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Full text of "Historia de San Martín y de la emancipación sud-americana"

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BIBLIOTECA DE «LA. NACION» 


HISTORIA: ; 
SAN MART ÍN 


Y DE LA 


EMANCIPACIÓN SUDAMERICANA 


POR 


BARTOLOME MITRE. 


TERCERA EDICIÓN 


TOMO CUARTO 


BUENOS AIRES 


voLU 8O MEN 


HISTORIA DE SAN MARTÍN 


EMANCIPACIÓN SUDAMERICANA 


__ BIBLIOTECA DE “LA NACION 5 ] 
HISTORIA 
SAN M ARTÍN 


EMANCIPACIÓN SUDAMERICANA 


BARTOLOMÉ MITRE 


=== Serás lo que de- 
bes ser, ye si no, no 
TERCERA EDICIÓN Noria na 


made 
San Martín. 


TOMO CUARTO 


pe 


BUENOS AIRES 


CAPITULO XXVII 


La expedición libertadora del Perú.—(Apertura de la 
campaña sohye Lima). 


-* 


1820-1821 


Doble campaña militar y política.—La expedición zarpa de Pisco 
y llega al Callao.—Ostentación de fuerzas de San Martín.—Blo- 
queo de las costas del Perú.—Amago de desembarco en Ancón.— 
Combate de «Casa Blanca».—Desembarco del ejército expedicio- 
nario en Huacho.—Revolución de Guayaquil.—Concierto entre 
San Martín y Bolívar.—Toma de la fragata «Esmeralda» por 
Cochrane.—San Martín ocupa la línea de Huaura.—Combate de 
Chancay.—Pringles.—El batallón «Numancia» se pasa á los in- 
dependientes.—Apurada situación de los realistas.—El norte del 
Perú.—Pronunciamiento de Trujillo y Piura.—Avance de San 
Martín sobre Retes.—Plan de ataque de los españoles.—Replie- 
gue de San Martín.—Organización de guerrillas patriotas.—La 
división de la Sierra se da la mano con el ejército invasor de la 
costa. — Reglamento provisional de Huaura. — Tres meses de 


campaña. 
I 


El generalísimo de la expedición libertadora del Fe- 
rú llevaba de frente dos campañas: una militar, cuyo 
plan guardaba en su cabeza : otra política, cuyos hilos 
secretos él sólo manejaba. La primera describía un 
círculo que trazaban á lo largo de las costas marítimas 
las quillas de Cochrane, y en las fragosidades de la 
sierra los pies ligeros de la columna volante de Are- 
nales. Este círculo, abierto en Pisco, debía cerrarse 
al norte del Perú, estrechando á Lima, 


DOUE 


ya. 


ho 


La segunda era más complicada. Tenía por base 
poner en actividad las fuerzas morales de la opinión, 
fomentando la insurrección del país, sin lo cual la 
empresa era imposible, dada la desproporción respecti- 
va de las fuerzas militares. Desde su cuartel general 
de Pisco inició sus trabajos en este sentido. Durante 
las negociaciones de Miraflores, y después de despachar 
la expedición de Arenales, ocupóse en levantar el es- 
píritu cívico de los naturales, promover la detección! 
en las filas enemigas, concertar un plan para apode-* 
rarse de las fortificaciones del Callao, preparar el lo! 
vantamiento del norte del Perú á la vez que del inte- 
rior por la parte de la montaña, y dar organización é 
instrucciones á sus agentes secretos en Lima para age- 
gurarse elementos de movilidad y subsistencia en el 
punto por donde meditaba abrir su campaña militar. 
«No se ha perdido el tiempo que hemos estado en 
»Pisco, escribía 4 O'Higgins, al reembarcar. Mis re- 
»laciones con Lima las he asegurado en términos que 
»el día menos pensado pueden darle un mal rato al 
»enemigo. Si no tenemos algún contraste que no esté 
»en la previsión humana, muy en breve veremos re- 
»compensados nuestros trabajos con la libertad del 
»Perú. » . 

El 24 comenzó el reembarco y el 25 quedó termi- 
nado. La expedición tomó el rumbo del nordoeste. A 
los tres díag de navegación, con vientos propiciogs y 
calmas tropicales, avistóse la isla de San Lorenzo (29 
de octubre). El general quiso hacer una ostentación 
de fuerzas que hiriese la imaginación del pueblo li- 
meño, tan propenso á espectáculos teatrales. Disbuso 
que una parte de las tropas se trasladase á los trans- 
portes desocupados por la división de Arenales, vis- 
tiendo diversos uniformes. La 'escuadra penetró á la 
bahía del Callao, desplegando en primera línea fuera 


A, 


del tiro de cañón ocho buques de guerra en actitud 
de combate, y en segunda línea, diez y sieté. transpor- 
tes cuajados de soldados. Como el terreno en el espa- 
cio de quince kilómetros desciende gradualmente en 
plano inclinado desde el pie de las montafias que for- 
man el fondo del escenario, divisábanse distintamente 
desde el surgidero las torres y las murallas de la ciu- 
dad, con sts alturas coronadas de espectadores. En 
el intervalo se desarrollaba en línea recta el camino 
carril que une el puerto á la ciudad, con su magnífica 
alameda que remata en la portada principal de las 
fortificaciones y sus pintorescas casas de campo des- 
parramadas en el ameno valle regado por el Rimac. 
Al pie de este anfiteatro veíase la población del Ca- 
llao, dominada por los altos muros del castillo del 
«Real Felipe», con sus inmensos torreones, flanqueado 
por los dos castillos laterales de San Miguel y San 
Rafael erizados de cañones; y apiñados bajo los fue- 
gos de las baterías, á flor de agua, que se extendían 
á lo largo de la ribera, los buques españoles de guerra 
y mercantes, con una línea de cafioneras, á vanguar- 
dia, protegida por defensas flotantes. Como lo dice un 
testigo presencial de esta animada escena: «La expe- 
»dición libertadora y la capital del Perú estaban en 
»mutua exhibición. » 

Una parte de la escuadra permaneció bloqueando 
el Callao, y el resto de ella con el convoy se dirigió 
á la bahía de Ancón, treinta y seis kilómetros al 
norte de Lima (30 de octubre). Un destacamento de 
200 hombres de infantería y 40 cazadores á caballo, 
mandados por el capitán Federico Brandzen, fué 
echado á tierra, bajo la dirección del mayor Andrés 
Reyes (peruano), con el objeto de ocupar la inmediata 
villa de Chancay, y proporcionarse cabalgaduras y 
subsistencias para el ejército en los próximos valles 


EE - MEA 


de Chancay y de Sayán, de acuerdo con los agentes 
secretos de la comarca, de antemano prevenidos. 

El ejército realista, que, reforzado con una división 
traída del Alto Perú, se había reconcentrado en el 
campamento de Asnapuquio, á diez kilómetros de Li- 
ma, desprendió sobre Chancay una columna compuesta 
de cuatro compañías del batallón Numancia, los escua- 
drones Dragones de la Unión y Dragones del Perú, 
sumando un total de 600 hombres, al cargo del afamado 


coronel Jerónimo Valdez. El mayor Reyes, apercibido, ' 


evacuó la posición y emprendió su retirada á lo largo 
de la costa, poniendo en salvo los ganados recolecta- 
dos. El camino que seguían los independientes, es en 
parte montuoso, y al desembocar á la planicie del nor- 
te, se encuentra, á la altura de la hacienda de Casa 
Blanca, una estrechura, á la sazón cerrada por altas 
tapias, que sólo permite pasar doce caballos de frente. 
Brandzen, que con el teniente Paulino Rojas y sus 
40 jinetes sostenía la retirada, aprovechándose de este 
accidente del terreno, supo igualar la desproporción 
de las fuerzas con la táctica y el arrojo. Al ver com- 
prometerse al enemigo en el desfiladero, cargó con ím- 
petu, sable en mano, derrotó á los Dragones de la 
Unión, que ocupaban la cabeza, y envolvió á los Dra- 
gones del Perú que seguían, hasta obligarlos á refa- 
giarse en precipitada fuga bajo los fuegos de su infan- 
tería parapetada por las tapias, dejando en su trayec- 
to cinco prisioneros heridos y tres muertos, entre és- 
tos el comandante de la. caballería española Vermejo, 
que Brandzen mató de un pistoletazo (8 de noviembre). 
El destacamento independiente pudo así continuar su 
retirada con todos sus ganados, sin que el enemigo 
se atreviera otra vez á medirse con él, á pesar de su 
superioridad númerica. 

En el intervalo habían ocurrido dos acontecimientos 


NoE > ¡PEA 


importantes y que aseguraban la preponderancia te- 
rrestre y marítima de los independientes: Guayaquil 
se había pronunciado por la revolución, y el almiran- 
te Cochrane habíase apoderado á viva fuerza en el 
puerto del Callao de la fragata «Esmeralda. » 


11 


La provincia de Guayaquil, dependencia en un 
tiempo del Perú, era en la época á que hemos lle- 
gado, parte integrante de la capitanía general de 
Quito, que correspondía al virreinato de Santa Fe 
ó la Nueva Granada. Empero, por su posición geográ- 
fica y por las exigencias de la guerra, estaba subordi- 
nado en lo militar, y accidentalmente en lo político, 
al virrey del Perú. Era el arsenal y el único astillero 
de la España en el Pacífico, y bloqueado el Callao, 
el último refugio de sus naves dispersadas en aquel 
mar por el almirante Cochrane. Colindante con el 
Perú por el norte, estaba incluido en el plan de de- 
fensa de sus costas contra las agresiones terrestres 
y marítimas de los independientes, y Pezuela se había 
desprendido de uno de los gruesos batallones de su 
ejército para asegurarlo. Por lo tanto, su posesión 
era de una importancia capital para la España co- 
lonial. 

Quito fué una de las colonias hispanoamericanas 
donde se hicieron sentir en 1809 los primeros estre- 
mecimientos revolucionarios con tendencias de inde- 
pendencia y propósitos orgánicos; pero la provincia 
de Guayaquil, inmediatamente dominada por el Perú, 
había permanecido en quietud hasta 1820. El único 
síntoma que revelara en sus habitantes un fermento 
de espíritu público, fué anticiparse á proclamar la 


E y 


constitución española, aun antes de recibir órdenes 
del virrey Pezuela. La reconquista de Nueva Gra- 
nada en 1819 y el sucesivo avance de las tropas de 
Bolívar hacia el sur, aproximándose á las costas del 
mar del sur (abril de 1820), á que se siguió casi in- 
mediatamente la invasión del Perú por San Martín 
(septiembre de 1820), precedida del dominio del Pa- 
cífico por Cochrane, aislaron militarmente el territorio 
quiteño. 

Por este tiempo gobernaba la “audiencia de Quito 
el mariscal de campo Melchor Aymerich, militar de 
alguna reputación, en calidad de presidente y capitán 
general, apoyado por un ejército como de 5.000 hom- 
bres incluso una gruesa división de los derrotados en 
Boyacá que lo cubría por el norte, y de la guarnición 
de Guayaquil. Esta constaba de 1.500 hombres, en su 
mayor parte veteranos, y 7 lanchas cañoneras para la 
defensa del puerto con 350 tripulantes. Al anuncio 
del desembarco de San Martín en Pisco, estalló el y 
de octubre la revolución de Guayaquil, encabezada 
por una parte de la guarnición y sostenida por el pue- 
blo, triunfando instantáneamente sin oposición. Toda 
la provincia se uniformó con el movimiento, declaró 
su independencia, formó una junta de gobierno de qué 
fué nombrado presidente el inspirado poeta José Joa- 
quín Olmedo, y organizó un ejército para sostener su 
actitud. Los revolucionarios se pusieron bajo la pro- 
tección de las armas de San Martín y de Bolívar.. 
Guayaquil, independiente, se convertiría de este modo 
en una manzana de discordia entre los dos lis 
dores. 

Mientras tanto, la revolución sudamericana se di- 
lataba y el terreno de la resistencia colonial se cir- 
cunscribía. La guerra quedaba reducida á tres pun. 
tos :—Venezuela, donde Morillo luchaba sin esperan- 


— 11 — 


zas con los últimos restos de su gran ejército casi 
destrozado :—el Perú, donde Pezuela se sostenía con 
el último ejército realistá encerrado dentro de sus 
montañas :—Quito, aislado, entregado á sus solos re- 
cursos, estaba amunazado por dos ejércitos poderosos. 
El plan ideado por San Martín en 1814, daba sus 
resultados. Los dos libertadores del sur y del norte 
convergíán hacia el centro. Ya no era solamente el 
instinto de la primera impulsión el que los guiaba: 
un concierto habíase establecido entre ambos, y sus 
marchas estaban trazadas en el mapa de la América 
independiente con rumbos seguros. En Quito operarían 
su conjunción, buscándose de mar á mar y de un 
extremo á otro del continente. El litertador de Co- 
lombia, después de atravesar los Andes ecuatoriales 
y triunfar en Boyacá, había escrito al director de 
Chile, tres meses antes de la expedición del Perú: 
«Un ejército de Colombia marcha contra Quito, con 
»órdenes de cooperar activamente con los ejércitos de 
»Chile y Buenos Aires contra Lima.» Un mes des- 
pués de verificada la expedición, decía en su nombre 
su ministro de Guerra: «Se acerca el día de la inde- 
»pendencia del sur de América. El Perú va á recibir 
»la libertad por las armas de Chile y de Buenos Aires. 
'»Las armas de Colombia cumplirán sus deberes li- 
»bertando á Quito, y satisfarán sus votos empleán- 
»dose luego en favor de los hijos del sol.» San Mar- 
tín contestaba á su vez desde su campamento de Hua- 
rura al gobierno de Colombia: «Convencido de los 
»mismos principios de la república de Colombia, la 
»expedición del Perú, ha sido el gran pensamiento 
»que me ha ocupado desde que tuve el honor de re- 
»cibir al pie de los Andes el primer homenaje que la 
afortuna rindió al valor de mis soldados; pero, aun 
'»cuando ella sea tan constante como los que me acom- 


E, | 


»pañan, yo habría tenido igual complacencia en sa- 


»ludar triunfante al que me hubiese precedido en esta 
»empresa, mucho más, si al renombre de «Libertador» 
»de Venezuela, hubiese añadido el que yo deseo me- 
»recer. Anhelo entablar las más estrechas relaciones 
»y dar á nuestros nativos recursos un punto de contac- 
sí que aumente su poder por la unidad del impulso 
» ue reciban, porque hallándose pendiente de ambos 
»los grandes intereses que agitan la presente genera- 
»ción, es un deber suplir por la combinación las me- 
»didas que retardan inevitablemente el tiempo y la 
»distancia.» 


YI 


El otro accntecimiento 4 que nos hemos referido, 


es una proeza fabulosa, ejecutada por el almirante 
Cochrane. Los mares ya no ofrecían campo á su acti- 
vidad. Lo que constituía la fuerza de la escuadra 
española en el Pacífico, estaba reducido á las fragatas 
Prueba, Venganza y Esmeralda. De éstas, las dos pri- 
meras, después de conducir de los puertos del sur 
una división del Alto Perú que reforzara el ejército 
de Lima, no pudieron volver á penetrar en el Callao, 
bloqueado por la escuadra chilena, y errantes por las 
costas del norte, se habían refugiado en Guayaquil, 
donde debían sucumbir al fin. La Esmeralda se encon- 
traba á la sazón en el Callao, acompañada de otros 
buques menores. El almirante concibió el atrevido 
proyecto. de apoderarse de la escuadra enemiga dentro 
del mismo puerto, desafiando los fuegos de sus 250 
piezas de mar y tierra. Dos objetos se proponía con esta 
empresa : concurrir eficientemente á las operaciones 
del ejército de tierra, movido por la emulación, y 
atraer á San Martín hacia Lima, comprometiéndolo 


E 


en movimientos más atrevidos con arreglo á su pri- 
mitivo plan. El generalísimo, á quien comunicó con- 
fidencialmente su idea, reservándose la iniciativa, la 
aceptó con entusiasmo. 

Hemos descrito antes el puerto del Callao y sus 
fortificaciones (véase cap. XXII, párrafo 11), las que 
habían sido considera blemento aumentadas después 
de la segunda tentativa de Cochrane contra ellas, 
Bajo los fuegos fijantes y rasantes de los castillos y 
de las 200 piezas de las baterías de tierra estaba an- 
clada la Esmeralda, con 44 cañones y 320 hombres 
de tripulación; y además, la corbeta Sebastiana, dos 
bergantines y dos goletas más, con tres buques mer- 
cantes armados en guerra. Una doble línea semicircu- 
lar de veinte lanchas cañoneras estaba establecida á 
vanguardia sobre la grande entrada del puerto. A 
su frente se extendía una especie de estacada de mar 
deros flotantes, cerrada por gruesas cadenas, que ro- 
deaba todos los buques y que sólo tenía una angosta 
entrada por la parte del norte. Tal era la línea que el 
almirante se proponía forzar teniendo por principal 
objetivo la Esmeralda. | 

Al efecto hizo aprontar 14 botes tripulados por 160 
marineros y 80 soldados de marina. A la invitación 
de que se presentasen voluntariamente los que qui- 
sieran acompañarlo en la empresa, las tripulaciones 
de todos los buques del bloqueo se presentaron en ma- 
sa. Fué necesario que él, usando de su autoridad, 
eligiese los hombres que necesitaba. Tres días conse- 
cutivos se emplearon en preparar la flotilla. En la no- 
che del 4 distribuyóse una instrucción escrita en inglés 
y castellano, que fué leída en alta voz por el patrón de 
cada una de las embarcaciones, contestando á ella con 
¡vivas! y ¡hurras! los soldados chilenos y los marineros 
ingleses que las tripulaban. «Los botes ó chalupas—- 


— 1 —> 


»prevenía la instrucción, —avanzarán en dus fíneas 
paralelas y separadas una de otra á distancia de tres 
.»botes. Los oficiales y soldados deberán llevar chaque- 
'»ta blanca, é ir armados de pistolas, sables, puñales 
:»ó picas. Cada bote debe tener hachas afiladas que los 
»guardas cargarán á la cintura. Tomándose posesión 
sde la fragata, los marinos chilenos no harán oir las 
»exclamaciones que tienen de costumbre, sino que pa». 
sra engañar al enemigo deberán gritar: ¡Viva el rey! 
»Bi el vestido blanco no bastase para distinguir á los 
»asaltantes por la obscuridad de la noche, las pa» 
»labras de seña y contraseña serán: «Glorig», á que 
»8e responderá por «Victoria.» En la misma noche se 
ensayaron las maniobras que debían ejecutarse, recon. 
centrándose los expedicionarios al costado de la O'Hig- 
Igins. 

Amaneció el día 5 destinado para dar en la noche 
el atrevido golpe. Para burlar la vigilancia del ene» 
migo, ordenóse que la Lautaro, la Independencia y 
la Galvarino saliesen mar afuera, quedando sólo la 
O'Higgins al frente del bloqueo. La capitana chile- 
na, cubierta por la isla de San Lorenzo, ocultaba á 
su costado opuesto los botes prontos á la primera se- 
fíal. En vista de. estos movimientos, los españoles se 
preparaban á pasar tranquilamente la noche, feste- 
jendo con un banquete, á bordo de la Esmeralda, la 
primera cesación del bloqueo, que ya daban por cosa 
hecha. El más absoluto silencio había sido recomenda- 
do en la escuadra chilena después de ponerse el sol, 
y al anochecer del mismo día, circulaba de mano en 
mano, en medio de un entusiasmo comprimido por la 
disciplina, una proclama del almirante : «¡Soldados y 
amarineros! Esta noche vamos á dar un golpe mortal 
»al enemigo. Mañana os presentaréis con orgullo de- 
»lante del Callao. Todos vuestros compañeros envidia- 


O, 1 


»rán vuestra buena suerte, Una hora de coraje y reso- 
»lución es cuanto se requiere de vosotros para triunfar. 
»Recordad que habéis vencido en Valdivia, y no os 
»atemoricéis de los que huyeron de vuestra presencia. 
»El momento de gloria se acerca, Espero que los mari- 
»neros chilenos se batirán como tienen de costumbre, 
»y que los ingleses obrarán como siempre lo han he- 
»cho en su país y fuera de él.» 

A las 10 de la noche, el heroico almirante, vestj- 
do con la chaqueta blanca del marinero, con una faja 
azul atada al brazo—que era el distintivo del combate, 
—y un puñal y dos pistolas al cinto, con el machete 
de abordaje en la mano, bajaba á la lancha que de- 
bía ir 6 la cabeza de la expedición, rodeado de la 
admiración y el entusiasmo que su gallarda presen- 
cia despertaba en las horas de peligro. A las 10'30, 
los 14 botes emprendieron la marcha, formados en dos 
líneas paralelas, € la distancia prevenida en la ing- 
- trucción, La primera línea era mandada por el capi- 
tán Crogbie, La segunda iba á órdenes del capitán 
Guise. A la cabeza de ambas, marchaba el almirante 
Cochrane. La noche era sumamente obscura. Las em- 
barcaciones se deslizaban como sombras por la gu- 
perficio tranquila de las aguas. Ningún rumor se aper- 
cíbía. Los botes llevaban sus remos embozados de ma- 
nera que no producían ningún ruido. A poco andar, 
vióronse á corta distancia dos sombras inmóviles. Eran 
las. fragatas de la Gran Bretaña y de los Estados 
Unidos, la Hiperion y la Macedonia, que en calidad 
de ngutraleg ocupaban un puesto al exterior de la 
estacada flotante, Cochrane, haciendo dar un golpa 
al timón, dirigió la pros de su lancha hacia la popa 
da la Macedonia. 

Los buques de los Estados Unidos que en aquella 
época visitaron la América del Sur, fueron mensaje- 


O 


ros de amistad y de confraternidad, que bajo la ban- 
dera neutral estudiaban los hombres y las cosas de 
las nacientes repúblicas, alentándolas en su lucha y 
difundían en ellas ideas de independencia y libertad. 
Bien que la Gran Bretaña participase como nación de 
estos sentimientos, los jefes de su marina en el Pa- 
cífico miraban de reojo á lord Cochrane, á quien per- 
seguían con el odio de su gobierno lejos de la patria, 
aun cuando algunos de sus oficiales y marineros pro- 
testasen contra esta acerba agravación del ostracismo.' 
La conducta de los dos mencionados buques en esta' 
ocasión correspondió á estos encontrados sentimien-) 
tos. A bordo del buque norteamericano, un guardia 
marina, que más tarde publicó sus recuerdos sobre el 
suceso, contaba á sus camaradas que en la tarde, al 
regresar de tierra en un bote, había notado el des- 
cuido con que se hacía el servicio á bordo. de la Es- 
meralda, fondeada á 1.500 metros del muelle, con sus 
cañones fuera de batería. «Para mí, decía, es un bu- 
»que condenado. No colgaría yo mi hamaca en el me- 
»jor de sus' baos.» A lo que repuso un oficial: «Son 
»unos locos en divertirse, teniendo á Cochrane á dos 
»tiros de cañón.» En aquel momento, al asomarse por. 
encima de la borda, distinguieron las dos líneas de 
lanchas tripuladas que avanzaban rápidamente. «El 
»escocés anda en las aguas, dijo el guardia marina.' 
»Apostaría mi cabeza á que Cochrane está en el pri- 
»mer bote.» Todos seguían con vivo interés el movi- 
miento de las embarcaciones que se aproximaban. «Y 
»como los tripulantes estaban vestidos de blanco y 
»sus botes caminaban tan en silencio que ni el ruido 
»de los remos se sentía (dice el oficial norteamericano 
»de quien tomamos estos detalles) parecían más bien 
»que hombres mortales, una banda de espíritus que 
vse movían misteriosamente sobre el insondable pié- 


»lago.» Al pasar por el costado, oficiales y marineros, 
les desearon en voz baja buen éxito. El último de 
los botes de Cochrane detuvo su marcha bajo las ven- 
tanas de popa de la Macedonia, y asegurándose de 
la cadena del timón permaneció allí oculto, á pesar 
de los ruegos y amenazas del que lo mandaba. Cuando 
los oficiales de la fragata vieron que aquella embarca- 
ción desertaba su puesto, dirigiéronse á la tripulación 
increpándole su cobardía. Nada pudo decidirla á seguir 
adelante, y la noche tapó con su velo aquel oprobio. 
Mientras tanto, Cochrane, seguido sólo de trece bo- 
tes, pasaba á corta distancia de la Hiperion: los cen- 
tinelas dieron la voz de alerta, que felizmente no oye- 
ron los españoles. Un oficial inglés, - entusiasmado al 
ver el valeroso avance de Cochrane, dió un hurrah en 
honor de su ilustre compatrioba, y fué puesto arres- 
tado por su comandante, conducta de que con razón se 
queja amargamente de parte de un antiguo compa- 
fiero de armas, el dos veces héroe británico de la isla 
de Aix. 


IV 


La flotilla continuó .avanzando, formada siempre 
en dos líneas paralelas, con el bote de Cochrane á 
la cabeza. A las 12 de la noche en punto se halla- 
ba frente al boquete de la estacada, tras la cual se 
abrigaba la primera línea española, formada por las 
20 cañoneras. Una lancha cañonera guardaba la en- 
trada. Al aproximarse Cochrane, que se había ade- 
lantado á una distancia como de seis botes, el cen- 
tinela de la lancha española gritó ¿Quién vive? A una 
señal del almirante, los marineros se tendieron sobre 
los remos y con impulso vigoroso salvaron la distancia 
que mediaba entre las dos embarcaciones, antes que el 

Tomo IVY 


> 


0, 


eco del «quién vive» se hubiese apagado. ¡Silencio ó 
todos mueren ! fué la intimación de Cochrane, con esa 
voz sorda y concentrada que repercute en el silemcio 
y penetra en las almas cuando el coraje ó la amenaza 
le imprime sus profundas vibraciones. Las armas de 
los guardianes de la estacada cayeron de sus manos. 
Allanado este primer obstáculo, la flotilla siguió ade- 
lante y penetró al recinto fortificado. 

_Las dos líneas apercibidas al combate vanzaron re- 
sueltamente sobre la Esmeralda. Cochrane, con los 
botes de la O'Higgins, tomó el costado de estribor : 


- Guise, con los de la Independencia y la Lautaro, el 


de babor. Muy luego se hallaron á los costados de la 
fragata enemiga, que envolvieron silenciosamente en 
un fatal abrazo, sin que sus descuidados centinelas 
diesen la voz de alarma. El comandante de la Esme- 
ralda, Luis Coig, envuelto todavía por los humos del 
banquete, jugaba á los naipes en la cámara con sus 
oficiales y convidados. La tropa dormía tranquilamen- 
te en sus cuadras. Cochrane se hallaba en aquel mo- 
mento bajo las ventanas del alcázar de popa, cuyas 
luces se proyectaban en la densa obscuridad de la 
noche. Dióse la señal del asalto. 

El valeroso almirante lanzóse el primero por las 
amarras de popa, y trepó como un atleta hasta alcan- 
zar la borda de la fragata. El centinela español que 
allí estaba, lanzando el grito de «¡ Alarma !» le dió un 
culatazo en el pecho, arrojándolo de espaldas á uno de 
Jos botes. En su caída recibió una herida cerca de la, 
espina dorsal al chocar sobre un tolete. Animado de 


nobles iras, se puso instantáneamente de pie, y subió 


por segunda vez al asalto, seguido de su tripulación 
electrizada por su ejemplo. El centinela hizo fuego, y 
un momento después caía muerto á sus pies. «¡ Arri- 
»ba muchachos ! ¡Ya es nuestra ! (Up my lads she's 


»ours)» gritó á los de las chalupas. Apenas hacía un 
minúto que pisaba el puente de la fragata, cuando 
alzó dos ojos hacia lo alto de los mástiles, y gritó 
con la serenidad del que manda una maniobra ordina- 
ria: «¡Oh de las cofas!» ¡Prontos! Contestaron va- 
rias voces de lo alto de la verga del trinquete. ¡Pron- 
tos! repitieron otras voces de lo alto de la cofa del 
palo mayor. Todo había sido previsto, hasta el he- 
hoísmo ordenado, Era un destacamento de gavieros, 
que trepando por los obenques, se habían apoderado 
de las 'cofas. Este fué el golpe maestro del abordaje. 
Los asaltantes eran dueños de las velas del buque. 
La situación llegó, empero, á ser peligrosa para ellos. 
Toda la tropa de servicio que se hallaba arriba de 
cubierta, había acudido á las armas á la voz del cen- 
tinela. Reunida en número considerable habría tal 
vez dado cuenta de los pocos que en aquel trance 
rodeaban á Cochrane. En este momento decisivo, Gui- 
se con los suyos, asaltaba la fragata por el costado 
opuesto. Los de estribor gritaron ¡Gloria! Y los de 
babor respondieron ¡Victoria! Los asaltantes de uno 
y otro costado encontráronse entonces reunidos en el 
castillo de popa. Cochrane y (zuise, que eran rivales 
y se odiaban mutuamente, arrastrados por un movi- 
miento generoso, se dieron allí las manos, como her- 
manos de armas y de gloria, olvidando por el momen- 
to sus resentimientos. Esta reconciliación debía ser 
pasajera desgraciadamente. 

La guarnición de la Esmeralda, sorprendida, ha- 
bíase mientras tanto reconcentrado al castillo de proa. 
-Desde allí rompió el fuego de fusilería sobre los asal- 
tantes, barriendo el puente con sus proyectiles. Una 
bala traspasó á Cochrane un muslo. Sentóse impávido 
sobre un cañón, extendió la pierna sobre una hamaca, 
y atándose la herida con un pañuelo, ordenó qué se 


— 9% — 


llevase el asalto al arma blanca sobre el castillo de 
proa. Soldados y marineros avanzaron resueltamente, 
trabándose en la obscuridad un combate cuerpo á'"cuer- 
po á golpe de hacha y machete. En este primer ataque 
los asaltantes fueron rechazados. No fueron más fe- 
lices en el segundo, en que volvieron á ser rechaza- 
dos, quedando Guise herido. Hacía un cuarto de hora 
que duraba la refriega de popa á proa. El puente esta- 
ba cubierto de cadáveres, los piés resbalaban en la 
“sangre, y el cañonazo de alarma había sonado desde 
lo alto del torreón del Real Felipe. Era urgente do- 
minar la fragata. Un nuevo y vigoroso esfuerzo dirigi- 
do personalmente por Guise, decidió la victoria. Los 
independientes la saludaron al ¿rito de ¡ Viva el rey! 
Una parte de la tripulación derrotada se ocultó en el 
entrepuente y la bodega, y el resto buscó su salvación 
arrojándose al agua. Entre éstos se encontraban los 
comandantes de dos buques españoles, que estaban á 
inmediación de la Esmeralda, y que, organizando la 
resistencia en ellos, impidieron que toda la escuadra 
del Callao cayese quella noche en poder de Cochrane. 
Una de las cañoneras realistas, dirigiendo sus fuegos 
sobre la fragata, hirió gravemente al comandante Coig, 
y á su lado cayó un chileno y dos ingleses. La cañone- 
ra fué inmediatamente tomada. 

Extendida la alarma por toda la baría, herido Co- 
chrane—que había delegado el mando en Guise, heri- 
do también,—ya no era posible atacar el resto de la 
línea, como el primero lo había pensado. Su plan era 
perseguir á los españoles de buque en buque, hasta 
apoderarse de todos ellos, incendiando los mercantes 
surtos en la bahía. Guise no creyó posible, ó no con- 
sideró prudente, persistir en esta parte accesoria del: 
plan, combinado, y mandó en consecuencia picar las 
amarras de la Esmeralda, para ponerla en salvo. La.- 


e 


iragata, desplegando sus velas, empezó á navegar ma- 
rinada por los independientes. 

Los buques de guerra españoles y los castillos y ba- 
terías del Callao rompieron en aquel momento un te- 
rrible fuego que iluminó el teatro de la acción con sus 
ardientes resplandores. Algunas balas de cañon pasa- 
ron por encima de la Macedonia y la Hiperion. Ambos 
buques izaron los faroles convenidos para distinguirse 
en la noche como neutrales ; pero continuando el fue- 
go, levaron anclas, desplegaron sus gavias, y se pu- 
sieron fuera del alcance de la artillería de los fuertes. 
Cochrane había previsto hasta esta circunstancia. In- 
mediatamente, la Esmeralda enarboló las mismas se- 
ñales, y continuó navegando hasta salir fuera de la 
estacada. A las 2'30 de la mañana del día 6 la fra- 
gata capturada echaba el ancla frente á la isla de 
San Lorenzo. Los botes expedicionarios, llevando á re- 
molque dos lanchas cañoneras tomadas al abordaje, 
completaban el convoy triuníal de la Esmeralda, tri- 
pulada por los vencedores. 

La pérdida de los expedicionarios fué de 11 muer- 
tos y 30 heridos, contándose entre éstos á Cochrane 
y Guise. Los realistas perdieron como 160 hombres 
entre muertos y ahogados, dejando en poder de los chi- 
lenos 200 prisioneros. | 

Los realistas, despechados por haber perdido tan 
vergonzosamente uno de sus mejores buques de gue- 
rra, baj> la protección de las más formidables forti- 
ficaciones de la América, atribuyeron el éxito de la 
empresa á la complicidad de los neutrales, y princi- 
palmente á la tripulación de la Macedonia, cuyas siim- 
patías por la causa sudamericana eran conocidas. Ha- 
biendo ido á tierra el bote de este buque con el objetu 
de hacer sus provisiones diarias, el oficial que lo man- 
daba con toda su tripulación indefensa, fueron bárba- 


22 


ramente asesinados por un grupo enfurecido 'de la 
población del Callao. El comandante Downes de la 
Macedonia, á la vez de reclamar enérgicamente del 
virrey la reparación de este atentado, escribía 'al ge- 
neral San Martín: «Felicito muy sinceramente á lord 
»Cochrane por la captura de la Esmeralda. Nunca se 
»ha ejecutado con mayor habilidad una hazaña más 
»brillante. » 

El almirante aprovechándose del estupor que cáu- 
só su prodigiosa victoria, envió un parlamentario á 
tierra proponiendo un canje de prisioneros. El orgu- 
lloso virrey, al reconocer por la primera vez á los 
americanos como beligerantes, accedió á ello. Así se 
rescataron del cautiverio como 200 chilenos y argen- 
tinos que hacía años que gemían en los calabozos de 
las casamatas del Callao. La hazaña heroica se coro- 
nó por este acto de civilización y humanidad. 

La Esmeralda, á la que San Martín quiso dar el! 
nombre de Cochrane, honor que declinó el vencedor, 
fué bautizada con el de Valdivia en memoria de la: 
anterior hazaña del heroico almirante, cuyo glorio- 
so nombre murmurarán eternamente las ondas del 
mar Pacífico. 


Ni 


San Martín, dando gran importancia á la captu- 
ra de la Esmeralda por sus efectos morales, y mayor 
aún á la revolución de Guayaquil por su trascenden- 
cia americana, desoyó las sugestiones del almirante, 
que quería comprometerlo en operaciones más arries- 
gadas y decisivas sobre Lima. El día 9 el convoy dió 
la vela de Ancón, y en una singladura tomó el puer- 
to de Huacho, á 150 kilómetros al norte del Callao. 
El 10 se dió principio a] desembarco de la tropa, que 


A. 


terminó el 12, formándose por el ingeniero D'Albe 
treg reductos para la seguridad del punto y un muelle 
provisional para facilitar las comunicaciones con la 
escuadra. El ejército se internó á pie, llevando sólo 
25 caballos, y el 17 acampó en una deliciosa campiña 
bien regada, y arbolada, abundante de víveres de todo 
género, forrajes, cabalgaduras y frutas agradables ; 
de temperatura agradable y relativamente sana, pues, 
como en toda la región de la costa, reinan allí las fie- 
bres-intermitentes (tercianas) en el verano y las disen- 
terías. en el otoño. Este es el valle de Huaura, que tie- 
ne una extensión de 11 kilómetros de ancho y 85 de 
largo. El río que lo baña y le da su nombre, corre 
ce este á oeste de cordillera á mar, y aunque de poco 
caudal, sólo es vadeable por puntos determinados, fá- 
ciles de defender, teniendo sobre sus márgenes algu- 
nas posiciones militares ventajosas para la resistencia 
contra fuerzas superiores. Sobre esta línea se esta- 
bleció San Martín fortificándose sólidamente, con la 
firme resolución de no esquivar la batalia, pero tam- 
poco de buscarla por el momento. En esta actitud ofen- 
sivo-defensiva, con un desierto arenoso á su frente que 
el enemigo tenía que atravesar, con sus reservas en 
Supe y sus avanzadas sobre Retes y Chancay, uno de 
sus flancos apoyado sobre el mar en Huacho, y otro 
sobre la tierra, promovía la insurrección del país, re- 
forzándose ; mantenía en jaque á Lima, interceptaba 
las comunicaciones del ejército realista, sus comunica- 
ciones con las provincias del norte, debilitándolo; á 
la vez aseguraba las suyas por la parte de la sie- 
rra y el mar, estando habilitado siempre para soste- 
nerse con ventaja, avanzar ó replegarse, ó reembar- 
carse, Ó darse la mano con Arenales, según las cir- 
cunstancias. La campaña estaba abierta. 

Por parte del virrey, el plan para contrarrestar la 


— 24 — 


invasión, era meramente expectante y defensivo. Atrim- 
cherado en su campamento de Asnapuquio con cerca 
de siete mil hombres, aumentados con los refuerzos 
traídos del Alto Perú, limitóse á desprender á la sie- 
rra por la retaguardia y flanco, una pequeña divi- 
sión contra la columna de Arenales, de cuyos movi- 
mientos nos ocuparemos á su tiempo; y por su frente, 
al establecimiento de una vanpuardia de observación. 
Después del movimiento parcial sobre Chancay al 
amago de desembarco de San Martín por Ancón, que 
dió por resultado el combate de Casa-Blanca, reforzó 
su vanguardia, la que quedó compuesta de los bata- 
llones Numancia, Infante don Carlos y Arequipa, los 
dos escuadrones de dragones antes mencionados y dos 
piezas de artillería, en todo, como 2.000 hombres, la 
que se extendió sobre la línea del río Chancay, ce- 
rrando el camino de la costa y ocupando las avenidas 
de la sierra por su flanco derecho. San Martín, provis- 
to ya de elementos de movilidad, y su caballería, mon- 

tada á dos caballos por hombre, había movido sobre 
Sayán, cubriéndose por el Huaura, una división de 
500 hombres con armamento de repuesto, al mando 
de Alvarado, con el intento de penetrar á la sierra, 
ocupar á Tarma y concurrir á las operaciones de Are- 
nales, que por opuesto camino convergía hacia el mis- 
mo punto. Valdés concibió la idea de atacar esta di- 
visión destacada, interponiéndose entre ella y el grue- 
so de las fuerzas independientes : pero el virrey des- 
aprobó este proyecto que era bien meditado y mandó 
retirar de la vanguardia los batallones Infante y Are- 
quipa. San Martín, en vista del movimiento del ene- 
migo sobre Chancay, varió de plan, y dispuso que Al- 
varado, con toda la caballería, compuesta de los re- 
gimientos de granaderos y cazadores montados, en nú- 
mero de 700 hombres, tomase el camino de la costa 


0 


con el objeto de proteger la defección del batallón 
Numancia, de antemano concertada por medio de los 
agentes patriotas de Lima y retardada por diversos 
accidentes. 

El Numancia, como en su lugar se apuntó, formaba 
parte del ejército de Nueva Granada en 1819, y á con- 
secuencia de la batalla de Maipú, fué enviado de re- 
fuerzo al del Perú á requisición del virrey Pezuela 
(véase cap. XVIII, párrato VI). Este batallón, compues- 
to en su mayor parte de naturales de Venezuela y San- 
ta Fe de Bogotá, con oficialidad americana, estaba im- 
pregnado de un espíritu revolucionario. Trabajado se- 
cretamente por los agentes de San Martín, auxilia- 
dos por las irresistibles seducciones de las limeñas, 
sus oficiales entraron en un plan de sublevación, á 
cuya cabeza se puso decidida:nmente su comandante 
D. Tomás Heres, colombiano. Como este cuerpo cons- 
tituía el núcleo de la vanguardia realista, á la sazón 
alejada más de 30 kilómetros de su reserva, la oca- 
sión era propicia y la superioridad de la bien mon- 
tada caballería independiente facilitaba la empresa. 

Alvarado tomó con su columna el camino de la cos- 
ta. Al emprender la marcha (24 de noviembre) des- 
pachó desde Huaco un emisario, escoltado por una 
partida de 18 granaderos montados y un guía, con una 
comunicación para Heres y los oficiales del Numan- 
cia, á fin de concentrar los respectivos movimientos. 
Esta partida, destinada á hacerse famosa por un he: 
cho pequeño en sí, á que la tradición y la historia han 
dado resonancia, era mandada por el teniente Juan 
Pascual Pringles, á quien hemos visto aparecer en la 
trágica conjuración de San Luis. Sus instrucciones le 
prevenían situarse en la caleta de Pescadores, á 15 ki- 
lómetros de Chancay, despachar desde allí el emisa- 
rio con la comunicación y esperar su regreso, debien- 


—%-= 


do replegarse á la reserva, si la contestación se retar- 
dase ó se presentaran fuerzas enemigas, con prohibi- 
ción absoluta de empeñar ningún combate. El desta- 
camento marchó toda la noche, y el 27 al amanecer 
ocupó su puesto, que era un terreno quebrado, sobre 
la playa del mar, cumpliendo la primera parte de sus 
instrucciones. A esa hora fué atacado por la vanguar- 
dia enemiga al mando de Valdés, compuesta de un es- 
cuadrón fraccionado en primera línea, y el Numan: 
cia con dos piezas de artillería en reserva. Pringles, 
en vez de retirarse, como exa su deber, arremetió te- 
merariamente contra la primer fuerza que se le pre- 
sentó por el frente, que era una compañía de Drago- 
nes del Perú, de cuádruple número, mandada por 
Valdés en persona. Rechazado en el choque, encontró- 
se en su retroceso con otra compañía de dragones que 
le cortaba la retaguardia, á la que cargó también con 
resolución para abrirse paso á todo trance. Deshecho 
con el segundo encuentro, con tres muertos y once 
heridos, incluso el mismo Pringles, lanzóse al agua 
á caballo con sus últimos soldados, y se ha dicho que 
con la resolución de ahogarse antes que rendirse, pe- 
ro en verdad, para rendirse honrosamente salvando 
la vida de sus compañeros. Sabedor Valdés del caso, 
acudió á escape al sitio, y ofreció garantía de la vida 
á los jinetes náufragos, en homenaje al valor que ha- 
bían mostrado, en momentos en que Pringles estaba 
casi sumergido por un vuelco de su caballo espantado 
por el oleaje del mar. Como fuera este el primer triun- 
fo alcanzado por los realistas durante la campaña, dié- 
, ronle gran repercusión, haciendo ostentación en Li- 
ma de quince prisioneros heridos, que se habían ba- 
tido cuerpo á cuerpo, uno contra diez, y arrojándose 
al mar antes de rendirse, lo que redundó en honor de 
las vencidos. j 


EN y E 


La temeridad de Pringles hizo descubrir el movi- 
miento de la caballería independiente, y malograr la 
combinación con el Numancia, que habría podido po- 
ner en apuros á la vanguardia enemiga, comprometi- 
da á larga distancia de su reserva. Apercibido Valdés 
de lo peligroso de su situación, se replegó en el mismo 
día 27 al valle de Chancay, y situóse en la boca de 
una quebrada, cubriendo con el Numancia su caballe- 
ría, reforzada con un escuadrón más. Alvarado, que 
al llegar á Pescadores encontró las huellas del recien- 
te combate, se inclinó sobre su izquierda, y penetró 
'al valle de Chancay por otra quebrada situada al este. 
Ambas vanguardias permanecieron á la vista obser- 
ivándose. La caballería independiente, fatigada por 
largas marchas en arenales sin agua, se replegó á la 
inmediata hacienda de Retes, para dar descanso á la 
tropa y proporcionar forraje á los animales. El 1. de 
diciembre volvieron á avistarse las dos vanguardias ; 
pero la realista en vez de aceptar el combate á que la 
provocó Alvarado, emprendió su retirada por una que- 
brada estrecha y fragosa, en que la caballería no po- 
día operar. En sa movimiento de retroceso, Valdés 
dejó como á diez kilómetros á retaguardia el batallón 
Numancia, el que aprovechando la ocasión, dió el gri- 
to de insurrección en la noche del 2, é incorpórose al 
día siguiente á la columna patriota, ofreciendo á la 
causa de la independencia americana un contingente 
de 650 bayonetas. San Martín colmó de honores al 
Numancia y le confió la custodia de la bandera del 
ejército libertador, declarando, que «el batallón per- 
»tenecía á los ejércitos de Colombia, y que solamente 
»permanecería incorporado al del Perú mientras du- 
»rase la guerra en su territorio. » 


— 98 — 


vI 


Antes de cumplirse un mes de la apertura ae la cam- 
paña, la preponderancia moral estaba decididamen- 
te de parte de los invasores. Los rápidos progresos á 
lo largo de las costas, los sucesivos golpes de la cap- 
tura de la Esmeralda y la defección del Numancia, las 
ventajas obtenidas por la columna de Arenales en. la 
sierra—de que después se dará cuenta,—el espíritu 
de insurrección que se extendía por todo el país, aba- 
tieron el ánimo de los realistas, reducidos á una iner- 
te defensiva, mientras los independientes, á pesar de 
su notable inferioridad numérica, se preparaban á to- 
mar la ofensiva. La deserción se pronunció en las fi- 
las del ejército realista, desde la clase de coronel á 
soldado. La desmoralización de la opinión llegó á tal 
grado, que los más notables vecinos de Lima, apoya- 
dos oficialmente por la corporación municipal, eleva- 
ron una representación al virrey indicándole «la pre- 
»miosa necesidad de una capitulación honorífica con 
»San Martín, antes de aventurarse á la suerte de las 
»armas, tomando por base la abertura reservada hecha 
»por sus comisionados al cerrarse las negociaciones de 
»Miraflores» (véase cap. XXVI, párrafo vi), lo que im- 
plicaba hasta el reconocimiento de hecho de la inde- 
pendencia. De todos estos males se culpaba á la mala 
dirección de la guerra dada por Pezuela, que era un 
efecto y no una causa. La autoridad política y la ini- 
ciativa del virrey estaban supeditadas por una conspi- 
ración sorda del ejército de Asnapuquio, fomentada 
por los jefes liberales, con el propósito de deponer- 
lo del mando y substituirlo con La Serna. «El edifi- 
cio realista se iba desmoronando por todas partes, » 


e 


— 29 
según la expresión de un historiador español, que al 
pintar con los colores sombríos esta triste situación, 
procura explicar cómo 4.500 invasores se imponían á 
23.000 soldados del rey, y lo atribuye todo «á la fa- 
»talidad del destino y al curso irresistible de los su- 
»CESO0S. » 

La posición militar de San Martín en Huaura, aun- 
que relativamente ventajosa, no era sólida, y en la 
inacción habría sido estéril. Sin más base de opera- 
ciones que el camino del mar, con las provincias del 
norte á la espalda ocupadas aún por las armas del 
rey, con uno de sus flancos al pie de la sierra y con 
un ejército de doble número á su frente que no po- 
día buscar en campo abierto, estaba forzosamente obli- 
gado á una defensiva pasiva. La superioridad de su 
caballería y su movimiento de avance hasta Retes y el 
sur del río Chancay, cubriendo la posición de Sayán al 
tiempo de proteger la defección del Numancia, le dió 
desde luego el dorninio de la zona de operaciones; pe- 
ro esto hada decidía, y además en estas marchas ha- 
bía inutilizado gran parte de sus cabalgaduras. Por 
_ Otra parte, las enfermedades endémicas de la región 
de la costa empezaban á hacerse sentir en las tropas 
invasoras, no aclimatadas aún, En tales condiciones, el 
ejército libertador era como un aerolito en los vas: 
tos espacios del virreinato del Perú, que sólo se vin= 
culaba á los estremecimientos aislados del país in- 
vadido, por la atrevida marcha de circunvalación que 
simultáneamente ejecutaba la columna de Arenales en 
el corazón de la sierra. Era necesario ensanchar el 
campo de acción, para proporcionarse recursos y re- 
montar el ejército con contingentes de la sierra; era 
necesario conquistar y dar consistencia política á las 
provincias del norte para dar un punto de apoyo á 
las operaciones militares, encerradas en círculo limi: 


PE y E 


tado y sin horizontes, á fin de estrechar á Lima, que 
era el objetivo inmediato; y sobre todo, era indispen- 
sable dilatar la revolución y organizar la insurrec- 
ción popular, sin lo cual la expedición se reducía á 
las proporciones de una aventura en que todo queda- 
ba librado á la suerte dudosa de las armas ó á la ac- 
ción lenta del tiempo, en que al fin las armas mis- 
mas se inutilizarían. 

A una parte de estas exigencias respondía la atre- 
vida marcha de Arenales á lo largo del interior del. 
país. Para ligar esta operación con la posición ofen- 
sivo-defensiva del ejército en Huaura, el general en 
jefe, al extenderse sobre su flanco izquierdo -hasta el 
pie de la sierra, ocupó á su retaguardia el populoso 
departamento de Huaylas (29 de noviembre de 1820) 
rico en ganados, y expulsó de él á los realistas, jurán- . 
dose allí la independencia por setenta mil habitantes. 
Este suceso fué precursor de otro de mayor importan- 
cia, que aseguró completamente el éxito político y 
militar de la expedición. Casi simultáneamente, todo 
el norte del Perú se pronunció por la causa de la in-, 
dependencia. Este fué el primer movimiento de insu- 
rrección espontánea que se produjo en el país, sin el 
concurso inmediato de las armas libertadouras, si bien' 
contando con su protección en virtud de los trabajos 
secretos iniciados por San Martín. 

El norte del Perú, cuna de la colonización españo- 
la, era entonces, como es hoy, el gran centro agrícola,; 
cuyas variadas producciones constituían su principal 
fuente de riqueza. En 1820, casi toda esta región ha, 
llábase comprendida en la intendencia de Trujillo — 
una de las ocho del virreinato,—y contaba aproxima- 
damente con una población de 300.000 almas, de las, 
cuales como 140.000 eran indígenas, 90.000 mestizos,, 
20.000 hombres libres de color, 10.000 esclavos y 40.000 


a 


de raza española pura. Colindante con el virreinato 
de Nueva Granada al oriente de los Andes siguiendo 
la larga corriente del Amazonas, y especialmente con 
Quito y Guayaquil al occidente en la prolongación de 
las costas del mar, su posesión daba el dominio de 
las grandes operaciones estratégicas de los beligeran- 
tes sobre el Pacífico, que tenian por teatru la parte 
del continente de la América meridional desde el Al- 
to Perú hasta Caracas. Teniendo en vista esto mis- 
mo, y principalmente, ligar la defensa de las costas del 
Perú con las de Guayaquil, el virrey Pezuela había si- 
tuado en Piura una división de 1.600 hombres, de que 
formaba parte un batallón de línea de 600 plazas y la 
compañía de cazadores del Numancia, fuerte de 130 
plazas, situado en la ciudad de Trujillo. 

Gobernaba por entonces la intendencia de Trujillo 
con nombramiento del rey, el general José Bernardo 
Tagle y Portocarrero, limeño, más conocido por su 
título nobiliario de marqués de Torre-Tagle, quien, 
como antiguo partidario liberal de Baquijano y dipu- 
tado á cortes, había alcanzado cierta notoriedad entre 
sus paisanos. Este personaje de carácter débil y de 
costumbres disolutas, que ha representado en la his- 
toria el papel de un figurón, desempeñó por esta vez 
el de prócer de la causa de su patria, que más tarde 
traicionaría. De acuerdo con San Martín, que había 
abierto con él comunicación secreta desde Pisco, tra- 
bajó hábilmente en preparar la opinión de las pro- 
wincias del norte. El 24 de diciembre convocó en Tru- 
jillo un cabildo abierto é hizo presente lo inútil que 
sería toda resistencia al menor esfuerzo de San Mar- 
tín para apoderarse de ese territorio, supuesto que no 
había tropas suficientes que oponerle, ni dinero para 
sostenerlas, y que por lo tanto la prudencia aconsejab: 
someterse al imperio de las circunstancias, Los realis- 


tas, sostenidos por el obispo Carrión y Marfil, hombre 
de grande energía, opinaron por que se resistiese á 
todo trance. Torre-Tagle hizo prender al obispo y sus 
partidarios, y el 29 de diciembre (1820) enarboló la 
bandera inventada en Pisco. Fué el primer peruano 
que juró la independencia del Perú, y Trujillo el pri- 
mer pueblo peruano que la conquistó por su solo es- 
fuerzo cívico. En memoria de este acontecimiento lle 
va hoy Trujillo le denominación de «Departamento de 
Libertad. » 

A Trujillo siguió Piura, venciendo mayores resis- 
tencias. Estaba acantonado alí con 4 piezas de artille- 
ría el batallón de línea que constituía el nervio de las 
guarniciones del norte, que permanecía fiel á su rey. 
La población estaba desarmada. Intimado el cabildo 
por Torre-Tagle de que de no someterse á la causa de 
la independencia, sería la provincia reducida por la 
fuerza, un patriota decidido llamado Jerónimo Semi- 
nario, promovió su reunión con asistencia de los jefes 
militares, y sostenido por algunos hombres del pue- 
blo, cbligó á los últimos á firmar la orden de someter- 
se á San Martín. El batallón, después de alguna resis- 
tencia, se dispersó, y Piura se uniformó con Trujillo 
(4 de enero de 1821). De este modo, todo el norte del 
Perú desde Chancay á Guayaquil, quedó por los in- 
dependientes, San Martín tuvo una base de operacio- 
nes segura, y pudo contar con mayores recursos en 
hombres, subsistencias y cabalgaduras, recibiendo des- 
de luego un contingente de 430 hombres de infantería 
y 220 de caballería, 


m0, ARE 


VII 


- «Todo va bien: Cada día se asegura más la liber- 
»tad del Perú. Yo rae voy con pies de plomo, sin, que- 
»rer comprometer una acción general. Mi plan es blo- 
»quear á Pezuela. El pierde cada día la moral de su 
»ejército : se mina sin cesar. Yo aumentando mis fuer- 
»zas progresivamente. La insurrección cunde por to- 
»das partes como el rayo. En fin, con paciencia y sin 
»precipitación, todo el Perú será libre en breve tiem- 
»po.» Esto escribía el Fabio sudamericano en vísperas 
de la insurrección de Trujillo, que aseguraba su base : 
de operaciones, en momentos en que, contrariando su 
propio plan que tan buenos resultados le daba, se pre- 
paraba á ejecutar un movimiento que, si bien respon- 
- día al proyecto de estrechar el cerco de Lima, era una 
imprudencia, cuando no un error militar, que contras- 
ta con sus palabras tan llenas de confianza en el éxito 
de la espectativa paciente y activa. Por este momen- 
to psicológico pasan todos los generales en circunstan- 
cias análogas, poniéndose á veces en contradicción sus 
planes improvisados con sus planes madurados. Em- 
pujados á la acción por esa fuerza latente de la masa 
que obedece y la transmite á la cabeza que dirige, se 
mueven inconscientemente, armonizando en aparien- 
cia sus ideas con sus movimientos. En la guerra, así 
en la expectativa de las combinaciones que tiene que 
dar de sí por la acción del tiempo, como en medio del 
fuego de las batallas, hay momentos en que es preferi- 
ble permanecer quieto en vez de moverse en el vacío 
win objetivo claro, ó bien dejar que el choque de las 
masas comprometidas decida la victoria, cuando, co- 
mo la bala disparada, escapa de la mano que la ma- 
neja. 
. Tomo IV 3 


ps 


San Martín no tuvo la paciencia de que blasonaba, 
y hubo de comprometer el éxito de la campaña faltan» 
do á la regla que se había trazado, que le estaba im- 
puesta por la desproporción de las fuerzas y el des- 
arrollo gradual de sus propias combinaciones estraté- 
gicas, tácticas y políticas. 

Después de la defección del batallón Numancia y 
contando con el pronunciamiento de las provincias del 
norte que aseguraba su base de operaciones hasta 
Guayaquil, San Martín meditó un ataque combinado 
con la división de la sierra para estrechar á Lima, re- 
suelto á provocar una batalla decisiva, cuando todo el 
ejército de Huaura no alcanzaba á 4.000 hombres, y 
el concierto con Arenales era, si no imposible, por lo 
menos muy dudoso. Su plan era avanzar de frente con 
todo el ejército sobre Chancay, mientras Arenales des- 
cendía de la sierra por entre el río Chancay y el Cara- 
baillo-—que cubre á Lima por el nordeste, —tomando 
á los realistas por el flanco. Con este propósito se mo 
vió de Huaura y avanzó hasta Retes (5 de enero de 
1821), estableciendo su izquierda destacada en Palpa 
-——al sur del Chancay,—para apoyar la incorporación 
de Arenales, y el resto de su fuerza escalonada en el 
espacio de 5 kilómetros hasta Ancón, con los trans- 
portes en este puerto. Arenales, más prudente que el 
general en jefe, hizo presente: que tendría que atra- 
vesar más de 100 kilómetros de camino escabroso ó de- 
sierto, para colocarse 4 75 ó 100 kilómetros del ejér 
cito situado en Palpa, lo que hacía la operación tar 
contingente como riesgosa. El proyecto fué abandona- 
- do cuando ya las reservas de San Martín estaban á 
70 kilómetros de Lima y 5us avanzadas á 25 kilóme-: 
tros. La división de la sierra se incorporó entonces al 
ejército. 

La posición de San Martín era tan falsa como mal 


al 


Ar. |, REE 


elegida para los efectos que se proponfa. Retes, que 
se hallaba á cinco kilómetros al nordeste del pue- 
blo de Chancay, es un sitio malsano y escaso de fo- 
rraje para las cabalgaduras, que además del incon- 
veniente de estar muy próximo á Asmapuquio (55 ki- 
lómetros), no ofrece ventajas para la resistencia. Era, 
en condiciones mucho más desventajosas, la repetición 
del error ó del descuido de Cancharrayada. Las tro- 
pas españolas, superiores á las de San Martín en nú- 
mero, y principalmente en caballería, después de los 
refuerzos traídos por Canterac del Alto Perú, y re- 
concentradas como se hallaban en Asnapuquio, podían 
en una marcha forzada de una noche amanecer sobre 
Retes, y obligar á San Martín á retroceder para to- 
mar una posición más militar. El agua quedaba del 
lado ro las tropas del rey, mientras que las indepen- 
dienfés tenían á sus espaldas 83 kilómetros de arenal 
por el camino de la playa hacia Huacho, y 50 kiló- 
metros por el camino del pie de la sierra hasta Sayán. 
Si aceptaba la batalla, la arriesgaba sin probabilida- 
des de triunfo. En el mejor caso, una retirada por tie- 
ria hasta Huaura Óó un reembarco en Ancón, era una 
verdadera derrota. Los jefes superiores del ejército 
español eran hombres bastante entendidos en cosas 
de guerra para no comprender la ventaja que les brin- 
daba su enemigo, cuando era hasta una necesidad para 
ellos el moverse sin pérdida de tiempo para recuperar 
la preponderancia moral perdida, evitando así ser es- 
trechados en sus posiciones. La Serna, que había sido 
nombrado general en jefe, con Canterac por jefe de 
estado mayor, propuso al virrey un plan de ataque, 
que fué aceptado. Pero el ejército realista estaba tan 
enecrvado por la inacción y por los sucesivos contrastes 
sufridos sin pelear, que pasaron varios días antes que 
se pudiesen reunir los elementos necesarios de movili- 


a UE 


dad. Mientras tanto, los agentes secretos de Lima, 
que penetraban todos los secretos, comunicaron á San 
Martín el plan. El general independiente, apercibido 
de los peligros de su posición, dispuso tranquilamente 
la retirada (13 de enero) y volvió á ocupar su campa- 
mento de Huaura, donde aumentó sus defensas (16 de 
enero de 1821). 

El movimiento aventurado de San Martín le propor- 
cionó algunas de las ventajas que se proponía. El 
ejército independiente mostró que era capaz de ma- 
niobrar con orden al frente del enemigo; la deserción . 
en el ejército realista volvió á pronunciarse; la insu- 
rrección en los contornos de Lima por la parte de 
la sierra se organizó del modo que se explicará más 
adelante, y el enemigo, burlado en sus planes, vió 
empeorarse su situación. En vano fué que Canterac 
se moviese tardíamente con toda su caballería sobre 
Chancay, debiendo La Serna apoyar este avance con 
el resto del ejército de Asnapuquio (enero 27). El vi- 
rrey, temeroso de que alejadas sus tropas de la capi- 
tal, San Martín se embarcase en Huacho y cayese so- 
bre ellas antes de tener tiempo de acudir á su defensa, 
dió contraórdenes, y volvió á encerrarse en la defen- 
siva inerte. «Los leales, según confesión de un histo- 
»riador español, actor en los sucesos, se convencieron 
»de' que en el gobierno no existía plan para conjurar 
»la tempestad que crujía, y que, si había alguno, era, 
»sólo conservar á Lima mientras pudiera, y capitular 
»después ; idea que abiertamente resistían la mayoría 
»del ejército y demás defensores de los derechos es- 
»pañoles. » Desde este momento quedó decidida la depo- 
sición del virrey por los jefes de su ejército, que cons- 
piraban contra su autoridad, movidos por un senti- 
miento de patriotismo, en que intervenía el pensamien- 
to del liberalismo español que representaban en opo- 


E. y PAN 
sición, según en su lugar se explicó. (Véase cap. XXV, 
párrafo VIII). 

Por este tiempo empezáronse á hacer sentir en lLi- 
ma los efectos del bloqueo marítimo y terrestre, á que 
concurría eficazmente un nuevo elemento popular y 
militar, creación de San Martín. Con su experiencia 
de la guerra en España, y como lo había practicado en 
el Alto Perú y en Salta durante su mando del ejér- 
cito del norte, promovió la «guerra de recursos», por 
medio de partidas ó «montoneras», como las llamaban 
los españoles. Dióles una organización apropiada á 
la espontaneidad de la insurrección, las armó, les dió 
jefes y les trazó un plan de campaña en sus hostili- 
dades, convirtiéndolas en una especie de vanguardia, 
que como antemural á su ejército, ocultaba sus ma- 
niobras y las facilitaba con exacto conocimiento de los 
menores movimientos del enemigo. Estas guerrillas 
que fueron «aumentando rápidamente, y que to- 
maron consistencia cuando avanzó hasta Retes, al- 
canzaron á formar una división como de 600 hombres. 
Su punto de reunión era el pie de la sierra, de la 
que descendían repentinamente, interceptando en sus 
correrías los caminos, y atacaban los destacamentos y 
puestos avanzados, apoderándose de los convoyes de 
provisiones de boca y de las cabalgaduras, de manera 
de mantener en continua alarma á los realistas reduci- 
dos al recinto de la capital y del puerto cerrado del 
Callao. Fué nombrado jefe de todas las guerrillas, el 
comandante Isidoro Villar (argentino de Salta), que 
había estado prisionero largos años en las casamatas 
del Callao. Las diversas partidas eran mandadas por 
los capitanes peruanos Vidal, el héroe de Valdivia, 
Cayetano Quirós, Navajas, Ayulo, Elguera, y el caci- 
que Nanivilca (que después llegó á coronel), señalán- 
dose todos ellos con proezag y golpes de mano bien 


* $9 — 


combinados, que esparcieron la desmoralización en las 
filas enemigas, y despertaron el espíritu nacional. 

Para dar forma política y legal á la ocupación mili- 
tar del país, y fijar las reglas de su conducta pública 
ante la masa de los gobernados, expidió en Huaura, 
á título de libertador y en nombre de los derechos del 
continente americano, una ley orgánica con la deno- 
minación de «Reglamento Provisional», á fin de pre- 
parar, según sus palabras, «la reforma del nuevo or-, 
»den de cosas, y no dejar en la incertidumbre los de- 
»rechos de los particulares al arbitrio de un poder 
»rindefinido.» Su preámbulo, redactado por Monteagu- 
do, estaba lleno de frases huecas y sonoras, sin doctri-- 
na y sin declaración de principios republicanos. Sw: 
parte dispositiva se reducía á dividir el territorio ocu- 
pado por las armas libertadoras en cuatro departa- 
mentos, á saber: Trujillo, Tarma, Huaylas y la Costa, 
regidos por un presidente cada uno de ellos, y subdivi- 
didos en partidos ó distritos con un gobernador po- 
lítico cada uno de ellos. Los presidentes y gobernadores 
administrarían justicia dentro de sus respectivas ju- 
risdicciones en las causas no reservadas á la potes- 
tad suprema y á la autoridad militar, ó que por su 
especialidad tuviesen tribunal propio, y sus sentencias 
serían apelables ante una corte establecida en Truji- 
llo. Este fué el primer bosquejo de constitución admi- 
nistrativa del Perú y el primer ensayo de gobierno 
nacional. 

Hacía tres meses que estaba abierta la campaña. 
El ejército expedicionario en este lapso de tiempo, 
había provocado la revolución de Guayaquil, quitando 
al enemigo 1.500 hombres ; conquistando todo el norte, 
dispersando otros tantos soldados ; recibido en su seno 
el contingente de un batallón defeccionado de 650 pla- 

zas, como 500 voluntarios y otros tantos desertores del 


rm ¿8 — 

enemigo; insurreccionado gran parte del interior del 
país y de los alrededores de Lima ; derrotado, muerto ó 
aprisionado más de 2.000 hombres en la campaña de la 
sierra, según se explicará ; adquirido la preponderancia 
moral y consolidado su situación política y militar, 
estrechado el asedio de la capital del Perú próxima 
á sucumbir sin combates. Una gran batalla no habría 
dado mayores resultados. Todo esto se había alcanzado 
en el espacio de esos tres meses, con 4.000 hombres 
contra 23.000. El éxito daba la razón al juicioso plan 
de campaña de San Martín, acusado de inacción ó 
timidez en esta ocasión, demostrando hasta en sus 
desvíos y ulterioridades previstas ó lógicas, que era 
el único posible, dada la desproporción de las respecti- 
vas fuerzas, y la necesidad de conservar íntegras las 
invasoras, para consolidar la base de la independencia 
del Perú. 

Ahora, para completar el cuadro de la campaña 
hasta principios de 1821, se hace necesario seguir á 
la división de Arenales, que dejamos en marcha al 
interior del país, al tiempo del reembarco en Pisco. 
(Véase cap. XXVI, párrafo VII). 


CAPITULO XXVIII 


Expedición libortadora del Perú.—(Primera campaña 
de la Sierra). 


1820-1821 


Importancia de la primera campaña de la Sierra.—Regiones del 
Perú.—Teatro de operaciones de la expedición de la Sierra.—Ei 
valle de Jauja, nudo de las operaciones.—Zonas militares.— 
Prospecto general de la campaña del Perú.—Objetivos de la 
campaña de la Sierra.—Instrucciones de San Martín para la 
campaña de la Sierra.—Arenales general de la Sierra.—Ocupa- 
ción de 1lca.—Combate de Nasca.—Sorpresa de Acarí.—Planes 
le San Martín.—Arenales atraviesa la cordillera y ocupa Hua- 
manga. —Maniobras preliminares sobre el Río Grande.—Ocupa- 
ción de los valles de Huancayo, de Jauja y de Tarma.—Marcha 
ofensiva sobre Pasco.—Batalla del cerro de Pasco.—Marcha de 
Ricafort sobre Huamanga.—Movimientos de Bermúdez y de Al- 
dao desde lIca.—Insurrección de Huamanga.—Derrotas de Hpna- 
manga, Cangallo y Huancayo.—Crueldades de Ricafort.—Aldao 
mantiene la insurrección de la Sierra.—La división de la Sierra 
se retira á la costa.—Examen de la campaña de la Sierra, 


o 1 


La primera campaña de la Sierra del Perú, cortó 
movimiento inicial de la expedición libertadora del 
Perú, tiene una importancia capital, por cuanto ella 
determinó el círculo dentro del cual debían rotar las 
masas puestas en acción, obedeciendo á leyes “físicas 
subordinadas á la naturaleza y configuración del te- 
rreno. No se comprenderían bien sus complicadas mar- 
chas y maniobras sin tener una idea general del territo- 
rio en que se desenvolvieron. Una representación grá- 


dls 


fica pondrá de bulto ante los ojos sus grandes linea- 
mientos. 

El Perú, en su conjunto, puede considerarse como 
un macizo de montañas dentro de una especie de 
triángulo, cuya base mide 1.300 kilómetros desde el 
grado 3. de latitud austral, que se prolonga de norte 
á sur por el espacio de 2.500 kilómetros hasta la fron- 
tera del Alto Perú en el Desaguadero, donde se es- 
trecha á la altura del grado 18.” en que sólo mide 
100 kilómetros. Considerado bajo su aspecto geográ- 
fico y climatológico, este territorio se divide en dos 
_Ó tres regiones, de fisonomía y aspecto diversos: la 
costa, la sierra y la montaña, que es una variante de 
la sierra. A lo largo del litoral marítimo, que des- 
cribe el lado mayor del triángulo, se extiende una faja 
de áridos arenales como de 75 á 100 kilómetros en 
su mayor anchura, regada por veintitrés ríos de más 
Óó menos importancia, cuyos cauces forman otros tan- 
tos valles cultivables, con desiertos intermedios, que 
accidentan laberintos de médanos movedizos al capri-. 
cho de los vientos, sin indicios de vegetación, sin aves 
en el xire ni reptiles en el suelo, y donde no llueve 
jamás. Esta es la tierra caliente, la región de la costa 
donde á la sazón operaba San Martín con el. grueso 
de su ejército. Al este de esta región se levanta,' 
ex abrupta, la cadena occidental de la cordillera de 
los Andes, que comprende en su macizo lo que propia-' 
mente se llama la región de la sierra. Al oriente está 
la cordillera nevada, que forma el tercer lado del trián- 
gulo. Esta es la región conocida por antonomasia en 
el país con la denominación de «la montaña», en cuyas 
vertientes la naturaleza ostenta todo el esplendor de 
la zona tropical. Las cadenas de los Andes, que se 
bifurcan en la frontera meridional del Alto Perú, y 
corriendo paralelas forman sus altiplanicies (véase 


O, (/ ON 


cap. v, párrafo vtr, y capítulo x1rr, párrafo 1), reúnen- 
se en el Bajo Perú, y encierran dentro de sus intrin- 
cadas ramificaciones los valles y lagos andinos que le 
imprimen su fisonomía, marcando hasta la altura de 
4.900 metros, en sus variados niveles, todos los gra- 
dos del termómetro. 

Según la organización política del virreinato, el Pe- 
rú se hallaba dividido entonces en ocho intendencias, 
que para los efectos de esta explicación, deben con- 
siderarse en cuatro grupos sistemáticos. La vasta in- 
tendencia de Trujillo al norte, dominada por los inde- 
pendientes, formaba un país aparte, en que la costa 
y la sierra se ligan hasta los límites de la montaña 
en las nacientes del Amazonas. Las intendencias de 
Lima y Arequipa, comprendían la costa y parte de 
la sierra del centro y del sur. Las del Cuzco y Puno, 
con la de Arequipa, formaban el grupo del sur, en 
contacto más ó menos directo con el Alto Perú, ocu- 
'pado por las armas españolas. Allí estaba situado el 
ejército de reserva que ligaba las operaciones de los 
tres ejércitos realistas de Lima, la Sierra y el Alto 
Perú. Al centro estaban las intendencias de Huanca- 
velica, Huamanga y Tarma, dentro de cuyo perímetro 
debían desarrollarse las operaciones de la división de 
la sierra en el corazón del país. Esta parte del terri- 
torio, en que las cordilleras se alternan y se ramifi- 
can, y las montañas se apiñan hasta la región de las 
nieves perpetuas, está cruzado por una red de ríos 
torrentosos, que sólo pueden atravesarse por puentes 
de maromas, que oscilan sobre los abismos en que se 
tienden. De la región de la costa á la sierra penétrase 
como por las brechas de una muralla escarpada por 
sinuosidades, que son como portadas plutónicas, lla- 
madas en el país quebradas, y por senderos estrechos, 
llamados laderas, que contornean la montañas al bor- 


rr 43 — 


de de hondos precipicios. Gradualmente se asciende' 
como por una escalera ciclópea, desde la tierra caliente 
hasta la cumbre helada de la cordillera occidental, que 
es una alta planicie desierta y desolada. Tal era el. 
camino que tenía que recorrer la expedición de la 
sierra para penetrar á las tres intendencias centrales. 

El rasgo más prominente del centro de la sierra 
- son sus amenos y espaciosos valles, centros prósperos 
y abundantes de población y producción. El más no- 
table, y que debía servir de base á las operaciones 
de la columna destacada desde Pisco sobre la sierra, 
es el que forma el de Río Grande ó de Jauja, que 
“corre por su fondo de norte á sur. Cierran sus dos ex- 
cremidades las populosas ciudades de Jauja y Huan- 
cayo: la primera al norte y la otra al sur. En su 
promedio, una punta salienté de la cordillera oriental 
que lo limita por el este y que se proyecta entre San 
Jerónimo y Concepción—dos afluentes del Río Grande,, 
—corta el valle en dos, tomando cada uno de ellos 
el de la ciudad principal. En este punto está tendido: 
uno de los puentes que comunica con la ciudad de 
Tarma, situada al nordegte en una boya de la cordi- 
llera oriental. Más adelante está el famoso mineral 
de Pasco cuyos caminos conducen directamente á las 
AS que el ejército independiente ocupaba so- 

re la costa. Aquí las dos cordilleras forman un nudo 
á la altura de más de 4.300 metros sobre el nivel del 
mar, que proyectan hacia el norte tres cadenas y otros 
tantos valles paralelos, cuyos ríos se derraman en el 
Atlántico y el Pacífico. Por lo tanto, el territorio de 
Tarma, y especialmente el valle del Río Grande, era 
el eje de las operaciones de la expedición de la Sierra, 
y Pasco su objetivo. Invadidas las intendencias de 
Huancavelica y Huamanga, quedaban cortadas las co- 
municaciones de Lima con Arequipa, el Cuzco, Puno 


ARE. Y, QUE 
y el Alto Perú por la parte del sur. Ocupada Tarma, 
.se amagaba á Lima por la espalda, y en Pasco, se 
abría al norte una nueva línea y una nueva base de 
Operaciones. 

