Skip to main content

Full text of "Miscelanea: Coleccion de articulos, discursos, biografias, impresiones de viaje, ensayos ..."

See other formats


Google 



This is a digital copy of a book that was prcscrvod for gcncrations on library shclvcs bcforc it was carcfully scannod by Google as parí of a projcct 

to make the world's books discoverablc onlinc. 

It has survived long enough for the copyright to expire and the book to enter the public domain. A public domain book is one that was never subject 

to copyright or whose legal copyright term has expired. Whether a book is in the public domain may vary country to country. Public domain books 

are our gateways to the past, representing a wealth of history, culture and knowledge that's often difficult to discover. 

Marks, notations and other maiginalia present in the original volume will appear in this file - a reminder of this book's long journcy from the 

publisher to a library and finally to you. 

Usage guidelines 

Google is proud to partner with libraries to digitize public domain materials and make them widely accessible. Public domain books belong to the 
public and we are merely their custodians. Nevertheless, this work is expensive, so in order to keep providing this resource, we have taken steps to 
prcvcnt abuse by commercial parties, including placing lechnical restrictions on automated querying. 
We also ask that you: 

+ Make non-commercial use of the files We designed Google Book Search for use by individuáis, and we request that you use these files for 
personal, non-commercial purposes. 

+ Refrainfivm automated querying Do nol send automated queries of any sort to Google's system: If you are conducting research on machine 
translation, optical character recognition or other áreas where access to a laige amount of text is helpful, picase contact us. We encouragc the 
use of public domain materials for these purposes and may be able to help. 

+ Maintain attributionTht GoogXt "watermark" you see on each file is essential for informingpcoplcabout this projcct and hclping them find 
additional materials through Google Book Search. Please do not remove it. 

+ Keep it legal Whatever your use, remember that you are lesponsible for ensuring that what you are doing is legal. Do not assume that just 
because we believe a book is in the public domain for users in the United States, that the work is also in the public domain for users in other 
countries. Whether a book is still in copyright varies from country to country, and we can'l offer guidance on whether any specific use of 
any specific book is allowed. Please do not assume that a book's appearance in Google Book Search means it can be used in any manner 
anywhere in the world. Copyright infringement liabili^ can be quite severe. 

About Google Book Search 

Google's mission is to organizc the world's information and to make it univcrsally accessible and uscful. Google Book Search hclps rcadcrs 
discover the world's books while hclping authors and publishers rcach ncw audicnccs. You can search through the full icxi of this book on the web 

at |http: //books. google .com/l 



Google 



Acerca de este libro 

Esta es una copia digital de un libro que, durante generaciones, se ha conservado en las estanterías de una biblioteca, hasta que Google ha decidido 

cscancarlo como parte de un proyecto que pretende que sea posible descubrir en línea libros de todo el mundo. 

Ha sobrevivido tantos años como para que los derechos de autor hayan expirado y el libro pase a ser de dominio público. El que un libro sea de 

dominio público significa que nunca ha estado protegido por derechos de autor, o bien que el período legal de estos derechos ya ha expirado. Es 

posible que una misma obra sea de dominio público en unos países y, sin embaigo, no lo sea en otros. Los libros de dominio público son nuestras 

puertas hacia el pasado, suponen un patrimonio histórico, cultural y de conocimientos que, a menudo, resulta difícil de descubrir. 

Todas las anotaciones, marcas y otras señales en los márgenes que estén presentes en el volumen original aparecerán también en este archivo como 

tesümonio del laigo viaje que el libro ha recorrido desde el editor hasta la biblioteca y, finalmente, hasta usted. 

Normas de uso 

Google se enorgullece de poder colaborar con distintas bibliotecas para digitalizar los materiales de dominio público a fin de hacerlos accesibles 
a todo el mundo. Los libros de dominio público son patrimonio de todos, nosotros somos sus humildes guardianes. No obstante, se trata de un 
trabajo caro. Por este motivo, y para poder ofrecer este recurso, hemos tomado medidas para evitar que se produzca un abuso por parte de terceros 
con fines comerciales, y hemos incluido restricciones técnicas sobre las solicitudes automatizadas. 
Asimismo, le pedimos que: 

+ Haga un uso exclusivamente no comercial de estos archivos Hemos diseñado la Búsqueda de libros de Google para el uso de particulares: 
como tal, le pedimos que utilice estos archivos con fines personales, y no comerciales. 

+ No envíe solicitudes automatizadas Por favor, no envíe solicitudes automatizadas de ningún tipo al sistema de Google. Si está llevando a 
cabo una investigación sobre traducción automática, reconocimiento óptico de caracteres u otros campos para los que resulte útil disfrutar 
de acceso a una gran cantidad de texto, por favor, envíenos un mensaje. Fomentamos el uso de materiales de dominio público con estos 
propósitos y seguro que podremos ayudarle. 

+ Conserve la atribución La filigrana de Google que verá en todos los archivos es fundamental para informar a los usuarios sobre este proyecto 
y ayudarles a encontrar materiales adicionales en la Búsqueda de libros de Google. Por favor, no la elimine. 

+ Manténgase siempre dentro de la legalidad Sea cual sea el uso que haga de estos materiales, recuerde que es responsable de asegurarse de 
que todo lo que hace es legal. No dé por sentado que, por el hecho de que una obra se considere de dominio público para los usuarios de 
los Estados Unidos, lo será también para los usuarios de otros países. La l^islación sobre derechos de autor varía de un país a otro, y no 
podemos facilitar información sobre si está permitido un uso específico de algún libro. Por favor, no suponga que la aparición de un libro en 
nuestro programa significa que se puede utilizar de igual manera en todo el mundo. La responsabilidad ante la infracción de los derechos de 
autor puede ser muy grave. 

Acerca de la Búsqueda de libros de Google 



El objetivo de Google consiste en organizar información procedente de todo el mundo y hacerla accesible y útil de forma universal. El programa de 
Búsqueda de libros de Google ayuda a los lectores a descubrir los libros de todo el mundo a la vez que ayuda a autores y editores a llegar a nuevas 
audiencias. Podrá realizar búsquedas en el texto completo de este libro en la web, en la página |http : / /books . google . com| 




.^^ V ^f. 



%r 



^^ 



v^^líA^^^> 




!í^ V^A 



tr 



T ' 



;/ 



^ 



• ■■• 



MISCELÁNEA. 



COLECCIÓN DE ARl'ICULOS, 

DISCURSOS, biografías. 
IMPRESIONES DE VIAJE, 

« 

ENSAYOS. ESTUDIOS SOCIALES. EOONOMIOOS. ETC. 



POR 



B. VICUÑA MACKENNA. 




1840.— 187S. 



TOMO III. 



S A X T 1 A G.0 

IMPBENTA DE LA LIBRERÍA DCL UKKCrRIO 

Calle de Morandé, N." '^8. 
1874. 



/ 



if 



>^ ■)c"y 



'■ /- '"y 



l r 



DON FRAXfGJ&OO DE AGÜIBRE 

EL PRIMER "hereje" QUE HUBO EN CHILE. 



Cádizj dicietnbre 13 de 1870. 

Entre los millares de preciosos papeles relativos a la 
historia de Chile que se pegaban ft mis dedos en un vo« 
raz rejistro que hice, cual si me encontrara en las bodas 
de CamachOy dentro de las bóvedas del "Archivo de In- 
dias", no ha muchos dias, llamóme particularmente la 
atención uno de letra nutrida en que se trataba de he- 
rejes i de herejías en época contemporánea a la fundación 
de nuestra, por escelencia, católica i apostólica Santiago, 
no mal llamada la '^Bomade las Indias." 

Plísele por tanto aparte. I no pequeño fué mi asombro 
al notar que el asunto era ya, en tan tempranos dias, re- 
sorte de la intrusa Inquisición i que, para mayor asombro, 
hallábase envuelto en la trama uno de los mas altos nom* 
bres entre nuestros conquistadores. ' 



I. 



No era a la verdad cuestión en esos pliegos, roídos ya 
por el diente de los ^jy^los, ai del bachiller Ovando, natural 



— 6 — 

de Santiago, ni de la *'pulga chilena," hija de Penco, ni 
siquiera de aquel martirizado francés cuya lastunosa vida i 
sujplicios contamos no hace mucho, entre incrédulas j entes, 
episodios inquisitoriales, si bien característicos, leves de- 
lante del personalismo i de la majestad dé la historia. 

Nó. Tratábase ahora de un pecado mucho mas trascen- 
dental i mas antiguo: era el penitenciado un hombre de mu- 
cho mas encumbrada fama. 

Pero quien era éste? Quisiera no decirlo porque lo adi- 
vinarán nuestros lectores del Mapocho, que a fé no son 
tardos en la sospecha. 

Mas, como en este caso no habría de ser posible el acier- 
to, anticiparemos sin rodeos que la primera víctima del 
Santo Oficio entre los prohombres que en los anales de 
Chile tienen glorioso asiento, fué no otro que su segundo 
gobernador i adelantado don Francisco de Agüirre, aquel 
mismo con cuyo nombre se han honrado hasta ac]uí mu- 
chas de nuestras jeneraciones, sin sospechar siquiera que 
hubiese sido un escomvlgado. . . 



II. 



1 no se sorprendan de esta novedad los Aguirre de San- 
tiago ni los de la Serena, por mas que los hijos de la últi- 
ma (siempre espirituales pone-nombres) llamen a los pri- 
meros "Aguirre chipipesj'^ apellidándose ellos solos des- 
cendientes en línea recta del conquistador, como sin litijio 
lo son. No se sorprendan, decimos, porque el fundador de 
su casa haya sido un heresiarcn, según la Inquisición, pues 
en el escelso criterio de ésta, f uéronlo también i no en aque- 
llas lóbregas edades, sino ya entrado en mafiana el presen- 
te éiglo de la luz, hombres que hasta aquí han pasado co- 



— 1 — 

mo dignos de ocupar un asiento al lado de los santos pa- 
dres. 

I en esta parte querrían^os de uaevo hacer una reticen- 
cia i aguijonear asila cariosidad pública^ retardando estos 
demmeios postumos, de los que no somos, empero, sino 
mansos Torquemada, pues ponemos por hoguera un tinte- 
ro de viaje i por tizones únicamente el mango de una plu- 
ma. Mas la incorrejible i caramente comprada franqueza 
nos hace romper el velo antes de tejerle. Declaramos, en 
consecuencia, i con todas las solemnidades del derecho, 
que en uno de nuestros armarios, ya empolvados por 
larga soledad, quedó un documento auténtico del que re- 
sulta que allá por el año de 1809 hablan sido denunciados a 

■ 

la Inquisición de Lima tres caballeros chilenos. 

Eran los dos primeros don Juan Martínez de Besas i el 
jeneral don Eujenio Cortés i A zúa, jó ven marino ^el última 
i que a la sazón navegaba al mando de una corbeta de gue- 
rra entre el Callao i Valparaiso. I el tercero ? 

De mil, de diez mil, de cien mil la daríamos, a estilo de 
adivinanza o penitencia, al mas suspicaz de nuestros pai- 
sanos, convencidos que no habria de acertar. 

Pues sabéis quien era? 

Éralo aquel docto i ascético varón que dejó entre noso- 
tros la mas alta i merecida reputación de sabiduría, junto 
con el de una timorata piedad que consignó hasta en sus 
mas minuciosas leyes i decretos i que se llamó en vida don 
Mariano Eqaka. 

Sí ; sabedlo, beatos i beatas de mi amada patria, i sépa- 
lo también el digno i respetable pero injusto apolojista de 
la Inquisición, que no ha mucho enristró lanzas contra los 
que la maldecian; sepan que don Mariano Egaña fué uno 
de lo3 últimos reos del Santo Oficio de Lima, como Fran- 
cisco de Aguirre lo habia sido el primero, doscientos cin- 



— 8 — 

cuenta afios ánteoL I por qué delito? Asombrétnonos aquí 
todavía mas hondamente. 

Por haber leído las obras de Zépiza Belarde^ que asi dice 
el denuncio orijinal^ escrito por* un clérigo de Santiago* 
aca^o por decir Eloísa i Abelardo.... 

' I este solo dispi^rate de lenguaje prueba dos cosas cu- 
riosas i útiles de saber; sea la primera la supina ignoran- 
cia de los ajenies del Santo Oficio en Chile i es la segunda 
la de que don Mariano Egalla (¿quién lo hubiera jamas 
pencado ^) fué hombre que en su mocedad leyó a escondi- 
das las epístolas de fuego de la monja infeliz del Paracle- 
to 

Mai9 e.8 tiempo ^e volver a ni;e|stra historia, que lo dicho 
basta por vía de prefacio. 



III. 



Era Franciscq de Ag^re natural de Talavera de la Rei- 
na i de noble alcui:iii^. Ca,steIIano viejo de cuna i de bau- 
tizo, es como si ^e llamáramos "cristiano rancio" de esos 
como ya van quedando ppcQs en el pervertido mundo. Pe- 
ro se habia hallado, no obstante, en el asalto i saco de Ro- 
ma, obra no solq de cristianos, i^ino del rei que se llamaba 
"católico" entre todps, CQmo hoi se llama también el últi- 
mo que la ha asaltado, pues para mentir, los reyes. Condu- 
jese,, con todo, en ese lance con tal sobriedad, que mas tar- 
de el papa hubo de darle permiso para casarse con una 
prima hermana sin pagar dispf^isa. . .Galardón inusitado que 
no han obtenido tres siglos justos después de sus suceso- 
res, pues tal de éstos conozco yo que por casarse con pri- 
ma hermana (¡dulce conyuuda!) hubo de pagar a la cu- 
ria de Santiago 285,800 maravedís de buen oro, esto e», 
casi el diea tanto del sueldo que Carlos V otorgó a Diego 



* •■ 



í) — 



de Almagro cuando le nombró gobernador de Tumbez. I 
aqui diremos de paso que el maravedí no está suprimido 
como moneda en España, según es creencia jeneral fuera . 
de ella, pues todavia se compra con ella un caramelo mi- 
croscópico o un par de nueces, i a mayor abundamiento don 
Juan Prim suele pagar sus soldados con ellos: i éstos di- 
cen: — "Peores nada!^' 



IV. 



Joven, si bien ya con hijos, pasó don Francisco a Chile 
" i no desnudo, dice, él mismo, en otro documento inédi- 
to del Archivo de Indias, como otros suelen venir, sino 
con razonable casa de escudero i muchos arreos i armas i 
algunos criados i amigos." 

Llegó a ser a poco, por esto, no menos que por su inje- 
nio i su valor, la segunda persona del reino de Chile, i a 
tal punto, que Pedro de Valdivia, cuya preclara sagacidad 
han reconocido todos los historiadores, le designó* para 
sucesor en su testamento. No lo fué, sin embargo, mas tan 
solo porque se le opuso con las armas el mañoso Francisco 
Villagra, hasta que don Hurtado de Mendoza, niño en años 
pero con la cautela de viejo i con el disimulo de inquisidor, 
prendiólos a ambos i los metió en uh buque, rumbo de 
Valparaíso al Callao. Entonces fué cuando uno de los dos 
Francisco dijo al otro (pues cuál de ellos fuera a (ííenciu 
cierta no podemos ahora recordarlo) estas sentidas pala- 
bras: — " Lo que son las cosas del mundo, señor don Fran- 
cisco, que ayer no cabíamos en todo un reino i hoi cabemos 
en una tabla''— 

Pasó don Francisco de Aguirre doá años en Lima su- 
friendo con motivo de estos caseros disturbios, i a la par con 
su émulo, un disfrazado destierro, liasla que por la maña de 






— 10 — 

un clérigo vino a Villagra desde España la provisión real 
tjrre ffirimia Ja diaputa. 

£n consecuencia, retírÓBe el gobernador desposeido a 
6u ^^casa de Copiapó/' coipo él llama a la Serena, fxodad 
que él habia fundado (la segunda en edad de Chile) 
al propio tiempo que Valdivia fundaba a Santiago. Verdad 
es que en esta empresa última aquel le ayudara poderosa- 
mente con su consejo i especialmente con su brazo, pues 
si como don Francisco de Aguirre hubo muchos bravos 
capitanes en la conquista de Chile, más que él no lo hubo. 
De su pujanza es de lo que habla, nos parece, el padre 
Ovalle, cuando cuenta que en la primera batalla que los 
fundadores de Santiago sostuvieron con los indios del 
Mapocho, enristró don Francisco por tan tas horas i con 
tal vehemencia la lanza, que concluida la pelea no podia 
desasirla de la mano, i hubieron de aserrarle el asta en dos 
mitades 



V. 



Sea como sea, encontrábase don Francisco hacia siete 
meses tranquilamente en su '^casade Copiapó," cuando 
le llegó mensaje del virei del Peni, conde de Niebla, 
para que sin tardanza se trasladase al Tucuman, depen- 
dencia a la sazón de Chile, como que por tierras de 
aquel se dilataba la via mas acostumbrada de los con- 
quistadores para llegar al último. 

Hallábase aquella comarca alborotada por los desma- 
nes de un tal Juan Pérez Zurita; i como Aguirre hubiese 
sido, antes de sus reyertas con Villagra, gobernador de 
ella, parecióle al virei que él solo podria traerla de paz. 

Aceptó en mala hora don Francisco el nuevo mando 
i salió para Santiago del Estero (entonces única ciudad 



— 11 - 

poblada eu esa banda) con varios de sus hijos, sus deu- 
dos, su esposa i un grueso caudal. 

Mas, junto con trasmontar los Andes, rodeáronle los 
sinsabores. I aquí debemos también advertir que entra- 
mos de lleno en la relación inédita i autógrafa que de 
él hemos descubierto, pues los breves apuntes que sobre 
sus primeros años dejamos consignados no alcanzan mas 
autoridad que la de nuestra memoria, mas o menos bue« 
na. No tenemos a la mano un solo libro de consulta, i 
aun habiéndolo escasearía la libertad i el tienipo. 



VI. 



Con su llegada a Santiago del Estero comenzaron, 
pues, según decíamos, las desventuras del ya entrado 
en años conquistador de Chile. Encontró la tierra alzada 
de indios enfurecidos, i en una de sus guazarabaa o malo- 
nes matáronle un hijo i él mismo salió herido. Envió a 
su primojénito (el mas tarde famoso Hexuiando) a fundar 
un pueblo en Cachalquis, que era en la dirección de Sal- 
ta, i los indios rebelados no lo permitieron. Intentó po- 
blar otra ciudad a orillas de un rio, dice el mismo, que 
se vacia en el Plata, i desde el cual no se tardaba mas 
de treinta o cuarenta dias en descender al océano (por 
lo que es de suponer fuera aquel el l^ilcomayo) ; |>ero no 
lo consintieron sus propios soldados, que desplegaron con- 
su autoridad, sin que se sepa la causa, el pendón de la 
tra revuelta. Hicieron cabeza en el motin dos parciales de 
Juan Pérez de Zurita, el caudillo desposeído, llamados 
Belzocafia i Heredia, famoso apellido el último hasta en 
las mas recientes turbulencias de aquel pais, que con ser 
el mas hermoso de la América, como tal, no ha tenido 
jamas ni un escaso dia de quietud. 



— 12 — 



VIL 



Desde entonces todo fué discordias, traiciones, venalida- 
des i asesinatos en derredor del mal hallado gobernador. 
Tenia don Francisco un enemigo capital en el presidente 
de la Audiencia de Charcas que residia en Chuquisaca i 
bajo cuya inmediata jurisdicción el virei de Lima habia 
puesto el Tucuman. No dic^ aquel cual fuera la causa del 
odio profundo a su persona de parte de dicho majistrado, 
de la de su mujer i de otro oidor llamado Aro; mas en una 
carta al virei, fechada en Jujui el 8 de octubre de 1569, (que 
es uno de los documentos a que hemos hecho referencia) 
patentiza que todas sus desgracias tenian raiz en aquel 
aborrecimiento. 

Con pretesto de ignorar su paradero durante mas de im 
afio, los dos oidores nombrados elijieron, en efecto, para 
sucederle en el gobierno del Tucumau a un capitán llama- 
do Martin de Almendras. I con cargo de relevarle a toda 
costal si fuere preciso de matarle (así lo dice Aguirre), le 
despacharon con cien hombres, habiendo gastado en su 
equipo, i no obstante la desesperada oposición que hicieron 
a la empresa los amigos de Aguirre en las Charcas, mas de 
cinco mil pesos de oro. 

Mas como el intruso gobernador trajera "tan mala inten- 
ción, le atajó Dios los pasos," i los indios alzados lo mata- 
ron cuando venia de camino. 

Soltaron entonces los oidores a Pérez de Zurita de la 
cárcel de Chuquisaca, donde le juzgaban por sus primeras 
turbulencias, i éste entró por Chile con diez parciales, lla- 
mándose a gobernador lej ítimo. El encono de Aguirre habia 
subido de punto con estos procedimientos, i a fe que tenia 
ra^on. Habla gastado en pacificar la tierra mas de ochenta 



- 13 - 

mil castellanos de bro, i ahora querían arrebatádsela a su 
espada i a sus arcas que los tributos comenza^lmn a Itennr. 
Era un conquistador i querían reducirle a subdito de quien 
no habia ganado con su sangre ni un palmo de terreno. 

Echaba don Francisco la culpa de estas feloníaB a la co- 
dicia del presidente de la Audiencia de Charcas (que no nom- 
bra) i de su colega. Decia del primero que habiendo 11^- 
do hacía nueve años de Guatemala, dónde fué oidor, con 
una deuda de cuatro mil pesos, no solo la había pagado, 
sino que ya tenia atesorados sesenta mil pesos de sueldos 
i cohechos. *' Jueces que esto hacen, esclama don Francisco, 
denunciándolos al virei, i lo que luego diré, vea Y. E. bí 
son jueces o tiranos.*' 

VIII. 

I ya que, sin buscarlo, tropezamos con este asunto de 
oidores, eterna piedra de escándalo de la era colonial, dire- 
mos que el Archivo de Lidias rebosa de documentos que 
atestiguan su soberbia, su venalidad, sus despojos i su in* 
trusa omnipotencia aun no del todo domada ni por los si- 
glos ni por la república. Los procesos por concusiones i 
por escándalos contra oidores de Chile son innumerables, 
i desde luego viénensenos a la memoría los de don Juan Cal- 
vo del Corral i don Ignacio Gallegos por contrabandistas (sic) 
i el de don Sancho García i don Juan de la Cueva por li- 
bertinos i corruptores desenfrenados de las costumbres^ 
Eso de "¿quién es ella?" anda siempre metido entre aque- 
llas sucias togas, cuya orla era de lei besar humildes, por- 
que la mujer i el lucro se sentaban junto con los jueces i 
los litigantes bajo el solio de todas las Audiencias. 

De temerarias usurpaciones de ajenos bienes hai tam- 
bién constancias infinitas en aquel archivo, aun no esplora- 



- Í4 - 

do por la mano de la justicia, especialmente en cinco grue- 
sos legajos que contienen las peticiones i las quejas de los 
particulares de Chile al reí. Ni la^ ratería propia solo de vi- 
llanos dejaba limpias las manos de aquellos grandes seño* 
res del feudalismo judicial. Real orden hemos visto en que 
se manda terminantemente al oidor Sánchez de la Barreda . 
(que mas de una vez fué presidente interino de Chile) de- 
volviese a cierto carrocero un capote de paño de que al 
prenderle le habia despojado. En otra ocasión siete herma- 
nas, huérfanas i desvalidas, se postran desde tan lejos al 
pié del trono i en reverente memorial demandan amparo 
contra aquel mismo majistrado, obstinado en despojarlas de 
una corta heredad que tenian en Nufloa, porque siendo 
aquel su vecino, decia "que no tenia suficientes tierras para 
sembrar"... Otro vecino de Santiago jura al rei que un oi- 
dor no le ha pagado en once años el canon de la casa que 
le arrienda, i a mayor escándalo añade que cuando le pedia 
se la entregara, le contestaba enfurecido "que si no sabia 
que era oidor". La casa con este solo título era suya, si el 
rei o el Consejo de Indias no ponían remedio. I por eso 
talvez solia decirme no ha muchos años un amigo mio(que 
fué juez i ya murió) que como regla jeneral no pusiese en 
carta alguna dirijida a ese jénero de magnates, casa de iis- 

ted etc.f porque con esa prueba habrían de quitármela 

I asi, en verdad, acontecía con los oidores de antaño en San- 
tiago i Chuqnisaca. 

L\. 

El gobernador Aguirre con las armas en la mano i a ca- 
ballo, no era con todo fácil de vencer ni por la espada ni 
por la toga. Asi, despreciaba las sentencias de los oidores 
vendidos a sus émulos, como uno de sus tenientes colgaba 
de la horca a los dos principales alborotadores Belzocaüa 



— 15 - 

i Heredia. Este era el vivir de esos tiempos, en que se con- 
taba por cosa de milagro el que algimo de los conquistado- 
res castellanos muriese en 8u cama. De los compañeros de 
Pizarro, por lo menos, se cita solo tino, aquel Mausio Sie- 
rra Leguisama que jugó el sol de Cuzco en una noche i que 
cuidó de asentar en su testamento el raro privilejio de su 
reposado fin. 

X. 

Mas lo que no alcanzaron ni los capitanes de guerra ni 
los majistrados mas altamente constituidos, lo obtuvo un 
fraile oscuro llamado Francisco Hidalgo, que se llamaba a 
sí propio, a despecho del omnipotente gobernador Aguirre, 
«vicario del Tucuman," i con cuya aparición en la estrecha 
escena de este relato enebramos ya nuestro argumento 
principal, un tanto retardado. 

Era don Francisco, como hemos visto, hombre de gran 
pujanza en las batallas, i esto a porfía lo han ponderado 
todos nuestros primitivos cronistas, desde Góngora a Oli- 
varez. Pero lo que hasta el reciente hallazgo en el Archivo 
de Indias parecía ignorado de todos, es que cu{)ieran en su 
mente de soldado pensamientos tan atrevidos para su épo- 
ca como eran levantados los brios de su pecho (1). 



XI. 



En aquellos siglos de creencias duras como la roca en 
que labraban la pila bautismal; cuando no era lícito discutir 



(1). Después de escrito este estudio ea Cádiz, hemos tenido ocasión 
de leer libros arjentinos en que se hace una alusión somera a este asun- 
to inquisitorial. Ignoramos el grado de exactitud que alcance aquella, 
pero de 1a autenticicbtd de la presente respondemos. 



— 16 - 

ninguna doctrina, ningún culto, ninguna enseñanza; cuan- 
do la sandalia se ostent^a mt^ poderosa que la espada, í 
las censuras eclesiástica^ mas temerosas que los rayos del 
cielo, encontramos, en efecto, ncS sia admiración, que aquel 
soldado de Chile sienta doctrinas tan osadas en materia de 
albedrío i disciplina, que lioi mismo, aun entre jente no 
ascética, pasarian por demasiadas avanzadas. Sostenia, por 
ejemplo, el fundador de la Serena, que la fé bastaba para 
salvarse, sin que fuera de gran monta en el camino del cic- 
lo cosas como el oir la misa dominical ; el promiscuar de 
tiempo en tiempo; el rezar el vespertino rosario; el liacer 
trabajar a los indios en los dias de guarda i otras livianda- 
des de igual jaez, que si hoi son todavia pecados mas o me- 
nos graves, pasaban entonces por abominaciones del in- 
fierno. 

Pero no era esto solo. Irritado con el vicario Hidalgo, a 
quien apellidaba intruso, nombró don Francisco a otro 
eclesiástico llamado Payan, para aquel puesto. 

I como aquel formase de este desmán raiz para una en- 
conosa reyerta, don Francisco se calzó puntos mayores contra 
la Iglesia i sus ministros. En respuesta a los reclamos del 
vicario depuesto, impúsole como lei el que no pudiese ad- 
ministrar los sacramentos, cualquiera que éstos fuesen, sin 
su especial permiso, i como el ex- vicario le hiciese ver con 
los cánones en la mano que tales facultades solo depen- 
dian del Papa, o por lo menos del respectivo obispo, don 
Francisco le contestó irritado : — "Que no habia otro Papa 
ni otro obispo que él." Esta enonnidad es testual en sus 
declaraciones, asi cómo el que en una ocasión dijo que si 
en un pueblo hubiese solo un clérigo i un herrero, i fuese 
forzado a desterrar uno de los dos, desterraría al clérigo, 
por ser el segundo mas útil en la república. 

Solia también don Francisco decir juramentos de mu- 



— 17 — 

clio fuego, aun en la boca de un conquistador, iv.de conti- 
nuo referia anédoctas, que si hoi puedan platicarse impu- 
nemente en un estrado, pQr aquellos dias olian a Satanás. 
De esta índole era la de un gran rezador que el liabia co- 
nocido i que se fué al infierno, al paso que de uno que rene- 
gaba como un condenado, sabia él de seguro que se habiasal- 
vado...Para ponderar la firmeza de sus empeños a los indios 
solía ademas decirles "que el cielo i la tierra podrían fal- 
tar, pero que su palabra jamas faltaría." Modo de espresar- 
se, a la verdad, mas pintoresco que pecaminoso, pero que 
entonces podía picar en los labios como el azufre de una 
blasfemia. Sabido es que Felipe If no renegó nunca, i su 
padre lo mas que osaba decir cuando estaba mui enojado 
era ¡Bermejo! 



XII. 



Mas no es esto todo. Desgraciadamente don Francisco 
llevó sus teorías anti-clericales, del dominio aéreo e im- 
palpable de los conceptos, al mas grave de los mojico- 
nes, i en una de sus controversias con el empecinado 
vicario Hidalgo dióle de trompadas o empellones, pues 
aunque él no dice lo que fuera, talvez seria lo uno i lo 
otro. Por lo menos el adelantado^ confiesa que puso so- 
bre el fraile manos violentas, al punto de quedar ipsO'- 
fado escomulgado. 

I lo mas grave del negocio era que don Francisco no 

queria hacer el menor ca^o de la escomunioii. AI contra- 

« 

rio, como el agraviado vicario lo hiciese ver que se halla- 
ba maldito mientras él mismo no levantase el anatema 
con su absolución, contestaba aquel a sus amonestaciones 
i a sus amenazas, diciéndole testualmente '^|ue las es- 
comuniones eran terribles para los hombrecillos, pero no 

Mise. TOMO III. 2 



— 18 — 

para los que como él no las temían/' Asi, el gobernador 
del Tiicuman pasó * impenitente dos años, después deau 
culpable desacato. I si bien su taima era osada, no ca- 
recía de lójica, desde que él misRio sostenia que no 
habia en el Tucuman mas Papa ni mas obispo que él. 
Lo único que no decía era si era o no infalible.. •• 

XTII. 

El ofendido fraile buscaba, empero, en silencio la ven- 
ganza de sus ultrajes, i al fin la halló. La Santa In- 
quisición vino en su ausilio. 

Un dia en que el gobernador se habia ausentado de 
la capital de su jurisdicción (que era Santiago del Es- 
tero) una partida de quince soldados, acaudillada por 
un Martin Olguin, sorprendiólo en el cam po i lo arrestó 
en nombre i por poder del Santo Oficio. Incontinenti lo 
llevaron al pueblo, "donde me metieron, dice el reo, 
con tantas ignominias, que me da vergüenza decillo." ¿I 
cómo habrían de tratarle de otra suerte si se hallaba esco- 
mulgado? 

XIV. 

Desposeído del mando, presos sus hijos, saqueada su 
casa, los satélites de la Santa Hermandad le cargaron 
de cadenas, i con grillos en los pies le llevaron a Ohu- 
quisaca por la misma senda í con los mismos suplicios 
que el inquisidor Amuzquibar impuso un siglo mas tar- 
de al desdichado Francisco Moyen. 

XV. 

Llegado a su destino i entregado a sus jueces, comen- 
zaron para el gobernador "hereje i escomulgado" las 



— 19 — 

mas horribles tribulaciones. El poder civil i el eclesiás- 
tico, es decir, la tierra i el cielo, estaban conjurados con- 
tra él. De un lado los oidores le echaban su toga al 
cuello para estrangularlo: por el otro el obispo, que era 
un fraile, acaso del propio claustro del vicario, le pedia 
cuenta i retractación de sus blaf emias. 

Contra la airada protervia de los primeros puso don 
Francisco, aunque ya anciano, pecho varonil i obstinada 
resolución. En nada quiso sesgar, i aunque dice que sus 
derechos eran tan obvios que una hora habria bastado 
para esclarecerlos, peleó con los oidores tres años, ape- 
lando de sus iniquidades al virei i gastando en dilijen- 
cias mas de treinta mil pesos, suma equivalente a . un 
injentísimo candad hoi dia. Su mas encarnizado perse- 
guidor era el mencionado Martin Olguin, el mismo que 
le habia prendido i que aducia ahora, mediante la abierta 
protección de los oidores, títulos suficientes para suce- 
derle en el mando. No lo consiguió a la postre, por- 
que el viréi amparó los derechos de don Francisco i 
al cabo de los aflos ordenó se le restituyese a su go- 
bierno. 

XVI, 

Pero asi como la entereza cívica de don Francisco de 
Aguirre resistió incólume a todos los embates de un 
largo litijio con enemigos poderosos, asi dobló humilde 
la cristiana cerviz ante el sambenito i el pendón de los 
inquisidores de Chuquisaca. Era talvez el primer capitán 
ihistre, el único adelantado de las Indias que habia sido 
llamado hasta entonces a aquel lóbrego i formidable 
juicio, (pues la Inquisición hacia a la sazón sus prime- 
ros estrenos en esta parte del mundo) i acaso por lo 



— 20 — 

mismo i por la inutilidad de la obstinación, cedió a la 
iglesia todo el terreno de sus doctrinas, sin escluir, co- 
mo en breve veremos, la de su infalibilidad papal i 
arrojó a los pies del vicario juez i denunciante, todo su 
mundano orgullo. 

No obstante, i a pesar de su humildad i de su arrepenti- 
miento, el castigo de don Francisco fuó grave i ominoso 
para un hombre de su clase, de sus años i de sus servicios. 
En primer lugar, por lo que respecta al orgullo, debia ha- 
cer una abjuración pública i solemne de sus herejías, hin- 
cado de rodillas i teniendo un cirio entre las manos. En 
segundo lugar, por lo que concernía a la penitencia, se le 
impuso un destierro de dos. años. 

XV 11. 

Tuvo lugar la solemne abjuración del gobernador del 
Tucuman, i que lo fué antes de Chile, el 1.** de abril de 
1569, ante el obispo de la Plata, cuyo nombre én este mo- 
mento nos es desconocido, pues solo se firma en el proto- 
colo Frcli Domi7iiciiSj i en presencia de los priores de San- 
to Domingo i San Agustin, que lo eran frai Francisco de 
la Cruz i frai Luis López. Asistió también el licenciado don 
Pedro Herrera, como abogado de la Audiencia, i en todo 
actuó en calidad de notario el escribano Juan de Loza. 

La abjuración se hizo j)or capítulos, declarando el mis- 
mo penitente cada uno de sus errores i herejías i anatema- 
tizándolos en seguida con toda la contrición i convenci- 
miento del pecador arrepentido. 

Llegaron aquellos a catorce en número, i son algunos 
de ellos tan curiosos por su fondo o por su fórmula, que a 
fin de dar mayor autenticidad a este episodio histórico tan 
aprisa recordado, vamos a copiar algunos de ellos al acaso» 



— 21 — 



He aquí el primero en el orden en que se hallaban en la 
Abjuración i copiado con escrupulosa fidelidad. 



LA FE. 

"Primeramente, digo que dixe i confieso aver dicho que 
con sola la fee me pienso salvar lo cual save a erejía ma- 
nifiesta i es proposition escandalosa dicha como suena i en 
este sentido la abjuro de levi como tal proposition i digo 
que la entendí que lo dixe i después acá i agora siendo la 
fee acompañada con obras i guardando los mandamientos 
de Dios nuestro Señor i mediante los merecimientos de su 
pasión." 

xviir. 



Agregamos ahora algunas de las proposiciones heréticas 
i depravadas que el propio penitente abjuró de levi para 
recibir la final absolución, teniéndose por entendido que al 
elej ir las mas graves, que son siete, o la mitad justa del 
total, dejamos a un lado las relativas al ayuno, al precepto 
de la misa, al poder para administrar los sacramentos, i 
sobre todo dos que versan sobre la castidad sacerdotal, 
considerada bajo el punto de vista i con el lenguaje de un 
soldado. No era sobre este tema mucho mas pulcro el fun- 
dador de la Serena que Pigault Le Brun, o Pablo Luis 
Courrier cuando discutían aquella vedada materia en sus 
novelas i panfletos. 

En cuanto a las ya elejidas, helas aquí, en el mismo or- 
den en que fueron estampadas por el notario Juan de 
Loza. 



— 22 — 



XIX 



EL PODER TEMPORAL. 



"ítem, digo i confieso que dixe que yo era vicario jene- 
ral en aquellas provincias, en lo espiritual i temporal^ lo 
cual es lierror i erejia como suena i en este sentido la ab- 
juro de leoi i digo i confiezo que el Rumo pontífise es vica- 
rio jeneral en lo espiritual de cristo nuestro Señor a quien 
todos emos deovedeceri estamos subjetos i aver yo dicho 
lo contrario fue por ynadbertencia i con poca considcra- 



cíon. 



XX. 



DON FRANCISCO DE AGUIRRE PAPA EX EL TÜCUMA^'. 

"ítem, confieso que dixe que no avia otro papa ni obis- 
po sino yo; digo que esta Proposición asi dicha es herética 
i me hice mas sospechoso de levi en ella por aver dado un 
mandamento i pregón para que nadie hablase al vicario, i 
confieso que no pude dar el dicho mandamento ni pregón e 
abjuro de levi por tal la dicha proposition i entiendo que ni soi 
papa ni obispo ni tengo autoridad de ninguno de ellos sino 
{faltan palabras por deterioro dd papel) que lo dixe con 
enojo que tenia con dicho Vicario e por í|uo los <(iie estaban 
debajo de mi gobernación me temesen i respetasen." 

XXI. 

LAS ESCÜJÍUXIONES. 

'*Item, confieso aver dicho que his exsoouinniones eran 
terribles para los hombrecillos pero no para mi: confieso 



— 23 — 

ser herror maniñesto i erejia i me liize sospechoso de esto 
de levi. Porque me dexé estar exscomulgado casi dos años, 
por aver puesto las manos en un clérigo i que no tenia la 
consagración en nada, aunque yo entendia que no estaba 
exscomulgado por no aver ávido efusión de sangre.*' 

' XXIT. 

LOS CLÉRIGOS I LOS HEKREROS. 

"ítem, confieso aver dicho que quando en ima Repú- 
blica un herrero i un clérigo que si oviese de desterrar el 
uno dellos, que antes desterrarla al sacerdote que no al 
herrero por ser el sacerdote menos provechoso a la rrepiibli- 
ca, laqual es proposition injuriosa al estado sacerdotal i 
escandalosa i que save la erejia i en el sentido que causó 
escándalo i tiene el savor dicho, la adjuro de levi, lo qual 
díxe por el odio particular que tenia con el padre Hidalgo." 

XXIII. 

L08 RENIEGOS. 

^'Item, confieso que dixe que el cielo i la tierra faltarían 
pero mis palabras no podrían faltar, lo cual es blasfemia 
eretical i confieso averio dicho con arrogcancia hablando 
con los yndiós, prescíando de hombre de mi palabra i que 
los yndios creyesen que la cumpliria.'' 

XXIV. 

EL REZO I LA SALVACIÓN. 

"Ítem, confieso aver dicho que no fiasen mucho en re- 
zar que yo conosci un hombre que reqava mucho, i se fué 



/ 



— 1>4 — 

al ynfierno i otro rrenegador que se fué al cielo la qual es 
proposition que ofende los oídos cristianos i temeraria, pero 
bien entiendo que es santa i birtuosa cosa el rezar i que el 
renegar i blasfemar de dios es gran maldad i gran ofensa 
de dios i asi lo declaro i confieso." 

XXV. 

Tal fué la humilde abjuración del famoso don Francisco 
de Aguirre, el segundo i lejítimo gobernador del católico 
Chile. No nos entrometemos a juzgarlos méritos teolójicQs 
de aquella, porque en estaparte, como en el juicio de Ho- 
yen, dejamos las apreciaciones al albedrío de cada cual. 
Pero no deja por esto de ser un espectáculo lleno de no- 
vedad i digno del interés de la historia el que presentaba 
aquel altivo i esforzado caballero, desceñida ya la vieja 
armadura, puesto de rodillas, la cana sien que antes llevara 
ufana el casco i el penacho, postrada ahora al suelo, bajos . 
los ojos, i aquella mano que no sabia soltar la lanza des- 
pués de los combates, empuñando trémula un cirio ama- 
rillento I todo por el denuncio de un fraile i la conde- 
nación de otro! Episodio es este común sin duda en los 
lóbregos anales del pais en que esto escribo, pero que 
acaso fué único contra hombre tan encumbrado en la 
conquista que los hijos de aquel en libertinas turbas em- 
prendieron de la otra parte del mar. No (|ui¿re esto, em- 
pero, decir que la cogulla no ejerciera desde temprnno in- 
fluencia poderosa en nuestro suelo, i para dejarlo demos- 
irado bastará aquí recordar que las consejas i dolamas de 
un jesuíta iluso fueron suficientes en la corte para detener 
sobre el Biobio la lanza victoriosa de los dos mas ñmiosos 
capitanes que militaron en Chile en el siglo XVII, estor- 
bando asi que pusieran temprnno fin a la guerra que toda- 



— 25 — 

via ensangrienta nuestros lindes. Tal fué la obra del pa- 
dre Luis de Valdivia contra Alonso de Rivera i Grarcia 
Ramón. Tal habia sido también, aunque de diverso jéne- 
ro, la del humilde i abofeteado Hidalgo contra é\ poderoso 
gobernador de Tucuman... 

XXVI. 

Alcanzada al fin su absolución i cumplida su dura peni- 
tencia por don Francisco de Aguirre, ¿cuál fué la influen- 
cia posterior de aquel místico castigo sobre su gobierno i 
sobre s!i vida? Harto difícil es determinarlo en este sitio. 
Dice él iinicamente en la carta suya ya citada, que los oi- 
dores hicieron acumular su juicio eclesiástico por herejías 
al que le seguían por sus reyertas con el díscolo Olguin, 
favorecido de aquellos. I aunque el viejo capitán castellano 
añade en aquel propio documento que esa argucia en el 
proceso civil era tan pertinente ^^como un libro de Ama- 
dís," resalta en esta comparación mas injenio que verdad, 
pues en aquellos años un gobernador escomulgado era poco 
menos que un acólito de Lucifer. Así sucedió que cuando 
después de tres años de autos i prisiones consiguió salir 
doijL Francisco de Chuquisaca en dirección a sus Estados, 
los vengativos oidores enviaron por delante seis correen 
esparciendo la voz do que "allá iba el henaje/' atreviéiidn- 
so hasta insinuar que si alguien le diese de pufialadas haria 
en ello una obra meritoria 

XXVIL 

Don Francisco de Aguirre debia contar en la época en 
que tuvieron lugar estos sucesos mui cerca de setenta aflos, 
si no mas, pues en la carta ya varias veces mencionada de 



' . 



— 26 — 

1569 dice que hacia treinta i seis años a que servia al rei 
en las Indias. 

Pedia por esto en ello la confirmación de su gobierno del 
Paraguai para él, durante su vida, ^'ya corta,*' i para su 
lujo Hernando, mui práctico, según el padre, en todos los 
trabajos de la conquista. En cuanto a su título provisorio 
de restitución en el gobierno, lo habia recibido en el Valle 
de Chichas, donde se marchaba a aguardarlo después de su 
abjuración, i con el ánimo de irse a su '*casa de Copiapó," 
si aquel no llegaba, pues en aquel paraje se partían los dos 
caminos, hacia Chile i hacia Tucuman. En dirección a este 
último iba cuando desde Jujui escribió al virei la carte iné- 
dita que junto con las dilijencias de su persecución por el 
Santo Oficio nos ha servido para componer este relato. 

Tenemos entendido que don Francisco de Aguirre termi- 
nó aL fin pacíficamente sus azarosos dias en el gobierno de 
Tucuman, pero no le heredó en él su primojénito, pues 
Hernando de Aguirre se radicó, así como su descendencia, 
en la otra parte dé los Andes, donde con el curso de los 
años su "casa de Copiapó'' se convirtió en la risueña i her- 
mosa Serena, la Granada de Chile, pues si no tiene su Al- 
hambra, posee su rica Vega^ su clitoa perfumado, a su es- 
palda, cual un manto, la nieve de altísimas montañas, i, 
como fundador, si no un rei moro, como Jíisef-Abul, al 
menos un capitán declarado hereje por la Santa Inquisi- 
ción. 






I ahora se nos ocurre agregar por nuestra cuenta privada 
de exhumador de viejos archivos, i al poner punto a este 
episodio, que si hubiéramos de firmar como luiestros abue- 
los o siquiera como el último gobernador de Chile don 



27 



Francisco Marco del Pont, Anjel Diaz i Méndez, etc., etc., 
con todos nuestros abolengos, no sería por completo una 
usurpación herética añadir el nombre que encabeza esta car- 
ta al que hubiera de cerrarla. Pero no será éste, hoi como 
antes sino el de las dos primeras sílabas del título de dos 
ciudades cuyo amor nos ha llevado a desenterrar su cuna i 
en seguida a poner su nombre como nuestro blasón de 
pluma. Porque aquí es oportuno declarar, ya que se ha 
tratado de abjuraciones i esclarecimientos de conciencia, 
que el que esto escribe no se llama ni se ha llamado nunca 
''SainUVar. 

Ahora, por lo que toca a los hábiles i caritativos cajis- 
tas del Merí^üriü, si se les ha ocurrido canonizarme de esa 
suerte, habrá sido talvez porque de alguna manera le cons- 
ta, que al menos en el almanak de las imprentas de su tie- 
rra ha merecido la palma del martirio. 

San Val. 



LA CUESTIÓN DE BOSQUES 

EN CHILE I FRANCIA. 



(LA SELVA DE BABNEY.) 



APUNTES 

DRDICADOS A LA '^SOCIEDAD NACIONAL DE AGKICULTUBA D8 BANTIAQU". 



Liíxeil'leS'BainSy junio 30 de 1870. 



I. 



De las grandes cuestiones económicas que afectan a 
Chile, yo he reconocido siempre dos de un orden superior 
a todas las demás; éstas son la emigración i la cuestión de 
bosques, con una grave diferencia, empero, en favor de la 
iiltima: i es la de la que si aquella es un negocio vital de reje- 
neracion, de mejoramiento, de porvenir, la cuestión de bos- 
ques es un asunto palpitante de conservación, de existencia, 
de actualidad, de eminente urjencia. La una puede esperar 
los siglos. Para la otra cada año perdido es un desastre. 

Los estragos que ha hecho, on efecto, en Chile esa hacha 
desoladora que se llama la Ordenanza de mineria, son 



— 30 — 

imponderables particularmente desde 1 830, en que se co- 
menzaron a usar los hornos de reverbero en la fundición 
de los metales de cobre. Antes de esa época, las operaciones 
de los hoimos de vianga, en los que el fuelle era una parte 
esencial del combustible, el consumo de los bosques era 
infinitamente pequeño, casi imperceptible, i aun útil en 
muchas localidades. Pero el desarrollo de la industria mi- 
nera, que se ha más que centuplicado en los últimos cua- 
renta años, i los nuevos métodos de esplotacion han cam- 
biado en lo absoluto el orden de las cosas. 

La ordenaza de minas, fraguada para Méjico, aplicada 
a destajo a las demás colonias españolas, i concebida úni- 
camente bajo el punto de vista del interés del minero, ha 
dej enerado en una verdadera plaga nacional. 

El denuncio de bosques ha sido una perseverante fiebre 
de los espíritus, cuando no ha sido una fria i sistemática 
esplotacion. Hace quince años, cuando resucitó por primera 
ve?, la Sociedad de agricultura (que lleva hasta hoi dos entie- 
rros i dos resurrecciones) decíamos que ya solo faltaba al 
furor de las zavaleras el que denunciaran los árboles de la 
Alameda de Santiago. I hoi, como si hubiéramos sido pro- 
fetas, lo primero que llama la atención del viajero* que pe- 
netra en la capital por la Alameda de Matucana, son las 
chimeneas de los hornos de fundición de metales, levanta- 
dos, hace poco, a diez varas de los rieles. 

Toda la antigua, espléndida i secular vejetacion que ro- 
deaba a Santiago i su ameno valle, ha desaparecido: los 
•'impenetrables bosques'' de la Dehesa, que la previsión 
de Pedro Valdivia legó a la ciudad; las inmensas selvas de 
espino de las reducciones indíjenas de Colina i de Lampa; 
las llanuras de árboles jigantescos que se estendian al de- 
rredor de San Francisco del Monte, cuya villa tuvo por 
oríjen una cabana de leñador, todo ha sucumbido al fuego. 



— 31 — 

El Valle del Mapoclio, considerado con relación a la sil- 
vicultura, es un páramo. En el vnlle de Maipo el hacha 
destructora no deja un instante de resonar, desde el Man- 
zano a San José; mas adentro; hasta las cumbres de Men- 
doza... Los denuncios en gran escala han sentado ya sus 
reales en el Tinguiririca i en el Teño. En una palabra: el 
desierto de Atacama invade ya nuestras provincias centra- 
les, o lo que es lo mismo, el desierto es liir mitad de Chile. 

I esto sucede en el paÍ8 por escelencia del carbón de pie- 
dra i de las maderas mejor reputadas del mundo. Por ma- 
nera que Chile, que arrasa sus bosques para echarlos al 
fuego, se v^e obligado a importar por millones de pesos la 
madera del estranjero, a fin de satisfacer las exijencias de 
su industria, I en otro sentido, volviendo la espalda a su 
magnífico combustible natural, el pais realiza un doble mal| 
destruyendo lo que le es mas precioso conservar i desde- 
ñando lo que le es mas útil i productivo consumir. Ahora yo 
pregunto : este estado de cosas, que se prolonga ya por el 
espacio de medio siglo, ¿es o nó grave? es o nó alarmante? 
es digno o nó de urjente remedio? 



ir; 



Una cosa nos ha salvado, es verdad, hasta el presente : 
una semilla benéfica, una simple varilla de mimbre que 
ha parecido tener los efectos que se atribuyen a ésta en 
los cuentos de hadas: el álamo. No vacilamos en decirlo: 
el álamo ha sido una Providencia, una especie de segunda 
creación para Chile, para su clima, su feracidad, su hijiene; 
aun diríamos su habitabilidad. 

No sé dónde hemos leido que los habitantes de Mendoza 
iban a erijir una estatua al introductor del álamo en su 
comarca, el español Cobo. I sea esto o nó efectivo, ¿ por 



— 32 — 

qué no harían otro tanto los chilenos con el padre Gtiz- 
man? 

Los franceses han erijido un monumento (1828) en el 
pueblo de Clameoy a Juan Roüvet, el primero que descen- 
dió el Sena (1649) con una balsa flotante de leña. Parece- 
rá esto ridículo talvez; pero a los que asi piensan solo 
les diremos: — Suprimid el álamo de nuestra vejetacion, 
i contemplad en seguida desde una eminencia nuestros 
valles, i os convencereis que lo que hemos dicho de la 
invasión meridional del desierto de Atacama no es una 
metáfora sino un paisaje. 



TIL 



Ya a la verdad que no han faltado voces que ponde- 
ren la escelencia de nuestros bosques naturales para 
preconizar sus usos industriales i que adviertan los peli- 
gros de su destrucción. Desde la época colonial el se- 
cretario de la capitanía jeneral don Judas Tadeo Reyes 
envió a Espaüa una memoria sobre los bosques de Chi- 
le, trabajo escelente, que ha merecido los honores de 
ser traducido al ingles por la viajera Graham. Después 
Q-ay i mas tarde Philippi, confirmando aquellos datos, 
nos han hecho su descripción científica. Un ilustrado 
negociante en maderas, el señor Salamanca, nos ha tra- 
zado después las ventajas de sus diversas aplicaciones 
prácticas. La jonm^ra Sociedad de agricultura (1838) 
hizo también un ensayo de lejislaoion contra la Orde- 
nanza, pero los intereses mineros la acallaron. Igual suer- 
te corrió en el Senado una moción del senador Irarrá- 
zaval poco después; una análoga tentativa tuvo oríjen 
en \b, segunda Sociedad de agricultura (1858) mediante 
la insinuación de un código rural que mellara el filo del 



— 33 — 

faacba en provecfio del arado. La reciente Esposición 
nacional de agricultura publicó diversos trabajos sobre 
este mismo i eterno negocio. Por iiltimo, dos honorables 
diputados, los señores Echáurren i O valle, en vista de 
la seca de 1868, que amenazó ser una repetición de la de 
1863, presentaron dos útiles mociones al congreso, diri- 
jidas a la conservación de los bosques como elementos 
climatolójicos. Pero todo ha quedado allí. El fuego sigue 
talando los retoños i las máquinas de descepar arrancan- 
do los troncos... No falta sino sembrar de sal los sitias 
donde los bosques fueron, como si fueran hoi campos mial- 
ditos. 

En cambio, la única innovación positiva que hemos 
visto introducir en nuestra lejislacion en los últimos años 
con relación a los bosques, es una lei que impone dere- 
chos de importación a las maderas i al carbón de pie- 
dra estranjeros. Por manera que el. efecto de estas dis- 
posiciones ha sido aumentar el precio del combustible 
nacional para hacer mas difícil su adopción en la industria 
minera, al paso que las maderas útiles han subido de 
precio, pagando este aumento casi esclusivamente la in- 
dustria nacional al estranjero. 



TV. 



Una situación tan tirante, tan antigua i de tanta tras- * 
cendencia no puede menos, entre tanto, de preocupar a 
todos los que contemplan con ojos amigos la suerte del 
pais, i entro éstos yo pido un humilde lugar. Conducido 
hoi por el acaso a im sitio de Europa en que he podido 
consagrar alguna atención a este asunto, en el centro 
de los montes Vosgos, a dos pasos del Rhin i de la bos- 
cosa Alemania, i en nna aldea que rodea en todas direc- 

Mlgr. TOMO II T. 8 



— 34 — 



ciones la magnífica selva llamada del Barney, voi a 
trasmitir a mis compatriotas algunos datos i observacio- 
nes, que de seguro serán desatendidas, pero que dejarán, 
al menos, la satisfacción de un deber cumplido. 



V. 



La Francia es talvez el pais de Europa en que la silvicul- 
tura, es decir, el estudio de la conservación i esplotacion de 
los bosques, se encuentra mas adelantada, porque, aunque 
aquella es una ciencia reciente, que este pueblo intelijente 
ha aprendido en el curso del siglo en las escuelas i en los 
bosques de Alemania, puede decirse que la ha aprovechado 
mucho mas que sus propios maestros. Veamos cómo. 

Los bosques que posee actualmente la Francia, i que pa- 
san de un millón i medio de cuadras cuadradas, han tenido 
oríjen, o bien en las selvas que sus reyes apartaron para 
sus cacerías, como las magníficas de Fontainebleau, de San 
Jerman i de Compiegne; o bien en las apropiaciones que la 
revolución hizo al Estado de los inmensos dominios del 
clero i de la nobleza, o por último, en los bosques que las al- 
deas, las ciudades, los cabildos, en fin, (communes) tenían 
para su consumo. Así, la selva del Barney, de que debemos 
ocuparnos mas especialmente en este estudio, trae su oríjen 
de la abadía de Luxeil, cuyos monjes la esplotaron hasta que 
fueron desposeídos por la revolución. Fué ésta una 
propiedad eclesiástica. El bosque de Boulogne, por ejem- 
plo, i el de Vincennes, en la opuesta dirección, eran los 
bosques del municipio de París, como el bosqne de la De- 
hesa lo filé del de Santiago. 

De este triple oríjen vienen las tres grandes clasificacio- 
nes modernas de los bosques franceses, esto es, bosques de 
la Corona^ bosques del Estado i bosques municipales (de 



— 35 — 

la commune). Su proporción es la siguiente en hectáreas j 
medida que para un efecto convencional i aproximativo, 
consideramos como equivalente a nuestra media cuadra. 

Bosques de la Corona ,. 67,202 hect. 

" del Estado 1.085,566 " 

'' Municipales 2.134,005 " 



De esto resulta que el total dar los bosques públicos de 
Francia asciende, en números redondos, a tres millones i 
trescientas mil hectáreas, o sea 1.700,000 cuadras. Los 
bosques particulares tienen naturalmente una estension 
dos o tres veces superior, pero de éstos no debemos hablar, 
pues nuestro propósito se limita a esponer los principios i 
las reglas que rijen en la esplotacion de los que son del do- 
minio público. Los particulares no hacen sino seguir la 
impulsión de aquellos en la administración de sus propios 
arbolados. Verdad es también que sobran espíritus estre- 
chos que viven aferrados a la roca de la rutina, hasta que 
al fin mueren aplastados por ella. 

I aún sin salir de la Francia, consideradas en jeneral las 
ideas que hoi comienzan a dominar en materia de bosques, 
puede decirse que éstos han pasado por las mismas tortu- 
ras que entre nosotros. Hace iipénas doscientos años a que 
los bosques se talaban en este pais i en el resto de la Eu- 
ropa de la misma bárbara manera que hoi impera en Chile^ 
Verdad es que existían severas ordenanzas desde Felipe 
Augusto, aún desde Cario Magno, destinadas a poner las 
selvas bajo la protección inmediata de los reyes; pero esas 
leyes, vestijios que habian dejado los romanos de su admi- 
rable dominación, no bastaban a estorbar la rápida desapa- 
rición de los bosques. Solo Col^ert, el hombre que parece 
haber hecho los dos tercios de las cosas grandes de esta 



— m — 

nación, puso un eficaz remedio al mal en sus célebres Or^ 
ilenanzas de bosques de 1669. Estas eran dirijidas especial* 
mente a la protección de los bosques, ni mas ni ménoa co- 
mo las ordenanzas que el ministro Galvez hizo confeccionar 
un siglo mas tarde para la América eran dirijidas especial- 
mente a BU ruina. Las prescripciones del rescripto francés 
eran, ala verdad, tan estrictas, que llegaban hasta prohibir 
a los particulares la corta de sus árboles sin un permiso 
especial i motivado. Por lo demás, establecían la manera 
do hacer las cortas {coupes) sucesivas en los bosques, seña- 
laban los árboles de preferencia para la marina, establecían 
las penas contra las contravenciones, etc., etc. 

Pero aunque las ordenanzas de Colbert salvaron los bos- 
ques de Francia, la silvicultura, como ciencia i como ad- 
ministración, solo data en este pais desde los primeros afios 
del siglo. Napoleón fué el primero en poner las selvas del 
Estado (1802) bajo una adtninistracion especial e intelí- 
jente, como lo habia solicitado el ilustre Buffon en el siglo 
precedente. Pero el emperador copió en esto a los alema- 
nes, que se hablan entregado hacía ya cerca de un siglo a 
un estudio profundo de este ramo de economía tan confor- 
me al carácter i a las necesidades de la selvática Germania. 
Hartig, el padre de la silvicultura alemana i europea, tiene 
hoi una estatua en el bosque de la Faisenena^ cerca de 
Darmstadt. 

Por fin, en 1827, Carlos X promulgó el célebre Código 
de bosques de Francia, que hoi rije casi incólume estos vas- 
tos intereses del imperio francés. 

Esta rápida ojeada en el pasado no ha sido sin objeto. 
Ella demostrará que los males que nosotros padecemos han 
tenido precedentes que en cierta manera han sido lójicos e 
inevitables, i que en Europa ha reinado la misma ignoran- 
cia, la misma imprevisión, ijSfual i funesta prodigalidad a la 



— S7 



que nosotros hemos desplegado. Nuestra culpa tiene, pues, 
hasta aquí sobrada escusa; pero llegará a ser una verdade- 
ra calamidad nacional, si no ha de ponerse pronto, niui 
pronto, el remedio salvador. 



VI. 



El gran principio en que descansa la silvicultura fran- 
cesa es el de la corta periódica, regular i sistemática de los 
bosques, es decir, en la reglamentación de una industria 
que en Chile no tiene organización de ningún jénero. 

La periodicidad en la corta o esplotacion de los bosques 
es la base matriz de la silvicultura francesa. Pero aquella 
se hace solo de dos grandes maneras. Son éstas la esplota- 
eion que se llama de taülis i la de futaie. 

La primera corta consiste en la periodicidad de los cor- 
tes a que se somete un bo^-que dado, cada 10, 15 o 25 afios. 
£n este caso los lotes designados se cortan por completo i 
no se reservan sino los retoños para la reproducción. 

La segunda corta consiste, al contrario, en la esplotacion 
individual de los grandes árboles, cuando ya han alcanza- 
do éstos su plena madurez. En la corta por taiUis se proce- 
de, pues, por lotej^ o grandes grupos i en el de futaie solo 
por indiiúdiios. 

El sistema de taillúíj que llamaríamos de varillaos si no 
fuera esta palabra demasiado limitada, se reduce a la esplo- 
tacion activa i frecuente de la renovación de los árb jles en 
su primer crecimiento. Es, por tanto, la mas jeneral, la que 
adoptan todos los particulares, ansiosos siempre de reali- 
zar sus productos en el mas breve tiempo posible i para 
quienes la espectativa de una esplotacion secular seria un 
verdadero imposible. 

De osta ^plotapion proq^de casi UA$. lanzadera que sir- 



— 38 — 

ve al combustible, es decir, la leña de Francia, i en efecto, 
se observa que ésta no se compone de rajas, como la nues- 
tra, sino de trozos cilindricos que representan un tronco 
completo de árbol. Parécenos que el grosor de un poste 
ordinario de telégrafo equivale al máximum del crecimien- 
to circular que deja a los árboles el sistema de taillis. Por 
esto -nosotros le llamaremos en adelante el sistema de rne» 
dio grosor. 

El, procedimiento defutaie, es, al contrario, el gran ar- 
bitrio adoptado en la esplotacion de los bosques públicos, 
porque no hallándose el Estado rodeado de las ezijencias 
diarias del simple particular, i no siendo, por otra parte, 
sino un mero usufructuario del bien procomunal, puede 
entregarse a operaciones de larga duración sin cuidarse de 
los años ni aun de los siglos. La gran necesidad, la gran 
tarea, i sobre todo, el gran deber del Estado, es conservar. 
El pais, su clima, su salubridad, su industria, su labranza? 
su vida misma necesitan el mantenimiento eterno de esos 
manantiales de fecundidad i de respiración que se llaman 
bosques, verdaderos pulmones del universo, i por tanto, el 
mantenerlos mas o menos intactos, derivando de ellos un 
provecho intelijente i cuantioso, lié aquí toda su misión. Hé 
aquí la silvicultura de la Francia. 

Los famosos bosques de Fontainebleau i de Compiegne 
se esplotan hoi (así como todos los demás de la Corona) 
por este solo principio. La selva del Barney, cuyos árboles 
seculares hacen grata sombra a nuestros paseos de ciida 
dia, está rejida por el mismo principio. A su derredor, sin 
embargo, los cortes por taillis se hallan todavía en pleno 
vigor en los bosques de los particulares i aun en los de la 
commune o municipalidad de Luxeil. 

