergüenzan de sus padres,
que aborrecen su honesto trabajo, i que colocados en ima po-
sición falsa, terminan por aborrecer la sociedad?" He aquí
el lenguaje sincero del que podemos llamar el primer cam-
peón de la latinidad entre nosotros; i sin embargo ¿cuál ar-
gumento mas temible podria formarse en una comunidad
democrática contra su existencia que la propia confesión
que él mismo nos ha hecho al cerrar su erudita disertación
sobre las ventajas puramente escolásticas del Latin?
XII.
Otra cuestión surje aquí de lleno. La de la utilidad espe-
cial que el estudio del Latin ofrece a cada una de las carre-
ras profesionales de nuestro sistema de enseñanza, o para ha-
blar con mas propiedad, a las cinco Facultades en que está
dividida nuestra Universidad, i en cuatro de las que se exije
— t29 —
forzoeamente su estudio, sin que por esto dejase estar f ani'-
bien admitido como válida (al menos hasta la promulga-
ción del reglamento de estudios del Instituto Nacional de
5 de octubre de 1863) en la Facultad de Matemáti-
cas
En este terreno es precisamente donde se ha dilucidado con
mayor abundancia de razonamientos la cuestión del pro i del
contra del Latin, aseverando los aboUcionistas que se puede
ser buen abogado i buen médico sin necesidad de saber Latin
i relegando su estudio esclusivamente a los teólogos i a los
humanistas.
Pueden, pues, consultarse estos debates especialmente en
las memorias opuestas de los señores Amimátegui i Larrain
Grandarillas que hemos ya citado. Mas, para noi^otros, des-
de que la abogacia i la medicina son una ciencia como cual-
quiera otra, desde que los grandes descubrimientos deja
última en tiempos todavia recientes la han rejenerado del to-
do, confinando a Hipócrates i a Esculapio a* las tradiciones
mitolójicas de la cuna del arte, i desde que la jurispruden-
cia, por su parte, rompiendo las ligaduras de la imitación
romana, se ha establecido para cada pueblo sobre bases
propias, i traducídose ademas a los idipm^is vivos todos los
tratadistas que escribieron en Latin desde Papiniano a Gre-
gorio López, la cuestión de •si es o no útil el estudio del
Latin en esas protesiones, ha quedado simplemente reduci-
da a un negocio de buen sentido, o si se quiere, de buen
gusto. Hacer una cita latina en un escrito o en un ale-
gato en el dia es simplemente ridículo desde que ningún
juez, ni abogado, ni ministril la entiende; i en cuanto al
provecho que hoi dia podría sacarse de los voluminosos tra-
tados escritos por los comentadores de las Partidas i del
Fuero Juzgo ^^nos atrevemos a decir (i estas son palabras
de un abogado que se formó precisamente en el estudio de
MIBC. TOMO III. 10
— 190 —
aquellos) (1) que si las obras de los espositores latinos se
condenasen a las llamas, ningún mal recibiría la sociedad.
El tiempo que el majistrado ocupa en rejistrarlos lo roba al
estudio de las mismas leyes, i es mui sabia la disposición le-
gal que prohibe citarlos €71 los escntosV"
Ahora, respecto de la práctica de la medicina, nosotros
no vemos otra ventaja en el uso del Latin que crear, bajo el
amparo de una preocupación, un privilejio basado, no en la
ciencia misma, sino en una nimia superchería, que no pocas
veces produce funestos resultados. El Latin propiamente
sirve a los médicos solo para recetar, i a los boticarios para
no entender las recetas, pues en cuanto a la clasificación de
las enfermedades i de las drogas por unmétodojeneral, cu-
ya base es aquel idioma, es tan sencilla que bastaria un
aprendizaje de seis meses para enseñarla a farmacéuticos i
doctores. I cuál es la ventaja de escribir la composición de
los remedios en un idioma que lajeneralidad no comprende?
Nunca se ha podido contestar esta observación tan justa i
racional, sino con un absiu*do mayor que el mismo absurdo
en cuyo apoyo se alega, pues se dice que no conviene que
los enfermos sepan lo que tragan, pues si lo saben, o no to-
man las medicinas o les causan daño, a virtud de esa razón
o ese absurdo moral que se llama entre nosotros la apren-
sion Sin embargo, confesamos que este argumento es
acaso el mas lójico para defender el Latin, puesto que se le
trata aquí como una droga amarga que es preciso disfrazar
con algo, para que pueda usarse sin aprensión
DesixSjese nuestro protomedicato de sus añejas aficiones,
nacidas de la época en que la medicina era mas un secreto
oculto o ima farsa que ima ciencia, i eleve ésta a su verdade-
ra altura. En Francia una lei justa i racional ordena que to-
(1) Don José Miguel Infante.
— 181 —
do formulario de botica se escriba en el idioma del pais, po-
niendo las cantidades^ no en números romanos, sujetos a fá-
ciles i fatales equivocaciones, i ajustados los pesos al sistema
decimal. ¿Por qué no se baria otro tanto entre nosotros por
un simple decreto de policía médica? Médicos sensatos han
introducido ya de suyo esta refonna, i si se biciera radical,
como puede bacerse hoi mismo, ¿ a qué vendría a quedar re-
ducida la ventaja del Latin en la enseñanza i en la práctica
de la medicina?
En lo que estamos perfectamente de acuerdo don los sos-
tenedores del estudio del Latin es en la necesidad de con-
servarlo en la carrera eclesiástica. Aunque el Latin no fuera
el idioma de Jesucristo i sus profetas, ba sido la lengua sa-
grada de la iglesia desde los primeros siglos del cristianismo,
i nosotros pensamos, como Cbateaubriand, que es fuerza que
los bombres tengan un idioma esclusivo para bablar a la
Divinidad, por lo mismo que reclamamos la mas absoluta li-
bertad en el cambio recíproco de las ideas i de las necesida-
des puramente bumanas. Adoptado el Latin por la iglesia
universal, aun entré los protestantes i cismáticos, queda to-
davía existente este vínculo de imion entre los principales
cultos cristianos, i justo es que se mantenga i se cultive.
Concéntrese pues este estudia en el recinto de los seminarios
i de los claustros, i déjese a los ciudadanos que han nacido
para la industria, para las profesiones libres, para el trabajo
creador bajo sus mil múltiples formas, que se entiendan en
el lenguaje que mejor les^acomode i que esté mas al alcance
de sus costumbres, de sus necesidades i de sus aspiraciones.
En cuanto al estudio de las liumanidades de que el La-
tin hasta aquí ha sido la base, o mas bien, las humanidades
mismas, abrigamos idéntica opinión a lo que manifiestan los
majs entusiastas admiradores de aquella lengua i aun cree-
mos ir mas lejos que ellos. Nosotros no queremos, porejem-
— 188 —
pío, el bachillerato en humanidades forzoso ijeneral a todas
las carreras, porque esto es hasta degradar vulgarizándolo
entre las mediocridades im estudio que se ha llamado subli-
me. Pero sí somos partidarios sinceros del doctorado en hu-
manidades, doctorado forzoso, si se quiere, porque hasta es-
ta concesión hacemos en favor del lustre de una lengua que
tanto prestijio ha alcanzado en el imiverso civilizado. El
que quiera ser im literato insigne, un escritor profimdo, un
humanista consumado, en una palabra, hágase en hora bue-
na doctor, como lo somos todos los de esta honorable Fa-
cidtad, pero que sea en virtud de su libre elección por esta
carrera, a fin de que no suceda lo que está aconteciendo
ahora mismo en este recinto (i no tengo embarazo en confe-
sarlo en alta voz, pues ya lo he dicho otras veces en su pro-
pio seno) en el que de los treinta doctores en humanidades,
es decir, en Latin, que tenemos derecho de sentarnos aquí,
solo cinco o seis podrian verter al español las sentencias mas
sencillas de aquel idioma o, lo que es lo mismo, cinco o seis
tienen título para ser doctores, estando los demás en la es-
tricta obligación de devolver sus diplomas o probar que to-
davía saben latin...
XIII.
Tiempo es de tratar en este lugar ima cuestión con la
cual los sostenedores del Latin pretenden resolver de una
manera irrevocable i terminante la necesidad de la conser-
vación absohita del Latin, como la base i la cúspide del per-
feccionamiento de la enseñanza. Tal es: el ejemplo de lo
QUE SUCEDE EN EuROPA. I nosotros uo lo ucgamos. En
Francia como en España, en Inglaterra como en Alemania,
el punto de partida para la instrucción superior es el estu-
dio del Latin o del Griego. Pero, por ventura ¿ encuéntrase
— 183 —
nuestra República en las condiciones de aquellas sociedades
para imitarlas servilmente ? ¿ Cuál es el campo ofrecido en-
tre nosotros al sabio, al escritor, al literato, al humanista ?
¿ Hai en Chile como en los pueblos cultos de Europa, que
acabamos de citar, elementos para abrir una carrera brillan-
te a centenares, a millares, mas bien de inteUjencias por el
camino especial de las humanidades? La respuesta de esta
interrogación está escrita en todo lo que vemos a nuestro
derredor i en los bancos mismos de esta Honorable Facul-
tad. Uno de nuestros colegas, que ha empleado toda su ju-
ventud en la enseñanza del Latin, nos ha asegurado que el
número de humanistas aprovechados que sale de cada cui'so
de Latin en que se cuentan los alumnos por millares no pa-
san de dos o tres. ¿ 1 es este el punto de comparación que
podemos presentar nosotros a las Universidades de Oxford
i Pavia, de Koenisberg i de Paris? De manera, pues, qu^
por el mismo sistema por cuyo medio se pretende sostener
la utilidad del Latin entre nosotros, es decir, por la imita-
ción o la copia servil de lo que pasa en el Viejo Mundo, se
demuestra que de ningún modo estamos preparados para
aplicamos a nosotros mismos lo que sucede en las viejas
Universidades monárquicas de Europa, devoradas por la ru-
tina i hundidas por el peso de sus propios privilejios secu-
lares.
Pero a este respecto aun hai mas que decir. En las Uni-
versidades de Inglaterra i de Estados Unidos, donde real-
mente se ama i se cultiva con esmero el Latin, existe el
Doctorado en Humanidades^ i nada es mas comim que el que
los espíritus escojidos de aquellos países, sea en la política,
en la literatura o en la prensa misma, hayan alcanzado
aquel títido (inaster of arts) en las Universidades de Oxford
o de Cambridge.
Pero cuánta i cuan inmensa diferencia existe entre obli-
— 184 —
gar a la masa jeneral de la comunidad educanda, compuesta
en su mayor parte de intelijencias medianas o negativas,
al estudio del Latin, para pasar del aula a las chácaras o a
los almacenes! I cuan distintos frutos produciria la creación
de una alta clase de enseñanza superior i libre en que sea
dado a los injenios superiores nutrirse en los tesoros de la
antigüedad, a fin de irridiarlos después, bajo una forma mas
luminosa i popular, entre esas mismas masas a quienes se
aplasta hoi bajo el peso enorme de la latinidad forzosa.
Nadie podrá negar a este propósito, que en ningún pais la
ilustración clásica o superior ha marchado de una manera
mas uniforme con la elemental que en los Estados-Unidos,
el pais del imiverso donde el saber se halla mas difundido
en todas las clases sociales, desde el simple jornalero que ha
aprendido a leer hasta los grandes escritores clásicos, como
Everett , Irving, Prescott, Ticknor, i tantos otros. ¿I por
qué sucede esto ? Porque la educación es libre. Por que si
bien hai centenares de Univerí^idades pri\Tlej iadas que otor-
gan diplomas de especiaUdad en las carreras, se puede seguir
también éstas libremente^ sin necesidad de otro diploma que
el del aprecio público, el mejor nivelador de las ai)titudes i
de las reputaciones.
En la Kepública del Norte el (jiic quiera ser abogado con
diploma de la Universidad, dueño es de ir a Cambridge o al
Colejio de New-Haven a estudiar el griego i el Latin, i pre-
sentarse después en el foro con todo orgullo de su título pri-
vilejiado. Pero libre es también de ser abogado el que quiera
serlo, sin mas que concurrir al estudio de un doctor en ejer-
cicio durante tres años i rendir después ante el foro o cole-
jio de abogados (^/í^Zía;') su correspondiente examen de
práctica. I no por esto sucede (jue el abogado universitiu"io
sea ni mas sabio, ni mas esperto en el desempeño de su pro-
fesión que el simple abogado práctico, pues éste, sin saber
— 185 —
Latín ni Griego, conoce acaso su profesión mas profunda-
mente que aquel, puesto que la ha estudiado en el gran terre-
no de la enseñanza moderma — la práctica^ — la especialidad.
El actual presidente de Estados- Unidos, que de simple leña-
dor se hizo abogado, es talvez tan eminente en la práctica de
su profesión como el famoso juez Story que bebió sus profun-
dos conocimientos en la jurisprudencia antigua.
Una objeción, empero, se hace por los sostenedores del
Latín a todo trance a este sistema de libertad, pues asegu-
ran que en Chile una vez que el Latín dejase de ser obliga-
torio, nadie, nadie lo estudiaria. ¡ Sea en buena hora decimos
a nuestro tumo! ¿Qué argumento existe entonces mas po-
deroso paraabolirlo que el mismo que se apunta para conser-
varlo? ¿ Si el Latin se ha hecho tan aborrecible que nadie ^
nadie quiere aprenderlo libremente, no es evidente que solo
puede dejársele en pié como im tormento o una persecución ?
XIV.
Nos queda aun por dilucidar un pimto mas importante
que los anteriores, porque es algo que estamos viendo cada
día con nuestros propios ojos, i no hai nada que pueda des-
truir las convicciones que se adquieren por una observación
evidente, constante i antigua. Aludimos a los frutos que
se obtienen del Latin. Hablemos pues en lengupje prác-
tico i alcance de todos sobre esta materia, cuya condena-
ción no hai alma viviente en Chüe que no haya resuelto en
su conciencia.
Tomemos una imidad cualquiera, por vía de ejemplo, para
fijar el número de alumnos que en los Colejios de la Repúbli-
ca estudian el Latin. En 1857 eran 1,293 i hoi es muí po-
sible que pasen de 1,500. Pero fijemos solo 1,000.
Es una cosa averiguada i que nadie pondrá en duda ^ue
— 186 —
solo una quinta parte de ese número, es decir, doscientos
alumnos llegarían a ser abogados, i aun ese número es exce-
sivo. Ahora bien, ¿qué sucede al resto de los educandos,
es decir, a ochocientos entre mil jóvenes que se dedican a
la carrera de abogacía? Vamos a decirlo.
Por lo común, la edad en que los alumnos entran a estu-
diar Himianidades es la de diez, oncel doce aflos, i como el
curso dura seis años, resulta que en ese tiempo van abando-
nando gradualmente el estudio por mü causan sociales, do-
mésticas o de otro j enero (pero en la que la mas prevale-
ciente es siempre el odio profundo i contaminador del Latin),
por manera que esos ochocientos jóvenes vuelven a sus casas
entre la edad de catorce o diez i ocho años, liabiendo hecho
los irnos, dos, otros tres, los mas cuatro o seis años de estu-
dio. ¿I cuál es el fruto que han obtenido de su j>enoso
aprendizaje? ¿Cuál es la compensación que ofrecen a sus pa-
dres por los sacrificios que su educación les impone? —
Ahí está para responder el plan de estudios del Instituto
Nacional, modelo del de todos los Colejios de la Repii-
blica.
Resulta, pues, que los unos saben recitar malamente i de
memoria los cuadros de las declinaciones; otros han U^ado
al famoso quid vel quid de los pronombres ; otros han tra-
ducido los primeros capítulos de César i la mayor parte .
llevan consigo, como por vía de apéndice, un fíbrago d6
fechas i de nombres que con una induljencia clásica se Uanm«*
entre nosotros cwso de Historia.
Esta es la verdad evidente, irresistible, palpable por todos,
de lo que pasa en la enseñanza de nuestras Ilimianidades, i
para esto no hai mas que echar una ojeada al plandc estu*
dios de nuestros Colejios públicos, como acabamos de insi-
nuarlo.
Vamos pues a reproducirlo aquí par^ que se. afiomibKVa
é ^
"»1
— 1S7 —
los que no están asombrados todavía, en vista de su perso*
nal esperíencia. Helo aquí:
latín.
Primer año. — ^Latin, hasta acabar laa conjugctcionea regu-
lares i ejercicios de temas.
Segundo año. — Latin, toda la anakjía i ejercicios de temas.
Tercer año. — Latin, analojia i sintaxis^ hasta el réjimen
de los casos, traducción de César.
Cuarto año. — Latin, analojia i sintaxis completa i traduc-
cion de Salustio i Cicerón.
Quinto año. — Latin, repaso jeneral i traducción de Virji-
lio i Tito Livio.
Sesto año. — Latin, repaso jeneral i Métrica, i traducción
de Horacio, Ovidio i Cicerón.
He aquí escrita en seis líneas la historia del martirolojio
de la intelijenciaen Chile. Cualquiera observará que solo en
el tercer año viene el infeliz alumno a comprender algo de
ese confuso hacinamiento de declinaciones, pronombres, con-
jugaéiones regulares e irregulares, etc., etc., que ha estado
estudiando, pues por la primera vez entonces se le pone en
las Inános los Comentarios de César ^ es decir, un libro que
/ típie sentido; pero lo que es mas digno de admiración es
cpie una parte del quinto i sesto año se dediquen al repaso
jenenal^ lo que no puede entenderse, en nuestro leal concep-
to, sino como una prueba evidente de que lo que se ha es-
tudiado en los cuatro años anteriores se ha olvidado ya por
los alumnos : i tan seguro es esto que rendido im examen
de Latín al dia siguiente está ya sepultado en el rincón mas
ptxfondo del olvido. — "Cesa, dice el señor Cifuentes, la cos-
"tttau^bre de traer cuotidianamente en la mano los clásicos la-
Stam^ I el alumno hace gala de olvidar lo poco que sabia i
. •
— 138 —
se huelga de poder arrinconar para siempre el indijesto i
aborrecido compañero de sus primeros pasos en el camino
del saber."
Siquiera en los tiempos de nuestros abuelos, cuando el
Latin servia para todo, se empleaba solo cuatro años en el
curso del aula latina. I hoi, cuando hemos andado ya me-
dio siglo en el camino de la civilización i cuando el Latin
fué abolido como el lenguaje usual de los colejios en los pri-
meros tiempos de nuestra rojeneracion (1813), se ha aña-
dido dos años mas a su inútil i tuncsto aprendizaje, "por-
que, como dice el señor Amunátegui, todo se sacrifica al
ramo favorito. El estudio de la lengua latina es el privile-
jiado, el que ocupa mas tiem^x) que la Gramática castella-
na, que las lenguas vivas, que la Historia, que la Literatu-
ra, que la Filosofía."
I tan verdaderas son las anteriores palabras, cada una de
las que vale una sentencia, que el estudio de las lenguas
vivas solo viene a introducirse por el plan citado en el ter-
cer ario de latinidad. Por esto, sin duda, sucede que cuando
se le pregunta a algún estudiante por el grado de progreso
que ha alcanzado en su caiTera, no se le interroga sobre
ningún ramo especial, sino que se le dirije esta única i sig-
nificativa pregunta: ¿£71 qué año de Latin os encontráis?
Ahora ¿necesitaremos buscar en el contraste de este ab-
surdo i abominable sistema de cultivar la intelijencia de la
comunidad educanda,las ventajas que proporcionarla el reem-
plazo del estudio del Latm con el de los idiomas vivos ? Es-
cusado nos parece este trabajo, desde que cada cual com-
prende que esos centenares de jóvenes que cortan su carre-
ra en los primeros años de Humanidades, volverían a sus
familias sabiendo el Francés, el Ligles o el Alemán, estudios
que comenzarían a prestarles im provecho inmediato, i que
j^finarian su gusto por la propia comparación de aquellos,
— 139 —
i por cuanto, al revés del plan adoptado para la enseñanza
del Latin, puede hacerse el aprendizaje de aquellos, ponien-
do en mano de los alumnos libros apropósito para co-
brarles afición, traduciéndolos, o bien por el ejercicio prácti-
co de temas.
XV.
lilegamos al fin de este informe i se hace preciso resumir
BU sustancia para mejor exhibir las conclusiones a que he-
mos creido llegar. Estas son las siguientes :
1 .• Que el Latin, considerado como lengua fija^ solo tiene
un mérito mui relativo: 1.** porque esa fijeza es común a to-
dos los idiomas vivos, tomados en una época determinada
de su desarrollo; 2.* porque esa fijeza está alterada por los
accidentes de la prommciacion de los idiomas romances,
destruyendo así en gran parte su propiedad para servir de
lengua-tipo o univereal i 3.** porque virtualmente el Latin
hs sido repudiado por la práctica de las naciones modernas,
adoptándose de preferencia el Francés como lenguaje de las
comunicaciones de pueblo a pueblo ;
2.* Que el Latin tampoco puede considerarse en lo abso-
luto como lengua madre del Español, pues, a su vez, reco-
noce aquel óticos orí j enes mas antiguos, al propio tiempo que
las lenguas romances se han derivado de otras de su misma
índole en que el Latin ha entrado solo como im ausiliar;
3.* Que el Latin no es esclusivo como lengua clásica^
pues las lenguas vivas poseen también obras clásicas de im
orden superior, capaces de ser estudiadas con mayor ven-
taja en la época actual del desenvolvimiento humano, i aun
deberla decirse que el estudio de éstas puede ser un podero-
sa ausiliar para llegar al conochuiento cabal de los clásicos
antíguos;
— 140 —
4/ Que el Latín, lejos de ser un ejercicio adecuado para
disciplinar las intelijencias jóvenes, las abruma, al contrario,
siendo causa del profundo tedio que abriga la juventud por
los estudios, defecto tanto mas capital cuanto que aquel
puede reemplazarse con reconocida ventaja por estudios
análogos, pero mucho mas a propósito para adiestrar el pen-
samiento, como son los idiomas vivos i especialmente el
Alemán ;
5.* Que el latin en la forma que se enseña entre nosotros
es un estudio de rutina i absorvedor, que menoscaba el
aprendizaje de todos los otros ramos importantes i útiles de
las Humanidades, i exije por si solo mas de la mitad del
tiempo que se dedica a cualquiera carrera práctica i prove-
chosa;
6.* Que el Latin, en consecuencia de la organización de
su enseñanza, tiende a crear una especie de aristocracia es-
colástica que perjudica de una manera grave a la elección
de las otras carreras científicas i liberales que no necesitan
de su ausilio;
7.* Que el latin se ha hecho completamente inútil en el
estudio de la jurisprudensia, desde que cada país se ha da-
do en los últimos años una lejislacion propia i nacional i
desde que se han vertido a los idiomas modernos todos los
antiguos espositores;
8.* Que el Latin solo debe declararse estudio obligaUnño
en la carrera eclesiástica, i por lo mismo borrarse como tal
del plan de estudios de la educación jeneral, limitándose
al uso de los Seminarios de la República;
9.' Que el Latin únicamente puede ser rehabilitado para
el estudio de las Humanidades por la libertad de su ense-
ñanza, estableciéndose clases superiores en que se curse li-
bremente i creándose el Doctorado de Humanidades^ como
— Ul —
existen en las Universidades de Europa i especialmente de
Estados-Unidos; i
10. Que el Latín es el estudio mas pernicioso, mas inútil
i de mas fimestas consecuencias para el desarrollo de la
educación en Chile en la forma obligatoria i jeneral en que
está planteada su enseñanza, según lo demuestra la estadís-
tica de nuestros Colejios, la esperiencia de sus profesores, lo
que la práctica de cada dia pone de manifiesto i el clamor
jeneral de la opinión pública espresada por todos los ór-
ganos de su prensa ilustrada.
XVI.
Tales son, señor Decano, las principales razones en que
descansa la indicación que tuve el honor de hacer en la se-
sión de la Facultad de Humanidades de 7 del corriente, i
sobre la que Ud. se dignó pedh-me informe.
Al presentar a Ud. este rápido e imperfecto trabajo, he-
cho, sin embargo, con la conciencia del bien i llevado de un
amor sincero por el adelanto intelectual de la juventud de
mi patria, séame permitido abundar en la franqueza de que
he creido dar constante prueba en el curso de este escrito,
declarando que abrigo la dolorosa pero profunda convic-
ción de que el Latin esta vez no será abolido como estudio
forzoso i jeneral. Mas todavía, que no será siquiera rehabi-
litado como ramo de enseñanza libre i superior, único medio
que hai de salvarlo contra sus propios admiradores.
Pero al menos, la puerta del porvenir está ya abierta, i
dia llegará en que la razón triunfe sobre las preocupaciones
como la luz triunfa de las sombras. (1)
(1) Los presentimiento del autor se realizaron por completo. Des-
pués de un memorable debate, ilustrado especialmente por el sefior
— 143 —
En verdad, asistimos hoi a una inmensa i latente trasfor-
mjicion social i literaria aun en nuestro apartado Chile, i
un hecho basta a comprobarlo.
Hace solo medio siglo a que las aulas que alcanzal)an mas
alta reputación entre nuestros abuelos eran aquellas en que
se castigaba mas cruelmente a los alumnos, llegando a ha-
cerse célebre en nuestra capital la del beato Coiisino^ que azo-
taba a sus discípulos haciendo servir de postes para atarlos
a sus propios compañeros. ... I hoi se ha cerrado un cole-
jio que habia adquirido cierta reputación, por haber osado
su director poner sus manos en el rostro de un niño.
La divisa antigua del subar era : la letra con sangre entr a !
El emblema moderno es mucho mas sencillo i está con-
cretado a una sola palabra: libertad!
Ahora bien, la inmensa distancia que separa esos dos le-
mas es la revolución intelectual r[ue está llamada a operar
en nuestro sistema de educación i)ública, la razón i el pro-
greso bien entendido, lo que acaso no tardará en suceder
cuando estas iilrduas cuestiones que afectan a toda la nación
sean sacadas del inflexible escolastismo de los cuerpos do-
centes de la enseñanza, para debatirse en la tribumi de los
altos poderes lejisladores.
Entre tanto, señor Decano, por lo que a nosotros toca,
dispuestos a sostener esta grave cuestión como nuestras
fuerzas mejor lo consientan, creemos dejar cumplido nues-
tro deber elevando al conocimiento de üd. para que se sir-
va someterlo a la deliberación de la honorable Facultad de
Humanidades el presente informe sobre la abolición del La-
tín como VMñode enseñanza forzosa ijenerali de su rehabi-
litación como curso libre de enseñanza clásica i superior.
En cuanto a la indicación presentada por el erudito e ilus-
trado señor Dr. Loback para hacer obligatorio el Griego (a
mas del Latin) a los alunmos que se dediquen al profeso-
ndo de HtmianMaiflefl, i a la qne TTd. se Avió haca tain*
bien estensivo el infonne de la Comisión nombrada, séame
permitido declinar el honor que por ese desempeño hubiere
de caberme. Las ideas que a la lijera he desarrollado en este
escrito, ponen, sin embargo, sobradamente de manifiesto
cual sería mi opinión sobre tan delicada materia.
En consecuencia, desempeñada mi comisión de la mejor
manera que me ha sido dable, tengo el honor de suscribir-
me de Ud., atento i obsecuente servidor,
Bmjamin Viaiña Moekinna.
Santiago, abril U de 1865.
Al señor Decano de la Facultad de Hnmanidadea.
'^'m
LA INTERNACIONAL-
(bu ORIJEN, sus MIBIS) Sü PBOOESO).
1
(
t
«.
Un hecho mui grave, una corriente hueva, una revolu- • i
cion mas trascendental i mas terrible que todos los trastor- i
nos porque la humanidad ha pasado hasta aquí, se desarro-
lla lentamente, pero con marcha fija i osada en toda Euro- \
pa : la organización del socialismo como poder público.
¿ A donde iremos a parar ?
Hubo un dia en que hombres puramente filántropos, co-
mo Owen, pensadores como Pedro Leroux, revolucionarios
como Luis Blanc, demoledores como Proudhon, presajiaron
el advenimiento no lejano de las masas. I esos hombres fue-
ran declarados "locos."
Hubo ima hora en que esas masas, es decir, el pue-
blo agrupado en muchedumbres, impro^^saron una ciudad
de barricadas dentro de la ciudad de Paris i se batieron du-
rante tres dias contra dos o tres ejércitos. Esas masas fue-
ron declaradas simplemente hordas de rebeldes i de crimina-
les.
La sociedad, entre tanto, se reia de los delirios o se ven-
gaba de los atentados ; pero no creia en el socialismo, por-
que creia demasiado en sí misma. La sociedad era la fuerza
VttO» TOMO JII. 18
— 146 —
porque era la organización. El socialismo era una quimera
o una desesperación, porque no tenia base sobre que repo-
sar: era, al contrario, en su primera i brutal aparición un ha-
cinamiento de todos los principios disolvente de la civiliza-
ción.
Pero hé aquí que el socialismo aparece hoi organizado
con bases análogas a las de la sociedad, i hé aquí, al propio
tiempo, que entabla su lucha contra la liltima, de potencia a
potencia.
¿Cuales la organización del socialismo moderno?
La que ha impreso a las masas la asociación político-econó"
mica-social denominada Asociación internacional de los
obleeros, cuyo proceso acaba de terminarse en Paris con la
condenación a diversas j^nas de varios de sus principales
miembros.
Entremos en algunos detalles sobre el estado presenta de
esta formidable institución, antes de contar sumariamente
BU oríjen i hacemos cargo de sus profundos fines.
Según una estadística aceptada por los directores de la
Inteimacional (pues esta síncope es su nombre mas usadoj
el número de sus afiliados era el 1." de enero de 1870, el
siguiente :
Francia 433,785
Inglaterra 80,000
Alemania 150,000
Hungría i Austria 100,000
Suiza 45,000
Espaíla 2,728
Total 811,738
Digamos en números redondos un millón de liombres.
I asi, mientras los insensatos que se apellidan los jénios^
— 14!? —
los salvadores i los gohimmos de Europa fatigan sus arsena-
les para lanzar los pueblos en espesos batallones los unos
contra los otros, por la codicia de un metro de terreno o el
despique de una descortesia, olvidan que dejan a sus espal-
das, en los hogares i en los talleres de las grandes ciudades,
ese otro ejército paciente, sufridor i mudo, pero que en la
hora oportuna puede suspenderse como un trueno vengador
sobre sus cabezas: el ejéicito de las masas trabajadoi'as or-
ganizadas.
Téngase desde luego presente que ese miUon de obreros
coaligados, es decir, de socialistas, ha sido la recluta de solo
seis años. I en vista de esto pregúntese cuál será el aspecto
i la condición del mundo social, esto es, de las masas
i de la aristocracia, del trabajo i del capital del comunismo^
i de la propiedad, en los liltimos dias del presente siglo, cu-
yo término algunos hemos de ver.
Para comprender este vaticinio con mas certeza asistamos
un momento al nacimienio i al desarrollo de la Interna"
cional.
Muchos de lo que esto lean recordarán todavía el con-
greso de obreros que se reunió en Londres en 1864, i al que
asistieron representantes de casi todo los talleres del Conti-
nente. A algimos de estos delegados sus propios gobiernos
suministraron el pasaje i los costos de su misión.
Pues en esa misma asamblea, en cierta manera oficial,
se echaron las bases de una asociación puramente económi-
ca de obreros, que se llamó la Inteimacional, porque entra-
ron a componerla los representantes de varias nacionalida-
des. Se ha dicho que el verdadero orijinador de este movi-
miento habia sido en el año anterior (1863) el ajitador Ma-
zzini, a virtud de la iniciativa de im club creado por él en Pa-
lermo con el objeto de propender a la unidad italiana por me-
dio de la república. Se ha dicho también que los inspiradores
de sí mismos. Constitución de una Polonia democrática i
social.
10.® Los ejércitos permanentes en sus relaciones con la
producción.
11.** Influencia de las ideas relijiosas sobre el movimiento
social, político e intelectual.
12.** Establecimientos de sociedades de socorros mutuos.
Apoyo moral i material acordado a los huérfimos de la aso-
ciación."
Desde la primera mirada, se echa de ver que este progra-
ma tiene un inmenso alcance. El trabajo contra el capital, es
decir, ima de las faces mas palpitantes del socialismo, el cré-
dito, la política, larelijion, laeconomia, la familia, todos los
grandes elementos vitales de la sociedad están llamados a
cooperar a \m pensamiento fijo i común: la redención del
obrero, o lo que es lo mismo, la disminución gradual o vio-
lenta del desnivelamiento social, por la elevación de las ma-
sas, a espensas de las clases privilejiadas.
La Internacional, i especialmente su comité central de
Londres, han trabajado dm^ante seis años con un te-
son heroico, i al parecer con un alto desinterés, en el de-
sarrollo de aquel programa nivelador. Amparado por el ca-
rácter puramente económico, atribuido como base a su aso-
ciación, sus caudillos han podido hacer la propaganda i el re-
clutamiento a la gran luz del dia. Cada año, conforme a su
instituto, sus miembros han celebrado un congreso interna-
cioncd, de cuyas sesiones i acuerdos han dado cuenta libre
los diarios. Estas asambleas públicas i deliberantes han te-
nido lugar sucesivamente en Lausana, Basilea i Jinebra (en
Suiza) en Badén i últimamente en Bruselas : siempre en los
alrededores i en las fi-onteras de la Francia.