Esta sinopsis geográfica pone de sore las líneas ge- 
nerales del teatro de la guerra. Vese que, así como el 
Perú se divide en dos regiones marcadas, su territorio 
puede dividirse en dos ó más zonas rrilitares, según 
sean los planes de campaña y las combinaciones es- 
tratégicas á que respondan. El plan de invasión de 
San Martín era mixto, mirado por este aspecto geo- 
gráfico. La expedición de la sierra respondía á la idea 
de aislar el ejército de Lima y paralizar la acción del 
ejército de reserva del sur ó atraerlo hacia el centro, 
desbaratando así los planes de defensa del enemigo. 
La marcha por agua á lo largo de la costa, cerraba el 
círculo de las operaciones al norte de Lima, y dividía 
el Perú en dos zonas: el centro y sur ocupados por 
los realistas con su base en el Alto Perú, y el nor- 
te, ocupado por los independientes con su base en 
_toda la América revolucionada á su espalda. Ambos 
contendientes, con un pie en la costa y otro en la 
montaña, tenían, el uno por punto de apoyo y el otro 
por objetivo inmediato, á Lima. La posesión de Lima, 
consolidaba para los independientes la del norte del 
país, pero no resolvía el problema, por cuanto no daba 
el dominio de la sierra. Perdida una batalla en Lima, 
los invasores tenían que reembarcarse y renunciar á 
su empresa. Por el contrario, los realistas, aun ex- 
pulsados de la capital, podían replegarse á la sierra, 
reforzarse con sus reservas y continuar la guerra con 
nuevos recursos. El triunfo final estaba, pues, en la 
sierra. De aquí la necesidad de economizar las escasas 
«fuerzas invasoras que apenas bastaban para lograr el 
objetivo inmediato, y utilizarlas de manera que obra- 


si 


sen á la vez en la cesta y en la sierra concurriendo á 
los resultados ulteriores. Dentro de estas lineas, á 
que tenían necesariamente que subordinarse las evo- 
luciones de los beligerantes, tenía que resolverse, como 
se resolvió en definitiva, el problema militar de la 
campaña final de la independencia americana en el te- 
rritorio del Perú. La expedición á la sierra preparaba 
este resultado. Exploraba el camino, ligaba las opera- 
ciones de la región de la costa con la de la sierra, y se- 
ñalaba en el centro el nudo de las dos grandes zonas 
del sur y del norte, en que independientes y realistas 
se reconcentrariían, primeramente para buscarse y me- 
dirse, y por última vez desde Pasco á Huamanga, 
para dirimir la contienda dentro del perimetro que 
iban á recorrer. 


181 


Posesionado San Martín de Pisco al tiempo de ini- 
ciar la invasión, y decidido á llevar la guerra al nor- 
te, concibió el atrevido pensamiento de destacar una 
columna volante al interior del país, que al efectuar 
una marcha de circunvalación, despertase el espiri- 
tu revolucionario en las provincias, reconociese las 
localidades y se diese cuenta de sus recursos y ven- 
tajas militares; operase una seria diversión, para im- 
pedir que las fuerzas situadas á la distancia concu- 
rriesen á engrosar el ejército de Lima ; desconcertase 
de este modo los planes del enmigo ocultando los pro- 
pios; y por último, buscase la incorporación con el 
grueso del ejército por el norte, después de destruir 
las tropas que encontrase á su paso, combinando sus, 
movimientos con el plan general de campaña. El jefe 
de esta empresa no podía ser otro que el general 
Arenales. Sus notables cualidades de mando, su expe- 


E 
.— 46 — 


riencia en la guerra de montaña y la popularidad de 
su nombre en el Alto Perú por sus extraordinarias 
hazañas, lo señalaba de antemano. (Véase cap. v, pá- 
rrafo vI1). Sus instrucciones redactadas por San Mar- 
tín en la víspera de denunciar el armisticio de Mira- 
flores (4 de octubre), le prevenían atacar sin pérdida 
de tiempo la división enemiga que el virrey había des- 
tacado sobre Pisco al tiempo del desembarco, y reple- 
gádose á Ica. Ejecutada esta operación, penetrar en 
la sierra y posesionarse de Huancavelica y Huamanga. 
Dirigirse en seguida al valle de Jauja y establecer 
41lí el cuartel general de la división, «fomentando la 
»independencia en todas las provincias inmediatas y 
»cubriendo todas las avenidas de la sierra hacia Li: 
»ma.» Avanzar un destacamento hasta Tarma á la vez 
de remontar el valle de Jauja «partiendo del principio 
»de que, debiendo comenzar el ejército sus operacio- 
»nes por el norte de Lima sus movimientos serían en 
»concepto de replegarse á 'él en caso de contraste», 
manteniéndose mientras tanto en la sierra. Por últi.- 
mo, le recomendaba la humanidad para con los enemi- 
gos de la independencia y para con los españoles euro- 
peos. 

La división expedicionaria se componía de los ba- 
tallones núm. 11 de los Andes y núm. 2 de Chile al 
mando del mayor Román Dehesa (argentino); te- 
niente coronel Santiago Aldunate (chileno); dos pi- 
quetes de granaderos y cazadores á caballo, formando 
un escuadrón, á órdenes del mayor Juan Lavalle y 
teniente Vicente Suárez (paraguayo) ; 2 piezas de arti- 
llería con su dotación de artillero á cargo del tenien- 
te Hilario Cabrera. Fué nombrado jefe de estado ma- 
yor el teniente coronel argentino Manuel Rojas, que 
había hecho sus primeras armas contra las invasio- 
nes inglesas del Río de la Plata y militado con distin- 


200, :, 


ción en las campañas del Alto Perú. Con esta fuerza, 
escoltada para mayor garantía por el regimiento de ca- 
zadores montados, movióse sigilosamente Arenales en 
la noche del 5 de octubre en dirección á Ica con rumbo 
al sudeste. Por esta marcha de medio flanco quedaba 
cortada la columna realista, situada en Ica, fuerte de 
800 hombres de infantería y caballería. El coronel 
Quimper que la mandaba, púsose en fuga á la aproxi- 
mación de los independientes, á los que se pasaron 
dos compañías de infantería. Con el resto, empren- 
dió Quimper su retirada al sur á lo largo del camino 
de la costa por la falda de la sierra. Desprendióse en 
su persecución un destacamento de 250 hombres de ca- 
ballería y de infantes montados, al mando de Rojas. 
Marchando por caminos extraviados, situóse á tres le- 
guas á retaguardia de Quimper, que con 600 hombres 
de infantería y caballería había hecho alto en el pue-' 
blo de Nasca. La caballería patriota, dirigida por La- 
valle, y sostenida á la distancia por su infantería, ata” 
có á gran galope el campo realista (15 de octubre). 
Fué una sorpresa completa. Cuarenta y un muertos, 
86 prisioneros, entre ellos 6 oficiales, y 300 fusiles, 
fueron los trofeos de esta fácil jornada. Al día si- 
guiente (16 de octubre) el teniente Suárez con 30 ca- 
zadores montados, sorprendió en Acari el convoy de 
Quimper, tomando 100 cargas de armamento, con la! 
derrota de la tropa que lo custodiaba. De este modo 
quedó totalmente destruida la primera división des- 
prendida del ejército de Lima contra el ejército expe- 
dicionario del Perú. 

San Martín, mientras tanto, sólo esperaba que la 
expedición de la sierra iniciase su movimiento, para 
empezar á desenvolver su plan de campaña. «Are- 
»nales—escribía á O'Higgins, —debe ponerse á caballo 
»sobre Jauja, y comunicarse conmigo por el nor- 


=> 48 2 

»te. Yu debo reembarcarme para atacar al norte de 
»Lima, sublevar las provincias de Huaylas, Huánu- 
»co y Conchuchos, de cuya decisión estoy perfecta- 
»mente persuadido. Mi objeto en este movimiento, 
»es bloquear á Lima por la insurrección general y 
»obligar á Pezuela á una capitulación, sin desatender 
»al mismo tiempo el aumento del ejército y la sub- 
»yugación de la intendencia de Trujillo. Casi pue- 
»do asegurar que este plan dará los mejores resul- 
»tados, y que si se verifica, Lima estará en nuestro 
»poder á los tres meses de la fecha.» Impaciente, ins- 
taba 4 Arenales para que acelerase su marcha, aun 
dejando atrás su parque, conducido á lomo de mula. 
El prudente general de la sierra, le "contestaba dán- 
dole razón, pero observaba: «Esto no es practicable. 
»Yo no puedo ni debo dividir mi fuerza. El dejar el 
»cargamento atrás, es exponerlo á un riesgo inminen- 
»te, y exponerme á carecer de armamento y municio- 
»nes. Con el cargamento, me batiré aunque sea con el 
'smismo demonio, envalentonaré á los pueblos, y acre- 
:»ceré la fuerza que debe hacer respetable nuestro 
¡»ejército.» El general en jefe, como en su lugar se 
'explicó (cap. xxVI, párrafó v11), debilitado por la se- 
paración de la cuarta parte de su ejército, maniobró 
por el espacio de quince días para ocultar el movi- 
miento de Arenales, haciendo alarde de invadir á Li- 
ma por el valle de Cañete, con lo que logró completan 
mente su intento de entretener al enemigo. 


11 


- La vanguardia realista situada en Cañete á órde 
nes de O'Reylli, que debía operar en combinación con 
la columna de observación de Quimper sobre Pisco, 
se replegó á Lima así que San Martín apareció con 


su ejército en ancón. La atención del vírrey, llamada 
fuertemente hacia el norte, había perdido de vista el 
sur, cubierto por los movimientos simulados de San 
Martín al reembarcarse. Hacía nueve días que Arena- 
les estaba en marcha y tramontaba la cordillera (30 
de octubre), cuando tuvo el primer aviso vago de que 
una columna invasora de 1.400 hombres intentaba in- 
ternarse hasta Huamanga. Consideró temeraria la enm- 
presa, cuando no imposible, pues contaba de seguro 
que seríg contrarrestada por las fuerzas que defen- 
dían las intendencias de Arequipa, Cuzco y Puno, á 
la sazón engrosadas con dos batallones de infantería 
y tres escuadrones de caballería, al mando del ge- 
neral Mariano Ricafort, señalado en el Alto Perú por 
“sus servicios y sus crueldades, que tenía orden de si- 
tuarse en Huamanga. Además, confiaba en tres com- 
pañías de fusileros que con anticipación había hecho 
salir de Lima para reforzar las guarniciones del valle 
de Jauja. Alarmado, empero, con la repetición de los 
avisos, tuvo la idea de dirigir por el camino más cor- 
to una división de 1.000 infantes y 400 hombres de 
caballería, con el objeto de ocupar el puente de pie- 
dra dde Iscuchaca sobre el Río Grande—entre Huan- 
cavelica y Huancayo, —y que se situasen allí doscien- 
tas Ó trescientas cabalgaduras para activar las ope- 
raciones de las tres fuerzas combinadas. 

Al proceder así, el virrey partía del supuesto errú- 
neo, de que Iscuchaca era camino preciso para Jauju 
y Tarma, y tenía por seguro que allí sería detenida « 
destruída la columna que intentara penetrar á la sie- 
rra. Ni aun en esto acertaba, como no acertó á reali- 
zar su mismo plan, que habría puesto en serios apuros 
á Arenales, Cuando al fin se convenció de que «ln 
temeraria empresa,» era una realidad, y cuando Ar+- 
nales «estaba á caballo sobre Jauja,» según las ins- 

Tomo IV 4 


— 50 


trucciones de San Martín, dispuso tardíamente (18 de 
noviembre) que el batallón Extremadura se dirigiese 
por los altos hacia Huamanga y que O'Reylli marcha- 
se con dirección al Cerro de Pasco, al frente de una 
división de infantería y caballería, con el objeto de 
ocupar Tarma, cortar el puente de la Oroya sobre el 
Río Grande al norte de Jauja, y reforzado con las 
guarniciones de la comarca, tomar á Arenales entre 
dos fuegos. Luego se verá cómo el general expedicio- 
nario supo burlar estas disposiciones y apoderarse de 
los elementos de guerra preparados en su contra. 

Arenales, mientras tanto, había aprovechado su 
tiempo, sin perder horas. Después de destruir la co- 
lumna de Quimper, ocupóse de organizar una peque- 
ña división para cubrir su retaguardia, al mando del 
teniente coronel Francisco Bermúdez y del mayor Fé- 
lix Aldao, natural de Mendoza y antiguo capellán del 
ejército de los Andes, tan valiente como disoluto, que 
había colgado los hábitos de fraile dominico y ceñíido- . 
se el sable de los granaderos á caballo. El 21 empren- 
dió su movimiento hacia la sierra, remontando por su 
margen la corriente del río Ica, y cruzó la cordillera 
por el paso de Castro-Virreina por entre nieves y ris- 
cos. El 31 ocupaba la ciudad de Huamanga, donde hi- 
zo alto para dar descanso:á hombres y bestias. En 10 
días había recorrido 415 kilómetros sin encontrar más 
obstáculos que vencer que los de la naturaleza. Desde 
Huamanga empezó á desenvolver su plan de manio- 
bras para ocupar militarmente el valle de Jauja, pues 
era el punto que precisamente había indicado el vi- 
rrey para detenerlo y destruirlo antes de atravesar ds 
Río Grande. 

Este río, que como queda explicado, corre de nor- 
te á sur, se desvía hacia el este frente 4 Huancaveli.- 
ca y forma un doble codo a la altura de Huamanga. 


q 


El puente de Iscuchaga, de que se hizo mención an- 
tes, está poco más arriba del desvío, y en el primer 
codo se encuentra otro puente de maromas llamado 
de Mayoc, que comunica, como el anterior con Huan- 
cayo, Jauja y con Tarma, haciendo un rodeo por la 
falda de la cordillera oriental. 

Con estos conocimientos, olvidados por el virrey, 
desprendió el general desde lHuamanga dos parti- 
das á fin de apoderarse de las cabezas de los dos 
puentes, dirigiéndose con la columna al de Mayoc, 
donde se tomó prisionera la guardia que lo custo- 
diaba. 

A caballo Arenales sobre el Río Grande, el valle 
de Huancayo fué ocupado sin resistencia. Las tropas 
del rey, que lo defendían en número de 600 hombres, 
con algunas piezás de artillería, se replegaron sobre 
Jauja, y siguieron hacia Tarma buscando la protec- 
ción de la columna de O'Reylli. Alcanzadas por el 
mayor Lavalle el 20 de noviembre, á laz 9 de la no- 
che, en una cuesta escabrosa á inmediaciones de Jau- 
ja, las atacó resueltamente con 40 granaderos á ca- 
ballo y 15 oficiales voluntarios bien montados, matan- 
do 8 hombres y tomando 20 prisioneros, incluso 4 ofi- 
ciales. El 21 dominaba Arenales todo el'valle de Jau- 
ja. El comandante Rojas, con el batallón núm. 2 de 
Chile y 50 jinetes argentinos, se posesionó de Tarma, 
apoderándose de 6 piezas de artillería, 50.000 cartu- 
chos y de los 200 caballos mandados reunir por el 
virrey, que fueron un poderoso auxilio para la fatiga- 
da división expedicionaria. 11 primer objeto de la cam- 
paña estaba llenado. 


iV 


Dueño Arenales del valle del Río Grande y de Tar- 
ma, organizó política y militarmente las provincias li- 
bertadas, armó sus milicias, estableció sus depósitos 
de guerra, y provisto con los abundantes recursos del 
país, se puso en marcha hacia Pasco en busca de 
O'Reylli, que, como queda dicho, había salido de Li- 
ma el 18 de noviembre al frente de nna división. Com- 
poníase ésta del batallón Victoria, un escuadrón y va- 
rios piquetes de milicias regladas, la que, reforzada 
con algunas compañías «le infantería de la comarca, 
alcanzaba á formar un total como de 1.000 hombres. 
La división de Arenales constaba de 740 infantes y 
120 de caballería, incluso un piquete de voluntarios 
de Tarma, con 4 piezas de artillería. O'Reylli, en un 
principio, ocupó el mineral de Pasco, pero variando 
de posición, situóse en el pueblo del Cerro de Pasco, 
15 kilómetros al sur, resuelto á disputar el terreno. 
Del éxito del combate que iba á empeñarse entre am- 
bas fuerzas, dependía en gran parte la suerte de la ex- 
pedición libertadora del Perú. 

El 5 de diciembre acampó Arenales á inmediacio- 
nes de la posición enemiga, reconoció el terreno inter- 
medio, y decidió atacar en el siguiente día. El 6, al 
amanecer, púsose en marcha pausada para economi- 
zar las fuerzas de su tropa. A las 9 de la mañana lle- 
gó al pie del elevado y escabroso cerro de Uliachín, 
que domina la población, y que se consideraba posi- 
ción inexpugnable. Bajo una copiosa nevada se po 
sesionó de su cumbre, formado en tres columnas de 
ataque, dos paralelas á vanguardia y una de reserva 
á retaguardia en la proyección del claro de ambas, 


a > E 


subiendo á brazo su artillería mandada por Cabrera. 
La atmósfera se despejó en aquel momento. ñ 

Desde la altura se divisaba al pie el pueblo del Ce- 
rro situado en una hoyada, que sólo es accesible en 
su descanso por senderos escarpados. Entre las fal- 
das del cerro de Uliachín y la población se extiende 
un pequeño llano, cortado por un profundo barran- 
co y dos lagunas, rodeado de terrenos pantanosos. La 
artillería patriota rompió el fuego desde la cumbre de 
Uliachín, para obligar al enemigo á descubrir su fuer- 
za y su plan. O'Reylli, al ver coronar las alturas, mo 
vióse á tambor batiente en actitud de combate, y ten 
dió su línea á da orilla del pueblo. A la derecha, co- 
locó su caballería escalonada á retaguardia del flanco. 
Formó su infantería en dos batallones en primera lí , 
nea, ocupando su izquierda una pequeña altura cubier- 
ta por las lagunas, y su centro y reserva en otra al- 
tura, cubierta por el barranco. Entre el centro y la 
izquierda estableció dos piezas de artillería, que ba- 
tían el llano fronterizo. A su frente desplegó dos com: 
pañías de cazadores para impedir la bajada. En esta 
disposición, esperó el ataque que le llevaba resuelta 
mente Arenales. 

El combate se inició por parte de los independien- 
tes, en el mismo orden de columnas que llevaban al 
trepar el cerro. La columna de la derecha la compo- 
nía el núm. 2 de Chile, al mando de Aldunate; la de 
la izquierda, el batallón núm. 11 argentino, á órdenes 
de Dehesa; la reserva, á cargo de Rojas, formában- 
la compañías de ambos cuerpos. La caballería, man- 
dada por Lavalle, se situó á la izquierda en un bajo, 
frente á la enemiga, pero dividida de ella por el ba 
rranco y los pantanos. La artillería siguió el movi- 
miento general por secciones, apoyando cada una de 
ellas el avance de las dos columnas de ataque. El nú. 


— 54 — 


mero 2 de Chile (derecha independiente), atacó á paso 
de trote la izquierda realista, forzando un estrecho ist- 
mo de terreno escabroso formado por las dos lagunas 
que la cubrían ; rompió sus fuegos á medio tiro de fu- 
sil, y bajo el humo se lanzó al asalto sobre la posición 
enemiga, desalojando de ella á sus sostenedores. 
El punto cardinal del ataque era el centro, según 
el plan de Arenales. El núm. 11 de los Andes (izquier- 
da independiente), encargado de romper la línea por 
esta parte, cargó simultáneamente sobre el barranco, 
bajo el fuego de la artillería enemiga. Mientras tan- 
to, las compañías de cazadores del 2 y el 11, orillando 
la laguna occidental de Patarcocha (una de las que 
formaban el istmo) salvaba el barranco y flanqueaba 
,la izquierda y centro enemigos. Forzado el obstácu- 
lo por el 11, fué recibido por una descarga cerrada á 
tiro de pistola, y se lanzó á la bayoneta sobre el cen- 
tro, que desorganizado por l brusco del ataque, in- 
tentó formar cuadro, y retrocedió al fin en desorden 
á refugiarse en la población, desbandándose en segui- 
da. Al mismo tiempo, Lavalle cargaba con su escua- 
drón sobre la caballería enemiga que se ponía en fu- 
ga. Las columnas triunfantes, atravesaron la pobla- 
ción, y se reunieron al norte de ella, continuando la 
persecución. La derrota de los realistas fué casi ins- 
tantánea, después de los primeros choques. Los tro- 
feos de esta acción—que por su importancia más que 
por el número de combatientes, merece el nombre de 
batalla, —fueron : 343 prisioneros, entre ellos el gene- 
ral O'Reylli, y el coronel Andrés Santa Cruz, á quien 
veremos figurar más adelante en las filas independien- 
tes; 58 muertos y 15 heridos; la bandera del Vic- 
toria y los estandartes de la caballería; 2 piezas de 
artillería con sus pertrechos ; 360 fusiles, el parque y 
la caja militar. Logs vencedores de Pasco fueron con» 


— 55 — 


decorados con una medalla, de oro para los jefes, de 
plata para los oficiales y un escudo de paño bordado 
de oro para los soldados. 

La batalla de Pasco abría las comunicaciones de la 
división de la sierra con el ejército, ligaba la insurrec- 
ción del norte con la del centro decidiendo el pro- 
nunciamiento de Huánuco, y salvaba el éxito de 
la expedición libertadora en su primer movimiento es- 
tratégico. 


v 


A la retaguardia de la columna expedicionaria, las 
armas de la revolución eran menos felices. El fuego 
de la insurrección, encendido en su trayecto desde Ica 
á Huancayo, era apagado con sangre al mismo tiempo 
que triunfaba en Pasco. La pequeña división dejada 
en Ica á cargo del comandante Bermúdez y mayor 
Aldao, amenazada por fuerzas superiores que opera- 
ban en la costa y en la sierra, vióse obligada á eva- 
cuar la posición. Con arreglo á sus instrucciones, se 
replegó hacia la sierra en busca de la incorporación de 
Arenales. Alcanzada su retaguardia por una columna 
desprendida de Lima, perdió en el encuentro 14 muer- 
tos, 13 prisioneros y parte del armamento y municio- 
nes, que conducía. Pudo, empero, continuar su reti- 
rada y llegar hasta Huancayo, hostilizada á lo largo 
de su penoso camino por los mismos indios que en su 
tránsito habían vitoreado 4 Arenales, y que recibie- 
ron su retaguardia con hondas y peñascos desprendi- 
dos de las alturas inaccesibles. En Huancayo tuvo la 
hoticia del triunfo de Pasco. Arenales, sabedor de los 
movimientos de Ricafort en la sierra, previno á Ber- 
múdez que continuara su repliegue sobre el valle de 
Jauja, evitando todo encuentro decisivo, hasta que, 


— 56 — 


reunidas todas las fuerzas independientes que opera 
ban entre Tarma, Jauja y Pasco, pudiesen volver s80- 
bre el enemigo que amagaba su espalda. 

Casi simultáneamente con el avance de Arenales so- 
bre la sierra, el general Ricafort se había movido con 
el batallón 1. del Imperial Alejandro y un escuadrón 
de dragones, pertenecientes á la reserva situada en 
Arequipa, con dirección á Lima. A la altura de Nas- 
ca, impuestc de las novedades de la costa, tomó la 
vuelta de la sierra, y se situó en Andahuylas, sobre 
las vertientes del Apurimac, de modo de cubrir las in- 
tendencias del Cuzco y Arequipa, amenazando á las 
de Huamanga y Tarma por la espalda y el flanco. Allí 
se le reunieron el batallón Castro (de Chillotes) y dos 
escuadrones salidos del Cuzco (el 1. de noviembre), 
con lo cual formó una división como de 1.300 hombres, 
superior á la de Arenales. Al mismo tiempo que éste 
avanzaba sobre Pasco, Ricafort salía de Adahuylas y 
marohaba sobre Huamanga. Los indios de esta comar- 
ca, sublevados en masa, ocuparon en grupos desorde- 
nados las alturas de la entrada de su pueblo, con al- 
gunas piezas de artillería ligera y unos pocos fusi- 
les, rompiendo un fuego tan desconcertado como ino- 
fensivo (29 de noviembre). 

Atacados y fácilmente vencidos en sus posiciones, 
fueron pasados á cuchillo cuantos cayeron en ma- 
nos del vencedor. Los dispersos, unidos á otros insu- 
rrectos, se refugiaron en el pueblo de Cangallo en nú- 
mero de 4.000 Intimados de rendirse y rechazado ul 
indulto, Ricafort marchó sobre ellos con 400 infantes, . 
200 jinetes y una pieza de artillería. Los indios, arma- 
dos tan sólo de piedras, cargados á la bayoneta por la 
infantería y simultáneamente por la caballería, fue- 
ron deshechos segunda vez, dejando en el campo mil 
cadáveres (2 de diciembre). Los realistas no perdie- 


E 


ron un hombre, y sólo tuvieron ocho contusos y dos 
caballos maltratados. El pueblo de Cangallo fué sa- 
queado durante 48 horas y entregado á las llamas. 
Era la repetición del sistema de terrorismo ensayado 
en el Alto Perú y la renovación de las barbaras escenas 
de la primitiva conquista española. 

Ricafort, marcando su paso con degiellos, incen- 
dios y saqueos, contramarchó sobre Huamanga, don- 
de reconcentró su división. Alk tuvo.noticia de que 
Bermúdez y Aldao se habian puesto al frente de la in- 
surrección, de Huancayo. Esos jefes,, desatendiendo 
las prevenciones de Arenales y animados por la deci- 
sión de los habitantes de la comarca, resolvieron es- 
perar al enemigo con un monton de 5.000 indigenas 
armados de hondas, macanas y rejones, á que servía 
de núcleo un escuadrón de cabuliería organizado por 
Aldao y un piquete de Íusileros con tres piezas de ar-. 
tillería. El día 29, á las 3 de la tarde, apareció Rica. 
fort en la pampa de Huancayo con 1.300 hombres de 
las tres armas, iormados en dos columnas de ataque, 
forzó fácilmente un desfiladero, dispersó la indiada 
que lo sostenia, rodeó y asultó el pueblo entregándolo 
al saqueo, y pasó á cuchillo más de 500 hombres inde- 
íensos. Los realistas sólo tuvieron 21 hombres heridus 
y 27 caballos muertos ó heridos, lo que demuestra lo 
mútil de la inhumana carnicería. ] 

Aldao, que en esta acción acreditó mucho valor y 
disposiciones militares, se retiró á Jauja, con los res- 
tos de su pequeño escuadrón donde, en desavenencia 
con Bermúdez, asumió el mando militar de la insu- 
rrección del valle, sostenido por el gobernador Fran- 
cisco de Paula Otero (argentino de Jujuy), nombra- 
do por los patriotas. Privado del apovo de la división 
de Arenales, que había emprendido su marcha hacia 
la costa después de la batalla del Cerro, continuó 


su retirada por la sierra Tarma, y se situó en Reyes, 
cubriendo los caminos de Pasco, resuelto á sostener el 
terreno. Ricafort, en vez de perseguir á los fugitivos, 
se dirigió desde Jauja á Lima y descendió la cordille- 
ra por la quebrada de San Mateo, hostilizada su re- 
taguardia por los indígenas y naturales del país (ene- 
ro de 1821). Aldao, á la cabeza de 260 hombres que 
había reunido, volvió entonces sobre Tarma con áni- 
mo de renovar las hostilidades, recorrió el valle de 
Jauja reanimando la insurrección, se situó de nuevo 
en Huancayo y avanzó hasta Iscuchaca. En pocos días 
logró reunir otros 5.000 indios bajo su bandera de 
guerrillero, poderosamente ayudado por la activa pro- 
paganda de los curas patriotas de los pueblos de que 
estaba cuajada aquella comarca. Con esta fuerza co- 
lecticia, á que dió una semblanza de organización mi- 
litar, ocupó los desfiladeros y las cabezas del puente 
del Río Grande, cuya línea se propuso defender con- 
tra una pequeña división, mandada por el activo coro- 
nel José Carratalá, quien, siguiendo los pasos de Ri- 
cafort, lo excedería en crueldades. Aldao, librado á 
sus inspiraciones y recursos del país, mantuvo viva 
la insurrección en los valles de Huancayo, Jauja y 
Tarma, hasta las alturas frígidas de Pasco, eficazmen- 
te ayudado por el gobernador Otero. Los indios, fero- 
ces por temperamento y exasperados por las cruelda- 
des de que eran víctimas, presentaron al caudillo de 
la insurrección dos cabezas de enemigos, como signo 


de fidelidad. 
vi 


La expedición de la sierra tenía dos objetivos: uno 
militar y otro político. El primero, que era efectuar 
una poderosa diversión y concurrir á las operaciones 


St 


del grueso del ejército invasor por el norte, estaba lle- 
nado con grandes ventajas para la causa de la inde- 
pendencia peruana. El segundo, que era la insurrec: 
ción del interior del país, estaba también llenado en 
parte ; pero no podía producir todos sus efectos, á me- 
mos de mantener la guerra en la sierra niisma con el 
apoyo de tropas regulares, remontando la división de 
Arenales, de manera de formar un verdadero cuerpo 
de ejército, así para hacer frente á las fuerzas supe- 
riores que debían converger sobre ella, como para di- 
latar el teatro de las operaciones encerradas en estre- 
cho círculo, y nacionalizar la expedición libertadora 
con el doble concurso de la opinión y de las armas. 
Arenales, en prosecución de sus objetivos militares, 
poco se cuidó de organizar la insurrección á su espal- 
da, que entregada á su espontaneidad, era impoten- 
te, aun para mantenerse en su terreno, por mucha que . 
fuese la decisión de las masas informes de indios que, 
desarmados, daban bravamente batallas por su cuen- 
ta. La decisión de Aldao pudo prolongarla y darle al- 
gún nervio, pero esta insurrección, débil é inconsis- 
tente en sí misma, inútil como clemento militar asi- 
milable, poco ó nada podía influir en el resultado fi- 
nal, al que perjudicaría más bien con sus derrotas 
ó carnicerías brindadas al enemigo. 

Al tiempo de establecerse en Huaura y recibir la 
noticia de que Arenales estaba en Huamanga, en mar- 
cha hacia Jauja, San Martín tuvo la intención (á me- 
diados de noviembre), de reforzarla con una división 
de 500 hombres, lo que habría formalizado las hosti- 
lidades de la sierra; pero luego desistió de esta idea 
por los motivos que en su lugar se apuntaron. (Véase 
cap. XXVII, párrafo v). Desde Jauja (el 25 de noviem- 
bre), Arenales había abierto comunicación epistolar 
con él, anunciándole su resolución de marchar en bus- 


0 y E 


ca de la división de O'Reylli. Después de la batalla de 
Pasco, cuya noticia llegó al cuartel general de Huaura 
el 9 de diciembre, la división do la sierra se puso en, 
marcha hacia la costa once días después. Estas fechas, 
comparadas, pueden servir para ilustrar una cues- 
tión histórica de algún interés. ¡De orden de quién 
se retiró Arenales de la sierra? Sus instrucciones, co- 
mo se ha visto (párrafo 11 de este cap.), le prevenían: 
posesionarse del valle de Jauja y de Tarma, cubrir' 
todas las avenidas de la sierra hacia Lima, y com- 
binar sus operaciones de manera de replegarse al ejér- 
cito por el norte «en caso de contraste.» Dado el triun- 
fo y las ventajas alcanzadas, todo aconsejaba mante-' 
ner el terreno conquistado, de conformidad á las ins- 
trucciones, y volver sobre Jauja en busca de Ricafort: 
según el plan del mismo Arenales antes de la derrota 
- de Huancayo. Es posible que en el espacio de once 
días, que mediaron entre 9 y 20 de diciembre, Arena- 
les recibiese nuevas instrucciones; y él asegura que 
efectuó su retirada en virtud de órdenes superiores, 
pero sin indicar su tenor ni determinar fecha, y su 
biógrafo agrega que representó en contrario antes de 
verificarla. Según otro testimonio autorizado, el 18 
de diciembre se recibieron en el cuartel general noti.- 
cias de Arenales de 11 del mismo, avisando que en 
esa fecha se ponía en marcha para situarse en Canta, 
econ arreglo á lo ordenado por el general.» El hecho 
es que, diez días después de su salida de Pasco (el 30 
de diciembre), había repasado la cordillera y hallába- 
se en Huamantanga, á inmediaciones de Lima, entre 
las nacientes de los ríos Carabayllo y Chancay, cuan- 
do el ejército permanecía aún en Huaura. Casi al mis- 
mo tiempo (4 mediados de enero) Ricafort, después de 
abandonar Jauja, descendía paralelamente 4 Lima 
por la quebrada de San Mateo. Fué entonces cuando 


»% 


te 61 —= 


San Martín inició con el ejército su aventurado avan- 
ce de frente sobre Retes, y dispuso (el 2 de enero) que 
la división descendiese de la sierra para concurrir á un 
ataque combinado que pensó llevar sobre Lima. Desis- 
tió de esta idea en virtud de las juiciosas reflexiones 
de Arenales (véase cap. XXIt1, párrafo VII), siendo pro- 
bablemente ésta la ocasión en que manifestó su opi- 
nión contraria á la retirada en tal situación. 

De todos modos, la retirada de la división fué apro- 
bada por San Mrtín, una vez ejecutada con orden ó 
sin ella, y expresamente ordenada con posteridad, 
teniendo en vista un plan combinado. Hasta entonces 
no había dado la debida importancia á la ocupación 
del territorio de la sierra. Pero inmediatamente com- 
prendió que era un error abandonar aquel teatro que 
tanto prometía, error en que había incurrido el mis- 
mo enemigo. En consecuencia, dió contraórdenes (5 
de enero de 1821), pero ya era tarde. La división se 
hallaba muy avanzada sobre la costa, y se incorporó 
al ejército (8 de enero de 1821), cubierta de gloriosos 
andrajos y rica de trofeos, después de una marcha 
triunfante de 1.050 kilómetros desde Ica hasta Retes. 
En este trayecto, en medio de dos ejércitos, había da- 
do dos combates y una batalla, ganado banderas y ca- 
- úones, y tomado cientos de prisioneros, derrotando dos 
gruesas divisiones del enemigo. 

La primera campaña de la sierra, como operación 
inicial de la invasión, fué una inspiración original, 
y en su género, un modelo de la guerra de montaña 
en América. Como movimiento estratégico, fué el más 
osado y bien conducido de la expedición del Perú, se- 
gún lo han reconocido los mismos enemigos. Si no dió 
desde- luego todos los resultados que debiera dadas 
las ventajás que obtuvo, éstas excedieron los objetos 
militares que se tuvieron en vista al emprenderla. 


Descubrió el talón vulnerable del poder español en el 
Perú. Popularizó la invasión, sublevando el país en 
su trayecto. Derrotó moralmente á los ejércitos realis- 
tas, al demostrar prácticamente que una columna vo- 
lante de mil hombres podía pasearse triunfalmente por 
en medio de ellos, cortar todas sus líneas, y amenazar 
todas sus bases, desbaratando todos sus planes y des- 
truyendo todas sus fuerzas destacadas. Ensanchó el 
círculo de las operaciones y dió impulso á la opinión 
que debía concurrir á ellas. Exploró la región dentro 
de la cual debían librarse las últimas batallas de la 
independencia sudamericana desde Junín hasta Aya- 
cucho, y conmemoró este teatro de la guerra final con 
la victoria más señalada de la campaña de San Mar- 
tín. Bajo estos diversos aspectos, hay que admirar en 
esta operación de guerra la precisión y la amplitud 
de la concepción y el arrojo y la habilidad de la eje- 
cución. | 


CAPITULO XXIX 


Armisticio de Punchauca 
1821 


Estado político y militar en 1821.—Resolución salvadora de los 
jefes españoles en el Perú.—Coincidencias históricas.—Antago- 
nismos políticos y militares entre los realistas.—Deposición del 
virrey Pezuela.—La Serna le sucede en el mando.—Triste situa- 
sión de los realistas en Lima.—La epidemia diezma el ejército 
independiente en Huaura.—Fortaleza de ánimo de San Martín. 
—Llegada de un comisario regio al Perú para buscar la paz.— 
San Martín abre operaciones sobre la Sierra y los puertos in- 
termedios.—Estrecha el sitio de Lima.—Nueva política de los 
liberales españoles respecto de América.—Famosa proclama-me 
nifiesto de Fernando VII á los americanos.—Examen de esta 
política y sus resultados.—Bolívar ajusta en Colombia un ar- 
misticio y un tratado para regularizar la guerra con Morillo.— 
Bolívar y Morillo fraternizan.—Colombia envía diputados á Es- 
paña para tratar de la paz.—Se rompe el armisticio de Colom- 
_bia.—Carácter de la revolución de Méjico.—Aparición de Itúr-- 
bide.—El plan de Iguala.—Armisticio de Punchauca.—Entrevis- 
ta de San Martín eon La Serna.—San Martín formula un plan 
de pacificación sobre la base monárquica.—Prorrogación y ron 
pimiento del armisticio.—Ultimátum confidencial de San Mar- 
tín.—La guerra bajo la bandera de parlamento.—San Martín 
se decide por lá guerra.—Explicación de su conducta.—El ejér- 
cito español evacua Lima.—Actitud de San Martín en esta oca- 
sión. —Entrada modesta de San Martín en Lima y manifestacio» 
nes de que es objeto.—Inacción de San  Martín.—Inspiraciones 
salvadoras de los realistas.—Errores militares de San Martín. 


1 


A principios de 1821—cuatro meses después de 
abierta la campaña de la expedición libertadora,— 
la causa realista parecía perdida en el Perú. «El edi- 
»ficio español-peruano se desmoronaba, anunciando su 
»total ruina,» según confesión de un historiador es- 


» 
1 


— 64 — 


pañol, autor en los sucesos. La revolución sudame- 
ricana, consolidada en el sur del continente, avanza- 
ba triunfante por el norte. El ejército de Lima, aque- 
jado por la miseria y reducido á la impotencia, ape- 
nas podía sostenerse en su posicion y no tenía más 
prospecto que capitular. El ejército del Alto Perú, de- 
bilitado para reforzar al del Bajo Perú, permanecía 
inactivo en sus posiciones. El ejército de reserva, sl- 
tuado en las intendencias del sur del Perú, habíase 
fraccionado para hacer frente á la expedición de Are- 
nales. Ricafort, vencedor de las bandas desordena- 
das de indios de la columna de la sierra, se había re- 
tirado á Lima después de evacuar el valle de Jauja. 
La insurrección de la sierra, tan inconsistente como 
era, dominaba el centro del país, y las guerrillas de 
los alrededores de la capital la estrechaban y hostiliza- 
ban eficazmente hasta privarla de alimentos. El virrey 
Pezuela, en junta de generales, había «significado sin 
»reserva la imposibilidad de continuar la defensa del 
»país en el estado en que se hallaba, sin fuerzas de 
»mar superiores.» El general en jefe del ejército del 
Alto Perú, relegado en Puno, declaraba terminante- 
mente á su gobierno: «Los progresos de los enemigos 
»y decadencia de nuestros medios para contrarrestat- 
»los no tienen remedio, si luego, luego, y cuanto an- 
»tes, no se envían auxilios peninsulares, y entre éstos 
»seis buques de guerra, de ellos tres navíos ;—todo es- 
'»to sin perjuicio de remitir las tropas y demás socorros 
»sobre Buenos Aires, si se ha de poner término á esta 
»adesastrosa y desoladora guerra, que ya se abomina 
»hasta el nombre. Sin los auxilios que se necesitan, 
»con la mayor exigencia y prontitud, se pierde irremi- 
»siblemente la América. » 

' Todo esto, que hace el elogio de San Martín como 

general y como político, quien con tan escasos elemen- 


ans 
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tos había obtenido tan grandes ventajas, realza más la 
energía de los jefes españoles, que en tan desespera- 
da situación, inhábilmente mandados en lo militar y 
en lo político, aislados y abandonados por su me- 
trópoli, supieron sacar fuerzas de flaqueza, y levantar 
de nuevo con bizarría las banderas abatidas del rey 
de España, prolongando la guerra por cuatro años más 
con sólo los recursos del país. 

Por una singular coincidencia, esta valerosa reso- 
lución, tomaba por fundamento un antecedente his- 
tárico que se liga en cierto modo con la vida militar 
de San Martín en España. Es el caso que, muerto el 
coronel Menacho, antiguo jefe de San Martín en la 
Península, mientras sostenía en 1811 el sitio de Bada- 
joz, una junta de guerra que se reunió inmediatamen- 
te, votó en mayoría por la rendición, y sólo uno por la 
resistencia. La plaza capituló en consecuencia. La re- 
gencia, con aprobación de las cortes, declaró en 1812, 
que «mientras hubiese en una plaza un oficial que 
»opinara por la defensa, aun cuando fuese subalter- 
»no, no se capitularía, y se encargara del mando en el 
»hecho el mismo oficial que así cpinase.» Apoyados en 
esta teoría legal, los jefes del ejército español del 
Perú sostenían tener el derecho «á resistir abierta- 
»mente el pensamiento de rendir las armas antes de 
»probar fortuna.» 

Por otra coincidencia, que obedecía á la lógica, el 
general, que según el juicio de un historiador uni- 
versal antes citado, había dado nueva fuerza impul- 
siva á la lucha hispanoamericana, al transponer los 
Andes y dar la señal de la guerra ofensiva en 1817, 
reaccionando sobre España misma, y contribuído así 
por doble y recíproca acción refleja á promover la re- 
volución liberal de 1820 en la metrópoli, era el mis- 
mo que se encontraba en el Perú, en presencia de ungq. 

Tomo IV, 9 


PN - 


de lo3 resultados de su acción inicial. La expedición 
libertadora del Perú coincidía, de este modo, con el 
movimiento liberal transportado de la metrópoli á 
sus colonias, y al penetrar en las filas de los ejércitos 
realistas, debilitaba por una parte la autoridad polí- 
tica, si bien por otra retemplaba la acción militar, 
pero á costa de las fuerzas propias, que se desperdi- 
“iaban en su roce. Hay que reconocer que esta circuns- 
tancia favoreció la atrevida empresa de San Martín 
sobre el Perú, como hay que reconocer que él había 
contribuído á producirla, y que supo aprovecharla per 
el momento. 


11 


Ya se ha visto (cap. XxV, párrafo v1I11), cómo el 
amago de la expedición chilenoargentina sobre el 
Perú provocó una desinteligencia entre el virrey Pe- 
zuela y el general La Serna, y entre los absolutistas 
y constitucionalistas españoles que representaban en 
el orden militar un partido político y una fuerza, com- 
plicándose esta situación con el antagonismo entre 
realistas indígenas y peninsulares armados. La inva- 
sión del Perú por San Martín, las desacertadas medi- 
das del virrey para contrarrestarla, la flojedad con 
que fué conducida la guerra en tal ocasión y las ven- 
tajas obtenidas por los independientes, ahondaron es- 
ta profunda división. La desmoralización de la opi- 
rión, el desprestigio consiguiente de la autoridad su- 
prema de la colonia y la relajación de la disciplina, 
acabaron por determinar el divorcio entre el virrey y 
el pueblo y el ejército. Llegó á generalizarse la creen- 
cia de que «los leales estaban vencidos ;» que «en el go» 
»bierno no había plan ni capacidad para hacer con- 
ajurar la tempestad ;» y se formó la conciencia de que 


ra 


— 61 — 


por ese camino «se iba derecho á una capitulación ver» 
gonzosa,» que la mayoría del ejército resistía abierta- 
mente. Estrs resultados, á que concurrían los mismos 
jefes militares que los deploraban, enervaban el mando 
y destemplaban los resortes de la obediencia, á la vez 
que creaban una situación que no tenía más salida que 
la derrota pasiva ó la resistencia activa. Antes de ape- 
lar á los medios extremos, los jefes liberales, dirigi- 
dos por La Serna é inspirados por Valdés, redujeron 
al virrey á crear bajo su presidencia una «junta di- 
rectiva de la guerra» con voz y sin voto en ella, que 
al fin se redujo á la función de meramente consulti- 
va, pero que quedó siempre como una rueda inútil en 
la máquina militar, que más paralizaba que activaba 
su acción. La inacción del virrey ante la invasión, las 
vacilaciones para tentar hostilidades sobre Huaura, y 
más que todo, las órdenes y contraórdenes para llevar 
un ataque sobre San Martín cuando éste avanzó atre- 
vidamente sobre Retes, acabaron por determinar la 
crisis que venía preparada de tiempo atrás. La denba- 
sición del virrey quedó resuelta por la logia militar 
de los constitucionalistas. 

En la noche del 28 de enero (1821), La Serna se re- 
tiró del campamento de Asnapuquio. Al día siguien- 
te, Canterac y Valdés pusieron el ejército sobre las ar- 
mas, y sus jefes, reunidos en junta de guerra, inti- 
maron al virrey «entregase el mando supremo en el 
»término de cuatro horas, por exigirlo así la suprema 
aley de la salud de los pueblos, como único medio de 
»evitar disturbios y conservar á la España el Perú, 
»que en sus manos estaba perdido, en la inteligencia 
ade que estaban tomadas todas las medidas para que se 
»cumpliese, ó resuelto á fin de dejar bien puesto el ho- 
»nor nacional.» Pezuela, dominado por la fuerza y 
vencido ante su propia conciencia, resignó el mando 


- 68 —= 


y contestó con dignidad en el mismo día: «Sálvese la 
»patria y sálvense mis compañeros de armas, que es 
»lo que importa, y sea todo más feliz bajo el gobierno 
»del Sr. La Serna.» Así quedó consumado el movi- 
miento realistaliberal conocido en la historia con el 
nombre de «sublevación de Asnapuquio», que prolon- 
gó por cuatro años más la guerra hispanoamericana 
en el Perú. Los constitucionalistas españoles arma- 
dos, al asumir esta actitud en nombre de los derechos 
de la madre patria, viéronse más tarde obligados por 
la lógica de sus deberes, á mantener en alto la ban- 
dera del rey absoluto en pugna con la independencia 
americana y con sus principios. Como ellos mismos lo 
han declarado por el órgano de su historiador: «Fia- 
. »dos en su patriotismo y en su propio aliento, no pu- 
»diendo conformarse con permanecer inactivos para 
»verse necesariamente estrechados á capitular, quisie- 
»rof prolongar la resistencia y probar fortuna, como 
»entendían se podía.» Y lo hicieron como lo dijeron, 
3 fuer de soldados españoles. 

Antes que se definiese claramente el carácter de e8- 
ta variación, el nuevo virrey invitó confidencialmen- 
te á San Martín á una entrevista entre dos jefes su- 
periores por parte de cada ejército, con el objeto de 
«hallar un medio que conciliase y terminase las des- 
»avenencias entre españoles americanos y europeos, 
vlo que, según él, podría verificarse en término de 
»veinticuatro horas, si se obraba de buena fe para 
»arreglar las bases esenciales.» San Martín contes- 
tó: «Tendré una satisfacción superior á cuantas he 
»sentido en mi vida pública, si al fin se acierta con el 
»medio de conciliar los intereses de los españoles con 
»los derechos de los americanos, ahorrando las cala» 
»midades que á todos amenazan, si se abandona al 
»orden lento de los sucesos, la obra que podrá muy 


69 ns] 


bien acelerar la prudencia humana, ya que no haya 
»un póder capaz de detener el impulso que los dirige. » 
Por parte de San Martín, fueron nombrados Guido y 
Alvarado, y por parte de La Serna, Valdés y el coro- 
nel Juan Loriga. Reunidos en la hacienda de Torre- 
Blanca (Retes) los jefes españoles, en nombre de las 
ideas liberales comunes á ambos mundos, renovaron 
las proposiciones de Miraflores un tanto modificadas, 
sobre la base de la aceptación de la constitución espa- 
fiola. Los independientes declararon que era inútil to- 
da discusión que no partiese de la base del reconoci- 
miento de la independencia del Perú, sobre la cual 
únicamente estaban autorizados á fijar preliminares 
de paz. Agotada' la discusión, Alvarado, dirigiéndose 
á Loriga, le dijo :—Coronel : el Sr. Valdés y mi com- 
pañero Guido parecen más diplomáticos que nosotros : 
dejémoslos que discutan el tiempo que quieran, y va- 
mos á dar un paseo por estas inmediaciones.—Esta 
franca invitación fué bien recibida, y ambos salieron 
dándose el brazo. En el curso de la conversación que 
tuvieron, Loriga, ó por cálculo ó con la franqueza que 
lo era genial, manifestó á Alvarado :—que era posible 
que muy pronto abandonasen la ciudad de Lima, pa- 
ra trasladarse á las provincias de abundantes recursos 
y temperatura sana de la sierra, contando con que, en 
cuatro ó cinco meses más, batirían con ventaja á los 
independientes dondequiera que óstos los buscasen. 
—Esta confidencia fué el único resultado de la en- 
trevista. 

A pesar de esto, las aberturas pacíficas hechas por 
el gobierno constitucional de España, hicieron concc- 
bir la esperanza de un acomodamiento sobre la bus: 
de la independencia de las colonias insurreccionadus 
con el consentimiento de la metrópoli y con el concu:- 
so de los liberales españoles en América, mediante una 


— 710 
combinación monarquista, tal como sc dperó en el Bra- 
sil y en Méjico—según se explicará luego, —creyéndo- 
se posible se efectuara igualmente en el Perú. De 
aquí provino el acercamiento pacífico de independien- 
tes y realistas en Colombia, en Méjico y el Perú, y las 
negociaciones sobre la base independiente y monárqui- 
ca de que se dará cuenta en este capítulo. N 


111 


La variación en el mando no mejpró la condición 
de los realistas, ni la guerra fué dirigida por el mo- 
mento mejor que antes. Por el contrario, nuevas cala- 
midades vinieron á reducir á la última impotencia al 
ejército de Lima, y el nuevo general cometió los mis- 
mos errores militares de su antecesor, difundiendo el 
descontento entre sus mismos partidarios y el desalien- 
to entre los realistas. El hambre y la carestía acreció 
en la población. Para colmo de males, la peste en- 
démica del país en la región de -la costa, se declaró 
en el «campamento insalubre de Asnapuquio con los 
caracteres malignos de la fiebre amarilla. El ejército 
realista llegó á tener 20 muertos por día y como 3.000 
enfermos. La imposibilidad de sostener por más tiem- 
po la capital se hizo evidente. Evacuarla, era la idea 
de La Serna desde antes de asumir el mando, como 
único medio de hacer la guerra con ventaja, según Lo- 
riga lo había manifestado á Alvarado; pero aún para 
esto mismo tropezaba con dificultades y encontraba re- 
sistencias entre sus subordinados. A esto vino á agre- 
garse la llegada de un comisionado regio con instruccio- 
nes pacíficas, que retardó la resolución salvadora para 
sus armas. Mientras tanto, movía sin concierto sus 
divisiones de la costa á la sierra ó las reconcentraba en 
Lima, ora ensanchando por demás el círculo de sus 


— 11 — 


operaciones, ora circunscribiéndolas en el estrecho es- 
pacio en que las enfermedades, el hambre y la desmo- 
ralización le hacían experimentar más pérdidas que las 
que hubiese tenido en una batalla campal. 

La situación del ejército independiente en Huaura 
no era mejor. Allí también se había declarado la pes- 
te, á punto de hallarse imposibilitado de resistir al 
más ligero ataque que le hubiese llevado el enemigo. 
«Mil quinientos enfermos, escribía San Martín á 
»0'Higgins, y otros tantos convalecientes, es el esta- 
»do del ejército.» Apenas mil hombres podían soste- 
ner las armas en la mano. Hubo dia de morir 100 sol- 
dados. Algunos batallones quedaron en esqueleto. El 
general, al levantarse de la cama después de siete 
días de enfermedad, exclamaba : «Mi salud está muy 
»abatida : creo con evidencia que, si continúo así, pron- 
»to daré en tierra.» Pero si su cuerpo estaba débil, su 
espíritu estaba fuerte, y su genio militar y político vi- 
goroso aún. San Martín, en esos momentos, según el 
elocuente testimonio de los contemporáneos peruanos, 
«sostenía el cadáver de su ejército desaparecido al ri- 
»gor del clima, no teniendo soldados ni para el relevo 
»de sus puestos avanzados.» Uno de sus generales, 
recordando etos tristes días, escribía veinte años des- 
pués: «Nunca San Martín mostró más genio que en- 
»tonces : ora inundando á Lima y sus alrededores de 
»guerrilleros; ora ocultando al enemigo nuestra po-: 
»sitiva debilidad ; ora emprendiendo campaña sobre 
»la sierra con espectros en lugar de hombres; ora ex- 
»pedicionando sobre la costa, ora en fin, con la nego- 
»ciación y la intriga que dió tiempo para superar aque- 
»lla espantosa situación. Jamás en ocasión alguna lo 
»encontraré tan grande.» 

En estas circunstancias arribó al Perú el capitán 
de fragata Manuel Abreu, encargado por el gobierno 


t- 72 — 


constitucional de España de buscar un acomodamien- 
to pacífico. El comisionado, hombre de cortos alcan- 
ces y poca discreción, desembarcó en Payta, llegó al 
campamento de Huaura el 25 de marzo (1821) donde 
fué recibido con todos los honores de embajador re- 
gio, y cordialmente obsequiado. En los cnatro días que 
permaneció allí, tuvo largas conversaciones con San 
Martín, y concibió por él una grande admiración. Tras- 
ladado á Lima, hizo sin rebozo los mayores elogios del 
general americano y de sus jefes, insinuando que los: 
realistas del Perú tenían la culpa de la obstinada con- 
tinuación de la guerra. Los realistas tomaron á mal 
estas expansiones ; pero, obligado el virrey á cumplir 
las órdenes de su gobierno para abrir negociaciones 
con los insurrectos, hubo de suspender por el momen- 
to su resolución de evacuar Lima, y dió el primer pa- 
so, invitando confidencialmente 4 San Martín á fin de 
«nombrar comisionados y transar las diferencias pen- 
»dientes entre los disidentes, y restituir á los países 
»americanos su antigua tranquilidad, ganando en fe- 
»licidad» (abril 9). San Martín contestó lacónicamen- 
te que «transigir las diferencias entre españoles y ame- 
»ricanos, era un asunto de tanta gravedad, que debía 
»proponerse oficialmente, sin cuyo requisito adolecería 
»de nulidad la negociación que se entablase» (abril 
15). | 

Al mismo tiempo que iniciaba esta nueva campaña : 
diplomática, abría dos campañas militares sobre la 
sierra y sobre la costa, y preparaba una cuarta sobre 
Lima con el esqueleto de su ejército diezmado por la 
epidemia. Desprendió una columna á cargo de Miller, 
que hizo embarcar en la escuadra, para que abrieso 
hostilidades bajo la dirección de Cochrane. Compren- 
diendo que había cometido un error al abandonar la 
, sierra, y á fin de salvar sus tropas de las fiebres que 


713 —= 


las devoraban, dispuso que otra fuerte columna, al 
mando de Arenales, recuperase el terreno perdido en 
la cordillera central. Con el resto estrechó el asedio 
de Lima. 

Seguiremos á San Martín en este nuevo avance, de- 
jando para después ocuparnos de la expedición Miller 
y de la segunda campaña de Arenales sobre la sierra, 
á fin de no interrumpir la unidad del relato, y conti- 
nuar con las negociaciones que se abrieron en con: 
. secuencia de la llegada del comisario regio. 

El ejército independiente levantó su campo de 
Huaura (abril 27). Tres batallones con 6 piezas de 
artillería embarcáronse en una caleta cerca de Hua- 
cho, con San Martín á la cabeza. Dos batallones, con 
un regimiento de caballería, se situaron á la defensiva 
á retaguardia de Huaura, entre los ríos Supe y Ba- 
rranca, con los hospitales, el parque y la maestran- 
za, fuera del alcance del ejército de Lima, con orden 
de replegarse á la sierra del norte caso de ser atacados 
por fuerzas superiores. Un regimiento de caballería 
cubrió: las avanzadas ganando terreno. El general se 
presentó frente á Lima con los transportes que condu- 
cían su división, y después de practicar reconocimien- 
tos á lo largo de la costa, fondeó en Ancón, amagan- 
do un desembarco, en actitud de llevar un ataque com- 
binado por el sur, por la cordillera, por la costa y 
por el pie de la sierra, sin dejar entrever el punto por 
donde pudiese emprenderlo. Dando libre vuelo á su 
caballería, engrosada con las bien organizadas partidas 
volantes de las guerrillas del país, dueñas de todas 
las quebradas inmediatas al oeste de Lima (á 30 ki- 
lómetros de distancia), encerró al enemigo dentro de 
sus murallas y lo redujo al pequeño triángulo com- 
prendido entre la ciudad, el Callao y la posición de 
Asnapuquio. Con motivo de este despliegue fantasma- 


E y, AR 


górico, que hirió la imaginación de ios realistas, y le 
dió desde luego el predominio moral, dice un testigo 
presencial: «El general San Martín poseía los más ori- 
»ginales recursos para producir entre los enemigos 
»cuantas ilusiones y cuidados quería, y es difícil ex- 
»plicar hasta qué punto llegaba su extraordinaria ha- 
»bilidad en esta parte. » 

Bajo estos auspicios se abrieron formalmente las 
negociaciones pacíficas iniciadas por el virrey, de acuer- 
do con el comisionado Abren. 


IV 


El envío del comisionado regio al Perú no es un 
hecho aislado: era la inauguración de una nueva po- 
lítica conciliatoria de la España para sus colonias 
insurreccionadas, impuesta á la España por su nueva 
situación después del movimiento liberal de 1820. 
Desde entonces, los rebeldes ó insurgentes de ultra- 
mar, fueron calificados de meros disidentes y recono- 
cidos como beligerantes, en nombre de un derecho so- 
lidario. Esta política fué inaugurada por la famosa 
proclamamaniñieesto de Fernando VII á los america- 
nos, dictada por los constitucionalistas triunfantes. 
«La triste experiencia de seis años—son las palabras 
»del rey, —y el clamor de sus demostraciones enérgicas 
»(la insurrección en América y la revolución en la 
»Península), habían convencido á todos de que el ré- 
»gimen incautamente reinstalado en 1814 (el absolutis- 
»mo), acumulando los males, obligaba á retroceder en 
»el camino tomado entonces.» El soberano, así conven- 
cido por la triste experiencia y las demostraciones 
enérgicas de ambos hemisferios, declaró que «los ame- 
»ricanos españoles, extraviados en la senda del bien, 


4 eg 15 — 


stenían al fin lo que buscaban por medio de la guerra, 
»que no había producido sino desolación y lágrimas. » 
En consecuencia, los invitaba á tratar de la paz con 
sus hermanos libres de la metrópoli, «como iguales 
suyos.» Pero, al considerar en tales términos el abso- 
lutismo á los americanos en su resistencia y darles la 
razón, el rey sólo les ofrecía el goce común de la cons- 
titución de 1812, rechazada por ellos, aun antes 
de declarar su independencia, «para que renaciesen, 
»decía, las relaciones de tres siglos y las que recla- 
»maban las luces del siglo.» 'Terminaba con la ame- 
naza de la indignación nacional y el sometimiento 
por la fuerza en caso de ser desoído este paternal lla- 
mamiento á la concordia. Este soplo de paz que atra- 
vesaba los mares, debía dar nuevo pábulo á la guerra.: 

Los liberales españoles, que desde 1810 á 1814 tan 
desacertadamente manejaron las relaciones de derecho 
entre la metrópoli y sus colonias, al tratarlas como 
rebeldes y declararles la guerra, cuandu éstas aun no 
habían salido ael terreno legal en que ellos mismos 
se colocaron, olvidaban, al inaugurar esta falsa políti- 
ca, las lecciones de la experiencia por ellos invocada y 
la filiación de los hechos de que eran autores, así co- 
mo sus consecuencias fatales. En 1820 pretendían traer 
á los americanos á la obediencia bajo el imperio de 
la constitución española, cuando su mala aplicación 
y su abrogación antes, y su restablecimiento revolucio- 
nario después, al dar vuelo 4 su revolución, había 
colocado la cuestión en el terreno de la independencia 
ó de la continuación de la guerra. Al proceder tan 
ilógicamente respecto de los americanos, desconocían 
que la revolución liberal, al reaccionar contra la po- 
lítica guerrera del rey absoluto, por ellos iniciada, 
había desarmado á la España respecto de sus colonias 
insurreccionadas, y que la separación entre ellas y la 


— 78 — 


madre patria era, por consecuencia, un hecho á que 
habían concurrido. Así, esta nueva política, en apa- 
ciencia pacífica, implicaba la continuación de la gue- 
rra en condiciones aun más desventajosas para la Es. 
paña, una vez destruído en 1820 el gran armamento 
de Cádiz, destinado á subyugar de nuevo la América. 

En virtud de esta política artificial sin plan y sin 
alcance, se iniciaron las negociaciones de Miraflores 
entre el virrey Pezuela y el general San Martín al 
tiempo de la expedición libertadora del Perú, de cuyo 
fracaso hemos dado cuenta. Perseverando en ella, sin 
atinar á colocarse en equilibrio en un terreno firme, 
el gobierno español agravó la situación y provocó la 
crisis que procuraba evitar ó: retardar. 

En su proclamamanifiesto, Fernando VII había 
anunciado á los americanos la próxima reunión de las 
cortes constitucionales, que «iban á salvar el estado 
»y á fijar para siempre los destinos de ambos mun- 
ados.» En ellas se dió una representación supletoria 
á las pkovincias americanas, menor aún que la que 
habían tenido en 1812, contra la cual reclamaron en 
vano los mismos designados para representar el papel 
de comparsa colonial. : El primer actc de estas cortes 
así compuestas, fué una amnistía para la América re- 
belde ó disidente, seguida de la negativa de la libertad 
comercial en las colonias, como lo había hecho la re- 
gencia liberal en 1811.((Cap. 1, párrafo x111). El envío. 
de mensajeros de paz, para tratar de igual á igual 
con los insurrectos, sobre la base de la unión constitu- 
cional de ambos mundos, fué el segundo acto de esta 
política incipiente, sin resolución y sin objetivo cla- 
ros. Esta medida produjo los resultados más extraños 
y contradictorios. En unas partes, rompió las treguas 
pasajeras anteriormente ajustadas en virtud del llama- 
miento del rey, rehuyendo la cuestión que debían re- 


- 


PE y RO 


solver; en otras, desautorizó á las autoridades coulo- 
niales encargadas de mantener el predominio real, y 
llegó el caso de que, los comisionados, que tenían por 
misión convertir á los rebeldes á la obediencia, se 
convirtigron á la causa de la independencia. Así se 
reabrió la guerra y se afirmó la revolución por la in 
dependencia, con el concurso indirecto ó directo de 
los mismos pacificadores, como va á verse. 


y 


Un mes después de denunciado por San Martín el 
armisticio de Miraflores, y abierta la campaña liber- 
tadora del Perú, Bolívar firmaba en Colombia un ar- 
misticio con Morillo, como preliminar de paz entre 
los beligerantes (26 de noviembre de 1820). Provisto 
el general español de Costa Firme, de las mismas auto- 
rizaciones que el virrey del Perú al abrir las negocia- 
ciones de Miraflores con arreglo á la proclamamani- 
fiesto del rey, se dirigió al congreso independiente de 
Venezuela «proponiendo una suspensión de hostilida- 
ades á fin de realizar la paz y la reconciliación entre 
»los hermanos libres de la opresión» (12 de junio de 
1820). El congreso resolvió (julio 13) que estaba dis- 
puesto á oir proposiciones de paz, siempre que ellas 
tuviesen por base el reconocimiento de la soberanía 
é independencia de Colombia. Después de largas contes- 
taciones, firmóse en Trujillo, en nombre de «los go- 
biernos de España y de Colombia», un armisticio por 
seis meses, prorrogable, con el objeto «de transigir 
las discordias existentes entre ambos pueblos», bajo 
el compromiso recíproco de «enviar y recibir comisio- 
nados para ocuparse de la negociación de la paz.» 
(Julio 25 de 1820). No se hizo declaración ni se for- 


— 78 — 


muló base previa para tratar, guardando ambas par- 
tes silencio, así sobre independencia como sobre unión 
á la monarquía, aunque estas condiciones estuviesen 
en el fondo de lo pactado. Limitóse el convenio á de- 
terminar los respectivos territorios de los beligerantes 
en las posiciones militares que ocupaban. Ajustóse 
poco después un tratado para poner fin á «la guerra 
de exterminio», que por confesión propia se habían 
hecho ambos beligerantes, y regularizarla según las 
«leyes de la civilización, en que se estipuló, desde la 
inviolabilidad de la vida de los prisioneros hasta el 
respeto debido á las opiniones de los vivos y á los 
cadáveres de los muertos en el canipo de batalla, sien- 
do obligación del vencedor tributar á éstos los hono-. 
'res de la sepultura. A 

Los dos generales, que por el espacio de seis años 
se habían hecho una guerra sin cuartel, se abraza-' 
ron como hermanos en el pueblo de Santa Ana (27 de 
noviembre), entregándose á las más calurosas expan- 
siones de mutuo afecto. Morillo propuso que se con- 
sagrara un monumento para conmemorar la regulari- 
zación de la guerra. Bolívar adoptó con entusiasmo la 
idea. Ambos contendores condujeron al sitio del abra- 
zo la piedra fundamental del monumento, renovando 
sus efusiones. En el banquete que se siguió, Bolívar 
brindó «por la heroica firmeza de los cembatientes de 
ambos ejércitos», votando al odio á los que desearan 
sangre Óó la derramaran injustamente. El general es-: 
pañol pidió el «castigo del cielo contra los que no 
»estuviesen animados de los mismos sentimientos de 
»paz y amistad.» En medio de estas escenas, que han 
sido objeto de ridículos encomios y de amargas burlas, 
los dos principales actores representaban un papel 
melodramático. Bolívar, que se entregaba á los trans- 
portes de su naturaleza impresionablo, embriagándose 


mm 79 — 


con sus propias palabras, sabía que sólo celebraba una 
nueva tregua, contra la opinión de su pueblo y de sus 
principales jefes. Y tanto era así, que después de au- 
gurar la paz en una proclama á su ejército anunciaba 
«la independencia», punto excluido por tácito acuerdo 
en las negociaciones. Morillo tenía la conciencia an- 
ticipada de la derrota, una vez abandonado á sus pro- 
pias fuerzas después del desarme de la revolución li- 
beral de España, y aprovechaba la ocasión para su re- 
nuncia y trasladarse á la Península, llevando oculto 
su odio contra Colombia y contra los colombianos que 
lo habían quebrado. 

En el intervalo, habíanse designado los comisarios 
regios que debían proponer la paz á los disidentes 
de América. Abreu fué uno de los nombrados para el 
Perú. A fines de 1820, los destinados á Colombia arri- 
baron á Costa Firme, con instrucciones reservadas de 
no celebrar ningún tratado fuera de la base de la 
jura de la constitución española. No obstante, hicieron 
protestas generales de paz, sin insinuar el punto ca- 
'pital de la cuestión, instando para que Colombia en- 
viase sus diputados á la Península, á fin de tratar de 
ella. Bolívar accedió, y sus comisionados pasaron á 
España «para llevar al pie del trono, según sus pa- 
labras, los votos del pueblo de Colombia»; pero con 
instrucciones á su vez de no ajustar nada fuera de la 
base de la independencia. | 

Mientras. tanto, el armisticio fué mal observado, 
sobre todo por parte de los independientes. La opinión 
revolucionaria hacía progresos, dando la razón á la 
política de Bolívar, y enervaba á los sostenedores de 
la causa realista. La provincia de Maracaibo se pro- 
nunció por los independientes y declaró su voluntad 
de unirse á Colombia (28 de enero de 1821). El ge- 
neral español Miguel de la 'Torre, que había sucedido 


— 80 — 


á Moriilo, declaró que consideraría su ccupación como 
un acto hostil. Bolívar, 4 quien en aquel momento 
convenía romper las hostilidades, contestó en un tono 
que podría calificarse de sarcástico: que, no estando 
prohibido por el armisticio amparar á los que se aco- 
giesen al gobierno de Colombia, y habiéndose elimina- 
do en las negociaciones la entrega de desertores pro- 
puesta por Morillo, era lícito hacer lo que el tratado 
no prohibía, y que por lo tanto, desaprobando el acto 
de la ocupación, sostenía el derecho y mantenía el 
hecho consumado. El armisticio fué en consecuencia 
denunciado antes de fenecer, y las hostilidades se re- 
novaron (28 de abril de 1821), precisamente en el mis- 
mo día en que San Martín se movía de Huaura y abría 
nuevamente su doble campaña militar y diplomática. 


vI 


En Méjico las mismas causas producían efectos 
opuestos, que tienen alguna analogía con el carácter 
que incidentalmente asumieron las negociaciones que 
iban 4 abrirse en Lima. Tanto en el Perú como en 
Colombia y Méjico, la base genérica era la paz y la 
conciliación, pero sin fórmula definida. En el fondo, 
estaba el duplo dilema de la sumisión ó la guerra y 
de la independencia ó la guerra. Entre estos dos ex- 
tremos oscilaban los destinos de la América, al menos 
en el papel. | 

Cuando estalló en España la revolución de 1820, la 
revolución de Méjico estaba vencida. Tan sólo el gene- 
ral Vicente Guerrero, con un puñiado de hombres, 
mantenía alzada la bandera de la insurrección entre 
las escabrosidades del extremo sur del territorio. Los 
mismos criollos, que constituían el núcleo de su orden: 


nn 1 ES 


social, hablan contribuido á este resultado directa 6 
indirectamente. El alzamiento de Méjico, en que inter- 
vino principalmente el elemento indígena puro, fué 
verdaderamente popular en su origen, pero asumió 
el carácter de un movimiento de proletarismo contra 
las clases acomodadas, de la sociedad, que degeneró á 
veces en bandolerismo. De aquí la resistencia activa 
Ó pasiva que encontró en el mismo país, por idiosincra- 
sia Ó por un instinto egoísta de conservacón. Por esta 
causa la revolución mejicana no tuvo nervio civil y 
nunca pudo regularizarse política ni militarmente, ni 
constituir un gobierno nacional, y al fin no pudo re- 
sistir el empuje de las tropas realistas, sostenidas por 
la opinión pasiva ó conservadora de los nativos. El 
poder español de la colonia reposaba en esta amalga- 
ma de elementos, y faltándole uno de sus dos puntos de 
apoyo, perdía su equilibrio instable, y era impotente 
para sostenerse. En medio de este estádo complejo de 
fuerzas y Opiniones discordes, combinadas, equilibra- 
das ó neutralizadas, el sentimiento de la independencia 
estaba en la conciencia de los nativos, y sólo esperaba 
una oportunidad propicia para manifestarse. Esta fué, 
por una doble contradicción del destino, la misma de- 
rrota de la primera insurrección y la revolución libe- 
ral de España, que dió origen á una embrollada evolu- 
ción pacífica, que sólo estos antecedentes del carácter 
de la revolución mejicana pueden explicar. 

La proclamación del régimen liberal metropolita- 
no en Méjico produjo una descomposición entre los 
partidos que de común acuerdo sostenían la situación 
colonial. Los españoles se dividieron entre absolutistas 
y constitucionalistas; los nativos entre republicanos 
y monarquistas. Gobernaba á la sazón en Méji- 
co el virrey Apodaca, hombre apocado, pero absolu- 
ista por devoción, el cual, aun cuando en un principio 

Tomo IY 6 


siguió el movimiento de la Península, se puso al fin 
al frente de una reacción, obedeciendo á sus gestiones 
soberanas y á las instigaciones de sus partidarios, á 
la vez que á sus propias convicciones. Se ha dicho— 
con visos de verdad, —que el mismo rey Fernando VII 
le escribió una carta comunicándole que se considera- 
ba como preso bajo el dominio de los liberales, y que 
temiendo correr la suerte de Luis XVI, había resuelto 
trasladarse á Méjico, para usar libremente de la au- 
toridad real que Dios había depositado exf él, y que 
por lo tanto, le encargaba pusiese todo empeño en 
conservar á la Nueva España substraida á la constitu- 
ción, para presentarse en este nuevo teatro investido 
de un poder absoluto cuando conviniese, dejando á su 
arbitrio los medios sigilosos que al efecto debían em- 
plearse. Este plan reaccionario no podía realizarse sin 
el concurso de los nativos monarquistas, que consti- 
tuían el nervio de la situación, únicos que podían pro- 
piciar la opinión del país convirtiendo á los republi- 
canos, apoyar eficazmente á los absolutistas y neutrali- 
zar Ó vencer á los constitucionalistas españoles. Fué 
ontonces cuando apareció en la escena histórica el 
hombre destinado á dar el último golpe de muerte á 
la dominación española en ambas Américas, á la vez 
que á reaccionar contra el orden republicano que es- 
taba en su genialidad. 

Existía por entonces en Méjico un personaje de ca- 
rácter equívoco, que aunque criollo, militaba en laa 
filas realistas, en las que se distinguió por sus cruel- 
dades contra. sus compatriotas insurrectos. Llamábase 
£gustín Itúrbide y contaba treinta y siete años de 
edad. Sin escrúpulos para enriquecerse por todo gé- 
nero de medios abusando de su posición ; de costumbrea 
disolutas ó ascético, según cuadraba á sus inclinacio» 
nes é intereses ; de escasa instrucción, pero con talento 


—8B=- 


natural ; buen militar, feliz en sus empresas ; arrogan- 
te y solapado á la vez y con maneras insinuantes, esta- 
ba poseído de una ambición secreta en que intervenía 
el patriotismo de raza. Los laureles de Bolívar y San 
Martín le quitaban el bueño, y sin las grandes cuali- 
dades de los libertadores de la América meridional, 
aspiraba á ser el libertador de la América septentrio- 
nal reaccionando simultáneamente contra las preten- 
siones avasalladoras de la metrópoli y las tendencias 
republicanas de la revolución. Este fué el hombre que 
eligió Apodaca para apoyar su plan reaccionario con 
el concurso de los nativos, de acuerdo con su camarilla 
absolutista. Nombrado comandante general del sur y 
Acapulco con el mando de una división de tropas del 
país para combatir- los restos de la insurrección acau- 
dillada por Guerrero, se entendió con éste, y quitán- 
dose la máscara, brindó á la madre patria con una 
nueva fórmula de conciliación envuelta en un guan- 
te de desafío. 

El 24'de febrero de 1820 publicó Itúrbide en el 
pueblo de Iguala, á 208 kilómetros de Méjico, el fa- 
moso «Plan de Iguala» que ha hecho célebre su nom- 
bre ; proclamó la independencia, y enarboló la bandera 
simbólica de la nueva revolución, compuesta de tres 
colores, que se llamaron «trigarantes» :vel blanco, sím- 
bolo de pureza religiosa, el rojo de conciliación con la 
España, y el verde como esperanza de emancipación. 
El plan contenía tres disposiciones fundamentales, de 
donde viene la denominación de plan de «las tres 
garantías» que tomó el ejército que lo apoyó. Por la 
primera se estableció la conservación de la religión 
católica, sin tolerancia de ninguna otra; por la se- 
gunda, se declaraba la independencia, bajo la forma de 
gobierno monárquico templado por una constitución 
análoga al pais; y por la tercera, la unión entre ame- 


— 8 — 


ricanos y europeos. El rey Fernando Vl1l era recono-” 
_Cido emperador de Méjico, si se presentaba á jurar la 
constitución que el país se diese, y sucesivamente los 
infantes sus hermanos, nombrando el congreso nacio- 
nal en su defecto un príncipe de las casas reinantes 
de Europa. La igualdad de todas las razas indígenas, 
africanas y europeas, sin más distinción que los méri- 
tos y las virtudes individuales, complementaba este 
plan bien calculado para coridensar todos los elementos 
heterogéneos de la sociabilidad mejicana. Todos los 
caudillos de la insurrección, empezando por Guerrero, 
se pusieron á sus órdenes y abjuraron por el momento 
sus creencias republicanas en nombre de la indepen- 
dencia. Los nativos que en su origen habían repudiado 
la revolución, la aceptaron bajo los suspicios concilia- 
dores de la moderación y el orden. El clero, poderosa 
en la colonia, lo adoptó en odio á las reformas de 
los liberales españoles ; los españoles absolutistas, en 
odio á la constitución, y los mismos constitucionalis- 
tas en homenaje á la concordia proclamada. Todo el 
país se pronunció por el Plan de Iguala. Los realis- 
tas, despojados hasta de su bandera y vencidos sin 
combatir, quedaron reducidos al recinto de la capital 
de Méjico, al puerto de Veracruz y al castillo de San 
Juan de Ulúa.gltúrbide fué aclamado libertador de la 
patria (julio de 1821). 