El bosque de Boulogne, antes de ser consagrado a trans- 
formarse en el mas hermoso paseo público de Europa, se 



— 39 



esplotaba de la misma manera, como que era mía propiedad 
municipal destinada a surtir de leña a la ciudad. 

El sistema de /wto/^ constituye, portante, la gran esplota- 
cion de los bosques franceses, i por su naturaleza, en oposi- 
ción al principio de la esplotacion en taillis^ nosotros lo de- 
nominaríamos el sistema del grosor entero. 



VIL 



I no se tema por esto que la silvicultura sea una ardua 
ciencia, ni una práctica misteriosa. Todo lo contrario. Los 
bosques nacen, viven, crecen, se multiplican, se reproducen 
al infinito por sí solos. Todo lo que necesitan es que el sol 
caliente su savia. Todo lo que exijen es que los respete la 
sierra i el machete. 

Sucede aun en muchos casos que la lejanía del hombre 
i de sus necesidades trae prosperidad i crecimiento a las 
selvas. Asi, nada es mas común en estas montañas en que 
hoi habito, que encontrar ruinas de esas poblaciones ro- 
manas que, dispersadas por el azote de Dios, como todavía 
se llama a Atila en estos parajes, permitieron que los siglos 
cubriesen sus fragmentos con espesas sombras. En las 
guerras con los ingleses durante el siglo XV, era un dicho 
popular en Francia que los sajones, '^hablan traido los 
bosques,'' porque éstos crecían en las soledades que aque- 
lla causaba. No de otra manera Osorno fué encontrando 
en la densidad de un bosque, i otro bosque mas espeso to- 
davía marca el sitio de la antigua Villarica. 

Los procedimientos de la silvicultura'práctica son, pues, 
en estremo sencillos. Vamos a decir en lo que consisten. 

Tan pronto como un bosque cualquiera es entregado al 
brazo de la administración, el primer trabajo que se em- 
prende después de su mensura i de la clasificación de su 



— 40 — 

terreno i de sus esencias^ es decir, de las diferentes clases de 
madera de sus árboles, etc., se divide aquel en cruz por dos 
grandes calzadas o caminos {(ranchees) que tienen una 
anchura de 15 a 20 metros. De esta manera la selva que- 
da separada en cuatro grandes cuarteles o bosques diferep- 
tes. Estos se subdividen a su vez por caminos de menores 
proporciones ; i en seguida se practican otras subdivisio- 
nes mas prolijas, si la naturaleza de la selva, la mayor 
facilidad de los acarreos, la mejor vijilancia de los guarda- 
bosques u otras circunstancias lo exijen. 

Este sistema es análogo para cualquiera de los dos 
grandes procedimientos de conservación: el sistema del 
medio grosor (taillis) o el del grosor entero (fuiaie), por- 
que es una operación puramente topográfica i económica. 
Lo demostraremos con un ejemplo. 

La selva del Barney, que está a la puerta de nuestra 
habitación, mide 322 hectáreas i se halla dividida por dos 
grandes caminos trasversales que por lo común sirven a 
los paseos en carruaje de la tarde i la mañana. En seguida, 
los cuatro grandes grupos que aquellos aislan, a su vez, es- 
tan subdivididos en diez cuarteles de ocho hectáreas o cuatro 
cuadras cada uno, de manera que todo el bosque tiene 
cuarenta cuarteles. Ahora bien, hemos dicho (|ue esta selva 
se esplotaba por el sistema deftiiaie, esto es, mediante la 
estraccion individual de sus grandes arboles, i por con- 
siguiente, la prolija demarcación que dejamos señalada 
se ha practicado solo parala conveniencia de la estrnccion, 
de la vijilancia, déla comodidad del público, etc. 

Pero supongamos que se la quisiese esplotar en tailUi. 
Entótíces solo habría que establecer los períodos de años 
en que deberían hacerse las cortas sucesivas. Es decir, si 
éstas eran de 10, de 15 o de 25 años (cuyo último plazo es 
el máximun l&te jeneral) la selva se dividiría en 10, 15 o 



— -41 — 

26 cuarteles numerados, i de éstos se iria cortando uno 
sucesivamente en pos del otro, cada año, por manera que 
cuando Ja sierra llegase al lote man. 25, por ejemplo, ya 
el niim. 1 estaría de nuevo en disposición de ser esplotado, 
pues contaría veinticinco años de edad desde su primera 
corta. 

Sa re por usto que las operaciones de la cmisei'vacion i 
beneficio de los bosques son sumamente fáciles de com- 
prender i de ejecutar. I aqui introduciremos algunos tér- 
minos técnicos que conviene conocer por lo que cada uno 
significa. Asiy por ejemplo, se dice que un bosque está 
amenagé, cuando se halla sometido a un tratamiento cual- 
quiera de esplotaciou. De otra manera se entiende que es 
un bosque salvaje o en estado natural. La capacidad de 
esplotaciou, o lo que es lo mismo, la cantidad de madera 
que puede producir un bosque en una época dada, (dire- 
mos cada año) se llama la possibüUé del bosque. A los 
períodos de años que se fijan para su esplotacion se les 
da el nombre de revoluciones^ i por xiltimo, a la esplotacion 
misma se la conoce solo con la denominación de coupes o 
cortes. • 

Dijimos también que estas últimas se hallaban concen- 
tradas en las dos grandes denominaciones de taiílis i de 
jutaic que dejamos recordadas; pero es preciso tener pre- 
sente que éstíis son solo relativas a la esplotacion. Kn 
cuanto al muénaijement^ o tratamiento peculiar de un bos- 
que, según su localidad, en llano o montaña, la naturaleza 
de su suelo o de sus esencias, su edad, el uso a que se des- 
tiuu su madera, etc., hai varias coi//?^5 subalternas, jque 
i^tt llaman claras (claires) o sombrías (sombres) según el 
espesor que se deja a los grupos de árboles, coupe de 
régéfíércjLtioñ^ cuando se corta solo los árboles inútiles, po- 
dridos o que no se desea con8er78(npor:eiiaiqQÍer'H(it>tivo 



— 42 - 

coupe de conversión cuando un bosque o parte de él esplo- 
tadoen taillis se convierte enfutaie] coupe d' ensemencement^ 
cuando se va dejando de trecho en trecho árboles ya for- 
mados con el destino de que sus glándulas sirvan a la re- 
plantacion de los terrenos adyacentes, i por último, coupes 
definitives^ que son aquelhis que constituyen propiamente 
la esplotacion de bosques de que nos ocupamos. Como cada 
cual comprenderá, todas estas diferentes maneras de amé- 
nager un bosque pueden practicarse a la vez i simultánea- 
mente en un terreno dado. Son como la siembra, la apol- 
ca, el riego, la poda etc., de nuestras arboledas. 

Sin salir a mas de diez cuadras de los alrededores de 
J iUxeil, pueden encontrarse en vigor unos en pos de otros 
todos estos procedimientos, presentando cada uno un paisa- 
je diferente. 

Añadamos aqui que los árboles que predominan esclusi- 
vamente en la selva de Barney son la encina i la haya; 
la primera sombría i majestuosa, con su tronco oscuro 
i nudoso cubierto de musgo secular; la otra, al contrario, 
elegante i esbelta, ostentando su tallo blanquizco i un follaje 
no del todo diferente del de nuestros peumos. Los grandes 
grupos de encinas son particularmente admirabes, porque 
estos árboles, que viven siglos de siglos, solo se esplotan 
cuando han cumplido 105 años, que es el período de su 
mas robusta juventud. Algunos de estos jigantes inspiran 
una verdadera veneración, como la llamada de Faramundo 
en el bosque de Fontainebleau, a la que se atribuye una 
existencia de catorce siglos. Al caer la tarde la majestad 
de estos sitios llena el alma de una vaga tristeza i tras- 
porta la imajinacion a aquellas edades primitivas de la 
humanidad en que las selvas eran las únicas ciudades que 
habitaban las errantes tribus. Allí estaban sus mansio- 
nes, sus talleres, sus templos, sus cementerios, sus dioseá. 



— 43 - 

Cuántas veces nos ha traído a la memoria el arbolado 
del Bamey aquellas selvas de la Galla romana tan admi- 
rablemente descritas por Chateaubriand en sus Mártires! 
Difícil es ciertamente el trasmitir con la pluma estas im- 
presiones ; pero los que alguna vez vieron en Chile aquella 
magnífica decoración del incomparable pincel de Giorgi 
en el primer acto de la No)Dia^ representando una selva 
sagrada de los Druidas, podrán formarse idea de la gran- 
diosidad dé su aspecto natural. 

Pero dejando suspendida a la copa de los árboles, como 
la lira babilónica, la ociosa poesia, recordaremos en este 
lugar, que con las sencillas operaciones de conservación 
que dejamos recordadas, la Francia no solo mantiene en 
pié las mas hermosas selvas de Europa, sino que después 
de haber dado provechosa ocupación a millares de sus 
brazos, obtiene una renta anual de 40 millones de fran- 
cos, de los que al menos 30 millones son un provecho 
líquido. 

VIII. 

Ha llegado el oportuno momento de dar a conocer cómo 
está organizado el personal de la administración de bos- 
ques en Francia, i esto es lo que vamos a emprender 
con el código de bosque (Code forestier) de 1827 a la 
vista. 

Desde luego todos los bosques del Estado están some- 
tidos a la dirección suprema del Ministerio de Hacienda^ 
asi como los que pertenecen esclusivamente a la corona 
de;)enden del ministro de la inaison de Vempereur. Estos 
son bosques de Napoleón III. El los esplota, él los man- 
tiene. Agreguemos que su selva favorita es la de Com- 
piegne, como la de Fontainebleau era la de Francisco I 
i la de San Jerman de Luis XIV. • 



— lé- 
pero mas inmediatamente la administración de los 
bosques del Estado depende de una dirección jeneral^ cuya 
oficina habrá visto muchas veces el que se dirija en Pa- 
rís, al bosque de Boulogne en el ángulo formado por 
las calles de Rivolí i del Luxemburgo. El director 
jeneral, que es hoi di a un señor Fase, antiguo empleado 
de hacienda, tiene un sueldo de 25 mil francos, i toda 
la oficina central exije anualmente un desembolso de 
219,600 francos. 

En seguida se hallan diseminadas en el vasto territo- 
rio de la Francia, i en medio de sus 89 ^apartamentos, 
otras oficinas principales que tienen el nombre apropia- 
do de Conservaciones. De ésta existen hoi dia 32, com- 
prendiendo una la Córcega. El sueldo de los conser- 
vadores varia de 8 a 12,000 francos, según sus años de 
servicio. 

A los conservadores siguen en rango los inspectoj*es^ 
i de éstos hai unos 175 en todo el territorio, con sueldos 
variables de 4 a 6,000 francos. Los sub-inspectores, que 
son en doble o triple número a los últimos, «alcanzan 
emolumentos de 2,600 a 3,400 francos. No es necesario 
decir que a cada conservación i a cada iaspecciojí i suh- 
inspección está afectada una porción de bosques públi- 
cos, sea del Estado, de la Corona o de la Comuna. Es- 
tas últimas pagan a la administración de bosques un 20 
por ciento de sus productos líquidos como compensa- 
ción de los trabajos de conservación de aquellos. La 
consey'vacion en que se encuentra el bosque del Barney 
lleva el número 32, i abraza todo el departamento del 
alto Saoua. 

Los conservadores, inspectores i sub-inspectores, forman, 
se puede decir, la plana mayor del personal administrati- 
vo de losibosques. £1 ejército 6e compone do los guardas 



— 45 - 

jetwcUes i de los guarda-bosques. De éstos lioi algunos mi- 
llares en Francia, i son por lo jeneral clases retí- 
radas del ejército o hijos i nietos de antiguos guardas, en 
cuyas familias aquellas funciones se han ido trasmitiendo 
junto coa el hogar durante muchas jeneraciones. Sus suel- 
dos varian de 400 a 700 francos, pero tienen casa costeada 
por el Estado, media cuadra de terreno de siembra, dere- 
cho a cierta cantidad de leña, pasto i otras garantícts. 

Todas estas denominaciones se derivan del Código de 
bosques de 1827. En cuanto a la del grand-veneuTj que 
era antes un altisonante título de la corte, no pasa hoi de 
un recuerdo de la heráldica de los romances. 



IX. 



Loa conservadores, inspectores, guarda bosque, etc., del 
dia están a la verdad mui lejos de la pompa i de la ociosidad 
de los palacios. Al contrario, como todos los montafleses, 
tienen hábitos sinceramente democráticos, sin dejar por 
esto de ser personas de mucha consideración. No hace 
muchas mañanas encontré, en efecto, en una de las aveni- 
das del Bamey una cuadrilla de hombres de blusa, que 
traian colgando a la espalda una mochila de cuero. A su 
cabeza marchaba un anciano en mangas de camisa, con su 
pelo i barbas completamente blancos. Eran aquellos ua 
grupo de guarda bosques que bajaban de las montaftas de 
los Vosgos, con sus sacos de proviciones ya vacios. £1 an- 
ciano que los presidia, i que caminaba a pié, como los de- 
mas, era el conservador del departamento del alto Saona^ 
M. Maguira, caballero de la Lejion de honor i ciudadano de 
alta respetabilidad en el departamento. 

£n cuanto a sus subalternos de la localidad en que es- 
cribo, son personas de la mejor educación i de una amabi- 



— 46 — 

lidad llana i afable, de la que me es grato dar testimonio. 
El subrinspector de Luxeil, M. Cósard, es un joven de 34 
afios, antiguo alumno de la escuela de bosques de Nancji 
i a su exelente voluntad para servirme debo una buena par- 
te del material de estos apuntes. Diré también una palabra 
sobre el guarda bosque del Bamey, M. Desray, que el sub- 
inspector ha puesto completamente a mis órdenes por un 
despacho escrito. 

M. Desray es un antiguo sarjento de artillería, hombre 
de 50 afios, lleno de ajilidad, de intelijencia i do esa poli- 
tesse francaise que rara vez se desmiente, aun en las clases 
mas humildes de este país. Tiene una casita confortable de 
ladrillo i teja; la dilijencia de su mujer, una buena paisa- 
na del Franco-Condado, la ha rodeado de un rústico jar- 
jin, i en la media cuadra de terreno que le concede la lei, 
se ve una amena chácara de papas, arvejas i fréjoles inter- 
polados con lotes de pasto, de avena i de trigo, todo por 
supuesto en miniatura. La sociedad habitual del guarda 
bosque es un tanto ruda pero en estremo simpática. Com* 
pónese aquella, por lo común, de dos o tres mujeres de la 
vecindad i otros tantos paisanos, que llegan por la tarde, 
después de las faenas, haciendo resonar sus sabots de palo 
de haya i que después de una cordial salutación se sientan 
al fresco en grandes silletas de totora. Yo suelo ser uno 
de los del corrillo, i naturalmente se habla mucho de Fran- 
cia i de Chile. Pero hasta aquí no he podido quitar de la 
cabeza de madame Desray que dChile» sea un distinto país 
del (cIUinoisD, porque teniendo una hermana establecida en 
aquel estado de la América, i encontrándose Chile tam- 
bién en la América, el Illinois i Chile son la misma cosa... 
Uno de los mas vivos deseos de madama guarda bosque 
es oirme hablar americano, para saber como habla su her- 
mana. A este efecto le he prometido que una de estas tar- 



— 47 — 

des le llevaría a mi mujer, i entonces será tal vez la vez 
prímera en que las encinas del Bartiey escuchen la lengua 
de Chile- Ulinois. 

Por lo demás,. M. Desray es el único guarda bosque del 
Barney; él, armado de su martillo i de su cuchillo de 
monte, lo recorre todos los días en diterentes direcciones, 
aprehende a los ladrones de leüa i a los infractores de la 
prohibición de la caza, atiende a la replantacion de los ár- 
boles en los sitios en que faltan (a cuyo fin mantiene un 
almacigo vivo en el centro del bosque), i por último, pre- 
side a las diversas operaciones de la esplotacion. £s admi- 
rable el orden en que este simple funcionario, cuyo sueldo 
no alcanza a 130 pesos al año, mantiene todo lo relativo a 
8u destino. Para todo tiene papeles i formularios impresos, 
debde el plano topográfico del bosque hasta los autos ca- 
beza de proceso (procés verbal) de los delitos que se come- 
ten contra los bosques, i los que tan minuciosamente pres- 
cribe i detalla con sus penas el código respectivo. El 
guarda-bosque, ademas de sus numerosos documentos 
impresos, conserva un cuaderno de órdenes jenerales en 
que copia todas las que recibe de sus jefes. Recorriendo 
las que rejistra el libro de M. Desray, me hacia gracia 
observar que el inspector o sub-inspectores emplean inva- 
riablemente, aun para los casos mas insignificantes, la 
gravedad de las fórmulas i las reglas de la mas grave cor- 
tesía. Asi hai muchas órdenes que comienzan por la frase 
J'ai rhanneur de decir a usted que haga cortar tal árbol o 
J^ai rhonneur de pedirle su martillo de bosque, etc. Deta- 
lle esencialmente francés. 

Haremos también notar, a propósito de las funciones 
del guarda bosque, que la cuarta parte de los delitos con- 
tra la propiedad que se perpetran en Francia, atectan a los 
bosques, i esto se concibe por la impunidad que se cree 



— 48 - 

encontrar entre las sombras, por las miserias de las jen tea 
de campo^ que necesita calentarse en las fríjidas noches 
del invierno, i mas qué todo por esa invencible propensión 
de todas las clases i de todos los países, que persuade de 
que robar al Estado no es robar. I de aquí es que ha sido 
preciso inventar dos palabras distintas para estas dos cla- 
ses de sujetos: la de ladrón i la de contrabandista. 

£1 código de 1827 prevée* todos los casos i los castiga 
con prisión, según el grosor del árbol derribado, según el 
peso de la carga de leña, o según la manera de ejecutar la 
estraccion, esto es, si a lomo de bestia, en carreta de uno 
o dos caballos, etc. Por una lei posterior se ha permitido 
conmutar la prisión en multas, i de éstas saca el Eitadb 
unos cien mil francos todos los años. Para los efectos (le 
la persecución de los delitos de bosques, los inspectores 
tienen atribuciones de fiscales, es decir, que ellos acusan 
a nombre del Estado, citan testigos, alegan i piden los 
castigos conforme al Código. Para todos estos efectos, la 
corte correccional de Yesoul, capital de este departamen- 
to, celebra una audiencia de bosques todos los meses. A 
ella asisten todos los que tienen frió o gustan de comer lie- 
bres i perdices antes del otoño. I de estos últimos no 
son pocos, me parece los que lioi dia corren riesgo, pues 
cuotidianamente veo que sirven en los hoteles de Lu- 
xeil, algunas (icfrutas prohibidas.JS) Advertiremos aqui so- 
bre este particular que los guarda bosques persiguen 
con mas afición a los branconiers (cazadores furtivos), que 
a los miserables que hurtan un atado de maleza^ i son 
aquellos los mas formidables enemigos del guarda, porque 
andan armados i suelen matarlos en las reyertas, o por 
venganzas de otro jénero. La selva de Bamey está arren- 
dada durante la estación de la caza, (que comienza en se- 
tiembre i concluye en marzo), ü tres hacendados de los 



-- 40 - 

alrededores de Luxeil que pagan 180 francos pot la tem- 
porada i tienen el derecho de amutf hasta ocho escope* 
tas. El arriendo del derecho esclusivo de caza en los bos- 
ques del Estado, produce al erario cerca de un millón de 
francos cada año, i por supuesto en esta suma no está 
comprendido el permiso jeneral de caza, que se vende en 
toda la Francia por simias mucho mayores. 



X. 



Hemos recordado hace poco la escuela de bosques ele 
Nancy, i antes de abandonar estos detalles sobre el perso^ 
flÉ(4e la administración florestal de Francia consagrare- 
nKOB a aquella una palabra. 

La escuela de Nancy fué fundada en 1824 en imitación 
de las de Alemania, i en especial de la famosa de Tharand, 
c^rca de Dresde, que tuvimos la fortuna de visitar hace 
quince años. En ella solo se admite jóvenes robustos, en* 
tre la edad de 18 i 22 años, que tengan adelantados varios 
conocimientos especiales, principalmente las matemáticas 

• 

teóricas, el dibajo i el idioma alemán. Ademas, deben pa- 
gar una pensión de 1500 francos. Los cursos duran dos 
aftos i en ellos se enseñan por seis profesores la historia 
natural, la lejislacion, las matemáticas aplicadas, la econo- 
mía i la agricultura, todo con relación a la silvicultura. 
También se enseña allí la literatura, pero solo como un 
adorno de la intelijencia. 

La Qicuela de Nancy ha suministrado la mayor parte de 
lo« inspectores i sub-inspectores de los bosques de Francia, 
pues sus alumnos entran al concluir sus cursos en servicio 
vBCtivo con el grado de guardas jeneralesj del que luego as- 
cienden a sub-inspeotores. 

Bl penúltimo año salieron de la escuela en estas condi- 

MIAC. TOMO III. 4 



. ¿ 



_ 00 - 

clones 26 alumnos, i en el pasado 69. Esta es la única 
escuela de bosques de Francluí i aqui advertiremos que en 
la Alemania hai talvez cerca de cien establecimientos de 
ese j enero. 

La Rusia ba planteado uno considerable bajo un pié mi- 
litar en San Petersburgo, i hasta la España ha abierto 
no hace muchos años una escuela práctica en Yillaviciosa. 



XI. 



Véanlos ahora cómo la administración de bosques pro- 
ceda- en sus diversas faenas de conservación i esplotacion. 

Apenas termina el invierno, el conservador de cada dis- 
trito se pone en movimiento con todo su personal, i su 
primera operación es determinar la posibilidad o propor- 
ciones de la corta definitiva que debe hacerse en el próxí- 
mo invierno, por un empresario particular i a virtud de 
una venta pública. Esa posibilidad se determina según que 
la corta sea en iaillis o en futaie en el primer caso, por 
medio del cubaje de los macizos de árboles, para lo cual 
existen instrumentos a propósito i particularmente tablas 
de crecimiento^ trabajadas por los pacientes alemanes. Se- 
gún éf^tas, se puede averiguar casi con certidumbre la can« 
tidad de madera que rendirá cada año el* desarrollo de una 
hectárea de tal esencia (pino, encina, haya, etc.) dada la na- 
turaleza del terreno, su esposicion al sol, etc. 

En el caso de esplotacion por grandes masas de árboles 
(futaie)^ se procede al señalamiento individual de éstos por 
medio de un martillo, que todo funcionario de los bosques 
lleva precisamente a su cintura dentro de una vaina de 
cuero. El martillo es el signo distintivo del hombre de las 
selvas como el fusil lo es del soldado, el frac del diplomá- 
tico i la cogulla del fraile. 



--- 51 — 

Tiene aquel en una estremidad, marcaduB de relieve, las 
inicíales del ca?iseri?adoi* (C), del inspectat" (I), etc., i en 
la otra una especie de huchuela afilada. Con ésta sacan una 
astilla de corteza al árbol, i con otro golpe en el terso al- 
veolo del tronco imprimen la respectiva señal. Esta opera- 
ción se llama baliver, i se cree es de un oríjen romano por- 
que el alto empleado de los bosques tenia entre ellos un 
nombre análogo. 

Una yez señalada la posibilidad respectiva de cada bos- 
que, dentro de una consei^adon^ i marcados los árboles que 
han de reservarse, i que el martillo de la administración 
ha hecho en cierta manera sagrados, se procede a formar 
los avalúos de las cortas que deben ponerse en un dia dado 
a la competencia del pilblico. 

Para esto se imprime en un cuaderno parecido a los 
de nne^ivo^ presuptiestos todos los detalles de cada corta i 
se publican avisos con im mes de anticipación. La adjudi- 
cación tiene* entonces lugar ante el prefecto, el conserva* 
dor, el tesorero departamental i otros funcionarios, que han 
de ocurrir a la ceremonia de gran parada, i con el traje 
bordado de plata que es propio de la administración de 
bosques. 

La venta se hace ftl ycibaisy es decir, a la rebaja, i no 
por pujasy como en los remates ordinarios, a fin de evitar 
la» coaliciones, palos blancos i otras maniobras de los inte* 
resadoi^ I^a venta al rabaU se practica fijando una canti- 
dad mayor que la del avalúo pericial, i en seguida el pre- 
gonero va bajando hasta que uno de los postores, (jeneral- 
mente un comerciante en maderas o en lefia) dice^^ prend$^ 
i entonces queda hecha la adjudicación. 

Debo a la bondad del sub-inspector de Luxeil el poder 
citar un ejemplo práctico de cómo tuvo lugar el afio pasa* 
do la venta al rabdts de la selva del Barney. 



r>*> 



La avaluación del corte en/utaie era de 14,800 francos 
i constaba de 843 árboles, de los que 680 eran encinas i 
163 hayas. Las primeras debian producir 627 metros cú- 
bicos de madera i las últimas 125. La adjudicación se pu« 
so en la cifra de 20,000 francos (pues el avalúo verdadero 
se mantiene reservado), i las bajas llegaron hasta 15,200 
francos, es decir, 400 francos mas del avalúo secreto. Esto 
probará la esactitud de los cálculos de la administración i 
de la esperiencia de los compradores. Por lo demás, éste 
se ha hecho un negocio matemático como casi todos los 
negocios europeos. 

Desde el momento de la adjudicación, que tiene lugar 
en setiembre, el rematante es dueño ya del lote de selva o 
de los árboles marcados que debe esplotar, i la aministra- 
cion, por su parte, le ofrece todo jénero de facilidades, sin 
descuidar por esto ni la mas leve precaución de seguridad 
para la conservación del bosque i para el pago del precio 
del remate, que se verifica por trimestres. La esplotacion se 
hace durante el invierno cuando los árboles están desnudos 
i abundan los trabajadores. Es condición indispensable la 
de que toda la corta esté hecha i estraida del bosque en el 
próximo mes de abril, cuando comienza la primavera. 

Por lo demás, el rematante se sujeta a un programa de 
condiciones, que con el nombre de cahier de chargesy se le 
entrega, mediante imacorta remuneración. Se ejecuta, em- 
pero, en tan gran número estos contratos en todo el terri- 
torio de la Francia, que los derechos de adjudicación de 
bosques producen mas do 50 mil pesos cada año. (1) 



(1) Teng'o en mi poder estos docamentos, asi como los mejores testos 
de BÍlvioultura francesa. Se n estos los de Parado i el de Lorenz, funda- 
dor e^ie último de la escuela de Nancj i ambos sus directores. Escnsado 
es que afiada el que estos papeles están a la disposición de la Sociedad 



— 53 — 



XII. 



En los momentos en que escribo, la cosecha de los bos- 
ques de Francia está pues ya hecha i los árboles converti- 
dos en mil artefactos irán en breve a diseminarse en toda 
la superficie del globo. La operación a que están entrega- 
dos en este momento los empleados de cada conservación, 
etí la preparación de la cosecha del año venidero. Por esto, 
solo se encuentran en los caminos partidas de guarda- 
bosques que van a la montaña a haliver o amartillar los ár- 
boles. Dentro de los bosques no se ve un solo árbol caido. 
Apenas quei^an algunos montones de leña que cada dia es- 
traen en sus carretas los campesinos. Por una costumbre 
tradicional de los bosques de la comuna deben suministrar 
a cada padre de familia uno de estos montones, que aqui lla- 
man tas y i que varian en espesor de uno a dos metros cú- 
bicos. La distribución se hace a la suerte, i mediante el 



Nacional de AgricnlturUj a quien dedico estos apuutcs, así como el có- 
digo de bosques comentado por Cnrasson (edición de 1828) i hi obra 
majistral sobre bosques» escrita en alemán (6 vs.)^ por Paester, profesor 
de la escuela de Tharand en Sajonía. Estas dos últimas obras quedaron 
en |K)der del secretario de la Sociedad en Santiago. A las personas que 
deseen adquirir solo ideas jenerales sobre la silvicultura euro^iea nos 
permitimos recomendar los escelentes artículos publicados en 1862 en 
la jRevísta de Ambos Mundos \íot M. Jules Clavé, i que después se han 
reunido en un libro que tiene por título EUides sur Véconomie furestiere. 
— Guillaumin — París, 1862. 

Se publica también en París una revista de la silvicultura francesa 
que no carece de im])ortancíay i existe una numerosa Sociedad Jhrestiere, 
Compónese ésta de muchos centenares de propietarios cuyo presidente, 
en su carácter individual, es el ministro del interior M. Chevandier de 
Valdrdme. La sociedad celebra reuniones mensuales desde noviembre a 
abril, i las cuotas anuales de sus miembros bou solo de doce francos 
(tres pesos). 



— 54 - 

pago de una erogación de 5 tVs. por cada casa, mientras 
que el precio del to varia de 10 a 15 frs. Pero suele suce- 
der que hai algunos de aquellos tan miserables, que los 
vecinos prefieren no usar de su privilejio, cuando sacan un 
mal número, i esto es lo que ha sucedido mas de una vez 
al patrón de la casa que habito. Por lo demás, esta prácti- 
ca es evidentemente feudal i mui poco equitativa. Los ha- 
l)¡tante!4 de la annuna han sido también privados por el 
uÓDKio del uso de los pastos i ramo?ieo de los bosques, por- 
que las yerbas i las hojas caldas constituyen el abono na- 
tural de los terrenos. Hoi, sin embargo, en vista de la te- 
rrible sequia que- aflije a la Francia i por un privilejio es- 
]>ecial, se ha abierto al pastoreo de los animales todos los 
bosques del Estado, i aun se trata de hacer otro tanto con 
los de la corona por haberlo solicitado así varios diputados. 
Con este motivo acaba de publicarse un interesante fo- 
lleto por un fabricante del departamento del Bajo Rhin 
(uno de los mas boscosos de Francia) M. Alfred Golden- 
berg, con el título de De/i devoirs de VEtat envers les popii- 
lations fm^esiieres, i en él se desarrolla una considerable 
reacción contra la escesiva tirantez del código de bosques 
que priva a las comunas boscosas de los derechos de pasta- 
je, ramoneo, lefia seca, recolección de hojas para los esta- 
blos i los abonos, et^. El conocido escritor M. lí. About, 
en un notable artículo titulado: /.<? Paysan et fes Forets, 
apoya estas ideas, porque, en verdad, al menos un ciertos 
distritos, el rigor de las prohibiciones i>arece tan inconside- 
rado como nuestro escesivo abandono. 



Xlll. 



Pero no se crea que aun mediante todos los eí»fuerzos de 
economía ¡ previsión que dejamos lijcramento r cordados, 



— nr> — 

alcance la Francia la satisfacción de todas sus necesidadeíí 
domésticas o industriales, con relación a los productos leño- 
sos. En 1858, por ejemplo, i aunque la producción de solo 
los bosques del Estado ascendió a la suma de 37.304,327 
frs., los mercados interiores se vieron obligados a im- 
portar madera hasta por la suma casi fabulosa de 
179.400,000 frs. La esportacion propia equivalia solo a la 
sesta parte de esta cifra. En ese año fué esta de 34.800,000 
francos. 

Tenemos a la vista un estado completo recien publicado 
de la internación i esportacion de la madera en Fraucia des- 
de 1827 hasta 1868, i notamos que aquella ha subido de 
cinco en cinco años en la proporción al menos de 10 millo- 
nes de francos. En los últimos diez años, el incremento lia 
sido mas rápido. En 1859, por ejemplo, subió de 83.700,000 
francos que habia sido su monto en 1858, a 106.200,000 
francos o cerca de 23 millones. En 1866, subió de 150 mi- 
llones a 180 millones, o sea un aumento de 30 millones de 
francos en uu solo año. 

Para darse cuenta de este enorme consumo i de su rápi- 
do crecimiento, bastará tener presente que solo en obras 
de ferrocarriles se han invertido hasta 1860 cerca de dos 
millones de metros cúbicos de madera, i el consumo anual 
no bajaba hasta ese año de 180 mil. Hoi estas cifras se han» 
|)or lómenos, triplicado, bien que el admirable descubrimien- 
to del Dr. Bouchiére sobre la infiltración metálica de las ma- 
deras, que hoi se halla en pleno vigor, haya proporcionado, 
según una investigación oficial que se practicó en 1847, un 
inmenso ahorro en el empleo de éstas. Para introducir en 
Chile este procedimiento (que consiste en reemplazar la sa- 
via de la madera con una disolución de sulfato dé cobre, lo 
que le da una duración casi indefinida) pidieron un privi- 
lejio esolnsivo en Santiago, hace mas de 20 años, el actual 



— 1.6 - 



presidente de la república arj entina i el injeniero francés 
Eucher Henry; pero entendemos que la negociación no 
obtuvo resultados o no se planteó. Desde algunos años va- 
ri ns sociedades esplotadoras de bosques han comprado bu 
)>rivilejio al descubridor mediante la remuneración de 3 
francos por cada metro cúbico de madera preparada, de 
suerte que la renta de aquel debe ser enorme. 

Mas, volviendo al consumo jeneral de la madera, resulta 
({ue en la sola ciudad de Paris el valor de las industrias 
que tenian aquel artículo como materia primitiva (la carro- 
ceriq, mueblería, construcción de edificios, etc.) ascendía 
anualmente a 101 millones de francos. En este cómputo la 
carpintería estaba representada en un 20 por ciento, la oa* 
rrocería en 16 por ciento, la construcción de edificios en 
un 9 i la mueblería solo en un 8. Pero en los 23 años co- 
rridos hasta aqui, esos valores naturalmente han tripli* 
cado. Otro tanto deberemos observar de los obreros em- 
pleados en esa industria que en 1857 eran 35 mil i hoi 
pasaran de cien mil, no siendo menos de 10 o 15 mil los 
empleados en la carrocería. Verdad es que eso i mas ha de 
necesitar aquella, pues, nos consta que im solo comisionista 
envió a Chile, es decir, a Santiago, en el año pasado nn 
menos de 96 carruajes de lujo que representaban al menos 
el trabajo de mil obreros i un valor de medio millón de 
francos. 

Uno de los mas grandes consumos de Paris, como lo 
habrá notado el que haya residido en esa capital en sus frí- 
jidos inviernos, es el de la leña, empleada como calorífera 
i combustible doméstico. Nada es mas curioso que visitar 
esas inmensas barracas de leña en que ésta, apilada en ver- 
daderas montañas i en trozos uniformes de nn metro de 
largo sobrepasa los techos de las casas de cinco o seis pisos. 
Mas curioso que esto es todavia el método de cunducciop 



— i)í — 



que se emplea para este combustible a lo largo del Sena i 
de todos sus afluentes. En la mayor parte de éstos la lefia, 
una vez cortada, es arrojada a la ventura en las corrientes, 
i solo cuando ha flotado veinte o treinta leguas, se la vuel- 
ve a recojer. Hai para esto puertos especiales de lefia, como 
el de Clamecy (en el departamento del Niévre) i Saint 
Dizier (en el de la Marne). En estos se hacen las acumu- 
laciones i se forman las balsas enormes que los paseantes 
por los malecones del Sena ven llegar a cada hora, atrave- 
sando lentamente los grandes arcos de sus puentes. Antes 
dijimos que al primer balseador del Sena, Juan Rouber, 
los habitantes de Clamecy, su patria, le han erijido un 
monumento. 



XIV. 



En vista de todo esto, la Francia no solo se ha visto 
obligada a aménager la mayor parte de sus bosques públi- 
cos, tarea que prosigue infatigablemente todavía su admi- 
nistración especial, sino que desde 1827 la lei ha prohibido 
la roza de los bosques particulares sino en virtud de un 
permiso previo. I tan limitado es esto, que desde 1828 so- 
lo se han rozado 430,000 hectáreas en todo el territorio 
francés. El último año la roza no ha pasado de 5 mil hec- 
táreas i el año que mayor desarrollo lia alcanzad*) ( I8<>1 ) 
no ha pasado de 21,798 hectáreas. Aun lial ciertos panijes 
en ()ue no solo la tala sino la apertura de caminos está 
absolutamente prohibida en los bosques particulares. Esto 
tiene lugar principalmente a lo largo de las fronteras de 
Francia que tocan a no menos de 48 departamentos. De 
manera que solo por necesidades o mas bien por temores 
puramente militares, se calcula que aquella disposición im- 
pone a la industria francesa una pérdida anual (por via de 



- — 58 — 

lucro cesante) de mas de veinte millones de francos. I esta 
duma desde 1827, en que se promulgó el código de bos- 
ques, hasta la fecha, equívaldria a tantos millones como ha- 
bría costado una guerra prolougada para defender esas 
mismas fronteras. 



XV. 



Desde 1860 la Francia, preocupada siempre con la insu- 
ficiencia de sus bosques, ha adoptado por una lei especial 
un nuevo sistema que demostrará de cuan vital importan- 
cia s^ considera en estos países la conservación de aque- 
llos. Tal es la replan tacion {rebmemeiit) forzosa de selvas 
artificiales en los lugares que la administración sefiala. 

I con tal eficacia se ha procedido a esto, que en el mis- 
mo afto en que la lei fué dictada, se plantaron 5,550 hectá- 
reas de árboles, se reconocieron para el mismo fin 15,000 
otras, se establecieron 250 almacigos i varias casas de di- 
sección (sécheries) para las semillas. Se podrá tener idea 
del desarrollo inmenso que ha tomado en los últimos años 
esta operación, bajo el impulso intelijente del Estado, en 
vista de una sola casa /or^é^ííéív. La de Cordiér (situada en 
Bermay, departamento del líure) ocupa con sus almacigan 
sesenta cuadras de terrenos i vende sus plantas por cientos 
i por miles de millones. Una de las mejores casas de seca 
de semilla es la de Keller en Darmstudt (Alemania), i se 
le puede dirijir pedidos por las cantidades i clases que ?e 
quiera. 

Hé aquí, pues, u lo que ha llegado la Francia, el paia de 
la conservación por escelencia de la industria florestal — a 
imponer por una lei a las jeneraciones presentes i venide- 
ras la reparación del daño que la neglijencia i la inipreri- 



— 50 — 

«ion (le sus mayores causó al clima i a la producción del 
pais. 

Según la lei de 1860, el reboisemeiit es forzoso i constitu- 
ye ipsofacto el caso de espropiacion por causa de utilidad 
pública en los terrenos que la administración señala como 
mas a propósito para ejecutar las replantaciones. 

Hé aquí como so procede: 

Klejido el lugar i medido por los empleados de la con- 
servación respectiva, se cita al propietario, con interven- 
ción <le la anioridad municipal, i se le conmina atin deque 
dentro de cierto espacio de tiempo proceda a la plantación. 

A este tin se le oirecen todas las facilidades posibles, 
>emillas. Iierrannentus. tmbajadores espertos, todo a pre- 
cios módicos. Pero si el propietario se resiste, se le espro- 
I'ia incontinenti, se le i)aga en dinero el valor del terreno i 
la administración procede a hacer la plantación de su cuen- 
ta. El propietíirio despojado tiene, sin embargo, el plazo de 
cinco años para rescatar su suelo, sea pagando en dinero 
el valor del bosque artificial, sea cediendo una parte de és- 
te al Estado. 

El principal objeto de esta gran medida administrativa 
no ha sido, con todo, el aumento en la producción de los 
liosques, sino mas bien razones de climatolojia, dirijidas a 
la protección de las fuentes naturales de los rios i a evitar 
la.s terribles inundaciones que éstos suelen producir, como 
las c|ue tuvieron lugar hace ocho o diez años en el Rí'kIh- 
no. 

Se ha demostrado, en efecto, que los bosques, en los ca- 
sos de fuertes aluviones, obran como verdaderas esponjas 
r|ue absorben las aguas en su follaje, en sus raices, en sus 
capas vejetales de hojas acunmladas por los años, de mane- 
i*aque aquellos, no solo son los grandes conservatinvefi ^'x- 
no los mas exactos regtdadorei de la luimedad i de las co- 



— tío — 

mentes que dejan escapar lentamente de sus flancos poro- 
sos. 

Pero cuando los bosques han desaparecido de las laderas 
agrias i desnudas, las aguas de las lluvias se precipitan con 
todo su peso en los cauces, i de aquí las grandes desvasta- 
ciones de las súbitas creces. 

Tan evidente son estos fenómenos, que lioi mismo lee- 
mos en una correspondencia de la Independencia belga 
datada en la capital de la Suiza el 16 de junio, que el con- 
sejo jeneral de este país, que se ha llamado enfáticamente 
la "comarca de las montañas'* va a solicitar del congreso 
federal una revisión de la constitución para introducir en 
ella el principio de la replantacion forzosa de bosques, ba- 
jo las mismas bases que se reconocen en Francia. Algunos 
cantones suizos se han hecho ya casi inhabitables por los 
desastres de los aluviones, a causa de la tala de los bosques. 
En Inglaterra, aun en la selvática Escocia, el espíritu in- 
dividual ha suplido ya a estas exijencias, i un solo propie- 
tario, el duque de Athol ha plantado no menos de veinte 
mil cuadras de bosques de pinos en sus vastos estados de la 
antigua Caledonia. El agrónomo francés Lavergne afírnuí 
en su magnífica obra sobre la agricultura inglesa que esos 
bosques presentan ya una belleza que nada tiene que envi- 
diar a las selvas reales de Fontainebleau o San Jerraan. 

¿Se creerá todo esto en Chile? Hace algunos años don 
Luis Sada propuso hacer una gran plantación artificial de 
coniferos (pinos, abetos etc.,) en las serranias de Ovarle; 
pero todos se imajinaron que esto era simplemente el de- 
lirio de un insano. No lo pensarán así nuestros hijos i 
nuestros nietos cuando la dura necesidad les obligue a preo- 
cuparse de la reparación de males que la barbarie, (así lo 
decimos con toda sinceridad ) la barbarie de los hábitos i 
la incuria dé la lei pertíiite ejecutar hoi dia, hora por hora. 



-< 61 — 



XVI. 

Otro ejemplo sumamente interesante de la plantación de 
bosques artificiales es el muí conocido de las Ljandes o are- 
nales de Burdeos, i en jeneral de todo el departamento li- 
toral de la Jironda. Sabido es de todos que esos médanos 
inmensos i movedizos, no solo no produciun basta princi* 
pios de este siglo, una sola hebra Sé yerba, sino que inva- 
dian gradualmente con sus arenas los terrenos del interior, 
a punto de haber ya sepultado varias aldeas, cuyos campa- 
narios se divisan apenas, perdidos entre aquellas. Pero 
desde que un simple agrónomo llamado Bremontel, uu ver- 
dadero benefactor de la humanidad, tuvo la idea de sem- 
brar en esos desiertos unas cuantas pinas de plantas conífe-* 
ras, ¡cuan inmensa transformación ha ocurrido! El depar- 
tamento 4^ las Laudes es hoi dia uno de los mas ricos de 
Francia, pues sus inmensos piñales producen no solo esce- 
lentes maderas sino el mejor alquitrán del mundo. £1 ren- 
dimiento por hectárea de esta última sustancia, según Clavé, 
es de 166 frs. dejando un provecho líquido de 44 frs., fruto 
de la arena. Ademas, ya comienza a sembrarse en los anti- 
guos médanos, abonados por las hojas, la humedad, etc., 
grandes cantidades de cereales duros, como el centeno, i 
todo esto ejecutado en el espacio de cincuenta años es ver- 
daderamente maravilloso. Cuando hace algunos meses pene- 
trábamos en el rio Jironda veíamos a su embocadura diver- 
sos bosquesdo piñales de mediana estatura cuyas raices ba- 
ñaban casi las olas de la marea; i habian personas jóvenes a 
)x)rdo que habian conocido en su niñez esas playas solo como 
un desierto africano. I en vista de estos milagros tan sencillos 
del arte i de la naturaleza, pensaba yo en la locura que hi- 
cieron mis compatriotas en aiTojar un medio millón de pe- 



— «2 — 

:>os al mar abandonando la línea va tneeutada del ferroca- 
rril de Santiago con el pretesto de las arenas movedizas de 
la costa. 

Está averiguado que el producto medio de los bosques 
de Francia es de 27 frs, por hectárea, lo que equivaldría 
entre nosotros a 10 frs. por cuadra. Pero nosotros sacamos 
la cuenta de otra manera, i en vez de una renta éter* 
na, preferimos una docena de carretadas de leña i en se- 
gtiidaun páramo. 

XVII. 

No condluiremos estos apuntes sin decir.una palabra so- 
bre alguno de los pcoductos mas considerables de la espío* 
tacion de los bosques en Francia, el carbón, las cortezas 
de curtiembre, la industria de los corchos, ttc. 

El carbón de lefia es usado en Francia casi eschittyamen- 
te en la industria, i en particular en la fundición del fiécco. 
Como combustible doméstico, esjeneralmente reemplazado 
por el carbón de piedra, cuya sustancia se quemaba en Pa* 
ris en 1815 solo hasta la cantidad de 600,000 quintales. 
Hoi sube a varios millones de igual medida. Respecto de 
la preparación del fierro, se reconocerá la importancia del 
combustible vejetal comparando el precio de aquel cuando 
se le ha fundido con coke i cuando con carbón. En el pri- 
mer caso, el fierro vale 27 frs., i en el segundo 42 frs. 30 
céntimos o cerca del doble. En su elavoracion se procede 
mas o menos como en los parajes de Chile en que esta in- 
dustria se halla adelantada, es decir, se quema el combus- 
tible en pilas que tienen la forma de un cono truncado con 
una abertura en el centro por la cual se escapa el aire. La 
selva del Barney está llena de manchas negras que demues- 
tran el wtio de los hornos de carbón en el último invierno. 



— tís — 

Jeiierahuente hc fabrica éste por cuenta de Iob rematantes 
de la selva para venderlo en las fábricas vecinas. Su cali- 
dad aparente parece inmejorable, con nn tinte blanquizco i 
brillante que le da cierto aspecto metalizo; pero no sabría- 
mos decir si en sus condiciones intrínsecas es superior al 
de Chile. No dejará de parecer curiosa la circunstancia de 
que el gobierno francés estimula la producción del carbón 
vejetal con la mira de obtener una producción de fierro dul- 
ce suficiente para la constante fabricación do sus armas de 
guerra. ¡ Triste detalle ! El célebre economista Wolowsky 
ha declarado que la Francia necesita tener siempre a la ma- 
no 30 mil toneladas de fierro maleable, pues, es este el pe- 
so exacto que necesita un ejército de un millón de hom- 
bres 

Respecto de las cortezas empleadas en las afamadas cur- 
tiembres de Francia, no tenemos posibilidad de cerciorai*- 
nos de que haya ninguna superior alas nuestras, el peu- 
mo i e\ lingue en especial. Lo que es evidente es que los 
cueros de Francia son los primeros del mundo. Cuando se 
dice cuero francés se dice todo. En Francia, i especialmen- 
te en Inglaterra, se fabrica también una gran catidad del 
cuero llamado de Btisia, que lejos de venir de este país, se 
hnpoi'ta aun a él, pues es solo un nombre de oríjen i de co- 
mercio. La particularidad de esta preparación consiste en 
la esencia de ciertas cortezas de sauce mui odoríferas que 
se emplean en su curtiembre. 

En cuanto a los corchos, es sabido que su mayor pro- 
cedencia depende de las rej iones del mediodia de Francia i 
de Espafia, el país clásico del alcornoque^ o árbol del cor- 
cho. Esta es una especie de encina enana, con una corteza 
berrugosa i áspera, que se arranca para dejar venir una 
nueva en el interior. A los 10 años se rebana ésta en tiras 
lonjitudinales. del ancho que seda jeneralment-e al corcho, 



— «4 — 

i en seguida se eorta i se redondea éste poi medio de ci- 
lindros. La Francia ha encontrado una gran fuente de ri- 
queza en los bosques de Arjel, esplotando allí aquella sus- 
tancia por medio de concesiones de 40 años hechas a los 
industriales. Existen en ese país cerca de 280 mil hectá- 
reas de alcornoques, i ya en 1861 habia 80,000 arrendadas 
por un 10 por ciento del producto líquido el primer año i 
un 15 en los restantes. Así, la colonia producía en este so- 
lo ramo i por ese tiempo mas de 6 millones de francos. 
Hoi el producto debe haber duplicado. 

XVIII. 

Unas cuantas cifras por mayor antes de terminar. 

Como la administración de bosques en Francia es una 
especie de gobierno en miniatura, tiene también su presu- 
puesto como el gobierno jeneral, su cuenta de inversión, 
su tesorería propia. I de los últunos documentos vijentes 
vamos a estractar algunos datos de actualidad. 

El producto calculado de los bosques del estado en el 
año vijente (1870) alcanza a 41.450,000 frs., i entre sus 
diversas partidas figuran las siguientes: 

Corten deñniüvoH (futaie) 35.000,000 francos. 

Cortes diversos (taillis) 2.720,000 " 

Indemnización por las maderas 
cedidas al ministerio de mari- 
na (1) 2.000000 



(1) La madera casi escluRÍvamente empleada por la marina francesa 
m la encina, i su consumo anual pasa de cien mil metros cúbicos. Los 
ing^leses emplean de preferencia para sus construcciones navales el tic 
do la India i el acajou o caoba de Honduras. 

Los ferrocarriles emplean también iinicamente la encina para los dnr« 
mienten, pero después del invento ya recordado del doctor Labourebiér; 
la bava i otrsK e$ffneiaB son sostituidas i se alcanza la misma dnraoion. 



— 65 — 

Indemnización de 20 por ciento 
pagada por las comunas por la 
conservación de sus bosques..,. 1.300,000 

Arriendo de los bosques para la 

■ caza 840;000 

Multas i conmutaciones en dine- 
ro 255,000 

Estraccion de piedras, hojas para 

abonos, etc 65,000 



u 



(C 



(( 



(( 



Al presente este cálculo de entradas se halla cargado por 
dos presupuestos, uno ordinario i el otro estraordinario. El 
primero asciende a 11.152,617 francos i se descompone en 
las grandes cifras siguientes: 

Personal de la administración 4.982,017 " 

Material id. id 3.849,000 '* 

Gastos diversos 1.949,000 " 

En cuanto al presupuesto estraordinario del presente 
año, asciende a 3.500,000 francos i está esclusivamen- 
te consagrado a la mejora de los bosques, esto es, dos 
millones a caminos, un millón para la plantación artificial 
de bosques i medio millón para enpastar las monta- 
fias. (1). 



(1) La construcción de caminos para la cómoda estraccion de las ma- 
deras es sin duda la parte principal i mas dispendiosa de la süricultura. 
En los paises que carecen de vias fluviales, sea rios o canales, el trans- 
porte de los grandes árboles exije casi insuperables esfuerzos. Como 
muestra de éstos, nos bastaní decir que ciertos pinos de Córceg'a, em- 
pleados como masteleros en las construcciones navales de Tolón, se ad- 
judican en las faldas de las montañas solo por dos francos la pieza, i se 
▼enden en el arsenal en dos mil. "¿Cuánto podríi valer, este árbol?'* 
preguntaba yo en 1866 aun paisano de Valdivia, contemplando unher- 

HISC. TOMO III. 5 



— 66 — 

Nada nos ha parecido, pues, mas elocuente que el agru- 
painrento de estas cifras para poner en evidencia a los ojos 
de nuestros compatriotas, lo que es la silvicultura france- 
sa, objeto esclusivo de estos apuntes. 

XIX. 

Ahora, llegando ya a poner término a este rápido exa- 
men sobre la silvicultura europea ¿qué nos queda por de- 
cir respecto de la nuestra? Pero tenemos nosotros süvicuU 
tura? Poseemos siquiera bosques públicos y es decir, del Es- 
tado o de las municipalidades, escepto el bosque de arraya- 
nes i cipreses de la Quinta normal, i el bosque futuro del 
campo de Marte? 

I en vista de esto, ¿qué tenemos que hacer? ¿Vamos a 
pedir imposibles? Vamos a acumular estériles reproches 
contraía incuria del gobierno, a insistir sobre la eterna de- 
sidia de los particulares ? De ninguna manera. Esto seria 
recurrir al arbitrio de todos los empíricos: a los gritos. 

Lo que pedimos al gobierno es únicamente que obtenga 
del Congreso, con el carácter de urjente^ wjentísima, la 
sanción de cualquiera de los proyectos de protección pro^ 
visoria de los bosques que se presentaron en la pasada le- 
jislatura, i que en seguida envié una persona competente 
a estudiar en Francia i en Alemania la silvicultura práctica 
en sus diversas aplicaciones. No se han enviado aprendi- 



moso roble en la montaña de Ang^acliíllas. '^Un real!'' fué su contesta* 
cíon. I no hace muchos dias, viajando {>or his laderas do la Selva Negra 
que domina el Rhin, la gran artería fluvial de Europa, el postillón que 
me conducía me aseguraba que unos pobres troncos de pino que estaban 
cortados a lo largo del camino valían |>orlo menos 30 francos cada uno. 
Toda la cuestión en materia de esplotacion de bosques es el trasporte, es 
decir, los caminos. 



— 67 — 

i 

ees de pintores, de militares, de injenieros, de frailes? Pues 
con cien veces mayor razón envíese a Europa en comisión 
uno o dos jóvenes laboriosos e intelijentes, o, por lo me- 
nos, contrátese para que se traslade al país alguno de los 
treinta alumnos de la escuela de Nancy que cada año sa- 
len a vivir en los bosques con su sueldo miserable de 200 
a 300 francos. 

¿Quémenos puede pe(|irse? 

Confesamos que nodi^os mismos habíamos tenido la 
intención de hacer de esto el asunto de una sencilla moción 
lejislativa, aprovechando el lejítimo aunque pasajero entu- 
siasmo que despertó la última Esposicion nacional de 
agricultura. Pero en vista de una leve refleccion, desisti- 
mos. El congreso de Chile se habia convertido (permítase 
la espresion a uno que tiene la cabeza llena de bosques) en 
un verdadero almacigo de palabras. La cosecha debia ser 
pues adecuada, ballico, ortigas i un poco de trigo fallo: 
gransas para el pueblo, que hace seis años no ve aprobada 
una sola lei útil, un solo pensamiento fecundo. Por esto 
desistimos. 

Respecto de la Sociedad nacional de agriculturai* nues- 
tras pretensiones son todavía mas livianas. ¿ No conserva, 
alguno de sus honorables miembros, por via de milagroi 
algún estenso bosque que rozar? Pues nuestra peticiones 
la de que no lo roce. Que lo deje en pié algunos años toda- 
vía, protejiéndolo con todos los brazos de sus colegas con. 
tra algún intruso denuncio^ i que una vez conservado así, 
la sociedad de agricultura lo someta, a guisa de ensayo, a 
la sencillísima esplotacion, cuyos caracteres mas salientes 
hemos recordado, i aguarde la vuelta de unos pocos años 
para constatar sus resultados prácticos. 

Pero si ni aun esto es dable obtener, tenemos todavía 
un consejo que ofrecer a nuestros honorables colegas. Si 



y 
I 



— 68 — 

ya el hacha o el fuego de las talas ha arrebatado a sus 
campos todos sus árboles i si las máquinas de descepar han 
Hecho lo demás, adopte la sociedad un último arbitrio. Ha- 
ga el denuncio de un monte en el nombre del porvenir, i 
déjelo asi relegado en la falda de alguna montaña para las 
jeneraciones o los siglos venideros. 

I sin mas que esto, estamos persuadidos de que el que 
tal emprenda con el curso de los tiempos será declarado 
como Hartig en Alemania i Bremoñtel en Francia, un ver- 
dadero benefactor del pueblo. Este es nuestro consqo. 



XX. 



Tenemos nosotros un espiritual amigo que hoi habita en 
Paris i que en materia de consejos ha sostenido siempre la 
sabia máxima de que para que aquellos se reciban de buen 
grado, han de ser "la mitad en palabras i la mitad en pía- 
ta." Bien querría yo hacer el milagro de convertir mi con- 
sejo, en un "consejo de oro.'' Pero al menos cada cual paga 
en la moneda de que le es mas fácil disponer, i por mi par- 
te, a falta de plata, dejo pagada la mitad de mi consejo en 
tinta. 

Ahora, recíbanlo o nó mis paisanos, me quedará al me- 
nos la satisfacción de que no tendré jamas el derecho de 
cobrarles los intereses. 



RECUERDOS DE CÁDIZ. 



Cádiz, diciembre 14 de 1870. 



I. 



Como Sevilla guarda en suntuosas bóvedas los grandes 
recuerdos i los arcanos no menos preciosos de la América, 
asi Cádiz parece conservar en cada mansión, en cada mu- 
ro, en cada acera la estampa viva de famosos seres, hijos 
de aquella, i cuyo nombre corre ya enlazado a nuestra his- 
toria en sus mas prestijiosas pajinas. 

Era Cádiz , en la edad colonial, lo que son hoi Liverpool, 
Southampton, el Havre, Hamburgo, Burdeos, Lisboa, 
Amberes, todos los puertos en fin de lá Europa occidental 
reunidos, para los viajeros que doblando el Cabo de Hor- 
nos, hecho su testamento i confiada su alma a Dios i a las 
ánimas, osaban venir al Viejo Mundo en demanda de un 
gran litijio o de un oscuro pergamino. 

Pero tuvo también esta ciudad el para nosotros raro 
privilejio de haber dado albergue en horas de solemne 
trascendencia, si bien con suerte varia, a los espíritus mas 
levantados de nuestra rejeneracion política i civil. 



— 70 — 

Parécenos todavía, en efecto, ver al pasar por la peque- 
ña plaza de la Candelaria, en el centro de la ciudad, 
que asoma a los umbrales de la espléndida morada del 
conde del Maule, don Nicolás de la Cruz, un joven de Me- 
tro sanguíneo pero plácido i abierto, desaliñado el viejo i 
pobre traje, roto el calzado (histórico) i con la impresión 
del tedio i de la ira marcada en sus facciones, como si para 
él este pueblo, entonces tan bullicioso i opulento, fuera 
solo una cárcel. 

Llamábase ese mancebo Bernardo Riqudme^ el mismo 
que quince años mas tarde fuera un libertador esclarecido, 
bajo el nombre de Bernardo O'Higgins, pupilo entonces 
del magnate chileno arriba nombrado, que solo le dítba 
techo i sustento, a virtud de ríjidas instrucciones pater- 
nales. 

Su preclaro projenitor habia residido también en este 
pueblo hacía medio siglo, pobre i oscuro como él, para subir 
en seguida al mas alto trono de las Indias. 

En otra dirección muéstrase todavía la casa en que el 
infeliz jeneral Solano, acusado falsamente de traidor, fué 
despedazado por turbas enfurecidas (1808), a la vista de 
su propia guardia desarmada. Mandaba ésta un oficial de 
rostro atezado i mirada de águila que era a la sazón capi- 
tán, que un año mas tarde fué teniente coronel en los cam- 
pos de Bailen, i a la vuelta dedos lustros, jeneralísimo en 
los de Maipo, a las puertas de Santiago. ¿ Quién no ha re- 
conocido a San Martin? 

Por último, tal cual se mostraba entonces, sombrío, ais- 
lado, azotados todos sus muros por el mar, se ostenta aun 
el castillo de Santa Catalina, en cuyos calabozos un joven 
húsar espiaba los primeros destellos asomados a su frente 
de ese destino de gloria i libertad, de jénio i desvarios que 
terminaron en el patíbulo de Mendoza.. • 



— 71 — 

La sombra de don José Miguel Carrera parece vagar 
todavía, cautiva de una sospeclia, por las lóbregas galerías 
de liquella fortaleza. 

I 98Í, en un solo grupo casi contemporáneo, se presen- 
tan a nuestra memoria al primer golpe del recuerdo, las 
tres mas grandes figuras militares de nuestra emancipa- 
ción: O'Higgins, San Martin, Carrera! 

I no era esto obra del acaso, porque en los comienzos 
del presente siglo, Cádiz, antes que Buenos Aires i Santia- 
go, antes que Caracas i Quito, fué el lejano pero candente 
laboratorio de aquella trasformacion sublime cuya primera 
chispa prendió aqui para ir a iluminar nuestro cielo con 
lampos de eterna luz. Fué aqui donde Miranda reunió sus 
primeros adeptos, fué aquí donde se organizó la primera 
Iqjiaj de cuya obra tenebrosa pero audaz nació simultáneo 
en todo el Nuevo Mundo el año X. 

De aqui fué también de donde partieron, bajo la inspira- 
ción i el consejo de aquel hombre superior, el canónigo 
Fretes del Paraguai, el arjentino don Florencio Terrada, el 
guayaquilefio Bejárano, i don Bernardo O'Higgins, por fin, 
que liabiasido su reciente discípulo en loscolejios de Lon- 
dres. I ¡triste coincidencia! Aquel mismo hombre de tan 
grandes pensamientos, pero en cuya ejecución no supo 
mostrarse a la altura del jénio puesto a prueba, vino a es- 
piar jiqui su amor a la libertad, aherrojado, escarnecido co- 
mo un presidario, roido por el hambre i el desamparo en 
un húmedo pasadizo de la Carraca (el antiguo arsenal do 
Cádiz) en cuyo cementerio sus huesos fueron arrojados. 

El mártir de la revolución americana puso de esta suerte 
su cabeza sobre el ara que habia servido a la propaganda 
del apóstol... 

Cádiz está, pues, poblado de esas espirituales reminis- 
cencias que cautivan el alma a la materia, sea ésta una ro- 



— ya- 
ca perdida en el océano, sea la olvidada lápida de una se- 
pultura. I para Chile, en especial, su nombre está ligado 
tan íntimamente en el pasado, como lo está, por ejemplo, 
en el dia el del mas bello i el mas poderoso de sus puertos 
a su vida venidera. En otra parte hemos dicho que Cádiz 
fué durante el coloniaje el Valparaiso de aquel reino. 

Casi a su vista, en verdad, pereció peleando como un . 
héroe aquel marqués de Baldes, pacificador de Chile en el 
siglo XVII, i que viniendo de sus mares no consintió en 
rendir la nave que montaba a un enemigo superior en fuer- 
zas. I aqui también, al mando de un bote armado de un 
cañón, inició su carrera de gloria i de singular ventara 
otro marino cuya vida guardamos todavia no solo como un . 
recuerdo sino como un trofeo. En las aguas de Cádiz fué 
donde el almirante Blanco comenzó a aprender (durante 
el bloqueo de 1810) el uso del lanza-fuego a cuyo relámpa- 
go arrió mas tarde su bandera la María Isabel i su convoi. 
Aqui también tomó su asiento, al lado de Jovellanos i de 
Arguelles, el primer diputado de Chile don Joaquín Ferr 
nandez Leiva, que tuvo siquiera el mérito (insigne i hon- 
roso hoi dia) de ser un diputado mudo.... Al menos las 
actas de las cortes de 1811 consignan su nombre solo para 
apuntar su voto. 