^ Se ha atribuido a sus jefes, por los que los vijilan o los te-
men, en cada una de esas grandes juntas, alguna nueva i
— 150 —
trascendental declaración añadida a las del programa primi-
tivo. Ya se ha sostenido, por ejemplo, que en el congreso
de Jinebra los delegados de la Internacional acordaron de-
clararse solidarios de las revoluciones de todos los pueblos;
ya se ha asegurado que en el congreso de Badén resolvie-
ron dar la voz, el impulso i el oro de todas las huelgas de
obreros, parciales o en masa, que debian promoverse simul-
táneamente en diversos paises de Europa.
Verdad es que contra estas miras han protestado los acu-
sados que acaban de juzgarse en París, i a cuyo proceso,
seguido con ojo atento, hemos ocurrido principalmente es-
ta vez en busca de información. Pero de lo que no cabe du-
da es que la Internacional se hallaba ya en 1866, esto es,
dos añ(S después de su fundación, en actitud de asumir un
rol público en Etu'opa como representante de las clases obre-
ras. Asi fué que cuando, después del pánico de Sadowa,
Napoleón III i su ministro Niel, se pusieron a la tarea de
militarizar la Francia a lo Bisniarky los obreros del último
país, fraternizando con los de Alemania, elevaron una voz
de protesta. ''Hermanos de Berlin i de la Alemania, decian
aquellos en un manifiesto que ha figurado en su proceso;
en nombre de la solidaridad imiversal, invocada por la Aso-
ciación Internacional, cambiamos con vosotros la salutación
pacífica que cimentará de nuevo la aUanza indisoluble de
los trabajadores."
Bien pronto veremos que esta noble invocación al amor
ha vuelto a hacerse oir antes que truene el cañón en ambas
riberas del Rhin.
Al propio tiempo huelgas formidables, sofocadas muchas
veces con la sangre de las mujeres i de sus hijos, estallaban
en diversos centros manufactureros de Europa i especial-
mente en Francia. En Ivoubaix, en Aubin i en Ricamarie,
solo la presencia de las tropas i el hambre pudo sofocar obs-
- 151 -
tinados levantamientos en el año antepasado. En él presen-
te, se puede decir que las huelgas son universales i casi in-
termitentes desde Lceds a Barcelona, desde Jinebra a Lyon.
Hace solo tres meses que la huelga del Creuzot, i como re-
bote la de toda la hoya carbonífera del Loh'a, inquietaba a
la Francia como una verdadera preocupación nacional. Hoi
la del Mulhouse i la del valle del Rhin, en la ribera que co-
rresponde a Francia, está, se puede decir, en armas, con los
campos militares prusianos a la vista, rio de por medio, pa-
cífica pero indómita en su pretensión de hacer mas justo i
benigno al sórdido capital. Se calcula eñ veinte mil el nú-
mero de obreros, que en la actualidad han abandonado los
talleres de filatura de los departamentos fronterizos del Al-
to i bajo Rhin.
Ahora bien : ¿ quien da la palabra de orden a estos levan-
tamientos sucesivos i que parecen ordenados como una ca-
dena estratéjica? Quién sostiene esas innumerables pobla-
das flotantes de hombres, de mujeres i de niños durante los
dias, las semanas i los meses en que dura la protesta i la
penuria ?
La Inteimacional^ dice la voz pública i los fiscales que
han Uevado a aquella en varias ocasiones a la barra de los
tribunales. Los procesados de Paris niegan otra vez esta
acusación, i solo confiesan que, sin incitar las huelgas, cuan-
do éstas estallíui, sus comités se preocupan de alimentar,
por un principio de soüdaridad común, las familias deso-
cupadas i perseguidas. De esta manera la Internacional se ha
hecho cargo de veinticuatro familias que las duras conde-
naciones que atrajo la huelga reciente del Creuzot dejó sin
ningún amparo.
Digamos aquí que la Internacional dispone de fondos
considerablesy casi de millones, a virtud de su organización
económica. Cada uno de 8U8 socios eroga al recibir su carta
— 162 —
de miembro activo una cantidad de 25 centavos (1 fr. 25
céntimos), i en seguida 3 centavos en cada semana. Cada
comité, en los respectivos barrios de las ciudades donde aque-
lla se haya establecida, concentra esas sumas en su caja pro-
pia, pero envia al comité central de Londres una suma equi-
valente a diez centavos por persona. Así, suponiendo que
el número de los afiliados de la asociación sea hoi solo de
un millón, resultaria que el comité de Londres, por si solo,
añadiria en el presente año 500 mil francos a sus fondos
anterioi'es.
Ademas de su participación directa o indirecta pero in-
negable en las huelgas, la Internacional habla cometido dos
grandes faltas de disciplina, de cordura i de lójica, que le
habrían de acarrear las persecuciones que hoi sufre. Las pri-
meras de aquellas habia sido la incorporación en su propio
seno de una asociación turbulenta que con el nombre de
Trade Union (unión de los oficios) existe en Inglaterra,
i cuyas principales manifestaciones han consistido has-
ta aquí en despedazar las máquinas que hacen competencia
al trabajo manual, en amenazar la vida de los industriales,
en incendiar sus £ibricas i otros desacatos.
Su segunda falta ha sido análoga a la anterior, por cuan,
to la Internacional se ha hecho solidaria en Francia de una
asociación política i revolucionaria que con el título de la
Federacionhsib\si fundado en Paris un tal Bostien.
Esta circimstancia atrajo a la Intemacioíial, hasta enton-
ces pacífica i tolerada, su primera persecución judicial en
1868. Denunciada por el fiscal piibHco ante los tribunales
franceses como una sociedad secreta, i juzgada conforme a
la severa lei que impera sobre éstas, pudieron, con todo, es-
capar sus principales miembros a un castigo prolongado,
porque probaron que su asociación, si tenia algún carácter
definido era el de no ser secreta^ pues celebraba congresos
— 168 —
públicos, mantenia diarios, i tanto sus ideas como sus deli-
beraciones eran entregadas a la libre discusión de la prensa
pública. Sin embargo, algunos de los acusados del comi-
té de Paris, como el encuadernador Varlin i el escritor Mar-
co Antonio Roche, fueron sentenciados a algunos meses de
prisión a virtud de pertenecer a una asociación ilícita.
Sin desalentarse por este contratiempo, Tal contrario, es-
timulada por la contraiiedad, como es lei inevitable de todo
movimiento humano, la Internacional continuó su propa-
ganda i su proselitismo hasta poseer, según dejamos refe-
rido, el 1.® de enero del presente año cerca de un millón de
soldados, esto es, un ejército convencido, desgraciado i el
doble en número sobre cualquiera de los de las mas grandes
potencias militares, con la escepcion de la Rusia.
La bandera de enganche de la Internacional habia pasa-
do también el Atlántico.
El jeneral Cluseret, una especie de aventurero polí-
tico i militar, campeón de la guerra de Estados Unidos
(donde lo conocimos casi en la indijencia en 1866) i des-
pués en las barricadas de París en junio de 1869, ha sido
en la América del Norte el porta voz del comité de Paris, i
con no mediano éxito. vSolo los obreros de Chicago en-
viaron el año último una suma de 4,000 francos a los obre-
ros en huelga de Paris. Últimamente vemos que el contajio
gana también (verdad es (jue con un carácter mucho mas
benigno) las frías rejiones escandinavas. El 30 de junio se
ha abierto, en efecto, un congi'eso de obreros en Stockohno
al que han asistido 450 delegados de la Suecia, Noruega i
Dinamarca.
Alarmado por su parte el gobierno de Napoleón III, (que
a principios i en dos promedios de su reinado habia dado
alas a este movimie-ato, a virtud de sus ideas 7iapoleónicas)
del número, de la tenacidad i del rópido desarrollo de la /;i-
XUC. TOMO III. 13
— 164 —
iernadonaly resolvió asestarle, con motivo de los atentados i
complots ciertos o fraguados que han tenido lugar última-
mente contra su vida, mío de esos golpes napoleónicos, tam-
bién, que tienden a poner en evidencia im gran escándalo o
un gran peligro.
Treinta i ocho miembros, mas o menos influyentes de la
Internacional francesa ftieron sometidos a un juicio en mar-
zo último, i su proceso público, comenzado el 21 de junio
ante la sétima corte criminal de Paris, presidida por M.
Brunet, acaba de cerrarse con un fallo condenatorio para
todos los encausados, con una o dos escepciones.
Las acusaciones que ha dirijido el fiscal Aulois a los reos
no han podido ser mas graves. ((La Internacional, segiui
aquel funcionario, es ima conspiración sorda i brutal contra
la sociedad. Prosigue la disolución de la familia, atacando
los principios de la herencia, i destruye la propiedad con el
sistema de la distribución común de la tierra i de los bienes.
Su participación, por otra parte, en los atentados políticos i
criminales de la última épíxja aparece evidenciada en cier-
tos signos cabalísticos usados en la correspondencia en ci-
fras que se ha sorprendido a algunos de sus miembros i en
las que se ha loffi'ado descubrir los nombres de Napoleón,
Eujenia, picrato de potasa, i otros indicios no menos sospe-
chosos.»
La actitud de los acasados ha sido, sin embargo, mas
grave que el proceso mismo que los declara reos. Se han
mostrado circunspectos, convencidos, disciplinados i resuel-
tos a todo en nombre de su causa i del porvenir de ella.
En la audiencia del jirimer dia i en los momentos en que
iba a comenzarse los interrogatorios, el abogado de los reos,
Laurier, (el mismo el(x:uente defensor de la famiha Noir en
el proceso Pedro Bonaparte) recibió una solicitud firmada
por oc/wcientos obreros fundidores de Paris, en la que decía-
— 167 —
leño que ejerce la misma profesión de M. Le-Play i se ti-
tula — El porvenir del hombre.
Algunos diaristas franceSes de conocido talento, como
Edmundo About i Julio Ivichard, han entablado también
una interesante jxílémica sobre este particular, i al fin am-
bos han convenido en la inminencia del peligi'o i en las den-
sas sombras del porvenir social.
"Vacunaos contra la infalible epidemia, ha dicho About
a los hombres políticos, filtrándoos alguna parte del virus
destructor que el pueblo trae ya en su savia!'' Pagad el se-
guro del porvenir,, recomienda Richard a los industria-
les i a los capitalistas, concediendo alguna pequeña ])rima a
los que mañana desesperados os: pedirán todo."
Por último, un escritor de circunstancias (Leguevil de la
Combe) que suele tener en la prensa diaria inspiraciones de
gran aliento, ha dicho hace pocas horas estas graves pala-
bras, hablando de la condenación de Varlin i de sus com-
pañeros :
"Ci'eeis que vais a detener todo eso con persecuciones?
Creéis que las leyes tienen poder contra las invasiones de
ese jénero? No veis que estáis haciendo mártires, i que su
victoria jerminará en sus calabozos?... No comprendéis que
si la Internacional tenia ayer quinientos mil socios mañana
contará dos millones ?
"^'El pon'enir })ertenece a esta gran comunidad obrera
(jacquerie) que se llama la Internacional.
"Resignémonos, pues, porque asi es forzoso; resignémo-
nos antes que se cuenten; no los hostilicemos con persecu-
ciones pueriles, i ya que estamos destinados a soportar su
yugo, tratemos únicamente de enseñar a leer a los que ma-
ñana senin nuestros amos...*'
Delante de estas palabras i de estos vaticinios, que en núes-
— 1S8 —
tro concepto no tienen nada de fantástico, nosotros nos per-
mitimos añadir una sola reflexión, i es la siguiente:
Hasta aquí todas las grandes huelgas de Europa, que
constituyen la actualidad latente de la Internacional^ han
sido sofocadas por los soldados, esos obreros del fusil. Pe-
ro el dia en que esos desheredados del derecho i del bien se
pongan armas al hombro en huelga contra sus amos, ¿cuál
será la suerte de las sociedades modernas, cuál el nuevo sen-
dero del mundo?
¿ Volveremos atrás de los siglos, como los autores de la
civilización antigua? O las trasformaciones del porvenir, in-
capaces ya de operar el retroceso a la barbarie, conducirán
el linaje hmnano a una civilización distinta de la que hoi
lleva este nombre ?
Tremendo arcano. . . ( 1 )
San- Val.
(1) Este artículo fué escrito eu Jinebra en agosto de 1870 i publica-
do en el Mercurio el 30 de setiembre de ese año. Un año después escri-
biamos otro artículo (que se insertará mas adelante) en que el arcano
estaba ya descifrado. La espantosa revolución de la Comuna había sido
el primer acto de ese drama tremendo que solo hoi se inicia para la
humanidad.
EL PAPADO I CHILE (1.)
(SÉKIE DE ARTÍCLTLOS PUBLICADOS EX SETIEMBRE I OCTUBRE
DE 1863 EN EL MERCURIO DE VALPARAÍSO.)
La cuestión suscitada en la Cámara de diputados a con-
secuencia de la moción del diputado Novoa, sobre la dero-
gación de la lei que autoriza el envió de una legación a Ro-
ma, no puede ser mas grave ni mas trascendental, si se la
•
considera bajo su triple carácter de actualidad, de pasado ^
]>orvenir. Es una cuestión vital para la América republica-
na. I sin embargo, se ha convertido solo en el estéril debate
de la personalidad de un honorable mmistro, de la persona-
(1) Esta serie lie artículos se publicó en 18G3 bajo el título la Cuestión
de JRoma, primero, con motivo dñ \a revocación de la lei que autorizaba
el envió de un Plenipotenciario chileno a Roma para a justar un concor-
dato i en seguida (desde el número IV) a consecuencia do una vi<)forosa
polémica que entabló el diario eclesiástico titulado el Bien ¡mhlicoj que
se publicaba a la sazón en Santiago contra las revelaciones i juicios del
autor. Ignórase quien fuera el escritor de esa notable impugnación, pero
entonces se atribuyó de voz coniun al limo, obispo de Concepción don
José H. Salfls.
El presente estudio ofrece la ventaja de presentar reunido en un
cuerpo todo lo que pudiera investigarse en nuestras relaciones con Roma
i en jeneral de éeta con toda la América española desde la independen-
cia hasta la fecha en que aquel salió a lúas.
— 160 —
lidad del no menos honorable clero de Santiago, de la per-
sonalidad, en fin, del partido que ha inspirado aquel acto a
uno de sus corifeos. ¡ Triste condición la nuestra! Surjen
en el seno de nuestra sociedad, en el campo de la. política,
en el recinto de la administración grandes intereses, hermo-
sos principios, aspiraciones nuevas i fecundas; pero lejos de
dejárseles sulejítima espansion, se les ahuga con el manto
del egoísmo, i el bien público muere sofocado en jermen
por las pasiones de los hombres de partido.
Vamos a esforzarnos nosotros en sacar tan OTave asunto
del triste terreno en que ha sido colocado con relación a las
personas i a los intereses de bando, i a esforzarnos en pre-
sentarlo a los ojos de la América bajo su verdadera luz i
con los gravísimos resultados que en si mismo tal negocio
encieiTa.
Para nosotros la cuestión que debe preocupar al pais i a
sus lejisladores no debe limitarse al Concordato solamente
ni al derecho de Patronato que ha exijido aquel. Bástenos,
por ahora, decir que en esta parte abundamos completamen-
te en las ideas de la Cámara que ha suprimido la Legación
a Roma. Pero el verdadero punto de vista del negocio que
nos preocupa está en las relaciones tanto antiguas como re-
cientes que las repúblicas americanas han tenido con la San-
ta Sede, i lo que en consecuencia pueden esperar aquellas de
la última.
Este jénero de apreciaciones es el que vamos a someter
al criterio público en este primer artículo.
Desde el primer dia de la independencia americana, la
Santa Sede descargó sobre ella los rasgos de su ira. Pió VII
en ima bula dirijida con fecha 30 de enero de 1816 "a sus
venerables hermanos Arzobispos i Obispos i a los queridos
hijos del clero de la América, sujeta al rei católico de las
Españas," les exhorta a que inspiren a su grei "el justo i fir-
— Ma-
me odio (ánimo abhorrendorun) con que deben mirarlas i ano
perdonai' esfuerzo para desarraigar i destruir completamen-
te lá zizaña de alborotos i sediciones que el hombre enemi-
go sembró en eso3 paisas {exitare et funestissima turbarum
ac seditionum zizania quae inimicus homo istic reminavitj
eradicare.)
León XII, ocho años mas tarde, encarece a los america-
nos la siiblimie i sólida mrtud de Fernando VII por su bula
de 24 de setiembre de 1824, cuando aquel ominoso monar-
ca no era dueüo de mas tierra americana que las almenas
del Callao i de San Juan de Ulua. — Pero, así como el débil
Pío VII habia cedido a la presión reaccionaria de los Bor-
bones, después de la caida del imperio en 1815, León XII
se hacia a su vez el dócil instrumento de la Santa Alianzay
una de cuyas principales miras era reconquistar la América,
o por lo menos, monarquizarla.
Cupo a Chile el honor de descubrir los hilos de aquella
intriga tenebrosa i la gloria de haberla en gran parte desba-
ratado, salvando a la América de singulares catástrofes.
Vamos a esponer suscintamente la manera como tuvo esto
lugar, pues es de gran importancia su conocimiento para
que se perciba el desarrollo lójico de los sucesos que hoi tie-
nen lugar en la América.
El gobierno del Director O'Higgins, reaccionario en la
política interna del pais, pero impregnado de un america-
nismo esclusivo i casi fanático, envió a Roma en 1822 al vir-
tuoso prelado Cienfuegos, con el objeto de arreglar las rela-
ciones del nuevo Estado indei^endiente que se encontraba en
acefalia respecto de la Santa Sede.
El emisario chileno tuvo la mas brillante acojida en Ro-
ma. Todo se allanó a sus pretensiones. El mismo se felici-
taba como asombrado de su éxito estraño. «Los negocios
que V. E. se ha servido encomendarme en esta corte, decía
Mise. TOMO III. 14
— 168 —
tiago. Por esto su secretario Sallusty se saboreaba todavía a
8u regreso a Roma cuando hacia recuerdo de su mesa chi-
lena <rque si vedeva quasi siempre omata ora di robe dolci,
ora de im bel gallinaccio ripieno, ed ora di un pingue porce-
lleto dalatte (chanchito gordo)y> (1)
Pero, qué hacia el Nuncio entre tanto ? Cómo pagaba él,
emisario de Roma, la cordial i opípara hospitalidad de los
chilenos? No tenemos reparo en decirlo: Vendiéndolos a
los reyes sus amos, de quienes el infeliz Pontífice no era
entonces, como es hoi dia, sino la maniatada i lastimera víc-
tima.
Hé aquí, en efecto, cómo un gran patriota i im chileno de
corazón contaba a otro que no lo era menos (el j enera! Zen-
teno al jeneral O'Higgins, carta del 10 de octubre de 1824)
lo que habia sucedido :
"El Nuncio se regresa a Europa dentro de ocho o diez
dias. Al fin, se quitó la máscara, i en el fondo ha descubier-
to mía intriga que talvez saque su oríjen de la Santa Alian-
za. Estrechado por el gobierno a que consagrase a Cienfue-
gos por Obispo de Santiago, i a Andrade de Concepción, se
negó redondamente, como lo habia hecho con otras preten-
siones anteriores; pero apurándole con vehemencia en ima
junta secreta del Director (Freiré), Ministros i otros perso-
najes, pronunció definitivamente, que haria todo cuanto
quisiese el gobierno de Chile, con tal que se le otorgase una
sola condición ; a saber; que se admitiese por Obispo de San-
tiago a su secretario, que es un canónigo joven, sumamente
hábil i de mucha intriga, pues que tales eran las órdenes es-
presas que en instrucción privada le habia dado el Papa.
El gobierno quedó sorprendido i le negó abiertamente tal
(1) SalluBty Storia delle misione apostolici nello Stato del Chile,
t. 3.* páj. 18.
Cerda en 1860. Frustróse la primera, sin embargo, en todas
sus partes, i esto, cuando el Papa Pió IX estaba en todo el
auje de su liberalismo i tenia motivos para recordar las lejí-
timas pi-etensiones de los chilenos, pues habia sido su hués-
ped en 1824. Hubiera parecido que la mano rencorosa del
Nuncio Mussi hubiese estado siempre sobre la del venerable
Pontífice que hoi gobierna la Iglesia, pues jamas hemos sa-
* bido que haya hecho a nuestro pais ninguna concesión sus-
tancial, a no ser que se cuenten por tales algunas franqui-
cias parecidas a la de la bella candela de Pió VIL
¿Que ha hecho pues Roma por la América? ¿Qué grati-
tud le debe ésta? ¿Qué sacrificio le ha costado? ¿Qué es-
peranzas puede en consecuencia abrigar la última de su be-
nevolencia? ¿Qué concesiones de su justicia?
La historia ha hablado un momento por nosotros ; }>ero
aun no lo hemos dicho todo.
¿Qué es lo que pasa, en verdad, hoi dia en América con
relación a Roma?
¿ Quién ha traido a la tieiTa libre i eminentemente cató-
lica de la América las lej iones ateas del ateo emperador de
los fi-anceses ? El padi'e Miranda i los siete obispos que ha
creado últimamente el Papa, arreglando a su voluntad las
nuevas diócesis cuvo establecimiento él solo ha decrc-
tado? ¿Quién ha introducido la perturbación en las relacio-
nes políticas de la Nueva Granada, sino los rescriptos de
Roma que han alzaprimado a su clero contra el» Estado ?
¿ Quién ha arrancado al Ecuador im concordato en el que
éste enajena su soberanía, sino los ajentes de Roma, aliados
a los ajentes de Francia, que hablan solicitado el protecto-
rado de aquella infeliz república ? ¿ Quién ha sometido a la
curia romana las repúblicas de Centro- América, sobre las
que se ciernen ya las ávidas águilas frónoesas ? ¿ Quién, en
fin, ha ñmdado en Roma mismfk bajo los auspicios de im
— 146 —
sacerdote chileno un Seminario Americano^ futuro semi-
llero de los obispos romanos que deberán imponerse a la
América a virtud de los concordatos ?
Se ve pues que el presente está todo de acuerdo con el
pasado. Roma ha sido inexorablemente lójica. Pío IX au-
süia en sus empresas a Napoleón III, como Pió VII ausi-
liaba a Fernando VIL
Veinte mil franceses acuartelados en Roma son des-
de luego la prenda de esa alianza. ¿ Cuál será ahora su
presa ?
Hé aquí la gravísima cuestión de actualidad i de porvenir
a que hemos llamado la atención de nuestro gobierno i de
todos los gobiernos americanos. No se crea a Napoleón III
tan insensato que arroje sus ejércitos i sus tesoros en Méjico
sin un vasto plan secreto de antemano convenido. La San-
ta Alianza está de nuevo en campaña. El Papa es su alma.
Napoleón su brazo. Nuestro Ministro en Lima ha des-
cubierto ya algunos resquicios de esta nueva reconquista,
que no es (entendedlo bien!) solo de territorio sino de ins-
tituciones, de monarquía universal.
Volvamos i)ues los ojos del recinto estrecho de nuestras
animosidades domésticas al vasto campo de los intereses
americanos. La situación es grave; el peligro inminente. Fi-
jémosnos en el desenvolvimiento lójico de la política pontifi-
cia, unida siempre, ornas bien, avasallada como un instrumen-
to al poder de los tiranos de Europa, según a la hjera lo he-
mos demostrado respecto de nosotros, i apliquémonos a poner
oportuno remedio a mal tan inmenso.
En este primer artículo nos hemos limitado solo a es-
tudiar la cuestión de Roma bajo el aspecto mas grave i
mas inminente que le encontramos. Después entrare-
mos en el pimto pm'amcnte chileno del patronato i sus
anexos.
— 167 —
II.
EL PATRONATO.
''Por el catolicismo, los Estados es-
tán como daplicados: hai un estado en
el Estado." — {De'Pradt^ el Concor-
dato de la América con Moma, {páj.
112).
•
Dijimos en nuestro primer artículo sobre la cuestión de
Roma que abundábamos en las ideas que liabian conducido
a la supresión de la legación a Roma, porque nuestras opi-
niones son que el patnniato es un derecho preciso, inaliena-
ble del Estado, o como es mas técnico decirlo, un derecho
anexo a la soberanía. Vamos pues a analizar la discusión d^
la Cámara de Diputados por este camino que esperamos nos
conduzca a la verdad.
Advertimos una vez más que nosotros no juzgamos inten-
ciones. Discutimos sobre derechos. Estamos siempre en lo
abstnvcto, no en el personalismo. Si nos limitáramos a lo últi-
mo, repeleríamos con cnerjia todo lo que en este gravísimo
asunto de interés nacional i americano aparece de torcido i de
mezquino; indudablemente fué mezquino el envió a Roma del
Ministro Irarrázaval, en quien se veia un émulo temido; mez-
quino lo que dio pie al proyecto de legación del Sr. Cerda, a
quien im principio contrario de deferencia personal aconseja-
ba al Presidente Montt costearle mi ostentoso viaje a las cor-
tes de Europa; mezquina ha sido la moción Novoa, dirijida a
clavar un dardo agudo en el honrado corazón del Ministro de
Justicia, a cuya alta i probada conciencia, no por obstinada,
hai lejítimo derecho de hacer cargos, puesto que esa obstina-
ción es la inflexibilidad misma de esa conciencia ; i mezquina^
por último, ha sido la suposición que representa al ilustrado
clero de Chile en campaña abierta en la política i llamado a
la acción a influjos del poder civil. El partido clerical^ digá-
moslo de paso, es simplemente un absurdo entre nosotros,
porque seria la desvii'tuacion del clero mismo; i asi como
concebimos, sin aceptarla de ninguna manera, la "Sociedad
Cantorberiana que defiende privilejios puramente clericales,
no podemos imajinarnos que el sacerdocio se entrometa en
ninguna cuestión puramente civil o política que en nada
atañe a su ministerio "que no es de este mundo sino del
Eterno.''
Mas, como lo hemos prometido, hacemos todo esfuerzo
por sacudir de nuestro ánimo las impresiones que lo apocan
i buscamos la luz solo donde es dable aliarla : en lo alto.
La cuestión que se ha debatido puede reducbse felizmen-
te pai'a la intelijencia c omun del pais a una simple fór-
mula: — i El patronato es o no la soberanía?
El señor ministro del Culto, reconociendo el derecho de
patronato al Estado, niega que ese derecho sea la soberania.
De aquí el escándalo del Congreso. De aquí la indisputable
mala acojida que el pais ha hecho a la bien intencionada pe-
ro, en nuestro concepto, errónea teroría de «iquel alto fun-
cionario.
Dos razones da el señor Ministro como principales para
sostener su tesis, i son: I."" que el patronato es un derecho
concedido por los Papas a los reyes de España, i por consi-
guiente un derecho derivado por una soberania de otra so-
berania no es inJierente a la que lo recibe; 12.** que no im-
portando el derecho de patronato una condición esencial de
la existencia de un pueblo, bien puede éste ser soberano sin
necesidad de poseer aquella prerrogativa, como son soberanos,
por ejemplo, los Estados Unidos i todo pais que no reco-
noce un culto determinado ni paga tampoco por su ejercicio.
— 173 —
hoi la curia romana disputa a las repúblicas de América,
cuando desde el reconocimiento de la independencia por la Me-
trópoli, éstas no solo se sostituyeron de derecho en sucesoras
de aquellos, sino que por el hecho mismo de la independen-
cia habian adquirido por sí, sin delegación alguna i por el solo
jiat de su soberania alcanzada en las batallas, el inalienable
derecho de no consentir intervención alguna esterior en su
organizax^ion.
I tan inherente era la soberania de los reyes de España
al Patronato de Indias que es el que nosotros ejercemos
que los trataditas de la material particularmente el america-
no Solorzano llega a considerar a aquellos como vicarios
apostólicos todoSy delegados del Papa, en virtud no de la lei es-
clesiástica, es decir, de los cánones, sino de la lei civil, es decir
del patronato, lo que equivale a reconocerles la misma autori-
dad de aquel, o en cierto modo, los convierte en especie de
Pontífices, a la manera de los que gobiernan la iglesia griega,
en la que están imidos los dos poderes civil i eclesiástico.
No pretendemos nosotros hacer un estudio técnico de la
cuestión que se debate ni entra tal propósito en los límites
del periodismo. Nuestro empeño se reduce a abarcar los
puntos mas salientes de aquella, a fin de que el criterio pú-
blico se ilustre i se acerque a una solución justa i oportuna
de una dificultad que no cesará de renovarse hasta que de
alguna manera se zanje entre laa potencias hostiles que la
han hecho materia de disputa.
Aquí entra la cuestión de concordato que es corolario
obligado de la del patronato; pero será ésta materia especial
de un próximo artículo.
Entre tanto, nos será lícito hacer presente al gobierno de
la República que no olvide un momento el que lleva en bus
manos una controversia erizada de peligros que pueden con-
— 173 —
ducimos, ya a un conflicto doloroso de autoridades, ya a la
pérdida de ima prerogotiva nacional, al cisma mismo.
I por si tan in&usto caso llega, no cesaremos de pedirie
el uso de la mas constante e inalterable moderación dentro
de los límites de la lei i de la Constitución, en cuya virtud
somos una República libre, asi como no vacilamos en recor-
darle, si alguna usurpación ilícita pretende dañar en lo me-
nor a nuestros fueros de pueblo soberano, el ejemplo de aquel
rei que mereció por escelencia el nombre del Gatólico, i
quien, a consecuencia de ciertos abusos mandados ejecutar
por Julio II en el reino de Ñapóles, escribió a su virrei el
conde de Amposta su célebre carta de 22 de mayo de 1508,
afio en que celebró la España su &moso concordato con
Roma, i en la que el marido de Isabel la católica decia a su
lugar-teniente palabras como las que siguen, con relación a
las ilícitas pretensiones del Pontífice i sus delegados:
../*De todo lo cual (las usurpaciones eclesiásticas de Julio
II en Ñapóles) hemos recibido gran alteración, enojo y sen-
timiento y estamos mucho maravillados y mal contentos de
vos viendo de cuanta importancia y perjuicio nuestro i de
nuestras preeminencias y dignidad real era el auto que fizo
el cursor (nuncio) apostólico; mayormente siendo auto de
fecho y contra derecho y no visto facer en nuestra memoria
a ningún rei ni vice-rei de mi reino. ¿ Por qué vos no fecis-
teis también de fecho, mandando ahorcar al cursor que vos
lo presentó ? Que claro está que no solamente en ese reino,
mas si el Papa sabe que en España y Francia le han de con-
sentir semejante auto que ese qtie lo f ara por acrecentar su
jurisdicción.
.. .'^Estamos mui determinados, si su santidad no revoca
el breve y los autos por virtud de él fechos, de le quitar la
obediencia de todos los reinos de la corona de Castilla i Aragón.
••/'Lo que ahí habéis de tacer sobre ello es que no invieís
- 174 —
los embaladores y si los habéis inviado que luego a la bora
les escribáis que se vuelvan sin fablar al Papa ni a nadie en
la negociación; y si por ventura hubiesen comenzado a fa-
blar, vuélvanse a ese reino sin fablar mas y sin despedirse
ni dedrnad. I vos feced «trem. diUjenciaV &cerV
der el cursor que vos presentó dicho breve y estuviese en ese
reino; y si le pudieseis haber, fitcer que renuncie i se aparte,
con auto, de la presentación que fizo el dicho breve, i man-
dalde ahorcar.
• .."Pues vedes que nuestra intención y determinación en
estas cosas es que de aquí adelante por cosa del mundo no
sufráis que nv^tras preminencias reales sean usurpadas por
nadie] porque si el supremo dominio nuestro no defendéis,
no hái que defender.
..."Si algún comisario o cursor, decia en conclusión el
adusto pero celoso monarca católico, o otra persona viniese
a este reino con bulas, breves o otros cualesquiera escritos
apostólicos de agravación o entredicho o de otra cualquier
cosa que toque a dicho negocio directa o indirectamente,
prendan a las personas que intrujesen i tomen las dichas bu-
las o breves u rescriptos y nos los traigan^
— 176 —
ni.
EL CONCORDATO.
''Paso a hablar de un artículo que
70 en consecuencia debería omitir.
En una Constitución política no de-
bería prescribirse creencia ni profe-
sión de fé relijiosa ninguna; la reli~
jion pertenece toda por entero a la
moral; gobierna ella al hombre en su
interior, establece la residencia de su
imperio en el corazón, i tiene solo la
facultad de pedir cuentas a bu oon- .
ciencia. Las leyes, por el contrario,
se ciñen a las cosas esteriores; están
ellas, por decirlo así, a la puerta i
fuera de la casa de los ciudadanos."
{Discurso del líbertodar Bolívar al
promulgar la constitución del Perú
en 1826.)
En nuestro primer artículo sobre la cuestión de Boma he-
mos probado que la política de los papas fué siempre hostil
a la América republicana e independiente.