De este modo se operó pacíficamente y casi sin lu- 
cha esta transformación instantánea, que por medio 
de una solución conciliatoria suprimía el dilema de la 
sumisión ó la independencia y la guerra, desatando 
el nudo entre la madre patria y la colonia sin rom- 
perlo. Así lo entendió el sucesor de Apodaca, el gene- 
ral Juan O*Donojú, al subscribir el Plan de Iguala, 
por medio de un tratado (agosto de 1821). Esto suce- 
día, cuando en el Brasil se preparaba una evolución 


- 


85 — 


semejante 4 la imaginada por lItúrbide; cuando en 
Colombia se rompía el armisticio celebrado en nom- 
bre de la paz y la concordia, y en el Perú se interrum- 
pían las negociaciones de Punchauca, iniciadas con 
una fórmula análoga á la del Plan de Iguala. 

Lo que siguió después en Méjico, no entra en es- 
'" te cuadro. Nuestro objeto ha sido únicamente pre- 
sentar las diversas fases que la iniciativa de pacifica- 
ción por parte de la España en 1820 asumió en las 
colonias insurreccionadas y establecer su filiación. Es 
sabido que, no habiendo aprobado el gobierno espa- 
ñol el tratado de O'Donojú, Méjico quedó por siem- 
pre perdido para la España, con su independencia 
asegurada, y con un trono vacante, que ocupó Itúrbi- 
de, coronado emperador, quien, desterrado y puesto 
fuera de la ley poco después, murió más tarde fusilado 
por sus compatriotas, al pretender recobrar su coro- 
na, reabriendo la nueva serie de los emperadores me- 
jicanos muertos en el cadalso. | 


vII 


El armisticio de Colombia, el Plan de Iguala y las 
negociaciones del Perú de que vamos á ocuparnos, 
marcan la última tentativa de acomodamiento de la 
España con sus colonias insurreccionadas, dentro del 
dilema de la sumisión ó la independencia y la guerra. 
En los tres casos, se resolvió la cuestión pendiente 
por la independencia ó la guerra de parte de España. 
Empero, en Méjico y ¿fl Perú, asumió esta tentativa 
formas más conciliatorias, que marcan á su vez el úl- 
timo conato de implantación de la monarquía en Amé.- 
rica, que, dando el mismo resultado por el momento, 


= b— 


debía conducir más tarde á sus iniciadores, el uno 
al cadalso, y el otro al ostracismo. 

Las negociaciones iniciadas confidencialmente en el 
Perú por el virrey de Lima, se abrieron formalmente 
por invitación oficial de éste. El virrey nombró como 
adjuntos al comisario Abreu, á los americanos Manuel 
de Llano y Nájera y Mariano Galdiano. San Martín 
nombró por su parte como diputados á Guido, García 
del Río y al antiguo teniente gohernador de San Juan, . 
José Ignacio de la Rosa. Fijóse como punto de reunión 
la. hacienda de Punchauca, á 25 kilómetros de Lima, 
que ha dado su nombre á estas negociaciones. En estos 
preliminares, ninguna de las partes se explicó sobre 
sus alcances, limitándose á expresar que tenían por 
objeto una transacción de las diferencias pendientes 
entre americanos y europeos, haciendo votos ambos 
por la paz y la unión. . 

Las instrucciones que reglaban los procedimientos 
de la comisión española, eran las mismas de que fue- 
ron provistos los comisarios regios en el resto de la 
América, y en suma se reducían á proponer la acepta- 
ción de la constitución española, con algunas concesio- 
nes de detalle, conforme al espíritu de la famosa pro- 
clamamanifiesto de Fernando VII, antes analizada. 
La instrucción de San Martín tenía, á la inversa, por 
«precepto «el rechazo de la constitución española como 
»vínculo de unión,» y «como objeto esencial de paci- 
»ficación, el reconbcimiento de la independencia de 
»Chile, las provincias del Río de la Plata y el Perú,» 
sin admitir armisticio preliminar que ño se ájustáse 
al espíritu de estas bases; y caso de tratarse «del en-. 
»vío de comisionados á España para sujetar á su deci- 
»sión la cuestión principal de la emancipación, exi- 
»gía como condición previa la evacuación de Lima,» 
excusándose de entrar en «tratados para la regulari- 


de 


— Ba -- 


'szación de la guerra, por cuanto ella se había hecho 


»hasta entonces con arreglo á la ley común de las na- 


»ciones» (27 de abril de 1821). 


Los comisionados españoles abrieron la discusión 
por medio de una nota, en que invocaban como pre- 
cedente la última palabra de San Martín en las ante- 
riores conferencias de Miraflores, de «que acaso no 
»sería difícil de hallar un medio de avenimiento amis 
»toso.» Como se recordará (véase Cap. «XXVI, párra- 
fo vir), esta apertura vaga envolvía la idea de la in- 
dependencia sobre la base de la monarquía con un so- 
berano de la casa reinante de España, enunciada en- 
tonces secretamente. Respecto de lo primero, declara- 
ban no tener poderes; y respecto de lo segundo, es- 
quivaban la cuestión, insinuando que «la constitución 
»española era el testimonio más hermoso de los senti- 
»mientos liberales del gobierno español y de sus sin- 
»ceros deseos de reconciliación, incitando por último 
»á ajustar un armisticio y enviar á España comisio- 
inados por una y otra parte, conforme se había prac- 
»ticado en Colombia por Bolívar» (4 de mayo de 1821). 
Los comisionados americanos contestaron: que «no se 
»podía iniciar negociación alguna, que no fuese sobre 
»la base de la independencia ; pero que, reconociendo 
sla falta de poderes que para tal efecto se confesaba, 
»estaban dispuestos á convenir en una suspensión do 
»armas, siempre que se ampliase la proposición y se 
»determinasen condiciones con garantías, por cuanto 
»el gobierno de L.ima, en las circunstancias en que se 
»encontraba, todo lo esperaba de la celebración de un 
»armisticio dilatidlo, mientras que el general San Mar- 
»tín nada esperaba de él, en razón de que lo tenía to- 
ado dispuesto para la realización de sus cambinacio- 
mes.» Por último, declararon respecto de la consti. 
tución española, de antemano rechazada por San Mar- 


— 88 — 


tín en su proclama al tiempo de invadir el Perú, que 
«esperaban que en lo sucesivo no se volviese sobre este 
»tópico, por cuanto el solo nombre de tal código era 
»ominoso á la libertad del Nuevo Mundo» (5 de ma- 
yo de 1821). 

El arrogante lenguaje de los diputados de San Mar- 
tín no tuvo réplica. Los comisionados españoles se li- 
mitaron á proponer, por su cuenta y sin garantía, un 
proyecto de armisticio por diez y £eis meses, que no 
fué tomado en consideración, hasta que manifestaron 
terminantemente estar autorizados para ofrecerlo. En- 
tonces, los independientes formularon sus exigencias, ' 
declarando que sólo admitirían como garantía la en- 
trega del castillo del Real Felipe y las demás fortifica- 
ciones del Callao en calidad de depósito, artillados y 
dotados en el pie de guerra en que se encontraban, 
los que debían ser guarnecidos por las tropas indepen- 
dientes durante el armisticio, obligándose á entregar- 
los en el estado en que los recibieron, si se renovaban 
las hostilidades, con determinación de las líneas de los 
beligerantes en la costa y en la sierra. Como conside- 
ración de mera forma, insinuaban al terminar su 
nota: «Si D. José de San Martín está resuelto á con- 
»quistar con las armas ó á negociar en el silencio de 
»ellas la independencia de América, no está menos 
»deseoso de unir esta parte del Nuevo Mundo á su an- 
»tigua metrópoli, por los lazos de la amistad y del 
»comercio, que forman la prosperidad recíproca» (ma- 
yo 17). 

Con sorpresa de los mismos que tal exigencia hacían, 
el virrey accedió á ella con la sola condición de extraer 
de las fortalezas del Callao 12 piezas de artillería de 
18 á 24, sin objetar los límites militares propuestos 
(mayo 19). Desde este momento no fué difícil enten- 
derse sobre las bases de un armisticio provisional, de 


— 89 — 


común acuerdo ajustado por el término de veinte dias, 
prorrogables si en este término no se llenasen los ob- 
jetos que se buscaban. Las fuerzas conservarían las. 
posiciones que ocupaban. Para allanar las dificulta- 
des que por una y otra parte pudieran presentarse 
para un armisticio definitivo, se estipulaba que el ge- 
neral La Serna y el general San Martín, acompaña- 
dos de sus respectivas diputaciones pacificadoras, ce- 
lebraran una entrevista (23 de mayo). Tal fué el ar- 
misticio de Punchauca, que tanta resonancia debía 
tener en la historia. 

¿Hasta qué punto los negociadores que tales ba- 
ses preliminares acordaban para preparar un arreglo 
definitivo, procedían de buena fe y creían en su posi- 
bilidad? Por su parte, La Serna, dos días antes de 
protestar á San Martín su anhelo por la paz (abril 7), 
escribía á sus generales que operaban en la sierra, 
que «iba á tratar sin creer en ningún avenimiento, y 
»que por lo tanto era necesario prevenirse para sacar 
»el mejor partido, ocupando Tarma, Jauja y Pasco, 
ȇ fin.de ganar posiciones ventajosas al suspenderse 
»las hostilidades.» Esto explica la facilidad con que 
se accedió á la condición de las fortalezas del Callao 
como depósito, en garantía del armisticio definitivo, 
que se consideraba una ulterioridad remota ó imposi- 
ble. En cuanto á San Martín, sin esperar que la Es- 
paña reconociese buenamente la independencia de las 
colonias insurreccionadas, procedía seriamente á bus- 
car un arreglo por medios conciliatorios, conforme con 
las ideas de política convencional de que estaba im- 
buído. Empero, buscaba ventajas como La Serna. «Han 
»seguido las negociaciones, demorándolas por mi par- 
»te—decía al tiempo de reabrirse por última vez las 
»hostilidades,—1.% para que se repongan los hombres 
»y caballos de la división de Arenales, que han sufri- 


»do en el paso de la cordillera. 2.2 Para reponer mis 
»enfermos, que no bajan de mil doscientos.» Era un 
doble juego con dos naipes, á cartas vistas y ocultas. 
San Martín sabía bien que la España, en su arrogan- 
cia, nunca admitiría la independencia como imposi- 
ción, y por eso quería pactarla previamente con los 
jefes españoles, que, por su parte, reatados más que por 
sus instrucciones, por el deber y el honor, no estaban 
dispuestos á seguir el ejemplo de O'Donojá, que aún 
no se conocía en el Perú. 


vIII 


La entrevista pactada por el armisticio de Pun- 
chauca, es el paso político más trascendental en la vida 
de San Martín, pues, aunque no produjera ningún he- 
cho inmediato, determinó un rumbo en su carrera de 
libertador, que debía conducirlo á un camino sin sa- 
tida. ¡Tan cierto es que los fenómenos invisibles que 
se producen en el drama fantasmagórico de la con- 
ciencia, son los que deciden de los destinos de los 
hombres, más que los hechos tangibles, de que á ve- 
ces ellos mismos son autores! Tal es el caso de San 
Martín. La América española estaba independizada 
de hecho y republicanizada de derecho. La indepen- 
dencia era cuestión de tiempo. La república estaba 
en el orden natural de las cotas. Las provincias del 
Río de la Plata, Chile y Colombia, se habían consti- 
tuído en repúblicas, obedeciendo á su genialidad, y es- 
to es lo que daba razón de ser á su revolución en pro 
de su independencia. La monarquía era.un plan arti- 
ficial ú violento de gobierno, que contrariaba la ten- 
dencia de los pueblos emancipados, y sólo podía ser 
posible en una distribución dinástica y un acuerdo do- 


.méstico entre la metrópoli y la colonia, como sucedió 
en el Brasil. Fué entonces cuando San Martín, que 
había contribuído á consolidar la independencia de 
una república en el Río de la Plata, fundado otra en 
Chile y echado las bases de una nueva en el Perú, 
“anunció públicamente su pensamiento secreto de mo- 
narquizar el Perú, indicado confidencialmente al tiem- 
po de las negociaciones de Miraflores (véase cap. XXVI, 
párrafo v11) en momentos que en Méjico se implanta- 
ba el mismo sistema por una combinación de circuns- 
tancias, pasadas las cuales, la ley revolucionaria reco- 
- braría su imperio. Antes de dar este campanazo, ha- 
bía bechy publicar por Monteagudo en «El Pacifica- 
dor» (periódico que se imprimía en su campamento á 
manera de boletín), un artículo que se decía tomado 
de un periédico extranjero, en que se preconizaba la 
forma monárquica, á fin de sondear ó preparar la opi- 
nión. En él se decía: «Todo hombre que sepa leer y 
»escribir, que conozca su país y que desee el orden, es 
»natural prefiera una monarquía á la continuación de 
una inquietud y confusión. Que los enemigos de la 
»paz del Estado sean enemigos de ese proyecto, pare- 
»ce indisputable.» Cierto es, que en la realización de 
este pensamiento, por nada entraba la ambición per- 
sonal; que era una fórmula teórica de acomodamien- 
to con la madre patria, que no perdía de vista la gue- 
Tra ; pero no por esto es menos grave la responsabili- 
dad moral de San Martín ante la historia al reaccio- 
nar contra su propia obra, ni desconocerse la infSuen- 
cia que su plan monárquico de pacificación tuvo en 
su destino de libertador, aun cuando por el momento 
no pasase de palabras. 

En tales circunstancias para la América, tuvo lugar 
el 2 de junio de 1821 la entrevista convenida entre 
San Martín y Ja Serna en Punchauca. Asistió á ella 

. / 


— Y — 


el general americano de uniforme de campaña, en com- 
pañía de su comisión pacificadora, si jefe de estado 
mayor el general Las Heras y otros jefes de su ejér- 
cito. El virrey, con la banda carmesí, distintivo de su 
autoridad debajo de su sobrecasaca, se presentó acom- 
pañado del comisario regio y sus dos colegas, los gene- 
rales La Mar, Canterac y Valdés y varios jefes de su 
estado mayor. Al encontrarse ambos generales, se 
abrazaron. San Martín dijo: Venga acá mi viejo ge- 
neral: están cumplidos mis deseos. Entre los dos po- 
dremos hacer la felicidad de este país. La Serna co- 
rrespondió en términos generales pero amistosos á 
esta franca abertura. Los dos entraron del brazo al 
salón, en que sus comitivas se confundieron, cam- 
biándose recíprocas manifestaciones de estimación y 
respeto. 

Reunidos los protagonistas de esta escena en confe- 
rencia secreta con asistencia de sus respectivos co- 
misionados, y presentes los generales La Mar y Las 
Heras como segundos cabos de los ejércitos beligeran- 
tes, San Martín tomó la palabra, y con voz firme dijo 
al virrey: «General, considero éste como uno de 
»los días más felices de mi vida. He venido al Perú 
»desde las márgenes del Plata, no á derramar sangre, 
»sino á fundar la libertad y los derechos de que la 
»misma metrópoh ha hecho alarde al proclamar la 
»constitución del año 12, que V. E. y sus generales 
»defendieron. Los liberales del mundo son hermanos 
»en todas partes. Si en España se abjuró una vez esa 
»constitución volviendo al régimen antiguo, no es de 
»suponer que sus primeros cabos en América, que 
aceptaron el compromiso de sostenerla, abandonen 
»nunca sus convicciones, renunciando á la noble aspi- 
»ración de preparar en este hemisferio un asilo seguro 
»para sus compañeros de creencias. Los comisarios de 


A A 


» Y. E., entendiéndose lealmente con los mios, han 
»arribado á convenir en que la independencia del Pe- 
»rú no es inconciliable con los intereses de España, 
»y que, al ceder á la opinión declarada de los pueblos 
»de América, harían un señalado servicio, si evitan 
»una guerra inútil y abren las puertas á una recon- 
»ciliación decorosa. Pasó el tiempo en que el sistema 
acolonial pudo ser sostenido por la España. Sus ejércitos 
»se batirán con la bravura tradicional de su brillante 
»historia militar; pero, aun cuando pudiera prolon- 
»garse la contienda, el éxito no puede ser dudoso para 
»millones de hombres dispuestos á ser independientes, 
»y que servirán mejor á la humanidad y á su país, 
»si en vez de ventajas efímeras, pueden ofrecer empo- 
»rios de comercio, relaciones fecundas y de concordia 
»permanente entre los hombres de la misma raza, que 
»hablan la misma lengua y sienten igualmente el ge- 
»sneroso deseo de ser libres. Si V. E. se presta á la 
acesación de la lucha estéril y enlaza sus pabellones 
s»con los nuestros para proclamar la independencia del 
»Perú, los dos ejércitos se abrazarán sobre el campo.» 
En seguida, formuló netamente esta proposición : Que 
se nombrase una regencia que gobernara independien- 
temente el Perú de que debía ser presidente La Ser- 
na, designando cada una de las partes un corregente, 
hasta la llegada de un príncipe de la familia real de 
España que se reconocería por monarca constitucio- 
nal, y ofrecióse él mismo á ir á solicitarlo, si era ne- 
cesario, para demostrar ante el trono el alcance de 
estu resolución, en armonía con los intereses de la Es- 
paña y los dinásticos de su casa reinante, en cuanta 
era conciliable con el voto fundamental de la Améri- 
ca independiente. 

Esta proposición, que dejó atónitos á los realistas, 
y que acogieron con visibles señales de contentamiento, 


omo - 04 —a 


tuvo el apoyo caluroso del comisario regio y de sus 
colegas, no obstante contrariar abiertamente las ins- 
trucciones que los gobernaban. El virrey, que había 
guardado silencio, pero que parecía inclinado á acep- 
tarla, propuso consultar á las corporaciones del vi-' 
treinato sobre asunto de tanta gravedad, prometien- 
do una contestación antes de dos días. «Transportes 
ade gozo, dice un testigo presencial, siguieron á- esta 
»escena. Adelantándose la imaginación á los sucesos, 
»se entró luego á discurrir sobre el día y la forma 
»en que las tropas de los dos ejércitos reunidos en la 
»plaza de Lima, deberían concurrir á solemnizar el 
»acto de la independenciá peruana.» En el frugal ban- 
quete que se siguió y que presidieron loa dos caudillos,' 
uno al lado de otro, el virrey brindó: «por el feliz 
éxito de la reunión en Punchauca», y San Martín: 
«por la prosperidad de la España y de la América» ; 
pronunciándose otros brindis por la unión y la frater- 
nidad entre europeos y americanos. 

Si en todo esto no hubiese habido sino habilidad di- 
plomática, el golpe del general americano era de ma- 
no maestra ; pero había además un error fundamental. 
Ponía por una parte de su lado la moderación, ante- 
poniendo el bien á la gloria; presentaba una fórmula 
concreta de conciliación bajo las condiciones recípro- 
cas de la independencia y del sistema de gobierno, des- 
atando sin violencia el vínculo entre la madre patria 
y la colonia; se captaba el concurso del comisario re- 
gio y de sus colegas, llevándolos hasta violar las ins» 
trucciones de su corte; halagaba las tendencias de 
los jefes liberales, que disponían del ejército espa- 
ñol; persuadía al virrey, irresoluto y casi convencido, 
á deferir la cuestión al voto de las corporaciones del 
virreinato ; introducía la división política en el campo 
enemigo, apareciendo magnánimo, y mientras tanto, 


0 


ganaba fuerza moral y material. Esto es en el supuesto 
de avanzar una proposición, que no podía ser aceptada 
por los realistas, reatados por sus instrucciones y re- 
sueltos á sostener la guerra á todo trance. En el caso 
de ser aceptado su plan, era una victoria «sine san- 
guine», como la buscaba, aunque tuviese por símbolo 
una corona en vez de un gorro frigio. Obtenía desde 
luego el reconocimiento previo de la independencia 
del Perú; fundaba provisionalmente un gobierno mix- 
to nacional; comprometía al ejército español en el 
fostón de ambos hechos preestablecidos, y la cuestión 
se resolvía de este modo de hecho, cualquiera que fue- 
se la resolución del gobierno español, como lo había 
sido en Méjico por la adhesión anticipida de O'Do- 
nojú al plan de Itúrbide. Era hacer triunfar la revo- 
lución con el concurso de los mismos españoles. Esto 
es lo que San Martín buscaba de buena fe como solu- 
ción definitiva, sin perder de vista las contingencias 
-de la guerra. Por un momento, creyó haberlo alcanza- 
do. El, tan frío y reservado habitualmente, al levan- 
tarse de la mesa del banquete, llamó aparte á Guido, 
y le dió un estrecho y silencioso abrazo lleno de calor, 
Era que, arrastrado por sus ideas políticas de conyen- 
ción, fomentadas por sus consejeros, al anteponer al 
credo de la revolución americana—que era también 
su propia creencia,—la forma del goBterno de la mo» 
narquía constitucional para la América, pensaba ha» 
cer obra buena, garantiéndole la estabilidad del or- 
den á la par que la independencia y la libertad mode- 
rada. Se extraviaba como político que no veía claro 
ni preveía los obstáculos, y como guerrero, destempla- 
ba sus propias armas de combate. Como libertador, 
se desautorizaba ante las nuevas naciones emanci- 
padas; y al reaccionar contra sus tendencias espon 
táneas, nativamente democráticas, desconocía el carác- 


E. > 


ter de su revosución y el principio esencial que le 
daba su razón de ser y de que sacaba su fuerza. Como 
diplomático, comprometía ante el mundo libre y an- 
te el mundo reaccionario la causa de las instituciones 
que estaba encargado de hacer triunfar en el terreno 
de la política así como en el de las armas. Esta clau. 
dicación de los principios de la revolución sudameri- 
cana fué un triunfo para los monarquistas europeos 
de la Santa Alianza, que miraban de reojo Ja republi- 
canización del Nuevo Mundo, y podía enajenarle, á la 
par de las simpatías de los Estados Unidos que hacía 
frente á los reyes absolutos, el apoyo de la Inglaterra 
que aceptaba el hecho como irresistible. Así, escribía 
Chateaubriand, al conocer la monarquización de Mé- 
jico y las bases de Punchauca : «El mismo resultado 
»debieran esforzarse en obtener todas las colonias his- 
»panoamericanas.» Este aplauso ante la Europa mo- 
nárquica es una condenación ante la América repu- 
blicana, que marca un comienzo de decadencia. Por 
eso hemos dicho que este paso fué el más trascenden- 
tal en su vida política, pues determinó un rumbo en 
su carrera, que debía conducirlo á un camino sin sa- 
lida. 


IX 


Si la aceptación del plan de San Martín hubiese 
dependido por parte de los realistas, tan sólo del vo- 
to de las corporaciones del virreinato, de seguro que 
habría sido aceptado. La opinión estaba bien pre- 
parada, y los mismos historiadores españoles reconocen 
que contaba con numerosos partidarios en Lima. Pero 
La Serna comprendió que esta opinión flotante, sin 
el apoyo de la fuerza, no tenía valor alguno, y que 
no podía proceder sin el acuerdo del ejército, con 


— 97 — 


tanta más razón cuanto que la autoridad que inves- 
tía, derivaba de una sublevación militar. Consulta- 
dos sus jefes, declararon : que sin rechazar en su fon- 
do la proposición, no podían aceptarla en su forma 
bajo la condición de hacerla desde luego efectiva en 
el hecho, por cuanto contravenía las reales órdenes, 
que si bien autorizaban ilimitadamente para poner 
coto á la efusión de sangre, prohibíah expresamente 
tratar sobre la base de la independencia colonial. De 
su punto de vista tenían razón. Ellos comprendían 
que al pactar en tales condiciones, se exponían á ser 
desaprobados por su gobierno, dando en el primer caso 
la victoria al enemigo, y en el segundo teniendo que : 
optar entre declararse rebeldes á su rey y traidores 
á su patria ó servidores de la revolución que com- 
batían, como españoles y como soldados. 

En vista de este pensamiento, que fué unánime, 
el virrey, que bien apoyado habría pasado por todo, 
comunicó á San Martín dentro del plazo de los dos 
días: «Luego que llegué á ésta (Lima) creí necesario, 
»antes de anunciar la proposición de usted á los di- 
»putados de las corporaciones, saber la voluntad del 
»ejército; y al paso que hallé á los jefes convencidos 
»de que lo que conviene á ambas partes es el conteni- 
»do de dicha proposición, asegurándomelc así, he vis- 
»to que de modo alguno se prestan á reconocer la inde- 
»pendencia sin dar antes el paso preliminar de anun- 
»ciarlo al gobierno nacional; por cuyo motivo he sus- 
»pendido la convocatoria de la junta de corporaciones, 
»en razón á que nada adelantaríamos faltando el con- 
»sentimiento del ejército. » 

_ Al mismo tiempo que el virrey se excusaba de so- . 
meter la cuestión al voto de las corporaciones y se 
cubría con la deliberación del ejército, diputaba dos 
de los principales jefes que más oposición habían 
Tomo IV 7 


, 


— 08 — 


hecho á la condición del reconocimiento previo de la 
independencia. «He creído conveniente, escribía á San 
» Martín, pasen á verse con usted el coronel Valdés 
»y el comandante García Camba, pues estos jefes es- 
»tán al corriente del asunto, y manifestarán á usted 
»todo lo que nos es dable hacer, según mi sentir, 
»para lograr asegurar la mutua felicidad de ambos 
»pueblos.» La proposición del virrey sólo difería en 
un punto de la de San Martín : Acordar una suspensión 
de hostilidades por el tiempo necesario para obtener 
una resolución difinitiva de su Corte: mientras tanto, 
tirar una línea de oeste á este por el río Chancay, 
quedando bajo el gobierno de los independientes el 
país que ocupaban, y que el resto del Perú fuese regl- 
do por la constitución española, nombrándose al efec- 
to una junta de gobierno: que el mismo virrey se 
embarcaría para Europa, á fin de instruir al rey de 
lo que pasaba, y que, si San Martín quería llevar á 
cabo su proyecto de pedir personalmente un príncipe 
de la familia real de España, podrían hacer el viaje 
juntos. El general americano recibió á los emisarios 
en la cámara de la goleta Motezuma, donde había: 
anunciado esperaría la resolución del virrey, y uno de 
ellos ha relatado la escena que se siguió: «Esta pro- 
»posición (la del virrey), fué desechada por San Mar- 
»tín, no obstante las probables ventajas que ofrecía á 
»los independientes, máxime si las Cortes con el rey 
»accedían á remitir al Perú un príncipe, como Valdés 
»y Camba lo significaron. El caudillo enemigo se mos- 
»traba decidido por el establecimiento de una monar- 
»quía constitucional en los Andes con un príncipe de 
»la familia real de España. Los delegados nada le 
»objetaban en contrario sino que la resolución perte- 
»necía exclusivamente al gobierno supremo de la na- 
»ción, Los enemigos, engreídos con los sucesos que ha- 


— Y — 


»bían obtenido, miraban con indiferencia cuanto se 
»les proponía. Así, al desechar San Martín la propo- 
»sición del virrey, dijo con harta ironía á los comi- 
»sionados Valdés y Camba: «Siento tanta obsti- 
nación, pues veo con pesar que dentro de poco 
»tiempo, no tendrán los españoles más recurso 
»que tirarse un pistoletazo.» Era un ultimátum: 
no quería tratar sino sobre la base de la acep- 
tación previa de la independencia por parte de 
los jefes españoles, y si no, prefería la continua- 
ción de la guerra. 


Xx 


Después de este segundo fracaso, las conferencias 
pacíficas volvieron á reanudarse, reuniéndose los co- 
misionados en el pueblo de Miraflores, en vez de Pun- 
chauca. La fórmula de San Martín flotaba inanimada 
en el aire: todas las combinaciones se referían á ella, 
y alrededor de ella giraban las proposiciones y contra- 
proposiciones de los negociadores. Empero, ni unos ni 
otros esperaban arribar á ningún acuerdo serio. Pro- 
longaban las negociaciones, porque así convenía á am- 
bos beligerantes, que á la sombra del armisticio pre- 
paraban el desarrollo dle sus planes militares. Así, los 
diputados españoles, refiriéndose á la entrevista de 
Punchauca, renovaron oficialmente la proposición con- 
fidencial hecha por La Serna y rechazada por San Mar- 
tín en la Motezuma, con la variante de nombrar de 
común acuerdo con una junta provisional de gobierno 
que rigiese el Perú en nombre de la España durante 
la ausencia de los dos generales beligerantes, con la 
división del mando de dos ejércitos (junio 8). Los di- 
putados independientes replicaron que en la entrevista 
á que se hacía referencia, «San Martín había pro- 


— 100 — 


»puesto un vasto y benéfico plan que conciliaba las 
»miras é intereses de todos, el que había quedado frus- 
»trado por resoluciones ulteriores; pero que, quedan- 
»do vigentes hasta aquel momento los principios y 
»medios sobre que había girado la negociación, no de- 
»bía esperarse que “ellos aceptasen un nuevo plan de 
»pacificación ingarantida», y terminaban prestándose 
á continuar y concluir la negociación pendiente sobre 
la base de la entrega en depósito de las fortalezas del 
Callao como garantía de lo que se pactase (junio 
11). Los españoles confirmaron su anterior acep- 
tación á esta exigencia (junio 11). En consecuencia, 
el armisticio fué prorrogado por doce días más, y se 
estipuló que durante ese término el general indepen- 
diente, por un sentimiento de humanidad, permitiría 
la introducción de víveres en la ciudad en las canti- 
dades que se calculasen necesarias para su consumo 
diario (julio 12). 

La concesión de San Martín para la introducción 
de víveres en la plaza sitiada ha sido severamente cri- 
ticada por unos y calificada por otros de «política mi- 
litar enigmática.» Es, sin embargo, uno de los hechos 
más claros y que más honor hace no sólo á sus sentl- 
mientos, sino también á su habilidad política. El sa- 
bía bien que el enemigo estaba decidido á abandonar 
la capital, por serle imposible mantenerse en ella. No 
era, pues, una falta militar ofrecer un cebo para inci- 
tar 4 los españoles á prolongar una situación en que 
agotaban sus últimas fuerzas, cuya aceptación impor- 
caba reconocer la condición de sitiados, y por tantc 
su impotencia para la ofensiva. En otro sentido esta 
le proporcionó la ocasión de alcanzar un triunio mo- 
ral ante la opinión, sin comprometer ninguna ven- 
taja real. Los españoles, humillados de que el pueblo 
debiese su alivio á la generosidad de los sitiadores, 


*— 101 — 


anunciaron por su prensa oficial, qué la concesión era 
condición puesta por ellos para la prórroga del armis- 
ticio. Los diputados independientes protestaron con 
tra esta interpretación y pidieron explicaciones, lo que 
permitió á San Martín manifestar por su parte, que 
«no era á los pueblos á los que hacía la guerra, ni 
»su intención que los habitantes inermes de la capital 
»sufriesen los efectos de un mal que no habían cau- 
»sado.» Con esta política dominaba moralmente el ad- 
versario armado y se propiciaba la opinión pública, 
á la que convertía en agente activo de hostilidades de 
otro género. 

El general independiente no obraba movido tan sólo 
por los sentimientos de humanidad de que hacía alar- 
de. Astuto como siempre, explotaba la miseria de la 
ciudad sitiada, promoviendo un antagonismo entre el 
virrey y el pueblo, encabezado éste por la municipali- 
dad. Los agentes secretos en Lima, de acuerdo con él, 
dirigieron anónimos al Cabildo, incitándolo á tomar 
una actitud en representación del pueblo invocando 
el bien general. El Cabildo, estimulado por el clamor 
general, dirigió al virrey una nota, que era una especie 
de grito de sedición en nombre de la paz: «En contor- 
»no de veinticinco leguas, no reina sino la más 
»espantosa devastación. Los ganados, las sementeras, 
»los frutos, todo ha perecido por el furor del soldado. 
»Provincias las más ricas y opulentas han súcumbido 
ȇ la fuerza preponderante del enemigo: otras se ha- 
»llan amenazadas de igual fracaso; y esta capital su- 
»fre un bloqueo el más horroroso por el hambre, el 
vlatrocinio y la muerte. Entretanto, el soldado no res- 
»peta aún el último resto de las propiedades rurales, 
»y acaba hasta con los bueyes que surcan la tierra 
»y la fertilizan con su sudor en beneficio del hombre. 
»Si continúa así esta plaga, ¿cuál seró en breve nues- 


— 102 — 


vtra suerte, cuál nuestra miserable condición? La paz 
»es el voto general del pueblo. Los pueblos se reunen 
»á porfía bajo el pabellón de San Martín. Centenares 
»de hombres desertan de nuestros muros para no pe- 
»recer de necesidad. Un enjambre obstruye los canales 
»de nuestra provicia, insulta y saquea nuestro hogar. 
»El público increpa agriamente nuestro silencio, y ya 
»son de temer males peores que la misma guerra.» 
El virrey contestó, esquivando la cuestión principal, 
y se contrajo al tópico de la paz, en términos triviales 
que revelaban quebranto: «Como filántropo amo y 
»deseo la paz; pero como militar y hombre público no 
»puedo prescindir de que sea honrosa: y preferiría la 
»guerra, aun suponiendo la preponderancia que se dé 
»á las fuerzas del general San Martín. La guerra es 
»un juego donde se aventura más ó menos, según la 
»pasión de los jugadores, que tan pronto se gana, tan 
»pronto se pierde; y cuando se gana mucho, sucede 
»comúnmente, que el que gana continúa jugando 
»para aumentar su bien, ó que el que pierde no quiere 
»dejar el juego, porque espera volver á ganar lo que 
»ha perdido, y al fin la fortuna se vuelve, y el que 
»ganaba no sólo pierde lo que ha ganado, sino tam- 
»bién lo que*tenía ganado cuando se puso á jugar. Es 
»cuanto por ahora puedo contestar.» Los jefes mili- 
tares, ofendidos por los términos de esta representa.- 
ción, se quejaron amargamente al virrey en nombre 
del ejército, calificándola de criminal y exigieron una 
reparación, con la amenaza de que, de no hacerse jus- 
ticia, no en vano se atacaría su honor. 

De este modo se creaba un nuevo antagonismo entre 
el pueblo, las autoridades y el ejército. Mientras tan- 
to, el hambre apuraba en la ciudad. San Martín, asu- 
miendo al parecer una actitud magnánima, exigía ga- 
rantías y ponía condiciones, que eran otras tantas borm- 


— 105 — 


bas explosivas, que reventaban en el campo enemigo 
aquejado por la miseria. «Estoy dispuesto, decía, á 
»permitir la introducción de víveres para el consumo 
»de Lima, siempre que el virrey me responda como 
»presidente de su ayuntamiento, que serán distribuidos 
»por esta corporación entre el pueblo, y.de que éste 
»no será defraudado por la autoridad militar, no ha- 
»ciendo dificultad en que el soldado ocurra al mer- 
»cado como cualquier ciudadano, y mucho menos que 
»se destinen las raciones necesarias de arroz y harina 
»para los enfermos del ejército, porque al fin estos sol- 
»dados en su estado dejan de ser mis enemigos.» La Ser- 
na dió la explicación pedida, declaró que la concesión 
había sido solicitada por sus diputados y que el repa:r- 
to de víveres se haría en beneficio del pueblo. San Mar- 
tín se dió por satisfecho, y aceptó la palabra de honor 
de su adversario como suficiente garantía. 

San Martín no se ápresuraba á conquistar la capi- 
tal del Perú : quería que cayese en sus manos como una 
espiga madura, según sus palabras. Un distinguido 
marino inglés, que lo visitó en una ocasión en la Mo- 
tezuma, al pintarlo al natural ha consignado en un 
libro las ideas de que estaba poseído. «Hacía poco que 
amos paseábamos por el puente de la goleta, cuando 
vlog marineros empezaron á lavar el puente : ¡Qué fas- 
vtidio ! exclamó San Martín, que esta gente se empeñe 
sen lavar su puente de este modo. ¡Eh! amigo, ex- 
»clamó, dirigiéndose á uno de ellos, ¿por'qué no echa 
»el agua del otro lado? El marinero, que no entendió 
»Ó estaba acostumbrado á los modos del general, con- 
»tinuó salpicándonos. Me temo mucho, me dijo, ten- 
»gamos que bajar á la cámara, que no es sino un 
»miserable agujero, pues parece que no es posible con- 
»vencer á estos diablos. En el mismo día de mi visita 
»(25 de junio de 1821), algunas personas vinieron de 


»Lima é. hablarle de negocios de Estado, y en el cur- 
»so de la conversación dejó penetrar sus intenciones 
»y los sentimientos que lo animaban.» «Se pregunta, 
»fueron sus palabras, por qué no marcho inmediata- 
»mente sobre Lima. No me detendría un momento, si 
»esto conviniese á mis miras. No aspiro á la fama de 
»conquistador del Perú. Mi única ambición es libertar 
»este país. ¿Qué haría yo en Lima si sus habitantes 
»me fuesen contrarios? ¿Qué ventaja sacaría la causa 
»de la independencia en que ocupase militarmente á . 
»Lima, y aun todo el país? Mi plan es diferente. Deseo 
»ante todo que los hombres se conviertan á mis ideas, 
»y no quiero dar un paso más allá de donde vaya la 
»opinión pública. Que la capital esté madura para. 
»declarar sus sentimientos, y yo le procuraré la oca- 
»sión de hacerlo con toda seguridad. A la espera de 
»ese momento he suspendido hasta ahora avanzar. Los 
»que conocen el alcance de los medios que han sido 
»empleados, encuentran una explicación suficiente 
»para mis retardos. He ganado cada día nuevos alia- 
»dos en el corazón del pueblo. En cuanto á las fuer- 
»zas militares, he conseguido aumentarlas y mejorar 
»el ejército patriota; mientras el de los españoles se 
»ha disminuido por la miseria y la deserción. Toca 
»al país juzgar por sí mismo cuáles son sus verdaderos 
»intereses, y es justo que sus habitantes hagan conocer 
»lo que piensan. La opinión pública es un nuevo re- 
»sorte introducido en los asuntos de estos países: los 
»españoles, incapaces de dirigirla, la han comprimido. 
»Ha llegado el día en que va á manifestar su fuerza 
»y su importancia. » 

Condensando su juicio con motivo de esta conversa» 
ción, dice el viajero observador : «Sería temerario ase- 
»gurar que las declaraciones del general patriota fue- 
»sen sinceras, y bien que nada pueda hacerme dudar 


— 105 — 


»de su lealtad, es difícil pronunciarse sobre la pru- 
»dencia de sus combinaciones, aun substrayéndose á 
»la influencia de lo que sucedió más tarde. Muchos las 
»encontraban muy juiciosas, porque habían sido coro- 
»nadas por el éxito. En cuanto á mí, debo confesar 
»con sinceridad que las medidas que tomó en las cir- 
»cunstancias de que fuí testigo, me parecieron indicar 
»mucha habilidad, circunspección y previsión. En 
»aquel día estaba vestido con un largo levitón y una 
»gorra de pieles. A primera vista no presentaba nin- 
»gún rasgo notable que llamase la atención, pero cuan- 
»do se ponía de pie y tomaba la palabra, reconocíase 
»al hombre superior. Con mucha simplicidad en sus 
»maneras, eran las de un hombre bien educado. Ja- 
»más noté en él la menor afectación : lleno siempre 
»del sentimiento de lo actual: todo indicaba un carác- 
»ter agradable, y debo decir, que no he conocido nin- 
»guno cuyo acceso fuera más cautivador. En la con- 
»versación iba derecho á los puntos principales del 
»asunto, prescindiendo de los menos interesantes. Es-, 
»cuchaba con, atención y contestaba de una manera 
»lúcida, en términos escogidos. En la controversia des- 
»plegaba admirables recursos y una prodigiosa fecun- 
»didad de vistas, y sabía demostrar á sus oyentes que 
»se había poseido de su pensamiento. No había nada 
ade brillante ni de rebuscado en sus palabras : hablaba 
»con calma y gravedad, dominando la materia. Alguna 
»vez le sucedía animarse insensiblemente: entonces 
»sus ojos brillaban ; sus expresiones eran vivas y enér- 
»gicas; llamaba la atención y convencía con sus ar- 
»gumentos ; esta metamorfosis se producía, sobre todo, 
stratándose de política ; y si hablaba con sangre fría, 
»no era menos admirable que cuando se expresaba con 
»fuego. Sabía ser igualmente chistoso y familiar, se- 
»gún lo exigían las circunstancias. En definitiva. cual- 


— 100 — 


»quiera que sea la influencia que haya podido ena 
»sobre él li posesión de una gran autoridad politica, 
»estoy convencido de que las cualidades de sn alma 
»eran blandas y benévolas, y lo considero como un 
»hombre de temple poco común. 

Es curioso observar que en su larga carrera nunca 
le faltó á San Martín un inglés observador por testigo, 
para comprobar el dicho, que allí donde sucede algo 
posible en el mundo, allí está presente un inglés; en 
España, lord Macduff ; en:San Lorenzo, el viajero Ro- 
bertson; en Mendoza, Santiago y Maipú, Haigh, por- 
tador accidental del parte ensangrentado de la bata- 
lla ; en Lima, el famoso marino Basil-Hall, que ha de- 
jado este precioso medallón que lo representa bajo 
muevo aspecto en un momento histórico, y Stevenson, 
¡secretario de Cochrane, que á la par de éste, lo ha 


difamado. 
x]T 


Las negociaciones entabladas, continuaron por me- 
:ra forma, bajo el pabellón neutral á bordo de la fra- 
gata Cleopatra, surta en el Callao. A la sombra de 
la bandera blanca del armisticio los beligerantes se 
preparaban á resolver la cuestión por las armas. Al 
expirar el término de la prórroga del armisticio de 
Punchauca, San Martín estaba decidido por la gue- 
rra. «Los enemigos, decía, como base preliminar, de- 
»bían entregarme el castillo Real Felipe con las demás 
»fortificaciones adyacentes; la fuerza marítima que 
»viniese de la Península, debía regresar á España al 
»mea de su llegada á estas costas; toda la parte del 
»norte desde Chancay (inclusa la Peninsula de May- 
»nas), quedaba en mi poder. Para la independencia 
»de América era ventajoso este partido, pues de mí 


e Le 


»no se exigía más que un armisticio por diez y seis 
»meses, y que se enviasen diputados para tratar con 
»el gobierno español la independencia del Perú, de 
»Chile y Buenos Aires. Yo no ignoro que con el Callao 
»y la opinión del país, en diez y seis meses el Perú 
»era libre; que con los recursos del territorio que me 
»quedaban, podía mantener con economía el ejército. 
»Pero ¿y la escuadra? ¿Como se la remito á Chilo 
»cuando sé que no tiene un peso con qué pagarla? Yo 
»no podía sostenerla en este intervalo, y de consi- 
»guiente su disolución era positiva, perdiendo Chile 
»por este motivo sus esfuerzos, y toda la América la 
»respetabilidad y seguridad que le da esta fuerza naval. 
»En este caso me he decidido por la continuación de 
»la guerra más feroz y destructora que han conocido 
»los vivientes, no por las balas ni trabajos, sino por 
»la insalubridad de estas infames costas, especialmente 
»desde que llegó el ejército, pues no hay memoria de 
»tantas enfermedades como en esta época. Además, me 
»he decidido por la guerra por la situación del ene- 
»migo. El tiene igual ó mayor número de enfermos que 
»nuestro ejército, y aunque mejor medicinados, peor 
»alimentados ; la opinión, no sólo de la América, sino 
ade la mayor parte de los europeos sensatos, está por 
»nosotros; su ejército minado en favor de nuestra 
»causa, pasándose á nuestras banderas ; el hambre los 
- »acosa, y no les queda otro recurso que retirarse al 
»Cuzco para prolongar la guerra, como tengo noticia 
»de que se proponen hacerlo. Estas consideraciones me 
»han hecho resolver á prolongar por un poco de tiempo 
»más los males, para que luego gocen más tranquila- 
»mente los bienés.» Ahora es el general y no el polí. 
tico el que habla ; con un propósito deliberado, con su 
claridad de vistas y su perfecto conocimiento de los 
planes del enemigo, que pesa tranquilamente el pro 


— 108 — 


y el contra con su juicio propio en el estilo conciso 
y preciso que le es peculiar; es el libertador del sur 
llenando sus deberes militares para con la América ; 
empero no previene todas las contingencias, y de aquí 
que favoreciera en cierto modo los planes del enemigo. 

En cuanto al general español, su resolución estaba 
tomada desde antes de ajustarse el armisticio: su idea 
era trasladar el teatro de la guerra al interior del 
país. La llegada del comisionado regio Abreu, y las 
negociaciones que fueron su consecuencia, retardaron 
esta operación. Sin comunicaciones marítimas con la 
metrópoli, bloqueado en Lima por las armas y por 
el hambre, en disidencia el virrey y el ejército con el 
Cabildo y con el pueblo, invadida la sierra, amagados 
los puertos intermedios, obstruídos los caminos de las 
provincias del interior, del sur y del este; en impo- 
tencia para tomar la ofensiva, la evacuación de Lima 
se imponía como una necesidad. «El estado de la ca- 
»pital del Perú, dice un historiador español que ha- 
»bla como testigo, había llegado á tal extremo, que 
»no se alcanzaba medio alguno de poderla conservar 
»por más tiempo sin positivo riesgo de perder muy 
-»pronto todo el país.» Era la resolución salvadora. Los 
españoles abandonaban á los independientes el terri- 
torio malsano de la costa del norte, dejando á éstos 
en presencia de un enemigo invisible que los diezma- 
ría ; se trasladaban al clima salubre de la tierra, donde 
sus enfermos se repondrían; ocupaban las provincias 
de mayores recursos en hombres, cabalgaduras y basti.- 
mentos ; reemplazaban con nuevos reclutas sus bajas ; 
consolidaban su base de operaciones asegurando sus 
comunicaciones con el Alto Perú y dominaban las cos- 
tas del sur. De este modo, ú obligaban á los indepen- 
dientes á ir á buscarlos en sus- posiciones, 6 se ponían 
en aptitud de abrir hostilidades sobre la costa cuan- 


-— 109 — 


do les convinicse. Esta resolución, que !:ace alto honor 
á la inteligencia y al ánimo esforzado de los españoles 
en el Perú, prolongó por cuatro años más la guerra y 
quebró el poder militar de San Martín, que no le dió 
por entonces la trascendencia que tenía, y pensó erra- 
lamente que la posesión de Lima-le daba el triunfo 
definitivo. 

En prevención de la próxima evacuación de Lima, 
el virrey dispuso que Canterac, á la cabeza de la 
mayor y más saneada parte de su ejército (25 de ju- 
nio), se dirigiese á Huancavelica, por el camino de 
Lanahuaná, ascendiendo la cordillera por el valle de 
Cañete. De este modo preparaba la operación medi- 
tada garantida por el armisticio, y al emprender al 
parecer un movimiento de retroceso, detenía la inter- 
nación de Arenales, á la vez que ocupaba posiciones 
más ventajosas para el tiempo en que se reabriesen 
las hostilidades. San Martín había hecho otro tanto 
replegándose de Ancón á Huacho en ese intervalo. De 
manera que, el virrey, al quedarse en Lima con la me- 
nor parte de sus fuerzas, contaba con el tiempo y la 
distancia, y reposaba en la seguridad de que San Mar- 
tín, debilitado también por la ausencia de sus mejores 
tropas en la sierra, no podía atacarlo, aun en el peori 
caso, con un ejército no mucho mayor, compuesto como 
el suyo de enfermos y convalecientes. Además, tenía 
por punto de apoyo inmediato las fortificaciones inex- 
pugnables del Callao con su fuerte guarnición. 

Fenecido el armisticio y en marcha Canterac con 
al grueso del ejército de evacuación, La Serna anun- 
ció públicamente por medio de una proclama (4 de 
julio), la resolución de ubandonar á Lima. «Me veo 
»precisado, decía, á us:r de medios extraordinarios y 
ale planes más vastos que los que permite la mera 
»defensa de una ciudad situada de un modo muy con- 


— 110 — 


»trario á las operaciones militares... quedándomte yo 
»mismo sepultado entre sus ruinas y cadáveres.» De- 
lexó el mando político y militar en el marqués de Mon- 
temira, anciano pacífico de la ciudad, con el encargo 
de conservar el orden y entregar la plaza á discreción 
del enemigo. Ofició al general San Martín, «imploran- 
»do su filantropía (5 de julio) en favor de más de 
»1.009 enfermos que dejaba en los hospitales», á la 
vez que le aseguraba que «esto en nada podía influir 
»para que la negociación pendiente no tuviese la feliz 
»terminación que positivamente deseaba.» Dejó 2.000 
hombres de guarnición en los castillos del Callao, con 
escasos bastimentos para sostenerse, pero prometien- 
do que oportunamente acudiría con víveres en su auxi- 
lio. Con el resto, que no alcanzaba á 2.000 hombres,. 
se puso en retirada el 6 á las cinco de la mañana por 
el valle de Cañete en dirección hacia la quebrada de: 
Yauyos al este de Lima. 

La ciudad estaba consternada. Los españoles com- 
prometidos huían á encerrarse con sus familias dentro 
de las murallas del Callao. El vencindario amedren- 
tado, temía que la población fuese saqueada ó por los 
invasores ó por la plebe. y las mujeres se refugizban 
en los monasterios. San Martín se apresuró á tranqui. 
lizar á todos y dirigióse al arzobispo como representan- 
te de las conciencias, y á la municipalidad como repre- 
sentante del pueblo, manifestándoles que sus accio- 
nes jamás habían desmentido sus promesas, y que al 
garantir el orden público, estaba dispuesto á correr 
un velo sobre el pasado y prescindir de las opiniones 
políticas que antes hubiese profesado cada uno (ju- 
lio 6). 


— 111 — 


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Fiel á la línea de conducta que se había trazado, 
San Martín no se apresuró á posesionarse de Lima. 
Quería que la ciudad se pronunciara, para presentarse 
él, no como conquistador, sino como auxiliador y pro- 
tector. El capitán Basil-Hall, que continuaba obser- 
vándolo, cuenta, que habiendo reiterado su visita á 
bordo de la goleta Motezuma, curioso de explicarse 
esta conducta enigmática, le oyó decir: «He combatido 
»durante diez años contra los españoles, más bien di- 
»cho contra los enemigos de la causa de la emancipa- 
»ción americana. Mi único deseo es que este país se 
»gobierne por sus propias leyes. En cuanto al sistema 
»político que adopte, no me toca intervenir. Mi inten- 
»cion es dar al pueblo los medios de proclamar su in- 
»dependencia y establecer el gobierno que le convenga. 
»Hecho esto, consideraré terminada mi misión, y me 
»retiraré.» Una diputación del cabildo le ofreció la 
ciudad, suplicándole la tomase bajo su amparo. En 
contestación, mardó retirar las guerrillas francas que 
la circundaban, que por su composición eran miradas 
con temor por sus habitantes, y la hizo rodear con. 
tropas de línea, con prevención de que obedecieran las 
úrdenes del gobernador civil para el mantenimiento 
del orden. Los habitantes, según el testimonio del tes- 
tigo neutral antes citado, no podían persuadirse que 
fuesen tratados con tanta generosidad por un hombre 
que consideraban enemigo. Algunos llegaron á pensar 
que era una burla del vencedor, que se disponía á entrar 
insolentemente por las calles al frente de sus tropas 
para humillarla con su triunfo. Uno propuso que se 
hiciese la prueba. En consecuencia el gobernador or- 


— 112 — 


denó por escrito al comandante de un regimiento de 
caballería que campaba á dos kilómetros de la ciu- 
dad, que se situase en un punto más lejano. La orden 
fué obedecida, y el regimiento se situó cinco kilómetros 
más afuera. Estó bastó para dar autoridad al gober- 
nador municipal. La comunicación entre las tropas y 
el pueblo no se estableció sino cuando el orden estuvo 
perfectamente asegurado, por medio de una policía 
civil bien organizada con el concurso de algunos pe- 
queños destacamentos que penetraron modestamente 
al recinto de las murallas. El 9 al anochecer entró 
silenciosamente una división, que fué recibida en me- 
dio de aplausos populares. 

El 10 de julio de 1821, á las siete y “media de la 
noche, entró San Martín de incógnito á Lima, según 
su costumbre después de sus grandes triunfos, acom- 
pañado tan sólo de un ayudante, y de allí se dirigió 
al palacio de los virreyes. Dos frailes descubrieron su 
presencia. Cada uno de ellos le dirigió un discurso 
comparándolo con Julio César y con Lúculo, que €l 
oyó con su acostumbrada paciencia. Así que se hu- 
bieron retirado, exclamó: «Santo Dios, ¡qué va á ser 
de nosotros ! Esto no se acabará nunca.» El ayudante le 
dijo: «¡Oh, mi general! están esperando otros dos del 
mismo calibre.» «¡Sí! repuso San Martín, pues que 
ensillen los caballos y en marcha.» Pero la noticia de 
su entrada se había generalizado y todos querían co- 
nocer al libertador, y hombres, mujeres y niños acu- 
dieron en tropel á saludarlo. A una mujer que se pre- 
cipitó á sus pies, presentándole tres hijos para que 
sirviesen á la patria, la hizo levantar con bondad y 
la abrazó. Cinco damas se presentaron inmediatamen- 
te, y todas querían ¿brazar sus rodillas, hablando al 
mismo tiempo; y las cinco pesaron tanto sobre él 
que hubieron de hacerle perder su equilibrio en medio 


— 113 — 


del bullicioso tumulto, logrando al fin aquietarlas con 
buenas palabras. Por fortuna descubrió entre la con- 
currencia á una niña de doce años, que lo miraba tíÍ- 
midamente y no se atrevía á acercársele : la levantó en 
sus brazos en medio de grandes aplausos. Uno gritó: 
¡ Viva nuestro general! No, no, prorrumpió él; griten : 
Viva la independencia del Perú. El cabildo, apresura- 
damente reunido, se presentó en seguida. El contestó 
á sus felicitaciones gravemente, sin frialdad, sin 
muestras de suficiencia. Después de algunos discur- 
sos que le fueron dirigidos, y á que respondió con pa- 
labras apropiadas, otra dama se echó en sus brazos, 
lo tuvo estrechado por más de medio minuto, sollozan- 
do más que pronunciando las palabras : «¡ Mi general !» 
«¡ Mi general!» Al querer retirarse, San Martín, im- 
presionado por su entusiasmo y su belleza, la detuve 
respetuosamente, y le dijo sonriendo: «Debiera ser 
permitido demostrar la gratitud con un beso;» pero 
se abstuvo, y encargó á un edecán que la acompañase 
del brazo hasta la puerta. A las diez y media de la 
noche, se retiró á Mirones—punto equidistante entre 
el Callao y Lima,—donde había hecho acampar el 
ejército con objeto de establecer el sitio del Callao. Así 
fué como el libertador del Perú entró á la: ciudad de 
los Reyes. 

Al día siguiente se publicaron varios bandos pro- 
hibiendo que se injuriase á los españoles, disponiendo 
que se abriesen las casas de negocio, que los tribuna- 
les administrasen justicia conforme á las leyes preexis- 
tentes que no contrariasen el nuevo régimen, y se des- 
trozaron los bustos y armas reales, reemplazados por 
el escudo nacional inventado en Pisco, con la inscrip- . 
ción : «Lima independiente. » 

. Una proclama de San Martín, que por su tono jac- 
tancioso contrastaba con su actitud modesta de vence- 

Tomo IV 8 


— 114 — 


dor, llamó 4 las armas á los habitantes de los depar- 
tamentos libres, prometiendo terminar la campaña en 
cuarenta días, si los pueblos lo acompañaban en sus 
sacrificios. No era imposible del todo tan gran resul- 
tado, si la palabra hubiese sido acompañada por la 
acción ; pero lejos de esto, no sólo no dió nuevo im- 
pulso á la guerra, sino que la paralizó cometiendo gra- 
ves errores militares, que revelaban la falta de un plan 
fijo de operaciones, ó tan sólo un plan negativo. Ha- 
bía querido hacer una campaña pacífica, de evolucio- 
nes y de astucias, conquistando pueblos y voluntades 
sin batallas, y el éxito coronaba sus designios en cuan- 
to al objetivo inmediato: la posesión de Lima, centro 
aparente del movimiento reaccionario. Exagerándosé 
_la importancia de este hecho, pensaba que el enemigo 
quedaba inhabilitado para reaccionar y que gastaría 
sus últimas fuerzas en el aislamiento ; que el país su- 
blevado como elemento concurrente de las armas—<que 
intervendría á su tiempo,—prepararía sin arriesgar 
nada el triunfo definitivo. Era un plan filosófico, que 
llevado á sus consecuencias lógicas, todo lo reducía á 
la fuerza de presión como medio de poner en movi- 
miento las fuerzas activas por el simple efecto de su 
gravedad. Este sistema lento y expectante de hacer 
la guerra se fundaba en que las fuerzas populares no 
habían hecho causa común con los libertadores, como 
sucediera en Chile; en que, mientras tanto, lo ganado 
aseguraba la independencia, reducida á cuestión de 
tiempo. 

Verdad es que el país no había respondido aún al 
llamamiento de los libertadores: que, á excepción del 
pronunciamiento de Trujillo y el alistamiento de las 
guerrillas francas sobre Lima, ningún movimiento 
revelaba el fermento revolucionario, ni en las altas 
clases de la sociedad ni en el común del pueblo; que 


* 


— 1168 = 


la imsurrección de los indígenas, débil y desordenada 
en sí, que sólo brindaba derrotas, no le prestaba nin- 
gún concurso eficiente; que la primera campaña de 
Arenales á la sierra demostraba la inercia de las ma- 
sas, y cuando más, una adhesión pasiva. Todo esto le 
hacía considerarse como acampado y no como estable- 
cido, en un país cuyas fuerzas revolucionarias y mi- 
litares no se habían asimilado con las del ejército de 
modo de darle un sólido punto de apoyo, fuese para 
acelerar la victoria Óó pra aprontar una derrota pasa- 
jera, sin jugar á un albur el todo propio contra una 
parte ajena. De estas bases de raciocinio más que de 
observación profunda, partía para pensar, que el solo 
hecho de la conservación de su ejército, como reserva 
militar y núcleo de opinión, garantía las posiciones 
conquistadas y era un triunfo positivo, pues mientras 
él se robustecía, el enemigo se debilitaba y consumía. 
No se hacía cargo del desgaste de su propia máquina 
de guerra en un clima mortífero, ni preveía la acción 
opuesta, que consideraba eliminada, cuando por el 
contrario se retemplaba en un clima sano y en medio 
de abundantes recursos de todo género. De aquí que 
reincidiese en los mismos errores que después de Cha- 
cabuco y Maipú, al no perseguir y dejar tiempo para 
repararse al enemigo quebrantado, que le brindaba 
la ocasión propicia para jugar la gran partida con . 
probabilidades de éxito, aunque arriesgase algo, pues 
sólo así podía terminar en «cuarenta días,» como él 
lo decía, la campaña en que estaba empeñado. Cierto 
es que, como la mitad de sus mejores tropas estaba 
destacada en la sierra con Arenales, que su ejército 
no era mucho mayor que el del virrey ni se hallaba 
en mejores condiciones, ni estaba preparado para una 
campaña á la cordillera. De todos modos, su perse- 
cución pudo ser más eficaz y dar mayores resulta- 


E E 


dos. Pero el más grave error en que incurrió, fué aban- 
donar al enemigo las provincias de la sierra, coya 
posesión lo compensaba de la pérdida de Lima y equi- 
libraba la guerra, cuando él se encerraba en un círcu- 
lo vicioso. 

Mientras tanto, los generales españoles, después de 
adoptar la resolución salvadora de evacuar á Lima, 
encontraban las inspiraciones que debían prolongar 
la guerra y salvar el honor de sus armas, poniendo 
varonilmente en práctica la máxima formulada por 
La Serna en téminos triviales: «el que pierde no quie- 
»re dejar el juego, porque espera ganar lo que ha per-. 
»dido.» Canterac, con el primer cuerpo de evacuación 
de Lima, trepaba penosamente la montaña experimen- 
tando graves quebrantos al cruzar la cordillera ; pero 
contenía el avance de Arenales por el frente á la vez 
que cubría las provincias del sur, su báse natural de 
operaciones, y de este modo neutralizaba la expedi- 
ción á puertos intermedios. | 

El virrey, á la cabeza del segundo cuerpo, después 
de cubrir con fuerzas inferiores el repliegue de Cante- 
rac, emprendió su retirada por el camino de la costa 
en dirección al valle de Cañete, sembrando su camino 
de desertores, muertos y moribundos, y penetró en la 
cordillera por la:quebrada de Yauyos, al este de Lima, 
que lo conducía al paso de Yauly en la cumbre de la 
cordillera, rectamente á Jauja, de modo de concurrir 
al nuevo plan de campaña amagando el flanco ó la re- 
taguardia de la columna de Arenales en la sierra. El 
trayecto que tenía que recorrer, era difícil y peligroso, 
y los naturales insurreccionados lo esperaban en sus 
gargantas para cerrarle el paso. Luego se verá cómo, 
no pudiendo franquear este camino, tuvo que retro- 
ceder para buscar el itinerario seguido por Canterac. 
Durante su marcha por la costa, en un espacio de 100 


— 117 — 


kilómetros, sólo fué flojamente hostilizado á su reta- 
guardia por un regimiento de caballería al mando de 
Necochea, que regresó á Lima así que le vió internar- 
se en los primeros desfiladeros de la montaña, sin ob- 
servar siquiera sus movimientos ulteriores, de mane- 
ra+que en su contramarcha encontró el terreno libre. 
Los historiadores americanos, admiradores del incon- 
testable genio militar de San Martín, han censurado 
su actitud inerte en esta ocasión, y los enemigos, que 
tenían la conciencia de su peligrosa situación, nunca 
pudieron explicarse su inactividad. 

El desarrollo de las operaciones de Arenales en su 
segunda campaña de la sierra, y de Cochrane y Miller 
á lo largo de las costas de los puertos intermedios, 
pondrá en evidencia el alcance de los errores apun- 
tados que, si bien tienen su explicación racional se- 
gún las vistas del general independiente y dada su si- 
tuación, no por eso comprometen menos su responsa- 
bilidad ante la historia como director de la guerra, en 
presencia de los hechos que fueron su consecuencia in- 
mediata ó ulterior. 


— 118 — 


CAPITULO XXX 


Expedición Libertadora del Perú.—(Segunda campaña 
de la Sierra). 


1821 


Retrospecto.—Las quebradas centrales de la cordillera.—Explica- 
ciones estratégicas.—La resistencia de Aldao en la Sierra.—Ga- 
marra es nombrado comandante genera] de la Sierra.—Ricafort 
y Valdés expedicionan á la Sierra.—Resistencia de los indíge- 
nas.—Combate de Ataura.—Retirada desastrosa de Gamarra.— 
Repliegue de Ricafort y Valdés á Lima.—Combate de Quiapa.— 
San Martín resuelve posesionarse sólidamente de la Sierra.— 
Expedición de Arenales y sus objetos.—Atraviesa la cordillera 
y se posesiona del valle de Jauja.—El armisticio de Punchauca 
suspende sus operaciones.—Refriega de Huando.—Prórroga del 
armisticio y violación accidental de él en la Sierra.—Arenales 
reconcentra sus fuerzas en Jauja.—Pinceladas complementarias 
al retrato de Arenales.—Los realistas se disponen á evacuar 
Lima.—Planes de Arenales para batirlos en su retirada.—Mar- 
cha en busca de Canterac.—Conflicto en que se encuentra y 
contramarcha.—Correspondencia entre Arenales y San Martín 
sobre operaciones de guerra.—Situación lamentable de Canteras 
al cruzar la cordillera.—Retirada del virrey La Serna y su 
rechazo por los Yauyos.—Reunión de La Serna y Canterac.— 
Arenales se retira de la Bierra y repasa la cordillera.—San 
Martín le previene tardíamente permanezca en la Sierra.— 
Nuevos planes de Arenales.—La división de la Sierra se recon- 
centra á Lima.—Consecuencias de un error. 


I 


Hemos apuntado en el capítulo anterior que, al mis- 
mo tiempo que San Martín estrechaba el bloqueo de 
Lima é iniciaba las negociaciones de Punchauca, abría 
otras dos campañas, una subre los puertos interme- 
dios al mando de Miller y bajo la dirección de Co- 


— 119 — 


chrane, y otra á la sierra, al mando de Arenales. Nos 
ocuparemos de ésta, dejando para después la otra, 
que fué simultánea, y respondía al mismo plan com- 
binado. Pero para la inteligencia de los complicados 
movimientos que seguirán, se hace necesario dar una 
idea de los caminos que, desde los campos de los dos 
ejércitos beligerantes—Huaura y Lima,—conducen á 
la cordillera y á las provincias montañosas del inte- 
vior que van á ser teatro de las nuevas operaciones. 
Al dar una idea general del territorio del Perú, - 
hemos dicho antes (véas3 cap. XXVIIT, párrafo 1) que 
de la región de la costa á la de la sierra, sólo puede 
penetrarse por anfractuosidades ó «quebradas», que 
son como brechas ó portadas plutónicas abiertas en 
una muralla ciclópea, que conducen por caminos es- 
trechos y laderas escarpadas á los pasos precisos de la 
cumbre de la cordillera, del otro lado de la cual se en- 
cuentran, al oriente, Pasco, Jauja, Tarma, Huanca- 
yo, Huamanga y Huancavelica, de cuya posición cen- 
tral se ha dado ya noticia (véase cap. cit.). Los inde- 
pendientes, en las posiciones que ocupaban antes de la 
evacuación de Lima, entre Huaura y Chancay, domi- 
naban dos quebradas por su flanco izquierdo: la del 
valle de Huaura, que conduce directamente á Pasco, 
por el paso de Oyón, y la de Canta, al noroeste de Li- 
ma, que lleva al mismo punto ó á Jauja y Tarma. Por 
aquí descendió Arenales al cerrar su marcha de cir- 
cunvalación en la primera campaña de la siérra. Al 
este de Lima está la quebrada de San Mateo, que va 
directamente á Jauja y Tarma, y más al sudeste se 
halla la de Yauyos, que por la quebrada intermedia de 
Huachirí comunica con el paso de Yauly en la cordi.- 
llera y va á los dos preindicados puntos. Este fué el 
camino que siguió el virrey en su retirada de Lima. 
Estas dos quebradas, aunque dominadas por los espa 


— 120 — 


ñoles, estaban ocupadas por las guerrillas patriotas 
que bloqueaban á Lima, así como la de Canta en la 
zona neutral, circunstancia que debe tenerse presen- 
te para darse cuenta de algunos hechos de armas de 
que fueron teatro. Siguiendo el camino de la costa 
hasta llegar al valle de Cañete, se penetra á la cordi- 
llera por el camino de Lanahuaná, cuyos desfiladeros 
conducen á Huancavelica y Huamanga al oriente de 
la cordillera, y éste fué el itinerario seguido por Can- 
" terac. 

Con esta breve descripción á vuelo de pájaro, se 
comprenderá que las quebradas eran como caminos 
cubiertos ó trincheras laterales para ambos beligeran- 
tes, y que Arenales, subiendo por la de Huaura, ocu- 
pase á Pasco libremente, al atacar á los españoles en 
el valle de Jauja por el frente, y que, al descender por 
la de Canta, se diese la mano con el ejército patrio- 
ta avanzado en Retes hasta el valle de Chancay. Vese 
también cómo los españoles, subiendo por San Mateo 
y por Yauyos, podían comunicarse con Jauja y con- 
verger en un punto á la subida—Yauly,—al. amagar 
el flanco ó la retaguardia de la división de Arenales 
avanzada sobre Huancayo, y cómo, al subir ó descen- 
der, podían encontrarse con las guerrillas que ocupa- 
ban los desfiladeros. Por último, que una división, re- 
trocediendo desde Lima á lo largo.de la costa al re- 
montar la cordillera por el camino Lanahuaná hasta 
Huancavelica, podía encontrarse al frente de las fuer- 
zas que, partiendo de Pasco á lo largo del valle de 
Jauja, se avanzasen hacia el sur. Como precisamen- 
te fué todo esto lo que sucedió, trazamos las líneas y 
los puntos de interceptación, como se marcan sobre 
un mapa con alfileres de distintos colores las marchas 
de lus diversas divisiones de un ejército. 

En la posición estratégica que ocupaba San Martín 


aa 


— 121 — 


con su ejército, tenfa el dominio de Pasco, y por esto la 
línea de demarcación de oeste á este de los armisti- 
cios se comprendía dentro de las posiciones de los 
patriotas. Al contrario, la comunicación por Canta 
con Jauja era contingente, á menos de estar en pose- 
sión de Lima. A su vez, los españoles podían ser si- 
multáneamente amagados por el frente desde Huaura 
y por una fuerza que, dueña de la sierra, se despren- 
diese por las quebradas de Canta y San Mateo, y aun 
por Yauyos, aunque más difícilmente. Combinados es- 
tos movimientos con una expedición por los puertos 
intermedios, á la vez que avanzase la columna de Are- 
nales hasta Huancayo, se interceptaban los caminos 
del sur, y por consecuencia el de Lima con Huanca- 
velica. Este era el plan de San Martín. De aquí el 
empeño de ambos beligerantes por dominar la sierra, 
que además de ser un clima en que se reponían sus 
tropas, les proporcionaba el contingente de buenos y 
numerosos reclutas para remontar sus cuerpos, diez- 
mados por las fiebres mortíferas de la costa. 
Comprendiendo San Martín el error cometido al or- 
denar el retiro de Arenales de la sierra, la contraor- 
den para enmendarlo no llegó á tiempo, según antes 
se explicó. Mientras tanto, Aldao, como queda rela- 
tado, mantenía el terreno conquistado por Arenales, 
y con el apoyo de las poblaciones indígenas subleva- 
das, reconquistaba el valle de Jauja hasta Iscuchaca y 
Huancayo. Ricafort, vencedor de .Jos indios en 
Huamanga, se replegaba á Lima, al mismo tiempo 
que Arenales, vencedor en Pasco, se reconcentraba al 
ejército independiente en Huaura y Retes. Carratalá, 
con su división, quedaba al oeste del Río Grande, y 
en posesión de Huancavelica y Huamanga, hacía fren- 
to á la insurrección avivada por Aldao. (Véase capí- 


— 122 — 


tulo xxvr1r, párralo v). Llegados á este punto, vo] 
vemos á tomar el hilo de la narración en las opera 
ciones de la sierra. 


II 


La resistencia de Aldao, tan valerosa como era, ca: 
recía de consistencia y no llenaba los objetos de una 
campaña seria; empero él se empeñaba en darle una 
semblanza de organización militar, á que eran refrac- 
tarios los elementos que acaudillaba. San Martín lo 
comprendía bien, y le escribía, que no 'se alucinase 
con la idea de tener batallones y regimientos nomina- 
les, previniéndole que no comprometiese con ellos nin- 
guna acción. Para enmendar el error cometido y repa- 
rar el contratiempo de la tardía contraorden, se pro- 
puso sistemar la insurrección de la sierra y darle un 
carácter permanente, de manera de privar al enemigo 
de los recursos á la vez de nacionalizar la guerra, ha- 
ciendo intervenir el elemento peruano más directamen- 
te en ella, por medio de la creación de un ejército po- 
pular de reserva. Al efecto, nombró comandante gene- 
ral de las fuerzas de la sierra al coronel Agustín Ga- 
marra, peruano, natural del Cuzco, que había milita- 
do en las filas españolas y pasádose á los independien- 
tes al tiempo del avance de San Martín sobre Retes. 
Este gozaba de gran crédito entre sus paisanos, y se 
le suponían aptitudes militares que no acreditó al ser- 
vicio de la causa de su patria. Provisto de algunos ele- 
mentos de guerra y con un cuadro de oficiales y clases, 
marchó á ocupar su puesto (20 de febrero de 1821), 
posesionándose tranquilamente de Jauja y de los de- 
pósitos de armas dejados por Arenales en Tarma. Al- 
dao se puso á sus órdenes. Las tropas colecticias á que 
éste había dado una organización regimentaria, entra-' 


— 193 — 


ron á figurar en el cuadro del ejército: la caballería 
con la denominación de «Granaderos á caballo del 
Perú», y la infantería con la de «Leales del Perú». 
Estos fueron los primeros cuerpos peruanos organiza- 
dos que, con las armas en la mano, sustentaron la 
independencia de la nueva nación. 

Para los españoles la posesión de la sierra era cues- 
tión de vida, así por lo que respecta á las subsisten: 
cias como á las comunicaciones con el sur. Así fué que, 
inmediatamente después de la deposición de Pezuela, 
el virrey La Serna dispuso, por su parte, que una di- 
visión de 1.200 hombres al mando de Valdés, marcha- 
se de Asnapuquio á reforzar á Ricafort, que había vuel- 
to á Huancavelica y Jauja, y que unidos ambos con 
Carratalá, reconquistasen sólidamente y pacificasen 
las provincias centrales de la sierra (25 de marzo de 
1821). En el intermedio, Ricafort había obtenido al- 
gunas ventajas parciales sobre Aldao, sorprendiendo 
ana de sus avanzadas y tomándole una pieza de arti- 
lMería, pero sólo pudo avanzar hasta Iscuchaca, sin po- 
der franquear la línea del Río Grande. Su situación no 
dejaba de ser algo apurada. Valdés y Ricafort, reuni- 
dos, se hallaron al frente de 2.500 hombres, pero en- 
contraron cortados todos los puentes de maromas del 
río, á la sazón muy crecido, y alzados los indios que 
dominaban su margen oriental. Ricafort vadeó atre- 
vidamente el obstáculo con la caballería, obligó á los 
indios á retirarse, y restablecido el puente de Concep- 
ción, afluente del Jauja, todas las tropas expediciona- 
rias ocuparon el oriente del valle. Los indios, que se 
habían replegad» al puente de Ataura—otro afluente 
del mismo río por el oriente, —esperaron el ataque á 
pie firme, en número de 4.000 hombres, sin más armas 
que sus hondas y macanas. No fué un combate; fué 
yna nueva carnicería. Los vencidos dejaron en el cam- 


— 124 — 


po ás de 400 cadáveres. Los vencedores sólo tuvie- 
ron algunos muertos y unos pocos heridos. 