I por qué desdeñaríamos en esta galería de memorias, 
que se presentan a nuestra pluma como por un efecto de 
miraje a medida que corre en el papel, ¿por qué desdeña- 
ríamos la del honrado patricio cuya mansión era el centro 
común de la escasa i privilejiada emigración chilena en 
aquellos años? Don Nicolás de la Cruz era, a la verdad, 
algo mas que im capitalista adocenado. Su pupilo don Ber- 
nardo O'Higgins le acusa en sus cartas infantiles de terco 
i "sicatero;" pero ¿qué estudiante en el mundo no encuen- 
tra tal en esa edad al arreglado tutor? 



4 



— 78 - 

Desde luego, el conde del Maule no era simplemente un 
mercader. Viajaba, i escribia su impresiones; i de éstas na- 
da menos nos dejó quince voliimenes. Estudiaba i traducía 
a Molina, cuya edición española hizo a su costa. Hombre de 
injente caudal, no lo invertia todo en añil i en azúcar mos- 
cobada, pues fué un decidido protector de las artes, al mé- 

* 

nos como guardoso de sus mejores obras. Su casa (la que 
es hoi Banco de Cádiz ^ 12, plaza de la Candelaria) era un 
palacio, i este palacio era un museo. Habia traido de Ita- 
lia i acumulado en España la mejor galería de pinturas 
que a lá Fazon existia en Cádiz. Su biblioteca i su moneta- 
rio no tenian tampoco rival en este pueblo, con la circuns- 
tancia, no indigna de consignarse, que el mayor número 
■ de sus libros eran obras en francés i en italiano. Fuera del 
abate Molina^ ¿ habia ent/5nces en todo el orbe seis chilenos 
capaces de darse ese raro lujo? 

Existe todavía, ya octojenario, el paciente cajista (don 
Manuel Bosch) que compuso los volúmenes del conde, mas 
numerosos que las arenas del mar, i recuerda aun, como si 
fuera hoi, cuando entre enormes rumas de barbas de cobre 
(que era entonces el comercio de los Cru?, don Juan Ma- 
nuel, don Vicente i el conde) iba cada mañana a correjir 
las itídijestas pruebas. Recuerda también el anciano tipó- 
grafo onán suntuoso era el memye del procer del Maule, su 
cortesanía en los saludos, ¿ i por qué no decirlo también en 
abono de la infantil veracidad de nuestro mas ilustre liber- 
tador? su supina mezquindad. Otro tanto aparece de las 
cartas que escribió al abate Molina cuando éste con su can- 
dor de ánjel le habló de anticiparle el valor de su pasaje a 
Chile. 

La memoria del cajista gaditano respecto del conde chi- 
leno no alcanza, empero, sino hasta el año de 1823, en que 
se le vio parapetarse tras de una trinchera fabricada ^n la 



^ "s 



a: 



— 74 - 

puerta de su casa, contra las bombas de los franceses de 
Angulema. Debió morir [)oco después, i su inmensa fortu- 
na se la comió a dos carrillos su hijo político Aimerich 
(cuyo padre fué jeneral de América i gobernador de Cádiz) 
pues el conde se casó ya viejo i tuvo solo una heredera. 

Entre las numerosas fincas que poseyó don Nicolás en 
Cádiz nótase todavia en la calle de Doblones (llamada asi 
talvez por los que él tenia i es sin duda la que el ingles 
Ford llamó calle del conde del Maule) ima casa, el núm. 18, 
cuya portada es tan grande como las de Santiago i que por 
tener una Ci'uz esculpida en su moldura parecería haber 
sido edificada por aquel a principios de este siglo o fines 
del pasado. 

Esto es cuanto hemos podido indagar en este pueblo 
olvidadizo sobre la persona del traductor de Molina. En 
cuanto a sus ideas, si bien fué siempre un acrisolado espa- 
ñol, un verdadero godo (causa talvez del poco interés con 
que hasta aquí su nombre ha sido mirado por nosotros) 
basta leer las pajinas de sus Viajes que ha consagrado a 
dilucidar sus teorías comerciales, para darse cuenta de que 
no solo era un hombre ilustrado, en su época, sino un es- 
píritu liberal i adelantado en todo, menos en la bolsa. Aho- 
ra por lo que respecta a su godismo^ no nos parece que fue- 
ra* del carácter hidrofóbico que solian t^ner las animosida- 
des de los americanos peninsulares en esos aflos. Al menos 
en una colección de cartas que de él tenemos, dirijidas al 
abate Molina desde 1814 a 17, cuando aquel meditaba su 
regreso a Chile, no se nota ninguna frase destempleda, i sí 
solo el cristiano deseo de que cesasen aquellas turbu- 
lencias. 

Fué también en Cádiz (cuando Cádiz era el Paris de los 
chilenos) donde ocurrió el lance de aquel paisano nuestro, 
a quien habiéndole cabido únicamente decir en una come- 



;v 



— 76 — 

dia de aficionados estas solas palabras que completaban un 
verso — Aquí las luces están!, olvidóse el infeliz de su papel 
al punto de que entrando trémulo en la escena solo atinó 
a decir — Aqui están las dos velas... ¡1 otros chilenos euro- 
peos que sin ser en comedias ni en cosas de por ver las han 
dicho tales i tan grandes ! 

Todo en Cádiz recuerda a las Indias, i de tal manera, 
que así como se ha dicho que el África comienza en los Piri- 
neos, asi podría decirse que la Améríca colonial comenzaba 
en el muelle de piedras de aquel puerto. Desde allí la es- 
tatua del patrón de ellas (San Francisco Javier) erijida so- 
bre una columna en 1735, parece bendecirlas a través de 
los mares. 

Pero aun en la edad presente, Cádiz ha querido guardar 
una pajina siquiera de la vida de aquellos famosos puertos 
del Mar del Sur que durante un siglo cabal (1718 — 1820) 
fueron los tributarios de su opulencia. En una pequeña 
plaza de forma lonjitudinal i sombreada de árboles que se 
ve no lejos de la playa del gran océano i que antes llamá- 
base Plaza de la Cruz de la Ve7*dad, léese en efecto escul- 
pida en mármol la siguiente inscripción: — "En honorífico 
recuerdo de las glaiHas de la Escuadra Española en el Pa- 
cífico se acordó por el Municipio dar a esta plaza el nom- 
bre de Méndez Nuñez — ^junio 15 de 1866." 

Dijimos que esta plaza se llamaba antes de la Cruz de la 
Verdad, i por tanto es preciso convenir que la alteración 
que han hecho en su nombre los crédulos gaditanos no es 
del todo desautorizada, pues ¿cuándo fué mejor crucificada 
la verdad? 

Tal es Cádiz histórico i americano. 



— 76 — 



II. 



Demos ahora un corto paseo por la ciudad moderna i es- 
pañola rancia (linico carácter que hoi le queda), i entien- 
da el lector que si benévolo nos sigue, no ha de fatigarle 
con esceso la jornada, porque de continuo i a paso de hom- 
bre que medita o que se aburre, le solemos dar una vuel- 
ta completa en hora i cuarto, por reloj. 

Cádiz, la que el dulce Anacreonte llamó la bienaventu- 
rada^ Estando el descanso del sol i nuestro compatriota 
Cruz la Alejandría de occidente^ se halla, como la esperanza 
humana, situada en la estremidad de una roca i rodeada 
por las olas i las tempestades. Es por esto una ciudad ro- 
mántica, como son todas las cosas del mar; pero es tam- 
bién tristísima, como las cosas que carecen de salida. 
Tiene en verdad su planta la forma de un embudo, 
cuya parte mas angosta fuera la puerta de tierra^ que 
abriéndose sobre la dilatadísima calzada de San Fernando^ 
sirve de entrada i salida a todo lo que va i viene del conti- 
nente. Cerrada la puerta de tierra^ Cádiz es una cárcel o un 
embudo del cual no hai mas posible salida que echarse 
al agua.... 

Por lo demás, es una ciudad hermosa, admirablemente 
edificada, con calles rectas, con casas elevadísimas, un pa- 
vimiento como no lo tiene ninguna otra ciudad de Europa 
i que recuerda el admirable de Puebla de los Anjeles en 
Méjico, con alamedas, jardines, malecones espaciosos sobre 
el mar en todo su circuito, i por fin, una docena de plazas, 
algunas en miniatura i otras que, como la de San Antonio 
i la de 3íina, con sus cúpulas azules i su suelo de bruñido 
basalto, traen a la memoria la de San Marcos de Venecia, 



— 77-^ 

de la que Napoleón dijo era digna de tener por techumbre 
el eielo. En su aspecto jeneral i como golpe de vista, Cá- 
diz ofrece un espetáculo sumamente agradable, imájen a la 
vez de Montevideo i de Lima, de aquel por la estrechez i 
elevación de sus calles, de la última por sus balcones vo- 
lados de rail formas i de mil colores, i siempre defendidos 
por moriscas celosías. 

I a pesar de todo esto i de su coquetería arquitectónica, 
Cádiz es tan diminuto, que cabria desahogado en el recin- 
to de nuestro Campo de Marte, i aun le quedaría espa- 
cio para una línea de playa en torno de su grandiosa 
bahia. 

Cádiz, estrechado por las olas, ha crecido solo para arri- 
ba; i visto desde la distancia con sus altísimas casas de azo- 
tea, que corona casi sin escepcion un mirador de forma ca- 
prichosa, podria compararse a una ninfa del mar, que, 
sorprendida en su baño, deja flotar al viento sus vestiduras 
i su húmeda cabellera. 

Hacia cualquier rumbo que la ciudad vuelva su frente 
ha de vérsela sumerjida en el agua. 

"Navio de piedra" la llama por esto un célebre novelis- 
ta andaluz. 

Por esto, asi como a Washington, por su absurdo, pre- 
tencioso e inmenso plano, se la ha llamado la "ciudad de 
las grandes distancias,'' a Cádiz sin figura se le podria de- 
nominar la "ciudad de los jemes," porque sus mas dilata- 
das líneas de proyección podrían irse midiendo con la pal- 
ma de la mano o la de los pies. • 

£s en esta parte una residencia sumamente cómoda (si 
bien inmensamente triste^ para quien llega de los eternos 
laberintos de Paris, de Londres i aun de los de Córdova i 
Sevilla, en las calles de cuyas últimas, parecidas al hilo de 
un volantin después de la chañadura, suele suceder que se 



— 78 — 

vuelve al punto de partida creyendo marchar hacia el 
opuesto. 

Tal, por ejemplo, ha de acontecerle al que recorra la calle 
de los Siete Rincones (sic) en la primera de estas dos ciu- 
dades i en la de las Siete Revueltas de la segunda. Cádiz, 
por el contrario, no solo está tirada a cordel, sino que en 
ella, a cualquier parte que uno desea acercarse, no se va, 
sino que se llega. Todo está a tantos trancos, como en San- 
tiago decimos a tantas cuadras i en Londres a tantas le- 
guas. 

Se nos figura por esto que la ciudad toda qs una sola 
casa; i cuando uno la recorre, parécele ir atravesando pa- 
trios, corredores i pasadizos, i de tal manera, que cuando 
se ha llegado a los arrabales, figúrase uno hallarse en el 
lavadero 

Las casas son de cinco i seis pisos, sin contar el mira^ 
dovj que casi a ninguna hace falta; pero, como las de Sevi- 
lla, tienen irremediablemente zaguán en un patio pequeño 
i encantador, porque éste es casi siempre de mármol i está 
adornado de macetones, flores o plantas tropicales. Estos 
patios son los salones de los gaditanos en el verano, por- 
que los cubren en alto con un telón i allí pasan i reciben 
todo el dia. En el invierno son sus jardines. 

Las plantas preferidas son los plátanos i los cactus, cu- 
yos liltimos se tienen en tal estimación, que la pieza cen- 
tral del palacio de San Telmo en Sevilla, restaurada con 
esquisito lujo por su propietario el duque de Montpensier, 
es un enorme quisco bruto como los que hai por millones 
de millones en nuestros cerros. 

Cádiz tiene otra belleza mas: la de la noche, porque ade- 
mas del cielo diáfano que le regala su vecindad del África, 
de la que no dista treinta leguas, es la ciudad de Europa 
mejor iluminada que conozco. Sus innumerables faroles de 



— 79 — 

gas se reflejan en las bruñidas paredes de los edificios, en 
sus celosias frescamente pintadas i hasta en el granito de 
sus compactos adoquines i aceras. 

Otro atractivo peculiar de esta roca del océano es el silen- 
cio. En el Cádiz moderno se siente solo en una hora, i disemi- 
nado por todas sus calles, el bullicio que atolondra a Valpa- 
raíso desde que el cañón de San Antonio anuncia el alba. 
Después de esa hora, como no ruedan coches sino por aca- 
so, ni carretones sino por escepcion, solo se escucha el 
arrullo de las olas que azotan el espeso malecón de cal i 
ladrillo que sirve de orla a toda la ciudad. Cádiz por el 
oido. es la Venecia del Atlántico, como por su vista pare- 
cería, según dijimos, el elegante consorcio de Lima i de 
Montevideo. 

III. 

Hai otra peculiaridad de Cádiz que no podríamos omitir 
en esta carta esencialmente casera, pues tenemos dicho que 
Cádiz es una casa: tales son sus didcerías^ superiores en 
mucho a las afamadas de Sevilla, i a las que solo le aven- 
tajan una o dos de Madrid. Cada cien pasos, en cualquiera 
dirección que se marche, ha de haber por lo menos una de 
éstas, que aquí llaman conjiterias i que un amigo de mi ni- 
ñez llamaba simplemente tentaciones, por lo que, en cada 
ocasión que pasaba por su puerta, habia de cerrar los ojos 
i preguntarnos : ¿pasamos? para volver a abrirlos cuando 
ya el ambiente de los '^alfajores calientitos" se hubiese 
evaporado. . . 

No ostentan estos puestos ninguna pretensión esterior 
como los de Paris, en que todo es cristales, mármoles i 
cartuchos recamados de oro. Aquí el rei i el juez es el ol- 
fato. Sendas canastas i bandejas sobre un mostrador, i lúe- 



-80- 

go el taller, las mesas, el uslero i los hornos tflhM^centes 
por una vidriera, en la pieza vecina; he aquí todo^ mena- 
je de estas tentaciones gaditanas. 

Las que mas se consumen son \oñ. merengues. Estos son 
baratísimos; porque siendo tres veces mas grandes que los 
de la Antonina^ valen cada uno dos cuartos^ o sea el centa- 
vo de Chile. Asi, la diaria devoracion parece fabulosa. Ca- 
nasta por canasta los van sacando del horno, i asi se van 
acabando sin llegar a enfriarse . Como en Lima los tama-' 
les i en Chile las hwnitas, el merengue es aquí el bocado 
menudo del pobre, i por esto es curioso ver como van en- 
trando aquellos a las confiterías, cual camino de hormigas,, 
i arrojando cada cual un cobre en el platillo, engullen la 
blanda pasta i luego la bañan con un colmado vaso, de los 
que hai al menos media docena siempre rebosando. Tras 
el mostrador se ve una inmensa tina de agua destilada pa- 
ra surtirlos. 

Después de los merengues, lo que mas abunda son los 
camotes pasados en almíbar, mui abundantes en España^ 
con el nombre de batatas de Malaga. Los sirven calientes, 
como los primeros, pero su consumo es mucho mas limi- 
tado, .porque su precio es desproporcionadamente capricho- 
so, como lo es por lo regalar todo lo que concierne a su 
nombre i a su índole.... 

He visto tambieiL algunos tristes huevos-chimbos, porque 
aunque se ha contado que el oidor de Chile, Basso i Berri 
dio la receta de ellos a Fernando VII, debió este Vitelio 
amasado en Calígula morir con el secreto, pues lo hacen 
hoi sin almendras a caballo, que es lo que constituye el 
chimbeo del manjar, desde que chimbo en indio quiere decir 
"ir a caballo"'. Tampoco hacen hojarascas ni coronillas, 
bien que a nosotros no nos hagan falta las primeras (sobre 
todo con figura humana) i en cuanto a las últimas, don 



— 81 — 

Juan P9tn ha fabricado no pocas en estos liltimos dos 
años Por una de ellas, nada menos, están revolcándo- 
se en un charco de saugre desde hace seis meses, alemanes 
i franceses. 

Es cosa también curiosa que aquí no se conozca el alfu' 
jor en la pasta que nosotros le gustamos, pues su forma i 
su composición parece haber huido con sus introductores 
los árabes, autores en España de todo lo que significa pro- 
greso, comodidad i manjares, desde la "almohada" hasta el 
"almofrej,'' desde el "almud" al "almirez." 

También nos ha llamado la atención, i esto no solo en 
Cádiz sino en toda la pastoril Andalucía, la suma escasez 
de leche i de sus industrias. No se come ni se conoce aquí, 
ni en Sevilla, ni en Córdoba otra mantequilla que la salada 
inglesa que usan los vapores del Pacífico (que con su pan 
se la coman) i que aquí llaman mantequilla de Flandes. En 
Madrid mismo, como por regalo, se obtiene una nata insí- 
pida, pero blanca, fabricada en Asturias, único punto de to- 
da la Península en que se ejerce tan sencilla industria. En 
cuanto a la leche de consumo diario, la traen a Cádiz por 
mar de varios puntos déla costa; pero, como cosa que vie- 
;ne por agua, llega a las tazas con unos bautizos verdadera- 
mente impios. Contra esta penuria no queda otro recurso 
en la ciudad que las cabras, cuyos rebaños pasan por las 
calles i malecones devorando cascaras i basuras. De esta 
suerte en ciertas horas del dia, Cádiz parece una caprera^ 
como la que sirve de trono al libertador de Italia. 



IV. 



Tal es Cádiz como ciudad. Como bahia es espléndida, 
con la pintoresca particularidad de que los buques, cuando 
entran en demanda de su fondeadero o salen al océano, pa- 

MISC. TOMO III, 6 



— 82 — 

san aquella en revista desde el faro a la puerta de tierra pa- 
ra irse a estramuros, o como si dijéramos, en medio del 
campo, quedando el puerto a espaldas del apiílado caserío. 
Desde nuestro balcón de la Alameda de Apodaca estamos 
vieiido pasar hora por hora la flotilla de lanchas i goleti- 
llas que navegan el cabotaje, i que salen i entran por el 
mismo rumbo de los antiguos galeones i navios de rejistro. 
Uno o dos vapores de remolque o costaneros suelen cruzar 
también escoltando a aquellas, que a esto ha quedado re- 
ducido el poder marítimo de la nación que echó a las tem- 
pestades "la grande annada.^^ 

La decadencia de Cádiz es visible i lastimosa. Aquella 
humilde caleta de pescadores delante de cuyas chozas lar- 
gaban los galeones del Cabo de Hornos su cansada cadena, 
para pedir víveres con un cañonazo insolente, hoi ha reco- 
jido en esos mares electro que su antigua señora ha per- 
dido en los de esta parte del mundo, siendo de notar que 
Cádiz i Valparaíso ofrecen una situación jeográfica i mer- 
cantil de notable semejanza, pues ambas están situadas a 
la puerta de un vasto continente, después de un cabo i de 
un estrecho que da acceso a otro mar. I cuánto han cam- 
biado los tiempos! Presentación auténtica hemos visto de 
un simple capitán de infantería relegado en la guarnición 
de esta plaza de guerra, que de rodillas pedia al rei, hace de 
ello apenas un siglo, revocase su nombramiento de gober- 
nador de Valparaíso, donde entonces no habia sino un 
"castillo arruinado por temblores." ¿Qué capitán de Es- 
paña no querría hoi gobernar esos escombros ? 

Como Sevilla, perdida en los recodos de un rio, debió su 
opulencia al monopolio de las Jlotas de ludias, asi Cádiz 
inauguró su reino en el ancho mar con los navios de rejis" 
tro en 1718, llegando al colmo de su prosperidad con el co- 
mercio libre en 1783. 



— 83 — 

Según Adolfo de Castro, actual secretario del ayunta- 
miento de Cádiz i su mas acreditado historiador (porque 
es preciso decir aqui que cada uno de estos pueblos de la 
bahía de Cádiz: Rota, Jerez, Chiclana, Medina Sidonia, 
etc., tienen cada uno no solo una historia sino muchas, i 
la primera al menos una docena) entraron en oro i plata a 
Cádiz 15 millones de pesos en 1732, i cuarenta años des- 
pués (1776) llegaba el doble, o sea 30 millones. 

Todo esto venia de Indias en los navios de Rejistro. 

El comercio libre^ que fué la tercera faz del tráfico de 
América con la madre patria después de \^ flotas i rqü" 
tj'oSj duplicó estos mismos valores en diez afíos. Cuenta 
nuestro paisano don Nicolás de la Cruz, opulento consig- 
natario a la sazón en Cádiz, que en 1784 entraron en la 
plaza 55 millones i medio de pesos tan solo en oro i plata, 
lo que llevó a Cádiz al colmo de su apojeo, convirtiéndolo 
en el primer mercado monetario del mundo. Pero de ese 
esceso súbito i mal equilibrado de prosperidad arrancó 
también su decadencia, porque sucedió a sus mercaderes 
con los fardos lo que a nuestros hacendados con los cos- 
tales. Creyeron que aquellos no necesitaban para trocarse 
en talegas sino el ser embarcados, i asi remitieron, por 
ejemplo, a Lima, cuya internación estaba tasada en seis 
millones de pesos anuales, mercaderías por valor de trein- 
ta! seis millones. Tuvo esto lugar en 1786, i el resultado 
fué de tan grande estancamiento, que en el siguiente exis- 
tian paralizados en los almacenes de la aduana de Cádiz 
40 millones de pesos en mercaderías i otros 40 en los de 
los particulares. De aquí las famosas quiebras de Cádiz^ 
que subieron a mas de 20 millones, i de aquí también el 
que nuestros paisanos sacaran sus necesidades corpóreas 
de mal año. El de 1786 fué el (cafio magnoD de nuestras 
damas, que cambiaron las bayetas de Castilla por los bro- 



— 84 — 



cados de Sevilla i Murcia, al paso que entro nuestros abue- 
loSy hasta los mestros de escuela se tercialian con ampuloso 
orgullo la capa del rico pa&o de Segovia. 



V. 



Lo que es hoi, Cádiz mira con tristeza las ruinas de su 
grandioso pasado en las olas que azotan sus desiertos mu- 
ros, como antes le trajeraii raudales de oro. El barrio de 
San Carlos, construido a mediados del pasado siglo, yace 
hoi desierto, con sus vastos almacenes convertidos en cua- 
dras o en talleres de nimias. industrias. Su surjidero recibe 
apenas un centenar de cascos de cabotaje, mientras que los 
mástiles de las naves de alto bordo se divisan por entre 
los pigmeos de aquellos como las raras encinas que el 
hacha del leñador suele dejar de pié en la tala de los bos- 
ques. 

No tenemos ala vista ninguna hoja estadística. Pero un 
solo hecho pondrá en evidencia tan colosal decrepitud. 
Siendo España una nación de 16.000,000 de habitantes i 
Cádiz una de las puertas principales para entrar o salir de 
su territorio, solo parte de la liltima un tren de pasajeros 
hacia el interior, i esto en las altas horas de la noche. Este 
tren, que sale de Cádiz a las cinco de la mafiana, llega a 
Sevilla a las diez, a Córdoba a la una i solo penetra en Ma- 
drid a la madrugada siguiente, después de recorrer en lo 
mas fríjido de la noche las gargantas de la Sierra Morena 
i las interminables llanuras de la helada Mancha. Anoche, 
el tren correo ha llegado de Madrid con nueve horas de 
atraso, atajado por las nieves. 

Ocúrresenos en esta parte que talvez va a causar enojo 
a algún español amigo esta lijera crítica carrilana; pero 
acaso deberá deponerlo cuando oiga la declaración sincera 



— 85 — 

que aquí hacemos, de habernos admirado de los grandes 
progresos que en estos diez últimos aflos ha hecho la Pe- 
nínsula en la construcción de sus vías férreas. Consuélelo 
también, si mas no sea por vía de represalias, la lectura 
del siguiente parraíito con que el señor don José Jil i 
Montaña da cuenta en su Historia de los ferrocan^les^ pu- 
blicada en Barcelona en 1866, de lo que eran los de Chile 
hasta esa fecha. Dice así : 

cChile tiene hace años en esplotacion la corta línea de 
Santiago a Yalparaiso, lonjitud 49 kilómetros^ cuya estación 
destruyeron los fuegos de la escuadra española en el «bom- 
bardeo que últimamente se vio obligada a hacer sobre 
aquella ciudad. 

(tHace tiempo que se formó otra compañía para construir 
un ferrocarril entre la capital i la ciudad de Jolea (sic), 
situada al sur sobre el rio Merlo (sic), i cuya estension se- 
gún el proyecto era de 220 kilómetros.» 

I con esto damos hoi punto a nuestra accidentada escur- 
sion por Cádiz, que si el lector se siente fatigado, no lo es- 
tá menos el viajero. 



DISCURSO. 

PRONUNCIADO EN LA CÁMARA DE DIPUTADOS EL 2 DK 

NOVIEMBRE DE 1867 SOBRE EL VERDADERO CARÁCTER 

DE LA GUERRA CHILENO-EVPASOLA. 



Ya que está de Dios que en todos estos debates sobre la 
guerra haya de salir a la palestra el nombre del ex-ajente 
confidencial de Chile en los Estados-Unidos, me será per- 
mitido hacer algunas observaciones ni discurso que acaba 
de pronunciar el Honorable Diputado por Copiapó, espe- 
cialmente acerca de las alusiones personales que en él ha 
hecho. 

Ha dicho Su Señoría que los buques que yo traje de Es- 
tados-Unidos eran malos. Esta es la costumbre de Su Se- 
ñoría. Pero olvida Su Señoría que cuando esos buques se 
adquirieron, el gobierno estaba comprando a precio de oro 
el Antonio Varas^ buque carbonero, que garantizaba en mas 
de cien mil pesos el uso del Paquete de Maulen vapor de 
barra, i usaba en servicios de guerra al Independencia^ re- 
molcador de bahía. Olvida Su Sc^ñoría que entonces se pa- 
gaba a un subido precio (20 ooO,(K)0 pesos mensuales) el 
servicio do los pocos baniuichuelcs dg va[>or que se encon- 
traban en nuestras (*oRtas. Por último, olvida que esos bu- 
ques vcnian cargados do cañones para nuestra defensa. 



— 88 — 

Pero sobre esto de buques no quiero seguir hablando. 
Dos gruesos volúmenes que en pocos dias mas estarán a 
disposición del público me cuesta ya el defenderlos. 

Sin embargo, debo confesar que no sabría decir si estoi 
mas contento con que los encuentren malos que si les hu- 
bieran parecido formidables. El Dunderberg era en verdad 
el máximum de todo lo terrible que podíamos haber traido. 
Ahora bien, acabo de leer en un diario de Paris, que los 
franceses están descontentos con él, i que es preciso recons- 
truirlo. Ahora ¿qué habrían dicho los chilenos si yo les 
hubiese enviado ese buque comprado en tres millones i cu- 
yo gasto de conservación anual habría sido talvez de otro 
millón? — Habrían dicho que esa habria sido una impruden- 
cia, una estralimitacion de facultades i me habrían abru- 
mado con acusaciones. Estoi, pues, mas contento con que 
los encuentren simplemente malos. 

Respecto de lo que ha dicho el Honorable señor Gallo 
con relación al Idaho^ no hai contradicción de ningún jé- 
ñero entre mis recomendaciones i mis censuras del buque, 
como voi a demostrarlo. 

Cuando llegué a Estados-Unidos estaba este buque en 
construcción. Su dueño el señor Forbes, me llevó a verlo 
i me hizo presente que se estaba construyendo bajo un 
nuevo sistema, que iba a introducir una revolución en e^ 
mundo mecánico. Yo le dije: "Apure usted los trabajos, 
i veremos si con las remesas de dinero que me hagan, po- 
demos entrar en algún arreglo simplemente.*' 

Al fin el buque se sometió a la prueba. Como era natu- 
ral, desde que se hablaba de un nuevo principio en maquina- 
ria, habia mucha escitacion en los círculos navales de Nue- 
va York. El buque tenia una apariencia tentadora, por- 
que en realidad era hermosísimo. Sus mástiles eran de una 
altura oístraordiiiacia ; su fuerza poderosa; en upa palabra, 



— so- 
por su aspecto era un buque de primer orden. En estas cir- 
cunstancias escribí al señor Encargado de Negocios en 
Washington, indicándole que era menester hacer los mayo- 
res sacrificios para adquirir este buque, porque creia en esa 
época que su adquisición era inmensamente valiosa; i yo 
mismo estaba dispuesto a embarcarme en él. 

Después de haberlo probado entre Sandy-Hook i la bo- 
ca del Delaware, resultó que la máquina estaba construida 
por un principio equivocado, que era sumamente complica- 
da i que el andar del buque no pasaba de ocho i media mi- 
llas. 

No contento con estas noticias, me fui al arsenal, i me 
acerqué al capitán que mandaba el buque, el célebre Wor- 
den. Después de haber hablado largamente, supe que, a 
juicio de él i de otras personas, el buque era mui distinto 
de lo que al principio se creia; que le faltaba poder a la 
máquina; que era, en fin, como se decía, un verdadero chas- 
cOy i que siendo la maquinaria mui complicada, una vez ro- 
ta una pieza seria mui difícil componerla, a no ser por el 
mismo injeniero que la habia hecho i en arsenales a propó- 
sito que nosotros no tenemos. 

Todos estos antecedentes me hicieron, como era natu- 
ral, formar una idea enteramente contraria a la que habia 
concebido al principio, hasta convencerme de que bajo nin- 
gún aspecto convenia la adquisición de este buque. 

La relación minuciosa qne he hecho respecto del IJaho^ 
creo habrá convencido al Honorable señor Diputado por 
Copiapó de que no hai contradicción alguna entre mis re- 
comendaciones i censuras respecto de este buque. 

I a propósito de la prisa con que el honorable preopi- 
nante habría deseado ver en nuestras aguas una poderosa 
escuadra chilena, permítame la Cámara recordarlo dos he- 
chos históricos recientes. líl primero es el (jue los listados- 



— 90 — 

Unidos vieron pasar un año después de rotas las hostilida- 
des con el sur para poder presentar a la rebelión un com-r 
bate naval. Es el segundo que, al estallar la guerra civil, 
el punto objetivo de los partidos contendientes estaba en el 
fuerte Sumter donde el Gobierno tenia su bandera i su po- 
der. Pues bien, apesar de esto, el Gobierno no pudo, no 
tuvo elementos con que socorrer ese fuerte i fué bombar- 
deado i tomado por' Beauregard. I si los Estados-Unidos 
en sus playas, en su propia casa, no pudieron evitar el bom- 
bardeo de sus propias fortalezas, ¿cómo hacer cargos al 
Gobierno de Chile porque no tenia medios para impedir el 
de Valparaíso seis meses después de comenzada la guerra 
i a tres mil leguas de distancia de todo recurso posible? 

I entiéndase, señor, que yo no me presento aquí como 
defensor del Gobierno. Nada menos que eso. Soi indepen- 
diente porque nací tal, i toda la vida lo he sido. En mu- 
chas cosas no he participado de la opinión del Gobierno, i 
lo he censurado con franqueza comenzando por decir mi 
juicio a los mismos hombres cuyos errores no aceptaba. 
Respecto de esta misma guerra soi el primero en confesar 
que el Gobierno no la ha hecho conforme a mis ideas pro- 
pias i según los impulsos a que yo habria obedecido, según 
mi carácter i mi corazón. Pero con la misma franqueza de- 
claro que en mi conciencia el Gobierno ha hecho la guerra 
enteramente al sabor del pais i que éste está mui contento 
de que así haya sucedido. 

I a este propósito, i mientras escuchaba el notable dis- 
curso del Honorable señor Di]>iitad() por Copiapó, el indi- 
ferentismo glacial de la (--amara me confirmaba en uiiaob- 
servíicionque ya antes habia hecho sobre el juicio público de 
esa guerra, i es la de quo ésta ya es una cosa muerta, de otros 
tiempos, de la que gusta el público (XMiparse como del cadá- 
ver de Maximiliano o del suicidio de Pareja. I digo esto 



— 91 — 

porque el Honorable señor Diputado por Copiapó tiene de- 
recho para ser oído con interés en este recinto; 1.** porque 
tiene antecedentes para ello, i 2.° porque el lenguaje que 
suele usar para con sus colegas es bastante vivo para des- 
pertar sus susceptibilidades. 

En la última sesión, el Honorable señor Ministro de la 
Guerra rompió el velo de los misterios en esta cuestión tan 
reservada de la guerra. I me congratulo de ello, porque si 
yo manifiesto todo mi pensamiento no se dirá que es indis- 
creción mia, porque como Dios me dio la lengua para mi 
corazón, nsi como a mis paisanos para su negocio, no ha 
faltado quien llame indiscreción mi franqueza. Hace pocos 
dias, decia a uno de mis colegas de esta Cámara i de la Uni- 
versidad, que estábamos cambiando los papeles, pues ya la 
guerra solo daba materia para un tema universitario, pero 
no ptura polémicas, interpelaciones, etc., etc. Yo a lo menos 
he dado el ejemplo con dos volúmenes (Risas) 

De todos modos, señores, si la guerra vuelve, será pre- 
ciso dividirla en guerra nueva i en guerra vieja, así 
como nuestros abuelos dividieron las épocas separadas 
por la guerra de la Independa en pat)ña vi^a i patria 
nueva. 

Voi, pues, a entrar en el fondo, ya no vedado, de est a 
guerra de otro tiempo. Pero antes se me permitirá lamen- 
tar que el Honorable señor Diputado por Copiapó haya 
invocado en este recinto el nombre del traidor Pezet. Tal 
nombre se ha hecho el emblema del vilipendio en la Amé- 
rica; i me duele, señor, que la voz do un chileno lo profiera 
como una comparación arrojada al rostro del Gobierno de 
Chile. Testigo de los supremos esfuerzos, (esfuerzos mora- 
les, es verdad, porque otros no le era dable hacer) del Go- 
bierno, para llevar la guerra a un fin glorioso, baria 
traición a mi deber i a mi conciencia si consintiera en no 



— 02 — 

rechazar tan cruel injusticia inferida a su indisputable, a su 
noble patriotismo. 

Entro, pues, en el fondo de la cuestión de guerra para 
probar lo que antes dije que, si el Gobierno no babia hecho 
la guerra a mi gusto ni al do los Honorables señores Dipu- 
tados de la izquierda, lo habia hecho mui al gusto del pais. 

Para llegar a este resultado desarrollaré algunas apre- 
ciaciones un tanto filosóficas. 

En 1865, habia llegado Chile al apojeo de uno de los 
mas grandes ensayos que ajitan a las sociedades modernas: 
el ensayo del crédito. 

£1 pais estaba apasionado de su éxito. En todas partes 
surjian instituciones de créditos. Dos jóvenes oscuros que, 
me consta, siguieron un litijio en Londres para que un de- 
positario infiel les devolviera unas cien libras esterlinas, 
único recurso que tenian para pagar su pasaje a Qhile, 
fundaron una institución de crédito que en poco tienapo 
contó diez o doce millones de capital. Me refiero al "Por- 
venir de las Familias". Otro especulador particular acu- 
mulaba una fortuna colosal con los solos recursos del cré- 
dito individual. — La Caja Hipotecaria vendia con elevados 
premios sus billetes. — Se creaba dos meses antes de la 
guerra el Banco Nacional, i habia una verdadera puja por 
disputarse la repartición de sus diez millones. Habia un 
hecho mas característico. Innumerables casas de prendas, 
el banco del pobre, invadían todas las ciudades de Chile. 
En fin, no se hablaba sino de bancos, de industria, de fer- 
rocarriles, de privilejios esclusivos; i esta misma Cámara 
se veia obligada a consagrar al menos una sesión por sema- 
na al despacho de ese jénero de asuntos. 

En estas mismas circunstancias se presentó de improvi- 
so Pareja. 

¿ I qué sucedió ? 



— 93 — 

Para espresar en esta parte mí pensamiento en todo su 
alcance me será permitido recordar, comparar i sobre todo 
definir esta guerra i las otras guerras que ba sostenido la 
República. 

¿Cuál fué, en verdad, el carácter de la guerra de la In- 
dependencia? — El de una repulsión del enemigo que inva- 
día nuestro suelo. — ¿I qué necesitó el pais i el Gobierno 
para llevarla aun término grandioso? ¿Necesitó solda- 
dos? — Pues los tuvo i de tal manera que el Jeneral Carre- 
ra, un mes después de haber desembarcado el primer Pa- 
reja en San Vicente, llegaba a Talca con doce mil hombres 
de los que tuvo que devolver, a sus casas, cinco mil. ¿Ne- 
cesitaba oficiales ? — Pues la juventud de la República en 
masa se ciñó la espada. £n Cliillan moria un Q-amero; en 
Talca otro noble hermano suyo; en San Carlos, Cruz; en 
fin, cada batalla de la República era el luto de una de nues- 
tras familias patricias. — -¿Necesitaba vestuario? — Lo co- 
sían las matronas i sus hijas. — Necesitaba dinero ? — Cons- 
ta del diario del Jeneral Carrera que en los ocho meses 
que mandó el ejército, el soldado fué pagado de su prest 
integro de diez pesos sin que se viera obligado a pelear 
con poncho í sin zapatos, como se cree por el vulgo = 
555,000 pesos se enviaron al ejército en esos ocho meses. 
I tengo frescos esos recuerdos, pues estoi corrijiendo las 
pruebas de las Memorias de las primeras campañas de Chi- 
le, de las que hoi se hace una nueva edición. 

I en aquellos tiempos Chile era pobre, por mas que 
nuestros abuelos asoleasen su plata en cueros. (Risas). 
¡Ojalá hoi la asoleasen también porque así se sabria quien 
la tenia i quien nó ! Mas hoi basta un pequeño cofre en un 
banco para contener la fortuna de todos los chilenos. 

I a este propósito el Honorable señor Diputado por Chi- 
llan, cuya ausencia lamento doblemente por el dolor que 



— 94. — 

le postra i porque nos hallamos privados de sus luces, lle- 
vado en las alas de su rica fantasía, nos aseguraba que el 
pais había dado veinte millones al Gobierno, porque este 
era el monto de nuestra deuda. Pero es preciso decir la verdad 
tal como es, señor. En Chile nadie cree dar sino ?m6ir cuan- 
do se traen cuatro, seis o diez millones de Inglaterra. Los 
chilenos son mui positivos. — Esta plata queda en casa, se 
dicen, i la reciben con alborozo. Pero si se trata de la pla- 
ta que está en la casa, es mui distinto. Recuérdese si no lo 
que pasaba con la contribución de cinco millones. Se ha- 
blíiba hasta de revolución; pero un mes después vino el 
empréstito Morgan, i todos palmetearon las manos. El di- 
nero venia de fuera. Era para todos una lluvia de oro: el' 
lodo que esa lluvia deja es para que lo pisen los hijos i los 
nietos. 

Perdóneme la Cámara esta manera franca i casi familiar 
de espresarme. No estoi con humor de hacer elocuencia. 

El señor Lastarria. — Cualquier lenguaje es bueno 
cuando se dice la verdad, pero no para asegurar hechos 
inexactos. 

El señor Vicuña Mackenna (Continuando). — No se 
presuma tampoco que en esto hago la menor ofensa a mi 
patria. Mui lejos de eso, i en esto creo ser harto conocido; 
conozco a mi patria, la amo i la admiro. Ninguna mas be- 
lla, mas grande, mas noble, mas jenerosa. Pero esplico un 
hecho filosófico, hago presente que Chile en 1865 pasaba 
por una gran crisis, común en la vida de los pueblos, cri- 
sis de que felicito a mi patria, aun hoi mismo si no ha 
de caer en deplorables exajeraciones. 

Chile, lejos, pues, de haber dado dinero al Gobierno, lo 
ha recibido de él, i los diez millones empréstito Morgan 
esplican el fenómeno de que al concluir de hecho la guerra, 
es decir, en junio del presente año, aparecieran en depósi- 



— 96 — 

to en los bancos de la capital, once millones de pesos, 
cuando al dia siguiente de comenzada la guerra de hecho 
no liabia ni para los gastos de plaza. 

En la guerra de la Independencia, el pais queríala guer- 
ra, i dio hi gobierno todo lo que esa guerra exijia según su 
índole: le dio soldados, dinero, héroes. 

I tan cierto era que el pais quería esa guerra, que por- 
que Carrera no espulsó a Pareja en ocho meses, la Junta 
destituyó a Carrera; i porque la Junta dejó perder a Talca 
en esos mismos dias, el pueblo depuso a la Junta i nombró 
dictador a Lastra; i porque éste aceptó el armisticio de 
Gainza, el pueblo volvió a . deponerlo, nombrando otra 
vez dictador a Carrera que llegaba prófugo a la capital. 

Eso hace un pais que quiere la guerra, i si Chile hubie- 
ra querido la guerra que le trajo el segundo Pareja i no 
creyera que el Gobierno cumplía su voluntad, ese Cl-obier- 
no habria corrido la suerte de los Gobiernos de 1814. 

Siguió la campaña libertadora del Perú, i fué preciso 
improvisar una escuadra salida de las espumas del mar, 
segim la elocuente espresion de García Beyes, i esa escua- 
dra se improvisó. Se compraron dos inchimanes viejos i 
|)odridos que se llamaron la Lautaro i el San Martin^ bu- 
ques que nunca navegaron sino con cuatro, seis o mas pies 
de agua en sus bodegas. Pero como entonces no habia crí- 
ticos ni almirantes de tierra firme. Lord Cochrane tomaba 
con ellos, la víspera de irse a pique, una vez a la Esmeral- 
da i otra vez las fortalezas de Valdivia. — Pero he dicho 
mal, habia también entonces críticos, como los hai hoi, i 
esos fueron los que llamaron loco a Lord Cochrane; i digo 
esto para consuelo de los que están llamados a no dar gus- 
to a las jantes sensatas de esta tierra. 

Surjió después la guerra de la confederación Perú-boli- 
viana. No se si el pais queria esa guerra como las anterio- 



— .96 — 

res. Pero la quiso un solo hombre, el ilustre Portales; i esa 
guerra se llevó a cabo. Portales necesitó buques i se los 
quito previamente al enemigo. No juzgo el hecho; descu- 
bro solo los rasgos prominentes del carácter nacional de 
que Portales era un emblema tallado en bronce. Se pidie- 
ron soldados, i la juventud de Santiago corrió a las armas 
i nos dio una victoria toda suya en Matucana. Cayó en la 
balanza de los destinos de Chile el cadáver de Portales, la 
mas grande figura de nuestra era; i su peso no fué bastan- 
te a atajar esa guerra que es preciso creer que se hizo na* 
cional i que coronaron espléndidas victorias. Se ha visto, 
pues, que en todas las guerras que el pais ha querido, ha 
tenido i ha dado todo lo que necesitaba. 

Ahora ha llegado el caso de definir nuestra difunta guer- 
ra i de compararla. 

¿ De qué carácter era esa guerra ? — Era simplemente, en 
vista de la sorpresa i de la indefensión en que vivíamos, 
una guerra de material de guerra, guerra de madera, de 
fierro, de pólvora, de balas, de planchas de blindaje. 

I bien! ¿Con qué se adquiría todo esto? Solo con dine- 
ro, con mucho dinero, i sobre todo con dinero dado en el 
acto mismo de la declaración de esa guerra. El dilema era 
éste: ¿Habia plata? Luego habia guerra. ¿No la habla? 
Luego no habia guerra. En una palabra, guerra i oro eran 
una sola cosa. 

¿I dio el pais ese oro? 

Esto es lo que varaos a estudiar, no en los brillantes ar- 
canos de la fantasía, sino en la realidad práctica de los he- 
chos. No pretendo yo darme aire de previsor ni de hombre 
de Estado. Soi un simple ciudadano que está hablando a 
su pais con la pura lealtad do su conciencia, i no tengo 
mas pretensión que la de que se diga alguna vez la verdad 
en medio de tanta ociosa declamación. Pero por lo mismo, 



. — 97 — 

creo convenierite revelar a la Honorable Cámara los si- 
guientes hechos: 

Al dia siguiente de declarada la guerra, fui a ver a mi 
Honorable amigo el señor Covarrúbias, Ministro entonces 
de Relaciones Esteriores, i le sometí un plan para organi- 
zar comisiones de subsidios i de empréstitos en todo el pais. 
El plan fué aprobado; i la comisión central de que fui nom- 
brado secretario, se instaló en los salones de la Secretaria 
de esta misma Honorable Cámara, cuyos empleados ofre- 
cieron noblemente sus servicios. 

Componíase esa comisión de las mas alias nombradlas 
de la República, los ilustres Jenerales Blanco i Búlnes, los 
señores Montt i Varas, i todos llenaron dignamente su de- 
ber. Cada dia asistían por turno a presenciar las colectas 
de la patria. El primer dia nos halagó el resultado. Se sus- 
cribieron por empréstitos i donativos 50 o 60 mil pesos. 
El segundo dia, la suma bajó a la mitad; al tercero ya no 
fué casi nadie. 

Pero lo mas característico i que mas hace a mi propósi- 
to es averiguar quiénes eran los que asi llevaban sus ofren- 
das. ¿ Eran los ricos, los grandes capitalistas, los hombres 
que tenian a la sociedad toda preocupada con las empresas 
del crédito? — Nó, jamas vi a ninguno, i aun creo que en 
esos dias hasta evitaban pasar por la plazuela de este edi- 
ficio. 

Los que llegaron a suscribirse eran, pues, o padres de 
familia cargados de hijos, ,entre los cuales me complazco 
en recordar al respetable señor Matta, padre del Honora- 
ble señor Diputado por Copiapó, quien trajo una gruesa 
suma en billetes del Banco Hipotecario. 

El señor Matta (interrumpiendo). Eso no es exacto, 
sefior Secretario; fueron su señora i sus hijos. 

El señor ViCUña Mackeima {continuando): — Re- 

MISC. T. III. 7 



— 98 — 

cnerdo también entre esos nobles ciudadanos al Honora- 
ble seílor Diputado por la Union i al Honorable señor Co- 
varrúbias que se suscribió con diez mil pesos. 

En la primera^ semana se juntaron apenas cien mil pesos, 
i confieso a la !p!onorable Cámara que cuando el Honorable 
señor Covárrúbias me llamó para enviarme a Estados 
Unidos,, el rubor que me cansaba esa decepción fué uno 
de los impulsos que mas me movieron a buscar en otra 
csftira el servicio de mi país. I sobre este particuar diré 
mas todavía, porque* los hombres de bien no tienen jamas 
])oi: que ocultar la verdad, .ni parte de la verdad. Soi el 

>Á\\\w'\'^i\V^\.\ ' .;ííí: ' í.fíi '\\\ l>.¿'^ 

primero ey reconoiqer la intelijencia, la probidad i el espí- 
ritu altamente laborioso del Honorable señor Ministro de 
Hacienda. Mas, como al estallar la ffuerra se manifesta- 
ron resistencias contra su administración entre los círculos 
mas poderosos del -comercio,; a los q|ie liabia lastimado su 
reciente reforma, manifesté ttombien en aquella conferen- 
cia íí\ Honorable señor Covarriibias la ventaja qué ofrece- 
ría al país en aquel sentido la reorganización del Gabi- 
nete^ 

Hoi, sin pmbarffo, me lie convencido dé que en aquella 
resistencia liabia solo un pretexto. Si hubiésemos resuci- 
tado a Colbert o encargado a Europa a 3astiat para ese 
puesto, habrían sido, también recliazados. Todos, eran 
igualmente malos si pedián plata. Pero si la Honorable 
Cámara no está aun convencida de cuan cierta es mi teo- 
ría, voi a recordarle un hecho que disipará hasta las dudas 
de los JUoiipraWes seíjpres Dipntado^ por Copiap 

Me refiero al corsario Atacama, que s^lió al corso de las 
hnajinaciones en los primeros dias ¡de la guerra. E|*i|i Iji 
empresa favorita de tpdos. Se llamaba. neapocio: i como 
tal, yo mismo creí (j[U6 iba atener éxito. En mi carácter 
de ¡secretario d^ la co9iisÍQU ^Q^bsidio^» mQ creía con 



. I I 



»• í i/ 



— 99 - 

derecho de interpelar a los capitalistas i pedirles sus cuo- 
tas: — "Hombre! me contestaban todos, siestoi ya embar- 
cado en el corsario Atacama.^^ 

Ahora bien : dos meses después, se presentó en Xueva- 
York el capitán Willson para echar sobre la España el 
terrible Atacama. ¿I sabéis cuánto llevó de Chile para 
aquella empresa, en dinero entregado por el Honorable 
Diputado señor jgrallo? Asombraos! — diez i nueve mil qui- 
nientos pesos en una letra sobre Inglaterra. 

Ahora bien, el Alabama habia costado millón i medio 
de pesos ; se habia necesitado para armarlo la complicidad 
de la Inglaterra; i solo pudo entrar en operaciones dos 
años después de/3omenzada la guerra del norte. Entre tanto 
solo diez i nueve mil quinientos pesos se habían reunido 
para el Atacama o Alabama chileno... 

Imajínese entonces la Honorable Cámara a lo que que- 
dtiria reducido el famoso corsario, en el que tantos se ha- 
bian embarcado! 

En estos hechos los Honorables señores Diputados por 
Copiapó figuran no solo como actores, sino como victimas. 

El señor Matta. — Nó señor Secretai'io. 

El señor GbIIo. — Haré una rectificación, si me lo per- 
mite Su Señoría. 

El señor Vicuña Mackeima (Secretario.)— Con 
mucho gusto. 

El señor Gallo. — Para el corsario Atacama se reunie- 
ron en Santiago el primer día mas de cien mil pesos, i 
ciertas consideraciones venidas de lo alto hicieron separarse 
a los suscritores. 

El señor Vicuña Mackeima (Secretario).— No sé 
cómo sea eso, cuando el Gobierno ha probado que su idea 
era hacer una guerra tremenda. Me admira i me sorpren- 
de que el Gobierno haya podido influir en contra de esa 



— 100 — 

idea, cuando precisamente fué temerario en sus proyectos 
sobre corsarios, kepartió patentes por todo el mundo, i 
en el solo correo de Washington hai un paquete de ellas 
que el señor Asta-Buruaga no quiso sacar por ahorrar 
ochenta pesos de franqueo; i este atrevimiento para pro- 
mover el corso i el intento sobre los buques peruanos son 
hechos que, a mi entender, jamas se han liecho valer para 
demostrar con cuánto corazón i valentía entró el Gobier- 
no en la guerra contra España. 

■ 

El señor Gallo* — A pesar de que soi adversario de 
los señores Ministros, no ([uiero recordar ese hecho, i su- 
plico a Su Señoría que guarde silencio sobre él. Sabe Su 
Señoría lo que hai sobre eso? 

El señor ViCUña Mackenna (Secretario.)— Loque 
a mí me consta es todo personal; i la empresa, como lo 
sabrá luego el país con todos sus detalles, fracasó cuando 
poníamos el pié en los buques espedicionarios. 

Prosiguiendo ahora con la teoría que he sentado, confíe- 
so que hai en pié un grave i serio cargo que hacer al Go- 
bierno en esta guerra. En verdad, es el único cargo que 
yo le hago. El Gobierno jamas tuvo miedo a los españo- 
les, pero tuvo miedo a algo que es mas temible que los 
godos. Tuvo miedo al bolsillo de los chilenos. Esta fué su 
mas grave e irreparable falta. Tuvo el miedo de Portales, 
ese miedo que se convirtió en proverbio desde que lo tuvo 
aquel hombre tan superior i que tiraba su plata a la reco^ 
jida. (Risas) Verdad es que fué el único temor que tuvo, 
i lo único que respetó en su carrera. 

Pero seamos francos, señores. En ese miedo todos fue- 
ron cómplices. Cuando leíamos el boletin del cobarde in- 
cendio de nuestras naves en Caldera ¿no se levantaban diez, 
veinte voces en este mismo recinto \)avíi pedir a mi honora- 
ble amigo Diputado entonces por Putaendo i hoi Ministro 



- 101 — 

de Relaciones Exteriores el instantáneo retiro de su mo- 
ción para confiscar los bienes délos españoles? Pese e^ 
país, pese la Cámara estas reflexiones i diga después cada 
cual con la mano en su corazón, si el pais queria o nó la 
guerra. I ¿quiénes fueron los que mas se opusieron a la 
confiscación? 

El señor Matt&. — Nosotros, e hicimos bien! 

El señor Vicuña Mackenna. (Secretario.)— Ahora 
comprendo lo que Su Señoría decia en una de las sesiones 
pasadas, que el mejor medio de hacer la guerra era el 
buen derecho 

El señor Matta. — Cuando me llegue mi turno, probaré 
lo que hai. 

Bl señor ViCUña Mackeima (Secretario.) — Recuer- 
do que hai un proyecto sobre armamento del país, i no sé 
cómo se pueda conciliar ese proyecto de defensa i arma- 
mento en que creo que Su Señoría pretendia armar hasta 
a las mujeres (liisas). 

El señor Matta. — Basta con los hombres. 

El señor Vicuña Mackenna (Secretario.) — Yo no 
satirizo a nadie. Lo íjue digo os obra de mi franqueza o 
de mi indiscreción; i sobre esta cuestión del dinero, per- 
mítaseme añadir algunas revelaciones personales sobre 
este pánico que inspira a tocios la plata de los chilenos. 

Mi sucesor en Estados Unidos, mi digno i querido ami- 
go don Maximiano Errázuriz quería comprar 60 cnilones 
para Valpaniiso, de los que solo 10 eran de gran calibre, 

de esos que mas gustan en mi país por el calibre, 

(Risas) ; pero pedian por ellos novecientos mil pesos, i 
esto le quitaba el sueño. 

"¿Q"é dirán de mí, me decia, en la íntima confianza 
que nos une desde la niñez, si mando 60 cañones por un 
millón de pesos?" I yo lo alentaba para que los enviase i 



— 102 — 

diese satisfacción a su patriotismo. ' 'Mandólos, le decia, 
porque serán perfectamente recibidos; tú eres vice-presi- 
dente del Banco Nacional, hermano de un Ministro, hijo 
de un candidato a la presidencia, i sobre todo, eres sobri- 
no del Arzobispo/* {Grandes risas. — Intennipcion por al- 
gunas instantes.) 

No se ria la Honorable Cámara, yo también he sido so- 
britio de Arzobispo, i sé lo bueno que es ese parentesco 
en nuestra tierra. — {Risas). 

I bien, pues, vinieron los cañones, i no hubo sino aplau- 
sos para mi digno amigo. Pero en cuanto a mí, que habia 
mandado cuatro buques, cuarenta cañones e infínidad de 
otros recursos por un valor igual, dijeron: — "¡Cosas de 
literato! ¡cosas de loco!" Porque entre nosotros, señor, 
¿quién no sabe que loco i literato son una misma cosa? 
Los tres Honorables, señores Diputados que se sientan al 
estremo derecho podrán decir si es o no cierto que a los li- 
teratos se les llama locos. 

El señor LaStaiTÍa — No es cierto; yo soi literato i no 
me tengo por loco. 

El señor Vicuña Mackenna (Secretario.)— Pero a 
Su Señoría lo creen loco i a mí también. — {Risas). 

Lo que a su señoría le debe consolar es que a Manuel 
Rodríguez, a don Diego Portales i a los Carreras también 
los llamaban locos 

El señor Lastarria. — No tengo nada de común con 
esos señores. 

El señor ViCUña Mackenna (Secretario.— Otro he- 
cho, señor. Ha muerto hace poco, en un aposento solitario, 
en una ciudad de provincia en Francia, un alto funciona- 
rio del país. Si tuvo algunos defectos como hombre públi- 
co, su tumba recien cerrada reclama induljeucia. Pero na- 
die podrá negar al señor Carvallo esa acrisolada, esa mi- 



— 103 — 

nuciosa honradez que hace la gloria de los hombres públi- 
cos de nuestra patria. Pues bien, señor, yo tengo la con- 
ciencia de que el señor Carvallo ha muerto en gran manera 
víctima de ese suplicio sin nombre que le imponía la 
situación que los chilenos crearon a todos sus ajentes en 
el estranjero. Urjido por el Grobierno para mandar recur- 
sos de todo jénero, mendigando empréstitos en los bancos 
de Londres i en la mas absoluta impotencia, teniendo 
siempre delante de sí el recuerdo de este terrible Fisco de 
4[)hile, que produce también apoplejías i da la muerte como 

cualquiera otro veneno Señor, aquí se ha leido una 

orden del 10 de octubre de 1865, en que se piden fusiles 
al señor Carvallo, i yo tengo notas del señor Carvallo del 
5 de enero del 66 en que nos dice que ci;ucemos los brazos 
i que va a pedir a Chile plata para fusiles. Esa era la con- 
dición en que todos nos hallábamos. Se decia que el país 
quería la guerra, cuando la guerra solo podia venirle de 
donde nosotros nos hallábamos. 

Una revelación mas para concluir, i óigala la Cámara 
con toda su atención 

Es una revelación íntima, pero ha llegado el momento 
de que el país la escuciie. 

Señor, para hacer mi viaje a Chile tuve que ocurrir, 
oidlo bien! a ]ti Iwiosiial Don Maximiano Errázuriz me 
presto cuatrocientos pesos de su peculio })ara pagar mi 
pasaje i el del joven que me servia de secretario i a quien 
yo no podia abandonar. En Panamá, el capitán AVilson 
me facilitó otros doscientos pesos para un viaje hasta Li- 
nui, i aquí el señor Martínez me suministró seiscientos 
pesos bolivianos, que a mi llegada a Chile, el Gobierno 
tuvo la jenerosidad de perdonármelos, sí, de perdonáníie- 
los, porque en estos casos es preciso decir las palabras sin 
disfraz de ningún jénero. 



— 104 — 

Así, pue8, llegué a mí patria, donde por un adelanto 
que pagaron de mi sueldo en esta Cámara, se me retuvo 
hasta ahora pocos meses la cuarta parte, es decir, la parte 
embargable de mi sueldo, a título de incompatibilidad de 
sueldos, lo que cito en honor del tesoro de Chile i en el propio 
mió. I mientras esto sucedía, sefior, voces infames se le- 
vantaban del fango contra mi inmaculado nombre. 

Esas revelaciones son la única respuesta que se levanta 
de mi conciencia, i por cierto que no necesito de ptra. 
Ademas abrigo la profunda i antigua convicción de que si 
los servicios constituyen el mérito de los hombres, una so- 
la cosa los enaltece i los consagra: — la calumnia! 



ESTUDIO DEL LATÍN EN CHILE 

I su ABOLICIÓN (1). 



^'Se trata nada menos que de dirijir la juventud por 
el sendero de las luces o por el de la ignorancia, por el 
de la libertad o el de la servidumbre."— (^i^on Jo»é 
Miguel Infante» Artículos sobre la abolición del latin^ 
insertos eji el Valdiviano Federal del 1.® de junio de 
1834;. 

''Lo que yo propongo consiste en quitar al latin su 
carácter de estudio obligatorio i jeneral. Este idioma, 
como el griego, debería ser cursado en clases especiales 
solo por aquellos que voluntariamente quisieran bacerlo 
para perfeccionar sus conocimientos literarios. Estos 
serian precisamente los pocos que • ahora aprovechan 
entre tantos que pierden su tiempo de una manera mi- 
serable." (Gr- V. Amunáfegui. Discurso de incorpo- 
raciofi en la Facultad de Humanidades en 1857, sobre 
la abolición del latin.) 



Señor Decano : 

Tengo el honor de elevar a manos de Ud. el informe so- 
bre la abolición del estudio obligatorio i jeneral del Latin, 
para c uya redacción se sirvió Ud. comisionarme en la se- 
sión del 7 del corriente. 



(1) El presente estudio, reproducido en los Anales de la Universidad 
de 1865, ñié presentado a la Facultad de Humanidades el 14 de abril 
de ese afio, a consecuencia de una indicación que el autor hubia hecho en 



— 106 — 

No siendo posible que mis opiniones se uniformaran 
con la de los señores rectores del Seminario i del Instituto 
Nacional, a que tuve la honra de ser asociado por Ud., pre- 
sento mi informe por separado, como me permití esjíre- 
sarlo en la citada sesión. 

Partidario decidido déla ma^ amplia libertad para la 
educación pública, no parecerá estraflo que desde luego me 
pronuncie de la manera mas terminante contra el estudio 
forzoso de una lengua que, por mas bellezas que contenga, 
son éstas en sí mismas bellezas muertas, incomprensibles a 
la inmensa mayoría de las clases que estudian, i por tanto, 
no viene a ser aquella en realidad sino una reliquia de si- 
glos remotos, sostenida basta aquí solo por la preocupación 
o el esclusivismo aristocrático de los cuerpos docentes de la 
enseñanza. 

Para sostener una opinión tan justa, tan sensata i tan 
equitativa (por mas que a muchos paresca en dema&ia 
avanzada) i sobre todo, tan verdadera i tan práctica, bien 
conozco que hai que arrostrar de frente las preocupaciones 
arraigadas i el fanatismo que esas preocupaciones han 
infundido aun en los espíritus mas perspicaces i adelanta- 
dos. Pero en breves palabras voi a tratar de poner en pa- 



el seno de aqaella unn semana /intes proponiendo la abolición formal del 
latin como estudio obligatorio i jeneral. £1 digno decano en ésa época 
de la Facultad de humanidades don DomiLgó Santa Maria, nombró en 
consecuencia una coipision compuesta de los rectores del Instituto Na- 
cional i del Seminario de Santiago (D. Diego Barros Arana i don Jom- 
quin Larrain Gaiidarillas) i el autor, pam informar sobre aquella indi- 
(iicacion. Como resultado i habiendo disentido el autor de la opinión 
do sus honorables colegas presentó su dictamen en este escrito que re- 
produjo la prensa diaria con e) 9\gmenie t\t\í\o— Informe jyresentado 
a lii Universidad-de Chile sobre la aboÜnon del ei^Utdw obligatorio i jene^ 
ral del latin por B, Vicuña Mackenna . 



— 107 — 



rangon las ventajas que se atribuyen a este estudio, i los 
profundos i lamentables males que en realidad produce en 
nuestra sociedad, considerada como una comunidad iu- 
telijente i cómo una asociación libre i democrática. 



11. 



Los defensores del Latin, entre los que figuran en el 
seno de nuestra honorable Facultad de una manera cons- 
picua, el digno rector del Seminario, encargado de infor- 
mar también sobre la materia, alegan particularmente tres 
razones en pro del sostenimiento de aquella lengua 
muerta. 

Estas son : 

1.* Que es una lengua ^^'a. 

2.* Que es una lengua madre. 

3.' Que es una lengua í^tós/ca. 

Vamos a ocuparnos levemente de estas razones, único 
apoyo que se encuentra a un estudio vetusto i aborrecido, 
aunque en realidad bien poco dicen a su favor, puesto que 
se refieren a justificarlo solo por el mérito relativo de su 
pasado. Mas adelante entraremos en el terreno propio que 
hemos elejido para la impugnación directa de ese ramo de 
la enseñanza moderna. 



III. 