En el segundo nos hemos propuesto demostrar que el pa»
tronato es un derecho soberano, propio, perpetuo, inaliena-
ble i perfecto en todas sus partes, como el derecho de cons-
tituimos en república.
En este tercero i último artículo vamos a ensayar el de-
cir algo sobre el concordato^ remate necesario a que debe lle-
gar toda cuestión en que intervenga la curia romana.
En nuestra opinión, i comenzamos por asentarla paladi-
namente, el concordato es un pacto enteramente innecesario,
inoficioso, que no tiene apoyo alguno ni en la lei civil ni en
— 176 —
las constituciones políticas que rijen los Estados, i que, le-
jos de prometer un solo bien a la América, le acarrearía ma-
les de infinita trascendencia.
Nos bastaría para afirmar nuestra doctrina el recordar los
antecedentes que hemos espuesto en nuestros artículos an-
teríores sobre la hostilidad manifiesta de la Santa Sede para
con nuestros paises, i de la íntima e indestructible persua-
cion en que han estado los gobiernos de éstos sobre que to-
dos los derechos que se pretenden revalidar con un concor-
dato, es decir, con im tratado con Roma, son derechos
positivos de la nación, inherentes a la soberan ía, i que no ne-
cesitan, por lo tanto, ningún jénero de revisión ni de confir-
mación para ejercerse en toda su plenitud.
Mas, deseando ilustrar en cuanto nos sea dable una ma-
teria tan grave i erizada de venideros peligros, vamos a in-
sistir de nuevo sobre el limpio i claro derecho que tienen los
Estados americanos para ejercer sin intervención de nadie
las regalías eclesiásticas de que hace parte tan esencial el
Patronato de Indias.
Indudablemente la base de este derecho soberano es la fa-
mosa bula de Alejandro YI del 16 de diciembre de 1501, en
la que dice testualmente a los reyes católicos, habiéndoles
de la regalía de la percepción de diezmos: ^^Os concedemos
a vosotros, i a los que por tiempo os fueren sucediendo,
de autoridad apostólica i don de especial gracia, por el te-
nor de los presentes, que podáis percibir i llevar lícita í li-
bremente los dichos diezmos en todas las dichaa islas i pro-
vincias^ (la América).
Mas no contento con otorgar tan clara i terminante fi*an-
quida al poder civil, el Pontífice deroga las disposiciones de
los amdlios que pudieran contrariarla, i anatematiza a los
que en lo menor pudieran ofenderla. cNo obstante, dice Ale-
jandro VI en la ya citada bula, las Constituciones del Con-
— 177 —
cilio Lateranense, i cualesquiera otras órdenes apostélioas
que a esto sean o puedan ser contrarias; ninguno, pues, se
atreva a quebrantar la bola de esta concesión nuestra o a ir
contra ella con temerario atrevimiento. I si alguno presu-
miere atentarlo, sepa que ha de incurrir Id indignación de
Dios Omnipotente i de sus bienaventurados apóstoles San
Pedro i San Pablo. t>
Ahora, a la vista de este título íundamental, ¿ puede exis-
tir en la fisiz de la tierra im derecho mas evidente que el áe
las r^^as eclesiásticas, que ahora se pone en disputa i por
tanto se pretende nvalidar ante la Sede Romana?
Por otra parte, el patronato i las regaUas (que en sustan-
cia son una sola cosa ante la lei civil, aunque los cánones ha-
gan distinciones técnicas) no ha sido, como se pretende,
una simple concesión temporal i revocable. Ha sido, al con-
trario, un pacto recíproco i oneroso, un tratado perfecto de
potencia a potencia, i que, por lo tanto, los reyes de España,
representantes de una de las potencias contratantes, se han
esforzado siempre en mantener incólumes a pesar de las ve-
leidades i aspiraciones de la otra. '^ I como les ha costado i
cuesta tanto a nuestros reyes (dice el americano Zolorzano,
eximio tratadista en esta materia i sin disputa la mas alta
autoridad que pudiera invocarse) i por ser concesión de la
Santa Sede Apostólica, han hecho i hacen siempre de él tan
gran estimación, me parece que en ningima cosa se muestran
cuidadosos de que se les guarde i conserve sin menoscabo,,
como lo descubren infinitas cédulas."
Por otra parte, si las regalías esclesiásticas concedidas a
algunas potencias europeas i a la Espafia misma pudieron ser
smijdes concesiones^ el Patronato de Indias j que es el patro-
nato de la América, filé un pacto perfecto i oneroso ^^ por*
que, como dice el mismo Zolorzano, i esto es digno de nota
muí especial, esta concesión de Alqandro pasó como en fuxr-
MUC. TOMO III. IS
- 179 —
joso, i que no sea siempre de alguna manera en menoscabo
del primitivo derecho que invocamos como fundamental ?
Quisiéramos que se nos citase un solo ejemplo. Por nues-
tra parte, no conocemos sino las tentativas hechas casi con-
jimtamente por Chile i Méjico en 1824 i 1825 para celebrar
un concordato bajo bases verdaderamente liberales i equi-
tativas.
Con relación a nosotros, ya hemos referido con alguna
detención la suerte que corrió el de Chile con la Nunciatura
del famoso Muzzi. I a este propósito nos será permitido ahora
recordar cómo im oportimo comentario, las palabras con que
el gobierno de Chile reveló al Congreso de 1826 en el Men'
saje de apertura intriga tan indigna de la Corte romana:
''La llegada a Chile del Vicario apostólico monseñor Muzzi, (decia
ese documento citado por el Arzobispo de Pradt) se consideró al princi-
pio como un suceso feliz, supuesto que el restablecimiento de los yincu-
los espirituales con la Santa Sede era objeto de los deseos jenerales; pe-
ro ni las atenciones con que colmé a este eclesiástico, ni los testimonios
de aprecio que se lo dieron, no pudieron satisfacer sus pretenciones ni
retenerle en nuestro seno. Aspiraba a mezclarse en todos nuestros negó-
dos, a sujetarlo todo a la jarudiccion eclesiástica con que se pretendía
revestido. Clamaba contra las máximas de nuestro derecho público; i con
el tono de la altiva supremacia de Hildebrando quería abatir las opera-
ciones del gobierno hasta la necesidad de sancionarse por él. Conspiraba
contra las instituciones que nos costaron quince años de tareas i sacrifi-
eio9. El gobierno trató estas insolentes pretensiones como eran dignas
de serlo. El vicario apostólico, después de haber faltado asi a los princi-
pios de humildad i caridad cristiana que debian nacer respetable su ca-
rácter i misión^ desapareció de secreto, abandonando con ingratitud a
un. pueblo pió i hospitalario que se habia esforzado a ganársele con cuan-
tiosos regalos pecuniarios. £1 gobierno espera que su Santidad el Papa
León XII desaprobará altamente la conducta de su enviado i hará jus-
ticia a los esfuerzos que hemos hecho para restablecer con el jefe de la
iglesia católica unas relaciones deseadas por todos los fieles de esta co-
munión."
No fueron menos infelices las negociaciones entabladas
ei^ 1846 por el ministro Irarrázaval ni en las que en mayo
— 180 —
de 1855 inició el digno jeneral Blanco con el cardenal An-
tonelli. Verdad es que se llegaron a echar esta vez las bases
preliminares de un concordato, pero eran aquellas de tal na-
turaleza, que el ilustre marino americano se negó a ponerles
su firma, apesar del enojo del delegado del Papa, i de que
esas mismas bases eran mas liberales que las otorgadas por
aquella época al Austria.
En cuanto al concordato propuesto por el gobierno meji-
cano i al que el célebre de Pradt consagró su obra — El con*
cordato de la América con Roma 1826, nunca llegó a verifi-
carse, porque era natural que [sus condiciones no fueran acep-
tadas por la misma razón que lo han sido últimamente las
del Ecuador, que entrega la enseñanza secular a la dirección
délos obispos (1).
(1) Son tan raros los documentos relativos a concordatos amerio»-
noS; que no podemos menos de transcribir aquí integras las bases del
adoptado por el gobierno de Méjico en 1826. Dicen así:
!.• ^«La relijion de lá república es la relijion católica^ apostólica i ro-
mana. La nación la protejo con sus lejes: eUá proliibe el ejercicio de cual-
quiera otra.
'^.* La república mejicana empleará todos los medios de comunica-
don necesarias para conservar i estrechar mas los vínculos de uijon con
el Pontífice romano» al que ella reconoce como jefe de la Iglesia
universal
''3.® La república se somete a los decretos de los concilios ecuméni-
co en cuanto al dogma, pero es libre para aceptar sus decisiones en
cuanto a la disciplina.
**L^ El Congreso jeneral de Méjico está revestido esclusivamente con
plenos poderes para arreglar el ejercicio del patronato en toda la eonr
federación.
"6.^ El mismo Congreso se reserva laJaeuUad de arreglar i Jijar las
rentas eolesiásticas.
''6.® JBl Obispo metrcpoUtano de Mijieo eryirá^ reunirá^ desmomtr»'
rá i arreglará las diócesis, conformo a las demarcaciones civiles fiadas
por él Oongrooo jonoraL
— 181 —
una vez demostrado que la América no tiene nada que
ganar i sí mucho que perder con un concordato, i que éste
es de todo punto innecesarioi porque en la actualidad exis-
te de hecho i de derecho en todo su vigor, se nos objetará,
sin embargo, que hai varios puntos graves de disciplina ecle-
siástica que deslindar entre el Estado i la Iglesia, i se nos
dirá ademas que nosotros mismos tenemos señalados algu-
nos de éstos i tan importantes que por sí solos podrían con-
ducimos al cisma.
''7.® JEl mismo metropolitano, o a Jaita suya él mas anticuo de los
otros Obispos, confirmará la elección de los Obispos sufragáneos: éstos
confirmarán al metropolitano. Un uno i otro casOy se dará aviso de ello
a 8u Santidad.
'^8.^ Todos los negocios eclesiásticos se terminarán definitivamente en
la república, con arreglo al arden prescripto por los cánones i leyes.
"9.* Los estranjeros no ejercerán en la república, en virtud de eomi'
sion, acto ninguno de jurisdicción eclesiástica.
''10.* Las comunidades rolijiosas de uno i otro sexo seguirán puntual,
mente las reglas de sus respectivos institutos en lo que no sea contrarío a
las leyes de la república i cánones; i estarán sujetos al metropolitano en
todos aquellos casos en que se recurría a autoridades residentes fuera de
la república.
11.0 ^ metropolitano tendrá los neoesaríos poderes, con la facultad
de delegarlos a los ordinarios, para proceder a la secularización de los
regulares de uno i otro sexo, que la solicitaren.
'*12.<' Se pedirá al Pontífice romano la conyocacion de un concilio
jeneraL
^IS.® La república enviará todos los años al Pontífice romano cien
mü pesos, como voluntaria oblación para subvenir a las neoesidades de
la Santa Sede.
''14.* Se establarán negocios con las demás repúblicas americanas so-
bre las providencias relativas a los negocios eclesiástícos, a fin de que
pueda presentarse, con toda la posible brevedad, un plan uniforme a sn
Santídid.
'15.^ El gobierno proveerá separadamente a los artfoolos sobre los
que ao se haya logrado la deseada uniformidad.
— 183 —
IV.
RESPUESTA A LAS IMPUGNACIONES.
(pmiUMINÁX).
En el núm. 6 del Bien público^ periódico de la capital,
publicado el 30 de setiembre, se rejistra un estenso artículo
doblemente notable por la erudición i la virulencia de su au-
tor, condiciones que parece hablan de correr siempre pare-
jas al tratarse entre nosotros las arduas cuestiones eclesiás-
ticas. Despojando, pues, a aquel de la violenta acritud que
lo desluce, vamos a darle ima apropiada respuesta, a cuyo
fin lo hemos reproducido íntegro en nuestro número de hoi.
Antes de entrar en materia, nos parece oportuno reiterar
una manifestación que hemos hecho con demasiada frecuen-
cia desde que entramos en la lisa periodística, i es la de
nuestra antipatía por la polémica. Tenemos para nosotros
que toda cuestión de diatriva acusa esterilidad en nuestra
prensa. Apenas, en efecto, falta en nuestra monótona actua-
lidad temas fecundos o luminosos de que echar mano, cuando
vemos a nuestros diarios agredirse mutuamente para encon-
ti*ar pábulo, sino razón i provecho a sus debates. Para noso-
tros, la prensa no obra como la palabra. En las luchas parla-
mentarias se comprende que una j&ase pueda importar una
victoria, porque loque se busca es el convencimiento instan-
táneo del auditorio. Pero en ]a prensa las convicciones se
crean, no se improvisan; nacen del examen, no del entusias-
mo; i por esto nos parece que, sin necesidad de llamar a ca-
da instante a un público casi siempre prevenido por afec-
ciones, a que decida como juez en una ajitada contienda/
debe dejarse dilatado campo i luz infinita a la conciencia pú-
blica, a fin de que forme sus conceptos con la augusta caí*
— 186 —
que aparecen en las cuatro densas columnas que analizamos;
a saber:
1.* Que en los artículos que hemos publicado en el Mer-
curio con el título de la Cuestión de Boma tratamos de
" inspirar a los católicos aversión al jefe de su relijion en
calidad de tal," lo que equivale a constituimos "en ájente
del protestantismo o del cisma/'
2.** Que hemos desfigurado el carácter de los Pontífi-
ces Pío VII, i León XII al pintarlos como enemigos de la
independencia americana.
3.** Que son falsas o apócrifas las bulas que imo i otro
papa hemos citado para comprobar aquel aserto.
4.° Que es falso cuanto decimos sobre los planes políti-
cos i anti-americanos que trajo a Chile el Nuncio Muzzi.
6.^ Que es im descaro de nuestra parte, capaz de desper-
tar toda indignación, el insinuar que el actual Pontífice i
los siete obispos de Méjico hayan tenido participación de
ningún jénero en la espedicion francesa de aquella repú-
blica.
6.*^ Que es una insensatez nuestra acusar al obispo chile-
no Rodríguez de haber mantenido correspondencia con el
Papa en 1826, motivo por el que fué espulsado del país.
7.° Que es falsa la participación de Roma en las turbu-
lencias del clero de Nueva Granada.
8.® Que no sabemos una sola palabra ni siquiera hemos
oido hablar del concordato del Ecuador con la Santa Sede.
9.° Que es llevar hasta el delirio nuestro fanatismo ("fa-
natismo anti-papal'') al hacer una acusación a cierto sacer-
dote chileno por haber contribuido a fundar en Roma un
Seminaiio americano.
Antes de entrar en el análisis por separado de cada uno
de estos puntos, observaremos (jue en jeneral el artículo
que contestamos es de un carácter puramente negativo*
MI8C. T01ÉO iii. 1/
— 186 —
Como se ha visto por la fitmca enumeración que acabamos
de estampar, toda su argumentación consiste en decir: "Lo
que Ud. afirma es falso, luego es Ud., un impostor." Es decir
que la sustancia de la discusión para nuestro impugnador es
el denuesto i la negación; pero no contradice el hecho con el
hecho; no opone la luz a la luz, no discute, en fin, sino que
anatematiza. Por esto hai siempre algo de la fórmula de la
escomunion o del auto de fé en toda polémica eclesiástica.
Por manera pues, nos parece justo observar, que si noso-
tros logramos corroborar los hechos i los documentos sobre
que hemos basado nuestras doctrinas ; si manifestamos que
las bulas que hemos citado son evidentes ; si confirmamos
los documentos públicos i auténticos que probaron la com-
plicidad de Muzzi en los planes reaccionarios de la Santa
Alianza; si demostramos que el obispo Rodríguez secunda-
ba aquellos propósitos en su correspondencia vedada con la
Santa Sede; si ponemos en claro que la política de Roma ha
intervenido en la espedicion de Méjico; si probamos que
conocemos todos los ápices del concordato con el Ecuador i
con todos los paises americanos en los últimos 40 años des-
de su iniciativa hasta el reciente repudio del último, para lo
que poseemos una vasta colección de documentos; si pone-
mos de manifiesto el carácter romano de la ajitacion ecle-
siástica déla Nueva Granada, i por último, si demostramos
que el Seminario americano de Roma es una institución pe-
ligrosa para la libertad i la independencia de nuestro conti-
nente; si hacernos todo esto a la vez, es pues evidente que
traeremos al suelo por su base el violento artículo a que alu-
dimos, i que por lo mismo de ser arrebatado carece de la so-
lidez que la templada razón presta a todas sus obras.
Entramos por tanto de lleno en nuestra tarea, que abra-
zará una serie de artículos independientes, por requerirlo así
las exijencias del diarismo.
— 188 —
I como, por una parte, la historia nos estuviese manifes-
tando que en épocas recientes esta misma presión del abso-
lutismo se liabia ejercido en la América por el intermedio
de los pontífices humillados, i por la otra, coincidiesen los
hechos recientes en que se vé la mano de los satélites del
papado encendiendo guerra i conflictos en nuestros países,
con loá proyectos de enviar emisarios chilenos a Roma que
fuesen a ventilar, (revocándolos en duda por ese acto solo)
derechos que hemos conquistado con nuestra sangre, nos
propusimos tratar de preferencia estas cuestiones porque
eran las mas graves i al mismo tiempo las mas urjentes.
De aquí los tres artículos que a mediados del último mes
publicamos bajo el epígrafe de Cuestión de Ronia i en los que
nos esforzamos por evidenciar estos tres principios funda-
mentales para nuestra política internacional, o mas bien di-
cho, para nuestra j9(?/¿¿íca americana. 1.° Que la curia roma-
na habia sido siempre hostil a los intereses republicanos de
la América. 2.° Que el /?a/r(?naío era un derecho inlierente a
nuestra soberanía nacional i no necesitaba, por tanto, con-
firmación de ningún jénero; i 3.° Que, en consecuencia, el
concordato era enteramente inútil, i solo podía convenir a
los intereses de la Iglesia, cumpliendd por esto a la última i
no al Estado el derecho de solicitarlo.
Son estos principios sanos i ortodoxos (pues solo están
dirijidos a afianzar la paz i mutuo respeto de todas las po-
testades) nutridos, ademas, en un acrisolado americanismo,
lo que se llama (adoctrinas anti-católicas i fomento del pro-
testantismo.» Hai aquí la mas leve alusión al dogma de
nuestras creencias? ¿Tiene que hacer con el catolicismo la
presión impia que soberanos ateos como Napoleón III, ejer-
cen sobre el jefe del catolicismo para imponerle sus bastardas
miras de dominación por las armas i la púrpura? ¿No es
esto, al contrario, abogar por la mayor pureza de nuestra re-
— 189 —
lijion, por su cumplida independencia? Pero lo cierto es que
la táctica de lo3 sostenedores sistemáticos, de la omnipoten-
cia eclesiástica desde el autor de los Apóstoles del diablo en
1822 al padre Yoldi (el impugnador del Mastodonte en
1850) toda cuestión deliturjia, de disciplina, de cánones, de
puras sotanas, si se quiere, hade ser precisamente entre no-
sotros cuestión de dogma. Así es que el argumento jefe de
toda discusión es llamar al adveráario «impíoí), «hereje»,
«cismático», «protestante» ; i ya todo está dicho, la victoria
es del clero i el pueblo en masa aplaude a dos manos, sobre
todo debajo del mantón
Pero, por fortuna, hai también en nuestra sociedad cató-
lica nombres que por sí solos son un escudo contra esta tác-
tica ya desacreditada, i difícilmente podrían poner los defen-
sores del cardenal Antonelli ningimo de aquellos apodos a
muchos de los hombres de conciencia i buena fé que siguien-
do huellas santas para ellos, se encaminan sin volver el ros-
tro al temor ni al alhago a desempeñar sus deberes para con
su patria natural, que aman por cierto mil veces mas que
la patria postiza de otras tierras i de otras coronas. I la me-
jor prueba de que lo que decimos es cierto, es que ayer no
mas se ha publicado en este mismo periódico que corre ba-
jo nuestra dirección una noble carta del Papa Pió IX al ar-
zobispo católico de Nueva York, exhortándole en nombre
del Dios déla paz a fomentar la de los Estados-Unidos, i
en seguida nosotros mismos hemos escrito con fervor aplau-
diendo el celo de nuestros jóvenes predicadores al consagrar
sus creencias relijiosas en el dogma santo de la república.
Vana es, pues, mui vana la arteria que tocan nuestros im-
pugnadores para arrojar un maligno i anticipado descrédito
en la gran cuestión americana que sostenemos contra los in-
tereses mimdanos de Roma i de sus esplotadores.
Esplicados los antecedentes i las intenciones^ vamoB aho*
ra a hacemos cargo de los hechos i de los principios que 8ir«
ven de base a la discusión.
Materia será ésta de un próximo artículo sobre la politi-
ca pontificia en América.
V.
LAS BULAS DE PIÓ VH I LEÓN XII.
"Desde el primer dia de la independencia americana, de-
ciamos en nuestro primer artículo sobre la Cuestión de Ro^
ma la Santa Sede descargó sobre ella los rayos de su ira.
Pío VII. en bula de 30 de enero de 1816 exhorta a los
obispos de América a que inspiren a sus fieles el justo i /ír-
me odio con que deben mirar aquella." I en seguida, ha-
blando de la política de su sucesor en la tiara, añadimos :
"León XII, ocho años mas tarde, encarece a los americanos
la sublime i sólida virtud de Femando VII, por su bula de
24 de setiembre de 1824, cuando aquel ominoso monarca
no era dueño de mas tierra americana que las almenas del
Callao i de San Juan de Ulua."
Pero aceptando la indestructible evidencia de estos he-
chos i llevados solo de una leal conciencia, no los atribuimos
a ninguna ignota malignidad de aquellos dos eminentes pon-
tífices, cuyas virtudes cristianas i personales han sido siem-
pre preconizadas por la historia, sino que al contrario buscá-
bamos i ofrecíamos su esplicacion en la lamentable servi-
dumbre a que estuvo, entonces como ahora, sometida la in-
defensa Santa Sede. Toda la acusación que hemos hecho a
aquellos papas ha sido pues únicamente la de sus infortu-
nio9 i su sumisión a los tiranos europeos.
— 191 —
Ahora bien: el articulista a quien respondemos nos dice
testualmente : "Ud. ha elejido para objeto de sus diatrivas
cabalmente a los dos papas que con respecto a la América
se han sustraído a la influencia política de la España. Pió
VII comenzó desde 1822 a reclamar del rei Fernando que,
o bien sometiese las colonias a su antigua dominaciony o con-
sintiese en que la Santa Sede proveyese a las necesidades
de la iglesia sin consideración alguna al patronato i prero-
gativa que gozaba la España por los antiguos concordatos ;
reclamaciones que con igual perseverancia continuó León
XII hasta que proveyó de pastores por sí mismo a las igle-
sias vacantes de América."
Hai argumenros que con solo enunciarlos se contestan; i
si no ¿ cómo puede entenderse que esos dos papas se hayan
"sustraido ala influencia política de la España con respecto
ala América" si ambos han '^reclamado con igual perseve-
rancia que aquella someta a la última a su antigua domina-
ción ?" ¿ Podían considerarse como amparadores de la Amé-
rica los dos Santos Padres que apremiaban al rei Fernando
para que se adueñase todavía, es decir, para que reconquís-
tase a sangre i fuego sus antiguas colonias, ya convertidas
en naciones libres ? O se querrá alegar que por esta presión
de Roma sobre la empecinada corte de Madrid, se obtendría
mas pronto el abandono de los derechos de la última sobre
el territorio americano ?
Tan débil es siempre la argumentación contra la verdad,
que ella misma por sí sola se destruye; i aquí tenemos un
párrafo dividido en dos trozos, de los cuales el último reba-
te al primero, dejando pues siempre en pié nuestra revela-
ción histórica de que ''la política pontificia fué siempre hos-
til a la América."
Pero no es esta la única arma que ha esgrimido nuestro
adversario. Habíamos citado nosotros documentos impor-
— 193 —
tor, sacó usted la cita de esa bula que es su caballo de bata-
lla para herir i calumniara un gran Pontífice como Pió VII ?"
Voi a contestarle, señor articulista.
La cita no la he sacado de ninguna parte, pero la bula in-
tegra en latin i en español la encontré en una pastoral del
Arzobispo de Lima, don Bartolomé María de las Heras, pu-
blicada en aquella ciudad el 12 de marzo de 1817, habiendo
sido trasmitida a los metropolitanos de América por real or-
den de 12 de abril de 1816, en la cual el rei Fernando VII
dice a "los mui reverendos obispos de las iglesias catedrales
de ambas Américás, Islas adyacentes i Fihpinas" lo que si-
gue:
"Vista la preinserta caita exortatoria, (la bula de Pió
VII) en el referido mi Consejo de las Indias, con lo espues"
to por mi fiscal, he resuelto comunicárosla, para que hacien-
do saber su contenido a los Cabildos de vuestras respecti-
vas iglesias i demás individuos del clero Secular i Regular»
pongáis en práctica^ como os lo ruego i encargo, lo que el ce-
lo i justificación de S. S. os encomienda, contribuyendo por
cuantos medios os dicte vuestra prudencia a que se restablez-
ca la debida obediencia i entera tranquilidad de esas provin-
cias. Fecha en Madrid a doce de abril de mil ochocientos
dieziseis. — Yo el Reí. — Por mandato del rei nuestro señor.
— Silt}estre Collar.''
La bula no solo habia sido espedida por consiguiente en
Roma i por S. S. Pió VII, sino que se habia enviado a Ma-
drid para que el rei opresor de la América la hiciera valer co-
mo una arma poderosa en Ui contienda; de lo que resulta
que la hostilidad pontificia a nuestras intituciones i su sumi-
sión a las testas coronadas de Europa se agrava aun mas
por la manera de manifestarse i de obrar.
Tiempo es, pues, de contestar la sustancia de la impugna"
cien del articulista, lanzando en la arena del debate '^nues-
yiflO. TOXOIII. 18
— 194^
tro caballo de batalla" o caballo de calumnia, como él llama
la citada bula.
Esta en su tenor testual dice así: (1)
A nuestros venerable hermanos Arzobispos i Obispos i a los que-
ridos hijos del clero de la América, sujeta al rei católico de las Es-
pañas.
Pío PAPA VII.
Venerabloi hermanos, e bijos queridos, salud i nuestra apostólica ben-
dición. Aunque nos separan inmensos espacios de tierras i de mares»
nos es bien conocida yuestra piedad i vuestro celo, en la práctica i pre-
dicacion de la relijion santísima que profesamos. I como sea uno de sus
mas hermosos i principales preceptos, el que prescribe la sumisión a las
autoridades superiores, no dudamos que en las conmociones de estos
paises, que tan amnrgas han sido para nuestro corazón^ no habréis ce-
sado de inspirar a nuestra grei, el justo i firm£ odio con que debe mirar-
las. Sin embargo, por cuanto hacemos en este munrlo las yecea del que
es Dios de paz, i que al nacer para redimir aljénero humano de la tira-
nia de los demonios, quiso anunciarlo a los hombres por medio de sus
ánjeles, hemos creído propio de las apostólicas funciones que aunque sin
merecerlo nos competen, escitaros mas en esta carta a no perdonar es-
fuerzo para desarraigar i destruir completamente h zizaña de alboro-
(1) Ademas de hal^er sido impresa i reproducida la bula de Pió VII
por el arzobispo Las lleras en 1817, lo fué tres años mas tarde por el
obispo del Cuzco don Caliste de Orihuela, quien la publicó en esta úl-
tima ciudad en 1820, en un folleto mui corriente en el Perú. De esta
última publicación copiamos nosotros en Lima aquel documento, i lo
dimos a luz en nuestro "Ensayo sobre la revolución del Perú" pújina
220. De manera, pues, que no solo una cita sino tres reproducciones di-
ferentes de la bula íntegra homos citado a nuestro impugnador.
Pero si éste aun duda, tómese la molestia de pasar a la Biblioteca
pública de la capital, donde tiene encarga nuestro para ponerla oriji-
nal a su disposición el comedido segundo bibliotecario don Damián
MiqueL
— 196 —
Sede, cuando dice: "Y no dejará de parecer estraflo a loa
pocos versados en la historia eclesiástica, y con especialidad
de la curia romana, que lejos de atender ésta a los clamores
y demandas relijiosas de unos pueblos siempre fieles a la lei
de Jesucristo {los pueblos americanos)^ no obstante las bár-
baras atrocidades que a nombre de esta misma relijion han
cometido en ellos sus opresores, no solo haya desoído sus
súplicas^ sino repelido a los que venían a presentárselas, y
tratado de mezclarse secreta i públicamente en sus diferencias
políticas con ánimo de reducirlos nuevamente a la antigua
dominación.
"A esto termina, añade el prefacista, la encíclica de S. S.
León XII dirijida con fecha 24 de setiembre del año último
(1824) a todos los Rev. Obispos y Arzobispos de la Amé-
rica que fué española."
A la \ista de estas referencias que cualquiera puede veri-
ficar, y aun confrontar por estenso con la bula misma que
nosotros hemos leido (si la memoria no nos engaña) en la
obra del Dr. Vijil sobre la Defensa de los gobiernos ameri-
canos contra las pretensiones de la curia romana) a la vista
de todo esto, preguntamos, nos disputará todavía la exis-
tencia de la bula de León XII tan solo porque no cansamos
a los lectores del Mercurio con su reproducción íntegra y no
nos cansamos nosotros con ir a rejistrarla, tal vez para no
dar con ella, en el Bulario ?
Pero en esta parte, el aiticulista impugnador ha salido
un tanto del estrecho terreno de su negación absoluta para
oponemos la historia a la historia, y probamos así que ha-
biendo sido León XII un papa amigo de la América, mal
pudo querer reducirla de nuevo, cuando era ya indepen-
diente, al dominio de Femando.
En el inmediato artículo nos ocuparemos de U cuestiou
bigo este pu^to de vista,
— 197 —
VI.
Pío VII I LEÓN XII.
Hablando de la política de los papas y particularmente
de León XII para con la América independiente i republi-
cana, hé aqui como se espresa el articulista del Bien Público
que nos impugna, formando en esta parte un confuso haci-
namiento de hechos incoherentes i fechas descompaj inadas ,
sacadas todas, al correr de la pluma, de la Historia Eclesiás-
tica del barón Henrion : ^
"El envió del Vicario Aposfcóli co Muzzi, dice con relación al pontifica-
do de Pío VII, tan lejos de ser suj«3rido por la España, se hizo a despe-
cho de \n o{)osicion del embajador español. El 20 de julio de 1825i
León XII contestaba afectuosamente al gobierno de Méjico que seliabia
dinjido a él; y en mayo de 1825 nombraba obis{)os para las iglesias de
SHntaFé de Bogotá, Camca^i, Antioquin, Santa Morto, Quito i Cuenca.
La alocuciou que pronunció el Papa el 21 de dicho mes de mayo de
1817 en el consistorio de cardenales, es la mm elocuente contestación
a todas liis calumnias que Ud, levanta a la Santa Sede sobre su con-
ducta respecto a América, i el rei de España a quien Ud. dice que ser-
TÜmente se sometia a los papas, quedó tan irritado, que el Arzobispo de
Atenas, Monseñor Tiburi, Nuncio del Papa, tuvo que retroceder de la
frontera de España el 17 de junio do 1827, jmrque encontró en Irun des-
pachos del gobierno que les impedían entrar. Puede üd. ver la Jíis-
torta Eclesiástica de Henrion, edición de Barcelona de 1856, tomo 9.**,
desde el núm. 179 hasta el níim. 184, en donde se citan los documentos
justificativos de cuasi todos los hechos referidos.
Hé aquí condensados en pocas frases todos los ataques
del articulista del Bien Público] hé aquí el punto mas sa-
liente de su línea de parapetos, desde el que ha hecho el
mas nutrido fuego sobre nuestras obras de defensa.
Pero ya que nos ha tocado en suerte batirlo a nuestra
vez con las propias armas cuya posesión él nos disputaba,
- le) ~
'^Leon XII, dice aquel, fué un gran Papa, esperto i res-
petuoso en sus relaciones con los soberanos ; pero esforzado
defensor de Ifijícsticia i de la libertad de la iglesia.^^ Enhora-
buena, contestamos nosotros, pero no por esto es cierto que
lo fuera de la justicia i de la libertad de la América indepen"
diente, ni menos que aquellos papas "se hubiesen sustraído,
con relación a la América, a la influencia política de la Es-
paña/' Muí lejos de eso. Nunca fué mas estrecha la unión
de la tiara con la corona de Castilla, tan a mal traer en los
tiempos de Fernando V, que en los del monarca VII de
este nombre, el mas fanático de los soberanos españoles, a
pesar de ser nieto de Carlos III. Asi sucedió que cuando
llegó al Quirinal la noticia del rescate de aquel príncipe de
las manos de las cortes liberales de 1820 por las armas de
Angidema, León XII tomó en su carroza al cardenal espa-
ñol Bardoxi de Azara i se fué con toda pompa a cantar un
solemne Te Deum a San Juan de Letran. "Habiendo lle-
gado a Koma el 16 de octubre, dice el mismo historiador
citado por nuestro impugnador (Henrion, vol. 13, páj. 359)
la noticia de la libertad de Fernando VII, León XII tomó
una parte activa en este acontecimiento i en la gloria de la
Francia. Elevado al pontificado en el momento en que Fer-
nando VII veia quebrantarse sus cadenas, él quiso mani-
festar de una manera solemne el gozo (la joie) que esperi-
mentaba por una victoria tan ventajosa para la Iglesia, para
\9, felicidad de EspaTia i el reposo de la Europa."