Mientras tanto, Gamarra, á los primeros rumores de 
que iba á ser atacado, antes de que nadie lo hostili- 
zara, hizo desprender una descubierta sobre las fuer- 
zas enemigas, evacuó Jauja y se replegó á Pasco con 
6.000 hombres de las tres armas de las fuerzas organi- 
zadas por Aldao. San Martín, sabedor del movimiento 
de Valdés, le previno que no comprometiera acción for- 
mal (9 de abril) hasta ser reforzado por una división 
de línea que iría en su apoyo. Gamarra continuó su 
retirada y repasó la cordillera por Oyón, perdiendo, 
sin combatir, la mayor parte de sus tropas y los ele- 
mentos de guerra que se le confiaron. 

Los realistas, triunfantes, avanzaron por Tarma y 
Jauja, arrollando la insurreción, y se posesionaron de 
Pasco. Aquí cometió. La Serna el mismo error de San 
Martín, ordenándoles que se replegasen á Lima. Ca- 
rratalá, al frente de una división de infantería y ca- 
ballería, quedó ocupando la sierra, en observación so- 
bre el paso de la cordillera en Oyón, que era la llave 
de las comunicaciones del ejercito independiente con 
las provincias centrales del interior. En consecuencia, 
Valdés y Ricafort se pusieron en marcha con dirección 
- á la quebrada"de Canta. Al descender las vertientes 
occidentales de la cordillera, se encontraron con las 
guerrillas volantes 'mandadas por Vidal, asistido por 
los partidarios Quirós, Elguera y Navajas (2 de mayo 
1821). Estas guerrillas, aunque colecticias, tenían á 
raya las tropas veteranas de lima, estaban bien man- 
dadas y regularmente armadas, poseían un organiza- 
ción apropiada á su objeto y una táctica especial que 
les daba grandes ventajas en las fragosidades del pie 
de la sierra que ocupaban. Posesionados de un angos» 
to desfiladero al este de la villa de Canta, en el punto 


— 125 — 


denominado la Quiapa, y coronadas sus alturas, la 
vanguardia de la columna española, compuesta de la 
compañía de cazadores del Alejandro, fué atacada y 
tomada prisionera con su capitán herido, después de 
un vivo fuego en que agotó sus municiones. Cuando 
la reserva acudió en su auxilio, ya era tarde. Dejando 
entonces su caballería á retaguardia, que no podía ma 
niobrar por el terreno, Valdés y Ricafort pretendieron 
flanquear la posición con dos columnas de infantería, 

andadas personalmente por ellos. Los guerrilleros 
ge replegaron sobre Canta, por las alturas, y tomaron 
nuevas posiciones. Aquí se 1rabó nuevamente el com- 
bate, con pérdidas por una y otra parte, siendo Rica- 
fort gravemente herido y las guerrillas se retiraron 
con su presa á las escabrosidades inaccesibles de la 
montaña. Más adelante se renovó el ataque al día si- 
guiente (3 de mayo) en otro desfiladero, cuyo camino 
estaba cortado en tres puntos; pero la posición fué 
flanqueada como la anterior, y sus defensores se dis- 
persaron con alguna pérdida. Los españoles se dieron 
el aire de triunfadores y entraron á Lima con Ricaforh 
tendido en una camilla, mientras las campanas se echa- 
ban á vuelo en su honor para cubrir este pequeño con- 
traste, infligido por los «montoneros», como ellos los 
llamaban. 

Tal era el estado de la guerra en las cordilleras al 
ciempo de que Arenales se dirigía nuevamente á la 
sierra, para abrir su segunda campaña. 


1004 


La segunda campaña de la sierra; como concepción 
amplia relacionada con un plan general, corresponde, 
en sentido inverso, al atrevimiento y precisión de la 


— 126 — 


primera. Como operación de guerra en sus objetivos 
inmediatos, estaba perfectamente calculada para lle- 
nar los dos fines que se buscaban : obligar al enemigo á 
la evacuación de Lima, y ocupar el punto de retirada 
en que podía rehacerse, ganando, durante las nego- 
ciaciones pacíficas que iban á abrirse, posiciones ven: 
tajosas. Como ejecución, no correspondió á su con: 
cepción ni á los cálculos que la aconsejaron, pero ob- 
tuviéronse algunos de sus resultados, como más ade- 
lante se verá. | 

El objetivo principal de la expedición de la sierra 
era batir las divisiones de Ricafort y Valdés marchan, 
do decididamente sobre ellas. Logrado esto, posesio- 
marse de Jauja y Tarma, avanzar hasta Huancayo y 
extender la insurrección hasta Huamanga y Huanca- 
velica. Una vez obtenido el objeto principal, abrir co- 
municaciones por Ica con la expedición de puertos in- 
termedios y cortar las comunicaciones del enemigo por 
el sur, ó bien, si las circunstancias lo aconsejasen, 
amenazar con toda su masa á Lima, cerrando todas 
sus avenidas á la sierra, á cuyo efecto las guerrillas que 
cubrían las quebradas, quedaban prevenidas para «obe- 
decer ciegamente las órdenes de Arenales.» Se preveía 
la eventualidad de que el ejército se trasladara á Ica, 
y entonces debían combinarse las operaciones para 
cortar la retirada al enemigo, encerrándolo en las gar- 
gantas áridas de la cordillera. En caso de contraste, 
debía la división expedicionaria replegarse á Catajam- 
bo (provincia de Huaylas, á retaguardia de la posición 
de Huaura), donde quedaba establecido el parque de 
reserva. Los objetos que serían la consecuencia de 
estas operaciones, eran privar á Lima de recursos, re- 
para la salud de los soldados inutilizados por el cli- 
ma malsano de la costa y remontar los cuerpos, que 
se hallaban muy disminuídos, concurriendo á la vez 


— 127 — 


á formar el plantel de un ejército nacional en la sie- 
rra sobre la base de la insurrección. 

La división destinada á realizar este plan, constaba 
de 2.132 hombres, y se componía de los cuerpos sil- 
guientes: batallones números 1.? y 7. de los Andes 
y el Numancia, regimiento de Granaderos á Caballo 
y 32 artilleros con cuatro piezas de montaña, sin con- 
tar jefes y oficiales, ó sea como 2.300 hombres que, 
reunidos á las fuerzas salvadas por Gamarra, alcanza- 
rían á 2.500 hombres. Como el ejército independiente 
constara á la sazón como de 5.800 hombres, y despren- 
diese al mismo tiempo 600 hombres para la expedia, 
ción de puertos intermedios, el general en jefe sólo 
quedaba con 3.000 enfermos y convalecientes, para ha- 
cer frente al ejército de más de 7.000 hombres que te- 
nía arrinconados en Lima y el Callao y se proponía 
reducirlos á la última extremidad con sus combinacio- 
nes, «sosteniendo, según la enérgica expresión de los 
»peruanos contemporáneos, el cadáver de un ejército. 
»desaparecido al rigor del clima.» Los soldados que 
componían la división destinada á la sierra, eran es- 
pectros en lugar de hombres,» según el testimonio de 
uno de sus generales. Ante estos hechos, hay que reco- 
nocer que, á pesar de sus errores y del sistema lento y' 
expectante de conducir la guerra—impuesto por otra 
parte por la exigiidad de sus medios,—el genio del 
general de los Andes conservaba todavía su inspira- 
ción y fortaleza primitivas. 

Arenales, tan resuelto en la acción como cauto en la 
"preparación, situó su campamento en el pueblo de 
Oyón, sobre las vertientes occidentales de la sierra, á 
suficiente altura para aclimatar gradualmente á las 
tropas en la región en que iban á operar (26 de abril 
de 1821). Allí se contrajo á su organización y discipli- 
na, y cuando todo estuvo pronto, atravesó la cordille- 


— 128 — 


ra por el paso de Oyón (9 de mayo). Las alturas esta- 
ban cubiertas de nieve. Hacia la parte oriental, al 
descender la cuesta, el camino se extendía á lo largo 
de vastas llanuras cruzadas por numerosos arroyos, y 
las cadenas de montañas nevadas que se sucedían en 
lontananza, agradaban y embellvcían este sorprenden- 
te espectáculo. El frío era intenso. Aldao, con los res- 
tos de su división, marchaba á la vanguardia. En este 
día tuvo Arenales noticia de que Ricafort y Valdés se 
- habían replegado hacia Lima, y que sólo había queda- 
do Carratalá con su división para hacerle frente en 
Pasco, y en consecuencia, se dirigió á este punto en 
su busca. Pocos momentos después, sintióse en la van- 
guardia un tiroteo. Era una partida de Aldao que se 
había encontrado con una avanzada realista, la que 
transmitió la alarma al campo de Carratalá, quien se 
puso luego en retirada. Arenales ocupó sin resistencia 
á Pasco el 11 de mayo á la 2 de la mañana, marchan- 
do sobre la nieve, y desprendió un destacamento so- 
bre el pueblo de Reyes, á 62 kilómetros á vanguar- 
dia, con el objeto de sorprender al enemigo; pero éste . 
lo había evacuado, incendiando el pueblo. Quince días 
Vespués, la división de la sierra se hallaba en Tarma, 
é6 inmediatamente se posesionaba de Jauja, con un 
aumento de 600 soldados (20 4 23 de mayo). Carrata- 
1á, disputando «el terreno, se retiró con serenidad á 
Concepción, con 400 hombres de infantería y 300 hom- 
bres de caballería. Arenales intentó por segunda vez 
sorprenderlo en esta posición. Al efecto, destacó 200 
cazadores de infantería montada y 500 hombres de 
caballería al mando de Gamarra. Este jefe peruano, de 
quien tanto se esperaba, llegó al amanecer del 25 de ma- 
yo á la margen derecha del río de Concepción, y espe- 
Tó la salida del sol para cruzarlo, dando así tiempo á 
Catarralá ú retirarse tranquilamente por la margen 


ss 160) a 


opuesta. Las fuerzas patriotas se extendieron á lo lar- 
go del valle hasta Huancayo. 

Un vasto campo se abría á las operaciones de la 
división de la sierra. La división volante de Carrata- 
lá en retirada, sin más punto de apoyo que la débil; 
guarnición de reserva de Arequipa, no podía oponerle 
resistencia hasta Huamanga y Huancavelica. Las 
fuerzas del general Ramírez en Puno eran de poca con- 
sideración, y además tenían la atención de la expedi- 
ción á puertos intermedios. Ei ejército del Alto Perú, 
debilitado y fraccionado, y con otras atenciones, esta- 
ba lejos. Arenales, dándose cuenta de la situación, so- 
metió al general en jefe un nuevo plan de campaña. 
Previendo la evacuación inmediata de Lima por el 
enemigo, y partiendo de la base de que, dominadas 
las aguas y ocupada la sierra por los independientes, 
los realistas quedaban sin teatro si se obtinaban en 
mantener sus posiciones en la costa, concibió la idea 
de trasladar el teatro de la guerra á la cordillera, don- 
de debía decidirse la cuestión. En consecuencia, propo- 
nía en primer lugar que pasase inmediatamente á la 
sierra toda la parte del ejército independiente que ha- 
bía quedado en la costa—salvándolo así de la mortan- 
dad que lo diezmaba,—con excepción de las fuerzas ne- 
cesarias que con auxilio de las guerrillas entretuvie- 
sen el bloqueo de Lima; formar un ejército respetable 
en la sierra que les aseguraba la victoria, é insinuaba 
á San Martín la conveniencia de que se trasladase á la 
sierra para dirigir en persona las operaciones. En se- 
gundo lugar, proponía avanzar hasta el Cuzco con ra- 
pidez, penetrar hasta el Desagnadero y regresar á Li- 
ma por el mismo camino, ó bien buscar los puertos in- 
termedios en combinación con la expedición de Miller, 
respondiendo del éxito de esta operación con su ca- 
beza, en tres semanas. Estos planes no tuvieron la acep- 

Tomo IV E 


— 130 — 
tación de San Martín, cuya atención estaba concen- 
trada sobre Lima y el Callao, á cuya posesión daba 
mayor importancia, no considerando la campaña de la 
sierra y la expedición á puertos intermedios sino co- 
mo concurrentes al logro de este objetivo. 

Situado Arenales eu Huancayo, abrió comunicacio- 
nes con lag guerrillas de Yauyos y Huarochirí, que ce- 
rraban al sudeste de Lima el paso de Yauly en la cor- 
dillera. Mientras tanto, Carratalá se había replegado 
á Huanta y posesionado del puente de Iscuchaca. El 
porfiado general se propuso atacarlo por tercera vez 
antes que fuera reforzado. Calculando que la aten- 
ción del jefe español estaba sobre Iscuchaca, amagó 
un ataque por el frente, mientras Alvarado con la 
vanguardia cruzaba el río, y atravesando caminos que 
se reputaban inaccesibles, con el auxilio de buenos 
guías de la comarca, caía sobre su flanco izquierdo. 
Estaba á punto de realizarse lá combinación, cuando 
Arenales recibió la notificación del armisticio de Pun- 
chauca, que suspendió el curso de sus operaciones. Es- 
ta tregua, si bien fué favorable para los realistas, fué 
más provechosa aún para los patriotas, según San 
Martín lo había calculado desde su cuartel general en 
Ancón, y lo reconoce el historiador de Arenales, quien 
pudo entregarse con desahogo y confianza á la remonta, 
y organización metódica de sus tropas, á la reparación 
y aumento de sus medios de movilidad y al estable- 
cimiento de talleres y maestranzas para la recomposi- 
ción de su material. 


, IV 


—Iyanscurrido el iérmino del armisticio, Arenales 
volvió á su plan de destruir 4 Carratalá. Alvarado 
removó el mevimiento antes suspendido, y el 29 de 


»s 


— 131 — 


:Janio cayó sobre el batallón Imperial Alejandro, que 
:se hallaba en Huando, en el fondo de una quebrada, | 
cubriendo el flanco izquierdo de la posición de Iscu- 
chaca, y al frente del Numancia tomó prisionera una 
compañía de 120 plazas. Carratalá, que estaba más 
á retaguardia, hacia Huancavelica, recibió al bata- 
lMón en fuga, formó su caballería y emprendió la reti- 
rada. La caballería patriota iba á dar alcance á su 
retaguardia, cuando se presentó un oficial parlamen- 
tario, haciendo saber la prórroga del-armisticio por 
ocho días más. Esto ha dado lugar á acusar á los in- 
dependientes de violación de las leyes de la guerra. 
En efecto, la prórroga del armisticio había sido antes 
notificada por Carratalá ; pero por un cúmulo de cir- 
cunstancias no llegó oportunamente á conocimiento de 
Arenales. A tiempo que Alvarado ejecutaba su mo- 
vimiento de flanco, presentóse en el puente de Iscucha- 
ca un oficial español parlamentario, exigiendo de Al- 
dao, que lo vigilaba, se diese por notificado. El jefe 
patriota contestó que no reconocía otras órdenes que 
las que recibiese de su general, y le negó el pase por 
no venir provisto de los documentos necesarios. En 
esos momentos tenía lugar el ataque sobre Huando: 
Irritado el oficial español, regresó al puente, y se di- 
rigió por la ribera opuesta del río en dirección á Jauja 
donde se hallaba Arenales. Al llegar al pueblo de 
Moya, por donde Alvarado había pasado poco antes, 
los naturales, al ver acercarse por un desfiladero un 
oficial con cinco húsares y un corneta, que recono- 
cieron ser realistas, cayeron furiosos sobre ellos sin 
respetar la bandera blanca que llevaban. Dos de los 
soldados fueron muertos á pedradas, y el oficial habría 
corrido la misma suerte sin la interposición de unos 
artilleros que por acaso pasaban por allí conduciendo 
úna carga de municiones. 


E 


Después de la refriega de Huando, Carratalá se 
retiró á Huamanga, y Arenales reconcentró todas sus . 
fuerzas en Jauja, al mismo tiempo que San Martín, 
con el convoy naval, se replegaba de Ancón á Huacho 
y el virrey se preparaba á evacuar la capital (princi- 
pios de julio). 

Había llegado el momento de prueba, el momento 
de los grandes y bien combinados esfuerzos para po- 
der «terminar la campaña en cuarenta días», como lo 
había indicado San Martín en su proclama. Aquí es 
donde se puso de relieve la figura de Arenales, el se- 
gundo cabo del ejército libertador del Perú, y el úni- 
co que, después de Cochrane, comparte con San Mar- 
tín, como general, la gloria de esta campaña. Hemos 
trazado antes su retrato (véase cap. v, párrafo v11). 
Es el caso de agregarle algunas pinceladas comple- 
mentarias. Austero, estoico, adusto, tan precavido co 
mo audaz en sus concepciones militares, como metó- 
dico y tenaz en su ejecución, reunía á un carácter 
recto, un sentimiento profundo de la justicia y del 
deber. Era duro en el mando con sus subordinados, 
y todos le temían y respetaban ; pero cuando cometía 
alguna injusticia, se apresuraba á darles una satis- 
facción. Cuidaba de los intereses públicos más que de 
los suyos propios, que se reducian á bien poca cosa. 
No tenía más escolta que un ordenanza para su servi- 
cio y custodia, ni más tren que un caballo de batalla 
y una mula de marcha, en que llevaba su ligero equi- 
paje. El mismo ensillaba y desensillaba sus cabalgar 
duras, y no consentía que ninguno lo hiciera. Sabía 
herrar como un herrador de oficio. El mismo remenda- 
ba sus botas y su uniforme. Cuidaba muy poco de su 
vestido, y San Martín tenía cuidado de preguntar á 
uno de sus hijos en qué estado se hallaba el guarda- 
rropa de su padre, para hacérselo reponer sin que él 


— 133 — 


lo notara. Jamás recibió regalos ni obsequios de nadie, 
ni siquiera un ramo de flores. El mismo conducía sus 
provisiones en una alforja, que se reducian á queso 
y un pedazo de carne fría. San Martín le llamabz «com- 
pañero» y respetaba mucho sus opiniones, permitién- 
dole franquezas que no toleraba en ninguno de sus 
subordinados. El, á su vez, le correspondía con la leal- 
tad propia de su carácter, y no le escaseaba verdades 
en materia de operaciones de guerra, salvo obedecer 
estrictamente sus órdenes, bien que resguardando con- 
fidencialmente su responsabilidad moral cuando disen- 
tía de los planes de su general. De estas relaciones 
entre los dos generales van á verse algunas muestras 
características. 

En Jauja tuvo noticia Arenales de que los enemi- 
gos se preparaban á evacuar á Lima para trasladarse 
á la sierra y que tenían el propósito de dividir su 
ejército, que computaba en 5.000 hombres, en dos di- 
visiones iguales, con el objeto de atacarlo por el fren- 
te marchando por Huancavelica para unirse á Carra- 
talá, y á su vez por su flanco á retaguardia atrave- 
sando la cordillera por San Mateo, ó Guarochirí. In- 
mediatamente, y sin vacilar, escribió oficial y confi- 
dencialmente á San Martín como hombre que tenía su 
resolución tomada y sus ideas hechas (7 de julio de 
1821). «Ya se deja ver que La Serna, si logra la reunión 
ade sus fuerzas con Carratalá, debe venir á ocupar 
»en masa los puntos que yo ocupo. Si no se embaraza 
»esta operación concentrada, las consecuencias son cla.- 
»ras. Supuesto-esto, resulta serme necesario abandonar 
»la sierra ó decidirme á batir esas fuerzas, con lo que 
»menos se aventura un ataque. Evacuar yo la sierra 
»y atravesar la cordillera trae el preciso” resultado 
»de perder la opinión, perder la caballería, estropear 
»la tropa, perder 1.500 reclutas, todos los recursos 


- 134 — 


»y por último esta división. Vamos claro. Ha llegado 
»el caso en que es de extrema necesidad que obremos 
»con todo nuestro poder sobre la “sierra. Abandonada 
»la capital por los enemigos, ya no se necesita fuerza 
»para tomarla y poseerla. Basta tener una fuerza em- 
»barcada en la costa para protegerla en su caso. To- 
»da la demás fuerza debe venir en masa á este país, 
»para prevenir el cambio del teatro de la guerra medi- 
»tado por los enemigos. De lo contrario, la guerra se 
»va á dilatar mucho por un orden regular, y el re- 
»sultado se pone en duda. Por todas estas razones, 
»en fuerza de los intereses del pais y del honor de esta 
»división y de todo el ejército, debo decidirme á dar 
»el golpe, cuyo éxito aparece más probable y. menos 
»aventurado. Una de dos: ó yo emprendo mi retirada 
»por Pasco ó por Oyón ó Canta, con la precisa condición 
»de que venga á reunírseme toda la fuerza disponible 
»del ejército, sin dilación y antes que los enemigos 
»reunan aquí el suyo; ó es inevitable que avance so- 
»bre Huancavelica, ó tal vez hasta Huamanga, á batir 
»las primeras fuerzas que vienen por allí á reunirse 
»á Carratalá, y en caso apurado, pasar la cordillera 
»por Castro-Virreina. El objeto más interesante en el 
»día, es impedir la reunión de dos divisiones enemigas 
»y cortar su comunicación, mientras no se pueda batir 
»con éxito una de ellas. Para esto es indispensable 
»también que sin pérdida de momentos se haga venir 
»toda la fuerza del ejército de la costa á reunirse con- 
»migo por Lanahuaná. Para entonces daría mis ins- 
»trucciones para sus marchas, de tal manera, que aun 
»en el caso de serme preciso ponerme por la parte de 
» Huamanga entre el general Ramírez y todas las fuer- 
»zas de Lima, cortada la comunicación de aquél y 
»éstos, quedarían aislados y nuestro término se hacía 
»más probable y seguro.» No hay una palabra perdida 


— 135 — 
en este despacho militar, en que se establece el proble- 
ma de la situación y se da una solución con tanta re- 
solución como claridad de vistas. 

El general de la sierra, á la espera de nuevas ins- 
trucciones y contando que sería apoyado, ó por lo me- 
nos, que el general en jefe maniobraría de modo de 
concurrir á sus operaciones, se aconsejó de sí mismo al 
resolverse seguir adelante así que tuvo noticias de que 
Canterac venía en su busca con el primer cuerpo de 
ejército de evacuación de Lima. Su propósito era ata- 
car á Canterac al pasar éste la cordillera y cuando des- 
cendiese su vertiente oriental hacia Huancavelica con 
sus tropas fatigadas y sus cabalgaduras postradas. En 
consecuencia se puso en marcha por la ruta de Huan- 
cayo é Iscuchaca, siguiéndole la reserva. El ejércitc 
de Arenales constaba á la sazón de cuatro batallones, 
seis escuadrones y cuatro piezas de montaña, que su- 
maban un total de 4.300 hombres, bien disciplinados 
y muy decididos, con suficientes medios de movilidad 
para la operación calculada. El 11 de julio estaba el 
cuerpo de reserva reunido en Huancayo, donde se hizo 
alto hasta tener noticias exactas del rumbo que traía 
el enemigo. A las 10 de la noche llegaron los baquia- 
nos espías y avisaron que Canterac pasaba la cordi: 
llera con dirección fija hasta Huancavelica. A las 2 
de la mañana se puso en movimiento la infantería pa- 
ra alcanzar á la vanguardia, llevando á retaguardia 
el parque y la artillería. El general, habitualmente 
poco expansivo, aseguraba que antes de cuarenta y 
ocho horas la cuestión quedaría decidida. Todo prome- 
tía un triunfo, que se habría probablemente alcanzado, 
á haber seguido Arenales sus inspiraciones. 

No había amanecido aún (12 de julio), cuando Are- 
nales recibió la noticia de la evacuación de Lima por ' 
el virrey y juntamente una carta de San Martín en que 


— 156 — 


le recomendaba que no comprometiese combate mien- 
tras no tuviera completa seguridad de vencer, y que 
si era buscado por el enemigo se retirase hacia el 
norte por Pasco ó hacia Lima por San Mateo. Para 
mayor confusión, el general en jefe no le daba noticia 
alguna de los movimientos del virrey, y se limitaba á 
insinuarle que, dejando á los enemigos de su propia 
cuenta, privados de toda cumunicación maritima y en 
el centro de un país que los rechazaba, nu tardarian 
en verse anulados. Esta comunicación paralizó los 
bien concertados planes del general de la sierra. 


V 


Dejemos hablar al mismo Arenales en este trance. 
«A las 5 de la mañana, con el pie en el estribo en el 
»alcance de la vanguardia al punto de Iscuchaca, he 
»recibido la de usted del 6, y con ella dos extremos 
»opuestos. Me dice que los enemigos acabaron de 
»abandonar Lima y se dirigían á la sierra. Ni siquie- 
»ra me indica qué rumbo hayan tomado. En esta 
»duda, si vienen á reunirse con Canterac, no puedo 
»hacerles frente, arreglándome, como debo, á sus pre- 
»venciones. Si vienen á caer sobre mi flanco y reta- 
»guardia, debo retroceder, hasta el punto en que deje 
Ȓranca mi retirada. Siento este acontecimiento por 
»las consecuencias que precisamente vamos á tocar, 
»muy á costa nuestra y de los sacrificios del país. 
»Hablo con franqueza. ¿Qué ganará nuestro ejército 
»con entrar á Lima á apestarse y acabar de des- 
»truirse, cuando con grande actividaa podía estar ya 
»convalecido en las inmediaciones de la sierra? ¿Qué 
»sucederá de las tropas de esta división con mil qui- 
3nientos reclutas, si tienen que hacer una deshon- 


— 137 — 


»rósa retirada para donde los esperan los hospitale 
»y el sepulcro? ¡Doloroso es tener que hablar en es: 
»tos términos! listas expresiones no tienen ningún 
aespíritu de reconvención ; y sólo son impulsadas por 
»el sentimiento de que nuestra empresa va á poster- 
»garse incalculablemente ú á poner en duda nuestro 
»felizéxito. Ya me parece que veo á ese nuestro ejér- 
»cito que, embelesado en Lima, no se acuerda, al 
»menos por lo pronto, de otras cosas que nos traerán 
»amarguras, contentándose por ahora con calcular que 
»la división de la sierra debe batir y acabar con los 
»enemigos, para después decir, si tenemos contraste, 
»que por qué abandonamos la sierra, como lo dije- 
»ron antes aun aquellos que votaron por que debía 
»reunirse el ejército. Lo bueno es que estoy cubierto 
»con mis comunicaciones y con sus preceptos que obe- 
»dezco ciegamente. A otra cosa. Si en mi lenta retira- 
»sda me encontrase con la fuerza de retaguardia, la 
»batiré, y procuraré sostenerme lo que pueda, y si me 
»viene refuerzo, que lo espero muy remotamente 6 
»nunca, tal vez podamos remediar algo; pero si no, 
»la división va á perderse con su retirada á la costa. 
»Sea lo que Dios quiera.» Arenales veía más claro 
que San Martín. 

Pocas horas después recibió Arenales otra carta de 
San Martín en que, al darle algunas explicaciones 
respecto de sus planes y de los movimientos del ene- 
migo, le decía que su objetivo inmediato era la ren- 
dición del Callao, repitiéndole sus anteriores reco» 
mendaciones. Arenales repuso: «Su carta me da más 
»luces que las que yo tenía. Aunque mis pensamien- 
»tos son desemejantes con los que usted me inspira, 
»podré acertar á obrar mejor en conformidad con los 
»designios que nunta quisiera contrariar. Si los ene- 
»migos me fuerzan á retirarme, ha de ser en regla, 


— 138 — 


»sin que se burlen de esta división. Como pueda lo- 
»grarles algún lance de los que busco en mis movi- 
»mientos, unos ficticios y otros verdaderos, he de 
»aprovechar la ocasión con fruto. Este es mi intento: 
»procuraré siempre consultar con la prudencia: pero 
vni por falta de fibra ni por atolondramiento me la 
»han de llevar. Supuestas las advertencias que me 
»hace acerca del batallón número 11 (de refuerzo), se- 
»ría conveniente que todas las partidas de guerrillas 
»se recuesten sobre mí por Yauly. En tal caso, em- . 
»prenderé una guerra distinta de la que en el día 
»puedo hacer, para llamar la atención de los enemigos 
»por diversas partes, y confundirlos para que se vayan 
»destruyendo, sin poder reponerse. » 

En el conflicto en que se hallaba Arenales reunió 
una junta de guerra para aconsejarse. Hizo presen- 
te que tenía la probabilidad de vencer á Canterac 
forzando sus marchas, pero ante las instrucciones con- 
fidenciales del general y en la incertidumbre de la 
dirección que llevaba la columna del virrey, no podía 
cargar con tan grave responsabilidad obrando por su 
propia inspiración. La discusión se entabló sobre dos 
bases conjeturales: Ó bien el virrey se hallaba en 
aquel momento sobre alguno de los pasos de la cor» 
dillera, de San Mateo, Yaurochirí ó Yauyos, ó había 
seguido el movimiento de Canterac. En el primer caso, 
la división de la sierra podía ser cortada, dirigiéndose 
el virrey á Jauja ó Huancayo, y se encontraría entre 
dos fuertes cuerpos de ejército. En el segundo caso, 
Canterac, amagado, podía evitar el lance y replegar 
sobre el virrey que lo seguía, afrontando así fuerzas ' 
igualmente superiores y reunidas. Acordóse al fin el 
regreso á Huancayo. 

Mientras tanto, he aquí la situatión en que se en« 
contraban Canterac y de La Serna. Salido Canterac 


— 139 —= 


de Lima el 25 de junio, siguiendo el camino de La- 
nahuaná,.atravesó la cordillera por Huancavelica casi 
al mismo tiempo que Arenales marchaba á su encuen- 
tro, sin noticia de la posición y fuerzas de éste, ni 
de la fuerza de Carratalá, que se había replegado á 
Huamanga, como antes se.explicó. En el tránsito ha- 
bía experimentado considerables bajas por muertes, 
rezagados y desertores, y al transponer la cumbre, 
su tropa y sus cabalgaduras se hallaban en el más 
lamentable estado y sin víveres ni forrajes, á punto 
de no contar con 1.5800 hombres en condiciones de 
batirse, y no poder esquivar-el lance si era atacado. 
El mismo ha confesado que no sabe por qué Arenales. 
no lo atacó en tan crítica situación, y se asombra de 
su retirada cuando tenía por cierta su derrota. Por lo 
que respecta á La Serna, salido el 6 de julio de Lima, 
penetró á la sierra por Yauyos, como queda dicho. 
Esta quebrada es la más fragosa de la cordillera occi« 
dental, y lo mismo que la contigua de YaurochirÍ, 
conduce directamente á Jauja. Los naturales de estas 
dos quebradas estaban insurreccionados: retiraron 
los víveres y ocuparon en son de guerra los ásperos 
desfiladeros, rechazando por tres veces á los españoles 
con gruesos peñascos desprendidos de lo alto de las 
montañas inaccesibles. La Serna, ante esta resistens 
cia, vióse obligado á retroceder con bastantes pérdidas 
y echar al río algunas piezas de artillería y pertrechos 
que no le era posible salvar por falta de animales. Vol», 
vió á desandar su camino desde el promedio de 1 

quebrada y tomó el de Lanahuaná antes seguido) 
por Canterac, á quien se reunió el 4 de agosto. Las 
pérdidas en el paso de la cordillera fueron tan congi. 
derables, que ambos cuerpos de ejército, apenas alcan= 
zaban á formar 4.000 hombres, incluso los enfermos, 


— 140 — 


vi 


Simultáneamente Arenales se replegaba á Huan- 
cayo. Aquí le esperaba otra sorpresa. El general de 
la sierra había contado con la eficaz cooperación de 
las guerrillas que ocupaban las avenidas de Lima á la 
sierra y los pasos de la cumbre de la cordillera, que 
según el tenor de sus instrucciones, debían «obede- 
cerle ciegamente.» Pocas horas después de la carta de 
San Martín que paralizaba sus planes, recibió un plie- 
go del comandante Villar que dirigía esas guerrillas, 
en que le avisaba haber recibido orden directa del 
general en jefe para acercarse á la capital, á fin de 
prevenir los desórdenes consiguientes á su desocupa- 
ción, prescindiendo de hostilizar la columna del vi- 
rrey. No había ya nada que esperar de la costa; el 
enemigo se retiraba sin ser eficazmente perseguido, 
maniobrando libremente, y en combinación ó reunido 
á Canterac, todo el ejército de Lima venía compacto 
sobre la sierra. Arenales se replegó hacia el norte, á 
tiempo que la vanguardia realista aparecía á las in- 
mediaciones de Huancayo, Río Grande por medio, so- 
bre los altos de Moya (17 de julio), y esperó al ene- 
migo en Concepción en actitud de combate; pero Can- 
terac no se decidió á avanzar. El 19 ocupó la villa de 
Jauja. Su resolución era mantenerse á todo trance 
en la sierra. En este día, dictó un informe motivado, 
en que recopilaba todas sus observaciones anteriores, 
y hacía presente : 1. Que al abrirse la campaña de la 
sierra, habíase hecho entender á todos sus habitantes, 
que no serían abandonados, en consecuencia de lo 
cual se habían comprometido, y que la retirada de la 
división—salvo que fuese exigida por consideraciones 


— 141 = 


de un orden inás imperioso, —producifia un desánfmo 
de que los españoles sacarían partido. 2. Que si la 
división pasase al occidente de la cordillera, se pro- 
nunciaría la deserción de los naturales, que formaban 
la mitad de su fuerza en número de 2.000 soldados jó- 
venes, mientras que, manteniendo el terreno y auxilia- 
do con los artículos de guerra necesarios, aumentaría 
inmediatamente las fuerzas á un número considera- 
ble. 3.2 Que el enemigo iba á quedar en el caso de la 
retirada, en pacífica posesión de un vasto territorio, 
de numerosas poblaciones y cuantiosos recursos, mien» 
tras la capital continuaría privada de éstos, y con po- 
ca diferencia, en no mejor situación que cuando esta- 
ba en poder de los españoles. 4. Que, reconcentrando 
todas sus fuerzas en Lima, no tardarían en ser conta- 
gladas por la laxitud ; el espíritu nacional declinaría, 
la disciplina se relajaría, las tropas sucumbirían á 
las enfermedades, provenientes del clima, y en defini- 
tiva, sería difícil sacar de la capital la mitad de los: 
soldados que hubiesen entrado en ella. Arenales ha- 
blaba como un profeta. 

En la noche del día en que dictaba este informe, re- 
cibió nuevas comunicaciones de San Martín, en que 
le daba noticia de la marcha de La Serna por Yauyos, 
y le reiteraba por tercera vez sus terminantes preven-. 
ciones de esquivar todo compromiso serio, indicándo=w 
le los diversos caminos por donde podía ejecutar su 
retirada, lo que dejaba á su elección. Simultáneamen- 
te recibía comunicaciones de Necochea, en que le avi- 
saba que La Serna se había internado por la quebrada 
de Yauyos, á la vez que recibía parte de haber sido 
rechazado y que retrogradaba hacia Cañete. Arena- 
les suponía que Necochea se hubiese mantenido en ob- 
servación de los movimientos de la columna enemiga 
que perseguía, ó al menos permanecido en el valle 


— 142 — 


de Cañete, y no podía persuadirse de que cl virrey re- 
trogradara sin encontrarse con aquél, desde que nada 
le decía sobre el particular, por lo que se inclinaba á 
creer racionalmente que La Serna se hubiese recosta- 
do sobre su izquierda para tomar el camino del paso 
Yauly en la cordillera. Aquí se ve patente el error ca 
pital que cometió San Martín al no perseguir acti: 
vamente á La Serna, y la falta de detalle de no ob- 
servar siquiera sus movimientos al abandonar su ca- 
ballería en el valle de Cañete. (Véase cap. XXIX pá- 
rrafo XII). Inducido Arenales en error por esta falta, 
arregló sus marchas y tomó sus medidas. 

Conciliando las órdenes de retirada con su anhelo 
«de hacer algo útil, resolvióse á tomar el camino de 
Yauly con el designio de buscar á La Serna y batirlo 
entes que se reuniese con Canterac, siempre en el su- 
puesto de que el virrey seguía esa dirección. Al efecto, 
se posesionó del puente de la Oroya, al norte de Jau- 
ja, y franqueando el Río Grande al occidente, se si- 
tuó en el páramo de Cachicachi. El 23 estaba en el 
fondo de la quebrada de Yauly, que conduce igualmen- 
te á la quebrada de Yaurochirí y á la de San Mateo, 
según se explicó antes. Aquí recibió la noticia de que 
jel virrey había contramarchado y dirigídose á Huan- 
¡cavelica en pos de Canterac. Dirigióse entonces ha- 
cia el oriente de la cordillera para tomar la quebrada 
'de San Mateo, á fin de establecerse en una posición 
más segura y dar descanso á sus tropas fatigadas, des- 
nudas y descalzas, que habían marchado varios días 
por entre la nieve y bajo nevadas. Aquí le esperaba la 
última de las sorpresas. San Martín, reaccionando 
sobre sí mismo, comprendía, como en la primera cam- 
paña de Arenales, el error de abandonar la sierra, y 
le prevenía que era preciso se sostuviese en ella, aun- 
que con la recomendación de no comprometer acción 


== 


desventajusa, promeiiundole reíorzarlo y auxiliarlo 
con todo 'o necesario. Arenales contestaba con razón, 
con cierta ironía amarga: «No puedo dejar de admi- 
»rar esta advertencia, y me es sensible no poder con- 
»ciliar, como quisiera, mis operaciones con sus de- 
»seos. Dije con repetición, lo digo y lo diré siempre, 
»que si esta fuerza salía una vez del centro de la sie- 
3rra, y llegaban á ocuparla los enemigos, no seríamos 
»capaces de recobrarla. Tengo bien presente que en 
>»una de sus comunicaciones me decía usted en con- 
>testación, que poco le importaba perder la sierra en 
»comparación con otras meditadas medidas. Pero deje- 
»mos este punto; no me toca, ni trato de inculcar so- 
»bre las disposiciones de mi superior. Conozco que, 
»rigurosamente y sin remedio, debemos adoptar otro 
asistema de guerra, por otros lugares y con distintos 
designios. Por mi parte, yo estoy bien desengañado 
ade que, á pesar del empeño que he puesto en obser- 
avar lo que se me prevenía, todo, todo recae contra 
»mi opinión. Bien conozco, y le signifiqué antes á us- 
ted, que si me dejaba estar en la sierra, y sucedía 
»algún infortunio ó desventaja, lo había de pagar 
»yo; y si me retiraba, del mismo modo. Convencido 
»de que debo hacer lo que se me manda, prefiero no 
obstante consultar lo más conveniente al buen éxito 
ade nuestra empresa, aunque mi opinión, mi crédito 
»y mi persona padezcan.» 

La prevención de San Martín, que oportunamente 
habría decidido á Arenales á permanecer en la sierra, 
llegaba tarde, como la contraorden en la anterior cam- 
paña. No era posible reconquistar las posiciones per- 
didas sino abriendo una campaña formal de ejército 
¡contra ejército. La guerra divisionaria se había hecho 
imposible, ó por lo menos muy difícil y sin resulta- 
dos. Además, como lo había previsto Arenales, la ma- 


— 144 — 


yor parte de los naturales de la sierra hablan deserta-= 
do en la retirada, y su división, desprovista de lo 
necesario para emprender operaciones, estaba reduci- . 
da á poco más de la fuerza con que abriera su expe- 
dición. Esto mismo representó Arenales oficialmente. 
Empero, dando forma práctica á su insinuación de 
«sostener la guerra por otros caminos y con otros de- 
signios,» propuso un nuevo plan: marchar con su dis 
visión al puerto de Ancón, embarcarse allí en los trans- 
portes del ejército y dirigirse á Pisco ó puertos inter- 
medios, á fin de hostilizar las costas del sur, con la 
mira de posesionarse de Arequipa y del Cuzco, y aun 
del Alto Perú, aunque fuese 4 costa de un combate, 
para tomar así por el flanco y la retaguardia al ejér- 
cito enemigo situado en Jauja y Tarma, debiendo mien- 
tras tanto el grueso del ejército independiente ope- 
rar de un modo análogo sobre Pasco y las alturas de 
la Oroya. Este plan, que en su sentir podía dar la 
pronta terminación de la guerra, tenía por objeto pre- 
servar la fuerte división de la sierra de un desmem- 
bramiento y diminución sensibles; pero, por si esto 
no pareciese bien, pedía órdenes para ir con su di.- 
visión á tomar por asalto el Callao, las que cumpli- 
ría en el momento, para quitar ese estorbo al ejér- 
cito. «Lo que importa, sobre todo, acababa dicien- 
ado, es no quedarnos quietos, porque los enemigos no 
»lo estarán un instante.» Volvía á hablar Arenales, 
como un general, como un profeta y como un héroe. 
El ayudante de Arenales, portador de estos despa- 
chos, y encargado de dar informes verbales, encontró 
á San Martín en sa gabinete de trabajo, rodeado de 
gran cantidad de mapas y papeles. El general infor- 
móse minuciosamente de todo, y se convenció de la 
imposibilidad de que la división viviera á la sierra. 
41 día siguiente ordenó á Arenales que se replegase 


5 105: 


á Lima, y le escribió coníidencialmente que ei Callao 
estaría pronto en su poder, y en cuanto á lo demás, 
discutirían sus planes y otros que tenía entre manos. 
En consecuencia, la división entró en triunfo, con más 
de mil hombres de baja de los que había sacado de 
Jauja. El general de la sierra se substrajo modesta- 
mente á toda demostración pública, entrando de par- 
ticular en Lima, en momentos en que se juraba la 
independencia del Perú. 

Así terminó la segunda campaña de la sierra. «De 
»este modo—como lo observa un testigo presencial que 
militaba en las filas independientes, —los patriotas 
»abandonaron las provincias del interior, de las que 
»tomaron tranquila posesión los enemigos en divisio- 
nes aisladas; y este incomprensible error de parte 
»de los patriotas compensó á sas enemigos de la pér- 
»dida de Lima.» Este error debía costar cuatro años 
más de guerra. 


Tomo IV 10 


- 1948 — 


CAPITULO XXXI 


Expedición Libertadora del Perú.—(Expedición de 
puertos intermedios). 


18:21 


Los puertos intermedios.—Planes de Cochrane.—Tentativas para 
tomar el Callao por sorpresa.—Conjuraciones tramadas al efecto. 
—Nuevos planes de Cochrane.—Filiación de la expedición de 
puertos intermedios, — Desembarco en Pisco.—Retrato de Miller. 
—Conjuración de Lavín en el Cuzco.—Las tercianas.—Reembar- 
co de Pisco.—Ataque y toma de Arica y Tacna.—Landa y Por- 
tocarrero.—Miller toma la ofensiva.—Acción de Mirave.—Resul- 
tados de la campaña de Miller.—Repliegue de Miller sobre 
Tacna.—Suspensión de hostilidades. —Reembarco de Miller.—Ac- 
tos caballerescos de los beligerantes. —Nueva toma de Pisco.— 
Derrota de Santalla.—Miller se posesiona de lIca.—Termina- 
ción de la campaña.—Examen de la expedición de puertos 
intermedios. 


I 


Simultáneamente con el avance del ejército de Huan- 
ra sobre Lima, de la apertura de la segunda campa- 
ña de la sierra y el armisticio de Punchauca, se 
desenvolvieron las operaciones de la expedición á puer- 
tos intermedios, de la que vamos á ocuparnos, para 
llevar de frente la narración de los sucesos hasta el 
momento de la ocupación de Lima por las armas in- 
dependientes. 

Lo que en el Perú se conoce bajo la denominación 
vaga de «puertos intermedios», son los que se hallan 
situados á lo largo de la costa del sur de Lima, esca- 

e 


E 


— 147 —= 


las entre el Callao y Valparaíso, cuando el Pacífico 
era un mar cerrado y estos dos puntos extremos deter- 
minaban los lindes de sa mundo comercial. Para nues- 
tro objeto basta conocer los principales puertos de 
de esta zona intermedia, que con Arica, puerto de 
Tacna, que ya conocemos; llo, puerto de los valles 
de Moquegua y Torata, al pie de la cordillera ; Islay, 
que corresponde á Arequipa, y la rada de Pisco con 
su bahía de Paracas, célebre por el desembarco de San 
Martín y la primera internación de Arenales á la sie- 
rra. Tal fué el espacio comprendido por las opera- 
ciones que vamos á narrar. 

Cochrane, no habiendo conseguido comprometer á 
San Martín en empresas aventuradas sobre Lima, te- 
nía fijos sus ojos en el Callao y en los puertos inter- 
medios, como puntos objetivos de ataque y teatro de 
las excursiones á lo largo de las costas dominadas por 
su escuadra. El almirante en sus «Memorias» atribu- 
ye á emulación del general que no le confiara fuerzas 
de tierra adecuadas para realizar sus planes, y con- 
tradiciéndose, á la vez que olvida mencionar un he- 
cho que consta de documentos originales que llevan 
su firma, dice que «por verse libre de sus importuni- 
dades,» le confió una división con tal objeto. Este fué 
el punto de partida de la expedición á puertos inter- 
medios, que formó parte de la combinación del avan- 
ce sobre Lima y la apertura de la segunda campaña 
de la sierra al tiempo de iniciarse las negociaciones 
de Purchauca. 

El almirante había proyectado apoderarse de las 
fortificaciones del Callao por un golpe de mano de su 
invención. Al efecto, practicó personalmente un re- 
conocimiento, y se persuadió de que su plan era prac- 
ticable. No había empresa imposible para el genio au- 
daz del vencedor de Valdivia y del captor de la Es- 


— 148 — 


meralda, pero tal intento no era factible sin inteli- 
gencias en la plaza, como él mismo lo comprendió. 
Esta es la parte de que San Martin se encargara, al 
continuar los trabajos de zapa iniciados en Pisco. A 
este fin respondía el alarde de sus fuerzas en la bahía 
del Callao antes de desembarcar en Huacho, así como 
su aparición en el mismo punto antes de recalar com 
su convoy, por segunda vez, en el puerto de Ancón. 
Los patriotas peruanos de Lima, dirigidos por Ri 
va Agúero y López Aldana, provistos por San Marx 
tín de los fondos necesarios, habían iniciado de ante 
mano trabajos secretos para poner en manos de lus 
libertadores las fortalezas del Callao. Encontraron al 
parecer los hombres que necesitaban en un español 
llamado Juan Santalla, comandante del batallón Can- 
tabria, que guarnecía la plaza, y el caraqueño Juan 
de la Cruz Cortinas, que mandaba uno de los castillos. 
Era Santalla un tipo singular que, á pesar de su re- 
putación de cobarde, dominaba por su soberbia és 
cuantos le rodeaban : tenía las fuerzas de, un Hércules, 
que doblaba con sus dedos un peso fuer:e, rompía una 
baraja con tanta facilidad como> un hoja de papel, y 
con una sola mano lanzaba al aire un hombre cual si 
fuese una pelota. De ideas liberales, su gran pasión 
era el juego, y estos dos móviles le hicieron entrar en 
el plan por inclinación y por sórdido interés. En cuan- 
to á Cortinas, era un patriota que, con más inteligen- 
cia que Santalla, obraba movido por su sentimiento 
de americano. El primer proyecto concertado consis- 
tía en clavar los cañones de la cortina de las fortifica- 
ciones que cae á la mar brava, para facilitar el ata- 
que de la escuadra. Al efecto, se fabricaron sigilosas 
mente en Lima ochenta claros arponados de los me- 
nas, de los calibres que debian utilizarse, y se distri- 
buyó entre la tropa una fuerte cantidad de dinero. El 


— 149 — 


virrey tuvo un conocimiento vago de esta conjura- 
ción (5 de diciembre de 1820) y cambió la guarnición 
de los castillos. Recomenzados los trabajos de zapa, 
se concertó un segundo plan que consistía en posesio- 
narse de los baluartes con una parte de la nueva guar- 
nición sobornada, y por los puntos de acceso al mar, 
abrir paso á las tropas de desembarco destinadas á pro- 
teger la operación. Cuando todo estuvo dispuesto para 
dar el golpe, San Martín hizo embarcar en la escua- 
dra (30 de enero de 1821) una división de 550 hombres 
al mando de Miller. El virrey tuvo noticia de este 
movimiento de fuerzas, y receloso, reforzó la guarni- 
ción del Callao, tomando nuevas precauciones. Todavía 
se concertó un tercer plan ideado por Cortinas, que 
podría servir de argumento de melodrama, más bien 
que de base de una operación militar, y que refleja 
el acaloramiento de imaginación de los agentes revo- 
Jucionarios que trabajaban en las sombras del mis- 
terio. Forjáronse llaves falsas de todas las puertas de 
los castillos—que se trabajaron en Lima como los cla- 
vos,—y con esto, y contando con algunos individuos 
de tropa seducidos, pensaban apoderarse de una de las 
patrullas que hacían la ronda exterior, y dar acceso 
á las tropas de desembarco; pero, relevado Cortinas 
del mando del castillo que estaba á su cargo, todo que- 
dó en proyecto. 

Es interesante confrontar la correspondencia entre 
San Martín y Cochrane con relación á estos planes, 
que hasta hoy ha permanecido inédita, y en la que 
puede seguirse la filiación de la expedición á puertos 
intermedios, á la vez que completan y corrigen las 
«Memorias» del ilustre almirante. 

En los primeros días de febrero, cuando todo esta- 
ba preparado para ejecutar el segundo plan respecto 
del Callao, San Martín despachó un emisario llama- 


— 150 — 


do Martín Guarnís, con instrucciones para sus agen- 
tes secretos y encargo de transmitir directamente los 
avisos convenientes á Cochrane, quien había entrade 
de lleno en el plan. «Por mis oficios, decía al gene- 
»ral (10 de febrero), verá que hasta ahora no he podi- 
»do emprender el golpe mortal que usted había dis- 
»puesto contra el enemigo; pero, créame, que cuando 
»llegue la tropa, ningún esfuerzo que pueda hacer, 
»faltará para lograr este objeto importantísimo.» Una 
semana después (16 de febrero), escribía á Monteagu-. 
do, que, habiéndose divulgado el secreto, el admira- 
ble plan fallaba totalmente, y le adjuntaba las car-. 
tas del emisario Guarnís. En el mismo día se dirigía 
al general diciéndole: «Hoy he visto que el enemigo 
»ha sacado casi todos los cañones de las baterías de 
»parte del mar, y los han vuelto hacia tierra, así 
»como los de los torreones. Es, por ahora, impracti- 
»cable hacer tentativa alguna sobre el Callao.» Al día 
siguiente volvía sobre lo mismo, pero con otros objeti- 
vos: «Quisiera que pudiese á usted explicar en. 
»españíol como en inglés en lo que fundo mis opi- 
»niones acerca de nuestra situación militar y políti- 
vca ; pero esto no es posible, y siendo asi, permitame 
asegurarle que mis motivos son el interés público, 
»la gloria de usted y mis propias esperanzas, tres ob- 
»jetos suficientes para no comunicarle sino lo que pien- 
»s0. El golpe mortal al enemigo de la toma de los cas- 
»tillos, habiendo sido frustrado inicuamente á causa: 
»de algunos que han tenido noticia de sus acertadas 
»intenciones, incapaces de callarse, espero que en nin-: 
»gún caso comunicará usted sus resoluciones sino á 
»los que quiera confiar la ejecución de sus futuras em-' 
»presas. El virrey ha creído que el destino de la tro-' 
»pa embarcada era á Cerro Azul, según voz y procla-. 
»mas que esparcimos, y han salido para Chilca dos - 


Luis 


»regimientos de infantería y tres escuadrones. Lo que 
»me parece debe hacerse por ahora, y hasta que el 
»ejército pueda moverse, es fatigar á los enemigos con 
»marchas y contramarchas de Chorrillos á Cañete, de 
»Cañete á Chilca, y de una parte á otra, para caer so- 
»bre ellos de improviso. Acuérdese, mi estimado ge- 
»neral, cómo han obrado los atenienses con el pode- 
»roso Filipo y los romanos con los cartagineses. Si 
»usted quiere volver los quinientos de tropa á mi dis- 
»posición, responderé con mi cabeza, de ocupar á lo 
»menos la mitad del ejército enemigo, sin riesgo nin- 
»guno. Digo si usted quiere volver la tropa, pues aun- 
»que está aquí, no quiero tomar sobre mi responsa- 
»bilidad detener la que usted me ha confiado para un 
»solo objeto, y así la envío 4 Huacho. A su llegada se- 
»rá bueno mandar preparar transportes para ¿3.000 
»hombres, á fin de distraer la atención del enemigo. 
»Si esto se hace, yo respondo con los quinientos hom- 
»bres de tener tan inquieto al enemigo, que pueda dar 
»los recursos para la subvención de la causa patrióti- 
»ca. Sus tropas se fatigarán en buscarnos inútilmen- 
»te, no les quedará ninguna parte del norte, y no re- 
»cibiendo recursos del interior, no tendrán más tie- 
»rra que la que pisa su ejército.» Y terminaba su 
carta protestando contra una imputación que le ha- 
cía el gobierno de Chile de haber permitido la intro- 
ducción de víveres al Callao: «Ahora estoy sacrifi- 
»cándome sin provecho á la patria, y sin honor, en 
»un bloqueo, que unos pícaros por su ganancia inu- 
»tilizan. ¡Lea usted el óficio que en copia incluyo! 
»¡ El original es sin firma del excelentísimo señor di- 
»rector! (O'Higgins). Debería yo ser ahorcado si hu- 
»biese permitido tal entrada. ¿Y qué castigo menor 
»es debido al que ha inutilizado por dos meses los es- 
»fuerzos de usted, del ejército y de la escuadra ?» 


“— 152 — 


Como San Martín preparaba por este tiempo la sé- 
gunda campaña á la sierra á cargo de Arenales, puso 
á disposición de Cochrane la división de Miller, fuer- 
te de 600 infantes escogidos y 80 granaderos á caba- 
llo, con el objeto de concurrir á ella, haciendo una di- 
visión, á la vez de interceptar la comunicación de las 
provincias del sur de Lima. Así fué acordada la ex- 
pedición á puertos intermedios bajo la dirección de 
Cochrane. 


11 


+ La primera expedición á puertos intermedios está 
vinculada al nombre de Míller, y su figura en ella 
-ha sido popularizada por el retrato de cuerpo entero 
que se encuentra al frente de sus «Memorias». Esbel- 
to, de rostro simpático, con patilla rubia á lo Welling- 
ton, con un anteojo de larga vista en una mano y apo- 
yada la otra en una espada inglesa envainada, lleva- 
ba en la cabeza el sombrero elástico de ordenanza, y 
sobre su uniforme militar, el poncho americano, con 
grandes espuelas peruanas de plata en los pies: en 
lontananza vense los Andes, y á su pie una tropa que 
alista sus cabalgaduras para la marcha en la montaña. 
En medio de este paisaje, con ese traje y tales arreos, 
desembarcó Míller en Pisco y se posesionó de Chincha, 
ocupando el pueblo bajo la protección de los cañones 
del San Martín, la O'Higgins y la Valdivia (22 de 
marzo). El coronel Lorig, que defendía el punto, pre- 
tendió sorprender la plaza cortando las avanzadas de 
caballería con 80 húsares, pero el capitán José Videla 
(argentino, de Mendoza), «hombre de pocas palabras, 
pero de muchos hechos,» según Miller, salióles al en- 
cuentro con 43 infantes y algunos jinetes, y los derro- 
tó, matando seis hombres en la persecución, 


E LR 


' El mismo día y casi á las mismas horas en que Mí- 
ller tomaba pie en Pisco, una tragedia tenía lugar en 
el Cuzco, donde se descubrió una conjuración militar, 
encabezada por un argentino, á quien hemos visto antes 
figurar en las filas realistas como un perseguidor encaz- 
-.nizado de los americanos, y luego pronunciarse por la 
causa de la independencia. Como se recordará, el co- 
«ronel José Melchor Lavin (entrerriano), de acuerdo 
¡con los agentes secretos de San Martín al tiempo de 
'emprender su expedición, había tramado una conspi- 
ración en Arequipa, á consecuencia de la cual fué 
trasladado preso al Cuzco, donde fraguó otra más se- 
ria. Descubierto en sus trabajos, precipitó su estalli- 
do y se apoderó por sorpresa y con unos pocos hombres 
de la guardia del cuartel de la guarnición. Atacado, 
intentó resistirse, y fué muerto junto con sus compa- 
fieros. Así murió mártir de una causa que había odia- . 
do, como su compatriota el salteño Castro, tardíamen- 
te arrepentidos los dos, sin que su sacrificio aprove- 
chase á la causa de la revolución que combatieron con 
tanto valor como pasión, pero que la posteridad ha 
tomado equitativamente en cuenta. 

. Echado Miller á tierra, el almirante se dirigió -4 
Cerro Azul con el objeto de efectuar su desembarco, 
pero la fuerte marejada y la noticia de que una grue- 
'sa columna salida de Lima se dirigía sobre Pisco, le 
hizo desistir de su intento. Volvió entonces á insistir 
sobre su tema de tomar á Lima á viva fuerza, idea que 
no se ajustaba á los planes metódicos y á las miras 
políticas de San Martín, según en su lugar se expli- 
có. «Ahora es tiempo, escribía al general (abril 8), de 
dar al enemigo el golpe mortal. Con 4.000 hombres 
»responderé con mi cabeza de que, desembarcando en 
»Chorrillos, estará usted en Lima en cuatro horas. Si 
»se resuelve usted sobre esta medida, bajaré mañana ó 


184 = 


»un día después para acampañarlo en Chorrillos, ó bien 
»á la caballería por tierra, si se me permite. No se ne- 
»cesita más que presentarse para que la capital del Pe- 
»rú caiga en su poder. Los altos de Chorrillos son defen- 
»dibles contra 40.000 de tropa, y el desembarco es ex- 
»celente.» Días después agregaba : «Si no puede poner 
»en ejecución el plan indicado en mi última, y puede 
»disponer de 500 hombres (ó trescientos además), des- 
»truiré toda la división enemiga que se ha dirigido á 
»Cerro Azul.» Esta posición, en la extremidad del va-: 
lle de Cañete, era la llave de los caminos adyacentes 
de Lima, que comunicaban con la sierra y las provin-' 
cias del sur, y debió ser el objetivo de la expedición que 
el almirante había dirigido á Pisco, por considerar es- 
ta operación más provechosa. 

San Martín, que había destacado 2.200 hombres á 
la sierra con Arenales y puesto 680 á disposición de 
Cochrane, que representaban como la mitad de su ejér-. 
cito, no podía desprendersé de más fuerzas sin quedar 
reducido á la impotencia para obrar sobre Lima. El 
almirante, por su parte, que al principio había pro- 
puesto y aceptado: una simple diversión, al verse al 
frente de una división regular, imaginó formar sobre 
esta base un nuevo ejército, proyectando un plan de 
operaciones más vasto por su cuénta. Su propósito era 
expedicionar hasta el Alto Perú. Al efecto, se dirigió. 
directamente al gobierno de Chile pidiéndole le man- 
dase 1.000 hombres á sus órdenes, y si esto no era 
posible, por lo menos 500 con 1.000 fusiles, para ar- 
mar con ellos los reclutas que alistase en las provin- 
cias meridionales del Perú, que se»proponía conquis- 
tar, sacando de ellas los recursos para su manteni- 
miento. Este pensamiento coincidía hasta cierto pun- 
to con el de San Martín, que comprendía la importan- 
cla de convertir la diversión en operación seria da 


— 155 — 


guerra. «¡Qué ventajas se reportarían, escribía á 
»O' Higgins, si Chile pudiese enviar :á Míller, aunque 
»no fuesen más que doscientos hombres y algún arma- 
»mento á Intermedios ! Este paso aseguraba la campa- 
»ña de un modo positivo.» El gobierno de Chile contes- 
tó á ambos que no le era posible hacer este nuevo es- 
fuerzo, y era la verdad. 

El almirante, arrebatado por su genio impetuoso 
y movido por el anhelo de buscar botihes de guerra, 
convirtió la diversión en una campaña de aventuras 
y en una especie de irrupción de merodeo, con gran- 
des objetivos y pequeños medios, sin plan fijo y sin 
- concierto. Empero, la habilidad de Míller salvó el ho- 
. nor de sus armas, alcanzando algunas ventajas con- 
siderables, pero sin trascendencia ulterior, ccmo lue- 
go se verá. El desembarco en Pisco no respondía pre- 
cisamente al objeto que se tenía en vista, á menos de 
tomar posesión permanente del punto para ejecutar 
correrías al interior, ó bien para dar un punto de apo- 
yo á la columna de Arenales por la sierra, obrando en 
combinación. Así, la operación no produjo más re- 
sultado inmediato que apoderarse de algunas especies 
de particulares que existían en aquel puerto, con des- 
crédito de la expedición. 

Al norte de Pisco corren dos ríos paralelos, de cor- 
dillera á mar, á distancia de 26 kilómetros uno de 
otro, cuyos valles llevan la denominación de Chincha- 
Alta y Chincha-Baja. Miller se posesionó del segun- 
do valle, y estableció su reserva en Pisco. Los españo- 
les, que habían destacado desde Lima una división al 
mando de Camba en observación de los patriotas, se 
situaron en Chincha-Alta, á 41 kilómetros de distan- 
cia. Ambas fuerzas permanecieron como un mes á la 
estricta defensiva, haciendo sus descubiertas en el te- 
rreno intermedio, que es un arenal árido, donde so- 


— 156 — 


lían trabarse pequeñas escaramuzas. Un tercer ene- 
migo invisible, más poderoso que los dos, los atacó y 
venció. La fiebre maligna de la costa—las tercianas,— 
los redujo á una total impotencia. Á un mismo tiem- 
po cayeron postrados los jefes de las dos divisiones, 
con casi todo el resto de su tropa. De los 600 hombres 
desembarcados, murieron 28 en un mes, y 160 de los 
enfermos más graves pasaron al hospital, los que fue- 
ron reemplazados por 100 esclavos reclutados en las 
haciendas inmediatas. En tan deplorable situación, 
se determinó el reembarco (22 de abril). Míller fué con- 
ducido á bordo en una camilla, con pocas esperanzas 
de salvarle la vida. La tropa, al tomar los botes, ape- 
nas podía sostener el peso de sus armas ni tenerse en 
pie. A este precio se conquistó el botín tomado en 
Pisco, dejando los expedicionarios en pos de sí una 
ingrata memoria. 

El almirante se disculpaba de no haber llenado los 
primeros objetos de su expedición ni realizado su pro- 
mesa de desembarcar en Cerro Azul, dando la prefe- 
rencia á Pisco. «Era imposible efectuar cosa alguna en 
blos caminos contiguos 4 Lima, con gente en tal esta- 
»do, é imprudente permanecer por más tiempo en Pis- 
»co, después de embarcar el vino y aguardiente para 
»Ía escuadra. Las causas para no desembarcar en Ce- 
rro Azul, las he comunicado, manifestando su. impo- 
sibilidad. En lo tocante á obtener vino y aguardien- 
dte, son artículos, no solamente indispensables para 
»la comodidad, sino para la salud de la marinería, 
vespecialmente la extranjera, que, por el 'conocimien- 
$to que tengo de sus costumbres, estoy persuadido de 
que no serviría sin sus acostumbradas raciones.» Es- 
ta nota, en medio de su trivialidad, es característica 
y comparada con las anteriores promesas de Co- 
chrane, en que respondía del éxito con su cabeza, aun 


— 157 — 


con fuerzas menores que las que San Martín puso á 
sus órdenes, ofrece uno de esos contrastes propios 
de este héroe tan grande en su conjunto y tan peque- 
fío en sus detallos. y 


111 


Como el general diera al almirante facultades dis- 
crecionales, resolvió dirigir la expedición al sur. El 6 
de mayo estaba sobre Arica. Este punto estaba defen- 
dido por 300 hombres y una batería de 6 piezas, que 
barrían el desembarcadero. Intimada rendición á la 
plaza, con la promesa de respetar las vidas y los in- 
tereses particulares, el jefe de ella contestóla con des- 
precio. La escuadra rompió sobre la ciudad un inútil 
bombardeo. La tropa, conducida en dos goletillas, 
efectuó su desembarco sin resistencia, aunque con al- 
guna dificultad, en el morro de Sama, 52 kilómetros al 
norte de Arica. La columna se componía de 250 hom- 
bres—á quienes temblaban las piernas al pisar en tie- 
rra, de resultas de las tercianas, —y se dividió en doa 
destacamentos: uno al mando de Miller, que se diri- 
gió atrevidamente á la ciudad de Tacna, 62 kilóme- 
tros al interior: el otro marchó sobre Arica siguiendo 
la costa del mar con el mayor Manuel José Soler, disx 
tinguido oficial argentino que mandaba los granade- 
ros á caballo de la expedición de que era segundo jefe., 
Los enemigos, al observar este movimiento, aban«w 
donaron la posición. La batería fué tomada con sus 
cañones. Soler persiguió á los fugitivos que se retira= 
ron en desbandada al contiguo valle de Azapa al sur, 
donde le tomó 100 prisioneros, interceptando una arria 
de mulas con 120.000 $ que se dirigía á Lima. En el 
puerto se tomaron considerables bastimentos por vas. 
lor de 300.000 $ en mercaderías, pertenecientes 


— 158 — 


á españoles residentes en Lima. Todos estos valo- 
res fueron trasladados á bordo de la escuadra y Co- 
chrane dispuso de ellos. 

Tacna, por la índole de sus habitantes y sus an- 
tecedentes revolucionarios (véase cap. XXxV, párrafo 
VII), era un pueblo con cuya opinión enérgica podían 
contar los expedicionarios. Míller fué recibido con en- 
tusiasmo, y se le presentaron inmediatamente nume- 
rosos voluntarios. La fuerza que guarnecía á Arica, 
compuesta en su mayor parte de tacneños, y la guar- 
nición de la ciudad, pasóse á los patriotas, y con ellos 
se formó un nuevo batallón denominado «Leales del 
Perú», al que Cochrane entregó una bandera con un 
sol de oro en campo azul, símbolo del Perú y del 
¡elemento azulado de su inventor. Soler, con un desta- 
camento y un piquete de 62 marineros con dos cohetes 
á la congréve, se reconcentró en Tacna. 

El primer voluntario que se presentó á Miller, fué 
“'an peruano llamado Bernardo Landa, que había mili- 
tado con los españoles y señaládose por sus persecu- 
ciones contra sus paisanos. Era un hombre decidido, 
de estatura gigantesca y conocedor de todas las perso 
nas y cosas y de todos los caminos de la provincia. 
«Usted necesita de un hombre, le dijo; aquí me tiene. 
»Le empeño mi palabra, de que no tendrá por que arre- 
»pentirse.» Y en efecto, Landa fué el hombre de la 
expedición ; sin él habría fracasado desde el princi- 
pio, y Míller no hubiera obtenido las señaladas ven- 
tajas que alcanzó. Otro hombre que prestó importan- 
tes servicios en esta ocasión, fué el coronel peruano 
Mariano Portocarrero, uno de los agentes secretos de 
San Martín antes de la invasión (véase cap. XXV, pá- 
rrafo vit). A él se debió el pronunciamiento de Mo- 
quegua más tarde, donde ocupaba el puesto de subde- 
legado, que continuó desempeñando para servir más 


— 159 — 


eficazmente á los patriotas con sus trabajos secretos 
y sus oportunos avisos de los movimientos del ene- 
migo. «Portocarrero, escribía Cochrane á San Mar: 
»tín, está poniendo todo en movimiento para levantar 
»el interior. El efecto producido con el desembarco de 
»doscientos hombres -es prodigioso. Estas provincias 
darán muchos recursos, porque son más ricas que las 
»del norte, y mucho más patriotas. Si tuviéramos ar- 
mas, toda la provincia de Arequipa sería nuestra en 
»pocos días. Todas las armas que teníamos y hemos 
recogido, están empleadas, pero no son suficientes 
»para marchar en derechura á Arequipa, á menos que 
bsus habitantes no se pronuncien, lo que, según estoy 
informado, es muy probable. » 

Miller llegó á tener bajo su bandera de guerrille- 
ro como 700 hombres, que sucesivamente aumentó á 
900, pero el núcleo sólido de su tropa no pasaba de 
400 hombres. Impulsado por Cochrane, animado por 
Landa y Portocarrero, llamado por los habitantes de 
Moquegua, y siguiendo sus propias inspiraciones, 
se dicidió á tomar la ofensiva, insurreccionar el in- 
terior del país, y convertir la diversión en una cam- 
paña formal. 


IV 


- A la noticia del desembarco de Miller; todo el sur 
se puso en alarma exagerando el número de sus fuer- 
zas. El general Ramírez, para contrarrestar la inva- 
sión, dispuso desde Puno la marcha de 250 hombres 
del batallón Centro á órdenes del comandante Felipe 
Rivero, para que, unidos otros 200 veteranos que mar- 
charían desde Oruro con el coronel Cayetano Ameller' 
y 200 algo reclutas de Arequipa, á más de 100 hombres 
de la guarnición de Moquegua, convergiesen al valle 


e 


de Tacna bajo el mando superior del coronel José San- 
tos La Hera, formando un total de 800 hombres. La 
Mera bajó de Arequipa por el valle de Locumba, pun- 
lu intermedio entre Tacna y Moquegua, con el río y 
valle de Ilo interpuestos, y se situó en Mirave sobre 
la margen derecha del río que riega la comarca, don- 
de esperó la incorporación de la fuerza de Rivero. 

Miller, bien informado por Portacarrero de los mo- 
vimientos del enemigo y con los datos topográficos que 
le suministró Landa, comprendió que antes que las 
tres columnas convergentes se reuniesen, podía batir 
aisladamente á cada una de ellas, y no vaciló en to- 
mar la ofensiva. Con 350 infantes y un piquete de 
marineros, dos coheteras, 70 granaderos á caballo y 
60 paisanos voluntarios bien montados, se puso ek 
marcha. Guiado por Landa, situóse en Buena Vista, 
sobre el río de Sama, á 78 kilómetros de Mirave (20 
de mayo de 1821). Mediaba entre ambos puntos un 
desierto pedregoso sin agua ni vegetación, y un sens: . 
dero escarpado y estrecho conducía al pie de la mon- 
taña. La columna patriota salvó esta distancia en una 
marcha forzada de diez y ocho horas, y en la noche 
del 21 de mayo descendió el valle de Locumba por un 
despeñadero, por el cual sólo podía pasar un homx- 
bre de frente hasta llegar á la orilla izquierda del 
río. 

La Hera había establecilo su campamento en una 
hondonada al pie de la serranía sobre la margen de 
recha del mismo río que forma un pequeño valle lax 
teral, y dormía tranquilo dentro de los cercos del puex 
blecillo allí situado que lleva el nombre de Mirave,y 
considerando imposible todo ataque. Eran las doce de; 
la noche, y reinaba profunda obscuridad ; una descus 
bierta de cinco hombres que precedía á la columna, en- 
contróse en su camino con un piquete de caballería que, 


— 161 — 


pastaba unos caballos en un alfalfar cercado, de los 
que se tomaron tres prisioneros, pero los otros dieron 
la alarma en el campo realista.. Míller, que no supo- 
mía á los enemigos tan cercanos, se encontró sorpren- 
dido á su vez, y sin conocer su exacta posición, man- 
dó que los tambores y cornetas sonasen la carga, lan- 
zando el alarido de guerra de los indios; pero se en- 
contró con el obstáculo del río que en aquel punto se 
divide en dos brazos. Los capitanes Hill y Hunn (in- 
gleses), al frente de dos partidas de coheteros de 10 
hombres cada una, sostenidos por la caballería, atra- 
vesaron el río que es allí muy torrentoso, luchando 
contra la corriente que hubo de arrastrarlos. Mientras 
tanto, La Hera había formado su tropa y roto el fue- 
go al abrigo de los cercos, rechazando la caballería 
patriota que se formó sobre el valle, mientras la ro- 
_ferva permanecía sobre la margen izquierda. Los dos 
valientes capitanes ingleses con sus coheteros tomaron 
posición en dos alturas á derecha é izquierda del va- 
lle, y llamaron la atención del enemigo, concentrando 
sobre ellos sus fuegos. Fué entonces cuando Miller pu- 
do atravesar el torrente con su infantería, montada 
á la grupa de los voluntarios tacneños, cubriéndose 
con la boscosidad del terreno, y tendió su línea de 
combate en una meseta, con uno de sus flancos sobre el 
borde escarpado del valle y el otro sobre una cadena 
de cerros. En esta actitud se pasó la noche. 

Al amanecer (21 de mayo de 1821) se encontraban 
las dos líneas á dos tiros de fusil una de otra, en un 
declive de la montaña como de 1.700 metros de an- 
chura. Miller dispuso inmediatamente el ataque, que 
se llevó con impetuosidad, frustrando los esfuerzos de 
La Hera, que pretendió apoderarse de una loma do- 
minante que tenía sobre su izquierda, y cortóle así su 
zotirada. Desaloiados los realistas de su posición y 

Tomo IV 11 : 


— 162 — 


estrechados en la extremidad de un monte cortado á 
pique á sus espaldas, combatieron con valor desespe- 
rado, pero al fin fueron vencidos. Cuarenta y cuatro 
muertos, cincuenta y nueve prisioneros, la mayor par- 
te heridos, y 400 mulas, fueron los trofeos de esta 
victoria, escapando tan sólo sesenta infantes y 80 ji- 
netes. La pérdida de los patriotas fué de 25 hombres 
entre muertos y heridos, siendo la más sensible la del 
joven Welsh (inglés), cirujano particular de Cochrane 
que acompañaba á la expedición como voluntario y 
murió gloriosamente. 

No habían aún desaparecido los últimos fugitivos 
de La Hera, cuando se presentó por el sur el coman- 
dante Rivero, con el destacamento de Puno montado 
en mulas, que había dormido.á poco más de cinco 
kilómetros del campo de batalla, que al atravesar 
el río, y recibido por algunos disparos de cohetes, vió 
que llegaba tarde, y se puso en precipitada reti- 
rada. 

En la misma tarde continuó Miller la persecución 
y el 24 llegó 4 Moquegua. Landa, con una partida de 
paisanos armados, se había apoderado de antemano 
del único portezuelo de las alturas que rodean el sitio 
donde está situada la ciudad que toma su nombre del 
valle. Allí fué alcanzada la retaguardia de La Hera 
por el mayor Soler, y tomada casi en su totalidad pri- 
sionera. Fué entonces cuando Portocarrero dió la cara 
y se incorporó á las filas independientes. Mientras 
tanto, el destacamento de Rivero, llegado á última 
hora de la acción de Mirave, se retira hacia Arequi- 
pa por las alturas del valle contiguo de Torata al 
norte, formado por el río Ilo, que desemboca en el mar 
y da su nombre al puerto. El 26 le dió alcance el 
activo Míller en un punto llamado la Calera, en las 
vertientes occidentales de la cordillera, á 312 kilóme- 


tros de Mirave, y casi todos fueron muertos ó prisio- 
neros, escapando muy pocos. 