Que el Latin fué la mas bella lengua de la antigüedad, 
nadie podrá negarlo; que en los siglos bárbaros sir\'¡ó para 
mantener intacta la tradición del saber humano, brillando en 
]a oscuridad de los tiempos como una antorcha divina de luz i 
de ciencia, es otra verdad acatada por todos; i por último, 
que su estudio se hacia indispensable a nuestros mayores 



— 108 — 

por lo mismo que toda la ciencia kiimana estaba resumida 
en aquella lengua secular i sapientísima, es otra verdad que 
está al alcance aun de los ignorantes. 

No ha sido, pues, estraño que el Latin se adoptase en 
todos los países cultos hasta fines del último siglo, no solo 
como una lengua Jija, sino como una lengua-tipo. Era, se 
puedo decir así, la cartilla de la enseñanza humana en cual- 
quier sentido que se le considerase, i por esto se estudiaba 
con preferencia a todo idioma i aun al idioma nacional de 
cada pueblo. En realidad, el Latin era la única lengua de 
los estudios no solo clásicos, jurídicos, médicos i teolóji- 
cos, sino aun de los elementales i de las matemáticas mis- 
mas, cuyas últimas todavia conservan algunos vestijios de 
su pasada intervención. 

Así, en Chile, antes de 1810, todo se aprendía en Latin. 
El primer libro que se ponia en manos de un niño, des- 
pués del silabario, era el Arte esplicado de Lehrija. Estu- 
diábase en seguida el Kempis, las fábulas de Fedro, el 
compendio de la Instituta, las epístolas i oraciones de Ci- 
cerón, i por último los tres poetas favoritos Virjilio, Hora- 
cio i Ovidio. Todo esto constituía la latinidad propia. Ve- 
nia en pos el estudio de la filosofía en Latin, según los 
testos del abate Parra, de Altieri i especialmente del Lug- 
dunense, aparte de que la lójica era enseñada por las sú- 
mulas de los catedráticos i el testo Latino de Port-Royal. 

Pasábase mas adelante al estudio de la jurisprudencia 
española que se hacia por completo en Latin, pues aun- 
que los espositores peninsulares liubiesen escrito sus obras 
en ambas lenguas, como Gregorio López, o estuviesen 
aquellas traducidas, habia de preferirse el Latin. Aun las 
leves nociones de derecho público que entonces se ense- 
ñaban en nuestras aulas tenian por testo único el tratado 
de juris etjitstitia de Santo Tomás. De la teolojía i cano. 



— 109 — 

nes no hai que hacer mención porque este estudio aglome- 
raba todas las eminencias del Latin siendo la base de la 
ensefSanza el Bulaño Magno^ i el espositor favorito el car- 
denal de Luca, que escribió sobre cánones algunos treinta 
vohimenes en folio, todos, por su puesto, en Latin. 

No era, pues, raro que entonces el Latin se considerase 
como lengua fija, sino lo que es mas como lengua única. 
Era el idioma de los sabios i de los santos, como hoi ha 
pasado a ser el de los mártires.... El Latin era el monopolio 
de las grandes intelijencias coloniales, el patrimonio esclu- 
sivo de la Real Universidad de San Felipe. 

El castellano, al contrario, pasaba como una lengua vul- 
gar, plebeya, casi revolucionaria, porque tendia alnivela- 
miento de clases por el uso de una lengua común: Los la- 
tinviias eran entonces en Chile lo que Arago ha sido des- 
pués en Francia, Humboldt en Alemania i lo que habia 
sido Newton en Inglaterra i Galileo en Italia: eran la 
cúspide del edificio social por la intelijencia i el saber in- 
finitos. 

Nadie era mas grande que ellos en toda ciencia, divina 
o humana, porque ellos eran los dueños linicos de la llave 
de toda luz, de toda verdad, de todo conocimiento. Así, 
los hermanos Lujan, que fueron catedráticos de don José 
Miguel Carrera i de don Manuel Rodríguez, de don Diego 
Portales i de don Manuel Renjifo (todos los que supieron 
tanto de Latin como saben hoi, con una docena escasa de 
escepciones, todos los miembros de la Universidad de Chi- 
le) el clérígo González, el padre Basaguchasciia, i sobre 
todos, el poeta latino, don Bartolo Mujica, fueron en su 
época las luminarias de la sabiduría entre nosotros porque 
ellos solo sabian Latin i ellos solo lo enseñaban. 

I sin embargo, ¡qué injenios aquellos para comprender 
a Tácito i a Lucano, a Virjilio i a Horacio! Léanse sus 



— lio — 

escritos i se abismará el lector del único fruto de su erudi- 
ción latina, a saber, de su inmensurable pedantería. Como 
modelo puede citarse la rej)resentacion que por el presi- 
dente Elio hizo, reclamando el gobierno de Chile, en 1811, 
uno de los dos Lujan i que publica el señor Barros Arana 
en los documentos de su Historia jenerál. 

"Ser latinista^ decíamos a este propósito, hace siete 
años, (1858) en un escrito dirijido contra el Latin, i que 
por lo menos probará la sinceridad de nuestras antiguas 
convicciones, ser latinista constituía en verdad, en la era 
colonial una ambición aparte i encumbrado, tanto i tan dis- 
putada acaso como es lioi dia la d^ los decanatos de nues- 
tra Universidad. Les latinistas llevaban el timón de la Re- 
pública de las letras. El criterio, el gusto reinante, el pres- 
tijio literario les pertenecia casi completamente haciendo 
de él un hinchado monopolio'*. 

¿Pero que sucedió apenas vino la revolución que nos 
ha transformado do rebailo en pueblo, a golpear el muro 
del pasado, haciendo brotar, con su rudo martillo, torren- 
tes de luz por cada una de sus rietas derribadas? Que el La- 
. tin fué uno de los primeros eslabcmes del oscurantismo co- 
lonial que la libertad tronchó entre sus manos. Al crearse, 
en efecto, el Instituto Nacional bajo la planta revoluciona- 
ria que se le dio en 1813, la Junta de gobierno ordenó por 
un decreto, que hizo circular como un aviso consolador a 
los padres de familia, que los estudios que antes se hadan 
en latín se cursasen en adelante en la leiigua española. (1) 



(1) ^'Se previene, decia esta disposición superior, que los estudios de 
mn temáticas, física, elementos de iójica, economía política, leyes reales, 
anatomía i todos los demás que se puedan sin perjudicar la carrera 
eclesiástica, i la necesidad que liai de muchas profesiones de ocurrir a 
autores latinos, se veriñcarán en castellano''. (Monitor AraucanOy núm. 
36, del 6 de julio de 1813). 



— 111 — 

Hábia en este solo acto una medida profundamente sub- 
versiva i rejoneradora. Se echaba al suelo uno de los ído- 
los del pasado abriendo nuevos horizontes a la enseñanza 
ahogada por el manto universitario del monopolio. Debió, 
pues, ser aquel un dia de profundo duelo para la Real 
Universidad de San Felipe. El Latín era tratado por la 
novel revolución con un atrevimiento inaudito. ¿Qué iba 
a ser de los antiguos maestros, de Parra, del cardenal de 
Luca i del insigne Gregorio López? El Latin, venerado 
por los siglos, se consideraba ahora por los revolucionarios 
de América, como una vetustez inútil, como una de las 
carcomas que existian anidadas en el viejo edificio de la 
monarquía colonial. En una palabra, puede decirse con 
propiedad que, mediante la rehabilitación del castellano, 
operada por aquel decreto memorable, el Latin era decla- 
rado (jodo i aquel venia a ser la lengua de la patria. I tan 
cierto era esto que cuando entraron los Talaveras a San- 
tiago, el Instituto fué mandado cerrar como una reforma 
abominable (según lo espresó la Caceta de gobierno de 
esa época), i los doctores Lujan volvieron de nuevo a su 
trono para reinar desde su cima como dos lumbreras del 
injenio humano, entre San Bruno i Marcó del Pont. 

Hé aquí, pues, la breve historia del estudio del latin co- 
mo lengua jija^ o mas bien, como lengua universal entre 
nosotros. 



IV. 



Pero bajo el concepto mismo de lengua jija que se le 
atribuye como un mérito por sus panejeristas, considerán- 
dola de esta sw^vi^ lengua inamovible e inalterable (caracte- 
res que no sabemos cuanto pueden valer en la edad de in- 
finito progreso en que vivimos), no vacilamos en afirmar 



— 112 — 

que aun ese calificativo no es del todo exacto, i aun mas, 
que en el dia esa fijeza está alterada por accidentes que 
destruyen aun la ventaja que podría atribuírsele como ima 
lengua-tipo i jejieral. 

Decíamos que el Latín no es en estricto rigor de análi- 
sis, una lengua fija^ porque precisamente ha tenido todos 
los accidentes de desarrollo, mudanza i perfeccionamiento 
que constituyen la formación de todos los idiomas. Naci- 
do del bárbaro etriisco i del culto griego, mezclado después 
con los dialectos salvajes de los invasores del Norte, puede 
decirse que su fijeza se limita a la época de los grandes 
poetas i de los historiadores cesáreos, que nos han conser- 
vado la memoria do la degradación de un pueblo que ya 
nada tenia que enseñar u los que lioi viven de elementos 
enteramente diversos. 

¿ Pero qué idioma-romance, preguntamos a nuestro tur- 
no, no posee ese mismo período de fijeza? Adóptese por 
ejemplo, el castellano de Cervantes, i se tendrá una época 
fija del español, como lo han puesto en mayor evidencia 
con sus eruditas anotaciones Lista, Clemencin i otros co- 
mentadores. Otro tanto podria decirse del italiano de Dan- 
te, del ingles en tiempo de Shakespeare, del francés de 
Corneille i de Racine, de todas las lenguas vivas, en fin, 
que el jenio moderno ha convertido en clásicas. Esos esti- 
los, hijos de una gran época o de un gran injenio, forman 
por sí solos un idioma completo, fijo, inamovible, inmuta- 
ble, si se quiere hacer de todos estos defectos im mérito, pues 
es evidente que un idioma que no cambia, no progresa, i 
sino progresa, no se perfecciona, i se hace por consiguiente 
un idioma muerto, inútil, inadecuado enteramente u la 
época profundamente marcada por el sello de una acción 
perpetua e infinita en que vivimos. I en esta parte, ténga- 
se por entendido que abrigamos idéntica opinión a la del 



— 113 — 

mas insigne hablista que reconoce la América, autor de una 
gramática castellana que se ha hecho testo universal de esa 
lengua i miembro de la Academia Española^ encargado es- 
pecialmente de velar por la pureza de aquella. Hablamos 
del señor don Andrés Bello, quien no acepta como un mé- 
rito la^^'^^a de un idioma porque no acepta la condenación 
a la esterilidad que se le impondria por este camino i, al 
contrario, reconoce las positivas ventajas que cada lengua 
adquiere con su desarrollo gradual, con la apropiación ín- 
telijente de las palabras de otras lenguas, al punto que 
aquel iminente publicista está dispuesto a reconocer los 
galicismos mismos (el pecado que mas exita la ira de los 
puristas), qfle, como los de Larra, por ejemplo, han sido 
parte a dar mas gracia i soltura a la antigua lengua de Cas- 
tilla. 

En otro sentido, la'fijeza ponderada del Latin está nota- 
blemente alterada por la diferente manera como se pronun- 
cian las vocales en los idiomas vivos, de lo que resulta que 
apenas podrían entenderse, no diré dos hombres, sino dos 
sabios hablando aquella lengua, a menos que recurrieran a 
la escritura como dos sordo-mudos. Acaso no de otra suer- 
te conversó Lord Byron en el idioma de Virjilio con los 
frailes portugueses de Cintra en sus peregrinaciones por 
el Mediodia de Europa que nos ha contado él mismo. — 

De manera, pues, que la fijeza del Latin, considerada fi- 
lolójica e históricamente, no ha podido existir, i es solo de 
una utilidad nominal, respecto de su mérito como emblema 
universal de lenguaje para el jénero humano, fuera de que 
éste lo ha repudiado ya i)or completo en este sentido, adop- 
tando de preferencia el Francés, como el mas apropiado 
para las relaciones internacionales de los países i aun para 
el comercio entre los individuos de todas las razas i de to- 
das las lenguas. 

MI8C. TOMO III. 8 



>* 



— 114 — 



V. 



Examinemos ahora el Latín bajo el segundo aspecto en 
que lo presentan sus admiradores, es decir, como idioma 
madre. 

Madre han tenido todas las cosas del mundo, en el sen- 
tido de que nada de lo que existe ha dejado de tener una 
causa productora. Pero de tal principio no podemos dedu- 
cir que sea indispensable el estudio del Latin, porque de él 
se ha derivado el español^ a menos que, siendo ló jicos, afir- 
másemos al mimo tiempo que era preciso estudiad, por ejem- 
plo, la Alquimia o la Nigromancia para aprender la Quí- 
mica moderna. 

Por otra parte, el Latin reconoce como fuente matriz al 
Etrusco i al Griego, i como éstos proceden en definitiva de 
la lengua sanscripta, madre común de todos los idiomas 
clásicos i romances, resulta que en rigor de principios, la 
maternidad sucesiva de todos los idiomas habría de condu- 
cirnos a una segunda edición de la torre de Babel. 

Pero aun hai mas que decir sobre este particular con re- 
ferencia a las fuentes del Español. Don Lorenzo de Her- 
vas en su Catálogo de las lenguas sostiene que la verdade- 
ra i jenuina raiz del Español, o lo que es lo mismo, su fon- 
gua madre es el Vascicensej i la comprueba con sin número 
de datos en el tomo 6.** de su erudita obra. Al mismo tiem- 
po el doctor don Bernardo de Alderete, esforzado partida- 
rio del Latin, publicaba hace dos siglos (Deloríjen iprínci" 
pió de la lengua castellana, 1674) un catálogo estenso de las 
voces árabes que hacian parte integrante del idioma Espa- 
ñol, legado de los moros, que habia modificado en gran 
manei;^ el antiguo i semi- bárbaro Castellano, herencia 



— 115 — 

a su vez de los godos, los vascos o celtas, i de los roma- 
nos. 

Por manera, pues, que si hubiera de ser razón para es- 
tudiar Latín el de que es lengua madre del Español, con 
mas justicia, con mayor lójica i acaso con mayor útílidad, 
debieran estudiarse también el Árabe i el Vascuense, ma- 
dres putativas también de aquel. 

Seria, por consiguiente, en vista de lo que dejamos es- 
puesto, ardua cuestión de erudicclon filolójica el resolver 
cual de los idiomas muertos deberla adoptarse como len- 
gua madre. ¿Qué razón habria, en consecuencia, para no 
preferir el GTriego al Latin, puesto que en el concepto de loa 
que conocen ambos idiomas aquel es mas antiguo, mas ri- 
co, mas armonioso, mas semejante sobre todo al nuestro 
por la amplitud de sus vocales i de sus diptongos? Mui 
marcada preferencia se da en la Universidad de Inglaterra 
i de Estados-Unidos al estudio del G-riego por los concep- 
tos que acabo de apuntar; i en realidad, el Latin parece 
caer dia por dia en desuso, no solo por el tedio con que 
sus apasionados han conseguido le miren los que pasan por 
el tormento de estudiarlo, sino por lasp mayores ventajas 
que proporciona el estudio del Griego. Este último, al me- 
nos, posee la recomendación práctica de hablarse todavia, 
si bien mui alterado (como era indispensable sucediese), 
en un pais que pertenece a la comunidad civilizada del 
universo. La reciente traducción de Homero por lord Der- 
by i la espléndida acojida que le han hecho los clásicos de 
Inglaterra ha venido a poner de manifiesto, a última hora, 
el triunfo decisivo del Griego sobre el Latin, al menos co- 
mo la espresion mas acabada de la cultura clásica. 

Antes de pasar adelante tenemos, sin embargo, que rec- 
tificar un error respecto del uso actual del Latin como len- 
guaje social. 



— 116 — 

Existe un pais, i es país americano, donde se habla to- 
davia Tjatin, como en la Grecia moderna se habla la lengua 
de Demóstenes, i ese pais es el Paraguay. Ahí no hai, de?- 
pues del Dr. Francia, hombre mas grande que don Anto- 
nio Nebrija. Los jesuítas, con su sistema de avasallarlo to- 
do por la ignorancia, creando una educación ficticia i em- 
brutecedora, no encontraron mejor arbitrio para idiotizar 
a los indios de las antiguas misiones que enseñarles el La- 
tín, i así nada hai mas común en el dia que encontrar el 
«Antonio NebrisensisD en las cabanas de los habitantes mas 
humildes del Paraguay, muchos de los que leen correcta- 
mente Latin, i no solo no saben leer, sino aun ni hablar 
el español, es decir, su idioma verdadero. Otra comarca de 
América existe también que se ha hecho notable por la 
adhesión de sus hijos al Latin, la ciudad de Córdoba del 
Tucuman (cuya famosa Universidad colonial, rival de la 
antigua nuestra, pe conserva todavía) ; i es fama que no 
hai suplicio mayor que la conversación de un cordobés 
instruido, á no ser, que se trate de oir el aleogato dé un 
abogado de aquel foro porque entonces el suplicio es mucho 
mayor. • 

La verdad es que tratándose de idiomas, apenas puede 
decirse que una lengua es madíe de otra lengua, porque 
éstas en definitiva no son sino el compuesto i la agrega- 
ción de muchas otras primitivas que han ido aglomerán- 
dose, talvez para descomponerse mas tarde, como sucede 
con el Griego que se habla hoi en Atenas i el Latin que 
se usa en la Asunción. 

Lo que parece mas acertado i mas lójico afirmar, es que 
el Latin fué el molde en que se vació el primitivo Castella- 
no. I una vez fundido éste i alcanzado todo su esplendor mas 
tarde ¿qué hai de mas justo que relegar aquel, junto con 
su gloría, a su época, i conservarlo, con respeto si se quie- 



— 117 — 



re, en la enseñanza superior de los clásicos, ni mas ni me- 
nos como se guardan en un Museo los moldes en que se 
han vaciado las grandes obras de artes fundidas en me- 
tales ? 



VI. 



Entrando ahora en el tercer atributo que hemos señala- 
do como uno de sus caracteres mas especiales, no puede 
negarse que el mas noble atractivo del I «atin es el ser una 
lengua clásica, o lo que es lo mismo, la espresion de una 
gran era de cultura i de refinamiento intelectual. ¿Pero 
acaso por esto es menos clásico el Español, la mas rica i 
harmoniosa de las lenguas romances ? ¿ Valen mas por ven- 
tura las Biografías de Comelio Nepote que las Vidas de 
los castellanos ilustres de Quintana? ¿Las obras de Jove- 
llanos, de Lista, de Mora, de Duran, de Larra mismo, 
apesar de los galicismos de la educación franqeBa del últi- 
mo, no son capaces por sí solas de formar, no diré el gus- 
to de un individuo sino de una escuela, de una época ? ¿ I 
no sucide otro tanto en el italiano con Dante i el Tasso, 
en el ingles con Shakespeare i Pope, en el alemán con 
Goethe i Schiller, en el francés con los grandes autores de 
los últimos siglos, desde Montaigne a Voltaire, todos esos 
grandes fundadores del gusto clásico moderno, mui supe- 
rior por cierto al ya descolorido i anticuado clasisismo de 
los autiguos, que solo mui pocos injénios pueden compren- 
der en el dia ? 
• 

Tan cierto es lo que aseveramos que el mismo señor Be- 
llo, el mas respetable i convencido defensor del Latín an^ 
tíguo (el moderno que se enseña en Chile podria propia- 
mente llamarse lengua latina?) no lo echaría tanto de menos 
o talvez prescindiría de él enteramente, si hubiera de ser 



— 118 — 

reemplazado por el estudio de los clásicos modernos. <í Al- 
guna fuerza, dice él mismo en la polémica que sostuvo 
con Infante en 1834 (Araucano núm. 184) i aludien- 
do al reemplazo del estudio dfel Latin por el de las lenguas 
vivas, alguna fuerza, pudiera hacernos este argumento, si 
viéramos que al paso que desaparece de entre nosotros el 
Latin, se cultivasen la lenguas estranjeras; que en lugar de 
Virjilio o Quinto Curcio andaba en las manos de los jóve- 
nes, Milton, Robertson, Racine o Sismondi. Pero no es así : 
desaparece el Latiu i no vemos qué lo reemplace.!) 

«La mayor parte de nuestros estudiantes (añade el se- 
ñor Amunátegui en su memoria citada en el segundo epí- 
grafe de este escrito, haciendo mas práctica la cuestión i 
mas tanjible la diferencia entre la literatura latina i la es- 
pañola) la mayor parte de nuestros estudiantes conoce ape- 
nas el Quijote, mui pocos son los que han leido a Ercilla, 
el poeta historiador de la conquista de Chile; casi todos 
ellos solo saben que ha existido Garcilazo, León, Herrera, 
Granada, Hurtado de Mendoza, Calderón, Lope de Vega, 
Quevedo, Jovellanos, Lista. Todos estos autores que de- 
bieran ser para ellos como amigos íntimos, como huéspe- 
des habituales de la casa, le son tan familiares como los 
poetas de la India o de la Persia.» 

I luego concluye con la siguiente amarga interrogación 
que envuelve una verdad mas amarga todavía; — «¿Qué 
estraño es entonces que hablemos jerigonza en vez de cas- 
tellano ?D 

No milita, pues, ninguna razón especial que haga prefe- 
rible el Latin sobre el estudio de los clásicos modernos. 
Al contrario, inmensa ventaja alcanzan los últimos (como 
se ha reconocido en Francia, mandándose estudiar especial- 
mente sus grandes autores en las Universidades), no solo 
porque están los últimos mas al alcance de nuestra época, 



— 119 — 

de la índole peculiar de nuestras razas i de nuestras nacio- 
nalidades, sino porque son a la vez idiomas clásicos e idio- 
mas vivos, es decir, lenguas de aplicación, de utilidad, emi- 
nentemente prácticas i por Consecuencia mil veces mas 
eficaces para despertar i embellecer la intelijencia. 

Por otra parte, no solo los mas famosos escritores sino 
todos los clásicos griegos i latinos han sido traducidos a 
idiomas vivos, existiendo colecciones uniformes de sus es- 
critos que los ponen al alcance de todos, como sucede con 
la célebre colección de Nizard i otros que tienen a la vez 
el testo antiguo i la traducción moderna a la vista, con no- 
tas i correcciones que mejoran muchas veces a aquellos. 



VII. 



Aquí encuentra apropiada cabida un argumento que se 
ha levantado también con mano poderosa en favor del La- 
tín. Se ha dicho de esta lengua (haciendo en nuestro con- 
cepto un mérito de su principal defecto que es su dificul- 
tad) que por lo mismo que es un idioma sin uso, complicado 
i en gran manera abstracto, es el mejor medio de preparar 
las intelijencias tiernas al arduo ejercicio del saber, i hale 
llamado por esto el ilustrado señor Larrain Grandarillas 
en el discurso de su incorporación a la facultad de huma- 
nidades en 1863 lajimnacia déla intelijencia. 

Mas, nosotros estamos mui lejos de aceptar esta estrafia 
manera de preparar el espíritu para las carreras del saber 
humano. Parécenos que la razón aconseja un procedimien- 
to del todo contrario, pues el entendimiento del hombre, 
como su cuerpo, necesita un cultivo gradual que le permi- 
ta su libre desarrollo. Es precisamente ese error la causa 
del odio profundo que despierta el estudio del Latin en la 



\ — 120 — 

juventud educanda i la razón también de su completa este- 
rilidad para el adelanto de las letras en Chile. Al contrario, 
podría asegurarse con la esperiencia de cada dia i un cúmu- 
lo inmenso de pruebas, que el Latin es el mas serio obstá- 
culo a todo progreso intelectual en la República, como lo 
demostraremos mas adelante, i es por esto c:por odio a este 
enemigo formidable, dice el señor Cifuentes en una Memo- 
ria que publicó en el periódico i?oc^ de Febrero en 18631' , 
que acaba de reproducir el Independiente^ es por esto, por 
lo que muchos estudiantes aunque hayan nacido úún felices 
disposiciones para la abogacía u otras profesiones, se enro- 
lan ahora entre los cursantes de mate máticas^ huyendo del 
Latin, a la manera de aquel cacique de Cuba que no quiso 
ir al cielo por no estar allí al lado de los espafioles.D 

Hé ahí la sincera i justificada opinión de un joven ilus- 
trado i que no podrá ser sospechoso de parcialidad contra 
el estudio de aquella lengua, pues ha ocupado la mayor 
parte de su vida en enseñarla. 

Mas en esta parte nosotros vamos aun mas lejos toda- 
via (aun concediendo que sea bueno el sistema que im- 
pugnamos), i sostenemos que los clásicos modernos i en 
particular el Alemán que ofrece tantas semejanzas con 
el Latin, especialmente en sus construcciones i en la decli- 
nación de sus nombres, son mucho mas poderosos resortes 
para ejercitarlas intelijencias jóvenes que el Latin mismo. 
I la razón es evidente, porque se trata de lenguas activas i 
poderosas, queestáni ae puede decir, como antorchas vivas 
delante de nuestros ojos, reflejando en sí ipismas todo el 
movimiento que nos rodea. El espíritu obra entonces por 
comparación, que está probadp es el medio inductivo mas 
eficaz i poderoso para herir las facultades mentales de la 
niñez, i no por las reminiscencias puramente abstraiútas, 
vagas, casi inintelijibles que ofrece el estudio del Latin, fan- 



— 121 — 

tasma solitario del pasado que está espantando con su mor* 
t^ a en las puertas del saber todo progreso i todo movi- 
miento rejenerador. 

Pero aun hai mas que decir sobre este antagonismo de 
los idiomas muertos i los modernos respecto de su manera 
de obrar en el espíritu, i no vacilamos en apoyar, con el 
* ejemplo de Benjamín Franklin a la \ista, que los estudios 
de lenguas modernas facilitan el aprendizaje posterior del 
Latin, mucho mas de lo que éste prepara el conocimiento 
de aqudlM. La razón de este procedimiento aparecerá evi- 
dente desde que se comprenda que a la edad que se enseña 
el Latín, nadie es capaz do comprenderlo en su verdadera 
índole, pues se entra en él como en el vacío, sin ningún jé- 
nero de guia, sin ningún elemento ausiliar de comparación, 
mientras que, educada yá la mente con el aprendizaje de 
los idiomas vivos, se puede adquirir con mas facilidad i 
comprender mas rápidamente él carácter especial de las len- 
guas antiguas. Por esto cuenta Franklin, que después de 
im aüo de estudio preliminar, abandonó con tedio el apren- 
dizaje del Latin; mas cuando hubo adquirido el uso del 
Francés, del Italiano i del Español, no solo se hizo capaz 
de aquella lengua sino que por la primera vez gozó de sus 
encantos. 

VIIL 

Nos falta todavía otros argumentes que recorrer de los 
pocos que vamos ya encontrando de pié en apoyo del Latin. 
Dícesc i con razón, (pie los mas luminosos jénios que han 
desarrollado en las letras humanas desde Dante a Bacine 
han sido ünitadores de los poetas latinos o han bebido sus 
mejores inspiraciones eu las fuentes clásicas de Ih antigüe- 
dad. Ni por um momento negamos tan indisputable verdad^ 

MI8C. TOMO III. 



— 122 — 

¿pero será por esto justo, será sensato, será siquiera racio- 
nal que por la esperanza de obtener en nuestros paí- 
ses noveles una o dos eminencias en la literatura nacional, 
un poeta tan grande como Milton, por ejemplo, o un his- 
toriador tan profundo como Gibbon, hayamos de saciifi- 
(jar a millares con un estudio forzoso i jeneral las inteli- 
jencias mediocres destinadas a servir las carreras mas vul- 
gares de la sociedad? Este es, empero, el argumento mas 
poderoso que se ha alzado en favor del Latin, i sin embar- 
go, véase a que absurdo, o mas bien, a qué abismo nos con- 
duce. En 1834 el señor Infante, haciendo la estadística de 
los alumnos que en el Instituto Nacional se dedicaban al 
estudio de los idiomas, nos refiere que existían ciento ochen- 
ta cursando Latin, seis el francés, tres el Ingles, i ninguno 
el Español. Por manera que en aquellos tiempos sallan los 
jóvenes de los colej ios recitando de memoria una oda de 
Horacio, i a la vez conjugando el español con las termi- 
aciones en iz i en ey^ que son las mas usuales de nuestra 
tierra. 

Mas alarmante es todavia la estadística presentada por el 
señor Amunátegui en su prolija memoria citada. En 1857 
habia en la República 1293 estudiantes de Latin, i de éstos, 
dice el mismo autor, (ísolo dos o tres individuos aprove- 
chados produce cada año el plan de estudios actual.» 

¿Necesita este último dato algún j enero de comenta- 
rios? 

Una consideración final, o mas bien, un recuerdo se nos 
permitirá, sin embargo, a este respecto, porque también es 
apunte de estadística intelectual. ¿Cuáles de nuestros mas 
lucidos ipopidares escritores supo jamas Latin desde García 
Reyes a Lastarria, desde Val lejos a Alberto Blest Gana? I 
los que lo saben, para qué lo aprovechan en las letras? Hubo 
entre nosotros mi injenio brillante i malogrado que perdi- 



— 123 — 

mos cuando era todavía una esperanza. Llamábase Juan Be- 
llo. Era hijo del primer clásico americano i su discípulo, 
hermano al mismo tiempo del autor de la mejor Gramática 
Latina (^nocida enti-e nosotros, i, por iiltimo, profesor de 
latinidad él mismo, pues fué él quien puso a nuestra j enera- 

» 

cion el Epítome i el Virjilioen las manos. Ahora bien, ¿cuál 
escritor chileno ha pecado mas contra los clásicos que este 
mismo hijo de los poetas antiguos que no sacó mas fruto de 
su estudio i de su enseñanza que hacerse un atrevido i bri- 
llante innovador? 

I en Europa, en esas naciones que los adoradores del La- 
tín se complacen en citar como profundamente civilizadas 
porque tienen no el culto sino la idolatría de su idioma favo- 
rito, ¿ quiénes, empero, han sido los grandes rejeneradores 
del lenguaje? Sabia Latin íiquel pobre carnicero del Avon, 
Guillermo Shakespeare, a quien ^ culto Voltaire llamó bár- 
baro^ acaso por esa misma ignorancia, fuente riquísima de su 
jenio poderoso i orijinal? I quién sino ese bárbaro ha tras- 
formado i dado mayor esplendor al antiguo i rudo dialecto 
de los sajones i con vertí dolo en una de las lenguas mas dul- 
ces, mas cultas i mas clásicas del linaje humano? Sabia La- 
tin Juan Jacobo Rousseau, el padre de todos los grandes es- 
critores modernos de Francia desde Chateaubriand a Lamar- 
tine ? Sabia por último latin el soldado de Lepanto, aquel a 
quien sus compatriotas han levantado una estatua como al 
primer escritor de la lengua castellana ? 

No ix)dria mas bien decirse, en vista de la historia litera- 
ria de todos los paises, que cuanto ha producido el Latin son 
irnos pocos buenos imitadores, pálidos reflejos de una litera- 
tura muerta, que ya no se aviene a nuefítros gustos i a nues- 
tras aspu'aciones ? I no podria decirse, ademas, que para pro- 
ducir esos estudios mi traductor como DeUlle, im crítico co- 
mo Laharpe, o un moralista como La Bruyere, o im poeta 



— 124 — 

tan fino i delicado como Lafontaine, el Latin había hecho 
brotar a millares de las aulas los majaderos i los pedantes, 
autores de cien cargas de camellos de libros Latinos ? I no 
podría decirse también que los verdaderos jenios del lengua- 
je son los que han podido arrancarse a aquella tutela, o mas 
bien, a aquella tiranía, como los escritores que hemos cita- 
do? Una prueba de ello i aun de cierto burlón desden, cree- 
mos nos ofrece el último de aquellos, cuando en el prólogo 
de su obra, monumento inmortal del idioma castellano, con 
su inimitable gracia, haciendo mofa de los pedantes latinos 
que plagaban entonces el mundo, de las letras, nos dice: «En 
lo de citar en las márjenes de los libros autores de donde 
sacáredes las sentencias i dichos que pusiéredes en vuestra 
historia, no hai mas sino hacer de manera quQ yengan a pe- 
lo algimas sentencias o latines que vos sepáis de memoria, 
o a lo menos que os cuesten poco trabajo el buscallas como 
será poner tratando de libertad i cautiverio. — nonbenepro 
tolo libertas benditur aiiro. — I luego en el márjen citar a 
Horacio o quien lo dijo.» 

«Si la lengua Latina fuese la fuente de los conocimien- 
tos, esclamaba a este mismo propósito don José Miguel In- 
fante en 1834 (probando la esterilidad de su estudio para el 
injenio) ¿quiénes lo habrían poseido mejor que nuestros 
abuelos cuyos estudios eran todos en ese idioma ? Sin embar- 
go, en su saber estaba ceñido, si puede decirse así, ala igno- 
rancia de todo.» 

Sí; decimos a nuestro tuno, los latinistas ya murieron 
para nosotros. El Latin es una momia que en vano se pre- 
tende ataviar con los ropajes fascinadores de una eterna ju- 
ventud. Su imperio pasó. Nuestra época tan profundamen- 
te diversa de la de los Césares, necesita otro alimento, otros 
estímulos, diversa vida, mas dilatados horizontes, una ac- 
doii mas fecundai poderosa, i por esto es que solo la liber- 



— 126 — 

tadenjendra grandes concepciones i produce seres privilejia- 
dos, mientras que la rutina apenas da a luz enanos raquíti- 
cos, condenados a perecer a influjos de la rutina misma. Un 
profesor de Latin en el dia es un semejante que inspira un 
sentimiento de aprecio mui parecido al de la compasión. Su 
saber se mira en cierta manera como esas industrias lúgu- 
bres que se han adoptado últimamente entre nosotros i que 
el vulgo designa con el Aombre de «cajoneros de muertos....» 
Enseñan una cosa triste, yetusta, muerta ya i sepultada en 
la fosa de los siglos ! 

I sin embargo, hace pocos años a que ese mismo ser (el 
catedrático de Latinidad) era la lumbrera mas alta i la es- 
presion mas acabada de la civilización en nuestro pueblo! 



IX. 



Hasta aquí hágaos considerado el Latin con relación a sí 
mismo i respecto de las vehtajas que se le atribuyen por sus 
partidarios para la educación jeneral. 

Vamos a ocupamos ahora de los resultados prácticos de 
su enseñanza. 

Punto es éste que felizmente ha sido debatido con gran 
acopio de datos i razonamientos por varios ilustrados profe- 
sores i escritores públicos de Chile, como los señores Amu- 
nátegiü i Cifuentes que hemos citado i el gran patriota don 
José Miguel Infante, cuyo amor puro i jeneroso por la ju- 
ventud fué el mas noble timbre de los últimos años de su 
vida. A él cupo la honra de asestar el primer golpe como 
mandatario en 1813 i como escritor en 1834, contra la ab- 
surda i)ero respetabilísima preocupación que habia hecho 
del Latin el monopolio de toda la educación pública, i aun- 
que su voz sensata fué ahogada en la última época, quedó 
por lo menos abierto el palenque de la discusión, i tanto se 



— 126 — 

ha progresado en los treinta aflos corridos desde entonces, 
tan activa ha sido la propaganda moral contra el sistema 
antiguo i tan profunda la convicción creada por la esperien- 
cia a este respecto, que hoi al primer anuncio de ima nueva 
cruzada contra la rutina de la enseñanza, la prensa toda del 
pais ha levantado una voz unánime contra el estudio forzo- 
so del Latm. 

En esta parte nos bastarla por tanto, remitirnos a los 
trabajos que dejamos señalados, especialmente ala lumino- 
sa memoria del señor Amunátegui que se rejistra en los 
Anales de la Universidad del mes de julio de 1857; pero 
queremos consignar aquí algunas breves consideraciones que 
pueden contribuir a dar mas solidez a la brillante doctrina 
de libertad en la enseñanza que a propósito de la abolición 
del Latin sostienen hoi dia con rara unanimidad los diarios 
de Valparaíso i de la capital. 



X. 



Desde luego, el principal defecto práctico que encontra- 
mos al Latin, es el monopolio que su estudio crea en favor 
de sí mismo. El Latin es la carcoma sorda, que introduci- 
da por la sutileza escolástica en la mente de los alumnos» 
devora en ella todos los jérmenes de los demás estudios 
liberales. Siendo un ramo en estremo difícil, abstracto, ab- 
Borvedor, i que, a mas, se encuentran repartido en un perío- 
do de seis años, equivalente a la mitad exacta del tiempo 
asignado a las carreras profesionales, se liace ])or sí solo un 
estudio privilejiado i es la preocui)acion jefe de los espíritus 
que se educan. De aquí viene que todos los demás ramos mas 
sencillos i provechosos del curso de Humanidades padecen 
un menoscabo considerable, i los jóvenes educandos se ven 
obligados a descuidar el aprendizaje de la Historia, de la 



— 127 — 

Jeografía, de los idiomas vivosi de la Literatura i de otras 
clases inñnitamente mas amenas, mas útiles i mas apropia- 
das a su edad e intelijencia, por declinar los indij estos cua- 
dros de los nombres o aprender de memoria las intermina- 
bles listas de los verbos irregulares de la Gramática latina, 
fuera de los destructores esfuerzos que exije el estudio de la 
sintaxis, a la que se pretenden ahora agregar nuevos textos, 
capaces por sí solos de descalabrar la intelijencia mas robus- 
ta i de absorver los años mas lozanos del espíritu. 



XI. 



De aquí viene otro mal mayor, i es que, como sucede en 
todo monopolio, se ha creado para el Latin una especie de 
prestijio aristocrático que daña directamente el estudio de las 
ciencias aplicadas i de la instrucción liberal entre nosotros. 
Se ha hecho esa lengua la puerta inevitable de todas las car- 
reras, especialmente de la abogacía, i de aquí resulta que 
todos los padres de familia, influidos por sus propias preo- 
cupaciones, obligan a sus hijos a estudiar Latin para ad- 
quirir el codiciado diploma de abogado, enseñándoles a 
desdeñar desde su infancia toda otra profesión liberal. El re- 
bultado definitivo de este sistema está a la vista de todos, i 
es tal el exeso del mal que su misma intensidad comienza a 
correjirlo, pues en el dia ha llegado a ser tan excesivo el 
numero de los abogados, que la profesión declina de una 
manera asombrosa, haciéndose ya un oficio de segundo or- 
den, que no da ni pan para la casa, ni valimiento social, ni 
honra siquiera a los dueños de ese título, que hace medio 
siglo era la meta de las mas altas ambiciones entre nuestros 
abuelos. 

Tan verdadero i arraigado es ciertamente el funesto pre- 
dominio que ha alcanzado el Latin en nuestro sistema de en- 



9tñKDZñ profesional "que, dice un joven profesor de este ra- 
mo (el señor Cifiíentes), la voz comun de los alumnos, con el 
maravilloso instinto que les acompaña en sus denominacio- 
nes, i como si el Latin fuera el único ramo que se estudiase^ 
ha clasificado a los estudiantes en solo dos categorías: latinos 
i matemáticos.^^ 

Ahora, con relación a los privilejios aristocráticos que ese 
estudio crea en nuestra República, oigamos la palabra fran- 
ca de uno de sus mas convencidos i ardientes admiradores, 
el señor prebendado Larrain, en su discurso universitario ya 
citado. "No las haria (dice délas clases del curso de Hiuna- 
nidades, o lo que es lo mismo, del Latin, a que se refiere es- 
pecialmente su Memoria) , no las haria mui accesibles a las 
clases bajas de la sociedad. ¿ Qué gana el país con que los hijos 
de los campesinos i de los artesauos abandonen la condición en 
que los lux colocado la Providencia, para convertirlos las mas 
veces en ociosos pedantes que se avergüenzan de sus padres, 
que aborrecen su honesto trabajo, i que colocados en ima po- 
sición falsa, terminan por aborrecer la sociedad?" He aquí 
el lenguaje sincero del que podemos llamar el primer cam- 
peón de la latinidad entre nosotros; i sin embargo ¿cuál ar- 
gumento mas temible podria formarse en una comunidad 
democrática contra su existencia que la propia confesión 
que él mismo nos ha hecho al cerrar su erudita disertación 
sobre las ventajas puramente escolásticas del Latin? 



XII. 



Otra cuestión surje aquí de lleno. La de la utilidad espe- 
cial que el estudio del Latin ofrece a cada una de las carre- 
ras profesionales de nuestro sistema de enseñanza, o para ha- 
blar con mas propiedad, a las cinco Facultades en que está 
dividida nuestra Universidad, i en cuatro de las que se exije 



— t29 — 

forzoeamente su estudio, sin que por esto dejase estar f ani'- 
bien admitido como válida (al menos hasta la promulga- 
ción del reglamento de estudios del Instituto Nacional de 
5 de octubre de 1863) en la Facultad de Matemáti- 
cas 

En este terreno es precisamente donde se ha dilucidado con 
mayor abundancia de razonamientos la cuestión del pro i del 
contra del Latin, aseverando los aboUcionistas que se puede 
ser buen abogado i buen médico sin necesidad de saber Latin 
i relegando su estudio esclusivamente a los teólogos i a los 
humanistas. 

Pueden, pues, consultarse estos debates especialmente en 
las memorias opuestas de los señores Amimátegui i Larrain 
Grandarillas que hemos ya citado. Mas, para noi^otros, des- 
de que la abogacia i la medicina son una ciencia como cual- 
quiera otra, desde que los grandes descubrimientos deja 
última en tiempos todavia recientes la han rejenerado del to- 
do, confinando a Hipócrates i a Esculapio a* las tradiciones 
mitolójicas de la cuna del arte, i desde que la jurispruden- 
cia, por su parte, rompiendo las ligaduras de la imitación 
romana, se ha establecido para cada pueblo sobre bases 
propias, i traducídose ademas a los idipm^is vivos todos los 
tratadistas que escribieron en Latin desde Papiniano a Gre- 
gorio López, la cuestión de •si es o no útil el estudio del 
Latin en esas protesiones, ha quedado simplemente reduci- 
da a un negocio de buen sentido, o si se quiere, de buen 
gusto. Hacer una cita latina en un escrito o en un ale- 
gato en el dia es simplemente ridículo desde que ningún 
juez, ni abogado, ni ministril la entiende; i en cuanto al 
provecho que hoi dia podría sacarse de los voluminosos tra- 
tados escritos por los comentadores de las Partidas i del 
Fuero Juzgo ^^nos atrevemos a decir (i estas son palabras 
de un abogado que se formó precisamente en el estudio de 

MIBC. TOMO III. 10 



— 190 — 

aquellos) (1) que si las obras de los espositores latinos se 
condenasen a las llamas, ningún mal recibiría la sociedad. 
El tiempo que el majistrado ocupa en rejistrarlos lo roba al 
estudio de las mismas leyes, i es mui sabia la disposición le- 
gal que prohibe citarlos €71 los escntosV" 

Ahora, respecto de la práctica de la medicina, nosotros 
no vemos otra ventaja en el uso del Latin que crear, bajo el 
amparo de una preocupación, un privilejio basado, no en la 
ciencia misma, sino en una nimia superchería, que no pocas 
veces produce funestos resultados. El Latin propiamente 
sirve a los médicos solo para recetar, i a los boticarios para 
no entender las recetas, pues en cuanto a la clasificación de 
las enfermedades i de las drogas por unmétodojeneral, cu- 
ya base es aquel idioma, es tan sencilla que bastaria un 
aprendizaje de seis meses para enseñarla a farmacéuticos i 
doctores. I cuál es la ventaja de escribir la composición de 
los remedios en un idioma que lajeneralidad no comprende? 
Nunca se ha podido contestar esta observación tan justa i 
racional, sino con un absiu*do mayor que el mismo absurdo 
en cuyo apoyo se alega, pues se dice que no conviene que 
los enfermos sepan lo que tragan, pues si lo saben, o no to- 
man las medicinas o les causan daño, a virtud de esa razón 
o ese absurdo moral que se llama entre nosotros la apren- 

sion Sin embargo, confesamos que este argumento es 

acaso el mas lójico para defender el Latin, puesto que se le 
trata aquí como una droga amarga que es preciso disfrazar 
con algo, para que pueda usarse sin aprensión 

DesixSjese nuestro protomedicato de sus añejas aficiones, 
nacidas de la época en que la medicina era mas un secreto 
oculto o ima farsa que ima ciencia, i eleve ésta a su verdade- 
ra altura. En Francia una lei justa i racional ordena que to- 

(1) Don José Miguel Infante. 



— 181 — 

do formulario de botica se escriba en el idioma del pais, po- 
niendo las cantidades^ no en números romanos, sujetos a fá- 
ciles i fatales equivocaciones, i ajustados los pesos al sistema 
decimal. ¿Por qué no se baria otro tanto entre nosotros por 
un simple decreto de policía médica? Médicos sensatos han 
introducido ya de suyo esta refonna, i si se biciera radical, 
como puede bacerse hoi mismo, ¿ a qué vendría a quedar re- 
ducida la ventaja del Latin en la enseñanza i en la práctica 
de la medicina? 

En lo que estamos perfectamente de acuerdo don los sos- 
tenedores del estudio del Latin es en la necesidad de con- 
servarlo en la carrera eclesiástica. Aunque el Latin no fuera 
el idioma de Jesucristo i sus profetas, ba sido la lengua sa- 
grada de la iglesia desde los primeros siglos del cristianismo, 
i nosotros pensamos, como Cbateaubriand, que es fuerza que 
los bombres tengan un idioma esclusivo para bablar a la 
Divinidad, por lo mismo que reclamamos la mas absoluta li- 
bertad en el cambio recíproco de las ideas i de las necesida- 
des puramente bumanas. Adoptado el Latin por la iglesia 
universal, aun entré los protestantes i cismáticos, queda to- 
davía existente este vínculo de imion entre los principales 
cultos cristianos, i justo es que se mantenga i se cultive. 
Concéntrese pues este estudia en el recinto de los seminarios 
i de los claustros, i déjese a los ciudadanos que han nacido 
para la industria, para las profesiones libres, para el trabajo 
creador bajo sus mil múltiples formas, que se entiendan en 
el lenguaje que mejor les^acomode i que esté mas al alcance 
de sus costumbres, de sus necesidades i de sus aspiraciones. 

En cuanto al estudio de las liumanidades de que el La- 
tin hasta aquí ha sido la base, o mas bien, las humanidades 
mismas, abrigamos idéntica opinión a lo que manifiestan los 
majs entusiastas admiradores de aquella lengua i aun cree- 
mos ir mas lejos que ellos. Nosotros no queremos, porejem- 



— 188 — 

pío, el bachillerato en humanidades forzoso ijeneral a todas 
las carreras, porque esto es hasta degradar vulgarizándolo 
entre las mediocridades im estudio que se ha llamado subli- 
me. Pero sí somos partidarios sinceros del doctorado en hu- 
manidades, doctorado forzoso, si se quiere, porque hasta es- 
ta concesión hacemos en favor del lustre de una lengua que 
tanto prestijio ha alcanzado en el imiverso civilizado. El 
que quiera ser im literato insigne, un escritor profimdo, un 
humanista consumado, en una palabra, hágase en hora bue- 
na doctor, como lo somos todos los de esta honorable Fa- 
cidtad, pero que sea en virtud de su libre elección por esta 
carrera, a fin de que no suceda lo que está aconteciendo 
ahora mismo en este recinto (i no tengo embarazo en confe- 
sarlo en alta voz, pues ya lo he dicho otras veces en su pro- 
pio seno) en el que de los treinta doctores en humanidades, 
es decir, en Latin, que tenemos derecho de sentarnos aquí, 
solo cinco o seis podrian verter al español las sentencias mas 
sencillas de aquel idioma o, lo que es lo mismo, cinco o seis 
tienen título para ser doctores, estando los demás en la es- 
tricta obligación de devolver sus diplomas o probar que to- 
davía saben latin... 

XIII. 

Tiempo es de tratar en este lugar ima cuestión con la 
cual los sostenedores del Latin pretenden resolver de una 
manera irrevocable i terminante la necesidad de la conser- 
vación absohita del Latin, como la base i la cúspide del per- 
feccionamiento de la enseñanza. Tal es: el ejemplo de lo 
QUE SUCEDE EN EuROPA. I nosotros uo lo ucgamos. En 
Francia como en España, en Inglaterra como en Alemania, 
el punto de partida para la instrucción superior es el estu- 
dio del Latin o del Griego. Pero, por ventura ¿ encuéntrase 



— 183 — 

nuestra República en las condiciones de aquellas sociedades 
para imitarlas servilmente ? ¿ Cuál es el campo ofrecido en- 
tre nosotros al sabio, al escritor, al literato, al humanista ? 
¿ Hai en Chile como en los pueblos cultos de Europa, que 
acabamos de citar, elementos para abrir una carrera brillan- 
te a centenares, a millares, mas bien de inteUjencias por el 
camino especial de las humanidades? La respuesta de esta 
interrogación está escrita en todo lo que vemos a nuestro 
derredor i en los bancos mismos de esta Honorable Facul- 
tad. Uno de nuestros colegas, que ha empleado toda su ju- 
ventud en la enseñanza del Latin, nos ha asegurado que el 
número de humanistas aprovechados que sale de cada cui'so 
de Latin en que se cuentan los alumnos por millares no pa- 
san de dos o tres. ¿ 1 es este el punto de comparación que 
podemos presentar nosotros a las Universidades de Oxford 
i Pavia, de Koenisberg i de Paris? De manera, pues, qu^ 
por el mismo sistema por cuyo medio se pretende sostener 
la utilidad del Latin entre nosotros, es decir, por la imita- 
ción o la copia servil de lo que pasa en el Viejo Mundo, se 
demuestra que de ningún modo estamos preparados para 
aplicamos a nosotros mismos lo que sucede en las viejas 
Universidades monárquicas de Europa, devoradas por la ru- 
tina i hundidas por el peso de sus propios privilejios secu- 
lares. 

Pero a este respecto aun hai mas que decir. En las Uni- 
versidades de Inglaterra i de Estados Unidos, donde real- 
mente se ama i se cultiva con esmero el Latin, existe el 
Doctorado en Humanidades^ i nada es mas comim que el que 
los espíritus escojidos de aquellos países, sea en la política, 
en la literatura o en la prensa misma, hayan alcanzado 
aquel títido (inaster of arts) en las Universidades de Oxford 
o de Cambridge. 

Pero cuánta i cuan inmensa diferencia existe entre obli- 



— 184 — 

gar a la masa jeneral de la comunidad educanda, compuesta 
en su mayor parte de intelijencias medianas o negativas, 
al estudio del Latin, para pasar del aula a las chácaras o a 
los almacenes! I cuan distintos frutos produciria la creación 
de una alta clase de enseñanza superior i libre en que sea 
dado a los injenios superiores nutrirse en los tesoros de la 
antigüedad, a fin de irridiarlos después, bajo una forma mas 
luminosa i popular, entre esas mismas masas a quienes se 
aplasta hoi bajo el peso enorme de la latinidad forzosa. 

Nadie podrá negar a este propósito, que en ningún pais la 
ilustración clásica o superior ha marchado de una manera 
mas uniforme con la elemental que en los Estados-Unidos, 
el pais del imiverso donde el saber se halla mas difundido 
en todas las clases sociales, desde el simple jornalero que ha 
aprendido a leer hasta los grandes escritores clásicos, como 
Everett , Irving, Prescott, Ticknor, i tantos otros. ¿I por 
qué sucede esto ? Porque la educación es libre. Por que si 
bien hai centenares de Univerí^idades pri\Tlej iadas que otor- 
gan diplomas de especiaUdad en las carreras, se puede seguir 
también éstas libremente^ sin necesidad de otro diploma que 
el del aprecio público, el mejor nivelador de las ai)titudes i 
de las reputaciones. 

En la Kepública del Norte el (jiic quiera ser abogado con 
diploma de la Universidad, dueño es de ir a Cambridge o al 
Colejio de New-Haven a estudiar el griego i el Latin, i pre- 
sentarse después en el foro con todo orgullo de su título pri- 
vilejiado. Pero libre es también de ser abogado el que quiera 
serlo, sin mas que concurrir al estudio de un doctor en ejer- 
cicio durante tres años i rendir después ante el foro o cole- 
jio de abogados (^/í^Zía;') su correspondiente examen de 
práctica. I no por esto sucede (jue el abogado universitiu"io 
sea ni mas sabio, ni mas esperto en el desempeño de su pro- 
fesión que el simple abogado práctico, pues éste, sin saber 



— 185 — 

Latín ni Griego, conoce acaso su profesión mas profunda- 
mente que aquel, puesto que la ha estudiado en el gran terre- 
no de la enseñanza moderma — la práctica^ — la especialidad. 
El actual presidente de Estados- Unidos, que de simple leña- 
dor se hizo abogado, es talvez tan eminente en la práctica de 
su profesión como el famoso juez Story que bebió sus profun- 
dos conocimientos en la jurisprudencia antigua. 

Una objeción, empero, se hace por los sostenedores del 
Latín a todo trance a este sistema de libertad, pues asegu- 
ran que en Chile una vez que el Latín dejase de ser obliga- 
torio, nadie, nadie lo estudiaria. ¡ Sea en buena hora decimos 
a nuestro tumo! ¿Qué argumento existe entonces mas po- 
deroso paraabolirlo que el mismo que se apunta para conser- 
varlo? ¿ Si el Latin se ha hecho tan aborrecible que nadie ^ 
nadie quiere aprenderlo libremente, no es evidente que solo 
puede dejársele en pié como im tormento o una persecución ? 



XIV. 



Nos queda aun por dilucidar un pimto mas importante 
que los anteriores, porque es algo que estamos viendo cada 
día con nuestros propios ojos, i no hai nada que pueda des- 
truir las convicciones que se adquieren por una observación 
evidente, constante i antigua. Aludimos a los frutos que 
se obtienen del Latin. Hablemos pues en lengupje prác- 
tico i alcance de todos sobre esta materia, cuya condena- 
ción no hai alma viviente en Chüe que no haya resuelto en 
su conciencia. 

Tomemos una imidad cualquiera, por vía de ejemplo, para 
fijar el número de alumnos que en los Colejios de la Repúbli- 
ca estudian el Latin. En 1857 eran 1,293 i hoi es muí po- 
sible que pasen de 1,500. Pero fijemos solo 1,000. 

Es una cosa averiguada i que nadie pondrá en duda ^ue 



— 186 — 

solo una quinta parte de ese número, es decir, doscientos 
alumnos llegarían a ser abogados, i aun ese número es exce- 
sivo. Ahora bien, ¿qué sucede al resto de los educandos, 
es decir, a ochocientos entre mil jóvenes que se dedican a 
la carrera de abogacía? Vamos a decirlo. 

Por lo común, la edad en que los alumnos entran a estu- 
diar Himianidades es la de diez, oncel doce aflos, i como el 
curso dura seis años, resulta que en ese tiempo van abando- 
nando gradualmente el estudio por mü causan sociales, do- 
mésticas o de otro j enero (pero en la que la mas prevale- 
ciente es siempre el odio profundo i contaminador del Latin), 
por manera que esos ochocientos jóvenes vuelven a sus casas 
entre la edad de catorce o diez i ocho años, liabiendo hecho 
los irnos, dos, otros tres, los mas cuatro o seis años de estu- 
dio. ¿I cuál es el fruto que han obtenido de su j>enoso 
aprendizaje? ¿Cuál es la compensación que ofrecen a sus pa- 
dres por los sacrificios que su educación les impone? — 
Ahí está para responder el plan de estudios del Instituto 
Nacional, modelo del de todos los Colejios de la Repii- 
blica. 

Resulta, pues, que los unos saben recitar malamente i de 
memoria los cuadros de las declinaciones; otros han U^ado 
al famoso quid vel quid de los pronombres ; otros han tra- 
ducido los primeros capítulos de César i la mayor parte . 
llevan consigo, como por vía de apéndice, un fíbrago d6 
fechas i de nombres que con una induljencia clásica se Uanm«* 
entre nosotros cwso de Historia. 

Esta es la verdad evidente, irresistible, palpable por todos, 
de lo que pasa en la enseñanza de nuestras Ilimianidades, i 
para esto no hai mas que echar una ojeada al plandc estu* 
dios de nuestros Colejios públicos, como acabamos de insi- 
nuarlo. 

Vamos pues a reproducirlo aquí par^ que se. afiomibKVa 



é ^ 



"»1 



— 1S7 — 

los que no están asombrados todavía, en vista de su perso* 
nal esperíencia. Helo aquí: 

latín. 

Primer año. — ^Latin, hasta acabar laa conjugctcionea regu- 
lares i ejercicios de temas. 

Segundo año. — Latin, toda la anakjía i ejercicios de temas. 

Tercer año. — Latin, analojia i sintaxis^ hasta el réjimen 
de los casos, traducción de César. 

Cuarto año. — Latin, analojia i sintaxis completa i traduc- 
cion de Salustio i Cicerón. 

Quinto año. — Latin, repaso jeneral i traducción de Virji- 
lio i Tito Livio. 

Sesto año. — Latin, repaso jeneral i Métrica, i traducción 
de Horacio, Ovidio i Cicerón. 

He aquí escrita en seis líneas la historia del martirolojio 
de la intelijenciaen Chile. Cualquiera observará que solo en 
el tercer año viene el infeliz alumno a comprender algo de 
ese confuso hacinamiento de declinaciones, pronombres, con- 
jugaéiones regulares e irregulares, etc., etc., que ha estado 
estudiando, pues por la primera vez entonces se le pone en 
las Inános los Comentarios de César ^ es decir, un libro que 
/ típie sentido; pero lo que es mas digno de admiración es 
cpie una parte del quinto i sesto año se dediquen al repaso 
jenenal^ lo que no puede entenderse, en nuestro leal concep- 
to, sino como una prueba evidente de que lo que se ha es- 
tudiado en los cuatro años anteriores se ha olvidado ya por 
los alumnos : i tan seguro es esto que rendido im examen 
de Latín al dia siguiente está ya sepultado en el rincón mas 
ptxfondo del olvido. — "Cesa, dice el señor Cifuentes, la cos- 
"tttau^bre de traer cuotidianamente en la mano los clásicos la- 
Stam^ I el alumno hace gala de olvidar lo poco que sabia i 



. • 



— 138 — 

se huelga de poder arrinconar para siempre el indijesto i 
aborrecido compañero de sus primeros pasos en el camino 
del saber." 

Siquiera en los tiempos de nuestros abuelos, cuando el 
Latin servia para todo, se empleaba solo cuatro años en el 
curso del aula latina. I hoi, cuando hemos andado ya me- 
dio siglo en el camino de la civilización i cuando el Latin 
fué abolido como el lenguaje usual de los colejios en los pri- 
meros tiempos de nuestra rojeneracion (1813), se ha aña- 
dido dos años mas a su inútil i tuncsto aprendizaje, "por- 
que, como dice el señor Amunátegui, todo se sacrifica al 
ramo favorito. El estudio de la lengua latina es el privile- 
jiado, el que ocupa mas tiem^x) que la Gramática castella- 
na, que las lenguas vivas, que la Historia, que la Literatu- 
ra, que la Filosofía." 

I tan verdaderas son las anteriores palabras, cada una de 
las que vale una sentencia, que el estudio de las lenguas 
vivas solo viene a introducirse por el plan citado en el ter- 
cer ario de latinidad. Por esto, sin duda, sucede que cuando 
se le pregunta a algún estudiante por el grado de progreso 
que ha alcanzado en su caiTera, no se le interroga sobre 
ningún ramo especial, sino que se le dirije esta única i sig- 
nificativa pregunta: ¿£71 qué año de Latin os encontráis? 

Ahora ¿necesitaremos buscar en el contraste de este ab- 
surdo i abominable sistema de cultivar la intelijencia de la 
comunidad educanda,las ventajas que proporcionarla el reem- 
plazo del estudio del Latm con el de los idiomas vivos ? Es- 
cusado nos parece este trabajo, desde que cada cual com- 
prende que esos centenares de jóvenes que cortan su carre- 
ra en los primeros años de Humanidades, volverían a sus 
familias sabiendo el Francés, el Ligles o el Alemán, estudios 
que comenzarían a prestarles im provecho inmediato, i que 
j^finarian su gusto por la propia comparación de aquellos, 



— 139 — 

i por cuanto, al revés del plan adoptado para la enseñanza 
del Latin, puede hacerse el aprendizaje de aquellos, ponien- 
do en mano de los alumnos libros apropósito para co- 
brarles afición, traduciéndolos, o bien por el ejercicio prácti- 
co de temas. 



XV. 



lilegamos al fin de este informe i se hace preciso resumir 
BU sustancia para mejor exhibir las conclusiones a que he- 
mos creido llegar. Estas son las siguientes : 

1 .• Que el Latin, considerado como lengua fija^ solo tiene 
un mérito mui relativo: 1.** porque esa fijeza es común a to- 
dos los idiomas vivos, tomados en una época determinada 
de su desarrollo; 2.* porque esa fijeza está alterada por los 
accidentes de la prommciacion de los idiomas romances, 
destruyendo así en gran parte su propiedad para servir de 
lengua-tipo o univereal i 3.** porque virtualmente el Latin 
hs sido repudiado por la práctica de las naciones modernas, 
adoptándose de preferencia el Francés como lenguaje de las 
comunicaciones de pueblo a pueblo ; 

2.* Que el Latin tampoco puede considerarse en lo abso- 
luto como lengua madre del Español, pues, a su vez, reco- 
noce aquel óticos orí j enes mas antiguos, al propio tiempo que 
las lenguas romances se han derivado de otras de su misma 
índole en que el Latin ha entrado solo como im ausiliar; 

3.* Que el Latin no es esclusivo como lengua clásica^ 
pues las lenguas vivas poseen también obras clásicas de im 
orden superior, capaces de ser estudiadas con mayor ven- 
taja en la época actual del desenvolvimiento humano, i aun 
deberla decirse que el estudio de éstas puede ser un podero- 
sa ausiliar para llegar al conochuiento cabal de los clásicos 
antíguos; 



— 140 — 

4/ Que el Latín, lejos de ser un ejercicio adecuado para 
disciplinar las intelijencias jóvenes, las abruma, al contrario, 
siendo causa del profundo tedio que abriga la juventud por 
los estudios, defecto tanto mas capital cuanto que aquel 
puede reemplazarse con reconocida ventaja por estudios 
análogos, pero mucho mas a propósito para adiestrar el pen- 
samiento, como son los idiomas vivos i especialmente el 
Alemán ; 

5.* Que el latin en la forma que se enseña entre nosotros 
es un estudio de rutina i absorvedor, que menoscaba el 
aprendizaje de todos los otros ramos importantes i útiles de 
las Humanidades, i exije por si solo mas de la mitad del 
tiempo que se dedica a cualquiera carrera práctica i prove- 
chosa; 

6.* Que el Latin, en consecuencia de la organización de 
su enseñanza, tiende a crear una especie de aristocracia es- 
colástica que perjudica de una manera grave a la elección 
de las otras carreras científicas i liberales que no necesitan 
de su ausilio; 

7.* Que el latin se ha hecho completamente inútil en el 
estudio de la jurisprudensia, desde que cada país se ha da- 
do en los últimos años una lejislacion propia i nacional i 
desde que se han vertido a los idiomas modernos todos los 
antiguos espositores; 

8.* Que el Latin solo debe declararse estudio obligaUnño 
en la carrera eclesiástica, i por lo mismo borrarse como tal 
del plan de estudios de la educación jeneral, limitándose 
al uso de los Seminarios de la República; 

9.' Que el Latin únicamente puede ser rehabilitado para 
el estudio de las Humanidades por la libertad de su ense- 
ñanza, estableciéndose clases superiores en que se curse li- 
bremente i creándose el Doctorado de Humanidades^ como 



— Ul — 

existen en las Universidades de Europa i especialmente de 
Estados-Unidos; i 

10. Que el Latín es el estudio mas pernicioso, mas inútil 
i de mas fimestas consecuencias para el desarrollo de la 
educación en Chile en la forma obligatoria i jeneral en que 
está planteada su enseñanza, según lo demuestra la estadís- 
tica de nuestros Colejios, la esperiencia de sus profesores, lo 
que la práctica de cada dia pone de manifiesto i el clamor 
jeneral de la opinión pública espresada por todos los ór- 
ganos de su prensa ilustrada. 