Era éste entonces el Santo Padre que habia "sacudido la
influencia de España" i que se dejaba arrebatar de gozo
cuando el rei felón entregaba su patria por la segunda vez a
las armas estranjeras i cuando erijia en todas las ciudades
de España los cadalsos políticos en que sacrificó seis mil
víctimas a su implacable saña?
Pero el articulista, aglomerando estudiosamente fechas
— 200 —
sobre fechas asegura que León XII contestó afectuosamen-
te a las solicitudes de la república de Méjico para entrar en
arreglos eclesiásticos, i que la alocución de aquel pontífice
en mayo de 1827 "es la mejor respuesta a las calumnias que
yo levanto a la Santa Sede sobre su conducta respecto de
la América.})
Verdad es que León XII no se hizo sordo a las primeras
insinuaciones del emperador Iturbide, cuando la reacción
monárquica se entronizó en Méjico; pero apenas el Congreso
liberal de 1824 dictó la famosa constitución federal en que
se exijia el juramento civil a los obispos, fueron vanos todos
los esfuerzos de la república hasta el punto de que solo en
1835 el hábil canónigo A'asquez obtuvo de Gregorio XYI
algunas concesiones. Pero aun al aceptar las primeras insi-
nuaciones del concordato mejicano en su afectuosa respuesta
de 20 de junio de 1825, todo loque hacia León XII era dar las
gracias a aquel gobierno por sus manifestaciones de deferen-
cia, porque como dice Henrion (paj. 524 del tomo citado)
"teniendo siempre en consideración los derechos políticos de
Fernando VII, no era insensible a las necesidades espirituales
de aquellas numiirosas poblaciones católicas. De manera,
pues, que en i'dtimo resultado León XII reconocía los de-
rechos de Fernando sobro la América i al mismo tiempo
conocia el suyo propio sobre ella como jefe de la Iglesia.
¿ Es esto, por ventura, una prueba de que la política de Roma
fuera benigna para la América e mdependiente de la influen-
cia de nuestros opresores? ¿Es una prueba de nuestras
calumnias, o una espléndida justificación de nuestra vera-
cidad?
Y sobre la alocución que se invoca como una prueba in-
controvertible de esas calumnias ¿qué htii en ella que auto-
rice a nuestro impugn:idor para atribuir a León XII el pa-
trocinio jeneroso de la causa americana? ^'Sin tomar partido
— 201 --
dice el mismo Henrion, entre la metrópoli i sus colonias,
León XII se lanzó al socoito de esa relijion santa en el con-
sistorio del 21 de mayo de 1827.'* I a mas ¿qué hubo en el
testo de la alocución pontificia que fuera una muestra de ad-
hesión a la causa americana? El deseo solo de dotarla de
obispos, en lo cual el Papa obedecía solo a su conciencia i a
8u propio interés, es todo lo que aparece en aquel documento,
en que después de las jeneralidades acostumbradas, el Pon-
tífice solo habla de enviarnos prelados "para reprender los
errores, cerrar la boca a los que hablan mal, apartar i des-
truir los lobos furiosos que tienden lazos al rebaño."
A todo esto añade el historiador citado de la Iglesia, que
León XII no consintió mas en nombrar diocesanos para la
América a propuesta de Bolívar ni de ningún gobierno inde-
pendiente. c(Hizo, (|uc simplemente, para la iglesia de la
América Meridional lo q}¡r desde slf/hfi atra^ habia hecho
con Icts tfjlesias de A^ia y d.' Afrira sin ponerse en relación
con los jefes do los territorios ni aun conocerlos de nombren.
lié aquí a lo que queda reducida toda la benevolencia,
todo el espíritu independiente del pontificado para con la
América republicana; hé íujuí toda la refutación de nues-
tras calumnias. En cuanto al enojo de Fernando con el nun-
cio romano por haber dotado León XII las iglesias de Amé-
rica, bien pudo ser como lo refiere Henrion; pero lo cierto
es ((ue el enojo que podia nacer de muchas causas cesó des-
pués de algunas esplicaciones, ])orque el nuncio que retro-
cedió de Irun (no ponpie le ii.'pldiesen entrar sino [>orquc
líj creyó conveniente) en j uní») de 1827, volvió a entrar a
España ix)r Irun en setiembre de Císe mismo año.
En cuanto a luicstra ignorancia sobre la vela pontificia
que nos achaca el articulista; sea, que en todo lo de velas,
queremos ser mas bien ign(n"antes (pie no sab'jdores. Ma^w
no crea por esto el viejo republicano ([xxo. ignorásemos. hoso>
MI8C. TOMO III. \^
f* -v i'> t » í
tros el mérito de esa vela, pues el mismo Cienfiíegos en la^
cartas que de él tantas veces hemos citado i que nosotros
publicamos por la primera vez, dice el Director O'Higgins
estas propias palabras. <rSu Santidad me ha remitido una bella
candela, que la llevo bien acomodada en una caja para que
la presente a V. E. Esta solemne bendición hace todos los
afios el dia de la festividad de la Candelaria, i a cada uno
de los soberanos católicos de la Europa remite una de dichas
candelas por mano de sus embajadores.!)
Verdad es que nosotros también conocíamos la célebre
carta de Napoleón a su ministro Champfleury, datada en
Benevento el 1."^ de enero de 18C9, en que aludiendo a mu-
chos papas que, según él, podian estar mui bien en los in-
fiernos, decia bruscamente lo que sigue: — «Mi ájente en
Roma dará a entender que el dia de la Candelaria yo reci-
biré mi vela bendita por mi cura propio, porque ni la púr-
pura ni el poder son los que valoran esta ceremonia.!)
No ha destruido pues el articulista nuestra convicción
de que la América nada ha podido alcanzar de la avasalla-
da política de la Corte romana, en su luctuosa existencia de
nación libre. Ni ha desvanecido tampoco en lo menor el rec-
to juicio que hicimos del abatimiento en que se vieron arras-
trados aquellos papas por la insolencia de los reyes que le
imponían su voluntad.
Verdad es que Pió VII fué un Papa tan humilde como vir-
tuoso, i nadie lo comprendió mejor que nosotros al contemplar
en Roma, bajo las bóvedas de San Pedro, la magnífica efijie
de su mansedumbre, colocada por Thorswalden entre lasimá-
jenes de la Fuerza i de la Moderación. Pero no por esto es
cierto lo que nuestro contradictor asevera cuando dice que
«toda la vida de aquel filé una protesta elocuente contra la
debilidad de carácter i sumisión indigna a las potestades que
nosotros tan injusta como gratuitamente le atribuimos.!)
1 si Pío VII nunca desmintió su firmeza, ¿cómo sucedió
que se prestara a venir a Paria en el rigor del invierno de
1804 para ceñir al advenedizo emperador, hijo de la atea re-
volución de 89, que habia echado a tierra la lejitimidad del
derecho divino, la corona que debia hacerle el nnjido de
Dios ? ¿ I cómo ocho años mas tarde puso al fin su firma de
cautivo en el ominoso concordato que la omnipotencia de Bo-
ñaparte le impusiera en Fontainebleau ? Recuerde el articu.
lista que todos los autores eclesiásticos le tuvieron a mal al
infeliz Pío aquel acto de suprema debilidad de que él mismo
se arrepintió en breve. Henrion mismo, el abate Feller i por
liltimo el autor mismo de la vida de aquel Santo Padre
(Artaud) se lo han reprochado, aunque esplicandose su fa-
tal condescendencia por esc avasallamiento sobre que noso.
tros también hemos incubado.
«Tenia ya Su Santidad 71 años, dice el último, (Vida de
Pío VII t. 2.* páj. 1(51) i su salud consumida con tantas
penas, inapetencia i trabajos; dolíale no ver a sus hermanos
los cardenales, porque ellos se libertasen de las prisiones i
destierros; e imixílido de Bertazzoli, que le estrechaba a que
concediera todo lo que proponía, acosado de las súplicas de
los cardenales italianos que se mezclaron en ese importante
negocio, sin cesar de agorar nuevos males i amenazas i un
completo desprecio de su persona i dignidad ; i como no oia
parccer algún dictado con nobleza, sabiduría i firmeza, que
contrastase a los contrarios i animase su abatido espíritu,
viéndose próximo al se|)úlcro; todo esto junto fué mas que.
suficiente para desanimar al Pontífice, que ya no tenia ma»
fuerza que paracscriliir maciulnahno.nte su nombro*
Por último, un gran eácrilor cuya fé ortodoxa es cono-
cida de todos, el ilustre Cantú, haciendo el análisis de aquel .«rf*
desdichado Pontífice, h¿ a([uí como se csplica: — «A la muer-
te de Pío Vil (dice cu el t. 18 de su Historia Universal)
-I-
^
<
— 904 —
los católicos celosos reclamaban con todos sus votos un papa
mas ríjido en materia de disciplina i menos dócil a las exi^
jeiidds de las cortes (moiiis malleable aiuc exigences des cours.J>)
Tan evidente fuó, en verdad, el cápíritu apocado que a
veces dominó a aquel varón desventurado, que su condes-
cendencia llegó a hacerse materia de malignidad para sus
propios subditos. De aquí aquel pasquín que cita Thiers
como una espresion de la jenuina opinión pública de Roma
i que estaba así concebido con característica sal epigramá-
tica :
Pío VI per conservar lafede
Perde la sede.
Pío VJJper conservar la sede
Perde lafede.
No hemos pues calumniado a Pió VII ni a León XII.
Hemos probado nuestra justiciera apreciación aun con la
de sus mas acérrimos defensores. I lejos de haber hecho
ofensa a su ínclita memoria, hemos sabido defenderle, i>o-
' niendo su conducta bajo la verdadera luz de la historia,
cual lo hacemos hoi con el Pontífice reinante, a quien con-
sideramos, como a aquellos, prisionero de los Bonapartes
en ese cuartel francés que hoi se llama Roma i que antes
fué Ja espléndida i libre capital del orbe católico.
VIL
LA MISIÓN DEL NUNCIO MUZZI.
En ninguna parte es mas pronunciado ni mas orí j ¡nal el
sistema de negaciones con que nos ataca el serio articuliáta
"dtíl Bien Público^ que en la cuestión de la nunciatura apos-
dbólica de Muzzi. No se trata en este punto de una discusión
'1T.
V « . .
— 205 —
puramente filosófica o canónica, sino de una relación histó-
rica tan sencilla como comprobada por irrefutables docu-
mentos. Pero el articulista pasa la manga de su sotana
sobre todo lo escrito, i dice : — «Eso es falso, i es falso por-
que yo lo digo.)) No ocurre ya al injenioso espediente del
Bulario magno para negar la existencia de tal o cual docu-
mento.
Fuerza nos es, pues, a la vista de este singular sistema de
debate, establecer los hechos en toda su claridad (pues es és-
ta una cuestión puramente de hecho) i luego parangonar las
vejaciones del adversario con la luz de los documentos a que
hemos de referirnos por segunda o tercera vez.
La historia de la legación Muzzi es la siguiente, reducida
a su mas simple espresion ; i téngase presente que para rela-
tarla echamos mano solamente de la propia relación del
secretario de aquella, Sallusty. (Siona delle missioni opos-
toliche nello stato del Chile.) No recurrimos, pues, como in-
sinúa el articulista, a la prensa imjna de aquella é}X)ca, i si
no invocamos la Carta apoloj ética publicada por el Nuncio
en Montevideo, es a consecuencia de que la estrema escasez
de aquel folleto no ha |)ermitido que llegue jamas a nuestras
manos, ni aun existe siquiera un solo ejemplar en nuestra bi-
blioteca pública. Contradecimos, sin embargo, el cargo que
nos hace el articulista por no haber mencionado siquiera ese
documento, pues con toda claridad lo recordamos en nues-
tro primer artículo de esta serie.
En enero de 1822 partió [)ara Roma el canónigo Cienfue-
goscon instru33lon33 de nuestro gobierno dirijidas a reanu-
dar bajo nuevas ba323 las r3lacion35 con la Santa Sede que
la revolución de la inie¡>endencia habla interrumpido. Lle-
gó nuestro Enviado aaqualla corte el 12 de agosto de ese
mismo aüo i obtuvo la mas brillante acDJida, como nosotros
lo referimos en el artículo impugnado, citando sus propias
— sor —
las instrucciones del referido seftor vicario apostólico para
que las lea.x>
No se eche pii3s en olvido tan estraor diñarlo e inusitado
lance de galantería diplomítica de parte del célebre nego-
ciador de concordatx)s, monseílor Causal vi.
En consecu3ncia, el Nuncio Muiszi i Cienfue^os partieron
de Roma el 3 de julio da 1823 i por la via de Buenos Aires
i Mendoza llegaron a nuestra capital el 7 de marzo de 1824.
Nada hubo de mas esplendido que el i^ecibimiento del dele-
gado pontificio, a juzgar por la propia relación de su secreta-
rio. Inmensas muchedumbres de duvoto pueblo agolpadas
hasta una legua fuera de la ciudad, a lo largo del tránsito,
escoltas de honor, paradas militaras, suntuosa rec3p3Íon del
gobierno i á2 las corj)ora:;ion3s, Te Djum, en fin, en la Ca-
tedral, toio fué digno de admirado i, aun para los que ve-
nían de las magníficas capitales del orbe cristiano.
Pero en ess mismo día de piiblicos regocijos, el Nuncio
suscitó las primaras dificultadas qu3 acarrearon su descrédi-
to, la desconfianza d3lgobiern^, i por áltimo, el descubri-
miento de sus S23r3t03 planes da reacción europea. Eu efecto,
apena* habla terminado la c3ramDnla de la recepción, el Nun-
cio desleilan lo ofrecar sus respetos, como era de estricto de-
ber a la autoridad civil para ante la que venia acreditado, se
dirijióahacer una visita al obispo Rodríguez, conocido por
su empecinada aversión a la cau-ta de la independencia, i a
quien una debilidad del Director O'Hlg^lns, aconsejada por
su Ministro Rodríguez Aldea, habla llamado hacia pocos
meses a ocupar su silla desde su destierro de Melipilla.
Indignóse justamente de este proceder el Director sustitu-
to D. Fernando ErrA/zirlz (liombre en estremo ortodoxo,
pero acendrado patriota) i al dia siguiente correspondió el
significativo desaire del Nuncio romano, negándose a asistir
al banquete oficial de doscientos cubiertos con que se obse-
— ao8 —
quió a aquel en el propio palacio del Director. Otro tanto
hizo Cicnfuegos.
Filé, pues, preciso ocurrir a espUcaciones para cortar en
tiempo aquella desavenencia, i el resultado fué que por un
acto de laudable condescendencia el Dírortnr visitó en el si-
guiente dia al Nuncio, i éste en el acto correspondióle su
atención.
Ademas de esto se instaló al delegado pontificio en el pa-
lacio del gobierno i se le asignó una pensión anu.al de 6,000
pesos deducida de la masa decimal, suma enorme en aquella
época, en que las arcas estaban exhaustas, pagando el go-
bierno hasta el 30 por ciento de intereses por apurados em-
j*réstitos. No ha sido pues (ívillano sarcasmo); de nuestra
parte el recordar esa jenerosidad de nuestro gobierno para
con un solapado conspirador que venia a vendernos a la
Santa Alianza con sus manos apostólicas. Verdad es que
aquella suma pitreció también escasa al codicioso secretario
Sallusty (pues sabemos lo ora en alto grado) i la razón que-
daba era que en el Estado de Chile, el mas minimo soldado
ganaba ocho pesos mensuales!
Ademas de todas esas consideraciones oficiales, el pueblo
entero le ofrecía su devoción i sus sencillos regalos a la co-
misión romana, a la que nunca faltó en su mesa cun sabro-
so chanchito gordc», como cuenta injcnuamcnte el secre-
tario de aquella, ni la plática del célebre líomero, su ma-
yordomo-oficioso, mas sabrosa todavia. De otras secciones
de la América vinieron también al Nuncio apostólico espe-
ciales manifestaciones de adhesión, i el mismo Bolívar le
escribió desde Huanuco, en la víspera de Junin, con fecha
de 13 de julio de 1824, una carta respetuosa, anunciándole
BUS deseos de celebrar un concordato con el Papa para to-
das las secciones de Colombia i del Perú.
Pero a pesar de esto, el nuncio no tardó en descubrir sus
— 20f —
solapadas intenciones entrando en dificultades con las autori-
dades nacionales apropósito de la secularización de algunos
regulares. Plisóse término a la naciente disputa en una confe-
rencia celebrada entre el Nuncio i el gobierno el 6 de abril,
es decir, un mes después de su llegada, manifestando aquel
las instrucciones latas que tenia del Pontífice (manifestare
al Goveenio hitte le site facoltá nel congresso ieiiuto con esso il
giomo 6 di Apríle, dice tcstualmente Sallusty en la páj. 17,
t. 3.® de su relación.)
Luego el Nuncio traia reservadas otras instrucciones dis-
tintas de las que Consalvi habia hecho leer en Roma a Cien-
fuegos i del elenco mismo que dice el articulista tenia el go-
bierno de aquellas; luego habia duplicidad, habia engaño,
habia un plan oculto en la misión de aquel prelado que se
habia hecho venir de Viena por la ])osta para enviarlo a tan
lejana misión.
Se dirá sin embargo, que esto no pasa de una presunción
a pesar de citarse el propio relato do la nunciatura. Pero,
precisamente para no dejar rastro de duda, hemos publica-
do ya nosotros los documentos autmticos sobre los que guar-
da un estraño silencio nuestro impugnador. El jeneral Zen-
teno, uno de los personajes mas conspicuos de la política
de aquella época, escribía al jeneral O'Higgins la carta que
hemos reproiucido en nusstro primer artículo, i en ella po-
ne en evíÍ3n?la qu2 el Nuncio era un ájente secreto de la
Smta Alian :a:q'i3 e3tav^Ddlspu33tD a aceptar todas las pre-
tensiones del goblarao si aceptaba a su secretario Sallusty
(no a su aalitor Mastai, hoi Papa, como dice el articulista)
como obispo de Santiago (no de Concepción como porfía el
articulista disertando en el vacio) ; que el gobierno se negó
a tan avanzada demanda, que en consecuencia el burlado
vicario pidió sus pasaportes, los que les fueron concedidos i
no sin dificultades i escrúpulos (alie reitérate iatance que ne
MISO. TOMO III. 80
fec€ il Vicario Apostoliche) i no como afirma el articulista
<rpor no haber tenido miramiento alguno el gobierno a la
conciencia del señor Muzzi i a las terminantes disposiciones
de la Santa Sede, por lo que br.u^camente rompió la negocia*
cion^ enviando el pasaporte al representante ponfifino. Esto
es, añade, lo que consta de los documentos publicados en
la carta apolojética del señor Muzzi 1 a lo que todo escritor
veraz debe atenerse».
A todo esto, sin embargo, el mismo Sallusty se encarga
de dar respuestas, i copiamos sus propias palabras en el
idioma italiano, que es bastante claro paja que todo lector
pueda comprender su sustancia. « E vedendo d'altronde il
Vicario Apostólico (dice Sallusty t. 4.** foj 1809), che era
compromessa la sua publica Rappresentanza nella Riforma,
che si pretese di fare in quegli iltimi mesi dal Governo Su-
premo, di tutti gli Ordini dei Regolari del Chile; chies^^ il
suo Passaporto per tornare a Roma. Alcuni dei primiminis-
tri volevano, che gli fasse súbito rilasciato. Peraltro il Di-
rettore Supremo, che avev^a a cuore i avantagi dei chileni
ricusó di darloi>.
Ahora preguntamos, quién es el es^'ritor veraz? ¿ El que
acusa al gobierno de Chile por las delacionss de un ájente
secreto burlado o el que se defiende, no solo con los propios
documentos de éste sino con lo3 de sus acusa lores? Y si
las relaciones contradictorias del Nuncio y de su3 secreta-
rio son falsas, ¿cuál de los dos han mentido? ¿O han men-
tido tal vez ambos?
Pero como si aun las cartas de Zenteno que tuvimos la
buena fortuna de descubrir y entregar al dominio de la his-
toria no fueran bastantes para probar las tenebrosas maqui-
naciones del Nuncio y la duplicidad, por lo menos, con que
habla procedido la curia romana, nosotros dimos a luz en
nuestro s^undo artículo cabalmente la pieza que debía
— 911 —
hacer la mas cumplida fé en la cuestión, el mensaje del pre-
sidente de Chile al Congreso Nacional, en que le daba cuen-
ta del regreso del Nuncio a Europa y de los motivos que lo
habían provocado. "Aspiraba a mezclarse en todos nues-
tros negocios, (dice aquel funcionario, cuya moderación tan-
to alaba el secretario de la nunciatura) a sujetarlo todo a la
jurisdicción eclesiástica con que se pretendía revestido; que-
ría abatir las operaciones del gobierno hasta la necesidad
de sancionarse por él., Gonspií^aba contra las instituciones
que nos costaron quince años de tareas y sacrificios" etc., etc.
¿ Podía haber para nosotros una prueba mas clara de la
conducta culpable del nuncio, que la que arrojan estas reve-
laciones, ya íntimas como la de Zenteno, ya públicas como
las del director Freiré sobre sus planes reaccionarios? Y a
la vista de todo esto ¿no teníamos un claro y positivo de-
recho para acusar de hostil hacia la América la política de
un gobierno que había engañado a n uestro Enviado some-
tiéndole instrucciones falsas para inspirarnos xma engañosa
confianza en sus secretas miras ? ¿ Hai en todo esto impos-
tura, calumnia ''villano sarcasmo," como dice el "viejo re-
publicano," autor del escrito que contradecimos?
Y téngase ademas presente que no hemos derivado tales
datos de la prensa impía de aquella época, pues de propó-
sito no hemos querido consultarla, sino del archivo privado
de un eminente chileno qa3 vivió siempre en la fé ortodoxa
del catolicismo, y del libro de un famoso prelado de la igle-
sia como fué el arzobispo de Malinas, De Pradt.
Pero todo esto significa para nuestro impugnador, i aquí
tenemos que de su propia cuenta, sin apoyarla en testimo-
nios de ningiin j enero, nos da una versión enteramente
opuesta de la liberal misión del Nuncio, de la bondad de su
carácter, de los favores que nos prodigó, de la altanería i
mezquindad con que le trató el gobierno i, por último, de
la rapacidad con que ente ejecutó la enajenación de los bie-
nes de los regulares i su esclaustracion, llegando hasta atri-
buir a éstos innobles móviles, la falsa espulsion que dice
hizo el Directorio del prelado de Roma, a quien considera-
ba como un obstáculo a sus miras.
Entre tanto, espuestas están ante los ojos de la justicie-
ra opinión las razones i los justificativos alegados por una
i otra parte para sostener sus asertos; mas nosotros no po-
dremos dar punto a esta parte de la discusión sin manifes-
tar que ésta se hará del todo inútil, si debe valorizarse en
ella solo la vana palabrería de la controversia i no tomarse
en cuenta iónicamente las piezas históricas i comprobadas
que se refieren a los mismos hechos de cuya veracidad
se duda.
VIH.
(i. — EL CONCORDATO DEL ECUADOR. — II. — CUESTIONES
ECLESIÁSTICAS DE LA NUEVA GRANADA.)
Al tratar de estas cuestiones que podríamos llamar mo-
dernas, el articulista del Bie7i Público cambia súbitamente
su plan de ataque. Ya no niega. Interroga. Pero interro-
gando acusa con mas vehemencia que cuando se limitaba a
decir "no creo," "no quiero creer."
Ignorábamos nosotros que existiese este j enero de ma-
niobras en la sutil estratejia de la prensa, pero no por su
novedad la dejaremos pasar sin salirle un instante al en-
cuentro. Seremos sí mui breves, porque esta discusión, por
grande que sea su alcance, ha perdido ya su interés de ac-
tualidad, que es el interés del diarismo.
c Habla Ud. (nos dice majistralmentente el articulista) del ominosa
oonoordato celebrado con el Ecuador, pero c ¿demuestra Ud« en qué oon-
— 218-
8Í8te lo ominoso?! ¿Hace Ud. otra cosa que constituirse en teco ciego
de periodistas i liaMantineFi* qno claüían contra lo que «no entienden,
jK)r moda,» [»or dfti-se ñire de ilustrados o por cálculo de partido/ Señále-
me U'J. «uu solo escrito publicado en el pais, o discurso pronunciado
contra el concordato del Ecuador» que razone cbien o maU para demos-
trar sus inconvenientes, i entonces entraré a cdiscutir con Ud. o con
ellos. >
Vamos pues a satisfacer al señor articulista cristiano que
no somos hablantines, ni que no entendemos lo que habla-
mos, ni que solo por moda seguimos como papagayos los
ecos ajenos. I es preciso que entienda a su vez el vieyo re-
publicano, que no lo parece tanto en su manera de compren-
der la publicidad, que los diaristas tienen siempre la precisa
obligación de saber mui bien todo o gran parte de lo que
dicen; i la razón es mui sencilla, porque nosotros somos vi-
sitados cada mañana por dos mil lectores, i cada noche el
doble número de estos ((jue leen de prestado) se apodera
de nuestras pobres colunmas i a mas nos sigue la pista con
ojos ávidos una cohorte insaciable de cronistas, correspon-
sales, boletinistas, observadores oficiosos, sin contar con los
colegas que no son a veces los mas benignos, ni con los vie-
jos republicanos, que sin duda por sus años se dan ciertos
aires de sublime ünpertinencia. Tenga, pues, entendido el
BUn Público que el ''viejo Mercurio^ sabe siempre algo, si
no todo lo que dice.
Entremos ahora en materia.
El "ominoso" concordato del Ecuador fué celebrado en
Roma por el presbítero Ordoñez, a quien el Presidente Gar-
cía Moreno, tan conocido por sus ideas ultramontanas, dio
aquella comisión prometiéndole, según se asegura en Quito,
darle la investidura de obispe si la desempeñaba a su satis-
facción. El concordato fué en consecuencia firmado en Roma
el 26 de setiembre de 1862 i ratificado i canjeado en Quito
— 314 —
•
el 17 de abril último por el Nuncio del Papa don Francisco
Tavani.
Este tratado es una de las monstruosidades mas estrava-
gantes de la diplomacia moderna, i por esto i por ser la
condenación de los mejores derechos de un pueblo libre le
hemos llamado "ominoso."
Examinémoslo.
Las principales concesiones hechas a la Iglesia en despo-
jo directo del Estado, son las siguientes: 1.* Los obispos
son los directores esclusivos de la enseñanza relijiosa, no so-
lo en las escuelas primarias sino en los colejios superiores i
en las universidades; 2.* Nadie puede ser institutor prima-
rio sin licencia de los diocesanos; 3.* Los obispos tienen la
facultad depi*oliib¡r libros, como la Curia llomana; de ma-
nera que }X)drian prohibir hasta la lectura de la Constitu-
ción política del Estado; 4.* Prohibe al poder civil toda in-
jerencia en los semuiarios eclesiásticos; 5.* El recurso de
fuerza queda abolido; 6.* El diezmo es una renta privativa
de la iglesia, es decu*, del Papa; 7.* No se exije el execua-
tur del Ejecutivo para las bulas, breves i rescriptos ponti-
ficios, o lo qu3 es lo mismo, queJa abolida esta regalía, je-
raela del patronato, i qu2 es, políticamente hablando (por
mas que portien los canonistas) una parte integrante del
patronato, como éste es una parte integrante de la sobe-
ranía.
cEn los artioulos5, 6, 7 (dicauuo do los folletos qii3 impugaun este
tratado), 8,9, 10, 11, 12, 13, 15, 17, 19, 2), 22, 23 i 2i quo tratan de
las comunicaciones del romano PoiitíB^^n con los o)>ÍRpos i los fíeles, de
la celebración de concilios, de los reouriOi de fuerza, de la inmunidad
eclesiástica en causas civiles, de la exención de impuestos a los semina-
rios etc., de la inmunidad de los templos, de la perpetuidad de los dies-
mos, del modo de presentar obispos, prebendas i dignidades, de vacan-
Xxíá en las i^icsiaa episoopalc:5, de la abolición de traalaciones de ueasos^
^4
-21S-
del derecho de adquirir libremente bienes temporalee^ de la admisión de
nuevas órdenes relijiosns, «se lian derc^ado detalladamente, i en masa,
todas las ley(« de lu Repfiblica, fco)»re estas diferentes materias;» de
manera que ag^regándose los artículos 1.®, 2.*, 3.® i 4.®, no quedan en fa-
vor dé la potestad teii3])0ral en todo el concordato, mas que en los artí-
culos H, li>, 18 i £1, tiobre el nouibi-auíiento de curas, i sobre las pre-
ces en la misa por la República i su Presidente.»
Ahora preguntamos nosotros, a vosotros defensores de
las inmuni dades del |>oder civil i de la independencia i so
beranía americana: ¿es o no '^ominoso" el concordato del
Ecuador ? Responda cada chileno con la mano en su pecho.
Kl clero del Ecuador, que como es sabido no es el mas
ilustrado de la América (apesar de la protección que en-
cuentra en la conventual Quito,) aplaudió como era na-
tural i a la par con el fanático Garcia Moreno, aquel inau-
dito despojo de la soberania nacional, hecha jirones pi^r los
ajiles dedos del cardenal Antonelli i los torpes de un clérigo
oscuro. El superior de los jesuitas de Quitólo llamó en una
oración pública '* Concordato verdaderamente católico, s{?i
ejemplo en estas épocas. "Kl obispo de Quito lo preconizó en
una pastoral, i otro tanto hizo el de Guayaquil, mandando po
ner en práctica desde luego sus cstravagantes prescripciones»
particularmente en materia de entierros.
Pero felizmente para el Ecuador, uno de sus hijos mas
distinguidos, el probo patriota don Pedro Garbo, (caballero
que nos honra desde tiempo atrás con su amistad) levantó
en la hora oportuna una voz de protesta que ha encontrado
eco en todo el pais, al punto de haber echado al suelo en
Bolo dos meses aquel esciindalo americano.
El doctor Carbo, discípulo del ilustre Kocafuerte, i que
mas de una vez ha sido candidato a la presidencia del Ecua-
dor, redactó un manifiesto contra el concordato i lo hizo
aprobar por el Consejo Cantonal de Guayaquil que él mis-
!
~ 2ié —
mo presidia. Este documento se tituló: Esposicion del Conce-
jo Cantonal de Guayaquil >iobre la inconstitucionalidad del con-
cordato celebrado entre el presidente del Ecuador i la ^anta
Sede.
Esta fué la primera palabra de la discusión i de la alar-
ma publica. Inmediatamente los defensores del concordato
echaron a la prensa varios folletos impugnando la Esposi^
cion del Consejo de Guayaquil. Entre estos últimos conoce-
mos los titulados Breve refutación^ El concordato i la oposi-
ción, impreso en Lima i reimpreso en Quito i Guayaquil, i
una serie de Cartas, de las que, según el periódico Los An-
des de fines de agosto, iba ya publicada la sesta.
Por su parte, los impugnadores de aquel tratado han pu-
blicado no menos acopio de alegatos. Los mas notables de
estos que tenemos sobre luiestra mesa a disposición del ar-
ticulista del Bien Público, son los titulados Concordato
ecuatoriano. Defensa del poder tempoi^al^ i la RepxMica i la
iglesia. Defensa de la Esjtosicion de Consejo Cantonal de Gua-
yaquil. En este último vemos la respetable firma del señor
Garbo, quien nos hace el lionor de citar nuestras opiniones
alguna vez; i decimos esto último i todo lo anterior para
manifestar al articulista de la sátira ciue no somos los liablan-
tinesi[\ni él supone.
¿ 1 cual ha sido el resultado de todo esto? El 11 de agos-
to se reunió en Quito el Congreso ecuatoriano, i en el ins-
tante de su a^iertura el pi-esidente García Moreno le presentó
un mensaje, en el que aseguraba que si el concordato no era
lisa i llanamente aprül>ado, abaldonarla a (¿uito (no la i)Pe-
sidencia,) porque no tolerarla tal agravio. Mas el Congreso,
ilustrado ya por la prensa i la opinión, se manifestó decidido
desde el primer dia a oponer su voto a a([uel pacto mons-
truoso, a [Xísar de las amenazas del Ejecutivo; i tan aprisa
arreciaron las dificukudes, (jue después de algunas confereu-
— .217 —
cías del jefe de la república con los presidentes de ambas Cá-
maras, presentáronse al Congreso las bases de una modifica-
ción tan radical del concordato, que de hecho lo anulan en
su totalidad, i aun alteran el orden de la pretendones de la
Iglesia a un grado en que ésta queda sometida a la misma o
peor condición que la que se pretendía imponer al Estado*
Esta lei, casi revolucionaria, filé presentada al Congreso el
19 de agosto, una semana después de su contestación, icón
asombro de todos se lela en ella la firma del presidente Grar-
cia Moreno.