Con legítimo orgullo y con verdad, dico el héroe de 
esta campaña que en menos de quince días después 
de su desembarco, un puñado de patriotas había muer- 
to, aprisionado Ó puesto fuera de combate, cerca de 
mil hombres, incluyendo la guarnición dispersada en 
Arica. El almirante, entusiasmado por estos rápidos 
progresos, escribía á San Martín: «Los aletargados se 
»despiertan ; los cobardes se vuelven valientes ; el ene- 
»migo, intimidado y abatido. Si siguen las cosas como 
»hasta ahora, estaremos en Arequipa dentro de ocho 
»días. La pluma de Monteagudo y una imprenta nos 
»hacen mucha falta, como también armas para los 
»jóvenes que se presentan.» Pero aquí terminan los 
triunfos y empiezan los contratiempos, propios de to- 
da operación sin objetivo fijo y sin base segura, por 
felices que sean sus comienzos. | 


Vv 


Las disposiciones del general español Ramírez, con- 
tando, como contaba, con fuerzas superiores y de me- 
jor calidad para contrarrestar la invasión, no corres- 
pondieron á su fama militar: á no ser así, aquélla no 
habría pasado de Tacna, y Miller hubiera tenido que 
rteembarcarse. Afortunadamente para los españoles, 
las mismas fuerzas convergían espontáneamente ha- 
cia el punto del ataque. Muy luego La Hera se en- 
contró con el:aguerrido batallón Gerona que venía en 
su auxilio. Rivero, con sus restos, se incorporó con un 
destacamento de 100 hombres que llegaba de La Paz. 
El jefe realista hallóse al frente de una fuerte colum- 
ha de 800 veteranos, y volvió á tomar la ofensiva, con 


— 164 — 


el objeto de cortar 4 Míller su retirada á Tacna. No- 
ticioso Míller de esta reacción y de este movimiento, 
adelantó sus partidas avanzadas hasta 76 kilómetros 
de Arequipa, para distraer la'atención del enemigo, 
emprendió su retirada descendiendo el río Ilo (4 de 
junio), y se reconcentró en Tacna, cuando La Hera se 
hallaba como á 21 kilómetros de distancia (12 de ju- 
nio). El jefe español, considerando superiores las fuer- 
zas patriotas, y llamada su atención á retaguardia por 
los partidarios, retrocedió remontando el valle hasta 
el pie de la sierra. En estas circunstancias se recibió 
oficialmente la notificación del armisticio de Punchau- 
ca, que suspendió las hostilidades. 

Durante el armisticio, Miller se ocupó en dar orga- 
nización á sus fuerzas, que alcanzaron á cerca de 900 
hombres, regularmente armados y equipados, pero de 
los cuales sólo 300.merecían el nombre de soldados. 
Lleno, empero, de ilusiones, escribía en esta fecha á San 
Martín : «Estoy en comunicación con el Alto Perú. 
»El semblante de las cosas es lisonjero. El géneral. 
»Ramírez sé positivamente está con un miedo increl- 
»ble: me aseguran que tiene una porción de mulas 
»gordas, pronto para escapar. La llegada de unas par- 
»tidas mías, compuestas principalmente de milicianos, 
»á 14 leguas de Arequipa, ha causado fermentación 
ventre los realistas, tanto que el estado mayor y el ge-. 
»neral en jofe salieron á escoger mejor posición mili» 
»tar para el caso de ser atacados por nosotros. Todos 
»los habitantes del país se hallan comprometidos, y 
»aun cuando llegáramos á tener un suceso desgracia- 
»do, bastaría el auxilio de los pueblos para continuar 
»la guerra. Sería fácil formar un batallón de 800 pla- 
»zas en dos meses, si hubiera armamento suficiente. » 
Mientras tanto, Ramírez reunía somo 2.000 hombres 
para caer sobre él así que se reabriesen las hostilida- 


== 165 — 


des. £or su-parte, Cochrane, considerando la campaña 
del sur malograda, se dió á la vela con la escuadra 
hacia el Callao, y dejó á la columna invasora abando- 
nada con sólo tres embarcaciones mercantes menores 
para el caso probable de un reembarco, las que tam- 
bién abandonaron. A la expiración del armisticio, la 
situación de Miller era crítica: una tercera parte de su 
tropa se hallaba enferma y no podía resistir ni á los 
800 hombres de La Hera. En consecuencia, vióse obli- 
gado á evacuar Tacna y replegarse á Arica (20 de ju- 
lio). En este mismo día, la división de Arenales en la 
sierra evacuaba Jauja y se retiraba hacia Lima. En 
Arica encontró Míller cuatro buques mercantes, de 
que se apoderó de grado ó de fuerza, y en ellos embar- 
có su división con los emigrados comprometidos que 
le seguían. Cuando llegó La Hera al puerto, ya la 
expedición estaba á bordo pronta á darse á la 
vela. 

Entre los hechos de esta campaña tan brillante co- 
mo aventurera, deben mencionarse algunos que, ha- 
cen honor á la caballerosidad de los dos beligerantes. 
Durante el armisticio, los jefes españoles manifesta- 
ron á Míller su admiración por sus rápidas marchas y 
afortunados golpes. Entre los prisioneros realistas to- 
mados de Moquegua, lo fué un capitán Suárez, heri- 
do gravemente: sus compañeros de armas solicitaron 
que pasara á curarse á Arequipa, bajo promesa de que 
volvería á entregarse luego que se restableciese, y el 
jofe patriota lo puso en libertad sin condiciones, pro- 
porcionándole lo necesario para su viaje y los españo 
les agradecidos le enviaron-en retribución un obsequio. 
El coronel Sierra y el alférez Ramírez, prisioneros en 
Moquegua, fueron puestos en libertad por orden del 
almirante : el jefe español, por una comunicación es- 
pecial, agradeció este acto de espontánea generosidad, 


— 166 — 


manifestando, que «así como era tan estimable la li- 
»beralidad de sus procedimientos, así también corres- 
»pondía con la reciprocidad y buena fe en nombre del 
»gobierno español.» Al evacuar Míller á Tacna, escri- 
bió á La Hera que, confiando en su generosidad, le re- 
comendaba tratase con humanidad á los enfermos que 
dejaba, y La Hera le contestó que los soldados que 
quedaban en el hospital serían asistidos con preferen- 
cia á los suyos, haciendo el elogio de la disciplina de 
las tropas patriotas. Estos actos, que dignifican la 
especie, fueron frecuentes en la guerra de la inde- 
pendencia del Perú, y forman contraste con las cruel- 
dades de Ramírez, Ricafort y Carratalá que, por par- 
te der los españoles, han dejado en aquel país san- 
grienta memoria. 


vI 


Miller, ascendido por sus recientes hazañas al em- 
pleo de coronel, levó anclas y puso la proa al norte 
con viento favorable (22 de julio). Su intención era 
desembarcar en la caleta de Quillca, cerca de Islay, y 
dirigirse á Arequipa, cuya ciudad estaba sin defensa 
por la reconcentración de las fuerzas españolas sobre 
Tacna; pero'lo recio del viento que dificultaba el 
desembarco y la falta de provisiones, le impidieron lle- 
var á cabo esta nueva aventura. Entonces resolvió vol- 
ver á Pisco bajo su responsabilidad, y se apoderó del 
pueblo sin resistencia haciendo huir 50 hombres que 
lo guarnecían. A inmediaciones de Ica hallábase acan- 
tonada una fuerza al mando de Santalla—el mismo 
de las conjuraciones para entregar el Callao, —quien 
intentó replegarse á Huancavelica ; pero hostigado por 
los indios de la sierra sublevados, vióse obligado á re- 


— 167 — 


gresar á la costa y seguir en fuga el itinerario en que 
se había perdido Quimper. Tenazmente perseguido, fué 
alcanzado en el camino y deshechos sus últimos restos 
cerca de Nasca, tomándole 180 prisioneros. En medie 
de estos sucesos, Miller tuvo la primera noticia de la 
ocupación de Lima, y posesionado de Ica, asumió el 
mando político y militar del distrito. En Ica comenzó 
y terminó la campaña de puertos intermedios. 

Se ha dicho que la expedición á puertos intermedios, 
bien apoyada, habría producido resultados decisivos. 
Para esto fuera necesario que respondiese á un plan 
general, con otros medios y bajo una dirección combi- 
nada. Concebida como diversión para inquietar á los 
enemigos de Lima por uno de sus flancos, é intercep- 
tar sus comunicaciones con el sur, su teatro de ope- 
raciones eran las costas, y su objetivo ulterior, obrar 
en combinación con la expedición de la sierra, caso 
que ésta avanzase hasta Huancavelica. Entonces, uni- 
das ambas, formaban un ejército de cerca de 5.000 
hombres á retaguardia del enemigo, ligando los movi- 
mientos de todas las fuerzas disponibles. Este era el 
mejor apoyo, y el único que podía dárseles dentro. de 
lo posible y del radio estratégico de las operaciones 
generales. San Martín no podía disponer de más fuer- 
zas que las que desprendió al lanzar 2.200 hombres 
sobre la sierra y 600 sobre las costas del sur, quedán- 
dose tan sólo con 3.000 soldados convalecientes para 
obrar sobre Lima, contra un ejército superior en nú- 
mero. Es evidente que, á pesar de esto, debió reforzar 
á Arenales en la sierra, y aun pudo trasladar el tea- 
tro de la guerra á ella, 6 por lo menos maniobrar de 
modo de no perder las ventajosas posiciones reconquis- 
tadas en el interior del país, que prometían más ven- 
tajas que las del sur. No haciéndose esto, la expedi- 
ción del sur, como movimiento excéntrico, no tenía 


—— 168 — 


objeto sino como mera diversión, tal como la propuso 
el mismo Cochrane, que fué su inventor, y tal como lo 
aceptó San Martín. Desnaturalizada como lo fué, exa- 
gerada en sus dimensiones con medios exiguos y lan- 
zada en aventuras, debió dar los resultados que dió, 
y eso que, por un cúmulo de circunstancias felices 
y merced á la actividad de Miller, alcanzó ventajas 
que no eran de esperarse. La prueba está en que, é 
pesar de esas ventajas, tuvo al fin que reembarcarse 
en presencia del primer núcleo de fuerza sólida del 
enemigo que le hizo frente, aun después de una victo- 
ria considerable y de la decisión de las poblaciones.. 
Esto, por lo que respecta á lo que se ha dicho, sin 
fundar el aserto. E 

Puede decirse, que habría sido de todos modos con- 
veniente robustecer la colamna de Miller, para con- 
vertir la diversión en operación formal de guerra, da- 
das las ventajas alcanzadas ; pero, aparte de que esto 
no era posible por falta de tropas para reforzar á la 
vez á Arenales y á Míller, como numéricamente que- 
da demostrado, tal operación no hubiera podido ajus- 
tarse al plan general de campaña, á menos de trasla- 
dar el teatro de la guerra al sur con elementos pode- 
rosos, como lo propuso Arenales al retirarse de la sie- 
rra. Se requerían para ello tres á cuatro mil hombres 
bien organizados, y abandonar al enemigo las provin- 
cias del centro, á fin de tomarle la retaguardia ocu- 
pando Arequipa, el Cuzco y Puno, y aun esto mismo 
no daba el resultado de buscar una batalla decisiva.. 
Se dividían las fuerzas que, unidas ó combinadas, po- 
dían dar el último golpe; el ejército de Lima queda- 
ba sin papel, y la internación por esa parte reducida 
á una diversión en punto mayor. Suponiendo que hu- 
biese sido posible elevar la columna de Míller hasta 
el número de 1.000 veteranos, esto era estrictamente 


— 169 — 


lo necesario para hacer frente á la fuerza que podía 
oponerle el enemigo, mientras no se alejase de las 
costas ; y como se ha visto, podía encontrarse con do- 
ble número al penetrar á la sierra. Elevada esa colum- 
na á 2.000 hombres, de manera de bastarse á sí mis- 
ma en sus primeras operaciones, desde que ella no hu- 
biese de obrar en combinación con Arenales, en el ca- 
so de que éste adelantase hasta Huamanga y Huanca- 
velica, era una operación eventual y aislada, que sólo 
prometía mayores ventajas á condición de formar un 
nuevo ejército sobre la base de las poblaciones insu- 
rreccionadas, como lo había hecho Arenales en la sie- 
rra, para que obrase en combinación con el de Lima y 
la expedición de puertos intermedios por Ica, cerran- 
do el círculo de las operaciones dentro de sus límites, 
y decidir la cuestión en su punto estratégico, que eran 
las provincias centrales del interior. Dilatado el círcu- 
lo de las operaciones fuera de los radios precisos, aun 
formando un nuevo ejército en el sur, la internación 
no tenía objeto, ó si lo tenía, no era decisivo, desde 
que le faltaba la base y objetivo determinado. Dos 
ejércitos, relativamente débiles, que, á tan largas dis- 
tancias no podían combinar operaciones en presencia. 
de un enemigo interpuesto y reconcentrado, con un 
ejército de reserva en el Alto Perú sobre la retaguar-. 
dia de los invasores por el sur, era lo mismo que re- 
nunciar á la ofensiva eficiente, y peor que correr dos 
liebres á la vez, disminuir las probabilidades de al- 
canzar una de ellas. 

El plan más seguro para dar mayor consistencia 
á la expedición de puertos intermedios, sin alterar su 
carácter de diversión concurrente, era ocupar Arica, 
fortificándola, para proporcionar una base á la inst- 
rrección y á las operaciones en los valles de Tacna, 
Tarapacá, Moquegua y Torata, hasta el pie de la sie- 


— 17- 


rra y quitar al enemigo un puerto importante, amena- 
zando á Arequipa, y aun atacándola, como lo intentó 
Miller á última hora. Para esto habría sido necesa. 
rio que Chile hubiese auxiliado la expedición, como 
lo pedía Cochrane y lo indicaba San Martín, desde 
que en el Perú faltaban las fuerzas y el armamento 
suficientes. La ocupación de Pisco y de Ica no tenía 
objeto una vez retirado Arenales de la sierra ó de no 
obrar en combinación con el ejército de Lima, ca- 
so que éste tomase la ofensiva avanzando al in- 
terior. 

Vese en suma por este metódico examen fundado 
cn cifras y hechos exactos, que la expedición á inter- 
medios, concebida como simple diversión para llamar 
la atención é interceptar los caminos del sur sacando 
ventaja del dominio de las costas, debió mantenerse 
dentro de sus límites, para lo cual tenía medios su- 
ficientes. Para convertirla en una diversión concurren- 
te, era indispensable que la división de Arenales en 
la sierra, avanzase hasta Huancavelica. No era ma- 
terialmente posible reforzarla, y aun siéndolo, no pa- 
saba de una diversión en punto mayor. Para darle 
consistencia, como medio de promover la insurrección, 
se necesitaba el concurso de Chile, que faltó. Reforza- 
da la expedición hasta el número de 2.000 hombres, 
de modo de bastarse á sí misma en sus primeros mo- 
vimientos, era una operación aislada. 'Aun formando 
sobre esta base un nuevo ejército, no respondía á un 
plan serio de campaña que pudiese dar un resultado 
decisivo. Por consecuencia, ni míl ni dos mil hombres 
hubiesen alterado las condiciones de la lucha, tal 
como estaba empeñada, desde que, ansanchado el 
círculo de las operaciones fuera de sus radios estratégi- 
cos, las fuerzas se debilitaban al dividirse y desligar- 


PE a MO 


se, sin obrar en combinación, perdiéndose el poder de 
la ofensiva, uniforme y eficiente. 

Tods esto no quita que la expedición fuese tan há- 
bil como brillantemente conducida por Milier, aunque 
mal dirigida por el almirante, que al fin la abandonó 
á su suerte, cuando dió los resultados que necesaria- 
mente debió dar, una vez desnaturalizada, no obs- 
tante sus primeras victorias. San Martín, compren- 
diendo las ventajas que de ella podrían reportarse, 
con las lecciones de la experiencia, pensó renovarla 
después de su entrada á Lima, pero sus disidencias 
con el almirante, de que se dará cuenta después, le 
impidieron llevar á cabo este pensamiento. 

Esta campaña terminó con un siniestro marítimo. 
El navío San Martín, depósito del botín de interme- 
dios, que en violación del armisticio se había apodera- 
do de ún cargamento de trigo en el puerto de Mo- 
llendo, y al desembarcarlo en Chorrillos, se fué á 
pique, como augurando el naufragiogdel nombre que 
llevaba. ? 


= 172 — 


CAPITULO XXXII 
La independencia del Perú 


1821 


La toma de Lima y la batalla de Carabobo.—Corolario histórico.— 
Estado de la opinión de Lima al tiempo de la ocupación.—8i- 
tuación compleja de San Martín.—Síntesis política.—Declara- 
ción de principios de San Martín.—Convocatoria de una asam- . 
blea de notables para declarar la independencia del Perú.—De- 
olaratoria, jura y proclamación de la independencia peruana.— 
Sitio del Callao.—Cochrane estrecha el bloqueo del Callao é 
insiste sobre el ataque.—Crosbie se apodera de los últimos bu- 
ques españoles en el Callao.—Golpe de mano de los independien- 
tes sobre el Callao y sus resultados.—Negociación irregular do- 
Cochrane con el gobernador del Callao.—Condiciones y objetos 
de esta negociación.—Síntomas de ruptura entre San Martín y 
Cochrane.—San Mébtin se declara Protector del Perú.—Examen - 
de este acto.—Ministerio protectoral —La logia de Lautaro en 
el Perú.—Chile aplaude el acto de Ss 4 Martín.—Primer acto del 
Protector.—Persecuciones á españoles.—Extrañamiento del arzo- 
bispo de Lima.—Apogeo de San Martín.—San Martín como hom: 
bre de gobierno.—Nueva fase de San Martín.—La obra refor- 
madora de San Martín en el Perú.—El Estatuto Provisional.— 
El Consejo de Estado.—Primer síntoma aristocrático.—La Orden 
del Sol y la creación de una nueva nobleza.—La orden patrióti- 
ca de las damas peruanas.—El delirio de las grandesas y mo- 
destias de San Martín.—Achicamiento de un grande hombre. 


I 


Al volver á tomar el hilo de la narración de los 
acontecimientos generales (véase cap. XXIX), nos en- 
contramos en presencia de más vastos horizontes. 
La toma de posesión de Lima por los independientes 
(6 de julio de 1821), coincidió con la batalla de Cara- 
bobo (24 de julio de 1821), el Waterloo de los _Tea- 


+ 


— 173 — 


listas en Colombia, que aseguró definitivamente la 
independencia de esta república. El gran plan de 
campaña continental soñado por el libertador del sur, 
estaba realizado á hora fija y en la medida proporcio- 
nal. El libertador del norte, realizando los mismos 
planes y los mismos sueños en sentido opuesto, con- 
vergía hacia el centro de atracción común, donde las 
armas continentales se reunirían para dar el golpe 
final al poder español. No quedaban sobre la haz de 
la América más tropas que mantuvieran alzado el es- 
tandarte del rey, sino las que aun resistían en las 
montañas del Perú y en Quito, y una fortaleza aislada 
que pronto se rendiría. En los mares, tan sólo tres 
buques, últimos vestigios del poder marítimo de la 
metrópoli anonadado por Cochrane en el Pacífico, va- 
gaban como buques-fantasmas. El triunfo definitivo 
era cuestión de tiempo y del esfuerzo combinado de 
los dos libertadores. Jamás se realizó en tan vasta es- 
cala, en tan largo espacio de tiempo y con tanta pre- 
cisión matemática, una empresa que al principio pa- 
reciera un sueño, y que obedecía, empero, á una idea 
preconcebida con unidad de acción, compacta y persis- 
tente en las fuerzas concurrentes, y á una atracción 
recíproca de las masas impulsadas por las fuerzas del 
destino. Es que, como lo ha dicho el primer capitán 
del siglo y lo observa un pensador americano, «todos 
»los grandes capitanes que han emprendido grandes 
scosas, las han llevado á término de conformidad á 
3las reglas del arte, proporcionando el esfuerzo al obs- 
stáculo, convencidos de que los acontecimientos no 
»son la obra del acaso, sino de la tensión de las leyes ' 
>que gobiernan los destinos humanos.» A esto debie- 
ron su éxito los dos libertadores sudamericanos. El 
día que violaron esas leyes, extraviados en su camino 
Óó cegados por la ambición, ambos cayeron como caen 


— 174 — 


los cuerpos muertos que pierden su velocidad inicial: 
el uno, deliberadamente, al sentir que le faltaban las 
fuerzas eficientes para cumplir su misión; el otro, 
precipitado de la altura por las fuerzas irresistibles 
que contrariaba. 

La emancipación de la América estaba fuera de 
cuestión ; la independencia del Perú estaba asegurada, 
cualesquiera que fueran los errores de los hombres 
y las vicisitudes de la lucha que aun se prolongaría 
por algunos años más. Pero esto, que veían claro los 
hombres de acción impulsiva ó los espíritus superio- 
res que dominaban el gran escenario, no lo perci- 
bían bien todavía las colectividades encerradas en 
campos circunscriptos de lucha, por más que estuvie- 
sen en la corriente de los acontecimientos en paralelis- 
mo con las leyes de la naturaleza. Y era en el Perú 
donde este fenómeno se producía, precisamente en el 
momento supremo en que sus destinos estaban fijados 
para siempre por la lógica de esas leyes. Un penetrante 
observador imparcial, que á la sazón se encontraba 
allí, ha fijado en rasgos concretos el trasunto de esta 
situación transitiva. «La ciudad de Lima se hallaba 
sen un extraño estado de confusión, por efecto de los 
»inesperados sucesos que estaban en la naturaleza de 
»la revolución, y la heterogeneidad de los elementos 
'»que obstaculizaban el acuerdo. Nadie veía claro en 
»su camino. Los españoles, todos estaban perplejos : 
constituían la clase pudiente, y su posición era deli- 
»cada. Si se negaban á abrazar el partido de San 
»Martín, corrían el riesgo de ver confiscados sus bie- 
anes; por otra parte, debían temer la venganza del 
»antiguo gobierno, 'que podía reconquistar el poder y 
castigar su defección. Los naturales del país, bien 
»que confiados en la bondad de su causa, estaban alar- 
»mados por las consecuencias de su conducta : muchos 


— 175 — 

»dudaban de la sinceridad de San Martín, y muchos 
»también dudaban que tuviese los medios para cum- 
»plir sus promesas. En general, las circunstancias 
seran nuevas para la mayoría de los habitantes de 
Lima. La alarma y la incertidumbre estaban en todos 
»los corazones. En esta confusión de ideas y de intere- 
»ses, el más embarazado quizá era el gran motor de 
»este conjunto, de quien cada uno, cualquiera que fue- 
»ra su partido, esperaba protección y seguridad. En 
»tales momentos se requería una mano experimentada 
»para dirigir la nave del Estado.» Es que el Perú no 
era todavía un país hondamente revolucionado, y por 
eso la opinión pública carecía del nervio y consistencia 
que sólo dan la posesión plena de la nacionalidad y. 
la decisión de alcanzar el triunfo á toda costa. San 
Martín quiso imprimirle ese carácter declarando so- 
lemnemente su independencia. 

La situación de San Martín era compleja, como 
Jibertador ante la América, como árbrito de los des-' 
tinos del Perú, como general de dos repúblicas cuyas 
armas le estaban confiadas y como hombre público 
ante su propia conciencia. Estaba en el apogeo de su 
poder y de su gloria: el sueño de ocho años estaba 
: realizado al entrar triunfante en la ciudad de los 
reyes. Sólo le faltaba un último esfuerzo para termi- 
nar su obra. El momento de prueba de la potencia de 
su genio y de su equilibrio moral había llegado. Co-. 
mo lo observaba el banquero Rothschild, se necesita 
diez veces más habilidad y prudencia para conservar 
una gran fortuna, que para ganarla. Los hombres que 
se elevan á las grandes alturas, pierden con frecuencia 
las nociones que dirigieron con seguridad sus pa- 
sos, y el delirio ó el cansancio se apoderan de sus al- 
mas. Lo que pasó en ese momento en el alma de San 
Martín, nunca lo dejó entrever. Reconcentrado por» 


— 176 — 


temperamento, reservado por sistema, las palabras 
con que anunció en la intimidad su triunfo—en una 
carta, que es relativamente la más enfática que de él 
se conozca, — son lacónicas y sencillas como de cos- 
tumbre: «Al fin, con paciencia y movimientos, hemos 
»reducido á los enemigos á que abandonen la capital 
»de los Pizarros: al fin, nuestros desvclos han sido re- 
»compensados con los santos fines de ver asegurada 
»la independencia de la América del Sur. El Perú 
»es libre. En conclusión, ya yo preveo el término de 
»mi vida pública, y voy á tratar de entregar esta pe- 
»sada carga á manos seguras, y retirarme á un rincón, 
»á vivir como hombre.» Su actitud fué modesta, sin 
esa afectación con que se disfraza el orgullo ; sus decla- 
raciones públicas fueron graves y moderadas, y todos 
sus actos revistieron un carácter serio como inspirados 
en el bien público, que revelaban el dominio de sí 
mismo, con ideas hechas y propósitos al parecer ma- 
duramente deliberados. Empero, notábase un síntoma 
de delirio pasivo en la exagerada importancia que daba 
á la posesión de Lima y cierta inercia militar que era 
su consecuencia, aparte de dar ya la guerra casi por 
terminada, y hacerle abandonar la expedición de la 
sierra donde únicamente podía decidirse; pero estos 
“errores no afectaban sino su previsión como general. 

El hombre político y moral era, como siempre, un 
tnigma, así para él como para los que lo observaban. 
Tenía que resolver silenciosamente los arduos pro- 
blemas de una situación compleja y complicada, y no 
los encaraba de hito en hito. Fiaba más en la acción 
del tiempo que en la acción propia. Tal vez llegó á 
considerar insuficientes las fuerzas de que disponía, 
al menos para terminar por sí solo su obra. De aquí 
ese optimismo y ese fatalismo, que se traducían en 
inacción y buscaba la solución por medios indirectos. 


—17 — 


II 


Al tiempo de la ocupación de Lima, San Martín 
hizo publicar en su campamento, á manera de boletín, 
un artículo doctrinario, escrito por Monteagudo en 
estilo sentencioso, que era una declaración anticipada 
de principios y pauta de su conducta política ulterior. 
«El 6 de julio de 1821 alcanzará á la posteridad de 
»cien generaciones que se sucedan, si es que los hom- 
»bres no vuelven atrás en la marcha que han em- 
»prendido, y pierden la experiencia y el poder intelec- 
»tual que hoy poseen.—Vasto campo se presenta á 
»los peruanos que desean empezar á ejercitar su ener- 
agía, y hacer con menos peligros que otros pueblos el 
»ensayo de sus aptitudes sociales para una nueva for- 
ma de gobierno que ponga los cimientos de una obra, 
»que deben perfeccionar las costumbres y no las leyes. 
»El vencimiento de los españoles ha entrado ya en la 
»clase de los esfuerzos subalternos que exige la inde- 
»pendencia dirigiendo con método las operaciones mi- 
»litares y buscando al enemigo cuando convenga. 
»Los españoles son 'impotentes para esclavizarnos. 
»La obra verdaderamente difícil que es necesario 
»emprender con valor, firmeza y circunspección, ' 
»es corregir las ideas inexactas que ha dejado 
»el gobierno antiguo impresas en la actual gene- 
»ración. La dificultad no consiste tanto en la 
»ignorancia de los medios adecuados para conseguir 
»tal fin, cuanto en la peligrosa precipitación con que 
»de ordinario intentan los nuevos gobiernos reformar 
»los abusos. Empezando por la libertad, que es nues- 
»tro más ardiente anhelo, ella debe concederse con 
»sobriedad, para que no sean inútiles los sacrificios 
* ',que se han hecho para alcanzarla. Todo pueblo ci- 
Tomo IV 12 % 


— 173 — 


»vilizado está en aptitud de ser libre; mas el grado 
»de libertad de que goce, debe exactamente ser pro- 
»porcionado á su civilización: si aquélla excede á 
»ésta, no hay poder que evite la anarquía, y si es 
»inferior, es consiguiente la opresión. En todos los ra- 
»mos de la prosperidad hay grandes reformas que ha- 
»cer: en general puede decirse, que es preciso despo- 
»jar nuestras instituciones y costumbres de todo lo 
»que sea español, é infundir 4 nuestra constitución 
»política una nueva salud, para que resista sus en-' 
»fermedades, según la expresión de lord Chatham. Ha- 
acer todas las reformas sin discreción, es un defecto 
»en que debemos precavernos de incurrir, y preparar 
»las mejoras á que está dispuesto el país, y de que era 
»tan susceptible por la docilidad y tendencia que trae - 
»al adelantamiento de su carácter social.» Era un pro- 
grama revolucionario conservador, en que, al dar casi 
por concluída la guerra y perseverando en hacerla 
lentamente, se ofrecía una libertad moderada para 
fundar el orden y prevenir la anarquía. Estas fueron 
en todos los tiempos las ideas políticas de San Martín, 
ideas disciplinarias, á que Monteagudo daba forma 
dogmática. Pero este escrito, qtte llamó entonces la 
atención del mundo por la expectabilidad de su editor 
responsable, y que la historia ha recogido, no tenía 
profesión de fe política y bajo la forma genérica de 
un «gobierno nuevo» envolvía una incógnita que podía 
acomodarse á todos los sistemas, desde el despotismo 
militar por el momento, hasta el establecimiento. ul- 
terior de una monarquía constitucional, sobre la base 
Je la independencia, único punto que ponía fuera de 
cuestión. 

El primer acto de San Martín al establecer su 
cuartel general en el palacio de los virreyes, fué dis- 
poner que el cabildo convocase «una junta general 


— 179 — 


»de vecinos de reconocida probidad, patriotismo y ln- 
»ces, que, en representación de los habitantes de la 
»capital, expresase si la opinión general se hallaba 
»decidida por la independencia, cuyo voto le serviría 
»de norte, para proceder á su proclamación ó ejecutar 
»lo que eila dictaré» (14 de julio de 1821). Era con 
el mismo fin el mismo proceder empleado en Chile para 
constituir un gobierno: un cabildo abierto que esta- 
tuyese en nombre del común, con simple voto consul- 
tivo en un punto determinado, para evitar la convo- 
catoria de un congreso deliberante, de elección po- 
pular. La junta, compuesta de notables de Lima de- 
signados por el cabildo, respondió á las veinticuatro 
horas: «La voluntad general está decidida por la in- 
vdependencia del Perú de la dominación española y 
sde cualquiera otra extranjera.» Tal fué la fórmula de 
la soberanía de una nación nueva, sancionada por 
aclamación dentro de los límites de un municipio. El 
pueblo confirmó la deliberación con su aplauso, subs- 
cribiendo el acta de su emancipación. Simple formali- 
dad que registraba un hecho, este documento y esta 
fecha marcan una época: la declaratoria solemne de 
la independencia ante el mundo de la última colonia 
española en América, donde iba á librarse la batalla 
final, según las previsiones de su libertador. 

La proclamación y jura de la independencia perua- 
na fué otra formalidad, ¿pero no por eso menos me- 
iorable. El 28 de julio de 1821 una brillante cabalga- 
ta salía del palacio secular de los virreyes. Prece- 
díanla la universidad de San Marcos con sus cuatro 
colegios, las corporasiones religiosas, los jefes milita- 
res, los oidores, el ayuntamiento y los principales re- 
presentantes de la nobleza indígena. Seguía el liber- 
tador con su estado mayor, acompañado del goberna- 
dor político de la ciudad. A su retaguardia marchaban 


== 180 — 


la Buardia cívica, los alabarderos de Lima y la escolta 
de húsares del general. Por último, el batallón núm. 8 
de los Andes, vencedor en Chacabuco y Maipú con las 
banderas de las Provincias Unidas del Río de la Plata 
y de Chile, y más á retaguardia, la artillería con los 
cañones que debían saludar el pinto de la 
nueva nación. 

San Martín subió á un tablado levantado en la pla- 
za mayor, y desplegó por primera vez la bandera na- 
cional del Perú inventada por él en Pisco. Fué saluda- 
do con un inmenso aplauso. Acallado por un momento 
el bullicio por el ademán del libertador, exclamó con 
voz sonora y firme: «El Perú es desde este momento 
»libre 6 independiente por la voluntad de los pueblos 
»y de la justicia de su causa, que Dios defiende.» Ba- 
tió el pendón por tres veces, y prorrumpió en un: 
«¡ Viva la patria! ¡Viva la libertad ! ¡Viva la inde- 
pendencia !» que el pueblo repitió en medio del estam- 
pido de los cañones. La comitiva de la prolamación re- 
corrió las calles en medio de una entusiasta ovación, 
bajo una lluvia de flores y de esencias aromáticas. De 
regreso á la plaza, saludó con estruendosas aclamacio- 
nes al almirante Cochrane, el héroe que compartió 
con San Martín la gloria de la redención del Perú, y 
que desde una de las galerías del palacio presenciaba 
aquel espectáculo, en que era uno de los primeros 
actores. 

Un célebre testigo extraño que“por acaso asistió ¿4 
esta ceremonia, la encontró imponente y pintoresca. 
«La actitud de San Martín, en este acto, dice, fué 
»correcta y sin afectación. Los rasgos de su fisonomía 
»revelaban al principio ligeros movimientos de impa- 
»ciencia: diríase que no se perdonaba á sí mismo 
»prestarse á una escena de aparato. Si este embarazo 
»fué real, pasó rápido como el relámpago. No tardó 


— 181 = 


»en recobrar su acostumbrada serenidad y paseó una 
»mirada benévola por todos los que le rodeaban.» En 
seguida se distribuyeron al pueblo medallas conme- 
morativas :—en el anverso un sol, símbolo tradicional 
del Perú, con esta inscripción al contorno: «Lima 
libre juró su independencia el 25 de julio de 1821» ; 
en el reverso, al centro, en medio de laureles, esta 
leyenda: «Bajo la protección del ejército libertador 
del Perú mandado por San Martín.» 

Como homenaje á los dos pueblos que habían con- 
currido á este resultado con sus armas, su sangre y 
sus tesoros, y un recuerdo á la lejana patria, San Mar- 
tín devolvió á Chile, con honores, las banderas enlu- 
tadas de Rancagua, y envió á Buenos Aires cinco ban- 
deras y dos estandartes españoles conquistados por 
el ejército unido argentinochileno. 


11I 


En medio de estas pomposas proclamaciones y ce- 
remonias, se continuaba el sitio de las fortalezas del 
Callao, dirigido por el general Las Heras, en su ca- 
lidad de segundo jefe del ejército unido. La posición 
era intomable á viva fuerza, dados los medios de ata- 
- que, pero su resistencia estaba tasada. San Martín, 
previendo este obstáculo en Mendoza, tres años antes 
(1818), había incluído en: su plan de campaña un tren 
completo de sitio, que echó de menos en esta- ocasión 
(véase cap. XIX, párrafo vi). El ejército independien- 
te situó su reserva en la Legua, y sus puestos avanza- 
dos en Bella-Vista á4 2.500 metros de los fosos. Los si- 
tiados hicieron varios amagos de salida, y el 25 de 
agosto intentaron una salida bastante formal, que fué 
rechazada. La plaza, bloqueada por mar y tierra, con- 
taba apenas con víveres para dos meses, 


»— 132 = 


Cochrane estrechaba el bloqueo por la parte del 
mar. Los defensores del Callao, desesperados de su 
salvación, se resolvieron á echar á pique los buques 
que tenían en el puerto, recelosos de que cayesen en 
manos de sus enemigos, y empezaron por la corbeta 
San Sebastián. «Son las 2 de la tarde (10 de julio), 
»escribía el almirante al general, y el enemigo empieza 
»á echar á pique sus buques: temo que esta noche 
»vuelen los castillos. Venga, mi general, con la tro- 
»pa que tenga para salvar esta plaza, que importa 
»más que Lima. Que no se pierda momento, á lo menos 
»para cortar su retirada.» Días después instaba á San 
- Martín para que diese el ataque. «He recibido noticia 
»de que los españoles han determinado enviar buques 
»de guerra á estos mares. Mucho importa la rendición 
»de los castillos antes que lleguen. Aquí donde está 
»la escuadra, y con mar tan manso, se pueden desem- 
»barcar los cañones de á 24 para abrir una brecha. 
»Si usted quiere, no tiene más que ordenar.» Con la 
vista fija sobre los torreones, observó un día una aber- 
tura en las perchas y cadenas que rodeaban los bu- 
ques enemigos, y resolvió apoderarse de ellos como de 
la Esmeralda. En la noche (24 de julio), el capitán 
Crosbie, con ocho botes tripulados con gente de pelea, 
se apoderó bajo el fuego de los castillos y de la fusi- 
_lería de la plaza, de la corbeta de guerra Resolución 
de 34 cañones, del San Fernando y la Milagro, arma- 
das en guerra, y de varios botes y lanchas, saliendo | 
triunfante de la bahía con sus presas, sin pérdida al- 
guna por su parte. 

El 14 de agosto, el general Las Heras intentó apo- 
derarse por un golpe de mano de la plaza del Callao. 
Habiendo observado que los rastrillos del Real Fe- 
lipe permanecían con frecuencia abiertos y bajados los 
puentes levadizos, reconcentró en Balla-Vista, una di- 


— 183 — 


visión de 1.156 hombres de infantería y tauballerla, 
con el objeto de apoderarse por sorpresa de la entrada. 
La operación, aunque difícil, era posible. La distancia 
á recorrer (2.500 á 2.600 metros), podía ser salvada 
en 10 á 12 minutos por la caballería al galope marchan. 
do á vanguardia, y en menos de 20 minutos por la in- 
fantería en reserva á paso de trote. A pesar de la bi- 
zarría y la velocidad con que se llevó el ataque, los 
enemigos tuvieron tiempo para levantar el segundo 
puente que cerraba el recinto fortificado. La caballería 
se derramó por la población del Callao sableando dis- 
persos, y causú al enemigo una pérdida de 41 hombres, 
de los cuales 5 oficiales, contándose entre los prisio- 
neros el general Ricafort, herido, que, á pesar de sus 
crueldades, fué asistido con todo cuidado. La iniante- 
ría alcanzó hasta el glacis, y hubo de retroceder bajo 
el fuego de las murallas con pérdida de 10 muertos 
y 17 heridos. Las tropas que tomaron parte en este 
ataque, fueron los batallones Numancia, núm. li de 
los Andes y 4 y 5 de Chile, y el regimiento de Grana- 
deros á caballo de los Andes, con la escolta de húsures 
del general. 

En el mismo día en que este atrevido golpe se po- 
nía en ejecución por las tropas de tierra, el almirante 
preparaba una celada, sugerida por la codicia y el des- 
pecho, indigna de sus heroicas hazañas. Persuadido 
de que en el Callao estaban encerradas todas las ri- 
quezas de los españoles de Lima, especialmente en pla- 
ta labrada, cuyo valor estimaba en treinta millones 
de pesos, propuso á su gobernador La Mar hiciese en- 
trega de los castillos y de una tercera parte de los 
caudales, ofreciéndole su protección y garantiendo la 
extracción de los dos tercios restantes, previo pas.» 
anticipado de las cantidades que se embrrcasen, con 
libre pase para las personas, fuera de Chile y del 


=- 184 —= 


Perá, en buques que se comprometía á proporcionar, 
mediante justo precio. | 

Cochrane en sus manifiestos de la. época y en sus 
«Memorias» ha procurado cohonestar esta negociación 
irregular y sospechosa, diciendo que era para atender 
á las necesidades de su escuadra, que carecía de lo 
necesario y pagar á los marineros con los diez millones 
de pesos en que estimaba el precio de rescate, y niega 
—contradiciéndose á sí mismo, —que su intención fuese 
apoderarse de las fortalezas por su autoridad bajo el 
nombre de Chile, para dictar leyes al Perú. Su propo- 
sito, por él mismo declarado, era ejercer un acto de 
guerra independiente é imponer á San Martín condi- 
ciones respecto de la política que según él debía ob- 
servar en el Perú. «Si me hubiera posesionado de las 
»fortalezas—ha declarado en dos ocasiones,—habría 
dictado una ley al general San Martín; le habria 
»exigido el cumplimiento de sus compromisos, y per- 
»sistido sobre todo, en que ejecutara sus promesas 
»para con los peruanos, de dejarlos libres de escoger 
»su propio gobierno.» 

La desinteligencia latente entre Cochrane y San Mar- 
tín, incubaba desde Chile cuando el primero preten- 
dió suplantar al segundo en la expedición libertadora 
del Perú, y ahora acentuada por la elevación del uno 
y las exigencias del otro, había llegado á su período 
álgido. La ruptura no tardaría en producirse estruen- 
dosamente entre los dos héroes, con depresión del ca- 
rácter histórico de ambos, con escándalo del mundo y 
en menoscabo de la causa americana. 


IV 


La gloria de San Martín había llegado al grado 
culminante de la declinación de los astros que han 


— 185 —= 


recorrido su curva ascensional. Propagador triunfante 
por la fuerza de su genio de los principios emanci- 
_Padores de la revolución de la República Argentina, 
” su patria; libertador de Chile y del Perú, y fundador 
de sus respectivas nacionalidades ; era, por sus grandes 
planes de campaña continental, por sus combinaciones 
estratégicas y por sus victorias, el primer capitán del 
Nuevo Mundo. De todos los sudamericanos hasta en- 
tonces nacidos, era el más grande, y el más genyina- 
mente americano. Para ser más grande, sólo le fal- 
taba completar su obra. La inmortalidad le estaba ase- 
gurada de todos modos. Su medida histórica en los su- 
cesos contemporáneos, únicamente podía compararse 
con la de Bolívar, libertador de Venezuela y Nueva 
Granada y fundador de la República de Colombia. 
Bolívar había sido aclamado libertador, y este título 
lo investía de la dictadura revolucionaria en su patria, 
San Martín, sin punto de apoyo en la patria propia, 
se nombró á sí mismo Protector del Perú. Ni antes ni 
después de Cromwell, nadie en el mundo había toma- 
do este título. La América, alarmada, creyó entrever 
en el libertador del sur un ambicioso vulgar ó un dés- 
pota en germen. No era ni lo uno ni lo otro; pero, al 
asumir la dictadura fatal que las circunstancias le 
imponían, se inoculó el principio de su decadencia mi- 
litar y política. 

La declaración de independencia del Perú, traía 
por consecuencia lógica y necesaria el establecimiento 
de un gobierno propio ; pero un gobierno, que á la vez 
de ser nacional, se subordinase á las exigencias de la 
guerra, y fuese una fuerza eficiente y no un estorbo 
ó un peligro, y era difícil, por no decir imposible, 
conciliar estas dos exigencias supremas. 

San Martín, generalísimo de la República de Chile, 
bajo cuya bandera realizaba la expedición libertadora 


— 185 -—> 


combinada: general en jefe del ejército de la Repáúbli- 
ca Argentina por aclamación de sus soldados sin pa- 
tria y sin gobierno, representaba la antigua alianza 
argentinochilena, que tenía en sus manos las últimas 
fuerzas emancipadoras de los dos pueblos. Era ade- 
más, un adepto de la Logia de Lautaro, llevada miste- 
riosamente al Perú en los pliegues de sus banderas, 
á cuyas reglas disciplinarias estaba subordinado. Su 
posición para. con Chile, sin un gobierno regular con 
quien entenderse en el Perú, era la de un procónsul 5 
la de un combatiente en palenque neutral, y esto era 
inconciliable con su carácter de libertador y anómalo 
respecto del “derecho de gentes. El simple generalato 
en calidad de beligerante, sin más atributos que las 
armas, después de los actos soberanos, diplomáticos 
y gubernativos, á que había presidido á título de li- 
bertador, era mantener una situación oscilante entre 
el dominio extraño y el despotismo militar sin formay 
definidas. El Perú no tenía personalidad política, y 
apenas una sombra de administración: su libertador 
no era ante él sino un conquistador en nombre de la 
independencia y la libertad prometidas. Los recursos 
de que podía disponer para llevar á buen término su 
empresa, eran exiguos en proporción del obstáculo á 
remover, y tenían necesariamente que gastarse por la 
simple acción del tiempo. Ni de Chile, agotado, ni de 
la República Argentina, de que estaba divorciado, 
podía esperar auxilio. Tenía que buscar nuevas fuer- 
zas y retemplar las viejas dentro del país libertado, 
identificarlo con el ejército vinculado á su carrera y su 
fortuna, y dar á éste el mero carácter de auxiliar, 
como lo había hecho antes en Chile, fundando 'un go- 
bierno nacional que le sirviese de punto de apoyo. 
Pero el Perú no era Chile, ni sus condiciones eran 
las mismas. El Perú carecía de elementos de gobierno 


— 187 — 


propío y no estaba en condiciones de fundarlo, ni aun 
provisionalmente todavía, como el desarrollo de su 
historia revolucionaria lo demostrará. Apenas si la 
mitad de su territorio estaba redimido del dominio es- 
pañol, y dos ejércitos, superiores en número, mante- 
nían todavía la lucha en nombre del rey. Su opinión 
era inconsistente, y en medio de sus razas antagóvicas 
y elementos heterogéneos, no existía un núcleo social, 
político ni militar, en torno del cual pudiera conden- 
sarse su nebulosa flotante. No tenía un solo hombre, 
ni como acción ni como pensamiento, que tuviese pres- 
tigia ni autoridad moral ante sus compatriotas. Una- 
nue, el hombre más sabio y más puro del Perú, no era 
más que un sabio, de carácter indeciso y sin forta- 
leza para sobrellevar el peso del gobierno ó para domi- 
nar ni aun dirigir la opinión. Torre-Tagle, el único 
peruano vinculado á la situación por un acto de ini- 
ciativa nacional, era un mero figurón desacreditado 
por sus disipaciones. El único hombre de guerra del 
país, Gamarra, que hubiese aparecido en la escena mi- 
litar con algún crédito, había resultado una nulidad. 
El candidato'que con cierta aureola de popularidad 
se diseñaba en la penumbra por sus aspiraciones per- 
sonales más que por sus cualidades, era Riva Agiero, 
espíritu inquieto y taimado, que sin la virtud ó el po- 
der ni la ecuanimidad de O'Higgins en Chile, se pre- 
sentaba más como una complicación, que como ura 
solución, - según el tiempo lo confirmó. El gobierno, 
pendiente la cuestión del éxito de las armas, no podía 
fiarse á manos ineptas, inseguras Ó peligrosas, y el 
Perú no tenía en su cohesión, en sus hombres ni en 
su espíritu político, los elementos de un gobierno co- 
operador, siquiera fuese transitorio y de circunstancias, 
Pero debía tener un gobierno, y esta necesidad se im- 
ponía. Las reglas dictadas á San Martín por el gobier- 


no argentino para constituir el gobierno nacional de 
Chile al tiempo de su reconquista, no eran aplicables 
al Perú en las condiciones en que se encontraba, y el 
senado chileno, al copiarlas con espíritu liberal, orgae- 
nizaba inconscientemente la impotencia ó la anarquía 
con una ficción que comprometía el éxito de la misma 
expedición libertadora. Un llamamiento al pueblo ha- 
bría dado por resultado el nombramiento del mismo 
San Martín, y si no era él el que mandase, ninguno 
podía mandar, á menos de contrariar ó neutralizar su 
acción eficiente. Los mismos peruanos le brindgban á 
porfía el poder. . 

En tal situación, decidióse á fundar una nueva na- 
ción, bosquejar su constitución y declarar su indepen- 
dencia ; darle un gobierno civil á título de libertador 
y ponerse á su frente como Protector independiente ; 
asumir con franqueza la dictadura, al constituirse mo- 
ralmente responsable ante la América y políticamen- 
te ante el Perú, mientras durase la guerra y hasta 
tanto llegara el momento de entregar al pueblo liber- 
tado sus destinos asegurados. 


V 


Declarada la independencia, una diputación del ca- 
bildo se presentó á San Martín ofreciéndole el gobier- 
nó del Perú y rogándole lo aceptara én nombre del 
pueblo. El contestó con una sunrisa enigmática, pera 
seria y benévola, que, hallándose en posesión del man- 
do supremo por el imperio de la necesidad, lo conser- 
“varía si lo juzgase conveniente al bien público, evitan- 
do la convocatoria intempestiva de juntas y congresos, 
que no harían sino embarazar la expedición de los ne- 
gocios públicos con vanas discusiones, retardando el 
triunfo de la independencia, que era ante todo. 


— 189 — 


La Logia de Lautaro, trasplantada al Perú, que la 
componían en gran mayoría los jefes del ejército de 
Chile y las Provincias Unidas, le exigió, en nombre 
de la seguridad común, se pusiese á la cabeza de la 
administración general del país, como único medio de 
dar vigor y punto de apoyo sólido á las operaciones 
militares. Al someterse á esta exigencia, convencido 
de que el Perú se anarquizaba sin una autoridad fuer- 
te, escribía confidencialmente á O'Higgins : «Los «Ami- 
egos» (la logia), me han obligado terminantemente á 
>encargarme de este gobierno: he tenido que hacer el 
sacrificio, pues conozco que de no ser así, el país se 
»envolvería en la anarquía. Espero que mi permanen- 
»cia no pasará de un año, pues usted, que conoce mis 
»sentimientos, sabe que no son mis deseos otros que vi- 
»vir tranquilo y retirarme á mi casa á descansar. » 

Al reasumir públicamente por medio de un decre- 
to suyo el mando político y militar de los departamen- 
tos libres del Perú, con el título de Protector, dirigió 
al pueblo la palabra en términos que la historia debe 
recoger integramente, para darse cuenta de su criterio 
político y confrontarlo con sus actos posteriores (3 de 
agosto de 1821). «Al encargarme de la empresa de la 
libertad de este país, no tuve otro móvil que mis de- 
»seos de adelantar la causa sagrada de la América y 
»de promover la felicidad del pueblo peruano. Una 
»parte muy considerable de mis deseos se ha realizado 
»ya; pero la obra quedaría incompleta, y mi corazón 
»poco satisfecho, si yo no afianzara para siempre la 
»seguridad y la prosperidad futura de esta región. 

»Desde mi llegada á Pisco anuncié que por el im- 
»perio de las circunstancias me hallaba revestido de 
»la suprema autoridad, y que era responsable de su 
»ejercicio. No han variado las circunstancias, puestoi;. 
»que aún hay en el Perú enemigos exteriores que 


— 19M — 
»combatir; y por consiguiente, es de necesidad que 
»continúen reasumidos en mí el mando poniaco y mi- 
»litar. 

»Espero que, al dar este paso, se me hará la justi- 
ycia de creer que no me conducen ningunas miras de 
sambición, sino la conveniencia pública: Es demasia- 
»do notorio que no aspiro sino á la tranquilidad y al 
»retiro después de una vida agitada; pero tengo so- 
»bre mí la responsabilidad moral, que exige el sacrifi- 
»cio de mis más ardientes votos. La experiencia de 
diez años de revolución en Venezuela, Cundinamarca, 
»Chile y Provincias Unidas del Río de la Plata, me 
»ha hecho conocer los males que ha ocasionado la con- 
»vocación intempestiva de congresos, cuando aún sub- 
asistían los enemigos en aquellos países. Primero es 
»asegurar la independencia; después se pensará en 
»establecer la libertad sólidamente. 

»La religiosidad con que he cumplido mi palabra en 
»el curso de mi vida pública, me da derecho á ser creí- 
»do, y yo la comprometo ofreciendo solemnemente á 
'slos pueblos del Perú que en el momento en que sea 
»libre su territorio, haré dimisión del mando para ha- 
»cer lugar al gobierno que ellos tengan á bien elegir. 
»La franqueza con que hablo, debe servir como una 
»nueva garantía de la sinceridad de mi intención. Yo- 
»pudiera haber dispuesto que electores nombrados por 
»los ciudadanos de los departamentos libres, designa-' 
»sen la persona que había de gobernar hasta la" re- 
»unión de los representantes de la nación peruana; 
»mas, como por una parte, la simultánea y repetida 
“»invitación de gran número de personas de elevado ca- 
»rácter y decidido influjo en esta capital para que pre- 
»sidiese á la administración del Estado, me aseguraba 
»un nombramiento popular; y por otra, había ya ob- 
»tenido el asentimiento de los pueblos que estaban 


— 191 — 


»bajo la protección del ejército libertador, he juzga- 
»do más decoroso y conveniente seguir esta conducta 
»franca y leal, que debe tranquilizar á los ciudadanos 
»celosos de su libertad. 

»Cuando tenga la satisfacción de renunciar el man- 
ado, y dar cuenta de mis operaciones á los diputados 
»del pueblo, estoy cierto de que no encontrarán en la 
Ȏpoca de mi gobierno rasgos de venalidad, despotis- 
»mo ni corrupción. Administrar recta justicia á todos, 
»recompensando la virtud y el patriotismo, y casti- 
»gando el vicio y la sedición en donde quiera que se 
»encuentren, tal es la norma que reglará mis accio- 
»nes mientras esté colocado á la cabeza de esta nación. » 

Debe creerse racionalmente en la sinceridad de es- 
tas protestas, abonadas por sus antecedentes, y en la 
laltad de estos propósitos, justificados por actos pos- 
teriores. Si hubo en ello ambición, fué legítima, por- 
que era más digno que usurpar el poder de una nación 
informe para perpetuarse en él á título de conquista- 
dor apoyado en fuerzas extrañas, buscarlo en combi- 
nación con las fuerzas nativas. Si la prudencia y el 
éxito de la lucha empeñada imponían la dictadura 
que de hecho ejercía, hasta el instinto, cuando no la 
previsión y la aspiración á la gloria, aconsejaba la 
línea de conducta que se trazó. 

El Protector nombró ministro de hacienda al doc- 
tor Unanue, en homenaje á la nacionalidad que fun- 
daba; y que sólo le llevaba por contingente su fama 
científica y su carácter moral, pero cuyas ideas eco- 
nómicas eran atrasadas. García del Río y Monteagudo, 
sus dos secretarios en la campaña, fueron nombrados 
ministros en los departamentos de relaciones exterio- 
res y de guerra y marina, animados ambos de princi- 
pios liberales y anhelos de progreso, aunque con ten- 
dencias monarquistas. Monteagudo, de más voluntad 


EE [> 


y con más ideas teóricas en su cabeza, que revestía 
con un estilo lapidario y conceptuoso, se hizo el ins- 
pirador de la reforma y fué el nervio civil del nuevo 
gobierno. Como merecido premio de patrióticos ser- 
vicios y para halagar el sentimiento local, Riva Agúe- 
ro fué nombrado jefe político del departamento de 
Jiima con el título de presidente, que era la más alta 
dignidad administrativa. Las Heras se encargó del 
mando inmediato del Ejército Unido, á que se agre- 
gó la bandera del Perú sostenida por sus soldados na- 
tivos. 

Restábale regularizar su posición para con Chile, 
de quien hasta entonces se declaraba dependiente, 
explicando y justificando este cambio fundamental en 
el orden político y militar de las relaciones internacio- 
nales, y lo hizo en términos explícitos. «Al confiárse- 
»me la dirección de las fuerzas para libertar al Perú 
—decía al gobierno de Chile,—se dejó 4 mi cuidado 
»la elección de los medios para emprender, continuar 
»y asegurar tan grande obra. En el estado en que se 
»hallan mis operaciones militares, faltaría á mis debe- 
»res, si, dejando lugar por ahora á la elección perso- 
»nal de la suprema autoridad del territorio que ocu- 
»po, abriese un campo para el combate de las opinio- 
»nes y choque de los partidos, para que sembrase la 
»discordia que ha precipitado á la anarquía á los pue- 
»blos más dignos del continente americano. Destruir 
para siempre el dominio español en el Perú, y poner 
ȇ los pueblos en el ejercicio moderado de sus dere: 
»chos, es el objeto de la expedición libertadora. Es 
»necesario purgar esta tierra de la tiranía y ocupar 
»á sus hijos en salvar á su patria antes que se consa- 
»gren á bellas teorías y se dé tiempo á sus opresores 
»para reparar sus quebrantos y dilatar la guerra. Tal 
»sería la consecuencia necesaria de la convocación de 


»asambleas populares. Apoyado en estas razones, he 
asumido la autoridad suprema del Perú con el ti- 
»tulo de Protector, hasta la reunión de un congreso 
»soberano de todos los pueblos, en cuya representación 
»depositaré el mando y me resignaré á residencia. Las 
»tropas de ese Estado siguen con entusiasmo, y auxi- 
»lian mi afán por la emancipación del Perú, y si la 
»fortuna protege mis designios, mi mayor gloria será 
»restituirlas á su patria cubiertas de laureles.» El go- 
bierno de Chile, en una nota laudatoria, abundando 
en sus vistas y haciendo honor á sus rectas intenciones 
al reasamir el mando, le decía : «No era bastante, para 
»dar libertad al Perú, arrojar de su capital á los fun- 
»cionarios del gobierno español, era indispensable po- 
»ner á esos pueblos á cubierto de la anarquía, preser- 
»varlos de la guerra civil, y evitar el desenfreno de las 
»pasiones al tratarse de elegir la autoridad suprema.. 
»Más difícil es conservar la libertad que adquirirla. » 

Por su parte, O'Higgins le escribía aplaudiendo 
efusivamente como amigo su- resolución: «Millones 
»de veces bendita la Eterna Providencia por ver los 
»días 10 de julio y del primero de la libertad de la 
»capital de los Pizarros. Toda la amargura y descon- 
»suelo de una cansada administración que luchaba con 
ala incertidumbre, los ha deshecho su carta del 19 
adel pasado. Transportado de gozo, he sentido los mo- 
»mentos más plausibles de mi vida. Quisiera estuviese 
usted presente para darle mil abrazos ; pero recibalos. 
adesde este asiento de miserias y trabajos, que ahora 
convierte en plácemes la resolución más grande y 
»sabia, de encargarse usted del mando del Perú. Una 
»nueva vida recibe la América meridional en el nue- 
»vo empeño que han de coronar las glorias á que la 
»Providencia lo ha destinado. El bien más grande que 
»usted hace á esos pueblos, es regirlos. Se va á eco- 

Tomo IVY 13 


bt 194 — 


»mnomizar mucha sangre, que la anarquía no tardaría 
»en derramar en gentes bisoñas y nuevas en la revolu- 
»ción. Asegúrole que más de una vez he temblado en 
»la desconfianza de su resolución, pero desde ahora 
»confío en que todo se ha de acertar. » 

El virrey La Serna, á quien San Martín comunicó 
la jura de la independencia y su reasunción del man- 
do del Perú, le contestó irónicamente: «Permítame 
»le diga que el haberse elegido á V. E. mismo por su- 
»prema autoridad del país que llama libre, es en mi 
»concepto un acto de aquéllos que sólo en un sistema 
»despótico puede ser admitido; que las mismas perso- 
»nas que en esa capital acaban de jurar la indepen- 
»dencia, libre y espontáneamente, como dice V. E,, 
»puede ser que vuelvan dentro de poco tiempo á jurar 
»la constitución de la monarquía española con más 
»libertad y voluntad ; en fin, que el tiempo hará cono- 
»cer si el nuevo título de Protector del Perú que 
»ahora ha tomado V. E., es tan adecuado como el de 
»Libertador: » 


VI 


El primer acto oficial del Protector al día siguiente 
de asumir el mando, fué un bando contra los es- 
pañoles, riguroso en su parte dispositiva y violento 
en su forma, que acusaba el temperamento arrebatado 
de Monteagudo, quien lo aconsejó y redactó, á la vez 
que la pasión y el cálculo de San Martín, según sus 
instintos de criollo americano y de enemigo de raza, 
toda vez que los intereses de la revolución se encon- 
traban en pugna con los de aquéllos. 

Desde Valparaíso, al tiempo de darse á la vela la 
expedición liertadora, San Martín se había dirigido 
.en una proclama á «los españoles europeos residentes 


— 195 — 


en el Perú», declarando que quería ser generoso antes 
de verse obligado á reclamar todo el rigor del derecho 
de la guerra, y que los convidaba á la paz y á la con- 
cordia, siempre que no se opusiesen á la independen- 
cia. «Vuestro destino está en vuestras manos, les de- 
»cía. No vengo á hacer la guerra á las fortunas y per- 
»sonas de los hombres.'Sólo el enemigo de la libertad 
»y de la independencia de la América será el objeto de 
»la venganza de las armas de la patria. Abandonad, 
»pues, el proyecto culpable de dominación ó servidum- 
»bre. Haceos americanos : tiempo es ya de acabar esta 
»contienda escandalosa de pocos contra todos. Yo os 
»prometo del modo más positivo que vuestras propie- 
»dades y personas serán inviolables, y que seréis tra- 
»tados como ciudadanos respetables, si cooperáis á 
»esta grande obra. 'Pero, si, sordos á mi voz, os enca: 
»pricháis en oponer resistencia temeraria, yo tendré 
»que ceder á la necesidad de ser un ministro riguro- 
»so de las leyes de la guerra.» Durante las negociacio- 
nes de Miraflores y Punchauca, había procurado pro- 
piciarse el elemento civil español, en la esperanza de 
hacerle servir á sus planes y miras, y como se ha 
visto, no le faltaron cooperadores espontáneos ; pero, 
rotas las hostilidades y dueño de Lima, en presencia 
de la actitud retobada de los españoles, que por su 
riqueza y posición social constituían una potencia, 
decidióse á darle un golpe de maza que los anona- 
dase. 

El Protector, al recordar sus promesas á los espa- 
fioles, les manifestaba en un bando que sabía que 
«murmuraban en secreto, difundiendo con maligni- 
dad la idea de que sus designios eran sorprender su 
»confianza.» En virtud de ese considerando trivial, 
«doclaraba—para poner el sello á las garantías dadas : 
>-—que serían amparados en sus personas y propieda- 


— 105 — 


»des los españoles que permaneciesen en paz y jurasen 
»la independencia. Los que no fiasen en esta promesa, 
»debían presentarse á pedir sus pasaportes y salir del 
»país con todos sus bienes muebles. Los que, some- 
»tiéndose al gobierno, trabajasen ocultamente contra: 
»el orden, experimentarían todo el rigor de las leyes 
»y perderían sus propiedades.» El bando terminaba 
con estas palabras: «Bien conocéis el estado de 
»la opinión. Entre vosotros mismos hay un gran 
»número que acecha y observa vuestra conducta. Yo 
»sé cuanto pasa en lo más recóndito de vuestras casas. 
»Temblad, si abusáis de mi indulgencia. Sea ésta la 
»última vez que os recuerde que vuestro destino es 
virrevocable y que debéis someteros á él.» 

- La seguridad pública no justificaba tanto rigor, y 
violaba moralmente la promesa dada, aunque de su 
letra pudiera deducirse una condición de sumisión 
absoluta como medida de guerra. Además, la oportuni- 
dad era mal elegida al inaugurar una época de repa- 
ración, y sobre todo, el tono airado y la sombra del 
espionaje de los hogares tan siniestramente evocada 
por el gobernante, empero fuera un dictador, depri- 
mía su carácter moral. Pero en este decreto había 
algo más que excesiva severidad é intemperancia de 
lenguaje: era una medida de terrorismo, que respon- 
día á un plan financiero. La guerra es la guerra, y la 
independencia sudamericana habíase sostenido en gran ' 
parte pesando sobre las fortunas de los españoles, por; 
medio de empréstitos forzosos y confiscaciones. Inicia- 
do este sistema de expoliación bélica en las provincias 
del Río de la Plata, y practicado por San Martín en 
Cuyo, de donde lo trasplantó á Chile, el Perú no podía 
escapar al código draconiano que se escribe con la 
sangre mezclada al sudor de los vencidos. En el fondo 


del fulminante bando del Protector. estaba la confis» 


— 197 — 


cación de las propiedades de los españoles enemigos de 
la independencia, como medida y recurso de guerra, 
revestido de las formas del terrorismo de la revolución 
francesa contra los sospechosos, de que estaba imbuído 
Monteagudo. No importa esto eximir á San Martín 
de su responsabilidad, pues, además de que, como 
criollo apasionado y calculador, respondía á sus ins- 
tintos é intereses, era su regla sistemática hacer la 
guerra á todo lo que directa ó indirectamente pudiese 
hacer daño á la causa de la independencia que soste- 
nía. Según Cochrane en uno de sus violentos panfletos 
contra San Martín, éste había dicho en Pisco que 
su intención era dejar á los españoles «sin camisa 
con que mudarse.» Cierta ó no la especie, estaba en el 
temperamento y en el sistema del general de los Andes, 
y lo cumplió al pie de la letra como lo había hecho 
en Mendoza y aconsejado en Chile. No son los hom- 
bres sentimentales los que hacen triunfar las grandes 
causas en la lucha por la vida ; pero, aun cuando des- 
de el punto de vista de la necesidad ó la conveniencia, 
tuviese su razón de ser, debió armonizarse con los tér- 
minos de la palabra empeñada, y en todo caso, no pro- 
ceder al secuestro de los bienes de los españoles, 
sin que éstos hubiesen cometido un delito posterior 
violando una regla fija establecida, como se lo acon- 
sejó Cochrane, bien inspirado en esta ocasión. 

Hemos insistido sobre este punto, al parecer inci- 
dental, no sólo porque la historia debe poner de relie- 
ve como lección los errores y los lunares de los gran. 
des hombres, sino también porque esta medida en sus 
consecuencias ejerció una influencia funesta sobre el 
destino de sus autores, como se verá á su tiempo. 

Otro episodio que se liga con el sistema de persecu- 
ciones contra los españoles y el establecimiento d:1 
protectorado en el Perú, fué el extrañamiento «el vjy- 


— 198 — : 


tuoso arzobispo Las Heras, de edad de 80 años, que 
había cooperado con San Martín al aquietamiento de 
Lima al tiempo de la evacuación por los españoles, 
sin abandonar á su grey, y que autorizó con su pre» 
sencia el congreso municipal en que se declaró la in- 
dependencia, asistiendo al Tedéum con que se solem- 
nizara. Español de origen, con ideas liberales, era en 
el fondo realista. Aun cuando se doblegase ante el he- 
cho que no podía contrarrestar, obedecía á los impul- 
sos de su conciencia y á los mandatos del Papa, cuan- 
do «recomendaba la fidelidad al monarca español y 
»desarraigar y destruir completamente la cizaña de 
»alborotos y sediciones que el hombre enemigo sembró 
»en América, inspirando á su grey el justo y firme 
»odio, sin perdonar esfuerzo.» El clero peruano, en ge- 
neral, y especialmente los curas, eran decididos par- 
tidarios de la independencia. No así sus altos dignata- 
rios. El obispo de Trujillo había pretendido reaccionar 
contra el movimiento patriótico allí iniciado, y San 
Martín, por respeto á sus canas, no ejerció contra él 
ningún acto de represión. El arzobispo de Charcas, los 
obispos de Cuzco, Maynas, Huamanga, y encubierta- 
mente el de Arequipa, habíanse constituído en promo» 
tores de la reacción contra la independencia y en pre- 
dicadores ardientes de la causa realista. El arzobispo 
de Lima no podía substraerse á las influencias que lo 
rodeaban y atraían. Un incidente produjo el estallido. 
El protector, por medida de orden público, en momen- 
tos en que el enemigo al bajar de la sierra amagaba 
la capital, dispuso se cerrasen temporariamente las ca- 
sas de ejercicios de mujeres. El prelado se resistió á 
dar cumplimiento á la orden. Se le significó que la 
orden era irrevocable. El contestó : que sólo los decre- 
tos del Ser Supremo eran irrevocables; y reiteró su 
renuncia de la dignidad archiepiscopal, con solicitud 


=. 199 — 

de pasaporte para España, el que le fué otorgado, 
_fijándosele el plazo de 24 horas para salir del país, 
El arzobispo por su parte, aunque realista de corazón 
y por deber, era un hombre de juicio sano. «Al dejar 
veste país—escribió á lord Cochrane agradeciendo sus 
»buenos oficios, —estoy convencido de que su indepen- 
»dencia está sellada para siempre. Yo manifestaré esta 
»opinión al gobierno español y á la Santa Sede. Haré 
»al mismo tiempo cuanto pueda para vencer su obsti- 
»nación, mantener la tranquilidad y secundar los vo- 
»tos de los habitantes de la América que tanto apre- 
acio.» 

Así se inauguró el protectorado del Perú, asumien- 
do el carácter de perseguidor implacable de los españo- 
les y ejerciendo el Protector las prerrogativas del 
Papa, al aceptar la renuncia de un ministerio espiri- 
tual, al mismo tiempo que la más mansa de sus 
víctimas, al negar lo irrevocable de sus decretos tem- 
porales, reconocía como irrevocable la independencia 
de la América, que era en gran parte la obra de su 
perseguidor. 


vil 


Al presentar á San Martín bajo su nueva fase, en 
el apogeo del poder y de la gloria, y como libertador 
del sur del continente y árbitro de los destinos del 
Perú, realizados sus planes y hasta sus sueños, hemos 
«bservado que había llegado el momento de prueba 
de la potencia de su genio y de su equilibrio moral, 
por cuanto los hombres que se elevan á las grandes 
alturas, pierden con frecuencia las nociones que diri- 
gieron con seguridad sus pasos, y el delirio ó el can- 
sancio suele apoderarse de ellos. (Véase párrafo 1 de 
este cap.). Antes habíamos dicho, al marcar los puntos 


== 200 — 


de partida de su carrera en Cuyo, que deblan tenerse 
presentes para comparar al hombre á sí mismo, cuando 
en más vasta escena, con más grandes recursos y el 
auxilio de mayor cúmulo de luces, le veamos relativa- 
mente empequeñecerse como político y como gobernan- 
te, porque era un fenómeno que estaba en la natu- 
raleza de su genio concreto, que su potencia indivi- 
dual se desenvolviese con más amplitud y eficacia 
unipersonalmente en un medio análogo, en esfera cir- 
cunscripta, con un objetivo determinado, para llegar 
á resultados precisos, previstos en la medida de sus 
facultades. San Martín en Cuyo es un verdadero crea- 
dor, que remueve y maneja hombres y cosas, y lo dis- 
pone todo según un plan preconcebido, que coordina 
elementos contados, disciplina voluntades subordina- 
das, realiza por instinto utopías y planes, y hace 
brotar legiones y tesoros del suelo erial que pisa, 
somo un Hermes Trimegisto, para fundar nuevas na- 
ciones, haciendo dar á los hombres y á las cosas todo 
lo que podían dar de sí y á sus cualidades todo su 
temple y elasticidad como la hoja de una espada de 
Toledo. El secreto de su potencia como hombre de 
acción y pensamiento, según se apuntó entonces, con- 
sistía más que en su inteligencia, en la fuerza de su 
voluntad concentrada y puesta en tensión, que le ha- 
cía ver claro su objetivo en su círculo de actividad, 
sin vacilaciones ni desperdicio de fuerzas, obrando por 
cálculo más que por inspiración, más por instinto 
que por su escasa instrucción, porque sabía lo que que- 
ría y cómo lo queria y adónde iba, como el buen 
tirador práctico, que con el arma que sabe manejar, 
hiere el blanco en el punto de su visual (véase capí- 
tulo 1x, párrafos V y VI). 

No era San Martín un hombre de gobierno, pro- 
piamente hablando. No poseía los grandes talentos 


4 


— 201 — 


del administrador ni tenía las largas vistas del polí- 
tico en la curva trascendental. No estaba preparado 
para el manejo directo de los variados negocios públi- 
cos, que por otra parte le eran antipéticos, cuand» 
no tenían un objeto determinado en que interviniera 
su pasión ó la ejecución de sus planes. Erz indiferente 
en cuanto á formas de gobierno, que subordinaba «u 
la independencia y al orden, sin perder de vista la l:- 
bertad. Por eso tal vez no tenía la ambición del man- 
do en el gobierno, y con su temperamento de liber- 
tador se adaptaba á la índole de todas las naciunalida- 
des que fundaba, sin imprimirles un sello personal, 
dejando á su espontaneidad desenvolverse en su me- 
dio, sin violentarlas. Verdad que su escasa instrucción 
al servicio de sus raras dotes naturales, le bastaba 
como hombre de guerra y administrador militar. Era 
un político de instinto, un observador penetrante de 
los hombres y de los hechos, con ideas propias y crite- 
rio seguro, que se daba exacta cuenta de las situacio- 
nes y trazaba sin confusión sus líneas en el mapa 
intelectual de su cabeza cuando sus facultades, esti- 
muladas por un fin más ó menos inmediato, se apli- 
caban á un objeto determinado ó á una situación dada. 
Un nuevo itinerario militar al través de un continente, 
el paso de los Andes combinando sus movimientos 
con la configuración de las montañas, la marcha es- 
tratégica de Chacabuco, las maniobras tácticas sobre 
el campo de batalla de Maipú, la dilatación de las 
armas independientes al través del mar Pacífico, las 
complicadas marchas y contramarchas en las costas 
y sierras del Perú, y sus proyecciones para determinar 
el punto de cunvergencia de las armas independientes 
en el centro de la América, cerrando el círculo de la 
lucha con la espada del libertador, he ahí las grandes 
líneas definidas en que su genio se dilata dentro de 


la medida de su compás, á que deben agregarse su 
ingenio fecundo en expedientes, su voluntad potente 
y su carácter equilibrado. 

Llamado por la primera vez á presidir directamen- 
te un gobierno en su complicado mecanismo, en teatro 
más vasto que el de Cuyo, y con múltiples objetivos 
que dividen su atención y su actividad, ya no se 
bastaba á sí solo, y de aquí la necesidad de auxilia- 
res que despojan su obra de su original unidad. San 
Martín, Protector del Perú, no se agranda, y se mues- 
tra inferior á su misión. Su genio militar no toma 
nuevo vuelo; sus planes expectantes y negativos pa- 
recen inspirarse en el fatalismo más bien que en la 
previsión que pone los medios para alcanzar los fines 
que se buscan; y si se dilatan más allá de su esfera, 
es contando con otros elementos, otras fuerzas y otras 
combinaciones fuera de su alcance. Su voluntad pare- 
ce que se destempla, y busca la solución de los arduos 
problemas de una situación por él creada, por medios 
'y modos que contrarían la corriente de los aconte- 
cimientos, que ya no domina. Al ir á tocar el término 
de su gran jornada, hace un alto, y su cuerpo en«: 
fermo, que encierra un espíritu más inquieto que acti-' 
vo, se enerva en la inacción y comunica á la masa á 
que debe dar impulso, la fuerza de inercia, que re- 
siste, pero no obra. Por eso decíamos que su gloria 
había llegado á la culminación de los astros que de- 
clinan. 

Al mismo tiempo que San Martín se elevaba al 
apogeo del poder, moría maldiciéndolo en Mendoza, 
cuna de su gloria, su antiguo enemigo José Miguel 
Carrera (4 de septiembre de 1821), ¡ejecutado como 
an bandolero en el mismo patíbulo de sus desgraciados 
hermanos ! 