XVI. 

Tales son, señor Decano, las principales razones en que 
descansa la indicación que tuve el honor de hacer en la se- 
sión de la Facultad de Humanidades de 7 del corriente, i 
sobre la que Ud. se dignó pedh-me informe. 

Al presentar a Ud. este rápido e imperfecto trabajo, he- 
cho, sin embargo, con la conciencia del bien i llevado de un 
amor sincero por el adelanto intelectual de la juventud de 
mi patria, séame permitido abundar en la franqueza de que 
he creido dar constante prueba en el curso de este escrito, 
declarando que abrigo la dolorosa pero profunda convic- 
ción de que el Latin esta vez no será abolido como estudio 
forzoso i jeneral. Mas todavía, que no será siquiera rehabi- 
litado como ramo de enseñanza libre i superior, único medio 
que hai de salvarlo contra sus propios admiradores. 

Pero al menos, la puerta del porvenir está ya abierta, i 
dia llegará en que la razón triunfe sobre las preocupaciones 
como la luz triunfa de las sombras. (1) 



(1) Los presentimiento del autor se realizaron por completo. Des- 
pués de un memorable debate, ilustrado especialmente por el sefior 



— 143 — 

En verdad, asistimos hoi a una inmensa i latente trasfor- 
mjicion social i literaria aun en nuestro apartado Chile, i 
un hecho basta a comprobarlo. 

Hace solo medio siglo a que las aulas que alcanzal)an mas 
alta reputación entre nuestros abuelos eran aquellas en que 
se castigaba mas cruelmente a los alumnos, llegando a ha- 
cerse célebre en nuestra capital la del beato Coiisino^ que azo- 
taba a sus discípulos haciendo servir de postes para atarlos 
a sus propios compañeros. ... I hoi se ha cerrado un cole- 
jio que habia adquirido cierta reputación, por haber osado 
su director poner sus manos en el rostro de un niño. 

La divisa antigua del subar era : la letra con sangre entr a ! 

El emblema moderno es mucho mas sencillo i está con- 
cretado a una sola palabra: libertad! 

Ahora bien, la inmensa distancia que separa esos dos le- 
mas es la revolución intelectual r[ue está llamada a operar 
en nuestro sistema de educación i)ública, la razón i el pro- 
greso bien entendido, lo que acaso no tardará en suceder 
cuando estas iilrduas cuestiones que afectan a toda la nación 
sean sacadas del inflexible escolastismo de los cuerpos do- 
centes de la enseñanza, para debatirse en la tribumi de los 
altos poderes lejisladores. 

Entre tanto, señor Decano, por lo que a nosotros toca, 
dispuestos a sostener esta grave cuestión como nuestras 
fuerzas mejor lo consientan, creemos dejar cumplido nues- 
tro deber elevando al conocimiento de üd. para que se sir- 
va someterlo a la deliberación de la honorable Facultad de 
Humanidades el presente informe sobre la abolición del La- 
tín como VMñode enseñanza forzosa ijenerali de su rehabi- 
litación como curso libre de enseñanza clásica i superior. 

En cuanto a la indicación presentada por el erudito e ilus- 
trado señor Dr. Loback para hacer obligatorio el Griego (a 
mas del Latin) a los alunmos que se dediquen al profeso- 



ndo de HtmianMaiflefl, i a la qne TTd. se Avió haca tain* 
bien estensivo el infonne de la Comisión nombrada, séame 
permitido declinar el honor que por ese desempeño hubiere 
de caberme. Las ideas que a la lijera he desarrollado en este 
escrito, ponen, sin embargo, sobradamente de manifiesto 
cual sería mi opinión sobre tan delicada materia. 

En consecuencia, desempeñada mi comisión de la mejor 
manera que me ha sido dable, tengo el honor de suscribir- 
me de Ud., atento i obsecuente servidor, 



Bmjamin Viaiña Moekinna. 



Santiago, abril U de 1865. 



Al señor Decano de la Facultad de Hnmanidadea. 



'^'m 



LA INTERNACIONAL- 



(bu ORIJEN, sus MIBIS) Sü PBOOESO). 



1 






( 

t 



«. 



Un hecho mui grave, una corriente hueva, una revolu- • i 

cion mas trascendental i mas terrible que todos los trastor- i 

nos porque la humanidad ha pasado hasta aquí, se desarro- 
lla lentamente, pero con marcha fija i osada en toda Euro- \ 
pa : la organización del socialismo como poder público. 

¿ A donde iremos a parar ? 

Hubo un dia en que hombres puramente filántropos, co- 
mo Owen, pensadores como Pedro Leroux, revolucionarios 
como Luis Blanc, demoledores como Proudhon, presajiaron 
el advenimiento no lejano de las masas. I esos hombres fue- 
ran declarados "locos." 

Hubo ima hora en que esas masas, es decir, el pue- 
blo agrupado en muchedumbres, impro^^saron una ciudad 
de barricadas dentro de la ciudad de Paris i se batieron du- 
rante tres dias contra dos o tres ejércitos. Esas masas fue- 
ron declaradas simplemente hordas de rebeldes i de crimina- 
les. 

La sociedad, entre tanto, se reia de los delirios o se ven- 
gaba de los atentados ; pero no creia en el socialismo, por- 
que creia demasiado en sí misma. La sociedad era la fuerza 

VttO» TOMO JII. 18 



— 146 — 

porque era la organización. El socialismo era una quimera 
o una desesperación, porque no tenia base sobre que repo- 
sar: era, al contrario, en su primera i brutal aparición un ha- 
cinamiento de todos los principios disolvente de la civiliza- 
ción. 

Pero hé aquí que el socialismo aparece hoi organizado 
con bases análogas a las de la sociedad, i hé aquí, al propio 
tiempo, que entabla su lucha contra la liltima, de potencia a 
potencia. 

¿Cuales la organización del socialismo moderno? 

La que ha impreso a las masas la asociación político-econó" 
mica-social denominada Asociación internacional de los 
obleeros, cuyo proceso acaba de terminarse en Paris con la 
condenación a diversas j^nas de varios de sus principales 
miembros. 

Entremos en algunos detalles sobre el estado presenta de 
esta formidable institución, antes de contar sumariamente 
BU oríjen i hacemos cargo de sus profundos fines. 

Según una estadística aceptada por los directores de la 
Inteimacional (pues esta síncope es su nombre mas usadoj 
el número de sus afiliados era el 1." de enero de 1870, el 
siguiente : 

Francia 433,785 

Inglaterra 80,000 

Alemania 150,000 

Hungría i Austria 100,000 

Suiza 45,000 

Espaíla 2,728 

Total 811,738 

Digamos en números redondos un millón de liombres. 
I asi, mientras los insensatos que se apellidan los jénios^ 



— 14!? — 

los salvadores i los gohimmos de Europa fatigan sus arsena- 
les para lanzar los pueblos en espesos batallones los unos 
contra los otros, por la codicia de un metro de terreno o el 
despique de una descortesia, olvidan que dejan a sus espal- 
das, en los hogares i en los talleres de las grandes ciudades, 
ese otro ejército paciente, sufridor i mudo, pero que en la 
hora oportuna puede suspenderse como un trueno vengador 
sobre sus cabezas: el ejéicito de las masas trabajadoi'as or- 
ganizadas. 

Téngase desde luego presente que ese miUon de obreros 
coaligados, es decir, de socialistas, ha sido la recluta de solo 
seis años. I en vista de esto pregúntese cuál será el aspecto 
i la condición del mundo social, esto es, de las masas 
i de la aristocracia, del trabajo i del capital del comunismo^ 
i de la propiedad, en los liltimos dias del presente siglo, cu- 
yo término algunos hemos de ver. 

Para comprender este vaticinio con mas certeza asistamos 
un momento al nacimienio i al desarrollo de la Interna" 
cional. 

Muchos de lo que esto lean recordarán todavía el con- 
greso de obreros que se reunió en Londres en 1864, i al que 
asistieron representantes de casi todo los talleres del Conti- 
nente. A algimos de estos delegados sus propios gobiernos 
suministraron el pasaje i los costos de su misión. 

Pues en esa misma asamblea, en cierta manera oficial, 
se echaron las bases de una asociación puramente económi- 
ca de obreros, que se llamó la Inteimacional, porque entra- 
ron a componerla los representantes de varias nacionalida- 
des. Se ha dicho que el verdadero orijinador de este movi- 
miento habia sido en el año anterior (1863) el ajitador Ma- 
zzini, a virtud de la iniciativa de im club creado por él en Pa- 
lermo con el objeto de propender a la unidad italiana por me- 
dio de la república. Se ha dicho también que los inspiradores 



de sí mismos. Constitución de una Polonia democrática i 
social. 

10.® Los ejércitos permanentes en sus relaciones con la 
producción. 

11.** Influencia de las ideas relijiosas sobre el movimiento 
social, político e intelectual. 

12.** Establecimientos de sociedades de socorros mutuos. 
Apoyo moral i material acordado a los huérfimos de la aso- 



ciación." 



Desde la primera mirada, se echa de ver que este progra- 
ma tiene un inmenso alcance. El trabajo contra el capital, es 
decir, ima de las faces mas palpitantes del socialismo, el cré- 
dito, la política, larelijion, laeconomia, la familia, todos los 
grandes elementos vitales de la sociedad están llamados a 
cooperar a \m pensamiento fijo i común: la redención del 
obrero, o lo que es lo mismo, la disminución gradual o vio- 
lenta del desnivelamiento social, por la elevación de las ma- 
sas, a espensas de las clases privilejiadas. 

La Internacional, i especialmente su comité central de 
Londres, han trabajado dm^ante seis años con un te- 
son heroico, i al parecer con un alto desinterés, en el de- 
sarrollo de aquel programa nivelador. Amparado por el ca- 
rácter puramente económico, atribuido como base a su aso- 
ciación, sus caudillos han podido hacer la propaganda i el re- 
clutamiento a la gran luz del dia. Cada año, conforme a su 
instituto, sus miembros han celebrado un congreso interna- 
cioncd, de cuyas sesiones i acuerdos han dado cuenta libre 
los diarios. Estas asambleas públicas i deliberantes han te- 
nido lugar sucesivamente en Lausana, Basilea i Jinebra (en 
Suiza) en Badén i últimamente en Bruselas : siempre en los 
alrededores i en las fi-onteras de la Francia. 
^ Se ha atribuido a sus jefes, por los que los vijilan o los te- 

men, en cada una de esas grandes juntas, alguna nueva i 



— 150 — 

trascendental declaración añadida a las del programa primi- 
tivo. Ya se ha sostenido, por ejemplo, que en el congreso 
de Jinebra los delegados de la Internacional acordaron de- 
clararse solidarios de las revoluciones de todos los pueblos; 
ya se ha asegurado que en el congreso de Badén resolvie- 
ron dar la voz, el impulso i el oro de todas las huelgas de 
obreros, parciales o en masa, que debian promoverse simul- 
táneamente en diversos paises de Europa. 

Verdad es que contra estas miras han protestado los acu- 
sados que acaban de juzgarse en París, i a cuyo proceso, 
seguido con ojo atento, hemos ocurrido principalmente es- 
ta vez en busca de información. Pero de lo que no cabe du- 
da es que la Internacional se hallaba ya en 1866, esto es, 
dos añ(S después de su fundación, en actitud de asumir un 
rol público en Etu'opa como representante de las clases obre- 
ras. Asi fué que cuando, después del pánico de Sadowa, 
Napoleón III i su ministro Niel, se pusieron a la tarea de 
militarizar la Francia a lo Bisniarky los obreros del último 
país, fraternizando con los de Alemania, elevaron una voz 
de protesta. ''Hermanos de Berlin i de la Alemania, decian 
aquellos en un manifiesto que ha figurado en su proceso; 
en nombre de la solidaridad imiversal, invocada por la Aso- 
ciación Internacional, cambiamos con vosotros la salutación 
pacífica que cimentará de nuevo la aUanza indisoluble de 
los trabajadores." 

Bien pronto veremos que esta noble invocación al amor 
ha vuelto a hacerse oir antes que truene el cañón en ambas 
riberas del Rhin. 

Al propio tiempo huelgas formidables, sofocadas muchas 
veces con la sangre de las mujeres i de sus hijos, estallaban 
en diversos centros manufactureros de Europa i especial- 
mente en Francia. En Ivoubaix, en Aubin i en Ricamarie, 
solo la presencia de las tropas i el hambre pudo sofocar obs- 



- 151 - 

tinados levantamientos en el año antepasado. En él presen- 
te, se puede decir que las huelgas son universales i casi in- 
termitentes desde Lceds a Barcelona, desde Jinebra a Lyon. 
Hace solo tres meses que la huelga del Creuzot, i como re- 
bote la de toda la hoya carbonífera del Loh'a, inquietaba a 
la Francia como una verdadera preocupación nacional. Hoi 
la del Mulhouse i la del valle del Rhin, en la ribera que co- 
rresponde a Francia, está, se puede decir, en armas, con los 
campos militares prusianos a la vista, rio de por medio, pa- 
cífica pero indómita en su pretensión de hacer mas justo i 
benigno al sórdido capital. Se calcula eñ veinte mil el nú- 
mero de obreros, que en la actualidad han abandonado los 
talleres de filatura de los departamentos fronterizos del Al- 
to i bajo Rhin. 

Ahora bien : ¿ quien da la palabra de orden a estos levan- 
tamientos sucesivos i que parecen ordenados como una ca- 
dena estratéjica? Quién sostiene esas innumerables pobla- 
das flotantes de hombres, de mujeres i de niños durante los 
dias, las semanas i los meses en que dura la protesta i la 
penuria ? 

La Inteimacional^ dice la voz pública i los fiscales que 
han Uevado a aquella en varias ocasiones a la barra de los 
tribunales. Los procesados de Paris niegan otra vez esta 
acusación, i solo confiesan que, sin incitar las huelgas, cuan- 
do éstas estallíui, sus comités se preocupan de alimentar, 
por un principio de soüdaridad común, las familias deso- 
cupadas i perseguidas. De esta manera la Internacional se ha 
hecho cargo de veinticuatro familias que las duras conde- 
naciones que atrajo la huelga reciente del Creuzot dejó sin 
ningún amparo. 

Digamos aquí que la Internacional dispone de fondos 
considerablesy casi de millones, a virtud de su organización 
económica. Cada uno de 8U8 socios eroga al recibir su carta 



— 162 — 

de miembro activo una cantidad de 25 centavos (1 fr. 25 
céntimos), i en seguida 3 centavos en cada semana. Cada 
comité, en los respectivos barrios de las ciudades donde aque- 
lla se haya establecida, concentra esas sumas en su caja pro- 
pia, pero envia al comité central de Londres una suma equi- 
valente a diez centavos por persona. Así, suponiendo que 
el número de los afiliados de la asociación sea hoi solo de 
un millón, resultaria que el comité de Londres, por si solo, 
añadiria en el presente año 500 mil francos a sus fondos 
anterioi'es. 

Ademas de su participación directa o indirecta pero in- 
negable en las huelgas, la Internacional habla cometido dos 
grandes faltas de disciplina, de cordura i de lójica, que le 
habrían de acarrear las persecuciones que hoi sufre. Las pri- 
meras de aquellas habia sido la incorporación en su propio 
seno de una asociación turbulenta que con el nombre de 
Trade Union (unión de los oficios) existe en Inglaterra, 
i cuyas principales manifestaciones han consistido has- 
ta aquí en despedazar las máquinas que hacen competencia 
al trabajo manual, en amenazar la vida de los industriales, 
en incendiar sus £ibricas i otros desacatos. 

Su segunda falta ha sido análoga a la anterior, por cuan, 
to la Internacional se ha hecho solidaria en Francia de una 
asociación política i revolucionaria que con el título de la 
Federacionhsib\si fundado en Paris un tal Bostien. 

Esta circimstancia atrajo a la Intemacioíial, hasta enton- 
ces pacífica i tolerada, su primera persecución judicial en 
1868. Denunciada por el fiscal piibHco ante los tribunales 
franceses como una sociedad secreta, i juzgada conforme a 
la severa lei que impera sobre éstas, pudieron, con todo, es- 
capar sus principales miembros a un castigo prolongado, 
porque probaron que su asociación, si tenia algún carácter 
definido era el de no ser secreta^ pues celebraba congresos 



— 168 — 

públicos, mantenia diarios, i tanto sus ideas como sus deli- 
beraciones eran entregadas a la libre discusión de la prensa 
pública. Sin embargo, algunos de los acusados del comi- 
té de Paris, como el encuadernador Varlin i el escritor Mar- 
co Antonio Roche, fueron sentenciados a algunos meses de 
prisión a virtud de pertenecer a una asociación ilícita. 

Sin desalentarse por este contratiempo, Tal contrario, es- 
timulada por la contraiiedad, como es lei inevitable de todo 
movimiento humano, la Internacional continuó su propa- 
ganda i su proselitismo hasta poseer, según dejamos refe- 
rido, el 1.® de enero del presente año cerca de un millón de 
soldados, esto es, un ejército convencido, desgraciado i el 
doble en número sobre cualquiera de los de las mas grandes 
potencias militares, con la escepcion de la Rusia. 

La bandera de enganche de la Internacional habia pasa- 
do también el Atlántico. 

El jeneral Cluseret, una especie de aventurero polí- 
tico i militar, campeón de la guerra de Estados Unidos 
(donde lo conocimos casi en la indijencia en 1866) i des- 
pués en las barricadas de París en junio de 1869, ha sido 
en la América del Norte el porta voz del comité de Paris, i 
con no mediano éxito. vSolo los obreros de Chicago en- 
viaron el año último una suma de 4,000 francos a los obre- 
ros en huelga de Paris. Últimamente vemos que el contajio 
gana también (verdad es (jue con un carácter mucho mas 
benigno) las frías rejiones escandinavas. El 30 de junio se 
ha abierto, en efecto, un congi'eso de obreros en Stockohno 
al que han asistido 450 delegados de la Suecia, Noruega i 
Dinamarca. 

Alarmado por su parte el gobierno de Napoleón III, (que 
a principios i en dos promedios de su reinado habia dado 
alas a este movimie-ato, a virtud de sus ideas 7iapoleónicas) 
del número, de la tenacidad i del rópido desarrollo de la /;i- 

XUC. TOMO III. 13 



— 164 — 

iernadonaly resolvió asestarle, con motivo de los atentados i 
complots ciertos o fraguados que han tenido lugar última- 
mente contra su vida, mío de esos golpes napoleónicos, tam- 
bién, que tienden a poner en evidencia im gran escándalo o 
un gran peligro. 

Treinta i ocho miembros, mas o menos influyentes de la 
Internacional francesa ftieron sometidos a un juicio en mar- 
zo último, i su proceso público, comenzado el 21 de junio 
ante la sétima corte criminal de Paris, presidida por M. 
Brunet, acaba de cerrarse con un fallo condenatorio para 
todos los encausados, con una o dos escepciones. 

Las acusaciones que ha dirijido el fiscal Aulois a los reos 
no han podido ser mas graves. ((La Internacional, segiui 
aquel funcionario, es ima conspiración sorda i brutal contra 
la sociedad. Prosigue la disolución de la familia, atacando 
los principios de la herencia, i destruye la propiedad con el 
sistema de la distribución común de la tierra i de los bienes. 
Su participación, por otra parte, en los atentados políticos i 
criminales de la última épíxja aparece evidenciada en cier- 
tos signos cabalísticos usados en la correspondencia en ci- 
fras que se ha sorprendido a algunos de sus miembros i en 
las que se ha loffi'ado descubrir los nombres de Napoleón, 
Eujenia, picrato de potasa, i otros indicios no menos sospe- 
chosos.» 

La actitud de los acasados ha sido, sin embargo, mas 
grave que el proceso mismo que los declara reos. Se han 
mostrado circunspectos, convencidos, disciplinados i resuel- 
tos a todo en nombre de su causa i del porvenir de ella. 

En la audiencia del jirimer dia i en los momentos en que 
iba a comenzarse los interrogatorios, el abogado de los reos, 
Laurier, (el mismo el(x:uente defensor de la famiha Noir en 
el proceso Pedro Bonaparte) recibió una solicitud firmada 
por oc/wcientos obreros fundidores de Paris, en la que decía- 



— 167 — 

leño que ejerce la misma profesión de M. Le-Play i se ti- 
tula — El porvenir del hombre. 

Algunos diaristas franceSes de conocido talento, como 
Edmundo About i Julio Ivichard, han entablado también 
una interesante jxílémica sobre este particular, i al fin am- 
bos han convenido en la inminencia del peligi'o i en las den- 
sas sombras del porvenir social. 

"Vacunaos contra la infalible epidemia, ha dicho About 
a los hombres políticos, filtrándoos alguna parte del virus 
destructor que el pueblo trae ya en su savia!'' Pagad el se- 
guro del porvenir,, recomienda Richard a los industria- 
les i a los capitalistas, concediendo alguna pequeña ])rima a 
los que mañana desesperados os: pedirán todo." 

Por último, un escritor de circunstancias (Leguevil de la 
Combe) que suele tener en la prensa diaria inspiraciones de 
gran aliento, ha dicho hace pocas horas estas graves pala- 
bras, hablando de la condenación de Varlin i de sus com- 
pañeros : 

"Ci'eeis que vais a detener todo eso con persecuciones? 
Creéis que las leyes tienen poder contra las invasiones de 
ese jénero? No veis que estáis haciendo mártires, i que su 
victoria jerminará en sus calabozos?... No comprendéis que 
si la Internacional tenia ayer quinientos mil socios mañana 
contará dos millones ? 

"^'El pon'enir })ertenece a esta gran comunidad obrera 
(jacquerie) que se llama la Internacional. 

"Resignémonos, pues, porque asi es forzoso; resignémo- 
nos antes que se cuenten; no los hostilicemos con persecu- 
ciones pueriles, i ya que estamos destinados a soportar su 
yugo, tratemos únicamente de enseñar a leer a los que ma- 
ñana senin nuestros amos...*' 

Delante de estas palabras i de estos vaticinios, que en núes- 



— 1S8 — 

tro concepto no tienen nada de fantástico, nosotros nos per- 
mitimos añadir una sola reflexión, i es la siguiente: 

Hasta aquí todas las grandes huelgas de Europa, que 
constituyen la actualidad latente de la Internacional^ han 
sido sofocadas por los soldados, esos obreros del fusil. Pe- 
ro el dia en que esos desheredados del derecho i del bien se 
pongan armas al hombro en huelga contra sus amos, ¿cuál 
será la suerte de las sociedades modernas, cuál el nuevo sen- 
dero del mundo? 

¿ Volveremos atrás de los siglos, como los autores de la 
civilización antigua? O las trasformaciones del porvenir, in- 
capaces ya de operar el retroceso a la barbarie, conducirán 
el linaje hmnano a una civilización distinta de la que hoi 
lleva este nombre ? 

Tremendo arcano. . . ( 1 ) 

San- Val. 



(1) Este artículo fué escrito eu Jinebra en agosto de 1870 i publica- 
do en el Mercurio el 30 de setiembre de ese año. Un año después escri- 
biamos otro artículo (que se insertará mas adelante) en que el arcano 
estaba ya descifrado. La espantosa revolución de la Comuna había sido 
el primer acto de ese drama tremendo que solo hoi se inicia para la 
humanidad. 



EL PAPADO I CHILE (1.) 

(SÉKIE DE ARTÍCLTLOS PUBLICADOS EX SETIEMBRE I OCTUBRE 
DE 1863 EN EL MERCURIO DE VALPARAÍSO.) 



La cuestión suscitada en la Cámara de diputados a con- 
secuencia de la moción del diputado Novoa, sobre la dero- 
gación de la lei que autoriza el envió de una legación a Ro- 
ma, no puede ser mas grave ni mas trascendental, si se la 

• 

considera bajo su triple carácter de actualidad, de pasado ^ 
]>orvenir. Es una cuestión vital para la América republica- 
na. I sin embargo, se ha convertido solo en el estéril debate 
de la personalidad de un honorable mmistro, de la persona- 



(1) Esta serie lie artículos se publicó en 18G3 bajo el título la Cuestión 
de JRoma, primero, con motivo dñ \a revocación de la lei que autorizaba 
el envió de un Plenipotenciario chileno a Roma para a justar un concor- 
dato i en seguida (desde el número IV) a consecuencia do una vi<)forosa 
polémica que entabló el diario eclesiástico titulado el Bien ¡mhlicoj que 
se publicaba a la sazón en Santiago contra las revelaciones i juicios del 
autor. Ignórase quien fuera el escritor de esa notable impugnación, pero 
entonces se atribuyó de voz coniun al limo, obispo de Concepción don 
José H. Salfls. 

El presente estudio ofrece la ventaja de presentar reunido en un 
cuerpo todo lo que pudiera investigarse en nuestras relaciones con Roma 
i en jeneral de éeta con toda la América española desde la independen- 
cia hasta la fecha en que aquel salió a lúas. 



— 160 — 

lidad del no menos honorable clero de Santiago, de la per- 
sonalidad, en fin, del partido que ha inspirado aquel acto a 
uno de sus corifeos. ¡ Triste condición la nuestra! Surjen 
en el seno de nuestra sociedad, en el campo de la. política, 
en el recinto de la administración grandes intereses, hermo- 
sos principios, aspiraciones nuevas i fecundas; pero lejos de 
dejárseles sulejítima espansion, se les ahuga con el manto 
del egoísmo, i el bien público muere sofocado en jermen 
por las pasiones de los hombres de partido. 

Vamos a esforzarnos nosotros en sacar tan OTave asunto 
del triste terreno en que ha sido colocado con relación a las 
personas i a los intereses de bando, i a esforzarnos en pre- 
sentarlo a los ojos de la América bajo su verdadera luz i 
con los gravísimos resultados que en si mismo tal negocio 
encieiTa. 

Para nosotros la cuestión que debe preocupar al pais i a 
sus lejisladores no debe limitarse al Concordato solamente 
ni al derecho de Patronato que ha exijido aquel. Bástenos, 
por ahora, decir que en esta parte abundamos completamen- 
te en las ideas de la Cámara que ha suprimido la Legación 
a Roma. Pero el verdadero punto de vista del negocio que 
nos preocupa está en las relaciones tanto antiguas como re- 
cientes que las repúblicas americanas han tenido con la San- 
ta Sede, i lo que en consecuencia pueden esperar aquellas de 
la última. 

Este jénero de apreciaciones es el que vamos a someter 
al criterio público en este primer artículo. 

Desde el primer dia de la independencia americana, la 
Santa Sede descargó sobre ella los rasgos de su ira. Pió VII 
en ima bula dirijida con fecha 30 de enero de 1816 "a sus 
venerables hermanos Arzobispos i Obispos i a los queridos 
hijos del clero de la América, sujeta al rei católico de las 
Españas," les exhorta a que inspiren a su grei "el justo i fir- 



— Ma- 
me odio (ánimo abhorrendorun) con que deben mirarlas i ano 
perdonai' esfuerzo para desarraigar i destruir completamen- 
te lá zizaña de alborotos i sediciones que el hombre enemi- 
go sembró en eso3 paisas {exitare et funestissima turbarum 
ac seditionum zizania quae inimicus homo istic reminavitj 
eradicare.) 

León XII, ocho años mas tarde, encarece a los america- 
nos la siiblimie i sólida mrtud de Fernando VII por su bula 
de 24 de setiembre de 1824, cuando aquel ominoso monar- 
ca no era dueüo de mas tierra americana que las almenas 
del Callao i de San Juan de Ulua. — Pero, así como el débil 
Pío VII habia cedido a la presión reaccionaria de los Bor- 
bones, después de la caida del imperio en 1815, León XII 
se hacia a su vez el dócil instrumento de la Santa Alianzay 
una de cuyas principales miras era reconquistar la América, 
o por lo menos, monarquizarla. 

Cupo a Chile el honor de descubrir los hilos de aquella 
intriga tenebrosa i la gloria de haberla en gran parte desba- 
ratado, salvando a la América de singulares catástrofes. 

Vamos a esponer suscintamente la manera como tuvo esto 
lugar, pues es de gran importancia su conocimiento para 
que se perciba el desarrollo lójico de los sucesos que hoi tie- 
nen lugar en la América. 

El gobierno del Director O'Higgins, reaccionario en la 
política interna del pais, pero impregnado de un america- 
nismo esclusivo i casi fanático, envió a Roma en 1822 al vir- 
tuoso prelado Cienfuegos, con el objeto de arreglar las rela- 
ciones del nuevo Estado indei^endiente que se encontraba en 
acefalia respecto de la Santa Sede. 

El emisario chileno tuvo la mas brillante acojida en Ro- 
ma. Todo se allanó a sus pretensiones. El mismo se felici- 
taba como asombrado de su éxito estraño. «Los negocios 
que V. E. se ha servido encomendarme en esta corte, decía 

Mise. TOMO III. 14 



— 168 — 

tiago. Por esto su secretario Sallusty se saboreaba todavía a 
8u regreso a Roma cuando hacia recuerdo de su mesa chi- 
lena <rque si vedeva quasi siempre omata ora di robe dolci, 
ora de im bel gallinaccio ripieno, ed ora di un pingue porce- 
lleto dalatte (chanchito gordo)y> (1) 

Pero, qué hacia el Nuncio entre tanto ? Cómo pagaba él, 
emisario de Roma, la cordial i opípara hospitalidad de los 
chilenos? No tenemos reparo en decirlo: Vendiéndolos a 
los reyes sus amos, de quienes el infeliz Pontífice no era 
entonces, como es hoi dia, sino la maniatada i lastimera víc- 
tima. 

Hé aquí, en efecto, cómo un gran patriota i im chileno de 
corazón contaba a otro que no lo era menos (el j enera! Zen- 
teno al jeneral O'Higgins, carta del 10 de octubre de 1824) 
lo que habia sucedido : 

"El Nuncio se regresa a Europa dentro de ocho o diez 
dias. Al fin, se quitó la máscara, i en el fondo ha descubier- 
to mía intriga que talvez saque su oríjen de la Santa Alian- 
za. Estrechado por el gobierno a que consagrase a Cienfue- 
gos por Obispo de Santiago, i a Andrade de Concepción, se 
negó redondamente, como lo habia hecho con otras preten- 
siones anteriores; pero apurándole con vehemencia en ima 
junta secreta del Director (Freiré), Ministros i otros perso- 
najes, pronunció definitivamente, que haria todo cuanto 
quisiese el gobierno de Chile, con tal que se le otorgase una 
sola condición ; a saber; que se admitiese por Obispo de San- 
tiago a su secretario, que es un canónigo joven, sumamente 
hábil i de mucha intriga, pues que tales eran las órdenes es- 
presas que en instrucción privada le habia dado el Papa. 
El gobierno quedó sorprendido i le negó abiertamente tal 

(1) SalluBty Storia delle misione apostolici nello Stato del Chile, 
t. 3.* páj. 18. 



Cerda en 1860. Frustróse la primera, sin embargo, en todas 
sus partes, i esto, cuando el Papa Pió IX estaba en todo el 
auje de su liberalismo i tenia motivos para recordar las lejí- 
timas pi-etensiones de los chilenos, pues habia sido su hués- 
ped en 1824. Hubiera parecido que la mano rencorosa del 
Nuncio Mussi hubiese estado siempre sobre la del venerable 
Pontífice que hoi gobierna la Iglesia, pues jamas hemos sa- 
* bido que haya hecho a nuestro pais ninguna concesión sus- 
tancial, a no ser que se cuenten por tales algunas franqui- 
cias parecidas a la de la bella candela de Pió VIL 

¿Que ha hecho pues Roma por la América? ¿Qué grati- 
tud le debe ésta? ¿Qué sacrificio le ha costado? ¿Qué es- 
peranzas puede en consecuencia abrigar la última de su be- 
nevolencia? ¿Qué concesiones de su justicia? 

La historia ha hablado un momento por nosotros ; }>ero 
aun no lo hemos dicho todo. 

¿Qué es lo que pasa, en verdad, hoi dia en América con 
relación a Roma? 

¿ Quién ha traido a la tieiTa libre i eminentemente cató- 
lica de la América las lej iones ateas del ateo emperador de 
los fi-anceses ? El padi'e Miranda i los siete obispos que ha 
creado últimamente el Papa, arreglando a su voluntad las 
nuevas diócesis cuvo establecimiento él solo ha decrc- 
tado? ¿Quién ha introducido la perturbación en las relacio- 
nes políticas de la Nueva Granada, sino los rescriptos de 
Roma que han alzaprimado a su clero contra el» Estado ? 
¿ Quién ha arrancado al Ecuador im concordato en el que 
éste enajena su soberanía, sino los ajentes de Roma, aliados 
a los ajentes de Francia, que hablan solicitado el protecto- 
rado de aquella infeliz república ? ¿ Quién ha sometido a la 
curia romana las repúblicas de Centro- América, sobre las 
que se ciernen ya las ávidas águilas frónoesas ? ¿ Quién, en 
fin, ha ñmdado en Roma mismfk bajo los auspicios de im 



— 146 — 

sacerdote chileno un Seminario Americano^ futuro semi- 
llero de los obispos romanos que deberán imponerse a la 
América a virtud de los concordatos ? 

Se ve pues que el presente está todo de acuerdo con el 
pasado. Roma ha sido inexorablemente lójica. Pío IX au- 
süia en sus empresas a Napoleón III, como Pió VII ausi- 
liaba a Fernando VIL 

Veinte mil franceses acuartelados en Roma son des- 
de luego la prenda de esa alianza. ¿ Cuál será ahora su 
presa ? 

Hé aquí la gravísima cuestión de actualidad i de porvenir 
a que hemos llamado la atención de nuestro gobierno i de 
todos los gobiernos americanos. No se crea a Napoleón III 
tan insensato que arroje sus ejércitos i sus tesoros en Méjico 
sin un vasto plan secreto de antemano convenido. La San- 
ta Alianza está de nuevo en campaña. El Papa es su alma. 
Napoleón su brazo. Nuestro Ministro en Lima ha des- 
cubierto ya algunos resquicios de esta nueva reconquista, 
que no es (entendedlo bien!) solo de territorio sino de ins- 
tituciones, de monarquía universal. 

Volvamos i)ues los ojos del recinto estrecho de nuestras 
animosidades domésticas al vasto campo de los intereses 
americanos. La situación es grave; el peligro inminente. Fi- 
jémosnos en el desenvolvimiento lójico de la política pontifi- 
cia, unida siempre, ornas bien, avasallada como un instrumen- 
to al poder de los tiranos de Europa, según a la hjera lo he- 
mos demostrado respecto de nosotros, i apliquémonos a poner 
oportuno remedio a mal tan inmenso. 

En este primer artículo nos hemos limitado solo a es- 
tudiar la cuestión de Roma bajo el aspecto mas grave i 
mas inminente que le encontramos. Después entrare- 
mos en el pimto pm'amcnte chileno del patronato i sus 
anexos. 



— 167 — 



II. 



EL PATRONATO. 

''Por el catolicismo, los Estados es- 
tán como daplicados: hai un estado en 
el Estado." — {De'Pradt^ el Concor- 
dato de la América con Moma, {páj. 
112). 

• 

Dijimos en nuestro primer artículo sobre la cuestión de 
Roma que abundábamos en las ideas que liabian conducido 
a la supresión de la legación a Roma, porque nuestras opi- 
niones son que el patnniato es un derecho preciso, inaliena- 
ble del Estado, o como es mas técnico decirlo, un derecho 
anexo a la soberanía. Vamos pues a analizar la discusión d^ 
la Cámara de Diputados por este camino que esperamos nos 
conduzca a la verdad. 

Advertimos una vez más que nosotros no juzgamos inten- 
ciones. Discutimos sobre derechos. Estamos siempre en lo 
abstnvcto, no en el personalismo. Si nos limitáramos a lo últi- 
mo, repeleríamos con cnerjia todo lo que en este gravísimo 
asunto de interés nacional i americano aparece de torcido i de 
mezquino; indudablemente fué mezquino el envió a Roma del 
Ministro Irarrázaval, en quien se veia un émulo temido; mez- 
quino lo que dio pie al proyecto de legación del Sr. Cerda, a 
quien im principio contrario de deferencia personal aconseja- 
ba al Presidente Montt costearle mi ostentoso viaje a las cor- 
tes de Europa; mezquina ha sido la moción Novoa, dirijida a 
clavar un dardo agudo en el honrado corazón del Ministro de 
Justicia, a cuya alta i probada conciencia, no por obstinada, 
hai lejítimo derecho de hacer cargos, puesto que esa obstina- 
ción es la inflexibilidad misma de esa conciencia ; i mezquina^ 



por último, ha sido la suposición que representa al ilustrado 
clero de Chile en campaña abierta en la política i llamado a 
la acción a influjos del poder civil. El partido clerical^ digá- 
moslo de paso, es simplemente un absurdo entre nosotros, 
porque seria la desvii'tuacion del clero mismo; i asi como 
concebimos, sin aceptarla de ninguna manera, la "Sociedad 
Cantorberiana que defiende privilejios puramente clericales, 
no podemos imajinarnos que el sacerdocio se entrometa en 
ninguna cuestión puramente civil o política que en nada 
atañe a su ministerio "que no es de este mundo sino del 
Eterno.'' 

Mas, como lo hemos prometido, hacemos todo esfuerzo 
por sacudir de nuestro ánimo las impresiones que lo apocan 
i buscamos la luz solo donde es dable aliarla : en lo alto. 

La cuestión que se ha debatido puede reducbse felizmen- 
te pai'a la intelijencia c omun del pais a una simple fór- 
mula: — i El patronato es o no la soberanía? 

El señor ministro del Culto, reconociendo el derecho de 
patronato al Estado, niega que ese derecho sea la soberania. 
De aquí el escándalo del Congreso. De aquí la indisputable 
mala acojida que el pais ha hecho a la bien intencionada pe- 
ro, en nuestro concepto, errónea teroría de «iquel alto fun- 
cionario. 

Dos razones da el señor Ministro como principales para 
sostener su tesis, i son: I."" que el patronato es un derecho 
concedido por los Papas a los reyes de España, i por consi- 
guiente un derecho derivado por una soberania de otra so- 
berania no es inJierente a la que lo recibe; 12.** que no im- 
portando el derecho de patronato una condición esencial de 
la existencia de un pueblo, bien puede éste ser soberano sin 
necesidad de poseer aquella prerrogativa, como son soberanos, 
por ejemplo, los Estados Unidos i todo pais que no reco- 
noce un culto determinado ni paga tampoco por su ejercicio. 



— 173 — 

hoi la curia romana disputa a las repúblicas de América, 
cuando desde el reconocimiento de la independencia por la Me- 
trópoli, éstas no solo se sostituyeron de derecho en sucesoras 
de aquellos, sino que por el hecho mismo de la independen- 
cia habian adquirido por sí, sin delegación alguna i por el solo 
jiat de su soberania alcanzada en las batallas, el inalienable 
derecho de no consentir intervención alguna esterior en su 
organizax^ion. 

I tan inherente era la soberania de los reyes de España 
al Patronato de Indias que es el que nosotros ejercemos 
que los trataditas de la material particularmente el america- 
no Solorzano llega a considerar a aquellos como vicarios 
apostólicos todoSy delegados del Papa, en virtud no de la lei es- 
clesiástica, es decir, de los cánones, sino de la lei civil, es decir 
del patronato, lo que equivale a reconocerles la misma autori- 
dad de aquel, o en cierto modo, los convierte en especie de 
Pontífices, a la manera de los que gobiernan la iglesia griega, 
en la que están imidos los dos poderes civil i eclesiástico. 

No pretendemos nosotros hacer un estudio técnico de la 
cuestión que se debate ni entra tal propósito en los límites 
del periodismo. Nuestro empeño se reduce a abarcar los 
puntos mas salientes de aquella, a fin de que el criterio pú- 
blico se ilustre i se acerque a una solución justa i oportuna 
de una dificultad que no cesará de renovarse hasta que de 
alguna manera se zanje entre laa potencias hostiles que la 
han hecho materia de disputa. 

Aquí entra la cuestión de concordato que es corolario 
obligado de la del patronato; pero será ésta materia especial 
de un próximo artículo. 

Entre tanto, nos será lícito hacer presente al gobierno de 
la República que no olvide un momento el que lleva en bus 
manos una controversia erizada de peligros que pueden con- 



— 173 — 

ducimos, ya a un conflicto doloroso de autoridades, ya a la 
pérdida de ima prerogotiva nacional, al cisma mismo. 

I por si tan in&usto caso llega, no cesaremos de pedirie 
el uso de la mas constante e inalterable moderación dentro 
de los límites de la lei i de la Constitución, en cuya virtud 
somos una República libre, asi como no vacilamos en recor- 
darle, si alguna usurpación ilícita pretende dañar en lo me- 
nor a nuestros fueros de pueblo soberano, el ejemplo de aquel 
rei que mereció por escelencia el nombre del Gatólico, i 
quien, a consecuencia de ciertos abusos mandados ejecutar 
por Julio II en el reino de Ñapóles, escribió a su virrei el 
conde de Amposta su célebre carta de 22 de mayo de 1508, 
afio en que celebró la España su &moso concordato con 
Roma, i en la que el marido de Isabel la católica decia a su 
lugar-teniente palabras como las que siguen, con relación a 
las ilícitas pretensiones del Pontífice i sus delegados: 

../*De todo lo cual (las usurpaciones eclesiásticas de Julio 
II en Ñapóles) hemos recibido gran alteración, enojo y sen- 
timiento y estamos mucho maravillados y mal contentos de 
vos viendo de cuanta importancia y perjuicio nuestro i de 
nuestras preeminencias y dignidad real era el auto que fizo 
el cursor (nuncio) apostólico; mayormente siendo auto de 
fecho y contra derecho y no visto facer en nuestra memoria 
a ningún rei ni vice-rei de mi reino. ¿ Por qué vos no fecis- 
teis también de fecho, mandando ahorcar al cursor que vos 
lo presentó ? Que claro está que no solamente en ese reino, 
mas si el Papa sabe que en España y Francia le han de con- 
sentir semejante auto que ese qtie lo f ara por acrecentar su 
jurisdicción. 

.. .'^Estamos mui determinados, si su santidad no revoca 
el breve y los autos por virtud de él fechos, de le quitar la 
obediencia de todos los reinos de la corona de Castilla i Aragón. 

••/'Lo que ahí habéis de tacer sobre ello es que no invieís 



- 174 — 

los embaladores y si los habéis inviado que luego a la bora 
les escribáis que se vuelvan sin fablar al Papa ni a nadie en 
la negociación; y si por ventura hubiesen comenzado a fa- 
blar, vuélvanse a ese reino sin fablar mas y sin despedirse 
ni dedrnad. I vos feced «trem. diUjenciaV &cerV 
der el cursor que vos presentó dicho breve y estuviese en ese 
reino; y si le pudieseis haber, fitcer que renuncie i se aparte, 
con auto, de la presentación que fizo el dicho breve, i man- 
dalde ahorcar. 

• .."Pues vedes que nuestra intención y determinación en 
estas cosas es que de aquí adelante por cosa del mundo no 
sufráis que nv^tras preminencias reales sean usurpadas por 
nadie] porque si el supremo dominio nuestro no defendéis, 
no hái que defender. 

..."Si algún comisario o cursor, decia en conclusión el 
adusto pero celoso monarca católico, o otra persona viniese 
a este reino con bulas, breves o otros cualesquiera escritos 
apostólicos de agravación o entredicho o de otra cualquier 
cosa que toque a dicho negocio directa o indirectamente, 
prendan a las personas que intrujesen i tomen las dichas bu- 
las o breves u rescriptos y nos los traigan^ 



— 176 — 



ni. 



EL CONCORDATO. 



''Paso a hablar de un artículo que 
70 en consecuencia debería omitir. 
En una Constitución política no de- 
bería prescribirse creencia ni profe- 
sión de fé relijiosa ninguna; la reli~ 
jion pertenece toda por entero a la 
moral; gobierna ella al hombre en su 
interior, establece la residencia de su 
imperio en el corazón, i tiene solo la 
facultad de pedir cuentas a bu oon- . 
ciencia. Las leyes, por el contrario, 
se ciñen a las cosas esteriores; están 
ellas, por decirlo así, a la puerta i 
fuera de la casa de los ciudadanos." 
{Discurso del líbertodar Bolívar al 
promulgar la constitución del Perú 
en 1826.) 



En nuestro primer artículo sobre la cuestión de Boma he- 
mos probado que la política de los papas fué siempre hostil 
a la América republicana e independiente. 

En el segundo nos hemos propuesto demostrar que el pa» 
tronato es un derecho soberano, propio, perpetuo, inaliena- 
ble i perfecto en todas sus partes, como el derecho de cons- 
tituimos en república. 

En este tercero i último artículo vamos a ensayar el de- 
cir algo sobre el concordato^ remate necesario a que debe lle- 
gar toda cuestión en que intervenga la curia romana. 

En nuestra opinión, i comenzamos por asentarla paladi- 
namente, el concordato es un pacto enteramente innecesario, 
inoficioso, que no tiene apoyo alguno ni en la lei civil ni en 



— 176 — 

las constituciones políticas que rijen los Estados, i que, le- 
jos de prometer un solo bien a la América, le acarrearía ma- 
les de infinita trascendencia. 

Nos bastaría para afirmar nuestra doctrina el recordar los 
antecedentes que hemos espuesto en nuestros artículos an- 
teríores sobre la hostilidad manifiesta de la Santa Sede para 
con nuestros paises, i de la íntima e indestructible persua- 
cion en que han estado los gobiernos de éstos sobre que to- 
dos los derechos que se pretenden revalidar con un concor- 
dato, es decir, con im tratado con Roma, son derechos 
positivos de la nación, inherentes a la soberan ía, i que no ne- 
cesitan, por lo tanto, ningún jénero de revisión ni de confir- 
mación para ejercerse en toda su plenitud. 

Mas, deseando ilustrar en cuanto nos sea dable una ma- 
teria tan grave i erizada de venideros peligros, vamos a in- 
sistir de nuevo sobre el limpio i claro derecho que tienen los 
Estados americanos para ejercer sin intervención de nadie 
las regalías eclesiásticas de que hace parte tan esencial el 
Patronato de Indias. 

Indudablemente la base de este derecho soberano es la fa- 
mosa bula de Alejandro YI del 16 de diciembre de 1501, en 
la que dice testualmente a los reyes católicos, habiéndoles 
de la regalía de la percepción de diezmos: ^^Os concedemos 
a vosotros, i a los que por tiempo os fueren sucediendo, 
de autoridad apostólica i don de especial gracia, por el te- 
nor de los presentes, que podáis percibir i llevar lícita í li- 
bremente los dichos diezmos en todas las dichaa islas i pro- 
vincias^ (la América). 

Mas no contento con otorgar tan clara i terminante fi*an- 
quida al poder civil, el Pontífice deroga las disposiciones de 
los amdlios que pudieran contrariarla, i anatematiza a los 
que en lo menor pudieran ofenderla. cNo obstante, dice Ale- 
jandro VI en la ya citada bula, las Constituciones del Con- 



— 177 — 

cilio Lateranense, i cualesquiera otras órdenes apostélioas 
que a esto sean o puedan ser contrarias; ninguno, pues, se 
atreva a quebrantar la bola de esta concesión nuestra o a ir 
contra ella con temerario atrevimiento. I si alguno presu- 
miere atentarlo, sepa que ha de incurrir Id indignación de 
Dios Omnipotente i de sus bienaventurados apóstoles San 
Pedro i San Pablo. t> 

Ahora, a la vista de este título íundamental, ¿ puede exis- 
tir en la fisiz de la tierra im derecho mas evidente que el áe 
las r^^as eclesiásticas, que ahora se pone en disputa i por 
tanto se pretende nvalidar ante la Sede Romana? 

Por otra parte, el patronato i las regaUas (que en sustan- 
cia son una sola cosa ante la lei civil, aunque los cánones ha- 
gan distinciones técnicas) no ha sido, como se pretende, 
una simple concesión temporal i revocable. Ha sido, al con- 
trario, un pacto recíproco i oneroso, un tratado perfecto de 
potencia a potencia, i que, por lo tanto, los reyes de España, 
representantes de una de las potencias contratantes, se han 
esforzado siempre en mantener incólumes a pesar de las ve- 
leidades i aspiraciones de la otra. '^ I como les ha costado i 
cuesta tanto a nuestros reyes (dice el americano Zolorzano, 
eximio tratadista en esta materia i sin disputa la mas alta 
autoridad que pudiera invocarse) i por ser concesión de la 
Santa Sede Apostólica, han hecho i hacen siempre de él tan 
gran estimación, me parece que en ningima cosa se muestran 
cuidadosos de que se les guarde i conserve sin menoscabo,, 
como lo descubren infinitas cédulas." 

Por otra parte, si las regalías esclesiásticas concedidas a 
algunas potencias europeas i a la Espafia misma pudieron ser 
smijdes concesiones^ el Patronato de Indias j que es el patro- 
nato de la América, filé un pacto perfecto i oneroso ^^ por* 
que, como dice el mismo Zolorzano, i esto es digno de nota 
muí especial, esta concesión de Alqandro pasó como en fuxr- 

MUC. TOMO III. IS 



- 179 — 

joso, i que no sea siempre de alguna manera en menoscabo 
del primitivo derecho que invocamos como fundamental ? 

Quisiéramos que se nos citase un solo ejemplo. Por nues- 
tra parte, no conocemos sino las tentativas hechas casi con- 
jimtamente por Chile i Méjico en 1824 i 1825 para celebrar 
un concordato bajo bases verdaderamente liberales i equi- 
tativas. 

Con relación a nosotros, ya hemos referido con alguna 
detención la suerte que corrió el de Chile con la Nunciatura 
del famoso Muzzi. I a este propósito nos será permitido ahora 
recordar cómo im oportimo comentario, las palabras con que 
el gobierno de Chile reveló al Congreso de 1826 en el Men' 
saje de apertura intriga tan indigna de la Corte romana: 

''La llegada a Chile del Vicario apostólico monseñor Muzzi, (decia 
ese documento citado por el Arzobispo de Pradt) se consideró al princi- 
pio como un suceso feliz, supuesto que el restablecimiento de los yincu- 
los espirituales con la Santa Sede era objeto de los deseos jenerales; pe- 
ro ni las atenciones con que colmé a este eclesiástico, ni los testimonios 
de aprecio que se lo dieron, no pudieron satisfacer sus pretenciones ni 
retenerle en nuestro seno. Aspiraba a mezclarse en todos nuestros negó- 
dos, a sujetarlo todo a la jarudiccion eclesiástica con que se pretendía 
revestido. Clamaba contra las máximas de nuestro derecho público; i con 
el tono de la altiva supremacia de Hildebrando quería abatir las opera- 
ciones del gobierno hasta la necesidad de sancionarse por él. Conspiraba 
contra las instituciones que nos costaron quince años de tareas i sacrifi- 
eio9. El gobierno trató estas insolentes pretensiones como eran dignas 
de serlo. El vicario apostólico, después de haber faltado asi a los princi- 
pios de humildad i caridad cristiana que debian nacer respetable su ca- 
rácter i misión^ desapareció de secreto, abandonando con ingratitud a 
un. pueblo pió i hospitalario que se habia esforzado a ganársele con cuan- 
tiosos regalos pecuniarios. £1 gobierno espera que su Santidad el Papa 
León XII desaprobará altamente la conducta de su enviado i hará jus- 
ticia a los esfuerzos que hemos hecho para restablecer con el jefe de la 
iglesia católica unas relaciones deseadas por todos los fieles de esta co- 
munión." 

No fueron menos infelices las negociaciones entabladas 
ei^ 1846 por el ministro Irarrázaval ni en las que en mayo 



— 180 — 

de 1855 inició el digno jeneral Blanco con el cardenal An- 
tonelli. Verdad es que se llegaron a echar esta vez las bases 
preliminares de un concordato, pero eran aquellas de tal na- 
turaleza, que el ilustre marino americano se negó a ponerles 
su firma, apesar del enojo del delegado del Papa, i de que 
esas mismas bases eran mas liberales que las otorgadas por 
aquella época al Austria. 

En cuanto al concordato propuesto por el gobierno meji- 
cano i al que el célebre de Pradt consagró su obra — El con* 
cordato de la América con Roma 1826, nunca llegó a verifi- 
carse, porque era natural que [sus condiciones no fueran acep- 
tadas por la misma razón que lo han sido últimamente las 
del Ecuador, que entrega la enseñanza secular a la dirección 
délos obispos (1). 



(1) Son tan raros los documentos relativos a concordatos amerio»- 
noS; que no podemos menos de transcribir aquí integras las bases del 
adoptado por el gobierno de Méjico en 1826. Dicen así: 

!.• ^«La relijion de lá república es la relijion católica^ apostólica i ro- 
mana. La nación la protejo con sus lejes: eUá proliibe el ejercicio de cual- 
quiera otra. 

'^.* La república mejicana empleará todos los medios de comunica- 
don necesarias para conservar i estrechar mas los vínculos de uijon con 
el Pontífice romano» al que ella reconoce como jefe de la Iglesia 
universal 

''3.® La república se somete a los decretos de los concilios ecuméni- 
co en cuanto al dogma, pero es libre para aceptar sus decisiones en 
cuanto a la disciplina. 

**L^ El Congreso jeneral de Méjico está revestido esclusivamente con 
plenos poderes para arreglar el ejercicio del patronato en toda la eonr 
federación. 

"6.^ El mismo Congreso se reserva laJaeuUad de arreglar i Jijar las 
rentas eolesiásticas. 

''6.® JBl Obispo metrcpoUtano de Mijieo eryirá^ reunirá^ desmomtr»' 
rá i arreglará las diócesis, conformo a las demarcaciones civiles fiadas 
por él Oongrooo jonoraL 



— 181 — 

una vez demostrado que la América no tiene nada que 
ganar i sí mucho que perder con un concordato, i que éste 
es de todo punto innecesarioi porque en la actualidad exis- 
te de hecho i de derecho en todo su vigor, se nos objetará, 
sin embargo, que hai varios puntos graves de disciplina ecle- 
siástica que deslindar entre el Estado i la Iglesia, i se nos 
dirá ademas que nosotros mismos tenemos señalados algu- 
nos de éstos i tan importantes que por sí solos podrían con- 
ducimos al cisma. 



''7.® JEl mismo metropolitano, o a Jaita suya él mas anticuo de los 
otros Obispos, confirmará la elección de los Obispos sufragáneos: éstos 
confirmarán al metropolitano. Un uno i otro casOy se dará aviso de ello 
a 8u Santidad. 

'^8.^ Todos los negocios eclesiásticos se terminarán definitivamente en 
la república, con arreglo al arden prescripto por los cánones i leyes. 

"9.* Los estranjeros no ejercerán en la república, en virtud de eomi' 
sion, acto ninguno de jurisdicción eclesiástica. 

''10.* Las comunidades rolijiosas de uno i otro sexo seguirán puntual, 
mente las reglas de sus respectivos institutos en lo que no sea contrarío a 
las leyes de la república i cánones; i estarán sujetos al metropolitano en 
todos aquellos casos en que se recurría a autoridades residentes fuera de 
la república. 

11.0 ^ metropolitano tendrá los neoesaríos poderes, con la facultad 
de delegarlos a los ordinarios, para proceder a la secularización de los 
regulares de uno i otro sexo, que la solicitaren. 

'*12.<' Se pedirá al Pontífice romano la conyocacion de un concilio 
jeneraL 

^IS.® La república enviará todos los años al Pontífice romano cien 
mü pesos, como voluntaria oblación para subvenir a las neoesidades de 
la Santa Sede. 

''14.* Se establarán negocios con las demás repúblicas americanas so- 
bre las providencias relativas a los negocios eclesiástícos, a fin de que 
pueda presentarse, con toda la posible brevedad, un plan uniforme a sn 
Santídid. 

'15.^ El gobierno proveerá separadamente a los artfoolos sobre los 
que ao se haya logrado la deseada uniformidad. 



— 183 — 



IV. 



RESPUESTA A LAS IMPUGNACIONES. 

(pmiUMINÁX). 

En el núm. 6 del Bien público^ periódico de la capital, 
publicado el 30 de setiembre, se rejistra un estenso artículo 
doblemente notable por la erudición i la virulencia de su au- 
tor, condiciones que parece hablan de correr siempre pare- 
jas al tratarse entre nosotros las arduas cuestiones eclesiás- 
ticas. Despojando, pues, a aquel de la violenta acritud que 
lo desluce, vamos a darle ima apropiada respuesta, a cuyo 
fin lo hemos reproducido íntegro en nuestro número de hoi. 

Antes de entrar en materia, nos parece oportuno reiterar 
una manifestación que hemos hecho con demasiada frecuen- 
cia desde que entramos en la lisa periodística, i es la de 
nuestra antipatía por la polémica. Tenemos para nosotros 
que toda cuestión de diatriva acusa esterilidad en nuestra 
prensa. Apenas, en efecto, falta en nuestra monótona actua- 
lidad temas fecundos o luminosos de que echar mano, cuando 
vemos a nuestros diarios agredirse mutuamente para encon- 
ti*ar pábulo, sino razón i provecho a sus debates. Para noso- 
tros, la prensa no obra como la palabra. En las luchas parla- 
mentarias se comprende que una j&ase pueda importar una 
victoria, porque loque se busca es el convencimiento instan- 
táneo del auditorio. Pero en ]a prensa las convicciones se 
crean, no se improvisan; nacen del examen, no del entusias- 
mo; i por esto nos parece que, sin necesidad de llamar a ca- 
da instante a un público casi siempre prevenido por afec- 
ciones, a que decida como juez en una ajitada contienda/ 
debe dejarse dilatado campo i luz infinita a la conciencia pú- 
blica, a fin de que forme sus conceptos con la augusta caí* 



— 186 — 

que aparecen en las cuatro densas columnas que analizamos; 
a saber: 

1.* Que en los artículos que hemos publicado en el Mer- 
curio con el título de la Cuestión de Boma tratamos de 
" inspirar a los católicos aversión al jefe de su relijion en 
calidad de tal," lo que equivale a constituimos "en ájente 
del protestantismo o del cisma/' 

2.** Que hemos desfigurado el carácter de los Pontífi- 
ces Pío VII, i León XII al pintarlos como enemigos de la 
independencia americana. 

3.** Que son falsas o apócrifas las bulas que imo i otro 
papa hemos citado para comprobar aquel aserto. 

4.° Que es falso cuanto decimos sobre los planes políti- 
cos i anti-americanos que trajo a Chile el Nuncio Muzzi. 

6.^ Que es im descaro de nuestra parte, capaz de desper- 
tar toda indignación, el insinuar que el actual Pontífice i 
los siete obispos de Méjico hayan tenido participación de 
ningún jénero en la espedicion francesa de aquella repú- 
blica. 

6.*^ Que es una insensatez nuestra acusar al obispo chile- 
no Rodríguez de haber mantenido correspondencia con el 
Papa en 1826, motivo por el que fué espulsado del país. 

7.° Que es falsa la participación de Roma en las turbu- 
lencias del clero de Nueva Granada. 

8.® Que no sabemos una sola palabra ni siquiera hemos 
oido hablar del concordato del Ecuador con la Santa Sede. 

9.° Que es llevar hasta el delirio nuestro fanatismo ("fa- 
natismo anti-papal'') al hacer una acusación a cierto sacer- 
dote chileno por haber contribuido a fundar en Roma un 
Seminaiio americano. 

Antes de entrar en el análisis por separado de cada uno 
de estos puntos, observaremos (jue en jeneral el artículo 
que contestamos es de un carácter puramente negativo* 

MI8C. T01ÉO iii. 1/ 



— 186 — 

Como se ha visto por la fitmca enumeración que acabamos 
de estampar, toda su argumentación consiste en decir: "Lo 
que Ud. afirma es falso, luego es Ud., un impostor." Es decir 
que la sustancia de la discusión para nuestro impugnador es 
el denuesto i la negación; pero no contradice el hecho con el 
hecho; no opone la luz a la luz, no discute, en fin, sino que 
anatematiza. Por esto hai siempre algo de la fórmula de la 
escomunion o del auto de fé en toda polémica eclesiástica. 

Por manera pues, nos parece justo observar, que si noso- 
tros logramos corroborar los hechos i los documentos sobre 
que hemos basado nuestras doctrinas ; si manifestamos que 
las bulas que hemos citado son evidentes ; si confirmamos 
los documentos públicos i auténticos que probaron la com- 
plicidad de Muzzi en los planes reaccionarios de la Santa 
Alianza; si demostramos que el obispo Rodríguez secunda- 
ba aquellos propósitos en su correspondencia vedada con la 
Santa Sede; si ponemos en claro que la política de Roma ha 
intervenido en la espedicion de Méjico; si probamos que 
conocemos todos los ápices del concordato con el Ecuador i 
con todos los paises americanos en los últimos 40 años des- 
de su iniciativa hasta el reciente repudio del último, para lo 
que poseemos una vasta colección de documentos; si pone- 
mos de manifiesto el carácter romano de la ajitacion ecle- 
siástica déla Nueva Granada, i por último, si demostramos 
que el Seminario americano de Roma es una institución pe- 
ligrosa para la libertad i la independencia de nuestro conti- 
nente; si hacernos todo esto a la vez, es pues evidente que 
traeremos al suelo por su base el violento artículo a que alu- 
dimos, i que por lo mismo de ser arrebatado carece de la so- 
lidez que la templada razón presta a todas sus obras. 

Entramos por tanto de lleno en nuestra tarea, que abra- 
zará una serie de artículos independientes, por requerirlo así 
las exijencias del diarismo. 