Hé aquí algunas de estas modificaciones: 1. * abolición
absoluta del fiíero eclesiástico; 2. * el diezmo convertido en
renta nacional; 3. * supresión de todos los conventos que
en seis meses mas no se sujetasen a la regla de estricta ob-
servancia; 4. ^ adjudicación de estos bienes, asi suprimidos^
a la beneficencia i a la instrucción pública; 5 * reconoci-
miento esplícito del derecho de presentación o patronato i di-
versas otras garantias civiles de vital importancia.
Pero la reacción no paró aquí; i en esto verá el dero ca-
tólico de la América a lo que conduce toda exajeradon i
todo triunfo ilejítimo sobre la opinión. El gobierno, tres
dias después de haber presentado aquellas bases, mandó sus-
pender (decreto de 22 de agosto) el sueldo de 6 mil pesos
que de la masa decimal se pagaba al lí unció del Papa Tavani.
Este prelado, de esta suerte ultrajado, no ha podido me-
nos de protestar; pero ha sido tan orijinal su salida en esta
parte, que vamos a copiar un párrafo de ella para que se
tenga una idea de la manera como se juzga de nuestras re-
públicas, de nuestros derechos, i sobre todo, de nuestros te-
soros por los aj entes de la Cuña Komana. Es la repetición
de la célebre misión Muzzi, con mas la arrogancia i la ira
de un desengaño, después de un éxito tan rápido como
asombroso.
Mise. TOMO III. 21
— 218 —
cMi asignación no proviene, dice el Nuncio de Roma en su contesta*
cion al oficio en que ee le anuncia la supresión de su sueldo, cno provie-
ne» del Supremo Gobierno de esta República, i es mui inexacta la ase-
Teracion de que cjo baya sido costeado por él mismo.»
cEl decreto espedido por S. £. el señor Presidente de la República,
fecha 20 de agosto del año pasado^ no tenia fuerza para sacar seis mil
pesos de la masa común de diezmos, cque son una renta puramente ecle-
siástica:» i esto es tan cierto, que apenas la Santa Sede vino en conoci-
miento de él, no creyó que su representante pudiera sacar la cantidad
de cinco mil escudos romanos c en fuerza de dicho decreto,» sino poruña
c espresa autorización del Pontífice romano» que Y. E. debe recordar
mui bien^ aun cuando no he recibido contestación a la nota por la que
le comuniqué; cluego mi asignación no proviene en modo alguno del
gobierno del Ecuador, sino mas bien del Santo Padre,» cuja disposi-
ción espedida sobre una renta puramente eclesiástica, no ha podido c sus-
penderse o revocarse por ninguna otra autoridad.»
cQue el Santo Padre pueda disponer de los diezmos es tan verdade-
rOy que acaba de valerse de este csupremo dominio que tiene sobre to-
das las rentas eclesiásticas» para disponer con c ánimo grande i jenero-
80» de una cteroera parte» de ellas ca favor del gobierno ecuatoriano
que la ha solicitado.»
Esta es, pues, la historia fidedigna del ominoso concor-
dato del Ecuador, contada por un periodista " hablantín"
que ha citado todas i cada una de la fuentes de su infor-
mación. ¿La' sabia'ya el articulista del Bien Público? Pues
91 la ignoraba, tiempo es que la aprenda i le aproveche.
Pasemos ahora a la cuestión de Nueva Granada.
Nosotros dijimos, o mas bien, preguntamos en nuestro
primer artículo de esta serie: — «Quien ha introducido la per-
turbación en las relaciones políticas de la Nueva Granada,
smo los rescriptos de Roma que han alzaprimado su clero
contra el Estado ?d Y el articulista del Bien Público, comen-
mentándonos a su albedrio, ha añadido :
cl cuáles han sido los crescríptos de Boma» que han perturbado las
relaciones políticas de Nueva Granada? ¿Cita Ud. alguno? Ya se ve, pa-
— 219 —
ra Ud. las viotimas del cNeron granadinoi lejos de merecerle compft*
sion solo escitan su odio para ccalumniarlns.» No era bastante que el
cruel Mosquera robase a las iglesias de Nueva Granada 24 millones de pe-
sos; su furor sacrilego apetecia la capostasia en masa» de todo el clero
católico, i pide un edicto c digno de los Dioclecianos,» para que se cper«
sig^ a muerte a todo el que no jure negar el dogma de la fé cat¿Uca de
la dependencia del romano pontífice. Su safía se regocija en los padeci-
mientos de miles de respetables sacerdotes, encarcelados los unos, otros
conducidos a climas mortíferos i el resto espatriados para tener asi la
bárbara complacencia de ver anegada en llanto a toda la República, sus
templos cerrados i el culto suprimido; llegando su desnaturalindo cora-
zón a complacerse en tener caños» encerrado en las cárceles mortíferas
de Cartajena al venerable arzobispo de Bogotá, tio camal de su propia
esposa.»
En esta parte confesamos injenuamente que estamos mas
dispuestos a estar de acuerdo que a entrar en contradiccio-
nes con nuestro impugnador. Hai mucho de justo en cuanto
éldicecon jenerosa indignación; i, por otra parte, para noso«
tros ha sido siempre grato simpatizar con los oprimidos.
Ademas, creemos conocer íntimamente, por haberlo tratado
de cerca, a ese tirano hipócrita que se llama el rejenerador
de su patria i que para salvarla la ha bañado en sangre,
osando llevar ahora el esterminio a una república vecina.
Mas de una vez hemos dado nuestra opinión sobre el carác-
ter i las tendencias de D. Tomas C. Mosquera, i en breve
las volveremos a presentar en detalle al ocupamos de lo que
pasa en Nueva Granada, cuando llegue a esta infortunada
república el tumo de la revista que de todas ellas vamos
haciendo en nuestras colimmas.
Pero para dar satisfacción al articulista a quien contesta-
mos, le diremos que hemos conocido tan bien, o acaso me-
jor que él, la historia de las penurbaciones relijiosas de
Nueva Granada. Vamos a probárselo.
Cuando Mosquera penetró en Bogotá el 18 de Julio de
— 220 —
1861, (lerribando la administración conservadora de Ospina,
a la cual el clero babia prestado fuerte apoyo, espidió su cé-
lebre lei de tuición, por la que el sacerdocio tenia que solici-
tar permiso de la autoridad civil para todos aquellos actos
de su ministerio que tuvieran "algún roce con las relacio-
nes sociales." Solo a un déspota demente podia ocurríi^le
tal absurdo, i mucbo mas cuando ésta era la mas brutal con-
tradicción con la libertad de cultos i la independencia del Es-
tado i de la Iglesia decretada en aquel país. Ademas, Mos-
quera se echó sobre todos los bienes de los regulares, de-
clarándolos propiedad del Estado, en lo que ejecutó la mas
cobarde i mas inicua espoliacion. Hasta aquí las protestas
del digno Arzobispo de Bogotá, Sr. Herran, i de su clero
no podian ser mas justas, ni mas abominables las crueles
persecuciones a que por su entereza han sido sometidos.
Pero el 23 de abril último el Congreso neo-granadino,
reunido en Rio Negro, al sancionar la Contitucion federal
que se ha llamado coloinbia7ia, dictó imaleique se comienza
a denominar, no sabemos por qué, de policia de cultos, i que
no es sino el juramento civil exijido a los esclesiásticos al
entrar iil ejercicio de sus funciones.
Nosotros reconocemos eujenerallalejitimidad de este ju-
ramento, pero en el presente caso no sabemos hasta qué
punto pueda ser justo, porque ignoramos que deba com-
prenderse en él la aceptación de la bárbara lei de tuición.
Sin em])argo, lo dudamos, porque los periódicos de Nueva
Granada solo hablan de juramento de la Constitución po-
lítica i de hw3 leyes jenerales de la repúbhca, i a mas a últi-
ma hora se decia, dando por concluido el conflicto, que el
Obispo de Popayan Towes i el Nuncio del Papa en Quito
hablan aprobado ese juramento.
Pero apenas se dio esa 1ü¡, el clero no solo se alzaprimó,
sino que se rebeló de lieclio; cerraron los templos, los curas
— 221 —
se ocultaron en los campos, otros emigraron al Ecuador, el
cabildo capitular de Bogotá se constituyó al frente de la re-
sistencia, i se llevó ésta hasta el pimto de parar los relojes
públicos de las torres de San Francisco i de la Catedral,
que son los únicos que señalan las horas en la atrasada ca-
pital de Cundinamarca. De manem que el pueblo quedó sin
culto i sin calendario. La escitacion cundió pues en todos
los ánimos, los síntomas de la guerra civil comenzaron
a presentarse de nuevo cuando apenas aquella, habia termina-
do. "De los antecedentes que se tienen a la vista (decia
una comimicacion del gobierno jeneral a las autoridades lo-
cales de Bogotá, fechada en Manizales el 25 de junio últi-
mo) resulta que los mismos clérigos, miembros del Capítu-
lo Catedral, que antes habían promovido la prestación del
juramento legal de obediencia al gobierno i a sus mandatos^
son los que encabezan ahora una insensata rebelión^ que ¿no
podrá tener mas resultado que otra guerra ciiñl, si las auto-
ridades políticas no se revisten de una enerjia saludable,
apoyándose en la fuerza pública para escarmentar con arre-
glo a la lei a los que se rebelen contra ella.''
"¡Insensatos! Qué pretendéis? esclamaba a su vez un
periódico de Bogotá (el Liberal del 6 de agosto). Un poco
mas de sangre y algunos cadáveres mas, porque otra cosa no
podéis obtener, a no ser la maldición de Dios y de los hombres
que caerá sobre vuestras frentes , sino variáis de conducta para
ser dignos sacerdotes de Cristo con la práctica del Evan-
jelio.
» Dejaos, pues, de estar engañando al pueblo con patrañas
i mentiras, con que pensáis obligarlo al sacrificio!!]!)
Y bien : a la vista de todo esto ¿ no teníamos derecho
para considerar al clero neo-granadino como alzaprimado?
Y sabiendo, como todos sabsn, que ese clero no dépiende
sino de Roma, a virtud de la independencia de la iglesia ,
— 222 —
¿ no teníamos derecho para considerar a la política pontificia
mezclada en esos conflictos ?
Respóndannos ahora todos los hombres de buena fé i de
sinceras creencias católicas, si nosotros nos hemos apartado
un solo instante de la acendrada buena fé i de la nunca
contradicha sinceridad del buen creyente.
Nos queda solo por debatir la cuestión de la política
pontificia en Méjico, i la del seminario americano de Roma,
que son los últimos puntos denunciados.
A ellos consagraremos nuestro próximo i último artículo.
IX.
I. — LA CURIA ROMANA EN MÉJICO.
^^Lo que no puede mirarse sin indignación, esclama el autor de la
carta del Bien público al terminar sus impugnaciones, es el descaro con
que Vd. sienta como un hecho notorio que la espedicion francesa sobre
Méjico ha sido impulsada por el Papa i los siete obispos que elijió para
las nuevas diócesis eríjidas en el territorio mejicano. ¿En dónde está el
documento, la presunción siquiera, que compruebe tan grave acusación?'*
Cúmplenos pues aquí poner ante los ojos de nuestro
impugnador i del público no solo esas presunciones sino los
documentos mismos sobre cuya posesión nos apostrofa con
tan descomedida altanería.
No es este el momento de trazarla historia de las dificul-
tades eclesiásticas que han subsistido siempre entre Méjico
i la Santa Sede, desde que aquella nación se declaró inde-
pendiente. Cierto es que la última se manifestó propicia a
los primeros ruegos del emperador Iturbide, cuando éste la
invitó, en 1822, a entrar en arreglos. Pero apenas se promul-
gó, jimto con la república, la famosa constitución federal de
1824, que tan contraría fué a los intereses del clero, sabido
— 228 —
es que la corte de Roma prestó su brazo i sus anatemas a
todos los obispos refractarios que se negaron a rendir obe-
diencia a aquel código fundamental. Solo en 1835, como lo
dijimos en nuestro artículo sesto (de esta serie) sobre la
política de Pió VII i de León XII, encontró una tregua
aquella guerra sorda i funesta de las dos potencias.
Mas, cuando en 1856 la célebre convención democrática
que sucedió a la dictadura semi-rejia de Santa Ana (como
la de 1824 habia sucedido a la púrpura de Agustín I,) volvió
a dictar la constitución federal que habia rejido hace cua-
renta años, i por medio de leyes orgánicas decretó, ademas,
la absoluta separación de la Iglesia i del Estado, la libertad
de cultos, la abolición del fuero eclesiástico, i por último
la desamortización de los bienes del clero, la mal apagada
llama encendióse con nuevo furor, i de aquí datan las des-
gracias que ha arrastrado a la infeliz república de Méjico,
a la que ha sido la mayor de sus catástrofes : a la monarquia.
No discutimos aquí derechos. Contamos solo la historia
suscinta de lo que ha pasado, porque hemos sido acosados
de impostores^ pues nunca pudo tildársenos con esa marca,
que cada clérigo parece llevar entre nosotros escondida bajo
su sotana — es la marca de la herejía. Pues bien, el dero
mejicano, el mas poderoso i el mas rico del universo entero,
como lo juzgamos por nuestra propia observación hace diez
años, se levantó en masa contra la lei civil, contra la consti-
tución, contra el Estado, i por último, contra la república,
contra la patria. El arzobispo de Méjico Laprida fomentóla
escomunion contra todo sacerdote que prestara juramento
a la constitución i a las leyes espoliadoras, prohibió que se
enterrasen en sagrado a los que comprasen los bienes del
clero, i por último llevó su enojo hasta negar, con grande
escándalo i alboroto, su entrada al templo a las mismas
autoridades de la capital. Esto sucedió el jueves santo de
— 324 —
1857, aun antes de estar promulgada la constitución sancio-
nada por la convención del año anterior.
Y a todo esto ¿qué hizo la Santa Sede? Lanzarse, como
era natural, al sosten de todos los fueros de la iglesia i del
clero contra «esos hombres olvidadizos de su dignidad, (decía
Pío IX en su alocución al Consistorio reunido en Roma el
16 de diciembre de 1866) desús deberes i de lo dispuesto
por las leyes canónicas, que abandonaron la santa causa de
la rehjion, prevaliéndose de razones injustas para obtempe-
rar a la voluntad de todos los que mandan.5)
I luego anadia a la censura el anatema con estas termi-
nantes palabras:
'^o permita Dios que cesemos de cumplir nuestro ministerio apostó-
lico en presencia de tanta perturbación en las cosas santas i tanta opre-
sión de la Iglesia, de sn poder i libertad. Deseamos que todos los fíeles
del orbe católico conozcan que con todas nuestras fuerzas ^'reprobamos
'^cuanto los gobernantes de la República Mejicana han hecho en perjui-
<^cio de la relijion católica, de la Iglesia, de sus ministros, de sus paste-
ares, de sus leyes, derechos i propiedades, i contra la autoridad de la
''Santa Sede." I alzando nuestra ''voz pontiñcal, condenamos, reproba-
"mo8 i declaramos nulos i de ningún efecto todos los decretos mencio-
"nados..." ad virtiendo del modo mas terminante a cuantos han inter-
venido en ellos, piensen seriamente en las pe)uis que los cánones fulmi-
nan contra loa que violan o profanan las i)er80nas o las cosos sagradas,
contra los que atacan la libertad i poder eclesiástico i contra los que
usurpan los derechos de la Santa Sede."
Ahora bien, preguntamos: hai presunciones^ hai docu-
mentos para aseverar que la corte de Roma ha tenido parti-
cipación en los acontecimientos que han llevado a Méjico la
intervención del ateo Napoleón III ?
Pero prosigamos con la relación de los hechos.
Apesar de sus censuras, la Curia Romana se aprovechó
de las ventajas que le o&ecia la separación de la Iglesia ^
del Estado sancionada ^^por esos hombres olvidadizos de su
— 225 —
dignidad'' i nombró para Méjico nueve obispos demarcán-
doles sus diócesis a su albedrio i como un absoluto sobe-
rano.
Pero al mismo tiempo estos nueve obispos, que eran solo
hiejicanos por su apellido pero romanos por su elección i sus
funcioues, se pusieron en campaña abierta contra los cons-
titucionales de 1856, bajo las órdenes de ese infatigable
conspirador que se llamaba por unos '^el padre Miranda" i
que no ha sido sino el ájente directo de Roma en todas las
revueltas intestina; de Méjico en los liltimos cinco años.
"El se mostraba (dice de este sacerdote, párroco de la capi-
tal de Puebla, un escritor de la Revue de deux mondes^ ha-
blando de su singular audacia i actividad) bajo todos los
disfraces posibles, ya de jeneral, ya de paisano, ya de lépero.
El gobierno mejicano ofrecia 20 mil pesos al que se lo pre-
sentase, pero el padre burlaba todas las pesquisas."
Al fin el partido del clero se sobrepuso en la lucha a los
constitucionales, i el débil Comonfort, jefe de éstos, fué
derrocado (10 de enero de 1858) por el imbécil jeneral Zu-
loaga, ganado a la revuelta por los prelados mejicanos. Así
fué que el primer cuidado de éste fué (segim decia el Santo
Padre en una carta del 31 de enero de 1868) "restablecer
en toda su integridad la buena armonía i estrechar las rela-
ciones entre la iglesia i el gobierno que por ima desgracia
lamentable estaban interrumpidas."
A Zuloaga sucedió el imberbe Miramon, criatura mimada
dd clero mejicano, que ha hecho durante tres aftos la gue-
rra a sus compatriota con el dinero de las iglesias que aquel
le prodigaba a manos llenas.
Sabido es que Miramon filé el duefio de Méjico por la
suerte de las armas, durante todo este período, encontrán-
dose Juárez, el presidente constitucional, reducido a lafi
fortificaciones de Veracruz. En consecuencia, la Santa Sede
MUO. TOMO III. 22
— 226 —
había podido llevar adelante sus planes de dotar a Méjico
de obispos de su amaño, i con este objeto habia enviado a
aquella capital un Nuncio ampliamente autorizado. Era este
monseñor Clementi.
De manera pues que cuando Juárez recobró, a fines de
1860, mediantes las victorias de Gronzalez Ortega, el domi-
nio del pais, su primer medida fué espulsar de Méjico al
Nuncio Apostólico. Aquel penetró en Méjico el 10 de ene-
ro de 1861, i el 12 de ese mismo mes enviaba sus pasapor-
tes al emisario de Roma, porque no era posible tolerar su
presencia, decia Juárez, "después de tantos sacrificios he-
chos por el restablecimiento del orden legal i de tanta san-
gre derramada con la escandalosa participación del clero en
la guerra civil."
Ahora volvemos a preguntar, ¿es la espulsion violenta
del Nuncio de Roma una prueba o \mei presunción de la in-
jerencia de la política de la última en la infeliz república me-
jicana?
Con esto dejaríamos victoriosamente contestado el cargo
de nuestro descaro que ha despertado la indignación* del ar-
ticulista del Bien Público; pero queremos señalar todavía
algunos incidentes posteriores que marcan la huella de la
poUtíca de Roma por la senda en que la hemos venido si-
guiendo.
A la espulsion del Nuncio siguió la del arzobispo Laprí-
da i la de los nueve obispos romanos. I éstos ¿a donde fue-
ron a detenerse? A Roma, a su cuna i a su solio, como era
de esperarse. Ahí se instalaron en un palacio semi-rejío,
sostenidos por la opulenta familia mejicana de Barron.
Sábese, ademas, pues lo han dicho todos los corresponsa-
les de Europa a una voz, que el alma de la espedicíon de
Méjico es la emperatriz Eujenía, que es también el alma de
la intervención francesa que sostiene el poder temporal del
— 227 —
Papa en Roma. Ahora bien, según las últimas noticias, los
nueve obispos romanos (o el mayor número de ellos, pues
entendemos que alguno ha permanecido en la Habana) al
pasar en su tránsito, no a su patria sino al imperio fran-
co-mejicano, se han detenido en su itinerario del Vaticano
a Veracruz, a la puerta de las TuUerias, i la emperatriz los
ha recibido en audiencia privada.
¿No es esta siquiera una presunción de la injerencia
de Roma en la disolución de la república en Méjico i su
sustitución por un imperio tan infame como abomina-
ble?
I a mas, ¿no ha sido nombrado miembro del triunvira-
to, mal llamado de la rejencia porque debia apellidarse so-
lo de la traición, el arzobispo Laprida? I el padre Miranda,
el ájente de todas las revueltas mejicanas, ¿no ha ido a la
cabeza de la comisión que lleva la diadema del imperio al
archiduque Maximiliano ? I el Santo Padre, ¿ no fué uno
de los primeros soberanos que envió su felicitación oficial
al emperador de Francia por la caída i el martirio del gran-
de i glorioso recinto de Puebla, donde sucumbió el derecho
americano i se cubrió de duelo el testamento que nuestros
abuelos escribieron en 1810 i por el que todos deberemos
ima i mil veces morir, como murieron ellos ?
Ah! triste es decirlo, pero no por triste es menos cierto:
la política pontificia ha tenido una lójica inexorable con las
repúblicas de América. Desde 1816 a 1863 el sistema en
nada ha variado. El Santo Pió IX, víctima de Napoleón III
i de sus propios ministros Merode i Antonelli, hace con
nuestro suelo en 1863 lo mismo que el Santo Pió VII,
víctima alternativamente de Napoleón el Grande i de la
Santa Alianza, hizo con él en los primeros años de este
siglo. ^
Pero lleguemos al último cargo que nos hace el autor de
— 228 —
la famosa carta del Bien Publico^ el del Seminario America-
no de Romaj pues no nos parece que debemos detenemos en
las observaciones que aquel escritor hace sobre la correspon-
dencia mantenida con Roma en 1825 por nuestro obispo
Rodriguez- En esta parte se ha encargado de contestarle por
nosotros el eximio ortodojo D. Mariano Egaña, que denun-
ció aquel delito de correspondencia secreta i reaccionaria^ en
cuya virtud fué estraüado de nuestro territorio aquel testa-
rudo prelado.
Vamos pues a la cuestión del Seminano Americano en
Rom>a.
X.
EL 6KMINAKI0 AMERICANO EN ROMA.
^^ El fanatismo anti-papal de Yd., esolama nuestro violento impug-
nador en su carta referida i con cierto especial enojo, se arrastra hasta el
delirio, formulando una acusación contra el Papa por la fandacion del
seminario americano, i contra el sacerdote cbileno que ha cooperado a
su establecimiento. ¿Con qué será un daño para la América que en
Roma donde se cultiran con mas esmero i perfección, las cieficias ecle-
svásticas, haya nn establecimiento a donde puedan acudir los jóvenes
americanos que desean perfeccionarse en ellas? ¡Gomo si la doctrina ca-
tólica corriese peligro cerca i a la vista de la Cabeza de la Iglesia Cató-
lica! Por manera que para Ud. el verdadero i mejor sacerdote católico
no debe conformarse con la enseñanza del Papa. Esto es mas que deli-
rio. De seguro que Üd. ignora talvez que en Homa huí seminarios fran-
ceses, ingleses, irlandeses, húngaros i jermáoicos i iiista norte ameri-
oanos, fuera de la propaganda en donde se educan los jóvenes de casi
todas las naciones del globo, sin que a nadie se le haya ocurrido hasta
aquí vituperar por esto a la Santa Sede.»
Nosotros sabíamos, sin embargo, todo lo que nos achaca
como ignorancia el irritado articulista; y no podíamos dejar
— 229 —
de saberlo, porque en mas de una ocasión tuvimos el honor
de conversar en Europa sobre aquella materia con el distin-
guido sacerdote chileno que con su propio peculio y lleva-
do de un celo ardiente a los intereses de la iglesia, fundó
aquel establecimiento en Roma, granjeándose no solo el es-
pecial afecto, sino la gratitud misma del Pontífice Ro-
mano.
I bien, pues : si nosotros sabíamos hasta en sus detalles
la fundación del Seminario Americano en Roma, por qué la
consideramos como un peligro para la América? Por qué,
preguntábamos en nuestro artículo impugnado. — "Quien
ha fundado en Roma misma, bajo los auspicios de un sacer-
dote chileno, un Seminario Americano^ fiíturo semillero de
los obispos romanos que deberán imponerse a la América,
a virtud de los concordatos.*'
Vamos a decirlo con la franqueza que cumple a nuestra
misión y a nuestra responsabilidad.
Ya hemos visto la evidente participación que han tenido
en el territorio de la repúbUca de Méjico los obispos roma-
nos que hoi regresan a aquel imperio. Pero para considerar
peligrosa aquella institución, no nos hemos fundado sino
en una sola circunstancia, a saber, en el espíritu del mismo
fundador.
En efecto, el Sr. D. José Ignacio Víctor Eyzaguirre, que es
el sacerdote chileno a quien hemos aludido, con esa activi-
dad moral i física, verdaderamente asombrosa que le es pro-
pia, y que solo podría compararse a la que cuentan las leyen-
das del padre Miranda en Méjico, apenas echó en la plaza de
Minerva en Roma los cimientos de su Seminario, con dine-
ro que habia llevado de Chile, púsose a viajar por toda la
América española, en demanda de neófitos para su nuevo
instituto. Desde las bocas del Amazonas, vino por el Brasil
a las puertas del Uruguay en las antiguas misiones de los
— 280 —
Jesuítas; (1) atravesando las pampas y el Chaco llegó a la
capital de Bolivia por sus fronteras meridionales; visitó el
Cuzco y luego apareció en Quito al pie del Chimborazo.
Devorado por las fiebres tropicales, hizo a lomo de muía
el trayecto del Ecuador a Cartajena, atravesando en toda
su lonjitud la Nueva Granada, i por último fué a decir su
misa de reposo en la suntuosa catedral de Méjico, para ir a
decir la de su éxito i definitivo descanso en los altares pon-
tificios de San Pedro.
I bien! Cuál ha sido el objeto i el espíritu de esta misión
que recuerda el fervor i la constancia de San Bernardo ?
Leed el importante libro titulado los Intereses católicos en
América^ i ahí veréis esplicada toda esa misión, todo ese pe-
ligro. No hai libertad, no hai preeminencia civil, no hai
derecho conquistado desde la independencia por nuestras
repúblicas desde el patronato a la libertad de enseñanza,
que no sea anatematizado en sus pajinas, a nombre de los
intereses esclusivistas de la Iglesia.
I bien, otra vez : si tales son las ideas del fundador del
(1) En todas partes, dice el Sr. Eyzagnirre, encontró favorable acoji-
da en los gobiernos americanos, escepto en el Paraguay, donde el bár-
baro del jeneral López le espidió casi contra la voluntad del viajero este
singular pasaporte:
¡ Viva la Bepúhlica del Paraguay \
Por cuanto regresa al esterior el clérigo estranjero D. José Ignacio
Víctor Eyzaguirre. Por tanto, no se le impondrá impedimento alguno
en su viajé sin justa causa, sirviéndole el presente de suficiente pasapor-
te, que deberá presentarlo en la capitanía del Puerto para la anotación
carrespondiente.
Asunción, setiembre 15 de 1856.
Por autorización de S. E. el Presidente de la República.
Origorio Maregu$.
— 281 —
Seminario Americano en Rmna^ cuáles pueden ser sus pro-
pósitos ? cuáles las doctrinas de sus alumnos, cuando ven-
gan a sus respectivas patrias (si no las han cambiado por
la de Roma a ejemplo de su superior!) a ser simples párro-
cos o altos prelados ?
Dejamos que cada cual saque las consecuencias que su
recto criterio le alumbre, pues nosotros nos apresuramos a
cerrar este debate demasiado prolongado.
Reasumiendo en consecuencia para conc\uir, observamos
a nuestro impugnador que creemos haber dado completa sa-
tisfacción a sus cargos i a sus acusaciones.
Insinuó que éramos ajentee del protestantismo i delcismüj
i le probamos que nada era mas santo en nuestro espíritu
que la tradición de esas creencias que ilustraron nuestros
mayores.
Nos dijo que las bulas de Pió VII i León XII eran/al-
saSy i publicamos íntegra la del primero de aquellos papas i
comprobamos la última.
Nos acusó de haber desfigurado el carácter i la poUtica
americana de aquellos papas, invocando para ello solo el
testimonio del historiador Henrion, i nosotros le probamos
con este mismo autor, con escritores tan ilustres como
Thiers i Cantú i el mismo autor de la vida de uno de aque-
llos papas ( Artaud) que era conforme a la verdad cuanto
hablamos dicho. Nos contradijo en todas sus partes nues-
tra relación sobre la misión del Nuncio Muzzi^ sin invocar
para esto mas testimonio que sus recuerdos o su propio
juicio, i nosotros le atestiguamos nuestra veracidad con la
crónica del mismo secretario de aquel delegado i con docu-
mentos incontrovertibles, como la carta del jeneral Zenteno
al jeneral O'Higgins i el mensaje del presidente de Chile
en 1826.
Aseveró que hablábamos como papagallos sin conocer un
— 232 —
ápice del concordato del Ecuador ^ i le hemos contado su pro-
lija historia desde su primera iniciativa hasta su final anu-
lamiento.
Nos refutó sobre lo que referíamos de la actitud del cle-
ro de Nueva Granada, i hemos quedado en que, abundan-
do en las conviccionep del impugnador, nosotros hablamos es-
tado siempre en el terreno de la verdad.
Nos negó que tuviéramos ni documentos ni 'presunciones
sobre la injerencia de la política de Roma en Méjico, i he-
mos pubUcado todos los documentos i todas las pruebas ne-
cesarias para demostrarlo hasta la evidencia.
Se irritó, por último, porque creíamos ver un peligro en
la fundación del Seminario Americano de Roma, i le hemos
dado la razón cumplida i justificada de esos temores.
I así dejamos contestada en todas sus partes, i sin devol-
ver una sola injuria de las que nos ha inferido, la famosa
carta del Bien Público que ha dado márjen a esta discusión,
i a la cual era un deber de nuestro ministerio presentamos
armados solo de la razón, de la lei, de la verdad i de la reli-
jion.
A última hora i cuando estaba ya terminada la serie de ar-
tículos a que pone remate el que precede, nos ha llegado la
segunda carta de nuestro impugnador, impresa en el nú-
mero 8 del Bien Publicó.
Dijimos, al iniciar este debate, que entrábamos en él solo
porque no podíamos consentir en que se nos llamara impos*
torea i falsarios por la revelación que habíamos hecho de
acontecimientos cuya prueba teníamos entre las manos ; pe-
ro de ninguna manera por dar pábulo a polémicas que nos
eran de suyo aborrecibles, ademas de conceptuarlas inúti-
les.
— 233 —
Fieles, pues, a nuestro propósito deberíamos guardar ab-
soluto silencio sobre esta segunda carta (que por lo menos
es tan violenta como la anterior) puesto que se comprenden
en ella puntos puramente dogmáticos sobre concordatos i
patronatos, en los que los partidarios de las inmunidades
del Estado (como francamente lo somos nosotros) i los de
la Iglesia (cual lo es acérrimo el articulista impugnador)
pueden pensar como quieran. Pero por obedecer siempre al
fin que nos hemos propuesto, que no es de pplémica de
ideas, sino de verdad en los hechos, vamos a decir una rápida
¡lalabra sobre algunas inculpaciones que en este últimos ter-
reno nos dirije el articulista referido.
Estas pueden reducirse a las siguientes :
1.* Que he andado harto socarrón al citar solo una parte
de la bula de Alejandro VI cu ({ue coucedia a los reyes de
España el derecho de percibir los diezmos i (jue hemos creí-
do este derecho mnóninio de "patronato," o lo que es lo
mismo, que dieznio i patronato son una misma cosa: ¿ Mere-
ce esto contestarse ? En cuanto a la socarronería que nos
imputa el cortes articulista ¿la hai en publicar aquella par-
te del docuuiento (jue hace a nuestro derecho, cuando se
dice la fuente de que aquel está tomado, i cuando como no-
sotros lo hicimos damos la sustancia de la parte omitida?
2.* Que no es /^¿ 7iac/o?ia/ sino capricíio de don Manuel
Montt el juramento de los diocesanos, declarado lejítimo
})or el Papa. Sea! Pero ¿ha habido entre nosotros durante
los últimos años otra lei nacional que el capricho de don
Manuel ^lontt? Ojalá solamente que todos sus capi^iclws
hubieran sido tan inocentes como el de que tratamos! Toca
pues al señor Montt i no a nosotros la respuesta de este
cargo.
3.* (¿ue hemos creido que cursor i nuncio era la misma
cosa. El articulista dice censor^ nosotros dijimos cur8oi*\ pero
Mise. TOMO III. 23
— 234 —
él añade que el último no es nuncio sino escnbano. Sea tam*
bien. La sustancia era que Fernando el católico habia man-
dado ahorcar un ájente del Papa. liO iinico que resulta en-
tonces de la corrección del articulista, es que la horca de
Ñapóles habia sido menos pomposa, pero de todos modos
habian ahorcado al emisario de Julio II.
4.'' Habla al último el viejo republicano, como por via
de sátira, de la insurrección de Valparaíso en 1846 i de la
batalla de LongomiUa. ¿Tiene esto que hacer con la cues-
tión de Koma?