20 


CAPITULO XXXIII 
El Protectorado del Perú 


1821-1822 


Carácter del protectorado del Perú.—Enervación de las fuerzas li 
bertadoras.—Situación política y militar.—Los realistas de la 
Sierra reabren las hostilidades.—Canterac con 4.000 hombres 
invade el valle del Rimac.—Alarma y entusiasmo en Lima.- 
San Martín con su ejército se pone en campaña cubriendo á 
Lima.—Hábiles maniobras tácticas de los dos ejércitos belige- 
rantes.—Prudencia de San Martín.—Retirada de Canterac.—Ren- 
dición del Callao.—Examen de la conducta militar de San Mar- 
tín en esta ocasión.—Duplo papel del Protector.—La obra refor- 
madora de San Martín.—Nuevo estatuto provisional.—Creacio- 
nes aristocráticas.—La Orden del Sol.—Planes monarquistas.— 
Cuentas del Protector.—El rey José.—Bases del protectorado.—. 
Constitución americana del ejército argentino-chileno.—Conata 
de conjuración militar contra San Martín.—Plan monarquista 
de San Martín.—La Sociedad patriótica de Lima.—Misión se: 
creta de García del Río y Paroissien para buscar un rey en 
Europa.—Estado de la opinión en Chile contra San Martín.— 
Rechazo de la política monárquica de San Martín por O'Hig- 
gins.—García del Río aconseja á San Martín resignar el man- 
do político y convocar un congreso.—Caducidad del protec- 
torado.—Luces convergentes que explican un misterio histórico. 


I 


El protectorado de San Martín hace época en log 
anales del Perú. Declaró su independencia, fundó su 
primer gobierno nacional y bosquejó su constitución 
política. Pero la independencia era todavía una cues- 
tión á resolver por las armas; el país no estaba pre- 
parado para el ejercicio de su propio gobierno; sus 
fuerzas no habían concurrido hasta entonces de una 


— 204 — 


manera eficiente £ este doble resultado, y su orga- 
nización definitiva, en medio de las tendencias monar- 
quistas del poder que lo regía y los instintos democrá- 
ticos del pueblo, era un problema obscuro, complicado 
con los elementos que mantenían esta situación incier- 
ta. El Perú, como antes de la expedición de San Mar- 
tín, se encontraba en las condiciones de no poder 
libertarse por sí solo, por las causas ya señaladas, ni 
tampoco de reasumir su propio gobierno, y necesitaba 
por lo tanto del auxilio extraño para hacerse indepen- 
diente y organizarse como nación, según los hechos 
lo demostrarán. Así, el poder del Protector era un 
hecho que dependía del concurso del país libertado 
y del apoyo de los dos ejércitos con que se había lan- 
zado á su atrevida empresa, que hasta entonces sólo 
le daba el dominio disputado de la mitad del terr1- 
torio, con la espina del Callao clavada en un pie del 
triunfador, como antes lo había sido Talcahuano en 
Chile. Algunas fuerzas morales y materiales del país 
se habían asimilado al protectorado, y las fuerzas mi- 
litares que lo sostenían, mostrábanse al parecer com- 
pactas ; pero unas y otras empezaban á ser trabajadas 
por un espíritu de resistencia nacional latente y por 
un fermento de indisciplina: sorda, que era la con- 
secuencia de la desobediencia de San Martín para con 
su patria, del origen de su mando que tenía por 
título el acta revolucionaria de Rancagua y de su 
independización del gobierno de Chile, que lo cons- 
tituía en entidad aislada, dependiente del concurso de 
voluntades difíciles de amalgamar, y sobre todo, del 
concurso eficiente del país mismo, cuyos elementos 
orgánicos aun no habían tomado la suficiente consis- 
tencia. 

San Martín, al declararse Protector del Perú, ab- 
dicaba en cierto modo su gran papel de libertador 


— 205 — 


americano, en el hecho de nacionaiizarse como go- 
bernante peruano, y se enajenaba la voluntad y el 
concurso directo de los pueblos y gobiernos cuyas 
armas mandaba, á la par que no satisfacía del todo 
las aspiraciones del pueblo libertado, y más bien las 
contrariaba con sus planes de tendencias monárquicas. 
Su punto de apoyo sólido era el ejército de los Andes' 
y el de Chile, pues la organización del ejército peruano 
era todavía un embrión que apenas podía contarse 
como elemento auxiliar. Lo único que daba cierta 
cohesión política á estos elementos de fuerza, que 
tenían que hacer frente al enemigo dueño de la mitad 
tdel territorio, era la institución secreta de la Logia 
Lautaro, compuesta de los:jefes de los mismos ejér-' 
citos y de algunos peruanos nuevamente afiliados, de 
la que San Martín dependía con arreglo á su ley 
disciplinaria. No era ya el libertador aquel general 
de los Andes, que reconquistaba á Chile, y asumía el 
papel de auxiliar y director de la guerra ; ni el gene-, 
ralísimo de dos repúblicas que, aliadas, libertaban al 
Perú; ni tampoco el gobernante nacional con fuerzas 
propias del país libertado. No obstante que la reasun-. 
ción del mando supremo en su persona fuese una ne- 
cesidad y una conveniencia, y que en tal acto no inter- 
viniesen ni la ambición personal ni el desconocimiento 
absoluto de los derechos de los naturales, el Pro- 
tector, al asumir esta actitud anormal, se presentaba 
al parecer ante el Perú como una imposición de fuer- 
Yas extrañas; ante éstas, como un general aventurero 
y un compañero de fortuna de sus comilitones, y anta : 
las naciones á que pertenecían, como un desertor ó 
ún súbdito emancipado. Era una de esas situaciones 
gn la historia que no tienen sino tres salidas: ó el. 
triunfo sobre el enemigo, que todo lo resolvía, ó la 
identificación con el país libertado por medio de la 


creación de nuevos elementos nacionalos, ó la conserva- 
ción en el mando por medio de la violencia, quedando 
ona cuarta salida, que era la abdicación del poder,' 
% por la fuerza de las cosas ó por la voluntad deli- 
berada. Tales eran los complicados problemas que en- 
trañaba el protectorado en medio de su aparente gran. 
deza y de su real debilidad orgánica. 

Lo más grave de esta situación era que el nervio' 
militar se había destemplado física y moralmente. 
Loa ejércitos concentrados en Lima sin más objetivo 
que el Callao, por efecto del abandono de la campaña 
de la sierra y de la expedición de puertos intermedios, 
participaban de las influencias del clima y del medio 
social, y como lo había pronosticado Arenales, la 
«inacción, las enfermedades y la desmoralización, lo 
consumían. Lima se había convertido en la Capua de 
dos libertadores, y el Aníbal de los Andes languidecía 
como el vencedor de Canes, bien que, como se ha 
dicho, no fuese el placer, sino sus dolencias físicas, 
lo que embotaba sus fuerzas. Todo parecía entregado 
á la acción lenta del tiempo, en el doble sentido de la 
acción eficiente y de la descomposición recíproca de 
los elementos que debían concurrir á ella. Mientras 
tanto, los jefes murmuraban y conspiraban, y Cochra- 
me, al frente de la escuadra de Chile, se resistía á ser 
absorbido por la atracción que peruanizaba los ele- 
mentos militares de la expedición libertadora. 

En esta situación, los realistas reabrieron las hos- 
tilidades, tomando decididamente la ofensiva sobre 
Lima. 


11 


Mientras los independientes permanecían en la 
inacción reconcentrados en Lima, descuidando las ope- 
raciones militares, los realistas se rehacían en la sie- 


— 267 — 


“rra con un tesón que hace grande honor á los jefes que 
los dirigían. Dueños de un país militarmente fuerte 
por la naturaleza del terreno, salubre y abundante 
en recursos; con una opinión á su favor, á que daban 
tono los escarmientos de que había sido teatro y la 
retirada de las armas independientes, así de la sierra 
como de la costa del sur, el general La Serna estaba 
en actitud de volver á tomar la ofensiva á los cincuen- 
ta días de haber evacuado, casi deshecho, la capital 
del Perú. La idea de volver á Lima no era popular en 
el ejército realista : el recuerdo de las pestes de la cose 
ta, de las miserias sufridas allí y del terrible paso de 
la cordillera en pleno invierno, lo amedrentaba, ade- 
más de que la operación se consideraba muy arriesga- : 
da. Pero la plaza del Callao, con una guarnición nu- 
merosa—2.000 hombres, —que interezaba salvar, y es- 
casa de víveres, tendría necesariamente.que rendirse 
por hambre si era abandonada, y el virrey había pro- . 
metido socorrerla. Por otra parte, existía allí un gran 
depósito de armamento, de que carecerían las tropas 
del rey, bloqueadas como estaban en medio del conti- 
nente. Si la expedición lograba penetrar á la plaza sin 
combatir, podrían extraerse la guarnición y el arma- 
mento, é inutilizar las fortificaciones en último caso ; 
y si la ocasión se presentaba propicia, era factible de- 
cidir la cuestión en una batalla con probabilidades de 
un buen éxito, aun cuando se arriesgase algo. Estas 
consideraciones prevalecieron y la expedición quedó 
decidida. | 

El general Canterac, llevando por jefe de estado ma- 
yor al coronel Valdés, fué encargado de ejecutar la 
difícil operación, con una columna selecta del ejército, 
de las mejores y más probadas tropas realistas, com- 
puesta de 2.500 infantes, 900 jinetes y 9 piezas de ar- 
tillería, El virrey, con el resto de su ejército, debía. 


- 208 — 


permanecer en Jauja. El 25 de agosto (1821) movióse- 
Canterac y atravesó en masa los Andes de oriente á 
occidente, descendiendo por la quebrada de San Ma- 
teo con dirección á Lima, sin encontrar en su tránsito 
un solo enemigo. En Santiago de Tuna, á 83 kilóme- 
tros de la capital, dividió su fuerza en dos columnas, 
dándoles por punto de reunión la Cienaguilla sobre el 
río Lurín, como á 30 kilómetros al sur de Lima. La 
columna de la izquierda á órdenes de Loriga, con el 
grueso de la caballería, tomó la quebrada contigua del. 
Espíritu Santo, que conduce al valle de Lurín, y en su 
tránsito batió un destacamento patriota, haciéndole 
26 prisioneros y causándole como 50 muertos. La co- 
lumna de la izquierda continuó su marcha durante el 
día hasta el promedio de la quebrada de San Mateo, 
con el objeto de persuadir al enemigo de que era su 
ruta para descender al valle del Rimac; pero en la 
noche se inclinó sobre su izquierda en busca de la del 
Espíritu Santo, que conduce á la Cienaguilla. Con cie- 
ga temeridad se lanzó á rumbo, sin conocimiento del 
terreno, por un camino hasta entonces nunca transi- 
tado, en que se despeñaban los jinetes con sus caba- 
dlos y la infantería rodaba por sus ásperas pendientes 
hasta el fondo de los precipicios. La impopularidad de 
los españoles era tal, que, según confesión de uno de 
sus historiadores, no pudieron encontrar un solo guía 
en todo el país. Al amanecer el día 4 encontróse la co- 
lumna en medio de las áridas fragosidades de la mon- 
taña, sin senda practicable, en un terreno arenoso, sin 
agua y bajo el sol abrasador de los 12” de la equinoc- 
cial. La sed empezó á acosar á hombres y bestias. Pa- 
ra mitigarla, algunos mascaban balas de plomo ó la 
corteza de los arbustos que por acaso encontraban, y- 
otros bebieron hasta sus propios orines. Llegó un mo-' 
mento en que la voz de mando de sus jefes fué des- 


a- 209 — 


oída. Los soldados, exánimes unos, estropeados otros, 
se tendían en el suelo, prefiriendo la muerte á dar un 
paso más. Al aproximarse al río de Lurín, cuando ape- 
nas faltaban 2 kilómetros para llegar á él, se ofreció 
un grado á nombre del rey al primero que encontrase 
agua, y no hubo uno solo que se moviese. Dos compa- 
ñías habrían bastado en aquel momento para rendir 
toda la infantería expedicionaria. Canterac, que lleva- 
ba la cabeza de aquella dispersión producida por su 
imprudencia, fué el primero que descubrió el agua, 
después de una desesperada marcha de 50 kjlómetros. 
Esta nueva reanimó los espíritus, y se estableció un 
servicio de cantimploras llenas de agua, que alcanza- 
ban á los más postrados, llegando una de ellas á Val- 
dés, que cubría la retaguardia de la columna, en mo- 
mentos en que iba á perecer de sed. El 5 estaban las 
dos columnas reunidas en la Cienaguilla, con algunas 
pérdidas de desertores, muertos ó estropeados. Los sol- 
dados españoles en su enérgico lenguaje, bautizaron 
por antítesis á la quebrada del Espíritu Santo, con 
el nombre de la «Bajada de Arrastraculos». 


e 


TT 


San Martín, al recibir la noticia de la invasión, en 
la noche del 4 de septiembre, ballábase en el teatro, y 
la anunció desde su palco á los espectadores, llaman-- 
do al pueblo á las armas, y pidióle orden y unión pa- 
ra triunfar en los momentos en que iba á decidirse de 
la suerte del Perú. En medio de un gran entusiasmo, 
entonóse la nueva canción patriótica decretada por el 
Protector, por los jefes del ejército que se hallaban 
presentes, haciendo el pueblo coro, y todos prorrum- 
pieron en vivas estruendosos. Mal preparado San Mar- 

Tomo IV 14 


— 210 — 


tín para la ofensiva, y apenas para la defensiva aun 
contra fuerzas inferiorea en número, pero de mejor 
calidad que las: suyas, expidió al día siguiente una 
proclama sin bríos, que indicaba una resolución pasi- 
va más bien que una decisión heroica ó una'confian- 
za deliberada. Su ignorancia de los movimientos era 
tal, que el mismo día en que los españoles se concen- 
traban en el valle inmediato de Lurín (5 de septiem-- 
bre), él sólo anunciaba la presencia de dos avanzadas 
de 300 y 200 hombres en la quebrada de San Mateo. 
«Los bravgs que libertaron á Lima, decía, sabrán pre- 
»servarla del furor del ejército español. Mis tropas no 
»os abandonarán. Vamos á triunfar de ese ejército que 
»viene sediento de sangre y de.propiedades, ó á pere- 
»cer con honor. Nunca seremos testigos de nuestra des- 
»gracia. Unión, tranquilidad y eficaz cooperación, es 
»lo que necesito para asegurar al Perú su felicidad y 
»su esplendor.» 

Sus obras fueron mejores que sus cil Su ac- 
titud resuelta y serena y sus bien calculadas medidas 
militares, infundieron confianza, y eficazmente ayu- 
dado por Riva Agúero, gobernador civil y tribuno de 
la plebe, logró entusiasmar al pueblo, á fin de hacerle 
concurrir á la defensa de sus hogares amenazados. La 
milicia se reunió en sus cuarteles y acudió la de los 
alrededores, 'aunque sin armas; los sacerdotes aren- 
gaban á la multitud en la calles con el crucifijo en 
una mano y el puñal en la otra; las murallas de la 
ciudad fueron cubiertas por los voluntarjos, confiando 
la guarda de las portadas á oficiales veteranos con los 
grupos mejor armados y organizados de la milicia cí- 
vica. «Todo lo demás era jarana,» según la expresión 
de Monteagudo, y lo repite un historiador peruano. 
Era todo lo que se necesitaba para asegurar su base 
de operaciones contra un golpe de mano y producir 


— 211 — 


efecto moral. Cánterac, al saber la decisión de Lima, 
desistió de todo intento contra la población, y se'li. 
mitó 4 maniobrar tomando por objetivo .el Callao. 

El núcleo sólido de los combatientes 'patriotás lo 
formaban el ejército chilenoargentino que, aunque dis- 
minuído por la deserción y las enfermedades, y llena- 
das sus bajas con reclutas, conservaba siempre su an- 
tiguo espíritu. Numéricamente era superior al ejérci- 
to invasor, pero inferior en la calidad de las tropas. 
En cuanto al mando, puedé decirse que estaban equi- 
librados. Canterac, con su audacia y habilidad, se 
mostró digno émulo del genio militar de San Martín. 
El ejército independiente, sin contar las comparsas 
militares que sólo hacían bulto para el efecto teatral, 
é incluyendo la guardia cívica de la ciudad, regular- 
mente armada y organizada y un cuerpo de línea pe- 
ruano de reciente creación, constaba de 5.870 hombres, 
de los cuales 2.125 militaban bajo la bandera argen- 
tina, 1.595 bajo la chilena y 1.410 eran peruanos. El 
Protector concentró su ejército de operaciones argen- 
tino-chileno-peruano, de 4.800 hombres, 3 kilómetros al 
sur de las murallas de la capital. Tendió su primera 
línea con frente al sudeste, cubierto por el río Surco, 
afluente del Rimac que, aunque de poca anchura, só- 
lo era vadeable entonces por tres puentes, á causa de 
sus bordes escarpados y rápida corriente. En esta ac- 
titud cerraba los caminos del sur y del este de, Lima 
y amagaba por el flanco el del Callao. Su flanco iz- 
quierdo se apoyaba en un recodo del mismo río, y el 
derechó en'un relieve del terreno poblado de edificios 
fuertes en medio de una llanura llamada pampa de 
San Borja, que cruza el camino real. Su infantería 
estaba parapetada por tres órdenes de tapias, á que 
sólo daban acceso estrechos callejones, lo que impedía 
que pudiese obrar la caballería enemiga. A su reta- 


¿212 — 


guardia se extendían las alturas llamadas del Pino, 
que se ligaban con las defensas de la ciudad. La cabas 
llería se situó á retaguardia de la derecha, que erw 
el único punto por donde el enemigo podía inten- 
tar un ataque ó una marcha de flanco para dirigirse 
al Callao ocupando los campos de San Borja. Las gue- 
rrillas ó montoneras estaban esparcidas en todos los 
caminos. Canteras reconoció la posición de San Mar- 
tín, y por confesión propia la consideró inatacable. 
El primer objeto del general independiente estaba lle- 
nado: que era cubrir la ciudad, contener al enemigo 
por el frente, cerrarle el acceso del este al pie de la 
sierra para impedirle contornear su posición, y obli- 
garlo á maniobrar por su izquierda encerrándose so- 
bre la faja árida de la costa en el pequeño triángulo 
que limita la corriente del Rimac, á menos de tentar 
un ataque sobre el flanco derecho de los patriotas, 
que era el más débil, una vez salvado el obstáculo del 
río Surco. Esto fué lo que hizo Canterac, porque era 
lo único posible. 

El general español, desistiendo de todo ataque por 
el frente y la espalda, formó el día 9 á las 7 de la ma- 
ñana en tres columnas paralelas; la de la derecha 
con su caballería, la del centro con la infantería y ar- 
tillería y la de la izquierda con los bagajes, cubrien- 
- do la retaguardia con un escuadrón. En esta dispo- 
sición emprendió una marcha de flanco sobre su iz- 
quierda costeando á la distancia el río Surco. Al lle- 
gar á la altura del tercer puente situado á dos tiros 
de cañón de la derecha patriota varió rápidamente 
ú su derecha y desembocó en la espaciosa llanu- 
ra de San Borja, que ocupó la caballería prime- 
ro y sucesivamente la infantería, pasando por los cla- 
ros de la primera para tomar la primera línea, que se 
estableció sólidamente parapetada de unos tapiales 


— 23 


que flanqueaban el camino real. San Martín, que había 
previsto este movimiento, hizo un cambio de frente 
central, retirando su derecha, que apoyó en las altu- 
ras del Pino, y avanzó su izquierda, cubierta siempre 
por el río Surco, en un terreno que se desenvolvía en 
anfiteatro, á cuyo pie se extendían otros tres órdenes 
de tapias como las que anteriormente resguardaban 
su infantería. De este modo, ambos ejércitos volvieron 
á quedar formados en orden paralelo. En esta disposi- 
ción permanecieron observándose, sin intentar ningún 
movimiento por una ni otra parte, hasta las 3 de la 
tarde. A esta hora, el ejército independiente empezó 
á desfilar por su derecha, y tendió una nueva línea, 
apoyando su izquierda en las alturas del Pino y su de- 
recha sobre las murallas de Lima, amagando la iz- 
quierda enemiga para obligarlo á atacar con desven- 
taja ó encerrarse forzosamente en el triángulo del Ca- 
llao. Canterac operó al anochecer un cambio de frente 
perpendicular, rehuyendo su “derecha y avanzando su 
izquierda, y dió frente á Lima. Así se pasó la noche. 

En la mañana del 10 apareció el ejército de San 
Martín con su derecha avanzada, flanqueando el ca- 
mino de Lima al Callao. Canterac, temiendo que los 
caminos de su retaguardia fuesen interceptados, em- 
prendió definitivamente su marcha hacia la costa, pa- 
ra situarse bajo el amparo de los fuegos de los casti.- 
llos del Callao. San Martín, al ver moverse las co- 
lumnas españolas hacia el triángulo estratégico pre- 
visto en su plan defensivo-ofensivo, restregóse las ma- 
nos, como lo hacía toda vez que estaba satisfecho 6 
decía algo con marcada intención, y exclamó en su es- 
tilo cortado, dirigiéndose á Las Heras, que estaba á su 
lado, á caballo como él: «¡ Están perdidos! ¡El Callao 
»es nuestro! No tienen víveres para quince días. Los 
»auxiliares de la sierra se los van á comer. Dentro de 


— 214 — 


»ocho días tendrán que rendirse ó ensartarse en nues- 
»tras bayonetas.» En ese momento se hizo sentir un 
murmullo en el campo, y poco después se presentaba 
Cochrane á caballo. Las Heras, que se adelantó á re- 
cibrrlo, le pidió se esforzara en persuadir al general 
que atacase. El almirante, que estaba siempre por las 
resoluciones atrevidas y se avenía mal con el sistema 
expectante de San Martín, cogióle de la mano y le 
instó encarecidamente en tal sentido: pero recibió por 
única respuesta: «Mis medidas están tomadas.» Un 
campesino se acercó al general poco después, trayén- 
dole noticias de los movimientos del enemigo, y cal- 
culadamente, ó porque le interesara, escuchaba con 
atención sus divagaciones. Cochrane, impacientado, in- 
crepó al campesino, diciéndole que el tiempo del ge- 
neral era muy precioso para emplearlo en escuchar 
tonterías. San Martín miró al almirante con ceño 
adusto; dió vuelta al caballo sin decir una palabra, 
y se dirigió á su alojamiento. Cochrane solicitó enton- 
ces una audiencia, y volvió á insistir en el ataque, ro- 
gándole no perdiese aquella oportunidad, y hasta se 
ofreció á ponerse personalmente á la cabeza de la ca- 
ballería. La respuesta del Protector fué: «Yo solo 
soy responsable de la suerte del Perú.» Esta fué la 
última vez que se vieron en la vida San Martín y 
Cochrane. i 

El general de los Andes jugaba su última partida 
de ajedrez militar sobre el tablero del Rimac, hacien- 
do mover según sus cálculos las masas propias y aje- 
nas. Y como quien mueve sucesivamente los peones, 
los caballos y las torres para dar jaquemate, ade- 
lantó su ejército hasta el promedio del camino de 
Lima al Callao, que era un verdadero desfiladero, 
cortándolo en el punto medio denominado La Legua 
ó Tambo de Mirones, y apoyó su derecha sobre el Ri- 


— 215 — 


mac. Allí levantó una batería, con dos parapetos late- 
rales, que artilló con 6 cañones de batalla y 2 obuses. 
La. operación de la sierra había fracasado, el Callao 
estaba perdido irremisiblemente por los realistas, y el 
ejército de Canterac en riesgo inminente de perderse 
totalmente. 


IV 

- El éxito de la operación de Canterac dependía de 
abastecer de víveres las fortalezas del Callao, y és- 
tos no podían sacarse sino de Lima apoderándose de 
la ciudad, ó bien dominando sus alrededores del este 
y del norte para proveerse de ganados. Lo primero era 
imposible sin vencer el ejército de San Martín. Para 
lo segundo, le estaban cerrados todos los caminos. Así 
lo comprendió Canterac, y desde entonces sólo pensó 
en la retirada, abandonando el Callao á su suerte. 

En los primeros días de septiembre, el gobernador 
del Callao, La Mar, había celebrado una junta de 
guerra con el objeto de disminuir la ración, en vista 
de la escasez de víveres; pero se acordó no hacer in- 
novación, á la espera del auxilio prometido por el 
virrey. Así, al ver aparecer bajo sus muros el ejérci- 
to expedicionario de la sierra, la esperanza renació 
en la guarnición. Pero pronto el júbilo se convirtió en 
desesperación al saber que los auxiliares no traían 
recurso alguno, y que eran otras tantas bocas ham- 
brientas que iban á devorar en pocos días sus esca- 
sas provisiones. Para este caso, Canterac tenía ins- 
trucciones del virrey de árrasar las fortificaciones y 
recoger su guarnición, extrayendo de los depósitos el 
mayor número de armamento posible. El general La 
Mar se opuso á tal medida, haciendo presente que es- 


— 216 — 


to equivalía á entregar á discreción á los españoles re- 
fugiados con sus familias en los fuertes, y se desistió 
del intento. Entonces se procuró abastecer la plaza por 
medio de una contrata con varios comerciantes ingle- 
ses que se ofrecieron á introducir víveres por agua, me- 
diante el abono de 500.000 $, pagaderos 100.000 al 
contado y 400.000 en las cajas de Arequipa. Las ca- 
_jas reales del Callao estaban casi exhaustas por efec- 
to del riguroso bloqueo marítimo y terrestre, así es 
que fué necesario acudir al peculio particular de los 
refugiados y de los jefes y oficiales, y para llenar el 
cupo, la misma tropa de Canterac tuvo que devolver 
2.000 onzas de oro que había recibido á cuenta de sus 
sueldos. Antes de abandonar el Callao á su suerte, 
discutióse en junta de guerra la idea de atacar el 
éjército independiente en sus posiciones, establecien- 
do baterías de grueso calibre sobre su línea'; pero, ex- 
cepto tres jefes, todos los demás opinaron por la reti- 
rada, y así quedó acordado. Al principio se pensó que 
cada soldado, además de sus armas, condujese, coloca- 
do á la espalda, un fusil, á fin de extraer algún arma- 
mento ; pero, no sólo se desistió de este propósito, sino 
que se resolvió que de las siete piezas de montaña que 
habían bajado de la sierra, se dejasen cinco en el Ca- 
«llao para aligerar la marcha. La posición de los realis- 
tas era crítica. La deserción empezada á pronunciarse 
en sus filas: en dos días se pasaron á los independien- 
tes ocho oficiales ..y 200 soldados. Las cabalgaduras 
se iban consumiekgio. El hambre era la única perspec- 
tiva que se les presentaba. Tres días más de inacción,” 
y hasta la retirada era imposible, y tenían que capi- 
tular sin «combatir. Canterac, tomando consejo de su 
resolución y confiado en la solidez de sus tropas, de- 
cidió retirarse por camino opuesto al que había traído, 
por una atrevida marcha de flanco, fiando la salvación 


— 217 — 


á los pies de sus soldados, pero resuelto á combatir, si 
era necesario, para ganar la sierra. 

El 16 á las 4 de la tarde el ejército expedicionaria 
de la sierra, vestido de gala, se movió en masa del Ca- 
llao, y avanzó sobre el camino de Lima en campo abier- 
to dando vivas al rey. Canterac, con una división li- 
gera y sus dos piezas de montaña, hizo un amago de 
- ataque sobre la posición de La Legua, para ocultar su 
movimiento retrógrado ; pero se mantuvo fuera del ti- 
ro de cañón. Mientras tanto, el grueso de su ejército 
desfilaba á retaguardia por su izquierda á banderas 
replegadas, vadeaba el Rimac á inmediaciones de la 
playa en Bocanegra, y se ponía en salvo tomando la 
dirección del norte. Al ponerse el sol, la división des- 
tacada seguía el movimiento general, cubriendo la re- 
. tirada. A esa hora se hizo sentir un cañoneo. Era un 
bergantín de la escuadra chilena, que barría el cami- 
no de la playa, y hacía fuego sobre la columna espa- 
fiola, causándole algunos muertos. 

Canterac, protegido por las sombras de la noche, 
vióse obligado á seguir el camino de la costa del mar, 
por un terreno montuoso y pedregoso, en que se le 
ínutilizaron sus cabalgaduras, maltratándose los sol- 
dados, que con el cansancio y el hambre empezaron 
á perder sus bríos; pero tenía que esquivar su flanco 
derecho amenazado, y esto le hizo apresurar su mar- 
cha, dejando muchos rezagados. El 17 al amanecer se 
posesionó del valle de Carabaillo, como á 15 kilómetros 
al norte de Lima, por cuyo fondo corre el río Chillón 
que baja de Canta, y conduce al paso de la cordillera 
camino de Jauja. Aquí hizo alto y se proporcionó al- 
gunas reses para comer, descansando en tanto de sus 
fatigas, ] 


San Martín había presenciado el desfile de Cante- 
rac desde la batería de Mirones. Impasible y silencio- 
so, asistía Á ur nuevo triunfo sin combate, perseveran- 
do en su nuevo sistema de guerra de «victor sine san- 
guine.» Su ejército ardía en deseos de pelear, y «creía 
segura la victoria; pero, después de la escena del al- 
mirante Cochrane, nadie se atrevía á darle consejos. 
Si obraba por exceso de prudencia, orgullo ó descon- 
fianza, al permanecer en esta actitud pasiva con las 
armas descansadas, lo examinaremos después ; pero és- 
te habría sido el momento de arriesgar algo, aprove- 
chando la oportunidad para completar el triunfo, ya 
asegurado en gran parte. San Martín, fija su atención 
en la rendición del Callao, que de suyo se rendía, hi- 
zo las cosas á medias, y tardíamente desprendió á 


Las Heras (17 de septiembre) con el grueso del ejérci.” 


to en persecución de Canterac. 

La persecución, no bien combinada, floja en un prin- 
cipio, é imprudente al fin, brindó al enemigo algunas 
ventajas en su retirada. El 18 se hallaba el ejército 
perseguidor á tres kilómetros de Canterac, situado en 
Macas, en la prolongación ascendente de la quebrada; 
de Carabaillo. Los partes oficiale$ de Las Heras acusa- 
ban cierta irresolución. «Los enemigos (escribe el 18 
»á las 9 de la mañana), acamparon anoche en Pueblo 
»Viejo. A las 7 de esta mañana, aún no se habían mo- 
»vido, y yo marcho sobre ellos consecuente á las ór- 
»denes de V. E.» A las 3 de la tarde del mismo día 
decía: «Ha resultado que la verdadera posición del 
»enemigo era la de San Lorenzo, sobre un cerro. Car- 
»gado por nuestras guerrillas por su derecha, hizo una 
»salida con una columna de infantería y mucha parte 
sda eu caballería. rechazando todas nuestras guerri- 


— 219 — 


»llas. Me vi en la necesidad de. replegarme y proteger 
»la dispersión con toda nuestra caballería. Nuestros 
»montoneras se han rehecho. Pareciéndome sospechosa, 
»como asimismo fuerte su Posición, he determinado 
»que el ejército permanezca en los puntos que ocupa 
»hasta que decida completamente el enemigo su mo- 
»vimiento.» A las 9 de la noche del mismo día : «Al fin 
adecidió el enemigo un movimiento á las 4'30 de la 
»tarde, corriéndose sobre su izquierda. En su conse- 
»cuencia, la posición que ocubamos, es la mejor, ca- 
»mo asimismo para perseguirlo, según pienso.» Al 
día siguiente (19 de septiembre), Las Heras no había 
emprendido ningún movimiento decisivo, ni tenía un 
plan hecho de persecución. A la altura de Caballeros, 
á 47 kilómetros de Lima, desistió de continuarla en 
masa, y desprendió á vanguardia la división de Mí- 
ller, compuesta de 700 infantes, 125 granaderos á ca- 
ballo y 500 montoneros, que, después de un retardo 
de diez horas, sólo se movió á las 9 de la mañana 
del 20. 

Un esfuerzo vigoroso habría dado en aquellos mo- 
mentos un triunfo completo al ejército independiente ; 
pero la inacción en Lima. había relajado su fibra, y 
además estaba sordamente trabajado por causas que á 
su tiempo se explicarán. El ejército de Canterac se le 
deshacía entre sus manos. Precisamente el día 18, al 
tiempo de rechazar en San Lorenzo el ataque descon- 
certado de los independientes, se le desertaron 30 ofi- 
ciales y 500 soldados de las tres armas. Los españoles, 
según confesión propia, habían perdido casi la mitad 
de su infantería. Al: emprender Míller su marcha, 
se le presentaron 100 pasados más de los realistas. 
Alucinado, ó como se ha creído generalmente, á causa 
de.la grave enfermedad de tercianas contraída en la 
expedición de puertos, que por mcmentos le privaba de 


— 220 — 


calcular con exactitud lo que convenía, se lanzó en una 
persecución temeraria, pretendiendo, no sólo hostili- 
zar la retaguardia del enemigo, sino también contener 
su marcha hacia la sierra. Con tal objeto, en la ma- 
drugada del 22,+trató de apoderarse de la altura de 
Porochuco; pero, al llegar á su cumbre, después de 
una fatigosa marcha de 10 kilómetros, le salió al en- 
cuentro una emboscada mandada por el brigadier Mo- 
net, que lo obligó á replegarse, con algunas pérdidas. 
El 23 se adelantó de nuev» Miller hasta Huamantan- 
ga, y tomando la izquierda del enemigo, pretendió ce- 
rrarle el camino de la montaña ccn 400 cazadores, sos- 
tenidos por una columna de reserva. A las 11 de la 
mañana se trabó de nuevo un combate. Los españo- 
les cargaron con denuedo. La división de Miller fué 
desalojada de la fuerte 'posición que ocupaba, dejando 
en el campo armas, muertos y prisioneros. Este fué el 
último zarpazo del león en retirada. Aquí terminó la 
persecución. Míller se limitó desde entonces á hostili- 
zar la retaguardia del enemigo con partidas volantes 
“de caballería, y acompañó á la columna fugitiva has- 
ta pasar la cordillera, donde encontró el cadáver del 
famoso coronel Sánchez, el héroe de San Carlos y 
Chillán en Chile, abandonado en una choza por sus 
compañeros de armas (27 de septiembre). 

Treinta y cinco días después de haber emprendido 
Canterac su expedición (1. de marzo), estaba de re- 
greso en Jauja, deshecha, con un tercio menos de la 
fuerza que había sacado, y dejando perdida la plaza 
que había ido á salvar. Empero, el general español 
acreditó en esta ocasión las dotes de un consumado 
táctico, y de un general intrépido en medio de los 
grandes peligros que lo rodeaban, á que supo sobrepo- 
nerse, salvando el honor de sus armas y sus últimos 
soldados, 


— 221 — 


vi 


Aislado el Callao y abandonado á su suerte, con 
sólo tres días de víveres, San Martín le intimó rendi- 
ción, ofreciendo respetar las personas y los equipajes. 
El general La Mar aceptó la proposición para tratar, 
proponiendo por su parte una suspensión de hostilida- 
des; pero pidió cerciorarse del estado del ejército 
realista en retirada, antes de entrar á negociar. San 
Martín le contestó: «Como hombre público y priva- 
»do he tenido siempre derecho á ser creído. Los jefes 
»del ejército español se equivocaron en los cálculos y 
»han tenido que retroceder á la sierra, desorganizada 
»toda su fuerza y huyen perseguidos. Si esta explica- 
»ción aún requiriese más autencidad, un oficial de la 
»guarnición del Callao puede venir á informarse de: 
»ella.» La Mar replicó: «No me considero en el caso 
»de haber ofendido su delicadeza dejando de dar cré- 
adito á sus aserciones, pero permítame manifestarle, 
»que en situación como la mía no es nueva toda deten-! 
»ción de esta especie sin nota de agravio. Bajo este. 
'sconcepto y de la misma invitación que se sirve ha-: 
»cerme, pasa el brigadier D. Manuel Arredondo á ha- 
»blar con algunos de los oficiales del ejército nacio-' 
»nal.» Cerciorado La Mar de que nada tenía que espe-) 
rar, formuló sus capitulaciones de acuerdo con unal 
junta de guerra, con arreglo del vencedor, recomen- 
dando á su generosidad, «la benemérita guarnición del 
Callao» y la población refugiada bajo su amparo. 

Por parte del Protector fué comisionado para tra- 
tar, el coronel Tomás Guido, nombrando el gobernador 
de los castillos al brigadier Arredondo y al capitán 
de navío José Ignacio Colmenares. Estipulóse en con- 
secuencia una capitulación honrosa para vencidos y 


— 222 — 


vencedores. La guarnición debía salir por la puerta 
principal de las fortalezas con todos los honores de 
la guerra, dos cañones y bandera desplegada. La tro- 
pa veterana que voluntariamente lo quisiera, podría 
transportarse á uno de los puertos intermedios y re- 
unirse al ejército de Arequipa, pero no á ningún otro 
punto. Los milicianos se restituirian á sus hogares. 
Los generales, jefes y oficiales, empleados de hacien- 
da y marineros, serían tratados con dignidad, pudien- 
do usar de su uniforme y espada por el término de tres 
meses, en que se restituirian á España si así ló pre- 
firiesen, con facultad de disponer de sus bienes. Se 
pactó el olvido recíproco de las opiniones y servicios 
prestados á los distintos gobiernos. Bajo estas condi- 
ciones se convino que las fortalezas se entregarían por 
Inventario, y que las capitulaciones se ejecutarían 
por una y otra parte á las dos horas de ratificadas. La 
Mar pretendió introducir un artículo permitiendo ex- 
traer del Callao 4.000 fusiles con bayonetas y forni- 
turas, 200.000 cartuchos y 14 piezas de artillería de 
campaña con su correspondiente dotación de municio- 
nes; pero fué negado. Por un artículo secreto adicio- 
ual estipulóse que los jefes y oficiales sueltos de la 
blaza podrían trasladarse al destino que tuviesen por 
conveniente, auxiliándolos el gobierno péruano con lo 
necesario para el transporte de sus familias y equipa- 
jes. El:día"21 de septiembre (1821) se enarboló la ban-- 
dera peruana en -los castillos del Callao, perdiendo el 
rey de España 'su última almena al sur del continente 
americano. La Maf, que en su calidad de criollo sim- 
patizaba en el fondo con la causa de la independen- 
cia, renunció en manos del virrey su grado y honó- 
res, pero por el momento se retiró á la vida príi- 
vada. q 

El. general de los Andés libertador de Chile y del 


— 293 — 


Perú, triunfaba así sin combatir, y conservaba in- 
tacto su 'ejército, fiel al plan sistemático de campaña 
que se había -propuesto; realizando, según la expre- 
sión que hace suya un historiador peruano, «el fenó- 
»meno más extraordinario en la guerra: derrotar un 
»ejército poderoso con la fuerza sola de la opinión y 
»de la táctica, sostenido con ardides bien manejados.» 
La más fórmidable fortaleza de la América del Sur es- 
taba en su poder, con centenares de piezas de artille- 
ría de plaza y campaña, millares de fusiles y grandes. 
depósitos de municiones; una guarnición de cerca de 
dos mil hombres se había rendido y como mil hom- 
bres de la expedición de la sierra, que pretendió sal- 
varla, habíanse dispersado ó pasado á su bandera ; los 
ejércitos realistas, enflaquecidos y sin armas, estaban 
aislados en las montañas del Alto y Bajo Perú, en im- 
potencia absoluta para retomar la ofensiva : y, dueño. 
de la mitad del territorio y de toda la costa del Pa- 
cífico, sin temor de que nadie le disputase su dominio, 
podía dirigir libremente sus armas hacia el norte para 
libertar á Quito, respondiendo á la demanda de Bolí- 
var, y volver con nuevos recursos á terminar la guerra 
continental en su último teatro. Una gran batalla 
campal no le habría dado 'más con menos pérdidas. 
Pero el papel de Fabio Cunctator impone al que lo 
ensaya la obligación de-triunfar, y aun triunfando, la 
opinión -suele negarle la gloria del vencedor, confun- 
diendo la prudencia con la púsilanimidad. El general 
que toma por atributo-de eombate el escudo cón pre- 
Yereneia á la espada, confiesa en el hecho su impoten- 
cia para cortar el nudo, y sus-ventajas negativas hu- 
tnillan el orgullo de sus soldados, como sucedió al dio- 
tador romano cuando desde sus posiciones atrinche 
vadas veía al enemigo á su ue dueño de un Repo 
que no le disputaba. 


— 2294 — 


El sistema de guerra adoptado por San Martín, 
dados los escasos elementos con que se lanzó á la atre- 
vida empresa de libertar el Perú, había sido pruden- 
te y necesario y producido grandes resultados; pero 
sin obtener ninguna ventaja decisiva. El problema de 
la guerra quedaba siempre insoluble. Los medios triun- 
fos, y sobre todo, los que se alcanzan sin el concurso 
activo de los soldados, y dejan las cosas más Ó menos 
como estaban antes, no satisfacen á nadie, y con fre- 
cuencia se vuelven contra su autor, porque siempre se 
supone que pudieron ser más grandes peleando. Tal 
había sucedido á San Martín al tiempo de la ocupación 
de Lima, y tal le sucedía al rendirse las fortalezas del 
Callao y retirarse, deshecha, la expedición de la sierra 
por sus hábiles maniobras sin disparar un tiro. Ganó 
la fama de gran táctico; pero comprometió su re- 
nombre de general resuelto, que sabe combinar sus 
cálculos metódicos con las inspiraciones del campo de 
la acción en los momentos decisivos en que la fortuna 
brinda la corona ensangrentada del triunfador al co- 
tajo de generales y soldados. 


vIl 


Todos reconocían que “jamás el general se había 
mostrado más hábil, más dueño de sí mismo y de las 
voluntades de sus subordinados, pero muchos le acu- 
saban de exceso de prudencia, y aun de timidez, por 
no haber comprometido el ataque cuando las proba- 
bilidades del éxito parecían estar de su lado, ó por no 
haber buscado más decididamente las ocasiones de ob- 
tener una victoria completa. Es un punto histórico que 
merece examinarse. 

La responsabilidad de San Martín es grave por el 


— 225 — 


estado de inacción en que dejó caer la guerra después 
de la ocupación de Lima y de la retirada de la sierra 
y puertos intermedios. Sus armas se habían destempla- 
do y su inteligencia militar parecía adormecida. Así, 
al descender la expedición realista de la sierra, no es- 
taba preparado para la ofensiva, y malamente para la 
defensiva. Pero, desde que vuelve á sonar el primer to- 
que de tambor anunciando la aproximación del enemi- 
go, el general vuelve á ser dueño de sí; todo lo domi- 
na y todo lo prevé; infunde á todos entusiasmo y con- 
fianza y todos sus movimientos tácticos, perfectamen- 
te combinados para alcanzar un resultado preconce- 
bido, revelan el genio del vencedor de Chacabuco y 
Maipú. Nada fía á la fortuna, y juega su gran parti- 
da, moviendo con aplomo magistral, á la manera de 
piezas de ajedrez, las masas propias y las del contra- 
rio, según un plan que se desenvuelve matemática- 
mente. Sus tropas, aunque algo más numerosas, eran 
en su mayoría reclutas, y las del enemigo eran sólidas 
y selectas, mandadas por un general eximio, que po- 
día medirse con él, como lo mostró. Además, debe te- 
nerse en cuenta que los realistas tan sólo arriesgaban 
una división, contando con fuertes reservas que les 
permitían rehacerse, mientras los independientes ju- 
gaban á un albur el único ejército de que dependía la 
suerte del Perú, y quizá de toda la América. Así, cuan- 
do.se negó á las instancias de Cochrane para que ata 
case en el momento en que Canterac iba á encerrarse 
en el triángulo estratégico, obraba con acierto y veía ' 
'elaro, pues ese movimiento obligado le asegueaba la 
rendición del Callao, quedando á su elección, en todo 
caso, buscar el combate en mejores condiciones, si así 
la quería. Cuando avanzaba hasta Mirones y cerraba 
el camino del Callao á Lima, procedía con igual acier- 
to, en el supuesto de que el enemigo pretendiera man- 
Tomo IV 15 


— 226 — 


tener una posición insostenible ó se rindiese al fin, ó 
que, desesperado, se lanzara sobre sus fuertes posicio- 
nes, aceptando entonces el combate con la seguridad de 
triunfar. Hasta aquí la prudencia sanciona la conduc- 
ta de San Martín, y lo reconoce como el primer táctico 
de la América del Sur en su tiempo. 

Pero, una vez ejecutado el plan práctico, que daba 
por resultado determinado las últimas posiciones es- 
tratégicas en las situaciones extremas, había que pre- 
ver el caso de la acción para la defensa ó el ataque 
y debió y pudo prepararse todo en consecuencia. Ence- 
“rrados los realistas bajo las murallas del Callao, sin 
víveres ni forrajes, San Martín debió prever que, con 
generales tan resueltos y avisados como Canterac y 
Valdés, no podía esperar ni una rendición cobarde ni 
un ataque á la loca antes de ensayar otras medidas 
de salvación. Debió prever además la retirada, ya fue- 
se por el camino que había traído el enemigo, ya por 
el del norte de que era dueño, y que era el más pro- 
bable. En este punto parece que fallaron las previsio- 
nes del gran capitán. Pudo haberse preparado á ce- 
rrar estratégicamente el camino de la retirada, pre- 
viendo la salida como previó la entrada. Pudo prepa- 
rarse á caer con toda su masa sobre el enemigo en re- 
tirada, cuando éste, hambriento y sin esperanzas, se 
lanzara en busca del camino de la sierra. Pudo, en 
fin, organizar de antemano metódicamente la persecu- 
ción, como había organizado la defensivaofensiva, has- 
ta reducirlo á hacer lo que él quería y había previs- 
to. Nada de esto se hizo, ó al menos se hizo incompleta- 
mente. Cuando el enemigo amagó un ataque, que no 
podía engañar á un general tan experto como el de los 
Andes, y emprendió su retirada en desfilada vadeando 
el Rimac por su embocadura, era el caso de tener pre- 
venida la escuadra sobre la costa para cañonearlo, ó 


bien salir á batirlo por el flanco que le presentaba á 
descubierto. Si no quería comprometer batalla formal, 
pudo anticiparse al enemigo por caminos mejores y más 
cortos, cerrando la entrada de la quebrada de Cara- 
baillo, con más ventajas que la persecución por reta- 
guardia, ú obligarlo á un combate en las condiciones 
más' ventajosas para él. Emprendida la persecución 
tardíamente y de mal modo, se hizo sin plan, y no dió 
sino los resultados que ofrecía la desmoralización es- 
pontánea del enemigo, brindándole ventajas parciales 
en los únicos combates en que se cambiaron balas. 
Si bien de la ejecución de algunas de estas operacio- 
nes son responsables sus subalternos, que no supieron 
responder á sus planes, la responsabilidad mayor re- 
tae sobre él, pues les ordenó perseguir y no pelear, 
cuando debió ordenarles pelear y vencer, y así co- 
mo el honor de la jornada era todo suyo, así tam- 
bién debe ser la censura ó el galardón que le toque en 
lote. 


vVITI 


Estos triunfos, á pesar de no ser decisivos, conso- 
lidaban al parecer el protectorado de San Martín, au- 
mentando su popularidad ostensible; pero los cimien- 
tos en que se apoyaba, estaban minados por un tra- 
bajo subterráneo, y la política exterior que empezó á 
desenvolver desda entonces, lo divorció de la opinión 
del país; á lo que se agregaba nn fermento de espíri- 
tu nacional que conspiraba contra su autoridad moral. 
El papel de San Martín, como Protector del Perú, es 
duplo y complejo : hay una parte que es'suya, otra que 
es de mero reflejo, y otra peruana; pero, en su con- 
junto, tiene la unidad del carácter del hombre, de 
sus ideas políticas y de sus vistas americanas. 


=— 228 — 


La obra reformadora del Ferú que lleva el nombre 
de San Martín, fué grande y fecunda; pero, mero 
adorno de su corona de libertador, es la obra de sus 
ministros — y principalmente de Monteagudo, — que 
concibieron las reformas y las plantearon. A él le co- 
rresponde su parte como hombre de progreso, animado 
del anhelo del bien público, con ideas liberales, aparte 
de lo que era de su especialidad en el orden militar, 
y además, la mayor responsabilidad ante la historia 
respecto de las instituciones Ó trabajos políticos que 
respondían á un plan secreto de organización guber- 
namental, á cuyo servicio puso conscientemente su 
poder de acuerdo con sus ministros y con su consejo 
de estado. 

El primer semestre del protectorado de San Martín 
en el Perú ha quedado como la base fundamental de 
su organización administrativa y de su constitución 
política. Por eso ha merecido el título de «Fundador 
de la libertad del Perú,» que la gratitud póstuma le 
ha dado con justicia. Faltábale al Perú independien- 
te el atributo de la fuerza. No tenía ejército, y los 
ejércitos extraños que lo libertaran, lo defendían do- 
minándolo. Uno de los primeros trabajos de San Mar- 
tín fué darle un ejército nacional. Creó, con el nombre 
de Legión Peruana, una división de naturales del 
país, compuesta de un regimiento de infantería, al 
mando de Miller, otro de caballería, al de Brandzen, y 
una compañía con cuatro piezas. Se organizó la has 
cienda pública y se reformó el sistema colonial de co- 
mercio, pagando empero su tributo á las errórieas ideas 
económicas de la época, de que estaba imbuído Una» 
nue. Aboliéronse el servicio personal de los indígenas, 
los tributos de capitación, las encomiendas, los repar- 
timientos y las mitas, «como un atentado contra la 
naturaleza y la libertad.» Se declaró la libertad de 


— 229 — 


vientres. emancipando á los esclavos (cuyo número lle- 
gaba á 40.000) que tomasen armas por la independen- 
cia. Los azotes en las escuelas quedaron suprimidos. 
Fundóse una boblioteca nacional, repitiendo San Mar- 
tín el acto que ha vinculado su nombre en Chile y el 
Perú á la difusión de las luces por medio del libro. 
La libertad de imprenta fué organizada, aboliendo lu 
censura previa, sin más restricciones que las que re- ' 
clamaban las circunstancias, pero sometiendo en todo 
caso la calificación y el juicio á la deliberación del 
jurado. Se abolieron los tormentos y se prohibieron 
las penas trascendentales. La inviolabilidad del domi.- 
cilio fué consagrada como «base de buen gobierno.» . 
Estas ideas, con sus fórmulas y fundamentos teóricos, 
eran importaciones de la revolución argentina de que 
Monteagudo había sido colaborador en el Río de la 
Plata. 

' Ensanchando el círculo de la vida jública, dictó un 
nuevo «Estatuto Provisional», que resumía todas las 
facultades y derechos, en que el dictador se daba su 
propia regla, ofreciendo, según sus palabras, «lo que 
»juzgaba conveniente cumplir, nivelando los deberes 
»del gobierno como la ley de las circunstancias, para 
»no exponerse á faltar á ellos.» Consagrábanse en tér- 
minos absolutos las garantías individuales; mante- 
níase la institución de las municipalidades por elec- 
ción popular; creaba un consejo de estado con voto 
consultivo; confirmaba la libertad de imprenta, siem- 
pre sobre la base del jurado, y fundaba la administra- 
ción de la justicia independiente «como una de las ga- 
rantías del orden social, » protestando que el poder eje- 
cutivo «se abstendría de mezclarse jamás en las fun- 
»ciones judiciales, porque.su independencia era la úni- 
»ca y verdadera salvaguardia de la libertad del pue. 
»blo, pues nada importaban las máximas liberzies 


A 2 


»cuando el que hace la ley es el que la ejecuta y apli- 
»ca.» Reconocíamse, por justicia y equidad, todas las 
deudas del gobierno español que no hubiesen sido con- 
traídas para esclavizar el Perú ú hostilizar á los pue- 
blos independientes de América, y quedaban en su 
fuerza y vigor las leyes preexistentes en cuanto no 
contrariasen la independencia del país y las formas del 
estatuto. Nadie podía ser privado de sus derechos ga- 
rantidos sino por sentencia de autoridad competente 
conforme á las leyes, y es de notar que en una época 
de revolución, en que las pasionas de la lucha estaban 
encendidas, se declarase que «por traición, sólo se 
»comprendía conspirar contra la independencia, y por 
»sedición, reunir fuerza armada para resistir las órde- 
»mes del gobierno, conmover el pueblo ó parte de él 
»con igual fin, sin que nadie pudiese ser juzgado como 
»sedicioso por opiniones políticas.» El Protector juró 
públicamente el estatuto, empeñando su honor de cum- 
plirlo fielmente, hasta que, declarada la independen- 
cia en todo el territorio, se convocara un congreso ge- 
neral que estableciese la constitución permanente se- 
gún la voluntad úe la nación. «Con estos sentimien- 
»tos—decía en tal ocasión, —me atrevo á esperar que 
»podré devolver en tiempo el depósito que se me ha en- 
»cargado, con la conciencia de haberlo mantenido fiel- 
»mente. Si después de libertar al Perú de 'sus opreso- 
»res, puedo dejarlo en posesión de su destino, consa- 
»graré el resto de mis días á contemplar la beneficen- 
»cia del grande Hacedor del universo, y renovar mis 
»votos por la continuación de su próspero influjo so- 
»bre la suerte de las generaciones venideras.» El pro- 
tectorado entraba de este modo en el orden de los go- 
biernos regulares por la puerta de la dictadura. 

Este plan elemental de organización política, sin 
forma de gobierno definida, ni más principio funda- 


— 231 — 

mental que ía independencia como hecho, la división 
de los poderes como teoría y la proclamación de la 
soberanía popular como base del derecho constitucio- 
nal, era el esbozo de una democracia en embrión, tal 
como existía, dentro de cuyos vagos lineamientos po- 
día dibujarse, así una república como una monarquía 
liberal. Tal es el pensamiento oculto que entrañaba 
el estatuto al no proclamar francamente la república 
como forma definitiva de gobierno, dejando al porve- 
nir la solución del problema bajo la invocación de la 
soberanía nacional. Este pensamiento ulterior empe- 
zÓó á diseñarse en los primeros actos orgánicos del 
protectorado. 

El Consejo de Estado, quinta rueda de la nueva 
máquina improvisada, fué constituído teniendo en 
vista, no la capacidad administrativa de los nombra- 
dos, sino su representación externa. Siendo miem- 
bros natos de él los ministros de Estado, el general 
y el jefe de estado mayor del ejército, el presidente 
de la cámara de justicia y el deán de la catedral en 
ausencia del obispo, lo completaban tres condes y un 
marqués de la nobleza indígena. Era así, más bien 
que una institución republicana, una corporación je- 
rárquica y aristocrática, propia para servir de coro- 
- namiento ó adorno á una monarquía, y calculada para 
autorizar moralmente las medidas extrordinarias de 
una dictadura, sin profesión de fe política declarada 
en cuanto á la forma de gobierno. El elemento aris- 
tocrático le daba su colorido. San Martín pensaba que 
la nobleza peruana, si bien no era una institución 
social, era una influencia que debía utilizarse. Como 
general, al tiempo de emprender su expedición, había. 
se dirigido á ella por medio de una proclama, manifes- 
tándole que la revolución política de la América del 
Sur no se dirigía contra sus verdaderos privilegios. 


— 232 — 


«El primer título de nobleza—le decía, —fué siempre 
»el de la protección dada al oprimido, y su dignidad 
»jamás se ha conciliado con una obscura molicie ó . 
»un servil abatimiento.» «Separada del trono español 
»por miles de leguas, agregaba, estaba reducida á una 
»clase inerte y gin funciones en medio de un pueblo 
»esclavo que obedecía ; era una corporación sin los me- 
»dios reales de la grandeza verdadera, sin base, sin 
»funciones ni lugar preciso en el querpo social, que 
»Sólo presentaba el escándalo de un sistema opresor, 
»con exclusión de los demás hombres, siendo las frí- 
»volas condecoraciones, no recompensas á la virtud y 
»al mérito, sino á la vanidad y al favoritismo.» Como 
Protector, mandó hacer desaparecer las armas de la 
monarquía española y todos los signos de su domina- 
ción en América «como símbolos de esclavitud», au- 
torizando á todos los ciudadanos para destruirlos, al 
mismo tiempo que declaraba subsistentes los títulos 
de Castilla en el Perú, con el derecho de lanzas y me- 
dias annatas, por cuanto, decía, «la nobleza peruana 
tiene sus timbres, y justo es que los conserve», con 
variación únicamente en sus blasones de los jeroglí- 
ficos opuestos á los principios proclamados. 


IX 


A la vez que así mantenía el aparato de la nobleza 
peruana y la nacionalizaba, propendía á crear en otra 
forma una aristocracia nacional, dándole por base los 
grandes servicios á la patria. En el mismo día en que 
juraba el estatuto, instituyó la «Orden del Sol», imi- 
tación de la de «Cincinnatus», repetición exagerada 
de la «Legión de Mérito de Chile», y de la de «Liber- 
tadores de Bolívar», imitación á su vez de la «Le-' 


e 233 — 


gión de Honor de Napoleón.» Al fundar este nuevo 
patriciado, con prerrogativas personales vitalicias, 
las hizo hereditarias hasta la tercera generación, co- 
piando los primeros estatutos de la asociación de los 
Estados Unidos, que el mismo Wáshington borró con 
su mano ante la repugnancia que tal cláusula despertó 
en el sentimiento público. «He contemplado—decia, — 
»fundando este privilegio, hacer hereditario el ¿mor 
»á la gloria, porque, después de derogar los Jerechos 
»hereditarios, que traen su origen de la época de nues- 
»tra humillación, es justo subrogarlos con otros que, 
»sin herir la igualdad ante la ley, sirvan de estimulo 
»á los que se interesen en ella. La «Orden de) Sol», 
»patrimonio de los guerreros libertadores, y premio 
»de los hombres beneméritos, durará así mientras haya 
»quien recuerde los años heroicos, porque las institu- 
»ciones que se forman al empezar una grande época, 
»se perpetúan por las ideas que cada generación reci- 
»be, cuando pasa por la edad en que averigua con 
»respeto el origen de lo que han venerado sus padres. » 
Sobre esta base histórica, la orden se dividía en tres 
clases: «Fundadores», «Beneméritos» y «Asociados». 
En cada cuerpo del ejército se conferiría la condecora- 
ción á tres oficiales, desde teniente coronel á alférez 
inclusive, excluyendo la clase de tropa, que la «Legión 
de Mérito» incluía en sus filas. Los «fundadores» go- 
zaban del derecho de preferencia á las grandes digni- 
dades del estado: los «beneméritos» serían preferidos 
para los empleos de segundo orden: los «asociados» 
serían atendidos en primer lugar en los empleos que 
ocuparon. La orden tenía su Gran Consejo, y además 
de sus funciones administrativas, la facultad de acor> 
dlar pensiones anuales á sus socios. Se aplicaban un 
fondo especial y una renta perpetua á su manteni- 
miento. Se constituía un colegio especial para la edu- 


1 E 


cación de los descendientes de esta raza privilegiada, 
Como complemento de tan extravagante creación, se 
declaraba patrona y tutelar de la Orden á Santa Rosa 
de Lima, instituyendo una fiesta anual en su honor. 
Jamás sobre bases más falsas se instituyó una asocia- 
ción con objetos menos elevados. Su fundador consig- 
naba empero en su decreto: «La Orden del Sol» será 
»en el Estado Peruano la primera en dignidad ilustre, 
»y se espera de la imparcial posteridad, que la conser- 
»vará con el religioso respeto que merece por su ori- 
»gen, y por la grande época que recordará á los siglos 
»futuros.» La «Orden del Sol» fué inaugurada en con- 
secuencia con gran pompa, como una institución eter- 
na. Sus contemporáneos la condenaron, y la posteridad 
sólo la recuerda como una triste lección. 

San Martín, como general, había dirigido antes una 
proclama. «A las limeñas», llamándolas á cooperar á 
la independencia con su atractiva influencia, al mismu 
tiempo que á los peruanos, á los españoles europeos y 
á la nobleza del Perú. Como complemento de su plan 
de aristocracia indígena, hizo extensivos á la mujer 
sus honores y sus privilegios. Partiendo de la base de 
que «el sexo más sensible debe ser el más patriota», 
decretó más tarde una orden de otra especie, pero aná- 
loga. «Las patriotas que se hubiesen distinguido por 
»su adhesión á la causa de la independencia del Perú, 
»usarían el distintivo de una banda bicolor, blanca 
»y encarnada, con una medalla de oro con las armas 
»nacionales en el anverso y en el reverso una inscrip- 
_»ción: «Al patriotismo de las más sensibles.» Los pa- 

rientes inmediatos de las que obtuvieren esta distin- 
ción, serían preferidos para los empleos que preten- 
diesen en igualdad de circunstancias. Esta orden fe- 
Iinenina se distribuyó con más galantería que discre- 
ción, haciéndola extensiva á las bellas y amables damas, 


— 235 — 


lo que dió motivo 4 murmuraciones mujeriles que el 
tiempo no ha apagado todavía. 

Estas invenciones, al parecer de mero aparato, in- 
cluso las que revestían carácter gubernativo, respon- 
dían á un plan : eran semillas estériles de una aristo- 
cracia, atributos de una monarquía quimérica, que se 
esparcían en la sociabilidad peruana y se depositaban 
en el seno del sexo fecundo. Flasta el mismo San Mar- 
tín, no obstante su sencillez espartana, acusó en su 
representación externa esta influencia enfermiza. Su 
retrato reemplazó al de Fernando VII en el salón de 
gobierno. Para presentarse ante la multitud con no 
menos pompa que los antiguos virreyes, y deslumbrar 
á la nobleza peruana, que la consideraba poderosa en 
la opinión, se dejaba arrastrar en una carroza de gala 
tirada por seis caballos, rodeado por una guardia re- 
gia, y su severo uniforme de granaderos á caballo se 
recamó profusamente de palmas de oro. Empero, 
nada indica que el delirio de las grandezas se hubiese 
apoderado de su cabeza. En medio de este fausto de 
'oropeles conservó su modestia y su ecuanimidad.. Si 
buscaba la monarquía constitucional, era sin ambi- 
ción personal, anteponiendo, como lo decía, á sus con- 
yicciones republicanas lo que consideraba relativamen- 
te mejor para coronar la independencia con un gobier- 
no estable, que conciliase el orden con la libertad y 
corrigiese la anarquía. Al establecer jerarquías fun- 
dadas en títulos cívicos y viejos pergaminos renovados, 
lo guiaba un espíritu conservador para dar á la so- 
ciedad, según lo entendía, la garantía de una clase 
gobernante y responsable. El sueldo de 30.000 $ que 
se hizo decretar—lo que en su tiempo fué muy critica- 
do, y con razón,—lo empleaba en su mayor parte en 
regalos y gastos de representación. En su conjunto, 
todo esto indicaba un principio de descomposición. 


— 236 — 


A medida que la fortuna del libertador crecía, el: 
grande hombre se achicaba, y en su escala se marcaba 
su decadencia militar y política, aun conservando su 
nivel moral. 


XxX 


Por este tiempo empezó á atribuirse á San Martín. 
por la vulgaridad la ambición insensata de coronarse 
rey. El pueblo en sus canciones y yaravis lo aclama- 
ba emperador, evocando los antiguos recuerdos incá- 
sicos, en circunstancias que los imperios de Méjico y 
del Brasil se diseñaban en América. Los principales 
jefes de su ejército, miembros todos ellos de la Logia 
de Lautaro, ligados hasta entonces á su destino, em. 
pezaban á conspirar contra él, y en sus conversaciones 
íntimas sólo lo designaban con la denominación burles- 
ca de «El rey José.» La descomposición se iniciaba. 

Como lo hemos apuntado antes, los fundamentos en 
que se apoyaba el protectorado estaban minados por 
un trabajo subterráneo. La autoridad de San Martín 
como Protector del Perú, reposaba sobre dos bases : 
una de fuerza, que era el ejército argentinochileno, 
que constituía el núcleo de su poder militar; la otra 
moral, que era la opinión del Perú, que hasta enton» 
ces sólo había intervenido como aulas de la acción 
revolucionaria, y que al tomar consistencia, empezaba 
á asumir formas definidas con marcadas tendencias 
nacionales. El ejército de los Andes con que San Mar- 
tín libertara á Chile, impregnado del espíritu de la re- 
volución argentina, se inoculó desde un principio la 
pasión americana de su creador, identificándose con 
sus planes y su fortuna y le fué constantemen- 
te fiel desde Mendoza hasta Rancagua. El ejército de 
Chile, vaciado en el mismo molde del de los Andes, 


— 237 — 


para servir á los mismos propósitos, recibió el mismo 
sello típico. Ambos ejércitos formaron el Ejército Uni- 
do, creación de carácter internacional, con proyeccio- 
nes americanas. Trasladados esos ejércitos al Perú, 
obedecieron á la impulsión inicial de la alianza chi- 
lenoargentina, y prevaleció en ellos el sentimiento in- 
ternacional, y así, aunque desprendidos de la patria, 
de la que sólo tenían la bandera y la escarapela, con- 
tinuaron como auxiliares á órdenes de un gobierno 
extraño presidido por un generalísimo, constituyendo 
el nervio del poder militar del libertador del sur, y 
una de las bases de su poder político en el país liber- 
tado ocupado por sus armas. Como los soldados, griegos 
y macedonios después de atravesar los Balkanes y el 
Helesponto, fatalmente destinados á esparcirse por la 
Buperficie del Asia sin volver 4 ver el humo de sus 
hogares, los soldados argentinos y chilenos, después 
de atravesar los Andes y el Pacífico, estaban destina. 
dos á marcar con sus huesos el itinerario de otra gran 
campaña al través de otro continente; y apenas si un 
puñado de sus últimos sobrevivientes encanecidos, des- 
pués de asistir á las últimas batallas de la indepen- 
dencia, volvería á la patria con su bandera hecha 
jirones. Tal era la constitución americana que San 
Martín dió á sus ejércitos, al inocularles una pasión 
para servir á un gran propósito, y esto explica su co- 
hesión en países extraños, en la buena como en la 
mala fortuna. Como él mismo lo ha dicho, al indicar 
este fenómeno: «La política que me propuse seguir, 
»fué mirar á todos los estados americanos en que 
»las fuerzas de mi mando penetraran, como estados 
»hermanos interesados en un mismo y santo fin. Con- 
»secuente á este justísimo principio, mi primer paso 
sera hacer declarar su independencia y crearles una 
aíuerza militar propia que la asegurase. » Pero esta má.- 


— 238 — 


quina de guerra calculada para la propaganda armada, 
se complicaba con otra máquina oculta, traída en los 
bagajes de la expedición, cuyo mecanismo secreto ma- 
nejaban los mismos jefes de los ejércitos unidos en 
territorio extraño, y así, su cohesión dependía de la 
buena voluntad y de la fidelidad con que los comilito- 
nes del nuevo Alejandro continuasen identificados con 
los planes y la fortuna de su gran caudillo, indepen- 
diente de Chile y de la República Argentina en su cali- 
dad de Protector del Perú. 

Hasta entonces habían bastado, para mantener la 
cohesión del ejército argentinochileno, la pasión por 
la independencia y el amor á la gloria, combinándose 
en ella el patriotismo con el americanismo. Jamás el 
oro entrara como liga en el metal heroico de sus ar- 
mas. A ración escasa, medio sueldo por acaso y mal 
vestido, sufriendo pestes y miserias, jamás recibió 
ninguna recompensa pecuniara. Sólo una vez, el go- 
bierno de Chile prometió á los vencedores de Maipú 
el campo en que combatieron y triunfaron ; pero esta 
promesa quedó sin efecto. La municipalidad de Lima, 
movida por Riva Agúero, arrogándose facultades so- 
beranas, fué la primera en decretarle un premio de 
este género, que se hizo en parte efectivo. Dispuso que 
de las fincas del estado—confiscadas á los españoles, 
—se distribuyese entre los jefes la cantidad de qui- 
nientos mil pesos, prometiendo á los oficiales y solda- 
dos que continuasen en servicio, las tierras vacantes 
en las provincias que se conquistaran. San Martín 
aceptó la oferta, y distribuyó el medio millón entre 
veinte de los principales jefes y empleados de la ex- 
pedición libertadora, asignando á cada uno de ellos 
la cantidad de veinticinco mil pesos. Esta dádiva, que 
era entonces una fortuna, cuando el dinero tenía do- 
ble valor que al presente, en vez de vincular á los 


— 239 — 


jefes argentinos y chilenos á la suerte del Protector, 
fué causa de que surgiesen resentimientos y rivali- 
dades, como sucede cada vez que el interés interviene 
en las relaciones de los hombres. Una conjuración en 
que aparecían complicados varios jefes superiores del 
ejército de los Andes, hizo sentir á San Martín que ya 
la voluntad de sus antiguos compañeros de armas no 
le pertenecía, ó que al menos empezaba á vacilar. 


XI 


En la noche del 15 de octubre el batallón Numan= 
cia se ponía silenciosamente sobre las armas. Al mis- 
mo tiempo, el coronel Francisco Antonio Pinto, jefe 
del núm. 5. de Chile, que guarnecía con su cuerpo 
las fortalezas del Callao, recibía un billete urgentísi- 
mo: «Estoy impaciente por hablar con usted sobre un 
asunto que nos es sumamente interesante. No conviene 
»que vaya yo al Callao. Véngase lo más pronto que pue- 
»da, y véngase á saber cosas desagradables ; pero, cosas 
»á que es menester oponer la razón, la justicia, la con- 
»veniencia y mil y mil muertes si son precisas. Vén- 
»gase, véngase. Heres.» Los coroneles Necochea y Ga- 
marra, comandantes de Granaderos á caballo de los 
' Andes y del batallón núm. 1.? de cazadores del Perú, 
recibían otro billete así concebido: «Conviene que nos 
»veamos, porque interesa á nuestra felicidad y á la de 
»toda la América. Tomás Heres.» Reunidos en el cuar- 
tel del Numancia, Pinto, Gamarra y Necochea, el co- 
ronel Heres, les informó de que tenía conocimiento de 
una conspiración que preparaban los principales je- 
fes del ejército de los Andes (que nombró), con el ob- 
jeto do deponer al Protector y aun de atentar contra 
su vida, la que debía estallar muy pronto, y que él 


— 240 — 


estaba resuelto á contrarrestarla con la fuerza. Aun- 
que Heres se negara á entrar en explicaciones, como 
asegurase que tenía datos positivos, todos fueron de 
opinión de participarlo al general, á fin de que to- 
mase las medidas del caso. San Martín, que por otro 
conducto había recibido aviso de lo que pasaba, escu- 
chó tranquilamente la denuncia, y contestó : «¡ No hay 
cuidado!...» En vano el jefe del Numancia le instó 
para que le permitiese ocupar con su batallón el cuar- 
tel fortificado de Santa Catalina—la ciudadela de Li- 
ma,—ó que por lo menos hiciera relevar la guardia de 
palacio, que daba la tropa del núm 11 de los Andes, ' 
que se decía complotado. No quiso tomar providencia 
alguna. Pocos momentos después, se presentaba el co- 
ronel Paroissien en nombre del general en jefe del 
Ejército Unido, Las Heras, avisándole que el batallón 
Numancia estaba sobre las armas, y que se decía era 
con el objeto de deponerlo del mando. Contestóle la- 
cónicamente como al primer denunciante, que no tu- 
viese cuidado. Así se pasó la noche en medio de la 
doble alarma producida por la actitud, al parecer agre- 
siva del Numancia, y la preventiva tomada en conse- 
cuencia por los demás cuerpos de la guarnición. 

“Al día siguiente San Martín recibía á Las Heras 
con una sonrisa benévola, aunque algo enigmática, 
y tendiéndole la mano, díjole: «El coronel Heres me 
»ha declarado que los jefes de. los Andes conspiran 
'"»scontra mí.» Las Heras protestó de su fidelidad en su 
nombre y en el de sus compañeros. El Protector pare- 
ció darse por satisfecho, no volvió á insistir más sobre 
el punto, y todo quedó en calma por el momento. Ge= 
neralizada la noticia, con comentarios desfavorables 
para los jefes de los Andes, á quienes se acusaba de 
ingratitud é infidencia, Las Heras se presentó al Pro- 
tector, mnifestándole que estos rumores menoscaba-' 


-— 241 — 


ban su decoro, y solicitó, en representación de ellos, 
que los llamara á su presencia, para averiguar el ori- 
gen de tan grave acusación. San Martín le contestó 
que lo pensaría. Dejó transcurrir diez días, y á fines 
de octubre convocó á todos los jefes en el palacio de 
gobierno. Reunidos todos en su despacho, á puerta 
cerrada, presentes el coronel Heres y el ministro de 
la guerra Monteagudo, abrió la sesión, previniendo que 
todo lo que iba á pasar allí tenía un carácter de pro- 
fundo secreto, que interesaba al bien de la América 
y al honor del Ejército Unido. En seguida, interpeló 
á Heres—quien le había manifestado estar dispues- 
to á sostener su denuncia,—exigiéndole exhibiese sus 
pruebas. El denunciante—que según algunos fué in- 
vitado indirectamente para que se mantuviese neutral, 
—manifestó que había sido instruído de la conjura- 
ción por voz pública, y especialmente por el deán, go- 
bernador del arzobispado, quien tenía la noticia por 
otro clérigo de su diócesis, así como por el coronel 
Miguel Letamendi, segundo jefe del batallón núm. 5 
de Chile. Llamados los dos testigos, y careados con He- 
res, Letamendi negó el testimonio. El deán, que lo era 
el doctor Francisco Javier Echagie (argentino), y en 
cuyo palacio se alojaba el estado mayor, comentó con- 
fusamente el suyo, transmitido oportunamente á San 
Martín, diciendo que tal noticia tenía por origen la 
misma actitud sospechosa asumida por el Numancia 
en la noche del 15. Increpado Heres por todos los jefes 
presentes y renegado por sus testigos, y hasta por 
los mismos Pinto, Gamarra y Necochea en quienes se 
había confiado, por considerarlos no complicados en 
la conjuración, guardó silencio. 

A esta altura de la sesión, los jefes formularon la 
proposición de que el asuntu se esclareciese por me- 
dio de un juicio formal, que decidiera de la conducta 

Tomo IV 16 E y 


i 


— 242 — 


de cada uno. San Martín, tomando la palabra, les reco 
mendó tratasen al coronel Heres con equidad y consi- 
deración, salvando sus leales intenciones, y les exigió 
arbitrasen un medio menos ruidoso, que no redundara 
en daño de la causa de la independencia que todos 
sostenían. Entonces todos convinieron unánimemente 
en que el Protector resolviese por sí solo la cuestión 
conforme á su alta prudencia y bondad. 