— 188 — 

I como, por una parte, la historia nos estuviese manifes- 
tando que en épocas recientes esta misma presión del abso- 
lutismo se liabia ejercido en la América por el intermedio 
de los pontífices humillados, i por la otra, coincidiesen los 
hechos recientes en que se vé la mano de los satélites del 
papado encendiendo guerra i conflictos en nuestros países, 
con loá proyectos de enviar emisarios chilenos a Roma que 
fuesen a ventilar, (revocándolos en duda por ese acto solo) 
derechos que hemos conquistado con nuestra sangre, nos 
propusimos tratar de preferencia estas cuestiones porque 
eran las mas graves i al mismo tiempo las mas urjentes. 

De aquí los tres artículos que a mediados del último mes 
publicamos bajo el epígrafe de Cuestión de Ronia i en los que 
nos esforzamos por evidenciar estos tres principios funda- 
mentales para nuestra política internacional, o mas bien di- 
cho, para nuestra j9(?/¿¿íca americana. 1.° Que la curia roma- 
na habia sido siempre hostil a los intereses republicanos de 
la América. 2.° Que el /?a/r(?naío era un derecho inlierente a 
nuestra soberanía nacional i no necesitaba, por tanto, con- 
firmación de ningún jénero; i 3.° Que, en consecuencia, el 
concordato era enteramente inútil, i solo podía convenir a 
los intereses de la Iglesia, cumpliendd por esto a la última i 
no al Estado el derecho de solicitarlo. 

Son estos principios sanos i ortodoxos (pues solo están 
dirijidos a afianzar la paz i mutuo respeto de todas las po- 
testades) nutridos, ademas, en un acrisolado americanismo, 
lo que se llama (adoctrinas anti-católicas i fomento del pro- 
testantismo.» Hai aquí la mas leve alusión al dogma de 
nuestras creencias? ¿Tiene que hacer con el catolicismo la 
presión impia que soberanos ateos como Napoleón III, ejer- 
cen sobre el jefe del catolicismo para imponerle sus bastardas 
miras de dominación por las armas i la púrpura? ¿No es 
esto, al contrario, abogar por la mayor pureza de nuestra re- 



— 189 — 

lijion, por su cumplida independencia? Pero lo cierto es que 
la táctica de lo3 sostenedores sistemáticos, de la omnipoten- 
cia eclesiástica desde el autor de los Apóstoles del diablo en 
1822 al padre Yoldi (el impugnador del Mastodonte en 
1850) toda cuestión deliturjia, de disciplina, de cánones, de 
puras sotanas, si se quiere, hade ser precisamente entre no- 
sotros cuestión de dogma. Así es que el argumento jefe de 
toda discusión es llamar al adveráario «impíoí), «hereje», 
«cismático», «protestante» ; i ya todo está dicho, la victoria 
es del clero i el pueblo en masa aplaude a dos manos, sobre 
todo debajo del mantón 

Pero, por fortuna, hai también en nuestra sociedad cató- 
lica nombres que por sí solos son un escudo contra esta tác- 
tica ya desacreditada, i difícilmente podrían poner los defen- 
sores del cardenal Antonelli ningimo de aquellos apodos a 
muchos de los hombres de conciencia i buena fé que siguien- 
do huellas santas para ellos, se encaminan sin volver el ros- 
tro al temor ni al alhago a desempeñar sus deberes para con 
su patria natural, que aman por cierto mil veces mas que 
la patria postiza de otras tierras i de otras coronas. I la me- 
jor prueba de que lo que decimos es cierto, es que ayer no 
mas se ha publicado en este mismo periódico que corre ba- 
jo nuestra dirección una noble carta del Papa Pió IX al ar- 
zobispo católico de Nueva York, exhortándole en nombre 
del Dios déla paz a fomentar la de los Estados-Unidos, i 
en seguida nosotros mismos hemos escrito con fervor aplau- 
diendo el celo de nuestros jóvenes predicadores al consagrar 
sus creencias relijiosas en el dogma santo de la república. 
Vana es, pues, mui vana la arteria que tocan nuestros im- 
pugnadores para arrojar un maligno i anticipado descrédito 
en la gran cuestión americana que sostenemos contra los in- 
tereses mimdanos de Roma i de sus esplotadores. 

Esplicados los antecedentes i las intenciones^ vamoB aho* 



ra a hacemos cargo de los hechos i de los principios que 8ir« 
ven de base a la discusión. 

Materia será ésta de un próximo artículo sobre la politi- 
ca pontificia en América. 



V. 



LAS BULAS DE PIÓ VH I LEÓN XII. 



"Desde el primer dia de la independencia americana, de- 
ciamos en nuestro primer artículo sobre la Cuestión de Ro^ 
ma la Santa Sede descargó sobre ella los rayos de su ira. 
Pío VII. en bula de 30 de enero de 1816 exhorta a los 
obispos de América a que inspiren a sus fieles el justo i /ír- 
me odio con que deben mirar aquella." I en seguida, ha- 
blando de la política de su sucesor en la tiara, añadimos : 
"León XII, ocho años mas tarde, encarece a los americanos 
la sublime i sólida virtud de Femando VII, por su bula de 
24 de setiembre de 1824, cuando aquel ominoso monarca 
no era dueño de mas tierra americana que las almenas del 
Callao i de San Juan de Ulua." 

Pero aceptando la indestructible evidencia de estos he- 
chos i llevados solo de una leal conciencia, no los atribuimos 
a ninguna ignota malignidad de aquellos dos eminentes pon- 
tífices, cuyas virtudes cristianas i personales han sido siem- 
pre preconizadas por la historia, sino que al contrario buscá- 
bamos i ofrecíamos su esplicacion en la lamentable servi- 
dumbre a que estuvo, entonces como ahora, sometida la in- 
defensa Santa Sede. Toda la acusación que hemos hecho a 
aquellos papas ha sido pues únicamente la de sus infortu- 
nio9 i su sumisión a los tiranos europeos. 



— 191 — 

Ahora bien: el articulista a quien respondemos nos dice 
testualmente : "Ud. ha elejido para objeto de sus diatrivas 
cabalmente a los dos papas que con respecto a la América 
se han sustraído a la influencia política de la España. Pió 
VII comenzó desde 1822 a reclamar del rei Fernando que, 
o bien sometiese las colonias a su antigua dominaciony o con- 
sintiese en que la Santa Sede proveyese a las necesidades 
de la iglesia sin consideración alguna al patronato i prero- 
gativa que gozaba la España por los antiguos concordatos ; 
reclamaciones que con igual perseverancia continuó León 
XII hasta que proveyó de pastores por sí mismo a las igle- 
sias vacantes de América." 

Hai argumenros que con solo enunciarlos se contestan; i 
si no ¿ cómo puede entenderse que esos dos papas se hayan 
"sustraido ala influencia política de la España con respecto 
ala América" si ambos han '^reclamado con igual perseve- 
rancia que aquella someta a la última a su antigua domina- 
ción ?" ¿ Podían considerarse como amparadores de la Amé- 
rica los dos Santos Padres que apremiaban al rei Fernando 
para que se adueñase todavía, es decir, para que reconquís- 
tase a sangre i fuego sus antiguas colonias, ya convertidas 
en naciones libres ? O se querrá alegar que por esta presión 
de Roma sobre la empecinada corte de Madrid, se obtendría 
mas pronto el abandono de los derechos de la última sobre 
el territorio americano ? 

Tan débil es siempre la argumentación contra la verdad, 
que ella misma por sí sola se destruye; i aquí tenemos un 
párrafo dividido en dos trozos, de los cuales el último reba- 
te al primero, dejando pues siempre en pié nuestra revela- 
ción histórica de que ''la política pontificia fué siempre hos- 
til a la América." 

Pero no es esta la única arma que ha esgrimido nuestro 
adversario. Habíamos citado nosotros documentos impor- 



— 193 — 

tor, sacó usted la cita de esa bula que es su caballo de bata- 
lla para herir i calumniara un gran Pontífice como Pió VII ?" 
Voi a contestarle, señor articulista. 

La cita no la he sacado de ninguna parte, pero la bula in- 
tegra en latin i en español la encontré en una pastoral del 
Arzobispo de Lima, don Bartolomé María de las Heras, pu- 
blicada en aquella ciudad el 12 de marzo de 1817, habiendo 
sido trasmitida a los metropolitanos de América por real or- 
den de 12 de abril de 1816, en la cual el rei Fernando VII 
dice a "los mui reverendos obispos de las iglesias catedrales 
de ambas Américás, Islas adyacentes i Fihpinas" lo que si- 
gue: 

"Vista la preinserta caita exortatoria, (la bula de Pió 
VII) en el referido mi Consejo de las Indias, con lo espues" 
to por mi fiscal, he resuelto comunicárosla, para que hacien- 
do saber su contenido a los Cabildos de vuestras respecti- 
vas iglesias i demás individuos del clero Secular i Regular» 
pongáis en práctica^ como os lo ruego i encargo, lo que el ce- 
lo i justificación de S. S. os encomienda, contribuyendo por 
cuantos medios os dicte vuestra prudencia a que se restablez- 
ca la debida obediencia i entera tranquilidad de esas provin- 
cias. Fecha en Madrid a doce de abril de mil ochocientos 
dieziseis. — Yo el Reí. — Por mandato del rei nuestro señor. 
— Silt}estre Collar.'' 

La bula no solo habia sido espedida por consiguiente en 
Roma i por S. S. Pió VII, sino que se habia enviado a Ma- 
drid para que el rei opresor de la América la hiciera valer co- 
mo una arma poderosa en Ui contienda; de lo que resulta 
que la hostilidad pontificia a nuestras intituciones i su sumi- 
sión a las testas coronadas de Europa se agrava aun mas 
por la manera de manifestarse i de obrar. 

Tiempo es, pues, de contestar la sustancia de la impugna" 
cien del articulista, lanzando en la arena del debate '^nues- 

yiflO. TOXOIII. 18 



— 194^ 

tro caballo de batalla" o caballo de calumnia, como él llama 
la citada bula. 

Esta en su tenor testual dice así: (1) 

A nuestros venerable hermanos Arzobispos i Obispos i a los que- 
ridos hijos del clero de la América, sujeta al rei católico de las Es- 
pañas. 

Pío PAPA VII. 

Venerabloi hermanos, e bijos queridos, salud i nuestra apostólica ben- 
dición. Aunque nos separan inmensos espacios de tierras i de mares» 
nos es bien conocida yuestra piedad i vuestro celo, en la práctica i pre- 
dicacion de la relijion santísima que profesamos. I como sea uno de sus 
mas hermosos i principales preceptos, el que prescribe la sumisión a las 
autoridades superiores, no dudamos que en las conmociones de estos 
paises, que tan amnrgas han sido para nuestro corazón^ no habréis ce- 
sado de inspirar a nuestra grei, el justo i firm£ odio con que debe mirar- 
las. Sin embargo, por cuanto hacemos en este munrlo las yecea del que 
es Dios de paz, i que al nacer para redimir aljénero humano de la tira- 
nia de los demonios, quiso anunciarlo a los hombres por medio de sus 
ánjeles, hemos creído propio de las apostólicas funciones que aunque sin 
merecerlo nos competen, escitaros mas en esta carta a no perdonar es- 
fuerzo para desarraigar i destruir completamente h zizaña de alboro- 



(1) Ademas de hal^er sido impresa i reproducida la bula de Pió VII 
por el arzobispo Las lleras en 1817, lo fué tres años mas tarde por el 
obispo del Cuzco don Caliste de Orihuela, quien la publicó en esta úl- 
tima ciudad en 1820, en un folleto mui corriente en el Perú. De esta 
última publicación copiamos nosotros en Lima aquel documento, i lo 
dimos a luz en nuestro "Ensayo sobre la revolución del Perú" pújina 
220. De manera, pues, que no solo una cita sino tres reproducciones di- 
ferentes de la bula íntegra homos citado a nuestro impugnador. 

Pero si éste aun duda, tómese la molestia de pasar a la Biblioteca 
pública de la capital, donde tiene encarga nuestro para ponerla oriji- 
nal a su disposición el comedido segundo bibliotecario don Damián 
MiqueL 



— 196 — 

Sede, cuando dice: "Y no dejará de parecer estraflo a loa 
pocos versados en la historia eclesiástica, y con especialidad 
de la curia romana, que lejos de atender ésta a los clamores 
y demandas relijiosas de unos pueblos siempre fieles a la lei 
de Jesucristo {los pueblos americanos)^ no obstante las bár- 
baras atrocidades que a nombre de esta misma relijion han 
cometido en ellos sus opresores, no solo haya desoído sus 
súplicas^ sino repelido a los que venían a presentárselas, y 
tratado de mezclarse secreta i públicamente en sus diferencias 
políticas con ánimo de reducirlos nuevamente a la antigua 
dominación. 

"A esto termina, añade el prefacista, la encíclica de S. S. 
León XII dirijida con fecha 24 de setiembre del año último 
(1824) a todos los Rev. Obispos y Arzobispos de la Amé- 
rica que fué española." 

A la \ista de estas referencias que cualquiera puede veri- 
ficar, y aun confrontar por estenso con la bula misma que 
nosotros hemos leido (si la memoria no nos engaña) en la 
obra del Dr. Vijil sobre la Defensa de los gobiernos ameri- 
canos contra las pretensiones de la curia romana) a la vista 
de todo esto, preguntamos, nos disputará todavía la exis- 
tencia de la bula de León XII tan solo porque no cansamos 
a los lectores del Mercurio con su reproducción íntegra y no 
nos cansamos nosotros con ir a rejistrarla, tal vez para no 
dar con ella, en el Bulario ? 

Pero en esta parte, el aiticulista impugnador ha salido 
un tanto del estrecho terreno de su negación absoluta para 
oponemos la historia a la historia, y probamos así que ha- 
biendo sido León XII un papa amigo de la América, mal 
pudo querer reducirla de nuevo, cuando era ya indepen- 
diente, al dominio de Femando. 

En el inmediato artículo nos ocuparemos de U cuestiou 
bigo este pu^to de vista, 



— 197 — 



VI. 



Pío VII I LEÓN XII. 



Hablando de la política de los papas y particularmente 
de León XII para con la América independiente i republi- 
cana, hé aqui como se espresa el articulista del Bien Público 
que nos impugna, formando en esta parte un confuso haci- 
namiento de hechos incoherentes i fechas descompaj inadas , 
sacadas todas, al correr de la pluma, de la Historia Eclesiás- 
tica del barón Henrion : ^ 

"El envió del Vicario Aposfcóli co Muzzi, dice con relación al pontifica- 
do de Pío VII, tan lejos de ser suj«3rido por la España, se hizo a despe- 
cho de \n o{)osicion del embajador español. El 20 de julio de 1825i 
León XII contestaba afectuosamente al gobierno de Méjico que seliabia 
dinjido a él; y en mayo de 1825 nombraba obis{)os para las iglesias de 
SHntaFé de Bogotá, Camca^i, Antioquin, Santa Morto, Quito i Cuenca. 
La alocuciou que pronunció el Papa el 21 de dicho mes de mayo de 
1817 en el consistorio de cardenales, es la mm elocuente contestación 
a todas liis calumnias que Ud, levanta a la Santa Sede sobre su con- 
ducta respecto a América, i el rei de España a quien Ud. dice que ser- 
TÜmente se sometia a los papas, quedó tan irritado, que el Arzobispo de 
Atenas, Monseñor Tiburi, Nuncio del Papa, tuvo que retroceder de la 
frontera de España el 17 de junio do 1827, jmrque encontró en Irun des- 
pachos del gobierno que les impedían entrar. Puede üd. ver la Jíis- 
torta Eclesiástica de Henrion, edición de Barcelona de 1856, tomo 9.**, 
desde el núm. 179 hasta el níim. 184, en donde se citan los documentos 
justificativos de cuasi todos los hechos referidos. 

Hé aquí condensados en pocas frases todos los ataques 
del articulista del Bien Público] hé aquí el punto mas sa- 
liente de su línea de parapetos, desde el que ha hecho el 
mas nutrido fuego sobre nuestras obras de defensa. 

Pero ya que nos ha tocado en suerte batirlo a nuestra 
vez con las propias armas cuya posesión él nos disputaba, 



- le) ~ 

'^Leon XII, dice aquel, fué un gran Papa, esperto i res- 
petuoso en sus relaciones con los soberanos ; pero esforzado 
defensor de Ifijícsticia i de la libertad de la iglesia.^^ Enhora- 
buena, contestamos nosotros, pero no por esto es cierto que 
lo fuera de la justicia i de la libertad de la América indepen" 
diente, ni menos que aquellos papas "se hubiesen sustraído, 
con relación a la América, a la influencia política de la Es- 
paña/' Muí lejos de eso. Nunca fué mas estrecha la unión 
de la tiara con la corona de Castilla, tan a mal traer en los 
tiempos de Fernando V, que en los del monarca VII de 
este nombre, el mas fanático de los soberanos españoles, a 
pesar de ser nieto de Carlos III. Asi sucedió que cuando 
llegó al Quirinal la noticia del rescate de aquel príncipe de 
las manos de las cortes liberales de 1820 por las armas de 
Angidema, León XII tomó en su carroza al cardenal espa- 
ñol Bardoxi de Azara i se fué con toda pompa a cantar un 
solemne Te Deum a San Juan de Letran. "Habiendo lle- 
gado a Koma el 16 de octubre, dice el mismo historiador 
citado por nuestro impugnador (Henrion, vol. 13, páj. 359) 
la noticia de la libertad de Fernando VII, León XII tomó 
una parte activa en este acontecimiento i en la gloria de la 
Francia. Elevado al pontificado en el momento en que Fer- 
nando VII veia quebrantarse sus cadenas, él quiso mani- 
festar de una manera solemne el gozo (la joie) que esperi- 
mentaba por una victoria tan ventajosa para la Iglesia, para 
\9, felicidad de EspaTia i el reposo de la Europa." 

Era éste entonces el Santo Padre que habia "sacudido la 
influencia de España" i que se dejaba arrebatar de gozo 
cuando el rei felón entregaba su patria por la segunda vez a 
las armas estranjeras i cuando erijia en todas las ciudades 
de España los cadalsos políticos en que sacrificó seis mil 
víctimas a su implacable saña? 

Pero el articulista, aglomerando estudiosamente fechas 



— 200 — 

sobre fechas asegura que León XII contestó afectuosamen- 
te a las solicitudes de la república de Méjico para entrar en 
arreglos eclesiásticos, i que la alocución de aquel pontífice 
en mayo de 1827 "es la mejor respuesta a las calumnias que 
yo levanto a la Santa Sede sobre su conducta respecto de 
la América.}) 

Verdad es que León XII no se hizo sordo a las primeras 
insinuaciones del emperador Iturbide, cuando la reacción 
monárquica se entronizó en Méjico; pero apenas el Congreso 
liberal de 1824 dictó la famosa constitución federal en que 
se exijia el juramento civil a los obispos, fueron vanos todos 
los esfuerzos de la república hasta el punto de que solo en 
1835 el hábil canónigo A'asquez obtuvo de Gregorio XYI 
algunas concesiones. Pero aun al aceptar las primeras insi- 
nuaciones del concordato mejicano en su afectuosa respuesta 
de 20 de junio de 1825, todo loque hacia León XII era dar las 
gracias a aquel gobierno por sus manifestaciones de deferen- 
cia, porque como dice Henrion (paj. 524 del tomo citado) 
"teniendo siempre en consideración los derechos políticos de 
Fernando VII, no era insensible a las necesidades espirituales 
de aquellas numiirosas poblaciones católicas. De manera, 
pues, que en i'dtimo resultado León XII reconocía los de- 
rechos de Fernando sobro la América i al mismo tiempo 
conocia el suyo propio sobre ella como jefe de la Iglesia. 
¿ Es esto, por ventura, una prueba de que la política de Roma 
fuera benigna para la América e mdependiente de la influen- 
cia de nuestros opresores? ¿Es una prueba de nuestras 
calumnias, o una espléndida justificación de nuestra vera- 
cidad? 

Y sobre la alocución que se invoca como una prueba in- 
controvertible de esas calumnias ¿qué htii en ella que auto- 
rice a nuestro impugn:idor para atribuir a León XII el pa- 
trocinio jeneroso de la causa americana? ^'Sin tomar partido 



— 201 -- 

dice el mismo Henrion, entre la metrópoli i sus colonias, 
León XII se lanzó al socoito de esa relijion santa en el con- 
sistorio del 21 de mayo de 1827.'* I a mas ¿qué hubo en el 
testo de la alocución pontificia que fuera una muestra de ad- 
hesión a la causa americana? El deseo solo de dotarla de 
obispos, en lo cual el Papa obedecía solo a su conciencia i a 
8u propio interés, es todo lo que aparece en aquel documento, 
en que después de las jeneralidades acostumbradas, el Pon- 
tífice solo habla de enviarnos prelados "para reprender los 
errores, cerrar la boca a los que hablan mal, apartar i des- 
truir los lobos furiosos que tienden lazos al rebaño." 

A todo esto añade el historiador citado de la Iglesia, que 
León XII no consintió mas en nombrar diocesanos para la 
América a propuesta de Bolívar ni de ningún gobierno inde- 
pendiente. c(Hizo, (|uc simplemente, para la iglesia de la 
América Meridional lo q}¡r desde slf/hfi atra^ habia hecho 
con Icts tfjlesias de A^ia y d.' Afrira sin ponerse en relación 
con los jefes do los territorios ni aun conocerlos de nombren. 

lié aquí a lo que queda reducida toda la benevolencia, 
todo el espíritu independiente del pontificado para con la 
América republicana; hé íujuí toda la refutación de nues- 
tras calumnias. En cuanto al enojo de Fernando con el nun- 
cio romano por haber dotado León XII las iglesias de Amé- 
rica, bien pudo ser como lo refiere Henrion; pero lo cierto 
es ((ue el enojo que podia nacer de muchas causas cesó des- 
pués de algunas esplicaciones, ])orque el nuncio que retro- 
cedió de Irun (no ponpie le ii.'pldiesen entrar sino [>orquc 
líj creyó conveniente) en j uní») de 1827, volvió a entrar a 
España ix)r Irun en setiembre de Císe mismo año. 

En cuanto a luicstra ignorancia sobre la vela pontificia 
que nos achaca el articulista; sea, que en todo lo de velas, 
queremos ser mas bien ign(n"antes (pie no sab'jdores. Ma^w 
no crea por esto el viejo republicano ([xxo. ignorásemos. hoso> 

MI8C. TOMO III. \^ 



f* -v i'> t » í 



tros el mérito de esa vela, pues el mismo Cienfiíegos en la^ 

cartas que de él tantas veces hemos citado i que nosotros 
publicamos por la primera vez, dice el Director O'Higgins 
estas propias palabras. <rSu Santidad me ha remitido una bella 
candela, que la llevo bien acomodada en una caja para que 
la presente a V. E. Esta solemne bendición hace todos los 
afios el dia de la festividad de la Candelaria, i a cada uno 
de los soberanos católicos de la Europa remite una de dichas 
candelas por mano de sus embajadores.!) 

Verdad es que nosotros también conocíamos la célebre 
carta de Napoleón a su ministro Champfleury, datada en 
Benevento el 1."^ de enero de 18C9, en que aludiendo a mu- 
chos papas que, según él, podian estar mui bien en los in- 
fiernos, decia bruscamente lo que sigue: — «Mi ájente en 
Roma dará a entender que el dia de la Candelaria yo reci- 
biré mi vela bendita por mi cura propio, porque ni la púr- 
pura ni el poder son los que valoran esta ceremonia.!) 

No ha destruido pues el articulista nuestra convicción 
de que la América nada ha podido alcanzar de la avasalla- 
da política de la Corte romana, en su luctuosa existencia de 
nación libre. Ni ha desvanecido tampoco en lo menor el rec- 
to juicio que hicimos del abatimiento en que se vieron arras- 
trados aquellos papas por la insolencia de los reyes que le 
imponían su voluntad. 

Verdad es que Pió VII fué un Papa tan humilde como vir- 
tuoso, i nadie lo comprendió mejor que nosotros al contemplar 
en Roma, bajo las bóvedas de San Pedro, la magnífica efijie 
de su mansedumbre, colocada por Thorswalden entre lasimá- 
jenes de la Fuerza i de la Moderación. Pero no por esto es 
cierto lo que nuestro contradictor asevera cuando dice que 
«toda la vida de aquel filé una protesta elocuente contra la 
debilidad de carácter i sumisión indigna a las potestades que 
nosotros tan injusta como gratuitamente le atribuimos.!) 



1 si Pío VII nunca desmintió su firmeza, ¿cómo sucedió 
que se prestara a venir a Paria en el rigor del invierno de 
1804 para ceñir al advenedizo emperador, hijo de la atea re- 
volución de 89, que habia echado a tierra la lejitimidad del 
derecho divino, la corona que debia hacerle el nnjido de 
Dios ? ¿ I cómo ocho años mas tarde puso al fin su firma de 
cautivo en el ominoso concordato que la omnipotencia de Bo- 
ñaparte le impusiera en Fontainebleau ? Recuerde el articu. 
lista que todos los autores eclesiásticos le tuvieron a mal al 
infeliz Pío aquel acto de suprema debilidad de que él mismo 
se arrepintió en breve. Henrion mismo, el abate Feller i por 
liltimo el autor mismo de la vida de aquel Santo Padre 
(Artaud) se lo han reprochado, aunque esplicandose su fa- 
tal condescendencia por esc avasallamiento sobre que noso. 
tros también hemos incubado. 

«Tenia ya Su Santidad 71 años, dice el último, (Vida de 
Pío VII t. 2.* páj. 1(51) i su salud consumida con tantas 
penas, inapetencia i trabajos; dolíale no ver a sus hermanos 
los cardenales, porque ellos se libertasen de las prisiones i 
destierros; e imixílido de Bertazzoli, que le estrechaba a que 
concediera todo lo que proponía, acosado de las súplicas de 
los cardenales italianos que se mezclaron en ese importante 
negocio, sin cesar de agorar nuevos males i amenazas i un 
completo desprecio de su persona i dignidad ; i como no oia 
parccer algún dictado con nobleza, sabiduría i firmeza, que 
contrastase a los contrarios i animase su abatido espíritu, 
viéndose próximo al se|)úlcro; todo esto junto fué mas que. 
suficiente para desanimar al Pontífice, que ya no tenia ma» 
fuerza que paracscriliir maciulnahno.nte su nombro* 

Por último, un gran eácrilor cuya fé ortodoxa es cono- 
cida de todos, el ilustre Cantú, haciendo el análisis de aquel .«rf* 
desdichado Pontífice, h¿ a([uí como se csplica: — «A la muer- 
te de Pío Vil (dice cu el t. 18 de su Historia Universal) 



-I- 



^ 



< 



— 904 — 

los católicos celosos reclamaban con todos sus votos un papa 

mas ríjido en materia de disciplina i menos dócil a las exi^ 
jeiidds de las cortes (moiiis malleable aiuc exigences des cours.J>) 
Tan evidente fuó, en verdad, el cápíritu apocado que a 
veces dominó a aquel varón desventurado, que su condes- 
cendencia llegó a hacerse materia de malignidad para sus 
propios subditos. De aquí aquel pasquín que cita Thiers 
como una espresion de la jenuina opinión pública de Roma 
i que estaba así concebido con característica sal epigramá- 
tica : 

Pío VI per conservar lafede 

Perde la sede. 

Pío VJJper conservar la sede 

Perde lafede. 

No hemos pues calumniado a Pió VII ni a León XII. 
Hemos probado nuestra justiciera apreciación aun con la 
de sus mas acérrimos defensores. I lejos de haber hecho 
ofensa a su ínclita memoria, hemos sabido defenderle, i>o- 
' niendo su conducta bajo la verdadera luz de la historia, 
cual lo hacemos hoi con el Pontífice reinante, a quien con- 
sideramos, como a aquellos, prisionero de los Bonapartes 
en ese cuartel francés que hoi se llama Roma i que antes 
fué Ja espléndida i libre capital del orbe católico. 



VIL 



LA MISIÓN DEL NUNCIO MUZZI. 

En ninguna parte es mas pronunciado ni mas orí j ¡nal el 
sistema de negaciones con que nos ataca el serio articuliáta 
"dtíl Bien Público^ que en la cuestión de la nunciatura apos- 
dbólica de Muzzi. No se trata en este punto de una discusión 

'1T. 



V « . . 



— 205 — 

puramente filosófica o canónica, sino de una relación histó- 
rica tan sencilla como comprobada por irrefutables docu- 
mentos. Pero el articulista pasa la manga de su sotana 
sobre todo lo escrito, i dice : — «Eso es falso, i es falso por- 
que yo lo digo.)) No ocurre ya al injenioso espediente del 
Bulario magno para negar la existencia de tal o cual docu- 
mento. 

Fuerza nos es, pues, a la vista de este singular sistema de 
debate, establecer los hechos en toda su claridad (pues es és- 
ta una cuestión puramente de hecho) i luego parangonar las 
vejaciones del adversario con la luz de los documentos a que 
hemos de referirnos por segunda o tercera vez. 

La historia de la legación Muzzi es la siguiente, reducida 
a su mas simple espresion ; i téngase presente que para rela- 
tarla echamos mano solamente de la propia relación del 
secretario de aquella, Sallusty. (Siona delle missioni opos- 
toliche nello stato del Chile.) No recurrimos, pues, como in- 
sinúa el articulista, a la prensa imjna de aquella é}X)ca, i si 
no invocamos la Carta apoloj ética publicada por el Nuncio 
en Montevideo, es a consecuencia de que la estrema escasez 
de aquel folleto no ha |)ermitido que llegue jamas a nuestras 
manos, ni aun existe siquiera un solo ejemplar en nuestra bi- 
blioteca pública. Contradecimos, sin embargo, el cargo que 
nos hace el articulista por no haber mencionado siquiera ese 
documento, pues con toda claridad lo recordamos en nues- 
tro primer artículo de esta serie. 

En enero de 1822 partió [)ara Roma el canónigo Cienfue- 
goscon instru33lon33 de nuestro gobierno dirijidas a reanu- 
dar bajo nuevas ba323 las r3lacion35 con la Santa Sede que 
la revolución de la inie¡>endencia habla interrumpido. Lle- 
gó nuestro Enviado aaqualla corte el 12 de agosto de ese 
mismo aüo i obtuvo la mas brillante acDJida, como nosotros 
lo referimos en el artículo impugnado, citando sus propias 



— sor — 

las instrucciones del referido seftor vicario apostólico para 
que las lea.x> 

No se eche pii3s en olvido tan estraor diñarlo e inusitado 
lance de galantería diplomítica de parte del célebre nego- 
ciador de concordatx)s, monseílor Causal vi. 

En consecu3ncia, el Nuncio Muiszi i Cienfue^os partieron 
de Roma el 3 de julio da 1823 i por la via de Buenos Aires 
i Mendoza llegaron a nuestra capital el 7 de marzo de 1824. 

Nada hubo de mas esplendido que el i^ecibimiento del dele- 
gado pontificio, a juzgar por la propia relación de su secreta- 
rio. Inmensas muchedumbres de duvoto pueblo agolpadas 
hasta una legua fuera de la ciudad, a lo largo del tránsito, 
escoltas de honor, paradas militaras, suntuosa rec3p3Íon del 
gobierno i á2 las corj)ora:;ion3s, Te Djum, en fin, en la Ca- 
tedral, toio fué digno de admirado i, aun para los que ve- 
nían de las magníficas capitales del orbe cristiano. 

Pero en ess mismo día de piiblicos regocijos, el Nuncio 
suscitó las primaras dificultadas qu3 acarrearon su descrédi- 
to, la desconfianza d3lgobiern^, i por áltimo, el descubri- 
miento de sus S23r3t03 planes da reacción europea. Eu efecto, 
apena* habla terminado la c3ramDnla de la recepción, el Nun- 
cio desleilan lo ofrecar sus respetos, como era de estricto de- 
ber a la autoridad civil para ante la que venia acreditado, se 
dirijióahacer una visita al obispo Rodríguez, conocido por 
su empecinada aversión a la cau-ta de la independencia, i a 
quien una debilidad del Director O'Hlg^lns, aconsejada por 
su Ministro Rodríguez Aldea, habla llamado hacia pocos 
meses a ocupar su silla desde su destierro de Melipilla. 

Indignóse justamente de este proceder el Director sustitu- 
to D. Fernando ErrA/zirlz (liombre en estremo ortodoxo, 
pero acendrado patriota) i al dia siguiente correspondió el 
significativo desaire del Nuncio romano, negándose a asistir 
al banquete oficial de doscientos cubiertos con que se obse- 



— ao8 — 

quió a aquel en el propio palacio del Director. Otro tanto 
hizo Cicnfuegos. 

Filé, pues, preciso ocurrir a espUcaciones para cortar en 
tiempo aquella desavenencia, i el resultado fué que por un 
acto de laudable condescendencia el Dírortnr visitó en el si- 
guiente dia al Nuncio, i éste en el acto correspondióle su 
atención. 

Ademas de esto se instaló al delegado pontificio en el pa- 
lacio del gobierno i se le asignó una pensión anu.al de 6,000 
pesos deducida de la masa decimal, suma enorme en aquella 
época, en que las arcas estaban exhaustas, pagando el go- 
bierno hasta el 30 por ciento de intereses por apurados em- 
j*réstitos. No ha sido pues (ívillano sarcasmo); de nuestra 
parte el recordar esa jenerosidad de nuestro gobierno para 
con un solapado conspirador que venia a vendernos a la 
Santa Alianza con sus manos apostólicas. Verdad es que 
aquella suma pitreció también escasa al codicioso secretario 
Sallusty (pues sabemos lo ora en alto grado) i la razón que- 
daba era que en el Estado de Chile, el mas minimo soldado 
ganaba ocho pesos mensuales! 

Ademas de todas esas consideraciones oficiales, el pueblo 
entero le ofrecía su devoción i sus sencillos regalos a la co- 
misión romana, a la que nunca faltó en su mesa cun sabro- 
so chanchito gordc», como cuenta injcnuamcnte el secre- 
tario de aquella, ni la plática del célebre líomero, su ma- 
yordomo-oficioso, mas sabrosa todavia. De otras secciones 
de la América vinieron también al Nuncio apostólico espe- 
ciales manifestaciones de adhesión, i el mismo Bolívar le 
escribió desde Huanuco, en la víspera de Junin, con fecha 
de 13 de julio de 1824, una carta respetuosa, anunciándole 
BUS deseos de celebrar un concordato con el Papa para to- 
das las secciones de Colombia i del Perú. 

Pero a pesar de esto, el nuncio no tardó en descubrir sus 



— 20f — 

solapadas intenciones entrando en dificultades con las autori- 
dades nacionales apropósito de la secularización de algunos 
regulares. Plisóse término a la naciente disputa en una confe- 
rencia celebrada entre el Nuncio i el gobierno el 6 de abril, 
es decir, un mes después de su llegada, manifestando aquel 
las instrucciones latas que tenia del Pontífice (manifestare 
al Goveenio hitte le site facoltá nel congresso ieiiuto con esso il 
giomo 6 di Apríle, dice tcstualmente Sallusty en la páj. 17, 
t. 3.® de su relación.) 

Luego el Nuncio traia reservadas otras instrucciones dis- 
tintas de las que Consalvi habia hecho leer en Roma a Cien- 
fuegos i del elenco mismo que dice el articulista tenia el go- 
bierno de aquellas; luego habia duplicidad, habia engaño, 
habia un plan oculto en la misión de aquel prelado que se 
habia hecho venir de Viena por la ])osta para enviarlo a tan 
lejana misión. 

Se dirá sin embargo, que esto no pasa de una presunción 
a pesar de citarse el propio relato do la nunciatura. Pero, 
precisamente para no dejar rastro de duda, hemos publica- 
do ya nosotros los documentos autmticos sobre los que guar- 
da un estraño silencio nuestro impugnador. El jeneral Zen- 
teno, uno de los personajes mas conspicuos de la política 
de aquella época, escribía al jeneral O'Higgins la carta que 
hemos reproiucido en nusstro primer artículo, i en ella po- 
ne en evíÍ3n?la qu2 el Nuncio era un ájente secreto de la 
Smta Alian :a:q'i3 e3tav^Ddlspu33tD a aceptar todas las pre- 
tensiones del goblarao si aceptaba a su secretario Sallusty 
(no a su aalitor Mastai, hoi Papa, como dice el articulista) 
como obispo de Santiago (no de Concepción como porfía el 
articulista disertando en el vacio) ; que el gobierno se negó 
a tan avanzada demanda, que en consecuencia el burlado 
vicario pidió sus pasaportes, los que les fueron concedidos i 
no sin dificultades i escrúpulos (alie reitérate iatance que ne 

MISO. TOMO III. 80 



fec€ il Vicario Apostoliche) i no como afirma el articulista 
<rpor no haber tenido miramiento alguno el gobierno a la 
conciencia del señor Muzzi i a las terminantes disposiciones 
de la Santa Sede, por lo que br.u^camente rompió la negocia* 
cion^ enviando el pasaporte al representante ponfifino. Esto 
es, añade, lo que consta de los documentos publicados en 
la carta apolojética del señor Muzzi 1 a lo que todo escritor 
veraz debe atenerse». 

A todo esto, sin embargo, el mismo Sallusty se encarga 
de dar respuestas, i copiamos sus propias palabras en el 
idioma italiano, que es bastante claro paja que todo lector 
pueda comprender su sustancia. « E vedendo d'altronde il 
Vicario Apostólico (dice Sallusty t. 4.** foj 1809), che era 
compromessa la sua publica Rappresentanza nella Riforma, 
che si pretese di fare in quegli iltimi mesi dal Governo Su- 
premo, di tutti gli Ordini dei Regolari del Chile; chies^^ il 
suo Passaporto per tornare a Roma. Alcuni dei primiminis- 
tri volevano, che gli fasse súbito rilasciato. Peraltro il Di- 
rettore Supremo, che avev^a a cuore i avantagi dei chileni 
ricusó di darloi>. 

Ahora preguntamos, quién es el es^'ritor veraz? ¿ El que 
acusa al gobierno de Chile por las delacionss de un ájente 
secreto burlado o el que se defiende, no solo con los propios 
documentos de éste sino con lo3 de sus acusa lores? Y si 
las relaciones contradictorias del Nuncio y de su3 secreta- 
rio son falsas, ¿cuál de los dos han mentido? ¿O han men- 
tido tal vez ambos? 

Pero como si aun las cartas de Zenteno que tuvimos la 
buena fortuna de descubrir y entregar al dominio de la his- 
toria no fueran bastantes para probar las tenebrosas maqui- 
naciones del Nuncio y la duplicidad, por lo menos, con que 
habla procedido la curia romana, nosotros dimos a luz en 
nuestro s^undo artículo cabalmente la pieza que debía 



— 911 — 

hacer la mas cumplida fé en la cuestión, el mensaje del pre- 
sidente de Chile al Congreso Nacional, en que le daba cuen- 
ta del regreso del Nuncio a Europa y de los motivos que lo 
habían provocado. "Aspiraba a mezclarse en todos nues- 
tros negocios, (dice aquel funcionario, cuya moderación tan- 
to alaba el secretario de la nunciatura) a sujetarlo todo a la 
jurisdicción eclesiástica con que se pretendía revestido; que- 
ría abatir las operaciones del gobierno hasta la necesidad 
de sancionarse por él., Gonspií^aba contra las instituciones 
que nos costaron quince años de tareas y sacrificios" etc., etc. 

¿ Podía haber para nosotros una prueba mas clara de la 
conducta culpable del nuncio, que la que arrojan estas reve- 
laciones, ya íntimas como la de Zenteno, ya públicas como 
las del director Freiré sobre sus planes reaccionarios? Y a 
la vista de todo esto ¿no teníamos un claro y positivo de- 
recho para acusar de hostil hacia la América la política de 
un gobierno que había engañado a n uestro Enviado some- 
tiéndole instrucciones falsas para inspirarnos xma engañosa 
confianza en sus secretas miras ? ¿ Hai en todo esto impos- 
tura, calumnia ''villano sarcasmo," como dice el "viejo re- 
publicano," autor del escrito que contradecimos? 

Y téngase ademas presente que no hemos derivado tales 
datos de la prensa impía de aquella época, pues de propó- 
sito no hemos querido consultarla, sino del archivo privado 
de un eminente chileno qa3 vivió siempre en la fé ortodoxa 
del catolicismo, y del libro de un famoso prelado de la igle- 
sia como fué el arzobispo de Malinas, De Pradt. 

Pero todo esto significa para nuestro impugnador, i aquí 
tenemos que de su propia cuenta, sin apoyarla en testimo- 
nios de ningiin j enero, nos da una versión enteramente 
opuesta de la liberal misión del Nuncio, de la bondad de su 
carácter, de los favores que nos prodigó, de la altanería i 
mezquindad con que le trató el gobierno i, por último, de 



la rapacidad con que ente ejecutó la enajenación de los bie- 
nes de los regulares i su esclaustracion, llegando hasta atri- 
buir a éstos innobles móviles, la falsa espulsion que dice 
hizo el Directorio del prelado de Roma, a quien considera- 
ba como un obstáculo a sus miras. 

Entre tanto, espuestas están ante los ojos de la justicie- 
ra opinión las razones i los justificativos alegados por una 
i otra parte para sostener sus asertos; mas nosotros no po- 
dremos dar punto a esta parte de la discusión sin manifes- 
tar que ésta se hará del todo inútil, si debe valorizarse en 
ella solo la vana palabrería de la controversia i no tomarse 
en cuenta iónicamente las piezas históricas i comprobadas 
que se refieren a los mismos hechos de cuya veracidad 
se duda. 

VIH. 

(i. — EL CONCORDATO DEL ECUADOR. — II. — CUESTIONES 
ECLESIÁSTICAS DE LA NUEVA GRANADA.) 

Al tratar de estas cuestiones que podríamos llamar mo- 
dernas, el articulista del Bie7i Público cambia súbitamente 
su plan de ataque. Ya no niega. Interroga. Pero interro- 
gando acusa con mas vehemencia que cuando se limitaba a 
decir "no creo," "no quiero creer." 

Ignorábamos nosotros que existiese este j enero de ma- 
niobras en la sutil estratejia de la prensa, pero no por su 
novedad la dejaremos pasar sin salirle un instante al en- 
cuentro. Seremos sí mui breves, porque esta discusión, por 
grande que sea su alcance, ha perdido ya su interés de ac- 
tualidad, que es el interés del diarismo. 

c Habla Ud. (nos dice majistralmentente el articulista) del ominosa 
oonoordato celebrado con el Ecuador, pero c ¿demuestra Ud« en qué oon- 



— 218- 

8Í8te lo ominoso?! ¿Hace Ud. otra cosa que constituirse en teco ciego 
de periodistas i liaMantineFi* qno claüían contra lo que «no entienden, 
jK)r moda,» [»or dfti-se ñire de ilustrados o por cálculo de partido/ Señále- 
me U'J. «uu solo escrito publicado en el pais, o discurso pronunciado 
contra el concordato del Ecuador» que razone cbien o maU para demos- 
trar sus inconvenientes, i entonces entraré a cdiscutir con Ud. o con 
ellos. > 

Vamos pues a satisfacer al señor articulista cristiano que 
no somos hablantines, ni que no entendemos lo que habla- 
mos, ni que solo por moda seguimos como papagayos los 
ecos ajenos. I es preciso que entienda a su vez el vieyo re- 
publicano, que no lo parece tanto en su manera de compren- 
der la publicidad, que los diaristas tienen siempre la precisa 
obligación de saber mui bien todo o gran parte de lo que 
dicen; i la razón es mui sencilla, porque nosotros somos vi- 
sitados cada mañana por dos mil lectores, i cada noche el 
doble número de estos ((jue leen de prestado) se apodera 
de nuestras pobres colunmas i a mas nos sigue la pista con 
ojos ávidos una cohorte insaciable de cronistas, correspon- 
sales, boletinistas, observadores oficiosos, sin contar con los 
colegas que no son a veces los mas benignos, ni con los vie- 
jos republicanos, que sin duda por sus años se dan ciertos 
aires de sublime ünpertinencia. Tenga, pues, entendido el 
BUn Público que el ''viejo Mercurio^ sabe siempre algo, si 
no todo lo que dice. 

Entremos ahora en materia. 

El "ominoso" concordato del Ecuador fué celebrado en 
Roma por el presbítero Ordoñez, a quien el Presidente Gar- 
cía Moreno, tan conocido por sus ideas ultramontanas, dio 
aquella comisión prometiéndole, según se asegura en Quito, 
darle la investidura de obispe si la desempeñaba a su satis- 
facción. El concordato fué en consecuencia firmado en Roma 
el 26 de setiembre de 1862 i ratificado i canjeado en Quito 



— 314 — 

• 

el 17 de abril último por el Nuncio del Papa don Francisco 
Tavani. 

Este tratado es una de las monstruosidades mas estrava- 
gantes de la diplomacia moderna, i por esto i por ser la 
condenación de los mejores derechos de un pueblo libre le 
hemos llamado "ominoso." 

Examinémoslo. 

Las principales concesiones hechas a la Iglesia en despo- 
jo directo del Estado, son las siguientes: 1.* Los obispos 
son los directores esclusivos de la enseñanza relijiosa, no so- 
lo en las escuelas primarias sino en los colejios superiores i 
en las universidades; 2.* Nadie puede ser institutor prima- 
rio sin licencia de los diocesanos; 3.* Los obispos tienen la 
facultad depi*oliib¡r libros, como la Curia llomana; de ma- 
nera que }X)drian prohibir hasta la lectura de la Constitu- 
ción política del Estado; 4.* Prohibe al poder civil toda in- 
jerencia en los semuiarios eclesiásticos; 5.* El recurso de 
fuerza queda abolido; 6.* El diezmo es una renta privativa 
de la iglesia, es decu*, del Papa; 7.* No se exije el execua- 
tur del Ejecutivo para las bulas, breves i rescriptos ponti- 
ficios, o lo qu3 es lo mismo, queJa abolida esta regalía, je- 
raela del patronato, i qu2 es, políticamente hablando (por 
mas que portien los canonistas) una parte integrante del 
patronato, como éste es una parte integrante de la sobe- 
ranía. 

cEn los artioulos5, 6, 7 (dicauuo do los folletos qii3 impugaun este 
tratado), 8,9, 10, 11, 12, 13, 15, 17, 19, 2), 22, 23 i 2i quo tratan de 
las comunicaciones del romano PoiitíB^^n con los o)>ÍRpos i los fíeles, de 
la celebración de concilios, de los reouriOi de fuerza, de la inmunidad 
eclesiástica en causas civiles, de la exención de impuestos a los semina- 
rios etc., de la inmunidad de los templos, de la perpetuidad de los dies- 
mos, del modo de presentar obispos, prebendas i dignidades, de vacan- 
Xxíá en las i^icsiaa episoopalc:5, de la abolición de traalaciones de ueasos^ 



^4 



-21S- 

del derecho de adquirir libremente bienes temporalee^ de la admisión de 
nuevas órdenes relijiosns, «se lian derc^ado detalladamente, i en masa, 
todas las ley(« de lu Repfiblica, fco)»re estas diferentes materias;» de 
manera que ag^regándose los artículos 1.®, 2.*, 3.® i 4.®, no quedan en fa- 
vor dé la potestad teii3])0ral en todo el concordato, mas que en los artí- 
culos H, li>, 18 i £1, tiobre el nouibi-auíiento de curas, i sobre las pre- 
ces en la misa por la República i su Presidente.» 

Ahora preguntamos nosotros, a vosotros defensores de 
las inmuni dades del |>oder civil i de la independencia i so 
beranía americana: ¿es o no '^ominoso" el concordato del 
Ecuador ? Responda cada chileno con la mano en su pecho. 

Kl clero del Ecuador, que como es sabido no es el mas 
ilustrado de la América (apesar de la protección que en- 
cuentra en la conventual Quito,) aplaudió como era na- 
tural i a la par con el fanático Garcia Moreno, aquel inau- 
dito despojo de la soberania nacional, hecha jirones pi^r los 
ajiles dedos del cardenal Antonelli i los torpes de un clérigo 
oscuro. El superior de los jesuitas de Quitólo llamó en una 
oración pública '* Concordato verdaderamente católico, s{?i 
ejemplo en estas épocas. "Kl obispo de Quito lo preconizó en 
una pastoral, i otro tanto hizo el de Guayaquil, mandando po 
ner en práctica desde luego sus cstravagantes prescripciones» 
particularmente en materia de entierros. 

Pero felizmente para el Ecuador, uno de sus hijos mas 
distinguidos, el probo patriota don Pedro Garbo, (caballero 
que nos honra desde tiempo atrás con su amistad) levantó 
en la hora oportuna una voz de protesta que ha encontrado 
eco en todo el pais, al punto de haber echado al suelo en 
Bolo dos meses aquel esciindalo americano. 

El doctor Carbo, discípulo del ilustre Kocafuerte, i que 
mas de una vez ha sido candidato a la presidencia del Ecua- 
dor, redactó un manifiesto contra el concordato i lo hizo 
aprobar por el Consejo Cantonal de Guayaquil que él mis- 



! 






~ 2ié — 

mo presidia. Este documento se tituló: Esposicion del Conce- 
jo Cantonal de Guayaquil >iobre la inconstitucionalidad del con- 
cordato celebrado entre el presidente del Ecuador i la ^anta 
Sede. 

Esta fué la primera palabra de la discusión i de la alar- 
ma publica. Inmediatamente los defensores del concordato 
echaron a la prensa varios folletos impugnando la Esposi^ 
cion del Consejo de Guayaquil. Entre estos últimos conoce- 
mos los titulados Breve refutación^ El concordato i la oposi- 
ción, impreso en Lima i reimpreso en Quito i Guayaquil, i 
una serie de Cartas, de las que, según el periódico Los An- 
des de fines de agosto, iba ya publicada la sesta. 

Por su parte, los impugnadores de aquel tratado han pu- 
blicado no menos acopio de alegatos. Los mas notables de 
estos que tenemos sobre luiestra mesa a disposición del ar- 
ticulista del Bien Público, son los titulados Concordato 
ecuatoriano. Defensa del poder tempoi^al^ i la RepxMica i la 
iglesia. Defensa de la Esjtosicion de Consejo Cantonal de Gua- 
yaquil. En este último vemos la respetable firma del señor 
Garbo, quien nos hace el lionor de citar nuestras opiniones 
alguna vez; i decimos esto último i todo lo anterior para 
manifestar al articulista de la sátira ciue no somos los liablan- 
tinesi[\ni él supone. 

¿ 1 cual ha sido el resultado de todo esto? El 11 de agos- 
to se reunió en Quito el Congreso ecuatoriano, i en el ins- 
tante de su a^iertura el pi-esidente García Moreno le presentó 
un mensaje, en el que aseguraba que si el concordato no era 
lisa i llanamente aprül>ado, abaldonarla a (¿uito (no la i)Pe- 
sidencia,) porque no tolerarla tal agravio. Mas el Congreso, 
ilustrado ya por la prensa i la opinión, se manifestó decidido 
desde el primer dia a oponer su voto a a([uel pacto mons- 
truoso, a [Xísar de las amenazas del Ejecutivo; i tan aprisa 
arreciaron las dificukudes, (jue después de algunas confereu- 



— .217 — 

cías del jefe de la república con los presidentes de ambas Cá- 
maras, presentáronse al Congreso las bases de una modifica- 
ción tan radical del concordato, que de hecho lo anulan en 
su totalidad, i aun alteran el orden de la pretendones de la 
Iglesia a un grado en que ésta queda sometida a la misma o 
peor condición que la que se pretendía imponer al Estado* 
Esta lei, casi revolucionaria, filé presentada al Congreso el 
19 de agosto, una semana después de su contestación, icón 
asombro de todos se lela en ella la firma del presidente Grar- 
cia Moreno. 

Hé aquí algunas de estas modificaciones: 1. * abolición 
absoluta del fiíero eclesiástico; 2. * el diezmo convertido en 
renta nacional; 3. * supresión de todos los conventos que 
en seis meses mas no se sujetasen a la regla de estricta ob- 
servancia; 4. ^ adjudicación de estos bienes, asi suprimidos^ 
a la beneficencia i a la instrucción pública; 5 * reconoci- 
miento esplícito del derecho de presentación o patronato i di- 
versas otras garantias civiles de vital importancia. 

Pero la reacción no paró aquí; i en esto verá el dero ca- 
tólico de la América a lo que conduce toda exajeradon i 
todo triunfo ilejítimo sobre la opinión. El gobierno, tres 
dias después de haber presentado aquellas bases, mandó sus- 
pender (decreto de 22 de agosto) el sueldo de 6 mil pesos 
que de la masa decimal se pagaba al lí unció del Papa Tavani. 

Este prelado, de esta suerte ultrajado, no ha podido me- 
nos de protestar; pero ha sido tan orijinal su salida en esta 
parte, que vamos a copiar un párrafo de ella para que se 
tenga una idea de la manera como se juzga de nuestras re- 
públicas, de nuestros derechos, i sobre todo, de nuestros te- 
soros por los aj entes de la Cuña Komana. Es la repetición 
de la célebre misión Muzzi, con mas la arrogancia i la ira 
de un desengaño, después de un éxito tan rápido como 
asombroso. 

Mise. TOMO III. 21 



— 218 — 

cMi asignación no proviene, dice el Nuncio de Roma en su contesta* 
cion al oficio en que ee le anuncia la supresión de su sueldo, cno provie- 
ne» del Supremo Gobierno de esta República, i es mui inexacta la ase- 
Teracion de que cjo baya sido costeado por él mismo.» 

cEl decreto espedido por S. £. el señor Presidente de la República, 
fecha 20 de agosto del año pasado^ no tenia fuerza para sacar seis mil 
pesos de la masa común de diezmos, cque son una renta puramente ecle- 
siástica:» i esto es tan cierto, que apenas la Santa Sede vino en conoci- 
miento de él, no creyó que su representante pudiera sacar la cantidad 
de cinco mil escudos romanos c en fuerza de dicho decreto,» sino poruña 
c espresa autorización del Pontífice romano» que Y. E. debe recordar 
mui bien^ aun cuando no he recibido contestación a la nota por la que 
le comuniqué; cluego mi asignación no proviene en modo alguno del 
gobierno del Ecuador, sino mas bien del Santo Padre,» cuja disposi- 
ción espedida sobre una renta puramente eclesiástica, no ha podido c sus- 
penderse o revocarse por ninguna otra autoridad.» 

cQue el Santo Padre pueda disponer de los diezmos es tan verdade- 
rOy que acaba de valerse de este csupremo dominio que tiene sobre to- 
das las rentas eclesiásticas» para disponer con c ánimo grande i jenero- 
80» de una cteroera parte» de ellas ca favor del gobierno ecuatoriano 
que la ha solicitado.» 

Esta es, pues, la historia fidedigna del ominoso concor- 
dato del Ecuador, contada por un periodista " hablantín" 
que ha citado todas i cada una de la fuentes de su infor- 
mación. ¿La' sabia'ya el articulista del Bien Público? Pues 
91 la ignoraba, tiempo es que la aprenda i le aproveche. 

Pasemos ahora a la cuestión de Nueva Granada. 

Nosotros dijimos, o mas bien, preguntamos en nuestro 
primer artículo de esta serie: — «Quien ha introducido la per- 
turbación en las relaciones políticas de la Nueva Granada, 
smo los rescriptos de Roma que han alzaprimado su clero 
contra el Estado ?d Y el articulista del Bien Público, comen- 
mentándonos a su albedrio, ha añadido : 

cl cuáles han sido los crescríptos de Boma» que han perturbado las 
relaciones políticas de Nueva Granada? ¿Cita Ud. alguno? Ya se ve, pa- 



— 219 — 

ra Ud. las viotimas del cNeron granadinoi lejos de merecerle compft* 
sion solo escitan su odio para ccalumniarlns.» No era bastante que el 
cruel Mosquera robase a las iglesias de Nueva Granada 24 millones de pe- 
sos; su furor sacrilego apetecia la capostasia en masa» de todo el clero 
católico, i pide un edicto c digno de los Dioclecianos,» para que se cper« 
sig^ a muerte a todo el que no jure negar el dogma de la fé cat¿Uca de 
la dependencia del romano pontífice. Su safía se regocija en los padeci- 
mientos de miles de respetables sacerdotes, encarcelados los unos, otros 
conducidos a climas mortíferos i el resto espatriados para tener asi la 
bárbara complacencia de ver anegada en llanto a toda la República, sus 
templos cerrados i el culto suprimido; llegando su desnaturalindo cora- 
zón a complacerse en tener caños» encerrado en las cárceles mortíferas 
de Cartajena al venerable arzobispo de Bogotá, tio camal de su propia 
esposa.» 

En esta parte confesamos injenuamente que estamos mas 
dispuestos a estar de acuerdo que a entrar en contradiccio- 
nes con nuestro impugnador. Hai mucho de justo en cuanto 
éldicecon jenerosa indignación; i, por otra parte, para noso« 
tros ha sido siempre grato simpatizar con los oprimidos. 
Ademas, creemos conocer íntimamente, por haberlo tratado 
de cerca, a ese tirano hipócrita que se llama el rejenerador 
de su patria i que para salvarla la ha bañado en sangre, 
osando llevar ahora el esterminio a una república vecina. 
Mas de una vez hemos dado nuestra opinión sobre el carác- 
ter i las tendencias de D. Tomas C. Mosquera, i en breve 
las volveremos a presentar en detalle al ocupamos de lo que 
pasa en Nueva Granada, cuando llegue a esta infortunada 
república el tumo de la revista que de todas ellas vamos 
haciendo en nuestras colimmas. 

Pero para dar satisfacción al articulista a quien contesta- 
mos, le diremos que hemos conocido tan bien, o acaso me- 
jor que él, la historia de las penurbaciones relijiosas de 
Nueva Granada. Vamos a probárselo. 

Cuando Mosquera penetró en Bogotá el 18 de Julio de 



— 220 — 

1861, (lerribando la administración conservadora de Ospina, 
a la cual el clero babia prestado fuerte apoyo, espidió su cé- 
lebre lei de tuición, por la que el sacerdocio tenia que solici- 
tar permiso de la autoridad civil para todos aquellos actos 
de su ministerio que tuvieran "algún roce con las relacio- 
nes sociales." Solo a un déspota demente podia ocurríi^le 
tal absurdo, i mucbo mas cuando ésta era la mas brutal con- 
tradicción con la libertad de cultos i la independencia del Es- 
tado i de la Iglesia decretada en aquel país. Ademas, Mos- 
quera se echó sobre todos los bienes de los regulares, de- 
clarándolos propiedad del Estado, en lo que ejecutó la mas 
cobarde i mas inicua espoliacion. Hasta aquí las protestas 
del digno Arzobispo de Bogotá, Sr. Herran, i de su clero 
no podian ser mas justas, ni mas abominables las crueles 
persecuciones a que por su entereza han sido sometidos. 

Pero el 23 de abril último el Congreso neo-granadino, 
reunido en Rio Negro, al sancionar la Contitucion federal 
que se ha llamado coloinbia7ia, dictó imaleique se comienza 
a denominar, no sabemos por qué, de policia de cultos, i que 
no es sino el juramento civil exijido a los esclesiásticos al 
entrar iil ejercicio de sus funciones. 

Nosotros reconocemos eujenerallalejitimidad de este ju- 
ramento, pero en el presente caso no sabemos hasta qué 
punto pueda ser justo, porque ignoramos que deba com- 
prenderse en él la aceptación de la bárbara lei de tuición. 
Sin em])argo, lo dudamos, porque los periódicos de Nueva 
Granada solo hablan de juramento de la Constitución po- 
lítica i de hw3 leyes jenerales de la repúbhca, i a mas a últi- 
ma hora se decia, dando por concluido el conflicto, que el 
Obispo de Popayan Towes i el Nuncio del Papa en Quito 
hablan aprobado ese juramento. 

Pero apenas se dio esa 1ü¡, el clero no solo se alzaprimó, 
sino que se rebeló de lieclio; cerraron los templos, los curas 



— 221 — 

se ocultaron en los campos, otros emigraron al Ecuador, el 
cabildo capitular de Bogotá se constituyó al frente de la re- 
sistencia, i se llevó ésta hasta el pimto de parar los relojes 
públicos de las torres de San Francisco i de la Catedral, 
que son los únicos que señalan las horas en la atrasada ca- 
pital de Cundinamarca. De manem que el pueblo quedó sin 
culto i sin calendario. La escitacion cundió pues en todos 
los ánimos, los síntomas de la guerra civil comenzaron 
a presentarse de nuevo cuando apenas aquella, habia termina- 
do. "De los antecedentes que se tienen a la vista (decia 
una comimicacion del gobierno jeneral a las autoridades lo- 
cales de Bogotá, fechada en Manizales el 25 de junio últi- 
mo) resulta que los mismos clérigos, miembros del Capítu- 
lo Catedral, que antes habían promovido la prestación del 
juramento legal de obediencia al gobierno i a sus mandatos^ 
son los que encabezan ahora una insensata rebelión^ que ¿no 
podrá tener mas resultado que otra guerra ciiñl, si las auto- 
ridades políticas no se revisten de una enerjia saludable, 
apoyándose en la fuerza pública para escarmentar con arre- 
glo a la lei a los que se rebelen contra ella.'' 

"¡Insensatos! Qué pretendéis? esclamaba a su vez un 
periódico de Bogotá (el Liberal del 6 de agosto). Un poco 
mas de sangre y algunos cadáveres mas, porque otra cosa no 
podéis obtener, a no ser la maldición de Dios y de los hombres 
que caerá sobre vuestras frentes , sino variáis de conducta para 
ser dignos sacerdotes de Cristo con la práctica del Evan- 
jelio. 

» Dejaos, pues, de estar engañando al pueblo con patrañas 
i mentiras, con que pensáis obligarlo al sacrificio!!]!) 

Y bien : a la vista de todo esto ¿ no teníamos derecho 
para considerar al clero neo-granadino como alzaprimado? 
Y sabiendo, como todos sabsn, que ese clero no dépiende 
sino de Roma, a virtud de la independencia de la iglesia , 



— 222 — 

¿ no teníamos derecho para considerar a la política pontificia 
mezclada en esos conflictos ? 

Respóndannos ahora todos los hombres de buena fé i de 
sinceras creencias católicas, si nosotros nos hemos apartado 
un solo instante de la acendrada buena fé i de la nunca 
contradicha sinceridad del buen creyente. 

Nos queda solo por debatir la cuestión de la política 
pontificia en Méjico, i la del seminario americano de Roma, 
que son los últimos puntos denunciados. 

A ellos consagraremos nuestro próximo i último artículo. 



IX. 



I. — LA CURIA ROMANA EN MÉJICO. 

^^Lo que no puede mirarse sin indignación, esclama el autor de la 
carta del Bien público al terminar sus impugnaciones, es el descaro con 
que Vd. sienta como un hecho notorio que la espedicion francesa sobre 
Méjico ha sido impulsada por el Papa i los siete obispos que elijió para 
las nuevas diócesis eríjidas en el territorio mejicano. ¿En dónde está el 
documento, la presunción siquiera, que compruebe tan grave acusación?'* 

Cúmplenos pues aquí poner ante los ojos de nuestro 
impugnador i del público no solo esas presunciones sino los 
documentos mismos sobre cuya posesión nos apostrofa con 
tan descomedida altanería. 