No concluiremos sin decir a nuestro adversario, que si
el ájente del Mercurio le pidió 60 pesos i garantía ix)r la
impresión de su primera carta, fué porque llevaron ésta a
la oficina con tal aire de misterio, que aquel creyó era algún
negocio secreto de grave trascendencia personal, i por esto
dijo simplemente que la tarifa del Mercurio para este jénero
de pul)licaciones era de IT) pesos columna, i que los artícu-
los anónimos se publicaban siem¡)re con la garantía que la
lei exije a los editores.
Hubo pues una equivocación en esto, de la que no fué el
ájente público del Mercurio sino el ájente secreto del arti-
culista el que tuvo la culpa.
La aclaramos ahora volviéndole a ofrecer francamente las
columnas de este diario, como ya lo hicimos con su primer
artículo : de manera que si le place seguir impugnándonos,
puede hacerlo con toda libertad en los mismos moldes en que
vaciamos nuestras opiniones. Sírvale, entre tanto, de gobier-
no que los interesantes i razonados artículos que se están
publicando en el Mercuno con el título de la Cuestión del
patronato^ i en que se combate abiertamente nuestros juicios
con otros juicios, pero no con insultos, van por nuestra pro-
pia mano i en el mismo paquete que encierra nuestros edito-
riales a la liberal oficina del liberal Mercurio de V^alparaiso.
^J
- 3S5 —
Una interesante petición del nnncio de la Santa Aliansat
contestada en 5 de diciembre.
^Valparaíso, octubre 10 de 1824.
«SsífoB DON Bebnardo O'Higoins.
«Mi amado jeneral:
cAproveclio la oportunidad de la ida hoi de Blaye en basca de
Ud., sin duda para tener el gusto de saludarle.
a:No ha occurrido aquí cosa de importancia después del día 3 en
que escribí a Ud. por conducto del mayor don Hilario Plaza con
quien le remití unas yerbas medicinales que me dejó para Ud. don
Hilarión Quintana.
«El nuncio se regresa a Europa dentro de 8 o 10 dias. Al fin se
quitó la mascara, i en el fondo ha descubierto una intriga que tai-
vez saque su oríjen de la Santa Alianza. Estrechado por el gobier-
no al consagrarse a Cienfuegos por Obispo de Santiago i a An-
drada de Concepción, se negó redobdamente como lo habia hecho
con otras pretensiones anteriores; pero apurándosele con vehemen-
cia en una junta secreta del Director, Ministros i otres personajes^
pronunció definitivamente que hária todo cuanto quisiese el gobierno
con tul que se le otorgase una sola condición a saber: que se admi»
tiese para Obispo de Santiago a su Secretario que es un canónigo
joven sumamente hábil i de mucha intriga, pues que tales eran las
rdenes espresas que en instrucción privada le habia dado el Papa»
£1 gobierno quedó sorprendido i le negó abiertamente tul solici-
tud. A consecuencia pidió su pasaporte (que se le ha dado) i tra-
tando el gobierno de proporcionarle algún dinero para su viaje, ha
sabido con nuevo asombro que este discípulo de Cristo ha traído
una libranza de cien mil pesos contra las casas de E. Price i de
Solar. Combine Ud. ahora la pobreza clemorinaria de la relijion Ro-
mana con esa gran suma entregada aun clérigo que manda a Chi-
le, i la diferencia absoluta de este clérigo si se pasa para su avan-
— 386 —
sadiaima preteasdon de dejarnos un Obispo vaciado en los moldes
de Yiena, i deduzca Ud. consecuencias.
<i:Se dice que vienen dos fragatas a reforzar el navio Asia i que ya
habian pasado del paralelo de Janeiro : la cosa parece probable pero
veo que aquí se anda con mas viveza, puede sor que no logren reu-
nirse i que aumento por el contrario nuestra fuerza naval.
«Adiós mi jeneral : deseo que se halle Ud. mni bueno i que mande
a su invariable verdadero amigo Q. B. S. .M.
(nj. Ignacio 2^nteno.
«Póngame Ud. a los pies de mi señora doña Isabel i Sosita».
(Carta auténtica que saqué de los cajones en que el jeneral
O'Higgins guardaba su correspondencia en Móntalvan en noviem-
bre de 1860.)
EL PARLAMENTARISMO EN ESPAÑA.
(una sesión memorable de las cortes
con stituyentes . )
Málaga, diciembre 28 de 1870,
I.
El palacio de las cortes de España es uno de los mas sun-
tuosos i mejor adaptados de Europa. Situado en el barrio
mas aristocrático de Madrid, entre la Puerta del sol i el Pra-
do, las carreras de Alcalá i San Jerónimo, dos anchas ca-
lles de palacios, su frontispicio, copiado sobre el del palacio
Borhon que sirve a las asambleas francesas, se abre sobre la
última de aquellas avenidas i forma una plazuela que lleva
el nombre de Cervantes, porque allí se alza la mezquina es-
tatua de aquel gran injenio. De trasverso a la calle de Al-
calá corre por su espalda una callejuela que denominan sig-
nificativamente del sordo, epíteto sin duda bien hallado pa-
ra la vecindad de una vocinglera asamblea-política-espa-
fiola.
_2á& -
nónigo Manterola, andan pi:ófugos como éste i condenados
a muerte.
Pobres carlistas! Soñadores de una resurrección que ya no
tiene ni sentido común, como la mayor parte de las cosas
({ue des})ues de muertas se cree ¡)oder resucitar, pagan bajo
el látigo de Prim el pecado de su lealtad a manos del que
nunca la tuvo. Hoi mismo denuncia la Correspondencia de
España por un aviso, que el coronel carlista don José Ocha-
gavia salia para el presidio de Cartajena acompañado de su
hijo i ambos solicitaban una limosna, porque todo lo que ha-
blan ix)dido darles sus amigos i correlijionarios eran dos du-
ros. . . I liai todavia jentes que creen en el carlismo en España !
Notaremos aquí de paso que esto de pedir limosnas por
avisos en los diarios es cosa mui corriente en España, pais
donde la mendicidad es un arte como lo es, por ejemplo,
la música en Italia o los dulces de almíbar en jChile. I asi
como nosotros tenemos muchos pobres vergonzantes^ en la
Pem'nsula los hai en mayor áúmero desvergonzados.
III.
Notaremos también que el salón de las Cortes no tenia
dosel de terciopelo, ni franjas de oro, ni plumones vistosos,
ni ninguna de esas antiguallas, mitad catafalco, mitad altar
de Corpus, que nos legó la Real Audiencia, acostumbrada
a asustar con trapos colonidos a reos i a litigantes, pero que
hoi solo arrancan alguna compasiva sonrisa a los cultos es-
tranjeros cuando visitan nuestro asi llamado (en un letrero
de gas) Congreso Nacional.
IV.
La distribución del resto del edificio de las Cortes es in-
mejorable. La sala de las conferencias^ donde los diputados
— 24Ó —
se reúnen libremente a todas horas del dia, es tan vasta co-
mo el recinto de nuestras propias sesiones, i se halla sun-
tuosamente amueblada. En la orla superior de sus paredes
se ven en artísticos medallones los retratos de los mjis ilus-
tres oradores i presidentes de las Cortes.
Alli está Arguelles "el divino" i el fogoso Alcalá Galia-
no, disputándose el uno al otro, ya que no la voz, la feal-
dad.
Alli se ve al probo Mendizabal, con su figura de ingles,
i de el se nuiestran también unos zapatos por el estilo de
los de Benjamin Franklin i de don José Miguel Infante,
lujo que él se daba cuando era primer ministro i renuncia-
ba sus sueldos, como lo hacia en esa misma época luiestro
Portales. Ñútanse también sobre las puertas el i*ostro -gra-
ve i pretencioso de Martinez de la liosa, el ardiente de I^o-
pcz, el juvenil i casi almibarado de Pastor Díaz, uno de los
presidentes parlamentarios (jue haya dejado más sentido.s
recuerdos en España por su moderación i su elocuencia,
(esi)ecie de Tocomal de tumultuosas asambleas) i, por últi-
mo, el de don Joaquín Pacheco, hombre colérico que mu-
rió del cólera asiático, después de haber consignado el suyo
propio en sus despachos contra Chile.
V.
J^as pinturas históricas abundan por demás en el recinto
de las Cortes'. Sobre una de las testeras de la espaciosa sa-
la de la comisión de presupuestos (que en las Cortes españo-
las es sabiamente permanente) se ostenta el magnífico i co-
nocido cuadro del i)intor español Gisbert (|ue representa la
decapitación de los comuneros Padilla, Bravo i Maldonado,
admirable concepción i dibujo, de la cual hemos visto una
pequeña pero esc^uisita copia, nó ciertamente a título de ci-
— 241 —
rajia, sino de buen gusto, en el estudio de nuestro querido
i respetable amigo el doctor Blest.
Dentro de las salas de sesiones han sido también pinta-
dos muchos frescos, i sobre las columnas i los dinteles léen-
se los nombres de los más célebres liberales españoles des-
de Padilla al Empecinado, cuyos grillos alli a la vez se con-
servan; desde Riego a Torrijos, desde Espoz i Mina a la
sublime mártir María Pineda.
I ¡cosa estraña i dolorosa! Todos esos nombres represen-
tan otros tantos martirios, en prueba sin duda de que la li-
bertad en los paises de nuestra infeliz raza ha nacido solo al
pié de los cadalsos. También se exhibe en otro salón, pero
solo provisoriamente, al parecer, un cuadro que representa
a Méndez Nuflez en el acto de ser herido de rebote por la
bitácora de la Nuniancia en el ataque del Callao, i confesa-
mos que jamas habíamos visto mas ruin caricatura de una
acción verdaderamente heroica.
VI.
Cada una de las diez o doce comisiones de las Cortes tie-
ne un salen especial dentro del magnífico Palacio. Custo-
diase, a más, alli una biblioteca escojida, asi como existe
una sala de lectura para todos, i el gabinete del presidente,
cubierto de brocado verde i oro, es una verdadera miniatu-
ra de lujo i de coqueteria.
Encuéntrase también anexo un mesón de mármol surti-
do de vinos i de comestibles en el que cada diputado come
lo que paga .
En cuanto al servicio interior de las Cortes, ejecútase por
un cuerpo numeroso de empleados, en el que figuran cua-
tro secretarios que con el título de escdencia hacen tumos
semanales ; cinco oficiales, de los cuales uno lleva el título
xiac. TOMO III. 24
— 242 —
de mayor i otro archivero; una numerosa mesa de escribien-
tes, i diez o doce porteros modestamente galoneados.
VIL
La parte de publicidad del desempeño de las Cortes está
confiada a una comisión llamada corrección de estilo^ a dos
jefes de redacción i a im escelente cuerpo de taquígrafos que
llevan el Diario de sesiones con envidiable limpieza i regula-
ridad. Es esa publicación, semejante en la forma a nuestro
Boletín de sesiones ^ pero le aventaja en todo: en corrección,
en los detalles de la tipografía i mas especialmente en la
puntualidad del reparto. Sesión de cinco horas hemos visto
ya repartida al dia siguiente con 26 pajinas de escelente im-
presión en folio, a dos columnas, sin que nos fuera posible,
encontrar un solo error de ortografía i menos, por cierto, un
desatino en el sentido. Llamónos también la atención en
ese boletín la circunstancia de que iban a él anexos, aunque
por separado, nueve mociones que en esa misma sesión ha-
blan sido presentadas. Escelente práctica nos pareció esta
última i digna de imitarse, porque así es fácil reunir en un
solo cuerpo separado del boletín de discusiones el de los pro-
yectos de lei. A fin de que se juzgue de la naturaleza de
estos últimos i se comprenda que lo que menos falta a los
constituyentes espaí5oles, en teoiia^ es laboriosidad i buenas
intenciones, vamos a apuntar en seguida los títulos de al-
gunos de aquellos, entregados en secretaría el 19 de diciem-
bre. Proyecto de lei jeneral de instrucción primaria por el
diputado Becerra, con 35 capítulos i 293 artículos. — Pro-
yecto de lei del diputado Pastor i Landero sobre restable-
cimiento de la escuela de bellas artes. — Proyecto de lei del
diputado Suarez Inclan sobre dirección i esplotacion de las
estensas marismas del Estado. — Proyecto de lei del diputa-
— 243 —
tado Ortiz de Zarate sobre bulas i sobre la prisión por cau- ■
sas políticas. — Proyecto de lei del diputado Grande sobre
concesiones a un ferrocarril. — Dos proyectos del flamante
ministro de hacienda Moret sobre operaciones de crédito. —
En suma, ocho leyes trascendentales en ciernes, i esto en
víspera de cerrarse la sesiones.
Tale3 cosechas no se ven en Chile sino en los dias de
apertura i de esperanzas...
El Diario de sesiones del año antepasado consta de seis
volúmenes in folio con el doble material cada uno de ellos,
de los dos únicos nuestros que se dan a luz al menos con
seis meses de atraso a las sesiones.
Verdad que los progresos de organización que hemos ve-
nido señalando se han conquistado solo con el curso de los
años, porque el parlamentarismo es viejo en España, i a mas
con la liberal aplicación de intelijencias distinguidas a pues-
tos que entre nosotros se han mirado hasta aquí con necio
desden. Taquígrafos de las Cortes españolas fueron no ha
mucho hombres como Ferrer del Rio i Hartzembusch ; ta-
quígrafo del parlamento ingles fué el ilustre Dickens, i de las
cámaras francesas, si no nos engañamos, en tiempo de la Res-
taiu'acion, lumbreras del j enero humano tales como Thiers
i Mignet.
VIII.
Pero no es en estos detalles únicamente en lo que nos
aventaja la organización interior de las cortes españolas.
Ya hemos dicho, con relación al presidente, lo del dosel.
Pues todavía hai otro consejo mas sustancial a este respec-
to, i vais a asombraros de oírnoslo enunciar — la supresión de
Dios. — Sí, las Cortes españolas son esencialmente ateas en
sus formas. Allí el presidente dice sencillamente Ábrese la
— 246 —
nos. Pofr oonsi^ente, desde que un negocio se pone en dis-
cusión cada cual, interesado en ella, pide la palabra, o sea el
primero, segundo o tercer tumo. Hacer un discurso en es-
tos casos se llama consumir el tumo. De aquí resulta que,
según el sistema español, bastan seis discursos para cada
asunto, o mas bien ocho, contando con la iniciativa i la ré-
plica del primer preopinante. A este propósito consigna el
reglamento un artículo según el cual ningún asunto puede
darse por suficientemente discutido sino cuando hayan ha-
blado sobre él seis, al menos, de los varios diputados que se
hayan inscrito para usar de la palabra.
No puede negarse que no falta ni injenio ni eficacia a
aquel procedimiento en ima asamblea hispano-latina. Única-
mente se nos ocurre que si hubiese de plantearse aquel en
Chile, resultaría (a virtud de que allilos tumos se usan de
dos o tres sesiones) que el que habló en el primero de ellos
se quedaria con la lengua pegada al paladar hasta el perío-
do lejislativo del año venidero.
Los españoles conceden también el amplio derecho de rec»
tijicar^ i por esto se habrán fijado los que gustan de leer las
sesiones de las Cortes, en que todos los discursos se hacen
por via de "rectificación." Cómodo portillo, ala verdad, del
reglamento, por donde pasan encorvadas todas las pasiones,
todas las vanidades i demás flaquezas de nuestro pobre ser
humano cuando se exhibe al mundo. El autor de na proyec-
to de lei o de una indicación tiene también libre su derecho
para agotar la espresion de sus ideas, i por último, como un
homenaje a la libertad de la palabra, cuando el presidente
quiere usar de ella en un debate, debe dejar su poltrona
para hablar como cualquier otro diputado.
X.
Respecto de la barra^ obsérvase en laa Cortea la misma
— 246 —
severidad que en todos los cuerpos deliberantes de los paí-
ses civilizados, pues solo en Francia i Chile se oyen aplau-
sos i demostraciones, mas nunca en el primer pais desaca-
tos ni atropellos, escepto cuando se trata de derribar un
trono. Asi, en un pais tan inflamable como en España, don-
de en un teatro real en que lloraba un niño hemos visto a un
concurrente levantarse de su asiento i decir con voz entera:
Echen ese niño a un pozol — no se oye, sin embargo, en las
galerias el volido de ima mosca.
Hé aquí, para evidencia de lo que decimos, el artículo
único del reglamento de las Cortes que trata de los desór'
denes de la barra:
"Art. 47. Los que perturben de cualquier modo el orden,
serán espelidos de las tribunas o galerias en el mismo acto ; i
si la falta fuese mayor, se tomará con ellos la providencia
que haya lugar."
XI.
En lo que el reglamento de las Cortes se muestra casi tan
severo como con el pueblo soberano, es en la tramitación de
los proyectos de lei, porque, en primer lugar, ninguna mo-
ción puede presentarse firmada por menos de siete diputa-
dos; en seguida de darse cuenta (no lectura) de ella, pasan
a las comisiones, i estas deben dictaminar previamente si
hai o no lugar a su admisión. Llenado este requisito, i leida
por uno de los secretarios, puede su autor esplanar breve-
mente su proyecto pero sin darse lugar a debate, i el presi-
dente fija en ese mismo acto el dia en que debe discutirse.
Existe también en España, como en el parlamento inglés,
la cortapisa de la tramitación previa, según el cual un asun-
to, llegado el momento de ser sometido a debate, puede ser
indefinidamente aplazado; tal es la fórmula i votación pré-
— 247 —
via que puede reclamar cualquier diputado de "si hai o nó
lugar a deliberar." Ninguna indicación o enmienda se admi-
te tampoco si no se hace por escrito (gran arbitrio para evi-
tar embrollos) i sin que venga firmada por siete diputado»
(gran remedio para los antojos) .
XII.
I ya que hemos mencionado la palabra enmienda en con-
traposición a la que nosotros usamos de indicación^ no es-
tará de mas decir aquí que los españoles usan con mucho ma-
yor propiedad que nosotros de los términos técnicos que
necesita su sistema parlamentario.
Así, i esto sin meternos a gramáticos puesto que no lo
somos, parécenos mucho mas exacto llamar enmienda lo
que se agrega a im asunto en debate, que nó indicación^
pues ésta es una espresion mucho mas vaga, mas indefini-
da, i que puede recaer así en los límites del debate como
fiíera de él.
Igual propiedad, se nos imajina, hai en llamar dictámenes
i no informes los de las comisiones, porque éstas en realidad
opinan en la mayor parte de los casos sobre los asuntos que
se les someten. Apenas en diez casos ocurre uno solo que
requiere infomie en la sala de las comisiones, mientras que
los nueve décimos restantes se quedan aguardando el respec-
tivo i espedito dictamen en los cajones. Los informes pueden
ser laboriosos i tardios. Los dictámenes necesitan solo buena
voluntad.
Los españoles llaman también proposiciones de lei SilñM
que nosotros conocemos con el nombre de proyectos i ocárre-
senos que ellos i no nosotros están en la razón, porque lo
que contienen propiamente las m^ocioneSj es la proposición
de las ideas del autor. La palabra proyecto supone una condi-
— 248 —
clon ya mas avanzada, tal cual convendría talvez única-
mente a las leyes que presentan los demás poderes pú-
blicos. Esta misma distinción advertimos hace el regla-
mento de las cortes, llamando proyectos de lei a los conte-
nidos en los mensajes del ejecutivo i proposiciones a la de
los diputados.
De la propia manera, el reglamento de las cortes da el títu-
lo de comisión de actas electorales a la encargada de abrir
juicio sobre los poderes de los diputados, i no el de comisión
de elecciones como nosotros. I la razón es evidente, porque
la comisión solo está llamada a ocuparse de los documen-
tos o acta^ que se les someten, mientras que es la cámara
en cuerpo la que se ocupa del punto capital de las elecciones.
El rejistro de las discusiones de las cortes no se llama
tampoco aquí Boletin^ puesto que no contiene disposiciones
ni mandatos como los de las leyes, el del ejército, etc., sino
simplemente actas i discursos. De aquí el nombre de Diario
de las sesiones.
En cuanto a saber si el vocablo impertinente (que hasta
estas remotas playas ha llegado tan colosal controversia!)
es parlamentario o puramente forense es asunto que proba-
blemente se decidirá solo cuando vuelva a reunirse el con-
cilio ecuménico o cuando los prusianos entren a París. Qué
niñerías!
xni,
El punto capital de la disposición parlamentaría de las
Cortes españolas, i sobre el que hemos llamado antes la aten-
ción de nuestros cuerpos deliberantes, cuando dábamos cuen-
ta de lo que ocurría en el parlamento ingles i en el de Bél-
jica, es, a pesar de todo cuanto llevamos dicho, la importan-
cia que se atríbuyea la fijación préoia e invariable de la
— 249 —
'^órden del día." A tal grado es esto, que esta misma Espafia,
la tierra clásica del — " a mí se me da la gana" — ^i de la vo-
■
luntariedad en todos los poderes, se ha tratado nada menos
que de anular el acta solemne de las Cortes por lo cual se habia
hecho el nombramiento de reiel 16 de noviembre último,
sin mas razón que la de haber omitido el presidente fijar en
ella la orden dd dia de la próxima sesión.
Esta práctica es sin duda una preciosa garantía para to-
dos, i mientras no se adopte en Chile, mientras no se haga
invariable contra ministros, diputados i todo el mundo, de
adentro i de afuera del recinto de la sala de sesiones, no
habrá jamas debates ordenados ni lejislaturas fecundas. En
España, si la orden del dia no se imprime previamente i por
separado como en Inglaterra, ni se distribuye a domicilio a
los diputados como en Béljica, se fija, sin embargo, en una
tablilla en la sala de conferencias i se comunica íntegra al
gobierno.
XIV.
Tomando ahora la medalla por el reverso, confesaremos
que lo que nos ha parecido mas defectuoso en el procedi-
miento de las Cortes español^, es la organización de algu-
nas de sus comisiones.
En primer lugar, se nombran éstas cada mes a la suer-
te, lo que trae aparejada una pérdida de tiempo considera-
ble i ademas, dispersa, en vez de agrupar, las especialida-
des.
En segundo lugar, estas comisiones o secciones (pues es-
te es su nombre, talvez inadecuado) que no tienen mas de.
signacion que un número de orden (de 1 a 7), forman im
cuerpo especial, una especie de cámara chiquita o (si mi
buen amigo Santiago Prado no se opone) un comité dentro
del gran vientre de las Cortes.
mío. TOMO III. 25
— 260 —
Estas secciones nombran cada una un miembro para que
dictamine una vez reunidos los siete, sobre innumerables
asuntos de varia naturaleza, que el presidente tramita con
esta fórmula: — A las secciones.
Calcúlese ahora todo lo que este mecanismo tiene de em-
brollado, de vago i de inconducente para obtener acuerdos
maduros, uniformes i especiales. Por esto nada hai mas co-
mim que los dictámenes de las secciones que se compongan
de tantos votos particiílares como son los de sus miembros.
XV.
£n cambio de la anomalía que acabamos de señalar, el
parlamento español tiene algunas comisiones permanentes ^
cuya utilidad no podrá disputarse. La principal de ellas es
hiát presupuestos j i se corppone de 35 miembros nombrados
por las secciones, cinco de cada una. ¿ No es verdad que es-
to vale mucho mas que nuestras comisiones mistas nombra-
das arbitrariamente cada año?
Las otras comisiones permanentes de las Cortes son la de
actas electorales, la de peticiones (i aquí no hai aquella cu-
riosa cortapisa de la gratitud nacional puesto que en el pedir
no hai engaño)^ la de corrección de estilo^ como en el Perú,
lo cual nos parece simplemente una necedad, i por último
la de gobierno interior^ que se compone del presidente de
las Cortes i de siete miembros (uno porcada seccibn). Pre-
senta aquella cada mes la cuenta de gastos a las Cortes, es-
celente sistema económico que propuso en Chile cierto se-
cretario, si mas no fuera como un correctivo de desordena-
dos apetitos de jamón i queso, cognac i dulces de las mon-
jas, i a los postres ostras i vino del Rhin^ cuando nuestros
predecesores de 1811 se contentaban con su mate.
— 262 —
XVIL
I ya que hemos hablado de reformar el reglamento de
las Cámaras de Ciiile, hé aquí una pequeña indicación de
simple forma o mas bien de tamafio. l^or aquello de meter-
nos en todo a camisa de once varas, cuando la con que nos
criaron apenas tendría tres o cuatro, el reglamento de sala
de las dos Cámaras de Chile se halla impreso en el infolio
mayor que se encontró en las imprentas de Santiago; por
manera que los diputados, no hallando dónde echarlo, sue-
len ponérselo de sombreros, metiéndolo dentro de los de
felpa con que andan. Pues bien, los reglamentos de Europa
son todos microscópicos i podrían llevarse sin embarazo en
el medallón del reloj. I de seguro no andaríamos desca-
minados si apostáramos que por esta alteración sencillísima
se ahorrarían, no solo sesiones enteras de cuestiones regla-
mentarias, sino que cada vez que éstas ocurriesen haya una
sonajera de papeles i un correr de los oficiales de sala capaz
de poner de mal humor al mas tolerante de los presidentes.
En Béljica se lia introducido también con estos mismos
fines un arbitrio precioso para obviar tiempo, confusión i
carreras: tal es la publicación de un pequeño pero compacto
volumen en . 8.® en el cual, con el título de Lihro de los
diputados i de los senadores, se han recopilado, junto con la
constitución del Estado i el reglamento de sala, todas
aquellas leyes de frecuente consulta, como la de elecciones,
la de imprenta, la de municipalidades, etc.
I como éstas, cual toros bravos en densa montaña, andan
entre nosotros revueltas (a pesar de la escelente condensa-
ción de Zenteno) entre 30 o 40 tomos del boletin de las
leyes, i el estante en que aquellos se guardan se halla a
la distancia, ida i vuelta, de tres cuartos de cuadra (me-
— 253 —
didas a cordel) del asiento del secretario, i como, por otra
parte, no todos los secretarios tienen la humildad suficiente
para ir por corredores i fi-íjidos patios a traerle lo que a
cualquier señor diputado, sin esceptuar los suplentes^ se
les ocurre pedir, resultaría que emprender esa compilación
en Chile seria un buen negocio de editor, i una obra de
misericordia con los secretarios presentes i venideros.
XVIII.
En lo que llevamos escrito hasta aqui hemos contado li-
sa i honradamente todo lo que tiene de bueno i digno de
ser copiado la teoria de las Cortes españolas. Pero ¿ i la
práctica?
La práctica! Eso marcha por mui diferente camino, por-
que no se trata ya de ingleses ni de belgas sino de nuestros
mismísimos projenitores i maestros. Líneas impresas en e^
reglamento, palabras i palabras en la sala, i después, cuan-
do los porteros han barrido las alfombras i cerrado las
puertas hasta el año venidero, un poco de polvo en un rin-
cón .... hé alli la práctica de las bellas prescripciones es-
critas que acabamos de eniraierar.
¿Estaremos nosotros condenados a no emancipamos ja-
mas de esa herencia de los siglos ? No lo sabemos desde la
distancia. Los pueblos que crecen i que necesitan vivir cada
dia i hora con nueva vida, alterando, corrijiendo, ensan-
chando, reformando, sabrán sin duda la sentencia que de-
berán pronunciar sobre la eterna, la triste, la irremediable
esterilidad de nuestros cuerpos deliberantes. Mucho teme-
mos, empero, que la de la historia (que no ha de tardar)
haya formulado ya la suya justa e inapelable.. . •
Mas como nuestra cuestión, por ahora, no es ésa sino
contar, para escarmiento, lo que en esta parte del mundo
— 265 —
encargado de sostener la diabólica medida a uno de los más
jóvenes i más fogosos miembros de la tertulia, el señor Ro-
mero Robledo, i lo habian autorizado con su palabra i su
consejo nada menos que el ministro de Estado (relaciones
esterioresj señor Sagasta i el presidente de las mismísimas
Cortes de cuya estrangulación se trataba.
XX.
Diremos aquí de paso que óste don Manuel Ruíz de Zo-
rrilla, presidente actual del las Cortes parécenos uno de loa
más vistosos figurones de la ya evidentemente malograda
revolución democrática de 1868. Hijo de un pueblo de Cas-
tilla la Nueva, cuyo nombre por ruin se nos escapa, ha de-
bido su rápida elevación a cierta taima de carácter de castella-
no manchego más que a sus talentos de político i de orador»
Verdad es que habla con cierta facilidad i aplomo, según he-
mos tenido ocasión de juzgarlo, i que a la edad de 38 aflos,
según él mismo se compLwíe en recordarlo, ha merecido la
honra de presidir las Cortes constituyentes de España. Posee
ademas un personal simpático i varonil, en estremo seme-
jante al de uno de nuestros mas notables hombres públicos
i esto i la juventud, en paises impresionables como España,
son dotes de no despreciable valia.
Debia, sin embargo, el señor Zorrilla su efímera popula-
ridad de ayer a ciertas veleidades de resistencia que ha opues-
to al iracundo e impetuoso jeneral Prim en su marcha
triunfante hasta el trono, veleidades que él mismo calificó,
en estilo napoleónico, con el nombre a la moda de los puntos
n^^ro5... Dicese que hasta última hora ha luchado con Prim
por empujarlo a otro sendero que el de la postiza monarquía
italiana, pero al fin, aquel puso término a la resistencia de su
colega con uno de sus arranques peculiares de soldado, di-
— 266 —
ciéndole mas o menos esta frase: — "Dígame señor don Ma-
nuel, ¿cree usted que yo he conspirado con canónigos ?" — A
lo cual el presidente de las cortes agachó la cabeza i fué a
ofrecer humildemente la corona de San Femando i de Isabel
la católica al hijo del soberano que acaba de destronar al
papa.
I con esto ha concluido su prestijio i su buen nombre.
Ello es lo cierto que mientras ha tenido el poder, don Ma-
nuel no se ha descuidado tampoco su casa por la corte, mos-
trándose .por lo menos el mas ejemplar de los sobrinos.
A uno de sus tios, en efecto, cura del Escorial, lo ha he-
cho nombrar obispo de Puerto Rico; a otro tio lo ha eleva-
do a miembro de la corte suprema de Madrid (puesto ina-
movible como la mitra), a otro coronel i diputado, a su
escribiente, por último, gobernador de una provincia, i a su
criado, que era un ex-lego carlista, canónigo de Alcalá. . .
Qué tal sobrino i que tal patrón! Llaman a don Manuel
Ruis de Zorrilla los diarios de oposición el hombre de los
puntos negros^ i a mi me parece que mas propio habria sido
llamarlo el hombre de los tios.
XXL
Pero vamos a la famosa sesión del 19 de noviembre.
Tratábase en ella de introducir sin previa lectura ni trá-
mite de comisión, en violación flagrante del reglamento,
(pero a la chile?ial) el acuerdo de media noche de la Tertu-
lia progresista, que contenia nada menos que cuatro graví-
simas leyes. Eran éstas, ademas del ceremonial de la recep-
ción del monarca, ima lei autorizando al gobierno proviso-
rio para fijar la renta del rei electo, lo cual podia equivaler
a una contribución enorme en un pueblo esquilmado; otra
lei para fijar los distritos electorales en el nombramiento de
— 257 —
las futuras Cortes ordinarias, i esto importa tanto como or-
ganizar las mayorias al capricho del primer advenedizo due-
ño del poder; otra leipara autorizar la emisión de 900 mi-
llones de reales (90 millones de pesos!) de bonos del teso-
ro, dejando al ministro de hacienda la libertad de fijar el ín-
teres, el tipo i todos los demás accesorios de un empréstito ;
otra lei, en fin, sobre incompatibilidades en los diputados, i,
por último, la disolución definitiva de las Cortes constitu-
yentes i su reemplazo por otras ordinarias, que se elejirán
bajo el cetro i beneplácito de don Juan Prim i Prats, re^
de las Españas, bajo el seudónimo de Amadeo I.
Imposible seria creer en tanta audacia si don Juan Prim
i Prats no fuera el inspirador de todas estas temeridades,
porque si bien se concibe que para asuntos técnicos (como
si dijéramos la barra del Maule o la reforma de las ordenan-
zas de aduana, fijando a aquella los puntos de partida) es
lícito resignarse a otorgar autorizaciones colectivas, en ne-
gocios del monto de los que hemos enumerado se necesita
llegar al banco azul sableen mano i la constitución en la car-
tuchera.
xxn.
I así ni mas ni menos acontece, porque la constitucicmi
jurada solo en junio del último año, estatuye terminante-
mente que «nadie está obligado a pagar contribución que
no haya sido votada por las Cortes o por las corporaciones
legalmente autorizadas para imponerla, i cuya cobranza no
se haga en la forma prescrita por la lei.» (Art. 15.)