XII 


San Martín tenía su conciencia hecha antes del jui- 
cio contradictorio provocado por los jefes, y suficien- 
temente edificado, no quiso llevar adelante la investi- 
gación, que lo conduciría á un camino sin salida. Su 
objetd estaba llenado. Había dominado la situación y 
hecho entrar á todos sin violencia en el camino del 
honor y del deber, y obrando con prudencia, decidióse 
á sacrificar á Heres. Para averiguar, tenía que compro- 
meter públicamente su prestigio y deshonrar á sus 
compañeros. Para castigar, tenía que decapitar su ejér- 
cito, y aun para esto sus manos estaban atadas, pues, 
siendo los acusados miembros de la logia lantarina, 
que era el nervio oculto de su autoridad, en cierto 
modo anormal, no podía hacerlo sin previo acuerdo de 
olla. Así, Heres fué intimado de dirigirse á Colombia, 
su patria, en el término de cuatro días, manifestán-. 
dole, sin embargo, por medio de una nota oficial, que, 
si bien su presencia en el país no era conveniente á los 
intereses públicos, y á pesar de los sucesos desagrada- 
bles ocurridos entre él y el resto de los jefes del ejér- 
cito, como jefe del estado y como general en jefe, debía 
darle las gracias por sus servicios en favor de la ldiber- 
tad del Perú, ( 


— 243 — 


Después de esto, dejó pasar otros diéz días, y el 10 
dé septiembre dirigió un oficio á Las Hetas ordenán- 
dole que recabase de los jefes presentes en la junta 
de guerra un informe por escrito exponiendo cada uno 
de ellos lo que le ctonstase sobre los antecedentes y 
ocurrencias de la denuncia del coronel Heéres. Doce 
jefes de cuerpo informaron en consecuencia, y sus 
atestados suministran la prueba moral de qué, en 
efecto, varios de los jefes superiores de los Andes cons- 
- piraron en aquella ocasión contra la autoridad de San 

"Martín, Óó por lo menos estaban predispuestos á ello. 
El hecho es evidente ; pero hada induce á creer que el 
plan estuviese maduro, ni acordada su ejecución, y 
. mucho menos que se pensase atentar contra la vida del 
libertador, como lo insinuó Heres en su denuncia. 
Estaban en realidad descontentos ó quejosos de él, pre- 
cisamente por los favores que les había hecho ó por 
faltas de que ellos eran también responsables ; inurmu- 
raban en secreto, apellidándolo rey por birla; le atri- 
buían algunas ambiciones egoístas ó planes políticos 
que les repugniaban, y con razón, y algunos lo depri- 
mían como general por su conducta en la invasión, y 
sobre todo, en la retirada de Canterac, calificándolo de 
incapaz y hasta de cobarde. La tremenda responsabi- 
lidad que asumirían con tal escándalo anté la América, 
el hecho de no contar con los segundos jefes ni con 
la tropa que permanecía fiel á su antigúo capitán, y 
la convicción de que no tenían con quien reemplazar-: 
lo, los había contenido hasta entonces, no obstante 
estar sublevádos mortalmente. En cuanto á San Mar- 
tín, con los documentos firmados por ellos que le ga- 
rantían su obediencia, adquirió la triste consciencia de 
que su ejército ya no estaba identificado con él, como 
Jo estuviera en Rancagua. Desde entonces meditó sepa- 
rarse de la vida pública, porque, según lo manifestó, 


— 22M — 


«su corazón estaba dilacerado con tantas ingratitudes 
y desengaños.» Algunos de los jefes superiores se re- 
tiraron del ejército con tal motivo; los más, arrepen- 
tidos Óó avergonzados, permanecieron reunidos en tor- 
no de la bandera libertadora; y Alvarado, uno de 
ellos, según parece, fué nombrado general en jefe del 
Ejército Unido en reemplazo de Las Heras. Empero, 
la indisciplina latente quedó inoculada, y más adelante 
se la verá brotar. 


XITI 


El acto más trascendental que decidió fatalmente 
del destino del protectorado y del Protector, fué el 
malhadado plan de monarquizar el Perú, que le ena- 
jenó hasta la opinión del mismo país libertado, y 
aflojó más los vínculos de la disciplina militar, ya 
relajados. Como se ha visto, este plan, iniciado confi- 
dencialmente en Miraflores, formulado diplomática- 
mente en Punchauca y preparado al tiempo de pro- 
mulgar el nuevo estatuto, era una idea fija en San 
Martín, á la que atribuía la virtud de una solución 
interna y externa por el golpe mágico de un cetro pres- 
tado por los reyes del Viejo Mundo. Europeo por edu- 
cación, criollo por instinto, libertador de pueblos de 
índole diversa, sin patriotismo exclusivo, sin doctrina 
política confesada, genio concreto y sistemático, co- 
mo lo hemos definido, tenía las preocupaciones del me- 
dio en que se criara, las pasiones de un revolucionario 
de raza, el método del gran capitán que todo lo subor- 
dina al cálculo, y así, su objetivo inmediato no iba más 
allá de la independencia como hecho, y su ideal era 
el orden regular como ley disciplinaria. Ambas cosas 
creía alcanzar por medio del establecimiento de una 


— 245 — 


monarquía liberal, resolviendo á la vez los problemas 
de la' guerra y la paz, ó por el apoyo de una gran po- 
tencia europea, ó por un acontecimiento dinástico con 
la madre patria. Su razón le enseñaba, y él lo decla- 
raba, que la república era la forma más lógica de go- 
bierno ; «pero sacrificaba sus principios» á lo que con- 
sideraba, si no lo mejor, lo más práctico, y así decía : 
«Los males que afligen á los nuevos estados de Améri- 
»ca, no dependen de sus habitantes, y sí de las consti- 
»tuciones que los rigen. Creo que es necesario que las 
»constituciones que se den á los pueblos, estén en ar- 
»monía con su grado de instrucción, educación, hábi- 
»tos y género de vida, y que no se les deben dar las 
»mejores leyes, pero sí las más apropiadas á su carác- 
»ter, manteniendo las barreras que separan las dife- 
»rentes clases de la sociedad, para conservar la pre- 
»ponderancia de la clase instruída y que tiene que per- 
»der.» Como se ve, su ideal de legislador era, tomando 
por base una lección de Solón, aprendida en la lectu- 
ra de los Hombres de Plutarco, una oligarquía ilus- 
trada ponderada por una plutocracia conservadora. 
Al discurrir así, desertaba de su misión, renegaba de 
su obra, y se aislaba del movimiento revolucionario 
en América, que tan vigorosamente impulsaba por las 
armas, y que políticamente representaba al sur del 
continente. Olvidaba que en un momento supremo pa- 
ra su propia patria, no había visto la salvación sino 
en la reunión de un congreso, como la «última ancla 
de esperanza» echada en una tempestad, y que un 
congreso la había salvado. No recordaba que los pla- 
nes monarquistas que él había propiciado, aunqúe pa- 
sivamente, en el Río de la Plata, habían dado por re- 
sultado enardecer la anarquía que quería evitar, y que 
por salvar de su contagio, tuvo que desobedecer cuan- 
do fué llamado á sostener el monarca decretado en 


— 246 —= 


conciliábulo secreto por el mismo congreso, que, in- 
fiel á su origen, contrariaba las tendencias del pueblo 
inconsulto. No veía que, al declarar la independen- 
cia de Chile, había fundado una república obedecien- 
do á las mismas leyes de adgptación natural que in- 
vocaba para hacer prevalecer un plan artificial, y que 
al organizar políticamente el Perú y bosquejar su 
constitución, fundaba otra república nativa, á la que 
daba por atributo la soberanía del pueblo en el hecho 
de entregar los destinos de un pueblo democrática 
las deliberaciones de un congreso libre. No tomaba en 
cuenta un hecho capital, á que las formas convencio- 
nales se subordinaban: que toda la América, con ex- 
cepción de Méjico (que era una combinación de cir- 
cunstancias pasajeras), había adoptado la república 
democrática como sistema necesario de gobierno, y que 
después de diez años de revolución en nombre de su 
credo político, confesado ante el mundo, no se podía 
imponer á los pueblos una institución que las concien* 
cias repugnaban, que sus pasiones abominaban, que 
sus instintos repudiaban, y que dar á la independencia 
hispanoamericana una monarquía, y una monarquía 
de estirpe colonial, era renegar de la misma revolu- 
ción proclamada en nombre de la república democrá- 
tica y esterilizar los sacrificios hechos en nombre de 
un gran principio nuevo, que en esos momentos triun- 
faba en el mundo, merced á esa revolución radical. 

No era más abierto ni claro su horizonte externo. 
No veía que Bolívar, que disponía de una fuerza por» 
derosa, con una base firme, había ya fundado la repú- 
blica constitucional de Colombia por el voto de los pue- 
blos, y que tenía que proceder de acuerdo con el liber- 
tador del norte, que venía á completar su obra como 
libertador del sur, bajo la bandera republicana le- 
vantada por los dos. 


“a 


No vela que se ponía en pugna con la gran poten- 
cia democrática de los Estados Unidos de América, 
que, al amparar la independencia de las colonias his- 
panoamericanas, en vísperas de proclamar la doctri- 
na de Monroe ya enunciada, se había pronunciado por 
la republicanización del Nuevo Mundo haciendo fren- 
te á la Europa monárquica y absolutista, coaligada 
contra la libertad humana. 

No veía que en esos mismos momentos la Inglate- 
rra reaccionaba contra la Santa Alianza de los reyes 
de acuerdo con los Estados Unidos, y estaba dispuesta 
á reconocer la república preestablecida como hecho 
irresistible que se imponía y como forma insepa- 
rable del reconocimiento de la independencia sud- 
americana. 

Su ministro Monteagudo, su inspirador, que de de- 
magogo exaltado había pasado á ser conservador ul- 
tra y después monarquista de oportunismo; talento 
más brillante que sólido y de más superficie que fon- 
do; con espíritu más bien sistemático que lógico, con 
ideas propias y teorías incoherentes asimiladas, que 
aplicaba esporádicamente según sus impresiones, sin 
tener en consideración los hechos superiores que las 
dominaban, Monteagudo, no veía más claro que San 
"Martín en el desenvolvimiento genial de la revolución 
sudamericana ni en las complicadas y trascendentales 
cuestiones que por este mismo tiempo (fines de 1821), 
trabajaban á la Europa y á la América asumiendo un 
carácter universal. Los dos estaban ciegos y sordos. 

Para preparar el terreno que debía recibir la semi- 
la monárquica, imaginó Monteagudo fundar una aso- 
ciación literaria, á imitación de la que en 1812 había 
establecido en Buenos Aires para propagar los princi- 
pios de la democracia, contra los que se proponía reac- 
cionar. Denominóla «Sociedad patriótica de Lima», y 


=— 248 — 


le encomendó «discutir todas las cuestiones sobre inte- 
»rés público, en materias políticas, económicas ó cien- 
»tíficas, sin otra restricción que la de no atacar las le- 
»yes fundamentales del país. * Compúsose de cuarenta 
miembros, como los inmortales de la Academia Fran- 
cesa, elegidos por el gobierno, y cuidúse que la mayo- 
ría de ellos, incluso cuatro condes que recibieron por 
razón de nobleza título de sabios, perteneciesen á las 
ideas que formaban el programa secreto del protec- 
torado en materia de forma de gobierno. Instalóse so- 
lemnemente en el aniversario de la batalla de Chraca- 
buco, y como á la Orden del Sol, se le atribuyó la in- 
mortalidad en la oración inaugural: «para que el pue- 
»blo peruano, en posesión de sus derechos, pudiese 
»celebrar por más de cien siglos sus aniversarios, jun- 
»tamente con el de la gran batalla en cuyo campo que- 
»dó trazada la unión perpetua entre los estados in- 
»dependientes del Perú, Chile y Provincias del Río 
»de la Plata. » 

Monteagudo, que en su calidad de ministro de go- 
bierno, era el presidente, formuló y puso á discusión 
las siguientes cuestiones: «¿Cuál es la forma de go- 
»bierno más adaptable al estado peruano según el gra- 
»do que ocupa en la escala de la civilización? ¿Qué 
»causas han retardado la revolución, según comproba- 
»ción de sucesos posteriores? Necesidad de mantener 
»el orden público para terminar la guerra y perpetuar 
»la paz.» Uno de sus miembros, sacerdote de reputa- 
ción literaria, dilucidando el primer punto, sostuvo 
que el sistema democrático no era adaptable al Perú, 
y desenvolvió el tema de Homero, de que «no es bue- 
»no que muchos manden, y sí que uno solo impere y 
»haya un solo rey.» San Martín y Monteagudo se ma- 
nifestaron satisfechos; pero el discurso produjo des- 
agradable impresión en muchos de los socios y en el 


— 249 — 


auditorio, sublevando la opinión de los patriotas, que 
al refutar por la prensa sus doctrinas, preconizaron el 
sistema democrático como el único adaptable al Perú 
y á la América, como consecuencia de su revolución. 
El autor vióse obligado á dar una explicación, dicien- 
do que era una simple teoría, lo que no impidió fuese 
recompensado con una alta dignidad de la iglesia en 
premio de su iniciativa monárquica. Desde entonces 
todos pudieron ver los hilos secretos que movían aque- 
llos títeres políticos. 


XIV 


En el vacío que el Protector se había hecho en la 
opinión patriótica del país, decididamente republica- 
na; en suspenso la guerra con la España, de cuyo re- 
sultado dependía todo; ocupado por el enemigo la mi- 
tad del territorio que se pretendía monarquizar; en 
vísperas de celebrar una alianza ofensiva y defensiva 
con Bolívar, y acordar en una entrevista con él, según 
gus propias palabras, «la estabilidad del destino de la 
América del Sur ;» pendiente el congreso nacional que 
había prometido, y al cual según el estatuto que se' 
impusiera como ley, competía únicamente «establecer 
»la constitución permanente y forma de gobierno del 
»estado, luego que se declarase la independencia en 
»todo el territorio del Perú,» San Martín resolvió por 
sí y ante sí, con el acuerdo secreto de los figurones 
políticos de que se rodeaba, que el Perú sería una mo- 
narquía. Áun cuando se haya dicho en su descargo, 
que tal resolución era un mero proyecto que debía ser 
sometido en todo caso al voto del congreso, ese es el 
hecho descarnado, según va á verse, que acusa tanta 
precipitación como falta de cordura. 


— 250 — 


El protectorado tenía por condición expresa de su 
fundador, al reasumir el mando supremo en su perso- 
na, «hacer lugar al gobierno que los pueblos del Pe- 
»rú tuviesen á bien elegir, cuya forma y modo deter- 
»minarían los representantes de la nación peruana.» 
Antes de cumplirse los cinco meses de su instalación, 
el Protector convocaba su consejo de estado, compuesto 
del modo aristocrático que antes se explicó, y acordó 
se enviar una misión á Europa para negociar la alian- 
za Óó la protección de la Gran Bretaña, y aceptar un 
príncipe de la casa reinante de ella para ser coronado 
emperador de una monarquía limitada en el Perú, con 
la condición de aceptar la constitución que le diesen 
los representantes de la nación. En el caso de encon- . 
trar obstáculos insuperables por parte del gabinete 
británico, se haría la misma proposición al emperador 
de Rusia, como único capaz de rivalizar con la Ingla- 
terra, aceptando un príncipe de su dinastía, ó el can- 
didato á quien el emperador asegurase su protección. 
En defecto de un príncipe de la casa de Brunswik, de 
Austria ó de Rusia, se declaraba aceptable alguno de 
Francia ó Portugal; y en último caso, al príncipe de 
Luca, antiguo soberano imaginario de Río de la Pla- 
ta, éste, con la condición de no ser acompañado de la 
menor fuerza armada. 

Nombróse para desempeñar esta misión á García 
del Río y á Paroissien, con el encargo conjunto y o0s- 
tensible de negociar el reconocimiento de la indepen» 
cia del Perú y un empréstito en Londres, La redac- 
ción de las instrucciones se encomendó al mismo con- 
sejo de estado. Como si no bastasen los términos explí- 
citos del acuerdo y para comprometer más á San Mar- 
tín en el sostén del incipiente plan, Monteagudo di- 
rigió un oficio á esta corporación, diciéndole: «El 
»Protector me ha encargado manifieste al consejo no 


— 261 — 


aeché en olvido en las instrucciones de los comisiona- 
»dos, como punto esencial, el autorizarlos para que 
»soliciten, de una de las casas reinantes, un príncipe 
»de aptitud y prepotencia que yija log destinos del 
»Perú, pues está altamente penetrado de que el go- 
»bierno conducente á su felicidad es el monárquico 
aconstitucional, sistema que él sostendrá en caso ne- 
acesario con toda su fuerza física y moral.» 

Hay momentos de descreimiento Ó cansancio en la 
historia de los grandes hombres, en que, no encon- 
trando inspiraciones dentro de sí mismos, se entregan 
al acaso de los acontecimientos ó eligen ciegamente el 
peor de los caminos sin medir sus proyecciones. San 
Martín pasaba por uno de esos momentos. Estaba tris- 
te y enfermo, y pensaba en su muerte ó en su abdica- 
ción. l¿os términos en que confidencialmente instruyó 
de su plan á su aliado y amigo el director de Chile, dan 
testimonio de ello. «Al fin (y por si acaso, ó bien dejo 
»de existir ó deja este empleo), he resuelto, escribía 
»á O'Higgins, mandar á García del Río y á Paroissien 
»á negociar, no sólo la independencia del Perú, sino 
»también dejar puestas las bases del gobierno que de- 
»be regirlo: marcharán á Inglaterra, y desde allí, se- 
»gún el aspecto que tomen los negocios, procederán 
26 la Península. A su paso, le instruirán verbalmente 
»de mis deseos; si éstos convienen con los suyos y los 
»intereses de Chile, podrían ir diputados por ese es- 
stado, que, unidos con los de éste, harían mucho ma» 
ayor peso en la balanza política, é influirían mucho 
»más en la felicidad de ambos estados. Estoy persua- 
adido de que mis miras serán de su aprobación, con- 
»vencido de la imposibilidad de erigir estos países en 
»repúblicas. Al fin, yo no deseo otra cosa sino que el 
»establecimiento del gobierno que se forme, sea aná- 
»logo á las circunstancias del día, evitando por este 


— 0.90 _ 


»medio los horrores de la anarquía.» Aqui se siente, 
como se ha dicho al comentar estas palabras melancó- 
licas, el vacío de una carrera que la conciencia y el 
espíritu daban ya por cumplida. 

El almirante Cochrane se alzó en esos momentos 
con la escuadra, retirándole el concurso del poder ma- 
rítimo de Chile. Los comisionados del Protector se en- 
contraron en Chile en una atmósfera contraria, prepa- 
rada por los oficiales de los Andes que se habían se- 
parado del ejército y por los rumores que circulaban. 
Decíase—y la generalidad lo creía, tal era la mala 
predisposición, —que los batallones expedicionarios de 
Chile en el Perú iban á ser disueltos para distribuirlos 
en el ejército de los Andes, y que se iba á hacer cam- 
biar de bandera á la escuadra chilena. Así, cuando se 
recibió la noticia del alzamiento de Cochrane, todos 
aplaudían la decisión del almirante, y murmuraban 
del Protector. Deciase—y esto era cierto, —que en una 
conferencia diplomática del enviado chileno en lLi- 
ma, que solicitaba algunos auxilios pecuniarios del Pe- 
rú por vía de indemnización de los gastos de la expe- 
dición libertadora, San Martín le había contestado, 
que el «gobierno del Perú abonaría esos gastos cuan-, 
»do el de Chile hiciese otro tanto por los erogados por' 
»las Provincias del Río de la Plata en la expedición que 
»libertó el país en 1817.» Esto había herido á tal pun- 
to á los chilenos en su sentimiento y sus intereses, que 
el mismo O'Higgins en el primer momento, ordenó que 
se diese una contestación enérgica al Protector, y cos- 
tó trabajo apaciguarlo. Bien se comprende que la ne- 
gociación no podía iniciarse BeJo más desfavorables 
auspicios. 

García del Río y Paroissien, en cumplimiento de 
sus instrucciones, manifestaron al director O'Higgins 
el vbjeto de su misión, y le pidieron su apoyo en el 


«— 293 — 


sentido indicado por San Martin. O'Higgins, con su 
buen sentido, les contestó lo que les habría contestado 
el último patán americano que viera las cosas que pa- 
saban á su alrededor: que «no dudaba que el plan 
»pudiera ser ventajoso y adaptable al Perú; pero que 
»en cuanto á Chile, en donde no había opinión forma- 
»da sobre el sistema de gobierno, en donde apenas uno 
»ú otro noble estaban por la forma monárquica, lo 
»mejor era dejar las cosas en el estado en que estaban, 
»pues quedaba tiempo para constituirse según mejor 
»les pareciese, después de observar las medidas de los 
»otros gobiernos de América y la marcha política de 
»los. gabinetes europeos.» Los comisionados, al ver 
frustrado en su primer paso el éxito de su misión, 
atribuyeron la negativa indirecta del director al deseo 
de retener el mando de que estaba en posesión—que 
aun en este supuesto era un interés más legítimo que 
el de la monarquización de la América,—y no insis- 
. tieron, limitándose á pedir que la comunicación se 
considerase como puramente confidencial, reservándo- 
la de los ministros y del senado, y así lo prometió y 
cumplió O'Higgins. Pero, como en 1818 hubiese en- 
trado en el proyecto de monarquía fraguado en Bue- 
nos Aires cediendo á la influencia de San Martín, se- 
gún se explicó antes (véase Cap. XIX, párrafos vI y 
vir), bien que luego se apartara de él, habíase antici- 
pado á escribir al enviado chileno en Londres—que era 
el mismo Irisarri, encargado entonces de proceder de 
acuerdo en tal sentido con las Provincias del Río de 
la Plata,—que «aquel plan había quedado completa- 
»mente deshecho, y que, no habiéndose desde entonces ' 
»resuelto nada en materias tan difíciles como espino- 
»sas, é ignorándose la forma de gobierno que adoptar 
»rían en definitiva los mejicanos, los de Colombia, las 
»Provincias del Río de la Plata, y aun el Perú, era 


—— 254 — 


»necesario considerar y conciliar la que Chile adopta. 
»se con las demás del continente americano, pues és- 
vta era la opinión general, que distaba mucho del 
»proyecto sugerido por la cobardía que tanto detestan 
»los pueblos.» De este modo, el plan de que San Mar- 
tín se prometía un milagro, era estigmatizado por su 
más fiel amigo al solo recibo de su carta, y le daba 
por primer resultado enajenarse la voluntad y la 
cooperación de su méjor aliado. El círculo se iba es- 
trechando. 


XV 


Cuando el libertador del sur parecía no creer en sí 
mismo, ho era extraño que los que tomaban su temple 
de su fortaleza de ánimo, no creyeran ni en la éstabi- 
lidad de su poderío. García del Río, uno de los inspi- 
radores .lel plan monárquico y el encargado de pro- 
pisiarlo en Europa, con todo su talento y habilidad, 
era un espíritu descreído y un carácter flexible, y pa- 
rece que, después del primer contratiempo, ya ho to- 
mó á lo serio su misión diplomática. Consideraba ca- 
si caduco 'el poder del Protector, y presintiendo su 
desaparición, más ó menos cercana, aconsejaba al mis- 
mo San Martín por este mismo tiempo anticiparse por 
ana retirada voluntaria, á una retirada que podría ser 
forzosa. «Aquí llegan, le escribía, las noticias más inte- 
»resantes y reservadas del Perú, y también las más 
'striviales: unas exactas, otras exageradas y otras en- 
vteramente desfiguradas. Personas hay aquí que créen 
sque usted se ha ido de puro aburrido, y que, en lu- 
>gar de tener la entrevista con Bolívar, sólo ha sido 
déste un pretexto para marcharse á Europa. Otros 
»creen que usted ha tenido que ceder á la necesidad y 


— 255 — 


»aparentar que renunciaba para evitar el golpe de una 
»revolución. Como la causa perdería mucho con que 
»esto se generalizase, y por otra parte, no hay que dar 
»margen á qué se alegren nuestros enemigos, me pa- 
»rece absolutamente indispensable que, cuando 'usted 
»regrese de su viaje, entre otra vez en el mando y se 
»reciba de él con la mayor solemnidad posible. En 
»seguida proceda usted á la apertura del congreso, y 
»allí puede renunciar el mando político, sin que en- 
»tonces tenga nadie que morderle, ni quede lugar á 
»creer que el paso ha sido forzado. Esta es mi opinión : 
»usted resolverá sobre ella.» Con estos presentimien- 
tos, y más literato que político, no veía más prospecto 
á su misión que la publicación de una revista pinto- 
resca en Europa, para llenar el vacío diplomático : 
«Pienso publicar en Londres un periódico mensual, 
vadornado con grabados; y al efecto, le suplico me 
»envíe una copia de su mejor retrato, acompañándola 
»con algunos detalles sobre su vida, para dar á luz un 
»artículo biográfico. Que la modestia no impida acce- 
»der á mis deseos: la patria y la amistad se interesan 
»en que se ilustre su nombre.» Diríase un marinero 
aacobardado, desertando la maniobra de la nave caia 
- yesada, que cree próxima á naufragar. 

La carta de García del Río, escrita en su calidad 
de consejero de estado del Protector y confidente de 
San Martín, encargado de una misión que debía cam- 
biar según su ilusorio plan los destinos de la revolu- 
ción sudamericana, y á la que el enviado no daba más 
valor que el de un viaje literario, aconsejando á su 
sostenedor entregase el poder en manos del congreso 
peruano, que debía tener conciencia lo repudiaría, 
prueba que el protectorado estaba moralmente perdi- 
do á los ocho meses de nacer, y que no le quedaba más 
salida que la abdicación ó el despotismo, á menos de 


— 256 — 


reaccionar contra su propia politica. Esta carta, la 
conjuración latente de los jefes del ejército argentino- 
chileno, la sublevación de la opinión patriótica del 
Perú con motivo de la propaganda monárquica de 
Monteagudo, el plan de monarquización propiciado 
por el Protector, agregado á esto el descrédito en Chi- 
le, el rechazo de su política por O'Higgins, su más 
constante amigo y aliado, son otras tantas luces con- 
vergentes que, unidas á otras, iluminan por su afoca- 
miento, el gran misterio de la retirada de San Martín 
de la vida pública, que se ha explicado de tantos y 
tan diversos modos, cuando la explicación está en los 
hechos mismos una vez coordinados. El alzamiento del 
almirante Cochrane con la escuadra de Chile, que pri- 
vó al libertador del sur de un poderoso elemento mi- 
litar, y los incidentes depresivos del carácter moral 
'que con tal motivo mediaron, aun estando la razón de 
parte del Protector, acabaron de consumar el despres- 
tigio del protectorado, como se verá en el capítulo si- 
guiente, 


— 257 — 


CAPITULO XXXIV 
El protectorado del Perú.—(S8an Martin y Cechrane). 


1821-1822 


El 'pugilato de dos hombres ilustres,—Anteoedentes sobre las 
desavenencias entro San Martín y Cochrane.—Cochrane recla- 
ma el pago de los sueldos y gratificaciones debidas á la escua- 
dra.—Tempestuosa conferencia entre San Martín y Cochrane.—- 
Notables cartas cambiadas entre ambos.—Negociaciones oficia- 
les sobre las disidencias entre San Martín y Cochrane.—Estado 
de las cosas al tiempo de la invasión de Canterac.—Ultima con- 
ferencia en la vida entre San Martín y Cochrane.—Cochrane se 
apodera de los caudales del gobierno y de los particulares de 
Lima.—Discusiones con este motivo.—Atentado de Cochrane.— 
Correspondencia entre San Martín y O'Higgins sobre estos ín- 
ocidentes.—Cochrane condenado por O'Higgins y aplaudido por 
el pueblo chileno.—Ultimo crucero de Cochrane en el Pacíáco.— 
Rendición de los últimos buques de guerra españoles en el Pa- 

“ ceífico.—Nuevo conflicto entre Cochrane y San Martín .—La es- 
euadra del Perú. 


I 


La historia querría en vano borrar de sus páginas 
las invectivas con que los dos héroes de la expedición 
libertadora del Perú—+el uno en tierra y el otro en los 
mares, —se han vilipendiado recíprocamente, en su in- 
noble pugilato, con escándalo de la América, con me- 
noscabo de la causa que sostenían y depresión de su 
carácter moral. Pero como ellos mismos las han con- 
signado en documentos ruidosos á que han dado la so- 
lemnidad de apelaciones á la opinión del mundo, y co- 

Tomo IV 17 


— 258 — 


mo sus reyertas, afuera de lo que tienen de personal, 
forman parte de la trama de los acontecimientos ge- 
nerales de una época, hay que tomarlas en cuenta al 
diseñar estas dos grandes figuras bajo la luz siniestra 
en que se presentaron á sus contemporáneos, para co- 
locar á ambos en el verdadero punto de vista en que los 
contemplará la posteridad equitativa. 

Cochrane ha insultado y calumniado á San Martín 
en vida y en muerte, llamándole ambicioso vulgar, ti-: 
rano sanguinario, general inepto, hipócrita, ladrón, : 
borracho, embustero, egoísta y desertor de sus bande- 
ras, tan cobarde como fanfarrón. San Martín, Protec- 
tor del Perú, apostrofó 4 Cochrane por medio de sus 
ministros, como un depredador asimilable en cierto 
modo á los piratas, un detentador de los intereses pú- 
. blicos, un traficante con la fuerza marítima de su 
mando, como un verdadero criminal deshonrado por 
gus hechos; y por el órgano autorizado de sus diplo- 
máticos lo ha calificado ante el gobierno de Chile co- 
mo el «hombre más perverso que existiera en la 
tierra.» 

El almirante, para quien no había nada grande si- 
no sus propias hazañas y sus pasiones rencorosas, ex- 
tremado en todo, así en el heroísmo como en el des- 
precio, juzgaba á la Inglaterra de su tiempo (1818), 
su propia patria, como una nación degradada, go- 
bernada por un parlamento de bribones y á sus prime- 
ros hombres de estado como una plaga de insectos da- 
ñinos, dignos de perpetuo destierro y prisión, como los 
más grandes tiranos de la tierra (véase cap. XX, pá- 
rraío VI). No es extraño, pues, que en más pequeño 
escenario, con su intemperancia de lenguaje, exaltado 
por la emulación de gloria, la vanidad, la codicia y á 
veces el despecho, juzgase la revolución sudamerica- 
na—<on sinceridad quizá,—como la liquidación de una 


— 259 — 


campaña mercantil, y pintase á sus actores como un 
hato de pillos, intrigantes, rateros, ineptos, cobardes 
y ladrones, aunque algunas veces se inclinase con al- 
tivez ante el ascendiente del genio y la voluntad de 
San Martín. Implacable en sus odios, con un pie en 
la tumba, ha reproducido sus invectivas y calumnias 
para reclamar el precio de sus glorias en oro, negando 
la gloria de sus compañeros de armas con hechos adul- 
terados ó con documentos comprobantes truncados por 
él mismo, como luego se verá. 

San Martín, más frío y prudente, y también más 
modesto, excedió la medida de las recriminaciones, y 
devolvió por mano ajena dirigida por él, ultraje por 
ultraje; pero, si cargó de sombras el retrato de su 
antagonista, no lo calumnió ni se ensañó con su nom- 
bre. Pasado el momento de la exaltación del pugilato 
provocado, en que recibía: y daba golpes, no volvió á 
ocuparse de él en el resto de sus días, y al morir, 
limitóse á dejar coleccionados los documentos cam- 
biados entre ambos durante cuatro años de amistad y 
compañerismo hasta su ruptura, sin comentarios ni 
anotación alguna. 


TI 


Los antecedentes de las desavenencias, entre San 
Martín y Cochrane son conocidos ya, así como las 
causas y los móviles que pusieron al fin en abierta 
pugna á uno y otro. Cochrane, como en su lugar se 
explicó, sediento de gloria y de riquezas, aspiró á re- 
emplazar á San Martín en la conquista de la tierra de 
- los Incas, cuyos proverbiales tesoros le quitaban el 
sueño, y no pudo peraonarle jamás la defraudación de 
sus ambiciones, y que se sobrepusiera á él en el mando 
de la expedición libertadora del Perú. Desde entonces 


— 260 — 


le profesó un odio concentrado, que sólo esperaba una 
ocasión para estallar. Más tarde, al ver desatendidos 
sus planes aventureros, juzgó que la prudencia de 
San Martín era timidez, y su sangre iría indolencia, 
llegando á menospreciarlo como general con su acos:- 
tumbrada soberbia, y empeñóse por noble emulación 
en eclipsar su fama con hazañas portentosas como la 
de la Esmeralda. El generalísimo, que en su ecuani- 
midad no se violentaba para hacer justicia al héroe 
y al consumado marino, empeñóse en vincularlo á su 
fortuna, fiel á la promesa que le había hecho en Val- 
paraíso, de que la suerte de ambos sería la misma, 
cuando lo salvó del oprobio—según confesión del mis- 
mo «¿lmirante,—de una destitución por el gobierno de 
Chile, provocada por sus imprudencias. Empero, negó- 
le siempre su plena confianza, y aun su estimación. 
Tenía pobre idea de él como .cabeza militar en la gue- 
rra terrestre, y cuando, cediendo á sus instancias, le 
confió los elementos necesarios para una operación que 
requería método y atrevimiento, tuvo que arrepentirse 
de ello por los trastornos que le causó y.por las exac- 
ciones que cometió. El almirante, en su vanidad, creía 
que procedía así por mezquinos celos, y se atribuía 
una importancia exagerada, hasta el extremo—como 
ya se relató, —de pretender apoderarse por sí solo de 
las fortalezas del Callao por una negociación, que era 
casi una infidencia ; con el propósito codicioso de apro- 
piarse grandes caudales públicos y privados, y la mi- 
ra ulterior de dictar la ley política á San Martín res- 
pecto del Perú, según él mismo lo ha declarado ; y tal 
vez con la de poner á contribución al Perú mismo, 
acaparando sus rentas bajo la protección de su escua- 
dra, una vez dueño de su único puerto (véase capí- 
tulo xxxIr, párrafo 111). 

Un incidente de carácter nacional, en que toda la 


— 261 —. 


razón estaba de parte del almirante, contribuyó 4 ha- 
cer más tirantes las relaciones entre él y el generalí- 
simo. En la escuadra había dos partidos: uno que te- 
- nía por su Neptuno al héroe del mar Pacífico, y 
era el más fuerte: el otro, que acaudillaban Guise y 
Spry, enemigo declarado del almirante el primero, con 
quien estaba en constante pugna. Con motivo del nom- 
bre dado á la Esmeralda, Guise promovió una protesta 
subscripta por varios oficiales, con alusiones ofensi- 
vas al vencedor de Valdivia y en términos contrarios 
á la severidad de la disciplina. Los culpables fueron 
sometidos á juicio. Guise y Spry, nombrados para un 
servicio de guerra, desobedecieron. Sometidos á su vez 
á juicio con arreglo á la ordenanza, San Martín, que 
veía en Guise un futuro almirante, trató de mediar en 
el asunto, y lo amparó alfin con su autoridad, deján- 
dolo en libertad en tierra, y nombró á Spry su ayu- 
dante de campo. Arrestados nuevamente á bordo los dos 
oficiales por Cochrane, exigió éste se les expidieran pa- 
saportes para Valparaíso. San Martín, sin tomar nin- 
guna resolución, autorizó tácitamente la insubordina- 
ción con menoscabo del prestigio del jefe superior de 
la escuadra, quien se consideró justamente agraviado. 
No obstante esto, las relaciones amistosas entre ambos 
no se alteraron, y al emprender lady Cochrane su via- 
je á Inglaterra, no vaciló el almirante en dirigirse 
al general, pidiéndole la cantidad necesaria para su- 
fragar los gastos. | 

En la ocasión de jurarse en Lima la independencia 
del Perú, el almirante, al leer la inscripción de la 
medalla conmemorativa, que atribuía toda la gloria 
de ese hecho á los esfuerzos del ejército de tierra, 
con olvido de la escuadra, y sobre todo de su nombre 
—que juzgaba, y con razón, digno de perpetuarse en 
metal duro,—no pudo contener su disgusto, y reclamó 


en nombre de la marina cue habia abierto y enseñado 
el camino de la expedicion libertadora. San Martín 
le dió la razón, en cuanto la tenía, y le manifestó 
que así debiera haberse gravado, explicando la invo- 
luntaria omisión; pero. herido en lo más vivo de su 
amor propio, no se dió por satisfecho. Desde entonces 
empezaron á acentuarse sus reclamaciones por los 
sueldos y gratificaciones que se adeudaban á la escua- 
dra: al principio, en términos moderados, y luego en 
tono más alto, augurando sublevaciones de sus tripu- 
laciones como presagio de tempestad. 

Al tiempo de equipar en Valparaíso la escuadra 
y el convoy de la expedición libertadora del Perú,' 
tocóse con la dificultad de que los marineros extran- 
jeros no querían reengancharse, disgustados de que 
no se les hubiesen cumplido las promesas hechas. El 
tesoro de Chile estaba exhausto, y su gobierno no tenía 
crédito. En tal situación, se arbitró que San Martín 
expidiese una proclama prometiendo pagar con pun- 
tualidad después de su entrada á Lima, los sueldos de 
los que se alistasen voluntariamente, y además, la 
paga entera de un año por vía de recompensa. Así se 
hizo, y Cochrane firmó conjuntamente con él la pro- 
clama, allanándose de este modo la dificultad. Poste- 
riormente, acordó cincuenta mil pesos de gratificación 
á los captores de la Esmeralda. Una vez en Lima, no 
atendió con la debida preferencia estos compromisos, 
aun cuando contase con dinero suficiente para atender 
á su ejército y á otros gastos extraordinarios. De esto 
se quejaba el almirante, y no sin razón. En vísperas 
de fenecer los empeños de los marineros enganchados 
(junio 30), bajo la fe del general, el almirante se lo 
recordó, y formuló su cuenta, incluyendo en ella, ade- 
más de las gratificaciones oficiales, el valor de la Es- 
meralda estimada en 110.090 pesos, la cantidad de 


— 263 — 

150.000 por haberes atrasados durante un año y tnedio 
y dos años, lo que la hacía montar á 420.000 pesos fuer- 
tes. Un mes después, (julio 30), reiteró sus exigencias, 
haciendo presente que «sería imposible manejar la 
»escuadra si no se pagaba en el Perú, ó se enviaba 
»á Chile para que allí se hiciera.» A la vez se quejaba 
de escasez y miserias en la escuadra, pero, sin hacer 
mención del valor de las presas hechas ni de los ar- 
tículos y candales tomados en los puertos del Perú, 
que si bien no se los apropió, los empleó discrecional- 
mente en beneficio de la escuadra, y cuyo importe 
debía por lo menos figurar en el debe. San Martín se 
resistía al abono de los sueldos atrasados, fundán- 
dose en que era deuda que correspondía al gobierno 
de Chile y no al Perú, en lo que podía tener razón; 
pero su propia conveniencia y los deberes de la grati- 
tud para con el país que costeara los gastos de la ex- 
pedición, le aconsejaban reconocerla. De aquí una dis- 
cusión agria y un sordo descontento, fomentado por el 
mismo almirante, que empezó á sentirse en las tri- 
pulaciones, con síntomas de sublevación. 

- Tal era el estado de las relaciones entre San Martín 
y Cochrane al tiempo de declararse el primero Pro- 
tector. 


TIT 


El 4 de agosto (1821), un día después de declararse 
San Martín Protector del Perú, se presentó el almi- 
rante en el palacio de gobierno en Lima, con el ob- 
jeto de renovar verbalmente sus reclamaciones, igno- 
rando ó afectando ignorar el nuevo carácter de que 2] 
freneral se habia investido. Lu versión de la eonferen- 
cia que entre ambos se siguio, dada por el secretario 
de Cochrane y que éste reproduce en sus «Memorias», 


— 264 — 


aparsce contusa ó contradictoria, cotejada con los do- 
cumentos que él mismo transcribe, y no puede tomarse 
por guía, por lo que el historiador tiene que limitarse 
á mencionar lo que está fuera de cuestión ó se deduce 
del propio contexto de los recíprocos testimonios no 
contradichos. Según el almirante, San Martín contestó 
á su reclamación declarando que no reconocería los 
sueldos debidos á la escuadra, sino entrando como 
parte del precio de venta de ella al Perú. Los mi- 
nistros Monteagudo y García del Río, que asistieron 
á la conferencia, calificaron de calumniosa esta aser- 
ción, y arguyen que, teniendo San Martín la escuadra 
á sus órdenes, no necesitaba comprarla. Según se de 
duce del tenor de la versión aceptada por Cochrane, 
es que los términos en que formuló su reclamación, 
ofendieron á San Martín, quien frunciendo el entre 
cejo, pidió á sus ministros que se retirasen. Alarmado 
el almirante, hizo presente que «no hablando bien el 
»español, deseaba quedasen los ministros como intér 
»pretes, por temor de que pudiese considerarse ofen- 
»siva cualquiera expresión mal entendida.» San Mar- 
tín volvióse entonces á él y le interrogó : ¿Sabe usted, 
milord, que soy el Protector del Perú?—No, señor, 
respondió.—Pues he ordenado á mis secretarios lo in. 
formen á usted de ello.—Es inútil ahora, pues usted 
mismo me lo comunica personalmente ; pero espero 
que la amistad que ha reinado entre San Martín 
y yo, continuará existiendo entre San Martín y mi 
persona.—El general, según Cochrane, limitóse á con- 
testar que no tenía nada que decir sino que era el 
Protector del Perú. 

Cochrane, que desde este momento empezó á afectar 
un chilenismo exagerado, y que como almirante de 
Chile creía no deber ver en el Protector sino un ge- 
neral alzado del país á que servía, ó un gobernante 


— 268 — 


'extranjero no reconocido por él, repuso: «Entonces, 
»es á mí á quien compete, como oficial de Chile, y 
»por consiguiente el más caracterizado para represen- 
»tar la nación, pedir se cumplan todas las promesas 
»hechas á Chile y á la escuadra; pero, ante todo, á 
»la escuadra.» A este discurso falta la intimación 
final, consecuente con la representación internacional 
: que se atribuía, de acuerdo con su anterior insinua- 
ción de llevar la escuadra á' Chile para pagarla y con- 
cordante con las palabras que pone en boca de San 
Martín, que era declararse desatado de toda obediencia 
y retirar al Perú el apoyo de su armamento naval. 

San Martín repuso con reconcentrada irritación. 
_ '«He ofrecido á la tripulación de la marina de Chile 
»un año de sueldo de gratificación, y lo cumpliré. 
»Reconozco también por deuda la gratificación de cin- 
»cuenta mil pesos ofrecida á los marineros que apre- 
»saron la fragata Esmeralda, y no solamente estoy 
dispuesto á cubrir este crédito, sino á recompensar 
"como es debido á los que han ayudado á libertar 
»el país. Los sueldos de la tripulación no están en 
¡pigual caso, y no habiendo respondido yo jamás de 
'»pagarlos, no existe de mi parte obligación alguna. 
»Supongo justo, en la escasez del erario de Chile, se 
»le indemnicen de algún modo los gastos expedicio- 
»narios, lo. que será para mí una agradable atención ; 
»pero de ningún modo reconoceré el derecho de recla- 
»marme los sueldos vencidos. En cuanto á la escua- 
. »dra, puede usted llevársela adonde guste y mar- 
»charse cuando quiera: con un par de bergantines 
»tengo lo bastante. » 

Al observar el giro aos que tomaba la con- 
ferencia, los dos ministros se retiraron discretamente. 
San Martín se levantó de su asiento, y paseándose 
con agitación por el salón, volvióse súbitamente al 


— 065 — 


almirante, y le dijo: «Olvide, mylord, lo pasado. »— 
Lo olvidaré cuando pueda.—Así terminó la conferen- 
cia. El Protector acompañó al almirante hasta la me- 
seta de la escalera, y ofreciéndole francamente la ma- 
no, repitió lo que le había dicho en Valparaíso: que 
su suerte sería igual á la suya. 


IV 


El almirante, al regresar á bordo, encontró un ofi- 
cio del ministro de Guerra del Protector, ordenándole 
«hacer reconocer el nuevo gobierno por las fuerzas 
»navales de su mando, dependientes de la república de 
»Chile.» El almirante se sometió, aunque aparente- 
mente, en la esperanza de obtener algunas ventajas 
pecuniarias, pues él mismo confiesa que «su ánimo 
era no reconocer la autoridad usurpada del Protector. » 
En seguida, tomó la pluma, que manejaba como es- 
pada de dos filos, y se dirigió privadamente en inglés 
á San Martín, aunque, esta vez, conteniendo sus ím- 
petus, acompañó sus golpes encubiertos con pérfidos 
saludos. 

Llamábale por última vez, «mi querido general», 
y recordando la antigua amistad, reconocía que'+San 
. »Martín lo había salvado ep otro tiempo de ser ex- 
»nulsado del servicio de Chile.» «En manos de usted 
restá, le decía, ser el Napoleón de la América del . 
»Sur Ó uno de los hombres más zrandes que en el -* 
»día figoran en la escena del mundo. Tiene usted la 
»facultad de elegir su carrera. Si los primeros pasos 
»que dé son falsos, la altura á que se encuentra 
»contribuirá á hacerle caer de una manera Más vio- 
alerta y segura, como del borde de un precipicio. Ex- 
>cepto usted, no ha surgido un hombre capaz de ele- 


— 257 — 


»varse sobre los demás y de abrazar con mirada de 
»águila la extensión del horizonte político. Mas, si 
»va fiado en las alas de la fortuna, cual otro Icaro 
»con alas de cera, su caída pudiera aplastar la liber- 
»tad naciente del Perú, y envolver ú toda la Améri- 
»ca del Sur en anarquía, guerra civil y despotismo, 
»La fuerza de los gobiernos está en la opinión públi- 
»ca. Nadie puede engañarse acerca de los sentimientos 
»que abrigo en mi pecho; de los de los otros juzgo 
»por los míos propios, y como hombre honrado, no 
»tengo embarazo en expresarlos. Si los reyes y prín- 
»cipes tuviesen en sus dominios un solo hombre que 
»en todas las ocasiones les dijera la verdad desnuda, 
»se habrían evitado errores frecuentes y menores ha- 
»brían sido los males que experimenta la humanidad. 
»Si yo fuera capaz de bajezas é interesado, con el 
»paso que acabo de dar, bastaría para arruinar m' 
»porvenir, pues al darlo, no he tenido otra seguridad 
»que la buena opinión que tengo de su discernimiento 
-»y de su corazón.» 

San Martín sintió los golpes en medio de las fintas 
encomiásticas de su antagonista, y contestó con mode 
rada dignidad: «Conozco, mylord, que la buena fe 
»del que preside á una nación, es el principio vital 
«de su prosperidad. Un orden singular de sucesos 
¿»me ha llamado á ocupar temporalmente la suprema 
»magistratura de este país, y renunciaría á mis sen- 
'»timientos, si una imprudente presunción ó una ser- 
»vil deferencia á consejos ajenos me apartase de la 
»vase del nuevo edificio social del Perú, exponién- 
»dolo á los vaivenes que con razón teme usted en tal 
»caso. Conozco que no se puede volar con alas de cera; 
»distingo la carrera que tengo que emprender; y con- 
»fieso que, por muy grandes que sean las ventajas ad- 
»quiridas hasta ahora, restan escollos que, sin el ay- 


— 268 — 


»xilio de la justicia y de la buena fe, no podran re- 
»moverse. Nadie más que yo desea el acierto en la 
»elección de medios para concluir la obra que he 
»emprendido. Arrastrado por el imperio de las cir- 
»cunstancias á ocupar el gobierno, libre que sea el 
»país de los enemigos, deseo volver con honor á la 
»simple clase de ciudadano. Estoy pronto á recibir 
»de usted, mylord, cuantos consejos quiera darme, 
»porque acaso el resplandor que de intento se me pre- 
»senta delante de los ojos, me deslumbre sin cono- 
»cerlo. » % 
Cochrane, que no quería romper del todo, no obs- 
tante estar resuelto á asestar á su rival un golpe 
mortal que lo desprestigiara y paralizase su carre- 
ra, replicó en tono sentimental, para reanudar con 
quejas la ya extinguida amistad y le llamó otra vez 
«mi querido general», invocando hasta los recuerdos 
de la esposa ausente. «Quisiera Dios que el sábado, 
»5_de este mes, hubiese sido borrado de los días de 
»mi vida, porque ha dejado tan profundas impresiones 
»en mi alma, que desearía poder desarraigarlas. ¡Oh! 
»las penosas impresiones que todavían vibran en mí,. 
»me hacen desgraciado. ¡Cómo! San Martín, el jus- 
»to y honorable, ha podido, aun en un momento de 
»exageración, expresar sentimientos que no debían 
»haber tenido cabida en su espíritu liberal! ¿Y no 
»lo ha hecho así? San Martín, á quien creía mi ami- 
»go ¿no me ha dicho con fría indiferencia que mande 
vla escuadra donde me plazca y vaya donde se me 
»ocurra? No me ha dioho: «Puede usted irse cuando 
»guste.» ¡Ah! ¡ (deneral ! Ha sido un doloroso día pa- 
»ra mí! No podré volver á verlo jamás mientras no 
»sienta que pueda hacerlo sin una lágrima en los ojos. 
»Siento deseos de evitar la sociedad de los hombres, 
»porque todos hasta ahora me han hecho sufrir deg- 


— 269 = 


»engaños. Me retiraré adonde la amistad de lady Co- 
»chrane venga á gregarse al consuelo que siento, pues 
»no he dañado ni pretendido dañar á hombre alguno, 
»ni cometido acto que mi conciencia me reproche. ¡Que 
»tenga usted éxito en todos sus esfuerzos por el bien 
»de la humanidad ; que sea usted tan grande como 
»pueden hacerlo la justicia, el “honor, la sabiduría y 
viodas las virtudes !» 

San Martín, refiriéndose á su vez á la intimación de 
retirarse que provocaron las palabras duras de que 
su glorioso compañero se quejaba, decíale: «Nada ten-. 
»go que añadir, si no es la protesta de que no he mira- 
»do ni miraré jamás con indiferencia cuanto tenga re- 
»lación con usted, Yo le dije en Valparaíso que su 
»suerte sería igual á la mía, y creo haber dado prue- 
“»ba de que mis sentimientos no han variado ni pueden 
»variar, por lo mismo que cada día es mayor la tras- 
»cendencia de mis acciones. Si á pesar de todo, deli- 
»berase tomar el partido que me intimó («retirarse con 
»la escuadra») en la conferencia que tuvimos, éste se- 
»ría para mí un conflicto á que no podría substraer- 
vme. Mas yo espero que, entrando usted en mis sen- 
»timientos, consumará la obra que ha empezado, y de 
»la que depende nuestro común destino. » 

Este duelo cortés de juego tan cerrado con puntas 
embotadas, entre los dos grandes antagonistas que 
cambiaban con enojos concentrados, pero con decoro, 
sus sentimientos y sus agravios, y que debía degene- 
rar más tarde en un sangriento pugilato en que an- 
bos quedarían mal parados, terminó con una cordial y 
encomiástica carta del almirante, quien, llamando por 
última vez «mi caro general» á su futuro enemigo, re- 
futa—como en la anterior, —-<on su propia pluma, to- 
das las difamaciones y calumnias estampadas contra 
él en sus «Memorias» : «Volveré á escribir á usted en 


— 270 —= 


vespañol, no siendo de importancia si («no») me ex- 
»preso en términos propios, pues creo me entenderá 
»cuando le aseguro de mi gratitud personal por sus 
»cariñiosas promesas. He apreciado sus intereses más 
»que los míos propios. De esto se convencerá cuando 
»reflexione sobre aquella línea recta que he creído ser 
»un deber seguir, con%el riesgo de incurrir en su des- 
»agrado para siempre. Esto habría sucedido inevita- 
vblemente, si el talento de usted no le hubiese hecho 
»ver las cosas con sus verdaderos colores, cuyo conoci- 
»miento ha adquirido usted, afortunadamente, no ha- 
»biendo nacido rey, pero sí para gobernar. Creeré pa- 
»ra siempre que ha sido una de las ocurrencias más fe- 
»lices de mi vida, si la franqueza coy que le he habla- 
»do ha impedido que se ejecutasen consejos contrarios 
»á su nombre y opinión universal, sin esperar por la ' 
»astucia aquello que se debe adquirir de un modo 
»franco y honorable: el único digno de un gobierno 
»que debe servir de norma á todos los de América, y 
»aun al mundo entero. » 


V 


Simultáneamente con esta singular corresponden- 
cia íntima, seguíase otra oficial de carácter más agrio, 
en que se ventilaban los asuntos de la escuadra que 
motivaron las disidencias. Sería tan inútil como eno- 
joso reproducir las disputas que ambas partes han 
consignado en sus panfletos y documentos, en que la 
razón y la sinrazón de una y otra parte se confun- 
den, y el encono, la imprudencia, los términos medios 
ó las recíprocas desconfianzas precipitan el conflicto. 
El almirante, á la vez que hacía alarde de chilenismo 
en sus reclamaciones, atribuyéndose una representa- 


— 211 — 


ción externa ante el gobierno del Perú, al dirigirse al 
director de Chile, le anunciaba que su escuadra es- 
taba á merced del beligerante que le diera de comer: 
«Me parece muy probable que antes que pueda recibir 
»los víveres que solicito, la escuadra estará á la dis- 
»posición de cualquier gobierno que tenga en sus ma- 
»nos recursos del país, ya muy agotados con el doble 
»consumo de las dos partes pretendientes. » 

San Martín, con justicia y prudencia, reconoció al 
fin, aunque tardíamente, los haberes de la marinería 
por cuenta del gobierno de Chile, garantiendo su pa- 
go, además de las gratificaciones á que por su pala- 
bra empeñada estaba obligado, y aun cuando estas 
promesas no se hubiesen hecho efectivas, los ánimos 
estaban más apaciguados al tiempo de la bajada de 
Canterac de la sierra (1. de septiembre). Así Cochra- 
«ne escribía 4 Monteagudo, ministro de la guerra, al 
presentarse los realistas frente á Lima : «Ojalá que las 
»circunstancias me hubiesen permitido llevarles, no 
»solamente la tropa de marina, sino también los ma- 
»rineros. El movimiento del enemigo parece dictado 
»por la desesperación. Quisiera acompañar á uste- 
»des á cosechar los laureles que les aguardan ; pero, 
»si esto no puede ser, es debido á lo que tanto tiem- 
»po he previsto y deseado evitar, cuando estaba en su 
»poder remediarlo. El cuidado de los castillos del Ca- 
»llao, si su guarnición saliese á ayudar á sus compañe- 
»ros, es importante, y yo haré todo lo que pueda en 
»este caso, así como para pagar á los marineros con lo 
»que hay aquí.» 

Después de la adusta escena entre San Martín y Co- 
chrane antes relatada (10 de septiembre), en que es- 
tos dos personajes se vieron por la última vez, el al. 
mirante retiróse airado á bordo; y su escuadra se pu- 
so en verdadero estado de motín. Dos días después es-' 


— 212 — 


cribía al Protector: «Permanezco á bordo con la mira 
»de guiar la tempestad que está formándose contra 
»usted,» palabras que él explicó más tarde diciendo 
que era para evitar que las tripulaciones se alzasen 
con los buques y «cometiesen piraterías en alta 
»mar, para alíviarso de sus necesidades y obte- 
»ner un equivalente de lo que tan justamente se les 
»debía. » 

El Protector, por precaución, al poner la ciudad en 
estado de guerra á la aproximación del enemigo, ha- 
bía hecho depositar los caudales de la tesorería y las 
pastas preciosas de la casa de moneda, en un buque 
surto en Ancón, permitiendo se trasladasen á los 
transportes de guerra y á otros con bandera neutral, 
dineros de los particulares. Cochrane, aprovechándose 
de los conflictos que rodeaban á San Martín, así que 
lo supo, se apoderó por la fuerza de toda la plata y: 
oro pertenecientes al estado y á los particulares, co- 
mo artículos de contrabando, limitándose por toda for- 
malidad á dar un recibo en globo de los bultos se- 
cuestrados. Se le ordenó inmediatamente que resti- 
tuyese las especies, que se hallaban en un puerto de 
la dependencia del gobierno del Perú, sin violar nin- 
guna disposición aduanera, á cuyo efecto se le acom- 
pañó nota de sus procedencias y propietarios. 

- En la imposibilidad de sostener la ficción del comi- 
so, escribió confidencialmente á San Martín, y le vol- 
vió á llamar «mi caro amigo», diciéndole que después 
lo instruiría de todo de oficio, y en tanto, le declara- 
ba que se apropiaba las especies para la escuadra : 
«Me es sensible que la necesidad imperiosa me haya 
»obligado, para impedir una sublevación y la pérdida 
»stotal de la escuadra á satisfacer á los marineros, 
»quienes empezaban á considerarme como implicado 
»en alucinarlos, tomando á bordo de esta fragata la. 


e. 


E -— 273 — 

»plata piña y dinero que ho encontrado en los' trans- 
»portes, de todo lo que soy responsable. El mal de la 
»necesidad es grande, pero un motín y la pérdida de 
»los buques hubieran sido mil veces peores. Las dudas 
»que suscitó el envío del dinero á este puerto, añadi- 
»do al prospecto de un largo bloqueo, quizá ha sido la 
»causa de sus recelos de no ser jamás pagados. Usted 
»ha tenido que pagar su ejército, sin duda porque co- 
»nocía que las promesas no eran premio suficiente, y 
»así, no puede usted esperar que la marina dejaría 
»de esperar los sueldos que se les deben. » 

Al día siguiente (16 de septiembre), recargando la 
ironía, le: escribía en la misma forma: «Ho tomado 
»sobre mí una responsabilidad enorme, para cortar 
»consecuencias fatales a usted y quizá á los demás go- 
»biernos independientes de América que dependen 
»principalmente del éxito de usted. Si no hubiese da- 
do este paso, el menor que podía esperarse, hubiera sido 
»levantar el bloqueo y la entrada de víveres en el Ca- 
»ilao, que, como usted sabe, tiene dinero para pagar- 
»los bien. Como he dicho antes, soy responsable de 
»hecho, ante todo el mundo y ante usted. ¿Piensa us- 
»ted que su ejército le hubiese servido con el entu- 
»siasmo que vi el otro día, si no hubiesen sido pagados 
»sus sueldos? Esto no ha podido espcrarlo, y por con- 
»siguiente, ha tomado las medidas sabias de seguir 
»otro camino. Estoy cierto de que su deber público le 
»hubiera hecho tomar el dinero de su mismo hermano, 
»si hubiera visto en el ejército el espíritu del motín 
»que existía en la escuadra, cuando los marineros veían 
- »que tenían una seguridad mayor que las promesas, 
»que dicen ellos han sido tantas veces burladas. Di- 
»cen que usted y yo firmamos un papel en Valparaíso 
»asegurándoles su paga y además una gratificación á. 
»su llegada á Lima, y que esto no se ha cumplido: 

Tomu IV 18 - 


— 271 - 


»que lo prometió para mes y medio después de la to- 
»ma del Callao, y que ya ven al Callao socorrido por 
»el enemigo: y dicen que luego les prometieron pagar- 
»les para cuando no haya enemigos en América. Así 
»raciocinan y nada puede convencerlos de lo contra- 
»rio. De los dos males mencionados y otros muchos, 
»he escogido el menor, y no dudo de que al fin pen- 
»sará usted que este hecho es el mejor que como amigo 
»podía hacerle. » 


vI 


Como el Callao aún resistía y su pronta rendición 
dependiese de la carencia' de víveres de que el blo- 
queo marítimo le impedía surtirse, la cooperación de 
la escuadra chilena era indispensable, y San Martín 
hubo de contemporizar, limitándose á insistir en la 
devolución de los caudales de los particulares, lo que 
se verificó según el criterio y beneplácito del almiran- 
te. Rendido el Callao, la discusión oficial se reabrió, 
asumiendo por parte de Cochrane un carácter más su- 
gestivo y sarcástico. El gobierno le indicó que, para 
salvar el mutuo decoro, se formasen presupuestos, á 
fin de pagar las tripulaciones en la bahía del Callao 
con intervención del intendente de guerra, á cuya ca- 
ja pertenecían los fondos secuestrados. La contesta- 
ción fué: «El honor Jel gobierno está mucho más 
»comprometido, que en la detención del dinero halla- 
»do á bordo de los buques en Ancón sin ningún docu- 
»mento legal, en su aplicación á pagar los marineros, 
»cuando se ve que pertenecían á un gobierno que se 
»había abstenido de darles pan que comer. La necesi- 
»dad carece de ley. Por más penoso que me haya sido 
»recurrir á una medida que sabe Dios hubiese querido 


75 == 


- »evitar, es el gobierno quien tiene la culpa y no yo. 
»La transferencia de ese dinero al intendente en na- 
»da contribuiría al objeto que se busca, y sólo servi- 
»ría para renovar en la escuadra la insubordinación 
»y la rebelión, de la que mi juramento de fidelidad al 
»gobierno de Chile—en oposición de las opiniones y 
»de los hechos de el del Perú,—me ha compelido á 
»procurar salvarla. » | 

Viendo el Protector que la resistencia del almiran- 
te de Chile á todo avenimiento, siquiera de forma— 
eun satisfaciendo sus exigencias, —asumía el carácter 
de una intimación y de una reprobación internacional 
de su política y de los actos de su administración, 
cortó la discusión, y expidió una proclama á los ma- 
rineros, en que confirmaba la distribución que de los 
dineros del gobierno extraídos en Ancón iba á hacer- 
se. A Cochrane le escribió, que «podía emplear la 
plata del modo que le pareciera.» El almirante, soli- 
citó la presencia de un comisionado que autorizara e) 
pago, y no recibiendo contestación, procedió por sí al 
gbono de un año de sueldo, y el resto lo reservó, se- 
gún confesión propia, para necesidades de la escuadra, 

Hasta aquí los procederes del almirante, si bien 
irregulares y violentos, podían hasta cierto punto jus- 
tificarse por la ley de la necesidad que invocaba. Al 
fin, los dineros del tesoro público se aplicaban, con 
más ó menos formalidades, en beneficio de la escua- 
dra que había prestado tan grandes servicios y mere- 
cía ser atendida, aprobando el mismo Protector la in- 
versión. Pero, deprimida la autoridad del gobierno del 
Perú, alterada la paz pública, desmoralizadas las tri- 
pulaciones de la escuadra que desertaban en grupos ó 
promovían conflictos diarios en tierra, el Protector 
hizo ordenar á Cochrane por medio de su ministro de 
marina, en virtud de las instrucciones de Chile que lo 


— 270 — 


autorizaban á disponer de parte ó el todo de la es- 
cuadra, que se retirase inmediatamente con ella de 
las aguas del Perú, para dar cuenta de su conducta á 
su gobierno, agregando, que deploraba tener que to- 
mar esta resolución con quien había hecho célebre su 
nombre por acciones señaladas. Despechado Cochrane, 
cometió nuevos atentados, asumiendo una actitud 
abiertamente hostil. Formó su escuadra en línea como 
en actitud de combate frente á las baterías del Callao, 
intentó apoderarse bajo sus fuegos de un buque que 
estaba á las inmediatas órdenes del Protector, y puso 
el puerto en una especie de bloqueo, poniendo en 
consternación al pueblo. Por último, llegó hasta des- 
conocer el derecho de San Martín como generalísimo 
para impartirle órdenes, fundéndose en que había fal- 
tado á la fidelidad que debía á Chile, y que por lo 
tanto no le competía darlas á su escuadra. Reiterada 
que le fué la orden (3 de octubre), se retiró cuando 
le pareció bien, pero no para dirigirse á Chile, sino pa- 
ra emprender de su cuenta un nuevo crucero, como 
más adelante se dirá. 

El alzamiento del almirante Cochrane con la escua. 
dra chilena fué un golpe para el Protector, que des- 
prestigió considerablemente su autoridad ante propios 
y extraños, lo privó del concurso de un elemento pode- 
roso de que necesitaba para terminar la guerra en el 
Perú, y cortó en parte su vuelo como libertador para 
adelantar sus planes hacia el norte en combinación 
con Bolívar, según después se verá. Puede, pues, con- 
siderarse como una de las causas concurrentes que de- 
terminaron más tarde el retiro de San Martín de la 
escena americana., 


— 977 — 


VII 


La correspondencia confidencial de O'Higgins con 
San Martín esparce una nueva luz sobre las desave- 
nencias del Protector con el almirante. El director de 
Chile, presintiendo la ruptura, escribía en vísperas de 
producirse (6 de agosto de 1821): «Yo he tenido que 
»humillarme ante los jefes británicos con tal de con- 
»ciliar las locuras de Cochrane con la marcha de nues- 
»tra revolución. Le he escrito sobre la necesidad de 
»guardar moderación y tino en lo que á él toca. ¡ Ojalá 
»tenga en consideración mis reconvenciones y ayude á 
usted en sus trabajos!» Producido el hecho, no lo 
tomó de nuevo. «No me sorprende, decía, la conduc- 
»ta de lord Cochrane. Debe usted acordarse muy bien 
»que repetidas veces conferenciamos y fundadamente 
»recelábamos se verificasen alguna vez los desgracia- 
»dos acontecimientos sucedidos con todo dolor nues- 
»tro y descrédito de la revolución, aunque esta parto 
»no nos quepa á nosotros. ¡No nos quejemos do falta 
»de previsión, y sí de resolución! Todos tenemos la 
»culpa, y la Logia en la mayor parte. Lo más temiblo 
»por último resultado será que ese mismo dinero que 
»ha tomado y la escuadra no nos pongan en nuovos 
»trabajos. » 

Como San Martín, irritado y mal aconsejado, indi- 
vase la medida de poner á Cochrane fuera de la ley, 
O'Higgins, no obstante creer á su almirante hasta ca- - 
paz de convertirse en merodeador, lo observaba con 
más serenidad: «De ningún modo conviene poner á 
»Cochrane fuera de la ley, porque entunces, apo yándo- 
»se en cualquiera provincia independiente, enarbola. 
aría nueva insignia, nos bloquearía los puertos, dis- 


— 278 — 


»tribuiría el comercio estableciendo aduanas en las 
vislas y situaciones más análogas, y últimamente, 
»uniendo sus intereses á los de los comerciantes ex- 
»tranjeros, convendrían en ideas. No debe esperarse 
»ventaja alguna de las disposiciones de sir Thomás 
»Hardy (el comodoro inglés en el Pacífico), que hoy 
corre muy bien con él, constándome hasta la evi- 
»dencia que trabaja por ganarlo enteramente para 
_»afianzar la utilidad del comercio británico y darnos 
»la? ley en punto á derechos. Así, nuestra declara- 
»ción fuera de la ley, además de no tener efecto al.- 
»guno, aparecería desairada por no tener fuerza para 
»ejecutar nuestra resolución, y en tal caso conviex, 
»ne más probar otros medios que alcancen á tan gra- 
»ve mal.» | 

Pero, si el director condenaba á Cochrane, el pue- 
blo chileno, cuyo sentimiento halagaba, aunque exa= 
gerándolo, no sólo lo absolvía, sino que lo aplaudía.. 
Por otra parte, el almirante, antes de ¡unzarse de su 
cuenta á un nuevo crucero, había regularizado su po-: 
sición ante el gobierno de que dependía, de manera 
que ni aun la reprobación oficial de su conducta era. 
posible. «Cochrane protesta volver á Valparaíso—es- 
»cribía O”Higgins,—después de carenar la O'Higgins 
»en Guayaquil, y destruir, si aún existen, las fraga- 
»tas Prueba y Venganza. Estas promesas lisonjeras 
»nos obligaban á variar nuestra política y esperar su- 
»cesos menos desagradables que los de Ancón. En Chi- 
»le se ha aprobado generalmente el uso de log cauda- 
.»les en cuestión, para víveres y sueldos de los mari- 
»neros, y las opiniones sobre esta materia se han avan. 
zado más allá de los límites de la moderación. Hay 
»lances en que es forzoso que el disimulo obre en el 
»nivel de la ley y de las circunstancias. Creo, pues, 
»que dobe llamarse al orden al almirante, tocando. 


— 279 — 


»cuantos medios nos pueda sugerir la política. Al efec« 
»to, se le han remitido víveres y marineros, para que 
»pueda navegar la escuadra de regreso á este estado.,. 
»Su bajada á Guayaquil remueve los temores de us- 
»ted acerca del embarazo que le oponía para la ex- 
»pedición á Pisco.» 

Cuando los enviados del Protector, García del Río 
y Paroissien, se presentaron á O'Higgins con el objeto 
de reclamar contra los procederes de Cochrane y pedir 
su desaprobación, encontráronse en presencia de esta 
situación compleja. El director de Chile les manifes- 
tó sin embozo, que «convenía con ellos en que Cochra- 
vne era el hombre más perverso de la tierra, y que 
»estaba convencido de que era un criminal y un im- 
»postor que trataba de alucinar al gobierno y á los 
»chilenos con gruesos paquetes de correspondencia lle- 
»mos de calumnias contra.el Protector, quien, contra 
»sus consejos y dictamen, se había empeñado en lle- 
»varlo en la expedición ; pero que era preciso contem- 
»porizar, por no ser conveniente la reprobación pú- 
»blica, ni posible dar una satisfacción al gobierno del 
»Perú sino de una manera reservada, como se había 
»hecho oficial y confidencialmente.» 

Los conflictos entré San Martín y Cochrane no ha- 
bían terminado. El almirante triunfaría al fin de la 
influencia del Protector ante su único aliado, y su 
conducta sería oficialmente aprobada por él, infligién- 
dole nuevas humillaciones. 


vIIl 


Cochrane no era capaz de traicionar la causa que 
había adoptado, como llegó á sospecharlo O'Higgins, 
ni de convertirse cn un merodeador marítimo como lo 


— 280 -— 


suponía el director de Chile. Naturaleza desequili- 
brada, intemperante y arbitrario, impulsado por sus 
pasiones impetuosas, ensimismado y valeroso á la par 
que codicioso, era siempre el mismo héroe, con todos 
sus defectos y sus grandes cualidades. Había conquis- 
tado el predominio del mar Pacífico para la indepen- 
dencia sudamericana, y quería terminar su obra ba- 
rriendo con su escoba vencedora las últimas naves es- 
pañolas que aún flotaban errantes en sus aguas. Las 
fragatas Prueba y Venganza, que formaron parte de 
- la escuadra del Callao, unidas á la corbeta Alejandro, 
buque mercante de 22 cañones armado en guerra, aún 
mantenían alzado el pendón del rey de España, ha- 
biendo escapado hasta entonces á la persecución del' 
almirante. Era un trofeo que faltaba á su corona na-. 
val y una presa que prometía rico botín de guerra.' 
Así, al dejar las playas del Perú (6 de octubre de 
1821), el soplo de la gloria y del interés inflaba sus 
velas. 

El almirante despachó á Chile la Lautaro y el Gal- 
varino, y con la Valdivia, comandante Cobbets, la 
O'Higgins, comandante Crosbie, la Independencia, co- 
mandante Wilkinson, y las presas San Fernando y 
Mercedes, puso rumbo al norte. En Guayaquil (18 de 
octubre), embonó y avitualló sus maltratadas naves, 
pagándose los gastos con los premios de presas, in- 
cluso el dinero tomado en Arica que permanecía á bor- 
do en depósito. Al dejar Guayaquil (3 de diciembre), 
la capitana hacía seis pies de agua por día. Empeña- 
do en dar caza á las fragatas, continuó su navegación, 
registrando todas las bahías y caletas á lo largo de las 
costas hasta el Panamá, Tehuantepec y California (ene- 
ro de 1822). Nadie le daba noticia de las misteriosas 
naves españolas. De regreso, supo en Atacame (costa 
do Esmeraldas), que desde Panamá se habían dirigido 


— 281 -— 


á Guayaquil, y continuando á toda vela su rumbo al 
sur, se dirigió á este puerto. 

Las fragatas Prueba y Venganza, desprendidas de 
la escuadra del Callao, sirvieron para transportar las 
tropas españolas que del Alto Perú se embarcaron por 
Arica para reforzar el ejército de Lima. En diciem- 
bre de 1820 se avistaron por la última vez frente á Ce- 
rro Azul, al sur de Lima. En virtud de órdenes se- 
cretas del virrey dirigiéronse al sur y se refugiaron 
en los puertos de Méjico. Puestas á órdenes del capi- 
tán general de Nueva Granada en 1821, acudieron á 
Panamá, donde se reunieron coh la corbeta Alejandro, 
en circunstancias que las provincias del Istmo—Pa- 
 —namá y Veraguas, —se declaraban independientes (28 
de noviembre de 1821), como partes integrantes de la 
República de Colombia. Los capitanes, viéndose ais- 
lados en medio de los mares, á lo largo de una costa 
enemiga, sin medios de proporcionarse ni siquiera ví- 
veres, celebraron con los independientes un convenio 
de suspensión de hostilidades (4 de diciembre de 1821), 
á trueque de algunos auxilios, y en seguida se dirigie- 
ron al sur, á buscar fortuna, y bloquearon el puerto 
de Guayaquil. 

Hallábanse á la sazón en Guayaquil los generales 
Francisco Salazar y La Mar, el primero en calidad 
de agente diplomático del Perú, y el segundo, incor- 
porado ya á las filas independientes como comandante 
de armas de la provincia. Ambos, de acuerdo con el 
gobierno, entraron en negociaciones con los capitanes 
españoles, y los convencieron de que estaban perdidos, 
pues si no perecían de hambre, caerían irremisible- 
mente en poder de Cochrane, que los perseguía. En 
conscuencia, las dos fragatas capitularon con el repre- 
sentante del Perú, obligándose á entregarlas en el Ca- 
llao por sus mismos oficiales, mediante el abono de sus 


ht 989 a 


sueldos devengados y la garantía de ser trasladados 4 
su país los que no prefiriesen alistarse en las filas in- 
dependientes con un ascenso en sus respectivas clases 
(15 de febrero de 1822). La Prueba se hizo inmediata- 
mente á la mar bajo la fe de las capitulaciones, y 
cumplió su compromiso. La Venganza quedó reparán- 
dose en Guayaquil. Estos fueron los últimos buques 
de guerra que con la bandera soberana del rey de 
España flot:eron en las aguas territoriales del Pacífico. 
La indeperdencia marítima de la América meridional 
estaba consumada. 