No es este el momento de trazarla historia de las dificul- 
tades eclesiásticas que han subsistido siempre entre Méjico 
i la Santa Sede, desde que aquella nación se declaró inde- 
pendiente. Cierto es que la última se manifestó propicia a 
los primeros ruegos del emperador Iturbide, cuando éste la 
invitó, en 1822, a entrar en arreglos. Pero apenas se promul- 
gó, jimto con la república, la famosa constitución federal de 
1824, que tan contraría fué a los intereses del clero, sabido 



— 228 — 

es que la corte de Roma prestó su brazo i sus anatemas a 
todos los obispos refractarios que se negaron a rendir obe- 
diencia a aquel código fundamental. Solo en 1835, como lo 
dijimos en nuestro artículo sesto (de esta serie) sobre la 
política de Pió VII i de León XII, encontró una tregua 
aquella guerra sorda i funesta de las dos potencias. 

Mas, cuando en 1856 la célebre convención democrática 
que sucedió a la dictadura semi-rejia de Santa Ana (como 
la de 1824 habia sucedido a la púrpura de Agustín I,) volvió 
a dictar la constitución federal que habia rejido hace cua- 
renta años, i por medio de leyes orgánicas decretó, ademas, 
la absoluta separación de la Iglesia i del Estado, la libertad 
de cultos, la abolición del fuero eclesiástico, i por último 
la desamortización de los bienes del clero, la mal apagada 
llama encendióse con nuevo furor, i de aquí datan las des- 
gracias que ha arrastrado a la infeliz república de Méjico, 
a la que ha sido la mayor de sus catástrofes : a la monarquia. 

No discutimos aquí derechos. Contamos solo la historia 
suscinta de lo que ha pasado, porque hemos sido acosados 
de impostores^ pues nunca pudo tildársenos con esa marca, 
que cada clérigo parece llevar entre nosotros escondida bajo 
su sotana — es la marca de la herejía. Pues bien, el dero 
mejicano, el mas poderoso i el mas rico del universo entero, 
como lo juzgamos por nuestra propia observación hace diez 
años, se levantó en masa contra la lei civil, contra la consti- 
tución, contra el Estado, i por último, contra la república, 
contra la patria. El arzobispo de Méjico Laprida fomentóla 
escomunion contra todo sacerdote que prestara juramento 
a la constitución i a las leyes espoliadoras, prohibió que se 
enterrasen en sagrado a los que comprasen los bienes del 
clero, i por último llevó su enojo hasta negar, con grande 
escándalo i alboroto, su entrada al templo a las mismas 
autoridades de la capital. Esto sucedió el jueves santo de 



— 324 — 

1857, aun antes de estar promulgada la constitución sancio- 
nada por la convención del año anterior. 

Y a todo esto ¿qué hizo la Santa Sede? Lanzarse, como 
era natural, al sosten de todos los fueros de la iglesia i del 
clero contra «esos hombres olvidadizos de su dignidad, (decía 
Pío IX en su alocución al Consistorio reunido en Roma el 
16 de diciembre de 1866) desús deberes i de lo dispuesto 
por las leyes canónicas, que abandonaron la santa causa de 
la rehjion, prevaliéndose de razones injustas para obtempe- 
rar a la voluntad de todos los que mandan.5) 

I luego anadia a la censura el anatema con estas termi- 
nantes palabras: 

'^o permita Dios que cesemos de cumplir nuestro ministerio apostó- 
lico en presencia de tanta perturbación en las cosas santas i tanta opre- 
sión de la Iglesia, de sn poder i libertad. Deseamos que todos los fíeles 
del orbe católico conozcan que con todas nuestras fuerzas ^'reprobamos 
'^cuanto los gobernantes de la República Mejicana han hecho en perjui- 
<^cio de la relijion católica, de la Iglesia, de sus ministros, de sus paste- 
ares, de sus leyes, derechos i propiedades, i contra la autoridad de la 
''Santa Sede." I alzando nuestra ''voz pontiñcal, condenamos, reproba- 
"mo8 i declaramos nulos i de ningún efecto todos los decretos mencio- 
"nados..." ad virtiendo del modo mas terminante a cuantos han inter- 
venido en ellos, piensen seriamente en las pe)uis que los cánones fulmi- 
nan contra loa que violan o profanan las i)er80nas o las cosos sagradas, 
contra los que atacan la libertad i poder eclesiástico i contra los que 
usurpan los derechos de la Santa Sede." 

Ahora bien, preguntamos: hai presunciones^ hai docu- 
mentos para aseverar que la corte de Roma ha tenido parti- 
cipación en los acontecimientos que han llevado a Méjico la 
intervención del ateo Napoleón III ? 

Pero prosigamos con la relación de los hechos. 

Apesar de sus censuras, la Curia Romana se aprovechó 
de las ventajas que le o&ecia la separación de la Iglesia ^ 
del Estado sancionada ^^por esos hombres olvidadizos de su 



— 225 — 

dignidad'' i nombró para Méjico nueve obispos demarcán- 
doles sus diócesis a su albedrio i como un absoluto sobe- 
rano. 

Pero al mismo tiempo estos nueve obispos, que eran solo 
hiejicanos por su apellido pero romanos por su elección i sus 
funcioues, se pusieron en campaña abierta contra los cons- 
titucionales de 1856, bajo las órdenes de ese infatigable 
conspirador que se llamaba por unos '^el padre Miranda" i 
que no ha sido sino el ájente directo de Roma en todas las 
revueltas intestina; de Méjico en los liltimos cinco años. 
"El se mostraba (dice de este sacerdote, párroco de la capi- 
tal de Puebla, un escritor de la Revue de deux mondes^ ha- 
blando de su singular audacia i actividad) bajo todos los 
disfraces posibles, ya de jeneral, ya de paisano, ya de lépero. 
El gobierno mejicano ofrecia 20 mil pesos al que se lo pre- 
sentase, pero el padre burlaba todas las pesquisas." 

Al fin el partido del clero se sobrepuso en la lucha a los 
constitucionales, i el débil Comonfort, jefe de éstos, fué 
derrocado (10 de enero de 1858) por el imbécil jeneral Zu- 
loaga, ganado a la revuelta por los prelados mejicanos. Así 
fué que el primer cuidado de éste fué (segim decia el Santo 
Padre en una carta del 31 de enero de 1868) "restablecer 
en toda su integridad la buena armonía i estrechar las rela- 
ciones entre la iglesia i el gobierno que por ima desgracia 
lamentable estaban interrumpidas." 

A Zuloaga sucedió el imberbe Miramon, criatura mimada 
dd clero mejicano, que ha hecho durante tres aftos la gue- 
rra a sus compatriota con el dinero de las iglesias que aquel 
le prodigaba a manos llenas. 

Sabido es que Miramon filé el duefio de Méjico por la 
suerte de las armas, durante todo este período, encontrán- 
dose Juárez, el presidente constitucional, reducido a lafi 
fortificaciones de Veracruz. En consecuencia, la Santa Sede 

MUO. TOMO III. 22 



— 226 — 

había podido llevar adelante sus planes de dotar a Méjico 
de obispos de su amaño, i con este objeto habia enviado a 
aquella capital un Nuncio ampliamente autorizado. Era este 
monseñor Clementi. 

De manera pues que cuando Juárez recobró, a fines de 
1860, mediantes las victorias de Gronzalez Ortega, el domi- 
nio del pais, su primer medida fué espulsar de Méjico al 
Nuncio Apostólico. Aquel penetró en Méjico el 10 de ene- 
ro de 1861, i el 12 de ese mismo mes enviaba sus pasapor- 
tes al emisario de Roma, porque no era posible tolerar su 
presencia, decia Juárez, "después de tantos sacrificios he- 
chos por el restablecimiento del orden legal i de tanta san- 
gre derramada con la escandalosa participación del clero en 
la guerra civil." 

Ahora volvemos a preguntar, ¿es la espulsion violenta 
del Nuncio de Roma una prueba o \mei presunción de la in- 
jerencia de la política de la última en la infeliz república me- 
jicana? 

Con esto dejaríamos victoriosamente contestado el cargo 
de nuestro descaro que ha despertado la indignación* del ar- 
ticulista del Bien Público; pero queremos señalar todavía 
algunos incidentes posteriores que marcan la huella de la 
poUtíca de Roma por la senda en que la hemos venido si- 
guiendo. 

A la espulsion del Nuncio siguió la del arzobispo Laprí- 
da i la de los nueve obispos romanos. I éstos ¿a donde fue- 
ron a detenerse? A Roma, a su cuna i a su solio, como era 
de esperarse. Ahí se instalaron en un palacio semi-rejío, 
sostenidos por la opulenta familia mejicana de Barron. 

Sábese, ademas, pues lo han dicho todos los corresponsa- 
les de Europa a una voz, que el alma de la espedicíon de 
Méjico es la emperatriz Eujenía, que es también el alma de 
la intervención francesa que sostiene el poder temporal del 



— 227 — 

Papa en Roma. Ahora bien, según las últimas noticias, los 
nueve obispos romanos (o el mayor número de ellos, pues 
entendemos que alguno ha permanecido en la Habana) al 
pasar en su tránsito, no a su patria sino al imperio fran- 
co-mejicano, se han detenido en su itinerario del Vaticano 
a Veracruz, a la puerta de las TuUerias, i la emperatriz los 
ha recibido en audiencia privada. 

¿No es esta siquiera una presunción de la injerencia 
de Roma en la disolución de la república en Méjico i su 
sustitución por un imperio tan infame como abomina- 
ble? 

I a mas, ¿no ha sido nombrado miembro del triunvira- 
to, mal llamado de la rejencia porque debia apellidarse so- 
lo de la traición, el arzobispo Laprida? I el padre Miranda, 
el ájente de todas las revueltas mejicanas, ¿no ha ido a la 
cabeza de la comisión que lleva la diadema del imperio al 
archiduque Maximiliano ? I el Santo Padre, ¿ no fué uno 
de los primeros soberanos que envió su felicitación oficial 
al emperador de Francia por la caída i el martirio del gran- 
de i glorioso recinto de Puebla, donde sucumbió el derecho 
americano i se cubrió de duelo el testamento que nuestros 
abuelos escribieron en 1810 i por el que todos deberemos 
ima i mil veces morir, como murieron ellos ? 

Ah! triste es decirlo, pero no por triste es menos cierto: 
la política pontificia ha tenido una lójica inexorable con las 
repúblicas de América. Desde 1816 a 1863 el sistema en 
nada ha variado. El Santo Pió IX, víctima de Napoleón III 
i de sus propios ministros Merode i Antonelli, hace con 
nuestro suelo en 1863 lo mismo que el Santo Pió VII, 
víctima alternativamente de Napoleón el Grande i de la 
Santa Alianza, hizo con él en los primeros años de este 
siglo. ^ 

Pero lleguemos al último cargo que nos hace el autor de 



— 228 — 

la famosa carta del Bien Publico^ el del Seminario America- 
no de Romaj pues no nos parece que debemos detenemos en 
las observaciones que aquel escritor hace sobre la correspon- 
dencia mantenida con Roma en 1825 por nuestro obispo 
Rodriguez- En esta parte se ha encargado de contestarle por 
nosotros el eximio ortodojo D. Mariano Egaña, que denun- 
ció aquel delito de correspondencia secreta i reaccionaria^ en 
cuya virtud fué estraüado de nuestro territorio aquel testa- 
rudo prelado. 

Vamos pues a la cuestión del Seminano Americano en 
Rom>a. 



X. 



EL 6KMINAKI0 AMERICANO EN ROMA. 

^^ El fanatismo anti-papal de Yd., esolama nuestro violento impug- 
nador en su carta referida i con cierto especial enojo, se arrastra hasta el 
delirio, formulando una acusación contra el Papa por la fandacion del 
seminario americano, i contra el sacerdote cbileno que ha cooperado a 
su establecimiento. ¿Con qué será un daño para la América que en 
Roma donde se cultiran con mas esmero i perfección, las cieficias ecle- 
svásticas, haya nn establecimiento a donde puedan acudir los jóvenes 
americanos que desean perfeccionarse en ellas? ¡Gomo si la doctrina ca- 
tólica corriese peligro cerca i a la vista de la Cabeza de la Iglesia Cató- 
lica! Por manera que para Ud. el verdadero i mejor sacerdote católico 
no debe conformarse con la enseñanza del Papa. Esto es mas que deli- 
rio. De seguro que Üd. ignora talvez que en Homa huí seminarios fran- 
ceses, ingleses, irlandeses, húngaros i jermáoicos i iiista norte ameri- 
oanos, fuera de la propaganda en donde se educan los jóvenes de casi 
todas las naciones del globo, sin que a nadie se le haya ocurrido hasta 
aquí vituperar por esto a la Santa Sede.» 

Nosotros sabíamos, sin embargo, todo lo que nos achaca 
como ignorancia el irritado articulista; y no podíamos dejar 



— 229 — 

de saberlo, porque en mas de una ocasión tuvimos el honor 
de conversar en Europa sobre aquella materia con el distin- 
guido sacerdote chileno que con su propio peculio y lleva- 
do de un celo ardiente a los intereses de la iglesia, fundó 
aquel establecimiento en Roma, granjeándose no solo el es- 
pecial afecto, sino la gratitud misma del Pontífice Ro- 
mano. 

I bien, pues : si nosotros sabíamos hasta en sus detalles 
la fundación del Seminario Americano en Roma, por qué la 
consideramos como un peligro para la América? Por qué, 
preguntábamos en nuestro artículo impugnado. — "Quien 
ha fundado en Roma misma, bajo los auspicios de un sacer- 
dote chileno, un Seminario Americano^ fiíturo semillero de 
los obispos romanos que deberán imponerse a la América, 
a virtud de los concordatos.*' 

Vamos a decirlo con la franqueza que cumple a nuestra 
misión y a nuestra responsabilidad. 

Ya hemos visto la evidente participación que han tenido 
en el territorio de la repúbUca de Méjico los obispos roma- 
nos que hoi regresan a aquel imperio. Pero para considerar 
peligrosa aquella institución, no nos hemos fundado sino 
en una sola circunstancia, a saber, en el espíritu del mismo 
fundador. 

En efecto, el Sr. D. José Ignacio Víctor Eyzaguirre, que es 
el sacerdote chileno a quien hemos aludido, con esa activi- 
dad moral i física, verdaderamente asombrosa que le es pro- 
pia, y que solo podría compararse a la que cuentan las leyen- 
das del padre Miranda en Méjico, apenas echó en la plaza de 
Minerva en Roma los cimientos de su Seminario, con dine- 
ro que habia llevado de Chile, púsose a viajar por toda la 
América española, en demanda de neófitos para su nuevo 
instituto. Desde las bocas del Amazonas, vino por el Brasil 
a las puertas del Uruguay en las antiguas misiones de los 



— 280 — 

Jesuítas; (1) atravesando las pampas y el Chaco llegó a la 
capital de Bolivia por sus fronteras meridionales; visitó el 
Cuzco y luego apareció en Quito al pie del Chimborazo. 

Devorado por las fiebres tropicales, hizo a lomo de muía 
el trayecto del Ecuador a Cartajena, atravesando en toda 
su lonjitud la Nueva Granada, i por último fué a decir su 
misa de reposo en la suntuosa catedral de Méjico, para ir a 
decir la de su éxito i definitivo descanso en los altares pon- 
tificios de San Pedro. 

I bien! Cuál ha sido el objeto i el espíritu de esta misión 
que recuerda el fervor i la constancia de San Bernardo ? 
Leed el importante libro titulado los Intereses católicos en 
América^ i ahí veréis esplicada toda esa misión, todo ese pe- 
ligro. No hai libertad, no hai preeminencia civil, no hai 
derecho conquistado desde la independencia por nuestras 
repúblicas desde el patronato a la libertad de enseñanza, 
que no sea anatematizado en sus pajinas, a nombre de los 
intereses esclusivistas de la Iglesia. 

I bien, otra vez : si tales son las ideas del fundador del 



(1) En todas partes, dice el Sr. Eyzagnirre, encontró favorable acoji- 
da en los gobiernos americanos, escepto en el Paraguay, donde el bár- 
baro del jeneral López le espidió casi contra la voluntad del viajero este 
singular pasaporte: 

¡ Viva la Bepúhlica del Paraguay \ 

Por cuanto regresa al esterior el clérigo estranjero D. José Ignacio 
Víctor Eyzaguirre. Por tanto, no se le impondrá impedimento alguno 
en su viajé sin justa causa, sirviéndole el presente de suficiente pasapor- 
te, que deberá presentarlo en la capitanía del Puerto para la anotación 
carrespondiente. 

Asunción, setiembre 15 de 1856. 

Por autorización de S. E. el Presidente de la República. 

Origorio Maregu$. 



— 281 — 

Seminario Americano en Rmna^ cuáles pueden ser sus pro- 
pósitos ? cuáles las doctrinas de sus alumnos, cuando ven- 
gan a sus respectivas patrias (si no las han cambiado por 
la de Roma a ejemplo de su superior!) a ser simples párro- 
cos o altos prelados ? 

Dejamos que cada cual saque las consecuencias que su 
recto criterio le alumbre, pues nosotros nos apresuramos a 
cerrar este debate demasiado prolongado. 

Reasumiendo en consecuencia para conc\uir, observamos 
a nuestro impugnador que creemos haber dado completa sa- 
tisfacción a sus cargos i a sus acusaciones. 

Insinuó que éramos ajentee del protestantismo i delcismüj 
i le probamos que nada era mas santo en nuestro espíritu 
que la tradición de esas creencias que ilustraron nuestros 
mayores. 

Nos dijo que las bulas de Pió VII i León XII eran/al- 
saSy i publicamos íntegra la del primero de aquellos papas i 
comprobamos la última. 

Nos acusó de haber desfigurado el carácter i la poUtica 
americana de aquellos papas, invocando para ello solo el 
testimonio del historiador Henrion, i nosotros le probamos 
con este mismo autor, con escritores tan ilustres como 
Thiers i Cantú i el mismo autor de la vida de uno de aque- 
llos papas ( Artaud) que era conforme a la verdad cuanto 
hablamos dicho. Nos contradijo en todas sus partes nues- 
tra relación sobre la misión del Nuncio Muzzi^ sin invocar 
para esto mas testimonio que sus recuerdos o su propio 
juicio, i nosotros le atestiguamos nuestra veracidad con la 
crónica del mismo secretario de aquel delegado i con docu- 
mentos incontrovertibles, como la carta del jeneral Zenteno 
al jeneral O'Higgins i el mensaje del presidente de Chile 
en 1826. 

Aseveró que hablábamos como papagallos sin conocer un 



— 232 — 

ápice del concordato del Ecuador ^ i le hemos contado su pro- 
lija historia desde su primera iniciativa hasta su final anu- 
lamiento. 

Nos refutó sobre lo que referíamos de la actitud del cle- 
ro de Nueva Granada, i hemos quedado en que, abundan- 
do en las conviccionep del impugnador, nosotros hablamos es- 
tado siempre en el terreno de la verdad. 

Nos negó que tuviéramos ni documentos ni 'presunciones 
sobre la injerencia de la política de Roma en Méjico, i he- 
mos pubUcado todos los documentos i todas las pruebas ne- 
cesarias para demostrarlo hasta la evidencia. 

Se irritó, por último, porque creíamos ver un peligro en 
la fundación del Seminario Americano de Roma, i le hemos 
dado la razón cumplida i justificada de esos temores. 

I así dejamos contestada en todas sus partes, i sin devol- 
ver una sola injuria de las que nos ha inferido, la famosa 
carta del Bien Público que ha dado márjen a esta discusión, 
i a la cual era un deber de nuestro ministerio presentamos 
armados solo de la razón, de la lei, de la verdad i de la reli- 
jion. 



A última hora i cuando estaba ya terminada la serie de ar- 
tículos a que pone remate el que precede, nos ha llegado la 
segunda carta de nuestro impugnador, impresa en el nú- 
mero 8 del Bien Publicó. 

Dijimos, al iniciar este debate, que entrábamos en él solo 
porque no podíamos consentir en que se nos llamara impos* 
torea i falsarios por la revelación que habíamos hecho de 
acontecimientos cuya prueba teníamos entre las manos ; pe- 
ro de ninguna manera por dar pábulo a polémicas que nos 
eran de suyo aborrecibles, ademas de conceptuarlas inúti- 
les. 






— 233 — 

Fieles, pues, a nuestro propósito deberíamos guardar ab- 
soluto silencio sobre esta segunda carta (que por lo menos 
es tan violenta como la anterior) puesto que se comprenden 
en ella puntos puramente dogmáticos sobre concordatos i 
patronatos, en los que los partidarios de las inmunidades 
del Estado (como francamente lo somos nosotros) i los de 
la Iglesia (cual lo es acérrimo el articulista impugnador) 
pueden pensar como quieran. Pero por obedecer siempre al 
fin que nos hemos propuesto, que no es de pplémica de 
ideas, sino de verdad en los hechos, vamos a decir una rápida 
¡lalabra sobre algunas inculpaciones que en este últimos ter- 
reno nos dirije el articulista referido. 

Estas pueden reducirse a las siguientes : 

1.* Que he andado harto socarrón al citar solo una parte 
de la bula de Alejandro VI cu ({ue coucedia a los reyes de 
España el derecho de percibir los diezmos i (jue hemos creí- 
do este derecho mnóninio de "patronato," o lo que es lo 
mismo, que dieznio i patronato son una misma cosa: ¿ Mere- 
ce esto contestarse ? En cuanto a la socarronería que nos 
imputa el cortes articulista ¿la hai en publicar aquella par- 
te del docuuiento (jue hace a nuestro derecho, cuando se 
dice la fuente de que aquel está tomado, i cuando como no- 
sotros lo hicimos damos la sustancia de la parte omitida? 

2.* Que no es /^¿ 7iac/o?ia/ sino capricíio de don Manuel 
Montt el juramento de los diocesanos, declarado lejítimo 
})or el Papa. Sea! Pero ¿ha habido entre nosotros durante 
los últimos años otra lei nacional que el capricho de don 
Manuel ^lontt? Ojalá solamente que todos sus capi^iclws 
hubieran sido tan inocentes como el de que tratamos! Toca 
pues al señor Montt i no a nosotros la respuesta de este 
cargo. 

3.* (¿ue hemos creido que cursor i nuncio era la misma 
cosa. El articulista dice censor^ nosotros dijimos cur8oi*\ pero 

Mise. TOMO III. 23 



— 234 — 

él añade que el último no es nuncio sino escnbano. Sea tam* 
bien. La sustancia era que Fernando el católico habia man- 
dado ahorcar un ájente del Papa. liO iinico que resulta en- 
tonces de la corrección del articulista, es que la horca de 
Ñapóles habia sido menos pomposa, pero de todos modos 
habian ahorcado al emisario de Julio II. 

4.'' Habla al último el viejo republicano, como por via 
de sátira, de la insurrección de Valparaíso en 1846 i de la 
batalla de LongomiUa. ¿Tiene esto que hacer con la cues- 
tión de Koma? 

No concluiremos sin decir a nuestro adversario, que si 
el ájente del Mercurio le pidió 60 pesos i garantía ix)r la 
impresión de su primera carta, fué porque llevaron ésta a 
la oficina con tal aire de misterio, que aquel creyó era algún 
negocio secreto de grave trascendencia personal, i por esto 
dijo simplemente que la tarifa del Mercurio para este jénero 
de pul)licaciones era de IT) pesos columna, i que los artícu- 
los anónimos se publicaban siem¡)re con la garantía que la 
lei exije a los editores. 

Hubo pues una equivocación en esto, de la que no fué el 
ájente público del Mercurio sino el ájente secreto del arti- 
culista el que tuvo la culpa. 

La aclaramos ahora volviéndole a ofrecer francamente las 
columnas de este diario, como ya lo hicimos con su primer 
artículo : de manera que si le place seguir impugnándonos, 
puede hacerlo con toda libertad en los mismos moldes en que 
vaciamos nuestras opiniones. Sírvale, entre tanto, de gobier- 
no que los interesantes i razonados artículos que se están 
publicando en el Mercuno con el título de la Cuestión del 
patronato^ i en que se combate abiertamente nuestros juicios 
con otros juicios, pero no con insultos, van por nuestra pro- 
pia mano i en el mismo paquete que encierra nuestros edito- 
riales a la liberal oficina del liberal Mercurio de V^alparaiso. 



^J 



- 3S5 — 



Una interesante petición del nnncio de la Santa Aliansat 

contestada en 5 de diciembre. 



^Valparaíso, octubre 10 de 1824. 
«SsífoB DON Bebnardo O'Higoins. 
«Mi amado jeneral: 

cAproveclio la oportunidad de la ida hoi de Blaye en basca de 
Ud., sin duda para tener el gusto de saludarle. 

a:No ha occurrido aquí cosa de importancia después del día 3 en 
que escribí a Ud. por conducto del mayor don Hilario Plaza con 
quien le remití unas yerbas medicinales que me dejó para Ud. don 
Hilarión Quintana. 

«El nuncio se regresa a Europa dentro de 8 o 10 dias. Al fin se 
quitó la mascara, i en el fondo ha descubierto una intriga que tai- 
vez saque su oríjen de la Santa Alianza. Estrechado por el gobier- 
no al consagrarse a Cienfuegos por Obispo de Santiago i a An- 
drada de Concepción, se negó redobdamente como lo habia hecho 
con otras pretensiones anteriores; pero apurándosele con vehemen- 
cia en una junta secreta del Director, Ministros i otres personajes^ 
pronunció definitivamente que hária todo cuanto quisiese el gobierno 
con tul que se le otorgase una sola condición a saber: que se admi» 
tiese para Obispo de Santiago a su Secretario que es un canónigo 
joven sumamente hábil i de mucha intriga, pues que tales eran las 
rdenes espresas que en instrucción privada le habia dado el Papa» 
£1 gobierno quedó sorprendido i le negó abiertamente tul solici- 
tud. A consecuencia pidió su pasaporte (que se le ha dado) i tra- 
tando el gobierno de proporcionarle algún dinero para su viaje, ha 
sabido con nuevo asombro que este discípulo de Cristo ha traído 
una libranza de cien mil pesos contra las casas de E. Price i de 
Solar. Combine Ud. ahora la pobreza clemorinaria de la relijion Ro- 
mana con esa gran suma entregada aun clérigo que manda a Chi- 
le, i la diferencia absoluta de este clérigo si se pasa para su avan- 



— 386 — 

sadiaima preteasdon de dejarnos un Obispo vaciado en los moldes 
de Yiena, i deduzca Ud. consecuencias. 

<i:Se dice que vienen dos fragatas a reforzar el navio Asia i que ya 
habian pasado del paralelo de Janeiro : la cosa parece probable pero 
veo que aquí se anda con mas viveza, puede sor que no logren reu- 
nirse i que aumento por el contrario nuestra fuerza naval. 

«Adiós mi jeneral : deseo que se halle Ud. mni bueno i que mande 
a su invariable verdadero amigo Q. B. S. .M. 

(nj. Ignacio 2^nteno. 

«Póngame Ud. a los pies de mi señora doña Isabel i Sosita». 

(Carta auténtica que saqué de los cajones en que el jeneral 
O'Higgins guardaba su correspondencia en Móntalvan en noviem- 
bre de 1860.) 



EL PARLAMENTARISMO EN ESPAÑA. 



(una sesión memorable de las cortes 

con stituyentes . ) 



Málaga, diciembre 28 de 1870, 



I. 



El palacio de las cortes de España es uno de los mas sun- 
tuosos i mejor adaptados de Europa. Situado en el barrio 
mas aristocrático de Madrid, entre la Puerta del sol i el Pra- 
do, las carreras de Alcalá i San Jerónimo, dos anchas ca- 
lles de palacios, su frontispicio, copiado sobre el del palacio 
Borhon que sirve a las asambleas francesas, se abre sobre la 
última de aquellas avenidas i forma una plazuela que lleva 
el nombre de Cervantes, porque allí se alza la mezquina es- 
tatua de aquel gran injenio. De trasverso a la calle de Al- 
calá corre por su espalda una callejuela que denominan sig- 
nificativamente del sordo, epíteto sin duda bien hallado pa- 
ra la vecindad de una vocinglera asamblea-política-espa- 
fiola. 



_2á& - 

nónigo Manterola, andan pi:ófugos como éste i condenados 
a muerte. 

Pobres carlistas! Soñadores de una resurrección que ya no 
tiene ni sentido común, como la mayor parte de las cosas 
({ue des})ues de muertas se cree ¡)oder resucitar, pagan bajo 
el látigo de Prim el pecado de su lealtad a manos del que 
nunca la tuvo. Hoi mismo denuncia la Correspondencia de 
España por un aviso, que el coronel carlista don José Ocha- 
gavia salia para el presidio de Cartajena acompañado de su 
hijo i ambos solicitaban una limosna, porque todo lo que ha- 
blan ix)dido darles sus amigos i correlijionarios eran dos du- 
ros. . . I liai todavia jentes que creen en el carlismo en España ! 

Notaremos aquí de paso que esto de pedir limosnas por 
avisos en los diarios es cosa mui corriente en España, pais 
donde la mendicidad es un arte como lo es, por ejemplo, 
la música en Italia o los dulces de almíbar en jChile. I asi 
como nosotros tenemos muchos pobres vergonzantes^ en la 
Pem'nsula los hai en mayor áúmero desvergonzados. 



III. 



Notaremos también que el salón de las Cortes no tenia 
dosel de terciopelo, ni franjas de oro, ni plumones vistosos, 
ni ninguna de esas antiguallas, mitad catafalco, mitad altar 
de Corpus, que nos legó la Real Audiencia, acostumbrada 
a asustar con trapos colonidos a reos i a litigantes, pero que 
hoi solo arrancan alguna compasiva sonrisa a los cultos es- 
tranjeros cuando visitan nuestro asi llamado (en un letrero 
de gas) Congreso Nacional. 

IV. 

La distribución del resto del edificio de las Cortes es in- 
mejorable. La sala de las conferencias^ donde los diputados 



— 24Ó — 

se reúnen libremente a todas horas del dia, es tan vasta co- 
mo el recinto de nuestras propias sesiones, i se halla sun- 
tuosamente amueblada. En la orla superior de sus paredes 
se ven en artísticos medallones los retratos de los mjis ilus- 
tres oradores i presidentes de las Cortes. 

Alli está Arguelles "el divino" i el fogoso Alcalá Galia- 
no, disputándose el uno al otro, ya que no la voz, la feal- 
dad. 

Alli se ve al probo Mendizabal, con su figura de ingles, 
i de el se nuiestran también unos zapatos por el estilo de 
los de Benjamin Franklin i de don José Miguel Infante, 
lujo que él se daba cuando era primer ministro i renuncia- 
ba sus sueldos, como lo hacia en esa misma época luiestro 
Portales. Ñútanse también sobre las puertas el i*ostro -gra- 
ve i pretencioso de Martinez de la liosa, el ardiente de I^o- 
pcz, el juvenil i casi almibarado de Pastor Díaz, uno de los 
presidentes parlamentarios (jue haya dejado más sentido.s 
recuerdos en España por su moderación i su elocuencia, 
(esi)ecie de Tocomal de tumultuosas asambleas) i, por últi- 
mo, el de don Joaquín Pacheco, hombre colérico que mu- 
rió del cólera asiático, después de haber consignado el suyo 
propio en sus despachos contra Chile. 



V. 



J^as pinturas históricas abundan por demás en el recinto 
de las Cortes'. Sobre una de las testeras de la espaciosa sa- 
la de la comisión de presupuestos (que en las Cortes españo- 
las es sabiamente permanente) se ostenta el magnífico i co- 
nocido cuadro del i)intor español Gisbert (|ue representa la 
decapitación de los comuneros Padilla, Bravo i Maldonado, 
admirable concepción i dibujo, de la cual hemos visto una 
pequeña pero esc^uisita copia, nó ciertamente a título de ci- 



— 241 — 

rajia, sino de buen gusto, en el estudio de nuestro querido 
i respetable amigo el doctor Blest. 

Dentro de las salas de sesiones han sido también pinta- 
dos muchos frescos, i sobre las columnas i los dinteles léen- 
se los nombres de los más célebres liberales españoles des- 
de Padilla al Empecinado, cuyos grillos alli a la vez se con- 
servan; desde Riego a Torrijos, desde Espoz i Mina a la 
sublime mártir María Pineda. 

I ¡cosa estraña i dolorosa! Todos esos nombres represen- 
tan otros tantos martirios, en prueba sin duda de que la li- 
bertad en los paises de nuestra infeliz raza ha nacido solo al 
pié de los cadalsos. También se exhibe en otro salón, pero 
solo provisoriamente, al parecer, un cuadro que representa 
a Méndez Nuflez en el acto de ser herido de rebote por la 
bitácora de la Nuniancia en el ataque del Callao, i confesa- 
mos que jamas habíamos visto mas ruin caricatura de una 
acción verdaderamente heroica. 



VI. 



Cada una de las diez o doce comisiones de las Cortes tie- 
ne un salen especial dentro del magnífico Palacio. Custo- 
diase, a más, alli una biblioteca escojida, asi como existe 
una sala de lectura para todos, i el gabinete del presidente, 
cubierto de brocado verde i oro, es una verdadera miniatu- 
ra de lujo i de coqueteria. 

Encuéntrase también anexo un mesón de mármol surti- 
do de vinos i de comestibles en el que cada diputado come 
lo que paga . 

En cuanto al servicio interior de las Cortes, ejecútase por 
un cuerpo numeroso de empleados, en el que figuran cua- 
tro secretarios que con el título de escdencia hacen tumos 

semanales ; cinco oficiales, de los cuales uno lleva el título 
xiac. TOMO III. 24 



— 242 — 



de mayor i otro archivero; una numerosa mesa de escribien- 
tes, i diez o doce porteros modestamente galoneados. 



VIL 



La parte de publicidad del desempeño de las Cortes está 
confiada a una comisión llamada corrección de estilo^ a dos 
jefes de redacción i a im escelente cuerpo de taquígrafos que 
llevan el Diario de sesiones con envidiable limpieza i regula- 
ridad. Es esa publicación, semejante en la forma a nuestro 
Boletín de sesiones ^ pero le aventaja en todo: en corrección, 
en los detalles de la tipografía i mas especialmente en la 
puntualidad del reparto. Sesión de cinco horas hemos visto 
ya repartida al dia siguiente con 26 pajinas de escelente im- 
presión en folio, a dos columnas, sin que nos fuera posible, 
encontrar un solo error de ortografía i menos, por cierto, un 
desatino en el sentido. Llamónos también la atención en 
ese boletín la circunstancia de que iban a él anexos, aunque 
por separado, nueve mociones que en esa misma sesión ha- 
blan sido presentadas. Escelente práctica nos pareció esta 
última i digna de imitarse, porque así es fácil reunir en un 
solo cuerpo separado del boletín de discusiones el de los pro- 
yectos de lei. A fin de que se juzgue de la naturaleza de 
estos últimos i se comprenda que lo que menos falta a los 
constituyentes espaí5oles, en teoiia^ es laboriosidad i buenas 
intenciones, vamos a apuntar en seguida los títulos de al- 
gunos de aquellos, entregados en secretaría el 19 de diciem- 
bre. Proyecto de lei jeneral de instrucción primaria por el 
diputado Becerra, con 35 capítulos i 293 artículos. — Pro- 
yecto de lei del diputado Pastor i Landero sobre restable- 
cimiento de la escuela de bellas artes. — Proyecto de lei del 
diputado Suarez Inclan sobre dirección i esplotacion de las 
estensas marismas del Estado. — Proyecto de lei del diputa- 



— 243 — 

tado Ortiz de Zarate sobre bulas i sobre la prisión por cau- ■ 
sas políticas. — Proyecto de lei del diputado Grande sobre 
concesiones a un ferrocarril. — Dos proyectos del flamante 
ministro de hacienda Moret sobre operaciones de crédito. — 
En suma, ocho leyes trascendentales en ciernes, i esto en 
víspera de cerrarse la sesiones. 

Tale3 cosechas no se ven en Chile sino en los dias de 
apertura i de esperanzas... 

El Diario de sesiones del año antepasado consta de seis 
volúmenes in folio con el doble material cada uno de ellos, 
de los dos únicos nuestros que se dan a luz al menos con 
seis meses de atraso a las sesiones. 

Verdad que los progresos de organización que hemos ve- 
nido señalando se han conquistado solo con el curso de los 
años, porque el parlamentarismo es viejo en España, i a mas 
con la liberal aplicación de intelijencias distinguidas a pues- 
tos que entre nosotros se han mirado hasta aquí con necio 
desden. Taquígrafos de las Cortes españolas fueron no ha 
mucho hombres como Ferrer del Rio i Hartzembusch ; ta- 
quígrafo del parlamento ingles fué el ilustre Dickens, i de las 
cámaras francesas, si no nos engañamos, en tiempo de la Res- 
taiu'acion, lumbreras del j enero humano tales como Thiers 
i Mignet. 

VIII. 

Pero no es en estos detalles únicamente en lo que nos 
aventaja la organización interior de las cortes españolas. 

Ya hemos dicho, con relación al presidente, lo del dosel. 
Pues todavía hai otro consejo mas sustancial a este respec- 
to, i vais a asombraros de oírnoslo enunciar — la supresión de 
Dios. — Sí, las Cortes españolas son esencialmente ateas en 
sus formas. Allí el presidente dice sencillamente Ábrese la 



— 246 — 

nos. Pofr oonsi^ente, desde que un negocio se pone en dis- 
cusión cada cual, interesado en ella, pide la palabra, o sea el 
primero, segundo o tercer tumo. Hacer un discurso en es- 
tos casos se llama consumir el tumo. De aquí resulta que, 
según el sistema español, bastan seis discursos para cada 
asunto, o mas bien ocho, contando con la iniciativa i la ré- 
plica del primer preopinante. A este propósito consigna el 
reglamento un artículo según el cual ningún asunto puede 
darse por suficientemente discutido sino cuando hayan ha- 
blado sobre él seis, al menos, de los varios diputados que se 
hayan inscrito para usar de la palabra. 

No puede negarse que no falta ni injenio ni eficacia a 
aquel procedimiento en ima asamblea hispano-latina. Única- 
mente se nos ocurre que si hubiese de plantearse aquel en 
Chile, resultaría (a virtud de que allilos tumos se usan de 
dos o tres sesiones) que el que habló en el primero de ellos 
se quedaria con la lengua pegada al paladar hasta el perío- 
do lejislativo del año venidero. 

Los españoles conceden también el amplio derecho de rec» 
tijicar^ i por esto se habrán fijado los que gustan de leer las 
sesiones de las Cortes, en que todos los discursos se hacen 
por via de "rectificación." Cómodo portillo, ala verdad, del 
reglamento, por donde pasan encorvadas todas las pasiones, 
todas las vanidades i demás flaquezas de nuestro pobre ser 
humano cuando se exhibe al mundo. El autor de na proyec- 
to de lei o de una indicación tiene también libre su derecho 
para agotar la espresion de sus ideas, i por último, como un 
homenaje a la libertad de la palabra, cuando el presidente 
quiere usar de ella en un debate, debe dejar su poltrona 
para hablar como cualquier otro diputado. 

X. 

Respecto de la barra^ obsérvase en laa Cortea la misma 



— 246 — 

severidad que en todos los cuerpos deliberantes de los paí- 
ses civilizados, pues solo en Francia i Chile se oyen aplau- 
sos i demostraciones, mas nunca en el primer pais desaca- 
tos ni atropellos, escepto cuando se trata de derribar un 
trono. Asi, en un pais tan inflamable como en España, don- 
de en un teatro real en que lloraba un niño hemos visto a un 
concurrente levantarse de su asiento i decir con voz entera: 
Echen ese niño a un pozol — no se oye, sin embargo, en las 
galerias el volido de ima mosca. 

Hé aquí, para evidencia de lo que decimos, el artículo 
único del reglamento de las Cortes que trata de los desór' 
denes de la barra: 

"Art. 47. Los que perturben de cualquier modo el orden, 
serán espelidos de las tribunas o galerias en el mismo acto ; i 
si la falta fuese mayor, se tomará con ellos la providencia 
que haya lugar." 



XI. 



En lo que el reglamento de las Cortes se muestra casi tan 
severo como con el pueblo soberano, es en la tramitación de 
los proyectos de lei, porque, en primer lugar, ninguna mo- 
ción puede presentarse firmada por menos de siete diputa- 
dos; en seguida de darse cuenta (no lectura) de ella, pasan 
a las comisiones, i estas deben dictaminar previamente si 
hai o no lugar a su admisión. Llenado este requisito, i leida 
por uno de los secretarios, puede su autor esplanar breve- 
mente su proyecto pero sin darse lugar a debate, i el presi- 
dente fija en ese mismo acto el dia en que debe discutirse. 

Existe también en España, como en el parlamento inglés, 
la cortapisa de la tramitación previa, según el cual un asun- 
to, llegado el momento de ser sometido a debate, puede ser 
indefinidamente aplazado; tal es la fórmula i votación pré- 



— 247 — 



via que puede reclamar cualquier diputado de "si hai o nó 
lugar a deliberar." Ninguna indicación o enmienda se admi- 
te tampoco si no se hace por escrito (gran arbitrio para evi- 
tar embrollos) i sin que venga firmada por siete diputado» 
(gran remedio para los antojos) . 



XII. 



I ya que hemos mencionado la palabra enmienda en con- 
traposición a la que nosotros usamos de indicación^ no es- 
tará de mas decir aquí que los españoles usan con mucho ma- 
yor propiedad que nosotros de los términos técnicos que 
necesita su sistema parlamentario. 

Así, i esto sin meternos a gramáticos puesto que no lo 
somos, parécenos mucho mas exacto llamar enmienda lo 
que se agrega a im asunto en debate, que nó indicación^ 
pues ésta es una espresion mucho mas vaga, mas indefini- 
da, i que puede recaer así en los límites del debate como 
fiíera de él. 

Igual propiedad, se nos imajina, hai en llamar dictámenes 
i no informes los de las comisiones, porque éstas en realidad 
opinan en la mayor parte de los casos sobre los asuntos que 
se les someten. Apenas en diez casos ocurre uno solo que 
requiere infomie en la sala de las comisiones, mientras que 
los nueve décimos restantes se quedan aguardando el respec- 
tivo i espedito dictamen en los cajones. Los informes pueden 
ser laboriosos i tardios. Los dictámenes necesitan solo buena 
voluntad. 

Los españoles llaman también proposiciones de lei SilñM 
que nosotros conocemos con el nombre de proyectos i ocárre- 
senos que ellos i no nosotros están en la razón, porque lo 
que contienen propiamente las m^ocioneSj es la proposición 
de las ideas del autor. La palabra proyecto supone una condi- 



— 248 — 

clon ya mas avanzada, tal cual convendría talvez única- 
mente a las leyes que presentan los demás poderes pú- 
blicos. Esta misma distinción advertimos hace el regla- 
mento de las cortes, llamando proyectos de lei a los conte- 
nidos en los mensajes del ejecutivo i proposiciones a la de 
los diputados. 

De la propia manera, el reglamento de las cortes da el títu- 
lo de comisión de actas electorales a la encargada de abrir 
juicio sobre los poderes de los diputados, i no el de comisión 
de elecciones como nosotros. I la razón es evidente, porque 
la comisión solo está llamada a ocuparse de los documen- 
tos o acta^ que se les someten, mientras que es la cámara 
en cuerpo la que se ocupa del punto capital de las elecciones. 

El rejistro de las discusiones de las cortes no se llama 
tampoco aquí Boletin^ puesto que no contiene disposiciones 
ni mandatos como los de las leyes, el del ejército, etc., sino 
simplemente actas i discursos. De aquí el nombre de Diario 
de las sesiones. 

En cuanto a saber si el vocablo impertinente (que hasta 
estas remotas playas ha llegado tan colosal controversia!) 
es parlamentario o puramente forense es asunto que proba- 
blemente se decidirá solo cuando vuelva a reunirse el con- 
cilio ecuménico o cuando los prusianos entren a París. Qué 
niñerías! 



xni, 



El punto capital de la disposición parlamentaría de las 
Cortes españolas, i sobre el que hemos llamado antes la aten- 
ción de nuestros cuerpos deliberantes, cuando dábamos cuen- 
ta de lo que ocurría en el parlamento ingles i en el de Bél- 
jica, es, a pesar de todo cuanto llevamos dicho, la importan- 
cia que se atríbuyea la fijación préoia e invariable de la 



— 249 — 

'^órden del día." A tal grado es esto, que esta misma Espafia, 
la tierra clásica del — " a mí se me da la gana" — ^i de la vo- 

■ 

luntariedad en todos los poderes, se ha tratado nada menos 
que de anular el acta solemne de las Cortes por lo cual se habia 
hecho el nombramiento de reiel 16 de noviembre último, 
sin mas razón que la de haber omitido el presidente fijar en 
ella la orden dd dia de la próxima sesión. 

Esta práctica es sin duda una preciosa garantía para to- 
dos, i mientras no se adopte en Chile, mientras no se haga 
invariable contra ministros, diputados i todo el mundo, de 
adentro i de afuera del recinto de la sala de sesiones, no 
habrá jamas debates ordenados ni lejislaturas fecundas. En 
España, si la orden del dia no se imprime previamente i por 
separado como en Inglaterra, ni se distribuye a domicilio a 
los diputados como en Béljica, se fija, sin embargo, en una 
tablilla en la sala de conferencias i se comunica íntegra al 
gobierno. 

XIV. 

Tomando ahora la medalla por el reverso, confesaremos 
que lo que nos ha parecido mas defectuoso en el procedi- 
miento de las Cortes español^, es la organización de algu- 
nas de sus comisiones. 

En primer lugar, se nombran éstas cada mes a la suer- 
te, lo que trae aparejada una pérdida de tiempo considera- 
ble i ademas, dispersa, en vez de agrupar, las especialida- 
des. 

En segundo lugar, estas comisiones o secciones (pues es- 
te es su nombre, talvez inadecuado) que no tienen mas de. 
signacion que un número de orden (de 1 a 7), forman im 
cuerpo especial, una especie de cámara chiquita o (si mi 
buen amigo Santiago Prado no se opone) un comité dentro 
del gran vientre de las Cortes. 

mío. TOMO III. 25 



— 260 — 

Estas secciones nombran cada una un miembro para que 
dictamine una vez reunidos los siete, sobre innumerables 
asuntos de varia naturaleza, que el presidente tramita con 
esta fórmula: — A las secciones. 

Calcúlese ahora todo lo que este mecanismo tiene de em- 
brollado, de vago i de inconducente para obtener acuerdos 
maduros, uniformes i especiales. Por esto nada hai mas co- 
mim que los dictámenes de las secciones que se compongan 
de tantos votos particiílares como son los de sus miembros. 



XV. 



£n cambio de la anomalía que acabamos de señalar, el 
parlamento español tiene algunas comisiones permanentes ^ 
cuya utilidad no podrá disputarse. La principal de ellas es 
hiát presupuestos j i se corppone de 35 miembros nombrados 
por las secciones, cinco de cada una. ¿ No es verdad que es- 
to vale mucho mas que nuestras comisiones mistas nombra- 
das arbitrariamente cada año? 

Las otras comisiones permanentes de las Cortes son la de 
actas electorales, la de peticiones (i aquí no hai aquella cu- 
riosa cortapisa de la gratitud nacional puesto que en el pedir 
no hai engaño)^ la de corrección de estilo^ como en el Perú, 
lo cual nos parece simplemente una necedad, i por último 
la de gobierno interior^ que se compone del presidente de 
las Cortes i de siete miembros (uno porcada seccibn). Pre- 
senta aquella cada mes la cuenta de gastos a las Cortes, es- 
celente sistema económico que propuso en Chile cierto se- 
cretario, si mas no fuera como un correctivo de desordena- 
dos apetitos de jamón i queso, cognac i dulces de las mon- 
jas, i a los postres ostras i vino del Rhin^ cuando nuestros 
predecesores de 1811 se contentaban con su mate. 



— 262 — 



XVIL 

I ya que hemos hablado de reformar el reglamento de 
las Cámaras de Ciiile, hé aquí una pequeña indicación de 
simple forma o mas bien de tamafio. l^or aquello de meter- 
nos en todo a camisa de once varas, cuando la con que nos 
criaron apenas tendría tres o cuatro, el reglamento de sala 
de las dos Cámaras de Chile se halla impreso en el infolio 
mayor que se encontró en las imprentas de Santiago; por 
manera que los diputados, no hallando dónde echarlo, sue- 
len ponérselo de sombreros, metiéndolo dentro de los de 
felpa con que andan. Pues bien, los reglamentos de Europa 
son todos microscópicos i podrían llevarse sin embarazo en 
el medallón del reloj. I de seguro no andaríamos desca- 
minados si apostáramos que por esta alteración sencillísima 
se ahorrarían, no solo sesiones enteras de cuestiones regla- 
mentarias, sino que cada vez que éstas ocurriesen haya una 
sonajera de papeles i un correr de los oficiales de sala capaz 
de poner de mal humor al mas tolerante de los presidentes. 

En Béljica se lia introducido también con estos mismos 
fines un arbitrio precioso para obviar tiempo, confusión i 
carreras: tal es la publicación de un pequeño pero compacto 
volumen en . 8.® en el cual, con el título de Lihro de los 
diputados i de los senadores, se han recopilado, junto con la 
constitución del Estado i el reglamento de sala, todas 
aquellas leyes de frecuente consulta, como la de elecciones, 
la de imprenta, la de municipalidades, etc. 

I como éstas, cual toros bravos en densa montaña, andan 
entre nosotros revueltas (a pesar de la escelente condensa- 
ción de Zenteno) entre 30 o 40 tomos del boletin de las 
leyes, i el estante en que aquellos se guardan se halla a 
la distancia, ida i vuelta, de tres cuartos de cuadra (me- 



— 253 — 

didas a cordel) del asiento del secretario, i como, por otra 
parte, no todos los secretarios tienen la humildad suficiente 
para ir por corredores i fi-íjidos patios a traerle lo que a 
cualquier señor diputado, sin esceptuar los suplentes^ se 
les ocurre pedir, resultaría que emprender esa compilación 
en Chile seria un buen negocio de editor, i una obra de 
misericordia con los secretarios presentes i venideros. 

XVIII. 

En lo que llevamos escrito hasta aqui hemos contado li- 
sa i honradamente todo lo que tiene de bueno i digno de 
ser copiado la teoria de las Cortes españolas. Pero ¿ i la 
práctica? 

La práctica! Eso marcha por mui diferente camino, por- 
que no se trata ya de ingleses ni de belgas sino de nuestros 
mismísimos projenitores i maestros. Líneas impresas en e^ 
reglamento, palabras i palabras en la sala, i después, cuan- 
do los porteros han barrido las alfombras i cerrado las 
puertas hasta el año venidero, un poco de polvo en un rin- 
cón .... hé alli la práctica de las bellas prescripciones es- 
critas que acabamos de eniraierar. 

¿Estaremos nosotros condenados a no emancipamos ja- 
mas de esa herencia de los siglos ? No lo sabemos desde la 
distancia. Los pueblos que crecen i que necesitan vivir cada 
dia i hora con nueva vida, alterando, corrijiendo, ensan- 
chando, reformando, sabrán sin duda la sentencia que de- 
berán pronunciar sobre la eterna, la triste, la irremediable 
esterilidad de nuestros cuerpos deliberantes. Mucho teme- 
mos, empero, que la de la historia (que no ha de tardar) 
haya formulado ya la suya justa e inapelable.. . • 

Mas como nuestra cuestión, por ahora, no es ésa sino 
contar, para escarmiento, lo que en esta parte del mundo 



— 265 — 

encargado de sostener la diabólica medida a uno de los más 
jóvenes i más fogosos miembros de la tertulia, el señor Ro- 
mero Robledo, i lo habian autorizado con su palabra i su 
consejo nada menos que el ministro de Estado (relaciones 
esterioresj señor Sagasta i el presidente de las mismísimas 
Cortes de cuya estrangulación se trataba. 



XX. 



Diremos aquí de paso que óste don Manuel Ruíz de Zo- 
rrilla, presidente actual del las Cortes parécenos uno de loa 
más vistosos figurones de la ya evidentemente malograda 
revolución democrática de 1868. Hijo de un pueblo de Cas- 
tilla la Nueva, cuyo nombre por ruin se nos escapa, ha de- 
bido su rápida elevación a cierta taima de carácter de castella- 
no manchego más que a sus talentos de político i de orador» 
Verdad es que habla con cierta facilidad i aplomo, según he- 
mos tenido ocasión de juzgarlo, i que a la edad de 38 aflos, 
según él mismo se compLwíe en recordarlo, ha merecido la 
honra de presidir las Cortes constituyentes de España. Posee 
ademas un personal simpático i varonil, en estremo seme- 
jante al de uno de nuestros mas notables hombres públicos 
i esto i la juventud, en paises impresionables como España, 
son dotes de no despreciable valia. 

Debia, sin embargo, el señor Zorrilla su efímera popula- 
ridad de ayer a ciertas veleidades de resistencia que ha opues- 
to al iracundo e impetuoso jeneral Prim en su marcha 
triunfante hasta el trono, veleidades que él mismo calificó, 
en estilo napoleónico, con el nombre a la moda de los puntos 
n^^ro5... Dicese que hasta última hora ha luchado con Prim 
por empujarlo a otro sendero que el de la postiza monarquía 
italiana, pero al fin, aquel puso término a la resistencia de su 
colega con uno de sus arranques peculiares de soldado, di- 



— 266 — 

ciéndole mas o menos esta frase: — "Dígame señor don Ma- 
nuel, ¿cree usted que yo he conspirado con canónigos ?" — A 
lo cual el presidente de las cortes agachó la cabeza i fué a 
ofrecer humildemente la corona de San Femando i de Isabel 
la católica al hijo del soberano que acaba de destronar al 
papa. 

I con esto ha concluido su prestijio i su buen nombre. 
Ello es lo cierto que mientras ha tenido el poder, don Ma- 
nuel no se ha descuidado tampoco su casa por la corte, mos- 
trándose .por lo menos el mas ejemplar de los sobrinos. 

A uno de sus tios, en efecto, cura del Escorial, lo ha he- 
cho nombrar obispo de Puerto Rico; a otro tio lo ha eleva- 
do a miembro de la corte suprema de Madrid (puesto ina- 
movible como la mitra), a otro coronel i diputado, a su 
escribiente, por último, gobernador de una provincia, i a su 
criado, que era un ex-lego carlista, canónigo de Alcalá. . . 
Qué tal sobrino i que tal patrón! Llaman a don Manuel 
Ruis de Zorrilla los diarios de oposición el hombre de los 
puntos negros^ i a mi me parece que mas propio habria sido 
llamarlo el hombre de los tios. 

XXL 

Pero vamos a la famosa sesión del 19 de noviembre. 

Tratábase en ella de introducir sin previa lectura ni trá- 
mite de comisión, en violación flagrante del reglamento, 
(pero a la chile?ial) el acuerdo de media noche de la Tertu- 
lia progresista, que contenia nada menos que cuatro graví- 
simas leyes. Eran éstas, ademas del ceremonial de la recep- 
ción del monarca, ima lei autorizando al gobierno proviso- 
rio para fijar la renta del rei electo, lo cual podia equivaler 
a una contribución enorme en un pueblo esquilmado; otra 
lei para fijar los distritos electorales en el nombramiento de 



— 257 — 

las futuras Cortes ordinarias, i esto importa tanto como or- 
ganizar las mayorias al capricho del primer advenedizo due- 
ño del poder; otra leipara autorizar la emisión de 900 mi- 
llones de reales (90 millones de pesos!) de bonos del teso- 
ro, dejando al ministro de hacienda la libertad de fijar el ín- 
teres, el tipo i todos los demás accesorios de un empréstito ; 
otra lei, en fin, sobre incompatibilidades en los diputados, i, 
por último, la disolución definitiva de las Cortes constitu- 
yentes i su reemplazo por otras ordinarias, que se elejirán 
bajo el cetro i beneplácito de don Juan Prim i Prats, re^ 
de las Españas, bajo el seudónimo de Amadeo I. 

Imposible seria creer en tanta audacia si don Juan Prim 
i Prats no fuera el inspirador de todas estas temeridades, 
porque si bien se concibe que para asuntos técnicos (como 
si dijéramos la barra del Maule o la reforma de las ordenan- 
zas de aduana, fijando a aquella los puntos de partida) es 
lícito resignarse a otorgar autorizaciones colectivas, en ne- 
gocios del monto de los que hemos enumerado se necesita 
llegar al banco azul sableen mano i la constitución en la car- 
tuchera. 

xxn. 

I así ni mas ni menos acontece, porque la constitucicmi 
jurada solo en junio del último año, estatuye terminante- 
mente que «nadie está obligado a pagar contribución que 
no haya sido votada por las Cortes o por las corporaciones 
legalmente autorizadas para imponerla, i cuya cobranza no 
se haga en la forma prescrita por la lei.» (Art. 15.) 

I en el artículo 52, se añade esta pi^escripcion termi- 
nante: 

<r Ningún proyecto de lei puede aprobarse por las Cortes 
sino después de haber sido votado artículo por artículo en 
cada uno de los cuerpos colejisladores.]> 

MIIC. TOMO III. 26 



— 388 — 

Pero aun en vista de una violación tan palmaria i tan es- 
candalosa, así de la constitución como del reglamento de sa- 
la de las Cortes (cuyas disposiciones de acuerdo previo por 
las comisiones para la primera lectura, etc., dejamos ya re- 
cordadas), el complot de la Tertulia no reculó i el adalid 
elejido para el escándalo i el atropello, el juvenü Romero 
Robledo, subió a la tribuna apenas habíase leido el acta por 
el secretario de tumo. 

Dejamos aquí la palabra al diario mas moderado i mas 
sensato de España, o mas bien, al único que lo es : a la 
<tEpocaD. Vamos a oirle contar, con toda su característica 
mesura algunos de los lances que siguieron a la enunciación 
sola del proyecto de la Tertulia. 

^El señor presidente. — El señor Romero Robledo tiene la 
palabra para apoyar la proposición. 

El señor Figueras. — Pido que se lean los artículos 15 i 
52 de la constitución, i pido ademas que la mesa cimipla 
con los deberes constitucionales a que se ha faltado con la 
lectura de esa proposición. 

El señor presidente. — Su señoría ha pedido que se lean 
dos artículos de la constitución, i de ellos se dará lectura; 
pero no está en su lugar a la reclamación que hace, en los 
términos que la ha formulado; i medios tiene para emitir 
su opinión del modo conveniente. 

El señor Figueras. — Yo no sé qué medios son los que da 
el reglamento, cuando solo se ve la autocracia de la mesa. 
(Voces en diversos sentidos.) 

El señor presidente. — Orden, señores diputados. 

El señor Figueras. — V. S, no me puede privar de mi de- 
recho. Sobre la mesa está el reglamento. (Gran confusión 
producida en todos los lados de la cámara. Muestras de 
aprobación en unos lados i de reprobación en otros. Mu- 
chos señores diputados hablan a la vez, sin que sea posible 



— 2(9 — 

percibir lo que dicen; el señor presidente ajita la campani- 
lla i llama al orden repetidas veces, en especial al señor Fi- 
g ñeras.) 

JEl señor Presidente. — El señor Romero Robledo tiene la 
palabra. (Crece la confusión.) 

Calmada algún tanto la confusión, se dio lectura a los 
artículos 15152 de la constitución. En seguida dijo: 

El señor presidente. — El señor Romero Robledo tiene la 
palabra. (Crece la confusión i voces en todos sentidos; unos 
dicen: que hablo, otros, que no; creciendo el desorden cada 
vez mas.) 

El señor Romero Robledo. — Oid i discutid. {Muchos: nó, 
nó. Otros; sí, sí.) 

El' señor presidente. — Orden ! 

El señor Suarez Inclan. — Pido que se lean los títidos 6.* 
i 9.^ del reglamento. 

El señor Rubio (don Federico.) Esa proposición está fue- 
ra de la constitución. 

El señor Diaz Quinteros. — Esa proposición ataca la cons- 
titución i las prerogativas de la cámara. (Continúa el desor- 
den, en medio del cual se oye a un seQor diputado de la mi- 
noría republicana decir que acusa a la mesa ante el pais de 
faltar ala constitución; el señor Suarez Inclan reclamarla 
lectura de los títulos 6. ^ i 9. ^ del reglamento, i al señor 
Romero Robledo sostener que está en el uso de la palabra i 
en su derecho al apoyar la proposición.) 

El señor presidente. — No tengo ningún medio coercitivo 
contra la oposición que se está haciendo en este momento 
por los republicanos; asi es que esperaré que se restablézcala 
cahna. (Gran tumulto, en el que se oye alguna voz que di- 
ce no son solo los republicanos los que protestan contra la 
infracción del reglamento. El señor Romero Robledo quie- 
re apoyar su proposición i no le es posible hacerlo; unos 



— 260 — 

seftores diputados manifiestan su deseo de que hable, i otros 
dicen que nó." 

Al fin no consigue hablar ni el presidente Ruiz Zorrilla, 
ni Figueras, el caudillo del bando republicano en las Cor- 
tes, ni el mismo iniciador de las autorización, Romero Ro- 
bledo, candidato, según se dice, mui sonado a la cartera del 
ministerio de Ultramar que ha dejado vacante el joven ga- 
ditano Moret, promovido al de hacienda, ni nadie, sino to- 
dos a la vez, parándose muchos sobre sus asientos i bajando 
otros al estrado. 

XXIII. 

Mas, al cabo de algunos minutos, consigue dominar el 
tumulto el diputado Suarez Inclan, i he aquí como (siem- 
pre según la Época) son acojidas, no sus palabras, sino el 
anuncio de que su señoría va a hablar. 

^^ El señor Suarez Inclan. — V. S. sabe mui bien que yo 
no soi de los que pueden tratar de dilatar los debates, i solo 
trato de esponer unas brevísimas observaciones. 

Afuchas señorea diputados. — Nó, nó. 

Otros. — Sí, sí. 

(Estraordinaría confiísion. El señor presidente, llama 
repetidas veces al orden, pero no consigue que éste se res- 
tablezca). 

El señor Figueras^^-^l^iáo que se cumpla la constitu- 
ción i el reglamento. 

El señor Somí. — Que se cumpla la lei, pues de otro mo- 
do no habrá aquí maa que la anarquía. 

El señor Suarez Inclan. — En mi conciencia, como en la 
de todos los señores diputados, esta es una proposición de 
lei, i no ha podido darse lectura de ella en la forma que 
se ha hecho. (Voces en diversos sentidos; sigue el de- 
sorden). 