I en el artículo 52, se añade esta pi^escripcion termi-
nante:
<r Ningún proyecto de lei puede aprobarse por las Cortes
sino después de haber sido votado artículo por artículo en
cada uno de los cuerpos colejisladores.]>
MIIC. TOMO III. 26
— 388 —
Pero aun en vista de una violación tan palmaria i tan es-
candalosa, así de la constitución como del reglamento de sa-
la de las Cortes (cuyas disposiciones de acuerdo previo por
las comisiones para la primera lectura, etc., dejamos ya re-
cordadas), el complot de la Tertulia no reculó i el adalid
elejido para el escándalo i el atropello, el juvenü Romero
Robledo, subió a la tribuna apenas habíase leido el acta por
el secretario de tumo.
Dejamos aquí la palabra al diario mas moderado i mas
sensato de España, o mas bien, al único que lo es : a la
<tEpocaD. Vamos a oirle contar, con toda su característica
mesura algunos de los lances que siguieron a la enunciación
sola del proyecto de la Tertulia.
^El señor presidente. — El señor Romero Robledo tiene la
palabra para apoyar la proposición.
El señor Figueras. — Pido que se lean los artículos 15 i
52 de la constitución, i pido ademas que la mesa cimipla
con los deberes constitucionales a que se ha faltado con la
lectura de esa proposición.
El señor presidente. — Su señoría ha pedido que se lean
dos artículos de la constitución, i de ellos se dará lectura;
pero no está en su lugar a la reclamación que hace, en los
términos que la ha formulado; i medios tiene para emitir
su opinión del modo conveniente.
El señor Figueras. — Yo no sé qué medios son los que da
el reglamento, cuando solo se ve la autocracia de la mesa.
(Voces en diversos sentidos.)
El señor presidente. — Orden, señores diputados.
El señor Figueras. — V. S, no me puede privar de mi de-
recho. Sobre la mesa está el reglamento. (Gran confusión
producida en todos los lados de la cámara. Muestras de
aprobación en unos lados i de reprobación en otros. Mu-
chos señores diputados hablan a la vez, sin que sea posible
— 2(9 —
percibir lo que dicen; el señor presidente ajita la campani-
lla i llama al orden repetidas veces, en especial al señor Fi-
g ñeras.)
JEl señor Presidente. — El señor Romero Robledo tiene la
palabra. (Crece la confusión.)
Calmada algún tanto la confusión, se dio lectura a los
artículos 15152 de la constitución. En seguida dijo:
El señor presidente. — El señor Romero Robledo tiene la
palabra. (Crece la confusión i voces en todos sentidos; unos
dicen: que hablo, otros, que no; creciendo el desorden cada
vez mas.)
El señor Romero Robledo. — Oid i discutid. {Muchos: nó,
nó. Otros; sí, sí.)
El' señor presidente. — Orden !
El señor Suarez Inclan. — Pido que se lean los títidos 6.*
i 9.^ del reglamento.
El señor Rubio (don Federico.) Esa proposición está fue-
ra de la constitución.
El señor Diaz Quinteros. — Esa proposición ataca la cons-
titución i las prerogativas de la cámara. (Continúa el desor-
den, en medio del cual se oye a un seQor diputado de la mi-
noría republicana decir que acusa a la mesa ante el pais de
faltar ala constitución; el señor Suarez Inclan reclamarla
lectura de los títulos 6. ^ i 9. ^ del reglamento, i al señor
Romero Robledo sostener que está en el uso de la palabra i
en su derecho al apoyar la proposición.)
El señor presidente. — No tengo ningún medio coercitivo
contra la oposición que se está haciendo en este momento
por los republicanos; asi es que esperaré que se restablézcala
cahna. (Gran tumulto, en el que se oye alguna voz que di-
ce no son solo los republicanos los que protestan contra la
infracción del reglamento. El señor Romero Robledo quie-
re apoyar su proposición i no le es posible hacerlo; unos
— 260 —
seftores diputados manifiestan su deseo de que hable, i otros
dicen que nó."
Al fin no consigue hablar ni el presidente Ruiz Zorrilla,
ni Figueras, el caudillo del bando republicano en las Cor-
tes, ni el mismo iniciador de las autorización, Romero Ro-
bledo, candidato, según se dice, mui sonado a la cartera del
ministerio de Ultramar que ha dejado vacante el joven ga-
ditano Moret, promovido al de hacienda, ni nadie, sino to-
dos a la vez, parándose muchos sobre sus asientos i bajando
otros al estrado.
XXIII.
Mas, al cabo de algunos minutos, consigue dominar el
tumulto el diputado Suarez Inclan, i he aquí como (siem-
pre según la Época) son acojidas, no sus palabras, sino el
anuncio de que su señoría va a hablar.
^^ El señor Suarez Inclan. — V. S. sabe mui bien que yo
no soi de los que pueden tratar de dilatar los debates, i solo
trato de esponer unas brevísimas observaciones.
Afuchas señorea diputados. — Nó, nó.
Otros. — Sí, sí.
(Estraordinaría confiísion. El señor presidente, llama
repetidas veces al orden, pero no consigue que éste se res-
tablezca).
El señor Figueras^^-^l^iáo que se cumpla la constitu-
ción i el reglamento.
El señor Somí. — Que se cumpla la lei, pues de otro mo-
do no habrá aquí maa que la anarquía.
El señor Suarez Inclan. — En mi conciencia, como en la
de todos los señores diputados, esta es una proposición de
lei, i no ha podido darse lectura de ella en la forma que
se ha hecho. (Voces en diversos sentidos; sigue el de-
sorden).
— 961 —
(cRniz Zorrilla, sin embargo, dice otro diario madriléfio
(la Igualdad del 20 de diciembre) se obstina en conceder
la palabra a Romero Robledo : la confusión i el desorden
toman mui luego proporciones espantosas. Todos los dipu-
tados se levantan: todos hablan a la vez. Claman los repu-
blicanos contra atentado tan inaudito: interpela tumultua-
riamente a la mesa la unión liberal: gritan i protestan llenos
de justa cólera los carlistas: la mayoría se alborota, i en
escandaloso estrépito hace alarde de sus furores ministeria-
les: Romero Robledo jesticula i vocea como un energúme-
no, apostrofa a Topete; el consecuente marino se vuelve
lleno de indignación contra él, i promuévese entre ambos
un fuerte altercado ; Alarcon i Ortiz i Casado pasan ya a
« vias de hecho en la acalorada disputa que sostienen ; Caste-
lar deposita en la mesa un nuevo voto de censura; Rios
Rosas baja de su asiento i se esfuerza para hacerse oir; las
injurias mas atroces, los insultos mas ultrajantes se suceden
en medio del mayor estruendo; toman parte las tribunas
en la algazara, resultando de esta horrible confusión un tu-
multo infernal, donde, en medio de los campanillazos del
presidente i de los clamores de cuatrocientas personas, que
todas gritan a la vez, solo pueden entenderse por acaso
diálogos que es imposible reproducir por la violencia. i>
Tales son las Cortes de la plazuela de Cervantes, i con
el alma inundada de tristeza se nos viene a los labios invo-
luntariamente esta pregunta: — ar¿En qué se diferencian de
las Cortes de la plazuela de O'Higgns?:^
XXIV.
Pero en medio del tumulto, los diputados de los diversos
matices de la oposición dejan sus bancos, i con esta desacor-
dada maniobra que acusa mas despecho que convicción, los
— 268 -
yo no soi responsable del conflicto de 1856; si yo fuera hom-
bre de violencia i dictadura, no me escondería detras de
otro para ejercerla, sino que tendría el valor de romper la
constitución con la punta de las bayonetas i arrojar al
pueblo sus pedazos a la cara."
XXV.
La ajitacion habia subido hasta el frenesí en algunos
bancos, i no obstante, vino todavía a arrojar un nuevo ti-
zon a la hoguera el ministro de instrucción pública (Fomen-
to) don José Echegaray, a quien sus enemigos llaman '^un
volteriano trasnochado," i por su rostro lívido a la verdad
que lo parece. "Es claro, dijo aquel hombre de Estado de
la moderna España, es claro que. esta proposición de lei es
salvadora^ porque se trata dé consolidar las conquistas revo-
lucionarías; i cuando se trata de ciertas cosas, señores, como
hemos visto en sesiones anteriores, todo es lícito para sal-
var la patria. (Gran ajitacion; aplausos i voces. Algimos
señores diputados de la izquierda piden que se escriban las
palabras).
XXVI.
Al fin, de tumulto en tumulto se llegó a la hora crítica
de las humanas asambleas: la del estómago. Eran las siete,
es decir, casi media noche, por la hora vespertina en que
aquí se esconde el sol en el invierno. En consecuencia, como
los ciríos de las tinieblas, las lenguas comienzan a enmude-
cer unas en pos de otras; todos los entusiasmos i todas las
resistencias se replegaron sobre las cavidades internas que
en forma de apaga- velas estinguen en el ser humano la cen'
tella vivida del espírítu.
— 2M —
xxvn.
La memorable sesión se levantó en consecuencia a las
siete i cuarto de la noche, i hé aquí el terrible pero no in-
justo juicio que ella mereció al siguiente dia al mas popular
de los órganos republicanos de Madrid.
^' Jamas, dice la Igualdad, rejistraron los fiístos parla-
mentarios de ningún pais tanto tumulto i tal escándalo co-
mo los que ayer ofreció la Constituyente española en las
últimas convulsiones de su agonía; i es que a ningún pue-
blo que en algo haya estimado su dignidad i decoro se ha
ultrajado con ima infamia tan afrentosa i tan aleve como el
vergonzante golpe de estado que amenaza de muerte a la li-
bertad i a la honra de la patria. Griminal i execrable es el
salteador de caminas que con las armas en la mano ataca i
despoja al viajero; pero mucho mas odioso i repugnante es
el ser misereóle de nuestras ciudades, que, falto del arrojo
del bandolero, se introduce bajo el aspecto de la honradez
en la sociedad i en el hogar doméstico para esplotar todos
los sentimientos nobles i jenerosos, viviendo del abuso de
confianza, de la estafa i del fraude. Si los dictadores, si los
caudillos de la reacción que cara a cara luchan con el pue-
blo para arrancarle sus derechos i sus franquicias, tienen
mucho del salteador de caminos, ¿ a quién son iguales esas
pandillas políticas, esos oscuros i audaces aventureros que
han logrado injerirse en las filas de todos los partidos, pa-
ra esplotarlos a todos, i que, por medio de la deslealtad i el
engaño, han logrado apoderarse del poder i de la fuerza pú-
blica, arrastrando a la nación al último estremo de su ruina
i vilipendio?"
Tal es la España parlamentaria en la práctica de todos
los dias. Tales son sus discusiones, tales sus ecos en la
prensa.
— 266—
XXVIII.
Nos falta únicamente agregar que después de una lucha
desigual de cuatro dias, la monstruosa proposición de Ro-
mero Robledo fué aprobada en votación nominal en la
mañana del 23, por 137 votos contra 14, habiéndose aleja-
do del recinto de las sesiones los diputados de oposición de
todos los matices, los carlistas como los republicanos^ los
moderados como los unionistas^ los alfonsistas como los par-
tidarios de Espartero i los de Montpensier.
Todas estas fracciones de las cortes han acordado, según
dicen los diarios de Madrid llegados hoi a MáLaga, el cu-
rioso arbitrio de enviar dos dipata doá por cada una de ellas,
a fin de pedir que las votaciones sean nominales, hasta la
sesión del 30 en que las Cortes constituyentes deben arrojarse
sobre la punta del sable tlel marques de los Castillejos, i
¡morir!
A la hora en que escribimos, Amadeo I viene ya de viaje
de Jénova a Cartajena i don Juan Prun i Prats ha ido a
recibirlo con su comitiva al muelle de aquel puerto. ¡Ai de
España!
San-Val.
{Merciu'io).
MI8C. TOMO III.
27
LOS PARTIDOS EN OUB A..
(unidad en la idea de la independencia.)
La historia de las colonias es de todo el mundo conoci-
da. Es una historia siempre fija, lójica, invariable, porque
no es sino una faz de la historia de la humanidad.
Esa historia compónese siempre de tres períodos. — El cre-
cimiento^ la lucha^ la independencia.
Esta ha sido la historia de todas las colonias desde el tiem-
po de los fenicios que fundaron sus primeras colonias en la
antigua 1 beria hasta los modernos españoles que han sido
los últimos en perderlas en América.
I esta historia en ninguna parte del mundo es mejor sa-
bida que en Cuba, porque allí esa leyenda del pasado hace
parte de la vida propia de la nación, es su tarea de cada dia,
es su preocupación de tolo3 los instantes, es su sueño del
venidero.
El primer perío lo llamado del crecimiento^ ha sido com-
pletado en las Antillas espaílolas, i ya han entrado de lle-
no en el período segundo de la lucha.
Puede decii'se que el último es coetáneo con el movimien-
to que independizó ala América del Sud, pues en 1810 Cu-
— 268 —
ba estaba casi tan preparada como Venezuela i la Nueva
Granada para sacudir el yugo peninsular. Mas las condicio-
nes especiales de su topografía aislada i que la hacen fidcil
presa de un poder marítimo, no le permitieron emprender
la gran cruzada, que la solidaridad del continente permitía
a sus liermanas del Sud. Cuba se lia encontrado sola. Pero
en el Continente Sud-americano cuando Chile se perdió,
vino en su rescate el Plata; cuando sucumbió Nueva Gra-
nada, vino a salvarla Venezuela; i entre todas salvaron a
su vez al Perú.
Pero no por esto puede negarse que desde 1810 Cuba ha
luchado^ es decir, ha entrado en su segunda época de exis-
tencia. Ha luchado como le era posible en sus condiciones
especiales, pero no ha cesado de combatir hora por hora i
de minar por todos caminos el odioso dominio que la abru-
ma. En cierta manera esta lucha sorda i terrible de la nacio-
nalidad de Cuba ha tenido mas heroísmo que la délos otros
paises libertados de la coyunda española, porque ha sido
mas larga, mas perseverante i mas cruel. Ha sido una lucha
eterna con las tinieblas en lo moral, en el patíbulo contra el
poder físico de la España.
De aquí ha nacido que existe hoi dia en Cuba una idea
en la que todas las opiniones, todos los deseos, todas las am-
biciones están unánimes: esa idea o mas bien, esa empresa
es la independencia^ para la que Cuba se siente ya completa-
mente preparada.
Esta convicción pertenece a todas las clases de la isla, desde
el aristócrata criollo hasta el gwijiro de los campos; desde
el grave abogado de la Audiencia de la Habana hasta el ne-
gro bozal de los injenios. líl único elemento que se opone a
ella, es naturalmente, el estranjero, el intruso, el opresor: es
decir, el ejercito español que vejeta sobre la isla i gana sus
grados en un ocio vil, i la colonia de aventureros península-
— 269 —
res, que abraza todas las categorías sociales, desde el Capitán
Jeneral i su segando cabo hasta el último bodegonero de Ca-
taluña o el mas miserable mendigo de Galicia, elevado por
el hecho de ser un ente peninsular a todos los privilejios que
humillan i defraudan al hijo propio del pais, al noble, al
intelijente i jeneroso cnollo^ llamado así en desprecio de su
Uustre nombre americano.
I la convicción de la independencia es tanto mas fuerte i
universal en Cuba, cuanto que esta posesión idtramarina
presenta fenómenos acaso no vistos en la historia de los de-
mas establecimientos coloniales conocidos hasta aquí. Es,
en efecto, la colonia mas rica de que tengamos noticia, mas
poderosa aun que la India misma, si todo se toma en consi-
deración, i al mismo tiempo es poseida por la nación mas
débil, mas desorganizada i mas impotente que hoi serejistra
en el escalafón de los pueblos.
El sistema colonial de la España ha diferido también del
adoptado por todos los otros pueblos; i así se observa que
mientras la Inglaterra, por ejemplo, concede las franquicias
de un parlamento especial al Canadá i a Australia i la Fran-
cia se prepara para incorporar la Martinica i la Guadalupe
como departamentos homoj éneos del imperio, la España ha
rechazado aun por sus Cortes mas liberales, como las famosas
de 1837, la representación popular de las que llama por iro-
nía sus provincias de Ultramar. Feliz sería Cuba si fuese
tan mal gobernada como la miserable Galicia, o un poco me-
jor que Ceuta!
La idea (decimos mal, puesto que la idea ya está incor-
porada en la vida del pueblo), la necesidad inmediata, acti-
va, irresistible de la independencia de Cuba, es, pues, tan
unánime entre todos sus hijos, que puede decirse que no hai
uno solo que pudiera apartarse de ese camino sin merecer de
toda la comunidad cubana el título de apóstata i renegado.
— 273 —
¿ Cómo aguardar representación lejítiraa en las Cortes, si
éstas no son sino las antesalas del ministro que impera?
¿Cómo esperar libertades para la imprenta si todos los
editores independientes de Madrid están bajo los cerrojos
del Saladero ? ¿ Cómo soñar con libertades populares, mal
la de asociación, si O'Donnell duerme cada noche con las
llaves de todos los clubs políticos bajo de su almohada?
Jenerosas, pero tristes i funestas ilusiones! El partido
concesionista de C::^^a se alimenta del engaño sistemático
con que los politicastros de Madrid sueñan tener tranquila
i sumisa para con holganza esplotarla a la que llaman su
, siempre JideVi.mna. I esta, i no otra, ha sido esa serie de
mentiras, de promesas i de farsas indignas sostenidas desde
la ajitacion de 1837, esa i no otra es la única instrucción
que se da a los capitanes jenerales al venir a tomar pose-
sión de su })uesto; esa i no otra es la linica e.^tratejia pues-
ta enjuego por los hombres de jénio que dominan a la Es-
paña i que ellos creen llevar admirablemente a efecto alter-
nando im capitán jeneral que mienta como liberal i refor-
mista con otro (jue mienta por el espíritu esclusi vista de la
conservación i del statu qiio.
En este sentido el partido reformista de Cuba hace, pues,
un mal positivo a su patria retardando la hora destinada
de su redención i debilitando ea cierta manera la convicción
de la acción inmediata para obtener aquella, sujetándola a
indeünidos i funestos aplazamientos.
Pero si el partido rciformista daña de esa suerte a su pa-
tria i se colo.^a en un triste antagonismo con el partido que
arrastra las masas, la juventud, todos los elementos activos,
en fin, de la sociedad, se daña también a sí mismo i se
.suicida.
J^os partidíhs medios sf)n bicmpre víctimas de su irresolu-
ción, do su ÍKt convencional, de sus vacilaciones para esco-
MISC. TOMO III. 28
— 276 —
dias, unas pocas horas, pero al fin sus prohombres morirán
con la muerte de Riego en manos de sus bárbaros opreso-
res, mientras que entre los suyos propios su memoria será
recordada solo con la compasión de un sacrificio hecho al
error, sino al miedo i a la mentira.
La salvación de Cuba está, pues, en la franqueza política
de sus hijos; en la unión sincera i resuelta de esos dos par-
tidos, que delante de la obra de la independencia son uno
solo: EL DE LOS CTTJANOS CONTRA LOS ESPAÑOLES.
(La Voz de la America.)
COMUNICACIÓN INTEROCEÁNICA
ENTRE
EL PACIFICO I EL ATLÁNTICO.
(L Topografía de los Anden meridionales, porvenir de estas rejioueSySU
sistema hidrodtá tico. — II. Exploración occidental de la Iftguna de Na-
guelliuupi. Expediciones del |»adre Menendez i do Fonk. — III. Explo-
ración del Bio Neg-ro. Descripción de Falkner. Itinerario de Yillaríno.
— IV. Comunicación de la laguna de Naguelhuapi con el Rio Negro.
— V.Proyecto de explotación de don Guillermo Cox. Medios, fines i
resultados de esta empresa).
Eclmndo una mirada sobre el mapa de Chile, resulta un
sor[>rendente contraste al fijarse en sus dos estremidades, o
mas bien, en las dos mitades que separan las aguas del
Biobio, el padre de nuestro sistema fluvial.
Al sur de aquel rio, hasta los límites de la Patagonia, la
topografía del pais toma una forma mas dilatada i grandio-
sa, del todo distinta de los rasgos que caracterizan nuestras
latitudes setentrionales. — Los Andes, que son en todas par-
tes como el molde que da a cada una de nuestras localidades
su tipo particular, se aplastan i se derraman en sus límites
del medio dia, sin perder por esto sus proporciones ni su
majestad. Sus formas solo han variado i con ellas el aspee-
— 281 —
de nuestra jeografía, i después de estudiarlos i compararlos
escrupulosamente hemos creído encontrar al fin un resulta-
do completo, que esplica la actual situación de estos descu-
brimientos.
En conformidad de esto, i para hacer mas comprensibles
nuestros detalles, dividiremos en tres puntos nuestro tra-
bajo, según el mapa que con este propósito hemos trabajado
i que acompañamos en el testo, no como una carta jeográfi-
ca, sino como un croquis esplicativo de nuestros apuntes, en
el que están marcados solo los principales rasgos topográfi-
cos que describimos. (1)
La comunicación inter-oceánica puede dividirse en tres
fracciones en virtud délo dicho, de esta manera:
1.* Desde la costa del Pacífico hasta la laguna de Na-
huelhuapi.
2.* Esploracion del rio Negro hasta su desembocadura en
el Atlántico.
S^ Esploracion de la laguna de Nahuelhuapi i su desa-
güe oriental en el rio Negro.
De los tres puntos anteriores tolo el tercero es casi com-
pletamente desconocido hasta aquí, i es por esto el principal
objeto de la esploracion del señor Cox.
El primero ha sido del todo resuelto el año de 1855 por la
espedicion de M. Fonck i ya desde 250 años atrás se habia
hecho diversas tentativas. La primera parece fué la del
fraile Mascardi que estableció su misión en la isla de la
laguna de Nahuelhuapi en 1606. — La segunda proyectada
por el padre Guell en 1776. La tercera es la del fi'anciscano
Menendez, hecha en 1792, de la que nos ha quedado un
diario autógrafo que se conserva en nuestra BibUoteca pó-
(1) Puede verse ese croquis en el Mensajero de la Agricultura tomo
6.0 paj. 358.
HISC. TOMO III. 29
— 282 —
blica, i que tuvo el mismo objeto que la anterior. Ademas
de las numerosas esploraciones, como la de 1795, hechas
en el siglo pasado en busca de la fabulosa ciudad de los
Césares por el camino de Bariloche, hemos tenido también
ocasión de consultar algunos apuntes de viajes e itinerarios
hechos por el jeneral don Juan Mackenna en la época en que
era gobernador de Osomo a fines del siglo pasado. Después de
un intervalo de 50 años volvieron a renovarse estas tentati-
vas, por el malogrado capitán Muñoz Gamero, siendo inten-
dente de Valdivia don Salvador Sanfuentes; en seguida por
don Guillermo Dolí en 1854, i por último, el año pasado por
don Francisco. Fonck, médico de la colonia de Llanquihue.
La segunda parte de la esploracion, esto es, la navegación
del Rio Negro, fiíé iniciada al principio, por las sujestiones
del misionero Falkner que publicó su obra sobre la Patago-
nia en 1775. Después el piloto Villariuo lo recorrió en toda
suestension en 1783 con cuatro chalupas, i por último, el
marino Descalsis remontó la mitad de su curso en una go-
leta en 1833.
En resumen: para ilustrar el primer punto tenemos los
itinerarios del padre Menendez i de Fonk, pues ambos
siguieron distintos rumbos. El de Muñoz Gamero i DoU es
el mismo del último, pero incompleto.
Respecto de la esploracion del Rio Negro nos serviremos
de los apuntes del padre Falkner i de los diarios de Yilla-
rino i de Descalsis.
I por último, sobre la tercera parte nos serviremos de
diversos datos históricos i jeográficos, de inducciones mas
o menos ciertas, refiriéndonos en gran parte al proyec-
to i a las indicaciones manuscritas i verbales que nos ha so '
metido el intelijente e intrépido señor Cox.
Pasemos a ocuparnos de la primera parte, esto es, la es-
ploracion entre la laguna de Nahuelhuapi i el Pacífico.
- 28á —
II.
El espacio intermedio, entre la laguna de Nahuelhuapi
i las costas del Pacífico, forma, por espacio de cerca de 40
leguas, una falda espaciosa i gradual, sembrada de lagos i
pantanos, cuyas dilatadas mesetas i llanuras interceptan ya
los rios que se arrancan de las lagunas, ya las ramas i picos
de montañas que se desprenden de la cordillera. Esta mag-
nífica faja de terreno va alzándose gradualmente desde el
nivel del mar hasta la laguna de Llanquihúe que baña el
pié del volcan de Osomo, teniendo hacia el sur el volcan de
Calbuco a cuyas inmediaciones penetra por la costa la ense-
nada o golfo de ReloncavL Levántanse mas arriba el lago
lonjitudinal de Todos los Santos, cuya altura aproximativa,
según Fonck, es de 214 metros, i después remontando el
rio Peulla se sube el boquete denominado Pérez Rosales
que se alza solo 836 metros sobre el nivel del mar, según
los cálculos imperfectos de la ultima espedicion. Inmedia-
tamente, del lado opuesto de esta abra, se estiende la igno-
ta laguna de Nahuelhuapi rodeada de elevadísimas cum-
bres.
Es un rasgo topográfico altamente notable la poca ele-
vación que presentan los Andes ^i esta parte, pues Me.
Culloch que asigna una altura de 14 a 15,000 pies ingleses
a los Andes meridionales de Chile, solo atribuye a esta par-
te de los Andes Patagónicos una elevación de 6,000 pies.
Darwin, el famoso naturalista del viaje de la Beagle, esta-
blece también que la altura de las nieves eternas baja en es-
ta latitud hasta 6,000 pies, mientras que Gilless, el jefe de
la exspedicion explotadora de Estados- Unidos, ha determi-
do que esta altura es de 14,500 a 15,000 en las cordilleras
centrales de Chile. Pero mas singular todavía es la forma-
— 284 —
cion jeolójica de estas cúspides prodijiosas. Presentan no ya
las agrestes crestas i farellones que cortan las cimas andi-
nas en toda su estension por el continente Sur Americano,
sino planicies aplastadas i suaves ondulaciones cubiertas de
una abundante i lozana vejetacion. Esta circunstancia dá
lugar a un hecho curiosísimo que se observa en este punto,
esto es, la corriente de un caudaloso rio al parecer navega-
ble que corre lonjitudinalmente a lo largo de la cumbre de
la Cordillera, vaciando sus aguas desde una gran laguna en
la de Nahuelhuapi. Este es el liio Frió que desciende de la
gran masa del monte J'ronador^ una mole inmensa de eter-
nas nieves, comparable en su forma i proporciones al ma-
jestuoso Tupungato, i que ha recibido su fantástico nombre
del ruido formidable que producen constantemente los ahi-
des de nieve i rodados de hielos que se desprenden de
los ventisqueros (glaciers) que cubren sus sinuosidades. En
frente del Tronador i en el lado opuesto de la abra de Pérez
Rosales, se alza hacia el norte la cima de un otro pico lla-
mado el Techado.
Algunas sinuosidades, como el cerro denominado del
Doce de febrero i la Cuesta de los reulis^ i charcos o lagunas
menores como la de los Canquenes, completan los gran-
des rasgos de esta espléndida topografía, contemplada has-
ta aquí una sola vez por el ojo fascinado del liombre
culto.
Después de estos lijeros detalles, debidos a las espediciones
del padre Menendez i de Fonck, entraremos en los pormeno-
res de los itinerarios de estos exploradores que así se harán
mes comprensibles.
El padre Menendez emprendió su viaje de exploración en
busca de las antiguas misiones de la laguna de Xahuelhua-
pi, el 21 de noviembre de 1791, diaenque salió de la ciu-
dad de Castro, capital de Chiloé, regresando a San Carlos,
— 285 —
después de dos meses i medio de fatigosas jornadas el 2 de
febrero de 1792 (1).
Entrando por la ensenada de Reloncaví i remontando a
pié el rio Petrokué con sus compañeros, que eran 12 o 13
prácticos, indios i milicianos, se embarcó el 26 de diciembre
en la laguna de Todos Santos en una canoa que los mismos
exploradores construyeron. Tres dias después llegaron a la
costa opuesta en el lugar donde desemboca el rio Peulla que
no pudieron navegar por la abundancia de arenas que obs-
truia su boca. Abandonando la embarcación, marcharon a
pié hacia la Cordillera donde llegaron tres dias mas tarde,
esto es, el 3 de enero de 1792. Al dia siguiente estaba en la
mitad de su ascenso i la masa del Tronador se presentaba a
la vista en la dirección del medio dia. «Este cerro, exclama
el padre, estoi para mi es el que llaman Bauquenmay i está
continuamente tronando, que así se parece cuando cae un
pelotón denieve.y>
dLuego que subimos a la cima, añade el Padre, seguimos
al N. por la cumbre que es casi llana i salimos por una
pampa pequeña que está al pié de un cerro mui elevado.
En la pampa hai una laguna pequeña en donde hai algunos
canquenes, pájaros que hai en abimdancia en Chiloé.]^ Es-
ta lagima es sin duda la pequeña llamada hoi dia, de los
canquenes^ i el elevado cerro cuyas faldas baña ésta, es pro-
bablemente el que Dolí llamó en 1854 el Cerro de la Espe-
ranza^ por haber divisado desde ahí la vaga sábana azul
de la laguna de Nahuelhuapi, i el mismo que recibió después
(1) La relación de este viaje se encuentra en el folio 10 Jde manascri-
tos de la Biblioteca de Santiago, con el titulo de Diaro de la segunda
expedición a ¡a laguna de Nahuelhuapi^ escrito parjrai Francisco Me-
nendeZf Misioiier o apostólico de la provincia dé Chiloé, año de 1791.
El manuscrito es autógrafo i está firmado por el mismo padre. / '
— 286 —
el nombre de Doce de febrero por haber llegado ahí ese dia
en 1855 la espedicion T.e Fonck.
Menendez i sus compañeros descendieron inmediatamente
a la laguna de Nahuelhuapi cuyos bordes pisaron mas de
un mes después de haber salido del seno de Reloncaví, i ha-
biendo construido una canoa con el tronco de un reuU se
embarcaron en sus aguas el 1 9 de enero.
Navegaron directamente hacia el Este por una ensenada
angosta en una de cuya estremidades habia una hermosa is-
la poblada de árboles. Descendieron a ella i encontraron
en la tierra plantas salvajes de papas, nabos, romaza i otras
produciones que con los vestijios de algunos árboles quema-
dos revelaban que ese habia sido el sitio ocupado por la an-
tigua misión.
Continuando su navegación por las orillas del lago (ídi-
mas, dice el 21 de enero, co7i un rio bastante caudaloso.^ Es-
te es el primer indicio que se encuentra entre los explora-
dores occidentales de la existencia de un desagüe de la la
guna que corra hacia el Atlántico.
El padre misionero, no adelantando mas sus noticias
jeográficas, cuenta solo que habiendo encontrado en la em-
bocadura de este rio las huellas de dos caballos, siguieron
éstas, i al dia siguiente, 22 de enero cayeron, en una tol-
dería de indios con cuyo cacique pasaron la noche i la ma-
drugada del siguiente dia que el buen padre describe con
estas injenuas palabras. ((Cuando asomó el primer lucero
del dia, comenzó el cacique a dar los dias a todos i tendido
en el suelo. Diólos a las Bacas, Ovejas, Caballos i dema^
Hacienda. Pidió un tiro para romper el dia. Se finjió cargar
un fusil que ayer se le aseguró que estaban descargados.
Salió un mozo a disparar i el caciciue salió tras de él, pero
con el tiro cayó en tierra do miedos....
Esta relación prueba que las orillas orientales de la lagu-
— 287 —
na están habitadas por tribus de indios nómades, que son
los mismos que van cundiendo con diversas denominaciones
por todas las pampas i comarcas orientales de los Andes Pa-
tagónicos.
En fin, no habiendo avanzado mas, la espedicion em-
prendió su vuelta el 26 de enero i llegó a San Carlos el 2 de
febrero, como hemos dicho, haciendo en 6 dias el camino
que de ida hablan recorrido en cerca de 70.
El itinerario de la expedición de Fonck se junta con el
de Menendes en la laguna de Todos Santos, habiendo par-
tido aquella de Puerto Mentt el 30 de enero de 1855. Se
componia ésta de 13 hombres en todo. El 4 de febrero atra-
vesaron la laguna de Llanquihue hasta el pié del volcan
de Osomo i el 7 i 8 la de Todos Santos hasta la embocadu-
ra de Peulla. El 9 de febrero, teniendo a la vista la cúspide
del Tronador, remontaron el cauce tortuoso de aquel rio, i
apartándose un tanto a la izquierda de la abra de Pérez Ro-
sales, llegaron ala laguna de los canquenes el 19 de fe-
brero.
Este era el punto hasta donde habia llegado la expedí -
cioD de Dolí el año anterior, i los exploradores subieron en
la mañana del 12 de febrero a la medianía del cerro, que
recibió aquel mismo nombre, hasta una altura de 1,468 me-
tros, al parecer de Fonck. ((La vista que se nos ofreció arri-
ba, exclama el jefe de la espedicion, era la mas magnífica
que jamas presenciamos... • Teníamos a la vista la laguna
de Nahuelhuapi i era justa la presunción de la espedicion
anterior» (1)...-
El 18 de febreros ya los esploradores vogaban en la la-
guna en una pequeña embarcación por ellos construida i
después de avanzar acia el este por un espacio de 5 1¡2 le-
(1) Memoria del interior de 1856 páj. 47.