De regreso Cochrane á la isla Puná, en el golfo de 
Guayaquil (13 de marzo), supo que las codiciadas pre- 
sas que con tanto tesón perseguía, se habían entrega- 
do al Perú. Herido en su orgullo y defraudado en 
sus intereses, penetró á la ría con sus buques en son 
de guerra, y ordenó al capitán Crosbie que ocupara á 
mano armada la Venganza, izando en ella el pabellón 
chileno al lado del peruano que llevaba. Así se hizo, 
El gobierno de Guayaquil reclamó, invocando los res- 
petos á la bandera peruana y al territorio en que se 
hallaba el buque bajo los fuegos de las baterías, y al 
interpelar sus sentimientos de confraternidad ameri- 
cana, le manifestó que cualquier procedimiento en 
contrario se tendría por acto hostil, de que lo hacía 
responsable (marzo 14). Cochrane contestó que de los 
asuntos navales del mar Pacífico él solo era el encar- 
gado, en los que no tenía que mezclarse el gobierno de 
Guayaquil; y que, habiéndose rendido las fragatas re- 
fugiadas á consecuencia de la persecución de su es- 
cuadra, las presas lo correspondían legítimamente. En 
precaución de mayores avances, el pueblo se armó, las 
baterías desmanteladas se guarnecieron y álistóse la 
flotilla de lanchas cañoneras de la ría. Al fin, Cochra- 
ne convino en que la Venganza quedara como propie- 


- 283 — 


dad de Guayaquil, con su bandera, la que sería salu- 
dada, juntamente con la de Chile, con prohibición de 
enajenarla, bajo la garantía de cuarenta mil pesos, 
- mientras los gobiernos de Chile y del Perú decidían 
la cuestión, y que la corbeta Alejandra se entregase | 
á sus*primitivos dueños. El general Salazar protestó 
contra el convenio; pero el gobierno de Gayaquil con- 
testó que, después de haber intimado á Cochrane, al 
anuncio de romper el fuego, la resolución en que es- 
taba de destruir las fragatas, antes de dejarlas arre- 
batar de la bahía y obtener con esta actitud salvar 
los derechos del Perú, había hecho cuanto era posible 
para evitar mayores males y escándalos, conciliando 
todos los intereses. 


IX 


La nueva odisea del almirante del Pacífico no de- 
bía terminar sin otra tempestad, promovida por su 
genio turbulento. Al tocar otra vez la costa norte del 
Perú (abril 12), le fué negado proveerse de víveres y, 
hasta hacer aguada, con arreglo á las órdenes anti- 
cipadas que del Protector tenían sus autoridades, Irri- 
tado por esta negativa, dirigióse al Callao. Su apari- 
ción causó grande alarma (abril 25). La Prueba, bau- 
tizada con el nombre de Protector, y mandada por el 
capitán Guise, se guarneció con tropas y púsose bajo 
el amparo de las baterías de los castillos. El almiran- 
te dirigió un oficio al'ministro de marina, quejándose 
del procedimiento hostil de negar víveres y aguada á 
su escuadra, después de ejecutar la última hazaña na- 
val que daba á los independientes el Jominio «beoluto 
del Pacífico, y renovó sus reclamaciones sobre los 
premios y haberes que se le debían por el Perú, ccn la 
misma acritud que antes. El gobierno del Ferú decli- 


— 284 — 


nó entrar con él en transacciones respecto le un pun- 
to que debía arreglarse amigablemente de gobierno á 
gobierno. El ministro se trasladó á bordo Ce la capi- 
tana chilena, con el objeto de traer á Cochrane á sen- 
timientos de moderación y amistad ; ofreciéndole una 
recepción honrosa en Lima, y encomendarle el mando 
de una expedición sobre las Filipinas, con las escua- 
dras combinadas de Chile y el Perú. El almirante, in- 
transigente y altivo, contestó que: «No era su ánimo 
»causar al Protector ningún perjuicio, porque no le 
»temía ni odiaba, aunque desaprobase su conducta ; y 
»que no aceptaría honores ni recompensas de un go- 
»bierno constituído con menosprecio de solemnes pro- 
»mesas, ni pisaría un país gobernado contra toda 
»ley.» 

No pararon en esto los arrogantes alardes del almi- 

rante. Pocos días después, la goleta Motezuma, buque 
que había pertenecido antes á la escuadra chilena, pa- 
saba por su costado sin saludarle. Este desaire, que 
hería su vanidad de marino, puso el colmo á su irri- 
tación. Mandó hacer fuego sobre ella, la obligó á echar 
el ancla á su costado y abordándola con gente armada, 
arrió el pabellón peruano que llevaba, substituyéndo- . 
lo con el de Chile. Las hostilidades estaban á punto 
de romperse, cuando Cochrane se dió.á la vela (mayo 
10). Recibido en triunfo por el pueblo chileno, su con- 
ducta fué aprobada por el gobierno. Poco después 
abandonó para siempre las aguas del Pacífico, cu- 
yas ondas murmurarán eternamente su glorioso nom- 
bre. 
. Sobre la base de la Prueba empezó á organizarse la 
naciente escuadra peruana, de la que el almirante 
Blanco Encalada, el captor de la María Isabel, ante- 
cesor de Cochrane, fué nombrado almirante. 


PF 
N 


— 285 — 


CAPITULO XXXV 


El protectorado del Perú.— (Planes continentales. 
Derrota dae Ica). 


1821-1822 


Estado de la guerra de la independencia en el Perú.—La insurreo:- 
ción peruana.—Actitud de los realistas en la sierra del Perú.— 
Derrota de Pasco.—Incendio de Cangallo.—Situación de los be- 
ligerantes en el Alto y Bajo Perú.—Planes americanos políticos 
y militares de San Martín.—Nuevo plan de política peruana. 
--Bíntesis de la situación militar del Perú.—Graves errores mi- 
litares de San Martín.—Una división independiente ocupa el 
valle de Ica.—Es atacada por los realistas.—Derrota de la Ma-' 
eacona.—Triunfo de las armas independientes en Quito.—La 
conferencia entre San Martín y Bolívar postergada.—San Mar- 
tín procura reparar el error de lIca.—Medidas que dicta al 
efecto.—Misiones diplomáticas á Chile y á la República Argen- 
tina.—Se prepara á abrir campaña formal sobre puertos inter- 
medios.—Maniobras misteriosas de San Martín.—Terrorismo sis- 
temático de Monteagudo.—Acuerdos con Bolívar, Chile y Co- 
lombia.—San Martín se dirige á Guayaquil á conferenciar con. 
Bolívar.—Momento histórico de la América Meridional. 


1 


En el intervalo de los deplorables acontecimientos 
relatados en el capítulo anterior, que retardaban la 
marcha de la revolución sudamericana, habíanse des- 
arrollado simultáneamente importantes sucesos que la 
encaminaban por vías nuevas y más seguras. 

Después de la desastrosa retirada de Canterac, el 
virrey La Serna llegó á temer por su seguridad en 
Jauja al frente de un ejército debilitado, 4 190 kiló- 


— 286 — 


metros de Lima. En consecuencia, decidió retirarse al 
Cuzco, antigua capital del imperio de los Incas, para 
establecer allí la sede del ultimo gobierno colonial 
y dar á la administración militar y á la guerra direc- 
ción más conveniente. Hizo que el ejército del Alto 
Perú se concentrase en el Oruro y se pusiera en co- 
municación con el del Bajo Perú, encomendándole la 
defensa de la costa del, sur. Reforzó la guarnición 
de Puno, Arequipa y Tacna, manteniendo su domi- 
nio sobre los puertos intermedios. Pidió reclutas para 
formar nuevos. cuerpos y llenar los claros de los exis- 
tentes, y se contrajo activamente á su organización y 
disciplina. El grueso del ejército, á órdenes de Cante- 
Tac quedó ocupando el valle de Jauja, que como pun- 
to estratégico y centro de recursos, constituía la clave 
de toda combinación militar, la base de su seguridad 
y subsistencia en la sierra. En esta actitud se mante- 
nía en una sólida defensiva para rechazar cualquiera 
invasión por la cordillera ó por los puertos interme- 
dios, y se preparaba á tomar oportunamente la ofen- 
siva con ventaja (diciembre de 1821). 

Canterac, para asegurar su posición y proporcionar- 
'Se recursos de que carecía—hierro, municiones y me- 
«dicinas, —desprendió sucesivamente al mando del coro- 
¡nel Loriga dos columnas ligeras sobre Pasco, donde 
aun ardía el no extinguido fuego de la insurrección. 
El presidente de la provincia, Otero, que después de 
la retirada de Arenales habíase mantenido en aquel 
punto al frente de 200 hombres de tropa veterana, 
Teunió en torno suyo como 5.000 indios, y armándolos 
de hondas y palos se resolvió á salir al encuentro de: 
Loriga en su segunda entrada. Los realistas habíanse 
establecido en el pueblo del Cerro, y se ocupaban en 
cargar 200 mulas con pertrechos de guerra, cuando 


o 


,imopinadamente fueron atacados á las 3'30 de la ma- 


— 2871 — 


ñana, sublevándose contra ellos los indios de la po- 
blación (diciembre 7). La confusión fué grande: una 
parte del parque hizo explosión, el pánico cundió en 
sus filas al oir en la obscuridad de la noche el alarido 
de los asaltantes, y la dispersión iba á pronunciarse 
en la tropa, cuando el jefe español la contuvo con se- 
renidad y energía. Se reconcentró sobre la iglesia, y. 
ocupando las casas inmediatas, resolvióse á: esperar 
el día á la defensiva. Con las primeras luces del alba, 
reconoció la posición de los independientes; los atacó. 
con ímpetu, y casi sin resistencia los puso en completa 
derrota, matando más de 700 indios, con sólo la pér- 
dida de un muerto, nueve heridos y dos dispersos. 
Fué otra carnicería como las de Cangallo, Huancáyo 
y Ataura. 

En el Alto Perú el famoso caudillo José Miguel 
Lanza se mantenía en armas en las inexpugnables 
montañas de Ayopaya—entre Cochabamba y La Paz, 
—rechazando 'triunfalmente las expediciones de los 
realistas dirigidas contra él. Durante la expedición 
de Miller á puertos intermedios, le había ofrecido 
su cooperación, y en la época á que hemos llegado, 
renovaba su decisión de concurrir activamente á la 
guerra de la independencia, maniobrando con su di- 
visión á retaguardia del enemigo. En Potosí estalló 
por este mismo tiempo una sublevación (2 de enero 
de 1822). Sofocada prontamente por el brigadier Ma- 
roto, á la sazón presidente de Charcas, el país volvió 
á quedar en quietud. | 

La insurrección indígena, tan inconsistente como 
era militarmente, volvió 4 retoñar en la sierra en el 
centro del poder español. El pueblo de Cangallo, uni- 
do á los indios de Huamanga, volvió á levantarse 
por tercera vez (diciembre de 1821). Carratalá acudió 
á sofocar la sublevación, señalando su trayecto con 


— 288 — 


incendios y ejecuciones bárbaras. Cangallo, según sus 
propias palabras, «quedó reducido á cenizas y borra- 
do para siempre del catálogo de los pueblos» en cas- 
tigo de su rebeldía (17 de enero de 1821). El virrey 
La Serna aprobó esta sentencia, prohibiendo que na- 
die pudiese reedificar en el terreno que ocupaba. El 
gobierno del Perú decretó que se levantase un mo- 
numento. en honor de la heroica villa, y la poesía 
vengó este ultraje contra las leyes de la humanidad, 
estigmatizándolo con marca de fuego. 

Pero estas evoluciones dentro de los propios ele- 
mentos, estas insurrecciones inconsistentes y estos 
triunfos sin trascendencia, en nada modificaban las 
condiciones de la lucha. La guerra se mantenía en ba- 
lanza. La línea divisoria entre los beligerantes era 
insalvable para uno-y otro. Ambos eran impotentes 
para destruirse en sus posiciones. Una victoria Úú una 
derrota parcial no decidía nada. Los independientes 
eran invencibles en el territorio del norte del Perú 
que ocupaban, sobre todo, después del rechazo de 
Canterac y de la rendición del Callao. Los realistas, 
dueños de toda la sierra y del litoral del sur del Perú, 
si bien no eran inexpugnables en sus montañas y eran 
por un punto vulnerables, nada tenían que temer por 
el momento de los independientes, sobre todo, después 
de la retirada de Arenales, y del retroceso de la expe- 
dición de puertos intermedios. Aunque las fuerzas no 
estaban numéricamente equilibradas, la superioridad 
de los realistas—más de dos contra uno,—estaba neu- 
tralizada por su diseminación en una vasta extensión 
de territorio, desde Pasco hasta Humahuaca en la 
frontera argentina. La de los independientes en su 
totalidad no era suficiente para emprender una campa- 
ña formal. Cualquiera de los dos que operase en. 
masa sobre el territorio enemigo, no podía prometerse 


e = 


— 289 — 


ventajas, y corría el peligro de tener que replegarse 
quebrado ó ser vencido. | 

El problema de la guerra del Perú estaba en la 
sierra, pero su solución dependía del acuerdo militar 
de la América insurreccionada, y sobre todo del de 
sus libertadores del sur y del norte, que tenían en sus 
manos su espada y sus destinos y se acercaban el uno 
al otro con gus masas compactas para operar su con- 
junción. 


JI 


El Protector, reaccionando sobre sí mismo y s0- 
bre los acontecimientos, encaró con fijeza los arduos 
problemas de la situación. Cuatro grandes cuestiones 
la dominaban: la de Guayaquil, que estaba en sus- 
penso; la de la lucha continental por la emancipación, 
que tocaba á su término; la guerra en el territorio 
del Perá que se mantenía en estado crónico; y el 
sistema político á adoptarse, respecto del cual se había 
comprometido en vías extraviadas. Aquí el hombre 
de guerra y el político americano vuelve á reaparecer. 
La cuestión de Guayaquil tenía tres nudos, que había 
que desatar sin romper: la independencia que había . 
proclamado, su incorporación al Perú y su agregación 
á Colombia. Podía dar origen á un conflicto entre el Pe- 
rá y Colombia, y resolvió prudentemente aplazarla, pre- 
parando la solución por la diplomacia, á cuyo efecto 
acreditó como ministro cerca de su gobierno al ge- 
neral Francisco Salazar, con instrucciones. expectan- 

$30 de noviembre de 1821). Las otras tres cuestiones 
reductibles, y tenían que encararse y resol- 
'uultánea y armónicamente. La guerra ameri- 
* que terminarse en el Perú, y para termi- 
necesario allegar todos los elementos acti 


1 


— 290 — 


vos de la América. Y para uno y lo otro, era indis- 
pensable uniformar el sistema político de todo el con- 
tinente. 

La guerra continental se había simplificado, y es- 
taba circunscripta á dos focos: el Perú y Quito. Des- 
pués de la batalla de Carabobo, la guerra por su 
independencia había terminado en Colombia, y sólo 
en un punto reducido de su territorio resistían aún 
los últimos restos de los ejércitos realistas derrota- 
dos en Costa Firme. El último ejército realista del 
norte estaba aislado en Quito. Bolívar, á la vez que 
adelantaba sus marchas hacia el sur para tomar á 
Quito por la espalda, desprendía un cuerpo de ejérci- 
to sobre las costas del Pacífico con el objeto de ata- 
carlo por el frente sobre la base de Guayaquil, y es 
cribía á San Martín (29 de octubre de 1821), buscan- 
do su acuerdo para terminar rápidamente la guerra 
continental en combinación con la escuadra del Pací- 
fico. El alzamiento de Cochrane con la escuadra chi- 
lena hizo abandonar este proyecto. 

San Martín, al darse cuenta exacta de la situación, 
aprovechó la abertura de Bolívar para buscar una con- 
terencia, con el designio de fijar la suerte de la Amé- 
rica del Sur en el orden militar y político (enero 1822). 
Así lo anunció públicamente al delegar el mando en 
el marqués de Torre-Tagle, determinando netamente 
los objetos de la entrevista. Estos eran: el arreglo 
de la cuestión de Guayaquil, el acuerdo de las ope- 
raciones militares para decidir de un golpe la guerra 
de Quito y del Perú, y la fijación de la forma de go- 
bierno que debían adoptar las nuevas naciones, un 
vez resuelta la cuestión de su emancipación. Antici- 
pándose á los acuerdos que debían sellar la alianza 
vlensiva y defensiva de las repúblicas americanas, 
resolvió prepararlos á fin de unir de hecho sus armas 


1 


— 291 — 


con las de Colombia para terminar la guerra de Qui- 
to, y con el concurso de todas las fuerzas triunfantes 
rematar la guerra de la independencia en el Perú 
(enero de 1822). Más adelante se verá cómo se verl- 
ficó este hecho preparatorio y los resultados que dió. 

Sea que al proceder así, meditase ya retirarse de 
la escena americana—como lo declaró poco después, — 
dejando organizado el triunfo final, sea que, mejor 
«consejado, reaccionara contra sus propias ideas, y 
prccurase retemplar las fuerzas de la revolución al 
entregar al pueblo sus propios destinos, cambió de 
rumbo político, y á pesar de su repugnancia por las 
asambleas populares, de sus teorías sobre la unidad 
del poder en tiempo de guerra y de los planes monár- 
quicos que había iniciado diplomáticamente, decretó 
anticipadamente la convocatoria del congreso peruano 
(27 de diciembre de 1821), á fin de «establecer la 
»forma definitiva de gobierno, y dar al país la cons- 
»titución que mejor le conviniese.» Al expedir este 
decreto, dijo: «El alto fin de todas mis empresas, des- 
»pués de dar la libertad al Perú, ha sido consolidarla. 
»Los enemigos sólo son ya temibles donde no encuen- 
»tran á quien combatir, porque sólo buscan pueblos 
»indefensos que desolar. La opinión pública ha progre- 
»sado rápidamente. Es tiempo de que se haga el pri- 
»mer ensayo de la sobriedad yy madurez de los princi- 
»pios sobre que se funda.» En seguida, al anunciar su 
conferencia con el libertador del norte, decía : «Yo vol- 
»veré á ponerme al frente de los negocios públicos en 
»el tiempo señalado para la reunión del congreso: 
»buscaré al lado de mis antiguos compañeros de ar- 
»mas, si es preciso que participe los peligros y la 
»gloria que ofrecen los combates; y en todas circuns- 
»tancias seré el primero en obedecer la voluntad ge- 
neral y en sostenerla.» Este programa constitucio- 


— 292 — 


nal, este prospecto militar y político, que despertaba 
nuevas esperanzas y aseguraba el triunfo, disipaba 
las últimas nubes que podían obscurecer el horizon- 
Le americano. 

Quedaba la cuestión de la guerra peruana por re- 
solver. Balanceadas las fuerzas, no obstante la despro- 
porción numérica, inatacables los beligerantes en sus 
respectivas posiciones, mil ó mil quinientos más ó 
menos de parte de los independientes, no alteraban 
el equilibrio, mientras podían ser decisivos en la gue- 
rra de Quito, para traer después al Perú el concurso 
de las fuerzas triunfantes en el resto del continente 
independiente ya. De aquí la decisión de San Martín 
de unir sus armas con las de Colombia, aun antes de 
formalizar el pacto de alianza ofensivo y defensivo con 
Bolívar. | 


ITI 


San Martín comprendió que el sistema de guerra 
expectante que hasta entonces había adoptado por 
necesidad al invadir el Perú ó seguido sistemática- 
mente después de su entrada en Lima, no le daría 
resultados, y que los realistas, posesionados de la sie- 
rra, se reharían siempre en ella, y á pesar de sus 
derrotas, podrían tomar nuevamente la ofensiva, dada 
su superoridad numérica. Decidióse por lo tanto á 
iniciar por partes el plan de campaña que tenía es- 
tudiado y que por insuficiencia de medios no había 
puesto en práctica, preparando así la reapertura de 
las hostilidades en escala mayor. En la imposibilidad 
de abrir desde luego operaciones decisivas, pensó que 
llamar la atención de su enemigo por varios puntos 
distantes en su base y convergentes á uno solo, con 
la sierra por objetivo, era el mejor medio de debili- 


— 293 — 


tarlo y mantenerlo diseminado, mientras reunia mayo- 
res elementos para tomar la ofensiva y darle un golpe 
mortal, utilizando al efecto la ventaja de ser dueño 
de las costas. La insuficiencia de sus elementos no 
daba para más, y el genio no podía alterar la pesan- 
tez específica de las masas, que harto hacía en man- 
tener relativamente ponderadas. 

La guerra, como la lucha por la vida, es la com- 
binación complicada y el choque simultáneo ó alter- 
nativo de las fuerzas de la naturaleza, dirigidas por la 
voluntad humana dentro de la órbita circunscripta 
de sus facultades. Ningún hombre de acción ha triun- 
fado contra las leyes inmutables del mundo físico, que 
así determinan la gravitación de los astros como de- 
ciden de la suerte de las batallas. Las fuerzas natu- 
rales son los polos magnéticos á que concurren to- 
das las acciones subordinadas á ellas. Sin el concurso 
de las fuerzas de la naturaleza, combinadas con las 
fuerzas morales de las almas, jamás se alcanzó ninguna 
gran victoria. Lo que se llama la estrella ó la buena 
ó mala fortuna de los hombres de guerra, no es sino 
la combinación alternada de estos factores. El primer 
capitán del siglo fué vencido por la acción física de 
los fríos de Rusia y se estrelló contra la fuerza moral 
de la opinión popular de España. Una tempestad, lo 
mismo desgaja una selva secular que mata un insec- 
to. Como se ha dicho, en las balanzas del destino en 
que se pesa una libra, se pesa un pueblo con otro 
pueblo, una masa con otra masa. Es cuestión de fuer- 
za de percusión que equilibra los pesos, Ó de fuerza 
de inercia que no deja penetrar ni por la percusión 
ni por el peso. > 

San Martín en su expedición al Perú supo com- 
binar las fuerzas físicas con las morales. Tocóle por 
base de operaciones un territorio malsano, escaso de 


— 94 — 


recursos y pobre de hombres fuertes, en un país hete- 
rogéneo, dividido por el antagonismo de castas, con 
marcadas zonas étnicas que determinaban las de las 
operaciones de los beligerantes. La distribución de es- 
tos diversos elementos imprimió su carácter á la lucha. 
Debido al concurso de la opinión, San Martín no fué 
arrojado al mar con sus cuatro mil hombres cuando 
invadió sus costas defendidas por veintitrés mil sol- 
dados. Merced á ella, Arenales efectuó su triunfante 
marcha de circunvalación por el interior del país. Con 
ella entró á la ciudad de los Reyes y la defendió con- 
tra la invasión de los realistas ; consolidó la ocupación 
del norte del país, y con menos hombres equilibró 
la fuerza respectiva de los ejércitos. Pero la peste 
de Huaura enflaqueció su ejército, hasta reducirlo á 
la impotencia para la ofensiva. Lima fué el sepulcro 
de la división vencedora en la segunda campaña de 
la sierra. Las fiebres redujeron á la mitad las tropas 
de la expedición de puertos intermedios. La molicie de 
la Capua americana y la enervación de la disciplina 
militar hicieron el resto. De aquí el sistema de gue- 
rra expectante de San Martín, que pudo ser una 
causa concurrente de la inacción, pero que era una 
consecuencia de la naturaleza del teatro de operacio- 
nes y de la distribución de los diversos elementos de 
acción del país. 

El Perú no estaba militarmente revolucionado. Sus 
insurrecciones populares eran inconsistentes, como se 
ha visto. Sus alistamientos regulares, apenas forma- 
ban un embrión de ejército, sin generales nativos ni 
espíritu nacional. El levantamiento patriótico del nor- 
te, y la organización espontánea de las guerrillas que 
tan eficazmente contribuyeron á la rendición y defen- 
sa de Lima, y el concurso prestado á Arenales en la 
sierra en sus dos campañas, habían sido hasta en- 


-- 295 — 


tonces los únicos síntomas que revelasen la existencia 
de una nueva nacionalidad con fuerza propia. El ner- 
vio de la guerra lo constituían los ejércitos auxiliares 
de Chile y la República Argentina, como queda di. 
cho. Mientras tanto, los realistas, vencidos en la mar 
expulsados de la costa, perdidas sus fortalezas, orga 
nizaban militarmente la parte del país que ocupaban 
con sus armas, llenaban y aumentaban sus filas con 
hombres más aptos para la guerra y más avezados á 
las fatigas, á los que inoculaban su espíritu, en =n 
clima más sano y en comarcas más abundantes; se 
rehacían por dos veces en la sierra, y por la tercera 
vez se preparaban en ella á tomar la ofensiva con 
dobles fuerzas físicas. Tal era la situación militar. 
En tal situación, San Martín se convenció de que 
el sistema de guerra expectante no daba resultados, 
y si los daba, eran negativos. Era visto que el pro- 
blema no estaba en la costa, sino en la sierra ; pero, 
para resolverlo era necesario mayor concurso de fuer- 
zas combinadas. De aquí el empeño del general en dar 
consistencia política y militar á la nueva nacionali- 
dad peruana, dotándola de todos los atributos de so- 
beranía y de poder que la complementasen, y la hi- 
cieran concurrir más eficientemente á la acción con- 
junta de las demás secciones americanas que luchaban 
por su emancipación. Pero á la vez comprendía que 
el Perú no tenía en sí los elementos militares suficien- 
tes para robustecer más la acción de los ejércitos au- 
- xiliares, y que era necesario buscarlos fuera del país. 
Empero, mientras tanto, era un deber y una necesidad 
que se imponían, desenvolver su acción con las fuer- 
zas con que contaba, y se decidió á adoptar un sistema 
de guerra defensivo-ofensivo, iniciando á medias ei 
plan general de campaña que tenía meditado, y que 


au 


más adelante se le verá trazar con todas sus línicas. 


“— 206 — 


De este modo, al consolidar su base de operaciones, se 
preparaba mejor para atraerse el concurso de los 
aliados bajo cuyas banderas había realizado la expe- 
dición, y propiciarse otros nuevos al norte del conti- 
nente, prestando el concurso de sus armas á Bolívar, 
á condición de ser á su vez auxiliado en el Perú, pa- 
ta terminar de un golpe la guerra continental, 


IV 


. El hombre de guerra reaparecía, pero sin las pre- 
visiones del general de los Andes en la distribución 
y manejo de las fuerzas que tenía bajo su mano, Al' 
poner en práctica su sistema de guerra defensivo 
ofensivo para entretener las operaciones, mientras lle- 
gaba el momento de desenvolver en más vasta escala 
el plan de campaña ofensivo que tenía meditado, lo 
hizo cometiendo errores inconcebibles en un capitán 
tan experimentado, que había dado tan señaladas 
pruebas de su genio militar. Todo le aconsejaba adop- 
tar una ofensiva sólida ligada á su reserva, que no lo 
comprometiese más allá de la expectativa que por ne- 
cesidad y cálculo se imponía. A menos de no estar dis- 
puesto 4 empeñar el todo de sus fuerzas en una opera- 
ción decisiva que las circunstancias le brindasen, de- 
bió limitarse á una defensiva segura y á una ofensiva 
volante. Dueño de las costas y de todos los caminos al 
occidente de la cordillera desde Pasco hasta Huanca- 
velica y Huancayo, y aun de Arequipa, podía elegir 
sus puntos de ataque para abrir hostilidades parciales, 
sin ensanchar demasiado el círculo de sus operaciones. 
Debió evitar la ocupación de posiciones avanzadas es-4 
tables que no pudiera sostener, y en todo caso proveer 
á los medios de retirada de sus divisiones destacadas, 


— 297 — 


Ó prever todas las eventualidades á que pudieran ver- 
se expuestas. Fué todo lo contrario lo que hizo, y lo 
que no previó, y agravó estos errores militares con 
otros no menos graves en la ordenación administrativa 
de las fuerzas. 

San Martín decidió ocupar con una división desta- 
cada el valle de Ica, penetrando por Pisco, á 286 ki- 
lómetros de su reserva en Lima, y con un desierto in- 
termedio en la región de la costa. Ica no era una po- 
sición militar, sino considerada como punto de recur- 
sos para el avance ofensivo sobre la sierra de una 
columna que se bastase á sí misma, ú obrase en com- 
binación con otra que por distinto punto amagase al 
enemigo posesionado de ella. Por consecuencia, la di- 
visión independiente situada en Ica, desde que no 
concurriese directa ni indirectamente en su apoyo la 
reserva, estaba expuesta á ser envuelta por los espa- 
fioles que ocupaban Jauja, Huancavelica, Huaman- 
ga y Arequipa, y por consiguiente su posición era tan 
falsa como precaria. Agréguese á esto que la opinión 
del vecindario de Ica era contraria á la causa de los 
independientes, por las repetidas exacciones cometi- 
das en sus propiedades por Cochrane y por el mismo 
San Martín, y se tendrá idea de la peligrosa situación 
de una columna así destacada. 

La división destinada á ocupar á Ica, se compuso de 
los batallones núm. 1 y 3 del Perú y núm. 2 de Chi- 
le, con algunas compañías sueltas de infantería, y de 
los escuadrones de Lanceros y Granaderos á caballo 
del Perú, con 6 cañones de á 4, sumando un total de 
21111 hombres. En el empeño de San Martín de ha- 
cer surgir entidades peruanas, confió el mando de es- 
ta fuerza al ciudadano D. Domingo Tristán y al coro- 
nel Gamarra, y éste fué el más craso de todos los 
errores, Era Tristán natural de Arequipa, pertenecien- 


— 298 —- 


te á una familia noble, cireunstancia que tal vez lo 
hizo preferir. En los primeros años de la revolución 
en el Alto Perú habíase pronunciado por ella ; poste- 
riormente volvió á servir con los realistas en puestos 
siviles, y á la sazón estaba alistado en las filas inde- 
pendientes. Condecorado con el título de general, se le 
confió el mando superior de la expedición. Siendo evi- 
dente su incapacidad militar, pues carecía de expe- 
riencia y hasta de conocimientos teóricos, puso á su 
lado como jefe de estado mayor y en calidad de coad- 
jutor de guerra al coronel Gamarra, otra nulidad re- 
conocida en todo sentido, como lo había mostrado en 
la campaña de la sierra. 

Las instrucciones que San Martín dió á Tristán, se 
reducían á triviales preceptos de guerra, á máximas 
morales sobre la combinación de la fuerza militar y á 
la opinión y al estado social del Perú, prevenciones 
de cabo de escuadra sobre el orden disciplinario y me- 
cánico de la tropa y armamento, y consejos más bien 
que órdenes sobre el sistema de hostilidades que de- 
bía seguirse. «Siendo el sistema de guerra que más con- 
»viene á la localidad del Perú, decía en ellas, el de 
»SOrpresas y posiciones, y aún más que éste, el de re- 
»cursos, se tratará siempre de no comprometer nin- 
»guna acción, si no es con conocida ventaja. Se podrá 
»subdividir la división en dos expediciones, si se cre- 
»yese conveniente.» A la vez, anunciaba que daría por 
separado el plan de campaña que debía observarse, 
el cual nunca dió, porque no había plan posible so- 
bre estas bases y con jefes reconocidamente tan inep- 
tos. Para colmo de tantos errores, al mismo tiempo que 
encarecía «la unidad de acción y de mando,» confiaba 
la dirección á la «unión fraternal entre Tristán y 
Gamarra,» obrando en el orden político el primero 
secún su prudencia, v en lo militar de acuerdo con el 


— 299 — 


segundo, según las prevenciones verbales hechas á 
éste. Las instrucciones verbales que el general dió á 
Gamarra, se redujeron á la ocupación permanente de 
Ica, teniendo por objeto hostilizar á los españoles due- 
ños de la sierra y contenerlos, en caso de que intenta- 
sen bajar á la costa, á la vez que impedir que el ene- 
migo recibiera por los puertos auxilios de armas ó de 
otro género, del exterior. Ninguno de estos objetivos 
podía llenarse. Una división, mas débil que la que 
ocupaba la sierra, no tenía acción efigaz sobre ella pa- 
ra hostilizarla, y no podía sostenerse, ni aun á la de- 
fensiva, en posición aislada. Atentar á la vigilancia 
de toda la costa, era debilitarse, perdiendo de vista el 
otro objetivo, con el riesgo de ser batida fragmenta- 
riamente, cuando, por otra parte, quedaba libre á los 
realistas el puerto de Arica, que era por donde reci- 
bían sus auxilios del extranjero. 

Todo en esta malhadada expedición, confiada á la 
ineptitud, lleva el sello de la imprevisión. Los más 
renombrados generales han tenido eclipses de genio. 
Napoleón en la campaña de Rusia cometió los más 
groseros errores técnicos, aun en el arma en que era 
maestro. ¡Pero verdaderamente no se concibe dónde 
el gran capitán americano tenía la cabeza cuando re- 
solvió tal expedición y dictó tan insubstanciales como 
mal calculadas instrucciones! La única explicación 
que tiene esta expedición, es que con elementos nacio- 
nales se proponía fomentar la insurrección popular 
de la sierra, á la que daba mayor importancia de la 
que tenía, para aumentar el ejército peruano y man- 
tener al enemigo en alarma, en la persuasión de que 
con esta atención no le seria posible tomar la ofensiva 
sobre la costa. Así lo indica el hecho de dotar el par- 
que de la división de Tristán de armamento para cua- 
tro mil hombres y de una imprenta para propagar las 


ideas de la revolución. Pero, jara el caso de que el 
enemigo tomase la ofensiva con fuerzas dina na- 
da serio había previsto. 


v 


Situado Tristán en Ica, permaneció en la inacción 
á que fatalmente estaba condenado. Limitóse á ex- 
tender sus partidas hasta Nasca: y á observar los ca- 
minos de la sierra, despachando espías y agentes al 
territorio enemigo, que le transmitían avisos equivo- 
cados, cuando no falsos, pues, como queda dicho, . la 
opinión de la comarca le era contraria. Algunas gue- 
rrillas patriotas que por el valle de Cañete se habían 
acercado á Ica para cooperar á las imaginadas hosti-. 
lidades de la columna de Ica, hicieron incursiones al 
oriente de la cordillera. Tal era su situación setenta 
días después de abierta esta singular campaña (prin- 
cipios de marzo de 1821). San Martín, mientras tan- 
to, anunciaba desde Lima úna irrupción de Arenales 
sobre Jauja, para mantener la alarma que se propo- 
- nía; pero el tiempo se pasaba, y este vano alarde no 
podía engañar á los realistas, que tenían conocimien- 
tos exactos de su situación. 

El virrey, que conocía la supina ignorancia de Tris- 
tán, y la incapacidad militar de Gamarra, por haber 
tenido á ambos á sus órdenes, supo aprovecharse de la 
falta cometida por San Martín. El general Canterac, 
situado con el grueso del ejército en Jauja, y Valdés, 
ascendido á general, que guarnecía á Arequipa, reci- 
bieron órdenes para converger sobre Ica y destruir la 
división independiente allí situada. El 4 de abril mo- 
vióse Canterac resueltamente de Jauja á la cabeza de 
1.490 infantes y 600 jinetes con 3 piezas de artillería, 
casi al mismo tiempo que Valdés se ponía en marcha 
desde Arequipa con 500 hombres, para converger al 


0 


objetivo de Ica. Tristán, mientras tanto, suponía á 
Canterac en Huancayo, y según los informes falsos de 
sus espías, su fuerza no pasaba de 1.000 hombres. La 
división de Valdés fué la primera que se hizo sentir 
sobre la costa. Salióle Gamarra al encuentro, cuaren- 
ta kliómetros al este de la sierra de Nasca, y habría 
podido batirlo con ventaja, pero en esos momentos re- 
cibió orden de Tristán de replegarse á la reserva en 
Ica. Reunidos ambos jefes, que sumaban dos incapaci- 
dades antagónicas, supieron que Canterac avanzaba 
sobre ellos, pero según sus avisos, su fuerza no pasa. 
ba de 800 hombres. Convocada una junta de guerra, 
decidióse que la división debía retirarse al norte del 
río Chincha, que hubiera sido una medida prudente 
tomada en tiempo. Gamarra era de opinión de retirar- . 
se á un punto conveniente, 190 kilómetros al sur de 
Ica, donde podía batirse al enemigo si venía con fuer- 
zas iguales, y en todo caso, replegarse más al_sur ale- 
jándolo de su base de operaciones, mientras el ejércita 
de Lima, prevenido, amagaba por su retaguardia cor 
tarle la retirada de la sierra. Esto era lo más acerta- 
do en tan difícil trance. No se hizo ni lo uno ni lo 
otro, tal era la indecisión y el aturdimiento. Resol- 
vióse esperar al enemigo en Ica, y aun salirle al en- 
cuentro si su fuerza no pasaba de 1.500 hombres, á cu- 
yo efecto atrincheróse la ciudad y se ocuparon los ca- 
minos de la sierra en un pequeño radio, para preve" 
nir una sorpresa sobre la plaza. Tan escasos estaban 
los independientes de noticias, que ni aun sabían que 
Canterac se había establecido en el Carmen Alto, á 
poco más de doce kilómetros de la plaza, al frente de 
dos mil hombres. Un asustado trajo á Tristán la no 
ticia de que la fuerza enemiga pasaba de cuatro mil 
hombres, y le hizo perder del todo la cabeza. En el 
acto reunió una junta de guerra y se acordó la retirada 


309 ¿2 


á Pisco, en la noche del sábado 7 de abril. Ya era tar- 
de, aun para esto. 

Canterac, que con toda su inteligencia militar no 
marchaba menos á ciegas que su inepto contendiente, 
procedía en el concepto de que Tristán hubiese eva: 
cuado Ica, y temía que, tomándole la vuelta, inva- 
_ diese á Jauja, por lo cual determinó, con arreglo á 
sus instrucciones, retroceder á Huancayo con el grue- 
so de su columna, avanzando un destacamento sobre 
Ica, para ocuparlo. Sus jefes, más avizores que él lo 
frersuadieron á efectuar un reconocimiento antes de 
umprender este movimiento retrógrado. El resultado 
fué darse cuenta exacta de la situación de los patrio- 
tas y avanzar en consecuencia hasta el mencionado 
punto de Carmen Alto (6 de abril de 1821). Desde en- 
tonces, maniobró con seguridad y habilidad. En la 
persuasión de que los independientes se mantendrían 
en su posición atrincherada, situó sus tropas á ocho ki- 
lómetros de Ica, en un estrecho desfiladero de la ha- 
cienda denominada la Matacona, de manera de inter- 
_ceptar los caminos de Lima y de Pisco. Tristán y Ga- 
marra ignoraban todos estos movimientos, y fué en- 
tonces cuando resolvieron retirarse á Pisco, cubiertos 
por las sombras de la noche que ocultaban su ver- 
gilenza, y que como era de luna, debía alumbrar con 
pálida luz su ignominiosa derrota. Llevaba la cabeza 
de la división independiente en retirada una vanguar- 
dia de tres compañías de cazadores. Al llegar á la 
altura del callejón de la Macacona, la infantería es- 
pañola, situada tras de los cercos, emboscada y due- 
ña de las alturas de la izquierda (sur del camino), 
rompió el fuego. Las tres compañías desaparecieron 
antes que se disipase el humo, esparciendo el pánico 
en la columna. El núm. 2 de Chile, mandado por Al- 
dunate, quiso sostener el combate ; pero, acosado por 


— 303 — 


los fuegos de flanco y atacado por la caballería que 
cerraba al camino, hubo de ceder. Desde este momen» 
to todo fué desorden y confusión. En menos de una 
hora la división de Ica, al mando de Tristán, quedó 
destruída. No fué una batalla : fué una dispersión ver- 
gonzosa. A las tres de la mañana (7 de abril de 1821), 
el campo estaba sembrado de cadáveres de los derro- 
tados, y los realistas eran dueños de 1.000 prisioneros, 
entre ellos 50 jefes y oficiales, 2 banderas, 4 piezas de 

artillería, 2.000 fusiles, todas las cajas de guerra, y 
hasta de la imprenta propagadora de las ideas revo- 
lucionarias. Un escuadrón de lanceros del Perú, que 
venía en marcha por tierra á reforzar á Tristán, fué 
sorprendido y deshecho al día siguiente en Chun- 
chonga (8 de abril), dejando en poder del enemigo 80 
prisioneros y en el campo 50 muertos. Los oficiales del 
batallón Numancia que cayeron prisioneros, fueron 
quintados y fusilados por Canterac, con violación del 
ompromiso celebrado por los beligerantes para la re- 
- gularización de la guerra (en 25 de noviembre de 1820), 
A consecuencia de estas derrotas, las partidas volan- 
tes de guerrilleros que se habían comprometido en la 
cordillera para cooperar á las imaginarias hostilida- 
des de la división situada en Ica, fueron destruídas 
casi en su totalidad, fusilándose como bandoleros á 
los prisioneros. Después de esto, los realistas, triun- 
tantes y cargados de trofeos, se replegaron á sus posi- 
ciones de la sierra. 

Sometidos á un consejo de guerra Tristán y Gama- 
rra, quedó evidenciado que el desastre era exclusiva- 
mente el resultado de la ineptitud y de la cobardía, 
y que el responsable era el Protector del Perú, direc- 
tor de la guerra, que concertara tan mal sus planes 
y fiara á manos tan incompetentes como flojas las ar- 
mas y la bandera de la revolución. 


— 301 — 


vI 


La derrota de Ica, aunque severa, no decidía nada. 
Casi simultáneamente (mayo de 1822), las armas uni- 
das de Colombia, Perú, Chile y República Argentina, 
triunfaban en Quito y terminaban la guerra del nor- 
te de la América meridional, según se relatará des 
pués. La guerra en el Perú permanecía balanceada. 

San Martín, poco después de despachar la expedi- 
ción de Ica, embarcóse en el Callao, á fin de celebrar 
la proyectada conferencia con Bolívar (8 de febrero de 
1822). En Huanchaco tuvo noticia de que el liberta- 
dor, ocupado en terminar la guerra de Quito, no ba- 
jaría por entonces á Guayaquil, y regresó á Lima (3 
de marzo), pero no asumió el mando político, ocupán-, 
dose exclusivamente de la guerra. En esta situación 
indecisa lo encontró el suceso de Ica, que trastornaba 
sus planes. Había anunciado á la América que él y . 
Bclívar eran los responsables de la estabilidad de sus. 
destinos, fijando la victoria, y el libertador del sur no 
podía presentarse ante el del norte con un poder amen- 
guadu, sin un plan hecho así en el orden político co 
mo en el militar y sin medios para concurrir eficien-. 
temente á su realización. Era necesario ante todo con. 
solidar su propia base de poder, para responder á la 
expectativa que él mismo había creado, y de que to- 
dcs estaban pendientes. Todos sus actos indican que 
así lo comprendió. Sin desanimarse por el severo re- 
vés sufrido, encaró con serenidad su situación : dió nue- 
vo temple á los resortes de su máquina guerrera, re- 
dobló su actividad administrativa, dictó medidas más 
acertadas, y en poco tiempo todo el mal estaba repa- 
rado hasta donde era posible. 


— 305 — 


En el fondo de todo esto había un pensamiento se- 
creto; pensaba retirarse de la escena americana, pero 
no quería hacerlo sin dejar llenada su tarea. Asegu- 
rado el triunfo de la emancipación americana, quería 
dejar garantida la suerte del Perú, con medios pro- 
pios para sostener la guerra y consolidar su orden in- 
terno, mientras le venían los auxilios que buscaba pa- 
ra terminarla de un solo golpe, y en seguida, elimi- 
narse para facilitar este resultado, una vez organiza- 
dos los elementos y encaminadas las cosas en ese sen- 
tido. Este pensamiento lo reveló públicamente por la 
primera vez al tiempo de anunciar la derrota y augu- 
rar el triunfo próximo. Al delegado le comunicó que 
«resolvía reasumir en su persona la suprema autori- 
»dad militar, dejándole en ejercicio del poder civil, 
»por el tiempo que permaneciese en el territorio, con 
»el exclusivo objeto de dar dirección á las operaciones 
»de la guerra que debían acelerar su terminación, 
»mientras alguna importante atención no lo llamase 
»fuera de los límites del Perú por mar ó por tierra.» 
Al ejército le decía : «Vuestros hermanos de la división 
»del sur han sido dispersados. A vosotros toca vengar 
»el ultraje. Afilad vuestras bayonetas. La campaña del 
»Perú debe terminarse este año.» Al pueblo le habla- 
ba este lenguaje : «En una larga campaña no todo pue- 
»de ser prosperidad. No intento buscar consuelo en 
»los mismos contrastes, pero me atrevo á asegurar que 
»el imperio de los españoles terminará en el Perú el 
»año 22. Voy á haceros una confesión ingenua: pensa- 
»ba retirarme á buscar un reposo después de tantos 
»años de agitación, porque creía asegurada vuestra in- 
»dependencia. Ahora asoma algún peligro, y mientras 
»haya la menor apariencia de él no me separaré de 
»vosotros hasta veros libres. » 

Antes de.cumplirse dos meses del contraste de Ica, 

Tomo 1V “Y 


— 306 — 


pasaba revista en el campo de San Borja, á inmedia- 
ciones de Lima, á un ejército peruano-argentino-chileno 
perfectamente equipado, compuesto de 8 batallones de 
infantería, dos regimientos de caballería y 20 piezas 
de artillería, anunciándole que la campaña iba á abrir- 
se (4 de junio de 1822). Su plan era atacar de frente 
á los realistas con este ejército por puertos interme- 
dios, con la coperación de Chile, mientras otro ejérci- 
to de igual número, á órdenes de Arenales, se organi- 
zaba para invadir la sierfa central y tomarlos por el 
flanco, contando para el efecto con las tropas que tenía 
en Quito y el auxilio que esperaba de Colombia. Al 
efecto, estaban listos en el Callao diez transportes 
convoyados por dos buques de guerra peruanos. Con- 
firmando estas promesas y esperanzas, Bolívar le es- 
cribía : «Colombia desea prestar los más fuertes auxi- 
»lios al gobierno del Perú, si ya las armas gloriosas 
»del sur de América no han terminado gloriosamente 
»a campaña que iba á abrirse en la presente esta- 
»ción.» San Martín le escribía á su vez: «El Perú es 
»el único campo de batalla que queda en América. En 
Ȏl deben reunirse los que quieran obtener el honor 
»del último triunfo, contra los que ya han sido venci- 
»dos en todo el continente.» Este acuerdo, más apa- 
rente que real, había sido precedido por un tratado 
firmado en Lima (6 de julio de 1822), entre el envia- 
del libertador D. Joaquín Mosquera y el gobierno del 
Perú, por el cual se convino en «una liga de unión y 
»confederación de paz y guerra, para poner pronta- 
»mente término á la lucha americana con todos los re- 
»cursos de fuerzas marítimas y terrestres de ambas 
»partes, á fin de alcanzar la independencia y garantir- 
»la mutuamente.» Empero, este tratado concebido en 
términos generales, dependía de otros acuerdos parti- 


— 307 — 


culares, y ratificado por el gobierno del Perú, no lo 
fué por el de Colombia hasta el año siguiente. 

El Protector, buscando puntos de apoyo en todas 
partes, procuró fortalecer su relajada alianza con Chi- 
le. Al efecto, acreditó cerca de su gobierno un minis- 
tro diplomático con instrucciones para proceder de 
ocuerdo con el enviado de Colombia y obtener auxilios 
de tropas y víveres, para la expedición á puertos inter- 
medios que preparaba. O'Higgins se prestó con gran 
decisión, aunque por el momento no se formulase nin- 
gún acuerdo. 

¿Al mismo tiempo despachó un comisionado á las 
provincias argentinas, con una circular para todos sus 
gobernadores, solicitando su concurso para organizar 
una división de 500 hombres por lo menos, que amaga- 
se el Alto Perú por la frontera de Jujuy en combina- 
ción con el guerrillero Lanza y el ejército que "debía 
invadir por puertos intermedios en el Bajo Perú. En- 
comendó lá organización y mando de esta columna 
al coronel José María Pérez de Urdininea (alto perua- 
no), á la sazón gobernador de San Juan. En las ins- 
trucciones al comisionado le prevenía : «Procurará por 
»todos medios hacer presente á los respectivos gobier- 
»nos el interés general que va á reportar á todas las 
»Provincias Unidas de una cooperación activa sobre el 
»Alto Perú para obrar de acuerdo con el ejército que 
»va á desembarcar en puertos intermedios, á fin de 
»abrir su comunicación con aquéllas. Por este medio 
»la campaña debe terminar en el presente año.» A Ur- 
dininea le escribía: «La campaña es segura, si usted 
»me ayuda con sólo 300 hombres de la provincia de 
»Cuyo. Una división de 4.500 hombres de mi ejército 
»debe embarcarse para puertos intermedios al mando 
»del general Rudesindo Alvarado. Espero los mejores 
»resultados. La patria así lo exige y el honor de nues- 


— 3508 — 


»tras armas lo reclama. La cooperación de todas esas 
»fuerzas con las de Tucumán, Salta y Santiago del Es- 
»tero, á las de Alvarado, va á decidir de la suerte de 
»la América del Sur.» 

Era, como se ve, una coalición de las cuatro repúbli- 
cas americanas entonces existentes, con un plan com- 
binado sobre la base de los ejércitos del Perú y de Co- 
lombia, con la cooperación de Chile por el Pacífico y 
la de las provincias argentinas por su frontera norte. 
A haberse entonces ejecutado este plan, que Bolívar 
juzgó admirable, con el auxilio eficiente de las fuerzas 
colombianas, es posible que la guerra americana hu-” 
biese terminado. el año 1823, aun cuando la combina- 
ción no era tan segura como lo pensaba San Martín, 
y tenía algo de ilusoria. Los hechos nada prueban por 
sí solos cuando no se relacionan con sus causas y efec- 
tos racionales ; pero ellos muestran en definitiva que 
el problema de la guerra estaba en la sierra central 
del Perú, y no en puertos intermedios. Ya llegará la 
ocasión de examinar el plan de San Martín puesto á 
prueba. 


vil 


San Martín tenía siempre dos cuerdas en su arco: 
una visible y otra oculta. Por una tendencia de su na- 
turaleza compleja—positiva y de pasión reconcentra- 
da,—á la vez que todas sus ideas se traducían en ac- 
ciones, se entregaba á elucubraciones solitarias, dan- 
do gran importancia á los manejos misteriosos. Su or- 
ganización de la Logia de Lautaro, su plan de guerra 
de zapa antes de atravesar los Andes, sus trabajos se- 
cretos para preparar la revolución del Perú, sus tenta- 
tivas de pacificación con los realistas haciendo inter- 
venir las influencias de la masonería, y por último, sus 


— 309 — 


planes secretos de monarquía, dan testimonio de esta 
prcpensión. Era, pues, natural que á sus trabajos pú: 
blicos, acompañase algún trabajo subterráneo en la 
sombra del misterio. 

Sea cálculo político, sea que en realidad esperase 
algo de los jefes del ejército español en el Perú vin: 
culados al liberalismo por juramentos secretos, uno de 
los trabajos que persiguió con más persistencia, fué 
un arreglo de paz con los realistas, sobre la base de) 
reconocimiento previo de la independencia. En las con- 
ferencias confidenciales de Miraflores enunció por la 
primera vez esta idea, conciliándola con el estableci- 
miento de una monarquía americana. En Punchauca 
la formuló netamente. Posteriormente, cuando O*Do- 
nojú reconoció el imperio mejicano y se entendió con 
Itúrbide, dirigióse á Canterac, confidencial y oficial. 
mente, invitándolo á celebrar un armisticio y tratar 
sobre las mismas bases. La contestación fué que «los 
»acontecimientos de Nueva España en nada podían 
»influir para aceptar condiciones contrarias á la de- 
»terminación de la nación española, en una contien- 
»da que las armas debían decidir, desde que no se 
»había aceptado someterla á la decisión del gobierno 
“»español.» Con motivo de la terminación de la guerra 
de Quito, que coincidió con una nueva resolución de 
las cortes españolas para tratar con los gobiernos de 
América, renovó su tentativa, dirigiéndose al virrey 
La Serna. «El dominio español en América está limi- 
»tado á las provincias que ocupan sus armas en el Pe- 
»rú. La España no puede ni quiere ya hacer la guerra 
»á los americanos.» Las proposiciones fueron: que el 
ejército realista, en nombre de la nación española, re- 
conociese la independencia del Perú ofreciendo á los 
españoles el reconocimiento de la deuda al tiempo de 
la ocupación de Lima, y algunas ventajas comerciales ; 


— 310 — 


una amnistía “general con la devolución recíproca de 
bienes confiscados, y pago del armamento de los realis- 
tas por su justo valor, á cuyo efecto se estipularía un 
armisticio por sesenta días, nombrándose comisiona- 
dos por ambas partes que ajustasen un tratado sobre 
estas bases, bajo la garantía del congreso constituyen- 
te peruano que iba á reunirse. La contestación de La 
Serna fué la misma de Canterac: «Aun cuando se su- 
»ponga ser un bien la independencia para el Perú, ella 
»no puede esperarse ni establecerse según el estado del 
»mundo político, sin que la nación la decrete y con- 
»solide. » | 

Esto sucedía en vísperas de ir á celebrar San Mar- 
tín su conferencia con Bolívar, y precisamente en esos 
mismos días (julio de 1822), el libertador escribía al 
Protector, invitándolo á ponerse de acuerdo para tra- 
tar con los enviados españoles que en consecuencia de 
la resolución de las cortes nombrase el rey. «No pue- 
»do dudar, le decía, de que la independencia será la 
»base de la negociación. Creo que no tendremos difi- 
»cultad en hacer reconocer nuestros gobiernos. Mu- 
»cho debe importar á la existencia de la América el 
»manejo de este negocio, que será probablemente una 
»de las bases de nuestra existencia política. Si los ple- 
»nipotenciarios del Perú, Chile y Colombia, se aunan 
»para entenderse con los enviados de España, nues- 
»tra negociación tendría un carácter más imponente. 
»La política mía es hacer la paz con todo decoro y dig- 
»nidad, y esperar del interés de las demás naciones y 
»del curso de los acontecimientos la mejoría de nues- 
»tro primer tratado con la España.» La proposición 
de San Martín era un mera ocurrencia sin ulteriori- 
dades. La idea de Bolívar entrañaba el plan político 
de un congreso de plenipotenciarios americanos, cuyo 
germen estaba ya en su cabeza. 


— 311 — 


Perseverando San Martín en su imaginario propó- 
sito, pensó que el mejor modo de forzar la mano á los 
españoles, era llevarles la guerra á su territorio, y 
renovaba con variantes su plan de hostilidades maríti- 
mas, ideado en Mendoza en 1819: «El golpe feliz de la 
»campaña de Quito, había escrito antes á O'Higgins, 
»ha hecho tomar un nuevo aspecto á la guerra. Sin em- 
»bargo como las posiciones que ocupa el enemigo en 
»la sierra del Perú, las puede disputar palmo á pal- 
»mo, y por otra parte, la terquedad española es bien 
»conocida, el modo de negociar la paz con ellos es 
»llevarles la guerra á la misma España. Por lo tanto, 
»estoy siempre resuelto á que las fragatas Prueba y 
» Venganza y la goleta Macedonia, salgan con destino 
»á Europa á arruinar todo el comercio español. Sería 
»muy del caso y por el honor de Chile, como por el 
»interés general, que si pueden unirse á estas fuer- 
»zas algunas de ese estado, la expedición tendrá el 
»mejor resultado. De la reserva en este negocio pende 
»su buen éxito.» Si seriamente pensó San Martín en 
esta empresa, no tenía los elementos necesarios para 
llevarla á cabo, y no pasó de un tiento á la segunda 
cuerda oculta de su arco, ejercitando su propensión á 
lo misterioso. 

- Albsorbido por estos trabajos públicos y secretos, el 
Protector había entregado ostensiblemente la dirección 
de la política interna al delegado Torre-Tagle, que no 
era sino un estafermo, siendo en realidad Monteagu- 
do el árbitro del gobierno. Este ministro, sistemático 
por temperamento y terrorista por adaptación, pensa- 
ba que el más seguro medio de triunfar, era eliminar 
á los enFmigos de raza, aunque no tomasen armas, por 
el hecho de no embanderarse contra la España.” Ya se 
ha visto cómo San Martín, después de procurar propi- 
ciarse la opinión de los españoles europeos, inició un 


— 312 — 


sistema de persecuciones contra sus personas y bienes, 
según el sistema adoptado por él en Mendoza y en Chi- 
le. (Véase cap. XXII, párrafo v1). Monteagudo exage- 
ró este sistema, hasta el punto de convertirlo en arma 
contra la revolución. Primeramente se dispuso que sa- 
lieran del país todos los españoles que no se hubiesen 
naturalizado (31 de diciembre de 1822). En seguida se 
decretó que los expulsados dejasen á beneficio del es- 
tado la mitad de sus bienes, y los exceptuados no pu- 
diesen ejercer el comercio ni aun por menor (20 de ene- 
_ro y 1. de febrero de 1822). Los que no cumplieron 
estas prescripciones, fueron desterrados y secuestrados 
sus bienes (23 de febrero de 1823). Con motivo del con- 
traste de Ica, arreció la persecución hasta la barbarie. 
Quedóles prohibido salir á la calle con capa, bajo pe- 
na de destierro. Toda reunión de más de dos españo- 
les, era castigada con destierro y confiscación total 
de bienes. Todo español que saliese de su casa después 
de oraciones, incurriría en la pena de muerte, y al que 
se le encontrase una arma que no fuera cuchillo de 
mesa, en la de confiscación y muerte (20 de abril de 
1822). Establecióse una comisión de vigilancia que co- 
nociese breve y sumariamente de sus causas con arre- 
glo á este código draconiano, debiendo pronunciarse 
y confirmarse las sentencias en un mismo día. «¡Esto 
es hacer revolución !» exclamaba Monteagudo al fir- 
mar estos crueles decretos. : 


-Y HI 


Compensado al revés de Ica con los triunfos de Qui- 
to, preparada la alianza continental, consolidada la 
base del poder protectoral, reorganizado el ejército y 
arreglado un plan de campaña para poner pronto tér- 


2 


— 313 — 


mino á la guerra, San Martín se ocupó en verificar su 
postergada conferencia con Bolívar, para fijar la vic- 
toria final de acuerdo con él, como lo había anunciado 
públicamente, lisonjeándose de que ambos darían es- 
tabilidad á las cuatro repúblicas sudamericanas en- 
tonces existentes. Los resultados de la entrevista no 
debían dar inmediatamente estos frutos ; pero la suer- 
te de la América del Sur estaba asegurada por la :soli- 
daridad de sus destinos, en cumplimiento de las leyes 
de atracción y determinismo que gobernaban su re- 
volución. 

El momento histórico en el orden de los siglos, ha- 
bía llegado para la América del Sur, después de doce 
años de lucha por su emancipación. Nuevas naciones 
democráticas surgían del caos colonial. Su independen- 
cia era un hecho consumado. Los Estados Unidos la 
reconocían, saludándola como una nueva aurora re-. 
publicina. La Inglaterra la anunciaría á la Europa 
monárquica como un acontecimiento que, al restable- 
cer el equilibrio de ambos mundos, dominaría en ade- 
lante sus relaciones. El mapa político de las futuras 
repúblicas estaba bosquejado y sus líneas fundamenta- 
les se diseñaban netamente por agrupaciones de ten- : 
dencias y voluntades espontáneas. Los dos focos re-. 
volucionarios, que simultáneamente se formaran en 
los extremos, se confunden en uno solo como las co- 
rrientes magnéticas. Las dos fuerzas emancipadoras 
se dilatan y condensan, siguiendo una dirección cons- 
tante que revela el principio generador de que fluyen. 
Las dos grandes masas batalladoras de las colonias 
insurreccionadas, como ro á una atracción, 
se adunan, .por opuestos caminos; para producir la 
mayor suma de fuerzas vivas en acción. Resueltos los 
problemas parciales del sur y del norte d- la Améri- 

:a meridional, sus revoluciones, sus fu 18 y 58us 


— 314 — 


masas militares, convergen á un centro común, para 
resolver el problema general de la independencia. El 
suelo americano ha sido barrido de enemigos de sur 
á norte y de norte á sur, y la lucha está circunscrip- 
ta á un solo punto en que va á darse la batalla final 
«contra los vencidos en todo el continente», según la 
expresión de San Martín. Este es el nudo de la revo- 
lución sudamericana, cuya síntesis hemos dado antes. 
(Véase cap. 1, párrafo 1). 

Los dos grandes libertadores, impulsados por estas 
fuerzas, van á operar su conjunción. Han medido la 
América de mar á mar, en un espacio que comprende 
la cuarta parte del globo, desde el Plata y el Cabo 
de Hornos hasta el Ecuador el uno, y desde Panamá 
y las bocas del Orinoco hasta Quito el otro. Cada 
uno de ellos ha llenado su tarea en su esfera de 
acción. El uno lleva en alto los pendones de la Re- 
pública Argentina, de Chile y del Perú, que represen- 
tan la hegemonía americana de tres repúblicas inde- 
pendientes al sur del continente, que han concurri- 
do á consolidar otras tantas repúblicas en el punto 
céntrico de la condensación de las fuerzas. El otro 
* trae las banderas triunfantes de Venezuela y Nueva 
Granada, que simbolizan la hegemonía del norte, y 
viene á completar la grande obra de la emancipación 
sudamericana. De esta conjunción vendrá un choque 
entre las dos hegemonías concurrentes; pero el prin- 
cipio superior á que obedecen los acontecimientos, pre- 
valecerá al fin por su gravitación natural. El plan de 
campaña continental de San Martín está ejecutado 
matemáticamente, y se combina con otro plan análo- 
go que la completa. El sueño épico de Bolívar está 
realizado. Los dos libertadores van á abrazarse repe- 
liéndose, bajo el arco de triunfo del ecuador del Nue- 


vo Mundo, en la región de los volcanes y de las palmas 
siempre verdes. 

Cómo se produjeron estos complicados fenómenos, 
coherentes entre sí, en tan vasto espacio y con tan 
diversos elementos; cómo se operó la condensación de 
las masas redentoras del sur y del norte del conti- 
nente y cómo coincidieron los planes militares de los 
dos grandes libertadores que las dirigían; cómo se 
desarrollaron en el norte de la América meridional los 
acontecimientos que respondían á los del sur y los 
completaban ; á qué ley determinante obedecían estas 
evoluciones parciales y generales y estas conjunciones 
en líneas convergentes, tal será la materia de los ca- 
pítulos siguientes, para volver á tomar el hilo de la 
narración, después de establecer históricamente esta 
síntesis. De este modo, quedará completado el cuadro 
_ del movimiento multiforme de la emancipación de la 
América del Sur, coherente, colectivo y compacto, que 
forma el nudo de la historia de la independencia sud- 
americana y el fondo del asunto de este libro, en sus 
variados puntos de vista, su armonía de conjunto, 
sus lontananzas continentales y sus antagonismos 
también. 


INDICE DEL TOMO CUARTO 


CAPITULO "XXVI 


La expedición libertadora del Perú.—(Apertura de la 
campaña sobre Lima) 


1820-1821 


Doble campaña militar y política.—La expedición sarpa de Pisco 
y llega al Callao.—Ostentación de fuerzas de San Martín.—Blo- 
queo de las costas del Perú.—Amago de desembarco en Ancón, 
—Combate de «Casa Blanca».—Desembarco del ejército expedi- 
cionario en Huacho.—Revolución de Guayaquil.—Concierto entre 
San Martín y Bolívar.—Toma de la fragata «Esmeralda» por 
Cochrane.—San Martín ocupa la línea de Huaura.—Combate de 
Chancay.—Pringles.—El batallón «Numancia» se pasa á los in- 
dependientes.—Apurada situación de los realistas.—El norte del 
Perú.—Pronunciamiento de Trujillo y Piura.—Avance de San 
Martín sobre Retes.—Plan de ataque de los españoles.—Replie- 
gue de San Martín.—Organización de guerrillas patriotas.—La 
división de la Sierra se da la mano con el ejército invasor de la 
costa.—Reglamento provisional de Huaura.—Tres meses de cam- 
paña. 

Págs. 5 á 39 


CAPITULO XXVIN , 


Expedición libertadora del Perú.—(Primera campa- 
ña de la Sierra) | 


1820-1821 


Importancia de la primera campaña de la Sierra.—Regiones del 
Perú.—Teatro de operaciones de la expedición de la Sierra.—El 
valle de Jauja, nudo de las operaciones.—Zonas militares.— 
Prospecto general de la campaña del Perú.—Objetivos de la 
campaña de la Sierra.—Instrucciones de San Martín para la 
campaña de la Sierra.—Arenales general de la Sierra.—Oocupa- 
ción. de Ica.—Combate de Nasca.—Sorpresa de Acarí.—Planes 
de San Martín.—Arenales atraviesa la cordillera y ocupa Hua- 
manga.—Maniobras preliminares sobre el Río Grande.—Ocupa- 
ción de los valles de Huancayo, de Jauja y de Tarma.—Marcha 
ofensiva sobre Pasco.—Batalla del cerro de Pasco.—Marcha de 
Ricafort sobre Huamanga.—Movimientos de Bermúdez y de Al- 
dao desde Ica.—Insurrección de Huamanga.—Derrotas de Hua- 


— 3817 — 


manga, Cangalla y Huancayo.—Crueldades de Ricafort.—Aldao 

mantiene la insurrección de la Sierra.—La división de la Sierra 

se retira á la oosta.—Examen de la campaña de la Sierra. 
Págs. 40 í 62 


CAPITULO XXIX 
Armisticio de Punchauca 


1821 


Estado político y militar en 1821.—Resolución salvadora de los 
jefes españoles en el Perú.—Coincidencias históricas.—Antago- 
nismos políticos y militares entre los realistas.—Deposición del 
virrey Pezuela.—La Serna le sucede en el mando.—Triste situa- 
ción de los realistas en Lima.—La epidemia diezma el ejército 
independiente en Huaura.—Fortaleza de ánimo de San Martín. 
—Llegada de un comisario regio al Perú para buscar la paz.— 
San Martín abre operaciones sobre la Bierra y los puertos in- 
termedios.—Estrecha el sitio de Lima.—Nueva política de los 
liberales españoles respecto de América.—Famosa proclama-ma- 
nifiesto de Fernando VII á los americanos.—Examen de esta 
política y sus resultados.—Bolívar ajusta en Colombia un ar- 
misticio y un tratado para regularizar la guerra con Morillo.— 
Bolívar y Morillo fraternizan.—Colombia envía diputados á Es- 
paña para tratar de la paz.—Se rompe el armisticio de Colom- 
bia.—Carácter de la revolución de Méjico.—Aparición de Itúr- 
bide.—El plan de Iguala.—Armisticio de Punchauca.—Entrevis- 
ta de San Martín con La Serna.—San Martín formula un plan 
de pacificación sobre la base monárquica.—Prorrogación y rom- 
pimiento del armisticio.—Ultimátum confidencial de San Mar- 
tín.—La guerra bajo la bandera de parlamento.—San Martín 
se decide por la guerra.—Explicación de su conducta.—El ejér- 
cito español evacua Lima.—Actitud de San Murtín en esta oca- 
sión.—Entrada modesta de San Martín en Lima y manifestacio- 
nes de que es objeto.—Inacción de San Martín.—Inspiraciones 
salvadoras de los realistas.—Errores militares de Ban Martín. 

Págs. 63 á 117 


CAPITULO XXX 


Expedición libertadora del Perú.—(Segunda campa- 
ña de la Sierra) 


1821 


Retrospecto.—Las quebradas oentrales de la cordillera.—Explica- 
ciones estratégicas.—La resistencia de Aldao en la Sierra.—Ga- 
marra es nombrado comandante general de la Sierra.—KRicafort 
y Valdés expedicionan á la Bierra.—Resistencia de los indíge- 
nas.—Combate de Ataura.—Retirada desastrosa de Gamarra.— 


— 318 — 


Repliegue de Ricafort y Valdés á Lima.—Combate de Quiapa.— 
San Martín resuelve posesionarse sólidamente de la Sierra.— 
Expedición de Arenales y sus objetos.—Atraviesa la cordillera 
y se posesiona del valle de Jauja.—El armisticio de Punchauca 
suspende sus operaciones.—Refriega de Huando.—Prórroga del 
armisticio y violación accidental de él en la Sierra.—Arenales 
reooncentra sus fuerzas en Jauja.—Pinceladas complementarias 
al retrato de Arenales.—Los realistas se disponen á evacuar 
Lima.—Planes de Arenales para batirlos en retirada.—Mar- 
cha en busca de Canterac.—Conflicto en que se encuentra y 
contramarcha.—Correspondencia entre Arenales y San Martín 
sobre operaciones de guerra.—Situación lamentable de Canterao 
al cruzar la cordillera.—Retirada del virrey La Serna y su 
rechazo por los Yaupos.—Reunión de La Serna y CUanterac.— 
Arenales se retira de la Sierra y repasa la cordillera.—San 
Martín le previene tardíamente permanezca en la Sierra.— 
Nuevos planes de Arenales.—La división de la Sierra se recon- 
centra á Lima.—Consecuencias de un etror. 

Págs. 118 á 145 


CAPITULO XXXI 


Expedición libertadora del Perú.—(Expedición de 
puertos intermedios) 


1821 


Los Puertos intermedios.—Planes de Cochrane.—Tentativas para 
tomar el Callao pór sorpresa.—Conjuraciones tramadas al efec- 
to.—Nuevos planes de Cochrane.—Filiación de la expedición de 
puertos intermedios.—Desembarco en Pisco.—Retrato de Miller. 
—Conjuración de Lavín en el Cuzco.—Las tercianas.—Reembar- 
co de Pisco.—Ataque y toma de Arica y Taona.—Landa y Por- 
tocarriero.—Miller toma la ofensiva.—Acción de Mirave.—Resul- 
tados de la campaña de Miller.—Repliegue de Miller sobre 
Taona.—Suspensión de hostilidades.—Reembarco de Miller.—Ac- 
tos caballerescos de los beligerantes.—Nueva toma de Pisco.— 
Derrota de Santalla.—Miller se posegiona de Ica.—Termina- 
ción de la campaña.—Examen de la expedición de puertos 
intermedios. 

Págs. 146 á 171 


CAPITULO XXXIT 
La independencia del Perú 


1821 


La Toma de Lima y la batalla de Carabobo.—Corolario histórico.— 
Estado de la opinión de Lima al tiempo de la ocupación.—Si- 
tuación compleja de San Martín.—Síntesis política.—Deolara- 


— 319 — 


ción de principios de San Martín.—Convocatoria de una asam- 
blea de notables para deolarar la independencia del Perú.—De- 
olaratoria, jura y proclamación de la independencia peruana.— 
Sitio del Oallao.—Cochrane estrecha el bloqueo del Callao é 
insiste sobre el ataque.—Crosbie se apodera de los últimos bu- 
ques españoles en el Callao.—Golpe de mano de los independien- 
tes sobre el Callao y sus resultados.—Negociación irregular de 
Cochrane con el gobernador del Callao.—Condiciones y objetos 
. de esta negociación.—Síntomas de ruptura entre San Martín y 
Cochrane.—San Martín se declara Protector del Perú.—Examen 
de este acto.—Ministerio protectoral.—La logia de Lautaro en 
el Perú.—Chile aplaude el acto de San Martín.—Primer acto del 
Proteotor.—Persecuciones á españoles.—Extrañamiento del arzo- 
bispo de Lima.—Apogeo de San Martín.—San Martín como hom- 
bre de gobierno.—Nueva fase de San Martín.—La obra refor- 
madora de San Martín en el Perú.—El Estatuto Provisional.— 
El Consejo de Estado.—Primer síntoma aristocrático.—La Orden 
del SGl y la creación de una nueva nobleza.—La orden patrióti- 
ca de las damas peruanas.—El delirio de las grandezas y mo- 
destias de San Martín.—Achicamiento de un grande hombre. 
Págs. 172 á 202 


CAPITULO XXXII 
El Protectorado del Perú 
,1821-1822 


Carácter del protectorado del Perú.—Enervación de las fuerzas li- 
bertadoras.—Situación política y militar.—Los realistas de la 
Sierra reabren las hostilidades.—Canterac con 4.000 hombres 
invade el valle del Rimac.—Alarma y entusiasmo en Lima.— 
San Martín con su ejército se pone en campaña cubriendo á 
Lima.—Hábiles maniobras tácticas de los dos ejércitos belige- 
rantes.—Prudencia de San Martín.—Retirada de Canterac.—Ren- 
dición del Callao.—Examen de la conducta militar de San Mar- 
tín en esta ocasión.—Duplo papel del Protector.—La obra refor- 
madora de San Martín.—Nuevo estatuto provisional.—Creacio- 
nes aristocráticas.—La Orden del Sol.—Planes monarquistas.— 
Ouentas del Protector.—El rey José.—Bases del protectorado.— 
Constitución americana del ejército argentino-chileno.—Conato 
de conjuración militar contra San Martín.—Plan monarquista 
de San Martín.—La Sociedad patriótica de Lima.—Misión se- 
creta de García del Río y Paroissien para buscar un rey en 
Europa.—Estado de la opinión en Chile contra San Martín.— 
Rechazo de la política monárquica de San Martín por O'Hig- 
gins.—García del Río aconseja á San Martín resignar el man- 
do político y convocar un congreso. — Caducidad del protecto- 
rado.—Luces convergentes que explican un misterio histórico. 

Págs. 203 á 256 


— 300 — 


CAPIFULO XXXIV 
El protectorado del Perú.—£San Martin y Cochrane) 


1821-1822 

El Pugilato de dos hombres ilustres. — Antecedentes sobre las 
desavenencias entre San Martín y Cochrane.—Cochrane recla- 
ma el pago de los sueldos y gratificaciones debidas á la escua- 
dra.—Tempestuosa conferencia entre San Martín y Cochrane.— 
Notables cartas cambiadas entre ambos.—Negociaciones oficia- 
les sobre las disidencias entre San Martín y Cochrane.—Estado 
de las cosas al tiempo de la invasión de Canterac.—Ultima con- 
ferencia en la vida entre San Martín y Cochrane.—Cochrane se 
apodera de los caudales del gobierno y de los particulares de 
Lima.—Discusiones con este motivo.—Atentado de Cochrane.— 
Correspondencia entre San Martín y O'Higgins sobre estos in- 
cidentes.—Cochrane condenado por O'Higgins y aplaudido por 
el pueblo chileno.—Ultimo crucero de Cochrane en el Pacífico.— 
Rendición de los últimos buques de guerra españoles en el Pa- 
cífico.—Nuevyo conflicto entre Cochrane y San Martín.—La es- 
cuadra del Perú. 


Págs. 257 á 284 
CAPITULO XXXV 


El protectorado del Perú.— (Planes continentales. 
Derrota de Ica) 


1821-1822 

Estado de la guerra de la independencia en el Perú.—La insurrec- 
ción peruna.—Actitud de los realistas en la sierra del Perú.— 
Derrota de Pasco.—Incendio de Cangallo.—Situación de los be- 
ligerantes en el Alto y Bajo Perú.—Planes americanos políticos 
y militares de San Martín.—Nuevo plan de política peruana. 
—Síntesis de la situación militar del Perú.—GQraves errores mi- 
litares de San Martín.—Una división independiente ocupa el 
valle de Ica.—Es atacada por ¡os realistas.—Derrota de la Ma- 
cacona.—Triunfo de las armas independientes en Quito.—La 
conferencia entre San Martín y Bolívar postergada.—San Mar- 
tín procura reparar el error de lca.—Medidas que dicta al 
efecto.—Misiones diplomáticas á Chile y á la República Argen- 
tina.—Se prepara á abrir campaña formal sobre puertos inter- 
medios.—Maniobras misteriosas de San Martín.—Terrorismo sis- 
temático de Monteagudo.—Acuerdos con Bolívar, Chile y Co- 
lombia.—San Martín se dirige á Guayaquil á oonferenciar con 
Bolívar.—Momento hitórico de la América Meridional. 


Págs. 235 á 315