— 961 — 

(cRniz Zorrilla, sin embargo, dice otro diario madriléfio 
(la Igualdad del 20 de diciembre) se obstina en conceder 
la palabra a Romero Robledo : la confusión i el desorden 
toman mui luego proporciones espantosas. Todos los dipu- 
tados se levantan: todos hablan a la vez. Claman los repu- 
blicanos contra atentado tan inaudito: interpela tumultua- 
riamente a la mesa la unión liberal: gritan i protestan llenos 
de justa cólera los carlistas: la mayoría se alborota, i en 
escandaloso estrépito hace alarde de sus furores ministeria- 
les: Romero Robledo jesticula i vocea como un energúme- 
no, apostrofa a Topete; el consecuente marino se vuelve 
lleno de indignación contra él, i promuévese entre ambos 
un fuerte altercado ; Alarcon i Ortiz i Casado pasan ya a 
« vias de hecho en la acalorada disputa que sostienen ; Caste- 
lar deposita en la mesa un nuevo voto de censura; Rios 
Rosas baja de su asiento i se esfuerza para hacerse oir; las 
injurias mas atroces, los insultos mas ultrajantes se suceden 
en medio del mayor estruendo; toman parte las tribunas 
en la algazara, resultando de esta horrible confusión un tu- 
multo infernal, donde, en medio de los campanillazos del 
presidente i de los clamores de cuatrocientas personas, que 
todas gritan a la vez, solo pueden entenderse por acaso 
diálogos que es imposible reproducir por la violencia. i> 

Tales son las Cortes de la plazuela de Cervantes, i con 
el alma inundada de tristeza se nos viene a los labios invo- 
luntariamente esta pregunta: — ar¿En qué se diferencian de 
las Cortes de la plazuela de O'Higgns?:^ 

XXIV. 

Pero en medio del tumulto, los diputados de los diversos 
matices de la oposición dejan sus bancos, i con esta desacor- 
dada maniobra que acusa mas despecho que convicción, los 



— 268 - 

yo no soi responsable del conflicto de 1856; si yo fuera hom- 
bre de violencia i dictadura, no me escondería detras de 
otro para ejercerla, sino que tendría el valor de romper la 
constitución con la punta de las bayonetas i arrojar al 
pueblo sus pedazos a la cara." 

XXV. 

La ajitacion habia subido hasta el frenesí en algunos 
bancos, i no obstante, vino todavía a arrojar un nuevo ti- 
zon a la hoguera el ministro de instrucción pública (Fomen- 
to) don José Echegaray, a quien sus enemigos llaman '^un 
volteriano trasnochado," i por su rostro lívido a la verdad 
que lo parece. "Es claro, dijo aquel hombre de Estado de 
la moderna España, es claro que. esta proposición de lei es 
salvadora^ porque se trata dé consolidar las conquistas revo- 
lucionarías; i cuando se trata de ciertas cosas, señores, como 
hemos visto en sesiones anteriores, todo es lícito para sal- 
var la patria. (Gran ajitacion; aplausos i voces. Algimos 
señores diputados de la izquierda piden que se escriban las 
palabras). 

XXVI. 

Al fin, de tumulto en tumulto se llegó a la hora crítica 
de las humanas asambleas: la del estómago. Eran las siete, 
es decir, casi media noche, por la hora vespertina en que 
aquí se esconde el sol en el invierno. En consecuencia, como 
los ciríos de las tinieblas, las lenguas comienzan a enmude- 
cer unas en pos de otras; todos los entusiasmos i todas las 
resistencias se replegaron sobre las cavidades internas que 
en forma de apaga- velas estinguen en el ser humano la cen' 
tella vivida del espírítu. 



— 2M — 



xxvn. 



La memorable sesión se levantó en consecuencia a las 
siete i cuarto de la noche, i hé aquí el terrible pero no in- 
justo juicio que ella mereció al siguiente dia al mas popular 
de los órganos republicanos de Madrid. 

^' Jamas, dice la Igualdad, rejistraron los fiístos parla- 
mentarios de ningún pais tanto tumulto i tal escándalo co- 
mo los que ayer ofreció la Constituyente española en las 
últimas convulsiones de su agonía; i es que a ningún pue- 
blo que en algo haya estimado su dignidad i decoro se ha 
ultrajado con ima infamia tan afrentosa i tan aleve como el 
vergonzante golpe de estado que amenaza de muerte a la li- 
bertad i a la honra de la patria. Griminal i execrable es el 
salteador de caminas que con las armas en la mano ataca i 
despoja al viajero; pero mucho mas odioso i repugnante es 
el ser misereóle de nuestras ciudades, que, falto del arrojo 
del bandolero, se introduce bajo el aspecto de la honradez 
en la sociedad i en el hogar doméstico para esplotar todos 
los sentimientos nobles i jenerosos, viviendo del abuso de 
confianza, de la estafa i del fraude. Si los dictadores, si los 
caudillos de la reacción que cara a cara luchan con el pue- 
blo para arrancarle sus derechos i sus franquicias, tienen 
mucho del salteador de caminos, ¿ a quién son iguales esas 
pandillas políticas, esos oscuros i audaces aventureros que 
han logrado injerirse en las filas de todos los partidos, pa- 
ra esplotarlos a todos, i que, por medio de la deslealtad i el 
engaño, han logrado apoderarse del poder i de la fuerza pú- 
blica, arrastrando a la nación al último estremo de su ruina 
i vilipendio?" 

Tal es la España parlamentaria en la práctica de todos 
los dias. Tales son sus discusiones, tales sus ecos en la 
prensa. 



— 266— 



XXVIII. 

Nos falta únicamente agregar que después de una lucha 
desigual de cuatro dias, la monstruosa proposición de Ro- 
mero Robledo fué aprobada en votación nominal en la 
mañana del 23, por 137 votos contra 14, habiéndose aleja- 
do del recinto de las sesiones los diputados de oposición de 
todos los matices, los carlistas como los republicanos^ los 
moderados como los unionistas^ los alfonsistas como los par- 
tidarios de Espartero i los de Montpensier. 

Todas estas fracciones de las cortes han acordado, según 
dicen los diarios de Madrid llegados hoi a MáLaga, el cu- 
rioso arbitrio de enviar dos dipata doá por cada una de ellas, 
a fin de pedir que las votaciones sean nominales, hasta la 
sesión del 30 en que las Cortes constituyentes deben arrojarse 
sobre la punta del sable tlel marques de los Castillejos, i 
¡morir! 

A la hora en que escribimos, Amadeo I viene ya de viaje 
de Jénova a Cartajena i don Juan Prun i Prats ha ido a 
recibirlo con su comitiva al muelle de aquel puerto. ¡Ai de 
España! 

San-Val. 
{Merciu'io). 



MI8C. TOMO III. 



27 



LOS PARTIDOS EN OUB A.. 



(unidad en la idea de la independencia.) 



La historia de las colonias es de todo el mundo conoci- 
da. Es una historia siempre fija, lójica, invariable, porque 
no es sino una faz de la historia de la humanidad. 

Esa historia compónese siempre de tres períodos. — El cre- 
cimiento^ la lucha^ la independencia. 

Esta ha sido la historia de todas las colonias desde el tiem- 
po de los fenicios que fundaron sus primeras colonias en la 
antigua 1 beria hasta los modernos españoles que han sido 
los últimos en perderlas en América. 

I esta historia en ninguna parte del mundo es mejor sa- 
bida que en Cuba, porque allí esa leyenda del pasado hace 
parte de la vida propia de la nación, es su tarea de cada dia, 
es su preocupación de tolo3 los instantes, es su sueño del 
venidero. 

El primer perío lo llamado del crecimiento^ ha sido com- 
pletado en las Antillas espaílolas, i ya han entrado de lle- 
no en el período segundo de la lucha. 

Puede decii'se que el último es coetáneo con el movimien- 
to que independizó ala América del Sud, pues en 1810 Cu- 



— 268 — 

ba estaba casi tan preparada como Venezuela i la Nueva 
Granada para sacudir el yugo peninsular. Mas las condicio- 
nes especiales de su topografía aislada i que la hacen fidcil 
presa de un poder marítimo, no le permitieron emprender 
la gran cruzada, que la solidaridad del continente permitía 
a sus liermanas del Sud. Cuba se lia encontrado sola. Pero 
en el Continente Sud-americano cuando Chile se perdió, 
vino en su rescate el Plata; cuando sucumbió Nueva Gra- 
nada, vino a salvarla Venezuela; i entre todas salvaron a 
su vez al Perú. 

Pero no por esto puede negarse que desde 1810 Cuba ha 
luchado^ es decir, ha entrado en su segunda época de exis- 
tencia. Ha luchado como le era posible en sus condiciones 
especiales, pero no ha cesado de combatir hora por hora i 
de minar por todos caminos el odioso dominio que la abru- 
ma. En cierta manera esta lucha sorda i terrible de la nacio- 
nalidad de Cuba ha tenido mas heroísmo que la délos otros 
paises libertados de la coyunda española, porque ha sido 
mas larga, mas perseverante i mas cruel. Ha sido una lucha 
eterna con las tinieblas en lo moral, en el patíbulo contra el 
poder físico de la España. 

De aquí ha nacido que existe hoi dia en Cuba una idea 
en la que todas las opiniones, todos los deseos, todas las am- 
biciones están unánimes: esa idea o mas bien, esa empresa 
es la independencia^ para la que Cuba se siente ya completa- 
mente preparada. 

Esta convicción pertenece a todas las clases de la isla, desde 
el aristócrata criollo hasta el gwijiro de los campos; desde 
el grave abogado de la Audiencia de la Habana hasta el ne- 
gro bozal de los injenios. líl único elemento que se opone a 
ella, es naturalmente, el estranjero, el intruso, el opresor: es 
decir, el ejercito español que vejeta sobre la isla i gana sus 
grados en un ocio vil, i la colonia de aventureros península- 



— 269 — 

res, que abraza todas las categorías sociales, desde el Capitán 
Jeneral i su segando cabo hasta el último bodegonero de Ca- 
taluña o el mas miserable mendigo de Galicia, elevado por 
el hecho de ser un ente peninsular a todos los privilejios que 
humillan i defraudan al hijo propio del pais, al noble, al 
intelijente i jeneroso cnollo^ llamado así en desprecio de su 
Uustre nombre americano. 

I la convicción de la independencia es tanto mas fuerte i 
universal en Cuba, cuanto que esta posesión idtramarina 
presenta fenómenos acaso no vistos en la historia de los de- 
mas establecimientos coloniales conocidos hasta aquí. Es, 
en efecto, la colonia mas rica de que tengamos noticia, mas 
poderosa aun que la India misma, si todo se toma en consi- 
deración, i al mismo tiempo es poseida por la nación mas 
débil, mas desorganizada i mas impotente que hoi serejistra 
en el escalafón de los pueblos. 

El sistema colonial de la España ha diferido también del 
adoptado por todos los otros pueblos; i así se observa que 
mientras la Inglaterra, por ejemplo, concede las franquicias 
de un parlamento especial al Canadá i a Australia i la Fran- 
cia se prepara para incorporar la Martinica i la Guadalupe 
como departamentos homoj éneos del imperio, la España ha 
rechazado aun por sus Cortes mas liberales, como las famosas 
de 1837, la representación popular de las que llama por iro- 
nía sus provincias de Ultramar. Feliz sería Cuba si fuese 
tan mal gobernada como la miserable Galicia, o un poco me- 
jor que Ceuta! 

La idea (decimos mal, puesto que la idea ya está incor- 
porada en la vida del pueblo), la necesidad inmediata, acti- 
va, irresistible de la independencia de Cuba, es, pues, tan 
unánime entre todos sus hijos, que puede decirse que no hai 
uno solo que pudiera apartarse de ese camino sin merecer de 
toda la comunidad cubana el título de apóstata i renegado. 



— 273 — 

¿ Cómo aguardar representación lejítiraa en las Cortes, si 
éstas no son sino las antesalas del ministro que impera? 
¿Cómo esperar libertades para la imprenta si todos los 
editores independientes de Madrid están bajo los cerrojos 
del Saladero ? ¿ Cómo soñar con libertades populares, mal 
la de asociación, si O'Donnell duerme cada noche con las 
llaves de todos los clubs políticos bajo de su almohada? 

Jenerosas, pero tristes i funestas ilusiones! El partido 
concesionista de C::^^a se alimenta del engaño sistemático 
con que los politicastros de Madrid sueñan tener tranquila 
i sumisa para con holganza esplotarla a la que llaman su 
, siempre JideVi.mna. I esta, i no otra, ha sido esa serie de 
mentiras, de promesas i de farsas indignas sostenidas desde 
la ajitacion de 1837, esa i no otra es la única instrucción 
que se da a los capitanes jenerales al venir a tomar pose- 
sión de su })uesto; esa i no otra es la linica e.^tratejia pues- 
ta enjuego por los hombres de jénio que dominan a la Es- 
paña i que ellos creen llevar admirablemente a efecto alter- 
nando im capitán jeneral que mienta como liberal i refor- 
mista con otro (jue mienta por el espíritu esclusi vista de la 
conservación i del statu qiio. 

En este sentido el partido reformista de Cuba hace, pues, 
un mal positivo a su patria retardando la hora destinada 
de su redención i debilitando ea cierta manera la convicción 
de la acción inmediata para obtener aquella, sujetándola a 
indeünidos i funestos aplazamientos. 

Pero si el partido rciformista daña de esa suerte a su pa- 
tria i se colo.^a en un triste antagonismo con el partido que 
arrastra las masas, la juventud, todos los elementos activos, 
en fin, de la sociedad, se daña también a sí mismo i se 
.suicida. 

J^os partidíhs medios sf)n bicmpre víctimas de su irresolu- 
ción, do su ÍKt convencional, de sus vacilaciones para esco- 

MISC. TOMO III. 28 



— 276 — 

dias, unas pocas horas, pero al fin sus prohombres morirán 
con la muerte de Riego en manos de sus bárbaros opreso- 
res, mientras que entre los suyos propios su memoria será 
recordada solo con la compasión de un sacrificio hecho al 
error, sino al miedo i a la mentira. 

La salvación de Cuba está, pues, en la franqueza política 
de sus hijos; en la unión sincera i resuelta de esos dos par- 
tidos, que delante de la obra de la independencia son uno 

solo: EL DE LOS CTTJANOS CONTRA LOS ESPAÑOLES. 

(La Voz de la America.) 



COMUNICACIÓN INTEROCEÁNICA 



ENTRE 



EL PACIFICO I EL ATLÁNTICO. 



(L Topografía de los Anden meridionales, porvenir de estas rejioueSySU 
sistema hidrodtá tico. — II. Exploración occidental de la Iftguna de Na- 
guelliuupi. Expediciones del |»adre Menendez i do Fonk. — III. Explo- 
ración del Bio Neg-ro. Descripción de Falkner. Itinerario de Yillaríno. 
— IV. Comunicación de la laguna de Naguelhuapi con el Rio Negro. 
— V.Proyecto de explotación de don Guillermo Cox. Medios, fines i 
resultados de esta empresa). 

Eclmndo una mirada sobre el mapa de Chile, resulta un 
sor[>rendente contraste al fijarse en sus dos estremidades, o 
mas bien, en las dos mitades que separan las aguas del 
Biobio, el padre de nuestro sistema fluvial. 

Al sur de aquel rio, hasta los límites de la Patagonia, la 
topografía del pais toma una forma mas dilatada i grandio- 
sa, del todo distinta de los rasgos que caracterizan nuestras 
latitudes setentrionales. — Los Andes, que son en todas par- 
tes como el molde que da a cada una de nuestras localidades 
su tipo particular, se aplastan i se derraman en sus límites 
del medio dia, sin perder por esto sus proporciones ni su 
majestad. Sus formas solo han variado i con ellas el aspee- 



— 281 — 

de nuestra jeografía, i después de estudiarlos i compararlos 
escrupulosamente hemos creído encontrar al fin un resulta- 
do completo, que esplica la actual situación de estos descu- 
brimientos. 

En conformidad de esto, i para hacer mas comprensibles 
nuestros detalles, dividiremos en tres puntos nuestro tra- 
bajo, según el mapa que con este propósito hemos trabajado 
i que acompañamos en el testo, no como una carta jeográfi- 
ca, sino como un croquis esplicativo de nuestros apuntes, en 
el que están marcados solo los principales rasgos topográfi- 
cos que describimos. (1) 

La comunicación inter-oceánica puede dividirse en tres 
fracciones en virtud délo dicho, de esta manera: 

1.* Desde la costa del Pacífico hasta la laguna de Na- 
huelhuapi. 

2.* Esploracion del rio Negro hasta su desembocadura en 
el Atlántico. 

S^ Esploracion de la laguna de Nahuelhuapi i su desa- 
güe oriental en el rio Negro. 

De los tres puntos anteriores tolo el tercero es casi com- 
pletamente desconocido hasta aquí, i es por esto el principal 
objeto de la esploracion del señor Cox. 

El primero ha sido del todo resuelto el año de 1855 por la 
espedicion de M. Fonck i ya desde 250 años atrás se habia 
hecho diversas tentativas. La primera parece fué la del 
fraile Mascardi que estableció su misión en la isla de la 
laguna de Nahuelhuapi en 1606. — La segunda proyectada 
por el padre Guell en 1776. La tercera es la del fi'anciscano 
Menendez, hecha en 1792, de la que nos ha quedado un 
diario autógrafo que se conserva en nuestra BibUoteca pó- 



(1) Puede verse ese croquis en el Mensajero de la Agricultura tomo 
6.0 paj. 358. 

HISC. TOMO III. 29 



— 282 — 

blica, i que tuvo el mismo objeto que la anterior. Ademas 
de las numerosas esploraciones, como la de 1795, hechas 
en el siglo pasado en busca de la fabulosa ciudad de los 
Césares por el camino de Bariloche, hemos tenido también 
ocasión de consultar algunos apuntes de viajes e itinerarios 
hechos por el jeneral don Juan Mackenna en la época en que 
era gobernador de Osomo a fines del siglo pasado. Después de 
un intervalo de 50 años volvieron a renovarse estas tentati- 
vas, por el malogrado capitán Muñoz Gamero, siendo inten- 
dente de Valdivia don Salvador Sanfuentes; en seguida por 
don Guillermo Dolí en 1854, i por último, el año pasado por 
don Francisco. Fonck, médico de la colonia de Llanquihue. 

La segunda parte de la esploracion, esto es, la navegación 
del Rio Negro, fiíé iniciada al principio, por las sujestiones 
del misionero Falkner que publicó su obra sobre la Patago- 
nia en 1775. Después el piloto Villariuo lo recorrió en toda 
suestension en 1783 con cuatro chalupas, i por último, el 
marino Descalsis remontó la mitad de su curso en una go- 
leta en 1833. 

En resumen: para ilustrar el primer punto tenemos los 
itinerarios del padre Menendez i de Fonk, pues ambos 
siguieron distintos rumbos. El de Muñoz Gamero i DoU es 
el mismo del último, pero incompleto. 

Respecto de la esploracion del Rio Negro nos serviremos 
de los apuntes del padre Falkner i de los diarios de Yilla- 
rino i de Descalsis. 

I por último, sobre la tercera parte nos serviremos de 
diversos datos históricos i jeográficos, de inducciones mas 
o menos ciertas, refiriéndonos en gran parte al proyec- 
to i a las indicaciones manuscritas i verbales que nos ha so ' 
metido el intelijente e intrépido señor Cox. 

Pasemos a ocuparnos de la primera parte, esto es, la es- 
ploracion entre la laguna de Nahuelhuapi i el Pacífico. 



- 28á — 



II. 



El espacio intermedio, entre la laguna de Nahuelhuapi 
i las costas del Pacífico, forma, por espacio de cerca de 40 
leguas, una falda espaciosa i gradual, sembrada de lagos i 
pantanos, cuyas dilatadas mesetas i llanuras interceptan ya 
los rios que se arrancan de las lagunas, ya las ramas i picos 
de montañas que se desprenden de la cordillera. Esta mag- 
nífica faja de terreno va alzándose gradualmente desde el 
nivel del mar hasta la laguna de Llanquihúe que baña el 
pié del volcan de Osomo, teniendo hacia el sur el volcan de 
Calbuco a cuyas inmediaciones penetra por la costa la ense- 
nada o golfo de ReloncavL Levántanse mas arriba el lago 
lonjitudinal de Todos los Santos, cuya altura aproximativa, 
según Fonck, es de 214 metros, i después remontando el 
rio Peulla se sube el boquete denominado Pérez Rosales 
que se alza solo 836 metros sobre el nivel del mar, según 
los cálculos imperfectos de la ultima espedicion. Inmedia- 
tamente, del lado opuesto de esta abra, se estiende la igno- 
ta laguna de Nahuelhuapi rodeada de elevadísimas cum- 
bres. 

Es un rasgo topográfico altamente notable la poca ele- 
vación que presentan los Andes ^i esta parte, pues Me. 
Culloch que asigna una altura de 14 a 15,000 pies ingleses 
a los Andes meridionales de Chile, solo atribuye a esta par- 
te de los Andes Patagónicos una elevación de 6,000 pies. 
Darwin, el famoso naturalista del viaje de la Beagle, esta- 
blece también que la altura de las nieves eternas baja en es- 
ta latitud hasta 6,000 pies, mientras que Gilless, el jefe de 
la exspedicion explotadora de Estados- Unidos, ha determi- 
do que esta altura es de 14,500 a 15,000 en las cordilleras 
centrales de Chile. Pero mas singular todavía es la forma- 



— 284 — 

cion jeolójica de estas cúspides prodijiosas. Presentan no ya 
las agrestes crestas i farellones que cortan las cimas andi- 
nas en toda su estension por el continente Sur Americano, 
sino planicies aplastadas i suaves ondulaciones cubiertas de 
una abundante i lozana vejetacion. Esta circunstancia dá 
lugar a un hecho curiosísimo que se observa en este punto, 
esto es, la corriente de un caudaloso rio al parecer navega- 
ble que corre lonjitudinalmente a lo largo de la cumbre de 
la Cordillera, vaciando sus aguas desde una gran laguna en 
la de Nahuelhuapi. Este es el liio Frió que desciende de la 
gran masa del monte J'ronador^ una mole inmensa de eter- 
nas nieves, comparable en su forma i proporciones al ma- 
jestuoso Tupungato, i que ha recibido su fantástico nombre 
del ruido formidable que producen constantemente los ahi- 
des de nieve i rodados de hielos que se desprenden de 
los ventisqueros (glaciers) que cubren sus sinuosidades. En 
frente del Tronador i en el lado opuesto de la abra de Pérez 
Rosales, se alza hacia el norte la cima de un otro pico lla- 
mado el Techado. 

Algunas sinuosidades, como el cerro denominado del 
Doce de febrero i la Cuesta de los reulis^ i charcos o lagunas 
menores como la de los Canquenes, completan los gran- 
des rasgos de esta espléndida topografía, contemplada has- 
ta aquí una sola vez por el ojo fascinado del liombre 
culto. 

Después de estos lijeros detalles, debidos a las espediciones 
del padre Menendez i de Fonck, entraremos en los pormeno- 
res de los itinerarios de estos exploradores que así se harán 
mes comprensibles. 

El padre Menendez emprendió su viaje de exploración en 
busca de las antiguas misiones de la laguna de Xahuelhua- 
pi, el 21 de noviembre de 1791, diaenque salió de la ciu- 
dad de Castro, capital de Chiloé, regresando a San Carlos, 



— 285 — 

después de dos meses i medio de fatigosas jornadas el 2 de 
febrero de 1792 (1). 

Entrando por la ensenada de Reloncaví i remontando a 
pié el rio Petrokué con sus compañeros, que eran 12 o 13 
prácticos, indios i milicianos, se embarcó el 26 de diciembre 
en la laguna de Todos Santos en una canoa que los mismos 
exploradores construyeron. Tres dias después llegaron a la 
costa opuesta en el lugar donde desemboca el rio Peulla que 
no pudieron navegar por la abundancia de arenas que obs- 
truia su boca. Abandonando la embarcación, marcharon a 
pié hacia la Cordillera donde llegaron tres dias mas tarde, 
esto es, el 3 de enero de 1792. Al dia siguiente estaba en la 
mitad de su ascenso i la masa del Tronador se presentaba a 
la vista en la dirección del medio dia. «Este cerro, exclama 
el padre, estoi para mi es el que llaman Bauquenmay i está 
continuamente tronando, que así se parece cuando cae un 
pelotón denieve.y> 

dLuego que subimos a la cima, añade el Padre, seguimos 
al N. por la cumbre que es casi llana i salimos por una 
pampa pequeña que está al pié de un cerro mui elevado. 
En la pampa hai una laguna pequeña en donde hai algunos 
canquenes, pájaros que hai en abimdancia en Chiloé.]^ Es- 
ta lagima es sin duda la pequeña llamada hoi dia, de los 
canquenes^ i el elevado cerro cuyas faldas baña ésta, es pro- 
bablemente el que Dolí llamó en 1854 el Cerro de la Espe- 
ranza^ por haber divisado desde ahí la vaga sábana azul 
de la laguna de Nahuelhuapi, i el mismo que recibió después 



(1) La relación de este viaje se encuentra en el folio 10 Jde manascri- 
tos de la Biblioteca de Santiago, con el titulo de Diaro de la segunda 
expedición a ¡a laguna de Nahuelhuapi^ escrito parjrai Francisco Me- 
nendeZf Misioiier o apostólico de la provincia dé Chiloé, año de 1791. 
El manuscrito es autógrafo i está firmado por el mismo padre. / ' 



— 286 — 

el nombre de Doce de febrero por haber llegado ahí ese dia 
en 1855 la espedicion T.e Fonck. 

Menendez i sus compañeros descendieron inmediatamente 
a la laguna de Nahuelhuapi cuyos bordes pisaron mas de 
un mes después de haber salido del seno de Reloncaví, i ha- 
biendo construido una canoa con el tronco de un reuU se 
embarcaron en sus aguas el 1 9 de enero. 

Navegaron directamente hacia el Este por una ensenada 
angosta en una de cuya estremidades habia una hermosa is- 
la poblada de árboles. Descendieron a ella i encontraron 
en la tierra plantas salvajes de papas, nabos, romaza i otras 
produciones que con los vestijios de algunos árboles quema- 
dos revelaban que ese habia sido el sitio ocupado por la an- 
tigua misión. 

Continuando su navegación por las orillas del lago (ídi- 
mas, dice el 21 de enero, co7i un rio bastante caudaloso.^ Es- 
te es el primer indicio que se encuentra entre los explora- 
dores occidentales de la existencia de un desagüe de la la 
guna que corra hacia el Atlántico. 

El padre misionero, no adelantando mas sus noticias 
jeográficas, cuenta solo que habiendo encontrado en la em- 
bocadura de este rio las huellas de dos caballos, siguieron 
éstas, i al dia siguiente, 22 de enero cayeron, en una tol- 
dería de indios con cuyo cacique pasaron la noche i la ma- 
drugada del siguiente dia que el buen padre describe con 
estas injenuas palabras. ((Cuando asomó el primer lucero 
del dia, comenzó el cacique a dar los dias a todos i tendido 
en el suelo. Diólos a las Bacas, Ovejas, Caballos i dema^ 
Hacienda. Pidió un tiro para romper el dia. Se finjió cargar 
un fusil que ayer se le aseguró que estaban descargados. 
Salió un mozo a disparar i el caciciue salió tras de él, pero 
con el tiro cayó en tierra do miedos.... 

Esta relación prueba que las orillas orientales de la lagu- 



— 287 — 

na están habitadas por tribus de indios nómades, que son 
los mismos que van cundiendo con diversas denominaciones 
por todas las pampas i comarcas orientales de los Andes Pa- 
tagónicos. 

En fin, no habiendo avanzado mas, la espedicion em- 
prendió su vuelta el 26 de enero i llegó a San Carlos el 2 de 
febrero, como hemos dicho, haciendo en 6 dias el camino 
que de ida hablan recorrido en cerca de 70. 

El itinerario de la expedición de Fonck se junta con el 
de Menendes en la laguna de Todos Santos, habiendo par- 
tido aquella de Puerto Mentt el 30 de enero de 1855. Se 
componia ésta de 13 hombres en todo. El 4 de febrero atra- 
vesaron la laguna de Llanquihue hasta el pié del volcan 
de Osomo i el 7 i 8 la de Todos Santos hasta la embocadu- 
ra de Peulla. El 9 de febrero, teniendo a la vista la cúspide 
del Tronador, remontaron el cauce tortuoso de aquel rio, i 
apartándose un tanto a la izquierda de la abra de Pérez Ro- 
sales, llegaron ala laguna de los canquenes el 19 de fe- 
brero. 

Este era el punto hasta donde habia llegado la expedí - 
cioD de Dolí el año anterior, i los exploradores subieron en 
la mañana del 12 de febrero a la medianía del cerro, que 
recibió aquel mismo nombre, hasta una altura de 1,468 me- 
tros, al parecer de Fonck. ((La vista que se nos ofreció arri- 
ba, exclama el jefe de la espedicion, era la mas magnífica 
que jamas presenciamos... • Teníamos a la vista la laguna 
de Nahuelhuapi i era justa la presunción de la espedicion 
anterior» (1)...- 

El 18 de febreros ya los esploradores vogaban en la la- 
guna en una pequeña embarcación por ellos construida i 
después de avanzar acia el este por un espacio de 5 1¡2 le- 

(1) Memoria del interior de 1856 páj. 47. 



— 288 — 

giias, desembocan en la punta o península saliente San 
Pedro en la ribera meridional del lago, desde donde, reco- 
rriendo a pié las orillas o subiendo a las alturas intentaron 
formar una idea aproximativa del tamaño i proporciones 
de aquel misterioso lago que corona las cumbres andinas, 
como una inmensa diadema de aguas azuladas. 

Las distancias recorridas por la espedicion hasta el bor- 
de de la laguna eran las siguientes en leguas chilenas. 

De Puerto Montt a Puerto Varas en la laguna de 

Llanquihue 4 1/2 

De Puerto Varas al volcan de Osomo, en el otro 
estremo de la laguna 8 

Del volcan de Osorno a la laguna de Todos San- 
tos • 5 

De la laguna de Todos Santos a la embocadura 
del Rio Peulla 7 

De la embocadura del Rio Peulla al boquete Pé- 
rez Rosales 3 1/2 

Alalagunade Nahuehuapi 9 

En todo 37 leguas de las que 18 son por agua i 9 por 
tierra, pero todo el territorio del trayecto ofi-ecp facili- 
dad para hacer un camino carretero, siendo la única difi- 
cultad seria la abra de Pérez Rosales que Fonck compara a 
la cuesta de Prado por los inconvenientes que puede pre- 
sentar. 

Ningún dato exacto pudieron adquirir los espedicionarios 
sobre la laguna, pero su jefe traza así, a grandes rasgos, 
los contornos de la magnífica perspectiva que dominaba 
desde una eminencia en la Punta de San Pedro. dTeniamos 
al oeste, dice, la formidable masa central de la Cordillera» 
en la cual entraba en línea recta la ensenada larga de que 



— 289 — 

salimos. Entre la cordillera misma i la punta en que estába- 
mos, se estendia hacia el sud la otra ensenada que acabamos 
de atravesar i cuyo fin al sur se escondia a la vista detras de 
los cerros. Al norte i en distancia mui grande se veia salir 
de la cordillera central hacia el este una cadena de nieve 
eterna, i de esta misma otra mas baja hacia el sud, que ba- 
jando mas i mas se estendia sobre esta dirección por muchas 
leguas hasta donde estaba cerrada nuestra vista. Todo este 
espacio, entre estas dos cadenas i la cordillera central, lo 
llena otra ensenada mui larga i ancha, que justamente en- 
frente de la punta dé donde estábamos se ime con las otras 
dos. Esta ensenada tiene una isla como de 5 leguas de lar- 
go i de forma lineal. ¿ (Es ¿sia la misma a que arribó el pa* 
dre Menendez en 1792?), i muchas otras pequeñas dispues- 
tas en ima línea paralela con la isla grande. Formando 
estas ensenadas, por decirlo así, los brazos de la laguna, no 
vimos nada de su cuerpo ni se nos ofi'eció idea alguna sobre 
su extensión i forma. Parece sin embargo que corre derecho 
al este.» 

A la vista de estos detalles, se reflexiona con pasmo cuán- 
ta i cuan inmensa cantidad de agua debe contener esta laguna 
i cuan poderoso debe ser el cauce por el que se derraman sus 
aguas sobrantes en la dirección del Atlántico. 

La espedicion, carecienfio de víveres, regresó de la Punta 
de San Pedro, i después de varios contratiempos que retar- 
daron su marcha, llegó a Puerto Montt el 29 de febrero, im 
mes cabal después de su salida. 

No conociendo todavía el verdadero desagüe de la lagu- 
na de Nahuelhuapi, ocupémonos del gran centro que recibe 
todas las aguas de esta parte del continente, que es el rio 
Negro, reservándonos para la conclusión el establecer todas 
las circunstancias que existen sobre aquel punto, objeto 
principal de la espedicion que se proyecta hoi dia. 

MlfiC. TOMO III. 30 



^ 290 — 



III. 



El Rio Negro es el mayor de la Patagonia. Corre por un 
espacio de cerca de 200 leguas, desde su fuente en la falda 
oriental de la cordillera hasta su embocadura en la bahía de 
San Julián en el Atlántico. En la mitad de su curso se en- 
cuentra la gran isla de Choelechel, en la que las aguas de 
este rio se acercan hasta 12 leguas del curso del Colorado, 
el otro gran rio que paralelo con el Negro, recorre los lími- 
tes meridionales de las Pampas. Cerca de su desembocadu- 
ra se encuentra el pueblo del Carmen o Patagones de 3 a 4 
mil habitantes, i donde hoi el gobierno de Buenos Aires in- 
tenta fundar una colonia estranjera agrícola militar. El 
cauce de este gran rio corre desde su oríjen por entre dos 
cadenas secundarias que descienden de los Andes hacia el 
Atlántico, conocida con los nombres de Cuchilla del Sud ^ 
Ctichüla del Norte, que tienen hasta mas arriba de la isla 
de Choelechel el aspecto de altas barrancas. Entre el pié de 
éstas i la ribera del rio se estienden espaciosas! húmedas 
máiTJenes que a veces se estrechan hasta encajonar el rio en" 
tre farellones i se dilata otras en campos abiertos i pastosos 
que miden hasta 8 i 10 leguas cuadradas como los llanos 
que Descalsis bautizó en 1833 con el nombre de Campos de 
la Vírjen de Itati (1). En estas márjenes, que por su as- 
pecto pudieran llamarse oasis del desierto de guijarro i sali- 
tre que forman las Pampas Meridionales, es donde los in- 



(1) Este marino ascendió el Kio Negro en una goleta el año de 1833, 
durante la campaña del desierto que aquel afío hizo Rosas contra los 
indios. Habiendo salido del Carmen el 10 de agesto, llegó al Choele- 
chel el 23 de octubre empleando 73 dias, esto es, 15 dias mas de lo que 
habia puesto antes Villarino. £1 2 de noviembre alcanzó hasta la punta 
llamada del Dolares, nombre que dio a este sitio por no haber podido 



— 291 — 

dios nómades alzan sus tolderías i apacentan sus ganados. 
En las terribles i súbitas inundaciones que esperimenta este 
rio en las creces del invierno, estos campos son, sin embar- 
go, arrasados por el aluvión i muchas veces los ganados i 
toldos sorprendidos son arrastrados por la corriente. 

Fórmase este rio de numerosos afluentes que le entran 
principalmente por el setentrion i de los que un cacique 
nombró a Falkner, el primer viajero que nos haya hablado 
de este rio, hasta el número de 16. De estos, dos son los 
principales, el Sa.' jnel^ que baja desde el pié del volcan 
Antuco (según el mapa escrupuloso de Arrowsmith) i cu- 
yo caudal de agua es casi tan grande como el del Rio Ne« 
gro, lo que dio lugar a Falkner a creer que aquel era el 
oríjen de éste. El otro es el llamado Huechun (cmui ancho i 
profundo que nace de una gran laguna cerca de 12 leguas de 
largo i casi redonda, llamada Huechun lauqueny> o Laguna 
del límite, la cual está dos dios de jomada de Valdivia i se 
forma de varios arroyos, fuentes i rios que nacen de la cor- 
dillera. Ademas de este rio envia la laguna al levante i al 
medio día lo que forma parte del gran rio (Rio Negro), i 
puede enviar otro brazo al poniente que comunique con el mar 
del sudj cerca de Valdivia^) (1). 

De los afluentes meridionales del rio Negro, Falkner solo 
cita uno de consideración. ((Se llama éste, dice el misionero 
jesuita, Lime-leubu por los indios, i por los Españoles el 



continuar esplorando *'tan hermoso rio" dice en su diario, i regresó al 
Carmen el 12 de ese mismo roes tardando solo 7 dias en la bajada. BI 
Diario i Plano de esta espedí cion se dieron a luz en la Remeta del Pía-' 
tüy periódico publicado en Buenos Aires en 1854, donde pueden 
consultarse. 

(\) Descripción de Ja Patdgonia por Falkner páj. 25, en la Colección 
de docvmentos de Ja historio de las provincias del Rio de la Plata por 
Pedro de Anjelis. 



— 292 - 

Desaguadero de Nahtielhuapi. Este rio continua con grande 
i rápida corriente desde la laguna de Nahuelhuapi, casi al 
norte, por entre valles i pantanos, cerca de 30 leguas; reci- 
biendo grandes arroyos de las montañas inmediatas, hasta 
que entra en el Rio Negro, algo mas abajo del que viene de 
Huechun lauquen o laguna del límite. Los indios le llaman 
Lime-leubu ^or c[\iQ los valles i pantanos abundan en san- 
guijuelas. La laguna de Nahuelhuapi es la mayor quefor^ 
man las aguas de la Cordillera (según la relación de los mi- 
sioneros de Chile) pues tiene 15 leguas de largo. A un 
lado, junto a la orilla, está una isla baja llamada Nahuel- 
huapi, o la isla de los Tigres: Nahuel significa tigre i huapi 
isla. Está situada en una laguna rodeada de bocas i monta- 
ñas, de donde nacen manantiales, arroyos i nieves derreti- 
das. También entra en esta laguna por el lado meridional, 
un pequeño rio que viene de Chonos, en el continente en- 
frente de Chiloé.)) {Este pequeño rio es el conocido hoi con 
el nombre de Rio Frió ?) 

Tales son las primitivas ideas jeográficas que existen so- 
bre el oríjen i curso de este rio, i es de admirar la gran 
exactitud con que el misionero jesuita comprendió todos 
sus detalles solo por las relaciones contradictorias de los 
bárbaros, bien es que él vivió entre ellos por cerca de cua- 
renta años. 

Tan poseido de la importancia jcográfica i mercantil de 
estas corrientes caudalosas estalla el csplorador misionero, 
que vuelto a Inglaterra, su patria, se espresó en un párrafo 
de su obra en estos términos que no pudieron menos de lle- 
nar al gobierno español de justas alannas. 

«Si algima nación intentara poblar este pais, dice, po- 
dría ocasionar un perpetuo sobresalto a los españoles, por 
razón de que de aquí se podian enviar navios al mar del 
sur, i destruir en él todos sus puertos antes que tal cosa o 



— 293 — 

intención se supiese en España, ni aun en Buenos- Aires : 
fuera de que se podia descubrir un camino mas corto para 
caminar o navegar este rio con barcos hasta Valdivia. Po- 
dianse tomar también muchas tropas de indios moradores 
a las orillas de este rio, i loa mas guapos de estas naciones 
que se alistarían con la esperanza del pillaje; de manera que 
seria mui fácil de rendir la guarnición importante de Valdi- 
via, i allanaría el paso para reducir la de Valparaíso, forta- 
leza menor, asegurando la posesión de estas dos plaza, la 
conquista del reino fértil de Chile» (1). 

Un anuncio de tanto bulto despertó al momento los rece- 
los de la España, i en 1782 reorganizó una espedicion de 
esploracion compuesta de cuatro chalupas manejadas por 62 
hombres escojidos. Confióse su mando al piloto de la Real 
Armada don Basilio Villarino, i partió éste del Carmen el 
28 de setiembre de 1782, a cuyo punto no regresó sino 8 
meses mas tarde, el 25 de mayo de 1783, liab iendo emplea- 
do siete meses i seis dias en la subiJa contra la corriente na- 
v^ando a remo, a la vela i con espia i sirga, esto es, a re- 
molque desde tierra con caballos i hombres, i con el auxilio 
de cables. Solo 20 dias em[)leó en su regreso, descendiendo 
con las creces del rio. 

Su navegación no ofreció nada de notable, avanzando por 
el cauce espacioso i profunlo del rio hasta el 21 de febrero 
en que encontró las [.rimorcis dificultades al pié de la Cordi- 
llera, cinco meses después de su salida del Carmen. A los 58 
dias (el 10 de noviembre) habia llegado sin obstáculo a la 
isla de Choelechel i el 23 de enero a la embocadura del San- 
quel, esto es, dos meses trece dias después de su pasada por 
el Choelechel. Mas arriba de la confluencia del Sanquel, el 



(1) Obra citada de Falkner páj, 28 



— 294 — 

cauce del rio comenzaba a angostar por entre áridos farello- 
nes que anunciaban la vecindad de las Cordilleras, pero so- 
lo después de pasada la confluencia de otro rio que venia 
del norte comenzaron a aparecer serias dificultades, encon- 
trando un primer salto de agua que la baja del rio hacia de 
difícil tránsito por lo que fué necesario descargar las cuatro 

chalupas, i pasarlas a fuerzas de brazos (cpor estar aqm' el rio 
incapaz de navegarse» (1). 

Villarino dá el nombre de charcos a esta parte del rio, i 
durante un mes, hasta el 18 de marzo, continuó su navega- 
ción en medio de las mayores penalidades avanzando ape- 
nas 10 a 12 cuadras por dia i a veces solo de 1,000 a 1,500 
varas ((pues creo, apunta en su diario el 7 de marzo, que si 
apostaran sus riberas con la del Averno ganarian en lo in- 
feliz las del Rio Negro a aquellas». I después añade. — ((Es 
evidente que jamas he pensado que cupiese en el globo, tie- 
rra tan infeliz como la que contienen estos países por encima 
de las barrancas del rio, i los llanos son cortos i bastantes 
inferiores, ruines los sauces i todo malo.» Los farellones del 
rio fueron tomando mas agrestes i formidables proporciones 
«pues aquí, añade en la páj. 64, no son barrancos sino ce- 
rros de los albardones que salen de la Cordillera, i en uno 
de ellos he visto hoi (14 de marzo) el prhner huanaco que 
se vio en este viaje». I luego subiendo a la altura de un es- 
carpado cerro cuya costra de guijarros se desmoronaba bajo 
el pié del esplorador, agrega éste, puesto un tanto fuera de 
su paciente buen humor. ''I es cierto que si fuera por inte- 
reses propios mios, por 50,000 pesos no volverla a la emi- 
nencia donde estuve, a cuya subida pudo obligarme el ser- 
vicio del Rei." Desde esta altura, Villarino pudo contem- 

— —— ^«i^— — ^■^^^— ^^— ■ 1^— ^^— ^— ■ ^^^—1 

(2) Diario del Piloto de la Real Armada don Basilio Villarino en 
1782, páj. 66. — Colección citada de don Pedro de Anjelis. 



— 295 — 

piar el pico de un volcan que él conceptuaba yacía a quin- 
ce leguas de distancia, i era probablemente el de Villarica. 
La rama central de la Cordillera no parecía distar mas de 
diez leguas de este punto. 

El 18 de marzo, la expedición salió sin embargo a im te- 
rreno mas espacioso, i es mui probable que las dificultades 
encontradas hasta ahí en la caj a del rio, nacian de correr el 
cauce de éste por el centro de alguna cadena secundaria de 
la cordillera, que a juzgar por la demora de Villarino debia 
■ tener ocho o diez leguas de ancho. Estos inconvenientes 
nacian, sin embargo, de la gran baja de las aguas, pues era 
el mes de marzo, cuando las nieves ya se han derretido i 
no han caido todavia las lluvias que suplen su falta. 

En fin, el 27 de marzo, Villarino llegó con sus barcas a 
la confluencia de un caudaloso rio que venia de S. O. "Es- 
te rio (dice en la páj. 71) viene de S. O. con mucha rapi- 
dez por un canal profundo i angosto (su profundidad es de 
5 p{¿s^ su ancho de 200 varas, i su coniente 8 millas par mi- 
nuto.) Es del tamaño del Sanquel, su agua es mui clara i 
mui tina; la calidad del fondo es la misma que la del rio 
principal que son piedras redondas i lisas, siendo las mayo- 
res del peso de una arroba poco mas o menos." 

Villarino habia llegado a la boca del desaguadero de Na- 
huelhuapi, el Limeleuhu de los indios, i el Encamación de 
los españoles!... 

I desde luego mil motivos le asistían para persuadirse de 
ello. Ademas de la dirección i capacidad del rio, habia en- 
contrado algunos días antes de. llegar a su confluencia, 
grandes cantidades de madera i un trozo labrado que pare- 
cia haber servido de fondo a una piragua. En qué aguas 
habia navegado aquella embarcación cuyos fragmentos se 
encontraba? Por otra parte, el lenguaraz que llevaba Villa- 
rino debia confirmarlo en esta opinión. **E1 paraje donde 



_ 296 — 

estuvieron establecidos los cristianos, dice María López (en 
la páj. 81) que es a la orilla del Rio de la Encamación, do^ 
jomadas aguas arriba de su desagüe en el rio principal." I 
luego calculando con esplorar este rio si conseguia llegar a 
Valdivia i obtener ahí víveres frescos añade (páj. 82) "I 
en este (en el Encarnación) es adonde hubo la población 
de españoles, cuya capiUa i casas .desmoronadas se hallan a 
su orilla, dos jornadas distantes de la confluencia de dicho 
rio con el Negro. Dicen estos indios que poco ha estuvie- 
ron allí cristianos, que vinieron con barcos chicos, pero que 
se les rompieron, i que se han vuelto; (Era ésta la misión 
del padre Gtiell que vino en 1765?) por esto dicen que aquel 
rio tiene comunicación con el mar del sur lo que es moral- 
mente imposible; i sí lo queme parece, (siendo cierto lo que 
los indios dicen) que de Valdivia o mas bien de Chiloé se 
intentaría el reconocimiento de este rio, habiendo construi- 
do las embarcaciones de este lado de la Cordillera; i esto se 
hace facU por las infinitas maderas que abundan en las cor- 
dilleras de Chiloé." 

El sagaz piloto no se equivocaba ni un punto. Aquel rio 
en cuya confluencia estaba, era sin duda el gran desagua- 
dero de lalagima de Nahuelhuapi! Pero sus instrucciones, 
BU escasez de víveres, el derrotero trazado por Falkner ha- 
cia a la laguna de Iluechun-lauquen^ le obligaban a tomar el 
rumbo opuesto, esto es, el brazo que bajaba del N. O. i 
que él esperaba lo conduciría a Valdivia en tres o cuatro 
jomadas, según los informes que recibía de los indios. 

BSTB PUNTO ES EL NÚCLEO DK LA CUESTIÓN PRESENTE. 

Villarino tomó hacia el N. O. por el rio Huechun, en 
busca de la Laguna del h'mite, a cuyo pié, creía él situada 
la ciudad de Valdivia. 



VA iK'tinil explunwlor, <l()ii Guillornio Cox, propone tomar 
el , brazo (pie descieiide del S. O. el Encaniacim^ esto es, 
bajar ala latitud de OsJorno. 

Este es el i)robleina i su resolución para nosotros está 
iinipliamcnte esclarecida. 

Sin embargo, untes de tratar este último punto, el mas 
imj)ortaute de todos, veamos cual fué el resultado de la ex- 
l)loracion de N'illarino, por el brazo N. O. del Rio Xegro, 
esto es, por el rio liuechun. 

El 2 de abril, es decir, seis dias después de haber pasado la 
confluencia del Encarnación^ se crcia a seis leguas de lalagu* 
na de Huechuu-lanqucn, oríjen de este rio. Sin embargo, el 
dia 5 se ve obligado a descargar sus embarcaciones i pasar- 
las con dificultad i)or una pendiente de <igua, i aunque el 9 
se cree a cinco jornadas de Valdivia, objeto de todos sus en* 
sueños i fin único do sus ])lanes e instrucciones, navega to- 
davía infructuosamente liastnel 17 de abril, amarrando sus 
barcas en la conflu(»ncia del rio /fuechftn^Iíiiechen que baja 
de líis Cordilleras del X. lí., i de cuyas aguas no debia pa- 
sar, ])or la insuficiencia de sus víveres, el agotamiento i las 
enfermedades de su jente i por los enredos en que desgra- 
ciadamente se metió con los in<lios riberanos. Era Villari- 
no, en efecto, según aparece de sus apuntes de viaje, im 
hombre resuelto i (*onstante, suspicaz i emprendedor, pero 
d(; poca instrucción i prudencia, pues habia ido deseminan- 
do sus víveixís en el camino i entrn miítiéndoie cu todas 
partes en los ídborotos de l<>s indios. Ks[)ociahuente se 
complaco, en efecto, en apuntar sus camorras i altercados 
con his tribus salvajes i en lanzar mal disinmhidas sátiras 
contra su círculo i el superintendente de la colonia del Car- 
men don Francisco de A'iedma, que bien se his biU'aja en 
l«s anotaciones con que iv.mitió el diario orijinal del pi- 
loto al vii-ei de Buenos- Aircs el manpiés de So)>remante. 

Mise. TOMO 11 1. 31 



— 298 — 

ltc8ultó pues, que Helado a orillas del Hucchuu-huechcu 
un cacique uiató a otro en honor i amistad de los exjdorado- 
res, como quien degilella un cordero para la boda del recien 
llegado*. • A^illarino tomó partido por el inmolador que le 
habia consagrado tan magnífico holocausto, i de aquí fué 
que habiendo sobrevenido las lluvias del invierno no pudo 
avanzar un paso ; i el cinco de mayo emprendió su vuelta an- 
dando solé en el tercer dia (el ocho de mayo) una distancia 
de cuarenta leguas, la misma ({uc en la venida habia nece- 
sitado diez i seis dias para subir. 

Como ya hemos dicho, Villarino llegó a la colonia del 
Carmen el 25 de mayo de 1783. 



IV. 



Tócanos ahora tratar del último punto de esta cuestión i 
objeto principal de este artículo, esto es, el fin, los medios i 
los rcsidtados de la explonicion actual. 

Que la laguna de Nahuelhu«ipi desem)x>ca por un rio 
caudaloso en el Rio Negro, nadie i)uede dudarlo. VA padixj 
Ménendez vio su boca en la laguna en 1792; A'illarino es- 
tuvo en su desembocadura en 1782; Fulkner lo establece 
como un hecho jwsitivo en 1775; i deiy[)ues, a principios de 
este siglo, otro viajero, don Luis de la Ciniz, corroboran- 
do lo que en otro tiempo habian sostenido los indios, nos 
da estos precios^os datos. Llegado al pais de los Huiliches, 
en sus viajes |)or las pampas en 1806, el cacique Lincopay 
le infonna en estos términos de la existencia de a({uel rio. 
"Que i»or lo <iuc toca al rio Limelcubu, él me daria razón 
de su nacimiento; pues lo sabia, como que salía de sus tie* 
rras. Me dijo que nacia de una hermosa laguna llamada Alo- 
inini (Xahuelhuapi) que está en medio de bus primenis 
cordilleras de poniente hacia la derezera de Ma(|uegua; (|uc 



— 299 — 

en su oríjcn era rio mediano i se hacia formidable por los 
esteros que le entraban." I Manque], caei([ue {jehuenche 
que acompañaba a Cruz, añade, "que ya sabia de la laguna 
que era mui gnmde, por cuya orilla habia andado muchas 
veces, i que día i medio se caminaba por su ribera." ( I ) 

Pero ademas de estas reseñas históricas, existen datos 
naturales ligados a los ciilculos de las exploracioties recien- 
tes que dejan en claro el hecho de la comunicación iiacega- 
ble entre la laguna de Xahuelhuapi i el Rio Xegro. — En 
efecto, si las lagunas secundarias situadas en las fiíldas occi-. 
dentales de los Andes, envian al Pacífico tan gnm número 
de crecidos rios, muchos de ellos navegables (como el 3/iiw- 
Ilin que acaba de explorar la goleta Janequeo i el 3ueno que 
navega el \a\yor Fá^foro) ¿cómo la laguna de Xahuelhuapi 
que comprende una área inmensa i recibe casi toda la masa 
de las aguas orientales, no ha de tener un poderoso cauce de 
desagüe ? I corriendo éste, no de oriente a i>oniente como los 
rios del lado del Pacífico, rios torrentosos i de difícil navega- 
ción por ésto, sino bajando en dirección de sur a norte ¿có- 
mo no ha de presentar lecho para una cómoda navegación, 
cuando su cauce no puede tener el mismo abrupto declive 
que los otros? Recuérdese que su nombre indio significa 
rio d€ líhH sanguijuelas jK)r los insectos de esta especie que 
dice Falkner abundan en sus cluircos i pantanos^ lo que in- 
dica lo aplastado i espacioso de su valle; recuérdese también 
la forma de la planicie i ondulaciones que tiene en esta |>ar- 
te la cordillera, i |>or último, i*ecuérdese, que según Fonk, 
el pequeño Rio Frío que corre por la cima de estas cordille- 
ras es navegable a una legua de su oríjen. 



(1) Viaje (le don Lninde la Cruz desde el fuerte de Vqllenar a liue* 
nos Aires, páj. 122. — Colección citada d^ don Peclro de Anjelis, 



— 300 — 

DAMOS PUES POR UN HECHO EVIDENTE LA COMUNICACIÓN NA- 
TEGÁDLE ENTRE LA LAGUNA DE NAHURLHüAPI I EL ATLÁN- 
TICO POR LOS CAUCES DEL RIO ENCARNACIÓN I DEL RIO 
NEGRO. (1) 

De lo espiiesto dejamos también deducido que quedan 
aun inconclusas dos exploraciones que pueden ser de un 
gran resultado, esto es, la del rio Sanqucl que se desprende 
del volcan de Antuco i que Villarino no exploró por haber 
encontrado obstruida su boca por algimas islas, i la otra, la 
terminación del reconocimiento del rio Huechun que ^''illa- 
rinodeió inconclusa. LalafftiJia de Hiiechin-lauquen a que 
dá orí jen este rioj arraja algún brazo hacia el Pacífico ? Hé ahí 
una gran cuestión jeográfica i mercantil por resolverse, aho- 
ra que está demostrado que la laguna de Nahuelhuapi no 
ofrece una comunicación no interrumpida de comunicación 
acuática entre el Atlántico i el Pacífico. 



y. 



En cuanto a los medios de llevar a cabo esta empresa que 
solicita el señor Cox, no pueden ser mas sencillos, líodú- 
cense éstos a ima concesión de 3 a 4,000 pesos que ha po- 
dido al Gobierno i que éste, parece estii mui dispuesto a 
concederle. Con esta suma el señor Cox haría construir en el 
astillero Duprat cinco chalupas que llevaría desarmadas has- 
ta la laguna de Nahuelhuapi, dejando una en la de Todos los 
Santos. Llevará por compañeros solo veinte hombres fuertes i 
prácticoBi armados de rifles i revolverá. Emplearia un mea 
en esplorar en toda su estension la laguna de Nahuelhuapi i 



(1) £1 viaje de Cox aunque inalognido en su objeto principal (el lle- 
gar htfta el Carmen) confirmo (1861) plenamente esta afirmación. 



— 301 — 

levantar su plano, i otro mes en descender el rio hasta el 
Carmen. Con este objeto Uevai'ia víveres i>ara mas de dos 
meses. Su tren senipor lo demás mui simple, pues todo se 
reduce a llevar útiles para la empresa, esto es, chalupas i re- 
mos para la navegación, instrumentos })ara las mensuras i 
planos, rifles i balas para los indios, si llega el ca,so, pues se 
propone llevar, ademas, 500 pesos en mercaderías i agasajos 
para comerciar con ellos. 

Ojalá la noble ambición de este joven emprendedor se 
realice pronto, i siga en su futura caiTcra las huellas de hom- 
bres ilustres que han debido su inmortalidad a las esplora- 
ciones del Continente Americano. 

Sobre los resultados inmediatos de esta empresa, en nues- 
tra opinión, no podemos prometernos desde luego sino ven- 
tajas jeográficas dcil mayor Ínteres que honranln el espíritu 
délos chilenos, cualquiera que sea su desenlace. Pero en fu- 
turos tiempos, cuando estos cauces hoi desiertos, comienzen 
a recibir, como los ríos del norte de la Confederacion-Ar- 
jentina, la quilla de los vapores americanos, cuan grandes 
destinos marítimos i comerciales contribuirán ellos a reali- 
zar en la economía del Universo! 

Aquí se presenta de gol|)e una gnivc cuestión que noso- 
tros enunciaremos solamente por ser del dominio de la polí- 
tica internacional. El Rio Negro es una raya disputada de 
nuestras fronteras i dueño es de su embocadura un Estado 
(jue nosotros no hemos (pierido reconocer. El gobierno pro* 
vincial de liuenos Aires en 1857. Hé aquí una cuestión sud- 
íimericana de futura importancia que el estado de nuestra 
civilización querría decir. He aquí una futura guerra. Esta es 
la polítií.'a actual, pero seni por esto eterna? Las jeneraciones 
no operarán cambio alguno? La civilización no tendní jamás 
un altar en este grandioso Continente cubierto hasta aquí de 
imes|K'So cuajo de sangre?... Dejemos hablar al futuix)... 



— 302 — 

Pero sobre las ventajas materiales de este proyecto ceda- 
mos la palabra a su mismo autor, para (pie se vea el jurado 
de convicción i de entusiasmo que lo anima. 

"Las vias por donde la civilización i el comercio euro- 
peo, dice un manuscrito que nos ha sometido el señor Cox, 
esparce sus Ijcnéficos efectos, refluyendo en provecho de las 
repúblicas occidentales de la América, i por donde nuestros 
productos van a compensar las importaciones que la Kuro- 
panos cnvia, hasta aquí solo son el cabo de Hornos, el es- 
trecho de Magallanes i el Istmo de Panamii. 

**La distancia que pierden los buques al recorrer en el 
Atlántico, desde los 34 1/2^ hasta los 57°,¡ lat. del Ca])o i 
desde aquí hasta los 33*^ lat. de A alparaiso el pimto mas co- 
mercial del Pacífico, junto con las alturas que se toman, ne- 
cesarias para la navegación en el Cabo, los vientos cons- 
tantes del oeste contrarios para los buques que vienen de 
Europa, el choque de las corrientes de los dos Océanos, que 
ocasionan frecuentes averías, son grandes motivos para ofre- 
cer numerosos peligros i orijinar la irregularidad de las co- 
mimicaciones, obUgando a los buques a |)erman(H?er hasta 75 
dias a la capa, i esto solo en el Cabo de Hornos. 

**En el Estrecho de Magallanes, la falta de puertos, la tor- 
tuosidad de los rumbos, las corrientes, el poco trecho que 
tienen las embarcaciones para voltejear con los vientos con- 
trarios i excesivos, que constantemente reinan en esos luga- 
res, han hecho hasta aquí ilusoria la navegación para buí[ues 
de vela, i peligrosa aun para vapores. 

"En el istmo, la insalubridad del clima, laesjx^cie de mo- 
nopolio que los americanos han hecho de él, i los disturbios 
políticos de las repúblicas vecinas, no han dejado de pro- 
porcionar obstáculos a la seguridad de la comunicación. 

"Toda esta serie de dificultades i algunas otras de no me- 
nos im|x>i*tancia son lasque han obligado a los gobiernos i 



— 3üó — 

uniiuado a los marinos a cmpixinder las exi)loracioiies (£ue 
han tenido lugar en nuestros dias, de las que algunas han 
dado felices resultados. 

"Con el paso del noroeste por el Estrecho de Berbig, en- 
contrado por Freniont, pai-eoe que se lian agotado las pro- 
babilidades de -encontrar nías comunicaciones por mar, en 
la Américii. (¿uedan aun casi vírjenes las vias por el sistema 
fluvial tan poco esi)lotado en el nuevo mundo, sobixí todo 
en la parte meridional. 

''A través de un pais en que todas aquellas curiosidades 
naturales (pie se encuentran diseminadas en diferentes pun- 
tos i que forma el atractivo de los viajems, se hallan reuni- 
dos, inmensos lagos, nevadas coi-dilleras, glaciers, volcanes, 
rios, islas, espesos bosques, por último, la naturaleza mas 
vírjen, junto con un temixíramento el mas sano/' 

**Iias ventajíts que esta navegación proj)orcionaría, serian 
incalculables, acortaría la distancia de Eumpa en nuis de 
mil leguas, evitando los peligros del Cabo, que es todo el 
ric.^go de la navegación. 

''Seria también un gran l)C4ieíicio la esportacion a lUie- 
nos Aires de nuestros prmluctos agrícolas, que la distancia 
i lo subido de los fletes, hacen ((ue algunas veces encuentren 
competencia i la importación a Chile de los sebos i pieles de 
las provincias trasandinas. Se aprovecharían también las 
^rlmdes cantidades de ganados silvestres (pie vagan j)or los 
camp(;s. 

*M^stos lugares abundan en salinas excelentes, lo (jue ba- 
ria ((ue no necesitaríamos de la sal del Perú, i teiKlriamos 
una producciun mas que esportar. 

'*Una comunicación (pie sostituirá al istmo de Panamá 
para atraer al comercio, que con menoscabo del de C!iile 
puede fomentarse en las repúblicas del norte cuando presten 
garantías Suficientes de tranquila seguridad. 



'A- 



**Las linéasele vapóresele Kiiropíi a liio rlaiieiro i lUieiiüS 
Aires podrían unií'se eon la j)nneelaila al Pacílico por el 
Estreclio de ilaj^allanes; va}>or(.*s eJi el rio iia^íla Xaluiel- 
liiiapi i del Pacífico a las otras la^^nnas vecinas de la ]»rí)iie- 
ra, mantendrian la comunicación i los ^^•astos (|ue se orijinji- 
rian en el cnil)ar([uc i desenil)ar(|ue de las mercaderías en 
los dos csti'cmos de la comunicaciojí nunca senin tan í^ran- 
des como los que proporciona la <¿vai] distaiiciíi, in» ajírove- 
cbada (pie se recorre i)ara pasar por el l'^slnvlio. Ltts j)asa- 
jeros. (pie es en lo í(ue mas ganan 1(» va])()n's, prel'crirían 
esta comunicación por la cual evitan las e])ideiiiias del ist- 
mo, el largo viaje i ]>eligroso del Cabo i dA l^streclio, i les 
proporciona el viaje mas encantador i pintoresco. 

"Kntemces ([ué importancia tomaria la agricultura de cs<v>» 
})untos por (hmdc corre el rio! (^)iié de poblaciones no ^e 
formarian! Qué de tesoros todavía ocultos saldrian a luz! 
Las llaves del comercio de todo el Pacífico están en Chile/' 

Tales son las rápidas indicaciones (pie hemos podi^lo. ha- 
cer en esta lícvista, sobre este i)unlo ligado estrechamente a 
la jeografia i al comercio de Chile; i cu el cual, por tanto, es- 
triban en gran parle, si los rcsiiUado.:» corrL'S[)onden a las 
esj)ectativasj los i'ntnro^ de.^lino< dr e.-^te jíais. 

(].s:)7) 



riN i»;.L JOMO 'n:i;'i.ií!».