— 288 —
giias, desembocan en la punta o península saliente San
Pedro en la ribera meridional del lago, desde donde, reco-
rriendo a pié las orillas o subiendo a las alturas intentaron
formar una idea aproximativa del tamaño i proporciones
de aquel misterioso lago que corona las cumbres andinas,
como una inmensa diadema de aguas azuladas.
Las distancias recorridas por la espedicion hasta el bor-
de de la laguna eran las siguientes en leguas chilenas.
De Puerto Montt a Puerto Varas en la laguna de
Llanquihue 4 1/2
De Puerto Varas al volcan de Osomo, en el otro
estremo de la laguna 8
Del volcan de Osorno a la laguna de Todos San-
tos • 5
De la laguna de Todos Santos a la embocadura
del Rio Peulla 7
De la embocadura del Rio Peulla al boquete Pé-
rez Rosales 3 1/2
Alalagunade Nahuehuapi 9
En todo 37 leguas de las que 18 son por agua i 9 por
tierra, pero todo el territorio del trayecto ofi-ecp facili-
dad para hacer un camino carretero, siendo la única difi-
cultad seria la abra de Pérez Rosales que Fonck compara a
la cuesta de Prado por los inconvenientes que puede pre-
sentar.
Ningún dato exacto pudieron adquirir los espedicionarios
sobre la laguna, pero su jefe traza así, a grandes rasgos,
los contornos de la magnífica perspectiva que dominaba
desde una eminencia en la Punta de San Pedro. dTeniamos
al oeste, dice, la formidable masa central de la Cordillera»
en la cual entraba en línea recta la ensenada larga de que
— 289 —
salimos. Entre la cordillera misma i la punta en que estába-
mos, se estendia hacia el sud la otra ensenada que acabamos
de atravesar i cuyo fin al sur se escondia a la vista detras de
los cerros. Al norte i en distancia mui grande se veia salir
de la cordillera central hacia el este una cadena de nieve
eterna, i de esta misma otra mas baja hacia el sud, que ba-
jando mas i mas se estendia sobre esta dirección por muchas
leguas hasta donde estaba cerrada nuestra vista. Todo este
espacio, entre estas dos cadenas i la cordillera central, lo
llena otra ensenada mui larga i ancha, que justamente en-
frente de la punta dé donde estábamos se ime con las otras
dos. Esta ensenada tiene una isla como de 5 leguas de lar-
go i de forma lineal. ¿ (Es ¿sia la misma a que arribó el pa*
dre Menendez en 1792?), i muchas otras pequeñas dispues-
tas en ima línea paralela con la isla grande. Formando
estas ensenadas, por decirlo así, los brazos de la laguna, no
vimos nada de su cuerpo ni se nos ofi'eció idea alguna sobre
su extensión i forma. Parece sin embargo que corre derecho
al este.»
A la vista de estos detalles, se reflexiona con pasmo cuán-
ta i cuan inmensa cantidad de agua debe contener esta laguna
i cuan poderoso debe ser el cauce por el que se derraman sus
aguas sobrantes en la dirección del Atlántico.
La espedicion, carecienfio de víveres, regresó de la Punta
de San Pedro, i después de varios contratiempos que retar-
daron su marcha, llegó a Puerto Montt el 29 de febrero, im
mes cabal después de su salida.
No conociendo todavía el verdadero desagüe de la lagu-
na de Nahuelhuapi, ocupémonos del gran centro que recibe
todas las aguas de esta parte del continente, que es el rio
Negro, reservándonos para la conclusión el establecer todas
las circunstancias que existen sobre aquel punto, objeto
principal de la espedicion que se proyecta hoi dia.
MlfiC. TOMO III. 30
^ 290 —
III.
El Rio Negro es el mayor de la Patagonia. Corre por un
espacio de cerca de 200 leguas, desde su fuente en la falda
oriental de la cordillera hasta su embocadura en la bahía de
San Julián en el Atlántico. En la mitad de su curso se en-
cuentra la gran isla de Choelechel, en la que las aguas de
este rio se acercan hasta 12 leguas del curso del Colorado,
el otro gran rio que paralelo con el Negro, recorre los lími-
tes meridionales de las Pampas. Cerca de su desembocadu-
ra se encuentra el pueblo del Carmen o Patagones de 3 a 4
mil habitantes, i donde hoi el gobierno de Buenos Aires in-
tenta fundar una colonia estranjera agrícola militar. El
cauce de este gran rio corre desde su oríjen por entre dos
cadenas secundarias que descienden de los Andes hacia el
Atlántico, conocida con los nombres de Cuchilla del Sud ^
Ctichüla del Norte, que tienen hasta mas arriba de la isla
de Choelechel el aspecto de altas barrancas. Entre el pié de
éstas i la ribera del rio se estienden espaciosas! húmedas
máiTJenes que a veces se estrechan hasta encajonar el rio en"
tre farellones i se dilata otras en campos abiertos i pastosos
que miden hasta 8 i 10 leguas cuadradas como los llanos
que Descalsis bautizó en 1833 con el nombre de Campos de
la Vírjen de Itati (1). En estas márjenes, que por su as-
pecto pudieran llamarse oasis del desierto de guijarro i sali-
tre que forman las Pampas Meridionales, es donde los in-
(1) Este marino ascendió el Kio Negro en una goleta el año de 1833,
durante la campaña del desierto que aquel afío hizo Rosas contra los
indios. Habiendo salido del Carmen el 10 de agesto, llegó al Choele-
chel el 23 de octubre empleando 73 dias, esto es, 15 dias mas de lo que
habia puesto antes Villarino. £1 2 de noviembre alcanzó hasta la punta
llamada del Dolares, nombre que dio a este sitio por no haber podido
— 291 —
dios nómades alzan sus tolderías i apacentan sus ganados.
En las terribles i súbitas inundaciones que esperimenta este
rio en las creces del invierno, estos campos son, sin embar-
go, arrasados por el aluvión i muchas veces los ganados i
toldos sorprendidos son arrastrados por la corriente.
Fórmase este rio de numerosos afluentes que le entran
principalmente por el setentrion i de los que un cacique
nombró a Falkner, el primer viajero que nos haya hablado
de este rio, hasta el número de 16. De estos, dos son los
principales, el Sa.' jnel^ que baja desde el pié del volcan
Antuco (según el mapa escrupuloso de Arrowsmith) i cu-
yo caudal de agua es casi tan grande como el del Rio Ne«
gro, lo que dio lugar a Falkner a creer que aquel era el
oríjen de éste. El otro es el llamado Huechun (cmui ancho i
profundo que nace de una gran laguna cerca de 12 leguas de
largo i casi redonda, llamada Huechun lauqueny> o Laguna
del límite, la cual está dos dios de jomada de Valdivia i se
forma de varios arroyos, fuentes i rios que nacen de la cor-
dillera. Ademas de este rio envia la laguna al levante i al
medio día lo que forma parte del gran rio (Rio Negro), i
puede enviar otro brazo al poniente que comunique con el mar
del sudj cerca de Valdivia^) (1).
De los afluentes meridionales del rio Negro, Falkner solo
cita uno de consideración. ((Se llama éste, dice el misionero
jesuita, Lime-leubu por los indios, i por los Españoles el
continuar esplorando *'tan hermoso rio" dice en su diario, i regresó al
Carmen el 12 de ese mismo roes tardando solo 7 dias en la bajada. BI
Diario i Plano de esta espedí cion se dieron a luz en la Remeta del Pía-'
tüy periódico publicado en Buenos Aires en 1854, donde pueden
consultarse.
(\) Descripción de Ja Patdgonia por Falkner páj. 25, en la Colección
de docvmentos de Ja historio de las provincias del Rio de la Plata por
Pedro de Anjelis.
— 292 -
Desaguadero de Nahtielhuapi. Este rio continua con grande
i rápida corriente desde la laguna de Nahuelhuapi, casi al
norte, por entre valles i pantanos, cerca de 30 leguas; reci-
biendo grandes arroyos de las montañas inmediatas, hasta
que entra en el Rio Negro, algo mas abajo del que viene de
Huechun lauquen o laguna del límite. Los indios le llaman
Lime-leubu ^or c[\iQ los valles i pantanos abundan en san-
guijuelas. La laguna de Nahuelhuapi es la mayor quefor^
man las aguas de la Cordillera (según la relación de los mi-
sioneros de Chile) pues tiene 15 leguas de largo. A un
lado, junto a la orilla, está una isla baja llamada Nahuel-
huapi, o la isla de los Tigres: Nahuel significa tigre i huapi
isla. Está situada en una laguna rodeada de bocas i monta-
ñas, de donde nacen manantiales, arroyos i nieves derreti-
das. También entra en esta laguna por el lado meridional,
un pequeño rio que viene de Chonos, en el continente en-
frente de Chiloé.)) {Este pequeño rio es el conocido hoi con
el nombre de Rio Frió ?)
Tales son las primitivas ideas jeográficas que existen so-
bre el oríjen i curso de este rio, i es de admirar la gran
exactitud con que el misionero jesuita comprendió todos
sus detalles solo por las relaciones contradictorias de los
bárbaros, bien es que él vivió entre ellos por cerca de cua-
renta años.
Tan poseido de la importancia jcográfica i mercantil de
estas corrientes caudalosas estalla el csplorador misionero,
que vuelto a Inglaterra, su patria, se espresó en un párrafo
de su obra en estos términos que no pudieron menos de lle-
nar al gobierno español de justas alannas.
«Si algima nación intentara poblar este pais, dice, po-
dría ocasionar un perpetuo sobresalto a los españoles, por
razón de que de aquí se podian enviar navios al mar del
sur, i destruir en él todos sus puertos antes que tal cosa o
— 293 —
intención se supiese en España, ni aun en Buenos- Aires :
fuera de que se podia descubrir un camino mas corto para
caminar o navegar este rio con barcos hasta Valdivia. Po-
dianse tomar también muchas tropas de indios moradores
a las orillas de este rio, i loa mas guapos de estas naciones
que se alistarían con la esperanza del pillaje; de manera que
seria mui fácil de rendir la guarnición importante de Valdi-
via, i allanaría el paso para reducir la de Valparaíso, forta-
leza menor, asegurando la posesión de estas dos plaza, la
conquista del reino fértil de Chile» (1).
Un anuncio de tanto bulto despertó al momento los rece-
los de la España, i en 1782 reorganizó una espedicion de
esploracion compuesta de cuatro chalupas manejadas por 62
hombres escojidos. Confióse su mando al piloto de la Real
Armada don Basilio Villarino, i partió éste del Carmen el
28 de setiembre de 1782, a cuyo punto no regresó sino 8
meses mas tarde, el 25 de mayo de 1783, liab iendo emplea-
do siete meses i seis dias en la subiJa contra la corriente na-
v^ando a remo, a la vela i con espia i sirga, esto es, a re-
molque desde tierra con caballos i hombres, i con el auxilio
de cables. Solo 20 dias em[)leó en su regreso, descendiendo
con las creces del rio.
Su navegación no ofreció nada de notable, avanzando por
el cauce espacioso i profunlo del rio hasta el 21 de febrero
en que encontró las [.rimorcis dificultades al pié de la Cordi-
llera, cinco meses después de su salida del Carmen. A los 58
dias (el 10 de noviembre) habia llegado sin obstáculo a la
isla de Choelechel i el 23 de enero a la embocadura del San-
quel, esto es, dos meses trece dias después de su pasada por
el Choelechel. Mas arriba de la confluencia del Sanquel, el
(1) Obra citada de Falkner páj, 28
— 294 —
cauce del rio comenzaba a angostar por entre áridos farello-
nes que anunciaban la vecindad de las Cordilleras, pero so-
lo después de pasada la confluencia de otro rio que venia
del norte comenzaron a aparecer serias dificultades, encon-
trando un primer salto de agua que la baja del rio hacia de
difícil tránsito por lo que fué necesario descargar las cuatro
chalupas, i pasarlas a fuerzas de brazos (cpor estar aqm' el rio
incapaz de navegarse» (1).
Villarino dá el nombre de charcos a esta parte del rio, i
durante un mes, hasta el 18 de marzo, continuó su navega-
ción en medio de las mayores penalidades avanzando ape-
nas 10 a 12 cuadras por dia i a veces solo de 1,000 a 1,500
varas ((pues creo, apunta en su diario el 7 de marzo, que si
apostaran sus riberas con la del Averno ganarian en lo in-
feliz las del Rio Negro a aquellas». I después añade. — ((Es
evidente que jamas he pensado que cupiese en el globo, tie-
rra tan infeliz como la que contienen estos países por encima
de las barrancas del rio, i los llanos son cortos i bastantes
inferiores, ruines los sauces i todo malo.» Los farellones del
rio fueron tomando mas agrestes i formidables proporciones
«pues aquí, añade en la páj. 64, no son barrancos sino ce-
rros de los albardones que salen de la Cordillera, i en uno
de ellos he visto hoi (14 de marzo) el prhner huanaco que
se vio en este viaje». I luego subiendo a la altura de un es-
carpado cerro cuya costra de guijarros se desmoronaba bajo
el pié del esplorador, agrega éste, puesto un tanto fuera de
su paciente buen humor. ''I es cierto que si fuera por inte-
reses propios mios, por 50,000 pesos no volverla a la emi-
nencia donde estuve, a cuya subida pudo obligarme el ser-
vicio del Rei." Desde esta altura, Villarino pudo contem-
— —— ^«i^— — ^■^^^— ^^— ■ 1^— ^^— ^— ■ ^^^—1
(2) Diario del Piloto de la Real Armada don Basilio Villarino en
1782, páj. 66. — Colección citada de don Pedro de Anjelis.
— 295 —
piar el pico de un volcan que él conceptuaba yacía a quin-
ce leguas de distancia, i era probablemente el de Villarica.
La rama central de la Cordillera no parecía distar mas de
diez leguas de este punto.
El 18 de marzo, la expedición salió sin embargo a im te-
rreno mas espacioso, i es mui probable que las dificultades
encontradas hasta ahí en la caj a del rio, nacian de correr el
cauce de éste por el centro de alguna cadena secundaria de
la cordillera, que a juzgar por la demora de Villarino debia
■ tener ocho o diez leguas de ancho. Estos inconvenientes
nacian, sin embargo, de la gran baja de las aguas, pues era
el mes de marzo, cuando las nieves ya se han derretido i
no han caido todavia las lluvias que suplen su falta.
En fin, el 27 de marzo, Villarino llegó con sus barcas a
la confluencia de un caudaloso rio que venia de S. O. "Es-
te rio (dice en la páj. 71) viene de S. O. con mucha rapi-
dez por un canal profundo i angosto (su profundidad es de
5 p{¿s^ su ancho de 200 varas, i su coniente 8 millas par mi-
nuto.) Es del tamaño del Sanquel, su agua es mui clara i
mui tina; la calidad del fondo es la misma que la del rio
principal que son piedras redondas i lisas, siendo las mayo-
res del peso de una arroba poco mas o menos."
Villarino habia llegado a la boca del desaguadero de Na-
huelhuapi, el Limeleuhu de los indios, i el Encamación de
los españoles!...
I desde luego mil motivos le asistían para persuadirse de
ello. Ademas de la dirección i capacidad del rio, habia en-
contrado algunos días antes de. llegar a su confluencia,
grandes cantidades de madera i un trozo labrado que pare-
cia haber servido de fondo a una piragua. En qué aguas
habia navegado aquella embarcación cuyos fragmentos se
encontraba? Por otra parte, el lenguaraz que llevaba Villa-
rino debia confirmarlo en esta opinión. **E1 paraje donde
_ 296 —
estuvieron establecidos los cristianos, dice María López (en
la páj. 81) que es a la orilla del Rio de la Encamación, do^
jomadas aguas arriba de su desagüe en el rio principal." I
luego calculando con esplorar este rio si conseguia llegar a
Valdivia i obtener ahí víveres frescos añade (páj. 82) "I
en este (en el Encarnación) es adonde hubo la población
de españoles, cuya capiUa i casas .desmoronadas se hallan a
su orilla, dos jornadas distantes de la confluencia de dicho
rio con el Negro. Dicen estos indios que poco ha estuvie-
ron allí cristianos, que vinieron con barcos chicos, pero que
se les rompieron, i que se han vuelto; (Era ésta la misión
del padre Gtiell que vino en 1765?) por esto dicen que aquel
rio tiene comunicación con el mar del sur lo que es moral-
mente imposible; i sí lo queme parece, (siendo cierto lo que
los indios dicen) que de Valdivia o mas bien de Chiloé se
intentaría el reconocimiento de este rio, habiendo construi-
do las embarcaciones de este lado de la Cordillera; i esto se
hace facU por las infinitas maderas que abundan en las cor-
dilleras de Chiloé."
El sagaz piloto no se equivocaba ni un punto. Aquel rio
en cuya confluencia estaba, era sin duda el gran desagua-
dero de lalagima de Nahuelhuapi! Pero sus instrucciones,
BU escasez de víveres, el derrotero trazado por Falkner ha-
cia a la laguna de Iluechun-lauquen^ le obligaban a tomar el
rumbo opuesto, esto es, el brazo que bajaba del N. O. i
que él esperaba lo conduciría a Valdivia en tres o cuatro
jomadas, según los informes que recibía de los indios.
BSTB PUNTO ES EL NÚCLEO DK LA CUESTIÓN PRESENTE.
Villarino tomó hacia el N. O. por el rio Huechun, en
busca de la Laguna del h'mite, a cuyo pié, creía él situada
la ciudad de Valdivia.
VA iK'tinil explunwlor, <l()ii Guillornio Cox, propone tomar
el , brazo (pie descieiide del S. O. el Encaniacim^ esto es,
bajar ala latitud de OsJorno.
Este es el i)robleina i su resolución para nosotros está
iinipliamcnte esclarecida.
Sin embargo, untes de tratar este último punto, el mas
imj)ortaute de todos, veamos cual fué el resultado de la ex-
l)loracion de N'illarino, por el brazo N. O. del Rio Xegro,
esto es, por el rio liuechun.
El 2 de abril, es decir, seis dias después de haber pasado la
confluencia del Encarnación^ se crcia a seis leguas de lalagu*
na de Huechuu-lanqucn, oríjen de este rio. Sin embargo, el
dia 5 se ve obligado a descargar sus embarcaciones i pasar-
las con dificultad i)or una pendiente de <igua, i aunque el 9
se cree a cinco jornadas de Valdivia, objeto de todos sus en*
sueños i fin único do sus ])lanes e instrucciones, navega to-
davía infructuosamente liastnel 17 de abril, amarrando sus
barcas en la conflu(»ncia del rio /fuechftn^Iíiiechen que baja
de líis Cordilleras del X. lí., i de cuyas aguas no debia pa-
sar, ])or la insuficiencia de sus víveres, el agotamiento i las
enfermedades de su jente i por los enredos en que desgra-
ciadamente se metió con los in<lios riberanos. Era Villari-
no, en efecto, según aparece de sus apuntes de viaje, im
hombre resuelto i (*onstante, suspicaz i emprendedor, pero
d(; poca instrucción i prudencia, pues habia ido deseminan-
do sus víveixís en el camino i entrn miítiéndoie cu todas
partes en los ídborotos de l<>s indios. Ks[)ociahuente se
complaco, en efecto, en apuntar sus camorras i altercados
con his tribus salvajes i en lanzar mal disinmhidas sátiras
contra su círculo i el superintendente de la colonia del Car-
men don Francisco de A'iedma, que bien se his biU'aja en
l«s anotaciones con que iv.mitió el diario orijinal del pi-
loto al vii-ei de Buenos- Aircs el manpiés de So)>remante.
Mise. TOMO 11 1. 31
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ltc8ultó pues, que Helado a orillas del Hucchuu-huechcu
un cacique uiató a otro en honor i amistad de los exjdorado-
res, como quien degilella un cordero para la boda del recien
llegado*. • A^illarino tomó partido por el inmolador que le
habia consagrado tan magnífico holocausto, i de aquí fué
que habiendo sobrevenido las lluvias del invierno no pudo
avanzar un paso ; i el cinco de mayo emprendió su vuelta an-
dando solé en el tercer dia (el ocho de mayo) una distancia
de cuarenta leguas, la misma ({uc en la venida habia nece-
sitado diez i seis dias para subir.
Como ya hemos dicho, Villarino llegó a la colonia del
Carmen el 25 de mayo de 1783.
IV.
Tócanos ahora tratar del último punto de esta cuestión i
objeto principal de este artículo, esto es, el fin, los medios i
los rcsidtados de la explonicion actual.
Que la laguna de Nahuelhu«ipi desem)x>ca por un rio
caudaloso en el Rio Negro, nadie i)uede dudarlo. VA padixj
Ménendez vio su boca en la laguna en 1792; A'illarino es-
tuvo en su desembocadura en 1782; Fulkner lo establece
como un hecho jwsitivo en 1775; i deiy[)ues, a principios de
este siglo, otro viajero, don Luis de la Ciniz, corroboran-
do lo que en otro tiempo habian sostenido los indios, nos
da estos precios^os datos. Llegado al pais de los Huiliches,
en sus viajes |)or las pampas en 1806, el cacique Lincopay
le infonna en estos términos de la existencia de a({uel rio.
"Que i»or lo <iuc toca al rio Limelcubu, él me daria razón
de su nacimiento; pues lo sabia, como que salía de sus tie*
rras. Me dijo que nacia de una hermosa laguna llamada Alo-
inini (Xahuelhuapi) que está en medio de bus primenis
cordilleras de poniente hacia la derezera de Ma(|uegua; (|uc
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en su oríjcn era rio mediano i se hacia formidable por los
esteros que le entraban." I Manque], caei([ue {jehuenche
que acompañaba a Cruz, añade, "que ya sabia de la laguna
que era mui gnmde, por cuya orilla habia andado muchas
veces, i que día i medio se caminaba por su ribera." ( I )
Pero ademas de estas reseñas históricas, existen datos
naturales ligados a los ciilculos de las exploracioties recien-
tes que dejan en claro el hecho de la comunicación iiacega-
ble entre la laguna de Xahuelhuapi i el Rio Xegro. — En
efecto, si las lagunas secundarias situadas en las fiíldas occi-.
dentales de los Andes, envian al Pacífico tan gnm número
de crecidos rios, muchos de ellos navegables (como el 3/iiw-
Ilin que acaba de explorar la goleta Janequeo i el 3ueno que
navega el \a\yor Fá^foro) ¿cómo la laguna de Xahuelhuapi
que comprende una área inmensa i recibe casi toda la masa
de las aguas orientales, no ha de tener un poderoso cauce de
desagüe ? I corriendo éste, no de oriente a i>oniente como los
rios del lado del Pacífico, rios torrentosos i de difícil navega-
ción por ésto, sino bajando en dirección de sur a norte ¿có-
mo no ha de presentar lecho para una cómoda navegación,
cuando su cauce no puede tener el mismo abrupto declive
que los otros? Recuérdese que su nombre indio significa
rio d€ líhH sanguijuelas jK)r los insectos de esta especie que
dice Falkner abundan en sus cluircos i pantanos^ lo que in-
dica lo aplastado i espacioso de su valle; recuérdese también
la forma de la planicie i ondulaciones que tiene en esta |>ar-
te la cordillera, i |>or último, i*ecuérdese, que según Fonk,
el pequeño Rio Frío que corre por la cima de estas cordille-
ras es navegable a una legua de su oríjen.
(1) Viaje (le don Lninde la Cruz desde el fuerte de Vqllenar a liue*
nos Aires, páj. 122. — Colección citada d^ don Peclro de Anjelis,
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DAMOS PUES POR UN HECHO EVIDENTE LA COMUNICACIÓN NA-
TEGÁDLE ENTRE LA LAGUNA DE NAHURLHüAPI I EL ATLÁN-
TICO POR LOS CAUCES DEL RIO ENCARNACIÓN I DEL RIO
NEGRO. (1)
De lo espiiesto dejamos también deducido que quedan
aun inconclusas dos exploraciones que pueden ser de un
gran resultado, esto es, la del rio Sanqucl que se desprende
del volcan de Antuco i que Villarino no exploró por haber
encontrado obstruida su boca por algimas islas, i la otra, la
terminación del reconocimiento del rio Huechun que ^''illa-
rinodeió inconclusa. LalafftiJia de Hiiechin-lauquen a que
dá orí jen este rioj arraja algún brazo hacia el Pacífico ? Hé ahí
una gran cuestión jeográfica i mercantil por resolverse, aho-
ra que está demostrado que la laguna de Nahuelhuapi no
ofrece una comunicación no interrumpida de comunicación
acuática entre el Atlántico i el Pacífico.
y.
En cuanto a los medios de llevar a cabo esta empresa que
solicita el señor Cox, no pueden ser mas sencillos, líodú-
cense éstos a ima concesión de 3 a 4,000 pesos que ha po-
dido al Gobierno i que éste, parece estii mui dispuesto a
concederle. Con esta suma el señor Cox haría construir en el
astillero Duprat cinco chalupas que llevaría desarmadas has-
ta la laguna de Nahuelhuapi, dejando una en la de Todos los
Santos. Llevará por compañeros solo veinte hombres fuertes i
prácticoBi armados de rifles i revolverá. Emplearia un mea
en esplorar en toda su estension la laguna de Nahuelhuapi i
(1) £1 viaje de Cox aunque inalognido en su objeto principal (el lle-
gar htfta el Carmen) confirmo (1861) plenamente esta afirmación.
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levantar su plano, i otro mes en descender el rio hasta el
Carmen. Con este objeto Uevai'ia víveres i>ara mas de dos
meses. Su tren senipor lo demás mui simple, pues todo se
reduce a llevar útiles para la empresa, esto es, chalupas i re-
mos para la navegación, instrumentos })ara las mensuras i
planos, rifles i balas para los indios, si llega el ca,so, pues se
propone llevar, ademas, 500 pesos en mercaderías i agasajos
para comerciar con ellos.
Ojalá la noble ambición de este joven emprendedor se
realice pronto, i siga en su futura caiTcra las huellas de hom-
bres ilustres que han debido su inmortalidad a las esplora-
ciones del Continente Americano.
Sobre los resultados inmediatos de esta empresa, en nues-
tra opinión, no podemos prometernos desde luego sino ven-
tajas jeográficas dcil mayor Ínteres que honranln el espíritu
délos chilenos, cualquiera que sea su desenlace. Pero en fu-
turos tiempos, cuando estos cauces hoi desiertos, comienzen
a recibir, como los ríos del norte de la Confederacion-Ar-
jentina, la quilla de los vapores americanos, cuan grandes
destinos marítimos i comerciales contribuirán ellos a reali-
zar en la economía del Universo!
Aquí se presenta de gol|)e una gnivc cuestión que noso-
tros enunciaremos solamente por ser del dominio de la polí-
tica internacional. El Rio Negro es una raya disputada de
nuestras fronteras i dueño es de su embocadura un Estado
(jue nosotros no hemos (pierido reconocer. El gobierno pro*
vincial de liuenos Aires en 1857. Hé aquí una cuestión sud-
íimericana de futura importancia que el estado de nuestra
civilización querría decir. He aquí una futura guerra. Esta es
la polítií.'a actual, pero seni por esto eterna? Las jeneraciones
no operarán cambio alguno? La civilización no tendní jamás
un altar en este grandioso Continente cubierto hasta aquí de
imes|K'So cuajo de sangre?... Dejemos hablar al futuix)...
— 302 —
Pero sobre las ventajas materiales de este proyecto ceda-
mos la palabra a su mismo autor, para (pie se vea el jurado
de convicción i de entusiasmo que lo anima.
"Las vias por donde la civilización i el comercio euro-
peo, dice un manuscrito que nos ha sometido el señor Cox,
esparce sus Ijcnéficos efectos, refluyendo en provecho de las
repúblicas occidentales de la América, i por donde nuestros
productos van a compensar las importaciones que la Kuro-
panos cnvia, hasta aquí solo son el cabo de Hornos, el es-
trecho de Magallanes i el Istmo de Panamii.
**La distancia que pierden los buques al recorrer en el
Atlántico, desde los 34 1/2^ hasta los 57°,¡ lat. del Ca])o i
desde aquí hasta los 33*^ lat. de A alparaiso el pimto mas co-
mercial del Pacífico, junto con las alturas que se toman, ne-
cesarias para la navegación en el Cabo, los vientos cons-
tantes del oeste contrarios para los buques que vienen de
Europa, el choque de las corrientes de los dos Océanos, que
ocasionan frecuentes averías, son grandes motivos para ofre-
cer numerosos peligros i orijinar la irregularidad de las co-
mimicaciones, obUgando a los buques a |)erman(H?er hasta 75
dias a la capa, i esto solo en el Cabo de Hornos.
**En el Estrecho de Magallanes, la falta de puertos, la tor-
tuosidad de los rumbos, las corrientes, el poco trecho que
tienen las embarcaciones para voltejear con los vientos con-
trarios i excesivos, que constantemente reinan en esos luga-
res, han hecho hasta aquí ilusoria la navegación para buí[ues
de vela, i peligrosa aun para vapores.
"En el istmo, la insalubridad del clima, laesjx^cie de mo-
nopolio que los americanos han hecho de él, i los disturbios
políticos de las repúblicas vecinas, no han dejado de pro-
porcionar obstáculos a la seguridad de la comunicación.
"Toda esta serie de dificultades i algunas otras de no me-
nos im|x>i*tancia son lasque han obligado a los gobiernos i
— 3üó —
uniiuado a los marinos a cmpixinder las exi)loracioiies (£ue
han tenido lugar en nuestros dias, de las que algunas han
dado felices resultados.
"Con el paso del noroeste por el Estrecho de Berbig, en-
contrado por Freniont, pai-eoe que se lian agotado las pro-
babilidades de -encontrar nías comunicaciones por mar, en
la Américii. (¿uedan aun casi vírjenes las vias por el sistema
fluvial tan poco esi)lotado en el nuevo mundo, sobixí todo
en la parte meridional.
''A través de un pais en que todas aquellas curiosidades
naturales (pie se encuentran diseminadas en diferentes pun-
tos i que forma el atractivo de los viajems, se hallan reuni-
dos, inmensos lagos, nevadas coi-dilleras, glaciers, volcanes,
rios, islas, espesos bosques, por último, la naturaleza mas
vírjen, junto con un temixíramento el mas sano/'
**Iias ventajíts que esta navegación proj)orcionaría, serian
incalculables, acortaría la distancia de Eumpa en nuis de
mil leguas, evitando los peligros del Cabo, que es todo el
ric.^go de la navegación.
''Seria también un gran l)C4ieíicio la esportacion a lUie-
nos Aires de nuestros prmluctos agrícolas, que la distancia
i lo subido de los fletes, hacen ((ue algunas veces encuentren
competencia i la importación a Chile de los sebos i pieles de
las provincias trasandinas. Se aprovecharían también las
^rlmdes cantidades de ganados silvestres (pie vagan j)or los
camp(;s.
*M^stos lugares abundan en salinas excelentes, lo (jue ba-
ria ((ue no necesitaríamos de la sal del Perú, i teiKlriamos
una producciun mas que esportar.
'*Una comunicación (pie sostituirá al istmo de Panamá
para atraer al comercio, que con menoscabo del de C!iile
puede fomentarse en las repúblicas del norte cuando presten
garantías Suficientes de tranquila seguridad.
'A-
**Las linéasele vapóresele Kiiropíi a liio rlaiieiro i lUieiiüS
Aires podrían unií'se eon la j)nneelaila al Pacílico por el
Estreclio de ilaj^allanes; va}>or(.*s eJi el rio iia^íla Xaluiel-
liiiapi i del Pacífico a las otras la^^nnas vecinas de la ]»rí)iie-
ra, mantendrian la comunicación i los ^^•astos (|ue se orijinji-
rian en el cnil)ar([uc i desenil)ar(|ue de las mercaderías en
los dos csti'cmos de la comunicaciojí nunca senin tan í^ran-
des como los que proporciona la <¿vai] distaiiciíi, in» ajírove-
cbada (pie se recorre i)ara pasar por el l'^slnvlio. Ltts j)asa-
jeros. (pie es en lo í(ue mas ganan 1(» va])()n's, prel'crirían
esta comunicación por la cual evitan las e])ideiiiias del ist-
mo, el largo viaje i ]>eligroso del Cabo i dA l^streclio, i les
proporciona el viaje mas encantador i pintoresco.
"Kntemces ([ué importancia tomaria la agricultura de cs<v>»
})untos por (hmdc corre el rio! (^)iié de poblaciones no ^e
formarian! Qué de tesoros todavía ocultos saldrian a luz!
Las llaves del comercio de todo el Pacífico están en Chile/'
Tales son las rápidas indicaciones (pie hemos podi^lo. ha-
cer en esta lícvista, sobre este i)unlo ligado estrechamente a
la jeografia i al comercio de Chile; i cu el cual, por tanto, es-
triban en gran parle, si los rcsiiUado.:» corrL'S[)onden a las
esj)ectativasj los i'ntnro^ de.^lino< dr e.-^te jíais.
(].s:)7)
riN i»;.L JOMO 'n:i;'i.ií!».